Teoria Del Diccionario Monolingue

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TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

Luis Femando Lara

EL COLEGIO DE MÉXICO

413 L318Gt Lara Ramos, Luis Fernando Teoría del diccionario m onolingüe / Luis Fem ando Lara. - M éxico : El C olegio de M éxico, Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, 199G. 274 p.; 22 cm. ISBN 968-12-0705-X 1. Lexicografía. 2. Lexicografía-Historia. 3. Enciclopedias y diccionariosHistoría y críiica.

P o rta d a de M ó n ic a D ie z -M a rtín e z

T irando el verbo. O le o s o b re te la d e G ilb e r to A ceves N a v a r ro , 1 9 9 6 . F o to g r a fía d e A g u s tín E s tra d a

P rim e r a e d ic ió n , 1 9 9 7 D .R . © E l C o le g io d e M é x ic o C a m in o a l A ju s c o 20 P e d re g a l d e S a n ta T e re s a 10740 M é x ic o , D . F. IS B N 9 6 8 -1 2 -0 7 0 5 -X Im p re s o e n M é x ic o /P r ín te d in México

ÍNDICE

Prólogo

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I. La construcción sim bólica del diccionario 0. Los orígenes 1. L a lexicografía y el nacim iento de la idea de la lengua en O ccidente 1.1. Los Estados nacionales 1.2. El descubrim iento de la lengua m atern a 1.3. La búsqueda d e legitim idad 1.4. L a Filosofía d el lenguaje 2. La cultura de la len g u a 2.1. La lengua y la m em oria heroica 2.2. La legitim idad y la pureza de ia lengua 2.3. Fijación y p rim e ra norm atividad 2.4. La lengua literaria 3. Los inicios de la lexicografía m onolingüe 3.1. La aparición de la lexicografía m onolingüe 3.2. Los prim eros diccionarios 3.2.1. Etim ología y ontología: Cobarruvias 3-2.2. El V ocabulario de la Crusca: la pureza de la lengua literaria 3.2.3. El diccionario de la A cadem ia Francesa: purism o y autoritarism o 3-2.4. Las auto rid ad es y el principio filológico de la Academ ia Española 3.2.5. A utoridades y autoridad 3.2.6. El valor sim bólico de la autoridad 3.2.7. El papel social de la lexicografía 3.3. La lexicografía inglesa y el desarrollo de la burguesía 3.3.1. La im posibilidad de u n a academ ia 3.3.2. El papel d e la burguesía 3.3.3. Samuel Jo h n so n y la autoridad burguesa

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II.

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3.3.4. Un nuevo sentido de la autoridad 3.4. La versión estadounidense de la lexicografía inglesa 3.4.1. La lengua nacional com o estándar 3.4.2. U na idea “científica" de la lengua 3.5. La “verdadera” lengua: u n sím bolo largam ente elaborado 4. La lexicografía dei ciudadano burgués 4.1. La lexicografía inform ativa, em presa privada 4.2. El interés p o r la técnica y la ciencia 4.3. El acervo tradicional 4.4. Los regionalism os 5. La irrupción de la ciencia 5.1. La evolución filológica 5.1.1. El Deutsches Worterbuch de Jacob y Wilhebri Grim m 5.1.2. El diccionario de O xford 5.2. El radicalismo lingüístico 5.2.1. La aparición de la lingüística 5.2.2. El Wubster’s Third New International Dictionary 5.2.3. Descripción, uso y n o rm a 5.3. El “hecho diccionario” y las relaciones entre la lingüística y la lexicografía

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Pragm ática de la inform ación lexicográfica 0. La naturaleza inform ativa del diccionario 1. El origen D informativo de la lengua O 1.1. La naturaleza dialógica de la lengua 1.2. La lengua, fu n d am en to de la sociedad 2. De la teoría del lenguaje a la teoría del diccionario 2.1. Postulados de !a teoría del lenguaje 2.1.1. La lengua com o id entidad 2.1.2. La lengua com o hecho social 2.1.3. La lengua com o consenso social 2.1.4. El consenso y el com prom iso de entendim iento 2.2. El papel del léxico 2.2.1. El carácter abierto del léxico 2.2.2. El carácter ilim itado del léxico y la limitación de la m em oria 2.2.3. El léxico, hecho soda! 3. La m anifestación de la necesidad de inform ación 3.1, Acciones y actos verbales 3.1.1. Acciones con finalidad

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ÍNDICE

3.1.2. La acción com unicativa 3.1.3. Las acciones verbales acerca de los signos 3.2. El acto verbal 3.2.1. El acto verbal com o form a y com o institución social 3.2.2. El acto verbal en el entendim iento social 3.2.3. El valor de la teoría del acto para 1a lexicografía 3.2.4. El fund am en to pragm ático del diccionario 3.3. El diccionario com o producto lingüístico 4. T eoría del acto de respuesta acerca del signo 4.1. La validez del acto de respuesta 4.2. La im portancia de la teoría haberm asiana 4.2.1. Condiciones de validez 4.2.1.1. Condiciones esenciales 4.2.1.2. Presuposiciones de existencia 4.2.1.3. Condiciones normativas 4.2.2. Pretensiones de validez 4.3. La im portancia de hacer explícitas las pretensiones de validez 5. El acto verbal fu n d ad o r del diccionario 5.1. El carácter ilocutivo del acto n i. El contenido proposicional del acto: la entrada 0. In troducción 1. El artículo lexicográfico 1.1. La u n id ad léxica 1.2. La en trad a 1.2.1. El vocablo 1.2.2. Palabra y vocablo 1.2.3. El lem a 2. La naturaleza ordinaria de la entrada 2.1. La reflexión com o hecho pragm ático 2.2. La reflexión com o becho m etalingüístico 2.2.1. El origen lógico clel m etalenguaje 2.2.2. ¿Es la entrad a parte de un m etalenguaje? 3. U na necesaria elección teórica 3.1 El autónim o 3.2. La duplicación del léxico 3.3. El efecto teórico 3.4. U na asunción pragm ática de la mención 3.5. La m ención y el acto verbal

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IV. El contenido proposicional del acto: la ecuación sémica 0. Introducción 1. El origen pragm ático de la ecuación sémica 1.1. Dos clases de predicación 1.2. La predicación de !a ecuación sémica 2. La exploración de la ecuación sémica 2.1. La ecuación sém ica con ser, to be y étre 2.1.1. To be com o identificación del objeto 2.1.2. Étre com o identificación del signo 2.2. Sinonim ia 2.2.1. Sim etría y capacidad de sustitución 2.2.2. Las sustituciones 2.2.2.1. Equivalencia entre signos 2.2.2.2. Equivalencia entre significados 2.3. Las dificultades de la ecuación con ser 2.4. La ecuación sém ica con llamarse 2.5. La ecuación sém ica con designar 2.6. La ecuación sém ica con significar 2.6.1. Efectos de la ecuación con significar 2.6.2. La ecuación con significar y las teorías del signo 3. L a com plejidad de la ecuación sém ica 4. L a naturaleza o rd in aria del lenguaje del artículo lexicográfico

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V. El contenido proposicional del acto: la definición lexicográfica 0. Introducción 1. El origen pragm ático de la definición 1.1. El significado del vocablo 1.2. La naturaleza sem ántica del vocablo 1.3. La enseñanza de los estudios de adquisición de la lengua m aterna 1.4. La estabilidad del vocablo 2. El significado “p rin cip al” 2.1. El carácter sem ántico del significado principal 2.1.1. El p ro to tip o 2.1.2. Prototipo y significado 2.1.3. El estereotipo 2.1.3.1. La naturaleza del estereotipo 2.1.3.2. P ertinencia social 2.1.3.3. C orrección (o verdad) situada

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ÍNDICE

2.1.3.4. Valor norm ativo 2.2. El estereotipo en la definición lexicográfica 2.2.1. No estereotipicidad 2.2.1.1. Insuficiencia en relación con el prototipo 2.2.1.2. Creaciones intelectuales 2.2.2. El de prototipo, un concepto lim itado 2.2.2.1. Los “objetos naturales" 2.2.2.2, Las creaciones intelectuales 2.3. Del prototipo y el estereotipo al signo 2.3.1. La constitución del signo 2.3.2. Interés y conocim iento científico 2.3.3. E nciclopedia y diccionario 3. L a definición lexicográfica como construcción cultural 3.1. La definición aristotélica 3.1.1. De la esencia al nom bre 3.1.2. El análisis del signo 3.1.3. Signo y verdad 3.1.3.1. Intensión y extensión 3.1.3.2. Estereotipo y extensión 3.2. La definición lexicográfica m o d ern a 3.2.1. El com prom iso de Putnam 3.2.2. Ciencia e inteligibilidad 3.3. Más allá de los objetos naturales 3.3.1. Seres que no existen 3.3.2. La existencia de los conceptos 3.3.3. Acciones y verbos 3.3.4. Palabras relaciónales 4. La definición lexicográfica como reconstrucción del significado 4.1. Del m étodo a l a teoría 4.1.1. Los procedim ientos de observación y recolección del léxico 4.1.2. Los procedim ientos de obtención del significado 4.2. El m étodo lexicográfico 4.2.1. La elaboración lexicográfica 4.2.1.1. D ocum entación 4.2.1.2. Análisis 4.2.2. La reconstrucción del significado 4.3. La definición lexicográfica

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VI. La com plejidad norm ativa del diccionario m onolingüe 0. Introducción 1. Condiciones de validez y norm atividad 1.1. H echo léxico y selección norm ativa 1.2. Dos concepciones norm ativas 2. De la lengua a sus norm as 2.1. Fonología, Fonética y norm atividad 2.1.1. Transcripción fonológica 2.1.2. La p ro nunciación en los prim eros diccionarios 2.2. Escritura y ortografía 2.2.1. Escritura 2.2.2. O rtografía 2.2.3. Escritura y ortografía en los prim eros diccionarios 2.2.4. La ostensión de la escritura en la en trada 3. La norm atividad en la n o m en clatura y en los usos 3.1. N om enclatura 3.2. Las m arcas ' 3.2.1. Marcas dialectales 3.2.2. Marcas de usos sociales 3.2.2.1. Dificultad teórica 3.2.2.2. Dificultad m etódica 3.2.3. Marcas term inológicas 3.3. C ultura de !a lengua y m arcas de uso 4. Los ejemplos 5. El acto ilocutivo del artículo lexicográfico

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VII. Del acto verbal al artículo lexicográfico: conclusión 0. Introducción 1. El acto ilocutivo 2. La reconstrucción del significado y la cultu ra de la lengua 3. La teoría del diccionario m onolingüe

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B ib lio g r a f ía

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A K urt B aldinger

PRÓLOGO Hay libros que parecen form ar parte sob ren ten d id a del m obiliario de u n a casa. Los libros en su conjunto, por sí mismos, bien dispuestos en los libre­ ros de u n a biblioteca, com ponen tam bién ese m obiliario, Pero ni un Qui­ jote, n i los sonetos de Shakespeare, ni Madame Bovary, ni el Doctor Fausto se so b rentien d en como p a rte del m obiliario. No sorprende encontrarlos en u n a biblioteca dom éstica, pero no se consideraría que form an parte obli­ gatoria de sus existencias. Si acaso, se diría que habla bien de los habitan­ tes de u n a casa, ten er esas cuatro obras en su biblioteca, ju n to con varios cientos d e obras más. Los diccionarios, en cambio, son libros tan obvios, tan esperados en la biblioteca doméstica, que parecen muebles: como el teléfono o como u n aparato de radio. Se utilizan por cortos instantes. Rara vez se ve a u n a persona absorbida en u n a larga lectura de sus textos. Más bien se les acerca con p rem ura, para consultar u n a du d a y seguir leyendo otro libro, o seguir escribiendo otro texto. Pero están allí. T an necesarios y tan disponibles com o el teléfono o el radio. Las com pañías editoras de libros, que bien conocen su negocio, saben que u n diccionario les asegura buenas ventas y casi du ran te todo el año. C uando son com pañías serias y de larga vida, incluso h a n financiado un diccionario o han com prado sus derechos, p ara poderlo rep ro d u cir cuan­ tas veces haga falta, o p a ra refundir sus m ateriales en versiones más peque­ ñas, más atractivas, dirigidas a grupos de lectores particulares, a escuelas, a estudiantes d e lenguas, a grem ios profesionales. ¿Q ué es un diccionario? En especial, ¿qué es u n diccionario de la len­ gua m aterna?, son preguntas que no suelen hacerse. La obviedad del uso de los diccionarios p o r la gen te las hace superfluas. No sólo p o r eso. Cualquier p ersona q u e haya utilizado uno, sabe qué es: urs catálogo de palabras, se­ guido de indicaciones acerca de su escritura, su pronunciación, su catego­ ría gram atical, su uso social, regional o especializado, su significado, y u n a peq u eñ a colección d e ejem plos, que en señ an a m anejarlas en diferentes contextos sintácticos. Sin em bargo los diccionarios m onolingües son objetos verbales par­ ticulares: se arrogan, ap arentem ente, la facultad de inform ar acerca de la lengua en su totalidad, com o verdaderos y legítimos representantes de ella; 15

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se los concibe com o catálogos verdaderos de la lengua de la com unidad lin­ güística, no com o obras de autores particulares, sujetas a gustos, m odas y biografías, sino com o lengua en sí, com o la lengua d e la sociedad en su conjunto. P or eso se cree m ellos, o se les cree. ¡Notables objetos verbales! Los únicos que, sin provenir de u n a revelación religiosa, o de la plum a de un profeta, constituyen u n a verdad p ara las com unidades lingüísticas. En cuanto objetos verbales, los diccionarios m onolingües deben ser objeto de estudio de la lingüística, pues su naturaleza sem ántica y semióti­ ca no se agota en su caracterización com o catálogos del vocabulario d e una lengua, ni en los m étodos con que se los elabora. N ada misteriosos estos últimos, pues al fin y ai cabo son los que constituyen la disciplina y el arte de la lexicografía, n o son los m étodos los que definen la naturaleza signifi­ cativa de los diccionarios m onolingües. Pues u n a vez hechos, el m étodo es poco im portante y lo que destaca, en cambio, es su papel social, su funcio­ nam iento sem ántico y su dim ensión norm ativa, que ios convierten en ob­ jeto s verbales tan notables, tan dignos de reflexión y de análisis com o las obras literarias, com o los textos periodísticos, o com o los relatos orales tra­ dicionales. La lingüística contem p o rán ea ya no gusta de pensar en la especificidad de los textos. D esentendida desde hace más de cincuenta años de sus oríge­ nes filológico y etnológico, todo texto específico, característico de la cultura, se concibe com o u n hecho artificial, en relación con la lengua natural Pues el esfuerzo realizado p ara ingresar al cenáculo de los científicos, que siguen siendo, p o r antonom asia, los que se ocupan de la naturaleza, h a significado el desdén p o r la cultura. Hoy se sueña la lingüística como ciencia de la facul­ tad de hablar, com o ciencia del fenóm eno biológico universal del lenguaje. O se sueña tam bién como ciencia descriptiva de los hablares concretos, pero viscos com o expresiones de u n a naturalidad “nativa", anterior a la cultura: anterior al artificio. Para esa clase de lingüística, que es la que priva en las universidades y en las revistas más respetadas, objetos verbales como los dic­ cionarios “no son objetos de la lingüística". En el m ejor de los casos lo son de la lingüística aplicada; en el peor, se acercan a disciplinas tan “sospe­ chosas” com o el análisis del discurso o el psicoanálisis. Por lo contrario, yo creo que la lingüística es u n a ciencia, pero u n a cien­ cia de fenóm enos concretos, en tre los cuales está, sin duda, el hecho univer­ sal de la facultad de hablar, sólo que esa facultad se plasm a en u n a realidad verbal que es la única verdaderam ente conocible: en discursos, en textos, en los que se com pleta el fenóm eno más específicam ente hum ano: el paso de la naturaleza a la cultura. El diccionario, libro, es u n objeto cultural. N o es,,ni h a sido nunca, una descripción del significado de los vocablos p a ra cierta com unidad, en cier­

PRÓLOGO

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to m om ento de su historia. Es, como se verá en este trabajo, u n a construc­ ción histórica, fruto de la reflexión sobre la lengua y o rientada a la conser­ vación de la m em oria de experiencias de sentido valiosas para la com unidad lingüística entera. Por eso m e ha parecido im portante tratar de explicarlo en su n aturaleza sem ántica y semiótica, visto com o objeto verbal; es decir, visto com o fenóm eno del lenguaje, que u n a ciencia, la lingüística, debe considerar entre sus objetos legítimos de estudio. Es p o r eso p o r lo que el objetivo de este libro es explicar a la lingüísti­ ca, con sus propios instrum entos de teoría y de m étodo, qué es un diccio­ nario m onolingüe y p o r qué es u n fenóm eno verbal digno de atención científica. Igualm ente, este libro tiene p o r objetivo aclarar a la lexicografía en qué consisten los fundam entos reales de su práctica y cóm o la com pro­ m eten, tanto con el saber contem poráneo acerca de la len g u a y el lengua­ je, com o con el público p ara el que escribe. El tratam iento lingüístico de la lexicografía es relativam ente nuevo. A dquirió interés y se expandió a partir del año de 1971, cuando coincidió la publicación de tres im portantes obras: el Elude linguistique et sémiotique des dictionnaires franfais contemporains, de Josette Rey-Debove (redactora de la casa Robert), la Inlroduction á la lexicograpkie, de Jean y Claude Dubois (de Larousse) y el M anual of Lexicography, que Ladislav Zgusta, indoeuropeísta y lexicógrafo, escribió para la UNESCO. Esos tres libros seminales se unieron a los trabajos de B em ard Q uem ada y los Cahiers de Lexicología, a los d e Alain Rey desde el diccionario Robert, y a los de varios otros lexicógrafos, para consolidar un interés serio, docum entado y riguroso por la lexicografía, que ha venido a coronarse con la m onum ental Worterbücher, Dictionaries, Diction­ naires (E nciclopedia internacional de ia lexicografía, 1982), dirigida p o r el propio Zgusta, los germ anistas Oslcar R eichm ann y H erb ert E rnst W iegand, y el rom anista F ran zjo sef H ausm ann. La investigación y la teorización acerca d e la lexicografía h a dado lu­ gar, desde entonces, a u n a disciplina que tienden m uchos autores a llamar ‘‘M etaiexicografía”. A p artir de la generalización del prefijo meta- en la lin­ güística contem p o rán ea y en las hum anidades, se piensa que todo estu­ dio de u n a disciplina es su p ropia “meta-disciplina". De m a n e ra que un estudio com o el de este libro es “m etalexicográfico”. Por el contrario, y de m anera consecuente con la concepción teórica que fu n d am en ta esta inves­ tigación, en este libro sostengo que la lexicografía es una disciplina que tie­ ne p o r objeto definir y e n señ ar los m étodos y los procedim ientos que se siguen p a ra escribir diccionarios. Es decir, que la lexicografía n o es una ciencia, sino u n a m etodología. El diccionario, especialm ente el diccionario m onolingüe, en cambio, es u n fenóm eno verbal que antecedió histórica­ m ente a la constitución de su propia m etodología, porque fue u n resulta­

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do de la evolución de la cultura en varias civilizaciones, particularm ente en la eu ropea, y de la m an era en que se dio la reflexión sobre las lenguas m aternas d en tro de ellas. E n cuanto el diccionario m onolingüe se analiza com o u n fenóm eno verbal — que es com o hay que verlo— , se revelan varios hechos sorprenden­ tes: en p rim er lugar, el diccionario m aterializa u n a p arte muy im portante de la m em oria social de la lengua; es decir, deja ver cóm o, cuando una co­ m unidad lingüística com ienza a reconocerse a sí misma en su historia y en su pluralidad, procede a construir u n a m em oria de sus experiencias signi­ ficativas, que ciertam ente se guarda en textos y en relatos d e la más diversa índole, p ero que tiene com o u n a de sus bases más im portantes la propie­ dad, que tiene toda lengua, de construir unidades léxicas; unidades cortas, en térm inos fonológicos y morfológicos, de fácil recuerdo, que se asocian en la actividad significativa a la experiencia deí m undo, la que segm entan, orde­ n an y clasifican. En segundo lugar, que esa m em oria se convierte en uno de los m edios principales p ara que haya condiciones de entendim iento entre todos los m iem bros de la com unidad lingüística, lo que d a cohesión a las sociedades y proyección a su cultura. E n tercer lugar, que en virtud del hecho de que el diccionario es un depósito de m em oria social manifiesta en palabras, es u n texto en cuya veracidad cree la com unidad lingüística; u n a poderosa creencia, de la que derivan, n o solam ente condiciones de validez de m uchos actos verbales, sino tam bién u n sentim iento social de identidad, u n a creatividad sem iótica socialm ente controlada, y desgraciadam ente tam­ bién u n a posibilidad de autoritarism o y de represión social de la libertad de pensam iento y de expresión. Si el diccionario m onolingüe revela todos esos fenóm enos, entonces sí es u n objeto que requiere de u n a exploración científica, que perm ita diluci­ d ar las com plejidades semánticas, semióticas y normativas que lo constitu­ yen. Es, entonces, u n objeto verbal que interesa a la lingüística en cuanto ciencia que se ocupa, precisam ente, de objetos verbales. Por lo que una expli­ cación coherente, exhaustiva en relación con los com ponentes fundam enta­ les del diccionario (no en relación con el n úm ero y variedad de diccionarios m onolingües existentes en el m undo) y lo más sencilla posible, que pueda som eterse a verificación am pliando el estudio a otros diccionarios, de otras culturas, puede ser, legítim am ente, u n a teoría del diccionario monolingüe. Esta teoría no es u n a m etalexicograíía, en consecuencia con lo que se afirm ó antes. T am poco tiene p o r objetivo ofrecer y h ac er explícitos m ejo­ res m étodos de elaboración de diccionarios m onolingües. Ésa es la tarea, precisam ente, de la lexicografía. Quizá, si es convincente, p u ed a contribuir a que los m étodos lexicográficos m ejoren, o a que los lexicógrafos tengan m ayor conciencia de su trabajo.

PRÓLOGO

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La teoría del diccionario m onolingüe form a parte, en consecuencia, del conjunto de teorías que hay que elaborar p ara explicar diversos fenó­ m enos verbales, presididas p o r la teoría de !a lengua en general, o teoría del lenguaje, que es com o tradicionalm ente se la designa. Como teoría de esta clase, es u n a teoría em pírica, basada en hechos concretos. Procede inducti­ vam ente, buscando el sentido de los fenóm enos que estudia, no im ponién­ doles u n a especulación disfrazada de axiomática, y som etiendo a crítica y a verificación cada u n o de los elem entos que la constituyen. Al fin y al cabo u n a teoría de u n objeto tan com plejo com o lo es el dic­ cionario m onolingüe, n o puede reducirse, so p en a de errar totalm ente su objetivo, a u n a especie de lingüística descriptiva del diccionario, sino que tiene que entrelazarse con conocim ientos que proceden de otras regiones: de la filosofía, en cuanto toca a los fundam entos de la creencia en los diccio­ narios, a su relación con la form ación del consenso social, que interesa hoy en día a b u en a p arte de la filosofía h ered era de W ittgenstein y d e la tradi­ ción ilustrada —H aberm as, especialm ente— , y al sentido de la definición d e los vocablos, que tam bién interesa a la m od ern a lógica forma] y a la he­ ren cia fisicalista de R udolf C am ap. De la psicología y el estudio em pírico (insisto en ello; cuarenta años de especulación formalista nos están llevan­ do a la ignorancia y !a frivolidad) de la adquisición de la lengua m aterna, por cuanto es ahí en d o n d e hay que buscar los fundam entos de la acción signi­ ficativa individual y de la m anera en que se gesta el significado de las pala­ bras. Del análisis del discurso y la “lingüística social", porque el diccionario es u n texto com plejo, cuya significación trasciende las unidades oracionales y se corona en u n sim bolism o social. Y finalm ente de la filología, que sigue siendo nuestra única m anera de ad entram os en el pasado de las lenguas y las com unidades lingüísticas, y de interpretarlo sin apelm azar la historia en u na caricatura de nuestro presente, ni atribuirle a los seres hum anos que nos anteced iero n hace siglos pensam ientos y percepciones que, p ara bien y p ara mal, sólo a nuestros contem poráneos pertenecen. El libro es relativam ente complicado: tom o argum entos y ejem plos de m uy diversas procedencias, y su tejido se vuelve difícil. Por eso he ido ponien­ do a los parágrafos que com ponen cada capítulo números en estructura arbo­ rescente y subtítulos, con el ánim o de ayudar al lector a orientarse en él. He tom ado m uchas citas de diversas fuentes y en varias lenguas. Salvo en los casos en que hay versiones de ellas publicadas en español, que señalo en la biblio­ grafía, en todos los dem ás las traducciones son mías. Pero com o la inter­ p retación de esas citas es muy im portante para la argum entación teórica incluyo, g eneralm ente en notas, las citas en su lengua original. Reconozco q ue eso vuelve las notas u n tanto farragosas, pero no hay rem edio. Hay obras m encionadas en el texto, que no incluí en la bibliografía

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final. Lo hice p orque no d ieron lugar a citas específicas, ni contribuyeron de m an era concreta en la elaboración de la teoría, sino que sólo ofrecen referencias generales o sugerencias que ayuden al lector a situar un pensa­ m iento en su contexto. La investigación que concluye en este libro com enzó en 1983, nutrida p o r la perplejidad que m e causaba la práctica de la lexicografía, sus resul­ tados y sus efectos sociales. Ese año disfruté de un año sabático, que pude pasar a la vera del gran rom anista, filólogo y lexicógrafo que es Kurc Baldinger, en el Rom anisches S em inar de la Universidad de H eidelberg, gra­ cias a la generosidad de u n a beca de la A lexander von H um boldt Stiftung. Pero el regreso a mis obligaciones lexicográficas y académicas en El Colegio de México, m e im pidió term inarla en u n plazo más corto. Sólo un nuevo año sabático, la decisión de no buscar otros com prom isos universitarios para m ejorar mis ingresos, y el apoyo de la Fundación H u m boldt para pa­ sar un mes en bibliotecas alemanas, m e perm itieron rean u d arla en 19931994, hasta llevarla a su fin ahora. H e de agradecer, e n consecuencia, el apoyo y la ayuda de varias perso­ nas: ante todo, los de mi m aestro K urt Baldirtger, que m e ayudó a aclarar mis planteam ientos iniciales, y m e ofreció ese rem anso de paz y de activi­ dad intelectual que es el Romanisches Sem inar de H eidelberg. Los de mis amigos Klaus Zim m erm ann, del Instituto Iberoam ericano de Berlín y Franz Jo se f H ausm ann, de la Universidad de E rlangen-N üm berg, quienes me abrieron las puertas de sus institutos para m ejorar mi docum entación de los diccionarios del siglo x v ii y se tom aron la molestia de com entar los pri­ m eros esbozos de este libro. En México, Carlos Pereda, Fernando Castaños y Thom as Smith m e hicieron valiosas sugerencias en diferentes m om entos del desarrollo de esta teoría. Mis com pañeros lexicógrafos, del Diccionario del español de México, leyeron u n a y o tra vez, atenta y solidariam ente, las ver­ siones que les iba presentando. Josefina Cam acho, n u estta im prescindible secretaria, me ayudó todo el tiem po con los ires y venires de fas versiones y las copias que n o se dejan ver en el libro term inado. La A lexander von H u m b o ld t Stifcung y El Colegio de México me apoyaron todo el tiempo con generosidad y confianza. Elizabeth, m i esposa, y mis hijos, so ponaron con paciencia las largas tem poradas que les robé de la atención, el cuidado y el esparcim iento que m erecen. Van ai últim o, pero son todo el sentido de m i vida. Tepoztlán, octubre de 1995

I. LA CONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA DEL DICCIONARIO 0 . LOS ORÍGENES

Los más antiguos diccionarios conocidos son bilingües o multilingües. En realidad, anteceden p o r cientos de años a los diccionarios monolingües. Este hecho tiene su origen en u n a necesidad objetiva de los pueblos de distintas lenguas que e n tra n en contacto: necesitan u n a clave que Ies perm ita com­ p re n d e r el discurso comercial, guerrero , diplom ático o religioso del otro pueblo. C uando no hay suficientes traductores que conozcan ambas len­ guas, hay que p asar a un docum ento en que se asienten las “equivalencias" de los vocablos de u n a lengua en la otra. De ahí nacieron, por ejemplo, las glosas que, com o las Silenses y las Emilianenses, para h acer com prensible el latín eclesiástico a los m onjes de esos m onasterios, ap u n tan equivalencias en la lengua vernácula y, para la historia lingüística, docum entan por pri­ m era vez la existencia de un rom ance castellano diferente del latín ;1 tam ­ bién nacieron de allí los prim eras vocabularios bilingües d e m uchas más lenguas europeas, am ericanas, africanas o asiáticas enfrentadas entre sí. La necesidad de inform ación es lo que da origen a la lexicografía bilingüe o multilingüe: “Las lenguas extranjeras y lo extraño en la lengua (así com o toda dase de extrañeza concreta) despiertan inm ediatam ente en cada quien una necesidad de inform ación [...]. La historia universal de los dicciona­ rios m uestra el carácter prim ario de tal lexicografía informativa".2 Infor­ m ación restringida, si se quiere, a u n pequeño vocabulario de relaciones comerciales o de m ercancías; o a u n esfuerzo de delim itación h erm en éu ­ tica de los sentidos del vocabulario de u n a lengua extraña, como las am e­ ricanas p ara los m isioneros que en el siglo xvi se propusieron expandir la 1 Cf. Bray, 1939, y Píister, 1989, acerca de l;i riqueza de tules glosarios en la Francia y la Italia medieval y renacentista {la colección de glosarios que hoy se catalogan com o Abavus y Anima — por su primera entrada— en Francia, y los numerosos glosarios latín-dialectos italia­ nos de la misma época). De igita? manera la “prehistoria" de la lexicografía alemana, tan se­ mejante en su riqueza dialectal a ia italiana, en Grubmüller, 1989. '■¡'lY.mdc Spmcken -undFreindheit in der Sprache (iifie auckjedr Art van .sachticher FTcmdheit) imcm iinmittdbnnii Informnlionsbcdarffür den einzdnen aus (...) Die Wórterbuchgcschichte zeigt wdlwit eine suiche Auskunjísfaxikogmpkii' ais primar {Hausmann, 1989a:8}. 21

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fe católica en tre los “indios paganos”. O en otro ám bito de la historia hu­ m ana, inform ación orien tad a a la com prensión de u n a antigua lengua de cultura, como el latín o el griego, desde el espíritu renacentista de un N e­ brija en su Lexicón hoc est diciionarium ex sermone latino in hispaníensem de 1492, de u n R obert E stienne en su Diciionarium latino-gaüicum de 1531, o de un Jo su a Maaler en su Diciionarium germanicolalinum novum de 1561. Esta necesidad de inform ación, com o se desarrollará sistem áticam ente en el capítulo II de este libro, se sitúa en la base de toda teoría que preten ­ d a reconocer y explicar lo que son los diccionarios en cuanto fenóm enos lingüísticos. Pero si es u n a necesidad universal, en m ucho cum plida por la función de los traductores en los contactos en tre pueblos — los llamados “lenguas" en la historia d el contacto en tre españoles y m esoam ericanos— y en esa m edida u n a necesidad cubierta p o r el conocim iento individual de los léxicos d e dos lenguas en contacto, su m anifestación en un libro, en un diccionario, le su p erp o n e de inm ediato u n carácter de civilización que el género h um ano debe al papel, a la escritura y a la im prenta. Pues sólo m ediante esas tres invenciones de la h u m anidad —que n o son “naturales” en el sentido en que sí lo son la capacidad de hablar, el conocim iento de otras lenguas y la necesidad de inform ación— fue posible históricam ente la aparición de los diccionarios y es posible ontogenéticam ente su com­ prensión como fen ó m en o lingüístico com plejo. De esas tres invenciones de la h u m an idad hay que destacar las dos últi­ mas para co m p ren d er lo que significa el diccionario com o fenóm eno com­ plejo: prim ero la escritura, desarrollada desde la rem ota antigüedad, que fija la expresión de las lenguas en u n a sustancia conservable, com o el papel y la tinta {la tablilla y el estilo) y de esa m anera perm ite la com unicación e n tre individuos que no están u n o fren te al otro, sino ausentes y a distan­ cia. ya sea la distancia física en tre localidades lejanas, ya sea la distancia social entre individuos anónim os unos de otros, ya sea la distancia tem po­ ral en tre las generaciones. Si la Sjación de u n a len g u a en u n a escritura es im portante, es todavía más im portante el fenóm eno de reflexión que prom ueve en los seres hu­ manos: p o r p rim era vez, desde siem pre, ostenta las lenguas en su sustancia sonora o en su Forma significativa — en el caso de la escritura ideográfica— com o m aterialidad separable del habla y separable del individuo, ponién­ dolas bajo u n a consideración que, sem ejante a la de la retórica o la de la poesía, acelera la reflexión h u m an a sobre ellas y lleva a su objetivación supraindividual, social y estatal. Después la im prenta, que al facilitar la reproducción de textos extien­ de la posibilidad de que m uchos más individuos de u n a sociedad com par­ tan el conocim iento plasm ado en u n libro y, consecuentem ente, com iencen

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a intervenir en un proceso autoral en el que anteriorm ente se p u ed e ima­ ginar la soledad del escritor y su obra, pero que a partir de la reproducción editorial com ienza a convertir, al escritor, en personaje público; la obra, en objeto y rápidam ente en m ercancía, responsables de lo im preso ante sus lectores, cada cual a su m anera, y requeridos p o r éstos com o p arte de un m ercado d e conocim iento que abandona los claustros m onacales o las bi­ bliotecas principescas para volverse público. Si todo lo an terior tiene carácter universal, en la m edida en que casi no q u e d a n ya sociedades totalm ente aisladas de la civilización del libro y de la escritura o, m ejor dicho, en la m edida en qu e es ya im posible im aginar u n a sociedad hum an a en cuyo horizonte no se encuentre la posibilidad de la escritura y el libro (a pesar del hecho de que cientos de m illones de habi­ tantes de la T ierra no saben leer y escribir, y ni les im porte, posiblem ente, a m uchos de ellos), para la teoría del diccionario m onolingüe constituye adem ás su p u n to de partida, tanto histórico — los diccionarios h an sido siem pre libros, es decir, productos de la escritura y de la im prenta— como em pírico, pues define la especificidad de su objeto, su valor reflexivo para la concepción social de la lengua en u n a com unidad dada, y su carácter público. Ello n o obstante, como.se m ostrará en el siguiente capítulo, es po­ sible y necesario, p o r cuanto la teoría del diccionario tiene u n a pretensión de universalidad que va más allá de los diccionarios existentes, elaborar u n a teoría q u e se abstraiga de la historia de los diccionarios m onolingües, en su gran m ayoría de lenguas europeas, y valga como elucidación general del “h ech o diccionario” — como lo calificaba M arcel Cohén— y com o con­ dición d e posibilidad de los diccionarios m onolingües de lenguas que has­ ta ahora n o dispongan de ellos, como las am erindias. P or todo lo anterior, en seguida se p roced erá a considerar la historia de los diccionarios m onolingües del español, el inglés, el francés, el italiano y el alem án — no todos, n i sistem áticam ente— para buscar en ella las cla­ ves que p erm itan identificar cómo se constituyó el objeto diccionario, tal como se lo conoce hoy en día, y en qué form a adquirió sus características y su valor en sus sociedades correspondientes, con el objetivo posterior de p o der explicar en qué consiste la com plejidad lingüística del diccionario m onolingüe. 1.

La

LEXICOGRAFÍA Y EL NACIMIENTO DE LA IDEA DE LA LENGUA EN OCCIDENTE

La lexicografía m onolingüe apareció en O ccidente en el siglo XVSI, como efecto d e u n largo proceso de m aduración de las formas políticas y las for­ m aciones sociales en los territorios civilizados p o r el Im perio ro m an o y los

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que recibieron su influencia, así com o por tres fenóm enos culturales deter­ m inantes (al m enos): el desarrollo de las lenguas m odernas como req u erí' m iento de varios tipos de discurso frente al dom inio medieval del latín; la b úsqueda de u n a legitim idad cultural equivalente a la que im ponía el mo­ delo rom an o antiguo; y la reflexión, de orden filosófico, sobre el origen de las lenguas y su relación con la realidad.

1.1. Los Estados nacionales La necesidad de los diccionarios m onolingües se vino preparando desde m ucho tiem po antes, pero recibió su im pulso definitivo a p artir del si­ glo xvi. En este siglo, la form ación de las grandes patrias y de los im perios m odernos sirvió para definir u n nuevo üpo de diccionario, ya no en térm i­ nos de la utilidad inform ativa que había dado origen a los diccionarios m ultilingües, sino en un sentido ante todo simbólico que habrá que preci­ sar en las páginas que siguen. En la dificultad práctica de n o p o der seguir y tom ar en cuenta la histo­ ria p articular de todos los Estados m odernos europeos, habrá que restrin­ girse a unos cuantos ejemplos, p ero siem pre bajo la suposición de que los elem entos centrales para in te rp re ta r el valor simbólico de los diccionarios m onolingües fueron los mismos en cualquier com unidad lingüística del oc­ cidente de E uropa. Así p o r ejem plo la de España,3 recién unificada po r Isa­ bel de Castilla y F em an d o de A ragón, inauguraba a principios de ese siglo un a com prensión nacional de ella m isma tras la tom a de G ranada y la desa­ parición del dom inio árabe en la Península Ibérica, a la vez que iniciaba su im perio sobre la A m érica recién descubierta, en realidad, “recién inventa­ d a” p o r los im perios mismos, según afortunada concepción de Edm undo O 'G o rm an .4 Inglaterra, u n id a con Escocia p o r los reyes T udor, establecía tam bién entonces las bases de su posterior expansión colonial a América y a la India. Francia, con E nrique IV lograba su u n idad nacional y se situaba en relación con España e In g laterra en las principales controversias im pe­ riales, tanto en E uropa com o en América. Italia, en cambio, si bien no se unificaba todavía en la Italia que ah ora conocem os, desarrollaba u n senti­ m iento de nacionalidad ligado a las pequeñas ciudades-estado y, sobre todo,

3 Ya bajo el predom inio del castellano, debido a una compleja interacción de poderío político y presagio dialectal, que se p uede vislumbrar, aunque no adarar del todo, en Lapesa 19S1:§§ 66-71 4 En su excelente libro La invención de América, F ondo de Cultura Económ ica, México, 1958.

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al reconocim iento de u n a len g u a culta italiana ya prefigurado p o r D ante doscientos años antes; A lem ania, igualm ente, p o r el protestantism o y el papel que ju g ó en la len g u a alem ana la traducción de la Biblia p o r Lutero, iniciaba u n a concepción nacional de ella m ism a basada en el alto alemán.

1.2. El descubrimiento de la lengua materna Todos esos acontecim ientos, siguiendo la lín ea de interpretación que ofre­ cen W erner B ahner (1956) y Iíarl O tto Apel (1980), tuvieron p o r efecto u n a d eterm in an te reflexión sobre las lenguas m aternas de las nuevas nacio­ nes, que vino a evolucionar la que había tenido lugar dos siglos antes y que Apel llam a ju sta y su gerentem ente “descubrim iento de la lengua m atern a”. En efecto, la decisión, to m ad a p o r Alfonso X el Sabio en el siglo Xffl, de es­ cribir la historia de España en u n a lengua vulgar castellana que superara la fragm entación dialectal de la Península Ibérica, y de unificar en castellano su derecho, dividido en m últiples fueros que quedaron aislados p o r la do. m inación árabe de bu en a parte de la Península (Niederehe, 1975) significó nada m enos que el p rim er reconocim iento reflexivo, o “descubrim iento" — com o lo llam a Apel— d e u n a lengua eu ro p ea m oderna, distinguida de m anera definitiva de la latina; igualm ente la defensa que hizo D ante, en su “De vulgari eloquentia", de la necesidad de que la poesía del dolce stil nuovo se hiciera en lengua vulgar, atendiendo a la tradición trovadoresca del sur de E uropa, se convirtió en u n impulso definitivo para el reconocim iento del florentino com o lengua d ig n a para la poesía y para la ap ertu ra de u n hori­ zonte de legitim idad lingüística que hubo de encauzar los esfuerzos de m u­ chas culturas europeas p o r reconocer sus propias lenguas y, e n esa forma, reconocerse a sí mismas com o distintas de la cultura latina. Pero a diferencia de lo que ocurrió d u ran te el siglo xvi, la reflexión del siglo xni sobre la len­ gua m atern a no creó realm en te dos lenguas nacionales castellana e italiana. Pues tan to p a ra Alfonso el Sabio como para D ante, relativam ente contem ­ poráneos, su interés consistía solam ente en delim itar un estilo discursivo que conviviera con los dem ás estilos de su época y, por supuesto, con el latín: castellano p a ra la historia y la unificación de los fueros, galaico-portugués : para la poesía aSfonsina, italiano-florentino p ara el dolce stil nuovo que coro­ naba la tradición poética trovadoresca que llegó a Italia. La lengua vulgar no se en fren tab a al latín p a ra disputarle todas sus funciones, sino que ocu­ paba pragm áticam ente aquellas que precisam ente el latín ya no podía lle­ nar. T e n ía n que pasar doscientos años p ara que la innovación de Alfonso el Sabio y la propuesta de D ante se cristalizaran en el reconocim iento ver­ dadero del castellano y el italiano como lenguas nacionales.

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Tal reconocim iento, com o se dice antes, provino de la form ación de los Estados nacionales. En el caso de España, la presentación de la Gramáti­ ca de la lengua castellana de Elio A ntonio de N ebrija a los reyes Isabel de Cas­ tilla y Fernando de A ragón en 1492 coronó el largo proceso de reflexión sobre la lengua m aterna iniciado p o r Alfonso el Sabio, y fijó p o r prim era vez u n a form a gram atical sobre la base de una norm a ortográfica ya ade­ lantada desde el siglo XIJL Pero si la obra de Nebrija parece ser resultado de u n a evolución cultural in d ependiente del Estado, lo cierto es que tal evo­ lución está p ro fu n d am en te im bricada con la historia política del Estado español y que su coincidencia con la tom a de G ranada, últim o reducto m u­ sulm án en España, y el “descubrim iento” de A mérica m arcan con claridad la relación entre la lengua y el Estado. En el de Italia, n o u n a unificación de las ciudades-estado en u n a gran entidad política, sino la autoafirmación de cada u n a de ellas en los inicios de u n a especie de nacionalism o, gracias a los cambios sociales que trajo consigo el m ercantilism o y la paulatina susti­ tución del feudalismo p o r la burguesía, así com o el cam ino adelantado por el florentino desde la época de D ante contribuyeron a facilitar un triunfo relativo de la lengua culta de Florencia sobre los demás dialectos com peti­ dores, com o se ve d u ran te la larga “questione della lingua”.3 En el caso de Francia la O rdonnance de Villers-Cotteréts, del rey Francisco I (1539), m ar­ có el ascenso definitivo del francés de la lie de France a lengua del Estado. En los tres casos la lengua vulgar dejó de ser un estilo dependiente de la función com unicativa a la que había quedado asignado para pasar a iden­ tificarse com o ella m ism a y com enzar a cubrir todas las necesidades dis­ cursivas de sus sociedades (con las excepciones im portantes del discurso teológico-religioso y del científico). Es decir, la reflexión sob re la lengua que ocurre en el siglo xvi es, cla­ ram ente, una reflexión o rien tad a y aprovechada p o r la política, ligada a las necesidades de los Estados nacionales nacientes ,6 3 Cf. B. Miglíorini, “La questione della tingua” (3949) apud Bahnerf 1956:113, n.2: ‘'Al afirmarse la civilidad de las com iinas, ei italiano vulgar surge com o len gu a de la nación fren­ te a la universalidad del latín» la lengua de toda la cristiandad y de ios dos poderes universa­ les: la iglesia y el imperio" { con Vajjermarsi delta dviltá dd Communi, il volgare italiano sorge comvie lingua della nazionc di contro aü'universalitá dd latino, la lingua di tutta la aistianitá, e dd diie poteri universalit la chiesa e ¡'impero). fi La necesaria generalidad de esta caracterización no debe ocultar importantes diferen­ cias particulares, com o es el caso de Inglaterra, en donde, siguiendo a Roberíson y Cassidy {1954:328), la superim positión norm anda del francés al inglés durante buena parte de ía Edad Media retrasó la m anifestación de una conciencia de la lengua materna; y la posterior influen­ cia del humanismo latinizante del siglo xvi, al revés de lo ocurrido en los países románicos, im plicó la excesiva valoración del latín a pesar de la lengua vernácula, con el consiguiente re­ traso del interés por el inglés hasta el siglo xvni (como se verá más adelante): “El efecto general

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1.3. La búsqueda de legitimidad Esos nuevos Estados necesitaban legitimarse sim bólicamente frente a sí mis­ mos y frente a los demás, que com petían con ellos, sobre la base del m odelo de legitim idad que les im ponía la A ntigüedad grecorrom ana. A ntigüedad que todavía definía su horizonte político — el im perio, el cesarismo o la re ­ pública— y su h orizonte cultural: las artes, la nueva lectura de la sabiduría griega transm itida p o r los árabes, la poesía y la retórica latinas. De ahí que los esfuerzos de sus sabios y eruditos se dirigieran, de un lado, a dem ostrar el valor de la len g u a m aterna frente al latín principalm ente, con el objeto de ped ir para ella el mismo grado de calidad y de capacidad que ten ía la lengua del viejo Im perio rom ano; del otro, a argum entar un origen equi­ valente al del latín, el griego y el h eb reo para sus lenguas m aternas, para conciliar la visión teológico-histórica im perante con las necesidades de le­ gitimación de sus propias lenguas. El proceso fue harto complejo como para desarrollarlo en este libro, en particular cuando la historiografía del p e n ­ sam iento lingüístico de esa época dista m ucho todavía de p o d er ofrecernos u n cuadro de conjunto y una elaboración interpretativa suficientes. Pero los principales elem entos de esa historia han sido suficientem ente señala­ dos p o r Apel (1980:104-123) y B ahner (1956). Todos los pensadores de la época, desde D ante, tenían que seguir la única ruta posible: partir de la Bi­ blia com o inicio de la historia, y del magisterio de la Iglesia para su in terp re­ tación, p ara “reconstruir" (en realidad inventar) los puentes interrum pidos du ran te más de m il años en tre la A ntigüedad h ebrea y el presente, así co­ m o p a ra elaborar u n a “antropología” que diera cuen ta de la continuidad en tre las lenguas m aternas contem poráneas y la lengua adámica. Según Apel debem os a D ante antes que a nadie esa argum entación. Su razona­ m iento antropológico partía de la distinción entre el animal, el ser hum ano y el ángel. De los tres, sólo los hum anos necesitan hablar, puesto que para el anim al su voz corresponde siem pre a lo que com unica y no tiene u n a razón que m anifestar; en tanto que el ángel, como espíritu perfecto, vive en del Renacim iento en el desarrollo de la lengua inglesa tuvo dos caras: un rechazo temporal de la lengua vernácula por aquellos cuyos estudios clásicos los lindan casi despreciar las lenguas m odern as, y un reconocim iento posterior de la posibilidad de dar a las lenguas modernas algo de la gracia y la calidad sonora que los eruditos encontraban en ios clásicos. Además, e! desa­ rrollo de un sentim iento nacionalista bajo el reinado de los últimos Tudor le dio un nuevo incentivo aí uso literario de ia lengua vernácula." ( T h e g e n e r a l effect o f th e R e n a ia m n c e in th e p r o gress o f the E n g lis h la n g ita g e w n s U m fo ld : a te m p o r a r y n e g k c t o f th e v e r n a c u la r by those w h o se c la s s ic a l s tu d ie i m a d e th e m a Im a sí c o n tc m p tu o u s o f m o d ern to n g iie s, b u t a In ter re c o g íiiiio n o f th e p o s s ib ility o f

giuing

to m o d e r n ta n g iia g e s s o m e th in g o f Ihe g r a te a n d s m o r o u s q u a iity th a t s c h o la n f v u n d i n th e d a s -

sic s. I n a d r iitjo ji, th e d e v e lo p in g o f n a tio n a l i s t i c f e e li n g z tm le r th e la te T u d o r s g a v e o neiu i n c e n tiv e to th e lite ra r y u s e o f th e v e r n a c u la r .)

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la arm on ía divina y no requiere de la intervención de u n a lengua, A los hum anos, en cambio, “los mueve su razón” y su carne oculta su espíritu, por lo que la lengua es la única que perm ite su com unicación con los demás. De ahí la naturalidad de la lengua de los hum anos y, en esa m edida, la legi­ tim idad de la lengua m atern a p ara cada u n o de sus hablantes, más acá de su grado de civilización o de su prestigio. Pero tal "historia natural de la lengua" tenía que concillarse con la enseñanza bíblica sobre la prim era lengua de los seres hum anos, supuesta­ m ente dada p o r Dios y confundida tras la maldición de Babel.7 Para expli­ car la existencia de las dem ás lenguas, no sólo de las vulgares, sino del mismo latín, D ante y los que siguieron después de él tenían que p ro p o n er que, debido al carácter h u m ano de las lenguas, ya transido p o r el pecado, todas eran corruptibles, incluso el hebreo, p o r lo que se daba un proceso perm a­ n ente de corrupción, que h abía llevado desde las lenguas de Babel hasta las lenguas de su época. Las lenguas vulgares eran entonces evoluciones o corrupciones de alguna de las lenguas que surgieron después de Babel (la lengua de Tubal, para España. Cf. Lázaro Carreter, 1949 y Bahner, 1956). El efecto más notable de esa concepción general de las lenguas vulga­ res, indepen d ien tem en te de la larga búsqueda que tuvo lugar, p o r ejemplo, en España, para identificar ia p rim era lengua de los españoles {efecto que d uró hasta el siglo XIX, en las pintorescas reivindicaciones del vasco como p rim era lengua de la P enín su la), era que daba a¡ latín el mismo carácter que al italiano, al español o al francés. El latín tenía que resultar, p o r lo tan­ to, tan corruptible com o los demás. Pero la c o n s e r v a c i ó n de i latín de los clásicos, no solam ente innegable, sino ejem plar para toda lengua, obligaba a D ante a atribuírsela no a la natural corrupción, sino a la acción del arte, es decir, al cuidado consciente de la calidad de la lengua que em prendieron precisam ente ios clásicos. P or eso tenía que concebir D ante el latín culto como artificio puro, como “gram ática”,8 lo que lo conciliaba, distinguiéndo­ 1 Klaus Zim m ennann (1931) afirma que el mito de Babel se origina en una interpreta­ ción errónea de ln Biblia. Aceptada esa posibilidad, sigue siendo un hecho que el mito de la confusión de las lenguas com o castigo de Dios a la soberbia de los humanos Im operado siem­ pre en nuestra civilización. a Para Bahner (1956:11) esa distinción que hacía Dante entre el latín como gramática y las lenguas vulgares es “desconcertante": “Lo desconcertante en ello es que, com o se sabe, el la­ tín, considerado como ‘grammattea’, se oponía a las lenguas vulgares com o si fuera una lengua inmutable, regulada por unánim e acuerdo y caracterizada como obra de eruditos, ios ‘inven­ tores grammaticae facultatis’.” (Das Ventrírrende daba isl, dafi er, wie beUannt, das ta lá n , leelc/ies erais 'grammatka' bezrir-hnet, dpero adem ás proponía que, para vocablos para los que no Fuera posible encontrar ejemplos ele esa cíase, habría que fabricárselos, seguidos de una marca que mostrara que su aprobación procedía de] uso com ún. Jo cua] habría resultado una innovación en los inci­ pientes m étodos de hi lexicografía m onolingüe, si se hubiera puesto en práctica. -"

C ü m v te a c a d 'a p p ré h e n d e r le t r a v a i l e t la ío n g itc u r d e s c ita iio /is ,

d e tis e d i e lim in a r e le ciSa-

z io n i d i a u to rp c d i a jji d a r c (id u v a s o la p e r s o n a 1 'cla b o ra zio n e d d testo , che sareh be p o i s ta t o so lto p o sio a l g iitd iz in d e lta C o m p a g in a , F u p r o p o s (o n i C a rd in a l? ., e a c c e lta ta , n o n s t n z a q a a lc h e r e sis te n ia , V a u -

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cés se apartó del m étodo preconizado p o r la Academia de la Crusca.38 AI elim inar la cita de autores ya m uertos elim inaba la clase de ejem plaridad que era tan cara p ara la academ ia italiana y p ara toda ía concepción del hum anism o del siglo xvi. L a A cadem ia Francesa se daba cuenta de ello, p o r lo que afirm aba en su prefacio qiae si los diccionarios de voces usadas por Cicerón o D em óstenes se hub ieran hecho cu ando ellos vivían “serían con­ siderados com o originales, y los que h u b ieran com puesto esos diccionarios no habrían tenido necesidad de citar los pasajes de otros autores en p ru e­ ba de sus explicaciones, ya que solam ente el testimonio de aquéllos habría hecho autoridad. El diccionario de la A cadem ia es de esa clase. Fue com en­ zado y term inado en el siglo más floreciente de la lengua francesa; y es p o r eso p o r lo q u e no cita, p o rq u e m uchos de nuestros más célebres oradores y de nuestros más grandes poetas lo elaboraron, y se h a creído necesario atenerse a sus sentim ientos”."9 Cierto, elim inaba la ejem plaridad de los autores m uertos, pero n o e lim in á b a la autoridad que daba lugar a la imitatio, sólo que declarando que los propios autores del diccionario, muchos de ellos grandes escritores de su época y hoy clásicos franceses — ¿adelantó su clasicismo el propio diccionario?— eran sus autoridades. La autoridad de los textos, central para la concepción hum anista, se convertía en autoridad de los autores mismos, y la autoridad así lograda p o r la pura agrupación en una academ ia con sanción estatal se venía a coronar con la autoridad que el Estado le h ab ía conferido gracias a Richelíeu.30 gelas Chacché ne dica il Pellison, non sí tratava solo di U J ia ¿jueslione d ’ordine pralico, Rinlin­ dando al lavara dequipe gallo schemn di Chapdain per rivolgersi a Vaugelas, l ’Accadeviia ríjiutava un método, tina coticezione ádla l'mgua per accetame un 'allra, nellaviente diversa (Viscardi, 1959:106). 28 La acción de Vaugelas en el diccionario duró desde 1639 hasta su muerte, en 1650. Desde ese m om ento, la redacción fue colectiva. -Dlis semienl consideró: comme aicíaní d ’Originauxy et ceux qui auroiení composé tes Dktiannaires, n ’awvieni point en besoin de citer les passages des autres Autheurs en preuve de leurs explicalions, pttisque. leur tesmoigiiage seul aumit fait authorilé, LeDictionnaire de l'Académk est de cegenre. II a esté comjneticé et achcvé dans le siecle le plus Jlorissant de. la Langue Fmnfoise; Et c’est poitr cela qu 'il nc cite point, parce que plusieuu de nos plus celebres Qrateurs et de nos plus grands Poetes y ant travaillé, ei qu ’on a eren sen devoirienira leursentimerij. El abate D'Olivet, treinta años más tarde, tenía que dar h siguiente jusdficación: “¿Y quién querría que la Academia citara? Desde hace ochenta años nuestros mejores escritores han formado p an e de su compañía: ¿convendría citarlos? Es cierto que la Academia de la Cruscu. cita siempre. Pero antes de que ella comenzara su voca­ bulario Italia ya tenía autores reconocidos como dáíicos, mientras que nosotros todavía no." {Hé qui vaitdrait on qu1elle dtdt ? Depuis quatre L-iTjgt aiw, nos écñvüins tes meilteurs oní ¿té de son corps: lui conviendroi-t-il de les citer? II est vrni que l'Acadéjjiie de la Crusca cite toujours. M ais avant qu ’elle cnmvientat son VocabulaÍT£t t’Jtalie avait das auteiirs reconnus pour dassiques, eí tcomí n fen avons point en core de. lels. (D'Olivet, Hhioirs de l ’Ácadémie francotse depuis 1652 jusqu'a 1700, Amsterdam, 1730, p. 30 «¿mdViscardi, 1959:108.) Que la relación de la Academ ia con RichelieU era cercana y temida por otros gTupos

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La fusión de esas tres clases de autoridad sirvió tam bién para abrir el camino al purism o en la sociedad francesa. Desde principios del siglo XV)! se había venido extendiendo u n a ideología purista en la corte francesa, ela­ borada principalm ente p o r Frangois de M alherbe,31 y seguida, p o r ejemplo, p o r L ’Académie de Varipoétique (1610) de F ierre de Deimier y las Remarques sur la langue francaise útiles ¿ ceux qui veulent bien parler et bien écrire ( 1647) de Claude Favre de Vaugelas en tre otros {Gem m ingen, 1982), A esa ideología hay que agregar la m oral cortesana de los “h o n n é te gens" (Popelar, 1976) y la responsabilidad de Vaugelas mismo en la elaboración del diccionario para p o d e r co m p ren d er m ejor cómo buscó y logró el purism o, en cierta m edida, im p o n er su concepción de 1a lengua sobre el diccionario francés y, desde ese m om ento, contrib uir a uno más de los valores simbólicos que han dado su carácter a la lexicografía de las lenguas de O ccidente.32 El objetivo del diccionario de la A cadem ia Francesa era el uso de la lengua de Sos “honnetes gens, tal como la em p lean los oradores y los poetas, lo que com prende todo aquello que puede servir a la nobleza y !a elegancia del discurso”.33 Los “h o n n etes gens” eran, según definición de la propia Academia, todas aquellas personas dotadas “de todas las cualidades agrada­ bles que u n hom bre puede ten er en la vida civil";34 Faret, en su “L ’H onnéte H om m e ou l ’A rt de plaire á la Cour" (1630), dice Alain Rey ( d h l f , s.v. h o n ­ n é t e ) , lo definía como “un gentilhom bre que u n ía a su 'nacim iento’ los do­ nes del C uerpo, la cultura del espíritu, el gusto de la poesía, el valor, la probidad, las virtudes cristianas”,33 es decir, era u n noble ilustrado.36 en Francia lo prueba la dilación por parte de! “parlam ento” para aprobar ¡os estatuios de la Academia, precisamente porque éste temía que ia Academ ia invadiera otros campos de la vida política y no se restringiera a la lengua, lo que no habría podido suceder si las facultades del parlamento estuvieran bien delimitadas en relación con el poder del cardenal. (Cf. Pellis o n /D ’Olivet, 1858.) La doctrina de Malherbe, según señala W inkelmann (1990:339), “no está expresada en ningún tratado, sino que se manifiesta corno una colección de observaciones aisladas; en donde se expresa de la manera más evidente es en su com entario a D esportes”. (/sí in háncr eigenen Abhandlung medergelegí, sondem manifestiert sidt ais Sammlung von Einzelbemeriutngen; am greifbarsten mífiert sie sich in seinem Kommenlar Zii Desportes.) 32 Aunque Popelar (1976:203 ss.) asegura que el hiperpurismo de la época, que, por ejemplo, no aceptaba el uso de una palabra com o po'ürine, pues estaba "contaminada" por su uso en la expresión poitrine de veau, ni tampoco face a causa de su uso en la expresión face du grand lun, no lo tomó en cuenta la Academia, que asi m ostró prudencia y mayor liberalidad. 33 Honneslcs gens, et ¡elle que les Omtsins el ¡es Poetes l 'employent; Ce qui coinprend tout ce qui peut servirá la Noblesse et « l'Elegance du discours {DAR Préface). "’1 Toutes les qualitei agreables qu'un homme peut avoir dans la vie rívile (daf, s.v.). 35 Un gentilhomme quijoignait á la ’naissance’ les dons du Corps, la aillure de Vespñt, legout de la poésie, te caurage, la prabité, les vertus chrétiennes. 3ÜLa cita de Sarcej1, Muí et chose, 1S62, p. 147 que ofrece el TLF !o confirma: “La primera

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Esta definición del uso de la lengua y de los lectores ideales del diccio­ nario revela la idea de la lengua que dirigía al diccionario de la Academia Francesa y el m odo en que correspondía a la que había elaborado el hum a­ nismo del siglo xvi. Pero adem ás perm ite ver el contexto social en que se refleja la lengua: n o solam ente 3a nobleza cercana a la cabeza del Estado, sino el “h o n n éte hom m e”, ese estamento ilustrado, generalm ente cortesano, es verdad, p ero que ya incluía a algunos m iem bros de la burguesía: aquella que, p o r su relativa in d ep en d en cia económ ica frente a la nobleza, conquis­ taba u n lugar en el p eq u eñ o círculo de allegados del Estado.37 El DictionnaireJranfois contenanl les mots et les chases (1680) de César-Pierre Richelet ofrece otra im agen de la sociedad francesa co ntem poránea a la ela­ boración del diccionario de la Academia: el estam ento del “h o n n éte hom m e” ya había profundizado su relación con 1a naciente burguesía, interesada más p o r la inform ación que p o r el “bon usage”, y más p o r el vocabulario técnico de albañiles, cordeleros, “artes m ecánicas”, etc. {Bray, 1989:1796), así com o p o r vocablos d e usos sociales específicos, préstam os, arcaísmos y neologismos, regionales, hablados, etc., con lo que, a decir de L aurent Bray, se inicia la lexicografía enciclopédica que h ab ría de d ar lugar al posterior Dictionnaire Uníverseláe A ntoine Furetiére (1690) y el Dictionnaire universel franf.ois et latin de los jesuítas de Trévoux (1704). C ontrasta, p o r lo tanto, con el carácter absoluto que el Estado había de­ cidido otorgarle a la A cademia Francesa en m ateria de lexicografía, que im­ plicaba u n solo valor del diccionario: como se h a insistido, el de la celebración de la gloria del Estado. En efecto, C olbert h abía otorgado a la Academ ia el privilegio de p ro h ib ir cualquier otro trabajo lexicográfico m onolingüe en Francia en tre 1674 y 1714. Richelet tuvo que publicar su diccionario, por eso, en G inebra, financiado p o r von Pürstenberg. Este hecho, que lo sepa­ ra del patrocinio del Estado y lo acerca a las agrupaciones burguesas dedicondición para ser reputado com o honnite hammceiei el siglo xvh era tener un buen nacim iento o, al m enos, vivir en pie de igualdad con aqueílos que lo tenían [...] y en esa época no había otros que los cortesanos para que fueran buena com pañía o se los creyera así.” {L a premiérc cmidiñotti pour étre reputé honnete hamine au xvtl* siécle, c'était d'avoir dv la naissance, ou, du moins, 'de vivre sur un picd d'egalité avac ceux qui en avaknt { . üt il n y avnit que les hommes de rour, en cti tmnpS'lá, qui fusseni ou qui crusscnt étre da bonne compagnie.) Habermas (1962:63) ofrece impor­ tantes observaciones para poder com prender en qué form a el humanismo elaboró esa mez­ cla de nobleza cortesana y valores ilustrados a partir de los inicios de la cultura burguesa en Italia, y luego en el resto de Europa. 37 Cf. H a b erm e (1962:48) acerca del “honnéte h om m e” y ia evolución que se da en el siglo XVII del cortesano educado por el humanismo al hombre ilustrado de los inicios de la burguesía. Com o se notará en las páginas siguientes, las ideas de Habermas acerca de la for­ mación de la burguesía en Europa son centrales para com prender ía función social de la lexi­ cografía a partir del siglo xviií.

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cadas a la charla y a la form ación de lo que más tarde habría de convertirse en “la opinión pública”, revela el principio de un cambio en el carácter sim­ bólico del diccionario m onolingüe que quedará m ejor ilustrado m ediante !a consideración de la lexicografía inglesa en los §§ 3.4 posteriores.38

3,2.4. Las autoridades y el principio filológico de la Academia Española La Academia Española siguió el ejem plo de la italiana y la francesa. Bien inform ada del trabajo de ambas, y ai día en su conocim iento de la lexico­ grafía francesa, cuyo desarrollo ya estaba en m archa p o r !a publicación del Dictionnaire jranpois de Richelet (1680), el Dictionnaire universel de Furetiére (1690) y el Dictionnaire universel frangois et lalin de los jesuitas de Trevoux (1704), la Academia Española se p ro p o n ía dedicar u n diccionario sem ejan­ te al español “p orque hallándose el o rb e literario enriquecido con el copio­ so núm ero de diccionarios, que en los idiomas o lenguas extranjeras se han publicado de un siglo a esta parte, la len gua española, siendo tan rica y p o ­ derosa de palabras y locuciones, q u edaba en la mayor obscuridad, pobreza e ignorancia [.,,] sin ten er otro recurso que el libro del Tesoro de la lengua castellana o española, que sacó a luz el añ o de 1611 don Sebastián de Covarrubías” (Autoridades, Pról., I). Es decir, la Academ ia Española ofrecía la m ism a justificación que habían dado sus dos antecesoras para hacer el dic­ cionario y que m arca el origen de la lexicografía m onolingüe europea: el m arqués de Villena m anifestaba al rey en el prólogo del Diccionario de la len­ gua castellana “el deseo que tenían [los académicos] de trabajar en com ún a cultivar y fijar en e! m odo posible la p ureza y elegancia de la lengua cas­ tellana dom inante en la M onarquía E spañola” {Autoridades, XIII). Pero, a diferencia de los otros dos diccionarios académicos, el de Auto­ ridades tom aba “com o basa y fu n d am en to de este diccionario [...] los au­ tores que lia parecido a la A cademia h an tratado la Lengua E spañola con la mayor propiedad y elegancia” (Autoridades, II) desde el Fuero Juzgo y el p oem a de Alexandre, del siglo xii, hasta sus contem poráneos del xvii, rom ­ piendo, p or un lado, con la concepción cronológica exclusiva del clasicismo italiano y, por el otro, con la exclusión de citas del diccionario de la Aca3L“Richelet conservó el principio lexicográfico de las "autoridades", también a diferencia de ¡a Academia Francesa: “Cassandre y Richelet [...] desean hacer un diccionario que se com ­ ponga de citas extraídas de nuestros buenos aurores [...]. Esta idea Íes viene de! hecho de que 2a Academia, en contra de mi consejo persiste en su resolución de no citar" decía Patru, m iembro de la Academia en una carta de 1677 (Cassandre ei Richelet [ ...] ont envié de faire un dictionnaire qui soü compone de dtations extraites de nos hons auteurs [ . . Cet idée leurs est venue sur ce que l'Académie, conlre jtion avis [ . . . } persistedanssa résolution denepaint rifer. Apudliray, 1989:1737).

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dem ia Francesa. Esta ap ertu ra hacia la historia de la lengua española y esta flexibilidad relativa en la selección de autores se com pletaba con la inclusión de palabras regionales “que se usan frecuentem ente en algunas provincias y reinos de España, com o en Aragón, A ndalucía, Asturias, Murcia, etc., au n q u e no son com unes en Castilla”, ju n to con “voces de la gerigonza o g erm anía [...] así p o r ser casi todas las dichas palabras en su form ación cas­ tellanas, au n q u e tom adas en diverso significado, como p o r encontrarse m uchas veces en algunas obras jocosas de prosa y verso de autores clásicos, a fin de que se en tien d a y perciba el sentido en que las usaron” (Autorida­ des, V ). El diccionario, en consecuencia, com enzaba a operar un cambio en las concepciones lexicográficas de carácter académ ico: en prim er lugar, en vez de restringirse a u n núm ero de autores lim itado p o r la idea de ia pure­ za de la lengua h e re d a d a del “hum anism o vulgar” del siglo XVI, o de optar p o r u n a concepción del purismo y de la legitimidad del diccionario como las de la A cadem ia Francesa,30 se abría a la docum entación histórica de la len­ gua, en lo que se p odría considerar el inicio del “principio filológico” {Rey, 1987:9) que hoy caracteriza a m uchos diccionarios contem poráneos,40 con el Oxford English Diclionary a la cabeza; en segundo lugar, en vez de adjudi­ carse la autoridad total para definir la selección, el uso y la ejem plaridad de las palabras, se concretaba a apoyar el valor norm ativo del diccionario en la docum entación am plia y generosa de la literatura española casi desde sus orígenes.

3.2.5. Autoridades y autoridad El pivote que usó Ja A cadem ia Española para p o d er pasar de la concepción restringida y purista de los diccionarios académ icos que la antecedieron al inicio dei principio filológico fue su desarrollo del concepto lexicográfico 3'J Su interés par voces provinciales y por las de germ anía y gerigonza, no sólo porque aparecían en obras ele autores clásicos, sino por tener todas ellas un origen castellano, es lo que abre ia puerta a la útil distinción española entre "purismo" y “casticismo", com o la desa­ rrolla Lázaro Carrerer (1949). 1,1Se puede considerar que el embrión del “principio filológico” se extiende en el Diccio­ nario de autoridades también a las voces provinciales y a los vocablos de la germanía. N ótese la conciencia con que los académ icos españoles adoptaron esa responsabilidad filológica: en sli prólogo (XVUI) afirman que, aun cuando se esforzaron por encontrar autoridades para todos los vocablos incluidos “obliga la necesidad a que una u otra vez falten autoridades para algu­ nas voces: singularm ente para aqtieüas cuya vulgaridad las excluye de escritos serios, y no ha logrado el cuidado encontrarlas en Sos de asunto jocoso, sin que por esto sea culpable ¡a Aca­ demia, que se reconoce obligada a tocio lo que es estudio, pero no a lo que en tanta parle p ende de la contingencia".

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de las autoridades. Ya la antigua retórica ro m an a había establecido como base de la corrección en el uso de la lengua el “consensum eruditorum ” (Po­ zuelo, 1986:79; cf. tám bién Glatigny, 1989); a lo largo del siglo xvi la normatividad, tanto ortográfica, com o gramatical y léxica, pro p o n ía tom ar como p u n to de partida el uso de tos buenos escritores, com o correspondía a la idea general de la lengua en el hum anism o. Tal idea del uso no podía ser dogm ática y unilateral sino flexible, en la m edida en que ia determ inación de los “buenos escritores” era m ateria de opinión. El “uso de los buenos escritores” debía ser tam bién objeto de imitación, como lo p ro p o n ía Cice­ rón. De m an era que la cita de textos de buenos escritores en los dicciona­ rios correspondía a esos dos principios de la norm atividad h e red a d a de la A ntigüedad rom ana y del humanismo', a p artir de la opinión académ ica acerca de quiénes eran “buen o s escritores", m ostraba el uso, docum entán­ dolo, confirm ándolo, y lo ofrecía com o ejem plo para la im itación.'15Ambos principios se en cuentran en el concepto académ ico español de la autori­ dad. Bajo esa entrada, el Dicáonarío de autoridades define: “Se tom a p o r el texto, o palabras que se citan de algunos libros o sujetos que h acen y deben hacer opinión". Bajo autorizar define: “T am bién significa confirm ar, apo­ yar, com probar lo que se dice con autoridades, sentencias y textos de otros autores, para mayor calificación o adorno de su opinión o escrito,” De don­ de la Academ ia Española n o se erigía, en. principio, com o autoridad por sí misma, sino que se presen tab a com o u n a docum entad ora acuciosa del uso que, ajuicio de los eruditos que la form aban, “hacía y debía hacer opinión”. Pero al fin y al cabo participante en la idea de la lengua del “hum anis­ m o vulgar” del siglo xvi, en d onde la norm atividad de la lengua literaria desem peñaba un papel central, y b u en a alum na de los planteam ientos de la A cadem ia de la Crusca y de la Academia Francesa, el purism o y la sínte­ sis que se había operado en la noción de "autoridad’' arrojan sobre su acti­ tud y sobre su trabajo u n a am bigüedad irrecusable, que im pide considerar al Diccionario de Autoridades com o el inicio de una nueva fase, m enos nor­ mativa, que quizá p o d ría llam arse “m oderna" en la lexicografía de Occi­ dente. Pues aunque n o haya docum entos de la época que expliciten los probables motivos autoritarios p o r los que la Academ ia Española solicitó la 'll H enschel (1969:52): “Las citas sirven en primer lugar para comprobar el uso correcto de las palabras y sus significados. La función de su registro es generalm ente pasiva, ya que no determ inan el significado de las palabras, sino que se subordinan a las definiciones, ya sea com o m odelo, es decir, com o norma, o ya sea com o sim plem ente ejemplos de u so.” (Die Zilate dienen in ersterUnie der Basldtigstng [comprobación] der WSrler und Bedaitungm in ihrem richtigm Cebrr.iirh. Die Funktion der Belcge ist rueitgehend passiv, da sin nickt die Wortbedtnilungeti besthmiien, sondern den vorliegmdm Dejinitianen zugeordiwt aturden, entuieder ais Vorbild d,h. Nann ader iediglich ais Beispiel fü r den Wortgfbrauch.)

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protección del rey Felipe V, continuaba teniendo vigencia la idea de que era la corte real la que debía establecer las norm as de uso de la lengua, com o había venido sucediendo desde varios siglos antes en España42 y com o lo afirm aba particularm ente la Academia Francesa. De esa form a, la protec­ ción real a la Academ ia servía para más que para facilitarle el trabajo y do­ tarla de fondos p a ra la elaboración del diccionario: servía para sancionar su propia autoridad en la elección de autores y en la elección de vocablos para el diccionario. La norm atividad académ ica trascendía, en consecuend a , los límites de su p ro p ia definición de autoridad, para instituirse com o verdadera autoridad de la lengua.'13

3.2,6. E l valor simbólico de la autoridad Se puede ver, entonces, cóm o a lo largo del siglo xvii y principios del xviii la lexicografía m onolingüe se desarrolló sobre la base de u n a necesidad estatal p o r legitim arse en relación con el paradigm a de la antigüedad clá­ sica y qué papel ju g a ro n en ese proceso los eruditos y letrados que, desde H2Por ejem plo, desde que ei uso de la corte de Toledo, ya en la época de Alfonso el Sabio, era el que determ inaba la normatividad española. Pozuelo (1986:31) resal La también ía preocupación de Nebrija por la normatividad y cóm o “acaba refiriendo ésta incluso a una autoridad extralingüística, la del ReyM r Pero además, hay que considerar la posibilidad de que 1a Academia Francesa también hubiera influido a la Española con la idea deí ba?i itsagc de Vaugelas: "la. manera de hablar de la parte más sana de la corte". (En el prólogo a su Remarques sur hi langue franpoisc, París, 1647, apitd Henschel» 1969:45.) (L a fapm de parier d?. la plus saiue partie de la coitr,.) ^T am p oco hay que olvidar que la capa social a la que pertenecían los miembros de la Academia J o s letrados {aunque varios de ellos hayan sido también nobles, com o el misma mar­ qués de V illena), podría haber venido desarrollando una conciencia particular de sí misma y de su papel dentro del orden de la sociedad, por la cual, com o señala H etine (1975rl 1-12) a propósito de la lexicografía alemana, buscaba tener un papel determ inante en relación con la autoridad del Estado y con los objetivos finales del programa de cultura de la lengua que se había venido perfilando cada vez más claramente a lo largo de los siglos xvi y XVIt. Desde la Edad Media el letrado ocupaba una posición dependiente en las cortes europeas. Educado, a diferencia del resto del pueblo y a diferencia incluso de los propios nobles que le daban trabajo, debía sentir que su capacidad para determ inar las vías de la cultura y del comporta­ m iento real estaba subrogada a la voluntad de una nobleza generalm ente frívola y capricho­ sa, por lo que necesitaba convertirse en miembro de una “nobiíiias literaria" equiparable a la “nobiiitas generi". De ahí la búsqueda, tanto d e privilegios co n cretas— exenciones, ayudas económ icas, etc., com o los que dio Felipe V a los académicos españoles para asistir a ciertas funciones públicas (Lázaro Carreter, 1972)— com o de posiciones políticas que le permitieran poner en práctica sus ideas “para el bien de la monarquía". Que la solicitud del marques de Villena al rey fuera considerar a los académ icos “criados de su Majestad” muestra un deseo de esa clase.

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Dante, reflexionaron sobre sus lenguas m aternas. Esa reflexión no podía considerar las lenguas en sí, p o r ellas mismas, com o lo hace la lingüística m oderna. P or el contrario, la reflexión se efectuaba usando el latín como espejo, y los m edios intelectuales disponibles p a ra elaborar su senddo eran solam ente, p o r un lado, el reconocim iento de la literatura clásica ladna; p o r el otro, la gram ática, u n a rígida n o rm a capaz de salvar a las lenguas de la corrupción a que estaban condenadas po r los pecados de la hum anidad. De ahí que el único objeto de reflexión posible para el pensam iento del siglo XVII fu era la lengua literaria, sobre ia cual tam bién la retórica y la poé­ tica latinas h ab ían ya adelantado u n conocim iento formal. La lengua co­ m ún, diversa y m al conocida, q u ed ab a fuera de sus preocupaciones.'1** Los diccionarios de! siglo xvu, hasta el Diccionario de Autoridades de la Academia E spañola eran, p o r ello, más catálogos simbólicos, representadvos, de la calidad del vocabulario literario, restringido p o r la idea de la len­ gua im perante, que verdaderas obras de consulta generales. Su simbolismo se dirigía a la legitim ación de las lenguas literarias europeas; representaba la lengua com o celebración del Estado ante los m iem bros de la sociedad que participaban en él: la nobleza, los letrados, los “h o n néte gens”, esta­ m entos de u n a sociedad o rd en ad a que todavía era capaz de conciliar ¡os intereses de la nobleza con los de la naciente burguesía; la im ponía auto­ ritariam ente a ellos precisam ente p ara preservar la gloria del Estado, siem­ p re visto com o o b ra de la providencia divina y com o form a natural de la sociedad. El resto de la com unidad lingüística quedaba fuera del círculo simbólico en que se elaboraban los diccionarios y tenían sentido: en el m ejor de los casos, era un espectador.

3,2, 7. El papel social de la lexicografía F ernando Lázaro C arreter (1972:148, n.58) ofrece el interesante dato de que la p rim era edición de! Diccionario de Autoridades constó de 1 500 ejem ­ plares, de los cuales más de 200 se regalaron a diversos personajes de la Cor­ te española; !a edición tardó en venderse más de 27 años, pues para el año de 1753 qued ab an todavía 50 ju eg o s de sus cinco tomos; e! librero m adri­ leño encargado de su venta sólo hab ía vendido 147 ejem plares del prim er tomo a los ocho meses de aparecido. Se deduce, pues, que ese diccionario tuvo poca difusión. Se hizo público, p o r supuesto, pero sus lectores segu­ ram ente no provenían de todos los grupos sociales de M adrid y de las otras 44 Véase por ejem plo la opinión de Vaugelas al respecto en el prefacio de sus Remarques-, "el pueblo es sólo maestro del mal uso". (Le ¡nntpie n't'st le inaislw que du mauvais usage.)

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ciudades en que haya podido venderse, sino que eran, ante todo, miem bros de la corte y eruditos. A unque n o haya datos com parables acerca de la ven­ ta de los otros diccionarios citados, es probable que haya sucedido lo mis­ m o con ellos.45 No p odría ser de o tra m anera si, como se h a afirm ado, los prim eros diccionarios m onolingües, especialm ente los de Italia, Francia y España, estaban destinados a representar sim bólicam ente la legitim idad de la lengua m atern a y su valor literario para la celebración de los Estados na­ cionales. P ara el resto de los m iem bros de la sociedad, seguram ente anal­ fabetas en su mayoría, pero an te todo “inexistentes” para el círculo cerrado de la nobleza, los letrados y los “honnétes gens", los diccionarios no tenían todavía ningún sentido.

3.3. La lexicografía inglesa y el desarrollo de la burguesía En Inglaterra, en d o n d e el descubrim iento de la lengua m atern a se había dado tam bién d u ran te el R enacim iento, pero de m anera relativam ente di­ ferente, pues el aprecio de la literatura latina provocó a la vez el desinterés p o r el inglés y la latinización exagerada de la literatura, com o señalan Robertson y Gassidy (1954:32S, cf. supra n. 6), la lexicografía tom ó otro cami­ no: no se em p ren d iero n obras com o las de las academias italiana, francesa y española, cuyo objetivo fuera la celebración del inglés com o lengua del Estado (cf. sin em bargo, infra § 3.3.1). Por el contrario, a pesar de que tam­ bién entonces se com enzó a form ar un Estado nacional, el inglés se m an­ tuvo en un segundo puesto, debido a la acción latinizante de los eruditos de ía corte isabelina. Así que el origen del diccionario m onolingüe inglés fue relativam ente distinto y de poca im portancia estatal: A Table Alphabeiicall (1604) de R obert Cawdrey40 se ocupaba exclusivamente de los préstam os 45 N o ha sido posible encontrar datos acerca de l:i venta de los diccionarios de la Crusca y de la Academia Francesa en el sigla xvii. En cuanto al de esta última, Bray (1989:1801) anata que durante el siglo XVIII se reeditó cuatro veces. El de Richelet, también en este sentido tan discrepante de la tendencia que dom inó el siglo XYSI, alcanzó 65 reediciones y reim presiones a lo largo del siglo XVW (Bray, 1989:1798). ir' Noyes (1943:601) señala una corriente postergada en los inicios de la lexicografía m o­ nolingüe inglesa: la de los maestros de escuela com o Richard Mulcaster, quien en 1582 veía “la necesidad urgente de un diccionario del inglés que edificara el prestigio y facilitara el uso correcto de la lengua materna" (Ihe. urgmt needfor an English ditíitmary lo build up the firesligi: and facilítate the corred use nf the mother longite), por lo que agrega que “fue desafortunado para el desarrollo del diccionario inglés que ios lexicógrafos posteriores despreciaran Ja tradición práctica de los maestros de escuela y se orientaran hacia los elem entos de la lengua más ex­ céntricas y m enos permanentes. Esa actitud fue, de hecho, la responsable del retraso por más de un siglo en la aparición del diccionario del inglés'', (ll iirns unfortitnalc fo r the deveíofiment of

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del hebreo, el griego, el latín y el francés {Robertson/Cassidy, 1954:335); lo mismo hacía el A n English Expositour: Teaching the Interprelation of the Hardest Words used in aur Language de Jo h n Bullokar (1616). El Universal Etymological English Dictionary (1721), de N athaniel Bailey, considerado el prim er dic­ cionario m onolingüe com pleto del inglés, se interesaba p o r la etim ología precisam ente com o u n a m anera de explicar las palabras difíciles o inkhoni tenns47 que se usaban en la literatura de la época. Pero m ientras se m ultiplicaban los diccionarios de palabras difíciles — más en la tradición de la lexicografía m ultilingüe— , durante la segunda m itad del siglo xvn fue creciendo en la sociedad inglesa la necesidad de es­ tablecer una n o rm a de corrección de la lengua, que fijara los cauces de la ráp id a expansión de su vocabulario y que la conservara, en los mismos tér­ m inos de prestigio internacional y de celebración del Estado nacional en q ue se había p resen tad o en los países continentales, aunque con u n a varia­ ción im portante: su difusión en u n ám bito social más am plio: “la necesidad d e u n a lista de palabras y significados ingleses se produjo debido a la com­ binación de dos factores principales: la secularización del conocim iento, el crecim iento de las escuelas públicas y la invención de la im prenta resulta­ ron, p o r un lado, en u n público lector grandem ente increm entado. Además, la muy rápida expansión del vocabulario inglés [debido precisam ente a las palabras eruditas y a las aportaciones coloniales] presentaba a ese público lecto r nuevos térm inos poco familiares".48 Com ienzan a ju g a r un papel en el desarrollo de la lexicografía m onolingüe otros intereses, diferentes de los que habían definido su carácter en la E uropa latina, y que correspon­ the EnglUh dictionary that surcecding lexicographers scomed the practical schaolmasten' tradition and focused on ihe more ecccntric and less pemument elcmcnts in ihe language. This attitude was, in Ja d , responsible J o t sidcímdiing the English dictionaty fo r a century.) 47 Cf. Robertson/Cassidy (1954:153): “En el siglo xvi llamaban a loa neologism os ‘ink­ h om terms’ o ‘inkhomisms* para aludir a su origen en la pluma de los pedantes y para impli­ car el hecho de que na tenían más existencia fuera de sus textos." {In the sixteenth centuiy the 7un* words :om’ dubbed ‘inkhom tenns ’ ar ‘inkhamisjns1alluding ía their origin from thepens of pud/ints, and implying ihnt ihcy had no real existente apartfrom this.) Osselton (1989:1944) afirma que ues correcto decir que, con la excepción de Weisey, todos los diccionarios m onolingües ingleses pertenecieron en buena m edida a la tradición de Jas 'palabras difíciles': reflejaban la gran n e­ cesidad lexicográfica de su época". (It isfair tosay that with the exceplion afWesley aü manolingital English didionarics bdong lo the hard word tradilion in some mensure: it nflected the great laxicographical tieed of the age.) N o encuentra una traducción de inkhom teruis más adecuada que “palabras de tintero" (?). 'lS The nced for a list of English ivords and meanings was gsnerated bv tivo main factors worhing in combination, The secitlarization ofl¿‘amingt ihe groiuth of pubde schools, and the inventian of ptintíng had, for one thing> resulted in a greatly increased readingpablic In addition, the very rapid expansión of (he English vocabulary [ ...] presented that readmg public with nevi and unfamiliar terms (Wells, 1973:16).

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den precisam ente al m om ento en que la burguesía fu n d a un nuevo tipo de relaciones sociales: ya no solam ente la corte y los eruditos, sino a h o ra la “public school” y la secularización del conocim iento. La idea de la lengua tiende a salirse del ámbito cerrado del gobierno y la representación verbal de la grandeza del Estado y a tom ar u n carácter m ás instrum ental, definido p o r la necesidad de conocim iento de u n a parte m ayor de los m iem bros de la saciedad.

3,3.1. La imposibilidad de una academia Sin em bargo, la necesidad norm ativa de la sociedad inglesa no encontró m ejor m anera d e m anifestarse que siguiendo el ejem plo de las naciones continentales; es decir, p ro p o n ien d o la necesidad de u na academ ia de la lengua que im pusiera u n a fijación y u n a validez generales. Para la nacien­ te burguesía inglesa, com o tam bién p ara la francesa del siglo XV1IS — que es a la que se refiere la siguiente cita—, “los cam bios sociales del siglo XVIII, particularm ente la consolidación de la burguesía y las nuevas corrientes intelectuales que se abrieron paso en el marco de la Ilustración hacia el final del A ntiguo R égim en, casi n o afectaron el concepto de norm a lingüística form ulado en el siglo x v ii. El public cultivé, form ado por nobles, eruditos y ciudadanos ilustrados, que en el siglo XVIII había ya disuelto, de hecho, la idea de que la sociedad cortesana era la instancia de determ inación del bon usage, adoptó e! concepto de n o rm a lingüística de palacio ju n to con sus jerarquías y escalas de valores”.'19 P o r lo que, p o r ejem plo, Jo n a th an Swsft, Jo h n Dryden, Jo sep h Addison y D aniel Defoe se d ieron a la tarea de conven­ cer a la nobleza —p ero tam bién a su público: Sos lectores de periódicos como The Spectator, The Taller, The World— de la necesidad de una academ ia de la lengua inglesa: D efoe, p o r ejem plo, urgía al rey en 1697 a crear la academ ia con los mismos argum entos con los que se había justificado la creación de las academ ias continentales (Wells, 1973:34): “La tarea de esa sociedad de­ bería de ser la d e im pulsar el conocim iento pulido, la de lim piar y refinar la lengua inglesa y d ar a conocer la tan negada facultad de u n lenguaje correcto, la de establecer la p ureza y la propiedad d el estilo, y la de purgar la lengua de todas las adiciones irregulares que h a n introducido en ella la 10 Die gesdlschafllichen Veründeningsn des IS. JahrhUTtdtrts, insbesonderc das Erslarken des üur* grn!?i?7u, und die nca.en gcistigen Strfimungen, die sich ivi Rahmen der Anjhláiwtg gegvn Enrío des Anden Regime Bahn brachen, wirktcn sich a u f das im 17. jahrhundert ausformulieríe Sprachnontikanzept kaum aus. Der aus Adeligen, Gcistlichen und gcbildeleti Hurgan zusammengeselzle public cultivé, dirun 18. Jahrhundert die fíofgesellsdiafl ais Bestimmungsinstanz des bon usage faktisch abgslost hatte, ubeniahvi den Sjfrachnormbcgnff des Mofes nebst seinen sozialen Hierarchien und Wtrrtvorslellungm-

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ignoranciay la afectación [...] Gracias a tal sociedad me atrevo a decir que aparecería la verdadera gloria de nuestro estilo inglés y que por todas par­ tes del m undo ilustrado se lo llegaría a considerar, com o lo es, la más noble y com pleta de todas las lenguas vulgares ele la T ierra.”30 Swift también, en su Proposal for Correcting, Improving, and Ascertaining the English Tongiie de 1712 rep etía ios mismos razonam ientos del “hum anism o vulgar" para convencer ai lo rd tesorero, R obert Harley, de seguir el ejem plo de la Academia Fran­ cesa (idem, pp. 35-36). P or el contrario, p ara Jo sep h Addison, un personaje im portante preci­ sam ente en la creación de las nuevas instituciones de la burguesía,31 la necesidad de u n a academ ia ya n o se m anifestaba como petición a la reale­ za, sino como p ropuesta en la prensa a sus lectores, y tam poco la concebía com o u n a institución real, sino com o burocrática: argüía en The Spectaíor (1711) “que ya que en nuestra constitución hay varias personas cuya ocu­ pación es velar p o r nuestras leyes, nuestras libertades y comercio, algunos de esos hom bres se p o d rían p o n er aparte, com o superintendentes de nues­ tra lengua".0" N unca se estableció tal academ ia: n inguno de los que la proponían se consideró apto p ara fundarla, como sí fu ero n los casos de los fundadores de la A cadem ia de la Crusca y de la Española, así com o tam poco hubo in te ­ rés p o r parte del soberano p o r instituirla, com o fue el caso de la Francesa. Los eruditos ingleses, se puede suponer, ya no actuaban desde el interior del Estado, sino que lo hacían com o ciudadanos frente al rey y ante el público lector de periódicos. H aría falta un estudio histórico detallado, que considerara el co n testo social en que se dio la discusión en torno a esa propuesta y que docu m en tara qué fue lo que determ inó la im posibilidad 50 The worh of this society should be ta encaurage politc leaming, la polish and refine Ihe English tongiie, and advance the so much neglectcd faculty of cerned language, lo estaldish purity and propríely ofslyle, and topurge it from atí the irregular addilions that ignorance and affectation have introducid. [ ...] By such a society I daré say thetruegloiy of oitr English stykwauld appearand amongall the leamed parí o f the morid, be ateemed, as tí really is, the noblest and mast comprehensiva of atl the vulgar !anguages in the inorid. 51 Habermas (1962:70 y 79-80) destaca el papel de Addison com o cabeza de un “littie senate" en el cate Button's de Londres, en donde la nobleza y la “inteligencia" se encontra­ ban — en pie de igualdad, com o “sim plem ente hum anos”— para ejercitar el “razonamiento" en disputas literarias y artísticas, que más tarde devendrían económ icas y políticas, y en la fun­ dación del periódico The '¡'atiere n 1709, dirigida a la s “ciudadanos acom odados que viven más en el café que en sus tiendas" (umrthy citiLens itiho Uve more in a coffehouse than in their shops), y que llegó a tener gran importancia en los inicios de la vida pública inglesa. That as in onr constitution there are several persons whase Business it is la match overour Latas, oitrLibcrties and Commercs, cerla'm mea migkl be set aparí, as Super-hitundan Is of our Language, (Wells, 1973:34).

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de que se fu n d ara u n a academ ia inglesa,53 pero puede suponerse que las condiciones sociales de la Inglaterra de inicios del siglo xvm estaban ya de­ m asiado alejadas de las que habían prevalecido en las naciones contínentaJes, y que tal cam bio correspondió precisam ente a la consolidación de la burguesía y de sus instituciones. Es decir: aunque los intelectuales ilustra­ dos ingleses justificaran la necesidad de u n a autoridad norm ativa para su lengua m aterna, el esquem a institucional en que p o d ría haber cabido ya no ten ía posibilidades de existencia. Ni el gobierno podía asum ir autorita­ riam ente la fundación de la academ ia, ni la opinión pública inglesa p o d ía crear u n a instituciónalidad burguesa que com binara su necesidad de una autoridad norm ativa sobre la lengua, como la que ejercían las academ ias continentales, con u n a argum entación válida que la justificara.

3.3.2. El papel de la burguesía De ser así, el papel de la burguesía inglesa, como después el de la del resto de E uropa, se revela determ inante, al grado de llegar a producir un cam ­ bio im portante en la idea de la lengua que se había venido form ando desde el siglo XJit. Ese cambio tomó tiem po, tanto com o el que necesitó esa nueva capa social p ara llegar a ten er conciencia de sí misma. La burguesía había ido evolucionando desde las prim eras relaciones m ercantiles entre nobles, artesanos y com erciantes — com o sucedía desde el siglo XV en Ita­ lia, o entre las ciudades pertenecientes a la Liga H anseática, por ejem pio— hacia la relativa Fusión, con la nobleza, de ios grandes com erciantes, d u e­ ños de u n capital que les confería cierta independencia ante el Estado, que era lo que se m ostraba particularm ente en !a Francia de los “hon n etes g en s”. Pero desde q u e se estabilizó el tráfico de m ercancías y dio lugar a la dem anda creciente de productos, el trabajo para producirlos tuvo que aban­ do n ar las relaciones de producción del m undo feudal y convertirse en un trabajo social extenso, que destruyó la primitiva alianza de los nobles con los com erciantes p ara consolidar el nuevo estam ento burgués, p ro d u cto r y com erciante. A ello hay que agregar que las nuevas relaciones com erciales :’s N o ha sido posible consultar el artículo que cita Wells (1973:37-38, n,3») al respecto: el de Charles C. Fríes, “The Ruies o f Com m on Schcol Grammars", PAíí.l 42 (1927). Alien Walker Read, en “Suggeslions for un Academy in England in the LaLter H alí o f tlie Eigbteeuth Centun'”, Mailmi Philology, 3fi (1938), docum enta aún m is el interés de la época por estable­ cer lina academia, pero no ofrece datos que permitan relacionar la discusión con su m om en­ to social. Según Wells cita a Fríes, Sa esperanza de imitar a la Academia Francesa desapareció con la fiegada de la casa de Hannover al reinado en 1714, aunque para Read debe haberse m antenido por m ucho m is tiempo.

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requerían inform ación sobre m ercados e im portaciones, y esa inform ación pasaba por ei texto escrito de los periódicos, los cuales, a su vez, pronto dejaron de ser colecciones de noticias de casas mercantiles y de bolednes del gobierno, para convertirse en una de las instituciones centrales de la burguesía: ]z prensa, en d o n d e el conocim iento y el debate ilustrados aban­ d onaron las cortes y salieron, literalm ente, a la plaza pública. Los eruditos ilustrados, p o r lo tanto, que dos siglos antes habían elaborado la idea de la lengua com o celebración de la gloria de sus Estados nacionales, encontra­ ron en la prensa su nueva posición y se convirtieron en creadores y porta­ voces de la nueva capa social y de su conciencia de sí misma. H aberm as (1962:86-83) m uestra el papel que tuvo la literatura en ese proceso. Com o arte, cuyo valor estaba establecido desde la más rem ota an­ tigüedad, y p o r lo tanto, servía como correa de transmisión de la cultura sin rom pim ientos ni contradicciones, si había contribuido a encauzar la idea de la lengua del hum anism o del siglo xvi y, con ella, a definir el pri­ m er valor simbólico del diccionario m onolingüe: la lengua literaria, ahora llegaba a la nueva capa social, y le servía como m edio de m anifestación de su subjetividad y su intim idad — dos dim ensiones nuevas de la personalidad burguesa— m ediante novelas com o la Pamela de Richardson y la extensa literatura epistolar que caracterizó al siglo XVin europeo, en las que “las re­ laciones en tre autor, obra y público cambian: llegan a convertirse en interrelaciones íntimas de las personas privadas, psicológicam ente interesadas en lo ‘h u m a n o ’, en el autoconocim íento, así com o en ia com penetración. R ichardson llora con los personajes de sus novelas exactam ente igual qite sus lectores; au to r y lector mismos se convierten en protagonistas que ‘se expresan’ Así que por m edio de la literatura el lector de novelas comienza a reconocerse a sí mismo, “en tran d o él m ismo como objeto” de e lla — dice H aberm as (1962:80)— , pues “aún no es capaz de entenderse a través del rod eo de u n a reflexión sobre obras filosóficas y literarias, artísticas y cien­ tíficas’’. Y si la literatura ju e g a ese papel de “interiorización” de la persona­ lidad burguesa, su vehículo, la lengua literaria nuevam ente, adquiere otro valor, diferente del que h ab ía privado antes: com ienza a m anifestarse como funcional más allá de los intereses del Estado y de su m em oria heroica, y como in strum ento del conocim iento, la razón y la intim idad de u n a socie­ dad que com ienza a descubrirse a sí misma. La lengua deja de ser un sím­ bolo exclusivo del Estado nacional para com enzar a convertirse en una idea de “ia p ro p ia lengua", es decir, de la lengua de cada persona privada y de la del público en cuanto espacio del consenso de los ciudadanos.

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3.3.3. Samuel Johnson y la autoridad burguesa El paso de la idea hum anista de la lengua a la burguesa no se com pletó to­ davía en el siglo Xvm inglés, sino que quedó suspendido p o r la incorpora­ ción acrítica que hizo la burguesía de los valores simbólicos renacentistas a sus propios valores, más abstractos y, consecuentem ente, más difíciles de identificar. Sin em bargo, el Dictionary of Ihe English Language (1755) de Sa­ m uel Jo h n so n revela claram ente el conflicto norm ativo de su época y la m anera en que fue la lexicografía la que vino a definir sus nuevas dim en­ siones burguesas y la nueva concepción de la lengua. Participante activo en la vida social de su época, bien inform ado de la tradición lexicográfica europea,13,1 Sam uel Jo h n so n tom ó parte en la discusión acerca de la necesi­ dad de u n a autoridad norm ativa para la lengua inglesa. P era al contrario de Swift, señala Wells (1973:37), dudaba de la b o n d a d de u n a academ ia, a la que consideraba “opresiva”: “com o no deseaba ver 'm ultiplicada la depen­ dencia’, consideraba la idea de u n a academ ia contraria al ‘espíritu inglés de la libertad ’ ”.M Incluso concediendo la posibilidad de u n a institución tal, se pregun tab a Jo h n so n en qué podría basar su autoridad: “E n los gobier­ nos absolutistas se reverencia m uchas veces a todo lo que tiene 1a sanción del p o der y la aprobación de la majestad. C uan poco tiene eso que ver con la situación de nuestro país, no requiere subrayarse. Vivimos en u n a época en la que es u n a especie de pasatiem po público rehusar todo aquello que no se p u ed a justificar. Los edictos de u n a academ ia inglesa probablem ente 54 CF. P a u lj. Korshin, ‘Johnson and the Renaissance Dictionary" en Journal of the History of Ideas, 35 (1974) ajiuii C ongleton (1984:S7): “No sólo poseía (Johnson] la gran mayoría de los más importantes diccionarios renacentistas [ ...]. La evidencia sugiere que Johnson cono­ cía directamente la tradición del Renacimiento y que la siguió de rafias maneras y de m odo sustantivo, Su mezcla de copiosas ilustraciones y de tersas explicaciones, su concepción del diccionario com o lista de palabras y a la vez com o historia intelectual de una cuitura nacional completa [...] So ligan con la m etodología del Renacim iento m ucho más cercanamente que con la inglesa.” {Not only did he [Johnson] otan a great mavy of the mast ínflurnüal Renaissance dictionariej The widence suggesls that fahnson knew tiir Renaissance tradition directly and that he fallaimi it in severa/ substantial ways. His mixture of copions illistrations and terse explanations, his conaption of Ihe dtelionnn as baih zuonl-list and inicticciual history of an entile nuiiotial culture [...] all these (¡iiaUties of the Didionary relate ta the methodology of Renctissanee lexicography farm ore dosely than to the English), con Id que resulta errónea la frívola afirmación de Hulbert ^19(38:12-13) de que “el origen y el desarrollo de la lexicografía inglesa Fue muy poco aFectado por la lexicografía de otros países; los autores procedieran caino si no existiera la com pilación de tales libros en ninguna otra parte”. (The origi.n and dcvelopmnil of English dictionory-making has heen but little rffrrirü by ihe lexicography of olher courihies; authors have proceeded as Ihoitgh there were no comjñUng of such hoolts clsnvhere.} ™Not wishing to see 'dependnnce nwtlipiicd', he sai a the vution of an academy counler lo the ‘spitit of English liherty ’.

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serían leídos p o r m uchos, sólo que podrían estar seguros de desobedecer­ los. Los modos actuales de nuestra nación se burlarían de su au to rid ad .”5(5 A pesar de su duda, Jo h n so n p erseguía los mism os ideales de fijación norm adva y de pureza de la lengua que se hab ían elaborado en E uropa du ran te los siglos anterio res y que se h abían corporizado en las academias: cuando dio a c o n o cer su “Plan o f a D icüonary o f the English L anguage” (1747) consideraba su “objetivo principal preservar la pureza y fijar el sig­ nificado de n u estro idiom a inglés”,37 aunque, com o la A cadem ia E spaño­ la ,^ consideraba que la au to rid ad de su diccionario debía de provenir en últim a instancia de las autoridades qu.e citara: de “writers of die first reptitation" y no de u n a sanción au to ritaria extem a. Que el p roblem a de la au to rid ad le resultaba, a pesar de lo dicho, insoluble e incóm odo lo p ru eb a u n a breve consideración de tres textos al res­ pecto: en el “Plan", que dirigía Jo h n so n a L ord Chesterfield con la idea de que éste se convertiría en su m ecenas,09 confesaba que “u n a vez tuve la duda de si no me estaba atribuyendo a m í mismo dem asiado al intentar decidir­ las [las cuestiones de pureza y de p ro p ied ad ], y si era m i tarea extenderm e más allá de p ro p o n e r el problem a y exponer los sufragios de cada lado. Pero de entonces p ara acá la opinión de Su S eñoría me determ inó a inter­ p o n er mi p ropio juicio y, p o r lo tanto, me dedico a sostener lo que parece más acordado con la gram ática y la ra z ó n ... p u ed o esperar, Su Señoría, que ya que usted, cuya autoridad en nuestra lengua es tan am pliam ente reco­ nocida, m e ha com isionado p ara declarar mi p ro p ia opinión, se me consi­ dere en ejercicio de u n a especie de jurisdicción vicaria; y que el p o d er que habría podido negarse a mi p ro p io reclam o me será concedido p o r ser de-

5!i In absolute govmti'inenh, there is, somctitnes a general reverencc paid to alt that has the sanction of poiüsr, and the eountenancc of grcatness, H ow little this is the state ofoitr country needs not to he tofd. \Ve Uve in an age in which il is a hind of publick sport to refusc all respect that cannot be enforced. The ediets of an English acadnny immld, prohabh, be read ir,' inciny, only that they might he sure to disobiy them. The presen t manners nf oiir nation would deride nuthüñty. D e su obra Lives of the Poets, III, 1G; I, 164-165, apud Wells, 1973:37. ■ Chief intent to preserve the purity and ascertain the meaníng of our English idiom {apud Wells, 1973:41). No puede uno dejar de notar que la Academia Española y su diccionario son los úni­ cos que no parece rilar Johnson — y s í a la Crusca y la Francesa— ni los autores del siglo XX que lo estudian. Q ue Johnson no conociera e! Diccionario de autoridades es probable, pues ape* ñas había aparecido veintiún años antes de su Plan. Pero que los estudiosos contem poráneos no vean mayor cercanía entre Johnson y la Academia Española que entre él y las otras dos aca­ demias es, por decirlo suavemente, más que extraño. SHPhilip Dormer Stanhope, Lord Chesterfield, además del prestigio intelectual de que disfrutaba en Londres, era Secretario de Estado, por lo que reuniría en sí mismo la autoridad del Estado con ia del erudito, en el antiguo esquema del "humanismo vulgar".

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legado de Su S eñoría’’.60 Pero C hesterñeld no aceptó esa propuesta de “re­ presentación" de su propia autoridad proponiendo, en parte p o r galante­ ría, en parte quizá p o r convencim iento, que Jo h n so n asum iera del todo la autoridad en su famosa declaración a The World (28.11.1754), p o r la cual afirmaba que “debe aceptarse q u e nuestra lengua está actualm ente en un Estado de a n arq u ía que quizá todavía no h a alcanzado su p e o r situación. [...] El bu en o rd en y la au to rid ad son necesarios ahora. ¿Pero en dónde habremos de encontrarlos y, a la vez, a quién hem os de obedecer? Debe­ mos recu rrir al viejo ex p ed ien te rom ano en dem pos de confusión, de esco­ ger un dictador. Por ese p rincipio, doy mi voto al señor Jo h nson para que ocupe ese g ran d e y difícil puesto. Y aquí mismo declaro que cedo todos mis derechos y privilegios en la lengua inglesa, com o libre súbdito inglés, al susodicho señ o r Jo h n so n p o r el úem po que dure su dictadura”.61 Con un lenguaje legal, propio de las nuevas instituciones de la burguesía, Chesterfield logró en cierta m edida atrib u ir a Johnson esa autoridad, y este últim o no la negó, sino que intentó suavizarla en el prefacio del diccionario: “to­ dos aquellos que estaban persuadidos de mi objetivo requieren que fije nuestra lengua y ponga u n alto a esas alteraciones que, por el tiem po y el azar, h a venido sufriendo sin resistencia alguna. En consecuencia h e de confesar que m e sentí halagado p o r algún tiem po con ello, pero que ahora comienzo a tem er que di lugar a unas esperanzas que ni la razón ni la expe­ riencia p u e d e n justificar1’.152 Pero la asunción de au to rid ad p o r parte de Johnson, incluso con el es­ paldarazo de L ord Chesterfield, p o d ría haber resultado nula si !a sociedad h o as ctrics in doubt whelher 1 should nol attribiiti' lo ntyseif loo much in attempting tn decide ilwm [questions of purity and property], and wkether my,provinca was to exte?\d beyond the propasition of the qucstimiy and the displny of Ihe snffrage,s on ench side; but I have since been determmeii byyour lortlship's opinion, lo interpase my own judgement, and shall therefore endeavor to snpport wkat appears to be most cansonant to grammar and re&son*., I may hope, my Lord, that sime yon, whose authority in o u t Inngitage ¿r jo gsnerally achnmuledged, have commissioned ule to declare my own opinion, I shall be considcied as exerrísing a kind ofvicarious jurisdiction; and that the power tuhich might have been denied to my own chita, will be readily allowcd me as the ddegate of yaurLordship {apud Wells, 1973:42). 01 II must be owned that itur fangitage is, at pmsent, in a S t a t e of anarehy, and hilherto, perhaps, it muy not have been the wotsp of it. [ „ . } Cood ordtr and authorily are naw necessary. But where shall wefind tlietn, and at the same time, the obediente due to than ? Wt¡ must have recourse to the oíd Román expedient in times of eonfusion, and e/toase a dictator, Upon this principie, I give my vote for AIr. fohnson toftU that great and ajtftioitf post. And I hereby declare, that I malte a tolal suirender of all my ríghts and privilegas in the English language, as a free-hom British sjtbject to the said Mr. Johnson duritig the tenn ofhis dictatorship (apud Wells, 1973:39-40), ü2 Those zuho have been persuaded to think well of my design, require that it should fix our language, and put a stop to Ihosc alterations which time and chance have hitherta been suffered to make in it xuithoul oppositioji. Witk this cojisequence I will confeti that I flattemí myself a while but now begin to fia r that Ihave indulgcd expectation which neither ruasen ñor experienee can justijy (Wells, 1973:42).

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inglesa no hubiera acogido al diccionario de !a m an e ra en que lo hizo. El público lector, cuya cantidad había crecido gracias a los valores ilustrados que se m anifestaban en la nueva legalidad inglesa, en la actitud combativa y libertaria de la burguesía, en la prensa, en la difusión de la literatura y en la escuela pública, comenzó por comprar el diccionario.n3 Las reseñas y co­ m entarios periodísticos que aparecieron inm ediatam ente después (cf. una b u e n a colección de ellos en C ongleton, 1984) coincidieron en considerar que el diccionario de Jo h n so n “suple la necesidad de u n a academia de be­ llas letras”64 y, en consecuencia, lo afirm aron como autoridad indiscutible de ia lengua inglesa.® La necesidad norm ativa de la sociedad inglesa elu­ dió de esa m anera la form ación de u n a academia autoritaria; y m ediante el razonam iento público que se daba en la prensa, m ediante la recom endación q u e recibió el diccionario p o r p arte de personajes distinguidos precisa­ m en te en la arena pública, lo convirtió en una nueva institución normativa, desligada de la sanción estatal y, p o r el contrario, aceptada por la sociedad burguesa ilustrada. C on ello, el diccionario m onolingüe — representado p o r el de Joh n so n — adquirió, p o r p rim era vez en la historia de la lexico­ grafía m onolingüe europea, u n valor in d ependiente del Estado, fundado a la vez en los valores simbólicos h ered ad o s del hum anism o literario y en su funcionalidad social burguesa. Com o se decía antes, la burguesía no rom ­ pió con aquellos valores, sino que los reintrodujo com o elem entos de su nueva institución: el diccionario de la sociedad burguesa no negaba su orientación tradicional hacia la lengua literaria y tam poco su im portancia p a ra la celebración del Estado, p ero ahora las asum ía como valores públi­ cos, com o valores de una sociedad m ás amplia, guiada p o r la razón y p o r el igualitarism o.

63 Aunque no hay daLos de la venta del Dictionary of Ihe English Language el aña de su apa­ rición y los inmediatamente posteriores, se sabe que fue un éxito de librería; en 1788 se impri­ m ieron seis mil ejemplares de su edición en folio; y la primera edición en octavo llegó a los 40 000 en 1786 (Sledd/C olb, 1955:113-114, apud Osselton, 1989:1950). fiLÍ I-fath snpplied the Want of an Anuiniiy ni Bellas Latiros (apud Wells, 1973:44). Cr. por ejemplo el com entario de Robert Nares, en 1784, (apud Wells, 1973:46): “El diccionario inglés apareció, Y com o el peso de la verdad y de la razón es irresistible, su auto­ ridad casi ha fijado por com pleto la forma exterior de nuestra lengua. Y como se han hecho pocas reclamaciones a sus decisiones... es de esperarse seriamente que ningún autor intenta­ rá hacer innovaciones ligeras en el futuro.” ( The English Dii:!innyt¡¡ ou du R é ngale. T i c t e j.rc n v ir j£*T p p ti / i. L ? tig re f c u l c . ra le, ro n q u e . C h n x ie mr /igrr. P*m t d e tig r e , viiilisée comme tapis, descente de lii. ♦ J ° V x ou lin é r . (xvie). Pcrsonne cruelle, impitoyablc. «« T ig r e ai ( th is boolc ir heavy> e l to b e io n a as a n in d iv id u a l to th e c lass o f (th e TLsh y a u e a u g lu H'at a tr o u ;) 1 í lo b e lo n g a s a c l a n lo th e la rg e r c lass o í (so m e a n im a ls w ith h o r n s a n d d iv id e d h o o l i a re B ratn in iv o ro u s a n ím a h ) — u se d re g u ls rly in « n s « l a th ro u g fr l f a s ih c c a b u la o í s im p le p re d ic a tio n S i 5IGNIFY : a m o ü ñ l tQ i {11 : t n c o m e o r i¡ o i ; o u i i n e v < w e w itl — o n o u r w a v s h o r t l y ) ( h a v e y o u bern lin m e a in c e C h ris tm a s ) ( 2 í : t o m a le e a s tn y : s h o w o n « e i r o r b e p r e s e n t í t h e y w ill - - i n l o w la s t nig h t> — n o t I c lllp tv e d by lo ( [ n o n s la n d a r d ff

n a ll u re e le ) ( h 'j t j y o n r s i s t e r a t I h e p í r t y u s e d i n th e p r e s e n t : u s e o l th e p a s i te n se v a s IO t o w n y c s t c r d a y > o lt e r t C O flSldereU t o c o m e a r o u n d in d u e c o t i r s e n f l c n in

ío llo u in y a s c h e d u le o r a p p a im e d ro u n d — u se d o n ly in perfec l f o r m i (h a s tiie p n s tm a n been litis m o m irttl) h su b sia n d l a c t — u se d o n ly in th e p erfc ct; u sed a s a n In ic n siv c ( s e t w h a i y o u h a v e b e tn a n d d o n e ) 3 noh> d ia i O rít : to s la n d b o u J í o r e tp e n s e (as in a tre a t] (o ffe rin t: to ^ bis frie n d 's d jn n e r ) — ve rbal a iíx itia ry 1 : to y n d e r n o an a c tio n — use d w ith Ihe n a st p a r tic ip lc o f tr a n s iliv e v e rb s a i a p a iliv e » voicc a u s ilia r y ít h e m o n ey v n z f o u n d ) (G e r m á n is sp o h e n herc> (th e h o u s e is b rin g h u ilt) 2 : ro p e ríc r m a c o n tin u o u s ac tio n i b e s u p p o s e d to p e rfo rm a Tuture a c tio n — u se d as th e a iiíiU a ry o f th e p re s e n t n a riic ip tc in th e so -c a lle d P r o ­ gressive le n íc i, u s u . c a y irn s m e c o n iin u o u s a c iía n c o¡ íjh fiití»tinl: to U tlcr 3 d ia r n c íe n s tic n o te o r c ry íth e t h r u í l ; j > d : lo co m m u n icaie w í;h a r try lo g i l cnto c o m m u n k a tio n w íilj a p e rso n by le le p h o n e — o fia n useil w iili up c c a rd Rom es ( 1 ) ; !o m akc a d c n ia n d (as by re q u e siin jj rtr jig n al¡n ¡j í n r a p a r tic u la r ca rd o r suit Ira b e p la y c d l Í2i /irít/j»e : lú m a k c a ü c c b r a lin n (se»¿e *11 (3 í p o k e r : te m akq n noT4 w ta l b et e q u a l (□ th a r o í ih r lusl p r e c e d í ^ b e llo r í l t o gjvc ílií c a li1; fo r a sq u a re tía n c í — o fie n u se d w ü h o fl 2 Sco< : io be co m e c lriv e n : n « iv r — u su . u ssd in ih e fo rm en '; c o m p a re c V C a*inv 3 I to m a k e a hrtcT sio p o r v isit a,t a p la ce ~ r t 2 a { l ) : i o u iic r in a lü ü d disiilic t v oice ; SHOUT. CWV — o ílc n usad w ith a ut (■*- o u t a tittm b er) {2 1 : tn announot* o r tc.id o u t lü u d ly o r a u th o r ita tlvely í ~ ih e ratl> a h a lt) ™ o íle n uscU w ith o ff o lí a rnw o í { ¡yurés) li ( J ) : to c it a r le w u h o r c e n s u re ío r a n otfc n sc — n f ttn use d w ith w i í lh e y — e d líim o n Siis slo p p y tíre ss) h í t n d ec o y íyam tfi by im iim in u llie c h a ra u le r is lic c ry í ; lo h alt f.i b a ^ e h a il « am e o r o ttw r p u b lic e v e n t) b e c a u s ; o f unsu ita b le c o n d itin n s ía s ra in o r dark n e ss> j J to ru le o n th e sia iu s o f (as a p la y e d b ail o r a n la y er’a o c iin n ) ( -~ a te n n is serv e □ u t) a base r u n n e r sa fe ) K : to £tve th e c a lis fo r (a sq u a re d a n ce o r a so itarc-U an cc fig u re ! — o íte n u sed w illt u // 1 ( 1 1 ! ta c a ín m u m c a ie w iih o r iry lo [jet ¡n c u m m u n iía iio n w 'th (a p e r w n ! hy icE^photie —- som etim es used w ith up í — m e u p tn m d rro w ) (21 : lo d e liv e r (a mcssaijeS by ic le p h a n e (3} i to m ake a siy n a l !v> (an a J i i r c s t í t as by tra n ^ m itlin i; his ca3l sígnl lo in ü ic a ic th e dusirir to trattsniiL a m essa^e O íten u se d w itb up 2 a : to speaic o f o r a íld re ss by a s p e c ifú ii ñ am e í th e y h e r K itly ) : yive a n a m e tú : s a m e (fo rc c s . . . whicrh Ém peiJncScs ~ i luve and h a te —-A rn rjk i T u y n b e c ) b {11 : to give a d e se rtp tive n a m e in ítlie a c tu a l price a l w hich u ny c o m m o d ity is cotitm oitly so ld is —- eleel h a s n o i y et na n ied h?5 s c c r e u r y ú f s ia :í> ( « o n irí/ to Ihe p o s itíc n o f g e n e ra l m a n a fíe r) n d m in a tb to d a y o fien in d íc a le s p r e s e n ia ii^ n o f a c a n d id a te f e r (he a p p r o f ü l a f o r re jc c iin n b y tlto ie w h o m a k e fin al d e c isio n s íiiie p a rtie s natnin n / r ih e ir prc*Í£Jc(iiial c a n d id a ie s d u r in p ih e su m m e r) (P r« sidcrtl T riim a n npw iffíiírrf him fo r p ro m n tin n id lu ll a d m ira l, an a ü v a n c e m c n l c o n rirm e il by th e S e u a ie C u r r r n í Eilnv.) e l e c t m uy a p p ly to d c fin iiiv c s c k t t i a n tey a q u n lifie d s r o u p ftn m a m o n y p e rs o n s nn m i'ia rE d o r o ff e r in s lliem selvcs a s c a n d id a ie s (e lr e tc il hy a la rjjc m a jn riiy o f th e v o t e n ) (c/í-cít-fí io tm ¡m bersfiip ín & p e n c ra l m ec iin p o f th e c lu b i A P rn iw r irtiiicales ic ie iilin n w 'itl¡nur clcct'ion h y a au a l'iíicd p e rs o n o r &rBiipr w'ith o r w iilio u t c o n f ir m a tin n iiy a n o th e r in s tru m e n ta liiy (ih e p r c s id e n l nprcii^M p o s ta í o fficia!s> c in th e m in d eap, as a p u r p o s e o r ¡ m e n tía n : p u u m s f , d e s íg íj, i s t e : j d < houiüs are m e a n t ío r use> ( w l i a t a p e n o n ' j a c i i o n s m e a n ) ( d i s u n i ü t i , in c o h e r e n e t a n d ¿ x ic o n s is ic n c y m e s n l a i l u r e in d e s t í n — C .W .H . J o i m s o n ) ( i ü v n d e r s t a n d w l i a i a n o b l'itia i'iü n m e a ^ s ') ( t h e I c r m “ l i e a i J t y '' c a n m e a n n a n y i h i n ^ } íJE rin rE t a n c o n tr a s * w i t h a ia iv irY i n h a v í n s a s iia a u h j e c t s D m e iíiin p t h m s e r v e s aa a n o u u v a r d s i e n o r v is i b le i n d i c o i í o n ; i n a p p l s c a t i n n l a a te r m i t im p l ic s t h e lil tiil c d a n d d í í i n t d d e s i p n a t m n o f Q le r m d is e n ta u g te d f ro m c o n n o ta tl o n ° r u n c á s c n lia l a s s n d a t io n ( s lu n in e d i n í o a c h a i r n e a r tltc d o a r w a y , h is p o s t u r e tlc n o m a c o c n p le tt! e x h a u s ti o r t — L .C .D o u a l a 5) ( i h a t c u r io u s lo v t o f g r e e n , w h ic li . . . in n a tio r is is s a id l a d e n o te a la x ity , i í n a t a d c c a d e n ? e o f m o r á i s — O s c a r W ild e ) ( t h e b e s t w a y l o s h o w w h a l a ic r m d e n o te s í j ( b p o i n t a i ih tí a fa jc c t i t s t a n d a f o r ) s iQ N ir v c a n c o n t r a s ! w i t h c e n o t e i n h a v i n g a s i l í su b je c rt s a m c ü i i t i 9 o í n s y m b o ü c o r r e p r c i f n i a t i v e c h a r a c i e r ; ií c a n a ls o c a r r y a it r o n y e r im p lic a tic íi o f th e ir n p o r ta n c e c f th e c o n v e y e d m e a n * i n s : in a p p l i c a t i o n t a a le r r ti i t ¿ t r c s s c i ih c s y m b o t i c f c la lío n - . i h i p b e i w c s n ic r m a n d { d e a ( h e lia d h o p e s i h a t lie r d e m u r e a n d r e t i c e n l d e p o r t i r t c n t s ií;ii)}tc if t h a t llw e í f e r v e s c e n c r o f y o u t h h a t í e v a p u r a t e d —- H a b E r t G r a n t Í I D 4 0 ) ^ h e i h í r d T igure» w itii a ü a c f . 'a r o u r td a f p ío w í i a n d l a s a n d m ir ti n g t o á i s , i t g i t if i e i a m e u l í u r e ¡ín d x n in in c — A tn e r . G tild e S e r i e s : < th e EaSS o f h is w if e íig fllfic r t m o r e t h a n h e c o u l d e v e r p u l i n l o w o n ls > ( t h e i c r m “ b r s f l d a n d b u t t e r ” s i g n i ji e s \h e m n i c r i a l n e c e s s ílie * o í Iííe > w r o n T c a n e a r r y tiie id e a a f o r i e r i n í i | o r c n n ip r e h c r t» s it in o r i n i e i l e c t u a l g r a s p , a f t e n , h ú w e v e í , b e in ir v i r t u a l l y i n t c r c i i a n g e a b k w iih s i q m i t y ; in a p p ^ i c a i i n n t o a t e r m i t c a n s tr e s s t h e im p ^ ic a ti o n s i n v o ^ c d i n t h e le r n a s i n t e f p r e t a t i o n aa d i i t í n c i í f ü m i t i d e n o f j t i o n < ih e m t f ic a l id e a s ¡fftp a rtc r f l i t d e lo c o n s e r v a t i v o f e a d e r s e s c e p i t h e i d e a o f Q u tr a g e ü U i lll iitk fn n > ( t h a u g l i a t c r m 'j d e n o t a t i o n m a y b e m a t t e r o í f a d r í n ita e o n n o t a t i ü n s tl«e t e r t n m a y if tiíiü rr r e v a l u t i o n ) s y i l se e in a d d itio n in te n D

W3

Conjunto de ejemplos núm. 5.

EL CONTENIDO PItOPOSICIONAL DEL ACTO: LA ECUACIÓN SÉMICA

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bra tigre y no el anim al es lo que se destaca com o su objeto, pero lo que interesa de ella al habíante es solam ente su significado: no espera infor­ m ación acerca de su significante; tam poco espera explicaciones gramaticales acerca de ella, p o r lo que se distingue claram ente del uso de ser com o predicador reflexivo, en donde interesa el signo completo. Más bien parece p reg u n tar qué es lo que se entien d e p o r tigre, en relación con su referente, p o r supuesto, p ero n o tanto p o r identificarlo en cuanto objeto preciso, sino por saber cómo se lo concibe; qué idea tiene el interlocutor o la sociedad acerca de ese objeto. Significar, signijier, to mean-4 se distinguen de todos los dem ás verbos tratados, entonces, p o rqu e soslayan el signo com pleto y no orientan direc­ tam ente al referente, sino sólo a través de su significado, que es lo que pri­ vilegian. Así, el verbo ser, au n q u e él mismo sea u n signo, cuando predica en la definición lexicográfica, com o se vio en el § 2.1.1., pone entre parén­ tesis el carácter de signo del vocablo de la entrad a y refiere al m undo; los verbos llamarse y designar m anifiestan los vocablos de la en trada como sig­ nos, pero los relacionan con el m undo com o simples soportes materiales de la referencia, es decir, más como diacrídcos que como signos.25 Significar y sus equivalentes, en cam bio, no solam ente enfocan con claridad el carác­ ter de signo del vocablo de la entrada, sino que im plican la existencia, para las com unidades lingüísticas consideradas, de u n a entidad diferente del soporte m ateria! del signo — el significado, fe signijié, the meaning, die Bedeutung—, que constituye una elaboración y u n a abstracción de un objeto del m undo sensible, de su experiencia o de la reflexión acerca de él, que es di­ ferente de él en naturaleza y en cualidades, pero que se relaciona con él m ediante u n acto com plejo de significación; es decir, m ediante un acto p o r el cual, al p onerse en relación un segm ento fónico o gráfico con u n a -1 Aquí hay que distinguir entre ei francés y el español, por un lado, y el inglés, pues mientras que los primeros utilizan un solo verbo: significar/significr, el segundo ofrece dos ver­ bos: to mean y lo signi/y. Como señala el W3, “mean es el más com ún y general para transmitir el sentido básico, aunque a m enudo puede connotar evaluación o ponderación; al aplicarlo a mi término, involucra su contenido completo" (mean is the most common and general in carrying the baste jen.se, atlhough it can oftrn connote evaluation or appraisal; in appiying to a term it involvvs the tenn'sfnll contení), en tanto que tosigtiijy tiene "como su materia alguna cosa de carácter sim bólico o representativo; también puede transmitir una más poderosa im plicación de la im­ portancia del significado que comunica; ai aplicarlo a un término subraya la relación simbó­ lica entre el térm ino y la idea" (as its rnbject something of a symbolic or representative chararter, il can abo carty a strongi-r impiieation of the importance of the canveyed meaning; in application to a Icrm it stresses thesywlfalic rdationship between tmn and idea). D e acuerdo con ello, lo que aquí se ana­ liza se guía más por to mean que por to úgnify. Esto dicho a sabiendas de que, com o se señalaba en el segundo capitulo (§ 1.1), el signo es, en su origen, un diacrítica.

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experiencia del referente, se crea u n a concepción más rica del signo como u nidad com pleja, de carácter m ental, que abstrae tanto su form a fónica p untual, com o la form a p erceptual y reflexiva del referente. Tal idea del signo, que p u ed e concluirse a partir de la existencia y del uso social de pa­ labras com o significar y significado, antecede p o r varios siglos a su form ula­ ción lingüística que, com o b ien se sabe, proviene de Ferdinand de Saussure. Se p u ed e afirm ar p o r lo tanto, en este sentido, que la teoría saussureana del signo puede no h ab er sido o tra cosa que la concreción científica de una conceptualización social largam ente elaborada po r las culturas de Occiden­ te, que sólo vino a m anifestar para la lingüística un fenóm eno notable de la reflexión hum ana sobre su propio lenguaje.20

2.6.1. Efectos de la ecuación con significar Si se som eten las definiciones lexicográficas de tigre y sus equivalentes a una interp retació n o rientada p o r significar y sus equivalentes, resulta que la ade­ cuación que se m anifiesta en el texto del artículo lexicográfico es mayor que en los otros casos considerados:

-GA] parecer, nunca se ha interpretada de esta manera la existencia de la palabra signi­ ficada y sus equivalentes, y m ucho m enos se las ha tomado com o fenóm eno lingüístico real Muy por el contrario, buena parte de la lingüística las considera maneras de hablar corres­ p on d ien tes a una falsa concepción del lenguaje, mentalista y anticientífica, por lo que les niega cualquier posible realidad objetiva. De ahí que no todas las escuelas modernas de la lin­ güistica tengan una teoría del signo, com o sí Ja tienen las saussureanas, Las teorías del len­ guaje que no elaboran teorías del signo, sino que prefieren asociar directamente segmentos fónicos o gráficos con referentes, lo hacen con la justificación de que el significado no tiene existencia material, directamente verificable. La verificación indirecta de esta entidad, com o lo es la existencia y 1a función de los diccionarios, más la manera en que habla la gente de ella y la manera en que organiza su discurso reflexivo, suele no aceptarse en una actitud científi­ ca dom inada todavía por un materialismo burdo y un fisicalismo cuyo fracaso teórico no se quiere reconocer. Lo que habría que hacer, entonces, es superar una y otra insuficiencia: por un lado, aceptar que el significado debe tener alguna existencia neurológica que hasta ahora no se ha podido investigar (en parte debido precisamente a la insuficiencia del planteamien­ to materialista y fisicalista); y por el otro, aceptar com o dato válido el hecho de que al menos las lenguas que se ha venido tratando postulan su existencia, es decir, han objetivado el sig­ nificado a partir de su propia experiencia y organizan su discurso consecuentem ente con él. La consecuencia científica de esto debiera consistir en considerar que el significado forma parte del conjunto de fenóm enos lingüísticos reales que efectivamente organizan la retación entre el conocim iento y el m undo sobre el cual operan, y buscar nuevas formas de investigar su probable naturaleza neurológica.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO-. LA ECUACIÓN SÉMICA

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2.6.1.1. A nte todo, com o se concluyó en ei § 2.2.2.2, la relación que crea significar se d a solam ente entre los significadas del vocablo de en trada y de la definición lexicográfica, p o r lo que el criterio de capacidad de sustitu­ ción se p u ed e aplicar y la ecuación es realm ente sinoním ica: tigre [significa] M am ífero carnicero muy feroz... tiger [m eans] a large cam ivorous m am m al... tigre [signifie] M am m ifére de grande taille... p o r lo que tigre en la oración (1) puede sustituirse p o r u n a oración como (1'): “El cazador se topó con u n m am ífero carn icero ...en la ju n g la ”. 2.6.1.2. La oración que se form a con e! vocablo de la entrada, la ecuación sém icayla definición lexicográfica resulta perfectam ente gramatical: en español y en francés, com o la definición no se inicia con artículo, no rom pe con la estructura gram atical ni la deja hueca, como se veía en el § 2.1.2; en inglés, to mean adm ite, de todas m aneras, el inicio de la definición con artículo, p o r lo que este verbo puede considerarse tam bién como ecuación sémica del w3.27 Sobre esta base, se puede concluir que las definiciones lexicográficas de tigre en drae, PR (2a. acepción) y dbem están orientadas realm ente p o r significar/signifier y no p o r n ingún otro verbo como ecuación sémica. En cambio, la de tiger en \v3 sigue correspondiendo m ejor a to be, aunque ad­ m itiría u n a interpretación con to mean. 2.6.1.3. Si u n o aplica la relación con significar si resto de las acepciones de los artículos lexicográficos estudiados, el resultado será u n a adecuación extensa de ella, salvo en 2a y 6a (por lo menos) del w3.28

-7 Aunque, estricta m ente hablando, si el W3 se interpreta como: tiger [means] a large Asiatic cam ivorous..., una oración semejante a (1'} quedaría: “The h u n tersh ot a a large Asiatic cam ivorous,..in the jungle". =a Hay que reconocer cuán perturbadoras son estas acepciones. Se diría que son innece­ sarias por cuanto una representación de un tigre es precisamente eso y no de un león o un elefante; sólo si se diera el hecho de que, a partir de una representación ¡cónica de un tigre el sím bolo o el parche se estilizaran al punto de que el tigre fuera irreconocible, valdría la pena asentarlo en una obra com o el w3. Lo mismo en su acepción 6 un grito de “¡tigre!” no es un grito de “¡león!" que se llame tigre. Acerca de esta última, lo que sucede es que el pro­ cedim iento para describir lo que parece ser una costumbre al terminar una reunión política o un juego, lia sido equivocado. En esos casos, el m étodo lexicográfico pide una descripción del a c tD que incluye la palabra y no se puede som eter a ninguna de las cuatro ecuaciones 5émicas estudiadas.

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2.6.2. La ecuación con significar y las teorías del signo Si p o r significado se en tien d e ya no el objeto en sí, sino la versión que ha construido la sociedad acerca de él, sobre ¡a base de su experiencia com­ partida y valorada, o rientada a “am pliar el horizonte de sus percepciones comunes", com o se decía citando a B ühler en el capítulo segundo (§ 1.1), o a construir u n consenso social, que ofrece las condiciones de posibilidad de todo discurso significativo en la com unidad lingüística considerada, lo que pone e n ju e g o el diccionario m onolingüe que construye su ecuación sém ica con significares u n a concepción de la lengua en la que, al revés de lo que han propuesto las teorías del signo a lo largo de la historia, no hay u n a prim acía de la “d en o tació n ” sobre la “connotación” y la “m etáfora", o del "sentido recto o literal” sobre el “figurado", sino una actividad significativa p erm an en te que crea u n inventario prim ario de significados de vocablos a base de la m em oria de experiencias de sentido com partidas y difundidas en la sociedad, cuyo valor referencial depende, a la vez, de estereotipos de los objetos perceptual y reflexivam ente establecidos, y de procesos perceptuales y cognoscitivos de derivación a partir de ellos29 que, en el diccionario, se m anifiestan com o conjuntos ordenados de acepciones pero, en la actividad verbal, obedecen a distintos modos de significar m ediante la lengua natural. La teoría del signo que se d esprende del uso social de significar, en cuanto no pro p o n e u n a relación directa y unidireccional del signo com o soporte m aterial con su referente, ni con el tipo de conceptos com o “im agen m en­ tal” o “lenguaje objetal" que provienen del pensam iento filosófico, no se com prom ete con la d enotación y, p o r lo tanto, no ve la m etáfora como una desviación o u n uso parasitario del sentido literal.30 Por el contrario, es ca-J Lo que, en otro trabajo, se llamaba “esquema taxonómico" (Lara, 1979:§ B.5.f5). nf) Roland Barthes, en S/Z (pp. 15-16) llegaba a la misma conclusión por el camina del estudio de la significación en los textos literarios clásicos: “Estructuralmente, la existencia de dos sistemas reputados com o diferentes, la denotación y la connotación, permite ¡d texto fun­ cionar com o un ju ego, en el que cada sistema remite al otro según las necesidades de cierta ilusión. Pero ideológicam ente, este ju ego asegura ventajosamente al testo dásico cierta ino­ cencia: de ios dos sistemas, denotativo yconnotativo, lino se revuelve y se marca: el de la deno­ tación; la denotación no es el primer significado, pero aparenta serlo; bajo esta ilusión, no es finalmente más que la última de las connotaciones (la que parece, a la vez, fundar y clausurar la lectura), et m ito superior gracias al cual el texto aparenta regresar a la naturaleza del len­ guaje, al lenguaje com o naturaleza; una frase, sea cual sea eS sentido que libere, posterior­ m ente, ai parecer, a su enunciado, ¿no tiene el aire de d ecim os no sé qué cosa de simple, de literal, de primitivo: de verdadero, en relación con lo cual todo el resto (que viene después, por encima) es iiteratura? (Slmclumlement, l'existence de deux systémes réfiutés differents, ladénotation et ia cannolatioji, permet au texíe defonelionner comme mi jen, chaqué systéme renvoyant á l'tlliirr selan les besoins d'une ceríainc illusion. Idéolagiqucmmt enfm, cejen assure avimíageusement au leste dassique une czitahiz innoesnee: des deux systejnes, dénotatif et connotaiif l ’t m se t -:í o u t u ‘ et se marque: cehti de

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paz de subsum ir la clase de los leopardos bajo la clase de los tigres, o a la “per­ sona cruel y sanguinaria" entre los tigres, de u n a m anera que ninguno de los otros verbos considerados p u ed e lograr. Ser, llamary designar, p o r su parte, llevan, en cuanto vocablos de la lengua natural, a otros m odos de significar, diferentes de los de significar. C uando se usan e n el discurso ordinario, o com o ecuaciones sémicas, lo que interesa es sólo la relación del signo, visto com o nom bre, al objeto del m undo sen­ sible; se d iría que son verbos aptos p ara la denotación: el uso de ser corres­ p o n d e, cuando aparece en prim era instancia, a u n a actitud ante el signo en d o n d e éste se vuelve transparente en relación con su referente. El vocablo definido no tiene im portancia ni com o vocablo ni como elem ento de u n a lengua particular, puesto que lo que interesa es aquello a lo que refiere. Ser p red ica la identificación de los objetos, y form a parte de la totalidad de la lengua, vista sólo com o lenguaje del conocim iento, en d o n d e su composi­ ción — palabras, esquem as sintácticos— no tiene im portancia, puesto que lo que vale son solam ente las proposiciones o los discursos que se puedan hacer con ella acerca de u n a realidad o acerca del tem a que se desea cono­ cer. Se p u ed e afirm ar que la ecuación sém ica con .reres u n a ecuación carac­ terística de ia enciclopedia, es decir, dei catálogo de objetos del m undo, que interesan al conocim iento. Más que de “teoría del signo”, cuando la ecua­ ción sém ica se hace con .reren un diccionario hay que hablar d e “teoría de la referen cia”, en alguno de los m uchos sentidos que ésta tiene en filosofía. 5 e re n segunda instancia, p o r el contrario, corresponde a u n a actitud lingüística ante el signo, p o r la cual se lo concibe como objeto propio de conocim iento, tanto en su significante com o en su significado, y particu­ larm en te en cuanto a sus características formales, fonético-fonológicas, m orfológicas y sintácticas. A unque u n a concepción lingüística del signo no equivale, de todas m aneras, a u n a teoría del signo como tal, como se puede co m p ro b ar si se considera la tradición científica de la lingüística anglo­ am ericana, para la cual el signo es u n soporte m aterial de la referencia sola­ m en te, sin valor teórico, sino solam ente heurístico. Si ser predica la existencia y la identificación entre nom bre y objeto, y llamar establece 3a relación de nom bre a objeto que lo porta, designar des­ taca la biunivocidad de la relación en tre n o m b re y objeto para desbaratar cualquier posible im precisión o confusión en el uso del signo. En todos los la ácnotation; la dénotation n ’est ¡ms le premier sens, mais ella feint de lelre; sous cette ¡Ilusión, elle n 'est jinalement que la d e n iie re des connalalions (celle qui semble á lafoisfonder el clore la lectura), le mythe supérieur gráce auquel le texis fein t de retoumer á la nalure du langagt’, au langage comme uature: una phra.se, quclque sens qu 'die libere, postrneurmeut, jcmbk-l-il, á son énoncé, n'a-Hlle pas 1‘airde nous dire quelque chose de simple, de íiUeraí\ de primitifi d e v m i, par rapport á quoi tout le reste (qui vienl aprés, av-dessus) cst littvraiurs?}

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TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

casos, éstos son verbos que interesan a la ontología y a la lógica; llamar y designar parecen siem pre declarar su base arbitraria y convencional, por eso se usan diciendo que “se llama tigre a cualquier tipo de felino que...", com o si tigre, fuera u n p u ro soporte sonoro o gráfico de la referencia al objeto y, en su enunciación, fu era im plícita la im posición y la aceptación de u n a convención; “tigre designa al m am ífero carnívoro,., q u e ...”, a su vez, vuelve al m ensaje que porte el signo tigre u n mensaje unívoco y particularm ente denotativo, tam bién de carácter convencional. De ahí que llamar y designar senn verbos queridos a las term inologías científicas: “ciiasar designa a los objetos que parecen estrellas y em iten radiaciones” y no a otra cosa; "área de Broca se llama a la porción del hem isferio izquierdo del cerebro que se caracteriza p o r ...”. En cam bio, significar conlleva, com o señala el w3, “the te rm ’s full c o n te n t”, supone u n a teoría del signo en la que éste tiene realidad para los hablantes, in d ep en d ien tem en te de su probable existencia m aterial com o tren de im pulsos eléctricos en la corteza cerebral. Los cuatro verbos analizados, com o orientadores de modos de signifi­ cación, se relacionan en tre sí. Llamary designar im plican la predicación de id entidad que hace ser, pero p resu p o n en u n a idea precisa de la relación que se crea en tre u n signo (o, al m enos, u n soporte m aterial de la refe­ rencia) y el objeto referido. Significar, en cambio, presupone la predicación característica de sersl y perm ite tam bién com prender o, mejor, dar lugar, al m odo en que llamary designar o rien tan la significación del vocablo,

3, La

COMPLEJIDAD DE LA ECUACIÓN SÉMICA

Resulta entonces que el espacio en blanco que queda entre el vocablo o el lem a y la definición es un espacio ricam ente significativo. Quizá, como afir­ m a Rey-Debove, la lexicografía m od ern a ju eg a con él conscientem ente. Pero revisando los artículos lexicográficos de los diccionarios considerados, o de cualquier otro b u en diccionario m onolingüe, mas parece que es la propia com plejidad significativa de la predicación con que se responde la pregun­ ta acerca del significado de u n á' palabra, la que lleva la m ano del redactor del diccionario cuando escribe el texto de la definición. Quizá el m étodo lexicográfico adopte en el futuro la necesidad sistemáti■ ,|1 Y d e ahí que, com o o bserva W iegand (1983), significar y ser parezcan indistintos, pues “si se los torna com o una explicación de significado, de todos m odos caracterizan la cosa al mismo tiempo; si se los toma com o descripción de una cosa, de todos m odos explican el sig­ nificado al m ism o tiempo" {¡flhey are taksm as an expianation of meaning, they stili characierize the thing at the same time; i f Ifiey are ¡alten as a description oj a thing, they still explain the meaning ai the same time).

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ca de que el verbo que se utilice como ecuación sémica en el artículo lexico­ gráfico esté determ inado p o r la teoría del signo a que se acoja el diccionario m onolingüe. Sólo después de la aparición del trabajo de Rey-Debove (1969), algunos lexicógrafos h a n podido darse cuen ta de ello. La selección que haga un autor de diccionario rep ercu te inm ediatam ente sobre el sentido de su acto proposicional de respuesta acerca del significado de las palabras. Pero lo que hay que destacar en la teo ría del diccionario es que, tam ­ bién p o r su ecuación sémica, el diccionario m onolingüe m anifiesta u n a n u n ca bien apreciada com plejidad sem ántica, co rrespondiente a la rique­ za significativa de las lenguas naturales en su realidad histórica.

4 . LA NATURALEZA ORDINARIA DEL LENGUAJE DEL .ARTÍCULO LEXICOGRÁFICO

Este capítulo se ha construido a partir de la idea de que en el artículo lexi­ cográfico se establece u n a predicación de carácter sinoním ico entre el vo­ cablo de la en trad a y la definición lexicográfica, que produce un texto legible en lengua natural, en el cual el vocablo es el sujeto de u n a predica­ ción que realiza la definición. Tan es así, que la presencia de u n artículo definido o indefinido en la definición se h a venido considerando sistemá­ ticam ente com o p ru eb a p a ra explicar las diversas ecuaciones sémicas que p u e d en aparecer en los diccionarios m onolingües. De ios. cuatro verbos predicadores estudiados, el único que no requie­ re del artículo indefinido — como se vio antes, en el g 2.6.1.2— para que la oración definitoria sea gram atical es significar. “tigre [significa] m am ífero carnívoro “acaso [significa] tal vez Pero, como hace n o ta r Josette Rey-Debove, al construirse el artículo le­ xicográfico se p ro d u ce u n notable fen ó m en o gram atical: el vocablo que constituye la en trad a y el com plem ento que constituye la definición se nominalizan; es decir, p ierden la función gram atical que tienen en un discurso com ún. Así se ve en los ejem plos anteriores, en particular en el de acaso, y en el siguiente: “co rrer [significa] m overse con ra p id e z ... ” (dbem, 2), e n donde c o rrer y su definición no ü e n e n carácter de verbo y perífrasis ver­ bal respectivam ente, sino de sustantivo (el carácter no verbal del infinitivo en español) y de nom inalización del com plem ento.

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Para Rey-Debove tal fenóm eno es característico de la “m etalengua” en que se convierte todo discurso acerca de la lengua, como lo es ei dicciona­ rio. El verbo significar, p o r cuanto es un vocablo característico de la reflexión acerca de la lengua, es tam bién, p ara ella, u n signo m etalingüístico: form a parte de lo que llam a “la m etalengua de c o n te n id o ”, puesto que se ocupa sólo del significado y n o del signo en su totalidad. De m anera que, en su congruencia teórica, la ecuación sém ica con significar convierte tanto alvocabio de la en trad a com o a su definición lexicográfica en autónim os, que no p u ed en referir más que a sí mismos. La consecuencia de ello es que el autónim o tiene la p ropiedad, entonces, de que, si refiere a sí mismo, se nom inaliza, pues se convierte en “n o m b re de sí m ism o”: "/Palm significa ‘hijo del caballo’ / es imposible, ya que potro autónim o significa justam ente su propio signo, con el significado potro. La oración en la que / hijo del ca­ ballo / es autónim a es asem ántica. P or lo que u n o está obligado a adm itir el estatuto am biguo del com plem ento de /sig n ific a r/: autónim o sintáctica­ m en te y no autónim o sem ánticam ente”.32 Es decir, se crea la extraña para­ doja de que: si tigre y “m am ífero carnívoro...", potro e “hijo del caballo” son autónim os, tigre y potro sólo p o d rán significar tigre y potro, y “m am ífero car­ n ív o ro ...” e “hijo del caballo” sólo “mamífero carnívoro ..." e “hijo del caballo”, pues, como buenos autónim os, sólo se p u ed en significar a sí mismos, por lo que el artículo lexicográfico “tigre significa m am ífero carnívoro ... ”, aun­ que sea un texto gram aticalm ente bien form ado, debe considerarse ase­ mántico y, consecuentem ente, u n texto im posible. Se opera así una contradicción in tern a en el artículo, pues para ser gramatical tiene que vol­ verse asem ántico y p ara ser sem ántico tiene que volverse agram atical.33 C ualquier lector de diccionario, sin em bargo, no tiene ninguna dificul­ tad para com prender u n artículo com o el anterior, e incluso no po d rá seguir 32 Cf. Rey-Debove, 1969:124: /P ou lain signific pelil du dieval’/ esi impossibh, puisquc pcmlain mUanymesignijiejustement sanpmprzsigna, avectesigjiijicant poufain. LapfiTdStíou /pelitdu ch^ v a l/ est autonymc est (tséinantique. On est done obligó d'admettre le status ambigú du complémcnt de /significr/t Qutonyme syntactiquernent, et non mitonymü semantiquement. 33 Véase la nota anterior. Par ese motivo, en sus artículos de 1989b y 1991, Rey-Debove opta por considerar que la ecuación sém ica más adecuada para el diccionario m onolingüe es ser {etreY “El diccionario de íen gu a está en relación con una teoría semánúca de la designa­ ción y no de la significación: un X es un Y q u e ...t y n o : x significa M Y q u e ...” (metalingüístico y no verificablc) ” (1991:1). Como se vio antes, cuando la definición se Introduce con jercomo ecuación sémica^ la lengua vale por su transparencia para referir ai m undo — aún para refe­ rir M al referenciai”, con que Rey-Debove elude el problem a de la “cosa en sí”, sin aceptar la significación— y la relación característica de rercomo idenritaria se considera propia de lalengua-objeto y no de la “m etalengua”; el problem a de la autonim ia no se manifiesta, Pero enton­ ces» el texto del artículo lexicográfico no-es “m etalingüístico”, com o hace pensar Rey-Debove de acuerdo con su visión teórica.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA ECUACIÓN SÉMICA

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con facilidad el razonam iento que lo considera “asem ántico”, p o r lo que es necesario buscar un a m ejor explicación al h e ch o de la nom inalización, que sea adecuada a la lectura norm al de un artículo lexicográfico o a la com pren­ sión habitual de u n acto de respuesta acerca del significado de u n a pala­ bra. Para ello h ab rá que considerar, de nuevo, com o se hizo en el capítulo anterior, el efecto de la mención de la en trad a en el acto verbal de respues­ ta acerca d el significado de las palabras y en el artículo lexicográfico. Com o se decía en el capítulo III (§ 3.4), la mención puede co m p ren d er­ se como resultado de un acto particular: el que p o n e o dirige la atención del oyente al signo mismo com o hecho de reflexión lingüística. Siendo así, el acto reflexivo p o r el cual se resp o n d e una p re g u n ta acer­ ca del significado de u n a palabra tiene la peculiaridad de entresacar al sig­ no de u n contexto ordinario y som eterlo a u n estatuto particular: el de la m ostración d e sus características lingüísticas. Com o se vio en el capítulo ni, aun entre com unidades lingüísticas sin escritura, el acto verbal de la pre­ gunta acerca de la palabra form aliza la palabra que se busca en u n a “u n idad de cita”, com o la llam a Doris Bartholomew, que crea la abstracción llama­ d a vocablo p o r la lexicografía. El signo, p o r lo tanto, pierde su función gra­ matical ordinaria, ia cual q u eda suspendida. L a suspensión de su función gramatical n o es efecto de la ecuación. Es efecto de la ostensión que realiza el acto y, co n secuentem ente, ocurre tam bién cuando se hace la ecuación sémica con ser. Más tarde, al convertirse el vocablo de la en trada en sujeto de la respuesta, el signo tiene que aparecer, necesariam ente, como sustanti­ vo o en fu n ció n nom inal, sólo que sin el artículo que g eneralm ente requie­ re un signo en tal posición en u n a lengua com o la española, la francesa o la inglesa. La ausencia de artículo antes del vocablo de la en trad a será entonces efecto tam bién de la m ostración produ cid a p o r el acto verbal de respuesta: se p ro d u ce un tipo p articular de texto. Es la p ro p ied ad de sim etría de la equivalencia — m anifiesta en lexico­ grafía p o r el criterio de capacidad de sustitución de la entrada p o r su defi­ nición— la q u e confiere al com plem ento de la ecuación sémica la misma función gram atical que Ía del vocablo de la entrada: en ese texto, la entra­ da es nom in al y, consecuentem ente, el com plem ento es nom inal, p ero su capacidad de sustitución se conserva, precisam ente para que, al regresar el vocablo p reg u n tad o a su contexto de uso, recu p ere su función gram atical originaria. Esto quiere decir, en pocas palabras, que no se niega la pecu­ liaridad sintáctica del artículo lexicográfico con significar, sino solam ente su preten d id a autonim ia. H ab ría autonim ia si el artículo lexicográfico se leyera sin referen cia a la p re g u n ta y a la respuesta acerca del vocablo, que dan su razón de ser al artículo, y si la capacidad de sustitución que resulta de la ecuación sémica se ignorara. Pero entonces el texto del artículo lexi­

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cográfico, el texto del diccionario en su totalidad resultarían incom prensi­ bles, u n fenóm eno que sólo o cu rre p o r el artificio de m étodo que consiste en desarraigar u n texto de su realidad pragm ática. Los diccionarios, p o r el contrario, com o se h a venido insistiendo en este libro, sólo se com prenden en su especificidad social e histórica, en su origen instituido p o r los actos verbales con que se crea el consenso social.

V. EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA 0 . I n t r o d u c c ió n

El acto de respuesta acerca del significado de u n a palabra continúa, tras la m anifestación o la elisión de su ecuación sémica, con el resto de la pred i' cación que constituye su contenido proposicional. T radicionalm ente se ha llam ado definición1 esa parte del acto, y definición lexicográfica su elabo­ ración en el artículo lexicográfico, aun cuando, com o señala W iegand (1992; 220), el texto que se encu en tra a la derecha de la ecuación sémica es, “en 1 W iegand (!992;í225) juzga que no es adecuado llamar definición lexicográfica a la. “pará­ frasis" que ofrece una explicación del significada de un vocablo, a la que él enfoca com o "un elem en to tem áticam ente dirigido, que ofrece la paráfrasis de significado de un signo temá­ tico designativo" {an elcmentary lemmaticaily addresscd ítem giving the meaníng paraphmse for a designative lemma siga), porque no concuerda con ninguna concepción científica de la defi­ nición. A unque reconoce que se podría aceptar el término “sólo si el análisis em pírico del lenguaje ordinario de com unicación puede demostrar que los hablantes, por ejem plo, desig­ nan generalm ente com o definición explicaciones de palabras en diálogos que no contienen el vocablo que se ha de explicar” (only i f empiricaí analysis of everyday languaga communiattion can show that speakers, for histance, iisuatly desígnate as defijiitian word expianations in dialogs wltich du t í oí contain the word to be explained). W iegand elabora importantes distinciones de m étodo en todo lo que cabe bajo la designación de definición lexicográfica. Sin embargo, com o la práctica sf dem uestra que el hablanLe com ún habla de definición cuando pregunta o res' p o n d e acerca del significado de una palabra, y com o no se ve razón alguna en im poner a una práctica tan generalizada de definición la rigidez de las concepciones científicas (lógicas, filosóficas) acerca d e la definición, en este libro se seguirá hablando de definición lexico­ gráfica. Interesa com prender el fen óm en o, no legislarlo. Nótese también que esta teoría se adhiere a la propuesta de Rey-Debove, de hablar de "perífrasis" definitoria y no a la de Wie­ gand de considerarla “paráfrasis*, porque “la paráfrasis se aplica a un enunciado, mientras que ía perífrasis se aplica a un vocablo, en este caso, el vocablo-entrada. En seguida porque la paráfrasis se toma libertades con el contenido, mientras que la perífrasis constituye sim* p lem em e otra denominación" (Rey-Debove, 1971:192: la paraphrase s'appUqueá un énoncéí alors que la périphrasc s'applique d mot, en Voccurrence, le jnot-eniréE. Ensitilc parca que la paraphrase primd des libertes avec ls contenu, alors que la péripkrase constitue simplemente une autre denomination). Es decir, se habla de paráfrasis en relación con textos y no con palabras aisladas, y tie­ ne por objetivo aclararlos, en tanto que la definición lexicográfica reconstruye el significado dei vocablo, n o más y tampoco m enos, por lo que es más adecuado hablar en este caso de perífrasis. 167

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TEORÍA DEL DICCIONARJO MONOUNGÜE

el m ejor de los casos, u n definiens, es decir, la expresión definitoria que es solam ente u n a parte de la definición”.2 En este capítulo se explorará el carácter semántico de la definición de diccionario, como parte del fenóm eno complejo de significación que es el dic­ cionario m onolingüe.

1. E l

o r ig e n pr ag m átic o de la d e finic ió n

A unque no hay suficientes investigaciones de la m anera en que los hablan­ tes com unes de u n a len g u a elaboran sus propias definiciones,3 es claro que los actos de preg u n ta acerca del significado de las palabras desencadenan, al responderse, perífrasis definitorias. C asagrande y H ale (1967:167), p o r ejem plo, en u n o de los raros estudios sobre el tema, ofrecen una lista larga de “definiciones folk"4 de un hablante de pápago, una lengua am erindia de S onora (México) y A rizona (Estados U nidos), en la q u e dem uestran cómo su inform ante elabora sus definiciones con m étodos en gran m edida seme­ ja n te s a los establecidos p o r Robinson (1950). Igualm ente M artin Riegel (1990) basa su explicación de los actos verbales definitorios en la experien­ cia corriente de la definición hecha p o r hablantes com unes. No podría ser de o tro m odo: la ig norancia del significado de un vocablo, o el sentido que ad o p ta en cierto contexto, desencadenan el proceso reflexivo que da su origen al acto verbal de respuesta acerca del significado de u n a palabra. La definición, en consecuencia, se origina en la práctica verbal de los hablan­ tes de u n a lengua. Sobre esa base se h an venida elaborando las concepcio­ nes filosóficas y científicas de la definición, que son las que han term inado 2 Al test suck an uxpression £s a definiens, ie. the deftning exprcssion ruhich is onfy parí of the defi­ nitiva. Es decir, la definición, estrictamente hablando, com o quiere W iegand, es la construc­ ción com pleta “A sign ifica/es B". 3 El trabajo más interesante al respecto es el tle Martin Riegel (1990), con cuyo plantea­ m iento general coincide e! de esta teoría. Véase también Martin (1990), en donde explora cuatro procesos de definición por hablantes, de las palabras francesas abeille, afipartement, harangiiee ideología. 4 Tal parece que siem pre hay que calificar el usa ordinario de una lengua. En este caso, el adjetivo “folk" (com o en otros el prefijo “etna-”) destaca la diferencia entre ía idea cientí­ fica de la definición y la práctica de la definición entre los seres hum anos. En realidad, lo que hay que calificar es la definición científica o lexicográfica, que consisten en elaboraciones re­ flexionadas a partir de puntos de vista especíales acerca de esa actividad ordinaria de los seres hum anos. Menos m olesto es el calificativo de definición “natural”, aunque ya se ha podido ver, a lo largo de este trabajo, que no tiene nada de "natural". Robert Martin ( 1990:86-8'7) vuelve confuso este último término, al proponer que la “definición naeural" es “la definición d e objetos naturaSes" a la vez que la que formula cualquier hablante. Resulta a todas luces pre­ ferible hablar de "definición espontánea”.

EL CONTENtDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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p o r distanciarse de la definición que se p roduce en el m edio social de los hablantes de u n a lengua. Aquí no se tratará de im poner u n tipo de definición al otro. Los concep­ tos de definición elaborados p o r la filosofía en general tienen su papel, y la calidad de la definición que se construye con su guía es, consecuentem en­ te, m ejor que la de la definición espontáneam ente surgida de u n hablante. Lo que sí interesa aquí es recuperar la raíz pragm ática de la definición, com o base para co m p ren d er, p o r u n lado, p o r qué la definición lexicográfica tie­ ne validez p ara la com unidad lingüística y, por el otro, sobre qué realidad de la significación se formaliza.

1.1. El significado del vocablo Hay que distinguir al m enos dos tipos de acto de respuesta acerca del signi­ ficado de u n a palabra: p o r u n lado, aquel que se p ro d uce cuando u n a p er­ sona está relatando o exponiendo algo, y alguno de sus interlocutores lo in­ terrum pe p a ra pedirle u n a explicación del significado de u n vocablo en el discurso que acaba de oír. U na p reg u n ta sem ejante se habría podido p ro d u ­ cir en el lector de este libro al leer p o r prim era vez en este capítulo la pala­ bra perífrasis. A un cuando supiera su significado retórico y su significado en la gramática, p o d ría preg u n tar qué quiere decir específicam ente en u n a teo­ ría de la definición lexicográfica. El significado de la palabra está d eterm i­ n ad o claram ente p o r el contexto en que aparece y, en consecuencia, h ab rá u n a cantidad ilim itada de significados específicos de cada palabra, según la cantidad ilim itada de discursos que se produzcan con ella. Este h ech o es lo que lleva a m uchos lingüistas a sostener que es im posible dar la definición de u n vocablo en u n diccionario, p orque es imposible listar las variaciones de significado que se d a n en el habla real (cf. Gross, 1990:193). Pero p o r el o tro lado, tam bién es u n hecho que siem pre es posible, en cualquier com unidad lingüística, p reg u n tar p o r el significado de u n a pala­ b ra en aislamiento, com o es el caso del estudio de Casagrande y H ale (1967) antes m encionado. Ambos hechos p lan tean dos dificultades, cuya solución correspondería a u n a teoría de la sem ántica léxica y que aquí h ab rá que resolver, au n q u e sea de m an era reducida: la p rim era consiste en p reg u n ­ tarse qué es lo que posibilita la existencia de vocablos con un significado autónom o y relativam ente fijo en relación con la variación que p ro d u ce el uso de la lengua (que es el hecho q u e se revela claram ente en la existencia de los diccionarios). La segunda consiste en p reguntarse cómo es posible que un hablante sea capaz de co m p ren d er cada significado específico de u n vocablo en u n contexto d eterm inado, aun cuando ese significado n o coin­

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TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

cida o se separe del significado que tiene el vocablo en aislam iento (que es lo que se plantea a p artir d e la definición lexicográfica en los diccionarios).

1.2. La naturaleza semántica del vocablo

En el capítulo III (§ 1.2.1.) se sostuvo que el vocablo, desde el p u nto de -vis­ ta de su form a del co n ten id o , es la form a canónica del conjunto de pala­ bras que tienen u n m ismo lexem a y se form an a partir del mismo conjunto de paradigm as de m orfem as ligados al lexem a, que es lo que perm ite, p o r ejem plo, subsum ir todas las form as conjugadas de un verbo en su infini­ tivo, o todas las form as ñexivas o derivadas de u n sustantivo en su form a m asculina y singular (en español y en francés, por ejem plo). Se sostuvo tam bién, y se d ieron algunos ejem plos al respecto, que la facultad de abstraervocablos es u n a facultad universal, incluso entre hablantes de lenguas que n o tienen escritura (en el caso de que se suponga que es la escritura la que p erm ite u n a abstracción de esa clase). Si esa capacidad de abstracción es la que determ ina la form a del con­ tenido del vocablo, lo m ism o p u ed e p roponerse a propósito de su sustan­ cia del contenido. Y en ese caso, el tugar en d o n d e deb en poderse ob ten er pruebas y dem ostraciones em píricas de la capacidad de abstracción que da origen al significado del vocablo, ten d rá que ser el estudio de la m anera en que los seres hum anos ad q u ieren su lengua m aterna, puesto que esa capa­ cidad es u n fenóm eno del desarrollo d el conocim iento, estrecham ente li­ gado a las facultades perceptuales y cognoscitivas del ser hum ano.

1.3. La enseñanza de los estudios de adquisición de la lengua materna A pesar de ello y aun cuando la investigación contem poránea sobre la adquisi­ ción de la lengua m aterna se en cuentra en p lena efervescencia, su posición en la encrucijada entre la lingüística y la psicología, y su doble tendencia a operar con m étodos experim entales ajenos al planteam iento lingüístico y con preconcepciones provenientes del cientificismo positivista, no facilitan su en ten ­ dim iento con u n a concepción del lenguaje que, tras la enseñanza saussureana y la aportación de las teorías pragm áticas del acto verbal, supera las viejas con­ cepciones nom enclaturistas del signo, la infundada prim acía del “concepto” sobre ia palabra y el solipsismo del hablante aislado de la práctica social. En esas condiciones, la enseñanza que pued e ofrecer esa disciplina tiene todavía que entresacarse de diversos trabajos y n o parece dar lugar aún a u n a teoría coherente del m odo en que el ser hum ano se apropia de su lengua m aterna.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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Sin em bargo, se puede postular com o altam ente com probable que: 1) la expresión verbal form a parte de actos, en los cuales el niño pequeño no establece, inicialm ente, ninguna diferenciación en tre el acto mismo y su conten id o proposicional;3 es decir, que la sustancia del contenido de la expresión verbal a u n a edad tem prana no se puede disociar de las acciones verbales de las que form a parte, y su form a del contenido no perm ite ase­ g u rar la existencia de unidades lingüísticas como las de los adultos;6 2) la u n id a d palabra, com o entidad funcional, se construye como resultado de u n proceso de abstracción p o r ei cual se pasa, prim eram ente, de la m em o­ ria de las acciones verbales en las que se aprendió ia expresión verbal, a la form ación de u n esquem a de acto verbal — com o se propuso en el capítu­ lo II, § 3.2— que lo abstrae de su historia particular concreta; después, se disocia el acto verbal instituido de su contenido proposición al, lo que equi­ vale a n o ta r reflexivam ente, p o r prim era vez, la existencia del lenguaje y la 3 Según se p uede concluir deí esfuerzo de integración teórica de Seiler/W annenm acher (1983) y de algunos trabajos que se han orientado por la teoría pragmática del acto verbal, com o Bruner (1975). En una dirección semejante, véase Rojas (1994). f>De allí la discusión entre los especialistas acerca de si las primeras expresiones verbales de un niño son palabras aisladas o son oraciones sintetizadas bajo el aspecto de una, dos y tres palabras, etc. La discusión sólo podrá zanjarse si se considera que e] sentido de cada “palabra" del niño es diferente del significado que tiene en el habla adulta, pues, como señala Max Miller (1976:138): “en los significados de las oraciones de niños que se encuentran en una fase posterior de las expresiones de una sola palabra, y en los niveles de dos y tres palabras, se m anifiestan representaciones cognoscitivas de relaciones entre elem entos de situaciones de acción” {sich in den Satzbcdeutungmi des Kindzs in einerspñtcii Pitase derEinworiaujimtgcn und a u f der Stu/e der Zwri- und jDreiworlñuJJenigrn ele, kognitivs Repráseníationai von Eelaíionen zwischen El(h vienten von Handhingstiluaiimien manifesticreri). Es claro que los estudiosos de la adquisición de la lengua materna están entendiendo por “palabra" cualquier segm ento verbal em itido entre dos pausas del habla, pero también que esas ‘'palabras” no son, com o agrega Miller, sino el de­ sarrollo de una "esquematización cognoscitiva de los aspectos físicos y sociales del m undo del n iñ o [, que] presupone la adquisición de la inteligenciapráctica de la fase sensbmotora" {hognitiven Schümatisicrung der physikalischen und soziaien Aspehte der Weít des Kindcs [,daj¡} den Erwerb derpraktischen Intelligtmz der ¿ensomotarischen Phase voraussetzt) • Cuyo objetivo, agrega más tarde — citando a Roger Brown—-, es “ei éxito práctico [...]; la inteligencia sensomotora es acción, no pensamiento" ( pnüüischcrErfoIg /",*J ; sensainotorischeIntelligeiiz istHanddn, nicht Dcnhcn. Ibidem, 271), Así por ejem plo, en el estudio de Margit Frenk (1967:1.59) sobre polisemia y hominimia infantil, se demuestra que el niño estudiado aprendió la expresión plan cuando su madre lo sentó en sus rodillas y le expuso lo que iban a hacer ese día. El niño le dio el significada de “toda cosa que [se le] contara de una manera íntima*; sólo más tarde alcanzó el significado adulto d el vocablo. Lo mismo, por aquí vive entendía: i) el lugar en donde estaba norm almen­ te una cosa: “aquí vive la fruta”, decía al pasar por un mercado y 2) un lugar transitoriamente asociado con algo o con alguien: su hermana “vivía" en su clase de gimnasia. Así que la hipó­ tesis de que la expresión infantil de una especie de “palabra*1corresponde a una forma rela­ ciona! com pleja, determ inada por la totalidad del acto verbal, parece más probable que la de la existencia inicial de palabras aisladas.

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TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

realidad de la propia lengua; p o r últim o, el análisis de la form a del conteni­ do contribuye a identificar u n a sustancia del contenido en relación con el cam po referencia] que crea !a experiencia práctica del m undo del niño (lo que es u n proceso dialéctico: form a y sustancia del contenido contribuyen m utu am en te a identificarse consigo mismas);7 3) se form a un verdadero léxico m ediante sucesivos procesos de generalización y especialización del significado de las palabras; 4) se ap ren d e el m ecanism o d e abstracción de la diversidad de las palabras en sus form as canónicas v o c a b lo s (un proceso en el que la educación tiene el papel definitivo)Ty J ) continúa el proceso ilim itado de aprendizaje de vocablos a p artir de la experiencia social glo­ bal deí niñ o ,3 Con la precaución debida, p o r lo tanto, se puede postular que los pasos arriba descritos d eb en fu n d am en tar em píricam ente la existencia sem ánti­ ca del v o ca b lo a partir de la pragm ática del acto verbal,

1.4. La estabilidad del vocablo El m ecanism o de abstracción que p erm ite pasar de la m em oria de acciones verbales concretas a esquem as de acto específicos, definidos dialógicamen7 Cf. Frenk (19G7:159): la expresión pan “parece aplicarse en un principio al pan. Mes y m edia después de su aparición constatamos que [pa] designa además *sal\ ‘queso’, ‘ate’, 'plá­ tano'. En ese m om ento el m odelo — las palabras adultas sal, queso, etc., el sentido limitado de pan— parecen jsíc] no existir para el niño. U n mes después se abren nuevamente sus oídos, y encontram os [pa] limitado a 'pan’...". fl En este sentido considérese dos importantes suposiciones de Seiler y Wannenmaclier (1985:321); “Es importante notar que el proceso continuo por el cual se construyen los concepLos se puede rastrear hasta los esquemas sensomotores*. los conceptos se desarrollan m ediante las actividades reconstructivas del sujeto- [.«.] N os gustaría considerar dos suposi­ ciones acerca del proceso de desarrollo. Según ía primera, íos sujetos humanos representan inicialm ente los ob jetosylas condiciones del entorno m ediante sus acciones, y posteriormen­ te los interiorizan y.los reconstruyen, creando así las primeras estructuras cognoscitivas y las últimas del pensam iento operacionaL La segunda suposición se refiere a la aculturación social de los conceptos, Sostiene que el sujeto ajusta sus estructuras y operaciones lentamente a las compartidas socialm ente, por m edio de la asimilación y el acom odam iento al flujo de interac­ ciones continuas. Esta es una condición esencial de su comunicabilidad". {It is important to note that the continuous process by wkich concepts are construcíed can be traced back to sensorimotor schemes: concepts are devdopcd through the reconstmcting activities of the subjecL [ ...] We züauld lihe to consider tivo assumptions regardingthedcvehpmentalpTOcess. Accordingto thefirst, human subjeets inUially represent the objeets and conditions o f the environment through their actions, and ihercafter interioriza and reconsimct tfiem, thus crsating the carly cognitive stmetures and the later structurcs of operational thought. The second assutnptions concmts the social acculiuration of concepts. It maintains that the subject adjusts his structures and operatiow slowly to socially shared anes by means of assimilation and accomodation in a flow of continuous inleradions. This is an esseniial conditionfar their commuriicabiUty.)

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te p o r la práctica de la significación en tre el niño y los m ayores que lo ro ­ dean, y de allí a la disociación de sus contenidos proposicionales, continúa actuando al contrastar las expresiones verbales que ios m anifiestan con el cam po referencia! que se establece en el diálogo: si el niño llama “pan" a cualquier alim ento sólido, un mes después, durante el cual su m adre, al dar­ le queso le habla siem pre del queso, y al darle plátano le habla siem pre del plátano, y así lo hace con el resto de los alimentos que le proporciona, el niño logra distinguir verbalm ente el p a n del queso, del plátano, y de los demás alimentos. Las palabras pan, queso, plátano, etc., vienen a n o m brar ciertos ali­ m entos en el cam po específico de referencia en que se sitúa la interacción en tre el niño y su m adre. Es claro que ese campo referencial d a lugar ante todo a un m odo designativo de significación: el niño ap re n d e a nom brar sus alim entos. El p rim er significado q u e construye p ara u n a palabra es, en consecuencia, u n significado designadvo de u n a realidad experim entada. Pero supóngase — com o fue el caso real experim entado p o r este autor— que el niño , un poco mayor, p re g u n ta a su padre p o r qu é u n a nube tiene, en u n m om ento de la tarde, u n a orla dorada, y éste le responde que se debe a los rayos del sol que la ilum inan desde atrás. El niño busca palabras ya disociadas en su experiencia y concluye que, entonces, se trata de “una nube acalorada”. H a vuelto a significar u n fenóm eno de su experiencia de ma­ n e ra designativa; lo h a vuelto a nom brar; pero el p ad re sonríe con la metá­ fora. Parece ser, en consecuencia, la experiencia verbal del adulto educado la que distingue u n nuevo m odo de significación: la significación metafó­ rica o “figurada". Q uizá la fugaz sonrisa del padre, q u e deje u n a huella casi im perceptible en la m em oria de acciones verbales de! niño, más la falta de nuevas repeticiones de la expresión “n ube acalorada”, lleven al niño al abandon o de esa m etáfora como designación y, en consecuencia, a su olvi­ do. El niño se aproxim a a la lengua del adulto y sólo conserva, en prim era instancia, significados designativos de las palabras socialm ente establecidos, con los cuales p u e d e com unicarse p lenam ente con los dem ás. Su capaci­ dad m etafórica q u eda intacta, pues al fin y al cabo no es otra cosa que la capacidad para form ular sus experiencias m ediante su conocim iento prác­ tico de la lengua, p ero se verá cada vez más delim itada p o r su integración al habla adulta: es el léxico com o m em oria de acciones verbales socializadas lo que le p erm ite p articipar del consenso significativo de su com unidad; es el origen pragm ático de la significación del vocablo lo que le perm ite inde­ pendizarse relativam ente de ese consenso én otro m om ento y m odificar los significados de sus vocablos cada vez que necesite n o m b rar una experien­ cia inédita. De ah í lo atinado d e la observación de Seiler y W annenm acher, de que ese origen p articular de la palabra en cada h ablante no pierde n u n ­ ca su carácter individual, ligado a acciones concretas, por lo que la palabra

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conserva siempre u n cariz propio del individuo, que hay que tom ar en cuen­ ta en la teoría de la sem ántica.9 De m an era que la estabilidad, 3a relativa fijeza de la sustancia del con­ tenido del vocablo, hay que atribuirla a su proveniencia social: es ia dialéc­ tica entre las necesidades de significación del ser hum ano individual y sus necesidades d e com unicación con los m iem bros de su com unidad la que fija el significado del vocablo, con u n a estabilidad que, p o r naturaleza, no se rigidiza sino al contrario, está siem pre dispuesta a modificarse de acuer­ do con las necesidades de significación de cada hablante.1'1 De esta m anera, aunque los estudios de adquisición de la lengua m a­ tern a no perm itan todavía llegar a u n a teoría unitaria dei m odo en que se construyen las palabras y los vocablos, se p u ed e postular, con visos suficien­ tes de verificación, que la estabilidad o la relativa fijeza del significado del vocablo en aislam iento es p ro d u cto de la facultad hum ana de abstracción, de la m em oria de acciones verbales y su identificación en esquemas de acto, de la preem inencia del m odo designativo de la significación en la m a­ yor parte de los cam pos referenciales que se organizan en el habla diaria, y de la delim itación del sentido que ejerce el consenso social. Sólo así pu ed e explicarse que, com o lo dem uestran la observación de la definición espontánea de los hablantes, los pocos estudios asequibles al respecto y la existencia de los diccionarios, los vocablos tengan un significado — al m e­ nos—■relativam ente estable e in d ep en d ien te del significado específico que adquieran en cada discurso real.

2 . EL

sig n if ic a d o

“pr in c ip a l ”

Se h a venido h ablando d e “cam po referencia!" y de “m odo designativo de significación". Ambas expresiones significan lo que se entiende p o r ellas, 0 “Aunque los conceptos se aculturan y se vuelven com unicables m ediante palabras, no debem os perder de vista el hecho de que son construcciones fundam entalm ente idiosmeráticas, y se conservan así aun cuando su contenido y su estructura se aproximan a los significa' dos socíalrnente aceptados” {Atthough concepts become ac&dturated and cammunkublc by being mapped inío uiords, wü musí not lose sighl of thafact that they are fimdammtally idiosyncratic constmctiaiis, and rcmain so euen tahai Ihe contení and struriure of concepts approach sodally accepted meanings. Seiler/W annenm acher, 1983:322), Jt) Por eso resulta artificial y contraría a la realidad la visión logicista de la lengua natura!, que esperaría que ei significado, del vocablo refiriera siempre a uno y el m ismo objeto, para poder establecer ías condiciones de verdad de una proposición. N o en balde la lógica moderna se quiere un lenguaje cerrado y bien fundam entado. El error de algunos logicistas consiste, más bien, en quererle imputar a fa lengua natural una manera contraria a sti ser, o en querer que el lenguaje lógico diríja la investigación de los fen óm en os semánticos de la lengua natural.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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sin acudir a precisiones teóricas que, hasta el m om ento, no tienen. Pero ha llegado el m om ento en que se vuelve necesario detenerse en ellas, pues de­ term inan la concepción general del significado del vocablo y, en conse­ cuencia, la de 3a definición lexicográfica. C uando uno habla para com unicar algo a otra persona, es decir, con intervención de la poiesis destacada p o r B ühler (cf. capítulo II, § 2.1.1), lo hace siem pre en situación: tom a en cuenta de qué persona se trata, lo que sabe o sup o n e de ella, el ám bito en d onde se d ará su com unicación, las exi­ gencias del tema, el objetivo que persigue, etc. Esa situación acota u n campo de significación, es decir, u n campo en d onde lo que uno diga habrá de ten er sentido, y ofrece u n a prim era determ inación del objeto, del aconteci­ m iento, de las relaciones complejas que se establecen entre unos y otros. Eso quiere decir la expresión “cam po referencial", pues el objetivo es siem pre algo a lo que se refiere, y ese algo adquiere u n a singularidad determ inada p o r la situación en que se crea el campo. De esta form a, la referencia a algo q ue h ab rá de significarse m ediante la lengua n o es u n a relación fija y esta­ blecida de u n a vez para siem pre, ni m ucho m enos proveniente de los obje­ tos mismos, sino u n a relación pragmática, determ inada p o r la situación específica que crea el campo. La significación, es decir, el acto de d a r sentido a una referencia me­ diante la lengua natural, varía tam bién según el objetivo que se persiga. Es claro que, p o r ejemplo, en un trabajo como éste, la significación busca transm itir u n a concepción precisa de lo que es el diccionario m onolingüe como objeto lingüístico y, en consecuencia, el m odo en que se m anifiesta se rige p o r u n conjunto de requisitos provenientes de criterios científicos, entre los cuales el em pirism o, la argum entación m ediante datos y pruebas, y la discusión racional dan lugar a un m odo científico de significación, diferen­ te de otros a disposición del mismo individuo, pero en campos referenciales diferentes. Se p u ed e p ro p o n er que cada individuo de u n a sociedad determ inada tiene a su disposición varios m odos de significación, definidos p o r la perti­ nencia que tengan para cada acción com unicativa o estratégica en ias que participe. Pero, al com enzar a apropiarse de su lengua m aterna, el individuo no tiene esa pluralidad de modos a su disposición. Y más bien, el objetivo central de las acciones verbales en las que participa, o las que crean sus padres, es ante todo designativo: la lengua comienza a servir para nom brar algo. Como si se p u ed e ver en todos los estudios de adquisición de la lengua m aterna, los padres tienden siem pre a interpretar las em isiones verbales de sus niños com o designaciones de algo: pan para su alim ento o para designar su nece­

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sidad de él; mamá p ara su m adre; papá para su p ad re.11 De ahí que el m odo de significación privilegiado p o r la práctica social sea el designativo. Sólo más tarde, com o resultado del largo proceso de socialización del in­ dividuo, que lo educa y lo hace participar de la cultura de la com unidad, la gam a de modos de significación disponibles se amplía; se reconoce, por ejem­ plo, el m odo poético; se trabaja el m odo lógico, orientado al conocim ien­ to verificable; se despliegan otros m odos sociales, com o los “populares”, que orientan la significación de acuerdo con concepciones y valores tradicionales, com partidos p o r to d a la sociedad en cuanto “pueblo" y enfrentados con los cultivados, que van al d ía con la evolución de la cultura de la lengua y con las m odas que im p o n en , a los demás, los grupos sociales más educados. Pero no cabe d u d a de que, p o r su origen y su relación con la necesi­ dad prim aria de n o m b rar e identificar cosas y acciones, el m odo designati­ vo de la significación ocupa el p rim er lugar en la actividad verbal de los seres hum anos. De d o n d e el significado más estable de u n vocablo, el que se fija más tem p ran am en te en la m em oria léxica, es el designativo. Se lo p u ed e llam ar, p o r eso, significado principal, destacando el sentido del tér­ m ino que utiliza la tradición lexicográfica de O ccidente. Hay que considerarlo sólo “significado principal’’ porque no solam en­ te otros m odos de significación llegan a estabilizar otros significados para el mismo vocablo, sino po rq u e, com o se dijo antes, el mismo individuo o la co­ m un id ad p u ed en variar los significados de los vocablos según lo requieran los campos referenciales establecidos por sus acciones verbales. A la polisemia que se com prueba en la lengua— en el sentido saussureano— y se registra en el diccionario, se agrega la polisem ia creada por el habla. El significado principal, en consecuencia, es u n fenóm eno de la lengua, radicalm ente proveniente del consenso social. Si la tradición lexicográfica lo ha llam a­ do tam bién “significado recto", lo que destaca es el efecto designativo del m odo de significación q u e p red o m in a en la adquisición de la lengua.1' 11 La interpretación psicoanalítica del signo mamá en el inicio de la adquisición de la len­ gua sostiene que la designación no es d e ia madre como persona, sino de toda la relación afec­ tiva con ella, que incluye m uchos objetos^ muchas acciones-más. Lo mismo sucede con papá, un signo que com ienza a intervenir cuando el niño se da cuenta de que, más allá de su rela­ ción materna, hay un m undo exterior a ella, del cual el padre es su primer r-epresentante, pero jun to con él cualquier persona ajena a la relación materna. Véase ejemplos de) signifi­ cado de mamá y papá para niños m exicanos pequeños en “U na m edida de ia adquisición nor­ mal del léxico en los niños", de Elizabeth Heyns, Simposio de la Asociación Mexicana de Lingüísdca Aplicada sobre adquisición deHenguaje, 1983 (inédito), 12 En cambio, su designación tradicional también com o "literaí" supone una teoría del signo en que el m odo designativo se considera com o “verdadero" en relación con los objetos o las acciones a los que refiere, lo que a la vez manifiesta la dicotom ía aristotélica entre gra­ mática y reLÓrica: todo significado no literal-resulta “figurado". CF, supra, capítulo IV, § 2,6.2.

EL C O N TEN ID O P R O rO S IC lO N A L DEL ACTO: L A D E FIN IC IÓ N LEXICOGRÁFICA.

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De donde, a diferencia de fa idea que tradicionaim ente se repite desde hace siglos, de que el significado principal es el ú nico significado “verdade­ ro ” — en sentido ontológico— del vocablo y todos los dem ás — “secunda­ rios"— , que form an la polisem ia de la mayor p arte de los vocablos, son “figurados” o “connotativos”, el acercam iento pragm ático a la definición espontánea de los vocablos revela que aquél es “principa!” porque el m odo designativo de significación se establece filogenéticam ente antes que los otros m odos, p ero que tal establecim iento en el aprendizaje de la lengua m atern a no tiene n ad a que ver con la “verdad” ontológica de los objetos a los que significa, de donde el fen ó m en o global de la significación h a de verse m ejor com o efecto de diversos m odos de significación, determ inados p o r los cam pos referenciales que cree la situación práctica en la que se h ab la la lengua en cada m om ento determ inado. Se p u ed e concluir, entonces, que el significado que se construye social­ m ente, sobre la base del m odo designativo de significación, es el “signifi­ cado principal” del vocablo, y es este significado el que se m anifiesta en la definición esp o n tán ea de los hablantes. P ru eb a de ello es que, cuando u n o pide a u n a persona una explicación sobre alguna palabra en aislam iento, sin considerar un contexto específico en que haya aparecido, lo que obtiene es precisam ente ese “significado prin­ cipal” del vocablo, com o lo d em uestra la lista de “definiciones folk” de Casagrande y Hale (1967). (D esgraciadam ente esa lista presenta definiciones entresacadas p o r los investigadores del discurso definitorio de su inform an­ te, p o r lo q u e n o es posible saber si éste incluía casos de polisem ia y cómo o rd en ab a las acepciones a que d eb erían dar lugar.)

2.1, El carácter semántico del significado principal Se h a venido insistiendo en el carácter dialógico de la determ inación del significado que elabora el n iñ o cu an d o ap ren d e su lengua m aterna. F ren­ te a un objeto del m undo circundante o en la necesidad de dar a en te n d e r u n a observación sobre alguna acción experim entada, el niño —el ser hum a­ no — dispone d e sus órganos de la percepción y de los m edios in h eren tes a la especie p ara conocer lo que le interese. Desde sus prim eros días de vida ex trau terin a no sólo apren d e a reco n o cer el calor, el olor o la piei de su m adre, sino tam bién configuraciones y sonidos que le resultan diacríticos en el procesam iento y la apropiación de la inform ación que necesita. C uan­ do se trata de cosas, com o seres vivos, piedras y artefactos, de dim ensiones y orientaciones, de fenóm enos atmosféricos, etc., los objetos mismos o los

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fenóm enos experim entados tie n e n p ara él un relieve13 que guía su per­ cepción: Ja calidad acústica de los sonidos de la lengua, como se h a venido dem ostrando desde el trabajo p io n e ro de Rom án Jakobson, Kinderspmche, Aphasie und aügemeine Lautgesetze (1941); el tintineo de u n a botella o el rui­ do difuso y grave del ladrido de u n p e rro se u n en a la experiencia de la voz hum an a y del sonido mismo; la suavidad o la aspereza de un m aterial, lo dulce o lo am argo de u n alim ento, el esquem a del cuerpo, la disposición de los ojos en relación con la boca y la nariz en la cara de los seres vivos — em ­ pezando p o r su m adre— , son todos rasgos sobresalientes para la percep­ ción del ser hum ano. En todos esos casos, el individuo percibe características relevantes de los objetos o los fenóm enos que le interesan y esa percep­ ción, individual, guía la m an era en que define el significado de los vocablos con que, más tarde, aprenderá a nom brarlos. Lo mismo puede decirse cuan­ do se trata de acciones, cuyo relieve es m enos evidente, pero acerca de las cuales hay que supo n er que su p ercepción se elabora de m anera sem ejan­ te. A eso ap u n tan las sugerencias d el biólogo-m atem ático francés Rene T hom (1975:309-313) y del lingüista W olfgang W ildgen (1989:62-74) en sus trabajos basados en la “teo ría de las catástrofes”, así como el estudio de R. Brown en su libro A First Language: TkeEarly Stages (1973) sobre la for­ m ación del significado d el p retérito en verbos com o fa ll ‘caer’, drop ‘tirar’ o break ‘ro m p er’, que característicam ente ap rende u n niño en sus prim eros años de vida, y que tienen com o relieve en com ún el cambio de estado abrupto de alguna cosa (a p u dTaylor, 1989:243). Pero a la vez, la delim itación d e esos objetos y esas acciones, su reco­ nocim iento y diferenciación fre n te a otros, y su pertin en cia para la com u­ nidad están orientados p o r el h ab la de los mayores que dialogan con el niño, de quienes recibe el sentido social de sus acciones y el significado relativam ente definitivo que tienen sus palabras. En efecto, p a ra el niño que ap re n d e la palabra perro (o la form a que les transm ite, en su p rim er año de vida, el habla m aterna: guaguá en español, wauwau en alem án) en el cam po referencia! q u e establece su en cuentro reiterado con los perros — distinguidos, en u n a sociedad urbana contem ­ p o rán ea y occidental, com o p rim ero s seres vivientes ajenos a su fam ilia más cercana y a los hum anos que lo ro d e a n — ,H cualquier ser viviente y anim a­ d o será un perro , m ientras los m iem bros de su com unidad no lo induzcan 13 Lo que Rosch (1977:6) lluma saliency. 14 Se sabe de casos en que el niño usa p a o papá, en español, para nombrar un perro, con la consiguieníe ofensa del padre. Son prueba de que esta “exten sión ” o ,4sobregeneralizariónrt — como la llaman los especialistas en adquisición de la lengua materna— es *nás bien una sig­ nificación en un cam po referencia! muy reducido, en donde al principia basta con distinguir a la madre de todos los demás seres vivientes que lo rodean.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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a distinguir, p o r ejemplo, a los gatos o a los insectos. Probablem ente uno de los elem entos que más destacan los m iem bros adultos de la com unidad para p ro teg er a los niños de ciertos anim ales es “que com en" o “m u e rd e n ”. Así, para los pápagos, la serpiente de cascabel (kó?owi) es un anim ado peli­ groso, que m u erd e a la gen te;13 el alacrán o escorpión (náksal) es tam bién u n anim ado con cuernos y cola larga, que tiene un aguijón en su extrem o y m uerde o pica a la gente.16 El relieve perceptible, en estos casos — la figu­ ra serpenteante de la víbora, el gancho am enazador del alacrán— , deja su lugar a la p ertin en cia que les asigna la sociedad en la protección y la con­ servación de la vida. De esa form a se crean los significados m ediante los cuales la com u n idad lingüística se entiende. La cultura es, a fin de cuentas, la que acaba de conferirles su sentido estable. El significado principal de u n vocablo tiene, en consecuencia, dos di­ m ensiones igualm ente im portantes: la que crean las facultades de conoci­ m iento del ser hum ano y la que proviene de su aprendizaje en acciones comunicativas concretas, definidas p o r su com unidad lingüística. H an sido, p o r u n lado, la psicóloga E leanor Rosch y u n a p eq ueña lista de lingüistas iniciada p o r W illiam Labov, y, p o r el otro, el filósofo Hilar)’ Putnam , quie­ nes contem poráneam ente orientan la investigación de estos fenóm enos del conocim iento y de la significación, con la p ro p u esta de que el conocim ien­ to h u m ano elabora p ro to tip o s17 o estereotipos18 de los objetos de la reali­ dad, tanto en relación con sus facultades cognoscitivas como con la acción de la com unidad lingüística.

2.1.1. El prototipo La dim ensión perceptual-cognoscítíva del significado del vocablo h a sido, desde hace poco más de u n a década, el tem a de las investigaciones sobre la existencia del prototipo; aunque no se la h a concebido como investiga­ ción sem ántica en sentido estricto, sino ante todo como psicológica. El pro­ totipo se p u ed e e n te n d e r de dos m aneras: ya sea como un objeto singular d e la realidad, que el individuo ap rehende p rim ero y después lo configura como núcleo d e u n a categorización que organiza el reconocim iento de to­ 13 “That also goes around whích is dangerous; which biies p eop le” (Casagrande/H ale, 196'7:I70). 111 Ibidem. Casagrande y Hale no parecen notar que “goes around" (hig ?an :ip Poiraid?) es una expresión muy cercana a “animado (ingl. animated)"= dotado de movimiento. 17 Véase M ervií/R osch, 1981 y Taylor, 1989, que ofrece un panorama genera] de estas in­ vestigaciones y sus diferencias con los planteamientos estructuralistas (incluido Chomsky). 18 Cf. Putnam, 19v5 y Lara, 1990 y 1992a.

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dos los objetos singulares sem ejantes, o ya sea como “u n a representación esquem ática del n úcleo conceptual de u n a categoría” (Taylor, 1989:59), de origen no explicado, que se m anifiesta en cada caso particular de reconoci­ m iento de los objetos. Es decir, el p ro to tip o de una taza {ingl. cap) para los anglohablantes es u n a taza de café y n in g u n a otra, p o r lo que es la taza de café el núcleo m ism o de la categoría, alrededor del cual habrán de situarse el resto de los objetos taza (cup); o, p o r el contrario, como señala Taylor, la taza de café es solam ente el m ejor ejem plo de la configuración abstracta de la categoría taza.lB Si el prototipo es u n objeto singular, como dice Rey-Debove,20 la dificultad de su teorización consiste en que no se puede explicar et paso de la singularidad a la generalidad, específicam ente a lo genérico, que es la m anera en que se m anifiesta el significado de u n vocablo. Por el contrario, si el prototipo es un esquem a cognoscitivo, su generalidad es parte in h eren te del esquem a y la singularidad de los ejemplos que se ofrezcan de él deja de ser u n p roblem a central de su teorización. La principal dificultad para d eterm in ar qué clase de esquem a o confi­ guración es el pro to tip o reside en su carácter m ental o, si se la plantea radi­ calm ente, neurofisiológico. Y com o la investigación realizada hasta ahora no puede p e n e tra r hasta ese nivel — n o se sabe cómo existen los esquemas cognoscitivos en la m ente y, p o r el contrario, se sigue dependiendo de m e­ táforas visuales y de expresiones com o “concepto”, “configuración”, “ima­ gen m ental”, etc.— , n o queda otro cam ino que defender su valor em pírico solam ente a base de los argum entos que, desde hace más de sesenta años, h a venido ofreciendo la psicología de la gestalt, m ediante los cuales afirm a la existencia de configuraciones abstractas de diversas aprehensiones del “El prototipo se puede entender com o una representación esquemática del núcleo conceptual de una categoría. Desde este punto de vista, diríamos, no que una enúdad particu­ lar sea el prototipo, sin o que I d ejemplifica. D e las dos posibilidades, creo que h a y buenas razo­ nes para adoptar el punto de vista más abstracto.” ( The prototype can be understoud as a schemalk representation of the conceptual corr of fl categoiy. On this approach, me would say, not that a particular entity is the prototype, bul that il mstantiates the prototype. Of Ote tino possibilities, there are, I think, good reasons for adopting tlie more abstract approach.) (Taylor, 3989:59.) Mervis y Rosch también se inclinan por considerarlo una abstracción (1983:102-104), 2,1 En Rey Debove (1989:146-49) y en (1991:sin página): “La teoría de los prototipos pro­ pone entonces, para las categorías, un m odelo central que es un objeto singular ( u n p á j a r o ) y cuyos oíros objetas están más a menos alejados de él, considerados periféricos. Como el protoripo es singular, la teoría es entonces una teoría de la ejemplificación y la categoría se asi­ mila en consecuencia a un conjunto difuso que pierde mucha de su importancia” { L a th fu ria d e s p r o ta ly p e s p r o p o s e d o n e , p o u r les catégaries, u n m o d ele c e n tr a l (¡ni est u n o b jet s in g itlie r

(tiíi

o ise m i)

e t d o n t les n u tre s o b jets s o n t p l u s o u m o in s éla ig n és, e t d i ts p á ip h é r iq n e s . P u is q u e le p m lo iy p e est Ult , la tlícorie est d o n e u n e th éa rie d e l'e x e m p ü fic a tio n , et la catégorie est a l ó n a ssim ité e

a

im

jín g ii-

en sem b le

flan q u i p e r d b m u c o u p d e s o n im p o r ta n ce ). Esa posibilidad la reconoce también Taylor (1989:59). Véase también SLechow/Schepping (1988:15).

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m u n d o sensible, sobre las que descansa en b u e n a parte el conocim iento hum ano. Así que más que u n a “teoría”, la del prototipo es u n a b u en a hipó­ tesis que tendrá que seguirse com probando m ediante mejores experim entos y u n a m ejor com prensión de los procesos m entales del ser hum ano. Ello no obsta p ara creer, con Mervis, Rosch y Taylor, que son m ejores las razones que se p u ed en aducir p ara considerarlo u n esquem a cognoscitivo abs­ tracto, que las que se tendría que elaborar p ara solucionar los problem as que le plantea la singularidad de sus ejemplos, com o los señala Rey-Debove. U n papel determ in an te en las investigaciones del prototipo lo tienen precisam ente ios signos (visuales y lingüísticos) con que se reconocen y se n o m b ran sus ejemplos. Pues com o la investigación del prototipo es indi­ recta, se basa forzosam ente en la aplicación de cuestionarios y pruebas en los que, a la vez, se ofrecen dibujos y otra clase de configuraciones visuales para provocar respuestas de sus inform antes (el caso de ia taza de Labov), y se re­ curre a la lengua misma p ara explicar el objetivo de la p ru eb a y el prototi­ po que se busca (po r ejem plo, ia investigación de Rosch sobre el prototipo de los “m uebles” o el “m obiliario”, en que se p ed ía a doscientos estudiantes universitarios que escogieran entre los nom bres de sesenta objetos dom ésti­ cos cuál de ellos representaba m ejor la categoría “fu m itu re"). En cualquiera de los dos casos, los dibujos esquem áticos que se m uestren o la lengua con que se p reg u n ta y en la que se obtiene respuesta se vuelven representantes del prototipo. Com o tal representación es inevitable, pues se requiere u n vehículo que sirva com o señal de la existencia del prototipo, varios estudiosos confunden la configuración abstracta postulada con su designación o su representación gráfica. De ahí que, en el experim ento de Labov, el dibujo esquem ático de la taza de café incluyera el platito en que se deposita y se in terp re tara como parte dei prototipo. Así com o tam bién que robín ( moineau para los franceses, según Rey Debove, ¿gorrión p a ra los mexicanos?) sea el nom bre que prim e­ ro acuda a la m ente de los angloam ericanos al pensar en pájaros o, incluso, se distinga com o m ejor ejem plo de pájaros en un cuestionario visual, en do n d e aparezcan tam bién, p o r ejem plo, avestruces y pingüinos. Entonces, la dificultad que p lan tea la singularidad de los ejem plos del prototipo no es otra cosa que el efecto de la m anera en que se los investiga. Si el prototipo es u n esquem a abstracto, tiene una existencia in d ependiente de la vista o de la lengua en que se nom bra (aunque haya sido adquirido por la vista o con la ayuda de la lengua), y tiene tm carácter genérico que le perm ite al indivi­ duo identificar a todos los pájaros, a todos los recipientes, a todos los m ue­ bles, en in d ep en d en cia del pájaro, el recipiente o el m ueble a p artir de los cuales el individuo haya adquirido ios elem entos para form ar su propio esquem a. Q ue esos objetos singulares tengan cierto privilegio en la memoria,

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se pued e en ten d er de la misma m anera en que la adquisición de las palabras en situaciones concretas de habla dejan su huella particular en la m em oria sem ántica de cada individuo. Por lo que no se trataría forzosam ente, con ia hipótesis del prototipo, de privilegiar o de im poner los objetos singulares sobre las categorías genéricas. Los objetos singulares serían sólo los signos de los lenguajes de descripción que utilizan los experim entadores para cole­ gir la existencia de esa clase de fenóm enos cognoscitivos. El prototipo puede ser, p o r ello, u n fenóm eno cognoscitivo de naturaleza m ental (neurofisiológica) que, para todo efecto práctico, se debe considerar com o u n esquem a abstracto, diferente de la representación que se le dé en u n cuestionario o del nom bre que reciba en cada lengua particular; la singularidad de sus re­ presentaciones esquemáticas en u n cuestionario o de los signos con que res­ ponde u n inform ante es u n a cuestión de lenguaje.

2.1.2. Prototipo y significado La hipótesis de la existencia del p ro to tip o se refiere a la capacidad de cono­ cim iento del ser h u m an o com o especie y, además, supone que ei prototi­ po es un fenóm eno autónom o de los fenóm enos lingüísticos que, como se acaba de explicar, lo significan. Los experim entos que se realizan sin inter­ vención de la lengua, com o el reconocim iento de colores prototípicos o de esquem as geom étricos indican, en efecto, que el prototipo existe más allá de la lengua. Según Rosch, son las facultades cognoscitivas inherentes a la especie, ju n to con el relieve de los objetos mismos de conocim iento, los que p ro d u cen los prototipos. Pero tocaría de nuevo a los estudios de la m anera en que ios seres hu­ m anos ap renden su len g u a m atern a investigar, en u n ió n con la psicología del conocim iento, cóm o es el proceso de form ación de los prototipos. En las situaciones prácticas que postula el pensam iento pragm ático, en el que se basa este trabajo, hay que sup o n er que la lengua m atern a interviene de­ finiendo — es decir, comprendiendo y distinguiendo— los prototipos que, además de que resaltan los objetos al individuo p o r sus características propias, ad­ q uieren pertinencia p ara su com unidad lingüística. Considérese el caso de la aprehensión y la designación de los colores: en m uchas lenguas del m u n d o no hay palabras distintas p ara designar los que en español, francés, inglés, alem án, etc., se llam an azul y verde, bleu y vert, blue y green, o blau y griin. En com unidades lingüísticas que n o nom b ran esas distinciones, pare­ ce h ab er u n color prototípico “verde”, del cual su tono “azul” sólo se puede distinguir m ediante perífrasis. Es u n hecho que esas com unidades distin­ guen perceptualm ente el azul del cielo, del verde de las copas de los árbo-

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Ies; sólo que sus designaciones n o son correspondientes con las de las len­ guas occidentales m encionadas.21 La explicación que parece más ad ecuada a estas diferencias es que h a sido la com unidad lingüística la que, con sus palabras, term inó p o r definir los prototipos de los colores. Se p u ede e n to n ­ ces im aginar que, ante el relieve del “verde”, la com unidad eduque a sus hablantes ya sea haciéndolo focal y som etiendo la percepción del “azul” a ese foco, o ya sea separando longitudes de o n d a en dos focos “verd e” y “azul”. Eso im plica que, com o reconocen los investigadores del prototipo, haya u n a intervención de la com unidad lingüística en la designación de los p ro ­ totipos y, consecuentem ente, en su conform ación final. El prototipo se in­ volucra con el significado, que es precisam ente la sustancia del contenido del signo.

2.1.3. El estereotipo La hipótesis del prototipo explica la dim ensión cognoscitiva del significado en cada ser hu m an o , en cuanto especie. Y a pesar de que sus investigado­ res afirm an que el p rototipo tam bién “contiene u n a riqueza de detalles a veces ligados a la cu ltu ra”,25 esa o tra dim ensión, la que proviene de la socie­ dad y term ina p o r estabilizar el significado del vocablo, no h a sido suficien­ tem ente explorada p o r ellos. Ése es el p u n to de partida, en cambio, de la noción de estereotipo23 de Hilary P utnam (1975). A diferencia de la hipótesis del prototipo, la noción de estereotipo no proviene de la experim entación, sino de la reflexión filosófica. La preg u n ­ ta que se plantea Hilary Putnam , p ara decirlo de m anera sencilla es ¿qué es el significado de las palabras p ara u n a persona, que le perm ite entenderse con los dem ás au n qu e no tenga conocim ientos precisos y verificables de los objetos que designa m ediante ellas? Su preg u n ta se orienta a la discusión lógica acerca de la intensión y la extensión de los signos verbales y trata de Incluso hay diferencias dialectales en las lenguas occidentales, que revelan definicio­ nes ligeram ente diferentes de ciertos prototipos de los colores: lo que el español m exicano llama color café — com o eS de muchos zapatos, el de los troncos de las árboles— , el peninsu­ lar lo llama marrón. Para el español m exicano e! marrón es un tono particular del café, que se acerca al dom inio del rajo. La diferencia sólo se p uede explicar com o el corrimiento del color focal hacia un lado u otro de! espectro. ~ P m totypa contain a richncss o f sometimos culturaüy bound detail... (Taylor, 1989:42). 23 A unque Putnam la planteó com o resultado de una discusión de los conceptos de intensióii y extensión de !a lógica m oderna, especialm ente a partir de Camap (1956). Véase más ade­ lante, §§ 3.1.3.1 y ss.

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defen d er la idea de que el significado, tal com o se usa y como aparece defi­ nido en los diccionarios, Cieñe u n valor determ inante para la teoría de la sem ántica. Según Putnam , lo que com pone el significado de u n a palabra es el conjunto de características de los objetos que designa, que resultan “tí­ picas” para los m iem bros de u n a com unidad lingüística. Así, el oro es “típica­ m ente” amarillo, el agua es “típicam ente” transparente, inodora y sirve para beber, etc. Estas características n o solam ente provienen de la percepción fenom enológica de los seres hum anos, sino de su experiencia con los obje­ tos, una experiencia que form a parte del conocim iento social de esos objetos. Esta caracterización del significado com o estereotipo es tan cercana a la tradición de la sem ántica lingüística desde los prim eros años de la enseñan­ za del estructuralism o, que explica la resonancia que tuvo en tre los lingüis­ tas. No hay que olvidar que lingüistas com o W alther von W artburg, Kurt Baldinger, E ugenio Coseriu y m uchos más ju n to con ellos se veían precisa­ dos a distinguir lo que llam aban “conocim iento precientífico” de los obje­ tos com o aspecto central del significado, p a ra reconocerlo en su realidad com unicativa y distinguir sus características de las que posteriorm ente im puta el conocim iento enciclopédico (= científico) a los signos lingüísti­ cos,-' U n a necesidad de la m ism a clase q u e la de Putnam . Pero la relativa sim ultaneidad de la noción de Putnam con las investigaciones del prototi­ po, y su objetivo preciso de discusión de los conceptos de intensión y exten­ sión en lógica (que engloba u n a discusión con la sem ántica chomskyana en la versión que hace de e lla je rro ld Iíatz) le dieron a la noción del estereo­ tipo u n a relevancia que las ideas anteriores de la lingüística no pudieron alcanzar. El estereotipo de P utnam term ina p o r actualizar la idea de signifi­ cado de la sem ántica m oderna. Así es que el m érito de la noción de P utnam reside en la aproxim ación de u n a vieja idea de la sem ántica lingüística a la discusión filosófica con­ tem p o rán ea y de ahí a la sem ántica angloam ericana, tan refractaria a ideas que no provengan de sus estrechos circuitos de com unicación. Pero al des­ tacar el carácter “típico" de las propiedades de los objetos significados para cada m iem bro de la sociedad, P utnam destacó tam bién su valor social: son esas características del significado las que perm iten la inteligibilidad en el seno de la com unidad lingüística; son ellas las que preceden a posteriores definiciones científicas de los objetos significados. Para u n planteam iento pragm ática com o el que se sigue en esta teoría, ese últim o carácter del significado resulta im portante, pues coincide con ía idea m o to ra de que la inteligibilidad social que crea el consenso se basa en significados de los signos compartidos p o r todos los miembros de la sociedad. 24 C f. H a liig /W a r t b u r g , 1 9 5 2 : C o se r iu , 1 9 6 6 y B a ld in g e r , 1 9 7 7 .

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2.1.3.1. La naturaleza del estereotipo Para Putnam. u n estereotipo es u n a “teo ría” del objeto: “E n alguna form a con la palabra ‘tigre’ está asociada u n a teoría; no ¡a teoría actual de los ti­ gres, q u e es muy compleja, sino u n a teoría sobresim plificada que describe, p o r así decirla, el estereotipo del tigre. [...] Hay unos cuantos hechos acerca [...] d e l ‘tigre' [,..] tales que se puede com unicar el uso de [...] ‘tigre’ sim­ p lem en te com unicando esos hechos [...] y esto tiene el estado de u n a hi­ pótesis em pírica. [...] Si tal hipótesis es correcta, creo que entonces queda claro cuál es el p roblem a de la teoría del significado, in d ep endientem ente de si u n o escoge llam arla o no ‘teoría del significado’. La cuestión es explo­ ra r y explicar este fen ó m en o em pírico."25 Es decir, la “teoría" de un objeto com o el tigre es la com prensión que se transm ite de él m ediante el voca­ blo tigre; es el significado ordinario del vocablo. Esa com prensión tiene las siguientes características:

2.1.3.2, P ertin en cia social U n estereotipo n o es u n conjunto de propiedades fácticas del objeto, obte­ nidas en alguna form a directam ente de él mismo, sino u n a construcción elaborada por la sociedad en su m em oria de experiencias com partidas en relación con el objeto. Se pued e decir que es u n a especie de abstracción, en la cual ciertas características perceptibles del objeto no se tom an en cuenta y otras se destacan. Por ejem plo, hace años, la Academ ia Española (1956) definía perro com o “m am ífero dom éstico de la familia de los cáni­ dos, de tam año, form a y pelaje muy diversos, según las razas, pero siem pre con la cola de m e n o r longitud que las patas p o sterio res...”; dada la difi­ cultad de definir al p erro , que experim enta cualquier lexicógrafo, debido a que su caracterización física no es suficiente para distinguirlo de otros m am íferos domésticos, de cuatro patas, y al inconveniente de utilizar el ras­ go “que lad ra” p ara distinguirlo de ellos, pues entonces será im posible defi­ n ir ladrar sin crear u n círculo vicioso, se p u ed e suponer que la Academ ia Española buscó alguna característica que sirviera p ara diferenciarlo de otros ^ There is somehow associated with Ihe wurcí 'ligar' a theory; not the actual theory wc bdieve about tigürs, which is very camplex, but an oversimplifted theoty zuhkh describes ar so to spe.ah, /ígtfrsLereotypc There are afcxu faets about ‘tiger '[ ...} siich that ane can convey tlic use o f Víg^r' (¡y simply conveying those fa ets [ . . J this has the status o f an einpirical hypothe.sis [ ...} . I fth is hypolhesis is right, then [ thinlí it is ckar whai the pvübiem o f tfie theory of meaning is, irgnrdless of whether or noí one chooses to cali it ‘theory o f m eaning\ The question is to explore a n d explain this empiricalphenomenon (P u tn a m , 1 9 7 5 :1 4 8 ).

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m am íferos dom ésticos y ap aren tem en te no p u d o en co n trar otra que la re­ lación del tam año de su cola con el de sus patas posteriores. La definición dio lugar a u n sinnúm ero de censuras y burlas p o r parte de las sociedades hispánicas. Es probable que tal característica sea cierta, pero el erro r de la Academ ia consistió en no h a b e r tom ado en cuen ta el estereotipo del perro para la com unidad hispánica, en el cual el tam año de su cola, ni es pertinen­ te, ni sirve p a ra considerar perros, p o r ejem plo, a los boxers y los bulldogs. Esa definición contradecía el estereotipo com partido del perro y sorprendía a la com unidad lingüística con u n a característica que no era pertinente para ella. De ahí que u n estereotipo sea, an te todo, u n conjunto de caracterís­ ticas de los objetos, las acciones o las relaciones significadas con él que re­ sultan p ertin en tes p ara u n a com unidad lingüistica. El estereotipo no es resultado de u n a im putación arbitraría de características a u n objeto, sino de u n a selección significativa de sus características, definida p o r la inteligi­ bilidad social.

2.1.3.3, C orrección (o verdad) situada T an es así que se pueden e n co n trar en todas las lenguas estereotipos que son contradictorios con las características “reales” — es decir, definidas por el conocim iento científico— de los objetos. P o r ejem plo, todavía hoy, el pr y el drae d efin en la palabra estrella en su p rim era acepción com o “cada uno de los innum erables cuerpos que brillan en la bóveda celeste, a excepción del Sol y la L u n a ”. Para un m iem bro de las com unidades lingüísticas hispánica y francófona, !a distinción en tre el Sol, la L u n a y las estrellas es clara, como lo expresan sus diccionarios, a pesar de que la ciencia contem poránea sos­ tiene, no solam ente que el Sol es u n a estrella, sino además que es la estrella que m ejor se conoce; de ahí la observación de Putnam , de que no se puede p resu p o n er que “cualquier estereotipo particular sea correcto, o que la ma­ yoría de nuestros estereotipos sigan siendo correctos para siem pre. La obli­ g atoriedad lingüística no se supone que sea u n indicio de irrevisabilidad o aun de verdad”.20 En el ejem plo dado, los estereotipos de Sol y Luna se opo­ nen al de estrella: son ciertos p ara estas com unidades lingüísticas y m edian­ te ellos se com unican. P ero su corrección o su veracidad están atenidos a u n estadio específico del desarrollo social del significado. En el m om ento - B A n y p a r tic u la r stereotyjic sh ou ld be corrcct, or ih a t íhs m ajority o f ou r stereotypes rem ain corred

forever. Linguistic obligatoriness is not supposed to be an índex o f unrcvisability or eveti of truth (P u t­ n a m , 1 9 7 5 :2 5 6 ) .

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en que la sociedad modifica sus estereotipos, la corrección an terio r p ierde su vigencia.27

2.1.3.4. Valor norm ativo Incluso p u e d e suceder que un estereotipo ni siquiera esté form ado p o r características correspondientes a algún rasgo “real” del objeto, como es el caso de las anotaciones de los diccionarios acerca de Sa “crueldad sangui­ n aria ” del tigre, que se discutieron en el capítulo anterior. Gomo se decía allí, ni física n i etológicam ente p u ede considerarse cruel y sanguinario a un tigre; solam ente p u ed e m irárselo así desde u n a valoración estrictam ente h um ana, que le im p u ta com portam ientos morales como parte de su natu ­ raleza; pero estas im putaciones, p o r determ inar el estereotipo, tienen valor norm ativo (Putnam , 1975:251): al organizar la com prensión social del obje­ to, se im p o n en norm ativam ente a cada hablante, si quiere darse a en ten d er a los dem ás y si quiere en ten d er por qué, p o r ejem plo, a un general mexi­ cano de la g u erra de reform a, en el siglo XIX, se le p u do m otejar com o “el tigre de Santa Ju lia”.

2.2. El estereotipo en la definición lexicográfica

Considérese las definiciones de chat en el Dictionnaire Universel de Furetiére (1690): “Petit anim al dom estique qui miaule, qui est ennem i des souris. Le chat a les pattes, les dents, les yeux et la langue semblables au lio n ”; en el Dictionnaire fia n poís de Richelet (1680): “Animal tres connu, qui est ordin aire m e n t gris ou noir, gris et blanc, ou noir et blanc, qui a les yeux étíncelants, qui est fin, qui vit de souris et de toute sorte de chair; qui h ait les rats, les souris, les chiens, les aigles, les serpents et l’lierb e q u ’on appelle la rü e ”;28 y de gato en el Diccionario de Autoridades (1739): "7 N o sólo sucede de manera natural que se modifiquen los estereotipos de las objetas conform e cambie In com prensión soda! de ellos, sino que se puede actuar en una sociedad para cambiarlos. Es el caso de la aposición social contemporánea en ios Estados Unidos de América —y seguram ente en otras partes de! mundo— en contra del vocablo mongaliumo para designar personas afectadas del sm d rom ed e Down. Se trata de rom per la asociación entre el aspecto físico de esos desvalidos y el de ios m ongoles. Cf. Rufus H. Gouws, “The H andling o f Down Syndrome and Heiated Terms in M odera Dictionaries”, Dictionaries. Journal o f iheDictio■nary Soaety ofN orth America, 9 (1987), pp. 97-109. -a El ejem plo del gato proviene del trabajo de Alain Rey (1965), en donde cita las defi­ niciones aquí copiadas. En español: “Pequeño animal doméstico que maúlla, que es enem igo de los ratones. El gato tiene las patas, los dientes, los ojos y Sa lengua com o los del leó n ” (Fure-

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G A T O , I'.in. Aninul tlomértico ; y mui cono­ cido, que fe cna en las cafas j para lim piarlas de ratones y otras fabandijas. Tiene la cabexa reriondü , Jas orejas pequeñas , la bo ca grande y rafgada, el hocico adornado por un lado y o tra de unos bigotes a m odo de cer­ das : las m anas armadas de corvas y agudas uñas j el cuerpo ig u al, y la cola larga, fteluccnle los o jos en la obscuridad , como ítfu e ran d e fu e g o : y tie n d a lé n g u i can afpera, q u e lamiendo mucho en una parre , la defuelia y faca fangee. H áilos de varias colores*. E s tom ado del Latin o C *tu i3 que íignifica A ftuto y fa g a z ,L a r.fW /j.F r,L ,d e GuAN.Symb* p a r r . i . c a p . i * . § . i , L a s a itú c ía sy affechanzas que el ^.síaúcnij p ir a cazar y para hur­ tar , cada día las vem os. H u e íit. Plíu, lio . S, ca p .5 7 . Pues hem os tratado d é lo s ra to n e s, y d e todas las efp eciesd e e llo s , jufto es tra­ tar a h o ra de ia n aturaleza dei galaj fu cap ital enem igo* G a t o , Se llama mmbicti la p iel d e efte aftijtíil,aderezada y com puerta en form a d e talego ó zu rrón ,paí^i e ch ar y guard ar en ella el dine­ ro : y fe extiende i lign iñcar qualquier b o lfa ó ta leg o de dinero. L a t, Burj* ex pele catL C E n v ,K o v .j . p h s i 3 . En un g ra n d ísim o ga­ to d e reales que llevaba* A l f a s , fjarí.3. lib. i t cap* 5 *•C o n cito juntam ente me d ixo com o fe llam aba, donde v i v í a , e l eferteorio i qu é ma~ no citaba* y e l ¿ato ci\ qu e gaveta. £ GA-

Autoridades

GATA y GATO. L a tin e je lis. huitis íi'íis m asctttini gen cris. El gato es animal doméstico, que limpia la casa de ratones. D íxose de la palabra rafuj, que vale astuto» sagaz; dedünde se llamaron Catones aquellos roma­ nos, dichos assi por la prudencia y sagacidad del primero que tuvo este nombre, del quai no degeneraron sus decendientes. Hablandu Plinio, lib. 10 , cap. 73 , de la sagacidad del gato, dize; F eles, quo s ih n lio , quani levibus v estig iis, quam m u lto specu latu in m úscu­ lo s ejvüiunt? Al gato llamamos miz, del nom­ bre antiguo suyo m usió. San Isidoro, lib. 1 2 : M u sió appcllütuSj quod m urihus in jesiu s .rí/, him e v iá g u s catum a r a p ta ra v o ca t , aiii dicu n t quod captat, id e st v id e t. Ultra de la

dicha etimología, puede ser nombre grie­ go, de xTT^ir^cattes fe lis, felis, como buelve el Lexicón Griego, También puede ser de ori­ gen hebrea, del verbo í s n n , chataph, id est ra p ere fe stin a n ter cu m cclaritate, G lobas linguac S an ctae, lib. I, cap. to r circa jinem .

El gato es animal ligerissimo y raparissimoj que en un momento pone en cobro lo que halla a mal recaudo; y con ser tan ca­ sero jamás se domestica, porque no se dexa llevar de un lugar a otro si no es metiéndole por engaño en un costal, y aunque le lleven a otro lugar se buqíve, sin entender cómo pudo saber el camino. Él es de calidad y hechura del típre, y los gatos monteses son fieros y muy dañinos; de un aniño o mor­ dedura de un qato han muerto algunos, como lo testifica el epitafiio de un romano en Santa María del Pópulo, que dize a ss i: H o sp cs, discc n o v u m m o rtis genus. Im p ro b a feíis d u m trahifur D ig itu m m o rd e t s t intcrco.

Gatos llaman a ios ladrones rateros. Gatos los bolsones de dinero, porque se hazen de sus pellejos desolladas ente*ros sin abrir. Al rico avariento y mísero suelen llamar ata el gato. Gatos de agua, unas ratoneras que se ponen sobre librillos de agua, adon­ de caen los ratones y se ahogan. Echar el gato a las barbas, sacudir de si el peíigro y echarlo a otro. Estar como gatos y pe­ rros, no tener paz. N o ha¿er mal a un gato, ser pacífico y benigno. Vender el gato por liebre, engañar en ía mercade­ ría; tomado de los venteros, de los qualcs se sospecha que lo hazen a necesidad y echan un asno en adobo y la venden por ternera. Deve ser gracia, y para encarecer qyan tíranos y de poca conciencia son al­ gunos. Cobnrruvins

Conjunto de ejemplos núm. 1.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DLL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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Para los dos prim eros diccionarios, el gato com o objeto en sí mismo no es m ateria de definición. Para los dos es u n "animal dom éstico muy cono­ cido". En cambio, cada u n o de ellos ofrece características del gato que re ­ saltan a la com unidad: que maúlla. que es enem igo de los ratones — “y otras sabandijas”, dice la A cadem ia Española— , que se parece al león p o r su cuerpo y sus ojos brillantes. La definición lexicográfica del gato es, e n to n ­ ces, ante todo, el estereotipo del anim al, que tiene la sociedad francesa del siglo XVII. Lo mismo sucede con la definición del Diccionario de autoridades. Sólo que éste, obra del siglo xvra, im buido del espíritu científico de la Ilus­ tración, am plía la descripción del animal, a pesar de ser tan “conocido”. Lo que ofrecen los tres diccionarios son, entonces, las características típicas del anim al, es decir, aquellas que organizaban la com prensión social del gato. H ablar del gato era h ab lar de su función doméstica, com o cazador de rato­ nes y otras alimañas; era reconocer su voz característica y asom brarse p o r los colores de su piel, sus ojos brillantes y su lengua áspera. N ada se decía de su tam año, de la fo rm a detallada de su cuerpo, o de u n a clasificación zoológica —que será posterior— com o felino o com o carnívoro. Es decir, n in g u n o de los elem entos con que definían al gato p o d ría considerarse u n a p ro p ied a d m ediante la cual se lo p o d ría identificar inequívocam ente. En cam bio, el gato form aba parte de la experiencia social, y los vocablos gato y chat tenían significados que perm itían la com unicación de los hablantes de la com unidad.29 Las definiciones eran genéricas, no descripciones de gatos singulares, pero tam poco eran definiciones del objeto galo en sí, sino ele la concepción social del gato.30 La m ism a estereotípicidad p u ed e interpretarse en el ejem plo que se h a venido siguiendo com o hilo conductor de este libro:

tiere); “Animal muy conocido, que es ordinariamente gris o negro» gris y blanco, o negro y blanca, que tiene los ojos chispeantes, que es fino, que vive de ratones y de todo tipo de carne; que odia a las ratas, a los ratones, a los perros, a las águilas, a las serpientes y a la hierba lla­ mada m da"(Richelet). 2tJ Una prueba del valor social del estereotipo pueden constituirla las locuciones, los di­ chos o los refranes que sóío pueden explicarse a partir de él, com o en francés: Q uand k chat n pas lá, les souris danstnit^ á bou chat, bon rat o jo a er avee sa victime comr/if! un chat avec une souris; que en español son semejantes: ‘jugar al gato y al ratón", “llevarse com o perros y gatos", “cuando el gato no está, los ratones se ponen a bailar". 3n Véase también los com entarios paralelos de Anna Wierzbieka (1988) acerca de caí, horse, dog, etc.f en diccionarios ingleses*

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TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

TIGRE, f. m. Fiera velocifjim a de la figura del gato , aunque mucho m a y o r: las gariai de L c o n , los ojos am arillos, y centellantes, cola tarea: ias un as, y dientes agudil'sitnas, y la p ie l con. manetas de varias colotes. Es tomado del Latino 17 g r h ,ii,\e U d ii. Fn. L . de G ra n . Symb. p a rt.l. c a p .n . § .3. £1 tigre es vehemente, y corre-con grande ímpetu. T our. Phüof. lib .é .c a p .3. En aquella con­ dición tan de tigre m elló el amoE de los fu­ tio s , y letrados.

A utoridades

[TIGRE. Anima! bastantemente conocido, pues le hemos visto en el Buen Retiro de esta Corte entre otras muchas diferencias de fieras. Nace en las Indias y África. Es geroglifico de la voracidad porque come la cat;a o robo palpitante a enteros troqos y pedaqos, y tiene tanto aliento en su natural calor que digiere en breve espacio _de tiem­ po el huesso más sólido y basto y la más pesada presa, de donde los ganaderos pier­ den lo m ejor de sus rebaños si los apacien­ tan a donde estas fieras1 viven. D ije Solino que ay algunos tan grandes como cavallos y suelen rendir a un elefante, porque saltan ligeros sobre sus lomos, le abren y despe­ dazan con sus azeradas uñas ti garras y le quitan la vida. Temen el son de el parche y de las campanas, tanto, que si oyen en aprieto de no poder huir el cuerpo a los ecos, se buelven furiosos y se hazen pedaQQS con sus mismas garras. Es tamhién enemigo mortal de la consonancia y de la música, pues sucede desesperarse oyendo algún ins­ trumento como aduíe o f la < n > [ u lt a . T y m pani s o m t t i t g - r h o r r e s e it u t c o a m i t o m írab i l i t c r i n s a n ia ! v i i a ' r a q i t i ’ i p s a jkii jaede d i l a c c r c t , Piurio Vaíeriano, lib. II. Porgue tie­ ne esta fiera alterado el ánimo y el coraqón inquieto, de donde oyendo los ecos dél. el parche o adufe, que le despierta la altera­ ción y corage, le obligan a desatarse en fu­ rias y 3 darse muerte sangrienta y desespe­ rad;!. Siendo crecido y grande vs dificultoso el cagarle a los cachorrillos tiernos. Los ca­ can desta manera: Previénese el calador de cavallo ligero y de un globtj cristalino y, aviendo ojeado la tigre quando sale a la presa, entra entonces en la gruta y con toda ligereza le raba los hijos y monta a cavallo. Bol viendo la fiera con el robo y hallando menos a sus hijos, buelve a salir desalada, sigue al eaqador y éste, viéndola, dexa caer el cristalino globo, prosiguiendo en su ca­ rrera mientras la tigre cariñosa le da bueltas y acaricia su misma imagen que repre­ senta en pequeña forma el espejo, y_ el tiempo que pierde engañosamente divertida, gana en la huyda el caqador. | C obarru vias

Conjunto de ejemplos núm. 2.

EL CONTENIDO PROPOSiCIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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Los superlativos (“velocísimo, agudísim o”) son apreciaciones sociales del tigre. Muy probablem ente el tigre era u n anim al poco conocido para la sociedad española de la época, que lo relacionaría con tratados antiguos de zoología y con relatos de viajes p o r Asia o p o r A m érica (como p arece indicarlo el ar­ tículo corresp o n d ien te del C obarruvias). D e ahí que la definición académi­ ca le atribuyera “m anchas de varios co lo res” en la piel y que Cobarruvias se extendiera en las creencias contem poráneas acerca de él. Pero ya había un estereotipo del tigre, lo suficientem ente establecido com o p a ra que diera lu­ gar a m etáforas, com o la de la cita de Diego de Torres y Villarroel,31 inde­ p en d ien te m e n te de las características q u e hoy, educadas p o r la biología, las sociedades contem poráneas considerarán com o propias del tigre en si.

2.2.1. No estereotipiddad Pese a lo anterior, es frecuente e n c o n tra r definiciones de m uchos diccio­ narios m onolingües que no parecen guiarse p o r el reconocim iento del este­ reotipo (o del p ro to tip o que, com o se dijo antes, q u eda incluido en él).

2.2.1.1. Insuficiencia en relación con el

p r o to tip o

Es el caso de la definición de cara en varios diccionarios, de la que no es seguro que sus redactores se hayan g u iad o p o r el p ro to tip o si se tom a en cuenta el relieve perceptual que la psicología asegura e n c o n tra r en la dis­ posición de los ojos y la boca para id en tificar la cara, a lo cual esos diccio­ narios n o hacen n in g u n a referencia;33

55 N o es seguro que la cita provenga de u n a o b ra suya. E l ín d ic e de autores del Dicátma-

rio de autoridades n o es lo suficientem ente preciso.

3! CF. Geeraerts (11935:31) quien también piensa q u e pueden incorporarse ambos conceptas. 33 Se p o d ría pensar que el relieve de los ojos, la n a riz y la boca en re la c ió n con el p ro to ­ tip o de la cara quedaría re conocido, m ejor, en rostro o e n visage. Pero tam poco sucede así en esos artícu lo s lexicográ ficos del diue y del pr.

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TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

C A R A .fi £ El roflro, Ja parte anterior d e Ja ca­ beza del hom bre, quetomprehende defdc-l:L frentes' lapunra de te barba, Aid rete e n fa origen de la Lengua Cafteiíana,y Covarr. di­ cen viene del G riego Kara 3 que fígniíica Ca­ beza ó vértice. Lar. FácietsVuhut. E r .L , de G ra n . Trat. de la Orac. part* i . Jucv. p o rla mañana. V eo los hilas de fangte que gotean d clae a b éza , y defriendcn.pareíroftro> y •borran la hermofúra de cíTa Divina c Ri-* dad. Fl. Sanfl-'VId, de Chrifto. Mettí fu cara. entre las cfpinas de la Sagrada cabeza 5 junr* fu roftto con elioftcc* del Hijo» tifie l a « w con ia fangre del Hijo, y riega ia del Hijo con, fus Idgrymas. G itAc.M or, fol« 89. En la ríria afean mas las manchas ó verrugas, que en otra

c a ra s i l Parte delantera de la cabeza humana, desde la frente basta la barba, y parte equiva­ lente a ésía en la cabeza de los animales 2 Ex­ presión o aspecto que tiene o adquiere esta par­ te: tener buena a ma¡a cara, cara de sueño, cara de enojo, cara de pocos amigos 3 Aspecto o apa­ riencia de algo: "Las uvas tienen buena cara", "Un asunío con mala cora" 4 Parte delantera de algo, fachada 5 Superficie plana de algo: cara de un poliedro, cara de una moneda 6 Dar ¡a cara Responsabilizarse uno de algo, enfren­ tarse con algo o alguien que lo exija, DBEM

parte del cuerpo las grande* fcñáles.BocANG* í-yraf foJ.zy. Color el rojiroyjíjt colÁr, ojrcte, Ztfí?bai allí cjndidéz, aunque bai bhntúríiT T in la cara / Í M a lh a U N } . R e i a t t f á l a f a c e . V . F a c i a l. U n e f a c e l a r 3 c . p le in e , c a fp r é e . •< D a r ts 3a f a c e r a í c e , r o n d e , ro u g e * p l a q u e e d e r h e v e u x s o l e s ... » ( T q u l e t ) . — D é i a u r m r la f a c e . T o m b e r l a f a c e e n n tr e te r r e . —* P a p . ( in j .) F a c e líe r a l ! f a c e d ' a u f / — L e j c \ u e l e U e , ¡es o s d e l¿1 f a c e ' t t i a la ir e , m a x ilia i r e , p a l a t i n , p r d f r c n l a l , u n g u i s , \ o m s r - M u i r í e s p e a u c l e r s d e la f a c e , q u i d o n n e n t á la ph y * s ia n n m ie s a n e x p r e s s i a n . L e s b l e s i é j d e ¡a f a c e . O R c l ig . ( T . b i b li q u e ) Q u e r É t e r n e l t o u m e ser f a c e v ? n for. f u i > fo fn d e ¡a f a c e d e D i e u . O L o e . fig . C r a c h e r á l a f a c e d e q q n : lili m a n if e s lc r sa r i m é p r is . ií U n e t p i\ ¡ r a m m e q u e p l u s d ' u n e f e m m e j e t a i l d l a f a c e d e s ú n m a r í ¡> ( B a l z . ) . h m e ¡ d e h e r a i s á la f a c e le s s a l e s p r e u v e j q u e íh n 'e s q ti'u n e b o u r r i q u e m ( M a C O u l a n ) . — S e c a c h e r , s e v a ile r ¡a f a c e , é tr e h o r r if i é , d é ¡ ja ú i¿ { s o u v e n t ir á n .) . — ( 1 8 5 0 ; t p i d . d u c h i n á i s ) P e r o r e l a f a c e : p e r d r e s o n p r c s t i g c e n t o lé r a n t u n e a it e t n t e A s a n h o n n í u r , a s a d ¡ 3 n il¿ . i s i r t p u t a t i o n . S a u v e r la f a c e : a a u v e y a r d e r s o n p r t s t i g c . s o d i s n i l é , « iV o u i o v o n j m a n q u é n u t r e c a u p m u ú nrjtts p a u r r o n s p e u u é t r e i d u t e r ía f a c e » ( S a f v t r e ) . ♦ 2 a V x { C A ü j íj I , P a r t ie a iu é r ic u r c * 'i S ' / f r e n c o n i r e u n p a l a i s , 11 m ' í n d é p e l n t la f a c e » ( B o í l . ) . O M fíd . ( 1 0 3 2 ) C f i íó q u i p o r t e u n e f ig u r e ( m é d a i l l c , m o n n a i e ; o p p o i é il p i le ) . L a f a c e d 'u n e m é d a i tle , d 'u n e m o n n a i e . V . A v e i s , o b v e r s . J o u e r ii p i l e a u f a c e , — A p p o s . C a té f a c e : T ín d r o t i. ♦ 3 o R e ! ix . o u litié r . S u r f a c e . *' / / a p p a r a i t d e t e m p s e n l e r n p s s u r la f a c e d e ¡a ie r r e d e s h o m m e j r a r e j 1» ( L a B r ü Y .K « 0 « l é g i r c s r id e s s u r la f a c e d e l 'O c é a t t w ( C h a t e a u d . ) . ♦ 4 ° ( x i v ¡ . C h a e n n d e a c a t ¿ s d ' u n e c h o s e . C a n s i d é r e r u n a b je t j o u s t n u t r s s e s f a c e s . V . A n g lc * c o in , c ú t á , c o u íu r e { f a m , } . F a c e i n t e r n e , e x t e r n e d 'u n r e m p a r t. « U n e p e t U e g l n c c d e b a s a r , á t r o l i f a c e s !> ( R o m a in s ) . O G l o m . C h a c u n d e s p la n » q u i lim f t e m u n s o l i d e . L e s f a c e s d 'u n p r i i m e . O A n a l , l u í f a c e ¡ n ie r n e ( d ' u n a r 5 a n e l , q u i r c s ¿ r d e l'a k e d u c o r p a ( o p p o s é á H ic s c M c m c ) . L a f a c e I n t e r n e d e s c u ís s e s . — B o t . F a c e in f e r i e u r e , e x t e r n e p u d o r s a l e d e s f e u i l l e s ; la f a c e s u p é r t e u r e , in t e r n e u u v e n e r ó le , t 5 o F ig - A s p c c t s o u s I c q u d u n e c h o s c 3 c p r é s e n t e . V . A s p e c t , p h y s io n n n iie , Q u a tr e a n n é e J a r a i e n t s u f f i p o u r c h a n g e r la f a c e d e c e b o u r g >* ( B a l z . ) . — (A b s t r a il) C e tte q u e s tta n a p lu s ie u r s fa c e s . L e s c h a su s a n l b i e n c h an¡¡¿ d e f a c e . V . T a u /n u r e , 4 a : n u i w a r d a p p e n r a n c e o r a s p e c t : s c m b la n q e ( t h e w h o le v ill a j e p r e s e n ie d a ~ o f p la c id c o n t e n t m c n r ) s v u í b le o r a p p a r e n i S ta te o r e n n d it io n < hís r e p o n p u l a n e w — a tt t h e m alterk ; a ls o • a c u r s n r v o r s u p e r f ic ia l e x a m in a t in n o r i l s r c s u lt ( th is te z tim o n y is ía ls e o n t h e o f i t / < a o t h s ■~-r o í y c u r r e p e r t [ h a v e n o v a liü Q b jc c tio n l a r a » e ) 1) ; a n o u tw a i^ j p p p e a r a n c c o f di^n ílj* a r p r e s tia e o r o f f r e e d o tn f r o m a b j s h m c m . co n ^ f u s ió n , a n g e r , o r d is tr e s s ( t h o u c h h ? w¡i3 c b v i o ü s l y d is tr e s s e d h e p u t i h e b e s t — h e c o u ld o n th e m a it e r ) ; b t o a d l v : d i s o u i s íí. p r e te n se c i ASSXJtiANCE. c o n f i d e n c e ( m a i n la in in g a tirm — in s p it e o f a d v e r í i t y ) ; o jie n • iir a s h o r b o |d c o n d n e t o r o u iic j n k : E F F nnsT EaY ( h o u 1 a n y o n e c c u ld h o v e t h e d llo y in t’. ^¡> b c » |ip c r . i t l u e r , T ín c , c a \ i « d \ i m , a n d - a ih s r rectal» — j y n i b u l W h, >ce e l e m l n t m b lc ti t ih e h c ra ld tc m e ta l a r 2 £ (L) t g a ld c o in i ( 2^ í a EoSd p íccc b : k in n C Y , m c n w o : a m p n tc a í - y s i a n d a r d linktid djre cily t a Hie v a lú e a f (lie m e ta l c d ld ( E n g U n d w c p i o ff *-« v ,M .Y o u n a> 3 El : ih rc a d o r ía b r íc m u d e w h o lly fir p i r l l y n ( a c lc í b ; ¿ « o r a t i o n in 150!^ I c a f o n p o l d c o l o r í n iL n iN O ‘l a u v a ria b le c o lo r a v e r= c ¡n B y e llo w t> a lig h l o liv e b r o w u 5 ; s o it ic l liin y r u e m b l i n g ^ o t d ; f j p t i O m e th in g I r c a s u r s d a s t h e e s u n c e o r í i n c s i « e m p l i l i c a cion o f i » k i n d < t a k i n s b i t s ü ( t h i s a n d i h a l a n d i r a n s i t i u i i n a ih c m i t i l o c u lin a r y — — H a r o U S in c la ir) (a h e a r t o f -*•? 6 a : ih e f iild e d o r p o l d c n buU 's.iryc a i a n arc b tfry l a r c e l b ‘ a b i l o n A u ch a h u l v a - e y e í y a i i ' v e m a d e a J E O íd V ' \ n d ) * E ii/'- i:r r [ M U , i r . n ,] l a : m a d e o r cün> iíilin j! o r |¡ a ld < llie ¡¡k a m in c " - 1 b a n d r in |¡ — C a r s o n M c C u l l e n >

b t o í H\c í\e ra ld ic m e ta l o r % : bavtm * th s c a l o r o f pold ■ o o l u F n (fU JS tt a n d — chrysanlheT iium s — L ^ u i; Jlrom fii:Id> 3 a 1 o t, rcla 'iriB »o, u r p a y a b lc in c o ld c n 'm — sec G nL n aONO b : o í ú r r c la iín e lo a m o n c ta ry püld i la n d a r d 4 t a i o u iila n d in fi v n lu e, q n a líiy , d r c x c d k n c t: filie — t o n c í a f an a lp in e l»orn — NVllla C a ilie r ) fi t ? rl Calletl ( r. Itw d u r ln u tb c c o n s ir u c tio n n i Uti: P u n a m a c a n a l o l n a y m p s k illc j w b íte la h a r in u n id a tíd u n jU ille d c o lo ro d la b o r in s ilv e r] : o l o r f e r llie ivhilc p c rp u la liú n in Ihe P a n a m a C a n a l 7 a n e 3 g o ld V * \ n -5 t M £ woWí, Ir. O E , ir . l¡ o U ] 1 d ia l B r \t i p o t

MAainoui 2 ; con>f MAtiicauo

*E¡oíd utit eap, var 0/ n n u n t

W3 Conjunto de ejemplos núm. 7.

208

TEORÍA DEL DICCtONAIUO MONOUNGÜE

3 . 1 . 1 . D e l a e s e n c ia a l n o m b re

La definición aristotélica tiene com o consecuencia u n a clasificación de los objetos y u n a categorización en relación con otros, pero dada su orienta­ ción exclusiva hacia la búsqueda de las esencias, tal categorización no podía ser su objetivo, sino solam ente u n efecto del reconocim iento de la esencia.31 No haría falta señalar tam poco que 3a definición aristotélica no se conce­ bía com o u n conjunto de reglas p ara reconocer objetos de la misma clase, puesto que se trataba de u n a llegada: el reconocim iento de la esencia de u n objeto, y no de un p u n to de partida. Pero tam bién es un h ech o que, aun cuando la concepción aristotélica de la definición corresponde al reconocim iento exclusivo de la esencia de las cosas, u n a vez manifiesta, la definición se convierte en definición de to­ das las cosas pertenecientes a la misma clase. Pues cuando se h a definido la esencia de un objeto, su definición no sólo lo especifica en su singularidad, es decir, no tiene p o r único objetivo identificarlo puntualm ente (por ejemplo, cuando define al ser hum ano como ‘anim al racional’, no se lim ita a afirmar que la esencia de tal ser hum ano, de d onde partió el cuestionam iento —este h om bre, esta m ujer— , es la de ser u n anim al racional) sino que lo h a reconocido en el reino de las esencias que interesa a la metafísica y, por eso mismo, lo reconoce com o clase: todo ser hum an o es u n anim al racio­ nal: la clase de los seres hum an o s está form ada p o r todos los seres que sean animales racionales. Así es que p o r esa misma definición se h a categorizado al ser hu m an o , y las notas ‘an im al’ y ‘racional’ — género y diferencia— se convierten en condiciones necesarias y suficientes para incluir en la clase del ‘ser h u m an o ' a todo individuo que cum pla con ellas. De esta m anera la de­ finición aristotélica deja de ser el resultado final de la investigación de la esencia de los seres hum anos, p ara convertirse en un criterio de reconoci­ m iento de todo objeto que p u ed a llegar a reconocerse com o ser hum ano. Dicho de otro m odo: a p a rtir de ese m om ento, el signo ser humano se ofrece com o u n nom bre a disposición de u n designador, y la proposición definitoria se convierte en el listado de criterios m ediante los cuales el desig­ nador som ete a prueba el objeto que quiere conocer, para el cual se provee, como hipótesis, ese signo. ‘A nim al’ y ‘racional’ son condiciones necesarias 51 Por eso es pertinente la cita que hace García Maynez de L.S. St.ebbing, A Mmlem Inlroduaion to Logic (1933): "De acuerdo con la enseñanza clásica, la definición lo es de objetos, no de conceptas o palabras. ‘Se presupone — com o escribe Susan Stcbbing— que todo tiene una esencia determinada, y que hay una sola definición para cada objeto, a saber, la que expresa su esencia. Desde este punto de vista, la definición puede muy bien aparecer com o coronam iento de ia pesquisa científica. Las definiciones no deben ser arbitrarias en ningún sentido, y han de hallarse determinadas por la naturaleza de ias cosas’."

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO' LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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y suficientes p ara reco n o cer a u n ser hum ano, o p ara no m b rar ser humana a cierto individuo (cf. supra, capítulo IV, § 2.4). Esta últim a interpretación de la concepción aristotélica de la defini­ ción es la que p red o m in a hoy en día en el pensam iento de orientación científica. Y llega a la teoría general de la definición p o r dos caminos: de u n lado, p o r el de la filosofía de la ciencia y particularm ente por la lógica m oderna; del o tro p o r el de la lingüística estructural que, en este sentido, n o h a sido superada todavía p o r las principales corrientes contem poráneas de la lingüística. Pues ya desde K ant el sentido de la definición se h ab ía desplazado de la esencia de las cosas hacia su “co n cep to ”, es decir, hacia la idea que se form a en el intelecto acerca de alguna cosa, p o r lo que, com o señala Gar­ cía Maynez (1958:48), p a ra Kant “la finalidad del procedim iento definitorio no estriba en d ar cu en ta de la esencia de u n a cosa, sino e n señalar de m a­ n e ra adecuada y com pleta el contenido de u n concepto”. La explicitación del contenido del concepto sólo se logra m ediante u n lenguaje y, desde el m om ento en que es el lenguaje el que queda en el cen tro de la cuestión defm itoria, el interés de la definición vuelve a desplazarse, ahora del con­ cepto al signo: al n o m b re y a las proposiciones que se elaboren para dar cuenta de los conceptos. Se ha pasado, en consecuencia, de la definición de esencias a la definición, o bien de los “conceptos" o b ie n de la “referen­ cia” misma, bajo la suposición crucial d e que todo signo corresponde o debe co rresp o n d er biunívocam ente, en últim a instancia, a un objeto (cf. supra capítulo IV, § 2.5).

3.1,2. E l análisis del signo El enfoque lingüístico proviene de Saussure y de Trubetzkoy, por cuanto proced e de ellos dos la idea precursora de que u n signo sólo puede reco­ nocerse com o p arte de u n a estructura. Es decir, desde el m om ento en que u n lenguaje —u n a lengu a—1comenzó a concebirse com o u n todo estructu­ rado, del cual se deriva la singularidad de cada uno de sus signos, desde ese m om ento el estructuralism o “descubrió”, p o r así decirlo, que las notas definitorias de la teo ría aristotélica correspondían a sus “rasgos significativos m ínim os y p e rtin e n te s” o semas, y adoptó la definición aristotélica m odifi­ cando sus térm inos: la fórm ula del significado o semema iba encabezada p o r u n p rim e r rasgo, el clasema o marcador semántico—según la concepción: eu­ ro p ea o angloam ericana— correspondiente al género próximo, y la seguía u n a serie de semas equiparables a la diferencia específica, las propiedades y los acci­ dentes de la teoría aristotélica. La lingüística venía así a “develar” la natura­

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leza del significado en u n espíritu aristotélico. La herencia de Aristóteles no se concretaba a la teoría d e la definición de la esencia de los objetos; m anifiesta en los signos que la explicaban, sino que, adem ás, ayudaba a “descubrir” que la naturaleza del significado — y, en realidad, de las len­ guas— se p o d ía describir de la m ism a m anera. Así es que, tanto p o r la evolución de la filosofía como p o r la de la lin­ güística, el concepto aristotélico d e la definición h a conservado su vigen­ cia, aun cu an d o se haya deslizado desde la investigación de las esencias a la m anifestación verbal del concepto del objeto.

3.1.3. Signo y verdad Sólo cu an d o la definición se m ira com o proposición elaborada en un len­ guaje específico, relacionada d e m an era ontológica con el objeto definido, es cuando sus características p lan tean ag udam ente las dificultades filosó­ ficas de la relación del signo con el objeto definido: u n a vez que la p ro p o ­ sición defin ito ria se ex p o n e — concebida com o expresión en u n lengua­ j e —, te n d rá q u e justificar la veracidad con q u e cada un o de sus elem entos co rresponde a las prop ied ad es y las características “reales” del objeto d e­ finido.

3.1.3.1. In ten sió n y extensión La definición, en consecuencia, se concibe com o el establecim iento explí­ cito y riguroso de un a predicación verdadera a propósito deí objeto definido, no de su signo (cf. supra capítulo IV, § 2.6.2). Esa predicación no solamen­ te debe explicar su naturaleza, sino que adem ás debe ser válida para toda la clase de la cual sea m iem bro. Para cum plir con esos dos requisitos fiie para lo que R udolf Cam ap introdujo la distinción en tre intensión y extensión’, “eí concepto general de in­ tensión se p u ed e caracterizar b u rd am ente com o sigue...: la intensión de un predicado ‘Q ’ p ara u n hablante X es la condición general que debe cum­ plir cualquier objeto Ypara que X pueda adscribirle el predicado ‘Q ’" {1956: 242).52 La extensión de ese m ism o p redicado ‘Q ’, p o r su parte, está forma­ da p o r todos los objetos a ios que p uede ser adscrito. 52 May be charactenzed roughíy as fallows...: the intensión of a predícate for a speaker X is the general cnndition which mi object Y rnust fu ljill in onlerfor X lo be zviUing to ascríbe the pmtkaíe ‘Q to K Cf. también Kubczak, 1975:17-19.

EL CONTENIDO PROPOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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De acuerdo con ello, la extensión de u n térm ino — y con ella su vera­ cidad en relación con el objeto— es d ep en d ien te de la calidad de la defi­ nición intensional que, com o en el caso de la definición aristotélica, tendrá q u e esforzarse p o r en c o n tra r cuáles son las propiedades o las característi­ cas reales del objeto que se h a de definir; p ara C am ap, esas propiedades “no se conciben com o algo m enta], digam os imágenes o datos de los senti­ dos, sino como algo físico que tienen las cosas, un lado o u n aspecto o com ­ p o n e n te o carácter de las cosas" (1956:20).53 Ya se vio antes (cf. sup ra § 2.1.1), a propósito de la hipótesis de! pro­ totipo, cóm o ésta línea de investigación propone, con buenos resultados experim entales, que realm ente hay un relieve físico d e las cosas mismas, a p artir del cual se form a el esquem a gestaltista del objeto de conocim iento — lo cual la acerca a los planteam ientos de C am ap— pero, a diferencia de él, n o solam ente no soslaya el papel de los sentidos o de la m ente en el reco­ nocim iento de ese relieve, sino que lo destaca como la cuestión principal del conocim iento h u m a n o de las cosas. De todas m aneras, tanto la pro­ puesta de C am ap com o la hipótesis del prototipo su ponen com o una ne­ cesidad fundam ental u n conocim iento del objeto en sí que no dep en d a de la reflexión, del razonam iento o de la interpretación q u e hagan de él los seres hum anos. S upo n en que la definición de un objeto debe consistir única y exclusivamente de la m anifestación de las propiedades fácticas del objeto en sí.

3.1.3.2. Estereotipo y extensión A ctitudes científicas com o las de C arnap y otros filósofos, psicólogos y lin­ güistas qu e se ad hieren al pensam iento neopositivista, im plican, a la vez, un m enosprecio y u n a desconfianza de fondo del papel que tiene la lengua en el conocim iento. Se la ve com o la simple manifestación superficial de un a3 Are not msant as somelhing menlal, say imagss or sense-data, bul as somethingphysicnl thnl the (hings have, a side or aspect or ca?nporjenl or character o f the things. Hay que notar que no es clara la posición de Camup en relación con el papel que juegan los sentidas en el conocim iento de las cosas, pues aunque niegue, com o se vio antes, que la intensión provenga de los datos de ios senddos, propone de todas maneras que la investigación de ia intensión de un término con­ siste básicam ente de dos procedim ientos: el del escudio de la conducta de un hablante fren­ te u ciertos objetos, que tendrá com o resultado una lista de propiedades “reconocidas” por el hablante en el objeto, y lo que llama “m étodo del análisis de ia estructura” del organismo del hablante, m ediante el cual, en conocim iento profundo de su estructura fisiológica, se puede calcular a qué clase de estímulos reacciona y cómo. El papei de los sentidos y del conocim iento que producen cabría claramente en este segundo m étodo y, en consecuencia, su afirmación anterior se invalidaría.

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conocim iento que se gesta exclusivam ente en la relación en tre el cuerpo hum ano, visto com o estru ctu ra fisiológica, y las cosas en sí, p o r lo que nie­ gan la com plejidad de la significación y de los actos en que se produce. En esas condiciones, la d eterm inación de las propiedades intensionales de un objeto en fren ta obstáculos insuperables, q u e ellos mismos no han podido resolver. Pues u n a verdadera definición intensional de un objeto necesita asegurar que cada u no de sus elem entos corresponda biunívocam ente a cada u n a de las propiedades del objeto en sí. Los m étodos propuestos por Carnap p ara lograrlo (cf. supra, n. 51), tam poco garantizarían esa biunivocidad: el estudio de la co n d u cta de u n hablante frente al objeto no puede soslayar el hecho de que esa conducta n o se da en independencia de la raíz social del individuo, que es la que define el marco de la relación entre él m ism o y el objeto y, en consecuencia, el complejo de variables que intervienen en su conducta n o perm itiría identificar cuáles se relacionan con el objeto “en p u reza” y cuáles intervienen “interpretándolo"’ social­ m ente. No p u ed e soslayar, tam poco, q ue generalm ente interviene la len­ gua m aterna del sujeto en su com prensión del objeto —como se h a venido argum entando a lo largo de este capítulo— y que, p o r ello mismo, su dim ensión significativa transform a la m anifestación de su conducta. El “análisis de la estructura fisiológica” del individuo, en el estado actual del conocim iento científico del cu erp o h u m ano, tam poco ofrece datos preci­ sos acerca de la m anera en que se procesa ia inform ación p rocedente del objeto,a'! p o r lo que el resultado final sería u n a acum ulación de variables complejas, tanto del lado del objeto com o del lado del sujeto, que im pedi­ rían d eterm inar las necesarias parejas biunívocas. Ante esa especie de callejón sin salida em pírico y práctico a que con­ duce la concepción neopositivista de la relación entre la lengua y el m undo sensible, y las exigencias que tal relación im pone a la definición (aunque no se trate, necesariam ente, de la definición lexicográfica), 1a propuesta de Hilary P utnam de la noción de estereotipo, que se expuso en el § 2.1.3, viene a ofrecer u n a salida, valiosa tanto p a ra la filosofía, como p ara la lin­ güística y la lexicografía. Pues para él, el p rim er conocim iento que adquie­ re u n ser hum ano a p ropósito de u n objeto está constituido p o r un conjunto de “propiedades fenom enológicas" del objeto correspondientes, como se explicó antes, al p rototipo y a la com prensión del objeto que se ha form ado en la sociedad: ai estereotipo. E n tal caso, la definición de pro­ piedades del objeto es u n a definición estereotípica, de validez limitada, 54 Y cabe dudar que tal análisis basara, si en él n o se incluye precisamente la dimensión específica de la lengua, que hasta ahora sólo se concibe com o un misterioso flujo eléctrica en la corteza cerebral y otras capas y zonas más profundas del cerebro.

EL CONTENIDO PR0P05ICI0NAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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que o rie n ta la investigación del objeto p ero n o determ ina totalm ente ni su conocim iento “verdadero”, ni la clase extensional a la que p erten ece.65 Es p o r eso p o r lo que Putnam p ropone, en relación con la pareja con­ ceptual de C am ap (que fue el verdadero objetivo de la noción de estereotipo) , sustituir el concepto de intensión p o r el de estereotipo, y no h a ce r d ep en d er de e lla extensión del térm ino. La única delim itación posible de su extensión será asunto exclusivo de la ciencia (cf. Lara, 1992a:220~221). La p ropuesta de P utnam n o ha sido g eneralm ente aceptada. En com­ paración con la m ayoría de los filósofos de la ciencia, e incluso con varios conspicuos filósofos contem poráneos dedicados a la ontología, parece ser u n a propuesta, marginal. Para la teoría del diccionario m onolingúe, en cam­ bio. se ofrece com o u n a im portante aportación al estudio de su compleji­ dad sem ántica real.

3.2. La definición lexicográfica m oderna La definición lexicográfica n o ha podido m antenerse al m argen de la dis­ cusión filosófica. Su fundam ento en la inteligibilidad social que se gesta en el léxico co m parddo y, consecuentem ente, su com prom iso con los intere­ ses de conocim iento de la sociedad, la h a h ech o integrar a sus objetivos y a sus m étodos, a lo largo de los siglos, tanto las propuestas de las teorías de la definición com o, sobre todo, la m anera en que esas teorías conciben las cosas que h a n de definirse. Tal hecho ha tenido dos efectos: desde el punto de vista de los m étodos lexicográficos, el esfuerzo por fundam entarlos en las diversas teorías de la definición; desde el p u n to de vista de la definición misma, la adopción de la definición aristotélica com o m arco general de su discurso, com o principio de clasificación de los rasgos del significado en tér­ minos de “propiedades", y como fundam ento de su objetividad en relación, particularm ente, con los objetos naturales que define. De esa integración proviene “la m ezcla im pura del estudio de la lengua y de la descripción de las cosas, o más bien de los conceptos" que h a venido dándose en los dic­ cionarios m onolingües desde la segunda m itad del siglo xvm, com o lo seña­ la Alain Rey (1965:70).56 35 La lengua materna es, en este ííentido, uno de los mejores m edios para profundizar en el conocim iento de las cosas: el significado de un vocablo guía la com prensión d el objeto al definir su inteligibilidad. En este sentido, la afirmación de Bachelard (1948:87-98), de que la lengua es un “obsiáculo verbal" del conocim iento, m erece una corrección. 26 "Fue a Jo largo del siglo xviu, a través de las ediciones sucesivas de los jesuítas de Trevoux, que enriquecieron el texto de Furetiére, y sobre todo en la enciclopedia de Diderot y IVAJemberi, ‘diccionario razonado’, inspirado tanto en Bayle (enciclopedista puro) com o en

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Eso resulta bien claro cuando se com paran las definiciones de vocablos que ofrecían los prim eros diccionarios m onolingües de Occidente con las que se puede en c o n tra r en los diccionarios m odernos: las definiciones de tigre, tiger, gato, cat, chat, etc., constan ah o ra de u n a nota taxonóm ica científica (Jelix tigris, felix catus), tom ada de la zoología, de una categorización orientada p o r los criterios de la definición aristotélica (m am ífero, felino, carnívoro), de u n a descripción detallada de su cuerpo, de u n a breve caracterización etológica e incluso de u n a p eq u eñ a n o ta genealógica sobre su procedencia geográfica (cf. capítulo IV, conjunto de ejemplos 1 y en este capítulo, con­ ju n to s de ejem plos 1 y 2). C oncom itantem ente, se han venido perdiendo concepciones sociales de esos anim ales, de gran im portancia para la com ­ prensión de m etáforas y locuciones, p e ro que no tienen fundam ento en el conocim iento de la cosa en sí (cf. supra n. 29): así, que los gatos sean en e­ migos de los perros y de los ratones, que las zorras sean astutas y los burros tontos, que las salam andras vivan en el fuego, que los tigres sean sanguina­ rios, que el sol salga p o r el este y se p o n g a por el oeste, que el negro sea un color, etc., todo ello sentido social de las correspondientes palabras, forja­ d o en la tradición sin distinguir hechos de creencias, o mitos de realidades, tiende a desaparecer de la definición lexicográfica m oderna. Dicho de otra m anera: el diccionario m onolingüe m o derno tiende hacia la enciclopedia y ha puesto en lugar secundario el sentido de la lengua.

3.2.1. El compromiso de Putnam A eso hay que agregar la influencia de la lingüística m o d ern a sobre la lexi­ cografía. Convencida de que los rasgos significativos con los que elabora sus análisis sem ánticos no son efectos de m étodo, sino propiedades reales de la “com posición del significado" (cf. Lara, 1993, § 1.4 y n. 10), p ropone a los lexicógrafos que ajusten sus m étodos de definición a esa idea central del estructuralism o.1’7 Pero la influencia de la lingüística no sólo alcanza a la lexicografía. El mismo pensam iento filosófico acerca del lenguaje parece haber dado por buenas esas concepciones estructuralistas, en particular las provenientes de

Cliambers, cuando se hizo la mezcla impura del estudio de Sa lengua y de la descripción de ias cosas, o más b ien de las conceptos" ( C ’est au cmtrs du xvuf siédet a travers les éditions sttccesives des jésuites de l'revoux, (¡ui enríchhsent le iexte defuretiére, et surtout dans Véjicyclapédie de Diderot et D ’Alembert, “dictionnairv m isarm e”, inspiré (i la fa is deBayle (encydopédiste pur) et de Chamberst que ¿e fern le mélangü im pur de í elude de la langue et de la description des chases, ou plutót des conccpts). 57 P a r tic u la r m e n te U r ie l W c in r e ic h ( 1 9 6 0 ) .

EL CONTENIDO PROFOSICIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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la lingüística angloam ericana. P or lo que Putnam , p o r ejem plo, no pudo dejar de reco n o cer que, p o r un lado, la clasificación de los objetos natura­ les en térm inos aristotélicos es insoslayable y h a venido a form ar parte del significado contem poráneo de las palabras: lo m am ífero, felino y carnívoro de los gatos y los tigres es u n conocim iento socialm ente com partido que no proviene ni del p ro to tip o ni del estereotipo.58 P or el otro, que la lingüística chomslcyana (pero a través de K atz), que es su interlocutora más cercana, incorpora esa clasificación com o p arte de los rasgos del significado, aun­ que sea solam ente para pod er insertar la palabra en la cadena sintáctica, de acuerdo con los postulados iniciales de la gram ática generativo-transformacional. De m anera que Putnam term ina p o r restringir el valor de la noción de estereotipo p ara p o d er co m poner el significado de un vocablo m ediante u n a ordenación de marcadores sintácticos, marcadores semánticos y estereotipo (Putnam , 1975:269), que resulta más acorde con las concepciones lingüísti­ cas dom inantes. Así p o r ejem plo, water, agua, tiene como m arcadores sintác­ ticos ‘mass n o u n ’ (sustantivo no-contable), y ‘co n crete’ (‘concreto’); como m arcadores semánticos, ‘natural k in d ’ (‘clase natural’) y ‘liquid’ (‘líquido’); y los rasgos ‘colourless’, ‘tran sp aren t’, ‘tasteless’ y ‘thirst-quenching’ (‘inco­ lo ra ’, ‘tran sp aren te’, ‘insípida’ y ‘capaz de quitar la sed’) como elem entos del estereotipo. Su extensión, que proviene del conocim iento especializa­ do de la ciencia, es la que q u ed a sim bolizada m ediante la fórm ula quím ica HgO (Véase la valiosa discusión al respecto de Schwarze 1982). Si en este ejem plo n o es difícil aceptar que la fórm ula atóm ica del agua proviene ú n ica y exclusivam ente del conocim iento especializado y define unívoca­ m en te su extensión, cuando se trata de gato, tigre, y m uchos otros nom bres de objetos n aturales es difícil, si n o imposible, separar los m arcadores sem ánticos del conocim iento de la extensión, pues la realidad es que aqué­ llos provienen d e ésta. Es decir, m ás que a causa de la lingüística estructuralista, el modvo p o r el que hoy form an parte del significado de los vocablos los llam ados “m arcadores sem ánticos” es que el conocim iento especializa­ d o de la ciencia se h a socializado en cierta m edida: h a pasado a form ar p arte de la cultura. De d onde el com prom iso de Putnam viene a revelar la verdad era com plejidad del significado en las lenguas consideradas.

53 Es la inclusión de estas categorizaciones, de origen científico, el punto centnd de! ata­ que de las investigadores del prototipo en contra de la definición aristotélica. Las niegan, sin darse cuenta de que su existencia n o cuestiona la probable validez empírica del prototipo, ni que la negación que ellos hacen de la clasificación aristotélica n o la invalida, puesto que se trata de dos píanos totalm ente diferentes: el de la percepción y el de la categorización refle­ xiva (cf. Taylor, 1989:22 y ss.).

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3,2,2. Ciencia e inteligibilidad Tal conform ación caracteriza la definición lexicográfica actual, indepen­ dientem ente de la m an era e n que cada diccionario se oriente hacia u n a u o tra ecuación sémica. C uando la cultura h a preferido no darle im portancia a una teoría del signo, sino que solam ente lo concibe como soporte material de la referencia, el diccionario hace su ecuación sémica con ser (cf. capí­ tulo IV § 2.1) y tiende a elaborar su definición de acuerdo con los criterios de la filosofía de la ciencia, y a im p o n er el conocim iento de la extensión del térm ino sobre su significado socialm ente com partido: ei diccionario se convierte en enciclopedia o se inclina p o r ella. C uando la cultura asume u n a teoría del signo y desarrolla u n a reflexión acerca del significado, sus diccionarios p refieren sustanciar su ecuación sémica con significar (capítu­ lo IV, § 2.6) y tien d en a preferir el conocim iento social com partido sobre la descripción de la extensión del vocablo: el diccionario es u n diccionario de lengua. U na actitud enciclopédica radical, que tom ara en serio los postulados de las teorías neopositivistas de la definición, p o n d ría en peligro la inteli­ gibilidad social, que es el principal motivo de existencia de los diccionarios m onolingües. Pues u n diccionario que solam ente atendiera al conocim ien­ to objetivo científico de los objetos, a la extensión de los vocablos — con­ cebidos com o térm inos— que los vehiculan, y no a los estereotipos y a los criterios socializados de clasificación que organizan la com unicación, deja­ ría de tom ar en cuenta la naturaleza de la lengua y la em pobrecería a tal p u n to , que su p ro p ia organización caería pulverizada en u n conjunto inco­ nexo de térm inos, unos distintos, otros semejantes, cuyo p o d e r evocador y, p o r lo tanto, significativo, desaparecería. Cada vocablo sería u n térm ino cuyo significado (extensión) estaría determ inado p o r u n a teoría científica y, p o r lo tanto, la com unicación h u m an a y aun la científica, se vería seg­ m en tad a en u n cúm ulo de pequeños lenguajes teóricos inconm ensurables entre sí. En ese sentido se puede interp retar la afirmación de P utnam de que, si u n hablante ap ren d e la palabra electricidad, p o r ejem plo, y con ella su signi­ ficado estereotípico (que la define p o r sus m anifestaciones naturales, com o el rayo, y sus efectos, com o las chispas, la luz artificial, etc.), está en posesión de su significado, in d ep en d ien tem en te de la extensión que ten­ ga el térm ino: “Si cierto n ú m ero de hablantes usa la palabra electricidad p a ra referirse a la electricidad y, adem ás, dispone del tipo estándar de aso­ ciaciones con la palab ra — que se refiere a u n a m agnitud que se p u ede m over o fluir— entonces sugiero que la cuestión de si tiene 'el mismo sig­ nificado' en sus varios idiolectos sim plem ente no se plantea" (Putnam ,

EL CONTENIDO PROFOStCIONAL DEL ACTO: LA DEFINICIÓN LEXICOGRÁFICA

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1975:201).59 Com o ése es el caso, y p ara h ab lar de electricidad no hace falta conocer precisam ente las explicaciones científicas sobre la naturaleza de la electricidad, la inteligibilidad social q u e d a garantizada. El vocablo elec­ tricidad es u n “térm ino trans-teórico”, dice Pu tn am (1975:202), que va más allá de las determ inaciones particulares a u n a teoría de la extensión de u n térm in o y se convierte en u n a de las ventajas constitutivas d e la lengua natural. Es b ien claro que el papel de los diccionarios m onolingües consiste en proveer a su com unidad lingüística de ese conocim iento com partido del significado de sus palabras, p o r lo que las teorías científicas de la defini­ ción, a la m anera d e C am ap, no solam ente n o p ueden aplicarse en lexico­ grafía, sino que sobre todo fallan p orque no p u ed en dar cu enta de lo que efectivam ente son los significados de las palabras; dicho de otra m anera: com o teorías del significado de la lengua natural, son teorías falsas.

3.3. Más allá de los objetos naturales C om o se h a visto, las teorías de la definición se interesan únicam ente por n om bres de cosas, p ues sólo acerca de ellas p u ed en hacerse planteam ien­ tos ontológicos o metafssicos. L a realidad de las lenguas consiste, p o r el con­ trario, en la capacidad q u e ofrecen a sus hablantes de significar objetos que n o tienen u n a existencia real verificable, p ero que form an parte de su con­ cepción de la vida y del m undo, así com o de simbolizar ideas, acciones y relaciones cuya realidad no está previam ente dada en la naturaleza, sino que sólo se m anifiesta com o significación. Ejemplos de objetos que no tie­ n e n existencia real son los fantasmas, los dragones y las hadas; ejem plos de objetos, acciones y relaciones cuya existencia depende de su propia signifi­ cación son' los conceptos, la inflación o la dem ocracia; acciones com o dar, otorgar, donar, conceder y conferir; relaciones como las que determ inan las preposiciones y las conjunciones, etc. T odas estas entidades existen por­ que son palabras, y su significado n o es, de ninguna m anera, la etiqueta superficial de fenóm enos físicos que o c u rre n en in d ep en d en cia de la sig­ nificación hum ana, A propósito de ellas las com unidades lingüísticas ela­ b o ran conocim iento; las delim itan; las m atizan e incluso las tom an com o objetivos generales de su conducta o com o metas a las que dirigen sus esfuerzos históricos. r,:j J j a n u m b e r o fsp e a h e r s u s e th e w o r d 'ík c tr ic ity ' lo refer ¡o electrid ly, a n d , in a d d itio n , thcy h a v e the s ta n d a r d , s o r i o f a s m d a t io u s w i th th e w o r d — th a t il re fe rí to a m a g tiiíu d c w h id t c a n m o v e o r jlo m — t h m

1 su g g e st,

th e q a c s lim i o f w h e th e r it h a s 'the s a m e n t e a n in g ’ i n th e ir vtirious i d io k c ts s h n p ly d o c í n o t a n s a .

TEORÍA DEL DICCIONARIO MONOLINGÜE

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3 .3 .1 . Seres que no existen

P o rq u e el desarrollo de las culturas de O ccidente h a dado un valor central a la verificación física de los objetos que nom bran, los fantasmas, los d ra ­ gones y las hadas son seres inexistentes. Hoy en día ia distinción es tajante. C om párense las definiciones de dragón en el diccionario de Autoridades, e n el DRAE y en el w3:

D K A G O M . f. ;it. Serpiente de muchos anos, que can ci tiempo crece, y tiene un' cuerpo grande y gruelto. De ordinario le figtiran con pies y alas para^ditUnsuirle de l a fe rpicnic, y algunos Aurores dicen qaé can laedad las cna. Es ramada dclL itin rj Di'.ico, nit. M a ris . D e lc rip c .lib . i . cap. 1 3 . El D ra­ gón es un animal v en enólo, que llaman los Alárabes Taibin. A l d r e t . A ru ig .ü b .i.c ip .jí. Havia en Africa muchos dragona y terpíentes con aljs.

D ra g ó n 11 a u n o . Pez de baftantc cuerpo y tamaña, no mui ancho, y que igualmente va en diminución dcfdc ¡a cabeza halla la cola, y por encima de! lomo tiene una hilera de efpinas que fon mui .venenólas. Lar, DracoA u to rid a d e s d r a g ^ ü ll V d r a g s n , n -s CME dratjun, d ra sa u n , ir . O F i/k í^u h , J r n r o n , ir. L ú r a c o n c/racn se rp e n i. d rn g o n , Ir. ó ’k d r a k á tt s e r p e n t; afcin lo O E tiirh t brirchi. apjcTKííJ, n o b le . Ó H C t a m fit b rig lu , c lear, G o lli gaiarhjan 10 r r u r t . G k d e rk e n h a i id se c d c a r l y . lo a k a l. d ra k o i ey e, M Ir d e n cyc. S k i U arsaputt h e c au se s lo s e c , tiasic m u n iu g '. M ein g ] 1 a rchaic : a h u g e s e rp e n t 2 ; a fo b u Ja u s n u in u l fiene r j l l y re p re s e n te ^ a s a Tnonairous, w jn se d a n d scaly s e rp e n t o r ja u r ía n w jü i a c re sie d fic a d a n d c n íirm o u s c ís * « 3 a : íh e Irerald ra s e n 3a d ic re p r c ie n ta iio n o í a m ^ n s ie r w ith a BTílfín’3 h e a ú , a scaly w in n td b o d y wjiJi ío u r lcES-5 a n d cíaw s, a n d 4 InnB b a rb e d la il a n a lonG uc b o rn e .as a íh a r& c o r used as a a u p p o rie r b d ial ü r i t ; a p a p e r k ite o í d r a g ó n ío r m C í a b e n e íir e n t j u p e r n a tiir a l c rc a iu re m C lu n c sc myUiulOBy c o n n ec ie d w iih ra in a n d Ilo o d s 4 1 a v ic ie n !. corrib a ü v e . o r very s tfic i p e rsa n ¡ e sp i a w o m W th a í w a ic h ts lie r m y a n d v im la m ly a ^ r th e w cffars o f hut c h a /g e s < jcalous an d lo u c h y . b u l a very fa ith fu l o íd — w ilh th e f a m ily — N m ío Marsh.? 6 ; a n y o í several j r u o ii p o p u la rly assD ciaied w ith d ra ija n s:

a : GIICEK a

:

d r a g ó n - (Del lai. draco, -onjj, y este de) gr. SpáKiov.) m. Animni fabuloso a que se atribu­ ye figura d e serpiente muy corpulenta, con pies y alas, y d e extraña fiereza y voracidad- \\ 2.