Samadhi La Superconciencia Del Futuro

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SAMĀDHI LA SUPRACONCIENCIA DEL FUTURO

Por: MOUNI SADHU

VIVEKA CHUDAMANI de Shankaracharya Verso 37: «Yo te saludo, Oh Señor, lleno de compasión, Oh amigo de los que se inclinan ante ti. He caído en el océano del nacimiento y el renacimiento. Rescátame con tu mirada infalible que hace llover la ambrosía de la sinceridad y la misericordia.» Verso 38: «Protege de la muerte al que es calentado por el fuego rugiente y salvaje tan difícil de extinguir de la vida cambiante, al que es oprimido y abofeteado por las ráfagas de la desgracia, puesto que no conozco otro refugio.»

LUIS CARCAMO, editor San Raimundo, 58 MADRID-20 Título del original inglés SAMĀDHI © George Allen & Unwin Publishers Ltd. Primera edición 1962 Segunda impresión 1971 © Para la lengua española, Luis Cárcamo, editor Primera edición 1980 Traducido por Manuel Algora Corbí ISBN: 84-85.316-40-1 Depósito legal: M.20.111-1980 2

DEDICATORIA «A la Luz que ilumina a todo hombre que viene al Mundo.» Los versos insertos al comienzo de cada capítulo están tomados de Viveka Chudamani de Sri Shankaracharya (La Joya Cimera de la Sabiduría) traducido por Mohini M. Chatterji, 1898.

ÍNDICE Pág. PARTE I: PRELIMINARES Capítulo I: Definición de Samādhi y sus objetivos ......................................................................................... Capítulo II: Desarrollo de los sentidos sutiles y la supraconciencia en el hombre ..................................... Capítulo III: Teorías ocultas sobre los mundos superiores ............................................................................ Capítulo IV: Diferentes formas que envuelven al asiento de la conciencia en el hombre ......................... Capítulo V: La psicología moderna y sus métodos......................................................................................... Capítulo VI: Las dos vías que hay ante nosotros ............................................................................................ Capítulo VII: ¿Qué es lo que trae el éxtasis? .................................................................................................... PARTE II: EL UMBRAL Y LOS PRIMEROS PASOS Capítulo VIII: Justicia en acciones e intenciones ............................................................................................. Capítulo IX: La construcción del santuario interno ........................................................................................ Capítulo X: El mundo y el yo ............................................................................................................................. Capítulo XI: La fuerza interna que hay en nosotros ....................................................................................... Capítulo XII: La gran ley del sacrificio ............................................................................................................. Capítulo XIII: La ley de la transformación ....................................................................................................... Capítulo XIV: La ley del equilibrio en la conciencia ....................................................................................... PARTE III: EN RUTA Capítulo XV: Obstáculos internos y externos a la construcción .................................................................... Capítulo XVI: Derrotas y hundimientos ........................................................................................................... Capítulo XVII: El poder motivador de la esperanza ....................................................................................... Capítulo XVIII: Fuerzas hostiles en el sendero ................................................................................................ Capítulo X IX: El sol naciente del Samādhi ...................................................................................................... Capítulo XX: Descubrimiento y resurrección del principio eterno del hombre.......................................... Capítulo XXI: Las últimas advertencias en el sendero ................................................................................... PARTE IV: CONSECUCIÓN Capítulo XII: En el orbe de luz plena ................................................................................................................ Bibliografía ...........................................................................................................................................................

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PARTE I PRELIMINARES CAPÍTULO I – DEFINICIÓN DE SAMĀDHI Y SUS OBJETIVOS Verso 6: «Puede estudiar las escrituras, propiciar a los dioses (con sacrificios), realizar ceremonias religiosas u ofrecer devoción a los dioses, y sin embargo no alcanzará la salvación ni siquiera en la sucesión de un centenar de Brahama–yugas excepto por el conocimiento de la unión con el espíritu.» En la segunda mitad del siglo XX, la cuestión de los aspectos superiores de la conciencia del hombre, a menudo llamados simplemente la Supraconciencia, se está volviendo cada vez más urgente para la gente profundamente pensadora. Muchas obras han aparecido sobre el tema, y a partir de su popularidad puede juzgarse el interés conectado con él. Pero no es fácil encontrar un manual práctico que conduzca a concepciones claras y científicas sobre las diferentes formas de la Supraconciencia, que en Oriente es llamada Samādhi. Es todavía más difícil encontrar autores que no escriban meramente compilaciones de las obras clásicas de los Iniciados Indios, sino que hablen a partir de su propia experiencia de primera mano. Sólo esa experiencia puede convertirse en una verdad viviente para los estudiantes ansiosos y sinceros, que sienten un fuerte deseo de alcanzar las cumbres, sobre las cuales pueden encontrar muchos tratados incomparables en la literatura filosófica oriental, tales como los Vedas, los Upaṇiṣáds, las obras de Shankaracharya, Ashtavakra y finalmente del Gran Rishi moderno de la India – Ramana Maharshi. Para un hombre que cavila, no hay duda alguna de que la conciencia de los seres humanos está sujeta a una constante evolución. Nadie negará que incluso hace doscientos años el Yo del hombre era mucho más primitivo que en este siglo veinte, por no mencionarlas razas y tribus prehistóricas pertenecientes, digamos, a la Edad de Piedra, y así sucesivamente. A pesar del hecho de que la humanidad está pasando por la evolución de un tesoro interno, esto es la Auto–conciencia, no se sigue de ello que todos están progresando a la misma velocidad. En esta materia no hay, y nunca ha habido, una igualdad. Los senderos fueron siempre mostrados por los hijos más avanzados de los hombres, y el resto siguió, más o menos lentamente. No hay duda alguna de que si un Sócrates o un Pitágoras viviesen en nuestro propio tiempo, serían también reconocidos como sabios y hombres eminentes, al menos por aquellos cuyo criterio interno está lo suficientemente avanzado. Pero esto no significa que toda la gente que vivió en tiempo de Sócrates encontraría un reconocimiento y un respeto similares a causa de sus cualidades, que, para nosotros, pueden muy bien parecer algo limitadas y primitivas. E igual sucede con nuestro propio período: una poca gente madura lo suficiente para hallar nuevos senderos, como, por ejemplo, el que forma el tema de este libro, y que trata de las «nuevas» formas de conciencia en nosotros. Las masas todavía no están interesadas en éstas, prefiriendo usar los aspectos más materiales de la civilización, tales como lo último en el progreso técnico, con todos los inventos y artilugios acompañantes. Este libro, como los míos anteriores, no ha sido escrito con el fin de exponer como enseñanzas algunas «nuevas» teorías. Hay suficientes en existencia, que, si se siguen, llevan al aspirante al conocimiento individual de la Verdad y de su ser (y del de cualquiera). Aquí encontraréis consejo sobre cómo proceder en el Sendero, y cómo obtener experiencia de primera mano de eso que, hasta ahora, para la abrumadora mayoría de los humanos, sigue siendo sólo una nebulosa imagen de irrealidad. Mi objetivo aquí no es proporcionar conocimiento mental adicional, sino ayudar en el desarrollo de la conciencia superior, única que revela la última Verdad, que es la meta final de todo. Mencioné un «nuevo» tipo de conciencia, uno más amplio y brillante, en dos libros anteriores, que forman las partes primera y segunda de mi trilogía mística, que son respectivamente: En Días de Gran Paz y Concentración. Un estudio extenso de ambos de estos libros es necesario antes de que uno pueda intentar comenzar con la obra presente, que es el punto culminante para sus dos predecesoras.

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En Días de Gran Paz trata de las experiencias conducentes a la ampliación de la conciencia, mientras que Concentración da las explicaciones necesarias y las técnicas para el primer paso, esto es, el dominio de la propia mente. Este libro habla del objetivo último, la consecución de la Supraconciencia –el Samādhi– y de las vías que conducen a él. **** Como una definición principal, de acuerdo con la tradición oculta Oriental y Occidental, tenemos que hacer una distinción estricta entre dos clases de términos: 1. Visiones suprasensuales, Éxtasis, Apariciones, Evocaciones Mágicas, Sexto Sentido y Fenómenos Mesmerianos y Espiritistas, brevemente, todas esas cosas que conocemos a partir de los libros populares sobre temas ocultos, y; 2. La Verdadera Supraconciencia, independiente de todas las visiones y otras condiciones internas o externas en las que pueda encontrarse el hombre. Esta distinción entre términos es un axioma, dado a nosotros por los que saben. Estas dos clases de términos 1) y 2) serán bien entendidas cuando analicemos correctamente lo que son realmente todas estas visiones y éxtasis. En este libro requeriré como principalísima evidencia y autoridad para la filosofía espiritual de Oriente, las afirmaciones del último Gran Rishi de la India, Sri Ramana Maharshi (1879–1950). Esto es así porque él fue el más notable exponente contemporáneo del pensamiento filosófico indio, y porque vivió en nuestro propio período y fue capaz de adaptar, explicar y profundizar en ése pensamiento para nosotros. Puesto que ya existe considerable literatura sobre este gigante espiritual, me abstendré de dar muchos particulares sobre su biografía y enseñanzas, puesto que ambas pueden encontrarse fácilmente en otros libros sobre Sri Maharshi (ver también En Días de Gran Paz). Así que llamaremos a las antedichas ampliaciones de percepción (visiones, éxtasis, trances, clarividencia, clariaudiencia, mediumnidad, y demás), simplemente la agudización y desarrollo de los sentidos del hombre diferentes de los físicos, pero que, son todavía tan sólo una diferente clase de actividad de esos sentidos. Eso es lo que enseñó el Maharshi mismo. Consecuentemente vemos que en este caso no ha sido cambiado ningún principio, sólo la escala de percepciones se ha vuelto más amplia. En otras palabras, todavía permanece el viejo binario: Yo y No–Yo. En la filosofía oculta, los binarios no solucionados son conocidos como concepciones improductivas, que nos mantienen en la vieja ignorancia básica de la Verdad última del Ser. Por consiguiente, no podemos tener esperanza alguna en tal condición dualística. No importa cuán aparentemente sublime y bella pueda ser para nosotros la extensión de nuestros medios de conocimiento, cuando se dirigen hacia afuera, esto es, hacia el llamado No–Yo, siempre permanecerá la intacta relatividad, igual que la desagradable y amarga cuchara de pez, oculta al fondo de un barril de miel pura, que malogra el contenido, porque debemos inevitablemente alcanzarla. Por consiguiente, en la relatividad de que nos sumerjamos en mundos diferentes (no sólo el físico, desde luego, sino también en esos de materia más sutil, de los que hablaremos extensamente en el Capítulo III), no puede encontrarse nada que sea último, esto es una conciencia absoluta y no relativa, única que puede ser definida como verdadera «Supraconciencia». Confío en que todo esto explique suficientemente la primera clase de términos dada previamente en 1). Al mismo tiempo, la segunda se vuelve ahora justificada y entendible, y con ella toda la concepción de Samādhi. Rechazaremos el uso de esta expresión para todos los fenómenos de 1), que algunos exponentes insuficientemente instruidos llaman las «clases inferiores de Samādhi». Desde nuestro punto de vista sólo hay un Samādhi, sin relación alguna con los mundos manifestados, y por consiguiente es independiente, por encima y más allá de todo tiempo y espacio, y la Realidad última, absoluta e incambiable, nuestra herencia final y descanso eterno. Puede ser aconsejable aquí acotar dos importantes afirmaciones del Maharshi, quien, en su manera usualmente concisa y directa, dice: a) Sólo el Samādhi puede revelar la verdad.

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b) En el Samādhi sólo está el sentimiento de Yo–Yo, sin pensamiento alguno. La primera afirmación a) no necesita de ninguna aclaración posterior ahora que hemos analizado la primera clase de términos; pero la segunda afirmación b) es evidentemente un esfuerzo por expresar en el lenguaje y la terminología de la mente, lo que realmente no puede ser interpretado con ninguna palabra. Incluso bajo tal dificultad este dicho del Sabio Maharshi tiene un carácter altamente instructivo y práctico, pues es una respuesta directa a la pregunta: «¿Qué es lo que hay en el Samādhi, cuando el hombre está en ese estado de conciencia?» Evidentemente, es la Unicidad básica y gloriosa, sin ninguna otra dualidad. Sólo está el Yo, o el Yo soy, que no admiten ni palabras ni pensamientos. Incidentalmente, ese Yo soy el que soy es una definición del Ser Supremo (Esencia), tal como nos es dada en el Antiguo Testamento. El Maharshi subrayó este hecho más de una vez. El objetivo a alcanzar a través de la consecución del Samādhi es entrar en un estado de pura consciencia, en el que no hay ni sujeto ni objeto. No hay necesidad de señalar que un estado así se halla mucho más allá de todas las encarnaciones, esto es la vida en formas; realmente trasciende todos los cuerpos, limitaciones y condiciones, en el que no hay ni sujeto ni objeto, como dijimos previamente. Se admite que no es fácil ni siquiera imaginar tales alturas a través de nuestros esfuerzos mentales; pero esto es natural y lógico. En el Samādhi la mente es dejada mucho más abajo, como un instrumento de conciencia, y con ella se desprenden todos los sentimientos y pensamientos, que están ausentes en ese sublime estado. Todos los cambios cesan también. Sólo queda la Paz que no puede ser perturbada por cosa alguna. Esta es la paz, que sobrepasa todo entendimiento humano (mente). Y sin embargo, incluso ahora, hay almas sobre esta Tierra que han alcanzado esa Paz, y también otras que están todavía esforzándose por alcanzarla. Ellas entenderán plenamente el significado de este capítulo.

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CAPÍTULO II – DESARROLLO DE LOS SENTIDOS SUTILES Y LA SUPRACONCIENCIA EN EL HOMBRE Verso 8: «Por lo tanto el hombre sabio lucha por su salvación, habiendo renunciado a su deseo por el goce de objetos externos, y recurre a un verdadero y gran maestro y acepta su enseñanza con alma inconmovible.» En sus relaciones con el mundo externo, un hombre muy corriente usa sólo sus cinco sentidos físicos, pues su mundo no se extiende más allá de los límites de la materia. A él le parece que es el único modo de vida natural y entendible. Cuando golpea, digamos, su pie contra una piedra, es él quien ha golpeado, y quien sufre en consecuencia. Una voraz comida y una bebida, por ejemplo, le traen goce tan sólo a sí mismo. La alabanza dirigida a su forma visible, así como la crítica, afectan ambas necesariamente a lo que un hombre considera que él es. A algunos de mis lectores este punto les podría parecer exagerado; pero por favor, haced un ensayo práctico con vosotros mismos. Tratad de retener una serenidad completa de mente al ser insultados; cuando se os hable de considerables pérdidas materiales, o de una enfermedad peligrosa que se está desarrollando en vuestro cuerpo. Si podéis hacerlo, será una prueba de que en vosotros hay algo que está por encima de la conciencia «normal». Comprobad esto. Imaginad que volvéis de una consulta con un especialista, porque tenéis un dolor persistente en alguna parte de vuestro cuerpo. El no os dio ningún diagnóstico rotundo de vuestro mal, pero habló de la necesidad de pruebas posteriores, y demás. Al día siguiente podéis ver la angustia en la cara de vuestros conocidos, vuestra esposa o esposo, que supieron de vuestra visita y han sido informados de sus resultados por el doctor. Entonces, podéis reconocer la verdad en sus ansiosas expresiones, y finalmente, saber por vosotros mismos que vuestros días o meses están contados. ¿No seríais profundamente impresionados, acongojados, quizá desesperados, tan firmemente ligados estáis a este plano físico? Pero alguien puede decir: «Aparte de la conciencia física estamos viviendo además en un mundo de emociones, sentimientos y pensamientos, que no nos afectan menos que las circunstancias puramente materiales. Bueno, así es, pero desgraciadamente, incluso éstos están estrechamente conectados con los acontecimientos físicos de vuestra vida de cada día, y posiblemente puedan ser separados completamente de ellos. En la creencia instintiva e incontrolada de que somos nuestros cuerpos, yace la causa de nuestra esclavitud al mundo físico. Pues entonces no podemos desapegarnos y mirar a nuestro cuerpo como a un objeto, algo aparte de «nosotros mismos». Un día podemos entrar en contacto con gente que cree en algunos sentidos, capacidades, y mundos más «sutiles» de lo que han experimentado en el nivel físico tan solo. Ocultistas, espiritistas, diferentes y extrañas sectas, y demás, intentan extender los límites de su conocimiento más allá de la materia densa a la que están sujetos los cinco sentidos. Hablan sobre otras clases de vibraciones, accesibles a los que han desarrollado el llamado «sexto sentido», y demás. Hay alguna verdad relativa en todo esto. Con ejercicios, dieta, modo de vida, control de la respiración y búsqueda especiales es posible ampliar el campo de nuestras percepciones (ver Concentración Partes I y II) y experimentar muchas de las afirmaciones teóricas hechas en libros ocultos. Clarividencia, clariaudiencia, y visiones que vienen del «otro mundo» no, son necesariamente fantasías y experiencias inaccesibles, a pesar de su efusividad y de la incertidumbre de su origen. A menudo nuestra imaginación y auto sugestión propias juegan los papeles mayores en nuestras «experiencias al otro lado». Sólo los ocultistas muy instruidos que tienen gran fortaleza y que han tenido extensa práctica en su búsqueda, junto con el conocimiento resultante, pueden ser tomados en consideración. Incluso entonces, pueden suceder asombrosos errores. Las visiones en los mundos suprasensuales son demasiado individuales y confusas para ser confirmadas como infalibles. Esa es la razón por la cual los maestros ocultos ponen tanto énfasis en el entrenamiento apropiado de los sentidos astrales y superiores en sus pupilos, enseñándoles a ver las cosas tal y como ellos lo hacen.

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Hace unos cuarenta años (escribo esto en 1960), los dirigentes de una sociedad de ámbito mundial, en sus libros y charlas, proclamaron la venida de un nuevo mesías, al que declaraban haber preparado ellos mismos para ese sublime papel. Hablaron de sus investigaciones astrales, que mostraban inconfundiblemente la persona del nuevo instructor y sus elevados poderes espirituales. En algunos países la gente empezó a deificarle de antemano, construyendo incluso vastos estadios para su predicación. ¿Y el final? El mesías llanamente repudió su papel y dejó toda la organización, creando por ello confusión y contrariedad amargas. Las profecías y visiones eran erróneas. **** Volviendo a los métodos de desarrollo de los poderes ocultos en el hombre (llamados siddhis en Oriente), me limitaré tan sólo a una breve enumeración, puesto que el objetivo de esta obra es el estudio de la Supraconciencia, y no de las clases inferiores de desarrollo, llamadas «psíquicas». Los medios principales son: concentración mental conducente al dominio de la propia mente y sus procesos; ejercicios de respiración, que ayudan a dominar el prana, o la energía vital y sutil, capacitándonos así para actuar sobre el plano astral; ayunos que fortalecen nuestra fuerza de voluntad y purifican el cuerpo; el uso de drogas, que está prohibido en las escuelas «blancas»; cantos y mantras, que son otra forma de concentración, conectada con el uso del poder inherente a los sonidos, y muchos otros medios, que no son conocidos abiertamente, y por consiguiente no pueden ser mencionados. Estos medios pueden ayudar en el desarrollo de algunos sentidos sutiles, algo por delante de los de la raza humana presente, y permitimos así atisbar en otros mundos. Pero ¿significa esto alguna consecución de la conciencia superior, por no decir nada de la Supraconciencia, esto es el Samādhi? Pues entonces el hombre todavía sigue siendo esencialmente el mismo. Si era egocéntrico antes, digamos, de su consecución de la visión astral, será aún el mismo después, aunque pueda ver elementales, fantasmas humanos y otros detalles del mundo normalmente ocultos a la percepción humana. Un hombre así todavía puede ser atemorizado fácilmente con la muerte física, lo que quiere decir: que prefiere la existencia física a cualquier otra forma de vida. No, el camino hacia la Supraconciencia es evidente que no cae en esa dirección. En apoyo de esto, mencionaré tan sólo que el Maharshi se refería a todos los fenómenos ocultos, de los que hablamos anteriormente, como si fuese el juego de la propia mente del, hombre, que no tiene ninguna realidad objetiva. Bajo el término de mente, el Sabio entendía todas las manifestaciones suprafísicas, incluyendo los siddhis (poderes ocultos). Los santos cristianos también le negaban cualquier importancia a fenómenos similares (ver Concentración, Parte II). Por otra parte el desarrollo del Samādhi, como veremos en los capítulos siguientes, cambia toda la conciencia de un hombre, su punto de vista, sus intereses, esfuerzos y objetivos. Mata la actitud egocéntrica, y le muestra la vida física como realmente es, con toda su relatividad e imperfecciones. Aleja el fantasma de la muerte, que es inseparable de la existencia en un cuerpo. Entonces el hombre no se considera a sí mismo como una combinación molesta y teórica de «cuerpo y alma», desde luego, no teniendo ningún conocimiento real de la última, sino operando tan sólo con teorías prestadas. No, en la consecución de la Conciencia Absoluta (en el Samādhi) no hay lugar para ninguna relatividad o imperfecciones. El mismo término (Samādhi) presupone sobrepasar todas las cosas sujetas al tiempo y al espacio. Merece la pena pensar más profundamente sobre esta última frase, si queremos formarnos una concepción mental correcta de la Supraconciencia. No hay ya nada más que conseguir una vez que se alcanza el Cuarto Estado (ver Concentración, Parte II, Capítulo XIII). ¿Es ello posible? Tengo mi propia prueba personal de ello. Cuando vi al maestro supe que era el ejemplo viviente de la verdadera Consecución, y en su presencia nunca más pudo surgir una duda

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sobre la posibilidad de esa Consecución. Esta era ciertamente independiente de todos los libros y teorías sobre el asunto. En nuestro desarrollo interno en la dirección de la Supraconciencia nada nos aprovecha, con la excepción de nuestra propia inconfundible experiencia. Pues sólo entonces sabemos, y no sólo repetimos algunas palabras venidas de fuera, que son entonces letras muertas y poco más. Mi viejo amigo, el difunto Swami Siddheswarananda de París, que pasó casi veinte años en esa ciudad, y que fue jefe de la Misión Ramakrishna en Francia, comentó una vez: «En nuestro trabajo espiritual (en el cual es principalísimo el empeño por conseguir la verdadera Supraconciencia) no deberíamos aceptar ninguna afirmación, escuchada u oída, sin un examen interno. Es necesario un examen previo en nuestra conciencia, un proceso que despierte la intuición intelectual en nosotros. Uno no debería meramente repetir: Ramakrishna dijo esto, Maharshi dijo esto, y el Swami alguna otra cosa. No deberíamos citar incesantemente a una autoridad, la cual puede servirnos meramente como refugio. Es un gran obstáculo a todo progreso el que uno esté buscando sólo tal imaginario refugio, en vez de trabajar arduamente uno mismo. La instrucción debe venir del interior de nosotros mismos, esto es de nuestro propio Ātman, despertado por nuestros propios esfuerzos y dolor. Palabras, charlas de un Swami, la lectura de un texto de las enseñanzas de Ramakrishna, y demás, sólo pueden ser medios externos que produzcan una encuesta interna. Este análisis dentro de uno mismo es absolutamente necesario. Una lectura sobre el Gītā o los Upaṇiṣáds es sólo una oportunidad para el despertar en nosotros de la inteligencia espiritual (Buddhi). Deberíamos alcanzar el estado de estar insatisfechos, porque si descansamos y permanecemos satisfechos no será posible ningún progreso. (Traducido del francés.) Esta cita puede mostrarnos la actitud de los que alcanzaron el Samādhi por ellos mismos y que lo conocen por experiencia.

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CAPÍTULO III – TEORÍAS OCULTAS SOBRE LOS MUNDOS SUPERIORES Verso 11: «Las acciones son para la purificación del corazón no para la consecución de la substancia real. La substancia puede conseguirse por una discriminación correcta, pero no por ninguna cantidad de Karma.» A fin de elucidar, tanto como sea posible, el difícil problema que concierne al Samādhi y a su consecución, tenemos que estar familiarizados con las teorías de los mundos superiores (esto es, menos materiales), en los que es capaz de funcionar nuestra conciencia bajo ciertas condiciones especiales. En nuestro estudio presente no podemos evitar enfrentarnos a poderes no materiales que afectan a nuestra conciencia normal (esto es, nuestra conciencia de todos los días). Estos son: nuestros sentimientos y emociones (llamados procesos astrales) y pensamientos (llamados procesos mentales). No podemos verlos pero existen y funcionan. El hombre común, que no posee ningún poder de discriminación que le permitiría analizarse a sí mismo, lo combina todo junto en su forma y vida físicas. No podemos estar satisfechos con tal simplicidad, puesto que no nos permite proceder más adelante en nuestro estudio. Por consiguiente, se supone, como una teoría de trabajo aceptable, que toda manifestación debe tener al menos dos elementos: la fuerza actuante, y el entorno o pantalla en, o sobre el cual se manifiesta esa fuerza. No hay ninguna duda de que nuestras emociones y pensamientos son fuerzas, que aparecen a menudo como factores muy poderosos en nuestras vidas. Pueden incluso matar o resucitar. Por lo tanto debería haber alguna clase de materia adecuada en la que estas fuerzas universales puedan actuar. Así surgió la concepción oculta de los planos o mundos astrales (sentimientos y emociones) y mental (pensamientos e ideas). Los encontramos en los más antiguos registros del ocultismo, retrotrayéndonos a los días de los antiguos Egipcios, Caldeos, Hindús, Persas y también los Griegos, que tomaron prestadas estas ideas de Oriente. Describiré aquí brevemente ambos de estos mundos, invisibles al ojo físico. Como puede deducirse por comentarios anteriores, el plano (mundo) astral penetra al físico. Esto es posible porque los átomos astrales son infinitamente más sutiles y pequeños que los físicos. La ciencia oficial nos dice que un átomo es como un sistema solar en miniatura, en el que sus planetas. (electrones–satélites) circulan a enorme velocidad alrededor del cuerpo central (núcleo), que es como el sol. Pero nunca se tocan y las distancias entre ellos son todavía mayores (relativamente) que las que hay entre el sol y sus satélites, como la Tierra y demás. Es a causa de las distancias infinitamente grandes entre los elementos de los átomos y también entre los mismos átomos, pertenecientes al mundo físico, que otros mundos dotados con diferentes grados de densidad en su substancia pueden estar fácilmente «insertos» dentro de él. La palabra «insertos» es, desde luego, inadecuada, pues además está la concepción de la siguiente dimensión (en este caso la cuarta), pero por razones de simplicidad podemos aceptar esta definición. En cualquier caso, la idea no contradice las condiciones reales correspondientes a las diferentes clases de materia que pertenecen a diferentes planos de existencia. Es así que el mundo astral (emocional) 1) interpenetra, pero 2) también trasciende al plano físico de tres dimensiones, puesto que posee la cuarta dimensión, relacionada con la tercera igual que la tercera lo está con la segunda. Si captamos esta idea, los fenómenos del mundo astral encontrarán su explicación lógica. ¡Debería añadirse que el lector no debe seguir las teorías de algunos pensadores–matemáticos de comienzos de este siglo, que suponían que la cuarta coordenada (imaginaria para nuestras mentes, y añadida a las tres coordenadas oficialmente usadas en trigonometría) es tan sólo la del tiempo! No es así porque, aunque el tiempo todavía existe en los planos superiores, en ellos tiene un significado bien diferente, y no puede ser comparado completamente con el tiempo terrestre. San Pedro el Apóstol, en su Segunda Epístola, nos cuenta el hecho asombroso de que: «... un día con el Señor es como mil años, y mil años como un día.» Este es un intento interesante y acertado de describir en lenguaje humano (el de las tres dimensiones) las condiciones reinantes en los mundos superiores. En los mundos astro–mentales

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(esto es, todavía materiales), los clichés de las tres subdivisiones de nuestro tiempo (esto es pasado, presente y futuro) no tienen ningún significado separado. Una profunda reflexión sobre el porvenir podría daros una concepción correcta y realista de la «clase superior de tiempo» que existe en los mundos superiores, menos densos. Ahora podéis comprender porque, por ejemplo, en nuestros sueños, somos capaces de vivir un largo período de experiencias, extendidas aparentemente a lo largo de años, pero que de hecho sólo nos toman unos pocos minutos de tiempo «terrenal». Estos casos son demasiado bien conocidos, y muchos de mis lectores han experimentado ciertamente este fenómeno, personalmente, aparte de las numerosas descripciones que pueden encontrarse en muchos libros psicológicos y ocultos, así que no hay necesidad alguna de citar muchos ejemplos. Al despertarse durante la noche uno anota el tiempo, se duerme de nuevo y tiene un sueño que muestra varios años de la vida de uno, de modo que los detalles son registrados perfectamente en la memoria del que sueña. Sin embargo, una mirada al reloj que se halla junto a la cama muestra que el sueño ha durado sólo unos pocos minutos, usualmente menos de un cuarto de hora. En sueños aparentemente visitamos lejanos países, a veces a miles de millas de distancia, y de estos viajes «en sueños» a menudo volvemos con recuerdos muy claros registrados en la memoria cerebral. Los ocultistas denominan a estas experiencias «viajes astrales». De nuevo, en el plano astral, como podemos ver, los medios de comunicación son mucho más efectivos, desde el punto de vista de la velocidad, que en el mundo físico de tres planos. Sé que hay mucha gente, que niega todo valor a las experiencias recién descritas, así como a la existencia de cualesquiera mundos «superiores». Desgraciadamente, esta gente no puede presentar, u ofrecer ninguna teoría lógica y razonable a fin de explicar los fenómenos de la vida interna a los que se han enfrentado con estos fenómenos. Pero la misma gente negará también todo lo que digamos aquí sobre los estados superiores de conciencia, que conducen al Samādhi, así como el Samādhi mismo. Naturalmente no tengo nada que decirles a hombres, que son incapaces de ofrecernos nada mejor que rígidas negaciones. Pero el título de este capítulo es claro: habla sobre las teorías que ofrece el ocultismo, a fin de explicar fenómenos que de otro modo no pueden ser explicados. Ningún científico vio nunca un átomo, por no decir nada de sus componentes infinitesimales. Y sin embargo, la teoría atómica funciona y es aceptada, en la forma de cientos de miles de víctimas en dos ciudades aniquiladas hace quince años, junto al envenenamiento real de la atmósfera terrestre por las pruebas nucleares, por dar un entremés anticipado de desarrollos futuros. E igual ocurre con las aproximaciones al Samādhi. Tenemos que tener explicaciones razonables y funcionales a lo largo de los senderos que conducen a la diana final, que trasciende a todos los mundos y materia, el físico (bien conocido de nosotros, según creemos) y todos los teóricos, sobre los que enseña el ocultismo. Resumiendo, el primer mundo «superior» por encima del físico es el de las emociones y sentimientos, y es llamado el astral. Cuando tenemos que experimentar estos dos (esto es, emociones y sentimientos), la materia sutil del plano astral comienza a vibrar en sintonía con la fuerza motivante, que proporciona el impulso. En nuestro caso (estoy hablando aquí sobre actividades humanas en el mundo astral) esta fuerza moldea formas y corrientes en el astral que se corresponden con las ideas creadas por los hombres mismos, y su nombre es: fuerza de voluntad. Aquí probablemente habrá protestas de parte de algunos de mis lectores. «Nunca quise que ciertos sentimientos surgieran en mí», pueden ellos decir. «Los sentimientos y emociones que siguieron fueron dolorosos e indeseables. Y sin embargo, a pesar de todo eso, los tuve, para mi propio detrimento. De eso estoy seguro.» A primera vista puede haber alguna razón en una actitud así; pero miremos mejor y más profundamente, y entonces veremos algo diferente. El mundo astral está lleno de vórtices y corrientes de toda clase, igual que el océano está lleno de peces, animales, plantas y corrientes. Cuando estamos pescando, no sabemos usualmente con exactitud que pez cogeremos en un momento dado. Pero hacemos un esfuerzo definido por cazar algo y éste es el elemento correspondiente en nuestras emociones. Cuando el pescador coge del agua algo que no quiere, arroja de vuelta al indeseado

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habitante del océano y no se preocupa más por él, transfiriendo su atención a otras cosas que prefiere. ¡En ambos casos actúa! Y esto quiere decir fuerza de voluntad en acción. Nuestros amigos que captaron emociones indeseadas, actuaron de modo diferente aparentemente. No rechazan las vibraciones que se aproximan de las emociones que les disgustan, como ellos dicen, sino que les conceden toda su atención, permitiéndolas que ocupen toda su conciencia. Si es así, ¿no son ellos mismos el elemento que actúa, y no ejercitan acaso su fuerza de voluntad, pese a que inconscientemente? Si yo pongo mi dedo en el fuego intencionalmente o por accidente, el resultado será el mismo: una cierta quemadura del dedo, con dolor y otras consecuencias. La fuerza de voluntad no tiene meramente un carácter claro y plenamente consciente. A menudo la realidad puede ser lo opuesto. Sin embargo, la esencia sigue siendo la misma, y eso es lo que quise deducir a partir de los simples ejemplos recién dados. Un hombre consciente, esto es, uno que no actúa impulsivamente, sino que pesa todo lo que acepta y rechaza, es el mejor dotado para hacer experimentos reales en la materia astral. Poseyendo la capacidad esencial, que es de la concentración o unidireccionalidad en su conciencia, un hombre así crearía, por su propia voluntad, diferentes emociones, destruyéndolas conforme desea, y probando por tanto para sí lo que se dijo en el símil del pescador y su captura. Cuando un hombre así se convierte en un ocultista –lo que quiere decir uno que practica las teorías ocultas sobre sí mismo– sabrá entonces infinitamente más sobre el plano astral. En mis libros anteriores suministré numerosos detalles concernientes a las actividades accesibles al hombre en el plano astral, así que no hay razón para repetirlas de nuevo. Por lo tanto, pasaré directamente al momento culminante de las actividades astrales del hombre –su exteriorización un abandono deliberado y consciente del cuerpo físico y el funcionamiento subsiguiente en el vehículo astral, llamado a menudo el «astrosoma» entre los ocultistas. Esta palabra, que es de origen griego, denota usualmente lo que conocemos como el «cuerpo astral». Este experimento, que es también una consecución considerable para todo ocultista, es una prueba de la teoría del mundo y la vida astrales, igual que una explosión nuclear es una prueba y justificación de la teoría atómica. Pero todos los procesos internos de nuestra conciencia son principalmente subjetivos, y no pueden ser ensayados por otros, al menos no por aquellos que no han tenido experiencias similares, en otras palabras, que no conocen tanto como nosotros. Esto debe ser reconocido y realizado firmemente, si hemos de pasar con éxito a una discusión posterior del tema. La exteriorización del astrosoma significa simplemente que el hombre es capaz de olvidar el mundo inferior, esto es, los alrededores físicos, y funcionar conscientemente en el siguiente superior – el plano astral. En el grado presente de evolución, se supone, en general, que no podemos transferirnos al astral, pues tiene su propia población, que evoluciona sobre ese plano, igual que lo hacemos en el físico. A partir de esto podemos ver que nuestro verdadero objetivo, la consecución del Samādhi, no es idéntico con el viaje astral. Más aún, los mejores exponentes de la sabiduría espiritual (santos cristianos muy avanzados, yogis orientales y especialmente los Hombres Perfectos – jivanmuktas o Grandes Rishis) no nos aconsejan siquiera intentar estos senderos dudosos de atisbar en mundos en los que no se supone que hayamos de vivir mientras estamos aún en el cuerpo físico (ver Concentración, Partes II y IV). Tales actividades no nos ayudan a alcanzar el Samādhi, sino que más bien distraen nuestra atención y hacen por tanto nuestro sendero innecesariamente más largo. Otro mundo más allá de los mundos astral y físico es el de la materia mental, que interpenetra a ambos de los otros a causa de su densidad muy inferior. Cuando pensamos, estamos funcionando sobre este plano, mientras que aún estamos vivos y activos en nuestros cuerpos físicos. Pero no vemos los alrededores propios del mundo mental, porque no podemos dividir nuestra atención por igual sobre más de un plano. Esto, por supuesto, se aplica al hombre corriente. Aquellos que han intentado con éxito obtener la conciencia de un mundo tan sutil como lo es el mental, pueden también tener éxito y ser capaces de realizar la exteriorización, no sólo al astral, sino igualmente al mental. Esto es mucho más difícil, y es imposible para gente éticamente inmadura. Esto quiere decir que un mago negro puede trabajar bien y vivir conscientemente en el astral (mientras aún está en el cuerpo físico), pero no puede exteriorizarse en el mental. ¿Por qué? Simplemente porque no posee la

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necesaria sutileza de pensamiento, pues sus objetivos e ideas son demasiado groseras y chabacanas en comparación con las finas vibraciones del plano mental. Los grandes filósofos y los ocultistas muy avanzados son capaces de pasar un tiempo considerablemente mayor en el plano mental que en el físico. Esto requiere una capacidad especial y el deleite de pensar en corrientes mentales muy abstractas, dicho de otro modo, de vivir en las rarificadísima atmósfera de las regiones superiores de pensamiento e ideas. Tradicionalmente, se supone que los hombres como Platón habitan en ese cielo de pensadores sutiles por muchos miles de años terrestres. Y de nuevo, ¿creéis que estas alturas son idénticas al Samādhi? ¡Con seguridad que no! Escuchad a lo que el Gran Rishi Ramana dice, intentando expresar la inexpresable verdad del Samādhi: «Sólo existe el sentimiento de Yo soy pero sin pensamientos.» A causa de la sublime simplicidad de este axioma podéis intentar haceros con alguna idea acerca del estado de la Supraconciencia cuando actuáis como sigue: expeled todos los pensamientos y permaneced con vuestro último núcleo de existencia –¡vuestro Ser! Esa es la vía usada por muchos discípulos orientales de verdaderos Maestros espirituales. En realidad, no es en absoluto tan simple en la práctica, pues hay muchos requisitos previos que deben alcanzarse antes de que pueda conseguirse el Samādhi. El más importante es la capacidad de dominar plenamente la propia mente, por una duración de tiempo definida, no medida en minutos, sino en horas. Ahora bien, ¿son las teorías acerca de los tres mundos en los que funcionan los humanos como entidades separadas, necesarias para alcanzar las cimas del Samādhi? ¡Hablando estrictamente, no! Pues ha sido alcanzado por hombres que nunca habían oído siquiera sobre los mundos superiores. De hecho, las condiciones ideales para un estudiante sincero son: pasar a la experiencia de lo Real (que es simplemente el Samādhi) sin detenerse en las etapas intermedias de los planos astral y mental. Esta actitud es más bien oriental, pero el escritor la prefiere a la occidental, que recomienda el paso consciente gradual a través de todos los planos, hasta que se alcanza el objetivo. Los maestros occidentales (especialmente los de la rama clásica y más desarrollada del ocultismo, que es el Hermetismo) son usualmente de la opinión de que un abrumador número de hombres no puede pasar al cuarto estado sin estar familiarizados con los estados intermedios. Pero podemos razonar también en otro sentido: si nuestro objetivo, que nos conducirá al Samādhi, es el reconocimiento de la ilusión de Maya, que ha de ser superada en este mundo físico, entonces ¿con qué fin investigaríamos otros mundos, no importa lo sutiles que pudieran ser? Maya es siempre Maya, así que cuanto antes la rechace uno, mejor para uno. Con esta nota terminaremos nuestro presente capítulo sobre los mundos superiores que están más allá del físico.

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CAPÍTULO IV – DIFERENTES FORMAS QUE ENVUELVEN AL ASIENTO DE LA CONCIENCIA EN EL HOMBRE Verso 65: «Sin disolver el mundo de los objetos, sin conocer la verdad espiritual, ¿dónde está la liberación eterna de las meras palabras externas, que no tienen ningún resultado más allá de su mera pronunciación?» Prácticamente, ¿qué significa para nosotros el término «conciencia»? Los saltos mortales teóricos no arrojarán mucha luz sobre este problema. Dejando a un lado por el momento todas las definiciones aprendidas, buscaremos la expresión más cercana para esa conciencia. No obstante, debemos tener cuidado, y no confundirla con otro término similar (aunque diametralmente opuesto en significado) –percepción, y levantar una línea práctica de separación entre ambas. 1. La Percepción presupone que nos percatamos de algo, esto es, que conocemos y sentimos su presencia. Puedo percatarme de la presencia de un hombre en mi habitación, incluso si está completamente a oscuras, o si tengo mis ojos deliberadamente cerrados. Esto significa que conozco algo aparte de mí mismo. Podéis añadir, que hay un visible binario en la percepción: Yo y No–Yo, y esto sería bastante correcto. La filosofía Hermética se ocupa de estudios muy meticulosos de las leyes que dirigen los binarios ternarios y cuaternarios, como base para importantes operaciones metafísicas y ocultas. No hay aquí lugar para ahondar más profundamente en ellas, pero he hablado más sobre este tema en otra de mis obras El Tarot, un Curso Contemporáneo de la Quintaesencia del Ocultismo Hermético. 2. La Conciencia constituye otro polo del binario, uno de cuyos elementos era la percepción. Aquí uno es menos (o casi no) dependiente del No–Yo. La conciencia pertenece a nuestro núcleo más interno ¡sin el cual no somos nada! Nadie estaría de acuerdo en aceptar la nada como un substituto para su conciencia, esto es para sí mismo. Por lo tanto, rechazando de momento todas las concepciones mentales podemos decir: la conciencia es el término más claro y único, que puedo identificar como yo mismo, pues siempre permanece conmigo, en todas las condiciones normales de mi vida. Puedo experimentar esto o aquello, percatarme o no percatarme de algún objeto, pensamiento o sentimiento, pero no puedo –sin convertirme en «nada»– perder mi conciencia. Inmediatamente alguien objetará: «Bien, pero cuando estoy bajo la acción de los anestésicos, o cuando estoy en sueño profundo, no puedo encontrar ninguna conciencia de mí mismo, y entonces estoy sin ninguna conciencia en absoluto». Este comentario es sólo aparentemente verdadero. No todos nosotros estamos privados de autoconciencia en los estados antes mencionados, aunque tal gente esté todavía en minoría entre los hombres corrientes. Hay demasiados relatos confirmados por gente, que, aunque plenamente anestesiada o sumida en sueño profundo sin sueños, no perdió su conciencia o cesó de existir completamente en estas condiciones particulares. Yo también se esto por mi propia experiencia, así como por la de muchos otros, sobre la que me han hablado. El desarrollo de un elevado grado de concentración contribuye substancialmente a la separación de los elementos condicionado e incondicionado del hombre. Más aún, el Samādhi –el tema mismo del presente estudio, es el ejemplo más principal de existencia, esto es, de ser auto– consciente, más allá de todas las condiciones corporales y mentales. Todo esto ha sido dicho a fin de dilucidar el término «asiento de la Conciencia», que se usa en el título de este capítulo. Pero, ¿somos –tal como nos sentimos cada día esa conciencia aparentemente abstracta, que puede ser formulada mejor con el axioma mágico –Yo soy? Ciertamente no, al menos no ahora, en nuestro nivel presente de evolución. Estamos compelidos a aceptar y confesar este hecho, si hemos de ser sinceros, y si todavía no hemos conseguido la realización del Ser en nosotros. Y eso es así simplemente porque, si poseyésemos este elevado grado de desarrollo interno, no leeríamos este libro, igual que un profesor no estudiaría un libro de primaria. Esto quiere decir que hay cosas que son como velos que envuelven a la conciencia pura en el hombre. Preguntad al primer hombre con el que os encontréis, ¿quién es él? La respuesta contendrá

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primariamente su nombre. ¿Qué se esconde bajo esta etiqueta de personalidad, cuál es nuestro nombre? Merece la pena analizar más atentamente. 1. El asiento primero y principal de nuestro asiento más profundo de la conciencia es, desde luego, nuestro cuerpo físico, con todas sus propiedades y cualidades individuales tal como nuestro sexo. Nos sentimos invariablemente como hombres o mujeres, pero evidentemente no podemos adscribir a nuestra conciencia –que encontramos que está más allá de este velo– ninguna percepción de ser macho o hembra. Aquí estoy excluyendo a los sueños porque son reflexiones bastante exactas de nuestra vida despiertos, al menos para la más grande mayoría de la gente. La siguiente etiqueta es nuestra edad (física). Es simplemente natural que, al identificarnos con el cuerpo, aceptemos su edad como una parte integral de nosotros. A partir de éstos viene todo el complejo de los otros detalles para formar el ego de la personalidad adherido por nuestro pensar errático al ser individual que hay en nosotros. Tomad nuestra educación. Si nuestro cerebro ha sido entrenado digamos en matemáticas, lenguas extranjeras, o cualquier otro tema, estamos usualmente convencidos de que todos son componentes de nuestra persona, como nuestra apariencia externa, y demás. La posición social y familiar pertenecen también aparentemente al mismo ego humano. La abrumadora mayoría cree en ello, a menudo subconscientemente, pues sólo unos pocos son capaces y están deseosos de ponerse delante de sí, siquiera una vez en sus vidas, la controvertida pregunta: ¿quién soy yo? Esta breve fórmula tiene un poder terrorífico. Es imposible dar aquí todas sus aplicaciones, simplemente porque, si pensamos más a fondo sobre este tema, encontramos que no hay ningún final para los procesos mentales que surgen si usamos esta encuesta incluso sólo con nuestra mente. No obstante, hablaremos sobre ella varias veces en el curso de este libro, porque la respuesta misma a ella reside en la ausencia de palabras y pensamientos que es simplemente el Samādhi (llamado también el Estado sin Ego) como fue dicho verazmente por el Gran Rishi Ramana. 2. La segunda envuelta (o velo) que vestimos, aparte de la física, es nuestra vida emocional y sus propiedades. Tenemos que ser cuidadosos y no confundirlas con la mente y sus funciones, incluso si ambas pueden estar estrechamente conectadas y hermanadas en la vida de cada día, como sucede a menudo en la práctica. A pesar de este hecho, ambas son poderes y clases de materia bien netamente diferentes, y nunca podremos alcanzar ninguna conclusión lógica y positiva sin ser entrenados en la discriminación entre sentimientos y pensamientos (o el astral y el mental, como dicen los ocultistas). Ahora daré una serie de ejemplos que nos pueden ayudar a extraer conclusiones más fácilmente. Imaginad que una mañana estáis mirando a un encantador jardín, con prados verdes, flores y frescura primaveral rodeando sus lechos y senderos. Puede surgir en nosotros un sentimiento peculiarmente placentero, que aún no ha sido transferido a pensamientos, y posteriormente a palabras y actos. Solo ese sentimiento de primavera, un sentimiento puro tan solo. Y esto será ese algo que explica el dominio y las reacciones puramente emocionales en nuestra conciencia. Tratad esta experiencia por vosotros mismos, modificándola de acuerdo con vuestras propias ideas, y añadiendo tantos ejemplos como creáis que pueden ser necesarios, a fin de familiarizaros un tanto con la idea del astral en y aparte de vosotros. Las corrientes astrales puras son usualmente placenteras y vigorizantes. A menudo están conectadas con algunos entornos, condiciones y lugares. Y podéis fácilmente comprobar esto. La campiña, las vistas hermosas, las flores abundantes y encantadoras, y demás, pueden todas ser tomadas en consideración, y las corrientes astrales que surgen en su proximidad pueden ser registradas y analizadas. Leed un libro (viajes, poesía, y demás, pero no uno científico) encontrando descripciones que creen sentimientos emocionales en vosotros. Entended los y registradlos en vuestra memoria, y después tratad deliberadamente de evocarlos por un esfuerzo de vuestra voluntad. No hay necesidad de etiquetar estas corrientes astrales, porque cualquier mezcla de ellas con elementos mentales significa un estropicio de las impresiones puramente astrales. Como ya habréis sin duda colegido, es esencial que aprendáis a discriminar entre los velos que envuelven vuestro núcleo de conciencia tan exactamente como sea posible. Probablemente, ya habréis adivinado el propósito de estos ejercicios simples: daros cierto conocimiento práctico del título de

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este capítulo. Una comprensión de los procesos elementales de la conciencia del hombre es esencial cuando buscamos un acercamiento a la conciencia superior, realizada en el Samādhi. Este es un axioma, que debería ser recordado a todo lo largo del estudio de los siguientes capítulos de este libro. A fin de acabar con las formas astrales de las envolturas que velan a la conciencia pura que hay en nosotros, tratad de crear deliberada y artificialmente diferentes emociones como amor y odio, atracción y repulsión, descanso y desasosiego, satisfacción y deseo, paz y tumulto, y demás. Comenzad con el nombre del sentimiento, y recordad entonces vuestras impresiones pasadas relacionadas con la creación requerida, pues esto puede ser de ayuda. Al comienzo, probablemente no seréis capaces de llevar a cabo inmediatamente todo esto, y será necesario algún esfuerzo en lo que concierne al revivir de las emociones como se aconsejó en la frase anterior. La gente avanzada puede dispensar a la memoria y crear las corrientes astrales ad libitum. El verdadero objetivo es crear «a partir de la nada». Esto requiere también muchas experiencias anteriores de sentimientos, que deberían ser bien memorizados en la contraparte subconsciente de nuestro cuerpo astral, de modo que la proyección llegue sin deliberaciones previas. He dado los sentimientos básicos en pares, siendo el primer elemento en cada par un sentimiento positivo, y el segundo su contraparte negativa como amor y odio. Tratad de acortar la parte negativa tanto como sea posible y no penséis sobre ella posteriormente. Pero los ejercicios serían unilaterales, teniendo por lo tanto un valor rebajado, si fuera a dar tan sólo los así llamados buenos sentimientos para su estudio. En este caso podríais estar indefensos contra las corrientes negativas, si no estáis familiarizados con ellas y el método para deshaceros de ellas. Esto debería tomarse de Concentración (Parte II) donde ha sido explicado completamente, y donde se han dado todas las medidas protectoras necesarias. La tercera forma con que se viste la conciencia pura, es el mundo de los pensamientos, el dominio de la mente o el plano mental de acuerdo con los ocultistas. A él pertenece todo lo que pensamos y consecuentemente decimos, pero sin añadir ningún esfuerzo emocional. De nuevo, el astral y el mental se interpenetran mucho uno al otro, y no le es posible a una persona no adiestrada hacer la necesaria discriminación entre estos dos planos. Por lo tanto tenemos que pasar adelante a algunos ejercicios elementales. En primer lugar, contad lentamente, pronunciando los números en vuestra mente e imaginando al mismo tiempo cada uno apareciendo de repente ante vuestros ojos como una figura blanca sobre un fondo negro. Empezad con el 1 y continuad hasta donde vuestro poder y fuerza de voluntad os lo permitan. Es sencillo si uno tiene un poco de fuerza de voluntad y desea el conocimiento de algunos procesos esenciales de la propia mente. Tomad al principio números simples, proyectándolos sobre la pantalla oscura de vuestra imaginación. Podéis cerrar vuestros ojos si creéis que os será más fácil, y así empezad: uno (1), dos (2), tres (3), y así sucesivamente hasta donde podáis. Para el primer ejercicio tomad de uno a veinte y después hasta cincuenta. Hacedlo lentamente, sin ninguna prisa y sin pensar en nada más que en los números. Al hacerlo, estáis actuando puramente en una subdivisión del plano (o mundo) mental, y usando la materia de sólo ese plano. Con seguridad que no hay sentimientos en un ejercicio así y eso es justo lo que se necesita. La próxima vez, pensad en otro proceso simple, con el que ninguna emoción podría posiblemente estar conectada. Por ejemplo, repetid en vuestra mente el proceso de vestiros después que os levantáis de la cama en la mañana; caminad y concentraos en contar vuestros pasos por unos tres a cinco minutos; escoged un punto ventajoso adecuado y desde él contad los coches o trenes que pasan. La segunda serie será repetir todo lo arriba mencionado sólo en vuestra memoria, por el proceso de la imaginación creativa. Finalmente, como ya habréis con seguridad aprendido, en cierta medida, a distinguir pensamientos de sentimientos, tratad de crear procesos puramente mentales en vuestra mente, de acuerdo con vuestra elección. Estas pueden ser algunas de vuestras actividades futuras, revisadas como si viniesen del pasado. Lo último puede ser algo peligroso pues uno está expuesto subconscientemente a añadir vibraciones astrales a las mentales, esto es, unir sus emociones a sus pensamientos, lo que no está

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permitido para nuestro propósito presente. Si habéis comprendido bien el objetivo de este capítulo, adquiriréis la capacidad de separación práctica a partir de la: discriminación sobre los tres mundos en los que realmente vivís, hasta que los abandonéis a todos para el Samādhi. Entonces sabréis qué velos de forma arrojan sombras sobre vuestra verdadera y pura conciencia, y sabréis también qué es lo que se levanta como obstáculos en vuestro camino hacia el Samādhi. En otras palabras, lo que tenéis que rechazar antes de que podáis alcanzar este sublime estado. Aunque, cuando se alcanza, el Samādhi trasciende todo conocimiento humano, una de las aproximaciones a él puede ser científica y el estudiante debería conocerla. Desde luego que, en sí misma, no es suficiente pues hay otras condiciones que deben realizarse y otras aproximaciones que deberían intentarse también. Los capítulos siguientes describirán éstas. Para concluir, podemos decir que el asiento de la conciencia física (estado despierto, llamado Jagrat por los Hindús) en un hombre corriente es su cerebro. Esta ha sido definida en mis libros anteriores así como en el presente como conciencia cerebral. Las emociones y los sentimientos encuentran su fulero en la contraparte (o cuerpo) astral correspondiente, mientras que las funciones de la mente son generadas en el cuerpo mental, desde donde pasan al cerebro y al estado despierto. Aquellos que quieran investigar el problema más exactamente, encontrarán detalles en Concentración. Para el presente estudio, que pertenece expresamente al «cuarto» estado o Samādhi, la información dada aquí en breve será suficiente. En las escrituras sagradas hindús, hay muchos Upaṇiṣáds, Gitas y tratados que indudablemente pueden inducir el Samādhi. Pero ¿dónde y en quién? Ciertamente que no en principiantes bastante inmaduros que, por falta de preparación, no están en posición de descifrar los textos sagrados, que no hablan en «lenguaje abierto», igual que los manuales ocultos, que siempre tienen un velo, protegiendo así al contenido de la profanación y el abuso. Sobre este punto yo recomendaría que el estudiante diligente leyese, con la mayor concentración unos pocos versos del Ashtavakra Gītā traducidos a un inglés magistral por el difunto Hari Prasad Shastri de Londres. Las obras originales de Sri Ramana Maharshi tales Calla sus Cuarenta Versos y La Verdad Revelada, son supremos, pero no demasiado fáciles de entender apropiadamente, si el estudiante no está bien familiarizado con la filosofía de ese Sabio contemporáneo.

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CAPÍTULO V – LA PSICOLOGÍA MODERNA Y SUS MÉTODOS Verso 67: «El tesoro oculto no sale ante (la pronunciación de) la simple palabra «fuera», sino que debe haber información digna de confianza, excavación y separación de piedras; similarmente la verdad pura, que trasciende en sí la operación de maya (significando aquí maya la fuerza de la evolución), no se obtiene sin la instrucción de los conocedores de lo supremo, junto con reflexión, meditación, y demás, y no por inferencias ilógicas.» La psicología oficial no es de ninguna utilidad en el estudio del Samādhi. Hay muchas razones para esto. La primera es que los psicólogos se ocupan del análisis de hombres corrientes, que son simplemente ignorantes de cualesquiera experiencias trascendentales, y que no han estudiado los medios que pueden conducir a la Supraconciencia. Si hay algunas manifestaciones inusuales, como siddhis temporales (poderes ocultos o psíquicos) en la forma de visiones, precognición, clarividencia y mediumnismo, todas ellas son fenómenos esporádicos e impredecibles y no pueden ser producidos bajo petición. Su autenticidad y causa no pueden ser investigadas científicamente por su carácter altamente subjetivo, raro y personal, el cual no puede por consiguiente ser debidamente clasificado y explicado. La segunda es que la psicología opera principalmente en los dominios emocional, y parcialmente mental, del hombre, esto es, en las manifestaciones astral es y mentales que encuentran una forma visible y audible para cualquier investigador, dotado tan sólo con los medios «normales» de conocimiento y operación. ¿Cómo puede ser esto de alguna utilidad en un caso en el que la meta trasciende ambos de estos planos, ya que el Samādhi está muy por encima y más allá de todos los sentimientos y pensamientos? Uno que no ha experimentado la Supraconciencia por sí mismo no puede hablar acerca de ella con autoridad alguna, o dar siquiera explicaciones acerca de un asunto totalmente desconocido para él. La tercera es que normalmente operamos en nuestros tres planos de existencia con sólo los medios suministrados por los mismos planos. Tomando en consideración las más elevadas capacidades del hombre corriente, que son sus poderes mentales, vemos que tienen ciertos, aunque limitados métodos de cognición, como juicios a priori y a posteriori, conclusiones lógicas, y experiencias anteriores, todos los cuales, en todo caso, requieren un desarrollo posterior de nuestro conocimiento. Son todos de un carácter puramente relativo conectado, con esta forma de existencia y no otra, esto es, la humana. Un moderno filósofo indio, Sri Aurobindo Ghose (que murió en 1950) dijo correctamente en uno de sus aforismos: «Cuando hayamos Pasado más allá de la humanidad, entonces seremos el Hombre... » Un psicólogo opera con su cerebro sobre personas dotadas con instrumentos similares, que pertenecen al mundo de la materia física. Esto es simplemente natural en las condiciones físicas. Pero en la Supraconciencia estamos más lejos de los medios limitados de la mente y sus objetos de cognición, de lo que cualquier galaxia lo está de nuestra madre física –la tierra. Cuando un psicólogo intenta clasificar sus experiencias a fin de deducir algunas leyes a partir de ellas, que posteriormente puedan ser aplicadas a todos sus pacientes, las recoge principalmente a partir de libros que contienen los resultados de experimentos de otros especialistas, junto con sus propios descubrimientos, necesariamente limitados al círculo de cerebros vivientes que investiga. Por él mismo no posee y no puede ofrecernos ningún conocimiento directo de estas cosas. Y todo conocimiento que todavía opera con cosas es incompatible con el estado de Samādhi, igual que un cubo no podría ser comprimido en un cuadrado, a causa de la diferencia en dimensiones entre ambos elementos geométricos. La Conciencia Eterna es continua, no importa qué formas rodeen a veces a la manifestación. La psicología sólo trata las manifestaciones, creadas por unos, similarmente temporales, a los que llamamos –cuando todavía están vivos– seres humanos: Igual que pompas de jabón, que se forman tan sólo, para estallar y dejar de reflejar colores sobre sus frágiles superficies.

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Pero el Samādhi, como veremos en los capítulos siguientes, es un resultado de transcender todos los movimientos en el cerebro, así como en los planos astral y mental del hombre. Por lo tanto, al desear acercarnos más al Samādhi, debemos buscar un entrenamiento y método más adecuados de los que la psicología moderna y la «ciencia» oficial pueden ofrecer con este fin. Así que nuestros modos y metas son muy diferentes, y los he expuesto para los principiantes en otro de mis libros – Concentración.

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CAPÍTULO VI – LAS DOS VÍAS QUE HAY ANTE NOSOTROS Verso 80: «Sólo aquél que está libre de la gran esclavitud de los deseos, tan difícil de evitar, es capaz de liberación; no otro, incluso aunque esté versado en los seis sistemas de la filosofía.» Sólo varones, excepcionalmente avanzados en evolución, vienen a este mundo dotados con la Supraconciencia, o –Samādhi. Ni siquiera la experimentan inmediatamente después de su nacimiento físico, sino usualmente tras la adolescencia, conforme maduran a una temprana hombría. La historia no sabe de ninguna mujer que poseyera el Samādhi en su juventud. Así ocurrió con Cristo y Maharshi. Pero el lector, así como el escritor, está concernido sobre todo, naturalmente, con su propio caso, esto es, su propia encarnación en el tiempo presente, y esto es simplemente correcto. En cualquier caso, tú y yo no nacimos con la Supraconciencia como nuestra heredada propiedad. Esto quiere decir que si uno desea adquirirla, tiene que hacer esfuerzos definidos en esa dirección. Sería imposible si no supiésemos muchas cosas sobre el objeto de nuestras fatigas. En este capítulo, llamado Las Dos Vías Que Hay Ante Nosotros, nos familiarizaremos con condiciones y cualidades positivas, que nos dan oportunidades de éxito, así como las negativas, que hacen la consecución imposible por el momento. Hay tres tipos básicos de hombres, que podemos distinguir. Los tipos primero y tercero tienen sólo una vía, pero el segundo se halla ante dos senderos y hasta que alcanza la meta, está compelido a recorrer ambos. ¿Cuáles son estas dos vías? A. Mirad alrededor vuestro. ¿Por qué cosa se esfuerzan las masas humanas en este mundo? ¿Saben algo sobre el Samādhi y lo buscan? ¡Ciertamente no! Es imposible describir en completo detalle todos los deseos que obsesionan a la humanidad hoy en día. Pero puede hacerse en un bosquejo amplio. Si hay excepciones (y son inevitables), no afectarán a las reglas generales, que estableceremos ahora. Cuando la infancia llega a un fin, todos encuentran que la vida comienza a requerir ciertas soluciones a muchos problemas conectados con la existencia física. Podemos enumerarlos en breve. Si uno no es rico de nacimiento, debe buscar algún medio de existencia y mantenimiento. Aquí pertenecen también nuestros esfuerzos educativos, coloreados a veces por la «sed de conocimientos», que pone en segundo lugar los intereses de ganarse el pan. Entonces viene el deseo de establecer alguna firme base material, para obtener honores, conexiones altamente situadas, y así sucesivamente. Cuando, junto con la vejez en avance, se desarrollan las enfermedades, el combatirlas puede ocupar los últimos años de la vida de un hombre. Es verdad que unos pocos tienen también algunas tendencias idealistas, usualmente vagas, y siempre conectadas con la especie llamada «Homo sapiens». Todo esto tiene una línea común: egoísmo, o acciones que tocan –directa o indirectamente– a la individualidad del ego del hacedor. Entonces el hombre está o no está satisfecho con sus consecuciones personales, es feliz o es miserable, pero todo en él da vueltas alrededor del mundo visible, tangible, material. En este nivel de desarrollo, la gente tiene sólo una vía –una existencia material del nacimiento a la muerte. La última es considerada como la más grande, pero inevitablemente mala. Esta vía no le permite a un hombre ninguna búsqueda trascendental de otro aspecto de la vida, digamos, un esfuerzo consciente por desarrollar la propia conciencia más allá de las estrechas limitaciones de la vida del ego en la materia. Por lo tanto, la cuestión del Samādhi no puede ser tomada en consideración con esta categoría de hombres. Esto es porque son uniformes en su materialismo, y todavía no sienten ninguna dualidad. En ellos, las concepciones filosóficas de la unidad en objetivos toma la forma más baja, a diferencia de la tercera categoría de hombres altamente evolucionados, los plenamente espiritualizados, que son raras fuentes de luz en la oscuridad de la noche espiritual. Esta gente tiene también sólo una vía, pero es diametralmente opuesta al modo de vida de la primera categoría, que ha sido recién descrita.

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Hablaremos sobre esta clase diferente de unidad después de que hayamos analizado la siguiente clase, la segunda, como sigue. B. Cuando el hombre se vuelve insatisfecho con la línea de existencia de la categoría A, importantes preguntas comienzan a surgir en su mente. En general éstas tienen el siguiente patrón: ¿Dónde está el comienzo de la vida? ¿Cuál es el objetivo de la vida? ¿Qué viene después de la muerte? ¿Qué razones hay para la existencia de la especie humana sobre este planeta? ¿Qué relaciones ocurren entre el Microcosmos (hombre) y el Macrocosmos (universo)? y muchas otras preguntas similares que son difíciles de enumerar. Todas ellas tienen un punto común: estos problemas trascienden la estrecha vida del ego. Alguna gente aparentemente encuentra respuestas en sus religiones, y entonces no buscan independientemente apoyándose en los dogmas y explicaciones dados por sus iglesias. Dejaremos este grupo aparte, pues no están activos en la búsqueda espiritual, creyendo que ya han encontrado la verdadera vía. Es exclusivamente su propio asunto. Pero hay quienes no están satisfechos con ninguna solución fácil, y comienzan a buscar por sí mismos tratando de experimentar lo que han leído acerca de los estados superiores de conciencia que yacen más allá del plano físico y los otros. A veces tales buscadores encuentran la idea de la Supraconciencia –Samādhi, y la siguen. Así surge el segundo tipo de hombre, el buscador de la vida espiritual, la verdad espiritual, a pesar del hecho de que aun mora –parcialmente al menos– en la materia densa, a través del intermedio de su cuerpo. Si éste es el caso vuestro, y estáis separados del primer grupo («A»), que solo tiene un propósito, esto es, la vida material. Es del todo evidente que no podemos encontrar buscadores del Samādhi en el primer grupo. Los buscadores vienen del segundo grupo («B»), y es de ellos que nos ocuparemos ahora, en esta parte del capítulo presente. Ahora bien, un buscador (como llamaremos a un hombre del segundo grupo) recibe alguna iluminación interna, y comienza a realizar que no puede confiar en su contraparte mortal, que no existía antes de su nacimiento, y no existirá después de su muerte. Es ahora lo bastante sabio para no drogarse con la idea «agnóstica» de la aniquilación de su ente consciente junto con el cuerpo físico. Quizá aún, no teniendo ninguna experiencia directa de la verdad inmortal de la existencia (que viene mucho más tarde), siente ya intuitivamente donde yace su refugio seguro. Pues, en esta etapa, su karma usualmente le permite entrar en contacto con una enseñanza espiritual conveniente, o incluso –en casos muy raros– con un Maestro viviente, si un ser así está en nuestro planeta en su cuerpo físico en ese momento. Pero, usualmente, el original escrito, o la doctrina hablada, junto con, a veces, la cooperación de discípulos más avanzados del mismo Gurú, es la dote de los aspirantes. Este paso a menudo trae mucho entusiasmo y felicidad intensificados hasta el punto en que hay relámpagos de gloria. Creo que es un arreglo muy sabio de parte del Poder Director, pues el Sendero en sí es espinoso, porque debe descargarse rápidamente el karma a fin de dejar al hombre más libre para el arduo trabajo espiritual que se avecina, sin ser obstaculizado por repercusiones y obstáculos kármicos. Es así que los éxtasis iniciales dan el primer empujón esencial, que en muchos casos debería bastar para todo el tiempo de vida. El recuerdo de esa gloria trae solaz al discípulo en los tiempos difíciles, permitiéndole permanecer sin romperse bajo los golpes del destino. Esta circunstancia es bien conocida por todos los que entran en el Sendero. Yo la experimenté años antes de que viera al Maestro en su cuerpo físico, esto es, recibiera su Dárshan permanente. Esta bienaventuranza llega usualmente de modo inesperado, y no cuando uno quisiera tenerla. Spiritus taif ubi vult es un axioma verdadero en el dominio de la búsqueda espiritual. En algunos atardeceres, al recorrer largas distancias en autobús en la lejana Sudamérica, esta maravilla interna vino por sí misma, trayendo una paz que está más allá de todo, una bienaventuranza sin medida. La conciencia normal no era apagada en absoluto, y no habían visiones: ésta era la mejor prueba de la realidad de estos primeros vislumbres de la Supraconsciencia enseñada por el Maestro Maharshi. Duraba de cinco a quince minutos, raramente más. Influenciaba no solo al experimentador, sino también a los alrededores, de un modo verdaderamente místico. En el capítulo XLVII de En Días de Gran Paz leemos:

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«Es interesante advertir que este estado tiene su propia gama de vibraciones, extremadamente sutiles y poderosas. Ellas influencian nuestros alrededores; podemos fácilmente observar su efecto sobre la gente cuando experimentamos nosotros mismos este estado, pese a que imperfectamente. Cuando, estamos en el umbral mismo de la salida del sol (comienzo) del Samādhi, hablamos a otros, o cuando recién salimos de la puesta de sol (fase final) del Samādhi, podemos notar que la gente se comporta –probablemente de modo inconsciente– algo diferentemente, y que se dirige a nosotros en un tono distinto del usual, aunque desde fuera no puedan ver nada salvo nuestras personas «normales» ordinarias. Pero cada uno tiene su propio Samādhi en lo profundo de su corazón en un estado latente, que algún día se revelará. Así este germen «durmiente» del Espíritu responde a las vibraciones del espíritu despertado.» Tal es el comienzo. Y ahora el título de este capítulo viene a la mente –Las Dos Vías Que Hay Ante Nosotros. Pues, desde este momento en adelante, viviremos como si estuviésemos continuamente en una encrucijada. No nos equivoquemos sobre el significado de estas palabras tal como se usan aquí. Significa que, mientras que conoce acerca de la absoluta superioridad de la conciencia inmaterial y espiritual que hay en sí mismo, el discípulo se verá enfrentado constantemente a los elementos kármicos de su encarnación actual, que aparentemente le traen contratiempos, amargura, a veces llevando a un hombre incluso cerca de la desesperación. ¡Pero en vano! El verdadero Sendero no puede perderse. Puede ser obscurecido si somos demasiado imprudentes, y dejamos que el espejismo del mundo visible y sensible tome el mando. Pero finalmente, el hijo errante retornará a su padre espiritual, como es bellamente descrito por Cristo, y explicado por el Maharshi: «El que entra una vez en el Sendero no puede perderlo, igual que a la presa que cae en las mandíbulas del tigre no se le permitirá nunca escapar. Quisiera hacerles recordar esto a todos los que se están esforzando en la encrucijada de la Consecución, dejándoles así recuperar su paz cuando oigan las palabras de los Maestros. En este momento, las circunstancias más inusuales se enfrentarán al hombre. Su entorno puede volverse hostil para él por causa de su nueva actitud, lo que le llevará a descuidar ciertos aspectos de la vida mundana; los amigos pueden traicionarle, y los hombres pueden contender con él sin ninguna razón aparente. Pero sabe, ¡Oh discípulo!, que el Príncipe de este mundo no perdona a los que tratan de escapar de su poder. Uno debe encararlo y vencer, o perecer por un período de tiempo conocido como «eclipse espiritual». Los que se alejan se convierten a veces en almas errantes durante muchas encarnaciones. Y sin embargo vuelven, con pies y corazón sangrantes, y siempre vuelven al punto desde el que desertaron. No nos detendremos más en este tema, cerrando el asunto con la afirmación de que el precio de errar es elevado. Sin embargo, el grueso de las tentaciones no viene de una interferencia activa de parte del Enemigo, sino de la vida diaria, cuando somos enfrentados a problemas aparentemente pequeños, que, de todos modos, deben ser solucionados de acuerdo con la nueva conciencia que amanece en nosotros. Me estoy absteniendo deliberadamente de hablar aquí acerca del Samādhi, dejándolo a los capítulos posteriores en las Partes III y IV de este libro, cuando el estudiante esté mejor equipado para encarar el problema último de la vida. Pero pueden darse unos pocos ejemplos: a) ¿Deberíamos vengarnos de los que nos dañan? En esta etapa estamos, como se ha dicho antes, en la encrucijada, en una doble vía. Una pertenece al mundo, la otra el Espíritu. Así que os daré también la solución aparente en forma dual. 1. Nunca os venguéis, sino evitad a los ofensores. 2. Volved la otra mejilla a los ofensores, como Cristo enseñó. ¿Cuál de estas dos soluciones será la vuestra? Nadie puede decirlo, aparte de vosotros. Lo mismo se aplica a todos los ejemplos siguientes. b) ¿Qué debería hacerse si vuestro entorno o incluso vuestra familia opone una resistencia activa, u obstáculos, a vuestro nuevo modo de vida? 1. El Sendero debería ser un secreto para todos excepto para el Maestro y sus otros discípulos. Es principalmente un Sendero interno. Es más sencillo impedir las dificultades que combatirlas luego. 2. «Dad pues al César las cosas del César, y a Dios las cosas de Dios.»

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c) ¿Qué debería hacerse cuando os sobrevienen tentaciones sensuales, y sentís humillación y tenéis miedo de sucumbir ante ellas? 1. Leed una obra espiritual cuando seáis atacados por fuerzas impuras. Meditad acerca de cuestiones sublimes que os inspiren. Usad medios directos de Defensa (ver Concentración, Partes II y IV). 2. Recordad «quiénes sois» (leed los capítulos XXXIV y XLVIII de En Días de Gran Paz). **** La siguiente clase de obstáculos viene del lado de vuestra propia mente. Teóricamente, el discípulo ya sabe que él y su mente son dos cosas diferentes. Pero saberlo prácticamente significa no menos que alcanzar el dominio completo del proceso pensante, lo que sucede sólo al final del Sendero, justo antes de la Consecución o Maestría. Por lo tanto, la vía de doble sentido que la precede está llena de luchas para conseguir la supremacía sobre la mente. La última usa innumerables trucos a fin de distraer la atención de aquellos que desean convertirse en sus amos (de la mente). Surgen en nosotros preguntas que, cuando se analizan apropiadamente, parecen fútiles, innecesarias, y a menudo insolubles. El tipo más común está relacionado con los interminables porqués. ¿Por qué esta cosa es eso y no lo otro? ¿Por qué hay obstáculos interpuestos en nuestro camino? ¿Por qué no podemos llegar de una sola vez al final del Sendero? Podéis encontrar posteriores desarrollos de estos porqués ropvosotros mismos. Pero la persona sabia los rechaza a todos sumariamente, concentrando su atención en el trabajo esencial del autodesarrollo porque sabe que todas las cuestiones desaparecerán para siempre cuando alcance la sabiduría, en vez de ir a la búsqueda de un conocimiento relativo. La dualidad que rodea a este segundo tipo de hombre, que está en ruta hacia el grupo tercero y último, donde todas las lecciones han sido aprendidas, es indudablemente trágico. Todos los ocultistas saben acerca de ello, y muchos lo han descrito en sus principales obras. Entre éstas quisiera mencionar una sólo la famosa Zanoni, de Bulwer Lytton. El mejor modo de entender este problema, que es un binario, es mirar atentamente a nuestras propias conciencias. En la literatura filosófica oculta clásica no podría encontrar nada tan bello y lleno de sabiduría acerca de la psique humana, como las Enéadas de Plotino. Al comienzo, el sabio da un consejo general que es muy conveniente para todo aspirante y discípulo: «Entra dentro de ti mismo y mira; y si todavía no eres bello, haz como el escultor con su estatua: él alisa esta línea, allana otra, dándola una expresión más noble, hasta que todo deviene la resplandeciente imagen de la belleza perfecta. Y tú deberías hacer lo mismo.» C. Queda ahora por discutir el tercer tipo de hombre, esto es, aquél que ha acabado con todas las fatigas y experiencias del segundo grupo; que lo ha aprendido todo hasta el grado de la Sabiduría, que trasciende todo conocimiento relativo, y realiza, como una consecuencia necesaria, que no tiene nada más que aprender. Pues la perfección no necesita ningún cambio o adición. Ha alcanzado el Samādhi perenne, que es el estado de conciencia espiritual que se ha hecho permanente, un privilegio inmutable del Ser Perfecto o Maestro, como podemos llamarlo. El objetivo y posibilidad para nosotros, que aún pertenecemos al segundo tipo, es el mismo Samādhi; pero en nuestro estado presente de discipulado, sólo podemos esperar vuelos temporales a la tierra de lo Real, Eterno y Bienaventurado. Incluso esto es ya un paso muy avanzado, pues aquél que ha experimentado Kevala Nirvikalpa Samādhi (esto es, Supraconciencia sin forma temporal) incluso una sola vez, ha sido cambiado para siempre. Esto es así porque es imposible borrar la memoria del Samādhi. Podemos experimentarlo una vez en nuestras vidas, o incluso cada día, y esto no cambiará la regla. El Samādhi (del tipo Kevala) sólo puede vivirse cuando todas las funciones del cuerpo son reducidas al mínimo más pequeño posible, lo que significa su suspensión temporal. El cuerpo se vuelve inmóvil, a veces rígido; hay grandes períodos en la respiración entre inhalar y exhalar, y, por un tiempo, puede incluso detenerse del todo. Pero el tipo permanente (Sahaja Samādhi), que es privilegio único de los Maestros perfectos, rechaza todas las limitaciones del cuerpo, y es experimentado en todo momento, no importa si el cuerpo está despierto o dormido, vivo o muerto. Puesto que ni vosotros ni yo

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pertenecemos al pequeñísimo número de los Perfectos, no podemos tener la experiencia y conocimiento exacto del Sahaja. Es todavía un misterio para nosotros cómo es que puede uno vivir para siempre en ese estado sublime, y estar libre al mismo tiempo de todas las limitaciones impuestas sobre nosotros cuando realizamos nuestros más elevados vuelos al Kevala. Por lo tanto, es inútil hacer adivinaciones al respecto. Estemos satisfechos con la esperanza cierta de que el Gran Día llegará para nosotros en que no quedará ninguna sombra, y en el que estaremos para siempre en la Luz, convirtiéndonos nosotros mismos en esa Luz. No hay otro camino. Nada de esto se aplica a la unidad sin desarrollar en objetivos y vida, pertenecientes al tipo primitivo A, para quien todo tiene todavía que ser alcanzado, pues este último tipo está más allá del mundo de binarios del segundo grupo (B), que se extiende hasta la unidad absoluta de la Sabiduría Total. Su unicidad se ha conseguido para siempre. Todos los estados inferiores son trascendidos y olvidados. Se vuelven obsoletos. Estas son sólo palabras, desde luego, pero ¡qué inmensidad de consecución yace escondida en ellas! Todo lo Más Elevado, acerca de lo cual sólo podemos hacer conjeturas y tener esperanzas, se ha convertido en una gloriosa realidad. Ya no es el cuerpo un obstáculo, pues el Ente Consciente ha alcanzado la pureza y perfección primordial. Decimos que tenemos una u otra conciencia. Pero aquí es la Conciencia quien lo posee todo, estando ella misma desprendida de todo. Es simplemente el Uno sin segundo. Sir Edwin Arnold expresó esto muy bien cuando, en su La Luz de Asia, habla de la gota de rocío que cae de la hoja del loto al radiante océano del Todo (Om mani padme hum ¡El amanecer llega! ¡La gota de rocío se desliza al mar brillante!») Pero esto sólo sucede cuando las «gotas» (esto es, tú y yo) se vuelven tan puras, que su disolución en el Océano se vuelve posible sin estropear su eterna pureza cristalina. Esto, desde luego, son sólo símiles, porque la Realización de la Consecución trasciende toda palabra y pensamiento, objeto y sujeto. Esa es la verdadera unicidad del Samādhi. **** Como podemos ver, sólo un hombre del segundo tipo (B) puede escoger su camino. El primer tipo (A) es inmaduro, mientras que el tercero (C) está más allá de todos. Una persona no desarrollada del primer grupo no sabe, y no desea saber, nada que trascienda sus estrechos objetivos y vida egoísta, dedicados como están éstos a los negocios y a los placeres materiales, cuando puede conseguirlos. Así que no tiene ninguna elección simplemente porque no elige. Es por eso que los verdaderos ocultistas nunca tratan de «convertir» a nadie a sus propias convicciones, conocimiento y teorías que consideran ser justas. Sería tan inútil como tratar de explicar la belleza de una imagen a una persona ciega. Sin embargo, el karma mismo cuida de esto y usualmente no pone a este grupo en contacto con los tipos superiores. Pero es un caso diferente el del segundo grupo. Estos hombres pueden encontrar libros, charlas y finalmente a otros hombres concernidos con el avance de la vida en sí mismos. Si encontráis literatura espiritual que os absorbe, o encontráis un hombre que está en el Sendero, es un signo seguro de que, en vosotros, hay ya algunos gérmenes de vida superior que aguardan al desarrollo. En otras palabras, sois invitados a pasar al segundo grupo (B), el de los «buscadores». En este caso aludo a una búsqueda genuina y no a un interés superficial yfugaz en ciertos fenómenos de origen oculto, trucos hipnóticos, decires de la fortuna, historias de fantasmas, y demás. Una búsqueda seria está siempre basada en buscar una solución al misterio de pertenecer a tu propio ser, que, hasta entonces, es para ti como el enigma de la Esfinge. Esto es así porque ningún buscador sincero y exitoso puede ser iniciado y conducido sin el elemento básico del Autoconocimiento. En la literatura oculta moderna hay muchas referencias a ello. Los Maestros espirituales dan también mucho valor a esa búsqueda: «Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo y sufrir la pérdida de su propia alma? O, ¿qué intercambio hará un hombre por su alma?» (S. Mateo, 16, 26). A vosotros os corresponde definir a qué tipo de ser humano pertenecéis. Y si sucede que es al segundo grupo, no os olvidéis del punto correcto de comienzo de todo conocimiento: ¡la búsqueda de vosotros mismos!

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Pero día tras día pasa, y nuestro camino hacia el final del vagar en este mundo visible se vuelve cada vez más corto. Esto significa que el recuento de las lecciones de la vida se vuelve más corto cada día, hasta llegar a la última. Entonces nos enfrentaremos a los hechos cumplidos, que ya no pueden ser cambiados, y la balanza deberá ser golpeada, lo que será el último acto del drama de la encarnación. Para nosotros, ¿será una marcha victoriosa, con la cabeza en alto, a otra manifestación de la vida, con conocimiento y Luz plenamente adquiridos, o simplemente errar en la oscuridad y el temor, la continuación natural de un frustrado pasado?

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CAPÍTULO VII – ¿QUE ES LO QUE TRAE EL ÉXTASIS? Verso 84: «Si el deseo de liberación existe en ti, los objetos sensuales deben ser dejados a una gran distancia como si fueran veneno; debes buscar constante y fervientemente el contento como si fuese ambrosía, y también la gentileza, el perdón, la sinceridad, la tranquilidad y el autocontrol.» Al escribir sobre un tema que es tan difícil para la mayoría de los lectores tal como el Samādhi, tenemos que elucidar todos los términos que se confunden a menudo con él. Uno de los más despistantes es el del éxtasis. El Samādhi es llamado a menudo «éxtasis», y de aquí que los éxtasis visionarios sean confundidos equivocadamente con el Samādhi. La verdad es que ambos términos, y consecuentemente los correspondientes estados de conciencia, son dos cosas diferentes e inconmensurables. A lo largo de este trabajo encontraremos suficientes explicaciones y material acerca del Samādhi, así que este capítulo estará dedicado a la gran nieta del Samādhi, que es el éxtasis. Su verdadero significado es «arrebato», que es, exacto y sé usa en la terminología psicológica, así como para nuestro propósito de aquí. Cuando un hombre se encuentra en éxtasis, siente que está en un arrebato espiritual, esto es, más allá de sus sentidos y percepciones normales, que se convierten entonces para él como en un sueño irreal del pasado. Es cosa aceptada conectar el éxtasis con experiencias bienaventuradas, con intensos sentimientos de felicidad. Esto es verdad en general. Pero el éxtasis tiene usualmente algunas causas definidas (a menudo materiales). Sabemos del arrebato del amor, del abandono de uno mismo, de la elación artística, y demás. La experiencia parece depender de una propiedad particular del hombre, esto es, de que su lado emocional sea predominante. No podemos imaginar fácilmente que ninguna clase de éxtasis abrume a una persona seca, fría y sin imaginación, cuyo mundo interno está más bien embotado y no es impresionable, y estaremos en lo correcto. En este punto podemos considerar el llamado éxtasis espiritual, sobre el que podemos aprender más a partir de las vidas de algunos de los santos. Y entonces encontraremos que no todos estos sobresalientes hombres experimentaron algún arrebato visible al sumergirse en oraciones o contemplación. Si cualquiera que estuviese en el entorno de, digamos, S. Francisco de Asís, o Sta. Teresa, o el apóstol S. Juan, y demás, era capaz de percibir en ellos sus estados extáticos, difícilmente podría decirse la misma cosa sobre otros tipos de santos como S. Juan de Vianney, S. Serafín de Sarov, y el Maharshi. Cuando este último respondía a preguntas sobre el significado exacto del éxtasis, señalaba: Cuando la mente es trascendida y la conciencia por tanto se sumerge en el Samādhi, no puede haber éxtasis en absoluto, pues el elemento mismo que podría experimentarlo (esto es, la mente) está ausente en el Samādhi. Pero, cuando el Samādhi llega a su final y la mente emerge de nuevo, sucede a menudo que el éxtasis aparece. Esto es así porque la mente es entonces iluminada por el reflejo de la inimaginable bienaventuranza espiritual, de la verdadera Supraconsciencia, vacía de todas las formas y limitaciones.» En la terminología hindú es llamado Kevala Nirvikalpa Samādhi, la cual es una definición muy exacta y plena. Tales éxtasis están conectados a menudo con lágrimas de gozo, risa, temblores del cuerpo, canto arrebatado, y demás. Ahora podemos entender mejor las diferencias y relaciones entre ambos: Samādhi y éxtasis. El primero es esencial y de toda la importancia para los que son capaces de alcanzarlo. El segundo es una reflexión y manifestación del trascendental, inmutable y supremo estado, en la propia mente y emociones, en otras palabras, en los planos astral y mental. Me refiero aquí a la forma superior del éxtasis, y no a ningunas otras inferiores, que a veces ocurren como resultado de felices circunstancias de todas clases en la propia vida personal. Algunos tienen el trastorno emocional a causa de asuntos amorosos felices, una gran ganancia monetaria (en la lotería, y demás), y condiciones similares. Si analizamos bien nuestros propios pequeños éxtasis, encontraremos casi invariablemente su origen en fuentes similares a las recién mencionadas. Para resumir, podemos afirmar que ahora sabemos de dónde viene el éxtasis, y cómo encontrar su origen.

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Pero hay todavía algunas otras clases que tienen una fuente puramente mental. Cuando un filósofo o científico hace un descubrimiento o invento muy importante, puede también tener una elevación extática de su mente. Recordemos tan sólo esos pocos conocidos de nosotros por la historia: Arquímedes, quien, cuando encontró la solución al problema de cómo descubrir el peso específico de los cuerpos físicos, dejó su baño y, en vestimentas algo incompletas, corrió por la calle gritando «Eureka», pues era capaz entonces de determinar las verdaderas cantidades de plata y oro en la corona del rey. Isaac Newton, al descubrir la ley física básica de la gravedad, fue abrumado también por el gozo, pues por fin fue capaz de formular esa ley científicamente al observar un objeto cayendo a tierra desde una cierta altura. No estamos seguros de si realmente fue una manzana cayendo desde un árbol. Si quisiéramos resumir lo que se ha dicho acerca del Samādhi y el éxtasis, una comparación tal como «luz y reflejo» no estaría lejos de la verdad, la cual de otro modo es inexpresable en palabras. Importantes desarrollos vendrán de esta definición. a) Deberíamos siempre buscar la fuente o realidad de nuestras experiencias superiores. b) La fuente primaria es la Supraconsciencia –el Samādhi. Sólo él cuenta e importa. c) Todos los innumerables éxtasis son –en el mejor de los casos– sólo derivados de (b), y, aparte del placer que puedan traer, no pueden ser considerados como verdaderos factores de iluminación interna. d) Puesto que todas las visiones son sólo diferentes formas de actividad mental, con las que no estamos hasta entonces demasiado familiarizados, no pueden ayudarnos en nuestra búsqueda de los elementos eternos obtenibles en el Samādhi, sino que son más bien distracciones. Obstaculizan la concentración, que es la base para la Supraconsciencia, requiriendo la última un dominio y eliminación completos –incluso por un tiempo limitado– de las actividades vibratorias de la mente en nosotros. Todo esto es verdad incluso a pesar del hecho de que algunas formas de visiones puedan parecer «profeticas», esto es, que puedan tener en ellas un reflejo de clichés de acontecimientos pasados, presentes o futuros. El ocultismo occidental conocido como «Hermetismo» ha elaborado bien el campo de las visiones y yo hablé acerca de ellas extensamente en otro de mis libros, El Tarot, un curso contemporáneo de la quintaesencia del ocultismo hermético. Las visiones simbólicas de San Juan en su «Apocalipsis», y las de Nostradamus, son bien conocidas, y chocantes por su exactitud, a pesar del lenguaje algo pesado del último (que es una mezcla de latín y francés antiguo), y la forma en que fueron dadas a la posteridad. Podemos, desde luego, dudar de la sabiduría práctica de todas las profecías, porque excitan nuestra curiosidad más que conducirnos a una actividad más cuidadosa y bien calculada. Como ejemplo, puede citarse el caso de que Napoleón I y Hitler, ambos conocían los textos de Nostradamus y posiblemente no pudieron sino reconocerse en ellos. No obstante, actuaron exactamente como estaba predicho, y por lo tanto no pudieron escapar a sus destinos tal como se mencionaban en las profecías. Es un pensamiento interesante sobre el que todos los aficionados a la profecía y el decir la fortuna deberían pensar profundamente. ¿Hay alguna razón para perseguir estas ilusiones adivinatorias, que no pueden influenciar realmente la vida y karma de la humanidad?

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PARTE II EL UMBRAL Y LOS PRIMEROS PASOS CAPÍTULO VIII – JUSTICIA EN ACCIONES E INTENCIONES Verso 420: «El resultado del desapasionamiento es la percepción correcta; el resultado de la percepción correcta es la abstención de los placeres de los sentidos y de los actos ceremoniales. La paz que viene de la realización de lo verdadero es el fruto de la abstención de los actos ceremoniales, y de los placeres de los sentidos.» Al alcanzar el término de la primera parte de esta obra, acabamos con la definición de términos, métodos, fenómenos y condiciones que podemos encontrar en nuestro camino hacia el Samādhi. Ahora la preparación interna se halla ante nosotros. ¿Es necesaria? Sí, en todo caso, a no ser que pertenezcáis a esos pocos que vienen a esta tierra iluminados ya en la Sabiduría, habiendo conseguido la Luz final en su glorioso pasado. Esto se refiere a los verdaderos Maestros espirituales, de los que tuve el privilegio de ver uno con mis ojos mortales, un hecho que ha cambiado toda mi vida así como la de unos pocos otros, que han preferido no compartir los tesoros internos, que recibieron del Maestro, con este mundo cruel; no escribir, sino permanecer silentes para siempre. De este modo pueden evitar conflictos con el mundo, que usualmente ataca a los precursores de la evolución humana tratando de silenciar su habla. Pero: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones... » y diferentes vías conducen a ellas. Sin embargo, existen vías a ser recorridas, y esto significa esfuerzo y movimiento. Y así sucede con los que desean alcanzar el objetivo antes que otros, y que desean saber acerca de los primeros pasos que hay que dar en la dirección del Samādhi. En Concentración pueden encontrarse métodos para el desarrollo de poderes internos, que nos capacitan para entrar en el Sendero. Estos consisten en diferentes formas de concentración, que es la suprema de todas nuestras fuerzas internas. Como ya se ha dicho en el primer capítulo de este libro, se supone que el estudiante diligente, que trata realmente de alcanzar el Samādhi (Supraconsciencia), lleva a cabo satisfactoriamente la Parte III de Concentración. Esto es porque el Samādhi es el «sentimiento de Yo–Yo, pero sin pensamientos», como fue enseñado por su maestro contemporáneo –Sri Ramana Maharshi. Esto significa que los pensamientos deben ser deliberadamente excluidos de la mente, antes de ser alcanzado el deseado estado de consciencia. Es una condición. Pero, ¿Cómo podría uno que no posea la capacidad de concentrarse, tener éxito en un intento por limpiar a la mente de pensamientos? Como veis, es un círculo vicioso, que siempre nos lleva al mismo fulero que ha de ser conseguido. Hay otras cualidades nuestras que deben ser desarrolladas prácticamente antes de pasar el umbral santo, que conduce al templo silencioso del Samādhi. En el último capítulo de Concentración di, como tema para la meditación, los diecisiete «Versos del Nirvana», sin ningún desarrollo posterior de los mismos, pues ellos pertenecen a la presente obra, y no a la anterior, que es una preparación para este libro. El Samādhi le hace grandes exigencias al aspirante. Esto significa que los vicios tienen que ser erradicados y las virtudes básicas adquiridas. No nos equivoquemos, éstas son condiciones. Si uno tiene aún muchas cualidades negativas y pocas virtudes (cualidades positivas), es sólo una prueba de que sus cuerpos sutiles son crudos, y sus vibraciones lentas y toscas. ¿Cómo pueden armonizarse con la pureza absoluta de la Supraconsciencia? No podéis alcanzar el Samādhi simplemente porque alguien os ha mostrado ciertas técnicas, usadas por adeptos avanzados, pero que pueden no ajustarse a vosotros enteramente. Recordad que, en el Samādhi, trascendéis la humanidad que hay en vosotros, alcanzando el estado que quizá otros tardarán eones en obtener. Entonces, en vez de estar limitados y condicionados como antes, devenís el Infinito y Absoluto. ¡Qué gran tarea es ésta! ¿Pueden realmente alcanzarse estas cimas? Se puede, simplemente porque su consecución no significa sino el rechazo de todos los velos, que ocultan al eterno y siempre perfecto Ātman–Ser– Espíritu que hay en vosotros. Estos tres términos son sinónimos.

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Si fuera de otro modo, ninguna consecución sería posible, porque la Trinidad, como se mencionó en la última frase, no puede ser creada o aniquilada. Realizad que son cosas eternas, siempre presentes y en todas partes, más allá del espacio y el espacio. Este proceso necesitará de una profunda meditación, antes de que entréis en la corriente correcta con vuestra consciencia, que os revelará entonces lo que estoy tratando de transmitir con palabras en este momento. Pero las palabras no pueden daros la realización de esa verdad, sólo vuestro propio esfuerzo interno. Llevadlo a cabo ahora, y leed más luego. Extendiendo este análisis, veréis que el elemento eterno que hay en vosotros (la Trinidad recién mencionada), que es vuestro Ser verdadero, no puede tener ni comienzo ni fin. Parece fácil de decir, pero no tan fácil de vivir. Meditad de nuevo acerca de este axioma con completa paz mental y claridad de consciencia, y finalmente lo sabréis, como lo hicieron y lo hacen otros que están en el Sendero. Por consiguiente, nada, absolutamente nada, puede cambiar vuestro núcleo verdadero, nada puede añadirle o sustraerle algo. Todos los yogas, ejercidos santos métodos ocultos y demás, operan solamente sobre los velos que envuelven al Ser, ¡pero nunca sobre ÉL! ÉL no puede ser ni sujeto ni objeto, pues sólo ÉL es. Todas las otras cosas son sombras en el espacio y el tiempo. Si deseáis tener éxito en el Sendero, no sigáis leyendo hasta haber entendido esta verdad dentro de vosotros, sin ningún rastro de duda. **** Por el título de este capítulo, vemos que el primer paso preparatorio hacia nuestro objetivo es la Justicia, aplicada en todo momento y en todas las cosas. Nuevamente es más fácil de decir que de realizar. En primer lugar, la justicia debería ser practicada en nuestras actividades físicas. Empezando con nuestra propia herramienta física, el cuerpo, debemos practicar la justicia en nuestro entorno. El cuerpo debe llevar a cabo sus funciones armoniosamente, pues entonces no nos distraerá de nuestro Objetivo supremo. En este punto alguien puede decir que él es Ser–Espíritu y no el cuerpo, y que por lo tanto no desea ocuparse de funciones mayávicas (cuidado del cuerpo en el sentido recientemente usado). Suena todo muy bonito, pero no es así la realidad. ¿Quién se atreve a pronunciar tal frase, que en su más profundo significado es absolutamente cierta? ¿Sois independientes de vuestro cuerpo? ¿No sería afectada realmente vuestra: consciencia por un torturante dolor de muelas, fiebre, un baldante reumatismo, y condiciones similares? ¿No os veriáis afectados por malas noticias acerca de vuestra familia, las finanzas o el trabajo? Sólo si bajo tales circunstancias podéis en verdad responder «¡No!», seréis independientes de todas las condiciones externas, siendo por tanto no menos que, un Jivanmukta, un Reintegrado, brevemente, un Ente perfectamente Liberado. Pero en ese caso no leeríais este libro, ni ningún otro. Por lo tanto, tengo que presumir que no estáis tan avanzados, y continuaré. Tenemos que ser, como ya se dijo, justos con nuestro cuerpo, dándole lo que realmente necesita, ni más, ni menos. Si lo hacéis así, veréis que la gente corriente usualmente sobrecargan sus cuerpos con exceso de alimento y bebida. Esto hace la concha demasiado torpe para nuestro propósito, desobediente, y que requiere demasiada atención. Por consiguiente, desarrollad los mejores modelos de alimento, sueño, movimiento y trabajo, por vosotros mismos. Nunca he oído de nadie que alcanzase el Samādhi, que comiese la carne de otras criaturas (al menos, de las de sangre caliente), o que fuese un borracho, o adicto a hábitos dañinos, drogas y demás. Esta es la primera sugestión práctica para todo estudiante sincero. Los ocultistas, quienes nunca se, identifican con sus cuerpos, consideran su contraparte física como un instrumento temporal, dado a ellos para el cumplimiento de ciertas tareas. Si el instrumento es tratado erróneamente, posiblemente no podrá dar un buen servicio. Por lo tanto, nuestra justicia hacia la concha física y el mundo que nos rodea, debería ser darles exactamente la cantidad de atención y medios materiales mesurada y necesaria. ¡Ni más ni menos!

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Permitidle al cuerpo tan sólo la cantidad requerida de cualquier cosa: alimento, descanso, ejercicio, movimiento, deportes naturales tales como caminar y nadar (si os gusta). Si todo esto puede parecerle terriblemente aburrido e imposible a un hombre corriente, por su identificación con el cuerpo físico, le requerirá mucho menos esfuerzo a un ocultista avanzado, y esto es bastante comprensible. Si no podéis suprimir hábitos innecesarios y dañinos, eso es sólo porque el cuerpo rige sobre vosotros. No hay ninguna otra explicación. Pero un hombre que es fuerte «internamente», no permite tal degradación. Para él sería lo mismo que si sus botas le ordenaran a dónde caminar. El Samādhi es para los que dominan sus cuerpos, y no para los esclavizados. Como un medio muy efectivo para la limpieza sistemática de las impurezas del cuerpo, algunos ocultistas recomiendan tomar baños turcos, al menos una vez en la semana. El escritor coincide con esto, pues ha tenido experiencia confirmatoria con estos baños, y ha notado el considerable beneficio que se deriva de ellos. Pero no deberían pasar menos de dos horas después de una comida, antes de tomar un baño turco. Sin embargo, esta clase de baño no debería ser confundida con los tipos diferentes de vapor conocidos como sauna, baños rusos y demás, que pueden afectar fácilmente a corazones no demasiado fuertes. El sistema turco usa sólo calor seco, que es inocuo para cualquiera. Pensad acerca de esto antes de comprometeros en el Sendero Sublime. La segunda aplicación de la Ley de la Justicia concernirá a las del cuerpo y mundo emocional (o astral). Es una tarea más complicada y difícil, al ser un desarrollo natural de la primera. La tercera tratará sólo de la mente y su plano. Aquí hay que dar una importante advertencia: no penséis que estas cosas deberían ser tomadas estrictamente por turno, esto es, primero el cuerpo físico, después el astral, y finalmente el mental. Sería un gran error, por la inmensa cantidad de tiempo requerida para un proceso tan lento. El Maestro Maharshi confirmó esto cuando un visitante citó el viejo proverbio romano: Mens sana in corpore sano (un espíritu saludable en un cuerpo saludable), dando a entender que supuestamente deberíamos adquirir primero, y luego mantener, una fuerte concha física, y empezar a intentar después cosas más elevadas. El Sabio respondió con una sonrisa: «En tal caso, habría un cuidado incesante del cuerpo.» Con esto quiso dar a entender el absorbente cuidado que no permite a un hombre ningunas verdaderas actividades evolucionarias, como es el caso con la naturaleza humana, para cuidar de lo que, de acuerdo con nuestro presente punto de vista, es más importante y querido para nosotros. No, nuestros esfuerzos deben ser llevados a cabo simultáneamente en las tres direcciones, o, en otras palabras, sobre los tres planos de existencia. Sólo entonces podemos esperar un armonioso desarrollo y mantenimiento de nuestras herramientas, que finalmente nos libera de ellas –en el Samādhi. Es sólo por la imposibilidad de exponer esta cuestión de otro modo que no sea en secuencia, que leéis estas instrucciones como divididas en tres partes, siguiendo una a la otra. Así pues, el principio de la justicia aplicado al astral significa el control racional de sus vibraciones. Bajo el término «vibraciones» en planos diferentes, aceptamos el funcionamiento de la conciencia en esos planos. En breve es esto: un rehusé a permitir que ocurran ningunos movimientos desarmoniosos (o malos) en nuestras emociones y sentimientos. Si miramos esta regla más de cerca, descubriremos un código moral ordinario subyacente, pero extendido y sutilizado hasta los más extremos límites de posibilidad. En líneas generales, las vibraciones negativas (cuyos detalles el estudiante debe establecer por sí mismo, pues es un trabajo sencillo e individual) son: sentimientos de ira, temor, celos, envidia, odio, sensualidad, lamentación, desesperación, y todos los derivados de esta maligna letanía. Ellas no deben tener ninguna parte en vuestra vida astral. ¿Y qué hay de las llamadas emociones «deseables» como el amor, el coraje, la serenidad, la pureza de pensamiento, y demás? ¡No os preocupéis por ellas! La naturaleza humana está dispuesta de tal modo, que no puede haber ningún vacío en los tres mundos en los que normalmente vivimos, hasta que se alcanza el Samādhi. Pues el Samādhi es virtualmente el rechazo y trascendencia de los tres. Por carencia de vacío se da a entender que, en vez de las vibraciones astrales negativas expelidas, deben venir unas positivas. ¿Cómo puede ser esto? ¡Simplemente probadlo sobre vosotros! Si destruís el odio en vosotros (no que sólo lo olvidáis, sino que realmente lo destruís sin ninguna posibilidad de su resurgimiento) el amor

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vendrá como resultado. Esta es la ley. Y así lo mismo con todas las emociones. Alguien puede protestar: en vez del odio destruido podría surgir simplemente la indiferencia. ¡No así! Porque aquí la «indiferencia significaría de nuevo una actitud negativa, encerrándose en el vicioso y estrecho círculo de vuestro ego, el enemigo primordial de toda expansión de conciencia. No confundáis la indiferencia con el no–apego, que es el atributo de las grandes almas. Cuando me senté a los pies del Maestro, nunca vi ninguna traza de indiferencia en su maravillosa cara, sino sólo esa sublime libertad de la consecución completa, penetrada por la compasión espiritual, que irradiaba de él, y que fundía las duras conchas externas que rodean los corazones de los hombres. De nuevo, el esfuerzo de aniquilación de algún tipo de vibraciones negativas de vuestro astral o mental, significa también un proceso subconsciente de purificación, técnicamente, del apartamiento de algunos velos más, que cubren el núcleo inmortal, eterno y perfecto de todo ser. Así que, ¿cómo podría deslizarse algo incorrecto adentro de vosotros, si ya no queda en vosotros una entrada para ello? Antes de alcanzar vuestro objetivo, tendréis que devenir buenos psicólogos, que tratan de las manifestaciones vivientes en vosotros y en vuestros hermanos –tanto los hombres como los animales que os rodean. Pero esto no significa la exposición escolástica teórica, prestada o aceptada, de un sistema, de los que hay todavía presentes muchos en el mundo. Los urdidos «sistemas psicológicos» hechos por aquellos que no son siquiera maestros de sus propias vidas, son inútiles para vosotros. Vuestra psicología práctica debe ser la vuestra propia, que aprendéis durante el tiempo de un estudio preparatorio tal como éste. La verdadera psicología es, y puede ser, solamente la que encontramos en las profundidades de vuestra propia consciencia del ser, si es que podemos zambullirnos hasta esas profundidades. Para volver a la aniquilación de las vibraciones astrales negativas, el estudiante entenderá con seguridad, que este trabajo no puede ser llevado a cabo «con las manos desnudas». Sí, necesitamos para ello una buena y aguda herramienta, y ésta no es otra que el poder, bien conocido por nosotros, de la concentración, basada en el poder de la voluntad poseído. Este es el pivote y el fulero de todos nuestros empeños. Es como la matriculación para un curso de universidad. Esto nunca debería ser olvidado. Si deseáis conocer los últimos pasos que preceden al Samādhi, realizad entonces que son tan sólo el uso especial y silencioso de la concentración que permite la detención de todas las vibraciones pertenecientes a los tres mundos manifestados. Los que han alcanzado este punto sabrán lo que quiero decir. Y es un gran gozo espiritual saber de otros viajeros compañeros, que llegan, tras afanarse inconmensurablemente al mismo «punto» eterno, más allá del cual ya no hay nada que conseguir. Saber que, dentro de algunas formas físicas (¡cuán pocas en esta época!) la luz eterna e imperecedera ya está luciendo, y que entonces se realiza ahí la Vida, más allá de toda muerte y sufrimiento, la Vida que se extiende más allá de todo, pues es –el Todo. Hace unos cincuenta años, un Sabio, en la lejana India, comenzó su obra sublime recordando a la humanidad su olvidada herencia, la libertad eterna del Ser realizado en el hombre. Un hombre que, sin buscar ninguna gloria, fama o publicidad, se asentó durante su larga vida en el estado continuo del Samādhi supremo; sin ser estorbado por su vida aparentemente «normal». Se movió, habló, comió y durmió, sin abandonar, siquiera por un segundo, su Sahaja Nirvikalpa Samādhi, alcanzable sólo por los Hombres–Maestros perfectos. El Misterio cubre tal gloria de Consecución, pues todo lo que nosotros podemos esperar alcanzar ahora, y probablemente por muchas, muchas vidas futuras, es el Kevala Nirvikalpa Samādhi. ¿Donde reside la diferencia entre estos términos casi sinónimos? En las primeras palabras de estas expresiones: Sahaja significa ininterrumpido, perenne, no roto, mientras que Kevala significa temporal y limitado. La diferencia parece estar sólo en la «cantidad» y no en la «calidad», y el Maestro Maharshi apoyaba aparentemente esta idea. Al hablar de los Samādhis eterno y temporal, señalaba que es la mente quien hace toda la diferencia. Si está completamente «muerta» (la propia expresión del Maestro), entonces el Samādhi se extiende a todo en los estados tanto despierto como dormido, así como tras el abandono del cuerpo físico al morir. Si la mente –como es el caso con todos nosotros– es sólo temporalmente dominada y compelida al silencio, retornará a sus anteriores actividades, pues el poder interno de un hombre así no basta para

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abandonar todo lo relativo, y para no tomarse interés en estas cuestiones (la relatividad): igual que un avión, que puede permanecer en el aire tan sólo mientras tiene suficiente combustible. Los que han experimentado el Samādhi saben que las palabras del Maestro son ciertas en toda su simplicidad. Tras haber estado en Samādhi por algunos minutos (a veces incluso horas), somos compelidos a retornar. Hay un Poder que ordena ese retorno, y nada puede resistirse a ello. Sólo puedo recomendar a los estudiantes que se lean las obras de Sri Ramana Maharshi en las traducciones inglesas originales, que son fácilmente asequibles de su antiguo Āshram en Tiruvannamalai, al Sur de la India. **** El más comprensible y entendible esquema de nuestro comportamiento astral puede obtenerse a partir de la siguiente concepción. Imaginad vuestras actividades emocionales como una especie de radiación, vertiéndose desde vosotros hacia el mundo exterior. Sabéis que en la física hay diferentes clases de radiaciones. Algunas como, digamos, la luz del sol, son benéficas, otras, como las de los metales raros (p. ej. Estroncio 90), son dañinas y pueden causar enfermedad o incluso la muerte. Si condescendéis en vuestros sentimientos astrales negativos, como los enumerados al comienzo de este capítulo, envenenáis la atmósfera astral que os rodea, dañando los astrosomas de vuestros alrededores, y más aún, infectándolos, como una enfermedad contagiosa, forzándolos por tanto a aceptar y, consecuentemente, a emitir posteriormente similares vibraciones. ¿Entendéis la injusticia de la que sois culpables en un caso así? Si actuáis del modo opuesto, esto es, si irradiáis una paz completa y sentimientos positivos, añadís vuestras actividades astrales al reservorio de vibraciones saludables, ejercitando por tanto una influencia evolutiva sobre vuestro entorno. No hay acción sin reacción, y no hay resultados sin una causa. Estos dos axiomas deberían siempre mantenerse ante la visión interna de todo aspirante a la conciencia superior. Nuestros sentimientos no simpáticos dirigidos hacia nuestros vecinos, crean en ellos otros similares. Es un hecho muy bien conocido que los seres humanos son muy susceptibles a tales emociones, especialmente las creadas «instintivamente». Por ejemplo, podéis entrar a un tren o tranvía en el que no hay asientos vacantes, pero en el que, si algunos pasajeros se sientan un poco más juntos, podría encontrarse lugar para otro viajero. Veis esto, pero nadie se mueve. Un hombre corriente sentirá indignación interna contra los egoístas pasajeros. En la luz astral esto puede observarse como vívidas corrientes de, digamos, rayas rojas. Pero esto no es importante. Lo que realmente cuenta es la creación de corrientes de energías negativas y venenosas, por parte de la atolondrada persona. Esto es «ilegal» desde nuestro punto de vista, y es por tanto una violación de la justicia astral. Podrían citarse ejemplos «ad infinitum», pero eso es asunto del estudiante, no del escritor, confinado como él está por limitaciones de espacio en un libro. Ningunas de las vibraciones negativas creadas por nosotros son justificables. Puede entenderse que a veces tengamos sentimientos duros contra aquellos que nos hacen mal, según creemos; pero en cualquier caso, es injusto desde el punto de vista espiritual. ¿Cómo podemos alcanzar la conciencia espiritual –Samādhi– si violamos las leyes espirituales? Entre la justicia espiritual y material hay un abismo, sobre el que nunca hubo, hay, o habrá un puente. ¿Ejemplos? Bueno, Cristo oró por Sus ejecutores; Él nos aconsejó volver la otra mejilla cuando somos agredidos en una; más aún, nos dijo algo que podría fácilmente estar más allá de nuestro entendimiento: «No resistáis al mal». El Maharshi, robado y golpeado por ladrones, mientras que tenía la posibilidad plena de impedirlo, puesto que sus discípulos, que estaban con él esa noche, eran más numerosos y fuertes que sus asaltantes, les ordenó no resistir, y volvió su lado derecho hacia los golpes, cuando el izquierdo ya había sido atacado. Puesto que las verdades espirituales son inaccesibles al razonamiento, dejo la explicación a la propia intuición del estudiante, pues es la intuición la que presenta el instrumento apropiado para el conocimiento y la instrucción espirituales.

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Incluso los magos saben que la mejor defensa contra acciones hostiles en el plano astral, son el perdón y las oraciones sinceros e incondicionales, por el ofensor. **** Queda aún la tercera clase de actitud necesaria para aquellos que se preparan para la Supraconsciencia. Desde luego, es la cultura mental, nuestra justicia mental, igual que pasaba con las justicias física y astral. Con los pensamientos como productos mentales hay diferentes standards. El pensamiento correcto, o justo, tiene diversos atributos, que, en breve, son como sigue: 1. Concentración, esto es, carencia de disipación de los procesos de pensamiento de uno. Esto significa que cuando estamos pensando sobre, digamos, una manzana, no deberíamos mezclarla con limones, peras y otras frutas. El sentido de este ejemplo debería ser claro para nosotros. Si tenemos que situar un objeto simple ante nuestra pantalla mental, debe ser el único en el foco de nuestra concentración. Las derivaciones en la dirección de las afinidades de objetos deberían ser excluidas. Cuando necesitamos pensar acerca de nuestro reloj, sólo su imagen debería estar ante nuestra visión, y el pensamiento no debería extenderse hacia los fabricantes del reloj, sus cualidades, valor y demás. Esto es así porque, si extendemos el área de nuestra concentración, el proceso deviene una meditación o deliberación acerca de las cualidades del objeto y otros detalles, lo que está más allá de nuestro propósito, y es por tanto una completa distorsión de la concentración. Tenemos que aprender a pensar acerca de cosas muy simples, y sólo entonces nos mostraremos lo suficientemente maduros para problemas más complicados conectados con el necesario coste de la meditación, que es la base para el Samādhi. La regla es: pensad en un momento dado solamente sobre un objeto, no importa el reino al que pertenezca. Entonces los procesos más complicados de vuestra mente serán fáciles de controlar y dominar. Sin someteros a esta regla, vuestra mente seguirá siendo siempre una cosa desobediente y sin poder. Puesto que se supone que habéis estudiado otra obra básica –Concentración (Publicada por Luis Cárcamo, editor. (Madrid, 1978).)– antes de leer este libro, tengo poco más que añadir. 2. Todo problema debería presentarse claramente en vuestra mente, esto es, no permitáis que surjan ningunas formas nebulosas e indefinidas en vuestra mente, y no admitáis ideas vagas. Si el asunto no está lo bastante claro, concentrad vuestra atención sobre él hasta que lo «veáis» claramente. 3. Un momento sumamente importante en o el, «pensamiento correcto» como preparación para el Samādhi, se adquiere por el hábito de la concentración en considerar todos los procesos mentales que surgen en la mente, como algo aparte de vosotros mismos, que puede ser, y está separado de vuestro núcleo del Yo. Es una condición «sine qua non». Nunca alcanzaréis el Samādhi mientras que os identifiquéis con vuestra mente, tal como era el caso con vuestros sentimientos. Es la mayor de las injusticias infligidas a vuestro Ser, no liberarse del hábito involuntario o (adquirido en muchísimas encarnaciones previas), de confundir las herramientas con el maestro que las usa. Esta separación, básica en la vía oculta, se consigue de nuevo por el desarrollo de la capacidad de concentración práctica, que conduce al dominio de las funciones de la mente. Entonces vemos que la máquina y el operador no o pueden ser uno solo. En los senderos religiosos, se supone que se consigue lo mismo por «renunciación de la propia voluntad de uno», tal como se practica en los monasterios y conventos. Es un camino considerablemente largo, y el novicio usualmente no sabe lo que vosotros estáis estudiando en este capítulo. El tiene que creer incondicionalmente en la sabiduría de su prior, que no le da ninguna, o muy pocas explicaciones psicológicas conectadas con las reglas obligadas de los monasterios. La obediencia al líder espiritual es en tales casos la condición cardinal en las órdenes religiosas de todas las denominaciones, cuando estas órdenes todavía existen. En otras palabras, en aquellas denominaciones en las que todavía se da la oportunidad de avanzar a los fieles que sienten que su vocación es entrar en una orden así, y dedicar sus vidas a su servicio. Pero unas pocas personas más enérgicas necesitan diferentes senderos, como los discutidos en este libro, que dan un acceso más científico y más rápido al objetivo.

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4. La justicia en la discriminación concerniente a la influencia del entorno y de otros hombres sobre el aspirante, es necesariamente una virtud mental principal para él. A menudo somos contrariados por la falta de amistad humana, a veces incluso animosidad, que tiene lugar cuando estamos recorriendo el Sendero. Ocasionalmente oigo a estudiantes, bastante capaces por otra parte, decir: «Todos mis esfuerzos están dirigidos a mantener la paz en mí mismo y con el mundo. A pesar de esto, y sin causa alguna por mi parte, experimento toda clase de deslealtades y hostilidad. ¿Dónde yace, pues, la justicia?» La respuesta puede ser doble. a) Para vuestra mente será: el hombre usualmente no conoce su pasado más allá de su encarnación presente. Así que, incluso si en esta vida parece ser correcto en su actitud hacia el mundo (lo que es muy duro de establecer apropiadamente), pueden venir represalias como resultado de existencias pasadas, y usualmente es así. b) Para vuestro espíritu, la solución a este controvertido problema será la respuesta dada en circunstancias similares por Thomas a Kempis a sus monjes subordinados, en su Imitación de Cristo (Libro 2, Capítulo 1). «También Cristo fue despreciado por los hombres del mundo, y en su mayor momento de necesidad fue olvidado entre insultos por Sus familiares y amigos... Cristo tuvo enemigos y detractores, ¿y querríais vosotros que todos fueran vuestros enemigos y benefactores? ¿Cuándo será coronada vuestra paciencia, si no os encontráis con adversidad alguna?» Esto puede considerarse como sumamente instructivo para aquellos capaces de mirar en las profundidades de las cosas con discernimiento espiritual. 5. Evitad la verborrea a cualquier precio. Aprended a pensar, cuando seáis compelidos a ello, o cuando meditáis o tratáis de resolver un complicado problema, sin formar palabras y repetirlas en vuestra mente. El Gran Rishi Ramana, la más eminente autoridad sobre psicología espiritual, llamaba, a las palabras «los tataranietos de la verdad», y enfatizaba con esto lo inadecuado del habla para la búsqueda dentro del propio Ser de uno. El pensar sin palabras e imágenes concretas, pertenece a individuos que están bastante avanzados en el control de sus mentes. Es también una de las precondiciones que conducen al Samādhi. No puede conseguirse sin esfuerzos bien dirigidos (véase Concentración, Parte III). 6. Pacificad vuestra mente, esto es, no emitáis ningunos pensamientos incubados rápidamente y sin descanso. Podrían ser injustos para vuestro entorno, influenciándolo adversamente, y esto significa otro impedimento para vosotros en vuestro Sendero. 7. Aprended a ser justos en vuestros pensamientos acerca de otros hombres. Si es necesario juzgarlos, hacedlo siempre imparcialmente, como si os mantuvieseis aparte de vosotros mismos y mirando desapasionadamente, con la misma mirada tanto sobre ellos como sobre vosotros mismos. Si dejáis de estar enamorados de vuestro cuerpo, esta actitud será establecida en vosotros sin mucha lucha interna. Tomad inspiración de la falta de egocentrismo de los Maestros Espirituales, y ved cuán perfectos fueron. Leed las vidas de los santos y de los grandes Instructores de la humanidad, pues esto indudablemente tiene una influencia incontestable y ennoblecedora sobre la psique de un hombre. Para aquellos que tienen una actitud espiritual profundamente sutil, el Evangelio de San Juan probará ser una fuente inagotable de una fuerza fina y elevadora. Especialmente los últimos sermones del Hijo del Hombre a Sus discípulos, que están llenos de Luz mística. Un gran ocultista y agudo filósofo, el difunto Profesor G. O. Mebes, de la antigua Universidad Imperial de S. Petesburgo (ver mi Tarot) dice: «¡Sacad el mejor partido de vuestras encarnaciones, pues no se os dan sin significado, o para nada!» Hace mucho tiempo, la palabra «bueno» era substituida a menudo por «justo». En Su dramática última oración, antes de ser entregado a manos de Sus ejecutores, el Maestro se dirigió a Dios como: «¡Oh Padre Justo!» Es sinónimo con todos los otros atributos poseídos por el Supremo. El reflejo de la Justicia en vuestro corazón, es una condición para cualquier intento exitoso de alcanzar el reino, al que ahora llamamos «Samādhi».

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CAPÍTULO IX – LA CONSTRUCCIÓN DEL SANTUARIO INTERNO Verso 138: «Oh discípulo, con la mente bajo control, percibe esto directamente, el Ātman que hay en ti –«esto soy yo»–, cruza a través de la tranquilidad de buddhi el mar sin orilla de la cambiante existencia, cuyas oleadas son el nacimiento y la muerte, y lleva a cumplimiento tu término, descansando firmemente en la forma de Brahmán.» Verso 412: «Habiendo llevado al descanso el antahkarana (mente), en el verdadero ser, deberías percibirlo; su gloria es indestructible; rompe con asiduo esfuerzo el cautiverio infectado por el olor de la existencia condicionada, y vuelve fructífera tu hombría.» En el capítulo precedente aprendimos sobre la actitud correcta en los tres mundos manifestados, necesaria para la primera aproximación a la Supraconsciencia –el Samādhi. A partir de esto podemos realizar que el Samādhi no puede ser conseguido por seres humanos inmaduros, simplemente porque no saben y no desean saber nada acerca de él, puesto que están absorbidos en los mundos inferiores, no como viajeros libres, sino como unos profundamente adheridos y esclavizados por el falso encanto de las groseras vibraciones de la vida material. Y finalmente, en razón de sus pesados karmas, no pueden ser situados en condiciones apropiadas para entrar en el Sendero. Nada puede ayudarlos excepto el tiempo, que fluye incesantemente, y corrige gradualmente sus faltas por el precio del sufrimiento. Cristo se refirió a esta mayoría de edad interna en diferentes términos. Una vez dijo: «Que los muertos entierren a sus muertos». Pero para los que le rodeaban que estaban más avanzados, aconsejó: «Venid tras de mí...» «Tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen.» Se me dio observar un chocante ejemplo con mis propios ojos. Hace unos diez años, cuando, por largos meses, me senté a los pies del Maestro, tratando de absorber su Luz y sacar el mayor provecho de la Presencia viviente, miles de personas vinieron en el mismo período a conseguir el Dárshan del Sabio. Todos ellos fueron impresionados por la magnitud, pureza y sabiduría espirituales del difundo Rishi. Venían y se marchaban en unos pocos días, olvidando subsiguientemente sus beatíficos momentos a los pies de Maharshi. Pero unos pocos permanecieron fieles. En el curso del tiempo profundizaron la influencia directa ejercida sobre ellos por el Maestro, y cuando él abandonó esta tierra, retuvieron para siempre el cordón dorado. Sabemos por la historia, que incluso las más poderosas manifestaciones del Espíritu, encarnado en un período dado, sobre este planeta, nunca fueron capaces de convertir o instruir a todos los hombres que vivían en ese tiempo. Al contrario, sólo una pequeña minoría ha estado siempre lo suficientemente madura como para aceptar el Mensaje y «producir fruto», como nos dijo Cristo. Ninguno de los milagros, curas, u otras manifestaciones de carácter sobrenatural, son capaces de hablar a esa gente subdesarrollada, profundamente sumergidas todavía en la ilusión de un egoísmo materialista. Todo depende de nuestra madurez y nuestros contenidos internos. Otra preparación para obtener la Supraconsciencia en nosotros, es un proceso al que llamamos «la Construcción del Santuario Interno». Esto significa alcanzar, a través de una meditación bien dirigida, un modo de vida apropiado e incesante esfuerzo, la sosegada profundidad de nuestra conciencia, inalcanzable para cualesquiera vibraciones inferiores (o bajas). Debe haber un punto en nosotros en el que reine suprema la paz, y en el que tendremos nuestro último refugio, entre las tormentas de nuestros karmas, que braman alrededor de nuestro corto pero estrenuoso Sendero. Este místico, pero cuán real, punto interno, puede ser encontrado, y uno puede establecerse en Él, aunque sea temporalmente, como muchos lo han hecho. Es importante no hablar acerca de Él, sino descubrirlo. Y aquí, a menudo, yace la tragedia: gente que tiene algunos relámpagos de intuición, puede saber de la necesidad de construir ahora en ellos ese santuario interno, como lo llamaremos, pero carecen de las técnicas o de fuerza de voluntad, y a veces de ambas. Aquí podemos ver la abrumadora importancia de la realización, y no sólo una captación teórica de las cosas. Los viejos proverbios muestran usualmente una asombrosa sabiduría de la vida, y me gustaría citar uno de ellos:

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«El camino hacia el infierno está pavimentado con buenas intenciones.» Desde luego, sólo con intenciones no realizadas. Hace muchos años, cuando aún condescendía (también «con buenas intenciones») en discusiones con gente que sólo hablaba, pero que carecía de las cualidades para probar lo que profesaban, tuve la oportunidad de advertir la verdad a la que se refería este viejo proverbio. Pero la disipación y las deliberaciones verbales vacías son más bien obstáculos, y no una ayuda para conseguir el Samādhi. Por consiguiente, estas cosas tuvieron que ser detenidas. Si comenzáis a construir el santuario interno dentro de vosotros, como un precursor, o «corte externa» para la Supraconsciencia, la gracia de los que ya se están estableciendo en este templo invisible del alma, os será concedida. Ellos se encontrarán con vosotros en el tiempo debido, en persona o por correspondencia, ello no es esencial. Pero entonces sabréis experimentalmente que, más allá de las batallas egoístas, emocionales, económicas, religiosas, sociales, raciales y políticas, que tienen lugar en el lado externo de las cosas (en otras palabras, en el mundo), hay un puerto seguro de inefable paz, en el que podéis lanzar vuestra ancla (esto es, la mente), y encontrar así el descanso por el que sueñan, luchan y se esfuerzan todos los seres a través de sus sufrimientos. Mencioné que se necesitan «técnicas» para la edificación del santuario interno dentro de nosotros, igual que para un hogar de ladrillos y cemento. Por lo tanto, estoy obligado a señalarlas. Son asombrosamente simples, casi tan simples como la Verdad misma, e inaccesibles a muchos justamente por esa simplicidad, que trasciende los límites de la mente no entrenada y vacilante. No sabemos todavía demasiado acerca de nuestra mente, el instrumento de la vida de todos los días, que puede ser convertida en un instrumento de Consecución. Esto ha sido ampliamente explicado en Concentración. No podemos hacer nada mejor que tomar como cimientos de nuestro Santuario Interno los tres mandamientos del Señor Buda, dados a fin de regular la vida interna del hombre del modo más simple, sin tener que ver con las muchas fullerías de la mente. Los acoto de En Días de Gran Paz: 1. Cesad de hacer el mal. 2. Aprended a hacer el bien. 3. Purificad vuestro propio corazón. Una inmensidad de entendimiento, esfuerzo y realización está engastada en estas breves sentencias, y se necesita un cierto grado de madurez interna para comprenderlas. La persona inmadura pasará por encima de ellas, pensando que son sólo indicaciones teóricas, cuando en realidad son el modo de vida para muchas encarnaciones, dependiente del punto de comienzo y desarrollo del buscador. Una persona así preferirá buscar voluminosos libros y miles de palabras mentalmente lisas, que tejen ingeniosamente un patrón alrededor de su vacío e inutilidad espirituales. Esta es una muy triste verdad. Los creadores de estos volúmenes fueron sólo esclavos de sus propias mentes; pero el Santuario que buscamos edificar es una morada para seres libres, que rigen sobre sus mentes y emociones. Estos mandamientos no tienen valor alguno aparte de su práctica, y no están destinados a ser diseccionados por mentes verbalizantes y superficiales, sino –a ser vividos. Y así ocurre con todas las joyas de la Verdad dadas a nosotros por los Grandes Instructores. El cimiento del Santuario Interno será establecido por vosotros, justo en ese día en el que rehuséis hacer mal nunca más. Cuando se ha hecho esto, las paredes serán mucho más fáciles de erigir, esto es, aprender a hacer el bien. Estas dos etapas tendrán que ver con vuestro karma, permitiéndoos avanzar sin catástrofe alguna en los planos astral y mental. Y ninguna entidad en este vasto universo ha sido capaz de escapar o desafiar a esta ley. Mirad a los discípulos de los verdaderos Maestros: están siempre activos de acuerdo a la línea y legado espiritual de su Maestro. ¿Por qué actúan así? Hay muchas buenas razones para esto. En primer lugar, pagan la deuda que contrajeron al recibir iniciación y ayuda, y purificación de sus vehículos sutiles (astral y mental) por el Maestro. Este pago de vuelta trae invariablemente la gracia del Instructor. Aunque los discípulos genuinos son conscientes de la imposibilidad de pagar

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de vuelta todo lo que reciben y los beneficios otorgados a ellos, lo hacen lo mejor que pueden y dejan de preocuparse acerca del resto. No existe otro modo. En segundo lugar, al trabajar a lo largo de las líneas de su Maestro, aprenden su trabajo de antemano, sabiendo que llegará un día en el que también ellos tendrán que llevar todo el peso de la cruz sobre sus hombros, como lo ha hecho todo Maestro. En tercer lugar, la última parte del Santuario –su techo, podríamos decir– que es la purificación del corazón de uno, sólo puede ser edificada cuando las dos primeras han sido erigidas, y la esclavitud al karma ha sido llevada a término: Estos tres mandamientos del Buda son relativos, como todo estudiante inteligente verá ciertamente, pues aún hay «bien y mal», aún hay esfuerzo y acción. Pero, ¿quién podría sacar provecho de los mandamientos «absolutos», si tales pudieran existir nunca? Sólo el Perfecto, que ha trascendido toda relatividad en sí mismo. Pero, ¿necesita Uno así de tales mandamientos o lecciones? Por otro lado, es imposible inculcar lo inmaterial, lo absoluto, en un ser humano aún no desarrollado plenamente. Los Instructores conocen muy bien el mundo y sus condiciones, y actúan de acuerdo a su sabiduría. Hay también otra clase de llaves a la antecámara del Samādhi. Pero acordamos, aun sin intercambiar palabras, hablar en este libro únicamente de las cosas y métodos más prácticos, concentrándonos en ellos conforme se hacía conveniente, a fin de dar instrucciones realizables, sin añadir ningún lastre mental cuya cicatriz ya carga nuestras mentes, como una herencia de anteriores experiencias y vidas. Asimismo, buscadores muy inquisitivos pueden encontrar diferentes postes de guía en las palabras de otros Instructores, supuesto que no carezcan de la capacidad de sentir el sutil perfume de la Verdad, y encuentren por tanto su fuente. Dicha gente puede encontrar interés en la exposición de los dos senderos hacia la Consecución, el de la mente y el del corazón, de los que se habla en los capítulos VIII y IX, respectivamente, de Concentración. El Emperador Romano Tito, un filósofo, y un buen hombre cuando estuvo en el trono, solía decir que «perdido está el día en el que uno no lleva a cabo una buena obra». La realización de los tres mandamientos del Buda debería comenzar justo con este «no perder un solo día». El poder que os sostendrá en vuestra decisión de seguir esta máxima, crecerá proporcionalmente a vuestra resistencia. Este poder no puede ser descrito, pero puede, y debe, ser sentido y conocido. Uno de sus atributos que puede ser mencionado es que: «está al mismo tiempo tanto dentro como fuera de nosotros». Otro medio conducente al establecimiento del Santuario Interno dentro de nosotros, es la práctica de la bien conocida regla oriental llamada en los libros sagrados hindús –Ahiṃsā, o inofensividad. No deberíamos dañar a nadie, o traer sufrimiento alguno al mundo por nuestras acciones. Es también una regla muy amplia, y la exclusión de todo daño en nuestras acciones necesita de un montón de filosofía práctica y concentración en la vida, junto a la capacidad de observación penetrante. Hay en nosotros un asqueroso elemento, que nos incita al habla injuriosa, al alfileteo de nuestros compañeros, sin ninguna razón o incluso objetivo. Algunas veces la gente gusta de ser sarcástica, de tener lenguas punzantes. No podemos estar ocupados de la edificación del templo interno, como se mencionó antes, y esparcir al mismo tiempo sentimientos, pensamientos, habla y acciones negativos alrededor nuestro. ¿Por qué es esto así? ¡Muy simple! Estas cosas negativas son las feas manifestaciones del ego, ese baluarte de separatividad, de esa gran mentira, que condujo, como dicen los ocultistas, a la caída del hombre y a su degradación presente. Pero el Samādhi es justo la plena y realizada negación de esa ilusoria separación, basada esencialmente en el trascendimiento de la mente, que es el último bastión del egoísmo. La Supraconsciencia es tan incompatible con la esclavitud dirigida por el ego, como lo es el fuego mezclado con el agua. Esto será bastante claro al final de este libro, cuando se harán intentos por traducir las experiencias del Samādhi al lenguaje humano. Todo esto debe ser entendido claramente, y el estudiante no debería tener ninguna ensoñadora imaginación, de que puede ser capaz de alcanzar el verdadero Samādhi y permanecer aún esclavo de sus vicios y su rector supremo –el egoísmo, o la creencia interna en su existencia separada. Durante

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toda su larga vida puede repetir los versos de Shankaracharya o Maharshi, y los dichos de Cristo o Buda, a los que se adscriben tradicionalmente el poder de elevar la conciencia humana más allá de su presente nivel, y aún estará lejos del verdadero Samādhi, si el egoísmo materialista es su señor. Esta es la causa del hecho de que sólo los Hombres Perfectos (Maestros), que no tienen traza alguna de separatividad en ellos, puedan gozar el Sahaja (Perenne) Nirvikalpa (Sin forma) Samādhi. Y es justo la cantidad de la gran ilusión (Maya) del egoísmo, que aún existe en nosotros en un estado escondido, lo que no nos permite alcanzar el Sahaja, sino sólo el Kevala, esto es, vuelos temporales en la Supraconsciencia del futuro. Nada puede cambiar este hecho, y nos corresponde a nosotros, si somos seres razonables y en evolución, tratar de reducir los intervalos entre estos vuelos tanto como sea posible, y alargar así nuestro remonte hacia la Verdad del Espíritu. Aquellos que son lo bastante afortunados como para preservar una fe y un amor genuinos, en el Maestro de Maestros (Esta expresión fue usada tanto por Sri Maharshi como por P. Sédir.), pueden ser grandemente ayudados en la construcción de su Santuario Interno, por una oración Gnóstica, que están presente todavía en la tradición mística de una de las antiguas iglesias. Puede usarse como una meditación elevadora y purificante a todo lo largo de la vida, así como en la última hora de uno. «¡Admíteme hoya Tu última cena, Oh Hijo de Dios! Pues no traicionaré ningún secreto con Tus enemigos, Ni te daré un beso como Judas, Sino que, como el ladrón, Te oro: ¡Recuérdame, Oh Señor, al llegar a Tu Reino!» Los comentarios, si es que se necesitan algunos, sólo pueden ser encontrados en vuestro propio corazón. Al practicar estas meditaciones y fórmulas teúrgicas (u oraciones), el estudiante experimenta usualmente una onda definida de elación interna, o felicidad de una clase sutil, y la llamada «desmaterialización» temporal, que quiere decir aquí volver la atención hasta las concepciones espirituales superiores, imperecederas e inegoistas que surgen entonces en la conciencia. Más aún, uno puede entonces incluso percatarse plenamente de que estos son posiblemente justo los mejores momentos de la vida, y uno no los cambiaría por ninguna de las atracciones y dádivas físicas o de todos los días. Bien, ¿por qué hay entonces tantos fracasos? Simplemente porque los hombres que experimentan esa beatitud interna, están demasiado expuestos a olvidarla en el siempre fluyente tumulto y mezquinos placeres o deseos de la vida material y mortal. Este olvido es fatal, pues es la única verdadera causa y factor que nos barre del Sendero de Consecución. Esta afirmación debe ser meditada de acuerdo con la vida personal de uno, hasta devenir firmemente convencidos de su veracidad. Cuando esto sucede, podéis ver al enemigo más claramente, y ser así capaces de combatirlo. Los que han tenido éxito son llamados –dependiendo de su grado de avance– santos o verdaderos yogis, y cuando están acabando el Sendero, Maestros u Hombres Perfectos. Por lo tanto, las constantes admoniciones de los Maestros a sus discípulos son siempre uniformes: Nunca olvidéis, sino practicad incesante y sistemáticamente vuestras meditaciones y oraciones, sin omitir memorizar su beatifica influencia sobre vosotros. Comparadlas constantemente con las oscuras condiciones de la vida inconsciente, tal como son conducidas por la mayoría de vuestros hermanos. De otro modo podríais olvidar fácilmente lo que no debería ser olvidado, y recordarlo sólo en vuestra última hora, pero entonces será demasiado tarde para combatir las visiones y pesadillas de una vida frustrada, de una encarnación espiritualmente estéril, trayendo nuevo sufrimiento y afanarse para el futuro. Esta es también una de las causas que hacen que los hombres huyan tanto de la muerte. ****

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Finalmente, el Santuario dentro de nosotros, al ser erigido, significa que nuestro fulero ya no yace en las visibles y tangibles, accesibles a nuestros sentidos. Significa que nuestra mejor parte, que consideramos ser la más cercana a nuestro Núcleo o Ser –está en otro mundo, más feliz, bello y real, a causa de su relativa permanencia. Esto es un resultado de que lo hayamos edificado aplicando la pureza, la armonía interna, y ese elemento perenne que hay en nosotros el cual está oculto detrás de toda chispa de vida manifestada. Entonces el templo está listo para recibir la luz del Samādhi. A veces, los que están lo suficientemente maduros como para usar la oración mística mencionada en este capítulo, tienen como resultado de ello experiencias inmediatas y maravillosas. Sentimientos de inmensa beatitud les penetran; las lágrimas chorrean a menudo profusamente; el latido de sus corazones deviene como lo hace en un arrebato, e incluso el habla muere en sus labios. Sabed que este es el signo de que la puerta dorada está lista para abrirse ante vosotros. Perseverad y entraréis en el templo construido por vuestros propios esfuerzos, y consagrado por el Espíritu todopoderoso.

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CAPÍTULO X – EL MUNDO Y EL YO Verso 432: «Estar carente de egoísmo y de la conciencia de posesión, aun existiendo en este cuerpo, que es como una sombra, es la característica de un jivanmukta.». Verso 462: «¿De dónde viene la realidad de lo que se supone, y cuál es el origen de la irrealidad? ¿De dónde viene, pues, la destrucción de lo que no ha nacido? ¿De dónde viene el prarabdha de lo que es irreal? Como podéis ver, el Samādhi requiere un montón de cambios en vuestra actitud y psicología. Los doy en esta obra en líneas generales que, si se asimilan, dispensan de los detalles, ya que éstos serán desarrollados por la conciencia individual del estudiante. Estas líneas vienen a nosotros de un modo inusual, pues sólo a partir del Samādhi pueden ser vistas como cualidades relativas, agrupadas justo por debajo del nivel del Samādhi en la conciencia del aspirante. A partir de esto viene la afirmación de que, puesto que ciertas actitudes pueden ser reconocidas como precursores del Samādhi, deberían por tanto ser practicadas por aquellos que no han experimentado todavía la Supraconsciencia, a fin de servir como valiosos escalones que conducen a la cima. Toda la Parte II de esta obra está compuesta justo de estos pasos. Ahora nos ocuparemos del problema cardinal de nuestro Yo y el mundo exterior, hasta donde estos dos términos aún tienen significado para nosotros. Este problema se resuelve para siempre en el Samādhi, más allá de todas las dudas y preguntas, simplemente porque la dualidad es impensable e imposible en ese trascendente estado. Por otro lado, es la principal condición del Samādhi que en el «Cuarto Estado» (véase Concentración (Publicado por Luis Cárcamo, editor (Madrid, 1978).) no hay ni yo ni no–yo, sino únicamente la no polarizada Realidad, indivisible, y más allá de sujeto y objeto. En nuestro estado despierto «normal», prevalece la dualidad básica, y el binario: Yo y no–yo (o el mundo externo) permanecen. En primer lugar, analicemos brevemente qué es el yo, en la conciencia «normal» del hombre corriente. No podemos hablar de ninguna forma avanzada del yo hasta habernos percatado plenamente de lo que es un yo humano ordinario –EGO. Sentaos tranquilamente, preferiblemente en soledad, y preguntaos: «¿Quién soy yo justo en este momento?» Rechazad por un rato todas vuestras teorías y enseñanzas –si estáis de algún modo familiarizados con ciertas concepciones de las formas superiores del Yo– pues tenéis que empezar con vuestra experiencia verdadera y real de vosotros mismos, y no con teoría alguna, no importa cuán aceptable, sublime y verdadera pueda ser para vosotros en este momento. Un pájaro comienza a volar empujando primero su cuerpo lejos de la tierra por un forzoso rebote con sus piernas, pero antes que nada esas piernas tienen que encontrar un apoyo firme sobre la superficie dura. Quizá este símil simple será de ayuda para vosotros en vuestra meditación en este momento. Así que, ¿qué es lo que nos constituye cuando estamos sentados y tratando de acercarnos al significado más cercano posible de nuestro Yo, ya que no podéis operar con ninguna otra cosa que no sea vuestra propia conciencia? Pensad acerca de esto hasta que lo aceptéis como que expresa vuestra propia verdad interna. Hablo deliberadamente de vuestro yo, pues no podemos usar ninguna otra cosa aparte de nuestra propia conciencia. Desde luego, cuando resolváis el problema para vosotros mismos, estaréis en posición de entender algo acerca de los otros yoes, que llenan el mundo alrededor vuestro. Estos otros yoes no existen realmente, pero, hasta que se alcanza el Samādhi, la ilusión permanece. «Sólo el Samādhi puede revelar la verdad», decía el Maharshi. En nuestro proceso de meditación y autoanálisis llegamos inevitablemente a ciertas respuestas, que pueden ser anticipadas aquí. Estas son: a) Yo soy este «algo» que se sienta y medita sobre Sí mismo. b) Diferentes pensamientos vienen hacia mí desde el espacio exterior, pero trato de filtrarlos, aceptando sólo los que se relacionan con mi problema presente –mi yo de cada día.

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c) También tengo realmente la sensación de mi cuerpo físico, pero como lo sé por los capítulos precedentes, está demasiado lejos de mi yo real para ser considerado en esta meditación. d) La capacidad de pensar, y –lo que es de la mayor importancia– de filtrar y seleccionar mis pensamientos, permitiendo sólo los necesarios para entrar en el círculo mágico de mi conciencia, es ciertamente un atributo de mi yo. e) Por consiguiente, yo no soy estas funciones mentales en modo alguno. f) A partir de esta concepción real viene otra, de nuevo de valor cardinal para todo estudiante: no puedo decir que soy Este o Ese, pues eso es sólo imaginación mental, un producto, una cosa; y no el yo, que observa y medita realmente acerca de ello. g) Por consiguiente, debo terminar con todos los inútiles esfuerzos por encontrarme a mí mismo entre las cosas, no importa cuán eminentes o incluso trascendentes puedan parecerme. El hecho de que mi conciencia sea capaz de tratar con ellas, hace de ellas tan sólo objetos, pero no el sujeto mismo. h) En consecuencia, todo lo que voy a encontrar ahora de mi yo, es Aquello que piensa y siente, y que tiene muchas propiedades y otras cosas. Pero es Aquello que todas estas cosas no pueden tener en sí mismas. Esto debería poner término a nuestra investigación por un rato, esa investigación que será la base para establecer nuestras relaciones con todas las cosas y fuerzas que se hallan aparte de nosotros, esto es, el mundo, como estamos acostumbrados a llamar a esta «colección». ¿Qué relación tiene el mundo con nosotros? 1. En primer lugar, los objetos aparte de nuestro propio cuerpo, sobre los que tenemos cierta autoridad, incluyendo todo lo que vemos, escuchamos, tocamos y demás, son rechazados por nosotros como siendo no–yo, pues no pueden ayudarnos mucho. 2. Aparte del (1) de arriba, hay algunas cosas más interesantes que pueden afectarnos. Estas son los yoes que se supone que son como nosotros, pero que están separados de nuestro yo por sus cuerpos visibles (e invisibles). En ellos hay también un grado similar de conciencia–vida, sobre cuyo contenido sólo podemos barruntar con mayor o menor probabilidad. 3. Estas conciencias encarnadas –yoes, son la parte activa del mundo que nos rodea, de nuestro no–yo. **** Estos ejemplos de meditaciones básicas serán suficientes, si se practican con constancia, hasta que el asunto se vuelva claro para nosotros. Este gran problema del hombre y el universo que lo rodea, ha sido el tema de muchas teorías filosóficas, pero aquí necesitamos sólo unas pocas concepciones individuales concretas, e inmediatamente trabajables. En este punto el estudiante hará bien en practicar ambas series de meditaciones, y en tratar de obtener algunas conclusiones definidas sobre ellas. Es siempre algo tan intensamente individual –como debería serlo– que no me encargaré de ninguna tarea innecesaria y sin esperanza como tratar de sugerir o imprimir sobre vosotros mi propia solución, que tuve yo también que encontrar en algún momento de mi pasado. Confío en que entendáis que esto sólo es correcto en esta etapa, en este momento. Por consiguiente, pasaremos ahora a aproximaciones lógicas, que pueden ser aplicadas a cualquiera, sin limitar su iniciativa, mientras que ayudan a desarrollar la misma. Hay dos concepciones mentales conocidas. La primera es que somos dependientes del mundo, siendo sólo una parte de él y estando condicionados por él. En este caso el binario (parte y todo) aún continúa existiendo, y es difícil prever alguna posible neutralización de él (esto es, una solución para él). Todo lo que podemos decir es que aquí el Todo parece poseer su propia vida, que procede sobre muchas líneas (corrientes) sobre y más allá de nuestra propia línea. A veces tiene una dirección similar a la nuestra, y entonces coopera con, o nos ayuda, como alguna gente gusta decir. Entonces es buena para nosotros. Pero a menudo las cosas son justo lo opuesto. Y entonces las fuerzas del mundo se mueven en direcciones vastamente diferentes de la nuestra, a las que cruzan e incluso dañan.

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Entonces son malas, y no buenas para nosotros. En nuestras vidas tratamos de equilibrar la influencia del mundo exterior sobre nosotros, restringir (como podemos) las corrientes opuestas, y unimos a las cooperativas. A veces tenemos éxito, y entonces estamos felices por un tiempo; a menudo no podemos controlar las cosas como deseamos, y entonces vivimos infelizmente. A este nivel, no se ha encontrado ninguna solución permanente del binario, al luchar las individualidades (egos) entre sí. Todo lo que podemos hacer para nuestro propósito presente es advertir el hecho. La segunda concepción es que son virtualmente independientes del mundo exterior. Si se realiza esto, grandes cosas ocurrirán en nuestras vidas. Uno rehúsa entonces rendirse a las tentaciones y amenazas del mundo, porque la actitud de uno puede ser definida mejor por las palabras de un Gran Instructor de la humanidad: «Estar en el mundo pero no ser de él». Esto significa que el hombre no debería ser limitado por las condiciones exteriores, ya que su verdadero ser está mucho más allá de ellas. Analizad ahora cuál es vuestra posición. La independencia del mundo se consigue cuando los eventos no tienen ningún poder sobre nuestro humor y estados de la mente. Las malas noticias, los choques físicos o la enfermedad, un cometido exitoso, una salud robusta, todas estas cosas que vienen del mundo exterior, devienen como imágenes, en movimiento en un cine. Las miramos, pero sabemos que son sólo reflejos ilusorios de la interpretación del actor, registrados sobre una película, y proyectados luego sobre una pantalla fría y sin vida. ¿No sucede acaso lo mismo con nuestra existencia aquí? Algún poder insufló vida en nuestros cuerpos, que sin ese aliento devienen el mismo polvo del que surgieron. Mucha gente se ha quejado de que las condiciones del mundo exterior hacen cualquier introspección más profunda en su interior imposibles para ellos. «Simplemente no tengo tiempo para ello», dicen. «Tengo tomado todo mi tiempo con los problemas de la vida real, y no me queda nada para las aspiraciones espirituales.» Aquí yace la principal dificultad y malentendido. La base es, desde luego, la identificación con sus cuerpos por parte de esa gente. Es únicamente el cuerpo el que subyace a estas diferentes condiciones, pero no el hombre invisible, independiente (al menos debería serlo así si está lo suficientemente avanzado) de sus conchas perecederas. El malentendido reside en la ampliamente extendida convicción de que cualquier diligente trabajo interno, concentración o meditación, es posible solamente en condiciones casi eremíticas, sin tener realmente nada más que hacer aparte de la deliberación y la contemplación. En realidad, tales condiciones kármicas sólo les llegan usualmente a las almas muy maduras que ya han pasado a través de la mayoría de las tribulaciones terrestres, y que han transferido su conciencia a cimientos sólidos. Si un hombre inmaduro pudiera conseguir el karma de una persona tan avanzada, sería sumamente infeliz y aburrido. Se esforzaría fieramente por conseguir «un entorno más real e interesante». Mientras que el ermitaño o el ocultista moran tranquilamente y meditan felizmente, el «hombre mundano» no tiene intención alguna de hacer nada de ese tipo. El trata de sumergirse en el vórtice de la vida común. Saber esto hará vuestras decisiones más fáciles y apropiadas. Pero un hombre que entra en el Sendero tiene una actitud diferente hacia el mundo. Sabe que tiene que vivir entre aquellos a quienes el infalible karma (creado por él mismo, y por nadie más) pone en su camino en la presente encarnación. Y sabe también que, a fin de conseguir condiciones pertenecientes a almas altamente desarrolladas, debe combatir las imperfecciones que hay en él mismo, purificar las cuentas de su karma, y trabajar progresivamente sobre su mente y emociones, para adquirir la principal virtud, esto es, la concentración correcta. Pero ésta última puede ser llevada a cabo incluso sin que se ponga en juego ningún sistema especial. Esta afirmación podría resultar asombrosa proveniente del autor que escribió un libro llamado Concentración; pero así es. Concentrando toda vuestra atención sobre toda cosa que hacéis a cada momento de vuestra vida, obtendréis los mismos resultados que si pasaseis con éxito a través de todo el curso del manual mental arriba mencionado. Entonces, ¿por qué fue escrito?; ésta sería una pregunta razonable: porque tal concentración es demasiado difícil y dura para que los principiantes la practiquen, y no demasiado fácil incluso para personas avanzadas. Sólo los Maestros son perfectos en tal concentración. Esa es la respuesta.

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Esta concentración sobre las propias actividades de uno en cada minuto de cada día, que se halla conectado necesariamente con el desapego interno –esto es, observando meramente con la mayor atención, o concentración en otras palabras, al trabajo a realizar– puede ser recomendada a cualquiera que sea capaz de hacerla. Yo solía hacer lo mismo desde que llevé a cabo lo que escribí en ese libro. Si deseáis saber el secreto de un ejercicio así y porqué es tan efectivo, realizad que en él la conciencia permanece sin ser perturbada y en paz, mientras que la máquina de la mente funciona aparte de ella. Cuando escribo todo lo que ahora leéis, mi mente está restringida a poner las ideas en palabras y frases. No hay ninguna deliberación, o pensamientos como: «¿Qué es lo que escribiré o contaré ahora?», «¿cómo debería encarar éste u otro problema?», y demás. Las ideas vienen gradual y tranquilamente desde el Silencio de la conciencia, a pesar del hecho de que alrededor mío la gente pueda estar hablando, pueda haber aparatos en funcionamiento en un laboratorio y a veces haya la necesidad de observar sus movimientos, y atender complicados diales, y demás. Estoy citando este ejemplo práctico a fin de elucidar para vosotros el problema concerniente al rol que el mundo exterior puede y debe jugar en vuestras vidas. Y que tenemos que ser más fuertes que este mundo. No por un pomposo y «exhibicionista» despliegue de fuerza, que será sólo prueba de lo opuesto, sino por una corriente tranquila e incesante de fuerza en nuestra conciencia, y una percepción plena de lo que ocurre dentro y fuera de nosotros. Esta es la actitud correcta en relación al título de este capítulo. Este libro, así como Concentración, ha sido escrito principalmente, no en el pacífico silencio del estudio en mi hogar, sino justo en el tumulto de la vida mundana, en medio de otro trabajo. Así que nadie debería creer que son las condiciones quienes le impiden un estudio exitoso de la concentración, o incluso los senderos que conducen a la Supraconsciencia –el Samādhi. El Maharshi respondió a las preguntas acerca de los obstáculos al trabajo y progreso internos, cuando dijo: «Son vuestra mente errabunda y vuestros pervertidos modos de vida quienes impiden vuestra iluminación.» Esta iluminación requiere la solución del gran problema: «El mundo y yo». Podéis encontrarla siguiendo atentamente el material expuesto en este capítulo, encontrando con ello qué relación debería existir entre vuestro yo y el mundo. El Maharshi enseñó que no hay tal cosa como una interferencia activa y consciente de parte del mundo hacia nosotros. El mundo no tiene un yo separado, voluntad, o cualidades por sí mismo. Es simplemente como somos nosotros, sus componentes (me estoy refiriendo aquí a la manifestación material compuesta de tres planos, a la que llamamos «el mundo»). Dominando y controlando nuestro propio microcosmos de tres planos, devenimos capaces de influenciar el macrocosmos. En los grados superiores, desde luego, es posible sólo para seres excepcionalmente poderosos y espiritualizados. Hablamos entonces de «milagros», la fundación de una nueva religión, o la apertura de nuevos senderos espirituales por los Mesías u otros Mensajeros de lo Alto –el reino de la Verdad. No obstante, a menor escala, cada uno de nosotros está contribuyendo algo al mundo, impresionando una buena o mala influencia sobre nuestros alrededores, dependiendo de nuestros propios contenidos internos. «Un hombre bueno saca buenas cosas de un buen tesoro; y un hombre malo saca malas cosas de un mal tesoro.» (Mateo, 12, 35.) En cualquier caso, somos responsables de todo lo que traemos a nuestro entorno. El mundo cooperará con nosotros y hará nuestro trabajo más fácil, si empezamos a aplicar los tres «mandamientos» del Señor Buda, citados en el capítulo anterior. Pero el mundo será aparentemente nuestro enemigo si añadimos peso a su karma por nuestra propia necedad y egoísmo. Cada uno debería escoger su propio camino conociendo la recompensa que le aguarda por éste en el futuro. La ley de causa y efecto no puede ser tonteada, disminuida o evitada. ¡Qué extraña parece ser la primitiva «filosofía» de los hombres que, mientras que reconocen la necesidad de la ley de causa y efecto en el mundo material, la niegan en las manifestaciones más sutiles de ser! Saben que la energía no desaparece en el vasto universo, sino que es tan solo transformada en diferentes formas. Así que, ¿por qué la energía oculta en todas nuestras actividades debería contradecir esta ley?

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Afortunadamente, no lo hace. El mundo y nosotros estamos correlacionados y ligados conjuntamente, hasta que nos hacemos libres de toda relatividad en el mundo de la única realidad –el eterno e ilimitable Samādhi.

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CAPÍTULO XI – LA FUERZA INTERNA QUE HAY EN NOSOTROS Verso 448: «Por el conocimiento de que yo (el Lagos) soy Brahmán, el Karma adquirido en mil millones de kalpas es extinguido, como lo es el karma de la vida de sueño al despertar.» Verso 508: «No soy ni el hacedor ni el instigador; no soy ni el que goza ni el promotor del gozo. Ni veo ni hago que otros vean; sino que soy ese Ātman que es auto-iluminado y distinto (a cualquier otra cosa).» Para obtener un status espiritual superior por parte de aquellos que no nacieron con él, se necesita esfuerzo, con seguridad que ninguna persona razonable lo negará. Similarmente, el Samādhi no puede ser alcanzado fácilmente y sin un considerable despliegue de fuerza. Por lo tanto, a nuestro arsenal de capacidades tenemos que añadir la fuerza que nos pueda permitir superar los numerosos obstáculos y dificultades del Sendero, acerca de los cuales oiremos más en la Parte III de este libro. ¿Qué es la fuerza interna del hombre? Hablando en general es una propiedad del carácter que nos permite adherirnos firmemente a la línea escogida en la vida, apartar y conquistar las fuerzas opositoras, y alcanzar así el objetivo final. Pero hay diversas manifestaciones de ese poder, y a ellas será dedicado este capítulo. A) La fuerza interna es necesaria inicialmente para tomar una decisión definida. Antes de que entremos en el Sendero hay ciertamente muchas vías diferentes que deben ser consideradas. Algunas de ellas pueden ser superficialmente más atractivas y prometer inmediatas ganancias en la vida. Es una circunstancia bien conocida en ocultismo, que las más fuertes tentaciones asaltan al hombre justo en el momento en que trata de dejar las veredas de las luchas y deseos materialistas e ilusorios. Podéis realizar fácilmente la futilidad de usar vuestras encarnaciones para objetivos temporalmente perecederos, que al final os dejan desvalidos. Puede muy bien que sepáis acerca de ese terrible «fuego» llamado frustración, que tortura a la gente que pierde sus vidas. Este sufrimiento es lo suficientemente amargo para un hombre encarnado, pero deviene realmente infernal cuando un hombre pasa de la vida terrenal a una nueva forma, la de los resultados. Entonces, no teniendo ya un cuerpo físico, no puede corregir las faltas y errores que cometió sobre el plano físico, y que ahora percibe tan claramente. Y todo esto puede aún ser insuficiente para volvernos hacia el camino correcto, si no poseemos la cantidad requerida de fuerza y firmeza internas. No hay mejor método para desarrollarla que la práctica de la concentración. B) Cuando se ha hecho una decisión, y tratamos de dar nuestros primeros pasos sobre el nuevo Sendero conducente a la adquisición de la percepción más amplia que se encuentra en la Supraconsciencia, nuevos obstáculos aparecen. Estos son distracciones que surgen, junto con la tendencia a olvidar lo que decidimos hacer todos los días en nuestro nuevo sendero. Entonces tenemos que luchar contra ellos, usando nuestra fuerza interna con este propósito. Gente diferente necesita métodos diferentes para hacer esto, y éstos son a menudo demasiado individuales para ser mencionados aquí como adecuados para la mayoría de nosotros. Pero el fulero de todos ellos sería una meditación autosugerida: «He decidido acerca de lo que tengo que hacer para alcanzar un status superior en mi conciencia, elevándola al Samādhi. Estoy capacitado para realizarlo. Es mi decisión firme hacerlo así. Es supremamente bueno para mí, y nada mejor podría ser elegido por mí. Sé que todos los obstáculos enviados contra mi esfuerzo vienen del ENEMIGO. Pero mi fuerza es mayor que todas las tentaciones, y alcanzaré mi objetivo.» Este es el grano de la auto–afirmación que está conectada con este despliegue de fuerza. Puede usarse ad libitum conforme se necesite. C) Se necesita mayor fuerza interna para un esfuerzo continuado. Posteriormente veremos que meditaciones especiales han de ser llevadas a cabo regularmente (Parte III) y sin interrupción por ningún acontecimiento externo. Esto, de nuevo, requiere cierta fuerza, a fin de combatir con éxito cualesquiera trastornos en nuestro patrón especialmente establecido de vida diaria. No podemos permitir por más tiempo que,

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digamos, un dolor de muelas cancele nuestro programa diario y nos haga retirarnos en vez de ir hacia adelante. Si no mostramos nuestra superioridad sobre mezquinos obstáculos, ¿cómo seríamos capaces de soportar mayores dificultades, que pueden ser encontradas (y usualmente lo serán) cuando estemos bastante avanzados sobre el Sendero? Esta permanente corriente de poder será sustentada en vosotros, si tratáis persistentemente de no olvidar donde reside vuestra verdadera «patria chica», y «quién» sois vosotros. Entendemos por esto la firme convicción de que nosotros no somos el cuerpo perecedero, y que éste no es nuestra más querida posesión, o siquiera nuestra manifestación más plena en este período de nuestra experiencia, que tiene todavía una concha alrededor del núcleo inmortal. **** Hace años, al visitar las famosas catacumbas que hay bajo París, con sus millares de esqueletos dispuestos a lo largo de las calles y rincones subterráneos de ese reino de muerte, advertí una sentencia muy realista inscrita encima de las entradas y avenidas principales: «Nosotros hemos sido lo que tú eres ahora, pero tú serás lo que nosotros somos.» Todo es triste y silencioso en la morada de la muerte, en donde sólo dos colores existen, el blanco de los huesos y el negro de las inscripciones sobre las blancas rodelas de las paredes. A pesar de ello, advertí que muchos visitantes de las catacumbas parecían ser poco afectados por la ominosa verdad, que les miraba fijamente desde las elevadas paredes y nichos. Caminaban entre las paredes de cráneos y huesos, mostrando curiosidad antes que introspección en el habla silenciosa de los restos humanos. Algo común a todas las personas delicadas es que evitan pensar sobre cosas desagradables, especialmente la muerte. En la segunda mitad del siglo veinte este problema de la muerte está siendo tratado más a menudo, y se oyen más frecuentemente discusiones acerca de los que están muriendo. Pero hace unos cincuenta años era diferente, y hablar de la muerte era más bien rehuido y mirado con desagrado. La fuerza que hay en el hombre no se retrae ante el pensamiento de la muerte, ni tiene miedo de él. Pero deberíamos discriminar entre la falta de temor que viene de una fuerza así, y la bravura histérica de un tonto. El Samādhi no es un refugio para los cobardes, los alfeñiques o la gente ignorante. Cualquiera de estos tres tipos que trate de alcanzarlo debe estar preparado para un amargo desengaño, pues nunca tendrá éxito, y sólo resultará frustrado al final. El origen de la verdadera fuerza del hombre puede ser trazado hasta las condiciones en las que esta cualidad fue desarrollada y sobre las que depende. En primer lugar, debe haber un elemento de conocimiento, que viene de la experiencia. Uno sabe porqué debería evitar cualquier temor y debilidad, cuando recuerda las dolorosas consecuencias que vienen de someterse a estos dos vicios. Deberían igualmente recordarse los resultados positivos obtenidos por su supresión. Este es el camino normal de la evolución. Pero hay también gente que posee el mismo conocimiento sin referencia a la memoria de anteriores experiencias. En tales raros casos hablamos de sabiduría intuitiva. Esta viene del distante pasado del hombre, esto es, de las primeras encarnaciones, en las que desarrolló estas cualidades empíricamente. En segundo lugar, la fuerza interna debería tener como una de sus raíces una convicción de su corrección desarrollada filosóficamente. Puede tomarse un símil del mundo físico: un hombre más poderoso y musculoso puede hacer más que uno debilitado. Un ocultista, conociendo el viejo axioma hermético: «Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba», no tendrá ninguna duda sobre las buenas razones para ser fuerte. En tercer lugar, el desarrollo de la fuerza interna es necesario para combatir las tentaciones físicas, emocionales y mentales, que son insuperables obstáculos hacia la conciencia espiritual que hay en nosotros. Aquí no puede haber ninguna traición. El hombre debe ser capaz de descartar (incluso temporalmente, si su Samādhi es del tipo Kevala) todo lo que es relativo y perecedero en él, antes de que pueda entrar en el Templo Silencioso. Ninguna otra cosa lo conseguirá. Por lo tanto, tenemos que hacer una inspección más de cerca del modo en el que hay que combatir las tres clases de

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debilidades–tentaciones que hay en nosotros. El camino hacia el Samādhi no es compatible con las crudas prácticas de faquires y otros titiriteros, que tratan de someter sus cuerpos tumbándose sobre clavos, sosteniendo una mano en alto hasta que se marchita y muere, y demás. Tal automutilación no da ninguna fuerza real de carácter y voluntad. Pues entonces una persona puede todavía ser codiciosa (y usualmente lo es) de dinero, irritable, e impaciente en otros dominios de la vida, y demás. Los ejemplos de ocultistas dudosos, que timan a gente ingenua, son apoyo suficiente para esta afirmación. La fuerza interna del hombre debería manifestarse sobre el plano físico como una capacidad de verse satisfecho con alimento y bebida muy simples, usados en cantidades razonables: no demasiado poco (ya que esto sólo traerá consigo la inanición y un debilitamiento de la maquinaria física, zapando por ello su resistencia) ni tampoco mucho (la indulgencia en comer con exceso rompe la fuerza de voluntad y hace a un hombre indolente). La voz del cuerpo que pide algunas comidas especiales en variedades gustosas, y platos refinados, debe ser suprimida claramente. Entran aquí también los diferentes hábitos, muy comunes a los hombres contemporáneos, tales como fumar tabaco, opio, hachís, marihuana, y demás, que son definidamente asesinos de la voluntad del hombre. La explicación es simple: cualquiera capaz de un razonamiento lógico aceptará que estos hábitos son dañinos, y sin embargo él no puede detener lo que es dañino para él, como lo dictaría su mente si se la permitiese pensar de acuerdo a una lógica estricta. Entonces surge, y bastante naturalmente, la pregunta: ¿quién es el rector de un hombre así? Respondeos este problema vosotros mismos, y será de gran valor para vosotros. La fuerza en relación con las tentaciones y condiciones físicas no es una auto–tortura carente de sentido (que es, y sólo puede ser, unilateral, y por lo tanto siempre insuficiente), sino sólo la capacidad de resistir todas las tentaciones a voluntad, en cualquier momento y bajo todas las condiciones. En esta materia debe usarse una profunda psicología, y de un modo muy inteligente. Por ejemplo, estáis muy sedientos, lo que significa que vuestro cuerpo perdió más líquido del que recibió. Un vaso de agua será suficiente para apaciguar la necesidad real –la sed; pero podríais sentir necesidad de una cerveza gélidamente fría, una limonada, u otra clase de bebida. ¿Qué haréis finalmente? El deseo debe ser suprimido, la «lujuria» rehusada, y debe ser tomada un agua ordinaria en vez de apetitosos substitutos. En otras condiciones, cuando no tenéis un deseo especial por una bebida, unos amigos pueden ofreceros una agradable y refrescante. En este momento podéis aceptarla sin temor a debilitar vuestra voluntad, pues no está vuestro cuerpo tratando entonces de imponer su deseo sobre vosotros. Esta regla funcionará bien en casi todas las condiciones de la vida, y no os permitirá ser superados por «poderes ajenos». Pero hay otro obstáculo físico que es mucho más difícil de conquistar –la necesidad sexual. ¡No es fácil! ¡No! Es muy duro ser capaces de usar nuestra regla general de la fuerza en este caso, pues aquí actividad y deseo parecen ser inseparables. Esto se aplica a cualquiera, con sólo un número infinitesimal de excepciones, y entonces sólo con hombres verdaderamente excepcionales. Pero –¡deseáis alcanzar el Samādhi, lo que hará de vosotros un ser humano sumamente excepcional! Sería inútil tratar de explicar la clase especial de psicología que opera en tales raros casos, así que la regla general para nosotros será: puesto que no podéis servir a la vez a Dios y al Becerro de Oro, tenéis que abandonar a uno o a otro. Brevemente, la Supraconsciencia y la sexualidad son polos opuestos, y nunca pueden encontrarse en la práctica. Sin embargo, puede darse un «solaz» en este punto: cuando realmente alcancéis el Samādhi, todos los deseos inferiores serán erradicados y se volverán vanos de un modo sumamente natural y eficiente. Pero antes de que suceda esto, los esfuerzos y las intentonas no pueden ser descartados. Como siempre, estoy hablando del verdadero Samādhi, y no de cualquier clase de visiones u otros éxtasis baratos. **** Otra fuente de fuerza es la paz interna. Quienquiera que haya hecho la paz en sí mismo, posee por ello poder. No estoy tomando en consideración los flashes de energía que se encuentra a menudo en cierta gente, que pueden parecer ser manifestaciones de la fuerza interna que hay en ellos. La

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verdadera fuerza es una cualidad bien diferente. Está siempre disponible para su afortunado poseedor, que nunca hace una exhibición en cascada desde lo alto, y observar después el majestuoso fluir de un gran río como el Amazonas o el Mississippi, vendréis a entender la diferencia. El Samādhi, indescriptible en lenguaje alguno de la mente, tiene como precursora, esta tranquila e inesforzada fuerza del hombre. Fuerza significa también la ausencia de temor alguno. ¿Qué es el temor? La ausencia de autoafirmación en los momentos más críticos, la falta de autoconocimiento, y la presencia de incertidumbre, anticipación de sufrimiento futuro, e identificación de uno mismo con el cuerpo, junto a la ignorancia del destino y objetivo de uno en la vida. Sobre tales cimientos se construye el ominoso castillo del temor. La manifestación inferior del temor es la cobardía física ante el sufrimiento, que pueda dañar o incluso destruir el cuerpo visible. Un estudiante sagaz dirá que todas estas cosas profanas tienen un solo origen: la identificación (consciente o inconsciente) con el cuerpo físico –y estará en lo correcto. Todo mal puede ser trazado hasta el cuerpo. En su nombre y por su bien, se cometen todos los pecados, pero nunca por razón de actitudes no materialistas. Es un círculo vicioso y trágico, esta identificación con el cuerpo, esta jaula de carne, en la que la gente sufre como pájaros atrapados, arrojándose contra los impenetrables muros –hasta la muerte. Y la solución es tan simple: se realiza plenamente en el Samādhi, pero se anticipa, trayendo inmediato solaz y victoria sobre la pesadilla de la muerte, incluso de antemano, cuando el hombre está avanzando hacia arriba por los escalones de la invisible, pero bien real escala, que conduce a la destrucción del trágico mito –«Yo soy el cuerpo». Aquéllos que hayan leído los dos primeros libros de mi Trilogía Mística (siendo En Días de Gran Paz y Concentración el primero y el segundo respectivamente) y éste, el tercero y último, conocerán el dicho del Sabio Maharshi, que atribuye toda consecución a la destrucción final y absoluta de la idea «Cuerpo soy». El poder interno que hay en nosotros no sólo destruye las concepciones erróneas, o de otro modo sería como un callejón sin salida. En realidad, cuando separamos de nosotros la falsedad, las raíces ocultas de la verdad que hay en nosotros comienzan a enviar hacia arriba sus primeros pimpollos diminutos, igual que una semilla germinante que saca al aire su verde vástago de modo que deviene real y visible. Ocurre exactamente lo mismo con la destrucción de la falsedad de «Cuerpo soy». Entonces el hombre comienza a sentir y a percibir en él mismo las pruebas crecientes, que le muestran gradualmente cómo puede vivir sin identificarse con su concha física, y vivir una existencia mucho mejor, más razonable, elevada e imperecedera. Nadie os dará ningún grado hasta que hayáis pasado todos vuestros exámenes de modo que muestren que habéis llevado a cabo algún trabajo interno, cualificándoos para esos grados. Este es exactamente el caso con la «licenciatura» espiritual. No podemos conseguir, y no conseguiremos, algo por nada. Pero, desgraciadamente, la masa de la humanidad cree en este sinsentido. Es por esto que, en nuestro tiempo, hay tantos tunantes ocultos, que tratan de explotar esta necedad de los hombres, prometiendo a los últimos que llevarán a cabo su trabajo por ellos (desde luego, por una recompensa conveniente) y que los «iniciarán» sin ningún esfuerzo esencial de parte de ellos. Es por esto que aparecen al presente tantísimos libros y «enseñanzas» inútiles, que se encuentran a veces con cierto «éxito» en sus ventas. Pero unos pocos libros sinceros y veraces que no ocultan la verdad de la necesidad de un trabajo duro para cualquier consecución, tienen menos aceptación en este siglo XX. Fueron los sabios romanos quienes supieron esto, y dijeron que: «El mundo gusta de ser engañado». Muchísima gente prefiere palabras engañosas pero aduladoras, antes que la tranquila y no pretenciosa habla de la Verdad. Resumiendo, finalizaremos este capítulo con un comentario final: La fuerza interna del hombre es una condición más para la consecución del Samādhi, siendo el último sólo la realización de esa fuerza desarrollada hasta el infinito.

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En las Escrituras occidentales encontramos una afirmación, en la que se nos dice que «el Cielo debe ser conquistado por la tormenta». Esto se ajusta perfectamente con nuestras ideas acerca de la consecución de la Supraconsciencia. Pensar que uno es débil y por tanto incapaz de llevar a cabo el trabajo y esfuerzo necesarios, es cometer un suicidio temporal, pues cercena toda posibilidad para un hombre así, y es falta de fe en el principio supremo del hombre –el Espíritu invencible. El aliento de la muerte hiela a un hombre que niega en sí mismo este germen del Espíritu, que apunta hacia la Vida eterna. El Maestro de Occidente nos dijo en Sus Evangelios, al hablar de la relación entre las tres manifestaciones del Uno (esto es, Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), que: «…todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia del Espíritu no les será perdonada». «Y a quienquiera que hable una palabra en contra del Hijo del hombre, le será perdonada: pero al que hable en contra del Espíritu Santo, no le será perdonada, ni en este mundo ni en el mundo venidero.» Quizá, tras haber leído los párrafos anteriores, las grandes y misteriosas palabras de Cristo se vuelvan más entendibles por nosotros.

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CAPÍTULO XII – LA GRAN LEY DEL SACRIFICIO Verso 472: «Los grandes ascetas, que han abandonado deseos y descartado gozos, que han sometido sus mentes y sentidos, conocedores de la suprema verdad, alcanzan por fin el paranirvāṇa a través de la unión con el Ātman (el Logos).» Esta Ley pertenece también a las piedras angulares del Samādhi que se desarrollan en nosotros. ¿Qué es el sacrificio? Hablando estrictamente, es rendir algo atractivo pero de clase inferior, para la adquisición de una cosa superior, aunque no inmediatamente percibible. Es por esto que, exteriormente, esta suerte de «intercambio» parece estar conectada con el sufrimiento y –quizá– con la pérdida. Desde luego, éstas son sólo desventajas aparentes. Un ocultista que desarrolla la fuerza de voluntad en sí mismo, rehusará satisfacer ciertos de sus deseos, adquiriendo por ello fuerza y estabilidad internas en su conciencia. Lo reconozco, podría ser a veces grotesco negarse a uno mismo ciertos placeres, anteriormente ni controlados ni sacrificados. Pero si un hombre sabe los beneficios que pueden derivarse de un proceder así, siempre seguirá adelante con ello, deviniendo así cada vez más fuerte. No obstante, el primer paso puede carecer del provechoso conocimiento, de que la semilla del sacrificio trae una rica cosecha. Entonces él sigue sólo la desfallecida voz de su todavía infantil intuición, pero esto no hace diferencia alguna en cuanto a los resultados finales. Ahora bien, ¿qué es lo que tenemos que sacrificar si es que hemos de alcanzar la meta –el Samādhi? Una respuesta técnica parecería ser más breve y sencilla. Puesto que el Samādhi es la apertura de la conciencia absoluta (esto es, espiritual) y universal en el hombre, todo lo que hay en nosotros que es relativo y temporal debe ser separado como obstáculos en el Sendero de Consecución. Tal es el axioma que presenta la verdad, que es muchísimo más fácil de formular que de realizar. Por lo tanto, dedicaremos este capítulo a diferentes aspectos del sacrificio, y las razones para que se lleve a cabo. (A) Sacrificio en el Mundo Físico Nuestro cuerpo es nuestro vehículo, pero no nuestro señor, como parece serlo para la mayoría de los hombres en este período. ¿Cuáles son nuestros deberes hacia ese vehículo? El hecho de que estemos actualmente en posesión de él prueba que todavía lo necesitamos, en razón del proceso de la evolución. Así que deberíamos tratarlo razonablemente, del mismo modo que un jockey maneja a su caballo. Tenemos que alimentarlo, de acuerdo a sus necesidades reales, pero no debemos permitirnos sucumbir a los deseos de esta jaula de carne, e indulgir en el lujo, el confort excesivo, y demás. Qué éste es el camino correcto será probado por los evidentes beneficios que siguen a todo entrenamiento razonable del cuerpo. Si el último parece estar estropeado por nuestras anteriores indulgencias, un proceso de purificación puede ser indicado y comenzado entonces, tal como prāṇāyāma (ver Concentración, Parte III), alguna clase de dietas, y ejercicios. Todo esto tendrá éxito si nuestra inteligencia es lo bastante fuerte para llegar a conclusiones correctas. Por ejemplo, alguna gente dirá: «Bien, puedo limitar muchos excesos en mi vida física, pero no puedo dejar de fumar. Haría mi vida demasiado tediosa.» Analicemos el problema. Una mente inteligentemente guiada debe aceptar que, digamos, el fumar es una desventaja tanto para nuestro cuerpo como para nuestra fuerza de voluntad. Por consiguiente, lógicamente, este hábito debe ser claramente abandonado y sacrificado. Si seguís esta decisión, habéis ganado una batalla muy importante. Si uno es así, investigad cuál es el obstáculo que está contribuyendo a vuestra derrota, y encontraréis que es un deseo físico de ciertas reacciones en vuestro cuerpo, producidas por el uso de nicotina en vuestros cigarrillos. ¡Eso es lo que el cuerpo quiere! Ahora bien, ¿ante quién os rendís si no podéis frenar ese deseo? La respuesta está en vosotros. No siendo capaces de tomar el primer paso firme, todos los siguientes devienen vanos. Abandonad entonces vuestra idea de elevar vuestro estado de conciencia hasta las cúspides himalayanas del Samādhi. Simplemente no funcionará. Este es sólo un pequeño ejemplo, pero puede ser suficiente,

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pues todas las otras condiciones del plano físico serán sólo variaciones– de la recién citada. La falta del necesario grado de control sobre el cuerpo, estrangulará vuestros esfuerzos por concentraros, meditar, y finalmente separar vuestra conciencia de la jaula de vuestro cerebro. ¡Pero hay una advertencia! Combatid sólo los obstáculos físicos y sacrificad sólo las comodidades que realmente estorban vuestro camino. Esto no significa todos los hábitos sobre los que está construida toda vuestra vida física, en tanto en cuanto que no obstaculicen activamente vuestros esfuerzos. Si preferís dormir en una posición antes que en la otra; si preferís el arroz a las patatas en vuestra dieta; o el té negro al té blanco después de vuestra comida, y demás, es algo que no importa. No es esencial; sólo en tanto en cuanto os sintáis completamente capaces de cambiar estos hábitos a voluntad. Esto significa que si empezáis a comer arroz en vez de patatas y esto marca muy pequeña diferencia para vosotros, podéis agradar al cuerpo en esta cuestión. Pero si el cambio de algún hábito parece haceros infelices y crea en vosotros un problema interno, entonces combatidlo hasta conseguir la aniquilación completa. De otro modo, no estaréis en posición de hacer ningún avance posterior. Creo que he explicado los modos de control físico lo suficientemente en orden como para pasar a los siguientes pasos, la práctica de la ley del sacrificio en el campo emocional. (B) Sacrificio en el Astral Esta es una cuestión más sutil, pues involucra a la percepción clara, que en vuestra vida pertenece a este plano. Se ha dicho lo suficiente en los capítulos III y IV acerca de la discriminación teórica entre los mundos astral y mental, y tenemos que realizar que la aplicación práctica estará basada de nuevo en la ejecución de al menos dos series de ejercicios dados en Concentración, Parte III. Así que no hay necesidad de citar de ese libro, ya que páginas enteras de él estarían involucradas. Por lo tanto, una enumeración de la extensión de vida emocional que debería ser controlada y sacrificada, será suficiente para nuestro propósito en este punto. El principio importante es siempre el mismo: sacrificando las emociones y deseos menores adquirimos fuerza interna que nos conduce a ganancias mucho mayores. Otro principio igualmente importante para el vuelo al Samādhi, pero menos conocido, es que los factores astrales inconquistados y satisfechos son como comizas atadas al pie de un nadador. El debe sumergirse, pues no puede esperar mantener su cabeza por encima de la superficie. Si se investiga debidamente, la causa de esto deviene clara y lógica. Sabéis que el Samādhi significa libertad, libertad absoluta, de las emociones, los pensamientos, y toda dualidad. Si uno de estos tres factores inferiores se desliza en vuestra conciencia cuando tratáis de transferirla al Cuarto Estado (otro término para el Samādhi), la condición principal recién mencionada (esto es, la libertad) no se cumple, y no puede haber ningún resultado positivo, sólo frustración. Hay un hecho muy interesante: sólo las vibraciones astrales (esto es, sentimientos y emociones) inferiores, desordenadas o indiferentes son obstáculos al comienzo, y sólo éstas deben ser sacrificadas. Esto se refiere a las especificadas en el capítulo VIII que trata del astral negativo. Pero las vibraciones positivas (amor, armonía, paz interna, actitud inegoísta, y demás), o, como usualmente preferimos decir, «buenas», no son obstáculos, pues no tienen características inquisitivas u obstrusivas. En otras palabras, no devienen intrusos indeseables cuando necesitamos un vacío absoluto y la libertad de todas las influencias pertenecientes a los tres mundos materiales. Las que os afectan adversamente son definidas como negativas. Especialmente perniciosa es la de la curiosidad inútil, que no nos permite concentrarnos en lo que realmente deseamos. Este obstáculo ha sido tratado extensamente en las Partes I y II de Concentración. El asunto principal acerca de este particular obstáculo es que, en el momento en que decidís llevar a cabo algunos ejercicios o meditación, multitud de problemas aparentemente urgentes, todos los cuales demandan inmediata solución, surgen en vuestra conciencia. Ellos no os atacan tan fuerte y persistentemente en los momentos en que estáis ocupados con cosas llanas y mundanas de todos los días. Esta clase de sentimientos deberían ser rechazados sin piedad, pues pueden fácilmente frustrar vuestros esfuerzos. Estudiantes más avanzados, que operan con mantras y técnicas teúrgicas (oraciones cortas concentradas y fórmulas repetidas incesantemente) pueden ser atacados de otro modo más peligroso, que viene claramente de algunos centros de fuerza externos y enemigos, y no de ninguno que sea

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bueno. Esto ocurre cuando repetís mentalmente una elevada sentencia u oración, y entonces, en vez de una palabra piadosa o sabia, algo trata de insertar tina expresión insensata, y a menudo repulsiva o incluso indecente. Esto sucede cuando no estamos lo bastante alerta, y consentimos en repetir frases simplemente verbalizándolas automáticamente, y no saturándolas con la luz de nuestra conciencia, esto es, no poniendo la suficiente atención en su significado. Aquellos que son afectados por este obstáculo dicen que parece como si un «poder ajeno» del espacio astro mental circundante quisiese estropear el trabajo interno del ocultista. Los mejores medios contra este tipo de intruso serían poner más atención en los mantras u oraciones. Puede usarse también una armadura astral (ver Concentración, Parte III). Los que estén familiarizados con la Tradición Occidental (Hermetismo) y la magia práctica, pueden usar su espada mágica a fin de despejar las turbulentas corrientes astrales que se condensan alrededor de ellos (ver El Tarot... capítulos III y V). Queda aún por hacer una recapitulación de todo lo que se ha dicho hasta aquí en este capítulo, y los detalles descritos pueden ser resumidos para darnos la siguiente actitud. «Estoy resignando y sacrificando todo el mundo astral para la consecución de mi objetivo, porque sólo en ese objetivo puedo encontrar el cumplimiento de la Última Verdad en mí. (C) Sacrificio en el Mental En el momento presente tenemos mucho más que sacrificar de las actividades de nuestras mentes que la gente de edades pasadas. Nuestras mentes son mucho más complicadas, y hemos desarrollado innumerables categorías de pensamiento absolutamente desconocidas para nuestros primeros ancestros. Esto, desde luego, se refiere primariamente a la ciencia la técnica y todo lo conectado con ella. Pero esta suerte de desarrollo mental no es de uso alguno para conseguir la clase superior de conciencia, como lo es el Samādhi. Más bien hace que para un hombre contemporáneo «civilizado» sea más difícil conseguir un control real sobre un cuerpo mental, que para un aspirante indio de Yoga, o incluso para ocultistas de hace cientos o miles de años. La multiplicidad de pensamientos, términos y complicadas combinaciones en el propio cerebro debe ser reducida, en el curso del entrenamiento al que se apunta en el Samādhi, a sólo los números necesarios, y finalmente, todos ellos deben ser eliminados cuando el objetivo viene a la vista. Podemos resumir esto repitiendo de nuevo la característica principal de la Supraconsciencia: en ella no queda nada relativo, sólo el Absoluto. ¿Qué significa ese Absoluto? Lo que existe permanece, persiste, cuando todo lo que cambia y todos los atributos temporales cesan de ser. Si aplicamos esto a nuestros estados mentales presentes, veremos que realmente hay poco que podamos «tomar» con nosotros en el gran viaje al incondicionado dominio de la Realidad eterna. Algunas personas pueden incluso sentir temor ante la inmensidad de las cosas que han de ser abandonadas. Algunos ejemplos que deberían ser estudiados por el individuo son: El deleite en la lectura incesante, así como el interés en las creaciones mentales de otros hombres que son ignorantes del Sendero. Esto es así porque nada del océano mental «exterior» puede ayudaros, pero ciertamente hará vuestro objetivo inalcanzable si no os separáis de ello a tiempo. En la práctica, esto no significa que toda palabra impresa, escrita o pronunciada debería ser un tabú para vosotros. A primera vista un buscador de éxito no difiere mucho de un hombre corriente. Puede muy bien leer su periódico cuando es conveniente, y puede charlar con su vecino o amigo, pero si pudierais percibir el lado interno de las cosas, veríais que todas estas actividades son sólo como ensueños, sin ninguna participación verdadera de tal «hacedor». El simplemente no está interesado en ellas, habiéndose concentrado sobre un nivel bien diferente. Esta es la actitud correcta. Las discusiones e intentos por convertir a otros al propio credo deben ser sacrificados también, junto con toda intolerancia hacia opiniones, incluso la más ignorante, escuchada por nosotros, pues tal comportamiento sería tan irracional como inútil. La fortaleza necesaria para un sincero intento por alcanzar el estado superior de conciencia, nunca nace de las dudas o las convicciones dolorosas. Los aspirantes que triunfan más bien nacen que se hacen en su tiempo de vida. Tal gente, desde sus años más tempranos, revela alguna introspección

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más profunda en su mundo interno e imponderable, estando más interesado en estas cuestiones de lo que el hombre corriente lo está con las cosas externas. Si ha de tomarse un paso decisivo en la encarnación presente de un buscador cómo ése, él encontrará, a su debido tiempo, un libro o un hombre que le darán la indicación e inspiración necesarias para el Sendero. Pero si el interés aparente por cosas superiores surge como resultado de la influencia mental de un orador brillante o de convicción lógica, usualmente no será duradero, y debería ser olvidado. Es por ello que sería bastante inútil tratar de comprometer a gente inadecuada en una búsqueda espiritual. Cristo dividió a la gente en dos categorías, una madura, y la otra inmadura. Incluso el Gran Instructor tuvo que reconocer el hecho de nuestras posiciones diferentes en la evolución –como ya se ha mencionado en el capítulo IX– cuando habló de los muertos que entierran a sus muertos, y demás. El estudiante hará bien en meditar acerca de la imposibilidad de cualquier igualdad general en la evolución del hombre. Siempre hay individualidades altamente desarrolladas, que han tenido éxito en rechazar más velos de sus conchas, y quienes, por lo tanto, ven más y mejores cosas alrededor y dentro de ellos. Si, quizá, las religiones son más adecuadas para el «consumo de la masa», el duro sendero del Samādhi es raramente hollado, y la oportunidad de encontrar y el privilegio de conocer a un compañero de viaje es muy ligera. Hace unos cincuenta años (estoy escribiendo esto en 1960), el tema sobre el que hablamos ahora bastante libremente en este libro era desconocido excepto para unos poquísimos ocultistas, tanto en el Este como en el Oeste, y no existía literatura relevante de valor alguno. Me estoy refiriendo a la gran idea de consecución del elevado estado de conciencia llamado realización del Ser en el Samādhi. Pero vino un gigante espiritual en la persona del Gran Rishi Ramana, y ahora podéis encontrar en todas partes sus ideas discutidas e incluso seguidas. De tiempo en tiempo almas altamente evolucionadas, dan un impulso a aquellos que están lo bastante maduros, y que son capaces de captar la oportunidad y comprometerse en el Sendero, uno de cuyos primeros pasos es el sacrificio multilateral de anteriores y queridas ilusiones y desvaríos mentales. El término «sacrificio» no se usa sin premeditación, pues nuestras equivocaciones, incorrectos modos de vida y yerros son posibles, no porque realmente los odiemos, sino, extrañamente, porque los amamos. Así que el proceso de liberarse de ellos es como el del sacrificio, hasta que la Luz plena comienza a irradiar sobre nosotros al final del espinoso Sendero. Otra clase de actividad mental que debe ser cancelada es el cuidado en nuestras mentes de fantasías y sus derivados, tales como falsas esperanzas, expectaciones, verborrea seca, y esfuerzos por llevar a cabo lo imposible: iniciar a la mente en los misterios de la realidad espiritual, que no es un resultado del desarrollo mental. Lo último, desde luego, va paralelo al crecimiento espiritual, igual que la cara de un hombre sabio tiene una expresión inteligente, pero no al revés, pues esa cara no crea un sabio. Como dicen los franceses: «cuando aparecen serpientes en el jardín, sabemos que la lluvia va a venir, pero no llueve por las serpientes. He aquí algunas inspiradas líneas del bien conocido ocultista A. Horn: «No hay sacrificio alguno, porque al que da lo mejor que posee le será dado algo mucho más elevado y mejor de lo que tenía. Así que, ¿dónde está el sacrificio? El que da su amor vivirá en el Amor, y todas las tristezas de la separación dejarán en su lugar el gozo de la unión, porque lo que uno da, eso es lo que ganará. Los gozos del Cielo serán dados al que renuncia a los gozos del corazón. No hay sacrificio, porque el que rompe las adhesiones del corazón, rompe las ataduras de su alma. Zafarse de todo es enriquecerse con Aquello que es más elevado que todo. Todo le será dado a aquél que posee el espíritu de sacrificio, pero todo será quitado a aquél que no posee este espíritu. Y verdaderamente os digo, que el que pierda su vida la encontrará, porque entrará en Aquello que es la Vida Eterna. Así que, no hay sacrificio alguno.»

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Las siguientes acotaciones acerca de la idea del sacrificio vienen de otro de mis libros –El Tarot, un Curso Contemporáneo de la Quintaesencia del Ocultismo Hermético, Capítulo XII: «El poder de sacrificio es supremo. Es entre esos que sacrificaron lo máximo por sus hermanos menores, que surgen los regentes y transformadores reales de nuestras vidas planetarias. Cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la autoridad e influencia del ser, quien ha dominado la forma real de realización e iluminación espirituales. Hubo un Hombre, que sólo quiso lo bueno y la Luz, y fue sometido a toda forma de sufrimiento humano. «Sus más cercanos amigos y discípulos le dejaron sólo en Sus horas más difíciles y trágicas, cuando Él estaba anticipando Su tortura y muerte. Uno de ellos lo traicionó incluso a las manos de Sus atolondrados ejecutores... «Él lo aceptó todo en el espíritu de sacrificio que vivía en él. ¿Y el resultado? Este Hombre rige ahora sobre los más esenciales elementos de la vida sobre este planeta, el mismo que tan cruelmente lo repudió hace casi dos mil años... «A veces un hombre, escuchando las palabras que vienen del reino del espíritu activo, como es el caso con el cumplimiento del sacrificio, siente su corazón atrapado en un movimiento interno, como un terremoto. A partir de ese momento, está perdido para lo relativo y temporal, pero gana lo eterno y absoluto. «A través de la suprema iniciación de la Ley del sacrificio, se consigue toda Sabiduría. Quien ha sacrificado todo, lo sabe todo sin esfuerzo y fatiga. Quien ha sacrificado todo ha conquistado la Vida, ilimitada en el tiempo y el espacio, porque ha sacrificado todo lo que es relativo, sobre lo que rige el fantasma de la muerte...» **** La Cruz, como «símbolo de sacrificio, tiene un poder único de realización cuando se aplica con fe y un corazón puro. Podéis tener la prueba de esto en vuestra vida diaria. Cuando meditáis profundamente acerca de lo sublime del sacrificio, esto es, cuando meditáis acerca de él en el santuario de vuestro corazón, el mundo y los hombres que os rodean devienen cambiados, y entonces sois capaces de ver este hecho, no sólo de imaginarlo.» **** Así pues, con estos párrafos de El Tarot, finalizaremos este capítulo.

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CAPÍTULO XIII – LA LEY DE LA TRANSFORMACIÓN Verso 491: «Yo no soy el que hace, ni el que goza, no tengo ni cambio ni acción. Soy pura inteligencia, la gloria única y eterna.» Si en nuestro estado y período presentes no podemos gozar del Samādhi, ello significa que son necesarios cambios en nosotros; en otras palabras, deben ocurrir transformaciones, que finalmente nos –hacen capaces de trascenderlas todas, alcanzando el estado eterno e incambiable, que es el final. En anteriores capítulos denominamos a este proceso «el rechazo de los velos» como así es en realidad. Pero por ello no deja de pertenecer a la categoría de actividades definidas como «transformación». Esta palabra es especialmente buena, pues incluso etimológicamente está concernida con las «formas». Y son sólo las formas las que cambian, no el Núcleo interno –el Ser, que es inalterable. Podemos, y debemos, aceptarlo como un conocimiento lógico, pero todavía teórico. Si no podemos conseguir todavía la Supraconsciencia, es porque necesitamos todavía muchas transformaciones. Ellas son sin duda una ley inmutable en el reino de las formas, que son las vestiduras que envuelven los contenidos inmateriales. Todas las manifestaciones de la vida sufren incesantes transformaciones, desde las piedras –hasta los mamíferos con el hombre en su cúspide. Por ejemplo, la substancia de una roca es molida por influencias térmicas y atmosféricas; posteriormente es llevada por un arroyo para convertirse en suelo fértil. Las plantas lo usan para construir sus tallos y follaje. Lo último puede ser comido por animales o humanos, deviniendo componentes de su sangre y cuerpos, que sirven como formas que envuelven al principio invisible –la Consciencia. En estos párrafos estamos hablando de transformaciones físicas; las astrales y mentales vendrán posteriormente. Incluso la ley de la transformación física afecta a todo ser humano. Podemos aceptar como verdad, que la conciencia más desarrollada –el Ser, se reviste de formas materiales más finas. No quiero decir aquí ninguna convencional belleza de los cuerpos, que no siempre coincide con el grado de evolución interna de un hombre, sino simplemente la calidad y desarrollo de esa materia física del cuerpo, que aparentemente es la más sutil, y que se halla justo en el límite entre dos mundos diferentes. Se trata del cerebro así como de los nervios. Ambos son menos finos y susceptibles en hombres primitivos. Como ejemplo, demos por supuesto el hecho de que las razas primitivas tienen generalmente una superficie (esto es, convoluciones) del cerebro mucho menos desarrollada, Y pieles menos sensitivas en razón de la mayor distancia entre los ganglios. Hace varios años leí acerca de algunos experimentos científicos que fueron llevados a cabo sobre la cuestión. Mientras que un individuo de piel blanca sentirá dos pinchazos diferentes sobre la superficie de su espalda distantes, digamos, dos milímetros, para un negro la distancia será alrededor del doble. A partir de esto podemos ver que hay diferencias esenciales en las formas vivientes, y lo mismo sucede con la psicología y la mentalidad, lo que es demasiado bien conocido para ser mencionado en detalle. Dicho de otro modo, significa que los conductores astrales y mentales son diferentes también en diferentes clases de seres humanos. Así que no hay, ni puede haber, igualdad alguna desde el punto de vista científico. Pero hay un factor común de todos los hombres mucho más importante: el núcleo espiritual inmortal, que ya discutimos en anteriores capítulos, y que sólo tiene una cualidad –la perfección. Es como el cielo puro: abajo puede haber lluvia, nubes, y tormentas destructivas, pero sabemos que por encima de todos estos fenómenos está el cielo azul, sin nubes, sin mancha, no perturbado por nada, eternamente libre. Vemos esto cuando las nubes están ausentes. Y es por este factor que los ocultistas insisten en la hermandad general de todos los hombres. Seres todavía más avanzados no distinguen entre ninguna forma de vida, pues son capaces de verla detrás de cada forma. Es por ello que el Maharshi entendía a los animales que le rodeaban, y ellos eran capaces de entenderle a él; que S. Francisco de Asís predicaba a los pájaros y no tenía miedo de ir a los bosques, en donde lobos hambrientos vagaban en invierno, atacando a todos los otros hombres excepto a él, y que Albert Schweitzer no permitió que, una lombriz de tierra se secara hasta

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la muerte sobre un soleado sendero de su jardín, sino que la quitó y la puso de vuelta sobre la protectora humedad de la hierba. En esta vida tenemos nuestras formas (cuerpos) y estamos limitados hasta cierto punto por ellas y somos dependientes de ellas. No podemos negar este hecho, incluso si profesamos que sabemos de la irrealidad de la materia y de la realidad única del Ser–Espíritu. Esto no se refiere a los seres excepcionalmente avanzados, como los grandes Instructores de la humanidad, que dominaron sus envolturas hasta un grado inimaginable para nosotros; pero finalmente la ley de la transformación tuvo que cumplirse, y sus cuerpos retornaron al reservorio general de materia, hecho al que llamamos descomposición tras la muerte física. Todo esto ha sido mencionado a fin de clarificar la acción de la transformación en la materia. Nuestros cuerpos son diferentes a los que poseíamos en nuestra infancia, en tamaño, componentes, desarrollo y calidad de los órganos, y también en la capacidad de responder a diferentes clases de vibraciones en la conciencia. Estos cuerpos devienen diferentes con el avance de los años, hasta que son incapaces de existir como organismos complicados separados, esto es, mueren entonces. Pero aquí, de nuevo, no hay igualdad. Cuando el ser humano corriente avanza en años, deviene menos activo, y también las funciones astrales y mentales pierden su vigor y alerta anteriores, mientras que pueden tener lugar la senilidad é incluso la idiotez. Pero la gente más desarrollada no pierde su inteligencia y actividad, y sucede justo lo contrario. Permanecen brillantes y sabios hasta el final de sus vidas, avanzando incluso en estas cualidades con el paso de los años. El desarrollo interno predomina evidentemente sobre la influencia de la edad en tales hombres. Son conocidos innumerables ejemplos, y pueden ser encontrados en las biografías de grandes hombres, y el estudiante curioso encontrará por sí mismo lo que desea como prueba de estas afirmaciones. Así pues, muchos científicos, compositores, hombres de estado, y demás (también santos) no han sucumbido y no sucumben a la ancianidad, y han desplegado alerta de mente y energía hasta la muerte. Podemos encontrar un enorme consuelo en esto, pues vemos que los «contenidos» prevalecen sobre la concha exterior. La conciencia desarrollada transforma sus cuerpos de acuerdo a sus necesidades y objetivos. Sobre este plano las vibraciones del Ser se reflejan como conciencia, esa inteligencia activa operante a través del cerebro, que es la materia física más fina sobre este planeta, como es confirmado a veces por la ciencia. Pero las vibraciones extremadamente finas, conectadas con la manifestación de la vida altamente evolucionada, necesitan de un cerebro acordemente desarrollado. Esto no puede tener lugar con un bebé o un niño, y ésta es la causa por la que, digamos, Cristo y el Maharshi sólo alcanzaron la plena expresión de su grandeza en los comienzos de la madurez, cuando la infancia y la adolescencia habían pasado. En nuestro camino hacia la Supraconsciencia tenemos que pasar pos transformaciones similares. Ejercicios especiales, y a veces modos de vida, apuntan hacia esto. Ahora puede resultar claro porque, por ejemplo, en un curso razonable de concentración los ejercicios deben ser formados y situados con extremo cuidado, de modo que puedan tener lugar un desarrollo y una transformación del hombre graduales y armoniosos –no sólo en su astral y en su mental, sino también en el plano físico–, en un modo evolutivo seguro y no peligroso. En el reino emocional (astral) la ley de transformación funciona similarmente a como lo hace en el mundo físico. La intensidad, claridad y gama de nuestros sentimientos, pasan por constantes cambios desde la cuna a la tumba. Esto es comprensible. Pero, para nuestro propósito, deberían ser transformados en un patrón definido y calculado, sobre el que habéis leído más en los capítulos anteriores. A fin de acercarnos al Samādhi, nuestras emociones han de ser controladas, puestas en el orden deseado, y entonces seleccionadas, esto es, cuáles de ellas han de ser descartadas como inútiles o dañinas, y cuáles retenidas hasta el descarte final de todo lo astral, disuelto en el océano de la Supraconsciencia, que no necesita de ninguna de ellas: Este esfuerzo, concurrente con un curso de concentración, conduce a la transformación del cuerpo astral. En vez de una «nube» aforme alrededor de la silueta física, deviene más contorneada, y sus colores devienen armoniosamente dispuestos, ganando en claridad y pureza conforme avanza nuestro entrenamiento.

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Pero no hay necesidad de ser clarividente, y ver este proceso por nosotros mismos. La cosa se hará, y la propiedad de nuestra vida emocional se mostrará, no importa si podemos verla directamente, o sólo percibir el cambio por los resultados. El devenir tranquilos, autoconfiados, no irascibles, equilibrados, atrevidos, bien intencionados para todo y para todos, dedicados a una idea espiritual, todo esto probará que estamos avanzando debidamente hacia nuestra diana. Pues ningún hombre con un astral desordenado puede soñar ni esperar nunca alcanzar el Samādhi, ¡Lo Más Alto no puede ser trampeado! Los que han alcanzado este estado saben acerca de él experimentalmente, pero los novicios lo deberían conocer primero en teoría (es por ello que se ha escrito todo esto) a fin de evitar los errores que surgen de la ignorancia. Tal es nuestro método. La sección del entrenamiento que será dada en la Parte III puede ser resumida en el ya citado tercer mandamiento del Señor Buda: purificad vuestro propio corazón. Cristo dijo lo mismo en otras palabras: «Benditos los puros de corazón, pues ellos verán a Dios.» Parece que no se necesita mayor explicación: transformad vuestra impureza en pureza, eso es todo. La última aplicación de la ley de transformación estará en relación con nuestro reino mental. Después de lo que sabéis acerca de los dos planos anteriores (físico y astral), estáis ciertamente en posición de preveer cómo funciona el proceso de transformación en nuestras mentes cuando estamos en el Sendero. Llevando a cabo un curso de concentración conseguimos el control del proceso pensante. Parece ser simple, pero no es así. Una vez que el físico y el astral son controlados naturalmente por vuestra mente, tenéis que encontrar el amo que será capaz de regir la mente misma. ¿Quién es él? A este nivel no quisiera abrumaros con terminología clásica, a la vez usada y abusada. Todo esto sería sólo verborrea, esto es, condescendencia en el modo de pensar prohibido para los que están en el Sendero o tratan de entrar en él (ver Parte I de este libro). Por consiguiente os digo: sólo vosotros estáis titulados para controlar vuestra mente. No es una paradoja. Profundizad más en esa frase y ved qué es lo que se pretendía expresar. Esta afirmación indica que vosotros estáis necesariamente por encima y más allá de vuestra mente, como era el caso con los mundos emocional y físico. Puesto que el Vosotros real el Ser, no puede tener nombre alguno (¿Quién podría tratar a Lo Más Alto como un objeto y etiquetarlo?), os corresponde a vosotros alcanzarlo. El hecho, por ejemplo, de que el Maharshi alcanzase el último Samādhi (Sahaja Nirvikalpa) no concede la misma consecución a todos los que se reunieron a sus pies. Cada uno tiene que trabajar por sí mismo, igual que cada uno tiene que tomar su propio alimento y digerirlo a fin de vivir. Este símil está basado en el viejo pero verdadero axioma Hermético: «como es arriba es abajo». Pero no debería haber equivocación alguna: nadie debería buscar, de acuerdo con estas reglas (que pertenecen a la mente), al Ser como algo separado, aparte de sí mismo. Este es el destructivo disparate, muy a menudo encontrado, que conduce sólo al sinsentido y el vagar inútil. La conciencia del verdadero Yo crecerá y gradualmente surgirá conforme la conquista de vuestra mente proceda (ver Partes III y IV de Concentración). El Ser verdadero no será descubierto, sino que os transformará enteramente en ese Ser. Dicho aún de otro modo, rasgará «los velos» que rodean el Núcleo. Desde luego, está también el famoso Vichara (ver En Días de Gran Paz) pero éste es también sólo un medio, uno excelente, pero no el objetivo en sí. El Maharshi, es su incompatible concisión y exactitud de expresión y definición, nos dijo que «el Vichara es como el palo que se usa para encender una pira funeraria. El también será consumido junto con todo el combustible y el cuerpo». Aquí el cuerpo muerto significa el yo inferior, falso, esto es, la personalidad del ego, que no tiene existencia real, al ser como un ilusorio espejismo. Este tan instructivo fragmento de las enseñanzas del Sabio Ramana puede ser extremadamente valioso para el buscador que lo acepta. Después de que el proceso de la transformación de vuestra mente haya conducido con éxito a la consecución del pleno control sobre ella, dos vías yacen abiertas ante vosotros. Sólo una de ellas conduce al Samādhi, como veremos posteriormente. En la primera vía, un hombre puede convertirse en un poderoso yogi, un ocultista o un mago. Si la consecución ha situado al exitoso adepto en el lado derecho de las cosas (el Sendero blanco), los tres títulos serán casi sinónimos, pero si se compromete

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en el Sendero de la izquierda (el negro) su nombre para esa particular encarnación será el de mago negro –que se atiene al lado erróneo (o «sombrío»). Ambas clases de hombres (aunque para propósitos diferentes) fortalecerán las corrientes de pensamiento creadas o seguidas por ellos mismos, a fin de conseguir la realización de sus objetivos. Uno puede tratar de ayudar a sus hermanos menos desarrollados creando un sistema religioso o una filosofía nuevos, una Egrégora, y demás, apoyando al triángulo evolutivo, como dirían los Hermetistas. El otro actuará diferentemente: tratará de crear corrientes involutivas, empujando a los hombres hacia abajo aún más profundamente en el materialismo para buscar nuevos placeres de la carne y la ambición, de sensualidad, atrayendo a gente del triángulo descendente (involutivo, esto es, malo para nosotros en nuestro tiempo presente). Pero la vía de un buscador del Samādhi será muy diferente. Usará su poder de transformación recién ganado para su objetivo real, esto es, alcanzar la libertad absoluta de todas las encarnaciones y la vida material, que es el Samādhi. Probablemente será sólo del tipo «Kevala» (temporal, esporádico) en esta vida, pero el Kevala, como dijo el Maharshi, será y debe ser transformado en el Sahaja (perenne), y entonces: «¡La gota de rocío se desliza al mar brillante!» para siempre. Es el Nirvana, la Salvación o Liberación, de acuerdo a los fundadores de tres grandes religiones: Budismo, Cristiandad y Vedānta. Especular acerca de ese estado es inútil, puesto que ninguno de nosotros lo ha experimentado siquiera, así que nadie puede hablar de él. Que el asunto es imposible que sea comunicado en palabras o pensamientos, está claro por los muchos dichos de los Instructores espirituales, que conocieron el asunto y el Estado. Pero nosotros no somos comparables a ellos, incluso cuando alcanzamos el Kevala, el reflejo. El Señor Buda dijo que no deberíamos tratar de sondear lo que es insondable, ni tratar de medir lo que es inconmensurable, pues el que pregunta yerra y el que responde yerra, de modo que no deberíamos hablar en absoluto. Cristo afirmó: «El ojo no ha visto y el oído no ha escuchado la bienaventuranza que está preparada para el justo. Y el Maharshi dijo: «¿Qué propósito tiene toda esta charla acerca del último Estado (Estado Natural o Sahaja Samādhi)? El hablar no conduce a ninguna solución. Realizad el Ser, y entonces todas las preguntas serán respondidas por sí mismas para siempre.» Es un hecho interesante que aquellos que están bastante avanzados sobre el Sendero son la menos curiosa de la gente. Nunca preguntan para tratar de conseguir explicaciones mentales (esto es, en palabras) referentes a su objetivo último –el Samādhi. Desde luego, es posible que un período de duro entrenamiento queme el vicio de desasosiego mental, y con él a su hermana –la curiosidad. Pero personalmente, creo que aquí la causa puede ser debida también a esa adhesión misteriosa a la paz interna, que, una vez experimentada, nos da certeza plena, imperturbable tranquilidad y equilibrio. Es de esta última cualidad que aprenderemos más en el siguiente capítulo, que termina la Parte II de este libro, en la que hemos estado ocupados del problema que forma el umbral y los primeros pasos del Sendero hacia el Samādhi.

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CAPÍTULO XIV – LA LEY DEL EQUILIBRIO EN LA CONCIENCIA Verso 154: «Un hombre sabio debe adquirir la discriminación entre espíritu y no–espíritu; pues sólo realizando el ser que es existencia, consciencia y bienaventuranza absolutas detiene él mismo bienaventuranza.» El último de los principales acercamientos al Samādhi es la adquisición del equilibrio en la conciencia. Este término tiene varios significados en relación con el tema de esta obra, y es así que lo consideraremos desde varios puntos de vista. La idea central del equilibrio interno parece ser simple. No se permite que tormentas astrales o. mentales perturben al aspirante, si no desea retrasar su consecución muy considerablemente. Este punto es común también a las reglas para todos los ocultistas, que tienen metas diferentes del Samādhi. A partir de esto podemos concluir que este equilibrio es esencial, y estaremos en lo correcto. Como de costumbre, analizaremos primero el reino emocional. Si no podemos mantener nuestro astral en equilibrio, significa que las emociones osan surgir espontáneamente en nosotros, incontroladas y sin freno. En vez de paz interna como precursor necesario de la Supraconsciencia, tendremos una vida plena de tormentas emocionales, no importa cuál sea su origen. Desde el punto de vista técnico, el amor o el odio pasional, por ejemplo, impiden por igual el amanecer del Samādhi en nosotros. Pueden provocar ciertas clases de éxtasis, es verdad, pero sabemos por el capítulo VII qué relación tiene el éxtasis con la verdadera Supraconsciencia, carente de toda visión y tormenta. Es un obstáculo, y como tal será siempre evitado por el aspirante sabio. Para erigir una concepción más clara del equilibrio interno usaremos un ejemplo simple, que da un bosquejo de la idea misma del equilibrio perfecto en nosotros. Imaginad una vara, colgando de una cuerda atada a ella justo en el centro. Entonces tornará una posición paralela al suelo, u horizontal. Decimos entonces que la vara está en un estado bien equilibrado. Podemos sin embargo aplicar un ligero empujón a la vara, y su extremo se balanceará arriba y abajo por algún tiempo. Estos movimientos son símbolos de nuestras perturbaciones y tormentas astrales. Si la vara representa nuestro estado de conciencia astral (puede servirnos también como símbolo en el mundo mental), veremos entonces que hay muchos puntos en la vara, que producen una amplitud de balanceo diferente, dependiendo de sus distancias al centro. Estos puntos cambiarán sus posiciones anteriores idealmente horizontales, que tenían cuando la vara estaba completamente equilibrada. Cuanto más cerca del centro, menor es la amplitud del balanceo, y viceversa. Pero el centro mismo permanece inamovible. No se balancea en absoluto, a pesar del hecho de que todo el objeto está en movimiento. Ahí yace la solución del enigma. A fin de evitar el balanceo (vibraciones astrales) tenemos que situarnos justo en el centro. Entonces, estando aún en el nivel astral (que no puede ser evitado si aún no estamos libres de la necesidad de encarnar), no participamos de sus vórtices. Los hermetistas, famosos por su exacto pensamiento y su práctica actitud filosófica, ofrecen este símbolo que yo he usado aquí con un propósito diferente. Realmente, no toman simplemente una sola vara, sino dos de ellas para formar una cruz cuadrada y buscar el punto central que mantiene la figura en una posición equilibrada, como nuestra vara. Esta cruz entonces, con sus brazos perpendiculares, representa dos mundos: astral y mental, que se contactan, pero que son enteramente diferentes. Esta concepción puede servirnos bien en nuestro intento de visualizar el funcionamiento en nosotros del equilibrio interno: ser un testigo de todos nuestros alrededores, que pertenecen a los brazos de la cruz; pero al mismo tiempo, ser inamovibles y no participar en ninguno de los balanceos. Esta es para nosotros la sabiduría del verdadero comportamiento. Meditando acerca de esta idea, el estudiante llegará a la actitud requerida, y después a su concepción, que estará viva en su conciencia para siempre. Esto le asistirá en el momento en que sienta que el balanceo de la cruz de su vida es peligroso para su equilibrio interno. El Sabio Maharshi explica la misma verdad con su simplicidad suprema usual, cuando establece cómo deberíamos obtener nuestro equilibrio emocional y mental: «Sed un testigo, no un participante de todo lo que

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sucede alrededor vuestro en todas las condiciones. No os apeguéis a estas condiciones, sino simplemente liberaos de todo apego.» Si no poseemos alguna cualidad requerida, deberíamos llevar a cabo debidamente un entrenamiento a fin de desarrollarla. En este caso un ejercicio simple nos ayudará a crear ese desapego. El ejercicio tiene diferentes fases de acuerdo a los planos sobre los que se lleva a cabo. Empezamos desde el inferior, esto es, desde el físico. Aprended a separaros de vuestro armazón corporal. Esto os traerá incalculables bendiciones de muchas maneras, incluyendo la paz en la hora de vuestra partida. Suponiendo que ya habéis llevado a cabo algunos ejercicios especiales como en las series I y II de Concentración, ésta no debería, pues, ser una difícil tarea para vosotros. Dad un paseo por un tranquilo jardín, o por los senderos de un parque en donde no haya mucha gente alrededor. Tratad de transferir vuestro yo (Consciencia) más allá de vuestro cuerpo, lo que significa que imaginéis que veis vuestro cuerpo desde arriba (distante cerca de un metro) y desde atrás, alejado unos dos metros. Observad como si estuvieseis justo a esta distancia de vuestra forma que camina. Contemplad la parte de atrás de la cabeza, hombros, torso, pero insistid mentalmente todo el tiempo en estar aparte de ellos. Ejercitaos de este modo hasta que tengáis bastante éxito por un corto tiempo, digamos un minuto o dos. A continuación, intentadlo un poco más de tiempo, pero tres minutos serán suficientes. Pero podéis también, en condiciones muy propicias (cuando no hay nadie a la vista o no se espera a nadie), medir los límites de vuestra ejecución, esto es, intentar el ejercicio por tanto tiempo como podáis. Esto os dará más autoconfianza, lo que es esencial para todo trabajo interno. Posteriormente, llevad a cabo esta «separación» en algunos modos más complicados, al viajar en un tren o caminar por una calle llena de gente, pero nunca al conducir un vehículo vosotros mismos. Hay ocultistas altamente desarrollados que pueden hacer incluso esto sin peligro alguno para sí mismo o para otros, pero no es esencial para vuestro propósito presente. Debería hacerse hincapié en el punto de que no estáis abandonando vuestra contraparte física, sino sólo contemplando vuestra presencia directa en el cuerpo, mientras que aún ejercéis pleno «control remoto» sobre él, no permitiéndole que haga nada sin vuestra voluntad. Esto es diferente de la verdadera «separación» que ocurre con la exteriorización del astrosoma, practicada por hermetistas avanzados (ver mi Tarot) y que tiene objetivos distintos de los dados aquí. Generalmente, este ejercicio de «caminar por detrás del propio cuerpo» no es peligroso, si se lleva a cabo exactamente como se ha instruido, excepto en unos pocos casos raros, en los que tal separación temporal y controlada puede conducir a un abandono del cuerpo, lo que resulta en que colapse en una suerte de letárgica o catalepsia. Vosotros mismos podéis ver en donde reside el peligro. Gente así no puede practicar este ejercicio fuera de sus propias habitaciones. Esto les ocurre a los que tienen inclinaciones mediúmnicas, siendo de tipo más bien animista que intelectual, y no dotados de la suficiente fuerza de voluntad. Por consiguiente, este sendero es demasiado duro para ellos. Al practicar esta «separación» de vuestro cuerpo, encontraréis muchos privilegios positivos obtenidos como recompensa adicional e inesperada. Cuando tengáis que llevar a cabo un trabajo físico, relacionado con un esfuerzo considerable, la «separación» del cuerpo, tal como se mencionó antes, os dará mucha más resistencia y capacidad para mayores esfuerzos, y los períodos de cansancio serán considerablemente reducidos. Todo esto puede ser llevado a cabo con éxito, sólo con movimientos que son bien conocidos por vosotros y que estáis acostumbrados a llevar a cabo sin ningún esfuerzo mental en vuestra vida diaria. Es por ello que el primer ejemplo fue un paseo ordinario. No podéis (y no deberíais) intentar separaros del cuerpo cuando trabajáis en algo que requiere deliberaciones preliminares, y pensar cómo debería hacerse. Son conocidos por mí varios casos de gente que ha usado este método al trabajar en sus tareas rutinarias. Los resultados se produjeron con mucho menos esfuerzo, y con más velocidad y eficiencia. Nuestro cuerpo es un extraño instrumento, no completamente conocido por nosotros. Parece poseer sus propias contrapartes de los mundos astral y mental de un hombre. Esto ha sido mostrado científicamente en las tablas de elementos humanos en la antigua Kábbalah. Los estudiantes

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interesados pueden encontrarlo completamente cubierto en mi Tarot, capítulo X. Esta oculta y difuminada conciencia, de un carácter más bien automático, conectada con la ejecución de ciertos movimientos, puede observarse en músicos diestros. Tomad como ejemplo un violinista, que transfiere la melodía escrita en notas, directamente a movimientos de sus dedos, que trabajan sin ninguna atención del lado de la mente. Esto significa que el artista no piensa dónde debería colocar sus dedos al tomar cada nota necesaria de la partitura. En otras palabras, las notas (y su melodía inherente) son transformadas automáticamente en movimientos de ciertas partes del cuerpo del ejecutante, quien presiona las cuerdas y mueve el arco. Pero es muy difícil hacer este ejercicio de «separación» en conjunción con actividades físicas no comunes, tales como manejar un mecanismo con el que aún no estamos familiarizados. En cualquier caso, esto no se requiere para nuestros propósitos. Los hombres espiritualmente perfectos (Maestros) parecen usar sus cuerpos físicos exclusivamente en este modo «separado», que es normal para ellos. Cuando vi al Maharshi, la primera impresión fue justo ésa: este hombre –usa su cuerpo como una máquina controlada a distancia, estando su verdadero yo virtualmente ausente de él. Él era tan diferente de su entorno, de todos esos Brahmines, europeos y otras clases de hombres que le rodeaban, en el gran salón de comida de su Āshram. Desde luego, esto era sólo un fragmento de su consecución, uno más bien insignificante, un ligero reflejo de la belleza y el poder internos de un hombre que ha alcanzado Lo Más Alto. Cuando se ha adquirido la capacidad de «separación» (al modo explicado), viene el siguiente grado de consecución de equilibrio en el reino emocional, o, como solíamos decir –en el astral. El método es el mismo: hasta que no separéis algo de vosotros mismos, no podéis dominarlo, esto es, controlar todos los movimientos así como su cesación. Como en todo, un cierto grado del poder de concentración es esencial para el éxito. Si no podéis silenciar –incluso por un corto tiempo (unos pocos minutos)– vuestras vibraciones emocionales, cuando lo deseáis (lo mismo sucede con los pensamientos), ¿cómo podéis observarlos, estando, como estáis, absorbidos y mezclados con ellas? El patrón general de los ejercicios necesarios, similarmente a lo que ocurría con el control del paseo físico, es sentarse relajado en la āsana (tal como se dio en Concentración) en un lugar o cuarto tranquilo; evocad algún sentimiento simple, como el recuerdo del placer que experimentasteis al golpear la sedosa piel de vuestro gato doméstico, de escuchar una bien amada melodía, y demás. No os desaniméis por la aparente simplicidad de los primeros pasos. Encontraréis probablemente suficientes dificultades cuando tratéis de llevarlos a cabo tal como se requiere y pretende. Sin este simple comienzo no habrá una conclusión triunfal, así que el escritor quiere daros algo que os permitirá realmente sosteneros finalmente sobre vuestros propios pies, y devenir independientes de instrucciones elementales. Las escrituras que tratan del Samādhi sólo os pueden dar textos, valiosos, desde luego, pero sólo cuando sois capaces de usarlos. Innumerables miles han leído estos textos, los Upaṇiṣáds, Vedas, obras de Patañjali y Shankaracharya, y las enseñanzas del Maestro moderno –Sri Maharshi, pero ¿cuántos de ellos consiguieron la meta misma de toda esta elevadora literatura? Un gran asceta cristiano y filósofo espiritual, Thomas a Kernpis, que experimentó lo que escribió, y no simplemente lo urdió con su mente o lo compiló de las palabras de otros, dice sabiamente: Toda Escritura debe ser leída en el espíritu en el que fue escrita. El significado de esto no es otro que el de que sin una preparación conveniente uno no puede esperar provecho alguno ni siquiera de la más sublime exposición de la verdad. Los capítulos de este libro se han escrito justo a fin de ayudar a un buscador sincero y concienzudo a formar en sí mismo una aproximación conveniente a la Conciencia del Futuro, como puede llamársele al misterioso Samādhi. Pues ninguno, incluidos los grandes Instructores, puede dar a una persona inmadura lo que ésta no puede entender, realizar y, por lo tanto, aquello por lo que no puede esforzarse. Esto debería ser comprendido firmemente al leer estos capítulos. Los hombres están expuestos a esperar algunas palabras atronadoras provenientes de los Maestros, que los transformarán inmediatamente, y los convertirán en ángeles, a pesar del hecho de que están todavía llenos de relatividad en sus deseos inferiores y sus egoístas modos de vida. Esto nunca puede ocurrir.

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Una bella mañana de verano, hace once años, cuando estaba sentado a los pies de mi Maestro, un caballero entró al salón en el que vivía el Maharshi, sentado en su lecho y dando su Dárshan (o apariencia personal) como dicen los hindús. El hombre era un prominente ingeniero de una gran firma occidental, quien, creo, mandaba locomotoras y otra maquinaria a Madrás. Habiendo oído acerca de los poderes de Bhagaván (un nombre honorífico para los Rishis, con un significado cercano a «divino») –así como estando ligeramente familiarizado con el llamado movimiento de «Autorrealización de USA, fundado por uno de los yogis indios menores– abrupta, pero con la debida reverencia y sinceridad, pidió al Maestro Maharshi que le diera la Autorrealización, antes de la tarde si era posible, pues tenía negocios muy importantes en Madrás y tenía que volver ahí, dejando el Āshram antes de la puesta de sol. No seamos como este hombre, por otra parte decente, pero que estaba profundamente sumergido en la ignorancia básica del carácter, técnicas y verdaderos objetivos de –una búsqueda y una consecución espirituales. Cuando hayáis conseguido evocar algunas vibraciones emocionales en vuestra conciencia de acuerdo a vuestra propia elección y voluntad, despedid cada una de ellas con el firme: «¡Iros!» Tratad entonces de permanecer libres de todas las emociones por un rato. Esto tendrá éxito cuando podáis matar todo interés en ellas, tal como se indicó en Concentración. Una técnica valiosa sería que, simultáneamente con este ejercicio, usaseis también las técnicas desde la primera del grado físico, esto es, la separación de vuestro cuerpo sentado, igual que lo hicisteis antes de caminar, y demás. Deciros entonces a vosotros mismos: Veo el hecho de que este Sr. X o Sra. Y está experimentando ahora este sentimiento. Con cierta práctica y constancia (que es una clave del éxito) alcanzaréis gradualmente lo que necesitáis. Las emociones creadas y observadas pueden variar desde luego, de acuerdo a vuestra propia elección. Pero no uséis unas complicadas, especialmente al comienzo y por un tiempo no demasiado largo. Dos o tres minutos para una observación clara serán suficientes en cada caso. El siguiente paso –quizá más difícil, pero absolutamente alcanzable– es la misma «observación imparcial» de vuestros sentimientos, inducida, no artificialmente por vosotros, sino por vuestra vida diaria. Alguien os dice algo, que provoca ciertos movimientos en vuestro astral. No os identifiquéis con ello, sino observadlos. Lo que descubriréis practicando este método es difícil de predecir exactamente, puesto que las experiencias y modo individuales difieren en los detalles. Así que no los enumeraremos aquí, subrayando sólo los puntos más esenciales. Realizaréis vuestra separatividad de vuestros sentimientos, y de ahí en adelante seréis una persona cambiada. Entonces el equilibrio y la armonía plenos en vuestro astral serán un hecho cumplido, y esto os impulsará de nuevo un paso más cerca del Samādhi que estáis buscando. Queda ahora por controlar y equilibrar vuestra mente. Necesitamos una definición breve y simple de este elemento de nuestra conciencia. Teorías elaboradas y términos complicados y vacíos no servirán. Por lo tanto, ¿por qué no tomar prestado el conocimiento de aquellos que realmente saben? Como el Maestro Sri Maharshi dijo una vez a sus asistentes: «La mente es sólo los pensamientos, la suma total de los que hay en vosotros.» Si aceptáis este axioma, todo el trabajo interno será grandemente ayudado y hecho más sencillo y rápido. El método básico para obtener una mente equilibrada es similar al que fue aplicado anteriormente al astral. La mente del hombre corriente es como una barca sin timón zarandeada en un mar agitado. Un hombre así no sabe de dónde vienen sus pensamientos o si le son realmente útiles para sus propósitos. Hay un método excelente e imbatible para el dominio absoluto de la mente. Es encontrar su origen. ¿Cómo puede hacerse esto? Desgraciadamente, muy poco puede añadirse por el habla a estas palabras, esto es, buscar el origen. Esto debe ser llevado a cabo en el estado de concentración pasiva, cuando todos los pensamientos, al menos por un rato, son expelidos de la mente. Cread entonces en vosotros la voluntad de entrar en los más alejados escondrijos de vuestra conciencia, donde surgen los pensamientos, el comienzo de la mente. Esto debería hacerse sin palabras con sólo el esfuerzo abstruso puro por alcanzar el objetivo. Finalmente, a fin de completar esta definición

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necesariamente parca, puede añadirse que el proceso de «buscar» el origen puede ser visualizado (o simbolizado) como si aplicaseis el taladro agudo como el diamante de vuestra inquisitiva conciencia a un canal imaginario, haciéndolo cada vez más profundo. Pero tales comparaciones son a menudo peligrosas, ya que los estudiantes tratan con frecuencia de materializarlas, y a pensar acerca de tales inexistentes taladros como si fuesen reales. Por consiguiente, para concluir, puede añadirse que bajo ninguna circunstancia puede ser usada una palabra en el proceso arriba mencionado de buscar el origen, pues todo palabreo debe ser completamente destruido, como un hábito que obstaculiza el camino delante de vosotros. Como resultado de un intento con éxito, uno entra en la percepción de la conciencia supramental a partir de la cual puede entonces establecer firmemente la armonía en su mente, tal como se requiere para el Samādhi. Dije expresamente «la percepción de la conciencia supramental», no la conciencia misma, que está al final del Sendero, cuando prácticamente han sido eliminados todos los problemas y todos los ejercicios han sido llevados a cabo con éxito. Otro método es similar a la investigación astral anteriormente mencionada. Desde el estado de concentración interna (pasiva) observad vuestros pensamientos pasajeros como nubes en el cielo azul. Observad este proceso como estando aparte, perteneciente al Sr. X o a la Sra. Y (vuestro nombre), pero no a aquello que sentís que es el vosotros real en los momentos de tales interesantes y por otra parte inusuales experimentos psicológicos. Estos son menos difíciles de lo que parecen a primera vista. Son bastante posibles. La constancia, como en todo, será la medida de vuestro éxito. No quiero decir que cualquiera, sin excepción, será capaz de llevar a cabo una investigación como ésa, y establecer por tanto el equilibrio pleno tal como se requiere en su contraparte mental. Si, mientras leéis esto y tratáis de captar algo con este simple ejercicio, sentís una oscuridad absoluta como una pared impenetrable ante vosotros, podría muy bien ser un signo de que todo el intento es prematuro. Ahora, demos una breve mirada al significado verdadero del equilibrio interno en nosotros, conseguido a fin de obtener una aproximación correcta al Samādhi. 1. Físicamente, ya no estaréis sujetos a todos los caprichos de vuestro cuerpo, sus nervios, humores y deseos. Seréis capaces de aquietarlo cuandoquiera que lo deseéis, reduciendo con ellos su resistencia al mínimo. Sabed que un cuerpo no sometido es claramente enemigo de vuestros objetivos superiores. Y lo mismo sucede con vuestro astral y vuestro mental. No hay aquí ni lugar ni intención de investigar la causa de un estado de cosas así, ya que no pertenece al asunto. Pero este problema, importante para estudios puramente ocultos, es ampliamente cubierto en la Filosofía Hermética (ver mi Tarot). 2. Astralmente, no seréis arrojados de una emoción a otra, sin daos un lugar de respiro para el establecimiento de paz en vosotros. Pues sabréis experimentalmente la nadidad de las tormentas astrales en relación con la vida y objetivos superiores. 3. En el plano mental estaréis en posición de encontrar el punto de arranque necesario, que conduce al silencio interno, la mente silenciosa, que es la antecámara al Samādhi. Los que han alcanzado este estado saben de su importancia para toda investigación espiritual. Podemos encontrar este término, silencio interno, escondido a veces bajo diferentes expresiones técnicas o místicas, dependiendo de la categoría de los hombres que las usen, como sucede con muchos Santos cristianos, místicos hindús, yogis genuinos y Rishis, suñs, los antiguos y verdaderos Rosacruces, eminentes Kabbalistas y hermetistas. Si los exponentes pertenecen a las escuelas occidentales de ocultismo, se apartarán a menudo del término mismo de «Silencio» usando símbolos y símiles, tomados o adaptados de la Alquimia, como lo hicieron Paracelso, Martínez de Pasqualis, el Marqués S. de Guaita, y a veces Eliphas Lévi. **** Sólo importa una cosa: encontrar este Silencio, y no sólo hablar acerca de Él. Desgraciadamente, raros son los que encuentran y numerosos los que hablan, sin haber tenido la debida experiencia.

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PARTE III EN RUTA CAPÍTULO XV – OBSTÁCULOS INTERNOS Y EXTERNOS A LA CONSECUCIÓN Verso 151: «Igual que el agua en el tanque cubierta por una acumulación de musgo no se muestra, así el Ātman envuelto por las cinco cubiertas, producidas por su propio poder y que comienzan con el annamaya, no se manifiesta.» La tercera parte de esta obra está reservada a la exposición de un método activo, que puede conducir a un aspirante exitoso y persistente a su objetivo: Si en las Partes I y II estuvimos ocupados de las condiciones y preparaciones pasivas, aquí tratamos de pisar en el verdadero Sendero hacia el Samādhi. El estudiante nunca debería olvidar que no puede dar estos pasos hasta haber cumplido con las condiciones indicadas en los capítulos anteriores. No puede ser un «principiante verde» en la Parte III de este curso. Debería poseer un grado considerable de concentración, como una cualidad básica e indispensable de su mente. Debería tener también un cierto modelo moral tal como se mencionó en los capítulos de la Parte II. A partir de numerosas cartas que me llegan de mis lectores y estudiantes de Concentración, puedo ver donde residen las dificultades para ellos en relación con la realización de las instrucciones dadas en ese libro. Y es así que esto debe aplicarse también al presente manual. Entonces, ¿por qué no anticipar estas dudas y preguntas? Bien, el primer problema con la mayoría de los lectores será que puedan tratar inmediatamente de llevar a cabo lo que encuentren en esta Parte, que es una suerte de «vía» hacia su objetivo. Habrá poca esperanza para ellos si no están listos con las condiciones mostradas al comienzo de este capítulo. El arma principal para la consecución del Samādhi es la meditación correcta y persistente. La meditación es la función superior del más elevado principio material del hombre, al que llamamos mente. Digo «material» deliberadamente, pues estas tres manifestaciones humanas, a las que llamamos físico, astral y mental, son conglomerados de materia, y existen grandes analogías entre estos tres. Igual que no podéis esperar que un cuerpo físico no entrenado, enfermizo, o simplemente débil lleve a cabo ninguna hazaña deportiva sobresaliente, así sin adecuada preparación de nuestros cuerpos sutiles (esto es, astral y mental) no podemos esperar ser ejecutantes sobresalientes en sus reinos particulares. Nunca conseguiremos la meditación correcta de sí mismo a no ser que seamos santos o yogis genuinos, términos que quieren decir hombres que han llevado a cabo todo el trabajo preparatorio en sus anteriores encarnaciones, y ahora están meramente recogiendo la cosecha. La meditación es una función superior normal y natural de nuestra contraparte (o cuerpo) mental (ver En Días de Gran Paz y Concentración, en donde han sido dedicados muchos capítulos al problema de la meditación). Así que el entrenamiento es necesario, y presumo que estaréis de acuerdo conmigo, incluso desde un punto de vista puramente lógico, y seguiréis los próximos siete capítulos con plena atención y haréis uso práctico del material contenido en ellos. Esta es la mejor garantía de éxito. La tarea es indudablemente dura, como era el caso con Concentración, quizá la más dura que un ser humano pueda llevar a cabo. Pero, si sentís un impulso real por escalar hacia las cimas, cubiertas con las nieves eternas y vírgenes de la Conciencia absoluta y pura (que, después de todo, sois vosotros incluso ahora), esto significa que una llamada misteriosa os ha llegado desde esas alturas. Esta llamada es infalible. No les llega a esos que no están en posición de empezar a llevar a cabo el ascenso. Eso es lo que todo estudiante debería saber, es su primera iniciación real en la Verdad del Ser. Es perfectamente posible agotar vidas, una después de la otra, sin escuchar esta llamada, como le sucede a la gran mayoría, a los millones. Si queréis seguir un sendero así, que comienza en la ignorancia del nacimiento y termina en la incertidumbre, inconsciencia y sufrimiento de la muerte, es del todo asunto vuestro. Uno no puede ser otro que el que es. Como se ha afirmado, esta parte del libro desarrollará el tema de las meditaciones. Se usará una serie, que fue dada sin comentario al final de Concentración, como un toque final para el estudiante exitoso. Ahora tenemos que hacer uso pleno de estos diecisiete versos, que conducen al Samādhi,

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dando un bosquejo de las actividades y actitudes mentales que son útiles para comenzar la verdadera meditación. Lo último, como ya sabemos por la Parte IV de Concentración, está más allá de todos los procesos mentales de afirmar el tema de la meditación en la propia mente. Esto es todo lo que podemos hacer. Pues aquello que termina el esfuerzo mental y comienza el nuevo mundo para nosotros (el «Cuarto Estado»; ver Concentración) está más allá del lenguaje de la mente, y por lo tanto no puede ser expresado en palabras, o dado a través del medio de cualquier libro o conversación. Pero un buen comienzo puede significar un buen resultado. Verso 1: Yo no soy lo que este mundo llama mí, mi nombre, mi cuerpo, mis sentimientos y pensamientos, porque en un tiempo relativamente corto todos éstos dejarán de existir. La primera parte de esta frase es –de acuerdo a las reglas clásicas del ocultismo– negativa. ¿Por qué es esto así? Simplemente porque somos absolutamente incapaces de definir lo que somos realmente. Esto está expresado en la famosa fórmula mantra advaita: «¡Neti! ¡Neti!» (¡Esto no! ¡Esto no!). Sólo podemos negar que no somos ninguna de las cosas perecederas. Lo que queda es nuestro verdadero yo. Sólo puede haber una única cosa, y no podemos decir que todo el mundo la posea, pues la verdad es que Ella nos posee a cada uno de nosotros (ya que aún creemos ser seres separados). Deteneos ahora y pensad profundamente acerca de este concepto, hasta que devenga para vosotros una clara verdad. La regla de la meditación es que no podemos proseguir con ningún desarrollo posterior de ella, si las partes precedentes no están carentes de todas las dudas para nosotros. De otro modo sólo habría una pérdida de tiempo que conducirá al desánimo. Las leyes que rigen la actividad mental superior del hombre (esto es, la meditación), deberían y han de ser observadas. Algunos ocultistas llaman al punto de, meditación más elevado –en el que no hay pensamientos en absoluto– contemplación. No estamos de acuerdo con esta definición, pues es inexacta y no científica. La contemplación requiere un objeto, y cuando la meditación genera el estado sin pensamientos, va más allá de sujeto y objeto. Así que ¿por qué usar un término que no tiene un significado práctico para los que realmente meditan, en vez de meramente hablar sobre ello, sin haber experimentado ningún estado de conciencia superior? Seamos estrictos y breves desde el principio. Volviendo al Verso 1, vemos que todas las etiquetas con las que el mundo nos provee, deben ser rechazadas. Realmente vuestro nombre no tiene significado. Si queréis lo podéis cambiar por otra etiqueta, tan carente de cualquier significado real como lo estaba la primera. En capítulos anteriores hemos aprendido a no confundirnos, no sólo con nuestro cuerpo físico, sino también con los dos sutiles. Esta jaula de carne es ciertamente mortal y carente de toda realidad de existencia. Id a un cementerio y mirad a las tumbas de vuestros padres o abuelos. ¿Dónde están sus cuerpos que conocisteis tan bien cuando estaban «vivos»? Ya no existen. Lo mismo os sucederá a vosotros, y alguna conciencia viviente, vestida en una concha (cuerpo) todavía viviente, podría ir a vuestra tumba y pasar a través de los mismos pensamientos, como lo habéis hecho vosotros. Meditad acerca de esta cadena de eventos a fin de liberaras de la ilusión letal, destructiva y que todo lo estropea, de «yo soy el cuerpo». ¡Es una herejía! Como resultado, la última traza de esta mentira debe ser erradicada de vuestra conciencia. Desde luego, al principio sólo realizaréis esto como una concepción intelectual, pero posteriormente devendrá en vosotros una verdad viviente e interna. Es una ley interesante: en la medida en la que os liberéis de esa idea errónea por medio de la negación, una afirmación positiva de la que sois, aparte de vuestro cuerpo, crecerá en vosotros, substituyendo a la anterior creencia subconsciente. Así que no hay nada que temer si seguís nuestro Sendero. Ahora viene nuestro divorcio de los sentimientos y los pensamientos, de nuestras conchas astral y mental. Si la separación del cuerpo físico tuvo éxito el libraros del astral y del mental no traerá consigo muchas dificultades. Procederemos más adelante. «Yo no soy mis sentimientos, pues ellos vienen y van. Puedo incluso crearlos (por ejemplo, por medio del poder de mi memoria, y demás), destruirlos, intercambiarlos y olvidarlos. Y puedo liberarme de todas las emociones cuando me concentro en el Silencio interno que hay en mí. Por lo tanto, no hay duda de que el astral es sólo una concha, pero nunca mi yo.

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**** Será similar para con los pensamientos. La misma prueba que tuvimos con los sentimientos nos confirma de que nuestra consciencia (nuestro yo) puede muy bien existir, y percatarse de esta existencia, cuando nos desconectamos de las ataduras mentales. La misma concentración prueba la existencia de nuestro Ser más allá tanto del pensar como de los pensamientos. En el Silencio existimos todavía, aunque no hay ni objeto ni sujeto. Tratad ahora de crear la clase de quietud interna que aprendisteis de Concentración y deciros entonces: «ahora he experimentado la verdad de esta meditación. No tengo ya más dudas. Meditad sobre este tema. El Verso 1 tiene el propósito de destruir vuestros obstáculos–internos en los tres mundos. Puede haber dificultad con los externos, y los métodos de combatirlos deben ser diferentes. Hablando en general, el primero y principal obstáculo es nuestro karma, y el de aquellos que están más cerca de nosotros. A pesar de todas las apariencias, tenemos que aceptar la verdad de que el destino siempre nos pone en los mejores caminos condiciones posibles desde el punto de vista evolutivo. Podemos pensar diferentemente, pero esto será sólo otra carga para nosotros. Deberíamos hacerla lo mejor posible bajo todas las circunstancias, y esto bastará para todo karma. No todos pueden ser un millonario o alguna otra clase de potentado, pero asimismo, no todos han de tener mala salud, desagradables condiciones de vida, y demás. Recordad siempre el cuento del hombre que se quejaba de su pesada «cruz» en esta vida (esto es, el karma, como lo llamamos) y al que Dios permitió escoger una nueva de entre los millones que se le mostraron, que pertenecían a otra gente. Las probó todas, y encontró finalmente una que parecía ser la más cómoda para él. Le pidió al Señor que le diese esa cruz. Al recibirla y colocarla sobre sus hombros, el hombre cayó en la cuenta de que era su propia vieja cruz. No obstante, estamos titulados para intentar lo mejor posible mejorar nuestras condiciones externas, si es posible. Yo quisiera añadir: titulados sólo en este momento, al comienzo de nuestro Sendero; pues en la medida de nuestro progreso interno y creciente sabiduría, el deseo por cambiar nuestras condiciones se desvanece como la bruma de la mañana bajo los rayos del sol. Pues entonces apreciamos nuestro «interior» más que el «exterior». Pero por el momento presente, podemos encontrar numerosos obstáculos a nuestra empresa, tales como: condiciones familiares, un entorno perturbador, falta aparente de habitaciones adecuadas (para la meditación), falta de tiempo, y demás. Todos éstos pueden, y han de ser superados, si nuestra voluntad de pisar en el Sendero es fuerte, y suficientemente genuina. Sé de un hombre, que era grandemente obstaculizado en su trabajo interno en su hogar, porque su esposa y su familia eran hostiles a sus intenciones. No podía encontrar una habitación tranquila, y sus conocidos se mofaban de sus «prácticas de yogi». No queriendo destruir su vida familiar, se las arregló para llegar a su oficina antes de lo necesario, y tuvo así algún tiempo para la meditación. También, después del trabajo, visitaba la cercana iglesia por media hora, tiempo en el que estaba usualmente vacía. Entonces era capaz de llevar a cabo su trabajo interno sin ser molestado. Esto es sólo un ejemplo, pero hay muchas otras soluciones, adecuadas para cada persona. Peores que los obstáculos externos son los internos. Los principales fueron explicados al comienzo de este capítulo. Lo que queda son vicios menores de nuestro carácter, tales como: pereza, dudas cuando no hay nada que dudar, miedo, inexactitud, malos hábitos, y el gran regente de todos ellos, el viejo enemigo –el egoísmo, en todas sus formas groseras y sutiles. No podemos dar, sin apartarnos de la verdad, medios muy exactos de combatir cada uno de ellos, que sean convenientes para todos en toda ocasión. Si alguien lo hace, se engaña a sí mismo y a otros. Nuestro método es el desarrollo del poder que hay en nosotros, que puede pulverizar entonces los obstáculos (vicios en este caso), uno detrás de otro, sin hacer distinciones entre ellos. Y ésta es la fuerza de nuestra voluntad. Pensad acerca de por qué tantísimos hombres, que de ningún modo parecen ignorantes o estúpidos, reconocen su comportamiento erróneo e incluso hablan de modos de vida correctos. Sin embargo, a pesar de todo esto, continúan llevando sus vidas miserables o erróneas, acarreando sufrimiento a ellos mismos y a los que les rodean. ¿Dónde está la verdadera causa de todo ello? Evidentemente una convicción mental es insuficiente. La fuerza de

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voluntad es el factor real que debería ejecutar toda decisión. Alguna gente se percata perfectamente, por ejemplo, de que fumar o beber, y demás, la está matando lentamente. Quieren vivir, pero carecen de la fuerza de voluntad para cancelar sus malos hábitos. Este poder debe ser desarrollado y entonces romperá los obstáculos de dentro y de alrededor vuestro. El método general es: aprender a superar impulsos y deseos. Esta es la clave. Existe una similitud con el atleta, que trabaja con sus halteras a fin de desarrollar el poder muscular, que le permite llevar a cabo hazañas imposibles para hombres no entrenados. El principio aquí es el mismo: conforme los músculos se desarrollan y consiguen eficiencia, superan sistemáticamente la resistencia (el peso en este caso), y es así que la superación de nuestros deseos desarrolla la fortaleza en la voluntad humana. Esto debe meditarse con gran atención, y debe después ser realizado y aceptado por el estudiante sincero de este Sendero. Y no hay substituto para este método, porque en el ocultismo, como en la vida ordinaria es difícil, incluso imposible, conseguir algo por nada. Si aún podemos trampear un poco sobre el plano físico en la razón de la materia grosera que es su contraparte principal, estaría fuera de toda posibilidad en los dos planos superiores, sobre los que no hay oportunidad de ser un truhán terrenal. Aquí un alfeñique puede disfrazarse, pero no será capaz de hacer lo mismo «ahí»; donde todas las cosas (sentimientos y pensamientos) son visibles instantáneamente a los otros habitantes de los mundos sutiles. Dí muchos detalles sobre el desarrollo de la fuerza de voluntad en mis otros libros, pero son tan importantes para esta obra, que estoy compelido a repetirlos aquí brevemente. En primer lugar, escoged vuestras «halteras», esto es, los deseos o hábitos que tenéis que «levantan o quitar, o suprimir. No uséis nada útil o bueno, pues ería en detrimento vuestro. Hay multitud de hábitos indeseables sobre los que podéis afilar perfectamente nuestra cimitarra de la voluntad. Sentaos un día, habiéndoos hecho con un par de horas para esta primera batalla, y hacer un examen de vuestros hábitos útiles e inútiles. Podéis anotarlos en un papel. Seleccionar los que el sentido común os dice que necesitáis superar, quitadlos a la primera de cambio. Por ejemplo, ¿fumáis? Si es así, sabed que esta debilidad interrumpirá vuestro sendero hacia el Samādhi si continuáis rindiéndoos a ella. Aquí no hay compromiso posible. La cosa es que cuando tengáis que hacer un esfuerzo mayor, que exija una considerable fuerza de voluntad, la disiparéis junto con los anillos de humo de vuestros cigarrillos. Es una curiosa experiencia psicológica: cuando realmente necesitamos que nuestra voluntad sea una fuerza aguda y penetrante, nuestros deseos negativos insubordinados (en otras palabras, malos), elevan sus pérfidas cabezas como chacales del desierto, y muerden a través de vuestra débil decisión. Pero toda victoria sobre ellos los hace más débiles y a vosotros más fuertes. Tened siempre esto en mente al completar vuestra «lista de proscripciones». Cuando esté lista, comenzar con su artículo más pequeño, o de otro modo fracasaréis. Hace muchos años yo comencé con un hábito tan aparentemente insignificante como erradicar el cruzar mi pierna derecha sobre la izquierda, al sentarme cómodamente en una silla. Este consejo se lo debí a un viejo ocultista al que conocí en mi juventud. Y no fue tan fácil como pueda parecerlo a muchos lectores. En el curso debido, el «gran juego» vino luego. Aprended a rehusar a vuestros deseos insubstanciales, ¿Deseáis ver hoy una película que os atrae? Pensad: «¿Es necesario? «Contribuirá mucho al tesoro de mi conocimiento o experiencia? Daros a vosotros mismos imparcialmente la respuesta, y actuar luego de acuerdo con ella. ¿Tenéis el deseo de charlar con alguien sobre un tema indiferente? ¡Ponedlo ante vuestro tribunal interno para la sentencia! ¿Tenéis prisa por llegar hoy a casa? Haced más largo vuestro camino desde la estación o autobús (o vuestro coche, y demás) por tres a cinco minutos, haciendo un pequeño desvío. Después de cada una de tales «victorias» deciros a vosotros mismos: «Lo he hecho. » Tengo el poder de hacer cosas más grandes, de hacer todo lo que quiero. ¿Os gusta tomar pastel después de vuestras comidas? Entonces suprimid por algunos días estas golosinas de vuestro menú. Pero sed razonables y no desnutráis vuestro cuerpo, pues todo verdadero ascetismo, como el observado por los gigantes espirituales nunca ha estado desprovisto de discernimiento y conocimiento claros de lo que el cuerpo puede soportar, y lo que no. Los principiantes no poseen el misterio del dominio del espíritu sobre la materia, que puede conseguir lo que llamamos «milagros». San Juan de Vianney, el celebrado «Curé d’Ars. (1786–1859) era

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físicamente un alfeñique, y sin embargo su alimento diario principal en la segunda mitad de su vida fue mayormente una patata fría y pan rancio. Mortificó su cuerpo hasta tal punto, que antes de morir pidió que se le dispensara de los usuales ritos funerarios para sacerdotes, pues no quería espantar a nadie con la visión de su cuerpo severamente martirizado. Y sin embargo, falleció a una edad bastante avanzada, y nadie puede acusarle de suicidio. Pero la misma vida tan dura podría fácilmente arruinar la salud y quizá traer una muerte temprana a un laico, que intentase imitar al Santo, sin poseer al mismo tiempo su voluntad de hierro y su misterioso apoyo espiritual, que hizo a su cuerpo resistente a todas las mortificaciones que infligió sobre sí mismo. Los extremos no son necesarios aquí para nuestro propósito, y el representante contemporáneo de la más alta consecución espiritual, el Gran Rishi Ramana, no practicó ningún ascetismo visible en absoluto. Durmió y comió igual que los que le rodeaban. Pero dudo que podamos encontrar en la historia humana otro ejemplo similar de tal fuerza de voluntad sobrehumana como fue la suya. Se sentó dando su Dárshan (presencia) casi hasta el final de una de las más atrozmente dolorosas enfermedades conocidas de la ciencia médica, y por dieciocho largos meses, renunció al tratamiento de hospital y al cuidado apropiado, lo que le habría apartado de aquellos que vinieron a verle por última vez. Normalmente, en tales casos los pacientes son fuertemente drogados en el hospital para impedir que se vuelvan violentos por el dolor. Para nosotros, el progreso gradual es sumamente esencial. Cuando la fuerza de voluntad en desarrollo traiga muchas «recompensas», el estudiante debería decidir por sí mismo el plan para su empresa. La fuerza de voluntad crece proporcionalmente a los esfuerzos hechos, esto es, cuanto más grandes sean los sacrificios y renuncias, mayores serán los resultados y poderes. Aquellos que necesitan usar fuerzas excepcionales ponen en juego una cantidad enorme de autorestricción, «cargando la batería» por ello hasta el límite. En conclusión citaré de Viveka–Chudamani, de Shankaracharya, Verso nº 377: «Para uno cuyo ser está controlado, no veo mejor generador de la felicidad que la falta de pasión...» A partir de esto podemos ver que, sacrificando cosas inferiores, conseguimos la bienaventuranza de las más elevadas. **** Aquí debe hacerse una advertencia. Bajo ninguna circunstancia debería encargarse el aspirante de demasiados problemas al mismo tiempo. Esto significa que no deberíais intentar de pronto erradicar, sacrificar o restringir demasiado. Si queréis, desde hoy, dejar, por ejemplo, de fumar, beber, comer vuestros dulces y pasteles, cruzar vuestras piernas, mirar en todo escaparate de tienda en el camino hacia casa, y desviaros tres millas antes de permitiros entrar en casa, todas estas cosas acabarán ciertamente en el fracaso, y realmente no llevaréis nada a cabo; meramente os cansaréis y perderéis energía, que es necesaria para todo esfuerzo. Aparte de eso, olvidaréis simplemente lo que deberíais y no deberíais hacer ahora. Si en esta etapa sois derrotados siquiera en una sola de vuestras primeras decisiones, debilita vuestra voluntad en vez de fortalecerla, y el trabajo tendrá que ser hecho de nuevo desde el comienzo, con la carga adicional de vuestra confianza en vosotros mismos destruida. Esto debe evitarse a cualquier precio. El grueso de los aspirantes derrotados pertenece justo a esos hombres que quisieron hacerlo todo de golpe, y que acabaron por no llevar nada a cabo aparte de volverse frustrados, lo que cierra cualquier progreso posterior para ellos por largos períodos. Por lo tanto, deberíamos ser razonables y encararnos primero de un problema más sencillo, para resolverlo con éxito, y pasar luego a otro, quizá uno más difícil. En tal caso estaréis en mejor posición cada vez, y vuestra autoconfianza operará y crecerá de acuerdo con vuestros éxitos. Cuando la fuerza de voluntad esté considerablemente fortalecida en vosotros y podáis renunciar a cosas más serias con éxito, podéis alcanzar otra etapa, la del uso real del poder recolectado. Las instrucciones exactas junto con todo el consejo técnico no pueden darse abiertamente, porque son momentos misteriosos que desafían toda descripción. En cualquier caso, aquél que ha tenido éxito en

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erigir un poder así, sabrá cómo usarlo activamente. Nuestro propósito es destruir los obstáculos en el camino hacia el Samādhi. Una voluntad poderosa puede afectar al karma de un hombre, y éste es el significado correcto de su uso en el Sendero. El grano del asunto es que si un hombre, que posee el poder acumulado de innumerables deseos suprimidos, realmente desea llevar a cabo una tarea difícil, todo su poder está a su disposición y puede ser arrojado a la balanza. Más no puede decirse, pero un símil puede ser instructivo. Tomad una pequeña cantidad de pólvora explosiva equivalente a la que hay en una cartuchera de municiones. Si se hace arder abiertamente no producirá un despliegue de fuerza excepcionalmente fuerte, incluso si se sitúa en un contenedor cerrado; pero reunid el poder de mil de tales cartucheras y la explosión será tremenda. Cuando un hombre, que tiene en su «crédito» innumerables elementos astro–mentales (deseos y empeños, más pensamientos) conquistados, quiere algo, este esfuerzo de su voluntad tiene un gran poder realizador. Cuando un Maestro espiritual, que ha conquistado todos los deseos, debilidades y apegos, usa su voluntad para sus elevados propósitos podéis fácilmente adivinar cuál será el resultado. Es por esto que, en algunos libros sagrados orientales (Upaṇiṣáds, Vedas), se considera que el «yogi perfecto», al que se atribuye un no–apego absoluto (lo que quiere decir una conquista completa), posee el atributo de la omnipotencia. Confío en que ahora la gran idea de dónde reside la fuente de la fuerza del hombre esté clara para vosotros. Los santos y los ocultistas eminentes son conocidos por sus milagrosas curas, resurrecciones de la muerte, y otras hazañas sobrehumanas. Pero hay otro aspecto de las cosas, mucho más místico, que conduce a la omnipotencia. Parece ser simple al decirlo, pero no al conseguirlo. El hombre que ha conseguido el despego absoluto de toda ilusión y de todo lo relativo, ya no tiene voluntad individual nunca más. No quiere nada para sí, no importa en qué mundo pueda manifestarse. Entonces su voluntad deviene necesariamente Una sola con la Omnipotente Voluntad del Todo (podéis llamarlo Dios); Esto habla por sí mismo y no se necesita más explicación. Esta concepción es la base de porqué los hindús adscriben a sus genuinos Gurús (Maestros espirituales o superhombres) todos los poderes divinos, y por qué dicen: «Quien ve al Maestro (Jivanmukta en su terminología) ve al Señor Mismo. Un Gran Instructor nos dijo una vez: « Yo y el Padre somos Uno.» «Porque vine del cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió. Tal es el misterio de la voluntad y el poder inherente en ella. **** Hay una fosa mental en la que el aspirante no debería consentirse caer en su sendero hacia el Samādhi. En la última docena de años o así, han aparecido en Inglaterra muchos libros de autores orientales, que tienen títulos conectados con el Yoga indio clásico, en su aspecto Haṭha. Pero si los leéis atentamente, la única cosa que podéis realmente encontrar en ellos es un intento de enseñar a los occidentales, incómodas contorsiones físicas que fuerzan al cuerpo a hacer toda clase de gimnasias, casi imposibles para que un hombre normal las lleve a cabo, y a girar el cuerpo en deformes nudos y posturas antinaturales. Estas cosas se recomiendan (junto con numerosas fotos de quienes las llevan a cabo) supuestamente con el propósito de dominar el propio cuerpo, y luego la mente, y demás. Pero todo esto no es realmente sino una caricatura y deformación más allá del reconocimiento del fino Haṭha Yoga, tal como es conocido por las escrituras hindús clásicas y en su exposición occidental por Ramacharaka. Los autores de tales libros prometen salud perfecta, juventud casi ilimitada y muy larga vida a sus seguidores. Pero si miramos más de cerca a estos «maestros» veremos invariablemente que ellos mismos sólo practican hasta una edad media, mientras sus cuerpos son todavía flexibles. No pueden detener el proceso normal de envejecimiento, y las aflicciones les afectan tanto como a los hombres ordinarios, quizá incluso antes. Y en cuanto a las curas, no usan demasiado sus propias prescripciones, sino que buscan medicinas y drogas convencionales. Sin embargo todavía hay hombres que creen en tales impostores. El verdadero Haṭha Yoga incluye algunos ejercicios físicos, así como el control de la respiración, pero de un modo razonable y grácil, como una adición útil a otros Yogas superiores, tales como Raja,

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Bhakti o Jnani, porque éstos pueden ayudar al estudiante a aquietar su mente antes de la meditación, y a regular por tanto sus funciones astrales y mentales para un mejor equilibrio. Sin embargo, los inútiles substitutos y exageraciones arriba mencionados, sólo pueden ayudar a los «maestros–autores» mismos, como una fuente de fáciles ganancias a partir de derechos de autor y lecciones. Nuestro cuerpo es meramente un instrumento, y es irrazonable y frustrante sacrificar la propia vida a su solo cuidado, olvidando la cosa más importante, nuestro objetivo espiritual. Más aún, las prácticas físicas de Haṭha Yoga, incluso en su forma pura, tal como se mencionó previamente, son útiles sólo mientras se aplican, pues cuando los ejercicios se detienen por unas pocas semanas, la benefactora influencia se desvanece invariablemente. Esta es una de las razones por las que abandoné esta vía hace muchos años. Que el estudiante sea advertido por estas líneas y no sea conducido por senderos laterales que sólo aumentan los obstáculos que hay delante de él. No todo obstáculo que hay en el Sendero puede ser superado, y no todos pueden alcanzar la consciencia del Futuro –el Samādhi, en su vida presente. La gente inmadura puede ser incapaz de llevar a cabo el trabajo interno necesario, sobre el que estamos hablando en este libro. Puede haber también obstáculos kármicos a no ser superados en esta encarnación. Pero todo esfuerzo en la dirección correcta nunca será perdido o frustrado. Sri Aurobindo Ghose expresó correctamente esta idea cuando dijo: «La imposibilidad de llevar a cabo algo hoy es sólo una prueba de que será hecho mañana.» Usualmente, la gente que es absolutamente incapaz de aproximarse a los aspectos superiores de la consciencia ni siquiera están interesados en ello. Tales cosas son como inexistentes para ellos. Por otra parte, una atención aguda en esa dirección –no importa si es negativa o positiva– podría ser un signo de ciertas posibilidades en un hombre. Se le preguntó una vez al Maestro Maharshi cómo era posible que San Pablo, que fue un ardiente antagonista del Cristianismo en el primer período de su vida, persiguiendo, torturando e incluso matando a los seguidores de la nueva creencia, deviniese luego una de las piedras angulares de la Iglesia de Cristo. El Sabio replicó que no tenía importancia que San Pablo odiase anteriormente a Cristo. La cosa importante era que en él estuvo siempre el pensamiento acerca de Cristo. Podemos aceptar esto como confirmación del valor de la fe, incluso si difiere de nuestras concepciones en relación con el objeto de esa fe. La fe es siempre un atributo de la Vida. Lo que puede ser y es erróneo es su ausencia, junto con la indiferencia, la indolencia, el estancamiento y, en consecuencia, el decaimiento. Estos son sólo los atributos de la muerte, no de la Vida. Verso 2: Pero yo siempre soy. Esta es la siguiente meditación usada en nuestra lucha con los obstáculos que hay sobre el Sendero. Siendo simple, no necesita de mucha explicación. Mi Yo–Ser no puede ser aniquilado. Si se manifiestan ahora, incluso en estas limitaciones de la vida encarnada, ciertas tendencias hacia el Infinito, lo Eterno, es prueba de que estos gérmenes están en mi verdadero yo. Los hombres pueden olvidarlos, pero no perderlos, Así que, verdaderamente, yo siempre soy. Este patrón de meditación debería usarse hasta que devenga la actitud normal de nuestra percepción de la vida imperecedera, que realmente somos. Verso 3: Yo soy quien controla todas estas envolturas, estoy por encima y más allá de ellas. Esta meditación es una afirmación detallada del ser esencial de uno en relación con los propios cuerpos. Estamos tan engrosados dentro de ellos, que nunca podemos recordar demasiado, ni ser recordados lo bastante a menudo, sobre nuestro yo no material. Si meditáis diligentemente, llegaréis gradualmente a la convicción interna del verdadero yo que hay en vosotros, que, hasta ahora, ha permanecido no descubierto y desconocido. La transferencia de nuestro «centro de gravedad» en la conciencia (éste es un término no demasiado explícito, pero es difícil encontrar uno mejor) desde los apegos relativos y materiales a una concepción espiritual, no es un empeño fácil, ni uno rápido. Han pasado eones en la esclavitud de la materia (Maya), así que, ¿cómo podemos esperar ser capaces de rechazar de pronto las amasadas creencias, supersticiones y apegos a la sensualidad y a los cinco sentidos? Quien promete

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tal cosa es un engañador, y un engañador muy dañino. Desgraciadamente, demasiados de ellos están estafando y nutriéndose a costa de gente ingenua e ignorante. El objetivo de este verso (3) es ayudar a estableceros aparte de vuestras conchas visibles, primeramente, y posteriormente de las invisibles. Cuando se ha conseguido esto, las cosas parecen ser simples. De ser un hacedor pasáis a ser sólo un observador en el drama de vuestra vida, o como un actor, que realmente interpreta el papel, sin dejar de ser él mismo. Esta es toda la verdad contada brevemente. Y éste es nuestro objetivo en esta etapa. El observador, o actor, no sufre realmente lo que se presenta en el drama teatral. Pueden usarse muchas pequeñas técnicas a fin de acelerar este proceso de separación, pero la mayoría de ellas son enseñadas sólo oralmente por el instructor, impidiéndose que se hagan públicas porque a los laicos y personas no entrenadas les podrían parecer demasiado extrañas e incluso ridículas o fantásticas. No obstante, son a menudo muy eficientes si se entienden debidamente. Pero hay un medio simple que traerá el máximo beneficio si se practica. Empezad a tratar vuestra personalidad, esto es, la forma física, nombre, posición, apariencia externa y hábitos como a una «tercera persona». Tratad de referiros a ella como «Sr. o «Sra.» y demás, como si estuvieseis aparte y observando a este caballero o a esta dama desde una cierta distancia, parece un truco, pero funciona mejor que muchos otros métodos «secretos». Hay un prominente yogi indio de hoy en día, que ha adoptado este método incluso en su vida oficial, y siempre se refiere a él mismo en la tercera persona, evitando el uso del pronombre yo. Una actitud bien útil, que es beneficiosa también para los discípulos de su Āshram. Primero de todo deberíais empezar con vuestra apariencia corporal, y cuando estéis listos veréis que la separación y el devenir observadores de vuestros sentimientos y pensamientos en vez de hacedores, es mucho más fácil de lo que lo era al principio con vuestra concha física. Este ejercicio debería ser llevado a cabo persistentemente bajo todas condiciones, pero gradualmente. Posteriormente devendrá una fuente constante de gozo interno para vosotros. Cualquier aproximación al Samādhi está vacía hasta que las experiencias que surgen de este ejercicio sean plenamente amaestradas. Creo que otro consejo práctico sería útil para todo aspirante diligente. Cuando se ejercen sobre vosotros algunas influencias astrales en el curso de vuestra vida diaria, esto es, cuando por contactos con otra gente recibís algunas impresiones o choques emocionales, las sentís probablemente en el área de vuestro plexo solar, esto es, entre el final del esternón y el diafragma. Esto es así porque ahí está situado un centro nervioso muy importante que, hablando brevemente, es el vínculo entre los cuerpos físico y astral. Es por ello que la gente dice usualmente que todos los sentimientos se reflejan «en el corazón de un hombre». Realmente, no es el área del corazón físico real, que tiene poco que ver con las comunicaciones astrales, sino justo la del plexo solar. Al tratar de «separarlas» de vuestra contraparte física, tal como se acaba de recomendar, sentiréis probablemente que la parte más difícil era detener las reflexiones de vuestros sentimientos justo en el centro bajo vuestro pecho. Por lo tanto, uno de vuestros esfuerzos prácticos debería ser dirigido a impedir que vuestras emociones afectaran el plexo solar. Esto sólo puede hacerse por meditación profunda acerca de vuestra indudable independencia del cuerpo físico, y especialmente en el punto de contacto del plexo. Dejadlo, y permaneced unos dos metros por detrás y por encima; éste es el único consejo que se puede dar en palabras. Sin embargo, es suficiente. **** Hay todavía más obstáculos de un carácter puramente físico, que vienen del propio cuerpo del aspirante. No podéis permitirle que permanezca en un estado de impureza o desobediencia, si es que apuntáis alto. Una idea que ha sido expresada a veces por ciertos ocultistas de un conocimiento no demasiado grande, es que: «las condiciones del cuerpo no afectan al trabajo interno (espiritual) del hombre». Quizá es una concepción muy tentadora, pues trata de no considerar cualquier cuidado de la forma física, aparte de alimentaria e ir a dormir. Pero esto es imposible. Permitirle al cuerpo que permanezca completamente inadecuado e impuro sólo significa la incapacidad de dominarlo, incluso de un modo elemental. Si no estamos listos con nuestro vehículo inferior, ¿cómo podemos esperar

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dominar los cuerpos astral y mental que son más sutiles y por consiguiente más complicados en su manejo? La falta de cualquier control impide nuestro camino hacia el Sendero. Esto no quiere decir que el aspirante deba cuidar de toda posible «perfección» de su cuerpo, haciéndolo completamente saludable, atléticamente fuerte, y demás. Sería superfluo e innecesario. Pero debería prohibirse a sí mismo cualquier pereza y modo insano de vivir todos los excesos y hábitos inútiles, como ya se ha mencionado en anteriores capítulos. Un cuerpo muy débil y desobediente no os permitirá ninguna consecución considerable en, digamos, la meditación, pues un cerebro provisto de sangre insuficiente e insana rehúsa ser un buen conductor entre la conciencia del estado despierto y la del verdadero yo. Hasta que alcancéis el estado de la consciencia supramental (mientras aún estáis encarnados), seréis dependientes todavía y os apoyaréis en su instrumento, que es el cerebro. Si sois capaces de transferir toda vuestra conciencia más allá de los tres planos inferiores (físico, astral y mental), entonces os preocuparéis poco de nada más. Pero esto sólo sucede cuando uno está muy avanzado y ha pasado victoriosamente a través de todos los estados inferiores. Como podéis ver, es un círculo y nadie puede escapar de él, o estafar a la Ley de Evolución. Así que tenemos que desarrollar un cierto plan para nuestra vida física, a fin de armonizarla con nuestros esfuerzos internos. Períodos para un sueño regular, para tomar alimento, para trabajar, todos éstos deberían ser razonablemente establecidos de antemano, y las reglas creadas y seguidas fielmente. El alimento tiene importancia, pues afecta a la efectividad del cuerpo, y una alimentación errónea resulta en dificultades de controlar el cuerpo. Comidas pesadas, carne, alcohol, tabaco, té o café fuertes, son indeseables desde el mismo punto de vista. Afectan adversa mente la capacidad del cuerpo y especialmente el funcionamiento del cerebro, que deviene entonces lento e inexacto. Sabemos que ninguna meditación es posible tras el uso de alcohol o narcóticos. Swedenborg notó que la comida pesada era enemiga de sus vuelos espirituales. Más aún, sus visiones se volvían groseras e incoherentes cuando indulgía en exceso de alimento y de bebida. En sus escritos menciona que un día, mientras estaba sumergido en éxtasis, tuvo una advertencia directa, y una «voz» le dijo: «¡No comas tanto!» Obedeció esto hasta el fin de su vida (ver: James –The Varieties of Religious Experience; Las Variedades de la Experiencia Religiosa). Aire fresco, caminar, nadar, vestidos ligeros cuando es posible, baños de sol moderados, algunos ejercicios físicos (si sois compelidos a llevar una vida sedentaria), están siempre indicados y recomendados dentro de la medida de las posibilidades kármicas. Pero cualquier exageración en el control y cuidado del cuerpo, cualquier adscripción a él de un rol decisorio en el avance interno, es tan erróneo como su completa negligencia. Estamos por tanto en contra, de cualquiera de las prácticas de lo que ahora se llama ejercicios de Haṭha Yoga, que simplemente absorben toda la energía de una persona y no dejan la suficiente para la cosa que es mucho más importante, la preocupación acerca de nuestro verdadero yo (Ātman). Las posiciones y contorsiones grotescas son sólo una prueba de que un «yogi» así es esencialmente un materialista profundo, y la «realidad» principal para él consiste sólo de cosas tangibles y visibles, con su propio cuerpo presidiendo sobre ellas. Todo esto ha desfigurado las ideas anteriormente puras sobre el Yoga, término que está ahora conectado casi exclusivamente con las prácticas físicas recién mencionadas. Los Yogas superiores más venerables, tales como Bhakti, Raja y especialmente el Jñāna, se han retirado a la sombra para la mayoría de los buscadores tanto occidentales como orientales. En vez de eso, ha aparecido otra anomalía, la de entrometerse en los textos de las Escrituras hindús; desgraciadamente, en los inútiles comentarios hechos por personas incompetentes, y no en los que son sumamente valiosos y ofrecen una vía real hacia la Consecución (como las palabras de Sri Shankaracharya y Maharshi, Ashtavakra Gītā, Ribhu Gītā, siendo éstos manuales prácticos, aunque dados en una forma velada que los hace accesibles sólo a buscadores más avanzados). Esto sólo puede ser otro obstáculo en el Sendero hacia el Samādhi. La diferencia entre el conocimiento y la Sabiduría del Samādhi es un problema sumamente interesante para muchos buscadores, que aún no han alcanzado el estado de conciencia superior, y que permanecen en el dominio del conocimiento mental, cuya fórmula es «dualidad». Esto significa

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que no han resuelto aún el binario final: yo y no–yo. Sólo aquellos que poseen el Samādhi pueden hablar acerca de ello de un modo satisfactorio. Así que citaré al Maharshi. Él nos dijo que el Sabio que vive en el dominio de la única realidad espiritual (el Samādhi) es a la vez ignorante y omnisciente. Lo primero, porque no hay nada en el mundo manifestado (temporal y por tanto irreal), en lo que esté interesado o desee conocer. Lo segundo, porque el Sabio ya no tiene nada más que conocer, lo que es igual a la omnisciencia. Pero hay otro punto. Si un Sabio está encarnado, todos los poderes de la mente están también a su disposición, aunque siempre sea reticente a usarlos, igual que no nos gusta usar caballos y berlinas para viajar, prefiriendo los medios superiores de coches rápidos, aviones, y demás. Pero cuando un Sabio necesita dar algunas enseñanzas a los «hijos de la mente» (como usualmente lo somos), debe usar el lenguaje de esta mente –las palabras. Comparad ahora la sublime exactitud, claridad y concisión de las palabras de Cristo o Maharshi, y entenderéis que la posesión del estado superior de conciencia dé también el mejor mando de los estados inferiores, entre ellos el de la mente. La Sabiduría del Samādhi está conectada estrechamente con la libertad del hombre del pensamiento y el sentimiento. Esto significa que no está compelido a llevar a cabo ninguna de las actividades antes mencionadas. Estas son grandes palabras para los que son capaces de entenderlas verdaderamente, o de vivirlas en la conciencia. Nuestro presente estado de ignorancia es justo el de la compulsión. La mayoría de nosotros no puede imaginar la existencia sin el mundo visible que nos rodea, y sin pensar y sentir (esto es, impresiones y actividades mentales y astrales). Pero la Supraconsciencia –el Samādhi– es simplemente el Ente Puro, la silenciosa y omniabarcante Sabiduría, esa luz que no admite sombra alguna. Todo conocimiento requiere necesariamente dos principios opuestos: 1. El conocedor, y 2. Lo conocido, que forman un binario. A éstos se añade un tercer elemento, el hecho de conocer. Todo esto es en relatividad, y por lo tanto sólo temporal, no poseyendo el atributo de la permanencia, porque deben haber, y hay, incesantes cambios en las relaciones entre estos elementos. No hay lugar para el Samādhi mientras tal proceso existe todavía en la conciencia: igual que la perturbada superficie de un estanque no nos dará una reflexión clara de nosotros mismos. Debemos aguardar hasta que las aguas estén completamente quietas. La Sabiduría del Samādhi es el resultado del cese del movimiento que hay en nosotros, esto es, del movimiento compulsivo. La vida manifestada temporal depende de movimientos y cambios de todas clases. La Vida eterna y absoluta es Paz conseguida para siempre. No serán atraídos muchos por un prospecto así, y ésta es la razón por la que el Samādhi, en todo su esplendor, no puede ser alcanzado por la mayoría de los seres humanos.

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CAPÍTULO XVI – DERROTAS Y HUNDIMIENTOS Verso 166: «Puesto que la falsa convicción de que el ser es meramente el cuerpo, es la semilla que produce dolor en la forma del nacimiento y el resto, deben hacerse esfuerzos para abandonar esa idea; la atracción hacia la existencia material dejará entonces de existir.» El más ardiente deseo e intención por entrar al Sendero que conduce al descanso final del espíritu humano, al Samādhi, no es garantía de Consecución, como lo prueban algunos casos. Hay muchos factores que pueden poner un freno en los esfuerzos más intensos; pero usualmente, los hombres no saben nada acerca de ellos o acerca de sus karmas, que pueden prohibirles alcanzar el más elevado objetivo por varias encarnaciones. En este capítulo trataré de explicar las causas más comunes que pueden producir los hundimientos en el Sendero. Aparte de las que serán mencionadas ahora, pueden haber otras circunstancias, puramente individuales y rara vez encontradas, que no pueden ser previstas e incluidas en reglas generales, y de aquí que la especulación acerca de ellas no sea de utilidad alguna para vosotros. El grueso de las derrotas pertenece a la falta de persistencia en el aspirante. Puede decirse que más del noventa por ciento de los intentos fallidos son causados por esta falta. Por consiguiente, este punto es merecedor de vuestra particular atención y análisis. ¿Qué es realmente la falta de persistencia? La causa primaria es, desde luego, la debilidad de la fuerza de voluntad de un hombre. Esto crea la incapacidad de adherirse firmemente a las intenciones y realizarlas en la propia vida. Una persona así reconocerá gustosamente los saludables objetivos que desea alcanzar y entenderá su benéfica influencia sobre sí mismo, pero cuando llega el momento de actuar de acuerdo a sus convicciones, no las confirma con hechos. El esfuerzo necesario para la realización de sus sublimes objetivos deviene una carga insoportable, y bajo su impacto gradualmente olvida, y posteriormente renuncia a sus esfuerzos. Cualquiera que se permita a sí mismo ser subyugado por un hábito, tiene débil fuerza de voluntad, lo que hará su constancia en el Sendero muy cuestionable. Tales personas caen como hojas amarillas de un árbol, sin alcanzar nada que sea digno de mencionarse. La carencia de fuerza de voluntad significa usualmente la carencia de esfuerzo y disciplina en el propio pasado, que se extiende hacia atrás más allá de la vida presente de uno. Se habló de otros particulares acerca de la fuerza de voluntad y su papel en el capítulo IX y otros. La persistencia puede ser afectada también por una convicción interna insuficiente del valor e importancia de toda la empresa. A veces el hundimiento del aspirante, que ha pasado con éxito a través de las primeras etapas del Sendero (adquiriendo la capacidad de concentración y los comienzos de la meditación) viene de un desencanto y una pérdida de entusiasmo repentino, y con esto la energía necesaria para proseguir el Sendero. Muchas causas pueden ser responsables de esta clase de fracaso, siendo las principales: 1. La mente del aspirante no estaba lo suficientemente subyugada y por lo tanto limpiada de la construcción de clichés mentales basados en la fantasía pura. Uno puede crear imágenes falsas e innecesarias del futuro estado del Samādhi. Este es un error serio, que deforma la meditación e impide la purificación del estado mental superior del hombre, que es la primera condición para los relámpagos iniciales de la Supraconsciencia. El estudiante pues, tras trabajar algún tiempo, ve que no ha hecho progreso alguno y que la conciencia aparentemente no ha recibido ninguna iluminación que justifique sus esfuerzos. Permite a su mente vagar por los senderos laterales del pensamiento estéril y las dudas, en vez de compelirla a la meditación regular. Entonces el equilibrio interno se pierde (ver capítulo XIV) y con él el Sendero. 2. Si la sensualidad no ha sido erradicada del todo en el estudiante, sino sólo aturdida por esfuerzos de su voluntad y por la práctica de algún entrenamiento oculto especial uso de mantrams, setrams, y ejercicios de Haṭha Yoga), puede algún día surgir de nuevo como un perro que corre cuando su cadena se herrumbra y rompe. En tal caso las fuerzas hostiles no omitirán enviarle inmediatamente una dura tentación detrás de la otra. Si el aspirante no tiene aún cierto poder

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espiritual y experiencia en sí mismo, o no se ha asegurado la ayuda de un verdadero Maestro (ver Concentración, capítulo IX) sucumbirá indudablemente como el monje Paphnutius en Thais de Anatole France, y finalmente perderá el Sendero, entrando en la fangosa corriente de la sensualidad y todas sus ilusiones. 3. Si el poder de concentración ha sido desarrollado insuficientemente, el estudiante no puede habérselas con los asaltos de pensamientos durante el tiempo de sus meditaciones. La raíz profunda de este fracaso reside oculta en el hecho de que en este caso el discípulo no ha experimentado aún la gran paz de su verdadero Ser, y por lo tanto no ha sido capaz de construir un «Santuario Interno» sólido, lo que fue discutido en el capítulo IX. Esto significa que no tiene ningún refugio seguro contra las influencias externas (pensamientos en este caso) y que por lo tanto no puede acercarse a las cimas del Samādhi. Esta circunstancia se encuentra frecuentemente en algunos aspirantes fallidos. 4. Mientras estamos aún vivos en este mundo físico, y poseemos un cuerpo, éste ejerce considerable influencia sobre la psique de un hombre e incluso su mente. Si está afligido, las manifestaciones de los poderes de un hombre pueden sufrir, excepto cuando ya es un «Liberado» o Maestro realizado. A veces tales Grandes Entidades encarnan a fin de ayudar y servir a sus hermanos más jóvenes, esto es, el resto de nosotros. Puesto que la Ley del sacrificio es la suprema y trasciende a todas las otras leyes, los Maestros la llevan a cabo usualmente hasta el máximo, esto es, hacen de la partida de sus cuerpo físicos (la muerte, como decimos) la cima de su sacrificio, para nuestro beneficio. La historia de Cristo es demasiado bien conocida para ser repetida aquí, pero el Maharshi siguió los pasos de sus grandes predecesores y aceptó también un sacrificio único, que torturó su cuerpo por más de un año, aliviando por ello los karmas de los que le rodeaban, pero indudablemente la verdadera extensión de su acción redentora fue mucho mayor, y está más allá de nuestra percepción. 5. Si un hombre tiene un karma físico muy cargado, le golpeará del modo más fuerte cuando intente conseguir la iluminación espiritual. Esto no es una broma maliciosa de parte de un poder cruel, sino una consecuencia normal y lógica. Uno no puede progresar considerablemente si aún tiene que pagar un pesado prarabdha karma (esto es, esa parte que está destinada a ser consumida en la encarnación presente). Por consiguiente, el adherirse a un sendero especial precipita a menudo una lluvia de desastres y molestias sobre la cabeza de un aspirante así. Ahora bien, si es capaz de soportar todas estas dificultades, vence y sigue adelante rápidamente. Pero a menudo no es así, y un hombre se rompe y deviene incapaz de hacer ningún estudio posterior. Tales circunstancias son lo que se conoce como «frenos kármicos». Son muy difíciles de resistir y apartar. Es por ello que Cristo nos instruye orar en el Padrenuestro: «y no nos dejes caer en la tentación.» Se acepta en círculos ocultos, que sin la asistencia activa de un genuino Maestro espiritual de la época particular, es imposible luchar contra el prarabdha adverso. **** Pasaremos ahora al siguiente verso de meditación, que pertenece a este capítulo. Verso 4: Mi verdadero yo–Ser comienza ahí, donde toda la actividad de mi mente–cerebro termina. Sabemos que el Samādhi final (del tipo aforme, o Nirvikalpa) va paralelo al desarrollo del conocimiento del Ser por parte del hombre. Esto produce el hecho de que incluso autores que por otra parte son competentes, junten a ambos, esto es, el Samādhi final y la Realización del Ser como una sola concepción. Hablando correctamente, desde el punto de vista práctico, ambos se funden en uno al final del Sendero, de modo que la Realización absoluta y perenne y el Sahaja Samādhi son uno y el mismo estado supremo (el Cuarto). Pero desde nuestro punto de vista, hasta que se alcanza el glorioso objetivo, las dos corrientes pueden aún ser distinguidas y separadas hasta un cierto grado. Esto significa que algunos aspirantes pueden ser más susceptibles a elevar su consciencia hasta el Samādhi que hasta el conocimiento del Ser, y viceversa.

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Pero para ambos tipos, el cese de todas las actividades mentales es la condición principal, como nos dice el Verso 4. De cualquier modo, es tan lógico, que el estudiante no debería tener dificultad alguna en meditar acerca de este verso con éxito y sin ninguna traza de duda, elevándose así al reino que está por encima y más allá de la mente. Entonces sabréis lo que es vuestra verdadera esencia. Verso 5: ¿Quién soy yo? Este verso no es otro que la famosa Vichara o encuesta acerca del Ser, tal como fue dada por el Maestro Maharshi. Es el arma que puede derribar todos los obstáculos que hay sobre el Sendero del aspirante afortunado, que sabe cómo usarla. En su forma externa la Vichara pertenece todavía al reino de la mente, pero sus verdaderos contenidos, cuando son sometidos al proceso de la destilación espiritual, pierden sus palabras y devienen el Poder, que lleva al aspirante directamente al reino del Ser. Recordad cómo el Maharshi, tratando de explicar este misterio a sus inquisidores, lo hizo en la forma de un gran símil, comparando la Vichara al palo que enciende la pira funeraria (ver capítulo XIV), y que consecuentemente también es consumido junto con la pira. Evidentemente no queda nada de la personalidad del ego, que perece en el fuego de la Realización del Ser. Esta es la respuesta final a la Encuesta acerca del Ser. El Maestro nos dijo también: «La respuesta a Vichara es el estado sin ego». Esta es otra forma del anterior símil; cuando el ego perece, todas las imperfecciones y males se van con él para siempre y no pueden ser restaurados, igual que no podemos producir de nuevo el cuerpo o la madera a partir de la pira funeraria consumida. La meditación o repetición incesante de Vichara en vuestra mente, con el esfuerzo de penetrar en el misterio silencioso y carente de palabras de vuestro Ser es la mejor arma conocida contra todos los fracasos y problemas kármicos. Esta será la meditación final para concluir este capítulo.

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CAPÍTULO XVII – EL PODER MOTIVADOR DE LA ESPERANZA Verso 153: «Cuando las cinco envolturas son separadas, el pratyagatman (el Logos) puro, la felicidad eterna, omnipenetrante, la luz suprema autogenerada, brilla.» Planteemos esta vez la cuestión bien abiertamente: «¿Podéis caminar sobre el Sendero sin esperanza alguna de alcanzar vuestro objetivo? Así pues, la Esperanza es uno de los principales poderes, paralelo a la fuerza de voluntad, que hace que nuestros objetivos sean alcanzables.» Meditad acerca de estas concepciones hasta que las absorbáis por entero, sin ninguna sombra de duda. Esto será parte también de la iniciación que conduce, junto con las otras, al Samādhi. Después de eso llegamos a un análisis posterior. La Esperanza podría ser descrita como la anticipación intuitiva de una solución feliz a un importante problema nuestro. En este caso el problema concierne a la cosa más preciosa que podamos imaginar: nuestro propio ser, nuestro verdadero yo, y no cualquier personalidad–concha temporal, junto con el cuerpo, pues ambos serán disueltos sin traza alguna en el futuro, pasando meramente al pasado muerto. Cuando digo «muerto» digo lo que quiero decir. Un ejemplo explicará esto mejor. Considerad a alguna persona que conocisteis y de la que sois el único superviviente, digamos, vuestro abuelo u otro familiar. No tenéis duda alguna de que existió, quizá hace largo tiempo. Podéis conocer su personalidad, su forma externa, su carácter. Cuando todos los demás que le conocían han desaparecido nadie sabrá nada acerca de él, aparte de vosotros mismos, que aún vivís, y en cuyo cerebro están todavía esos clichés del pasado. Pero eso es todo. Cuando morís, nada quedará de esas memorias. Y el hombre (vuestro familiar) estará completamente borrado de la imagen del mundo incesantemente cambiante. El siguiente paso será una clara anticipación de la misma posición aplicada a vosotros mismos. Pensad tranquilamente acerca del inevitable fin de todo lo manifestado, incluidos vosotros mismos. No se trata sólo de pensar, sino de un serio proceso de la conciencia dirigido a hacer más sencilla la separación de esa forma perecedera llamada el cuerpo. Experimentaréis esto al practicar estos ejercicios, puesto que leer por sí solo no puede en modo alguno ser una prueba concluyente. Una persona inmadura reprimirá más bien tales procesos mentales, pero otros los encontrarán muy útiles. Después de todo, nadie puede vivir vuestra vida, y también vuestras experiencias os pertenecen sólo a vosotros. Por consiguiente, podéis operar con ellas de acuerdo a vuestras necesidades. Volviendo al tema de este capítulo, vemos dónde es que no deberíamos colocar nuestra esperanza bajo ningunas circunstancias: en lo que perece y desaparece. Pues la Esperanza, como todo en este mundo tiene dos lados: uno correcto y uno erróneo, la esperanza para una persona sabia y para un tonto. Recordad que todos estos capítulos de las Partes I a III son en preparación para el Samādhi. Operan para vosotros tal como sois todavía, una entidad relativa, no transformada aún en Eso que surge como el Sol supremo de la Supraconsciencia final. Por consiguiente pueden usarse métodos relativos para cosas relativas. La Encuesta acerca del Ser es la forma única y positiva en que puede ser dirigida la búsqueda. El método clásico, usado hasta aquí en el Vedānta hindú, debe ser, y es, negativa; y brevemente, está contenida en la fórmula «¡Neti! ¡Neti!» (¡Esto no! ¡Esto no!). No deberíamos subestimar su valor justo porque conocemos la Vichara. La Encuesta acerca del Ser no puede ser usada por cualquiera. El Maharshi mismo, mientras que recomendaba Vichara como un medio par excellence, siempre emitía una advertencia: que no deberíamos confundirnos e imaginar que nos traerá la Realización del Ser como en una bandeja. El método negativo de ir «pelando» gradualmente nuestras cáscaras de la luz central que hay dentro de nosotros, por meditación acerca de nuestros cuerpos y actitudes, aplicando «¡Neti! ¡Neti!» a todos ellos, es mucho más fácil y más accesible para la gran mayoría de aspirantes, excepto aquellos que han tenido el privilegio de sentarse a los pies de un verdadero Maestro de Realización del Ser, como lo fue el Maharshi para nuestra época. Estar en el Ser, realizarlo, es retener sólo la conciencia del Ser, esto es, del Ente absoluto, sin atributos e ilimitable. Es igualmente posible para un hombre encarnado o desencarnado. Pero para

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experimentarla por primera vez, la Realización primaria debe ser llevada a cabo mientras que uno tiene todavía una forma corporal. Posteriormente, resulta ya indiferente, pero el comienzo tiene que ser hecho en esta tierra. Esta regla afecta a todas las consecuciones humanas, así que hay poco que esperar de los periodos de vida de post-encarnación y las lecciones principales han de ser tomadas de antemano. Verso 6: Ahora estoy creando la quietud en mi mente. No tengo deseo de pensar nunca más. Esta meditación y todas las que siguen son diferentes de los Versos 1 a 5. Tratan del esfuerzo activo del aspirante, que tiene que reformar su conocimiento transfiriéndola más cerca del objetivo final –el Samādhi. En este verso aquietamos nuestra mente, como un precursor para trascenderla. Como sabemos por el segundo libro de la Trilogía (Concentración), el aquietamiento y vaciado de la mente es posible sólo como un resultado con éxito de la concentración pasiva, que es una forma mucho más difícil. Pero es la clave, la condición, el «sine qua non» para todo intento con éxito al escalar las alturas del Samādhi. Hace más de sesenta años el primer exponente práctico del Yoga Hindú para Occidente, Swami Vivekananda (un dotado discípulo del gran Santo Ramarishna), trató de unificar los diferentes métodos yógicos entonces existentes para el desarrollo físico y todos los posteriores. Los simplificó advocando el siguiente patrón: a) Doce Dharanas (ejercicios respiratorios con fijación de la mente, similares a los dados en Concentración como prāṇāyāmas) constituyen un Dhyāna. b) Doce Dhyānas equivalen al Samādhi. No estamos de acuerdo con esta sobre-simplificación de técnicas y teoría, puesto que ahora tenemos más extensa información acerca del verdadero significado del Estado Supremo de Nirvikalpa Samādhi. No es suficiente con llevar a cabo 144 Dharanas (lo que en cualquier caso es extremadamente difícil de conseguir) a fin de encontrarse en la pura Supraconsciencia. La principal autoridad en todas las cuestiones concernientes al Samādhi y la Realización del Ser, el Gran Rishi Ramana, nunca enseñó que la Consecución pudiera ser un resultado o dependiera de āsanas (posturas del cuerpo en Dharana por ejemplo) o de la respiración rítmica. El separaba los ejercicios yógicos del crecimiento de la espiritualidad en el hombre. En el momento oportuno, diría él, esto es, cuando la mente es absorbida en la Luz del Ser (en otras palabras, cuando entra temporalmente en Kevala Nirvikalpa), la respiración deviene rítmica automáticamente. Y cuando la inmersión alcanza su clímax, la respiración se detiene completamente. A partir de este hecho, algunos exponentes de Yoga no tan competentes han concluido, que si respirasen rítmicamente por largo tiempo y después detuviesen la respiración, deberían entrar en el Samādhi. Pero estos procesos no son reversibles en absoluto, y esto explica porqué puede encontrarse tanta chapuza y prescripciones incumplidas en libros escritos por compiladores que nunca han sido capaces de practicar lo que enseñaron. No obstante, para muchos aspirantes, el aquietamiento de la mente deviene más fácil si tratan de respirar rítmicamente, pero sin ningún esfuerzo difícil, tal como se aconsejó en Concentración, Parte III. La segunda mitad del Verso 6 requiere todavía más del aspirante: no debería tener deseo alguno de pensar nunca más. Parece ser algo inalcanzable, puesto que el pensar es aparentemente inherente a la mente de uno. Esto es verdad, ¡pero verdaderamente la mente no es inherente a vosotros! ¿Quién dice que la mente es indispensable al Ser? Sólo aquellos que no conocen nada mejor y superior. Y sólo aquellos que aún se identifican a sí mismos (consciente o subconscientemente) con sus procesos pensantes y la herramienta –el cerebro en el cuerpo físico. Sabemos que una actitud así es un obstáculo que debe ser quitado. «Bien, eso dice la teoría», podéis objetar. Pero, ¿cómo alcanzar esto en la práctica, cómo realizarlo? Ambas partes de este verso están en plena armonía y son interdependientes. Si aquietáis vuestra mente, entrará en un estado peculiar, en el que podéis verla (la mente) en su suspensión, mientras que la conciencia, aparte ahora de ella, se expande más allá de las cenagosas aguas del océano mental. Realizad esto primero en teoría con vuestro intelecto.

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Ahora entra en acción otra ley que rige a la conciencia a esta altura. Cuando alcanzáis (incluso por un corto tiempo) la independencia plena de los procesos de sentimiento y pensamiento, no tenéis deseo de vivir nunca más en los mundos inferiores, esto es, en el nivel astromental. Vuestra intención natural entonces es permanecer en esa bendita tierra de paz y cumplimiento. Igual que conocéis algo mejor que vuestras condiciones usuales y normales, siempre trataréis de retener ese modelo superior en vez del anterior más inferior. Como veis, la solución es simple y lógica, y plenamente alcanzable. La maravilla de las magnificentes consecuciones de los grandes santos deviene ahora más comprensible. A partir de cierto nivel hacia arriba, tienen una poderosa atracción por las alturas tal como la que, desafortunadamente, el hombre corriente tiene más bien por las tierras bajas. Esto puede compararse a montañas físicas y a valles. A cierta distancia de la superficie de un planeta la gravedad cesa de ejercer un empuje hacia abajo, y en estas nuevas condiciones el objeto físico puede ser atraído por otros cuerpos celestes. Pero esta altura crítica debe ser conseguida antes de que la ley pueda operar. Así que, a fin de perder el deseo de pensar, uno debe antes gustar de la dicha del estado de libertad de los pensamientos. Un plato no puede ser apreciado hasta que ha sido gustado. ¿Qué puede ser más claro que esto? La idea de la Esperanza, que es llamada la fuerza motiva mente de la Consecución, cuando se conecta con la meditación del Verso 6, conduce a la siguiente concepción: Si realizamos este verso a través de nuestra propia persistencia en el cumplimiento de su instrucción, nuestra Esperanza se convertirá en Consecución. Este fue, es y será el verdadero objetivo de esta fuerza mística. Verso 7: Ahora el cielo de mi conciencia es puro. No hay nubes de pensamiento en él. Este es otro aspecto del Verso 6. Las cosas más difíciles para la Realización verdadera y plena son justo las más simples. Podemos vagar libremente en los vastos bosques de las múltiples concepciones de la mente, teorías y problemas. Esto puede agradar a nuestra mente, darle nuevo combustible como material para pensar, y permitirla vibrar a plena escala como a esta fuerza le gusta hacer primero y principalmente. Pero, ¿podemos afirmar que esta esclavitud le ha traído alguna felicidad? Desde nuestro punto de vista, esta edad está afectada por grandes errores: la herramienta ha sido aceptada como el maestro, y el verdadero hacedor ha sido llevado a segundo plano, incluso olvidado completamente. Sobre el plano físico, de acuerdo al axioma hermético siempre verdadero «Como es arriba es abajo», y viceversa, han ocurrido cosas similares. Hace cincuenta años vivíamos sin los innumerables plásticos, nuevos medios de comunicación, lujo de dádivas técnicas, y demás, pero también sin bombas «H» y sin el temor constante a una catástrofe repentinamente aniquilante, contra la que estamos completamente indefensos y desvalidos, pues cuelga sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles. y no podemos hacer nada, pues mientras que antes sólo los soldados combatían en los campos, ahora naciones enteras se reconocen como blancos de destrucción. Así como los procesos mentales por sí solos no pueden traernos la Sabiduría, que está más allá del limitado conocimiento de la mente, así como de sus posibilidades, así años de increíble progreso materialista no han sido capaces de ponernos más cerca de la felicidad, de nada que se merezca este nombre en la armonía social o política. El estudiante atento descubrirá sin duda la verdadera causa de tal desgracia en esta época: el inmenso, rápidamente creciente y atolondrado materialismo, que dirige todos los esfuerzos y capacidades de la población humana de este planeta hacia el confort y servicio del cuerpo–ego, de modo que poco queda para nada más. Los resultados se siguen inconfundiblemente. Este planeta no es una cosa muerta. El ocultismo occidental sabe un montón acerca del gran ser cuyo cuerpo físico es nuestra tierra. Quizá no podemos entender una vida así, como es la de un planeta, pero podemos sentir algunas atemorizadas reacciones de su parte. Aquí quiero dar a entender las convulsiones de la piel de la tierra, que cuestan tantísimas vidas y traen la destrucción a esos diminutos seres que, como insectos, habitan la superficie del globo. Algunos ocultistas creen que a la tierra no le gustan demasiado las explosiones nucleares, que entran profundamente en su cuerpo y el ominoso gruñido de los terremotos puede ser la última advertencia. Pero la tierra, como nosotros

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mismos, no es omnipotente y no se la permite hacer todo lo que desea. Hay fuerzas que controlan el microcosmos igual que el macrocosmos. De otro modo, hace mucho que habríamos dejado de existir (ver El Tarot). **** En este Verso 7, a los pensamientos se les llama «nubes». Para quienes poseen el conocimiento experimental de los estados superiores de conciencia, esto es una verdad evidente. El Maharshi enseñó que toda miseria e infelicidad viene de la mente y sus incansables pensamientos. Cuando son quitados, el horizonte es puro como un cielo sin nubes. Pero bajo el término «mente» entendía justo el que se usa en Advaita: todas las funciones basadas en la concepción de la relatividad y la personalidad–ego. He aquí una advertencia: algunas personas, por otra parte completamente desentrenadas en la concentración, dicen que hay períodos en los que no pueden encontrar ningunos pensamientos en sus mentes. ¿Es esto lo que estamos buscando en este estudio? ¡Desde luego que no! Cuanto más primitivo es el hombre individual, más «dolce lar niente» ocurre en su mente cerebro. Esta no es esa libertad e independencia interna del pensamiento compulsivo que –si se desarrolla plenamente– es un precursor del Samādhi: es simple estancamiento de las funciones mentales. No es lo que buscamos. Tras ser desconectada deliberadamente, la mente dominada funciona perfectamente, como una herramienta afilada y bien preservada en las manos de un buen artesano. Así que estas «nubes» deberían ser quitadas cuando no las necesitamos. Esto sólo es posible cuando hay en nosotros un poder independiente de la mente, que puede obedecer y obedecerá nuestra voluntad. Y este poder nuestro está siempre mirando a sus herramientas como cosas separadas. Esta es la iniciación del Verso 7. Verso 8: Ahora soy libre, estoy más allá de todo. La esperanza de ser libre es la más iluminadora lucha del hombre. Este verso nos dice que esto puede ser un hecho cumplido. Ahora, meditad realmente: Cuando la mente es aquietada no hay deseo de pensar nunca más. Devenimos libres cuando no hay nubes cubriendo el horizonte de nuestra purificada consciencia. La libertad perfecta no puede ser limitada por ninguna limitación que venga de los pensamientos, nacidos, a su vez, de los deseos internos. En las Escrituras hindús el hombre sin deseos es llamado justamente el «liberado» o Jivanmukta. Si hay deseos no puede haber ninguna perfección o libertad. Así que aquí es donde encontramos la explicación lógica de esas cualidades aparentemente abstrusas adscritas a los hombres que alcanzaron el final del Sendero. Es por esto que el Samādhi –en el que no hay necesidades o deseos– es llamado el estado de dicha absoluta. La dicha de la eternidad realizada que el escritor vio en los ojos de su Maestro. Después que hayáis asimilado la meditación de la primera mitad del Verso 8, la segunda seguirá fácil y claramente. Estoy más allá de todo. Este «todo» es, desde luego, todo lo que está «fuera» de Eso, de la pura conciencia de yo soy. Si sois libres, significa solamente que estáis realmente más allá de todos los lazos y formas. Nada puede ser añadido al inmaterial y siempre libre Yo–Ser. Igual que no podéis añadir agua al fuego, porque se evaporará, y es así que se evapora toda concha, deseo y pensamiento encarando al Ser No hay más lugar para ellos en el fuego del Espíritu. Aquí el fuego simboliza la eterna e indestructible conciencia–Ser, que no puede ser destruida por ninguna cantidad del agua llamada Maya. Sólo puede ser hecha sombra, o tapada y velada, y éste es el caso de la evolución como se explicó en anteriores capítulos. Otro significado del término «más allá» puede significar que cuando somos libres, somos inaccesibles a cualesquiera apegos de «abajo». La naturaleza de ese «abajo» nos es descrita en el siguiente verso. Verso 9: Estoy más allá de mis cuerpos y del planeta entero.

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Esto significa que los velos de materia de diferente densidad y cualidad ya no tienen atracción para la persona liberada. Físicamente, ninguna forma material o carnal atrae a la conciencia vuelta libre. En las Escrituras orientales se dice que el hombre sabio mira con un ojo igual a todo: pequeño o grande, bello u horrible, bueno o malo. Nada le afecta, pues lo que ve como una manifestación es sólo un velo temporal, que pronto será disipado como la bruma matinal. Y no hay nada en común entre lo que un Sabio es y estos velos (y él lo sabe). En el Bhagavad Gītā se afirma directamente, que los Sabios no son afectados por la vida o la muerte, y que éstas no le preocupan. Esto es así porque están en el Samādhi más allá de ambos estados, que afectan sólo a las conchas, pero no a la esencia. Si nos identificamos con estas conchas, la responsabilidad, ignorancia y sufrimiento es nuestro problema. Parece ser fácil aceptar todo esto mentalmente (como teoría), pero no es suficiente. La «Esencia» debe ser realizada como el propio ser de uno, el Núcleo inmutable. La respuesta a Vichara, que es el instrumento de esa búsqueda, es desde luego, el descubrimiento de Ello, nacido de meditaciones persistentes y bien dirigidas. Hay ocultistas que dicen abruptamente que la respuesta a Vichara es sólo Yo soy. Si uno prefiere revestirlo todo en palabras, tal solución de la Encuesta del Ser sería aceptable. En cualquier caso, incluso el Maestro Maharshi dijo una vez que la fórmula bíblica de Dios: «Soy el que soy» ilustra toda la verdad tal como puede intentarse expresarla en palabras. La meditación final para este capítulo será: Verso 10: Ellos (esto es, mis cuerpos y todo el planeta) ya no existen, pues, eran sólo un sueño de mi mente. Es el golpe final a la concepción del Maya que hay en nosotros. La existencia misma de las formas es negada. ¿Es esto así? Analizad las cosas por vosotros mismos: filosóficamente, y de acuerdo con las concepciones ocultas, así como con las del Advaita–Vedānta, existencia significa algo que Es. 1. No lo que antes fue y cesó de ser. 2. No lo que es ahora, pero cesará de ser. 3. No lo que fue y es, pero dejará de ser en el futuro. Y finalmente, 4. No lo que será y pasará, como las tres condiciones anteriores. Puede necesitarse algún trabajo duro a fin de meditar y digerir estas definiciones, pertenecientes a la pequeña palabra Es. La síntesis hecha en palabras de estas cuatro definiciones será simple: el Es, la Existencia, significa la actitud que llamamos «eterna». Desde este punto de vista (el único que tiene valor para los buscadores del Samādhi), está claro que nuestros cuerpos, los de cualquier otro y del planeta, junto con el universo aparente, no poseen, y no pueden poseer, el atributo puro de la Existencia. La esperanza, el poder que nos motiva a buscar y que por tanto nos permite encontrar, no está dirigida a ninguna de las concepciones que son incompatibles con nuestro término ahora explicado de ente, de verdadera Existencia, de Es. En el Samādhi, esta existencia es realizada y vivida. Es por ello que fue y es tan ansiosamente buscado por almas avanzadas, y glorificado por tanto por aquellos que han encontrado este estado, en el que, como dicen los antiguos Sabios de la India, son capaces de ver todo el universo aparentemente infinito como en una gota de agua. ¡Meditad sobre esto! La mente puede rehusar aceptar tales revolucionarias afirmaciones, pero ellas no están dirigidas hacia la mente. Pertenecen a eso que hoy en vosotros, que Es. ¿Qué más puede decirse? **** ¿Cuál es el verdadero origen del la Esperanza? Este poder se usa mayormente de modo inconsciente, como pronto resultado de algunos factores desconocidos. En nuestra opinión estos factores pueden ser: un relámpago de intuición (conocimiento sin pensamiento), junto con una difusa percepción de los clichés de nuestro karma. En cualquier caso pueden encontrarse ambos si analizáis un ejemplo personal, esto es, un caso en el que tuvisteis o tenéis una razonable esperanza para vuestro futuro. La esperanza es una fuerza positiva, y en su filosofía y dogmas teológicos, los Padres de la primitiva Iglesia en los primeros siglos de la Cristiandad, situaron a la Esperanza al lado de otras dos virtudes cardinales, sin las que no hay salvación: Fe y Amor.

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Que la Esperanza posee poder motivador es claro, pues ningún hombre razonable llevaría a cabo ninguna obra o paso mayor sin la esperanza de cumplirla con éxito. Y lo mismo pasa con este estudio: ¿lo intentaríais diligentemente si no hubiese esperanza de que tuvieseis éxito? En nuestras vidas, pasamos a menudo demasiado, ligeramente por encima de muchas palabras que realmente tienen un gran significado, una vez que somos capaces de descubrirlo. Como ejemplo, podemos tomar el concepto de la Fe al lado de la Esperanza. ¿Sabéis el significado exacto de esta palabra aparte del popular, usado en el lenguaje ordinario? En ocultismo, la Fe se reconoce también como un gran poder, y el dicho de Cristo acerca de la fe que puede mover montañas es confirmado plenamente en la Tradición Occidental, y las palabras del Gran Instructor son reconocidas como Verdad realizable. Mucha gente sabe por su propia experiencia que cualquier trabajo o empeño llevado a cabo con fe en su éxito, tiene un significado bien diferente del trabajo que es envenenado desde el comienzo por la incertidumbre y la duda. Esto se refiere particularmente a toda investigación espiritual, y muchos ocultistas eminentes consideran firmemente que no puede obtenerse realización alguna si el aspirante es sólo presa de sus dudas, y por consiguiente no tiene fe.

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CAPÍTULO XVIII – FUERZAS HOSTILES EN EL SENDERO Verso 162: «Yo soy el cuerpo –tal es la opinión de un hombre engañado; para los instruidos la noción de yo está en relación al cuerpo, así como a Jiva (mónada). Para la gran alma que posee discriminación y percepción directa, Yo soy Brahmán es la convicción con respecto al ser eterno.» Comenzamos usualmente nuestro estudio, tal como somos mientras aún existimos en el dominio de la relatividad, y usamos fuerzas relativas, hasta que vemos el final del Sendero. Puede decirse incluso, que los principales esfuerzos de todo aspirante se hacen justo en este mundo relativo, a pesar del hecho de que en su Núcleo (el corazón espiritual, como lo llamaba el Maharshi) debe tener la brillante chispa de la Luz Absoluta, un reflejo del verdadero Samādhi que hay que conseguir. Cuando hay relatividad, debe haber luz y sombra. Ambas ayudan a crear la imagen actual del universo manifestado en el que agotamos nuestras encarnaciones. En lenguaje llano puede decirse que: mal y bien, amigos y enemigos, luz y oscuridad, felicidad y miseria, amor y odio, y muchos otros binarios de este tipo están incluidos entre los problemas que deben ser resueltos por todo discípulo que está en el Sendero, pues se encontrará con todos ellos y tendrá que «neutralizarlos» en su propia vida. Es imposible en un estudio de esta clase, destinado a mostrar el sendero hacia la Consciencia del Futuro –como se llama a menudo al Samādhi en círculos ocultos– dar al aspirante instrucciones exactas como se ha hecho en Concentración, que opera principalmente con la mente, esto es, con una fuerza que puede y debe ser dominada. Pero aquí la búsqueda no es de lo relativo, sino del ente–Núcleo más interno y absoluto del hombre. En un estudio como éste, el escritor no se enfrenta sólo a estudiantes menos experimentados que desean ser enseñados. Reflejos, o gérmenes del Samādhi deben estar ya manifiestos, aunque sea en un grado infinitesimal, en el discípulo. Esto cambia toda la imagen de las instrucciones. Por consiguiente, la principal tarea del escritor es proporcionar material que, en el pasado, ha sido útil a otros, de modo que pueda ser de ayuda para los aspirantes presentes. Pero el modo en el que expone las cualidades necesarias para finalizar con éxito el Sendero, es asunto suyo. Es por esto que, en este libro, no hay ejercicios numerados y cuadros de tiempo. Si los hubiese serían útiles para una sola persona, de capacidades y punto de vista definidos, esto es, para el escritor mismo: Por usar un símil, puede ofrecerse diferentes comidas en platos, pero sois vosotros los que tenéis que escoger y consumirlas. Podemos pasar ahora a los contenidos propios de este capítulo, con la esperanza de que el significado de lo anterior sea claro para vosotros. No puede haber y no habrá dificultades si os encontráis en vuestro sendero con fuerzas amistosas. Ellas ayudan en muchas maneras, y disponen las cosas de manera que el aspirante no tenga dudas acerca del lugar de donde viene la ayuda. En consecuencia, no hay necesidad de discutirlo. Pero las cosas son diferentes si aparecen en el Sendero sombras e influencias hostiles. Esto es más que probable, por la naturaleza de la constitución del universo relativo, compuesto como está por luz y sombra. Los primeros elementos hostiles a los que os enfrentaréis será si habláis a personas indiferentes acerca de vuestro estudio y vuestro objetivo. Pueden tratar de ridiculizaros a fin de romper vuestra decisión y persistencia. ¿Por qué actúa así alguna gente? Tenemos que percatarnos de un hecho bien conocido de la psicología oculta (pero no necesariamente de la oficial): que la mayoría de los hombres corrientes, es decir, no desarrollados, no quieren ver a nadie avanzando y obteniendo un status superior al suyo. Desgraciadamente esta fea e insensata suerte de celos florece entre nosotros muy a menudo, y las fuerzas hostiles sacan provecho para usarlas al completo. ¡Estas fuerzas no vienen con cuernos y tenedores para verter pez caliente y brearos! Actúan de un modo escondido, a veces demasiado difícil de descubrir, y por lo tanto de identificar. Si el hombre corriente supiera que se había convertido en herramienta de los poderes de las tinieblas, probablemente se lo pensaría dos veces antes de cometer un acto malvado. En cualquier caso, es responsabilidad del estudiante mismo actuar sabiamente, y no suministrar ninguna oportunidad en la que ser dañado. En tal caso, él mismo debe compartir al menos la mitad de la culpa por los problemas que le acosan. No deberían discutir su empeño íntimo y espiritual con otros, excepto con aquellos ocupados como él mismo en una

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búsqueda similar, o aquellos que saben más acerca del Sendero que él mismo. Los hombres siempre serán hostiles a cualquier cosa que no puedan entender en otra gente, especialmente si es un «estudio misterioso», un Yoga, y demás. Ellos tratarán de quitar importancia a lo que sienten que está más allá de su propio alcance. El aspirante sabio tomará nota de esto y actuará de acuerdo con ello. No hay otra elección posible. No podéis cambiar el mundo, pero podéis y debéis cambiaros a vosotros mismos. La siguiente clase de obstáculos puede venir de vuestro karma aun no agotado. Cuando nos ocupamos de un estudio como éste, realmente estamos desafiando nuestros errores y deudas pasados, que aún tienen que ser rectificados y pagados. En lenguaje llano, esto significa que se os podría llamar para pagarlos antes y en cantidades mucho mayores de lo que vuestro Prarabdha normal requeriría de otro modo como en el caso de bienes comprados a plazos si queréis liberaros antes de la carga, tenéis que aumentar la cantidad de pago de los plazos acortando con ello el tiempo de pago. Así pues, no busquéis ningún alivio en vuestro karma simplemente porque estéis empeñados en un trabajo incontestablemente «bueno» –una búsqueda intensa de la gran herencia del futuro– el Samādhi, la nueva conciencia, que otros conseguirán en posteriores edades. Realizado ahora el origen de la aparente hostilidad de vuestro karma, y estad en paz. Probablemente sería interesante para vosotros saber, siquiera aproximadamente, qué formas puede tomar la oposición. Su resistencia puede manifestarse de muchos modos. Es desde luego imposible mencionarlos todos, a causa de su innumerable variedad. Pero en general pueden mencionarse como sigue: a) Condiciones en la propia familia que, en los primeros años, le impiden a uno tener una cierta cantidad de la soledad necesaria para la meditación y la falta de medios para proveerse de mejores condiciones. b) Una mala salud que no permita un mayor esfuerzo mental, inevitable en los esfuerzos por practicar la concentración. c) Actividades de negocios excesivas, por las que las influencias del mundo exterior no permiten el suficiente tiempo para los ejercicios o la meditación, al acabar uno demasiado cansado al final de su día de trabajo para llevar a cabo ninguna tarea adicional. d) Resistencia directa del entorno más cercano de uno, tal como conocidos, asociados, y demás. Todos éstos pueden, y deben set superados. Una buena voluntad suficiente, la firme determinación de hacer lo que ha sido reconocido como el único objetivo válido de la propia vida, un manejo inteligente de las circunstancias y, finalmente, la inevitable ayuda concedida usualmente a los que satisfacen las cualidades requeridas, pueden equilibrar la oposición y dejar el sitio suficiente para el Sendero en la encarnación dada. Si las cosas resultan de modo diferente, y no podéis encontrar ninguna solución posible, aceptadlo como un signo de que este Sendero es prematuro para vosotros, y buscad otro. En cualquier caso, si tan sólo tratáis firmemente de convertiros en un buen ser humano, y si cumplís esta decisión en vuestra vida diaria, el Sendero estará más cerca de vosotros cada día, hasta que un signo inconfundible abra la misteriosa puerta que conduce a él. Hay otras fuerzas que pueden oponerse a vuestros esfuerzos sobre el primer plano, y éstas son las corrientes astrales involutivas. Podríais ser asaltados por estallidos de emociones y sentimientos que vienen a vuestra conciencia y tratan de ocuparla para sus propios fines (ver Concentración, Capítulo X). Pueden literalmente tentaros a fin de atraer vuestra atención, que es una fuerza vitalizante para ellas, así como para los siguientes obstáculos, los de origen mental. Pensamientos pueden empezar a atormentar vuestro cerebro, uno aparentemente más urgente e «importante» que otro, no permitiéndoos encontrar el silencio interno para una meditación con éxito. Todas estas corrientes vienen de ciertos centros astro–mentales en el universo, que se percatan de los esfuerzos humanos dirigidos hacia la consecución de la Supraconsciencia, esto es, a devenir su dirigente e independiente de ellos, así como de cualquier influencia externa. No quisiera llamar «diabólicas» a estas fuerzas, como lo hacen algunos autores, aunque son claramente hostiles a nuestros esfuerzos evolutivos. Cristo nos dijo: El espíritu está deseoso, pero la carne es débil. Bajo

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este cuerpo de carne un ocultista reconocerá las tres envolturas que recubren la conciencia del Ser– Espíritu, esto es, nuestras contrapartes física, astral y mental. Es inútil para nuestro propósito presente buscar los «porqués» de esto, inquiriendo acerca de las causas de un estado de cosas semejante. Más aún, las explicaciones no pueden darse en términos accesibles y operativos para la mente corriente. Pero aquellos que puedan elevar su auto–percepción a la región aforme que hay más allá del dominio de la mente, conocerán las causas. Hasta que seamos capaces de hacer lo mismo el simple hecho de que «es así y no de otro modo» debe bastarnos. No hay ninguna otra solución en este momento. Posteriormente, todo se resolverá por sí mismo, y la gente avanzada no tiene preguntas o dudas en absoluto. Esta es la esperanza de todo estudiante sincero, y esta esperanza nunca será frustrada. Al principio, algunos aspirantes al Sendero tienen que sufrir ataques extremadamente intensos de parte de las corrientes arriba mencionadas, que les traen emociones impuras de gran fuerza y montones de incansables pensamientos en chorros aparentemente interminables. Las únicas armas reales contra estos obstáculos son: 1) Persistencia y una fuerte voluntad de perseverar en vuestros esfuerzos. 2) Una realización profunda de la justicia de vuestros esfuerzos. 3) Volverse hacia las fuerzas «buenas» asistentes en busca de ayuda. Puede conseguirse, por ejemplo, por algunos medios teúrgicos tales como oraciones sinceras dirigidas a la fuente impersonal de toda bondad y pureza, a la que llamamos Dios. Medios técnicos que han probado también ser efectivos son indicados con pleno detalle en Concentración, Parte III, y no hay razón para citarlas de nuevo en estas páginas. Para aquellos de entre vosotros que han conservado una creencia intuitiva en el gran Hijo del Hombre al que llamamos Cristo, y que saben del poder místico del signo de la Cruz, al hacerla sobre el creyente mismo, pueden beneficiarse de su siguiente uso. En primer lugar, como es usual, situad los dedos juntos de vuestra mano derecha sobre vuestra frente, pronunciando lentamente y concentrándoos sobre estas palabras: «En el nombre del Padre» (pensad acerca de la Fuente infinita, desconocida y absoluta de toda cosa); haced descender entonces vuestra mano al plexo solar, pronunciando del mismo modo las palabras del Hijo crucificado por nosotros». Aquí se necesita un intenso trabajo interno. Pensad acerca del inmenso sacrificio del Hijo del Hombre, que sufrió por todos los seres humanos a fin de aliviar sus cargas y dolores. Realizad esto como relacionado por igual con todos los períodos, pasado, presente y futuro y entonces, lo que es el más importante momento de toda la operación, incluidos vosotros mismos y vuestras actuales dificultades entre los beneficios por el Sacrificio sobre la Cruz. Sentid esto, como si estuvieseis presentes en él. Apenas hay nada más que decir. Quienquiera que sea capaz, realizará y seguirá el chorro de Gracia que viene de la Cruz para todos los que se vuelven hacia Ella. A continuación, colocad vuestra mano sobre uno de vuestros hombros con las palabras: «Y del Espíritu Santo», meditando sobre la omnipresencia y omnipotencia de Su Efulgencia. Finalmente, poned vuestra mano sobre el otro hombro, con Amén» en vuestra mente. Esto será una confirmación de toda la operación. Ciertos Santos cristianos usaban una oración o invocación especial a la Persona más misteriosa de la Santísima Trinidad –el Espíritu Santo. Su poder les guardaba de todos los ataques, que amenazan, como sabemos, a los que avanzan más lejos que los otros. ¡Oh Regente del Cielo, Consolado Y Espíritu de la Verdad! Que habitas en todas partes Y todo lo llenas, Dador de la Vida, ven a nosotros Y mora en nosotros. Límpianos de toda impureza Y salva nuestras almas ¡Oh misericordioso Señor! Algunos ocultistas usaban el signo de la Cruz, tal como se mencionó arriba, incluso contra afecciones físicas, y lo volvían efectivo operando con su fe. En la segunda fase de hacer el signo de la Cruz, cuando pronunciaban «del Hijo», colocaban su mano sobre la parte del cuerpo afectada, tal como el pecho, los ojos, el abdomen, y demás, recordando que el Crucificado estuvo sujeto a toda clase de dolor en Su cruz. Si este vínculo místico entre el Crucificado y el creyente que ora ha sido realmente establecido por fe y devoción, los resultados llegan en la forma de una cura instantánea.

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La oración puede ser fortalecida grandemente por ciertos métodos teúrgicos. Uno de los mejores y más usados entre los ocultistas es como sigue. Antes de comenzar a orar, recordad que la oración se elevaba, y se eleva continuamente de muchos hombres altamente desarrollados como son los santos, como poderosas corrientes desde la tierra hasta el cielo. He usado aquí símbolos, confiando en que resultarán claros para el lector. Ahora, añadid vuestras propias oraciones, fundiéndolas (en la imaginación) con las corrientes luminosas ascendentes producidas por los Santos. Brevemente, asociaras vosotros con ellos. Si vuestra admiración y reconocimiento por ellos es sincero, los resultados de vuestra oración, ejecutados de este modo, serán asombrosos, y la purificación producida en vuestra conciencia será afectiva y real. La oración al Espíritu Santo (tal como se dio arriba) es particularmente adecuada para esta operación teúrgica, pues fue y es usada por muchos humanos altamente evolucionados. Desde luego, también el Padrenuestro puede ser usado con éxito del mismo modo. Otro ejemplo de acción teúrgica será la oración mística de los Santos orientales dirigida a Dios el Padre (el Principio Superior Inmanifestado). «Oh Señor, enséñame a cumplir siempre Tu Voluntad.» Toda oración debería ser bien meditada antes de ser puesta en acción, de modo que pueda obtenerse el máximo beneficio. En la Iglesia oriental se usa una fórmula para fortalecer la oración y darle poder místico. Los ocultistas conocen también esta adición usada antes de toda oración individual, que es: «A través de las oraciones de Tus Santos». Después de lo que se ha mencionado sobre nuestra asociación con las oraciones de los Santos, no hay necesidad de mucha explicación concerniente a esta forma de teúrgia. ¿Quiénes son realmente los hombres a los que llamamos Santos? Para un laico, son hombres muy buenos, que no cometen pecados, y que tienen acceso al Todopoderoso, mientras que para un ocultista de mentalidad científica, aparte de ser un buen hombre, un Santo es también un sabio, que tiene conocimiento práctico de lo que suponemos ser sólo una teoría: la relación del microcosmos al macrocosmos, o del hombre a Dios. Es un estado maravilloso. Por un lado, un ser como nosotros tiene un cuerpo y sus necesidades mientras que por el otro el Santo vive en el reino del Espíritu (esto es, Dios), y no tiene dudas acerca de él. El es un puente entre el cielo y la tierra como dicen algunos hombres piadosos. La insensata opinión de que todos tienen acceso al Altísimo es ridícula, pues, como sabiamente dijo Bernard Shaw: «la conversión de un salvaje al cristianismo, es realmente la conversión del cristianismo al salvajismo.» Una conciencia no desarrollada no puede ni siquiera imaginarse las alturas en las que habita el Todo, en Su esplendor y absolutismo. La idea misma de esto está más allá de la percepción de la vasta mayoría de la humanidad del día presente. ¿Cómo podrían «ver» a Dios? Es por ello que los que tienen más conocimiento honran a las almas avanzadas de la humanidad cuya evolución está mucho más allá del nivel corriente. En un Santo, un Hermetista encuentra la solución temporal de un binario muy difícil: la vida en la materia y en el Espíritu. La solución absoluta es la aniquilación de este binario en el fuego del Orbe de la Luz Plena (ver Capítulo XXII). Se acepta por consiguiente que todo contacto con dichos seres avanzados como son los Santos, es valioso y benefactor para nosotros. Las oraciones de los Santos no tienen intenciones personales o egoístas. Conocen la unidad de la Vida, y oran por todo y por todos. El aspirante sabio usará tales oportunidades para su propio progreso. Este es el significado de la frase acerca de las «Oraciones de tus Santos». **** De este o de otro modo, uno tiene que luchar contra las fuerzas enemigas cuando aparecen para actuar en contra nuestra. ¿Quién vencerá en esta lucha contra las corrientes que retrasan nuestra consecución? Aquél que pueda desplegar mayor poder, así como asegurarse la protección de la fuente positiva que se mencionó en la primera parte de este capítulo. Entre los obstáculos «mixtos», cuyo origen está simultáneamente en nuestras propias contrapartes física, astral y mental, pueden mencionarse los siguientes:

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a) El sopor que sistemáticamente abruma a algunos aspirantes cuando comienzan. La meditación y otros ejercicios. El arma contra esto será darle al cuerpo un poco más de sueño, quitando con ello la posible causa física del mal. Usad entonces la fuerza de vuestra voluntad, rechazando el sopor, que resulta irracional cuando se le ha dado al cuerpo el suficiente descanso en el tiempo normal. b) Un fenómeno hostil más serio puede ser el sueño perturbado en la noche. Algunas personas que están en el Sendero tienen que soportar este obstáculo cuando la falta de sueño aparece, usualmente alrededor de las 2 a las 3 de la madrugada, después de sólo unas pocas horas de sueño. Un hombre puede sentirse perfectamente sano, y tener aún que pasar las horas que quedan hasta la mañana luchando contra los pensamientos que le asaltan, que le impiden dormir. Hay varios remedios recomendados. 1. Una ducha fría antes de retirarse a la cama, mejor entre las 10 y las 11 de la noche. En casos tenaces, el cuerpo debería ser lavado con una toalla húmeda, no dejando seca ninguna porción de la piel. La operación entera no debería llevarse más de un minuto. Id entonces inmediatamente a la cama sin secar el cuerpo, pero usando las suficientes mantas para calentarlo. 2. No irse a dormir antes de dos horas después de la última comida. 3. Al estar en la cama, pronunciar la sílaba sagrada «Aum», contando las repeticiones hasta quedar dormido. 4. Al despertarse en medio de la noche y tener dificultades en volverse a dormir, usar el nº 3 como remedio. 5. El poderoso exorcismo dado en Concentración, capítulo IX, usado como un mantra, también será de ayuda. 6. A veces pesadillas persiguen al aspirante. Vienen de condiciones astrales inadecuadas, cuando el cuerpo yace durmiendo y el astrosoma comienza a vivir su propia vida –en el plano astral. Si esto sucede y los sueños se vuelven conectados con el temor, dos armas pueden usarse en contra de esto. La primera es el exorcismo anteriormente mencionado. La segunda, una firme repetición mental, con plena concentración, de Yo soy. Esto debe ser vivido con la comprensión de que yo soy significa la verdadera existencia que no puede ser afectada por nada, y que por consiguiente está más allá de todos los peligros y temores. A fin de que sean efectivas ambas fórmulas deberían ejercitarse (repetidas mentalmente, y en voz alta cuando sea posible) durante el día, esto es, cuando estáis despiertos y podéis memorizarlas bien. Gradualmente ambas pasarán, como se pretende, al estado de sueño y funcionarán ahí para vosotros, todas las veces que necesitéis fortaleza, confianza en vosotros mismos y coraje en los planos astral y mental. Estas dificultades y problemas, tal como se han descrito, pueden aparecer en el momento de vuestro trabajo hacia la ampliación de la conciencia, pues entonces podemos devenir más sensitivos hacia las influencias astro–mentales. Puesto que todavía somos imperfectos desde muchos puntos de vista, pueden ser las vibraciones y seres inferiores de estos dos mundos normalmente no perceptibles, que se acercan a nosotros, pues entonces (esto es, al ejercitarnos) atraemos su atención. No hay un peligro real en estos fenómenos, pero nuestras reacciones individuales pueden ser impropias y por consiguiente dañinas para nuestra psicología e incluso para nuestra salud. Una ley oculta es que si nuestra conciencia funciona normalmente (en el estado despierto) sobre cierto plano, entonces, al dormirnos, deberíamos ser conscientes en el siguiente plano por encima y funcionar por tanto en él. Ahora podéis entender porqué, en preparación para el Samādhi (que está más allá del plano mental), tratamos de dominar y subyugar los reflejos de los planos astral y mental en nosotros mismos. Digo deliberadamente en nosotros y no en el mundo entero que nos rodea. Es innecesario para nuestro propósito directo, pero ciertos tipos de ocultismo se ocupan también de estos dos planos superiores y de sus habitantes. En la búsqueda de la Consciencia real, superior y final (el Samādhi) simplemente no necesitamos ningunas manifestaciones de Maya, no importa si las llamamos físicas, astrales o mentales, pues todas son sólo ilusiones temporales, indignas de ser nuestro objetivo. El Sabio Maharshi nos dijo que: «Lo que no es permanente se perderá, y no merece la pena esforzarse por lo que se perderá.» Cuán lógica y clara es esta concepción, pero es convincente y directora sólo por las mentes maduras. Con esto acabaremos la relación directa de las fuerzas

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hostiles que podemos encontrarnos en el Sendero, pasando a la parte activa del estudio, los siguientes versos para meditar. Verso 11: Ahora me he despertado de ese sueño. Si seguisteis atentamente los medios dados en este capítulo contra las fuerzas hostiles, que se encuentran a lo largo del Sendero, no debería escaparse a vuestra atención que estos medios están dirigidos justo contra esos «sueños de vuestra mente» que son las visiones apariciones, teorías y otras actividades astromentales no conectadas con nuestro Principio superior (el Ser inmaterial, imperecedero y no apegado a nada), sino con nuestra personalidad–ego mortal. Así que nuestro siguiente problema es acabar con el sueño que no merece la pena en el plano mental. Puesto que está viviendo, y es consciente primariamente en el plano físico, el hombre corriente denomina sueños a sus experiencias astrales, esto es, cosas que son irreales, y que sólo aparecen y desaparecen. Consecuentemente, tal actitud no es errónea, pero para nosotros debería ser extendida hasta el plano mental, el reino de la mente. Tenemos que despertarnos más allá de la mente, y entonces tendremos pleno derecho a llamarlo ilusión, como lo hicieron y lo hacen todos los grandes Sabios e Instructores iniciados de la humanidad. La tarea no es ni ligera ni fácil. La verdadera aproximación es, como todo en la Parte III, sólo la meditación apropiada, y se aplica a éste y todos los otros versos que se dan aquí para vuestro uso. Despertarse de un sueño significa percatarse de la realidad, conociendo, al mismo tiempo, el carácter ilusorio de todo lo demás, que no puede ser puesto en la categoría de lo Real, esto es, la Existencia, tal como fue explicado en el capítulo XVII. Pensad acerca de esto en paz interna completa y analizad qué es lo que hay en vosotros que pertenece a lo Real, y qué a Maya, usando el proceso de «pelado» o «rechazo» gradual. Se hará un considerable progreso interno si seguís este consejo exactamente. Verso 12: No hay nada alrededor mío, sólo el espacio infinito. Esto es una extensión del Verso 11, que nos permite profundizar cada vez más en la meditación activa y realizable. En éste lo rechazamos todo, pues este «todo» es falso, no teniendo existencia. Pero algo habría que hacer a fin de permitirnos «respirar» en esta aparente «nada». Y en nuestra ayuda viene «sólo el espacio infinito». Esto no puede ser realizado a través de las regiones superiores de la conciencia mortal. Imaginad que estáis en el espacio, vacío, y que se extiende infinitamente hacia todos los lados. Pero no verbalicéis, más bien visualizad, si os gusta esta concepción. Estad inmóviles, sin deseos, sin traza alguna de esa trágica extroversión de la mente, que estropea persistentemente innumerables encarnaciones de nuestros hermanos que desean vivir sin saber lo que es la vida real. Estad en el «centro» del Gran Espacio. Shankaracharya usa también este camino en su aproximación al Samādhi. Yo siempre prefiero seguir la línea de los escritores clásicos de filosofía espiritual, pues ellos realmente experimentaron lo que enseñaban, y poseían Sabiduría, mientras que las masas ignorantes, en el mejor de los casos, se esfuerzan sólo por el conocimiento temporal. Este verso puede recordaros debidamente el ejercicio final de la Parte III de Concentración. Entonces era una indicación, una sugestión de la existencia de experiencias más profundas. Ahora veis por vosotros mismos que viene el tiempo de realizar cosas, y no sólo pensar acerca de ellas. Así pues, permaneced tanto tiempo como podáis en el centro, sin nada alrededor vuestro, y gozad de la dicha inherente que es la débil degustación adelantada de lo que os espera en el Orbe de la Luz Plena –en Kevala Nirvikalpa. Verso 13: Soy como este espacio –no tengo fin. En el siguiente, un gran paso hacia adelante, vosotros no sois el observador, mirando a través de los ojos de vuestra mente sutil hacia el Espacio, que simboliza al Infinito y la Eternidad. Vosotros sois ello. Lo vivís. Ya no hay un símbolo, sino la Realización misma. ¡Pensad! Estáis disueltos en el Espacio sin fin; ¿no es ésta vuestra libertad absoluta y final? La dicha es intensificada de nuevo. Quizá, en estos momentos, en vuestra purificada conciencia, percibís lo que es la vida y lo que es la inmortalidad. Permaneced en la meditación de estar en el Espacio, pues nada más puede añadirse en palabras a esta experiencia. Al retornar (quizá a desgana y con disgusto) a, vuestra conciencia limitada de todos los días, tratad de acordaros tan a menudo como podáis de los primeros vislumbres de Eso, incluso aunque sea imposible expresar esto con el habla o el pensamiento. El verdadero valor de esta meditación y la

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experiencia que la sigue, si tuvieseis éxito, es que sabréis que existe el Imperecedero que mora en el corazón de vuestro Santuario interno.

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CAPÍTULO XIX – EL SOL NACIENTE DEL SAMĀDHI Verso 134: «Esta conciencia espiritual inmanifestada comienza a manifestarse como el amanecer en el corazón puro, brillando como el sol de mediodía en la «cueva de la sabiduría», iluminando todo el universo.» Verso 500: «Como el espacio, voy más lejos que el pensamiento (soy omnipenetrante). Como el sol, soy diferente de lo que ha sido hecho visible (por él). Como una montaña, soy eternamente inamovible. Como el océano, soy ilimitado.» Las experiencias conectadas con las meditaciones a lo largo de las líneas de los Versos 11 y 13 deberían traer finalmente una considerable extensión de la conciencia, y el nacimiento de nuevas concepciones, no sólo teóricas que surgen de la mente limitada, sino de la percepción directa de cosas que se extienden más allá de las capacidades de mente y pensamiento. Recuerdo las extáticas palabras de Ornar Khayyam cuando, bajo el velo del lenguaje común, trató de transmitir la idea suprema del renacimiento espiritual del hombre: «Para un nuevo Matrimonio me hice Jaranero: Divorcié la vieja y estéril Razón (mente) de mi cama, y tomé a la Hija del Vino por Esposa.» Omar habla claramente de la necesidad de trascender la mente limitada a fin de ascender a la dicha de la conciencia pura y viviente que está por encima de ella. No todos nosotros podemos ser poetas, pero esto no nos aparta de la misma experiencia de la Supraconciencia en el Samādhi, cuando llegue la hora de nuestra madurez. Hablaré ahora de este momento sublime a mis lectores sinceros, y principalmente a los aspirantes en el Sendero. Todo el secreto de la Consecución reside en la experiencia personal, y no en el estudio de las obras llamadas filosóficas, escritas bajo los dictados de la mente especulativa, supositora y vacilante, que, –de acuerdo a la enseñanza espiritual de los grandes Maestros como Cristo, Buda y Maharshi– es incapaz de experimentar la Verdad. Las concepciones mentales nítidamente expuestas adularán a la gente esclavizada por sus mentes, no importa cuán capaces parezcan ser estas mentes para nosotros. Pero son inútiles, y ahí reside toda la tragedia. Tomad a todos los filósofos occidentales: crearon ciertos períodos en los que los intelectuales estuvieron interesados y quizá admiraron a sus «maestros»; pero en ningún momento fueron las cosas más allá de estos círculos limitados. Y así ocurre todavía hoy en día. Pero la cosa más esencial es, que todos los gruesos volúmenes no dan experiencia alguna ni la felicidad inherente a ella. A menudo los creadores mismos de estas teorías mentales y concepciones personales han sido hombres profundamente infelices. Esto proporciona mucho alimento para el pensamiento para todo intelectual agudo. ¿Qué utilidad tienen incluso las combinaciones mentales más inteligentemente expuestas cuando son estériles y no producen nada más que sabores mentales temporales, dejando la cuestión cardinal de todo ser viviente sin resolver, y el inevitable final tan amenazador y ominoso como lo era antes? Incluso las grandes religiones traen mucho más solaz y armonía interna, y al menos son capaces de conjurar el viejo fantasma de la muerte. Hay casos en los que algunas teorías e ideas puramente mentales (no experimentadas en su valor realizador), al ser puestas en acción, traen un poco de bien a las naciones o sociedades concernidas. E incluso este «poco» es superado por el mal puesto en juego cuando las masas ignorantes tratan de practicar lo que, en su esencia, sobrepasa su entendimiento. Entonces las malas pasiones ya no surgen limitadas en su acción por las anteriores leyes, ahora rechazadas. Los Enciclopedistas de Francia del siglo XVIII tenían supuestamente las mejores intenciones para reformar el viejo y fastidioso régimen, y dar así a las masas más libertad y felicidad, basadas en sus deliberaciones y teorías mentales: pero estaban muy alejados de cualquier experiencia y conocimiento de la psicología de las clases inferiores, puesto que ellos mismos eran más bien aristócratas. Pero si posteriormente hubiesen podido levantarse de sus tumbas y ver la Revolución Francesa con toda su crueldad, asesinatos, esclavitud y perversión, en vez de las supuestas libertad y felicidad, que se seguían de sus libros y panfletos bienintencionados, ciertamente que hubiesen preferido destruirlos a permitir que fuesen publicados.

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Otro ejemplo pueden ser los resultados prácticos de la Revolución Rusa de 1918, aparentemente hechos también en nombre de la liberación y de la justicia social, pero que realmente trajeron pobreza a las masas, junto con una esclavitud y un terror desconocidos hasta entonces en la historia humana. Los reformadores deberían tener algo más que mentes inteligentes y destreza teórica, si esperan traer una mejora en vez de un empeoramiento de las condiciones. Se requiere un conocimiento global del hombre, y no sólo el tomado desde el punto de vista del materialismo grosero. En este libro tenéis un acercamiento no religioso y no filosófico (en el sentido mencionado en los párrafos anteriores) a la búsqueda más profunda que el hombre pueda emprender nunca, la búsqueda de su Núcleo último –lo imperecedero de sí mismo. Y esto no por especulaciones individuales (y por tanto dudosas), sino por esfuerzos por adquirir el nivel superior de conciencia, único que puede resolver los problemas que están mucho más allá de los poderes y de la capacidad de la mente. Para nosotros es cierto que para la consecución de algunas capacidades físicas y mentales deberíamos poner un montón de esfuerzo y trabajo en ellas (por ejemplo, gimnasia, tanto física como mental, títulos y demás), justo en la dirección deseada, y no sólo cargar el cerebro con considerable información y conocimiento que ha de almacenarse en él. La búsqueda de la conciencia superior del hombre nunca fue ni es nueva, pues muchos han hallado este Sendero antes de nosotros. Aquí debo advertiros antes de que surja un malentendido. Si, en estas páginas, leéis mucha crítica de la mente, no está dirigida contra el uso o incluso el desarrollo de este poder. ¡Justo lo contrario! Ningún ser espiritualmente eminente fue o es débil de mente. Antes bien, sus capacidades mentales son sorprendentes, y trascienden con mucho a todos los eruditos de su tiempo. ¡Leed, por ejemplo, los dichos y respuestas de Cristo, el carpintero de Galilea, y tratad de corregirlos o de mejorarlos! Tratad de dar vuestras propias respuestas a las preguntas planteadas a él por los inteligentísimos eruditos e intelectuales de Su época, sin caer en uno u otro extremo, dejando por ello un punto débil para el siguiente ataque. Usualmente, no apreciamos la sabiduría que hay detrás de los sermones del Gran Instructor, y al mismo tiempo, no tenemos nada mejor que decir o que pueda siquiera ser considerado igual de sabio. «El que esté de entre vosotros sin pecado, que arroje la primera piedra. «Dad pues al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Estos, desde luego, son sólo dos ejemplos. La principal diferencia que divide a un ocultista de un científico oficial está en su concepción del mismo poder, la mente. Mientras que el primero considera que la mente es su sirviente, y la educa, amplía y desarrolla justo para un mejor servicio sin perder nunca su posición de amo, el segundo no conoce esta división, y usualmente se identifica con lo que debería ser su sirviente, pero no amo. El primero, si está lo suficientemente desarrollado, puede decir a su aparato mental «detente hasta que te diga que hagas lo que quiero», y es capaz de forzar la ejecución de esta orden. Para el segundo, un procedimiento así parece ser fastidioso e inútil. Dejo al estudiante mismo colegir las consecuencias y formarse su propia opinión en la materia. **** Por volver a los medios directos que pueden traernos la Supraconsciencia, como si estuviese lista en bandeja, debe afirmarse que ellos no existen en absoluto, igual que el «elixir de la vida» que se supone que da una existencia física ilimitada. Esto debería ser bien entendido. Todo lo que puede hacerse es aconsejaros acerca del proceso interno que debe ser desarrollado, puesto que ha conducido a otros buscadores hasta el Samādhi, y puede hacer lo mismo por vosotros. Es tan extraño que en el reino que es el más cercano a todo ser humano –su más preciada posesión, su vida, carente del fantasma de la muerte– los hombres olvidan los métodos viejos y probados de aprendizaje oficial. Por ningún precio podéis obtener un doctorado como en bandeja, sino sólo empleando una cierta cantidad de años en estudio serio y trabajo práctico. Si conseguís un diploma en ingeniería, se descubrirá a la primera prueba cuando, por ejemplo, tratéis de construir un puente moderno, sin ser un ingeniero real. El primer técnico os desenmascarará. Lo mismo sucede con el conocimiento espiritual, ¿y cómo podría ser de otro modo? Pero muchísima gente cree que puede abarcar la

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Sabiduría meramente leyendo algunos libros o instrucciones, incluso si los autores son realmente escritores competentes sobre filosofía oculta. El grueso del trabajo a realizar en el Sendero pertenece a la experiencia individual del aspirante, de acuerdo a las líneas que toma como sus guías. Sin nuestro propio esfuerzo, el Sendero y el objetivo no pueden ser alcanzados. Nadie puede tomar nuestro alimento por nosotros. Hay unas pocas «excepciones» (sólo aparentes, desde luego) y son muy raras. Está el caso de un hombre a quien, por la gracia de un poderoso Maestro, le fue permitido experimentar una vez el Samādhi en su forma inferior, como un éxtasis, incluso a pesar de su falta del entrenamiento y de la anterior experiencia necesaria. Como resultado escribió un libro, que posteriormente condujo a muchos que estaban listos a acercarse al Maestro. Pero la inspiración, si no es seguida por el trabajo y progreso espirituales adecuados, no puede durar siempre, y finalmente pierde su poder y se disuelve en la vida diaria. A menudo el Maestro usa hombres como Sus herramientas para ayudar a llevar a cabo el cumplimiento de Su misión en este problematizado mundo, y ésta es otra incalculable oportunidad para que dicha gente progrese rápidamente, si se preocupan lo bastante de ello. Ahora volveremos a la cuestión de la consecución individual, por la que se supone que estáis estudiando esta obra. En este punto, cuando dieciocho capítulos de explicación, preliminares y técnicas yacen ante vosotros, vuestras meditaciones os deberían traer el primer vislumbre de la nueva consciencia, manifestándose primero a través de los momentáneos relámpagos de la Luz que hay en vosotros. Es extremadamente difícil indicar exactamente lo que espera el aspirante, cuando ve los primeros rayos del gran Sol Naciente en sí mismo. Todo lo que puede decirse está limitado a comparaciones: pues ¿qué otra cosa tenemos en nuestro lenguaje de la mente? Ella opera solamente con categorías ya conocidas, si no por nosotros, por otros. El habla eterna y universal de la Conciencia Absoluta (el Samādhi) no tiene alfabeto. Los rayos de su sol son imperceptibles a los ojos de la carne. Por consiguiente la dificultad es inmensa, y los más estrenuosos esfuerzos por transmitir las cosas superiores son siempre inadecuados, cuando se comparan con la experiencia real. Es por ello que los Instructores orientales hablan tanto acerca de las vías hacia, y la necesidad de alcanzar el Samādhi (Maharshi repetía: sólo el Samādhi puede revelar la verdad), pero menos acerca del Estado mismo. Son muy cautos en decirnos algo más acerca de la naturaleza de ese Estado. En el pasado quizá Sri Shankaracharya fue el más capaz de todos ellos, pues da algunas descripciones positivas de ciertos estados de conciencia obtenibles a través del Samādhi. Dos de ellos han sido dados al comienzo de este capítulo. Algunos otros, igualmente inspiradores, pueden citarse aquí: «Realizad que sois Eso –Brahmán– único que brilla, que está más allá del Logos, omnipenetrante, uniforme, verdad, consciencia, dicha, sin fin, indestructible.» (Verso 264). «Cuando la mente, madurada por una incesante disciplina de esta clase, se sumerge en Brahmán, entonces el Samādhi, vacío de todas las formas... deviene él mismo el productor de la realización de la dicha no–dual.» (Verso 363). «¡Oh tú, hombre discriminante! Sabe que la renunciación y el conocimiento espiritual son las dos alas del ego que está en el cuerpo. Por ninguna otra cosa que no sean estos dos puede conseguirse el ascenso al tope de la enredadera de néctar al que se llama liberación.» (Verso 375). Pero el Samādhi no viene sólo a un buscador que se sienta en su āsana del loto bajo un árbol, que le protege del inmisericorde sol de la India. Como nos dijo el Maharshi concerniente a la Consecución, no hay diferencia entre que un hombre está en un piso londinense, o en el retiro solitario de una jungla. Más aún, el Maestro añadió que ningún cambio de la vida externa será de ayuda alguna, pues es la mente del que busca la que ha de ser transformada, dominada y después trascendida (en el Samādhi), y no las etiquetas, que uno gusta de ponerse a sí mismo, tales como ermitaño, monje, yogi, y demás, en vez de los procesos evolutivos internos. Así que, si surge en vosotros el problema de la Consecución, es virtualmente inmaterial dónde estéis y a qué raza o nacionalidad pertenezcáis. Vuestra madurez es el factor que decide. Si tomáis este proceso natural de vuestra maduración espiritual en vuestras propias manos, será acelerado y vendrá cada vez más cerca de vosotros con cada paso adelante que deis sobre el espinoso Sendero.

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Sabemos que, en esta cuestión, ninguna posición social o mundana es importancia real alguna. Los que han tenido éxito son generalmente desconocidos para el mundo, excepto por unos pocos en la historia, que han tenido una misión definida de servir a la humanidad, de formar una nueva religión, y demás, porque nunca hablan acerca de sí mismos. Aquellos que proclaman o anuncian su «Samādhi» son sólo falsarios, que no tienen idea ninguna sobre tan ese sublime Estado, y meramente acotan unas pocas escrituras que nunca han siquiera entendido apropiadamente. Esto es así porque el Samādhi requiere tales cambios en la conciencia humana, que sería imposible para un adepto con éxito, retener siquiera los más ligeros remanentes de egoísmo y orgullo, que pudieran inducirle a hablar acerca de sí mismo. Al Maestro Maharshi, aunque estaba en la cima de toda posible consecución, nunca se le escuchó – a todo lo largo de su dilatada vida– hablar acerca de sí mismo en forma alguna. Incluso el pronombre personal yo aparece sólo unas pocas veces en la traducción de sus respuestas a los que preguntaban. Más aún, aun siendo un Maestro–Gurú genuino, nunca reconoció este hecho. Poseyendo el Samādhi (Sahaja) perenne, nunca lo mencionó. Y éste es el caso con todos los que realmente saben. El momento en que el aspirante percibirá los primeros rayos del sol del Samādhi es impredecible. Nuestras investigaciones y experimentos en esta cuestión parecen ser todos negativos. Aquí se quiere dar a entender que las condiciones externas, que pueden ser observadas por nosotros, no tienen aparentemente –influencia en las manifestaciones espirituales. Lógicamente, momentos de iluminación deberían seguir a exitosos períodos de meditación, pero no es así, y que un buen estado de salud y de nervios puede promoverlo, tampoco está lo suficientemente confirmado como para citarse. ¡A veces, cuando vuestro cuerpo está sintiéndose claramente en baja forma, sucede! Evidentemente, la madurez interna está más allá de todas las condiciones verosímiles en las que podamos encontrarnos ocasionalmente. Estoy comparando las primeras manifestaciones del Samādhi en la conciencia humana con el Amanecer. Esto es así porque son justo como una Luz amaneciente, trascendental y omnipenetrante en el hombre. Esta Luz no puede ser percibida con los ojos o por ninguno de los otros sentidos. A menudo, cuando los ojos están cerrados y el impacto del mundo exterior reducido con ello, el fenómeno deviene más fuerte y dura más. Personalmente, pienso que es tan grande, que toda reacción tísica en ese momento está como borrada. Si estáis en la presencia de otra gente, os percataréis de las circunstancias como de usual, pero como mirando desde un punto de vista lejano, no en el espacio, sino en vuestra conciencia. Esta lejanía trae una paz completa, aunque todo permanece como estaba. No hay visiones u otras apariciones anormales. Y ésta es la garantía de que este estado no es un engaño mental o un éxtasis. Todo lo que era visible permanece como tal, y sólo el punto de vista del vidente es transformado a un plano superior y más brillante. La lucidez de este momento de Luz es supremo. La persona que lo experimenta sabe, que si pudiera llamarse a sí misma «homo sapiens» en algún momento, es sólo ahora, en estos minutos de intensa felicidad y sabiduría. El término «felicidad» necesita poca explicación. Uno simplemente es llenado de la dicha que viene directamente del Sol del Samādhi que surge en nosotros. Entonces uno se haya más allá de todo habla, de modo que el revestimiento de la experiencia con el lenguaje de la mente sólo viene posteriormente, cuando todo ha pasado, pero la mente permanece aún como en un brillante crepúsculo, tras la puesta de Sol de la Supraconsciencia, y antes de que la noche de Jagrat (estado despierto normal) lo envuelva todo de nuevo. Los movimientos físicos aún no están impedidos, como es el caso en el Kevala Nirvikalpa completo, que puede durar horas. Aquí uno todavía puede levantarse y andar, pero el habla llega con dificultad y sólo sobre los temas más simples, que afectan sólo a las actividades automáticas del cerebro, como pedir o mostrar un billete, pagar dinero, cruzar una calle, y demás. Ningún trabajo mental más allá de esos simples patrones es posible, salvo que detengáis los momentos de iluminación al romperlos pensando. Pero todo en nosotros se opone a una acción así, y sólo queda el deseo mudo –de gozar la Luz por el mayor tiempo posible. Este deseo, si es que puede llamárselo así, no perturba a la Paz inherente al Amanecer. Parece que entonces el hombre está simplemente más allá de todas las expectaciones, ansiedades y esfuerzos, y sabe que todo es como debería ser. Esta

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última frase, aunque no revela siquiera una fracción de toda la profundidad de este conocimiento, puede no obstante ser considerada como siendo la más cercana a la realidad de la experiencia. Otra concepción dada por un amigo que también vio al Sol Naciente en su corazón (como él llamó a este vuelo espiritual) fue la de una luz inmaterial y omnipenetrante, clara como el cristal, como un líquido impensable en el que se disolvió su conciencia individual para unirse con este ilimitable océano del Todo. Tampoco el mundo físico desapareció completamente, pues sus fragmentos más cercanos eran todavía perceptibles, pero como en un espejo, reflejando lejanas imágenes. En cualquier caso, las palabras del Maestro Maharshi que nos dicen que en tal estado no puede haber pensamientos, sino sólo la pura conciencia de Yo–Ser, son plenamente confirmadas por aquellos que saben. No hay tristeza o pesar en nosotros cuando volvemos a la sombra de la vida diaria, pues conservamos para siempre la sabiduría de nuestra esencia espiritual indestructible, que está más allá de todas las imágenes ilusorias de los mundos visibles y tangibles. Pero el más poderoso factor es la aparición en nosotros de la Esperanza pura que nos dice en el lenguaje del Silencio que nuestro destino final es justo esa dicha, unos pocos fragmentos de la cual hemos experimentado un poco antes. Esta Esperanza encuentra su verdadera realización en el siguiente paso, cuando, de la manifestación espontánea y real del Sol Naciente, empezamos a sumergirnos en el Orbe de la Luz Plena (Kevala Nirvikalpa Samādhi), como resultado de calculados y exitosos esfuerzos. Se os contará todo esto en la última sección de este libro –Parte IV. Tras haber experimentado lo que se ha intentado describir arriba, empezamos a realizar que la causa principal por la que no podemos aún permanecer para siempre en la Luz reside sólo en nosotros y en ninguna otra parte. El poder que nos compele a «volver» al estado de Jagrat es nuestra incapacidad de persistir en la concentración silente que es la condición del Amanecer. Vemos que, tan pronto como realizamos plenamente esta concentración (hasta entonces sólo por casualidad), devenimos sin deseos, sin ningún «espíritu de expectación» (ese gran enemigo de la paz interna), y entonces la recompensa invariablemente llega. Tengo, aparte de esto, una firme convicción de que el Maestro espiritual, que está observando invisible mente al aspirante, puede ejercer sus poderes, incluso sin conocimiento alguno de parte del pupilo, y le ayuda misteriosamente a superar –aunque por un corto tiempo– los principales obstáculos, creando en él aparentemente la actitud interna, que le permite percibir la primera aurora de la Luz. El aspirante puede ser completamente inconsciente de este hecho de la asistencia invisible, pero los Grandes Seres no se preocupan de si sus acciones son reconocidas o no. Pienso que incluso un santo moderno (como el Dr. Albert Schweitzer) no se preocupa de si un gusano al que salva en un sendero se percata de quién le salvó la vida. La diferencia entre esos pocos gigantes espirituales cuya tarea es ayudarnos a nosotros, que estamos errando y buscando la Luz a través de la obscuridad de esta época, y el hombre corriente, debe ser mucho mayor que la que hay entre el gusano y su protector humano. ¿Por qué menciono esto? A fin de aclararos que la ayuda es concedida sólo a aquellos que tratan ellos mismos de ayudar a su prójimo. El Maestro, tal como se describió arriba, no ayudará a un desalmado egoísta o a aquellos que se arrastran por el «conocimiento» para sus propios propósitos. El Gran Instructor nos dijo inconfundiblemente: «Amén os digo, que mientras no lo hicieseis a uno de estos menores, no me lo hacéis a mí.» El Sol siempre está brillando en el horizonte espiritual, pero los ojos corrientes no lo ven, pues sólo están mirando hacia abajo a sus objetivos y asuntos perecederos, en su relámpago de existencia terrenal. Una mirada, siquiera sólo momentáneamente, a lo de arriba, es el ensanchamiento de nuestro horizonte de existencia del ego usualmente estrecho. No os engañéis, de que podéis alcanzar el punto de la iluminación espiritual (podemos llamarla Samādhi) sentándoos en vuestro estudio con numerosos libros a vuestra disposición, o sumergidos en especulaciones y teorías intelectuales. Todas ellas morirán junto con vuestro cuerpo y su cerebro. Desde el punto de vista de la Realización, incluso un humilde devoto, que ora y se inclina ante Aquello que es su concepción más elevada asequible del Supremo, se halla más arriba y es más elegible para atención de un Maestro, que un frío

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egoísta, que cree que colecciona sabiduría de los pensamientos impresos o escritos, y las deliberaciones mentales de otros hombres, que no conocieron y no conocen la Verdad, sino sólo la adivinan. Podéis leer todas las Escrituras, la Biblia y demás, todo a lo largo, pero si no lleváis a cabo lo que ordenan, vuestro tiempo está perdido. Aquí quiero decir la falta de esfuerzo espiritual que usualmente se manifiesta en una oración inegopista e inspirada, dirigida a la Fuente de toda Sabiduría. Un eminente estudioso y vedantista indio, el autor del famoso «Maha Yoga», dice lo correcto cuando señala que «los Vedas y demás son solo palabras y poco más». La letra por sí sola está muerta. S. Pablo el Apóstol nos enseñó que incluso un poder como el de las tres virtudes cristianas cardinales –la Fe– está muerto si no es acompañada de hechos. **** Tres posteriores meditaciones pertenecientes a este capítulo yacen ahora ante nosotros. Pero un resume sería deseable para este capítulo, antes de que volvamos a las meditaciones. La afirmación concluyente es: Los estados superiores de la conciencia están condicionados por: 1) las elevadas normas morales, y 2) la supresión del egoísmo, aparte de 3) ejercicios, meditaciones y otras técnicas. Lo último 3) no será de utilidad alguna si no va acompañado de 1) y de 2). Verso 14: Ahora no hay nada que pueda afectarme nunca más. ¿Qué es lo que usualmente nos afecta y de dónde vienen estas influencias? ¿A qué nivel de conciencia afectan? Estas cuestiones, que se nos han ocurrido justamente, deberían ser respondidas antes de que podamos afirmar que no son válidas para nosotros. Sólo podemos ser afectados en el dominio de nuestros tres planos materiales de existencia –físico, astral y mental. Rehusar rendirse a cualquier influencia física significa que nada de lo que le sucede a nuestro cuerpo debería afectar a nuestro Núcleo más profundo –nuestro Ser. Para la gente no entrenada es más fácil de decir que de realizar. Pero tenemos muchos ejemplos, incluso de la historia, de que algunos hombres fueron indiferentes a los sufrimientos y muerte de sus cuerpos. Y no todos ellos fueron santos, arrebatados por ideas religiosas y espirituales. Algunos fueron simplemente hombres fuertes y corajudos que desafiaron a la muerte porque, en ellos mismos, encontraron algo más fuerte que el cuerpo perecedero que sufría la destrucción. Por consiguiente, no puede haber duda de que quien se esfuerza por lo superior, debería estar indefenso en lo inferior. Para nuestros propósitos la inmunidad de la compulsión física que afecta a nuestra conciencia más profunda, es una de las condiciones de la Consecución. Puede obtenerse, si golpeamos con nuestra arma principal en el momento presente, esto es, la meditación, contra la vieja mentira, tan profundamente enraizada en la humanidad encarnada a) yo soy el cuerpo o b) todo lo que le sucede al cuerpo me afecta. De aquí que deban dirigirse meditaciones contra tales fórmulas mentales, y la mejor sería el Verso 1 usado en este libro, que sirve como un firme y lógico rechazo de a) y b). Lo mismo funcionará con los reinos astral y mental. Las emociones deben ser superadas y debe prohibírselas que os perturben, al principio, durante el tiempo de vuestro trabajo interno (ejercicios), y posteriormente en general. No puede haber ninguna charla acerca del Samādhi cuando el aspirante sufre disturbios emocionales, no importa de qué clase. Sabemos, por la descripción de los primeros rayos del Sol invisible, cuándo puede surgir en nosotros y qué es lo que trae consigo. Así que aquí tampoco debería haber duda alguna acerca del mundo mental, igual que sucedía con el astral. En el Samādhi no hay pensamientos, sino sólo el yo, así que si el aspirante no se asegura contra intrusos mentales (pensamientos) no puede esperar obtener algo que viene sólo cuando todos los vórtices mentales están extinguidos, hasta que «ya no le afectan». De nuevo la clave oculta para el éxito es como antes: vuestra falta de interés (curiosidad) en las cosas inferiores. Podéis tratar lo mejor que podáis de eliminar mentalmente, lógicamente y de otro modo posible los elementos indeseables de vuestra conciencia, usando las mejores técnicas conocidas con ese fin, pero si, en vuestro fuero más profundo no habéis conquistado ese secreto y vivís interesados todavía en esas cosas, finalmente harán erupción, en la superficie de vuestra conciencia, como vapor bajo la tapa de un hervidor, destruyendo así vuestra meditación. Esta es la principal iniciación

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práctica para resolver el difícil problema del control astral y mental de todos los aspirantes en todos los Senderos genuinos. Verso 15: Estoy libre de todos los nombres y formas. Si al hombre corriente se le plantea la pregunta: ¿quién es él?, la llamada respuesta natural será, en el mejor de los casos, soy un hombre. Bajo este término puede entenderse el cuerpo del hombre, junto a los elementos invisibles a los que llamamos sus mundos emocional y mental. Con tales ideas podéis vivir vuestra encarnación, mientras soñáis acerca de las concepciones superiores. El Samādhi es la última negación de todo lo relativo y temporal. Es por ello que es tan difícil, de hecho más bien imposible, transmitirlo por el habla o en cualquier otra forma de comunicación mental, pues pertenece al dominio de Aquello que es absoluto, sin condiciones de nada, inaccesible a toda influencia, incambiable por cualesquiera factores, más allá del tiempo y toda clase de espacio. Así que nada del humano de tres planos tiene acceso al Samādhi. Ha de dejarse todo antes de la Gran Puerta, si se me puede permitir usar este símbolo. Y aquellos que han vivido el Samādhi saben que existieron (y existen) plenamente, incluso sin estos tres elementos que aparentemente constituyen todo ser humano. Pero en el Samādhi, el hombre, tal como solíamos conocerlo, no existe. Es por ello que el Señor Buda rechazó la idea de «alma»; como lo hace el Zen Advaita–Vedānta, y las genuinas escuelas iniciáticas occidentales de la Tradición Hermética (siendo su concepción Ain–Sof, lo Inalcanzable, lo Desconocido). En la Tradición Cristiana, ahora muy obscurecida por los laicos, podemos encontrar aún ideas similares (el dogma de que «lo material muere, pero lo espiritual surge»), Una vez, cuando el Sabio Maharshi habló acerca de sí mismo, dijo que en verdad él no tenía nombre en absoluto. En ese momento pocos realizaron lo que quería decir, y continuaron dirigiéndose a él como antes. A la descripción precedente del Sol Naciente puede añadirse, que en este estado el estar «sin nombre y sin forma» se realiza plenamente, siendo atributos del Samādhi. Se espera que, después de todo lo que se ha dicho acerca del Verso 15, la meditación acerca de él pueda ser hecha más fácilmente, y que el estudiante realizará, al menos teóricamente, lo que trae la Supraconsciencia y qué elementos suyos deberían ser abandonados antes del umbral del pleno Samādhi. En ese momento, lo que llamamos «hombres» es inexistente, pues entonces todo deviene Silencio la Paz y la Dicha del Ente eternamente libre.

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CAPÍTULO XX – DESCUBRIMIENTO Y RESURRECCIÓN DEL PRINCIPIO ETERNO DEL HOMBRE Verso 415: «Habiéndote acercado al Lagos que es eterno, conocimiento y dicha puros, abandona este upadhi (el cuerpo) que es impuro. Después no hay que acordarse de él de nuevo, pues el recuerdo de lo vomitado sólo produce disgusto.» Verso 416: «El gran sabio, habiendo quemado todo esto hasta las raíces en el fuego del ser eterno, que es el Brahmán no dual en esencia, permanece en el Lagos, que es eterno, conocimiento y dicha puros.» Todo lo que se ha dicho en los anteriores capítulos, así como todo lo que se ha escrito en libros y tratados místicos y ocultos de cualquier período, puede ser resumido como esfuerzos en la dirección del descubrimiento práctico e individual de lo que es realmente la Vida y la porción de ella encarnada en el hombre. Reduciendo todo el problema a la parte de él que está más cerca de nosotros, lo llamaremos –el Principio Etero del Hombre. Esta es la más amplia, y de aquí que más abstracta concepción, independiente de los muchos términos y definiciones específicos, usada en las religiones, la filosofía y el ocultismo. A fin de hacerla más apetitosa a vuestra mente, pueden usarse las siguientes explicaciones para describir el Principio Eterno del Hombre. Es aquello que existe (en el significado dado en el capítulo XVII), vive, y se manifiesta de una multiplicidad de modos, de modo que podemos observarlos y experimentarlos. Un estudiante avispado podría añadir que es eso justo lo que se usa en esta obra como «conciencia», y no estará lejos de la verdad. La percepción será un atributo necesario de ese Principio, pero no de la clase que tenéis al tomar un baño de sol, pasear o comer, y demás. Pronto veremos porqué. Lo que es eterno existe siempre y se manifiesta bajo cualesquiera condiciones. Lo que no posee este atributo de continuidad, no puede pertenecer a nuestro Principio en cuestión. Al aplicarlo a nosotros mismos, significaría que un ser humano corriente, «normal» no está dotado de este Principio, puesto que su percepción (una función de la conciencia) tiene muchas interrupciones, como en el sueño, el desmayo, los estados hipnóticos, y demás. Esto explica el famoso dicho de Krishnamurti. «¡Vuestro yo no existe ni siquiera ahora!» Evidentemente hablaba de ese yo pequeño, temporal y perecedero que la gente desgraciadamente considera que son ellos mismos. Desde nuestro punto de vista, tal percepción incompleta es más similar a la inexistencia que a la verdadera existencia. Para los que no están familiarizados con la posibilidad práctica de la conciencia ininterrumpida (esto es, que funciona siempre, sin cesar tanto en el estado de muerte como en el de sueño), estas concepciones seguirán siendo irreales, y esto es bastante comprensible, así que no hay razón para detenernos en ello por más tiempo: especialmente por cuanto Cristo mismo llamó «muertos» a esa gente. En el ocultismo moderno (ver El Tarot) este estado es denominado como el «sueño de la ignorancia». P. D. Ouspensky, en sus últimos años, cuando se las arregló para volverse libre de la ominosa influencia de Gurdjieff, se refirió a él como «la guerra contra el sueño mortal». Rom Landau, el autor de un libro importantísimo (entre otros) –Dios es mi aventura, que contiene muy aguda información, asistió a las charlas de Ouspensky en Londres al principio de los años treinta, y apreció la inflexible actitud de este intelectual y místico ruso. Así que podemos definir el estado corriente de la conciencia humana como uno aún no despierto. En consecuencia los esfuerzos dirigidos a elevar nuestra conciencia a los niveles superiores y más amplios, puede fácilmente decirse que conducen al nuevo estado real de «despiertos», que, en la filosofía oculta, es llamado Samādhi o Supraconsciencia. Por consiguiente, el descubrimiento del Samādhi en nosotros equivale a la realización de nuestro Principio Eterno. Se le aconseja al estudiante meditar acerca de los contenidos de esta parte del presente capítulo antes de que empiece su continuación. ****

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En la esperanza de que esto haya sido hecho, podemos proceder ahora a la verdadera manifestación de este Principio del hombre. A este nivel, todas las etiquetas como «alma», Espíritu, Ātman, y demás, es mejor que se olviden temporalmente, pues ahora, buscamos en nosotros la respuesta desnuda a la definición de ese Principio. No será otra fórmula que yo soy. No hay y no puede haber nada separado y más allá de Ello. Yo soy es el nombre de todo ser humano: el nombre mágico que posee el ilimitado poder de Realización. Es también la respuesta al misterioso y tan a menudo malentendido Vichara, dado a nosotros por el gran Rishi Ramana, como medio universal de encontrar lo más elevado del hombre. Yo soy es por consiguiente la única habla real del hombre, yo soy musita la unidad de toda la humanidad. Digo «musita» pues sólo unos pocos son capaces de escuchar esa voz de la Verdad aún tenue en la humanidad, y realizar su Unicidad. ¿Qué puede decir todo el inmenso universo? Cualquier otra cosa aparte de yo soy estropearía inevitablemente la respuesta. Este universo es sólo irreal, porque no hay otro como ello, y por tanto no hay nada para oponerse y crear de nuevo el binario destructivo, como en los mundos inferiores, de las ilusorias visiones que constituyen el Maya. Finalmente, el Principio Superior Mismo (al que algunos gustan de llamar «Dios») no tiene nada que revelar más allá de ese magnífico desarrollo bíblico de la misma fórmula: «Soy el que soy». Meditad acerca de esto antes de ir más lejos. **** Al definir el indescriptible estado del Samādhi, Sri Maharshi nos dijo, que su principal característica es la presencia del sentimiento único de yo soy, y de nada más, sin pensamientos u otra actividad externa de la conciencia. Finalmente, si somos iniciados a su uso, la verdad de yo soy es el arma suprema contra todos los problemas en los tres planos. Esto significa que tenemos entonces que «recordar» nuestro elevado origen, como rayos de la Luz Central de la Conciencia Absoluta reflejada en nosotros, y que se fragmentan al pasar a través del mundo manifestado, igual que un prisma fragmenta la luz blanca primordial en varios colores separados. Esta es una explicación metafísica de los conceptos de «variedad» y «multiplicidad» en el más amplio sentido. Fue usada por el gran Rishi Ramana cuando trató de transmitir a los que le preguntaban la idea de la relación de Dios y Su universo, incluyendo a los seres humanos. Si este fenómeno del prisma se aplica a. la Conciencia Central no desintegrada, tenemos entonces (en el mundo humano) diferentes manifestaciones en la forma de hombres diferentes. Como es arriba es abajo, pero esta condición no continúa indefinidamente. La ley de evolución hace que lo Diferenciado gravite de nuevo a la Unicidad primaria. En otras palabras, Isis recoge de nuevo las desparramadas partes del cuerpo de Osiris, de acuerdo a la antigua y tradicional interpretación Egipcia de esa ley. Era parte de su iniciación final. Aquí reside también el misterio de la Supraconsciencia. Desde fragmentos individuales de ella, en los seres aún no reintegrados (como nosotros), el Sendero conduce a la Unidad íntegra, no rota, reflejada en la Luz Blanca primordial. Hablando con propiedad, el título de este capítulo podría igualmente ser el «Redescubrimiento del Principio Eterno del hombre», pues la Unicidad esencial fue, es y será siempre, pues es eterna, siendo sólo temporalmente velada al sumergirse en la existencia mortal separada. El Sendero es sólo un camino hacia la realización de este gran Principio. No penséis que todo esto es sólo teoría para los que están iniciados en la Esencia del Principio. Para ellos es tan real como cualquier cosa que veáis alrededor vuestro en este momento. Merece la pena mencionar que la principal manifestación de la ilusión de separatividad (esto es, la personalidad y después la individualidad) es el egoísmo, y el combatir y destruir a este antiguo enemigo, este maligno fantasma que engaña a la humanidad igual que la serpiente bíblica tentó y engañó a Eva, es el objetivo cardinal de todo movimiento espiritual (esto es, reintegrador). Todos los gigantes espirituales, a los que

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llamamos grandes Santos, yogis y Rishis, esto es, los que realizan la Unicidad mucho antes que el resto de la humanidad, han dejado como primer mandamiento para nosotros, que tratamos de seguir a estos líderes: la destrucción del pecado primordial (como lo denominaba el Maharshi), que es la creencia de estar separados y el egoísmo. No podemos cerrar nuestros ojos al triste hecho de que, en la época presente (Kali–Yuga de acuerdo a los Hindús), el Principio Eterno es descubierto sólo por unos pocos precursores, permaneciendo todavía la masa de los hombres hundida en la ciénaga de la separatividad–egoísmo. Aparte de tener cuerpos separados (físico y el resto) profundizamos todo esto más aún creando nuestras propias vallas a las que llamamos: egoísmo familiar, egoísmo de clase y egoísmo nacional. En su nivel presente, la humanidad está convencida de que esta profundización de la separación es necesaria para su propia felicidad, que, desgraciadamente, no se puede encontrar y no se encuentra de tal modo. Hay otro símil: en una colmena, las abejas obreras dividen la miel entre panales separados; pero cuando llega el tiempo de recolectarla es sacada afuera y los panales separadores quitados, hasta que está lista una masa uniforme de miel. Esta es la «cosecha» de la que Cristo habló a menudo como el objetivo y fin último de la vida. En el Samādhi la Unicidad se realiza plenamente. Cuando alcanzamos este estado, redescubrimos para siempre la Verdad Única. Entonces ya no hay más preguntas, ignorancia o dudas. Pero, ¿cuántos son lo bastante maduros para hacer este descubrimiento final? **** Desde el punto de vista de la Unicidad, el estado «normal» de conciencia del egoísta corriente, que cree en su existencia «separada», es comparable a la muerte espiritual. El gran Instructor dijo una vez: «Dejad que los muertos entierren a sus muertos». Por consiguiente, la consecución de la Unidad en el Samādhi (no puede realizarse de otro modo) es similar a la resurrección. Los dos principios básicos, el amanecer (o nacimiento) en nosotros de la Conciencia Central Única, y la resurrección final a la vida eterna que está más allá de todas las formas y de la separación, pueden encontrarse en forma velada en todas las grandes religiones de este planeta. El estudiante inteligente puede discernirlos también en la mitología antigua. Mencionaremos aquí sólo las Navidades y la Pascua Cristianas, que son símbolos muy transparentes del drama de la evolución. Estas son las enseñanzas esotéricas y ocultas, reflejadas en denominaciones. Pero tenemos que tener nuestro propio conocimiento y pruebas experimentales de ellas. Y éstos los encontraréis en el Samādhi, cuando lo alcancéis. Encontraréis ese estado semejante a una gloriosa resurrección, a la realización de la Unicidad absoluta, y en esto reside la inexpresable e incomparable beatitud de la Supraconsciencia. Verso 16: He olvidado el sueño de la tierra. Después de lo que acabamos de leer, esta meditación no presentará ningunas dificultades en su comprensión y práctica. Tras haber redescubierto la Verdad (otro nombre para el Principio Eterno) y resucitados en el milagro de la resurrección espiritual, ¿quién recordaría las sombras de sus anteriores vagabundeos a través de las encarnaciones terrestres (u otras)? ¿A quién le gustaría descender a un sótano oscuro y húmedo tras haberse bañado en los vitalizadores rayos del Sol? Uno simplemente trata de olvidar la anterior oscuridad, como se anticipa en el Verso 16 de nuestra meditación para este capítulo. En el Samādhi sabemos quiénes somos, y aunque este conocimiento espiritual no puede ser conformado en el lenguaje de la mente, hay una verdad, que invariablemente será traída de vuelta del Samādhi: No tengo nada en común con esa concha de carne dejada en alguna parte de la tierra. La conciencia espiritual no deja lugar ninguno para el cuerpo, creado de polvo y que vuelve a él. ¿Es todo esto posible? Lo es, puesto que tenemos innumerables pruebas y ejemplos dados por hombres, que mostraron verdadero desprecio y superioridad sobre sus fundas carnales. El mejor test de si un hombre se identifica con su cuerpo o es capaz de trascenderlo, es su muerte. Los santos y los mártires prefirieron abiertamente abandonar sus conchas materiales a fin de vivir en el espíritu. Lo

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mismo ha sido hecho por hombres que han muerto por sus ideas o que se han sacrificado por otros. Ninguno de éstos lo hubiese hecho así, si no tuviesen un conocimiento intuitivo, incluso alguno directo, de la prevalencia del Espíritu sobre la materia. Pero no todos los que han mostrado su disposición pronta para morir han sido buenos ejemplos para nuestro tema presente. Los hombres no cometen suicidio porque posean algún conocimiento superior, sino sólo por un extremo desprecio, a fin de huir de sufrimientos que, para ellos, según creen, son peores que la muerte. Esa gente está buscando la aniquilación, pero no ninguna vida superior, sobre la que no saben nada. Por consiguiente, deberíamos discriminar cuidadosamente al extraer nuestras conclusiones. Hay también algunas clases de «coraje compulsivo» frente a la muerte, creado principalmente por ciertas circunstancias especiales, tales como hipnosis de masas en el campo de batalla, junto con la histeria. Un hombre bien conocido por su gran coraje y valentía, al enfrentarse a la muerte en la batalla dijo, que: «todo el mundo tiene miedo, siendo la única diferencia que la persona de coraje no lo muestra.» Indudablemente que en esta afirmación yace una circunstancial (relativa) verdad. Un ejemplo clásico y siempre fresco del desapego del hombre de su cuerpo y la certidumbre de la prevalencia del Espíritu sobre la forma mortal nos es dado en el relato de Platón (ver el Critón) sobre el final de Sócrates. La sublime sinceridad, simplicidad y grandeza de este sabio en sus últimas horas hacen de su muerte un ejemplo luminoso y alentador de las alturas a las que el espíritu humano es capaz de elevarse. Mucha gente sensible, al leer el famoso diálogo Critón, han expresado el deseo de comportarse ellos mismos como Sócrates en sus últimas horas. El Gran Rishi Ramana también nos enseñó que el único mal en el hombre pueden ser sus actos, sentimientos y pensamientos, pero no el hombre mismo (esto es, su Ser–Ātman verdadero), que es fuerte y bueno. Esto nos da una gran esperanza. Por otra parte, esta afirmación está en perfecto acuerdo tanto con la lógica como con la tradición oculta. La cualidad suprema del hombre, que es prueba también de su espiritualidad (Realización del Ente verdadero –el Ser) es su altruismo puro, esto es, la falta completa de egoísmo. El último es el hijo de la creencia de el cuerpo soy yo. Pero uno puede realmente probar por sí mismo que este núcleo espiritual existe en nosotros, y se manifiesta incluso en individuos no muy altamente desarrollados. Es la falta completa de egoísmo de esta virtud cardinal la que inevitablemente atrae a todos y mueve a la admiración. Si no fuese así, ¿por qué algunos representantes modernos de esta divina virtud han ejercido tan fuerte atracción por tantísimos corazones humanos? Mencionaré sólo dos de estas grandes almas, de razas, tradiciones, religiones y países bien diferentes, pero que poseían la misma luz brillante, manifestada como perfecto altruismo y carencia de las debilidades humanas usuales. Cuando leemos los entusiásticos y encantadores relatos de los que contactaron a S. Juan de Vianney, de Ars (Francia), o Ramana Maharshi de la India, podemos entender cuán poderosos imanes son esos grandes Hijos de la Humanidad, en cuyas vidas, y ejemplo reside la esperanza de la humanidad errante, al menos la esperanza de sus mejores representantes. Todos saben que estamos viviendo en un período verdaderamente crítico para la humanidad encarnada. Sabemos que todo lo que tiene un comienzo debe tener también un fin. La humanidad, como una de las manifestaciones materializadas de la Vida Única, no puede ser una excepción a ese axioma. Cuando las formas externas devienen inadecuadas y las condiciones creadas por y para ellas no ofrecen ninguna oportunidad para la evolución de las chispas de conciencia encerradas en ellas, la disolución general debe venir en el debido tiempo. Este es un gran e impenetrable misterio para la mente humana, y no puede ser operado por el intelecto. Cuando un Gran Instructor habló acerca de este inevitable acontecimiento de un final planetario, la pregunta acerca del momento le fue planteada por Sus discípulos. El Maestro sólo enfatizó la imposibilidad de una respuesta así en términos del habla humana, cuando les dijo, que: «Pero ese día u hora ningún hombre los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre.» El Padre es el Espíritu inmanifestado y Absoluto, a quien «nadie conoce salvo el Hijo» (la manifestación pura y directa del Supremo Incognoscible). En esta calidad, siendo Uno con el Padre, el Gran Instructor sabía, pero en Su calidad de Hombre encarnado, no pudo desvelar lo que está más allá del lenguaje de la mente, el único accesible para nosotros.

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E incluso si fuera posible, no habría necesidad de o valor alguno en tan terrible profecía. Pues a lo que están más maduros no les interesa o asusta saber que el final de sus encarnaciones está próximo. Y los de la mayoría muchos menos avanzada simplemente no creerían en ninguna predicción, como no lo hicieron hace edades, hasta que se materializa de verdad, y entonces es demasiado tarde e insignificante. La humanidad se encuentra ahora ante dos senderos, dos posibilidades. Uno es un poderoso paso evolutivo hacia adelante, lejos de los desvíos presentes, que están basados en el egoísmo, tanto personal como nacional, no siendo menos malo el último que el primero. El otro es soportar las consecuencias de la temporal Y fracasada época evolutiva, lo que significa una disolución general de este planeta, a la que a menudo se hace referencia como «el fin del mundo», aunque, desde luego, no es así, sino meramente un cambio decorado en el mismo escenario eterno de la Vida. El estudiante atento realizará ciertamente que nada de esto tiene significado para su Principio Eterno, que en realidad está más allá de cualquier forma, espacio y tiempo. Cuando está en el Samādhi, el hombre no es afectado por ningún cambio externo de alrededor suyo. Puede recomendarse una experiencia práctica, que será de gran provecho para todo aspirante en el Sendero. Dedicad algún tiempo regularmente, en completa paz interna, a pensar en vosotros como una entidad no material, viviendo sólo en sentimiento y pensamiento, pero no en funciones corporales. Esto, desde luego, no será ningún vuelo espiritual, sino sólo una separación del cuerpo más denso. Imaginad y tratad de creer, que vosotros, en ese momento, no necesitáis de ninguna cosa física y las despreciáis todas. Satisfaceos con vuestros procesos mentales, mirando hacia abajo, como si lo hicieseis desde una elevada montaña, a la persona física que sois en el mundo visible. Esta es una clase de meditación, y la clave para su realización es, como con toda meditación, empezar desde el punto de silencio en el cerebro. A partir de éste, comenzar a «flotar» en el océano mental, no como un ocupante de una barca sin rumbo, sino como un marinero consciente, que sabe a dónde quiere viajar. Por ejemplo, pensad acerca de otros mundos en otras galaxias. Esto ha demostrado producir un considerable grado de liberación del estrecho pensamiento del cerebro del ego. Podéis meditar también acerca de algunas ideas elevadas, tomadas de las principales mentes de la humanidad, y así sucesivamente. Si se lleva a cabo persistentemente, este ejercicio volverá vuestros apretados lazos con las funciones corporales menos compelientes y atantes. Podéis desarrollar entonces gradualmente el hábito de ser más «etéreos» en ciertos momentos, y la posibilidad de la existencia separada del cuerpo y sus ocupaciones, puede amanecer en vosotros. Cuando un abandono final de la forma, densa es inevitable, ¿porqué no intentar alguna preparación para el hecho, a fin de asegurar mayor paz y certidumbre en la hora crítica? Lo que debería captarse bien, es que en este ejercicio vuestros intereses humanos «normales» (como se los llama usualmente) deben ser borrados. Este es todo el secreto. Durante ese tiempo olvidar vuestras preocupaciones, esfuerzos, ataduras sociales y personales con el mundo humano circundante y sus apegos. No penséis en vosotros como ese ente bípedo, con muchas etiquetas, que sólo se adhiere al cuerpo: nombre, sexo, posición, títulos y demás. Sed libres de todos ellos, aunque sólo sea por ese corto tiempo de la meditación, y encontraréis que la recompensa es verdaderamente grande para los que son capaces de elevar sus cabezas por encima del borde del limitado mundo que los rodea.

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CAPÍTULO XXI – LAS ÚLTIMAS ADVERTENCIAS EN EL SENDERO Verso 163: «Oh vosotros de juicio engañado, abandonad la opinión de que el ser consiste en la masa de piel, carne, grasa, hueso, y suciedad; sabed que el ser real es el omnipenetrante e inmutable Ātman, y obtened así la paz.» Cuando el aspirante ha vivido sus primeros momentos de iluminación, como se presumía en el capítulo XIX, el siguiente paso vendrá como el desarrollo de una capacidad controlada de entrar en Samādhi por períodos más largos. Al principio es usualmente por algunos minutos, que gradualmente se extienden a un par de horas. Se ha observado esto, y la regla se ha deducido a partir de ello. Pero diferentes lapsos de tiempo pueden pasar entre los primeros rayos del Sol Naciente del Samādhi en el corazón del aspirante, y la zambullida con plena consciencia en Kevala Nirvikalpa. Estos pueden variar desde semanas (casos muy raros) hasta encarnaciones enteras. Hay límites, pero puede decirse prácticamente que hay años de esfuerzo entre las dos fases de desarrollo antes mencionadas. Todo depende de la madurez y anhelo del discípulo, y lo mismo puede decirse concerniente a la necesaria ayuda de un Hermano Mayor llamado Maestro o Gurú, que no siempre toma forma humana. En la práctica el Gurú ayuda «desde el interior», y esto es completamente lógico. Lo que necesitamos es el impulso espiritual, así que ¿por qué esperar una apariencia física con ese propósito? El hombre es consciencia, pero no sus conchas, que le ponen en contacto sensorio con el entorno de un período relativamente corto de descenso a la materia densa. El Núcleo lo es todo, y por Él ejerce el Maestro sus poderes espirituales, y por ninguna otra cosa. Deberían darse ahora algunas advertencias, pues pueden ahorraros mucho esfuerzo y desencanto, si se cometen graves errores en el Sendero. Principalmente, esto concierne al importantísimo período de «entremedias», como se dijo antes, esto es, durante el tiempo desde los primeros rayos de la Supraconsciencia, hasta la primera experiencia voluntaria y prolongada de Kevala Samādhi. Pues, cuando se alcanza éste, existe mucha menos probabilidad de fracaso, ya que la Luz Plena es una cosa que no puede ser olvidada fácilmente por las tentaciones y falsos placeres de Maya. En primer lugar, no os consintáis a vosotros mismos ser demasiados entusiastas, esperando inmediatamente algún desarrollo milagroso en vosotros. Todavía estáis plantados con vuestros pies firmemente sobre la tierra, y sólo a veces mira vuestra cabeza en las regiones superiores. ¡No olvidéis esto! Muy ciertamente, tal maravilla no sucederá, y la sabiduría entera no vendrá con el Sol Naciente, sino mucho más tarde. Las excepciones, que pueda mencionar son demasiado raras, y requieren la presencia física de un Gurú, que es el Instructor para la época en la que vivís sobre este planeta. Pero esta es una oportunidad muy ligera, como sabéis por las afirmaciones anteriores (ver Parte IV de Concentración). Por consiguiente, sería razonable quedar confirmados de que no puede haber error alguno en nuestro destino (karma) para la encarnación presente, y de que el desarrollo interno sigue gradualmente, de acuerdo con los esfuerzos del discípulo y las condiciones kármicas. Aquí la persistencia es la virtud principal. Los relámpagos de Luz aparecerán a intervalos, que pueden tomarse también días o incluso años, y nadie puede predecirlos. Si estáis de acuerdo, con toda sinceridad, en que lo mejor que puede hacerse es aguardar pacientemente, practicando pacientemente las meditaciones como se recomendó en esta obra, estaréis haciéndolo lo mejor posible para promover el progreso «oculto». Digo «oculto», pues no podéis controlarlo hasta estar bien avanzados en Kevala Nirvikalpa. Eso es lo que enseñó el Maestro Maharshi, que trajo a este mundo tantísima luz acerca de la Supraconsciencia y su posible consecución por nuestra parte. Los «momentos benditos» vienen inesperadamente, casi siempre cuando vosotros no estáis pensando acerca de ellos, y por consiguiente vuestra mente es menos penetrada por las vibraciones que vienen del mundo externo y sus clichés. De nuevo, advertiréis una importante circunstancia: los

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períodos de los relámpagos espontáneos de Samādhi son más largos, cuando guardáis firmemente vuestra mente contra todos los pensamientos, y concentráis vuestra vista física en un punto (no importa cuál) delante vuestro. No hay necesidad, en esta etapa, de cerrar los ojos: pienso incluso que esto no sería de desear, pues podría acortar la experiencia, que deseáis que dure el mayor tiempo posible. Algunos aspirantes encuentran que la repetición lenta de un corto mantra, bien conocido por ellos, es un medio positivo de retener más tiempo el Amanecer. Así que tratad de usar la recitación mental de Aum, que ha probado ser muy efectiva, o incluyo yo soy, aproximadamente no más de seis a diez veces por minuto, esto es, lentamente. Nunca permitáis a la mente ocuparse de la febril expectación de «algo que podría aún venir». Nada más vendrá en esta etapa. Otra advertencia: no penséis, en vuestro tiempo libre, acerca del hecho de que estáis consiguiendo alguna iluminación. No será de ayuda. Tened, cuidado de que no surja en vosotros ningún orgullo escondido sólo porque podáis estar un poco más avanzados que vuestros compañeros los hombres. El orgullo matará vuestros velos espirituales, pues es una manifestación grosera del viejo, cruel y destructivo enemigo llamado egoísmo, al que Sri Sankara tan sabiamente llama «un terrible tigre». Quizá la siguiente advertencia sea la más esencial: no oséis hablarle a nadie de vuestras experiencias, a no ser que tengáis un amigo que está más avanzado que vosotros, pero como– es muy difícil establecer esto, el mejor curso es el silencio completo. ¿Qué bien puede venir de que os vanaglories ante otros? Ciertamente que no les llevará a ellos hasta el mismo punto que habéis alcanzado vosotros. En vez de eso, es seguro que el resultado os traerá un montón de amargura. Podríais ser sometidos a mucha mofa, minimización, cotilleo malicioso, sospechas de ser un impostor, y a menudo los celos ocultos pero agudos por parte de aquellos que son incapaces de experimentar estados similares a los que vosotros habéis experimentado. Recordad las palabras de Cristo: «No arrojéis vuestras perlas ante los puercos... » En este período de vuestro desarrollo todo depende de vosotros mismos: vuestra seriedad y sincero esfuerzo por avanzar, no sólo por vosotros mismos, sino simplemente porque todo hombre que empuja en cabeza a la humanidad, impulsa al conjunto un pequeño tramo junto a sí mismo, aunque él nunca pueda ver este hecho. Pero eso es lo que han enseñado todos los Maestros, desde los más antiguos Rishos y Santos hasta Shankaracharya y Maharshi. Ellos lo sabían mejor que nosotros. «Prepárate, y estate advertido de antemano con tiempo. Si lo has intentado y has fallado, oh intrépido luchador, no pierdas sin embargo el coraje, sigue luchando, y vuelve a la carga de nuevo y aún otra vez más... Recuerda, tú que luchas por la liberación del hombre, que todo fracaso es un éxito, y cada intento sincero consigue su recompensa a su debido tiempo... » (De La Voz del Silencio, Los Siete Portales). No cometáis extravagancias. No cambiéis repentinamente vuestro modo de vida, de modo que otros puedan advertirlo. Vuestros deberes kármicos siguen igual que estaban antes, así que no rompáis a la fuerza lo que, teóricamente, podéis considerar como clases de cadenas. Cuando un devoto demasiado entusiasta, esto es, irracional, vino al Maestro Maharshi y declaró que pretendía abandonar a su esposa y niños pequeños a fin de hacerse saṃnyāsin (ermitaño) cerca del Āshram de Maharshi, el último no apoyó tal decisión. El desaprobó firmemente dicha intención, señalando que habría sólo un cambio de etiqueta de la misma personalidad y mente aún imperfecta y no subyugada. El verdadero ascetismo es un estado interno, no una posición o título que se asumen. Y puede practicarse en todas las condiciones. Cuando las experiencias, que deben ser llevadas a cabo en los entornos mundanos, han pasado y habéis aprendido las necesarias lecciones de la vida al completo, entonces el karma mismo dispondrá otras condiciones para vosotros, permitiéndoos quizá una existencia anacoreta, en esta u otra encarnación. Y será una conveniente y en un momento apropiado. El hecho de que los Grandes Maestros que tienen misiones reales para la humanidad no estén cargados con karmas adversos para obstruir sus enseñanzas, es una prueba posterior de lo precedente.

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La principal «excusa» que los individuos de débil voluntad e ignorantes usan a fin de explicar y justificar su pasividad en los esfuerzos espirituales, es justo esta «falta de condiciones propicias», que no les permiten dar pasos hacia el Sendero. Mientras dicha actitud persista, no habrá «condiciones convenientes», en ninguna encarnación futura. En esta edad se ha observado que las condiciones kármicas aparentemente adversas y otras dificultades de la vida pueden ser factores positivos para crear en los hombres la actitud de buscar valores superiores a los del mundo cruel y material. El sufrimiento, aun siendo un pago por errores cometidos, es también una clase de escuela, en la que uno aprende a reconocer la ley de la retribución kármica. Es por ello que un proverbio nos dice que aquellos que han sufrido mucho, poseen también una gran comprensión. Es en este espíritu que debe aceptarse todo sufrimiento, y no con rebeldía interna o maldición al destino, pues esto sólo traerá nuevas oleadas de desastres. Así que percataos también de esta advertencia. Si le permitís a la gente saber que habéis tenido algunas experiencias espirituales, podéis con ello atraer la atención de dos categorías de hombres hacia vuestras actividades. Uno de los tipos tratará de explotarlas materialmente ofreciéndoos ayuda para un «rápido avance hacia la perfección», desde luego que por una recompensa conveniente, más o menos astutamente disfrazada –mientras que el otro tratará de aceptarlas como su «instructor» o incluso «maestro», a fin de tener las mismas experiencias. Podrían incluso ofreceros un pago por tal servicio. Esto sólo puede suceder si habéis hablado demasiado, como se advirtió en otra parte de este capítulo. Desde luego, en tal caso, sólo tendréis una tarea que hacer, deshaceros de ambas clases de individuos, y no dar nunca ninguna oportunidad posterior de que alguien os incomode. **** Se ha observado que, pronto después de la primera iluminación, el aspirante puede sufrir algunos ataques de fuerzas que tratan de impedir cualquier progreso espiritual extraordinario de parte de los seres humanos. Desgraciadamente, tales fuerzas existen, y no sería aconsejable para el escritor ocultar este hecho. Después de lo que se ha explicado en esta conexión en Concentración, poco queda por añadir ahora. En cualquier caso, la oposición puede ser materializada en la forma de fuertes tentaciones que aparecen justo en el momento en el que uno desea purificar su vida. Algunos aspirantes se han asombrado del modo en las corrientes impuras y violentas les han asaltado, justo en el momento en el que parecían estar llevando una vida sumamente equilibrada y limpia, subsiguiente a sus iluminadoras experiencias. Hay una ley en la vida interna, que permite que las tentaciones y los sufrimientos se manifiesten en nuestros karmas proporcionalmente a nuestra fortaleza y resistencia a soportarlos. Nadie recibe nada que esté más allá de sus posibilidades de resistencia. Cuando aparecen más dificultades, es señal de que un hombre es capaz de pagar más «plazos» a fin de purificar su karma. Leed las vidas de los Santos, y encontraréis qué terribles fueron las experiencias que fueron forzados, a resistir (ver un libro recientemente publicado, Miser of Souls, –Miseria de Almas– de Margaret Trouncer, Hutchinson, de Londres). La responsabilidad está de parte del estudiante tanto si resiste y se mantiene firme, como si cae. Esta advertencia puede ser útil para aquellos que pueden sentir algún desánimo al contactar las fuerzas opositoras al comienzo de su Sendero. Sabed que esto es del todo natural, y que han sido enviadas a nosotros a fin de que sean superadas y conquistadas. Hay otra clase de actitud errónea, que podría cancelar todo progreso posterior en un aspirante descuidado, y esto ocurre cuando considera (usualmente de modo subconsciente, por falta de autocontrol) su empeño espiritual como una adición sabrosa a su vida «normal», esto es, física. Debéis realizar que el Sendero y su Objetivo –la transferencia de la conciencia desde los tres niveles inferiores, pertenecientes al mundo mortal, hasta las alturas del Samādhi– debe recibir toda prioridad para vosotros y hallarse antes que ninguna otra cosa. Se necesita el hombre completo y no ningún «laico de tiempo parcial» que chapucea con ciertas oportunidades concernientes a cosas del orden más superior.

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No podéis llevar la vida de un dandy o llegar a casa tarde de un club nocturno, e intentar entonces vuestras meditaciones. En tal caso sería sólo una pérdida de tiempo y una frustración de la recompensa esperada. ¿Cómo puede un hombre conseguir la pureza de Espíritu, que es la primera cualificación para la consecución de la Supraconsciencia, y ser al mismo tiempo impuro física, astral y mentalmente? Nadie esperaría que un santo fuese un tahúr, un borracho o un hombre de débil voluntad, una presa para las emociones, e incapaz de controlar su mente. Gran ayuda se obtendrá en este punto leyendo las vidas de los Santos, pues obtenemos una elevación moral del misterioso magnetismo que hay en dicha literatura, que nos vuelve desde las cosas inferiores hacia concepciones y decisiones más elevadas. Este es un hecho bien probado, que puede ser ensayado y experimentado por todo estudiante sincero. Cuando S. Serafín de Sarov enseñó a sus monjes discípulos cómo podrían intentar conseguir la iluminación espiritual como él mismo, siempre señaló que la primera condición es la paz interna, nacida de los desapegos hacia los asuntos del mundo y el exterminio de toda vanidad interna, transformando este vicio en la virtud de la humildad, que es el comienzo de la Sabiduría. Una actitud así sería también de ayuda en la erradicación del obstáculo principal, esto es, el egoísmo del hombre. Una clase diferente de mandato podría ser recomendada a un hombre que vive en el siglo XX: no cometáis ninguna insensatez en vuestras vidas. Se necesita una nueva discriminación y hay que buscar un discernimiento persistente, para el desarrollo de la cualidad del juicio correcto en cada caso. De estas cualidades y su creación se ha hablado ya en precedentes capítulos. Varios métodos se usan en ocultismo con ese propósito. Uno de los mejores es plantearnos una pregunta a nosotros mismos antes de toda acción: ¿Es lo que estoy a punto de hacer valioso y no opuesto a mi sendero? ¿Me alabaría o me condenaría por ello el Maestro? ¿Es simplemente una pérdida de mi tiempo? Si analizáis vuestras acciones de dicho modo, no perderéis ningún período de vuestra vida en actividades que después sólo os traerán vergüenza. Este análisis es necesario hasta que aparezcan los relámpagos regulares de Samādhi, pues entonces la potente influencia del Sol Naciente os enseñará mejor de lo que ningunas palabras podrían hacerla. Tales son las advertencias finales sobre ciertos factores negativos que pueden impediros conseguir el Orbe de Luz Plena, del que se dice más en el siguiente y último capítulo de este libro. Si surgen en vosotros algunas preguntas, que no nacen de ninguna curiosidad mental (esto es, inútil), sino de la dificultad en entender ciertas afirmaciones y concepciones conectadas con esta obra, puede contactarse al escritor para una explicación posterior.

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PARTE IV CONSECUCIÓN CAPÍTULO XXII – EN EL ORBE DE LUZ PLENA Verso 483: «La grandeza de parabrahman, como un océano completamente lleno del néctar de la dicha realizada, no puede ni ser descrito por el habla ni ser concebido por la mente, sino que puede ser gozado. Igual que el granizo al caer al mar es disuelto en él, así se sumerge mi mente (hasta) en la menor parte de éste (parabrahman). Ahora soy feliz con la dicha espiritual.» Verso 484: «¿A dónde ha ido este mundo? ¿Por quién fue llevado? ¿Cuándo desapareció? ¡Un gran portento! Lo que no se percibía sino ahora, ya no existe.» Verso 486: «Aquí (en el estado) ni veo, ni oigo, ni sé nada. Soy diferente de toda otra cosa –el Ātman que es verdadera dicha.» Queda aún un paso, posible para los aspirantes exitosos, que han experimentado el Sol Naciente, A este último paso lo llamamos la entrada en el Orbe de la Luz Plena. ¿Por qué? Porque el estado de Kevala Nirvikalpa Samādhi –que como sabéis significa Supraconsciencia temporal y sin forma– es el más elevado acerca del cual el hombre puede pensar y hablar y experimentar mientras que aún vive en esta tierra. En este estado, el instrumento anterior de conocimiento, la mente, es sumergido temporalmente en la Luz Central que es Todo lo que realmente existe. Es Dios, si preferís este término: es Espíritu, Nirvana, el Reino de los Cielos; y todo lo demás a los que los hombres llaman la Entidad–Estado más elevada que es accesible a ellos. Este estado no persiste eternamente. Su manifestación está limitada en el tiempo, tal como se observa desde el plano físico. Pues entonces el que experimenta está viviendo más allá del tiempo y del espacio. Pero, no obstante, vuelve. Esta es la justificación de la palabra «Kevala». Y es por ello que digo que entonces la mente es solamente «sumergida» en la Luz, mientras que el término «disuelta» pertenece al Sahaja Nirvikalpa Samādhi, esto es, el perenne. En este estado, la mente no se inmersiona, sino que se disuelve, esto es, no puede volver a sus funciones anteriores, como en el hombre ordinario. Sri Maharshi usa una definición más fuerte para esto. Él dice que en Sahaja la mente está muerta, y no puede tener ningún vínculo esencial con la conciencia del hombre que ha alcanzado esta cima. Deberíais tener una realización clara y firme de esto. Ningún mortal puede hablar del Sahaja Samādhi, pues una persona así nunca puede experimentarlo. Es el privilegio de los hombres completamente reintegrados y perfectos, esas raras joyas producidas por la evolución en este planeta, o en otra parte. Llamamos a estos pocos Seres luminosos, que han aparecido por nuestro bien –Maestros Perfectos, Grandes Instructores, Hijos de Dios, todos los cuales son sinónimos. Los que han elevado su conciencia hasta Kevala, saben que en ese estado es imposible llevar a cabo ninguna actividad física, pues la primera condición para sumergirse en él es la pasividad absoluta del cuerpo, entrando entonces en un estado similar de catalepsia, por la inmovilidad e insensitividad de la concha física de los que entran en esta forma de Samādhi. A menudo incluso se detiene la respiración, sin causar no obstante ningún peligro o malos efectos para el cuerpo. Esto es un milagro, pues la ciencia oficial nos dice, que la cesación de la respiración por más de unos pocos minutos significa la muerte. Pero aquí el período de la ausencia de respiración puede ser medido en horas. Los que lo experimentan lo único que pueden decir es que para ellos es otra prueba de que el Espíritu puede de hecho dominar a la materia y a sus aparentemente inmutables leyes. No podemos dar ninguna otra explicación, de cómo puede ser que aunque no se introduzca oxígeno alguno en el organismo, y el pulso parece como inexistente, el proceso de descomposición no comience en absoluto, como invariablemente sucede cuando estas dos funciones vitales cesan por factores distintos del Samādhi. Ahora llega el misterio más grande de todos, que nunca ha sido resuelto excepto por un hombre del nivel de Maestro. ¿Cómo es posible experimentar el Samādhi (en su forma Sahaja) continuamente

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y ser activo al mismo tiempo en el cuerpo físico, para hablar, comer, moverse, y demás, sin rebajar la conciencia, siquiera por la fracción de un segundo, al nivel de la mente? Sólo los que han mirado a los ojos de un verdadero Maestro no tienen dudas acerca de esta maravilla. Saben que es así, pero eso es todo. No pueden darse ningunos comentarios, y por consiguiente no volveremos nunca más a este problema, como si fuese inútil. La elección de teorías y suposiciones no es un método que conduzca a la Verdad, sino sólo concepciones temporales que cambian incesantemente en nuestras mentes. Sabemos que esto no es compatible con el Sendero. Así pues, el hecho de que el Kevala será nuestro objetivo y nuestra consecución final (en tanto en cuanto que aún tenemos que evolucionar, siendo todavía imperfectos), sigue siendo axiomático para un estudiante sincero. Él no se preocupará de lo que está más allá de su alcance. Se cree en círculos ocultos (y se enseña en las Escrituras iniciáticas orientales), que el camino desde la conciencia «normal» del hombre hasta el punto en que alcanza Kevala Samādhi, es incomparablemente menor y menos arduo que el que va desde el Kevala hasta Sahaja. Si estáis en el Sendero, sabéis cuán difícil es, y no forzaréis vuestra imaginación para erigiros las alturas inconcebibles y la labor necesaria para alcanzarlas. Deberíamos seguir siendo siempre seres razonables, rechazando todo indeseado vagabundeo de la mente. Así que todo sobre lo que podemos hablar son los vuelos temporales al reino de la Luz en el Kevala Samādhi. Pero aquí surge de nuevo un obstáculo que parece imposible de superar: las experiencias del Samādhi están completamente más allá de cualesquiera funciones de la mente, que sólo puede dictar descripciones usando su lenguaje (esto es, el habla humana). Pues bien, nadie ha sido o será capaz de reflejar en sus expresiones la Luz y Dicha plenas de la Supraconsciencia pura. Si pensáis más profundamente acerca de ello, la solución correcta debe llegar. Si el Samādhi está más allá de cualquier espacio, tiempo, sentimientos y pensamientos, y es condicionado él mismo justo por la ausencia de estos factores en vuestra consciencia, ¿cómo podéis esperar contener agua en un cedazo, o establecer límites y fronteras para el Infinito? Por consiguiente, todo lo que puede ser traído de vuelta del Samādhi tiene la misma relación y realidad (hablando propiamente, la ausencia de realidad) con él, que el reflejo del sol en una jarra de agua. La imagen aparentemente existe, y podemos verla, pero ¿qué tiene de común con la magnificente estrella dadora de vida que hay en nuestro cielo? Más aún, pueden haber tantos reflejos del sol como jarras hay, u otros medio que captan la imagen de la inmensidad sobre superficies infinitamente pequeñas. Añadid aún el hecho, de que todas las imágenes y reflejos del sol no afectan, y no pueden afectar, al objeto real de la percepción, y puede, ayudaras a captar la idea que se está tratando de transmitiros en estos párrafos. Hay un hecho innegable: todo el que retorna del Samādhi a su estado «normal» de conciencia, esto es, el de la mente, experimenta una dicha y una iluminación inmensas. Pero el Maestro Maharshi nos dijo, que todo esto es sólo un diminuto reflejo de la Luz en la mente, y que es acompañado a menudo por diferentes formas de éxtasis, lágrimas, incluso canto, y en el caso de unos pocos hombres, por una danza como si estuviesen en trance. Pero usualmente, y especialmente en el caso de hombres intelectuales, estas expresiones externas de felicidad no toman una forma visible, permaneciendo escondidas en el santuario interno del hombre, del que sabemos por el capítulo IX. El Maestro, que posee Sahaja Samādhi, nunca da particulares, o trata de explicar la dicha completa de este estado, y es así que el Maharshi respondió a todos sus interrogadores, que estaban curiosos por conocer lo incognoscible, aconsejándoles asegurarse la Realización del verdadero Ser por sí mismos, añadiendo que entonces serían capaces de conocer todo por su propia experiencia, sin la cual ninguna palabra resulta de ayuda. Pero somos todavía humanos, hasta el tiempo en que trascendamos nuestra humanidad en la gloria de la Maestría, y un largo camino yace ante nosotros. Así que, quizá, incluso estos reflejos, tan imperfectos como la imagen del sol en un estanque de agua, puedan traernos algunas ideas nuevas acerca de la Luz y su imperecedero Orbe.

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Mientras que somos conscientes de todo lo que se acaba de decir, e inclinándonos hasta el polvo ante Aquellos cuya conciencia está unida por siempre con esa Luz –siendo esa Luz Misma– intentaremos poner en palabras algunos reflejos traídos del Orbe. **** Verso 17: Soy la Vida omnipenetrante e Infinita. Yo soy –Yo soy Todo. Esta es la última y más trascendental meditación de todo el curso. Y ésta es la última preparación para el Kevala. ¿Por cuánto tiempo deberíais practicarla? La respuesta es clara: hasta que funcione, esto es, hasta que seáis capaces de intercambiar vuestros relámpagos de Luz por una inmersión deliberadamente dispuesta en la Supraconsciencia por un tiempo más largo. Ningún otro puede hacer esto por vosotros, y sois vosotros quienes decidís sobre el éxito o el fracaso. Unas pocas explicaciones pueden darse de nuevo, que podrían facilitar justo la sintonía interna con esta meditación. Realizad profundamente en vuestra mente, que la Vida es Existencia, como se mencionó en anteriores capítulos. La existencia significa por ello lo Inmutable, que no tiene ni comienzo ni fin. Esta profundidad puede alcanzarse. En primer lugar, porque vuestro Núcleo humano último es justo esta existencia perpetua, está en vosotros, y en vano la buscaréis en otra parte que en vosotros mismos. Así que todos los triunfos están en vuestras propias manos. Meditad acerca de esto por un rato. En segundo lugar, porque otros Lo han alcanzado, y han dado testimonio de este hecho; son los Maestros. Esta Existencia, esta Vida, está más allá de todo, y si algo existe todavía, debe estar en Ella, pues de otro modo estaría separado de la Vida y la Existencia, lo que significa no–existencia, un espejo, un cero absoluto, o –la nada. Tales cosas no pueden interesar mas, pues no son nada y desaparecen con el primer rayo de Sabiduría dirigido hacia ellas. En Oriente dicen que el Maya se desvanece como una bruma ante la Luz del Ātman. El siguiente paso es identificaros vosotros mismos con esa Vida Absoluta. Será fácil si habéis aprendido, por la concentración, a sumergir vuestro yo en el Silencio del Ser, incluso si por un tiempo muy corto. Algunas personas tienen una cierta capacidad innata para sumergirse en la paz del Silencio. Ellas entenderán mejor lo que quiero decir. A pesar de la aparente dificultad para muchos aspirantes, conectada con la transferencia de la conciencia desde el individuo al Todo, deviniendo con ello ese Todo, la cosa es realmente supremamente simple. Quizá la dificultad reside justo en este hecho, pues por innumerables existencias separadas los hombres adquieren el fuerte hábito de considerarse como unidades separadas, y la complejidad de sus mentes, tan diferente de la suprema simplicidad de la Unicidad, es el obstáculo principal. Estas mentes, en vez de sumergirse en su Fuente, como lo enseñó el Maharshi, tratan de ver cuestiones innecesarias (aunque algo ardientes para ellos) tales como: porqué, cómo, con que propósito, de qué modo, y demás, en vez de vivir la experiencia espiritual plenamente, único factor que puede dar la respuesta final a todas las preguntas de inmediato. Este es otro misterio de la Consecución, que aguarda al aspirante exitoso al final de su Sendero. Así pues, todas las dichas cuestiones son innecesarias y rompen el progreso, pues la Sabiduría es diferente y superior al conocimiento. Pero, suponed que alcanzasteis el objetivo y obtuvisteis la sabiduría de la Unicidad del Ser en vosotros. ¿Qué sucede entonces? Ya estáis en profunda meditación, el mundo externo hace ya mucho que estuvo más allá de la luz de vuestra conciencia. El gran momento está cerca. Entráis en vuestro reino legítimo de Todo, de Dios, de Espíritu, los términos carecen de significado a este nivel de percepción. ¡Ahora es! Como la llama de una vela extinguida por un poderoso soplo, los últimos vestigios de la dualidad desaparecen. Ya no hay más mente. A través del Silencio, que ahora deviene perfecto en vosotros, la Totalidad os toma en su poder. Ya no hay más formas, y ya no hay más muerto o cambio. ¿Dónde está el mundo con todas sus complicaciones de tiempo, espacio y las manifestaciones de una existencia separada? El sueño ha terminado para siempre. Yo soy reino supremo de todo esta

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conciencia no tiene límites, y no busca movimiento alguno. Se extiende a todas partes, pero no hay tal cosa como lejos o cerca. No hay yo o no–yo. Como un océano infinito del más puro cristal, el yo se extiende en la infinitud, y se concentra asimismo en el punto geométrico no–material (por su pequeñez). Lo imposible en la relatividad deviene realidad en el Samādhi. El rayo blanco, roto en diferentes colores por el prisma del mundo, inserto en su camino, es reintegrado en su pureza primordial en la experiencia de este estado supremo. No hay más acción o reacción, pues no hay hacedor en la infinitud del Espíritu. En la Dicha de la Totalidad, en la Perfección de la Conciencia Primordial, no desintegrada, no puede nacer algo como la acción, basada puramente en la relatividad. No hay tiempo, y ninguna expectativa o compulsión de cambio. ¡Pero ésta no es la paz o el silencio de la muerte, de la no–existencia! Al contrario. Es la esencia de toda Vida, independiente y no obstruida por nada, fundida en la Eternidad, que es la solución final para todo. Las palabras son tan pobres, tan impotentes para rendir el verdadero significado de la Consciencia del Futuro, en ese tiempo presente. Puesto que la mente ha sido evaporada en el Fuego de la Vida Verdadera no puede estar presente cuando uno experimenta el Samādhi. Pues sólo queda la Luz reflejada, cuando uno vuelve a la existencia «humana», esto es, cuando el Samādhi se acaba para nosotros. Se han hecho intentos por solucionar algunos problemas en esta luz reflejada, y los párrafos siguientes son uno de los intentos hechos en esta dirección. **** El factor principal de la ilimitable dicha del Samādhi puede considerarse que es la libertad absoluta y el desinterés en el mundo dejado abajo a lo lejos, y aparte de nosotros. Concepciones tales como cuerpo, vida terrenal, condiciones, ataduras físicas, deseos y esfuerzos, son ahora desconocidos, olvidados, disueltos en el Orbe de la Luz Plena. Ninguna sombra o pesar, ningún recuerdo, sea bueno o malo, existen ya más. Uno deja de ser lo que antes se llamaba el Hombre. Pues ahora este término no significa sino todas las limitaciones relacionadas con el estado del ser humano tanto encarnado como desencarnado. Aquí este ser es trascendido. Igual que nuestra infancia es trascendida en nuestra edad adulta, y no puede ser actual o vivida de nuevo. Cualquier nombre es compatible con nosotros cuando estamos en el Samādhi. La Luz nos lo abre todo, sin esfuerzo alguno, pues no existe ningún esfuerzo cuando ya no hay más materia. Todo puede ser conocido y en el mismo momento olvidado para siempre en el reino espiritual sin tiempo. Desde las alturas del Samādhi todo lo que tiene una forma parece ser como la sombra de un mundo inexistente. Es imposible describir cómo encuentra justificación en la conciencia, que se ha desarrollado ella misma desde el estado más primitivo, en el que no había ningún conocimiento, o incluso sugestión de las experiencias exaltadas, que uno está viviendo ahora. Quizá es porque sólo existe ese Ahora, sin ningún pasado o futuro, y todas las concepciones de la mente humana conectadas con ellos. Normalmente, vivimos en el estrecho borde entre el pasado y el futuro, siendo el presente sólo esa estrecha línea de separación. Este precario pero compulsivo estado es debido a las propiedades de la mente. Ahora el malefactor deviene una obsoleta y lejanamente irreal sombra, y el «estrecho borde» se desarrolla hasta el Ahora presente en todo tiempo. La transcendental belleza de este Ahora es demasiado grande para que encontremos suficientes palabras para glorificarla. ¡Vano intento! Mientras que la mente en el cuerpo mortal retrocedía asustada ante la inmensa concepción de la eternidad, en el Samādhi ya no hay ningunos lazos, y toda cosa está en su propia luz. Este «toda cosa» es inmenso como el Todo, pero al mismo tiempo es también más pequeño que la cosa más pequeña imaginable, como un electrón en la física creada por la mente. Sólo en el Samādhi se realiza plenamente la concepción del Ente Supremo, llamado por algunos hombres Dios. Sucede únicamente porque la Unidad es realizada. El Ente Supremo Único es el Todo,

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incluyendo a la temporalmente reintegrada conciencia del hombre que experimenta el Samādhi, quien, sin embargo, ya no es un «hombre» nunca más. «Ver a Dios es ser Dios», dijo uno de Aquellos que están eternamente en el reino de la Verdad última, que es Dios Mismo. Viene a la mente, que Dios sólo puede ser realizado porque la Unicidad ha sido realizada; estas condiciones son interdependientes. ¿Quién puede existir aparte del Uno? Ni siquiera la mente puede aceptar tal sin sentido y esto es bien claro en el Samādhi. ¿Qué lugar ocupa la humanidad, permaneciendo por debajo del nivel de la Supraconsciencia, tal como se ve desde esa altura? Debe entenderse que, puesto que no puede percibirse forma alguna en el reino espiritual del Kevala, no puede recordarse o ver nada del mundo manifestado, incluyendo al planeta llamado tierra y sus moradores. Alguno podría pensar que tal «separación» significa soledad. Sería así si la conciencia, no suficientemente desarrollada para alcanzar la Unicidad Absoluta, pudiera tener acceso al Samādhi. ¿Qué es la humanidad y la multiplicidad de otros cuerpos cósmicos y sus habitantes visibles o invisibles? Sólo fragmentos de, la Luz Blanca, rota por el prisma de la dualidad –yo y no–yo. No hay, y no puede haber, perfección alguna en formas cambiantes, «pues la perfección no necesita de cambio alguno. (En Días de Gran Paz, pág. 185). La condición cardinal del Kevala es que el que lo experimenta no tiene interés en nada salvo en ese Orbe de Luz. No puede concebir nada superior al estado en el que entonces mora, y sabe intuitivamente, que no puede haber nada más allá de él. En esta actitud reside la gran dificultad de traducir al lenguaje de la mente, los reflejos de la Luz en la mente, inmediatamente después de nuestro retorno del Samādhi. Esta actitud justifica el famoso dicho: «Vahitas Vanitatum et Omnia Vanitas.» Cuando alcanzáis el Kevala, sabéis experimentalmente la verdad de este proverbio, y entonces, ¿cómo podríais estar interesados en tal vanidad de vanidades? Meditad ahora acerca de esto, y quizá la Verdad que hay en vosotros pueda ser resucitada bajo la influencia de su reflejo en palabras. Se hizo una vez una pregunta: ¿qué queda de los anteriores amores de uno? y si los Hijos Reintegrados de la humanidad, esto es, los Maestros espirituales, que nos conducen al Samādhi, pueden ser percibidos en él. No puede darse ninguna respuesta directa a este problema, si es que no hemos de separarnos de la verdad. Todo lo que puede decirse es que nada se pierde del reino de lo Real en el Samādhi. Esto significa que la Esencia real –la Consciencia presente en los Maestros e incluso en seres humanos aún no desarrollados, está en el Orbe de la Unicidad, como lo estaba antes de que nos percatáramos de este hecho. Sé que la atemporalidad y la eternidad tomadas como realidad y no sólo como abstrusas concepciones mentales son extremadamente difíciles de transmitir, por la inmensidad de los cambios en nuestra conciencia necesarios para tal realización. Pero incluso si, con el ojo de vuestra mente, tratáis de analizar el hecho, de que la existencia física, esto es, la limitación de las percepciones a sólo el mundo manifestado, necesita de un punto de vista definido, que es absolutamente inaceptable e irreal para el que pertenece la conciencia del Samādhi, podréis entender donde reside la misteriosa clave para la verdadera Sabiduría, no atada por ningunas condiciones. Se ha dicho verazmente en el iniciático «La Voz del Silencio», que «El Ser de la Materia y el Ser del Espíritu nunca pueden encontrarse. Uno de los dos debe desaparecer; no hay lugar para ambos. Pueda el estudiante realizar esto y perdonar en consecuencia estos intentos por expresar lo inexpresable, cuando él mismo alcance el Orbe de Luz. En un posterior intento por transmitir algo más acerca del estado del Samādhi, debe mencionarse que su absolutismo borra, entre otras cosas, tales concepciones terrenales «básicas» como: la edad de uno, su sexo, posición, y cualidades emocionales y mentales. En breve, todo lo que constituye la personalidad del hombre. De acuerdo con ello, todo aquello de la existencia humana que tiene sus raíces en las formas corporales, está ausente en el Samādhi. No hay mejor palabra que «ausente». Razas, estados, condiciones sociales, política, con todos sus derivados, y demás, son barridos para siempre del Orbe de la Luz Plena. Podéis preguntar: ¿qué queda entonces? La única respuesta será: queda el Todo, existente en la eternidad, más allá de todas las condiciones, la conciencia no velada del Orbe. La insignificancia del

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reino de las formas y los cuerpos es aquí demasiado aplastante para ser comparada a nada terrenal. Todo intento parece ser demasiado crudo y carente de sentido. El lenguaje de los símiles, a pesar de su evidente falta de adecuación, en este caso, es el único que puede permitir alguna traza de la idea a ser transmitida a la mente. Así, cuando estamos viviendo en un bello día de primavera, percibiendo la majestuosa gracia de las manifestaciones de la Naturaleza, no estamos pensando acerca de los componentes químicos de los cristales de rocío sobre las verdes hojas de hierba fresca a nuestro alrededor, o acerca del tipo de energía encerrado en los cálidos rayos del vitalizador sol. Entonces aceptamos las cosas tal como son. Sólo nos percatamos de ello y eso nos hace felices por el momento. De aquí que, en el Samādhi, la Conciencia no pueda ser desviada a ningún reino inferior pero –si esto llegara a ocurrir– estaríamos inmediatamente de vuelta en los oscuros valles de la existencia relativa y condicionada. Estamos fuera de su Orbe. Como consuelo, queda un inefable e indestructible recuerdo de Él, y el conocimiento de dónde reside nuestra verdadera patria chica, ese último refugio y puerto seguro, en el que estamos obligados a tomamos el descanso final después de eones de tormentosa travesía a través del océano de la relatividad (llamada «vida» por ignorancia) aquí abajo. Quizá no debería hacer este intento por transmitir algo que no puede ser comprendido por la mente, pues el verdadero estado en el que todo lo anterior puede ser realizado, depende de la detención del pensamiento por un esfuerzo consciente. Sólo entonces ve uno la incomparable sublimidad y simplicidad de la Verdad– Vida, ya no velada nunca más por pensamientos y palabras. Esta indicación muestra el Sendero. Otra reflexión del Orbe puede ser la ausencia de lo que llamamos «concepciones numéricas» en el Samādhi. Ninguna concepción como ésa osa aventurarse en la Supraconsciencia Reintegrada. Esto significa que los procesos de cálculo, junto con todos los otros que pertenecen a la mente, son dejados atrás antes de entrar en el Orbe. Cuán difícil nos parece, arrojar de nuestra conciencia «normal» presente incluso un atributo como las «concepciones numéricas». Pero el estudiante atento coincidirá, aunque sólo sea en meditación. Si en el Samādhi no hay dualidad, entonces las cifras «uno» y «dos» no pueden tocar nuestra percepción, así que, ¿cómo podrían las siguientes, esto es, «tres», «cuatro», y demás, ser percibidas?. Aquí reside también un medio que puede ayudarnos a distinguir el Samādhi de las diversas e innumerables clases de visiones y éxtasis. En el reino astromental, en el que se manifiestan, aún existe la división en unidades y números, aunque algo diferente de la que hay en el mundo mental. Es como un proceso de contar en dimensiones superiores, formulado por algunos matemáticos en sus esfuerzos por abarcar, con la mente, lo que yace más allá de ella. Las unidades varían en los diferentes mundos. Es como las unidades del mundo bidimensional, que son diferentes de las del tridimensional. Pero en el Samādhi no hay divisiones o limitaciones, y por consiguiente todas las normas materiales mencionadas no pueden encontrar lugar alguno en él. Los precursores de la vida «sin números», son los diferentes estados de la mente que surgen durante el tiempo de estudio práctico de la concentración. Estoy hablando aquí acerca de la quietud más o menos perfecta del principio pensante, impuesta (no obtenida accidentalmente) por nuestro propio esfuerzo de voluntad. En los grados superiores de la concentración conectados con la separación de los sentidos (principalmente de la vista, el oído y el tacto), uno mira al «vacío» absoluto, en el que la dualidad, y con ella los cálculos numéricos, parecen haber quedado descartados. Simplemente, no podéis decir uno, dos, o tres, y así sucesivamente. La concepción de la muerte es borrada en el Kevala. Más aún, al retornar a la conciencia física, por la imposibilidad de resistir por más tiempo el «alto vuelo», el hombre siente a menudo un agudo disgusto de residir de nuevo en la caja carnal. Algunos han querido morir antes que descender de nuevo a eso que el inspirado y único Shankaracharya llama verazmente: «Este cuerpo grosero... hecho de piel, carne, sangre, nervios, grasa, médula, huesos y… suciedad… Pero los Maestros dicen que debería evitarse esto. El hecho de que el hombre sea incapaz por el momento de desarrollar su Kevala en un Sahaja eterno, es la mejor prueba de que nada que es prematuro es permanente. Y la muerte no añade nada a las cualidades del hombre, así que no puede ser remedio alguno en este caso.

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La necesidad de vivir de nuevo en la forma física u otra, no destruye el poder de iluminación espiritual del Samādhi. El Orbe nunca es olvidado. Un ocultista dice verazmente: «Quienquiera que ha sentido una vez el Espíritu del Altísimo, no puede confundirlo con ninguna otra cosa, olvidarlo, o negar su existencia. Oh mundo, si rehusases reconocer Su existencia con voz unánime, yo te abandonaría y conservaría aún mi fe.» Otro ocultista (P. Sédir) dijo que la luz está tan cerca de nosotros, que es verdaderamente asombroso que los hombres no la encuentren. Esto puede ser que ocurre sencillamente porque no miran. Para los que retienen creencias religiosas, la consecución del Kevala Samādhi podría significar su paraíso. En las visiones de S. Juan el Evangelista –aparte de imágenes puramente mentales, que le presentaban clichés del futuro en la luz astro–mental– hay también algunas impresiones superiores, acerca de las cuales «le fue prohibido escribir», esto es, traducirlas a lenguaje humano. Este inspirado Apóstol habla también a menudo acerca de «cosas que ningún ojo humano podría ver u oído humano escuchar». Se supone que éstas podrían ser manifestaciones del Samādhi sin forma. Al volver del Samādhi, el hombre rara vez es capaz de retener sus concepciones religiosas exotéricas para el futuro. Ha visto demasiado de la Verdad para ser capaz de clasificarla en las categorías de las religiones populares. No obstante, tendrá un amor y una admiración aún mayores por los Grandes Hijos de la humanidad, que nos muestran el Sendero conducente a la reintegración espiritual. Más aún, sentirá con seguridad, que es por su invisible asistencia que se le concedió el paso adelante, permitiéndosele sumergirse en la Luz Eterna de la conciencia pura. **** Sabemos que, físicamente, el hombre es casi nada, un poquito de polvo sobre un pequeño planeta, perdido entre distancias infinitas y las innumerables galaxias del universo, que son accesibles a nuestros sentidos. Pero, en el Samādhi, todo es abarcado por nuestra conciencia, que posee entonces el atributo de la omnipresencia y la omnisciencia. ¡Cuán insignificante es el hombre tal como se le ve sobre la tierra, y cuán grande es cuando retorna a su hogar patrio eterno –el Espíritu! **** Concluiremos este intento por describir cosas que están más allá del habla. El consejo final es: no importa cuál sea el costo, fatiga o esfuerzo, no olvidéis que el Sendero existe, que el Objetivo es alcanzable, y que está más allá de todo lo que podáis concebir o imaginar ahora; que cualquier precio pagado para su consecución parece ser insignificante una vez que se alcanza; que ésta es la liberación final de la esclavitud en los lazos de la materia y del sufrimiento conectado con ella. Su consecución es el servicio y bien supremo que podéis rendir a vuestros hermanos que luchan en las cadenas de Maya. «Regocijaos, Hombres de la Tierra. Un peregrino ha vuelto «de la otra orilla». Un nuevo Salvador ha nacido.» (De La Voz del Silencio) Sed bienvenidos al reino de la Luz, y al entrar a Ella ayudad a verterla en la oscuridad de esta era. «¡El rocío está sobre el loto! – ¡Elévate, Gran Sol! Y levanta mi hoja y mézclame con la ola. Om mani padme hum, ¡llega el amanecer! ¡La gota de rocío se desliza al mar brillante!» (La Luz de Asia, de Sir Edwin Arnold)

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BIBLIOGRAFÍA Agustin , S.: Confesiones. Arundale, Dr. G.: Nirvana. Besant, Dra. Annie: A Study. in Consciousness (Estudio sobre la Conciencia). Brandler–Pracht , Dr.: Geistige Erziehung (Educación Mental). James, William: The Varieties of Religious Experience (Las Variedades de Experiencia Religiosa). Kempis, Thomas a: Imitación de Cristo. Maharshi, Sri Ramana: Forty Verses (Cuarenta Versos). Maharshi, Sri Ramana: Maharshis Gospel (Books I and II) (Evangelio de Maharshi – Libros I y II). Maharshi, Sri Ramana: Self–Inquiry (Encuesta sobre el Ser). Maharshi, Sri Ramana: Spiritual Instruction (Instrucción Espiritual). Maharshi, Sri Raman: Truth Revealed (La Verdad Revelada). Maharshi, Sri Ramana: ¿ Who am I? (¿Quién soy yo?). Platón: Diálogos: Critón. Plotino: Ennéadas. Ribhu Gītā: From the Hindu Scriptures (Tomado de las Escrituras Hindúes). Sadhu, Mouni: Concentration (Concentración) (Publicada por Luis Cárcamo, editor. (Madrid, 1978).). Sadhu, Mouni: In Days of Great Peace (En Días de Gran Paz). Sadhu, Mouni: The Tarot, a Contemporary Course of Hermetic Occultism (El Tarot, Curso Contemporáneo de Ocultismo Hermético). Shankaracharya: Viveka Chudamani (La Joya Cimera de la Sabiduría). Sarma, Sri Lakshmana: Maha Yoga (Gran Yoga). Sédir, Paul: Initiations (lniciaciones). Sédir, Paul: L Energie Ascetique (La Energía Ascética). Sédir, Paul: Le Royaume de Dieu (El Reino de Dios). Sédir, Paul: Le Sacrifice (El Sacri ficio). Sédir, Paul: Le Sermon sur la Montagne (El Sermón de la Montaña). Sédir, Paul: Les Forces Mystiques et la Conduite de la Vie (Las Fuerzas Místicas y la Conducta de la Vida). Sédir, Paul: Les Sept Jardins Mystiques (Los Siete Jardines Místicos). Sédir, Paul: Quelques Amis de Dieu (Algunos Amigos de Dios). Shastri, Dr. Hari Prasad (traductor): Ashtavakra Gītā.

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CONTRAPORTADA La meta de toda evolución espiritual es la supraconsciencia divina o Samādhi. El autor lleva de la mano al lector a todo lo largo del sendero que conduce a esta consecución final: comienza por una exposición ocultista del mundo y de las condiciones requeridas en el aspirante, y culmina con las técnicas conducentes al Samādhi, su naturaleza singular y la experiencia que proporciona. Una obra de arte literaria en armonía y profundidad.

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