Para una historia de los pobres de la ciudad


338 21 12MB

Spanish Pages [358] Year 1988

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD PDF FILE

Recommend Papers

Para una historia de los pobres de la ciudad

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

________ PARA UNA________ HISTORIA DE LOS POBRES DE LA CIUDAD

VICENTE ESPINOZA

EDICIONES SUR COLECCION ESTUDIOS HISTORICOS

© Vicente Lspinoza t.. Agosto 1988 Publicado por Ediciones SUR Colección Estudios Históricos Román Díaz 199 ■ Santiago de Chile Inscripción N° 70.485 Fotografía portada: Familia Núfte? Aguilar, de la Población La Victoria* Año 1964 Album de la familia.

Diseño Portada y Diagnmación: Juan Silva R.

Edición a cargo de: Paulina Matu V.

Impresión:

ATO Lira 613* Foto 2222678 • Samugo IMPRESO EN CHILE/PRÍNTED 1N CHILE

¿Quién me ayudaría a desarmar tu historia antigua y a pedazos volverte a conquistar?

Santiago del Nuevo Extremo

I

INTRODUCCION

El objetivo de este libro es simple: mostrar que es posible construir una historia de los sectores populares urbanos de Chile durante el siglo XX. La historiografía tradicional -con la única excepción de José Ba­ rría- dejó de lado tanto la historia contemporánea como los sectores populares. Este libro se inscribe junto a los trabajos de quienes, desde diversas disciplinas, en los últimos años han buscado ampliar dicho hori­ zonte. La enorme conmoción que provocó el golpe de Estado de 1973, llevó a los pensadores honestos a plantearse una revisión de las categorías e interpretaciones dominantes en el sentido común intelectual. Entre ellas, cabe destacar aquellas que en la historia económica, política, militar, sindical, social o étnica, han buscado precisar la génesis de los grupos sociales actuantes en la realidad chilena. Intentos pioneros, las más de las veces.

Esta, en particular, es la historia de un sector dominado: los pobres urbanos. Como tal, no puede ser escrita sino desde el punto de vista de ellos; vale decir, a partir de las acciones que los configuran como actores en conflicto. No se puede —a riesgo de traicionar la propia historiadeducir a los pobladores desde las instituciones políticas, las pautas del desarrollo urbano, la estructura económica o alguna otra esfera extema. Asumir el punto de vista de los dominados es simplemente constituir un grupo social como tal a partir de su propia acción histórica. Esto es lo que se hace en este libro. Las definiciones son actos arbitrarios que conviene dejarciaros desde el comienzo. Para hablar de poblador se ha preferido definirlo como 'productor de espacio urbano1. Esto implica excluir de entrada acciones ligadas a otras formas de consumo, notablemente las luchas contra la inflación, así como todos el ámbito de la vida comunitaria o dimensión cotidiana del pobre urbano. Más aún, el espacio urbano se especificó como aquél destinado a la vivienda. La lucha por la vivienda resultó una buena guía para armar esta historia.

9

La estructura del libro, si bien sigue una secuencia cronológica, ha privilegiadozel análisis de coyunturas en las que eventos específicos de producción del espacio urbano provocaron alteraciones en las pautas tra­ dicionales. Por supuesto, el tiempo histórico es mucho más complejo que una secuencia de coyunturas. El aislamiento de casos, sin embargo, per­ mite apreciar con mayor claridad la relación entre los grupos actuantes i en conflictos particulares. Si bien la ubicación de hechos en coyunturas históricas específicas implica una relectura de la historia, la interpreta­ ción global, el tiempo largo, está fuera de los objetivos de este texto. En el análisis de las coyunturas de producción de) espacio urbano se ha utilizado un esquema que privilegia la relación de los pobladores con la institucionalidad política. La dinámica de los conflictos muestra proce­ sos de constitución de identidad que sólo pueden ser realizados cuando se cuenta con una estructura adecuada de acción institucional. El eje de todos los análisis es la conformación del grupo a través de un conflicto y la recuperación de este accionar en diversas estrategias de conducción. Por ello, el libro se abre con el cuestionamiento más radical y salvaje de los pobladores a la institucionalidad, y se cierra con su incorporación a ella. El juicio sobre lo adecuado de estas estrategias o la generalización de ellas, es materia para ulteriores análisis. Por el carácter del análisis, se privilegió fuentes principalmente documentales: la prensa de la época, los debates parlamentarios y las publicaciones de los propios pobladores. Desde este punto de vista, este libro es un homenaje a la libertad de prensa y a la democracia chilenas.

Se descartó el uso de fuentes testimoniales, más adecuadas a una his­ toria cultural y comunitaria, así como interpretaciones estructurales, más j * adecuadas al análisis de ciclos de larga duración. Las fuentes utilizadas se demostraron sumamente aptas para la inves­ tigación histórica. Los documentos de ios pobladores no sólo sirvieron para rescatar hechos no consignados en otros recuentos, sino que mostra­ ron la extraordinaria formalidad y complejidad de estos grupos. Los pe­ riódicos de la época ayudaron a reconstruir hechos con un alto margen de confiabilidad; en efecto, la presencia de medios de encontradas orien­ taciones impedía la ocultación y la mentira como prácticas. Finalmente, junto a los periódicos, el debate parlamentario fue una fuente inaprecia­ ble para la comprensión de las lógicas políticas presentes: lejos de consti­ tuir confrontaciones pintorescas e ideologizadas, revelaban partidos políticos informados y racionales en tomo a temas incluso circunstan­ ciales. En todos los documentos -y es natural que así sea- se transparenta una interpretación de los hechos. Sin embargo, siempre es posible dife­

10

renciar hecho y voluntad, asumiendo esta última como parte de la visión estratégica de los agentes. El análisis de estas interpretaciones acentuó aquellas que buscaban orientar los conflictos, notablemente las de los destacamentos políticos comprometidos con los grupos populares. La lógica de otros actores aparece disminuida en el análisis, por cuanto se trata de lógicas de control social, que no son el foco de esta historia. Finalmente, es mi deseo agradecer a todos quienes creyeron posible escribir este libro: a mis amigos; a mis compañeros de trabajo. Sobre todo, a los propios pobladores, que con su acción constante en todos estos años me mostraron no sólo que es necesario contar esta historia, sino que además tiene sentido hacerlo.

Vicente Espinoza E. 1987. Año Internacional de los Sin Casa Toronto, Canadá

11

CAPITULO PRIMERO

ORIGENES DEL MOVIMIENTO POPULAR URBANO: AGITACION SOCIAL Y LEGISLACION URBANA

De los hechos sangrientos y tristísimos de los últimos días, surge una masa de hombres que no están arraigados a núes* tra sociedad. La bestia Feroz que pasó por las calles de San* tiago destruyendo todo, que marcó las puertas de nuestros hogares con su sello de mugre y de sangre, no es el pueblo de Santiago ... es ese conjunto que llamamos gañanes, carrilanos, pililos, al cual debemos penetrar con el libro abierto, como antes los misioneros penetraban entre las hordas de salvajes. Diputado Alfredo Irarrázaval Zañartu 26 de octubre de 1905

I. SANTIAGO EN LA RED URBANA NACIONAL A COMIENZOS DE SIGLO Hasta la primera mitad del siglo XIX. los sectores populares habían estado constituidos principalmente por campesinos; otra gran parte de los trabajadores se encontraba en faenas nómadas, (ales como las del sali­ tre. los ferrocarriles o la construcción de caminos; y sólo un reducido sector realizaba labores de servicio en las ciudades. Unicamente el grupo portuario poseía estabilidad en su residencia: los campamentos ferrovia­ rios o salitreros “unas cuantas rucas o ranchos (...) construidos con bolones de caliche a manera de pircas y tejados de sacos, restos de cala­ minas o cartones” (1) — mal podían asimilarse a una ciudad.

La distribución general de los sectores populares renejaba la estructu­ ra económica del país, orientada al mercado externo y basada en el trigo y el salitre como principales rubros de exportación. Ella se alteró en la segunda mitad del siglo XIX. cuando, debido a la creciente diversificación de la actividad agrícola y minera, la mano de obra comenzó a des­ di

J. Cobo. Yo vi nacer y morir los pueblos salitreros (Santiago* í'dHoríul Quimunh'i. Colec­ ción "Nosotros, los chilenos”. Nu. 6. 1972).

13

plazarse hacia los centros urbanos. A su impacto, se modificó la fisono­ mía de las ciudades. Comenzaba la coexistencia, al interior de un mismo espacio, entre los pobres -que ya no vivían en lejanos campamentos la­ borales - y las élites dirigentes. Esto hizo necesario enfrentar el problema de cómo construir una ciudad en la que los sectores populares tuviesen un lugar y un status urbano permanentes. La expansión urbana afectó especialmente a Santiago, que entre 1810 y 1900 triplicó su área poblada, pasando a comprender práctica­ mente lo que en la actualidad conforma la comuna de Santiago: y entre 1813 y 1875 duplicó su población, de 60 mil a 130 mil habitantes. Esta tendencia modificó el patrón nacional de desarrollo urbano, pues, desde comienzos del siglo XIX. la capital había compartido equilibradamente, junto con otros seis centros urbanos,el crecimiento demográfico del país. El patrón nacional de desarrollo urbano estuvo determinado por la incor­ poración extensiva del territorio nacional a la actividad primario-exporta­ dora; así, la exportación de los productos mineros en el norte y de los agrícolas en el sur, llevó a constituir ciudades comunicadas en primer lugar hacia el exterior y, en segunda instancia, entre ellas. Valparaíso fue un centro comercial de gran importancia hasta la apertura del Canal de Panamá, al convertirse en escala obligada del transporte entre el Pacífico y el Atlántico. Antofagasta e Iquique fueron los puertos principales de la exportación salitrera y minera en general. Y en el sur. Concepción se transformó en el centro principal del comercio de cereales, junto a Talca y Chillan. Esta pauta inicial de desarrollo urbano —con una estructura de ciu­ dades intermedias de peso demográfico y económico similar, pero de escasa comunicación entre sí tenía sus límites. Por un lado, la dinámica urbana se ligó a los vaivenes del mercado internacional; de otro, los mer­ cados locales resultaban demasiado estrechos para activar por sí mismos el proceso de acumulación. En este contexto, las fuertes variaciones de la coyuntura económica internacional, sobre todo después de 1848, de­ terminaron el debilitamiento de esa pauta de desarrollo, y el surgimiento de Santiago como centro rearticulador del movimiento demográfico nacional, en razón de su rol financiero, político y administrativo.

En este nuevo esquema de desarrollo urbano ahora con eje en la capital-, dos factores alcanzaron especial relevancia: por una parte, el carácter rentista del empresariado chileno, que dejaba sus explotaciones agrícolas o mineras en manos de administradores y se radicaba en Santia­ go, principalmente por razones de negocio, pero también para desarrollar una forma conspicua de consumo que otorgó peculiares características a la morfología de la ciudad. De otra parte, la actividad pública que allí tenía su centro generaba producción y empleo, distribuyendo al mismo tiempo el excedente económico del país. En el uso y transferencia de este excedente, es conocida la enorme inversión en obras públicas; menos

14

conocido, pero no por ello desestimable, fue el apoyo estatal prestado al sistema financiero privado.

El creciente poder económico del Estado obligó a tos necesitados de apoyo financiero, a estar cerca de las instancias de decisión política. De esta forma, mientras otras ciudades iban decayendo paulatinamente en su peso relativo, Santiago se fue convirtiendo en la ciudad del Estado y en el eje recolector y distribuidor del capital financiero nacional. Su geografía era así descrita por R. Tornero hacia 1870:

Puede dividirse en tres secciones bastante bien marcadas: las del lado norte, que comprende toda la parte situada al lado norte del río Mapocho; la sección del centro, situada entre el Mapocho y la Alameda; y la del sur. que abraza toda la extensa y numerosa población situada al sur de la Alameda. (En la sección central) están situados casi todos los edificios públicos y la mayor parte de los particulares, que son notables por su riqueza y hermosura. Tiene sesenta calles, todas ellas perfectamente rectas y algunas bastante nota­ bles por el gran número de magníficos edificios que las adornan (...) y en los cuales se sigue la arquitectura del Renacimiento modificada por la ideas francesas. La sección sur y la de) norte se extienden en grandes arrabales cubiertos de innumerables ranchos situados en calles y callejuelas, ya rectas, ya tortuosas. En ellas se asila un pueblo numerosísimo, generalmente muy pobre.

En la sección sur se encuentra el Matadero público, la Cárcel Penitenciaría, el cuartel de Artillería, los tres hospi* tales que existen en Santiago, las Estaciones de ferrocarriles (...). En la sección del norte se encuentran el Cementerio, la Recoleta .Dominicana, la Franciscana, la Casa de Orates, el Cuartel del Buin y algunos beateríos y capillas de poca im­ portancia (2).

Esta división de Santiago de acuerdo a Jerarquías sociales fue un rasgo que data desde su fundación. Así. por ejemplo, los españoles de mayor rango recibieron los terrenos “de arriba”, en torno a la Plaza de Armas, mientras los de menor rango social obtenían asignaciones “abajo”, al lado sur del cañadón seco del Mapocho (la Alameda): finalmente, indios, criollos pobres y yanaconas se instalaban en “tierras de nadie”, en secto­ res inundables al borde del Mapocho, o bien en el área norte, aislada del tejido urbano durante siglos por la inexistencia de puentes que es la capital y lo que de­ bería ser. Memoria leída a la Municipalidad de Santiago (Santiago: Imprenta y Librería de El Mercurio. 1873).

17

En el área poniente, finalmente, se produjo una combinación de iniciativa pública y privada que dio origen al asentamiento de mineros enriquecidos en la plata; de sectores medios, como profesionales o inte­ lectuales de ingreso relativamente alto; y de empleados administrativos de los sectores público y privado.

Es importante destacar el rol que le cupo al Estado en la valoración de esta zona. Hacia mediados del siglo XIX, el gobierno había comprado la Quinta Normal y desarrollado diversas obras de infraestructura, entre las que destacó la extensión del ferrocarril urbano. El resultado fue la mencionada valoración del terreno intersticial, compuesto principalmen­ te de viñedos pertenecientes al sector privado, los que fueron loteados por sus dueños con significativas ganancias. Así se pobló esta área (6), en cuyas cercanías se ubicaron artesanos y empleados de menor categoría, constituyendo lo que sería el “arrabal" del barrio Yungay. Una combinación semejante se produjo en el sector sur poniente, valorizado por la construcción del Parque Cousiño (Campo de Marte) hacia 1870, junto con la pavimentación de diversas arterias por parte del gobierno. De tal forma se fueron “despejando los suburbios" aledaños, y sus habitantes erradicados a terrenos ubicados más hacia el sur.

Como se puede apreciar del panorama descrito, la ubicación de los sectores populares, cuando no fue desde el inicio en áreas alejadas del centro, estuvo condicionada por su progresivo desplazamiento desde los sectores que eran valorizados por inversiones en su infraestructura, hacia los de menor valor y ubicación más periférica. Diversos criterios opera­ ban como base y justificación de este proceso, cuya comprensión requie­ re un examen de los mecanismos de asentamiento utilizados por los sectores populares.

El más elemental de ellos, que data de los tiempos coloniales, es la ocupación espontánea de “tierras de nadie". Indígenas, yanaconas, mesti­ zos, criollos pobres, ocuparon plazas, bordes de calle y de río donde otros grupos sociales no se aventuraban; tal fue el caso principalmente del área norte de Santiago.Sin embargo,en la medida en que el sector público iniciaba obras de mejoramiento de la zona, sus ocupantes eran desaloja­ dos, aunque se tratase de los indígenas que originalmente la habitaban. ' Así sucedió ya en 1568 con los indios y yanaconas que tenían sus vivien­ das entre el cerro Santa Lucía y el río Mapocho. Posteriormente, la cons­ trucción de tajamares llevó a qué los ocupantes originales de esa parte de la ribera fueran expulsados más hacia el poniente, donde el río no estaba canalizado. (6)

18

González et al., op. cit

Estos desalojos, frecuentes desde la fundación de Santiago, eran a menudo justificados por razones de orden estético: se buscaba una ima­ gen de ciudad donde estuviera ausente — o, más bien, oculta— la misera­ ble vida popular. Así, hacia fines del siglo XIX, el siguiente editorial fun­ damentaba el mejoramiento de la fachada norte de Santiago, a propósito del encajonamiento del Mapocho:

Esos inmundos tenduchos del Tajamar, esos casuchones, esos cuchitriles de apariencia sospechosa y baja, tendrán que huir ante la esplendidez del palacio vecino. La lucha está empeñada mucho tiempo hace y hemos ido conquistando la ciudad, el centro comercial y las calles que habita nuestra distinguida sociedad (...) hasta formar barrios hermosísimos (...). Y así lo haremos con el barrio del Tajamar y Ultramapocho (7). La “distinguida sociedad”, a través del Estado, conquistó así la ciudad, apoderándose —otra vez- de las tierras “de nadie”; esto es, de indígenas, yanaconas, mestizos y criollos pobres, respondiendo con tal primer mecanismo de expulsión al primer mecanismo de asentamiento popular. Fue el proceso que operó en el sector central y en las fachadas que delimitaban la ciudad “espléndida”, enmascarando tras la argumen­ tación estética la ley implacable del mercado del suelo, que exigía desa­ lojar a sus primitivos ocupantes cuando los terrenos adquirían un valor comercial interesante.

• Un segundo mecanismo de acceso a la vivienda por parte de los secto­ res populares, era el arriendo de pisos. Se trataba principalmente de terrenos situados en el sector sur de la Alameda, de escaso valor agrícola y marginales respecto de su uso urbano por parte de sectores de mayores ingresos, con vías poco expeditas, calles sin pavimentar, sin agua, etc. Pese a todo, se fueron ocupando y densificando con rapidez; esto, unido a ciertas obras de mejoramiento en infraestructura emprendidas por el sector público, contribuyeron a una mayor valoración de la zona, que lentamente fue siendo remodelada. Los propietarios pudieron proceder al loteo o a la construcción de viviendas colectivas destinadas a sectores de ingresos un poco más elevados que los habitantes originales, los que se vieron forzados a desplazarse más hacia el sur, a terrenos de menos valor pero también con peor calidad de servicios urbanos. * ¿En los dos casos revisados puede apreciarse un criterio de “recupera­ ción de la ciudad”, donde la iniciativa pública marchaba de la mano con la privada. Mientras la primera procedía a la remodelación o al mejora­ miento -con apoyo de los particulares, en algunos casos . éstos se (7)

El h>rvenir. 19 de febrero de 1892.

19

encaminaban hacia el loteo o la construcción de viviendas colectivas, que les permitían una mayor renta por terrenos que se incorporaban al uso urbano. Se formó así una ciudad claramente dividida entre un área cen­ tral “presentable y distinguida”, y suburbios tan desconocidos como míseros. De este modo, la construcción habitacional y de servicios se rigió por algunos criterios discriminatorios, que se reflejaron, por ejemplo, en diversas “Ordenanzas sobre Ranchos”, por las cuales se prohibió la cons­ trucción en quincha y barro -característica de los sectores popularesdentro del área residencial de la élite capitalina.

A comienzos de la década de 1870, el intendente Benjamín Vicuña Mackenna fijó criterios de planificación en un Plan Regulador. Dicho plan marcó el quiebre entre la ciudad colonial y la requerida por la ex­ pansión primario-exportadora y por la élite de banqueros, inversionistas, mercaderes y terratenientes absentistas que la habitaron. La idea central del Intendente era delimitar (separando) urbanísticamente el área resi­ dencial ocupada por esa élite, de aquella en que vivían los sectores indi­ gentes. De aquí que. en el dicho Plan, el “camino de cintura” ocupó una posición central:

El camino de cintura establecerá alrededor de los centros poblados una especie de cordón sanitario por medio de sus plantaciones, contra las influencias pestilenciales de los arrabales (...) esta ciudad completamente bárbara, injertada en la culta capital de Chile y que tiene casi la misma área de lo que puede decirse forma Santiago propio (3). El “camino de cintura” comprendía por el norte la ribera del Mapocho: por el sur. lo que hoy se conoce como avenidas Malta y Blanco En­ calada: por el oriente, la actual Avenida Vicuña Mackenna y. por el poniente. Matucana y su continuación al sur. Tales eran los límites de la ciudad propia. No se trataba, en todo caso, de amurallar lo existente: los límites mencionados incluyeron tierras aún no habitadas por los sectores integrados de la sociedad, que serían precisamente las beneficiadas por la enorme labor edilicia de Vicuña Mackenna -adoquinado, aceras, alum­ brado, seguridad, agua potable, edificios públicos, plazas y paseos- por loque alcanzaron niveles de rentabilidad bastante elevados. Una vez más. el círculo se cerraba para los sectores populares. La in­ versión pública en los terrenos ocupados por ellos no los benefició, sino, por el contrario.provocó su expulsión hacia territorios aun más precarios. Así. por ejemplo, la comisión encargada de establecer “barrios obreros saludables”, presidida por Maximiano Errázuriz y creada por Decreto de (R)

20

Intendencia de Sanhago. Phn Regulador. 1872.

la Intendencia en junio de 1872. centró su actividad en la erradicación de conventillos desde las áreas que se consideraban parte de la “ciudad culta”. •

Durante muchos años, tales pautas erradicación de los sectores po­ pulares desde los territorios definidos como propios orientaron la acción edilicia de las autoridades urbanas, justificada ideológicamente por la decimonónica dicotomía entre civilización y barbarie. Sin embar­ go, la realidad de los pobres urbanos se hacía, con el progresivo creci­ miento de Santiago, cada vez más difícil de ignorar. Y ello no tanto por la ausencia de mejoría en sus condiciones de vida, cuanto porque se iban convirtiendo en una realidad percibida como amenazante. No se trataba sólo de las movilizaciones populares que comenzaron a adquirir frecuen­ cia desde finales del siglo XIX, ni de la convivencia entre dichos sectores y la oligarquía dentro del mismo espacio urbano, sino del miedo que provocaban sectores desconocidos, que sólo eran percibidos cuando se transformaban en peligro: cuando, por ejemplo, retazos de la otra ciudad aparecían en la propia a través de las epidemias, como una peste de virue­ la que se extendió a lo largo del país en el período previo a la Ley de Habitaciones Obreras. En algunas ciudades se llegó acerrar iglesias para evitar contagios (9): los estudiantes de medicina suspendían sus clases para iniciar campañas masivas de vacunación; los mendigos, los enfermos, deambulaban por la ciudad propia, que cada vez podía cerrarse menos: En la mañana de ayer, vagaba por la Alameda de las Delicias una infeliz mujer del pueblo, que conducía en sus brazos a un chiquitín, hijo suyo, víctima de la viruela, ya bastante avanzada. La infeliz acababa de ser despedida, por esa ra­ zón, de un conventillo ubicado en la calle Nataniel, al llegar a la acequia grande” (10).

El Consejo de Higiene no lograba explicarse cómo en Chile podía extenderse tanto una peste que ya había sido erradicada de todos los países civilizados (II); nadie había osado pensar que fuera del “cordón sanitario” existiese esa otra realidad. Aparte de las medidas de emergen­ cia, se tomaban otras destinadas principalmente a la protección de los niños huérfanos; pero la actitud predominante era ocultar esa realidad, tratar policialmente un problema social. E| prefecto de Policía daba la siguiente respuesta al intendente, quien le había solicitado tomar medi­ das respecto a la mendicidad:

Comisionar un guardián secreto para dedicarlo exclusiva­ mente a la recogida de los vagos que se dedican a pedir li­ mosna en el centro (12). (9) (10) (11) (12)

El Mercurio (L-.M). 13 de jubo de 1905. p. 11 EM. 18 de julio de 1905. p. 9. EM. 26 de julio de 1905. p.8 LM, 16 de septiembre de 1905. p. 8.

21

La policía protegía el centro, la ciudad propia. Se elegía ignorar lo que ocurría afuera. Pero estaba allí como amenaza, y eso también se sa­ bía. Las movilizaciones populares urbanas de la época igualmente expresa­ ban la penetración de esa otra realidad en el coto de la oligarquía. La huelga de los estibadores en Valparaíso fue la llegada de los sectores po­ pulares desde los cerros hasta el plan, para adueñarse de él y marchar, hasta ser reprimidos a balazos. Igualmente, la huelga de la carne en San­ tiago significó la violencia de ver, en el centro de la ciudad, la irrupción de los excluidos. Quizás si el caso más claro sea el paro general salitrero de diciembre de 1907: los sectores populares estaban claramente fuera de la ciudad, en campamentos de explotación minera, desde los cuales baja­ ban en escasas ocasiones. Junto con acordar la huelga, los trabajadores marcharon hacia Iquique. logrando ocupar y controlar plenamente la ciudad: las familias más distinguidas se refugiaron en los barcos surtos en la bahía.

En todos los casos, la presencia colectiva de los sectores popularesen el centro de la ciudad, era definida por los partes militares como “situa­ ciones de guerra”, y reprimida por la fuerza. Sin embargo, tales moviliza­ ciones produjeron, como resultado directo, una de las primeras leyes sociales dictadas por el Parlamento en Chile, la Ley N° 1.838, referida a la “construcción de habitaciones obreras”; a la vez. ella refleja cómo los sectores oligárquicos utilizaban el derecho a la propiedad —en este caso, de vivienda- como un mecanismo para prevenir la movilización popular. 2.

EL CONTEXTO DE AGITACION SOCIAL Y LA LEY DE HABITACIONES OBRERAS

A comienzos de siglo, el movimiento popular se caracterizaba por fuertes rasgos de espontaneísmo y un accionar discontinuo —pero explo­ sivo y masivo-, aunque de hecho existieran organizaciones permanentes. Y era precisamente en las coyunturas en que dicho movimiento aparecía como una amenaza, que se buscaba el despacho de proyectos sociales pendientes al interior del Parlamento, mientras fuera de él seguía la re­ presión. La Ley N° 1.838, de Habitaciones Obreras, fue un claro resulta­ do de ese mecanismo.

Hasta donde es posible establecerlo, los intentos por legislar en tomo a la vivienda obrera se remontan a 1888. El proyecto que, en definitiva, sirvió de base a la Ley de Habitaciones Obreras, fue el que se presentó en 1900 y se tramitó en 1903, como respuesta a los desórdenes de Valparaí­ so. cuando un alzamiento encabezado por los portuarios mantuvo en tensión a la ciudad durante los meses de abril y mayo. Un diputado apuntó al respecto: 22

Que no suceda en Chile lo que ha sucedido en la vieja Euro* pa, que se dejó llevar por un optimismo liberal (...) y que se mantuvo indiferente al movimiento obrero, para tener que despertar cuando ya todas las instituciones existentes esta* ban amenazadas de muerte. Mis propósitos y convicciones a este respecto son antiguas y arraigadas, y no sólo hijas de la situación creada última* mente en Valparaíso (13).

El proyecto pasó a una comisión especial para su estudio, donde permaneció hasta agosto de 1905, cuando a lo largo del país se vivía una profunda agitación en torno al encarecimiento de la vida. Ella culmi­ nó con la '‘semana roja1' de octubre de ese arto, en que la ciudad fue copada por los sectores populares. En ese contexto, algunos diputados reclamaron el rápido despacho de la ley. que fue aprobada en enero de 1906. Valparaíso, 1903

Los sucesos de Valparaíso de 1903 constituyeron para muchos la pri­ mera manifestación amenazante de “la cuestión social'1. Si bien no se trató de la primera huelga, fue la que tuvo mayor impacto, por su masividad y consecuencias. Úna oleada de huelgas sacudía al país ese arto, mientras hacían entrada en escena las primeras agrupaciones socialistas, que alentaban y conducían estas movilizaciones sindicales (14). La gente de mar de Valparaíso se encontraba organizada en “Socieda­ des de Resistencia", las cuales habían presentado diversos petitorios tendientes a la reglamentación de sus faenas y mejoras salaríales. El 15 de abril de 1903, los estibadores de la Compartía Inglesa de Vapores pre­ sentaron un pliego con sus demandas y suspendieron sus faenas. Iniciaron conversaciones con el Director del Territorio Marítimo, el almirante Fer­ nández Vial, y con el Intendente, a la vez que intentaban hacerlo con los duertos de la Compartía, los que el día 20 de ese mes respondieron que no tomarían en cuenta ninguna comunicación del comité de huelga, criti­ cando al almirante Fernández por haber conversado con los estibadores

Entretanto, otros trabajadores marítimos se plegaron al movimiento, en cifra que se estimó llegaba a las diez mil personas:entre ellas, ios esti­ badores de la Compartía Sudamericana de Vapores, que se incorporaron el 18 de abril; y los trabajadores del muelle fiscal y de los pontones de maestranzas.a los que se sumaron los lancheros, que lo hicieron el día 20. (13) A. Hunecus. Acta* de tas Sesiones de la Cámara de Diputado* (Üip), 13 de junto de 1903. (14) Particularmente interesante resulta al respecto el periódico El Prole la río. 1'1 relato siguiente se basa principalmente en el articulo de A. Escobar Carvallo, "Inquietudes populares y obretasa comienzos de siglo". Revista de Occidente, septiembre-octubre de 1959.

23

Pese a los oficios mediadores del Intendente, ni los propietarios de las compañías navieras ni los dueños de las lanchas accedieron a considerar las peticiones del comité de huelga en la perspectiva de un arreglo.

En masivas asambleas públicas, los trabajadores marítimos acordaron continuar adelante con el movimiento. El 10 de mayo, en una concen­ tración conjunta de todos los gremios, solicitaron al gobierno que nom­ brara una comisión arbitral para que dirimiera el conflicto. La respuesta del gobierno fue la remoción del almirante del manejo del conflicto y su respaldo a las empresas navieras, desautorización que provocó la renuncia de Fernández Vial a la Armada. Los empresarios marítimos organizaron el trabajo en las naves utili­ zando a los reos de la cárcel pública en reemplazo de los huelguistas. El 12 de mayo los trabajadores en huelga acudieron a impedir el embarque de los rompe huelgas; la policía intentó cerrarles el paso, pero no fue capaz de detener a los manifestantes, a los cuales se habían plegado otros trabajadores de Valparaíso. Luego de varios enfrentamientos, las fuerzas públicas huyeron y los huelguistas se adueñaron del malecón. Tras incen­ diar las mercaderías allí depositadas se dirigieron a las oficinas de la Compañía Sudamericana de Vapores, donde destruyeron el mobiliario. Posteriormente, mientras el gerente huía por los techos, se encaminaron hacia el edificio del diario El Mercurio, que había mostrado una actitud sumamente hostil hacia los huelguistas: allí fueron recibidos con descar­ gas de fusilería, por las cuales se estima que quedaron unos 50 trabajado­ res muertos y 200 heridos. Luego de la matanza los trabajadores se retiraron, pero continuaron con su movimiento. Días después se encargó la dictación de un fallo arbi­ tral a una comisión de hombres buenos, la cual acogió las peticiones de tos trabajadores. Junto a este logro parcial, tuvo gran importancia el establecimiento de! arbitraje como mecanismo para resolver los conflic­ tos del trabajo.

La “semana roja” * Los sucesos de 1905, ocurridos hacia finales del gobierno de Germán Riesco. siguieron la pauta de la movilización social de principios de siglo. En un contexto de gran cesantía, encarecimiento del costo de la vida, escasez de trigo y carne, y una epidemia de viruela que se extendía por todo el país, los habitantes de la “ciudad de afuera” se tomaron Santiago durante varios días.-*

El problema que desató el conflicto fue la escasez y alto precio de la carne: para enfrentarlo, las Sociedades Mutualistas de Santiago organiza­ ron un comido público para el día domingo 22 de octubre, cuyo objeti­

24

vo era solicitar de las autoridades la derogación del impuesto a la impor­ tación de ganado argentino, establecido en 189? como una manera de fomentar el desarrollo de la ganadería nacional. Ya desde comienzos de 1905. un comité pro abolición de ese impuesto, dirigido por el Gremio del Abasto, operaba en Santiago y se expandía a otras ciudades (15).

Los empresarios agrícolas - de la Sociedad Nacional Agrícola del Sur. afiliada a la Sociedad Nacional de Agricultura- se oponían a la deroga­ ción del impuesto, argumentando que ello ocasionaría la pérdida no compensada de las inversiones hechas en ganadería, y calificando al movimiento mutual pro abolición, de ignorante y contrario al interés nacional (16); El movimiento popular iniciado últimamente contra este impuesto, es debido a elementos ajenos a los intereses na­ cionales y a la falta de venación del pueblo, especialmente la clase obrera, en asuntos agrícolas.

A pesar de tal oposición, y de la no adhesión de las Sociedades de Resistencia, las Sociedades Mulualistas acordaron hacerse presentes ”en cuerpo y con estandarte” en el mitin convocado. La propaganda para el acto fue repartida en todas las comunas de Santiago, de manera tal que la mayor parte de la población estaba enterada de él (17).

Los objetivos de esta movilización eran bastante simples: se trataba de hacer llegar al Presidente de la República un respetuoso Memorial, respaldado por el desfile de las Sociedades Mutualistas. En él se hacía ver que, aun cuando inicialmente respaldaron la disposición tributaria referi­ da al ganado argentino, habían llegado a considerar necesario que se derogase, por no haber ella logrado el ansiado desarrollo de la ganadería nacional,ni detenido las alzas (18). Amparados en el derecho de petición, planteaban así la; Necesidad de que el pueblo pusiera respetuosamente (sus problemas) en conocimiento de sus gobernantes, para que dictasen las medidas necesarias para evitarlo (19).

El tono de respeto se mantenía a lo largo de toda la presentación. Nada que pudiera asemejarse a una presión había ni en el Memorial ni en la organización del acto mismo. Los organizadores incluso contemplaron que no hubiese oradores, a fin de no dar lugar a malos entendidos. En (15) KM. 23 de octubre de 1905. p. 9. (16) Véase la Nota de la Sociedad Agrícola del Sur al presidente de la Sociedad Nacional de Agri­ cultura, en KM. 22 de octubre de 1905. pp. 11 y 12. (17) EM. 21 de octubre de 1905, p. 10; y 22 de octubre de 1905.p. 13. (18) Memona del Comité Pro Abolición del Impuesto al Ganado Argentino. tM. 23 de octubre de 1905. p. 9. (19) íbid.

25

cuanto a las peticiones concretas de los mutualistas, éstas se resumían en la solicitud de un proyecto de ley: A nombre del obrero nacional y del pueblo en general, soli­ citamos respetuosamente a V.E. que se sirva someter a con* sideración del soberano Congreso un proyecto de ley que derogue la ley que grava la internación de ganado (20).

El acto comenzó a las 14 horas en las cercanías de La Moneda, donde se reunieron entre 25 y 30 mil personas, según estimación de El Mercurio. Pese al acuerdo de que no habría discursos, varios oradores hicieron uso de la palabra en tribuna libre (21). Los miembros del comité aboli­ cionista. acompañados de las primeras filas de concurrentes, se dirigieron a La Moneda para hacer entrega del Memorial, pero, al no encontrar ni al Presidente ni a "quien reciba la presentación”, continuaron a la casa par­ ticular de Riesco. ubicada a unas pocas cuadras (22).

La directiva del comité tuvo oportunidad de hablar con el Presiden­ te, el ministro de Relaciones Exteriores y el prefecto de Policía (23). El Presidente, como era de esperarse, manifestó que estudiaría la propuesta de los obreros (24). Escobar afirma que la directiva no fue recibida por Riesco, ya que éste se encontraría en una casa de campo en Pirque (25), versión que parece haber sido entregada por la guardia de palacio (26). Ello no era efectivo, pero quedó para algunos como un hecho. Se originó entonces una confusión: parte de los manifestantes, desconociendo que los delegados ya se habían entrevistado con Riesco, pidieron a éste que hablara a los reunidos desde el balcón de su casa. Ante los gritos, el Pre­ sidente -a quien se veía desde la calle, con sus invitados- abandonó la sala en que se encontraba para dirigirse a una habitación interior. Ello enardeció el ánimo de los concurrentes, que comenzaron a lanzar piedras hacia el balcón (27). La primera fracción de manifestantes había perdido contacto con el resto de los reunidos. Diversas columnas recorrían el centro “en orden y compostura", mientras la propia policía hacía esfuerzos por reunirios (28). Al mismo tiempo, llegaban más manifestantes a la Alameda. El segundo grupo que llegara hasta la casa del Presidente, decidió dirigirse hacia La Moneda, la que fue encontrada vacía: el teniente a cargo de la (20) Ibíd. (21) A. Escobar Carvallo. "La agitación social en Santiago, Antofagasta e ¡quíque”. Revista de Occidente, noviembre-dine mb re 1959. (22) IM. 23 de octubre de 1905, p. 9. (23) Ibíd. (24) El Chileno (ECh), 23 de octubre de 1905, p. I. (25) Escobar, op. eit. (24) ECh. 23 dv octubre de 1905. p.l. (27) ECh. 24 de octubre de 1905. p. L (28) I M. 23 de octubre de 1905. p.9.

26

guardia llegó luego apresuradamente desde su casa -de de se encontraba reposando el almuerzo— por haber sido informado de que una muche­ dumbre de seis o siete mil personas intentaba tomarse el paladio (29). El teniente, tras lanzar una arenga que contuvo momentáneamente a los manifestantes, entró apresuradamente y cerró las puertas, para encontrar que sólo había en el interior cuatro hombres desarmados custodiando la casa presidencial (30). Algunos de los manifestantes concurrieron hasta la Alameda para re­ latar a los otros reunidos su experiencia (31). Entretanto, otros grupos permanecieron en el lugar y comenzaron a lanzar piedras en dirección a La Moneda. La policía entró en acción, ordenando que los manifestantes se dispersaran, pero fueron repelidos por adoquines, ante fo cual debieron huir (32). Tras esa primera retirada» las fuerzas policiales se reagruparon, y se dio comienzo a un combate en el cual llevaron la peor parte, ya que el hecho de ir montados a caballo les impedía llegar hasta los puntos donde se refugiaban quienes lanzaban las piedras (33). La manifestación crecía y, a medida que avanzaba la tarde, los grupos se renovaban. Entre Bande­ ra y Estación Central no quedó un solo vidrio en los faroles. Según relato de El Mercurio, algunos manifestantes intentaron atacar la casa de un senador, jo cual fue reprimido por la policía a costa de un muerto. Algu­ nos tranvías fueron incendiados y desde las 16 horas se suspendió el servicio. Los desórdenes se prolongaron hasta la madrugada, con un sal­ do de 148 detenidos, 53 heridos de la policía (incluyendo un comisario y un inspector), un manifestante muerto y otros cuarenta, heridos (34). Es imposible estimar con exactitud la cantidad de heridos, ya que muchos fueron atendidos particularmente.

Los responsables del orden público supusieron que los incidentes no continuarían; así, la Compañía de Electricidad rápidamente repuso los faroles quebrados. Sin embargo, el movimiento tendió a incrementar­ se en forma de huelga general. El prefecto de Policía afirmó que en la madrugada del día 23 reinaba gran agitación en todos los barrios, lo cual le hizo suponer que la gente intentaría llegar temprano hasta el centro (35). No era una marcha lo que se preparaba, no obstante. La policía de aseo, luego de deliberar toda la noche, acordó declararse en paro y pro­ mover la huelga general. Desde las 7 a.m. comenzaron a recorrer diversos lugares de trabajo; por de pronto, consiguieron el apoyo de las policías (29) (30) (31) (32) (33) (34) (35)

Retato del teniente 1 ucnzalida ¡uabre d a sillo a La Moneda.LCh. 2$ de octubre de !903,pJ. EM, 23 de octubre de 1905, p. 9. Escobar, op. cit. EM, 23 de octubre de 1905. p. 9. Ibíd. Ibíd. Parle de la Prefectura de Policía. EM. 27 de octubre de ¡905, p. 7.

27

de aseo de otras comunas. A las 8 a,m. ya se encontraban en huelga la Fundición Libertad. Stickcr y Kupfer, Maestranzas y Ferrocarriles. Cer­ vecerías Unidas, la Empresa de Tracción Eléctrica, la Empresa de Alcan­ tarillado. el Matadero, etc. (36). Desde muy temprano comenzó a congregarse gente en la Alameda, entre ellos la mayor parte de los obreros de las faenas en huelga (37). Fueron dispersados, pero se volvieron a reunir: la policía recorría la Ala­ meda a caballo, en medio de la rechifla de los congregados. En el parte ya mencionado, el prefecto anota que decidió actuar con la máxima energía ’’para disolver a toda costa a los perturbadores del orden público”. Un grupo de civiles armados, al mando de un oficial de policía, se dirigió hacia la Alameda con el fin de dispersar a un grupo reunido alrededor de un orador. Fueron recibidos con piedras y respondieron con balas, de­ jando seis muertos y varios heridos (38). Los disparos, lejos de dispersar la manifestación, multiplicaron los focos de acción. Un grupo se dirigió con los heridos hasta la Farmacia ”E1 Indio”, donde solicitaron atención. Al serles negada.lomaron a viva fuerza los elementos que precisaban (39). Otros grupos asaltaban agencias de empello y almacenes. Santiago era un campo de batalla y se escuchaban disparos en todas las direcciones. Todo aquel que se sentía amenazado por los manifestantes, se sentía también con derecho a disparar sobre ellos. Un grupo avanzó hasta el Club de la Unión donde: Fueron recibidos por una descarga de fusilería, sin ánimo de herirlos (sic) (40).

La manifestación había alterado por completo el ritmo de la ciudad: los trenes urbanos e interprovinciales dejaron de circular, no había servi­ cio de correo, no había electricidad (41), La Intendencia se vio obligada a establecer toque de queda entre las seis de la tarde y las seis de la ma­ drugada. cerrar bares y cantinas y prohibir la formación de grupos en la calle (42). Pese a todo, los desórdenes continuaron a lo largo y ancho de la ciudad. La policía resultaba insuficiente, toda vez que además daba muestras de gran agotamiento, por no tener fuerzas de relevo; ningún sector había creído capaz a los mutualistas de provocar un descalabro de tal magnitud y. aunque hubo rumores en el sentido de que se preparaba un saqueo, la policía no tomó mayores precauciones. Las tropas del Ejército, por su parte, se encontraban realizando maniobras militares a unos 400 km, de la capital, desde mediados de octubre. Un comunicado

(381 091