Pícaros y picarismo: Nuevos estudios en torno a la picaresca, desde sus orígenes hasta la actualidad 9783968694504

Pícaros y picarismo: nuevos estudios en torno a la picaresca, desde sus orígenes hasta la actualidad recoge aportaciones

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Spanish; Castilian Pages 246 Year 2023

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Table of contents :
ÍNDICE
Picaresca, picarismo y género picaresco
Retórica neolatina de traza picaresca: la tradición de invectiva y del elogio
Dos episodios picarescos en El viaje entretenido (1603) de Agustín de Rojas Villandrando
Las pícaras, el ornato corporal y el vestido en Corrección de vicios
Teresa de Manzanares: embustera, pícara, obrera, víctima
De pícaro a santurrón: la evolución del protagonista en algunos epígonos del género picaresco
Ecos del estilo del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán en la Tercera parte de Machado da Silva
El Periquillo de Lizardi y la picaresca de la Ilustración en Nueva España
Picaresca, marginalidad e invisibilidad a través del cine latinoamericano (1950-2020)
La psicología del pícaro y la lógica cultural en la literatura contemporánea escrita en español
Sobre los autores
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Pícaros y picarismo: Nuevos estudios en torno a la picaresca, desde sus orígenes hasta la actualidad
 9783968694504

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PÍCAROS Y PICARISMO Nuevos estudios en torno a la picaresca, desde sus orígenes hasta la actualidad DANIELE ARCIELLO JUAN MATAS CABALLERO (EDS.)

Iberoamericana • Vervuert • 2023

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Dirección de Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona) con la colaboración de Christoph Strosetzki (Westfälische Wilhelms-Universität, Münster) y Marc Vitse (Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II) Consejo asesor: Patrizia Botta Università La Sapienza, Roma José María Díez Borque Universidad Complutense, Madrid Ruth Fine The Hebrew University of Jerusalem Edward Friedman Vanderbilt University, Nashville Aurelio González El Colegio de México Joan Oleza Universidad de Valencia Felipe Pedraza Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real Juan Luis Suárez The University of Western Ontario, London Edwin Williamson University of Oxford

Biblioteca Áurea Hispánica, 157

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Esta obra se ha realizado con la financiación del Instituto Universitario de Investigación de Humanismo y Tradición Clásica de la Universidad de León (España) y del proyecto de investigación financiado con fondos FEDER y de la Junta de Castilla y León LE028P20: LA HERENCIA CLÁSICA Y HUMANÍSTICA: LA ALEGORÍA EN EL MUNDO HISPÁNICO.

Este libro ha sido evaluado en una revisión por pares ciegos.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47) Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2023 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 - Fax: +34 91 429 53 97 © Vervuert, 2023 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 - Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.iberoamericana-vervuert.es ISBN 978-84-9192-353-4 (Iberoamericana) ISBN 978-3-96869-449-8 (Vervuert) ISBN 978-3-96869-450-4 (e-Book) Depósito Legal: M-2114-2023 Cubierta: Carlos Zamora Impreso en España Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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ÍNDICE

Daniele Arciello y Juan Matas Caballero Picaresca, picarismo y género picaresco.................................................. 7 María Asunción Sánchez Manzano Retórica neolatina de traza picaresca: la tradición de invectiva y del elogio.............................................................................................. 13 Jesús Ricardo Córdoba Perozo Dos episodios picarescos en El viaje entretenido (1603) de Agustín de Rojas Villandrando............................................................................ 33 Fernando Rodríguez Mansilla Las pícaras, el ornato corporal y el vestido en Corrección de vicios.............. 61 José Manuel Correoso Rodenas Teresa de Manzanares: embustera, pícara, obrera, víctima......................... 93 Miguel Donoso Rodríguez De pícaro a santurrón: la evolución del protagonista en algunos epígonos del género picaresco................................................................ 117 Iria Pin Moros Ecos del estilo del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán en la Tercera parte de Machado da Silva............................................................ 147 Beatriz de Alba-Koch El Periquillo de Lizardi y la picaresca de la Ilustración en Nueva España................................................................................................... 177

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María Dolores Pérez Murillo Picaresca, marginalidad e invisibilidad a través del cine latinoamericano (1950-2020)................................................................. 203 Santiago Sevilla-Vallejo La psicología del pícaro y la lógica cultural en la literatura contemporánea escrita en español.......................................................... 221 Sobre los autores.................................................................................... 241

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PICARESCA, PICARISMO Y GÉNERO PICARESCO PICARESQUE, “PICARISM” AND PICARESQUE GENRE Daniele Arciello Universidad de León, España ORCID: 0000-0003-0754-6527 Juan Matas Caballero Universidad de León, España ORCID: 0000-0003-3485-8825

«¿Existe un género picaresco?» es la duda que planteó Molho1 en un trabajo ya clásico y que aún constituye un aspecto esencial de los estudios actuales en torno a textos que puedan o no considerarse en la órbita de la literatura de pícaros. Frente a un sinfín de teorías e hipótesis relativas a la fijación de elementos clave para determinar la existencia de un posible género, Molho propuso el concepto de «picarismo», con el que redujo a cuatro los componentes fundamentales de una obra picaresca para catalogarla como tal. El yo narrativo, la genealogía infame, la falta de honra y la crítica socio-moral —que se produce con los discursos del protagonista en tanto que representante de la humanidad— configuran el núcleo de una obra picaresca, que no puede considerarse como tal si en ella no se aprecia la presencia de los cuatro requisitos2. Más adelante aclara que es el yo narrativo lo que presupone una distinción del protagonista de otros personajes que no 1  2 

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Molho, 1983, p. 127. Molho, 1983, pp. 128-129.

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representan esa primera persona, por lo que se convierte en el aspecto fundacional del picarismo, a la vez que se distingue de un yo no pícaro de la autobiografía moderna: Libre de todo referente que lo constriña a su propia y personal realidad, el discurso yo picaresco se presenta, a diferencia de la autobiografía, como una forma fija reiterable que, dentro del marco formal que constituye, es susceptible de variaciones de más o menos amplitud. Con lo cual el picarismo, porque es constante estructural integrante con relación a sus variables, forma un género literario teorizable como tal3.

Por su parte, Frohock hizo hincapié en el carácter huidizo de la definición de picaresca, pero no por ello aborrece la posibilidad de incluir en el macro conjunto de obras picariles las creaciones procedentes de literaturas europeas, afirmando con prudencia que el término picaresca debería usarse «when we feel we must but with the realization that when we use it we can count on being misunderstood»4. También Eisenberg quiso ahondar en el tema, especialmente respecto del concepto de género picaresco, recordándonos que «the term “picaresque novel”, like the word “genre” itself, was in fact not used before the last half of the nineteenth century»5. Si bien la fecha referida a cuándo se empezara a considerar lo picaresco como género y/o novelística sigue siendo objeto de debate6, es cierto que se trata de una terminología posterior al surgimiento de manifestaciones prosísticas protagonizadas por pícaros y, por tanto, no se corresponden con la idea de biografía picaresca que se conformó en los siglos xvi y xvii. Llega a la conclusión de que, refiriéndose a las obras adscribibles, para él, a un posible género picaresco: we should not refer to the Spanish novels discussed in this paper by the term ‘picaresque’, which has no exact meaning and which suggests close relationships between the Works which in many cases do not exist. If we would cease to do so, we could better study each of the works for what

Molho, 1983, p. 135. Frohock, 1967, p. 52. 5  Eisenberg, 2010, p. 204. 6  Más detallada es la exposición que Cabo Aseguinolaza, 2000, realiza al respecto en su artículo. 3  4 

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it is, and see more accurately the contribution each makes to Spanish literature7.

Cabo Aseguinolaza, cuyos estudios han arrojado luz sobre el propio concepto de picaresca, propone, entre otras cosas, la posibilidad de plasmar un modelo literario como es la picaresca que se fundamente en el discurso, con independencia de una identificación entre personajes picarescos y lectores8. En la misma línea de trabajo, Rey Hazas avaló lo anteriormente mencionado respecto del anacronismo producido por hablar de un género picaresco en relación con la prosa del Siglo de Oro, recordando que «los testimonios que proporcionan los relatos y las declaraciones de sus autores solo revelan conciencia de una simple tradición picaresca, nunca identificada con un molde narrativo concreto» y, asimismo, postula que «el término “novela” se aplicó tardíamente. Resulta contradictorio condicionar la descripción de una realidad literaria al mantenimiento de un sintagma, “novela picaresca”, nacido de manera accidental»9. La búsqueda de una definición satisfactoria de lo que es picaresca y, sobre todo, de lo que puede llegar a constituirse como género picaresco es, pues, una tarea difícil de realizar. En general, el resultado de esta multitud de consideraciones es «la imposibilidad de encontrar un único punto de vista, que además empobrecería la imagen que obtendríamos de la obra literaria, pues siempre la pluralidad de opiniones y el intercambio de ideas han tenido un efecto enriquecedor10. A tal respecto, llamativamente Dunn sostuvo que, en general, «the canon shrinks to but two or three “truly” picaresque works. In critical discussions, fictions that earlier generations accepted are cheerfully relegated to contentious footnotes or tossed into a common grave at the end of a chapter»11. En definitiva, la consecución de una definición de género picaresco y novela picaresca ha sido una aspiración constante a lo largo de los siglos. Quizás la forma más sugestiva de describir la entrega con la que muchos críticos se han dedicado a esta cuestión, que

Eisenberg, 1979, p. 210. Cabo Aseguinolaza, 1992, pp. 74-76. 9  Rey Hazas, 1987, p. 118. 10  Rodríguez de Lera, 2001-2002, p. 365. 11  Dunn, 1990, p. 6. 7  8 

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sigue siendo candente, sea la comparación mitológica protagonizada por Menelao y Proteo hecha por Mancing: The adversary is slippery and constantly changing; at any moment it may assume the shape, not of a lion, running water, or a tree, but of a comic biography, a fictional autobiography, or a realistic or satiric novel. […] Whenever a critic perceives clearly some version of the picaresque novel and tries to seize and describe it, it turns into something else entirely. […] The picaresque novel has inevitably eluded the grasp of its pursuers and has never been forced to reveal its secrets12.

Sin embargo, pese a las dificultades que surgen a la hora de delimitar las creaciones siglodoristas de matriz o de inspiración picarescas, lo que se ha observado a partir de la publicación del Lazarillo de Tormes —para muchos, la primera novela picaresca propiamente dicha— es la pervivencia y la reiteración de elementos de sesgo picaresco en manifestaciones literarias que vieron la luz desde la Edad Moderna hasta nuestros tiempos. El ensayo de Blackburn13 es iluminador en lo que concierne a la inf luencia de la picaresca como mito estructural de la prosa moderna y contemporánea. Al hilo del discurso sobre la continuidad de lo pícaro, Wicks14planteó un nuevo conjunto de obras que presentan temas y motivos de la literatura truhanesca. Una constancia temática tal que dicha estética, desde perspectivas referencialistas o formalistas, parece haber inf luenciado no solo la producción española15, sino también la americana16, la china17 o incluso la chicana de Nuevo México18. Conforme a este conjunto de ref lexiones, que solo representan una pequeña parte de las numerosas aportaciones sobre los argumentos en cuestión, nuestro volumen recoge investigaciones que corroboran el carácter híbrido, permeable y perdurable de la picaresca. Los estudios que articulan este monográfico, pues, se aproximan a la idea de «picarismo» forjada por Molho, a la vez que contribuyen a la innovación Mancing, 1996, p. 274. Blackburn, 1979. 14  Wicks, 1989. 15  Praag Chantraine, 1963. 16  Leal, 197; Fernández, 2001; Téllez, 2020. 17  Ding, 2022. 18  Lamadrid, 1995. 12  13 

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en este campo de estudio con nuevas perspectivas críticas. Los han elaborado especialistas procedentes de Canadá, Chile, España, Estados Unidos e Italia. Estos textos trascienden los límites cronotópicos y, haciendo de contrapunto a una concepción monolítica de los estudios humanísticos, abordan la problemática de lo pícaro desde enfoques multidisciplinares, como son la prosa, el cine, la retórica, la psicología y la política. Asimismo, ponen de relieve el recorrido que los pícaros han realizado desde el nacimiento de su estética hasta la actualidad, de acuerdo con las palabras de Molho: «El pícaro pertenece definitivamente a nuestro pasado económico y moral, desde donde prosigue en su subversividad profunda incitando a través de nuestras memorias e imaginaciones la necesaria pulsión de negatividad»19. Bibliografía Blackburn, Alexander, The Myth of the Picaro: Continuity and Transformation of the Picaresque Novel, 1554-1954, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1979. Cabo Aseguinolaza, Fernando, El concepto de género y la literatura picaresca, Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 1992. — «La novela picaresca y los modelos de la historia literaria», Edad de Oro, 20, 2000, pp. 23-38. Ding, Yiwen, «La picaresca en la narrativa china e hispanoamericana: estudio comparativo», Letras, 71, 2022, pp. 57-81. Dunn, Peter N., «Spanish Picaresque Fiction as a Problem of Genre», Dispositio, 15, 39, 1990, pp. 1-15. Eisenberg, Daniel, «Does the Picaresque Novel Exist?», Kentucky Romance Quarterly, 26, 2, 1979, pp. 203-219. Fernández, Teodosio, «Sobre la picaresca en Hispanoamérica», Edad de Oro, 20, 2001, pp. 95-104. Frohock, W. M., «The Idea of the Picaresque», Yearbook of Comparative and General Literature, 16, 1967, pp. 43-52. Lamadrid, Enrique R., «The Rogue’s Progress: Journeys of the Picaro from Oral Tradition to Contemporary Chicano Literature of New Mexico», Melus, 20, 2, 1995, pp. 15-34. Leal, Luis, «Picaresca hispanoamericana de Oquendo a Lizardi», Estudios de Literatura Hispanoamericana en honor de José J. Arrom, ed. Andrew P. 19 

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Molho, 1985, 2022.

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­ ebicki y Enrique Pupo-Walker, Chapel Hill, University of North CaD roline Press, 1971. Mancing, Howard, «The Protean Picaresque», en The Picaresque. Tradition and Displacement, ed. Giancarlo Maiorino, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1996, pp. 273-291. Molho, Maurice, «¿Qué es picarismo?», Edad de Oro, 2, 1983, pp. 127-136. — «El Pícaro de Nuevo», Modern Language Notes, 100, 2, 1985, pp. 199-222. Praag Chantraine, Jacqueline van, «El pícaro en la novela española moderna», Revista Hispánica Moderna, 29, 1, 1963, pp. 23-31. Rey Hazas, Antonio, «El género picaresco y la novela», Bulletin Hispanique, 89, 1-4, 1987, pp. 85-118. Rodríguez de Lera, Juan Ramón, «Notas sobre una definición de género picaresco para estudios de literatura comparada», Contextos, 37-40, 20012002, pp. 359-381. Téllez, Jorge «Valuing Literature: The Picaresque and the Writing Life in Mexico», Latin American Research Review, 55, 1, 2020, pp. 110–121. Wicks, Ulrich, Picaresque Narrative, Picaresque Fictions. A Theory and Research Guide, New York, Greenwood Press, 1989.

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RETÓRICA NEOLATINA DE TRAZA PICARESCA: LA TRADICIÓN DE INVECTIVA Y DEL ELOGIO PICARESQUE NEO-LATIN RHETORIC: THE TRADITION OF INVECTIVE AND PRAISE María Asunción Sánchez Manzano Universidad de León ORCID: 0000-0002-2824-7027

Resumen: A propósito de un autoelogio del pícaro advertimos algunos recursos que fueron desarrollados en neolatín. Entonces, revisamos algunos elementos propios del elogio y de la invectiva relacionados con obras en lengua vernácula. En primer lugar, la literatura antigua proporcionaba algunos de estos recursos por medio de la tradición de los géneros en verso, como el epigrama o la sátira romana. En segundo lugar, se encontraban algunas formas literarias breves, integradas en los géneros históricos o coleccionadas para las celebraciones convivales; estas se adaptaban a la disposición de los argumentos, incorporando el pensamiento aristocrático, cínico o escéptico. Para finalizar, se puede advertir una actitud polémica en algunas agudezas que pudo inspirar algunos pasajes picarescos. Palabras clave: Invectiva; elogio; agudeza; picaresca. Abstract: Considering deeper a self-praise expressed by a picaro, we observe some literary devices that had been developed in Neo-Latin. Then, it is worth reviewing the praise and blame devices related to the composition of some polemic works in vernacular. To begin with, the ancient literature provided some devices from the tradition of the poetic genres written in verse (such as epigram and the Roman satire). Secondly, there were some brief literary forms, which were often integrated in Greek and Latin historical genres or collected for convivial celebrations; these were useful to the arrangement of arguments according to the aristocratical thought, or cynic or sceptic philosophy. Finally, there can be observed some polemic attitude in the argutia, which could inspire some picaresque passages. Keywords: Invective; praise; argutiae; picaresque.

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La literatura neolatina polémica en el xvii resulta muy significativa del cambio en la subjetividad que se operó en el humanismo y que la literatura ref leja. Así, el autoelogio bien conocido del pícaro del Guzmán de Alfarache es un eco del paso que tuvo la sátira menipea a través de Italia, aunque teñido de las quejas vertidas en el epigrama de Marcial, como demostró Juan Fernández Valverde1; también coinciden algo del cinismo y del escepticismo muy difundidos en su tiempo. En las líneas siguientes ampliaremos la visión de algunos antecedentes clásicos de ese elogio del pícaro, la diversidad de recursos aplicados con diferentes propósitos en el marco de varios géneros fijados en la literatura antigua que se trasladaron a los relatos posteriores. Con el humanismo se instaló una cultura literaria polemista de raíces muy antiguas que se reactivaban en la imitación. Recurrimos a distintos estudios que muestran aspectos parciales de ese ambiente cultural 2. Por un lado, la relación de esta clase de manifestaciones de la subjetividad con los ejercicios recomendados desde antiguo en la enseñanza retórica es bastante evidente. Además, las sentencias medievales, anécdotas o fábulas con moraleja y algunos consejos prácticos de salud o de gobierno conectaban con el género literario de la sátira 3; el Horacio medieval es el de la sátira. Con el humanismo se incorporaban otras fuentes para la imitación, como la comedia antigua. A veces, la comicidad surge de la incomprensión o del doble sentido de las palabras de un interlocutor. Filosofía práctica y

1  Juan Fernández Valverde (2012, pp. 135-136) relacionaba las actitudes con el Momo de Leon Battista Alberti y con un epigrama del autor latino Marcial (9,92). El pícaro o la pícara hacen alarde de sus ascendientes y virtudes. Fuchs (2021, pp. 85, 91) nos introduce en una lectura perspicaz de algunos aspectos que tratamos, pues a través de la declaración irónica del pícaro se entiende una invectiva contra otros. La autojustificación derivaba en una actitud escéptica. Rosario Cortés (2004, 38, 40-41) explicaba la diferencia del epigrama de Marcial con la tradición romana de la sátira, por ejemplo, la relación del sermo con el poema largo frente a la brevedad buscada por el autor de Bílbilis. 2  Marco Antonio Coronel y Lía Schwartz habían destacado en Vaíllo-Valdés (2006) algunos aspectos de la tradición literaria latina de la sátira que inf luyeron en los versos de autores en vernáculo. En la colección de capítulos de Ponce (2017) aparecieron algunas precisiones sobre el panegírico que aprovechamos para observar su vigencia en obras de algunos autores neolatinos. 3  Coronel Ramos, 2006, pp. 37-50, 54.

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entretenimiento literario constituían el fundamento de la literatura más popular y favorecían ­igualmente la selección de motivos para los géneros literarios de la risa4. Por otro lado, los distintos subgéneros neolatinos que invitaban a la sonrisa integraban algún rasgo irónico. Ciertamente, la ironía supone un juego de referencias y sentidos, que solo admitía una interpretación en un contexto muy preciso, compartido entre emisor y receptores. En efecto, solo por su carácter de comunicación dirigida hacia un auditorio conocido, la invectiva oratoria podía descender a la anécdota de doble sentido, al chiste ( facetia) o al aprovechamiento de las debilidades físicas o morales del adversario. La erudición permitía elegir temas y marcos narrativos de la polyanthea clásica y de la humanística de Ravisio Textor o Domenico Nani Mirabelli, por ejemplo, y orientarlos de esa manera. Desiderio Erasmo y Paolo Manuzio compusieron colecciones de apotegmas que satisfacían tanto al público como a los autores que elaboraban sus textos a partir de estas obras. Este material se componía de distinta manera con un afán de variedad. Así, en la integración y el desarrollo de las anécdotas una de las estructuras más empleadas es la ficción de un diálogo. A veces existe conexión desde el punto de vista temático entre breves relatos fabulísticos, mitológicos o históricos y estructuras algo más complejas en el sentido de la comunicación hasta que, filtrados por la ironía o la parodia, resultan eficaces para estimular una respuesta jocosa. En efecto, la adaptación a la risa de estas formas breves empleaba también interpretaciones confusas o ambiguas, favorecidas con habilidad para constituir la burla o la parodia practicada a menudo en la sátira romana5.

4  Rosario Cortés (2004, p. 43) precisa la coincidencia con Horacio en el rechazo del ridiculum illiberale. En Roncero (2006) se destacaron algunos aspectos sobre la historia de la preceptiva inf luyentes. 5  En todo caso, como señala Cortés (2004, pp. 35-37; 42): «La diferencia está en que mientras Horacio pone el acento en la franqueza sin mesura, Marcial lo pone en el humor». Insiste Marcial en la inocencia de su humor, que evita la alusión directa a las personas con cuyo comportamiento ironiza.

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1. La relación entre la invectiva y el encomio La tradición de la invectiva tiene unas raíces muy profundas en la Antigüedad. Entre las formas sapienciales de la literatura antigua, f loreció en la Atenas clásica para la denuncia y la defensa de las opiniones filosóficas propias. La recomendación del ejercicio de la anaskeue (Aphth. 5) se concretaba entre los romanos en una refutación. En discursos modélicos, como el gorgiano Elogio de Helena, se practicaba el ejercicio de argumentar en contra de una creencia generalmente aceptada. Se reinterpretaba de manera sorprendente un hecho o un mito, aplicando el llamado status coniecturae, para una quaestio finita. En la prosa, la doctrina retórica explicaba la manera de escribir en alabanza o en vituperio de alguien o de algo. Se trataba de uno de los tres géneros oratorios, el llamado demostrativo o epidíctico. A menudo, el discurso de elogio abundaba en adornos que permitían un lucimiento del orador, que, mientras destacaba los méritos de la persona, aprovechaba la ocasión para dejar patente su competencia en el arte retórica. La denominación o la forma de encomio no está vinculada estrictamente en la tradición antigua exclusivamente a la prosa o a la poesía, mientras que laus hominum es una clase de discurso (Qvint. 3, 7, 10-20) y, por costumbre, ha recibido un título o el otro indistintamente. Por otro lado, los panegíricos romanos en verso siguen una pauta acorde con el valor de la estima social. En el contexto de la producción romana, habría que pensar también en una tradición autóctona de elogio de los antepasados y en carmina convivalia. En este aspecto, las hipérboles mitológicas tenían su lugar propio en la épica, donde el relato mítico sirve para configurar al protagonista como héroe por cualidades excepcionales6. Desde este aspecto, podríamos distinguir también una gradación de intensidad, dependiendo que lo que se a­ labara fuera

6  González Iglesias, 2017, p. 58. Tomando la referencia de los géneros que se consideraban mayores en la preceptiva antigua, lo heroico corresponde a un conjunto de valores sociales, mientras que lo épico es la actualización que acoge y promueve esos valores, en cuanto que la épica es un género didáctico, recordaba González Iglesias (2017, p. 62). En cambio, la elección el género del panegírico en verso sería indicio de una cierta falta de objetividad para tratar acontecimientos contemporáneos y por ello, no tintados del heroísmo que la lejanía en tiempo y espacio pudieran configurar.

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una cualidad permanente o circunstancial, como recordaba Miguel Herrero de Jáuregui7. En todo caso, tuvo cierto carácter lúdico la forma del elogio paradójico, que alcanzó su máximo desarrollo con la sofística y, desde el punto de vista genérico, era muy próxima a la diatriba cínica. El elogio de la mosca o de la calvicie representaban el reverso del elogio. Al poner en duda una cuestión admitida comúnmente, se procedía al examen exacto de las condiciones de verosimilitud y certeza, favoreciendo la distinción respecto de un pasado historiable. Además, ponía a prueba la congruencia de lo que se admite en general, sin contrastarlo con los efectos indeseables y particulares que pudieran seguirse. En la parte del autor aparecía a veces un tópico de modestia respecto de lo expresado, una enunciación de las virtudes y de los hechos. De la parte del encomiado, la patria o la raza servían de punto de contraste. Los panegíricos serios, con motivo de la muerte de un guerrero o de una persona que había contribuido notablemente al bienestar de la comunidad hacían patente el agradecimiento. La forma de escribirlos precisaba, en primer lugar, la contextualización de la vida del homenajeado en el espacio y en el tiempo. Después, se destacaba la relevancia de esa vida para su familia. De una parte, cada vida se debía a sus antepasados y por otra, la familia debía un reconocimiento a sus miembros más ilustres. Entre las gentes de la Antigüedad, los familiares necesitaban actualizar el recuerdo de las hazañas de sus antepasados para mantener su derecho a la participación en las decisiones y su crédito en los acuerdos. La revisión de los méritos del finado no estaría completa sin un retrato de las cualidades morales y aun físicas y alguna anécdota que pudiera evocar su figura entre los que lo conocieron. Este esquema teórico afectó también a las composiciones epigráficas. Observamos una relación de recursos que se comunican de un subgénero a otro en el ámbito de la literatura de la risa. Por eso, desde la Antigüedad, el juego de los nombres parlantes8 de la comedia griega helenística y de la sátira romana se comunicaron a una novela como el Satiricón de Petronio o el Asno de oro de Apuleyo y desde ellos a la Herrero de Jáuregui (2017, pp. 25-26) lo advertía al comentar la oda pindárica en comparación con un encomio helenístico. De todos modos, siguiendo a Dulce Estefanía (2017, p. 69) hay que considerar alguna variante en el paso de la tradición isocrática a la romana. 8  Carmignani, 2010, pp. 263-265. 7 

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composición literaria neolatina. Un ejemplo que nos sirve para nuestro tema es la paronomasia entre korax («cuervo charlatán») y kolax («adulador»). La desvergüenza y el desenfado del Eunuchus de Terencio (Ter. Eun. 414-427) o la del parásito de la comedia Stichus de Plauto, presentan un elemento muy productivo en la tradición clásica humanística, como muestra de la proyección social del chiste y la anécdota en los banquetes. Sobre la base de estos usos antiguos, también se practicaba el encomio burlesco o irónico, donde con disimulo se ofreciera una interpretación contraria al sentido aparente del discurso, aunque la invectiva como vituperio, pronunciada en público, no era frecuente. Mark Laureys constataba la enorme abundancia de escritos polémicos y controversias de muy diverso contenido en la literatura humanística del Renacimiento9. 2. La invectiva humanística en el ámbito social y científico En la inf luencia que estos modelos tuvieron en la cultura humanística, el esquema de desarrollo se multiplicaba también en las contiendas de la propaganda política en el contexto de las luchas por la hegemonía en el continente europeo. Si consideramos las invectivas demosténicas contra Filipo de Macedonia como el modelo principal de esta clase de discursos10, el terreno de la competencia política fue su medio natural en la literatura posterior11. La reprobación pública tenía el precedente de los discursos políticos de Demóstenes contra Filipo de Macedonia, el modelo de los que Cicerón escribió contra Marco Antonio12. Ciertamente, la reprobación de Catilina recogía un retrato moral de gran eficacia muy imitado. A diferencia del elogio, la reprobación se servía del recurso de la evidencia, insistiendo en describir con gran viveza lo que se rechazaba. La reacción del auditorio se reclamaba con urgencia, una exhortación que no debía dejar indiferente En ese sentido, admiramos la capacidad del orador de recrear el ambiente sociopolítico acentuando los tintes oscuros y los claroscuros Laureys, 2008, pp. 217. Muñoz Llamosas, 2008, pp. 36; 39-47. 11  Keyser, 2015, p. 14. 12  Hinojo Andrés, 2000, p. 89. 9 

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de la conciencia colectiva. En esta especialización de la competencia oratoria, la manera de ref lejar los datos históricos tenía un relieve muy destacable. Entonces fue muy prolífica la literatura panf letaria, que se desarrolló aprovechando la facilidad de la imprenta. Realmente sería imposible un registro verdaderamente exhaustivo de todos los discursos reprobatorios escritos por los humanistas en publicaciones y en cartas. En ocasiones, tales comentarios podían trascender y alterar el frágil equilibrio en que se desenvolvían las relaciones en aquellos Estados del Renacimiento. Por ejemplo, el acontecimiento de la muerte de Enea Silvio Piccolomini, el papa Pío II, en 1464 suscitó un debate sobre su legado político entre aquellos que deseaban ser acogidos en la nueva etapa que se inauguraba con el pontificado de Paulo II (Pietro Barbo). Francesco Filelfo escribió una Gratulatio de morte Pii II Ecclesiae Romanae pontificis13, que por su insistencia en la queja y en el descrédito de Pío II motivó la reacción de Francesco Sforza y el encarcelamiento del autor. Intervinieron varios partidarios de la antigua corte papal, entre los que destaca el antiguo amigo de Filelfo Lodrisio Crivelli, con cuyo discurso Apologeticus adversus calumnias Francisci Philelphi pro Pio II Máximo Pontifice. En torno a esta intervención, la invectiva se enfocaba a lo personal, especialmente en la respuesta de Filelfo en 1465. Daniele Santapaola destacaba los modelos que presentan este discurso14: el episodio homérico de Tersites en la Ilíada, el verso Ter. Eun. 445, un pasaje de Moralia de Plutarco, principalmente. Empleaba también el recurso mitológico para destacar la torpeza física de los que tienen un cuerpo grande. Después, una vez elogiada la aurea mediocritas, se dedicaba a poner de relieve la prestancia física del nuevo papa, Paolo II con el apoyo del Salmo 45 y de Is. 63. Por contraste, describía la apariencia física de Crivelli con tintes animalísticos15. En una sociedad aristocrática, la opinión que alguien defendía comprometía el honor; en cambio, los pícaros se caracterizan precisamente, al contrario, porque carecen de honorabilidad. Los preceptores humanistas dependían, de manera parecida a los filósofos antiguos, de una buena reputación para conseguir estudiantes, pues era su modo de vida. El descrédito en una opinión científica no siempre implicaba una Santapaola, 2021, p. 63. Santapaola, 2021, pp. 64-67. 15  Santapaola, 2021, pp. 71-72. 13  14 

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condición de censura. Al menos, podría restarles inf luencia y, en todo caso, se sentían obligados a restaurar su buen nombre. Curiosamente, un estudioso tan bien relacionado y afable como Petrarca, escribió una invectiva contra un médico infamando juntamente a todos los de aquella profesión. Se trata de un escrito que partía de una discusión en 1352, que reelaboró literariamente en 1353 sobre el tratamiento que tuvo el papa Clemente VI por los médicos16. En este discurso, comenzaba por rebajar la importancia de la medicina en cuanto que se ocupa de los males del cuerpo y no de los del alma. La invectiva de Cicerón In Pisonem, especialmente en la peroración, puede ser considerada paradigmática17. En ese momento Petrarca estaba fascinado por Platón, sobre todo por el Timeo y el Fedón, pero en la elocuencia seguía apasionadamente el modelo ciceroniano. También recordaba la insuficiencia de los síntomas respecto de un método probable de reconocimiento y cura; un motivo de desconfianza en esta actividad era la cantidad de discrepancias entre los entendidos en medicina. Al comienzo del Renacimiento italiano, la invectiva de Petrarca contra un médico no pasó desapercibida y fue interpretada, no como una muestra de un mal humor del insigne humanista, sino como ejercicio literario18. Las quejas de Petrarca sobre los médicos se diferencian de ataques concretos contra determinadas personas. Aunque el ataque pueda incluir una presentación de las opiniones propias, la libertad de ordenar argumentos y recursos es mucho mayor que la de una defensa forense. Así se proyectó en discursos animados por toda clase de contenido, hasta el punto de que algunos intentaban lograr fama mediante una invectiva contra algún humanista famoso, que incluso podría desestimar la ocasión de responder al ataque recibido. Este fue un ardid para conseguir fama empleado por quien después sería tan inf luyente crítico, Giulio Cesare Scaliger. Comenzó la línea de sus publicaciones en 1520 con dos discursos Pro M. Tullio Cicerone contra Desiderium Erasmum Roterodamum, como respuesta al estudio del humanista holandés sobre el estilo ciceroniano; en 1523 en una invectiva contra Erasmo 16  Enenkel, 2010, p. 111: «Anfang 1353 schrieb der Arzt statt eines Briefes eine polemische Abhandlung, opusculum, in der er Petrarca persönlich verunglimpfte. Das vergalt ihm Petrarca im Frühling desselben Jahres mit den nunmehr vier Bücher zählenden, elektrisch knisternden Invective contra medicum». 17  Enenkel, 2010, p. 113; indica, además: «Cicero schwelgt darin, den Lesern den Effekt seiner Schrift vor Augen zu stellen». 18  Bausi, 2008, p. 194.

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(adversus Erasmum, Tolosae, typis Raym. Colomerii). De ahí que invectiva y crítica resulten parejas en esta obra. Como decíamos, Adagia y Apophthegmata de Erasmo surgieron de la corriente de la literatura didáctica y moralizante, útil para toda clase de composiciones retóricas y en la epistolografía19. Observamos entonces cómo la lectura de la literatura antigua tenía ya una forma de expresión adaptada, fácil de incorporar a los géneros misceláneos como la epistolografía o la novela. También colecciones como la de Valerio Máximo habían perdurado animando la redacción de obras históricas, de la biografía antigua y medieval. Además, Séneca salpicaba muchos pasajes de su filosofía con distintas anécdotas, a la manera de los cínicos. Esta práctica facilitaba un modelo a los neoestoicos y a los creadores de relatos de los siglos xvi-xvii. La inf luencia de la sátira menipea en el humanismo ha sido muy intensa20. Ciertamente, no fue escasa la polémica a propósito de los escritos y discursos en una época caracterizada por el belicismo y la confrontación entre distintos grupos y pueblos europeos. Así fue en materia de religión en el momento de la Reforma. La audacia de Erasmo en su determinación firme de no admitir gestos a favor o en contra de los reformados no evitó difamaciones interesadas ni que sus obras fueran furiosamente censuradas. También es cierto que se permitió escribir una clara invectiva Hyperaspistes en contra de Lutero, en contra de una antropología que imaginaba un hombre limitado en su libertad por efecto del pecado. Otra polémica seguida por el humanista de Rotterdam fue estudiada también por César Chaparro21, que reconocía las figuras de hipotética concessio y anticategoria en la controversia que planteó el helenista Diego López de Zúñiga acerca del texto del Nuevo Testamento. Este debate había comenzado con la publicación de las anotaciones de Zúñiga a la traducción latina del humanista holandés. Contrasta visiblemente la reacción del colaborador de Cisneros con el apoyo mostrado por Tomás Moro en la Apologia ad Martinum Dorpium (1515)22 y 19  Laureys 2008, pp. 220-221. Cf. Laureys, 2008, p. 230: «The tale of Erasmus’s and Budé’s friendship was always a tale of more than two persons. Both were keen to anchor their relationship firmly in the entire republic of letters…». 20  Valdés, 2006, p. 179-180. 21  Chaparro Gómez, 2014, p. 170. 22  El tono conciliador de Moro ante la crítica de los teólogos a la que Dorp prestaba oídos se observa en esa carta (Cabrillana Leal, 2018, pp. 57-59; 113-114). En cambio, Chaparro Gómez (2014, p. 167) destacaba la arrogancia de Zúñiga

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la buena recepción de John Colet. Zúñiga practicaba la invectiva en el prefacio al lector de Annotationes contra Erasmum Roterodamum in defensionem traslationis Novi Testamenti23 con un marcado acento despectivo, que irá subiendo de intensidad con el tiempo en descalificaciones, no solo de la meritoria tarea de traducción, sino también de la persona de Erasmo. La competencia del holandés en la tradición de la retórica antigua le permitió replicar esa interpretación calificando el discurso de Zúñiga como propio de una «retórica judía»24. Tales escritos de los polemistas tuvieron gran eco posterior, por lo que constituirían una referencia común de los lectores y escritores en el ambiente en que se produjo el éxito de los relatos picarescos. El objetivo final de un escrito polémico era quedar por encima del adversario en la estimación pública. Esto se conseguía también desestimando la instrucción del contrario. Se fingía de este modo una condescendencia hacia la posición diferente, a fin de que la propia alcanzara un valor mayor. En este ascenso, que se pretendía gracias a la invectiva, existieron también algunos valientes eruditos que se postularon en contra de la tendencia general marcada por un líder intelectual y buscaron hacerse famosos por contradecirlo. El espolio de la fama de una autoridad podría tener un referente muy antiguo, como Aristóteles, o bien uno más cercano en la época de la llamada República de las Letras. Así, por ejemplo, Poggio Bracciolini entró en debate con Francesco Filelfo por el ataque de este a Niccolò Niccoli. Las facetiae de Poggio tuvieron gran difusión, sus versos satíricos sirvieron de modelo a los libertinos franceses. Filelfo se enfrentó a Poggio, al que acusaba de falta de instrucción en la literatura griega y seguía la pauta de la invectiva destacando sus defectos morales25. A este ejemplo se añade el que expuso Marc Laureys (2015) a propósito de una polémica filológica suscitada por el francés Guillaume Tardif a propósito del Dialogus de glorioso rhetore de Girolamo Balbi en la década de los ochenta del siglo xv. Balbi era un discípulo de Pomponio Leto que después de terminar sus estudios en Roma, llegó a ­París al evaluar el resultado del trabajo del traductor porque «se considera juez cualificado para ello». 23  Chaparro Gómez, 2014, pp. 167-168. 24  Chaparro Gómez, 2014, p. 174. 25  Keyser, 2015, pp. 19-20. Roncero, 2006, p. 300.

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donde Tardif llevaba veinte años enseñando retórica en el Collège de Navarre. Esta actividad se ref lejó en tratados breves de gramática y retórica desde 1473 que alcanzaron cierto éxito. Sin embargo, Balbi descalificó la gramática de Tardif por desfasada; seis años después, el agraviado autor redactó una queja por difamación. La primera serie de los epigramas de Balbi (1487) fue el motivo para la redacción de un discurso Antibalbica, por parte de Tardif. En ese mismo año el De glorioso rhetore daba réplica en otro discurso que aplicaba una similitud con el Miles gloriosus de Plauto. Todavía una segunda colección de epigramas de Balbi apareció en 1488. Tardif publicó en 1489 una versión ampliada del Antibalbica, que tuvo una reimpresión en 1495. El francés había estudiado con interés las Elegantiae de Lorenzo Valla, que se habían publicado en París en 1471, pero Balbi era implacable. Alguna de estas polémicas corresponde a una discusión erudita, como también sucedió entre Giulio Cesare Scaliger y Girolamo Cardano. En primer lugar, podemos destacar la estrategia comunicativa de cada uno, que se presenta como investigador de la ciencia con absoluto desinterés personal y defensor de la verdad 26, en lugar de mostrar una subyacente ambición de gloria. En segundo lugar, Scaliger mostraba la utilidad de sus comentarios para la comunidad científica, pues completaban algunos aspectos que Cardano había desarrollado menos. Pero en esta faceta ponía al descubierto las incongruencias y fallos de Cardano. Este reaccionó en su Actio quejándose de las acusaciones de su pretendido seguidor. Ambos terminaron desacreditando la labor del adversario. Sin embargo, la crítica de Scaliger tendría una mayor trascendencia que la que pudiera derivarse de la polémica, pues avanzaba un criterio de regularidad en los efectos naturales, planteando la diversidad de resultados como excepciones. En efecto, mientras la obra de Cardano continuaba el discurso sobre el mundo natural en búsqueda de lo curioso, en correspondencia con el prestigio de Plinio en su tiempo, Scaliger aprovechaba el afán de orden que le inspiraban los tratados aristotélicos para describir una perfección de la física natural acorde con el optimismo renacentista. En cambio, este erudito acusaba Deitz, 2010, pp. 141-142; en sus conclusiones: «As with every other literary genre, the invective has its laws, one of which is that you cannot write half an invective, or a three-quarter invective -either you do or you don’t, and if you do, you must go the whole way, through all the stages of irony, vituperatio, obtrectatio, and so on». 26 

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a su oponente de seguir la parcialidad de la interpretación averroísta. Además, Cardano pretendía un determinismo de la inteligencia que se adaptaba al conocimiento de su objeto que es ridiculizado por su adversario. Otras críticas iban más al fondo de las bases teóricas de cada uno. Así la controversia sobre si el alma vegetativa es capaz de sensibilidad o la singularidad e individualidad del alma que Scaliger defendía en contra de la deriva panteísta de Cardano. Observando la variedad de todas estas manifestaciones de los polemistas, Johannes Helmrath presentó el panorama de la invectiva mientras mantuvo vigencia la corriente humanística27. El uso de la prosa era mayoritario en estas composiciones, de manera que a veces se elige el género de la carta erudita, donde cabe casi toda clase de recursos. La tipología de esta forma de comunicación, resaltada por este investigador, se pueden resumir en:

–Elección de un motivo principal de la discrepancia que da ocasión al discurso. –Disposición de otros argumentos en relación con esa crítica principal. –Reiteración de apelaciones directas al interlocutor cada vez que se comienza a tratar alguno de los aspectos que justifican la opinión propia. –Escasas alusiones al género de vida o a la historia personal del adversario. –Invocación a la racionalidad para mostrar la coherencia de la opinión propia respecto a las posibles causas de la postura del contrario. –Invocación a la verdad objetiva y a la opinión tradicional y admitida generalmente. –Mención de alguna autoridad prestigiosa o de las leyes. –Enumeración de las consecuencias indeseables de la actitud del adversario.

3. La técnica y los recursos de la invectiva en las Argutiae Muchas veces a estos documentos, que ofrecen una constancia de la crítica o el rechazo, corresponden apologías para restituir el honor afectado. Honor, dignidad, virtud, gloria respecto al descrédito y a los defectos aparecen resaltados con una insistencia insoportable. Con motivo de esta respuesta, los asuntos de fondo quedan muchas veces al descubierto a través de las líneas de la denuncia y de la defensa. Por tanto, esta correspondencia se distingue de un sencillo ejercicio 27 

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Helmrath, 2010, pp. 268-277; 284-285.

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oratorio, donde se exponen las ventajas, desventajas y dudas sobre un comportamiento. Dennis Pausch28 explicaba la aceptación del insulto personal en la invectiva antigua por el artificio convencional de que el texto ––perfectamente calculado–– pudiera simular una exposición oral. El apasionamiento en una controversia presencial podía haber hecho tolerable lo que el respeto no hubiera permitido nunca. Al igual que esta, la invectiva humanista interpelaba de manera directa al oponente para indicarle la gravedad de los motivos que aducía. De esta manera, la presentación de cada argumento suele dirigirse al adversario invocando su nombre, como si este se sintiera invitado a responder inmediatamente. También en la Antigüedad, los autores cristianos, que aplicaban la doctrina retórica en la que se habían formado, ponían de relieve las contradicciones de sus oponentes doctrinales, sobre todo, mediante juegos de palabras, apuntando con ironía los puntos débiles de la argumentación de sus contrarios. Con esta experiencia, la poética de Baltasar Gracián puso de relieve algunos aspectos como la desproporción de la hipérbole, la disimetría, el abuso de los enigmas de doble sentido y equívocos, apoyados por la paronomasia que a menudo los ridiculizaba. El profesor Eustaquio Sánchez Salor29 analizó la estructura de esta técnica, cuyos esquemas no eran ajenos a la práctica del relato picaresco:

–Transformación a partir de un hecho aparente y normal de un hecho, que se manipula artísticamente con una interpretación sutil y rebuscada. –Crisis que se basa en la transformación irrisoria y cómica, o bien juiciosa y racionalista susceptible de implicar una interpretación más profunda. –Glosa a una actividad o a la conducta de una persona en forma de una sentencia. –Desempeño que ha aprovechado la situación y se puede ref lejar como una situación de difícil salida o bien como la salida sutil, airada, única de esa dificultad. –Retorsión de un argumento propio o bien de uno que aporte el contrario para conseguir una salida airosa.

El jesuita contemporáneo de Gracián, Jacob Masen publicó colecciones de anécdotas y comentó algunas de sus características amenas. Como preceptor de retórica, publicó distintos tratados de esta 28  29 

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Pausch, 2021, p. 16. Sánchez Salor, 2010, pp. 722-725. Roncero, 2006, pp. 313-315.

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d­ isciplina adaptados a la enseñanza fundamental: Palaestra styli Romani, Palaestra eloquentiae ligatae y Palaestra oratoria praeceptis et exemplis veterum instructa. Para la preparación de estos manuales adquirió una gran competencia en la literatura antigua, que supo analizar en sus rasgos estructurales. Por eso, observó que algunos relatos breves encontraban su lugar en el epigrama, pero en el discurso de la prosa se producía la gradación entre el apotegma y la chria según la preceptiva clásica; de esta manera pudo proyectar estas preferencias para describir la técnica que permitiera su imitación. La referencia a esta imitación es clara en Ars nova argutiarum (1649) y en Familiarium argutiarum fontes (1660). Su experiencia creativa nos permite observar la importancia en la literatura neolatina de los recursos empleados por Cicerón en sus discursos contra Verres30. Pero cuando se seleccionaba la prosa, la atención del crítico se dirigía a las formas de relato, más que a los discursos polémicos de Cicerón. En efecto, como anunciábamos más arriba, los textos históricos y biográficos facilitaban pasajes anecdóticos y a su vez, fueron estímulo para verificar la fiabilidad de muchas fuentes de la historia antigua. Declaraba su deuda con las fuentes principales de su Ars nova argutiarum (1649) y entre los clásicos, sobre todo, la referencia al epigramatista Marco Valerio Marcial. La ironía, en las formas versificadas y en inscripciones, trataba la argucia en la prosa con ejemplos de historia antigua y otros más cercanos en cuanto procedentes de la epistolografía humanística. De este modo seleccionaba contenidos muy diversos, semejantes a los propios para amenizar un banquete en los círculos culturales y diplomáticos de su época.31. Jacob Masen reconducía la mordacidad de los antiguos hacia la literatura convival, que pretendía obtener un pensamiento, una c­ onclusión 30  García Hernández, 2007. Reconocía Roncero (2006, pp. 292-297) esta cualidad excelente del Arpinate, ref lejada en sus obras, especialmente en el De oratore, con su trascendencia en las composiciones literarias del humanismo y del Siglo de Oro español. 31  El empleo de esta clase de recursos en las reuniones sociales motivó su desarrollo, a imitación del ejercicio oral, en la literatura antigua, de la que Cicerón y Plutarco son autoridades principales, como indica Dennis Pausch (2021, p. 17): «Das von Plutarch für den gesellschaftlichen Kontext des Symposions und von Cicero zunächst einmal für die mündliche performance des Redners beschriebene Phänomen lässt sich auch auf schriftlich fixierte Beleidigungen übertragen, obwohl in diesem Fall seitens des Rezipienten natürlich immer das Wissen um eine Vorbereitung durch den Verfasser vorausgesetzt werden kann».

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útil, compartida entre los participantes, superando el efecto humorístico pasajero. El trasfondo de alabanza y vituperio conectaba así en las obras de Masen con el marco genérico de la biografía estoica, que no reparaba tanto en la cronología como en el retrato de las costumbres de la persona biografiada. De este modo, la literatura sapiencial del banquete, aligerada por el arte de Plutarco, podría servir de fuente, a la par que las obras de Tácito y Suetonio. El jesuita conocía bien los gustos del público al que dirigía sus colecciones. Procuraba que se buscara una medida del respeto a las personas cuyas acciones y filosofía vital consideraba susceptibles de crítica. Recordemos en este sentido que los exempla también eran un modo de argumentación, reuniendo precedentes en pro y en contra de una determinada práctica. Por eso reconocía nueve funciones en el uso del lenguaje que propiciaba, más que la carcajada, la sonrisa 32. La alegoría es el sexto recurso de la serie, el más reconocible en toda comunicación, superando la metáfora que es el siguiente. En cuanto al sentido, estos tropos resultan eficaces, pero no menos que la ironía, que es el octavo recurso o la anfibología. En cambio, el marco de la parodia parecía más ceñido a las formas versificadas que a la prosa. La alteración del enunciado para sorprender al interlocutor tenía en la paronomasia, que ocupa el segundo lugar de la serie, y en la eversión o cambio del orden esperable de las palabras las figuras más recurrentes en la literatura humorística. Cerraban la lista las variantes de la antítesis. Pero proseguía después el refinamiento del análisis con las formas de descripción física y moral junto con las comparaciones sugerentes de imágenes33. Aconsejaba cierta limitación en el uso del ridículo de las hipérboles o los énfasis. Con palabras honestas se puede parafrasear una enunciación en unas circunstancias donde el honor es desconocido. La paráfrasis se puede producir en una anécdota dialogada, en la que se invierte el sentido de lo que dice el interlocutor. También se puede tomar algún elemento de lo que el interlocutor planteaba para transmutarlo de manera no deseada o absurda. Si el interlocutor hace una broma, el otro puede tomar sus palabras para interpelarle o afrentarle de manera más o menos disimulada. Otro efecto humorístico consigue la mención de realidades que contrastan entre sí o cuya

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Masen, Ars noua argutiarum, p. 14. Masen, Ars noua argutiarum, pp. 16-19.

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c­ ompatibilidad resultaría absurda. Desde el absurdo se puede trasladar la comunicación hacia lo ridículo. El ritmo del intercambio comunicativo era útil en la técnica de suscitar la risa, pues un interlocutor puede alternar distintos modos con la intención de sorprender y también a una locución pausada responde de manera asombrosa la locución rápida, el tartamudeo, o la locución atropellada. La inoportunidad puede ser buscada deliberadamente para impacientar al contrario o por efecto de humor. Más audaz es el rechazo implícito o tácito de alguna actitud viciosa, que lo admite elogio. Jacob Masen conocía y enseñaba estos recursos. Por su parte, otro jesuita, François Vavasseur, escribió un discurso crítico De ludicra dictione (1658) que serviría de fundamento a la historia de la literatura clásica. En ese ambiente donde el público gustaba de la sátira, abogaba por considerar las formas literarias de la risa en la Antigüedad, deduciendo ciertos límites en la ironía y en el sarcasmo que recomendaba para la Francia de su tiempo. Vavasseur repasaba la comedia aristofánica y plautina, el recurso al relato anecdótico de los filósofos como Platón o Cicerón y las observaciones de Quintiliano al respecto. Estimaba la habilidad de Luciano de Samósata para sorprender a sus lectores. Como conclusión a tantas referencias antiguas, Vavasseur hacía ciertas recomendaciones útiles34. Pensaba que no tenía sentido aplicar el humor contra los adversarios malvados, pues ya experimentarán otras consecuencias de su maldad. La sensibilidad frente al sufrimiento de los desgraciados excluye toda humorada y nuestros amigos no merecen burla ni ridículo ni sarcasmo, difíciles de remontar en la amistad. Consideraba necesario reconocer un límite de la crítica contra los poderosos aplicando la técnica de la risa o el humor.

34  Vavasseur, De ludicra dictione liber, p. 135. Victoriano Roncero López (2006, pp. 291) revisaba la teoría aristotélica como foco que determinaba las indicaciones de los críticos, recordando también la disfunción del concepto de eutrapelia desde la Edad Media.

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4. Conclusiones Hemos revisado algunos aspectos de la literatura neolatina de la risa que se desarrollaron paralelos en el ambiente cultural en que se escribieron las obras del género de la picaresca. La invectiva literaria y científica como reverso del elogio tradicional, inf luida por el cinismo de la sátira menipea y fomentado por el talento satírico romano favoreció la extensión de muchos recursos compositivos. De ahí que se inviertan los valores sociales al trazar un paralelo entre el héroe épico en un nivel de honor y un hombre elogiado por una reciente aportación para la vida de la comunidad (en prosa en estilo austero o con ornato). Se observa la extensión de los recursos de este género retórico-filosófico a la controversia política, a la Reforma religiosa, a la discusión científica. Los tópicos no excluyen, sino que incorporan sin rubor un ataque a la complexión física o a las debilidades del adversario, incluso en los discursos de los humanistas más refinados. Este uso puede entenderse por la imitación de una convención genérica de la invectiva antigua, que presuponía una controversia oral y apasionada. El ejercicio retórico cuenta con una variedad de formas breves aplicadas durante siglos como el apotegma, la sentencia, los exempla y las fábulas en el modo de relato o un diálogo jocoso o polémico (invectiva y su réplica, réplicas sucesivas) en el que se pueden introducir:

–El resumen del motivo de discrepancia, doctrinal o experiencial en una anécdota. –La reiteración de las apelaciones directas a un adversario que no está presente. –Alusiones a las características físicas o al género de vida de ese adversario. –La reinterpretación artística de un hecho o de un argumento. –La invocación de la racionalidad o de las leyes, con la interpretación profunda de la conducta del adversario. –Las consecuencias de la actitud o defecto del adversario o de la teoría defendida por este.

Resultan especialmente recurrentes los usos especiales de la lengua o de las lenguas del dominio cultural vigente entre el auditorio, que reconocían los estudiosos de la literatura de argutiae: apelativos enigmáticos o eufemísticos, equívocos, nombres parlantes, hipérbole, paronomasia y alegoría.

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DOS EPISODIOS PICARESCOS EN EL VIAJE ENTRETENIDO (1603) DE AGUSTÍN DE ROJAS VILLANDRANDO1 TWO PICARESQUE EPISODES IN EL VIAJE ENTRETENIDO (1603) BY AGUSTÍN DE ROJAS VILLANDRANDO Jesús Ricardo Córdoba Perozo Università di Napoli “L’Orientale” ORCID: 0000-0002-0164-2457

Resumen: El presente texto analiza la presencia de formas y motivos propios de la picaresca en el prólogo y en dos episodios de El viaje entretenido (1603) de Agustín de Rojas Villandrando. La ref lexión pretende evidenciar que, a comienzos del siglo xvii, la consolidación de la prosa picaresca (impulsada por la publicación de la primera parte del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán y la reedición del Lazarillo de Tormes) abre un horizonte de expectativas literarias para los autores y lectores del Siglo de Oro. Sin ser una novela picaresca, la obra de Agustín de Rojas acude a elementos propios del género en construcción para tejer un texto de ficción pretendidamente realista y, sobre todo, deseoso de resultar atractivo para el público de entonces. Palabras clave: El viaje entretenido; novela picaresca; formas picarescas; ficción realista; prosa de ficción realista. Abstract: This article analyzes the picaresque forms and motifs in the prologue and within two episodes of El viaje entretenido (1603) by Agustín de Rojas Villandrando. This work shows that the consolidation of picaresque prose at the beginning of the 17th century, motivated by the publication of the first part of Guzmán de Alfarache by Mateo Alemán and the re-edition of Lazarillo de Tormes, opens a horizon of literary expectations for the authors and readers of the Spanish Golden Age. The work of 1 

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A Helena, que comienza su viaje.

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Agustín de Rojas takes elements of the genre under construction to compose an attractive and fictional realistic text. Keywords: El viaje entretenido; picaresque novel; picaresque motifs; realistic fiction prose.

1. Introducción Cuatro cómicos de la legua emprenden un viaje desde la ciudad del Guadalquivir hasta Burgos, corazón de la vieja Castilla. Bien podrían ser estas líneas un apretado resumen de El viaje entretenido (1603) de Agustín de Rojas, si no fuera por el hecho de que la materia narrativa de la obra no se agota en la relación del itinerario de sus protagonistas o en la descripción, a veces somera, a veces profunda, de los lugares que visitan y sus monumentos2. El viaje entretenido va más allá: sus páginas desbordan fácilmente los límites de lo necesario para narrar el simple traslado de cuatro comediantes de sur a norte por la península Ibérica. La obra es, al mismo tiempo, una miscelánea dialogada de raigambre renacentista, un relato costumbrista, una crónica del estado del teatro español a finales del siglo xvi y, hasta por momentos, una narración de tono sentimental-pastoril o incluso picaresca. Ciertamente, el motivo del viaje desempeña una función vital dentro de la obra. No en vano confiere el título a la misma. Curioso resulta notar que, con El viaje entretenido, Rojas adelanta una ficcionalización realista de los espacios de su patria natal. Los mismos caminos que recorren Ríos, Ramírez, Solano y Rojas en 1603, cuando la obra sale de unas prensas madrileñas, los andarán y desandarán un año después Pánfilo y Nise, dos peregrinos enamorados en búsqueda del final feliz que la pluma de Lope de Vega les había prometido. Y otro año más tarde, en 1605, serán don Quijote y Sancho quienes hagan suyos los caminos que conectan los lugares de La Mancha con la sinuosa geografía de la Sierra Morena. No obstante, la función del 2  Descripciones que, como evidenció Avalle-Arce (1973), provienen en su mayoría, no de la propia experiencia viajera del autor, sino del Libro de las grandezas y cosas memorables de España de Pedro de Medina, cuya información Rojas toma, reproduce y actualiza. Jacques Joset, en su introducción a la edición que preparó de El viaje entretenido, notó también la condición “libresca” y poco sensorial del viaje, por lo que propuso como fuente del mismo el Repertorio de todos los caminos de España de Pero Juan de Villaga (1977, p. xxxv).

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d­ esplazamiento en los tres casos es diversa: tanto a Lope de Vega como a Cervantes la movilidad geográfica de sus personajes les venía dada por los preceptos de los géneros a los que se adscribían (la novela bizantina y los libros de caballerías, respectivamente). Lo de Rojas fue elección consciente y meditada. Sin embargo, no hay que llevar a engaño. Tampoco existe una razón profundamente literaria o ref lexiva tras la decisión de Rojas de situar a sus personajes en un contexto viajero ‘nacional’. Parece ser que la movilidad le servía de excusa para su verdadero propósito: organizar una serie de materiales ficcionales dispersos que había compuesto a lo largo de los últimos años, particularmente sus loas, al tiempo que satisfacía su gusto por la erudición vistosa y el detalle. De hecho, el mismo Rojas reconoce la naturaleza heterogénea de su texto en el prólogo que dedica «Al vulgo», cuando el dedicatario, personificado, le increpa «¿Libro has compuesto de loas, prosas y versos?»3. Más tarde, en el Libro I, Rojas vuelve a justificar la introducción de sus loas (y otras subsecuentes digresiones) a través de la boca de Ramírez, quien lo invita a que declame su primera loa para entretener el viaje: «A fe de quien soy que habéis de decirla, ésa y todas las que sabéis: que el viaje es largo y le habemos de llevar entretenido; que yo, Ríos y Solano contaremos algún cuento, y con esto entretendremos el camino»4. Así pues, la variedad de El viaje entretenido está dada por la cantidad y disposición de los materiales insertos en él: las loas, las anécdotas, las historias y los debates con los que los cuatro caminantes entretienen la pesadez del camino hasta llegar a Burgos. Rojas personaje, como representación de Rojas autor, es quien comanda el grupo y es de su boca que salen todas y cada una de las cuarenta loas insertas en la obra. No obstante, otros personajes, como Ríos, toman el liderazgo de cuando en cuando y también actúan como narradores. La cuestión del género literario de El viaje entretenido encuentra su mayor problemática en la multiplicidad de estos materiales: junto a las loas adscritas a la actividad teatral, emergen cuentos de ambientación popular y estilo picaresco e incluso una novela, la de Leonardo y Camila, que entronca

3  Rojas, El viaje entretenido, p. 63. Tanto esta como todas las citas subsecuentes de la obra El viaje entretenido provienen de la edición preparada por Jean Pierre Ressot para Castalia y publicada en Madrid en 1995. 4  Rojas, El viaje entretenido, p. 80.

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con las tradiciones sentimental y pastoril, tan exitosas en la España del Siglo de Oro. Dadas estas circunstancias, este escrito se concentra en uno de los factores compositivos de El viaje entretenido más interesantes y que ha despertado cierto interés por parte de la crítica literaria: los relatos picarescos. El objetivo es evidenciar qué elementos toma Agustín de Rojas de la novela picaresca, entonces en boga, para la construcción de su obra y cómo los adecúa y moldea según su propia visión estética, sus herencias literarias y el contexto narrativo contemporáneo. 2. La génesis de El viaje entretenido y el ascenso de la picaresca Es probable que Rojas comenzara la organización de El viaje entretenido alrededor de 1602. Sin embargo, la obra, que pasó a la imprenta al año siguiente, tiene una prehistoria más prolongada. Jacques Joset ha apuntado que la fecha de elaboración de algunos de los materiales que conforman El viaje puede retrocederse hasta la última década del siglo xvi5. Naturalmente, las loas insertas en el diálogo pueden haber sido, en su mayoría, compuestas durante sus años de trabajo en compañías teatrales como las de Angulo el Malo y Gómez6. Más difícil resulta plantear la fecha de composición de las dos historias picarescas narradas por Ríos que aquí nos interesan. De cualquier forma, es poco plausible que se trate de composiciones de mucha antigüedad. Más bien, parecen elaboraciones pensadas para ser insertadas en El viaje entretenido, puesto que obedecen al clima literario del momento. Rojas lee, revisa, ajusta y compone su obra por los mismos años en que comienza a consolidarse la novela picaresca como alternativa prosística de ficción. El origen de este proceso fue el Lazarillo. La genial carta apócrifa firmada por un tal Lázaro de Tormes y dirigida a un desconocido «Vuestra merced», cuyas primeras ediciones datan todas de 1554, es el punto de partida de las narraciones en prosa de carácter picaresco. Más allá de los debates en torno a si debe considerarse Lázaro como un auténtico pícaro, no hay que olvidar el hecho de que sin él no

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Joset, 1977, p. XXV. Ressot, 1995.

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­ ubiese podido existir el Guzmán de Mateo Alemán7. Al menos no tal h y como lo conocemos. Es el Lazarillo de 1554 el embrión del género: se trata de un texto lleno y pleno de posibilidades narrativas, con una prosa sencilla, pero amena. Una auténtica revolución de las estructuras literarias españolas del momento. Y, sin embargo, entre la primera edición del Lazarillo y la primera parte del Guzmán de Alfarache, su sucesor, se abre un gran espacio de casi medio siglo. ¿Qué pasó? Se han esgrimido algunas razones sobre la tardanza de los escritores españoles para asimilar la propuesta novedosa y original del autor anónimo, pero, ninguna ha sido completamente satisfactoria. Tampoco fue tierra yerma. El Lazarillo de Alcalá, con sus interpolaciones ajenas, bien podría considerarse una primera reacción a la lectura del texto. Y apenas un año después de su —hasta ahora— primera publicación, apareció una Segunda parte del Lazarillo de Tormes, también anónima, en la ciudad f lamenca de Amberes. Según Alfonso Rey, la importancia de estos textos no es desdeñable si se quiere analizar el proceso de gestación de la picaresca e, incluso, sugiere que Mateo Alemán pudo haber conocido y leído esta Segunda parte 8. Una Segunda parte que, como bien recuerda Augusto Guarino, disminuye drásticamente el potencial picaresco que contiene el Lazarillo de 1554 en favor de otras tradiciones literarias, por entonces bien conocidas: la sátira lucianesca, por un lado y la estela dejada por El asno de oro de Apuleyo, por el otro, cuya traducción al castellano firmada por Diego López de Cortegana gozó de gran prestigio entre los lectores españoles del Siglo de Oro9. Por lo demás, habrá que esperar hasta la publicación de la primera parte del Guzmán de Alfarache, en 1599, para que el potencial picaresco del primer Lazarillo encuentre un espacio de desarrollo narrativo. Y es en este punto, siguiendo a Lázaro Carreter, en que se produce el nacimiento de una nueva tradición prosística de ficción: la novela picaresca. Es solo a partir de la asimilación y del diálogo que Mateo Alemán entabla con el autor anónimo, de la lectura que Guzmán hace de la vida de Lázaro, que es posible hablar de un nuevo género literario en ciernes. En palabras del investigador: «la novela picaresca surge como género literario, no con el Lazarillo, no con el Guzmán, sino Lázaro Carreter, 1970, pp. 31-32; Rico, 2000, pp. 115-116. Rey, 1987, p. 332. 9  Guarino, 2001. 7  8 

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cuando éste incorpora deliberadamente rasgos visibles del primero, y Mateo Alemán aprovecha las posibilidades de la obra anónima para su particular proyecto de escritor»10. Lázaro Carreter también destaca algunos elementos clave que, a su juicio, toma Alemán del autor anónimo del Lazarillo y que contribuyen en el proceso de tejido de su ficción. Se trata de autobiografías en prosa de un personaje marginal y sin fortuna, cuya estructura básica se cimenta a partir del servicio que ofrecen a varios amos. El paso de amo a amo facilita la aparición de la crítica social y, además, permite concebir la obra como la explicación de un resultado final de deshonor del personaje principal11. No cabe duda entonces que el Guzmán rescata algunas de las novedades introducidas por el Lazarillo y da pie al nacimiento de la novela picaresca. ¿Lo entendieron así los lectores del momento? Existen indicios que permiten considerarlo así. Como ha apuntado Claudio Guillén, los receptores de la época eran conscientes que existía un lazo genealógico entre Lázaro y Guzmán, un vínculo literario que unía sus historias de vida y que creaba un tipo ficcional similar a otros que ya circulaban en el ambiente cultural de la España de los siglos xvi y xvii12. Para Guillén, prueba de lo anterior es el hecho de que solo un par de meses después de la publicación de la primera parte del Guzmán, el impresor Luis Sánchez desempolvara el Lazarillo (cuyas reediciones habían mermado con el tiempo) y decidiera reimprimirlo13. Lázaro Carreter, 1970, p. 32. Por supuesto, no hay que olvidar que en la complicada historia de la génesis de la picaresca participan también los poemas épicos burlescos italianos del Renacimiento y sus prosificaciones caballerescas españolas. Al respecto, König (2003) ya apuntó la inf luencia que el pequeño relato que hace Cingar de su propia vida en el Baldo castellano pudo ejercer sobre el anónimo autor del Lazarillo. Son numerosos los puntos de contacto: Cingar, un personaje marginal cuenta su vida y sus experiencias, en las que sobresale el aprendizaje del uso de su ingenio y astucia para burlar y no morir de hambre. De esta manera, algunos elementos picarescos forman también parte del relato de Cingar y establecen un vínculo literario entre las formas caballerescas paródicas importadas de Italia y la picaresca naciente en la mitad del quinientos español. 12  Un nuevo tipo ficcional como el de los caballeros y los pastores, cuyas aventuras y cuitas amorosas constituían la base de dos de los géneros literarios de ficción más extendidos entre los lectores, por los mismos tiempos en que nacía la picaresca. 13  Guillén, 1988. 10  11 

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Empujado por el inusitado éxito del Guzmán y la osadía de Sánchez, el Lazarillo refresca su presencia en la consciencia de los lectores y es así como se fortalece la relación entre ambos textos, permitiendo la génesis de la narrativa picaresca. Como evidencia de esta consideración se ha citado, en múltiples ocasiones, el conocidísimo pasaje de Ginés de Pasamonte en el Quijote cervantino de 1605. Recuérdese que, en el episodio de los galeotes, el héroe manchego se encuentra con Ginés, pícaro redomado que está escribiendo un libro sobre su propia vida. Al referirse a su escrito, el galeote afirma que «(e)s tan bueno (…) que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren»14. La conciencia que expresa Cervantes sobre la existencia de un género picaresco con amplias posibilidades reproductivas (como las que ya habían conocido los libros de caballerías) parece ser bastante clara al respecto. Y, particularmente, no deja dudas sobre la paternidad que entonces se le otorgaba al Lazarillo sobre el género por encima del Guzmán, aunque bien sea este último la inspiración más directa que se sitúa tras gran parte de la caracterización de Ginés. Pero, poco antes que Cervantes, ya Rojas había manifestado en El viaje entretenido la consciencia sobre la existencia de un nuevo género literario narrativo, cuyo eje central era la figura del pícaro, y que tenía como primeros y máximos exponentes a los personajes de Lázaro y Guzmán. Conviene revisar el prólogo «Al vulgo» en el que Rojas emplea algunos elementos presentes ya en las dos primeras novelas picarescas y donde, incluso, menciona a sus personajes explícitamente. Para empezar, luego de la tradicional justificación de la escritura de la obra, Rojas emplea el recurso autobiográfico, ese que Rico y Lázaro Carreter consideraron fundamental para la constitución de la novela picaresca15. Así, quiere el autor dar al vulgo cuenta «de quién soy, dónde nací, los padres que he tenido, y en los oficios que me he ocupado»16. Comienza aclarando su lugar de origen, no tan bajo ni tan humilde como el de los pícaros literarios: «No digo que nací en el Potro de Córdoba, ni me crié en el Zocodover de Toledo, aprendí en el Corrillo de Valladolid, ni me refiné en el Azoguejo de Segovia:

Cervantes, Don Quijote de la Mancha, p. 206. Rico, 2000, pp. 123-124; Lázaro Carreter, 1970. 16  Rojas, El viaje entretenido, p. 63. 14  15 

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mas digo que nací en la villa de Madrid»17. Este rápido catálogo de lugares bajos y de mala reputación de las ciudades españolas del Siglo de Oro, propios para la ambientación e imaginación picaresca, suele corresponder, curiosamente, con aquel que se ofrece en el Quijote (I, 3) cuando el ventero que arma caballero al hidalgo enloquecido hace una breve relación de su currículum vitae: Y que él ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo, buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos18.

Cervantes y Rojas coinciden en la mención explícita de la Plaza del Potro de Córdoba y la segoviana del Azoguejo, pero, difieren en otras, ampliando así el panorama de los espacios en que actuaban los pícaros de carne y hueso y que después servirán de inspiración para los de tinta y papel. Ambos escritores permiten conocer a la posteridad la geografía urbana de la picaresca. De igual forma, no hay que perder de vista el hecho de que estos lugares comenzaban a alcanzar ya un estatus de patrimonio de lo picaresco precisamente gracias a la literatura. Rojas menciona la plaza toledana de Zocodover recordando, probablemente, que es en la misma donde Guzmán «trató de amores con unas damas»19. A Cervantes, tan peculiar lugar tampoco se le pasará por alto. El ya citado Ginés lo echará de menos cuando don Quijote, tras liberarlo junto a los demás galeotes, le ofrezca veinte ducados: «Dígolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, y no en este camino, atraillado como

Rojas, El viaje entretenido, p. 64. Cervantes, Don Quijote de la Mancha, p. 42. 19  Alemán, Guzmán de Alfarache, p. 341. 17  18 

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galgo; pero Dios es grande: paciencia, y basta»20. Aparte de Ginés, el alcalaíno tampoco se olvidará de los «pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover»21 en La ilustre fregona. Así pues, no cabe duda de que Rojas era un lector curioso, tanto de la tradición picaresca naciente como de su propia realidad circundante. Una vez aclarado su lugar de origen, carente de toda filiación picaresca, Rojas pasa a enumerar una serie de anécdotas rocambolescas sobre la figura de su padre. En particular, describe situaciones en la que una serie de amos a los que sirve en distintos momentos de su vida y otros extraños lo confunden y toman por hijo. Así le ocurre en primera instancia con «un gallego que afirmaba ser yo su hijo, porque era un traslado de la malograda de su mujer y de una hija que en su poder tenía»22. Más tarde, le ocurre en Málaga una situación similar cuando fungiendo como escribiente de un pagador, oía a la gente «decir que le parecía en todo a mi amo con grande extremo, y que sin duda era hijo suyo»23. Una tercera ocasión tiene lugar en Ronda, justo antes de presentar una comedia. Allí se le aproximó un morisco «llena la cara de tizne (porque era carbonero), muy puerco, hecho pedazos, y empieza a abrazarme, y dando gritos dice que soy su hijo»24. Librado con éxito de las tres anteriores confusiones, Rojas vuelve a enfrentar la misma situación tiempo después en Sevilla, donde «un hombre que trataba en Indias da en decir que es mi padre y que me dejó niño de cuatro años en Córdoba, donde había nacido»25. ¡Y hasta le ocurre una quinta vez! Con un salmantino que se le llegó y le preguntó «de dónde era y cómo me llamaba; díjeselo, y respondió que le engañaba y que era su hijo. Un fraile me apartó aparte y me requirió dijese la verdad y no me afrentase de decirla. En efecto, viendo que yo negaba, el viejo se fue santiguando y yo me quedé riendo»26. Este juego literario del autor termina con la revelación de su verdadero origen. Rojas, que gustaba de mezclar realidades y ficciones en sus obras, aclara que nació «en Madrid, en el Postigo de San Martín, Cervantes, Don Quijote de la Mancha, p. 202. Cervantes, Novelas ejemplares, p. 410. 22  Rojas, El viaje entretenido, p. 64. 23  Rojas, El viaje entretenido, p. 64. 24  Rojas, El viaje entretenido, p. 64. 25  Rojas, El viaje entretenido, p. 65. 26  Rojas, El viaje entretenido, p. 65. 20  21 

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y era hijo de Diego de Villadiego, receptor del Rey nuestro señor, natural de Melgar de Herramental, y de Luisa de Rojas, natural de la villa de San Sebastián, en Vizcaya»27. Explicitar la información del patronímico de sus padres y de los solares de sus familias distancia al presunto pícaro del hombre real, pues a esto ha jugado Rojas todo el tiempo en el prólogo «Al vulgo». Tanto con la mención de los lugares en los que no ha nacido como de los padres que no ha tenido, Rojas pretende entroncar con la estructura básica de las novelas picarescas conocidas por entonces para luego alejarse de ellas. El autor apunta al equívoco y, al final, siempre aclara: no nace en lugares de baja reputación sino en el Postigo de San Martín en Madrid; no es hijo de una tal Antona Pérez y de un tal Tomé González como Lázaro o un bastardo como Guzmán, sino el fruto del matrimonio de Diego de Villadiego, receptor del rey y de su esposa, Luisa de Rojas, de familia vizcaína. Se ha puesto ya de manifiesto la importancia que cobra en las novelas picarescas el origen bajo de los progenitores como ‘predestinación’ para el futuro pícaro28. Por ello, Rojas se desliga y después de buscar el divertimento hace patente que no comparte ni con Lázaro ni con Guzmán la senda trazada por el destino. Es interesante, además, el juego entre amos y padres. Aunque solo ocurre en los dos primeros casos, Rojas mezcla ambas figuras: la confusión entre el padre y el amo, ya sea por voluntad del hombre que efectivamente pretende ver en Rojas a su hijo, o por sugerencias de terceros que los encuentran parecidos. Los demás casos serán extraños que llegan para perturbar el orden independiente de la vida alcanzado por Rojas. De cualquier forma, no deja de existir un pequeño paralelismo entre esta mezcla de amos y padres con la que ocurre en el primer tratado del Lazarillo de Tormes, donde se desplaza la función paterna de aprendizaje y enseñanza que Lázaro no puede obtener de su padre (muerto en la batalla de los Gelves) y que, en contraste, sí obtiene del ciego, su primer amo. Ahora bien, cómo se ha intentado demostrar hasta ahora, la cuestión de los padres en el prólogo «Al vulgo» de El viaje entretenido de Rojas no es un asunto baladí. Aunque puede cuestionarse su calidad estética, no así su valor de testimonio sobre la recepción de los lectores españoles respecto a la novedad que representaba la constitución de la prosa narrativa picaresca. Como ya se ha visto, Rojas había leído 27  28 

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Rojas, El viaje entretenido, p. 65. Cavillac, 2010, p. 160.

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el Lazarillo y el Guzmán y como Luis Sánchez, Miguel de Cervantes y otros, reconocía la filiación genética y estética entre ambos textos. Identificaba, también, los rasgos más característicos de estos pícaros que comenzaban a abrirse camino entre las letras: su origen bajo, las condiciones poco respetables de sus progenitores y los espacios decadentes en los que se movían. La recepción de Rojas de la picaresca naciente se hace explícita algunas líneas más adelante en el prólogo que aquí venimos analizando. Después de explicar su origen geográfico y familiar, el autor enumera la serie de oficios que ha desempeñado a lo largo de su vida hasta el momento de escritura de la obra: «yo fui cuatro años estudiante, fui paje, fui soldado, fui pícaro, estuve cautivo, tiré la jábega, anduve al remo, fui mercader, fui caballero, fui escribiente y vine a ser representante»29. Poco más adelante, Rojas se cuestiona: «¿qué Guzmán de Alfarache o Lazarillo de Tormes tuvieron más amos ni hicieron más enredos?»30. Queda, pues, evidenciado, que tanto Rojas como sus lectores contemporáneos consideraban al Lazarillo y la primera parte de la obra de Mateo Alemán de 1599 como una unidad, si cabe decirlo, genérica. Reconocían la filiación existente entre ambas obras. La multiplicidad de oficios que enumera Rojas es también un signo inequívoco de su lectura de las obras picarescas. La mención explícita de haber desempeñado el oficio de «pícaro» merece particular atención porque, aunque no se sepan con certeza los límites de los significados de la palabra y la variedad de sus usos en el Siglo de Oro, no hay duda de que vincula lo narrado en el prólogo con los ambientes del Lazarillo de Tormes, pero, sobre todo, con el Guzmán de Alfarache, novela que usa por primera vez el vocablo. Lo anterior no quiere decir que El viaje entretenido sea una novela picaresca. Como ya ha señalado Jacques Joset en otro momento, para que se cumpla este requisito tendría que ser Rojas, el protagonista, un pícaro. Y no lo es31. De hecho, ha intentado explicar a lo largo de su prólogo «Al vulgo» por qué no es un pícaro, describiendo las distancias que lo separan de Lázaro y Guzmán. Pero, es innegable que existen elementos picarescos en la obra. Ya hemos señalado algunos de ellos y están presentes desde el prólogo. Denotan tanto la lectura de las novelas Rojas, El viaje entretenido, p. 66. Rojas, El viaje entretenido, p. 66. 31  Joset, 1979, p. 826. 29 

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en auge en la época como el interés que despertaba en Rojas la nueva propuesta de ficción en boga. Quizá se equivocaba Manuel Cañete cuando incluyó y publicó El viaje entretenido como parte de su Colección de libros picarescos. Porque, evidentemente, las formas que se incluyen en la obra de Rojas no se limitan solamente a los motivos importados de la narrativa picaresca (independientemente de las causas que hayan empujado al autor a importar esos motivos). Sin embargo, aunque El viaje entretenido no sea una novela picaresca plena, no quiere decir que no haya picaresca en El viaje entretenido. La presencia de otros ecos picarescos es lo que se verá a continuación, en el análisis de dos anécdotas narradas durante el viaje de los cuatro cómicos de Sevilla a Burgos. 3. Los episodios picarescos de El viaje entretenido Aunque es Rojas ficcionalizado quien ostenta el privilegio de narrador durante la mayor parte de la obra, los otros personajes interlocutores también encuentran espacio a lo largo del viaje para actuar como contadores de historias. Para el caso que nos interesa, resultan significativas dos anécdotas que se ponen en boca de Ríos, precisamente, por su sabor picaresco. Las mismas han llamado ya la atención de la crítica. Dos de los editores modernos de El viaje entretenido se han detenido sobre el asunto, aunque no le otorgaron la profundidad requerida. Por lo demás, ambos enarbolaron posiciones opuestas al respecto. Mientras que Jean Pierre Ressot defendió que, efectivamente, existe en la obra un elemento picaresco que se evidencia tanto en la descripción de las vidas y aventuras de los comediantes como en algunas de las loas (el investigador cita como ejemplo Las desventuras del comediante cobrador, La ramera fea, Rojas y los rufianes o la Sátira de las mujeres)32; Jacques Joset argumentó que estos episodios, aunque son «susceptibles de recibir una interpretación picaresca»33, en realidad no son tal y, de hecho, propone que se trata de pequeños cuentecillos al estilo del género de sobremesa y aviso de caminantes34. De cualquier forma, como se evidenció anteriormente con el análisis del prólogo, Rojas conocía bien la nueva ficción picaresca. De Ressot, 1995. Joset, 1977, p. L. 34  Joset, 1979, p. 828. 32  33 

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hecho, el autor introdujo en los cuentecillos de sus personajes elementos importados de la tradición picaresca y los adaptó de acuerdo con sus necesidades narrativas. El primero de estos cuentecillos se ubica en el libro I, justo después de recitada la loa 6 y de la llegada de los personajes a Marchena, con la consecuente descripción de la ciudad. En este marco, Ríos comienza a narrar la primera de sus historias. Se trata de una aventura tripartita relacionada con la vida de los cómicos ambulantes35. Saliendo de Valencia, Ríos y Solano son víctimas de un robo. Desprovistos de sus cosas, logran aproximarse a un mesón para solicitar posada. Ante la imposibilidad de hallar hospedaje por su pobreza, Ríos ingenia un plan y se hace pasar por un rico indiano que se ha adelantado a la posada para pedir una habitación. En seguida, pide al alcalde del pueblo autorización para montar una comedia y encarga a Solano que cobre el dinero de las entradas. Entretanto, la posadera entrega las llaves de la habitación a Ríos, quien roba algunas sabanas y elementos para llevar a cabo la representación. Pero todo se tuerce cuando el esposo de la posadera invita a Ríos, creyéndolo el rico indiano, a ver la comedia. Así pues, la única forma que hallan para salir del embrollo es huyendo: Ríos da aviso a Solano que de encontrarse el alcalde con los posaderos descubrirán el engaño, por lo que salen corriendo con el dinero de las entradas. Fugados con éxito, la pareja de cómicos llega a un humilde lugar donde nuevamente se les otorga licencia para representar. Sin embargo, la actuación es tan mala que una vez más deben salir huyendo con cinco reales que lograron hacerse de la venta de las entradas. Finalmente, en un nuevo lugar, Ríos ingresa a trabajar en la cocina de unos pasteleros y allí, por casualidad, se topa con Martinazos, un autor de comedias, quien los invita a trabajar en su compañía. Martinazos les encomienda papeles en La resurrección de Lázaro, prestándoles todo el vestuario necesario para la representación. Después de algunas ­semanas, Solano y Ríos comienzan a cansarse de la vida itinerante en la compañía de Martinazos. Es así como Solano, que interpretaba el

Una característica que fortalece los lazos de El viaje entretenido con la picaresca. Comenta Ruiz Pérez que la itinerancia y la errancia de los viajeros protagonistas es «un rasgo que comparten directamente con el pícaro; en este caso se debe a su condición de actores (profesión, por cierto, a la que recurre más de un pícaro, como Pablos), que los sitúa en los márgenes de la sociedad y los hace sospechosos de inmoralidad». Ruiz Pérez, 2010, p. 282. 35 

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papel de Lázaro, decide abandonar la compañía sin avisar y en medio de la puesta en escena, generando estupor en el público y en Ríos que, viendo huir a su compinche con el disfraz que Martinazos les había prestado, decide irse tras él hasta Zaragoza. Ahora bien, aparte del uso de la palabra «pícaro» en algunas ocasiones durante el relato, como cuando Ríos dice «Viéndome tan pícaro, determiné servir a un pastelero»36 o durante el encuentro con Martinazos, «como nos vio tan pícaros, no sé si le pesó de vernos»37, existen otros elementos que delatan el contacto con la narrativa picaresca 38. El primero de ellos y quizás, uno de los más vinculantes con la tradición, es la situación de marginalidad que afrontan los dos personajes. Todo comienza con el robo del que son víctimas, perdiendo así sus elementos de trabajo y sus vituallas: «Dímoslas a un muchacho [las cosas], perdióse en un pueblo, y quedámonos hechos gentiles hombres del camino»39. La precipitación de la rueda de la fortuna obliga a Ríos a valerse de su ingenio, «usé de una industria»40, para no tener que pasar la noche en la calle. Es así como decide engañar a la posadera haciéndose pasar por un rico indiano, «dije que era un mercader indiano»41, en busca de un lugar donde pernoctar. Actitud de farsa, de fingimiento de identidad que recuerda, por ejemplo, a la que ejerce don García para conquistar a Jacinta en La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón: Jacinta: García:

–¿Sois indiano? –Y tales son mis riquezas, pues os vi, que al minado Potosí le quito la presunción42.

Rojas, El viaje entretenido, p. 135. Rojas, El viaje entretenido, p. 135. 38  Como se mencionó previamente, es probable que el vocablo «pícaro» tuviera más acepciones y significados que los que conserva hoy. Sin embargo, su presencia en El viaje entretenido delata las relaciones de la obra de Rojas con la naciente narrativa picaresca, donde el vocablo comienza a usarse con frecuencia sobre todo a partir de inicios del siglo xvii. 39  Rojas, El viaje entretenido, p. 132. 40  Rojas, El viaje entretenido, p. 132. 41  Rojas, El viaje entretenido, p. 132. 42  Acto I, vv. 497-500. Ruiz de Alarcón, La verdad sospechosa, p. 61. 36  37 

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Ambos, Ríos y don García, mentirosos que alardean de una riqueza fingida. Más tarde, cuando el engaño doble se complica, Ríos y Solano deben huir con el dinero que el segundo estaba cobrando por las entradas para la representación de la comedia. Es allí cuando sobreviene el hambre, otro rasgo inequívoco de la picaresca, bastante frecuente, al menos en el modelo fundacional, el Lazarillo43: Después de gastado este dinero, vendido lo poco que nos había quedado, comido muchas veces de los hongos que cogíamos por el camino, dormido por los suelos, caminando descalzos (no por los lodos, sino por no tener zapatos), ayudado a cargar a los arrieros, llevado a dar agua a los mulos, y sustentándonos más de cuatro días con nabos, sutilmente llegamos una noche a una venta donde nos dieron, entre cuatro carreteros que estaban allí juntos, veinte maravedís y una morcilla porque les hiciésemos la comedia44.

En la tercera parte de la aventura, la pareja de cómicos logra alcanzar cierta estabilidad al emplearse primero Ríos con unos pasteleros y después ambos en la compañía de Martinazos, con el que preparan la representación de La resurrección de Lázaro. El carácter marginal de los amigos sigue estando presente, esta vez en la caracterización de su ropaje e higiene, como cuando se hace hincapié en la presencia de piojos en el cuerpo de Solano: «Al fin, nos abrazó, y después de darle cuenta de todos nuestros trabajos, comimos, y dijo que nos espulgásemos, porque habíamos de representar, y no se le pegasen muchos piojos a los vestidos»45. Pero, ni siquiera con esta nueva vida se alcanza la cumbre de toda buena fortuna porque, con la compañía de ­Martinazos, No es necesario profundizar en el asunto, pero, recuérdese la importancia que adquiere el hambre en el Lazarillo. Lázaro pasa hambre con el ciego: «Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre» (2005, p. 27); con el cura avaro de Maqueda: «A cabo de tres semanas que estuve con él vine a tanta f laqueza, que no me podía tener en las piernas de pura hambre» (2005, p. 51) y con el hidalgo empobrecido de Toledo: «Desque vi ser las dos y no venía y el hambre me aquejaba, cierro mi puerta y pongo la llave do mandó y tórnome a mi menester» (2005, p. 87). Se trata, pues, de uno de los motivos fundamentales de la acción en la primera novela picaresca y también de la historia de Ríos y Solano quienes, desde el robo de sus cosas, buscan la manera de sobrevivir a toda costa y no morir de hambre. 44  Rojas, El viaje entretenido, p. 134. 45  Rojas, El viaje entretenido, p. 135. 43 

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a­ nduvieron más de cuatro semanas «comiendo poco, caminando mucho, con el hato de la farsa al hombro, sin haber conocido cama en todo aqueste siglo»46. Incluso, en palabras de Ríos, deben servir de ‘asnos’ en una ocasión en que Martinazos les pide «que hiciésemos una silla de manos y que entre los dos llevásemos a su mujer»47, para evitarle la fatiga de caminar entre el lodo. Estas circunstancias precipitan el desenlace del trabajo en la compañía de Martinazos y el fin de la historia picaresca de Ríos. Aprovechando la representación de la comedia, Solano huye con el vestido de Lázaro, ese que el autor de comedias encargaba que cuidasen con tanto celo y pulcritud: «el autor, que hacía el Cristo, díjole muchas veces al Lázaro: “¡Levanta, Lázaro, surge, surge!”. Y viendo que no se levantaba, llegaron al sepulcro, creyendo estaba dormido, y hallaron que en cuerpo y alma había ya resucitado, sin dejar rastro de todo el vestido»48. Según Ríos, el pueblo y Martinazos quedan bastante alterados pues creen que han sido testigos de un auténtico milagro, si seguimos el burlesco relato del narrador: «Pues como no hallaron el santo, alborotóse el pueblo, y pareciéndole que había sido milagro, quedóse el autor atónito»49. Situación que recuerda a la del falso milagro del Lazarillo, cuando el buldero y el fraile hacen lo propio frente a la mirada atónita de los feligreses. Episodio picaresco que, por demás, podría ser fuente de inspiración de esta parte de la anécdota narrada por Ríos50. Hasta aquí hemos visto algunos elementos generales del desarrollo de la historia que enlazan con motivos propios de la incipiente narrativa picaresca. La marginalidad, el hambre, la itinerancia, la búsqueda de la sobrevivencia y el uso del engaño y la astucia hermanan a Ríos

Rojas, El viaje entretenido, pp. 135-136. Rojas, El viaje entretenido, p. 136. 48  Rojas, El viaje entretenido, p. 136. 49  Rojas, El viaje entretenido, p. 136. 50  El episodio de la fuga de Solano con el ropaje del personaje de Lázaro y la creencia popular del falso milagro recuerda también a El retablo de las maravillas cervantino. Ambos, tanto Rojas como Cervantes, eran conscientes a su modo del poder ilusorio y la fascinación que ejercía la representación teatral en los espectadores. No en vano, aunque probablemente inspirado en el Lazarillo, Rojas modifica el falso milagro y gracias a los personajes marco de El viaje entretenido, inserta el desarrollo de esta pequeña anécdota en el contexto de una puesta en escena, algo que no ocurre en el modelo picaresco, si bien la farsa montada por el buldero y el fraile podría interpretarse en sentido teatral. 46  47 

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y Solano con sus fuentes de inspiración más decididamente pícaras. Sin embargo, existen otros dos elementos que conviene precisar con detalle: la cuestión de la autobiografía y el relato cerrado. Ya en líneas anteriores se mencionó cómo para Francisco Rico y Lázaro Carreter, la cuestión autobiográfica es fundamental en el desarrollo de la picaresca. De hecho, es uno de los elementos que el Guzmán toma del Lazarillo. Esta autobiografía, además, suele ser un relato cerrado en cuanto a que busca narrar algo específico (al menos en las dos novelas picarescas que se habían publicado por los tiempos en que se escribe El viaje entretenido)51. Lázaro escribe a vuestra merced para narrar el caso; Guzmán para moralizar, por deseo propio. Los factores anteriores pueden intuirse subterráneamente en la anécdota de Ríos. Si bien, no se trata exclusivamente de un relato autobiográfico, pues no pretende el narrador contar toda su vida, sí narra lo que narra desde su perspectiva personal, desde un yo autobiográfico. Un yo que no está exento de valoraciones axiológicas de su propia persona, un yo con rasgos definibles: «y dije que era un mercader indiano (que ya veis que lo parezco en el rostro)»52; «y con esto y como yo soy tan hermoso»53. Ríos es casi un pícaro consumado, adulto, seguro de sí mismo y valedor de su ingenio para sobrevivir, aunque eso implique burlar a otros: «Considerad agora todos éstos cómo quedarían: los unos sin mercaderes ni sábanas, y los otros burlados y sin comedia»54. El pequeño relato autobiográfico de Ríos, en el que decide contar una parte de su vida para entretener el viaje de sus compañeros, es también, como el de Lázaro y Guzmán, un relato cerrado, con un propósito. Pero, dicho propósito no es tan solo el de entretener. El relato narrado funciona de forma autónoma en cuanto representa un estado de la vida personal de Ríos al que apela, pero, del que busca desprenderse en el presente. Sentencia el narrador al final, «yo entré en una buena compañía y dejé esta vida penosa»55. Estos elementos configuran la independencia del relato picaresco de Ríos y, nuevamente, estrechan los contactos con los ejemplares del género entonces en boga. Lázaro Carreter, 1970; Rico, 2000. Rojas, El viaje entretenido, p. 132. 53  Rojas, El viaje entretenido, p. 135. 54  Rojas, El viaje entretenido, p. 133. 55  Rojas, El viaje entretenido, p. 136. 51 

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Así como Lázaro está en la cumbre de su fortuna y Guzmán quiere contar su vida desde las galeras, Ríos hace relación de este periodo de su vida que forma parte de su pasado, pretendidamente superado. Una situación similar ocurre en el segundo episodio picaresco narrado por Ríos, insertado en el Libro II, justo después de la loa 14 cuando la compañía ha terminado su paso por Jaén y se dirigen a Toledo. En esta ocasión, Ríos narra cómo durante un tiempo sostuvo amores con una mujer de Madrid llamada Marcela. Según la información ofrecida en un primer momento, la relación es problemática para Ríos pues debe suplir cuantiosas exigencias monetarias de la dama. Por cuestiones laborales, Ríos debe abandonar la corte y dirigirse a Granada. Cuando va de regreso para Madrid, en compañía esta vez de Ramírez, se topa en una venta a las afueras de la ciudad con un estudiante venido de la corte. Nuevamente, como en la historia anterior, se introduce el espacio popular de ventas y mesones. Ante la petición del estudiante, Ríos decide compartirle su cena, pero, el invitado se muestra bastante ávido a la hora de tomar las raciones. En medio del compartir, el estudiante relata a Ríos las nuevas noticias que rondan por Madrid, entre ellas la del nuevo amor de Marcela con un licenciado. Alterado, Ríos decide no reaccionar sino hasta su regreso a Madrid, donde comprueba ser cierta la información del estudiante. Abandona a Marcela y esta, despechada según Ríos, acaba desposándose con el licenciado. Aunque las dos historias narradas por Ríos comparten el tono y la ambientación picaresca, también manifiestan algunas diferencias estructurales. En la primera historia, la configuración de la acción narrativa se asemeja más a la de las novelas picarescas, al menos a la del modelo fundacional, el Lazarillo de Tormes, e incluso a una de sus fuentes de inspiración, El asno de oro de Apuleyo. Se trata de una historia alimentada por la introducción de episodios en sarta56: Ríos y Solano iban de cuando en cuando intentando sobrevivir por los caminos y a las tres aventuras vividas y narradas, podrían añadírsele otras sin perjuicio de la materia narrativa. Lo que no quiere decir, por supuesto, que tanto el Lazarillo como El asno de oro sean simples narraciones estructuradas a partir del encadenamiento de episodios autónomos con un único protagonista. De lo que se quiere hacer hincapié es de la importancia de los pequeños momentos de la vida de Lázaro o de Lucio como ejemplo y modelo para segmentar y unificar a la vez el tejido narrativo. 56 

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En contraste, en esta segunda historia, la acción se presenta unitaria. Se trata del ascenso y caída de Ríos respecto a sus amores con la madrileña. A nivel geográfico, la cuestión se plantea en un viaje de ida y vuelta: Ríos abandona Madrid dejando a Marcela (esto hace parte de la pre-historia de la anécdota, pues no lo especifica el narrador) y vuelve a la corte para darse cuenta de que la ha perdido. El punto de partida y de llegada es, por tanto, el mismo, tanto espacial como espiritual: Ríos pierde a su dama y se queda soltero, justo como antes de conocerla. La historia evidencia la recepción de algunos elementos picarescos, pero, también, de géneros literarios cercanos en ambientación y desarrollo. En este caso, se trata de obras derivadas y emparentadas con La Celestina. Ríos comienza su historia aclarando las penas que le provocaban sus amores con la dama, «a quien quería tanto que era sin duda la mitad de mi pensamiento: lo uno porque lo merecía y lo otro por lo que me costaba»57. Después de especificar que aquellos gastos se iban en «ocho reales cada día para su plato, y seis ducados cada mes para la casa y todo lo que había menester de galas»58, el narrador relata los miedos que tenía de haber dejado sola a Marcela en Madrid, «no de mudanza, sino de una maldita suegra que tenía»59. La introducción de la madre de Marcela, verdadera o falsa, remite inmediatamente al universo celestinesco. Ríos no teme una mudanza por voluntad propia de la dama, sino por la inf luencia que puede llegar a ejercer su madre como autoridad. En otro momento, el narrador aclara que sus envíos de reales a la dama tenían como objetivo que «no le faltase dinero ni tuviese ocasión de irse con otro»60. Ese «irse con otro» era una decisión que, probablemente, concernía a la madre. Si bien, este tipo de vínculos entre la dama joven seductora y la anciana que la controla puede remitir a La Celestina, no hay que descartar tampoco que el autor de El viaje entretenido conociera parte de la literatura heredera de la obra de Fernando de Rojas que se había producido en el siglo xvi y que explotaba el mismo motivo, con numerosas variantes. Piénsese, por ejemplo, en La tía fingida, esa pequeña novela, también de tintes picarescos y celestinescos, cuya paternidad Rojas, El viaje entretenido, p. 214. Rojas, El viaje entretenido, p. 214. 59  Rojas, El viaje entretenido, p. 215. 60  Rojas, El viaje entretenido, p. 214. 57 

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se ha atribuido en algunas ocasiones a Miguel de Cervantes por haberse transmitido en el manuscrito Porras de la Cámara, donde también reposaban versiones de Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño. Así pues, Marcela y su madre vendrían a ser un correlato de la joven Esperanza y doña Claudia de Astudillo y Quiñones, con todo y sus apellidos. No se pretende aquí establecer un vínculo genealógico entre ambos textos, pero lo que sí se sugiere es que Rojas tenía un conocimiento más o menos amplio de la literatura que circulaba en su época y que era capaz de identificar aquellos elementos que, de uno u otro género literario, contribuían a aumentar el carácter cómico y verosímil de sus historias. No cabía duda entonces y no cabe duda ahora que tanto los pícaros como las Celestinas se movían por los mismos círculos sociales. Que ambos géneros (la celestinesca y la picaresca) estaban íntimamente relacionados era un fenómeno que se comprendía bien. Recuérdese ese conocido fragmento del prólogo de La pícara Justina de Francisco López de Úbeda: «Y ansí, no hay enredo en Celestina, chistes en Momo, simplezas en Lázaro, elegancia en Guevara, chistes en Eufrosina, enredos en Patrañuelo, cuentos en Asno de oro, y, generalmente, no hay cosa buena en romancero, comedia, ni poeta español cuya nata aquí no tenga y cuya quinta esencia no saque»61. Porque, antes que género literario de ficción en prosa, la picaresca constituía un auténtico universo que se adaptaba a fórmulas literarias muy variables. La novedad de Lazarillo y Guzmán consistió en dotar al pícaro de estatus estético, darle la oportunidad de contar su propia historia sin ser accesorio o secundario en las de otras tipologías de personajes. Sin embargo, los vínculos existían y los autores y lectores los reconocían, así como lo demuestran la cita de López de Úbeda, la historia picaresca-celestinesca de Rojas o la novelita, para unos anónima, para otros cervantina, de La tía fingida. La mixtura enriquece la historia. Ríos parte con el temor de que Marcela y su madre cambien de voluntad por un pretendiente mejor situado. Cuando se dirige nuevamente a Madrid, el cómico se hospeda en una venta a las afueras de Granada. Allí se topa con un estudiante «alto de cuerpo, medio capigorrista»62, a quien acaba convidando a cenar al oír una ligera discusión que sostiene con la posadera. El 61  62 

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López de Úbeda, La pícara Justina, pp. 189-190. Rojas, El viaje entretenido, p. 215.

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e­ studiante termina por comer toda la ración que Ríos había preparado para ambos, así como por beber todo el vino que Ramírez traía dispuesto para la ocasión. Nuevamente, se introduce el motivo del hambre, ya conocido. Tanto así que el estudiante guarda alimentos para el día siguiente: «Esto será para almorzar por la mañana un bocadillo, porque prometo a vuesas mercedes que soy enfermísimo del estómago y es morir si no me desayuno»63. Asimismo, procura guardar también las apariencias, aunque sin éxito, porque sus interlocutores se percatan de su verdadera situación económica: «Eche, señora, pese a mi ánima, y no le duela: ¿piensa vuesa merced que es gente miserable la que tiene en su casa?»64. La introducción del estudiante de rasgos apicarados permite, asimismo, la concreción de Marcela como modelo celestinesco. Una vez más, picaresca y celestinesca alimentándose mutuamente. Cuando Ríos se entera que el estudiante viene de Madrid le solicita que le de nuevas de la corte. El forastero descarga todas las informaciones que trae, entre ellas, noticias de Marcela, desconociendo, por supuesto, la relación que une a su interlocutor con la mujer en cuestión: «es mujer que hace placeres y tiene visitas, aunque es muy amiga de su gusto, y por esto no tiene ley con nadie: el otro día estuvo presa por amancebada con un licenciado forastero»65. La descripción del estudiante no deja lugar a dudas del oficio y perfil de Marcela, al tiempo que pone en evidencia el desengaño de Ríos. Ramírez, conocedor de los amores de su amigo, interviene para que el estudiante continúe diciendo lo que sabe sobre los amores de la mujer y el licenciado. El estudiante comenta que éste habrá tres meses que la habla, y aunque ella dice que le quiere bien, es fingido: porque habrá vuesa merced de saber que adora a un farandulero que está aquí en Granada, que se llama Ríos, un bellaconazo de éstos que andan de venta en monte; y es con tanto extremo lo que le quiere, que me han dicho de su casa por cosa muy cierta que se muere por él. Mire vuesa merced la lástima de estas pobretas, y si un hombre honrado como vuesa merced llegara a ella, se hiciera de los godos y no se contentara con muchos ducados: y un pícaro como aquél y otros de su trato gozan del mejor entretenimiento66. Rojas, El viaje entretenido, pp. 216-217. Rojas, El viaje entretenido, p. 216. 65  Rojas, El viaje entretenido, p. 217. 66  Rojas, El viaje entretenido, p. 217. 63 

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Estas palabras del estudiante terminan por sentenciar la suerte de Ríos. Conocido el carácter, oficios y costumbres de «estas pobretas», el comediante intenta sacar más información al respecto y termina preguntándole al forastero si conoce a Ríos, el supuesto amor de Marcela. El estudiante, como buen pícaro, improvisa mintiendo y asegurando que conoce al cómico, sin saber que se trata de la persona con quien ha estado dialogando: «Jesús, señor, es el mayor amigo que yo tengo; Riuelos es un picaño, un hombrecillo pequeño de cuerpo, mal barbado, y aun de esto es lo que me maravillo que siendo como he pintado, le quiera una mujer de tan buen rostro. Pero sin duda que estos bellacones tienen garabato»67. Juego de identidades, juego de pícaros. Marcela, que apuesta al mejor postor guiada por su madre como heredera de la casa de Celestina; el estudiante que, como otros de su clase, es pícaro y conoce los mundos bajos (recuérdese, una vez más, La tía fingida, donde los dos hombres que intentan ‘cortejar’ a Esperanza son, precisamente, estudiantes), pasa hambre, guarda apariencias y busca sobrevivir; y Ríos, el narrador, quizás un pícaro más ingenuo. Engañado por Marcela, desengañado por el estudiante, regresa a Madrid y comprueba que lo dicho en la venta es cierto, lo que lo lleva a abandonar a la mujer. 4. El viaje entretenido, de obra picaresca a obra apicarada Después del análisis de los anteriores fragmentos de El viaje entretenido valdría la pena cuestionarse, ¿qué tanto inf luye lo picaresco en la naturaleza de la obra?, ¿es quizá ese componente lo suficientemente fuerte para que los lectores pudieran considerarla una obra picaresca? La cuestión continúa abierta. Previamente se ha señalado cómo los dos editores modernos de la obra, Jacques Joset y Jean Pierre Ressot, han negado que la misma pueda clasificarse como novela, o acaso, composición ficcional picaresca. Por su parte, Cabo Aseguinolaza la ubica dentro de los «textos no centrales de la tradición picaresca», es decir, reconoce como importante el componente picaresco, tanto así que le otorga una posición, aunque sea marginal, en el corpus de los descendientes de Lazarillo68. 67  68 

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Rojas, El viaje entretenido, p. 218. Cabo Aseguinolaza, 1992, p. 287.

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Para José Antonio Maravall, la obra no es una novela picaresca, pero, sí vendría a formar parte de un corpus más amplio, denominado «materia picaresca», junto a títulos tan interesantes y sugerentes como El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara o las Historias peregrinas y ejemplares de Céspedes y Meneses69. Maravall también realiza algunos comentarios breves sobre la Loa en alabanza de los ladrones70, la número 38 de El viaje entretenido y que no hemos podido comentar aquí por cuestiones de espacio71. Pero ¿cómo comprendieron la obra las personas de la época? Difícil saberlo. Sin embargo, testimonios como los arriba citados del Quijote y de La pícara Justina ayudan a entender cómo percibían los autores y lectores del Siglo de Oro la taxonomía de su propia literatura. Si el comentario de Ginés de Pasamonte y el prólogo «Al vulgo» de El viaje entretenido dan cuenta de la consciencia de la existencia de una nueva forma narrativa de ficción en prosa cuyo eje es la vida de un pícaro, otros textos a finales del siglo xvii (y en el que cabría también la novela picaresca de Francisco López de Úbeda) manifiestan la consciencia de un corpus mucho más amplio y general, más cercano a aquella materia picaresca que refiere Maravall y que Rico también ha apuntado en otro momento72. Como ejemplo, Alfonso Rey cita un fragmento de la división IX de El arca de Noé y la campana de Belilla que reproduzco a continuación: Aquel primero es Estebanillo González, un bufón que escribió su vida; el otro es Rojas, el comediante, que escribió el Viaje entretenido; el otro la Pícara Justina, el otro la Eufrosina; y el otro la Celestina: aquellos tres que están juntos, son los autores de Guzmán de Alfarache, Lazarillo de Tormes y Don Fruela. Essotros dos que faltan escribieron el Mozo de los frailes, y Lo que pasa en un mesón, libros todos y cuanto contienen de bufonada y chulería, alcahuetas y primeras damas, y no nombro otros bien malos por la gravedad de sus autores73.

Maravall, 1986, p. 15. Maravall, 1986, p. 500. 71  Aunque la loa puede responder a otras tradiciones, también podría vincularse a toda una serie de elogios de vidas apicaradas como los presentes en el Guzmán de Alfarache o en La ilustre fregona cervantina. 72  Rico, 2000. 73  Rey, 1987, p. 324. 69 

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Tanto la cita de la obra de Francisco Santos como la segunda anécdota picaresca narrada por Ríos en El viaje entretenido dan cuenta de lo que ya se intuía: la existencia en el universo literario áureo de una materia picaresca, pero, también, de un corpus de representación de ficción realista que apunta a convertir en protagonistas a los círculos bajos de la sociedad y sus individuos marginados. Al lado del Viaje de Rojas figuran dos grandes obras de la tradición narrativa picaresca barroca: el Estebanillo González y La pícara Justina, aunque no son las únicas; aparecen otras obras hermanadas por lazos estéticos como la Comedia Eufrosina de Vasconcelos o La Celestina. Por supuesto, Santos no olvida al Lazarillo ni al Guzmán, los dos pioneros que han contribuido a consolidar el género. De cualquier forma, lo que se ve aquí no es más que la conformación de un corpus de características mucho más amplias que la ficción picaresca en prosa. No cabe duda de que los autores y lectores del Siglo de Oro empleaban criterios muy amplios y variados a la hora de leer, pero, sobre todo, a la hora de ref lexionar sobre aquello que leían. Porque, si algo se puede deducir del análisis de El viaje entretenido, es que lo picaresco desborda la novela picaresca. Naturalmente, no ocurre solamente con el tipo del pícaro que, incluso, en el siglo xvi aún no está tan definido. De hecho, el corpus del siglo xvii ofrecerá múltiples variantes de la tipología para deleite de los lectores. La misma situación atraviesan, por ejemplo, los libros de caballerías. Lo caballeresco desborda el molde de los libros de caballerías: ¿o es que podría dejar de considerarse el sentido caballeresco presente en algunas crónicas de Indias?, ¿o negar que la axiología del caballero sobrevive entre los versos de La Araucana de Ercilla? Es por ello que el pícaro puede hallar acomodo en una pequeña carta como la de Lázaro, en las memorias de Guzmán o, inclusive, en una miscelánea dialogada tan particular como la de El viaje entretenido. Tampoco hay que menospreciar el hecho de que, por los años de composición de El viaje entretenido, el pícaro sobrevivía también en las tablas de la mano de Lope de Vega. Como hombre de teatro, es probable que Rojas tuviera conocimiento de algunas de las comedias lopescas que hoy se consideran parte de su corpus picaresco. Recuérdese que, entre 1587 y 1598, Lope compuso títulos tan interesantes y de tono picaresco como Las ferias de Madrid, La ingratitud vengada, El

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caballero del milagro, La bella malmaridada o El galán castrucho74. Por las mismas fechas, Rojas se inmiscuía en el mundo del teatro con diversas compañías y componiendo sus loas. Así, no es extraño que la materia picaresca le llegara no solamente por la vía prosística sino también por la teatral. Prueba de este fenómeno es el uso de los vocablos «pícaro» y «picaño» como sinónimos intercambiables en El viaje entretenido, cuyo mismo empleo ambiguo se halla ya en las citadas comedias de Lope de Vega para referirse a «personajes de baja calaña, que pertenecen al bajo mundo y que coinciden en sus formas de comportamiento»75. De cualquier forma, aunque todavía se discuta la acepción, la etimología y los usos de las palabras «pícaro» o «picaño», no es desdeñable que la pareja de vocablos se emplee en la obra de Rojas y sobre todo allí, en las anécdotas con sabor picaresco76. La aparición de esta dupla de términos vendría a ser, entonces, una prueba más de los intensos contactos y del interés que la materia picaresca despertaba en Rojas y de su deseo por introducir algunos elementos de la misma en su composición, convirtiéndola así en una obra, si no picaresca, al menos apicarada. Porque, como El viaje entretenido, la materia picaresca era una constelación cruzada por herencias literarias diversas, abierta para inspirar nuevas creaciones estéticas que, al final, terminaron conduciendo a la aparición de la novela moderna.

Restrepo Ramírez, 2016, p. 321. Restrepo Ramírez, 2016, p. 267. 76  Sin embargo, también debemos considerar que el término se hizo tan popular que su uso, muchas veces, se llevó a cabo en contextos no picarescos. Para no salir del marco del teatro áureo, piénsese, por ejemplo, en El perro del hortelano de Lope de Vega. Aunque Restrepo Ramírez ha señalado que Teodoro, el protagonista que aspira a los amores de Diana, condesa de Belf lor, es un «secretario con punta de pícaro» (2016, p. 139), no lo es propiamente pues, socialmente, a pesar de ser criado, no pertenece a los círculos más bajos de la sociedad. Y, sin embargo, aún con todo esto, Diana no duda en llamarlo «Pícaro infame» (v. 2220, acto II) (2016, p. 135) en la famosísima escena de los bofetones, ya sea porque su astucia para conquistarla le recordaba al ingenio de los pícaros o porque reconocía en él un afán de medro y escala social en el que ella aparecía como el objeto de deseo que permitiría el mejoramiento de su posición. 74 

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LAS PÍCARAS, EL ORNATO CORPORAL Y EL VESTIDO EN CORRECCIÓN DE VICIOS FEMALE ROGUES, BODY ORNAMENTATION, AND DRESSING IN CORRECCIÓN DE VICIOS Fernando Rodríguez Mansilla Hobart and William Smith Colleges ORCID: 0000-0001-6429-7307

Resumen: Este trabajo se ocupa de tres novelas («La dama del perro muerto», «El escarmiento del viejo verde» y «La niña de los embustes») incluidas en Corrección de vicios (1615) de Alonso J. de Salas Barbadillo mediante el análisis del vestido y los accesorios en la configuración de los personajes y sus acciones. La mirada satírica, no exenta de humor, que reciben los objetos en estos textos condena el exceso y el consumismo (expresado en los afeites y moda). La picaresca se vuelve entonces un espacio para criticar prácticas culturales, así como para medir la capacidad de adaptación de los sujetos en el entorno urbano. Las relaciones entre pícaras y varones, ora sus víctimas o sus burladores, permiten observar vicios que sacan a la luz una preceptiva de conducta cortesana, que entrelaza apariencia física, atuendo y lenguaje como elementos clave del éxito o el fracaso de un personaje dentro del entramado social. Palabras clave: pícaras; vestido; novela corta; Corrección de vicios; Salas Barbadillo. Abstract: This article explores three novellas («La dama del perro muerto», «El escarmiento del viejo verde», and «La niña de los embustes») included in Corrección de vicios (1615) by Alonso J. de Salas Barbadillo, through the analysis of dressing and accessories as devices to depict characters and their actions. By the observation of objects, the satirical perspective criticizes consumerism and excess, represented in makeup and fashion. In that way, the picaresque becomes a space to evaluate cultural practices as well as to measure the subjects’ abilities to adapt to the urban environment. The relationships between female rogues and men, either their victims or victimizers, allow the reader to recognize vices that throw light upon courtly precepts that intertwin physical appearance, clothing, and language as key elements to succeed or fail in the society. Keywords: female rogues; dressing; novella; Corrección de vicios; Salas Barbadillo.

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1. Introducción Tradicionalmente, toda ref lexión sobre el género picaresco tenía como punto de partida rasgos formales. Dicha perspectiva, ahora clásica, produjo una serie de trabajos valiosos que aún son de consulta obligatoria para entender el corpus textual ingente que entendemos como la picaresca1. En los últimos años, Alfonso Rey ha postulado que, antes que con una «poética picaresca» o un «pensamiento picaresco», como pretendían los análisis tradicionales, contamos, más bien, con una «temática picaresca»: un repertorio de lugares comunes alrededor de un protagonista, el pícaro2. Me parece necesario asumir esta nueva visión, mucho más pragmática, de la picaresca para abordar una colección de novelas como Corrección de vicios. Su autor, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, es el narrador del Siglo de Oro a quien, tras Miguel de Cervantes, debemos varios de los más interesantes experimentos novelescos de la época 3. En este trabajo me propongo abordar tres novelas de la colección («La dama del perro puerto», «El escarmiento del viejo verde» y «La niña de los embustes») por su temática picaresca, la cual se examinará aquí a través de un aspecto de los estudios de la cultura material dedicados al Barroco español: el análisis de la vestimenta. La perspectiva de la cultura material consiste en analizar el discurso literario a través de la representación de los objetos y materias que circulaban en la sociedad barroca y que establecen una relación de ida y vuelta con el texto: en los textos que nos ocupan veremos una notable presencia de los vestidos y los accesorios (los personajes lucen prendas, las desean o las hacen circular). Este vínculo entre sujeto y objeto que se plasma en las ficciones de Salas nos da una idea de la modernidad que se generaba en la Península, producto de un consumismo que a menudo chocaba con la legislación y los valores morales vigentes. Los objetos efímeros (complementos, como los llamamos ahora) eran buscados para ayudar al individuo a sobresalir y facilitaban el ascenso social, pues construían la imagen deseada por el varón o la dama que

Entre los emblemáticos sobresalen Guillén, 1971; Lázaro Carreter, 1972 y Rico, 1970. 2  Rey, 2014, p. 81. 3  Uno de los últimos estudios que pone en valor su faceta innovadora en la literatura aurisecular es el de Piqueras Flores, 2018. 1 

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los acopiaba; de la mano de este tipo de consumo, aparecen las críticas al afeminamiento de los hombres que caían en él4. El discurso sobre el vestido en el Siglo de Oro se genera en torno a la legislación, que sancionaba formas adecuadas de vestir para cada estamento social, y la sátira, que reconocía el peligro que subyace al hecho de transgredir las normas sobre el atuendo. Dicha preocupación queda patente en la novela picaresca (y por extensión, diríamos nosotros en los textos de temática picaresca), cuyos protagonistas suben y bajan en la escala social de acuerdo con su vestimenta. Si, en efecto, somos lo que vestimos, entonces la ropa se convierte en un tema polémico dentro de una sociedad, como la de la España del siglo xvii, en que la anomia y el relajo moral campeaban, según lo denunciaban los textos de entonces. Como señala Juárez Almendros: «La ropa se convierte en un motivo clave a la hora de analizar las conf lictivas y alternantes posiciones de sometimiento y exclusión al orden dominante y de acción y resistencia del individuo»5. El tratamiento de prendas y objetos en Corrección de vicios se lleva a cabo mediante una óptica satírica, en razón de la visión moralista de Salas Barbadillo, que es un rasgo característico de su obra desde temprano, como lo demuestra el juicio crítico de Francisco de Lugo y Dávila en su prólogo «al lector» en Corrección de vicios6. El moralismo de Salas se explica por el surgimiento de una «sociedad cortesana», en los términos en que definía Norbert Elias la Francia de Luis XIV, es decir una sociedad erigida en torno a la corte situada en Madrid y, por un periodo breve, en Valladolid: un espacio cuya posición central ocupan el rey y, particularmente en España, su valido o privado. Los miembros de esta sociedad, los cortesanos, son «hombres cuya existencia social y en último término, con frecuencia, también sus ingresos, dependen de su prestigio y consideración en la corte y en la sociedad cortesana»7. Con Felipe III las mercedes reales no se reciben necesariamente en razón de los títulos que se posean, sino que dependen del privado y a este se llega mediante la cortesía o cortesanía. En efecto, «the elaborate ceremonial rituals and the day-to-

Río Parra, 2009, pp. 257-263. Juárez Almendros, 2006, p. 37. 6  López Martínez, 2020, p. 83. 7  Elias, 1993, p. 109. 4  5 

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day politics of the early seventeenth-century Spanish Habsburg Court conditioned the behavior of Cervantes and his contemporaries»8. Para gozar de prestigio y recibir mercedes en la sociedad cortesana se requería una formación especializada (para vestir, hablar y actuar) que se brindaba al público a través de libros que constituyen los tratados de cortesía. Su estudio ha venido a explicar en parte la popularidad de un género narrativo que gozará de gran auge todo el xvii, siglo absolutista y cortesano: la novela picaresca. No es gratuito que el Galateo español, traducción y adaptación del Galateo de Giovanni della Casa, fuese editado junto con el Lazarillo de Tormes en su versión «castigada». Traducido inicialmente al español en 1584, el Galateo español solo se canonizó en la traducción de Lucas Gracián Dantisco lanzada en 1593, aunque se hizo sumamente popular en la edición conjunta con el Lazarillo de Tormes y el Destierro de ignorancia, otro manual cortesano, en la imprenta vallisoletana de Luis Sánchez en 16039. El arte de la lisonja, el cuidado en el vestido y los buenos modales se encuentran reglamentados en el Galateo español y puestos en práctica, acaso en clave de parodia, en el Lazarillo, así como en el Guzmán de Alfarache (1599 y 1604), en el que el protagonista pasa una larga estancia con el embajador de Francia en Roma y el lector es testigo de su «privanza» (así la llama el propio Guzmán), gracias a ser alcahuete de su amo, y su caída posterior. El Buscón don Pablos, cuya primera redacción se ubicaría en la primera década del siglo xvii10, también alude, burlonamente al Galateo español, a través del disfraz caballeresco de Pablos, pero sobre todo mediante los consejos que le brinda el hidalgo don Toribio antes de llegar a la corte. La producción literaria de la época entonces es indesligable del público e interactúa dinámicamente con él. Como indica Felipe Ruan en torno a la «clase media» que crece alrededor de la corte, consumidora de novela picaresca y manuales cortesanos: «They were shaped by an inf luential courtly ethos or habitus that not only inclined individuals to adopt a manner of comportment that valued one’s social worth in the eyes of others but also inf luenced cultural production and consumption»11. En un ambiente como tal, aparece la preceptiva Sieber, 1998, p. 91. Con múltiples ediciones posteriores, como recoge Ruan, 2011, p. 51. 10  Rey, 2014, p. 42. 11  Ruan, 2016, p. 932. 8  9 

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de los manuales de conducta como medio de posicionamiento en el nuevo orden social que constituye la corte (Madrid y temporalmente Valladolid), así como su correlato, la sátira de los buenos modales, sus excesos o simplemente su cuestionamiento a causa de ser rituales falsos o que buscan el provecho personal. Entre recomendaciones y críticas, los manuales de comportamiento «no hacen sino poner de manifiesto dicha pugna [la de la conquista de un espacio en el ámbito cortesano] al intentar recrear modos de actuación social que chocan con la realidad social y moral de la época»12. Un escenario similar, centrado en la conducta picaresca, esboza Jennifer Cooley, para quien el sujeto cortesano de la época se definía por rasgos como agilidad verbal o gracia13. Corrección de vicios (publicada en 1615, pero con aprobación en diciembre de 1613, con el final del texto fechado en agosto de 1612) es una colección de novelas con receptora femenina, Ana de Suazo, dama de la corte que realmente existió. Se trata de «un procedimiento que anticipa varios de los mismos recursos que aparecen a lo largo de las Novelas a Marcia Leonarda de Lope (1621-1624), de manera que el texto de Corrección de vicios pudo ser uno de los modelos del Fénix»14. Precisamente en la dedicatoria a Ana de Suazo, Salas expone dos objetivos principales en su escritura: «medirme con la modestia» y «huir de todo género de afectación, por ser el que pecado que a vuestra merced más ofende»15; ambos son valores que se conectan, naturalmente, en la lengua literaria escogida. Aquí Salas Barbadillo parece abrazar el criterio para la lengua que ofrecía el Galateo español como norma de estilo. En la adaptación de Gracián Dantisco, «prematuramente, aparece un ataque a los cultos y una ridiculización bastante eficaz de sus modos expresivos»16, censurando latinismos o simplemente la impropiedad de ciertos vocablos que no se ajustan al interlocutor, abogando por un lenguaje sencillo como garantía de urbanidad. Esta censura de la afectación quedará plasmada tanto en la ridiculización de la apariencia de los personajes (también regulada en el Galateo, que llama a vestir con

Romero-Díaz, 2009, p. 64. Cooley, 2002, p. 6. 14  López Martínez, 2020, p. 82. 15  Salas Barbadillo, Obras, p. 8. 16  Sabor de Cortázar, 1962, p. 319. 12  13 

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decoro, considerando «estado» o estamento, y edad17), así como en las observaciones sobre su uso del lenguaje. En el capítulo introductorio, titulado «refiere a doña Ana de Suazo la jornada que hizo a Burgos y Zaragoza», Salas Barbadillo expone la valía de la voz de Boca de todas verdades (narrador de siete de las ocho novelas que componen la colección), con el argumento de que «todo este mundo es casa de locos, y aquel es el mayor de todos que piensa que no lo es»18. Para ejemplificar la necedad que prima en el mundo, habla de sujetos supuestamente muy locuaces y cuerdos, dispuestos a censurar a los demás, que «viven en la esclavitud de la vanidad, y abrazan el buen nombre, sustentándose del aire del pueblo y de ser señalados con el dedo»19. Pero esto no los exime de caer en el mismo vicio que critican, pues ocurre que predica aquel porque le celebren el lenguaje y aquel porque admiren los curiosos conceptos, sin ver, que el fin de la oratoria divina no es este, sino la salud de las almas. Estos, ¿qué son, señora, sino locos? ¿Puédemelo negar nadie? Póngales nombre más propio quien más bien los conoce, porque yo no sé qué mejor les asiente20.

La crítica a la vanidad del que se engola y solo se complace con los aplausos, sin prestar atención a lo esencial proviene del Lazarillo de Tormes, donde ya se halla el necio aquel que se guía «por el deseo de alabanza»21, como el soldado que se lanza primero o el presentado que predica y se deleita de que lo elogien. Nos encontramos en terreno familiar: es la pauta literaria del Elogio de la locura y Don Quijote de Cervantes, donde se plantea la paradoja del loco que puede ser más cuerdo y sabio que los demás, producto, precisamente, de su desequilibrio, que agudiza la mente22. Boca de todas verdades, un antiguo paciente de la casa de locos de Zaragoza, es un ingenio proveniente de Toledo, un sujeto educado y con la inclinación natural que se atribuye a quienes nacen allí: «Todos los que nacen debajo de aquel clima son Gracián Dantisco, Galateo español, pp. 113-116. Salas Barbadillo, Obras, p. 13. 19  Salas Barbadillo, Obras, p. 13. 20  Salas Barbadillo, Obras p. 13. 21  Lazarillo de Tormes, p. 6. 22  Sobre el Elogio de la locura y el problema de su inf luencia en textos como el Lazarillo o la obra cervantina, sigue siendo de interés Bataillon, 1977. 17  18 

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a­ gudísimos y sutiles»23. Esto es ciertamente tópico: los toledanos tenían fama de ingeniosos y su habla era norma lingüística desde la época de Juan de Valdés. Miguel Herrero García sintetiza todas las opiniones sobre Toledo positivas al respecto: «Sin negar que los toledanos sean valientes para las armas, veremos que el rasgo dominante en ellos es la discreción, el ingenio»24. Madrid era parte del reino de Toledo, por lo que Salas Barbadillo era toledano por estar su patria dentro del reino, no por la ciudad, aunque los términos se solapan; así, Boca «se alegró de hallar conversación a su modo y más con persona que era de la patria»25. De forma que el enunciador de Corrección de vicios (el propio Salas) sustenta su autoridad, literaria e intelectual, mediante esta poderosa filiación, de la mano de su narrador y protagonista principal. Antes de abordar los textos, como parte de nuestra consideración de la picaresca como temática, es necesaria una aclaración taxonómica: nos ocupamos de «pícaras» en su sentido más laxo, el de «mujeres de mal vivir», entendidas como mujeres de vida irregular, de origen bajo o deshonroso, en contraste con la dama virtuosa y noble; también llamadas mujeres «libres», por emplear su atractivo físico para engañar y estafar, renuentes a sentar cabeza o someterse al control masculino26. En este caso, son pícaras de alto standing: tienen casa y criadas; no son (como se encargará de resaltarlo Teodora, la primera de ellas), «cantoneras», es decir, prostitutas callejeras y vulgares27. 2. «La dama del perro muerto» El marco o introducción de esta novela habla del vicio de los poderosos que quieren ser reverenciados y bien servidos, aunque luego paguen con ingratitud. En el discurso de Boca se denuncia la mezquindad de los nobles para retribuir a los poetas, con lo que se apunta al problema del patronazgo, asunto de relevancia en la época de Salas, Salas Barbadillo, Obras, p. 14. Herrero García, 1966, p. 116. 25  Salas Barbadillo, Obras, p. 18. 26  Arredondo, 1993. 27  Piqueras Flores hace un repaso de otros personajes femeninos posteriores en la narrativa de Salas Barbadillo que podrían encajar en el modelo de la pícara como mujer de mal vivir, marcadas por el engaño, la búsqueda de medro y la prostitución (2020, pp. 717-718). 23  24 

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dado que la corte era concebida como un espacio de competencia y de esfuerzos, a veces, inútiles para los escritores28. Esta advertencia se proyecta, invertida, en la novela de Teodora, «La dama del perro muerto» (novela II de Corrección de vicios). Se trata de una mujer andaluza, hermosa, pero «arrogantísima criatura»29 en Barcelona, donde la gente ampara «la humildad y buen término» y se desprecia la soberbia 30. El narrador caracteriza a la ciudad como un colectivo que observa y evalúa el comportamiento de Teodora. La presunción de la pícara se anota en sus hábitos, a través de aquel «deseo que tenía de parecer bien», resaltando especialmente su cuidado en el atuendo y sus movimientos, pues «el arte de vestirse era peregrino»31. Nos encontramos en el auge de la nueva cultura urbana, asociada con la llamada «nueva nobleza», que se ha enganchado a la cortesanía, a los nuevos hábitos de consumo (como el chocolate) y a la exaltación de una identidad prestigiosa vinculada con la ciudad donde nacen o migran. Como Teodora no se muestra dócil o adaptable a la naturaleza humilde de los barceloneses, la novela desarrollará la burla aleccionadora a la prostituta forastera, que presume de ser de alta categoría. Tan distinguida aparenta ser Teodora, que desprecia a los soldados pobres, de origen toledano precisamente, que están ociosos en Barcelona, a la espera de la f lota de Italia. Esta referencia no es gratuita. En Knowing Fictions, Barbara Fuchs destina una sección al episodio italiano de Guzmán, en la segunda parte de la novela, para enfatizar, trayendo a cuento La Lozana andaluza (texto que se suele identificar como precursor picaresco), que la picaresca af lora en la experiencia de la migración española en Italia, en el contexto de la expansión imperial y la construcción de una identidad nacional en tierra foránea 32. Estos soldados pícaros/ pícaros soldados hablan de la política internacional, aquellas «nuevas del ancho mundo y el estado que al presente tenían todas las monarquías» y hacen repaso del panorama del

28  Gutiérrez (2005, pp. 121-149) profundiza en torno a este escenario de disputas entre escritores para alcanzar el favor de un noble patrón, así como los recursos disponibles y su impacto en la literatura de inicios del xvii. 29  Salas Barbadillo, Obras, p. 68. 30  Salas Barbadillo, Obras, p. 68. 31  Salas Barbadillo, Obras, p. 68. 32  Fuchs, 2021, pp. 92-100.

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­ editerráneo33. Su conocimiento del mundo y su origen los dotan de M armas suficientes para castigar a la presumida. Uno de ellos, «de todos cuatro costados socarrón y amigo con particular inclinación de hacer tretas a bellacos; por parecerle que los mismos cien días de perdón se ganan en burlar al burlador que hurtar al ladrón»34 es el encargado de hacerse pasar por un militar de rango (don Rodrigo de Meneses, falso caballero), que obtendrá los servicios de la dama dentro de la galera con la promesa de devolverla a tierra con dos «piezas». La burla se basa en la ambigüedad de la frase «la enviaría con dos buenas piezas»35. Mientras ella piensa que son piezas de tela, se trata en realidad de pinturas. Si bien los cuadros también son objetos suntuosos, para Teodora la tela vale más, pues contribuirá a su propio ajuar doméstico: Ya se consideraba embarazada con tanta tela y no sabía que hacerse de ella, porque si la vendía, juzgaba que había de perder mucho de su justo precio, pues reducirla a vestidos y jubones, siendo todo de una misma cosa, serían más groseros que galanes. Últimamente, tomó resolución de hacer una cama y rico estrado con su colgadura que, todo puesto en una sala, haría hermosa correspondencia y podría hospedarse en ella cualquier príncipe, por grande que fuese36.

A continuación, sueña ingenuamente, como otro don Quijote, con esa vida futura de lujo que le permitirá picar alto con sus galanes, encarnados en la figura de un «príncipe» u hombre principal: «de esta manera se le pasó toda la noche de claro en claro, sin dar una puntada en el sueño»37. El narrador se burla de ella con la «puntada», aludiendo a la labor de aguja que requería la tela con la que iba a reformar su casa. Con la ilusión del encuentro, que cree ella le deparará las ricas piezas de tela, se va Teodora como una dama a reunirse con el falso caballero «más perfumada que niño aojado y más prendida que valona en cesto»38. Estas comparaciones son proverbiales, pero no dejan de 33  Salas Barbadillo, Obras, p. 70. Sobre los soldados como grupo social que se confunde con la vida picaresca alrededor de mentideros o corrillos de noticias en las grandes ciudades, ver Martínez, 2016, pp. 185-190. 34  Salas Barbadillo, Obras, p. 72. 35  Salas Barbadillo, Obras, p. 72. 36  Salas Barbadillo, Obras, pp. 72-73. 37  Salas Barbadillo, Obras, p. 73. 38  Salas Barbadillo, Obras, p. 73.

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guardar sentido con la suntuosidad que Teodora intenta elaborar para sí misma, aunque caiga en el mal gusto: el exceso de perfume aludiría a los sahumerios para curar el mal de ojo (que afectaba especialmente a los niños) y el ir muy «prendida» (‘adornada’, ‘engalanada’, del verbo prender en el Diccionario de Autoridades, piénsese en accesorios en el cabello o el rostro) es una hipérbole (aprovechando la dilogía) que se apoya en la imagen de las «valonas» (‘pieza de tela para adornar el cuello’) que se requisaban («prendían») periódicamente a causa de las medidas contra la ostentación39. La crítica al maquillaje y a la peluquería de Teodora configura un elemento clave de la sátira misógina de la época40. Tertuliano, en su tratado sobre la vestimenta femenina (De cultu feminarum), distinguía entre cultus (vestido y joyas, elementos que identificaba con la ambición) y ornatus (cosmética y peluquería)41. Censuraba especialmente la cosmética como invento del demonio, ya que pintarse el rostro equivalía a mentir o alterar el verdadero yo; en tanto el tratamiento del cabello, con extensiones, accesorios o tintes caería también en una modalidad de maquillaje, porque igualmente falsea la apariencia del rostro. Teodora cae en estos vicios, especialmente en el ornatus, la alteración de la cara o el aspecto, que Tertuliano identificaba con el ejercicio de la prostitución. El personaje entonces se nos revela en su verdadera identidad apelando al excesivo adorno de su persona y sus deseos de mejorar su casa, que serían igualmente una prolongación de su cuerpo: la cama, el estrado y la colgadura que soñaba toda la noche. En su encuentro con el falso caballero, Teodora dejará caer (a propósito de su experiencia en las embarcaciones) su origen noble (dirá apellidarse Teodora de Guzmán), que el narrador descarta, con mofa, por ser descendiente de mulato y morisca, lo cual encaja con sus pretensiones absurdas de aparentar lo que no es. Este es el tópico de la prostituta con ínfulas, como lo expone el Lazarillo de Manzanares: «No hubo mujer en ellas que no fuese parienta de las mejores casas de

En las obras de Cervantes también se encuentran alusiones a este tipo de legislación contra el lujo. Particularmente, sobre la prohibición de la valona ostentosa, ver Byrne, 2011, pp. 113-114. 40  Arellano, 1984, pp. 52-53. 41  Como lo ha sintetizado Domínguez, 2001, pp. 4-5. 39 

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España, cuyos padres eran el día de entonces grandes señores, sino que una voluntad, y un engaño después, las trajo… etc.»42. Mientras ella piensa en lujosas piezas de tela con las que adornar su estrado, el embaucador le entrega dos pinturas (las «piezas») para amigos nobles suyos en la ciudad; más allá del chiste, el hecho también nos habla de un intercambio entre personas dignas o respetables, en cuyos tratos la supuesta dama (porque a todos queda claro que no lo es) queda excluida o si ingresa es como mera repartidora o mensajera. Al descubrirse la burla, se observa el chasco de Teodora en estos términos: «entrando por las narices el mal olor del perro dañado y muerto»43. El sentido del olfato nos recuerda el exceso de perfume que, al presentarse a la cita, pretendía negar los orígenes viles de la pícara. Ahora queda el mal olor del «perro dañado» (porque como hija de mulato y morisca se pasará a animalizarla) y «muerto». Dar perro muerto era, en su origen, «cuando engañan a una dama dándole a entender que uno es un gran señor»44. Generalmente, en los textos de la época, dicho engaño se identifica con la burla consistente en obtener los servicios de una prostituta y no pagarle. ¿Pasó algo entre el caballero falso y Teodora? El pasaje se presta a la ambigüedad: «Dándoles tanto espacioso y suficiente lugar, que otro que fuera menos mañoso que don Rodrigo, tuviera bastante campo para hacer de las suyas»45. Si alguien «menos mañoso» podía aprovechar la ocasión, ¿no lo haría el falso caballero con lo astuto y socarrón que era? Por eso guarda sentido que, al darse cuenta de que no recibirá ninguna retribución, Teodora «bajó las orejas», como un perro46. El chasco provoca que Teodora sea fustigada públicamente y se hace circular un soneto «como pregón público» en el que se desarrolla su imagen como «dama del perro muerto», por la estafa y por su origen vil (hija de mulato y morisca, «perra»), para disfrute de las otras mujeres de su gremio, que tampoco la soportan. El soneto sale de la pluma de los ingenios toledanos que tramaron la burla y fue «escrito en papel aparte, en letra clara e inteligible, porque no hubiese necesidad de poner en manos de intérpretes y comentadores, sino que él fuese tan claro y Cortés de Tolosa, Lazarillo de Manzanares, p. 128. Salas Barbadillo, Obras, p. 75. 44  Correas, Vocabulario de refranes, p. 576. 45  Salas Barbadillo, Obras, p. 74. 46  Salas Barbadillo, Obras, p. 75. 42 

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bien dispuesto que se diese a entender por su propio pico»47. Se configura una preceptiva en miniatura de la lengua literaria, que incluye el alarde por el remate del último verso del segundo terceto, en el que se anuncia las consecuencias de la burla pública para Teodora: «Ya el perro muerto habrá resucitado / y así, en vez de oler mal a las narices / te matará ladrando a los oídos»48. El perro que, en la emblemática, ladra a la luna como imagen de la murmuración, aquí ladra por la afrenta y retumba por la circulación del poema de boca en boca49. El remate del último verso, en el que narrador se detiene y exalta especialmente como «pronóstico y aun profecía verdadera»50, remite a la poética del soneto, en que el último verso debía ser el broche de oro, pues allí había de encontrarse el clímax de la composición51. Pese a esta burla, la dama persiste en su vanidad. Cuando van sus amigas a visitarla, Teodora se exalta y promete que no la volverán a engañar, so pena de que «siendo juez contra mí propia me condeno a que todos, chicos y grandes, de cualquier género y calidad que sean, sin incurrir en mi indignación, me llamen en altas e inteligibles voces, por todas las calles y plazas públicas del lugar, este bajo y mal nombre, este título hediondo de dama del perro muerto»52, con lo cual está abrazando el dictamen del soneto con el que hicieron pública su vergüenza. Las compañeras del gremio entienden con esto que las agravia, «por parecerles que las notaba de ignorantes y necias a ellas porque no una, sino muchas veces les habían hecho semejantes y mayores burlas [las de engañarlas con una promesa incumplida]» y «que se quería vender por de entendimiento superior»53. Por ello, cuando la noticia llega a los varones, «aquellas palabras habían sido de desafío y provocaban a batalla»54. Los soldados toledanos y sus compañeras de trabajo (a las que se suma una dama zaragozana) traman llevar a cabo una burla ejemplar. El burlador será un caballero de verdad, un b­ urlador mayor,

Salas Barbadillo, Obras, p. 75. Salas Barbadillo, Obras, p. 76. 49  El emblema del perro que ladra a la luna se encuentra en Alciato y corresponde al núm. 1310 de la antología de Bernat Vistarini y Cull (1999, p. 640). 50  Salas Barbadillo, Obras, p. 76. 51  Así lo explica la nota filológica a Vega, Rimas humanas y divinas, p. 200. 52  Salas Barbadillo, Obras, pp. 78-79. 53  Salas Barbadillo, Obras, p. 80. 54  Salas Barbadillo, Obras, p. 80. 47 

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por su origen social55, cuyo ingenio festivo se exalta con la referencia a su origen valenciano, el cual ejercerá sobre Teodora una atracción que culminará en el más severo desprecio hacia la dama. El sujeto valenciano es «peregrino ingenio, eminente letrado, gallardo en la persona, galán en el traje, cortés en el trato, valeroso por la espada; hombre al fin cabal; bueno para las veras y entretenido con extremo para las burlas»56. Don Antonio Ferrer es un caballero perfecto, en el que se sintetizan varias características en armonía (veras, burlas, presencia, ingenio, elegancia, valentía, etc.). Las colegas del gremio se ponen al servicio de la trama urdida por los hombres, quienes serán los que la ejecuten, en castigo por haberse jactado de poder ser más inteligente que sus compañeras y de cuestionar la autoridad de los hombres, como «vanísima ramera»57. El narrador entonces introduce una recomendación, la de evitar «altivez y descortesías»58, pues no favorecen ganar amigos, apuntando a quienes alrededor de Teodora se prestan a engañarla, incluyendo otras mujeres. Marcela, una de las amigas, había empezado la burla luciendo prendas, un «rico manteo de damasco, poblado de tanta guarnición de oro que valía infinita suma»59. Ese era el cebo, regalo del supuesto caballero liberal, quien también le había dado «otras niñerías, como son guantes, chapines, tocas y este rosario de coral, con los extremos de oro, que todo, amiga, vale dineros, y no se halla en la calle»60. De inmediato se le dice a Teodora que ella y el galán no son compatibles. Esto la exalta. Lo mismo ocurre con los hombres que la visitan y luego se van, quienes le dan a entender prácticamente que ella no es digna de don Antonio Ferrer: «No viene bien con su condición»61. Esta exclusión sistemática consume a Teodora y la lleva a experimentar melancolía, la cual «la hizo apetecer más la cama que la cena, donde se retiró más a llorar que a dormir, porque ya juzgaba esta suspensión por mayor tormento que la persecución pasada»62. A la mañana siguiente, con nuevos ánimos (aunque se viste deprisa), va al encuentro Vitse, 1980, p. 39. Salas Barbadillo, Obras, p. 80. 57  Salas Barbadillo, Obras, p. 79. 58  Salas Barbadillo, Obras, p. 81. 59  Salas Barbadillo, Obras p. 82. 60  Salas Barbadillo, Obras, p. 82. 61  Salas Barbadillo, Obras, p. 85. 62  Salas Barbadillo, Obras, p. 85. 55 

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de las amigas, reunidas, quienes lucen nuevas joyas (señales del galán y recordatorio del rechazo). Ante su insistencia, la dama anfitriona, la zaragozana doña Lorenza, le explica que «sois una mujer muy soberbia y seca de condición y tan interesable que queréis que os paguen a la primer visita el alquiler de la silla»63. En otras palabras, le reclama tener aspiraciones tan altas tan pronto y la insta a rebajarse, como un lacayo o pretendiente, y aguantarle la afectación al galán. Prosigue: «Este caballero se paga mucho de unas mujeres regalonas, blandas y amorosas que le digan dos embustes, y confesándole que se mueren por su lindeza, se le entreguen sin interés, de que concibe él tanto gusto y vanidad, que después da más en una vez que otros en muchas»64. El galán requiere elogios, hacerle la corte a él (como un pretendiente, he allí la alusión al tema del marco). Teodora se propone hacerlo así para llegar a él: «Veréis cómo a este majadero desvanecido [‘presumido’, como ella misma] le quito las pestañas y cejas y le dejo sin corazón. También sabré yo hablarle en jerigonza, que, si de palabras dulces se paga y de razones tiernas se obliga, a otra tienda menos proveída de esta mercadería se pudiera llegar en el lugar»65. La «jerigonza» es la lengua afectada y falsa. Aquí se intersecan varios temas: el lenguaje afectado y artificial, la hipocresía de las maneras, por la ambición de medrar y el consumismo (que es tanto causa como consecuencia de la situación: alguien atrae por su riqueza, la cual es el objetivo a su vez de quien la ostenta, en un círculo vicioso). Supuestamente don Antonio quiere que todas le digan que «se mueren por su lindeza». En el varón el esmero recusado en el cuidado corporal es el que lleva a la figura satírica del lindo o afeminado, en el texto apenas mencionada, pero que se encuentra más desarrollada en otros textos de Salas. Presta a conseguir lo que quiere, Teodora finge ser dócil con él: «venía a verle y a entregársele»66; a lo que el galán, también fingiendo, «retirando su ingenio y mostrándole mayor en esto que en descubrirle, respondió, en un lenguaje simple y vano, para que así su original correspondiese al retrato que de él habían hecho»67. «Lenguaje simple Salas Barbadillo, Obras, p. 86. Salas Barbadillo, Obras, p. 86. 65  Salas Barbadillo, Obras, p. 87. 66  Salas Barbadillo, Obras, p. 87. 67  Salas Barbadillo, Obras, p. 87. 63 

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y vano» es el del lindo ignorante. Don Antonio la deja marchar, la manda llena de esperanzas para un próximo encuentro, pues ya cumplió Teodora con rendirse a él y bajarse, figuradamente, del pedestal. Y ella, ilusa, se va a su casa «pareciéndole que ya tenía en la red pájaro con tanta pluma, que por mucho que le pelase no le dejaría desnudo, aunque ella quedase muy vestida»68. Estas líneas parecen recordar la fábula de la corneja, aquella ave poco vistosa que hurtó plumas a otras aves para asistir con galas postizas a la boda del águila69. La imagen de la corneja se yuxtapone a la de Teodora, como metáfora de la distinción falaz, la de la ropa robada (a través del deseo y sus artes de seducción). A continuación, unas seguidillas revelan la nueva burla a la prostituta presumida. Todos quedan contentos de que se hizo la burla, excepto Teodora, «aperreada»70, o sea, vuelta un perro al que puede dársele de palos o golpes (nótese que el adjetivo evoca fonéticamente tanto “apaleada” como “apedreada”), por lo que acaba embarcándose «en las galeras de Sicilia con un caballero veneciano que iba a Roma»71. Con ello, Teodora va a incorporarse al mundo mediterráneo, como en La lozana andaluza, pórtico de la picaresca y de futuras aventuras de similar calado para el personaje de la pícara. De allí que el narrador concluya diciendo que «esta es la vida arrastrada que traen las mujeres libres»72. En «La dama del perro muerto» se observa, entonces, una particular atención a la vanidad femenina, que se expresa en la búsqueda de bienes que sirvan para vestidos o para el adorno de la casa, así como la obsesión del maquillaje y el cuidado corporal, rasgos característicos de la prostitución en la moral de entonces. Nótese que Teodora tiene mal gusto, por su exceso en el adorno personal y en su arrogancia, que expone su origen infame y contradice la humildad que tanto se aprecia en Barcelona, ciudad en la que intenta llevar una vida. El texto denuncia la falsedad femenina, que se revela a través de la burla que entretenga lo mismo que reprenda, la cual se acompaña de una lengua literaria clara e ingeniosa que la publicita. La presunción femenina no

Salas Barbadillo, Obras, pp. 87-88. Chevalier, 1983, p. 45, donde se refieren la versión de No hay mal que por bien no venga de Ruiz de Alarcón y al menos tres versiones más. 70  Salas Barbadillo, Obras, p. 89. 71  Salas Barbadillo, Obras p. 89. 72  Salas Barbadillo, Obras, p. 89. 68 

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resiste la autoridad masculina, que la castiga en la reputación, arruinada, de una pícara en ciernes, fracasada, que, vejada en público, tiene que marchar a Italia para proseguir su aprendizaje picaresco. Teodora es una mujer viciosa a todas luces, pero por encima de ello no es ingeniosa, lo cual, en el mundo narrativo, la haría ganar la simpatía del narrador, tal como se verá en la saga de Teresa en los textos siguientes. Si la censura de los cosméticos en la época reprendía por intentar embellecer la cara, ¿cómo se adornaba o se embellecía el «rostro» del alma? Practicando la virtud, con el estudio y la búsqueda de la sabiduría73. La falta de ingenio de Teodora delata que no ha decorado su alma, sino solo su físico. 3. «El escarmiento del viejo verde» En las siguientes dos novelas encontramos un desarrollo de la pícara como «dama ingeniosa», aunque perdida, que puede generar deleite por sus aventuras y acumular algunas victorias, así como desarrollos paralelos de la crítica a los cuidados corporales en los hombres. A «La dama del perro muerto», ya vista, sigue la del «Escarmiento del viejo verde», la cual se inserta a propósito de una crítica a los hombres casados que buscan mujeres jóvenes. Se presenta aquí la primera aventura de la niña Teresa. Su víctima es un viejo verde, granadino, que, de origen humilde, se había vuelto caballero. En términos aristotélicos, la madurez es preferible a la juventud, ya que la sabiduría que se alcanza con el paso de los años aleja de los placeres mundanos y la persona mayor tiene control sobre su cuerpo74, pero nada de eso ocurría con don Francisco como «viejo verde»: cuando se empezaba a hablar de mujeres y lo invadía la lujuria, «los ojos le bullían, los pies danzaban, las manos bailaban, torcía la cabeza, doblaba el cuerpo y la boca no estaba ociosa, antes muy dispuesta y acomodada para todo género de visaje [‘gesto’]. Todas sus acciones, trato y libre modo de proceder causaban admiración por ser tan desconvenientes a su edad»75. Recuérdese que el cuerpo, en términos de San Agustín, es como un esclavo que tiende a rebelarse a su amo, que Domínguez, 2001, pp. 7-8. Domínguez, 2001, p. 7. 75  Salas Barbadillo, Obras, p. 100. 73  74 

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debe ser el alma racional76. El viejo no puede controlar el suyo y, rendido a él, no hace más que cubrirlo con ropa y accesorios que lo hagan ver más joven: aparentaba ser «hombre de veinticinco a treinta» pues se cubría las canas, llevándolas «envainadas y por la mayor parte debajo de dosel»77. Los festejos por el nacimiento de Felipe IV (1605) lo llevan a Valladolid, que por esos años sustituyó a Madrid como centro de poder. Este noble provinciano «embarcose en el mar dudoso de la corte»78, un ambiente con el que no está familiarizado. La metáfora de la corte como mar no solo advierte de sus peligros, sino que expone la ansiedad que generaba el espacio urbano y la búsqueda de mercedes u otros beneficios a través de la cortesanía, empresa en la que era muy fácil naufragar. La localización de la novela y el contexto histórico preciso (1605) es un reclamo del ambiente festivo que alimentó la literatura y la vida social de los años de la publicación de Don Quijote. Como señala Close, existía una «alegría carnavalesca imperante en los primeros años del nuevo reinado, en reacción a la austeridad del anterior»79; esta atmósfera frívola es la que dispara la mirada satírica de Salas Barbadillo para contar las aventuras del viejo verde. En Valladolid, don Francisco será identificado bien pronto por Emerenciana, una vieja celestina originaria de Alcalá. Tiene todas las tachas de la alcahueta y queda clara su conexión con el mundo universitario y los hombres a los que ayuda a alcanzar sus deseos. Como vehículo del pecado, Emerenciana es un brazo del demonio, quien la pone frente a don Francisco. El diablo, dice el narrador, «se encarga solo de hacer toda la diligencia y gusta de romper muchos zapatos en vuestro servicio»80. La frase romper zapatos remitía, en el léxico obsceno de la época al encuentro sexual81. El pasaje nos recuerda inevitablemente al mercedario lujurioso del Lazarillo: «Pienso que rompía él más zapatos que todo el convento. Él me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida»82. Si bien el tratado del fraile mercedario fue eliminado del Lazarillo castigado (con seguridad la versión que conocieron Salas Barbadillo y sus contemporáneos), el paralelismo nos ayuda a entender Domínguez, 2001, p. 4. Salas Barbadillo, Obras p. 101. 78  Salas Barbadillo, Obras p. 105. 79  Close, 2007, p. 251. 80  Salas Barbadillo, Obras, p. 106. 81  Navarro Durán, 2003, pp. 135-136. 82  Lazarillo de Tormes, p. 111. 76 

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el marcado erotismo en este punto del texto. El demonio promueve relaciones sexuales trajinando de aquí para allá mediante el personaje de la vieja Emerenciana. Para llevar a cabo la estafa, la vieja convierte a la chica de servicio en dama: Vistiéndola de un traje honesto y de muy poca costa; pero tan lucido y aseado, limpio y puntual que contentara los ojos de otro que fuera menos codicioso de semejantes joyas que don Francisco. Profesaban las dos señoras notable recogimiento, y tanto que no salían de casa, sino las fiestas a misa, nunca hacían ventana de asiento, aunque de cuando en cuando, de paso, sacaba algo de la cabeza Teresica (que así decía la niña llamarse), para que de esta suerte se viese lo mucho bueno que sepultaba aquel humilde rincón83.

Nótese que la descripción de la vestimenta femenina apunta a su propiedad, sin excesos («lucido, aseado, limpio y puntual»), como prescribía el Galateo español. Esto da pie a considerar que Teresa merecerá un tratamiento distinto al de Teodora en esta ocasión, que el narrador empatiza con ella y que su burla está bien urdida. Esta honestidad que ref lejaría la imagen de Teresa y la vieja que se hace pasar por su madre lleva a Don Francisco a buscarlas con la excusa de «darles a hacer un poco de labor blanca para su persona»84. Las mujeres se dedicarán entonces a la ropa de don Francisco. Para el trabajo de los «cuellos», la niña Teresa haría «las vainicas» y la vieja se dedicaría «a echarles los asientos lo mejor que pudiese»85. En la descripción inicial que se hacía del personaje de don Francisco, páginas atrás, se resaltaba su esmero en esa prenda de vestir, junto al teñirse el pelo: «Nadie pusiera los ojos en sus cuellos, zapatos y todo lo demás de la ropa, que [no] le juzgara por hombre de veinticinco a treinta»86. La «vainica» es el deshilado junto al dobladillo, que requeriría mayor atención y delicadeza en el trabajo con la aguja, de allí la idoneidad de la joven87. Los cuellos y otros Salas Barbadillo, Obras, p. 107. Salas Barbadillo, Obras, p. 107. 85  Salas Barbadillo, Obras, p. 108. 86  Salas Barbadillo, Obras, p. 101. 87  Sin vainica bien puesta parecía no tener sentido lucir valona, como lo revelaría este pasaje del Lazarillo de Manzanares: «Queriéndome regalar con unas valonas, no hubo entre todas ellas quien supiera hacer las vainicas» (Cortés de Tolosa, Lazarillo de Manzanares, p. 128). 83 

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a­ ccesorios eran ostentosos, lo cual generaba sucesivas pragmáticas para regularlos, generalmente inútiles, por considerarlos un derroche para la economía del reino88. Don Francisco se solaza con lo serviciales que son madre e hija y queda totalmente convencido de su virtud cuando «no quisieron recibir dineros de mucha labor blanca que le hicieron»89, conformándose entonces con los platos que él les obsequiaba como gesto de gratitud y poco más90. Don Francisco sufre una pequeña crisis personal como resultado, pues, sintiéndose enamorado de Teresa, loco de deseo, pero viéndola tan honesta, pasó en cama varios días. Don Francisco, como caballero, aunque fuese «viejo verde», no se deja atraer por mujeres casquivanas sino por quien trasluzca honestidad, como hasta aquí lo hace Teresa (de seguro con la ilusión de desvirgarla). Sin considerar la diferencia de edad, ya piensa en futuros planes con ella, producto de su locura de amor: «Muchas veces determinó volverse a Granada y matando con secreto a su honrada y cristiana mujer, celebrar bodas y nuevos himeneos con la alimentada de Teresica, pareciéndole que su honra y virtud era tan constante y firme que no había otra puerta para negociar su deleite sino esta»91. La llegada de una suma de dinero hace que don Francisco se levante de la cama y tras volver una noche a su casa, vecina de la de las mujeres, escucha cantar a Teresica unas seguidillas con mucho donaire. Sus versos hablan la corte como «mar arrogante», un ambiente lleno de vicios, peligroso, con la consecuente advertencia de la venalidad de las mujeres92. 88  Un repaso de este tipo de legislación, aunque referida a un periodo posterior al de los textos de Salas, se encuentra en Kennedy (1942): hacia 1623, la Corona intenta acabar con los cuellos ostentosos imponiendo la valona sencilla, que lucirá el mismo Felipe IV para dar el ejemplo. 89  Salas Barbadillo, Obras, p. 108. 90  Aquí también el texto de Salas Barbadillo hace un guiño al lector de la época: la costura («labor blanca») a la que se dedican las mujeres con las prendas de don Francisco configuraba, dentro del código erótico, una clara alusión a la prostitución, pues las meretrices de entonces encubrían su trabajo bajo la fachada de ese oficio y similares (Hsu, 2002, p. 77). 91  Salas Barbadillo, Obras, p. 109. 92  La serenata es una escena que, como alivio a los desdenes amorosos, desarrollará Salas Barbadillo en una novela posterior como Don Diego de Noche (1623), texto en el que la ciudad se presenta de nuevo como un espacio peligroso con la complicidad de la oscuridad nocturna, como analiza García Santo-Tomás (2008, pp. 71-73).

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Este poema, sátira que un ciego de amor, iluso noble provinciano como don Francisco, no alcanza a comprender, da paso al engaño de Emerenciana: llorando, le cuenta al viejo verde que su hijo tiene una deuda, a lo que don Francisco le ofrece ayudarla. Ella entonces le dice que con gusto entregaría, «a una persona honrada y secreta»93, a Teresica por los dos mil ducados que son la cantidad adeudada. Ante la oferta, «el ciego y desatinado viejo, loco, turbado y fuera de juicio»94 le entrega el dinero y va al encuentro de Teresa. La niña, astuta, ya estando a solas, le da largas, mientras Emerenciana finge que la han golpeado y empieza a llamar a los vecinos, vociferando que intentan violar a Teresica. Dada su buena imagen en el barrio, todos le creen y don Francisco se gana un pleito gordo con la justicia. Emerenciana soborna al alguacil y al escribano con cien escudos y «de presente una vueltecilla de cadena»95 para que compliquen la situación del viejo y acabar sacándole otros dos mil escudos. Desengañado, «sin despedirse de nadie, se partió a Granada, llena el alma de un gran dolor de lo sucedido; pero al fin alumbrado de la razón, reconoció que aquel aviso bajaba del cielo y comenzando a ser discípulo en la escuela de la verdad, tomó tan vivo escarmiento en tan peregrino suceso que de allí adelante fue honestísimo y cuerdo casado»96. Se entiende que se rectifica y deja de engañar con su aspecto físico y vive su edad. En suma, el afeite masculino, el que falsea la apariencia, es tan nocivo como la mentira, como se ve en la aventura de don Francisco, pues destruye su identidad de hombre anciano y noble respetable. 4. «La niña de los embustes» Encontraremos nuevamente una especie de sermón a lo Guzmán de Alfarache, sobre los cosméticos o afeites femeninos, en el marco de la novela «La niña de los embustes», última de la colección de Salas Barbadillo, en la que se retoma el personaje de la Teresica de «El escarmiento del viejo verde». Bajo el título «Boca de todas verdades

Salas Barbadillo, Obras, p. 114. Salas Barbadillo, Obras, p. 114. 95  Salas Barbadillo, Obras, p. 177; la vueltecilla de cadena era un tipo de adorno sobre el puño de la camisa. 96  Salas Barbadillo, Obras, pp. 117-118. 93 

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toma las armas contra el afeite de las mujeres y aborrece tan torpe introducción»97, se inserta un discurso en el que se ahonda en conceptos ya plasmados en los textos previos. El maquillaje de una mujer anciana, que oculta su edad, la vuelve «verdadera imagen, porque iba muy pintada»98 y hace huir a Boca, despavorido, porque identifica la imagen maquillada con lo demoniaco, es decir lo pecaminoso, lo falso y lo impuro. Para ejemplificarlo, Boca narra el cuentecillo de la mujer sevillana, entrada en años, muy maquillada, que tenía «cuatro carbones no encendidos, porque sus dientes no eran más de cuatro, y tan negros, que no les viene larga la comparación»99. Estando de visita en casa de dicha vieja, Boca escupe sobre una alfombra. La mujer le dice que la próxima debería hacerlo en «lo más sucio de la casa»100 y el loco obedece escupiendo a continuación en su rostro. El pasaje bebe del recurso satírico que contrapone la belleza a la repugnancia de los insumos que se usan en el maquillaje y su efecto asqueroso sobre el rostro, pues lo deforman y contaminan101. Ahora bien, el cuentecillo de Boca en el sermón tiene al menos dos versiones previas y en ambas se escupe no sobre el rostro maquillado, sino en el rostro de un hombre muy feo en el anónimo Dichos famosos, manuscrito con letra de fines del siglo xvi, o en el de un hombre vanidoso o mundano (que solo se fija en el exterior y descuida las virtudes, la «belleza» del alma), en la Censura de la locura humana de Jerónimo de Mondragón. En las tres ocasiones, eso sí, el protagonista, quien escupe, es un loco o un bufón, vir facetus que moraliza mediante sus actos extravagantes o fuera de la etiqueta. Escupir contravenía la regla del Galateo español, que decía que al estar en la mesa «débese el hombre en aquel tiempo guardar de escupir y si se hiciere, sea por buena manera, disimuladamente»102. Las versiones anteriores, sin embargo, se centran en hombres que merecen el escupitajo por su apariencia que no encaja con la norma. En los Dichos famosos se trata de «un criado del rey de feísimo aspecto», que contrasta con la lujosa cámara del rey, adonde es invitado el bufón Queraldo103. En Censura Salas Barbadillo, Obras, p. 245. Salas Barbadillo, Obras, p. 247. 99  Salas Barbadillo, Obras, p. 251. 100  Salas Barbadillo, Obras, p. 251. 101  Arellano, 1984, p. 53. 102  Gracián Dantisco, Galateo español, p. 181. 103  Más de mil y un cuentos del Siglo de Oro, p. 445. 97 

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de la locura ­humana de ­Jerónimo de Mondragón, se escupe a los falsos y presumidos de su aspecto físico: conducta que merece reprobación moral, pues el escupitajo del loco «dio a entender ser mayor la suciedad del alma, estando en el pecado, que la del cuerpo»104. La censura de las mujeres maquilladas, entonces, cuenta con antecedentes masculinos en la tradición literaria de la época. Quizás por ello la novela de «La niña de los embustes» no apunta a los afeites de la pícara, sino a los de una de sus víctimas masculinas. Si en «El escarmiento del viejo verde», el origen de la vieja Emerenciana en Alcalá de Henares armonizaba con sus rasgos celestinescos, tan vinculados al mundo universitario, en esta última novela las acciones ocurren en Salamanca, específicamente en sus «escuelas» o facultades105. El ambiente universitario es picaresco, pues, ya se sabe, desde el Guzmán y el Buscón, que los estudiantes son los pícaros por antonomasia y la prostitución, en mancebías o de forma más sofisticada, era moneda corriente. A eso juega la joven Teresa tras la muerte de su maestra, la vieja Emerenciana, pues se dedica a seducir y robar, con arte, a sus galanes en Salamanca, lo cual no deja de tener gran mérito, de acuerdo con el narrador, pues las traiciones de la pícara son «tanto más lucidas cuanto ejercidas entre la gente de mayor ingenio del mundo, que son los estudiantes»106. Su víctima inicial es don Fadrique, un joven caballero impetuoso, aunque temeroso de Dios, de quien ella se burla haciéndole creer que hay un muerto en su casa, aprovechando las dos puertas (la principal y la falsa o trasera). Definido como «mancebo virtuoso», solo tenía el vicio de la carne, aunque también se le observa el hecho de que es, en verdad, «más vano que lujurioso»107, por lo que se solazaba contando su lance amoroso antes que otra cosa. Con ese matiz se le disculpa mucho más de lo que ya se hace en su descripción inicial, pues la lujuria era comprensible a los veinte años, «por la juventud briosa, sujeta naturalmente a semejante f laqueza»108. Por ello, arrepentido de su lujuria (como si el velorio con el que se topa en casa de Teresica funcionara como memento mori), el galán se va de Mondragón, Censura de la locura humana, p. 169. Un análisis que considera el aspecto de «literatura universitaria» de esta novela, así como las conexiones del personaje de Teresa con la tradición popular se encuentra en Rodríguez Mansilla, 2009, pp. 112-123. 106  Salas Barbadillo, Obras, p. 255. 107  Salas Barbadillo, Obras, p. 258. 108  Salas Barbadillo, Obras, p. 257. 104  105 

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Salamanca para alejarse de las tentaciones viviendo en el campo. Esta es una recreación de uno de los motivos más caros a la narrativa de Salas: la misantropía provocada por la inadaptación del protagonista (quien no sabe salir adelante en sus empresas, por ingenuidad o falta de habilidades sociales) solo encuentra su sosiego en la soledad. El aislamiento de los personajes de Salas sería una forma de protesta frente al nuevo entramado urbano en el cual no saben conducirse109. De tal manera, don Fadrique se partió a un lugar de su padre, pequeño en vecindad y apacible, por la ribera hermosa de un río, que le hacía suave compañía, sitio que eligió con prudencia, por parecerle que en aquellas soledades se ofrecían menos ocasiones en que, tropezando los ojos, se descalabrasen los deseos, tratando de librar el espíritu de ocupaciones, para que con esto pudiese entregarse, sin contradicción ni estorbo, con todas veras y resolución de ánimo cristiano a la contemplación alta de los misterios superiores110.

Tras las grandes ganancias de la conversión de don Fadrique, quien le donó joyas y galas, se introduce un comentario del narrador, que resalta el hecho de que Teresa disfruta burlando a los ingeniosos, por superar sus habilidades, tanto como a los vanidosos: No es su fin desnudar a los bien vestidos y más en tiempo que ella tiene tanta y tan buena ropa, sino burlar a los sutiles y bien entendidos, poner debajo de sus pies a los que el mundo reverencia por sabios, ser el cuchillo de los altivos ingenios, azote y fuego de los que pregonan lindezas, dando mano, hilando los bigotes, componiendo a sus tiempos el copete, para un hombre infame y vergonzoso cuidado111.

Nótese que no se censura a los «bien vestidos», en tanto caballeros idóneos, correctos, pues ella también tiene «tanta y tan buena ropa», sino que se apunta tanto a los que cultivan la belleza del alma (los 109  García Santo-Tomás, 2008, pp. 70-74. Conviene recordar en este punto a los otros personajes salasianos que se recluyen: la Teodora de «La dama del perro muerto», melancólica y frustrada por el rechazo del caballero, y el don Francisco de «El escarmiento del viejo verde», confinado en su habitación, sin saber cómo proceder con Teresica. 110  Salas Barbadillo, Obras, p. 257. 111  Salas Barbadillo, Obras, p. 263.

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«sutiles y bien entendidos») y, por otro lado, a los que, devotos de los afeites masculinos, caen en la figura del lindo, aquel que va «hilando los bigotes, componiendo a sus tiempos el copete», es decir, cuidando la compostura del bigote galán y el peinado, tal vez con cabello postizo, para embellecer el marco del rostro, otra faceta del maquillaje. Por ello, el segundo burlado por Teresa en Salamanca es un caballero lindo o afectado, de quien se detallan comportamientos exagerados: obsesionado con la limpieza, con un ego colosal y necesitado de ser el centro de atención por su supuesto ingenio, «era tan negro de relimpio, que sobre las esteras se podía comer; escuchábase cuando hablaba y reíase él mismo sus gracias, acompañándole todos aquellos que le querían por amigo, pues para cobrarle por enemigo mortal no era menester más que mesurársele al tiempo que él decía alguna cosa con intento de que hiciera cosquillas al auditorio»112. Sus esfuerzos de destacar con su discurso se acompañan de un vestido esmerado: «Su manteo, su beca, sus guantes, su cuello, sus vueltas, era en todo tan diferente de los demás, que él hacía colegio de por sí»113. Recuérdese que la suciedad era criticable, porque se identificaba con la pobreza, el deterioro y lo repugnante (el rostro de la vieja, sus dientes negros); pero lo opuesto, ser hiperlimpio, también era censurable, porque expresaba afectación (el ideal de higiene se vuelve ridículo por lo excesivo). El cortesano se configura como un todo, es la suma de su vestimenta, sus acciones y su discurso, de allí que el lenguaje del personaje del lindo Narciso sea afectado también. En su cortejo a Teresica no deja de lucirse por escrito: «Escribiola luego un papel en el lenguaje dificultoso y estudiado que él hablaba, que si Teresica no tuviera buena voluntad de entenderle, que este es el mejor intérprete, hubiera menester socorrerse en esta necesidad de los vecinos»114. Más adelante, «descalabrábala con versos tan duros que parecían prosa; crucificábala con prosa tan rodeada de epítetos que parecía verso, para que por todos los medios y modos humanos se venciese aquella dificultad»115 de conquistarla. En suma, el lindo es afectado en el vestir, en sus actos y en el hablar. Con

Salas Barbadillo, Obras, p. 263. La impertinencia del que desea agradar a toda costa u ostenta ingenio en vano también aparece el Galateo español: «El reír toca al que oye y no al que dice» (p. 184). 113  Salas Barbadillo, Obras, p. 264. 114  Salas Barbadillo, Obras, p. 265. 115  Salas Barbadillo, Obras, p. 265. 112 

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razón, García Santo-Tomás observa que en la cosmovisión barroca que desarrolla Salas Barbadillo, «la escritura [o el discurso, por extensión] se convierte, entonces, en otro maquillaje más»116. Para darle fin al cortejo y dar paso al merecido castigo al lindo, Teresica lo hace entrar una noche a su casa, secretamente, haciéndole creer que se va a acostar con él, cuando en realidad lo hace una esclava negra. De nuevo aprovechando la puerta falsa, Teresa, en muestra de gran ingenio, logra un doble engaño, pues no solo burla al lindo (dándole cambiazo) sino también a otro galán suyo, el hijo del corregidor de Salamanca, don García; con lo que consigue que su honor quede intacto, como dama inalcanzable y por todos deseada. La burla es revelada por don García (aunque este también es burlado, ya que entró a la casa pensando encontrar a Teresica in fraganti), por los alguaciles y otros funcionarios de la justicia, frente a los cuales el galán queda en ridículo (así lo era acostarse con una esclava negra pensando que lo hacía con la dueña de la casa) y mucho más en los días siguientes, cuando empieza a circular la noticia de la afrenta, con exageraciones aún peores sobre su reputación, por toda Salamanca. El galán queda afrentado porque luego el sentir popular de la ciudad teme que caiga en el pecado nefando (al que se alude con el «garrote» y la quema del cuerpo en la hoguera) debido a su obsesión con el cuidado corporal: ¡Plega a Dios, decía este (haciendo una exclamación muy dolorosa, suspendiendo los ojos en el cielo y juntando las palmas), que no se despeñe aún a peores delitos! Porque señores míos, a mí nunca me agradó mucho aquel hombre; siempre me olió mal tanto oler bien; y todas las veces que le miraba aquellas manos, que él traía con tanto cuidado, acá en el corazón le pronosticaba que había de morir (plega a Dios que yo me engañe, que aún no estoy fuera de la opinión) de un mal de garganta, no el que llaman garrotillo, sino garrote entero, dándole por sepultura, no el elemento de la tierra común a todos, sino el del fuego, sepulcro el día de hoy de infelices y miserables hombres117.

Los olores formaban parte de la configuración de la persona de un cortesano; en los textos de la época abundan las referencias al ámbar para perfumar guantes y prendas de vestir. En Don Quijote de la M ­ ancha

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García Santo-Tomás, 2008, p. 148. Salas Barbadillo, Obras, pp. 272-273.

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(parte I, capítulo XLVII), por ejemplo, el caballero don Fernando olía «a ámbar de media legua»118. Sin embargo, la búsqueda del buen olor a toda costa («siempre me olió mal tanto oler bien») indicaba en los hombres afeminamiento. Los perfumes, como elemento cosmético, engañan y determinan el género119. Recuérdese, simplemente, a la prostituta «más perfumada que niño aojado»; de allí se deriva la crítica del lindo. Al respecto recomienda el Galateo español el término medio: «Ni debe andar nadie sucio ni oloroso, porque lo uno es de poltrones y lo otro de afeminados, y lo que mejor le está al gentil hombre es oler a nada, que es ni bien ni mal, que esta es la mejor limpieza»120. El cuidado de las manos en el hombre también se fustigaba. Guzmán de Alfarache decía de su supuesto padre que «traía copete y sienes ensortijadas» y usaba «untos y artificios de sebillos» para suavizar las manos, concluyendo que tales «son actos de afeminados maricas»121. Este lindo parece reformarse, pues, aunque abandona los estudios, marcha a las Indias, donde se acomoda con un tío suyo rico que lo hace su heredero. En los desenlaces de ambas víctimas de Teresa se observa el sesgo aristocrático de la burla, que le da al noble el privilegio de la duda en torno a su moralidad y su carácter de individuo redimible122. Hasta este punto, Teresa triunfa y su inocencia se esparce en la ciudad, «con que todas las hazañas de su ingenio se dieran por bastantemente premiadas»123. Al poco tiempo, se casa con el hijo de un mercader («a pesar de todo su linaje», como observa el narrador124), aunque se precipita también el justo castigo a sus propios vicios, ya que en tanto burladora menor (por plebeya) acabará siendo burlada: su marido muere al mes de haberse casado, y tiempo después su criada le roba y revela sus secretos. Como resultado, la protagonista tiene que irse de la ciudad. Así, las burlas de Teresa son admitidas por su carácter de reprensión, en principio, dadas las tachas morales de sus víctimas, merecedoras de reforma, pero la novela culmina con la censura de su propia conducta, pues la guía la codicia y la vanidad de quien se cree capaz de burlarse de los más aventajados ingenios de la ciudad ­universitaria, con lo que Cervantes, Don Quijote, p. 483. García Santo-Tomás, 2008, pp. 146-150. 120  Gracián Dantisco, Galateo español, p. 179. 121  Alemán, Guzmán de Alfarache, vol. 1, p. 140. 122  Vitse, 1980, pp. 115-116. 123  Salas Barbadillo, Obras, p. 273. 124  Salas Barbadillo, Obras, p. 274. 118  119 

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volvemos a la misoginia tradicional de la picaresca. Dada su baja extracción e inmoralidad innata, el narrador cierra su relato anunciando que Teresa prosigue la misma mala vida en Valencia, tierra de placeres mundanos, en el imaginario de la época125. Como se ve, en el personaje de Teresa no se encuentra mayor censura al maquillaje o a la vestimenta como defectos femeninos, sino que se explota su carácter de instrumento de reforma para conductas reprensibles, de la mano de un humor basado en las burlas aleccionadoras que deben ser motivo de goce para los lectores: «Tiempo tendremos y pluma más bien cortada (dice el narrador) con que referirlas a los amigos de buen gusto que saben celebrarlas»126. Se pondera el buen gusto de los que disfrutan los lances picarescos de la muchacha, en desmedro de aquellos que son sus víctimas potenciales, los ingenuos, los lujuriosos o los lindos que ignoran los peligros de la astucia femenina en la ciudad. El narrador de Corrección de vicios se dirige entonces al público para advertirle de una crisis de masculinidad, expuesta por Teresica: la del viejo verde (que no reconoce su edad y escarmienta), la de don Fadrique (rijoso que se reforma) y la del lindo anónimo que se va a las Indias para dejar atrás las sospechas de afeminamiento que circulan sobre él en Salamanca. Los tres personajes masculinos abandonan ciudades peligrosas para inexpertos (la corte de Valladolid y la estudiantil Salamanca, ambas plazas idóneas para la picardía)127. 5. Conclusión Estos textos despliegan motivos picarescos, mas puestos al servicio de causas particulares. Las ciudades exigen a los personajes (tanto masculinos como femeninos) determinados comportamientos para alcanzar sus fines (ora lícitos o ilícitos) que les representan desafíos de adaptación. Algunos lo hacen con mayor fortuna que otros: Teodora, la dama del perro muerto, como forastera, no mantiene el decoro y su arrogancia (puesta en evidencia por sus exagerados arreglos y ropajes) la condena a ser castigada y expulsada, aunque como buena pícara, su Herrero García, 1966, pp. 305-311. Salas Barbadillo, Obras, p. 275. 127  La cuestión de la crisis de la masculinidad, que se ref leja en la producción literaria del xvii, se sintetiza en Armon, 2015, pp. 10-14. 125 

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vida proseguirá en Italia; Teresa goza de mayor simpatía del narrador dado que usa el ingenio, sabe mantener las apariencias (guarda el decoro de la vestimenta) y, aunque practica el engaño, sus burlas se dirigen a caballeros susceptibles de ser reformados, con lo que resulta tolerable y simpática128. Los varones de las novelas también se dividen entre los que aplican el ingenio y reconocen su propio lugar en la sociedad (los soldados toledanos que planifican la burla de la dama del perro muerto, cuyas habilidades literarias ref lejan las de Boca y el mismo Salas Barbadillo, ambos igualmente toledanos agudos); y, por otro lado, los que fracasan en sus pretensiones por hábitos censurables (el viejo que no reconoce su edad, el lujurioso que no puede quedarse callado, el lindo insoportable para los demás). En todos los casos, la mirada satírica que reciben los objetos en estos textos condena el exceso y el consumismo (expresado en los afeites y la moda), proponiendo un criterio de buen gusto, basado en la mesura en palabras y actos, evitando lo disconforme o afectado, para ambos géneros, en la estela del Galateo español. La picaresca se vuelve entonces un campo de debate en torno a prácticas culturales, la capacidad de adaptación de los sujetos en el entorno urbano, así como la elaboración de una perspectiva moralizante que se aboca tanto a los hombres víctimas de las burlas de Teresa como a censurar conductas femeninas, por la misoginia predominante. Esto último se hace con delicadeza, pues, no lo olvidemos, la receptora de las novelas, dentro de la trama de Corrección de vicios, es una dama, Ana de Suazo, cuyo status en la corte y sus dotes para el canto y su elocuencia129 la hacían una lectora atenta, discreta y, sobre todo, capaz de distinguir el trigo de la paja: entre perfumes, cuellos, versos satíricos y galanes de toda laya.

128  Para ilustrar la variedad y riqueza del mundo narrativo de Salas Barbadillo, viene al caso un trabajo reciente de Manuel Piqueras Flores, quien ha identificado un personaje femenino que escapa de la mecánica que hace de un personaje femenino humilde en un ambiente degradado necesariamente una pícara. En El subtil cordobés Pedro de Urdemalas, aparece el personaje de Marina, que pasa de moza de mesón a dama y a la que Pedro hace que mejore su vestimenta y le consigue un maestro de canto para resaltar más su belleza. Así, la humilde muchacha se inserta en el mundo de las mujeres nobles de Valencia, sin incurrir en malas artes, con lo que se vuelve «primer contraejemplo de la picaresca femenina» (Piqueras Flores, 2020, p. 723). 129  López Martínez, 2020, pp. 82-83.

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TERESA DE MANZANARES: EMBUSTERA, PÍCARA, OBRERA, VÍCTIMA1 TERESA DE MANZANARES: DECEITFUL, RASCAL, WORKER, VICTIM José Manuel Correoso Rodenas Universidad Complutense de Madrid 0000-0002-8732-9970

Resumen: La literatura barroca se caracteriza, en muchas ocasiones, por su marcado dualismo entre la pervivencia de modelos tradicionales y el avance hacia otros nuevos, a veces fruto de la hibridación literaria. El caso de la novela picaresca no es una excepción. Nacido durante el Renacimiento de la mano de Lázaro de Tormes, el modelo original se consagra y se amanera en obras como El Buscón o Guzmán de Alfarache, dando lugar a arquetipos nuevos que van dando su forma definitiva a la literatura picaresca. Por otro lado, la picaresca protagonizada por mujeres viene a añadir una nueva vuelta de tuerca a este proceso. El principal objetivo del presente capítulo es analizar cómo Alonso de Castillo Solórzano, a través de su novela La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, va un paso más allá en la concepción del modelo picaril. La suya no es una pícara al uso, sino que, a las características de esta tipología de personajes, añade otras que, tradicionalmente, se encuentran en las antípodas narrativas, como pueden ser el mantener un oficio claro (y más o menos estable), o el convertirse en víctimas en determinados pasajes.

Este capítulo forma parte de las actividades de los Grupos de Investigación «Poéticas y textualidades emergentes. Siglos xix-xxi» (Universidad Complutense de Madrid) y «Estudios Interdisciplinares en Literatura y Arte -LyA-» (Universidad de Castilla-La Mancha), así como del Proyecto de Investigación Aglaya (H2019/HUM-5714), cofinanciado por la Comunidad de Madrid y el Fondo Social Europeo. 1 

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Palabras clave: Alonso de Castillo Solórzano; Teresa de Manzanares; picaresca femenina; anti-picaresca; antihéroe. Abstract: Baroque literature is usually characterized by its omnipresent dualism between traditional models and a constant advancement towards new ones (sometimes as a result of a literary hybridization). Picaresque novel is not an exception. Born as a genre along with Lázaro de Tormes, the original model is consolidated (and sometimes mannered) by works such as El Buscón or Guzmán de Alfarache, creating new archetypes that slowly produce the definitive format of the picaresque. On the other hand, feminine picaresque added a new turn of the screw to this scheme. The main objective of this chapter is to analyze how Alonso de Castillo Solórzano, via his novel La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, goes a step beyond. His protagonist is not the usual rascal, but she incorporates features belonging to other narrative categories, sometimes opposed to the picaresque. Some of these are the fact of having a clear (legal and stable) profession, or becoming a victim in certain scenes. Keywords: Alonso de Castillo Solórzano; Teresa de Manzanares; feminine picaresque literature; anti-picaresque; antihero.

A pesar de que esta afirmación constituya un lugar común de los estudios filológicos, la literatura, y la narrativa con especial virulencia, es fiel ref lejo de la sociedad en que viene al mundo y, como tal, ref leja las virtudes y defectos de la misma. Por ende, no es de extrañar que los períodos de crisis económicas, políticas, etc., hayan constituido escenarios para una ferviente actividad intelectual y literaria. En las sucesivas crisis que afectaron a la Monarquía Hispánica durante el Siglo de Oro, son numerosos los ejemplos literarios que vinieron a ref lejar los entresijos del gran imperio europeo (aunque de estrella cada vez más declinante). Entre todos estos ejemplos, la literatura picaresca se alza como el más ilustrativo de la retaguardia de España, mostrando un estado inmerso en los dramas de la Modernidad pero que no acababa de dejar atrás los vicios del medievalismo, creando, en consecuencia, una anomalía antropológica2. Una singularidad que se acentúa si se Alexander A. Parker, en 1967, llevó a cabo una evaluación acerca de por qué la literatura picaresca nace precisamente en España, dejando de lado, sorprendentemente, las causas materiales: «Two possible non-economic conditions have been suggested to account for the picaresque novel. The first is that maidof-all-work in much speculation by Spaniards on their own culture – the national character. This, it has often been held, is compounded of the chivalrous, the mystical, and the picaresque. The last of these qualities, which is the obverse of the other two, is promoted to the status of typically Spanish attitude to life, namely the tendency to shirk or evade responsibility» (Parker, 1967, p. 13). 2 

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tiene en consideración el origen y primer desarrollo, primordialmente hispánico, del género. En palabras del crítico Juan Bravo Castillo: Es lógico que nos preguntemos qué circunstancias concurren en su alumbramiento y por qué nace en España precisamente. A menudo se ha intentado dar razón de este hecho a partir únicamente del contexto social imperante en un momento histórico particularmente adverso en el que, como pocas veces, proliferaron la delincuencia y el vagabundeo en España. Es evidente que la singularidad de la Península Ibérica […] hace de este país un mundo aislado y con unos rasgos radicalmente distintos de los que empiezan a imponerse en la mayoría de los países de la Europa occidental […]3.

Aunque las aseveraciones de Bravo Castillo puedan pecar de un cierto radicalismo clasificatorio4, sí es cierto que sus postulados esconden algunos de los rasgos esenciales de la literatura picaresca (o del picarismo en la literatura). Como se tendrá oportunidad de ver más adelante, estas características serán, en parte, cuestionadas por la creación «heterodoxa» de Alonso de Castillo Solórzano (1584-1647).

Bravo Castillo, 2003, pp. 197. El contexto bélico internacional será una buena prueba de ello, como apunta Soledad Arredondo en su introducción a Teresa de Manzanares: «Cuando en 1632 se publica La niña de los embustes, España es todavía una gran potencia, pero cada vez más insistentemente amenazada por diversos f lancos. La Europa que conoce Alonso de Castillo Solórzano es la de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), conf licto internacional que viene a sumarse al enfrentamiento con Holanda, reanudado en 1621, tras expirar la tregua firmada en el reinado de Felipe III. A estos dos frentes abiertos se les añade, primero, la guerra declarada por Francia en 1635, y poco después las rebeliones de Cataluña y Portugal, en 1640. Esta serie de guerras condicionan negativamente el reinado de Felipe IV, y permiten comprender por qué el siglo xvii suele relacionarse con la crisis y la decadencia de la Monarquía Hispánica» (Arredondo, 2016, p. 9). No se consignarán aquí los pormenores históricos de estos conf lictos; para ello, se remite al lector a estudios como los de Parker (1984), Bonney (2002) o Wilson (2009). La literatura picaresca o «picaril» encontró en este contexto de mundo en cambio un caldo de cultivo magistral para sus representaciones, como prueban la anónima La vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo (1646), Der abenteuerliche Simplicissimus Teutsch (1669) de Hans Jakob Christoffel von Grimmelshausen (1621-1676) o los estudios de Alexander A. Parker (1967) y Daniele Arciello (2019), incluidos en la Bibliografía. 3  4 

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Cuando se piensa en la figura del pícaro aurisecular, existe un claro arquetipo que todo lector espera encontrar, correspondiente, en buena medida, con las trazas de Lázaro de Tormes, del buscón Pablos o de un tal Guzmán de Alfarache: hijo de poco honrosos padres, con una familia envuelta en problemas con la justicia (secular y/o inquisitorial), ladrón, timador, etc. Por otro lado, si estima cuál sería el arquetipo de la pícara femenina, llámese Justina o sea hija de Celestina, a todo lo antes mencionado ha de añadirse la decrepitud moral como complemento. Esta última característica, en la mayor parte de las ocasiones, se manifiesta a través de recurrir a la prostitución como método de vida, como apunta Soledad Arredondo5, consecuencia realista de la sociedad barroca y de la pluma masculina del Siglo de Oro6. En palabras de Mireya Pérez-Erdelyi: «El concepto de la mujer en la picaresca está condicionado más que todo por la tradición ascética y misógina. Por lo tanto, a la mujer se la presenta como lasciva, la concreción humana del mal y consiguientemente representa el mayor peligro para el hombre»7. Sin embargo, existen unos ejemplos en los que las características previas quedan subvertidas, en que su autor gesta unas pícaras que escapan de los encorsetados moldes que la sociedad y la estética de los siglos xvi y xvii proporcionaba. Nos estamos refiriendo, como se desprende del título, a la obra de Alonso de Castillo Solórzano y, más concretamente, a sus novelas La niña de los embustes, Teresa de Manzanares (1632) y La garduña de Sevilla (1642)8, protagonizadas por mujeres, Arredondo, 1993. Como ejemplifican La pícara Justina (1605), de Francisco López de Úbeda (ca. 1560-ca. 1606) o La hija de Celestina (1612), de Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo (1581-1635). Fuera de nuestro país, quizá el ejemplo más consumado sea Moll Flanders (1722) de Daniel Defoe (ca. 1660-1731), con quien C. Blanco Aguinaga (1983) y Soledad Arredondo (2016, pp. 34-35) comparan a Teresa. Todos los rasgos distintivos de la picaresca (y de la picaresca femenina en particular) han sido estudiados en innumerables ocasiones por multitud de críticos procedentes de muy diversos ámbitos. Quizá, como resumen, cabría mencionarse la aportación de Mireia Vicente Baldrich, 2016, pp. 28-33 y pp. 46-53. 7  Pérez-Erdelyi, 1979, p. 28. 8  Este segundo título sería una secuela de su también novela picaresca Aventuras del bachiller Trapaza (1637), algo sobre lo que ref lexionará Jacques Joset: «Entre las aventuras del bachiller y las de la garduña hay una serie de vínculos […]. El Trapaza, que bien hubiera podido ser una novela de estructura cerrada (al principio de la novela, el padre de Trapaza está condenado a galeras como el hijo al final), no lo es ya que se anuncia la continuación. En realidad, el principio 5  6 

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Teresa y Rufina respectivamente. Aunque entre Rufina y Teresa no existe ninguna relación de parentesco, como se tendrá ocasión de ver más adelante, ambas novelas (y ambas protagonistas) sí que guardan entre sí una interesante relación estructural. Uno de los elementos que sellen esta afinidad será la mención a la alquimia que aparece en ambas narraciones9: Sin esto, por hacer más número, rogué a don Jerónimo me trujese otras, si tenía algún lapidario conocido […], en tanto me las traía, yo me previne de cantidad de alambiques y de fornacha, poniendo en astillero la distilación para que la viese el licenciado10; Comenzóse, pues, a forjar la burla comprando Garay algunas cosas que él encarecía valer mucho a Octavio, y todo era engaño; previno nuevas hornachas, nuevos crisoles y alambiques, diciendo que los que allí había no eran a propósito11.

Este elemento, junto con el propio devenir de los personajes, contribuye a la construcción del fresco social de que hace gala la novela picaresca, como bien han puesto de manifiesto Miguel López Pérez o Alberto Montaner 12. Como se puede deducir de lo antedicho, el principal objetivo del presente capítulo es establecer un análisis de las particularidades que la narrativa de Alonso de Castillo Solórzano presenta para con el género picaresco. Para ello, la argumentación de las siguientes páginas se va a centrar en la primera de las novelas mencionadas, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, por presentar esta una serie de características específicas que la convierten en especialmente relevante para

de la historia de Rufina, hija del bachiller, nos cuenta los últimos años de vida y muerte de Hernando» ( Joset, 1986, p. 28). Según Magdalena Velasco Kindelán, a esta tríada habría que añadir las narraciones «El Protheo de Madrid» (1625) y «Las harpías de Madrid y coche de las estafas» (1631) (Velasco Kindelán, 1983, p. 81). El primero de estos títulos apareció en la colección Tardes entretenidas (1625), y el segundo en Las harpías en Madrid (1631). 9  A las que habría que añadir la mencionada Las harpías en Madrid, según Sébastien Riguet, 2016, pp. 507-522. 10  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 172. 11  Castillo Solórzano, La garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas, p. 103. 12  López Pérez, 2000; Montaner, 2016.

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el lector y para la crítica. Como se expresa en el título, y como se verá a continuación, Teresa no es una pícara al uso, pues comparte pocas de las características arquetípicas del género, presentando, de hecho, rasgos que la convierten en una antítesis del pícaro clásico13. Si Lázaro de Tormes es el prototipo de los pícaros de la literatura española, y el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán su arquetipo (y su culminación estética14), las pícaras de Castillo Solórzano, y Teresa entre ellas, constituiría una categoría diametralmente opuesta. Como se verá en los párrafos siguientes, el marcado «antiheroísmo» que caracteriza a la novela picaresca se sublimará en el ejemplo objeto de estudio. Los pícaros (independientemente de su autoría o, incluso, de su contexto socio-geográfico), posiblemente sin aspirar a ello, comienzan poco a poco a suplantar la categoría del héroe medieval y renacentista15, a

13  Esta característica es especialmente relevante, pues no se da (o no se da con tanta intensidad) en toda la producción picaresca de Alonso de Castillo Solórzano. Por ejemplo, si atendemos a la mencionada Aventuras del bachiller Trapaza, aunque con algunos rasgos distintivos que se mencionarán más adelante, se puede apreciar que, en esencia, Hernando de Quiñones sigue el modelo «esperable» en un pícaro aurisecular. Jacques Joset dirá al respecto: «El mismo personaje de Trapaza y el concepto central del “engaño”, a la vez motor de las peripecias y verdadera actitud moral, integran la figura antitética de la narración. En efecto, dos rasgos perfilan a Trapaza: lo que es realmente, un estudiante burlón y jugador, y lo que quiere parecer o quisiera ser, un caballero. Como puente entre ambos elementos de la oposición, funciona la doctrina del “valer más”, del “medrar”, sostenida por un sistema de justicia inmanente y distributiva que coloca al individuo en su lugar debido, por más que se esfuerce por romper el equilibrio social» (Joset, 1986, p. 23). 14  Fernando Rodríguez Mansilla ha debatido con gran maestría acerca del empeño de Castillo por construir modelos picariles «a destiempo»: «Una pregunta que viene por sí sola es la siguiente: ¿a qué escribir textos de índole picaresca cuando la eclosión de este género se dio a principios del siglo xvii? En verdad, Castillo Solórzano había ya escrito una novela corta con un pícaro como protagonista […], apelando a los lugares comunes en torno al mito literario que ya constituía la picaresca. Si […] la picaresca fue escrita por conversos como medio de expresión de su malestar frente a la sociedad de su tiempo, no se entiende en primera instancia que un escritor con el perfil de Castillo Solórzano (de origen noble, aunque humilde, conservador y arribista) haya dedicado su pluma a escribir este tipo de ficción, salvo que, como es el caso, se encuentre en él un replanteamiento de la picaresca en función de su particular ideología» (Rodríguez Mansilla, 2012, p. 18). 15  No se entrará aquí a valorar las supuestas implicaciones heroicas que algunos de estos pícaros hayan podido adquirir con subsiguientes reinterpretaciones o reescrituras.

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tenor de los cambios sociales que se estaban produciendo16. Es posible pasar de los caballeros artúricos (y aun de los andantes) a los lázaros en virtud de una sociedad cuya economía, cuyas guerras e, incluso, cuya religión, se han vuelto tremendamente seculares17. Si al antihéroe del párrafo anterior se le caracteriza, en el Diccionario de la lengua española, como «Personaje destacado o protagonista de una obra de ficción cuyas características y comportamientos no corresponden a los del héroe tradicional»18 (a la manera del hidalgo manchego) Teresa de Manzanares puede justamente recibir el nombre de anti-pícara19 (aunque Antonio Rey Hazas dijera en 1986 «[…] desde una perspectiva puramente formal, sólo Teresa de Manzanares es una novela picaresca cabal y enteriza»20). La estética de la picaresca de Castillo Solórzano es la estética del western crepuscular. Más allá del pícaro «canónico», Teresa de Manzanares (y, en buena, medida, los otros pícaros del autor) no cumplen con lo que se espera de ellos, ni se adhieren a un modelo narrativo que el lector pueda identificar con una razonable sencillez, aunque, en ocasiones, se recurra a elementos característicos de la picaresca más «tradicional». A pesar de la falta de evolución psicológica de los pícaros de Castillo que aduce Velasco Kindelán 21, la niña de los embustes sí que se ve sujeta a variaciones, resultado de los avatares por los que va discurriendo su existencia. Antes de proceder con el estudio pormenorizado de Teresa de Manzanares, quizá sea conveniente detenernos un poco en la vida de Alonso de Castillo Solórzano. Buena parte de la crítica 22 reconoce hoy Ver Bravo Castillo, 2003, p. 200. Aunque esta realidad, según Velasco Kindelán, 1983, 92, sea estática: «El panorama social aparece como una serie de cuadros inmóviles por los que el protagonista se mueve con agitación». 18  Edición digital del Diccionario de la lengua española (edición del Tricentenario), disponible en https://dle.rae.es/antih%C3%A9roe?m=form. 19  Aunque esta acepción pueda ser problemática, pues el teórico del relato antiheroico Freire Sánchez, 2022, 13, afirma que el antihéroe «[…] no es bufón ni un pícaro que únicamente intenta sobrevivir». 20  Rey Hazas, 1986, p. 85. 21  Velasco Kindelán, 1983, p. 92. 22  Cotarelo y Mori, 1906; Soons, 1978; Joset, 1986; Rey Hazas, 1986; Arellano, 1989; Bonilla Cerezo, 2012; Rodríguez Mansilla, 2012; Navarro Durán, 2019; entre otros. A estas referencias, cabría añadir las recientes ediciones de José Manuel Correoso Rodenas (2022), tanto de «La fantasma de Valencia» como de una selección de capítulos de Aventuras del Bachiller Trapaza. 16  17 

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un origen valenciano a este literato nacido en Tordesillas.Así, como bien expresa Rafael Bonilla Cerezo, hubo que esperar tres centurias para datar fehacientemente su nacimiento: «Tres siglos después, gracias a la publicación de su partida de bautismo (01-10-1584), la villa de Tordesillas (Valladolid) quedó definitivamente legitimada como sede natal de Castillo, confirmándose, al tiempo, la ascendencia valenciana de sus padres […]»23. Por el contrario, la fecha exacta y lugar de su muerte siguen siendo una incógnita. Mientras vivió, Alonso de Castillo Solórzano fue sujeto de una vida paralela a la de muchos de sus personajes, e interrelacionada con algunas de las tramas que ingenió24. Por ello, es posible rastrear su biografía prestando atención a algunos de los títulos que salieron de su pluma25. Quizá, una de las exposiciones más relevantes acerca de la producción de Castillo Solórzano sea la que ofrece Fernando Rodríguez Mansilla: Castillo Solórzano no inventa nada nuevo. Sigue los pasos de la tradición literaria que recibe, en particular la cervantina en lo que se refiere a las novelas cortas. Su mérito, dentro de esta utilería heredada, es el de ingeniárselas para crear ficciones atractivas, dentro de la convención literaria de su periodo. Por el ritmo de sus publicaciones, puede considerársele un éxito de ventas del siglo xvii. Asimismo, si nos dejamos guiar por la cantidad de sus libros, se especializó en historias de «honesto entretenimiento» (colección de novelas cortas). No cabe esperar del vallisoletano ninguna «subversión» ni «inversión» de lo establecido, ya que «Castillo es un espíritu conservador, transmisor de un consenso común», aunque sí puede hablarse en su caso de una permanente negociación en torno a los valores de una «nueva nobleza» que va a ser público objetivo durante su carrera. Castillo Solórzano representa los paradigmas morales y sociales

Bonilla Cerezo, 2012, p. 243. Quizá, la trama definitiva fuese la creación del heterónimo «María de Zayas y Sotomayor», como apunta Rosa Navarro Durán y como se tendrá ocasión de ver más adelante. 25  Se considera innecesario ofrecer un exhaustivo recorrido por la producción literaria del autor vallisoletano, especialmente dado el volumen de estudios que en torno a su figura se han producido tanto en nuestro país como en el contexto internacional, y a los que se remite al lector, pues los más relevantes se hayan consignados en la bibliografía (Dunn, 1952; Nemtzow, 1952; Lones, 1974; Velasco Kindelán, 1982; Bacchelli, 1983; Rodríguez-Mansilla, 2012; Albert, 2019). 23  24 

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de su época, los cuales quedan al descubierto en las novelas cortas y también en sus obras de corte picaresco26.

A pesar de lo expuesto por Rodríguez Mansilla, el caso particular de Teresa de Manzanares sí representa, a nuestro juicio, una cierta subversión del «canon picaresco», presentándola como representante de modelos que contravienen la esencia misma del pícaro. Aunque, como se ha mencionado, la obra de Castillo Solórzano es suficientemente conocida por el público y la crítica, se ofrecerán a continuación algunos detalles básicos acerca de la novela de la que se va a tratar. La niña de los embustes, Teresa de Manzanares fue publicada por primera vez en Barcelona en 1632, en la imprenta de Gerónimo (o Jeroni) Margarit. Así, constituiría la primera de las tres grandes novelas picarescas del autor, antecediendo a Trapaza y La garduña de Sevilla. Entre los rasgos más o menos clásicos que comparte con otros ejemplos de la literatura picaresca, nos encontramos que Castillo nos presenta el periplo vital de la protagonista, cuyos avatares el lector va siguiendo, siempre desde el punto de vista de Teresa, con esa clara separación entre el pícaro y el resto del mundo que ya comenzara a explorar el autor del Lazarillo27. Como también se ha mencionado con anterioridad, Teresa de Manzanares no sigue las directrices de las pícaras «tradicionales», sobre las que Mireia Vicente Baldrich afirma lo siguiente: Las novelas de pícara como protagonista han estado siempre relegadas a un segundo plano, eclipsadas por sus homólogos masculinos. A la dificultad definitoria del género picaresco y los problemas de clasificación de los relatos posteriores, hemos de añadir las novelas de pícara. Estos incorporan elementos exclusivos de su modalidad, una mujer protagonista, y revelan también variedad y particularidades entre ellas. A la hora de examinar estos relatos debemos analizar el propósito del autor y su visión particular de la mujer28.

Teresa, al contrario que sus compañeras en el «picarismo», será casada, maltratada, componedora de relatos bizantinos y trabajadora al Rodríguez Mansilla, 2012, pp. 16-17. A este respecto, ver Rosa Navarro Durán, 2002a, 2002b, 2003a, 2003b, 2004a, 2004b, 2005, 2006a y 2006b. 28  Vicente Baldrich, 2016, p. 36. 26  27 

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servicio de caballeros y damas. A todo esto, cabría añadir el recurso estructural de Castillo Solórzano (repetido en Trapaza y en La garduña de Sevilla) de interrumpir la línea narrativa con textos insertos. En el caso de Teresa de Manzanares29, se trata de dos entremeses que llevan por título, respectivamente, «El barbador» y «La prueba de los doctores», amén de diversas composiciones poéticas que van desde las décimas hasta los romances (como ocurre en las otras dos novelas). Finalmente, como también ocurriera en Aventuras del bachiller Trapaza30, la novela se cierra con una llamada al lector, a quien emplaza a continuar disfrutando de las aventuras de Teresa en una segunda parte que nunca vio la luz: «Para la segunda parte remito contar la vida de todos, con nombre de La congregación de la miseria, libro que será de gusto, cuyo volumen promete el autor deste dar a luz con la historia de Los amantes andaluces y Fiestas del jardín, siendo Dios servido»31. Su historia comienza, como suele ser habitual en la narrativa picaresca (también en la autobiográfica), con una reconstrucción de la «venida al mundo» de la protagonista, con la particularidad que Teresa retrotrae sus orígenes a un par de generaciones atrás: «Habrá de saber el señor letor, de cualquier estado que sea, que como los hijos, en tiempos de tanta malicia como éste, tienen la mayor certidumbre el serlo de la madre –hablo de la gente de bajo estado- yo comienzo mi historia con referirle el origen de la nuestra, que, si bien me acuerdo, tuvo su patria en Galicia, en la villa de Cascabelos. Su padre se llamó Payo de Morrazos, y su madre Dominga Morriño»32. La mención a Galicia, como apuntan Miguel Ángel Teijeiro Fuentes33, Sofía Eiroa 34 29  En Aventuras del bachiller Trapaza, aparte de las composiciones poéticas que también pulularán por La niña de los embustes, Castillo Solórzano incluyó una novela intercalada y el «Entremés de “La castañera”»; por su parte, en La garduña de Sevilla encontramos tres novelas intercaladas («Quien todo lo quiere, todo lo pierde», «El conde de las legumbres» y «A lo que obliga el honor»), un entremés y más composiciones poéticas. 30  «Los sucesos de su vida se remiten a la segunda parte, que se intitulará La hija de Trapaza y polilla de la Corte, que saldrá presto con los Divertimientos alegres en torres de Zaragoza, libros de entretenimiento y gusto, esforzándose su autor en darle, si este libro se le recibe bien» (Castillo Solórzano, Aventuras del Bachiller Trapaza, p. 294). Aunque con variación de título, en ese caso sí hubo continuación. 31  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 285. 32  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 57. 33  Tejeiro Fuentes, 1996. 34  Eiroa, 2002, p. 51.

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o Santiago Fernández Mosquera 35, no es baladí, habida cuenta de la imagen negativa que tenían las personas procedentes de esta región durante el Siglo de Oro en el resto de territorios de la Monarquía Hispánica. Como apunta Peter N. Dunn en su estudio clásico Castillo Solórzano and the Decline of the Spanish Novel, esta referencia geográfica no será exclusiva de Teresa de Manzanares, pues Castillo ya lo habría utilizado en «El Proteo de Madrid»: «The story opens with a brief account of the life of Domingo’s mother, a Galician wench, up to the time of the birth of our “hero”»36. Esta referencia se completaría con lo que Castillo Solórzano pone en boca de Teresa para referirse a su abuelo: «Mi agüelo no era bien tinto en gallego, sino de los asomados al reino; quiero decir, de los ratiños, que ni son de Dios ni del diablo […]»37. Esta descripción, que Dolores Arredondo explica como referente a las personas procedentes de Portugal38 y el Bierzo39, viene a completar el despliegue de prejuicios (en este caso contra los portugueses40) que se presentan en la ascendencia de la pícara. Siguiendo con los pasajes iniciales de la novela que nos ocupa, es posible apreciar cómo Castillo Solórzano recurre a fórmulas narrativas

Fernández Mosquera, 2008, p. 58. Dunn, 1952, p. 114. 37  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 57. 38  Acentuando el origen internacional de Teresa pues, como se verá más adelante, su padre es el francés Pierres de Estricot, quien es descrito de la siguiente manera, haciendo de él el verdadero pícaro: «Entre más de ocho que andaban en la danza, había uno que, si no se portaba con librea de lucidos colores, sirviendo a grande o a título, andaba bien tratado, vestido de veintidoseno negro, calzas, ropilla y capa terciada. Éste era natural de Gascuña, en Francia, a quien en nuestra España llamamos gabachos. Había sido ocupado en el oficio de buhonero, trayendo caja y vendiendo por la corte. Proveíale su caja un francés rico, que tenía tienda de por junto, con el cual había ganado tanto crédito que le fió más de lo que fuera bien. Fingió el tal buhonero que le habían robado, con que quebró para con el francés que le proveía. Púsole en la cárcel, donde le tuvo algunos días; mas como no hubiese remedio de poder cobrar dél, creyole el hurto; y así, de compasión de verle padecer preso, le perdonó más de tres mil reales que le había fiado, y salió de la trena. Con éstos se halló en su poder el gabacho, habidos con tan poca conciencia, por conocer la bondad del que le fió. Entró a medias en el trato con un tabernero, y él, por disimular, entró a servir de lacayo a un letrado de los que abogaban en los Consejos» (Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 71). 39  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 57, nota 8. 40  Ver Miguel Herrero García (1966 [2020]), Sofía Eiroa (2002). 35 

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que ya habían sido exploradas por otros autores del género picaresco41. Así, resulta obvio que Teresa de Manzanares es un trasunto barroquizante de Lázaro de Tormes, ambos concebidos (nacido Lázaro y engendrada Teresa) a la vera de un río en una ciudad relevante (Salamanca y Madrid) en las respectivas épocas en que se publicaron sus autobiografías ficticias. Si se atiende a la obertura de ambas narraciones, esta comparativa es más patente: Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue de esta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomole el parto y pariome allí. De manera que con verdad puedo decir nacido en el río42. Con esto se hicieron las amonestaciones, y mientras pasó el término dellas, la hija de mi madre —que soy yo— se forjó en las riberas del señor Manzanares, porque persuadida de Pierres, ya con seguridad que quien entregaba su caudal no le faltaría como el segoviano, no supo hacerle resistencia, brindada de la soledad del campo. En aquella ribera se formó Teresa de Manzanares, dándome el apellido el mismo río43.

Será esta la primera de las similitudes entre ambos personajes picariles. La siguiente, implícita en la anterior, hace referencia a la identidad de ambos personajes. Si Lázaro toma el apellido del Tormes y lo mantiene a lo largo de toda su narración, Teresa (aparte del Manzanares) recibe, en su primer empleo (el de labradora) otro sobrenombre que la acompañará siempre pase por Madrid, danto título también a la novela: «Era yo tan inquieta con las demás muchachas, que siempre las estaba haciendo burlas, haciéndolas creer cuanto quería, que eran notables disparates, todos con orden a salir con mis burlas, con lo cual granjeé el nombre de “la niña de los embustes”, que dilaté después por que no se borrase mi fama»44. A la obra de Castillo Solórzano se pueden añadir otros ejemplos, como «Lazarillo de Manzanares» (1620), de Juan Cortés de Tolosa (ca. 1589/1590-ca. 1640). Ver Daniele Arciello (2020) para más información. 42  Lazarillo de Tormes, p. 6. 43  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 75. 44  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 78. 41 

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Las similitudes entre Teresa y Lázaro vuelven a af lorar hacia el final, pues, de igual modo que ambos personajes comienzan sus singladuras de modo semejante, junto a un río, será en la ribera de una corriente f luvial donde también termine su periplo narrativo. Sin embargo, en este caso se trata de un río común a ambos (y claramente especificado), el Tajo, pues los dos personajes llegarán, como conclusión, a Toledo. Mientras que Lázaro acaba sus días como pregonero de vinos45, Teresa vuelve al oficio que aprendió en su juventud, el de peluquera: No nos sucedió cosa en el camino que sea de contar, y así llegamos a Toledo un viernes por la tarde. Tomamos casa cerca de la plaza de Zocodover; era autorizada y con dos puertas que salían a dos calles. Aquí hice alto, portándome con mucha autoridad. Mudé el apellido, pareciéndome cosa importante, y el nombre, llamándome doña Laura de Cisneros. Desearon algunos vecinos conocer a la recién venida, curiosidad que en cada lugar pienso que se practica, en particular de la gente ociosa46.

De igual modo que Lázaro muda de oficio (realmente, adquiere uno), Teresa muda de identidad47, intentando entrar a formar parte de las damas respetables de la imperial Toledo48. Tras estos puntos de unión con los pícaros más o menos clásicos, los caminos de estos y de Teresa se separan por derroteros insospechados. Lazarillo de Tormes, p. 77. Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 253. 47  Soledad Arredondo, en las notas textuales a edición de la novela, explica cómo se va produciendo la mudanza identitaria de la pícara (Arredondo, 2016, p. 74, nota 45). 48  Es cierto que la narración continúa brevemente hasta situar a Teresa en Alcalá de Henares, pero el grueso de la acción narrativa concluye en Toledo, correspondiendo los pasajes alcalaínos un mero epítome. Quizá, lo más interesante de esta última escena sea el paralelismo que se puede establecer con otro personaje de la narrativa del Siglo de Oro: la Bárbara del Quijote de Avellaneda. Si, como Rafael María de Hornedo apuntó en 1952, Alonso de Castillo Solórzano fuese el autor de esta versión apócrifa, este paralelismo cobraría un mayor sentido, pues el retrato que de Bárbara se ofrece bien pudiera corresponder con el de una Teresa ajada por la vida, como ella misma confiesa al final de su narración: «[…] yo me empleé en el hombre más civil y miserable que crió la naturaleza. Era hombre de cincuenta años, con dos hijos y una hija, tan míseros como su padre: al fin criados en tal escuela» (Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 285). 45 

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El primero de ellos, que diferencia a Teresa de Lázaro, y de buena parte de los pícaros que siguieron a este, es el hecho de poseer una familia más o menos estructurada, como se declara al final del segundo capítulo: «Con esta conformidad, ve aquí vuesa merced, señor letor, casada a mi madre, señora de su casa, y mi padre dueño de una lucida caja de buhonería»49. A esto se añade el hecho de que el nacimiento de Teresa no se considera una desgracia, sino que se festeja: «Fue grandísimo el gusto que tuvo el francés de mi nacimiento, e igual a él el cuidado con que me crió hasta edad de siete años»50. A los siete años de edad, Teresa era una niña humilde pero feliz, pero a los siete años acabó todo. Fruto de una borrachera (una «zorra», en palabras de Castillo), Pierres resulta muerto y, por ende, la madre de Teresa, viuda, lo que obliga a la niña a comenzar su vida profesional. Es ahí cuando se produce el segundo hecho que diferencia a Teresa de otros pícaros, el que la pícara de Castillo Solórzano tenga un oficio definido, el de peluquera, como se ha mencionado más arriba: Dilatose mi buena habilidad a cubrir cabezas de hombres, que parecían calaveras con vida, comenzando la prueba de esto en la calva de un señor de título, mozo que tenía este defecto. Era marido de una señora condesa, grande aficionada mía, la cual se persuadió a que se pusiese en mis manos. En tan buena hora se determinó, que yo le hice una cabellera tan ajustada y con tanta propiedad a su pelo, que los que no le habían visto calvo juzgaban ser cosa natural51.

Este oficio le será de gran ayuda a la niña de los embustes, pues volverá a recurrir a él durante su periplo andaluz, en este caso como medio para salir airosa de los sucesivos avatares picarescos en que se ve envuelta. Como también se ha apuntado más arriba, la modificación de la identidad será una constante en el periplo de Teresa de Manzanares. El factor determinante para, al menos, uno de estos cambios, es el matrimonio, el primero de los tres en que se ve envuelta la pícara. Y es ahí donde radica la segunda gran disimilitud con otros protagonistas del género, especialmente si se trata de mujeres. Teresa no solo no se Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 76. Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 77. 51  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 103. 49 

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dedica a la seducción (o directamente la prostitución) para sus actos picarescos, sino que se convierte en una mujer casada, «[…] mujer de casa y familia, y con un retumbante “don” añadido a la Teresa, y un apellido de Manzanedo al Manzanares»52, como lo fuera su madre Catalina. Será este un acto que repetirá en tres ocasiones a lo largo de la narración53. Aunque desde un punto de vista materialista se puedan entender estos matrimonios como métodos de medro, Teresa debe ser la pícara más desgraciada de la Monarquía Hispánica, pues ninguno de estos enlaces la convierte en la dama respetable y respetada a que aspira (una aspiración no exenta de las proyecciones morales del propio autor). Por el contrario, en los tres casos, Teresa se convertirá en una víctima de sus maridos, seres infames en comparación con ella, como pone de manifiesto al comienzo del capítulo XVII: Escapé de un celoso, di en un jugador, y en el tercero empleo hallé un indiano que, si no fue jugador, era la suma miseria y los mismos celos. A los tres meses se acabó el pan de la boda, comenzó a descubrir la hilaza de sus defectos. No me puedo persuadir que tenga amor quien es corto de ánimo, que el tal le tiene encogido en regalar y servir a quien bien quiere. En cuanto a los celos, los hay de dos maneras: unos, nacidos de la sospecha, temiendo perder la cosa amada, y otros, de hallarse el que la posee con menos partes para tener dominio en aquella posesión54.

De nuevo, Teresa de Manzanares rompiendo moldes, convirtiéndose en una víctima digna de lástima, como ya lo había sido en sus matrimonios anteriores, especialmente en el primero: Con esto continuado, vinieron a engendrar en mi viejo unos recelos que después se hicieron celos necios, pues yo no le daba causa para tenerlos de mí […] y de allí adelante puso candados a las ventanas y vidrieras, con que no era señora de salir a ver la calle […]. A tanto llegó su extremo, que me prohibió las galas, y las guardó debajo de llave, sin dejarme vestir más que un hábito de San Francisco. Con esto estaba desesperada, y mis ojos nunca se enjugaban55.

Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 115. De similar manera a como lo hace Moll Flanders en su novela homónima. 54  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 234. 55  Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 116. 52 

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Estos casamientos, herramienta tradicional de ascenso social en las mujeres del Siglo de Oro, se convierten para Teresa en fuente de oprobio, pues no solo no alcanza sus propósitos, sino que, tras cada uno de ellos, hasta el siguiente, debe retomar su oficio de peluquera, combinado con algún chanchullo picaresco. Ello supone un constante regreso al punto de partida, a su infancia y adolescencia madrileñas junto a Teodora y las viejas de las que tan pocos gratos recuerdos guarda. Cual un Sísifo de la picaresca, Teresa ve todo su trabajo constantemente truncado, y sus esfuerzos dilapidados. Lázaro, y en buena medida el resto de pícaros, sufren un constante, aunque lento, ascenso, o al menos una estabilidad. Solo la muerte consigue truncar estos procesos. Sin embargo, en el caso de Teresa, asistimos a una constante sucesión de altibajos, sin alcanzarse nunca una meseta tranquila; ni siquiera al final de la novela pues, como se recordará era el objetivo de Castillo Solórzano producir una segunda parte. Dejando atrás las desventuras conyugales de Teresa, otro rasgo distintivo de la novela que nos ocupa son sus implicaciones geográficas. La propia Soledad Arredondo, en la introducción a la edición que estamos manejando, pone de manifiesto lo andariego de la niña de los embustes: «La obra consta de diecinueve capítulos, a través de los cuales la protagonista cuenta su niñez y primera juventud en Madrid, y el resto de su vida en Córdoba, Málaga, Granada, Sevilla, Toledo y de nuevo Madrid, hasta el presente de la escritura en Alcalá de Henares»56. De la conclusión toledana ya se ha hablado más arriba, por lo que ahora nos centraremos en las jornadas andaluzas de Teresa, pues serán estos escenarios lugar de interesantes rasgos definitorios de la novela que, una vez más, contribuyen a diferenciarla de otros ejemplos de la literatura picaresca. Por un lado, tenemos que Sevilla y Granada serán los escenarios de su segundo y su tercer matrimonio; dos hechos que, como se ha consignado más arriba, ya hacen a La niña de los embustes un producto cultural diferenciado. A esto cabría añadir lo que de novela morisca o bizantina construye Alonso de Castillo Solórzano en estas localizaciones, como se verá a continuación. Todo el pasaje comienza, a la manera de don Quijote, en Sierra Morena, donde Teresa de Manzanares, pícara andante, también tendrá que h ­ acer penitencia: 56  Arredondo, 2016, p. 27. Si, de nuevo, comparamos Teresa de Manzanares con el Lazarillo, vemos que este centra los recorridos del protagonista a un área geográfica mucho más acotada, entre las actuales provincias de Salamanca y Toledo.

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Seguimos nuestras jornadas sin sucedernos cosas que sea de contar hasta el fin de Sierra Morena, que, llegando a una aspereza de camino, por donde era forzoso caminar de uno en uno, nos salieron ocho hombres con escopetas, y trabándonos de los frenos de las mulas, nos mandaron apear dellas. Todos se af ligieron y yo mucho más, por no haberme visto en aquellos lances, y ya estaba arrepentida de haber dejado la corte. Maldije mi corta suerte y mi resuelta determinación, que a tal lance me había traído, pudiendo estar quieta y con no poco descanso57.

La sección de novela de aventuras ha dado comienzo. En este pasaje, como en otros que siguen (especialmente en los que Teresa teme por su honor, potencialmente objeto de los bandoleros58), es posible apreciar la carga moral con que el autor imbuyó la novela, en consonancia con las conveniencias sociales del Siglo de Oro, como se ha visto en la cita de Rodríguez Mansilla arriba consignada. No obstante, haciendo gala de la inverosimilitud del género aventurero, Teresa consigue escapar, desnuda, por entre los árboles, hasta dar con la cueva de un ermitaño. Este la recogerá, la vestirá y le dará las herramientas para su siguiente embuste, quizá el mayor de la novela. Es interesante ver cómo Castillo Solórzano construye estas escenas, viajando desde la desposesión de la libertad y el honor (simbolizada en la desnudez de Teresa) hasta su restitución, por medio de la piedad que representa el ermitaño; aunque, como buena pícara, Teresa pervertirá esta compasión hacia ella. Las herramientas con que el ermitaño la provee es la narración de una desgraciada historia acaecida en Málaga, en la que la hija de un capitán, Feliciana, es secuestrada por corsarios berberiscos y llevada cautiva a Argel. Ahí entronca Teresa con la novela morisca o, más concretamente, con las novelas de cautiverio que tan populares se hicieron en el siglo xvii y que Miguel de Cervantes ayudó a inmortalizar59. Así, tras pasar por Córdoba y Sevilla, y viéndose en la necesidad de abandonar esta última ciudad, Teresa se acuerda de la historia del penitente: «En la historia que me contó el ermitaño de Sierra Morena, sucedida en Málaga, me acordé que me dijo que, al tiempo de ejercer Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares p. 135. De hecho, se la llegan a echar a suertes, dándole así tiempo a huir (Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 136). 59  Recuérdese «El cautivo», intercalado en el Quijote, o sus obras de teatro El trato de Argel (ca. 1582). O Los baños de Argel (ca. 1600). 57 

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aquella inhumanidad, con la muerte de la malograda Leonor la habían captivado los moros a su hija de cuatro o cinco años, que se llamaba Feliciana; y que desde entonces hasta ahora no se sabía nueva alguna della, ni la tenía el capitán, su padre»60. La resolución que toma Teresa es patente: hacerse pasar por la tal Feliciana, rescatada de su cautiverio, con el objetivo de gozar de la fortuna del desconsolado capitán. En esta nueva aventura ha de reconocerse que, más allá de lo cínico de aprovecharse de la desesperación de un padre cuya hija ha sido secuestrada, Teresa muestra un gran ingenio, no dejando ningún detalle a la improvisación y poniendo todo su empeño en aparentar ser Feliciana: Yo me vestí una almalafa de varios colores que había comprado en Córdoba, y encima della un alquicel blanco; calceme al modo de Argel, que también el calzado vino hecho al propósito, muy al propio de aquella tierra; compuse de ajorcas de oro mis manos, y con un hilo de perlas la garganta; el cabello llevé suelto, y cosidos los dos lados con listones de nácar; buenas arracadas de perlas en las orejas y, después de la compostura, me cubrí el rostro con un volante de plata largo […]61.

A esta envoltura externa, Teresa añadirá los aditamentos pseudo-legales para que el capitán crea su historia, componiendo un pliego en el que un tal Galcerán Antonio, notario de Valencia, certifica la llegada de la cautiva a esta ciudad levantina62. Sin embargo, como se ha visto en los párrafos dedicados a los matrimonios de la protagonista, esta es presa de una terrible mala estrella, pues al poco de haber sido admitida por el capitán como su hija recuperada, la Feliciana real reaparece en Málaga, aportando, esta vez sí, un documento que acredita su rescate por parte de unos religiosos trinitarios portugueses63. Como se ha podido ir viendo, Teresa de Manzanares es una novela tremendamente moral, y una infamia de este calibre no podía quedar impune. En conclusión, como se ha tenido oportunidad de ver en las páginas precedentes, Teresa de Manzanares, aunque ejemplo amanerado del modelo picaresco, no deja de ser un modelo que debe ser tenido 60  61 

Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 187. Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, pp. 188-

189. 62  63 

Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, p. 191. Castillo Solórzano, La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, pp. 198-

199.

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en cuenta a la hora de confeccionar el canon del género (si tal cosa es posible). Las peripecias de la niña de los embustes suponen un reto a la hora de debatir acerca de la picaresca, y de la picaresca femenina en particular, pues su protagonista se dedica, casi en exclusiva, a subvertir las preconcepciones que cualquier lector fiel pudiera tener. Desde las riberas del madrileño Manzanares hasta las del alcalaíno Henares, pasando por las del toledano Tajo, el sevillano Guadalquivir, el granadino Darro o el malagueño Mediterráneo, Teresa compone una historia que no deja a nadie indiferente. Las constantes idas y venidas, los constantes altibajos, o los rasgos distintivos de esta novela que se han ido explicando hacen de la narración de Castillo Solórzano un ejemplo, si no canónico, sí extremadamente interesante, tanto per se, por la calidad de la propia narración, como por su naturaleza de proyección de las convenciones morales de su época. Alonso de Castillo Solórzano, epígono y segundón, se consagra al cultivo de las letras, como pone de manifiesto su producción, y hace de su picaresca femenil una predela para consignar un modelo diferente del que se popularizó en el Siglo de Oro; quizá menos realista y más idealizado, pero cercano no obstante a una estética atrayente y digna de loa. Teresa de Manzanares, obrera, embustera, maltratada y pícara, es ejemplo, quizá no naturalista, de los intentos de progreso social. Subvirtiendo una a una las convenciones de la literatura picaresca, Teresa (y Teresa) crea un nuevo modelo, un modelo razonablemente decoroso, cuyos crímenes son poco más que un juego de salón. Como no hay grandes transgresiones, no hay grandes recompensas, pero, aun así, la novela de Castillo es capaz de mostrar un interesantísimo ejemplo de lo que el barroco hispánico podía dar de sí. Bibliografía Anónimo, Lazarillo de Tormes, Madrid, Real Academia Española, 2011. Anónimo, Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache, ed. de David Mañero Lozano, Madrid, Cátedra, 2007. Anónimo, Segunda parte del Lazarillo de Tormes, ed. de Alberto Rodríguez López-Vázquez, Madrid, Cátedra, 2014. Anónimo, Vida y hechos de Estebanillo González I y II, ed. Antonio Carreira y José Antonio Cid, Madrid, Cátedra, 1990.

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DE PÍCARO A SANTURRÓN: LA EVOLUCIÓN DEL PROTAGONISTA EN ALGUNOS EPÍGONOS DEL GÉNERO PICARESCO FROM ROGUE TO SANCTIMONIOUS: THE PROTAGONIST EVOLUTION IN SOME EPIGONES OF THE PICARESQUE GENRE Miguel Donoso Rodríguez Universidad de los Andes, Chile ORCID: 0000-0002-3796-5696

Resumen: Un rasgo esencial de la novela picaresca es que el protagonista sea un pícaro. En el largo proceso de decadencia del género este rasgo se va a alterar, ya que, por una parte, la figura del pícaro va a ser desprovista de sus elementos negativos y, por la otra, se va a acentuar el rasgo del carácter moralizante del relato, desvinculándolo de la figura del protagonista para enfocarlo en el mundo que lo rodea. Ambos elementos, refundidos, van a incidir en la creación de un tipo de relato que progresivamente va a presentar menos rasgos picarescos, con un protagonista que acaba convirtiéndose en un hombre bueno, e incluso en un santurrón. Es lo que podríamos llamar el proceso de «santificación del pícaro». Los protagonistas de Alonso, mozo de muchos amos y Periquillo el de las gallineras son notables ejemplos de este proceso. Palabras clave: género picaresco; epígonos picarescos; santificación del pícaro; Alonso, mozo de muchos amos; Periquillo el de las gallineras. Abstract: An essential feature of the picaresque novel is that the protagonist is a rogue. In the long process of decline of the genre, this feature will be altered, since on the one hand the figure of the rogue will be deprived of its negative elements, and, on the other, a new feature will be emphasized: the moralizing character of the narrative, separating it from the figure of the protagonist to focus on the world that surrounds him. Both elements, merged, will inf luence the creation of a type of narrative that will progressively present less picaresque features, with a protagonist

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who ends up becoming a good man, and even a sanctimonious one. This is what we can call the process of “the rogue sanctification”. The protagonists of Alonso, mozo de muchos amos and of Periquillo el de las gallineras are notable examples of this process. Keywords: Picaresque Genre; Picaresque Epigones; The Rogue Sanctification; Alonso, mozo de muchos amos; Periquillo el de las gallineras.

1. Introducción Durante los siglos xvi y xvii el género picaresco en España va a dar cuenta de un largo proceso evolutivo que lo llevará, tras obras fundacionales como Lazarillo de Tormes (1554) y Guzmán de Alfarache (15991604), y, después de publicada, La vida del Buscón (h. 1604-1626), al camino de la decadencia y de la desintegración, tanto desde un punto de vista formal o estructural como sustantivo. Es sabido que para conocer bien un género no basta con las cumbres, hay que adentrarse también en los epígonos. En su conocida obra El Lazarillo de Tormes en la picaresca, Fernando Lázaro Carreter dedica un apartado al tema de los epígonos, en el cual propone no definir ni delimitar el género picaresco, dado que no se trata de un simple conjunto inerte de obras relacionadas por tales o cuales rasgos comunes, sino que forma parte de un proceso dinámico. Lo importante es el diseño estructural de la novela picaresca, y para analizar esto hay que observar su proceso de formación. La distinción entre maestros y epígonos es necesaria: el Guzmán y el Alonso, mozo de muchos amos, según este estudioso, no son comparables en el mismo nivel, ya que «aparte sus distancias cronológicas y estéticas, son resultado de estratos de creación muy diferentes»1. En las obras cumbres, como el Lazarillo y el Guzmán, surgen determinados rasgos y se crea la poética peculiar de la picaresca y los epígonos, como es el caso de Alonso, lo que hacen es adueñarse de ella, «con actitud sumisa o en rebeldía», pero siempre intentando ser originales, cada uno tomando una posición distinta ante esa poética. En estas últimas obras «se advierte la fecundidad de aquellos rasgos, y son deliberadamente repetidos, anulados, modificados o combinados de otro modo»2. La fuerza generadora de estos elementos, por tanto, «debe ser auscultada desde dentro, en un contraste de cada obra con los 1  2 

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Lázaro Carreter, 1972, p. 198. Lázaro Carreter, 1972, p. 199.

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rasgos distintivos del género, para delatar cuándo aparecen, cómo se transforman o interrumpen y cuándo se extingue su potencia»3. ¿Cuál es el punto de partida que nos interesa aquí? Sin duda, son muchos los modos o maneras que sigue el género en su camino de decadencia: hay casos en que el protagonista único da paso a un dúo; en otros el antihéroe ingenioso y estafador de los modelos iniciales se vuelve bueno, e incluso un dechado de virtudes; hay otros relatos en que la narración autobiográfica en primera persona da paso al mismo tipo de narración, pero contenida en un diálogo o en un poema. Incluso llega a perderse el relato en primera persona para dar paso a uno en tercera persona. Por otra parte, desde el punto de vista estructural se incorpora en algunos textos la presencia de elementos ajenos (piezas teatrales, poemas) que interrumpen el relato. En fin, la lista de cambios podría ser interminable… De todos estos posibles caminos de desintegración del género el más destructivo de su esencia, a mi parecer, tiene que ver con la desvirtuación de un rasgo tipológico central del género: «El protagonista es un pícaro», a la cual se suma la acentuación de otro de sus rasgos: «El carácter moralizante del relato», rasgo este último apenas enunciado en el Lazarillo, pero absolutamente esencial en el diseño del relato creado por Mateo Alemán, y que tendrá una versión acentuada en algunos epígonos. Tal como veremos, este camino conducirá a la aparición de obras cuyo protagonista ya no es verdaderamente un pícaro, y a la vez el carácter moralizante del relato ya no se centrará en la conducta descarriada del protagonista, sino que, por el contrario, este mismo, libre de las malas tendencias y actos, apuntará con su dedo acusador al mundo corrupto y degradado que lo rodea. 2. El primer paso: M arcos de Obregón En el ancho panorama de los epígonos en el que la figura del protagonista pícaro resulta desvirtuada la primera campanada de alerta la va a dar Vicente Espinel con su Vida del escudero Marcos de Obregón (1618). Nacido en Ronda en 15504, Espinel tuvo largos años de vida inestable y aventurera, en los que incluso llegó a ejercer labores de pícaro, y, en 3  4 

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Lázaro Carreter, 1972, p. 202. Sigo para esta nota biográfica a Pedraza y Rodríguez, 1980, pp. 236-237.

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más de una ocasión, se las tuvo que ver con la justicia. Fue figura de gran prestigio tanto en el campo de las letras como en el de la música (en este último ámbito es recordado hasta hoy por su invención de la quinta cuerda de la guitarra). Se le atribuye también la creación de la décima, aunque en realidad solo la perfecciona y pone de moda. Tras ser ordenado sacerdote, en 1587 consiguió un beneficio eclesiástico en Ronda, y en 1599 se trasladó a Madrid, donde fue nombrado maestro de la capilla del obispo de Plasencia, cargo muy agradable para él por su dedicación a la música. Sus Diversas rimas habían salido a la luz en 1591. Con una salud precaria (se sabe que desde joven sufría ataques de gota), en sus últimos años se dedicó a recordar el pasado y escribió su famosa novela picaresca, llena de elementos autobiográficos. Espinel murió en 1624. No hay ninguna duda de que Vicente Espinel incorpora en su obra Marcos de Obregón ciertos elementos autobiográficos. Tal como apuntan Pedraza y Rodríguez, es evidente que la lectura de Marcos de Obregón nos proporciona muchos datos acerca de la vida de su autor. Él la concibe como un recuerdo de sus propias andanzas, cuando ya han quedado muy lejos en el tiempo. Naturalmente, esto no impide que se mezclen en ella muchos episodios novelescos y, viceversa, que se evite la alusión a otros que en aquel momento Espinel no quiso tener en cuenta. No es, sin embargo, un libro de memorias propiamente dicho, ya que se advierte en él un intento de ajustarse a los cánones del género picaresco5.

2.1. ¿Es el Marcos de Obregón una novela picaresca? Se ha discutido largamente si la novela Marcos de Obregón debe o no ser incluida entre las novelas picarescas. Aunque a priori pueda parecer que sí, lo cierto es que al analizar la novela con más detención se revelan en ella ciertas discrepancias con el género. Ya Alonso Zamora Vicente manifestaba unas primeras dudas sobre la psicología del personaje, y más tarde Samuel Gili Gaya, para quien Marcos «no es un pícaro, sino un curioso observador que contempla cuanto la vida le

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Pedraza y Rodríguez, 1980, p. 237.

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ofrece»6. Se trata de un personaje que alterna sus aventuras más o menos picarescas con contactos con otros sectores sociales más refinados. Es así como Marcos nunca penetra en profundidad en las lacras morales de la vida de los bajos fondos. La visión que esta obra nos ofrece del mundo no es agria y pesimista, como suele serlo en la picaresca, sino más bien risueña y optimista. Incluso se da cabida en ella al disfrute de las bellezas naturales. Marcos es un viejo amable y bondadoso que recuerda sin hiel las travesuras de los años mozos. Desde el primer momento logra despertar la simpatía y comprensión del lector. No es un ser maleado por la sociedad. No siempre fracasa, a veces incluso sale con éxito de la empresa y, lo que es más, de su conducta se derivan beneficios para otras personas. Bataillon considera a nuestro protagonista como un antipícaro que, por encima de todo, está muy orgulloso de su condición7.

A pesar de todo no se puede rechazar de plano su vinculación con la picaresca, ya que comparte con ella la inmensa mayoría del material narrativo que se nos expone en la obra; es por eso que se la suele incluir dentro del género. 2.2. Intención moralizante en el Marcos de Obregón Es cierto que en el Marcos de Obregón figuran bastantes disertaciones sobre temas morales, pero nunca llegan a alcanzar la entidad que tienen en el Guzmán. Se trata siempre de comentarios referentes a un punto concreto de lo que se ha narrado, que no se desvinculan por completo de él. Como bien recuerdan Pedraza y Rodríguez, «la obra tiene una finalidad esencialmente didáctica, pero, al criticar los defectos y vicios, lo hace con benevolencia, como hombre lleno de experiencia que conoce las limitaciones del ser humano. Entre su actitud tolerante y la acritud de Alemán media un abismo, cuya explicación hay que buscarla en la personalidad y vivencias de cada uno de los dos autores. Sin embargo, no faltan elementos de crítica social»8.

Citado en Pedraza y Rodríguez, 1980, pp. 239-240. Pedraza y Rodríguez, 1980, p. 240. 8  Pedraza y Rodríguez, 1980, p. 240. 6  7 

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Con respecto a los consejos que endilga el escudero, casi todos remiten a la prudencia que debe regir nuestros actos. Son reglas prácticas para mantenerse dentro de una conducta razonable. Soledad Carrasco Urgoiti apunta en su estudio introductorio que «aun cuando [Marcos] cuenta una falta o un error suyo, lo rodea de circunstancias que no alejan sentimentalmente al lector, de modo que la lección moral del libro se transmite a través de la identificación con el narrador-protagonista»9. Para Pedraza y Rodríguez «también se desprende una cierta ejemplaridad de las experiencias de todo tipo que va conociendo Marcos a lo largo de su peregrinación, pero solo se queda ahí»10. 3. El caso de Alonso, mozo de muchos amos Tras el poco picaresco protagonista de la novela de Espinel nos interesa pasar revista a la novela Alonso, mozo de muchos amos, obra publicada en dos partes, en 1624 y 1626, por el médico murciano, aunque segoviano por adopción, Jerónimo de Alcalá Yáñez, nacido en 1571 y muerto en 1632. Téngase presente, a efectos de este trabajo, que Alcalá Yáñez es autor, además, de otras dos obras, ambas de tema religioso: Milagros de Nuestra Señora de la Fuencisla (1615), donde se recuerda la inauguración y las fiestas de la dedicación del nuevo templo dedicado a esta advocación mariana de Segovia, en 1613; y Verdades para la vida cristiana, recopiladas de los santos y graves autores (1632). La novela que nos interesa, Alonso, mozo de muchos amos, nos introduce en la vida de Alonso, un pícaro hablador y moralizador que en ambas partes de la novela cuenta su azarosa vida a un interlocutor perteneciente al mundo religioso o eclesiástico. La estructura de la obra es, por tanto, dialogada, lo cual se convierte en una interesante innovación si tenemos en cuenta que por entonces el género se encontraba excesivamente desgastado debido al abuso de los autores en la utilización del relato autobiográfico en primera persona, iniciado en el Lazarillo y repasado, una y otra vez, en el Guzmán, el Buscón y en tantos otros títulos herederos de la tradición picaresca. Pero lo que más nos interesa revisar en el Alonso es si se trata de un pícaro o no y cómo se compadece lo anterior con su faceta de hablador impertinente. 9 

Carrasco Urgoiti, 2000, I, p. 44. Pedraza y Rodríguez, 1980, p. 241.

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Veamos primero qué tipo de protagonista es Alonso. Si entendemos al pícaro como el mozo procedente de bajos fondos, desvergonzado y vil al mismo tiempo, antiheroico, dado al hurto, el engaño y la trampa, de vida al margen de los códigos de la honra, indudablemente nuestro protagonista no coincide exactamente con el molde clásico del género. Más bien difiere sustancialmente de sus antecesores, sobre todo de Guzmán, en que al bajo origen se agregan las malas inclinaciones y falta de escrúpulos de los que en gran parte Alonso carece. Por el contrario, es este un hombre esencialmente bueno y fiel, que intenta por todos los medios convencer a sus amos para que actúen correctamente. El hispanista italiano Alberto del Monte lo califica de «buen muchacho, trabajador, obediente, casto, atento, inteligente, educado, pero demasiado hablador: censura la menor falta de sus amos, prodiga consejos que no se le han pedido y aprovecha cualquier ocasión para improvisar sermones»11. Aunque la conducta de Alonso tienda, en esencia, a la bondad y al bien, no hay que olvidar sus tendencias negativas: la principal, el mucho hablar y sermonear; junto a esto, las tropelías junto a los soldados y gitanos; el afán de medro en las Indias (que muestra asociado a otros defectos); el afán de aparentar y el matrimonio por interés en Zaragoza. Entre tanta polémica, no dejemos de escuchar cómo el propio Alonso, al perder su fortuna en el Golfo de México, se autodefine como pícaro: «Ya no tengo qué temer ni qué perder; pobre era y pobre soy; la suerte se volvió al contrario: si representé rey siendo pícaro, pícaro me soy, venga lo que viniere»12. Por otra parte, Alonso está al debe en lo que a genealogía vil se refiere: su origen no es vil ni oscuro, y en esto se distingue de la mayoría de los pícaros. Así, no resulta extraño que Alonso afirme de su familia: «Mis padres (que Dios haya), aunque no los conocí, me dicen que fueron personas de cuenta en mi pueblo; y téngolo por cierto, por mis buenos respectos y no haber sido jamás inclinado a cosas bajas y que desdicen de honrados términos: señal evidente y clara de la buena sangre que me dejaron»13. También es cierto que frente al habitual antiheroísmo del pícaro, contrapuesto a los ideales caballerescos de la época, la figura de Alonso se desmarca un tanto de los moldes del género, sobre todo a partir del Del Monte, 1971, p. 136. Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, pp. 429-430. 13  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 227. 11 

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momento en que escarmienta de sus malas acciones (I, cap. 2), mostrando en general una tendencia a alinearse con los más indefensos y desvalidos, los que sufren injusticias y atropellos, aunque sin destacarse por ningún episodio heroico en particular. En otro ámbito, téngase presente que por lo común el realismo de la obra no es de mera subsistencia, aunque hay algunas excepciones. Alonso siempre encuentra con facilidad nuevo amo y, si con alguno pasa hambre, como ocurre con la viuda valenciana del capítulo séptimo de la Primera parte, este dato desaparece bajo la capa de una diatriba que justamente quiere hacer ver a su ama la importancia de sacrificar una mal entendida honra para proveer a la subsistencia de todos los que componen la casa. La tónica general, ya se ha dicho, es de observación y de crítica moralizante de las conductas y no de narración de desventuras del estómago. En cuanto a los fraudes, trampas y hurtos de los pícaros, el par de engaños y trampas ingeniosas de Alonso al comienzo de la novela, con los estudiantes primero y más tarde con los soldados, se convierten rápidamente en condena de las mismas conductas y afán moralizador, al darse cuenta de lo impropio y cruel de ellas. Pero más adelante reincidirá en nuevos ardides junto a los gitanos, esta vez obligado por las adversas circunstancias en que debe subsistir. Si hay algo en lo que Alonso participa sin discusión de la esencia del pícaro es en el servicio a varios amos: así lo atestigua su incansable deambular de amo en amo (un total de dieciocho entre ambas partes). El motivo del «servicio a muchos amos» se dispara en el Alonso, unas veces porque nuestro protagonista es expulsado por sus amos, otras porque simplemente los abandona, obligado por las circunstancias o cansado de que no le hagan caso. El tratamiento de este tema, cuyo origen se remonta al Asno de Oro de Apuleyo, es desigual en las distintas novelas picarescas o pseudopicarescas, donde encontramos extremos tan dispares como el del Alonso y el de la novela picaresca femenina, en que el servicio a varios amos prácticamente desaparece. Otro aspecto especialmente distintivo del Alonso es la acentuación del carácter moralizador del relato. Dentro de los rasgos generales de todo pícaro destacan dos cualidades primordiales: ser hablador y formular críticas a través de sus palabras. Es, pues, la característica que Gonzalo Sobejano llama «locuacidad crítica»: «El pícaro habla mucho, y habla —con típica frecuencia— para censurar las acciones ajenas y

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aun las propias; locuacidad, pues, y crítica, o sea: locuacidad crítica»14. Sabemos que la censura del vicio de hablar sin medida es frecuente en la literatura ascética y entró en la picaresca a través del Guzmán, fuente principal del Alonso en este aspecto, aunque está presente también en Justina, Berganza y Estebanillo, todos grandes habladores y en muchas ocasiones censores incontinentes, como lo son, aunque en menor medida, Lazarillo, Elena y el Bachiller Trapaza de Castillo Solórzano, Marcos de Obregón, el ladrón Andrés de la Desordenada codicia de los bienes ajenos, Pablos y Gregorio Guadaña, los cuales, según Sobejano, «todos hablan mucho y hablan mal»15. La locuacidad crítica, ya presente en el asno de Apuleyo y en el gallo decidor y entretenido de Luciano de Samosata, aparece también en los precursores de la picaresca, especialmente en la habladora Celestina, siempre aficionada a la perorata y la murmuración. Esta misma locuacidad pasaría a los cuadros de costumbres y fantasías morales que derivan de la picaresca: Quevedo, Vélez de Guevara, Gracián, Zabaleta, Francisco Santos y Torres Villarroel. Hay que señalar también que la figura del hablador cuajó muy bien como tipo cómico en el teatro breve, especialmente en el género del entremés, del cual recordamos, por ejemplo, el famoso Entremés de los habladores de Cervantes16. Quizá el caso más claro es el de la voz anónima que habla a través de las letrillas satíricas de Quevedo, donde se censuran los males del tiempo presente y se señalan los defectos de diversos tipos sociales, ridiculizándolos, aunque siempre se escondan bajo un silencio prudente que contrasta obviamente con la enumeración crítica de errores y vicios expuestos en las estrofas. Sirva este ejemplo: Yo, que nunca sé callar, y solo tengo por mengua no vaciarme por la lengua y el morirme por hablar, a todos quiero contar cierto secreto que oí. Mas no ha de salir de aquí17.

Sobejano, 1975, p. 467. Sobejano, 1975, p. 468. 16  Ver Cotarelo y Mori, 2000, I, pp. 46b-51. 17  Quevedo, El Parnaso español, poema 318, vv. 1-7. 14  15 

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Tal como recuerda Sobejano, «es en este efecto de contraste entre el silencio aconsejable y la locuacidad irreprimible donde estriba una de las más graciosas tensiones de estas coplas en las que el satírico, situado al margen de la sociedad como siempre ha de situarse el satírico para verla mejor, va apuntando con su índice acusatorio los males, los errores, las deformidades»18. No otra cosa parece mover al autor picaresco, lo que equivale, según apunta Sobejano, a vaciarse por la lengua, morirse por hablar: contra todos en general, contra ninguno en particular; sabiendo que lo más cuerdo es el silencio, pero no pudiendo dejar de dirigir hacia los hombres su irritado sentido de la justicia, y renunciando, por tanto, a la cautelosa cordura, porque en empezando a galopar, difícil es ya detenerse [...]. El sentido de la locuacidad crítica es, fundamentalmente, un desahogo sin trabas, la libertad de expresar aquello que las normas y buenos usos vedan, al modo de Diógenes cínico. Confesión autobiográfica, crítica de la sociedad, y explicación del deshonor, encuentran apoyo en esa “libertad del decir”19.

3.1. La locuacidad de Alonso Todos los estudiosos coinciden en señalar los defectos de la locuacidad y la murmuración como la faceta más característica de Alonso. Para Francisco Rico «ni nos sorprenden los infinitos sermones, anécdotas y perendengues con que acribilla el relato biográfico: justamente ha sido siempre un charlatán desenfrenado, a tuerto y a derecho [...], y la verborrea y el gusto por la prédica que exhibe cuando narrador le habían costado más de un mal trago cuando protagonista»20. No extraña, por tanto, que el editor Benito Cano (Madrid, 1788) alterase el nombre de la novela de Alcalá Yáñez, pasando a denominarla El donado hablador, título que posee el acierto de ref lejar muy bien la personalidad de nuestro protagonista21. Según Sobejano la locuacidad de Alonso no es vehemente como la de Guzmán ni impetuosa como la de Berganza; es solo abundante, Sobejano, 1975, p. 469. Sobejano, 1975, pp. 469-470. 20  Rico, 2000, p. 144. 21  Ver Donoso Rodríguez, 2005, pp. 33-34. 18  19 

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dilatada en prolijos discursos. Hablando a su interlocutor, Alonso se desvía a menudo de su relación «para ensartar anécdotas y cuentecillos, leyendas y fábulas, o ref lexiones sobre la caridad, la medicina, la hipocresía, la muerte»22. Es importante aquí tener en cuenta que el autor se sirvió de innumerables cuentecillos, anécdotas y refranes para hilar la trama de su novela, a todo lo cual ayuda el característico defecto de la locuacidad de Alonso23. Los coloquios o diálogos de Alonso con sus interlocutores van sucediéndose día tras día, en largas sesiones de amigable conversación24. No es, por tanto, raro que tropecemos con alguna expresión de disculpa del hablador Alonso, al que se le suelta la lengua y no hay quién lo detenga: «Pero paréceme que salgo de la materia; quédese para otro día...»25; «Y volviendo a nuestro cuento —que ha rato que me divertí de la materia que trataba—, estuve con mi autor año y medio...»26; «Mas, pues ya es tan tarde y vuesa merced está con justa razón enfadado de oírme...»27. El interlocutor, por su parte, acepta o contrarreplica amablemente: «No, hermano, dígalo, que despacio estamos y es muy temprano...»28; «Hermano, baste por hoy, porque me parece que se va haciendo tarde y es hora de recogernos al monasterio»29. El autor introduce así una cierta forma de leve tensión dramática en la novela: el temor del que habla a fatigar al que escucha, procedimiento que ciertamente recuerda al de Marcos de Obregón. El objeto de las digresiones de Alonso no es otro que censurar ciertas costumbres de sus amos o de las personas que lo rodean, y de paso hacerlo con las de la sociedad: la irresponsabilidad de los estudiantes y la excesiva libertad que los padres dan a sus hijos; las novatadas en la Sobejano, 1975, p. 482. En la literatura aurisecular era recurso habitual el aprovechamiento de la tradición cuentística con fines didácticos, como se puede apreciar en un famoso cuento de animales que inserta Alcalá Yáñez en el Alonso para potenciar el carácter moralizador del relato. Ver Arciello, 2018. 24  Recientemente Daniele Arciello ha postulado que la estructura conversacional del Alonso está marcada por la presencia de personajes del mundo eclesiástico y un espacio afín al mismo, los cuales se distinguen claramente de los pertenecientes al ámbito civil. Ver para este tema Arciello, 2022. 25  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 437. 26  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 450. 27  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 664. 28  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 437. 29  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 414. 22 

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universidad; los abusos de los soldados; la falta de decoro y devoción que muestra el sacristán en el templo; la soberbia y el regalo de los ricos frente a la humildad y la pobreza de los aldeanos; la vanidad, especialmente en el vestir; la liviandad de las mujeres; la falta de equidad e imparcialidad de la justicia; la falsa medicina de los curanderos y la presunción de los médicos, y muchos defectos más. La tensión más eficaz, como ha señalado oportunamente Sobejano, «no se entabla dentro de la plática misma, sino dentro de lo referido, o sea, dentro de la vida de Alonso, y consiste en la manía aconsejadora del mozo frente a la aversión con que sus amos oyen los no solicitados consejos. Alonso es el protagonista picaresco que sirve a más amos (dieciocho en total), y muchos de ellos le despiden a causa de aquel pertinaz prurito de aconsejar»30. Así, las más de las veces Alonso recibe ácidos comentarios de sus amos antes de ser despedido por ellos o simplemente dejarlos. Por ejemplo, al sacristán le critica la falta de devoción con que se pasea por el templo, y este le responde enfadado: «¡Mancebito predicador: yo no os pido consejos ni vos sois persona para darlos. Idos a pasear, y si no estáis muy contento mudá de posada, y no os enfadarán tanto mis cosas!»31. A su amo gentilhombre, por otra parte, le enrostra la vanagloria de los hidalgos y el despilfarro de su mujer, a lo que este opone: «No es la miel para la boca del jumento ni las perlas y piedras preciosas se han de dar a los animales cerdosos»32. Alonso acusa al médico al que sirve en Sevilla de colérico y presuntuoso, y el galeno, perdida la paciencia, le responde: «¡Andá enhorabuena o en la otra! Limpiá vos la mula y tenelda a punto, y no os metáis en lo que ni habéis estudiado ni sabéis»33. Como estos, son innumerables los casos que se repiten a lo largo de la novela: con su amo portugués, con el mal pintor, con el vicario del convento en el cual sirve como donado, todos casos en que los amos, enfadados de la murmuración del mozo, optan por desprenderse de sus servicios lo antes posible. En la estructura dialogada de nuestra novela la digresión crítica juega un importante papel, con un modelo que parece indudablemente tomado del Coloquio de los perros de Cervantes. En esta novela Sobejano, 1975, p. 482. Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 267. 32  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 321. 33  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 377. 30  31 

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ejemplar la historia se construye con la presencia de la digresión crítica de una voz (la del perro Berganza), entrecortada con las objeciones antidigresivas de otra (la del perro Cipión, que poco participa en el diálogo). En Alonso, mozo de muchos amos el modelo se repite, con la presencia de la digresión crítica de una voz (la de Alonso), que va siendo objetada o complementada por las voces antidigresivas de sus dos interlocutores (el vicario en la Primera parte y el cura en la Segunda). Se ha comparado la participación de estos dos interlocutores en el Alonso con la del ermitaño de Marcos de Obregón, pero en nuestra novela esta participación es más activa, no alcanza la pasividad de la del ermitaño interlocutor de Marcos en la obra de Vicente Espinel. En efecto, el vicario y el cura no solo formulan críticas y contienen las digresiones de Alonso, sino que aportan su propio punto de vista e incluso llegan a contar algún cuentecillo o anécdota o citan algún pertinente refrán. La verborrea, la murmuración y el mucho hablar son rasgos importantes de todo pícaro, pero en Alonso son más que eso: se puede afirmar que son el eje central sobre el cual se construye la novela. En el Alonso esta característica es un defecto conscientemente buscado por el autor, ya que le sirve para dar rienda suelta a sus ref lexiones morales sobre los más diversos temas, siempre a caballo de la incontinencia verbal de nuestro protagonista. Tal como afirma Sobejano, «Alonso siempre tiene que hablar, nunca puede callarse. Más todavía: urgido por este ansia de hablar, dice y proclama la verdad. Y lo que es más grave: aquello que verdaderamente piensa de una persona no se lo dice a otra persona, sino a ella misma en su cara, y, para colmo, le da consejos sobre cómo debe corregir sus defectos»34. El propio Alonso es el primero en reconocer su defecto, el cual le acarreará numerosos problemas e infortunios y no pocas enemistades35. En palabras de Fidel Cea, «la misión que Alcalá Yáñez había asignado al protagonista de su obra, y que cumplió a cabalidad, le mereció el desprecio de cuantos encontraba a su paso; no era para menos, pues estaba convencido de que alguien debía señalar el mal y Sobejano, 1975, p. 482. Según Molho, «Alonso reconoce solamente que tiene un grave defecto: que habla demasiado y por hablar demasiado se ve constantemente blanco del infortunio. Por no saber callarse, reprende a sus amos que, hartos de los consejos que les prodiga, le despiden» (1972, p. 178). 34  35 

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los abusos que se cometían en la sociedad»36. Es su carácter hablador el que lo lleva a la perdición, como se puede apreciar ya al comienzo de la Primera parte de la novela, cuando Alonso advierte al vicario del convento donde sirve como donado: «Paciencia tenga vuesa paternidad, pues me manda que hable, y escúcheme atento; que si los donados no hablan, yo he de ser esta vez el hablador donado; y dé gracias a Dios que hablo en la soledad y que no hay paredes que me escuchen; que, en efeto, no teniendo oídos, les faltará lenguas para contar mis faltas»37. En la Segunda parte, pasados muchos años, dirá a su nuevo interlocutor, el cura, al intentar explicarle las razones de su expulsión del convento donde antes servía como donado: «Crieme libre, hablador, sin guardar respecto en el decir, sin hacer distinción de personas; ¿qué podía sacar sino ser aborrecido de todos, señalado con el dedo, y echarme de la compañía y junta de tantos buenos?»38. Más adelante Alonso hará una autocrítica por lo mucho que ha hablado y porque no le corresponde a él, un simple oficial o trabajador, el oficio de predicador: Si yo hubiera siempre callado, disimulando con las cosas, dejándolas para el superior tribunal, bien sé que me hubiera ido mejor; que no es para todos la reprehensión. No es justo que un oficial suba en el púlpito, lugar dedicado a gente docta, eclesiástica, ejemplar en vida y costumbres. Pero, señor licenciado, yo confieso de mi culpa; que en no me pareciendo bien cualquier negocio, luego decía los inconvenientes que podía traer, no me ajustando con los doctores que le querían seguir; granjeando yo, de decir verdades, mortales enemigos para mis pretensiones39.

Lo que intenta hacer nuestro protagonista es advertir a sus amos de los peligros que corren en el mundo, pero resulta casi siempre incomprendido: «Salíame al revés mi pretensión […]. Los unos se enfadaban de mis razones y en lugar de darme gracias por mis avisos me volvían malas palabras, y la de menos ofensa era la de habladorcillo, palabrero de poco seso y menos asiento»40.

Cea, 1986, p. 17. Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 226. 38  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 517. 39  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 618. 40  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 659. 36  37 

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Ya sabemos que en el Guzmán se concibe la autobiografía como una «confesión general» del pícaro o «alarde público» de sus pecados, con el cual intenta advertir al lector para que corrija su conducta. Esta confesión implica la necesaria distancia entre la conducta errónea seguida hasta el momento de la confesión y la doctrina por cuya luz el que confiesa reconoce errónea esa conducta anterior; el pícaro de Alfarache, convertido a la verdad, contempla desde su prisión en las galeras (lo que él llama «la cumbre del monte de las miserias») sus propios descarríos y los de la sociedad, y esto determina la estructuración del libro a base de relato y ref lexión, consejas y consejos. La locuacidad crítica, en este caso, descansa sobre todo en la elocuencia con que Guzmán habla de sí mismo, con unos efectos bien particulares: abundancia y maledicencia, mucho hablar y murmurar de todo. Desde su banco en las galeras, arrepentido e iluminado por la maldad de su vida pasada, Guzmán habla mucho porque tiene mucho que condenar y excusar. Pero esto también le servirá de excusa para criticar estados, oficios, tipos y figuras de toda índole. Bien lo ha captado Sobejano: La misma voz que se lamenta y se corrige en el relato autobiográfico, deplora y trata de corregir, sin dar paz a la lengua, los males de la colectividad, en ref lexiones incontables. Y esa misma voz, al unificar relato y ref lexión para explicar un último estado de deshonor, predica a todos, irrestañable, la justicia ideal, la verdad, la caridad, la honra como virtud, y todo lo que para muchos lectores de entonces y de hoy, e incluso para Mateo Alemán, era materia de sermón. Para Alemán, digo, porque éste, mediante su pícaro, no deja de sentir el abuso didáctico que con sus destinatarios está cometiendo41.

Y no por esto cesa de sermonear, porque no puede dejar de ser atalaya de la vida humana... Al pícaro maldiciente todo el mundo se le antoja caótico y al revés. Todo cuanto habla, en cambio, procede de su anhelo de enderezar ese mundo. Mucho de esto hay sin duda en la estructura del Alonso; sin embargo, se hace necesario puntualizar que Guzmán cuenta su historia desde la ref lexión que ha originado su conversión. Pero Alonso, aunque posee conciencia de su defecto, no cambia. La misma faceta de hablador que se desprende de los episodios narrados que vivió con 41 

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Sobejano, 1975, p. 474.

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sus diversos amos, y que tantos problemas le ocasionara, persiste en el Alonso interlocutor del coloquio, que habla sin ton ni son y critica una y otra vez a esos mismos amos que pertenecen al pasado, tal como lo hiciera en la época que vivió con ellos. Por tanto, es un defecto doblemente presente: en el pasado, que es materia del relato, y en el presente del diálogo, donde comenta los defectos de sus amos y de la sociedad en general con cada uno de sus interlocutores. La intención que sin duda busca Alonso con su sermoneo es buena; lo mueve la caridad y el celo cristiano, pero la gente que lo oye tan solo se queda en la epidermis de su discurso: lo tienen por dicharachero y hablador. Como el Berganza del Coloquio de los perros cervantino, que ve el mal y no se adhiere a él por ningún motivo, Alonso es un ser casi siempre bondadoso (con algunas pocas excepciones que apuntaremos en el siguiente apartado), y aunque quiere enmendar su peculiar defecto, sus intentos invariablemente fracasan, porque esto de hablar y criticar es algo para él incontrolable. Hay algo de fatalismo en este defecto que el pícaro no puede contrarrestar: Alonso. [...] todos los días hacía examen de mi conciencia, proponía de enmendarme, y como mal penitente volvía a mi antigua culpa, sacando de ella aborrecerme, cobrar enemigos, tenerme por hablador y no sacar yo ningún provecho. Cura. Por necio tendría yo a un hombre que conoce su falta y no pone enmienda, teniendo entendimiento bastante para irse a la mano y corregir sus yerros. Alonso. Dice vuesa merced muy bien, pero en mi favor también hay bastantes razones que acreditan mi natural inclinación; y la primera y principal será ser bueno y piadoso mi intento; y si decía o reprehendía era movido de caridad, justo celo y con ánimo de hacer algún fruto, sirviendo a Dios con buenos consejos42.

Para terminar esta faceta de Alonso, nada mejor que una de las más crudas y realistas contestaciones que recibe nuestro impertinente hablador, esta vez de boca de la hija de su amo portugués, a la que intentaba convencer del peligro que corría su honra por andar en amores con un mozuelo pobre y pisaverde: «Sois un bellaco descomedido,

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Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 658.

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advenedizo, ruin, mal intencionado, y yo os haré moler a palos por hablador»43. 3.2. Otros rasgos de carácter de Alonso Además de hablador, Alonso posee otros rasgos de personalidad que intentaremos individualizar. Ya se ha dicho que el móvil fundamental de su actuar es la virtud y la caridad cristianas. Se trata sin duda de un personaje ingenuo y de buenas intenciones, que busca ejemplificar a sus amos mediante sermones y ejemplos, instándolos a la virtud. De él se ha dicho que es el «personaje más bonachón y comprensivo de la amplia familia picaresca»44; que «Alonso [...] es una original, placentera, agridulce figura de honrado pelmazo [...] un personaje agradable e inocuo»45 y que es «un hombre devoto, caritativo, fiel y bien inclinado»46. La religiosidad y la devoción de Alonso son patentes: así se desprende de sus continuos comentarios al sacristán a quien sirve; de sus llamadas a los diversos amos con quienes trabaja a vivir la caridad cristiana; de las continuas alabanzas a los diversos santuarios marianos que menciona o en los cuales se detiene. La misma ubicación espacial del protagonista-narrador (como donado de un convento en la Primera parte; como ermitaño en la Segunda) refuerzan esta sensación omnipresente de cordial devoción y religiosidad. Pero Alonso tiene también una faceta —menos conocida, ciertamente— pecadora y ambigua, si podemos llamarla así. No se pueden olvidar sus andanzas con los soldados en el capítulo segundo desvalijando a pobladores y campesinos, a consecuencia de las cuales Alonso comienza a tomar conciencia de su maldad y de la de los que lo rodean; estas travesuras culminan con el episodio de la chimenea, donde el protagonista vive su personal proceso de conversión, que le llevará a tener un nuevo y revelador punto de vista acerca de los abusos de los soldados para con los labradores. Sin embargo, y como bien ha señalado Maurice Molho, Alonso «es un personaje más complejo de lo que parece a simple vista, capaz de deslizarse por la pendiente Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 617. Prieto de la Iglesia, 1979, p. 649. 45  Del Monte, 1971, pp. 137-138. 46  Sobejano, 1975, p. 482. 43 

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del pecado»47. Es por esto que Francisco Rico lo describe como un «hombre inestable, tan lleno de buenos propósitos como pobre de voluntad, los años se le han ido casi por igual en pecados y arrepentimientos»48. Hay momentos en que los inevitables acontecimientos lo han llevado al mundo de la marginalidad, como ocurre en varios episodios de su vida con los gitanos, cuando no tiene otra alternativa que participar en sus andanzas hasta que logra zafarse de ellos; en otras oportunidades el autor parece que inyecta superficialmente a Alonso algo del verdadero carácter del pícaro. Es lo que Molho ha llamado picarismo circunstancial: «Al igual que el Escudero de Espinel, Alonso solo conserva del pícaro su inquieta agitación»49. Esto se puede apreciar ya en la descripción que de su ascendencia hace Alonso; luego, con los soldados; y con más profundidad cuando, obnubilado por un repentino afán de medro, marcha a México al servicio de un alguacil mayor, donde en poco tiempo de la nada comienza a enriquecerse: «Yo también por mi parte me iba acomodando con mi señor, imitándole en lo bueno su condición y aplicando lo mejor que podía para gastos cuotidianos algunas niñerías, que por sí eran de poca monta y juntas subían a gran suma y cantidad; de modo que en breve tiempo, aunque entré en Méjico sin un cuarto, me vine a hallar con quinientos ducados ganados en buena guerra, de pura industria y diligencia mía»50. El texto es ambiguo: no sabemos bien qué es lo que ha hecho Alonso para conseguir esos ducados, aunque se deduce, por lo que antes ha dicho de su amo, que lo hacía cobrando pequeñas cantidades por determinados servicios, bordeando, en palabras de Maurice Molho, «los inciertos límites del bien y del mal obrar: el agradecimiento por un favor prestado puede llevar, sin saber cómo, a un insensible abandono de los principios»51. Nuestro protagonista, por tanto, no sería tan consciente de sus pecados como lo es Guzmán, según Molho: «Alonso no es un cínico, sino un débil»52. Pero el mismo Alonso, desmintiendo un tanto la apreciación que achaca estas faltas a su debilidad, señala al cura en la Segunda parte, cansado de su vida con los gitanos:

Molho, 1972, pp. 178-179. Rico, 2000, p. 144. 49  Molho, 1972, p. 178. 50  Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 423. 51  Molho, 1972, p. 179. 52  Molho, 1972, pp. 179-180. 47 

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«Yo, señor licenciado, echaba de ver lo malo, y aunque de cuando en cuando deslizaba y caía en mil trabajos y desventuras, también tenía mis lúcidos intervalos, con que procuraba evitar algunos pecados, recogiéndome a más perfección y buenas costumbres»53. Por esto toma la determinación de abandonarlos. Mientras vive en México las riquezas y el ascenso social tan rápidamente obtenidos endurecen el corazón de Alonso y gatillan los peores rasgos de su carácter, volviéndolo casi irreconocible. Por un momento desaparece cualquier rastro del Alonso bonachón y sermonero; solo queda un personaje egoísta, soberbio y vanidoso: A mí podían contarme por el más afortunado, más rico y de más crédito de la ciudad; respetado de todos por mi riqueza [...], en lugar de ser agradecido a las mercedes que Dios me había hecho, sacándome de un humilde y bajo estado para ponerme en el que otros tenían mejor merecido, había cobrado un espíritu altivo, una arrogancia insufrible, un mirar a los pobres tan a lo señor y grave que con justa causa los que me habían conocido se pudieran maravillar de mi poco saber y demasiada locura54.

Pero esto constituye, a mi juicio, solo un espejismo: muy rápidamente el autor se encargará de hacer volver a nuestro protagonista a la realidad, a retomar su papel, aleccionándonos de paso a nosotros, ya que no por la boca del pícaro, con su estrepitosa caída, porque Alonso pierde en un naufragio, debido a una especulación mercantil, toda su hacienda. Y por supuesto se arrepiente después de sus errores. Muy bien ha descrito Molho la situación a la que se enfrenta nuestro pícaro: «Aquí el frustrado no es un pícaro, manchado por el dinero desde su nacimiento; es una buena persona a quien se le ha subido la suerte a la cabeza y a quien Dios salva concediéndole la gracia del naufragio. En otras palabras, con el personaje de Alonso nos encontramos ante un pícaro sin picardía y cuya alma, en un momento de perdición transitoria, se arrepentirá pronto»55. Alguna otra faceta negativa de la personalidad de Alonso se aprecia durante su paso por Zaragoza, donde se puede ver cómo se hace pasar por noble, mostrando un accidental afán por aparentar; a esto se suma Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, pp. 553-554. Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 426. 55  Molho, 1972, p. 181. 53 

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el móvil del interés y de la comodidad, que le llevan a buscar el estado matrimonial, que da pie al autor para poner nuevas palabras misóginas en boca de su protagonista. En resumen, hay una clara coincidencia en la crítica en el carácter moralizador que Alcalá Yáñez imprime a su novela, intentando enseñar y a la vez entretener a sus lectores, aunque a veces se le pase la mano con el primer objetivo. Desde que Alonso se aparta de la tópica conducta pícara (ardides, trampas, hurtos, etc.), al comienzo de la Primera parte, su conducta tenderá irremisiblemente al afán moralizador respecto de las conductas de sus amos, por lo que hacen y por lo que no hacen, desde su puesto de observador privilegiado. Es tan acentuado este carácter en la novela que algún crítico la ha tachado de «frailuna». Lo cierto es que muchas veces los consejos de Alonso más parecen sermones, pero el experimento resulta porque el mecanismo de la moralización pasa frecuentemente por la inserción de todo tipo de anécdotas y cuentecillos, aspecto quizá el más peculiar del estilo narrativo del Alonso, asociado a la frecuencia del discurso popular (refranes, etc.) y al que se contrapone una también intensa tendencia a la erudición barata. 4. La caída final del pícaro: Periquillo el de las gallineras Entre la pléyade de escritores españoles del Siglo de Oro que cultivaron la novela picaresca a lo largo del siglo xvii, configurando lo que se conocerá como los epígonos del género, destaca un escritor madrileño, Francisco Santos, autor de una serie de obras calificadas de costumbristas y cargadas con fuertes componentes didácticos, alegóricos y satírico-morales, como es el caso de Periquillo el de las gallineras (1668), que algunos señalan como punto de cierre del género en España en el siglo xvii. Poco se sabe de la vida de nuestro autor y no hay muchos estudios importantes sobre su obra56. Nacido hacia 1620, vivió en Madrid y sirvió en la Guardia Real de los monarcas Felipe IV y Carlos II. Por las referencias que dejó en sus obras se puede decir que pasó frecuentes apuros económicos. Murió en torno al año 1700. Entre 1663 y 1667 Para los datos biográficos de Francisco Santos remito a Donoso Rodríguez, 2013, pp. 13-17. 56 

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Santos entregó a la imprenta la friolera de dieciséis obras. La más famosa es Día y noche de Madrid (1663), la cual presenta un importante fin moralizante a través de la denuncia de los vicios de la vida cortesana. Además de esta, sus principales publicaciones son: Las Tarascas de Madrid y Tribunal espantoso (1665), Los gigantes de Madrid por defuera y Prodigioso entretenido (1666), El no importa de España, Loco político y Mudo pregonero (1667), la citada Periquillo el de las gallineras (1668), La verdad en el potro y Cid resucitado (1671), El rey gallo y discursos de la hormiga (1671), La tarasca de parto en el mesón del infierno (1672) y El diablo anda suelto (1677). En general la obra de Santos ha sido enmarcada en el ámbito del costumbrismo, pero señalada por un fuerte contenido didáctico y moralizador, ya que ilustra ambientes y escenarios del Madrid del Siglo de Oro, denunciando la corrupción y la crisis moral de la España barroca. Por otra parte, los críticos han coincidido en indicar que su creación literaria tiene una gran deuda, rayana en el plagio —aun si consideramos la distinta valoración que de la propiedad intelectual tenían los autores en el siglo xvii—, en especial respecto del Criticón de Baltasar Gracián. Ya a fines del siglo xix la novela Periquillo el de las gallineras era calificada como «the last expression of a once popular type»57, dando cuenta del ya citado debate sobre si existe un canon del género picaresco. Jesús Menéndez Peláez ha ofrecido una sencilla tipología del género58 que incluye seis rasgos comunes a todas las obras picarescas: el protagonista es el pícaro, el carácter autobiográfico, la doble temporalidad, la estructura abierta, el carácter satírico y el carácter moralizante. De las cuatro primeras poco o nada se encuentra en el Periquillo, porque el protagonista no es un pícaro, sino un verdadero antipícaro (en realidad, como veremos, un santurrón); a la obra le falta la técnica autobiográfica (el relato está contado en tercera persona)59; no existe Chandler, 1899, p. 392. Ver Menéndez Peláez, 1999, pp. 282-284. 59  Sin embargo, téngase en cuenta que el uso de la tercera persona ha sido valorado, desde el punto de vista novelesco, como «convenientemente manipulado para adaptarse a las necesidades didáctico-morales que ha de satisfacer: la tercera persona —tan nítidamente antipicaresca— parece servir, entonces, para endilgar el desenlace casi beatificador que el autor le tiene reservado al protagonista […], cuando no para guiar su peregrinaje mundano por escenarios alegóricos —en la línea de Los sueños, del Diablo Cojuelo o del Criticón—, o simplemente g­ nómicos 57 

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en ella la doble temporalidad (ya que el tiempo de la narración y el de la acción coinciden y evolucionan juntos, salvo cuando alguna vez son incluidos relatos de terceros); y su estructura es cerrada60 (el protagonista muere al final de la novela, por lo que resulta imposible prometerle al lector futuras aventuras). Con respecto al carácter satírico, este no posee el rol preponderante que adquiere en las obras cumbre de este género, siendo este un rasgo secundario en comparación con el tono severo que adopta la crítica moral en la obra. En efecto, es en su carácter moralizante donde el Periquillo cumple con creces: se trata del motivo fundamental de la novela, ya que todas las peripecias y comentarios del protagonista están encaminados a presentarle al lector un ejemplo o guía de conducta moral, que le señale la forma correcta de comportarse61. Tan es así que la parte final de la obra, que incluye una protestación de fe del protagonista en su lecho de muerte, se asemeja más a un sermonario que a un colofón narrativo62. Si bien en la novela picaresca tradicional el carácter moralizante se da mediante el ejemplo a contrario, nuestra obra se caracteriza porque su protagonista actúa siempre de manera correcta y promueve la virtud, y, a diferencia de los pícaros al uso, no se vale de conductas inmorales y de la astucia para ascender socialmente, sino que renuncia totalmente a ellas y se aleja de los comportamientos desviados,

—ahora como El licenciado Vidriera—, que den soporte y salida a la balumba sermonística» (Sevilla Arroyo, 2001, p. XLVIIa). 60  Alfaro, 1977, dedica un capítulo especial a analizar la estructura del Periquillo, en un estudio más amplio dedicado a este tema en el género picaresco. 61  Como curiosidad, cabe recordar que el propio Francisco Santos declara que el Periquillo tuvo su génesis en un caso real bastante próximo a los motivos picarescos: «En los años de treinta y seis hasta cuarenta hubo en Madrid un pícaro bufón, llamado Alonsillo el de las gallineras, tan vil truhán y desvergonzado que sus vergonzosas partes se manifestaban a la vista de cualquiera por el vil interés de un cuarto. He dicho esto por si acaso, discreto lector, has creído que lo moral de mis chanzas y discursos con alma se habían de ocupar en pintar semejante sujeto. Periquillo el de las gallineras es mi asumpto, un pobre entendido y desengañado que se supo conocer y conoció al mundo, cuyas medras halló a donde yo las espero. Lee piadoso, como lo has hecho a todas mis obras, que hasta esta hora solo esa medra he hallado y la estimo sobremanera» (Periquillo el de las gallineras, Prólogo Al amante lector, pp. 86-87). 62  Ver sobre este tema Barrero Pérez, 1990, que sitúa las obras de Santos, y el Periquillo en particular, como un buen ejemplo de las razones de la decadencia de la narrativa áurea.

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criticándolos y ref lexionando ácidamente sobre los mismos. Por esta razón, Periquillo forma parte del prototipo del antipícaro, en una veta iniciada por Vicente Espinel en su ya citado Marcos de Obregón (1618), y desarrollada con más profundidad por Jerónimo de Alcalá Yáñez en el impertinente hablador y crítico locuaz de sus amos que es Alonso, el protagonista de Alonso, mozo de muchos amos (1624-1626)63. Periquillo bien puede ser catalogado como el antipícaro por excelencia: ya Ángel Valbuena Prat apuntaba que «Periquillo el de las gallineras (1668) es más una sombra de picaresca que una obra tal. Lo ascético se ha sobrepuesto de tal manera a lo desenfadado o escabroso, que el efecto es únicamente ejemplar»64, idea en la que vuelve a insistir Ignacio Arellano: «La adopción de elementos sumamente superficiales produce un esquema de narración picaresca despojado del pícaro; este Periquillo es un modelo de conducta que se dibuja sobre un fondo sentimental, docente y de moralidad extrema»65. Francisco Santos reafirma el carácter ejemplar de la obra cuando señala en el mismo texto: «Dejad la guía de un ciego a Lazarillos y Alfaraches, que vos tenéis algo de buen natural y le habéis de bastardear andando a la vida poltrona»66. Años más tarde, al publicar su última obra, titulada El arca de Noé y Campana de Belilla (1697), Santos insistirá en que la finalidad de su Periquillo se contrapone a la de los autores del Lazarillo, La pícara Justina, Estebanillo González y Guzmán de Alfarache, obras que condena duramente como «libros todos y cuanto tiene de bufonada y chulería». Y añade: «Bien puede tu Periquillo el de las Gallineras sentenciarlos a fuego, que con aquel título presenta un alma desengañada, vestida de sentencias y moralidades»67. Una de las características de este arquetipo es que se origina en el mismo molde del pícaro, pero a lo largo de la novela subvierte todos sus rasgos constituyentes. De esta forma, encontramos que la genealogía vil, un aspecto esencial del personaje del pícaro, deja de operar como rasgo determinante en la obra. La narración no presenta la descripción de la baja procedencia de los padres de Pedro; a pesar de que

Ver a este respecto Donoso Rodríguez, 2005, pp. 155-156. Valbuena Prat, 1966, p. 1850b. 65  Arellano, 1999, p. 750. Han estudiado la obra como ejemplo de la antipicaresca o del «pícaro al revés» Alfaro, 1967 y Marcos, 1973. 66  Santos, Periquillo el de las gallineras, p. 160. 67  Citado por Navarro, 1976, p. XLVIII. 63 

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se señala que estos lo han abandonado por razones económicas, una carta que Faustino, el padre adoptivo de Periquillo, encuentra entre los pañales del niño da cuenta de un rasgo poco común en la biografía del pícaro: los padres de Periquillo son un matrimonio cristiano que, a pesar de sus limitaciones, desea lo mejor para su hijo: «La pobreza de mis padres es mucha, pues, aunque he nacido entre los lazos del yugo santo, no pueden criarme; y por ser muchos mis hermanos y cortísima la posibilidad de mis padres, solo pido, por amor de Dios, me den el santo Bautismo y en su dichoso voto sea mi nombre Pedro, que así se llama mi padre»68. Este dato se contrapone a las habituales alusiones genealógicas de la picaresca, en que el padre del protagonista es vil por su religión ( judío converso o morisco) o por su oficio marginal (barbero, molinero, ladrón, etc.), y la madre por su dudosa reputación (hechicera, prostituta, etc.). Estrechamente ligado a la genealogía vil está el rasgo del determinismo, que en el caso del Periquillo está absolutamente ausente, ya que, a pesar del origen humilde del protagonista y su nulo ascenso social, nunca es corrompido por el mal del bajo mundo que lo rodea. Por otro lado, el pícaro se caracteriza por el servicio a varios amos, aunque este no es un rasgo estructural, ya que no se presenta en todos los protagonistas del género (como es el caso del Buscón). En algunas novelas este rasgo tiene como motivación el mostrar las astucias del protagonista, a la vez que realizar una crítica social; en otros casos este motivo prácticamente desaparece. En el Periquillo se presenta de manera notoria, ya que Pedro se pone al servicio de diversas personas: Catalina; el gallego y su mujer, la gallinera; el ciego; el amo ladrón… El fin principal que cumple en nuestra obra es que el protagonista pueda conocer varios ambientes, para así retratar con mayor variedad las costumbres de la corrompida sociedad de la época. De acuerdo con todos los rasgos de la obra señalados, volvemos a preguntarnos si nos encontramos ante una novela picaresca. A primera vista parece que Periquillo no encaja del todo en el molde, ya que son más las características que están ausentes que las que se presentan. Sin embargo, creo que precisamente el carácter antipicaresco del protagonista lo convierte en un ejemplo del género, ya que se vale del molde picaresco para transgredirlo y subvertirlo. Por esta razón, la falta de 68 

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Santos, Periquillo el de las gallineras, p. 98.

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verosimilitud en la construcción de este personaje solo se entiende dentro del marco de la picaresca canónica, con la cual establece una relación ambivalente. No olvidemos las ya citadas palabras de Lázaro Carreter: «La distinción entre maestros y epígonos es básica para reconocer la diversa función que ejercen en la configuración de un género. Hay, efectivamente, uno o varios escritores que le proporcionan su poética peculiar, y hay otros que se adueñan de ella, con actitud sumisa o en rebeldía […]. Cada obra supuso una toma de posición distinta ante una misma poética»69. 4.1. La crítica social y la función moralizante en el Periquillo A lo largo de los diecisiete discursos del Periquillo se observa una evidente intención moralizante del autor, que muchas veces está asociada a la crítica social. Hay que recordar que «moralicemos» es una consigna que Francisco Santos repite en varias de sus obras, a tal punto que un crítico antiguo calificaba al Periquillo como «one of the least entertaining and instructive that I had read»70. Más recientemente Sevilla Arroyo ha profundizado en este juicio negativo de la obra: «Periquillo el de las gallineras es un amasijo tedioso e interminable, incluso como simple lectura, de la moralina ascética con la que anda obsesionado su autor, la cual impone al relato en tercera persona una estructura zigzagueante entre la autobiografía, la alegoría visionaria de perfil satírico y la tradición apotegmática. El batiburrillo de formas y contenidos resultante es tan indigesto, que no puede derivarse, ni transversalmente, de la sabrosa receta formulada en el Lazarillo de Tormes»71. Es obvio que entre las dos funciones tradicionalmente atribuidas a la obra literaria Santos se inclina por el aprovechamiento o docere. Al igual que el protagonista del Alonso, Periquillo se caracteriza por ser un observador crítico y locuaz de todo lo que le rodea, razón por la cual lo que cuenta y aquello acerca de lo que moraliza es lo que ha observado mientras sirve a sus amos, tanto de los propios defectos y virtudes de estos como del mundo que lo rodea.

Lázaro Carreter, 1972, pp. 197-198. Haan, 1903, p. 119. 71  Sevilla Arroyo, 2001, p. XLVIIb. 69 

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Repetidas veces Pedro enumera los males del mundo: la fortuna inconstante, la salud caduca, la fugacidad de la vida, el dolor, la angustia, el mal, la pena, el desasosiego, la inquietud, la penalidad, la congoja, la af licción, el susto, las desdichas, etc., como se puede ver en este pasaje que los expone de manera concentrada: ¡Oh, mundo miserable! Tú y cuanto hay en ti se burla del hombre. Tú, vil mundo, le engañas y le sacas al valle de lágrimas desnudo, para que todos hagan burla dél. Tú, perecedera vida, le mientes a lo mejor de su menester. Tú, vil fortuna, le burlas y vituperas, ya con poder, ya sin él. Tú, caduca salud, tan débil como la f lor de la enredadera, le faltas a lo mejor. Tú, edad más ligera que el viento, pasas y le dejas cuando quieres. Tú, dolor, angustia, mal, pena, desasosiego, inquietud, penalidad, congoja, af licción, susto y desdichas, le dais priesa a todo correr. Tú bien apenas llegas al hombre cuando, al volver la vista a ti, ya te ausentaste72.

Estrechamente ligado a la función moralizante está el tópico del mundo como valle de lágrimas, que se repite una y otra vez en la novela, tal como vimos en la anterior cita. Además de los males antes mencionados, están los males sociales, producto de la maldad intrínseca del hombre: la pobreza, el engaño, la ambición, la ingratitud y la fiereza, la avaricia, la mentira, la discordia, la adulación, entre otros. Por esto el mundo es considerado como una guerra perpetua: «Solo lloraré el que hayas venido a un mundo tan desdichado, tan triste y tan avariento, donde todo es guerra perpetua»73. Para la tradición cristiana medieval, actualizada en el Barroco contrarreformista, el mundo (junto al demonio y la carne) es considerado un grave peligro para el alma. Por esta razón, de la novela se desprende, aun cuando el protagonista no lo concrete en su experiencia vital, un ideal de vida ascética y retirada como remedio contra las iniquidades que rodean al hombre. Este tópico es muy recurrente en la época, y se observa tanto en la sabiduría popular de los refranes como en la tradición religiosa y en la literatura (obras dramáticas, poesía ascética y novela picaresca, entre otros géneros). De todos los males que acechan al ser humano, que hacen del mundo un valle de lágrimas, los más recurrentes en los capítulos estudiados 72  73 

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Santos, Periquillo el de las gallineras, p. 177. Santos, Periquillo el de las gallineras, p. 99.

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son la inestabilidad de la fortuna y el engaño. Con respecto al primero, resulta tan antiguo que puede documentarse incluso en el Antiguo Testamento74. La fortuna ha sido comparada desde antiguo con una rueda por su inestabilidad y mudanza, porque nada permanece, y lo que un día está arriba al otro día puede estar abajo: «Mudable llaman a la fortuna. Verdad dicen, que poco estable es la quietud del hombre. Nadie blasone de firme en un estado en cuanto viva sobre la tierra, cruel territorio de pesares»75. Las fuentes de este tópico son inabarcables, e incluyen refranes, cuentecillos, fábulas, novelas, etc. Además, el motivo presenta una gran cantidad de representaciones iconográficas. Con respecto al tópico del engaño, en esta novela dicho defecto aparece estrechamente ligado a la crítica social. Existe una fuerte condena a la ostentación y al culto a las apariencias en una época en que este mal estaba muy enraizado en la sociedad. Ya Erasmo de Róterdam había reprochado con firmeza, más de un siglo antes, la religiosidad aparente de muchos cristianos. Estas críticas aún subsistían en el siglo xvii, aunque más enfocadas en el plano social, sobre todo por la ostentación y el culto a las apariencias que predominaban. En la novela este motivo es desarrollado principalmente en el Discurso VI, donde Periquillo observa varias tiendas a las cuales concurren diversos personajes en busca de máscaras y guantes que les permitan adoptar distintas apariencias u ostentar un lujo que no poseen. El narrador, a partir de un personaje particular pero prototípico, generaliza su crítica a diferentes grupos sociales: a las mujeres critica su excesivo gusto por las galas y el lujo; a los lindos reprende el que se enamoren de la apariencia de las mujeres sin considerar sus cualidades morales; a los soldados los acusa de la pusilanimidad que esconden tras una falsa actitud agresiva, etc. En el Discurso VII se profundiza en el tema del engaño a través de la alegoría que presenta al mundo como un palacio-fábrica de mentiras y falsas apariencias, donde entran diversos animales para salir convertidos en otros: el caballo en tigre, la paloma en cuervo, la liebre en león, el tigre en cordero, etc. Los dos discursos citados tienen como fuente directa varias crisis del Criticón de Baltasar Gracián (lo que se puede apreciar en la extrema abundancia en el Periquillo de citas libres o literales de la obra del jesuita aragonés). Al igual que en la novela de 74  75 

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Ver Eclesiastés 9, 11. Santos, Periquillo el de las gallineras, p. 107.

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Gracián, el tema del engaño está muy ligado con el tópico del mundo como teatro, que también se presenta recurrentemente en los demás discursos de la obra: «Además que, ya que te obedecí en sentarme, déjame obrar como quien soy, pues represento en esta farsa de la vida a un criado tuyo»76. 5. Conclusión Uno de los rasgos esenciales del género picaresco es que el protagonista sea un pícaro. Pero en el largo proceso de evolución del género se va a desarrollar un importante camino de desintegración o decadencia del mismo, que por una parte se va a ensañar con la figura del pícaro, a la cual desprovee de sus elementos negativos, y por la otra va a acentuar otro rasgo: el carácter moralizante del relato, desvinculándolo de la figura del protagonista para enfocarlo en el mundo que lo rodea. Ambos elementos, refundidos, van a incidir en la creación de un tipo de relato que cada vez va a presentar menos rasgos picarescos, donde el protagonista ya no va a ser un pícaro, sino que progresivamente se va a convertir en un hombre bueno, e incluso en un santurrón. Es lo que me atrevería a llamar el «proceso de santificación del pícaro». El protagonista de Alonso, mozo de muchos amos, y en mayor medida el de Periquillo el de las gallineras, son unos excelentes ejemplos de este fenómeno. Bibliografía Alcalá Yáñez, Jerónimo de, Alonso, mozo de muchos amos, ed. Miguel Donoso Rodríguez, Madrid /Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2005. Alfaro, Gustavo A., «La antipicaresca en el Periquillo de Francisco Santos», Kentucky Romance Quarterly, 14, 1967, pp. 321-327. — La estructura de la novela picaresca, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1977. Arciello, Daniele, «Un ejemplo de reelaboración de un cuento de animales en dos novelas picarescas (Alonso, mozo de muchos amos y Lazarillo de Manzanares)», Edad de Oro, 39, 2020, pp. 237-251. — «Narración espiritual y digresiones moralizadoras: un análisis de coloquios y descripciones sobre un monasterio cisterciense en Alonso, mozo de muchos amos (1624)», Hipogrifo, 10.1, 2022, pp. 79-92. 76 

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Santos, Periquillo el de las gallineras, p. 182.

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ECOS DEL ESTILO DEL GUZMÁN DE ALFARACHE DE MATEO ALEMÁN EN LA TERCERA PARTE DE MACHADO DA SILVA STYLISTIC IMPACT OF ALEMÁN’S GUZMÁN DE ALFARACHE IN MACHADO DA SILVA’S TERCERA PARTE Iria Pin Moros Universidade de Santiago de Compostela ORCID: 0000-0001-6429-7307

Resumen: Como es bien sabido, las promesas tópicas de Mateo Alemán (1547-1614) en su Guzmán de Alfarache (1599 y 1604) derivaron no en una, sino en dos continuaciones. Frente a Sayavedra, Machado da Silva e Castro contaba con los dos volúmenes del sevillano cuando escribió su Guzmán hacia 1650. Esto no resulta poco significativo, dado que en la segunda parte el personaje se reforma y —quizás como respuesta al Guzmán de Sayavedra— aumenta el número de digresiones y su extensión. No olvidemos tampoco que Machado da Silva pudo contar tanto con la obra completa del sevillano como con la «libertad» que propiciaba la muerte del autor. Así, mientras el Guzmán primero tuvo eco en la voz del supuesto Luján de Sayavedra, la respuesta de Alemán en forma de segunda parte no apócrifa lo tuvo, décadas después (cuando la picaresca apenas tenía ya presencia) en Machado da Silva. En el presente trabajo intentaremos observar la repercusión del estilo de Alemán en el texto de Machado da Silva, un acercamiento que nos permitirá conocer mejor no solo la elocutio de ambas obras, sino también las tendencias de sus autores y la atención que Machado prestó a este aspecto del texto ajeno. Palabras clave: Guzmán de Alfarache; Machado da Silva; continuaciones apócrifas; retórica; estilo. Abstract: It is well known that the promises made by Mateo Alemán (1547-1614) in his Guzmán de Alfarache (1599 and 1604) led to two different continuations. ­Unlike

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Sayavedra, Machado da Silva e Castro had de possibility of knowing Alemán’s second Guzmán before writing his Tercera parte (ca. 1650). This is a meaningful fact, as in Alemán’s Segunda parte Guzmán evolves and the number and extension of the digressions increase significantly. Furthermore, Machado could rely on all Alemán’s work and had the freedom of expression fostered by his death. In this way, while the first Guzmán resulted in «Sayavedra»’s voice, Alemán’s second part led to Machado’s Tercera parte decades later, when the picaresque barely had a presence. On the basis of all these ideas, the aim of this essay is to analyse, from a rhetorical point of view, the repercussion of Alemán’s style in Machado’s continuation. By so doing, this approach will allow us to know better not only the elocutio of both works, but also the preferences of its authors and the attention paid by Machado to this aspect of the previous Guzmanes. Keywords: Guzmán de Alfarache; Machado da Silva; apocryphal continuations; rhetoric; style.

Introducción El propósito del presente trabajo es el estudio comparativo de los estilos de las dos partes del Guzmán de Alemán con respecto a la Tercera parte de Guzmán de Alfarache de Machado da Silva, redactada hacia 1650. De este modo, nos ocuparemos de la inf luencia del estilo de Alemán a través de su imitación por parte de este continuador. La intención principal no es valorar la elaboración retórica del texto ni el cuidado de su autor con respecto al estilo, sino observar posibles ecos del modelo. Ello nos permitirá, entre otras cuestiones, comprobar si aquellos recursos considerados principales en la obra o en la escritura de Alemán fueron también entendidos como dignos de imitación por el segundo de los continuadores. La Tercera parte de Guzmán de Alfarache Mientras la crítica ha sido estricta con el texto publicado en Valencia por un autor oculto bajo el seudónimo de Luján de Sayavedra, la Tercera parte de Machado da Silva ha sido menos estudiada. Una de las razones podría ser la conf luencia de géneros; el «hibridismo», con frecuencia censurado por la crítica, que considera que los distintos componentes no están bien entrelazados. De hecho, destaca la idea de que Machado continuó el texto de forma eficaz, pero falló en la forma. Tal es el parecer de San Miguel o González Ramírez:

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En conclusión, Machado da Silva, aunque sigue aparentemente la antítesis estructural creada por Alemán, en el fondo no hace sino destruirla. Sigue habiendo en su obra, no pocas veces, oposición entre la acción y la ref lexión, entre la parte narrativa y la discursiva, pero dicha oposición —y aquí radica la diferencia esencial— está desconectada del conf licto vital del protagonista. […] Exagerando un tanto las tintas podría decirse: Mateo Alemán, sobre la base de una miscelánea, crea una novela; Machado da Silva, sobre la base de una novela, vuelve a recaer casi en una miscelánea. El autor portugués captó con más precisión las intenciones moralizantes del Guzmán de Alfarache que su realización estética1. El procedimiento que emplea Machado da Silva para insertar historias no es demasiado rico en matices. Éstas, en cualquier caso, no son tan extensas como las novelas intercaladas del Guzmán de Alemán. […] En recto paralelaje con la obra de Alemán, Machado da Silva intercala entre los cuentos y la narración biográfica numerosas digresiones sobre temas heterogéneos: el orgullo, la vanidad, la nobleza, la verdad, el ocio, etc. No se le escapa al escritor portugués que estos excursos han sido condenados por un tipo de lector, por lo que se disculpa por detener el paso de su relato. […] Junto a las digresiones y a los relatos que vetean el discurso de don Juan, su peregrinación vertebra un conjunto de elementos narrativos de tendencias muy dispares. […] Estamos ante un modelo que hibridiza diferentes tendencias, teniendo como pieza motriz la peregrinación del ex pícaro a tierras de Galicia 2.

Aunque su título lo asocie indisolublemente a las vidas de pícaros, los especialistas en picaresca consideran que el peregrinaje de un (ex) pícaro convertido a la religión se aleja de su ámbito de estudio. Mientras el protagonista de Alemán nunca deja de presentar notables tintes apicarados, Machado opta por beatificar al personaje y por rodearlo de una mayoría de seres virtuosos3, excepto —curiosamente— su hermano gemelo y alter ego4, con quien paradójicamente no paran de San Miguel, 1974, p. 114. González Ramírez, 2009, pp. 37-40. 3  Se trata de un mundo similar al del Marcos de Obregón, y opuesto al del Estebanillo. 4  «De la bondad de Dios no podía esperar que duplicase a un hombre tan malo como yo era. Considerábame despierto, abiertas las ventanas, con toda luz; que no era en sueños el verme en dos cuerpos, bautizados ambos en un proprio lugar, ambos con un nombre, ambos de un apellido, ambos de malas mañas, 1  2 

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confundirlo, o el fraile pícaro Amaro da Laje, quien a su vez refiere las artimañas de Catalina de Melo5. Podríamos decir, como de la picaresca cervantina, que este epígono es en realidad «narración con pícaros»6, aunque escasos. La razón de todo ello es seguramente que Machado quiso darle una continuidad verosímil al relato (Alemán podría haberlo continuado de forma similar), aunque no se trata de la única finalidad del texto. Finalmente, «la crítica portuguesa se ha desentendido en general de esta obra; tan sólo algunos estudios panorámicos sobre la novelística del siglo xvii han prestado cierta atención al texto de Machado da Silva»7. De este modo, en lo que afecta al estado de la cuestión, no existen estudios exhaustivos sobre el estilo de esta obra. Sin embargo, y mientras los trabajos dedicados a Luján de Sayavedra se han centrado más en la autoría, las fuentes y diversas cuestiones ecdóticas, Baladrón —quien realiza un estudio exhaustivo del contenido de la Tercera parte— dedica un capítulo de su tesis (1983, publicada en 1984) al estilo del mismo. Su análisis se centra en el texto de Machado, eludiendo el estudio comparativo. Por ello, en esta ocasión nos ocuparemos de las similitudes y diferencias con el Guzmán original en el plano del elocutivo, no sin antes aproximarnos al sentido de esta Tercera parte. Aunque se base en los Guzmanes de Alemán, Machado da Silva convirtió su obra en un texto temáticamente distinto por varias razones principales: continuar el relato de la manera que consideró más coherente —a partir de la conversión, frente a lo que ocurría con Sayavedra— y alabar su país y describir algunas de sus ciudades principales. Otro de los motivos de esta continuación es que «la novela de Alemán se prestaba como pocas para intentar, a partir de ella, una obra de ficción didáctica»8. Mientras tanto, si atendemos a las razones proporcionadas por el narrador encontramos las siguientes ideas: No es mi intención enmendar a nadie. Alabar lo bueno, vituperando lo malo, es mi deseo. Mis sucesos cuento; mis defectos digo; cada uno aunque de buenas personas» (Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 393-394). 5  Para una visión sintética de los rasgos picarescos del texto, ver Niemeyer, 2008, pp. 515-516. 6  Rico, 2000, pp. 131-132. 7  González Ramírez, 2009, p. 30. 8  Niemeyer, 2008, p. 507.

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enmiende los suyos; que no haré yo poco en enmendar los míos, pues en toda mi reformación en las obras jamás pude librarme de malos pensamientos9. No hay duda que, cuando predica el bueno y virtuoso, mueve más con el ejemplo de su virtud que el entendido y docto con la retórica de sus palabras. […] No pretendo que me tengas por bueno ni juzgo me tendrás por entendido; y así, ni por esta vía quiero que me alabes, ni por esotra, forzarte a que te enmiendes. Mi intento es solo escribir mi vida, los sucesos que tuve, los casos que refiero para que no incurras en torso semejantes; créeme como acuchillado y no me imites como a virtuoso10.

De forma recta o irónica, parece que el narrador de Machado opta también por el exemplum ex contrario. Sin embargo, el desarrollo de la acción apuntará en mayor medida hacia una enseñanza recta, basada en modelos de virtud. El principal: Guzmán, pícaro reformado. Así, Machado mantiene la itinerancia del pícaro —entre otras razones, porque le permite ir mostrando la superioridad de Portugal frente a Galicia o España en general—, pero esta se convierte en un peregrinaje al estilo de los Trabajos de Persiles y Sigismunda. En lo que afecta a las voces del relato, sabemos que Alemán quiso justificar constantemente el porqué de la moralización de su pícaro; sin embargo, y puede que en la búsqueda de una mayor variedad de tonos, en Machado da Silva se produce una sucesión de digresiones morales y narraciones de muchos de los personajes con los que interactúa Guzmán. Como este se ha convertido en un ser noble, suele tratarse de seres más virtuosos que los que encontramos en Alemán y, por tanto, de discursos elaborados. Así, el texto se transforma en un escrito coral donde cada uno cuenta su historia o la ajena y moraliza sobre ella. De este modo, se produce un cambio de estrategia narrativa11, como han observado distintos especialistas: Existe una diferencia radical entre la estructura de uno y otro libro. […] Por el contrario, no era ni podía ser independiente de las partes anteriores del sevillano, a las que deliberadamente venía a completar. De Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 215. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 417. 11  González Ramírez (2009, p. 34) considera que se trata de algo inevitable: «el relato de un pícaro converso quiebra el esquema de la picaresca y exige una reconversión del modelo narrativo». 9 

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aquí que si el plagio de Luján resulta taimado y antipático, la honrada continuación de Machado de Silva gane a favor de los lectores12. Hay pocas marcas de literariedad en el nivel estilístico. Casi todas las referencias a autores clásicos se hallan puestas en boca de otros personajes, como si Guzmán-narrador hubiera olvidado sus estudios, y, con excepción del sueño, las historias intercaladas se caracterizan todas por su marcado carácter folklórico. Con todo, este narrador resulta ser bastante menos complejo y sus intervenciones mucho menos obsesivas que en el GdA I/II13.

Teniendo en cuenta estos cambios, llama la atención que una lectura atenta, ya desde las primeras páginas, desvele una cuidadosa fidelidad a los estilos de las dos partes alemanianas; Guzmán ya no es Guzmán, pero el estilo se mantiene. A su vez, la exageración de Sayavedra da paso a una utilización fiel y mesurada de los recursos de estilo. Como resulta evidente, se observan también las diferencias provocadas por el cambio de autor; de ahí que podamos apreciar tanto mecanismos ausentes como otros más utilizados por el portugués que por el sevillano. A continuación, veremos los principales, intentando hacer hincapié en la originalidad y las novedades aportadas por el portugués. Alemán y Machado: concomitancias y diferencias en el estilo Empezando por los textos preliminares de la Tercera parte, debemos mencionar en primer lugar el nombre ficticio del autor: «Félix Márquez, catedrático de prima en la picardía, sin salario»14. Al margen de que se trata de un recurso habitual en el Siglo de Oro, Brañanova González considera que las razones del «seudónimo» también podrían tener que ver «con que el autor no considerara el género novelesco de suficiente altura para sus propósitos doctrinales, aunque viera en él un buen vehículo para difundirlos»15. Por su parte, Niemeyer apunta lo siguiente:

San Miguel, 1974, p. 105. Niemeyer, 2008, p. 519. 14  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 157. 15  Brañanova González, 2017, p. 92. 12  13 

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Lo que aquí se retoma, casi media centuria después del Quijote y varios decenios después de la continuación del Lazarillo por Juan de Luna, es el juego de la ficcionalización de la composición de la obra por medio de la intercalación de un autor fingido, señalado como tal no sólo por la d­ iferencia con respecto al nombre dado en el título principal, sino también por su «profesión» inverosímil y cómica —y de indudables resabios cervantinos. Ello contrasta marcadamente con la «seriedad» de los paratextos del GdA I/II y las otras novelas picarescas, con la excepción del Estebanillo González. En todo caso, lo que de tal autor fingido (él mismo un pícaro e incluso muy experimentado) podían esperar los lectores contemporáneos era una obra cómica, entretenida, una obra sobre la vida de un pícaro en el sentido «ligero» y literarizado que había adquirido el término en las Novelas ejemplares16.

A ello se añade la dedicatoria paródica (también tópica, vinculada al beatus ille) de la obra «a la señoría libre de los magníficos y muy ilustres señores esportilleros de Madrid»17. Aunque contrasta con el contenido del texto18, incluye algunos de los recursos predilectos de Alemán, como el zeugma, el isocolon, el quiasmo sintáctico o —sobre todo— la interpretatio y la expolitio: El chisme no os daña, el testimonio no os afrenta; sois descendientes de Adán por varonía, como los príncipes, y de fe se ha de creer esta verdad, sin que nadie la dude. Gran nobleza es la vuestra sin haber quien os cuente o discuente los abuelos, ni porque le ofrecistes mucho ni por le haber dado poco. Vuestra limpieza tenéis en vuestras manos si no sois perezosos, y no en la lengua de vuestros émulos aunque seáis avarientos; Niemeyer, 2008, pp. 508-509. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, «Dedicatoria», p. 159. 18  Así lo considera Brañanova González (2017, p. 94): «Esta extensa y elogiosa dedicatoria a los esportilleros de Madrid, con la que Machado da comienzo a la obra, resulta harto chocante si tenemos en cuenta el contenido moral de la misma. Bien es cierto que, a lo largo del siglo xvii, son abundantes estos encomios de la vida picaresca por boca de personajes nobles, que miran con actitud de pretendida envidia a los que se ven libres de cargas económicas, sociales o de honra, pero lo opuesto del discurso en el resto de la obra solo es atribuible a una intención de acercamiento a los destinatarios del texto, desde esa posición de hermano y servidor que dice ocupar Félix Márquez, como trasunto del autor. Puede, de esta forma, dar el autor mayor verosimilitud a la autobiografía novelada, así como asegurar un mayor efecto de su lectio moralis». 16  17 

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vuestra seguridad, en vuestros pies, sin que haya quien os note; vuestra casa, en las de todos; en la pereza ajena, vuestras rentas, de que vosotros sois los cobradores. No tenéis criados que os engañen19.

Esta interesante dedicatoria anticipa, por tanto, algunos de los mecanismos retóricos destacados en el texto, y contrasta con la seriedad de la moralización recta que en él predomina. De hecho, «ironiza las dedicatorias convencionales del género» y, desde esta perspectiva, el paso de pícaro a caballero y, por último, la conversión en ermitaño, «sería nada menos que un exemplum ex contrario, pero ahora no en el sentido convencionalmente edificante, sino en función de la apología de la vida picaresca. No obstante, parece que tal consecuencia lógica del prólogo está lejos de las intenciones del autor implícito», que apenas recurre a la ironía20. Por otra parte, resulta muy significativo que la obra comience con una alabanza de la vida de seres bajos y finalice con lo que podría ser una parodia de los dos finales «abiertos» de Alemán: Y declaro que, si alguno quisiere inquietarme, sacándome de esta ermita, que doy por testimonio y suposición falsa todo lo que dijere, escribiere o manifestare de mi vida, porque, hasta llegar Dios a dar auxilios a un pecador para arrepentirse y hacer penitencia de sus culpas, puede tolerarse el que la escriba; pero dende allí adelante, será ignorancia escribir cosa alguna, salvo si fuere por expreso mandato de un confesor docto para mayor gloria de Dios, que a todos nos lleve a su santo reino21.

De este modo, el inicio y el final del texto podrían apuntar hacia una parodia de las supuestas rupturas del decoro alemanianas y del tópico de la continuación 22. Por el contrario, el mundo modélico 19  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, «Dedicatoria», p. 160. 20  Niemeyer, 2008, p. 510. 21  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 541. Aunque cierre sin posibilidad de continuación, anteriormente ha dicho: «Con estos remedios, pues, y otros muchos que, si el tiempo me diere lugar, daré a la estampa, gané tanta opinión entre los gallegos que de lo que se me daba, además de socorrer al hospital de los gafos, hacía muchas limosnas a los pobres, que hago y espero hacer mientras la vida me durare para que Dios me perdone las muchas ofensas que a Su divina Majestad y al prójimo tengo hecho» (pp. 539-540). 22  En palabras de Niemeyer (2008, p. 502), en Alemán «la promesa sería, pues, sólo la explicitación un tanto redundante de un rasgo ya de por sí evidente,

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que encontramos tras los textos preliminares nos lleva a pensar en un «homenaje» de Machado a Alemán a modo de continuación —con otras finalidades añadidas—. De este modo, parece que Machado sigue muchos de los rasgos de Alemán, pero, al mismo tiempo, parodia o censura otros. A los casos ya apuntados se añaden algunos comentarios del narrador, quien presenta ciertas objeciones formales respecto al texto de Alemán. Varias de ellas guardan relación con la extensión de los relatos intercalados y las digresiones, como ref lejan los siguientes pasajes, claramente críticos, y donde el narrador de Machado se posiciona a favor de la moderación23. Ello muestra una conciencia de la extensión de las digresiones de Alemán, y una voluntad de moderar este rasgo: Con todo, como estaba yo un poco ahíto de cuentos largos, como aquel de Ozmín y Daraja y otros que te he referido, le dije que venía en ello con condición que todo lo que se tratase, de cualquier género que fuese la materia, había de ser breve, porque si era buena, dejaba deseosos los oyentes para oír las demás; y si mala, menos cansados de escuchar con atención cosas de que no se gusta 24. Ya estarás cansado, pues yo lo estoy también de referirte tan largo sueño. Volvamos a la barca y ten paciencia, que más soñaron otros embarcándose en menos25. No quiero alargar más el sermón; que hasta los buenos manjares, si son muchos, empalagan, volvamos al discurso de mi vida 26.

Probablemente, Machado esté cuestionando la coherencia de Alemán al alabar la brevitas y, a su vez, desarrollar extensísimos relatos intercalados y digresiones. Aunque sutil, no deja de ser un ataque hacia la técnica narrativa de Alemán, y una justificación de los cambios y su cumplimiento o incumplimiento un dato accidental que no afecta la vigencia de este rasgo genérico [de la picaresca]». 23  Es en parte por esto por lo que los cuentos y las digresiones proceden tanto de Alemán como de otros personajes, lo que fomenta la variedad y la amenidad. De este modo, Machado optó por la técnica quijotesca para enlazar historias, aun manteniendo el estilo alemaniano. 24  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 244245. 25  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 343344. 26  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 351.

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en la de su texto, donde las digresiones, relatos y cuentos son más breves y, en muchos casos, forman parte del diálogo entre personajes. Machado no renunciaría en absoluto a la combinación de narración y moralización, pero sí que obraría de una forma distinta. En palabras de Niemeyer: Y en todo caso son pocas y breves las ref lexiones exclusivas del narrador, mientras que abundan las digresiones —exempla, descripciones, comentarios morales, genealógicos, médicos, etc.— del protagonista referidas por el narrador y mezcladas con sus comentarios ideológicamente idénticos. En grado aún mayor que en el GdA I/II, las digresiones llegan a dominar sobre la presentación de la diégesis, mejor dicho, la diégesis misma consiste más que nada en digresiones: en las ref lexiones del protagonista y, más aún, en la cantidad de anécdotas, sermones y comentarios que éste llega a escuchar. A menudo, las historias no tienen nada que ver con la vida de los que las cuentan, sino que son historias de crímenes, amores, burlas, milagros, martirios u otros sucesos memorables que se narran por su moraleja —siempre de tipo generalmente humano: el burlador burlado, etc.—, su relación con el lugar o simplemente por entretenimiento (ver I, 10). Carecen, por consiguiente, de cualquier relación con la trama —salvo si ésta se entiende como el viaje por el reino de Portugal que realiza un caballero que por casualidad sufre del problema de tener un pasado y ciertas inclinaciones de pícaro27.

Otro punto en el que el narrador de Machado matiza las palabras del sevillano es en una de las ideas planteadas al inicio del texto, tomada de Plinio y —más directamente— del Lazarillo28: Y a este propósito dice Plinio que «no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena»29. Bien veo de mi rudo ingenio y cortos estudios fuera muy justo temer la carrera y haber sido ésta libertad y licencia demasiada; mas, considerando no haber libro tan malo donde no se halle algo bueno, será posible que en lo que faltó el ingenio supla el celo de aprovechar que tuve, haciendo

Niemeyer, 2008, p. 517. Como indica Gómez Canseco (2012, p. 1161), esta idea también está presente en el prólogo de las Emblemas moralizadas de Hernando de Soto (1599) y en el Quijote, entre otros. 29  Lazarillo de Tormes, p. 3. 27 

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algún virtuoso efeto, que sería bastante premio de mayores trabajos y digno del perdón de tal atrevimiento30. E esto digo porque en el juicio de los malos no hay libro, por mejor que sea, de que su malicia no saque venenosos documentos; ni en el de los buenos ninguno, aunque no sea bueno, de que no se aprovechen para dar verdaderas enseñanzas. Por más clara que el agua sea, si en mal vaso se echa, sus resabios le quedan; y a veces, siendo el vaso bueno, disimula la malicia de otra. También hay naturales indiferentes; estos son papel liso, que con facilidad recibe los buenos o malos caracteres que en él se imprimen, por lo cual siempre es de grande utilidad huir el trato de los malos31.

En definitiva, puede tratarse de pequeñas muestras de que Machado no concordaba con todo lo expuesto por Alemán. Esto permite comprender, por ejemplo, que los capítulos y relatos intercalados sean más breves32, y que juegue más con el exemplum y con la inserción de anécdotas en boca de distintos personajes que con las largas disertaciones de Alemán y Sayavedra. Se trata de rasgos popularizantes y en favor del didactismo, pero también aparecen exempla sobre autoridades o que tratan asuntos elevados. No olvidemos tanto el decoro a los personajes elevados como la profundización moral que favorece la conversión del pícaro y su peregrinaje. Partiendo de este punto, si nos centramos en los recursos concretos imitados encontramos tanto los más evidentes en la prosa de Alemán como otros apenas imitados en el Guzmán de Sayavedra, como el zeugma o el refrán. Empezando por las digresiones, aparecen los mismos mecanismos que en los Guzmanes anteriores. Aunque, frente a la tendencia de Alemán (a partir del sermón barroco), el verbo no suele situarse en posición inicial, sí se juega con la agudeza, y dominan las apelaciones al lector. La forma más frecuente de dirigirse a este, también en el caso del narrador de Machado, se relaciona con la justificación de sus errores, los consejos y las advertencias, donde destaca la moción de afectos. Así ocurre en el siguiente pasaje sobre el decoro, en la línea del «procura ser usufrutuario de tu vida, que, usando bien de ella, salvarte puedes en tu estado»33 de Alemán: 30 

Alemán, Guzmán de Alfarache, Primera parte, «Del mismo al discreto lector»,

p. 13. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 244. También lo son en la Segunda parte apócrifa. 33  Alemán, Guzmán de Alfarache, Primera parte, p. 185. 31 

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Si eres religioso, estate en tu celda; si eclesiástico, en la iglesia; si profesas letras, con tus libros; si eres casado, asiste a tu mujer, trata de tu casa y de la enseñanza de tus hijos; si soltero y mozo, no gastes mal el tiempo, haz como hacía el que te he referido, que, para saber mucho y de cosas varias, todo el tiempo es poco y la mocedad corta 34.

En esta línea, un modo eficaz de protegerse ante las posibles críticas es el empleo de la socorrida refutación proléptica, cuya finalidad es anticipar la crítica o darla por supuesto para justificar errores. En Machado son especialmente extensas, incluso más que en los textos previos. En el ámbito del contenido, también la refutación proléptica suele derivar en consejos o advertencias y reproches al lector35. A su vez, en este tipo de pasajes el narrador suele insertar detalles relevantes sobre el propósito de la obra: Bien veo que me condenas cortar el hilo de la historia cuando deseas ver adónde para, y que es grande desahogo este para quien se está ahogando36. Bien veo que en la primera y segunda parte de mi vida me has condenado semejantes digresiones, o descuidos por mejor decir, a gusto de tu paladar o disgusto de los ajenos37. Ya veo, curioso lector, que en el juicio de tu estimación me condenas los impulsos de bueno, siendo malo, y los primores de caballero habiendo Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 503. Al tratarse de un pecador que narra su vida desde el arrepentimiento, no son escasos los reproches a su yo pasado, como muestra el siguiente fragmento: «Cuando yo me paseaba por la ribera y vía aquellos modos de hablar, aquel torcer de bocas haciendo cucharitas de los labios, aquel remoquetear de palabras, meneando cabezas, hacer de manos y ademanes de cuerpos de las pescaderas, quedándome suspenso por un rato y entretenido por muchos, me decía: “¡Qué tiempo te perdiste en tus mocedades, Guzmanillo! ¡Qué pies te llevaron a Madrid con tanta descomodidad y trabajos! Pues metiéndote en Sevilla con uno en un barco de Lisboa, saltando en esta ribera con el otro, aquí hallarás padre y madre y perro que te ladre, las felicidades de pícaro, las dichas del vagamundo, los aciertos de ganapán, las maulas de esportillero, las ocasiones de gatillo, con el mayor triunfo de la golosina y pompa de la bucólica. No malograras el tiempo cuando muchacho; y cuando mancebo, subieras al estado de rufián de una de estas. ¡Oh ninfas del Tajo! ¡Oh nereidas del Océano!”» (Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 213). 36  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 206. 37  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 285. 34  35 

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sido pícaro, por hallar reprehensiones de vicios con alabanzas de virtudes, a donde buscabas entretenidas sutilezas de mentiras, latrocinios y engaños de importancia 38. Tan cansado te juzgo de mis locuras y curas, que me parece no ser necesario pasar más adelante con el proceso de mi vida 39.

Como vemos, la refutación proléptica se asocia a uno de los aspectos esenciales de los Guzmanes: el constante diálogo con el lector, a quien se pretende persuadir por distintas vías. En las digresiones moralizantes de Alemán y Machado se alterna el razonamiento complejo a través de la sucesión de prótasis y apódosis (dirigidas al intelecto del discreto lector), la explicación didáctica (mediante exempla, similitudines, etc.) y la moción de afectos, presente sobre todo en las interpelaciones al lector y en los diálogos con este. Dichos propósitos implican un estilo particular, y en el afectivo entran —además de la refutación proléptica— las figuras patéticas (especialmente, interrogaciones, exclamaciones y apóstrofes) y de repetición y, en general, muchos de los recursos propios del sermón. El uso de estos mecanismos suele obtener mayor eficacia de forma amplificada o acumulativa, por lo que en lugar de aislados aparecerán encadenados, de forma enumerativa o en interpretatio o expolitio, en ocasiones de carácter sentencioso, como ocurre con especial frecuencia en autores como Antonio de Guevara, más tendente a la simetría, y en ocasiones en Alemán, quien tiende a evitar este último elemento gracias a figuras como el zeugma. Veamos algunos ejemplos en la obra de Machado: Por adquirir riquezas fía el ambicioso la vida a la inconstancia de los mares, a la fragilidad de una nave, a la inclemencia de los tiempos, a la dureza de un escollo, al encuentro de un incógnito bajío, y aun a la misma malicia de los hombres; y a otros innumerables tropiezos de siniestra fortuna se opone, fiando, solamente, en una caduca esperanza. ¿Hay mayor locura?, ¿hay desatino mayor que se le iguale? Sí, por cierto, otros hay sin comparación mayores, y en medida desiguales, porque todos, o la mayor parte, de los que por intereses ponen a riesgo la vida es porque aquellos le faltan para sustentar esta. Pero los que, colmados de riquezas, o por herencias de sus mayores, o por solicitud de su industria, las despenden 38  39 

Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 306. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 540-

541.

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o minoran en la pretensión prolija o compra exorbitante ya del oficio, ya del hábito, ya del título, ya de la grandeza, y otras vanidades semejantes; que por pagar los [s]altos de vacío vacían la bolsa por cosas que el tiempo altera, disminuye y varía, como en la moneda el precio, que su intrínseco valor no iguala, desentrañando a sí propios y a sus hijos y sucesores de su propio sustento; mayores desatinos son estos; que, anteponiendo a la estimación de su propia riqueza la de la ajena cortesía, desprecian con la esperanza de esta la posesión de aquella40.

Si yo fuera un monarca, un rey, un príncipe, un grande señor, un hombre rico, una doncella hermosa, pudiera temer de la fábrica de un engaño la ruina de mi imperio, la destruición de mi reino, el fin de mi dominio, el consumo de mis bienes y el mal logro de mis prendas, como las más veces todo esto viene a perecer a manos de la traición, del engaño, de la mentira, del enredo y de la codicia41. Recordemos que las figuras retóricas sirven como refuerzo del contenido; si el pícaro es por definición un personaje contradictorio que se mueve entre dos mundos y, además, expresa sus conf lictos internos, no podrá prescindir de ciertas figuras lógicas. Resulta interesante el análisis de todo ello llevado a cabo por San Miguel:

El autor portugués opta por dejar vivas tanto las buenas como las malas inclinaciones de que había adornado a Guzmán de Alfarache su predecesor. El lado moralmente positivo de Guzmán aparece, por ejemplo, en su clara mente para distinguir entre el bien y el mal. […] Ahora bien, estrechamente unido al enfoque del protagonista narrador surgía en Alemán un aspecto fundamental para la estructura de su novela: la polarización de la misma en una parte narrativa en la que se cuentan, sobre todo, las acciones inmorales del pícaro, y en una parte ref lexiva en la que, de ordinario, se moraliza contra tales acciones, creándose así una gigantesca antítesis que arranca de la esquizofrenia simultánea entre el yo-pensante y el yo-viviente, o alterna entre el yo-actuante y el yo-narrante. […] La inclusión del elemento ref lexivo moralizante resultaba ahora aproblemática. […] Uno de los momentos más repetidos en la acción es el encuentro de don Juan de Guzmán con

40  41 

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Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 167. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 395.

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personajes cuya función primordial —con honrosas excepciones— es servir de pretexto para colar elementos narrativos o discursivos de la propia vida e incluso de la «historia» de terceros42. La intención didáctica predomina tanto en Alemán como en Machado da Silva; por ello coinciden las antítesis de virtud y vicio/pecado; bien y mal43, etc., y distintos casos de paradoja («del mismo parto que les nació el mayor dolor, naciese juntamente el mayor consuelo», Tercera parte, III, V, 469) y oxímoron («cuidadosos descuidos», Tercera parte, III, IV, 449). En el siguiente pasaje, la paradoja se combina con la derivatio y el quiasmo: «A donde la duda es cierta, y la certeza dudosa, ¿quién me obliga a creer finezas de amantes en tiempos que no hay amantes de finezas? Lo que todo y no veo, ¿quién me obliga a creerlo?»44.

Como ilustra este ejemplo, un tópico muy recurrente —más que en Alemán— en la obra de Machado es el del mundo al revés (también la vida como sueño, no demasiado alejado), vinculado a los adynata o impossibilia45. Baladrón analiza este aspecto en su tesis doctoral sobre la Tercera parte: Mucho más interesante es el tema del «mundo al revés», que le va a dedicar todo un capítulo y que lo soporta en la estructura de un sueño. Como el único propósito de este tema es la crítica de la sociedad, al hacerlo dentro de un sueño no hace sino darle una base probable por la creencia en aquellos tiempos de que los sueños revelan, en muchas ocasiones, lo que los sentidos no pueden alcanzar a entender por aquello de que los engaños entran por los ojos. El tema de «el mundo al revés» en todas sus facetas (burlas/veras, engaño/desengaño, apariencia/realidad), y tan usado por nuestros escritores barrocos, se remonta a la tradición griega cuando la diosa Fortuna, superviviente del Olimpo, distribuyó de forma diferente los atributos terrestres. El antecedente más inmediato de Machado, sin embargo, es el de Los Sueños, de Quevedo, y más San Miguel, 1974, pp. 110-113. Por ejemplo: «Pues, si a lo que es bueno es menester la soledad para no corromperse, ¿qué hará al que es malo la comunicación de los que no son buenos, sino volverlo pésimo? Siempre el mal más tarda al que de él se guarda» (Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 503). 44  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 203. 45  Ver Curtius (1955, pp. 143-149). Para las nociones retóricas, puede consultarse también Lausberg (1966-1967) y Azaustre y Casas (1997). 42  43 

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p­ articularmente en su obra La Hora de Todos, en donde el autor, dando una vuelta al mundo durante sesenta minutos, presenta el verdadero ser de las cosas46.

Otro recurso destacado en esta obra es la metáfora. En principio, el respeto al decoro no favorece su pleno desarrollo en la narrativa picaresca, donde suele ser sencilla, popular y lexicalizada. Baladrón considera, en cambio, que en este tercer Guzmán la metáfora simple es escasa, mientras que resulta más atractiva y frecuente la descriptiva y la pura. De hecho, afirma lo siguiente: En conclusión, hemos querido poner de relieve el estilo conceptual de Machado, y su afición a ciertas figuras determinadas dentro de la misma escuela. El «escribir para todos», frase que en varias ocasiones repite en el libro, le hace, a priori, escapar de la oscuridad de Góngora, y adentrarse en el mundo del ingenio y de la imagen conceptual. El que hoy nos resulte un poco difícil (a veces) leer su prosa, ni por asomo le sucedía lo mismo al lector del setecientos47.

Es cierto que los cambios realizados por Machado en el protagonista podrían favorecer un mayor empleo de tropos como la metáfora o la alegoría48, pero a nuestro modo de ver los ejemplos aducidos por este especialista son en su mayoría metáforas lexicalizadas (incluso metonimias)49, sobre todo en lo que afecta al contexto amoroso, un hecho también presente en Alemán: Mirad lo que mandáis; decid lo que queréis, que en vuestra mano está obedeceros quien nació para esclava de dos soles, de que ese rostro es cielo 50. Ejecutose así, y llevándole el leonero por junto de ella, como estaba vuelta aparte de medio día, y el paje ricamente vestido y adornado de joyas, pareciole un sol a los rayos de la luna 51. Baladrón, 1983, p. 103. Baladrón, 1983, p. 260. 48  «La imagen alegórica es otro de los caminos más usados por Machado en su afán de llegar al gran público, al que pretende enseñar, y, al mismo tiempo, desengañarlo de lo terrenal efímero» (Baladrón, 1983, p. 243). 49  Baladrón (1983, p. 241) considera que Machado «se manifiesta en oposición al lenguaje metonímico al que considera lenguaje impropio». 50  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 179-180. 51  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 445. 46  47 

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—Un mundo todo fuera poco —respondió él—, señora mía, para poner a vuestros pies; y todas las fieras de él, menos para rendir a vuestra vista un hombre que, de, esos dos soles animado, nuevos incentivos de valor le infunden. Adiós, señora, que no me sufre el corazón dilatar más tiempo el logro de tanto bien como por vuestra mano me ofrece la fortuna52. ¡Prodigio raro! Llamábase el religioso el padre Alba, y con serlo él a dos soles, dos albas me anunciaron las luces de aquel día, una a los ojos del cuerpo, la otra a los del alma53.

En una línea similar a la de Alemán, y que Quevedo desarrollaría en mayor medida, las descripciones más agudas de Machado enlazan con la caracterización degradante. El siguiente ejemplo es una descripción —negativa, y fundamentada retóricamente en la moción de afectos— de las denostadas dueñas. Cuenta también con los recursos patéticos, la expolitio y la interpretatio, el refrán, el homeotéleuton, el calambur, la metonimia, etc.: —¡Oh, dueña de las dueñas! —respondió él—, ¿no sabéis que soy mosca? ¿Quién si no vos pudiera hallarme, tía, madre y abuela y ascendencia mosquita en las aras de Baco, del séquito dueñuno venerando? ¡Oh dobles centinelas, veletas de tejados!, que donde sopla el viento del interés con desatenta atención ponéis la mira, sin reparar en la fidelidad y confianza de los que, para guardar sus casas, eligen dueñas y se hallan con cigüeñas, que dos mil sabandijas llevan hasta el palacio más sublime! ¡Oh perras perdigueras, cuyo olfato penetra las entrañas del corazón más oculto de cocina o despensa retirada! Sois gremio impertinente, fantasmas de palacios, urracas de desvanes, maestras de los gatos, emulación de pajes, arpías de las ollas, polilla de los trapos54, de enfermedades nuevas inventoras. Quien no os conoce os compre; que, devotas de botas, fiscalizan a quien las da el pan hasta los sueños. ¡Oh, trompeteras de toda falta ajena! Simiente sois de chinches y alcaparras, cimiterio de pulgas y piojos, adonde anidáis torpes garrapatas. Almagacén de toda trastería es cualquier cofre vuestro o alacena, que, oliendo a carneruno y abadejo, toda una pieza tienen contagiosa. No hay carbón que os sobre en el invierno; la bodega en verano os abrasa; y si no es bodega y es aproveída, en cualquier otra parte no halláis vida. Estas, pues, son las dueñas, que de uñas su nombre se deriva por ser agarrativas. Mirad qué buena tía, para que, siendo Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 445. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 521. 54  Recordemos la importancia de la metáfora polilla en Alemán o Quevedo. 52 

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mosca, me fíe de ella sin muy grande recelo. Váyase norabuena, que las moscas por todo nos entramos y sabemos muy bien vidas ajenas. Quien no quisiere oír sus malas mañas no venga a mi aposento, que soy mosca y digo lo que siento55.

Aunque más breves, lo mismo ocurre con los retratos de otros personajes. En el siguiente fragmento, y como suele hacer Alemán, Machado quiebra la agudeza al explicarla: «con la boca más llena de risa que de dientes (porque era muy viejo)»56. Otros de los recursos más utilizados en la obra, sobre todo en la búsqueda de tintes agudos como los del ejemplo precedente, son los relacionados con la repetición y la omisión de elementos. Como Alemán, Machado supo ver la sencillez y efectividad de este tipo de mecanismos. Empezando por la repetición, una de sus figuras predilectas es el equívoco57, en ocasiones, agudo: Mira, ¡oh curioso lector!, cuál yo me quedaría oyendo tan reales palabras, que de reales no esperaba lo que de escudos se me prometió58.

Su secreto pone en la calle quien quiere que otro se lo calle59. Extrañábase tanto entre los gentiles la mentira, que el emperador Marco Aurelio solo por este vicio intentó desheredar a su hijo Comodo. Es hoy el mayor comodo para heredarlos el acomodarse con él60. Del sastre y mercader y otros oficios que tienen vara y hurtan con vara, te libre Dios61.

Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 259. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 172. 57  La silepsis es menos frecuente, al igual que en Alemán, probablemente dada la mayor complejidad que supone su comprensión. En el siguiente pasaje afecta a una frase hecha, así como a la mordedura y robo al protagonista: «Miren Vuesas Mercedes cuál yo me quedaría oyendo tal desvergüenza a un pícaro, que, después de haber comido mi fruta, me hablaba con este descoco, y aun sonriéndose de cualquier palabra que yo le decía, y viéndome roído los zancajos de un mico, me pedía la bolsa por la gatera. Quise volver a las buenas, pero como él sabía tanto de las malas, vista su resolución, fue forzoso rescatar mi plata con pagarle el salario que le debía. Y se fue libre a donde quiso, dejándome prisionero en un aposento; que, aunque daba voces, nadie me las oía por estar retirado» (pp. 262-263). 58  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 170. 59  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 194. 60  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 248. 61  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 420. 55 

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La que peina el pelo para acomodarle con la nieve de sus dedos, haciendo mil garabatos a una y otra parte por enseñar la mano, de mano quiere ganarte, dándote pie o motivo para que mejor juzgues su sentido62 ¡Bien fuera, y no muy fuera de justicia, que pagando yo [con] mi vida aquella deuda ajena, pagase las mías!63.

En varias ocasiones el juego de palabras enlaza directamente con el relato de Alemán, como ocurre con el nombre de Gracia, segunda mujer de Guzmán cuya muerte narra un personaje de Machado. Se trata de un guiño64 en forma de locus a nomine (como el del pasaje de Tomar en II, X) agudo. Veamos algún ejemplo de ambas obras: Iban con otras amigas, no de poca buena gracia; mas la que así se llamaba, que era la hija mayor de la mesonera, de tal manera las aventajaba que parecía traerlas arrastradas. Eran estrellas, pero mi Gracia el sol. […] Toda era gracia, y, juntas las gracias, todas eran pocas para con la suya. Toda ella era una caja de donaires65. Cuando les di las gracias de su buen comedimiento, hube —muy de mi grado y constreñido de ser mandado— de coger el manteo y, sentado encima, de alcanzar parte y no pequeña, porque me regalaban a porfía. Siéndoles agradecido, haciendo la razón a los brindis, me valió

Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 450. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 454. 64  Hay muchos más, algunos en forma de cita: «Ya te dije en el capítulo tercero y octavo del primero libro de la segunda parte de mi vida lo que es el engaño y su definición, y lo que filósofos, poetas y hombres doctos del mundo dijeron de él, ya por discursos, ya por figuras, ya por evidentes razones. Todo esto discurría en este caso qué conveniencia, qué utilidad, qué provecho, qué honra y, al fin, qué gusto podía obligar a aquel peregrino hacerme este engaño, pues todos encaminan a una de estas cosas sus heridas» (Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 394); «Con la aguarrás que te he referido en el capítulo octavo de este libro tercero de esta tercera parte de mi vida, curaba brevemente todas las heridas que no eran penetrantes» (p. 537). En ocasiones cita otros autores al modo de Sayavedra: «Raro fue el ejemplo que nuestros padres vieron en el fin que tuvo la casa de los Pereiras, señores de Basto, cinco leguas de esta ciudad, que, continuándose en la baronía de este apellido, si bien en sus principios llamándose Froyas desde el tiempo del rey don Alonso el Casto, como se ve de algunos nobiliarios y lo refiere el doctor Francisco de Sá y Miranda, égloga quinta, estancia primera, que dedica a Antonio Pereira, señor de esta tierra, contemporáneo suyo» (p. 480). 65  Alemán, Guzmán de Alfarache, Segunda parte, p. 677. 62 

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por ­bastante cena. Cuando hubieron acabado, sacó la criada la vihuela que debajo del manto llevaba, y dándome la gracia con toda la suya, de su mano a la mía, me mandó que les tañese, porque querían bailar66. Gracia era mi retor, su gracia era mi maestro y su voluntad mi curso; ya no sabía más de lo que quería que supiese. Comencé riendo y acabé llorando67. —[…] Doña Gracia era su nombre, y mil dones de gracias tenía, con que toda la gente moza de esta ciudad andaba revuelta68. Contenta se fue a su casa Camila, adonde halló a don Julio haciendo su agosto, a quien con mil gracias Gracia entretenía. Y no con poca dijo ella en entrando […]69. —Por la mía correrá todo —dijo don Julio—; no se af lija Vuesa Merced, señora Camila, que las deudas de Gracia, de gracia las pagara yo todas, cuando no fueran tan debidas a la buena voluntad con que nos hace merced. Sosiéguese el ánimo, que es ya tarde, y haga penitencia con mi Gracia mientras mi desgracia me lleva a hacerla con doña Claudia70.

Estos son algunos de los numerosos casos de locus a nomine en el texto de Machado, quien añade al de Alemán muchos otros de su mano. No todos se relacionan con el equívoco, pero existe una estrecha vinculación: Pues ¿cómo? —respondió Angélica (que de fuerza se había de llamar así esta hermosa dama)—, o la muchacha me ha engañado, o vos a ella; mucho más adelante pensaba yo que estaban nuestras bodas71. Mal presagio fue este para tenerle alegre; pero peor lo fue, para que mis doblones se me restituyesen, llevarme a la ciudad cuyo nombre se acaba en uña72. ¡Prodigio raro! Llamábase el religioso el padre Alba, y con serlo él a dos soles, dos albas me anunciaron las luces de aquel día, una a los ojos del cuerpo, la otra a los del alma73.

Alemán, Guzmán de Alfarache, Segunda parte, p. 678. Alemán, Guzmán de Alfarache, Segunda parte, p. 680. 68  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 178179. 69  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 180. 70  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 181. 71  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 314. 72  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 516. 73  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 521. 66  67 

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En el ámbito del locus a nomine suelen estar presentes la agudeza y los juegos de palabras, ya sea a través de «adivinanzas» como la del penúltimo de los ejemplos, o del equívoco que destaca en el último, donde se alternan distintas acepciones de alba. Próximo al equívoco se encuentra el calambur, algo más elaborado y menos frecuente, pero también destacado en la Tercera parte. Seguramente sea el temor a oscurecer el texto el causante de su habitual paráfrasis, recurso desarrollado en una medida similar por Alemán. Veamos algunos ejemplos: Quien no os conoce os compre; que, devotas de botas, fiscalizan a quien las da el pan hasta los sueños74. —[…] Porque siempre dicen en las escrituras de dote: «Esto doy a mi hija, deuda o criada, para su casamiento»; y como los escribanos no reparan en la ortografía, y se les olvidan las comas que han de poner entre «casa» y «miento», con decirlo tan claramente no lo entienden los pobres o ricos que de sus escrituras se fían75. —[…] Todo el tiempo es locura, y todo el tiempo lo cura; juez es de su pena quien todo lo condena76.

En la misma línea imitadora del estilo de Alemán, y enmarcada en la literatura áurea en general, se sitúan figuras más sencillas como la paronomasia, que proporcionan agudeza a la vez que resultan de comprensión sencilla. De este modo, los juegos de palabras donde interviene el componente fonético tienen importancia también en este texto77: Con poca lección de esa Catalina otro Catilina fuera yo a la república, y tan amargoso como Amaro si tomara las suyas78. —Pues, señor —volvió el otro—, si queréis casar y que no os engañen, no sea en Castilla, adonde las ceras y los ceros son inexcusables, porque las añadiduras de los dotes siempre vienen a ser más que el principal, y el más

Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 259. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 270. 76  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 511. 77  Como indica Baladrón (1983, p. 258), «gusta Machado de desdoblar las palabras en sus diversas formas etimológicas, produciendo vocablos diferentes». 78  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 242. 74 

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principal quien más añade y engaña, si bien diciendo la verdad, en que pocos advierten79.

A nuestro parecer, se trata de los principales recursos de la Tercera parte que conectan con las dos de Alemán. Sin embargo, y todavía más si observamos el de Sayavedra, es otro aspecto coincidente el que más llama la atención. Encontramos una notable cantidad de refranes, en ocasiones de forma encadenada en período de miembros, aunque de menor extensión que los de Alemán. Como ocurría en la prosa del sevillano, su encadenamiento implica casi siempre el uso de la interpretatio, pues los refranes enlazados tienen un sentido similar: Tanto hace el desengaño, y cuántos desengaños acarrean los trabajos. En tiempo me conocí yo que muy al revés lo sentía de lo que hoy lo digo; no se me escaparán por la malla aquellos refrancillos a este propósito: Duelos por duelos con pan son menos; poderoso caballero es don dinero; el que tiene todo lo vence; y otros dos mil que, como cerezas, colgándose unos de otros, vaciaran la banasta por calificar al interese, apoyando las riquezas sobre las virtudes de mayor estimación en el hombre. ¡Qué diferente hoy lo siento!80. Y lo cierto es que el que lo dice lo sabe. No se hizo el caldero a lumbre de pajas, pues Su Majestad lo aprueba. Guzmán me soy, aunque tres padres me engendrasen; si mi madre no me lo dijo, lo ignoraría, que a buenos hombres duelen los ojos, y en buen paño cae una mancha 81.

Así, refranes y sentencias, esenciales en el sevillano, obtienen aquí su eco, en contraste con Sayavedra, quien optó por las citas de autoridades. Frente a La pícara Justina, el Quijote o el Buscón, no parece en absoluto que esto tenga que ver con una parodia, sino más bien con la imitación de los rasgos esenciales de Mateo Alemán. A este propósito, resulta interesante la siguiente apreciación del narrador de Machado: Un chiste, un retruécano, una sentencia, un buen dicho, jamás entre ellos se pierden; todos allí son dichosos en los aplausos, o ya por lo sutil

Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 270. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 168. 81  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 170. 79 

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del ingenio, o ya por lo picante de la sustancia; en lo dulce de aquel y en la sal de este, recrean y deleitan sus claros entendimientos82.

También debemos recordar un recurso casi inherente a la paremia: el homeotéleuton. Su constante presencia se ref leja no solo en el uso del refrán, sino también en las sentencias con rima, a lo que contribuye también la paronomasia. Machado sí aceptó el uso de la rima en prosa, con frecuencia favorecido por las terminaciones verbales: Mal podía yo resistir a tan forzosas razones; alargué la mano, como el médico, y también alargara la enfermedad si a respecto de otros doce días se me doblara la dádiva de docientos escudos; al fin tomé la ofrenda y bendije la prenda. De estas heridas muera quien bien me quiera; el se quedó vano; y a mí, sana la mano; quien da por envidia ajena, en dos vicios se condena 83. Todo lo puede hacer Dios, nadie desconfíe de su misericordia. Ayer Guzmanillo, hoy don Juan de Guzmán; ayer un embustero, hoy muy gran caballero; ayer un ladrón, hoy en religión; ayer fementido; hoy arrepentido. Engañome mi patria, desengañome la ajena; engañáronme los gustos, desengañáronme los trabajos. ¡Oh poderoso Dios y Señor mío!84.

Por tanto, parece que Machado da Silva era plenamente consciente de la eficacia las expresiones populares y la rima, más efectivas en la lengua de origen que alteradas85. Se trata, en definitiva, de uno de los recursos de Alemán más logrados en la prosa del portugués. Así lo resume Baladrón: En cuanto al estilo del autor no cambia mucho con respecto al de sus otras obras. Usa del cuentecillo tradicional de una manera ilustrativa; de forma que refuerce el ejemplo moral que se pretende obtener. De la misma familia, pero más reducidos, aunque con el mismo propósito, emplea abundantes refranes («Más vale prometer poco y dar más que ofrecer mucho y dar poco») y frases proverbiales («Qué importa ser ilustre por la Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 310. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 187. 84  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 476. 85  «Y a este propósito iban ensartando estas y otras sentencias que las viejas de su país habían dejado a sus posteriores, de las cuales dejo de referir muchas que en nuestra lengua no tienen tanta alma, como en la portuguesa sucede a las nuestras» (Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 434). 82 

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sangre, y dichoso por la fortuna, si la virtud no califica a aquélla, ni los méritos aseguran ésta»)86.

Una vez mencionados los recursos de repetición más recurrentes y su combinación en el discurso, pasemos a las figuras de omisión, donde predominan aquellas más alemanianas. El inagotable uso del zeugma por parte de Alemán viene determinado por una tendencia del autor, que Machado imitaría con bastante habilidad. También el suyo suele ser un zeugma sutil, elegante y sin ánimo de dificultar; sobre todo, simple (el término se recupera en su forma original) y sintácticamente complejo (presenta variaciones morfológicas), como en los tres Guzmanes anteriores. Su finalidad principal es proporcionar variedad y aligerar el peso del discurso: El tiempo es variable en sus efectos, tal vez descubre los mayores secretos, y otras muchas borra de la memoria las cosas más patentes87. Al fin de los cuales, haciendo sus cuentas que, si los moros le topaban, sería imposible escapar de sus manos con vida aquel que con las suyas en todas ocasiones había quitado tantas a los suyos, se resolvió en fiar más de la piedad de un rey católico, aunque ofendido, que de los bárbaros moros de quien se amparaba88.

Como en los textos de Alemán, cuando entra en juego el equívoco se desarrolla la agudeza; así sucede en los siguientes ejemplos de zeugma semánticamente complejo; es decir, que implica cambios en el significado: Candados pone en la boca el que abre la de su bolsa; llave pone en los labios quien da premios por agravios; si quieres que no ladre el perro, échale un hueso; la máscara de tus defectos serán tus dádivas; y su pregonero, tu avaricia89.

Baladrón, 1983, p. 42. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 177. 88  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 466. 89  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 186. 86  87 

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Con no saber ninguno de mis soldados cosa alguna de ella, con ayuda de los vecinos odres, aunque algunos lo estaban90, me fueron siguiendo todos91. Grande cosa es el agua para el vino, que aun por de fuera templa sus clavijas, y esto de manera que con acordadas razones hasta los que sin acuerdo se vieron en el peligro con cordura le contaban. En cueros salimos del agua, aunque vestidos, y esos tan mojados, que a no llevarnos el mayordomo a casa de su amo, lo pasáramos mal92. Callando fuimos yo y mi fraile por el Tajo arriba más de dos horas; y, mientras él rezaba las suyas, hacía yo mis discursos; que muchas veces, aunque calle la lengua, habla el alma93.

Los pasajes presentados dan buena cuenta de la habitual recuperación pronominal del término omitido. No parece, por tanto, que Machado buscara la oscuridad, pues recoge esta tendencia de Alemán, extremadamente habitual en la literatura áurea. En último lugar, debemos hacer referencia a un aspecto esencial del Guzmán, que también obtiene eco en Machado da Silva: la sintaxis del estilo. En este ámbito, y resumiendo lo expuesto hasta el momento, resultan llamativos tres tipos de composición ya presentes en Alemán: las digresiones morales con laconismo solemne, los refranes y aforismos sentenciosos y la vehemencia sermonaria. Se trata de tres formas de persuasión, vinculadas a los afectos, que resultan fundamentales para comprender el propósito y el sentido de ambos textos. A su vez, el detallismo de la narración determina en ocasiones el uso de la peribolé, como ocurría en los Guzmanes de 1599 y 1604. En definitiva, estos son algunos de los mecanismos de Alemán imitados por Machado da Silva. Sin embargo, no todos los recursos son compartidos, como veremos a continuación. En lo que afecta a los rasgos de estilo que alejan la Tercera parte de las dos primeras de Alemán, debemos destacar en primer lugar ciertos usos del quiasmo. No se trata de un recurso demasiado explotado por el sevillano, pero aparece constantemente en este Guzmán. En muchos casos, es un mecanismo útil para aligerar el frecuente d­ iscurso Se trata de un equívoco agudo entre el recipiente y —por metonimia lexicalizada— el adjetivo ebrio. 91  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 207. 92  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 208. 93  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 345. 90 

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r­ eiterativo donde domina el isocolon94, que gracias a ello se vuelve menos insistente que en Guevara o Sayavedra. Esta es una de las pocas vertientes de esta figura compartidas con el sevillano, pues ambos autores evitan la constante reiteración de un mismo esquema sintáctico. Con esto no queremos decir que no incluyan el isocolon, sino todo lo contrario; tal es la acumulación de elementos paralelísticos, tan eficaces para la persuasión a través del período de miembros, que Alemán y —como imitador— Machado recurrieron a mecanismos de distensión. Sin embargo, el tipo de quiasmo más frecuente en Machado, y no explotado por Alemán, es aquel donde intervienen los pronombres. Cuando informa sobre dos entidades diversas, las menciona en su primera aparición y posteriormente las recupera pronominalmente, con el fin de no repetir los mismos términos. Esta segunda vez, suele invertir el orden de los antecedentes, mencionando en primer lugar el segundo de ellos. Se trata, en definitiva, de una combinación de quiasmo y zeugma simple con recuperación pronominal: Prendieron la tercera y criada; a esta azotaron con destierro, y aquella en la horca pagó lo que debía95. Tantas ventajas hacen las prendas de la alma a las de la fortuna, que con su poder estas no pueden vencer aquellas96. Grande trabajo tiene quien ha de ajustar las palabras a los tiempos, andando ellos mal ajustados a las palabras97.

Finalmente, otra vertiente del quiasmo más explotada por Machado que por Alemán es aquella que afecta al contenido y que el portugués suele combinar con el equívoco, la preterición y la ironía, en una búsqueda de la agudeza. Se trata de una tendencia que deja ver la habilidad compositiva de este autor y su habitual juego con la homonimia:

94  Sobre todo, el de más de dos miembros. Cuando se trata únicamente de dos, solemos encontrar el mismo esquema: «Jamás obré cosa mala que bien me pareciese, ni vi obrar cosa buena que no envidiase» (Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 175). 95  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 183. 96  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 191. 97  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 294.

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Alegres y contentos estaban los esclavos y barqueros cual digan dueñas de los odres, o como digan odres de las dueñas98. Cuando yo en mis mocedades servía en Madrid a aquel cocinero —de que hoy no me desprecio, que es muy propio de un pícaro despreciarse del amo viéndose en otra altura—, ayudé a llevar una merienda a ciertas damas —si en aquel lugar hay damas ciertas— que en la Casa del Campo quiso un gran señor regalar una tarde99. Pretendía, pues, este remedo de caballeros —o caballero de remiendos, como hoy se ven muchos—, por la similitud y derivación de su apellido con los godos, venir de ellos y, vistiendo pobre y raído, pisaba tieso y grave100.

Como ilustran los ejemplos presentados, y en la línea de la multiplicidad de estilos buscada por Alemán, Machado suele adornar el uso del quiasmo gracias a otras figuras; no solo el zeugma o el equívoco, sino también la epanadiplosis, presente en los siguientes ejemplos y apenas en Alemán: A la esperanza vistieron de verde los antiguos por dos razones: fue la primera porque en edades verdes hacen más su efecto, por no ser tan discursivos los verdores de la mocedad; engáñanse con todo, y todo los engaña101. No faltaba jamás el humo en ella; que, adonde todo eran humos, no podía faltarle102. Todo lo del mundo es de poca firmeza, poco duradero y inconstante todo; pero jamás se ha visto una mudanza grande a que no precediesen muy notables prodigios103. Eso es el ser príncipes, que aquel lo es mayor que más imita a Dios en perdonar sus agravios; en eso se reconocen los ánimos generosos, grandes corazones y entendimientos grandes104.

Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 205. Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 265. 100  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 298299. Se trata de una descripción grotesca e hiperbólica de los remedos de caballeros, similar a la de los hidalgos chanf lones de la Premática del tiempo o el Buscón. 101  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, pp. 166167. 102  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 299. 103  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 457. 104  Machado de Silva y Castro, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, p. 484. 98 

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Antes de cerrar esta aproximación a los tropos y figuras principales de la Tercera parte de Guzmán de Alfarache, debemos mencionar en último lugar otra figura que destaca en la prosa de Machado, y que se vincula con la antítesis, esencial en el Barroco: la lítote, figura oblicua con cierto componente parafrástico: «hombre de buena traza y no mal entendido» (Tercera parte, I, VI, 224); «sutilezas grandes de no pequeños hurtos y trágicos sucesos» (I, VIII, 245), «un gracioso, que realmente lo era mucho, y no mal entendido» (Tercera parte, I, X, 264), «con no menor fortuna» (Tercera parte, II, IX, 389). Cuando coincide con la interpretatio, se denomina isodinamia: «Con todo no dirás: De esta agua no beberás; lo que hoy no me sucede, mañana me acontece» (Tercera parte, II, II, 305). Conclusiones Si en Sayavedra resulta llamativa —y en ocasiones exagerada— la imitación de los recursos utilizados por Alemán, especialmente en las digresiones, Machado consiguió que su estilo se aproximase todavía más al del sevillano. Pese al cambio de ambiente por parte del personaje, que pasa a rodearse de seres elevados, imita el estilo de forma muy cercana. La acumulación, la amplificación y el detallismo en general se combinan con ciertas figuras de dicción, que en ocasiones proporcionan agudeza al discurso. A su vez, las ideas presentadas encuentran un mecanismo fonético y de síntesis idóneo en refranes y sentencias. Por todo ello, podemos concluir que la clave del éxito imitativo de Machado es que supo ver aquello que destaca por encima de todo en el estilo de Alemán: la variedad. Como sabemos, la Tercera parte es una obra coral, donde todos los recursos mencionados no forman parte exclusivamente ni de las ref lexiones del narrador ni de las peripecias de su yo pasado, sino también de otros personajes que relatan su vida o la ajena y moralizan sobre ellas en los diálogos. El decoro a ese mundo de personajes de rango elevado apenas implica una mayor complejidad del texto, y la voluntad didáctica se mantiene. Por otro lado, y al hilo de los cambios narrativos, debemos recordar que la imitación del estilo de Alemán no conlleva una sumisión por parte de Machado. Al contrario, este deja f lorecer algunos de sus

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­temas105 y recursos (locus a nomine, quiasmo, lítote) preferidos, y no evita apuntar ciertas críticas hacia la prosa de su predecesor. En definitiva, nos encontramos ante una continuación donde Guzmán y su ambiente han cambiado por completo, pero que mantiene en gran medida el estilo original. Machado parte de la libertad y el arrepentimiento del protagonista para, imitando el estilo, crear un nuevo texto donde este poco tiene que ver con el que abandonó Alemán en 1604. Bibliografía Alemán, Mateo, Guzmán de Alfarache, ed. Luis Gómez Canseco, Madrid/ Barcelona, Real Academia Española/Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 2012. Azaustre, Antonio y Casas, Juan, Manual de retórica española, Barcelona, Ariel, 1997. Baladrón, Carlos V., Félix Machado da Silva y la Tercera parte del Guzmán de Alfarache, tesis doctoral, New York University, Ann Arbor, University Microfilms International (UMI), 1984. Brañanova González, Pablo, Edición y crítica de la Tercera parte de Guzmán de Alfarache, tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Repositorio E-Prints, 2018. Disponible en: https://eprints.ucm.es/id/ eprint/49954/ [fecha de consulta: 9 de junio de 2022]. Curtius, Ernst Robert, Literatura europea y Edad Media latina, Ciudad de México/Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1955 [1948]. Gómez Canseco, Luis (ed.), Guzmán de Alfarache, Madrid/Barcelona, Real Academia española/Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 2012. González Ramírez, David, «Penitencia y santificación de Guzmán de Alfarache en la Tercera parte (ca. 1650) de Machado da Silva», en La escritura inacabada, ed. David Álvarez Roblin y Olivier Biaggini, Madrid, Casa de Velázquez, 2017, pp. 241-257. Lausberg, Heinrich, Manual de retórica literaria, trad. José Pérez Riesco, Madrid, Gredos, 1966-1967 [1960].

Como indica San Miguel (1974, p. 109), «Machado de Silva no se contenta con la mera evocación de dichos sucesos, sacando así partida de glorias ajenas. El autor portugués acierta a explotarlos, creando a propósito de los mismos nuevos personajes, nuevos episodios y nuevas situaciones conf lictivas. Estas situaciones conf lictivas enraízan en la doble vertiente temporal de la vida de Guzmán y en la doble vertiente moral de su persona». 105 

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Lazarillo de Tormes, ed. Francisco Rico, Madrid/Barcelona, Real Academia Española/Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2011. Machado de Silva y Castro, Félix, Tercera parte de Guzmán de Alfarache, en Novela picaresca, vol. 5, ed. Rosa Navarro Durán, Madrid, Biblioteca Castro/Fundación José Antonio de Castro, 2010. Niemeyer, Katharina, «De pícaro a ermitaño: la Tercera parte de Guzmán de Alfarache, de Félix Machado da Silva e Castro», en La novela picaresca: concepto genérico y evolución del género, siglos xvi y xvii, ed. Klaus Meyer-Minnemann y Sabine Schlickers, Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2008, pp. 501-522. Rico, Francisco, La novela picaresca y el punto de vista, Barcelona, Seix Barral, 2000 [1970]. San Miguel, Ángel, «Tercera parte de Guzmán de Alfarache. La promesa de Alemán y su cumplimiento por el portugués Machado de Silva», ­I beroromania, 1, 1974, pp. 95-120.

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EL PERIQUILLO DE LIZARDI Y LA PICARESCA DE LA ILUSTRACIÓN EN NUEVA ESPAÑA LIZARDI’S EL PERIQUILLO AND ENLIGHTENMENT PICARESQUE IN NEW SPAIN Beatriz de Alba-Koch University of Victoria ORCID: 0000-0002-7958-0145

Resumen: Considerada la primera novela de Hispanoamérica, El Periquillo Sarniento (1816) de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) es generalmente catalogada como una narrativa picaresca. La insurgencia en la Nueva España es el contexto de la novela, pero Lizardi, uno de los escritores más prolíficos y polémicos de las postrimerías del virreinato, es un ilustrado reformista que denuncia la violencia al momento de redactar su obra. No obstante, a través de picaresca, Lizardi denuncia la situación que lleva a su patria a las armas, promoviendo la reforma social e individual. Este trabajo revisa la categorización genérica de la obra, analizando su trama a la luz de las ideas ilustradas del autor, la picaresca francesa del siglo dieciocho y la novela educativa. Las transformaciones que Lizardi introduce en la picaresca clásica, tales como la inclusión de la figura del maestro, el uso de los reencuentros y las restituciones para argumentar la reforma del pícaro, la visita a una sociedad ideal, y la secularización del memento mori, permiten proponer que se entienda El Periquillo como novela educativa apicarada. Palabras clave: Periquillo; novela educativa; picaresca; Ilustración; Nueva España. Abstract: El Periquillo Sarniento (1816) by José Joaquín Fernández de Lizardi (17761827) is considered as the first Spanish American novel and often categorized as a picaresque narrative. The novel’s context is the insurgency in New Spain but Lizardi, one of the most prolific and polemic writers of the twilight of the viceregal regime, was an Enlightenment reformer that denounced the violent uprising when he wrote this work. Instead, he uses fiction to denounce the situation of his homeland, promoting social and individual reform through the example of his pícaro. This study revises the generic categorization of the novel by analyzing its plot

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from the perspective of the author’s Enlightenment ideals, the eighteenth-century French picaresque, and the educational novel. Lizardi’s transformation of the classic picaresque is seen through the inclusion of a mentor figure, the use of reencounters and restitutions to demonstrate the reform of his pícaro, the visit to an ideal society, and the secularization of the memento mori. El Periquillo is thus better understood as a picaresque-like educational novel. Keywords: Periquillo; educational novel; picaresque; Enlightenment; New Spain.

El Periquillo Sarniento marca un importante hito en la narrativa picaresca. Escrita en 1816 por José Joaquín Fernández de Lizardi (17761827), mejor conocido como El Pensador Mexicano, es generalmente considerada como la primera novela de la América Hispana. En 1820, el mismo Lizardi se refiere a su novela en estos términos: «[A]unque cargada de defectos, como mía, ha merecido la general aceptación de todo el reino, y la han llamado el Quijote de la América»1. En 1825 Lizardi distingue su Periquillo de entre el corpus de narrativas de ficción escritas en la Nueva España apelando a «una particularidad innegable, y es ser la única obra romanesca propia del país que se ha escrito por americano en trescientos años. Acaso a eso solo debió el aprecio que todos saben»2. No obstante, debe señalarse que, en Hispanoamérica, diversos tipos de novelas u «obras romanescas» como las llama El Pensador, anteceden al Periquillo, aunque ninguna es tan «propia del país», es decir, ninguna ofrece un panorama tan realista de su patria como la suya. Lizardi, en efecto, trabaja las descripciones de su novela con el detenimiento característico del costumbrismo que f lorece algunas décadas después: retrata multiplicidad de espacios de la ciudad de México y sus alrededores, dando vida a una galería de tipos con su vestimenta, habla y quehaceres propios3. El protagonista asiste a escuelas 1  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 10, p. 242. Para las referencias que Lizardi hace tanto a Miguel de Cervantes como al Quijote al respecto del Periquillo, ver Alba-Koch, 2010. 2  Publicado en el periódico El Sol del 11 de enero de 1825. Ver Spell, 1931, p. 114. 3  Alfonso Reyes llegó a considerar tan característico del Periquillo este realismo costumbrista que juzga que los escasos pasajes de la misma índole en La portentosa vida de la Muerte (1792) de Joaquín Bolaños son un anticipo del quehacer de Lizardi. Sobre la obra de Bolaños Reyes dice: «Pudo ser novela, y los pasajes satíricos y costumbristas anuncian ya a Lizardi» (Reyes, 1948, p. 139). Es de notarse que en El Periquillo ya se trabaja el costumbrismo tal se desarrollaría

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de primeras letras y a la universidad, recorre los comercios y los paseos de la ciudad; entra en las casas de los ricos, las accesorias de los pobres, las chozas de los indígenas y las guaridas de los asaltantes; aprende las malas artes de los tahúres y de los falsos mendigos pero también las lecciones morales de los hombres sabios; conoce la vida en un monasterio, en un cuartel, en una cárcel y en un hospital; visita haciendas, mesones, pueblos y se embarca para Manila pasando revista, a lo largo de sus aventuras, a profesiones y oficios de muy diversa índole. Este gran mural sirve al Pensador para educar a sus lectores acerca de su propia sociedad. Ante una sociedad injusta, mal gobernada y llena de lacras donde abundan los pícaros, Lizardi reacciona con urgencia reformista ofreciendo el ejemplo de la vida de un pícaro que logra transformarse en hombre de bien. Cuando aparece El Periquillo, Lizardi ya es conocido en la esfera pública capitalina como reformista. En la novela, reformula asuntos tratados anteriormente en su periódico epónimo El Pensador Mexicano de 1812 y se ensaya en estrategias y temas que desarrolla posteriormente en tres novelas más: La educación de las mujeres o La Quijotita y su prima (1818), Noches tristes y día alegre (1818) y otra picaresca Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda (1820), todas ellas escritas antes de que México se independizare en 1821. Al poner su cometido pedagógico en un segundo plano, la calidad artística de la pluma del Pensador luce en Don Catrín, una amena y satírica novelita cuyo protagonista, a diferencia de Periquillo, asume la vida picaresca hasta sus últimas consecuencias. Aunque el didacticismo también domina la caracterización de los personajes en La Quijotita y su prima, un buen uso de las historias intercaladas, estrategia que ya es aprovechada en El Periquillo, alivia un argumento dominado por el contrapunto de la mujer prudente y la descocada que termina con la perdición y muerte de Quijotita y el feliz matrimonio de su prima. La raíz de las desgracias de Periquillo está en los malos hábitos que no le corrigen ni su consentidora madre ni las «viejas» de su casa, ante las cuales su padre no sabe imponerse. Esta visión negativa del papel de las mujeres en la crianza de los hijos se acentúa en La Quijotita, al tiempo que se presenta un paterfamilias más exitoso que el progenitor de Periquillo. La p­ roblemática a mediados del siglo diecinueve en galerías litográficas de tipos acompañadas de textos explicativos como las que se encuentran en Los mexicanos pintados por sí mismos, obra publicada por entregas en 1854.

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de la mujer se entreteje en La Quijotita con el deseo de unir fe y razón4, una cuestión que apenas se esboza en El Periquillo pero que llega a ser dominante en los posteriores periódicos y folletos del autor. Al estilo de Edward Young en Night-Thoughts (1742-1745) y José de Cadalso en Noches lúgubres (1789-1790), Lizardi ref lexiona largamente sobre la muerte en Noches tristes. En El Periquillo, en cambio, presenta el arte de bien morir conforme a las ideas del Iluminismo cristiano. A partir de la reinstauración de la libertad de imprenta en 1820, El Pensador no vuelve a escribir novelas. Hasta su muerte en 1827, se dedica de lleno al periodismo de debate político, convirtiéndose en el escritor más prolífico y polémico tanto de las postrimerías de la Nueva España como de los primeros años del México independiente. 1. El Periquillo por fuera La insurgencia, iniciada en septiembre de 1810, es el contexto de la novela no solo por ser publicada durante el sexto año de guerra, sino porque es el presente de la enunciación del narrador de la novela. A pesar de que Lizardi plasmó en su periódico El Pensador Mexicano su descontento hacia la administración virreinal, no hay evidencia de que apoyara la guerrilla al momento de redactar El Periquillo, aunque había sido encarcelado por no enfrentar a los insurgentes cuando fungía como subdelegado en Taxco5. Aunque hubo varios periódicos insurgentes que llamaban a las armas como El Despertador Americano, vocero de Miguel Hidalgo, y El Correo Semanario del Sur, de José María Morelos, Lizardi no utiliza el suyo para ese propósito, recriminando a quienes atizan el fuego de la revolución en la prensa. El proceder cauteloso de Lizardi puede atribuirse a su deseo de subsistir como escritor público, prefiriendo fomentar el debate político en la prensa autorizada mas no la insurgencia. A pesar de su postura moderada, paga un precio muy alto por sus reclamos al gobierno virreinal y, posteriormente, al gobierno independiente: encarcelamiento durante ambos regímenes y excomunión en el independiente. Contra la arbitrariedad del gobierno virreinal, El Pensador pide reformas legislativas y tiene gran 4  Para un estudio de la manera en que se presenta esta problemática, incluyendo la utilización de figuras como Celestina, véanse Alba-Koch 2007a y 2007b. 5  Spell aclaró este asunto en su artículo «Lizardi and Taxco», 1964.

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entusiasmo por la Constitución de Cádiz de 1812, garante de la libertad, los derechos y la soberanía. Los números tres al siete del Pensador Mexicano de 1812 titulados «Sobre la exaltación de la nación española y abatimiento del antiguo despotismo», son esenciales para entender su postura política6. Ahí expresa su deseo de que por medio de la Constitución se establezca la igualdad entre los españoles peninsulares y los españoles americanos o criollos, grupo al que él pertenece. Pide que cese la discriminación hacia los criollos en los altos puestos de mando del virreinato, y que se fomente la economía. Aunque rechaza a todas luces la violencia insurgente, es claro que simpatiza con algunas de las ideas de los autonomistas, aunque no hay evidencia de que fuera miembro de la sociedad secreta Los Guadalupes7. El odio hacia los españoles peninsulares por parte de los españoles americanos cristaliza cuando, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810, Hidalgo llama a sus feligreses a que se unan a la lucha al grito de ‘¡mueran los gachupines!’. En su Pensador Mexicano, Lizardi rechaza este llamado. Aunque ahí comulga con la frustración que sus «hermanos insurgentes» sienten respecto a la situación de la Nueva España, el grito de Hidalgo lo hace exclamar: «¡Oh grito, el más aciago y desventurado a la nación! Grito dado, no por el cura de Dolores [Hidalgo], sino por todas las furias del abismo. Él sólo atizó la discordia, avivó la codicia, sugirió la venganza, encendió las pasiones, dividió las familias, alarmó los pueblos y entregó nuestros hijos en las descarnadas garras de la muerte»8. En 1821, a punto de consumarse la independencia, El Pensador se une al Ejército Trigarante. Agustín de Iturbide lo nombra jefe de prensas de Tepotzotlán con el rango de capitán. La visión que Lizardi tiene de la insurgencia cambia al consumarse la independencia, pero un lustro antes, en El Periquillo, su postura es la misma que expresó en su Pensador Mexicano. En la novela, la guerra es rechazada como «el mayor de todos los males». En el penúltimo capítulo el protagonista, dirigiéndose a sus hijos, describe la insurgencia en estos términos: ¡Cuántas ref lexiones pudiera haceros sobre el origen, progresos y probables fines de esta guerra! Muy fácil me sería haceros una reseña de la Fernández de Lizardi, Obras, vol. 3, pp. 47-76. Guedea, 1992. 8  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 3, p. 72. 6  7 

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historia de la América, y dejaros el campo abierto para que ref lexionarais de parte de quién de los contendientes está la razón, si de la del gobierno español o de los americanos que pretenden hacerse independientes de España; pero es muy peligroso escribir sobre esto en México el año de 1813. No quiero comprometer vuestra seguridad instruyéndolos en materias políticas que no estáis en estado de comprender. Por ahora básteos saber que la guerra es el mayor de todos los males para cualquiera nación o reino; pero incomparablemente son más perjudiciales las conmociones sangrientas dentro de un mismo país9.

Aunque la novela se escribe durante la insurgencia y esta lucha es parte de la trama, el texto se limita a promover la reforma de la sociedad y del individuo. Esta visión reformista del autor está marcada por el Iluminismo cristiano, donde la ética del trabajo tiene un valor central. Hacia febrero de 1816, cuando Fernández de Lizardi comienza a llevar las primeras entregas de su novela a las prensas, suficientes personas se interesan en comprar sus impresos permitiéndole seguir malviviendo de su pluma. Calcula que a los lectores les gustaría leer capítulos de al menos dos pliegos de largo y que estarían dispuestos a gastar cuatro pesos por la suscripción a un tomo del Periquillo con doce capítulos. Careciendo de mecenas, la suscripción es la manera de recibir por adelantado el dinero de las ventas y costear un tiraje de quinientos ejemplares. Además, la publicación por entregas le permite a Lizardi desarrollar una trama extensa y crear suspenso, o al menos expectación, motivando las ventas. Por las indicaciones que incluye en su «Prospecto» la publicación de una novela por entregas representa cierta novedad. Ello explica por qué en las «Advertencias» Lizardi considera necesario dar instrucciones sobre la preservación de los impresos para la eventual encuadernación de la novela: si deseaban tenerla limpia y completa, los lectores debían cuidar de no perder o maltratar las entregas. Los grabados que ilustran la edición príncipe del Periquillo merecen ser comentados. Cada capítulo incluye una lámina alusiva a un pasaje clave seleccionado por El Pensador. El grabador Mendoza, del que no se sabe el nombre completo, repite al calce de cada aguafuerte, a manera de cartela, una o dos oraciones de la parte del capítulo que se ilustra y que se destacan en el texto usando cursivas. Este refuerzo 9 

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Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, pp. 391-392.

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del texto por la imagen requiere de cierta atención al encuadernarse la obra. El Pensador instruye a los lectores al respecto: «Las estampas no se deben colocar al principio ni al fin de los capítulos, sino donde corresponda el pasaje que se lee con lo que ellas representen; para esto van subrayadas en los capítulos las palabras que se leen al pie de cada estampa»10. Algunos grabados costumbristas ya habían aparecido en periódicos de la época, pero El Periquillo se adelanta, al menos conceptualmente, al costumbrismo de mediados del siglo diecinueve. Este f lorece con el periodismo gráfico que permitía la impresión del texto y de la imagen en un mismo pliego, popularizando la representación de tipos nacionales. Un aspecto que no se ha estudiado suficientemente es la manera en que estos grabados permiten establecer cierta continuidad entre las pinturas de castas del periodo virreinal y los grabados costumbristas del México independiente. El mundo literario de Lizardi es otro aspecto del contexto del Periquillo que se hace patente en las muchas obras y autores referidos en la novela. Ya en El Pensador Mexicano, Lizardi demarcará su espacio discursivo con estas palabras: Apeteciera que volviesen a aparecer los sencillos tiempos de los Quevedos, de los Francisco Santos, de los Morales y de otros muchos sabios de nuestra nación que, reñidos constantemente con la lisonja, tenían declarada guerra eterna al vicio. Pero pues esto no se puede y nos debemos conformar con los tiempos, ya que yo no pueda igualar en el ingenio y la gracia a aquellos y otros, ¿quién será capaz de desnudarme, a lo menos del ejercicio de pensador11?

Al hablar de «nuestra nación» Lizardi subraya los nexos que lo unen a él y a sus lectores, con los escritores de la España del Siglo de Oro. La diferencia que reconoce entre los novohispanos y los autores áureos no es cultural sino cronológica, y mira hacia aquellos maestros por su reconocido valor en tanto que moralistas. A ese propósito, recurre a la autoridad literaria de Miguel de Cervantes y maneja los clásicos de la picaresca, Lazarillo de Tormes, El Buscón, Rinconete y Cortadillo, Guzmán de Alfarache, Vida y hechos de Estebanillo González y el Gil Blas en la traducción de Francisco José de Isla. También cita a Teresa de Ávila, José 10  11 

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Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 39. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 3, p. 97.

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Cadalso, José Clavijo y Fajardo, Alonso de Ercilla, Benito Jerónimo Feijoo, Luis de Góngora, Diego de Montemayor, Pedro de Montengón, Ginés Pérez de Hita, Gil Polo, Antonio Ponz, Diego de Saavedra Fajardo, Félix María Samaniego, Diego de Torres Villarroel, Lope de Vega y María de Zayas. Más allá del canon español, hace referencia al alemán Thomas de Kempis, a los franceses Chateaubriand, Fenelon, La Rochefoucauld, Madame de Maintenon, Molière, Montesquieu, Jean Racine y Jean Jacques Rousseau, así como a los británicos Samuel Richardson, William Shakespeare y Edward Young. Entre los clásicos menciona a Juvenal, Horacio, Ovidio, Virgilio, Terencio, Marcial y Quintilano. Citas de Eclesiástico y Proverbios aparecen con frecuencia. Mención aparte merecen los tratados en leyes, educación, medicina, gramática, historia natural, astrología, teoría política y economía los cuales dan una idea de los conocimientos disponibles en aquella sociedad a un lector más que curioso. Lizardi autoriza sus propuestas en la novela con muestras de esta erudición autodidacta, introduciendo expresiones en latín, citando pasajes de estos libros o refiriéndose a ellos, procurando llevar estos conocimientos a una aplicación concreta. 2. El periquillo por dentro A lo largo de cincuenta y dos capítulos distribuidos en cinco tomos, acompañados de grabados, la novela cuenta, en primera persona, la historia de Pedro Sarmiento, un criollo apodado Periquillo Sarniento, por haberse contagiado de sarna cuando niño. Este hijo de buena familia y de «limpia sangre» pero f lojo y descarriado, cae en la vagancia y en la delincuencia a la muerte de sus padres12. Tras muchas aventuras, el protagonista-narrador se regenera, vive como hombre de bien, se casa y forma una familia. Viejo y enfermo, Periquillo comienza a escribir su vida, a manera de ejemplo, para sus hijos. Ya moribundo, lega sus cuadernos al Pensador Mexicano, que Lizardi introduce como personaje en su novela, el cual narra la muerte y exequias del protagonista13. La novela termina cuando El Pensador convence a la Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 45. El viejo Perico presenta a Lizardi con palabras que sirven para dar mayor realismo histórico al texto y realzar al autor mismo: «En este tiempo me visitaban mis amigos, y por una casualidad tuve otro nuevo que fue un tal Lizardi […] 12  13 

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viuda del viejo Perico del beneficio que muchos pueden recibir al ver impresa la vida de su amigo. Tal es, en resumen, la trama del Periquillo donde importa tanto lo narrado como la manera en que se narra. La estructura de la novela, en apariencia sencilla, tiene cierto grado de complejidad. La trama se centra en Periquillo, aunque, en varias ocasiones, otros personajes intercalan a la narración principal su propia historia, también contada en primera persona. Las peripecias del protagonista se presentan cronológicamente desde su nacimiento hasta su muerte, y están marcadas por reencuentros y restituciones entre los personajes principales, todos ellos criollos. La vida de Periquillo está encuadrada por las exhortaciones del narrador en lo que se asume es el presente de la escritura, es decir, los últimos días del protagonista que este dedica a redactar su autobiografía. Lizardi se vale aquí de la conocida estrategia picaresca de la doble voz narrativa, la del actor y la del autor. El narrador maneja dos registros discursivos: un registro es dado por la voz de Periquillo contando sus aventuras con gran inmediatez, como si acabaran de sucederle, y el otro por la voz del viejo Perico ref lexionando sobre sus aventuras para sacar de ellas el mejor fruto moral. A su vez, este texto de acción y ref lexión está mediado por las aportaciones del personaje del Pensador el cual, al revisar el texto de su «amigo» para su publicación, lo anota con una serie de explicaciones y advertencias a pie de página que refuerzan el mensaje didáctico de esta novela. propongo que veamos con una nueva mirada la pertenencia del Periquillo al género picaresco. Es más preciso entenderla como novela educativa apicarada puesto que Lizardi refunde ahí los elementos básicos de la novela educativa de la Ilustración según la desarrolló en las letras hispanas Pedro de Montengón y Paret en su Eusebio (17861787), con dos tipos de picarescas: la de la España del Siglo de Oro y la francesa del siglo dieciocho, específicamente con el Gil Blas (17151735) de Alain René Lesage14. En efecto, al conjugar en El Periquillo la figura del pícaro con la del alumno, el protagonista de la novela educativa, Lizardi logra una perspectiva narrativa que no se apega a escritor desgraciado en vuestra patria y conocido del público con el epíteto con que se distinguió cuando escribió en estos amargos tiempos, y fue el del Pensador Mexicano» (Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 394). 14  Para un desarrollo más amplio de esta propuesta ver Alba-Koch, 1999, pp. 43-67.

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ningún m ­ odelo preexistente. El Pensador aprovecha igualmente las expectativas y estrategias asociadas a otros géneros novelísticos, todo ello para producir un texto más apropiado a su particular cometido pedagógico. En síntesis, de la picaresca española toma la figura del pícaro y se vale de las expectativas que ese tipo de obra estableció entre el público lector para asegurar la buena disposición hacia su protagonista. De Lesage toma el final feliz del pícaro regenerado, la estrategia de las retribuciones para argumentar su regeneración y expande el incipiente interés del texto francés por la familia y la educación. De la novela educativa deriva preceptos específicos propios de un manual educativo y la centralidad del personaje del maestro que en El Periquillo se desdobla en varios personajes. También de la novela educativa toma la presentación de una sociedad ideal y el exitoso regreso del protagonista a su lugar de origen tras sus nutridas aventuras. Del Quijote, además del realismo, toma la muerte del protagonista para cerrar la novela, y de la novela de editor toma la idea de apuntalar el texto con notas aclaratorias para asegurase de su interpretación15. Aunque la picaresca es el género al cual se ha repetidas veces afiliado El Periquillo, Lizardi admite que su obra no corresponde cabalmente a las nociones genérica específicas a partir de las cuales se le podría juzgar. Negando que su obra perteneciera a un género preciso, en el «Prospecto» de la novela dice: «Considerando yo mi poco caudal para dar a luz una obra completa en ningún género, [...] no quise ponerle a la obrita que estoy trabajando ningún título de los muchos que se me pusieron en la cabeza, porque cada uno de ellos ofrecía, sin duda, más de lo que yo daba»16. El título completo de su obra es Vida de Periquillo Sarniento, escrita por él para sus hijos, y publicada para los que la quieran leer, por don Joaquín Fernández de Lizardi, autor del periódico titulado El Pensador Mexicano. Sin hablar jamás de picaresca, declara respecto a la diversidad temática y narrativa de su obra que «Periquillo trató más bien de escribir una miscelánea divertida, crítica y moral, que solamente una vida como suena en el título»17. A pesar de estas advertencias, José Mariano Beristáin de Souza, uno de los primeros comentaristas del Periquillo, haciendo en 1816 un recuento de los literatos de la Nueva España se refiere a Lizardi y su obra con las siguientes palabras: «[T]iene entre Para la novela de editor ver Lee, 1989, pp. 17-60. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 4. 17  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 7. 15  16 

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los dedos la Vida de Periquito[sic] Sarniento, que según lo que he visto de ella, tiene semejanza con la del Guzmán de Alfarache»18. En estudios subsecuentes, se busca de entre el corpus de novelas picarescas el modelo de Lizardi, entre los cuales se proponen Marcos de Obregón, Rinconete y Cortadillo, Periquillo el de las Gallineras, El Buscón, y Alonso, mozo de muchos amos. Exceptuando al Guzmán, la naturaleza picaresca de estas obras es debatida19. No obstante, Ángel Valbuena Prat las recoge todas en su fundacional antología de la picaresca española. Aunque Valbuena Prat no incluye en su antología al Periquillo, en el estudio introductorio no lo pasa por alto llamándolo «la última muestra importante de la evolución de la picaresca [...] rica en elementos costumbristas interesantísimos». Si Valbuena Prat encuentra que, al comparar el Periquillo con el Guzmán, «resalta [la] inferioridad» del primero, aclara que esto ocurre igualmente con «la mayor parte de las propias novelas españolas»20. La característica narrativa más criticada del Periquillo es la abundancia de «noticias heterogéneas», como las llama El Pensador y, sobre todo, la frecuencia de pasajes moralizantes. Lizardi se explica a este respecto:

Beristáin continúa describiendo al Pensador como un «[i]ngenio original», pero objeta que «si hubiese añadido a su aplicación más conocimiento del mundo y de los hombres y mejor elección de libros, podría merecer, si no el nombre de Quevedo americano, a lo menos el de Torres Villarroel mexicano» (Beristáin de Souza, Biblioteca hispanoamericana setentrional, p. 169). 19  El análisis genérico del Periquillo no es ajeno a los debates sobre la definición misma de la picaresca y de las obras que forman su canon, un tema relegado en años recientes por los estudiosos de la obra de Lizardi que dan primacía a interpretaciones sociopolíticas de la obra. Sin embargo, la lectura cuidadosa del texto es básica para toda interpretación y esta no puede desligarse de consideraciones genéricas. Peter Dunn, en un estudio fundacional del canon de la novela picaresca, limita el género a la conocida trilogía de Lazarillo, Guzmán y Buscón, mientras que Francisco Rico, lo reduce aún más, dejándolo solo en los dos primeros (Dunn, 1993, pp. 139-140). Para Claudio Guillén, ninguna obra ejemplifica completamente el género picaresco; el canon parte de un núcleo o «modelo ideal» que combina características del Lazarillo y del Guzmán, hasta extenderse en un mito literario (Guillén, 1971, pp. 72-73, 99). Por su parte, Ulrich Wicks señala que la picaresca sale de la España de los siglos xvi y xvii para proyectarse geográfica y temporalmente. En este caso, es entendida como uno de los tipos ideales de la narrativa de ficción y llamada «modo narrativo» (Wicks, 1989, pp. 41-42). 20  Valbuena Prat, 1956, p. 30. 18 

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Aquella misma diversidad de vida y de fortuna que tuvo Periquillo lo hizo adquirir infinitas conexiones en el mundo. Cada rato se hallaba en distintos lugares, en distintas casas y con distintas compañías, con lo que oía precisamente diferentes conversaciones y sobre diversas materias. Unas veces enseñaba lo que sabía y otras aprendía lo que ignoraba; y por esta razón se hallan sembradas en su obra una porción de noticias heterogéneas con las que hace poco fastidiosa su lectura porque trata [...] de una multitud de cosas que yo pondría sin orden y en la obra se ven colocadas en sus lugares [...] pero siempre se nota que procura o ridiculizar el vicio o criticarlo, o pintarlo con sus denegridos colores, al paso que no perdona diligencia para manifestar la virtud con todo el atavío de su esplendor. Su intención fue laudable, pues fue dejar a sus hijos un libro que los hiciera, tal vez, aborrecer el vicio y amar la virtud 21.

Lo juzgado como una falla es, sin embargo, lo que para Lizardi constituye el objetivo de su obra. Por ello mismo, el viejo Perico dice: «Cuidado con mis digresiones, que quizá son las que más os importan»22. Algunos críticos, saliendo del estricto canon español, pero moviéndose aún dentro del género picaresco, miraron hacia Francia para entender mejor el Periquillo. Ignacio Manuel Altamirano observa el paralelo con el Gil Blas y Felipe Reyes Palacios juzga esta obra de Lesage «el estímulo inmediato para la creación de nuestro Periquillo [...] [s]ólo que Lizardi era un aprendiz de novelista y Lesage un profesional ducho en el oficio»23. La estrategia del Gil Blas que interesa a Lizardi es la perspectiva de mayor cercanía entre el narrador y los lectores que ayuda a asegurar la credibilidad de la obra. Todo pícaro presenta su situación desde un punto de vista que intenta predisponer al lector a la compasión o, al menos, a la comprensión hacia quien confiesa su largo camino del error al reconocimiento. La empatía, entonces, es uno de los elementos narrativos de la picaresca que cierran la distancia entre el narrador y sus lectores. Sin embargo, el pícaro de Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 7. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 58. 23  Altamirano, 1988, p. 59; Reyes Palacios, 1982, vol. 8, p. XV. El Gil Blas que lee Lizardi es el de la traducción de Francisco José de Isla, una obra que circula ampliamente en la Nueva España. La primera edición de esta popular traducción es de 1787-1788, casi medio siglo después la publicación del original en París, en cuyo prólogo Isla declara estar restituyendo a España lo que Lesage le había robado. 21 

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la novela del Siglo de Oro es un individuo marginal, pues suele ser un estafador, un delincuente o un mentiroso, por lo que su credibilidad como narrador es, en última instancia, baja. En cambio, el pícaro de la Ilustración, como Gil Blas, ofrece una perspectiva fiable. Al lograr una exitosa integración social y económica al final de sus vidas, tanto Gil como el regenerado Periquillo disminuyen la distancia entre narrador y mundo narrado, aumentando su credibilidad como narradores pues se han movido desde los márgenes sociales hacia su centro al volverse hombres de bien. Por otro lado, mientras el pícaro de las novelas españolas del Siglo de Oro, particularmente Lazarillo, se encuentra a gran distancia social respecto a su lector explícito, que es una figura de autoridad ante quien pretende justificar su situación, en El Periquillo se busca que la distancia entre el narrador y los lectores explícitos sea la más cercana posible. Al idear Lizardi un protagonista que escribe para sus hijos se asume que existe una situación de intimidad y aceptación entre ellos. Esta intimidad también permite cambiar la intención del narrador, la cual se orienta a la amonestación más que a la justificación. Las aventuras picarescas de Periquillo no empiezan hasta que, muertos sus padres, el protagonista se encuentra solo y pobre. Esto sucede en el capítulo cuatro del segundo tomo, cuando hemos leído ya poco más de la cuarta parte de la obra. Este enorme preámbulo, atípico en la picaresca áurea o ilustrada, está dedicado a la educación. Entre otros temas, El Pensador aborda ahí la crianza y primera educación de los niños, justifica la necesidad de proporcionar a los criollos pobres un oficio con el cual ganarse la vida, y desacredita la escolástica por lo impráctico de su filosofía del conocimiento, un tema preferido de los ilustrados. Para cuando Periquillo empieza su aventura picaresca ya tiene diecisiete años, lo cual contrasta con la temprana edad a la que Lazarillo, Guzmán, Pablos y Estebanillo comienzan la carrera de pícaro. Toda obra picaresca menciona el nacimiento del protagonista, presenta a los padres de este y, aunque sea brevemente, plantea algunos elementos concernientes a la educación que recibe el pícaro de sus padres o en la escuela. Pero ninguna novela picaresca hace de estos elementos, y sobre todo de la educación, un tema tan importante lo que justifica estudiarla como novela educativa. Inspirada por Émile ou De l’éducation (1762) de Jean Jacques Rousseau, El Eusebio en su tercera edición tiene gran difusión en América y España, aunque fuese prohibida por la Inquisición. Con un tiraje de setenta mil ejemplares,

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la obra de Montengón es más exitosa, en su día, que el Guzmán24. Los vínculos temáticos y anecdóticos entre las obras de Lizardi y la de Montengón son claros; tan le era familiar esta novela educativa al Pensador que La Quijotita y su prima toma dicha forma 25. A diferencia de la picaresca, El Eusebio se distingue por estar en su mayoría escrito en tercera persona, con un narrador omnisciente. A diferencia de la picaresca española, pero al igual que el Gil Blas, la obra de Montengón también tiene un final feliz. Vale la pena recordar algunos finales de la picaresca del Siglo de Oro: Lazarillo busca justificar su deshonor con tal de no pasar más ni hambre ni frío; Guzmán, arrepentido y atrozmente f lagelado, queda en la galera en espera del perdón real; Pablos, con el rostro mutilado, se embarca para Indias donde fracasará; Estebanillo, pobre y alcohólico, queda en espera de que el duque de Amalfi le cumpla la promesa de montarle una casa de juego; el escudero Marcos acaba, por caridad, viviendo de ensalmador en un hospital. La situación de estos protagonistas es tenue, por no decir fracasada, y ejemplifica cabalmente que el texto tiene por objetivo justificar el estado lamentable en que se encuentra el narrador. Por contraste, ejemplificando la filosofía del progreso de la Ilustración, Gil tiene inf luencias en los altos niveles de la corte, obtiene un título nobiliario, hace fortuna, se casa en segundas nupcias con una mujer noble y se propone terminar sus días en su finca, educando a sus hijos. El final de Eusebio es aún más boyante, no solo por vivir felizmente casado y en la abundancia, sino por radicar en la tolerante sociedad cuáquera de Pensilvania donde practica un cristianismo más apegado a la lectura de la Biblia que a las tradiciones católicas, algo que seguramente agradaba al Pensador. No obstante, la característica más significativa que distingue al Eusebio de la picaresca tanto española como francesa es la presencia clave del personaje del maestro, un guía de suma importancia para el protagonista de la novela educativa, pero inexistente para el pícaro que debe abrirse paso por el mundo por sí mismo, en un medio para el cual su única preparación es su astucia. Al amalgamar la novela educativa con la picaresca, Lizardi suple esa carencia de la picaresca ofreciéndole a su protagonista no un maestro, sino varios. Entre los personajes que sirven a Periquillo de maestros están su propio padre y su tercer maestro de primaria. Otro maestro es 24  25 

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Zavala, 1987, p. 50. Fabbri, 1979, p. 32.

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don Antonio, un criollo injustamente encarcelado que termina siendo suegro del protagonista; otro más es el coronel bajo cuyas órdenes se encuentra el recluta Periquillo en Manila. El sabio Limahotón de la utópica isla de Saucheofú también es un maestro, al igual que otros personajes menores. Pero, a diferencia del juicioso Eusebio, Periquillo no estuvo dispuesto a escuchar a ninguno de sus maestros en su momento. Además, mientras que en la obra de Montengón la enseñanza emana de un solo e irremplazable personaje, Hardly, la variedad de maestros que tiene Periquillo sugiere que la rectitud moral es practicada por multitud de personas y que, eventualmente, es posible aprender de cada una de ellas, como también es posible aprender de las experiencias negativas. En uno de los momentos de más seria ref lexión, Periquillo reconoce que incluso «todos los males de la vida son maestros que nos enseñan a reglar nuestras acciones y a mejorar nuestro modo de vivir. Ello es cierto que malos maestros pueden dar buenas lecciones»26. La experiencia negativa, reconocida por el protagonista mismo por su valor didáctico, es clave para entender la manera en que la educación es concebida en esta obra. Otra forma de lectura, entonces, es la que se necesita para entender la obra de Lizardi en tanto que novela educativa apicarada. A diferencia de Montengón, que ofrece el ejemplo de un protagonista educado a amar el trabajo y la virtud, en El Periquillo el grueso de la obra muestra el apicaramiento del protagonista como consecuencia de su inadecuada educación. El Pensador enfatiza que la indisciplina de los primeros años, debida a la ignorancia de la madre y a la debilidad del padre, tuvo graves consecuencias para su protagonista. Los malos cimientos que ambos le dieron explican por qué Periquillo huye de toda rectitud, es decir, de una vida dedicada al trabajo. Eusebio y Periquillo, entonces, representan dos tipos opuestos de personajes y, por ende, dos caminos distintos para lograr la formación del ciudadano ejemplar. Mientras Eusebio es el alumno ideal, puesto que su conducta revela que, desde un principio, ha interiorizado firmemente el discurso racional que recibió de su maestro, Periquillo, por años detesta el trabajo y dedica sus esfuerzos a encontrar maneras astuciosas de vivir bien sin trabajar. Periquillo, entonces, solo aprende como los pícaros, a partir de la experiencia directa. Las reincidencias de Periquillo son lo que hace avanzar el argumento como también la trama del Eusebio 26 

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Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 332.

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progresa a base de aventuras sucesivas que ponen a prueba la educación del alumno, y de las cuales este sale una y otra vez triunfante. Los oídos sordos con que Periquillo parece escuchar los consejos de sus maestros no son, sin embargo, una incoherencia en el planteamiento que el autor. La repetición del error en el Periquillo corresponde a una necesidad narrativa diferente. Aunque, a primera vista, Lizardi parece contradecir su propia fe en la educación con un protagonista que inicialmente no pone en práctica los consejos de sus maestros, esto corresponde a dos propósitos complementarios donde la argumentación se orienta a lograr mayor verosimilitud. Por un lado, la ejemplaridad negativa de las vicisitudes de Periquillo da a este personaje un carácter más creíble que el del alumno que nunca comete errores. Por otro lado, Lizardi trata de integrar al argumento el desarrollo psíquico y moral de su protagonista. En efecto, las enseñanzas de los maestros de Periquillo no caen realmente en el vacío ya que, habiendo permanecido en forma latente en el protagonista, af loran y guían su conducta cuando finalmente logra reformarse. Así, la conducta ejemplar de Periquillo no es producto ni de una revelación a partir de la cual se hace tabula rasa, como la que se promete en el Guzmán, ni del perfeccionamiento de un proceso constante de educación, como en el Eusebio. En El Periquillo, la conducta moral se basa en un aprendizaje previo que es revalorado y puesto en práctica por el protagonista cuando este, como veremos, llega por sí mismo a desear un cambio de conducta a partir de una experiencia clave. Las restituciones son otro componente esencial del Periquillo derivado del Gil Blas cuyo objetivo es demostrar, por medio de la acción, que el protagonista ha efectuado un cambio en su moralidad. En la picaresca española, como se explicita en El Buscón, «nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres»27 y, con el pesimismo característico del Siglo de Oro, los pícaros no demuestran mudanza alguna. Por contraste, los escritores ilustrados consideran que la demostración de la moral del pícaro regenerado es necesaria para que se dé credibilidad al cambio. Por ello, Lesage proporciona cuarenta y un capítulos en donde el protagonista lleva

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Quevedo, La vida del buscón, p. 114.

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una vida diferente y Lizardi siete28. Periquillo confiesa: «Así como me sentía inclinado a hacer el bien, no me olvidé de restaurar el mal que había causado»29. Aunque por medio de las restituciones pretende enmendar los errores que cometió en su época de disipación, no siempre son las víctimas de su irresponsabilidad quienes acaban beneficiándose de su ejemplaridad moral. Al igual que en la novela de Lesage, en la del Pensador la trama se enriquece y avanza con los reencuentros entre el antiguo pícaro y los personajes a quienes compensa. La restitución de mayor consecuencia es la que Periquillo hace a don Antonio, a quien debe muchos favores en la cárcel al inicio de sus desgracias. Cuando don Antonio vuelve a aparecer, estamos a tres capítulos de terminar la obra y su presencia se convierte en una manera de integrar al argumento a los personajes de una historia intercalada, relatada en el segundo tomo, al tiempo que se avanza el argumento hacia su desenlace. Don Antonio, pobre, enfermo y desesperado, llega junto con su esposa y su hija a pedir posada al mesón del cual se ocupa el ahora regenerado Periquillo. El protagonista reconoce a su antiguo protector, lo ayuda, se enamora de su hija y la pide en matrimonio. Gracias a su enlace con ella, Periquillo no solo salva a don Antonio y a su esposa de la miseria en que se encuentran, sino que les permite vivir sus últimos años formando parte de una familia ideal. Esta restitución, por lo tanto, es un móvil significativo para el argumento, así como una prueba poderosa de la regeneración del ex-pícaro. 3. Las enseñanzas del Periquillo El viejo Perico en su lecho de muerte aconseja a sus hijos que no lean sus memorias como si fueran un mero entretenimiento:

Es justamente a ese nivel básico del asunto que se construye tanto el significado como la intención de los textos. El interés por el argumento de las novelas es algo propio de la Ilustración. Peter Brooks especula al respecto lo siguiente: «The emergence of narrative plot as a dominant mode of ordering and explanation may belong to the large process of secularization, dating from the Renaissance and gathering force during the Enlightenment, which marks a falling-away from those revealed plots ––the Chosen People, Redemption, the Second Coming–– that appeared to subsume transitory human time to the timeless» (Brooks, 1984, p. 6). 29  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 359. 28 

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Lo que apeteciera, hijos míos, sería que no leyerais mi vida como quien lee una novela, sino que pararais la consideración más allá de la cáscara de los hechos, advirtiendo los tristes resultados de la holgazanería, inutilidad, inconstancia y demás vicios que me afectaron [...], y en una palabra, desearía que penetrarais en todas sus partes la sustancia de la obra: que os divirtierais con lo ridículo, que conocierais el error y el abuso para no imitar el uno ni abrazar el otro, y que donde hallarais algún hecho virtuoso os enamorarais de su dulce fuerza y procurarais imitarlo.30

Los consejos que Perico da a sus hijos son los que Lizardi claramente desea sigan los lectores para que se cumpla el propósito didáctico de su obra. No obstante, El Pensador se vale también de la trama de la novela para argumentar su mensaje moral, tomando en cuenta que «la doctrina que entra por los ojos se imprime mejor que la que entra por los oídos»31. Esta observación hecha por el viejo Perico subraya la centralidad de lo visual para el aprendizaje y fue puesta en práctica en la construcción misma de la novela, tanto en la decisión del autor de ilustrar el texto con grabados como en la creación de episodios en donde las aventuras del joven pícaro dan sustancia a los consejos del narrador. La doctrina que mejor entra a los ojos de Periquillo es el ajusticiamiento de Juan Largo, un amigo de la infancia apodado Januario. Este amigo es un tahúr que le enseña al joven protagonista a ganarse la vida como «cócora de los juegos», un oficio «fácil, de poco trabajo, divertido y de utilidad»32. Hacia el final de la novela, Januario pasa de jugador a criminal, demostrando su verdadero valor pedagógico cuando termina ajusticiado. Al pie del árbol en el que está ahorcado su amigo, Periquillo se da cuenta de la falsedad de su enseñanza, comprendiendo que él también puede perder la vida si continúa en la delincuencia en la que ha caído. En la corteza del árbol Periquillo graba un soneto que resume el valor pedagógico de Januario y termina así: Tú me dictaste máximas falaces que a veces yo seguí con desacierto; pero ahora desde el palo donde yaces la enmienda me aconsejas; y yo advierto Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 27. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 258. 32  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, pp. 284-285. 30  31 

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que te debo escuchar, pues satisfaces, predicándome bien después de muerto33.

A partir de este momento clave, Periquillo resuelve «mudar de vida, procurando aprovechar desde aquel punto las lecciones del mundo y sacar fruto de las maldades y adversidades de los hombres»34. Esta ref lexión subraya que se puede aprender de los malos maestros, sobre todo de aquellos, como Januario, cuyo cadáver muestra los signos del poder del estado35. La muerte, entonces, ocupa un lugar medular en la argumentación del Periquillo. Su uso retórico, tan asociado al Barroco, no constituye, sin embargo, un anacronismo respecto al ideario ilustrado del autor porque su orientación didáctica es distinta a la que tienen los tradicionales vanitas. Es precisamente a partir del ajusticiamiento del antiguo amigo que la novela puede ser entendida como producto del iluminismo cristiano. En la muerte de Januario, el memento mori ha sido secularizado para conformarlo a los propósitos educativos, de orientación social, del Pensador. En efecto, el cadáver de Januario no amonesta sobre la fugacidad de la vida y sus inevitables postrimerías. Lo importante para Lizardi es advertir el ajusticiamiento de Januario que, siendo consecuencia de un delito sancionado con esa pena, pudo haberse evitado con una conducta arreglada. Lo que busca evocar la muerte de Januario, entonces, es el temor al estado. Como lo expresa el viejo Perico, «[c]uando a los hombres no los contiene la razón, los suele contener el temor del castigo»36. El temor y el terror son las reacciones que debe provocar lo que frecuentemente entra por los ojos en El Periquillo. Para disuadir a los lectores de seguir los malos pasos del protagonista, las consecuencias de sus fechorías, aunque a veces tienen algo de humor, deben de temerse. Burlas, zapatazos, baños de orines, pedradas, quemaduras, golpes, huesos rotos y puñaladas que casi le cuestan la vida son algunas de las violencias que sufre Periquillo de mano de quienes desean desagraviarse de los abusos que comete el protagonista. Estas reacciones son suscitadas al calor de los eventos. De mayor consideración, en cambio, es el terror que provoca en el pícaro las ejecuciones de justicia por Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 339. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 338. 35  Foucault, 1972, p. 129. 36  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 173. 33 

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mano del estado, sistemáticamente convertidas en espectáculo público como los suplicios públicos que presencia Periquillo en Saucheofú. A pesar de las diferencias de grado y circunstancias entre el temor y el terror, ambos se promueven en la obra por su valor pedagógico, ocupando el terror un lugar central en la parte de la novela donde Lizardi desarrolla sus propuestas para una sociedad ideal. La base de la sociabilidad que se observa en la utópica isla Saucheofú, explica el sabio Limahotón, es que ahí «se procuran evitar los delitos con las leyes, y se castigan con rigor los delincuentes»37. Los ladrones «incorregibles» por ejemplo, son herrados y mutilados38. Limahotón considera estos métodos superiores al ahorcamiento de ladrones practicado en occidente pues, en la isla, el individuo marcado se convierte en un ejemplo duradero y eficaz. Limahotón explica que los ladrones en su tierra son «testimonios andando del infeliz estado a que reduce al hombre la obstinación en sus crímenes» y resume el valor pedagógico de la mutilación apelando al proceso de aprendizaje de los niños: «El delincuente permanece entre los buenos y malos y por eso mismo el ejemplo permanece, [...] y los niños se penetran de terror contra el robo y de temor al castigo, porque les entra por los ojos la lección más elocuente»39. Saucheofú se presenta, entonces, como una sociedad ideal porque la vigilancia cuidadosa del estado y el rigor de la justicia aseguran una vida dedicada al trabajo. Lizardi enfrenta aquí de lleno uno de los planteamientos medulares de la Ilustración, la relación entre la libertad y el orden, y sus propuestas draconianas revelan un aspecto poco estudiado de su pensamiento40. Cabe tenerse en cuenta que, de 1811 a 1821, durante buena parte de la carrera de Lizardi como escritor, las cabezas de los principales insurgentes ––Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, y José María Jiménez–– estuvieron expuestas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas de la ciudad de Guanajuato. Este f lamante almacén de granos de estilo neoclásico, símbolo en Nueva España del progreso asociado a la Ilustración, es el escenario de una de las batallas más sangrientas de la insurgencia y de

Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 262. Para una discusión del utopismo en El Periquillo y otros textos de Lizardi ver Alba-Koch, 2013. 38  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 270. 39  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 271. 40  Ver Alba-Koch, 2000. 37 

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la masacre de la población civil española y criolla que ahí se refugia41. La yuxtaposición en Granaditas de los significantes de la eficacia y el control, a saber, del edificio funcional y las cabezas de los rebeldes, sintetiza la naturaleza turbulenta de esta época. El escarmiento público no es, pues, ajeno al modo de pensar del Pensador, aunque en la resolución del candente asunto americano, él prefiere que se derrame tinta y no sangre. El orden social y el trabajo, dos aspectos fundamentales de la problemática de la Nueva España, son discutidos por El Pensador en su descripción de Saucheofú lo que le permite proponer algunas soluciones. Respecto al orden social, El Pensador argumenta a favor de un código legal tan sencillo y accesible a todos que basta con saber leer, lo cual es obligatorio, y caminar por la ciudad para consultar las leyes que se graban en las esquinas de las calles. En cuanto al trabajo Saucheofú se caracteriza como «una tierra que no consentía inútiles ni vagos Periquillos»42. En estos pasajes Lizardi denuncia indirectamente la inutilidad de la nobleza novohispana porque Saucheofú, siendo un estado aristocrático donde las distinciones jerárquicas se observan estrictamente, está organizado en función del trabajo y del mérito, y no en función del privilegio de sangre como en la Nueva España. En tomos anteriores de la novela, los abusos de la nobleza son denunciados por medio de historias intercaladas. Ahora, un duro reproche es dirigido a aquellos nobles que, a diferencia de los de la isla, no trabajan en oficio o profesión alguno, llevando a Limahotón a juzgarlos «una carga pesadísima a la república»43. Poca diferencia hay, a los ojos del Pensador, entre la carga social que representa la nobleza ociosa y la de los jugadores, ambos vistos como «esponjas de la población» puesto que encarnan la negación al trabajo44. Por ello, los juegos de azar, tan populares entre los novohispanos, y tan centrales a las desgracias de Periquillo, están prohibidos en la isla utópica. Otra máxima del Pensador es que tanto daño hace quien no trabaja como quien trabaja mal. La irresponsabilidad y las deficiencias en una serie de profesiones son presentadas en la novela por medio de un repertorio de figuras que satirizan a médicos, escribanos, boticarios, barberos y otros que son Torre Villar, 1992, pp. 87 y 92. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 246. 43  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 240. 44  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 314. 41 

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amos de Periquillo o por quienes se hace este pasar. En Saucheofú, en cambio, las profesiones se presentan reestructuradas en su mejor modo posible. Trabajar honestamente para ganarse la vida es una máxima central que permea la obra. Esta amonestación del padre de Periquillo anticipa mucho de la trama de la novela: [N]o hay oficio vil en las manos de un hombre de bien, ni arte más ruin, oficio o ejercicio más abominable que no tener arte, oficio ni ejercicio alguno en el mundo. Sí, Pedro, el ser ocioso e inútil es el peor destino que puede tener el hombre; porque la necesidad de subsistir y el no saber cómo, ni de qué, lo ponen como con la mano en la puerta de los vicios más vergonzosos, y por eso vemos tantos drogueros, tantos rufianes de sus mismas hijas y mujeres, y tantos ladrones; y por esta causa también se han visto y se ven tan pobladas las cárceles, los presidios, las galeras y las horcas45.

El que Periquillo se transforme en hombre de bien implica que acepte la ética del trabajo y que deje a un lado sus aires de hidalguía. Al parecer de Lizardi, las difíciles circunstancias de los criollos, para los cuales la vida de Periquillo es sinécdoque, tendrían algún alivio si en lugar de insistir en su calidad de hidalgos, imitando el ocio de la nobleza, se dedicaran a oficios o profesiones que les permitieran un ingreso económico estable. Así, Lizardi asemeja las frustraciones y limitaciones de los criollos a las de los hidalgos que en la España de los siglos xvi y xvii perdieron su papel rector frente a la nueva burguesía emergente46. La vida disipada de Periquillo conlleva, además, otro peligro, a los ojos del autor: lo hace confundirse con el llamado «leperaje ordinario», es decir, con las castas. Por más que el protagonista insiste en distinguirse entre las castas apelando a su condición de blanco y, por tanto, a su membresía a un supuesto «leperaje ordinario», no es hasta que adopta una vida ordenada y dedicada al trabajo que regresa al cerrado círculo de los criollos. Aspirar a la medianía social es el precepto que recibe Periquillo de parte del coronel al cual sirve en las Filipinas y que es otro de sus maestros. El coronel aconseja a Periquillo que no cifre su felicidad en las riquezas y lo exhorta a que ni la plata, ni el oro, […] muevan su voluntad. Extrapolando esta e­ xhortación a los valores 45  46 

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Fernández de Lizardi, Obras, vol. 8, p. 151. Maravall, 1986, pp. 88-96.

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y prioridades que desearía ver en España y sus posesiones de ultramar, El Pensador, por boca del coronel, reprueba una economía basada en la extracción de minerales, haciendo clara su visión fisiócrata: Me agrada mucho el pensamiento de los que han probado que no consisten las riquezas en la plata, sino en las producciones de la tierra, en la industria y en el trabajo de sus habitantes, y tengo por una imprudencia el empeño con que buscamos las riquezas de entre las entrañas de la tierra, desdeñándonos de recogerlas de su superficie con que tan liberal nos brinda. [...] Muchas naciones han sido y son ricas sin tener una mina de oro o plata, y con su industria y trabajo saben recoger en sus senos lo que se extrae de América47.

Es de notarse que, no por juzgar deplorable el estado de la Américas es que el coronel sugiere su separación de la metrópoli. A su parecer, España también, por causa de «las riquezas que presentaron sus colonias», encuentra en decadencia su «industria, agricultura, carácter, población y comercio»48. Desde la perspectiva del coronel, hace falta una reorientación de la economía —española y americana— hacia la agricultura y la industria. Vuelto hombre de bien al final de sus días, el antiguo pícaro de Lizardi es buen cristiano, pero también un ciudadano productivo. El protagonista termina sus días logrado una ‘medianía honrada’ al desempeñarse como administrador de una tienda y un mesón, observando los preceptos cristianos en restituciones y otros beneficios. Sin embargo, es en la muerte y el testamento de Periquillo que se concretiza su interpretación ilustrada del catolicismo, racionalizando los ritos y haciendo de la caridad un medio de transformación social. Así, el protagonista rechaza las prácticas tradicionales del bien morir, prefiriendo, en lugar de los rezos, elaborar su propio ritual que incluye un himno al Ser Supremo que él mismo compone. En cuanto a su testamento, Perico destina nueve mil pesos a hacer «socorros verdaderos».49 En lugar de legarlos a la Iglesia o dar a muchos una limosna, con ese capital determina que se ayuden a nueve hombres de bien, pobres y con familia, que tengan algún ejercicio o habilidad, pero carezcan

Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, pp. 196-197. Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 198. 49  Fernández de Lizardi, Obras, vol. 9, p. 397. 47 

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de medios para ganarse la vida. Cada uno recibe un préstamo de mil pesos; al restituir el beneficiado esa cantidad, otros pueden beneficiarse. En pocas palabras, El Pensador propone que, en una sociedad donde el capital es escaso, los ciudadanos deben ayudarse mutuamente por medio de micro-préstamos que financien actividades redituables de baja inversión. La caridad no debía servir para perpetuar un orden existente, sino para generar su transformación, cuestión que su patria necesitaba con urgencia en los albores del siglo diecinueve. Estas enseñanzas sin duda alejan la novela de Lizardi de los lineamientos de la picaresca áurea. No obstante, gracias a las aventuras del pícaro, la trama de Periquillo es atrayente y verosímil, permitiendo al Pensador argumentar con maestría su propósito educativo ilustrado. Bibliografía Alba-Koch, Beatriz de, Ilustrando la Nueva España: Texto e imagen en El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1999. — «“Enlightened Absolutism” and Utopian Thought: Fernández de Lizardi and Reform in New Spain», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 24. 2, 2000, pp. 295-306. — «Fe y razón en la educación de las mujeres: El iluminismo cristiano de Fernández de Lizardi en su Quijotita», en Actas del XV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, vol. 4, ed. Beatriz Mariscal y María Teresa Miaja de la Peña, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2007a, pp. 31-38. — «La vieja beata en La Quijotita de Fernández de Lizardi: Una celestina a lo divino», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 32. 1, 2007b, pp. 123136. — «Fernández de Lizardi y su lectura ilustrada del Quijote: Cervantismo, quijotismo y autoría», en Don Quijote en América, ed. Friedhelm S­ chmidt-Welle e Ingrid Simson, Amsterdam, Rodopi, 2010, pp. 519-536. — «El pensamiento utópico de Fernández de Lizardi antes y después de la Independencia», en La utopía posible: reflexiones y acercamientos, vol. 2, ed. Eduardo E. Parrilla Sotomayor, Monterrey, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, 2013, pp. 613-630. Altamirano, Ignacio Manuel, Obras completas, vol. XII, Escritos de literatura y arte, Tomo I, Ciudad de México, Secretaría de Educación Pública, 1998. Beristáin de Souza, José Mariano, Biblioteca hispanoamericana setentrional [sic.], 2ª. edición, vol. 2, Amecameca, El Colegio Católico, 1883.

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PICARESCA, MARGINALIDAD E INVISIBILIDAD A TRAVÉS DEL CINE LATINOAMERICANO (1950-2020) PICARESQUE, MARGINALITY AND INVISIBILITY THROUGH LATIN AMERICAN CINEMA (1950-2020) María Dolores Pérez Murillo Universidad de Cádiz, España ORCID: 0000-0002-6205-0375

Resumen: Este artículo ofrece un panorama del mundo de los olvidados, niños y niñas de la calle, que habitan en las periferias de las grandes ciudades latinoamericanas. Hemos utilizado el cine como fuente documental desde la segunda mitad del siglo xx hasta la actualidad. Un cine testimonial que apuesta por revelar a los invisibles y sus estrategias de supervivencia. Estamos ante un cine de inspiración neorrealista cuyos protagonistas, mayoritariamente, son personas extraídas de la vida real e interpretan con gran naturalidad su mundo. Este cine ha sido considerado como independiente, vanguardista y de autor, cuenta con excelentes guiones y abundantes premios de la crítica internacional. Se trata de un arte crítico y ref lexivo que, desde sus inicios, fue censurado por aquellos que detentan el poder queriendo mostrar a sus países dentro del reduccionismo de los tópicos y slogans turísticos. En el presente artículo destacamos algunos países como México, Brasil, Argentina, Colombia, Cuba, Guatemala y Venezuela que se han convertido en vanguardia de producciones cinematográficas, consideradas obras de culto dentro de la Historia del Cine Social. Palabras clave: Cine; Latinoamérica; sociedad; marginalidad; realismo. Abstract: This article offers an overview of the world of the forgotten, street children, who live on the outskirts of large Latin American cities. We have used cinema as a documentary source from the second half of the 20th century to the present. A testimonial cinema that is committed to revealing the invisible and their survival strategies. We are facing a neorealist-inspired cinema whose protagonists, for the most part, are people taken from real life and interpret their world with great naturalness. This cinema has been considered as independent, avant-garde and art

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house, and has excellent scripts and numerous awards from international critics. It is a critical and ref lective art that, since its inception, was censored by those who hold power wanting to show their countries within the reductionism of tourist clichés and slogans. In this article we highlight some countries such as Mexico, Brazil, Argentina, Colombia, Cuba, Guatemala and Venezuela that have become the vanguard of film productions, considered cult works within the History of Social Cinema. Keywords: Cinema; Latin America; society; marginality; realism.

1. Introducción Nuestra pretensión en este artículo es dimensionar a los pícaros contemporáneos, a los niños y niñas de la calle en América Latina, huérfanos de todo. La cifra de los niños olvidados en América Latina alcanzaba los 15 millones al iniciarse la década de los 90 del pasado siglo xx. De estos, más o menos la mitad pueden ser considerados «niños de la calle», es decir, niños que viven en la calle de manera permanente o transitoria y que han roto sus lazos con la familia o con las personas mayores que la sustituían. A la otra mitad no se la considera «niños en la calle», y son aquellos que se buscan la vida en las calles para ayudar económicamente a su familia, por lo que la diferencia con el grupo anterior consiste en que no hay ruptura total con la familia. Mientras los primeros no tienen un techo donde pasar la noche, los segundos sí, aunque sea en unas condiciones infrahumanas y de franco hacinamiento. Ahora bien, la mayor parte de la vida de todos ellos se desarrolla en la intemperie de las grandes urbes buscando la manera de ganar un poco de plata o algo para comer, a menudo removiendo los basureros para rescatar las sobras, los desperdicios1. La razón fundamental que explica la ausencia de infancia de tantos millones de niños es la precaria situación económica de sus familias, situadas en lo más bajo de la pirámide social o, incluso, fuera de dicha pirámide, catalogados como excluidos, no necesarios al sistema ni siquiera para ser explotados laboralmente. Y la miseria provoca la el deterioro de las relaciones familiares, lo que conlleva al incremento de la violencia interna, alcoholismo, falta de perspectivas, depresión, «desgano vital», carencias afectivas y, en definitiva, orfandad. Todo ello lo padece con mayor fuerza el más débil: el niño y la niña, que se

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Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, p. 47.

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ven obligados a aportar algo a la economía familiar desde muy temprana edad, sometiéndose a una brutal explotación laboral o dedicándose a la delincuencia, la mendicidad o la prostitución. En los casos en que la convivencia familiar es imposible tienen, además, que salir de sus casas, lo que supone la ruptura con el mundo de los adultos y la entrada de lleno en el submundo de los niños de la calle, donde seguir vivo al final del día es ya un logro2. Otros niños son simplemente abandonados a su suerte por sus propios padres, ya sea por incapacidad para mantenerlos o porque es un hijo no querido y les estorba. La falta de cariño, el no sentirse amado por nadie, va a ser una de las claves definitorias del carácter violento y agresivo que adquirirán estos niños en su lucha cotidiana por la supervivencia, como así lo corrobora uno de sus protagonistas: Le aseguro, señor, o al menos esa ha sido mi experiencia, que a los cuatro años se llega a soportar el hambre, el frío, pero lo que no se resiste en modo alguno es la espantosa sensación de saber que vives sin que a nadie le preocupe en absoluto lo que pueda ocurrirte... Fue entonces cuando comprendí que existía el mundo de los adultos, y que esos adultos no eran los miembros de mi especie encargados de protegerme, sino mis peores enemigos, porque desde su altura emanaban la mayor parte de los peligros que pudieran acecharme. Adultos eran los que nos corrían a bofetadas cuando entrábamos en un restaurante a pedir limosna a quienes se atiborraban de comida; adultos los que nos echaban de los portales calientes en los que buscábamos refugio por las noches, y adultos los que nos pateaban cuando nos sorprendían cagando bajo un árbol de la plaza 3.

La violencia con la que son rechazados por los adultos aumenta la violencia de las bandas de niños en un proceso en espiral, cada vez más intenso. La película Los olvidados de Buñuel, que analizaremos más adelante, recoge hechos reales de los años cincuenta en ciudad de México4. Setenta años después, el problema, lejos de haberse solucionado, se ha multiplicado. El miedo y la desconfianza mutua han profundizado el abismo entre ambos mundos, el de los niños y el de los adultos. Además, ha conducido a la delincuencia a niños que no se ganaban la vida de esa manera pero que, al verse agredidos por los matones de Lewis, 1985. Vázquez Figueroa, 1991, pp. 7-8. 4  Sánchez Vidal, 1994. 2  3 

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los «escuadrones de la muerte», contratados por los comerciantes para expulsarlos del centro urbano, han terminado defendiéndose y recurriendo al delito como único método para sobrevivir. Todos los niños pobres que no forman parte como esclavos de la economía formal o informal son considerados delincuentes y se les combate como a tales5. Traemos a colación unas palabras de Eduardo Galeano al respecto: El mercado no los necesita, ni los necesitará jamás. No son rentables, jamás lo serán. Desde el punto de vista del orden establecido, ellos empiezan robando el aire que respiran y después roban todo lo que encuentran. Entre la cuna y la sepultura, el hambre o las balas suelen interrumpirles el viaje. El mismo sistema productivo que desprecia a los viejos, teme a los niños. La vejez es un fracaso, la infancia un peligro. Cada vez hay más y más niños marginados que nacen con tendencia al crimen, al decir de algunos especialistas. Ellos integran el sector más amenazante de los excedentes de población6.

Cada vez es más frecuente la existencia de grupos paramilitares que se dedican a limpiar las calles exterminando a niños y niñas pobres, porque, como dijimos más arriba, lejos de menguar en número, siguen aumentando, muchas veces hijos de las propias niñas de la calle que han sido violadas sin que nada ni nadie lo impida ni le importe. Según la organización Human Rights Watch: «en 1993 los escuadrones parapoliciales asesinaron a seis niños por día en Colombia y cuatro por día en Brasil». Cifras que hablan por sí solas. Aunque quieran salir de su situación, estos niños y niñas apenas cuentan con apoyos7. No obstante, se está tomando más conciencia de este hecho monstruoso8. Pero, además de ser pocos los que luchan por acabar con esta situación, permitida abiertamente o por omisión por los gobiernos, tienen que enfrentarse a la amenaza e, incluso, a intentos de asesinato. No interesa que nadie se preocupe por esos niños. Primero porque sacarlos de su marginalidad solo podría hacerse transformando el sistema de desigualdad existente e instaurando uno más justo e igualitario, lo que mermaría los privilegios de los poderosos que, al fin y al cabo, son los que tienen el poder para hacer y deshacer impunemente. Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, pp. 48-49. Galeano, 1998, p. 18. 7  Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, p. 49. 8  Dimenstein, 1994. 5  6 

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Pero, a­ demás, hay otra razón: estos niños están siendo utilizados como sicarios para los ajustes de cuentas entre mafias rivales o para realizar asesinatos de tipo político. Carne de cañón barata que hace el trabajo sucio a los poderosos y luego es fácil de hacerla desaparecer sin que le importe a nadie. No hay mejor sicario que un niño o adolescente que vuelca su agresividad y su odio hacia los adultos asesinando sin hacer preguntas para ganar un poco de plata que redima de la pobreza a su madre y a sus hermanos pequeños. Al final, una vez más, instrumentos de los adultos9. 2. El cine latinoamericano y los niños de la calle En este apartado presentamos una relación de obras cinematográficas, que tienen como denominador común denunciar la pobreza y las estrategias de supervivencia de niños y niñas vulnerables que habitan en las afueras de las grandes urbes latinoamericanas. Personajes periféricos que, más allá de un número, tienen un nombre, un rostro y, sobre todo, cargan a sus espaldas historias generacionales de exclusión y marginación, casi ancestrales. Rescatar a los «nadie» fue uno de los cometidos del denominado Nuevo Cine Latinoamericano, un cine social, realista y de denuncia. Un cine en consonancia con las vanguardias del momento como la «nouvelle vague» en Francia, el «neorrealismo» italiano, «free cinema» inglés, «nuevo cine» alemán, y «nuevo cine» español surgido tras las conversaciones de Salamanca. Las nuevas formas de hacer cine, aparecidas a mediados del siglo xx, ponen en evidencia lo que el discurso oficial calla y elude. Es un cine valiente y comprometido que realiza una perfecta simbiosis entre el documental y la ficción. En definitiva, es un cine independiente y con el singular sello de autor10. El cine de los invisibilizados se inaugura en América Latina con una película, considerada de culto como es Los olvidados (1950), dirigida por Luis Buñuel en su etapa mexicana11.Una de las mejores películas de la Historia del Cine. Los hechos que se ref lejan en Los olvidados están basados en la realidad, en personajes auténticos, arquetipos de Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, p. 49. Díaz y Díaz, 1999. 11  Sánchez Vidal, 1994. 9 

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lo que podemos encontrar en la periferia de cualquier gran ciudad sin excepción (en este caso Ciudad de México), donde proliferan los «hogares de miseria» que acaban convirtiéndose en verdaderos «semilleros de delincuencia». Y desde el principio se deja claro, también, que la película no es optimista, no puede serlo a la vista de lo que ocurre12. El protagonista colectivo del film es el mundo de los niños de la calle a través de un grupo concreto liderado por Jaibo, recién escapado del correccional y que es el que induce a los demás a delinquir. A lo largo de la trama nos encontramos una multiplicidad de historias que van retratando la marginación y la violencia que esta produce. Podemos hablar, sin lugar a dudas, de dos grandes protagonistas colectivos: el mundo de niños-adolescentes y el mundo de los adultos, perfectamente definidos a pesar de su complejidad. Buñuel construye una historia que, pese al realismo, no escapa al mundo onírico, a toda una simbología surrealista. Así, la presencia de las gallinas es obsesivamente reiterada a lo largo del film: las gallinas hacen, sienten y sufren como los personajes que aparecen; viven hacinadas y sucias como las familias en sus casas, se golpean entre ellas y, a su vez, reciben los golpes de los protagonistas. También expresa la violencia por otra vía: el movimiento de los brazos que, en determinadas escenas, suben y bajan casi compulsivamente. Asimismo, cabe llamar la atención, dentro de este tipo de recursos, las continuas referencias oníricas. Otro elemento a destacar en la película es la música. Si las historias relatadas son pesadillas de las que sus protagonistas no pueden escapar, la sensación se torna más agobiante dada la perfecta unión entre las imágenes y la banda sonora. En efecto, la violencia, el caos y el desorden también se aprecian en esos estridentes acordes musicales que acompañan a determinadas secuencias. Además, para conseguir el efecto de desolación, tanto interna como externa, juega con los ambientes en ruinas, edificios a medio hacer, estructuras constructivas inacabadas., como los propios personajes13. Cinco años más tarde, en 1955, Nelson Pereira dos Santos con Rio, 40 graus nos lleva de viaje por la urbe carioca, vista a través de los ojos de niños de favelas que bajan a la ciudad a vender chucherías a los privilegiados del centro de la ciudad que disfrutan en las playas de Ipanema, Leblon y Copacabana. Este film se enfrentó a la propaganda 12  13 

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Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, p. 51. Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, p. 56.

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que, desde el poder, maquilló a Brasil como país del futuro en donde imperan «ordem e progresso» en vísperas de la presidencia del populista Juscelino Kubitschek (1956-1961) cuyo mandato se caracterizó por el desarrollismo y su lema fue «en cinco años, cincuenta años de progreso», sin embargo, los olvidados de siempre no lograron salir de la pobreza. Mostrar el Brasil descarnado de los pobres, el otro país, no gustó al poder por lo que la obra de Pereira dos Santos fue vilipendiada, censurada y prohibida, de esa prohibición surgió el manifiesto del «Cinema Novo»14 cuyos principios fueron definidos así por Glauber Rocha: Donde haya un cineasta dispuesto a filmar la verdad y a enfrentar los patrones hipócritas y policiales de la censura, ahí habrá un germen vivo del cinema novo. Donde haya un cineasta dispuesto a enfrentar el comercialismo, la explotación, la pornografía, el tecnicismo ahí habrá un germen del cinema novo. Donde haya un cineasta de cualquier edad o procedencia, pronto a poner su cine y su profesión al servicio de las causas importantes de su tiempo ahí habrá un germen del cinema novo15.

En definitiva, un cine-verdad, cuya misión fue filmar la realidad para concienciar y poder combatir la injusticia. El lema de este arte novedoso e independiente fue «una cámara en la mano y una idea en la cabeza» filmando los exteriores periféricos, tanto urbanos como rurales, con un sello particular de cine testimonial y documental16. Siguiendo con este cine-verdad, el cineasta argentino Fernando Birri ha sido considerado «padre del cine documental» por su película Tire dié (1960) que nos conduce a la región del Litoral de la Argentina, bañada por el río Paraná, concretamente a la ciudad de Santa Fe, para revelarnos lo que en las guías del viajero se elude, el mundo de chicos que, desde muy temprana edad, se ganan la vida en las vías del ferrocarril con destino Buenos Aires, mendigando a los viajeros que les tiren desde las ventanillas del tren en marcha 10 centavos. Esos niños, sin historia, no existen en guías turísticas, tampoco en los padrones, ni en los registros eclesiásticos, malviven con sus familias en la periferia de una capital de provincias en el país que, unos años antes, había sido el Amar Rodríguez, 1993. https://xdoc.mx/documents/d-la-estetica-del-hambre-607bb11e6f54c. 16  Paranaguá, 2003. 14  15 

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granero del mundo.17 El ubérrimo país del Río de la Plata no fue más que un espejismo que, en su cara oculta, silenciaba a miles de indocumentados, verdaderos desheredados de todo, incluso de las migajas del populismo peronista. En los años ochenta el cineasta argentino, Héctor Babenco filma en Brasil Pixote, la ley del más débil (1981) en donde muestra la realidad de los menores en Sao Paulo, obligados a delinquir al servicio de los tahúres, de la prostitución y de los narcotraficantes. Pixote no es nombre, es un apodo que significa chavo, chamaco18. Fernando Ramos da Silva, de 10 años de edad, fue un niño de la calle que encarnó a Pixote representando su vida real; si Fernando Ramos da Silva hubiera nacido en los EE UU probablemente se hubiera convertido en una estrella de Hollywood. Pixote está considerada como una de las 10 mejores películas brasileñas de todos los tiempos, cosechó un nutrido palmarés siendo nominada a los Globos de Oro además del aplauso en los círculos y asociaciones de críticos de Nueva York, Boston y Los Ángeles. En la década de los noventa el mundo de los invisibles comienza a estar muy ligado al sicariato. La película venezolana Sicario, la ley de la calle (1994) de José Ramón Novoa nos cuenta la historia de Jairo, un chico colombiano, que malvive en los suburbios de Medellín. La aspiración de Jairo es salir de pobre o, al menos, liberar a su familia y, sobre todo, a su madre y hermano pequeño, de la miseria. Jairo se convierte en sicario al servicio de los narcotraficantes, los cuales le imponen como cometido matar al candidato presidencial19. Una vez que se entra en el sicariato es imposible salir indemne, pues como tela de araña siempre engulle a sus víctimas. Esta película, casi documental, nos lleva desde las periferias urbanas deprimidas, semilleros de droga y violencia, al infierno de las cárceles, auténticas «universidades del crimen», de la delincuencia, y del mayor deterioro humano como señala el protagonista en una de las secuencias del film: «Yo era un tipo sano. Cuando salí nadie me ayudó. Salí malo y lleno de rencor. La cárcel es lo peor que le puede suceder a un hombre. Por eso cada vez que mato 17  Argentina desde 1946 a 1955, gobernada por el régimen populista de Juan Domingo Perón, fue el granero del mundo, cambió carnes y cereales por oro, capitalizó las exportaciones a la Europa exhausta de la Postguerra. Argentina se convirtió en el sueño de todo europeo y, particularmente, de los procedentes del Mediterráneo (nota aclaratoria de la autora) 18  Pérez Murillo, 2016, p. 137. 19  Pérez Murillo, 2016, p. 138.

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es como si me estuviesen pagando algo que yo sufrí en ese maldito infierno. Mi vieja murió estando yo preso». El film fue nominado en los premios Goya como mejor película extranjera de habla hispana, además de ser galardonado por su dirección y guion en los festivales de Tokio y La Habana. En 1998 el cineasta colombiano Víctor Gaviria filmó en Medellín La vendedora de rosas. La película relata dos días de la vida de Mónica, una niña de 13 años que vende rosas en la calle, duerme en un cuartucho de una especie de pensión con otras niñas de la calle, y sueña con su abuela ya fallecida, que en el imaginario de Mónica es como una «madre buena», comparable a la Virgen, las abuelas son las que crían a los niños porque las madres los abandonan para ganarse la vida o emigrar a los EE UU, Mónica tuvo «la suerte» de conocer en su primera infancia a esa dulce abuela de la que aprende valores solidarios, de amistad y de dignidad. La acción se desarrolla en un Medellín dantesco que celebra una de las fechas más fastuosas del año, la Navidad, con luces y fuegos artificiales, y en donde se enmarca la historia de esta niña de la calle, que vende rosas para ganarse la vida y conseguir el sueño de celebrar la Nochebuena con su verdadera familia psíquica: sus amigas y su novio, pero se verá obligada a enfrentarse a la misma soledad de todos los días, a la pobreza y a la violencia 20. Los actores del film no eran profesionales, sino niños de la calle que representaban su propia realidad, según declaraciones del productor E. Goggel «tuvimos que invertir enormes toneladas de paciencia. Para empezar, no es la clase de película en la que uno pueda definir sobre el papel cuántos días de rodaje necesita, porque trabajar con actores naturales, niños que viven en la calle, es totalmente imprevisible». El rodaje duró 16 semanas y estuvo salpicado de obstáculos, como señala el propio Gaviria: «El plan del rodaje no se cumplía nunca, trabajar con niños de la calle era totalmente imprevisible. Ni ellos mismos sabían cómo iban a estar dentro de diez minutos». Respecto al lenguaje se habla en el argot marginal y carcelario, según el cineasta «es un lenguaje de delincuentes, lleno de insultos para el prójimo, un lenguaje agresivo para con los demás». A pesar de la dureza del rodaje y de la historia que narra, Gaviria consiguió realizar una obra maestra con pinceladas poéticas y espacio para la solidaridad que define así «no quería hacer una película antropológica, en la que el director 20 

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Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, pp. 65-66.

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observa desde fuera a su objeto de estudio. Yo comparto con los niños de la película una misma cultura, la de originarios de Medellín, y me siento cercano a ellos»21. La película fue nominada a Palma de Oro en Cannes, nominada a los premios Ariel y 6 premios en el festival de La Habana. De Colombia viajamos a Brasil, y en 1998 Walter Salles con Central do Brasil en consonancia con el «Cinema Novo», una vez más vuelve a revelar los paisajes y a las personas invisibilizadas. Central do Brasil nos propone un intenso viaje al interior del Brasil a través de una historia intimista y universal entre los dos personajes principales: Dora, maestra jubilada, y Josué, un niño huérfano. Ambos, tras el viaje, salen renovados e invitan a la renovación. Esta película nos testimonia el desamparo de los niños de la calle y la presencia de los «escuadrones de la muerte» a cargo de los guardas (matones) privados, encargados de la seguridad y del mantenimiento del «orden» ante la mirada «complaciente» del Estado, que calla y otorga frente a quienes le realizan el trabajo sucio de limpiar las calles. Las calles y estaciones por donde pululan niños «sin futuro» que son asesinados a cientos, ya que sus vidas no valen nada para una sociedad que los ignora o los ve como amenaza o un simple estorbo, sociedad endurecida por el individualismo feroz, la indiferencia o la impotencia para poder cambiar las cosas. El desprecio hacia la vida de los más vulnerables queda patente también al abordarse el tema del tráfico de órganos. El destino de muchos niños es dar vida contra su voluntad a niños ricos del Norte (del Primer Mundo) que necesitan algún órgano para no morir. Central do de Brasil pone el acento en la indefensión y la vulnerabilidad de los habitantes de la calle, de los niños sin pan ni techo22. En el año 2000 el cineasta europeo Barbet Schroeder filma en Colombia con actores profesionales y de la calle La Virgen de los Sicarios basada en la novela autobiográfica del mismo nombre del escritor colombiano, Fernando Vallejo23. Una novela de 1994, polémica por su heterodoxia al plantear unas relaciones homosexuales y morganáticas entre un intelectual, el propio Vallejo, y jóvenes sicarios. El director Barbet Schroeder que durante su infancia vivió en Colombia y, además, conocía la obra de Fernando Vallejo, puso toda ilusión en filmar Pérez Murillo y Fernández Fernández, 2002, pp. 66-67. Dimenstein, 1994. 23  Broullón, 2010. 21 

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allí y así logro llevar al cine «La Virgen de los Sicarios» en donde se aúna la ficción y el documental, ref lejando la realidad social de la ciudad de Medellín. La pobreza, la corrupción, la impunidad, la desigualdad, el narcotráfico, y toda una serie de horrores, fruto de la violación de los derechos humanos. El film fue muy polémico y recibió duras críticas por parte del periodista colombiano Germán de Santamaría, director de la revista Diners, medio a través del cual intentó sabotear la película, pronunciándose en estos términos: «el film dirigido por Barbet Schroeder es una hora y 45 minutos de horror contra todo lo colombiano y contra Medellín. Es deliberadamente infame, siniestra, truculenta, inmensamente provocativa y totalmente mentirosa». Sin embargo, Barbet Schroeder comentó en su diario de rodaje los muchos problemas que significaron filmar en Medellín, tuvo que ir protegido por guardaespaldas, presenció varios asesinatos durante el rodaje, lo cual era muy habitual en una ciudad que, en esas fechas, contaba con 5.000 pandillas armadas con una impunidad del 95%. A pesar de todas las polémicas que esta película, por su heterodoxia, suscitó, es, sin embargo, un magnífico documental sobre el sicariato en Medellín; pese al infierno circunstancial, está teñida de unos hondos sentimientos de amor y ternura entre un hombre maduro y unos adolescentes de la calle, que la película los recupera como seres humanos y poéticos, aunque la sociedad los vea como deshechos, y ese es el carácter revolucionario de este magistral film, en él se dimensiona el potencial humano de unos seres humanos, valga la redundancia, que el capitalismo reduce a menos que a basura, convirtiéndolos en Nadie. Por ello es polémico cualquier intento de contar la historia verdadera, la historia no oficial, la historia de los que no cuentan en las estadísticas. En 2002 la película Cidade de Deus de Fernando Meirelles nos hace viajar a la ciudad de Río de Janeiro para narrar la vida cotidiana a lo largo de tres décadas del pasado siglo xx (sesenta, setenta y ochenta) de una de las favelas más conf lictivas y que da nombre al film. El protagonista principal, «Buscapé», es testigo ocular de cuanto aconteció en ese lugar, con su máquina fotográfica nos convierte en testigos de una cotidianidad donde aparece el conf licto, el amor, la muerte, vidas entrecruzadas en un contexto cada vez más deteriorado, pues, en principio, la favela era un barrio obrero que con el devenir del tiempo fue deteriorándose al ser invadida por la droga, las ausencias de trabajo y de políticas públicas.

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El año 2002 Helvécio Ratton con Uma Onda No Ar que se tradujo al español por Radio Favela, nos lleva a la ciudad de Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, para contarnos una historia real que surgió en los suburbios de la ciudad, la historia de unos jóvenes que crearon un repetidor de radio para denunciar las arbitrariedades cometidas por la policía contra los más vulnerables. Policía no interesada en perseguir a los narcotraficantes ni en poner orden sirviendo a la colectividad, pues cual lacaya del poder, a la policía solo le interesaba buscar la radio pirata en lo alto de la favela para acallar esas voces que hablan de la injusta cotidianidad de los invisibilizados. Es, por tanto, un film que entra dentro de lo que podríamos denominar «cine de resistencia», pues los olvidados convierten a la radio clandestina en una estrategia de supervivencia y de lucha contra las lacras del suburbio24. En 2003 el director argentino, Juan Carlos Desanzo, realizó El Polaquito que es la historia de un niño de la calle que se gana la vida cantando tangos en los trenes de cercanías que arriban a la estación Constitución de la ciudad de Buenos Aires. Esta película fue rodada de incógnito, su director colocó cámaras «indiscretas» en lugares estratégicos de la estación, lo que le otorgó un tono de documental pues todos los sonidos junto al ir y venir de las personas fueron captados de forma singular. Desanzo denuncia a las mafias de la droga y de la prostitución que, en connivencia con una policía del todo corrupta, amasan grandes capitales. Se trata de una historia dura, real, de pobreza, de marginación, frustración y dolor. El film cosechó dos premios «Cóndor de Plata» y otro en el Festival de Montreal. En 2006 el director español, residente en Guatemala, Chema Rodríguez, realizó el documental Las estrellas de la Línea, cuyas protagonistas son las prostitutas del barrio de la Línea, en Ciudad de Guatemala, zona que recibe su nombre de la línea del ferrocarril entorno a la que se distribuyen los burdeles. Es una película que, como Radio Favela, nos invita a la resistencia de unas mujeres que luchan por su visibilidad, derechos humanos y dignidad frente al poder que las niega25. En la segunda década del siglo xxi, otra serie de películas, de factura latinoamericana, son fieles testimonios del olvido a pesar de las «revoluciones» como es el caso de Conducta, dirigida en 2014 por Ernesto Daranas, cuyos protagonistas son los olvidados de la R ­ evolución 24  25 

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Pérez Murillo, 2017. Pérez Murillo, 2017.

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­Cubana. Conducta es un largometraje de ficción, pero, al mismo tiempo, es un espléndido documental que, a vuelo de paloma, a vista de pájaro, nos hace divisar La Habana Vieja, el casco histórico de la decadente ciudad que, en otros tiempos fue denominada la «Perla de las Antillas», con sus esplendorosos palacios coloniales que, tras la Revolución, se convirtieron en casas de vecinos cada vez más empobrecidas, habitadas por los olvidados de siempre y, por supuesto, los olvidados también de la Revolución. Ernesto Daranas, experto en el género documental, ofrece una imagen hiperrealista de la ciudad, la que no visitan los turistas, el paisaje urbano cobra el rol de protagonista al igual que el interior de las viviendas, el hacinamiento, la pobreza, la violencia y el deterioro al que puede llegar el ser humano. ¿Dónde está «el hombre nuevo», soñado por Ernesto Che Guevara? Quizás lo hallemos en Carmela, la descendiente de esclavos que, hace más 50 años, y gracias a la Revolución, pudo estudiar la carrera de maestra. Conducta es un duro alegato a un país aletargado, desconfiado, burocratizado, que antepone la norma y la absurdocracia a las personas. En 2015 el cineasta mexicano, Gabriel Ripstein, en su película 600 millas nos sugiere un viaje, de casi 1.000 kilómetros (600 millas), que desde Tucson (Arizona, EE UU) nos lleva por el desierto de los estados mexicanos de Sonora y Sinaloa, donde operan los cárteles de la droga, indudablemente, vinculados al tráfico de armas. El film recrea los paisajes olvidados, los desiertos periféricos y/o fronterizos, esa tierra de nadie, ese lugar geográfico sin riquezas materiales, siempre marginal que quedó fuera a lo largo de toda la historia de México y, sobre todo, en la construcción del Estado-nación de la época contemporánea. Gabriel Ripstein quiso realizar esta película porque la temática del tráfico de armas, al menos hasta ahora (2015), no había sido retratada en el cine, por lo menos en el cine mexicano. Según declaraciones del propio cineasta, él comenzó a desarrollar el guion mientras vivía en Estados Unidos, donde quedó perplejo por la facilidad con la que los straw buyers (compradores de paja) pueden hacerse con un rif le de alto poder: Son los gringos, a los que los criminales mexicanos contratan. Pueden adquirir un arma con una licencia de conducir si no tienen antecedentes penales. Reciben 50 dólares por cada una que compra… Mira, hay varias cosas e ideas que me daban vuelta en la cabeza. Por un lado, el tema de las armas es un tema que me parece muy relevante y que no había visto

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tocado en el cine, por lo menos en el cine mexicano. Se habla mucho del narcotráfico, del f lujo de drogas entre los dos países, pero el complemento a eso es el f lujo de armas. Las drogas van de México a Estados Unidos, pero las armas vienen de Estados Unidos a México. En México hay un crimen organizado con un armamento muy poderoso, y este armamento viene de Estados Unidos en su mayoría. Siempre me perturbó ese tema… Esta película es muy personal y la hago yo por una necesidad de sacarla de mis entrañas, de mi corazón, de contar esta historia… y tuve la suerte de que gente alrededor de mí confió en el proyecto, confió en mí26.

El argumento de la película venezolana Desde allá (2015) de Lorenzo Vigas podría recordarnos, grosso modo, al film colombiano La Virgen de los Sicarios de Barbet Schroeder, ya que trata de la relación de un varón maduro, de 50 años, de clase media urbana que busca en la periferia de su ciudad al chico marginal, al sicario, que satisfaga su deseo, deseo reprimido. Pero en la obra de Lorenzo Vigas, a diferencia de la de Barbet Schroeder, apenas hay diálogos, predomina la ambigüedad y la indefinición de alguno de sus personajes, rompiendo con los clichés. Al respecto la crítica lo ha señalado como «uno de los grandes aciertos del film el de no encajar en moldes prefabricados que, con una puesta en escena aséptica y distanciada, desarrolla una relación a priori de tintes pasolinianos».27 El film prescinde de la música incidental que es sustituida por el ruido de la caótica ciudad de Caracas, aunque existe una sobriedad estética al no recrearse excesivamente en la miseria como suelen hacer otros filmes latinoamericanos que están proyectados al aplauso de un público europeo y norteamericano; no obstante, en cierta medida, somos espectadores del mundo de los chicos de la calle; pero ese no es el objetivo que busca Lorenzo Vigas en este su primer largometraje, por ello en reiteradas ocasiones el campo visual está intencionadamente borroso, se difumina o se intuye el contexto; pero lo importante es que el espectador se centre en los dos personajes principales: en el complejo y enigmático hombre maduro, Armando (Alfredo Castro), y http://www.elespectadorimaginario.com/entrevista-a-gabriel-ripstein-director-de-600-millas. Entrevista de Raúl Liébana. Última consulta 27/05/2022. 27  http://www.elconfidencial.com/cultura/cine/2016-06-24/estreno-desde-alla-pelicula-venezolana-homosexual-clases-sociales1220506/. Última consulta: 28/05/2022. 26 

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en el joven Elder (Luis Silva). Dos actores excelentes: uno profesional y otro de la calle que interpreta su propia historia. La puesta en escena es impecable. Los dos protagonistas son gesto y mirada, y por su habla delatan la procedencia socio-económica. La película de Lorenzo Vigas nos revela como a los dos protagonistas, pese a ser diametralmente opuestos en edad, valores, educación, etnia y clase, les une la vivencia común del padre ausente y maltratador, fenómeno muy habitual en las estructuras familiares latinoamericanas, fundamentadas en valores machistas, que justifican y retroalimentan la irresponsabilidad y la violencia de los varones. Padres ausentes que, en América Latina han significado la alienación a un líder y el consecuente triunfo de los mesianismos religiosos y/o de los caudillismos políticos que, en Venezuela, se ha visto plasmado en la veneración de los desprotegidos hacia el «padre» Hugo Chávez. Al respecto Lorenzo Vigas señala: «En las sociedades latinoamericanas son las madres las que crían a los hijos, pero el poder del macho es muy importante. Y como no está en casa, lo queremos encontrar en el caudillo, en Chávez, en Perón. Estamos esperando una figura salvadora»28. Conclusiones A lo largo de los títulos reseñados de diferentes directores y países de Latinoamérica hemos presentado una relación de obras cinematográficas, que abarcan una cronología de 65 años y tienen como denominador común el denunciar la pobreza y las estrategias de supervivencia de niños y niñas vulnerables, que habitan en las afueras de las grandes urbes latinoamericanas. Personajes periféricos que, más allá de un número, tienen un nombre, un rostro y, sobre todo, cargan a sus espaldas historias generacionales de exclusión y marginación. A lo largo de las películas seleccionadas constatamos un afán constante por el realismo, por ello es un cine muy preocupado en filmar los exteriores, casi con un carácter de documental, con el objetivo de dar mayor verosimilitud a los hechos narrados. El realismo se hace patente con la utilización de recursos cinematográficos como el uso

http://www.rtve.es/noticias/20160615/desde-alla/1358339.shtml. Ultima consulta 29/05/ 2022. 28 

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del plano-secuencia, cámara en mano y cámara fija lo que facilita una mayor naturalidad en los movimientos de los actores. En cuanto a los actores alternan en casi todas las películas el binomio de actores profesionales y actores no profesionales (de la calle), estos últimos representan sus propias vivencias, lo que dota al film de una mayor verosimilitud. El lenguaje de los actores es indicativo de su condición social y étnica. En todas las películas hay una fuerte crítica que cuestiona el sistema social e institucional que solo está para favorecer a unos pocos privilegiados; un sistema que es una maquinaria generadora de víctimas y de violencia, ya que está basado, haciéndonos eco de Michel Foucault, en «vigilar y castigar». Existe una crítica a la familia que, casi siempre, obedece a una estructura monoparental- nuclear o extensa-, caracterizada por el padre ausente y el predominio de valores machistas y heteropatriarcales, a pesar de ser la mujer (la madre) la principal, a veces la única, proveedora del hogar. Padres ausentes que, en América Latina han significado la alienación a un líder y el consecuente triunfo de los mesianismos religiosos y/o de los caudillismos políticos. Páginas web consultadas https://xdoc.mx/documents/d-la-estetica-del-hambre-607bb11e6f54c http://www.elespectadorimaginario.com/entrevista-a-gabriel-ripstein-director-de-600-millas http://www.rtve.es/noticias/20160615/desde-alla/1358339.shtml. http://www.elconf idencial.com/cultura/cine/2016-06-24/estreno-desde-alla-pelicula-venezolana-homosexual-clases-sociales_1220506/ https://www.filmaffinity.com/es/film300612.html https://www.filmaffinity.com/es/film158193.html https://www.filmaffinity.com/es/film511155.html https://www.filmaffinity.com/es/film436324.html https://es.wikipedia.org/wiki/Sicario_(pel%C3%ADcula_de_1994) https://www.filmaffinity.com/es/film150105.html https://www.filmaffinity.com/es/film731937.html https://www.filmaffinity.com/es/film946039.html https://www.filmaffinity.com/es/film412004.html https://www.filmaffinity.com/es/film914700.html https://www.filmaffinity.com/es/film288635.html

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LA PSICOLOGÍA DEL PÍCARO Y LA LÓGICA CULTURAL EN LA LITERATURA CONTEMPORÁNEA ESCRITA EN ESPAÑOL THE PSYCHOLOGY OF THE ROGUE AND CULTURAL LOGIC IN CONTEMPORARY SPANISH-LANGUAGE LITERATURE Santiago Sevilla-Vallejo Universidad de Salamanca ORCID: 0000-0002-9017-4949

Resumen: La picaresca surge a raíz de la lógica de la corrupción, que se extiende en el tiempo, y del sentido crítico de los narradores a lo largo de los siglos. Aunque ha cambiado mucho formalmente porque también ha evolucionado la novela, mantiene de fondo la crítica a un contexto que promueve que la psicología de los personajes haga predominar las necesidades fisiológicas, de seguridad y de reconocimiento y que deja en un segundo plano la filiación y la autorrealización. En este trabajo se va a exponer lo relativo al género literario y se va a tratar de ver, a partir de un pequeño pero significativo corpus de novelas que se publican con pocos años de diferencia (El recurso del método [1974] de Alejo Carpentier, Los helechos arborescentes [1980] de Francisco Umbral y La ciudad de los prodigios [1986] de Eduardo Mendoza). Palabras clave: picaresca; lógica cultural; necesidades psicológicas; Maslow; identidad. Abstract: The picaresque arises from the logic of corruption, which extends over time, and from the critical sense of narrators over the centuries. Although it has changed a lot formally because the novel has also evolved, it maintains in the background the criticism of a context that promotes that the psychology of the characters makes the physiological needs of security and recognition predominate and that leaves in the background the filiation and self-realization. This paper is going to expose the literary genre and will try to see, from a small but significant corpus of

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novels published a few years apart (El recurso del método [1978] by Alejo Carpentier, Los helechos arborescentes [1980] by Francisco Umbral and La ciudad de los prodigios [1986] by Eduardo Mendoza). Keywords: picaresque; cultural logic; psychological needs; Maslow; identity.

Picaresca, lógica cultural y psicología La picaresca nace en el siglo xvi como un género que denuncia la complejidad, las injusticias y las contradicciones de la España del momento, pero este género ha perdurado con transformaciones en la forma concreta porque se mantiene el contenido crítico. La popularidad del término es tal que en el mundo hispánico se habla de la picaresca para referirse al carácter astuto muy extendido en la vida cotidiana, que juega con los límites de lo ético o moral. En cualquier caso, en este trabajo se va a exponer lo relativo al género literario y se va a tratar de ver, a partir de un pequeño pero significativo corpus de novelas que se publican con pocos años de diferencia (El recurso del método [1978] de Alejo Carpentier, Los helechos arborescentes [1980] de Francisco Umbral y La ciudad de los prodigios [1986]1 de Eduardo Mendoza), si hay ciertas líneas que explican la psicología del pícaro en la literatura contemporánea escrita en español. Francisco Rico recoge la siguiente definición de pícaro: «…sujeto ––generalmente, niño o mozo–– vil y de baja suerte, que anda mal vestido y en semblante de hombre de poco honor»2. Este modelo habla acerca del carácter bajo del personaje que, en sus detalles, se ha ido modificando, pero que se mantiene en lo esencial. La picaresca es una forma de novela de aprendizaje, de la que se diferencia porque el protagonista aprende a sobrevivir en un contexto donde se enfrenta a la maldad y los engaños de otros personajes. «Le pícaro fait un apprentissage de la vie au contact d’autres vies. Or dans la réalité dans laquelle évolue ce type de personnage et contrairement au roman de chevalerie, ce ne sont ni les saints ni les héros qui prédominent»3.

1  Para facilitar la lectura, las referencias a las obras literarias se van a citar simplemente con la página de la que se tomen los fragmentos. 2  Rico, 1982, p. 101. 3  Santa Cruz, 2009.

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El pícaro se ha perpetuado en la literatura, tiene una personalidad tan auténtica «que prevalece contra todas las modas y todas las escuelas»4. Aunque el género literario ha cambiado mucho y se puede discutir si la literatura escrita a partir del siglo xviii es neopicaresca, la literatura escrita en español presenta con frecuencia personajes que denuncian o conviven con la corrupción social. El pícaro se da cuenta de que el funcionamiento social no favorece el esfuerzo, sino que el trabajo se convierte en una forma de control por parte de aquellos que viven del trabajo de los demás. «Allí donde se conceptúe el trabajo como necesidad degradante, el vago se da aires»5. El pícaro aprende de la sociedad que la forma de vivir bien pasa más por la astucia para el ascenso social que por el trabajo. En este sentido, el género picaresco sigue estando muy presente en la literatura porque se mantiene la situación social que critica y porque, y esto es quizás lo más arriesgado de afirmar, muchos autores que escriben en español mantienen una posición de un realismo crítico que mantiene vivo al pícaro. «Contrariamente al realismo figurativo que describe una autoridad espiritual que esta sobre él, el relato picaresco se basta a sí mismo, se confunde con el ritmo del mundo, perpetuamente móvil, y su libertad de estructura se impone»6. El pícaro participa y se libera parcialmente del sistema en el que vive. La literatura en español ha desarrollado en un grado considerable un sentido del humor y de la ironía que permiten que se observe al pícaro con cierta complicidad: «el sablista pasa por tipazo gracioso y ese parásito se ve no solo tolerado sino hasta apreciado»7. El pícaro asume una postura muy crítica hacia el ser humano, por la que no cree en la posibilidad de corregir al hombre8. Pero lo que es más interesante a nivel psicológico es que, para defenderse de las inf luencias de otras personas, el pícaro no se deja nunca guiar por sus sentimientos. A continuación, vamos a desarrollar los conceptos de lógica cultural y de las motivaciones del personaje, pero ya se anticipa que «el instinto del hambre está arraigado con tal fuerza que le ahoga toda veleidad a­ morosa»9. Estos se podrían llamar móviles primarios. Los secundarios son ­principalmente

Van Praag Chantraine, 1963, p. 23. Van Praag Chantraine, 1963, p. 24. 6  Van Praag Chantraine, 1963, p. 31. 7  Van Praag Chantraine, 1963, p. 24. 8  Van Praag Chantraine, 1963, p. 24. 9  Van Praag Chantraine, 1963, p. 24. 4  5 

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dos: el deseo de sobresalir y un torcido hero worship. «El primero, el deseo de sobresalir, era natural pues el pilluelo como todo ser humano, quería ser alguien y hacer algo. Pero, las posiciones de dignidad, o sea la nobleza y la dignidad eclesiástica, estaban fuera de su alcance, y entonces equivocadamente aspiraba a ser un diestro del hampa, como el modelo más asequible para el romance y la aventura que ansiaba»10. El contexto social establece de forma implícita una forma de comportamiento de los individuos que forman una sociedad. La justicia o injusticia de un sistema político genera una forma de conducta social o lógica cultural. La justicia promueve nuevos intercambios del mismo tipo11, mientras que, en los términos de Jean Pierre Olivier de Sardan, la corrupción establece una lógica cultural de la fractura social12. Es decir, promueve que las relaciones busquen el beneficio propio, aunque este sea en detrimento de otros. Esto es relevante porque la picaresca se enfrenta a esta fractura y, por ello, el pícaro debe avivar su ingenio para sobrevivir primero y para ascender socialmente después. En este sentido, podemos ver a grandes rasgos las motivaciones del pícaro tomando como referente la pirámide de necesidades de Maslow (fig. 1).

Fig. 1. La pirámide de necesidades de Maslow. Imagen tomada de Wikipedia. Van Praag Chantraine, 1963, p. 24. Tavits, 2005, p. 5. 12  En Tavits, 2005. 10  11 

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Esta representación muestra los pasos por los que un sujeto cubre sus necesidades desde los aspectos más materiales a los más puramente psicológicos. En el caso de los pícaros, las motivaciones fisiológicas y de seguridad son esenciales porque el personaje se enfrenta a carencias en recursos y a un ambiente hostil. Sin embargo, tomando como referencia a Van Praag Chantraine, las necesidades de afiliación se reducen porque ni la afectividad ni la confianza permiten que el personaje forme estrechos vínculos. El pícaro en cambio sí desea el reconocimiento, es ambicioso o tiene esa idea de hero workship de tener el derecho a que los otros valoren sus esfuerzos. Por último, la autorrealización posiblemente volvería a estar infradesarrollada, porque si bien el personaje es astuto, no busca ni la moralidad ni la espontaneidad y, en líneas generales, no parece tan interesado en sentirse bien consigo mismo, sino en la admiración por parte de los demás. Estas apreciaciones son muy sumarias, por lo que necesitan matices, pero pretenden presentar a un personaje que, a partir de la lógica cultural de la ruptura, desarrolla una psicología que sobredimensiona los aspectos de la fisiología, la seguridad y el reconocimiento e infradesarrolla la afiliación y la autorrealización. Vamos a verlo aplicado en tres novelas. Un pícaro que busca el reconocimiento en El recurso del (1978) de Alejo Carpentier

método

El recurso del método recupera la picaresca para ref lexionar sobre la realidad hispanoamericana con ironía, principalmente sobre la figura del dictador. Carpentier adapta el género a la realidad americana. Se analizará al Primer Magistrado en los siguientes aspectos: su naturaleza picaresca, en cuanto a si ref leja la definición picaresca; diferencias con respecto al modelo tradicional y variaciones que Carpentier realiza de las características originales; la oratoria como constructora de su identidad; su ascenso y caída y su naturaleza heroica en unos aspectos y viciosa en otros. Se observará también el sentimiento de pertenencia de los personajes a una tierra. Tanto el Mandatario como su hija, ­Ofelia13, están divididos. Ambos son hijos de la Nación ­latinoamericana14, pero 13  Ofelia en su carácter y su deseo de pertenecer a París se parece a su padre. El análisis de ella completará al del Mandatario. 14  Carpentier crea un país que representa a Hispanoamérica en su conjunto.

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desean acceder a la sofisticación de París. La novela establece una bipolaridad entre la primera, el allá, y la segunda, el acá. Las vivencias que se relatan del Primer Magistrado son de madurez. Estas se refieren principalmente a su presidencia y cuando es forzado a dejar el cargo. A lo largo de este tiempo el personaje es rico. No obstante, hay referencias a su juventud pobre15. En lo único que se adhiere a la definición es en tener poco honor. El pícaro, al situarse en Latinoamérica, sufre una transformación. Tal como recoge María Rosa Uría Santos, la intención de Carpentier de «hacer la “picaresca del dictador” y explica que el pícaro de la tradición española, trasladado a un continente inmenso, se agiganta, cobra apetencias nuevas y se convierte- siguiendo un proceso ascendente- de personaje insignificante en dictador»16. La primera variación podemos considerarla de tipo estructural. En la picaresca tradicional el protagonista rememora su biografía, mientras que Carpentier, en su mayoría, relata los hechos en desarrollo. La construcción de la narración se diferencia por empezar con acción, en la que, no obstante, se muestra la naturaleza del personaje y el contexto histórico por los periódicos que está leyendo. Pospone el origen del personaje hasta más avanzada la novela. Del mismo modo, frente a la mayor linealidad de la picaresca original, que encadena eventos biográficos originales, Carpentier da cabida a digresiones culturales y hay una serie de repeticiones que otorgan al texto una estructura en espiral. Fernando Lázaro Carreter señala que la picaresca está contada en primera persona, mientras que El recurso del método se mueve entre la primera persona del Mandatario, una tercera persona bastante próxima a él y la primera persona de Peralta, el secretario del Mandatario. Los puntos de vista de estos tres narradores son cercanos, de modo que Carpentier hace transiciones suaves entre ellos. Un ejemplo de esto es el comienzo del primer capítulo con la tercera persona: Peralta promete velar el sueño del Primer Magistrado17, y la narración continúa en el mismo tono ahora contada por el ayudante. En la picaresca el protagonista puede mejorar dentro de unos límites su posición. En cambio, el dictador aparece en decadencia, se acerca al fin de su

Carpentier, 1978, pp. 139-140. Uría Santos, 1976, p. 388. 17  Carpentier, 1978, p. 113. 15  16 

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­ andato. Dibujará un mayor contraste entre su niñez pobre, el postem rior encumbramiento político y el final ostracismo y muerte. La segunda tiene que ver con sus orígenes. El Primer Magistrado sale de la pobreza hasta colocarse en la cúspide del poder, es decir, la novela nos presenta a un personaje que, si bien parte de una situación humilde, no es marginal. Ha tenido un éxito relativo. Si bien ha adquirido una posición social en Latinoamérica, su lugar de referencia es París. Como desvaloriza su cultura e idealiza la de la capital francesa, el Mandatario se vive a sí mismo como un ser hambriento de la vida social parisina: «había tenido yo el honor de cenar, más de una vez, compartiendo la intimidad del gran poeta»18. El Primer Magistrado está en pleno proceso de ascenso social. En este caso, sus necesidades no son físicas sino de pertenencia a una élite intelectual. La tercera tiene que ver con la pertenencia del personaje. En el modelo clásico el pícaro busca la obtención de dinero19, pero en la obra de Carpentier esto no se da. En este caso el Mandatario da dinero a otros personajes y, sin embargo, el dinero resulta clave para su ascenso social porque le ayuda a conseguir reconocimiento. Como el ascenso para el protagonista pasa por ser admitido en los círculos cultos parisinos, el que dé dinero a sus amistades para ganárselas cumple la misma función que el Pícaro tradicional que trataba de conseguir comer. Ambos sacian la necesidad planteada en sus respectivas novelas. Así el texto de Carpentier se diferencia de la picaresca tradicional en que el Primer Magistrado, salvo por las referencias a su juventud y sus encuentros libertinos, no se mueve por diversas clases sociales, no necesita ni dinero ni un cargo, sino que se mueve entre círculos selectos. Compara el carácter de diversas poblaciones y sus expresiones artísticas. Analiza las sociedades de un modo más directo que la picaresca tradicional. En lugar de tratar a una serie de personajes como representantes de posiciones sociales, los personajes ref lejan el carácter de todo el colectivo. Los personajes que conoce el Primer Magistrado representan la raza y los rasgos de carácter propios de su lugar de origen y la clave de su búsqueda es que siente que lo latinoamericano es inferior a lo europeo y particularmente a lo parisino. Y la cuarta se refiere a que el Pícaro tradicional desempeña diversos trabajos para sobrevivir. En ocasiones estos son penosos, pero los 18  19 

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Carpentier, 1978, p. 85. Maravall, 1986.

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necesita para comer. El Primer Magistrado asume responsabilidades que le desagradan como la de General, no por necesidad, sino como un requisito para llegar hasta los círculos parisinos. Así, el Mandatario ref lexiona, «y pensaba, burlándose de sí mismo, en el personaje de la comedia de Molière que era cocinero cuando usaba gorro y cochero cuando se ponía librea»20. Ejerce su rol de mandatario de un modo superficial y pasa la mayor parte del tiempo en París. No obstante, tiene que hacer uso de toda su picardía para mantenerse en el poder. En este sentido María Rosa Uría sostiene que esta novela no es «picaresca del dictador», sino más bien «picaresca del poder». Es decir, la novela de Carpentier no trata tanto del control que el Magistrado ejerce sobre la población, sino de su lucha por mantener una imagen de prestigio, dentro y fuera de su país. Esta novela reivindica el poder de la palabra como elemento para conseguir fines y caracteriza a los personajes. En la Nación la oratoria para ser «eficiente para nosotros cuanto más frondosa, sonora, encrespada, ciceroniana, ocurrente en la imagen, implacable en el epíteto, arrolladora en el crescendo»21. Ofelia mezcla términos elevados, propios de su estatus, con otros bajos para chantajear a su padre. Es capaz de adaptar el discurso según sus necesidades, avasallando a su padre con palabrotas para hacer su voluntad y después regresar al lenguaje elevado. «En tales momentos, los coños y carajos de la Infanta. Como la llamaba mi secretario, alcanzaban las mismas alegorías del Arco de Triunfo. Y, terminada la tempestad, habiendo logrado lo que deseaba, Ofelia volvía a un idioma tan fino y sutilmente matizado que a veces, después de oírla, tenía yo que acudir al diccionario para comprobar el peso cabal de un adjetivo o de un adverbio destinado, acaso, en el futuro, a realzar los vuelos de mi propia oratoria»22. Ofelia vence al dictador por dos vías. Primero las palabras vulgares de la «Infanta» se enumeran con ironía como «alegorías del Arco de Triunfo». Esto degrada la finura del personaje, pero pone de manifiesto su poder. Pasada la «tempestad»23, que da idea del estrépito con que se desboca Ofelia, pule sus palabras como orfebrería, hasta inspirar futuros discursos del dictador. Tanto en Ofelia como en el Mandatario chocan Carpentier, 1978, p. 125. Carpentier, 1978, pp. 90-91. 22  Carpentier, 1978, pp. 98-99. 23  Uría Santos, 1976, p. 388. 20  21 

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elementos de personalidad altos y bajos. La elocuencia del discurso del Primer Magistrado, al recibir la noticia del alzamiento, se restringe a improperios, pero en su caso son expresión de impotencia 24. Hay un juego de registros, entre la erudición y la elegancia frente a la grosería más irascible. María Rosa Uría señala respecto del dictador, aplicable también a Ofelia, que es un personaje dual 25. El Primer Magistrado queda definido del siguiente modo: El Presidente, arrancando en tiempo lento, marcando las pausas, como era su costumbre, empezó a pronunciar un discurso bien articulado, sonoro en su atenorado diapasón, preciso en sus intenciones, aunque se adornara demasiado ––éste era el parecer de muchos–– de expresiones tales como «trashumantes», «mirobolante», «rocambolesco››, «erístico», «apodáctico», antes de que subido de tono en una relumbrante movilización de horcas caudinas, espadas de Damocles, pasos del Rubicón, trompetas de Jericó, Cyranos, Tartarices y Clavileños, revueltos con altivas palmeras, señeros cóndores y onicrótalos alcatraces se diese a increpar a los «jenízaros del nepotismo», a los «miméticos demagogos», a los «condotieros de alfeñique»… Muchas burlas debía el Primer Magistrado a los rebuscados giros de su oratoria. Pero —y así lo entendía Peralta— no usaba de ellos por mero barroquismo verbal; sabía que con tales artificios de lenguaje había creado un estilo que ostentaba su cuño y que el empleo de palabras, adjetivos, epítetos inusitados, que mal entendían sus oyentes, lejos de perjudicarlo, halagaba, en ellos, un atávico culto a lo preciosista y f loreado, cobrando, con esto, una fama de maestro del idioma…26.

La entonación, ritmo y palabras dramáticas y recargadas caracterizan al Mandatario, que se ha construido a sí mismo y a los ojos de su pueblo a través del uso de la retórica. Pretende ser un erudito, empleando términos grandilocuentes, que denuncian los discursos vacíos engañosos y motivaciones mercenarias de sus oponentes políticos. Una carta de los estudiantes le acusa en términos parecidos, «donde se le calificaba en remedo y chunga, de “Tiberio de zarzuela”, “Sátrapa de Tierras calientes”, “Moloch del Tesoro Público”, “Monte-Cristo rastacueros” que, en sus paseos por Europa, andaba siempre con un millón en la cartera. Su ascensión al poder había sido “el 18 Brumario Carpentier, 1978, p. 101. Uría Santos, 1976, p. 389. 26  Carpentier, 1978, pp. 118-119. 24 

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de Monipodio” y “Concilio de cúmbilas”»27. Se burlan del barroquismo, con que se expresa el Primer Magistrado, y emplean el mismo tipo de epítetos. La carta opone referencias a un emperador, a una clase gobernante del imperio Persa o un dios fenicio y Monte-Cristo con un género musical popular, Tierras Calientes, el tesoro público (que se debe referir, por lo que viene a continuación, a que es un dilapidador del mismo) y vividor, respectivamente. Asimismo, su ascenso al poder es ilegítimo y lo ejerce con decretos que favorecen a su círculo. La repetición de estas oposiciones de díadas de sustantivos separados por la preposición «de» genera un ritmo que sirve para caracterizar al Primer Magistrado y su gobierno como pertenecientes a alta cuna, pero de baja catadura moral. Señala Francisco Carrillo que «toda la picaresca está montada sobre la usurpación de identidades, de nobleza, apellidos y nombre»28. Uno de los hijos del Mandatario, Marco Antonio, está obsesionado con los títulos. Si bien no es el caso de su padre, usurpa la presidencia del Estado y el título de General. Las contradicciones del personaje producen, de un modo parecido al que ocurre con el Estebanillo González, una desmitificación del pícaro en palabras de Rudolf Van Hoogstraten. El Mandatario no es el Lazarillo que va aprendiendo de los golpes de la vida, ni el Guzmán de Alfarache, que acaba elevándose moralmente. Comparte con Estebanillo González el beber sin medida, que le hace objeto de burla y, como señala Rita Gnutzmann, «el protagonista de El recurso del método ha resultado un dictador bufón, general de título usurpado y pícaro»29. El recurso del método hace un paralelo entre el desgaste político del protagonista y el de su discurso. Tras el segundo alzamiento el narrador dice «Y esas palabras no le venían a la mente, porque las clásicas, las f luyentes, las socorridas, las que siempre había usado en casos anteriores, parecido a éste, de tanto haber sido remachadas en distintos registros, con las correspondientes mímicas gestuales, resultan gastadas, viejas, ineficientes…»30. Sus discursos se han caracterizado hasta ese momento por emplear las palabras «Libertad, Lealtad, Independencia, Soberanía, Honor Nacional, Sagrados Principios, Legítimos Derechos, Conciencia Cívica, Fidelidad a nuestras tradiciones, Misión Carpentier, 1978, p. 122. Carrillo, 1982, p. 76. 29  Gnutzmann, 1975, p. 324. 30  Carpentier, 1978, p. 198. 27 

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Histórica, Deberes-para-con-la-Patria, etc., etc.»31. Esta es una larga lista de elevados principios, todos en mayúscula, que a fuerza de usarlos demagógicamente se han quedado huecos. La decadencia política del Mandatario es reforzada con dos citas a obras, en las que la lluvia juega un papel simbólico respecto a la traición política 32. El recurso del método tiene una estructura espiral. Se repiten situaciones de lucha por el poder, en las que este se va desplazando. Aparecen asonadas militares «en los capitulillos 1, 4 y 7, que terminan precisamente con las noticias de los alzamientos…en la pujanza, cohesión y legitimidad de los alzamientos es donde la espiral se vuelve ascendente. Ataúlfo Galván, Luis Leoncio Martínez y el General Hoffmann están en la línea convencional de las asonadas latinoamericanas, mas con El Estudiante y su bien preparada Huelga se pasa cualitativamente a otra dimensión, que supone la caída del Primer Magistrado…»33. La historia de la nación es una sucesión de golpes de Estado dirigidos por hombres de confianza del Gobierno. Incluso el Primer Magistrado accedió al poder de este modo. Las indicaciones que hace este personaje respecto a la inestabilidad política del país adelantan que él mismo está destinado a ser derrocado. Esto lo logrará El Estudiante, un personaje con poca presencia física y que le vence no con la fuerza, sino con la propaganda y la huelga. María Rosa Uría precisa que frente «al simple cuartelazo- mero relevo de guardia entre correligionarios- y el verdadero espíritu revolucionario simbolizado en la figura del Estudiante, personaje que representa la nueva juventud hispanoamericana»34. Tanto él como la imprenta donde produce las hojas, que acabarán con el régimen, están ocultos. La figura del dictador es desgastada por un enemigo invisible, pero que tiene un discurso convincente. El poder se va debilitando por el traspaso de apoyo conforme se acumula la propaganda, sin que el gobierno dé con su origen. La gran ironía es que el Mandatario es derrocado por lo mismo que le encumbró, el uso del lenguaje. La forma de narrar el encuentro entre el Primer Magistrado y el Estudiante tiene particularidades estilísticas: se intercalan los pensamientos de los personajes acercándose a la simultaneidad de sus

Carpentier, 1978, p. 199. Carpentier, 1978, pp. 129-130. 33  Carpentier, 1978, p. 53. 34  Uría Santos, 1976, p. 390. 31 

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impresiones35, y se modula el tono de los personajes con acotaciones escénicas. La conversación entre ambos oradores donde irónicamente es simple. Los pícaros de la intrahistoria de españa en Los helechos (1980) de Francisco Umbral

arborescentes

Los helechos arborescentes es una obra que se publica muy poco después del regreso de la democracia a España. En esta obra, Francesillo es un adolescente que vive en Valladolid, en donde observa a personajes y hechos históricos de diferentes épocas que se relacionan para expresar el choque entre la violencia del poder y la guerra frente a la fascinación de lo marginal y lo exótico. De este modo «Francesillo ha reunido, y confundido […] su historia con la Historia»36 porque se desprende una visión de conjunto. En un trabajo anterior, ya observamos que se puede interpretar tanto el texto en clave realista: no es que Francesillo viva cientos de años para coincidir con los personajes de los que habla, sino que hay varios personajes que narran como si fueran el Francesillo; como en clave fantástica 37, que supone defender que Francesillo es un personaje eterno debido a que este podría desdoblarse en otros muchos personajes38. Haro39 señala algunas de las peculiaridades de este narrador: «El Francesillo sabe, y lo dice, que es muchos francesillos, muchos niños monaguillos y escolares y pícaros y bufones y muertos: puede ser otro personaje del mismo libro, puede dialogar consigo mismo mediante unas advocaciones de su misterio». Aunque de forma no muy explícita, Francesillo se convierte en un

Carpentier, 1978, pp. 318-319. Martínez Rico, 2004, pp. 215-216. 37  Caillois define lo fantástico del siguiente modo: «Todo lo fantástico es una ruptura del orden reconocido» (en Todorov, 1981, p. 16). Según Todorov, lo maravilloso presenta elementos que tampoco forman parte de la realidad, pero que no rompen el orden reconocido porque no hacen referencia a él (Todorov, 1981, p. 22). En este caso, se emplea el término fantástico porque Francesillo va en contra del orden que establece la mortalidad de los personajes. Hasta el mismo Franco acaba falleciendo, mientras que Francesillo continúa su narración como un ser que no parece someterse al orden establecido. 38  Sevilla-Vallejo, 2021. 39  Haro Tecglen, 1999, pp. 9-10. 35 

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archinarrador40. Lo que importa en este trabajo es que Francesillo va a ser pícaro por identificación con los pícaros que caracterizan la marginalidad en España. Francesillo está planteado como un personaje de estirpe picaresca que asociamos fonéticamente con Lazarillo, Pablillo, Guzmanillo, Estebanillo o Cortadillo, y más si recordamos que el joven relator de Los helechos arborescentes cuenta en la novela que Estebanillo González, «ya famoso por sus andanzas y cliente del burdel, lo llama así, sabiendo que era Francisco, y, desde entonces, a veces me llamaban Francesillo los clientes o doña Laureana, y hasta me lo siguen llamando algunos hoy en día»41. La crítica ha considerado habitualmente a esta novela como neopicaresca porque en este caso Francesillo no sigue las luchas de los pícaros, sino que Francesillo narra la historia de este tipo de personajes como un caso de la marginalidad frente al poder. La obra de Francisco Umbral explota la intertextualidad para confundir Historia y ficción. Francesillo expresa de forma sincrónica la Historia para mostrar de forma simbólica la lucha por sobrevivir de los pícaros frente al poder inamovible de las clases dominantes: …lo que iba pasando cada día, la Historia de España, que me llegaba asordada y un poco tardía, porque me había despertado yo de pronto a algo así como la conciencia histórica, la noción de presente, lo que estaba pasando, y había hecho ese descubrimiento elemental y esencial de que la Historia está ocurriendo en torno, de que la catedral del tiempo se erige a nuestro alrededor, algo así como la pasión política y la pasión aventurera al mismo tiempo42.

Gracias a su cualidad de archinarrador o narrador que incorpora las distintas narraciones en la suya, Francesillo se proyecta en innumerables vidas: «…le recordaba de mi otra vida, de mis imaginarias y vividas/ ¿no vividas? Vidas, junto a Núñez de Arce, Emilio Ferrari, Leopoldo Cano, Landrove…»43. Francesillo vive en la Formalita, en un prostíbulo, pero es al mismo tiempo Paquito y vive con su abuela. Su vida pícara se da en ambos espacios, porque son tomados u

Sevilla-Vallejo, 2017, p. 64. Umbral, 1999, p. 47. 42  Umbral, 1999, p. 217. 43  Umbral, 1999, pp. 243-244. 40  41 

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­ cupados por todo tipo de hombres y de esta situación aprende sobre o el funcionamiento social. En este espacio, se marcan las clases sociales: «Parece que hay una sociología en todo, sí, en el gallinero, en la prostitución y en la vida. Parece que hay unas estructuras que se establecen por sí solas y jamás se traicionan a sí mismas»44. Y esto es importante porque resalta a los personajes marginales, incluidos los pícaros: «La maison de la Formalita devient la représentation de tous les exclus de l’histoire espagnole: les maures, les mozarabes, les juifs, les gueux. Estebanillo González, Quevedo, Lazarillo de Tormes y apparaissent fréquemment»45. En los patios de la casa de la abuela y en las habitaciones de la Formalita aparecen numerosos personajes, pero divididos en tres grupos excluyentes: «La maison-palais de la grand-mère avec ses trois patios réunit, en elle, les trois Espagnes, celle des intellectuels libéraux, celle du peuple et celle des marginaux obscurs»46. Por todo lo comentado, Los helechos arborescentes presenta a un pícaro que no es tanto aquel que realiza los trabajos propios del ascenso social, sino que es observador de un contexto social de ruptura, por el que la sociedad está conformada en grupos muy diferenciados, en el que queda una clase de pícaros que pervive en España, tanto en la Historia como en la ficción. En un trabajo anterior, observamos con detalle que esa vida marginal es trabajosa, dura e injusta frente al eterno conf licto que vive el país, pero que Francisco Umbral resalta también su carácter más auténtico47. El pícaro oportunista en la Ciudad de los prodigios (1986) de eduardo mendoza La ciudad de los prodigios es protagonizada por Onofre Bouvila y buena parte de la novela cuenta sus peripecias desde el momento en que llega a Barcelona en la indigencia absoluta hasta el momento que sale de ella convertido en uno de los hombres más ricos del país. Es la historia de la ascensión económica (¿y social?) de un personaje que comienza repartiendo folletos anarquistas en la Exposición de 1888, Umbral, 1999, p. 95. Castellani, 1988, p. 141. 46  Castellani, 1988, p. 141. 47  Sevilla-Vallejo, 2021. 44  45 

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continúa vendiendo crecepelos y, a partir de aquí, se introduce en un mundo de negocios de dudosa legalidad que le llevan a la construcción de un inmenso imperio económico48. La novela no está dedicada a la figura del pícaro, sino que la misma ciudad se transforma en una especie también de pícara porque la novela recorre las aspiraciones de toda la localidad entre dos grandes Exposiciones Universales, la de 1888 y la de 1929. Esta obra participa de la picaresca desde el punto de vista de la anécdota, pero no sería estructuralmente una novela picaresca49. Si bien no es el objetivo de este trabajo entrar a cuestiones de teoría literaria o de terminología, nos enfrenta en cualquier caso a preguntarnos qué es lo importante en la picaresca. La ciudad de los prodigios presenta todas las claves de lucha por la supervivencia, la seguridad y el reconocimiento, tanto para Onofre como para la ciudad de Barcelona. La novela tanto por su riqueza como por su extensión no permite que hagamos aquí un trabajo detallado. Vamos a intentar sintetizar el recorrido pícaro que hace Onofre Bouvila y algunos paralelos que tiene con Barcelona. Cuando llega a esta ciudad es un niño, y se dice lo siguiente: «El año en que Onofre Bouvila llegó a Barcelona la ciudad estaba en plena fiebre de renovación»50. Tanto el protagonista como la ciudad se van a caracterizar por los intensos deseos de ascenso, que son hasta excesivos como indica la palabra «fiebre». Onofre es hijo de un hombre que fue a hacer las Indias, pero que regresó pobre y humillado, por lo que se propone como el objetivo más importante de su vida el llegar a ser rico y no establece grandes vínculos afectivos. En cualquier caso, al comienzo se enfrenta a un contexto de total ruptura. Se hospeda en una pensión, donde el dueño piensa lo siguiente: «Uno más, pensó, una sardina diminuta que la ballena se tragará sin darse cuenta. El resquemor del señor Braulio se transformó en ternura. Es casi un niño y está desesperado, se dijo»51. Onofre desarrolla una enorme capacidad para sobrevivir, hacer negocios y protegerse de los enemigos que amenazan su seguridad económica y física. «Antes de emprender cualquier acción hay que estudiar bien las circunstancias, el terreno que uno pisa, pensó […] Ser rico era el objetivo que se había fijado en la vida. Cuando su padre hubo emigrado a Cuba, su madre y Garbisu y Álvarez, 2010. Brioso, 2005. 50  Mendoza, 2003, p. 15. 51  Mendoza, 2003, p. 20. 48  49 

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él habían sobrevivido con grandes estrecheces»52. La Exposición Universal atrae mucha atención, que permite que tanto los pícaros de los que forma parte Onofre como el conjunto de la ciudad esperen una mejoría de su calidad de vida. «Los más confiados creían que una vez inaugurada la Exposición Barcelona se convertiría en una gran ciudad; en esta ciudad habría trabajo para todos, los servicios públicos mejorarían a ojos vistas, todo el mundo recibiría la asistencia necesaria»53. Onofre Bouvila y la ciudad de Barcelona prosperan a partir de un contexto de corrupción, donde los engaños, la especulación y la mafia se extienden. Onofre entra a trabajar para don Humbert, un hombre que pasa de abogado de delincuentes a jefe mafioso. Es muy interesante cómo se describe el tipo de moral que prima en la obra: «La moral, dijo, se dividía en dos clases: moral individual y moral social; en cuanto a la primera, no había motivo de preocupación, puesto que don Humbert no consentía en la comisión de un acto reprobable; se limitaba a cumplir con su oficio, a ejercer su profesión; en cuanto a la moral social, nada había que objetar: lo importante era que se mantuviera el orden social, el buen funcionamiento de la maquinaria»54. Humbert es otro caso de personaje picaresco, en el que no vamos a entrar por razones de espacio, pero esta descripción explica claramente la fractura social por la que el pícaro se exime del mal que genere su acción, siempre que mantenga un cierto orden. En este contexto convulso, Onofre se da cuenta de que es la situación perfecta para ascender socialmente: «qué tiempos espléndidos para quien tenga un poco de imaginación, bastante dinero y mucha osadía. A mí me sobran aquélla y ésta, pero el dinero»55. Y así abandona la venta de crecepelo por la especulación inmobiliaria que le hace muy rico. El último gran proyecto de Onofre es como pionero del cine. Esto pudiera parecer una forma de emprendimiento mucho más positivo, incluso de pionerismo cultural, pero no, porque Onofre lo ve como otra oportunidad para el engaño: «¡Tener al público sentado, a oscuras, en silencio, como si durmiera, como si soñara: una manera de producir sueños colectivos! Éste era su ideal. Pero no, es demasiado bueno, no

Mendoza, 2003, pp. 66-67. Mendoza, 2003, p. 73. 54  Mendoza, 2003, p. 170. 55  Mendoza, 2003, p. 226. 52 

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podrá ser, pensaba»56. Onofre consigue su acenso económico gracias a la manipulación y el cine supone la cumbre de este. Sin embargo, el éxito de Onofre es relativo porque, como su dinero proviene de los panf letos anarquistas, de los crecepelos, de los engaños inmobiliarios, de la mafia y, por último, del cine como una herramienta de control, las autoridades nunca le reconocen. Y, al final del texto, las autoridades le persiguen por sus delitos y él tiene que regresar a su pueblo de origen, donde tiene una interesante ref lexión: «Los pobres sólo tenemos una alternativa, se decía, la honradez y la humillación o la maldad y el remordimiento. Esto lo pensaba el hombre más rico de España»57. Aun cuando es ya un hombre muy rico, Onofre, como pícaro, sigue identificado con su pobreza original. Onofre igual que el Mandatario lo que buscaba, además de la riqueza, era el reconocimiento social, que nunca le llega. Y acaba solo, alejado de su mujer, a la que no supo querer, sino proveer de bienes, y de su hermano, al que no respeta por ser un fracasado en sus objetivos profesionales. Conclusiones Lo picaresco perdura en la literatura en español porque surge a raíz de la lógica de la corrupción, que se extiende en el tiempo, y por el sentido crítico de los narradores a lo largo de los siglos. La picaresca ha cambiado mucho formalmente porque también ha evolucionado la novela, pero mantiene de fondo la crítica a un contexto que promueve que la psicología de los personajes haga predominar las necesidades fisiológicas, de seguridad y de reconocimiento y que deja en un segundo plano la filiación y la autorrealización. Es decir, el contexto de lógica cultural de la corrupción promueve el ingenio, pero también una cierta perversión de las necesidades. En este trabajo se han estudiado tres obras representativas. El recurso del método presenta a un personaje que, si bien tiene todo lo material, se identifica con otro espacio; en Los helechos arborescentes, Francesillo es testigo de los excesos de la vida y de la marginación en la Historia de España; y en La ciudad de los prodigios se ref leja la ambición tanto del personaje como

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Mendoza, 2003, p. 388. Mendoza, 2003, p. 448.

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de la ciudad de Barcelona. Estas obras no solo cuentan las peripecias del pícaro para sobrevivir, sino que hacen ejercicio de metanarración y revisión histórica que expresa las injusticias sociales que se mantienen en el tiempo. Bibliografía Brioso Santos, Héctor, «La materia picaresca en la novela de Eduardo Mendoza “La ciudad de los prodigios”», en La verdad sobre el caso Mendoza, ed. José Vicente Sabal, Madrid, Fundamentos, 2005, pp. 49-70. Carpentier, Alejo, El recurso del método, Madrid, Editorial Siglo XXI, 1978 [1974]. Carrillo, Francisco, Semiolingüística de la novela picaresca, Madrid, Cátedra, 1982. Castellani, Jean Pierre, «Recit picaresque et memorie magique dans Los helechos arborescentes. Ecrire sur soi en Espagne», en Modeles et écarts: Actes du IIIe Colloque Internacional d’Aix-en-Provence, Aix-en-Provence, Université de Provence Service des Publications, 1988. Garbisu Buesa, Margarita, y Manuel Álvarez Serrano, «El tratamiento de la historia en las “novelas serias” de Eduardo Mendoza. De la Restauración a la España socialista de los 80», Cauce, (33), 2010, pp. 237-256. Gnutzmann, Rita, «Alejo Carpentier: El recurso del método», Anales de Literatura Hispanoamericana, 4, 1975, pp. 324-326. Haro Tecglen, Eduardo, «Prólogo. El Francesillo», en Los helechos arborescentes, Francisco Umbral, Barcelona, Planeta, 1999. Lázaro Carreter, Fernando, «Lazarillo de Tormes» en la picaresca, Barcelona, Ariel, 1978. Maravall Casesnoves, José Antonio, La literatura picaresca, Madrid, Taurus, 1986. Martínez Rico, Eduardo, La obra narrativa de Francisco Umbral: 1965-2001, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 2004. Mendoza, Eduardo, La ciudad de los prodigios, Barcelona, Seix Barral, 2003 [1986]. Rico, Francisco, La novela picaresca y el punto de vista, Barcelona, Seix Barral, 1982. Roland, A., «La psicología de la novela picaresca», Hispania, 1953, pp. 423426. Tavits, Margit, «Causes of Corruption: Testing Competing Hypotheses», 2005, https://www.nuffield.ox.ac.uk/politics/papers/2005/tavits%20 nuffield%20wp.pdf [Consultado el 17 de septiembre de 2022]. Umbral, Francisco, Los helechos arborescentes, Barcelona, Planeta, 1999 [1980].

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SOBRE LOS AUTORES

María Asunción Sánchez Manzano se licenció en Filología Clásica por la Universidad Complutense de Madrid (1985), se doctoró en Filología Clásica, especialidad de Latín, por la Universidad Autónoma de Madrid (1989) y actualmente es catedrática de Filología Latina en la Universidad de León. Su labor investigadora se ha orientado principalmente a la historia de la retórica y a la lingüística latina. En esta faceta, desarrollada a lo largo de los años, se insertan las monografías Estudio estructural de los verbos en latín arcaico y clásico, Vida en las palabras. La palabra literaria en latín antiguo (2012) y El escepticismo humanista de Francisco Sánchez (2018), La filosofía natural del médico J. Gallego de la Serna. Una embriología para la corte de Felipe IV (2022). Entre sus publicaciones se encuentran la edición de Raimundo Lulio en los libros de teología, filosofía, derecho y medicina, editados críticamente (2006) en la colección “Corpus Christianorum Continuatio Mediaevalis” (número 185). En otras ocasiones, su aportación ha consistido en traducir las obras de autores de la Antigüedad como Veleyo Patérculo, o del pensamiento europeo como traducción de Francisco Sánchez el Escéptico Quod nihil scitur (2020) o teóricos como Christian Thomasius y Samuel Pufendorf. Esta experiencia ha motivado su interés por ampliar el campo de estudio de la literatura neolatina a los siglos xvii y xviii, en particular en la teoría retórica y poética. Jesús Ricardo Córdoba Perozo es investigador predoctoral de Literatura Española en el Dipartimento di Studi Letterari, Linguistici e Comparati de la Università di Napoli L’Orientale. Recibió los títulos de historiador y profesional en Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia y obtuvo el título de máster en Estudios Medievales por la Universidad Complutense de Madrid. Es autor de

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SOBRE LOS AUTORES

Adramón y los libros de caballerías: historia y ficción (2022). Sus intereses investigativos se centran en la prosa de ficción española del Siglo de Oro, con principal atención a los libros de caballerías. Fernando Rodríguez Mansilla es doctor en Literatura Hispánica por la Universidad de Navarra, miembro asociado del GRISO (Grupo de Investigación Siglo de Oro) y del PEI (Proyecto Estudios Indianos). Actualmente es profesor titular en Hobart and William Smith Colleges (Geneva, Nueva York). Es autor de los libros Picaresca femenina de Alonso de Castillo Solórzano (2012), El Inca Garcilaso en su Siglo de Oro (2019) y En los márgenes del Siglo de Oro (2020). Ha editado, junto a Francisco Ramírez Santacruz, el volumen monográfico “Ni distancias que estorben, ni mares que impidan”. Globalización y la temprana modernidad hispánica (2022). Recibió el premio Luis Andrés Murillo al mejor artículo de 2014 de parte de la Cervantes Society of America. Además, ha colaborado con el grupo PROLOPE, editando la comedia El serafín humano, perteneciente a la Parte XIX. Desde 2022 es editor de la revista Calíope, publicación de la Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry (SRBHP) y coorganizador del grupo Early Modern Hispanic Studies (LLC37) del CNY Humanities Corridor. Ha publicado trabajos sobre Cervantes, Quevedo, la novela picaresca, Lope de Vega, María de Zayas y literatura colonial (Inca Garcilaso, Sor Juana Inés de la Cruz, Bernal Díaz del Castillo). Forma parte de los consejos editoriales de revistas como La Perinola, Cuadernos de Investigación Filológica, Hipogrifo, Romance Notes y Bulletin of the Comediantes, y es miembro del comité de redacción de Edad de Oro. José Manuel Correoso Rodenas es doctor en Filología Inglesa por la Universidad de Castilla-La Mancha. Actualmente, ocupa un puesto de profesor ayudante doctor en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones más recientes, sobresalen Flannery O’Connor y la literatura gótica y “The Hybrid (Gothic) Categories of Manifest Destiny (Vols. 1-6)”, así como la coordinación del volumen Teaching Language and Literature On and Off-Canon. Miguel Donoso Rodríguez es profesor titular del Instituto de Literatura de la Universidad de los Andes (Chile) y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Navarra. Es miembro asociado del GRISO (Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad

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de Navarra) y dirige la Colección Letras del Reino de Chile, que coeditan el Instituto de Literatura de la Universidad de los Andes y Editorial Universitaria. Recientemente ha sido nombrado miembro de número de la Academia Chilena de la Historia. Entre sus principales publicaciones destacan ediciones críticas de las novelas picarescas Alonso, mozo de muchos amos, de Jerónimo de Alcalá Yáñez y Periquillo el de las gallineras (1668), de Francisco Santos, y de los textos indianos Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile (1575), de Alonso de Góngora Marmolejo; Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, de Alonso González de Nájera y Sumario de la Historia general del reino de Chile, del jesuita Diego de Rosales. Iria Pin Moros es graduada en Lengua y Literatura Españolas con un máster en Estudios de la Literatura y de la Cultura. En la fecha de publicación del volumen es investigadora predoctoral en la Facultad de Filología de la Universidade de Santiago de Compostela y redacta una tesis doctoral acerca del estilo del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Realizó su estancia predoctoral en la Università degli Studi “G. d’Annunzio” de Chieti-Pescara (Italia). Asimismo, ha publicado artículos de investigación en revistas como Studia Aurea (“El zeugma en el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán”, 2019) o Paremia (“El uso del refrán en el Guzmán de Alfarache”, 2022). Beatriz de Alba-Koch es profesora-investigadora en el Departamento de Historia de University of Victoria, Canadá, y doctora en Letras Hispánicas por Princeton University. Fundó el Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Victoria y lo dirigió de 2010 a 2022. Entre sus principales publicaciones se encuentran la edición de The Ibero-American Baroque (2022), el monográfico Ilustrando la Nueva España. Texto e imagen en El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi (1999), artículos en revistas especializadas y capítulos en Jesuit Accounts of the Colonial Americas (2014), Companion to Celestina (2017) y Companion to the Spanish Renaissance (2018). María Dolores de los Ángeles Pérez Murillo, Universidad de Cádiz. Doctora en Historia de América por la Universidad de Sevilla, profesora titular de universidad y colaboradora honoraria de la Universidad de Cádiz. Miembro del Grupo de Investigación “Intrahistoria, Oralidad y Cultura en Andalucía y América Latina” (HUM

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313). Ha dirigido veinte trabajos fin de máster (TFM) y nueve tesis doctorales. Ha asistido a más de cien congresos internacionales. Ha viajado por toda América Latina y enseñado en universidades de Argentina, Brasil, Cuba, Ecuador y Venezuela. Cuenta con más de ochenta publicaciones en forma de artículos, colaboraciones en obras colectivas, reseñas y libros. Actualmente imparte docencia en másteres de las universidades de Cádiz y de Granada sobre Migraciones y Cine Latinoamericano. Santiago Sevilla-Vallejo es profesor contratado doctor en la Universidad de Salamanca. Ha sido secretario de la Federación de Asociaciones de Profesores de Español y es director de la revista Cálamo FASPE. Dirige el Congreso Internacional Las Desconocidas. Estudios sobre la construcción de la identidad femenina en la literatura. Premio al mejor ensayo de la Asociación Canadiense de Hispanistas (2021). Ha sido finalista del III y del IV Premio Educa Abanca. Mejor Docente de España, en la categoría Universidad; y del premio de investigación de la primera edición del Congreso Internacional de Escritores y Artistas; y del International Research Awards on Psychiatry and Mental Health (2021) en la categoría Research Award. Daniele Arciello. Se graduó cum laude en “Lingue e Culture Straniere” en la Università degli Studi di Salerno. Consiguió el máster universitario en Literatura Española y Comparada de la Universidad de León en 2015, y en 2019 el de Cultura y Pensamiento Europeo de la misma universidad, recibiendo el Premio Extraordinario de Fin de Máster. Ha disfrutado de una Beca en Formación del Instituto Universitario de Investigación de Humanismo y Tradición Clásica (IHTC) durante el periodo 2017-2019. Ha presentado comunicaciones, ponencias invitadas y conferencias en más de cuarenta eventos académicos celebrados en Europa, Asia y América; ha publicado más de treinta trabajos académicos entre ediciones de monográficos, artículos científicos en revistas, reseñas y capítulos de libro en editoriales y revistas de impacto internacional. Ha sido organizador y colaborador en una veintena de eventos académicos. Actualmente, es colaborador honorífico del IHTC, colaborador del Grupo de Investigación Reconocido   “Humanistas” (HUMTC), coordinador de investigación en la Unidad de Cultura y Literatura Comparada AMIL Chile y director de Comunicaciones del Círculo de Estudios de la Literatura Picaresca y Celestinesca (CEL-

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PYC). Está elaborando en la Universidad de León una tesis doctoral de literatura hispanoamericana sobre elementos de picaresca en la literatura virreinal y ha publicado un ensayo titulado Un viaje entre la imaginación y la realidad. La versión italiana del Itinerarium ad regiones sub aequinoctiali plaga constitutas de Alessandro Geraldini, con una versión bilingüe ítalo-española anexada del manuscrito que escribió el obispo italiano del siglo xvi, que ha realizado junto con el Dr. Jesús Paniagua Pérez, catedrático de Historia de América de la misma universidad. Juan Mata Caballero. Catedrático de Literatura Española en el Departamento de Filología Hispánica y Clásica de la Universidad de León. Especialista en la literatura española del Siglo de Oro, ha publicado en torno a doscientos trabajos sobre nuestros autores áureos más destacados (Garcilaso, Cervantes, Góngora, Lope, Quevedo, Calderón, etc.), también sobre los mal llamados «menores» (Lomas Cantoral, Juan de la Cueva, Jáuregui, Villamediana, Vélez de Guevara, Felipe Godínez, Rojas Zorrilla, Enríquez Gómez, Medina Medinilla, Pérez de Montalbán, Sor Juana Inés de la Cruz, etc.), y sobre otros escritores de la literatura española contemporánea (Antonio Machado, García Lorca, Luis Cernuda, Pedro Garfias, el Grupo Cántico, Antonio Colinas, Luis García Montero, José María Micó, etc.). Ha participado en numerosos congresos, cursos y encuentros internacionales y ha sido profesor invitado en diversas universidades europeas y americanas. Ha dirigido un número importante de congresos y cursos de carácter internacional. Ha participado en numerosos proyectos de investigación, en algunos de ellos como investigador principal, sobre poesía y teatro del Siglo de Oro. Ha dirigido numerosas tesis doctorales, memorias de licenciatura y trabajos fin de máster. En 2006 creó y editó Lectura y Signo. Revista de Literatura, que ha dirigido hasta 2014. Es miembro de los consejos de redacción de diversas revistas y editoriales. Entre sus últimas publicaciones cabría mencionar la edición crítica de los Sonetos de Luis de Góngora (2019), la edición de La comedia escrita en colaboración en el teatro del Siglo de Oro (2017), y, en colaboración con los profesores José María Micó y Jesús Ponce Cárdenas, las ediciones de los libros El duque de Lerma. Mecenazgo y literatura en el Siglo de Oro (2011) y Góngora y el epigrama (2013), y junto a Antonio Odón Alonso Ramos, las ediciones de los libros La obra poética de Antonio Colinas: origen y universalidad (2021) y Antonio Colinas, nuevos géneros, nuevos caminos (2022).

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