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Spanish Pages [270] Year 2013
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OTRO PARAÍSO PERDIDO Ramón Acevo
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ISBN-13: 978-1492823698 ISBN-10: 1492823694 Ramón Acevo Zamudio y/o Fundación Caftánrojo AC 3ª calle de Xicoténcatl nº 44 Coatepec, Veracruz, México 91500 52 (228) 816 3151 fundació[email protected] www.caftanrojo.org
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A Verónica
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Agradezco a Leonardo Fierro su colaboración en la revisión del texto.
Nota aclaratoria: lo contenido en esta novela es ficticio, eso creo. 6
“Volvieron entonces nuestros desgraciados progenitores la vista atrás, y vieron cómo la espada de fuego vibraba ante la parte oriental del Paraíso que hasta entonces había sido su morada. La puerta quedaba guardada por figuras poderosas y centelleantes armas. Asidos de la mano y con pasos lentos, se alejaron del Edén por una solitaria senda.” John Milton/El paraíso Perdido
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I. ¿Cómo pudo ocurrirnos esto?
En ese preciso instante, en esa milésima de segundo, descubrió que su mundo se había quebrado por completo, su palacio de cristal caía de súbito a pedazos sin que pudiera entender la razón por la que ocurría, tampoco podía hacer nada para impedirlo. El grito agudo de Nancy lo obligó a encarar la realidad. Sin violencia, desprendió la mano de Tom de su brazo derecho y entró a la funeraria. Al verla no pudo sostenerse en pie, el dolor dobló sus piernas, un dolor que rebasaba lo físico, que emanaba de la sensación de impotencia. Por primera vez en su vida se enfrentaba al hecho de no poder solucionar una situación en la que estaba involucrado, por más que su participación fuera involuntaria; lo que había ocurrido, cualquier cosa que hubiera sido, no tenía remedio. El intenso sufrimiento provenía de la irracional certeza que le oprimía el cerebro, lo que había vivido durante toda su vida y hasta esa mañana, estaba perdido para siempre. Al despertar ella no estaba a su lado, ahora sabía que no volvería a estarlo nunca, ella se había ido sin él, a ella la habían obligado a irse sin él. Qué había 9
ocurrido, cómo había ocurrido, por qué había ocurrido, nada de eso importaba, nada importaba ya, en realidad. Se desplomó sobre las rodillas con la cara llena de lágrimas, de mocos, de espuma de la saliva que salía de su boca sin control, estaba como un autómata al que se había agotado la energía, derrengado, no lograba levantar los brazos, no alcanzaba a emitir la orden para que sus propias manos acudieran en su auxilio, tenía la vista fija en algún punto de la plancha de metal donde se encontraba inerte el ultrajado cuerpo de Linda. Ver el cuerpo sin vida de su esposa lo sumió en la desesperación, no podía gritar, no se podía erguir, no podía siquiera desviar la mirada, era incapaz de comprender lo que ocurría a su alrededor. Durante largo rato la situación se mantuvo. En el centro de la habitación, sobre una mesa de acero inoxidable, de patas torcidas, el cadáver de Linda mostraba el sufrimiento que había precedido a su muerte. La sábana ensangrentada estaba echada de cualquier forma por debajo de sus rodillas, cubría apenas parte de sus piernas y sus pies, de forma irresponsable habían descubierto la mayor parte del cuerpo para realizar la identificación, la manera infame de retirar la tela fue una más de la larga lista de afrentas a la dignidad humana ocurridas ese día. Del lado de los pies estaban el dueño de la funeraria y el Agente del Ministerio Público, del lado de la cabeza Cindy y Nancy; frente a la escena, equidistante en el piso, Alan gemía como un animal herido, desde la puerta Tom observaba consternado de un extremo a otro, de un rostro a otro. El propietario de la funeraria, pese a sus años de oficio, no encontraba cómo decirles que había decisiones urgentes que tomar, elegir el ataúd, trasladar el cadáver a Salina Cruz o 10
a Oaxaca o a cualquier otro sitio dónde hubiera cámara de refrigeración, para preservar el cuerpo en lo que se realizaban la investigación forense y los trámites de expatriación. Incómodo, se alisaba una y otra vez la almidonada guayabera blanca, recorría con la vista la perfecta línea de su pantalón de gabardina negra y los zapatos de charol sin una mota de polvo encima. Cada tanto buscaba la mirada del funcionario. De la bolsa trasera sacó un paliacate rojo para secar las gotas de sudor que le brotaban en la frente y en la calva, esperaba ansioso a que el Agente hiciera algo, que le diera alguna indicación o, por lo menos, que encontrara la forma diplomática de salirse de la improvisada morgue. Pero el licenciado Martínez había perdido por completo el aplomo, el pavor lo inundó en cuanto escuchó el nombre de la mujer que estaba ahí tendida, el nombre que llevaba en vida la hoy occisa, como dictaría a su secretaria esa misma tarde. Nada más escuchar el apellido de la mujer asesinada, sintió que el piso se abría bajo sus pies, estaba seguro de haber cometido un error imperdonable o de que lo estaba cometiendo justo en ese instante, lo peor era no saber en qué consistía la falla, en dónde la estaba cagando. Nancy hurgaba nerviosa en su gran bolso de lona estampada, sacó por fin la mano izquierda empuñando dos ampolletas y una jeringa desechable, el silencio era tal que alcanzaba a escucharse el leve tintinear que producía el roce de sus pulseras de oro, se dirigió a Cindy con una mueca que pretendió ser una sonrisa. ¿Complejo B o calmante? Preguntó en inglés, la voz apenas un susurro. Cindy respondió con otra pregunta. – ¿Es muy fuerte el calmante? 11
– Para elefantes, es lo único que me ayuda a dormir. – Mmmh, a este hombre puede darle un infarto con la cuarta parte de lo que tú te auto recetas, por hoy tenemos suficiente con un deceso. Inyéctale la Bedoyecta para que reaccione, va a estar aletargado una hora o un poco más, después podrá empezar a tomar el asunto en sus manos, porque de este par de idiotas no hacemos uno. Vamos a recostarlo en el sillón de afuera y por amor de Dios diles que tapen ese cuerpo, mi libido va a sufrir bloqueo permanente si sigo viendo eso, ¡qué clase de animales la atacaron! – Animales humanos, querida, somos la peor de todas las especies que habitamos el planeta…
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II. La extraña luz del atardecer
“En la punta de Zicatela asomó un triángulo blanco que se introdujo como cuña entre el verde de la vegetación y el limpio azul del cielo, creció hasta mostrarse sujeto al mástil de la embarcación, un esbelto velero de casco azul oscuro avanzó gallardo por el centro de la bahía con rumbo a la playa principal, donde a falta de muelle quedan anclados los pequeños botes de los pescadores. En la popa ondeaba discreta la bandera de Argentina. Todas las miradas tornaron en espumosa estela tras su derrotero, no hubo voz que se atreviera a irrumpir en el ritual, nadie, ni el más borracho, hizo nada que pudiera ser considerado un desacato al protocolo del arribo, hasta el rumor de las olas pareció acallarse. Uno a uno los surfistas acostados en sus tablas bracearon para acercarse a la orilla, se consideraban indignos de utilizar el mismo mar. Uno a uno los libros fueron dejados de lado sobre las toallas extendidas en la arena, uno tras otro los diletantes del agua se pusieron de pie, los ojos, los senos y los ombligos de los cientos que esa tarde se encontraban en la media luna de las tres playas apuntaban en la misma 13
dirección. La pausada maniobra de anclaje marcó la cúspide del ritual, en su cíclica rutina, que esta vez se antojó inoportuna, el crepúsculo marcó el término de la ceremonia, solemne pese a lo inesperada. El ambiente se mantuvo inundado de belleza. En el letargo de la comunión nocturna los cuerpos casi desnudos se negaron a ser profanados por la ropa.” He escrito este párrafo cincuenta veces, a pesar de lo intrascendente que pueda parecer el que un velero llegue a puerto, recuerdo cada detalle como si hubiera ocurrido ayer, el brillo de los plateados herrajes, el fino veteado de la pulida madera de la cubierta, los cables amarillos, el naranja intenso de la pequeña lancha inflable con motor fuera de borda en la que el solitario tripulante desembarcó. A partir de ahí no puedo continuar, en qué historia encaja esa escena, qué hice después esa noche, con quién estaba, qué importancia tiene el velero para mí si no tengo afanes marineros, cómo podría, no sé nadar. Cada vez que me propongo, ahora sí, abandonar el periodismo para convertirme en escritor, dejar de escribir noticias pseudotrascendentes de caducidad manifiesta para dedicarme a escribir intrascendencias un tanto más longevas, escribo el mismo párrafo que no logro remontar, cada mañana lo repaso mentalmente, me repito las mismas doscientas sesenta palabras y no consigo agregar una sola. Recordarlo me sirve para conjurar el paisaje grisáceo que estoy condenado a ver desde el balcón, castigo que me impone la mediocridad de mis finanzas, pena que asumo por no atreverme a vivir en otra ciudad o en otro país. En qué otro país, de los veinte millones que se han ido la mayoría apostó al norte, pero otros andan por Europa, por Australia, unos cuantos prueban fortuna en 14
Costa Rica, pocos le apuestan al sur del Continente, yo todavía estoy aquí, con los ciento diez millones de ilusos que pretendemos cambiar las cosas en lugar de partir, o que pretendemos que pretendemos cambiar las cosas para no confesar nuestro temor a irnos, cada vez hay menos lugares a dónde llegar, todo se llena. Cuando terminé la preparatoria, hace algunos lustros, quise irme a Israel, pero si hoy hay algo lleno es Israel, los indecisos tendremos que ir al Sahara o a Mongolia o a Burma o a Siberia o tendremos que quedarnos aun cuando aquí no quede la mínima esperanza de cambiar nada. Siempre acabo frente a este barandal oxidado que hace años reclama pintura, al lado de la maceta de cerámica, despostillada en las orillas, donde un raquítico cactus resiste a la contaminación, a la lluvia ácida y a los restos de cigarrillos, desde cuándo estarán ahí esas colillas, quién carajos utilizó a esta pobre planta como cenicero. Me enervan los fumadores, no los comprendo cuando hablan de los problemas para dejar el tabaco, para mí lo complicado es fumar, comprar las cajetillas, cargar con el encendedor, cuidar que no caiga ceniza en los papeles o en la ropa o en el piso, aguantar las miradas de reproche de quienes no soportamos el humo ni el olor, ver cómo los dedos de las manos y los dientes adquieren sin remedio ese tono amarillento a medida que pasa el tiempo, y vivir con ese aliento, ese maldito aliento pastoso que no se te despega ni lavándote veinte veces la boca. Nunca me atreví a decirle a Gretel que me causaba náuseas entrar en su departamento lleno de humo, cómo decirle a una mujer que su gran inteligencia, su cuerpo voluptuoso y su cara hermosa se desvanecían cuando percibía su aliento, nunca pude, dejé de ir a verla, opté por no contestar el teléfono, escuchaba las voces 15
cuando dejaban el mensaje, después respondía las llamadas, todas menos las de ella, sus recados los escuchaba unas diez veces antes de borrarlos. Fue una suerte estar ese día aquí, en este mismo lugar, ver su auto en el momento en que daba vuelta rumbo al estacionamiento, pasé más de una hora con la cabeza bajo el chorro del agua, tomé la ducha más prolongada de mi vida, seguía angustiado cuando salí del baño a pesar de que hacía un buen rato que ya no llamaban a la puerta. Tiene razón la niña del piso de abajo, lo que tiene en la mano el fraile de la columna adosada a la fachada de inspiración lecorbusiana de la iglesia de enfrente, más que antorcha parece sorbete de los que salen como churro de una maquinita de helados. Qué santo es este, ¿será algún estilita?, tiene el rigor de las esculturas del realismo socialista, me recuerda a aquella de los obreros que marchan hacía el progreso con el rostro en alto, colocada a un lado de la cortina de la hidroeléctrica de Valsequillo, en Puebla. Pobres ilusos, los únicos asalariados que avanzan son los que se meten a la grilla sindical y se alinean con el secretario general o con los patrones o con ambos; me sorprendió descubrir que la obra es de Zúñiga, la del lago de Valsequillo, esta del obrero con sotana no tengo idea de quién la habrá realizado. Francisco Zúñiga empezó con esculturas religiosas cuando trabajaba con su padre, en Costa Rica, pero no hay indicios de que haya hecho alguna de esa índole en México, no, no lo creo. De entrada le hubieran retirado el saludo David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, por mucho menos que eso te expulsaban entonces del Partido Comunista, logró ser el único partido que tenía más miembros proscritos que en activo, la pureza de los ideales sobre los ideales mismos, “pocos pero sectarios” afirmó convencido uno de los orgullosos militantes que 16
sobrevivió a las purgas. Sin embargo es poco probable que Zúñiga fuera militante de algún partido, era muy peligroso para él en su condición de extranjero. Obtuvo la nacionalidad mexicana a los setenta y tres años, en la década de los ochenta, fue hasta entonces que asumió que no regresaría a vivir a su país natal. Si la obra fuera suya podría exhibirse en una retrospectiva la escultura del fraile al lado del bronce de las rotundas juchitecas desnudas, una sobre otra en dirección opuesta, un derroche de placer en sus carnes y sus gestos. Un santo junto a dos mujeres que se aman, un fraile en el acto de bendecir el encuentro de dos mujeres que se sumergen en las profundidades amatorias, el acto sexual como ofrenda a los dioses, la bendición del éxtasis. Los fanáticos religiosos serían capaces de tomar por asalto el Palacio de las Bellas Artes para hacer ahí una misa de desagravio, ya lo hicieron aquella vez que bloquearon la entrada al Museo de Arte Moderno en protesta por la exhibición de los cuadros de la Virgen de Guadalupe con el rostro de Marilyn Monroe, me enfurece recordarlo. Un puñado de enajenados que en su vida habían puesto pie en una galería de arte, un hato de borregos que de pintura conocen lo que yo de física cuántica, decidieron que nadie podía ver lo que ellos consideraban pecaminoso, en su obsesión por la supuesta decencia cometieron la indecencia de impregnar el edificio con el humo y los olores que emanaban de sus anafres de fritangas. Las aves que viven en el bosque de Chapultepec, supongo que algunas todavía deben anidar ahí, sufrieron días de terror debidas al ulular de las interminables letanías, sonido semejante al zumbido de una inmensa nube de insectos. Rezaban día y noche para resarcir el pretendido insulto a la virgencita, la lucha por la limpieza del alma mostró su desavenencia con la limpieza del cuerpo, estuvieron 17
semanas con su mugre, defecaban y orinaban en los jardines del Museo, convirtieron la obra de Pedro Ramírez Vázquez en letrina, estaban empecinados en salvarnos del horror que significaba el ver a la Santísima Madre de Dios con los labios pintados y sombra celeste en los párpados. ¿No lograron darse cuenta de la afinidad entre las dos mujeres? La madre de quien consideran que murió por los hombres y la que sin intermediación de ningún hijo también murió por los hombres, a consecuencia directa de ellos, reunidas las dos al fin en una divina dualidad que emana del martirio. Se sufre igual al caminar bajo el sol inclemente de Judea que bajo el calor intenso de los reflectores de Hollywood, la tierra sagrada y el bosque de acebos sagrados, la que alumbró el cuerpo divino y la que nos deslumbró con su divino cuerpo, pero nada, hazlos entender. Esa pobre gente estuvo rece y rece, trague y trague, cague y cague, escatológicos vehementes acumularon toneladas de basura frente al templo del arte, hasta que los políticos cedieron a la presión de los golpes de pecho, de los lamentos de catoliquísimos e intachables, casi incorruptibles conductores radiofónicos y televisivos. Aquella muestra se canceló por el maldito poder del oscurantismo o el poder maldito del oscurantismo o el oscurantismo maldito en el poder, creo que da lo mismo. En nombre de la tolerancia cada día cedemos más terreno a los intolerantes, transitamos por la agonía del liberalismo, fundamentalistas de todos los credos y de todas las ideologías nos empujan hacia una nueva edad media, desde tenebrosas oficinas para la propagación de la fe nuevos inquisidores condenan en público sus pasiones privadas, en los tribunales islámicos ordenan la lapidación de mujeres infieles mientras los ayatolás retozan con niños, en el nombre de Dios asesinan con fervor, en el nombre del pueblo 18
matan las ideas. Lo único que queda claro es que el religioso de la escultura no es san Francisco de Asís, si lo fuera las palomas le tendrían piedad, no lo atormentarían de esa manera con sus excrecencias, lo acribillan sin la menor consideración. Parece mentira, en cinco años que tengo de vivir en el edificio no he atravesado la calle una sola vez, ni siquiera por la curiosidad de saber a qué santo patrono está dedicado el templo, pretextos sobran, el tráfico bestial de la avenida Cuauhtémoc es una de mis razones de peso, aunque debo de haber cruzado en alguna ocasión en todo este tiempo. Veamos, el puesto de periódicos está en la misma acera que la entrada a los departamentos, el acceso al metro está en ambos lados así que no necesito cambiar de banqueta para entrar a la estación, el Volkswagen lo guardo en la pensión que está a la vuelta, en la calle, en la calle, joder, cómo se llama esa calle, ah sí, Yácatas, y tampoco hay que cruzar ninguna esquina, la tienda, cuál tienda, hace siglos que no voy a ninguno de los pequeños estanquillos del rumbo, todo lo traigo del supermercado, qué organizado me he vuelto, hasta hago la lista de compras antes de ir. De manera imperceptible adquiero manías propias de los solterones empedernidos, quizá deba volverme a casar antes de que la senectud me alcance y me convierta en el típico misántropo que riñe con cualquiera que se le coloque enfrente. Pero contra quién, no, además tampoco hay ninguna tienda enfrente. Me gusta despertar con alguien a mi lado, ocurre con mucha frecuencia, Sara se quedó a dormir hace unos días, cinco, seis, bueno aceptemos que ocurrió hace un par de semanas, o un poco más, su trabajo queda muy lejos de aquí, la otra posibilidad se ha complicado. Martín, el marido de Elizabeth, hace meses 19
que no sale de viaje, se imagina que puede sin ayuda, se niega a darse cuenta que ella es demasiada mujer para un sólo hombre. No es eso en lo que pensaba, sí, en la iglesia de enfrente, en mi ignorancia supina, alevosa y persistente respecto al entorno cercano. No conozco siquiera la manzana en la que vivo, vaya descubrimiento, debería sentirme avergonzado, ni en plan de turista me he asomado a ver qué clase de templo es ese que está plantado justo frente a mi ventana, es el colmo… hace cuánto ocurrió esa conversación con el anciano guardián del monasterio franciscano de Cuauhtinchán, cuando fui con Raquel. – ¿No se quedan a la misa? Ya merito empieza, las misas que dice el padre Juan son bien bonitas. – No, gracias, nosotros no vamos a misa. – ¿Cómo que no van a misa, qué clase de católicos son ustedes? – Somos judíos. – ¿Y nada más por eso no van a misa? Pues se confiesan y ya… Qué me pasa. Estoy perdiendo el tiempo en estupideces cuando tengo que ver si es posible colocar una cortina de humo sobre el asesinato en Puerto Escondido. Timoteo desgraciado, como si me faltaran preocupaciones me pide ayuda para que no trascienda lo de un asesinato, qué me importa un asesinato cuando lo que quisiera en este instante es poderme olvidar de todo y de todos, quedar en blanco, llegar a la abstracción pura y ahí plantarme, permanecer en cero, desprenderme de mi yo corporal, como hacen tantos con el sencillo acto de oprimir el botón de encendido del control remoto del televisor, eso es bastante más barato que tomar clases de yoga. Me revienta, otra vez me salgo por la tangente. 20
Timoteo, sí, la llamada del Timo que me despertó, casi de madrugada, en la recta final, en lo mejor del sueño, oportuno el Timito, no les pido a mis amigos que se pongan a leer el Manual de Urbanidad de Carreño, sé bien que eso es demasiado, en este pedazo del mundo pedirle a alguien que lea siempre es demasiado, pero parece que no pueden tener el menor tacto. Todo el mundo está obligado a saber que no se debe irrumpir en las casas de la gente decente ni antes de las diez de la mañana ni después de las diez de la noche, ni en persona ni por teléfono, y el buenazo de Tim me llama a las ocho de la madrugada y todavía me pregunta si estaba dormido. Perdón Ramiro es que es algo de vida o muerte, ¡su madre!, cuál vida o muerte, si habla para contarme de un asesinato es una cuestión de muerte, ahí ya no hay vida. Resulta que ahora vive en Puerto Escondido, en Oaxaca. Qué hace este citadino irredimible en ese lugar, un tipo que no salía de su casa sin lustrarse los zapatos, que revisaba diez veces ante el espejo si estaba bien hecho el nudo de su corbata, ahora vive en un sitio vacacional donde en los lugares más estrictos en la etiqueta se conforman con que no vayas descalzo y el bañador esté seco. Me dijo que quiere evitar el escándalo por el asesinato, escándalo por “un” asesinato, no sabe el infeliz a cuántos matan en esta ciudad cada día. Esto de las desmañanadas me afecta bastante más que las desveladas, vine al balcón para pensar en lo que Timotzin me pidió y aquí estoy, divago en torno al fraile de piedra mientras el café se enfría, total la cafeína fría multiplica por diez su capacidad estimulante, ¡basta! Tengo que empezar por algún lado. Por qué allá abajo todos andan corriendo, aceleran, frenan de golpe, se pegan a la bocina como si con eso los automóviles de adelante pudieran moverse, todos los días 21
es lo mismo, insultos, acelerones, gritos, a dónde van con tanta prisa, qué es eso tan urgente que tienen que resolver tantos a la misma hora. Está bien, intentémoslo de nuevo, según el viejo reloj de la cocina son las once y media de la mañana, es lunes, este café esta intomable de aguado, la semana inicia y los patitos con gorro de cocinero estampados en la carátula son ahora amarillo pálido a pesar de que el reloj está en la pared a la que no le pega la luz del sol directamente. En concreto, además del asunto de Puerto Escondido, qué tengo para trabajar esta semana, un par de pistas vagas, la primera sobre un puente de la autopista a Pachuca que en apariencia ha sido edificado tres veces, según parece lo construyeron la primera vez y en las dos ocasiones posteriores lo han vuelto a cobrar, cada vez a un precio más alto por supuesto, tengo evidencia de que aparece en el presupuesto de obras públicas en tres años diferentes pero no he logrado encontrar todavía pruebas de la entrega de los pagos, podría resultar que la obra ha sido programada tres veces y al final la hicieron, aunque en la fotografía del puente aparece la fecha del primer año, no la del último. Si lo realizaron desde la primera vez no tiene sentido que aparezca en calidad de proyecto otras dos veces en años posteriores, tendré que rastrear con paciencia en los informes anuales para localizar si esas partidas se reportan ejercidas. El otro caso es sobre la relación entre la explosión de hace cuatro años en Guadalajara y el robo de gasolina a Petróleos Mexicanos, la hipótesis es que los depósitos de almacenamiento que aparecían vacíos en los reportes, en realidad estaban repletos de combustible que había sido ordeñado de los oleoductos, una situación tan difícil de explicar que cuando llegó un grupo de auditores con fama de insobornables, resultó imperativo desaparecer varios millones 22
de litros, no hubo tiempo para desplazar esa cantidad de líquido hasta las estaciones de servicio involucradas en el negocio, así que durante veintiséis horas se dedicaron a arrojar al drenaje la gasolina robada, con las consecuencias que conocemos: una explosión que se escuchó hasta Chapala, decenas de muertos, cientos de heridos, destrucción de casi un kilómetro de casas y negocios, más de cien vehículos transformados en chatarra, miles de metros de redes de agua potable, de drenaje y de suministro eléctrico que quedaron inservibles. El problema radica en que únicamente existe el testimonio de dos testigos que esperaron hasta tener amarrada su jubilación para hablar, el contacto con ellos es su líder sindical, lo cual duplica la sospecha sobre la fuente. La presunción de que existan en la paraestatal petrolera auditores insobornables también está tirada de los pelos y no aparenta ser un montaje con destinatario definido porque el principal presunto implicado está políticamente muerto y enterrado, no tanto por el monto de los daños sino porque su sobrina tuvo la ocurrencia de hacerse novia de uno de los narcotraficantes más buscados y, ¡qué barbaridad!, ese señor está casado y tiene hijos, eso es imperdonable. Total que destapar esa cloaca no tiene sentido, no hasta el momento. Me parece que de tener, no tengo nada, vaya, esta frase no nada más define mi situación actual sino mi vida en conjunto, ahí voy de nuevo, no, si esto de las depresiones termina por afectarlo todo. En cuanto a la petición de Timaracas para tratar de que la noticia no se maneje con morbo y evitar que su pintoresco pueblo turístico resulte afectado, lo veo difícil, necesitaría ser el procurador general de justicia o el director de comunicación social de la presidencia. Dónde empezar, de momento la opción menos complicada es aguardar a que me llame de 23
nuevo y decirle que no se pudo, que hice todo lo que estuvo a mi alcance y nada, no conseguí absolutamente nada, ni modo mi Timas se jodió tu rancho y te jodiste tú, de cualquier manera hace años que nos jodimos todos en este cacho del planeta… mientras tanto puedo recetarme un poco del destino placentero que los patriarcas de la aldea global han diseñado para los conformistas integrados que no aspiramos a ser macro empresarios, los eternos perdedores: encender el televisor y aplastarme en el sillón de enfrente hasta que los ojos se me cierren, es muy fácil, cada vez tienen mayor número de señales para transmitir las mismas porquerías, ciento cincuenta canales en cable para que sigas eligiendo entre una película pésima y otra insoportable, entre Stallone y Schwarzenegger, entre un reality show degradante y otro rebuscadamente asqueroso, entre una conductora de noticiero que le lame los pies al presidente y otro que hasta le amarra las agujetas de los zapatos, entre un partido de fútbol de la liga de Nepal y otro de la del Antártico. En las eliminatorias juveniles los pingüinos turquesa se enfrentan al selectivo de elefantes marinos, ganan los pingüinos por tres a dos pero las morsas impugnan el resultado, acusan al delantero que anotó dos de los tantos de ser mayor de edad, imagínense, señalan indignados, él es el que deambula por París en El libro de Manuel de Julio Cortázar, tamaño descaro. Si la décima parte de tiempo aire que derrochan en analizar hasta el mínimo detalle de cada partido de futbol, lo dedicaran a la literatura, podríamos concederle otra oportunidad a la humanidad, ¿cuál será la proporción entre cronistas deportivos y críticos literarios? ¿mil a uno? Esto de ser periodista independiente es complicado, no tengo la disciplina requerida, puedo eliminar la palabra 24
“requerida”, sencillamente no tengo disciplina, padezco dispersión congénita, quizá heredada de mi padre, bueno hasta que estoy de acuerdo en algo con mi madre, lástima que está muy lejos para escucharlo, ¿lástima? Y es que en esto no puede mantenerse ritmo constante, excelente observación, estoy aprendiendo a defenderme de mí mismo. Ocurre que cuando trabajo en un reportaje quedo atrapado en la actividad, inmerso en una dinámica febril a prueba de hambre y de sueño, pero cuando no, atravieso por prolongados periodos de letargo en los que lo más preocupante es el tener que discernir, peor que eso, el tener que adivinar que va a ser importante, actuar con sigilo para que nadie lo descubra antes, coordinarme con cualquiera de mis amigos fotógrafos que tenga tiempo libre, que tenga ganas y que se encuentre sobrio cuando le llamo, situaciones casi imposibles, apenas la semana pasada Javier estaba perdido. – Ónde mi Rami, tu nomás dime ónde y ahí llego, por ti me la bajo, ya sabes, para eso estamos los cuates, mira una línea y prestas, ya estoy. Dos horas después… – No mi Rami, te juro por San Lázaro Cárdenas que estaba tratando de acordarme ónde guardé la pinche grapa cuando, ¡sopas perico! del perico nada, pero ahí en el closet tenía guardadas dos botellototas de puritito Siete Leguas, ya ni me acordaba, mejor vente y nos las terminamos de chingar, total, el mundo no se va a acabar por una triste noticia menos y este tequila es del que ya casi no se encuentra. La eterna historia, remar contra la corriente como desesperado y después, cuando todo está listo, empezar a tocar puertas preguntando quién lo quiere, encontrar un medio que considere el asunto trascendente y adquiera el 25
artículo, sobre todo eso, ver cuánto les parece justo pagar por esa nota, o pasárselo a alguna agencia de noticias y aguantar con paciencia que jineteen el dinero medio año. La entrevista al Subcomandante Marcos fue lo último por lo que me dieron una cantidad decente, pero ahora eso está más que refriteado, su pasamontañas se transformó en un símbolo equívoco, lo mismo lo utilizan los policías de brigadas especiales que los asaltabancos, los estudiantes que aprovechan las marchas para romper cristales y graffitear fachadas y los valientes militantes de grupos islámicos que se toman la foto con el mártir desencapuchado que aceptó inmolarse para que unos agobiados obreros, que en su día de descanso se procuran en un fastfood, paguen con su sangre las culpas del imperialismo infiel. Qué embrollo el del noventa y cuatro, estuve entre los qué, coincidencia o no, andábamos de congreso en Chiapas cuando estalló la pelotera, desafiamos el bloqueo militar para internarnos en Las Cañadas a investigar lo que ocultaban las declaraciones oficiales, tras de nosotros llegaron todas las estrellas rutilantes de la radio y la televisión, reporteros en ropa de safari con botas a juego, conductoras de programas de “opinión”, ultra maquilladas, que fueron en helicóptero. Se escandalizaron de que hubiera extranjeros enrolados en el movimiento, en nuestra tierra, qué horror, más si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo, piensa oh patria querida que el cielo, un burócrata en cada hijo te dio. Es insoportable que los extranjeros se atrevas a hablar de los derechos de nuestros indios, cómo si no supieran ellos a qué tienen derecho, vociferaban indignados los defensores de la pureza inmaculada de la república. Hasta cuándo permitiría el gobierno que los europeos “infiltrados” en la guerrilla 26
mancillaran con su presencia el sacrosanto suelo nacional. Porque si se trata de fastidiar a la patria, para eso estamos nosotros, no necesitamos ayuda externa, bienvenidos nuestros propios atropellos pero que se cuide de aquel foráneo que quiera interferir. Como siempre, había un exceso de información producto de la desinformación, todos afirmaban saber de qué iba la cosa cuando en realidad nadie tenía la menor idea de la situación, era impresionante ver la experiencia que adquirían en un recorrido de veinte minutos por la selva… en avioneta. La de honores que creían merecer por sus sesudas sesiones de recopilación de información en los cafés de San Cristóbal de las Casas, hubo algún Comisionado para la Paz que no conocía nada que estuviera más al sur del Pedregal de San Ángel, en la Ciudad de México, a unos mil quinientos kilómetros del campamento insurgente más cercano, lo que, por supuesto, no impidió que también expresara su docta opinión sobre la problemática indígena, a fin de cuentas su mucama era indígena. De vez en vez, entre tanta basura, emergían voces libres que apuntalaban la esperanza… aún falta bastante para que esa historia pueda ser contada y no voy a ser yo el que lo haga, eso le toca a los cronistas oficiales de la insurgencia, si algo le sobra a la izquierda son iluminados, ¡Patria o muerte! ¿Venceremos? Tengo que reconocer que trabajar por mi cuenta resulta más edificante que martillear en el periódico doce o catorce horas diarias, apegado a las recomendaciones amañadas del jefe de información, que en general valían un cacahuate, cuando no de plano me conducían a una trampa. Estaba obligado a ver los mismos rostros en las mismas fuentes con los mismos colegas borrachos durante días, meses, años, a la 27
espera de algo sobre lo que valiera la pena escribir, que apareciera por arte de magia. No recuerdo cuantas veces ocurrió, lo olí, lo seguí, escribía el reportaje de mi vida, creía que empezaba a subir por la escalera que me llevaría al Pullitzer y al día siguiente pasaba las hojas sorprendido porque no me habían dado las ocho columnas de la primera página y por no darme, ni siquiera estaba colocada mi nota en la página treinta y seis de la sección H, porque el jefe de redacción, el de información, el director o todos juntos, habían vendido la noticia, los folios mecanografiados quedaban a resguardo en uno de tantos archiveros donde guardaban celosamente bajo llave kilos de información incómoda. Explicaban, con su hierática máscara para asuntos importantes, que tuvieron que tomar la decisión de no incluirlo por lo delicado del tema, que habían recibido un telefonema de la Secretaría de Gobernación, les hicieron especial énfasis en lo peligroso que resultaba para la seguridad nacional ventilar ese asunto, el país no estaba preparado, la ropa sucia se lava en casa, no se había alcanzado aún la madurez necesaria a la que llegaríamos en la medida que avanzara el proceso democrático en el que se avanzaba de manera irreversible, bajo ninguna circunstancia se atreverían a atentar contra la libertad de expresión, uno de los máximos logros de la revolución, no obstante el Señor Presidente agradecería… hipócritas. Cómo si no supiera hasta doña Gertrudis, la señora de la limpieza de la sala de redacción, que eran ellos los que se desvivían por mostrarle al secretario en turno la fidelidad que mantenían al sistema y al cheque mensual de gratificación. ¿Por qué regreso a eso una y otra vez si mal o bien he sobrevivido? Anhelé durante años la libertad y desde el 28
primer día que la obtuve comencé a padecer los síntomas del síndrome de añoranza del bozal, frecuente entre trabajadores en paro, habitantes de países exsocialistas, perros extraviados y burros abandonados; dormir sin la certeza de que al otro día habrá lentejas o croquetas, produce severas alteraciones en la conducta. Eso es lo que me recordó la llamada del Timatlán, la decena de veces que, justo cuando el regreso a la rutina era inminente, cuando las vacaciones llegaban a su fin, me quedaba sentado en la arena de Zicatela viendo el mar, envuelto en la extraña luz del atardecer, pensaba, mientras el océano se tragaba al sol en el horizonte, qué ocurriría si no volvía a Ciudad de México, al Distrito, al Defe, al Defectuoso, al Detritus Federal. Si mejor me quedaba a vivir en Puerto Escondido, lejos del ruido y de los atascos de tráfico, libre de la cadena de complicidades que me ataba hasta hacerme enmudecer o mentir como hacían ellos, que no es lo mismo pero es igual, diría Silvio Rodríguez. Soñaba con escuchar todos los días el rumor de las olas desde una cabaña de costera y techo de palma, a la sombra de un macuil, rodeado de verde, de vida, en un mundo sin horarios ni rutinas, dedicado a escribir de un tirón la novela que siempre inicio. Nunca sabré si me faltó carácter o dinero o las dos cosas, quizá simplemente acabé decepcionado. Tras años de ir en cuantas vacaciones se me atravesaban, cierto día, sin pretenderlo, me di cuenta que también ese paraíso se había perdido, la modernidad lo alcanzó con más perjuicios que beneficios, como en todas partes. Las frescas palapas cedieron indefensas su lugar a cajones grises de tabiques de hormigón, inhumanos espacios antiarquitectura donde el clima artificial adquiere un carácter primordial porque en el interior hace más calor que 29
afuera, las calles de tierra quedaron sepultadas bajo planchas de concreto armado en las que el sol reverbera hasta hacer imposible caminar descalzo por ellas durante gran parte del día, a no ser que quieras emular al último emperador Azteca en su suplicio. El suelo perdió la permeabilidad que lo enriquecía y que aminoraba la fuerza de los torrentes en la temporada de lluvias, gracias al “progreso” las calles se transforman en canales por los que la corriente arrastra impetuosa lo que encuentra a su paso, basura por lo general, todo va a dar al mar. Con las carreteras arribaron miles de personas que buscaban mejorar su calidad de vida, les creo, todavía no desempacaban y ya estaban derribando árboles para que no les estorbaran la vista del océano, arrasaron con fuego la vegetación que era hábitat de especies silvestres, alteraron el frágil equilibrio del ecosistema marino con los drenajes de sus casas y los deshechos de los motores de sus lanchas. Decoraron sus refugios de pretensiones bucólicas con los troncos cercenados de los árboles de mangle, donde anidaban las aves migratorias, invadieron la atmósfera con el estruendo de su música, con la emisión de sus evangelios por los altavoces, aquel pequeño poblado de pescadores se convirtió en un adefesio, los lugareños incorporaron a su lenguaje palabras cuya existencia ignoraban: erosión, deforestación, devastación, contaminación, peligro de extinción, miseria. Terminé por aburrirme en las tertulias con los hippies, se convirtieron en soporíferas vueltas en círculo alrededor de un poste cuyo simbolismo se perdió en el tiempo, ni siquiera son utópicos, de tanto luchar por no integrarse, integraron un gremio decadente de artesanos, artezánganos se dicen ellos mismos en un asomo de autocrítica que peca de benévola. No 30
queda bandera que arrope a esa banda de alcohólicos y drogadictos, quienes, quizá sin saber bien qué ocurría, su inconformidad con el sistema la transformaron en la búsqueda atribulada y obsesiva de patrocinador para la siguiente ronda de cervezas. Mi sueño de ser la versión escritor de Gauguin en el trópico resultó anacrónico, las que deambulan ahora al natural por la playa son noruegas, suecas, danesas, italianas, españolas, argentinas, canadienses, ellas tomaron el lugar de las mixtecas de la costa, de las negras, de las chatinas, de las loxichas, quienes fueron incorporadas a la economía de mercado en el destacado rol de meseras y personal de limpieza. Las mujeres que vivían su desnudez de cuerpos y atavismos se convirtieron, pudorosamente cubiertas con ropa de saldos, en fieles seguidoras de misioneros que predican a ritmo de guaracha, de elderes mormones que las previenen de las malsanas perversiones a las que incitan el café y los refrescos de cola, de pastores cristianos que les muestran el horror de la concupiscencia, de testigos de Jehová que ya saben cuántos caben en el cielo. Los que llegaron primero a esa tierra protegida por las montañas y la exuberancia de la selva, los que la habitaron durante siglos, aislados y libres sin religión, patria ni prejuicios, aceptaron ser salvados por los promotores del temor a la divinidad, los propagandistas del fuego eterno que muestran el camino hacia la gloria a quienes paguen por anticipado, a plazos cómodos, bienaventurados los pobres pues aunque cada uno aporta poco son millones, miles de millones, el beneficio se nota al sumar. Para quienes arriben en busca de exotismo queda tan sólo el que corre por cuenta de las drogas, los bares con happyhour y los torneos de surf, los que busquen el contacto con la naturaleza tendrán 31
que esperar a que construyan los zoológicos, a que delimiten con alambradas las reservas ecológicas y coloquen rotulitos con el nombre común y científico de cada planta, de cada arbolito, a que instalen radiolocalizadores a las hormigas para estudiar su rango de movilidad; dejé que mi sueño fuera tragado por la inmensidad en el último ocaso. Pensé aquella vez tendría que buscar otro sitio para las próximas vacaciones pero lo cierto es que no lo hice, no lo busqué, no volví a salir de vacaciones, no volví a acordarme de la costa del Pacífico hasta hoy que Timoteo Mendieta, a quien imaginaba atendiendo su librería en Puebla, telefoneó desde Puerto Escondido. El “error de diciembre”, ese desbarajuste económico cuyas repercusiones en el resto del mundo se conocieron como “efecto tequila”, lo barrió como a tantos, decidió emigrar hace poco más de un año para librarse de algunos acreedores necios que a pesar de la quiebra de su negocio insistían en cobrarle los libros, o, para ser precisos, los pagarés que firmó por los mismos. Convenció a su mujer, tomaron a su hijo, hicieron las maletas y se fueron a esa parte de Oaxaca a poner un pequeño café-galería, les ha pasado de todo. – … de la chingada ya te contaré cuando vengas. – ¿Vengas? Me pidió que tratara de impedir que la noticia del crimen se publicará en los medios nacionales, preguntó si todavía tenía contactos en la Policía Federal porque si el asunto no se aclaraba pronto iba a significar el acabose para la zona, no entendí del todo el motivo. Puntualicé que bloquear información implicaba el reparto generoso de dinero, tanto como importante fuera el caso y que, por la otra parte, un par de veces coincidí con un comandante y dos o tres agentes en 32
las bambalinas de actos públicos, lo que no era para considerarlos mis amigos. No suelo ser muy selectivo con mis amistades, mi repertorio abarca desde teporochos hasta bailarinas de cabaret que lo hacen por gusto, pero me abstengo de ir más allá del saludo con políticos preocupados por el bienestar del pueblo u honrados uniformados que velan por la seguridad de la comunidad, siempre que la comunidad se haga de la vista gorda ante una que otra nada modesta sustracción a modo de bonificación. Quedé de investigar y llamarle en cuanto supiera algo. – … lo más rápido que puedas mi hermano, te juro que tu ayuda es sumamente importante. No me atreví a preguntar si de alguna manera estaba implicado, pese a la frialdad de los tonos en el auricular pude percibir su preocupación. Quizá esto era la noticia que buscaba, el asunto vendible sobre el cual escribir, por lo menos sonaba más interesante que meterme a revisar miles de papeles para comprobar el fraude con el puente, noticia que por otro lado no despertaría mucho interés a no ser que implicara a alguien de las altas esferas; por el otro lado el asunto petrolero era una madeja muy difícil de desenredar, en apariencia me la colocaban en bandeja de plata pero no estaba claro ni el destinatario ni el beneficiario, esto de los hidrocarburos es oscuro y espeso, Timotín estaba de suerte. Decidí posponer el regodeo en la frustración para un día que tuviera mezcal a la mano, abandoné a su suerte al fraile que alza victorioso el heladoantorcha con el que ilumina pecadores para que sigan el camino de su verdad, de cualquier manera es inevitable que las palomas practiquen puntería anal en su efigie. Tomé del estante de la cocina la bolsa de minipretzels y del refrigerador 33
una lata de Cocacola, estuve a punto de olvidar anotar Gusano Rojo en la lista de compras, enfilé entonces a la oficina, es decir a la recámara que tengo habilitada como tal, busqué la agenda de hace tres años bajo el tiradero donde estaban los periódicos de la última semana, cuatro libros que no he terminado de leer, dos suéteres, el zapato tenis izquierdo que no encontraba desde enero y medio sándwich de algo indescifrable que se veía tan verde como el pan, porque el pan también estaba verde. Tengo que analizar la conveniencia de levantarle a doña Mode la prohibición de entrar a limpiar mi sancta sanctorum, el riesgo de que cambie las cosas de lugar no es tan grave, yo tampoco recuerdo nunca donde las dejo. Recorrí las hojas onduladas de la agenda, nunca transcribí los datos a la del año pasado y la que compré para este año está intacta, bueno no, anoté un par de citas con la dentista y después olvidé revisarla y fallé ambas veces. Mientras recorría con el índice el listado, recordaba los senos redonditos de la sádica que me tiene hasta dos horas con la boca abierta y llena de fierros, aunque la nuestra es una estricta relación médicopaciente, no puedo evitar admirar sus glándulas mamarias cada que se acercan a mi cara, sería como estar frente a Los girasoles de Van Gogh y negarse a ver el cuadro. Al lado de cada nombre había números tachados, encimados, corregidos, prueba de la movilidad de la gente con la que trato. Tras cinco llamadas supe que la prensa nacional no le había concedido la menor importancia al asunto, como lo imaginé, una mujer violada y asesinada sólo engrosaba las estadísticas pero no vendía ejemplares, consideraban que tampoco había que preocuparse por la posible reacción de la embajada de los Estados Unidos, el número de sus ciudadanos asesinados en el país es más alto de lo que imaginé, pero un buen porcentaje 34
están vinculados al narcotráfico o son prófugos que ya no les significarán erogaciones en juicios y estancias en prisión. Cuando, por simple curiosidad, cotejé el caso con una agencia norteamericana, me enteré de que esto era una bola de nieve, en unas cuantas horas hasta los periódicos de los poblados más recónditos de las Montañas Rocallosas y sus noticieros, aún los de los canales de cable más insignificantes, estarían recomendando a sus citizens no viajar a Puerto Escondido, lo que los medios nacionales no habían descubierto, en Estados Unidos y en Canadá lo supieron desde el primer instante, en el apellido de la víctima estaba la clave. Para cumplir con la otra parte de la misión fueron necesarias otras nueve llamadas telefónicas, me vi obligado a descartar el contacto que consideraba seguro, al comandante de la federal lo habían asesinado en la emboscada que le pusieron unos narcos, hubiera jurado que se llevaba muy bien con ellos, pospuse el riguroso minuto de silencio para una ocasión más apropiada, sí, cuando tenga mezcal. Vespasiano, viejo colega, buzo experto en las aguas turbulentas en el inframundo de la nota roja, me colocó en la ruta correcta, Osmani, agente policiaco, un tipo alto, fornido, moreno, de bigote. – … acuérdate, aquel que dijiste que si no era asesino que desperdiciada de cara andaba dando. Lo recordé, la Beretta Taurus nueve milímetros parecía una prolongación natural de su brazo, una extensión, si nos ponemos a hacerle caso a MacLuhan. Resultó que tuvo el buen tino de casarse con la hermana de un alto funcionario o sacó de un apuro en un burdel a un importante político regional, la fuente no era muy exacta (días más tarde confirmé que la segunda versión era la correcta), el caso es que lo nombraron subdirector de la Policía Judicial Estatal de Oaxaca. Nuevos 35
telefonemas hasta obtener su número, y sí, se acordó de mí el subdirector. – Quihúboles mi reportero estrella, qué milagro que te acuerdas de los pobres, dónde chingados te habías metido… tras de cuál funcionario trinquetero andas ahora. No pude evitar una mueca ante lo chabacano del comentario, pero como eso de los videoteléfonos aún no es usual el otro no pudo darse por enterado, por mí que roben lo que quieran, yo busco noticias, no poner al mundo a salvaguarda de los corruptos, nunca he tenido pretensiones heróicas. Empecé en el periodismo porque creía que la gente necesitaba saber la verdad, sigo en el periodismo por la verdad, en verdad necesito vivir de algo. Fue una suerte que lo encontrara porque estaba a unos minutos de salir hacia la costa, en cuanto su asistente terminara de fotocopiar unos documentos relacionados con el caso, iba, precisamente, para coordinar las averiguaciones previas de los hechos lamentables que causaron el deceso de una ciudadana norteamericana. Nunca dejará de sorprenderme lo rebuscado del lenguaje de los juzgados, además se enojan si les dices algo, son tecnicismos, equivalen a la terminología científica que utilizan los médicos o los matemáticos, dicen los leguleyos defendiéndose. – Como bien sabes el asunto es complicado. – Pues no, no sé nada. Mentí. – Es mejor que te cuente todo allá, personalmente.. Se despidió esperando verme en Puerto, segunda sugerencia en el día para que fuera. Hice otra llamada de larga distancia, a Timo para informarle de los resultados, después me pregunto por qué 36
me llegan esas cuentas de teléfono. – Me lleva la tía de las muchachas, de esta no nos salva ni Dios Padre y lo peor es que no tengo para donde correr, híjole, a lo mejor, si el caso se aclara rápido los gringos no nos boicotean. Nos ayudaría mucho que te hicieras el aparecido, para que vieran que hay interés de la prensa nacional, en serio, esto no se va a resolver si no se le mete presión. Por qué no vienes para que te le pegues al perjudicial hasta que apañe a esos culeros, porque de seguro fueron varios. Que poca madre, es lo único que nos faltaba, te contaría todo el rosario pero es muy largo para decírtelo por teléfono, mejor ven, tienes que ver esto con tus propios ojos, ándale, total nada más estás de güevón en el Defe. – Mira lo de Dios Padre es invento cristiano, además a Dios no se le ha visto salvando a nadie desde hace unos tres mil años y acostumbra cobrar bastante caro por los favores, los judíos lo sabemos bien. Por lo que me toca, gracias, no me imaginaba que tuvieras tan buena opinión de mí. – No seas mamerto Ramiro, ahora no te hagas el ofendido, a ti de judío no te queda ni la sombra, tu asiento en la sinagoga lo pusieron en subasta hace como veinte años, acuérdate la vez que te descubrí comiendo tacos de maciza de cerdo con cueritos, para colmo de chingaderas en pleno Shabat, nomás te faltó echarles crema, en la cara de satisfacción que tenías se notaba el tamañote del pecado. Relájate mi hermano, la pinche ciudad te tiene menso, digo, perdón, perdón, te tiene tenso, si vienes me echas la mano y de paso tomas unas vacaciones, mira ya pavimentaron la carretera de Sola de Vega, puedes venir por ahí o por Miahuatlán. La idea cada vez tenía más sentido, la carretera de Miahuatlán me gusta porque cuando inicia el descenso hacia 37
el océano quedas rodeado por la selva baja, sumergido en ese mar inmenso que parece reunir todos los tonos de verde, aunque por desgracia es tan angosta e intrincada que no hay un lugar para detenerse a disfrutar un rato de la vista y del concierto que se arma con los sonidos de cientos de miles de animales, el inigualable coro de la naturaleza. – También está la ruta por Acapulco, pero no tomes la desviación de Tierra Colorada, tampoco pases de noche por Cuajinicuilapa, porque asaltan a cada rato, hay mucho méndigo cuatrero por ahí. Ándale, nada más vas a gastar en la gasolina y las casetas, me hago cargo del hospedaje, de las comidas, no, no abuses, del alcohol no, ustedes los periodistas chupan como cosacos. De tanto desmadre que les toca ver no les queda más que agarrar a la botella en calidad de terapeuta. Ándale, no te hagas si tú fuiste el primero que me habló de venir a este lugar, es un favor que te pido. No, no me vengas con jaladas existenciales, ¿cuál paraíso perdido? No mames, si tú mismo dijiste que los paraísos son como la felicidad, momentáneos, volátiles, escurridizos. Está bien, está bien, lo que tu dijiste fue efímeros e inatrapables, corresponden a un instante… de acuerdo, a un encuadre, ya ves, ni para que niegues la autoría de la frase. Mira, imagínate que estás botado en la arena con un gin and tonic en la mano, sin hacer otra cosa que contemplar el romper de las olas, sobre ti las gaviotas hacen acrobacias aéreas para agandallarle a los pelícanos los peces cerca de la superficie y en ese instante, como si no bastara, aparece una mujer morena que camina descalza por la espuma del agua en la orilla, flota, levita, ondula el cuerpo con la larga cabellera negra al viento, los senos firmes al aire, la cintura tan breve que parece suspiro y una tanga que realza la frondosidad rotunda de sus nalgas. 38
Ahí mismo, a cuatro metros de ti una francesa mienta madres en cuatro idiomas porque algún oportuno se robó su pasaporte y sus traveler checks, ¿crees que ella va a compartir tu percepción del paraíso? Ya no seas gacho, no te hagas del rogar Ramiro. Tuve que reconocer que la cercanía del mar había obrado maravillas en el lenguaje de Timotowsky, quizá en medio de la crisis le dio por leer los libros que vendía; mientras buscaba nuevos pretextos para no ir recordé que la llamada la pagaba yo y mejor acepté, además esa visión que narró de la mujer morena prometía. A las diez de la mañana del martes llevaba tres horas escuchando el ronroneo del motor del sedancito Volkswagen haciéndole segunda a Teresa Salgueiro, voz pura que vibra fados al unísono de las cuerdas de las guitarras de Madredeus, con humildad extrema me dejaba rebasar hasta por los autobuses de velocidad controlada, estaba muy ocupado en subir y bajar las escaleras de Lisboa con Win Wenders, creía haber percibido como el dulce aroma del oporto flotaba en el ambiente, algún día tendré que ir a buscar la tumba de Ricardo Reis, para rendirle homenaje. ¿Estará junto a la de Fernando Pessoa o la habrán colocado en la antípoda? Con Serrat el escarabajo también participó gustoso, el ronroneo del motor le hizo coro a los dos lados de la cinta, en la del Romance de Curro el Palmo sí, de plano se emocionó, creí que lo había forzado en la subida, pero no, así hace el autito cuando una canción le gusta. En el momento en el que lamentaba haber olvidado las cintas de los Fabulosos Cadillacs recordé unas que estaban sin estrenar, en la guantera, hacía quince días que me las habían regalado los de Pentagrama, el de Amparo Ochoa 39
soberbio, como su voz, sobre todo por esa versión de El Barzón que me erizó la piel tanto como el día que la escuché en el viejo radio que tenían los compas de la tienda Los alzados en La Realidad, en Chiapas. Lamenté que no hubiera nadie en el asiento de al lado para comentar el asunto, hay cosas que son para platicarlas con alguien y el volchito luego no me hace caso. Las canciones de Baltasar Velasco y Los Chileneros de la Costa me ambientaron con ese ritmo que valsea y se acelera alternativamente en las chilenas, la música que arraigaron en las costas de Oaxaca y Guerrero los negros y mulatos que se salvaban de los naufragios o que saltaban por la borda de los barcos cuando los llevaban desde Chile y Perú hacia California, mano de obra contratada para tender las vías del ferrocarril del oeste durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, esclavismo disfrazado que perdura, aunque ahora no los llevan, se van por su propio pie. Que quede claro que tampoco lo hacen por gusto. Es extraña la manera como ocurren las cosas, pensaba hilando fino mientras avanzaba sin prisa por la autopista, a veces hacen algo para fastidiarte y el tiempo y las circunstancias se ponen de acuerdo para ayudar a transformar en triunfos esas derrotas, lo que no te obliga a darle las gracias a quienes tuvieron tan perversas intenciones. En los setentas llegaron varias oleadas de refugiados políticos sudamericanos que enriquecieron la vida cultural de México tanto como cuando arribaron los republicanos españoles en los treintas, entre los que venían de Argentina llegaron Modesto y Martha, quienes en lugar de engrosar las filas de la cátedra universitaria, como muchos en aquellos tiempos, pusieron una pequeña editora de música. Cuando la tormenta amainó descubrieron que ya no querían irse, estaban enamorados de 40
la música mexicana, esa que se defiende de la invasión comercial atrincherada en lo alto de los cerros, en las rancherías alejadas a las que se llega por caminos sin pavimentar, entre los manglares escondida con los cocodrilos, en los jacales olvidados a orillas del desierto, en los bares malolientes de los barrios bravos. Ahí van grabadora y cámara en mano, solidarios con estos músicos, con sus comunidades en resistencia, en esta forma intuitiva y un tanto primitiva de resistencia. Con los pocos pesos que sacan de algún disquito por aquí o un festival por allá, han recopilado un acervo de ritmos regionales y cantos que ya quisiera la arqueoburocracia gubernamental, cuya misión oficial, se supone, es salvaguardar nuestra identidad, lamenté de nuevo no tener público para tan excelsa disertación, ya colaría el asunto en algún reportaje. Decidí irme por Oaxaca para pasar a almorzar una sopa de guías a La casa de la abuela aunque también podría ser un chichilo en El vasco, con la carretera de Sola de Vega pavimentada serían unas cuatro horas más, creía… a las once de la noche furioso, sudado, cubierto de polvo y cansado, transité entre las primeras casas del puerto, de hecho los primeros burdeles, lo cual sería una buena manera de que te dieran la bienvenida a cualquier lugar si no fuera porque estos son verdaderas mazmorras de mala muerte donde hasta los suboficiales de las brigadas élite del ejército se sienten intimidados, a pesar de ser los más malditos de cuantos desalmados se conozcan por el rumbo. El primer tramo de carretera desde Oaxaca, entre Zimatlán y Santa María Ayoquezco, es una larga recta que sube y baja suaves colinas, donde podría haber llevado una buena velocidad si no estuviera llena de baches, después de Sola de Vega las curvas, 41
los voladeros, los derrumbes, esperé en el primero a que retiraran las rocas desprendidas de la ladera, pasé, llegué al segundo derrumbe, otra vez a aguardar a que el Caterpillar terminara de retirar las piedras y la tierra y así, seis veces, en cada espera platiqué con diferentes grupos de peregrinos que iban al santuario de la Virgen de Juquila, muy milagrosa según cuentan. Aprovechaban las escalas forzadas para bajar a estirar las piernas y vaciar la vejiga porque viajan apiñados en las plataformas de camiones de carga, cada año uno o dos vehículos se despeñan en alguno de los desfiladeros, la ofrenda de vidas adquiere tintes prehispánicos. Un campesino tlaxcalteca, bigotón, de panza tan abultada que casi reventaba la camisa de cuadritos, se indignó ante mi observación de que tanto problema para llegar podría significar que a la virgencita no le gustan las visitas. Confían en que la magnitud de las complicaciones implícitas en el trayecto que recorren para presentar el cumplido, es directamente proporcional a las posibilidades de que se realice el milagro encomendado, podríamos llamarlo teorema de la resignación o teorema peregrino. Me contó uno de los conductores que la carretera la habían terminado seis meses atrás, pero antes que el Gobernador tuviera espacio en su agenda, para inaugurarla, arribó la tormenta tropical Olaf, diez días después, en octubre, el huracán Paulina y en noviembre el huracán Rick, en enero, para colmo, hubo un terremoto que derribó lo que se había aflojado con tanta agüita. El resultado lo recorrí ese día, nueve horas desde Oaxaca más las seis desde la ciudad de México. A pesar del agotamiento, al llegar hice una escala en el Barfly, para saludar rápido a Beto, un chilango que pasa las temporadas bajas de turismo como camarógrafo de 42
comerciales de televisión y durante las altas regresa a desvelarse todas las noches atendiendo gargantas ávidas de diversión, les aplica una combinación ecléctica de música y alcohol de la que por lo general no hay quejas, fui recibido con el riguroso donají de bienvenida, engañosa mezcla de mezcal, hielo frapé, jugo de mandarina y jarabe de granadina en un vaso escarchado con sal de gusano y chile en polvo, tres copas de este coctel y al otro día quieres que te arranquen la cabeza. El verdadero peligro es reunir mezcal y hielo en el mismo vaso, alguna química extraña ocurre, por eso el mezcalito es mejor tomarlo a su aire, solo, a la temperatura ambiente. Más tarde localicé a Timoteo en Un tigre azul. – Vaya nombre para tu negocio. – No fui yo, fue idea de mi mujer, bueno casi exmujer, no, espérate, ya me hice bolas. Ella sigue siendo mujer, no hay ningún indicio de que quiera cambiar de sexo, pero también hay señas indudables de que su actual marido, o sea yo, la tiene harta, después platicaremos de eso. El lugar ocupaba parte de una construcción de tres niveles, con dos entradas, en el de abajo, un semisótano, estaba una peña de música latinoamericana y en los otros dos el café-galería, la galería de arte en el piso medio y el café en la terraza del último nivel, con techo de palma, vista a la bahía y al adoquín, nombre que le dan a la calle principal de la zona turística del Puerto. Pasado el saludo le menté la madre por recomendarme una carretera destrozada, la retahíla abarcó la mayor parte de los pormenores y padecimientos del viaje, mientras Timón escuchaba entre perplejo y sonriente. Le advertí que en ese momento no quería saber nada del asunto del crimen, antes necesitaba bañarme y descansar, sacarme de la cabeza el sonido del motor era una necesidad que pesaba 43
más que el interés por conocer al detalle lo del asesinato, vana esperanza, había faltado uno de los empleados y él estaba de barman, tampoco me había reservado habitación en ningún hotel, no tenía caso gastar, me quedaría en su casa, ahí había espacio de sobra, aunque la ruta para llegar era complicada, sobre todo de noche. Por fortuna colgaba una hamaca en la terraza, cené un emparedado de trozos de quesillo, jitomate y albahaca rociado con generosidad con aceite de oliva, vinagre balsámico y perfumada pimienta, lo bajé con dos cervezas bien frías, me recosté escuchando No woman no cry, de Bob Marley, sobre el fondo de las olas lamiendo la arena de la playa. Sólo un jamaiquino, un auténtico rastafari de la isla, pudo lograr esa conjunción rítmica, el sonido del reggae y el del mar se complementan, se integran en un todo armónico, por eso al reggae le falta algo cuando se escucha en el altiplano, pensaba en eso cuando me venció el cansancio. A las tres de la mañana me despertaron. – Ahora sí ya nos podemos ir. – Muy bien, ¿aún tienes el Topaz gris? – Lo vendí, te dije que los negocios no marchan, vámonos en tu volcho, por hoy me ahorro lo del taxi. A pesar de lo que se queja, Timoto mantiene el estilo, impecable guayabera de algodón, de manga larga, pantalón de lino, babuchas marroquíes de piel de cordero, donde sí se notaba el cambio era en el reloj, no portaba más el Rolex de oro, un Omega de acero se esforzaba por dar dignidad a su muñeca. Recorrimos unas cuantas calles pavimentadas, seguimos por un sendero de tierra compactada hasta la orilla de un acantilado, el de la playa Carrizalillo, según supe después; en medio de bambúes, mangos, limoneros, guajes y una inmensidad de plantas se adivinaba un tejado en la 44
oscuridad, era una casa amplia, fresca, cómoda, con hamaca en el porche, adonde llegaba amortiguado el sonido de las olas que chocaban treinta metros abajo, pretendí dormir afuera, me recordó la ferocidad de los mosquitos y estuve de acuerdo, no hay como una cama con mosquitero.
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III La vida y la muerte pasadas por agua
A las seis quince de la mañana del nueve de octubre el sol irrumpió por la ventana, ninguno de los dos se había acordado de cerrar las cortinas, Timoteo percibió la intensidad de la luz en la cara, abrió los ojos con la sensación de estar viviendo algo irreal, le dolían los brazos y la espalda, el ajetreo de la noche anterior no era lo mejor para un cuerpo de más de cien kilos; en la misma cama dormían aún Sofía y Sebastián, Sebas, en un momento de cordura decidieron no continuar en su hijo la tradición familiar de fastidiar al primogénito con el nombre del padre. Se levantó con pesadez a jalar el cordel hasta que sintió el leve choque de ambas cortinas al encontrarse, la gruesa tela metalizada cubrió por completo la ventana para que la claridad no les molestara, caminó hacia la cama y se sentó en la orilla del colchón, con los codos sobre las rodillas, la cara encajada en las palmas de las manos. ¿Dónde estaban? ¿Qué demonios hacían allí? Hasta un mes atrás todo parecía ser la vida de vacaciones permanentes que habían imaginado, por las mañanas llevaban a su hijo al jardín de niños, regresaban a 47
desayunar con calma, iban a la playa a asolearse y leer o en casa Sofía se ponía a pintar mientras él arreglaba ese jardín que le fascinaba, limoneros, árboles de mango, mandarinas reina, naranjos, palmeras de cocos de agua, almendros, guajes, bugambilias y un muro de bambú donde se guarecía una serpiente coralillo a la que jamás logró atrapar; a la una recogían a Sebas en el colegio para llevarlo al club de playa a jugar, la resbaladilla, el subibaja, los columpios, la alberca, ese escuincle era incansable. A las cuatro en punto arribaban al negocio donde Flavio, plomero italiano habilitado de chefbarman, tenía lista la comida, les encantaba la frescura de la cocina mediterránea. A las cinco abrían para atender a los turistas que compraban cuadros o libros o que se instalaban en el café en la terraza de la planta alta, con frecuencia a las diez de la noche se le acababa por fin la cuerda al niño latoso y Sofía lo llevaba a casa, Timoteo llegaba a dormir entre la una y las cuatro de la mañana, según hubiera clientes, no iban en camino de amasar una fortuna pero tenían lo suficiente para vivir tranquilos. Esa había sido su rutina hasta el veintiocho de septiembre cuando en plena tarde los sorprendió la tormenta tropical Olaf, el aviso fue sonoro, como todos los avisos que se respeten, una taza de capuchino voló impulsada por el viento desde una mesa para estrellarse a tres metros de distancia, Flavio, Timoteo y Sofía estaban tan atónitos como el parroquiano holandés que acababa de dejar el recipiente sobre el plato y lo vio salir despedido, tuvieron que refugiarse abajo, en la galería, donde veían como a medida que oscurecía crecía el río de lodo con piedras y basura que inundaba la calle, era imposible que alguien pudiera irse a su hotel en esas condiciones. Bajaron algunas mesas, como el flujo de energía eléctrica se interrumpió desde el principio, encendieron velas 48
decorativas de las que tenían en venta, prepararon café en la estufa de gas con las cafeteras de moka para que el aromático líquido ayudara a calmar la angustia de todos, una proeza del barman que subía y bajaba resistiendo la lluvia que pegaba casi horizontal en la techada terraza. Alrededor de las once de la noche pudieron salir, el adoquín estaba cubierto por una capa de barro de treinta centímetros de espesor del que sobresalían rocas, ladrillos, ramas, hojas de palma y basura, mucha basura, comerciantes vecinos y turistas luchaban con palas, palos y las manos para desatascar sus vehículos, como de costumbre ellos habían llevado la camioneta Jeep Wagoneer y el Ford, debido a que nunca regresaban juntos a casa. Colocaron los candados de la doble tracción y sacaron la camioneta con relativa facilidad, después engancharon el auto a la camioneta, en cuanto Sofía pudo irse Timoteo y Flavio ayudaron a otras personas a sacar sus automóviles del lodazal, tras tres horas de faena tuvieron que pasarles gasolina de otro automóvil para poder continuar con el arrastre, terminaron a las dos de la mañana. Al día siguiente regresó la calma, consideraron que una buena anécdota para contar a sus amigos. Semana y media después, el ocho de octubre, cuando llegaron a dejar a su hijo en la escuela encontraron a las maestras en la puerta, se suspendían las clases por la amenaza de huracán, en lugar de regresar a la casa se dirigieron al negocio, ninguno de los vecinos se veía preocupado. Enrique, el propietario de La Posada del Tiburón, se burló, en los quince años que llevaba en Puerto Escondido nunca había visto un huracán, aquí no entran afirmó contundente, Clodoaldo y Yolanda, de la tienda de abarrotes ubicada enfrente, les dijeron que hubo uno a finales de los años cincuenta pero no 49
recordaban que hubiera sido grave, y sí, no tendrían por qué recordarlo, puesto que ella tenía ocho años y vivía en el valle de Oaxaca, a trescientos kilómetros de distancia y él había acompañado a su papá a Cuicatlán, aún más lejos, para comprar frutas para su puesto del mercado, según se aclaró días después. Total que decidieron no alarmarse y fueron a encargar la madera que necesitaban para unos arreglos del negocio, al regresar del aserradero vieron a brigadistas del ejército y a la policía naval que ayudaban a los pescadores a colocar a resguardo las lanchas en la calle que bordea la playa, los motores fuera de borda habían sido desmontados y guardados en bodegas, comprendieron que la cosa iba en serio. Descolgaron todos los cuadros, guardaron los libros en cajas y las apilaron junto con el mobiliario al lado de las paredes que quedaban alejadas de las ventanas, por el clima habitual de esa zona las ventanas eran simples lumbreras con barrotes metálicos de protección, sin cristales, en la planta alta desmontaron el equipo de sonido e hicieron una especie de barricada con mesas y sillas, desconectaron el gas y todos los aparatos eléctricos, pusieron en apagado los interruptores maestros, revisaron varias veces antes de irse, en su casa colocaron líneas cruzadas de cinta adhesiva para empaque en los cristales de las ventanas como precaución, para que la presión del viento no los hiciera volar en mil pedazos, metieron a la casa los muebles de jardín y encendieron el aparato de radio, solo entonces recordaron que las copas, vasos y botellas de licor se habían quedado en la contrabarra, se encogieron de hombros, era arriesgado regresar. A las cuatro de la tarde en la radio informaban que desde las tres no tenían comunicación con Bahías de Huatulco, el centro turístico ubicado ciento veinte kilómetros al sur, escucharon 50
cuando el capitán de puerto solicitaba un teléfono celular prestado porque su radio-receptor de corta frecuencia se había dañado, tras un año de vivir en el lugar apenas venía a enterarse el oficial que en la costa no había aun servicio de telefonía móvil, no alcanzaron a reírse, se cortó la señal, todo se volvió lluvia, truenos, sonido de árboles que crujían, ramas arrancadas y un silbido ensordecedor, el intenso ulular de las ráfagas de viento, se asomaron al jardín, la visibilidad era de menos de un metro. Se dieron cuenta que el agua penetraba por las canaletas de aluminio de las ventanas corredizas, enrollaron trapos para colocarlos como empaque pero el agua seguía entrando, la casa se inundaba, buscaron jergas y toallas, absorbían con las telas el agua y las exprimían en las cubetas, en ollas, en tinas, en todos los recipientes que encontraron, porque por el drenaje el agua ya no se iba, por fortuna, comentaron, la conexión al sistema de cañerías tenía una trampa de contención, de lo contrario hubieran empezado a fluir en sentido contrario las aguas negras y la inundación hubiera sido incontrolable. No tuvieron tiempo de tener miedo, no había forma de detenerse, así estuvieron más de seis horas hasta que sintieron que la fuerza del viento y el agua disminuyó o hasta que el cansancio les hizo creer eso. Antes de caer rendidos sobre una de las camas, con los trapos improvisaron canales que conducían el agua a la atarjea de uno de los baños, con la esperanza de que en algún momento se drenara, durmieron profundamente. La historia del huracán Paulina es de aquellas que les encantan a los fanáticos del efecto mariposa, una acción inocente, en apariencia, desencadena una serie de efectos cuyas consecuencias se vivirán a miles de kilómetros de 51
distancia. Quizá el origen esté en la pinchadura de la llanta izquierda trasera de uno de los autos participantes en el rally Paris-Dakar, aunque eso es demasiado especular, en las bitácoras meteorológicas lo asentado como inicio fue una leve corriente de viento cálido que se formó en la costa atlántica de África a la altura de Mauritania, a finales de septiembre, atravesó el océano en una ruta ondulante y frente a la costa atlántica de Colombia se dividió en dos, una parte cruzó por Panamá hacia el Océano Pacifico y ascendió en dirección noroeste bordeando Centroamérica, la otra cruzó el Mar Caribe y llegó al Golfo de México, viró al Pacífico por el Istmo de Tehuantepec y a ochocientas millas náuticas del Golfo del mismo nombre se encontró de nuevo con la corriente hermana, cuando volvieron a unirse se transformaron en una depresión tropical, su fuerza se incrementó por el fenómeno del Niño (la elevación de la temperatura del agua que incrementa el nivel del mar al provocar el deshielo de los círculos polares, la cual a su vez es resultado del calentamiento global del planeta, debido a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, provenientes de las emanaciones industriales no controladas, del uso indiscriminado de vehículos que utilizan combustible fósil, de la acumulación de metano provocada por las defecciones de miles de millones de vacas y cerdos, de los millones de sistemas de refrigeración y clima artificial, en suma, de la negativa de algunos países desarrollados a asumir el Protocolo de Kyoto, sería detener la marcha del progreso, afirman los preocupados políticos), surgió así la tormenta tropical Paulina. Avanzó en dirección sureste amenazando a Chiapas y el norte de Guatemala, pero al acercarse a la costa, frente al Mar Muerto, el de Chiapas, chocó con otra corriente cálida que 52
venía ascendiendo desde el sur del continente, lo que provocó el cambio de dirección hacia el noroeste. Se convirtió en huracán de nivel cuatro y penetró a tierra por las Bahías de Huatulco, el ocho de octubre, poco después de mediodía, con vientos de ciento setenta kilómetros por hora, en el avance incrementó su fuerza, arrasó decenas de poblaciones costeras: Puerto Ángel, Zipolite, Mazunte, Puerto Escondido, Manialtepec, Río Grande. Causó también estragos en las montañas, en Santa María Huatulco, Pochutla, San Agustín Loxicha, Santa María Colotepec, San Gabriel Mixtepec, San Pedro Mixtepec, Juquila, San Pedro Tututepec, Jamiltepec y cientos de pequeños villorrios. Regresó a mar abierto entre Chacahua y Corralero, los daños abarcaban una superficie mayor que la de Israel y Líbano juntos, parecía que el meteoro se alejaría en dirección oeste perdiendo potencia, pero volvió a encontrarse con el fenómeno del Niño en el océano y cobró más fuerza aún, hasta llegar al nivel cinco, el máximo en la escala de este tipo de fenómenos. Su nuevo derrotero lo llevó al anochecer sobre Acapulco, uno de los principales puertos turísticos del mundo sufrió el peor daño de su historia, la fuerza del Paulina rebasaba los doscientos kilómetros por hora. En la primera hora del día nueve empezó a amainar, su velocidad se redujo, se enfrentó a las altas montañas de la Sierra Madre Occidental y para las doce horas era una tormenta tropical de menos de cien kilómetros por hora; Ixtapa Zihuatajeno y las costas de Michoacán, Colima y Jalisco recibieron una lluvia intensa que amortiguó por unas horas el agobiante calor que padecían pobladores y vacacionistas. Cuando la humedad en los pies se le hizo molesta Timoteo se incorporó, comprobó que casi toda el agua había escurrido hacia la alcantarilla, únicamente brillaban pequeños 53
charcos en algunos desniveles del piso, en la cocina quedó asombrado, era imposible acceder a la parte trasera del jardín por esa puerta, parecía que un gigante hubiera arrancado la enorme bugambilia para estrujarla entre sus manos y arrojarla contra el quicio, sobre los restos de la planta habían caído grandes ramas del árbol de mango, la escena le recordó la película Jumanji, ante la idea trató de reír y casi revienta en llanto. Revisó la entrada del frente, el porche la había protegido, el resto del jardín era un desastre de árboles caídos, ramas arrancadas, todo era como un nido, un enorme nido de aves, descubrió entonces que un almendro había quedado inclinado, pendía peligrosamente a cincuenta centímetros del techo de la recámara donde durmieron, tomó de la cocina el machete que utilizaba para partir cocos y lo empuñó con un aire digno de Indiana Jones, aunque para aventurero estaba un tanto cachetón. Caminó entre la vegetación hasta llegar al almendro, por suerte la mayor parte de la raíz seguía enterrada, no había riesgo inmediato. Sofía y Sebastián despertaron cerca de las nueve, desayunaron cereal con leche, secaron todo el interior, arrojaron el agua de los recipientes a lo que había quedado del jardín y abordaron la camioneta, les urgía saber cómo estaba su negocio, no pudieron avanzar mucho, a una cuadra de distancia la calle que descendía hacia la playa Carrizalillo había desaparecido, el agua la había escarbado hasta convertirla en un canal de lecho fangoso de más de un metro de profundidad, ni con la doble tracción podrían pasar. Regresaron la camioneta a la casa, decidieron caminar, en el trayecto vieron que la mayor parte de las casas tenían daños considerables, las calles estaban obstruidas en bastantes tramos por postes derrumbados, cables de electricidad, de 54
teléfono, ramas, animales muertos, pedazos de lámina de cartón o de zinc de los techos de las viviendas de la gente pobre, en algunas partes se veían restos de camas, estufas y otros muebles atrapados en el lodo. En el adoquín el nivel de la calle había subido en promedio un metro, una masa de barro cubría todo, estaba lleno de escombros; el viento había arrancado más de la mitad de la palma del techo de la terraza de su negocio, pero la estructura de madera de mangle estaba completa, los cuadros y cajas que protegieron tras la pared de ladrillo estaban intactos, pero los que estaban tras la pared de madera no, la fuerza de las ráfagas había derribado por completo el muro con todo y bastidor, una buena cantidad de cuadros, fotografías de autor y libros, de arte la mayoría, estaban irremediablemente perdidos. En la planta alta parecía que las mesas y sillas habían sido aventadas de un lado a otro, algunas iban a necesitar repararse, en su mayoría tenían el aspecto de años de desgaste aunque menos de seis meses antes Sofía y un par de amigos las habían pintado, cada mesa era un cuadro, una obra cuyo motivo se repetía en los respaldos de los asientos, el cuidado con el que habían ido armando su pequeño lugar incrementaba el dolor al ver los destrozos. Voltearon hacia la contrabarra, estaba intacta, vasos, copas y botellas en su lugar, no había una sola pieza rota, parecía una broma. Al poco rato llegó Hans, biólogo alemán que de cliente habitual se hizo su amigo, lo acompañaban Enrico y Silvana, una pareja de italianos, al despertar habían descubierto su situación de miseria, los cajeros automáticos no funcionaban, los bancos estaban cerrados, ellos tenían hambre y no había manera de obtener dinero de sus tarjetas. Cuando estaban vaciando los refrigeradores llegaron Flavio y Juana, una de las 55
dos ayudantes, Margarita, la otra, se había ido a San Pedro Mixtepec la mañana anterior, tardaría tres días en poder regresar. Conectaron el gas y prepararon la comida, había noticias de que el huracán había derrumbado todas las torres de soporte de las líneas de alta tensión desde Huatulco hasta Acapulco, concluyeron que pasarían meses para que volvieran a tener servicio de energía eléctrica. Mientras Flavio y Juana cocinaban los demás sacaban el agua estancada, limpiaban los muebles, ponían un poco de orden en el lugar. Al atardecer, en la sobremesa de un banquete memorable, cada cual narraba lo que había visto o escuchado. Enrique, quien nunca creyó que fuera a pasar algo grave, fue sorprendido por el Paulina cuando todavía atendía clientes, ya no pudieron salir a buscar refugio, diecinueve personas pasaron quince horas amontonadas en los únicos espacios cerrados de su restaurante, la cocina y los baños. Parte de un hotel estaba derrumbado, su propietario, valiéndose de influencias y sobornos, había construido el edificio a la orilla de un acantilado, en el área destinada para un jardín público, el que hizo la planeación original tenía razón, las raíces de los árboles hubieran ayudado a retener la tierra y absorber el exceso de humedad, la piedra y el concreto no tenían esas propiedades, habitaciones completas se fueron al mar, por fortuna sin huéspedes. Un edificio cercano quedó con la cimentación al descubierto, suspendida en parte a medio metro del piso, el agua había arrastrado la tierra en la que estaba encajada, a dos mil años de distancia los constructores insisten en no hacer caso de la parábola bíblica que habla de las bondades de construir sobre roca y de las desventajas de hacerlo sobre arena, lo cual en este caso hay que aplicar de manera literal, sin interpretaciones cabalísticas. 56
Ryan y Martha, una pareja italo-mexicana, cometieron la imprudencia de irse a lo alto de la colina a ver el espectáculo, creyeron que sería como estar en el autocinema, cuando se dieron cuenta de la magnitud de lo que ocurría quisieron regresar a casa, demasiado tarde, su gastada camioneta Volkswagen Combi fue arrastrada por una riada hasta que, afortunadamente, se atascó en el lodo, pasaron la tarde y la noche ateridos, empapados, viendo como el agua se metía al vehículo y temiendo ser arrastrados en cualquier momento por la fuerza del torrente. Por muchas calles era imposible transitar, miles de personas quedaron sin techo, sin muebles, sin comida. Al quinto día apareció Fermín Guardiola, el huracán lo atrapó cuando regresaba de San José del Pacífico, en lo alto de la montaña, venía en un camión de pasajeros, de los llamados guajoloteros, porque los utiliza gente del campo que va a las poblaciones grandes a vender lo que producen, llevan con ellos costales de maíz, canastas de frutas, hierbas, gallinas o guajolotes, de regreso transportan a sus casas lo que no crece en el campo, aceite, sardinas enlatadas, jabón para ropa, herramientas. Fermín había llevado a tres italianos al hongotour en San José, en esa zona de alta humedad se dan bien un par de variedades de hongos alucinógenos durante casi todo el año, por lo que se ha convertido en una aceptable fuente de ingresos para chamanes y posaderos, todos los días llegan pequeños grupos de jóvenes y no tan jóvenes, con sus libros de Carlos Castaneda en la mochila y deseos inmensos de tener experiencias trascendentes. Guardiola suele hacerse el remolón cada que alguien le pide que lo guíe a la montaña, pero además de los ingresos extra que eso le representa le encanta descubrir una y otra vez su yo interior, lleva años en 57
esa dinámica de autodescubrimiento periódico. Cuando todo empezó el conductor buscó refugio junto a un muro de contención, estuvieron desde las tres de la tarde hasta el amanecer del día siguiente dentro del autobús, escuchaban con temor la fuerza del viento, los mojaba todo el tiempo la lluvia torrencial que entraba por las ventanas, rotas o no, sentían que con cada rama o piedra que caía en el capacete les llegaba el fin; a la mañana siguiente, cuando salió el sol, descubrieron que la carretera estaba cortada por los dos lados, no pudieron avanzar ni retroceder, por intuición o experiencia el conductor aparcó en el lugar correcto, ese era uno de los tramos de carretera que resistieron la embestida del agua, menos de sesenta metros. La mayoría prefirió quedarse ahí a esperar ayuda. ¿Hasta cuándo? Fermín explicó la situación a sus tres amigos, dos mujeres y un hombre, prefirieron caminar. En varios lugares encontraron la carretera cortada de tajo, la fuerza del agua arrasó todo lo que encontró a su paso, incluida la carpeta asfáltica, a veces podían descender para trepar a la carretera de nuevo, al otro lado, en otras ocasiones la profundidad era de más de diez metros y había que regresar hasta encontrar una vereda para rodear el derrumbe, se perdieron varias veces, los pocos lugareños que encontraban no podían ayudarlos porque la geografía había cambiado, los arroyos tenían nuevos cauces, las rocas y grandes árboles que servían de referencia se habían desprendido, sin contar con que todos tenían sus propias preocupaciones, que eran muchas. Por el camino vieron vacas, venados, cerdos y caballos muertos, supieron de familias que fueron arrastradas con todo y casa por la crecida del agua, pocas personas podían venderles comida, se les acabó el agua, la de los riachuelos y aguajes estaba turbia, contaminada por 58
los cadáveres de animales ahogados, con ampollas en los pies y raspones en las piernas y brazos descendieron más de ciento cincuenta kilómetros entre las montañas, procuraban mantenerse en la ruta de la carretera, la única referencia confiable a pesar de ser la vía más larga, en épocas normales las veredas y los caminos de herradura les hubieran ahorrado muchas horas a los caminantes, pero dadas las circunstancias era demasiado arriesgado tratar de utilizar atajos. El cuarto día, al anochecer, reconocieron el aspecto del pueblo por el que caminaban, estaban en Pochutla, por fin habían llegado a la parte baja cercana a la costa. En la ruta habían cambiado sus pocos pesos y dólares por tortillas duras, frijoles acedos, algún pan. Aquí había tiendas abiertas pero ya no tenían dinero en efectivo, los cheques de viajero y las tarjetas de crédito demostraron su fragilidad ante situaciones de emergencia, sin energía eléctrica no hay cajeros automáticos y tampoco funcionan las sucursales bancarias. Empezaban a mendigar para poder llevarse algo a la boca, cuando les dijeron que la escuela funcionaba como albergue, ahí les dieron sopa caliente, pan, fruta y agua potable, a cada uno le entregaron una colchoneta para dormir, pero estaban llenas de pulgas, prefirieron acostarse directo sobre el piso, aunque de mala manera, entre el agotamiento y la angustia no lograban acomodarse. Los baños eran un verdadero asco, derramados por todas partes, en la oscuridad tuvieron que ubicar un matorral que les brindara un mínimo de intimidad, aun con el riesgo que eso implicaba, era preferible un probable piquete de alacrán a una infección segura, por lo menos aún tenían un rollo de papel higiénico en una de las mochilas. A la mañana siguiente consiguieron transporte en dirección a Puerto Escondido, apenas iniciado el recorrido llegaron a un puente 59
destruido, agradecieron la ayuda al conductor del vehículo, descendieron a la corriente de agua, subieron del otro lado, a poco de caminar les hicieron cupo en una camioneta, así otras cuatro veces para cubrir los setenta kilómetros de distancia, el último trayecto lo realizaron en un camión de la Cruz Roja, los socorristas les regalaron botellas de agua, comida enlatada y pastillas para la disentería, por si acaso. Pese a los momentos cómicos del relato, Guardiola se veía abatido. La palapa semidesnuda de Un tigre azul adquirió cierto encanto, por las noches se reunían bajo las estrellas algunos turistas que se negaban a partir, personal de la Cruz Roja y habituales del lugar, alumbrados con velas y aligerados con cervezas enfriadas a medias en cubetas (la fábrica de hielo tenia aún reservas en varias cámaras herméticas que abrían de una en una, cada día), armaban tertulias donde a falta de música o televisión la charla renacía. En la mesa del rincón uno de los psicoterapeutas de la Cruz Roja atendía cada noche a los socorristas hasta la madrugada, lo que veían en las montañas era suficiente para desequilibrarlos, por desgracia la gente que vive en la sierra no tuvo acceso a ningún tipo de ayuda psicológica, en muchos casos ni siquiera a ayuda de otro tipo. Grupos de campesinos indígenas bajaban de la montaña, cada vez más, algunos se encontraban con brigadas de auxilio en algún camino, o lograban llegar hasta Puerto Escondido, a pie. Buscaban apoyo porque sus comunidades estaban aisladas, sin comida, sin agua potable, muchas se ubicaban en laderas de cerros donde los helicópteros no podían descender, en otros sitios veían pasar a las avionetas arrojando comida, pero esta caía en peñascos donde el acceso era imposible. El aeropuerto de Huatulco quedó seriamente dañado, 60
Puerto Escondido se convirtió en el centro de operaciones de gran parte de la costa, tuvieron que enviar personal extra para atender la torre de control, cada cinco minutos aterrizaba o despegaba una aeronave, el movimiento se concentraba en las horas de luz natural debido a que ese aeropuerto no tenía iluminación en la pista. La Comisión Federal de Electricidad contaba con dos generadores a gasolina, uno se colocó en el aeropuerto, para uso de la torre de control, el otro lo ponían unas horas en una de las gasolineras y el resto del tiempo en una tortillería, en ambos lugares se formaban largas filas, no faltaba el que dejaba su automóvil estacionado para apartar lugar en la estación de servicio desde la noche anterior, de cualquier manera eran horas de espera, tenían prioridad las ambulancias, vehículos militares y vehículos que trasportaban ayuda. Zipolite, la famosa playa nudista, fue arrasada, los niños del cercano Centro Piña Palmera para discapacitados, tuvieron que ser repartidos en clínicas del Seguro Social o de la Secretaría de Salud, que estaban repletas, sin camas disponibles, algunos habían vuelto a casa de sus padres, pero en no pocos casos los familiares tampoco tenían casa. La Capitanía de Puerto organizó puentes de ayuda a las comunidades costeras que habían quedado aisladas, sin comunicación por tierra, decenas de pequeñas lanchas pesqueras se arriesgaban en mar abierto, salían en convoy cargadas de botellas de agua purificada, medicamentos y alimentos. El Gobierno Federal ofreció ayuda económica para los negocios dañados, como siempre la ayuda se quedó en el escalafón; en huracanes, terremotos, heladas, inundaciones o sequías los gobiernos estatales exageran los daños al solicitar recursos del Fondo Nacional de Desastres, pero ese dinero casi 61
nunca llega a los afectados, en el proceso de asignación los billetes van desapareciendo en las manos de los funcionarios responsables de los programas de apoyo, muchos de ellos actúan con una voracidad que rebasa lo imaginable. El Agente Municipal de Puerto Escondido, un hombre de pequeña estatura y grandes ambiciones, ordenó que llevaran a su hotel un cargamento completo de colchones nuevos que regaló una empresa privada, tras renovar el equipamiento de las habitaciones de su negocio, efectúo un reparto generoso entre las familias pobres, con los colchones usados que descartó; su esposa también contribuyó a la causa, revisaba las pacas de ropa donada para los damnificados y seleccionaba las mejores prendas para ella y su familia, además en la tienda de abarrotes de su propiedad se ofrecían en venta comestibles procedentes de la Unión Europea y de fundaciones de Canadá y Estados Unidos, que debían haberse distribuido sin costo entre la población. A pesar de todo, desde el día siguiente al paso del huracán una especie de furor invadió la región, la temporada turística empezaba en noviembre y no había tiempo que perder, miles de manos comenzaron a levantar todo lo derribado, a pintar, a reparar techos, a retirar escombros, en principio sin electricidad y sin agua potable, acarreaban agua en cubetas desde los manantiales. Cientos de habitantes de la costa pudieron ganar un poco de dinero trabajando en las brigadas de los electricistas que colocaban torres de emergencia. En tan sólo diez días se reinició el fluido de energía eléctrica en las zonas prioritarias. La compañía estatal había adquirido en el año noventa y cinco, tras el levantamiento zapatista, un sistema de emergencia para casos de sabotaje, decidieron utilizarlo en 62
esta contingencia, con helicópteros transportaban las modernas torres hasta los lugares donde las brigadas habían fraguado las bases de concreto donde estaba anclado el soporte articulado, después arribaba un segundo helicóptero que tendía los cables conductores, el sistema de sujeción móvil proporciona mayor resistencia a los vientos, la estructura responde a la presión con un vaivén que se equilibra con la tensión del cableado. A las tres semanas funcionaban también la mayoría de las redes de tubería de agua, en quince días habían hecho posible que los vehículos circularan, con algunos contratiempos, desde Oaxaca vía Miahuatlán y Pochutla, en la carretera costera se construyeron vados provisionales en lo que edificaban nuevos puentes que sustituyeran a los derribados por las crecidas de los ríos, aceleraban los trabajos para reparar la carretera de Sola de Vega, todos esperaban con ansia la temporada turística. Pero el once de noviembre… fuera de los ciclos habituales, arribó el huracán Rick, aunque su velocidad máxima fue de ciento cuarenta kilómetros por hora y no tocó tierra, las veinticuatro horas de intensa lluvia que provocó su cauda causaron la destrucción de mucho de lo que acababan de arreglar, los desplazamientos de arcilla y arena provocaron el derrumbe de construcciones que habían quedado dañadas un mes antes, las calles se volvieron a llenar de miles de metros cúbicos de lodo y escombros, las carreteras quedaron bloqueadas otra vez y bajo tanta agua, toda esperanza se diluyó. Fue entonces que Sofía empezó a pedirle a Timoteo que se regresaran a Puebla, habían gastado sus reservas en reparar el negocio y ahora sabían que no lo podrían recuperar, este año no habría turismo, el próximo quizá tampoco, ya no tenían para pagar la renta ni para la escuela de Sebastián, lo 63
poco que ingresaba alcanzaba para pagar, con algunos días de retraso, los sueldos de los empleados e irla pasando, la incertidumbre llegó como invitada incomoda y no tenía para cuando marcharse. En las vitrinas de buen número de negocios aparecieron anuncios que los ofrecían en venta o en traspaso, igual hicieron con sus casas algunos extranjeros, sin embargo eran pocos los que lograban marcharse, no había interesados en comprar, se respiraban aires de derrota. En enero Timoteo, Sofía y Sebastián fueron a Puebla a vender el auto, estando allá se enteraron del temblor, el epicentro se reportaba en la Falla de Cocos a corta distancia de Puerto Ángel, al regresar se encontraron con los daños en casas y edificios, cadenas hoteleras internacionales decidieron abandonar Huatulco. El Gobierno de Oaxaca ordenó la evacuación del flamante hospital de Juquila, inaugurado apenas dos meses antes por el Presidente de la República, también evacuaron el hospital y el penal de Pochutla, esos sí con décadas de servicio, sus muros se resquebrajaron. También se resquebrajó el ánimo de Sofía, nada más regresar y ver el panorama, aún más desolador que el de una semana antes, la decidió, tomó a Sebastián, la camioneta, algunas cosas y se marchó, le dijo a Timoteo que le avisaba en cuanto consiguiera casa, para que enviara los muebles, que se deshiciera del negocio y los alcanzara. El deterioro de su relación tenía poco que ver con lo que ocurría a su alrededor, arrastraban diferencias que civilizadamente se negaban a dirimir, vivían una cotidiana cordialidad de cuya alteración sería injusto culpar al desastre circundante, quizá haya sido el factor que los hizo verse las caras, frente a frente, nada más, nada ajeno a ellos tuvo la 64
culpa de que no pudieran sostenerse la mirada, la evidencia del abandono obligó a Timoteo asumir una realidad ambivalente, descansó al no tener que enfrentarse dos o tres veces por día con las interrogantes que ella le planteaba sobre el futuro, hay preguntas a las que únicamente puedes responder con el silencio, sin embargo estaba acostumbrado a su presencia. El amor se había diluido a los largo de diez años de no entenderse, mientras ella buscaba la seguridad económica él parecía querer perpetuarse en las aventuras financieras, por una vez que ganaba en tres perdía, nunca peleaban, se trataban con respeto aunque ambos marchaban en diferente dirección, por cortesía esperaban a que el otro tomara la iniciativa del rompimiento. Con su partida Sofía dio el primer paso, no por eso pensaba facilitarle las cosas a Timoteo, o la alcanzaba en el tiempo convenido o tocaba a él tomar la iniciativa. Lo que a él más le atormentaba era verse desprendido de su amigo, de su pequeño amigo con el que había compartido los últimos cuatro años, cada mañana recorría la casa tratando de descubrir si en algún rincón permanecía el eco de su risa, veía sus fotos hasta el cansancio, recordaba cuando lo bañaba de bebé o el lío que había sido aprender a cambiarle los pañales, cada juguete, cada libro infantil, cada objeto de la recámara de Sebastián contenía momentos gratos de su convivencia, fue la parte más dolorosa, nunca antes imaginó lo difícil que puede ser empacar ciertas cosas. Cerró la última caja cuando los estibadores del camión de mudanza tocaban a la puerta. Vio partir el vehículo que llevaba a cuestas los objetos adquiridos durante años de vida en común, dudó si un día volvería a contemplar esos cuadros, si de nuevo escucharía la música contenida en los discos que iban embalados o descansaría otra 65
tarde en esos sillones, hurgaba en lo más profundo de su interior tratando de descubrir si valía la pena continuar con esa relación amistosa sin expectativas de futuro, al menos en lo sentimental, era el precio que tendría que pagar para estar con su hijo. Cientos de veces le dio vueltas al asunto, no tenía un peso para empezar de nuevo un negocio, nunca había trabajado a las órdenes de nadie, había crecido detrás del mostrador de una librería y conocía el negocio lo suficiente, aunque no tenía particular aprecio por los libros, eran un artículo que le representaba ingresos y nada más, leer no era lo suyo. Eso sí, prefería vender libros que herramientas o refacciones automotrices, era bastante menos sucio y los libros representaban mucho menos problemas que los que confrontaba con el café, no se echaban a perder como el jamón, ni se endurecían como el pan, ni había el riesgo de que la cocinera, por flojera, alterara la forma de preparación, como ocurría con frecuencia con las ensaladas, en cuanto se descuidaba cortaban las lechugas con cuchillo, en lugar de desgarrar las hojas a mano y tenía que estar siempre pendiente de que pusieran los vegetales a desinfectar. Los libros venían tal y como se entregaban al comprador, no había que agregarles nada, ni siquiera aceite o pimienta, pero para iniciar otra librería u otro café o una tienda de telas o una miscelánea o lo que fuera, se necesitaba un capital que ya no tenía, en qué otra cosa podría trabajar. Prefirió quedarse a defender lo poco que le quedaba, resistir la tentación de partir mediante el trabajo, algo saldría sobre la marcha, volvió a colgar los pocos cuadros rescatados en la galería, a pesar de saber que ya no vendría ningún turista con posibilidades de comprar arte. El amarillismo con el que los medios de comunicación difunden las noticias de los desastres naturales 66
provoca una inmediata reducción de la afluencia y cambios drásticos en el mediano plazo, los que tienen mayores recursos no son amantes de los riesgos, no de los riesgos sin glamour. Comenzó a abrir todo el día, tenía que poner su mejor cara, pelear, trabajar tan duro como pudiera para volver a despegar, día tras día obtenía pequeños triunfos que le hacían pensar que aún era posible sobrevivir a la quiebra, convencía al gerente de la empresa paraestatal de electricidad de que le otorgara una semana más de plazo para cubrir su adeudo, al vencimiento pagaba una parte y obtenía una nueva prórroga, lograba crédito por un par de cartones de cerveza o algún amigo le daba un pequeño préstamo para insumos. En complicidad con Flavio, el barman, inventaron una cofradía del mezcal para incentivar el consumo, aunque decidieron disolverla cuando un muchacho italiano estuvo al borde de la congestión; para ser miembro de la cofradía era obligatorio tomarse una botella completa de mezcal y comerse el gusano que viene dentro, los nuevos integrantes tenían derecho a ostentar una pulsera roja que no era otra cosa que la cinta que adorna el cuello de la botella, dos o tres veces por semana aparecía por la playa un turista con una resaca monumental que alzaba el brazo triunfante para presumir su pertenencia al club, al principio casi nadie sabía de qué alardeaban esos locos. Lo patético del asunto es que hubo quien durante las cuatro o cinco noches de su estancia en el puerto estuvo intentando obtener el galardón y no lo logró, durante el corto tiempo que duró la cofradía, no recuerdan que nadie haya presumido de ser miembro sin haber ganado a pulso su derecho a utilizar la pulsera. Aceptó ser dirigente de una de las asociaciones de comerciantes para infundirles su ánimo, para invitarlos a unir 67
esfuerzos, trabajar hombro con hombro para levantar de nuevo la región, poner al mal tiempo buena cara, hizo acopio de todos los refranes y lugares comunes a su alcance para convencerlos, estaba enfrascado en esa lucha cuando recibió la noticia, en pleno día habían violado y asesinado en la playa a una norteamericana, a lo terrible del crimen había que sumar el hecho de que ella pertenecía al clan, una de las familias más poderosas de Estados Unidos, presintió que eso era peor que todos los huracanes y terremotos juntos.
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IV Despertar de un sueño amargo
No lograba comprender los sonidos que escuchaba, no reconocía lo que veía, le tomó bastante tiempo darse cuenta de que estaba acostado de lado, de ahí la confusa perspectiva de las imágenes, su capacidad de respuesta operaba al mínimo. Estaba en el interior de una habitación en semipenumbra, decenas de haces de luz en los que flotaban millones de partículas se filtraban a través de los espacios entre las tablas burdas y los carrizos que formaban los muros, la irrupción luminosa en el entorno oscuro generaba un ambiente irreal, una dimensión difusa que acentuaba la dificultad para asimilar las particularidades del espacio, enrarecía la situación de los planos. Percibía el crepitar de un fogón en alguna parte de la habitación, en un muro cercano, revocado en parte con arcilla, descubrió una repisa rojo brillante donde ardían pequeñas flamas. Después de un rato identificó los destellos, veladoras en vasos largos que tenían impresas imágenes y oraciones, San Judas, El Verbo Encarnado, La Santa Muerte, El Señor de las Maravillas. La cera se consumía a ritmos diferentes frente al abigarramiento de cromos de vírgenes y 69
santos, algunos en dorados marcos de plástico, sujetados de cualquier manera a la pared irregular. Creyó que alucinaba, pero no, si giraba un poco la cabeza el rostro de un Sagrado Corazón de Jesús abría los párpados y los cerraba cuando su cabeza regresaba a la posición original, en realidad ambos parpadeaban, él y el rostro venerado, los chinos, eso es cosa de los chinos, podría apostarlo, pensó. Cerró los ojos un momento o quizá varias horas, en esas circunstancias era imposible establecer medidas de tiempo, escuchó, aspiró para tratar de absorber los olores que lo rodeaban, el recuerdo de la tierra mojada, la frescura del barro después de la lluvia se fundía con el sonido de la voz, de un canto en lengua para él extraña, mujeres bronceadas de falda larga y torso desnudo giraban dentro de su cabeza, sarongs multicolores, faldas azul oscuro con bordados en tonos intensos, senos dorados por el sol, pezones oscuros, reflejos, una especie de multimedia demencial lo llevaba de Tahití a Bali y de ahí a Thai, del Darién a Corralero y después a Iquitos. El canto era dulce, íntimo, de una mujer que cantaba sin la intención de ser escuchada, mixteco, era el sonido del mixteco de la costa, imposible, se dijo desde lo más profundo de su sopor, estoy en Puerto Escondido, recuerdo a la perfección que estoy en Puerto, no puedo estar en Jamiltepec, ¿o estoy en Pinotepa?, cómo podría haber llegado tan lejos, quizá de la misma manera que llegué a aquí, quizá esto es Jamiltepec. Sacudió lentamente la cabeza en un intento por despejarse, en ese momento escuchó otra voz que venía de afuera, el timbre era diferente, la mujer que estaba cerca de él, aunque no la veía, contestó, esa era otra lengua, parecía, no, no parecía, era la variante del zapoteco que hablan los chatinos, aunque no sabía más de diez palabras de zapoteco reconocía el tono, la 70
cadencia chatina, pero lo primero que escuchó era mixteco, estaba seguro. Julián, por supuesto, estaba en la choza de Julián, en Chapultepec, cerca de San Pedro Mixtepec, Julián es chatino y su esposa es mixteca de la costa, pero por qué estaba él ahí, tirado en el catre del curandero; le costaba mucho trabajo moverse, era doloroso tratar de mover el cuello, estiró las piernas y las impulsó despacio hacia arriba para ver sus pies, le dolían también, estaban cubiertos de un emplasto de lodo y hierbas, qué demonios había pasado, con gran dificultad acercó la mano izquierda a su rostro y vio costras de sangre, hematomas, rastros frescos de arañazos. – Pinchi güerito. Escuchó la voz, ahora qué idioma es. – Pinchi güerito, ‘hora si ‘tas bien madreado. Es castellano, le estaban hablando en castellano, un castellano difícil, de quien no lo tiene por lengua materna, giró un poco hacia arriba la cabeza y gimió del dolor, ahí estaba Siberia con su refajo mixteco y los pechos firmes al aire, le aplicó una compresa con una tela humedecida en agua caliente en el cuello, con instintiva actitud maternal, no obstante que ambos eran casi de la misma edad. – Mejor recuéstate mijito, trata de dormir, ‘tas bien jodido, al rato regresa el Julián pa’ ver si te cura, de juera, porque de dentro no va a poder, ansina mismo me lo dijo, ‘ta triste, no le gusta lo que te ve, mejor duérmete güerito no importa que vuelvas a gritar feo, por qué gritas así de feo, de esto no sé, saben el Julián y su padrino, pero no necesito saber pa’ darme cuenta que te está llevando la chingada. Duerme, anda duerme m’ijo que el sueño algo ha de ayudar. Se dejó caer sobre la espalda hacia el centro del catre, donde quedó hamacado su cuerpo sobre el rústico tejido de 71
ixtle, estuvo viendo el techo de palma donde colgaban atados de hojas secas de maíz, al lado estaban ensartados trabajos escolares de Yudit y Maicol, los hijos de Julián y Siberia. Siberia era nieta de Rogaciano y Marciana, quienes tuvieron a Astarté, Marte, Escipión, Lesbia, Nerón y Vespasiano, este último era el papá de Siberia, Rogaciano aprendió a leer cuando llegaron las brigadas culturales que enviaba el General Lázaro Cárdenas, el presidente que estableció la propiedad ejidal de la tierra y realizó la expropiación petrolera, en aquel entonces en Jamiltepec menos de diez personas sabían leer y escribir, además Rogaciano era el orgulloso propietario del único libro del pueblo, la Historia de Roma de Theodor Mommsen, que le regaló uno de los maestros. Vespasiano se casó con Margarita y tuvieron a Siberia, Anatolia, Pirineo, Gobi y Argelia, símbolos del amor por la geografía que le venía a Vespa de sus tiempos de maestro rural; de Julián poco se sabía de su árbol genealógico, nada más hablaba de su madre Crispina y de su padrino Leonor. No son comunes las bodas entre mixtecos de la costa y chatinos, que se sepa nada más se ha dado el caso de Julián y Siberia; años atrás, cuando Julián andaba por los veinticinco, un terrateniente mestizo lo acusó de haberle provocado mal de ojo a su mujer, todavía era soltero porque la vida de los chamanes es dura, necesitan dedicar mucho tiempo al aprendizaje y al contacto con las fuerzas superiores para desarrollar sus dones. Don Leonor tomó aquel problema como señal de que Julián debía terminar su preparación con otro maestro, lo envío a Jamiltepec con su compadre Martín, ahí Julián tuvo que trabajar duro durante cinco años y aprender otra lengua. Le enseñaron a arrear vacas, a cosechar el algodón chahui, de tono marrón, y a ordeñar a las caracolas de 72
mar sin provocarles daño; comprendió que hay que solicitarles de buena manera que brinden sus fluidos, si lo hacen bien, con respeto, se genera una relación de años, si hay violencia en el proceso de extracción los gasterópodos mueren, y con ellos la posibilidad de obtener el tinte púrpura con el que se tiñen las madejas de hilo para bordar. Aprendió también otras maneras de curar los males, ritos distintos, eran otros dioses los que se ocultaban bajo los hábitos de los santos católicos de las iglesias mixtecas. Cuando llegó a casa de don Martín conoció a Siberia y a sus hermanos, vecinos del barrio, ella tenía catorce años recién cumplidos, era desenfadada y activa, andaba de un lado para otro, jugaba, acarreaba agua, arreaba vacas y borregos, echaba tortillas, sabía leer y escribir mejor que él. En esa época algunas mujeres empezaban a usar blusa o delantal para cubrirse el pecho, cuando no de plano vestidos completos de los que traían los vendedores ambulantes, a los que llamaban turcos, quienes en realidad habían emigrado de Líbano y de Siria. En su familia Vespasiano y Margarita mantenían el apego a la vestimenta tradicional, el maestro Vespasiano repetía una y otra vez que no debían avergonzarse de sus tradiciones, que las mujeres de Creta y del antiguo Egipto también habían andado con el torso desnudo y que ni los curas ni los funcionarios del Instituto Nacional Indigenista tenían derecho a decirles cómo vestirse. Una de las cosas que más trabajo le costó a Julián fue mantener la mirada en el rostro de las mujeres cuando las saludaba, fueran jóvenes, maduras o ancianas, al principio siempre se le iba la vista hacia los senos, si los hombres casi siempre andaban con camisa, no entendía porque ellas andaban descubiertas de la cintura para arriba. En su pueblo había visto a las mujeres 73
desnudas cuando se bañaban en el río, pero verlas así en todas partes le causaba extrañeza. En principio los padres de Siberia no vieron con buenos ojos su amistad con Julián, además de ser de otro pueblo era once años mayor que ella. Sí los chatinos, igual que los mixtecos, se casan cuando la mujer anda por los dieciséis años y el hombre por los dieciocho, ¿por qué Julián no tenía mujer a su edad? Como la cosa seguía los padres acabaron por resignarse y dar su consentimiento, aunque tampoco fue fácil obtener la venia, don Martín tuvo que andar uno por uno con los Tatamandones, los ancianos que conforman el Concejo de la Autoridad Mixteca, para recordarles viejos favores que les había hecho y lograr que dieran su aprobación cuando se reunieran para dirimir el caso. El cura fue otro problema, consideraba que los chamanes hacen cosas del demonio y fue hasta que llegó de visita un jesuita, que estudiaba los remedios indígenas, que por fin lograron convencer al párroco de celebrar la boda. Ocultas en los jarrones de flores las deidades familiares presidieron la ceremonia. Cuando se fueron a vivir a San Pedro Mixtepec descubrieron que es más fácil que sea aceptado un hombre que una mujer, en una comunidad distinta a la suya. Siberia sufrió empujones, insultos y hasta escupitajos antes de ser considerada del pueblo, en la medida en que Julián ganaba prestigio como curandero, se iban acostumbrando a la presencia de Siberia, aunque nunca han acabado de entender la razón por la que le gusta, en su casa, andar con los senos descubiertos. Estuvo horas sin poder dormir, sin moverse, en algún momento trató de pedir ayuda para ir a orinar pero no pudo articular palabra alguna, simplemente dejó que su vejiga se vaciara. Cuando ya no sentía húmedo el pantalón llegó Sibi 74
con Julián y don Leonor, le pareció que la mirada de Julián era de tristeza, ninguno habló, ella metió los brazos bajo su espalda para incorporarlo un poco, lo suficiente para que pudiera tragar el caldo que Julián le daba a sorbos, sin cuchara, directo de la jícara, comenzó a sudar copiosamente y casi sin sentir lo atrapó la somnolencia, todavía alcanzó a escuchar, como algo muy lejano, la voz cascada de don Leonor. – Tá muy madreado el gringo, vamos a tener que llevarlo en andas… El eco de la frase resonaba sobre imágenes vívidas de un sacrificio ritual, dos hombres sujetaban a la víctima ante el oficiante, el sacerdote que estaba a punto de ofrendar a los dioses la sangre de una cautiva, pero no veía al sacerdote, ¿acaso estaba viendo con los ojos del oficiante? Volvió a despertar, Julián le friccionaba el pecho con mezcal, recordó cuando lo vio rociar mezcal con la boca muy cerca de la parte del cuerpo donde los pacientes sentían algún mal, al terminar se incorporaba y sacaba de la boca un caracol, una piedrecilla o un gusano, materializaba la energía negativa, era su manera de sanar a la gente, nunca le pudo explicar en qué forma ocurría ni cómo lo aprendió, Julián es parco, cuando sus pacientes le preguntan sobre la naturaleza del mal que les curó siempre dice “era un mal aire”. Trató de buscar su mirada, Julián lo confrontó con los ojos húmedos. – No voy a poder güerito, ‘tas muy cabrón, no sé qué pinchi mal aire te atrapó, pero puede más que yo, más que mi padrino Leonor, no conocemos a nadien que pueda con eso que traís. Caminó el curandero hacia el fogón y encendió un cigarro forjado a mano, regresó y se lo dio a fumar al hombre 75
que estaba tendido en el catre de tijera. – Jálale gringuito, que la juanita te calme un poco mientras yo me calmo también, malhaya la hora en que te conocí, me caístes bien a pesar de ser tan preguntón, ahora quién sabe en qué entuerto te fuístes a meter, quien sabe cuántas horas anduvistes en el monte ansina, descalzo, partiéndote la madre, andando, desde Puerto hasta acá, no entiendo que chingados hicistes, no comprendo por qué me vinistes a buscar… Abrió los ojos al sentir las gotas que le caían sobre el rostro, era sudor, encima de él los senos de Siberia iban y venían, oscilaban frente a sus ojos, estaba acostado sobre el piso de tierra apisonada, desnudo, cubierto de un ungüento apestoso, a los lados de su cabeza quedaban las rodillas de ella, que le masajeaba el torso, sentía un calor intenso en todo el cuerpo, calor que penetraba por los poros, la fiebre le nublaba la vista, el masaje era fuerte, intenso, por momentos sentía el vientre de Siberia en su frente, veía desde abajo como se alejaban y acercaban sus senos, fue consciente de la erección casi al instante mismo que eyaculó. – ¡Hijo de la chingada, pinchi gringo caliente, se lo dije, se lo dije al Julián, que te entregara a los guachos, no sé por qué te ayuda si de seguro tu fuistes! Gritó Siberia al momento de levantarse de un salto, le arrojó tierra a la cara y al cuerpo al patalear frenética sobre el piso; todo se oscureció de nuevo cuando sintió el golpe en los genitales. La imagen del sacrificio volvía una y otra vez, cerca del mar los dos acólitos ensangrentados colocaban a la víctima ante el devoto sacerdote que brinda la ofrenda a los dioses, nada es suficiente para agradar a los dioses, para agradecerles la vida, para mostrarles la entrega de su pueblo fiel, un cielo 76
limpio atestiguaba la formalidad del ritual, grandes gotas de sangre se vertían sobre la arena para agradecer la fertilidad de la tierra, la madre tierra; pero no lograba ubicar al celebrante. Era de noche, el cielo estaba limpio y estrellado, lo llevaban en andas sobre una camilla fabricada con cobijas de urdido tosco de lana y borra, atravesadas sobre dos varas de bambú, ascendían hacia la montaña. – Qué bueno que despiertas, vamos a ver si puedes caminar, ya estoy viejo y mi padrino Leonor me lleva años por delante, pesas un chingo pinchi güero, no podemos pedir ayuda por que andan muy alborotados, la policía busca y busca por todos lados. ¿No te andarán buscando? ¿matastes tú a una gringa, a una de tus paisanas? Trató de decir algo, pero ningún sonido salió de su garganta, bajaron la camilla sobre la vereda y le dieron a beber de un guaje, después se sentaron y se envolvieron en sus sarapes. – Al rato seguimos subiendo. Dijo don Leonor en zapoteco, solo Julián entendió, estuvieron mucho tiempo hablando entre ellos, al principio trató de pescar algo al vuelo, no tenía aún la lucidez necesaria. – No la estaremos cagando padrino. Preguntaba Julián por enésima vez en esos días. – Ya te expliqué, chingao, por qué te me apendejas, tenemos que ayudarlo porque vino pidiendo ayuda, para eso estamos, no importa si él mató o no, no es nuestro asunto, tenemos un deber que cumplir. Además no podemos entregarlo porque somos indios, si vamos y se los damos van a decir que somos sus cómplices y queremos escurrir el bulto, de todas maneras nos chingamos. No, no hay que meterse en cosas de blancos porque siempre que lo hacemos salimos perdiendo, nos 77
chingan, para eso les servimos los indios, para cargar con sus muertos, la Virgen no lo quiera Julián. Déjalos allá con sus leyes, sus policías y sus chingaderas, vamos a ayudar a este pobre hombre y luego lo mandamos de regreso, que se las arregle con ellos, si es que tiene algo que ver, si es que ya saben que tiene las manos llenas de sangre, porque las tiene, de ahora o de antes, este cabrón carga culpas que no le caben en el cuerpo, es su problema ahijado, él tiene sus culpas como nosotros tenemos nuestras culpas, tú las tuyas, yo las mías. Pero nosotros tenemos que cumplir, es nuestra obligación, cumplimos y le pedimos que se vaya, solo, como llegó, ansina es mejor, que no sepan que lo conocemos, ni que lo ayudamos, ni nada, que le quedé claro a ese gringo que jamás de los jamases estuvo en tu jacal, que nunca anduvo acá en el monte con nosotros. Preocúpate tú por no abrir la boca y que no la abra la Siberia, por eso antes de salir le supliqué que no soltara la lengua, por su bien y por el de todos, por eso me llevé a los niños con su abuela Crispina, pa´ que no vieran nada, no fuera que luego se les saliera algo sin querer. Por eso los curanderos vivimos apartados, pa´ que nadien vea lo que hacemos, esa es nuestra cruz y esa nuestra bendición. Bajaba la voz Leonor poco a poco, hasta que se oyó más el canto de los grillos. Se incorporó con esfuerzo sobre los codos bajo el sol de media mañana, Julián le acercó un taco tieso, de frijoles y chile, y un jarro de café muy endulzado, comió sin apetito, al poco rato llegó don Leonor jalando una mula vieja. – Vamos a tener que buscar unas varas más largas. Le indicó a Julián. – Tik, Crik, Bik, ¿cómo chingaos es qué te mientas? Se preguntó Julián a sí mismo viendo al convaleciente, 78
sabía que no estaba en condiciones de contestarle. – Esta curación no te la voy a cobrar, es un asunto con mi nahual, pero estate seguro de que vas a terminar pagándola, no a mí. ¿Me comprendes Flic? Chingado, no puedo recordar tu nombre, creo que es mejor así. Hablaba el curandero sin esperar respuesta. Al atardecer cambiaron los tallos de bambú de la camilla por unos del doble de largo, del extremo donde estaba la cabeza amarraron los bambúes a los costados de la mula y reiniciaron la marcha, en las partes llanas dejaron que del lado de los pies la camilla arrastrara y en los tramos abruptos Julián la cargaba. – ¿Está usté seguro que esto forma parte del deber, padrino? Preguntó Julián en castellano. – Desde que te rompí el hocico cuando eras escuincle no habías vuelto a preguntar, Julián, no me chingues ahora, no me fastidies, ya estoy viejo para darte otro madrazo, sabes bien que no puedes traicionar a tu nahual, una vez que el deber nos llama no podemos soltarlo, para eso estamos. Podías dudar antes de aceptar el deber, pero una vez que lo aceptastes no te puedes echar para atrás, podemos aventar a este infeliz al barranco, eso es fácil, pero nuestro nahual nos pedirá cuentas, este cabrón no tiene remedio, se va a aventar al barranco él solito, pero nosotros tenemos que ver que todavía no lo haga, tiene que pagar en vida lo que hizo, lo que nomás él sabe si hizo, ultimadamente a nosotros que chingados nos importa si lo hizo o no, nosotros tenemos que ayudar, es el deber que nos marca nuestra relación con el nahual, el compromiso que hacemos cuando nos damos cuenta que tenemos el don de sanar, para eso estamos. Nadie nos ordenó juzgar, eso le toca a Dios, nadie nos dio permiso 79
para meternos en lo que hacen los demás, recibimos un don para ayudar, ayudar, no criticar, chingados, ya estás curtido, no tienes edad para dudar, el nahual, tu nahual, no perdona traiciones ni dudas, abandonar al gringo nos daña más a nosotros que a él, no podrías vivir con eso. Si hay una mano estirada que pide ayuda los demás se pueden hacer pendejos, los que tenemos el don no podemos, así sea el cabrón que más chingaderas nos haiga hecho lo tenemos que ayudar, no te agüites Julián, hijo, no dejes que su mal te dañe… Subían por la ladera al oscurecer, evadían las rancherías dando largos rodeos para evitar que los delataran los perros con sus ladridos, no querían que nadie supiera que andaban por el rumbo. Los pocos que detectaban su presencia sabían que había que dejarlos pasar, no abordarlos, el deber era el silencio, no ver nada, no oír nada, no decir nunca nada, eso formaba parte de la costumbre, podían presentirlo los habitantes de la montaña. No había más que saber al respecto, así había sido siempre, no se debía interferir en el trabajo de los chamanes. Cerca del amanecer llegaron al lugar, nadie recordaba quién había marcado el circulo de piedras, ahí estaba cuando Julián vino por primera vez, ahí estaba cuando Leonor llegó de la mano de su padre, ahí estaba ya cuando el padre de Leonor era joven, ningún humano ni animal se atrevía profanar el centro sagrado, lo que para alguien ajeno no era más que un perímetro de piedras ahumadas, para ellos era el sitio predestinado para sanar, para las ceremonias, para reencontrarse con su nahual, el centro de energía que nutre su don. Desataron la carga y dejaron que la mula pastara tranquila, Julián y don Leonor fueron por el atado de carrizos que cada tanto manos anónimas dejaban como ofrenda, 80
amarrándolos dieron forma a un armazón que para la salida del sol tenía el aspecto de una cúpula, con paja y lodo iban cubriendo los huecos mientras en un hoyo la brasa calentaba las piedras, ese era un día de ayuno; poco después del medio día Julián bajó al arroyo por un par de baldes de agua, los metieron al temascal con las jícaras y varios manojos de hierbas que traía don Leonor en el morral. Desnudaron a su paciente, al que dejaron postrado, se desnudaron ellos, uno al otro se pintaron los símbolos rituales con grana cochinilla y tizne de ocote quemado, mezclados en baba de nopal, realizaron los exhortos y danzaron en el círculo exterior del temascal invocando a sus respectivos nahuales, era una danza delicada, de movimientos sutiles, cada danzante inmerso en sí mismo sin ver al otro, cada uno en el extremo opuesto. La danza de los Dioses, la danza de los elementos, la que emana de la comprensión absoluta de que es el hombre quien está al servicio de la naturaleza, no al revés como creen los blancos. Cerca del ocaso hicieron pasar el cuerpo del extranjero por el pequeño orificio cubierto por una cobija, que daba acceso al temascal, lo sentaron en el piso con las piernas recogidas, en la posición que correspondía al este, ellos ocuparon el norte y el sur, en el oeste colocaron una burda figura de piedra que rodearon con pétalos de flores, arrojó Julián la primera jícara de agua sobre las piedras ardientes, en seguida don Leonor aventó un puñado de hierbas curativas en la misma dirección, fue una larga noche de oración y purificación. Antes del amanecer, debilitados, cargaron el cuerpo desmayado del norteamericano, lo llevaron al arroyo, se metieron con él a la corriente de agua helada que bajaba de las altas montañas. A media mañana, tras deshacer la cúpula del temascal, envolvieron la figura de piedra en varias capas de 81
hojas de maíz, después la forraron con hojas de plátano y colocaron encima una tela gruesa que amarraron con firmeza antes de enterrarla de nuevo en el centro del círculo, barrieron con una hoja de palma, dejaron todo tal y como estaba cuando llegaron, almorzaron junto al arroyo delgadas tiras de tasajo de venado, tacos de frijoles con chile y unos buches de mezcal, antes del primer trago cada uno de los dos chamanes le compartió a la tierra unas gotas de su bebida. – No hables todavía güerito. Dijo don Leonor al extranjero, que se veía bastante repuesto. – No pronuncies palabra hasta que nos perdamos tras el cerro, ‘tonces grita si quieres, o habla pa’ que nomás tú te escuches, que de nosotros ninguno necesita saber lo que quieres decir, no nos interesa lo que pasó. Por el bien de todos es mejor no saberlo, nuestros nahuales no te reclaman nada, pero tienes que arreglar tus cuentas con tu propio nahual. No tengas miedo de nosotros, no queremos perjudicarte, no vamos a hablar de esto con nadien porque no nos conviene, no debe saberse que estuvistes con nosotros, me parece que lo comprendes ¿no? No queremos que te atrapen porque te pueden hacer hablar y después vendrían por nosotros, sin deber nada, sin saber nada. Ahorita nos vamos, tú sigue esa vereda de allá, la que empieza por el sauce, antes de que anochezca vas a llegar a la carretera, en cualquier cruce toma siempre a la izquierda, aunque te parezca que por ese lado subes de nuevo, a la izquierda, recuérdalo. Agarra estos huaraches, si te han de quedar, son para patas grandes como las tuyas, eran de otro gringo que los dejó olvidados hace años allá en el jacal, otro preguntón como tú, póntelos para que no te chingues otra vez los pieses. Nos vamos, no nos sigas ni te 82
levantes antes que nos perdamos en el cerro, luego tomas la vereda y la sigues, como te dije, siempre a la izquierda. En la carretera alguien te levantará, esta misma noche tienes que estar en Puerto Escondido, porque llevas cinco días fueras y tu gente puede empezar a preguntar. No, no nos hables, no agradezcas, a lo mejor no es ningún favor lo que hicimos por ti, has callado cinco días, tate sosiego un ratito más, no hables hasta que no nos veas. Ándale Julián que la Siberia ya debe estar con preocupación, fuímonos. Güerito, por tu mamacita, no nos busques nunca más, hicimos lo que buenamente podíamos, no tenemos más nada que darte, no nos queda ninguna obligación contigo. Nunca estuviste con nosotros, nunca has visto a Julián, nunca. Te sacamos del agujero, no hay nada más que podamos hacer, tú lo sabes, me parece que no es la primera vez que alguien te lo dice, eres tú el único que puede hacer el resto. Ahora no nos chingues, no nos quieras pagar el favor porque ya te lo dije, a lo mejor ni favor fue lo que hicimos y si lo fue ya está pagado, no hables, nomás entiéndenos. No te conocemos y tú tampoco nos conoces, no podemos volver a verte ni queremos volver a verte… jálale Julián. Julián iba a decir algo pero se le atoró en la garganta, movió la cabeza sin levantarla, agachado, le puso la mano en el brazo y se lo apretó despacio un par de veces. Sin alzar la mirada se dio la vuelta, desaparecieron ágiles tras la arboleda, jalando la mula. Tras varios días sin ponerse en pie se levantó inseguro, empezó a caminar con paso incierto, bullshit, fue la primera palabra que salió de su boca, a los pocos pasos encontró una rama que le sirvió de cayado. La caminata hasta la carretera le ayudó a aclarar sus ideas, avanzaba a través de esa franja de la montaña donde el cerrado entramado de la 83
selva baja caducifolia cede su lugar al bosque de coníferas, la vereda, cubierta de agujas de pino, le causaba la sensación de andar sobre una alfombra. Aunque en las pendientes se tornaba resbaloso, en general ayudaba a sus entumecidas piernas a hacer menos duro el trayecto. Había sido una suerte que su intuición lo llevara a la cabaña de Julián y no a un hospital, ahora estaría detenido y posiblemente recluído en algún centro psiquiátrico, saturado de calmantes. Julián y Leonor no sólo sabían mejor que los médicos como tratar su mal, también le habían brindado protección, el odio ancestral de los indígenas hacia la sociedad blanca y mestiza, que los ha explotado por más de quinientos años, había sido su mejor aliado. Pocas veces un indígena se pondría de parte de la policía o de los militares, menos aún dos guardianes de conocimientos que consideraban sagrados. No era tiempo de analizar las cosas de manera sociológica o antropológica, lo cierto es que hasta el momento había corrido con suerte, no era necesario matarlos porque ellos tenían mucho que perder si hablaban, por esa parte estaba cubierto. Ahora el problema era arribar a Puerto Escondido sin contratiempos, sondear el terreno y actuar con sigilo, quizá nadie lo había vinculado con lo ocurrido, sus títeres con seguridad no estarían en condiciones de identificar ni a su madre, la mezcla y las dosis que les suministró eran para dejarlos dañados de por vida. Pensó en pedir en hacer autostop en dirección a Oaxaca y no correr el riesgo de que lo atraparan, pero sería sospechosa su desaparición. Aun cuando sus amigos sabían que se perdía sin motivo aparente una o dos semanas, la cercanía del crimen podía provocar suspicacias. No, lo mejor era regresar y correr el riesgo, nunca había salido nada mal, ahora no tenía por qué ser la excepción. 84
Lo lamentable es que hubiera vuelto a ocurrir, llevaba más de dos años manteniendo el control, sí, había golpeado a tres amigas en ocasiones diferentes, pero finalmente había logrado contenerse, ellas se marchaban indignadas y no volvían a hablarle, de una nariz rota no pasaba, en general sentía que había logrado dominarse, incluso el sábado por la noche contuvo sus deseos en el límite. Recordó por lo menos media docena de intentos de resolver en el diván sus conflictos, las sesiones eran terribles, una tensión constante, temía decir algo que lo delatara, le aterrorizaba dar indicios de cuál era su verdadero problema y tampoco podía pretender resolver nada si no permitía que los fantasmas afloraran. El new age tampoco había sido la respuesta, el espíritu de colectividad terminaba por ahogarlo, encontraba bienestar temporal en algunas actividades, era como llegar a un orgasmo placentero y después volver a lo mismo, además la segunda vez ya el placer no era de la misma intensidad. Creyó haber encontrado una alternativa en los masajes, dándolos, por eso había colaborado en algunos ashrams, el esfuerzo físico lo despejaba, pero con ciertas mujeres se alteraba y terminaba lastimándolas, siempre ocurría que los llamados se iban espaciando cada vez más. En Puerto todavía no había sucedido nada, una española se quejó de haber quedado adolorida, un par de semanas atrás, pero la envolvió con el cuento de que seguramente ella traía una lesión antigua, todos tenemos una lesión antigua. En ocasiones se había planteado la posibilidad del suicidio, aunque al final se concedía otra oportunidad, creía posible que tarde o temprano podría lograr controlar en definitiva la situación, algún día encontraría una mujer para pasar con ella el resto de su vida sin alteraciones. Los hombres no le atraían tanto, con 85
ellos no perdía el control, mantenía el interés en lo puramente sexual, jamás pretendería establecer algo permanente con un hombre. El sol todavía estaba alto cuando llegó a la orilla de la carretera, lejos de agotarlo la caminata lo había fortalecido, aunque sus piernas resentían cada paso. Transitaron un par de autobuses de pasajeros y varios autos, no era lo que necesitaba, en un auto se establece un diálogo muy cercano y la posibilidad de que quieran ubicarlo más tarde para charlar o tomar una copa, también es más fácil que lo recuerden, querrían saber qué hace un extranjero solo en la montaña, sucio y con la ropa desgarrada; tomar un autobús implicaba el riesgo de que las terminales estuvieran vigiladas, además no traía dinero encima. Poco después llegó el medio requerido, un camión torton de diez toneladas con la batea repleta de peregrinos que iban de Juquila hacia la playa, generalmente bajaban a Puerto Escondido para complementar con un chapuzón la visita a la Virgen, entre ellos será un güero al que le dieron aventón, él tampoco recordará a ninguno en especial, siempre es lo mismo, a los rubios todos los morenos les parecen iguales y a los morenos les ocurre lo mismo con los blancos, por otra parte los peregrinos suelen provenir de lugares remotos, en un par de días estarían muy lejos de la costa. Se condicionó para mantener la ineludible charla en los términos más ambiguos posibles. Todo encajó a la perfección, oscureció antes de que arribaran a Puerto, al principio hubo las clásicas preguntas de nombre y origen, Bob es un buen nombre para soltar en esas situaciones. En cuanto dijo que era de California le llovieron preguntas sobre San Diego, casi todos los peregrinos tenían un hermano, un primo o una hija o hijo que trabajaba de jardinero 86
en alguna parte de California, la mayoría en San Diego, ciudad donde él había estado muchas veces, conocía sus cuidados jardines, sin embargo nunca había pensado en las personas que los mantenían en buen estado, en ocasiones los veía bajo sus gorras de beisbol, operando la podadora o la orilladora, que manejaban con destreza, siempre discretos, cientos de oaxaqueños del valle, expertos con las tijeras y el machete, dan forma a los setos, podan rosales, mantienen los inmensos greens que dan carácter a la ciudad, ahora sus parientes preguntaban a un norteamericano si conocía a alguno de los suyos. Contestó con evasivas ante la incorrección de confesarles que nunca le interesó saber de quién eran las manos que cuidaban los prados, le daba lo mismo que fueran duendes o campesinos mexicanos, mientras que los jardines tuvieran aspecto agradable. Al poco rato el hombre que contestaba con monosílabos dejó de interesar a los peregrinos que se sumieron nuevamente en el mutismo apenas interrumpido por el llanto de algún bebé o el susurro en el que se comunicaban entre esposos o entre padres e hijos, el olor del basurero le indicó la cercanía de la población, por las rendijas de las redilas de madera atisbó las luces de las primeras casas.
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V Algunos cormoranes se retrasan
Linda y Alan eran una pareja promedio, de la clase media alta norteamericana, así se sentían. Vivían en California, en los suburbios de San Francisco, tenían una residencia de respetables dimensiones diseñada por un arquitecto de cierto renombre, decorada con mesura, llena de luz, también poseían una discreta colección de obras de arte, seleccionada con esmero. Para transportarse contaban con un todoterreno y dos autos, siempre que llegaban a casa un perro afgano llamado George W los recibía ladrando y moviendo la cola de gusto, disfrutaban de la posibilidad de tomar vacaciones ocho semanas al año. Aunque ambos rebasaban los treinta y cinco dudaban aun sobre cuál sería el momento adecuado para tener hijos, por supuesto el problema no era económico, los dos coincidían en que ser padres requiere de un nivel de responsabilidad difícil de asumir, no era fácil encontrar tiempo disponible dentro de su saturada agenda y traer un ser al mundo para dejarlo en manos de una institutriz les parecía una bajeza, cada vez que abordaban el tema llegaban a la misma encrucijada. Alan tenía por delante una 89
carrera brillante como socio en un despacho de consultores industriales y Linda, del linaje de uno de los clanes de mayor poder político y económico en Estados Unidos, se mantenía al margen, en lo posible, del deslumbrante núcleo social donde por tradición familiar le correspondía estar. Impartía clases en la Universidad de Berkeley, campus que a su excelencia académica suma cierta fama de contestatario, a tono con su manera que ella tenía de ver las cosas. Gozaba de una tranquilidad relativa porque preparar temas, elaborar exámenes, evaluar y lidiar con estudiantes terminaba por agotarla, no era raro que Alan tuviera que llevarla a rastras a las inauguraciones de exposiciones de artistas plásticos amigos suyos o a los conciertos, su máxima vergüenza era haberse dormido en uno de los eventos más esperados en el ámbito cultural de la bahía, Zubín Metha y Raví Shankar juntos, en Una Sinfonía de Ragás, quizá nadie se hubiera enterado de lo arrulladora que le resultó la música hindú, pero Alan, apenado, le dio un discreto codazo que la hizo despertar con brusquedad, gritó. Su vida en el oeste era bastante más relajada que la de sus primeros años de matrimonio en el este, exceso de compromisos, la sobreprotectora sombra familiar sobre ellos a toda hora, cónclaves a cada paso, sugerencias de parientes, consejos no solicitados, la familia omnipresente, desde la decoración hasta el manejo de las inversiones. La mudanza a San Francisco no los libró por completo de las obligaciones de pertenencia al clan, que equivale, salvadas las democráticas distancias, al protocolo de la aristocracia europea, aunque redujo significativamente la presión. Durante las vacaciones buscaban alejarse lo más 90
posible, detestaban los hoteles gran turismo, las fiestas glamorosas y los sitios de moda donde no se puede pasar desapercibido, siempre andaban a la caza de pequeños hoteles o bungalows en lugares apacibles. Se dejaban cautivar por el exotismo de las danzas, las costumbres y la comida saturada de especias de Bali, en Indonesia. Comían hasta el hartazgo queso feta, aceitunas negras, gyros y vino tinto casero bajo el cálido sol del Mediterráneo en Santorini, la isla griega. Disfrutaban de largas caminatas, paseos en bicicleta a la sombra del volcán Tungurahua, de las inmersiones en los manantiales termales y del fuerte sabor del pisco en Baños, en Ecuador. O se embriagaban de música, frutos del mar, playa y surf en Puerto Viejo en Costa Rica o en Puerto Escondido, era la tercera vez que estaban en México. El sábado siete de marzo pasaban su penúltimo día en el puerto, el lunes a primera hora volarían a Ciudad de México para enlazar el vuelo a Los Ángeles y de ahí tomar otro vuelo a San Francisco. Se levantaron antes de la seis de la mañana y practicaron surf cerca de una hora, las olas no estaban altas aunque traían buena velocidad, Alan logró un tubo memorable, Linda no ligó nada, sin embargo la vista del amanecer había valido la pena. Sentada en su tabla, abandonada al mecer de las olas, percibió cómo la luminosidad, que aumentaba con suavidad, perfilaba la silueta de las montañas. Sintió en la piel el tránsito de la frescura que se sentía al amanecer al calor intenso cuando el sol salió por completo. – ¿Qué canción cantas? Le preguntó Alan desde su tabla. – Morning has broken, de Cat Stevens, ¿la recuerdas? – Sí, por supuesto, aunque mi favorita siempre ha sido Father 91
and son, me arrepentí de romper sus discos aquella vez que apoyó a los iraníes, cuando pusieron precio a la cabeza de Salman Rushdie, no era para tanto. Lo bueno es que Salman sigue vivo, sarcástico, igual que siempre y nuestro Cat, aunque reniegue de su vida anterior y se llame ahora Yusuf Islam, me trae buenos recuerdos. Compraría de nuevo la colección completa de sus discos ahora que los remasterizaron, pero me produce cierto escozor pensar que las regalías van ir a dar a un monasterio musulmán. – Tómalo con calma querido, deja esas preocupaciones al tío Edward y sus amigos politicos. Disfruta de las maravillas que nos rodean, si te gusta su música no te prives, qué más da que el dinero sea para un grupo de hombres que se la viven entre rezos y cantos, no le hacen daño a nadie. Cuánto de los impuestos que pagamos se ocupa en armamento, cuánto en ayuda para mantener en el poder a gorilas sudamericanos, asiáticos o africanos, olvídate del destino del dinero. Por cierto que tampoco se llamaba Cat Stevens, su nombre real era Stephen Demetre Georgiou, por lo visto le gusta asumir una nueva identidad cada tanto, eso aún es frecuente entre los habitantes de pueblos indígenas de Norteamérica. Ahora que quizá esa letra la escribió en un amanecer tan hermoso como este, es probable que fuera conduciendo de regreso a casa en condiciones desastrosas, cuando lo sorprendió la claridad. – No lo creo. Río Linda ante la refutación de Alan. – Nadie escribe así al ser atrapado por la perdición del vampiro, las letras sublimes se escriben en momentos sublimes. Concluyó Alan con tono terminante, a ella le divertía la formalidad de su marido, le recordó que siempre le había 92
parecido el demócrata más republicano que había conocido. Con los pantaloncillos de surfismo aún mojados y las tablas a cuestas, fueron a desayunar, fruta y yogur, después subieron a su suite en el hotel Acuario, tras ducharse tomaron de las mesas de noche los libros y volvieron a salir para abordar un taxi que los llevó a Las Hamacas, en la laguna de Manialtepec, pidieron jugo fresco de naranja y se recostaron a la sombra a leer, cada uno en una hamaca, se respiraba tranquilidad, silencio apenas salpicado por el trinar de las aves que pueblan el estero. Cuando la lectura incitaba a la modorra Alan retó a Linda a una carrera en kayak hasta la Isla del Gallo, un islote en realidad, la ida fue ligera, un par de veces acercaron sus botes para besarse, esta vez tuvieron suerte, encontraron el nido de una camada tardía de cormoranes en la parte baja del manglar, muy cerca de la orilla. Ella pudo aproximarse lo suficiente para fotografiarlo con una lente de cuarenta y nueve milímetros, las condiciones de iluminación natural eran óptimas. Tras las primeras tomas retiró el filtro polarizador, hizo otras con la lente zoom, acercamientos a las calvas cabezas, detalles de los cuerpos de piel alabastrina erizada en cañones que anunciaban las plumas por venir, el fino entramado de ramitas y hojas del nido, encuadres dignos del National Geographic. Respetuosos trataron de no hacer ruido mientras observaban enternecidos a los tres polluelos todavía cubiertos en parte por el suave plumón natal, piaban hambrientos en espera de su madre, comentaron en susurros que apenas tendrían tiempo de cambiar el plumaje para aprender a volar, las últimas parvadas regresan al norte del continente a principios de abril, antes de que el calor del verano haga más pesado el vuelo. Retornar al embarcadero resultó extenuante, al cansancio por 93
el surf y la remada de ida había que sumarle el ir a contracorriente, ella siempre sugería tomar una piragua de dos plazas pero Alan, como típico norteamericano, era un competidor incorregible. La comida en el restaurante Junto al Mar fue un atentado al pudor, todo estaba delicioso, comieron sin control, sopa de pescado, camarones al mojo de ajo, filete de pez vela en salsa de acuyo, una hierba aromática del sur de México. El blanco alemán que les recomendó el mesero no estuvo a la altura de las circunstancias, su estructura resultó mediocre, de acidez marcada; eso sí, muy económico, pidieron un coñac al terminar para recuperar el gusto. – Nunca más vino barato. Brindó Alan bromeando, la copa en alto, durante un buen rato estuvieron contemplando la bahía desde su rincón, al lado de una de las jardineras rebosantes de plantas, disfrutaban el sonido de las chilenas y boleros que un trío interpretaba para los clientes de una mesa cercana. El poco español que hablaban con su personal de servicio no era suficiente para entender las letras, por el ritmo y las expresiones de los ejecutantes creían adivinar cuando era un tema picaresco o cuando hablaban de abandonos o de ofrecer el corazón en prenda a la persona amada, a Alan le parecía extraña esa combinación de amor y sufrimiento. – Es algo tan latino que escapa a nuestra comprensión. – No tanto. – Puntualizó ella. – Son situaciones que también se encuentran en la literatura y la música de los países en el hemisferio norte, de Shakespeare a Mailer podemos encontrar el sufrir cuando se ama, lo que ocurre es que no lo asumimos con el mismo desenfado que otros pueblos, escondemos nuestros sentimientos bajo la máscara de la indiferencia. 94
– No estoy de acuerdo, no es indiferencia, es respetar el espacio de cada actividad y de cada actitud, no nos abandonamos a la pasión. Los latinos en nombre del amor se olvidan de sus responsabilidades, faltan al trabajo, descuidan la productividad, aman mucho pero ve cómo viven, como andan sus hijos, visten mal, comen mal, no se puede vivir de sentimientos. – Alan querido, ya vas otra vez con eso, no generalices, aquí y allá hay gente feliz y gente infeliz, tener seguro dental y fondo de jubilación no garantiza la felicidad. Observa las caras de la gente en Los Ángeles, arrastrando su sobrepeso, vestidos con gusto pésimo y con el ceño fruncido todo el tiempo. Cuentan con seguro médico, seguro de desempleo, seguro dental, seguro del automóvil, seguro contra siniestros en sus casas, seguro por si sus hijos rompen algo en un almacén, un seguro educativo por cada niño, sin embargo no son felices, corrijo, muy pocos son felices. Acaso no te sorprendió ver tantos rostros felices en La Habana cuando pensabas que todos los cubanos padecían desnutrición crónica. – No, no Linda, no me embrolles otra vez, por alguna razón nosotros somos una nación poderosa y ellos no, la disciplina es importante, construir una nación es importante. Aquel holgazán que vemos siempre tirado en su hamaca en la cabañita cercana al hotel, seguro es más feliz que nosotros, pero no hace nada por el mundo. – Tú no haces nada por el mundo, yo no hago nada por el mundo, hacemos todo por engrosar nuestras cuentas bancarias, por incrementar nuestro confort. Permitimos todos los abusos de nuestro gobierno porque nos sentimos más tranquilos al saber que somos una nación ponderosa. Esa es nuestra seguridad, sabemos que nos envidian y nos temen, en 95
cada lugar que vamos hay una embajada poderosa que nos cuida, vamos a casas ajenas y nos comportamos como si nosotros fuéramos los anfitriones porque sabemos que siempre hay un portaviones que navega en aguas cercanas, en alerta permanente para protegernos. El séptimo de caballería está siempre en guardia, si alguien nos toca pagará por su osadía, pero eso no nos da derecho a criticar a un hombre por ser feliz con nada, con casi nada. – Está bien, está bien, le pido perdón al señor que llamé holgazán, aunque él no sabe cómo le dije. Acepto que es probable que quizá la baste con el rumor de las olas para deleitar su oído mientras nosotros necesitamos escuchar el sonido de la flauta de oro de Jean Pierre Rampal en un reproductor de mil quinientos dólares. Reconozco que se puede disfrutar lo mismo en una hamaca de veinte dólares que en un sofá de cinco mil, es probable que ese señor acepte a la humanidad tal como es, con la sabiduría que le da la vida, no me extrañaría descubrir que no sabe leer y escribir, mientras tanto nosotros leemos libros y libros para tratar de comprender nuestra razón de ser, tratas de decirme que él está bien y nosotros no. – La experiencia nos demuestra que jamás logramos llegar a nada con estas charlas Alan, sin embargo no es eso lo que trato de decirte, no es tan sencillo. Nosotros nos sentimos bien como estamos y él también se siente bien como está, no todo el mundo quiere ser ciudadano del país más poderoso del planeta, no todo el mundo quiere atravesar el país de extremo a extremo para ir a la presentación de la última adquisición del Guggenheim; en el mundo son en realidad tan solo unos cuantos los que sobornan a los publirrelacionistas de mi familia para colarse a una de nuestras reuniones anuales en 96
Massachusetts, la mayor parte de la gente se conforma con bastante menos y eso está bien. – Por supuesto que está bien, en el caso contrario quién nos serviría. Soltó Alan una carcajada. – Eres un maldito gringo imperialista, engreído y hermoso, cualquiera diría que eres un tiránico capitalista explotador, pero conozco tu verdadero rostro. Mientras yo habló de la gente tú hablas con la gente, cada que puedes platicas con Pancho en el jardín, moviste todos tus contactos para conseguirle a Mercedes casa en una zona cercana a donde vivimos y con pagos cómodos, recomendaste a su primo para que obtuviera empleo, mientras yo hablo tú haces, te amo Alan. Al abandonar el restaurante decidieron caminar por la orilla hasta el hotel, cruzaron playa Principal, playa Marinero y el primer tramo de playa Zicatela, Alan aún no sabía que el difícil nombre de esa playa quedaría grabado para siempre en su memoria. Se recostaron vestidos en la enorme cama para dormir la siesta, encendieron el ventilador cenital en velocidad baja, con el calor de la tarde, el sabor de la comida aún en el paladar, el roce de los cuerpos impuso la búsqueda de otras sensaciones, una mano de Alan se deslizó sutil bajo la blusa hacia los senos de Linda, al tiempo que su torso resbalaba. Desabrochó con calma, con habilidad de prestidigitador retiró de un solo movimiento el pantalón corto y la braguita blanca de encaje, hundió la cara en las profundidades del rizado pendejo rubio que emanaba fragancias incitantes… cuando sintió la brisa sobre la espalda despertó en la oscuridad total, la puerta de la terraza se había quedado abierta, el ventilador 97
giraba, no quería moverse, rozaba el tibio cuerpo de Linda que dormitaba plácida, todo en él sonreía ante el recuerdo cercano. En cuanto logró reaccionar encendió la lámpara de la mesilla lateral, tomó el reloj, hacía media hora que tendrían que haberse encontrado con Belinda, Jim, Nick y Tom en Papá Noel. Movió delicadamente a Linda quien se acurrucó sin abrir los ojos, cuarenta minutos más tarde, tras de un nuevo encuentro de sus cuerpos en el que el orgasmo resultó prescindible, recibían el viento fresco en los rostros, en los brazos, transpiraban con la cálida humedad de la noche mientras recorrían por la acera, frente a la playa, los trescientos metros de distancia hasta el bar. Ella llevaba un cómodo vestido blanco de algodón, sin mangas, que le marcaba la forma desde los hombros hasta la cintura, a partir de ahí se abría en amplio vuelo, resultante del meticuloso plisado que se difuminaba al descender por la falda hasta el remate en la doble alforza. Justo al final de la pronunciada curva de sus pantorrillas una delgada cadena de oro blanco le adornaba el tobillo derecho, calzaba alpargatas amarillas de lona, del mismo tono que su rebozo de seda, un brazalete de plata de Taxco se enroscaba refulgente en el antebrazo izquierdo. Su sencilla elegancia contrastaba con el desparpajo de Alan, quien suele tener buena presencia en ropa formal pero su concepto de vestimenta casual es desastroso, arrugado pantalón de lino crudo, camisa estampada de seda, desabrochada casi hasta el ombligo, tenis Adidas para jogging. Desde lejos pudieron escuchar el ritmo del blues salsoso que tocaban un saxofonista napolitano, un bajista quebequense, un guitarrista berlinés y un timbalista bonaerense, parecía mentira que estos músicos acabaran de conocerse una semana antes, precisamente en ese bar, tocaban como si llevaran una 98
vida juntos. Las primeras noches habían ido a escuchar a Maika, en El Son y la Rumba, cantante de voz profunda a la que conocieron desde el primer viaje, les gustaba la pasión que proyectaba en su manera de cantar boleros, pero el ambiente se tornaba denso a cierta hora, las últimas veladas cambiaron a este lugar que les recomendó Jim, ahí el color local era menos intenso y los sanitarios estaban razonablemente limpios. Cuando llegaron sus amigos los hicieron objeto de todo tipo de bromas por el retraso, su rostro satisfecho los delataba. Era un grupo agradable, Belinda, norteamericana cincuentona, alegría efusiva hasta el límite en las reuniones, depresión insoportable en privado, pidió su jubilación adelantada como profesora de high school después de la tercera ocasión en que alguno de sus alumnos reprobados la amenazó con una navaja, la directiva prefirió su partida a tener que aceptar públicamente que esa era una escuela peligrosa, San Francisco no es Nueva York ni Los Ángeles y ese barrio es muy tranquilo, dijeron. Se había divorciado una década atrás y su única hija tenía dos años de casada, sobrellevaba mal la soledad, cada que podía mostraba presuntuosa la receta médica que le autorizaba a fumar marihuana como relajante y todos se preguntaban si esa prescripción sería válida en México, por si las dudas le avisaban cuando algún policía se acercaba. Jim, sesentón, propietario de una bella casa posada, pasa medio año atendiendo su rancho de manzanas en el estado de Washington y el resto pescando en Puerto Escondido, donde unas sandalias y un short impermeable son su único atuendo. Zarpa al amanecer en el bote con su larga caña de pescar, un recipiente lleno de carnada fresca y la nevera repleta, la hora 99
de retornar no la marcan el número de piezas capturadas sino la velocidad con que el calor le obligue a ingerir líquidos, cuando su mano palpa el fondo entre el agua de hielos derretidos, en busca de la última botella de cerveza, es el aviso de que ha llegado el momento de enfilar la proa rumbo a puerto. Tiene aspecto de Santa Claus veraniego, su escasa cabellera y su poblada barba son completamente blancas, esto se suma al volumen de su vientre, prueba irrefutable de su afición a la buena mesa. Excelente anfitrión y cocinero, tiene amigos en cada bar del puerto y en cada lancha anclada frente a la bahía, nunca falta quien le haga segunda cuando aparece con una botella de Jack Daniels en la mano. Dos temporadas atrás su divorcio había sido la comidilla de la comunidad extranjera en el puerto, ese año se entretenían con el tema de su amistad con Belinda, según ellos no pasaba de eso. El tercero del grupo era Tom, otro sesentón pero de cuerpo atlético, alto, incansable nadador, aficionado a la pesca submarina con arpón y, dado que vive en un hotel, proveedor de pescado gratis para todos sus amigos. Sonriente, jocoso, remata su expresión amable con una larga trenza gris, pero, excepto porque tiene acento del medio-oeste norteamericano, nadie sabe exactamente de dónde viene, cómo vive o qué hace, llega cada año en noviembre y desaparece entre marzo y abril del año siguiente. En alguna ocasión le preguntaron, bromeando, si era agente de la CIA, respondió que nunca había visto a un espía bigotón con pelo largo, a lo único que podía aspirar con esa facha era ser informante, remató con una carcajada. Encuentra siempre salidas del mismo talante cuando tratan de sonsacarle información sobre su vida privada. Con seguir sus miradas en los bares queda al descubierto el tipo de hombres que le atraen, aunque nunca 100
aborda a nadie en público, la discreción es parte de su estilo. Desde la temporada anterior se sumó al grupo Nick, un rubio treintañero, californiano, de Santa Bárbara, viajero obsesivo, experto en comida oriental y masajes, musculoso, de tez bronceada, ojos azules, sonrisa angelical, al que extrañamente le duran poco las y los amantes. Había tenido un restaurante frente a la playa, donde cuando él cocinaba se comía bastante bien, lo malo es que sus continuos viajes provocaban que la calidad del servicio y la comida fueran irregulares, en consecuencia la clientela seguía ese ritmo, hasta que tras un pleito con un restaurantero canadiense por el local comercial que Nick arrendaba y el otro ambicionaba, decidió que era el momento de abandonar tal empresa que tan pocas satisfacciones le brindaba. Un par de ocasiones había cocinado para sus amigos en Casa Loma, la posada de Jim. El común denominador del grupo era el origen norteamericano y el desahogo económico, por lo que no resultó extraño que Linda y Alan hicieran migas con ellos. Con portorriqueños y dominicanos de Nueva York, Linda aprendió salsa, plena y merengue, las costeñas se sorprendían con su cadencia, una rubia que bailaba mejor que ellas, era frecuente que lo hiciera sola porque su marido es un costal de papas, pero esa noche imprimió tal frenesí en sus movimientos que contagió a toda la concurrencia, hasta los pata de palo le entraron al bochinche, Alan no fue menos, meneó las piernas con la mejor de las intenciones. Tanto baile, sumado al ajetreo del día terminaron por agotarla, volteó hacia Alan, se veía muy divertido con las bromas de Belinda y Jim, Tom y Nick estaban extrañamente sobrios para la hora que era, seguro ya habían ido al baño para aspirar un par de líneas, pensó, mientras revisaba desde lejos si tenían restos de 101
polvo delator alrededor de la nariz, sí, Tom no era muy cuidadoso, llamó su atención agitando la mano y señaló de forma intermitente con el índice su propia nariz, su amigo se lo agradeció con una sonrisa cómplice mientras se limpiaba con el dorso de la mano. Se acercó a Alan, le recomendó al oído que no tomara mucho, lo besó en la mejilla y tras un genérico seeyoulaterkids se dirigió de regreso al hotel. A menos de veinte metros la alcanzó Nick quien le advirtió sobre los peligros de caminar sin compañía a esas horas, le contó cómo habían cambiado las cosas en los últimos años, cada vez era más frecuente que yonquis en la ansiedad del mono asaltaran para conseguir dinero, con el tiempo todos los lugares del mundo terminarían por parecerse, los mismos vicios, los mismos fastfoods, los mismos problemas. Linda agradeció que la hubiera encaminado y se despidió con diplomacia en el vestíbulo, pero él la siguió, sin dejar de hablar, hasta que llegaron a la puerta de la suite. Lo interrumpió a media frase, volvió a agradecerle la compañía, con un poco de frialdad le dijo que necesitaba descansar y antes de que volviera a asomar la encantadora sonrisa en labios de su amigo, había cerrado la puerta tras de sí. Vertió agua caliente del lavabo y unas gotas de fragancia en el aromatizador de cerámica, encendió la velita, desató las alpargatas, colocó el brazalete con el rebozo en el tocador y se quitó el vestido, era todo lo que traía encima, cerró los ojos mientras el relajante olor a melissa inundaba el ambiente. Despertó el domingo casi a las diez de la mañana, contempló comprensiva en el otro extremo de la cama a Alan que había caído en calidad de bulto, lo agitó por el hombro, nada, no lo sintió llegar, quizá tendría apenas tres o cuatro horas dormido. No pensaba desperdiciar su último día de sol 102
intenso, se puso el bikini azul, tomo la toalla, el tubo de Hawaiian Tropic, las gafas Armani de sol y The power and the glory de Graham Greene, el libro que estaba leyendo; una novela intensa sobre la guerra cristera en México, esa breve época en que la jerarquía católica fue medida con la misma vara que utilizó durante siglos. Los persiguieron de forma similar a la que ellos con la Inquisición acosaron a judíos, a mujeres acusadas de infidelidad o de brujería, a homosexuales y a curanderos indígenas, todavía hoy lloran por sus mártires mientras voltean hacia otro lado ante sus propias atrocidades. Salió del hotel y atravesó la calle en dirección a la playa, solía asolearse justo enfrente, donde se puede hacer topless sin problemas, además el hotel le quedaba a la mano por si le daban ganas de orinar, sufría con las propiedades diuréticas de la cerveza en esos días de abuso vacacional. En la amplia franja de arena estaban ya unas quince chicas recostadas con los senos al sol, es decir, con todo expuesto al sol exceptuando la parte cubierta por el minúsculo triángulo de tela en el pubis. Cuando tendía la toalla notó a un grupito de adolescentes chilangos que señalaban y se reían, típicos mensitos de la ciudad, sabía que eran inocuos, pero quería tranquilidad absoluta, además Zicatela es una playa de más de cuatro kilómetros de largo que, salvo el primer tercio, estaba habitualmente despejada. Caminó en dirección a La Punta hasta que encontró el lugar perfecto, hacia la izquierda un grupo de surfistas se lucía tomando olas de menor velocidad cerca de las rocas donde inicia la bahía, tres mujeres tomaban el sol completamente desnudas un poco más cerca, a la derecha una pareja retozaba, todos estaban lo suficientemente lejos para que ella pudiera descansar tranquila, al frente el mar reventaba a diez metros, la brisa la acariciaba 103
suavemente, no se le ocurrió voltear hacia atrás. Alan despertó a las dos de la tarde, no se extrañó de la ausencia de Linda, bajó a la tienda que está junto al vestíbulo por una cerveza, atravesó hacia la playa y al no verla entre las que se asoleaban frente al hotel regresó a la suite, en un vaso largo vació la cerveza, rellenó con el jugo de tomate que sacó del servibar, le exprimió el jugo de medio limón, agregó dos gotas de salsa Tabasco, un chorrito de salsa Lea&Perrins, sal y pimienta. No hay como un tombeer para la resaca, después de ducharse, ya vestido, se tendió en la hamaca del balcón, empezó a leer el libro Tantra, de Osho, que le recomendaron una pareja de esotéricos que se dedicaban a dar masajes y a organizar baños de temascal en rituales de pretensiones indígenas, donde introducen en la mística de los elementos a sus clientes yupies que buscan experiencias trascendentes. Los iniciados pueden llegar a tener contacto más profundo con su yo interno mediante el peyote o los hongos alucinógenos, es obvio que eso representa cargo extra. Tenía sus dudas sobre el pensamiento de Bagwan Shri Rajneesh, Osho, los acontecimientos de la comuna de Oregon generaron mucho escándalo en la televisión y en los periódicos en la época de Reagan, no acababa de entender el vínculo entre la espiritualidad, los arsenales de armas automáticas y los noventa Rolls Royce, aunque a fin de cuentas la relación entre fe y dinero es común a todas la religiones y movimientos que abogan por la paz del espíritu. Además lo único disponible era eso o Dream catched de Stephen King, el día anterior había terminado Tough guys don´t dance de Norman Mailer. Para no aburrirse en lo que esperaba a su esposa prefirió el new age al terror, pensó que necesitaba comprar otro libro cuando llegaran al aeropuerto de Ciudad de México. Tenía hambre, 104
decidió esperar hasta la hora de la comida, en cuanto Linda volviera se irían. Los mensajes de armonía con el universo lo llevaron a una profunda somnolencia de la que despertó poco antes de la cinco de la tarde, hora a la que Jim los esperaba a comer en su casa, Linda no llegaba aún, consideró la posibilidad de que se hubiera ido directamente aunque conocía su opinión sobre esas mujeres que encima del bikini se atan un sarong y así pasan todo el día, estar en la playa de vacaciones no debía ser sinónimo de abandono, de despreocupación por el aspecto personal. Estaba molesto, detestaba llegar retrasado y era la segunda vez en menos de veinticuatro horas, dio vueltas por la habitación, a las cinco y cuarto no pudo más, tomó su sombrero de lona y bajó a buscar un taxi que lo llevara a Casa Loma, dejó a Linda un breve recado en la recepción. Desde que se acercaba notó algo anormal, las dos mujeres que dirigían el club de extranjeros Friends of Puerto Escondido International hacían corrillo en la puerta con Jim, Belinda, Tom, y Warren, el inglés que editaba The Sun of Puerto Escondido (la originalidad de las nomenclaturas ante todo), se notaban alterados. Al descender del vehículo preguntó por encima de sus voces si habían visto a Linda, todos callaron, Jim volteó hacia él, tartamudeando un poco le preguntó por qué no venían juntos, Alan narró rápidamente el acontecer del día y su esperanza de que se hubiera ido directamente de la playa a Casa Loma. Nancy, una cincuentona alcohólica y coqueta, con rostro de muñeca de porcelana, un tanto entrada en carnes, lo sujetó del brazo, le dijo que debía buscarla de inmediato porque esa mañana habían asesinado a una turista rubia en la playa. El grito de un animal herido brotó de su 105
garganta, fue impulsivo, todos trataron de calmarlo diciéndole que aún no sabían nada, no había sido identificada la mujer atacada, la discusión en la puerta era para decidir quiénes irían en ese momento a la oficina del Ministerio Público, Nancy insistía en que se lo dijo porque la situación en esos momentos era peligrosa para una mujer sola, no porque creyera que a ella le había pasado algo. Nancy y Cindy, las dos representantes de los extranjeros avecindados, tenían que acudir, Jim y Belinda decidieron quedarse a atender a los invitados, le dieron las llaves del vehículo de Jim a Tom. Warren decidió evitar las emociones fuertes y se metió a la casa tras los pasos de una botella de Absolut que traía por el cuello otro invitado que acababa de llegar, a fin de cuentas su semanario no contaba con sección de nota roja. Alan abordó con ellos la vieja furgoneta International, que ostentaba una cornamenta de toro en el cofre, mientras Tom conducía le preguntó por Nick, no lo habían visto desde que desapareció sin despedirse. -Recuerdas, poco después de que Linda se marchó de Papá Noel, lo que me molesta es que no pagó su parte de la cuenta, Jim quería cubrir la diferencia pero me reservé el privilegio de reclamarle su desatención, tengo un buen pretexto para fastidiarlo durante varios días. Todos juntos entraron, de forma abrupta, a la pequeña oficina de la planta baja de la Agencia Municipal, al principio fue un tumulto de palabras en inglés y spanglish que dejaron perplejo al encargado de la oficina y a su secretaria, hasta que Cindy se impuso en un lance corporal. El lesbianismo, que a algunas mujeres les imprime cierto aire masculino, en ella acentúa la feminidad de sus movimientos, se acercó al funcionario hasta la distancia en que sabe que los hombres se 106
ponen nerviosos, le explicó despacio, con la mayor amabilidad, con muy pocos errores en artículos y pronombres aunque con marcado acento, que venían a ayudar, era posible que ellas conocieran la identidad de esa pobre mujer que habían encontrado muerta en la playa, si es que aún era necesario; con la propiedad correspondiente el li-cen-cia-do Héctor Martínez se presentó, lamentó con pena los acontecimientos, manifestó su deseo de que las cosas se resolvieran de manera expedita, no deberían ocurrir jamás crímenes de lesa humanidad. Explicó que no había morgue en la población, el cuerpo de la victimada estaba en la funeraria, pidió que aguardaran en las bancas del corredor en lo que concluía con una importante y rápida diligencia, que él personalmente con mucho gusto los acompañaría. Veinticinco angustiantes minutos después, el licenciado abordó con ellos la furgoneta, recorrieron la cuadra y media que separa a la agencia municipal de la funeraria. Alan estaba absorto, lejos del mundo, sonreía a las bromas, a las preguntas, a las aseveraciones de que no podía tratarse de Linda, no hablaba, no podía pensar, no quería pensar, no alcanzaba a explicarse porque no estaba asoleándose frente al hotel, por qué no había regresado a tiempo para acudir a la cita con sus amigos, ella siempre tan respetuosa del tiempo de los demás. Llamó al hotel, nada, el recepcionista le informó que la señora no había regresado. Cuando llegaron a la funeraria dócilmente se dejó retener de por Tom, mientras Nancy y Cindy acompañaban al licenciado Martínez al interior, anhelaba que minutos más tarde las dos le dijeran sonrientes, ¿ya ves? te dijimos que no tenías de qué preocuparte… cuando escuchó el agudo chillido de sorpresa 107
de una de ellas se zafó sin violencia de la mano de Tom y entró a zancadas, sin poder creer lo que miraba cayó de rodillas al piso mientras sus ojos se inundaban.
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VI Siempre la misma historia
La mañana siguiente a mi llegada, mientras desde un disco compacto los maravillosos dedos de Rubén González inundaban de ritmos cubanos la terraza, nosotros dábamos cuenta de unas enchiladas de mole negro rellenas de pollo, cubiertas de abundante quesillo oaxaqueño deshebrado, encima rodajas de cebolla sin desflemar y arroz rojo a un lado, las acompañamos con licuados de leche, plátano, papaya, ron blanco y miel, una verdadera bomba para el estómago. Timotito, siempre preocupado por ubicar las cosas en su contexto, desarrolló una reconstrucción histórica de Puerto Escondido y de los hechos recientes, que, aunque empezó un poco después del Génesis, resultó tan larga que Flavio tuvo que hacerla soportable avituallándonos en el trayecto con dos daiquirís de fresa, uno de melón, dos mojitos, ensalada caprese, spaghetti fruti di mare, tres cervezas y un negroni, hasta donde recuerdo. A finales de los años cuarenta anduvo por la región una brigada militar en supuesta misión sanitaria, en realidad un 109
simple recordatorio de la existencia del poder supremo del gobierno central, la tropa no traía médico, apenas les alcanzó para un cabo de sanidad, un chavalito del Bajío que se había alistado para apoyar económicamente a su familia. Las cosas no marchaban bien en su pequeño rancho, la tierra empobrecida no producía lo suficiente para todas las bocas de la familia, el cabito entregaba a sus padres su paga integra, era una ayuda pero necesitaban más que eso para poder salir adelante. Cuando el chaval vio las largas filas de lugareños que acudían al campamento militar para que les aplicaran polvo de sulfa en las heridas abiertas, les recetara antibióticos para los males intestinales o les aplicara pomadas en las infecciones de la piel, su cabeza se llenó de números, muy listo el chamaco para las cuentas, no había un médico en trescientos kilómetros a la redonda, él tampoco lo era, pero suponía que aquí no había quien se molestara por ese detalle. Sus conocimientos eran limitados y algunos soldados se quejaban de que cuando él los atendía después se sentían peor, aunque no se le había muerto nadie, muy bien podía dedicarse a la medicina en la costa y mejorar su situación financiera. En cuanto llegaron de regreso al cuartel, en la ciudad de Oaxaca, más tardó en descender del camión que en pedir su baja del ejército, se abasteció de lo básico en la primera farmacia que encontró y se regresó en calidad de conquistador a estas playas en las que chatinos y mixtecos venían a pescar de noviembre a mayo, que son las secas; durante la temporada de lluvias, tormentas tropicales y ocasionales huracanes, se regresaban a sembrar a los pequeños valles protegidos por las montañas. Nadie preguntó al recién llegado si algún día había ido a alguna universidad, de las que por cierto no conocía ninguna, ni siquiera por fuera, por su 110
parte optó por no proporcionar explicaciones no pedidas, los conocimientos adquiridos en seis meses de ayudar a un veterinario, más una capacitación intensiva cuando lo asignaron a sanidad militar y lo poco que le vio hacer al carnicero que tenían por médico del batallón, fue suficiente. Si a los tres meses de estar en el ejército pudo hacerse cargo de las curaciones en las brigadas, por qué no iba a poder curar a unos pobres aldeanos. Tan bueno resultó el negocio que avisó a sus parientes de Jalisco y Nayarit que había encontrado la tierra prometida, seguramente se refería a la tierra prometida a los campesinos en tantas campañas electorales, que sin empacho alguno el excabo prometió a sus familiares porque no pertenecía a nadie, o sí porque era un bien comunal, así que todo fue cosa de pasar a formar parte de la comunidad, para él, tan acostumbrado a formarse, eso no fue problema. Gracias al particular interés gubernamental por mantener la alta tasa de analfabetismo, ese preciado bien nacional, al poco tiempo el cabito y sus allegados se convirtieron en los caciques del puerto, cercaron hasta donde les alcanzó el alambre de púas, trocaban las consultas, la redacción de cartas y las pseudoasesorías legales por marranitos, gallinas, terrenos o lo que tuvieran a bien darles por sus desinteresados servicios. Se autonombraron autoridad y a las putas les cobraban en especie, después les dio por cobrarles de la misma manera a otras mujeres que no ejercían la prostitución y que no tenían intenciones de hacerlo algún día, pero caían en el juego de la adulación-extorsión de estos canallitas. Por si fuera poco, el acopio y embarque de café les acabaron de llenar los bolsillos, el mar era la única vía de comunicación en esa época. El pueblo creció, aumentó hasta alrededor de novecientos habitantes, todo iba viento en popa para los terratenientes 111
mestizos, eran dueños de haciendas y de vidas. La independencia, la revolución, la institucionalización del poder y sus leyes se habían quedado del otro lado de la sierra, aquí no había más ley que sus caprichos, hasta que en los años sesenta construyeron la carretera de la costa, con ella hubo nuevas maneras de llevar el aromático grano hacia el centro del país sin tener que caer en las garras de los acaparadores de Puerto Escondido o Puerto Ángel. Cuando todo anunciaba una debacle económica para los caciques, surgió lo inesperado, por esa misma carretera por la que se iba el café llegaron los surfistas y los hippies, diez minutos más tarde turistas de todo tipo, se construyó una improvisada pista de aterrizaje, los señores del dinero supieron adaptarse a los tiempos, se transformaron en hoteleros, en restauranteros, en operadores de tráiler parks, siguieron turnándose en los cargos de autoridad. Uno de ellos recuerda haber ocupado el cargo de agente municipal en siete ocasiones, lo hacían no tanto por los beneficios que les reportaba permanecer al cobijo del membrete como por la ayuda que podían prestar ellos al desarrollo de Puerto Escondido, eso es lo que dicen siempre sin el menor rubor, que los mueve el espíritu de servicio a la comunidad. Sirva de ejemplo la ocasión en que el cabo retirado, haciendo gala de su espíritu altruista, canjeó a la autoridad, uno de sus primos, la construcción de los baños de la escuela por un insignificante terrenito de alrededor de una hectárea, ubicado a la orilla de la playa, por casualidad en la zona turística. El beneplácito de la representación municipal fue doble ya que no únicamente salieron ganando las niñas y los niños de la escuela al no tener que seguir haciendo sus necesidades fisiológicas tras los matorrales, también ellos se ahorraron el dinero que estaba destinado a la construcción de 112
un parque en el preciso lugar que pasó a incrementar el patrimonio del médico empírico. Con el tiempo algunos de los turistas, que veían las oportunidades que brindaba el lugar, decidieron quedarse; la oficina de migración más cercana estaba, sigue estando, a un par de horas de distancia y aquí ningún funcionario va a ponerse a revisar la vigencia de las visas porque no está dentro de sus atribuciones. El grupo de extranjeros aumentó, italianos, muchos de ellos, obreros que encontraron en estas playas posibilidades de salir adelante sin tener que dejar la mitad de los pulmones en las industrias de Milán o Venecia, sus escasos ahorros le sirvieron para empezar con pequeñas pizzerías u hosterías. Todavía no se le ocurría al gobierno federal la genial idea de construir el gran desarrollo de Bahías de Huatulco, sobre la sangre de los ejidatarios que se resistieron y por encima de la normatividad en material ambiental. Para el gobierno estatal esta era una buena opción de tener un centro turístico en la costa, con apoyo federal construyeron un aeropuerto funcional, integraron un fideicomiso para impulsar un fraccionamiento residencial unido a una zona hotelera, que nunca concluyeron, e hicieron algunas mejoras de infraestructura mínimas, tampoco era para tanto, cuando se dieron cuenta Puerto Escondido tenía más de treinta mil habitantes a mediados de los noventa. A pesar del crecimiento sin planeación y de las deficiencias en los servicios, las cosas marchaban, al menos en lo económico, para la mayoría. Con el tiempo los visitantes comenzaron a ver que esto ya no era el lugar tranquilo, barato y virginal que habían conocido, la basura empezaba a apestar, literal y metafóricamente, el mar se llenaba de mierda, nada más literal. El pueblito se afeaba a medida que crecía y las 113
tarifas por los servicios se incrementaban cada año sin otra justificación que la de una demanda superior a la oferta. Pensaron que su gallina de los huevos de oro se alimentaba de aire y era inmortal, tarde se dieron cuenta que estaba agotada, enferma, en los puros huesos la dejaron a la pobre. En la temporada del noventa y seis al noventa y siete por primera vez los papeles se invirtieron, quedaron habitaciones vacías en los hoteles, no hubo colas para comprar en las tiendas ni para esperar mesa en los restaurantes, eso fue sólo el principio, después llegó la tormenta tropical, los dos huracanes y el terremoto de enero, la región entró en franca crisis. – Pero lo peor es lo que acaba de ocurrir, unos malnacidos, porque no creo que haya sido uno, violan y asesinan a una norteamericana, además de lo terrible que fue el crimen en sí mismo, está el hecho de que ella no era ninguna hija de vecino. Si los asesinos no son encontrados, si los gringos no obtienen una solución satisfactoria, a Puerto Escondido van a boletinarlo las agencias de viajes de los Estados Unidos como un lugar violento, entonces sí, adiós turismo, adiós vuelos diarios, adiós sueños de jauja en los negocios y desarrollo para la población. Híjole, no quiero ni pensarlo. A esas alturas Timoney, quien a pesar de sus problemas mantenía la mentalidad de empresario de la época de la bonanza ficticia, estaba al borde del llanto. Él fue uno de tantos que creyeron en aquel presidente de baja estatura y orejas un tanto pronunciadas, que edificó un castillo de naipes como fachada financiera del país. “Reconozco que la economía nacional estaba sujeta con alfileres, pero cuando me fui dejé los alfileres puestos, después alguien los quitó” declaró el exmandatario para justificarse, cuando lo culparon de la debacle ocurrida a menos de un mes de que dejó el poder. 114
Timoteo inició esta aventura con lo poco que pudo rescatar de las manos de sus acreedores, invirtió una parte en montar el negocio y con previsión reservó algo para una emergencia, pero esa emergencia se dio a menos de un año de haber llegado, con el movimiento actual a veces lograba cubrir los gastos, si esto empeora… y empeoró. Lo que él no supo es que Puerto Escondido ya estaba boletinado, en esos momentos muchos vacacionistas estaban siendo convencidos de cambiar de destino gracias a las recomendaciones de eficientes y sonrientes empleadas de agencias de viajes. Iba a resultar muy difícil borrar el estigma de que Puerto Escondido era lugar peligroso para los norteamericanos, sobre todo para cierto tipo de norteamericanos; aunque estamos hechos del mismo barro no es lo mismo bacín que jarro, decía la mamá de un amigo. Le pregunté a Timoto sobre la dimensión que había que otorgarle a la palabra satisfactoria, qué consideraba que sería satisfactorio para la policía estadounidense, nos contó entonces el chiste del conejito. – Las mejores corporaciones policíacas del mundo son convocadas a un concurso, en un área de cien hectáreas tienen que localizar a un conejito marcado, para lograrlo pueden hacer uso de todos los recursos a su alcance. Los rusos utilizan armas de alto poder, vehículos de doble tracción y gran despliegue estratégico. Detienen a cuatrocientos animales del bosque y entre ellos está el conejo con la marca, obtienen un tiempo récord de doce horas y media. Después de ellos, con derroche de alta tecnología, satélites espía, drones y sistemas digitales de rastreo antiterrorismo, los norteamericanos de la CIA reducen el número de detenidos y el tiempo. Treinta conejos aprehendidos, veinte negros, nueve morenos y uno blanco, el blanco era el buscado, lo lograron en tan sólo ocho 115
horas y cuarto. Los israelíes del Mossad lo logran en siete horas aunque pierden puntos por matar a tres conejos sospechosos de ser liebres-bomba, aseguran que tenían explosivos sujetados al cuerpo con cinta adhesiva. Toca el turno a los mexicanos de la Policía Federal, que por todo equipo traen una cuerda, un juego de cables pasacorriente y una caja de botellas de agua mineral gasificada. Transcurren las horas hasta que, preocupados, todos los participantes buscan a los mexicanos por el bosque, los encuentran el día después arrastrando a un elefante que tiene colocadas dos botellas de en las fosas de la trompa. Uno de los organizadores los increpa ¡estúpidos!, dijimos que tenían que capturar un conejito. El elefante, torturado, desmoralizado, abatido por los golpes y toques eléctricos en salve sea la parte, declara resignado: les juro que yo soy un conejito. – Este chiste… – Prosiguió Timothy. – lo conocen muy bien en el Departamento de Estado, cuando a algún turista le ponen en la madre nuestros paisanos, la policía de inmediato detiene al primero que se le ocurre y le informa a los sheriffes que ya están en prisión los responsables, creen que con eso ya quedaron bien, pero del otro lado no se tragan tan fácil el cuento, saben que en la mayoría de los casos se trata de un falso conejito. Vaya, con absoluto descaro les han enviado colonias enteras de falsos conejitos para que ellos los juzguen, ya ni chingan, los gringos pueden parecer despistados, pero no son pendejos… – ¿Le digo don Timoteo? Timor fue interrumpido por Juanita, la pinche de cocina, había quemado el asa de una cafetera de moka. – Van tres cafeteras a las que les haces lo mismo, Juana, ya te he dicho que estés al pendiente cuando las pones en la lumbre. 116
– Pues sí, pero se me olvida, es que siempre tengo que hacer varias cosas al mismo tiempo, además se ven mejor con la agarradera de madera que el Flavio les puso a las que se quemaron. – Mira, ya déjalo así, sigue con lo que estás haciendo, ¿ya pusiste otra cafetera en la lumbre? – Sí, don Timoteo. – Pues cuídala, no sea que también se le queme el asa. En cuanto se marchó Juanita, Timas nos explicó. – Cuando aquí en Oaxaca preguntan ¿le digo? Prepárate, porque seguro ya ocurrió algún desaguisado, eso sí, dejan la opción de enterarte si quieres, ¿le digo don Timoteo? Se me fueron dos clientes sin pagar, se me olvidó avisarle que hace dos semanas se acabó uno de los tanques de gas y mero ahorita se terminó el otro, se me resbaló la olla exprés y ya se desmadró todita, llegas a tenerle pavor a esa pregunta ¿le digo? Es una expresión tan típica oaxaqueña, al nivel de “fui a un mandado”, su pretexto universal, “¿por qué no viniste ayer a trabajar? Porque fui a un mandado don Timoteo”, fin de la explicación, “¿por qué llegas tarde? Porque fui a un mandado”. “Fui a un mandado” significa que tuvieron que hacer algo importante y esa simple frase debe aceptarse como una justificación, no admite réplica ni requiere mayores explicaciones, se considera una afrenta el que preguntes de qué tipo de mandado se trata o por qué era tan importante. Abordamos de nuevo el asunto del asesinato, la gravedad del crimen justificaba los temores de Tim. Linda fue asesinada durante la mañana del domingo, cuando se asoleaba en la playa de Zicatela, había sido golpeada, violada y parte de su piel arrancada a mordidas, mostraba hematomas en todo el cuerpo, los más intensos en el cuello, murió por 117
asfixia. Los médicos forenses de la Procuraduría de Justicia de Oaxaca concluyeron que las huellas de las mordidas correspondían a las de tres sujetos diferentes. Ni siquiera ellos, acostumbrados a hacer autopsias a cuerpos mutilados en accidentes o cercenados en enfrentamientos a machetazos, podían creer lo que veían, parecía que la hubieran inmolado en una especie de ritual satánico. La expresión de angustia congelada en el rostro inerte reflejaba el terror que sufrió, la violencia con la que fue ultrajada, todo parecía indicar que el propósito había sido mantenerla viva el mayor tiempo posible, imprimirle el máximo dolor que pudiera soportar. Concluyen que estaba sin vida cuando la arrojaron al mar, a pocos metros de la orilla, no se ahogó, no tenía agua en los pulmones. Cuatro turistas provenientes de Noruega la encontraron en la orilla de la playa cerca de las doce horas. Los forenses y criminólogos no contaban con equipo adecuado para realizar los análisis que les permitieran ahondar en las investigaciones, para colmo los policías preventivos habían contaminado las pruebas físicas que encontraron en el lugar, recogieron objetos sin utilizar guantes y las echaron en una bolsa de plástico sin cierre hermético, una bolsa común de las que dan en el supermercado; caminaron despreocupadamente sobre la arena en el área del sitio del crimen y cuando, por fin, al sargento primero a cargo del grupo se le ocurrió que debían conseguir una cámara para tomar fotografías, era demasiado tarde, había tantas huellas de sus botas que no quedaba ningún rastro de lo que pudiera haber ocurrido, el agente del Ministerio Público arribó al lugar dos horas después. En la cúpula del gobierno estatal cundía la indignación, era uno de los peores homicidios de que se tenía noticia y además había ocurrido en pleno día, en un lugar público, un 118
acto de barbarie, una afrenta al estado de derecho, una burla a un gobierno que se ufanaba del bajo índice delictivo de la entidad. El gobernador había montado en cólera cuando fueron a informarle los detalles el Procurador de Justicia del Estado y el Secretario de Seguridad Pública, casi los golpea. – ¡No regresen hasta que me traigan a esos hijos de la chingada, aunque sea muertos, si los encuentran vivos arránquenles los huevos a jalones para que sientan! Les gritó cuando salían asustados los dos altos funcionarios, que nunca lo habían visto tan enojado, el licenciado Martínez fue relevado de sus funciones por no actuar con la celeridad requerida, – Primero la situación queda en manos de los policías preventivos porque usted estaba en Bajos de Chila comiéndose con toda tranquilidad su caldito de camarones con la respectiva cervecita a un lado, ¿no es así Martínez? Era su día de guardia y usted almorzaba a treinta kilómetros de la oficina, por si eso fuera poco, hace esperar media hora a las personas que llegan a identificar el cadáver, ¿qué era eso tan importante que tenía que arreglar Martínez? ¿o nada más se estaba dando importancia? Como usted no puede quedarse un domingo sin tragar camarones, nosotros ahora estamos en un pedo monumental. No tenemos una puta prueba que nos permita saber por dónde empezar a buscar a los asesinos. Sí, sí, usted no sabía que en ese preciso momento se cometía un crimen, nunca sabemos cuándo se va a cometer un crimen Martínez, para eso tenemos guardias, entiende lo que esa palabra significa, guardia, vigilancia, alerta, estar pendiente por si ocurre algo. La única razón por la que un agente del Ministerio Público puede salir de su oficina cuando tiene guardia, es porque tuvo que ir a dar fe de que se cometió un 119
delito, si tiene ganas de cagar va al baño de su oficina, si le da hambre encarga unas tortas o unos tamales, o pide que le traigan los camarones que tanto le gustan y se los traga en su escritorio, pero se queda en su maldita oficina las veinticuatro horas de su guardia, si le da sueño se toma diez tazas de café y punto, por eso se les dan cuarentayocho horas de descanso por cada turno trabajado. ¿Qué le digo al Procurador, Martínez, qué le digo al Gobernador? ¿cómo explico que un pendejo como usted sea agente del Ministerio Público? Trató de defenderse con el argumento de que la víctima estaba en calidad de desconocida y hasta bastante después, en la identificación, supo con exactitud de quién se trataba. El subprocurador cambió de idea, en lugar de aceptar su renuncia lo cesó, ordenó que le levantaran un acta administrativa por negligencia, con esa mancha en su hoja de servicios era mejor que le buscara por el lado del derecho mercantil o del derecho fiscal, en el derecho penal su futuro acababa de evaporarse. Esta información me la proporcionó Osmani, el subdirector de la Policía Judicial de Oaxaca, una mañana después de la larga historia contada por Timas. Él se tomaba una cuba libre de brandy barato, por lo menos no echaba a perder buen coñac mezclándolo con Cocacola, mientras yo trataba de calmar con un bloody mary el dolor de cabeza por la resaca que tenía. Me contó que ante el enojo de la Embajada, sí, con mayúsculas así no queda duda de quién estamos hablando, el Gobierno Federal y el Estatal tuvieron que permitir la entrada de peritos de criminología, agentes, detectives forenses y hasta perros policía. – Los desgraciados ya casi se traen a los marines, llegaron como treinta cabrones big size, con facha de militares, pelo 120
cortado a rape aquí en los lados y la nuca – señaló los lados de su cabeza con ambas manos – y flequito en la frente, camisas floreadas, bermudas y tenis, no se quitan las gafas oscuras ni para ir al baño, casi nadie se va a dar cuenta de que son policías. A pesar de la ironía confesó que no podía dejar de sentir cierto alivio porque ellos no sabían por dónde empezar, no encontraban el menor indicio que les permitiera dar con los culpables del asesinato y había tantos ojos observando que ni soñar en prepararles un conejito, quizá los del FBI dieran con algo, tenía que volverse su sombra porque su jefe lo presionaba para que encontraran a los asesinos antes que los güeros, término que englobaba a los extranjeros a pesar de que en el grupo había algunos agentes latinos, morenos, y un par de afroamericanos. El problema para Osmani era qué, aunque le encantaba meter palabras en inglés en sus charlas, resultaba incapaz de sostener una conversación en el idioma de Withman, así le iba a resultar muy complicado averiguar qué avances lograban ellos. A los norteamericanos les asignaron en calidad de anfitrión a un agente que trabajó varios años en Chicago, de indocumentado, aunque más que inglés hablaba el spanglish chicano, era su única apuesta porque él, a fuerza de rascar, habían encontrado lo suficiente para llenar las cárceles de la región unas cuatro veces, sin embargo nada se relacionaba con el caso. – Imagínate que al alzar una alfombra encuentras que por los cuatro lados escondieron basura debajo, pero al revisarla te das cuenta que no es el tipo de basura que estás buscando en este momento. Está de la chingada jalar de madrazo todo el tapete para hacer una limpieza a fondo, así qué mejor no hacemos olas y volvemos a revisar desde el principio, quizá 121
pasamos por alto algún detalle. Contó el funcionario. Antes de que él llegara de Oaxaca los agentes locales habían interrogado a varios lancheros y surfistas locales con los métodos tradicionales: golpes, chorros de agua carbonatada arrojados a la nariz, descargas eléctricas colocándoles los pies desnudos sobre el piso mojado, nada había funcionado. Nemesio, el comandante de la Policía Judicial en la costa, le entregó a cuatro que habían preferido autoinculparse con tal de que no siguieran torturándolos. Al tomarles una nueva declaración resultó que no tenían la menor idea de lo ocurrido, la tomadura de pelo lo enfureció y amenazó a su subalterno con detenerlo por abuso de autoridad. En qué cabeza cabe tratar así a gente que, si acaso, había estado en algún sitio cercano al lugar, dejarles evidencia de tortura a personas sobre las que no existía ninguna sospecha, en estos tiempos, cuando los de la Comisión Nacional de Derechos Humanos andan por todas partes, era una auténtica estupidez. Osmani no tenía mayor preocupación por la integridad física de los detenidos, pero le molestaba que les dejaran huellas que pudieran llegar a conocimiento de la prensa o de integrantes de alguna organización no gubernamental, ya no es cómo antes, le espetó a su colaborador, ahora tenían que actuar con cuidado, el gobierno quiere dar la apariencia de democracia y respeto los derechos humanos, es necesario entender la nueva manera de hacer las cosas. Advirtió a Nemesio que si algo trascendía lo dejaría al alcance de las fieras. – El viento o el rumor del mar ayudó para que nadie escuchara los gritos, tiene que haber gritado, las huellas en el cuerpo muestran que hubo forcejeo, se defendió, tiene que haber luchado un buen rato, tenía buena condición física y 122
seguro gritó por lo menos un par de veces, pero ningún ojete escuchó ni madres. El hotel Belmar, el más cercano, está casi vacío y ningún huésped estaba en su habitación a esa hora, ya verificamos todas las coartadas, son impecables. Los vecinos de las casas cercanas pertenecen casi todos a la misma iglesia evangélica y estaban en su culto al otro lado de la carretera, era domingo, tratamos de hacerles caer en contradicciones pero nada, salvo pequeñeces, la versión de los vecinos y la del pastor encajan. De los que sí estaban en su casa uno es un viejito sordo y miope, otro se la pasa borracho desde que se levanta y otra estaba atendiendo a su bebé enfermo, si el niño estaba llorando ese día como ayer, cuando la fuimos a interrogar, n’hombre que iba a escuchar la pobre, pinche chamaco chillón. Desde las casas de La Punta Ecológica no se ve la parte de la playa donde ocurrió el crimen y estaban leyendo o nadando en la alberca o abajo en la playa tostándose el cráneo en sus tablas mientras esperaban la ola buena o ponían aceite en la espalda de su amante en turno, metidos en sus asuntos sin voltear para ningún lado, además la mayoría ya no está, vienen en sus Lear jets el viernes en la tarde y se regresan el domingo o el lunes temprano. Tampoco es cosa de andarlos molestando por teléfono, pertenecen a los intocables, para tener casa ahí necesitas tener cuentas bancarias de nueve cifras, por lo menos. Aunque alguno de esos fulanos hubiera visto algo no lo diría, no van a perder su valiosísimo tiempo en interrogatorios, qué maldita suerte, si esos bastardos lo hubieran planeado no les sale tan bien. Esa era, por el momento, la conclusión del Subdirector de la Policía. En cuanto a lo que habían encontrado, no quería entrar en detalles, pero una vez que corrió suficiente alcohol no hubo que insistirle dos veces. 123
– Mira, eres de confianza, pero todo esto es off the record, porque no sé si vamos a poder hacer algo, si aparece publicado voy a negarlo, no te conozco y no te he contado nada, ¿vale? Hay demasiados hijos de su puta madre involucrados en negocios sucios, hemos recibido copias de casi cien expedientes que nos facilitó el CISEN y otro tanto viene en camino, hay una desproporción entre el tamaño de la población y la cantidad de involucrados en chingaderas, como si esta zona tuviera un imán de alcance internacional, nada más que en lugar de atraer metal atrae mierda. Anda por acá un fulano, austriaco, desertor de la Legión Extranjera, el angelito es buscado por su implicación en un caso de genocidio en alguna parte del norte de África. Los honorables legionarios andaban hasta la madre de hachís y se les hizo fácil ponerle en la suya a un poblado entero en plena noche, mujeres, niños y ancianos incluidos en el paquete. La cosa fue tan grave que entró la ONU, los llevaron a juicio por crímenes contra la humanidad, esta fichita escapó del hospital donde estaba internado por una herida que él mismo se produjo, cuando supo que los iban a detener. Se dejó venir por una ruta que pasa por lo menos por doce países, sabe moverse el changuito. Desde que llegó a Puerto controla la venta de cocaína entre los turistas que hablan alemán, únicamente atiende a suizos, alemanes y austriacos, él cree que así nunca lo vamos a pescar, abusa de que nuestros agentes a duras penas y hablan el castilla, nada más que se descuide va a saber cómo los chingadazos se sienten igual en todos los idiomas. Chingao, lo invoqué, míralo ahí va muy quitado de la pena. Me señaló al tipo, delgado, cabello muy corto, blanco con bronceado ligero, vestía pantalón corto, camiseta sin 124
mangas, calzaba sandalias de plástico, pasó caminando un tanto desgarbado bajo la terraza del café. – Pues sí, parece que no rompe un plato – le contesté a Osmani creyendo que la plática concluía. Se había levantado, me dijo que enseguida regresaba, iba a cambiarle el agua a las aceitunas, aproveché para pedir las otras, nada más regresar le dio un trago largo a su cuba y siguió con el ejercicio de lengua. – Ciro, un exjugador de futbol del Milán, al retirarse consiguió trabajo como administrador de un club deportivo subsidiado por el gobierno italiano, se escapó con el presupuesto de un año, cuatrocientos cincuenta mil dólares, decidimos esperar a que se gaste todo antes de deportarlo, se necesita capital fresco en la zona. Tras las carcajadas continuó. – Un juchiteco y un norteamericano, Pancho y Jack, controlan una de las más complejas redes de tráfico de indocumentados centroamericanos y asiáticos, tienen tratos con varias cooperativas de lancheros y de taxistas para trasladarlos en una operación hormiga muy buena, son listos estos changuitos. En pleno día, en nuestra propia jeta, los transportan confundidos con pasajeros normales en los taxis o en los botes para turistas, hasta le dicen adiosito a los de la guardia costera cuando se los encuentran. Los hemos agarrado varias veces, nosotros, los de migración y hasta los federales, pero con dos o tres cuates por vez. A la hora de los careos los aspirantes a braceros dicen que no los conocen y tenemos que soltar al par de polleros, así no hay manera, a diario mueven entre cincuenta y ochenta personas, ahora dime cómo le hacemos para detener a todos los taxis y todas las lanchas todos los putos días, ni tenemos tanto personal ni recursos ni ganas. Pinches gringos, presumen todo el tiempo 125
que ellos viven a toda madre, en el cine, en la tele, chinga y chinga con qué todas las maravillas del mundo están en Disneyland y Epcot Center y luego no quieren que la paisanada se vaya para allá. Además estos pobres dan lástima, me cae, traen el hambre pegada a los huesos, y nuestro trabajo es capturarlos y regresarlos a su miseria, no hay derecho, chingá. Créeme que nada más cubrimos la cuota para que vean que sí trabajamos y nos hacemos de la vista gorda con el resto, que los gringos se las apañen como puedan. – Igual que hacen con la droga. Intervine. – Mi estimado Ramiro, voy a hacer de cuenta que no dijiste nada. No seas cabrón, respeta a las instituciones. Dijo con el rostro serio y la sonrisa en la mirada. – También está un poblano que anda organizando actividades a favor de los zapatistas, presentó en su changarro un video, algo así como Esto es Chiapas o alguna mamada por el estilo, de un tal Ennio Gemini, italiano el fulanito. Hasta trajeron a uno de los que musicalizó el video, un saxofonista gringo, a ver, sí, aquí está. – afirmó asomándose a un sobre grande, amarillo – Steven Brown, el saxofonista, tocó junto con un changuito que es bueno para la guitarra, un tal Max, otro italiano, después han seguido exhibiendo el video y los de gobernación me piden que les haga el favor de conseguir una copia para expulsar a los extranjeros por meterse en política interna, los tienen bien identificados pero les falta el video, la prueba contundente, mira las fotos. – No la amueles, son de aquí. ¿Quién las tomó? – Seguro uno de los asistentes al evento, es lo malo de los eventos masivos, siempre hay orejas al por mayor, mira, esta de la fachada quedó bien chida, al rato se la pasamos al 126
Timoteo, lo tienen bien checadito. Parece que también anda metida en el enjuague la esposa del cónsul de Italia. – ¿Lo van a detener? – No, no es delito manifestarse por cualquier cosa si eres nacional, al menos no lo es mientras no necesitemos que lo sea. Timoteo les importa poco, no andan tras de él sino tras los italianos y para eso necesitan el video, dile que lo esconda o que lo rompa, lo que quiera, pero que no lo exhiba más hasta que se calmen las aguas, porque quieren joderse a sus amigos con el pretexto de que se están metiendo con nuestra patria sacrosanta. De momento no hay peligro pero que ya no le mueva, si me entero de que lo ponen en la lista negra te aviso con tiempo para que se vuelva invisible. La lista era larga, en el sobre traía tan sólo una pequeña muestra, me enseñó el expediente del que consideraba el peor de los sabandijas: Ugo Ponti, italiano. – Era albañil en Nápoles, llegó veinte años atrás con su hermano, un plomero, con la lana que traían les alcanzó apenas para rentar un localito en un callejón, con paredes de tabla y techo de palma, ahí construyeron un horno de ladrillo para hacer pizzas, ahora es dueño de dos hoteles, tres restaurantes, una de las mejores casas del puerto y va y viene de su país como quien cambia de calcetines, para que veas como dejan las pizzas. – No pudo contener la risa. – Primero se apropió de la parte de su hermano, le puso un cuatro con los de migración para que lo deportaran, después, o chance desde antes, le entró a un negocio más lucrativa. Compra cocaína pura al mayoreo, contrata a parejas de adictos jóvenes que tengan hijos pequeños y los envía en avión a Italia con la mercancía, los sobres van pegados en el cuerpo de los niños. Engatusa a sus burros con la ley italiana que impide que 127
ambos padres vayan a la cárcel, para protección de los hijos, ve tú a saber que tan protegidos queden en manos de una madre enganchada, generalmente es la madre la que la libra; la zanahoria no es nada más el dinero sino también unos gramos por el favor. La droga va cortada, de cada siete kilos él obtiene diez, que allá, vendida por gramo a los controladores de camellos y descontando los gastos, le deja al angelito una utilidad de alrededor del mil por ciento. En este momento dos italianos y un español cumplen condenas gracias al sistema del tal Ugo, dos de las mujeres regresaron creyendo que él las iba a ayudar, pura verga, una chambea en un burdel y la otra de cuando en cuando liga un trabajito de mesera, unos días, hasta que la ansiedad o la sobredosis la ponen fuera de circulación y la despiden. Los dos niños andan que da pena, cualquier día van a empezar a pelear con sus madres por las dosis. Este hijo de puta es tan criminal como un violador, un secuestrador o un homicida, el problema es que no estamos seguros de qué sombra lo cobija, presume de su amistad con el Gobernador aunque no creo que tenga esa cobertura, el Gobernador no se mete en negocios tan riesgosos y este cuate no mueve volúmenes como para necesitar una protección tan alta. Debe estar asociado con algún militar de medio pelo o algún jefe de policía local, si investigo que es alguno de mis subordinados o de los de la preventiva, me los chingo a todos, pero si son militares de plano no juego. – A poco crees que haya militares metidos en el negocio. Pregunté cándido. – No mameyes en tiempo de melones mi estimado Ramiro, ignoro si protegen a ese ojete, pero de que están metidos en el negocio estoy absolutamente seguro, quizá no todos, a lo mejor los de intendencia o los mecánicos no tienen nada que 128
ver, de ahí en fuera todos, cualquier soldado raso que haya estado en un retén de carretera tiene que estar metido en el ajo, en consecuencia sus jefes y los jefes de sus jefes, no creo que los generales reciban su parte sin preguntar cuál es el origen. Mira mi estimado, desde aquí, del changarro de tu amigo, se ve toda la bahía, pues desde allá arriba, de la zona militar, además de todo esto se dominan otras cuatro playas. Ayer estaba platicando con un coronel para ver si ellos sabían algo del asesinato y de repente veo que un madral de lanchas navegaban hacia mar abierto, en pleno atardecer, cualquiera aquí sabe qué estaba ocurriendo pero me hice pendejo y le pregunté qué pasaba. Van a pescar tiburón, lo pescan de noche, me contestó lacónico, de inmediato le cambie la conversación para no meterme en problemas. Cuando me despedí me pidió que lo esperara un minuto, entró a la oficina del general y salió en menos que canta un gallo, se veía sospechoso, me volvió a sacar plática de qué si el crimen, que qué horror y la mano del muerto. Poco antes de llegar a donde me esperaban los muchachos en la camioneta, se despidió rápido dándome la mano, sentí los billetes en la palma y prestas, rápido metí la mano a la bolsa del pantalón para que nadie se diera cuenta. Nada más de cuates los milicos me hicieron un donativo que equivale a mi sueldo de seis meses, no es que me tengan miedo, por supuesto, pero prefieren no ir dejando enemigos por todos lados, prefieren cómplices, aunque no sé exactamente de qué soy cómplice. – Perdón por la ignorancia, pero no me queda claro el asunto de las lanchas. Pregunté mientras en mi fuero interno me cuestionaba si no sería que hoy también ya estaba borracho y por eso no había captado la intención. 129
– No chingues, hasta los niños saben que aquí nadie se interesa por pescar tiburones y no hay ninguna razón para pescarlos de noche, lo que ocurre es que cada tanto arriba un barco colombiano que se detiene en el límite del mar territorial, les avisan por radio y las lanchitas de los pescadores locales navegan para encontrarse en aguas internacionales, desembarcan cocaína que distribuyen en las playas a lo largo de más de doscientos kilómetros de costa. También desde aviones que vuelan lo más bajo posible arrojan paquetes impermeables con pequeñas boyas fosforescentes, por coincidencia todos los lancheros están equipados con lámparas de luz ultravioleta, para este tipo de pesca nocturna de tiburoncitos de veinte onzas. Si te fijas bien en el mapa, la distancia desde la costa colombiana del pacífico a la costa de Oaxaca no es tan grande, los países centroamericanos no cuentan con eficientes guardacostas y México, la mera verdad, tampoco, además esto ocurre con tanta frecuencia que alcanza para repartirle a todo el mundo, un cachito para la guardia costera, otro poquito para la policía naval, el ejército, las capitanías de puerto, la policía local, ya ves, hasta a mí me dieron mi aguinaldo y eso que estamos en marzo. – Pero a los aviones lo pueden detectar por radar. – Por supuesto, cuando hay radar, más de la mitad de los radares que se supone tienen la marina, el ejército o la fuerza aérea, en realidad se cargaron al presupuesto pero nunca se compraron. De los pocos que sí existen, la mayoría están descompuestos y de los pocos que funcionan los operadores saben a qué hora no deben ver nada en las pantallas, además los vuelos a baja altura son muy difíciles de detectar. – Adoro este país, siempre hay una solución para todo. Oye, pero a poco todos los lancheros estarán metidos en esto. 130
– Bueno, no, no todos, supongo que todavía hay gente honesta por estos rumbos, pero deben ser muy pocos. El día que truena el motor de tu lancha y no tienes para repararlo, el día que tus hijos entran a clases y tienes que comprar útiles escolares, zapatos, uniformes, el día que te cortan el teléfono o la luz o el agua porque no tienes para pagar, ese día te das cuenta que has vivido en el error, que no tiene nada de indecente querer que tu familia coma tres veces al día, que nadie se va a morir porque tú ayudes a descargar bultos de cocaína. Para el siguiente desembarco eres el primero en la fila. Con un trago largo dio cuenta de lo que quedaba en el vaso de su sexta cuba y le hizo una seña a Flavio que platicaba con Timotín en la barra, desde el principio les indiqué que la charla era a solas, que se mantuvieran a prudente distancia para tratar de sonsacarle la mayor información posible. Osmani decidió cambiar a mezcal, pidió que de una vez nos trajeran la botella completa, era evidente que quería seguir contando sus sinsabores laborales y yo resultaba buen escucha y compañero de borrachera. Caramba, mejor que cualquier confesionario o diván. Despepitó enseguida que en los últimos dos meses cuatro norteamericanos habían muerto en Puerto Escondido, pero sólo el caso de Linda había causado reacciones, de los otros tres no había nada que reclamar. Un hombre de Kentucky, de treinta y ocho años, murió de pulmonía a finales de enero, tenía sida, escogió esta costa para pasar sus últimos días, prefirió el anonimato al civilizado repudio de la conservadora sociedad de su país. A principios de febrero un joven atractivo, de Nevada, apareció muerto en un arroyo, se me encendieron los focos rojos cuando dijo atractivo, los machos mexicanos no nos expresamos así de 131
otros hombres, pero creí que era un lapsus. Al muchacho le habían cortado las manos y se las dejaron junto al cuerpo, enrollado en un petate, en el índice izquierdo traía un anillo de oro con incrustación de turquesa, reloj de oro en la muñeca cercenada y quinientos dólares en la billetera, claro mensaje de que no se trataba de un robo, era un asunto de drogas o de tráfico de indocumentados, estaban delimitando su territorio de operaciones. La embajada guardó silencio, no les gusta tener que reconocer que los súbditos del Tío Sam también están metidos en el embrollo, pero lo cierto es que sin su amable participación no hay manera de que los negocios prosperen. El último era muy reciente, Neil, un chef neoyorquino que emigró con su esposa tratando de cambiar de ambiente para alejarse de la heroína. – Mira adonde vino a tratar de curarse la adicción el pobre, se inyectó la misma dosis que utilizaba en New York, nadie le advirtió que aquí es pura, de la amapola directo a su jeringa, chingá. La procesan japoneses en algún lugar de la sierra, su centro de operaciones está en Zipolite pero el laboratorio no, no sabemos dónde lo tienen porque no lo han inscrito en el Sistema de Administración Tributaria, los muy culeros. Es muy difícil caerles, aunque no tuvieran protección es una tarea complicada, desde el Istmo de Tehuantepec hasta Lázaro Cárdenas Las Truchas, en Michoacán, hay una franja montañosa que tiene alrededor de ochocientos kilómetros de largo por trescientos de ancho, es el territorio donde se mueven el Ejército Popular Revolucionario, el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente y las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo. Además de los guerrilleros están bandas de asaltantes, secuestradores, narcotraficantes, abigeos y pueblos que a la menor provocación se levantan en armas, 132
como los Loxichas, los Triquis o los de Atoyac. Son miles de montañas, un territorio donde cabrían varios países europeos, cuando el ejército se acerca se movilizan de inmediato, hoy estaban aquí, mañana a cien kilómetros de distancia. Los soldados generalmente encuentran los restos donde estuvieron los laboratorios clandestinos, los campamentos abandonados, a veces todavía hay frijolitos calientes o huele a que acaban de apagar la fogata arrojándole un pocillo de café, y la gente, los guerrilleros, los narcos, ¿dónde? Se esfuman. Tenemos un país enorme, cruzado por dos largas cadenas montañosas, si es que aún me acuerdo de mis clases de geografía en la secundaria, para colmo la inmensa riqueza se la reparten unos cuantos y la mayoría andan bien jodidos. A nosotros, los perros, nos tocan huesos con algo de carnita, las puras sobras, pero algo nos toca, a la gran mayoría no le toca nada, cada noche se acuestan con la esperanza de conseguir algo para tragar al día siguiente y no siempre lo logran, por eso somos el caldo ideal para cultivar tanto desmadre. El problema es la miseria, no las drogas, acabar con el narcotráfico es fácil, Milton Friedman lo explicó un chingo de veces, así que ni para que los gringos nos salgan con que no saben cómo hacerle. Es exactamente lo mismo que pasó con la prohibición del alcohol. En los años veinte, todos se mataban por controlar los territorios para vender licor de contrabando, si tenías una destilería clandestina eras candidato a ser millonario, pero también a ser cadáver. Producir, transportar o vender bebidas de alta graduación significaba la cárcel, la muerte o una vida con mucho dinero, hubo quienes disfrutaron de las tres cosas en diferentes momentos, bastantes murieron también por la producción de alcohol adulterado. Ahora nadie adultera el alcohol, no vale la pena, 133
tampoco nadie se mata por controlar un negocio que es legal, paga impuestos y deja buenas ganancias, nada que justifique matar a tu vecino. Con la legalización no aumentó el número de muertos por cirrosis y el aumento de accidentes de tráfico se debe más que nada al incremento de vehículos en circulación, no al chupe. El que es pedo ve siempre donde conseguir alcohol, se toma hasta las lociones, el que no toma o el que toma moderadamente, caso en el que no estamos tú y yo, puede tener siempre a su lado una barrica de tequila y no se ahoga. Cuando legalicen las drogas va a ser lo mismo, los precios van a ser razonables, tu cuate Timoteo va a poder ofrecer en su carta pericos colombianos, peruanos, bolivianos, hachís turco, afgano y paquistaní, motita de veinte variedades diferentes, opio chino o vietnamita y los japoneses que te conté van a tener que pagar impuestos y competir con otras marcas de heroína, que además tendrán que ser supervisadas por Salubridad, aunque también los inspectores caen en el feo hábito del soborno, ya ves cómo es la gente. Los fabricantes tendrán que asumir su responsabilidad en el caso de que las adulteraciones produzcan algún daño. En lugar de andar enviciando a chavitos en las escuelas, los productores podrán exhibir sus anuncios en la tele, donar dinero para las fundaciones de las primeras damas, patrocinar eventos deportivos, imagínate, fulanito de tal, campeón de los cien metros, vuela gracias a los pericazos de coca marca Alas de Ángel, ¿a poco no estaría chido? Por alguna razón inexplicable Osmani casi se orinó de la risa al llegar a este punto, antes de ir al baño se dirigió a Flavio e hizo una seña circular con el índice hacia abajo, la que usualmente significa otra ronda igual, pero a la botella de mezcal aún le quedaba más de la mitad, sospeché que el 134
subdirector ya estaba borracho. Regresó con una lucidez impresionante, pero sin huellas de polvo en la nariz, qué cuidadoso, nada más sentarse retomó el hilo de su disertación. – ¿Dónde estábamos? Ah, sí, la legalización. Yo sí coreo cuando ponen la canción de Bob Marley, Legalize it, pero la pinche hipocresía se impone, los policías del mundo, tú ya sabes quienes, necesitan pretextos para seguir husmeando en todas partes y lo de las substancias prohibidas es un ardid que les funciona de maravilla. Desde Siria hasta Colombia, de Panamá a Laos, de Finlandia a Sudáfrica no hay territorio donde no existan cultivos que prohibir, o donde no se procesen metanfetaminas u otras mierdas, o que no sirva de paso para la droga, es el pretexto universal para meter las narices en nombre de la salud pública, de la paz mundial y de la democracia. Y donde no hay droga los gringos la ponen, se parecen al chavo ese de una de las primeras películas de Brooke Shields, buenísima, ¡no! la película era una mierda; la historia es que este cuate incendió la casa de los papás de su novia para entrar a salvarlos y quedar como el héroe, igual se las gastan los gringuitos. Las guerras necesitan drogas, hay que infundirles valor a los muchachos, el fervor patrio no basta, la verdad es que hace mucho que no da para tanto; pero cuando la guerra acaba el consumo no disminuye, ya tienes a un titipuchal de excombatientes atrapados en el vicio. La lucha contra el narcotráfico, tú lo sabes mi periodista, tiene que ver con los precios, de repente algún entusiasta del tipo de Rafa Caro Quintero se pone a producir en chinga y provoca que los precios se caigan, no pues que no mame, abusan de que no se puede crear una organización de países productores que se autorregule, como la OPEP, tampoco se le puede 135
“convencer” de que nos venda el negocio para que no nos fastidie, como le hace Microsoft con la competencia; en principio porque ese negocio no es legal, así que no queda más que defender los valores de la sociedad y ponerle en su madre al insurrecto. Miraba perplejo a Osmani, jamás imaginé que tuviera una idea tan clara del mundo con el que tiene que vérselas, en ocasiones de forma tangencial y otras de lleno, este no es de las aves que cruzan el pantano sin manchar su níveo plumaje, conforme reza el poema de Salvador Díaz Mirón, este es de los que se atascan por completo, pero la sorpresa es que se atasca con plena conciencia, su disertación continuaba, esta tarde venía inspirado. – Las drogas les sirven a los gringos para manipular alianzas, para castigar insurrecciones, acuérdate del Irán-Contras, un verdadero desmadre. Primero se lanzan contra Colombia, necesitaban que redujera sus exportaciones ilícitas para abrirle camino a los sirios, a cambio de su neutralidad en las broncas contra Irán, les dejaban acceso libre a su propio mercado, luego los Contras nicaragüenses reciben el visto bueno para comercializar la mercancía de Siria con apoyo de los cubanos de Miami, con las utilidades le compran armas a Irán, el supuesto enemigo de sus protectores. La mercancía llega vía Panamá desde donde, por pura coincidencia, se organiza un atentado contra Fidel Castro, tiempo después se les sale del huacal Noriega, el presidente de Panamá, su cuatacho de toda la vida, su cómplice en el asunto y de todas maneras, madres, le dan pa’ dentro, pero dime qué consiguieron, de qué se trataba, ¿quién ganó y quién perdió? Hubo muertos en Nicaragua y en Panamá, pero nadie logró un triunfo claro. Los gringos desde la segunda guerra mundial no han tenido una 136
victoria contundente en ningún lado y mira que han metido las narices por todo el planeta. Este juego de drogas, armas y tenebras siempre sale mal, para correr a los franceses de Indochina armaron al Vietcong y después se les salieron de control, por querer ganarles la retaguardia armaron un desmadre en Camboya y le dejaron la mesa puesta al Khmer Rouge. Para qué nos vamos tan lejos, aquí meten fortunas inmensas para perseguir al narcotráfico, cuando ya casi tienes a uno te dicen, no a ese no, ese es cuate, mejor búscate a este otro, pero si ese otro era su cuate hace seis meses. Mira mi estimado Ramiro, la mera verdad es que yo ya no entiendo nada, hago mis ahorritos con la intención de poder disfrutarlos algún día, desempeño mi trabajo sin meterme en camisa de once varas. Que hay que atrapar a cuatro, atrapo a cuatro, que no eran esos cuatro pues soltamos a estos y vamos por otros cuatro. Que tráeme a fulano, voy por fulano. Que fulano se pone bello y no hay pájaros en el alambre, pues informo que fulano ya se había ido, qué pena pero no nos esperó. Que hay que encontrar a esos hijos de puta que mataron a esa chava, pues sí, hay que encontrarlos y ponerles en su madre porque todo tiene un límite, aunque no me quede más bandera que honrar que mis calzones puestos a secar en el tubo de la cortina de la regadera, tenemos que hallar a estos jijos y hacer que su estancia en la cárcel sea lo menos agradable posible, porque ni siquiera en mis momentos de mayor cinismo puedo aceptar tamaña barbaridad. Afortunadamente llegó una llamada por radio antes de que las lágrimas se derramaran por los rotundos cachetes de Osmani, el Subprocurador necesitaba comentar con él unos asuntos pendientes, pasó al baño a acabar de estabilizarse el alcohol y se despidió con la promesa de mantenerme al tanto 137
de las novedades, me quedé viendo al mar a través del mezcal que quedaba en la botella, era poco, me lo bebí de un trago.
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VII Para qué son los amigos
Desde el estacionamiento del trailerpark de Playa Marinero, adonde llegó el camión de peregrinos, la ruta más directa hacia su casa era a través de la calle paralela a la playa, pero también la más iluminada y corría el riesgo de encontrarse a alguien, su aspecto lo obligaría a dar explicaciones, la ropa llena de lodo, barba de varios días, huaraches. A quienes lo conocen les extrañaría verlo en ese grado de desaliño, prefirió regresar a la carretera, caminó por una vereda entre las palmeras. Una vez en la orilla de la carretera aguardó a que no transitara ningún vehículo y atravesó rápido el puente de la lagunita, se internó en Zicatela a través de las intrincadas calles de tierra apisonada, cada vez que veía a otra persona se ocultaba hasta que el paso quedaba libre. Una cuadra antes de su casa se detuvo, observó desde esa distancia su camioneta estacionada enfrente, no había otro automóvil cerca ni se veía ningún movimiento sospechoso, se acercó tranquilamente, palpó en su ropa en busca del llavero, no lo tenía, era imposible saber dónde quedaron, debieron caérsele en algún momento. Volteó hacia los dos lados de la calle para asegurarse de que nadie lo veía y se introdujo bajo 139
la parte trasera de la camioneta, arrancó con fuerza la cartera de vinil adherida con cinta de empaque a uno de los biseles de la carrocería, sacó los duplicados de las llaves y entró. Al encender la luz notó en el piso tres papeles doblados que habían deslizado por debajo de la puerta, dos eran mensajes de lugares donde habitualmente daba masajes, querían que atendiera a unos clientes en fechas que ya habían pasado, el otro era una larga carta de Belinda poniéndolo al tanto de la desgracia ocurrida y de la consternación de todos por el crimen así como la preocupación general por su desaparición, temían que la desgracia fuera mayor. Al parecer Jim había sugerido no presentar ninguna denuncia o ni solicitar su búsqueda hasta que transcurriera una semana, los convenció al recordarles que no era la primera vez que Nick se iba sin avisar, había regresado justo a tiempo. En la contestadora del teléfono había como veinte mensajes, cuatro sobre las citas para los masajes y los demás de Jim, Tom, Belinda varias veces y otro par de amigos, todos estaban preocupados por su desaparición, insistían en el temor de que a él también le hubiera ocurrido algo, respiró tranquilo, al menos la policía no lo implicaba. Mientras se duchaba pensó en algún pretexto válido, llamó con voz consternada a Jim, le contó que la noche cuando salió a caminar afuera del Papá Noel conoció a una mujer de Eslovenia, por eso ya no regresó, a la mañana siguiente ella salía temprano para Chacahua y decidió acompañarla, esa mujer era pasión pura, pero ya les contaría en otra ocasión, dadas las circunstancias su historia era una banalidad. Intentó llamarles el domingo para disculparse por faltar a la comida, pero el único teléfono del poblado estaba descompuesto y no tenía la menor idea de lo que había ocurrido, de haberlo sabido hubiera regresado de inmediato, 140
estaba muy afectado por lo que había leído en la carta de Belinda, deberían matar a los tipos que cometieron ese horrendo crimen, se arrepintió de inmediato de haber dicho eso, tenía que ser más prudente. Aceptó cenar con ellos en Il viandante, se verían en hora y media, descansó un poco. En cuanto llegó, Belinda se le fue encima hecha un mar de llanto, la estrechó con fuerza mientras se esforzaba en mantener el rostro con expresión de tristeza, incluso logró que le salieran un par de lágrimas a pesar del esfuerzo que le costó concentrarse cuando estaba sintiendo sus generosos senos contra su pecho. Ella había sabido llegar a la madurez en buena forma, estuvo tentado a agarrarle las nalgas, pero en definitiva no era el momento. Fue una larga, muy larga velada de narraciones de dolor, frustración y rabia. – Si tan sólo pudiera agarrar a uno de esos hijos de puta, lo mataría sin piedad. Dijo, casi gritó, convencido, acababa de saltar la verja, se sentía bien, ya no era el perseguido sino el perseguidor, el indignado amigo de la asesinada que lucharía hasta el fin por vengar el crimen. Emociones aparte había que poner tierra de por medio, con la presencia del FBI el asunto se complicaba, no era conveniente tratar de jugar con fuego, pero aún no se le ocurría un buen motivo para justificar su partida repentina, cuando les pasaron la cuenta porque el restaurante cerraba, decidieron ir a tomar una copa a Barfly, ante un nuevo arrebato de llanto de Belinda en sus hombros, ahora sí le agarró las nalgas. – Nick, Jim está aquí. Protestó ella coqueteando, Jim estaba absolutamente borracho y así seguiría, ni por error inhalaba una línea. Un repentino asomo de ira le hizo comprender que no era buena 141
idea tratar de tirarse a Belinda esa noche, Tom le apretó el hombro discretamente y le dijo al oído. – Los tres que van subiendo son de los policías mexicanos que investigan el caso y si volteas hacia la derecha podrás ver a cinco de los del FBI, los del sillón cerca del Dj, en estos días todos los bares son campos minados. Volteó a verlo intrigado por la observación, un escalofrío recorrió su espalda, Tom prosiguió. – Más vale limitar nuestras aspiraciones a espacios privados, nada en estos sitios, por lo menos durante un par de semanas. Suspiró aliviado, por un momento pensó que Tom sabía algo, en definitiva había que salir de aquí cuanto antes, pero sin despertar sospechas. Supo que Alan había partido hacia Estados Unidos apenas un día antes, la burocracia había complicado demasiado las cosas, trató de que le permitieran incinerar el cuerpo de Linda para llevarla consigo, pero los oficiales del FBI le pidieron más tiempo para estudiar el cadáver, ellos, finalmente, se encargarían de los trámites y la enviarían en un avión privado, embalada como los soldados que caen en batalla en el extranjero. Por asociación Nick recordó lo que se contaba sobre los ataúdes repletos de opio que llegaban desde Vietnam durante la guerra, se guardó de externarlo, el funeral sería hasta el lunes, en un discreto parque funerario en Massachusetts, en la cripta familiar, la ceremonia estaba restringida para evitar la presencia de la prensa. Le preguntó a Tom si habían sido interrogados por la policía mexicana o la norteamericana. – No, realmente no sé para qué tendrían que interrogarnos, apenas y los conocíamos, además está muy claro que lo ocurrido no tiene ninguna relación con nosotros y Alan tuvo 142
la delicadeza de no inmiscuirnos. Contestó encogiéndose de hombros. – Tienes razón, qué caso tendría, tan sólo somos unos gringos que se tomaron algunos tragos con ellos, tres o cuatro veces. Todo marchaba bien, muy bien, preguntó, un tanto al azar, cuándo pensaban marcharse de regreso a casa. Belinda pensaba quedarse hasta mediados del verano, de hecho tenía planeado ir a arreglar unos papeles y regresarse a vivir a Puerto Escondido, Jim se iría a fin de mes, la llegada de la primavera marcaba la hora de ir a supervisar su huerto de manzanas, Tom en un par de semanas, antes de que con la semana santa llegaran todos esos chilangos malnacidos. – Son peores que los italianos y los argentinos juntos. Dijo antes de soltar la carcajada, la primera de esa noche donde primordialmente se había dejado sentir el dolor. Él aún buscaba cómo escabullirse sin despertar sospechas, se despidió pronto, la caminata en la montaña, el viaje sentado en el piso de madera de la batea del camión y la velada eran demasiado, su cuerpo lo estaba resintiendo, quedó de verlos al otro día por la tarde, esa mujer de Eslovenia lo había consumido, pretextó, ellos rieron, los rastros de arañazos que se le veían en el rostro y los brazos daban fe de que la mujer era una auténtica fiera. Durmió hasta casi el medio día, despertó con hambre, pero no tenía nada en casa, tampoco tenía ganas de salir, ya comería con sus amigos más tarde. Fue a la sala y se sentó en el sillón frente al cuadro que le compró a James, un grupo de niños descalzos jugando alegres al aire libre en un bosque multicolor, alguna vez jugó así en los campamentos de verano. Una de sus compañeras ocasionales, que pasó una noche en su pequeña casa, le preguntó si esa pintura 143
simbolizaba la infancia que no había tenido, todo lo contrario, había tenido muchos amigos en la escuela y en los campamentos, sus padres habían actuado con cierta frialdad, pero nunca con irresponsabilidad, había sido feliz muchas veces, infeliz otras, como todo el mundo, no se puede secuestrar a la felicidad, llega y se va, la disfrutas y la añoras. En realidad no podía quejarse, mostraba una modestia premeditada, pero su cuenta bancaria mantenía un incremento constante, a pesar de sus fracasos en los negocios el ritmo de sus ahorros había sido siempre ascendente, no era millonario pero estaba muy lejos de las angustias financieras. El depósito prometido por su padre llegaba cada mes con rigurosa puntualidad para incrementar el generoso fondo otorgado por su madre, además obtenía ingresos aceptables con los masajes, rara vez gastaba más de lo que ingresaba, viajaba, tenía un buen vehículo y esta pequeña casa que construyó a su gusto, tres años antes había decidido que Puerto Escondido fuera su residencia permanente, resultaba obvio que tenía que cambiar de planes. No tenía un proyecto definido para el futuro, algo dentro de él no funcionaba correctamente, con síntomas falsos había logrado que le practicaran electro-encefalogramas y que le hicieran chequeos completos, nada, ni un leve rastro de traumatismos o tumores que justificaran sus arranques repentinos. Por qué Linda, por qué Nora, por qué Margaret, por qué Soffie, por qué Diane, por qué María, qué le estaba ocurriendo dentro, qué era lo que afloraba desde su subconsciente cada tanto, qué tan inconsciente era esa ira. Tenía claro que no había ocurrido nada en Estados Unidos, o cuando estuvo en Francia y en Inglaterra, ni en Australia o Nueva Zelanda, dónde los sistemas de seguridad cuentan con equipos eficientes. No hay 144
borracho que coma lumbre, dicen en México respecto a los que tratan de evadir su responsabilidad en accidentes o crímenes con el pretexto de que estaban tan ebrios que no recuerdan nada. Sus estallidos ocurrían tan sólo en lugares donde la policía tenía un perfil bajo, ¿era coincidencia? Había matado ya a seis mujeres y en cinco de los casos había alguien en la cárcel por esos delitos. No era ni remotamente sospechoso de ninguno de esos asesinatos, seis mujeres muertas, siete hombres inocentes en la cárcel y es probable que pronto otros dos engrosaran el número, aunque estos dos sí tuvieron participación directa, estos dos, si los atrapan, sí tendrán una responsabilidad que asumir, la de no haberse negado desde el primer momento, la de no haber tenido la fuerza de voluntad para no aceptar la droga gratuita. Nunca había regresado a los lugares donde había matado, eso significaba dejar ahora Puerto Escondido, para siempre. El problema era que ahí había establecido vínculos en torno a la permanencia, ya no era considerado turista sino residente, podría resultar contraproducente irse sin más. La opción era alejarse por un tiempo, realizar uno de sus viajes que a nadie extrañaban y regresar en un plazo razonable, además del riesgo de la policía estaba el de que atraparan a sus cómplices y sus familiares ataran cabos, ejercer justicia por propia mano es una costumbre vigente en la costa de Oaxaca. Era una lástima tener que dejar esa casa, pero no podía abusar de su buena suerte. Mucha gente pudo verlo pasar en su desvarío, cuando subió a la montaña en busca de Julián, atravesó el puerto de Oeste a Este y caminó por veredas a través de la selva durante horas, en algún momento en una charla puede salir el tema, cualquier comentario puede hacer que alguien recuerde haberlo visto, iniciar las conjeturas. Sabe 145
bien que Julián y Leonor no hablarán, pero hay otros ojos y otras bocas, no puede permitir que lo atrapen, nadie debe juzgarlo porque nadie puede entenderlo, él se juzga con más rigor que nadie, y se encuentra culpable. Sabe bien que únicamente puede responder con su vida por todo lo que ha hecho, pero si se mata no será suficiente expiación, matarse es fácil pero no sufrirá el dolor suficiente para pagar por todo el daño infringido. Cuando logre controlar su ímpetu, cuando resista el deseo de matar, de torturar, de humillar, entonces será el momento de morir, porque será hasta ese momento cuando perderá la posibilidad de vivir sin destruir, sólo entonces considerará que morir es un castigo, morir antes sería una bendición, su condena es vivir.
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VIII No hagas cosas malas que parezcan peores
Arturo García Pérez, alias el Popochas, creció sin tener ilusiones, no porque algo se lo impidiera sino porque no sabía que estaban a su alcance, no anheló nada más allá sobrevivir. Llegó hasta la escuela vocacional sin pena ni gloria, aunque no reprobaba distó de ser un alumno destacado, tampoco estuvo metido en el activismo político estudiantil y en el equipo de futbol no logró ser titular, desertó en el cuarto semestre, le resultaba demasiado complicado trabajar en el taller mecánico automotriz hasta las dos de la tarde y correr para llegar a clases a las tres. El patrón se enojaba porque no terminaba lo que tenía asignado y los maestros de la escuela lo reprendían si llegaba tarde, no podía tener contento a todo el mundo. Se metió de lleno a la mecánica y a la hojalatería, ganaba lo suficiente para darle a su mamá lo que le requerían para el gasto de la casa y con el resto compraba la ropa que le gustaba, todavía le quedaba un poco para lo qué se organizara con los amigos del barrio. Contaba con la promesa de don Cuitláhuac, el dueño del taller, de que si mejoraba en su desempeño le subiría el sueldo. 147
En la fiesta de cumpleaños que le hicieron sus padres cuando cumplió dieciocho, sus antiguos compañeros de la vocacional lo invitaron a conocer unas playas de Oaxaca, le parecía imposible que le permitieran ir con sus amigos de vacaciones; de Ciudad de México había salido nada más tres veces, en peregrinaciones religiosas a las que acompañó a su mama: Chalma en el Estado de México, San Miguel del Milagro en Tlaxcala y San Juan de los Lagos en Jalisco. Se armó de valor y pidió permiso en el trabajo y en su casa, para su sorpresa en ambos lugares cedieron con facilidad. – Nada más cinco días, pero no vayan andar haciendo locuras o emborrachándose porque no saben qué clase de gente van a encontrar por allá. Le recomendó su mamá. – Toma pillín por si se ofrece. Le dio su papá, con discreción, una carterita con tres condones. A pesar de las doce horas de carretera, en cuanto llegaron a Puerto Escondido de la terminal del autobús se fueron directo a la playa, parecía que nunca antes hubieran visto el mar, al menos en su caso era cierto. Se divirtió como niño jugando con las olas, saltaba, gritaba, chapoteaba con las manos en la espuma, fue el más entusiasta en las guerritas de agua. Apenas y probó las pescadillas que compraron a una vendedora ambulante, cuando el hambre arreció, a las cinco de la tarde todavía se negaba a dejar la playa para ir a buscar donde hospedarse. – ¡Mama, pero no te lleves el burro!, no hagas osos pinche Popochas, el mar no se va a ir. De los cuatro él fue el único que no ligó con ninguna güera el primer día, las gringas no le hacían caso, no sabía cómo llegarles, cuando las tenía enfrente su timidez lo 148
enmudecía, sus cuates sí tenían buen verbo, pero él no lograba vencer su timidez y sus amigos no lo ayudaban. – Cada quién para su santo – Le dijeron. Al tercer día conoció a una morenita muy guapa, costeña, que le aventó las altas con sus ojos de miel, lo cautivó con sus senos pequeños, breve pancita, cadera ancha, paseaba sus curvas de diecisiete años por la playa enfundada en un pantaloncito corto, la blusa anudada arriba del ombligo. Él anduvo buen rato tras sus pasos sin atreverse a hablarle. – Tú no eres de aquí. Fue ella quien tomó la iniciativa. Minutos más tarde bailaban entre las olas la danza acuática del cortejo. Se encontraba en desventaja al tratar de lucirse en un medio que le era ajeno, nunca se presentó la oportunidad de salvarla de los peligros del mar, al revés, ella acudió al rescate por lo menos tres veces al verlo a punto a ahogarse, también correspondió a ella el gesto decisivo a la hora de la verdad, cuando la cercanía de los cuerpos imponía, por lo menos, un abrazo. – Te rayaste. Lo felicitaron sus amigos con dejo de envidia. – Está mucho mejor que estas flacas desabridas, la neta no hay cómo lo que el país produce. Por primera vez tuvo sexo con una mujer que no cobrara, los dos sudaban felicidad, derrochaban su juvenil energía, aprovechaban la mínima intimidad para entregarse a la pasión que los desbordaba, en la hamaca de la cabaña que el grupo rentó, en la playa afuera de El Tubo, la disco frente al mar donde metían las caguamas de contrabando, en el corredor escénico con riesgo de que los sorprendieran, en todas partes donde se podía ella estaba dispuesta y él por 149
supuesto. Cuando le propusieron quedarse tres días más no lo pensó dos veces, tres días más de pasión valían cualquier cosa que ocurriera después. Reunieron en fondo común el poco dinero que les quedaba, compraron los boletos de retorno y pagaron la renta de la cabaña, con lo que sobró la pasaron a medio comer, a puro tamal de chepil y pescadillas que bajaban con agua de la llave, eso era irrelevante ante la posibilidad de estirar la fiesta hasta el límite, en su casa y en el trabajo le dieron una regañada de antología a su regreso. – Ya nos tenías preocupados, irresponsable, no compadeces a tu pobre madre. Había valido la pena. En cuanto estuvo en Ciudad de México le escribió a Fabiola, ese fue el nombre con el que ella se presentó, amanecía mojado de tanto soñar con ella. – Cabrón ya deja de almidonar las sábanas. Le reclamó Jorge, su hermano menor, con quien compartía la cama. – Tengo que dormir con las nalgas pegadas a la pared no sea que en una de esas te vayas a emocionar y me quieras pasar a perjudicar. Dejó de ir al cine, soportó estoico los agravios que ponían su masculinidad en duda por negarse a acompañar a sus amigos a la calle de las putas y en las fiestas se hacía el desentendido a la hora de la rigurosa cooperación para la botella de ron, estaba ahorrando, quería ir de nuevo a Puerto Escondido, se le endurecía la verga nada más de acordarse de la tarde cuando se metieron desnudos al mar. “...la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay Dios!...” escuchó la voz de Rubén Blades en el castigado radio del taller que a todo volumen emitía salsa, cumbias y rancheras durante ocho o nueve horas diarias. Cuatro meses después de la aventura, 150
cuando llegó a casa, tras salir de trabajar, sorpresa, lo estaba esperando Guadalupe, ese era su verdadero nombre, había llegado acompañada de sus papás, también los suyos estaban al tanto del problema, todos menos él. Quién iba a creer que el Arturito, tan seriecito que se veía, comentaban las vecinas poniendo a sus hijas a resguardo. Lupita estaba embarazada, sus padres exigían que él la llevara al altar para salvarla de las maledicencias, los padres de Arturo estaban de acuerdo, nadie les preguntó su opinión, la honra era primordial para ambas familias. – Los García somos gente decente, pobres si usted quiere, pero eso sí muy honrados y muy cumplidores, porque ahí donde se ve, yo a mi mujer, a mi santa mujercita, a mi querida gordita, jamás le he faltado al respeto en veinti... Dijo su papá, varias cubas de por medio, selló el compromiso con un discurso manido del que nadie recuerda nada. Al mes se casaron por lo civil y por la iglesia, los padres de ella se habían convertido al cristianismo renacido, pero con tal de que su hija se casara bien, aceptaron que ella volviera al catolicismo. Las ceremonias y la fiesta se realizaron en Puerto Escondido, los pliegues del vestido blanco no lograron ocultar lo abultado del vientre, a pesar del chismorreo las dos familias estaban contentas de que las cosas se hubieran hecho “como Dios manda”. Tras la noche de bodas regresaron a Ciudad de México porque Arturo no podía faltar más al trabajo, ahora era todo un hombre de dieciocho años, con una familia que mantener, y ella llegaría a la mayoría de edad con un niño en brazos. Consiguieron un cuarto con baño compartido en una vecindad cercana a la casa que rentaban los padres de Arturo, para que ellos pudieran estar pendientes de Lupita, que cada 151
día la pasaba peor con los síntomas del embarazo. Cuando nació el niño lo nombraron Sergio Anthony, Sergio por el papá de ella y Anthony por el pastor de la iglesia Cristiana, a quien Lupita estimaba mucho. Fue a partir de entonces cuando la situación se complicó, el niño se enfermaba mucho y ella no se acostumbraba a estar todo el día encerrada en doce metros cuadrados, extrañaba la libertad de la costa, el mar, la vida tranquila. Consiguió empleo atendiendo el mostrador de una panadería, durante el horario de trabajo dejaba a Sergito con su suegra, resultó una mala decisión, casi todos los días la mamá de Arturo la regañaba porque no sabía cómo tratar al bebé, consideraba que ser la madre de cuatro hijos le otorgaba la autoridad suficiente para imponer sus normas de crianza. La gota que derramó el vaso ocurrió la noche en que la señora se negó a entregárselo, la acusó de no saber educar al niño, el melodrama estuvo a punto de rebasar el ámbito familiar cuando la nuera amenazó con recurrir a la violencia. – No le busque maldita bruja porque las costeñas sabemos rajarnos la madre, o me da a mi hijo o usted no se la acaba, ándele, háblele a los azules si quiere, que la partida de hocico no se la quita nadien. Tuvieron que prescindir del servicio gratuito de guardería familiar y algunas otras prestaciones, como los platillos favoritos del hijo que la suegra enviaba un par de veces por semana, la cercanía de las viviendas no ayudó a que el percance fuera olvidado, todo lo contrario, las hostilidades se recrudecían, de las miradas de odio a los murmullos recriminatorios. – Ofrecida, sabrá Dios si de veras es mi nieto. Que pasaron a los insultos sin ningún recato. – ¡Hipócrita desgraciada! Si no hubieras andado de piruja mi 152
Arturito no tendría ahora que cargar contigo y con el escuincle, seguro me lo embrujastes, india habías de ser. Que derivaron a los empujones discretos y no tanto cuando coincidían en la misma acera ... la mañana que un jitomate podrido, habilitado como proyectil, erró la trayectoria y dio en plena cara del bebé, Lupita salió corriendo hasta el teléfono público más cercano. Esa tarde esperó a Arturo con la noticia, su papá les había ofrecido un terreno en Puerto Escondido, junto a la carretera, para que instalara su propio taller de hojalatería, la única condición era que le enseñara el oficio al Jifa, su cuñado. Podían vivir con ellos mientras juntaban lo suficiente para hacerse una casita. La salinidad de la Brisa costera, que en poco tiempo daña la pintura y corroe el metal de los vehículos, fue la gran aliada del emprendimiento de los dos jóvenes, el Jifa aprendió rápido. En menos de un año Arturo y Lupita reunieron lo suficiente para construir una casita de dos habitaciones, de tablas y techo de palma, el Popochas quería techar con lámina de zinc pero el suegro le hizo entrar en razón, la palma mantiene fresca la casa, y si es cortada en luna llena y queda bien colocada, dura más de diez años sin tener goteras ni pudrirse. Les alcanzó incluso para el piso de cemento pulido y fregadero para lavar la ropa en el patio. Arturo se convirtió al cristianismo renacido y se volvieron a casar por esa religión que utiliza de distintivo la figura estilizada de un pez. – Como los primeros cristianos. Le dijo orgullosa su suegra. No era mejor ni peor que ser católico, de forma inevitable había alguien que te indicaba qué estaba bien y qué estaba mal, en todas las religiones hay quien se apropia de la línea directa con Dios para poder dictar a los demás qué es lo incorrecto, a él le daba lo mismo. Si 153
Lupita hubiera sido budista igual y también lo asume. En Puerto Escondido el ambiente era agradable, libre de la contaminación en el aire que padece Ciudad de México, sin que los robos se hayan convertido en problema social (opinión que no comparten quienes han sido víctimas del hurto), la convivencia ocurre de forma menos complicada y en general llega a resultar divertida. En la playa conseguían pescado fresco y barato todos los días, si querían un coco nada más era cosa de subirse a la palmera del patio, en temporada de mango se daban unos atracones de miedo. Tenían espacio para media docena de gallinas que jugaban con Pancracio, el perro callejero que de tanto ir a comer las sobras terminó por no moverse de la sombra de uno de los árboles del solar. La tortillería quedaba cerca, no había que formarse porque despachaba una prima de Lupita, todas las mañanas pasaba don Froilán vendiendo leche fresca, recién ordeñada. – Cuando se va a comparar con esas cochinadas que venden en envase de cartón que ni nata hacen, mire señito la espuma, leche pura, sin bautizar. Lo único que extrañaba eran los partidos de futbol del Club América en el estadio Azteca. Su vida transcurría sin más altibajos que las eventuales borracheras que agarraba con sus compañeros del equipo de futbol con los que se reunía los fines de semana. El problema no era cuando ganaban sino cuando perdían, lo cual “a Dios gracias”, era muy de vez en cuando. Cuando ella lo reprendió por llegar tomado, él le soltó un golpe. Al día siguiente le contó a su mama, doña Angustias le dijo que así eran los hombres, que cuando lo viera borracho mejor no se le acercara, bastaba con saberlos torear. Lupita se indignó con esa respuesta, acudió entonces al pastor Anthony, que le recomendó resignación, para cuando 154
encuentre de corazón el camino de El Señor, dejará la bebida, le sentenció. Que se resigne su abuela, pensó al salir. Arturo la encontró despierta cuando regresó de la siguiente parranda, unos dos meses después. Antes de que dijera nada Lupita lo atacó sartén en mano, los golpes se sucedieron sin pausa hasta que pidió perdón. – Te juro que no iba a pegarte de nuevo. Le dijo Arturo, gimiendo todavía. – Esto no fue para defenderme sino para desquitarme de la otra vez, que no se te ocurra volverme a poner la mano encima porque ya sabes a lo que te atienes cabroncito. Se lo dije a tu jefa bien claro, las costeñas sabemos rajarnos la madre, vuelves a ponerte pendejo y no respondo. Se metió a la recámara a esperarlo y, dado que Arturo no se atrevía a entrar, salió a buscarlo, fue besando los lugares donde le había pegado y le dio una cogida de antología para limar asperezas, así encontraron la ruta hacia la convivencia pacífica. Sergio crecía sano, acababa de cumplir dos años, Lupita estaba embarazada de nuevo, el taller dejaba lo suficiente para comer bien, acudir de cuando en cuando a un baile y tener un pequeño fondo de ahorro, querían construir una recámara para los niños, ahora que naciera el segundo, la segunda, “ojalá Dios les concediera la parejita”, de alguna manera había logrado controlarse en las derrotas futbolísticas, estaba visto que no siempre se podía ganar. Sin embargo no es fácil asimilar el fracaso cuando se tiene la certeza del triunfo, la superioridad de su equipo, el Roca Blanca, era notoria en el partido contra el Sporting de Chila, el partido estaba en sus manos y sin embargo fueron vencidos, desde lo más profundo de su alma brotó la rabia contenida. 155
– Cómo pudieron hacer tantas pendejadas los putos defensas, dejaron solo al Jifa en la portería, idiotas, qué no ven, chingada madre, las tres veces les hicieron la misma puta jugada, de principiantes. Parecen nuevos, chingada madre, si clarito se veía cuando se descolgaban desde la media y enviaban en pase al delantero izquierdo, a ese puto tenían que haber cubierto todo el partido los defensas. Chingada madre, qué les costaba cubrirlo, meterle la pata, darle una puta zancadilla, hacer algo. Chingada madre, qué no pueden pensar, que la primera vez te venadeen por la izquierda pasa, que lo hagan de nuevo es que no te fijas en las jugadas, pero que te lo hagan una tercera vez, chingado, eso sí calienta. No ganaron ellos, perdimos nosotros por pendejos, por putos, de nada sirvieron mis dos goles ¡qué goles! Del coraje aceptó irse de parranda con el Gabachero y con Samuel. – No la chingues cuñado. Le reclamó Jifa. – A Lupita ya le falta poco, le puede hacer daño una muina a mi hermana a estas alturas del embarazo, tú bien sabes lo mal que se pone cuando está panzona, acuérdate como padeció cuando esperaban al Sergito. – No me estés chingando puto Jifa, – Contestó Arturo. – sí no quieres ir no hay pex, no vayas, no es a güevo. Yo llego al rato, nomás me saco la rabia que traigo atravesada y me voy para la casa, así no llego encabronado, ella no tiene la culpa de que nuestros defensas tengan plomo en las pinches patas y caca en el cerebro. Compraron dos botellas de ron blanco y dos refrescos de dos litros cada uno, Rey de toronja y Cocacola, así consta en el acta del Ministerio Público, caminaron rumbo a la playa de 156
Bacocho, en el camino fumaron unos carrujos de marihuana que traía el Gabachero. – Pura cabecita roja de la sierra mi buen, calidad de exportación, ‘ira, luego luego se siente cómo pega. No, si hasta para esto hay que saberle, yo conecto pura calidad. Encontraron a cuatro turistas canadienses asoleándose en la arena, estaban más o menos a quinientos metros del Club de Playa. Dos días después llegó la Policía Judicial por el Popochas, Samuel, quien ya estaba detenido, señaló a Arturo y al Gabachero de ser sus cómplices en la violación de una joven extranjera, y de ser ellos dos los asesinos. Samuel declaró que después de la violación les dijo que la dejaran, pero ellos la siguieron golpeando, mejor se fue. Los tres fueron remitidos al penal de Pochutla, Arturo nunca aceptó su participación en el crimen, declaró al Agente del Ministerio Público y a todos los que lo quisieron escuchar, que: “le hicieron plática a las chavas, cotorrearon un rato, sanamente, ni siquiera un fajecín, los siete se fumaron de lo que traía el Gabachero en la bolsa de papel, de las que se utilizan para el pan, y le dieron una buena avanzada a los pomos, las gringas jalaron parejo, sin pellizcarse, todos tomaban de los tres vasos desechables que habían comprado junto con el alcohol y los chescos, después les dijo que ya estuvo, se despidió y se fue, pero le ganó la modorra, la mezcla de mota y chupe lo aturdió y decidió echarse una pestaña en la arena calientita, algo retirado de donde estaban sus cuates, para que no le fueran a hacer alguna maldad, ya ve cómo son de cábulas”. Despertó entre los matorrales de los médanos cuando estaba oscuro y se fue a su casa, no volvió a saber de los otros hasta la detención. El Gabachero confesó que los culpables eran él y Samuel, en su 157
versión Arturo se fue a su casa antes de la violación y asesinato, poco después de que tres de las extranjeras se fueron de la playa. No, no vio si Arturo se había quedado dormido metros más adelante. Por su parte Arturo no recordaba si cuando se fue ya no estaban las otras tres jóvenes o seguían ahí, ninguna de las declaraciones coincidía. Las tres amigas que estaban asoleándose con Karen, la jovencita asesinada, aceptaron haber compartido la yerba y las bebidas, pero cuando uno de los tres, cuya descripción coincide con la de Samuel, comenzó a molestarlas, prefirieron irse, su amiga les dijo en inglés, con una sonrisa, que no tuvieran prejuicios raciales, y se quedó en la playa, no saben más. Arturo confiaba en que Samuel rectificara su declaración para que lo dejaran libre, pero su anhelo se esfumó la primera vez que se vieron en el patio de la cárcel de Pochutla, el Gabachero se le fue encima a Samuel. – ¡Maldito culero traidor! Gritó mientras le enterraba siete veces el fierro afilado que sacó de entre sus ropas. Al Gabachero le dieron cuarenta y cuatro años por los dos crímenes y lo enviaron a la penitenciaría de Oaxaca, la condena de Arturo fue nada más de catorce años, lo dejaron en Pochutla. Lupita le creyó, lo visitaba acompañada de los niños cada fin de semana, ya había nacido Gladys Madonna. Le llevaba ropa limpia y comida, con insistencia le recomendaba que se portara bien para que lo dejaran salir antes, leían juntos versículos de La Biblia, en voz alta, hacían caso omiso de los comentarios burlones de otros presos. Lupita le comentó que igual habían padecido los primeros cristianos dos mil años atrás, eso le había dicho el pastor Anthony. No debía preocuparse, “El Señor tomaría en cuenta las injurias que 158
asumía en su nombre”. En prisión Arturo se esforzaba por mantener en buen estado los automóviles oficiales y los que eran propiedad de los funcionarios de la penitenciaría, en ocasiones le permitían reparar vehículos de clientes externos, otros presos le ayudaban para así aprender el oficio. A su vez él aprendió a tejer canastos artesanales y a tallar el coral, pese a la protección oficial de los arrecifes coraliferos, cada semana un cargamento de más de cien kilogramos de coral era entregado al penal para ser procesado por los internos. La situación no era fácil, tres veces lo golpearon para que aprendiera quien mandaba adentro, se portó ley y no cantó, demostró que no era oreja ni rajón, aunque dejó claro que no sería cómplice de lo que pudiera complicar su situación legal, mejor pagó religiosamente su cuota. Con el tiempo fue aceptado, hasta dejaron de apodarle el Inocente, mote que se ganó por su eterna cantinela de que no tenía culpa alguna en el asesinato. – Cómo voy a hacerle eso a una muchacha tan buena onda, si ella no nos hizo nada, tan bonita que era. Repetía siempre, volvió a ser el Popochas. Jifa continúo con el taller de hojalatería, tenía a dos ayudantes, le daba a su hermana un porcentaje de los ingresos y Lupita completaba el ingreso con la venta callejera de gelatinas y dulces de coco. Cuando el temblor de enero del noventa y ocho el Popochas llevaba casi nueve años en prisión, el paso de la tormenta tropical Olaf y de los huracanes Paulina y Rick, reblandeció la tierra y debilitó los cimientos del penal, con el movimiento telúrico hubo asentamiento en el ochenta por ciento de la estructura del edificio y las autoridades decidieron evacuarlo. El edificio fue construido para albergar a doscientos reclusos, para entonces tenían más de quinientos 159
y únicamente podían reubicar a trescientos en las otras instalaciones carcelarias del estado, lo cierto es que no había cupo en ninguna, todas las cárceles estaban saturadas, pero en un derroche de logística la Dirección de Centros de Readaptación reacomodó hasta donde fue posible, no tenían espacio para un alfiler más. En base a los reportes de buen comportamiento otorgaron el perdón a doscientos catorce presidiarios, no hubo exámenes psicológicos previos a la liberación, no consideraron tampoco el tipo de delitos por los que estaban procesados, urgía desalojar el lugar. Cada día que pasaba era mayor el riesgo de que todo se viniera abajo, reunieron a los indultados en una fila en el patio, les dieron entre cien y trescientos pesos para que pagaran su viaje de retorno a casa, de acuerdo con la distancia que tuvieran que recorrer, y les ordenaron presentarse en la puerta en dos horas. En esas dos horas tenían que empacar y ver cómo llevarse sus cosas, para algunos eso fue una cubetada de agua fría, al gozo de encontrarse libres enfrentaban la angustia del qué hacer con sus pertenencias en tan poco tiempo, tenían estufas, tanques de gas, refrigeradores, televisores, docenas de canastas terminadas o a medio proceso. El Popochas había reunido tal cantidad de herramienta que hubiera necesitado un vehículo de carga ligera para transportarla, la posibilidad de venderla a los que se quedaban no resultó viable, todos sabían que iban a ser reubicados pronto y que no podían llegar a otros penales cargados de enseres, se requería der tiempo y contactos para obtener los permisos necesarios. Oficialmente está prohibido que los prisioneros introduzcan muebles o equipo, aunque se sabe de celdas que cuentan con jacuzzi y mesa de masajes, no en Pochutla, por supuesto, ahí no estaba recluido ningún político caído en desgracia ni 160
alguno de los llamados barones de la droga. Al final negociaron con uno de los celadores la custodia de sus pertenencias en lo que podían regresar a recogerlas, contrataron camionetas de carga para llevar los bártulos al patio de la casa del guardia. Al cumplirse las dos horas el cubo de acceso al penal estaba repleto de muebles, aparatos electrónicos, canastas y herramientas de diversas actividades, las primeras horas de libertad las pasaron en la mudanza, en el terreno acomodaron paquetes de diferentes volúmenes. Debido a que los objetos quedarían a la intemperie, cada cual agrupó sus propiedades y las cubrió con lienzos de plástico sujeto con cuerdas, los que sabían leer y escribir, pocos, se encargaron de levantar los rudimentarios inventarios, al final de la faena propusieron tomarse un cartón de cervezas para celebrar, Arturo se disculpó, deseaba estar cuanto antes con su familia. Se sentía inquieto al caminar rumbo a la estación de autobuses, temía que se arrepintieran y los volvieran a capturar, apuró el paso para llegar a la terminal de primera clase, después de tantos años a la sombra se merecía, por lo menos, viajar cómodo. Tras cubrir el costo del pasaje, tuvo suficiente para comprar dos nieves de guanábana en lo que esperaba la hora de salida. Gladys Madonna gritó “papaaaaá” cuando lo vio caminar hacia la casa, Lupita se asomó al patio sorprendida, pues a quién le decía papá esa niña, no podía creer lo que veía, Arturo cargando a Gladys, ahí, libre. Al día siguiente fueron los cuatro a la playa, el fin de semana organizaron una comida con toda la familia de Lupita y dos semanas más tarde otra con los padres y hermanos de Arturo, que llegaron del Distrito Federal a festejar su liberación. Arturo, el viejo, en cuanto tomó valor con el mezcal soltó el discurso de rigor donde se 161
escuchó varias veces: siempre te creímos, siempre confiamos en ti, no hagas cosas buenas que parezcan malas, selecciona a tus amistades, ya pagaste tu deuda con la sociedad y toda una retahíla moralina y contradictoria que se alargó hasta que la boca se le fue poniendo pastosa a golpes de licor. Arturo se incorporó de inmediato al trabajo con el cuñado, aunque el trato fue respetuoso, de inmediato se dio cuenta que el maestro y, por lo tanto, el administrador de los recursos, ahora era el Jifa, quien además se había casado y tenía dos niñas. Tiempo al tiempo, pensó, mal que bien el taller había salido adelante y su cuñado nunca dejó a Lupita y a los niños sin dinero. La vida retomó su curso, hicieron planes de mejorar la casa, rechazó la invitación para reintegrarse al equipo de futbol y le prometió a Lupita no volver a tomar alcohol. La familia iba en pleno al templo los domingos, vestidos con sus mejores galas, se unió a un grupo de oración los jueves y mantuvo firme su postura de que él era inocente, ante comentarios insidiosos y bromas de mal gusto de amigos y clientes. Habían transcurrido cerca de dos meses de su retorno cuando el Jifa le preguntó si podía quedarse para terminar de arreglar la camioneta de un cliente norteamericano. – Quedamos de ir con las niñas a casa de mis suegros y al gringo le urge mucho su chamba, nada más es cosa de detallar la salpicadera izquierda, la del frente, aplicar el plaste, lijar y pintar, el esmalte ya está igualado y colado, te lo dejo a punto, para que nomás lo vacíes al depósito de la pistola ¿Me haces el paro, cuñao? Arturo se quedó con Pablito, uno de los aprendices, a pesar de sus esfuerzos oscureció antes de que pudieran pintar, 162
cuando consideraban la posibilidad de terminar el lunes llegó el propietario del vehículo y les recalcó que el trato era que ese día se la entregarían. Tras discutir un buen rato quedaron en que el trabajo quedaría listo al día siguiente temprano, a pesar de que era domingo, aunque tendría que regresar una semana después para que la pulieran, porque para eso se necesitaba que la pintura estuviera seca por completo, dejaron enmascarillado para pintar al otro día a primera hora, antes de que el calor les causara problemas de evaporación con los solventes. A las seis de la mañana estaban dando los últimos toques con la lija fina, debido al viento cubrieron la reja de la puerta y la alambrada lateral con lonas, eso impedía que la pintura volara en sentido contrario al de la aplicación pero concentraba en el área de trabajo las emanaciones de pintura y diluyentes, nunca utilizaban mascarilla – ni que fueran puñales –, el cliente llegó a las nueve de la mañana, estaban a punto de concluir. El extranjero notó que el ayuno y la exposición prolongada a las substancias activas los había mareado. – Tengo la solución a su problema. Les dijo sonriente mientras sacaba una bolsita de piel con los implementos para fumar crack, una hora después bajaban los tres hacia la playa a bordo de la camioneta, con dos botellas de mezcal que compraron frente al taller, dejaron el vehículo estacionado afuera de la casa del extranjero y caminaron la cuadra y media que faltaba para llegar al mar, se sentaron a tomar en una barda de baja altura, justo donde empezaba la arena. Pablito le pidió más de esa cosa que habían fumado pero su anfitrión les advirtió que era peligroso hacerlo ahí, podían verlos, sin embargo si lo que quería era volar él tenía boletos para hacerlo en jet, les prometió 163
compartir con ellos unas pastillas que les abrirían las puertas de un mundo maravilloso. El norteamericano inició una disertación sobre lo extraordinario de la vida, una vida donde la naturaleza y las drogas tenían un lugar destacado, pero a Arturo y a Pablito les costaba cada vez más trabajo seguir la idea, en ese momento el alegre disertador se quedó a media frase, atrajo su mirada una mujer que tomaba el sol en la arena a unos cincuenta metros de donde ellos estaban, cuando estuvo seguro de quién era sonrió complacido. Lupita fue al taller cerca de las once de la mañana y lo encontró cerrado, se preguntaba dónde podía estar Arturo. Por la tarde, después de los servicios religiosos, regresó rápido a su casa y al ver que no estaba Arturo, volvió al taller, encontró la puerta cerrada pero notó que no estaba colocada la cadena con el candado. Dentro encontró a su marido en estado de crisis, sentado en el suelo al lado del banco de herramientas, con la cabeza entre las piernas, lloraba, balbuceaba incoherencias mientras las lágrimas y los mocos le resbalaban sin control por la cara. Tenía las botas aún mojadas y la ropa húmeda, arrugada, pegada al cuerpo, estaba sucio, cubierto de manchas de pintura y de arena, incluso en el cabello enmarañado, fue por Jifa para que le ayudara a llevarlo a su casa. Se encerraron y el thiner los atizó duro, le explicó a su hermana, que se tome un litro de leche, déjalo que duerma todo lo que quiera. A Pablito lo encontraron agentes de la Policía Turística tirado en la bajada de Las Brisas, lo metieron a la cárcel en Santa María Colotepec, una de las dos cabeceras municipales que se pelean el dominio territorial de Puerto Escondido, a media noche se puso a gritar y a golpear a los otros detenidos, estaba fuera de control, los guardias lo calmaron a patadas. El 164
lunes fueron sus familiares a pagar la multa para que lo liberaran, le explicaron al papá que lo golpes se los había dado solo, cada vez que se caía. Aunque no lo creyeron sabían que no tenía mucho caso quejarse, los tendrían dando de vueltas de una oficina a otra y al final no se arreglaría nada, llevaron a su hijo al centro de salud para que le curaran las heridas, después lo tuvieron a base de infusiones y emplastos hasta que pudo levantarse, aunque tenía un semblante inexpresivo. El jueves, por fin, pudo presentarse a trabajar, el Popochas le esquivaba la mirada.
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IX La concepción natural de los encuentros corporales
A nuestro alrededor veinte agentes norteamericanos medían con cintas métricas desde ángulos diferentes, tomaban fotografías en la playa y de la playa, panorámicas, seccionales, acercamientos, buscaban centímetro a centímetro dentro de un área de cien por setenta metros, guardaban en bolsas de plástico de cierre hermético objetos que recogían con las manos enguantadas, cosas que parecían basura a los ojos de los incrédulos agentes de la Policía Preventiva y de la Policía Naval, quienes se asaban dentro de sus gruesos uniformes de tela oscura. – Me lleva la chingada, ni soñar en echarnos una chela… Me dijo Osmani señalando con la mandíbula hacia los detectives extranjeros. – Tenemos que guardar compostura, no vayan a creer que además de ineficientes somos borrachos. Nada más les faltó cernir grano por grano la arena de la orilla, tardaron cuatro horas en su intento por determinar el sitio exacto del crimen. Dos del grupo revisaron una barda baja en uno de los extremos, que delimitaba un terreno baldío, colocaron en las bolsas de muestras media docena de botellas 167
vacías, unas diez estrujadas envolturas de comida chatarra, papas fritas y cosas por el estilo, jeringuillas, limpiaron con una brocha las piedras, algo tomaron con unas pinzas pequeñas, poco más grandes que las de depilar, mientras ellos estaban ensimismados en su tarea, nosotros los veíamos y sudábamos la cruda. – ¿Qué no han visto hasta dónde sube la marea cada noche? El agua ya arrastró cualquier evidencia. Dijo Osmani molesto. – Tienes razón, lo que ellos están haciendo les tocaba hacerlo a ustedes justo después del crimen. Le espeté. – Si ya sabes, te voy a poner un laboratorio de criminología a toda madre en la cabecera de cada uno de los quinientos setenta municipios de Oaxaca, después a ver dónde conseguimos dinero para pagarle a tanto personal, seguro estás al corriente en el pago de impuestos. Gruñó. – Nada más hace uno cualquier observación a deficiencias operativas de una dependencia del gobierno y de inmediato contraatacan con el terrorismo fiscal. No son Dios, acepten que se equivocan, muestren su lado humano, pidan disculpas, prometan no volverlo a hacer, quizá algún día volveremos a creerles. Aunque primero tendrían que mejorar en serio, tampoco es cosa de aceptarles veinte disculpas al día. – Muy chistoso, quiero verte de este lado para que sientas la diferencia entre un reportero criticón y alguien que tiene que trabajar todo el día metido hasta el cogote en el pinche surrealismo circundante, además, como están las cosas, no serían veinte sino quinientas las disculpas diarias. – No gracias, sé muy bien que de tu lado se gana más, mucho 168
más, sobre todo por los bonos, las gratificaciones y lo que se acumule en el camino, pero prefiero dormir con la conciencia tranquila. – No mames, en este país nadie tiene la conciencia tranquila, si acaso los recién nacidos. – ¿Es cierto que el señor es periodista? Preguntó en español fluido, señalándome sin ningún pudor, un enorme afroamericano, con tremenda Magnum en la sobaquera, el subdirector le clavó la mirada a través de los Ray Ban negro humo, lo midió, los dos eran casi de la misma estatura y volumen, aunque resultaba notorio que el norteamericano le dedicaba un par de horas por día al gimnasio, Osmani ralentizó intencionalmente la respuesta. – El licenciado Ramiro Madrigal es asesor del Señor Gobernador, ¿por? – Discúlpeme, no se disguste, necesitaba saber si podía hablar sin riesgos. Le informo que enviamos a analizar el ADN de los pocos cabellos que se encontraban adheridos a la toalla que ustedes recogieron, en la revisión preliminar que hicimos en nuestro microscopio encontramos que corresponde a dos personas, una de ellas es la víctima. También están analizando fragmentos de la tela donde se detectaron residuos sanguíneos, realizarán una hemólisis primero, después otras pruebas de ADN. Esto y la huella del zapato en la página cincuenta y tres del libro es todo lo que tenemos hasta ahora, las huellas dactilares en las demás páginas y en la portada son todas de la señora y su marido, en los fragmentos que tenemos de las gafas de sol no hubo nada, falta todavía que nos entreguen el resultado completo de la segunda autopsia, no espero nuevos datos porque la que ustedes realizaron cumple de manera satisfactoria con las normas. Tiene razón en lo que 169
señaló desde la primera reunión de trabajo, la violación no era el objetivo, sí hubo penetración, pero no hay rastros de semen, tampoco se detecta irritación o escoriaciones en los labios vaginales, esto no tiene lógica. No había nada que robar, ella no traía dinero consigo, tampoco el pasaporte. De los dos o tres, o quizá más, que participaron en el crimen, sólo uno forzó a la víctima, pero la penetró y punto, en apariencia, la fricción violenta y la arena hubieran dejado rastro. El tipo no eyaculó, no dentro de la vagina por lo menos, incluso la penetración pudo haberse realizado con los dedos y no con el pene, no encontramos vello púbico de otra persona enredado en el de la víctima, ella estaba depilada pero conservaba un pequeño triángulo de vello, de rizo apretado. Si la penetración fue con el pene, podemos afirmar que el culpable se afeita el pubis, aunque saber eso nos ayuda muy poco. Lo evidente es que nos enfrentamos a un grupo de dementes que buscaban causar el mayor daño posible, pero no podemos explicar la razón, no aún. En el bikini encontramos demasiadas huellas, es muy confuso, va a ser complicado separar unas de otras, las prendas sufrieron manipulación excesiva, no es su culpa, sabemos que agentes convencionales se encargaron de la primera etapa, también en Estados Unidos tenemos problemas de este tipo. Lo único inusual en el sostén es un pequeño punto de color diferente al tejido, pero aún no podemos determinar si es defecto de la tela o es pintura de posterior impregnación, me inclino por la segunda opción, la mancha es diminuta, con una brillantez que contrasta con el azul mate de la prenda. Podemos deducir, por lo que se observa en casi todas las mujeres en esta playa, que ella no llevaba puesto el sostén cuando ocurrió el ataque, aunque debió estar colocado 170
a su lado, no hay evidencia de que hubiera sido arrancado o jalado. Con respecto a la huella del zapato sabemos que es de una bota corta, número veintiséis en la numeración que ustedes manejan, de una marca popular. La venden en ocho tiendas de calzado y en cinco puestos del mercado que está en la parte alta, en la salida hacia las montañas, me dicen que los sábados vienen comerciantes itinerantes que también tienen ese modelo a la venta, pero es muy difícil el rastreo porque, me han explicado, los negocios no llevan un registro muy escrupuloso de sus operaciones. – De tarugos. Soltó Osmani. – ¿Cómo dice? – Que no, es una cuestión fiscal, si registraran todas las ventas no podrían evadir el sesenta por ciento de los impuestos que tienen que pagar, ventajas y desventajas de la anarquía nacional. En su país todos pagan impuestos y el gobierno les proporciona a cambio servicios, aquí todos simulan pagar al gobierno lo que les corresponde y el gobierno simula que les proporciona los ciudadanos los servicios a que tienen derecho, en Estados Unidos los ciudadanos reclaman por lo que les corresponde porque han pagado y aquí nadie reclama porque todos tienen cola que les pisen, en ambos casos son sistemas estables, funcionan. – Ya veo, funcionan, sí, es probable. Estamos ante otro camino sin salida, a ver a dónde nos llevan las investigaciones en proceso, confiamos en que esta información les sea de utilidad, ¿ustedes saben algo más? – Eh, sí, este… por supuesto. Mire, estamos avanzando en las indagaciones, créame, estamos trabajando muy duro, tenemos abiertas tres líneas de investigación, sí, tres, pero no queremos 171
hacerles perder el tiempo con esa información, porque, eh…porque, bueno, los datos no son contundentes, eso, ese es el punto, la falta de contundencia, primero debemos verificar las pruebas. En el momento en que encontremos algo concreto le aviso en su hotel, en su head quarter, todavía está en el Santa Fé, ¿no? Es una promesa mister… – Jack – Sí, Jack, disculpe, entonces así quedamos, ¿necesitan algo más? – No, de momento es todo, muchas gracias por respaldarnos con vigilancia, confío en que no les moleste mucho que andemos husmeando por aquí y por allá. – En absoluto, están en su casa. Sin embargo, es conveniente que cuando quiera ir de nuevo a los burdeles mejor me avise antes, para que les asignemos escoltas, son sitios muy peligrosos, sobre todo los de la parte alta. También le solicito que sean más discretos con sus armas, en teoría ustedes no tienen autorización para portar armas, no le pido que no las usen, tengo instrucciones de hacerme el desentendido, pero que no sea tan evidente, por favor. Jack sonrió, hizo un saludo militar y se alejó rápido hacia donde estaban estacionadas las cuatro SUVS rentadas, sus compañeros casi habían terminado de guardar todos los implementos. – ¿Te diste cuenta? Me preguntó. – ¿De que no entendiste nada? – No mames pinche Ramiro, no te pases, no hablo de eso, el cabrón no utilizó una sola palabra en inglés en toda su explicación, ni un maldito modismo, nada, hasta parecía académico el negro este. 172
– No lo dudes, sí es el comandante mínimo tiene academic degree y tú tenías que salir con lo de head quarter. Sí se le llega a ocurrir responderte en inglés hubieras quedado en ridículo. El Pancho estaba muy lejos para venir a ayudarte y yo cobro bastante caro por hacerla de traductor. Ya, ya, no te enojes, de cualquier manera tenemos algo claro, no tienen ni idea de quiénes fueron y de momento eso es importante, aún tienes tiempo para tomarles la delantera. – Eso sí, se creen muy chingones pero estamos en las mismas, “la autopsia que realizaron cumple de manera satisfactoria”, su madre, no están pelando los resultados de la autopsia que hizo el doctor Hernández, allá ellos. Recorrimos caminando todo Zicatela, sin escoltas, no era parte de un plan. Ambos teníamos demasiadas cosas dando vueltas en la cabeza, si Osmani regresaba a su oficina iba a encontrar mensajes del Gobernador, del Procurador de Justicia y del Secretario de Seguridad, cada día se incrementaba la presión para que obtuviera resultados, el tiempo pasaba y él seguía sin respuestas. En el negocio de Timoteo tampoco me esperaba otra cosa que no fuera alcohol o comida, era mejor hacer hambre otro rato. Había mujeres en topless que tomaban el sol y leían, mujeres y hombres desnudos que leían o escuchaban música con sus audífonos mientras se bronceaban al sol, mujeres y hombres con minúsculos trajes de baño que cumplían con el mismo ritual, mujeres y hombres vestidos que veían a los demás, nosotros formábamos parte del último y reducido grupo. Frente al hotel Arco Iris había tantas mujeres con los senos expuestos al sol, que las que llegaban con traje de baño completo, al poco rato se lo enrollaban hasta las caderas para no sentirse mal, aquí la etiqueta exigía descubrirse el pecho. Resultaba 173
complicado decidir cuál espectáculo nos resultaba más grato, el de las olas o el del mar de senos que se doraban en la arena. Osmani me sacó de mis cavilaciones. – Observa Ramiro, aquí todo es belleza, mar, playa, aves marinas, cuerpos desnudos, cómo puede esto incitar a cometer un crimen. A partir de la hermosura que te penetra por los ojos, por los poros, por los oídos, por la planta de los pies, cómo puedes pensar en violar, en destruir, cuando todo te invita a disfrutar, cuando puedes hacer el amor gozando y haciendo gozar, cuando puedes abandonarte a la pasión, y no habló de amar, si amas debe ser mejor, pero aún sin mezclar los sentimientos el sexo es algo extraordinario cuando es reciproco, cuando los dos se entregan, o los tres o los cuatro, chingao, no importa cuántos le entren si todos están de acuerdo, si el goce es compartido. El sexo es lo más puro que tenemos, lo que nos sublima, lo que nos acerca a la gloria, y esos hijos de su chingada madre lo convirtieron en una mierda. Se necesita estar muy pinche dañado para disfrutar el fastidiar a otra persona de esa manera, le pusieron en la madre a la vida de un ser humano por unos minutos de placer, o segundos, quién lo sabe, gozaron una vez, tan sólo una vez, y que goce tan absurdo, que goce tan mediocre. Mira, convivo todo el tiempo con gente de la peor ralea, asesinos, asaltantes, narcotraficantes, politicos, los mismos polis que trabajan conmigo, la mayoría tiene daño cerebral irreversible, sin embargo existe una lógica en sus actos, ganan algo. Matan por celos, porque se sintieron traicionados, asesinan a una mujer porque los despreció, porque el desprecio de ella en realidad fue el último de una vida de desprecios, la gota que derramó el vaso. Acribillan al que trata de quitarles sus tierras, apuñalan por robar, disparan porque les pagan por hacerlo o 174
atacan a lo salvaje porque ya están hartos de ser pisoteados, pero son muy pocos los que recurren a la violencia de la manera que lo hicieron estos hijos de su puta y rechingada madre, no puedo ni quiero entenderlo. Esto no es nada más porque tengo que dar cuentas a mis jefes, esto me llega a lo más hondo porque me dieron en la madre a mí también, y a ti, nos dieron en la madre a todos porque este crimen es un atentado contra lo más puro que tenemos, el sexo. Lo bonito de encontrarte una y otra vez con otro cuerpo, de aprender emociones nuevas cada noche o cada mañana o cada que puedas, esos cabrones lo destruyeron. Convirtieron el sexo en un suplicio, a partir de este crimen, cada vez que esté en la cama con alguien me voy a acordar de esa pobre mujer a la que destrozaron, de esa infeliz turista que murió víctima del peor de los ultrajes, del ultraje a nuestro goce. Con lo que hicieron pervirtieron nuestro derecho al goce, nos rompieron el encanto, las sábanas perdieron su atracción cuando nos hicieron ver que en cualquier momento pueden quedar ensangrentadas, ¿te imaginas despertar entre sábanas ensangrentadas? No puedo explicarlo, ignoro si alguna vez podré hacerlo, con lo fácil que es aquí ligar, sólo un demente puede pensar en violar. Observa a los surfers, los gabacheros, nada más lejos de un galán de cine, y tampoco es que rollo mate carita, de donde van a poder aventarse un choro mareador estos cuates, su lenguaje se limita a cincuenta palabras en español y las mismas en inglés, big waves man, very good waves, I taked a marvelous pipe this morning, yeah. Académicos no son, sin embargo su paupérrimo lenguaje resulta más que suficiente para ligar, con eso creen que se las ligan, pero cogen, disfrutan, gozan y hasta los invitan a chupar. Aunque en 175
realidad son ellas las que eligen, las que buscan, las que deciden quién va a complacerlas, si no funciona un galán le dan una patada en el trasero y se buscan otro, las vacaciones son cortas y no pueden perder el tiempo con un soquete que no rinda. Nada más voltea, ve cuantos chavitos se pasean a esta hora por la playa cargando su tabla de surf, las olas altas vienen con los cambios de marea, al amanecer o al atardecer, el resto del tiempo nada más hacen la pasarela, se exhiben, echan el resto, muestran cómo pueden el físico que Dios les dio. Míralos, inflan el pecho lampiño, paran las nalgas, caminan cual pavo reales, mueven los hombros como soldaditos en desfile, la vista al frente, muy serios ellos, es su manera de decir cógeme güerita, cógeme negrita o negrote, que también les gusta, que no se hagan. Está bien, de eso se trata, de que gocen por las buenas, que le den gusto al cuerpecito pero por las buenas, siempre por las buenas… – Qué pistolota. Interrumpió una argentina al subdirector en su conferencia magistral, con la vista fija en la Beretta Taurus que asomaba en su cintura, el cachondeo nos vino bien como distracción, tomamos una cerveza con ella y sus amigas, querían que les dejara sentir la pistola escuadra. – Hay tres cosas que los mexicanos no prestamos, señoritas: la pistola, el caballo y la mujer; en riguroso orden. Dijo ceremonioso. Casi me ahogo de la risa, desgraciado, me agarró a medio trago. – Pensaba que ya no quedaban hombres bragados, como Jorge Negrete. Le contestó la que nos abordó. – No, a mi amigo nada más puedes compararlo con Pedro Armendáriz, no le ves la mirada de maldito, la mano siempre 176
presta a desenfundar, el porte altanero y el bigote abundante, de macho verdadero, no recortadito como el de Jorge Negrete, ese era un charro de banqueta, por más charro cantor que fuera. Intervine para acentuar la chunga. – ¿Y caballo, tenés caballo? En definitiva no era el día apropiado para las preguntas, los norteamericanos y las sudamericanas se habían confabulado para ponerlo en aprietos con sus preguntas, quedamos de verlas en la noche, Osmani no llegó. Las bonaerenses viajan siempre en grupo, tres o más, es raro encontrar que sólo vienen dos, la razón puede ser freudiana o jungiana. Quizá se deba a que así se sienten más seguras, pensarán que se protegen mejor. Nuestras recientes amigas eran maestras y empleadas administrativas de una universidad, la pasamos bien, se sabían mejores chistes de argentinos de los que tenía Timolón en su repertorio, tuvo oportunidad de actualizarse. Ruth, la más simpática, confesó que cargaba con tres recurrentes señalamientos sociales: argentina, judía y psicóloga; nada más le faltaba ser negra y lesbiana para llegar al estigma absoluto. Qué capacidad para reírse de sí misma. – Lo que ocurre, sabés, es que a ustedes les falta autocrítica, padecés obnubilación machista, solemnidad cursi, infumable, seriedad conferida por la salvaguarda del pene, como si no fuera de risa lo que tenés colgado entre las piernas, carne y pellejos que la mayor parte del tiempo les estorban. Borrachos, como ahora, sos simpáticos, pero sobrios no aceptás hacer el ridículo. Concluyó, tajante, la pecosita. La charla arribó sin sobresaltos a Borges, transcurrió sin comas a través del jardín 177
de los senderos que se bifurcan, los vívidos relatos que escapan de la temporalidad y los espacios tangibles, para arribar al cúmulo de citas imposibles de comprobar. Las referencias, análisis y comentarios sobre libros que deberían haberse escrito, pero que aún no ocupaban espacio en ninguna biblioteca, el calificativo de invenciones se descartó por mayoría absoluta de la concurrencia, la democracia aplicada a las tertulias con pretensiones literarias. Repasamos una y otra vez la ruta por los bares del muelle donde Emma Sunz encontró al marinero que la ayudaría, de manera involuntaria, en la violación-inmolación que sirvió de coartada-preludio a su acto de justicia personal-colectiva, era inevitable caer en esa red de ambivalencias de la intrincada trama que da para horas de discusión sin conclusión posible. Cada cual aportó sus recuerdos e incluso hubo agrias discusiones que no era factible dirimir por no tener el texto a la mano, la Flaca afirmó que justo en ese instante armábamos un cuento diferente al de Borges y que era una pena que nadie lo anotara, quizá recorrimos con Emma Sunz un camino paralelo al de Pierre Menard con El Quijote, la corriente nos llevó sin prisas a Bioy Cázares. Flavio no perdió el tiempo, antes de que llegaran a departir Cortázar con el Che y Charly García, desapareció con Milena. En la madrugada Evita era una presencia lejana, dejamos a Timónides y a Beto entrampados en una disertación filosófica sobre bifes de chorizo con Roberta, Mónica y la Flaca. Ruth me jaló a la playa con la falsa promesa de psicoanalizarme a la luz de la luna, aprendí que Freud, Adler, Jung y Fromm no son más que un cuarteto de viejitos alcahuetes. De las frustraciones de la infancia a la necesidad de manifestar el amor, todas son vías, intrincadas o sencillas, para encontrarnos con nosotros mismos a partir de la no 178
siempre fluida comunicación con otro ser, de preferencia en posición horizontal. A quién se le ocurrió la idea de que en la orilla del mar los encuentros son la máxima expresión del romanticismo, se te mete la arena por todas partes, de cualquier manera ambos pusimos nuestro mejor esfuerzo, me hinqué entre sus piernas abiertas, cambiamos, tratamos de hacerlo de pie, rodamos por la arena húmeda y por fin reiniciamos todo bajo la ducha de una pequeña habitación de hotel, despertamos entrada la mañana. – Por qué no me dijiste que vos también sos judío. – Muchos goyim estamos circuncidados. – Acabás de delatarte, ningún goy se define a sí mismo como goy, nadie dice de sí mismo soy el otro, soy parte de los otros, somos nosotros los que establecemos la otredad para los demás, nosotros los judíos y ustedes los goyim, que pavada. – Es normal, nacionales y extranjeros, europeos y bárbaros, cristianos y gentiles, nativos y migrantes, civilizados y salvajes, magos y mugles, yo y los demás, nosotros y ustedes, no te sientas culpable. Además casi siempre los judíos somos los señalados, no los que señalamos. – Pero vos tratás de pasar desapercibido. – No, yo no oculto nada, no ando con una estrella de David a cuestas, pero tampoco me oculto, no soy ortodoxo y tú tampoco lo eres. Podría definirme como reformista, pero aún eso implica una serie de compromisos éticos y religiosos que no sé si estoy listo para asumir. Además ocurre que muchos sefardíes tenemos apellidos que pasan desapercibidos, Madrigal, Rodríguez o Pérez, no los identificas de entrada como apellidos judíos, no estableces desde el principio la procedencia, como cuando el apellido acaba en berg, en son o en man o cuando le arrojas a la cara a la gente tu linaje 179
sacerdotal al decir soy Perenganito Cohen. – Pues no parece que te haya molestado en nada pasar la noche entre las piernas de una Cohen. – ¡Sorpresa! No sabía que eras Cohen, pero no me molestaría en nada pasar la vida con el rostro entre tus piernas. – Lo decís en serio. – Por supuesto. ¿Te parece bien si vamos por algo de comer?, seguro también mueres de hambre. Salimos por pizza de anchoas y una botella de tinto, regresamos a aprovechar el resto de la tarde, la afinidad reconocida incrementó la pasión de nuestros juegos y nos brindó la posibilidad de soñar juntos en voz alta, mientras acariciaba sus senos imaginamos el resto de nuestra vida en un kibbutz, entre olivares y campos de trigo. El vino no era de Zikhron Ya’akov, tampoco de las colinas del Golán, era de Tarapacá, del norte de Chile, pero tomado de las concavidades de su cuerpo adquirió el dulce sabor de las uvas israelíes, en el último brindis tuvimos la misma idea: el año que viene en Jerusalem. Esa noche se fueron en autobús para San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, mis alarmas emocionales me indicaban que no debía volver a verla. – Vení, chicos, es lindo. Insistía Milena desde la ventanilla, Flavio era el único apuntado, pero Timotrón lo hizo entrar en razón. – No vas a poder con cinco. – Con tres. Le aclaré. – Roberta y la Flaca pasan de perder el tiempo con hombres, no les niego que debe ser una monserga, deberíamos darnos asco. – Con Milena tengo de sobra. 180
Intervino Flavio. – ¿A poco no te conmueve la mirada de borrego a medio morir que te lanza Ruth? Me dijo cerca del oído el embaucador de Timbal. – Mañana mirará así a cualquier otro, no debes preocuparte, alegrías y tristezas son la parte emocionante del viaje, el condimento de tanta playa, tanta pirámide y edificio colonial, sin un poco de sufrimiento no se aprecia el disfrute. Por la noche será arropada por un chiapaneco experto en cuestiones indígenas que le soltará un discurso comprometido sobre el levantamiento zapatista y le presumirá de su amistad con el Sub, cuando llegue a Palenque otro oportuno le susurrará cerca del cuello fragmentos del Canto del Usumacinta a la sombra de la ceiba centenaria, frente a la majestuosa tumba del rey Pakal, Ciao bellas. Agitamos efusivos las manos para que la despedida tuviera carácter, una ventanilla se abrió en cuanto arrancó el autobús. – Flavio, caro mío… El ruido del motor se impuso a la desgarradora despedida. La temporada menguaba, pero aún había clientes, si a estas Alturas fuera fácil encontrar otro cocinero-barman, Timotzin el magnánimo hubiera dejado que partiera su colaborador. En cuanto se perdieron de vista Timoteo me puso al tanto. – No te lo quisimos contar antes para no alterar el romance, esta mañana dispararon contra la Blazer de Osmani, parece que lo hirieron, el vehículo quedó como coladera y su chofer no la contó, le tocaron al menos una docena de balas, es el chisme que corre por el pueblo. Por supuesto tú no podías estar al tanto porque tenías que dejar en alto el nombre de la 181
patria ante una turista argentina. Acudí de inmediato a la subprocuraduría con la intención de averiguar en qué hospital habían internado a Osmani, cerca de la entrada estaba su camioneta con más de cien impactos, había sangre en el parabrisas, en el volante y en el asiento del conductor. En cuanto pregunté a la secretaria, ella y quienes estaban a su alrededor se pusieron en actitud de alerta, en ese momento asomó Osmani, salía del despacho del Subprocurador. – Mi buen Ramiro qué haces por aquí. – Me dijeron que estabas herido. – Pásale, porque aquí en el pasillo escuchan hasta tus pensamientos. No me tocaba. Esta mañana le pedí a Nemesio que investigara un congal en la colonia Reforma, me llegó el pitazo de que se apostaba fuerte y la droga corría a raudales. Le asigné el caso a Martín, Gonzalo se ofreció a acompañarlo, acababa de decirle que hoy no iba a necesitar la camioneta. El herido es Martín, a Gonzalo lo dejaron irreconocible. En cuanto nos avisaron de los balazos fuimos todos en chinga, unos se pelaron en una camioneta pick up, pero tuvieron la peregrina ocurrencia de pasar con las armas en alto frente a la zona militar. Al rato nos los entregan, nada más que acaben de confesarlos, hubo tres que sí logaron escapar. Lo malo del asunto es que ante el cuadro del cadáver de Gonzalo, Martín herido y la camioneta como queso gruyere, los muchachos se enardecieron y ahora tenemos a tres muchachitas y dos borrachines muertos, quién les manda andar de parranda a las diez de la mañana, tuvimos que acusarlos de oponer resistencia. – ¿Estaban armadas? – Ahora lo están, en la minúscula ropa que vestían no imagino 182
dónde iban a guardar las automáticas que el acta dice que traían, de cualquier manera ya no podemos hacer nada por esas pobres mujeres y sus contertulios, así que evitemos problemas a los vivos. Tampoco los culpo, no es nada agradable ver a tus compañeros muertos o heridos, Gonzalo era mi asistente desde hace apenas tres meses, era un buen tipo, si no hubiera sido tan servicial aún estaría vivo, pero no le gustaba estar nada más de güevón mientras esperaba para llevarme de un lado a otro, por eso siempre le indicaba cuándo podía irse y por cuanto tiempo. – ¿Y sí era una casa de juego? – Sí, no hay duda, encontramos más de doscientos mil pesos en diferentes mesas y hace rato hicimos una colecta y salieron otros cien mil, seguro había mucho más. – ¿Qué es eso de la colecta? – Reunimos a los agentes y les dijimos que si no teníamos pruebas contundentes de que eso era una casa de juego habría problemas para justificar las muertes, en menos de cinco minutos estaban los cien mil sobre la mesa, si los hubiéramos pasado a la báscula mínimo recuperábamos otros cien, pero no hay que abusar, en este trabajo hay muy pocas compensaciones. – Eso significa que esos trescientos mil pasan a ser evidencia y después quedan en poder del Estado. – Eso significa que esos trescientos se reparten en otros niveles, si pasan a ser evidencia se quedan en depósito por lo menos diez años y si tomamos en cuenta la disposición habitual de los jueces es probable que los detenidos queden exculpados y se les tenga que regresar el dinero. El otro riesgo es que podemos tener otra devaluación y entonces ni para Dios ni para el Diablo. Así qué con treinta que queden de 183
evidencia es suficiente, fin de la explicación… además lo restante ya acordamos con el Procurador entregárselo a la viuda de Gonzalo, con lo de la pensión se van a morir de hambre ella y sus hijos. – ¿Crees que esto tenga que ver con el asesinato? – No, no me parece, lo que nos dicen de la zona militar es que el garito está protegido por el Agente Municipal y la policía local. Le llamé hace rato al Presidente Municipal de San Pedro Mixtepec y me cuenta que este muchacho, el Agente Municipal, es muy avorazado, desde hace unos meses anda azuzando a la gente para que pidan que Puerto Escondido sea municipio y así poder actuar a sus anchas, así que tuvimos que hablar con el Secretario de Gobierno y ya lo mandaron llamar de Oaxaca. Si quieres utiliza la información, nada más no me menciones, no sea que la próxima vez sea a mí al que quieran dejar frío. – ¿Crees que la libre al Agente Municipal? – Sí y no, en Oaxaca nada más lo van a regañar y le van a parar el alto con lo de la municipalización, el Delegado de Gobierno pidió que no se magnifique el asunto. Sin embargo, en cuanto se calmen las aguas van a ocurrir varios accidentes. En cuanto el fulanito concluya su periodo en el gobierno, su vida valdrá menos que un cerillo, matar a policías no es muy recomendable. A la mañana siguiente volvimos a acudir a la escena del crimen, conocimos la suite del hotel Acuario donde se hospedaron Linda y Alan, nada en particular. Alan esperó cuatro días en vano, le negaron el permiso de incineración, el FBI se hizo cargo de los restos de su esposa, coño, nunca me había sonado tan literal esa palabra, restos, eso fue lo que dejaron, restos de lo que fue una mujer hermosa que tenía 184
toda la vida por delante, nadie merece morir así, nadie merece ser violado. Resulta brutal que el sexo tenga que enfocarse en estos casos desde una perspectiva ajena en absoluto a sus valores intrínsecos, se pervierte el significado de la empatía entre dos seres humanos, se invade el último resquicio del ejercicio de la libertad de elección, no únicamente violan a la víctima, violentan la concepción universal del goce, de la atracción mutua, corrompen la concepción natural de los encuentros corporales. Casi vomité cuando me mostraron las fotografías, ¿qué clase de trastornados buscábamos?; fuimos a Papá Noel, recorrimos todo el pueblo en la Ford Lobo negra, con cristales ahumados, de Nemesio, el Comandante de la Policía Judicial en la costa. Era un poco incómodo andar por todas partes con esas letras doradas adornando el medallón trasero “jefe de jefes”, malditos Tigres del Norte, nada más les dan ideas a estos infelices. En la desesperación Osmani sugirió interrogar al cura, confiaba en que alguno de los criminales se hubiera ido a confesar, tuvimos que hacerlo entrar en razón, lo de los curas informantes de la policía nada más se ha visto en España durante el franquismo, pero cabía otra posibilidad, había que explorar en torno a las debilidades del cura. Nemesio nos llevó a tres burdeles hasta que dimos con la información necesaria, una de sus protegidas sabía quién era la favorita del padrecito, eso nos llevó al cuarto burdel, el de más postín, ahí trabajaba la Yuli, una mulata despampanante, por lo menos veinte centímetros más alta que Nemesio. Otra pérdida de tiempo, nos tardamos una botella de ron entre los cuatro para enterarnos de algunas intimidades del curita, nada que espante a nadie, a ella le parecía un tanto aburrido aunque buen pagador. De lo otro nada, nunca contaba cuestiones de 185
su trabajo, mucho menos de lo que escuchaba en el confesionario, y eso que por lo menos dos veces por semana venía de visita pastoral, hay que reconocerle su entereza. – ¿En serio es ya una cuestión personal o también temes que te despidan? Le pregunté a Osmani mientras caminábamos de regreso a la camioneta, a prudente distancia nos seguía Nemesio con su temible aspecto de cowboy de metro y medio de estatura, botas vaqueras con punteras de plata, hebilla a juego, pantalones y camisa de marca, bigotes a lo Pancho Villa y la cabeza cubierta por un Stetson auténtico, de fieltro, no menos de mil dólares el atuendo. – Si caemos nos llevamos entre las patas al Director, al Secretario de Seguridad Pública y al Procurador, pero eso es lo de menos, a estos tipos tenemos que atraparlos, es una cuestión de amor propio, nada más les faltó gritar “miren, miren, estamos matando a una mujer”, la manera en que lo hicieron fue el colmo del descaro. Existe algo que no hemos descubierto, que tenemos enfrente y no lo vemos. Osmani se recargó en el costado de la camioneta, Nemesio abrió la puerta del lado del copiloto, con una llave pequeña abrió después la guantera y dejó a la vista un espejo de plata pulida, pipeta de oro, mortero y molinete, el subdirector movió molesto la cabeza, negativa rotunda, el comandante se encogió de hombros, cerró la guantera y rodeó el vehículo para ocupar su lugar al volante. – ¿Revisaron archivos de casos anteriores? Pregunté. – Ya estás como los gringos, aquí no hay nada, cada changuito que sale se lleva o desaparece cajas enteras de expedientes para no dejar rastro de sus tropelías, además con este clima 186
todo se desgracia, en la subprocuraduría tienen dos cuartos llenos de cajas con papeles enmohecidos, sin clasificar, son unas ratoneras, si quieres les digo que te dejen darles una revisada. – No gracias, a mí no me pagan. – Están por enviarme de Oaxaca el expediente de otra violación y asesinato que ocurrió hace unos ocho años, quizá un poco más, pero ignoro si eso nos proporcione una pista, además tampoco en Oaxaca hay mucho orden, a ver que encuentra mi asistente. Dijo en tono conciliador el funcionario. Recordé aquel incidente, andaba por aquí de vacaciones y envíe un pequeño reportaje al periódico, nunca he escrito nota roja pero como estaba en el lugar de los hechos aproveché el viaje, el jefe agradeció mi profesionalismo con la ampliación de un día completo a mis vacaciones. Conté a los dos oficiales lo que recordaba de aquel crimen, aunque no pude acordarme de los nombres de los implicados, pero sí qué uno de ellos, marido de una muchacha llamada Lupita, estaba en el penal de Pochutla. – Puta madre, lo evacuaron en enero, después del temblor, te digo que la traemos atravesada, ¿tienes idea de dónde quedaron los archivos del penal, Nemesio? Osmani estaba que reventaba. – En Oaxaca, se los llevaron a la Dirección de Centros de Readaptación, en Pochutla ya no queda nada. – Entonces no tenemos más remedio que esperar a que llegue el expediente, mientras tanto hay que seguir a la vuelta y vuelta, a ver quién gana, si los gringos con sus métodos de James Bond o nosotros sin más herramientas que el tanteómetro, vamos a comer algo. 187
Le señaló a Nemesio un puesto de tacos de suadero, cada que levantaban el trapo que cubría la carne y las tortillas, se desprendía una cortina de vapor aromático que se mezclaba con el olor a cebolla, chile y cilantro. Descendí de la camioneta con el firme propósito de pedir un refresco de tamarindo, la propaganda de Jarritos pintada en la lámina del puesto móvil, hacía viable esa posibilidad, se me hacía agua la boca.
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X No todos los caminos llevan a tu yo interno
Fue hijo único de un matrimonio que se disolvió pronto, a su padre lo vio poco, diez o doce veces en toda la infancia, en la adolescencia se incrementó la frecuencia de los encuentros, uno cada seis meses en promedio. La madre nunca le habló mal de su padre, a decir verdad no lo mencionaba en absoluto, su papá tampoco se expresaba mal de su exesposa, prácticamente hablaba lo esencial cuando estaba con su hijo. Lo llevó a Disneyland, a partidos de basquetbol, de beisbol, no recuerda otras variantes, al final le preguntaba si se había divertido y le daba unos billetes más. No se quejaba, tuvo una niñez divertida, sin carencias, con controladas muestras de cariño, alguna caricia en el cabello, una palabra amable de cuando en cuando, cierta vez vio con envidia a los otros niños que eran llevados por sus padres al colegio, pero en cuanto le contaban de los regaños y castigos se sentía compensado. Su mamá estableció los límites de su nivel de responsabilidad para con él con precisión cronométrica, el tiempo justo de acuerdo a lo que consideraba su deber. Desde 189
pequeño le dejó ver que le correspondía hacerse cargo de sus propias tareas escolares, preocuparse de que su ropa estuviera lista, cuidarse al salir a jugar, si haces lo correcto tú vas a ser el beneficiado, si fallas tú vas a ser el perjudicado, a mí me importa tu vida en la medida en que la convivencia resulte satisfactoria para ambos, tengo mi propia vida, se lo dijo dos veces. Lo envió a un buen colegio, a terapia cuando hubo problemas con un par de malas notas académicas y a clases de yoga en el centro que dirigía su gurú cuando estuvo en edad. Cada verano asistió a un campamento diferente, para explorar nuevas posibilidades, aprendió a esquiar en el agua y en la nieve, a surfear, estudió artes marciales, piano, cualquier cosa que su mamá pensara que le era útil, lo mantendría ocupado, y le evitara ser molestada por su hijo mientras pintaba, atendía a invitados, asistía a conciertos o a reuniones. Puede decirse que él y sus padres desarrollaron sus propias vidas en un marco de respeto absoluto a la privacidad ajena, se vieron lo indispensable, hablaron lo necesario, nunca rebasaron la estricta línea que delimitaba su espacio personal, un espacio bastante amplio acorde con su estándar de vida. Tuvo su primera relación con mujeres a los dieciséis, con hombres a los diecinueve, su primer auto a los dieciocho, se vería en aprietos para responder si alguien le preguntara qué le gustó más. Estudió antropología en la UCLA, hizo un verano en México, otro en Italia y el último en Thai. A los veintidós se graduó, ese día su madre le entregó una libreta bancaria donde estaba depositado todo el dinero que su padre les había dado a lo largo de todos esos años, nunca lo necesitó, ella ganaba lo suficiente y había sufragado los gastos de su hijo hasta ese día, a partir de ese momento se consideraba exenta de toda responsabilidad. Su papá, complaciente, le dijo 190
que podía seguir contando con la pensión de forma indefinida, para que hiciera lo que quisiera en la vida y le regaló un Jeep, la sugerencia resultaba obvia, viajar. La primera vez tardó año y medio fuera, recorrió México por la costa del Pacífico, practicó surf en once playas diferentes, permaneció tres o cuatro días en cada lugar, a excepción de Puerto Escondido, donde estuvo dos semanas. Al llegar a la frontera con Guatemala decidió no cruzar, bordeó la frontera para llegar a los Lagos de Montebello, Chinkultic fue su primer contacto con la arquitectura maya, le impresionó saber que desde lo alto de la pirámide doncellas cubiertas de joyas se arrojaban al cenote para morir ahogadas en ofrenda a sus dioses, a Chac en particular, durante un par de milenios el dios de la lluvia fue honrado con múltiples muestras de respeto de sus feligreses. Pasó por Comitán y San Cristóbal de las Casas, las ciudades museo, no tanto por su arquitectura sino porque en ellas se preserva intacto el sistema feudal, miles de indígenas despojados de derechos sostienen con sudor y sangre a unas cuantas familias de blancos y mestizos, los coletos son el último resquicio de los encomenderos coloniales. El sincretismo religioso fue su puerta de entrada a una concepción de las relaciones con lo divino, de las que únicamente tenía referencias académicas, acercarse a quienes lo vivían le provocó una gran confusión. En San Juan Chamula encontró una de las manifestaciones más radicales de esa concordancia forzada, imágenes de santos con el chamarro de lana blanca de los indígenas encima de los hábitos religiosos o de las túnicas tradicionales, a cada imagen le asignan los atributos de los antiguos dioses mayas, cada tipo de grano de maíz, blanco, amarillo, morado, rojo, negro, pinto, tiene una deidad protectora, lo mismo ocurre con 191
los elementos y los fenómenos naturales. En Toniná, el señorío dominado por la imponente fortaleza piramidal, conoció otro aspecto fundamental de la sociedad maya, la Guerra. La construcción del periodo clásico emana violencia en su concepción estructural, violencia y belleza parecían convivir en todos los aspectos de la vida de esa cultura, pero era muy pronto para que hiciera conjeturas. Palenque le significó un choque emocional, no logró en diez días recorrer todos los rincones de la inmensa ciudad estado, las construcciones majestuosas, la adaptación al medio, la rígida jerarquización social, el nivel de confort en el que vivían los dirigentes. Aún se preservan algunos de los sistemas originales de drenaje y de abastecimiento de agua que llegaban hasta las habitaciones de la nobleza, fueron construidos con piedra caliza, elemento que aprovecharon para la biodegradación de los desechos, datan de una época en que los castillos europeos no contaban con espacios para bañarse. Los nobles europeos se lavaban la cara y las manos en aguamaniles que eran provistos con agua traída a cuestas desde los pozos y las necesidades fisiológicas las realizaban en bacinicas cuyo contenido se arrojaba por las ventanas a los conductos de aguas negras que fluían a cielo abierto por la mitad de los callejones, costumbre que en algunos lugares estuvo vigente hasta bastante entrado el siglo diecinueve, su parámetro de civilización estaba sufriendo alteraciones. Desde la torre del observatorio pudo contemplar la inmensidad de la selva alta perennifolia, no alcanzaba a comprender de qué forma pudieron derribar los enormes árboles, cortar inmensos bloques de roca, construir, esculpir y tallar sin conocer metales duros, sin contar con herramientas de hierro. En el juego de pelota discutió largamente con el guía sobre el hecho de que el ganador era sacrificado a los 192
dioses, por qué no el perdedor, consideraba absurdo que el morir se considerara privilegio. El Bigotón, un personaje legendario que era requerido por importantes operadores turísticos para que condujera a sus grupos o a visitantes importantes, por lo ameno y didáctico de sus charlas, lo invitó a reunirse por la noche con arqueólogos del equipo de investigación que trabajaba en la zona y con otros especialistas, una anciana antropóloga norteamericana le mostró que la autoinmolación es más frecuente de lo que pensamos, aun en estos tiempos, los fanáticos islámicos que se hacen estallar con explosivos adheridos a su cuerpo están aceptando de buena gana el sacrificio como una forma de expiación, la diferencia estriba en que los actuales buscan causar un daño a los enemigos de su fe y los pueblos de la América prehispánica competían por el privilegio de participar en la oblación, al menos en lo que al juego de pelota se refiere. El sacrificio de doncellas arrojadas a los cenotes también se consideraba privilegio, no obstante existía al mismo tiempo el sacrifico de sangre enemiga, los prisioneros capturados en batalla se destinaban a la esclavitud o eran ofrendados a los dioses. En una de sus visitas a la zona arqueológica conoció a integrantes de un grupo académico de la Universidad Estatal de Arizona que organizaba una expedición de cuatro semanas por la selva, logró que lo aceptaran. En Bonampak sufrieron una gran decepción, horas de peligrosa caminata a través de la vegetación cerrada y los accidentes del terreno, para encontrarse con los murales totalmente deteriorados y el conjunto arquitectónico en el total abandono. Gracias a fotografías que el grupo traía, de los edificios en el estado en que fueron encontrados sesenta años atrás, y del concienzudo 193
trabajo de digitalizaciones posteriores, pudieron conocer la fuerza expresiva de los artistas mayas, aspectos de sangrientas batallas, el trato a los prisioneros, tan “humanitario” como el que se les ha brindado de manera usual en todas las guerras de todos los tiempos. Le impresionó la fastuosidad de la corte y, en particular, la evidencia de que la clase en el poder tenía que participar también en los flagelos rituales, un grupo de damas ricamente ataviadas pasaban una larga cuerda a través de la perforación que se practicaban en la lengua, junto a ellas los frailes con su silicio eran simples aprendices. Esa imagen, que al principio se había creído que era de mujeres retozando en un salón del palacio, se grabó en su mente, la relación entre divinidad y sacrificio comenzaba a convertirse en una obsesión, ninguno de los científicos de la comitiva lograba explicar con claridad esa constante en la mayoría de las religiones, para los religiosos es un asunto de fe, para los escépticos es parte del mecanismo de autodestrucción inherente a la especie, pero esto es únicamente lo aparente, nadie en el grupo creía que fuera tan simple. Un día después abordaron cayucos para navegar por el Río Usumacinta hasta Yaxchilán, donde, a pesar de los avances en las exploraciones, muchos edificios permanecen como los encontraron Edwin Rockstoh, Alfred Maudslay y Désiré Charnay, en la segunda mitad del siglo XIX. La rebuscada ornamentación, la solidez de sus edificios, el poderío expresado en las esbeltas pirámides, le demostraba la fragilidad humana. Qué fue de esas poderosas civilizaciones, a quién le importa hoy cuántas batallas ganaron o perdieron. Esa noche, a pesar del calor, todos buscaron la cercanía del fuego, era preferible aguantar la temperatura a los piquetes de las nubes de mosquitos, uno de los académicos inició su disertación junto a la fogata, con 194
una abierta burla hacia los arqueólogos mexicanos que en la primera mitad del siglo veinte proponían a los mayas como modelo de humanismo. No eran mejores o peores que el resto de la especie, entre ellos había artistas, científicos, poetas, religiosos que predicaban la ira, asesinos con cargos militares, políticos ególatras, comerciantes honestos y comerciantes abusivos. Las ciudades estado del periodo clásico, que eran las que recorrían, fueron abandonadas entre ochocientos y seiscientos años antes de la conquista española, su caída fue producto de las luchas intestinas, de las modificaciones de las rutas comerciales con el arribo de los Itzaes, de una tremenda sequía que provocó el descenso drástico de la producción de alimentos y aprovisionamiento de agua, probable resultado de la deforestación, y de las rebeliones provocadas por el abuso del poder, tanto va el cántaro al agua. La selva regresó sobre las ciudades cuando los humanos partieron, el proceso fue lento. Los investigadores buscan una causa para explicar el abandono de esos inmensos núcleos de población, ese maestro universitario proponía que debían considerarse una suma de factores, no uno solo, concluyó con una velada crítica a quienes achacan todos los males de los pueblos indígenas a los blancos y mestizos. Pueblos como los olmecas, toltecas, teotihuacanos y mayas clásicos nunca vieron a un hombre blanco y sin embargo desaparecieron sin dejar más rastro que sus manifestaciones arquitectónicas y artísticas, su ocaso tuvo que ver con otros pueblos indios y también con ellos mismos. Lo señaló Marx, toda sociedad contiene en sí misma la semilla de su destrucción. Los problemas actuales de los pueblos indígenas tienen que ver con blancos y con mestizos, pero también con los mismos indígenas, la principal amenaza para los seres humanos somos los seres humanos. 195
En el río conocieron los horrores del presente, flotaban, arrastrados por la corriente, cuerpos mutilados de víctimas de la guerra en Guatemala, la zona era asolada por los khaibiles, brigada militar integrada por indígenas, para la que el canibalismo era tan sólo una más de sus estrategias de represión y genocidio. Entre las ruinas de la Yaxchilán discutieron sobre los riesgos de internarse en el país centroamericano, los muros de la ciudad antigua habían sido testigos de cruentas batallas, era mucha la sangre que el Usumacinta había lavado durante milenios, se perdieron en el mar de la historia sin haber concluido nada. No obstante a la mañana del tercer día en ese campamento, todos estaban dispuestos a seguir. Entraron a Guatemala por el Río de La Pasión, tributario del Usumacinta, en sus riberas conocieron Altar de Sacrificios, Dos Pilas y Ceibal, en esta última ciudad alquilaron caballos para atravesar la selva hacia el noreste, así llegaron al Lago del Petén, descansaron una noche en la Isla de Flores para arribar a Tikal en la forma debida, la ciudad magnífica merecía ser honrada, la imponente ciudadela concentra la energía que permitió construir el mayor centro de poder del mundo maya, es imposible imaginar el control que lograron desplegar los líderes de la gran ciudad estado, la fortaleza de sus edificaciones ha logrado resistir, incluso, los embates de la selva en más de mil años de abandono. Cuando llegó el momento de volver, a todos les costó trabajo desprenderse de la atracción que la antigua urbe ejercía sobre ellos. En Flores los estudiantes tomaron el vuelo a Cancún para enlazar el que los llevaría a su país, él regresó y permaneció una semana más alojado en el Jungla Lodge, eligió el espacio del Mundo Perdido para meditar durante horas cada mañana. Cuando al final aceptó que no iba a conseguir 196
aclarar nada en el mar de ideas que invadían su mente, abordó una vieja avioneta que volaba regularmente a Palenque. Ahí recogió su automóvil, continuó solo por la península de Yucatán; en Edzná, Labná, Kabah, comenzó a reconocer las características del estilo Puuc, postclásico. En Uxmal rindió culto a los manuales turísticos y ascendió a la Pirámide del Adivino, en el Cuadrángulo de las Monjas dedicó largas horas a observar el supuesto equilibrio entre las edificaciones religiosas y las civiles, quizá no hubiera tal, los líderes eran considerados descendientes directos de los dioses, por tanto, consideró, los palacios también eran espacios religiosos. En Chichen Itzá encontró la fusión de tres grandes culturas, la Maya, la Tolteca y la Azteca, de la Pirámide del Jaguar caminó por el Sak Beh, camino blanco o vía láctea, ruta ceremonial que conduce al Cenote Sagrado, lugar de sacrificios rituales. De nuevo el vínculo, la muerte ceremonial, el culto a los dioses dadores de vida con ofrendas que afrentan su don. En la cercanía de la zona arqueológica conoció a ancianas y ancianos que practicaban rituales chamánicos, cientos de personas viajaban a través de varios estados para venir a atenderse con ellos, en pequeñas cabañas de carrizo y techo de palma se mantenían vigentes algunos de los rituales de los antiguos centros religiosos. Recorrió Cobá envuelto en una idea obsesiva, culminó la visita a la península en Tulum, la ciudad amurallada construida la borde de un acantilado, puerto de resguardo de los comerciantes itzaes que seguían la ruta del litoral del Mar Caribe. Regresó a Guatemala a través de Belice, visita incluida a Río Hondo. Estuvo en Sayil, en Uaxactún y de nuevo en Tikal, estaba extasiado con la elevación casi vertical de sus templos. Comenzó a comprender el manejo visual de sus construcciones, las escalinatas sin 197
alfardas para reafirmar su esbeltez, el afán de reyes, sacerdotes y generales de perpetuar su memoria en las estelas conmemorativas, por lo menos ochenta quedan en pie, ochenta recuerdos de momentos de gloria, batallas ganadas, conquistas, ascensos al poder. Tikal desafía el eterno girar de la rueda del tiempo, el Tzolkin, la máquina del movimiento perpetuo, engranes que giran uno dentro de otro, en sentidos opuestos, sin principio ni fin, sus muescas marcan los días, los meses, los años de un transcurrir donde lo que fue será, es lo que leyeron sus sabios en el firmamento, lo que decodificaron en siglos de observaciones del manto estelar, el determinismo histórico en una versión más de mil años anterior a la denominación misma. Por una carretera destrozada llegó al lago Izabal, en el caribe guatemalteco, uno de los legendarios refugios de piratas, visitó Quirigúa y atravesó otra frontera, la de Honduras, para admirar Copán, las dos ciudades otrora enemigas están hermanadas por su arquitectura, variantes singulares del estilo Río Bec. En las iglesias de Antigua y Chichicastenango contempló la otras manifestaciones del vínculo entre violencia y religión, el regodeo de los artistas en pintar llagas, sangre y heridas en Jesús crucificado. Retornó a México por Ciudad Cuauhtémoc, de San Cristóbal de las Casas, a través de los inmensos campos bananeros de la United Fruit, se metió a la zona Olmeca, pasó por Villahermosa, subió por la costa del Golfo de México en zigzag para conocer los vestigios de La Venta y de Río Dulce. Asistió a una limpia curativa en Catemaco, la Ciudad de los Brujos, edificada a la orilla de un lago donde perduran y conviven la medicina tradicional, la magia, la religión, el ocultismo y la charlatanería. Al principio, cuando la curandera sacudía ramas de ruda, romero y albahaca sobre su cuerpo, cuando 198
soplaba en el brasero para que se le impregnara el humo del copal, tomó las cosas a broma, pero cuando rompió el huevo de totol que había pasado por su cuerpo, vio que la clara y la yema estaban negros, se estremeció. La mujer sacudió la cabeza y le advirtió que graves peligros le esperaban, pero no eran peligros externos sino peligros que salían de adentro de su espíritu. Días más tarde paseó sin prisa por Tlacotalpan, la tranquila población en la orilla del Río Papaloapan donde el color se convierte en el elemento primordial de la arquitectura, esas casas se construyeron para ser pintadas, para inundar de reflejos el río, anotó en su bitácora. Le sorprendió saber que en ese pacífico lugar cada año practican un ritual cruel, durante las fiestas de la Virgen de la Candelaria embriagan, mutilan y torturan con cigarrillos encendidos a toros mansos, para enardecerlos, la violencia gratuita, absurda, empleada en contra de unos pobres rumiantes que no entienden de fe ni de tradiciones estúpidas. En el bullanguero puerto pesquero de Alvarado conoció una de las variantes lingüísticas del castellano con más color local, florido y festivo. Se detuvo en Veracruz, necesitaba reencontrar el rumbo, sentado en una banca del malecón masticaba volovanes de jaiba mientras leía los nombres de los buques, imaginaba mil puertos distintos, mataba el calor con los sonoros lecheros en los cafés, acostumbraba su estómago a los ardientes sabores de picadas, gorditas, chilpacholes, mariscos, carnes y hasta frutas, todo se come con picante en México. Leía una y otra vez la información que había recabado en el camino, analizó su situación, no tenía casa en ningún lugar, ni un hogar al cual volver, estaba a casi dos mil kilómetros de California, no tenía trabajo ni le interesaba ninguno de los que tenía referencias, su cuenta bancaria se 199
mantenía estable, lo que gastaba equivalía a lo que su padre depositaba mensualmente, podría hacer un posgrado, le atraía la arqueología. De momento no tenía ganas de regresar a la universidad, corría el riesgo de quedarse atrapado en un campus y después creer que eso era el mundo real, como les ocurría a varios de los que fueron sus maestros. Se levantó del café donde trataba de aclarar sus ideas, fue por sus cosas al hotel, compró un ramillete de “nomeolvides” y se dirigió al malecón, ante la mirada curiosa de los transeúntes colocó las flores en el monumento a los marinos que dieron su vida al defender el puerto durante la invasión norteamericana de mil novecientos catorce, tardía disculpa. Abordó el Jeep y manejó sin detenerse hasta el Museo de Antropología de Xalapa, dedicó dos días a recorrer sus salas, al final cedió ante la atracción que ejercía sobre él la derrotada Gran Tenochtitlan. Había encontrado vestigios de su imperio esparcidos por todos los lugares que pisaba. Una calurosa tarde de mayo su polvoriento Jeep fue tragado por el tráfico infame de la Calzada General Ignacio Zaragoza, atroz bienvenida a una de las ciudades más pobladas del planeta, prueba irrefutable de que el caos puede adquirir carácter permanente. El altar de cráneos le esperaba, aún no había rendido tributo al más sanguinario de todos los dioses, Huitzilopochtli aguardaba en el Templo Mayor, donde emergió de su sueño de siglos para desafiar a la Catedral española. Durante cuatro meses deambuló por Ciudad de México y sus alrededores, entre los restos arqueológicos del poderío azteca y de las culturas que los precedieron. Visitó Tula, la ciudad de los Atlantes de la que partió el dios gobernante Quetzalcóatl, cuya huella encontrara en Chichen Itzá, donde lo llamaban Kukulkán. Estuvo en Cholula, la ciudad sagrada tantas veces afrentada, 200
toltecas, cholultecas, huejotzincas, olmecas chicalanca. Siete estructuras se sobreponen hasta el límite, cuando los aztecas profanaron Teotihuacan al construir altares a sus dioses, sobre los templos de dioses antiguos, los cholultecas prefirieron cubrir de tierra su templo sagrado para impedir una afrenta similar. Pero no lograron salvaguardarla por mucho tiempo, en mil quinientos diecinueve las tropas de Hernán Cortés derramaron la sangre de los supremos sacerdotes y de miles de inocentes, en la cúspide de la pirámide de la serpiente emplumada implantaron a su invasora Virgen de los Remedios. Con las piedras de cada teocalli derribado, en los mismos sitios que antes ocupaban los dioses de todos los pueblos tributarios, erigieron templos para el panteón impuesto, donde los dioses se llaman santos. La cadena de oprobios es larga, culmina en nuestros días con una calle construida sobre los cimientos de la pirámide más grande del mundo, cientos de autos y camiones deshonran con sus llantas, humos y ruidos la memoria de Quetzalcóatl. En el camino a Malinalco se unió a los peregrinos que acudían a visitar al Santo Señor de Chalma, lavó sus pies en el ahuehuete, danzó con una corona de flores en la cabeza y entró al templo para completar, como todos los asistentes, ese ritual que es otra muestra del sincretismo religioso. Más tarde, cuando se encontraba en la cima de la montaña, frente a la inacabada pirámide monolítica de Malinalco, conoció otro tipo de sincretismo, una fusión entre rutinas de hata yoga y lo que imaginan que eran los rituales aztecas, decenas de personas vestidas de blanco, con fajas amarillas atadas a la cintura, emitían mantras en náhuatl a los cuatro vientos, siguiendo los movimiento gimnásticos de un neohueitlatoani al ritmo de 201
caracolas marinas, tambores y flautas de carrizo, Buda y Ehecatl compartían ofrendas. Su segundo viaje fue a Asia, empezó por Indonesia, ahí se trazó una ruta de templos budistas, khmer e hinduistas que siguió por Thai, Camboya, Laos, Bangladesh, Sri Lanka, India y Nepal. Un recuerdo recurrente de ese recorrido es el momento en que abordaba el tren en Phnom Penh, Camboya, para dirigirse a Battabang, población desde la que trasladaría en autobús a Angkor, la mítica ciudad khmer. Una plataforma de carga fue enganchada a la parte frontal de la locomotora, en cuanto quedó lista la maniobra cientos de personas se pelearon para alcanzar lugar en ella; aún existía la posibilidad de atentados con dinamita o con minas terrestres colocadas por el Khmer rouge, el grupo de fanáticos seguidores de Pol Pot que habían asesinado a más de un millón de camboyanos durante su permanencia en el poder, para no arriesgar la únicas dos máquinas con que contaba el país en ese momento, colocaban al frente la plataforma que era empujada durante todo el trayecto, en caso de una explosión volaba la plataforma pero salvaban una valiosa locomotora, la gente pobre viajaba gratis a riesgo de su vida. Después siguió el rastro del Imperio Inca en Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Chile, viajó de manera obsesiva por multitud de lugares sin un objetivo determinado, pensó en la posibilidad de unirse a algún equipo de investigación especializado en culturas antiguas, pero nunca permaneció el tiempo suficiente para ser admitido, se conformó con leer los resultados de las investigaciones de otros, tenía especial interés en la relación de los pueblos con sus divinidades. Siempre que era posible participaba en procesiones o en ceremonias que conservaran su carácter tradicional, se 202
mezclaba con la gente sin llevar cámaras, sin grabadoras y sin asumir actitudes que perturbaran la mística religiosa, buscaba percibir en directo las emociones sin obtener más registro que la huella de lo vivido. Estuvo en centros de peregrinación de diferentes culturas, observó los rostros de miles de fieles, tratando de descifrar la razón que los movía a recorrer distancias enormes para postrarse ante una figura o un símbolo, encontró que son mayores las similitudes que las diferencias entre un campesino zacatecano que recorre cinco estados de México para ver a la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac y un obrero musulmán de Yakarta que ahorra toda su vida para poder viajar a la Meca. En la convivencia con la gente de los países que visitó, la que se encuentra fuera de las rutas turísticas, aprendió a cocinar platillos tradicionales, a dar masajes terapéuticos, fue testigo de limpias, curaciones de mal de ojo, de espanto, se inició en el complicado sistema de sobado que aplican los hueseros indígenas. Conoció a hombres y mujeres, su encanto, su tez bronceada, la lacia cabellera rubia, sus ojos azules, los atraen, sin embargo nadie desea permanecer a su lado después de dos o tres días; existe algo estremecedor en su mirada, algo indescifrable que inspira temor en lo más profundo. Un monje budista, del monasterio de Tengboche en Nepal, le dijo que en él la confrontación entre el ying y el yang, entre lo positivo y negativo, están a flor de piel. – Eres ángel y demonio pero no puedes ser ambos, no de la manera intensa en que estas dos actitudes opuestas se manifiestan en ti, tus dos campos son radicales, extremos. Detente, la respuesta que buscas no está en el camino, en el movimiento, necesitas de la permanencia, la roca, lo sólido, requieres del poder de la montaña para soportar tu lucha, es 203
lo firme y permanente lo que te ayudará a enfrentarte a ti mismo. Se negó a establecerse, con terquedad inició su propia búsqueda en el lado opuesto a lo que le recomendaron, caminó con determinación, lo que necesitaba debía estar en algún lugar, en un método de meditación, en los ashrams de gurús famosos, en el chamanismo indígena. Quizá eran los lugares adecuados, pero no permaneció el tiempo suficiente para saberlo, huía en cuanto se sentía atrapado, cuando percibía los síntomas de pertenencia a una comunidad. Instaló un par de restaurantes más por terapia ocupacional que por necesidad, fracasó en todo, no aprendió a equilibrar la dualidad, a veces lloraba por el vuelo de una mosca, otras asesinaba sin piedad. La primera vez fue accidental, experimentaba con una amiga danesa, en un búngalo en una de las islas Koh Samui en el Golfo de Thai, lo que habían visto en la película japonesa El imperio de los sentidos, de Nagisa Oshima. Durante la penetración se apretaban el cuello para obtener mayor placer con la sensación de asfixia, presionó demasiado. Tras el susto inicial se percató de que la presión había sido indirecta, al quitarse la camiseta la retuvo en las manos, gracias a eso las marcas de los dedos eran difusas, en el espejo del baño revisó su propio cuello, tenía un par de rasguños leves y estaba un poco rojo, limpió con la misma prenda las manos de ella y los rastros de sudor en el cuerpo, verificó que no quedara nada que lo delatara, después salió. Se dirigió con sigilo a su propia cabaña en el otro extremo del hotel, entró con cuidado sin que nadie lo viera, se puso un suéter ligero de cuello de tortuga, ocultó la camiseta para quemarla más tarde, con discreción se asomaba al exterior por una rendija del muro de bambú, en el 204
momento que uno de los empleados pasaba enfrente salió desperezándose, – Es terrible, – le dijo – acabo de levantarme y había quedado de ver a Nora a las nueve –. Fue a su cabaña y estuvo tocando y llamándola a voces, otro camarista le informó que las muchachas que compartían esa cabaña habían salido temprano a caminar por el bosque, fue entonces a alcanzarlas, esperó escondido entre los matorrales cerca de una encrucijada por donde tenían que pasar de regreso, en cuanto las vio fingió salir de una vereda. – Que bueno que las veo, y Nora, ¿no vino con ustedes Nora? – Nos dijo que pasarías a recogerla a las nueve, que nos alcanzarían en el parque. Les contó entonces la misma historia, desperó tarde y cuando fue a buscarla ya no estaba. Nadie lo inculpó cuando descubrieron el cuerpo sin vida, los empleados ratificaron la coartada de que él salió de su cabaña hasta después de las once y acudió a buscarla. Pobre, la llamaba sin imaginar que la habían asesinado, quién podría sospechar del jovencito cuyo rostro reflejaba el intenso dolor que sufría por la muerte de su amiga. A los pocos días fue detenido un vagabundo que trataba de abordar de polizón una barcaza, resultó el culpable idóneo. Eso ocurrió el mes anterior a que cumpliera los veinticuatro años. Disfrutaba de lo que veía, de lo que hacía, no necesitaba violencia en las relaciones sexuales habituales, era tranquilo. Tampoco podía saberse mucho de su comportamiento porque no tenía amigos, no los conservaba, trataba con personas diferentes en cada país, en cada ciudad daba datos falsos, no le interesaba volver a ver a nadie. Enviaba una postal a su madre cada mes y a su padre cada tres, sabía que entre menos los importunara resultaba mejor. 205
Asesinar no era una obsesión, cuando se presentaba la oportunidad la aprovechaba. No abusaba de la buena suerte que tuvo la primera vez, revisaba todo con calma, sopesaba la situación, buscaba que hubiera alguien a quien inculpar, con quien calmar los clamores de justicia. Descubrió que causar daño le producía placer, placer intenso, pero también un desgarramiento interno del que tardaba varios días en reponerse, temía que esa situación llegara alguna vez antes de ponerse a buen resguardo, que su sangre fría se diluyera antes de tiempo. Cuando conoció a Belinda sintió que podía ser una víctima adecuada, con el trato descubrió que estaba demasiado alterada, enloquecerla no era un reto, no valía la pena. Entonces llegaron Alan y Linda, esa aristócrata del Este emigrada a California, le molestaba en lo más profundo; siempre tan amable, tan cordial, establecía con su maldita sonrisa de dientes perfectos su superioridad de clase, lo enervaba. Una mujer bonita con un marido atractivo, que llevaba siempre en su bolso fotografías de su perro George W, de intachable pedigrí, al cual dejaban al cuidado de sus guapas asistentes Latinas, en su preciosa residencia con garaje cubierto donde aparcaban el amoroso descapotable, el práctico sedán y el poderoso todoterreno. Que se pudra, deseaba verla sufrir, no era justo permitir que siguiera viva una persona tan feliz. Por desgracia el grupo era muy compacto, y Linda y su marido más, ¡diantre!, acaso no se hartaban de andar siempre juntos. En las tres semanas de su estancia en Puerto sólo una vez pudo abordarla a solas, la madrugada que salió antes que Alan del Papá Noel, pero esa noche tan sólo quería poseerla, hubiera sido muy comprometido matarla, todos debieron notar que él 206
se ausentó tras la salida de Linda, para colmo el recepcionista del hotel estaba despierto cuando entraron y ella se escabulló en cuanto llegaron a la puerta de la suite. Se resignó a olvidarla. Fue una verdadera sorpresa encontrarla a unos pasos de distancia cuando se divertía drogando a ese par de incautos, en principio había planeado ponerlos fuera de circulación para que se olvidaran de cobrarle los arreglos de la camioneta, uno de sus juegos absurdos, no tenía necesidad de ahorrarse dinero, sin embargo le pareció chistoso jugarles una mala pasada. Aunque, sin proponérselo, le habían brindado una mejor opción, ese era el momento, tenía a dos chivos expiatorios a la mano y a la víctima colocada en el lugar preciso, el lugar era muy abierto, en apariencia el riesgo era alto, sabía, sin embargo, que había pocas posibilidades de que alguien viera o escuchara nada, los más cercanos se encontraban a más de quinientos metros, a esa distancia pensarían que estaban jugando y el duro reventar del oleaje en esa playa cubriría cualquier sonido, gozaba al imaginar si Linda podría mantener la compostura cuando se viera atrapada, si sonreiría igual. Con la mezcla de activos, crack y mezcal, sus acompañantes nada más necesitaban una buena descarga de ácido para que el cerebro les reventara. Cuando los tuvo a punto los arrastró cerca de ella, donde Linda no percibiera su presencia, ni siquiera su sombra, se acercó por el frente y la saludó amable, ella dejó el libro a un lado, buscó el sujetador mientras, sonriente, se apoyaba en uno de los codos, incorporándose a medias. Tras gritarles a sus acompañantes – ¡Ahora estúpidos! – se abalanzaron sobre ella con gritos, insultos y risas estentóreas. La emoción había resultado demasiado intensa, esos 207
tipos se comportaban como autómatas, obedecían sus órdenes con precisión, aullaban, gemían, ejecutaban con intensidad cada indicación, como perros entrenados para atacar, absorbió con la mirada las etapas de la metamorfosis del rostro de Linda, cómo su cara de sorpresa se transformó en esa mueca de terror. Se defendió como fiera, tenía buena condición física y estaba entrenada en artes marciales, los golpeó certera, les enterró las uñas de las manos en las caras y en los brazos, alcanzo al más joven con una patada entre las piernas, en condiciones normales los hubiera puesto fuera de combate en segundos, a los tres, pero ellos eran incapaces de sentir dolor, estaban en otra dimensión, sufrirían después, les quedaba disponible el resto de sus vidas. Eso no importaba, en ese momento existía únicamente el daño que le causaban a ella al ultrajarla, al penetrarla, al arrancarle la piel y los pezones con los dientes, al arrastrarla por la arena, al jalarla de los cabellos, al patearla, al destruir su dentadura impecable con el puño. – Puta, más que puta, pensabas que en el mundo todo era belleza, creías que nada podía violentar tu cúpula de cristal de bacarat, que estabas más allá del bien y el mal, yo soy el mal, yo soy tu mal, soy el sacerdote de la muerte celebrando a Tlacaxipehualitzi. Voy a desollarte, a arrancarte el corazón, esta arena es mi Cuauhxicalli, el altar donde ofrendo tu cursi corazón a los dioses antiguos de estas selvas, Mictlantecuhtli aguarda por ti en su barca tenebrosa, voy a arrojar tus desechos al Mictlán, tu sangre derramada fertilizará la tierra. Serán paridos con dolor del vientre de la Coyoxauhqui los Cuauhyaotl y los Oceloyaotl que ofrendarán a Huitzilopochtli tu cuerpo desmembrado. Ungido bailaré en honor a Xipe Tótec, vestido con tu piel, arrojaré tu sangre a los cuatro puntos cardinales cuando suene el caracol, cuando escuche los 208
sonidos de la muerte en los teponaxtlis y el panhuehuetl. Serás devorada por Chalchihutlicue, se alimentarán de tus entrañas las criaturas el mar, tú eres mi desgracia, yo soy tu salvación, no partirás del mundo sin conocer el dolor, sin conocer el sufrimiento que me hace llorar por tí, perra desgraciada. Tu cuerpo cuidado por tantas manos bien pagadas, embellecido por obra y gracia de Lancôme, tu cuerpo esbelto será desgarrado por los tiburones, nunca volverás a ir a un mall de compras, nunca volverás a embelesarte con tu Warhol, con tu Miró, nunca volverás a besar a tu marido, nunca volverás a conducir tu convertible por el Golden Gate, nunca volverás a ver reflejada tu estúpida sonrisa en los cristales de los salones de arte, nunca saldrás de esta tierra de dioses sanguinarios. Muere virgen de las vírgenes, muere princesa khmer de Angkor, muere reina maya de Tikal, muere hija de Shiva, muere ofrenda arrojada al Xilbabay, muere ya, el fondo del mar será tu Taj Mahal. Te traeré mezcal, mole, hojaldras, cempaxúchitl a esta playa, cada dos de noviembre. Muere ya por lo que más quieras, muere que me estas matando contigo, muere por favor, muere antes de que me arrepienta y te deje viva, para que sufras cada amanecer tu desdicha, para que recuerdes cada noche esta pesadilla, muere. Cuando sintió que ya no podía más la llevaron al mar entre los tres, no se habían dado cuenta que ella había dejado de resistirse, lo que les parecía una eternidad había durado unos cuantos minutos, llevaron el cuerpo desnudo en vilo para adentrarlo en el agua, las olas reventaban con fuerza, temió no poder regresar, uno de sus acólitos se estaba ahogando, lo jaló por los cabellos y logró aventarlo más allá de la rompiente, les gritó que se largaran, que huyeran. Entonces se dejó llevar, aflojó el cuerpo para flotar, conocía bien esta 209
playa, el rebote del agua dificulta el retornar de frente, la pendiente de la orilla es demasiado pronunciada, se dejó arrastrar por la corriente hasta El Morro, cientos de metros hacia el interior de la bahía, ahí disminuye la fuerza y la profundidad. Salió caminando, empapado, deambuló con la mente extraviada guiado por su instinto, un cúmulo de imágenes desenfocadas giraban a su alrededor, el invocado tum tum de los tambores ancestrales retumbaba en su cabeza, avanzó embriagado dentro de una esfera de colores brillantes donde se disolvían las formas, una luz en el fondo lo llamaba, lo atraía, cantos gregorianos se fundían con el murmullo de rezos musulmanes, plegarias de chamanes mayas se teñían de invocaciones en sánscrito, el sonido del mar era el del viento del desierto, el rumor de la cordillera de los Himalaya, la feroz algarabía del Amazonas, el canto de las ballenas, los cantos de todos los peregrinos del mundo, los gritos de Linda, los aullidos, los gritos, los gemidos, los gritos. Caminó descalzo entre la maleza rumbo al monte, bajo el influjo de las drogas, los golpes recibidos, la alteración emocional. Sudaba, tenía escalofríos, perdió el control por completo, avanzó durante horas con el sol a la espalda, la determinación de sus pasos y su mirada extraviada hacían apartarse a las pocas personas con las que se cruzaba, cuatro o cinco campesinos vieron con temor a ese gringo loco que caminaba jadeante, con los pies, piernas y brazos ensangrentados, con los ojos inyectados. Movieron la cabeza y siguieron su camino, – pinches locos se pierden con tanta mierda que se meten – comentó uno de ellos. Entrada la noche se dejó caer afuera del jacal de Julián…
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XI Cuídate de lo que digas en los bares
A la una de la mañana del martes estábamos en Barfly, Timoteo, Flavio, Osmani y yo, platicábamos con Beto de las intrascendencias usuales de esos casos, el tema del asesinato lo habíamos agotado tres horas atrás. El domingo por la mañana conocí en la playa Carrizalillo a Rossana, maestra de sociología en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador, escuché cuando pedía una bebida, estaba sentada a unos metros de donde me encontraba, el acento se me hizo conocido. – De dónde sos. – De El Salvador. De manera automática comencé a citar a Roque Dalton. – “… porque cuando una mujer dice que el sexo es una categoría política puede comenzar a dejar de ser mujer en sí para convertirse en mujer para sí, constituir a la mujer en mujer a partir de su humanidad y no de su sexo, saber que el desodorante mágico con sabor a limón 211
y el jabón que acaricia voluptuosamente su piel son fabricados por la misma empresa que fabrica el napalm; saber que las labores propias del hogar, son las labores propias de la clase social a que pertenece ese hogar, que la diferencia de sexos brilla mejor en la profunda noche amorosa cuando se conocen todos esos secretos que nos mantenían enmascarados y ajenos…” No fue necesario decir más, media hora después compartíamos el agua de un coco y después nos comimos su pulpa con limón, sal y polvo de chile piquín, estuvimos juntos hasta el mediodía del lunes, quedamos de vernos en la noche en el bar, quién sabe para ella qué hora significaba la palabra noche, comenzaba a desesperarme su tardanza. No obstante que sudaba a mares, no había logrado desechar las cinco cervezas que llevaba a cuestas, fui al baño, de regreso, al momento que puse pie en la escalera, escuché que uno de los surfistas locales le decía a otro. – No sería el Popochas, man, acuérdate de la nacadiense. El apodo fue el detonante, así le decían al marido de Lupita, recordé lo que había comentado con Osmani y Nemesio respecto del crimen de años atrás, subí despacio para escuchar, en efecto, este tipo hablaba de uno de los implicados en la violación anterior y de qué quien lo hizo una vez muy bien podía hacerlo dos veces. De regreso en la mesa le dije al oído a Osmani que discretamente se asomara hacia abajo, por la escalera, y viera al tipo del short Mexpipe amarillo y cabello largo decolorado, que estaba al lado del barandal, frente a la barra. Se levantó, lo vio, se encogió de hombros y volteó hacia 212
mí con mirada interrogante, me levanté y fuimos al extremo de la terraza que mira hacia el adoquín. – Qué pedo con el güey ese. – ¿Es de los que interrogaste? – No, no lo había visto antes, seguro que me acordaría, pero quizá es de los que cayeron en las garras de Nemesio, ¿por qué? – Tenemos que hablar con él, me parece que es el hilo de la madeja que hemos estado buscando como desesperados, pero tranquilo, no le vayas a armar un escándalo aquí al buen Beto. Le solicité precavido. – N´hombre ¿Cómo crees? Ven acompáñame. Bajamos, pasamos al lado del par de galanes que hacían la ceremonia del cortejo frente a dos rubias que reían como idiotas con una naturalidad sorprendente, en definitiva esa cosecha de cabecita roja de la sierra estaba causando estragos. Salimos al adoquín, le hizo una seña a dos agentes que pretendían pasar de incógnitos, con lentes oscuros en plena madrugada tomaban cerveza en la esquina. Les describió al sujeto con instrucciones de atraparlo cuando saliera del bar. – De preferencia pepénenlo solapas, si pretende volar le aplican un discreto remedio a prueba de indecisos, a la chita para que no se alborote el avispero. Explicó en un derroche de slang policíaco, por lo menos no salió con las cifras de dos dígitos que les encanta utilizar por radio, “hay un 33, ¿le aplicamos un 85?”. Regresamos, pudimos observar que el del short amarillo alargaba la plática cerveza en mano, en apariencia esta noche no había ligado nada, cada vez hay más competencia para atender a las turistas. Quince minutos después escuchamos un chiflido, mi conquista playera seguía sin aparecer, Osmani se levantó de 213
inmediato y yo hice lo propio, tras él. – ¿A dónde vas Ramiro? – No seas cabrón yo di el pitazo, además no sabes bien de qué se trata. – Sí, tienes razón, andas haciéndole al conejo, por misterioso y pendejo. Pero no te preocupes, lo que este changuito sepa me lo va a contar por las buenas o por las malas. – No es así, sin necesidad de violencia puede encaminarnos en la dirección correcta, déjame intentarlo, además esta nota es para mí, no quiero que me la ganen. – Órale, pero esto es confidencial hasta que dé luz verde, ¿aceptas el trato? Le dejé a Timoteo las llaves del auto y les dije que regresábamos al rato. – Si ven una pelirroja, más o menos de mi estatura, curvas pronunciadas, de buen ver, díganle que no me tardo, se llama Rossana. Pusieron cara de extrañeza, se miraron entre ellos y Timoteo me mentó la madre, prometí contarles todo al regreso. En una camioneta pick up, blanca, seguimos al Tsuru gris, donde llevaban al sospechoso en calidad de detenido. – No exageres, dije que necesitábamos hablar con él pero no es sospechoso, no lo vayan a espantar, nada más necesitamos un dato. – ¿Quién te entiende periodista? – Tú espérate, avísales por radio que no lo golpeen. – No seas paranoico, no somos tan malditos, ya no veas tanta televisión. – Qué televisión ni qué mis polainas, conozco bastante bien sus métodos. 214
Llegamos a las oficinas de la Subprocuraduría en el fraccionamiento Bacocho, ya lo habían ablandado con un par de golpes en el vientre, nada grave, lo esposaron con las manos en la espalda y lo sentaron en la silla bajo la luz directa de una lámpara (y me salen con que soy yo el que ve demasiada televisión), nosotros nos sentamos en otras cuatro sillas que quedaron en la semipenumbra. – Todo tuyo mi reportero del crimen. – No te burles, tengo la corazonada de que ya tenemos lo que queríamos. Le dije en voz baja a Osmani, aclaré la garganta y lance la pregunta con un tono que pretendía ser intimidante y salió como de conductor de programa infantil de concursos. – A ver mi amiguito, cuéntanos, ¿quién es el Popochas? Cantó que ni Plácido Domingo: nombre completo, ocupación, dirección del taller, dirección de la casa, nombre de la mujer y de sus hijos, nombres del cuñado, los ayudantes, el suegro, los parientes, en qué cárcel estuvo recluído, en qué otro penal estaba el Gabachero, el asesinato de Samuel. Uno de los agentes anotaba a toda prisa, dos o tres veces solicitó, amable, que repitiera los datos. – ¿De qué lo conoces? – Mi primo es el padrino de bautizo de la Gladys, su hijita. – Está bien, diles que lo dejen ir. – No chingues Ramiro, cómo quieres que lo soltemos, qué tal si la información es falsa. – Este amigo no tiene vela en el entierro, nada más necesitábamos esta información, mira que lo lleven de regreso al adoquín, las respuestas las tiene el Popochas. – No, no me chinguen. Protestó el surfer. 215
– Si hacen eso la banda va a saber quién los deleitó con todo el repertorio, mejor llévenme a la Agencia Municipal y ustedes pagan la multa para que me suelten al rato, así puedo decir que me agarraron por andar miando en la calle. – ¿Cuánto es de la multa? – Cómo ciento cincuenta varos. – Toma quinientos, me caíste bien, pero ándate con cuidado, si no era la canción correcta vamos a ponerte en la madre. Le dijo Osmani. Mientras los agentes lo llevaban, ahora sí en calidad de detenido, le expliqué al subdirector los detalles de la hipótesis que el surfer contaba a sus amigos cuando lo escuché, quién lo hace una vez puede muy bien hacerlo dos veces. Había que averiguar si tenía o no que ver con esta, era una pista endeble, pero era algo que investigar, además, por los datos del cantor, el taller del Popochas estaba relativamente cerca del lugar del crimen. – ¿Te late? – Mucho, desde que supe del otro crimen me pareció que tenían relación, aún no llega el expediente de Oaxaca pero nos acaban de poner en bandeja de plata la cabeza de ese hijo de la chingada, antes de que amanezca vamos a saber si el angelito volvió a las andadas. – Contestó excitado Osmani. – Oye, ¿y por qué le diste un quinientón al morenazo? – Tiene buena nalga ¿a poco no? – ¿Eres gay? – ¿Te afecta? – No, para nada, es tu vida … aunque si mal no recuerdo en aquella fiesta de juchitecos, hace años, se te salieron las lágrimas cuando Hebert Rasgado cantó Naela, la canción que cuenta lo de una istmeña que se va con otro. – Las mujeres no son las únicas que se embriagan de amor por 216
otro hombre, también los hombres. Me contestó circunspecto el subdirector, trate de mantenerme a la altura de la seriedad que requería el tema, para no herir susceptibilidades. – No sabes cuánto te lo agradezco mi hermano. Insistió, cuando me dejó de regreso en el adoquín, no supe si se refería a mi descubrimiento en el bar o a mi promesa de guardar su secreto. Rossana si había llegado pero se cansó de esperar, seguro el Timo se puso a contar chistes malos o Flavio trató de conquistarla. Dejó mensaje, que me esperaba en la misma playa a las nueve de la mañana, se quejaron de que la muy apretada no quiso decirles a qué playa se refería, que yo sabía en cuál. – Pero te pasas, dijiste que estaba de buen ver y está de demasiado buen ver, hace como quince kilos que se pasó de buena. Dijo el delgadito de Timbal, cómo si sus ciento cinco kilos no contaran. – No fastidien, esta llenita pero bien proporcionada, además lo que me atrajo fue su inteligencia, me encantó platicar con ella. – Sí, claro, ahora resulta que es puro interés intelectual, tiene un culo monumental pero ni cuenta te diste por lo deslumbrado que estás por sus ideas. – Quién los entiende, no que no les gustaba por gordita. Exigieron la información prometida, mejor les conté el secreto que prometí guardar. – Ay no inventes, no te habías dado cuenta. Dijo Beto. -Si trae recortada la cutícula y barniz transparente mate en la uñas. 217
– Eso lo hacen muchos hombres heterosexuales, y sin necesidad de ser metrosexuales. Le respondí, mientras pensaba que perdía práctica, había pasado por alto ese detalle. – Sí, pero Osmani es policía judicial, no oficinista ni gerente de una sucursal bancaria. Insistió. Total que la historia es la de siempre, el que se niega a salir del closet piensa que su secreto está guardado a piedra y lodo, cuando la realidad es otra, me fastidia que exista gente tan entrometida. A las tres de la mañana quince agentes de la Policía Judicial, reforzados por cuarenta de la Policía Preventiva, cubiertos con pasamontañas y armados con rifles automáticos Kalashnikov, rodearon la casa de Arturo García, alias el Popochas, quizá esperaban que el hojalatero los recibiera con disparos de bazuka o que tuviera un arsenal en su casa. Minutos después de que gritaron su nombre, el hombre salió descalzo, sin más prenda que unos calzoncillos bóxer, amarillos con rayas blancas, bamboleaba la cabeza de arriba abajo, ni siquiera se inmutó cuando se vio rodeado por la boca de más de cincuenta armas, tenía la mirada perdida y actitud indolente. Cuando Osmani lo agarró por el cabello de la nuca volteo a mirarlo con la mirada vidriosa, sonrío con un dejo de tristeza, parecía agradecer que lo atraparan. Una hora después repitieron la operación en la casa donde Pablito vivía con sus padres y sus hermanos, a las tres de la tarde informaron a los agentes de FBI de la detención de los sospechosos aunque, misterios de la vida, ellos ya estaban al tanto. Los dejaron en sus manos con la advertencia de que serían juzgados por las leyes mexicanas, podían hacer con los prisioneros lo que quisieran menos sacarlos del país. Con diplomacia ellos 218
pidieron interrogarlos en otro sitio, Osmani aceptó a cambio de que una patrulla los escoltara. Los agentes permanecerían afuera del lugar que los norteamericanos habían rentado a la señora Mildred, la de Toronto, la casa que está atrás del hotel Barlovento. Buen sitio, discreto y al final del camino, nada más se puede entrar o salir por una calle angosta, además desde afuera no se ve nada del interior. Jack sonrió ante la delicadeza de Osmani para hacerles saber que él también conocía todos sus movimientos, consideró que era un buen acuerdo, ninguna protección estaba de más. En cuanto se fueron ordenó a otros tres agentes que se colocaran a la altura de la casa sobre el andador escénico, indicó primero que llevaran cañas de pescar para disimular, después cambió de idea, que fueran seis y cargaran con rifles de asalto R-15 y binoculares, además de cartucheras con cinco cargadores extra para cada francotirador y radiocomunicadores, que resultara evidente que no iban a permitir que los rescataran. El bote de la Capitanía de Puerto ancló a media bahía, para poder responder con celeridad en caso de emergencia, los agentes norteamericanos pensaron lo mismo, por el frente cuatro de ellos hacían guardia en la azotea armados hasta los dientes, en la terraza que da al mar asomaban otros cinco, lo cierto es que nadie tenía la menor intención de abogar por los dos detenidos, ni sus madres, nadie estaría dispuesto a correr el mínimo riesgo por rescatarlos, pero ese despliegue, más que una precaución era una demostración de fuerza, decir en voz alta, vean, con la justicia no se juega. También para decirse ellos mismos hemos hecho bien nuestro trabajo, colgarse encima toda la parafernalia policíaca equivalía a vestirse de gala para festejar el triunfo, el ceremonial es el mismo en todo el mundo. 219
Durante las horas transcurridas entre la captura y la entrega de los detenidos a los agentes del FBI, en calidad de préstamo, desde la oficina de la Subprocuraduría de Justicia se realizaron más llamadas telefónicas que las que hacen en seis meses de operación normal. Tres líneas quedaron abiertas todo el tiempo, la primera a la Procuraduría de Justicia del Estado de Oaxaca, la segunda a Casa Oaxaca, la residencia del Gobernador, y la tercera a la Procuraduría General de la República. El Secretario de Relaciones Exteriores insistía en que entregaran a los detenidos a la justicia norteamericana, los procuradores y el gobierno estatal se oponían – … ya cedimos bastante, los hemos apoyado en todo lo posible pero no somos sus testaferros, tenemos que mostrar un mínimo de dignidad, de lo contrario la próxima vez sus exigencias van a ser mayores. – concluyeron los tres cerrando filas, – … esos dos pandrosos son unos hijos de la chingada, pero son nuestros hijos de la chingada. – dijo el Procurador General sin saber que parafraseaba a un presidente estadounidense, cuando le preguntaron sobre la razón por la que protegía a dictadores latinoamericanos. Entre la tarde del martes y la mañana del miércoles el subdirector recibió las felicitaciones del Embajador de Estados Unidos en México, del Gobernador de California, del de Oaxaca, de los Procuradores de la República y del Estado y de un vocero de la familia de la mujer asesinada. Envié la noticia por correo electrónico en cuanto Osmani me dio vía libre, fui el primero. Fuera de Oaxaca la captura de los responsables despertó poca expectación en el país, no eran capos de la droga ni criminales con historial, ni siquiera expolicias, no veían que estos huesos tuvieran suficiente carnita para el caldo del morbo, pero doscientos veintidós periódicos y 220
ochenta y seis noticieros de televisión de Estados Unidos y Canadá, solicitaron la información a la agencia noticiosa con la que hice el trato, esos sí pagan bien. Estuve cinco días conociendo los adoloridos caminos de la realidad salvadoreña de la posguerra, percibí la suavidad de sus valles en torno a su profundo ombligo, los volcanes Ilamatepec y Chichontepec tenían colinas suaves, con una altura que invitaba al ascenso, los dulces pezones castaños se alzaban como íconos del regocijo, mientras los rodeaba con la punta de la lengua recordé que en náhuatl los montes no tocados por el hombre terminan en “etl”, Citlaltepetl, Popocatepetl, cuando ya hay una obra humana en ellos la terminación es “pec”, qué fijación la de los aztecas por la virginidad de las montañas. En ese momento, en esa habitación, no había nada más importante que escalar las alturas y hundirse en las profundidades, compartíamos nuestras experiencias sin decir nada, señal inequívoca de que los dos teníamos un pasado, afrontábamos el presente con la desinhibición que te otorga la certeza de que no hay mañana. Flotamos juntos en la tranquilidad de un momento como si estuviéramos a la orilla del Lago Coatepeque, repusimos fuerzas para poder continuar en nuestro empeño de disfrutar uno del otro tanto como fuera posible. Me habló del Golfo de Fonseca, de los platanares de Chalaltenango, pronunciaba esas palabras antiguas con una delicadeza sublime. Supe de sus angustias en la guerra y de las complicaciones de las negociaciones previas a la firma de la paz, escuchaba incansable, hablaba nada más para responder a sus preguntas, pero trataba de no extenderme, quería escuchar su voz, atrapar el aroma que bajaba por su cuello, inundar mi memoria con todos los detalles de su cuerpo, de su rostro, de 221
su voz. Una mañana me quedé dormido atrapado en sus tobillos, salíamos poco, charlábamos a ratos, utilizábamos nuestras bocas para todas las manifestaciones del placer, incluso comer. Una tarde tocaron a la puerta de su habitación, era Nemesio, no le pregunté cómo sabían que estaba ahí, cuando quieren son eficientes. El subprocurador y todos ellos estaban muy agradecidos conmigo, las cosas estaban a punto de estallar cuando les llevé de la mano al surfista, habían corrido el riesgo de quedarse sin trabajo, y si bien su actividad es peligrosa, también es muy rentable, puso especial énfasis en lo de muy rentable, hablaba rápido y con voz baja, en la puerta que yo mantenía semicerrada. Habían querido regalarme un BMW como muestra de agradecimiento, pero Osmani les dijo que yo no podía andar por el DF en un auto decomisado, y menos con placas de Texas, así que me traía otro presente, me dio una bolsa negra de plástico, un par de kilogramos de heroína, de pureza intachable, en Puerto representaba una buena cantidad de dinero, pero en el centro del país podía conseguirse por lo menos el doble, era cosa de no tener miedo. Se fue de inmediato. Le ofrecí a Timoteo la mercancía, con eso podía ayudarse a salir de sus problemas económicos. – Híjole no, no juego, aquí hay tanta droga que si una vez le entro al rato no voy a saber cómo salirme, sabes que yo nada más algo de alcohol para entonarme y un puro al día. Si los demás quieren atascarse de drogas es su problema, no los critico ni me espanto, pero me niego a ayudarles a que se pongan en la madre, si soy cómplice una vez es una complicidad para toda la vida. No, gracias Ramiro pero no quiero eso, tampoco quiero saber que le haces y no aceptaría 222
dinero de lo que obtengas, aunque fuera en calidad de préstamo, puedo parecer muy mojigato pero no, entre todas las estupideces que hacemos los humanos la de las drogas me parece la peor. No te preocupes, si me chingo, pues me chingué y ya, siempre hay chance de volver a empezar, además ya me ayudaste mucho, viniste, contra tu voluntad, pero viniste. Fuiste tú el que dio con la pista de esos bueyes y con toda decencia dejaste que Osmani se llevara la gloria, por eso están tan agradecidos contigo. Ya hiciste lo que pudiste por echarme la mano y por ayudar a este cacho de tierra al lado del mar, mira el mar hermano, mira la bahía, entre todos hemos tratado de joderla y aquí sigue, hermosa. No me preguntes por qué, pero amo este rincón del mundo que gracias a ti ahora tiene dos asesinos menos. No necesitas hacer más, relájate y tómate un trago. Hasta el sábado volvimos a saber de Osmani, el multifelicitado, traía una botella de Dom Perignon. – Me la envió el Gobernador, pero a mi esta madre no me gusta, chúpensela ustedes y a mí me dan Tonayita. – ¿Qué pasó, me está albureando mi Subdirector? – No, perdón, no, qué albur ni que madre, no ves que traigo la cabeza todavía revuelta, no estoy para albures, además trátame con el debido respeto porque ya soy Director General Adjunto, ¿cómo la ves? – Oooralé, y eso qué significa. – Supongo que implica un aumento de sueldo, de lo demás ni puta idea, el Director no va a querer compartir conmigo su poder y su joder, nada más hay un director por cada corporación policíaca estatal, la judicial, que depende de la Procuraduría de Justicia, y la preventiva y la auxiliar que dependen de la Secretaría de Seguridad. A ver si no me sale 223
peor lo del dichoso nombramiento. – Pensaba que había muchas corporaciones de policía, no nada más tres. – De haber, hay un chingo, estas son las tres del estado, la judicial para asuntos de investigación, que ya anda el rumor de que pronto nos van a cambiar el nombre a policía ministerial, pero eso es otro desmadre. La preventiva es la que vigila la calle todo el tiempo y la auxiliar se encarga de la vigilancia de instalaciones, oficinas, bancos y demás servicios, que generalmente tienen un precio por agente asignado. Además de eso en Oaxaca cada municipio tiene su propia policía, esto significa la pequeña cifra de quinientas setenta pequeñas corporaciones que van de dos o tres, hasta trescientos elementos cada una, pero no es igual en todos los estados. En algunos los municipios no están facultados para tener su propia policía, además los cuerpos federales, la policía naval, la policía militar. Unas dos mil corporaciones y mil agencias de seguridad privada y para puras vergüenzas, ve nada más cuantos asaltos, robos de autos y asesinatos se cometen todos los días, cuántos polis nacionales y extranjeros se necesitaron para agarrar a dos pendejos por los que no das un peso. Por cierto, ya que tocamos el tema de dinero, ya regañé al tarado de Nemesio, cómo se le ocurre darte semejante regalo, si no tienes los contactos adecuados esos gramos pueden costarte la vida, ¿dónde lo tienes? – Lo cargo en la mochila, no me atreví a dejarlo en casa del Timón ni en la habitación de Rossana, es una monserga, hasta para ir al baño llevo el encarguito, un verdadero problema, todo el tiempo creo que se me quedan viendo en la calle, por esta porquería estoy al borde de la paranoia, y eso que nada más la transporto, imagínate si me la inyectara. 224
– Pinche Ramiro no sirves para esto, a ver presta. – Qué, vamos un sitio cerrado, cómo aquí. – No mames, nada más entrégame esa bolsa de plástico, puede ser harina, levadura, sal, carbonato, talco, cal o yeso, actúa como si me entregaras un paquete de yeso para resanar las paredes de mi casa y punto. La mayoría de los que agarramos se delatan solos, en la actitud está el aviso, la culpabilidad les brota por los poros. Qué me estás dando, una bolsa negra de plástico, de las que utilizan en muchas tiendas, y adentro hay otra bolsa sellada, con polvo blanco, ¿cuántas veces has llevado del supermercado a tu casa bolsas o sobres de polvo? El polvo para hornear se vende en proporciones similares a las de la heroína, pero nadie suda por llevar polvo de levadura en una bolsa. Le entregué la mercancía, se levantó y fue al barandal orientado al adoquín, ahí chifló y se asomó, sus dos escoltas salieron de abajo de la cornisa y desde la mitad del arroyo voltearon hacia arriba. – ¿Subimos jefe? – No, a ver Carlos, cacha esto. Por encima del barandal voló la bolsa, de pronto me imaginé el adoquín lleno de polvo níveo, Carlos lo atrapó al vuelo sin problema. – Llévaselo al güero de la empacadora y regresas, le dices que es de lo que hablamos. Gritó desde arriba, regresó a sentarse. – Al rato traen tu lana, como aquí se cotiza barato le adicione otro par de paquetes para que tengas asegurada tu jubilación. También le van a traer unas cajas de wiskhey y de vodka a Timoteo, hemos abusado de su amabilidad. Apalabré la operación para no complicarte más la vida, pinches maneras 225
del Nemesio de agradecer los favores. Primero quería darte un auto con el que no hubieras avanzado ni dos cuadras dentro de la ciudad antes de que te cayera la Federal encima, además mantener esas máquinas es carísimo, luego sale con que te había dado un par de kilos de la mejor calidad, de milagro no te regaló un cargamento de putas de Europa del Este. – Hablas cómo si se tratara de tráfico de esclavas. – Lo dirás de broma, pero es la triste realidad, hace un mes interceptamos un cargamento de cuarenta monumentales mujeres, de Hungría, Georgia, Rumania, Eslovenia, Lituania, Bielorrusia. Las trajeron para trabajar en ocho congales de table dance en la capital, al poco rato de la detención apareció el Secretario de Gobierno para decirnos que todo estaba en orden. Tuve que despertar al Procurador para informarle, se las llevaron en una caravana de Cadillacs, Mercedes Benz, Lincolns, hasta un Jaguar del año. Antes de irse el Señor Secretario me salió con que podía quedarme con la que quisiera, que me la otorgaba gratis por veinticuatro horas. Tuve que tragarme las ganas de mentarle la madre, le dije que no muchas gracias, que estábamos para servirle. El negocio lo controla la mafia sirio libanesa, ¿sabes cómo se apellida el intachable funcionario del que te habló? – Sí, es pájaro de cuenta, lo entrevisté un par de veces. Me gustaría poder cambiarte la plática porque en una de tantas depresiones alguno de los dos se va a pegar un tiro, pero no me has dicho nada sobre los detenidos ¿asunto concluido? – No aún no, nos falta el gringo, pero todo es muy confuso, como le dije a los gabachos, ese tipo de crímenes no se cometen en Oaxaca. Sí, aquí nos matamos por quítame estas pulgas, a machetazo limpio, pero no así, no con ese sadismo, de veras, hasta parece ceremonia satánica. Esto no acaba de 226
cuadrar, no es que en México no existan hijos de toda su puta y rechingada madre, carajo, no sé cómo explicarlo, quizá somos más primitivos, eso. Matamos y ya, sin sofisticación. Puta madre, se me escapan las palabras, no tengo argumentos, cualquier cosa que diga suena endeble, parece que tratara de hacer una defensa patriotera: no, sí los mexicanitos somos rete bien decentes, asesinos, ladrones y traidores, pero muy decentes. Lo que ocurre es que algo me dice que la clave de todo está en el pinche gringo. Ya revisé lo del crimen anterior del Popochas, él hasta la fecha niega haber participado en el otro asesinato, en este sí lo acepta, pero no lo del otro. A partir del expediente estoy tratando de reconstruir el crimen anterior, por ociosidad pura. De cualquier forma este cabrón ya estuvo sus buenos años a la sombra y de nuevo está adentro, su socio de aquel entonces, cuando lo de la muchacha canadiense, no va ni a la cuarta parte de su condena, de no ser en estuche no creo que salgan. Mira, en el asesinato de Bacocho, por lo que dice el acta del forense, queda clara la participación de dos, uno la detuvo por los brazos y el otro le sujetó las piernas poniéndole las rodillas encima mientras la violaba, no había marcas en los tobillos o en los pies, tenía huellas de presión en las muñecas y hematomas de puñetazos en la cara y de patadas en el tórax, pero no la mataron así, los golpes eran contundentes, pero no graves. Uno de los hijos de puta le puso el pie encima de la nuca, la asfixiaron en la arena. Ahora aquí hay dos hipótesis, o uno de los tres estuvo de mirón mientras los otros dos lo hacían, que bien pudo ser un mirón rotativo, o uno no participó y el único que negó todo el tiempo tener algo que ver fue el Popochas, pero me estoy perdiendo. Sea o no inocente del primer crimen, lo importante es el procedimiento, se drogaron, se empedaron y como 227
querían coger, y las otras tres se dieron su apriete, todos quisieron con la que quedaba, pero ella, cuando la vio en serio ya no quiso y estos culeros la violaron. En cuanto se dieron cuenta de la pendejada que habían hecho, se desquitaron a golpes con ella, cómo si la chava tuviera la culpa de su estupidez, después huyeron, los tres o los dos, si hemos de creerle al Popochas. En un momento de lucidez macabra el Gabachero se da cuenta de qué los van a denunciar y regresa, encuentra a la muchacha llorando boca abajo y el desgraciado le pone el pie en la nuca, entierra su cara en la arena hasta que deja de moverse. Eso es lo que deduzco de lo que he leído en las actas de ese asesinato, Samuel siempre dijo que estaba en la violación, pero no en el asesinato, el Popochas niega hasta la fecha haber estado cuando la violaron y el Gabachero describió así los hechos cuando lo juzgaron y lo confirmó de nuevo a mi asistente. Estuvo hace dos días en la penitenciaria interrogándolo de nuevo. Es probable que el Gabachero viera al Popochas irse, pero como iba tan borracho y drogado se quedó tirado a cincuenta o cien pasos de donde los otros dos cometían el crimen... sin embargo, y esto es lo que no encaja, no sabemos por qué Samuel inculpó al Popochas de a gratis, o por qué el Gabachero insiste hasta la fecha en exculparlo. – Te tengo las dos respuestas, – intervine – el Gabachero sigue en la necia porque tiene razón, Arturo es inocente de ese crimen. – Ah, chingá chingá, ahora sí me sorprendiste, a ver mi querido Watson arráncate como los mariachis. – Resulta que dos años después de ocurrido el crimen, cuando ya todo era cosa juzgada, conocí a una morena en la playa, supongo que los de las visitas conyugales no ha de ser muy satisfactorio o simplemente necesitaba un desahogo, el pastor 228
de su templo la consolaba de cuando en cuando, pero a lo mejor era igual de aburrido que el curita, ya ves lo que comentó esa muchacha Yuli. El caso es que al tercer día de encuentros intermitentes, porque tenía que cuidar a sus hijos y cuidarse de su familia, me contó sus cuitas, que su marido había sido inculpado por celos, cuando ella conoció a Arturo era novia de Samuel, pero Samuel no estaba, no recuerdo a dónde se había ido. La cosa es que no tuvieron moros en la costa durante varios días, más tarde uno se fue y el otro regresó y como si nada, hasta que descubrió que estaba embarazada, aunque también con su novio se acostaba, me aseguró que desde el primer momento supo que el bodoque en camino era del turista capitalino. Guardó silencio hasta que la situación se volvió insostenible, entonces habló con sus padres y les contó de la existencia del vacacionista. En concilio familiar decidieron mantener a Samuel al margen hasta saber la respuesta de Arturo, si este no reconocía su responsabilidad, el novio iba a tener que querer al niño como si fuera suyo. Arturo aceptó como los buenos y, al regreso de Ciudad de México, la interfecta le salió al galán porteño con que dice mi mamá que mejor no vengas a verme porque voy a contraer nupcias el mes próximo, sobra decir que cierto marido nunca se enteró de esta historia y que a mí me pareció entonces un cuento, sospeché que ella sabía que yo era periodista y se me puso al alcance para ver si podía ayudar a su esposo, de puro coraje nada más me encontré con ella otras cinco veces y me fui sin despedirme. Hasta hoy me doy cuenta que su marido sí era inocente de ese crimen, Samuel lo inculpó por venganza. – Lástima, porque de este otro no hay la menor duda. Retomó Osmani la estafeta. 229
– Lo que sí es indiscutible es que no tienes madre, hiciste el favor de calmar la ansiedad de una esposa desolada y olvidaste el nombre de su marido el día que nos pusiste al tanto de aquellos hechos a Nemesio y a mí. – Ni siquiera estaba seguro del nombre de ella y nunca supe donde vivía, no les oculté nada, simplemente se me olvidaron los nombres, cuando escuché que mencionaban su apodo en el bar, recordé todo de inmediato. – Pues está confirmado, sí se llama Lupita, maldito ingrato desmemoriado, ella te ofrendó su cuerpecito y tú te largaste sin darle siquiera un besito de despedida y, para colmo, hasta de su nombre te olvidaste, hasta parece canción de José Alfredo. Bueno, esclarecido el punto y sin ánimo de disminuir el nivel de responsabilidad de nadie, insisto en que existe una diferencia radical entre ambos crímenes, te repito que esto es sin afanes reivindicatorios, en los dos casos de trata de actos de hijos de puta. – No, pobres putas que culpa tienen ellas. – Me refiero a qué legalmente no hay diferencia entre un acto y otro, pero en el fondo sí son actos diferentes. – Espérate tantito, me juras que estás en uso de tus cinco sentidos. – Sí, no me chingues, observa. En el caso de la mujer de Canadá hay proyección de actitudes primitivas, violencia producida por el miedo, reacciones instintivas, pero no hay daño premeditado, es un crimen impulsivo, no hay deseos de incrementar el sufrimiento de la víctima, la crueldad del asesinato es producto del temor a ser descubierto, no sé si me explico. No hay esa violencia demencial que encontramos en el daño infringido a la norteamericana, no es la manera de actuar de la gente de la costa. 230
– Siempre pueden aprender, además Arturo y Pablo aceptan por completo su participación en el último asesinato. – Por supuesto, son culpables, no trato de disculparlos, de esta no los libra nadie, lo que me parece es que fueron dirigidos, eso no les resta culpabilidad, pero nos ayuda a llegar a la lógica del crimen. Lo que cuentan parece sacado de una película de terror, además no logran armar un relato continuo de los hechos, recuerdan fragmentos, escenas, como sueños, pesadillas más bien... siempre terminan gritando en los interrogatorios, suplicando que los maten, gimiendo con lágrimas que no pueden seguir vivos después de lo ocurrido, la clave debe estar en el tercer implicado. – A ver, mejor empieza por el principio, porque esto cada vez se enreda más. – Mmmh, me parece que accidentalmente se intoxicaron con solventes, al pintar la camioneta del gringo, después ese changuito les dio a fumar crack o algo peor, los tres lo fumaron. Al poco rato se metieron una o dos botellas de mezcal, en eso estaban cuando vieron a la mujer en la playa. El gringo les propuso la violación y se negaron, el otro les dijo entonces que estaba bromeando, que únicamente quería saber qué clase de sabandijas eran, entonces se metieron unas pastillas, no tienen ni idea de qué eran. El güero ofreció y estos, como era gratis, le entraron, a partir de ahí todo son incoherencias: sangre, demonios, sacrificio, castigo, sácale el corazón, llévala al mar, limpia sus impurezas, que el agua purifique sus pecados, no sé, nadie aguanta más de una hora con ellos. Hasta mister Jack, con todo y su cara de yo soy más maldito, se dobla al poco rato. Todos sentimos que nos vamos a volver locos si seguimos escuchando las barbaridades que sueltan estos dos, supongo que el güey que los indujo debe ser 231
uno de esos antropólogos que están clavados en el asunto de los ritos prehispánicos, de sacrificios humanos, no sé qué pensar. Uno de los norteamericanos, un psicólogo, dice que el tercer hombre no existe, que ellos tratan de culpar a alguien de su delito, pero que no hay nadie más, que toda esa historia alucinante de demonios y ceremonias de la muerte viene del inconsciente colectivo, de sus raíces indígenas, del afán primitivo de culpar a fuerzas extrañas por sus actos, que esa es la información que han capturado de su entorno. No me la trago, ambos son mestizos. Popochas sí se ha metido grueso en cosas religiosas pero Pablo no, a ese la religión le vale, es de la religión católica porque lo bautizaron, pero no sabe de santos ni de vírgenes ni de nada, y los dos hablan de lo mismo, que además no está relacionado con santos sino con dioses prehispánicos. Quién sabe que se metieron pero están todavía en el viaje, en un mal viaje del que seguramente nunca podrán salir. Osmani se veía agotado. – Por lo que cuentas estás seguro de que el incitador existe. – Pues al menos hubo un extranjero que mandó arreglar un golpe en su camioneta, el Jifa lo vio, una vez, cuando la llevó al taller. Ya lo describió pero no hay nada en particular del tipo: rubio, de ojos azules, delgado, no muy alto, de treinta a cuarenta años de edad. De la camioneta sabemos que es beige, con placas de California, pero ni siquiera sabemos bien que marca, el Jifa y el otro chalán aseguran que no tenía emblemas exteriores pero están seguros que era una Land Rover, aunque existen modelos parecidos, la Nissan Patrol y la Land Cruiser de Toyota, ya ves que los japoneses se fusilan todo. Las tres son modelos que no se venden en el país y pueden haberse confundido. El caso es que si el otro existe ya tuvo tiempo más 232
que suficiente para escapar, necesitaba de dos a tres días para salir por la frontera norte y unas doce horas para salir por el sur. De cualquier manera enviamos avisos a ambas fronteras, si se fue para el norte hay una remota posibilidad de dar con él, pero si se fue por Guatemala está difícil, no hay registro de los vehículos que salen por esa frontera, los guatemaltecos son menos estrictos que nosotros, imagínate. Para colmo ese pinche Jifa es pésimo fisonomista, ayer lo llevamos, dos de los agentes del FBI y yo, a los bares de esos para prófugos de los sesenta, ya ves que en Zicatela hay varios, había varios como el que buscamos, aunque en general la clientela es de rucos como de cincuenta o sesenta años, pelo largo, paliacate al cuello o en la cabeza, barba larga, brazos tatuados, chaleco de piel, pantalón de mezclilla, botas. Date cuenta, con este calor y estos jijos con botas, las Harley Davidson estacionadas frente al bar. Fue un viaje al pasado, pero nada más nos dimos el hornazo gratis, todo el tiempo estuvo diciendo creo que es ese, no ese no es, es ese otro, no tampoco, a lo mejor el que está junto a la barra. Por culpa de las indecisiones del Jifa hubiéramos detenido a ocho o nueve trasnochados Ángeles del Infierno y pretextos había, cada cabrón de esos se mete como medio kilo de marihuana al día, pero tampoco es cosa de dejar al país sin sus fuentes de ingreso por divisas del turismo. Además se la pasó chingando todo el tiempo con qué si no había manera de ayudar a su cuñado. Se lo expliqué lo mejor que pude, lo de menos para el Popochas es la cárcel, su problema es lo que trae en la mente, el infierno privado que lo atormenta día y noche, la mejor manera de ayudarle es darle un plomazo para que deje de sufrir, ese es el único escape que tienen él y Pablo. Quizá también es esa la única solución para el gringo, debe estar 233
peor de dañado que estos pobres, ojalá alguien le haga el favor pronto, antes de que joda a más gente. En el fondo no se sí me gustaría ayudarlos, conozco a cuates allá adentro que por mucho menos de lo que imaginas los pueden retirar de sufrir, pero no me gusta jugar a ser Dios, no voy a ser yo el que decida si deben morir o seguir padeciendo su mugre existencia. – ¿También Pablo? – Pobre chavo está por cumplir los dieciocho, le van a dar la pena máxima, saldría de setenta y dos años, mejor que se muera adentro. Me parece que el único error de este cuate es haber estado a la hora inadecuada en el lugar incorrecto. No tiene antecedentes, ni siquiera detenciones porque lo hayan encontrado en la calle chupando con sus amigos o forjándose su destino en la playa. La mota, tú lo sabes, te lo han contado, aquí abunda, y lo raro es encontrar un chaval que no le entre, pues este es de esos. No hay quejas de él, sus maestros de secundaria no pueden creer que haya sido capaz de semejante locura, terminó bien la escuela, pero no pudo llegar más allá. Su jefe es albañil, su jefa es sirvienta de entrada por salida y son nueve de familia, necesitaban lo poco que el Pablito pudiera ganar. Ni hablar, el cruce le sacó lo más podrido de su ser, no tuvo la fuerza de voluntad para negarse a participar en esa aberración y ahora lo va a pagar el resto de su vida. Aunque no lo hubiéramos detenido, es lo que les conté antes, este par de idiotas ya está forever, algo se les dañó en la cabeza, no hay solución para ellos, no en esta vida. Timoteo y yo nos mirábamos y veíamos a Osmani, queríamos entender, aprehender algo en medio de esta vorágine, el panorama debía ser realmente aterrador para tener tan preocupado a este tipo acostumbrado a tratar con 234
delincuentes. Además él no es ninguna hermana de la caridad, a pesar de ser uno de los pocos policías con estudios, es economista, sus primeros saltos en el escalafón policial se los debía a su firmeza para apretar el gatillo, ¿será cierto aquello de que la única manera de amedrentar a un asesino es colocárlo frente a un espejo? El flamante Director Adjunto se quedó dormido de borracho sobre la mesa, llamamos a sus escoltas que vigilaban junto a la puerta, abajo. Solícitos se lo llevaron a su hotel, antes de salir preguntaron si se debía algo, no hay problema dijo Timoteo sonriente, las diez cajas de botellas de alcohol valían mucho más que lo que habíamos consumido durante las tres o cuatro veces que nos perdonó la cuenta. Tomé la mochila de la silla, ahora no contenía polvos prohibidos, estaba repleta de billetes, ¿si los depositaba en mi cuenta en el banco, cómo iba a explicar su origen? Pedí a Flavio una copa de coñac y me senté solo del lado que da al mar, no sé cuánto tiempo estuve viendo el movimiento de las olas en la playa iluminada mientras aspiraba el aroma en la copa. No tomé ni un sorbo, necesitaba oler, ver, dejar vagar mi mente en la nada, es imposible tratar de entender la condición humana, hasta dónde nos dejamos llevar por las drogas, por el alcohol o por el enardecimiento masivo. Lo que Osmani no podía asumir por tratar de encajarlo en una u otra nacionalidad, son problemas de la condición humana, por supuesto que los mexicanos somos capaces de barbaridades como esta, las ceremonias narcosatánicas en ciudades fronterizas alcanzan niveles de depravación similares a lo ocurrido en la playa. Lo que Osmani pretende, sin éxito, explicar desde la mexicanidad, se relaciona con el potencial de expresiones inherentes a todo ser 235
humano, a él le parece que estos dos muchachos no mostraban indicios de poder cometer algún día actos de esta magnitud, sin embargo lo hicieron, quizá hubo un factor detonante y la clave puede estar en el asesino que falta, pero eso no cambia los hechos, ¿seremos todos asesinos en potencia?, ¿alguien tiene suficiente autocontrol para discernir el bien del mal?, ¿para saber dónde está la línea que divide lo bueno de lo malo? Bastante ejemplos nos brinda la historia, acaso no fueron alguna vez honorables padres de familia o jóvenes sanos de nobles intenciones los nazis que asesinaban en masa a judíos y a gitanos indefensos en los campos de concentración, los que obedecían sin chistar ordenes que los degradaban a la abyección. Osmani diría que el detonante fue Hitler, puede ser que sin Adolfo Hitler nada de eso hubiera ocurrido, pero no exime de responsabilidad a los que con tanto empeño y crueldad llevaron a cabo sus órdenes. La pasión insana que pusieron en asesinar los coloca más allá de la obligación castrense de cumplir instrucciones superiores. Cuántas madres norteamericanas se habrán horrorizado al saber que los seres que salieron de su vientre, aquellos que un día fueron hermosos bebés cuya foto aún guardaban en el álbum, se convirtieron en bestias capaces de rociar napalm a niños en Vietnam, ¿toda la culpa es de Nixon?, ¿Nixon les ordenó atacar a los niños, victimar civiles? Acaso no vivieron en paz en Beirut, durante siglos, los cristianos maronitas con cristianos ortodoxos, con judíos, con musulmanes sunitas y chiitas, con parsis, con bahá’ís. Los libaneses estaban orgullosos de su mosaico pluriétnico, hasta que con su tradicional hospitalidad dieron refugio a los palestinos, ¿la violencia la inocularon los militantes de la OLP 236
o tan sólo fueron el detonador de odios ancestrales reprimidos?, ¿cómo pudieron matarse entre serbios, croatas y bosnios?, ¿no eran acaso vecinos que compartían fiestas, problemas, tristezas y alegrías hasta hace pocos años? ¿todos somos propensos a lo mismo en un momento dado? Creo que el remedio de Osmani es mejor, emborráchate para evitar los fantasmas, para escapar de los miedos, Timolón me avisó que era hora de cerrar, por lo menos el caso está resuelto, se salvó tu adorado Puerto. Házmela buena, me contestó. El teléfono sonó cuando salíamos, era Rossana, decidió pasar la noche en Zipolite, aunque de repente me extrañó, ¿por qué no vienes? Dejé a Timi en su casa y me aventé un recorrido de casi dos horas, la carretera estaba llena de hoyos, los vados eran una desgracia y de noche todo se complica... siempre que estableces las reglas de antemano, que es una relación sin compromisos, por pura atracción física entre dos personas maduras, que enamorarse está prohibido, terminas haciendo lo contrario, dejándote arrastrar por la pasión, “me han traído hasta aquí tus caderas, no tu corazón...” cantaba Joaquín Sabina desde el reproductor de casetes. Olvidé entre sus brazos todas las complicaciones del mundo, mojamos juntos nuestras culpas, en el mar, al amanecer. El atardecer nos encontró desnudos, leíamos Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, de Luís Sepúlveda, una de las pocas obras que se han escrito en los últimos años para leerse en voz alta. Zorba, como todo gato que se precie de serlo, penetró sigiloso a la cabaña que ocupábamos en Lo Cósmico, se acurrucó en las piernas de Rossana. Mientras contemplaba la tersura de sus dedos acariciando al ronroneante gato negro, que no podía ser el que enseñó a volar a una gaviota en el lejano puerto de Hamburgo 237
(aunque parecía igual de listo), comencé a creer que era posible un mundo mejor, que la vida se vería diferente si cada mañana al abrir los ojos me encontraba con esa sonrisa en la almohada de al lado, con esos cabellos de fuego sonriéndome cómplices mientras sus pies se frotaban contra mis piernas, mi alma se encontraba partida en dos, me gustaba estar con ella, aunque no dejaba de pensar en Ruth. Dos días después voló a Houston a alcanzar a su marido, que estudiaba el doctorado, los dos conocíamos esa novela de John Dos Passos, El año que entra a la misma hora, ¿dónde? Intercambiamos nuestras direcciones de correo electrónico para ponernos de acuerdo, volví a dejar parte de mi alma junto a unas maletas en el aeropuerto, no esperé a que el avión despegara, salí con un nudo en la garganta, el sombrero gacho, la cobija al hombro, arrastrando las espuelas, monté en mi noble volchito rojo quemado y le di un par de palmadas en el tablero: otra vez nos abandonaron mi hermano.
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XII Nadie puede huir de sí mismo
Manejó hasta Tapachula, realizó sólo dos escalas, para cargar combustible y vaciar la vejiga, once horas. Decidió pernoctar en el Hotel Pensión Bonifaz para no atravesar la frontera de noche, trataba de evitar cualquier acción que pudiera despertar sospechas, sabía que el domingo por la mañana aún no daban con los culpables. El lunes cruzó la frontera por Talismán, llegó a Quetzaltenango a media mañana, durmió toda la tarde y la noche, estaba agotado, el viaje había resultado excesivo para su condición física y todavía estaba alterado, no lograba aún equilibrar su estado emocional. En la comida del sábado en Casa Loma les dijo que esa mañana había llamado a su madre, estaba muy mal de salud, al día siguiente por la mañana se iría a verla, aprovecharía para ver cómo se encontraba Alan, tenía su teléfono. No, no se iría en avión, iba a aprovechar para obtener el refrendo del permiso de estancia del vehículo en México, eso lo obligaba a salir del país con el Land Rover. Lo cierto es que esa tarde al salir había un tipo rondando fuera de su casa. – Bonita camioneta, de estas no hay aquí, ¿no la vende? 239
El asunto lo puso nervioso, tarde o temprano podrían relacionar el vehículo con el crimen, tenía que quitar de en medio la única prueba tangible, el martes arribó a Ciudad de Guatemala, buscó a Jean Michel, el canadiense que conoció en una de sus visitas anteriores, seguía con el negocio de autos usados, aceptó comprarle la camioneta, aunque su mercado era de vehículos familiares de bajo precio. Pretendió regatear para no hacer evidente su prisa por deshacerse del vehículo, desistió pronto, aceptó lo primero que el otro le había ofrecido, no estaba de humor para discusiones, esa misma tarde encontró lugar en un vuelo a Los Ángeles. Nueve días después marcó el número de Alan, le dio el pésame, quedaron de verse en San Francisco, de la lista de posibilidades eligió un pequeño bistró del lado Este de la bahía, había estado una vez ahí. Alan llegó cuando él estaba por terminar el almuerzo, tras más de un mes sin atender sus asuntos del bufete ahora tenía trabajo acumulado, se justificó Alan por el retraso, le comentó que el FBI le informó que habían atrapado a dos de los asesinos, al parecer la policía mexicana planteaba la hipótesis de un tercer asesino pero los agentes consideraban que no existía tal. Ya habían cerrado el caso, Alan no quería entrar en detalles, todo era aún muy doloroso, al final, atrapen a tres o a veinte imbéciles, Linda no revivirá. De repente se puso de pie. – En estos días no soy una buena compañía para nadie, me deprimo con facilidad, discúlpame, quizá en otra ocasión podamos platicar. Alan se marchó de inmediato, Nick lamentó no haberle podido dar un abrazo, pobre hombre necesitaba consuelo. Decidió permanecer unos días en California, su madre le prestó el chalet de Malibú. Revisó los programas de 240
posgrado en varias universidades, pasó tardes enteras dedicadas al estudio de mapas de varios países, encontró a tres antiguos compañeros de estudios y los invitó a comer, les preparó una sofisticada comida thai, antes del atardecer habían agotado la conversación. En algún lugar del mundo tenía que existir un lugar para él, en alguna parte debía poder vivir su vida. A medida que pasaba el tiempo recordaba con mayor claridad lo ocurrido y lo comparaba con sus asesinatos anteriores, buscaba el patrón que enlazara a las diferentes situaciones. No todas eran ricas, no tenían el mismo color de piel, no coincidían en estilo o en morfología del cuerpo, sus edades variaban, ¿cuál era el detonante de su odio contra ellas? No era por ser mujeres, no se consideraba misógino, además, según creía entender, la patología de la misoginia aparece primordialmente entre reprimidos que desean ser mujeres o desean el ambiente, la parafernalia o los hombres de ciertas mujeres, por muy machos que parezcan, o bien porque se sienten intimidados ante las mujeres y utilizan la fuerza o el poder para contrarrestar sus miedos. Él se consideraba bisexual, no homosexual, tampoco creía tener problemas con eso. Conocía casos de homosexuales cuya frustración los lleva a reprimir a otros homosexuales, sobre todo cuando están relacionados a alguna forma de dominio, buena parte de las acciones homofóbicas provienen de homosexuales reprimidos, tampoco era su caso. Le gustaba de cuando en cuando relacionarse con un hombre, pero en un acto manifiestamente masculino, no le atraían los hombres con aspecto femenino. Si le gustaban, en cambio, las mujeres delicadas. Tuvo algunos encuentros, todas partían tan pronto como habían llegado, la única que se quedó un par de noches desapareció cuando él 241
fue a comprar comestibles, dejó escrito con lápiz labial en el espejo de la habitación “Me das miedo, lo siento”. Cuando se sintió recuperado por completo resolvió comprar otro todoterreno, lo que seguía era aprender a controlarse, todo el embrollo le había significado más de tres mil dólares de erogaciones imprevistas, y otros tres o cuatro mil de pérdida por la venta forzada del Land Rover. Además del daño físico y de los conflictos emocionales, esta vez había tardado tres meses volver a sentirse estable, lo más parecido a la estabilidad que podía vivir.
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XIII El asesino que nunca fue
– No mames que te enamoras, esa es la regla fundamental de las relaciones en Puerto Escondido. Me recordaba Flavio mientras me servía el segundo margarita de la mañana, mi caso era patético en extremo, porque me había enamorado por partida doble, aunque de manera diferente en cada caso. En plena confesión de culpas llegó Osmani, tenía mal aspecto, consideró que era muy temprano para empezar a tomar, mejor un espresso, lo probó. – A esto le falta algo, a ver mi Flavio, pásame la botella de mezcal. Habían logrado rastrear treinta y siete camionetas en cinco estados, en ningún caso había relación con la descripción del sujeto, tampoco los del FBI habían conseguido nada en la frontera norte y, tal como suponían, en la frontera sur no existía control alguno. Los norteamericanos se encontraban conformes con los dos inculpados, tenían rastros de arañazos en los brazos y en la cara, la certificación del ADN con el de la 243
piel en las uñas de Linda fue positiva, igual que el de uno de los tipos de cabello encontrados en la toalla y una de las manchas de sangre. Además la minúscula marca de pintura en el bikini era el tono de beige que habían utilizado para pintar la camioneta, manchas en sus ropas de trabajo y restos de pintura en un bote lo confirman. Desde las oficinas centrales en Estados Unidos cotejaron con los fabricantes que se trataba de un Land Rover, podían saber cuántos vehículos de esa marca habían cruzado por la frontera norte en los últimos seis meses, pero no cuáles de ellos se habían dirigido a Puerto Escondido. Además, cualquier norteamericano sabe que aunque los permisos de permanencia para los vehículos tienen un límite de seis meses, no hay problema en exceder ese plazo, no existe nada que no pueda “arreglarse” con los agentes aduanales y de migración. Dos de las dentaduras identificadas en el cuerpo de la víctima son las de los dos detenidos, no había duda, eran culpables auténticos, nada de conejitos, los detectives norteamericanos estaban plenamente satisfechos. A partir de las pruebas de marcas de otra dentadura y que en algunos de los movimientos, inferidos a partir del análisis de hematomas y signos de violencia, resultaba obvio que se requería de otro participante, terminaron por aceptar la versión del psicólogo, el tercer asesino era una invención de los inculpados para tratar de disminuir los años de condena si lograban que se considerara ataque en pandilla. – Habías escuchado un argumento tan absurdo, cómo puede pensar ese güey que la existencia del tercer asesino reduce la culpabilidad de estos, no hay manera, los tres son igualmente responsables, los tres son la misma clase de desgraciados, nada más que ahora resulta que el tercero no existe, es un ser imaginario, es un fantasma que deja la marca de sus mordidas 244
en los cuerpos atacados, no me extraña. Nos contó mientras Flavio anunciaba que iba a prepararnos un spaghetti aglio, olio e peperoncino. – Sí ellos, que presumen de sus sofisticadísimos sistemas de medicina forense, aceptaron que Kennedy murió por el daño que causó en diferentes partes de su cuerpo la trayectoria fantástica de “una” bala disparada por “un” asesino, que no tenía cómplices ni vínculos con la mafia o con el Pentágono. Sí en los años en que aspirábamos a ser del primer mundo, nos tragamos el cuento de que la “única” pistola con la que mataron a Colosio podía utilizar balas de dos calibres diferentes y de qué el acusado era una especie de Zelig que transformó su fisonomía dos o tres veces en lo que lo llevaban de Lomas Taurinas a los separos de la policía, por qué uno de estos cuates no podía tener dos tipos diferentes de mordida, también existe la posibilidad de que haya utilizado una dentadura postiza que accionó con la mano. – No, ya sé. Intervino Flavio, – Primero la mordió con una dentadura de esas de plástico que venden en las ferias, de las del vampiro, al poco rato se le cayó y por eso aparecen tres marcas diferentes. – Basta. Les pedí. – Esto fue un crimen terrible y ustedes lo toman a broma. – No mi estimado. Reclamó Osmani. – Los frívolos en este caso son los del FBI, ni su perro acepta eso de qué el tercer asesino es un invento de los otros dos para no sentirse tan culpables, lo que pasa es que resulta mejor que la responsabilidad recaiga sobre dos mexicanos a que también 245
esté involucrado un paisano suyo. Como si en Estados Unidos no ocurrieran cosas peores todos los días. Los oficiales extranjeros ya habían emprendido el vuelo y el director adjunto era reclamado en la capital del estado, empezaban a molestarse con su necedad de encontrar al otro implicado. – ¿Y los otros casos de los qué me hablaste? – Olvídalos, nadie quiere saber nada al respecto, vino el Procurador y me comentó que el Gobernador ya está hasta la madre de Puerto Escondido. En este lugar nada más saben complicarle la existencia, quieren que el Gobierno les resuelva todo para que ellos, sin mover un dedo por su propio pueblo, sigan engordando el cochinito, les van a dar una chingada. A los políticos les preocupa que el desarrollo de Bahías de Huatulco se consolide, invirtieron toneladas de dinero y tienen al buey atorado en la barranca, no van a aceptar que todo el esfuerzo que hicieron por abusar del poder, ahora resulte que no es rentable. Después de matar a tanta gente para apoderarse de sus tierras eso tiene que dar utilidades, sus intereses están en Huatulco. Por ellos que Puerto Escondido se hunda por sí mismo o chance y hasta le dan su ayudadita si creen que destruyendo este lugar van a ayudar a que el otro se levante. – Que no te oiga Timoteo. – Mejor que me oiga para que de una vez empaque, la mejor época de este lugar ya pasó. Durante la comida contó que entre los ciento sesenta expedientes de residentes en el puerto que les envió el CISEN, para que les sirvieran de apoyo en las líneas de investigación, estaba el de Hans, el biólogo alemán amigo de Timoteo que se la pasaba todo el día dedicado a nadar, correr por las playas y 246
subir a las montañas en bicicleta; llegó a México por un intercambio hace año y medio, de la universidad berlinesa donde estudiaba el doctorado lo enviaron a un instituto de investigación del Politécnico, como buen alemán era puntual, riguroso en los procedimientos, se quejaba todo el tiempo por la falta de material para las investigaciones bibliográficas, que no contaba con equipo adecuado... a los seis meses era el último en llegar, faltaba a cada rato y un día de plano ya no fue, había encontrado trabajo en un antro en el DF, era tecladista de un grupo de rock de miércoles a viernes y bailarín chippendale los sábados, después le perdieron la pista y volvieron a saber de él aquí, hace tres meses, pero no saben de qué vive, comenzaban a temer que se dedicara a algún tipo de espionaje, Flavio salió al quite. – Diseña páginas web en su laptop, aunque no tiene mucho trabajo porque aún no hay servidor local de internet, los pocos que se conectan lo hacen por larga distancia telefónica y el costo es muy alto, a pesar de eso ya logró vender algunas páginas con hoteleros. – Bueno, por lo menos este es inofensivo, se hartó de estudiar y se dedica a echar desmadre un rato, en unos meses volverá a encerrarse en un laboratorio. Osmani se negó a ampliar la información sobre los otros. – La mayoría son una bola de cabrones, ya viste los expedientes de algunos, el que no está metido en el narco, está en el tráfico de indocumentados o en la trata de blancas, pero para que nos hacemos el caldo gordo, no vamos a detenerlos. Los jefes prefieren esperar a que se maten entre ellos y en más de un caso nos valemos de ellos para obtener información o para hacer negocios. 247
Forzado por nuestras preguntas confirmó el rumor que circulaba por el pueblo, el comandante de la Policía Federal de Caminos era el que controlaba el asunto de los autos robados en Guadalajara y el DF, que eran vendidos en esta zona, lo habían reubicado a otra delegación en lo que se realizaban las averiguaciones, para que no pudiera entorpecerlas. La mujer de Ugo Ponti, el italiano ese finísima persona, estaba metida hasta el cuello en el negocio, en una o dos semanas iban a empezar a detener a los que habían comprado los vehículos. –Si uno de tus cuates tiene alguno de esos coches, – le dijo a Timoteo – recomiéndale que mejor vaya a entregarlo al Subprocurador y que declare que fue comprador de buena fe, va a perder lo que pagó por el vehículo, pero eso es mejor que acabar tras las rejas. – ¿Y al Ugo ese también lo van a dejar en las mismas? – Esto de los autos es una advertencia, le va a costar mucho dinero, conocemos ya toda la red, él es un peón al servicio de un alfil, en realidad mucho de lo que presume no es suyo sino de su jefe, no es tan complicado quitarlo de en medio, pero no podemos hacerlo por la vía legal, la otra vía la utilizamos nada más de forma defensiva. Si se le ocurre meterse con nosotros ese será el último día de su existencia, pero mientras no nos moleste lo vamos a dejar ahí, en algún momento su jefe caerá y lo arrastrará consigo, si es que todavía vive, recuerda que a los peones se los sacrifica sin mucho remordimiento. Como te dije el otro día, esto es mucho más complicado de lo que parece, muchas veces no sabemos quién está detrás de las cosas, algunas actividades están protegidas desde muy arriba. Por otra parte juzgar es función de los jueces, nosotros debemos investigar, capturar cuando existe una orden de aprehensión o cuando hay flagrancia, de cuando en cuando 248
me dan ganas de aplicar la justicia por mi propia mano, sobre todo cuando veo que los jueces son más corruptos que nosotros, aunque te parezca difícil pensarlo al verlos tan serios y bien vestidos. El problema es que puedo terminar por creer que realmente soy el brazo de la justicia y si aplico mi propio criterio en el castigo a un asesino o a un violador, por qué no también al que no respeta una luz roja del semáforo o al que arroja basura en la calle, qué pasa si un día descubro que maté a un inocente. No, no juego, dentro de este caos intento tener un mínimo de cordura, si tengo la certeza de que alguien es inocente busco cómo ayudarlo, si sé que es culpable hago todo por hundirlo, pero son los jueces los que deciden. Ahora que si puedo ganar algo porque alguien no caiga en este momento sino después, pues qué más da, los años en el negocio te dan cierto criterio, puedes verles en la cara cuando están cerca del final. Para variar volvimos a acabar en el Bar Fly con Beto. Timoteo y Flavio conocieron a un par de danesas, – estas son de las que convienen – me dijo – se van mañana, no hay riesgo de enamorarse–. Cuando se pararon a bailar le pregunté a Osmani si le costaba trabajo aceptar que las cosas se quedaran así. – Pues sí, pero no hay de otra, ya estoy acostumbrado. Además, ¿qué puedo hacer?, no voy a buscar a ese gringo por mi cuenta, no soy personaje de película de Clint Eastwood. Me preocupa que haya tanto loco suelto, entiendo cuando roban por necesidad, cuando asaltan bancos para obtener dinero, para pelear por una causa que consideran justa, incluso cuando matan por celos... pero no hay justificación para lo que ese enfermo hace, no encuentro más que una razón, mata por placer, es un psicópata. Me enoja, me encabrona que las cosas 249
queden así, como tantas cosas en este país, hay demasiados intereses, mucha mierda. En este caso lo importante no es dar con los culpables sino contentar a los gringos, demostrarles que somos capaces de atrapar al que atente contra su seguridad o los intereses de sus ciudadanos, tenemos la obligación de garantizarles vacaciones tranquilas e inversiones sin riesgos. Aquí estamos sus canchanchanes para cuidarlos, por esta ocasión lo logramos. Ellos tampoco estaban preocupados en resolver el caso, necesitaban dejar satisfechos a los parientes de la mujer, pesan mucho. Supongo que esos culeros nunca informaron del tercer sujeto, habrán mostrado las pruebas de ADN, la confesión de los dos asesinos atrapados, las evidencias, sangre en las ropas que llevaban ese día, la huella del zapato izquierdo de Pablo en una de las páginas del libro, los cabellos atrapados por la trama de la toalla. No hay ninguna duda de que ese par de idiotas son dos de los asesinos, pero a los gringos, menos que a nadie, les conviene que se sepa del otro. El tío de ella, el senador, se pondría furioso de saber que le vieron la cara, movería cielo, mar y tierra para lograr la destitución de los que participaron en esta mascarada que le ocultó la presencia del principal asesino. Sí, de acuerdo, ni siquiera estoy seguro que el otro haya sido el principal instigador, nunca voy a tener la certeza. Es mejor que me olvide del asunto, no me interesa asumir el rol de Sherlock Holmes, nada más soy un policía que cumple órdenes, y mis órdenes más recientes son que me olvide del asunto y me presente en la oficina del Procurador en Oaxaca mañana en la tarde. Por lo menos aproveché el viaje para poner un poco de orden en el changarro, este Nemesio de repente cree que nos contrataron para dedicarnos en cuerpo y alma a incrementar nuestro capital, quiere proteger a todos los 250
delincuentes de la costa, ser compadre de todos, no quedar mal con nadie y recibir dinero a manos llenas. Tuve que explicarle que entre los criminales también hay categorías y que de cuando en cuando tenemos que cumplir con el trabajo para el que fuimos contratados, se supone que nos pagan para garantizar la seguridad de la gente común no la de los que infringen la ley sistemáticamente. Le obsequié un ejemplar del Código Penal del Estado, puede llegar a necesitarlo como almohada cuando se quede dormido en su camioneta. Mi estimado Ramiro fue un placer volver a verte. Cuando pasó junto a donde Timoteo movía sus ciento cinco kilos, tratando de seguir el grácil ritmo de la delgada danesita rubia, chocó los talones, se llevó la palma de la mano a la frente a modo de saludo militar y se despidió. – Misión cumplida mi amigo, cuando vayas por la capital del estado no dejes de pasar a visitarme. También se había terminado el tiempo para mí, todo había resultado mejor de lo que esperaba, por primera vez en mi vida tenía un capital de reserva distribuido en cuentas de ahorros y fondos de inversión en cuatro bancos, y debajo de los asientos del volcho, para que no abulte. Había conocido a dos mujeres extraordinarias a las que no debía volver a ver jamás. A Ruth porque a pesar de lo efímero del encuentro no me la podía sacar de la cabeza, en esas horas la afinidad había estado por encima del sexo, podía caer en la tentación de querer vivir con ella toda la vida. A Rossana porque ya nos habíamos dado todo lo que podíamos darnos, nadie tiene tanta suerte para vivir esa intensidad dos veces. A través de Beto me enteré de tres deudas que preocupaban a Timoteo, una con Beto mismo, no eran nada grave, las liquidé sin consultarlo, eran el pago por el hospedaje y la alimentación. 251
Al día siguiente volví a repetir el ritual de cuando se llegaba el último día de vacaciones, me senté en la arena de Zicatela a ver el atardecer, la cruel ceremonia del ocaso que se repetía cíclicamente, el océano en el acto sangriento de devorar al sol, el mar cubierto de reflejos rojos que se desvanecían poco a poco, la oscuridad triunfaba de nuevo sobre la luz, esta vez no cruzaba por mi mente la posibilidad de quedarme, todo lo contrario, me urgía largarme.
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Epílogo
Tres meses después del crimen, la Compañía Mexicana de Aviación retiró los vuelos diarios a Puerto Escondido, durante un lustro quedó nada más un pequeño avión que volaba cuatro veces por semana, eso sí, la tarifa era la misma, más de tres meses de salario mínimo por un vuelo de cuarenta minutos. A pesar del resultado de las investigaciones, las agencias de viajes norteamericanas mantuvieron durante varios años el bloqueo del destino turístico por considerarlo peligroso para sus clientes. Resulta extraño que no sufran boicots similares Los Ángeles, New York, Miami, Dallas u otras ciudades norteamericanas, donde, por desgracia, las violaciones y asesinatos son cosa de todos los días. Tampoco he sabido de agencias de viajes mexicanas que se organicen para recomendar a sus clientes no visitar determinados lugares en otros países. La Secretaria de Comunicaciones empezó en aquellos meses la construcción de un muelle en la bahía principal, destruyeron el ecosistema marino por errores de cálculo, 253
colocaron el pedraplén justo en el sitio donde desembocaba a mar abierto la corriente submarina del litoral que limpia la bahía, la playa se azolvó y afectó la altura de las olas en Zicatela, uno de los mejores sitios para surf en el mundo. Además la funcionalidad de la obra estuvo desde el principio en entredicho, los lancheros siempre han desembarcado el pescado distribuyéndose a lo largo de las playas, con esta obra hubieran estado obligados a atracar en el muelle, pero ahí únicamente había espacio para dos lanchas a la vez, eso hubiera significado que los más de doscientos botes de pesca tuvieran que formarse a esperar turno en la bahía, cada ocho minutos podrían estibar el producto de su pesca otros dos. Si los primeros arribaran a las seis de la mañana a los últimos les hubiera tocado a las cuatro de la tarde, dudo mucho que esos robalos o dorados se encontraran en condiciones comestibles tras tanto tiempo bajo el sol. Las protestas de ecologistas, grupos sociales y federaciones de surf hicieron que el Gobierno de Oaxaca exigiera a la dependencia federal suspender las obras, fue la última batalla en la que participó Timoteo en Puerto Escondido, la construcción inconclusa fue parcialmente arrastrada por las olas, sus escombros son uno más de tantos monumentos a la estupidez burocrática. Cuando escribo esto siguen sin funcionar las plantas de tratamiento de aguas negras que se dañaron durante el huracán Paulina, la Comisión Estatal del Agua le adjudican la responsabilidad a los municipios y estos se la regresan, presidentes municipales van y vienen, con seguridad también irán y vendrán gobernadores estatales. La basura de la población se arroja en una barranca donde, en la temporada de secas, es quemada, los humos tóxicos llegan a las colonia aledañas y los lixiviados, los caldos 254
químicos resultantes, penetran al subsuelo a través de la superficie permeable, envenenan los mantos acuíferos que encuentra a su paso. Durante la temporada de lluvias es peor, en la parte baja de la barranca se forma un arroyo que se convierte en afluente de La Lagunita, un estero despojado de manglares que desemboca al mar durante las crecientes, el agua arrastra la basura hasta depositarla en el lecho marino, al mar van también a dar las aguas negras de hoteles y conjuntos de bungalows turísticos que vacían ahí sus fosas sépticas por ahorrarse unos cuantos pesos, sin pensar que eso afecta a sus propios huéspedes. Todos suman esfuerzos para destruir la belleza natural que les genera ingresos, destruyen lo que no les pertenece, los planes de desarrollo sustentable que han presentado grupos ecologistas se han topado con el muro de la indiferencia generalizada. A pesar de todo el turismo sigue siendo la principal fuente de ingresos, muchos negocios cerraron en aquella época y otros apenas obtenían lo necesario para sobrevivir, pero hubo a los que no les afectó lo ocurrido. Todavía llegan miles de jóvenes con sus mochilas, vienen de Europa, de Norteamérica y de Sudamérica, llegarán mientras haya playa, mar y alojamiento barato, gracias a ellos se prolongará la lenta agonía de Puerto Escondido, otro paraíso que se pierde. Timoteo nunca regresó a Puebla, se divorció, vivió después un romance que pronto se vio atrapado en una maraña de complicaciones gratuitas, “ser poco el amor y desperdiciarlo en celos”, reza un viejo refrán que mi abuela repetía con frecuencia. Una tarde redescubrió el amor en una estación de autobuses, decidió empezar de nuevo con nada más que lo que cupiera en una pequeña maleta: dos 255
pantalones vaqueros, calcetines y calzones suficientes para una semana, tres camisas, un par de suéteres. Con Patricia aprendió a disfrutar de las funciones gratuitas de teatro callejero, los paseos por jardines públicos, los ensayos de la filarmónica, los libros prestados de la biblioteca, las funciones de cine de los miércoles, al dos por uno, y de los tacos de bistec con mucha cebolla, a dos pesos, en cualquier salida de las estaciones del metro, prefiere no preguntar sobre la procedencia de esa carne. Fiel a sus principios comerciales se dedicó a cosas relacionadas con la literatura y el arte, de lunes a viernes vendía libros de a diez pesos en parques y lugares concurridos, los de mayor precio no tienen mucha aceptación en ese mercado, los sábados atendía un puesto de litografías en el bazar del Chopo, ahorraba para abrir una librería de libros viejos, poco después tuvo que reconocer que una ciudad tan grande no necesitaba de sus servicios. Patricia y él acordaron irse a vivir a una ciudad pequeña, quedaron de enviarme su nueva dirección, hasta el momento no lo han hecho, no los culpo. Flavio también emigró a la ciudad de México, trabaja en una fábrica de artículos de piel propiedad de otros italianos, en contra del principio que enunciaba, se enamoró de Milena, que prolongó sus vacaciones hasta que ya no le refrendaron más el boleto del avión y lo perdió. Se quedó en este hemisferio, la volvían loca las habilidades de su amante en la cocina y en la cama, vivieron meses de pasión desenfrenada, chianti y spaghetti en todas las variantes posibles: pesto, ragú, roquefort con anchoas, carbonara, al burro, pana, olio aglio e peperoncino, melanzana, zuchini, napolitana, bolognesa, huitlacoche, un híbrido cultural que 256
resultó saber bien. Una mañana al despertar se encontraron atrapados en la rutina, el silencio se apropió de la mesa, comía con ellos, comenzaron a actuar con prudencia, a pensar en el futuro, ella se marchó poco después, se llevó el reproductor de discos compactos y el televisor, – me tenés podrida – decía el críptico mensaje que encontró Flavio sobre la almohada, lamentó tener que esperar hasta el día siguiente para saber los resultados de la Copa Europea. Osmani dejó de ser director adjunto en noviembre del noventa y ocho, concluyó el periodo constitucional de su jefe, el Gobernador. Se fue con él a la Secretaría de Gobernación, le encontró acomodo en el CISEN, la CIA mexicana. Sí, tienen razón, exageré, la caricatura de la CIA en México, ¿ahora sí? El último día de noviembre del año dos mil dejó su oficina, por primera vez en más de siete décadas iban a gobernar otros, por desgracia no muy distintos a los que estaban. Lo invitaron a quedarse, dijeron que necesitaban personas comprometidas con su trabajo, pero él ya estaba cansado de tantas injusticias en nombre de la justicia, de tanta ilegalidad en nombre de la legalidad, de tanta corrupción en nombre de... en nombre de ellos mismos y a veces ni eso, porque utilizan cuentas numeradas. Con sus ahorros se hizo de una flotilla de taxis en el puerto de Veracruz y decidió por fin salir del closet. Durante el último carnaval bailó disfrazado de tehuana, un albo resplandor almidonado hacía que su varonil rostro moreno, de poblado bigote, brillara como un sol de barro; desde hace un par de años tiene un compañero permanente. A ratos es feliz, a ratos no. El proceso legal de Arturo y Pablo se prolongó hasta que recuperaron un poco la cordura, había órdenes superiores 257
para que no permitieran que la defensa alegara demencia, como la pena máxima es de cuarenta y cuatro años, a cada uno le siguieron tres causas diferentes cuyas penas se acumularon, el Popochas debe pasar ciento treinta y dos años en prisión por su reincidencia, Pablo nada más ochenta y seis. Están en la penitenciaria de Oaxaca, en Ixcotel, fueron víctimas de violación múltiple cuando llegaron al penal, nadie se explica por qué ese día no había celadores de guardia en la crujía D. Lupita solicitó el divorcio, conoció a un emigrado francés que hace esculturas con los troncos viejos que arrastra la marea a las playas, abrieron una tienda de artesanías cerca de la zona turística, viven en la misma casa de madera con techo de palma aunque ahora es más grande y su aspecto adquirió cierto exotismo con las máscaras y alebrijes que cuelgan de los muros, están contentos. Sergio y Gladys ya le dicen papá. Alan cuida con esmero a George W y atiende sus negocios, se mantiene alejado del mundo del arte porque es inevitable que le recuerde a Linda, pensó en vender la casa y mudarse a un condominio, aunque al final no le pareció justo hacerle eso al buen George W, un perro necesita tener donde moverse. Tiene una carrera respetable y una vida discreta, ni sus socios saben nada más. Nick continua sin ser capturado, sin embargo no es libre. Regresó a Puerto Escondido, fue al taller de Jifa a pedir que pulieran un rayón que le hizo con las llaves a su nuevo vehículo, nadie lo reconoció, la sonrisa que esbozó al salir era como un pegote en su semblante de histeria reprimida. No van a atraparlo, tendrá que volver a afrontar los terribles estados depresivos que le ocurren cada vez que asesina a una 258
mujer. Maldita vida, continúa en la búsqueda de los motivos que lo llevan a cometer los crímenes, está atrapado en el absurdo, no le queda ningún recuerdo placentero, todo lo contrario, sufre por lo que hizo. Por lo menos sufre por lo que él mismo hizo, mucha gente sufre también a consecuencia de lo que él hizo. Le angustia cargar con tanta culpa, le angustia no saber cuándo o cómo podrá liberarse de todo, cuándo tendrá derecho a liberarse por completo de este mundo. Le escribió un par de palabras a su madre en el reverso de una tarjeta postal que compró en el puerto de Colón, en Panamá, en lo que esperaba el trasbordador que lo llevará a Colombia, conduce hacia el sur con intención de llegar a ningún lado. Ugo Ponti, uno de los torvos personajes de Puerto Escondido de los que me contó Osmani, fue secuestrado y asesinado por sus propios cómplices, en la prensa nacional su caso no mereció más de tres renglones, ese día hubo otros cuarenta y seis muertos por causas relacionadas con el narcotráfico. En La Reppublica y Corriere della Sera, en Italia, le dedicaron más espacio, hablaban del asesinato de un empresario italiano, a modo de advertencia para otros inversionistas, me dieron ganas de contarles la parte que ellos desconocían. Este tipo nunca trajo una moneda de su país, allá no tenía nada, su pequeño emporio lo hizo en México y lo hizo de mala manera: fraude, extorsión, narcotráfico, comercio de autos robados; ese tipo de inversionistas no benefician a nadie, el país cuenta con suficientes ejemplares locales y cada vez recibe a más especímenes importados. Mantuve un regular intercambio epistolar vía internet con Rossana, que permitió que las cosas se enfriaran. Con 259
Ruth tuve otro parecido pero en términos apasionados y lúdicos. Por sorpresa Rossana me invitó a verla a un año de distancia de nuestro primer encuentro, con plena conciencia de que iba al matadero acudí a la cita en Antigua, Guatemala. Las cosas, por supuesto, no salieron como en la novela, era previsible, nuestra manera de ser no coincidía con la de los personajes de Dos Passos. Rossana llegó a la cita acompañada de su marido y su hija de tres años, lo supe cuando era demasiado tarde. Cenamos los cuatro juntos en el restaurante del hotel cinco estrellas donde se hospedaban, me presentó como el amigo periodista que había conocido cuando fue a hacer la investigación de campo para un ensayo sobre niños de la calle, de su esposo. Fue a México para ayudarlo porque el tiempo se le venía encima, hasta ese momento comprendí su interés por que le contara lo poco que sabía sobre la metodología del padre Chinchachoma en Hogares Providencia y la de Gabriel y Sara en la Fundación Juconi. Los datos que le proporcioné le permitieron prolongar su estadía en la playa, con eso complementó la escasa información que consiguió con los funcionarios que manejan los programas oficiales, sonreí con la esperanza de que por lo menos eso hubiera servido para una buena causa, ¿habrá niños viviendo en las calles de San Salvador? A mi pesar tuve que reconocer que formaban una buena familia, el tipo es agradable, aunque me molestó que le dijera gorda, por mucho que lo haga de cariño. La niña es simpática y ella, estaba radiante, más bella de lo que recordaba. Sin pretenderlo rememoré cuando despertaba a su lado y pasaba un buen rato dedicado a la contemplación de su boca, sus ojos, el cabello color fuego, me pregunté en silencio si su marido haría lo mismo. Me pregunté también 260
qué demonios hacía ahí en medio de esa hermosa escena familiar, era como estar en el centro de una pintura de Norman Rockwell. Me invitaron a acompañarlos al día siguiente al mercado de Chichicastenango, la idea me horrorizó, esa cena era suficiente tortura, pretexté que tenía que entrevistar a un exjefe guerrillero en la capital, a cuarenta kilómetros de distancia. El marido, amable en exceso, insistió en llevarme en su auto al modesto hotel donde me hospedaba, en la calle del Arco. La charla en el trayecto fue un recuento de lugares comunes, no sabía qué actitud asumir, aunque en el fondo me hacía feliz saber que ella estaba bien, resultaba obvio que llevaba una buena vida. Quería odiarla por obligarme a recorrer más de dos mil kilómetros para enfrentarme a esa reunión surrealista, pensé que quizá quiso mostrarme las razones por la que no podía quedarse conmigo o convertirse en mi amante. En efecto, al verla en compañía de su familia me lo explicó todo, aunque bien podía haber tratado de explicarlo por correo electrónico. Al descender del vehículo el marido de Rossana me dio las gracias. – ¿Gracias de qué? – Vos la hiciste que se volviera a sentir hermosa, el romance que tuvieron ayudó a que floreciera de nuevo el amor en nuestra relación, al hacerla feliz a ella nos hiciste felices a los tres, no sabés cómo te lo agradezco. Le sostuve la mirada con ganas de mentarle la madre. Sonrió, le di la mano para despedirme y alcancé a sujetarlo por el hombro cuando descubrí sus intenciones de abrazarme. –Así déjalo. Bajé abrumado del Toyota y entré al hotel sin voltear. Di vueltas en la habitación como león enjaulado, hasta que decidí que era mejor salir a buscar un bar, por más que trataba de 261
razonar lo ocurrido y de encontrarle lo positivo, mi enojo se imponía, qué cruzó por la mente de Rossana cuando me invitó a encontrarnos en Guatemala. La escena del cornudo agradecido me sacaba de quicio, aún hoy soy incapaz de entender su significado, si es que tenía alguno. Entré al primer lugar que encontré, pedí una cerveza Gallo y la apuré de un trago, era demasiado ligera para lo que necesitaba en ese momento, cambié a whiskey, lo bebí con calma. No estaba mal la música en el lugar, un tanto retro, The Moody Blues según recuerdo. Recorrí el espacio con la mirada aun cuando sabía que nada de lo que viera ahí podía ayudar a responder mis preguntas, había tal profusión de gente vestida con blusas, faldas o chalecos con bordados indígenas, que lo evidente es que no se encontraban ahí más guatemaltecos que los meseros. Por lo menos en este sitio no desentonaban mi veterana camisa campera beige y mis gastados pantalones vaqueros, como en el aséptico restaurante del hotel donde había comido con la familia feliz. La sorpresa fue que al final de mi recorrido visual descubrí a mi lado estaba una mujer, sentada justo en la silla de la izquierda, en mi mesa, la observé con curiosidad sin decirle nada. – Por mil quetzales puedo hacerte pasar la mejor experiencia de tu vida. Me dijo sonriente. – Las mejores experiencias de mi vida han requerido de la participación decidida de dos personas, de modo que por lo regular han resultado ser las mejores experiencias de dos, no de uno, y el dinero no ha sido necesario, al menos no de la manera en que tú lo planteas. Contesté sin hostilidad. – Tienes un acento extraño, ya sé, mexicano, de la capital, 262
aunque no has dicho manito, ni mande. – Tú también tienes un acento extraño, para mí, español peninsular pero gutural, catalana quizá. Acertaste. – Además muy cubierta para ser prostituta, o por alguna razón que desconozco aquí las trabajadoras sexuales andan con botas de excursionismo, faldas largas bordadas, jersey de algodón, tapadas hasta el cuello con un rebozo maya y sin una gota de maquillaje ni de labial. La mayoría de las que he visto utilizan ropa ajustada, faldas cortas, escotes que desafían la ley de gravedad, tacones altos y plastas de pintura más gruesas de las que acostumbraba Van Gogh en sus lienzos. – Eres demasiado formal, ni siquiera te atreviste a utilizar la palabra puta, pero vale, era una manera como cualquier otra de iniciar una conversación. – Y si te hubiera tomado la palabra. – Anda tío, igual ando pelada y en realidad lo necesito o quizá no te cobraba si el servicio es como lo prometiste. – Yo no prometí nada, nada más expliqué, la de las promesas eres tú y créeme que en otro momento no me lo pensaría dos veces. – Tranquilo tío, no te estoy seduciendo, no vayas denunciarme por acoso sexual. Si te viene bien un poco de charla sigo aquí, si no nada más dilo, todos necesitamos estar solos de cuando en cuando. – Apeteces tomar algo. – Una botella de tinto si la compartes conmigo, si ya tomaste cerveza y whiskey, que más da otro cambio. Las botellas fueron tres, la plática agradable, no nos preguntamos el nombre, ni la actividad, ni las razones para estar en el lugar en el que nos encontrábamos, a pesar de esa 263
falta de muletas encontramos tema. Ella habló de cómo de tanto buscar en qué creer, terminó por no creer en nada, aceptó saber un poco de todo y en realidad no saber nada de nada. Entonces le conté cómo de tanto buscar en qué creer acabé por no creer en nada y acepté saber un poco de todo y en realidad no saber nada de nada. Resultó que estábamos hospedados en el mismo hotelito, lo cual no resultaba extraño, porque se ubicaba a media cuadra del bar. Cuando cerraron regresamos juntos, las luces del alba asomaban a la vuelta de la esquina; nos despedimos con un beso en la mejilla en la puerta de la habitación de ella, que en el mismo pasillo estaba cinco puertas antes que mi habitación, y dijimos hasta luego, supongo que ella tampoco lamentó que no hubiera pasado nada más, en ocasiones es mejor una buena charla con alguien que no volverás a ver nunca más. Volé sobre la selva del Petén en un avión Ford que databa, por lo menos, de la segunda guerra mundial, estuve cuatro días a solas en el Jungla Lodge, a unos metros de la entrada a la zona arqueológica de Tikal, me perdí cuatro veces entre las ruinas mayas, recorrí hasta el cansancio el museo de sitio, leí tres novelas de las que no recuerdo nada, comí todos los días pollo frito con papas, el menú de rigor en el hotel. Estuve sentado en la parte alta de la Pirámide de la Serpiente Bicéfala, viendo el verde de la selva perderse en el horizonte, pensaba en lo qué ocurriría si no regresaba a Ciudad de México, si mejor me quedaba en una choza entre la espesa vegetación, lejos del tráfico, rodeado de la naturaleza en todo su esplendor, dedicado en cuerpo y alma a escribir la novela que siempre empezaba. Aunque para entonces, en realidad, estaba a punto de terminarla, estaba a mi lado en el disco duro de mí laptop, con doble respaldo en memorias USB, una en mi 264
equipaje, en la habitación, y otra en el bolsillo del chaleco. Volví al país en un vuelo de Flores a Mérida, regresé a Ciudad de México en un autobús de esos donde si hay espacio para reclinar el asiento, puedes tomar café con galletitas y ver las peores películas que se filmaron jamás. Fueron veinticuatro horas de sopor, lamenté no haber gastado un poco más de dinero en el billete de avión, la paradoja es qué desde que dejé de tener problemas económicos, me volví más prudente con el uso del dinero. Encontré en el buzón de mi máquina doce mensajes de Rossana, los borré sin leerlos y bloqueé su dirección. Me puse a reír y acabé llorando cuando leí el último mensaje de Ruth: “Hace dos semanas que no sé nada de vos, ¿aún hay guerrilla en Guatemala? Está visto que siempre encontrás evasivas para venir a Buenos Aires, por lo que estoy ahorrando para ir a verte. Estoy podrida de tener que acostarme con otros chicos por no aguantar las ganas de sentirte. Sí, ríete, seguro habrás pensado que cuánto sacrificio, pero sí, lo es, el sexo me ha gustado desde que lo descubrí, ¿sabés que fui precoz?, en realidad no sabés mucho de mí, estuvimos un día juntos y poco nos hemos contado, más bien jugamos con los teclados, reviento, a lo que estaba. El problema con vos va más allá del sexo, me destapaste las ganas de soñar, lo aprendí contigo o lo aprendimos juntos, hasta ahora no has dicho nada al respecto. La cosa es que esa vez soñamos juntos y era la primera vez que yo soñaba, además de que soñaba en voz alta, desnuda junto a un hombre desnudo, desnudos por completo, desnudos del alma, me entendés. Entendeme o púdrete boludo, porque por vos sueño desde entonces en tener una familia, en tener un hijo, en tener un país que verdaderamente sea nuestro aunque sea necesario morir por él. Acepto que lo 265
del kibbutz era un sueño a la ligera, que nunca habés tenido la más pequeñita intención de irte de México, que cambiaste la conversación cuando te pregunté si era en serio lo de pasar la vida entre mis piernas. Soy yo la que lleva un año tejiendo fantasías, pero no podés evadir tu responsabilidad tan fácil, podíamos haber tenido sexo veinte veces sin que eso implicara compromisos para ninguno de los dos, la habríamos pasado bien y punto, pero soñamos juntos, infeliz, soñamos la posibilidad de un mundo mejor para los dos, que ya es algo en medio de toda esta podredumbre. Ayer mismo una beduina me espetó – largate a Palestina si no te gusta –, desde Menem se la creen. Mi familia es mucho más argentina que la suya, llegamos por lo menos cuatro generaciones antes y la muy puta se atreve a expulsarme de mi país y encima se niega a decir Israel, idiota. Palestina le llamaron los romanos cuando destruyeron Judea, hoy a donde vamos los judíos es a Israel, a ti en México debe haberte pasado, te toleran, pero con reservas, siempre serás el judío, el otro, el diferente. Aunque no andés con la kipá puesta ni andés mostrando por doquier tu pene circuncidado (pobre de ti donde sepa que lo andás enseñando en cualquier lado). Nunca había pensado en la posibilidad de hace Alía hasta que soñamos juntos, cuando estaba en el cole asistí a varias conferencias de la Sojnut y nunca me interesó irme, me reía de la convicción con la que dicen retornar. Nuestros antepasados pudieron haber salido de Judea hace tres o cuatro mil años, en una de tantas diásporas (no me pidás ahora que haga un repaso de la historia), por eso me parecía absurdo lo del retorno, igual que me parecía absurdo continuar con tradiciones arcaicas. Siempre me dije a la mierda la casamentera, me voy a quedar con el hombre que me provoque algo, no me importa su color, 266
ni su origen, ni su religión. Y el atorrante que me lo provocó fue un maldito tan judío como yo, que me lleva algunos años, cierto, y que encima de todo se hace el desentendido porque se niega a reconocer que también le gustó soñar. Tal como te dije, si tu no venís yo voy a ir, esto lo tenemos que aclarar en persona, no soy Penélope, no estoy dispuesta a esperar durante una eternidad hasta que tú le pierdas el miedo al compromiso. Ni se te ocurra decirme sí o no por correo o por teléfono, callá, analizá todo con cuidado y avisame si aguardo por ti o si aguardas por mí, una vez que estemos de frente, que nos veamos las caras, estoy dispuesta a aceptar cualquier cosa, incluso el perderte, incluso el que por estúpido me pierdas”. Quise escribirle una larga carta, decirle que tomaría el primer avión para ir a encontrarla, pero nada más pude teclear una frase: yo también te amo. Llorar me ayudó a dormir doce horas de corrido, desde que era adolescente no había dormido tanto. Desde el principio supe que lo de Rossana no tenía futuro, quizá fui a la cita para escapar de la inminencia de algo duradero con Ruth, pero me aterraba esa sensación, había sentido eso otras veces y al final resultó que no, que en realidad no estábamos hechos para pasar una vida juntos. Ruth tenía razón cuando afirmaba que yo tenía miedo al compromiso, por eso le contesté que no estaba en la ciudad cuando me escribió que arribaban a Ciudad de México desde Chiapas, un día antes de su regreso a Buenos Aires, dos años hace. No quise verla de nuevo entonces, sin embargo, poco después de mi visita a Guatemala, tuve que verla y asumir las consecuencias. ¿Cuándo fue la última vez que estuve en este balcón con la taza de café en la mano viendo cómo las palomas cagan al santo de la fachada de la Iglesia de enfrente?, ¿qué santo será 267
ese?... Ruth me gritó desde la puerta de entrada, rodeada de maletas, el taxi estaba por llegar para llevarnos al aeropuerto. Volaríamos primero a La Habana, donde pasaríamos una noche, después a Madrid, ahí estaríamos apenas unas horas, en espera para abordar el avión a Tel Aviv.
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