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Spanish Pages [211] Year 1920
fJSJp,\
ETRATOS
REALES E IMAGINARIOS POR
ALFONSO REYES
MÉXICO
LECTURA SEIvKCTA 1920
Tip. Murguía. Av, 16 de Septiembre, 54
Al azar de
los sucesos
y de
los libros,
he publi-
cado en la Prensa de Madrid unas notas, unos esbozos, reseñas, extractos de lecturas rios,
y comenta-
que yo quisiera haber escrito con
sencillez.
Escojo del montón estos quince artículos,
envío—Jiel
—a
los
amigos de mi
tierra,
y
con
los
este
mensaje y saludo: Conservaos unidos.
Sacad razones de amistad
de vuestras diferencias como de vuestras semejanzas.
Mañana caeremos en los
Opongamos a
brazos del tiempo.
la fuerza obscura, la
muralla igual
de voluntades. A.
11.
índice. Págs. I.
— Madama
lyucrecia, último
fonso el II.
III.
IV.
amor de Don Al-
Magnánimo
— Dos Centenarios.
9 25
(Cisneros: I/Utero)
— Antonio de Nebrija — Chateaubriand en América
— Américo Vespucio VI. — Fray Servando Teresa de VII. — Fortunas de Apolonio de
39 53
V.
67
Mier
85
Tiro
105
VIII.— Don Rodrigo Calderón
IX.— Gradan
121
y la guerra
135
— Felipe IV y los deportes orador y periodista XI, — Napoleón X.
I,
XII.— Un
abate francés del siglo
XVIII
.
.
147 157
173
XIII.— Rl Obispo de Orense
183
XIV.— En
de Garcilaso
199
Codera y Zaidín
205
la casa
XV.— Francisco
MADAMA LUCRECIA, ULTIMO AMOR DE DON ALFONSO EL MAGNÁNIMO'"
(1)
B.
Croce, "Ivucrezia d'Alagno," "Nuova An-
tologia," 1915,
tomo
Iv,
páginas 30-46.
— Pasolini,
"Ren-
diconti della R. Acad. del Ivincei," 1917, serie V, volumen XXVI, fase. 79 a IQO
LA NUEVA LUCRECIA.
I.
ERA
el
año de 1909. Las demoliciones en monumento de Víctor Manuel,
torno al
en Roma, descubrieron un día el antiguo callejón de Madama Lucrecia. Ahora bien; un busto colosal de mujer, con la cara completamente borrada Palacio de Venecia, extremo de la fachada de San Marcos recibe también popularmente el nombre da ''Madama Lucrecia." El pueblo, asociando el nombre al re-
—
—
,
cuerdo de la antigua Lucrecia, causa de la ruina de la Monarquía romana, había hecho
un objeto de superstición nacional. Se juraba por madama Lucrecia, y algunas veces el busto aparecía tocado con un gorro ridículo, el cuello ceñido con una banda o teñido de rojo el rostro. Pero los eruditos opinan que el busto no representa a la esposa de Colatino. Según aquél, del busto
es la efigie de el otro, es la
viuo a
Roma
alguna diosa del Lacio; según
diosa Isis de Egipto, cuyo culto
en tiempos de 13
Sila.
También pu-
ALFONSO REYES diera ser
—reflexionan
quiera emperatriz o
los más prudentes — cualdama romana disfrazada,
por lujo o por voto, con los arreos de Isis. Quién es, pues, esa madama Lucrecia que ha dado su nombre a la callecita y quizás, por vecindad, al antiguo busto? En 1826, Próspero Merimée, que tenía vein¿,
años y estaba en Roma, fué a visitar la casa de madama Lucrecia, que era, en el calletitrés
jón, la
número
13.
La
vieja que la guardaba le
contó una absurda historia de amores y crímenes, en que los Tarquinos, los emperadores de
Eoma y los Borgias se confundían. Tal amalgama había hecho el calor de la imaginación popular con los metales tradicionales. Pero, palmo a palmo, las exploraciones de
—
—Benedetto
Croce el primero redescubren los mutilados despojos y reconstruyen la historia de otra Lucrecia, la que ha dado nombre a la calle donde vino a morir. Es una Lucrecia d'Alagno, del tiempo del Renacimiento, que supo arrullar los últimos sueños de Don Alfonso I de Aragón. Pasolini, que cuenta su vida con auxilio de manuscritos inéditos, la resume así: '* Triunfos de belleza y de honores, sueños y ambicióles en la corte napolitana, desilusiones, peligros, peregrinaciones afanosas, modesto retiro en Roma, que le dio sepultura."
los
sabios
mueven
el
terreno,
12
R
E
E
T
A
TOS
En cuanto a su tratamiento de ''Madama," puede considerársele como un vestigio del paso de Anjou por Italia.
II.
LA ''DONNA ANGELICATA.
Era Lucrecia
la
más hermosa de
'
las
cua-
d'Alagno (1428), había trasladado a Ñapóles
tro hijas del senador Nicola
que de Amalfi se con su familia. Lucrecia tendría a
la
sazón cL¿
quince íVdieciocho años.
Era el magnánimo Don Alfonso I, rey de Aragón, rey de Ñapóles, rey de Sicilia, gran guerrero y generoso señor, protector de los fugitivos de Constantinopla, hombre enamorado y sensible. Alfonso tendría ya cerca de cincuenta, y su esposa, doña María de Castilla, continuaba en España, enferma. Advierte Croce que, le*yendO| las crónicas napolitanas de la época, se nota en los últimos años del conquistador de Ñapóles, la influencia de algún elemento nuevo, "algo radioso y fascinador, dulce y voluptuoso, que se manifiesta en todos sus actos, y transformando sus costumbres, lo aficiona cada vez más al reposo y a la soledad de la vida campestre." El trato con aquella niña proporcionaba al soberano un raro solaz entre los graves cuidáis
ALFONSO REYES dos del Gobierno. ta, se
La amistad, íntima y honesmás de quince años, hasta
alarga así por
Y
muerte de Don Alfonso.
la
Lucrecia viene
a ser, sin escándalo, la verdadera reina de Ñapóles.
¿Cómo comenzó del
amistad? La víspera el rey pasaba a Lucrecia, por Torre casa de esta
San Juan de 1448, cuando
caballo frente a la
Annunziata, seguido de numeroso cortejo, la niña según la costumbre tradicional de las muchachas napolitanas, y con el arrojo de la inocencia le presentó el vaso de cebada y le pidió el donativo para sus bodas. El rey, tur-
—
—
bado, hace que su paje
entregue una bolsa
le
llena de oro.
—Me basta una sola moneda del rey— dice
la
niña.
Y
el desfile
continúa, volviendo
el
rey la ca-
beza de tiempo en tiempo. Poco después, para estar cerca de Lucrecia, se hacía construir,
junto a la casa del senador,
—residencia,
la
Torre del Greco,
en efecto, humilde.
Allí pasaba las noches
;
y
los días,
en
el jar-
dín de Lucrecia. Entonces los cronistas dan
en llamarla ''Castísima Venus," y los poetas de la corte la celebran con aquel estilo retórico a la moda. Entre los españoles, la cantai;i
Pedro Torroella, Caravajales, Tapia; Suero de Ribera
le dice: 14
^
RETRATOS Doncella de gran valia,
en extremo singular,
por quien dicen ^'Para
mi
el
cantar:
m,e la querría.^
Cuando Ausias March, desde Valencia,
es-
cribe al rey Alfonso, pidiéndole que le regale
un
halcón, espera obtenerlo de la intercesión
de Lucrecia.
Y los ta.
Lucrecia, en una delicada pugna, corrige
ardores del rey, y, defendiéndose, lo sujePor eso podía decirle Tapia: Vos
combatida
fuistes la
que venció al vencedor, vos fuistes quien por
jamás nunca fué
Un
día,
amor
vencida.
ya decadente Doña María de Casti-
Lucrecia pudo aspirar a ser reina legítima. ¿No es ella la que, en el Arco de Triunfo del rey Alfonso, marcha delante de la cualla,
drilla,
con doble
ataviada
a
collar,
desnudos
los
modo de Parténope? ¿No
pies
y
es ella
mujer que guía a la Victoria, la donna anque viene desde el fondo de la poesía dantesca a amansar las cóleras del guerrero y a encantar, con prestigios de hada, la vida opulenta del Renacimiento italiano? la
gelicata
15
ALFONSO REYES El secreto de su fortuna
dama
del
rey
Fernando y tolerada por
—recibe
es la castidad.
—reverenciada
por
el
La
heredero
Isabel, la esposa de
honores del pueblo y del clero, de los embajadores y hasta del Emperador Federico III, huésped de Ñapóles en 1452. Naéste
los
da hay que ocultar donde no hay vicio. LucreBanquete de cia podía sentarse a presidir el las Vírgenes, de San Metodio.
EL DEMONIO DE LA AMBICIÓN.
III.
Un
cronista de buena fe,
aunque cortesano,
Loise de Kosa, nos ha conservado este diálogo entre Alfonso
y Lucrecia:
—Entiendo
y conozco, señor, que me quiere bien Vuestra Majestad. Y me complazco en ser amada por el mejor de los príncipes. Pero pienso
que ni
los
príncipes están a salvo de las
traiciones del amor.
—Pero,
dime, por mi amor, ¿qué traiciones
había yo de usar contigo?
—Preferir
a mi vergüenza vuestro apetito.
¿Qué dirían entonces de Lucrecia? "Lucrecia es una perdida."
— dirían— —Dime,
pues,
Lucrecia mía, lo que
hacer. 16
debo
N
E
R
T
A
T
O
S
— Prometorme que me tomaréis por esposa muerte- de 8n Majestad reina. — No valdría ya sabes que leyes no permiten. — Vuestra Majestad no repare en hA i\
la
la
las
:
1©
leyes.
Yo
hablaré con
y todo
bien,
el
Papa
Calixto, que
me
quiere
se arredilará.
Y, al fin, un buen día, el rey soltó la promesa ya no hubo paz en el corazón de Lucrecia. La mujer del heredero Fernando había comenzado a cansarse y a sentirse humillada. Ella no consentiría nunca que Lucrecia llegase a reina. Doña María, siempre enferma y estéril, n© acababa de morirse ... La rivalidad y la ambiciosa fiebre habían alterado para siempre la serenidad angélica de Lucrecia. El Papa, pen:
saba, puede,
si
quiere, separar a
Don Alfons©
Doña María; el Papá es también español, y Luisa hermana de Lucrecia está casada con un sobrino del Papa. A Roma, pues Lucrecia tiene veintisiete años, ya conoce el mundo. Y decide emprender una peregrinación, de
—
—
¡
con todo
el
lujo necesario
!
para impresionar
de una vez al pueblo romano y a la corte papal. Y parte en el otoño de 1457, provista de
una suma equivalente
a medio millón de liras para fausto y boato. El drama, nota aquí Pasolini, comienza a transformarse en saínete. Alfonso llama inme17
A
L
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I^
O
S
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E Y E S
diatamente al poeta Caravajal ivára que componga unos versos sobre la melancolía de la ausencia.
En
tanto,
acompañada
Lucrecia
cabalga
Roma,
hacia
hombres, damas y doncellas, todos vestidos de negro, por un duelo reciente en el camino recibe aclamaciones. de gentiles
;
En Roma
ofrece
un
festín a sus quinientos
a otros cien caballeros romanos,
de sus mujeres. Después,
el
Papa
y acompañados la recibe pa-
ternalmente, y tantos honores se le rinden, que el cardenal Piccolomini comienza a juzgarlos excesivos. Pietro Barbo, futuro Papa, la colmó
de joyas y dones; en el inventario de sus bienes del Palacio de Venecia, algunas pai'tidas llevan se
donatum domine Lucreüe.
el
empeña tanto más en
Y
festejarla
el
Papa
sobrada-
naente cuanto qué la está reservando dura de las decepciones.
la
más
EL PAPA CALIXTO Y LOS DEMONIOS.
IV.
Hablaron a solas dos horas largas el bello demonio de veintisiete años y el Pontífice octogenario. A cada nueva súplica, a cada nuevo argumento donde las sutilezajs jurídico^-
—
teológicas se confundirían con reclamos senti-
mentales
—
plicando,
,
el
mientras Lucrecia desfallecía suPapa, impasible, le conto>