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Spanish Pages 148 [147] Year 2023
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El congreso se organizó en cuatro secciones según los ejes de las ideologías, los sistemas políticos, las bases sociales y los ordenamientos jurídicos. El resultado es, según lo acostumbrado, orgánico. Las contribuciones que completan los distintos aspectos del plan recién indicado son las de Danilo Castellano (Udine), Luis María De Ruschi (Buenos Aires), Miguel Ayuso (Madrid), Alejandro Ordóñez (Washington), Pedro José Izquierdo (Nueva York), Juan Fernando Segovia (Mendoza) y Manuel Marín (Santafé de Bogotá). El volumen ha sido dirigido, coordinado y editado por el profesor Miguel Ayuso. Los elementos nucleares de la ideología dominante en nuestro mundo no son otros que la autodeterminación voluntarista de la persona (personalismo), la igualdad ilustrada (igualitarismo) y el bienestar animalesco (consumismo). No hay duda de la posibilidad, actualizada con frecuencia, de contradicciones entre los mismos. Pero, en todo caso, tampoco la hay de la combinación palmaria que se constata de un individualismo colectivista desenvuelto en el seno de una sociedad consumista. El resultado no es otro que el nihilismo, al menos virtual.
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PIE: XX mm.
Colección Res publica
POPULISMO Y POPULISMOS Historia, filosofía, política y derecho
1. Danilo Castellano, Política. Claves de lectura (Serie Media) 2. Julio Alvear, Drama del hombre, silencio de Dios y crisis de la historia. La filosofía antimoderna de Rafael Gambra (Serie Maior) 3. Juan Fernando Segovia, Toleran-cia religiosa y razón de Estado. De la Reforma protestante al constitucionalismo liberal (Serie Maior)
POPULISMO Y POPULISMOS
E
ste libro recoge las actas del XIII Congreso Internacional de la Asociación Colombiana de Juristas Católicos, acogido por la Universidad Católica de Colombia (Santafé de Bogotá) en febrero de 2022 y organizado, como siempre, por la Unión Internacional de Juristas Católicos (Roma), el Grupo Sectorial en Ciencias Políticas de la Federación Internacional de Universidades Católicas (París) y el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II (Madrid).
MIGUEL AYUSO (ed.)
LOMO: XX mm.
4. AA.VV., Los dos poderes. A los 150 años de la brecha de la Porta Pia (Serie Maior)
MIGUEL AYUSO
5. Miguel Ayuso, La crisis de la cultura política católica (Serie Media)
(Editor)
6. Eduardo Andrades Rivas, El ocaso del reino. Origen del mito fundacional de la República de Chile (Serie Maior) 7. Miguel Ayuso, El derecho público cristiano en España (1961-2021) (Serie Minor) 8. AA.VV., Barroco e Hispanidad. Perfiles jurídico-políticos (Serie Maior) 9. Juan Fernando Segovia, La política natural. Gobierno de lo temporal y orden sobrenatural (Serie Minor) 10. AA.VV., Gabriel García Moreno, el estadista y el hombre. Reflexiones en el bicentenario de su nacimiento. 2 vols. (Serie Maior) 11. AA.VV., Populismo y populismos. Historia, filosofía, política y derecho (Serie Media)
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13/04/23
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POPULISMO Y POPULISMOS Historia, filosofía, política y derecho
Colección Res publica Director Miguel Ayuso (Universidad Pontificia Comillas de Madrid) Comité editorial Fernán Altuve-Febres (Universidad de Lima), Michel Bastit (Universidad de la Borgoña), Pietro Giuseppe Grasso (Universidad de Pavía), Alejandro Guzmán (Pontificia Universidad Católica de Valparaíso) y Dalmacio Negro (Universidad Complutense de Madrid) Esta colección, que se edita con la colaboración de la Fundación Elías de Tejada, y es objeto de revisión por pares, reúne estudios de filosofía e historia políticojurídica tocantes a cuestiones de actualidad o figuras relevantes de nuestro tiempo y, en particular, a los problemas y autores que la cultura dominante no considera adecuadamente. Ejercita así una crítica libre y responsable que se concreta en propuestas constructivas al servicio del bien común.
Miguel Ayuso (Editor)
POPULISMO Y POPULISMOS Historia, filosofía, política y derecho
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código Penal). Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con Cedro a través de la web www. conlicencia.com o por teléfono en el 917021970/932720407 Este libro ha sido sometido a evaluación por parte de nuestro Consejo Editorial Para mayor información, véase www.dykinson.com/quienes_somos
Colección Res publica Director Miguel Ayuso (Universidad Pontificia Comillas de Madrid)
©
Los autores 2023 Editorial DYKINSON, S.L. Meléndez Valdés, 61 - 28015 Madrid Teléfono (+34) 915442846 - (+34) 915442869 e-mail: [email protected] http://www.dykinson.es http://www.dykinson.com ISBN: 978-84-1170-116-7 Depósito Legal: M-11190-2023 ISBN electrónico: 978-84-1170-178-5 Preimpresión: Besing Servicios Gráficos, S.L. [email protected]
ÍNDICE
PRESENTACIÓN. EL POPULISMO Y SUS CARAS................................... 9 M.A.
DEL POPULISMO......................................................................................... 15 Danilo Castellano 1.
Delimitación de la intervención............................................ 15
2.
El problema de la definición del populismo......................... 18
3.
El populismo como novedad moderna................................. 21
4.
Un apunte sobre cuatro cuestiones del «populismo»........... 22
5.
Las «encarnaciones» del populismo...................................... 25
6.
Populismo y política............................................................... 28
7.
Breve conclusión..................................................................... 30
POPULISMO E IDEOLOGÍA. EL POPULISMO COMO UTOPISMO.................................................................................................... 33 Luis María De Ruschi 1.
Introducción........................................................................... 33
2.
El pueblo y el líder.................................................................. 35
3.
El populismo como una forma de utopismo......................... 38
4.
Algunas conclusiones provisorias........................................... 42
—5—
Índice
POPULISMO Y TRANSFORMACIONES DE LA DEMOCRACIA............. 45 Miguel Ayuso 1.
Incipit....................................................................................... 45
2.
Las «dos democracias»............................................................ 46
3.
Democracia «moderna» y partitocracia................................. 50
4.
Las salidas de la partitocracia................................................. 53
5.
La «democracia declamada» y el desafío populista.............. 56
6.
Pueblo, populismo y democracia........................................... 59
7.
¿Populismo político?............................................................... 63
8.
¿Políticas populistas?............................................................... 66
HACIA UNA DEMOCRACIA TOTALITARIA.............................................. 69 Alejandro Ordóñez Maldonado 1.
Introducción........................................................................... 69
2.
Democracia y populismo........................................................ 70
3.
Crisis y crisis política............................................................... 71
4.
¿Hacia una democracia totalitaria?........................................ 74
EL POPULISMO MODERNO Y SUS MECANISMOS SOCIOLÓGICOS: ¿UNA NUEVA ARQUITECTURA POLÍTICA?..................................................................................................... 77 Pedro José Izquierdo 1.
Introducción........................................................................... 77
2.
El populismo: categoría arquitectónica................................. 80
3.
Pueblo y populismo................................................................ 82
4.
Teología política del populismo............................................ 86
5.
Conclusiones........................................................................... 87
–6–
Índice
POPULISMO Y SOCIEDAD: BASES Y MECANISMOS SOCIOLÓGICOS. LA POLÍTICA DEL REGALO Y LA POLÍTICA DEL APARATO EN ARGENTINA................................................................. 89 Juan Fernando Segovia 1.
Presentación............................................................................ 89
2.
Acerca del populismo............................................................. 90 Un concepto olvidado: la demagogia............................................ 90 Populismo e ideología.................................................................. 90 El contexto histórico del populismo clásico.................................... 91 El neopopulismo......................................................................... 93 Primera oleada........................................................................... 96 La oleada actual........................................................................ 98
3.
La actualidad del populismo en la Argentina....................... 99 Populismo y pobrismo.................................................................. 99 Populismo, «planismo», solidaridad y clientelismo....................... 103 La política del regalo y la política del aparato............................... 105 Populismo y electoralismo............................................................ 106 Un círculo vicioso....................................................................... 107 Un caso testigo............................................................................ 109 Otro testigo................................................................................. 110 Populismo y género y mucho más................................................. 111 El panóptico, más allá del pobrismo............................................. 113 Presentismo populista.................................................................. 116 Cinismo político.......................................................................... 117
4.
Conclusión.............................................................................. 119
EL POPULISMO Y LAS TRANSFORMACIONES DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO: DEL DERECHO COMO LO JUSTO AL DERECHO COMO «VOLUNTAD POPULAR». LOS RASGOS DEL CONSTITUCIONALISMO POPULAR EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO COLOMBIANO................................... 123 Manuel Eduardo Marín Santoyo 1.
Presentación............................................................................ 123
–7–
Índice
2.
El populismo y sus repercusiones en el ordenamiento jurídico.................................................................................... 124
3.
El populismo constitucionalista............................................. 129
4.
Los rasgos populistas de la Constitución Política colombiana.............................................................................. 132 El proceso constituyente de 1991 y su rasgo populista.................... 132 La soberanía popular.................................................................. 134 Los asuntos sometidos exclusivamente a la voluntad popular........ 135 El constitucionalismo de los movimientos sociales en Colombia...... 136
5.
A modo de reflexión final...................................................... 138
ÍNDICE ONOMÁSTICO............................................................................... 139
—8—
PRESENTACIÓN EL POPULISMO Y SUS CARAS En abril de 2016, la LIII Reunión de Amigos de la Ciudad Católica, organizada por la Fundación Speiro y el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, y celebrada en la Universidad Antonio de Nebrija, se dedicó al tema «Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos». Los ponentes, por orden, fueron los profesores Miguel Ayuso (Universidad Pontificia Comillas de Madrid), José Antonio Ullate (Universidad Antonio de Nebrija de Madrid), Dalmacio Negro (Real Academia de Ciencias Morales y Políticas), John Rao (Universidad San Juan de Nueva York), Bernard Dumont (revista Catholica de París), Javier Barraycoa (Universidad Central de Barcelona), Juan Fernando Segovia (Universidad de Mendoza y CONICET), Julio Alvear (Universidad del Desarrollo de Santiago de Chile), José Miguel Gambra (Universidad Complutense de Madrid) y Danilo Castellano (Universidad de Udine). Las actas, cuya edición corrió a cargo del firmante, se publicaron primero en el número de noviembre-diciembre de 2016 de la revista Verbo y posteriormente en un volumen del sello Itinerarios (Madrid, enero de 2017). Explicamos entonces en la presentación del volumen cómo durante el decenio de los sesenta floreció la tesis, bautizada por el ministro y politólogo español Gonzalo Fernández de la Mora en la rúbrica de uno de sus libros más famosos, del «crepúsculo de las ideologías», luego arraigada durante los setenta y aun los ochenta. Presentaba sin lugar a dudas un (aparente) fundamento teórico, expresión de la preocupación racionalista del autor, más allá de —9—
M.A.____________________________________________________ ________________________________________________________ su singular funcionalidad política en favor de la deriva «tecnocrática» del régimen del General Franco. En efecto, las «ideologías» fuertes de la modernidad, concebidas como «religiones civiles», comenzaban por entonces a mostrar síntomas de agotamiento. En un primer momento, bajo la sugestión de la primera ola de las «terceras vías», pareció que la línea de evolución condujera en Europa a la convergencia de los sistemas liberal-democrático y socialista-marxista en lo que algunos llamaron el «socialismo con rostro humano» o socialdemocracia. Al mismo tiempo, sin embargo, se abría también camino (ahora por los lares del Tercer Mundo) otra silueta, la del que Thomas Molnar apodó de «socialismo sin rostro», caracterizado por la monolitización del Estado sobre los elementos basilares del Ejército, un nacionalismo celoso y un socialismo sin teoría precisa e incluso sin ideología. Más adelante, en cambio, vendría a extenderse la que el mismo Molnar describiría como «hegemonía liberal» a partir del predominio de una «sociedad civil» entendida more americano, exportada desde los Estados Unidos primero a Europa y luego a todo el mundo. Del «fin de las ideologías» se habría pasado al «fin de la historia» –en la famosa formulación de Fukuyama– signado por el fin del «socialismo real» y el triunfo de la «democracia liberal». Pero, pese al énfasis terminológico, que no pasó inadvertido para la caja de resonancia de los medios de comunicación de masas, tampoco parece que durara mucho esa situación ante la emergencia del «choque de civilizaciones» descrito por Huntington y contemporáneamente la de los movimientos populistas. No es fácil de desentrañar, desde luego, un cuadro tan abigarrado como el recién trazado. Pero quizá no esté de más apuntar por lo menos algunas claves. Así, en primer término, no son expresiones sinónimas «crepúsculo de las ideologías» y «crepúsculo de la ideología». Esto es, la crisis de las singulares ideologías no implica que lo que Dalmacio Negro ha llamado el «modo de pensamiento» ideológico haya entrado igualmente en crisis. Las ideologías fuertes se han transmutado en versiones débiles, según el universal signo de la postmodernidad cultural y política. Así, el — 10 —
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liberalismo o el socialismo marxista –tras ciertas vacilaciones, idas y venidas–, habrían cedido el paso a fórmulas neo y a ideologías novísimas. El contexto cultural de la crisis de la modernidad, y el político de la crisis del Estado, esconden la clave de interpretación de la paradoja aparente. Se producía, sí, la disolución de la filosofía moderna, esencialmente ideológica, en su versión fuerte, pero ocupaban su lugar subrogados débiles, brotados de su mismo humus cultural. Retrocedían también socialismos y liberalismos, mientras surgían nuevos «ismos» –feminismo, ecologismo, etc.–, modalidades las más de la nueva matriz (ideológica) del «progresismo». La propia tecnocracia, finalmente, no pasaba de ser otra ideología. Es en tal contexto en el que hay que situar las transformaciones políticas de los últimos años. Primero vimos un «nuevo socialismo», triunfante pasajeramente entre nosotros aunque ejerciera también una cierta atracción sobre otros ámbitos geográficos y culturales. Otra cosa es que hubiéramos estado –primeramente– en presencia de un «socialismo», así como –en segundo lugar– que el tal (dicho) socialismo hubiera tenido algo de «nuevo». El punto de partida no podía ser otro que el del consenso socialdemócrata asentado en Europa después de la II Guerra Mundial y que permanece en lo sustancial pese a las muchas variables que se han entrecruzado desde entonces. Si el Estado moderno se asentó sobre la ficción del contrato social, la «historia» del mismo permite entender el paso de las democracias políticas a las actuales democracias sociales: el «deseo innato de bienestar», fundamento del pacto para Locke, al combinarse con la «libertad e igualdad naturales» de los hombres, en que lo basa Rousseau, conducen a un supercapitalismo en la producción y un socialismo distributivo o de consumo en materia de rentas. Puede decirse, pues, que los partidos socialistas hace tiempo que dejaron de ser socialistas. Aunque conserven con frecuencia actitudes y maneras del viejo socialismo (del socialismo tout court), para arrastrar a un electorado que sigue «creyendo» en el socialismo, como una pequeña parte sigue siendo comunista… — 11 —
M.A.____________________________________________________ ________________________________________________________ Hoy los partidos socialistas lo que son en verdad es «progresistas». Y la razón se halla en la filosofía de la historia. En efecto, frente a la consideración de la naturaleza humana como inmutable, característica de la filosofía clásica y cristiana, el pensamiento moderno la tomó por ilimitadamente transformable. La Ilustración todavía confiaba en la capacidad de la razón humana para, imponiéndose sobre el oscurantismo y la superstición, dar lugar al advenimiento ineluctable de una «nueva sociedad»; a partir de Rousseau se afirmará, en cambio, que las leyes e instituciones están en el origen de la corrupción del hombre, por lo que habrá de procederse a la destrucción de esa fuente de modo revolucionario. La tarea desvinculadora se aplicó así primero a la acción temporal de la Iglesia (la Cristiandad), luego al entramado social (la separación del Estado y la sociedad siguió a la separación de la Iglesia y el Estado: ese es el contexto del lema «más sociedad y menos Estado») y finalmente a la propia familia. Y la bandera «revolucionaria», de matriz «utópica», se irá desplazando durante los siglos XIX y XX del liberalismo al socialismo. Éste, en su versión marxista, continuará la tarea donde aquél la dejó, a través de la reorganización por la tecnocracia estatal de la sociedad de masas (en puridad «disociedad») que el liberalismo y la desvinculación crearon. Ahora bien, agotado su objetivo fundacional (al menos en parte pues las autoridades naturales siempre rebrotan), y derrotado como doctrina económica, el socialismo antes marxista, luego gramsciano, quedará reducido a «progresismo», esto es, a una «postura» intelectual nihilista ligada al estatismo del llamado «bienestar» y concretada en nuevos «ismos» tales como el pacifismo, ecologismo, feminismo, etc. Cierto es que el «progresismo» pudiera considerarse cada vez más una constante que acomuna a todas las fuerzas políticas del panorama político contemporáneo. Ello se debe a que el «centrismo», erigido en principio absoluto por las fuerzas consideradas de «derecha» (no puede elegirse o rechazarse ser de derecha: la derecha es la que la izquierda, inventora y administradora del juego, designa como tal), excluye cualquier otro principio o constan— 12 —
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te políticos. Pero no es menos cierto que el «progresismo» enragé pertenece por derecho propio a la «izquierda»… Hoy vemos que un nuevo agente político ha venido a sacudir (no se sabe con qué hondura) el panorama político abocetado en lo anterior. Y es que la emergencia del llamado «populismo», que se usa con frecuencia (sobre todo en el seno de la cultura europea) con un significado despectivo, parece constituir en nuestros días el problema y la tentación principales de la política, rectius, del poder que se dice político sin serlo propiamente. Sin embargo, el populismo moderno, que es un fenómeno articulado y complejo, y ha adquirido muchos rostros, dado vida a múltiples movimientos y animado variados regímenes, siempre ha conservado –sin embargo– su identidad y su alma. A elucidarla, contrastándolo con el «pueblo» (del que toma poco más que el nombre y la excusa) y sus evoluciones, se dedicó el volumen mentado, así como el que, en el surco de aquél, ahora presentamos bajo la rúbrica «Populismo y populismos. Historia, Filosofía, Política y Derecho». Y que recoge las actas de otro congreso, el XIII Congreso Internacional de la Asociación Colombiana de Juristas Católicos, organizado por la Unión Internacional de Juristas Católicos (Roma) y el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II (Madrid), con la colaboración del Grupo Sectorial en Ciencias Políticas de la Federación Internacional de Universidades Católicas (París), celebrado en la Universidad Católica de Colombia (Santafé de Bogotá) en febrero de 2022. Hemos distinguido cuatro dimensiones principales, a cada una de las cuales debían corresponder dos contribuciones. A la primera, «Populismo e ideología: populismo, liberalismo y socialismo», pertenecen las de los profesores Danilo Castellano (Udine) y Luis María De Ruschi (Buenos Aires). La del profesor friulano sirve además de marco teórico del trabajo, mientras que la rioplatense se contrae a ilustrar una conexión relevante de la ideología cual es la utopía, que alcanza particular relieve en el populismo. A — 13 —
M.A.____________________________________________________ ________________________________________________________ continuación, una segunda, referida al régimen político, examina singularmente las transformaciones de la democracia. El texto del director del volumen es el que abre la sección, mientras que el profesor Alejandro Ordóñez, a la sazón Embajador de Colombia ante la OEA, perfila una cuestión concreta, denunciada por la doctrina desde hace decenios, cual es el de la compatibilidad de la democracia con el totalitarismo. Sigue el tercer bloque, rubricado «Populismo y sociedad: bases y mecanismos sociológicos», en el que el profesor Pedro José Izquierdo (Nueva York) se pregunta si éstos suponen el despuntar de una nueva arquitectura política. Mientras que Juan Fernando Segovia (Mendoza), tras bosquejar la evolución histórica del populismo, particularmente en Hispanoamérica, concreta sus reflexiones acerca de la «política del regalo » y la «política del aparato» en la Argentina. Para terminar, en la cuarta sección, titulada «Populismo y derecho: las transformaciones de los ordenamientos», sumamos un texto (el segundo previsto no llegó a ser entregado por su autor) del profesor Manuel Marín (Santafé de Bogotá), referido a las aplicaciones en sede colombiana, pero que en buena medida podrían extenderse a otros lugares. Las páginas que siguen constituyen un aporte original a una cuestión que, aunque cada vez más trillada, sigue ofreciendo ángulos y perfiles a la reflexión. Completan, así, al volumen de hace seis años, al que comenzábamos citando, nuevo fruto del mismo equipo intelectual. M.A. Madrid, 12 de octubre de 2022 Fiesta de la Virgen del Pilar
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DEL POPULISMO Danilo Castellano Universidad de Udine
1. Delimitación de la intervención El populismo puede considerarse desde distintos ángulos. Pueden buscarse, primeramente, sus raíces históricas y pueden describirse a continuación sus realizaciones institucionales y sociales, cuya consideración es también útil para comprender su naturaleza. El populismo no es sólo un fenómeno social y político de nuestro tiempo, si bien es ahora cuando ha encontrado una difusión mayor y más fácil, al ser un método que han adoptado la mayoría de los regímenes políticos. Lo que se debe al hecho de que la demagogia sistemática se ha erigido en instrumento para exaltar y simultáneamente dominar a las masas al tiempo que se impiden sus reclamaciones, pretensiones y deseos. Que ha dado vida a un movimiento cuyas raíces han de buscarse lejos. Hacia fines del siglo XIX nació, en efecto, en Rusia un movimiento político y cultural que aspiraba a la instauración de un socialismo rural opuesto –la oposición, como vamos a ver, es una constante ineludible del populismo– tanto a la burocracia zarista como al proceso de industrialización occidental. Sin embargo, sus teorías habían asomado ya al tiempo de la Revolución francesa, sobre todo con los jacobinos inspirados en — 15 —
Danilo Castellano
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Rousseau. En Francia lo practicaron después, con formas peculiares, que algunos definen populisto-cesaristas, tanto Napoleón como sucesivamente su sobrino Napoleón III. Renació luego en la segunda mitad del siglo XX con Pierre Poujade (1920-2003), que constituyó el movimiento de la Unión para de la Defensa de los Comerciantes y Artesanos (UDCA). Se trató de un movimiento sindical que se extendió por todo el país y que en las elecciones de 1956 obtuvo cincuenta y dos diputados 1. Signo de que el «pueblo» francés encontraba oportunos sus programas e ideas no sólo para la grandeur de Francia sino también para la «justicia social». En los Estados Unidos de América, a fines del siglo XIX, y en concreto en 1891, se fundó el «Partido del Pueblo», al que se adhirieron sobre todo obreros y agricultores. Tiene por programa: a) la libre acuñación de la plata; b) la nacionalización de los medios de comunicación; c) la limitación de la emisión de acciones; d) la introducción de un impuesto «adecuado» de sucesiones; y e) la elección del presidente, del vicepresidente y de los senadores con sufragio directo. El Partido, disuelto en 1908, iba de algún modo contracorriente de la difundida Weltanschauung «política» de los Estados Unidos de América. A propósito, por ejemplo, de las nacionalizaciones, la emisión de acciones o la «adecuación» del impuesto de sucesiones. Pero, desde otros ángulos, se hallaba en perfecta armonía con la visión del mundo estadounidense, por ejemplo en el tema de la libre acuñación de plata o en el de las elecciones. Lo que, en todo caso, debe subrayarse aquí es que también la América del Norte ha sido y es tierra de populismo. A causa, en nuestra opinión, de los cánones de la doctrina politológica de la política. Hispanoamérica, por su parte, como veremos en seguida, es la más expuesta al fenómeno del populismo. 1 Uno de los cincuenta y dos diputados entonces elegido fue Jean-Marie Le Pen, que fundó en los años siguientes el Front National, recogiendo así en parte la herencia de Poujade, quien se había declarado contrario al Tratado de Roma y a la Comunidad Europea, así como a la política del gobierno de Guy Mollet en lo que toca a la crisis de Suez. Poujade era favorable a la Argelia francesa. Y, aunque no reconoció como heredero a Le Pen, de hecho –a nuestro juicio– éste lo fue.
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Del populismo
Debe notarse –y como premisa– que también Europa se encuentra en la actualidad animada por movimientos populistas: piénsese en Podemos, en España, en el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, en Italia (por más que los populismos de estos movimientos presentan diferencias notables) 2, al Frente Nacional (convertido con posterioridad en Rassemblement National, o sea, Reagrupación Nacional), etc. En el pasado Italia vivió la experiencia del Fronte dell’Uomo qualunque (Frente del Hombre Cualquiera), fundado en 1948 y abiertamente populista, sobre todo por la antipolítica que lo caracterizó. No debe olvidarse, sin embargo, que distintos partidos de la I República italiana (1948-1994) no eran inmunes al populismo, a veces enmascarado, otras declarado (empezando por la Democracia cristiana). Y que la II República, nacida en 1994, se caracterizó por su transformismo 3. El trasformismo –es verdad– llevó consigo también algunas novedades: los partidos se convirtieron en contenedores de posiciones distintas (a veces incluso inconciliables), reunidas y representadas por un leader y, favorecidas (o forzadas) por el sistema electoral mayoritario, dieron vida sustancialmente a dos coaliciones. El populismo que caracterizó a ambas llegó también a partidos como Fuerza Italia y Alianza Nacional, así como –desde el lado opuesto– al Partido Democrático. Las páginas que siguen no van a tomar en consideración, como quiera que sea, ni la génesis ni las características peculiares de los populismos individuales. Tampoco se detendrá en la carac Ya lo hemos subrayado, al menos en parte, anteriormente. Véase Danilo Castellano, «Pueblo, populismo y política», en Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos, Madrid, Itinerarios, 2017, pp. 229-240. 3 El transformismo de Depretis representó su precedente histórico decimonónico. Era, en efecto, una técnica del mantenimiento del poder en el ámbito de las instituciones liberales del Reino de Italia. El de la II República ha sido una transformación gattopardesca (es decir, según la conocida sentencia de esa obra, es preciso que cambie todo para que todo permanezca como está) del sistema político (es decir, lo conservó acentuando sin embargo la transformación padecida por las instituciones en sentido politológico), aunque con alguna innovación significativa: el refuerzo de los líderes, el sistema electoral mayoritario, el cambio de la comunicación, etc. 2
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Danilo Castellano
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terística común de todos los populismos que, sobre todo en los periodos de crisis, buscan afanosamente un «salvador». Vamos a buscar, más bien, determinar la esencia del populismo y destacar algunas de sus consecuencias insoslayables. 2. El problema de la definición del populismo A lo largo de los siglos se han afirmado distintas formas de populismo. Del panem et circenses de la antigua Roma hasta nuestros días. Resumió muy bien Juvenal 4 con esa locución un método practicado en su tiempo que resultaba particularmente eficaz para conquistar el favor de la plebe. Hoy el panem ya no consiste en el reparto de trigo, que ha sido sustituido por subsidios y pensiones. Pero desde Roma hasta hoy el populismo siempre ha permitido conquistar el consentimiento de la multitud, en particular –en nuestros días– de las masas. Lo que se ha visto favorecido sin duda por la imposición de éstas, a las que no podía negarse la intervención en las decisiones colectivas, además de resultar útiles instrumentalmente, en el escenario de la historia. Sobre todo tras su participación en empresas censurables como las guerras «populares», por ejemplo las dirigidas en los siglos XIX y XX a la «redención» (más formal y aparente que real) de los pueblos. Piénsese, así, en las llamadas guerras de independencia (la italiana o las hispanoamericanas), en la Primera Guerra Mundial (que se llamó explícitamente de «redención»), a las guerras coloniales del siglo XX (justificadas erróneamente como –según se dijo en Italia– «conquistas de un puesto al sol» y entendidas necesarias para responder al derecho natural a la supervivencia digna de individuos y pueblos). Esto se sostuvo por parte de la cultura católica, en particular algunos jesuitas, con ocasión de la guerra entre Italia y Etiopía de 1935-1936. Pero también, anteriormente, las guerras de independencia de los pueblos de Hispanoamérica se concibieron y condujeron a partir de presupuestos doctrinales modernos, en particular teorías políticas que asumían la sobera
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Sátira X.
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Del populismo
nía popular como criterio legitimador de la autoridad política. Las premisas de estas teorías deben buscarse en los siglos anteriores y, en lo que toca a la cultura católica, en los autores de la Segunda Escolástica que creyeron poder refutar las doctrinas políticas primero luteranas y después laicistas contemporáneas adoptando en último término los presupuestos de éstas. Antes de seguir es oportuno preguntarse qué se entiende con el término «populismo». La definición no es fácil porque ha encontrado aplicación en momentos históricos distintos y contextos sociológicos a veces muy diferentes entre sí. Ha sido adoptado, además, por regímenes de «derecha» e «izquierda» y para finalidades a veces en contraste (por lo menos aparente) entre sí. Hay autores que han sostenido que se trata de un feroz adversario de la idea ilustrada de modernidad 5, mientras nosotros pensamos que se trata de un fenómeno político y social típicamente moderno. Otros que lo entienden como un «significante con demasiados significados» 6, esto es, un término cuyo contenido depende absolutamente de la interpretación que se dé del mismo y, por lo tanto, «abierto» a una multiplicidad de significados. ¿Es el «populismo», por tanto, indefinible? Nos parece que no. Es, en efecto, una ideología (que no es –debemos subrayarlo– filosofía) de la política. Puede ser una ideología implícita, una praxis que traduce en acción una teoría de la que no se ha captado conscientemente la esencia. Sería, por tanto, una teoría aplicada que se basa en una «lectura» de la realidad (casi siempre equivocada). De ahí que se pueda legítimamente ascender hasta la esencia del «populismo» considerando su fenomenología, esto es, por vía inductiva. El «populismo» se ha descrito correctamente 7, así pues, como una ideología que se caracteriza: a) por el rechazo del individualismo y, consiguientemente, por la primacía de los aspectos comunitaristas (que no son, a nuestro juicio, la comunidad política); b) por el desprecio de la política como arte arquitectónica de la ciudad Cfr. Loris Zanatta, Il populismo, Roma, Carocci, 2013, p. 11. Marco Revelli, La politica senza politica, Turín, Einaudi, 2019, p. 7. 7 Cfr. Loris Zanatta, op. cit., pp. 17-18. 5 6
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que tiene por fin el bien común (entendido clásicamente); c) por proponerse como «regeneración» de la sociedad, perseguida para devolver al pueblo, a los pobres sobre todo, el poder de decidir su destino; d) por la (al menos aparente) reactualización (y por lo tanto recuperación) de los valores del pasado (los considerados tales sólo porque los vivieron las generaciones precedentes); e) por la propuesta, a tal efecto, de un proyecto de justicia social entendida por lo general como igualitarismo (que es típico de las ideologías modernas que dependen de la Ilustración); f) por la valorización de la voluntad popular, interpretada como voluntad de la totalidad del cuerpo social (teoría elaborada magistralmente por Rousseau); g) por la transformación radical de la sociedad según un modelo moderno, con frecuencia futurista: la Revolución se convierte, así, simultáneamente en un mito y un instrumento; h) por la invocación del «pueblo soberano», cuya voluntad debe «leerse» siempre en la voluntad del Estado, esto es, en la efectividad de las normas y de los actos de éste: Mussolini, por ejemplo, se consideraba (y era considerado) intérprete de la «Revolución fascista» querida por el «pueblo»; y Perón, por su parte, entendía que la «verdadera democracia es aquella en la que el gobierno hace lo que quiere el pueblo», entendido como «su» pueblo, que representa «todo» el pueblo, el pueblo en sí mismo. Estas ocho características permiten determinar otras tres, premisas coherentes o, si se prefiere, consecuencias y desarrollos de una doctrina/praxis que en la época contemporánea ha encontrado espacios ilimitados para su difusión y numerosísimas ocasiones para su realización. Un sociólogo contemporáneo ha resumido así las tres características condiciones del populismo 8: 1) Apela a la «comunidadpueblo homogénea, interclasista que se percibe como detentadora absoluta de la soberanía popular». Esta comunidad, entendida como sola identidad sociológica, se caracteriza –lo había observa Manuel Anselmi, Populismo. Teorie e problemi, Milán, Mondadori, 2019, p. 112. 8
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do, por ejemplo, la escritora francesa Chantal Delsol 9– por una actitud anti, no por. El «populismo» está esencialmente contra, siempre contra: contra las élites precedentes, contra el poder auténticamente político (esto es, contra la autoridad), contra el sistema (cualquier sistema), contra el centro en favor de las periferias 10. 2) El «populismo» precisa siempre de un líder y cuanto más carismático es el líder más se realiza el «populismo». 3) El «populismo» necesita de una comunicación «maniquea» (y por ello de los modernos medios de comunicación), que conduzca a las bases a cerrar filas en torno del líder y al régimen instaurado y guiado por él. La comunicación debe indicar una alternativa radical y precisa: un «nosotros» y un «ellos», donde el «nosotros» es participación generalmente acrítica por parte del pueblo de los eslóganes del líder y el «ellos» todo lo que resulta extraño y distinto respecto de la identidad popular determinada históricamente o construida artificialmente. Lo que conduce necesariamente a una polarización política (o, rectius, de mero poder) y al choque necesario entre las partes: el «nosotros» se convierte fácilmente en opresión de la mayoría/totalidad sobre la minoría, considerada cuerpo extraño al pueblo, su enemiga. 3. El populismo como novedad moderna La técnica del «populismo» es antigua, su doctrina es moderna. En otras apalabras, también en el pasado se usaron métodos demagógicos para la gestión del poder (político) 11. Pero eran más bien degeneraciones, pues el poder se usaba generalmente para
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Cfr. Chantal Delsol, Populisme. Les demeurés de l’Histoire, París, Artège, 2015,
p. 83. 10 Ha tematizado el asunto, hace algunos años, la revista Catholica de París. Su número 122, de 2014, dedica un amplio análisis del pensamiento del papa Francisco a inicios de su pontificado. El papa Bergoglio comparte, en parte, aunque relevante, la doctrina del populismo tanto en lo que respecta a las «periferias» como en lo que respecta a la «teología del pueblo». 11 Algunos han señalado una diferencia esencial entre demagogia y populismo. La afirmación es cierta: la demagogia no es en sí populismo. Como es también cierto, sin embargo, que el populismo recurre constantemente a la demagogia.
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gobernar la comunidad política según los fines intrínsecos de ésta. En la edad moderna, sin embargo, se han usado más bien como «estrategia política» elaborada a partir de teorías que buscan alcanzar determinadas finalidades para las que se han predispuesto con método científico algoritmos que facilitan la aplicación de los métodos y la obtención de los resultados. Esto es debido a distintas razones, sobre algunas de las cuales volveremos. Pero la primera y principal es la transformación de la filosofía de la política en ciencia política y la consiguiente renuncia a determinar fines objetivos e intrínsecos de la comunidad política, que se han sustituido con finalidades convencionales… justamente científicas 12. No es posible detenerse aquí en esta cuestión. Pero sí consideraré, aunque de modo muy breve, otras cuatro: el concepto de pueblo, la soberanía popular, la liberación y el mito del mundo nuevo. 4. Un apunte sobre cuatro cuestiones del «populismo» Hace cinco años, en 2017, salió el volumen Pueblo y populismo 13, en el que se recoge una interesante ponencia sobre la cuestión del pueblo y su evolución, que evidencia la fractura sufrida por la concepción del «pueblo» en el curso de los siglos, en modo particular los últimos. Ilustra, en primer lugar, el paso de la concepción clásica de «pueblo» a la concepción «popularista» que condujo, de una parte, a identificar el pueblo con el «pueblo de los menores» (anticipando, así, un aspecto de la teoría del populismo) y, de otra, al intento reiterado de conciliar su evolución con la doctrina liberal del pueblo y del Estado. Considera finalmente su evolución hacia el «populismo», que se revela en último térmi12 Véase Danilo Castellano, Introduzione alla filosofia della politica. Breve manuale, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 2020, pp. 15-26. 13 Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo, cit. En el mismo resultan de particular utilidad para el conocimiento panorámico del populismo en Hispanoamérica las páginas de Juan Fernando Segovia (pp. 157-186). De este mismo autor puede verse igualmente «Combatiendo el camaleón populista. Examen de algunos libros recientes que proponen lucha sin cuartel al monstruo populista», Fuego y Raya (Córdoba de Tucumán), n. 20 (2021), pp. 83-118.
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no como una forma de nihilismo: con este paso se ha verificado la transformación del «pueblo» en «masa», por usar el lenguaje de Pío XII 14. El «populismo», identificando el pueblo con los «pobres», acoge y simultáneamente desarrolla la doctrina de Sieyès, quien sostenía que el tercer Estado, o sea la burguesía, era el pueblo. El «populismo», en verdad, va mucho más allá. Abandona la concepción del pueblo como la clase burguesa y considera el «pueblo» lo que la Revolución francesa «descartó». «Pueblo», para el populismo no son, por tanto, ni siquiera los trabajadores y los campesinos, si siquiera «los últimos». «Pueblo», para el populismo son los totalmente desheredados, los que Marx llamó «proletarios» porque sólo «disponían» de la prole, de los hijos. «Pueblo», por tanto, para el populismo, es el conjunto de los olvidados. Alguien ha hablado de los «excluidos» 15. Lo que destaca, pues, es primero el hecho de que la definición del «pueblo» que se halla en el «populismo» se apoya exclusivamente en categorías ideológico-sociológicas. Lo que excluye cualquier aspecto filosófico y jurídico indispensables, en cambio, para su consideración. La suya, más que organicidad, es fusión con el poder político que lo representa en su totalidad y decide por eso, si bien de modo nominalista se reconoce todavía la soberanía política y el «populismo» conserva los ritos puramente formales de la democracia representativa: pero todas las elecciones no son sino plebiscitos. La segunda cuestión del «populismo» es la de la soberanía, la soberanía popular. No se trata de la soberanía teorizada por el absolutismo, magistralmente descrita por Bodin, así como aplicada coherente y cínicamente por el Estado moderno. La soberanía popular representa la otra cara de esta soberanía. Pero está carac14 Miguel Ayuso, «El pueblo y sus evoluciones», en Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo, cit., pp. 13 y ss. La referencia a Pío XII es a su Radiomensaje de Navidad del año 1944. El papa destacó la distinción esencial entre «pueblo» y «masa». Esta última –observó– recibe el impulso desde fuera y está siempre presta a seguir una u otra bandera. De ella, por eso, se puede aprovechar fácilmente el Estado –advirtió Pío XII– para imponer su arbitrio. 15 Cfr. Marco Revelli, op. cit., p. 8.
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terizada intrínsecamente por el mismo «principio» (superiorem non recognosens) y el mismo rechazo (el de la política como realeza). El pueblo, basado en la soberanía, reclama poderes omnipotentes; entiende que el orden sea su criatura (el orden, en efecto, viene a coincidir con el orden público); cree que el derecho se regula por criterios que él dicta (la norma positiva, en efecto, prevalece sobre el derecho y es considerada su fuente); la justicia residiría en el igualitarismo y en la distribución según pretensiones que van avanzando, reduciéndose al «rito de la distribución» 16, que generalmente se da ofreciendo servicios estatales 17 y asignando bienes o, en todo caso, beneficios 18. La soberanía, rectius su ejercicio, se convierte así en instrumento de contratación para la adhesión a la «cultura» de la identidad nacional, cemento moral y espiritual del «pueblo», considerado románticamente. Este modo de entender el «pueblo» lleva coherentemente consigo por lo menos dos cosas muy relevantes. La primera consiste en el rechazo de toda verdadera autoridad. La autoridad se considera que está al servicio de la voluntad popular, de los caprichos y pretensiones del «pueblo», instrumento de realización de la «dictadura» del pueblo, aunque para la legitimación de su ejercicio –lo han subrayado distintos autores 19– es necesario que sea una dictadura pro populo, es decir, instrumento de liberación de las necesidades, de todas las necesidades, del ser humano. El Loris Zanatta, Il populismo gesuita, Bari-Roma, Laterza, 2020, p. 135. Piénsese, por ejemplo, en la instrucción pública, los servicios sanitarios, el transporte gratuito, etc., que los regímenes populistas aseguran al entender que todo ello sea tarea y deber del Estado. 18 A este respecto considérese que el populismo entiende «deber» distribuir ayudas a las empresas (construcción de naves indistriales, provisión de equipamientos, etc.), a las iniciativas editoriales (subvenciones a los diarios, a las editoriales, a las iniciativas culturales, etc.), a los campesinos (construcciones de establos y casas rurales, para el cultivo de los campos, para plantar viñedos y olivos, etc., y aun para los barbechos), etc. 19 Cfr., por ejemplo, las posiciones de Hernán Benítez, decidido partidario de Perón. Léase, para conocer el pensamiento de este autor y, más en general, de la Compañía de Jesús en la Argentina, Norberto Galasso, Yo fui el confesor de Eva Perón. Conversaciones con el Padre Hermán Benítez, Buenos Aires, Homo Sapiens, 1999. 16 17
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populismo, desde este ángulo, se acerca –en el sentido de que (al menos implícitamente) la comparte– a la doctrina marxista. La segunda consecuencia procede de la necesidad de la liberación de todo dominio, de toda sujeción, considerados extraños a la voluntad popular. Lo que comporta primeramente el compromiso con el «rescate», con la independencia de todos los pueblos, con la «redención» nacional que persiguen las guerras de independencia o liberación. Desde este punto de vista el populismo se revela heredero de la concepción liberal de la libertad. Todo esto comporta, finalmente la fe en un «mundo nuevo», radicalmente distinto no solamente del efectivo sino sobre todo del real, del ontológicamente real. El «populismo», desde este ángulo, es utopía pura, sea el intento de Perón, Fidel Castro o Chávez, o sea (aunque serían necesarias muchas distinciones) la historia efectiva del fascismo o marxismo, ambas fracasadas principalmente por su rechazo de la realidad, que la Revolución habría debido sustituir haciendo efectivo un diseño perseguido inútil y dañosamente. 5. Las «encarnaciones» del populismo Al ser el populismo uno de los hijos de la modernidad ha encontrado realización sobre todo en la época contemporánea. En particular durante el siglo XX. Son muchas sus caras y sus formas. Convienen en ellos muchos autores, que señalan cómo «el populismo es […] un fenómeno multiforme» 20 desde todo punto de vista: político, social, económico, ideológico, cultural, etc. Su realización ha estado siempre condicionada por los contextos culturales y sociales, por la historia particular de cada pueblo, por las condiciones económicas de los países en que se ha implantado. Todas las formas políticas que ha asumido demuestran –nos parece– el fundamento de los observaciones que hemos hecho 20 Julio Alvear Téllez, «El populismo en Hispanoamérica: una lectura diferente con especial referencia al caso Chile», en Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo, cit. p. 194.
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anteriormente. Los distintos regímenes de los que ha constituido el alma son la prueba de su dependencia de la modernidad. En efecto, exalta la soberanía, sobre todo la popular; utiliza la nación como elemento principal, legitimador del Estado; «lee» al pueblo como identidad sociológica; considera la totalidad simultáneamente como reveladora y condición de la unidad; entiende que la libertad postula siempre la liberación; atribuye a la Revolución un papel «redentor»; utiliza el mito moderno como palanca de la historia. El fascismo italiano, el nazismo alemán, el peronismo argentino, el chavismo venezolano, el castrismo cubano, aun con peculiaridades propias, presentan una matriz común, que –aunque pueda parecer paradójico– constituye el fundamento de los planteamientos y las decisiones de los partidos y movimientos de la historia contemporánea y de una doctrina política norteamericana. Puede parecer extraña, en efecto, la afirmación de que la misma doctrina politológica estadounidense representa (al menos en parte) una forma de populismo. Nos parece, sin embargo, que está impregnada parcialmente de él, aunque no presente elementos nacionalistas y no ponga al Estado (que en la cultura política estadounidense nunca ha asumido el papel que ejerce en la cultura europeo-occidental) como instrumento del líder carismático. La doctrina politológica excluye incluso toda posibilidad de su afirmación. El objeto del «patriotismo constitucional» de la politología norteamericana, si así podemos expresarlo, es el partido, que de por sí indica una división y no la unidad. El partido, en los Estados Unidos de América, es portador de intereses y no de ideas. Esta realidad parecería inmunizar a la politología de toda forma de populismo. Y en cambio no es así. El autogobierno de los pueblos (que se proclama por lo menos de palabra) y la justicia social (aunque entendida como pura «igualdad de oportunidades» de partida) revelan que la politología tiene un lejano origen soberanista y comparte el mito del igualitarismo del populismo. Y si es cierto que la politología no plantea la Revolución como instrumento de redención, lo es tan sólo porque entiende que la — 26 —
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Revolución se haya completado en los Estados Unidos desde el origen, esto es, con la guerra de independencia (1775-1783) de las colonias británicas contra el Reino Unido. El liberalismo y el republicanismo, profesados abiertamente, constituyen el corazón de la nueva realidad política (los Estados Unidos de América), pero representan también las premisas remotas del populismo, que encuentra en el liberalismo –contra la opinión corriente– las razones de sus reivindicaciones e ideales. No hay tiempo de desarrollar el discurso, para justificar las afirmaciones y para ofrecer un análisis de las relaciones populismo/liberalismo. Entiendo sin embargo –y lo he sostenido en otras ocasiones– que el liberalismo es la premisa del socialismo y del marxismo, que postulan la libertad liberal como una condición fundamental de la igualdad ilustrada que el populismo ha tratado de realizar en los países donde se ha afirmado 21. Esto sirve también para la comprensión de las doctrinas, los partidos y los movimientos que ven –como Benítez– en el socialismo y el marxismo, aun depurados de sus aspectos ateos, la realización del cristianismo. No es casual que el argentino Perón considerara a Cristo como el primer «predicador del justicialismo» 22 y que el cubano Castro lo definiera el «primer revolucionario» 23. Como no lo es que, en julio de 1944, el italiano Alcide De Gasperi viera en él el primer proletario de la historia 24. Tampoco lo es, 21 La igualdad ilustrada lleva a ampliar el horizonte de la liberación. Que debe asegurarse a todos por caminos parcialmente distintos (socialdemocracia, comunismo marxista, etc.). El fin, en cambio, es común: el de la gnosis liberal, que concibe la libertad como «libertad negativa» y, en último término, como liberación total. Remito a Danilo Castellano, Introduzione alla filosofia della politica. Breve manuale, cit., parte II. 22 Cfr. Loris Zanatta, Il populismo gesuita, cit., p. 44. 23 Ibid, p. 58. 24 Alcide De Gasperi, Discorso en el Teatro Brancaccio de Roma de 23 de julio de 1944. La «lectura» de Jesucristo como primer proletario de la historia que hace el político italiano es la aplicación coherente, aunque desarrollada, de su concepción de la Revolución francesa como un acontecimiento cristiano: «fermento evangélico de la justicia y de la verdad» (Alcide De Gasperi, Discorsi politici, vol. I, Roma, Edizioni Cinque Lune, 1956, p. 260).
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finalmente, que la Teología de la Liberación, hipotecada por la teología gnóstica alemana, naciera en el contexto populista hispanoamericano, donde cristianismo y socialismo se confunden y combaten juntos la propiedad privada, considerada pecado social favorecido por la burguesía y el capitalismo. Y si es verdad que el capitalismo (hijo primogénito del calvinismo) y la burguesía (clase predilecta de la Revolución francesa) han utilizado (o han terminado por utilizar) torcidamente la propiedad, no por eso ésta representa una injusticia o un pecado. Es difícil, por tanto, compartir la teoría para la que el cristianismo –como sostuvo, por ejemplo, Perón– revelará toda su verdad cuando la filantropía caracterice las relaciones entre los pueblos y cuando los hombres vivan según los cánones del justicialismo, es decir, según el cristianismo peronista 25. 6. Populismo y política Lo dicho hace surgir algunos problemas intrínsecos al populismo. Son propiamente sus elementos impolíticos. Debe observarse, primeramente, que el populismo expresa –como ha señalado un autor italiano 26– una política sin política. Su característica principal, en efecto, es estar en contra. Es la suya una oposición de principio y sin programa, esto es, sin propuestas: le falta en efecto el por. La denuncia de lo que no va bien, o la denuncia de las insuficiencias, es de todos y generalmente compartida al margen de las posiciones, de los análisis de hechos y de las propuestas de remedios. Pero el problema es cómo remediar los errores y defectos. Para ello es necesario tener un proyecto positivo. De otro modo el poder (llamado impropiamente político) se convierte en mera gestión del mismo poder. En el ámbito político, como en otros muchos de la vida humana, resulta imposible renunciar a las deci25 Sobre esta cuestión pueden verse las luminosas páginas que ha dedicado el profesor Segovia al análisis de las relaciones entre peronismo y cristianismo (pp. 229239) en su trabajo dedicado a la ideología de Perón. Cfr. Juan Fernando Segovia, La formación ideológica del Peronismo, Córdoba, Ediciones del Copista, 2005. 26 Cfr. Marco Revelli, op. cit.
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siones. Éstas son exigidas constantemente por la misma vida, sea social, familiar o individual. Debe notarse, a continuación, que la doctrina del populismo –Perón lo declaró abiertamente– afirma que el poder está llamado a realizar las decisiones del pueblo soberano. La afirmación es absurda, primeramente porque la política renunciaría, así, a gobernar. Y se convertiría, de esta manera, en mero instrumento para la realización de decisiones sufridas y aplicadas sin valoración. Además, la oposición que caracteriza al populismo no es una alternativa a los sistemas (criticados). Es una ilusión, en efecto, la de hacer un programa de la oposición en sí misma. La experiencia lo hace evidente incluso a los ciegos. La política, la verdadera política, exige determinar los fines naturales de la comunidad política, que postula como condicio sine qua non, el conocimiento del bien, del bien humano para empezar. Exige –lo observó Aristóteles con perspicacia 27– una indagación preliminar sobre la naturaleza y el fin del hombre. Esto es indispensable para el bien común, al ser el bien propio de todo hombre en cuanto hombre y, por ello, bien común a todos los hombres. En defecto del conocimiento del bien, la política se convierte en opresión del hombre sobre el hombre. La política sin verdad, en otras palabras, no permite la legitimación de la potestas. Sería un error, en efecto, considerar suficiente para la legitimación del poder político la ficción según la cual stat pro ratione voluntas: la racionalidad y la verdad no son ficciones. Menos aún ficciones con finalidades meramente operativas, de dominio. El populismo, como hemos apuntado, se propone sustituir en último término el orden natural con el democrático (esto es, el querido por el pueblo), llamado a evitar –frente al de la doctrina liberal– la cárcel de los procedimientos y de los ritos tranquiliza Aristóteles, Ética a Nicómaco, l. X. Aristóteles, en efecto, sostiene acertadamente que para gobernar y legislar es necesario conocer la naturaleza y el fin de la Ciudad, que a su vez postula como fundamento el conocimiento del hombre, de su fin y de su orden. 27
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dores; es decir, llamado a evitar el reconocimiento del «orden político domesticado» 28 como orden en sí. El populismo, además, sustituye la realeza de Dios con la soberanía popular. Lo que ha permitido cultivar muchas ilusiones. Y, entre ellas, en primer lugar la de quitarse de encima toda forma de dominio, también el legítimo, y a continuación la de haber conquistado la libertad con la redención considerada fruto de la independencia. La impoliticidad del populismo ha llevado constantemente al totalitarismo, a la opresión y a la injusticia aplicada mientras se invoca la justicia. Pío XII, en el Radiomensaje antes citado, observó que la libertad como pretensión tiránica de dar rienda suelta a los impulsos y apetitos humanos, así como a la igualdad como nivelación mecánica, llevan necesariamente a regímenes políticos inhumanos, que acaban por favorecer a los aprovechados que, mediante la fuerza del dinero (piénsese, por ejemplo, en las multinacionales financieras contemporáneas) y de la organización (piénsese en el viejo Estado moderno, pero también en el contemporáneo, así como en algunas organizaciones «comunitarias» e internacionales) se aseguran poder y privilegios, usando hábilmente el populismo. 7. Breve conclusión De lo que se ha dicho surgen claramente algunos errores del populismo. Errores sustanciales, no de detalle. Que pueden resumirse en las cuatro observaciones siguientes: a) El criterio adoptado por el populismo es funcional en el campo político a la sola obtención de ventajas. Que pueden difundirse a la mayoría de la población –que, como es sabido, no es el pueblo– o a una parte (como ocurre aplicando la teoría politológica de la política). Pero, por ello, no van más allá del interés, que puede ser social o puramente económico. La expresión es de Benjamín Arditi, La política en los bordes del liberalismo: diferencia, populismo, revolución, emancipación, Barcelona, Gedisa, 2009, p. 149. 28
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b) El populismo instrumentaliza las instituciones, consideradas como el medio con el que el líder actúa y del que se sirven las mayorías contingentes. El mismo Estado moderno se convierte en una «estructura vacía», esto es, una institución sin finalidad, privado pues incluso de sus finalidades originarias convencionales modernas. Un iuspublicista italiano contemporáneo subrayó cómo era un ente con fines indeterminados, que puede fijarse cualquier fin pero no debe darse necesariamente ninguno en concreto 29. Lo que lleva consigo relevantes consecuencias y, entre ellas, la «contratación» 30 de la ley, la elusión de las finalidades del Parlamento (sobre todo de las que le atribuye la doctrina liberal), la mutación constante y por lo mismo la incertidumbre del derecho positivo (que, dicho entre paréntesis), representa la heterogénesis de los fines del dogma de la legalidad moderna 31. Las instituciones, en suma, serían meros aparatos para imponer la voluntad contingente de quien detenta el poder de turno. c) El populismo, no teniendo la idea del bien común, más aún, confundiéndolo erróneamente con el bienestar social –nunca alcanzado en su totalidad–, se ve obligado a identificarlo con el «bien querido y perseguido por el “pueblo soberano”»; rectius por las masas manipuladas a su vez por el líder. El poder (que llaman) político revela así su rostro: su esencia brutal y su sustancial irracionalidad. Puede ocurrir practicando la vía de las «abstracciones» (con consecuencias sin embargo muy concretas) o bien la de la «concreción». La primera opción es la del populismo «ideal» impuesto en Europa con la revoluciones del siglo XX (comunismo, fascismo, nazismo) y en Hispanoamérica con los regímenes a los que nos hemos referido más arriba. La segunda opción, en cambio, es la propia del populismo de la doctrina politológica de la política, aplicada desde siempre en los Estados Unidos de Cfr. Santi Romano, Principi di Diritto costituzionale, Milán, Giuffrè, 1945,
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p. 112. Gustavo Zagrebelsky, Il diritto mite, Turín, Einaudi, 1992, passim. Véase Danilo Castellano, Del diritto e della legge, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 2019, pp. 35-43. 30 31
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América, pero teorizada a principios del siglo XX por Arthur F. Bentley 32 y, tras la II Guerra Mundial, exportada a la vieja Europa. No sólo en los países de la «zona de influencia» de los Estados Unidos (como, por ejemplo, Italia y Alemania), sino también en Estados como Francia, que se había erigido en guardián de la concepción del Estado moderno. d) El populismo, pues, ha demostrado sobre el terreno su «impoliticidad», es decir, su falta de la auténtica concepción de la política.
Cfr. Arthur F. Bentley, The Process of Gouvernment, Chicago, University of Chicago Press, 1908. 32
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POPULISMO E IDEOLOGÍA. EL POPULISMO COMO UTOPISMO Luis María De Ruschi Universidad del Salvador (Buenos Aires)
1. Introducción En este papel me voy a limitar a algunas consideraciones acerca del populismo y la Ideología, con especial referencia al utopismo. El fenómeno del populismo no ha perdido actualidad. Al mismo tiempo que se multiplican los estudios de la Ciencia Política sobre esta cuestión, el término populismo es utilizado en el lenguaje corriente y en los medios de comunicación para catalogar corrientes políticas y sociales de diversa orientación ideológica. La variedad de movimientos y líderes que son calificados de «populistas» ya nos permiten ver lo que varios pensadores han sostenido en sede académica: que el populismo es algo muy difícil de definir, tratándose a primera vista, de un concepto inasible. Resulta a las claras la heterogeneidad de cosas que son rotuladas como populista: así en América del Norte el populismo es encarnado por Donald Trump, mientras que en Iberoamérica lo es por Nicolás Maduro o Cristina Fernández de Kirchner, en tanto en Europa son presentados como «populistas» políticos como — 33 —
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Marine Le Pen o Viktor Orban. Un primer análisis referido a las ideas sostenidas por personajes tan variopintos nos puede hacer creer que a fin de cuentas el mentado populismo no es más una etiqueta para calificar a movimientos un tanto «fuera de sistema» sean estos de orientación de derecha o de izquierda, con una cierta connotación demagógica y encabezados por un líder más o menos carismático. Pero esta descripción, verdadera en sus enunciados esenciales, evidentemente no resulta suficiente para comprender lo que efectivamente es el populismo. Recurrir a los aportes de los politólogos para comprender este fenómeno moderno y post-moderno (porque es claro que el populismo es una ideología de la modernidad y de la postmodernidad) puede resultar frustrante. Con ingenio y agudeza, Juan Fernando Segovia, al tratar la cuestión del Populismo en Hispanoamérica en las Jornadas de los Amigos de la Ciudad Católica del año 2016 relativas a «Pueblo y Populismo. Los desafíos políticos contemporáneos» 1, nos ha mostrado la diversidad de interpretaciones y calificaciones acerca de lo que puede entenderse por populismo, para concluir que puede muy legítimamente afirmarse que el populismo no es más que un rótulo para calificar realidades complejas fuera de los esquemas preconcebidos de la politología y sociología política 2. Para algunos autores, como el italiano Loris Zanatta 3, el populismo no sería más que una corriente adversaria de la Ilustración, caracterizada por una concepción orgánica del pueblo como ac1 Las ponencias fueron publicadas en primer término en la revista madrileña Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016) y luego en un volumen editado por Miguel Ayuso bajo el sello Itinerarios de Madrid en el año 2017. 2 Juan Fernando Segovia, «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), p. 879: «El populismo no deja de ser una etiqueta seudo científica que censores y admiradores aplican a discreción según sus amores y sus tirrias, acomodándola a éstos. Pero si nos sacudimos de encima la manía académica y evitamos los nombres vacíos o confusos, podríamos descubrir que siendo el populismo un concepto controvertido y controversial –a pesar de contar más de medio siglo de carrera–, lo mejor es no emplearlo». 3 Loris Zanatta, El populismo, Buenos Aires, Katz Editores, 2014, en especial el capítulo 1.
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tor de la historia, con un componente claramente maniqueo y encarnada en un líder carismático, quien sería el mejor intérprete de los anhelos de ese pueblo frente a sus enemigos. Volvemos, como es claro, a esa primera descripción sociológica que arriba referimos. Pero avancemos sobre estos elementos comunes a todos los intentos de definición de lo que es el populismo para tratar de aprehender la cosa. 2. El pueblo y el líder Como es de Perogrullo, la cuestión relativa al pueblo es central al fenómeno populista. Lo que será interesante discurrir es acerca de qué se entiende por pueblo en la doctrina populista. No se trata ciertamente del pueblo entendido orgánicamente, un cuerpo variado y múltiple que conforma un todo. Podríamos preguntarnos si este «pueblo» es una clase social, como lo fue el Tercer Estado para el abbé Sieyès o el proletariado para la filosofía marxista, o incluso si se asemeja al Volksgemeinschaft del nacionalsocialismo. Todo indicaría que no, pero no deja de ser el «pueblo» para el populismo algo diverso de lo que se entendía como tal en la sociedad tradicional 4. En este sentido, es claro que el populismo es una anomalía respecto tanto de la ideología liberal tanto como la socialista. No se trata de la burguesía presentada como actora de la historia a través de la producción e intercambio de bienes dentro de los esquemas institucionales dados en un determinado momento histórico, ni se trata tampoco del proletariado guiado por su vanguardia, el partido, para la toma del poder y la instauración de la sociedad sin clases. El populismo habitualmente suele emerger, dentro de los sistemas partidocráticos, como una alternativa marginal a los partidos dominantes o como corrientes disidentes de las estructuras establecidas (hay como una fagocitación del aparato partidario), aspecto en el que también se evidencia su ruptura con las formas Cfr. Miguel Ayuso: «El pueblo y sus evoluciones», Verbo (Madrid), n. 549550 (2016) pp. 711-734. 4
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tradicionales de las ideologías dominantes. Los ejemplos históricos huelgan, como en el caso del «pueblo peronista», interclasista, compuesto tanto por los obreros como por la clase media e incluso por la «burguesía nacional». Parte de ese colectivo que se enfrenta a la «oligarquía», su enemigo, la que a su vez no está compuesta solamente de plutócratas, sino también de otros segmentos de las clases medias, profesionales, intelectuales, etc. pero que no forman parte del pueblo: son el «anti pueblo», a veces la «anti patria», otras veces las «élites». Esta última sí es una nota distintiva del «pueblo» de los populistas: siempre está –en consonancia con la filosofía maniquea que informa al populismo– en oposición a una facción contraria a sus intereses, por lo que la política, para el populista, será por tanto una lucha en pro de los intereses de ese pueblo contra su antagonista 5. Lo que acarrea, como es lógico, una profunda división social en aquellos países en donde los movimientos populistas toman el poder. Pero ese pueblo para saber qué es realmente, para tomar conciencia de su carácter de «pueblo», necesita de un líder, quien será el único sujeto capaz de definir quiénes componen ese pueblo (los que hoy forman parte, mañana podrían dejar de serlo). Según Segovia no se trata de cualquier liderazgo, «sino del carismático, el que encanta con su discurso y va embargando lentamente en el alma del pueblo; el que sabe captar o inventar las necesidades populares y representar su drama en el gobierno; el que se dirige en directo a las masas eliminando toda intermediación institucional; el que sabe excitar las emociones de los sectores bajos y se alimenta de ellas» 6. Para lograr tal cometido, el líder recurre a las plataformas de comunicación de la sociedad de masas; slogans, mass media, «liturgias» políticas, etc. No se trata de los viejos recursos de los de La política entendida por el populismo se encuentra en las antípodas de la concepción clásica y católica de la política. 6 Cfr. Juan Fernando Segovia: «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», loc. cit., p. 862. 5
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magogos clásicos (panem et circenses), porque como ya dijimos, si bien el populismo tiene un fuerte componente demagógico, no se agota en él. La demagogia tradicional no tenía al pueblo como actor de la política, sino como sujeto a ser complacido para permitir al demagogo actuar en pro de sus intereses. La plebe debía ser contentada con prebendas y diversiones para, casualmente, sacarle del medio de los intereses comunes de la ciudad. El populismo no desdeña del sistema prebendario (hoy a través de sistemas de planes de asistencia, subsidios, seguros, etc.), el que es presentado como un logro del líder en pro de «su pueblo». Serían por tanto conquistas sociales y no prebendas. Cabe señalar que, si bien no parece ser una condición sine qua non, el populismo suele crecer en un contexto de condiciones inestables, por lo que podríamos decir que las crisis son el caldo de cultivo en donde mejor fermenta el populismo. La actual crisis que vivimos, crisis antropológica, política, económica y social (podríamos agregar eclesiástica) ha puesto en vilo a las instituciones nacidas al calor de la Modernidad. Las ideologías «tradicionales» parecen opacarse, emergiendo con intermitencias el populismo. Carl Schmitt apuntaba que, con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, muchos socialistas científicos, viendo las dificultades para la toma del poder, optaron por volver a la utopía, y de ese modo, rescatar la audacia que se requería para tal fin 7. ¿No será que en esta etapa de la posmodernidad se esté viviendo un fenómeno análogo? ¿No será el populismo una actualización utópica de las ideologías hegemónicas de la modernidad, es decir el liberalismo y el socialismo, desacreditadas en los últimos años?
Cfr. Carl Schmitt, Los fundamentos histórico-espirituales del parlamentarismo en su situación actual, Madrid, Tecnos, 2008, p. 109. 7
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3. El populismo como una forma de utopismo Hacia fines de los años sesenta del siglo pasado, el filósofo húngaro Thomas Molnar (1921-2010) 8 publicó un interesante ensayo titulado Utopia. The Perennial Heresy. Como explicaba en su prefacio, «de tiempo en tiempo se esparce entre los hombres la creencia de que es posible construir una sociedad ideal. En consecuencia, comienza a tocarse a rebato a fin de que todos se congreguen para edificarla: el Reino de Dios sobre la Tierra. A pesar de su aparente atractivo, se trata de una fantasía delirante con la impronta de una lógica demencial» 9. En aquellos años había una suerte de convencimiento de la ineluctable marcha del mundo hacia el socialismo, el que, mediante la ciencia y la técnica, llevaría a la instauración del Paraíso en la Tierra. Este pensamiento, de cuño claramente gnóstico, había permeado incluso dentro de la Iglesia, sea en su versión teilhardiana o en la progresista-marxista. Para Molnar, todo pensador utopista es de algún modo un hereje, en tanto que trata de cambiar el pensamiento cristiano para justificar su empresa de reconstrucción social. Si bien sería arbitrario reconducir de modo absoluto el populismo en el utopismo, encontramos en éste una serie de postulados significativos que nos pueden aportar puntos de mira muy valiosos para analizar un fenómeno tan complejo y polimorfo como es el populismo, del que sospechamos implica resonancias ideológicas más profundas que un mero reclamo inconformista de izquierdas o de derechas 10. 8 Sobre la vida y pensamiento de Molnar, Miguel Ayuso: «In memoriam Thomas Molnar», Verbo (Madrid), n. 487-488 (2010) pp. 551-555. 9 Utilizamos la traducción al castellano, El utopismo. La herejía perenne, Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1970, p. 7. 10 Miguel Ayuso, De la crisis a la excepción (y vuelta). Perfiles jurídico-políticos, Madrid, Marcial Pons, 2021, p. 22, ha apuntado con clarividencia que el rampante «populismo», de difícil aprehensión, pero de inequívoco signo superficialmente inconformista, en sus profundidades abisales quizá sea algo bien diferente a lo que se presenta en superficie.
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La utopía ha sido descrita por Danilo Castellano de la siguiente manera: «Algunos, de hecho, usan utopía como sinónimo de ideal. Frecuentemente agregan que se trata de un ideal no obtenible efectivamente. En otras palabras, se trataría de un modelo que no ha encontrado, no encuentra y no podrá encontrar correspondencia en la realidad. Una forma de veleidad, en fin, que consiente de soñar, y por ello, de evadir el mundo, esbozando un “alternativo”, un “mundo nuevo”, para usar una definición que es al mismo tiempo una categoría de lectura de Voegelin para algunas ideas modernas» 11. Como puede verse, el término puede prestarse a confusión, por lo que las puntualizaciones de Castellano son de una gran utilidad. Molnar, en la parte introductoria de su ensayo citado, señala las características del utopismo, muchas de las cuales convergen en los populismos, ya sea desde sus fundamentos ideológicos como de sus realidades sociológicas. Si bien algunos tópicos no los encontramos claramente enunciados en los teóricos del populismo, se verifican en sus concretas encarnaciones. Se trata por tanto de una aproximación hecha con temor y temblor, sujeta a las pertinentes correcciones. El utopismo se configura como algo más que una realización de los deseos, en nuestro caso, del pueblo. Se presenta habitualmente como una reacción frente a un estado de cosas que se entiende injusto, utilizando este argumento como legitimador de una política que asuma las aspiraciones del pueblo de frente a un enemigo. Su actitud ante la realidad político-social es maniquea, ya que el populismo divide a la comunidad entre justos y pecadores, combatiendo a estos últimos al tiempo que diviniza a los que considera justos. Algunos ejemplos de esta visión los podemos ver en el culto a la personalidad de líder populista como también en la cerrazón 11 Danilo Castellano, Saggi di filosofía della politica, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 2021, pp. 216-217. El capítulo se titula «Utopia: speranza senza speranza».
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ideológica de quienes se embarcan en esta aventura utópica de frente a los múltiples atropellos, tropelías, corrupciones y por qué no ridiculeces tantas veces vistas en sus líderes, consignas y programas. El «pueblo» y su líder suelen presentarse bajo la etiqueta mesiánica del «hombre nuevo», concepto de resonancias paulinas y que también fuera utilizado por la Teología Política progresista 12, porque en el fondo, el utopismo no deja de ser una religión secularizada y la política utopista no deja de consagrar funciones soteriológicas al estado, transformándose en una teopolítica 13. En sintonía con lo ya señalado, los populistas, en especial sus líderes, se sienten poseedores de una «luz nueva» que les permite comprender la realidad de una manera distinta. Pero a esa «luz nueva» no la somete al examen de la razón. En política no es reflexivo, sino un entusiasta. Otra característica propia del utopismo que se manifiesta en el pensamiento y en la praxis populista en su actitud pesimista de frente al individuo, al mismo tiempo que suele exaltar a la colectividad: «En realidad, en este caso, el pesimismo y el optimismo no se contradicen mutuamente ya que cada uno posee su rol delimitado: el utopista puede muy bien permanecer siendo pesimista en lo que respecta a la naturaleza humana individual, mientras conserva su optimismo acerca de la naturaleza social del hombre, tal como se presenta incorporada en la comunidad y de su poder para vencer la contumacia del individuo» 14. Esta actitud de desconfianza frente al hombre concreto, confluyendo con otros factores como ser el desarraigo y la pérdida de sentido de la realidad, lleva al populista a la adhesión al líder que promete un paraíso en la tierra. Esta visión de Estado como instrumento de afirmación de sus postulados ideológicos revela la matriz moderna del pensa12 Sobre la Teología Política progresista puede verse la excelente presentación de Álvaro d’Ors, «Teología Política», Revista de Estudios Políticos (Madrid), vol. 205 (1976), pp. 54-65. 13 Cfr. Dalmacio Negro Pavón, «Pueblo, Soberanía, Partidos», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 772-773. 14 Thomas Molnar, El utopismo. La herejía perenne, cit., p. 15.
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miento populista, aun cuando se presente en algunos aspectos de modo anómalo 15. El utopista tiene fe en la libertad humana sin restricciones, es decir en la libertad negativa, fundada en la autodeterminación de la persona. Por esta adhesión, trata de ordenar la libertad de manera tan sustancial que la convierten en esclavitud: «La adhesión a ideologías desencarnadas, que pretenden alcanzar un paraíso aquí en este mundo, abre las puertas a toda clase de utopías y da paso a los demagogos que prometen el logro de bienes sin mezcla de mal alguno, de ventajas sin inconvenientes, de confort y seguridad sin responsabilidad, de bienestar sin propias iniciativas, esfuerzos sin riesgos. Así queda la masa en manos del Estado providencia y de sus tecnócratas» 16. En consonancia con esta visión de la política, el utopismo no se conforma con un mero reformismo de frente a la situación denunciada como inicua, sino que busca cambiar el fundamento del estado de cosas: «Estos utopistas no muestran ningún deseo por efectuar simples reformas, pues su crítica va mucho más allá de un mero planteo de la necesidad de ciertos cambios: en efecto, son los basamentos mismos del estado de la humanidad lo que estos pensadores quisieran desarraigar para en su lugar colocar otros nuevos» 17. Las instituciones son, en última instancia, moldes congelados de intereses espurios que conspiran contra los intereses del pueblo. En este sentido cabe recalcar lo ya señalado: las diversas miradas sobre el populismo son contestes en señalar la lucha de los populismos de todas las tendencias contra instituciones que, real o presuntamente, conspiran contra los intereses del pueblo. El proyecto populista tiene en mira, conforme a los postulados ya indicados, la construcción de una sociedad igualitaria.
15 Cfr. Danilo Castellano, «Pueblo, Populismo y política», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), p. 933. 16 Cfr. Miguel Ayuso, De la crisis a la excepción (y vuelta). Perfiles jurídico-políticos, cit., p. 25. 17 Thomas Molnar, El utopismo. La herejía perenne, cit., p. 16.
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4. Algunas conclusiones provisorias La tópica populista no es novedosa. Las descripciones del populismo que nos ofrece la politología y la sociología destacan ciertas constantes, como ser el pueblo actor de la historia, la importancia del líder, la visión maniquea de la realidad y la implementación de políticas demagógicas. Pero estas características no son exclusivas del populismo y las podemos encontrar en otras ideologías y movimientos políticos del pasado. La ciencia política, en estos últimos decenios, se ha abocado al estudio del fenómeno sin lograr asir lo constitutivo y distintivo del populismo 18. Parece claro que se trata de una manifestación de la modernidad política, de donde toma todos sus presupuestos, pero que se adapta a las particularidades de la postmodernidad, en la cual las ideologías parecen perder atractivo en sus formulaciones de antaño. Juan Fernando Segovia ha dicho con agudeza que: «El populismo tiene que ser presentado como el hijo deforme de una democracia utópica. Lo único que ha variado con el paso del tiempo es que esa deformidad ayer se la vio como defecto y hoy se la presenta como cualidad o mérito, hasta convertirse en el criterio reductivo de toda política» 19. Esta reconversión del populismo en el utopismo que hemos realizado en esta exposición, puede aparecer, con razón, como reduccionista y arbitraria. El análisis de Molnar, que ha inspirado estas reflexiones, analizaba al utopismo desde una perspectiva más amplia, no sólo política sino también filosófica y religiosa 20. Desde 18 Cfr. Danilo Castellano: «Pueblo, populismo y política», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 931-933. 19 Juan Fernando Segovia: «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», loc. cit., p. 878. 20 Decía al respecto Thomas Molnar, El utopismo. La herejía perenne, cit., p. 240: «El utopismo es un sistema de pensamiento, una filosofía con bien establecidos conceptos acerca de Dios, del hombre, de la naturaleza y de la comunidad. La historia del pensamiento utopista presente en las herejías religiosas, en varias doctrinas gnósticas, en el marxismo, en el evolucionismo idealista, y en otras corrientes por el estilo, prueba que es un tipo de pensamiento perenne entroncado en toda me-
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esta concepción integral del pensamiento utópico, analizamos algunas de las constantes del utopismo que reseñaba el autor y que nos llamaron la atención por su notoria convergencia con las características del populismo, ya sean éstas aprehendidas por la simple contemplación de la realidad de la política de un hombre de a pie, ya sean las señaladas por los cultores de la ciencia política. Esta clave de interpretación nos ha permitido apuntar lo que se presenta como las anomalías del populismo respecto de las ideologías, anomalías que podrían considerarse quizás, como un élan vigorizante de la modernidad política en estos tiempos críticos.
ditación acerca de estos temas y tan imposible de extirpar como la filosofía realista misma».
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POPULISMO Y TRANSFORMACIONES DE LA DEMOCRACIA Miguel Ayuso Universidad Pontificia Comillas (Madrid)
1. Incipit El asunto del populismo tiene muchas caras, todas conectadas, por lo que –para ser rigurosos– el examen de una no puede prescindir de las otras. De manera que, aunque estas páginas se vayan a centrar especialmente en los aspectos políticos, no pueden dejar de tener presentes los ideológicos, sociológicos o jurídicos que le son conexos, y de los que tratan otras de las contribuciones de esta obra, concebida orgánicamente. Desde el ángulo político, el gran tema es el de la relación entre populismo y democracia. Que no parece unívoca. Pues, de un lado, el populismo se contempla con frecuencia por sus adversarios como una amenaza para la democracia, mientras que –de otro– sus partidarios se reclaman como los verdaderos demócratas. Es cierto que tal ambigüedad del populismo, así contemplada, refleja la de la propia democracia 1. No sólo en la historia, sino también contemporáneamente. Recuérdese, en lo que toca a la Miguel Ayuso, «Dos democracias y dos derechos públicos», en Miguel Ayuso (ed.), De la democracia «avanzada» a la democracia «declamada», Madrid, Marcial 1
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primera, la distinción entre dos democracias, una clásica y otra moderna, la primera forma de gobierno y la segunda (pretendido) fundamento del gobierno 2. Así, como, en cuanto a lo segundo, no sólo la compleja evolución de la democracia liberal, sino la pretensión de acogerse a su manto sanador de toda suerte de totalitarismos (los regímenes comunistas se definieron a sí mismos «democracia popular) y autoritarismos («democracia orgánica» fue el nombre que eligió al efecto el régimen del general Franco). Dejando de lado este último aspecto, conviene concentrarse en los dos primeros. 2. Las «dos democracias» La democracia clásica no es sino un modo de designación de los gobernantes y se ha dado, con mayor o menor intensidad, según tiempos y lugares, en casi todas las épocas de la historia. La democracia moderna, por su parte, aunque parece funcionar como la clásica y se asemeja exteriormente a la misma 3, en realidad es otra cosa: Primero porque se reputa la única forma justa de gobierno, de manera que las demás quedan rebajadas a la condición de formas inmorales 4. Lo que resulta paladinamente ajeno a la concepPons, 2018, pp. 17 y ss. Texto del que me sirvo abundantemente en las primeras páginas que siguen. 2 Véase Jean Madiran, On ne se moque pas de Dieu, París, Nouvelles Éditions Latines, 1957, pp. 61 y ss. Veinte años después, si bien confirmará la mayoría de sus observaciones, no dejará de revisar algunas de ellas en Les deux démocraties, París, Nouvelles Éditions Latines, 1977. En las líneas siguientes glosamos y anotamos sus razonamientos. 3 Madiran afirma demasiado resueltamente a nuestro juicio que la democracia moderna funciona como la clásica. ¿No será más bien, como hemos escrito, que parece funcionar como la clásica? Como vamos a ver la divergencia entre ambas no sólo es teorética sino también sociológica y funcional. 4 El magisterio social católico no ha dejado de protestar por el abuso. Cfr. San Pío X, Notre charge apostolique (1910), § 23: «¡De esta manera, la democracia es la única que inaugurará el reino de la perfecta justicia! ¿No es esto una injuria hecha a las restantes formas de gobierno, que quedan rebajadas de esta suerte al rango de gobiernos impotentes y peores?».
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ción clásica, para la que la democracia no es sino un simple régimen entre otros, que se puede preferir o rechazar por razones técnicas, de oportunidad o de conveniencia política 5. Que puede combinarse, además, con otros elementos como el aristocrático o monárquico en una suerte de forma mixta 6. Se entiende, en segundo lugar, que la designación de los gobernantes por los gobernados es el único fundamento de la legitimidad. Punto que es precisamente el que da razón del precedente. Y que ya se encuentra en la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, de la Revolución francesa, acta de nacimiento de la democracia moderna, cuando afirma que el «principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación» (artículo 3) y que la «ley es expresión de la voluntad general» (artículo 6). De donde surge que no se puede ejercer legítimamente autoridad alguna si no dimana expresamente de la nación, así como que toda soberanía y toda ley que carezcan de tal fundamento e invoquen otro son necesariamente tiránicas. Lo que choca, de nuevo, con la concepción clásica (pues funde y confunde designación de los gobernantes con la legitimidad 7) y además con el magisterio pontificio 8. Final y consiguientemente, en tercer término, el poder democrático se hace ilimitado y se convierte en derecho (en derecho San Agustín, De libero arbitrio, I, 6; Santo Tomás de Aquino, Suma theologiae, I-II, 97, 1. 6 Cfr. Marcel Demongeot, Le meilleur régime politique selon Saint Thomas, París, André Blot, 1928. 7 Danilo Castellano, La verità della política, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 2002, cap. 1, o también La naturaleza de la política, Barcelona, Scire, 2006, cap. 1. 8 San Pío X, Notre charge apostolique (1910), § 31: «Nos no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo. Hemos recordado ya que la Iglesia ha dejado siempre a las naciones la preocupación de darse el gobierno que juzguen ventajoso para sus intereses. Lo que Nos queremos afirmar una vez más, siguiendo a nuestro predecesor, es que hay un error y un peligro en enfeudar, por principio, el catolicismo a una forma de gobierno –error y peligro que son tanto más grandes cuando se identifica la religión con un género de democracia cuyas doctrinas son erróneas». 5
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democrático y, por lo mismo, el único derecho). Es lógico: cuando la legitimidad del poder reside entera y solamente en la designación de quien está llamado a ejercerla, viene a carecer de límites en derecho y tan sólo, de hecho, es contenido por los hábitos, las tradiciones, las realidades, las ideas contrarias, que son extrañas al derecho democrático moderno y que éste tiende a suprimir por una continua democratización de la sociedad. La sociedad es por naturaleza familiar y jerárquica. En la democracia moderna, el derecho (nuevo) entra en conflicto con la naturaleza, la democratización ilimitada es el progreso indefinido del derecho a través de una evolución que degrada, desacredita y finalmente destruye las sociedades naturales. Porque hay en la sociedad autoridades que son naturales, fundadas sobre el profundo orden de las cosas y que, por lo mismo, tienden a renacer sin cesar. La democracia, sin embargo, y por designio fundacional, se aplica a sustituirlas sin descanso 9. Que la legitimidad y la ley provengan de la designación y el consentimiento constituye una gran novedad, que ha originado una nueva moral y un nuevo derecho (rectius: pseudo moral y pseudo derecho). De manera que si no ha inventado la democracia la ha revestido de otro contenido. La ley dejará de ser expresión de un orden superior al hombre que el legislador debe leer, para convertirse en la expresión de la voluntad general, es decir, de la voluntad de los hombres. Y cuando los hombres deciden Jean Madiran, «Le redressement politique de l’Occident», Itinéraires (París), n. 267 (1982), pp. 13-14. La expresión «derecho nuevo» fue utilizada por el magisterio pontificio para designar los principios del derecho público del liberalismo, opuesto al derecho público cristiano. Véase, por ejemplo, León XIII, Inmortale Dei (1885), § 10. Pero también la literatura jurídica tomó esa oposición terminológica, por ejemplo, ya desde el título, Enrique Gil y Robles, Tratado de derecho político según los principios de la filosofía y el derecho cristianos, Salamanca, Salmanticense, 18991902. Últimamente he hecho fortuna la expresión «nuevo derecho», para describir una radicalización del derecho nuevo. Véase su refutación en Alejandro Ordóñez, El nuevo derecho, el nuevo orden mundial y la revolución cultural, Santafé de Bogotá, Doctrina y Ley, 2007. Es claro, como quiera que sea, que sólo a través de su desnaturalización pueden el derecho y la ley adquirir los significados vistos. Cfr. Miguel Ayuso, De la ley a la ley. Cinco lecciones sobre legalidad y legitimidad, Madrid, Marcial Pons, 2001. 9
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darse la ley declinan en plural el pecado original. La democracia moderna, de resultas, es la democracia clásica en pecado mortal 10. De lo dicho se desprende que la democracia clásica es (cuando lo es) natural, mientras que la moderna es (teoréticamente) totalitaria 11. Porque la democracia natural es política, buena o mala políticamente, y respetuosa del derecho; mientras que la moderna es religiosa y se arroga el poder de crear el derecho 12. Es la distancia que media entre la democracia como forma de gobierno y la democracia como fundamento del gobierno 13, insalvable por más que no lo adviertan quienes subrayan la continuidad entre la democracia antigua (clásica) y la moderna, que no comprenden cómo entre ambas sólo permanece el lenguaje como vínculo fantasmal 14. En el debate político y filosófico contemporáneo, parece ocioso decirle, la democracia evoca más la segunda que la primera de las cuestiones.
Jean Madiran, Les deux démocraties, cit., pp. 17-18. Sobre el «totalitarismo democrático» véase Miguel Ayuso, La cabeza de la Gorgona. De la hybris del poder al totalitarismo moderno, Buenos Aires, Nueva Hispanidad, 2001, cap. III, que revisa algunos textos anteriores del autor de principios de los años ochenta del siglo pasado. 12 Ese carácter «religioso» de la democracia lo denunció Charles Maurras, La démocratie religieuse, París, Nouvelle Librairie Nationale, 1921. Pero no ha dejado de reconocerlo a su manera uno de los teóricos del constitucionalismo democrático: «La démocratie est aujourd’hui une philosophie, une manière de vivre, une religion et, presque accessoirement, une forme de gouvernement» (Georges Burdeau, La démocratie. Essai synthétique, Bruselas, Office de Publicité, 1956, p. 5). Entre nosotros ha podido decirse: «La democracia liberal está consumando la ruina de nuestra civilización y, por contagio, de toda otra civilización» (Rafael Gambra, El Exilio y el Reino. La comunidad de los hombres y sus enemigos, Barcelona, Scire, 2010, p. 65). 13 Danilo Castellano, Constituzione e constituzionalismo, Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 2013, cap. III; Miguel Ayuso, Constitución. El problema y los problemas, Madrid, Marcial Pons, 2016. 14 Puede verse, como ejemplo de tal tendencia, el libro del ilustre helenista español Francisco Rodríguez Adrados, Historia de la democracia, Madrid, Alianza, 1997. Para una observación crítica, Juan Antonio Widow, «La revolución en el lenguaje político», Verbo (Madrid), n. 177 (1979), p. 774. 10 11
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3. Democracia «moderna» y partitocracia En segundo lugar, la democracia moderna ha sufrido un buen número de metamorfosis. En los primeros estadios, el despotismo ilustrado (ideológicamente liberal) se desliza hacia el liberalismo político, que al principio se sostiene en una nueva oligarquía, y agotada ésta concluye propiamente en la democracia. Si en la fase denominada «liberal» el protagonismo lo tuvieron los gentlemen, las grandes personalidades políticas, en un horizonte marcado por el sufragio censitario y la creación de una clase burguesa al servicio de la revolución liberal, la sucesiva etapa democrática –con la introducción del sufragio universal– vino caracterizada sin demasiada tardanza por la emergencia de los partidos políticos, nuevas feudalidades que indujeron una creciente oligarquización en el período más cercano de nuestros días, caracterizado propiamente como «partitocrático». A la larga se abriría la posterior crisis de los partidos, de las instituciones representativas (los parlamentos) y, en definitiva, de la propia democracia, sustituida primero por la tecnocracia y finalmente por la democracia calificada de «deliberativa». Vamos por partes. Primero la llegada de la democracia, con el sufragio universal y una presencia creciente del Estado en la vida social. Es verdad que el sufragio universal, aunque se fue abriendo paso para los varones desde la revolución francesa de 1848 o la española de 1868, sólo en el siglo XX se extenderá generalmente. Como quiera que sea la ampliación de la base del sufragio introducirá otros fenómenos como el caciquismo o el fraude electoral 15. Presentes en mayor o menor medida, según los lugares, hasta nuestros días. Donde la mutación principal vendría en ocasiones signada por el influjo de los medios de comunicación. La democracia producirá también una novedad en la acción y funcionamiento de los partidos, que incluso antes La referencia, inevitable, es a Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo, Madrid, Hijos de M.G. Hernández, 1902. Véase Juan Vallet de Goytisolo, Voluntarismo y formalismo en el derecho: Joaquín Costa, antípoda de Kelsen, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1986. 15
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de constituir corporaciones de derecho público –para lo que habrá que esperar al fin de la segunda guerra mundial– adquirirán un papel preponderante en la vida política hasta afirmar una partitocracia que otros han preferido llamar Estado de partidos 16. Si democracia resulta así –se ha escrito– una oligarquía arbitrada periódicamente por un censo electoral de entidad variable, el pronóstico empeora en la partitocracia, que es aquella de su especie en la que los aparatos de los partidos monopolizan la elaboración de las candidaturas y, por tanto, dictan la reducida lista de personas que pueden ser votadas. De donde derivan «graves contradicciones»: oligarquización interna, crisis de independencia, depauperación de la clase política, eclipse del decoro político, expoliación del electorado, degradación ética de la sociedad, reduccionismo ético, instrumentalización del parlamentario, la paradoja del transfuguismo, devaluación (intelectual, política, fiscal y legislativa) de las cámaras, irresponsabilidad del Gobierno, politización de la Administración y fusión de poderes 17. Es cierto que un diagnóstico como el anterior no es igualmente pertinente en todos los casos, pues la forma de gobierno, la de Estado e incluso el sistema electoral, en su combinación, debieran llevar a modular el juicio. Si lo ceñimos al parlamentarismo, que es la pieza vertebral de la democracia, consiste teóricamente en que la nación elige a los mejores para que, en representación suya, discutan públicamente, se iluminen con sus respectivas razones, se convenzan y elaboren por mayoría unas leyes de alcance general sin más limitación que el respeto a los derechos del hombre, que se entienden anteriores y superiores a cualquier otra norma 18. Schmitt demostró –se ha escrito agudamente– que nin16 Véase Gonzalo Fernández de la Mora, La partitocracia, Madrid, IEP, 1976; Manuel García Pelayo, El Estado de partidos, Madrid, Alianza Editorial, 1986. 17 Gonzalo Fernández de la Mora, «Contradicciones de la partitocracia», Razón Española (Madrid), n. 49 (1991), pp. 153-204. 18 Cfr. Gonzalo Fernández de la Mora, «La crisis del parlamentarismo», Revista de Derecho Público (Santiago de Chile), n. 27 (1980), pp. 53-81, donde desarrolla críticamente todos los elementos apretadamente resumidos en el párrafo anterior.
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guna de esas condiciones teóricas se cumple en las democracias modernas. En primer lugar, no es la nación la que elige, puesto que al estar dividida en clases, banderías ideológicas y (a veces) minorías étnicas o religiosas no integradas, son esas fracciones de la nación quienes eligen. Los elegidos no son además los que el pueblo considera los mejores, sino los que los partidos –porque suelen ser los más manejables por la oligarquía partitocrática– han puesto en cabeza de las listas. Consecuentemente, no se vota a una persona, sino a un partido, y los diputados no representan a la nación, sino al partido. A continuación, los parlamentarios no dialogan para convencerse porque la disciplina de grupo les obliga a votar como les haya ordenado su portavoz, incluso antes de que empiece el debate. De manera que los discursos son puras formalidades por las que nadie se puede dejar convencer y lo que se dice en la Cámara no es decisivo, pues los acuerdos fundamentales suelen adoptarse en los pasillos y, a veces, en la clandestinidad. Las leyes no siempre se elaboran por simple mayoría, pues los partidos que redactan la Constitución incluyen en ella materias de ley ordinaria y aun puntos de su programa que, al estar integrados en la Constitución, sólo pueden ser modificados por mayorías especiales, incluso de dos tercios, con lo cual se incapacita a las futuras mayorías simples. Este tipo de maniobras demuestra que el Parlamento constituyente no se fía de los que le van a suceder y les pone dificultades suplementarias. Y las Cámaras consideran que es ley todo lo que ellas acuerdan, aunque no sea una norma de carácter general, sino incluso un privilegio, con lo cual dan rango jurídico superior a materias que son inferiores. En suma, la Constitución no es la ley de las leyes, sino el instrumento de ciertos partidos, y el Parlamento no integra las contradicciones individuales en la unidad del Estado, sino que potencia un pluralismo de grandes bloques clasistas, ideológicos o étnicos que fragmentan al Estado 19. Esta descarnada –concluye el autor al que seguimos– descripción de Schmitt no sólo no ha sido desmentida Gonzalo Fernández de la Mora, «Schmitt y la democracia», Razón Española (Madrid), n. 4 (1984), pp. 452-469, a quien seguimos en todo el párrafo. 19
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por los hechos posteriores, sino que ha sido subrayada y agravada por la evolución de la partitocracia. 4. Las salidas de la partitocracia Las vergüenzas de la partitocracia, imposibles de ocultar, han llevado a buscar su sustitución. En ocasiones por la tecnocracia, mientras que en otras por lo que se ha dado en llamar «democracia deliberativa». Respecto de la primera, uno de los más lúcidos y madrugadores estudiosos del fenómeno de la tecnocracia entre nosotros ya observaba cómo, aunque los regímenes autoritarios ofrecen un amplio campo donde la acción tecnocrática puede desarrollarse con mayor eficacia, sin embargo, las democracias de partidos políticos, no escapan mejor a este fenómeno. Pues la demagogia desarrollada con fines electorales incita al Estado democrático a sustituir cada vez más a sus ciudadanos en sus responsabilidades, prometiéndoles así un bienestar difundido a cambio de la masificación y con la contrapartida de empujar al Estado democrático a confiar las palancas de la Administración Pública a la tecnocracia. Cuadro en el que no puede prescindirse de los medios de comunicación de masas, que –manipulados– permiten aprobar y realizar con el refrendo de votos mayoritarios los planes tecnocráticos 20. No olvidemos que la igualdad, ideal democrático, facilita la homogeneización que conduce a la sociedad de masas y al totalitarismo democrático que Tocqueville vislumbró entre los primeros 21. En la antítesis de las dictaduras tecnocráticas no se halla, pues, ni nada puede remediar, una democracia de masas. Que en nuestros días haya habido una reaparición de la tecnocracia se debe en 20 Juan Vallet de Goytisolo, Más sobre temas de hoy, Madrid, Speiro, 1979, p. 349. Su estudio canónico es Ideología, praxis y mito de la tecnocracia, Madrid, Escelicer, 1971. Es significativo que el autor al que acabamos de seguir, en cambio, fuera uno de los teóricos de la tecnocracia. Véase en particular Gonzalo Fernández de la Mora, Del Estado ideal al Estado de razón, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1972. 21 Ya hemos citado antes mi La cabeza de la Gorgona, cap. III.
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gran medida al descrédito de los regímenes de partidos, así como a las exigencias, aun encubiertas en la que se ha dado en llamar gobernanza 22, del buen gobierno. No parece, sin embargo, que el gobierno de los técnicos se haya abierto paso verdaderamente, sino que más bien la oligarquía partitocrática ha llamado en su auxilio (parcial) a otras oligarquías de apariencia técnica. El ámbito de las organizaciones supranacionales, en particular la Unión Europea, lo evidencia de modo privilegiado 23. Pero podrían colacionarse algunos ejemplos en el terreno estatal a partir de la crisis primero financiera y luego total que nos ha sido dado conocer los últimos años 24. Es como si la autoridad se hubiera tomado una particular venganza de la democracia… Por ahí va a aparecer la democracia apodada «deliberativa», que a la larga va a fragmentar y desleír la (pseudo)autoridad, reforzando por tanto el proceso de descomposición de la representación. Se trata ejemplarmente de la teoría de la acción comunicativa de Habermas, que tantos puntos oscuros tiene en sus presupuestos doctrinales y en su desembocadura práctica 25. Aquí nos interesan sobre todo los aspectos que tocan al Estado constitucional y su reflejo en la teoría democrática. Lo que Habermas valora del primero es su capacidad para generar consenso mediante procedimientos. Pondera, pues, el utilitarismo político con un argumento filosófico pragmático. Asume, además, que todo consenso es naturalmente precario y contingente, que no puede nunca ser definitivo –lo que chocaría con el (supuesto) derecho Cfr. Miguel Ayuso, El Estado en su laberinto, Barcelona, Scire, 2011, pp. 101 y ss. Miguel Ayuso, ¿Ocaso o eclipse del Estado?, Madrid, Marcial Pons, 2005, pp. 79 y ss. 24 Véase también mi «La crisis. Una aproximación interdisciplinar», Verbo (Madrid), n. 543-544 (2016), pp. 207-225. ¿Cómo entender el desembarco de Monti en la presidencia del Consejo de Ministros de Italia durante la crisis financiera? Le quedaba demasiado tiempo al vencedor de las elecciones, Berlusconi. En España, en cambio, Rodríguez Zapatero estaba al final de su mandato y no era precisa intervención quirúrgica alguna. Era más sencillo esperar. 25 Juan Fernando Segovia, «De la democracia representativa a la democracia deliberativa», Verbo (Madrid), n. 465-466 (2008), p. 482. Se debe al propio autor una monografía extraordinaria, Habermas y la utopía tardomoderna, Madrid, Marcial Pons, 2008. 22 23
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a la autolegislación que, a su juicio, corresponde a cada generación– y que, al contrario, incita a otro conflicto que demandará de un nuevo consenso 26. Esto en teoría, pues en la práctica resulta muy diferente, pues el teórico proceso de suma cero se resuelve en favor de algunos intereses 27. Parece claro, pues, que la democracia deliberativa sería doblemente ideológica, por el sustantivo y por el adjetivo, no sólo en cuanto democracia, sino también por deliberativa. Y que se ha convertido en el modelo normativo y en el desarrollo empírico de las democracias existentes, como paradigma de conversión de las transformaciones modernas en unas renovadas democracias postmodernas en las que se continúa el discurso filosófico político de la modernidad y como prototipo ético-político de la liberación del poder discursivo de la autonomía personal y comunitaria, síntesis dialéctica de los derechos liberales y la soberanía popular de raíz republicana. Las aporías, irresueltas, derivan de la capacidad de la democracia deliberativa para reconciliar el Estado social de derecho con las demandas de la sociedad cosmopolita y la ciudadanía global. Por donde ha de concluirse que las pretensiones de Habermas no pasan de ser una
26 Sin referencia en concreto a Habermas, sino a toda la política moderna, se ha observado que no consiste sino en la institucionalización del conflicto o del principio de la guerra: cfr. Danilo Castellano, L’ordine politico-giuridico «modulare» del personalismo contemporáneo, Nápoles, Edizioni Scintifiche Italiane, 2007, pp. 14-15. 27 Juan Fernando Segovia, «De la democracia representativa a la democracia deliberativa», loc. cit., p. 483: «Así, los derechos de los homosexuales triunfan frente a los de la familia natural; el derecho al propio cuerpo de las mujeres a favor del aborto vence al derecho a la vida del ser por nacer; las grandes empresas que se acomodan a la dimensión global triunfan en detrimento de las pequeñas, lo mismo que los intereses económicos supranacionales lo hacen en perjuicio de los nacionales; y los privilegios de la corporación de los políticos profesionales salen exitosos ante los derechos de los ciudadanos, etc. Por otro lado, es así porque la democracia supone fluidez y variación, es el régimen que permite y legitima todo cambio, lo que muestra la falacia de un juego democrático de suma cero: siempre hay alguien que gana y alguien que pierde en las sutiles telarañas del consenso democrático. No se trata, entonces, como sugiere Habermas, de un proceso deliberativo que genera consenso tras consenso, sino de decisiones consensuadas que aparecen veladas como no-decisiones en nombre de la política deliberativa».
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utopía con rastros pragmáticos que acaban en un utilitarismo democrático autosatisfecho 28. 5. La «democracia declamada» y el desafío populista A las tensiones que el pensamiento moderno sufre desde sus orígenes, singularmente entre la libertad y la igualdad 29, nuestros tiempos postmodernos –sin haberlas logrado conciliar– han añadido nuevas que han venido a agravar lo situación. Se aprecia, así, la evolución de la democracia «avanzada» a la democracia «declamada», es decir, una ficción que contribuye a «hacer nuestras» las decisiones tomadas y ejecutadas por otros. Esto no significa que tales decisiones sean siempre malas, sino tan sólo que no son decisiones del pueblo y ni siquiera del Estado 30. Para empezar, se ha hecho más evidente, pues el hecho no es nuevo, la desafección del pueblo respecto del Estado democrático. Para el bicentenario de la Revolución francesa se habló, con cierta intención provocadora, pero no sin registrar movimientos sociales, «del pueblo contra la democracia» 31. Por ahí entra la oleada del populismo o, mejor, de los populismos, cuyo único elemento común es el desapego de ciertas formas de democracia, ya que no de la ideología en que se basa. Por eso se ha podido decir del populismo que recoge muchas teorías políticas modernas, con todos sus errores; que parece contener una denuncia contra Ibid. Ya en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789 resaltaba el contraste entre sus artículos 2 y 6, expresivos respectivamente de la libertad individual y la soberanía nacional (o popular). Liberalismo burgués y democracia igualitaria, coexistiendo en equilibrio siempre inestable. Véase Francisco Elías de Tejada, «Construcción de la paz y asociaciones intermedias», en Aa.Vv., Derecho y paz, Madrid, Sociedad Española de Filosofía Jurídica y Social, 1968, pp. 82 y ss. 30 Danilo Castellano, «Democracia moderna, partidos políticos y politología», en Miguel Ayuso (ed.), De la democracia «avanzada» a la democracia «declamada», cit., p. 90. 31 Cfr. Guy Hermet, Le peuple conte la démocratie, París, Fayard, 1989. En el fondo, aunque resulte una paradoja, se trata de una verdadera reacción, porque es la democracia la que ha sido un agente contra el pueblo. 28 29
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los mismos, pero no logra encontrar el camino de la política, la vía para la superación de sus contradicciones y sus peligros. La fascinación que ejercitan las diversas formas de populismo y los distintos regímenes que «alimentan», tanto en Europa como en América, evidencian la exigencia de volver a descubrir la política como ciencia (ética) y arte del bien común 32. Y eso es lo único que no se intenta. Porque se da contemporáneamente otro proceso no menos relevante, cual es el de «los derechos del hombre contra el pueblo» 33. Es claro que el individualismo que la religión secular de los derechos del hombre expresa, resulta incompatible no sólo con la concepción clásica del pueblo, sino también con la moderna sobre la que se basa la democracia moderna. Hoy, en efecto, son las minorías de todo tipo a cuya protección se consagran los derechos del hombre, convirtiéndose en arma de destrucción de nuestras sociedades 34. La «opción populista» se ha afirmado de resultas de la nueva crisis de la democracia evidenciada en el fin de siglo anterior. Esta «opción», sin embargo, no se presenta desligada del conjunto de premisas ni separada de la sucesión de etapas que acabamos de examinar. No es, pues, de un lado, sino la protesta contra la democracia «declamada», al tiempo que no deja de consistir –de otro– en una suerte de subproducto de ella. En el seno de lo que algún autor ha bautizado como el «invierno de la democracia» 35. 32 Danilo Castellano, «Pueblo, populismo y política», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 925-936, 936, o en el volumen de Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos, Madrid, Itinerarios, 2017, p. 240. 33 Cfr. Jean-Louis Harouel, Les droits de l’homme contre le peuple, París, Desclée de Brouwer, 2016. 34 Desde sus comienzos la literatura crítica de los derechos humanos como ideología racionalista y revolucionaria observó este fenómeno, que en todo caso resulta más grave en sus concreciones contemporáneas. Véase, por ejemplo, Miguel Ayuso, La cabeza de la Gorgona. De la hybris del poder al totalitarismo moderno, cit., cap. IV; Danilo Castellano, Racionalismo y derechos humanos. Sobre la anti-filosofía políticojurídica de la modernidad, Madrid, Marcial Pons, 2004. 35 Guy Hermet, L’hiver de la démocratie, París, Armand Collin, 2007.
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Se ha observado, primeramente, que el cariz populista ha alcanzado también a los líderes de los países europeos y de los Estados Unidos. A continuación, se ha destacado también el creciente predominio de la llamada «gobernanza» sobre la política en la actuación de los gobiernos, cada vez más centrados en la gestión que en las ideas. En tercer lugar, no ha podido dejar de señalarse el atasco institucional y la grave crisis interna de la Unión Europea, que se aleja paulatinamente del sentir de los ciudadanos. También ha sido objeto de análisis el agotamiento del Estado del bienestar y, finalmente, que el lenguaje de la «corrección política» implica una «prohibición de preguntar» adecuada al nuevo totalitarismo, el del «americanismo» radicalizado por el conformismo ambiental 36. Cada uno de los elementos del anterior diagnóstico exigiría un análisis diferenciado. En lo que toca al populismo y su difusión mundial, no toma del pueblo en general más que el nombre y la excusa. Pero, claro está, es un síntoma. La «gobernanza», también evocada, no implica en general la recuperación del gobierno tanto como el desgobierno de una globalización que más que regir la economía se entrega al economicismo desregulado. La Unión Europea y, en buena medida, el supranacionalismo campante, agrava más que resuelve los problemas de orden político para cuya resolución nació. El Estado del bienestar de la socialdemocracia decadente es el efecto de un largo proceso de descomposición intelectual e institucional, pero las reacciones apodadas de neoliberales o hacen de la necesidad virtud o están aún más desnortadas en sus presupuestos y objetivos. Que se haya hablado de cambio de régimen no es frívolo. Podrá no advertirse, porque los procesos (incluso en los tiempos de la aceleración de la historia) no se advierten siempre con rapidez y precisión. Y llevan su tiem36 Todos esos niveles de análisis han sido anotados, cuando no examinados, en mi libro ¿Después del Leviathan?, Madrid, Speiro, 1996, así como en los ya citados ¿Ocaso o eclipse del Estado? y El Estado en su laberinto. Para el asunto de la corrección política, que no es de progenie marxista, como a veces se sugiere, sino liberal, véase Thomas Molnar, «Political correctness», Verbo (Madrid), n. 327-328 (1994), pp. 795 y ss.
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po. De manera que, a veces, las viejas formas subsisten cuando su alma (en este su subrogado) hace tiempo que ha muerto. O se ha metamorfoseado… Conviene ahora, llegados a este punto, extender lo que concierne al populismo. 6. Pueblo, populismo y democracia El populismo poco tiene que ver con el pueblo. Por lo menos con el pueblo entendido clásicamente, esto es, tal y como lo caracterizó Cicerón, para el que precisa consensus iuris y communio utilitatis 37. La primera condición no guarda relación con la premisa «privatista» del contractualismo moderno 38, sino con «el reconocimiento necesario y previo por todos y, por tanto, de todos, de lo que es auténticamente jurídico, esto es, de la justicia, que no es creada por las normas positivas sino que al contrario es la condición de éstas». La segunda no consiste en el cálculo utilitario que lleva a la vida en sociedad, sino que representa la necesidad de la res publica para que los hombres puedan vivir como tales, esto es, «en el respeto de las rectae rationes naturales, que son instrumentos y condiciones de la vida humanamente buena» 39. Esta definición convierte al «pueblo» en señor de la res publica pero no en su soberano: lo que significa que «la res publica es un bien que puede y debe ser usado por el pueblo y para el pueblo, pero que es y permanece un bien indisponible del pueblo. No es instrumento que pueda ser utilizado para una finalidad cualquiera, ya que la Cicerón, De re publica, I, 25-39, así como I, 26, 41-42. Esa distinción entre el consensus iuris y el «contrato social» recibe una singular prolongación en la oposición entre el pactismo histórico de la Edad media y el contractualismo racionalista moderno. Véase Aa.Vv., El pactismo en la historia de España, Madrid, Instituto de España, 1980, en particular la contribución de Juan Vallet de Goytisolo. Y también mi «Derecho y derechos. De la Carta magna al postconstitucionalismo», Verbo (Madrid), n. 533-534 (2015), pp. 247 y ss. No se olvide la ausencia de «Estado» (moderno) en Roma, según la explicación de Álvaro d’Ors, Ensayos de teoría política, Pamplona, EUNSA, 1979, pp. 57 y ss. 39 La explicación, que seguimos, es de Danilo Castellano, «Il “popolo” tra realtà e definizioni», Hermeneutica (Urbino), 2013, pp. 59 y ss., 67. 37 38
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res publica tiene un fin natural que es el mismo bien del hombre individuo, como […] había observado Aristóteles». Lo que significa que «la res publica no es la fuente del derecho, porque está fundada sobre el derecho, que constituye su elemento ordenador». Así pues, «la justicia, cuya existencia y cuya naturaleza debe reconocer previamente todo ciudadano para serlo, es anterior a la comunidad política; mejor, debería decirse que es condición de la comunidad política» 40. ¿Procede entonces el populismo de la concepción moderna del pueblo? En ésta, de matriz mecanicista, el pueblo se convierte en el conjunto de los ciudadanos como elemento de fuerza del Estado, un mero instrumento de la voluntad de poder del Estado, que es tanto más «libre» cuanto más poderoso 41. En otra versión no lo es sino en virtud del Estado y con él se identifica, pues el Estado es la única realidad y el único «lugar» en el que y en virtud del cual se «expresa» el «pueblo». Sólo en el Estado el «pueblo», como espíritu, se eleva por encima de sí mismo y se manifiesta éticamente en el ordenamiento jurídico positivo, en lo que Hegel llamaba el sistema de las leyes y las costumbres y que Santi Romano llamará más tarde instituciones 42. Como quiera que sea, el pueblo termina en la práctica reduciéndose a la nación (burguesa), esto es, al tercer estado 43, a una clase, lo que permitirá que en el futuro pase el testigo al proletariado o se identifique en un conjunto Ibid., p. 68. Cfr. Jean-Jacques Rousseau, Du contrat social, l. II, c. X. 42 Georg Friedrich Wilhelm Hegel, Enzyklopädie des philosophinschen Wissenschaften im Grundrisse, § 549; Santi Romano, L’ordinamento giuridico, vers. castellana, Madrid, IEP, 1963. El autor francés Maurice Hauriou, precedente de Romano, expone una concepción más amplia y menos ceñida de la institución. 43 Cfr. Emmanuel-Joseph de Sieyès, Qu’est-ce que le Tiers-État? Essai sur les privilèges, vers. castellana, Madrid, Alianza Editorial, 1989. Entre la concepción estatalpositivista y la democrática se dan, pues, algunos contrastes. Piénsese, si no, en la observación de Carl Schmitt de que el poder constituyente del «pueblo» está por encima de cualquier norma constitucional. De ahí debería lógicamente seguirse el rechazo de la tesis hegeliana y luego positivista de «pueblo», y a contraponer éste con el Estado. Por donde volveríamos a Sieyès. Véase Carl Schmitt, Verfassungslehre, versión castellana, Madrid, Alianza, 1982, p. 111. Véase Miguel Ayuso (ed.), El problema del poder constituyente, Madrid, Marcial Pons, 2012. 40 41
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de sectores sociales que, en el seno de la acción masificadora del Estado del bienestar, ha dado lugar a lo que algunos han llamado «popularismo» y no puede sino volverse contra un pueblo al que previamente ha deseducado 44. El populismo arranca de ahí precisamente. Lo vamos a ver a ver en el epígrafe siguiente. Aunque pueda parecer paradójico, la democracia (moderna) poco o nada tiene que ver tampoco con el pueblo. Con un pueblo que se ha tornado en masa, en una propia disociedad que, a su vez, no deja de tener reflejo en la propia democracia. Círculo fatal en el que se inscribe el populismo. Es normal que sea la democracia la que engendra la disociedad, pues si bien el poder no es la política no deja de incidir sobre ella. Así pues, podría concluirse sin dificultad, primeramente, que la disociedad que se ha instaurado en nuestro mundo es consecuencia del «régimen» político que lo rige, de la democracia moderna, de manera que ésta sería la causa de aquélla. Ahora bien, resulta también cierto que «toda sociedad, sana o enferma, unida o dislocada, secreta instituciones políticas conforme a su estado» 45. La sociedad moderna de este modo, habría secretado la democracia moderna, que participa del carácter irreal de la «sociedad» moderna y no existe sino de palabra. El principio igualitario sobre el que se funda la democracia comienza así a desvanecerse desde el mismo instante en que ésta se pone en marcha. Antes y después, inmediatamente antes y después, de cumplir con el rito del sufragio universal e igual para todos, deja de haber democracia y, al igual que en la naturaleza, lo que se expulsa por la puerta vuelve por la ventana. No hay igualdad entre Miguel Ayuso, «El pueblo y sus evoluciones», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 711-733, o en el volumen de Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos, cit., pp. 24 y ss. 45 Marcel De Corte, De la justice, Jarzé, DMM, 1973, p. 29. En las líneas que siguen se recoge su razonamiento. Este mismo autor tiene tematizado el asunto en su famosa ponencia a uno de los encuentros a la Fundación Volpe, de Roma: «Dalla società al termitaio attraverso la “dissocietà”», en Aa.Vv., Una società contro l’uomo. Linee di una difesa, Roma, Volpe, 1975. Publicado de inmediato, en versión castellana en Verbo (Madrid), n. 131-132 (1975), pp. 93 y ss. La versión francesa se adelantó ligeramente a las actas del volumen y vio la luz en L’Ordre Français (París), n. 180-181 (1974). 44
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quienes poseen los medios financieros y materiales de la propaganda y los ciudadanos que la sufren; no la hay entre el pueblo y sus representantes y ministros, entre la mayoría y la minoría. La democracia no es sino una oligarquía camuflada y desde que se organiza se muda en su contraria. Bajo el pretendido reino del número y la masa se disimula el poder de una oligarquía –se ha escrito– donde se combinan en dosis variables el poder del dinero y el del sofisma, que tienen por objeto dar a los ciudadanos mistificados gato por liebre. De otra parte, no hay opinión pública en una sociedad en la que el primado de la inteligencia especulativa deja de ejercerse en la forma sencilla del buen sentido popular y en la que el ascenso correlativo de la inteligencia práctica. Y como es imposible –sigue– vivir juntos sin un mínimo de coherencia entre los espíritus, la desaparición de esta manera de pensar más o menos razonable, más o menos recta, referida implícitamente a un sistema de verdades inmutables, ha sido colmada con la aparición de otro tipo de opinión pública, artificial, que responde a los imperativos de la inteligencia «poética» constituyéndola en autoridad y que, al no encontrar sino una masa informe de juicios subjetivos sin objeto, le ofrece una forma y un objeto, fabricados industrialmente en las factorías del pensamiento y la acción que pululan bajo el nombre de «Información». De resultas, no sólo ha sido desposeído el país real, sino que el mismo país legal ha perdido su poder en beneficio de una intelligentsia a su vez está al servicio de los grupos de presión más diversos (partidos, sindicatos, organizaciones más o menos ocultas), «que disputan entre sí, se alían, se separan, se asocian en distintas combinaciones y actúan en la sombra para apoderarse de las palancas de mando de un Estado que la sociedad de la que es la cima aboca a la oscilación perpetua hasta que un socio más fuerte elimina a todos los demás» 46. Así pues, la democracia que campea en nuestros días, más allá de algunas tendencias profundas y constantes que tienden a
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Ibid., p. 30.
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unificar la dinámica de las formas de gobierno 47, ha reforzado la oligarquización, que presenta además contornos criptocráticos 48. Lo que se corresponde exactamente con la disociedad que tiene en su base, completando así el doble fenómeno que conduce –de un lado– a ver en la disociedad un producto de la democracia, mientras que –por otro– ésta refleja a aquélla. 7. ¿Populismo político? ¿Queda fuera el llamado populismo de las distintas líneas que han emergido, entremezclándose, en las páginas precedentes? Quizá hubiera que distinguir los aspectos ideológicos de los político-institucionales. Los elementos nucleares de la ideología dominante en nuestro mundo no son otros que la autodeterminación voluntarista de la persona (personalismo), la igualdad ilustrada (igualitarismo) y el bienestar animalesco (consumismo) 49. No hay duda de la posibilidad, actualizada con frecuencia, de contradicciones entre los mismos. Pero, en todo caso, tampoco la hay de la combinación palmaria que se constata de un individualismo colectivista desenvuelto en el seno de una sociedad consumista. El resultado no es otro que el nihilismo, al menos virtual. El nihilismo del «populismo» es verdaderamente radical incluso si los movimientos que pueden ser definidos propiamente como tales presentan algunos aspectos distintos. «Podemos» en España, el «Movimento 5 Stelle» en Italia o «Syriza» en Grecia, por mencionar sólo algunos y todos europeos, al estar ligados a situaciones contingentes, no son absolutamente idénticos. Pero tienen un mínimo común denominador que, en verdad, caracteriza también a las demás fuerzas políticas contemporáneas, osci47 Gonzalo Fernández de la Mora, «La oligarquía, forma trascendental de gobierno», Revista de Estudios Políticos (Madrid), n. 205 (1976), pp. 5-40. 48 Álvaro d’Ors, La violencia y el orden, Madrid, Dyrsa, 1987, pp. 91 y 106. 49 Danilo Castellano, «¿Qué es el bien común?», en Miguel Ayuso (ed.), El bien común, Madrid, Itinerarios, 2013, pp. 13 y ss.
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lantes entre la «democracia avanzada» y el «populismo». Es cierto que se pueden señalar aspectos concretos que permiten legitimar algunas lecturas particulares. Así, por ejemplo, se puede advertir una caracterización mayormente «radical» en el «Movimento 5 Stelle» y vagamente marxista en «Syriza». Como se puede discutir si «Podemos» tiene más bien raíces vetero-marxistas que liberales (aun de masa). Lecturas similares aparecen a veces como instrumentales y parecen utilizadas a fin de hacer parecer a algunos partidos como más coherentes (y por tanto preferibles) que los neonatos movimientos populistas. Así, por ejemplo, el diario El País puede exhibir las raíces marxistas de «Podemos» para destacar la coloración radical del PSOE 50. Eso sin olvidar las lecturas conservadoras, que también las ha habido, que algunos han pretendido aplicar a realidades concretas. Pensemos en la afirmación de que con el populismo se inauguraría «el destino de una democracia verdadera en el espacio europeo» 51. Argumento ingenioso, aunque ciertamente maniqueo 52: la historia política de los últimos siglos, a partir de la Ilustración, se entiende como el conflicto de lo universal contra lo particular, de las elites contra el pueblo, de la razón contra los idiotas (en el sentido griego del término), de la mundialización contra el arraigo, en fin, de la democracia universal contra las democracias nacionales, de las oligarquías contra el populismo. Se comprende, pues, que éste sea hoy un insulto: insulto a la inteli El País (Madrid), 1 de febrero de 2016. Está luego el tema de lo que podría ser el populismo hispanoamericano, que se suele apodar «bolivarianismo», por la importancia de la experiencia del régimen venezolano en su difusión. Véase Juan Fernando Segovia, «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 853-882, o en el volumen de Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos, cit., pp. 157-186. El mismo autor, últimamente, ha proporcionado una interesante revisión de la literatura más reciente: «Combatiendo el camaleón populista», Fuego y Raya (Córdoba de Tucumán), n. 21 (2021), pp. 83-118. 51 Chantal Delsol, Populisme. Les demeurés de l’histoire, Perpiñán, Éditions Du Rocher, 2015, p. 259. 52 Cfr. Juan Fernando Segovia, «recensión» al libro recién citado de Chantal Delsol, Verbo (Madrid), n. 535-536 (2015), pp. 547-549. 50
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gencia, a la igualdad abstracta, a la emancipación o liberación, a las clases ilustradas. Para la interpretación conservadora se trata, pues, de levantar la injuria y demostrar que la ideología universalista emancipadora acarrea la destrucción de las raíces de la convivencia; de establecer, en el imperio de la democracia, la necesidad y la posibilidad de formas políticas que rescatan lo particular, el arraigo, el «comunitarismo» 53. Así pues, el populismo no sería una ideología, ni constituiría un sistema: las corrientes populistas que aparecen por doquier no son sino una «aglutinación de inconexos descontentos» 54, sin un evidente hilo conductor, con un discurso que se vale de un lenguaje provocador, descarnado, directo, incluso violento, como respuesta a la hipocresía reinante. La redefinición del populismo se impone por tanto como revalorización de un discurso que rechaza el individualismo y defiende los valores comunitarios de la familia, la empresa y la vida cívica; que, contra la expansión del Estado de bienestar o providencia, sostiene el trabajo como valor y la solidaridad cara a cara; que, en oposición al uniformismo de la mundialización, se apega a la identidad nacional, al nosotros contra los «otros», con un lenguaje moralizador de la política y de las costumbres. Entendido de esta manera, el «populismo» se confunde con el «comunitarismo», con la defensa del bien común universal-particular que es el arraigo, bien único de un comúnconcreto, bien común plural y discutible 55. En tal sentido, el «populismo» es democrático, porque la democracia (el régimen que separa la política de la religión y de toda verdad dogmática) entroniza la conciencia y el juicio individuales y, por tanto, deja a la voluntad de todo el mundo la cuestión del bien. La democracia es así Aristóteles contra Platón, en la medida que cada pueblo y cada individuo es capaz de juzgar cuál sea su bien. 53 Cfr. Danilo Castellano, «De la comunidad al comunitarismo», Verbo (Madrid), n. 465-466 (2008), pp. 489 y ss.; Miguel Ayuso, «El comunitarismo frente a la comunidad», Verbo (Madrid), n. 521-522 (2014), pp. 115 y ss. 54 Chantal Delsol, op. cit., pp. 95 y 181-182. 55 Ibid., pp. 103-135.
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Ni siquiera, por consiguiente, podría afirmarse la existencia en el populismo de una fuerza propulsora antimoderna. A este respecto es bueno recordar que, en el seno de la modernidad tardía, se advierten notables contradicciones entre la reacción, la radicalización y la descomposición 56. En este sentido, en el populismo el elemento reactivo es quizá el que primero se impone y requiere menos elucidación. La reacción sería contra una democracia que es puramente nominal y que se trata de profundizar. Esto es, se trata de oponer una democracia verdadera a otra sólo declamada. En tal sentido, la reacción incorpora también la componente de radicalización. Comunista, dicen algunos. Fascista, señalan otros. Porque para todo hay. En puridad, el comunismo no es tal, sino más bien en todo caso una modalidad socializante del radicalismo. Tampoco hay verdadero fascismo sino una vertiente gesticulante y destemplada del liberalismo conservador. Sin que pueda decirse que entre ambos y, respectivamente, las corrientes centrales del socialismo y liberalismo no haya diferencias. Que las hay. El elemento de descomposición, en cambio, es posible que no tenga más peso en las modalidades populistas que en las que motejan a otras de tales. 8. ¿Políticas populistas? Si en el ámbito de las ideologías no hallamos criterios netos que permitan identificar la presencia del populismo, hemos de buscar alguna claridad mayor en el campo de lo político-institucional. Lo que no resulta en modo alguno fácil, ya que si no ha habido certeza respecto del cuadro de las causas, ha de resultar mucho más complejo insertar los efectos en ese magma. Con todo hay algunos aspectos que, por lo menos en cuanto al método, es dado apuntar. Debo citar mi trabajo en «Antimodernidad, modernidad y posmodernidad. Los sedicentes antimodernos de hoy», Verbo (Madrid), n. 579-580 (2019), pp. 739-758, o en Miguel Ayuso (ed.), Antimodernidad y clasicidad, Madrid, Itinerarios, 2019, pp. 21-40. 56
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Quizá uno de los más salientes sea el de constituir una estrategia para el acceso y el ejercicio del poder. La estrategia de oponer el pueblo a la élite, como si ésta fuera una suerte de casta incomunicada, tiene particular fuerza en la lucha por la conquista del poder. No se trataría sino de una versión reforzada de la demagogia en que se asientan los regímenes democráticos modernos, sobre todo en el seno de las sociedades de masas y en presencia de los medios de comunicación. Una vez conquistado el poder, al menos en parte, el discurso debe modificarse parcialmente, pues los líderes populistas no dejan de acceder al mundo de las élites, razón por la que se trata entonces de reprochar precisamente a esa casta que impida afrontar o dificulte la ejecución de las reformas necesarias. La verborrea rupturista, así pues, no siempre es llevada a la práctica, por lo menos de manera contundente, entre otras razones porque las fuerzas populistas con frecuencia no disfrutan de suficiente poder, limitándose a acariciarlo: sólo en algunos casos, el paradigma es la Venezuela chavista, la ruptura se completa. También porque choca con las estructuras del sistema, que o no pueden o incluso no quieren verdaderamente desplazar. Desde el punto de vista del método se distingue también una suerte de «asamblearismo», siempre profesado pero no practicado de modo coherente. Entre otras razones porque el liderazgo suele ser carismático y procedente además de las clases altas (o medio-altas). Lo que no puede sino generar a medio plazo tensiones entre liderazgo y asamblea. Una asamblea integrada con frecuencia por los agentes de reivindicaciones particulares (por ejemplo, las víctimas de los desahucios por falta del pago de las cuotas hipotecarias), a partir de las que construyen precisamente el «pueblo». Ese asamblearismo resulta, pues, engullido por el movimentismo dirigista del jefe, y ha de chocar con la estructura clásica de los partidos, lo que introduce otro elemento de tensión con las democracias formales en las que han emergido, aun cuando por lo común tienden a disolverse e integrarse en ellas. Pero no sólo se dan dificultades de ajuste con el sistema de partidos, sino también con los parlamentos, merced al reforzamiento de los — 67 —
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instrumentos de democracia popular, en especial los referenda, y de los gobiernos, de modo aún más perceptible que en las propias democracias representativas.
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HACIA UNA DEMOCRACIA TOTALITARIA Alejandro Ordóñez Maldonado Universidad Santo Tomás (Bogotá)
1. Introducción Mucho se habla y mucho se escribe en todas las lenguas sobre el populismo, pero lo que queda claro es que realmente no se sabe qué es. Su concepto resulta bien vaporoso y se le ataca con vehemente emotividad en la mayoría de las oportunidades para defender la «corrección liberal», o mejor dicho, lo «democráticamente correcto». La pluma punzante de Juan Fernando Segovia lo describe dramáticamente: «Todo el mundo habla de la luna sin nunca haber estado allí, de poetas a científicos. Imaginan su núcleo, definen su composición geológica, aventuran sobre su aire, divagan sobre sus vientos y escriben cuartillas a su belleza. Empero poco, más o menos, sabemos de ella: que es porosa y tiene cráteres, a más de carecer de luz propia. Y así pasa con el populismo; no sabemos qué sea, pero porque lo hemos vivido o padecido, alcanzamos a precisar algunos de sus síntomas y analizar ciertos rasgos» 1.
Juan Fernando Segovia, «Combatiendo el camaleón populista», Fuego y Raya (Córdoba de Tucumán), año 11, n. 21 (2021), pp. 115-116. 1
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2. Democracia y populismo En los últimos años los sobresaltos populistas se han incrementado en gran parte de las democracias en todas las latitudes, desde Europa hasta Hispanoamérica, sin que pueda decirse que estos sean enemigos de ella, como algunos han creído. Por el contrario, se puede decir con no poca razón y agudeza que «la democracia es su caldo de cultivo», o –como asevera Juan Fernando Segovia– «quizá su madre soltera» 2. No podríamos dejar de subrayar algo en lo que muchos coinciden y es que una de sus causas recae en las promesas incumplidas de la democracia, denunciadas por uno de los más connotados filósofos de la democracia moderna, me refiero a Norberto Bobbio, quien en uno de sus más conocidos trabajos refiere la grotesca disparidad entre la teoría y la práctica. Esta denuncia está muy bien diseccionada por el profesor Julio Alvear: «La realidad de la democracia moderna no es la del gobierno del pueblo, sino la de los grupos de interés que controlan su estructura gubernativa y administrativa […]. El poder mediático y el poder financiero» 3.
Verbigracia, la democracia convertida en partidocracia o en tecnocracia, sumándose a lo anterior el desfondamiento del estado bienestar, así como una generalizada corrupción, han suscitado inconformismo, desconfianza y descontento frente a todo el aparato estatal, llámese estado juez, Estado legislador o Estado administrador. Ello es lo que ha generado el surgimiento de tantos movimientos populistas que se reproducen sin cesar. El populismo termina siendo como «el hijo que recrimina al padre no haberle dado lo que prometía y debía, y que quiere ahora obtenerlo por sus medios propios […]. El grave problema de la desmemoria es que de tanto acumular la basura bajo la alfombra, Ibid., p. 116. Julio Alvear, «La antimetafísica de la democracia moderna: la raíz de todos sus males», en Miguel Ayuso (ed.), De la democracia «avanzada» a la democracia «declamada», Madrid, Marcial Pons, 2018, p. 125. 2 3
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un día los personajes se despiertan y tienen la habitación llena de escombros. Como así no se puede vivir, hay que encontrar un culpable. Y allí está la bestia: la culpa es del populismo, cuando la mugre y la porqueriza tienen, se sabe, otra procedencia. Es inconcebible que nos mientan, pero mucho más que se mientan ellos mismos» 4. Sin lugar a duda, lo que se conoce como Estado Social de Derecho ha sentado las premisas y potenciado las causas de un populismo, que como el monstruo del lago Lerma, renace con sus siete cabezas a medida de que se las cortan. 3. Crisis y crisis política El profesor Miguel Ayuso, en su prolija obra, describe magistralmente varios de los rasgos político-institucionales, sociales, financiero-económicos, filosóficos, morales y teológicos que han preparado o han sido génesis y plataforma para el surgimiento del populismo. En adelante encontrarán en esta ponencia referencias de sus obras «El pueblo y sus evoluciones» 5, «La crisis: una aproximación interdisciplinar» 6 y «Dos democracias y dos derechos públicos» 7. La política dejó de ser el «arte del bien común» para identificarse con el poder y con la forma de obtenerlo, pero «el poder no es la política, puede ser a veces instrumento de la política y ejercitarse cuando es necesario».
4 Juan Fernando Segovia, «Combatiendo el camaleón populista», loc. cit., pp. 94 y 117. 5 Miguel Ayuso, «El pueblo y sus evoluciones», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 711-734, o en Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos, Madrid, Itinerarios, 2017, pp. 13-36. 6 Miguel Ayuso, «La crisis, una aproximación interdisciplinar», Verbo (Madrid), n. 543-544 (2016), pp. 207-225, o en Miguel Ayuso (ed.), De la crisis a la excepción (y vuelta): perfiles jurídico-políticos, Madrid, Marcial Pons, 2021, pp. 17-32. 7 Miguel Ayuso, «Dos democracias y dos derechos públicos», en Miguel Ayuso (ed.), De la democracia «avanzada» a la democracia «declamada», cit., pp. 17-50.
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La política dejó de ser un «oficio del alma» para convertirse en negocio de mercaderes. A su vez, la democracia y los Estados bienestar y providencia redujeron la justicia a justicia distributiva, convirtieron el consumismo en modelo de vida y promovieron el crecimiento exorbitante de la deuda pública para lograr satisfacer las demandas de los gobernados. Con el propósito de resolver la crisis socioeconómica se creyó que tanto aumentando la deuda pública como aplicando la economía de mercado se alcanzaría un nuevo bienestar y eso nunca se logró. Se adopta hoy una concepción nihilista de la libertad, en la que ella carece de límites. La consecuencia ha sido disolver todo el tejido social, identificando el deseo con la ley e imponiendo un concepto de libertad como autonomía absoluta, que puede resumirse en la independencia frente a cualquier orden, ya fuere el natural, positivo, moral, económico o social. Se deseducó al pueblo, construyéndose la creencia de que sólo habría derechos, no deberes. Todo ello promovido por las legislaciones y las políticas públicas que adoctrinan en el laxismo en las costumbres so pretexto del libre desarrollo de la personalidad. Y si no se satisfacen esos derechos surge el descontento individual, premisa del social. Me permito enumerar el desarrollo de esto: 1. El descontento social lo encauzan distintos movimientos, prometiendo fáciles soluciones, incluso milagrosas sin decir cómo, y garantizando el consumismo, los derechos sin deberes y eso sí, la pervivencia del estado bienestar y el estado providencia. 2. Las reformas que proponen terminan agravando la crisis, la situación social y económica se empeora. 3. Se llevan hasta el paroxismo todos los temas relativos con la degradación moral, consecuencia lógica del ejercicio de la libertad negativa con el ingrediente legitimador del laicismo; me refiero al aborto, a la eutanasia, a la eugenesia, a la destrucción de la familia — 72 —
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natural, al desmonte de la patria potestad, al dicho «matrimonio» homosexual, utilizando al Estado como aparato adoctrinador y erigiendo la ideología de género como ortodoxia pública so pretexto de la democracia inclusiva. Como se podría decir coloquialmente: «revolución cultural ventiada», develando las raíces liberales, radicales y marxistas, y que ha sido y está siendo auspiciada desde los organismos internacionales, las decisiones judiciales y por supuesto, es impulsada por las políticas públicas de gobiernos que han aceptado las premisas disolventes de la sociedad y ahora se escandalizan con sus consecuencias más extremas. Prueba de ello es el reciente fallo de la Corte Constitucional colombiana que legitima la «democrática» muerte del bebé durante las primeras 24 semanas del embarazo, decisión previsible desde el establecimiento de las tres causales que terminaron siendo aceptadas resignadamente hasta por muchos sectores dichos conservadores de la sociedad y que hoy podrán ser invocadas sin límite temporal alguno. Esta jurisprudencia contramayoritaria ha venido sistemáticamente disolviendo el consenso social que existió hasta la Constitución colombiana del 91 en torno a unos principios compartidos que permitían la convivencia, para imponernos una nueva moral, unos nuevos derechos, una nueva dignidad, en resumen, una nueva libertad que me permite hacer lo que me venga en gana sin limitación alguna. Este error es profesado por todas las ideologías modernas y democráticamente impuesto por nuestros jueces constitucionales. 4. Y por supuesto, el populismo no contradice nada de lo anterior, no es el enemigo de la democracia moderna sino todo lo contrario, su audaz y coherente continuador, que incluso utiliza de manera más radical el concepto nihilista de «libertad negativa» 8 asumido por la democracia moderna para cumplir sus promesas incumplidas. Danilo Castellano, Introducción a la filosofía de la política, Madrid, Marcial Pons Ediciones Jurídicas y Sociales, 2020. 8
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4. ¿Hacia una democracia totalitaria? En este mismo escenario académico, durante las IX Jornadas Internacionales de Juristas Católicos, realizadas el 7 y 8 de febrero de 2018, al finalizar mi ponencia 9, manifesté algo que hoy reitero y que se me antoja puede entenderse mejor que hace tres años por su dramática actualidad: «Por ello es necesario despertar y reaccionar. No podemos seguir como “ganado manso y bien educado” en los brazos del socialismo del siglo XXI. Como decía Legaz y Lacambra: “Hay que romper con la creencia de que dictadura y democracia sean cosas antitéticas […]. La democracia tiende a la dictadura, y la dictadura requiere, cuando menos, el apoyo de amplias masas”. ¡Estamos advertidos! De las fases débiles de la democracia, quedamos a un paso de las dictaduras».
El pensador liberal Jean-François Revel escribió en la década de los 80 dos trabajos reveladores sobre el tema: Cómo terminan las democracias y La tentación totalitaria 10, lanzando un angustioso grito que me hizo recordar la advertencia profética de don Juan Vázquez de Mella sobre la suerte de los liberales: «Qué incoherencia, qué incoherencia levantar tribunas a los principios y cadalsos a sus consecuencias». El grito de Revel adquiere gran relevancia por venir de un liberal muy próximo al presidente socialista François Mitterrand. El profesor Galvão de Sousa lo comentó agudamente: «No es tan sólo su incapacidad para enfrentarse al peligro totalitario exterior la causa que pierde a las democracias occidentales. Su propio régimen interior las conduce al totalitarismo debido a una dinámica incontenible, resultante de los principios en que se basa» 11. 9 Alejandro Ordóñez, «La democracia y sus transformaciones», en Miguel Ayuso (ed.), De la democracia avanzada a la democracia declamada, cit., p. 151. 10 Jean-François Revel, La tentación totalitaria, Barcelona, Plaza y Janés, 1976, y Cómo terminan las democracias, Barcelona, Planeta, 1985. 11 José Pedro Galvão de Sousa, Poder, Estado y Constitución. Hacia un derecho político realista, Madrid, Marcial Pons, 2019, p. 73.
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En numerosas ocasiones hemos oído insistir en las transformaciones que viene sufriendo la democracia. Y tal vez lo que ha servido como motor a aquello que la rediseña permanente es el haberse convertido ya no en forma de gobierno sino en una forma de vida, o como bien lo subraya el profesor Danilo Castellano: «La democracia ha dejado de ser forma para convertirse en fundamento del gobierno» 12. Hoy estamos ante lo que muchos tratadistas denominan la democracia post-parlamentaria, en la que los organismos de representación conocidos en la democracia moderna terminan siendo sustituidos por la sociedad civil, cuyos miembros ahora pretenden ser los únicos voceros legítimos de la soberanía popular. Estamos ante una auténtica democracia paralela, con la pretensión de rediseñarlo todo. Prefiero citar textualmente al profesor Segovia, quien tiene un análisis radiográfico y exacto de lo que él muy bien denomina «la democracia monitoreada o contra-democracia: la democracia en la sombra o la sombra en la democracia»: «Este empoderamiento de la sociedad civil ha hecho que el poder de autogobierno se desplace del binomio elecciones/partidos a los nuevos actores de la sociedad civil, en los que ahora encarna la soberanía popular. John Keane la llama por eso una democracia post-parlamentaria […]. Esta democracia de la sociedad civil monitora produce un gobierno y una democracia paralelos y opuestos al gobierno y la democracia oficiales, un contra gobierno y una contrademocracia que, en los hechos, lleva a una condición nihilista por anárquica: ¿qué poder es el legítimo?, ¿a quién obedecemos?, ¿qué ley nos obliga?, ¿de qué lado está el civismo?, ¿la inclusión democrática es excluyente o la exclusión democrática es inclusiva?, ¿quién es el pueblo? […]. No es exagerado apuntar que estamos asistiendo a una situación de indeterminación democrática, mejor, de revolución democrática permanente» 13.
No hay que ir muy lejos. Hoy algunos gritan sin vergüenza: «¡Viva la revolución democrática!»; y convenientemente hablan Danilo Castellano, Introducción a la filosofía de la política, cit. Juan Fernando Segovia, «La evolución de la “democracia moderna”. De Rousseau a Habermas y “más allá”», en Miguel Ayuso (ed.), De la democracia avanzada a la democracia declamada, cit., p. 73. 12 13
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de «democratizar la propiedad privada», «democratizar la tierra» y «democratizar el capital» para ambientar futuras expropiaciones. Los hechos en los que la sociedad colombiana estuvo inmersa el año anterior a propósito de paros, protestas y actos de violencia que impactaron negativamente a toda la ciudadanía, son apenas un laboratorio para alcanzar esa nueva institucionalidad que pretende surgir desde las cenizas de las trincheras. Y tal vez eso no sea lo más grave. Podemos esperar cualquier cosa, pues la democracia moderna, al igual que Cronos, suele devorar a sus propios hijos para imponer con el paso del tiempo algo peor. Sin una oposición real, parece inminente el posible destino del que advierte Juan Fernando Segovia, y con el cual cierro estas páginas: «Todo tumor aparece en un cuerpo que no tiene defensas contra él. Si el tumor es el populismo, con la quimioterapia sólo se gana tiempo, no se mata la enfermedad. El verdadero riesgo no es populismo sino su metástasis que casi con seguridad produce la muerte. Que la democracia muera tampoco es el problema más grave. Sí lo es el que se lleve también el cadáver de la sociedad» 14.
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Juan Fernando Segovia, «Combatiendo el camaleón populista», loc. cit., p. 118.
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EL POPULISMO MODERNO Y SUS MECANISMOS SOCIOLÓGICOS: ¿UNA NUEVA ARQUITECTURA POLÍTICA? Pedro José Izquierdo Universidad de Navarra (Pamplona)
1. Introducción La política actual está marcada por una profunda y transversal ambigüedad. Por un lado, la doctrina política del orden liberal en el que vivimos vive de la pretensión de ser una ciencia, un conocimiento objetivo y –sobre todo– neutral, abstraído e independiente de las luchas y banderías políticas de cada momento. Los conceptos y categorías que emplea se presentan como nociones meramente descriptivas de lo político, y por tanto debe entenderse como neutrales respecto de los operadores políticos. Por el otro lado, no se les escapa a muchos que esta «ciencia» juega también un papel central en la justificación de las acciones políticas que el régimen liberal auspicia. Sus conceptos y categorías se usan también como elementos prescriptivos de la vida política. La tensión entre lo que el pensamiento político actual dice de sí mismo y los usos a los que de hecho sirve deforma todos los conceptos que emplea, entre ellos, el de «populismo». Cuando nos planteamos la pregunta acerca de los «mecanismos sociológicos» — 77 —
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del populismo, por tanto, es preciso comprender, ya ad portas del análisis, que se está entrando en un campo conceptual minado. No es posible admitir sin más la pretensión al uso de que estas categorías son «científicas», y que uno puede tomarlas como ideas objetivas y neutrales. La observación no es original. Leo Strauss, en su Natural Right and History, por ejemplo, explicó que la distinción entre «hechos» y «valores» –o entre «juicios de hecho» y «juicios de valor»– que fundamenta la ciencia política moderna –y que él atribuye a la influencia de Max Weber– carece de fundamento. No es posible postular una ciencia política –que en el sentido moderno es realmente una sociología– que sea una descripción meramente técnica del mundo, abstraída de los juicios de valor, sin caer en la refutación de la propia postura. La razón es que la ciencia política moderna necesita de los «juicios de valor» para justificarse a sí misma –ella no es un «hecho», según ella misma define tal cosa–, pero al haber exiliado a los «valores» al campo de lo arbitrario y subjetivo, lo científicamente ininteligible, ella se vuelve a sí misma una arbitrariedad 1. El presupuesto y la conclusión fundamental –y en definitiva necesaria– de esta «ciencia política» es el nihilismo: no es posible decidir racionalmente entre los «valores» 2. Pero la ciencia política moderna no es capaz, desde sus propios postulados, de ver esta dificultad fundamental. En lugar de seguir las premisas de su postura a sus necesarias conclusiones y abrazar la concepción nihilista –lo cual sería fatal para su prestigio social–, se enfrasca en una danza de ambigüedad, presentándose como una técnica descriptiva que, sin embargo, de hecho continúa obrando su función justificativa del orden político reinante. Esta superficial despolitización de la ciencia política la convierte no solo en confusa, sino en peligrosa. Ella prepara el camino para un tipo muy particular y partidista de acción política –la acción política del liberalismo, lato sensu– pero lo hace en nombre de la 1 Leo Strauss, Natural Right and History, Chicago, University of Chicago Press, 1965, pp. 71-76. 2 Ibid., pp. 42-48.
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«ciencia», un concepto con aplicación universal, con el resultado de que los oponentes de ese liberalismo pasan de ser oponentes a la visión de un partido a ser los enemigos del todo: los enemigos de la ciencia, es decir, de la razón y del hombre 3. La sociología moderna –la ciencia política actual–, por tanto, más que una ciencia es un discurso político. Sus categorías y su lenguaje están orientados a dar soporte a un orden político concreto: el liberal moderno. El contraste con la doctrina política de los antiguos y de los Pastores y Doctores de la Iglesia no puede ser más notable. Pero es preciso evitar la confusión: el contraste no está en que la doctrina clásica se dirija principalmente a «juicios de valor», sin valor descriptivo. La diferencia es que la ciencia política de los antiguos parte de la premisa de que la descripción de lo que sucede en la vida política no es certera, no se acerca a la verdad de las cosas, si prescinde de una visión metafísica del hombre, que incluye una concepción acerca de lo que el hombre debe ser, de su fin (lo que los modernos llaman confusamente, siguiendo a Weber, un «juicio de valor»), y, por tanto, de una prescripción acerca de cómo debe actuar. Es decir, la doctrina política cristiana también busca tanto describir como justificar un orden político, pero no tiene escrúpulo en admitirlo porque entiende ese orden como basado en la verdad de las cosas. La ciencia política liberal, en cambio, no admite la «verdad» en el campo de los valores. Teniendo en cuenta esta esencial ambigüedad de la ciencia política moderna, intentaremos a continuación interpretar algo de lo que esa «ciencia» ha dicho sobre el populismo, con el objeto de llegar a una concepción más coherente y útil de nuestra situación política actual.
Cfr. Carl Schmitt, El concepto de lo político, Madrid, Alianza, 2009, pp. 97-106.
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2. El populismo: categoría arquitectónica La palabra «populismo» es difícil de asir. Etimológicamente nos remite a pueblo, populus, pero como veremos más adelante, hay cierta ambigüedad en esta conexión. Es un término de uso habitual en Hispanoamérica desde hace décadas, y se ha vuelto más corriente en los últimos años para describir fenómenos políticos en el «mundo desarrollado» también, no obstante su hedor tropical. En cualquier caso, como ha dicho Juan Fernando Segovia, lo más probable es que el populismo sea «una “enfermedad académica”, una suerte de hábito de rotulación de realidades políticas complejas que se intentan encasillar con etiquetas inventadas por la sociología política» 4. No es necesario, pues, detenerse en este punto nominal. El concepto, tal y como lo ha desarrollado la moderna ciencia política, es esencialmente ambiguo y polisémico, una etiqueta política que sirve de arma en las banderías políticas actuales. Más interesante que tratar de entender «qué es el populismo», por tanto, es tratar de entender cómo el término ha servido de arma en las luchas políticas de los últimos tiempos. Una aproximación al problema puede empezar por notar que «populismo» es la palabra que el lenguaje moderno usa para hablar de lo que los antiguos llamaron «demagogia». De esta observación se sigue que la palabra viene con una connotación negativa. Pero hay una diferencia entre el uso que se ha dado a populismo y el clásico sentido de la demagogia. Como apunta Pierre Manent, «mientras que “demagogia” indicaba un modo o estilo que podía afectar a todas las orientaciones políticas –puede haber una demagogia que es liberal, socialista, conservadora, etc.–, el populismo designa, además, si no una doctrina, por lo menos un contenido u orientación concretos» 5. Juan Fernando Segovia, «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), p. 857. 5 Pierre Manent, «Populist Demagogy and the Fanaticism of the Center», American Affairs (Nueva Jersey), vol. 1, n. 2 (2017) (traducción propia del inglés). 4
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Es decir, el «populismo» no es solamente entendido en el lenguaje político como un estilo de hacer política, sino también como un tipo de propuesta política. De ser así, ¿cuáles son sus orientaciones, sus ideas? Hay un populismo de izquierdas y un populismo de derechas, sin duda. Pero cuando se usa este tipo de frases para hablar de tendencias políticas, pesa más lo de «populismo» que lo de «izquierdas» o «derechas». Así, cuando en los Estados Unidos se habla de Donald Trump y de Bernie Sanders, lo que los desmarca del resto de los competidores políticos no es principalmente su posición en el espectro ideológico habitual, sino que son considerados «populistas» y sus oponentes, no. Lo mismo sucede, al nivel del uso lingüístico, con los Le Pen y alguien como Jean-Luc Mélenchon en Francia, o Vox y Podemos en España. El resultado es que la palabra «populismo» parece tener una función arquitectónica o paradigmática en la política moderna similar a la que históricamente han tenido las categorías de «izquierda» y «derecha». Es notable, sin embargo, que la noción de populismo puede usarse para describir orientaciones políticas tan distantes como las de Trump y Sanders, o Vox y Podemos –y por tanto tiene la capacidad de trascender la oposición entre derecha e izquierda, incluso entre «extrema» derecha y «extrema» izquierda–. Este hecho sugiere que hay un poderoso movimiento político que busca reconstruir el panorama político –el cual está en gran medida hecho de palabras– en torno a una nueva oposición, distinta de la tradicional bipolaridad izquierda-derecha. La nueva oposición sería entre populismo y ¿qué cosa? A primera vista, no está claro, pero puede describirse –de nuevo, indirectamente, pues no podemos llegar a la esencia de estas cosas dado que vienen con un déficit epistemológico de origen–, como la política «respetable» o «acreditada». Así, la oposición sería entre populismo, que puede ser de izquierdas o de derechas, y política respetable, que también puede ser de izquierdas o de derechas. El término «izquierda» y el término «derecha», por tanto, han cedido parte de su capacidad para describir y organizar la vida política a esta nueva dicotomía, que los trasciende. — 81 —
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La resultante reorientación del panorama político tiene una consecuencia clara. La polaridad izquierda-derecha partía del presupuesto, por lo menos en intención, de que ambas partes tenían la misma legitimidad como interlocutores políticos. Evidentemente, la izquierda le ha negado legitimidad a la derecha y viceversa, pero el sistema en el que han existido como polos opuestos las ha visto como igualmente legítimas. Es decir, les ha abierto por igual –o casi por igual– las puertas del poder cuando se han dado las condiciones jurídico-políticas prescritas. Han sido igual de legítimas la mayoría y la oposición. En cambio, la nueva categorización dicta que no hay esa misma legitimidad entre sus dos polos. La política «respetable», como su propio nombre o concepto tendencioso indica, es la única legítima, y lo «populista» es lo que no posee esa cualidad. Esta reorganización de las banderías en términos tan abiertamente políticos –en el sentido schmittiano del término– es quizá una novedad en nuestra situación actual, esta de «los últimos días». El orden originariamente liberal, que asumía entre sus postulados la legitimidad tanto de la mayoría como de la oposición, está dando lugar a una nueva encarnación, en la que hay opiniones que el régimen en sí mismo considera, abiertamente, legítimas y otras que considera heterodoxas. 3. Pueblo y populismo Históricamente, tanto la izquierda como la derecha se concibieron a sí mismas como movimientos populares. La derecha, por su parte, como movimiento de la nación, del pueblo de siempre. La izquierda, como movimiento de la clase popular, del pueblo social o desposeído. En la última generación, sin embargo, la izquierda y la derecha parece que van abandonando lo que podríamos llamar ese «populismo» originario, y en su lugar, y cada una a su modo, han abrazado un programa de liberalismo elite. En el caso europeo esto es muy claro. Las izquierdas y derechas, que an-
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taño se oponían como enemigos político-ideológicos hoy tienden hacia un partido común 6. Como consecuencia de esta convergencia, hay un vacío en el espacio político, pues el nuevo partido –habiendo aglomerado a los antiguos oponentes en un programa que les trasciende– necesita un nuevo enemigo al que enfrentarse y por el cual determinar su obrar. Ha sido justamente en este vacío donde han ido surgiendo los movimientos populistas. Dicho de otro modo, este nuevo ordenamiento político, basado en la polaridad entre la política respetable y la inaceptable, se ha ido organizando precisamente con ocasión del surgimiento de figuras populistas. El ejemplo claro es Le Pen en Francia, y con efecto más universal, Donald Trump, pero las particularidades históricas de los personajes que lo inauguraron ya no son necesarias para caracterizar el fenómeno. No se trata de entender el peculiar modo de hacer política de tal o cual figura heterodoxa, sino de comprender el espacio político que esas figuras ocupan, a modo de tótems, ídolos conceptuales, de lo que no es aceptable. Cada una de ellas ha abierto un surco análogo al que han abierto las otras, cada una en su propio ecosistema político. Así, con Trump y el trumpismo, el epíteto de trumpista ya no necesita que Trump exista. En palabras de Manent, quien sea que se oponga al consenso de los últimos veinte años –el proyecto europeounionista, el «Washington consensus»– es sospechoso de frecuentar «los ríos del averno». El resultado de este cambio retórico-político es que la referencia al «pueblo», ya sea nación o clase, ha dejado de ser «respetable», ha pasado a ocupar el lugar de lo enemistado con el régimen. Para éste, la única categoría relevante es la del hombre en general, ya sea como individuo o como especie: el ser humano abstracto y la humanidad en cuanto tal. Hay un cierto carácter teológico en esta ortodoxia política, pues concierne la relación entre el hombre y el todo. Por un lado, educa a pensar en términos del «Mundo» y, por el otro, a actuar en consecuen
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Ibid.
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cia con la práctica –o mejor dicho, con la ascesis– de la «globalización». Y aunque el movimiento de globalización –que tiene una consistencia y un poder impresionantes– se esparce bajo la bandera de la «democracia», no hace referencia alguna a los pueblos. Es decir, la «democracia» actual se ha vuelto una proposición eminentemente abstracta. El demos, que era una de las partes de la ciudad, ha dejado de tener entidad como parte; hoy, el pueblo es la ciudad 7. Por lo tanto, lo que el régimen liberal llama «democracia» busca disociarse de aquellas notas y características que hacían al pueblo ser el que es: las marcas históricas y tradicionales de su identidad, las instituciones (jerárquicas) que lo estructuraban. Todo ello pierde su prestigio y su importancia, entre otras razones porque la experiencia del siglo XIX y del XX ha redundado en el absoluto descrédito de esas tradiciones nacionales. Los teólogos de la historia quizá digan que «el tiempo de las naciones» ha terminado. En su lugar, los pueblos deben someterse a la ascesis de una democracia universalista: debemos desasirnos de lo que nos hace particulares. Como consecuencia, la voluntad popular ya no es un principio de legitimidad; por lo menos, no es un principio incuestionable. Más esencial es preservar los valores democráticos: igualdad, libertad, libre competencia, fairness. La legitimidad es ahora una cuestión de expertise en estos valores, y el régimen transforma la legitimidad de parlamentaria o legislativa a pericial, judicial y administrativa. El nuevo entramado que estructura dicho ordenamiento de legitimidad incluye el sistema administrativo del capitalismo transnacional, una institución eminentemente tecnocrática, sujeta a criterios, reglas y procesos uniformes de planificación y orden, que trasciende la división entre lo público y lo privado. El mejor ejemplo a gran escala de este enorme cambio político es la Unión Europea. Se trata de una institución que no tiene «legitimidad democrática» en el sentido clásico, ni pretende (ni puede) tenerla.
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Ibid.
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Más bien, tiene una legitimidad jurisdiccional y de experticia que no solo no necesita confirmación popular, sino que la excluye 8. La voz del pueblo, la democracia en sentido originario, se vuelve habitualmente un obstáculo al movimiento político deseado por el régimen. La revolución liberal, que empezó enfatizando la voz popular porque de ella extrajo la legitimidad que necesitaba para hacer los cambios que buscaba, para hacer la «modernización» del mundo, es hoy rechazada por el pueblo. Así describía Castellani «el eje permanente de la historia argentina» –y, en efecto, la de todos los pueblos hispanoamericanos–: «la pugna entre la tradición hispánica, ya no muy pura, y el liberalismo foráneo» 9. En el contexto de esa oposición entre «democracia» y pueblo, el populismo es entendido como representante o canalizador de la voz de un pueblo humillado o deprimido (por sus defensores) o la voz de una fuerza anti-histórica y retrógrada (por sus detractores). Es decir, el populismo tiene un carácter reaccionario: es antipluralista y anti-globalista, es revanchista y maniqueo, es anti-capitalista y también anti-comunista. Más aún, es anti-ideológico en el sentido de orientarse más hacia una idea del bien concreto y particular que a la de una concepción política universal o filosófica. Es arcaico o arcaizante, pues no puede o no sabe manejar el mundo de la tecnocracia, al cual tiende a despreciar 10. Finalmente, es, en su modo de discurso, sentimental e irónico. Sentimental, porque invoca tópicos que giran en torno a la venganza o la restauración de lo radical, lo originario, lo propio, frente a lo artificial y extra Ibid. Leonardo Castellani, Seis ensayos y tres cartas, Buenos Aires, Ediciones Dictio, 1973, p. 138. Si bien la tradición hispánica, propiamente entendida, no es la de un «pueblo» o nación, se ve encarnada en las tradiciones de los pueblos hispanoamericanos, y es en ese contexto en el que le ha tocado luchar (a desventaja) contra las fuerzas del liberalismo. 10 La amalgama política es más compleja. Es cierto que ahora se puede hablar también de un «tecnopopulismo»: partidos con retórica populista que son realmente agentes del mismo sistema globalizante. Un buen ejemplo es Podemos en España, y en general toda la izquierda identitaria. En efecto, la tecnocracia no es principalmente una ideología sino una estructura de poder, por lo que un populismo tecnocrático probablemente no será más que un arma del orden global. 8 9
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ño; irónico, porque se burla de las pretensiones de «seriedad», de «experticia», de «pureza de intención» del orden tecnocrático liberal. En este sentido es, en definitiva, «irracional», es decir, destructor o, por lo menos, odiador, del ordenamiento político y social del «Fin de la Historia» y su racionalidad económica y tecnocrática. Responde a un instinto que Karl Polanyi llamó la «autoprotección» o «defensa propia» de la sociedad contra unas fuerzas económico-políticas fuera de su control 11. 4. Teología política del populismo El fundamento del populismo es una invocación esencialmente política en el sentido elaborado por Carl Schmitt en su Catolicismo romano y forma política: la invocación (explícita o no) de ser representante del pueblo 12. Tiene, por tanto, un componente fuertemente personalista, en torno al cual tiende a girar este carácter representativo 13. En efecto, el líder carismático es un elemento que parece reproducirse en todos los populismos. De él surge otra característica de estos movimientos, su carácter inestable como orden político. En la política populista, importa más la aspiración del pueblo –articulada por el líder– que la institucionalidad. La auto-comprensión del pueblo, o la que de él den sus «representantes», es la guía máxima de la acción política. El liderazgo populista, por su concepción historicista y sentimental del pueblo, carece de la solidez política y jurídica del liderazgo carismático de un rey bárbaro, que tras su conversión a la fe cristiana deja tras de sí una institucionalidad jurídica en que encarna su concepción teológico-política. El líder populista no es un Recaredo, un Clodoveo, un San Esteban de Hungría. El resultado es ese particular estilo personalista y clientelar del populismo 11 Karl Polanyi, La gran transformación. Crítica del liberalismo económico, Madrid, Ediciones La Piqueta, 2011. 12 Ver Carl Schmitt, Catolicismo romano y forma política, Madrid, Tecnos, 2011. 13 Un ejemplo conspicuo en el contexto hispanoamericano es el del ecuatoriano José María Velasco Ibarra. Ver Robert Norris, El gran ausente. Biografía de Velasco Ibarra, Quito, Libri Mundo, 2004.
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moderno, tan odiado por la doctrina clásica del liberalismo. Al mismo tiempo, del carácter «representativo» del político populista se sigue a veces una pretensión no solo monárquica sino cuasi sacerdotal, según la cual el líder es el intermediario e intérprete único, oracular, de la voz del pueblo, algo que se entiende es más eterno y firme que la mera opinión pública. 5. Conclusiones Hoy estamos en una fase de esta transformación en que está de moda decir que el populismo y el nacionalismo parecen estar en alza. Es cierto que los países que más parecen haberse beneficiado económica y políticamente del orden liberal internacional post-1989 han sido los que más habrían sabido ignorar la ascesis de ese orden en franca búsqueda sus propios intereses particulares y mercantilistas. El ejemplo más claro es China, pero hay otros, como Singapur e Israel. Este era el modelo que propuso Trump y que siguen los euroescépticos en Europa: la vuelta a una política «de las naciones». La invasión rusa de Ucrania pareció inicialmente poner de manifiesto que el sistema global no es tan fuerte como parecía. Las sanciones económicas no parecieron hacer demasiada mella en la economía rusa, y más aún resultaban gravosas para los propios Estados de Europa occidental que las impusieron. Al nivel del discurso, las cosas siguen haciéndose y, en parte, justificándose, en términos de beneficio nacional. El movimiento populista en Occidente parece indicar que los pueblos están otra vez creyendo en el Estado, o buscando en él su redención. Hay señales, sin embargo, que esto no es una caracterización completa de la situación. La defensa occidental de Ucrania, aunque justificada con melodías nacionalistas (ucranianas), es en realidad un concierto transnacional, regido en gran parte por una lógica tecnocrática y universalista. Sea ello como fuere, lo más notable de la situación desde el punto de vista del pensamiento político es la falta de claridad con— 87 —
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ceptual para describirla. Desde el punto de vista sociológico, la confusión terminológica y de pensamiento no impide el avance del movimiento que se viene llamando populista, pero sí lo limita al clasificarlo como enemigo del régimen en funciones. Por un lado, parecería que todo lo que no es aceptable para los peritos del orden liberal –los que definen sus «valores democráticos»– debe llamarse «populista». Por el otro, ello sólo parece dar más fuerza al movimiento populista en su irracionalismo y dependencia del líder carismático, confirmando que solo hay un intérprete de la verdad (uno para cada populismo, claro). El panorama parece un regreso a una fase mágico-pagana de la política, en la que la verdad sobre el bien del hombre solo es accesible a unos pocos, y no por operación de la razón o la fe, sino por la de la legitimidad jurisdiccional del liberalismo moderno o la sentimental del líder populista. Lo que puede esperarse es que la siguiente transformación del panorama político será la que logre sintetizar y trascender estos dos extremos –como ésta ha sintetizado y trascendido los extremos de la izquierda y la derecha– en una nuevo omnium haereseon conlectum.
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POPULISMO Y SOCIEDAD: BASES Y MECANISMOS SOCIOLÓGICOS LA POLÍTICA DEL REGALO Y LA POLÍTICA DEL APARATO EN ARGENTINA Juan Fernando Segovia CONICET (Mendoza)
1. Presentación Como lo he expresado en otras ocasiones, el nombre y el concepto de populismo me parecen equívocos, cuando no meros rótulos de contiendas políticas 1. Si bien no estoy de acuerdo en el uso generalizado del término, me valdré de la convención que se ha impuesto a fuerza de repetirla. En verdad, el populismo es un no concepto, una conceptualización por la negativa, como «lo contrario a», de ahí lo difícil de su conceptualización. Aclaro también que mi aproximación podría decirse intuitiva por no científica, conforme a los cánones de la ciencia política 1 Remito a Juan Fernando Segovia, «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», en Miguel Ayuso (ed.), Pueblo y populismo. Los desafíos políticos contemporáneos, Madrid, Itinerarios, 2017, pp. 157-186; y «Combatiendo el camaleón populista. Examen de algunos libros recientes que proponen la lucha sin cuartel al monstruo populista», Fuego y Raya (Córdoba de Tucumán), n. 21 (2021), pp. 83-118.
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hodierna. Y en este caso más todavía, porque me he propuesto hacer una aproximación primaria al populismo y luego analizar el actual populismo argentino. Me valgo principalmente de la experiencia argentina, que es la que conozco mejor y que, hasta un punto, puede decirse paradigma del populismo. Porque pareciera que la naturaleza del populismo se devela cuando llega al extremo; y Argentina –no sólo Venezuela– está en ese extremo, me atrevería a decir en el momento terminal de un largo proceso. 2. Acerca del populismo Un concepto olvidado: la demagogia Quisiera comenzar con una breve acotación. ¿Debemos hablar de populismo o de demagogia? Porque tengo la impresión de que eso que hoy se dice populismo, Platón, Aristóteles o Cicerón lo hubieran nombrado como demagogia. Nos hemos olvidado del viejo concepto y por ello abandonado: la demagogia es una forma de gobierno, íntimamente ligada a la democracia. Haberla quitado de las mentes y del camino, esto es, de la filosofía y de la historia políticas, sólo se explica porque lo que identificamos hoy como «democracia» no es más que demagogia, pura demagogia. Forma corrupta ya de los gobiernos que genera otras formas igualmente corruptas en su seno. Hace falta pedagogía para recuperar la sana filosofía política, pero me temo que hoy los «nuevos pedagogos» no quieren nada de filosofía sino de ideología. Populismo e ideología Otra breve puntualización. Una cosa es cierta: el populismo no es una ideología, como lo son el liberalismo o el comunismo. El populismo se vale de las ideologías, las usa en beneficio propio. De ahí que haya un populismo de izquierdas (el de Chávez y — 90 —
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Maduro en Venezuela o los Kirchner en Argentina) y un populismo de derechas (el de Trump en Estados Unidos o el de Menem en Argentina), incluso un populismo de centro, casi diría conservador (como el de Chantal Delsol 2). El concepto se ha desfigurado, y, al desfigurarse, la figura mal formada del populismo cambia también su valuación y se predica su bondad y su consubstancialidad con la política en la que se construye un pueblo, es decir, con toda política. Cuando el populismo se hizo de derechas se lo criticó por su asociación al neoliberalismo; cuando se travistió de izquierdas fue alabado por rescatar lo nacional y popular en contextos globalizados de pérdida de identidad de los pueblos. Lo que me llama la atención es la capacidad de giro ideológico con que se maquillan Estado y partidos, lo mismo que la docilidad de las clientelas de turno y de algunos intelectuales. Porque frente a la postura clásica del populismo como ideología consolidada, el neopopulismo padece la volátil fragilidad de su contenido ideológico: un mismo partido puede, al comienzo, apoyar políticas neoliberales para más tarde volverse a medidas de corte socialista; y el Estado sigue siendo apto para unas y otras, sin que falte el cortejo de intelectuales que justifiquen ahora lo que antes reprobaban. Y así como cambia la orientación de las políticas, cambian también las clientelas esclavas. El contexto histórico del populismo clásico Me parece que la mejor manera de entender lo dicho es ubicar las apreciaciones en su contexto histórico. El siglo XIX fue revolucionario, en varios sentidos, por violento (las guerras fratricidas) y sangriento; por la intolerancia liberal para con los pueblos hispanoamericanos; y por la permanente tensión y el constante choque entre la institucionalidad liberal y la sociedad aún tradi-
Chantal Delsol, Populisme. Les demeurés de l’histoire, París-Perpiñán, Ed. du Rocher, 2015. 2
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cional. En el escenario hispanoamericano muy pocos casos se exceptúan (quizá Chile y la república portaliana). En el comienzo de siglo XX, la América hispana (a diferencia de Europa, que ve nacer los totalitarismos) asiste a la consolidación del liberalismo y a una incipiente democratización, si bien hay un gran contraste entre lo formal y lo material, es decir, entre las formas exteriores del régimen y lo que él toleraba o admitía. Y por tal contraste nace la idea de un pueblo real ajeno a la vida del régimen 3, que algunas veces se traduce en la tesis de los dos países o las dos naciones. Décadas más adelante nos trajeron la modernización por la militarización: las dictaduras militares y su intrínseca ambigüedad, liberales y nacionalistas, con ánimos de revolución que perdure y sus fracasos estrepitosos. Traigo este recuerdo porque el enemigo, que estaba representado por el socialismo, muchas veces entraba al sistema por la ventana, de manos de los militares (especialmente en lo económico, cuando auspiciaban la expropiación de tierras, la planificación económica, los controles sobre la economía, la propiedad estatal, una mayor presión impositiva, etc.); en cambio, en lo cultural –con todo lo vago que parece este término– se acentuaba el liberalismo. Es así como aparece el discurso político en torno a la «otra» democracia, que no es liberal ni totalitaria, por eso el primer populismo se entiende como una vía media entre el liberalismo y el totalitarismo: por caso, la «tercera posición» de Perón, el APRA, etc. En suma: debe subrayarse la incapacidad de las instituciones demoliberales para dar una respuesta estable a las demandas del sistema y a las exigencias de los nuevos tiempos. Un gran sector de excluidos, infrarrepresentados, etc., entran en la vida política y crean una opción a contrapelo de los enemigos tradicionales. El populismo, por lo tanto, no se entiende como opuesto a la de3 Estas tesis siempre tienen formulaciones anteriores; en Argentina, p.e., desde la revolución de 1890 los convidados de piedra del régimen liberal la desarrollaron con singular celo, como el radicalismo de Hipólito Yrigoyen.
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mocracia sino como parte de ella o una interpretación de ella: o, recurriendo al argumento de Margaret Canovan, se trata de un componente esencial de la democracia, cuyas «fuentes se encuentran en las tensiones al interior del corazón de la democracia». Si bien la democracia tiene una faz pragmática o administrativa, también tiene una faz redentora. La crítica populista a las élites y la glorificación de la gente común dan vitalidad al ideal democrático y lo renuevan. La fase redentora del populismo está asociada a la exaltación discursiva del pueblo, a su estilo dirigido a la gente común y a los fuertes sentimientos que motivan la participación de gente apolítica o poco interesada en la política 4. El neopopulismo Hacia la década de los 70 del pasado siglo, el populismo parecía extirpado. Pero en poco tiempo el escenario cambió. Comenzó a hablarse del renacer populista tras el colapso de la Unión Soviética y sus satélites y el surgimiento de una nueva izquierda que buscaba un espacio intelectual y político en el nuevo escenario. Parece que estos populismos renacen en sociedades en las que se percibe la novedad de la democracia 5 y la debilidad de los partidos políticos, pues se trataría de sociedades civiles que tienen un pasado autoritario o dictatorial. El populismo encajaría, igual que antes, con las posibilidades de una «revolución democrática» dentro del actual régimen político, interesado especialmente en la actualización de la participación popular permanente y la movilización social, el logro de la soberanía popular en la práctica 6. Por eso, la redemocratización de la América hispana acaece en el momento de mayor auge de la 4 Margaret Canovan, «Trust the People! Populism and the two faces of democracy», Political Studies (Londres), n. 47 (1999), pp. 2-16. 5 El neopopulismo coincide con la tercera ola de la democracia, pensada por Samuel P. Huntington, The third wave. Democratization in the late twentieth century, 1991, traducido al español como La tercera ola. La democratización a fines del siglo XX, Buenos Aires, Paidós, 1994. 6 Cfr. Francisco Panizza (ed.), Populism and the mirror of democracy, Londres y Nueva York, Verso, 2005.
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globalización económico-financiera, con el debilitamiento de los ya débiles Estados hispanoamericanos. Esta conjunción de factores –democracia y globalización– juega en un contexto que es diferente en cada país, en el que hay más o menos hábitos e instrumentos populistas. La Argentina de los Kirchner o el Ecuador de Correa difieren, por ello, de la Venezuela de Chávez o la Bolivia de Morales, aunque a los ojos de la gente pareciera no haber mayores diferencias. Pero las hay y bien marcadas, incluso en un mismo país en diferentes momentos. Tómese, por caso, el populismo de Carlos Menem en Argentina y compáreselo con el de Néstor Kirchner; el primero es más liberal en aquello que el segundo es más socialista. La tesis de Touraine según la cual se trata de intentos de controlar el proceso de modernización determinado desde el exterior, haciendo del Estado un actor central en la defensa de la identidad nacional y el promotor de la integración nacional a través del desarrollo económico 7, siendo atractiva no deja de ser parcial, pues sólo ve un rasgo formal y aparente de lo que ocurre en Hispanoamérica. Porque hay, cuando menos, otro factor que considerar: la enorme presencia en la vida social de los mass-media, que han hecho que el populismo se convirtiera en un fenómeno mediático: el «telepopulismo» de los líderes «telegenéticos» 8. Quienes han observado el fenómeno atribuyen al estilo de Carlos Menem la mediatización del líder populista, pero me parece que exageran 9 al lado de la exposición permanente de Cristina Kirchner o de
7 Alain Touraine, «Las políticas nacional-populares», en María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone (comp.), Populismo y neopopulismo en América Latina, Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 329-359. 8 Pierre-André Taguieff, «Las ciencias políticas frente al populismo: de un espejismo conceptual a un problema real», en Aa.Vv., Populismo posmoderno, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1996, pp. 77-79. 9 Menem era un mal comunicador, no tenía las dotes oratorias e histriónicas de otros líderes. Además, cometía muchos errores al improvisar sus discursos (dijo haber leído las obras completas de Sócrates) y también al leerlos, pues era coqueto y no usaba anteojos.
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Chávez, que se trasmitía internacionalmente y a diario en su programa Aló presidente 10. Quizá el caso más grotesco sea el de Abdalá Bucaram (gobernó en Ecuador por seis meses entre octubre de 1996 y febrero de 1997) 11, que representó sus actos de gobierno como un show televisivo en el que el poder se interpretaba popularmente como el fútbol y la cultura de masas: jugaba al fútbol con estrellas, bailaba con modelos y animaba un programa de televisión. El neopopulismo, pareciera estar constituido por oleadas: la primera emparentada con el neoliberalismo y antagónica de lo que sería el populismo clásico en materia económica 12 (la segunda presidencia de Pérez en Venezuela, Alberto Fujimori en Perú, Carlos S. Menem en Argentina, Fernando Collor de Mello en Brasil, Carlos Salinas de Gortari en México, etc.) 13; la segunda oleada se produce con el recrudecimiento de las viejas políticas redistribucionistas (Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, etc.), pero también con políticos que pertenecerían al primer momento neopopulista, como el populismo burgués y bienpensante de Joaquín Lavín en Chile 14 o de Mauricio Macri en Argentina 15, y otros con los que no sabe qué hacer, pues
Costumbre que los populistas venezolanos de Maduro cultivan aún hoy. Para Ximena Sosa-Bucholz, «The strange career of populism in Ecuador», en Michael L. Conniff (ed.), Populism in Latin America, Tuscaloosa, The University of Alabama Press, 1999, pp. 152-155, se trataría de un populismo enloquecido, en alusión a que a Bucaram lo conocían por el sobrenombre de «El Loco». 12 Cfr. Kurt Weyland, «Populism in the age of neoliberalism», en Conniff, Populism in Latin America, cit., pp. 172-190. 13 Aunque a Salinas, en razón de las reformas fiscales y laborales, se lo considera más neoliberal que populista. Cfr. Jorge Basurto, «Populism in Mexico. From Cárdenas to Cuauthémoc», en Conniff, Populism in Latin America, cit., pp. 88-92. 14 Al decir de Guy Hermet, «El populismo como concepto», Revista de Ciencia Política (Santiago de Chile), vol. XXIII, n. 1 (2003), p. 13. 15 María Esperanza Casullo, «Mauricio Macri, ¿liberal o populista?», en Sergio Caggiano et al, Racismo, violencia y política. Pensar el Indoamericano, dos años después, Los Polvorines, Universidad Nacional de General Sarmiento, 2012, pp. 43-60. 10 11
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¿qué decir de la primera presidencia de Alan García en el Perú (1985-1990) 16 o de la de Raúl Alfonsín en Argentina (1983-1989)? Primera oleada Si paramos mientes en la primera oleada, se ha dicho que «dentro de esta fase se puede definir al populismo como aquella lógica que tiende a formar coaliciones heterogéneas mediante un liderazgo carismático y paternalista, el cual no sólo recurre a métodos redistributivos o clientelares para mantener el vínculo con el electorado, sino que también actúa dentro de los marcos generales de la democracia liberal y al mismo tiempo tiende a presentar rasgos autoritarios que se desacoplan de los sistemas de control institucionales» 17.
Palabras huecas, pues en gran parte de los casos asistimos a liderazgos efímeros y para nada paternalistas; los rasgos autoritarios tampoco son comunes, más bien, en no pocos ejemplos se ha visto una intrínseca debilidad ya por la alianza política que los sustentaba, ya por sus medidas económicas que les hicieron perder apoyo. El comandante Lucio Gutiérrez apenas cumplió dos años en la presidencia de Ecuador pues un golpe lo derrocó en 2005; Menem no llegó a una segunda reelección –lo que no le hubiera pasado a Perón–; Collor de Mello terminó removido por corrupción, lo mismo que Andrés Pérez; a Bucaram lo destituyeron en menos de lo que canta un gallo; y Fujimori debió huir del país por igual causa (aunque después de gobernar por tres períodos y diez años desde 1990). ¡Vaya líderes autoritarios y paternalistas que no tuvieron un pueblo que los defendiera! 18. El de García pareciera ser el caso de un líder populista en una situación populista imposible que exagera y sobredimensiona su liderazgo. Cfr. Danilo Martuccelli y Maristella Svampa, «Las asignaturas pendientes del modelo nacionalpopular. El caso peruano», en Mackinnon y Petrone (comp.), Populismo y neopopulismo en América Latina, cit., pp. 267 y ss. Pero García fue un populista que se quedó sin pueblo, ya que éste le quitó el apoyo, como sostiene Steve Stein, «The paths to populism in Peru», en Conniff, Populism in Latin America, cit., pp. 111-112. 17 Raimundo Frei y Cristóbal Rovira Kaltwasser, «El populismo como experimento político: historia y teoría política de una ambivalencia», Revista de Sociología (Santiago de Chile), n. 22 (2008), pp. 126-127. 18 Solamente podría decirse del fallecido Chávez y de su sucesor, Maduro. 16
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El paternalismo no es peculiar del populismo ni de su variante hodierna. Líderes democráticos aparentemente sin tacha –como Raúl Alfonsín– fueron paternalistas, aplicaron políticas redistributivas, recurrieron al asistencialismo y cayeron en la tentación autoritaria, para acabar en profunda depresión cuando no pudieron ser reelectos. ¿Fue muy distinto el primer gobierno de Alan García? No lo creemos. Por lo demás, siempre hay un epíteto zahiriente para endilgar al populista, lo que contrasta con el absoluto silencio respecto de los líderes democráticos, que se valen de los mismos métodos y medios que los de la vereda de enfrente: amañan elecciones, reparten prebendas, hay corrupción en todos los niveles de gobierno, practican el asistencialismo, generan sus clientelas, usan y abusan de los medios de comunicación según el ranking público de su imagen, etc. 19. Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, lo sabemos. Pero si se la mira con una viga en el propio, no sólo se desatienden los defectos personales, también se deforman los del enemigo. La primera oleada neopopulista es liberal en lo económico: privatización de empresas públicas, flexibilización del mercado de trabajo y eliminación o disminución de los derechos sobre las importaciones, es decir, un manejo más técnico de las finanzas públicas. Guy Hermet sostiene que en estos casos hay un renacer de la utopía de las soluciones instantáneas a los problemas de larga data 20, aunque en realidad no es un problema de los neopopulismos solamente sino de las nuevas democracias, urgidas de legitimarse en las aguas del Ganges del pueblo. Y si se me apura, diría que de toda democracia, que ofrece el paraíso en la tierra, promete hasta la luna; de ahí su fuerza redentora recordada por M. Canovan. 19 Las políticas de permisos, regulaciones, licencias, subsidios, tarifas especiales, etc. son comunes en Hispanoamérica a todos los gobiernos, sin distinción. Lo mismo ocurre con la corrupción: no distingue entre demócratas y populistas, militares y civiles. 20 Hermet, «El populismo como concepto», loc. cit., p. 12.
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La oleada actual La segunda oleada ya no es liberal en lo económico-social: se recuperan las empresas privatizadas, se vuelve a regímenes redistributivos y asistencialistas, el proteccionismo retorna como reacción al mercado libre, etc.; rebrota un populismo socialista de la tercera vía que propulsa una «economía humanista, autogestionaria y competitiva», según la definición de Chávez 21. Prácticamente a comienzos de siglo XXI gran parte de los países del subcontinente estaba en manos de líderes populistas izquierdizantes: Kirchner en Argentina y Lula en Brasil (2002) 22, Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Morales en Bolivia y Bachelet en Chile (2005), Correa en Ecuador (2006) y el eterno Chávez que gobernó Venezuela desde 1999 a 2013. Sin embargo, estas prácticas venían en mayor o menor medida de antes; con la segunda ola se intensifican y se convierten en banderas públicas de progreso social. Pero el Estado, en el neopopulismo, en lugar de proteger al pueblo marginal, crea clientelas nuevas; en lugar de buscar un interés nacional, persigue el interés particular de los gobernantes y sus amigos de turno. Se ha convertido en un mandón prepotente que elige discrecionalmente a quién ayudar y a quién soltarle la mano. Lo ha dicho, mejor que nosotros, Guy Hermet: «en conformidad con una nueva ética del elogio de la diferencia y de la glorificación de cualquier mestizaje, el Estado sólo les da la impresión de ejercer este poder, volcando de manera ostensible las posiciones respectivas de los excluidos tan meritorios como para incluirlos pronto y de los incluidos no mestizables que cabe excluir desde ya. Los enemigos se convierten en amigos y los amigos en enemigos. Al mismo tiempo, los elegidos no parecen 21 La alternativa socialdemócrata, la tercera vía versión América Latina ha quedado plasmada, por ejemplo, en el «Consenso de Buenos Aires» (2003), de líderes de izquierda como Lula da Silva y Néstor Kirchner, al que adhirieron Ricardo Lagos y gran número de intelectuales y asociaciones izquierdistas. El año anterior en La Antigua, Guatemala, había tenido lugar el XI encuentro del Foro de São Paulo con el propósito de unir a gobiernos y fuerzas de izquierda en el apoyo a los «populistas» de la América Latina. 22 Aunque el presidente brasileño haya virado hacia políticas económicas compatibles con la economía de mercado.
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“representar” más el interés general de una comunidad política simbólicamente encarnada por las asambleas; parecen más bien ocupados en regular el reconocimiento de identidades desagregadas en una perspectiva donde “el respeto por las minorías se convierte en la piedra de toque de la sinceridad democrática”» 23.
3. La actualidad del populismo en la Argentina La cita anterior da pie para observar el actual populismo argentino. Éste se presenta al observador como un caleidoscopio de muchas piezas irregulares en movimiento, que está empezando a sufrir una parálisis por las razones que veremos. Populismo y pobrismo Los políticos liberales argentinos califican al populismo de «pobrismo», de ser una cultura política que genera pobres y vive de los pobres, en fin, que explota a los pobres 24. Y hay en ello algo de cierto, si bien no en el otro extremo que pregonan los liberales, la alabanza del capitalismo como resorte que acaba con el pobrismo, ya que en realidad lo produce. Los populistas practican el pobrismo porque los pobres son un gran capital electoral (como se sabe) y también un instrumento que puede organizarse para servicio de los políticos (de aquí el disruptivo papel de las «organizaciones sociales»). El pobre es material disponible para el Estado y para los dirigentes de las organizaciones sociales, los políticos y los partidistas. Porque el pobre de estos tiempos ya no es dueño ni de su prole, como Marx decía de los trabajadores del siglo XIX. En general se dice que el pobre no tiene patrón, porque suele ser un desem23 Hermet, «El populismo como concepto», loc. cit., pp. 17-18. La frase final es de Marcel Gauchet. 24 Carlos M. Reymundo Roberts y Miguel Ángel Pichetto, Capitalismo o pobrismo (esa es la cuestión), Buenos Aires, Penguin Random House-Grupo Editorial Argentina, 2021. Roberts es un periodista vinculado al liberalismo; Pichetto es un político que vive hace décadas prendido a las «ubres del Estado», en un tiempo como peronista, luego como aliado kirchnerista y hoy como pata liberal del macrismo.
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pleado, alguien que vive de «changas», de trabajos mal pagos por el mercado y que suelen estar fuera del circuito oficial reconocido: hacen trabajos «en negro», no aportan a las obras sociales, a los sindicatos y a las cajas de jubilaciones y pensiones; no reciben beneficios laborales y familiares. Y de estos pobres se aprovecha el Estado y los hace empleados suyos, no por medio de puestos de trabajo sino por su asistencia. Los planes de ayuda, que instrumenta el populismo, concurren a generar un cordón umbilical entre el Estado y los beneficiarios que, a la larga, termina por acrecentar los desocupados, los pobres. En el caso argentino, los planes sociales se han incrementado exponencialmente en las últimas décadas, sin distinción del gobierno de turno. En la actualidad son más de 140. En general, los planes no producen trabajo, se dan a los desempleados o a personas en determinada situación social desfavorable, generalmente sin exigir contraprestación; si no producen trabajo, los planes tampoco generan riqueza sino pobreza. Los planes no significan un progreso o mejora social, son la garantía, para quien lo recibe, de conservar el status quo y depender del Estado. Los planes generan conformismo en la gente y en el gobierno. Y esta actitud complaciente favorece los propósitos populistas. Los beneficiarios de planes se conforman con el dinero recibido y con la asistencia alimentaria; las organizaciones sociales se conforman con la intermediación en los planes que les permite distribuirlos y quedarse con una parte; al gobierno le conforma el rédito político que saca de estos planes (elecciones, movilizaciones). Algunos planes aplicados en la Argentina actualmente son 25: «Potenciar Inclusión Joven», para jóvenes desempleados; «Argentina 25 Fuentes: https://www.argentina.gob.ar/politicassociales/informacionsobre-planes-y-programas-sociales/guias-de-programas-sociales; https://www.colaborando.net/planes-sociales-argentina/; https://www.iprofesional.com/economia/351603-cuales-son-los-planes-sociales-y-programas-vigentes-en-argentina; Diego Cabot, «El país de los planes sociales: la mitad de los argentinos recibe al menos uno», La Nación, diario, Buenos Aires, 21 de enero de 2021, en https://www.lanacion.com.ar/economia/el-pais-planes-socia-
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Hace», para pequeñas obras de construcción; «Tarjeta Alimentar», para la canasta básica alimentaria familiar; «Potenciar Trabajo», que busca mejorar la empleabilidad; «Mi Pieza», para mujeres mayores de 18 años que residan en barrios populares; «Fondo de Desempleo», para despedidos sin justa causa; «Asignación por Embarazo», para las gestantes; «Asignación Universal por Hijo», para las madres que tengan hasta 5 hijos menores de 18 años; «Hacemos Futuro», para la capacitación laboral; «Refuerzo por Emergencia Sanitaria», para quienes reciben la Asignación Universal por Hijo; «Ingreso Familiar de Emergencia», durante los primeros meses de la pandemia; «Progresar Argentina», programa de becas educativas; «Complemento Mensual para el Salario Familiar», que incrementa esta asignación; «Programa Más Cultura», para el acceso a la cultura de los jóvenes; «Previaje», para fomentar el turismo nacional; «Programa de Asistencia Alimentaria al Paciente Celíaco»; «Programa de Asistencia Alimentaria a Inmunodeprimidos»; «Promoción del Microcrédito para el Desarrollo de la Economía Social»; etc., etc., etc. La mayoría de estos planes son nacionales; los hay también provinciales y municipales. Algunos son transitorios, pero generalmente son permanentes. Además, como hemos dicho, existe una multitud de subsidios 26, programas y prestaciones estatales en materia familiar y laboral 27, y otros relacionados a los servicios pú-
les-mitad-argentinos-recibe-nid2573856/; Matías Colombatti, «Mapa de la asistencia estatal: qué planes sociales existen en Argentina y sus detalles», en https://www.eldestapeweb.com/politica/planes-sociales/mapa-de-la-asistenciaestatal-el-detalle-de-los-planes-y-programas-sociales-2021 26 Los subsidios, esto es, las transferencias del sector público estatal al privado, en Argentina se han duplicado en los últimos 15 años, pasando del 6% del PBI en 2005 a 12% en 2020. Cfr. Fausto Spotorno, «Subsidios sociales: una idea de reestructuración», en https://www.cronista.com/columnistas/ subsidios-sociales-una-idea-de-reestructuracion/ 27 Por caso: Pensión Universal para el Adulto Mayor; Plan Nacional de Primera Infancia; Programa SUMAR; Plan Nacional de Seguridad Alimentaria; Asistencia a Comedores Escolares; Fortalecimiento a Comedores Comunitarios y Merenderos; etc.
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blicos 28. Debe saberse que la información es poco confiable –salvo la que brinda el propio Estado 29–, especialmente en cuanto a las cifras y los porcentajes que se desembolsan. Pero sea como fuere, nadie discute que el gasto público en esta materia y por estos ítems es monumental. Promediando el año pasado, se estimaba que, sobre una población algo superior a los 45 millones de habitantes, cerca de 22 millones de argentinos recibían algún plan, subsidio o programa, pues aproximadamente el 45% de la población es pobre a ojos del Estado y/o de las estadísticas 30. Según otros cálculos, se presume que el Estado en sus tres niveles por día destina más de 800 millones de pesos en planes sociales, esto es, unos 288.000 millones anuales. En dólares: casi 8 millones diarios y 2.880 millones al año 31.
Así, subsidios al gas, a la energía eléctrica, al transporte, etc. Además está el subsidio a los combustibles. Existen también subsidios a las empresas públicas (por caso, Aerolíneas Argentinas, desde 2008 a 2021 ha recibido un total de 7.500 millones de dólares). Sólo los subsidios económicos (industrial, rural, agroalimentario, energético, transporte), en el presupuesto para el año 2021, importaban $824.000 millones (2,2% del PBI). Cfr. Francisco Jueguen, «Caja estatal: los subsidios a la energía y el transporte crecen a un ritmo que ronda el 80% anual y acrecientan el debate por tarifas», La Nación (Buenos Aires), 22 de marzo de 2021, en https://www.lanacion.com.ar/economia/ caja-en-febrero-la-argentina-volvio-al-rojo-fiscal-nid22032021/ 29 Una visión más minuciosa se puede obtener de la lectura de documentos oficiales, por caso: Presidencia de la Nación. Consejo Nacional de Coordinación de Políticas Públicas. Sistema de Información, Evaluación y Monitoreo de Programas Sociales, Guía de programas sociales del Estado nacional, Buenos Aires, 2020 y 2021. 30 Por supuesto que la determinación de la pobreza implica el problema de la medición. Oficialmente se dice que la población bajo la línea de pobreza era, a mitad de 2021, el 40,6%. Cfr. https://www.indec.gob.ar/indec/web/Nivel3-Tema-4-46. Para el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina, es del 44,2%. Cfr. https:// eleconomista.com.ar/economia/uca-pobreza-pais-subio-442-indigencia-101-n39756 31 Bernardo Vázquez, «El Gobierno gasta $ 800 millones por día en planes que manejan las organizaciones sociales», Clarín, diario, Buenos Aires, 22 de mayo de 2021, en https://www.clarin.com/politica/gobierno-gasta-800-millones-dia-planesmanejan-organizaciones-sociales_0_R9NOPpH0B.html 28
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Populismo, «planismo», solidaridad y clientelismo A esos planes se los llama eufemísticamente «inclusión social», como rezan los teóricos democráticamente correctos. Los hijos de los pobres no tienen comida pero sí comederos que les facilita ora el Estado, ora las organizaciones sociales o vecinales. Los hijos de los pobres son escolarizados al sólo efecto de hacer alguna comida en las escuelas, y recibir la magra y deficiente instrucción en los valores de la democracia, cuando no del partido dominante, que suelen calificar de «educación». No importa si después salen a mendigar por las calles o a robar. Los planes se definen también como «solidaridad»: suministran dinero y alimentos, pretenden capacitar laboralmente, quieren sacar a los jóvenes de las adicciones y propenden a una integración de los distintos sectores implicados: el gobierno, los barrios y villas, los vecinos, los colegios, los movimientos sociales, etc. Y la mejor manera de lograrlo es siendo solidarios. ¿Qué es la solidaridad de la que se habla? Imaginemos un ladrón que, a la vuelta de una esquina, espera que pase una señora para robarle su dinero. Cuando se topa con ella, como en las novelas, le espeta: «La bolsa o la vida». Y la pobre mujer le da su dinero, diciéndole: «Es un robo». Pero el maleante le replica: «Gracias por su solidaridad». Con los gobiernos populistas, la solidaridad así entendida es un grito de guerra, resuena en todo lugar a toda hora. «¡Solidaridad!» «¡Debemos ser solidarios!» El hambre, la pobreza y todos los males heredados se curan con la solidaridad, que no es remedio que cada uno aplica sino que el gobierno fuerza e impone. Como el ladrón recién inventado, esta solidaridad tiene de la virtud sólo la apariencia, pues es un robo disfrazado. Esta solidaridad no es sino un nombre elegante y políticamente correcto para la arbitrariedad, la rapiña y toda clase de exacciones. Los solidarios somos obligados a pagar impuestos injustos y extorsivos, aplicados indiscriminadamente, sin consideración de ninguno de los elementos de un justo tributo. Siempre vuelve la — 103 —
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misma pregunta: ¿y la justicia? Porque no hay solidaridad si no hay justicia. La solidaridad del Estado, impuesta, forzada, obligatoria, persecutoria, es el paradigma de la injusticia. No es solidaridad, es un robo, adornado con doctrinas políticamente correctas y moralmente injustas. El pobrismo define una filosofía que, como contracara del «planismo», tiene al «clientelismo» como estrategia política. El clientelismo necesita de un conocimiento de las cosas observables, luego la pobreza y los pobres deben organizarse (de aquí las organizaciones sociales) y controlarse, que en Argentina se hace por medio de los «observatorios» del Estado y otros instrumentos de coacción. Pero no nos anticipemos. Los estudios de Javier Auyero 32 sobre el partido peronista muestran que éste tiene una organización que, como un pulpo, recurre a variadas redes informales receptivas/distributivas de información, recursos y trabajos. En las condiciones de pobreza descritas, esas redes dan acceso a recursos que son vitales para la subsistencia, y que adicionalmente generan y/o fortalecen la identidad política, el corazón populista. Por eso, los significados del populismo/peronismo están en dependencia de la localización de los pobres en estas redes. Los más próximos a los punteros (brokers) aceptan esta visión del peronismo como intercambios clientelares; los más lejanos a los punteros y sus organizaciones continúan creyendo al peronismo como un movimiento obrero. Para estos, las redes peronistas distribuyen recursos pero no identidad. Lo que descubren estos estudios es que el partido, no sólo el líder, organiza y distribuye identidad política y social. Pareciera así que se han derrumbado dos pilares del populismo clásico: el liderazgo carismático (ahora reemplazado por el liderazgo buro Javier Auyero, Poor people’s politics. Peronist survival networks and the legacy of Evita, Durham y Londres, Duke University Press, 2001. Auyero se refiere al peronismo, pero en realidad su investigación se centra en el kirchnerismo; por eso, cuando él dice peronismo deberíamos leer populismo. 32
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crático partidario) y la masa desorganizada (que es sustituida por el partido que dota de organización e identidad). Sin embargo, en el primer populismo el partido también cumplía con la última función, por lo que en el neopopulismo sólo se acentúa el rol de las redes que pululan alrededor del partido y que favorecen el clientelismo. El clientelismo, según parece, es también una característica común a los partidos políticos ecuatorianos que se vuelcan a los sectores populares, desde la época de la Concentración de Fuerzas Populares de Carlos Guevara Moreno 33. Estas redes distribuyen recursos, información, trabajos y también generan identidades populares basadas en la distinción entre los ricos y los pobres 34. Pero convertirse en cliente del sistema puede deberse a varias causas o motivos, como «los acarreados» de México: los hay que lo hacen por lealtad al líder y al partido, los que son coaccionados en sus trabajos, y los que libremente se ofrecen al mejor postor 35. Mi pregunta es si no acontece algo similar en las incontaminadas democracias. Y mi respuesta es afirmativa. La política del regalo y la política del aparato En Argentina la combinación de planismo y clientelismo da lugar a la política del regalo y la política del aparato. No se debe pensar en la brutal política de la zanahoria y el rebenque preconizada por Thomas Hobbes. No. Esta variante populista es más sutil. «La política del regalo» está representada en los subsidios, las ayudas, los programas asistenciales, que conceden a la gente recursos y otros bienes sin prestación alguna a modo de intercam-
Líder populista en la década de 1940. Según Carlos de la Torre, «Masas, pueblo y democracia: un balance crítico de los debates sobre el nuevo populismo», Revista de Ciencia Política (Santiago de Chile), vol. 23, n. 1 (2003), p. 56. 35 Según Lomnitz, apud De la Torre, «Masas, pueblo y democracia: un balance crítico de los debates sobre el nuevo populismo», loc. cit., p. 61. 33 34
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bio; es gratis 36. «La política del aparato» consiste en aprovechar de éstos para los fines del partido o del movimiento o de la organización o del gobierno populistas; porque la gratuidad exige una respuesta leal del agraciado. Los planes y subsidios son por lo general un regalo; a cambio del obsequio estatal no se pide, en principio, nada. Pero eso sí: hay que registrarse y darle al Estado la información que necesita. Una vez que he recibido los regalos y me he registrado, me he convertido en cliente y penetrado en la red tentacular del clientelismo, poniéndome al servicio de los diversos actores de la maquinaria populista. Y si bien puede asistir la razón al estudio de Auyero, en el funcionamiento de la política del regalo y del aparato la generación de identidad es un «excedente» no necesario. Porque el aparato funciona sin preguntar por los sentimientos, y los beneficiarios pueden afiliarse al partido y participar de sus rituales sin vender sus almas. Las elecciones argentinas de medio término de 2021 lo han dejado claro: el populismo para seguir sacando el rédito esperado, tuvo que aumentar los regalos; así y todo, perdió las elecciones. Populismo y electoralismo Todo partido político es una máquina electoral, lo sabemos desde el pionero estudio de A. Ranney y W. Kendall. El populismo, sea bajo la modalidad de movimiento, sea bajo la estructura de partido político, es también una máquina montada para ganar elecciones. El gran acto del éxito populista es el triunfo electoral. Todo, planes, subsidios, marchas, clientela; todo desemboca en las elecciones. Dice el político: «El domingo hay que votar». Y ahí va la gente, el domingo, a votar. Malón mudo, ganado que no muge.
Gratis, como los regalos que los niños reciben de Papá Noel o los Reyes Magos: gratis para los niños, no para los padres. 36
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Puede que se escuchen sus quejas, pero con sordina. Pocas veces alguno eleva la voz y pregunta: «Señor político, ¿qué hago con la pobreza, con la corrupción, con los delitos, con la inflación, con la falta de trabajo, con los planes que no llegan o no alcanzan, con las malas costumbres, con la república quebrada, con el aborto criminal, con la prensa que no informa, con la mala educación, con el dólar que sube y sube, con la salud resquebrajada, con los muertos? Señor político, ¿qué hago?».
El político responde al sordo clamor popular: «El domingo vóteme a mí. Y después en el Congreso lo discutimos». Cinismo sin par. No habría que aclararlo, pero esta es también moneda corriente en las democracias. Digo: el electoralismo y el cinismo de los políticos. No hay político democrático que no piense sino en las elecciones y en cómo ganarlas. Pero este vicio de todo nuestro sistema se remarca exaltadamente como pestilencia populista cuando, en verdad, el mal olor es democrático. La cuestión puede mirarse desde otro ángulo, a partir de una visión geográfica. El populismo argentino, con sus metas electoralistas, tiende a apoyarse en los grandes centros urbanos en los que encuentra mayor pobreza a la que asistir con nuevos planes y así sostener su caudal electoral. Esto significa postergar al interior provinciano, mayormente rural y de menor densidad poblacional. El país, entonces, se mira desde el conurbano porteño y otros grandes centros urbanos. Es cierto que esto no es peculiar del populismo; lo mismo hicieron los gobiernos liberales del XIX y los democráticos del XX. Pero el populismo, como en otras materias, lo ha exacerbado. Un círculo vicioso El Estado es la promesa de la recuperación social, de la redención del pueblo. Tal el discurso y la acción del populismo, que se acentúa frente al discurso liberal de mercado y librecambio. No hay salida del pobrismo sino por el Estado, que es la palanca de la riqueza bien repartida. Esto conlleva, se sabe, más impuestos y más emisión monetaria que van a más gastos para acordar más — 107 —
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planes y subsidios, lo que rebota en más inflación, mayor déficit fiscal, lo que trae más pobres; y así la rueda vuelve a ponerse en marcha. Es el círculo vicioso del populismo: el distribucionismo y las políticas redistributivas necesitan de recursos y si no los hay, el propio Estado los inventa; pero al hacerlo los pobres aumentan. Siempre se ha asociado el populismo al Estado, de ahí la tendencia a poner al populismo en el margen izquierdo de las tendencias políticas, aquellas que holgadamente entran en el llamado socialismo. No cabe duda de esta asociación entre Estado y populismo, pero en Argentina es lugar común que cualquiera inclinación política se valga del Estado 37. No hay que desmerecer la creatividad, si quiera lingüística, de los populistas. En Argentina se ha visto que la soberanía –siempre cara a los amantes del Estado– puede convertirse en una suerte de aplicación elástica capaz de acomodarse a las necesidades del día. Así, por caso, se ha hablado de la «soberanía alimentaria» para justificar la expropiación de una empresa agroexportadora (Vicentín); de la «soberanía energética» para dar razón a los subsidios a las empresas de energía eléctrica; de la «soberanía en el transporte» para explicar el porqué de las nacionalizaciones de empresas de esa área (como Aerolíneas Argentinas); de la «soberanía informativa» para justificar la existencia de medios de comunicación oficiales y las limitaciones a las empresas privadas; la «soberanía monetaria» con la estatización de la imprenta de billetes Ciccone; etc. A veces las circunstancias imprevistas favorecen a los populistas. La pandemia reciente sirvió para defender las políticas populistas y también para aumentarlas; la pandemia permitió, al menos en un comienzo, sumar nuevos actores leales al populismo, como 37 La derecha llamada liberal en Argentina, desde siempre se ha valido del Estado para sus propósitos políticos. El caso paradigmático es la educación pública, inventada por ellos y sostenida hasta el día de hoy. Pero aunque los liberales se desprendan de las empresas públicas –no siempre es así–, no han achicado el Estado ni disminuido el gasto público. Gastan de otro modo –si se quiere, más discretamente– y en otras cosas, pero usan del Estado como recaudador de recursos para sus planes.
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las iglesias y numerosas organizaciones informales. Sirvió la pandemia para radiografiar la sociedad y su verdadera condición y, en poco tiempo, para mostrar el fracaso de las políticas populistas en razón del agotamiento de los recursos asistenciales y el aumento de la informalidad, seguidas de un mayor empobrecimiento. El problema central, el círculo vicioso del populismo, podría plantearse en estos términos: la capacidad de producción de leche (léase: vacas lecheras) está directamente en oposición a la capacidad de succión de la leche (léase: consumidores). Siempre las vacas son pocas para el enorme número de bocas sedientas. Es más, la experiencia argentina demuestra que el populismo consigue incrementar la capacidad de succión a la vez que hace disminuir la capacidad de producción. Más pobres y menos riqueza. Un caso testigo En la Argentina de hoy, aproximadamente el 50% del gasto público es para las jubilaciones y pensiones. Lo que se recauda por tal concepto no alcanza, sin embargo, para satisfacer el denominado «sistema de reparto». La causa es universal: hay más jubilados (pasivos) que trabajadores (activos) en razón de: el desempleo, el empleo irregular («en negro»), el trabajo informal (las changas); y una causa peculiar argentina: los jubilados de privilegio (generalmente políticos) o por obsequio estatal (los amigos de los políticos). Para pagar magramente a los jubilados, primero se expropió –bajo el gobierno de Néstor Kirchner– el sistema de jubilaciones privadas, una suerte de seguro de retiro que C. Menem tomó del régimen chileno. Pero como con esto no alcanzaba, se aumentaron los impuestos. Así y todo no fue suficiente, porque el asistencialismo estatal, los benditos «planes», se financian en buena medida con la masa de recursos que debería ir a las jubilaciones (se calcula se detrae de éstas más del 10%). En consecuencia, nueva suba de impuestos y emisión de moneda; medidas acompañadas por leyes que reducen el salario de los pasivos en un clima de in-
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flación creciente. Así lo hizo el ex presidente Macri y lo repitió el actual presidente Fernández. Todos se quejan de cómo se hunden las jubilaciones y se aumentan los planes; cómo se deteriora el empleo «en blanco» por el desempleo y crece el empleo público individual (la «empleomanía», que en Argentina es un vicio desde el s. XIX); todos apuntan a las prebendas estatales y políticas, haciendo responsables al funcionariado y los dirigentes; todos denuncian cómo la presión impositiva asfixia a las empresas y el déficit fiscal no para de crecer; cómo nos ahogamos en moneda que nada vale y nos hundimos en la inflación. Pero nadie se pregunta por la justicia, esto es, por qué no se da lo debido a los jubilados que aportaron al sistema durante toda su vida activa y, al contrario, se los desposee de lo que es suyo. Por eso el populismo llevado al extremo se emparenta con la precarización laboral, la injusticia jubilatoria, la desmesura impositiva, los planes que –como los hongos después de la lluvia– crecen y crecen, la emisión monetaria y el déficit estatal que no se detienen, y la inflación. Sin embargo, esto pasa también en las mejores democracias, también en las peores. No hay aquí diferencia entre populismo y democracia, como no sea por el grado o el nivel. Porque lo que en la democracia es corriente, en el populismo es extraordinario: se exacerba y se justifica, ya no por necesidad, sino por instrumento rutinario de la política. Otro testigo El Estado dice: a falta de empleo privado, habrá obras públicas. Así se justifican los nuevos impuestos o la suba de las alícuotas de los existentes 38. Es sabido que la obra pública es la principal causa de la corrupción estatal, que se maquilla con planes, con otros planes, con más planes. La distribución de los planes infla los ministerios y las reparticiones ministeriales. Se allegan las or En Argentina hay 167 impuestos sean de jurisdicción nacional (43), provincial (39) y/o municipal (85). Cfr. https://calim.com.ar/lista-167-impuestos-argentina-2021/ 38
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ganizaciones sociales y sus dirigentes, que, de simples «punteros», pasan en ocasiones a ser funcionarios, pero siempre engranajes de la maquinaria populista. El dirigente social arrima los planes a las gentes, quedándose con una parte y repartiendo según la «fidelidad» al dirigente/puntero, y/o la «lealtad» a la organización, al partido y al gobierno. La gente asistida es fiel y leal cuando vota según se le dice debe hacerlo. ¿Y la obra pública? Una excusa para poner en marcha los mecanismos populistas. Durante los doce años de gobierno de los Kirchner, por ejemplo, se dio por inaugurada dos veces un represa hidroeléctrica en el sur de Mendoza, que hasta el día de hoy sólo existe en la imaginación de los vivos y la memoria de los rencorosos. En Argentina, de norte a sur y de este a oeste, hay poblaciones enteras en las que se han inaugurado rutas, obras de agua domiciliaria y de cloacas, hospitales, etc., que se han quedado en la inauguración. La economía de los populistas se financia de la corrupción: por eso tienen que dirigir las obras públicas y, por necesidad, controlar a la justicia, al Poder Judicial. En Argentina esto último ha sido y es escandaloso: bajo la presidencia de Menem se hablaba de «la servilleta» de su ministro Corach en la que estaban los nombres de los jueces menemistas; con Macri se ha descubierto la llamada «mesa judicial» que manejaba la designación de jueces y la marcha de procesos contra los funcionarios kirchneristas; y con el kirchnerismo se ha manipulado el Consejo de la Magistratura y se han creado partidos judiciales favorables, militantes, como la corriente denominada «Justicia Legítima». Populismo y género y mucho más La financiación estatal, el gasto público como herramienta cotidiana, llega a todo, incluso a las modas ideológicas. Buena parte del presupuesto argentino para el año 2022 prevé una suma exagerada para enseñar y aplicar las políticas de género 39. Esto lo El presupuesto para 2022 –que finalmente no se aprobó– proponía partidas superiores a $2 billones (20 mil millones de dólares) para las políticas con pers39
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hacen las democracias en todo el mundo. Pero lo que antes era discreto hoy es discurso oficial y política estatal. Es una forma actual del viejo clientelismo: se agregan clientes a la red populista, ganando su aquiescencia con recursos públicos, concediéndoles poder mediático y fáctico, todo a cambio de apoyo electoral y respaldo a las medidas gubernamentales. En el caso de la Venezuela de Chávez o la Argentina de los Kirchner hay una vocinglera propaganda de los derechos humanos –impensado en el populismo clásico– que sirven de mecanismo de «inclusión» de los amigos y de exclusión de los enemigos de turno. Y también un notable incremento de la corrupción de los gobiernos, mucho más patética en el norte que en el sur –aunque no menos grave desde el punto de vista de la moralidad pública– por la pobreza generalizada. No obstante siempre hay a mano una revolución que invocar para justificar los malos momentos, sea la segunda boliviana, la bolivariana, la nacional-popular o la que fuere. La inclusión populista decide premiar diversos sectores sociales y/o políticos reconociéndoles un estatus fáctico, no siempre jurídico, que les permite gozar de la protección y los favores del Estado, léase dinero. Clásicamente fueron los sindicatos obreros. Hoy el arco de los premiados es más extenso. Por caso, en Argentina, el primer kirchnerismo se apropió del discurso de los derechos humanos y patrocinó a las Abuelas de Plaza de Mayo dándole a sus agrupaciones beneficios de todo tipo que van desde una universidad propia al manejo de recursos económicos para construir viviendas. Bajo el kirchnerismo posterior se ha favorecido a las corrientes indigenistas, haciendo la vista gorda a sus delitos; se ha dado apoyo a los movimientos que toman tierras (okupas) y las ocupan con fines aparentemente habitacionales, apoyo que muchas veces consiste en no dar protección a la propiedad pectiva de género, cifra que importaba el 15,4% del total del gasto público, equivalente a cerca del 3,4% del PIB. Cfr. https://eleconomista.com.ar/economia/ presupuesto-2022-2-billones-politicas-perspectiva-genero-n46586
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privada; finalmente, como hemos dicho, se han visto tentados por impulsar las políticas de género y sostener a los grupos feministas, abortistas, homosexuales, etc. Incluso los sindicatos han debido acomodarse a la nueva realidad. En Argentina han perdido clientes: el 50% de los trabajadores hacen trabajo informal, no registrado y, por lo mismo, sin aportar compulsivamente a los sindicatos. La pérdida de aportes lleva a los sindicatos y los sindicalistas a aplicar nuevos métodos para generar recursos. En los últimos años, en lugar del paro o la huelga, se ha recurrido al «bloqueo»: un grupo de trabajadores –no necesariamente de la empresa bloqueada– impide directamente que otros trabajen, no permitiendo el ingreso a la empresa y la salida de productos, situación que puede prolongarse por días y meses. El resultado suele ser que la empresa perjudicada ceda a la extorsión, pague lo que se le pide, y retome la actividad. Pero en Argentina es ya frecuente que las empresas –hartas de décadas de prepotencia sindical y estatal– decidan irse del país, opten sus propietarios por venderlas o, en el peor de los casos, cuando no hay más remedio, presentarse en quiebra. En todo caso, la intención es la misma que otrora: que la máquina estatal populista absorba a estos grupos y sectores, lo que no ocurre en todos los casos ni siempre. Se requiere una suerte de organización previa, más allá de las conductas colectivas espontáneas. De ahí la proliferación de las llamadas organizaciones sociales. El Estado no puede copar lo inorgánico. Sin embargo, estas acciones muestran que cualquier medio es bueno para la razón de Estado: instigar, subvertir, apañar, restringir, callar, no actuar, controlar, avalar, reprimir, alentar, etc. Y también observar. El panóptico, más allá del pobrismo La tesis del Estado controlador está en su misma invención en el s. XVI: ajustar no la acción del Estado al comportamiento — 113 —
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de las personas, sino la conducta de los ciudadanos a las acciones y directivas del Estado. Toda conducta incontrolada, sea que no cuadre con las prescripciones y normativas estatales, sea que no sea «vista» por el Estado, es una conducta peligrosa. Largo antecedente, al menos desde Maquiavelo y Hobbes hasta el presente, que en el populismo tiene singular expresión. La idea del panóptico que J. Bentham aplicó a los presidios a fines del s. XVIII, fue llevada a toda la vida social por M. Foucault 40. Consciente o inconscientemente el populismo termina por desarrollar esta idea como método de control social. En Argentina tiene alguna singularidad. La utopía se hace realidad. El «panóptico» estatal hace crecer desmesuradamente los «observatorios» con el fin de observar qué pasa en la sociedad, no sólo cómo evoluciona la pobreza. Pero se sabe que el ojo que mira es también el ojo que controla. El ritmo social, una vez observado, se mueve al compás del Estado. Algunos observatorios existentes hoy en Argentina: Observatorio de Medios y Plataformas Digitales (NODIO); Observatorio de Políticas de Género; Observatorio de Violencia de Género; Observatorio Cultural de la UBA; Observatorio de Industrias Culturales de la Ciudad de Buenos Aires; Observatorio de Internet; Observatorio de Radio y Televisión; Observatorio del Deporte; Observatorio de Derechos Humanos; Observatorio de Víctimas del Delito; Observatorio de Legislación Cultural; Observatorio de Gestión Menstrual 41; Observatorio de Seguridad Vial; Observatorio de Seguridad Pública; Observatorio de Políticas Públicas de Economía Popular, Social y Solidaria; Observatorio de Vigilancia Volcánica; Observatorio Político Electoral; Observatorio de Estudios Electorales; Observatorio de Seguridad 40 Michel Foucault, Surveiller et punir (1975), versión en español: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2002. 41 No he podido comprobar su instrumentación, aunque varios periodistas lo dan como existente. Sí se sabe del proyecto de una diputada nacional promoviéndolo. Cfr. La Nación, diario, Buenos Aires, 5 de noviembre de 2020, en https://www. lanacion.com.ar/politica/una-diputada-del-frente-todos-propone-crear-nid2500711/
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Ciudadana; Observatorio Social; Observatorio del Derecho a la Ciudad; Observatorio de la Violencia contra las Mujeres, Observatorio Nacional de Transporte, Observatorio de Educación y Trabajo, Observatorio Económico Social, Observatorio Argentino de Drogas, Observatorio Argentino de Buenas Prácticas de Dirección Estratégica Universitaria; Observatorio Nacional de Cámaras Empresarias; Observatorio de Medios; Observatorio del Derecho a la Educación; Observatorio Nacional sobre Violencia Institucional; Observatorio Federal de la Educación Sexual Integral; Observatorio Provincial de Investigaciones de Muertes Violentas; Observatorio de Violencia Laboral de Mendoza; Observatorio de Políticas Públicas y Desarrollo Regional de Jujuy; Observatorio Federal de Recursos Humanos en Salud; Observatorio Sanitario Socio Ambiental; Observatorio de Empleo Rosario; Observatorio de Capacitación de la Pequeña y Mediana Empresa; Observatorio de Precios y Disponibilidad de Insumos, Bienes y Servicios; Observatorio de la Igualdad de Empleo y Salarial en el ámbito de la Secretaría de Estado de Igualdad y Género de la Provincia de Santa Fe; etc., etc., etc. Algunos son nacionales y otros provinciales; los nacionales son usualmente instrumentados por el Poder Ejecutivo, pero los hay también del Legislativo. Los hay declarados y también misteriosos, que se conocen por alguna información periodística sin tener mayor constancia. Hay observatorios particulares, también universitarios, pero en general son oficiales. Como lo indican sus nombres, cubren un abanico muy amplio de actividades sociales, culturales y políticas. Se destacan especialmente los que tienen por materia los derechos humanos, el género, la violencia, los medios de comunicación, la economía. Habría que añadir que muchas reparticiones, secretarías y/o programas estatales cuentan con instrumentos de control, seguimiento, monitoreo y verificación de la aplicación de sus planes y proyectos o materias de su competencia, que constituyen otros tantos observatorios con otros nombres.
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La inventiva, se puede apreciar, es desarrollada a pleno por el populismo. Veamos otra invención ingeniosa de los populistas argentinos: junto al defensor del pueblo han creado el «Defensor del Público» 42. ¿Es que acaso el público es distinto del pueblo? En esta concepción, el público es pasivo: auditor de noticias, observador de imágenes, un sujeto sometido a la información de otros, los medios de comunicación, en especial los audiovisuales, que por lo mismo deben ser controlados, con el fin de censurar lo que sea contrario al gobierno o manipulador del público. De esta manera se produce una nueva sinonimia: el gobierno, que ya es el pueblo, es también ahora el público, pues el público liberado de la información antigubernamental se convierte en pueblo soberano. A la creación de mecanismos de control colaboran las encuestas. Estudiando y elaborando cifras de pobreza, desempleo, presión tributaria, niveles de asistencialismo, etc., los encuestadores profesionales alimentan –muchas veces sin quererlo– el cerebro estatal para justificar sus políticas asistenciales y clientelares, sin aportar solución alguna más allá de un registro que funge de otro «observatorio», que incluso puede no pagarse con el arca del Estado. Presentismo populista No hay pasado. Néstor Kirchner afirmó una vez: «Voy a gobernar sin pagar costos» 43. El populismo rechaza el pasado, lo desconoce, no lo asume. Las palabras citadas quieren decir que el gobierno populista, primeramente, no se hace cargo de lo hecho por anteriores gobiernos; en segundo término, introduce la dicotomía entre lo propio y lo ajeno. En el caso concreto, Kirchner se https://defensadelpublico.gob.ar/ Carlos Pagni, «Un país a la deriva», La Nación (Buenos Aires), 21 de diciembre de 2021, consultado en https://www.lanacion.com.ar/politica/un-pais-a-la-deriva-nid21122021/. El periodista recuerda una anécdota del año 2004 cuando cubría un viaje de Kirchner a Madrid: «Estoy en el hotel Intercontinental de la Castellana y lo veo llegar al entonces senador Ramón Puerta, que acompañaba a Néstor Kirchner en ese viaje. Estaba muy extrañado Puerta. Me dijo: “Vengo de almorzar con Néstor y me planteó algo alucinante: que él va a gobernar sin pagar costos”». 42 43
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refería a la buena situación económica que le permitía desconocer la deuda tomada por anteriores gobiernos 44. En buen romance, todo esto significa que en un momento el gobierno populista arranca de cero, lo que comporta asumir como propia la idea del origen. Y ya sabemos que este es un tópico revolucionario: toda revolución se piensa como un comienzo, como el origen. Y en el populismo no es extraño que sea así, porque ha venido a depurar y redimir: depurar la política de la corrupción del establishment, redimir al pueblo del dominio del antipueblo, etc. La revolución social es un eterno presente. El populismo encierra toda una filosofía (y una política) de la historia. Privilegiar el presente, desconociendo el pasado, revela la falsedad del populismo 45. Cinismo político Si se quiere, todo lo anterior puede soportarse. Pero lo intolerable es la desfachatez de los políticos. La escuela de Maquiavelo tiene sus mejores diplomados en Argentina. Un político argentino, a la vista del aumento de los crímenes, reflexionó: «la vida está sobrestimada». ¿Cómo se puede ser tan cínico? En los políticos de hoy existe una generalizada hipocresía, que se reviste de cinismo, a veces amargo, otras veces risueño. El político hipócrita y cínico le quita valor a la vida. La vida no vale nada, la vida «real» digo; porque en su lugar se emplaza el teatro, la vida «escenificada». No hay más alternativa que el callejero pelotón de fusilamiento o el pragmatismo acomodaticio.
44 Y lo hizo de una manera muy particular: desconoció la deuda asumida ante el FMI pagándola toda junta y en una sola vez. 45 Sin embargo, la práctica populista prueba no tener futuro. El populismo gasta hoy y no piensa en el mañana, como no sea seguir gastando. No hay futuro. El populismo es un «presentismo» político. Porque además de ser ciego al futuro, viene cargado de un repudio al pasado no populista, que se le atribuye ser la causa de las crisis de la que el populismo se vale.
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El populismo es una tragedia a la que venimos de mano de la democracia. La tragedia tiene algo de comedia y de farsa, pero es distinta de ellas. Como en la tragedia griega, los políticos desfilan vistiendo caretas que encubren las caras 46. A esto los griegos decían «personificar», pero en la tragedia moderna de las democracias populistas se le dice «actuación», como elevado grado del «fingir». El cinismo se disfraza de seriedad democrática. La hipocresía se viste de verdad. Y el vicio se resalta cual virtud. La vida, que nada vale, se encubre con el discurso de la futilidad: los delincuentes son liberados y el aborto se regala gratuitamente. Es «la política del diablo», sin necesidad de haber pactado con los demonios. Todos padecemos el populismo, incluso con gusto si se nos permite tener alguno de sus premios (un carguito, unos pesos por votar, un plancito para la patrona, etc.) Pero los hay que no lo padecerán jamás. Un legislador nacional argentino sostuvo recientemente que los políticos no deben hacer sacrificios, que sacrificarse corresponde al pueblo en su diversa composición, porque ellos, los políticos, están para mandar y no para sufrir los apretones. Es una gran herida, enorme rajadura de nuestro tejido nacional, que no se puede suturar democráticamente, porque unos pocos están hechos para la gordura y otros, los más, para enflaquecer a causa de aquéllos. Es ley de la democracia: la clase política no se obliga, ha sido elegida para obligar a los que no son de su clase; ella dirige, nunca es dirigida; son los selectos, la elite de mandamases, que se enorgullecen ser «elegidos por el pueblo». En Argentina se habla de la «grieta política» como grieta entre partidos, pero es una mirada miope, porque todos los partidos forman parte de la clase gorda que succiona de la flaca su alimento; no importa su ideología, jamás importó; importa nada más de qué lado de la grieta está parado cada uno: de un lado, la corpo Léase el extraordinario y muy actual libro del P. Leonardo Castellani, El nuevo gobierno de Sancho (1942), 5ª ed., Buenos Aires, Ed. Vórtice-Ed. Serviam, 1991. 46
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ración de los políticos; del otro, la inorgánica corporación de los ciudadanos peatones. Así es cómo la democracia y el populismo, en nombre del pueblo y de la igualdad, restauran los privilegios, que dijeron haber venido a abolir. Los políticos forman la corporación más vasta: en la democracia y el populismo son una especie de aristocracia de funcionarios, partidarios y burócratas, adosados a los poderes del Estado en todas sus dimensiones, a cuyas tetas están prendidos legalmente los que mandan y de la que quieren prenderse los que protestan. Estos son los políticos de raza, los que nacen con la vocación y la convierten en profesión. Unos y otros, gobernantes y opositores, integran esta clase ociosa e improductiva, porque vivir «siempre en campaña» es todo su trabajo; clase aburguesada cuyo nivel de vida no los avergüenza, la «pandilla sensual» que dijera el puritano Richard Baxter. Una corporación con todas las letras. La corporación de los han hecho de su vientre su Dios y saben a tierra: quorum Deus venter est…, qui terrena sapiunt 47. Finalmente la hipocresía es plaga. Dice el Profeta: «Los que guían este pueblo lo descarrían y los guiados van a la perdición» 48. Ninguno en Argentina se salva de la acusación, todos son iguales: «Cual es el juez del pueblo, tales son sus ministros, y cual es el gobernador de la ciudad, tales son sus habitantes» 49. 4. Conclusión El populismo está de moda. En Europa se lo ve amenazante por todos lados. En América hispana todos somos populistas. USA se debate entre la democracia y el populismo, aunque se llame democrático a un presidente populista (Obama) y populista a uno democrático (Trump). Todo el mundo asiste al nuevo antagonismo mundial: populismo vs. democracia. 49 47 48
Filipenses 3, 19. Isaías 9, 16. Eclesiástico 10, 2.
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Es cierto que con el nombre populismo se quieren decir muchas cosas y muchas veces no se dice nada. Pero –siguiendo el método de la ciencia política pergeñada por Maquiavelo– se ha inventado un nuevo enemigo, de rostro monstruoso y de camaleónica ubicuidad. Tiene mala prensa el populismo y hay sobrados motivos para ello. Sin embargo, hay intelectuales que se han empalagado con su nombre y sus promesas. A derecha y a izquierda se quiere demostrar que el populismo es bueno, que está bien 50. Argentina está en el extremo, el estadio terminal del populismo, según parece. Argentina no da más y esto de alguna manera se ha de acabar. Presumo porque ya no queda bolsillo que robar ni fortuna que esquilmar. Porque si el Estado de bienestar es un gato castrado, que engorda en su inutilidad, Argentina es cual ese gato eunuco pero sin alimentos, como el caballo gordo flaco del que escribiera alguna vez Leonardo Castellani. Hay indicios de la quiebra del paradigma del Estado populista, por caso: la estrepitosa caída del empleo privado; el aumento desorbitado del empleo público; el crecimiento inusitado del empleo informal y del desempleo; el abuso de los planes sociales y de los subsidios estatales a la empresas y los particulares; el incremento del número de los impuestos y de la presión tributaria a niveles confiscatorios; la emisión monetaria a escalas intolerables; la inflación sostenida, creciente, de dos dígitos anuales durante casi dos décadas 51; y como si fuera poco, el aumento de la pobreza que se mide en casi la mitad de la población. ¿Se entiende por qué el populismo perdió las elecciones recientes? En este clima económico-social de agotamiento, comienza a resurgir un liberalismo en sus más diversas expresiones (liberta50 Véase Delsol, Populisme. Les demeurés de l’histoire, cit.; y Chantal Mouffe, For a left populism, edición francesa: Pour un populisme de gauche, París, Albin Michel, 2018. 51 La inflación acumulada entre fines de 2011 y finales de 2021 es del 1.936%. En el año 2021 fue de 50,9%. Cfr. https://www.infobae.com/economia/2021/10/24/unadecada-de-inflacion-en-2011-se-llenaba-el-changuito-con-1000-que-hoy-no-alcanzanpara-2-kilos-de-asado/; https://elpais.com/economia/2022-01-13/argentina-registro -una-inflacion-de-509-en-2021.html
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rios, librecambistas, constitucionalistas, anarquistas, republicanos, etc.) que son una suerte de «personal de recambio» del agotado populismo. Pero si el populismo es vencido, no será por el triunfo de la prédica liberal, sino porque el cáncer que él desarrolló acabará por devorarlo. Y vendrán entonces los liberales con su versión del cáncer: la libertad del mercado y de los contratos. Y cuando éstos se agoten o suiciden –la historia da muestras de ambas maneras de concluir su recorrido–, el liberalismo dará pasó a otra cosa, quizá otro populismo. Y todo seguirá así hasta que alguna vez podamos restaurar la política católica bajo la bandera de Cristo Rey.
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EL POPULISMO Y LAS TRANSFORMACIONES DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO: DEL DERECHO COMO LO JUSTO AL DERECHO COMO «VOLUNTAD POPULAR» LOS RASGOS DEL CONSTITUCIONALISMO POPULAR EN EL ORDENAMIENTO JURÍDICO COLOMBIANO Manuel Eduardo Marín Santoyo Universidad del Rosario (Bogotá)
1. Presentación El populismo es uno de esos términos que se usan de manera indiscriminada para significar un fenómeno social que se ha derivado de la forma como se asume el gobierno fundado en la voluntad popular, entendida como una voluntad de masas o de mayorías. Este escrito busca realizar una aproximación a la manera como el populismo repercute en las transformaciones de los ordenamientos jurídicos, para lo cual, en la primera parte se abordará de manera general esta relación, entretanto en la segunda parte se hará una aproximación al populismo constitucional y fi— 123 —
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nalmente se efectuará un análisis general de cómo esta corriente del constitucionalismo norteamericano tiene algunos rasgos que pueden encontrarse en el constitucionalismo colombiano. 2. El populismo y sus repercusiones en el ordenamiento jurídico Una de las palabras más usadas en la «política» actual es Populismo, término que se usa en ocasiones como una expresión del gobernante que sigue la voluntad popular y en otras como una deformación de la democracia moderna, por ser un modelo de gobierno en el que lo popular se pone por encima de lo institucional. El populismo no se encuentra desligado de la democracia, por el contrario, como señala Segovia es una «forma de la democracia que acentúa elementos que el ideal democrático tiene a ocultar: es el lado plebeyo de la democracia. Los límites ideales de la democracia son puramente formales en el sentido de teóricos, los límites populistas a la democracia son más bien reales» 1. El populismo apela al sentimiento popular como fundamento del gobierno y de la política, mediante un discurso en nombre del pueblo, acudiendo a la expresión popular de forma directa, es decir, sin que medien instituciones, ni las técnicas representativas propias de la democracia moderna, ni mucho menos las subsidiarias del gobierno clásico. De manera que, si en la democracia la representación es el fundamento de las instituciones del gobierno y del derecho, en el populismo, dicho fundamento se deriva del sentimiento popular que debe ser consultado permanentemente por el gobierno. El sistema populista es personalista, pues en el mismo si bien se dice entender y aplicar la voluntad popular, lo cierto es que la misma es motivada y manipulada por quien gobierna, ya que su Juan Fernando Segovia, «El populismo en Hispanoamérica. “Todos somos populistas”», Verbo (Madrid), n. 549-550 (2016), pp. 853-882. 1
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aplicación real depende de que dicha voluntad coincida con la ideología e intereses del gobierno. Así, son expresiones populistas los llamados a plebiscitos o referendos, que son usados para consultar al pueblo sobre determinadas normas o políticas públicas, pero que realmente buscan una refrendación de la política del gobernante. Es por lo que, tal como lo señala Segovia, el populismo carece de una ideología propia, se usa por la del gobierno correspondiente, lo que conlleva que «haya un populismo de izquierdas (el de Chávez y Maduro en Venezuela o los Kirchner en Argentina) y un populismo de derechas (el de Trump en Estados Unidos o el de Menem en Argentina), incluso un populismo de centro casi diría conservador (como el de Chantal Delsol)» 2. De allí que en no pocas ocasiones, se puede estar muy cerca de aceptar ideas populistas, entretanto estas coincidan con la nuestra, sin embargo, no hay que dejarse engañar, porque el problema del populismo está en el fundamento que se usa para estas ideas, el cual proviene de la sola voluntad popular, la cual se adecua a los intereses del gobierno. El pueblo es el concepto central del populismo, como lo es de alguna manera en la democracia participativa moderna, sin embargo, es el concepto mismo de lo que se entiende como pueblo lo que genera mayor distorsión en uno y otro modelo. Entretanto clásicamente el pueblo se entiende como la comunidad política con un reconocimiento previo de lo que es auténticamente jurídico y del bien común, modernamente el pueblo es entendido como «el conjunto de los ciudadanos, “reconocidos” como tales por el Estado» 3, concepción que hace del pueblo un simple ele-
2 Juan Fernando Segovia, «Populismo y sociedad: bases y mecanismos sociológicos. La política del regalo y la política del aparato en Argentina», en este mismo volumen, capítulo 6. 3 Miguel Ayuso, «Pueblo y populismo: nuevas perspectivas», Derecho Público Iberoamericano (Santiago de Chile), n. 9 (2017), pp. 99-120.
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mento del Estado, que «depende de él y por lo mismo, constituido por su voluntad y a ella subordinado» 4. La concepción moderna de pueblo no lo comprende como una realidad orgánica, sino como un simple concepto organicista, dicha concepción deriva en la visión populista en la que el gobernante debe estar dedicado a «satisfacer (en lo posible) todas las exigencias y reclamaciones de los gobernados», siendo estas cualquier cosa, sin que tengan un arraigo en el bien común, sino siendo realmente una libertad negativa, en la que el pueblo dice lo que sea, lo cual, debe ser satisfecho. En virtud de la concepción moderna de pueblo, el mismo se usa por el gobernante, que en el caso del populismo dice encarnar el sentimiento popular, centrando todos sus programas en lo que considera es la voluntad del pueblo «soberano». Sin embargo, en el populismo se encuentran dos rasgos principales, el primero que realmente la voluntad popular se impone siempre que la misma coincida con la del gobernante populista y la segunda que esa voluntad popular no es más que un sentimiento momentáneo, cambiable, pero que además no tiene arraigo en el derecho, sino en el puro querer, esto es, en la libertad negativa en su máxima expresión. En el populismo la voluntad popular es maleable a través de grupos de presión que normalmente son manejados por el propio líder carismático que gobierna o aspira gobernar, con lo que busca crear una sensación de Estado de opinión, en la que su opinión coincide con la de un pueblo «mayoritario». La visión populista, al igual que la democrática moderna, tienen repercusión en el ordenamiento jurídico, principalmente porque consideran la participación popular como «(pseudo) fundamento del gobierno: más que la forma a través de la cual se busca alcanzar la verdad y dar solución a los problemas conforme a ella con el concurso de muchos» 5. Lo anterior significa que, el
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Ibid., p. 4. Ibid., pp. 4-5.
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derecho no es lo justo, sino es la mera voluntad popular, sin ningún arraigo, ni sustento, en la verdad, ni mucho menos en el bien común, que es sustituido por el muy liberal interés general. Clásicamente el pueblo era señor de la res pública, la cual se ejercía bajo el consensus iuris, que le hacía consciente del derecho, es decir de lo verdaderamente justo y la communio utilitatis, lo que implicaba que se ejercía para la vida buena, esto es, para el bien común. Con fundamento en esos conceptos la «res publica no es la fuente del derecho, porque está fundada sobre el derecho, que constituye un elemento ordenador, así pues, La justicia, cuya existencia y cuya naturaleza debe reconocer previamente todo ciudadano para serlo, es anterior a la comunidad política; mejor debería decirse que es condición de la comunidad política» 6. De manera que, el derecho no depende de la voluntad del pueblo, sino que el pueblo se ceñía al derecho, generando un espacio real de conocimiento de este y de tendencia al bien común. En la democracia el derecho tiene origen en la soberanía popular, la cual se expresa a través del constituyente primario o de los representantes. El populismo se aprovecha de esta soberanía popular como fundamento del derecho, para acudir a mecanismos en los cuales consulta permanentemente la misma para definir qué es y qué no es derecho, de ahí que se fundamente en conceptos como los de la acción comunicativa enarbolada por Habermas, la cual es usada por quienes propenden por la construcción «dialógica» del derecho. Debe reiterarse que, la forma como el populismo transforma el ordenamiento jurídico, mediante la permanente consulta de la «voluntad popular» y de la interpretación social del derecho, no sólo es contrario al fundamento del derecho como lo justo, sino que es verdaderamente una manipulación, pues el resultado de ese dialogo para la construcción del ordenamiento jurídico se presenta siempre con personas que coinciden con la ideología e
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Ibid., pp. 4-6.
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intereses del gobernante y se consulta al pueblo cuando su decisión va coincidir con lo que el gobierno espera se estatuya como «jurídico». De allí que, se acuda a mecanismos como los plebiscitos, los referendos, las consultas populares, para poder refrendar o crear el derecho, los cuales, pueden tener fundamento en cualquier tipo de ideología, pero que deben mirarse desde una realidad específica, sea o no su contenido correcto, el mecanismo siempre se usa para hacer del derecho una expresión de voluntad, sin arraigo en el bien común y en la justicia, lo que hace del derecho lo que no es. Así, en este tipo de mecanismos se entrega al pueblo la definición de lo que es bueno o es malo, de lo que es justo o injusto, instituyéndole como autoridad última, como supremo generador del derecho, sin ningún tipo de arraigo superior. A modo de ejemplo, si se somete a un referendo la prohibición de la venta de alucinógenos, aún si el resultado fuera la admisión de dicha prohibición, su fundamento errado hace que la misma no tenga como base el verdadero derecho, sino la expresión de que el pueblo soberano en ese momento no considera que la comercialización de drogas pueda considerarse ajustada al ordenamiento jurídico. Al ser ello así, queda abierta la posibilidad de que, en cualquier momento, en que se encuentre que la voluntad expresada ha cambiado, el gobierno acuda de nuevo a un referendo para modificarla, especialmente cuando mediante su propia demagogia y cuando su interés coincida con la voluntad popular, le permita aprobar la norma que pretende imponer. De manera que, el populismo influye en los ordenamientos jurídicos acentuando la concepción de que el derecho es sólo expresión popular, pero principalmente haciendo que dicha construcción del derecho a través del pueblo sea la regla general, esto siempre y cuando la respuesta que se espera del pueblo coincida con la que le interesa al gobernante.
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3. El populismo constitucionalista El profesor Juan Fernando Segovia en su artículo la interpretación constitucional populista, realiza un estudio completo del movimiento del constitucionalismo popular o populismo constitucionalista, que surge a partir de la obra de Larry Kramer 7, que considera que la interpretación constitucional requiere respetar y seguir los procesos políticos. La idea central de este movimiento del constitucionalismo norteamericano es que se reserva al pueblo la palabra final o, como manifiesta Kramer, «quienes gobiernan tienen la obligación de hacer lo mejor para interpretar la Constitución mientras llevan adelante sus tareas cotidianas de gobierno, pero su interpretación no resulta autoritativa, sino que se encuentra sujeta a la supervisión y corrección directa por parte del pueblo mismo, entendido éste como un cuerpo colectivo capaz de actuar y expresarse con independencia» 8. El populismo constitucional implica la primacía de la interpretación jurídica por el pueblo, por lo que el derecho sólo tiene un arraigo en los fenómenos políticos, sin atención a la justicia o al bien común, conceptos estos que en el derecho norteamericano fueron abandonados desde su propio surgimiento, para ser reemplazados por el establecimiento del institucionalismo liberal. Las proposiciones principales del populismo constitucionalista corresponden a «1° El pueblo mismo hace la Constitución. 2° El pueblo mismo hace cumplir la Constitución. 3° El pueblo mismo interpreta la Constitución. 4° Las interpretaciones constitucionales del pueblo son auténticas en el sentido de autoritativas. 5° La autoridad constitucional interpretativa del pueblo es definitiva y final con respecto a las instituciones gubernamentales, lo 7 Larry D. Kramer, The people themselves: popular constitutionalism and judicial review, Oxford, Oxford University Press, 2004. 8 Juan Fernando Segovia, «La interpretación constitucional populista», Prudentia Iuris (Buenos Aires), n. 76 (2013). Disponible en: http://bibliotecadigital. uca.edu.ar/repositorio/revistas/interpretacion-constitucional-populista.pdf
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que importa que la autoridad interpretativa de las instituciones de gobierno, incluyendo el Poder Judicial, está subordinada a las interpretaciones del pueblo mismo y sujeta a la revisión de éste. 6° Las decisiones constitucionales tomadas por el propio pueblo triunfan sobre el texto escrito de la Constitución» 9. De manera que, la Constitución, así como todo el ordenamiento jurídico tiene fundamento en un acto de la voluntad popular, pues la carta política es hecha por el pueblo, por lo que «no es la Corte sino el pueblo mismo quien debe ser la fuente para resolver los conflictos sobre significados constitucionales, que al pueblo corresponde adaptar e implementar los principios constitucionales» 10. En virtud de lo anterior, el derecho es lo que la mayoría diga, o lo que diga el sentimiento popular que se considera mayoritario. En su artículo el profesor Segovia señala la existencia de al menos cinco versiones del constitucionalismo popular, con rasgos especiales y diferenciados, siendo estos los siguientes: «a) el anti-constitucionalismo de los populistas que se oponen a toda limitación constitucional al gobierno popular, entre ellos, el judicial review (Richard D. Parker); b) el constitucionalismo popular que acepta los límites constitucionales al autogobierno pero rechaza el judicial review (Jeremy Waldron, Mark Tushnet); c) el constitucionalismo popular que acepta los límites constitucionales al autogobierno, también el judicial review, pero rechaza la judicial supremacy (Larry Kramer); es decir, una versión que es departamentalista (porque cree que las legislaturas y los ejecutivos comparten con las cortes la facultad de interpretar la Constitución) y populista (porque afirma que el pueblo es el intérprete último, aun en contrario de los departamentos); d) los departamentalistas no populistas (Keith Whittington, Larry Sager, Cass Sunstein, el propio Fleming); y e) el constitucionalismo popular de los movimientos sociales, que no combate la supremacía judicial del todo sino que se enfoca en cómo los mo
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Ibid., p. 112. Ibid., p. 114.
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vimientos sociales transforman las normas que, ulteriormente, son aceptadas por las cortes (Robert Post, Reva Siegel, William Forbath)» 11.
Tal como lo señala el profesor Segovia, si bien el populismo constitucional norteamericano tiene marcada diferencia con la idea del populismo hispanoamericano, su rasgo principal correspondiente a que «la soberanía popular, la titularidad del poder constitucional por el pueblo», ha sido traslapado con los años a la aplicación, interpretación y creación de las constituciones, especialmente a las de la américa hispánica. Algunos ejemplos de lo anterior son los procesos constitucionales de la década de los años noventa en Colombia y Venezuela, y en este último el establecimiento de una asamblea constitucional permanente desde el año 2017 y hasta el año 2020. Ambos casos en los cuales se ha acudido a la voluntad popular para cambiar las instituciones jurídicas, lo cual se presenta como una solución que proviene de los movimientos sociales, más no de justo, por tanto «no proviene del derecho sino de la política». En este aspecto, para el constitucionalismo populista lo fundamental no es el bien común, sino en el sentimiento popular, el cual se empieza a construir por los movimientos sociales, que además normalmente coinciden con la ideología del gobierno o al menos con sus intereses y que mediante acciones de opinión buscan «crear nuevas formas de comprensión constitucional» 12. En el populismo constitucional, se impone la soberanía popular como fundamento principal del derecho, dejando de lado los conceptos de justicia y bien común, para sustituirlo por los de la voluntad de la mayoría, la construcción dialógica, así como la imposición de los intereses de los movimientos sociales y del gobierno.
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Ibid., p. 111. Ibid., p. 122.
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4. Los rasgos populistas de la Constitución Política colombiana El proceso constituyente de 1991 y su rasgo populista Si bien en el derecho colombiano no ha existido una corriente que abiertamente siga el movimiento del populismo constitucional, el estudio de sus características permite encontrar algunos puntos de encuentro con el origen, contenido, interpretación y aplicación de la constitución de 1991. En primer lugar, podemos ir a la génesis del proceso constituyente en el año 1990, que correspondió a la existencia de una crisis social proveniente de los fenómenos del narcotráfico, la lucha guerrillera y la corrupción, el cual derivó en la expedición de un decreto de Estado de sitio, en el que se habilitaba consultar al pueblo acerca de si se requería una reforma constitucional para construir un modelo institucional que permitiera afrontar la lucha contra estos fenómenos. Nótese como para resolver problemas sociales con un alcance jurídico, no se acude al derecho, sino a la voluntad popular, como fundamento de lo que debe hacerse para adecuar el ordenamiento para conjurar la situación existente, lo que constituye en sí mismo una característica del populismo en el ordenamiento jurídico, en el que no importa si las instituciones jurídicas son o no las que se requiere, sino si son las que el pueblo quiere. En relación con el mecanismo de consulta popular para definir un nuevo ordenamiento constitucional, la Corte Suprema de Justicia de Colombia determinó que «a la Corte no le corresponde calificar la conveniencia de la medida que se toma, ni predecir si con ella se va a superar la crisis o si por el contrario se convertirá en una nueva frustración, su tarea se circunscribe a la aplicación de la norma jurídica sin olvidar eso sí que “las normas constituyen realidades sociales y humanas, productos históricos que se originan en una colectividad para la protección de ciertos fines, valores o intereses reales y concretos. No son entidades metafísicas o simples proposiciones formales; existen las normas para ser aplicadas y realizadas en una determinada sociedad, con resul-
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tados y consecuencias también de carácter perfectamente real sociedad, con resultados y consecuencias también de carácter perfectamente real” (Díaz, Elías. Legalidad-legitimidad en el Socialismo Democrático, Editorial Civitas, S.A. Madrid, 1978, p. 18)» 13.
La sentencia que dio vía libre al proceso constituyente, se sustenta en que las normas dependen de las realidades sociales que considere el pueblo, lo cual, constituye una clara expresión del constitucionalismo populista, lo que se reitera en el siguiente aparte de la sentencia que aprobó la convocatoria a la elección de los delegados de la asamblea nacional constituyente de 1991: «Como la nación colombiana es el constituyente primario, puede en cualquier tiempo darse una constitución distinta a la vigente hasta entonces sin sujetarse a los requisitos que ésta consagraba. En pocas pero trascendentes palabras, el Poder Constituyente Primario, representa una potencia moral y política de última instancia, capaz, aun en las horas de mayor tiniebla, de fijar el curso histórico del Estado, insurgiendo como tal con toda su esencia y vigor creativos. Por esto mismo, sabe abrir canales obstruidos de expresión, o establecer los que le han sido negados, o, en fin, convertir en eficaz un sistema inidóneo que, por factores diversos, ha llegado a perder vitalidad y aceptación» 14.
El proceso que culminó en la expedición de la Constitución de 1991 acude al pueblo como propietario del concepto de lo que es o no derecho, lo cual, además coincidió con el interés del gobierno de la época de lograr la consolidación de un nuevo marco para introducir normas que permitieran una economía neoliberal, así como de los movimientos de izquierda que propugnaban por introducir conceptos propios del socialismo. Así puede verse como el primero logro incluir en el artículo 365 de la Constitución la libertad económica absoluta y los segundos alcanzaron la inclusión de la expropiación de bienes por utilidad púbica en el artículo 58. Corte Suprema de Justicia, Sentencia (Sala Plena) n. 59 del 24 de mayo de 1990, exp. 2149 (334-E). 14 Corte Suprema de Justicia, Sentencia n. 138 del 9 de octubre de 1990, exp. 2214 (351-E). 13
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La soberanía popular Pasando al texto de la Constitución, desde el propio preámbulo se estatuye como fundamento del poder constituyente a la denominada soberanía popular, con la cual, la base del ordenamiento jurídico es exclusivamente la voluntad popular, lo anterior es reiterado en el artículo 3 en que se prevé: «La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece». La norma constitucional establece al pueblo como soberano, pero especialmente trae un corte populista, al prever no sólo la participación representativa, sino además el ejercicio directo de dicha soberanía, lo que ha derivado en que normalmente cuando alguno de los movimientos sociales quiera debatir el derecho y considere que tiene una mayoría para imponer el suyo, busque acudir a los mecanismos directos de participación. Para la realización de esta soberanía directa, la Constitución prevé los mecanismos de participación, los cuales corresponden al plebiscito, el referendo y la consulta popular, los cuales resultan vinculante en sus resultados, por lo que una vez decidida por esta vía una materia se vuelve derecho, así lo ha señalado la Corte Constitucional colombiana: «(i) que el Pueblo es poder supremo o soberano y, en consecuencia, es el origen del poder público y por ello de él se deriva la facultad de constituir, legislar, juzgar, administrar y controlar, (ii) que el Pueblo, a través de sus representantes o directamente, crea el derecho al que se subordinan los órganos del Estado y los habitantes, (iii) que el Pueblo decide la conformación de los órganos mediante los cuales actúa el poder público, mediante actos electivos y (iv) que el Pueblo y las organizaciones a partir de las cuales se articula, intervienen en el ejercicio y control del poder público, a través de sus representantes o directamente» 15.
En este aspecto resulta importante insistir, en que el problema de este tipo de soberanía no radica en el contenido de lo que el pue
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Corte Constitucional, Sentencia C- 150 de 2015.
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blo decida, pues es posible que corresponda a lo justo, sino en considerar que el único fundamento del derecho es lo que señale el pueblo, sin importar que se corresponda con la justicia y el bien común. Los asuntos sometidos exclusivamente a la voluntad popular El constituyente de 1991 además ha establecido algunas reformas jurídicas que se someten exclusivamente a la voluntad popular, lo que implica que sólo hacen derecho siempre que se encuentren en sintonía con el sentimiento popular. En dicho sentido el artículo 377 de la Constitución prevé el referendo revocatorio de la siguiente forma: «Deberán someterse a referendo las reformas constitucionales aprobadas por el Congreso, cuando se refieran a los derechos reconocidos en el Capítulo 1 del Título II y a sus garantías, a los procedimientos de participación popular, o al Congreso, si así lo solicita, dentro de los seis meses siguientes a la promulgación del Acto Legislativo, un cinco por ciento de los ciudadanos que integren el censo electoral. La reforma se entenderá derogada por el voto negativo de la mayoría de los sufragantes, siempre que en la votación hubiere participado al menos la cuarta parte del censo electoral». En virtud de la figura constitucional, las reformas en materia de derechos, garantías y deberes se someten a la voluntad del pueblo, que puede determinar la misma, sin importar si su contenido es justo o no, rasgo propio del populismo constitucional, en el cual el fenómeno político o social es más importante que el contenido del derecho. Otra figura que requiere exclusiva voluntad popular es la de la reelección presidencial, que de conformidad con el artículo 197 constitucional, sólo puede ser reformada por iniciativa popular o por asamblea constituyente. Esta figura de poder del pueblo fue introducida en el acto legislativo 02 de 2015 que fue impulsado por el gobierno de turno, que pese a haberse reelegido, estableció una fórmula para que dicha figura, sea o no ajustada a derecho, pueda ser restituida sin limitación alguna por el pueblo. — 135 —
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Esto genera el riesgo de que el gobierno pueda acudir al sentimiento popular para perpetuarse en el poder, lo que sin importar si resulta un acto contrario a la justicia o al bien común, se impondría por que corresponde al sentimiento popular como soberano y dueño de lo que es el derecho. El constitucionalismo de los movimientos sociales en Colombia Una de las formas del populismo constitucional es el de los movimientos sociales, en el cual se busca la transformación de las normas para que sean aceptadas por las cortes como ajustadas a derecho, pero con fundamento en las realidades políticas. Esta forma de constitucionalismo populista busca que el cambio del ordenamiento jurídico se dé a partir de fenómenos sociales, que empiezan por arraigar como una visión popular general determinada ideología y sus correspondientes interpretaciones de lo que es el derecho. De manera que, la adecuación de la constitución se aleja del ordenamiento jurídico con fundamento superior y pasa a la búsqueda de la creación de una realidad social que realmente responde a los intereses del movimiento político, el cual además crea un ámbito en el que se empieza por medio de la opinión a lograr que lo que pretenden se vaya convirtiendo en derecho. La estrategia de esta forma de constitucionalismo se ejerce por medio del lobby legislativo y el litigio estratégico, los cuales se usan imponer su concepción del derecho, creando una opinión generalizada, la cual normalmente no es tampoco consultada, pues no se someten a una mayoría, sino que generan un estado de opinión en el que se considera que son una mayoría o que constituyen una minoría cuyos derechos deben ser protegidos. El caso colombiano es particular en este aspecto, pues los movimientos sociales que han acudido a este tipo de constitucionalismo no buscan someterse a un examen de voluntad popular mediante mecanismos directos, pues las tendencias no les favo— 136 —
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recerían en una elección, ejemplo de ello es la discusión sobre el matrimonio entre el mismo sexo o el aborto, la cual se ha llevado mediante litigio ante las cortes, pero no a través de mecanismos de participación como el referendo. Una característica de la forma como opera este movimiento es que consideran que no existe cosa juzgada, ni que las normas tengan una interpretación sostenida, sino que por el contrario, se trata de una construcción dialógica, por lo que cada cierto tiempo es posible buscar una reinterpretación, a la cual normalmente se acude cuando se considera que el movimiento social ha alcanzado el ambiente político propicio para que su visión sea llevada a lo jurídico. En Colombia varios movimientos han usado este tipo de constitucionalismo, un ejemplo de ello es la forma como se ha generado el reconocimiento de los derechos de la denominada población LTGBI, la cual ha acudido a ambas estrategias, en un primer momento al lobby legislativo y posteriormente al litigio estratégico. Malagón admite esta práctica al señalar que «en Colombia, tradicionalmente los movimientos sociales han recurrido a la justicia constitucional para reivindicar causas y modificar prácticas sociales. Desde el punto de vista institucional, esta tradición se explica por el amplio grado de apertura del sistema constitucional» 16. A partir de este tipo de populismo constitucional se han instaurado figuras como las uniones entre el mismo sexo, la adopción por parte de estas y recientemente la despenalización del aborto hasta la semana 24 de gestación, figuras todas que no responden al derecho como lo justo y que no están orientadas al bien común, sino a intereses y reivindicaciones individuales para determinados sectores.
16 Lina Malagón, «Movimiento LGBT y contramovimiento religioso en Colombia», Revista de Estudos Empíricos em Direito-Brazilian Journal of Empirical Legal Studies (São Paulo), vol. 2, n. 1 (2015), pp. 162-184.
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5. A modo de reflexión final El populismo permea el ordenamiento jurídico haciendo del derecho mera voluntad, concretamente voluntad popular, que además se copta por el gobierno o los movimientos sociales de poder. Respecto de esta forma de construcción del derecho no podemos reaccionar acudiendo a sus mismos mecanismos, así consideremos que la respuesta va a estar ajustada al verdadero derecho, pues con ello se lograría legitimar que el derecho es consenso y construcción social, no lo justo, ni lo tendiente al bien común. Lo que queda es continuar discutiendo y propugnando por la vigencia perenne del derecho como lo justo, como herramienta dispuesta para el bien común, para que en algún momento las causas vuelvan a encausarse. Como ha dicho Miguel Ayuso: «Hay una frase muy falsa que es un lugar común “que cada pueblo tiene los gobernantes que merece”; más bien los pueblos son lo que quieren sus gobernantes. Existe una acción y un reflejo decididos de lo que hacen los gobernantes sobre el pueblo: si hay un gobierno malo y un régimen político malo los pueblos se envilecen» 17.
Miguel Ayuso, «Programa n. 39» de la emisión Lágrimas en la lluvia.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO Agustín, Santo, Obispo de Hipona, 47. Alfonsín, Raúl, 96, 97. Alvear Téllez, Julio, 9, 25, 70. Anselmi, Manuel, 20. Arditi, Benjamín, 30. Aristóteles, 29, 60, 65, 90. Auyero, Javier, 104, 106. Ayuso, Miguel, 5, 6, 9, 14, 17, 22, 23, 25, 34, 35, 38, 41, 45, 48, 49, 54, 56, 57, 60, 61, 63-66, 70, 71, 74, 75, 89, 125, 138. Bachelet, Michelle, 98. Barraycoa, Javier, 9. Basurto, Jorge, 95. Baxter, Richard, 119. Benítez, Hernán, 24, 27. Bentham, Jeremy, 114. Bentley, Arthur F., 32. Bergoglio, Jorge Mario (véase Francisco, Papa). Berlusconi, Silvio, 54. Bobbio, Norberto, 70. Bodin, Jean, 23. Bucaram Ortiz, Abdalá, 95, 96. Burdeau, Georges, 49.
Cabot, Diego, 100. Caggiano, Sergio, 95. Canovan, Margaret, 93, 97. Castellani, Leonardo, 85, 118, 120. Castellano, Danilo, 5, 9, 13, 15, 17, 22, 27, 31, 39, 41, 42, 47, 49, 55-57, 59, 63, 65, 73, 75. Castro, Fidel, 25, 27. Casullo, María Esperanza, 95. Chávez Frías, Hugo, 25, 90, 94-96, 98, 112, 125. Cicerón, Marco Tulio, 59, 90. Clodoveo I, Rey de los Francos, 86. Collor de Mello, Fernando Affonso, 95, 96. Colombatti, Matías, 101. Conniff, Michael L., 95, 96. Corach, Carlos, 111. Correa, Rafael, 94, 98. Costa, Joaquín, 50. De Corte, Marcel, 61. De Gasperi, Alcide, 27. De Ruschi, Luis María, 5, 13, 33. Delsol, Chantal, 21, 64, 65, 91, 120, 125. Demongeot, Marcel, 47.
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Índice onomástico___________________________________________
Depretis, Agostino, 17. Díaz, Elías, 133. Dumont, Bernard, 9.
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, 60. Hermet, Guy, 56, 57, 95, 97-99. Hobbes, Thomas, 105, 114. Huntington, Samuel P., 10, 93.
Elías de Tejada, Francisco, 56. Esteban I, Rey de Hungría, 86.
Izquierdo, Pedro José, 6, 14, 77.
Fernández de Kirchner, Cristina, 33, 91, 94, 95, 111, 112, 125. Fernández de la Mora, Gonzalo, 9, 51-53, 63. Fernández, Alberto, 110. Fleming, James E., 130. Forbath, William, 131. Foucault, Michel, 114. Francisco, Papa, 21. Franco Bahamonde, Francisco, 10, 46. Frei, Raimundo, 96. Fujimori, Alberto, 95, 96. Fukuyama, Francis, 10. Galasso, Norberto, 24. Galvão de Sousa, José Pedro, 74. Gambra, José Miguel, 9. Gambra, Rafael, 49. García Pelayo, Manuel, 51. García, Alan, 96, 97. Gil y Robles, Enrique, 48. Guevara Moreno, Carlos, 105. Gutiérrez, Lucio, 96. Habermas, Jürgen, 54-56, 127. Harouel, Jean-Louis, 57. Hauriou, Maurice, 60.
Jueguen, Francisco, 102. Juvenal, 18. Keane, John, 75. Kendall, Willmoore, 106. Kirchner, Néstor, 91, 94, 95, 98, 109, 111, 112, 116, 125. Kramer, Larry, 129, 130. Lagos, Ricardo, 98. Lavín, Joaquín, 95. Le Pen, Jean-Marie, 16, 81. Le Pen, Marine, 34, 81, 83. Legaz Lacambra, Luis, 74. León XIII, Papa, 48. Locke, John, 11. Lula da Silva, Luiz Inácio, 95, 98. Mackinnon, María Moira, 94, 96. Macri, Mauricio, 95, 110, 111. Madiran, Jean, 46, 48, 49. Maduro, Nicolás, 33, 91, 95, 96, 125. Malagón, Lina, 137. Manent, Pierre, 80, 83. Maquiavelo, Nicolás, 114, 117, 120. Marín Santoyo, Manuel Eduardo, 7, 14, 123.
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__________________________________________ Índice onomástico
Martuccelli, Danilo, 96. Marx, Karl, 23, 99. Maurras, Charles, 49. Mélenchon, Jean-Luc, 81. Menem, Carlos Saúl, 91, 94-96, 109, 111, 125. Mollet, Guy, 16. Molnar, Thomas, 10, 38-42, 58. Monti, Mario, 54. Morales, Evo, 94, 95, 98. Mouffe, Chantal, 120. Mussolini, Benito, 20. Napoleón I, Emperador de Francia, 16 Napoleón III, Emperador de Francia, 16 Negro Pavón, Dalmacio, 9, 10, 40. Norris, Robert, 86. Obama, Barack, 119. Orban, Viktor, 34. Ordóñez Maldonado, Alejandro, 6, 14, 48, 69, 74. Ors, Álvaro d’, 40, 59, 63. Pagni, Carlos, 116. Panizza, Francisco, 93. Parker, Richard D., 130. Pérez, Carlos Andrés, 95, 96. Perón, Juan Domingo, 20, 24, 25, 27-29, 92, 96. Petrone, Mario Alberto, 94, 96. Pichetto, Miguel Ángel, 99. Pío X, Papa, Santo, 46, 47.
Pío XII, Papa, 23, 30. Platón, 65, 90. Polanyi, Karl, 86. Post, Robert, 131. Poujade Pierre, 16. Puerta, Ramón, 116. Ranney, Austin, 106. Rao, John, 9. Recaredo I, Rey de los Visigodos, 86. Revel, Jean-François, 74. Revelli, Marco, 19, 23, 28. Roberts, Carlos M. Reymundo, 99. Rodríguez Adrados, Francisco, 49. Rodríguez Zapatero, José Luis, 54. Romano, Santi, 31, 60. Rousseau, Jean-Jacques, 11, 12, 16, 20, 60. Rovira Kaltwasser, Cristóbal, 96. Sager, Larry, 130. Salinas de Gortari, Carlos, 95. Sanders, Bernie, 81. Schmitt, Carl, 37, 51, 53, 60, 79, 86. Segovia, Juan Fernando, 7, 9, 14, 22, 28, 34, 36, 42, 54, 55, 64, 69, 70, 71, 75, 76, 80, 89, 124, 125, 129-131. Siegel, Reva, 131. Sieyès, Emmanuel Joseph, 23, 35, 60. Sócrates, 94. Sosa-Bucholz, Ximena, 95. Spotorno, Fausto, 101.
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Índice onomástico___________________________________________
Stein, Steve, 96. Strauss, Leo, 78. Sunstein, Cass, 130. Svampa, Maristella, 96.
Vázquez, Bernardo, 102. Vázquez, Tabaré, 98. Velasco Ibarra, José María, 86. Voegelin, Eric, 39.
Taguieff, Pierre-André, 94. Tocqueville, Alexis de, 53. Tomás de Aquino, Santo, 47. Torre, Carlos de la, 105. Touraine, Alain, 94. Trump, Donald, 33, 81, 83, 87, 91, 119, 125. Tushnet, Mark, 130.
Waldron, Jeremy, 130. Weber, Max, 78, 79. Weyland, Kurt, 95. Whittington, Keith, 130. Widow, Juan Antonio, 49. Yrigoyen, Hipólito, 92. Zagrebelsky, Gustavo, 31. Zanatta, Loris, 19, 24, 27, 34.
Ullate, José Antonio, 9. Vallet de Goytisolo, Juan, 50, 53, 59. Vázquez de Mella, Juan, 74.
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