Registro acumulativo
 8424403681

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

Registro acumulativo

OBRAS DE B. F. SKINNER, TRAD U CIDAS AL CASTELLANO: Walden Dos (Fontanella, 1968) Ciencia y conducta human a (Fontanella, 1970) A nálisis de la co ndu cta (con James G. Holland) (Trillas, 1970) Tecno logía de la enseñanz a (Labor, 1970) Más allá de la lib erta d y la dignidad (Fo ntanella, 1972) Sob re el co nductismo (Fontan ella, 1975) la conducta de los organismos. Un análisis experim ental (Fontanella, 1975)

Conducta humana, n. º 24 co leccióh dirigida por RAMÓN BAYÉS JUAN MASANA JOS É TORO

Traducido al castellano por Roser Berdagué, del original inglés Cumulative Record, publicado por App/eton-Centwy-Crofts !ne. Nueva York, U. S. A. © 1972 by Meredith Co,poration © de la presente edición EDITORIAL FONTANELLA, S. A., Escorial, 50. Barcelona - 12. 1975. Primera edición: junio 1975. Printed in Spain - Impreso en España por Gráficas Marina, S. A. Paseo de Carlos I, 149. Barcelona - 13 Depósito legal: B. 24.108 - 1975. ISBN 84-244-0368-1

\)

A E. G. Boring

· Ps- 971.1

Prefacio a la tercera edición inglesa

)

)

A esta edición se han añadido dieciocho artículos y suprimido dos, que pueden encontrarse actualmente en Tecnología de la enseñanza. 0 No todo el nuevo material es reciente y no nos parece oportuno ampliar el aparecido en anteriores ediciones para justificar el título. La preparación de los artículos 6, 13, 14, 18, 19, 22, 23· y 29, al igual que el trabajo editorial de esta edición conjunta, han sido costeados por una Career Award concedida por los National Institutes of Mental Health (Grant K6-MH-21, 775-01). B. F. SKINNER

0

Obra publicada en castellano por Editorial Labor, Barcelona. (N,. del E.)

PRIMERA PARTE

Implicaciones de una ciencia de la conducta e n los problemas humanos, e specialmente en :relación con el concepto de libertad

l.

2. 3. 4. 5. 6.

Libertad y control del hombre. El control de la conducta humana (resumen). Algunas cuestiones referentes al control de la conducta humana. El diseño de culturas. "El hombre".,:,. El diseño de comunidades experimentales.

l. Libertad y control delbomhre

Tal vez la segunda mitad del siglo xx se recuerde por haber dado con la solución de un curioso problema. Si bien es cierto que fue la democracia occidental la creadora de las condiciones de la aparición de la ciencia moderna, es evidente también que acaso jamás llegue a beneficiarse plenamente de aquella conquista. La llamada "filosofía democrática" de la conducta humana, de cuyo nacimiento es también responsable, cada vez se encu.e ntra en más agudo conflicto con la aplicación de los métodos científicos a las cuestiones humanas. A menos que dicho conflicto se resuelva de algún modo, los objetivos últimos de la democracia se pospondrán indefinidamente.

I Del mismo modo que los biógrafos y críticos buscan unas influencias externas para aplicar los rasgos y logros de los hombres que estudian, la ciencia explica primordialmente 'la conducta de acuerdo con las "causas" o condiciones que se encuentran más allá del individuo propiamente dicho. A medida que van demostrándose más relaciones causales, se va haciendo más difícil resistirse a un corolario práctico : la posibilidad de producir una determinada conducta de acuerdo con un plan que prepare las condiciones adecuadas. Ahora bien, entre las condiciones que pudieran razonablemente sujetarse a una tecnología de la conducta figuran las siguientes: hacer que los hombres sean felices, estén informados, sean hábiles, se conduzcan bien, sean productivos. Esta implicación práctica inmediata de una ciencia de la conducta tiene un cariz familiar, puesto que recuerda la doctrina de la perfectibilidad humana del humanismo de los siglos xvm y xrx. Una ciencia Reproducido de American Scholar, Winter, 1955-1956.

3

del hombre comparte el optimismo de aquella filosofía y aporta un decidido apoyo a la elaboración de una fe en el hecho de que los hombre:; son capaces de crear un mundo mejor y, a trayés de él, unos hombres mejores. Y este apoyo llega en un momento oportuno, ya que de un tiempo a esta parte existe escaso optimismo en los que hablan desde el punto de vista tradicional. La democracia se ha vuelto "realista" y sólo con cierto empacho se admite hoy en día el pensamiento perfeccionista o utópico. Con todo, vale la pena considerar el talante de otros tiempos. La historia registra muchos esquemas insensatos e irrealizables en favor del proceso humano, pero casi todos los grandes cambios de nuestra cultura, actualmente juzgados válidos, deben atribuirse a filosofías perfeccionistas. Las reformas de gobierno, religiosas, educativas, económicas y sociales siguen todas una pauta común. Hay quien cree que un cambio en una práctica cultural mejoraría la condición humana: un cambio, por ejemplo, en las normas de verificación en un tribunal, en la caracterización de la relación del hombre con Dios, en la forma de enseñar a leer y a escribir a los niños, en la permisibilidad de unos beneficios o en un mínimo en las condiciones de alojamiento, todo el!o para mejorar la justicia, para hacer que los hombres tengan más probabilidades de encontrar la salvación, para aumentar la cultura de las gentes, para detener una tendencia a la inflación o para mejorar las condicion'es higiénicas y las relaciones familiares. La hipótesis que sirve de base es siempre la misma: que un ambiente físico o cultural diferente harán que el hombre mejore y sea distinto. El estudio científico de la conducta no sólo justifica el planteamiento general de tales propuestas sino que, además, promete nuevas y mejores hipótesis. Las más antiguas prácticas culturales debieron tener su origen en verdaderos accidentes. Los que prestaban fuerza al grupo sobrevivieron junto con el grupo gracias a una especie de selección natural. En cuanto los hombres comenzaron a proponer y llevar a cabo unos cambios en la práctica en pro de unas posibles consecuencias, debió acelerarse el proceso evolutivo. La simple práctica de efectuar unos cambios debió tener valor de supervivencia. Cabe esperar ahora una nueva aceleración más. A medida que las leyes de la conducta se enuncian de manera más precisa, los cambios que se exigen del medio para provocar un efecto dado deben ser más claramente especificados. Unas condiciones que habían sido descuidadas porque sus efectos eran insignificantes o no se perseguían, acaso ahora puedan resultar pertinentes. Tal vez se creen de hecho unas nuevas condiciones, como el descubrimiento y síntesis de drogas que afecten la conducta. 4

: No es el caso, pues, de abandonar la idea del progreso, de mejora, erfectibilidad humana. Resulta simplemente que el hombre es cae p como nunca lo fue, de elevarse por sus propios medios. Controlan~:z~l mundo del que él forma parte, acaso aprenda por fin a controlarse d

a sí mismo.

II Las objeciones desvirtuadas por el paso del tiempo contra un programa de promoción de las prácticas culturales han perdido mucha de su fuerza. Tal vez Marco Aurelio tuviera razón al aconsejar a sus lectores que se contentaran con una mejora fortuita de la humanidad. "No esperéis nunca dar realidad a la república de Platón", suspiraba, "pues- . to que, ¿quién sabría cambiar las opiniones de los hombres? Y sin cambiar los sentimientos, ¿ qué crearíais sino descontentos esclavos e hipócritas?" No hay duda que estaba pensando en los recursos que para el control privaban en su época, como el castigo o la amenaza de castigo que, como oportunamente observaba, no hacen sino transformar en esclavos descontentos a los que se someten y en hipócritas a los que descubren formas de evasión. Pero no tenemos por qué compartir su pesimismo, ya que las opiniones de los hombres son susceptibles de cambio. Las técnicas de enseñanza concebidas por la primitiva Iglesia cristiana en los tiempos en que escribía Marco Aurelio eran las pertinentes, como lo son algunas de las técnicas de la psicoterapia, de la publiddad o de las relaciones públicas. Otros métodos apuntados por los estudios científicos más recientes dejan pocas dudas a este propósito. El estudio de la conducta humana da respuesta también a la cínica queja que alega que hay en el hombre una especie de "tunantería" que desbaratará siempre cualquier esfuerzo encaminado a mejorarlo. Se nos ha dicho a menudo que los hombres no quieren cambiar, ni aun siendo para mejorar. Intenta ayudarles y ellos se las darán de más listos que tú y seguirán en su feliz desventura. Dostoievski afirma que hay en esto un plan deliberado. "Por pura ingratitud", se lamenta o tal vez alardea, "el hombre te jugará una mala pasada, sólo para demostrarte que los hombres siguen siendo hombres y no teclas de un piano ... Y aunque pudieras demostrar que un hombre no es más que una tecla de piano, todavía él haría algo por pura perversidad, provocando la destrucción y el caos, sólo para salirse con la suya ... Y si todo esto, a su vez, pudiera ser analizado y evitado prediciendo que así había de ocurrir, entonces el hombre se volvería deliberadamente loco para ganar

5

la-partida". :f:sta es una reacción neurótica posible, tendente a neutralizar el control. Pocos hombres la han evidenciado y a muchos les ha complacido esta afirmación de Dostoievski por su tendencia a compartirla. Pero afirmar que una perversión tal pueda ser reacción fundamental del organismo humano para neutralizar una situación es una insensatez. También lo es la objeción de que no tenemos manera de saber qué cambios efectuar, aunque estemos en posesión de las técnicas necesarias. :f:sta es una de las grandes paparruchas de este siglo, una especie de celada dejada en la retirada frente a la avanzadilla de la ciencia. Los propios científicos han acordado, sin suspicacia ninguna por su parte, que hay dos tipos de presupuestos útiles acerca de la naturaleza -hechos y juicios de valor- y que la ciencia debe limitarse a lo "que es", dejando lo "que debería ser" a otros. Pero, ¿de qué especie de sabiduría especial está dotado el que no es científico? La ciencia no es efectiva más que sabiendo, sin que importe lo que pueda arrastrar consigo. Después de detenidos análisis se demuestra que la conducta verbal está compuesta de muchos tipos diferentes de expresiones, desde la poesía y la exhortación a la descripción lógica y fáctica, pero éstas no son cosas que tengan todas igual uÚlidad al hablar de las prácticas culturales. Clasificaremos las proposiciones útiles según el grado de confianza con que puedan enunciarse. Las afirmaciones acerca de la naturaleza van desde los "hechos" muy probables a las simples intuiciones. Por lo general, los hechos futuros tienen menos probabilidades de ser correctamente descritos que los pasados. Cuando un hombre de ciencia habla, por ejemplo, de un experimento que tiene en proyecto, a menudo debe recurrir a afirmaciones que no tienen más que ligeras probabilidades de ser correctas; él las llama hipótesis. El diseño de un esquema cultural se parece en muchos aspectos al diseño de un experimento. Al pergeñar una nueva constitución, al perfilar un nuevo programa educativo, al reformar una doctrina religiosa o al establecer una nueva política fiscal, muchos de los principios que se enuncien lo serán a título de ensayo. No tenemos la seguridad de que las prácticas que exponemos tendrán las consecuencias predichas ni tampoco sabemos si tales consecuencias compensarán nuestros esfuerzos. Este rasgo forma parte de la naturaleza de tales propuestas. No son juicios de valor: son atisbos. Oscurecer y retrasar la mejora de unas prácticas culturales por culpa de estar buscando retruécanos en torno a la palabra me¡orar no es práctica eficaz. Admitamos para empezar que la salud es mejor que la enfermedad, la sabiduría mejor que 6



la : ignorancia, el amor mejor que el odio y la energía creadora mejor ue la neurótica ociosidad. q Otra objeción habitual es el "problema político". Aunque sabemos los cambios que hay que hacer y como hacerlos, necesitamos controlar ciertas condiciones pertinentes, aunque éstas se encuentran desde tiempo en manos de hombres egoístas no dispuestos a abandonarlas así como así. Tal vez se nos permita desarrollar aspectos que de momento parecen poco importantes, pero a las primeras señales de éxito los hombres fuertes cederán. Se dice que así ocurrió con el cristianismo, la democracia y el comunismo. Siempre habrá hombres fundamentalmente egoístas y malvados y, tarde o temprano, la inocente bondad no podrá abrirse camino. La única prueba con que aquí contamos es histórica y podría ser desorientadora. Por la forma en que ha ido evolucionando la ciencia física, la historia hubiera podido "probar" hasta época muy reciente que la liberación de la energía del átomo era improbable, por no decir imposible. De igual modo, debido al orden en que los procesos de la conducta humana se han hecho accesibles a fines de control, la historia parece que demuestra que el poder sirve a fines egoístas. Las primeras técnicas que se descubrieron recayeron casi siempre en hombres fuertes y egoístas. La historia indujo a Lo_rd Acton a creer que el poder es corruptor, pero seguramente nunca tuvo que habérselas con el poder absoluto y seguro que no bajo todas sus formas, por lo que no tenía medio de predecir sus efectos. Un historiador optimista defendería una conclusión diferente. El principio que afirma que si en el mundo no hay suficientes hombres de buena voluntad, el primer paso a dar consiste en que los haya, parece ir ganando adeptos. El Plan Marshall - según fue originariamente concebido-, en su Punto Cuatro, al ofrecer material atómico a países poco desarrollados, podía o no ser cosa totalmente nueva en la historia de las relaciones internacionales, pero apunta una creciente conciencia del poder de la buena voluntad gubernamental. Son intentos de efectuar ciertos cambios eri el medio ambiente de la humanidad, buscando unas consecuencias beneficiosas para todos. No son ejemplo de una generosidad desinteresada, sino de un interés que es interés para todos. Todavía no hemos visto al filósofo -rey de Platón y acaso no queramos verlo, aunque está cerrándose el abismo que separa el gobierno real del utópico.

7

III De todos modos, todavía no tenemos campo libre, puesto que ha aparecido un obstáculo nuevo e inesperado. Con un mundo a su hechura casi a su alcance, los hombres de buena voluntad se han dejado invadir por una sensación de repugnancia ante su conquista. Molestos, han rechazado muchas oportunidades de aplicar las técnicas y hallazgos de la ciencia al servicio de los hombres, y a medida que iban comprendiendo cuál era el importe del esquema cultural efectivo, ha habido muchos que han expresado abiertamente su negativa a participar. Se había retado a la ciencia con anterioridad, al introducirse en el campo de instituciones comprometidas ya en el control de la conducta humana, pero, ¿ qué hacer de los hombres buenos, de los que no tienen intereses especiales propios que defender y que, pese a todo, se vuelven contra los medios que les harían alcanzar objetivos largamente aca• riciados? Lo que se rechaza, por supuesto, es la concepción científica del hombre y su puesto en la naturaleza. En tanto los hallazgos y métodos científicos se apliquen a las cuestiones humanas sólo en una especie de socorrido remiendo, podemos seguir sosteniendo cualquier opinión que prefiramos acerca de la naturaleza humana. Pero a medida que aumenta el uso de la ciencia, nos vamos viendo obligados a aceptar la estructura teórica por medio de la cual la ciencia representa sus hechos. La dificultad es que esta estructura se encuentra evidentemente malquista con la concepción democrática tradicional del hombre. Cada descubrimiento de un hecho que participa en la conformación de la conducta de un hombre parece dejar menos que acreditar al propio hombre; y a medida que tales aclaraciones van haciéndose más amplias, la contribución que pudiera reclamar el individuo va aproximándose a cero. Los tan cacareados dones creadores del hombre, sus originales proezas en arte, ciencia y moral, su capacidad de elegir y nuestro derecho a tenerlo por responsable de las consecuencias de su elección son rasgos que no destacan en este nuevo autorretrato. En otro tiempo creíamos que el hombre era libre de expresarse en arte, música y literatura, de inquirir en la naturaleza, de buscar la salvación a su manera. Podía tomar la iniciativa a la hora de actuar y efectuar espontáneos y caprichosos cambios de rumbo. Sometido a las. más extremas coacciones, todavía le quedaba una especie de facultad de optar. Sabía resistirse a toda fuerza tendente a sujetarlo, aunque fuera al precio de su vida. Pero la ciencia insiste en que los actos son iniciados por fuerzas que

8

. ·t n sobre el individuo y que el antojo no es más que un nombre grav1 a . , licado a conductas cuyas causas desconocemos aun. ap Al intentar reconciliar estos puntos de vista, es importante observar ue la concepción democrática tradicional no fue ideada como descrip~ón en sentido científico, sino como una filosofía a aplicar al establecer c conservar un procedimiento de gobierno. Apareció en unas circunsy ·as históricas y sirvió unos propósitos políticos fuera de los cuales tanc1 no cabía entenderla de manera justa. Al agrupar a los hombres contra la tiranía era necesario fortalecer al individuo, enseñarle que tenía unos derechos y que sabía gobernarse. Dar al hombre común una nueva concepción de su valía, de su dignidad y de su facultad de salvarse, tanto entonces como en lo sucesivo, ha solido ser el único recurso del revolucionario. Al ser puestos en práctica los principios democráticos, se utilizaron las mismas doctrinas como fórmula operativa. Esto queda ejemplificado por el concepto de responsabilidad personal en la ley anglo-americana. Todos los gobiernos hacen contingentes ciertas formas de castigo en relación con determinados actos. En los países democráticos estas contingencias se expresan a través del concepto de la opción responsable. Pero este concepto no ·tendría sentido en prácticas de gobierno formuladas de otro modo y sin duda no encontraría sitio en aquellos sistemas que no utilizaran el castigo. La filosofía democrática de la naturaleza humana está determinada por ciertas exigencias y técnicas políticas, no por los objetivos de la democracia. Pero las exigencias y las técnicas cambian; y una concepción que no esté apoyada por su exactitud, es decir, que no se encuentre enraizada en los hechos, cabe esperar que cambie igualmente. No importa cuán efectivas podamos juzgar las prácticas democráticas corrientes, hasta dónde podamos valorarlas o cuánto tiempo pensemos pueden sobrevivir, porque es casi seguro que no son la forma final de gobierno. La filosofía de la naturaleza humana que ha sido eficaz para llevarlas a la realidad, es casi seguro que no es la última palabra. La conquista última de lu democracia puede ser pospuesta indefinidamente a menos que demos importancia a los verdaderos objetivos en lugar de a los ardides verbales del pensamiento democrático. Una filosofía apropiada a un conjunto de exigencias políticas frustrará sus propósitos si, en otras circunstancias, nos impide aplicar a las cuestiones humanas la ciencia del hombre que probablemente ninguna otra cosa, salvo la propia democracia, hubiera podido producir.

9

IV Tal vez el aspecto más crítico a reconsiderar de nuestra filosofía democrática es nuestra actitud frente a la libertad o a su recíproco : el control de la conducta humana. No somos nosotros los que nos oponemos a todas las formas de control, porque es la "naturaleza humana" quien lo hace. La reacción no es característica de todos los hombres en todas las situaciones de la vida. Es una actitud cuidadosamente manejada, en gran parte por lo que llamamos "literatura" de la democracia. Con respecto a ciertos métodos de control (por ejemplo, la amenaza de la fuerza), ha sido preciso un manejo muy exiguo, ya que las técnicas o sus consecuencias inmediatas son vituperables. La sociedad ha suprimido dichos métodos etiquetándolos de "equivocados", "ilegales" o "pecaminosos". Pero para alentar estas actitudes hacia formas vituperables de control, ha sido necesario disfrazar la naturaleza real de ciertas técnicas indispensables, cuyos ejemplos más comunes son la educación, la plática moral y la persuasión. Los procedimientos reales resultan bastante inofensivos. Consisten en proporcionar informes, en brindar oportunidades para actuar, en señalar relaciones lógicas, en apelar a la razón o a "la comprensión iluminada" y así sucesivamente. En virtud de un alarde maestro de tergiversación, se alimenta la ilusión de que estos procedimientos no suponen el control de la conducta; son puramente, como máximo, formas de "hacer cambiar de opinión a la gente". Pero el análisis no sólo revela la presencia de unos procesos de conducta perfectamente definidos sino que denota un género de control no menos inexorable -aunque en ciertos aspectos más aceptable- que la amenaza de fuerza del matón. Supongamos que alguien por quien sentimos interés actúa de manera absurda : es desconsiderado en el trato con sus amigos, conduce el coche con rapidez excesiva o agarra el palo de golf de forma indebida. Podemos echarle una mano dándole una serie de órdenes : no regañes, no pases de los sesenta, no cojas el palo de esta manera. Sería mucho menos vituperable "apelar a la razón". Podríamos demostrarle que a la gente le molesta el trato que les da, que aumenta el índice de accidentes de tráfico · cuando se aumenta la velocidad, que una manera determinada de agarrar el palo de golf modifica el impulso que se imprime a la pelota y cambia la dirección ,de la misma. Al obrar de este modo recurrimos a procedimientos verbales mediadores que acentúan y apoyan ciertas "contingencias de reforzamiento", es decir, ciertas relaciones entre la conducta y sus consecuencias que consolidan la reac10

i-ón que esperamos provocar. Es posible que las mismas consecuencias ~iesen por resultado la conducta requerida sin que mediase una intervención por nuestra parte y que aquéllas acabasen por controlar la situación independientemente de la ayuda que pudiésemos prestar nosotros. Apelar a la razón presenta ciertas ventajas que no tiene la orden autoritaria. La amenaza de castigo, por muy velada que sea, provoca reacciones emocionales y tendencias a la evasión o a la rebeldía. Tal vez la persona a quien se quiere controlar experimente un cierto resentimiento al obligarla a conducirse de una determinada manera; pero incluso hay que evitar esto. Cuando "apelamos a la razón", la persona se "siente más líbre de obrar como le venga en gana". El hecho es que hemos ejercido menor control que sirviéndonos de la amenaza; puesto que median otras circunstancias que contribuyen al resultado, el efecto puede verse pospuesto o, en un caso determinado, anulado. Pero si hemos provocado algún cambio en su conducta es porque hemos modificado las condiciones ambientales pertinentes, y los procesos que hema:,. puesto en marcha son tan reales y tan inexorables, ya que no tan amplios, como en el caso de la coacción más autoritaria que pueda darse. "Preparar una oportunidad para actuar" constituye un ejemplo más del control disfrazado. La fuerza de la forma negativa fue expuesta ya en ocasión del análisis de la censura. La restricción de la oportunidad es algo que nada tiene de inofensivo. Como decía Ralph Barton Perry en un artículo aparecido en la primavera de 1953, en el Pacific Spectator: "Aquel que determina las alternativas que serán brindadas al hombre controla lo que dicho hombre pueda elegir. Éste se ve privado de libertad en la proporción en que se le niega el acceso a cualquier idea o se le confina a un conjunto de ideas apartadas de unas posibilidades pertinentes". Pero existe aquí también un aspecto positivo. Cuando presentamos una situación pertinente, aumentamos la probabilidad de que se produzca una determinada forma de conducta. Nuestra contribución será definida según el alcance del cambio en la probabilidad de la acción. El profesor de historia controla una conducta del estudiante (o, si así lo prefiere el lector, "le priva -de libertad"), tanto al presentarle unos hechos históricos como al eliminarlos. Hay otras condiciones que, indudablemente, han de afectar al estudiante, pero la contribución a su conducta por 'medio de la presentación de un material es clara y, dentro de su alcance, irresistible. Los métodos educativos, la argumentación moral y la persuasión son aceptables, no porque reconozcan la libertad del individuo ni su derecho a disentir, sino porque no constituyen más que contribuciones parciales al control de su conducta. La libertad que reconocen es la li-

11

1 i

i/

berlad respecto de una forma más coactiva de control. La disensión que toleran es el posible efecto de otros determinantes de la acción. Puesto que estos métodos sancionados suelen ser inefectivos, nos hemos convencido a nosotros mismos de que, en realidad, no suponen control ninguno. Cuando evidencian demasiada fuerza para permitir disfrazarlos, les damos otros nombres y los eliminamos con igual energía que eliminamos el uso de la fuerza. Cuando la educación se hace demasiado persuasiva se rechaza, etiquetándola de propaganda o de "lavado de cerebro", en tanto que la persuasión realmente eficaz se describe como "injusta influencia", "demagogia", "seducción" y otras cosas por el estilo. Si no confiamos únicamente en el azar por lo que respecta a las innovaciones que dan nacimiento a la evolución cultural, debemos aceptar el hecho de que es inevitable un cierto tipo de control de la conducta humana. No podemos utilizar el sentido común en las cuestiones humanas, a no ser que alguien se comprometa _en el planeamiento y elaboración de unas condiciones ambientales que afecten la conducta humana. Los cambios ambientales siempre han sido condición indispensable para la mejora de las pautas culturales y no nos será posible servirnos de métodos científicos más efectivos sin efectuar unos cambios a mayor escala. Todos estamos controlados por el mundo en que vivimos y hay una parte de este mundo que ha sido y será construida por seres humanos. La pregunta es la siguiente: ¿ estaremos controlados por el azar, por la tiranía o por nosotros mismos, si queremos que una pauta cultural sea efectiva? ' El peligro que entraña el mal uso del poder tal vez sea mayor que en otros tiempos. No se ve mitigado disfrazando los hechos. No podemos tomar decisiones acertadas si seguimos pretendiendo que la cond11cta humana no está controlada o si nos negamos a comprometernos a un control cuando podríamos obtener unos resultados positivos. Estas actitudes no hacen sino debilitarnos, dejando la fuerza de la ciencia en manos de otros. El primer paso en una defensa contra la tiranía es una exposición lo más completa posible de las técnicas de control. Se ha dado ya un segundo paso acertado restringiendo el uso de la fuerza física. Lentamente, y hasta ahora imperfectamente, hemos elaborado un modelo ético y de gobierno gracias al cual el hombre fuerte no está autorizado a usar del poder que se deriva de su fuerza para controlar a sus semejantes. Se ve restringido por una fuerza superior creada para este fin: la presión ética del grupo o unas medidas religiosas o de gobierno más explícitas. Tendemos a desconfiar de las fuerzas superiores, al igual que solemos dudar antes de ceder la soberanía a cambio de

12

tablecer una fuerza policial internacional. Pero sólo a través de este es tra-control hemos conseguido lo que llamamos paz: situación se' autoriza . d os a contro1arse .entre s1' vacon ún la cual los h omb res no estan f¡éndose de la fuerza. Dicho en otras palabras : hay que controlar al control. La ciencia ha revelado peligrosos procesos y materiales. Usar de los hechos y técnicas de una ciencia del hombre de forma absoluta sin cometer una falta monstruosa sería empresa difícil y evidentemente peligrosa. No es momento de decepciones, indulgencias emocionales o de adoptar actitudes caducas. El hombre se enfrenta con una difícil prueba. Debe, pues, mantener la cabeza firme o empezar de nuevo ... lo que supone retroceder un largo trecho.

V Quienes rechazan la concepción científica del hombre, para ser lógicos deben igualmente oponerse a los métodos científicos. La postura suele verse apoyada por la predicción de toda una serie de terribles consecuencias que han de sobrevenir si la ciencia no se ve contrarrestada. De este tenor es un reciente libro de Joseph W ood Krutch, The Measure Of Man. Mr. Krutch ve en la ciencia humana en vías de avance la amenaza de una tiranía sin precedentes sobre el pensamiento del hombre. "Si se deja que la ciencia se abra paso -insiste-, tal vez no seamos capaces de volver a pensar". Una cultura controlada carecerá, por ejemplo, de alguna virtud inherente al desorden. Hemos salido del caos gracias a una serie de felices incidentes, pero en una cultura dirigida sería "imposible que lo no planeado volviera a emerger". Sin embargo, no existe virtud eh el carácter accidental de un accidente y la diversidad que surge del desorden acaso no sólo se duplique con la programación, sino que se amplíe enormemente. El método experimental es superior a la simple observación sólo porque multiplica los "accidentes" en una exposición sistemática de posibilidades. La tecnología ofrece muchos ejemplos familiares. Ya no esperamos la inmunidad a la enfermedad a través d~ una serie de contactos accidentales ni aguardamos tampoco mutaciones. naturales en el algodón y en las ovejas para que proquzcan mejores fibras, pero seguimos utilizando estos accidentes siempre que aparecen y nada hacemos por evitarlos. Muchas de lascosas que valoramos han surgido del encuentro de ignorantes ejércitos en los campos de la oscuridad, pero no por ello sería prudente alentar la ignorancia ni el oscurantismo.

13

Lo que se nos dice perderemos no es el desorden en sí sino ciertas admir~bles cualidades humanas que únicamente florecen en presencia del desorden. Un hombre se eleva por encima de una infancia desafortunada hasta alcanzar una situación envidiable, y, como no podemos ofrecer una explicación plausible de la acción de un medio tan complejo, atribuimos el hecho a alguna cualidad admirable que sin duda debe poseer el hombre de marras. Pero este género de "cualidades" son sospechosas, como lo son las explicaciones ficticias contra las cuales nos pone en guardia la historia de la ciencia. Admiramos a Lincoln por haberse sabido encumbrar por encima de un sistema escolar deficiente, pero no necesariamente tuvo que haber algo en él que le permitiera convertirse en un hombre educado a pesar de todo. Su ambiente educativo no obedecía sin duda a plan alguno, pero aun así pudo contribuir a la personalidad de su época de madurez. Era un hombre fuera de lo común, pero las circunstancias que rodearon su infancia fueron también poco comunes. No concedemos a Franklin Delano Roosevelt el mismo crédito por convertirse en un hombre culto gracias a la ayuda de Groton y Harvard, aunque acaso intervinieran los mismos procesos en materia de conducta. La fundación de Groton y Harvard redujo en cierto modo la posibilidad de que unas combinaciones fortuitas de las circunstancias dieran nacimiento a otros Lincolns. Y sin embargo no se podrá condenar a los fundadores por atacar tan admirable cuadidad humana. Otra consecuencia que se ha predicho en relación con una ciencia del hombre es una excesiva uniformidad. Se nos ha dicho que el control efectivo, ya sea gubernamental, religioso, educativo, económico o social, produciría una raza de hombres que únicamente diferirían entre sí en unas diferencias genéticas relativamente refractarias. Seguramente sería un mal proyecto, pero tenemos que admitir que actualmente no perseguimos ninguna otra disyuntiva. En una escuela moderna suele haber, por ejemplo, un programa que especifica lo que debe aprender cada estudiante al finalizar el año. Sería una escandalosa regimentación esperar que todos los estudiantes se sometieran a esta previsión. Puesto que habrá algunos cuyas condiciones serán realmente lamentables, otros que no estudiarán en absoluto, otros más que olvidarán lo que se les ha enseñado, con lo cual habrá quedado asegurada la diversidad. Supongamos, sin embargo, que llegue el día en que dispongamos de técnicas educativas tan eficaces que aseguren que todo estudiante realmente llegue a asimilar cuanto especifica el programa. Al final de curso todos los estudiantes contestarán correctamente las preguntas formuladas en el examen final y "todos se llevarán los premios". ¿Rechazaría-

14

or ello un sistema así alegando que, al hacer excelentes a todos JJlé>Se~udiantes, los ha hecho al mismo tiempo iguales entre sí? Los que l~ogan por la teoría de la cualidad especial podrían aducir que una ~ ortante ventaja del sistema actual es que el buen estudiante aprende imp · t an .d ef'1c1~n · t e que coi_nu~men ' t e pro d uce t am.b.' a pesar de un sistema 1en malos estudiantes. Pero s1 se dispone de tecmcas realmente efectivas, no podemos evitar el problema del planeamiento por el simple hecho de preferir el statu qua. ¿En qué punto debería la educación hacerse deliberadamente ineficaz? Estas predicciones que anuncian la catástrofe que sobrevendría al ser aplicada la ciencia a las cuestiones humanas, suelen hacerse con sorprendente confianza. No sólo demuestran su fe en la regularidad de la conducta humana; presuponen, además, un cuerpo de conocimientos establecido gracias al cual puede afirmarse positivamente que los cambios que proponen los científicos tendrán unos resultados específicos ... aunque no los que ellos prevén. Con todo, las predicciones hechas por los críticos de la ciencia debieran tenerse por igualmente falibles y también sujetas a una prueba de carácter empírico. Podemos tener por seguro que muchos de los pasos dados en el diseño científico de las pautas culturales producirán consecuencias imprevistas. Pero no hay más que una forma de saberlo. Y es preciso hacer la prueba, porque si no podemos avanzar en el planeamiento de las pautas culturales con absoluta seguridad, tampoco podemos permanecer plenamente confiados en la superioridad del statu qua.

VI Dejando aparte sus consecuencias, tal vez objetables, los métodos científicos parecen no tener en cuenta ciertas admirables cualidades y facultades que, al parecer, surgieron en culturas planeadas de forma menos explícita; de aquí que se diga de ellos que son "degradantes" o que "carecen de dignidad". (Mr. Krutch calificó el W alden Dos, del autor, de "innoble utopía".) El reflejo condicionado es el habitual chivo expiatorio. Como los reflejos condicionados permiten ser demostrados en animales, la gente suele referirse a ellos como si se tratara de algo subhumano. Como hemos visto, se da por sentado que en la educación y en la argumentación moral no se encuentran involucrados procesos conductuales o, por lo menos, que dichos procesos son exclusivamente humanos. Pero los hombres evidencian reflejos condicionados (cuando, por ejemplo, se sienten atemorizados por todas las muestras de control de la conducta humana basándose en que algunas provocan miedo), y

15

los animales evidencian procesos similares a la conducta humana involuc~ada en la educación y en la argumentación moral. Cuando Mr. Krutch afirma que: "El condicionamiento se consigue gracias a métodos que se saltan o, por decirlo así, eliminan aquellas facultades razonadoras que la educación considera hay que cultivar y ejercitar", hace una afirmación técnica que requiere una definición de los términos y gran cantidad de pruebas. Si se califica a tales métodos de "innobles" por el solo hecho de no dejar espacio para ciertos admirables atributos es quizás porque debe ser la práctica de la admiración lo que haya que analizar. Cabría afirmar que el niño cuya educación ha sido cuidadosamente planeada se ha visto privado del derecho al heroísmo intelectual. En la forma en que adquiere una educación nada se ha dejado a la admiración. Del mismo modo, hablando de educación moral podemos concebh:la de manera que se amolde hasta tal punto a las exigencias de la culturq.