Ocultismo Medieval

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Colección: Historia Incógnita

www.historiaincognita.com Título: Ocultismo Medieval Autor: © Xavier Musquera

Copyright de la presente edición: © 2009 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid www.nowtilus.com Editor: Santos Rodríguez Coordinador editorial: José Luis Torres Vitolas Diseño y realización de cubiertas: Universo Cultura y Ocio Maquetación: Juan Ignacio Cuesta Edición digital: Grammata.es

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. ISBN-13 Libro electrónico: primera edición Fecha de Primera edición: Junio 2009

A Jordi Claramunt, a quien el destino convirtió en mi cuñado y la vida en mi amigo. Gracias, Jordi

Agradecimientos Mi sincero agradecimiento a las personas que incondicionalmente me ofrecieron su amable colaboración al concederme determinadas imágenes que han sido de gran utilidad para la confección del presente trabajo. A Juan Carlos Rodero y al equipo de la revista Esfinge de Editorial Nueva Acrópolis. A Laura Llopis de Akal Ediciones. A Miguel A. Martín del Círculo Románico y su amabilidad por cederme sus interesantes imágenes. A Encarte Editorial S.L. y su excelente revista Letra y Espíritu dedicada a temas de la Tradición. A Carlos Mª de Luis y sus animadas charlas en Oviedo y por sus dibujos sobre la Geometría Sagrada de las iglesias de su tierra. A la cara amable de Internet que me ha permitido conocer a Juan Carlos Menéndez Gijón, infatigable buscador e impenitente viajero, quien me ha honrado con su amistad y me ha ofrecido incondicionalmente su extraordinario archivo fotográfico. A mi cuñado Jordi Claramunt, quien durante infatigables fines de semana me echó una mano en catalogar y ordenar imágenes e incluso en el montaje de algunas de ellas y finalmente al amigo Juan Ignacio Cuesta, experto en los temas tratados aquí, y cuyo apoyo y colaboración en la maquetación nos permite a todos ofrecer al lector un trabajo que considero digno. Gracias a todos.

Índice Introducción Capítulo 1. SIMBOLOGÍA Capítulo 2. ORTODOXIA Y HETERODOXIA Capítulo 3. EL LABERINTO Capítulo 4. CLAVES Y RITOS Capítulo 5. CATEGORÍAS DE OFICIO Capítulo 6. MARCAS DE CANTERÍA Capítulo 7. LA BAUHÜTTE Capítulo 8. LA CRUZADA CATEDRALICIA Capítulo 9. PROTAGONISMO Capítulo 10. LA CATEDRAL DEL GRAAL Capítulo 11. ASTRO-TEOLOGÍA Capítulo 12. GEOMETRÍA SAGRADA Capítulo 13. ELEMENTOS SIMBÓLICOS Capítulo 14. SIMBOLISMO ANIMAL Capítulo 15. BESTIARIO FANTÁSTICO Epílogo Bibliografía Notas

INTRODUCCIÓN DESDE UN PRINCIPIO, mucho antes de la historia escrita, el ser humano encontró refugio en la cueva. Mientras desarrollaba su cotidianidad, pronto dicha oquedad se convirtió en un lugar mágico, centro de iniciación, en la que los artistas supieron plasmar en sus paredes rocosas ese día a día pero también ceremonias y rituales. Cuando el hombre pasó del nomadismo al sedentarismo, dando nacimiento a la agricultura, ya poseía un desarrollo de conciencia suficiente para usar el símbolo como representación de sus conocimientos. Conceptos e ideas trascendentes, culto a los muertos y una visón personal de cuanto le rodeaba. Pronto floreció el Megalitismo. Dólmenes, menhires, cromlechs, sepulcros de corredor y más tarde construcciones ciclópeas fueron el testimonio que nos legaron. La importancia del culto a la piedra se pierde en la noche de los tiempos. El propio Platón utilizó la caverna como arquetipo cósmico y como símbolo ético y moral. Esa cavidad en las entrañas de la tierra representaba el útero o la matriz materna. Para dicho filósofo, la visión de la cueva era como la representación del purgatorio donde la luz solo se percibe como reflejo y los seres solo como sombras, esperando su conversión para la ascensión del alma hacia el mundo de las ideas. Mircea Eliade [1] , consideraba a la cueva como una representación del yo interior y del yo profundo del inconsciente, materialización del Regresus ad uterum. A imagen del cosmos, el suelo corresponde a la Tierra y su bóveda al Cielo. Para los taoístas, la montaña sagrada de K'uenLuen, centro del mundo, contiene una cueva secreta por la que se regresa al estado primordial antes de la salida hacia el cosmos. En la arquitectura

tradicional de la India, cuando el templo se halla esculpido en la roca posee en su interior un stupa, cuyo monumento posee a su vez en sus entrañas, reliquias que son consideradas sagradas. La caverna de Abu Ya'qûb es la caverna primordial, conocida en el esoterismo islámico como Tawîl o regreso a la sustancia central. El Templo de Osiris en Egipto, lugar conocido únicamente por los grandes iniciados, estaba tallado también en la roca y formado por una gran sala que se abría a las criptas subterráneas. Los propios esenios se reunían en una gran cavidad en el interior de la montaña, en la que se encontraba una gran mesa con asientos de piedra. Poseía dos entradas; una para los iniciados y otra para los maestros. En las Escrituras, Génesis, capítulo XXI, versículo 29, el moribundo Jacob ruega a sus hijos para ser enterrado en la «doble cueva» del campo de Efron Hetheén. Estos enclaves iniciáticos eran el lugar del nuevo nacimiento y de la regeneración. El adepto era recibido, moría en su vida material, abandonaba lo sensible para salir completamente trans formado y lleno de una nueva vida, la vida del iniciado. Era una transformación de conciencia, una catarsis, una muerte simbólica y un renacimiento hacia un nuevo estado del ser. Estas tradiciones ancestrales que se llevaban a cabo por la vía de la tradición oral, pronto se vieron relegadas con la imposición de la nueva religión imperante, el Cristianismo. El culto a las piedras se vio combatido por el Concilio de Arles. A pesar de la prohibición, el ser humano siguió con la tradición de sus antepasados. Solo existían dos soluciones: destruir los megalitos o recuperarlos para sí. Algunos fueron destruidos, pero finalmente se optó por la segunda de ellas. Se esculpieron cruces, se construyeron iglesias en sus cercanías e incluso encima de ellos. Prueba evidente de su sacralidad. Con el paso de los siglos, ermitas, iglesias y catedrales, éstas últimas en época de máximo apogeo de la Edad Media, conservaron en su iconografía aquellos conceptos considerados secretos, ocultos, procedentes de ceremonias, ritos e iniciaciones ancestrales que quedaban

en la memoria del acervo popular y que las nuevas imposiciones eclesiásticas no lograron borrar con sus dogmas y credos. Los templos venían a tener el mismo significado ancestral. El suelo enlosado era la Tierra y las nervaduras, contrafuertes y demás elementos arquitectónicos que sostenían la bóveda representaban al Cielo. Los lugares llamados actualmente «de poder», en el que confluyen las denominadas fuerzas telúricas y que estudia la moderna Geobiología [2] , poseen una larga tradición como enclaves sagrados en los que el hombre unía la tierra con el cielo y que aparecen en todos los pueblos y culturas del planeta. Pinturas y grabados de todos los tiempos han representado esas fuerzas que el ser humano ha aprovechado para ir en pos de su trascendencia y en las que erigió megalitos, templos, y más tarde, con el paso de los siglos, ermitas, iglesias y catedrales. Corrientes de aguas subterráneas, fuentes, manantiales, cuevas prehistóricas, castros y un sinfín de asentamientos humanos se edificaron en estos enclaves o en sus cercanías, aprovechando esas fuerzas de la Madre Tierra, denominadas como las venas del dragón por el Feng Shui o Wouivres por los celtas. Fuerzas que empiezan a ser investigadas actualmente y con resultados sorprendentes. El presente trabajo pretende efectuar un recorrido por esos conocimientos que provienen desde la más remota antigüedad y a los que solo algunos tuvieron acceso y conservaron, plasmándolos en sus obras de forma velada y alegórica, conceptos e ideas trascendentes, usando el mundo de los símbolos como medio de transmisión. Universo apasionante donde los haya, complejo y fascinante, pues para poder penetrar en él hay que adentrarse en las profundidades del alma del ser humano con sus miedos y temores, pero también con sus esperanzas de trascendencia. Precisamente es en la Edad Media, con la aparición del Románico y posteriormente con el Gótico, cuando se produce una eclosión iconográfica, herencia de los maestros constructores, que nos permitirá ir

descubriendo cómo dichas representaciones esculpidas en la piedra guardan conocimientos que poseen distintas interpretaciones y lecturas. Las propiedades del símbolo residen en que éste posee múltiples significados que alcanzan todos los niveles de conciencia, más allá de lo obvio y aparente. Para algunos, la observación de un capitel arbóreo será un ornamento más con el que embellecer el edificio, en cambio para otros, será la representación del Árbol de la Vida o el Árbol del Bien y del Mal. Cada cuál recibirá la información correspondiente a su nivel de comprensión. Por estas páginas desfilarán todo tipo de imágenes: zoomorfas, antropomorfas, vegetales, figuras geométricas y ornamentos de diferentes estilos. Un amplio compendio de interpretaciones y significados que fueron utilizados desde el punto de vista gnóstico, astrológico, alquímico o cabalístico. Algunas de dichas imágenes claramente evidentes nos darán una información literal, otras, mucho más confusas, estarán indicándonos que guardan conceptos más profundos que únicamente nosotros seremos capaces de percibir con nuestras dotes de observación adquiridos a lo largo de nuestra andadura. Espirales y laberintos prehistóricos, que pueden contemplarse en los petroglifos de Galicia, Canarias o en el Nuevo Mundo, fueron utilizados a través de milenios por el hombre, como modo de expresión del recorrido iniciático para alcanzar la meta trascendente y que siguieron representándose en las catedrales medievales como símbolo del camino de peregrinación a Tierra Santa o como itinerario espiritual para alcanzar la Jerusalén Celeste. Recorrer estas páginas será como efectuar un viaje en el tiempo que nos llevará brevemente desde los albores de las primeras expresiones artísticas hasta la Edad Media, en la que la historia, el mito y la leyenda se entremezclan para ofrecernos los conocimientos de aquella época, procedentes de un pasado remoto que se remonta al despertar del hombre a la conciencia y a su devenir trascendente.

Esta andadura estará acompañada por un específico y breve Glosario al final del volumen que tendrá como finalidad ofrecer al lector una síntesis concreta de los símbolos básicos que pueden aparecer en su búsqueda y que posiblemente le serán de utilidad para sus observaciones. En definitiva, una andadura que nos permitirá desvelar los posibles conocimientos que yacen en la mudez de la piedra y que duermen un sueño de siglos, esperando a que el buscador de verdades trascendentes desvele sus secretos.

Capítulo 1 SIMBOLOGÍA

EL ESTUDIO ETIMOLÓGICO DE LA PALABRA SÍMBOLO procede del griego sumbolon, derivada así mismo del verbo sumballo que significa unir o juntar. Resulta muy significativo, para el tema que nos ocupa, tener constancia de esta búsqueda de unión del hombre con esa realidad formada por lo físico y lo metafísico. El ser humano era completo en un principio, antes de quedar «roto» por la «caída», y ello ha motivado que su objetivo final sea el de reunificar, unir las dos partes, la material y la espiritual, en un todo renovado regresando a su estado primordial. Desde las escenas pintadas en las cavernas prehistóricas hasta el logotipo o marca de moda, el ser humano ha hecho uso del símbolo. Éste transmite información al presentarse con un aspecto y unas características propias que permiten su rápida identificación. Además, existen signos que poseen contenidos y significados ocultos que pueden transformar a aquél que capta y comprende su mensaje. Se trata de signos que han llegado hasta nuestros días desde la más remota antigüedad, en ocasiones perdiendo su contenido y esencia original adoptando nuevos significados. Los buscadores de todos los tiempos conocían verdades que llegaban al hombre a través del símbolo. Los ritos iniciáticos de todas las culturas lo han utilizado en sus ceremonias. Desde un principio, llegó a diferenciarse aquello que el símbolo venía a manifestar en su parte visible y accesible al profano con el calificativo de exotérico. Pero esa otra dimensión, la esotérica (interna), que va más allá de las apariencias, es la que permite entrar en contacto con las fuerzas que realmente mueven al mundo, situándolo en el ámbito de lo sagrado. Desde el antiguo Egipto hasta la Edad Media, estos signos han guardado celosamente sus secretos. Peregrinos de todos los tiempos y de todas las culturas han buscado este Saber que libera al ser humano de su ignorancia, ubicándolo en el lugar que le corresponde en el Universo y en comunión con la Naturaleza de la que forma parte. El maestro, el sabio o

el iniciado reconocen en el símbolo las propiedades que posee y el esfuerzo que se precisa para descifrar su mensaje. La complejidad de los significados que posee y a los que hace alusión conducen al hombre por los laberintos de la mente y el corazón. El signo, al poseer múltiples interpretaciones, alcanza en su justa medida la comprensión de aquel al que va dirigido. Cada cual recibe el mensaje que le corresponde según su nivel de conciencia. A mayor nivel, mayor comprensión. Aprehender el significado no se consigue únicamente a través de nuestras capacidades intelectivas, sino que demanda una elevada dosis de intuición. La mente, el corazón y el mundo de las emociones llevan al caminante por los senderos del mito, que encierra grandes verdades, y por los arquetipos, que son los esquemas básicos en que se asienta nuestra mente para construir su representación del mundo. Ese largo camino, que no es otra cosa que una vía iniciática, nos permitirá asimilar y comprender cómo a lo largo de los siglos el hombre ha venido representando a través de los símbolos esa búsqueda trascendente que le permitiera unir lo material con lo celestial, lo visible con lo invisible, lo terreno con lo divino y lo perecedero con lo inmortal y eterno.

Hay símbolos tan antiguos como este que puede verse en el parque arqueológico de Villar del Humo y que debió proporcionar buena información sobre algo de lo que se han perdido las claves.

El símbolo posee un poder trascendente, pues hace percibir a aquél que lo contempla los variados aspectos de una aparente realidad. Lo visible o sensible y lo velado, lo que se ha manifestado y lo oculto o trascendente, lo consciente y lo que va más allá: lo supraconsciente. Donde no alcanza la palabra debido a sus limitaciones llega el símbolo expresando otras realidades esenciales. Por eso, cada símbolo tendrá una enseñanza u otra distinta según el observador. Al ser sintético, solo sugiere pero no expresa y por eso es el lenguaje utilizado por la metafísica tradicional. Esta es la base del arte del Románico y del Gótico. Es ante todo un arte sagrado y, como tal, nada resulta insignificante, gratuito o puramente ornamental. No es de extrañar por tanto que en plena Edad Media aparezcan, por ejemplo, estos conceptos a través del mito de la espada rota, que el héroe debe soldar para empuñarla de nuevo y vencer al dragón, como ocurre en

la leyenda nórdica de Sigfrido, o bien en el mito céltico-artúrico en los cuales la espada clavada en la piedra (lo superior retenido por lo material) demanda una liberación (acto de extraerla) o el conocido ciclo artúrico y el Santo Cáliz, el Grial, cuya búsqueda por parte de los caballeros de la Mesa Redonda les convierte en una «caballería celestial».

Todas las vías iniciáticas tienen sus propios símbolos. Este crucero en uno de los Mil Caminos de Santiago, junto a Santa Coloma de Albendiego, confirma al peregrino que va por buen camino.

En esta búsqueda descubriremos, por ejemplo, cómo el famoso yinyang oriental, que corresponde al par de opuestos complementarios, también fue representado en los templos de la Edad Media, aunque de forma distinta. Cómo la Trinidad cristiana es la misma que la egipcia o la hindú, entre otras, y basadas todas ellas en el ternario espiritual y sagrado. Penetraremos en el mensaje universal que atesora el símbolo que

nos introducirá en los dominios de la antropología, las religiones comparadas y las corrientes filosófico-religiosas de diferentes épocas. Se trata de un viaje hacia lo mágico en el que tendremos la sensación de encontrarnos como perdidos en la inmensidad de un extraño bosque, cuyos árboles no figuran en los libros de botánica convencionales y sin guía que nos indique cuál es el camino a seguir. De todo ello se ocuparon los maestros canteros, artesanos y especialistas quienes transformaron la materia, dándole forma y transmitiendo su mensaje. Éste será el camino por el que transitaremos. Camino en ocasiones engañoso, que guarda celosamente conocimientos, saberes, conceptos e ideas que duermen un sueño de siglos. Comprobaremos cómo, al margen de sus dimensiones, los templos poseen valores simbólicos que los convierten en representaciones del microcosmos y en una imagen cósmica del universo (macrocosmos). Este carácter simbólico se ve representado en las portaladas, cuya estructura es reflejo de las armonías del universo y de la naturaleza. Mientras que jambas y dinteles generan un cuadrado, símbolo de la tierra, las arquivoltas y las bóvedas originan semicírculos, reflejo de las esferas celestes. Desde tiempos remotos, el simbolismo de lo terrenal y celestial viene siendo representado por las cuevas. En la Grecia clásica, la cueva representaba el mundo. Platón simbolizó a la gruta como arquetipo cósmico y como símbolo ético y moral. Para el filósofo, esa cavidad en las entrañas de la tierra era como el útero o la matriz materna. La luz es percibida como un reflejo y los seres como sombras, esperando su conversión para acceder a niveles superiores de conciencia y su conversión para la trascendencia del alma. Se trata de una exploración del yo interior y concretamente del yo profundo del inconsciente. Así es como la cueva se convierte en una imagen del cosmos, el suelo corresponde a la tierra y su bóveda al cielo, al igual que en las iglesias. En ellas, la paz interior que se logra en el silencio de los edificios propicia la

introspección necesaria para un viaje interior.

San Isidoro de León. El macrocosmos representado por los símbolos del zodiaco que rigen el movimiento armónico de las esferas.

La escultura integrada en los elementos arquitectónicos cumple una doble función: estética y didáctica. Imágenes portadoras del mensaje evangélico, doctrinal o moral resultan asequibles a las gentes del pueblo llano, población analfabeta en aquella época. Además de cumplir su función estética, dicha iconografía es un reflejo de la belleza de los mundos celestiales y supraterrenales. Era en las iglesias donde los feligreses podían contemplar conjuntos y repertorios inspirados en pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, desde el «Pecado Original» hasta la «Pasión de Cristo». Existe toda una serie de representaciones que simbolizan pecados y

virtudes, a través de figuras antropomorfas y de un nutrido bestiario de todo tipo: desde la fauna autóctona del lugar donde se halla emplazada la iglesia hasta seres fantásticos, híbridos compuestos por distintos cuerpos de animales y, en ocasiones, con el añadido de cabezas humanas. Fue a partir del siglo X cuando estas imágenes pasaron a engrosar las ya existentes.

Los seres híbridos de los capiteles románicos representan las bajezas humanas.

A todo ello se añaden temas que podríamos llamar profanos, formados

por escenas cotidianas en las cuales pueden verse diversidad de profesiones y ocupaciones de la época, luchas entre caballeros, escenas de caza, juglares, músicos o combates entre hombres y fieras. En esta temática simbólica y narrativa se incluye el predominio de ornamentos moldurados, sobre todo en las arquivoltas de las portaladas. Los llamados dientes de sierra, zigzag, frisos ajedrezados o las llamadas puntas de diamante son los más utilizados. Asimismo el mundo vegetal adquiere gran relevancia con tetrafolias, hojas, tallos, zarzas, árboles, todo ello perteneciente al universo de lo simbólico. Si resulta relativamente fácil reconocer figuras antropomorfas y es posible distinguir con cierta claridad a personajes evangélicos de los que no lo son, respecto a la flora y la fauna, la identificación se convertirá en una tarea bastante más compleja. Muchas veces los elementos vegetales darán la impresión equivocada de que se encuentran en un determinado lugar para llenar y embellecer al mismo tiempo un espacio. Pero no es así. Las lacerías y los entrelazados formados por hojas, ramas o frutos nos están indicando un mensaje claro. La existencia en la naturaleza de hojas perennes y hojas caducas nos está «hablando» sobre la eternidad o la muerte respectivamente.

Torneo estilizado en San Juan de Amandi, Asturias.

Poco a poco iremos descubriendo cómo cada motivo y cada detalle tienen su razón de ser. Una vez más estaremos frente a distintas interpretaciones, ante significados polivalentes. La zarza constituye uno

de estos múltiples ejemplos. Tradicionalmente, las espinas, lo espinoso, simbolizan las dificultades del camino, los obstáculos a superar para alcanzar la luz, el conocimiento o la trascendencia. Al mismo tiempo, si dichas zarzas envuelven la imagen de un ser humano representará que su alma pecadora ha quedado atrapada por los deseos materiales, las pasiones y los vicios terrenales. La Alquimia también se halla presente en el mundo vegetal. El árbol lunar o solar, las rosas, así como determinados frutos aparecerán en canecillos, capiteles o arquivoltas, aguardando al peregrino con alma de alquimista para revelarle su mensaje. A pesar de la complejidad del tema, el uso del sentido común, la lógica y la coherencia serán de gran utilidad para poder extraer esa joya que es el mensaje y que se halla escondido tras el signo. No es posible imaginar a la paloma como símbolo terrestre o al sapo como uno celeste. Desvelar estos mensajes pétreos que los gremios de artesanos medievales dejaron para la posteridad es un apasionante recorrido hacia lo desconocido y un viaje en el tiempo. La verdad sea dicha, su estudio no es fácil. Pero nada de valor lo es.

Las parejas de seres fabulosos deben leerse en clave alquímica. Representan sales, metales y minerales utilizados en la Gran Obra. San Miguel, Ayllón.

Si el contenido es extraordinariamente importante, el continente también lo es. La relevancia de la construcción que visitemos estará condicionada evidentemente por su ubicación. En lo alto de una montaña será fácil contemplar una ermita o una pequeña iglesia. En cambio, en una localidad de tipo medio, el templo atesorará una relevancia mayor. En consecuencia, tendremos más posibilidades de contemplar imágenes en aquellos edificios que estén situados en las grandes urbes, exceptuando evidentemente los grandes monasterios que se encuentran por lo general en plena naturaleza. En esas construcciones, podremos llevar a cabo ese estudio o esa simple contemplación que nos lleve más lejos de las interpretaciones convencionales. Nuestro intento será el de poder diferenciar el mensaje estipulado por la ortodoxia cristiana de otros significados o claves, que subyacen a la lectura o interpretación oficial. Será entonces cuando entremos en el mundo de la ortodoxia y el de la heterodoxia. Los próximos apartados no tienen por finalidad la de ofrecer al lector una guía que indique dónde encontrar esta o aquella imagen curiosa, extraña o con contenido supuestamente esotérico. Bien al contrario, se trata del intento en proponer las posibles interpretaciones de aquello que puede observarse en la simple visita de la iglesia de su localidad. Posiblemente obtendrá con ello una visión distinta de la que poseía tradicionalmente. Si los interesados por tema tan apasionante tienen la oportunidad de realizar una visita guiada por alguna de las muchas iglesias importantes de nuestra geografía, podrán confirmar cómo las doctas explicaciones del cicerone de turno a veces resultan demasiado simples o cuando no contradictorias, Y en el caso de que el visitante formule alguna pregunta concreta, la evasiva por respuesta o una nueva definición no convincente será todo lo que consiga. Creo que unos pocos

ejemplos pueden ser suficientes para ilustrar esos encuentros con lo desconocido que unas veces despertarán nuestro interés y en otras nos dejarán perplejos. En uno de lo templos visitados, aparecía una figura de largas barbas que cogía con ambas manos, dividiéndola en dos partes. Era evidente que la imagen estaba trasmitiendo una clave o señal que no llegué a comprender. Pero había más. Bajo ella, otra figura con los brazos levantados se hallaba sentada con las piernas cruzadas, ¡nada menos que sobre una flor de loto! Dicha figura estaba orando ante el astro rey en un gesto característico e inconfundible, tal y como lo hacían en distintas culturas y religiones solares, distanciadas entre sí en el espacio y en el tiempo. La flor de loto se abre ante la salida del sol y se cierra a su puesta. Dicha flor pertenece al mito egipcio de la creación, a la espiritualidad de la India, a la compasión en el Tíbet, etc. Todo ello estaba representado en una humilde y pequeña imagen, en principio, supuestamente cristiana. En otra circunstancia parecida, la figura con barba se repetía, pero esta vez el gesto lo efectuaba con una sola mano, pues en la otra llevaba un bastón o cayado cuyo extremo terminaba en una «T». En ambos casos, la respuesta que recibimos los entusiasmados visitantes fue la misma: «Se trataba de un santo o de un monje, no se sabe con certeza». A partir de aquí, comenzaremos la andadura por caminos laberínticos que son los que constituyen el mundo de los símbolos. Como en el cuento de Alicia, penetraremos en un país de maravillas donde lo aparentemente real resulta engañoso o ilusorio y comprobaremos cómo la realidad se esconde al otro lado del espejo.

San Martín de Fromista, un verdadero catálogo del simbolismo esotérico medieval.

Los artesanos dejaron la impronta de sus conocimientos, además de las obligadas imágenes estipuladas por la Iglesia. Nuestra labor de búsqueda será la de distinguir y reconocer la importancia que posee una ermita o una iglesia, según determinados parámetros. La historia del lugar, si desde tiempos remotos era considerado un enclave sacro, como la existencia de túmulos funerarios, dólmenes o menhires, serán elementos de peso. Tengamos presente que fueron muchas la iglesias que se levantaron en esos puntos o en sus cercanías. Todo ello puede convertirse en referentes y pistas que nos ayudarán en gran medida a la localización de dichos enclaves. Las supuestas apariciones de Vírgenes, hechos extraordinarios, fuentes milagrosas, las crónicas del lugar o bien el acervo popular estarán indicándonos que el edificio posee características especiales.

No cabe duda de que el soporte fotográfico permitirá un estudio minucioso y relajado en nuestras casas. Ello ofrece la posibilidad de examinar, comparar y catalogar nuestro trabajo. Pero nuestra documentación gráfica también podrá sorprendernos cuando comprobemos cómo la toma de una instantánea puede convertirse en una revelación insospechada e inaudita.

Capitel de una criatura con barbas en forma de espiral. Santa María de Eunate, Navarra.

Esto sucedió hace ya bastantes años, mientras observaba una de las fotos de la conocida capilla octogonal de Eunate, cercana a Puente la Reina, en Navarra. De su numerosa e interesante iconografía, estaba contemplando una que pertenecía a las arquivoltas, concretamente la fotografía de una extraña cabeza, con una especie de extraño birrete o protuberancia y que lucía unas largas barbas en forma de espiral. Al dejarla encima de la mesa para visionar otras, dicha imagen quedó al revés y ante mi sorpresa, ésta representaba a un macho cabrío o algo similar, cuyo aspecto no era precisamente agradable. El birrete se había transformado en una especie de perilla y las barbas en espiral en unas impresionantes cornamentas. A partir de aquel día, intento observar las imágenes desde todos los ángulos posibles, incluso a través de un espejo, por si hubiese una figura especular oculta.

Me he permitido contar esta anécdota personal únicamente con el ánimo de añadir que, al parecer, aquellos canteros de la Edad Media

dominaban técnicas adecuadas para dejar constancia de sus conocimientos y cómo transmitirlos sin levantar sospechas. Lamentablemente, no nos será posible reconocer todos y cada uno de los mensajes que nos legaron aquellas hermandades de constructores. Ignoro el sentido y el significado de aquella imagen. Tal vez estuviera indicando que el lugar podía convertirse en benéfico o maléfico según la intencionalidad de los rituales que se llevaran a efecto o bien de la perspectiva que se adoptara. Pero también podría estar expresando que ese enclave contiene, desde un principio, fuerzas opuestas y complementarias que podrían actuar en el interior de la mente o del alma de quien visitara el lugar. Quien sabe.

Poco a poco, vamos comprobando cómo la comprensión de los símbolos se efectúa siempre a través de una lectura interior, personal y profunda de la realidad como resultado de la identificación entre el sujeto que conoce y el objeto reconocido. El símbolo y su mensaje tienen su razón de ser en el instante en el que el individuo se relaciona con éste y se convierte, por así decirlo, en el centro de ese universo de claves,

conceptos y conocimientos. El símbolo es en definitiva el lenguaje del iniciado. En el universo de lo abstracto, la mente requiere del símbolo para alcanzar otros niveles de comprensión, distintos a los habituales. Todas las corrientes filosóficas, ocultistas, es cuelas esotéricas e incluso todas las religiones se expresan a través del símbolo, que en primer lugar esconde, oculta, pero más tarde revela su misterio y su mensaje. A pesar de los siglos transcurridos, el mensaje de los constructores sigue ahí, formando parte de aquella interminable cadena de transmisión que se conoce con el nombre de tradición oral y que va más allá de corrientes filosóficas o religiosas y espera al peregrino del conocimiento, para ofrecerle verdades trascendentes en las etapas de su andadura. Nadie mejor que René Guenon [3] para definir de manera escueta y precisa el significado del símbolo: «...expresión sensible de una idea»; es decir, a través de él, la idea que contiene se hace comprensible. Por su parte, el gran investigador rumano Mircea Eliade, en su Tratado de historia de las religiones, indica lo siguiente: «Si el Todo se puede apreciar en un fragmento es porque cada fragmento repite al Todo».

Capítulo 2 ORTODOXIA Y HETERODOXIA

LA ORTODOXIA Y LA HETERODOXIA no solo aparecen, debido a los contenidos de las iconografías del Románico o del Gótico, en el diseño de los templos, las formas y los volúmenes, su ubicación y sus posibles contenidos. También surgen como consecuencia de las opiniones encontradas de historiadores y especialistas. Estos diferentes puntos de vista son de obligada cita en un trabajo cuya pretensión es la de ofrecer, precisamente, visiones distintas e incluso opuestas. Pero no por ello entraremos a polemizar en un sentido o en otro, así como tampoco a tomar partido. Para una inmensa mayoría de académicos, de estudiosos de la Historia del Arte en general y de investigadores, los conocimientos que poseían los gremios medievales correspondían simplemente al dominio de su oficio o profesión y poco más. La simbología, el posible esoterismo de ritos y ceremonias que se les atribuye, no son más que conjeturas, hipótesis sin fundamento o incluso fantasías que fueron apareciendo con el tiempo, principalmente debido a autores románticos y sobre todo a la Francmasonería que ha buscado con ello argumentos en los que basar su antigüedad y autenticidad. Según esta línea de estudio, el término medieval de francmasón significa constructor o albañil que trabaja con la llamada «piedra franca», es decir, aquella que podía tallarse con facilidad y que no poseía falla alguna. Dicho término no tenía relación alguna con la adaptación aparecida siglos más tarde, de ciertas propiedades o atributos «masónicos» de determinados ceremoniales de una supuesta sociedad secreta. En opinión del academicismo y de la ortodoxia, los miembros de dichas hermandades han sido, y todavía lo son hasta cierto punto, víctimas o si se prefiere protagonistas de un mito romántico. Según esta línea de estudio, el término medieval de francmasón significa constructor o albañil que trabaja con la llamada «piedra franca», es decir, aquella que podía tallarse con facilidad y que no poseía falla alguna. Dicho término

no tenía relación alguna con la adaptación aparecida siglos más tarde, de ciertas propiedades o atributos «masónicos» de determinados ceremoniales de una supuesta sociedad secreta. Uno de los gérmenes que provocó el que dichos gremios se vieran rodeados por una aureola de secretismo, de conocimientos fuera de lo común que se decía procedían desde tiempos remotos, surge en pleno Renacimiento del siglo XV, en el que se llegaba a afirmar que el maestro constructor era en realidad un sabio que trazaba sus planes según principios y teorías reconocidas, cuyas bases transmitía al constructor, quien era el que en realidad llevaba a cabo el trabajo. La verdad es que el maestro albañil estaba al pie de obra y colaboraba con sus propias manos en la realización de la construcción. El desconocimiento de los primeros tiempos por falta de documentos, de sus vidas y trabajos, ha promovido la idea de que eran seres anónimos y ello formaba parte del ideario de cada gremio. Este anonimato puede fácilmente atribuirse a que la mayoría de obras precisaban de una década o de incluso de varias generaciones para llevarla a cabo y, por ello, difícilmente podía ser obra de un solo maestro constructor. A pesar de todo, los constructores medievales no eran gentes anónimas. Los maestros albañiles aparecen en documentación perteneciente a los siglos XII al XVI, y si bien en ocasiones resulta inconexa, es variada y buena parte de ella procede de finales de la Edad Media. Precisamente fueron los propios constructores quienes dejaron constancia sobre información personal, cuentas de gastos, contratación de obreros y un largo etcétera que nos ha permitido conocer o cuando mínimo tener una idea bastante precisa de sus funciones y posición social. Tengamos presente que la realización de una catedral, pongamos por caso, precisaba de una compleja administración que duraba años y años, a la que debía de añadirse un intrincado sistema técnico y creativo.

Un maestro constructor, del que solo conocemos el nombre, Bohar, edificó la iglesia de San

Bartolomé en Atienza, Guadalajara.

Si el universo del símbolo es extremadamente complejo y precisa de un estudio en profundidad, pronto comprobaremos cómo muchos de los signos que tuvieron un significado concreto desde un principio, con el tiempo perdieron su esencia, convirtiéndose en la actualidad en una simple imagen decorativa, cuyo significado se ha perdido en el recuerdo y ya no transmite su mensaje. Otros cambiaron el sentido de su interpretación y fueron tergiversados intencionadamente a causa de intereses de toda índole, principalmente religiosos. Claros ejemplos son las constantes imágenes de dragones y serpientes, así como la representación de un amplio bestiario formado por seres híbridos y fantásticos. Sin pretender hacer un juego de palabras, podríamos decir que existió desde tiempos inmemoriales una ortodoxia calificada de tradicional, que fue la que instauró los primeros significados e interpretaciones en que se basaban los signos. Más tarde, de manera heterodoxa, se cambiaron las bases conceptuales de los mismos, instaurándose una nueva ortodoxia que llegó a imponer su punto de vista, modificando radicalmente la interpretación de los primeros signos. La inversión del significado de los símbolos ha venido efectuándose desde hace siglos. El estudioso o el simple interesado puede en contrarse con un signo o una imagen con significados contrapuestos como, por ejemplo, una de las más conocidas y representadas: la del caballero matando al dragón. El concepto generalizado al especto es que simboliza a las virtudes destruyendo las pasiones y los pecados del hombre. Esta es la idea que posee la inmensa mayoría de mortales. Pero existen pequeños grupos esotéricos, ocultistas o iniciáticos, que consideran que las verdades siempre son falseadas sin importar el color de quien ostente el poder.

Un dragón medieval.

Para dichos grupos, estas representaciones son las de la intolerancia, las del pensamiento único y las de todos aquellos que no permiten la existencia del libre pensador. Para ellos, al igual que otras muchas imágenes, la del caballero matando al dragón es la viva expresión del poder establecido que no permite que el conocimiento y la sabiduría alcance a los seres humanos para mostrarles el camino capaz de transformarlos en seres libres. El caballero de reluciente armadura, cuyos destellos son la imagen de

la luz, de lo celestial o lo divino, pone fin a la materia que se arrastra en lo mundano con sus deseos, pasiones y pecados. Si invertimos dicha interpretación, veremos que dicho caballero no es otra cosa que el poder del sistema, disfrazado con el hábito de luz, como acostumbra, convirtiéndose en faro y guía, señalando el camino que debe seguir el hombre para que cumpla sus deseos de control, sumiéndolo en la más completa ignorancia. Así es como es destruida la serpiente o el dragón, fuentes y símbolos del conocimiento. En realidad, se trata de una imagen contrainiciática. Alguien dijo hace siglos: «La verdad os hará libres», y esto es algo que el poder establecido tiene muy claro. Este párrafo ha sido simplemente una pequeña muestra de la extraordinaria complejidad que posee el universo del símbolo y de sus múltiples interpretaciones. Pero lo más apasionante de todo ello es que dicha multiplicidad de significados tiene la coherencia suficiente para ser válida en todos los casos. Los maestros constructores dejaron en su iconografía suficientes elementos simbólicos como para poder efectuar análisis, deducciones e interpretaciones de todo tipo. Su riqueza, variedad y expresividad es tal que podríamos pasar largos años en su observación y tan solo conseguiríamos, caso de que la suerte estuviera de nuestro lado, desentrañar y comprender una mínima parte. Tratando esa ortodoxia y heterodoxia de las imágenes de los templos, podremos comprobar, si nuestra observación es meticulosa, cómo existen algunas que gesticulan, poseen movimiento y parecen estar transmitiendo algo concreto. Una figura que posee un libro abierto entre sus manos puede aparecer más adelante en nuestro recorrido con el libro cerrado. La ortodoxia nos propondrá el significado de que se trata de un insigne personaje local, un santo o incluso la figura de un monje leyendo los Evangelios. Pero la heterodoxia intuirá que dicho personaje está «leyendo» el Libro de la Vida, el contenido de las imágenes representadas y, una vez aprendida la lección o el mensaje, cerrará el libro, señal de que el conocimiento que contenía dicha iconografía ha sido ya adquirido y la

importancia del mensaje exige que el receptor del mismo respete su carácter secreto. Esta figura con el libro en las manos a veces es sustituida por dos rostros, como puede observarse en el friso de la portalada de Santa María de Narzana en el Principado de Asturias. Uno de ellos se presenta con los ojos abiertos, el otro los tiene cerrados. Ambos rostros aparecen al principio y al final de una serie iconográfica. Si efectuamos su «lectura» a partir del rostro con los ojos abiertos, estará indicándonos que debemos seguir uno a uno los signos representados hasta llegar finalmente al rostro que los mantiene cerrados. Ello significa que nuestra llegada tendrá que efectuarse con nuestros ojos bien abiertos, para poder asimilar el mensaje, que una vez aprendido será personal e intransferible y tendrá que interiorizarse, acción representada por el rostro con los ojos cerrados.

Un grupo cuyo mensaje es difícil de interpretar. ¿Se trata acaso de la transmisión de un secreto a unos aspirantes a la iniciación? Villalcázar de Sirga, Palencia.

En cambio, si nuestra observación se efectúa en sentido contrario, los rostros estarán ofreciéndonos otro significado. Habremos llegado ignorantes, con nuestros ojos cerrados, a otras realidades. Después de su «lectura» y de su comprensión, ya no permaneceremos ciegos, pues a partir de aquel instante estaremos en posesión de unas verdades que nos abrirán los ojos para siempre.

¿Hay algo más tras estas escenas que representan tareas que se hacen a lo largo del año, que lo que representan a simple vista? Mensario de la iglesia de San Miguel, Beleña de Sorbe, Guadalajara.

El estilo Románico es el que posee probablemente una mayor riqueza iconográfica animal. En el capítulo correspondiente, intentaremos penetrar en su apasionante mundo y el de sus significados. Aunque las figuras zoomorfas tampoco se libran de esa ortodoxia y heterodoxia. La visión de un ave lanzándose sobre su presa, por citar un ejemplo, es aparentemente una escena de cetrería, una secuencia de caza o simplemente una escena de supervivencia. Pero más allá existe un significado oculto y, en consecuencia, una enseñanza. El espíritu celestial y volátil (el ave) atrapa a la presa (la materia) para poder manifestarse y darle vida. Como vemos, de nuevo ambos conceptos tienen validez según el estado de conciencia y nivel de comprensión del observador. La comprensión de los símbolos se efectúa a través de una lectura interior, personal y profunda de la realidad como resultado de la identificación entre el sujeto que conoce y el objeto reconocido. El símbolo y su mensaje tienen su razón de ser en el instante en el que el individuo se relaciona con éste y se convierte, por así decirlo, en el centro de ese universo de claves, conceptos y conocimientos. Hay seres que reciben impresiones y emociones ante determinadas imágenes, y otros, ante las mismas, quedan indiferentes. Cada cual percibe según su naturaleza, su estado emocional y sus niveles de conciencia. Algunos ven solo lo aparente, otros miran y ven que nada es lo que parece. Este es el poder del símbolo, donde ortodoxia y heterodoxia van de la mano y todo resulta ser según el cristal a través del cual se mira.

Capítulo 3 EL LABERINTO

PROSIGUIENDO CON EL APASIONANTE MUNDO DEL SÍMBOLO y de los conceptos que de él se derivan, el laberinto es de cita obligada. Que el hombre prehistórico haya utilizado la cueva como habitáculo, es indiscutible. Que algunas de estas cuevas fueron reservadas exclusivamente para otros menesteres que los de su cotidianidad, parece más que probado. Su utilización supuso un salto cualitativo en la evolución y desarrollo del ser humano. En ellas comenzaron los ritos funerarios, ceremonias y otras prácticas mágico-sagradas. De la simple materialidad se pasó a una toma de conciencia de trascendencia y la caverna representó ese punto de encuentro en el que el brujo, chamán o sacerdote ponía en práctica los rituales. Así fue como estos lugares considerados sagrados por el hombre, cubiertos y cerrados, pronto tomaron características similares entre culturas y civilizaciones que empezaban a despertar y a desarrollarse. Allí donde la Naturaleza no proveía de grandes oquedades, el ser humano comenzó a crearlas artificialmente en la medida de sus necesidades. Construcciones calificadas de ciclópeas fueron apareciendo por la cuenca mediterránea, la denominada fachada atlántica y el norte de África. Algunos especialistas son de la opinión de que la construcción del primer laberinto, versión artificial de las cuevas que se comunicaban entre sí a través de pasadizos y corredores, fue atribuido a Ammenemés II, faraón de la XII dinastía según el historiador Herodoto [4] , quién mandó edificarlo en Haouara, en la depresión de El Fayoum, cerca del lago Moeris, (el actual Birket-Karoun). Se trataba de un inmenso y complejo palacio compuesto por centenares de salas y corredores distribuidos en distintos niveles. Después de ser abandonado por la administración egipcia, se convirtió en centro religioso dando nacimiento a la leyenda de que en dicho lugar Anubis, el dios con cabeza de perro, tomaba el alma de los difuntos faraones y los conducía con la ayuda de un hilo en presencia de Osiris

quien debía juzgarlos. Según autores de la Antigüedad como Herodoto y Estrabón [5] , el palacio de Ammenemés inspiró al arquitecto ateniense Dédalo para la construcción de la prisión del Minotauro, encargo del rey cretense Minos. Esta leyenda cretense, transmitida por la literatura grecolatina, se convirtió en la fuente más citada por la cultura occidental y tomada como referente indiscutible de la psicología moderna, en el estudio del complejo universo del inconsciente del ser humano. No cabe duda de que la leyenda griega toma elementos y aspectos de los misterios egipcios. Su relación con la muerte, la posibilidad de que el alma del fallecido no encuentre el camino hacia la trascendencia y la necesidad de un hilo físico que le permita alcanzar dicho objetivo. Estas analogías que constituían sus bases e interpretaciones alegóricas, vieron con el paso del tiempo como otras venían a superponerse a la leyenda original.

Teseo mata al Minotauro.

Laberinto y muerte son sinónimos. Resulta fácil perderse tanto en el egipcio como en el griego. Incluso el propio Anubis se encuentra impotente sin la ayuda del hilo que pueda indicarle el camino estrecho y tortuoso que conduce a la salvación. El alma del difunto no debía perder de vista a su guía y Anubis no podía soltar dicho hilo bajo ningún pretexto, pues entonces ambos se verían condenados a una penumbra eterna entre la muerte de los hombres y la vida de los dioses. Tanto Anubis como Teseo precisaban de este hilo para llegar a su objetivo. Sin él, Anubis se extraviaría y, perdiéndose, perdería también el alma que le había sido confiada. Teseo por su parte, sin este hilo, prueba del amor de Ariadna, no podría salir del laberinto. Para ambos, sea para que el alma

del egipcio alcanzase la paz del centro, o que el cuerpo de Teseo llegase a reencontrarse con la luz del exterior, el hilo era absolutamente necesario. A pesar de que para los griegos, la imagen del laberinto no era básica ni necesaria para los conceptos filosóficos o metafísicos que poseían, y no tenían necesidad de tomar prestado un laberinto egipcio al que añadir a su mitología sobre la muerte, pues ya tenían el símbolo del Styx, río que se enroscaba en nueve anillos alrededor del Hades [6] , ello no impedía que los autores griegos tomaran la idea de procedencia egipcia como un jalón que relacionase estrechamente ambas culturas. Sean legendarios, míticos o alegóricos, no cabe duda de que los laberintos de Ammenemés y de Minos han llegado hasta nuestros días con toda su carga de simbolismo. Con la llegada del cristianismo, cuyo comienzo fue difícil, precario y lleno de dificultades tanto externas, como las persecuciones a las que se vio sometido, o las que se añadieron con las escisiones internas de las llamadas primeras herejías como el gnosticismo o el arrianismo, pongamos por caso, el laberinto y sus interpretaciones desapareció y se ausentó de la realidad de los primeros cristianos. Este signo profano y en consecuencia pagano no tenía cabida en las directrices que se estaban estableciendo en aquel momento. No olvidemos que el judaísmo estuvo durante largo tiempo en contra de las ideas helenísticas y que los primeros cristianos, herederos en cierta medida de una ortodoxia judaica, siguieron sus mismos pasos. El laberinto no aparece en la iconografía cristiana hasta después del Edicto de Milán del año 313, y precisamente en los confines del área de influencia helénica, en África del Norte. Es el más antiguo laberinto cristiano conocido y fue encontrado en El Asnam, en la localidad de Orleansville en Argelia, en la basílica de San Reparatus que data del año 324. La misma edificación proclama la más pura tradición de los templos romanos y sus mosaicos son los típicos suelos que construyeron por todas partes durante siglos y que son una de sus características principales.

Anubis.

Este laberinto ofrece un motivo central en el que figuran las palabras SANCTA ECLESIA, en una especie de palabras cruzadas o crucigrama, dispuesto como si se tratara de una especie de «juego de la oca», pero también bajo el aspecto de un cuadrado mágico. En San Reparatus, el objetivo a alcanzar recorriendo dicho laberinto es la salvación que ofrece la Santa Madre Iglesia, aunque su forma e intencionalidad recuerde mucho más a aquella felicidad eterna que era buscada por los faraones al penetrar en el laberinto de Ammenemés que a la muerte segura que esperaba a las víctimas de Cnossos. Efectivamente, podemos encontrar un paralelismo entre la victoria de Teseo y el triunfo del hombre sobre la muerte que le ofrece la Iglesia, pero no es menos cierto que la finalidad de Teseo era la de «salir» del laberinto y no solamente la de llegar a su centro.

Reconstrucción ideal del laberinto de San Reparatus.

Cuando se contempla el laberinto de San Reparatus se ve claramente su juego de letras, la repetición constante del lema siempre incompleto si exceptuamos que, solamente partiendo de su centro, podremos leer las dos palabras que lo forman. Ello puede llevarse a cabo en cuatro ocasiones: Partiendo de la letra S del centro hacia la derecha y hacia

abajo, del centro hacia abajo y a la izquierda, del centro hacia la izquierda y hacia arriba y finalmente, del centro hacia arriba y a la derecha. Solamente efectuando este orden en su lectura, es cuando aparece SANCTA ECLESIA en toda su extensión. Únicamente entonces es cuando la disposición de esas cuatro lecturas forman, sorprendentemente, la imagen de una svástica, uno de los símbolos más antiguos de la humanidad y que no resulta precisamente sospechoso de pertenecer a la simbología cristiana, sino todo lo contrario. Además, cabe resaltar que la palabra ECLESIA está escrita con una sola C, cuando normalmente se escribía con dos. Esta aparente falta ortográfica tal vez fuese intencionada a fin de transformar un simple juego de letras en un cuadrado mágico basado en el número 13 considerado místico. El laberinto cuyas medidas no permiten recorrerlo físicamente, (2,40m x 3m), tenía que efectuarse con la observación, posiblemente meditando su mensaje. Aunque soy consciente de que puedan tratarse de simples conjeturas, creo que a partir de ese momento la imagen del laberinto empezó a tomar un cariz mucho más profundo y simbólico, que poco a poco fue adquiriendo interpretaciones varias y que solo unos pocos sabían desentrañar. Espirales y laberintos han sido representados desde la prehistoria, los petroglifos de las lajas graníticas de todo el mundo son prueba de ello. En contramos su imagen a un lado y al otro del Atlántico, en África y en Asia, entre culturas distantes entre sí por miles de kilómetros. Tal vez este símbolo pertenezca al inconsciente colectivo desde la noche de los tiempos, allí donde se pierde la memoria. La forma espiro-helicoidal en el espacio y tomando una dirección horizontal determinada tomará el aspecto de un muelle que simbolizará el proceso evolutivo humano. Este movimiento de hélice codifica el desarrollo y la continuidad de los distintos estados de la existencia. Estos se repiten, pero siempre en planos diferentes. Algunos estudiosos ven en cenefas y lacerías la representación simbólica de dicho proceso.

Los grados de la Iniciación también siguen el mismo modelo. Por eso suelen expresarse gráficamente bajo la forma de una escalera de caracol ascendente: «el Dragón del conocimiento» o «la Serpiente de la Sabiduría». Dichas formas aparecen con frecuencia enroscadas en las columnas de algunos templos partiendo de su base, que es la representación de lo físico y material, para ir subiendo en una lenta ascensión hacia lo superior y lo trascendente. Su aspecto serpentiforme es aprovechado para darle una explicación eclesiástica claramente ortodoxa como representación de la serpiente, es decir, del pecado. Según la tradición de los gremios medievales, los compañeros constructores, cuando celebraban sus rituales iniciáticos, efectuaban una vuelta alrededor del templo y por su interior, siguiendo el movimiento del sol y se detenían en los símbolos que iban apareciendo en el recorrido, mientras recitaban las fórmulas del gremio correspondiente al que pertenecían y proseguían esta ronda hasta terminar la circunvalación del edificio. El recorrido del rito comenzaba en el centro de la iglesia, allí donde se unen las energías del Cielo y de la Tierra. Era entonces cuando comenzaba una andadura circular o, mejor dicho, un camino en forma de espiral en el que el iniciado recorría el interior del templo de izquierda a derecha, según las manecillas del reloj; seguía por el muro norte, el muro del este y el del sur, hasta llegar a la puerta, en el oeste, saliendo al exterior. Con ello simbolizaba el paso de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento. Un cambio a otro estado de conciencia y una nueva realidad. Una vez en el exterior, proseguía su ronda iniciática por el lado norte de la construcción, allí donde el sol no luce, oculto por la noche, y sigue su curso por el espacio para nacer por el este, donde se cruzaba en el camino del iniciado, que seguía su andar hacia el sur, donde se encontraría con el astro rey en toda su fuerza y plenitud, recibiendo sus rayos benefactores, símbolo del conocimiento representado en numerosas

ocasiones por el oro o el disco solar, para más tarde reencontrarse con él, en el oeste, en el pórtico de entrada al templo y ya en el proceso de declive. Esta muerte-resurrección del iniciado era a imitación del ciclo vital y sin fin del ocaso y nacimiento del rey de los astros. Tengamos presente que nos hallamos en plena Edad Media, época en la que la Astrología regía los destinos del ser humano y ello marcaba las pautas de conducta en esa búsqueda de trascendencia y en el comportamiento a seguir para acceder a ella.

El laberinto de Amiens, un juego de iniciación de los artesanos que trabajaban para los gremios medievales.

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha ritualizado sus creencias manifestándolas en cánticos y bailes. Danzas circulares alrededor de las hogueras en la noche de San Juan celebrando los solsticios, círculos de piedras de época prehistórica, trilitos en Stonehenge configurando una forma circular, megalitos que parecen estar indicando la salida y la puesta del sol o los equinoccios, y todo ello separado por el espacio y el tiempo y pertenecientes a culturas y civilizaciones muy diferentes y además distantes entre sí.

Tradiciones ancestrales que pasaron de generación en generación y que en la actualidad perviven bajo el aspecto de fiestas populares que, lamentablemente, han perdido su significado original que habría que buscar por los recovecos de la memoria. El significado simbólico y todo aquello que representaba se ha convertido en un folclore colorista. Las llamadas danzas tradicionales son po siblemente los residuos de aquellas otras que se llevaban a cabo en honor del sol. De ese culto al astro rey, que surgió desde la más remota antigüedad, procede el apelativo de Culturas Solares. No es de extrañar pues que los caminos de iniciación de los canteros medievales recordasen el movimiento del sol, su forma circular y que además, conociendo la existencia de los llamados petroglifos prehistóricos en los que aparecen espirales y laberintos, tomasen dichas formas como base para la adquisición simbólica de ciertos conocimientos. A su vez, el laberinto con el paso del tiempo, se convierte así mismo en mucho más abstracto y sus contenidos menos evidentes. Como tantas veces, la Iglesia ante la imposibilidad de negar la leyenda original, le da un sentido relacionado innegablemente con el concepto original, pero con nuevos valores, asociados lógicamente con sus dogmas y creencias. El combate de Teseo con el Minotauro pasa a ser representativo de la lucha del Bien contra el Mal, la victoria de San Miguel sobre el diablo, o San Jorge sobre el dragón, en definitiva, el triunfo del creyente, una vez efectuada su andadura por el tortuoso camino de su vida mortal, sobre la muerte. El florecimiento del laberinto viene a producirse durante los siglos XII y XII, principalmente en las grandes catedrales góticas. Su imagen aparecerá en Poitiers, Amiens, Auxerre, Reims, Mirepoix, Saint-Omer, Saint-Quen tin o en Tolouse en forma octogonal, cuadrada o circular, incrustado en el enlosado de la nave o bien mucho más discretamente en una sala capitular como el caso de la catedral de Bayeux, o inmenso

como el conocido por todos de Chartres. Nos hallamos frente a una expresión formal que impregna el psiquismo humano más universal. El huso alargado en el que está el hilo que ofrece Ariadna a Teseo servirá para desenvolverlo en el interior del laberinto. Una vez cumplida su misión, Teseo regresa enrollándolo de nuevo, tomando perfectamente una forma circular. El huso alargado representa las imperfecciones de su ser interior, que precisa desenvolverse y superar una serie de pruebas. La esfera que construye al recuperar el hilo simboliza la perfección lograda, una vez completado el proceso y saliendo al exterior. En algunos vasos encontrados en el Ática vemos la figura de Teseo portando un hacha de doble filo que recibe el nombre de Labris y que, según la tradición, fue el arma del dios Ares-Dionisos, quien recorrió el primer laberinto.

El más famoso laberinto místico, el de la catedral de Chartres.

El hacha o la espada han sido siempre emblemas de la voluntad. Para abrirnos paso dentro de nuestro propio laberinto interior es necesario ante todo esta fuerza rectora. El hilo que sirve para encontrar el camino de regreso es la memoria, que nos evitará caer en los mismos errores cometidos en el pasado. En realidad Ariadna entrega una clave, una

solución personal. El Minotauro es la materia, lo físico y mundano que nos atrapa como una cárcel, igual que a Teseo. No cabe duda de que estamos ante un arquetipo de nuestra psique más profunda: el inconsciente colectivo de C.G. Jung [7] . Podemos imaginarnos el descenso de esta forma espiro-helicoidal desde el espacio, representando así el recorrido que efectúa la energía universal para que, atravesando distintos planos, niveles y estadios del Cosmos, en su descenso se convierta en energía cada vez más densa, hasta alcanzar el estado de la materia, tal y como la conocemos. Si el recorrido es efectuado en un sentido inverso, es decir, ascendente, representará entonces la evolución. Como las espirales, tampoco los laberintos son patrimonio exclusivo de una u otra filosofía, religión o cultura. Ya desde la noche de los tiempos aparecen petroglifos esparcidos por todo el mundo con este motivo. Con el tiempo, dichas formas geométricas abandonaron las lajas pétreas para incorporarse al hábitat del ser humano, apareciendo en puertas y ventanas, y convirtiéndose en motivos ornamentales recurrentes de la orfebrería y la cerámica. Así fue como pronto llegaron a formar parte de la arquitectura. Palacios, ermitas, iglesias y catedrales poseen espirales y laberintos de todo tipo. En todo caso, no siempre implican alusiones iniciáticas. En numerosas ocasiones, fueron escogidos simplemente como elementos decorativos para embellecer un volumen arquitectónico, un muro o el capitel de una columna. Pero incluso en estos casos su selección nos revela que estamos ante una expresión formal que impregna el psiquismo humano más universal. Sin embargo, cuando las espirales y los laberintos poseen un significado esotérico, generalmente aparecen junto con otros elementos indicadores de que nos encontramos ante un lugar trascendente y frente a símbolos que nos desvelarán su contenido, ayudándonos a proseguir nuestra experiencia de adquisición de nuevos conocimientos.

Estas espirales, y sus múltiples variantes que pueden observarse a través del ancho mundo, han sido también utilizadas como esquema del laberinto, símbolo que nos permitirá abrir otras puertas y alcanzar otros horizontes. El laberinto de Abydos, en Egipto, era conocido como «el caracol». De forma circular, en sus pasillos se celebraban las ceremonias iniciáticas de los antiguos Misterios, al igual que sucedía en Newgrange, Irlanda, en cuya entrada se erigía una piedra con el símbolo de la espiral. Estamos ante el sentido último de la aventura del Yo que, una vez alcanzado el objetivo, pasa de las tinieblas a la luz y de la ignorancia al conocimiento. En este sentido, el símbolo representa la victoria de lo espiritual sobre lo material, de la inteligencia sobre el instinto y de lo eterno sobre lo perecedero. Este recorrido iniciático formaría parte de uno de los muchos secretos que se atribuyen al rey Salomón y, en consecuencia, dichas representaciones tan recurrentes en las catedrales europeas recibieron el nombre de «Laberintos de Salomón». El centro de éstos es un punto arquetípico en el cual reside el Principio Supremo que es necesario buscar. Dicho punto se encuentra en el espacio sagrado y ordenado del templo. Constituye el lugar secreto y oculto al profano al cual solo se puede acceder atravesando el mítico laberinto que va del atrio al altar, de la periferia al centro del templo, en un periplo que evoca al del psiquismo humano durante el proceso iniciático de búsqueda. Estos conceptos profanos, al cristianizarse, no perdieron su esencia a pesar de recibir calificaciones y denominaciones propias de la ortodoxia imperante. Los laberintos de las catedrales eran conocidos en la Edad Media con el nombre de «Camino de Jerusalén». Pero no se trataba de evocar la imagen de la ciudad histórica, sino de la «Jerusalén Celeste», citada en los Evangelios. Los maestros constructores pertenecientes a los gremios herméticos medievales, como los llamados «Hijos de Salomón», sobre quienes planeaba la sombra alargada de la Orden del Temple, conocían perfectamente el significado del laberinto y su

representación simbólica. Durante años en sus construcciones dejaron la impronta de sus conocimientos bajo un leve barniz cristianizante, evitando de esta manera confrontaciones con el poder establecido que, en definitiva, era quién contrataba sus servicios. Su mensaje y su legado están ahí, en la mudez de la piedra, esperando a que el buscador de verdades trascendentes descubra los saberes y conocimientos que se encuentran en el alma de la piedra.

Los petroglifos en forma espiral son una de las primeras manifestaciones de la espiritualidad humana. En la foto, Newgrange, Irlanda.

Recorrerlo es una renovación interna. Lo importante no es llegar, sino hacer camino. Estar en él, vencer las pruebas que se presentan y decidir en cada de sus encrucijadas. Se trata de la propia vida en la que hay que elegir en cada instante. Hay que dirigirse hacia Occidente, a lo desconocido, donde se pone el Sol, allí donde el cuerpo perece y los iniciados regresan a su patria celeste. Todo buscador posee ese hilo de Ariadna que puede permitirle recorrer su propio laberinto y destruir ese Minotauro interior, que le impide alcanzar otros niveles superiores de conciencia. Portaladas, canecillos, metopas y capiteles, son el testimonio de ese parpadeo cósmico que es el hombre y de su esfuerzo espiritual para trascender su condición y eternizarse.

El castillo de Ponferrada fue uno de los principales de la Orden del Temple.

Capítulo 4 CLAVES Y RITOS

SEGÚN SOSTIENE LA TRADICIÓN, en la antigüedad se realizaba un sacrificio humano, enterrando a un hombre en el centro de la obra un punto equidistante de las cuatro esquinas del mismo, pues existía la creencia de que de no hacerlo así el templo se derrumbaría inexorablemente. Con el paso del tiempo la crueldad de dicho ritual desapareció y los maestros de obras se contentaron con sacrificar un gallo negro a las entidades subterráneas cuyos dominios iban a ser violados cuando comenzaran las excavaciones del suelo. Este sacrificio de cimentación, efectuado de noche y en secreto, que era como una forma de buscar el perdón de la Madre Tierra, iba acompañado por la colocación y consagración de una piedra en un hoyo excavado especialmente para tal fin en el centro de la obra. Esta piedra era llamada «piedra angular» o «piedra cimera» y representaba el punto de mayor elevación del templo. Con los años ese ritual se convirtió en simbólico. Una mesa rectangular se revestía de blanco para que representara un gran bloque de piedra blanca y se elegía a un Hermano para que interpretara el papel de víctima sacrificial de tiempos pasados. Seis hombres levantaban el su puesto bloque de piedra sobre su cabeza, tras lo cual se procedía a su examen con la escuadra, el compás y la plomada, como se hacía tradicionalmente. El «sacrificado» oía las palabras rituales que destacaban la entrega de su vida para garantizar que la solidez del edificio estaba garantizada y se mantendría en pie para siempre. En el presente, en la consagración de los altares cristianos, todavía persiste la costumbre de la llamada «piedra del ara» en la liturgia latina o la «antimensión» en las iglesias orientales, las cuales deben contener reliquias o cenizas de algún santo o santa. Otro sacrificio llamado de «inauguración» se celebraba públicamente durante el día. Su finalidad era obtener el perdón del cielo por edificar en elevación invadiendo reinos celestiales. Era un ritual semejante al de la cimentación pero en sentido opuesto. La palabra latina inauguratio

significa comienzo, principio, o si se prefiere, el arranque de toda empresa que desea llevarse a cabo. Este ritual iba acompañado por invocaciones y rezos propiciatorios. Entonces se consagraba otra piedra, que se reservaba para la última ceremonia y que era depositada en un lugar concreto. Estas ceremonias y rituales se llevan a la práctica en la actualidad cuando se coloca la «primera» piedra de una construcción o cuando una vez terminada, se iza una bandera como reconocimiento del hecho. Corrientemente dicha imagen se utiliza para indicar que durante las obras no ha habido desgracias personales, habiéndose perdido el sentido primigenio de dicho simbolismo. El simbolismo de la obra prosigue con la piedra cúbica esencialmente de «fundación» por ser una de las cuatro que se colocaban en los ángulos del futuro edificio y por ello es conocida como «piedra angular». El ritual que se realizaba alrededor de dicha piedra tenía como finalidad mágica la de «insuflarle vida» para que el alma de la misma «despertara». Con ello vemos un claro paralelismo en el relato del Antiguo Testamento con la creación del hombre del barro (tierra igual que la piedra), al que Jehová insufla la vida.

Los altares cristianos eran consagrados poniendo las reliquias de un santo en una pequeña oquedad practicada en su centro.

La piedra bruta, al tallarla, perdía así todas sus impurezas en un acto extremadamente simbólico. Para los Maes tros constructores la piedra bruta no era otra cosa que la «materia prima» indiferenciada o el caos, tanto microcósmico como macrocósmico. En cambio, cuando estaba completamente tallada y pulida, llamada «sillar», representaba el acabado o perfección de la «obra». No cabe duda de que este simbolismo está emparentado con el alquímico, cuya finalidad es la eliminación de las impurezas de los metales para obtener el oro, paralelismo que encontramos en la transmutación de las imperfecciones e impurezas del ser humano (vil metal) en un ser trascendido, de luz, cuyo tránsito a un nuevo estado del ser es representado por lo áureo o incluso por el símbolo solar. El oro, que siempre ha representado el poder y la riqueza,

poseía también el simbolismo de lo oculto, lo trascendente y el conocimiento. El sol venía así mismo a simbolizar la luz espiritual y por ello se convirtió en el centro de veneración de las filosofías y religiones llamadas dualistas, que la Iglesia transformó años más tarde en el Sol Invictus de Cristo, al no conseguir borrar de la memoria popular ese culto ancestral. Tengamos presente que la Astrología y la Alquimia se encontraban muy presentes en la sociedad medieval y en la mente de las gentes. Prosiguiendo con el apasionante mundo del simbolismo, comprobaremos como éste estaba presente en el alma de los gremios herméticos medievales. Esa Alquimia citada anteriormente era todo un universo que subyacía en todo el proyecto constructivo, fiel reflejo de la evolución humana. La propia construcción y el camino que tenían que recorrer los miembros de estas hermandades para realizarlo y llevarlo a efecto no eran más que un camino iniciático personal e intransferible. El miembro de la hermandad que ostentaba el grado de aprendiz, por ejemplo, reconocía su condición de «piedra en bruto» que era preciso trabajar. El paso de aprendiz a compañero (compagnon) se realizaba con dos herramientas: la escarpia y el mallete. La escarpia es pasiva, símbolo por lo tanto femenino; el mallete, en cambio, es masculino al ser un utensilio activo. El mallete simboliza el principio creador y la escarpia actúa como la transmisora de dicha voluntad creadora. Esa herramienta que suele deformarse en el transcurso del trabajo precisaba de ser constantemente afilada y rectificada para que mantuviera su posición correcta. En la misma línea, el sendero espiritual lleno de obstáculos y errores es un recorrido a lo largo del cual el caminante debe rectificar al igual que dicha herramienta y «afilar» permanentemente sus virtudes internas para seguir evolucionando y alcanzar la trascendencia. Precisamente los útiles de trabajo que pasaron a ser representativos de esta «masonería operativa» tenían una representación simbólica que

permanece todavía hoy día. La escuadra es símbolo de la materia, la plomada representa el equilibrio y el compás la espiritualidad.

El alquimista, también geómetra y arquitecto, manejando elementos simbólicos aplicables a la construcción.

Una vez finalizado el trabajo, el aprendiz habrá asumido las características de la denominada «piedra cúbica», su estabilidad y solidez, superiores a las de otros poliedros regulares. El contenido de la

experiencia, voluntad y concentración, constituían los pilares del sistema operativo de aquellas hermandades del medioevo y son las que la Masonería moderna ha llevado al terreno de lo especulativo. «Cada hombre debe tallar su propia piedra» dice la Orden de la Francmasonería, término que proviene según cuenta la tradición, de la Edad Media y cuya expresión franc-maçons significa constructores francos o libres en francés. De nuevo la tradición relata que, una vez delimitado el recinto donde se iba a levantar la construcción, tres constructores inauguraban esta llamada «primera piedra». Más tarde, para dar comienzo a las obras propiamente dichas, el número se elevaba hasta siete y, finalmente, nueve constructores consagraban el recinto. Esta serie de pasos calculados y medidos configuraban el espacio que contendría el templo con un aura mágica, con vibraciones o, si se prefiere, con un tipo de energía cosmo-telúrica muy especial. Créase o no, son muchas las personas sensibles que llegan a percibir dicha energía en determinadas construcciones que han sido consideradas desde antaño como especiales.

La tradición medieval de la piedra cúbica fue también conservada por los iniciados renacentistas. Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial, mandó a Luca Cambiaso que la

reflejase en uno de sus frescos. El que está sobre el coro.

El ritual, constituido por invocaciones, palabras secretas y gestos corporales, era acompañado por un recorrido a modo de deambulatorio. A medida que la ceremonia se iba desarrollando, el lugar se transfiguraba, pasando de ser una tierra profana a convertirse en un lugar sagrado. Una vez que el recinto era santificado, quedaba preparado para recibir las obras de aquellas hermandades de constructores. Creo que una vez llegados hasta aquí, la formulación de la siguiente pregunta resulta obligada: ¿Hasta qué punto un lugar es por si mismo sagrado o bien es la mano del hombre quién lo convierte así? La cultura celta denominó a esas corrientes cosmo-telúricas subterráneas wouivres, las mismas que son denominadas en Oriente como «las venas del dragón». No cabe duda de que dichas corrientes fueron conocidas por los maestros constructores. Hace años, cuando la Geobiología todavía estaba en mantillas, una investigadora suiza, Blanche Merz [8] , se dedicó al estudio de esas «serpientes subterráneas» recorriendo medio mundo estudiando los principales enclaves considerados especiales y sagrados. La archifamosa catedral de Chartres, de cuyo estudio se ocuparon ampliamente el misterioso alquimista Fulcanelli [9] y el investigador francés Louis Charpentier [10] , se sabe que fue edificada encima de un dolmen alrededor del cual los sacerdotes druidas celebraban sus ritos. Dicho lugar se convirtió con el tiempo en el punto de encuentro más importante de toda la Galia. Así fue como con los años y en plena Edad Media, Chartres se transformó en centro de peregrinación mariana. Los feligreses penetraban en la catedral por el norte, entonando salmos y rezos en honor de la Virgen Negra y descendían hasta la cripta (entrañas de la Tierra, matriz, útero...) y rendían homenaje a Nôtre Dame du soussol, es decir, nuestra Señora de Bajo Tierra. Después de beber agua del pozo milagroso, salían al exterior por la galería sur, en un recorrido iniciático y escuchaban como la tradición narraba la historia de la

venerada imagen.

La catedral de Chartres, un lugar de poder desde tiempos de los celtas.

Se cuenta que mucho antes del nacimiento de Cristo, dicha imagen fue esculpida por los druidas bajo la inspiración de un ángel que les anunció el nacimiento de un dios del seno de una virgen. Así consta en la base de la imagen en la que se indica que se trata de una Virgine Pariturae, la virgen que parirá. Más tarde, encontrada por los cristianos, llamaron al lugar, y aún se sigue haciendo, la gruta druídica en la que se encontraba el pozo del que bebían los creyentes, conocido como «Pozo de los Fuertes». Este centro de peregrinaje anterior al cristianismo era un santuario custodiado por una de las tribus celtas, la de los «carnutos», los guardianes de la piedra, que no es otra que el famoso dolmen sobre el que se erigió la catedral y que posiblemente fuera el corazón de los iniciados druidas. Insistir sobre dicha catedral resultaría fuera de lugar, pues han sido varios los autores con mayor autoridad que se han dedicado a ello. Pero el hecho de estar tratando el mundo de los canteros y de las investigaciones de Merz, buenos serán algunos apuntes al respecto. Esas corrientes que acentúan el estado de ánimo, las emociones e incluso la salud sobre aquellos que se encuentran en ellas, produce lo que muchos califican como estados alterados de conciencia. No resulta pues nada extraño, que una corriente principal cruce el subsuelo del templo. Pero lo curioso del caso es la existencia de otras catorce que, a modo de ramales, fluyen bajo el ábside y cruzan el coro exactamente igual que en la también famosa catedral de Santiago, en la que dichas corrientes están indicadas por marcas de mármol negro que destacan del resto.

Una Virgen Negra, la de Santiago de Compostela, quizá inspirada en la de Chartres.

Según la red Hartman [11] que cubre el planeta en cuadrículas de dos por dos veinticinco aproximadamente, cuando dichas fuerzas se cruzan, resultan nocivas tanto para el cuerpo como para la mente. La intensidad de dicha fuerza que es medida por las llamadas unidades de la escala Bovis [12] , cuando se encuentra por debajo de las 6.500, resulta perjudicial. Por encima de las 9.000, el efecto provoca excitación y nerviosismo y cuando sobrepasa la nada despreciable cantidad de las 18.000 unidades, la concentración de fuerza es tal que, a decir de los geobiólogos, solo los

iniciados pueden soportarla. A poco observadores que seamos, probablemente habremos vis to como en ocasiones, en el interior de templos importantes, visitantes que recorrían la nave, el deambulatorio o bien el coro, ha bían rectificado de manera inconsciente el trazado o trayecto de su recorrido. A veces se apartan en su andadura de un punto determinado para luego proseguir. Otros, quedan como embelesados en un lugar concreto, como absortos mientras contemplan una imagen concreta o una vidriera multicolor. No solamente el visitante puede quedar extasiado ante la contemplación del extraordinario trabajo que llevaron a cabo canteros y artesanos medievales, existen otras poderosas razones no visibles, que son las que pueden provocarle esos estados contemplativos llegando incluso a veces, caso de que la persona sea muy sensible, a experimentar una situación que puede rozar el mismo éxtasis. Estos puntos vienen a resultar como el catalizador para que la psique actúe sobre la propia conciencia. Las mediciones efectuadas donde se hallaba antiguamente el altar, pues éste fue desplazado de su lugar, dieron la cifra de 11.000 unidades. Ni que decir tiene que en la celebración de la liturgia, la intensidad de dichas fuerzas tenía influencia en el oficiante. En cuanto al famoso laberinto de su enlosado, las mediciones exteriores, es decir antes de penetrar en él y comenzar su recorrido, dieron la cantidad de 6.500 unidades. En los sucesivos anillos interiores se alcanzan las 13.500. Luego, como para buscar claramente un contraste entre el recorrido que se lleva cabo y la llegada a su centro, la energía baja en picado hasta las 2.000 unidades para que, de repente, el caminante se vea envuelto por una fuerza de 13.500 unidades cuando llega a su destino: el centro. ¿Cosa del azar? ¿Simple casualidad?

Un rincón misterioso en la catedral de Ávila. Un lugar para contemplar desde dentro y meditar en su profundo significado.

No, los Maestros constructores conocían perfectamente dichas fuerzas así como la existencia de los conocimientos de los druidas que eran transmitidos oralmente. Si para los constructores el laberinto era un símbolo asociado a la Madre Tierra, representada por la Virgen Negra, ello se correspondía con el conocido ritual muerte-resurrección de los iniciados, y para los gremios medievales recordaba su parentesco con Dédalo, el maestro de obras del palacio de Cnossos de Creta que, según la tradición y la leyenda, había creado la danza ritual e iniciática a través de la cual se recorría dicho laberinto. Tal vez fue en su honor cuando los Maestros constructores adoptaron la espiral o la concha de caracol representativa de su oficio para simbolizar su recorrido, calculado, medido, lento pero seguro y cuyo rastro apenas visible (el del conocimiento) era solamente conocido por aquellos que pertenecían a su propio gremio. Por ello podemos contemplar en raras ocasiones a pequeños seres, a gnomos, montados encima de un caracol por ejemplo en la Catedral de León, en el Monasterio de San Juan de la Peña o en la Catedral de Nôtre Dame de l'Épine, en Francia. Así es como el compañero llega lentamente a su destino final, recorriendo su propio laberinto interior en el que le amenaza el minotauro de sus imperfecciones y cuyos conocimientos (el hilo de Ariadna) le permitirán vencer y tener acceso a la trascendencia. Cada uno de los laberintos medievales poseía características diferentes que le conferían su propia personalidad, pero siempre relacionados con la vía iniciática. En el que desgraciadamente desapareció de Reims, por poner un ejemplo, se podía contemplar una de esas tradiciones compañeriles. En él, aparecían en cuatro esquinas de su forma octogonal cuatro personajes que portaban los útiles de su oficio, la escuadra, el compás, etc., mientras que en el centro se veía la capa del maestro de obras. El mensaje era evidente: había que pasar por los diferentes grados de aprendizaje para llegar al grado de Maestro.

Biómetro de Bovis.

Ni que decir tiene que este proceso de cambio de conciencia, de transmutación del hombre viejo en el nuevo es un referente claramente alquímico y no lo es menos lo que muchos investigadores, como Charpentier o Moreau, citan en relación con la Astrología cuando han llegado a comprobaciones que destacan la ubicación de aquellas catedrales dedicadas a Nuestra Señora y su parentesco con el diseño estelar de la constelación de Virgo en el cielo estrellado. Chartres, Reims, Amiens, Bayeux y Laon poseían un laberinto y su emplazamiento correspondía con dicha constelación, la de la Virgen Madre, la Virgen Negra, madre de las religiones más antiguas. ¿Todo ello resulta involuntario, debido al azar, o bien estaba planificado de antemano? La «piedra cúbica», aquella en que se basaba toda una filosofía de vida y existencia por parte de los constructores, se ve representada en el soporte o trono de las Vírgenes Negras. Conocido con el nombre de «trono de Sabiduría», posee forma de dado y ello le confiere un sentido alquímico. Simboliza la piedra filosofal y para que su transformación simbólica y definitiva esté completa precisa de una serie de siete operaciones (recordemos el rito efectuado por siete miembros de la hermandad), con la que se obtiene la cifra veintiuno, resultado de la suma de los puntos marcados en cada una de las seis caras del dado. Trono cúbico de la diosa Isis o Tabla Isíaca. La materia prima en la que se basa la Alquimia es considerada de naturaleza femenina y símbolo de la Madre Tierra de la que todo surge, nace y se desarrolla. Además, la llamada «leche de virgen» es el agua mercurial imprescindible para la Ars Magna. Encontrar esa materia prima, precisan los textos alquímicos, es dirigirse a los yacimientos en los que encontrar metales, a las minas, ir «bajo tierra», a las entrañas de esa madre que aguarda pacientemente a que extraigan ese elemento que se denomina «el sexo de Isis» y que, una

vez lograda toda la compleja operación con éxito y obtenida la buscada piedra filosofal, es también denominada como «el Niño». Ese deambular por el universo de la Alquimia, tedioso para algunos, permite acercarnos mejor al mundo de los constructores y de nuevo intentar esta vez «ver» en lugar de «mirar» su obra y comprender mejor el proceso seguido hasta la consecución de su trabajo y todo aquello que contiene de trascendente. No es posible abandonar la obra de los constructores de la catedral de Chartres sin detenernos, aunque sea brevemente, citando sus famosas y polémicas vidrieras. Si las he calificado de polémicas no lo hago por motivos de contenido, sino por los medios usados en su realización. Opiniones contrapuestas ponen en entredicho las técnicas utilizadas. Las vidrieras de las catedrales, compuestas por decenas de cristales de límpidos colores, nos ofrecerán todo ese mundo de símbolos que estamos intentando reconocer y describir. Si tenemos la suerte de encontrarnos ante ellas un día en el que los rayos del sol incidan directamente sobre el edificio, podremos ver, sorprendidos, cómo un haz de luz, al igual que in inmenso proyector, irá efectuando un recorrido concreto por el interior de la catedral. Empezará naturalmente por un punto e irá recorriendo lentamente las losas del suelo, los marcas de cantería de columnas y muros o bien los capiteles en los que los conjuntos de imágenes estarán ofreciéndonos su mensaje evangélico. Como si se tratara de un puntero luminoso, dicho haz nos estará indudablemente indicando la secuencia de imágenes y el orden que debe seguirse para «leer» el supuesto mensaje grabado en la piedra.

Chartres, convertida en un icono de las catedrales europeas, posee entre otras maravillas unas cristaleras impresionantes. Cada día, cuando pasa por su eje, el Sol ilumina el interior del edificio con tonalidades y colores que transportan al visitante a mundos de ensueño. Pero el espectáculo más interesante y curioso a la vez es, posiblemente, el que se produce el 22 de agosto, correspondiente al 15 del mismo mes del calendario Juliano utilizado en la Edad Media, cuando un haz de luz ilumina la cristalera central de la catedral y la imagen de la Virgen situada en la parte superior de dicha vidriera, y se proyecta en el mismo centro del famoso laberinto con una intensidad tamizada. El hecho de que la composición de los cristales originales de la Edad Media posea características especiales hace sospechar que fueron manipulados con «recetas» secretas, confiriendo una luz especialmente homogénea, cuyo efecto no consiguen las actuales. Esta diferencia es la que provoca que la «proyección» de la imagen de la Virgen, por ejemplo, arroje como resultado una mancha precisa de tono azul pálido exquisito. Esta suavidad cromática conseguida por los

artesanos medievales parece proceder ciertamente de los cielos. A pesar de todo, los estudiosos niegan posibles manipulaciones y conjuros mágicos en la confección de dichas vidrieras. Para ellos, esos efectos de luz son debidos a las impurezas que contienen los cristales como ondas, rayas o burbujas. De ser así, bienvenidas sean dichas imperfecciones. Lamentablemente, y de forma gradual, la técnica se perfeccionó, se usó el calor y la presión para teñir el vidrio regularmente o de manera uniforme, consiguiendo eliminar las burbujas, impidiendo que los bordes se rizaran, quitaron marcas e impurezas, consiguiendo un cristal liso y transparente. Pero estas nuevas vidrieras no desafiaban al sol y éste las atravesó como si no existieran. Los rayos del sol ya no eran transformados o transmutados al pasar por los cristales y su cruda luz baña uniformemente el interior del edificio. Las otras, las imperfectas, siguen iluminando mágicamente Chartres. Aconsejo al visitante de dicha catedral una paciente espera de casi media hora para poder contemplar todo el esplendor del fenómeno que se produce generalmente entre las 14,00 y las 14,30. El desplazamiento merece la pena. Obra del maestro Clemente, las vidrieras también muestran los distintos oficios de la época, evidentemente pasajes de las Escrituras y figuras de nobles y mecenas que costearon su realización. A pesar de que el arte de las vidrieras era muy antiguo, en realidad solo floreció cuando el gótico de altas bóvedas vino a reemplazar al estilo románico de gruesos muros y pequeñas y estrechas ventanas. Ahora los inmensos y altísimos ventanales daban mayor luz y color en el interior de los templos. La claridad del exterior penetra hasta el alma del creyente cuando se halla en estado meditativo y las vidrieras sirven como un baño de color a los rayos del astro rey antes de que lleguen al suelo.

La vidriera de San Apolinar, en la catedral de Chartres, repleta de claves alquímicas.

La luz en las catedrales, como en esta de Palma de Mallorca, se tamiza y se convierte en un reloj que sigue el movimiento de la luz.

Se cuenta que cuando el maestro Clemente iba a confeccionar una de las vidrieras dedicada a uno de los oficios, en este caso el de los zapateros, usó métodos casi idénticos a los utilizados por los egipcios, sistema que dio muy buenos resultados. Colocaba pigmentos naturales entre láminas de vidrio tosco y soplaba con desigualdad la superficie con lo que llegaba a provocar burbujas. Más tarde cocía el conglomerado hasta que el color deseado penetraba en el vidrio. No seguía ningún método para saber cuales eran las cantidades de color que llegaría a absorber y cuales no. Para cortar el

vidrio a la medida que precisaba, usaba un hierro candente que a veces rizaba los bordes provocando con ello que la lámina se rasgara en numerosas ocasiones. Finalmente, aplicaba ácidos para obtener diferentes texturas pero sin saber de antemano qué efectos producirían en los colores. Ante técnicas tan poco ortodoxas, primitivas y dejando resultados al azar, obtuvo un vidrio extraordinario que resultaría ser un obstáculo para los rayos del sol. Las imperfecciones, manchas, rajaduras, burbujas y marcas no solo iban a retardar que los rayos incidieran directamente con su poderosa luz, sino que iban a impedir el proceso natural de penetrar en el interior del templo, cambiando su fuerza deslumbradora por otra tamizada, más hermosa que la natural. Todos los colores del día y su luz, desde el crepúsculo hasta el ocaso, se encontraban en la catedral «gracias» a las imperfecciones de sus vidrieras. Una de las muchas vicisitudes que sufrieron dichas vidrieras aconteció cuando al escultor Charles Antoine Bridan (1730-1805) se le encomendó la restauración y decoración del coro. El artista esculpió la Ascensión de la Virgen y seis bajorrelieves. Fue entonces cuando comprobó como algunas vidrieras estaban deterioradas, además de dar poca luz. Mandó destruirlas para ser sustituidas por otras nuevas que son las que pueden verse en la actualidad. Toda la magia de siglos que aquellos cristales habían aportado al interior de la catedral desapareció en pocos instantes. Ahora, unos claros han borrado de la memoria su recuerdo. Si el trabajo de Clemente ha sido calificado de burdo en cuanto al procedimiento, sus resultados son los que han motivado la disparidad de criterios. Para algunos, los conjuntos coloristas que trasmutaban la luz solar eran vidrios alquímicos. Los especialistas y maestros vidrieros eran adeptos al Ars Magna, conocida también como La Gran Obra de la Alquimia. Eran estudiosos de la transmutación de la luz y sus efectos sobre la conciencia. Cu rio samente, dando un sal to de siglos, nos encontramos en la actualidad ha - blando de Cromoterapia y de sus

posibles propiedades sanadoras. No es cuestión de dilucidar quienes llevan razón. Lo importante son los hechos, provengan de donde provengan y en este caso, todo hace pensar que fuera el método de Clemente o bien el de los alquimistas vidrieros, la cuestión es que cuando se contempla un rosetón, pongamos por caso, estamos observando un mandala de luz, un soporte para la meditación. La meditación y la contemplación no son exclusivas de Oriente.

Un taller de antiguos vidrieros.

Una vez nos alejamos de la impresionante catedral de Chartres y de

los misterios y enigmas que encierran sus piedras, proseguiremos en esta ocasión con un pequeño apartado que bien podría denominarse numerológico en lo que respecta al número de canteros que llevaban a efecto los rituales y que fue citado anteriormente. Dicho número no era arbitrario. El tres representaba un orden intelectual y espiritual en Dios, en el Cosmos y en el hombre. Simbolizaba al Dios único manifestado en la Trinidad. No olvidemos que una de las herramientas utilizadas por los constructores era la escuadra y dicho utensilio evocaba el triángulo, el tres y los ternarios. La influencia del antiguo Egipto resulta evidente. El triángulo equilátero, el ojo de Amón-Ra y el sol emitiendo sus rayos venían a simbolizar conceptos semejantes, utilizados también posteriormente por la Masonería moderna. El siete aludía a los días de la Creación, a los siete planetas, a los siete grados de la perfección, a los siete pétalos de la rosa y a un largo etcétera. Algunos septenarios hacen alusión a los siete cielos, en ocasiones representados por siete círculos concéntricos como el caso de la estela templaria que se levanta en la plaza del pueblo soriano de Narros. Dicho número también significa la totalidad del orden moral, angélico, celestial y la unidad en su totalidad de las energías espirituales. Puesto que estamos tratando el tema del esoterismo de los constructores y de sus conocimientos, cabe indicar que el número cuatro, que simboliza la Tierra y sus cuatro puntos cardinales, al asociarse con el tres, que simboliza al Cielo, dan al número siete un valor representativo de la unión de lo terrenal con lo celestial, del mundo material con el espiritual, de lo visible con lo invisible. En definitiva, la edificación de un templo no era otra cosa que elevar y trascender la materia, lo terreno (la construcción) hacia lo celeste o divino (su altura o elevación). Como todos sabemos, nueve es el cuadrado de tres. Nueve constructores serán quienes terminen el ritual. El nueve está estrechamente ligado al Uno, puesto que dicho número posee la potencialidad del tres y representa la esencia de todo lo manifestado de

manera dinámica por el universo primordial al que tiende a unirse y fusionarse. Los nueve meses de la gestación son los necesarios para el alumbramiento. Nueve artesanos «gestarán» el alumbramiento del templo. En la liturgia, la «novena» simboliza el final, el tiempo que se ha completado y ha llegado a su fin. Toda la potencialidad del Uno que va manifestándose en los números siguientes se cierra o completa cuando el nueve vuelve a dicha unidad primigenia. En definitiva, los nueve constructores son el símbolo del trabajo necesario para «dar a luz» el templo una vez terminado. El Árbol Sephirótico de la Cábala [13] , conocido también como el Árbol de la Vida y el Conocimiento, está formado por diez Sephirots o esferas de energía, agrupadas de tres en tres, es decir en tríadas. La primera de ellas representa los atributos de Dios, la segunda el Mundo Moral y la tercera el Mundo Físico. La número diez es el resumen de las anteriores, la Armonía del Mundo. El estudio y el significado oculto de las palabras que se encuentran en los libros sagrados del judaísmo se realizan a través de la Cábala, siguiendo unos patrones establecidos en los que se combinan las letras y su valor numérico de acuerdo con el alfabeto hebreo. El proceso conocido como «hopkhmat ha-zeraf» está constituido precisamente por tres sistemas: el Notarikon, la Gematría y la Temurah. No cabe duda de que los Maestros constructores tu vieron contactos y se relacionaron con los judíos de las aljamas de las ciudades, así como con la Orden del Tem ple, promotora y a la vez protectora de dichas hermandades. No es de extrañar pues que muchos de estos conocimientos cabalísticos pasaran a manos de las hermandades de constructores y que la estrella de seis puntas se convirtiera en uno de los distintivos de los llamados «Hijos de Salomón». Estrellas que podemos ver en algunas iglesias especiales cercanas a los caminos de peregrinación desde tiempos remotos, como en los casos de la iglesia de Santa María de Azogue en Galicia, la ermita de San Bartolomé de Campisábalos en Guadalajara, o en

la de la Virgen de la Oliva en Villaviciosa, Asturias. Prosiguiendo con el número nueve, recordemos que los llamados cuadrados mágicos están formados por nueve casillas, y tampoco olvidemos que el simbolismo pitagórico de los números era conocido desde antiguo y sus correspondencias muy utilizadas. El nueve, siendo la última de las unidades, anuncia al mismo tiempo un final y un comienzo, en una serie infinita de transposiciones. Estos conocimientos estaban acompañados por palabras clave y signos de identificación entre los gremios de constructores. Ello hacía siglos que era tenido en cuenta por la escuela de Pitágoras.

Un indicio de la presencia de la cábala en San Bartolomé de Campisábalos, Guadalajara.

La escuela del sabio griego poseía algunas características que más tarde

serían adoptadas por los canteros medievales en sus logias. La escuela de Crotona [14] poseía una estructura jerárquica entre sus alumnos, quienes estaban divididos en matemáticos, los cuales ya habían sido iniciados en los secretos de la escuela y los acusticoi u oyentes, que eran aquellos aprendices que esperaban la iniciación propiamente dicha y que hasta llegado el momento recibían las enseñanzas simples y básicas, siempre tras una cortina que les impedía ver a su maestro y a quién escuchaba únicamente de viva voz. Este tipo de jerarquía fue muy similar entre los canteros medievales al estar divididos en aprendices, oficiales y maestros. Por otra parte, entre los pitagóricos existía una «ley de secreto» que les impedía revelar sus conocimientos a los no iniciados. Si alguien quebrantaba esta ley del silencio era considerado un hereje de inmediato, siendo repudiado e ignorado por sus compañeros. Esta misma regla la encontraremos siglos más tarde entre los constructores, como evidencian algunos documentos que se conservan como los Estatutos de Ratisbona de 1459 [15] . Dichos documentos son explícitos al respecto: «Ningún trabajador, ni maestro, ni jornalero enseñará a nadie, llámese como se llame, que no sea miembro de nuestro oficio y que nunca haya hecho trabajos de albañil, cómo extraer el alzado de la planta de un edificio». Ello obligaba al aprendiz recién ascendido a oficial a no revelar los conocimientos adquiridos y permanecer en la obligación del secreto. En la actualidad lo indicamos con las palabras «secreto profesional». Al igual que había sucedido con la escuela de Pitágoras y su pentagrama, entre los canteros medievales existía también una serie de signos y señas de identificación que no podían ser reveladas y que eran recibidas una vez terminado el aprendizaje. Entre algunos de dichos símbolos se encontraban el famoso compás, la escuadra, la plomada y los niveles que, siglos más tarde, serían adoptados por la masonería especulativa. Todas estas enseñanzas procedentes de la antigua Grecia pasaron a las logias medievales a través de dos vías: la primera, mediante

la arquitectura aportada por los constructores romanos (llamados Collegia Fraborum) y por otra parte, los conceptos de la filosofía platónica, neo-platónica, deudora de Pitágoras y recogida por los llamados Padres de la Iglesia. Esas doctrinas de corte esotérico, oculto e incluso místico, se hace patente en los templos medievales y en especial en las catedrales, pues todos ellas siguen las reglas de un tipo concreto de matemáticas consideradas sagradas. Así fue como en época medieval se representara a Dios como el Arquitecto del Universo y una vez más, después de siglos, pasase también a ser símbolo de la masonería especulativa, imagen representada con un compás en las manos, símbolo de los constructores y que aparece en muchos templos medievales. La importancia de esta geometría sagrada se manifiesta en algunos de los textos conservados de los maestros masones, en los que a su vez puede apreciarse el anteriormente citado secreto de oficio recibido en su aprendizaje como en este texto de época medieval que dice así: «¿Conoces tú este punto? ¡Todo irá bien¡ ¿No lo conoces? ¡Todo será en vano!» Uno de los arquitectos más conocidos del siglo XIII fue sin duda ninguna el maestro Villard de Honnecourt [16] , cuyos dibujos y diseños nos ofrecen de manera inigualable la vida y la cotidianidad de los miembros de las fraternidades o corporaciones de constructores. En sus cuadernos que se conservan en la biblioteca Nacional en París, el famoso pentagrama pitagórico es la base de sus diseños y una constante para que de una manera geométrica, dibujase animales, plantas, rostros humanos, etc. Si en el presente trabajo se han citado influencias de otras épocas anteriores a la Edad Media y se ha insistido en los distintos conocimientos de la época como la Astrología, la Alquimia o la Cábala, todos ellos convergentes e influenciando en la construcción de los edificios, lamentablemente son muchos los historiadores del arte, medievalistas, académicos y licenciados en distintas materias que objetan

que tales afirmaciones son meras especulaciones sin fundamento o fantasías ocultistas. Lo cierto es que una observación detenida, sin prisas, rastreando cada rincón y cada detalle, nos ofrecerá una visión más cercana a la realidad que la pretendida oficial. Posiblemente alguien se rasgue las vestiduras si afirmamos que en numerosos edificios aparece la Cábala hebrea, por ejemplo. ¿En un templo cristiano? Efectivamente. La denominada Gematría, otro de los aspectos ocultos y esotéricos de las construcciones medievales, es la relación de los números con las letras.

Imágenes de los cuadernos de Villard de Honnecourt.

De forma similar a lo que sucede en la tradición he brea con la Cábala, la Gematría es una ciencia denominada tradicional que interpreta de forma simbólica las palabras a partir del valor numérico de las letras que las componen, ya sean estas hebreas o griegas. En ambos casos es posible la «traducción» de palabras a números, e interpretar estos de manera simbólica, y viceversa. La búsqueda de estos números puede esconder verdades ocultas para el profano. Esta práctica cabalística también fue conocida y empleada de forma habitual por los maestros constructores del Medioevo. Tal vez uno de los ejemplos más sobresalientes de lo expuesto se halla en la catedral de Troyes en Francia. La clave de su cabecera se encuentra a una distancia del suelo de 88 pies y 8 pulgadas. Si se unen cifra y número tendremos 888 que es la cifra que obtenemos usando la técnica de la Gematría al «transmutar» el nombre de Jesús en griego. A saber: IHSOUS. Estos son sus valores numéricos: I (10) + H (8) + S (200) + O (70) + U (400) + S (200) = 888. Si ello es ya sorprendente de por sí, todavía existen otras correlaciones numéricas por ejemplo con sus columnas o pilares. Miden 6 pies y 6 pulgadas y la iglesia poseía nada menos que 66 de estos pilares. Si en el Apocalipsis el número 666 simboliza a la Bestia, no cabe duda de que dichas columnas sostienen unas bóvedas con los Apóstoles que deben «aplastar» al Maligno. El simbolismo gemátrico de dicha catedral sigue ofreciéndonos determinados conocimientos que escapan al profano. Estudiosos e investigadores han observado que este templo posee 144 ventanas, posiblemente en alusión a los 140.000 elegidos del Apocalipsis de san Juan. A ello puede añadirse que el triángulo utilizado para obtener el alzado del templo «esconde» un ángulo de 26 grados, cifra del nombre de Dios en hebreo: IHVH. El especialista francés Jean Hani [17] cita, entre algunos ejemplos, el de la iglesia de Saint-Nazaire en la localidad de

Autun, cuya longitud y anchura del edificio suma la cifra de 257, que equivale a NAZER. Esta palabra significa «la corona del príncipe», pero si observamos que NAZER y NAZARENO son similares o iguales, ello vendría a significar «la corona del Rey Jesús, el Nazareno». Asimismo, la conocida catedral de Notre-Dame de Paris posee una longitud de 390 pies, que representa «la ciudad de los cielos». Estas combinaciones numerológicas que eran utilizadas por los constructores en realidad procedían de mucho más antiguo. No sorprende en absoluto que los conocimientos que poseían, las claves secretas de identificación y los gestos y palabras de pase de los gremios, llegaran a ser motivo para que aquellos masones «operativos» de la Edad Media fuesen condenados por la Iglesia en diversas ocasiones, debido a todo ese mundo de secretismo, de enseñanzas, costumbres y rituales. Esta institución ha deseado siempre conocer la vida de los individuos y la de la colectividad para poder mantener un control sobre ella. No cabe duda de que conoce la máxima hermética que sostiene que «Saber es Poder». Es así como en el siglo II de nuestra era proclama la confesión y la penitencia como necesarias para el creyente, convirtiéndolas en el mejor medio para mantener el control de las conciencias. El lector se estará preguntando si en realidad estas hermandades no poseían un talante de corte pagano más o menos mezclado con una especie de extraña magia ceremonial, ancestral o primitiva. La verdad es que los miembros de dichos gremios eran fervientes cristianos y asistían regularmente a la liturgia religiosa. Pero una cosa son las creencias y otra muy distinta los conocimientos. La dedicatoria que el maestro de obras Jean de Chelles consagró a Nôtre Dame de Paris lo confirma. Su traducción es la siguiente: «El año del Señor de 1257, y el segundo día de los «idus» de febrero, Jehan, el Maestro cantero de Chelles, dedicó esta iglesia a la Madre de Cristo». Pero ello no es óbice para que los miembros de esos gremios

herméticos medievales sintieran deseos de conocimiento, que un clima intelectual se desarrollara en sus logias y que, poco a poco, pudieran llegar a convertirse en libres pensadores. Desde la más remota antigüedad, el sistema establecido sabe que su poder se basa en el control sobre la ignorancia de las gentes y eran precisamente estos ámbitos de difusión del conocimiento lo que preocupaba a la Iglesia. En la actualidad, resulta difícil saber para el especialista, el estudioso o el simple aficionado, entre los que me cuento, en qué momento la realidad llegó a fundirse con la leyenda o el mito. No cabe duda de que los constructores de ermitas, iglesias y catedrales poseían grandes conocimientos en todos los sentidos. Además, tal y como ya se citó, si en aquella época la Astrología y la Alquimia formaban parte de la cultura, no resulta difícil imaginar que los canteros y artesanos pudiesen estar en contacto con practicantes de dichas especialidades y se interesaran por su estudio. Ciertamente no existen pruebas documentales que den fe de ello, pero cuando se contempla su trabajo surge la evidencia de que conocían sus principios. Es más, incluso se advierte que no solamente sabían orientar adecuadamente los templos en relación al astro rey y su relación con los equinoccios con fines religioso-espirituales, sino que conocían las sagradas proporciones y la distribución de los volúmenes, además de que todos los elementos que todavía en la actualidad calificamos de ornamentales tenían una función concreta y no puramente decorativa.

Los gremios de constructores medievales empleaban claves secretas que se transmitían directamente de maestros a discípulos.

Es evidente que cada cual ve aquello que desea ver. Para una inmensa mayoría, la iconografía del Románico o del Gótico está formada por símbolos que representan vicios y pecados, así como las virtudes necesarias para combatirlos. Otros en cambio ven entre dichas imágenes mensajes ocultos que encierran verdades trascendentes. La verdad sea dicha es que ambas posturas son complementarias y, por lo tanto, pueden ser consideradas correctas y no excluyentes. En ocasiones, aparecen significados procedentes de un primitivo gnosticismo. En otras, mezcladas entre representaciones de los Evangelios, de los Apóstoles o escenas de la vida de Jesucristo surgen conceptos e ideas que, aparentemente, no debieran formar parte del conjunto iconográfico. Cuando se conocen las edades y los períodos zodiacales y sus signos respectivos o los símbolos utilizados por los alquimistas y su significado, la visión que poseíamos de dichas imágenes cobra un nuevo sentido; en consecuencia, debemos admitir que los constructores dispo nían de este conocimiento y que intencionadamente lo integraron en sus obras. Como si trataran de lanzarnos una especie de guiño, las iglesias de los siglos XI, XII y XIII poseen elementos iconográficos que no tienen relación alguna con la cerrada idiosincrasia supuestamente cristiana. Símbolos zodiacales se encuentran en algunas de ellas, recordando antiguas religiones paganas de origen solar, a pesar de que el cristianismo también lo es. Simbología que curiosamente está rodeando la figura central de Cristo en muchas de sus portaladas. Un claro ejemplo de ello puede contemplarse en San Isidoro de León. El origen egipcio de muchos de los elementos de la iconografía cristiana y el de la exaltación de la Virgen con el niño resultan más que evidentes. El culto a la diosa Isis se extendió por todo el Mediterráneo a

través del mundo grecolatino y perduró hasta bien entrada la Edad Media. Esa divinidad representante de la sabiduría de la tierra, que propiciaba el paso al más allá y el resucitar de los muertos, vio como los antiguos santuarios dedicados a ella se convertían en centros de culto mariano. Esa divinidad procedente de Egipto pronto tuvo en las religiones llamadas mistéricas su propia representación en las figuras de Cibeles, Astarté, Hera o Gaia. Todas ellas ofreciendo sentimientos de corte religioso y esperanzas de trascendencia al sufrido ser humano. Ya desde la prehistoria lo femenino, principio fértil, en este caso activo, era venerado y se erigía en ser supremo por encima de todas las otras divinidades. Con el tiempo, ello vino a convertirse en el principal enemigo de las clases sacerdotales de todas las épocas, pues su machismo propugnaba insistentemente la masculinidad de las divinidades, muy alejadas del hombre y cuya única finalidad era la de que el creyente siguiera a pies juntillas la obediencia que se les debía, pero siempre, evidentemente, bajo los auspicios y directivas de la clase sacerdotal, siempre autoproclamándose autorizada en ser sus representantes e intermediarios entre ellas y el hombre. Ello motivó que en los primeros años de institucionalizarse la Iglesia, sus dirigentes ante la conocida popularidad que había adquirido todo lo femenino evitaran por todos los medios la exaltación de la Virgen María evangélica. El culto isíaco estaba extendido y en pleno auge por todo el territorio del Imperio en el momento de hacer su aparición el Cristianismo. La conocida frase: «si no puedes con tu enemigo, únete a él» fue llevada a efecto por la Iglesia y con el tiempo esas figuras paganas fueron convirtiéndose en la Virgen cristiana que poco a poco fue tomando la importancia que merecía en sus aspectos simbólicos, lógicamente cristianizados. Así fue presentándose la «nueva» religión, portadora de mensajes de esperanza, que en modo alguno fueron exclusivas de su doctrina, sino que ya existían desde la noche de los tiempos adaptándose siempre a cada época y a cada cultura. El naciente

Cristianismo tomó prestadas costumbres, ritos y hasta numerosas devociones, incluso disfrazadas, que fueron el inicio de su cuerpo doctrinal, separándose de todo componente hebreo que era el que servía de base en sus comienzos. Lo citado en los dos últimos párrafos de forma breve y sucinta es una ínfima parte de cómo se gestó el nacimiento de la Iglesia y de su turbulenta historia, y en modo alguno ha sido con la pretensión de llenar caprichosamente un espacio, pues en la edición de todo trabajo dichos espacios resultan extremadamente valiosos. Su exposición ha sido motivada por el hecho de que si «mirar» no significa forzosamente «ver», si tenemos ocasión de ello, podremos en algunos casos «ver» lo citado anteriormente en algunas de las iconografías que estemos contemplando. Más allá de lo físico y lo aparente, se encuentra todo un universo de símbolos que los masones operativos supieron cómo representar para transmitir conocimientos bajo la forma de mensaje pétreo. El alma de la piedra guarda a través de los siglos saberes que en la Edad Media eran considerados secretos y que solo podían desentrañar aquellos que estaban preparados para recibir su enseñanza. La finalidad de la Francmasonería era la de formar libres pensadores, con los conocimientos necesarios para elevarlos por encima de la condición común de sus contemporáneos a través de una exigente selección y posteriores iniciaciones. Esa piedra cúbica que se citó anteriormente, y que representa al iniciado, estará apta para unirse a las demás una vez cumplidos todos los requisitos. Pasará a formar parte con otras hermanas, de la construcción del edificio, ese templo convertido en obra social que permitirá a sus congéneres la trascendencia. Los masones, unidos en una empresa común, levantan el edificio a la gloria del Gran Arquitecto del Universo: Dios. A pesar de que las superficies de la piedra pulimentadas y regulares son obtenidas por el mazo y el cincel, símbolos de la voluntad y del juicio, y aunque se presenta desbastada, aún no es perfecta ni utilizable. Tiene que

ser perfeccionada y resultar pura y perfecta. El cantero recibe entonces una segunda iniciación y se le hace entrega de la regla, la escuadra, el compás y la palanca, que no son propiamente herramientas de su rango de oficio pues en realidad pertenecen al Maestro de obras y, aunque trabaje con ellas sin comprender todavía su significado, son las que le permitirán llevar a cabo una obra duradera. En esta etapa, el albañil conoce perfectamente su oficio, pero le falta el conocimiento, la visión de conjunto de la obra completa. Cuando alcance el grado de Maestro poseerá todos los secretos del arte.

Dios, el Gran Arquitecto del Universo, en medio de un triángulo, con la esfera en sus manos como representación de su obra.Una imagen de tradición masónica.

El grado de compañero básicamente se corresponde con la etapa de las

antiguas iniciaciones. A través de la piedra el albañil va moldeando, por llamarlo de algún modo, sus cualidades humanas. Discernimiento, ecuanimidad, equilibrio y coherencia serán necesarios para que sus facultades intelectuales sigan el adiestramiento correcto y tenga plena conciencia de la trascendencia de su trabajo. El tesón, el esfuerzo y la voluntad son representadas por el mazo, el cual dejará de representar una fuerza ciega para convertirse con cada golpe en certera y precisa. Esa voluntad bien dirigida llevará al cincel sobre el punto donde su acción es deseable, de manera que la piedra adquiera la forma que habrá de perfeccionarse para que sea digna del edificio que se ha de construir. Además del mazo o martillo (la voluntad bien dirigida) y del cincel (el juicio correcto) que son los útiles de la primera etapa, el Compañero tiene necesidad de la palanca, regla, escuadra y del compás, símbolos de las cualidades que debe adquirir. Con las nuevas herramientas sacará del bloque de piedra informe (el ser humano antes de su iniciación) la citada piedra cúbica (símbolo del iniciado). El ser humano somete y a la vez se adapta a las propiedades de la Naturaleza, sacando de ella todo cuanto contiene de sagrado. La regla le recuerda la rectitud del camino iniciado, en el que palabra y obra estarán intrínsecamente unidas y el compás le enseñará con prudencia las medidas a tomar antes de proseguir dicho camino, para conocer y salvar aquellos obstáculos que surgirán en el recorrido, franqueándolos para que no puedan detenerle en su peregrinaje. La escuadra le permitirá someter todas sus acciones a la razón y la palanca, será el apoyo moral por el que podrá «mover» todas las proporciones, volúmenes y medidas que surjan en la realización de la obra. Para el iniciado constructor, al igual que lo hizo Pitágoras en su momento, a través de la medición llega a conocer los ritmos del Universo que son la medida del mundo visible y manifestación del Número divino. Estos conceptos que el hombre moderno llega a considerar como meras supercherías o supersticiones, rodeadas de cierto romanticismo y

por que no decirlo, fruto de la ignorancia de la época, eran para el hombre de la Edad Media la expresión de la sacralidad del Cosmos y de sus misterios que debía desentrañar a través de las iniciaciones que le transmitían los secretos del oficio. El albañil recrea en las formas el Plan Divino, convirtiéndose en un eslabón de la cadena milenaria del Conocimiento. Lo práctico y lo espiritual es lo que une a esos hombres que, olvidándose de sí mismos, se transforman en intermediarios entre Dios y el mundo. El Maestro constructor y el Compañero transmutan la opacidad de su interior y su materialidad para adquirir una nueva identidad obtenida a través de las iniciaciones correspondientes, permitiéndoles ser transmisores de la luz divina que concretizan en sus obras. En realidad, esos gremios herméticos medievales se convierten en el instrumento a través del cual la divinidad se manifiesta. La armonía del Universo se ve reflejada en su trabajo, en las medidas, las proporciones, los volúmenes, las vidrieras y en todos aquellos elementos que configuran el templo. Esta transmutación de su ser es la que provoca que cada piedra, ornamento o escultura salida de sus manos tenga una relación directa con lo sagrado. El resultado del trabajo es fiel reflejo del interior del artesano, de su armonía con el Todo y ello transforma su oficio en una auténtica liturgia. Su cotidianidad es un rito y mucho antes de que la obra esté terminada es ya una obra sagrada en la que representar la Creación del Mundo. Este cambio del Ser era una auténtica obra alquímica que, no lo olvidemos, Alquimia y Astrología a pesar de pertenecer a cierta heterodoxia, eran los verdaderos motores que impulsaban a la Ciencia de la Edad Media. A pesar de que Alquimia y Astrología no son la espina dorsal del presente trabajo, el conocimiento de las mismas y sobre todo de esa otra realidad que subyace más allá de los tópicos y clichés que se han mantenido hasta el día de hoy, convierten ambas especialidades en fundamentales si deseamos penetrar en ese otro mundo que se encuentra

detrás de lo aparente. Ello podremos comprobarlo en los apartados dedicados a la compleja y rica iconografía del Románico y del Gótico. Prosiguiendo con los ritos de los gremios de constructores y según cuenta la tradición, los Compañeros cuando celebraban sus rituales iniciáticos da ban una vuelta alrededor del templo y por su interior, siguiendo el movimiento del astro rey y deteniéndose en los símbolos que iban apareciendo en el recorrido, mientras recitaban las fórmulas del gremio correspondiente al que pertenecían y proseguían esta ronda hasta concluir la circunvalación del edificio.

Sagitario en una representación románica.

El recorrido comenzaba en el centro de la iglesia, allí donde se unen las energías del cielo y la tierra, empezando una ronda circular o, mejor dicho, un camino en forma de espiral, en el que el iniciado recorría el interior del templo siguiendo las manecillas del reloj, por el muro Norte, el del Este y el del Sur, hasta llegar a la puerta en el Oeste y saliendo posteriormente al exterior. Con ello simbolizaba el paso de las tinieblas a

la Luz, de la ignorancia al conocimiento, un cambio a otro estado de conciencia y una nueva realidad. Una vez en el exterior, proseguía su ronda iniciática por el lado Norte de la construcción, cuando el sol no luce oculto por la noche y sigue su curso por el espacio para nacer por el Este, donde se cruzaba en el camino del iniciado, que proseguía su camino hacia el Sur, done llegaría a cruzarse con el astro rey en toda su fuerza y plenitud, recibiendo sus rayos benefactores, símbolo del conocimiento representado en numerosas ocasiones por el oro o el disco solar, para más tarde reencontrarse con él, al Oeste, en el pórtico de entrada al templo y ya en el proceso de declive. Esta muerte-resurrección del iniciado era a imitación del ciclo vital y sin fin del ocaso y nacimiento del rey de los astros.

Ave rapaz en una representación gótica.

Hay que insistir una vez más en que nos hallamos en plena Edad Media, época en la que la Astrología regía los destinos del ser humano y ello marcaba las pautas en esa búsqueda de trascendencia y en el comportamiento a seguir para acceder a ella. La Antropología que nos ofrece la posibilidad de acercarnos a las

creencias y conductas del hombre a través de la historia nos da a conocer como el ser humano desde tiempos inmemoriales ha ritualizado dichas creencias en cánticos y bailes. Danzas circulares alrededor de las hogueras celebrando los solsticios, círculos de piedra de época prehistórica, trilitos en Stonehenge configurando una forma circular, megalitos que parecen estar indicando la salida y la puesta del sol o los equinoccios, y todo ello separado por el espacio y el tiempo y pertenecientes a culturas y civilizaciones muy diferentes y además distantes entre sí. Tradiciones ancestrales, que pasaron de generación en generación y que en la actualidad perviven bajo el aspecto de fiestas populares, lamentablemente han perdido su significado original que habría que buscar por los recovecos de la memoria. El simbolismo primigenio se ha convertido en un folclore colorista y poco más. Las llamadas danzas tradicionales son posiblemente una especie de residuos de aquellas otras que se llevaban a cabo en honor del sol. Este deambular o recorrido de forma sinuosa o de espiral, y cuya base es el círculo, es el que se efectúa en muchas de las fiestas rurales acompañadas por los santos o patrones del lugar y que se llevan a cabo en el exterior, en plena naturaleza pero cuyo origen es el iniciático. De ese culto al astro rey, que surgió desde la más remota antigüedad, procede el apelativo de las llamadas Culturas Solares. No es de extrañar pues que los caminos de iniciación de los canteros medievales recordasen el movimiento del sol, su forma circular y que además, conociendo la existencia de los petroglifos prehistóricos en los que aparecen espirales y laberintos, tomasen dichas formas como base para la adquisición simbólica de ciertos conocimientos y los trasladaran en sus obras. Conceptos metafísicos, trascendentes y espirituales son manifestados al materializarse en la piedra. De las tinieblas del exterior, es decir la ignorancia, el buscador penetra en el interior del templo en busca de la Luz. Será la victoria de lo espiritual sobre lo material, de la inteligencia sobre el instinto, así como

de lo eterno sobre lo perecedero. Se trata de un punto, un centro arquetípico en el que reside el Principio Supremo, la divinidad que es necesario encontrar. Dicho punto se encuentra en el espacio sagrado y ordenado del templo. Ello constituye el lugar secreto y oculto al profano, al cuál solo se puede acceder atravesando el edificio, del atrio al altar, de la periferia al centro del psiquismo humano durante el proceso iniciático de la búsqueda.

La luz, a través de las estructuras geométricas sagradas de Santa Coloma de Albendiego, Guadalajara, proprociona el estado mental y emocional adecuado para adquirir el conocimiento.

Este concepto no se halla tan solo en las grandes y majestuosas catedrales, también se encuentra en la más modesta iglesia como la de Iria Flavia en Galicia. La idea de viaje o «navegación» está incluida en el lugar del edificio que se atraviesa y que, significativamente, se denomina

«la nave», orientada generalmente de Este a Oeste, en correspondencia estricta con el recorrido que realiza el sol desde el alba al ocaso. El cantero y el artesano sacralizan así la Naturaleza, pues es obra de Dios y a través de la materia, de la piedra, simbolizan el Universo que les rodea. Unen macrocosmos con microcosmos y lo visible con lo invisible, provocando con ello una catarsis en el ser humano para recordarle su procedencia y esencia divinas. Encontrar enclaves o centros en los que presumiblemente se realizaran ritos iniciáticos no es empresa fácil. Con suerte encontraremos indicios o pistas que nos conducirán a conjeturas, sospechas y a numerosas dudas y preguntas, pero difícilmente hallaremos pruebas concluyentes. Hay que tener presente que dichos lugares estaban a cubierto de profanos y curiosos y que las ceremonias se efectuaban con la máxima discreción y algunas de noche. Muchos especialistas son de la opinión de que estos enclaves acostumbran a estar situados en las proximidades de los caminos de peregrinación a montes considerados sagrados, fuentes y manantiales con propiedades curativas, cuevas en las que el ser humano encontró la trascendencia y en las que vivieron por largos años anacoretas, santos y místicos. Lugares en los que se producen apariciones o fenómenos inexplicables, zonas de megalitos e incluso antiguos castros. En definitiva, lugares de culto en los que se pierde la memoria y en los que posteriormente se erigieron capillas, ermitas o iglesias. El compagnonage, traducido literalmente como «compañerismo», era ante todo una fraternidad, de frater, hermano. No se trataba en absoluto de una corporación o de un corporativismo tal y como lo entendemos en la actualidad, en el que distintas profesiones están colegiadas para que sus miembros estén legalizados y puedan defender sus intereses. Las Cofradías son auténticas escuelas, verdaderas logias iniciáticas tradicionales. Esa es la gran diferencia entre ellas y las corporaciones, simples asociaciones de oficios. Los compagnons, esos canteros

medievales que llegan con el tiempo a convertirse en una auténtica aristocracia obrera desde el punto de vista social y en una verdadera «caballería de oficio», se comprometían libremente a seguir un compromiso moral estricto, surgido de tradiciones ancestrales formadas por reglas concretas y ritos precisos. Alejada de las estructuras y los estamentos sociales de la época, la Hermandad está abierta a todos aquellos que están dispuestos aceptar sus reglas y a unir a sus miembros con un mismo ideal. Ya desde un principio, el postulante estaba sometido a una serie de rudas pruebas en el trabajo, a efectuar las tareas más bajas y a soportar las bromas de los veteranos. Así comenzaba su primera etapa en la iniciación, al igual que acontecía en Oriente cuando muchos buscadores deseaban convertirse en discípulos para seguir las enseñanzas de determinados maestros. Ya sea en el Budismo, el Hinduismo, el Cristianismo o cualquier otra escuela filosófico-religiosa occidental, el proceso que se sigue siempre es el mismo a pesar de pertenecer a períodos alejados en el espacio y en el tiempo y a contextos geográficos muy dispares. Su objetivo: probar la voluntad, la resistencia y la conducta del adepto. Pruebas que intentan disuadirlo en su empeño, pero que si son superadas, es admitido.

Cruces sacralizando la cueva, lugar preferido de los ascetas y de aquellos que buscan el

conocimiento en un ambiente de máxima sencillez, en contacto íntimo con la tierra.

Cristo, Buda y Brahma representan tres importantes sensibilidades religiosas.

Aparte de la dedicación al estudio y aprendizaje del oficio correspondiente y al estricto cumplimiento de las leyes que regían la Cofradía a la que pertenecía, al nuevo miembro se le exigía una conducta irreprochable, el seguimiento de unas reglas que rayaban en la intransigencia y a una ruda disciplina. Aquél que transgredía una de las reglas de la Hermandad, era severamente castigado y caso de que la falta fuese considerada grave, como la divulgación de rituales o los secretos del oficio a «profanos», entonces se le expulsaba de la Cofradía. Dicho secretismo ha provocado ríos de tinta y ha sido motivo de encendidas polémicas por parte de algunos autores. Las iniciaciones son intransferibles y los conocimientos que se adquieren con ellas corresponden exactamente a los niveles de comprensión que posee el

adepto en aquél instante. Aunque todos los seres humanos somos iguales en esencia, no lo somos en cuánto a potencial, intelecto, capacidad de asimilación y carácter. Ello es lo que nos confiere nuestra personalidad. Lo que resulta válido para unos, no lo es para otros. Cada cuál recibe según sus capacidades. Un mismo ritual produce efectos distintos según el individuo. El mensaje o la lección obtenida es personal, nadie puede recorrer en nuestro lugar ese camino de búsqueda. No es posible explicar el sabor del azúcar a alguien que nunca lo ha probado. No hay que confundir el tradicional secretismo o discreción de ciertos ritos, con la intencionalidad en la ocultación de conocimientos. En toda escuela denominada iniciática, y ese era el caso de los canteros medievales, el postulante pasaba por un período de preparación, al igual que sucedía en el Antiguo Egipto, Grecia, Roma y así hasta un largo etcétera. Enseñanzas preliminares servían de base para poder pasar las posteriores pruebas, la mayoría de ellas de tipo físico, simbolizaban los conocimientos que iban a adquirirse, así como las leyes y reglas por las que se regía la escuela de la que iba a formar parte. Aunque sea un ejemplo de Perogrullo, no creo que a nadie se le ocurriera ofrecer conocimientos de nivel universitario a alumnos de primero de Eso. Lo mismo sucede con determinados rituales y saberes. La iniciación es el comienzo de un camino que no tiene fin al igual que el Saber. Siempre hay algo por aprender. De una manera o de otra, tarde o temprano, descubriremos cómo las mismas verdades universales han sido representadas por culturas y civilizaciones muy distantes entre sí. Cada una de ellas, utilizando los signos que la caracteriza, ha legado un mensaje semejante, unos conocimientos de validez universal que, en definitiva, expresan los mismos conceptos aunque con distintos lenguajes.

Capítulo 5 CATEGORÍAS DE OFICIO

EN LA MEDIDA EN LA QUE EL TIEMPO pasaba y las construcciones iban adquiriendo mayor relevancia y grandiosidad, ello demandaba a su vez mayores equipos formados por varias clases y categorías de operarios. El maestro albañil o Maestro constructor era el encargado y, actuando de forma semejante a la de un arquitecto, tenía bajo sus órdenes a un oficial y varios capataces. El oficial era el encargado de los detalles administrativos y calculaba el personal y el material necesarios para determinados proyectos y fases constructivas así como el tiempo necesario para llevarlas a cabo. Los capataces se cuidaban de la obra convirtiéndose en los responsables de la misma, cargándose sobre ellos los errores de los obreros. Los peones cortaban y colocaban las piedras, mientras los canteros se cuidaban de tallar la piedra más blanda que más tarde sería utilizada en puertas y ventanas. Los entalladores trabajaban con piedra más dura, como el mármol o el alabastro, labrando los elementos ornamentales o las estatuas, actuando en realidad como los escultores artesanos del edificio. A pesar de que generalmente dichos trabajos se realizaban en la logia, lugar a cubierto de las inclemencias del tiempo y cercano a la obra, en ocasiones, para ahorrar tiempo y dinero dichos trabajos se efectuaban en la propia cantera, exceptuando los últimos detalles. La reglamentaciones francesas de 1268 establecían claramente que: «Los masones pueden tener tantos asistentes como sean necesarios siempre que no les enseñen nada de su oficio». Existían dos clases de «masones», los simples picapedreros o «masones rústicos» quienes trabajaban la piedra común y los masones más diestros que tallaban las elegantes fachadas de las catedrales. Su material era una piedra más blanda que era conocida como «piedra libre o franca» y esos expertos en trabajarla pasaron a denominarse «masones de piedra franca» que pasó a abreviarse como «francmasones» o freemasons. Recordemos que tan solo en Francia, entre el año 1050 y 1350, se construyen ochenta catedrales, aproximadamente quinientas iglesias e infinidad de parroquias.

Existían multas que repercutían en los míseros salarios de los trabajadores. Pero cuando el error cometido era considerado de gravedad, entonces se establecía un castigo. Ello tiene cierta lógica, pues estropear una piedra durante la construcción significaba parar las obras con el consiguiente contratiempo. Cada pieza labrada y tallada era parte de un engranaje constructivo, en realidad lo que hoy llamaríamos una cadena de montaje, y la obra no se podía continuar sin contar con ella. Era necesario reemplazar la piedra para que todo el proceso no fuese interrumpido. Si se consideraba que la multa no era suficiente, se extremaba el castigo. Llegado el caso, los obreros formaban una procesión desde el lugar en donde se había estropeado la pieza. La piedra era entonces colocada sobre unas andas y se cubría con un paño negro, señal de duelo. El cantero que había cometido el error, vestido a su vez con capa negra, seguía la comitiva y la piedra llevada hasta el cementerio era enterrada mientras el culpable oraba. Cuando se regresaba a la logia, el cantero era azotado por sus compañeros.

Una ilustración de la época nos muestra los diferentes oficios que intervenían en las construcciones religiosas medievales.

Después, mientras el resto dormía, el castigado cortaba y tallaba una nueva piedra. A la mañana siguiente, si la nueva piedra tallada por la noche se ajustaba en el lugar previsto, los trabajos proseguían y se olvidaba lo ocurrido como si nada de ello hubiese sucedido. Tal situación que podría hacernos sonreír, poseía no solamente el

perjuicio material y económico, sino que además era una afrenta a todo lo aquello que se ha citado anteriormente. No olvidemos que dicho trabajo era considerado sagrado, que se estaba transformando la materia para mayor gloria de Dios y que el cantero cuando modelaba la piedra estaba manifestando su propio cambio interior. Los gestos en el trabajo eran auténticos ritos y todo ello llegaba a formar una verdadera liturgia. No es pues de extrañar que ante tal situación, el operario del medioevo precisara de otro rito para exculpar su error y apaciguar su entristecido espíritu. Si tales actos pueden llegar a sorprendernos o bien los consideramos poco razonables, tengamos presente que estamos tratando sobre la Edad Media y que debemos trasladarnos a la mentalidad de la época para comprender mejor las reacciones del ser humano de aquel período histórico. En aquella época existían los llamados «fámulos», obreros que en la escala profesional se hallaban por debajo de los canteros pero por encima de los peones. Estos fámulos habían llamado la atención de algún que otro cantero debido a sus aptitudes y les ayudaban en el desbastado de la piedra, al mezclado del mortero y a la conservación de las herramientas. El fámulo quedaba a su servicio durante siete años con el grado de aprendiz. Recordemos que el número 7 tenía especial relevancia entre los constructores. Tras duro trabajo y perfeccionamiento, y después de demostrar sus capacidades y aptitudes ante las más altas jerarquías de la logia, se recibía el tan anhelado título de maestro y, a partir de aquél instante, el aspirante era reconocido como un compagnon (compañero). Era entonces cuando empezaba un largo recorrido que podía ser de años, incluso toda una vida, en pos de nuevos conocimientos que se iban adquiriendo a medida que visitaban las obras que llevaban a cabo otras logias. Ese largo peregrinaje era conocido como el Tour.

EL «TOUR» DE LOS COMPAGNONS

La conocida vuelta ciclista a Francia que se celebra en el país vecino, llamada «Tour de France», tiene sus raíces y su lejano origen en la peregrinación que efectuaban los compagnons a través de territorio galo. Los constructores po seían una vida nómada debido a las necesidades del oficio. Esta vida itinerante era básica para su formación, ya que la Cofradía se convertía en una verdadera familia, independientemente del lugar en el que se encontrara. Las llamadas «Cayenas» eran las agrupaciones locales que eran las equivalentes a las logias. Todo constructor que estuviera llevando a cabo esta «vuelta a Francia» tenía que presentarse al «Padre» y a la «Madre», que eran los responsables de su cuidado y educación durante su estancia. Este lugar llamado la «Cayena» era también conocido con el apodo de la Madre. Allí se encontraban dos personajes muy importantes para el de sarrollo de los conocimientos del peregrino. De un lado estaba el Formador, cuya palabra ya es indicativa de su función. De otro el Presidente, también llamado Capitán, que era el Dignatario que se cuidaba de la organización y procedía a las iniciaciones y a que se cumplieran los reglamentos. Era aquí donde el aprendiz «nacía» al estado de Compañero, secundado por los cuidados de la Madre, guía espiritual que otorgaba al visitante el mismo trato que a un hijo, enseñándole buenas maneras y educación. Esta figura correspondía a una mujer casada, cuya familia pertenecía desde generaciones a la hermandad y que, conocedora de los ritos del gremio, lucía en su muñeca un brazalete distintivo de su función y rango. Sin duda alguna, esta figura femenina era la más querida y respetada de la hermandad. Al llegar a la logia, el miembro itinerante daba tres golpes en la puerta principal, la abría y gritaba: ¿Trabajan aquí constructores? Después la cerraba y aguardaba. Los que estaban en su interior se quitaban el mandil, poniéndose el jubón, se calaban el gorro y se aprestaban a recibir al huésped en el comedor o el salón. Entonces uno de ellos tomaba un cincel, como símbolo de bienvenida y salía a recibirle. Se intercambiaban

saludos, se daban un apretón de manos y, si se consideraba que todo estaba en regla, entonces era admitido. Entre dos y cinco años era el tiempo que se necesitaba para efectuar este recorrido por las más importantes ciudades, Se trataba de un peregrinaje didáctico durante el cual el caminante era contratado por algún Maestro de obras de la ciudad visitada y durante un tiempo determinado, hasta pasar a otra etapa en la siguiente ciudad. Al llegar a una logia, este cantero itinerante describía los edificios en los cuales había trabajado, así como aquellos que había visto en su camino. Enseñaba bocetos y dibujos y describía las técnicas constructivas empleadas. A su vez, los copistas se ocupaban de reproducir planos y croquis que posteriormente eran distribuidos entre otras logias. Es en el siglo XI cuando de manera casi imperceptible, el albañil va convirtiéndose en un hombre más culto y en consecuencia más valioso. Como el Románico aumentó la actividad constructora, el especialista tuvo que aprender conocimientos elementales de matemáticas y especialmente de geometría, ciencia que desarrolla la capacidad de razonar y analizar, así como la de poseer una visión tridimensional del espacio. Sus constantes viajes y colaboración en otras edificaciones le permitieron ampliar conocimientos, incluso aprender a leer y a escribir, cosa poco frecuente en la época. Fue a comienzos del siglo XII cuando canteros, albañiles y artesanos, que seguían siendo considerados meros obreros, conquistaron una serie de libertades y empezaron a organizarse entre ellos. Consiguieron el derecho a tener su «logia», es decir, un lugar a cubierto donde trabajar y celebrar sus asambleas en privado. Ello dio lugar a que tomaran conciencia de identidad y a experimentar un sentido de dignidad, desconocidos hasta aquel momento. Incluso llegaron a poseer un sentimiento de orgullo, al saberse importantes y reconocer la validez y el alcance de sus distintas especialidades. Así fue como finalmente llegaron a formar auténticas hermandades.

Es en este siglo cuando las logias de constructores se convierten en escuela con biblioteca y archivo para la conservación de planos. Durante años, no precisaron de ellos, pues todos y cada uno de los miembros de la hermandad conocían a la perfección los elementos arquitectónicos que formarían parte del proyecto y la construcción del edificio. Pero el Gótico vino a complicar su trabajo, debido a su extraordinaria complejidad, al desarrollo de nuevos conceptos del espacio, al diseño de otros volúmenes y al empleo de técnicas no utilizadas hasta entonces. Ello motivó que, a fin de reconocerse entre ellos y evitar que nadie pudiera hacerse con sus conocimientos, crearan ritos complejos y contraseñas que llegaron a convertir su oficio en secreto. Hoy día persisten todavía entre determinados grupos y asociaciones, como la Masonería, gestos de identificación como tocarse el nudo de la corbata o bien dejar el índice extendido al estrechar la mano.

Capitel de Santa María de Barello, lugar de reunión de los constructores cántabros.

Así fue como, con el paso del tiempo, dichas hermandades fueron consideradas poseedoras de saberes ancestrales y ocultos. Poco a poco, el acervo popular tejió a su alrededor un aura de secretismo que influyó

grandemente a que dichas hermandades entraran a formar parte del mito y la leyenda. Aún hoy día son denominados gremios herméticos medievales. El buscador de conocimientos arquitectónicos iba superando etapa tras etapa, siendo recibido, alojado y mantenido en sus necesidades básicas en calidad de huésped de la hermandad anfitriona. Partía generalmente de la ciudad de Lyon, capital de estos gremios y efectuaba cinco etapas obligatorias. La primera iba desde la propia localidad de Lyon y culminaba en Marseille. Las cuatro restantes cubrían un itinerario que pasaba por Bordeaux, Nantes y, finalmente, Orleans. Asimismo, aprovechando dicho recorrido, se efectuaban extensas visitas a Nîmes, Toulouse, Agen, Rochefort, Angers, Paris, Auxerre y Dijon. No es de extrañar que a lo largo de esta ruta se encuentren las catedrales más importantes y famosas.

COTIDIANIDAD Antes de proseguir con el día a día de esos gremios herméticos medievales, bueno será reconocer que se posee cierta visión idealizada y también algo magnificada respecto a dichas hermandades. Si de una parte era cierto que poseían grandes conocimientos, de otra, el contexto social del medioevo era de enorme pobreza, añadiéndose a ello creencias y supersticiones de todo tipo, procedentes del acervo popular. En consecuencia, esa estructura piramidal que siempre ha estado presente en la sociedad estaba constituida en su base, por aquellos que seguían órdenes y directrices procedentes de la cúpula, pero ello no significaba que fuesen iniciados en el más amplio y a la vez estricto sentido de la palabra. Sí lo eran en cuanto a la maestría y el dominio de su especialidad u oficio, pero no poseían los niveles de conocimientos propios de los Maestros constructores, auténticos arquitectos que, con sus trazos medidos y calculados, daban forma a la construcción. Para ingresar en estos gremios de constructores era necesario cumplir

determinados requisitos y largos períodos de aprendizaje, formación y educación, tanto profesional como intelectual. Se pasaba del grado de «aprendiz» hasta el de «oficial», términos que se han venido utilizando desde entonces y que pasaron a la Masonería, que les confirió un significado simbólico. Eran muchos los que empezaban la jornada con la señal del primer martillazo, acariciando la idea de convertirse en auténticos albañiles, pero carecían de aptitudes. La mano de obra procedente del campo era muy numerosa y se alistaba ocasionalmente en dichas obras para obtener un jornal que ayudara a soportar mejor su miserable vida campesina. Se encargaban del transporte, de encajar las piedras, instalar vigas y andamios y de mezclar el mortero, pero poco más, pues no llegaban al nivel de artesanos. La llegada de peregrinos era bien recibida, pues a cambio de su trabajo, éstos recibían comida o bien ropa usada. Tam bién la presencia de frailes trashumantes resultaba beneficiosa para los obreros. Mientras trabajaban, oían las oraciones y los rezos que les protegían de todo mal y sus plegarias o ensalmos alejaban aflicciones y demonios. El obrero común, es decir, el no cualificado, era quien más trabajaba, pero el peor pagado. En consecuencia, no se le hacía responsable en juicio o criterio alguno. En la cantera, se le indicaba qué piedra tenía que cortar; pero incluso entonces solo se le autorizaba a extraer los grandes bloques, pues los menores era tallados por los canteros profesionales, quienes les daban la forma necesaria apara ser destinados al exterior del templo. Si se le mandaba al bosque, tenían que especificarle qué árboles debía talar. Cuando bosque y cantera estaban separados por un río, estos trabajadores no cualificados, construían balsas para el transporte de la madera y los grandes bloques. Si dicho transporte se efectuaba por tierra, entonces tenían que arrastrarlos hasta su lugar de destino. Aunque en ocasiones podían disponer de animales de tiro, en otras eran ellos quienes servían como bestias de carga. Los llamados

carretilleros transportaban las piezas más pequeñas y la carretilla de una sola rueda, que solo requería un hombre para su manejo, era considerada un lujo y la más corriente, que carecía de ruedas, tenía el aspecto de un palanquín. Al finalizar la jornada laboral, los carretilleros recogían los restos y cascotes de la cantera, que al día siguiente servirían para rellenar el espacio interior que poseían los muros de doble pared.

En el corazón de los bosques quedan estas huellas del trabajo de los viejos canteros.

A este trabajo agotador a base de fuerza física, había que añadir la enfermedad, las lesiones y, en ocasiones la muerte por accidente. Por ello, los campesinos iban provistos de toda clase de amuletos y talismanes para conjurar posibles males, pues eran extremadamente supersticiosos y creían en las brujas, en los presagios de mal agüero y en las fuerzas demoníacas.

Capítulo 6 MARCAS DE CANTERÍA

LOS SIGNOS LAPIDARIOS que aparecen en sillares, columnas, bóvedas y hasta en los rincones más insospechados de los edificios están íntimamente ligados a los gremios de constructores. La inmensa mayoría de los especialistas atribuyen dichos signos a marcas mediante las cuales los albañiles hacían constar el cumplimiento de su trabajo para poder establecer su salario, por lo que equivaldrían a una especie de control contable. Otros estudiosos opinan que estos signos están relacionados con la astrología, la alquimia o incluso la propia magia. Algunos de ellos se han identificado con antiguos alfabetos que pueden también observarse en edificios egipcios, romanos o griegos. Si por definición un signo es el que posee un significado, un sentido, y cuando se trata de signos lapidarios siempre aluden a la realidad de lo que se considera sagrado, lo importante no es la grafía en sí misma, es decir su forma, sino lo que éste significa, que va más allá de la forma, la cual cumple tan solo la misión de ser un vehículo de transmisión. En realidad conecta dos realidades entre sí, la material y la espiritual, la natural y la sobrenatural, la individual y la universal, humana y divina. Ello queda unificado claramente debido a una serie de correspondencias y analogías que hacen posible el mensaje.

Algunas marcas de cantero podrían hacer referencia a instrumentos utilizados en la construcción. Santa María de Huerta, Soria.

Uno de los signos más difundidos es sin lugar a dudas la estrella conocida como de David o Sello de Salomón. Dos triángulos entrelazados que representan la unión de lo inferior con lo superior, lo de arriba con lo de abajo, lo vertical (lo celeste) con lo horizontal (lo terrestre). Otra marca que aparece bajo el aspecto de una Z, es una figuración simbólica del rayo, que en su fulgor, nacido del cielo, fecunda la tierra con su luz, uniendo así ambos mundos, el superior con el inferior. La cantidad casi infinita de marcas de cantería imposibilita una descripción pormenorizada de las mismas. Pero a pesar de ello, algunos otros ejemplos pueden ser de utilidad en nuestros viajes. Una media luna o semicírculo cóncavo con un punto en su centro puede estar advirtiéndonos que nos hallamos frente a un recipiente dispuesto a recibir y albergar las emisiones o efluvios celestiales. Ésta

figura se convierte a su vez en un símbolo de la «matriz» cósmica y también puede relacionarse con el corazón, donde reside el Espíritu en lo más profundo del ser. El centro de las emociones. Aunque la cruz sea el símbolo más representado en sus diferentes formas y en combinación con otros signos como por ejemplo el círculo (símbolo del mundo o símbolo solar). Estos son algunos ejemplos ilustrativos que nos acercan a los auténticos objetivos de los signos lapidarios. Ello nos ofrece una comprensión más clara del porqué los antiguos masones «operativos» y canteros medievales los grabaron en la piedra: la transmisión de unas ideas y unos conceptos relacionados con la cosmogonía, sus leyes y principios fundamentales, siempre utilizando formas geométricas, pues la Geometría para ellos era considerada una ciencia sagrada al igual que la arquitectura. Los esquemas básicos geométricos: el círculo, la línea (eje), el cuadrado, la espiral, el triángulo o la cruz son los que generan todos los demás signos e incluso el diseño de sus propias herramientas como el mazo, el cincel, el nivel, la plomada, la escuadra, la paleta, el compás, etc. Todo ello tiene un significado profundo que encierra la clave o llave para llegar a entender esas estructuras armónicas que configuran la propia construcción. Todo ello realizado a imagen y semejanza del modelo cósmico, pues para ellos el cosmos manifestado es una estructura perfecta creada por el Gran Arquitecto del Universo. Según cuentan los historiadores, a los canteros se les solía pagar por piezas. Cada piedra era marcada dos veces: una con las iniciales del obrero y otra con un signo correspondiente al lugar en el que sería colocada en la construcción. Antes de ser llevada al edificio, el capataz o el maestro albañil tenía que examinarlas para darles su aprobación, añadiendo a su vez sus iniciales, Si se encontraba algún defecto, se multaba al albañil y al que controlaba el trabajo efectuado con dos jornales. El día de pago semanal se inspeccionaba el trabajo hecho la

semana anterior y se anotaba en la cuenta de cada operario, añadiéndose una bonificación o bien una pequeña multa, según la calidad del trabajo efectuado.

Imagen medieval de Dios como Gran Arquitecto del Universo.

Prueba de ello es la existencia en arcos, bóvedas o muros de signos lapidarios correlativos y de manera ordenada. A pesar de que se lleva mucho tiempo en la investigación de dichas marcas, siendo catalogadas por fechas, tipos y estilos, contexto social, y otros muchos grupos de identificación, lo cierto es que dichas marcas van desde letras del alfabeto hasta inscripciones o signos indescifrables. Existen signos idénticos a los utilizados por la Astrología o la Alquimia. Pero lo más curioso del caso es que muchos de ellos son los mismos que pueden verse en los petroglifos prehistóricos. Estos grabados rupestres que se encuentran en el norte de África, América, islas Canarias, Galicia, la Bretaña francesa, Gales, etc., son iguales a numerosos signos lapidarios. Otros recuerdan las inscripciones rúnicas de los países escandinavos o los conocidos tiffanagh [18] del norte de África. He podido observar como algunas de estas marcas, ignoro si de canteros o añadidas por gentes de la época, parecería que están indicando unas pautas o unas constantes en cuanto a su ubicación geográfica. En los supuestos enclaves de la Orden del Temple, cuando en sus edificios aparecen dichas marcas, los signos se repiten. Son los mismos a pesar de hallarse muy distantes entre sí. El conocido abacus, bastón terminado en espiral, utilizado por el Ma gister o Maestro de obras, era utilizado por el Maestre de la Orden. Este signo puede ser contemplado en lugares como la famosa capilla de Eunate en Navarra, en el castilloconvento de Tomar en Portugal o bien en Galicia, en la iglesia de Portomarín, a pesar de que perteneció a la Orden de San Juan, más conocida como la de los Ho spitalarios, adversarios del Temple. Otro caso realmente curioso es el del signo llamado «gorro del bufón» que encontramos en las ya citadas Eunate y Tomar, pero también en una pila bautismal octogonal que se encuentra en la catedral vieja de Tarragona, así como en el castillo de Peralada en Gerona.

Dos representaciones del abacus, en la iglesia protogótica de San Bartolomé de Río Lobos, Soria.

Signos similares o iguales se hallan en los templos y edificios cercanos o en el propio Camino de peregrinación a Santiago. Supuestas posesiones del Temple con las mismas marcas de cantero provocan interrogantes y dudas. ¿Se trata de signos específicamente distintivos cuyo significado ignoramos o bien de un grupo de constructores itinerante, posibilidad ésta extremadamente remota? Otro dato curioso es el que ofrecen muchos de los edificios con signos lapidarios. Unos presentan gran cantidad de marcas y otros tan solo unas pocas. Siguiendo al pie de la letra a los especialistas, tendríamos media docena de signos en un edificio, lo que vendría a suponer que seis operarios se pasaron casi toda una vida levantando la construcción. Por el contrario, y siguiendo esas pautas, el templo con muchas marcas supondría gran cantidad de artesanos y albañiles que, en muy escaso

tiempo, habrían levantado una catedral. Algo no encaja, pues volviendo a la iglesia-fortaleza de Portomarín, se han llegado a contabilizar nada menos que 22 marcas de cantería distintas. Ignoramos en realidad si dichas marcas están ofreciendo información que no sabemos interpretar o bien son simplemente firmas como asegura la inmensa mayoría de estudiosos. Esas marcas no guardan una orientación concreta y su disposición no parece seguir ninguna lógica. La misma letra puede aparecer correctamente, o bien invertida, inclinada o tumbada. Generalmente son de escasa profundidad y su tamaño oscila alrededor de los diez centímetros. Esa escasa profundidad ha sido la causante de que muchas de ellas hayan desaparecido ante ese afán de muchas administraciones por «restaurar» el patrimonio local, con lo que incurren muchas veces en auténticas barbaridades. He visto cómo se han tapiado puertas porque no conducían a ninguna parte o bien se cegaba una ventana porque su cristalera estaba rota. En algunos templos se ha perdido la sacralidad de la luz, cuando ésta entraba por una abertura y un rayo del sol naciente incidía en un punto concreto de la iglesia, indicando que allí se encontraba un signo o bien una imagen que debía destacarse por algún motivo concreto. Esto sucede por ejemplo en la iglesia de Santa María a Nova, en Galicia, en la que se hallaron lápidas sin restos humanos y cuyas losas están llenas de relieves o incisiones representando a los oficios. Dicho templo poseía una ventana a la izquierda de la portalada de entrada, caso poco frecuente en ese tipo de construcciones, que daba luz a un sarcófago que contiene los restos de un extraño personaje llamado Ioan de Estivadas, y cuyo nombre se encuentra en una inscripción colocada en el almohadón en el que reposa su cabeza. Lo curioso es que dicho nombre está escrito al revés y hay que leerlo de forma especular, es decir, a través de un espejo. En la parte superior de la ventana había dos cabezas como custodiando el sarcófago. Ello fue informado en su momento por el admirado investigador y autor

Juan García Atienza. Pues bien, las cabezas desaparecieron y la ventana fue tapiada.

En los edificios sagrados se pueden encontrar gran cantidad y variedad de marcas de cantero, algunas de extraño significado.

Prosiguiendo con esas marcas de cantería y ya finalizando, podemos trasladarnos al Principado de Asturias para comprobar la posible existencia de esos equipos de constructores itinerantes. En la iglesia de San Pedro de Villanueva, en el concejo de Cangas de Onís, aparecen P y R, del derecho, oblicuamente y cabeza abajo, junto a una serie de B que siguen las mismas pautas. Si nos trasladamos ahora hasta San Pedro de Quirós, en el concejo del mismo nombre, veremos las mismas B con cierta profusión. Finalmente en el concejo de Villaviciosa, en San Juan de Amandi, vuelven a aparecer, pero esta vez acompañadas por otras marcas más complejas, como una M mayúscula inscrita en una cruz, una X que recuerda al Crismón y que se halla entre dos líneas paralelas, y algunas N, que una vez más están cinceladas del derecho y del revés. Pero las que más abundan son las B. Si situamos en el mapa de Asturias las citadas iglesias y las unimos con una línea, obtendremos un recorrido que, partiendo de las cercanías de la costa oriental, llega hasta la zona centro del Principado. «Casualmente», esta línea se halla extraordinariamente próxima a uno de los antiguos caminos que conducían a Santiago, antes de que se oficializara el denominado Camino Francés, de acceso mucho más fácil. La nueva ciencia que estudia estos signos que se en cuentran por millares y repartidos por distintos países recibe el nombre de Gliptografía. Su área principal de investigación son los dibujos grabados fundamentalmente sobre piedra como las marcas de cantería, los petroglifos y los signos de las estelas o laudas funerarias. La investigación de sus formas y su posible significado, los grupos que los realizaron y los distintos puntos de vista para su catalogación permiten agrupar dichos signos bajo distintos aspectos, desde el histórico o social hasta el relativo a la organización y al tecnológico.

Marcas de cantero presentes en las iglesias de Santa María de Tiermes, Soria; Ermita de San Bartolomé de Ucero, Soria;Monasterio de Veruela, Zaragoza; Iglesia de la Vera Cruz, Segovia y Monasterio de Santa María de Huerta, Soria.

Desde el año 1979 se vienen celebrando reuniones periódicas en Braine-le-Château, Bélgica, organizadas por el Centre International de Recherches Glyptographiques (C.I.R.G.) para el intercambio de investigación, la coordinación de estudios y promover grupos interdisciplinarios. Ajeno al mundo de los símbolos y en consecuencia a su significado, el mundo moderno no nos permite dilucidar el misterio que pueden encerrar estas formas que están transmitiendo posiblemente claves que desconocemos. Las fraternidades medievales han legado mensajes pétreos que representan un lenguaje propio que no sabemos interpretar. Generalmente estas marcas de cantería son de escasa profundidad y su tamaño oscila alrededor de los diez centímetros. Esa escasa profundidad

ha sido la causante de que muchas de ellas con el paso del tiempo sean casi irreconocibles y otras hayan desaparecido ante ese afán de algunas administraciones por «limpiar» el patrimonio local, llevando a cabo auténticas barbaridades. De todo ello solo tenemos un vago recuerdo, una ligera intuición, tal vez impresa en nuestro llamado inconsciente colectivo, que nos hace sospechar que el alma de la piedra, en su mudez de siglos, guarda celosamente una lección o un mensaje. Queda mucho camino por recorrer y mucha investigación de campo que realizar, para intentar saber un poco más sobre los signos lapidarios. Siempre tendremos la sospecha de que aquellos gremios medievales artesanales dejaron tras de sí indicios, pistas y señales, que contienen conocimientos que merecen ser descubiertos y analizados desde todos los puntos de vista posibles. En la actualidad sabemos el cómo y el cuándo, pero tal vez un día no muy lejano también descubramos el porqué de todo ello.

Capítulo 7 LA BAUHÜTTE

SI BIEN ES CIERTO QUE LOS GREMIOS MEDIEVALES apenas han dejado escasas huellas, muy particularmente en lo concerniente a sus aspectos simbólicos y rituales, no obstante existe una documentación perteneciente al siglo XV, que debido a su abundante información nos permite tener una visión algo más precisas de que cómo se desarrollaban los acontecimientos anteriores. Se trata de la Bauhütte, una organización que federaba las logias de canteros del Sacro Imperio Romano Germánico. La traducción en francés de los Études sur les marques des tailleurs de pierre de Franz Rziha [19] fue publicada en el año 1993. Dicho trabajo ha aportado alguna luz sobre la geometría utilizada por los oficiales canteros de la Bauhütte. El autor analizó alrededor de 9.000 marcas lapidarias y reprodujo en su trabajo aproximadamente un millar de dichas marcas de cantería. Un sistema de plantillas constructivas es la base de las redes fundamentales empleadas por las cuatro grandes logias que trabajaban en un vasto territorio que comprendía Estrasburgo, Colonia, Viena y Berna. En ellas se reproducen las marcas denominadas «de honor» de cada cantero con el nuevo tratamiento de oficial adquirido. Si Rziha con su estudio tiene por objeto principal exponer las inscripciones de las marcas personales de los oficiales canteros en esas redes fundamentales de diseño, la geometría de éstas había sido ya objeto de publicaciones anteriores. La más antigua data de 1486, titulada Buchlein von der Fialen Gerechtigkeit (Un opúsculo sobre el buen diseño de los pináculos), debida a la pluma de Matthias Roriczer, maestro masón y arquitecto de la catedral de Ratisbona. En dicha obra y de forma sucintamente desvelada, aparecen algunos aspectos del trazado llamado ad quadratum que son aplicados en la construcción de un pináculo, elemento de arquitectura que se convirtió, al parecer, en la obra maestra de los canteros de aquella época. Esta serie de datos muestra que nos hallamos frente a un corpus geométrico perfectamente organizado y homogéneo, fundado

esencialmente sobre dos bases de «red fundamental»: ad triangulum (de base hexagonal) y ad quadratum (de base octogonal). Otros elementos geométricos esencialmente prácticos para la construcción fueron el pentágono o el heptágono. En la práctica, esas redes poseen un doble objetivo: por una parte, proporcionar un «reticulado» del plano y por otra parte, facilitar el paso de dicho plano a la elevación, es decir, los dibujos de plantas y alzados se convierten en formas tridimensionales. Esas retículas permiten a su vez el trazado a tamaño real de todas las partes de la obra que deberán ejecutarse en piedra. Tal vez ahora sea ocasión de entrar en el terreno esotérico anteriormente citado. Esta geometría particular jugaba un papel importante en los ritos de la Bauhütte. Cuando el oficial transeúnte llegaba a una logia en la que no era conocido, debía situar su marca de honor, es decir, poseer la capacidad de trazar y de explicar dicha marca según los parámetros de la red fundamental o incluso posicionarse entre prueba los demás oficiales según las distintas modalidades de las redes establecidas. Ello es prueba fehaciente de la importancia que se otorgaba a estas redes fundamentales y a todo el simbolismo que estaba vinculado a ellas. El trazado de estas redes fundamentales es muy simple al comienzo, pero a medida que dichos trazados van ampliándose resultan extremadamente complejos. Se empieza por el trazado del círculo en el cual se inscribe sin salir nunca de él. Después del trazado inicial del círculo, se dibuja el polígono estrellado, como hexágono o bien como octógono. Con las rectas que unen los puntos de dicho hexágono dos a dos se obtiene la figura estrellada conocida en Occidente con el nombre de «Sello de Salomón» y que es omnipresente en la emblemática hermética (figura 1). La supremacía del triángulo rectángulo se hace patente con el trazado del octógono, proceso que se efectúa fuera del círculo. Con la ayuda del compás, se realizan dos arcos de círculo de radio igual a ese diámetro a

partir de cada uno de sus extremos. Entonces queda definida la perpendicular que se busca y que parte de los cruces de los semicírculos hechos con el compás y atravesando el cuadrado fundamental (figura 2). En el siguiente esquema (figura 3), dicha operación llega a formar el famoso y enigmático 4, presente en numerosas marcas de cantería y que apareció desde un principio en el conocido Crismón y que más tarde perdió su identidad a favor de una letra P mayúscula. De nuevo «regresamos» al interior del círculo para trazar el citado octógono, repitiendo sobre cada uno de los lados del cuadrado fundamental (figura 4). A partir de aquí, de este proceso, las operaciones del diseño van complicándose como puede verse (figuras 5 y 6) en las que van apareciendo polígonos estrellados. Si toda esta documentación gráfica es relativamente abundante y se reconoce la importancia de su papel en la logia Bauhütte, sus simbolismos esotéricos no han sido objeto de estudios en profundidad.

Posiblemente, el hecho de que sus significados fuesen comunicados a todos los canteros e incluso solo concerniesen a una minoría, ello ha provocado este secretismo o este desconocimiento en general. Tal vez sea el propio trazado el que constituye el «secreto». Poco a poco, los diseños y los trazados geométricos se complican. Cada vez más el entramado de sus trazos es más y más complejo y solo los auténticos especialistas pueden penetrar en sus significados. Solo unos pocos tenían acceso a tales conocimientos que se han perdido en la actualidad y que el hombre moderno es incapaz de comprender el porqué de todo ello y su finalidad. Observando las restantes figuras (7, 8, 9, 10, 11, y 12) vemos claramente como, partiendo de una simplicidad casi infantil, la del círculo, cuadrado o triángulo, los maestros constructores llegaron a formar auténticas estructuras geométricas que pretendían unir al iniciado con el Gran Arquitecto del Cielo y de la Tierra obrando en la

creación del Mundo.

Todo aquél que traza y talla, es el punto primordial entre el plano horizontal (el Mundo manifestado) y la Divina perpendicular que une todo su trabajo considerado sagrado. Es la rosa en la cruz, el lugar de su propio corazón donde está plantada la punta del compás y el principio y el fin de todas las cosas. Es para él el Alfa y la Omega de la operación. Para el masón operativo la finalidad es por consiguiente, a través del trazado (el compás) y por el trabajo (la escuadra), la unión perfecta entre lo celeste y lo terrenal, entre lo humano y lo divino, entre la materia manifestada y el espíritu, y en su justa medida (la regla). Existe un célebre grabado en el tratado alquímico titulado Tratado de Azoth, atribuido a Basilio Valentín [20] , que nos proporciona un dibujo posiblemente procedente de los Oficiales canteros. En la elipse ovoide

que encierra la ilustración, se encuentran los siete planetas (los conocidos en aquella época) ro deando al Rebis que abate el caos (la materia), simbolizado por el dragón que circunda parcialmente el microcosmos. El animal se encuentra encima de un círculo alado que contiene un cuadrado y un triángulo equilátero, es decir, los principios de las redes fundamentales anteriormente citadas: ad triangulum y ad quadratum. El Rebis es un personaje mitad hom bre y mitad mujer (andrógino) que sostiene dos de los útiles que forman el emblema del llamado Arte Real, el compás y la escuadra. Símbolos que sobreviven a través del tiempo y que son representativos del máximo exponente al que puede aspirar el ser humano: en contrar su propio Graal.

Capítulo 8 LA CRUZADA CATEDRALICIA

EL SIGLO XII EMPIEZA A OFRECER GRANDES CAMBIOS en los conceptos arquitectónicos y artísticos. Los promotores del Románico, los cluniacenses empiezan a perder influencia debido a la aparición de Bernardo de Claraval [21] y las ideas aristotélicas que, prohibidas durante tiempo, van penetrando poco a poco en los medios culturales universitarios y ello conduciría irremediablemente a un regreso al mundo natural. Así es como el Gótico es una vuelta al naturalismo y a la expansión de una nueva arquitectura mucho más compleja e innovadora. Son momentos de ascendente pres tigio de la monarquía y de la unificación de Francia en detrimento del ya decadente poder feudal. Estos inicios son atribuidos en gran manera al legendario abad de Suger de Saint Denis.

El interior de las catedrales asombra por su esbeltez casi irreal, como sucede en Amiens.

La simetría va desapareciendo poco a poco y la iconografía recupera proporciones y aspectos más naturales y cercanos a la realidad. Las figuras toscas y burdas del románico dejan paso a las nuevas mucho más elaboradas y estéticamente mucho más bellas. La esbeltez de las figuras, el ropaje e incluso los rostros adquieren una expresividad inusitada hasta entonces. En realidad, el último cuarto del siglo XII y las primeras décadas del siglo XIII es en cierto modo un camino de transición que llevará a la contemplación de impresionantes templos que parecerán estar desafiando leyes físicas y se elevarán hasta mundos celestiales ante el asombro de aquellas gentes del Medioevo. Con el estilo gótico, se produce un salto cualitativo en el diseño y surge una visión nueva constructiva de los templos que rompe con los esquemas anteriores del Ro mánico. El objetivo principal de los arquitectos del Gótico es la elevación máxima de sus construcciones, eliminando casi por completo los gruesos y pesados muros anteriores que daban una sensación de pesadez y aplastamiento para los fieles. Durante años, todo era oscuridad, sin apenas ven - tanales, y la escasa luz que penetraba en el interior del templo condicionaba al creyente y sumergía con sus remordimientos por las faltas y pecados cometidos. En cambio con el Gótico, los fieles se encuentran verdaderamente ante una exaltación de luz, de color, en suma, una elevación no solo arquitectónica en el espacio, sino una elevación espiritual. El alma asciende hacia los reinos celestiales y ello provoca en el creyente una catarsis emocional jamás experimentada. El arco de medio punto usado hasta entonces será sustituido por el apuntado que, gracias a su mayor verticalidad y a soportar menos cargas o presiones laterales, permitirá elevar el edificio. Las bóvedas también sufren modificaciones. Si en el Románico se emplean preferentemente la de cañón, constituida por el desarrollo del arco de medio punto y la de

arista, formada por la intersección de dos arcos, en el Gótico será la de crucería la más empleada. Este tipo de bóveda está formada por varios elementos. Los arcos cruceros, los cuales se cruzan diagonalmente, mientras que los denominados formeros y los llamados perpiaños constituyen el esqueleto de la bóveda. Así, los elementos se apoyan en dicho esqueleto y cierran la bóveda definitivamente. La inmediata multiplicación de los nervios de la bóveda (nervaduras) obliga a una transformación de los pilares. Es así como las columnas se van haciendo cada vez más delgadas, convirtiéndose al final en simples «baquetones», lo que implica la desaparición del capitel. Pero ello no significa que en el gótico no existan capiteles. Están ahí, pero no por una necesidad arquitectónica, sino para ofrecer un espacio usado adrede para esculpir una determinada iconografía. Otra importantísima novedad la podemos contemplar en el exterior de los edificios. Si en el románico sus gruesos muros son reforzados gracias a los contrafuertes y sin apenas aberturas, en el gótico la pared se convierte en un gran ventanal que permite el paso de la luz al interior. El peso de la bóveda es trasladado al exterior gracias a los arbotantes, grandes arcos que envían el empuje a los denominados estribos situados en el muro de la nave exterior, sin que por ello se reste luminosidad al interior del templo. Las cargas, el peso y el empuje quedan distribuidos equitativamente, evitando con ello el posible derrumbe de construcciones tan elevadas. Este efecto ascendente hacia los cielos es acentuado con la colocación de unos pináculos en lo alto de los arbotantes, y éstos son, precisamente, los que conducen al exterior el agua de lluvia al utilizar las gárgolas como boca de desagüe. La irrupción de tal cantidad de catedrales en poco tiempo obligaba a una mano de obra experta y muy numerosa. Se desconoce la procedencia de tal cantidad de constructores que irrumpieron en el siglo XII. Existen lagunas históricas que no encuentran explicación. La Cruzadas han

debilitado económicamente a Francia y sin embargo, a pesar de contar con alrededor de unos 15 millones de habitantes, en escasos cien años se erigen unas ochenta catedrales.

El ritmo de trabajo es trepidante y el movimiento de metros cúbicos de piedra supera con creces al de las pirámides de Egipto. Esta fiebre catedralicia sorprende a los historiadores en grado sumo. Algunos estudiosos como Louis Charpentier, posiblemente un seudónimo, atribuyen el desarrollo de esa construcción febril al hecho de que la Orden del Temple a su regreso de Tierra Santa traía consigo un plan maestro para la edificación de una serie de catedrales orientadas según la constelación de Virgo. Situadas en el mapa de Francia, dichas catedrales corresponden a determinadas estrellas de Virgo. Tal vez ello venía a representar la reproducción en la tierra a imitación de lo que existía en el cielo, para

que ciertas fuerzas de origen cósmico influyeran en ellas. Esa idea que en principio podría considerarse original, no lo era tanto si consideramos que ya en tiempos del Antiguo Egipto, las tres pirámides construidas en la meseta de Gizeh imitaban en su ubicación al cinturón de estrellas de Orión. Para los egipcios el Amenti, ese más allá al que accedía el alma de los difuntos, se encontraba en dicha constelación. Otro ejemplo lo encontramos en el Kurdistán iraquí, donde los seguidores de un santo califa, Yezid, erigieron siete torres en lugares considerados privilegiados a través de los cuales se alcanzaría los cielos y cuya ubicación imitaba la disposición de la Osa Mayor.

Reconstrucción ideal de las relaciones cósmicas entre el cinturón de Orión y las Grandes Pirámides. Derecha: Las siete torres del diablo en el Kurdistán y la constelación de la Osa Mayor.

Si anteriormente la oscuridad y materialidad del Románico, cuyo aspecto parecía anclado en la tierra y su sensación de pesadez o incluso «aplastamiento» era fiel reflejo de la situación social en la que se halla el pueblo llano, ahora con el Gótico, la elevación, el paso de la luz tamizada y su esbeltez traen nuevas formas y no solo desde el punto de vista material, sino que ofrece al ser humano la sensación de trascendencia que antes no poseía. Me - ta fóricamente podríamos decir que si antes el creyente vivía de rodillas, abrumado por una oscuridad psicológica basada en el miedo y el temor, ahora se encuentra de pie y alza su mirada hacia lo alto, hacia un horizonte celestial limpio, lleno de luz que le manda sus bendiciones y le invita a recorrer el Camino de manera distinta. Los constructores simbolizan la imagen de la Creación. La luz divina invade sus estancias y todas y cada una de sus partes, incluida la iconografía, formando un todo. Como vimos, son numerosos los edificios en los que los propios canteros y artesanos aparecen en sus imágenes. Parte de aquel viejo anonimato desaparece y sus conocimientos se expresan bajo un aspecto menos críptico. Desde este momento son muchas las catedrales en las cuales resulta más fácil reconocer al astrólogo o al alquimista, representado en su iconografía, cuando años antes todo tenía que ser intuido. Este período, que ha llegado a denominarse Cruzada Catedralicia, correspondía a los propios deseos e intereses de los obispos. Cada uno de ellos tenía que ser artífice de una nueva catedral, «su» catedral. Era un reto personal, cuyo protagonismo llevaba a que las construcciones rivalizaran entre sí. Este afán en erigir edificios religiosos traspasó fronteras y de Francia pasó a España, Alemania y los Países Bajos. Si anteriormente era en los monasterios donde se atesoraban los conocimientos, se hacían las copias de manuscritos y se elaboraban las directrices de la vida religiosa, ahora, paradójicamente, la aparición de influencias seglares era la impulsora. El incremento del comercio y el crecimiento de las ciudades provocaron que el centro de gravedad de la

actividad religiosa de los monasterios situados en plena naturaleza pasara a las catedrales situadas en la ciudad. Además, como la fuente financiera estaba cada vez en mayor grado en manos de la nobleza y los comerciantes, los obispos permitieron a su pesar que los templos se utilizaran con fines que no eran exclusivamente religiosos. El edifico llegaba a convertirse en una calle con vanos abiertos a los muros y bordeada por arcadas. Allí se establecían mercados, ágoras de discusión, tribunales y parlamentos. Este tipo de actividades sociales convirtieron las catedrales en las llamadas Civitas Dei, ciudad de Dios.

La magnificencia de cuatro grandes catedrales góticas: Reims, Amiens, Notre Dame y Segovia.

En su excelente trabajo Chartres y el nacimiento de una catedral, el extraordinario estudioso Titus Burckhardt [22] cuenta los pormenores del maestro constructor y las bases constructivas: «Él establecía los planos siguiendo las directrices generales de sus comendatarios; realizaba una ma queta y después de la aprobación de ésta por el capítulo, dibujaba las diferentes partes del edificio, instalado en un cabaña construida a este efecto». Iniciada la obra, la susodicha cabaña era la Logia donde se reunían los oficiales;como se sabe, los talleres de artesanos estaban bajo la tutela de guildas o cofradías iniciáticas, que fueron libres e independientes de toda influencia o manipulación durante todo el período medieval. Para pasar bocetos y planos a la realidad tridimensional, la escala no se hacía como en la actualidad, sino por un reticulado de cuadrados, que servían de referencia, al modo de griegos y romanos. Y Burckhardt prosigue: «Otra manera era a través de un cuadrado o varios que se inscribían dentro de otros; la relación entre una superficie y otra es de uno a dos, pero la de sus lados es «irracional», es decir, no da lugar a un número finito». «Como figuras directrices, además del cuadrado, los arquitectos de la Edad Media utilizaron el pentágono, el hexágono, el octógono y el decágono para representar, en forma de relaciones geométricas precisas, los planos o los alzados de sus construcciones.» Sin embargo el autor reconoce que: «No es fácil descubrir la ley geométrica medieval, pues se ignora qué dimensiones se tomaban cada vez en consideración...»

El rosetón de la catedral de Chartres.

Con el tiempo, los distintos gremios fueron costeando vidrieras y, a cambio, el obispo les permitía utilizar la catedral para sus reuniones. Poco a poco estos templos fueron convirtiéndose en lugar de encuentros, festivales y asambleas civiles. Las capillas se usaron como aulas y la nave incluso llegó a albergar representaciones teatrales. Las catedrales fueron convirtiéndose así en centros cívicos. No cabe duda de que ello representó un cambio radical en las costumbres de la época. Ahora el pueblo podía dejar de ser analfabeto al asistir a las aulas, se reunía para

poder discutir de sus problemas y los mercados se organizaban alrededor del templo. Así fue cómo la catedral llegó a ser el centro vital en el que la sociedad se desarrollara. Fueron nobles, burgueses y comerciantes los que impulsaron esos cambios.

Capítulo 9 PROTAGONISMO

COMO VEMOS, ser compañero era toda una filosofía, un comportamiento de vida y una forma de ser. Lo importante era la obra a realizar para la posteridad y el mensaje que contenía. La fama o el protagonismo no eran tomados en consideración. Esta es la razón por la cual la mayoría de construcciones pertenecen a autores desconocidos y su anonimato ha dificultado el estudio sobre la identidad de sus creadores. Son muy escasas las biografías que pueden consultarse al respecto. De hecho, la aparición de un nombre no es prueba suficiente de autoría, pues entre los miembros de las hermandades era habitual hacer uso de denominaciones iniciáticas que aludían a la fuente de una enseñanza de oficio.Ello viene realizándose en casi todas las religiones vigentes en las que el adepto recibe un nuevo nombre cuando pasa a formar parte de ella. Pero hay excepciones cuando el artesano y el constructor empiezan a comprender la importancia de su trabajo que le convierte en un ser especial. Si hasta este momento la tradición del anonimato era una de las reglas de la hermandad a la que pertenecía, pronto algunos grandes artesanos y creadores rompen con ella y hacen constar su trabajo personal en la obra. Tal es el caso del escultor Gis leberto en el siglo XII, quién dejó su individualidad inscrita en la catedral de Autun, localidad francesa situada en Borgogne, al grabar la siguiente inscripción: Gislebertus hoc fecit (Gisleberto hizo esto). Otro escultor, el alemán Adam Krafft, se autorretrató como constructor medieval y, al igual que otros, se dejó crecer el pelo y la barba, desafiando las leyes de la disciplina monástica. Como veremos más adelante, ello no fue un mero capricho ni tampoco lo que hoy llamaríamos un cambio de «look». Tenía sus motivos. A estas actitudes se fueron sumando otras en cuanto el maestro constructor se dio cuenta de la importancia social de su persona. Imponiendo su independencia y capacidades, empezó a vestirse con ropas llamativas y vistosas, capas brillantes con ricos estampados, permitiéndose contradecir las opiniones e incluso las órdenes de nobles y

obispos que, la mayoría de las veces, eran simples caprichos sin base alguna y con desconocimiento del tema que pretendían tratar. Si en la Edad Media se inculcaba la idea que todas las guerras eran santas y que todo sufrimiento estaba inspirado por Dios, la oración, la meditación y el sacrificio personal eran las únicas herramientas que proporcionaban todo el consuelo que necesitaba el creyente. No es pues de extrañar que la mayoría de templos y edificios de la época, a pesar de ser bellos, reflejasen esos estados mentales de aceptación ante lo inevitable, tendiendo a una frialdad y oscuridad en consonancia con los conceptos y la teología de la época. Los cruzados habían ido a la guerra con el lema: «¡Dios lo quiere!», que llegó a convertirse en el estandarte de un largo período durante el cual todo cuanto ocurría las guerras, la pobreza del campesinado o la ardua labor en al construcción de una iglesia, eran circunstancias inevitables inspiradas por Dios. La desastrosa segunda cruzada incrementó más si cabe el espíritu que animaba a tales empresas y este lema se convirtió en una divisa de la Iglesia y de sus representantes los obispos. Ese determinismo y fatalidad recuerdan ciertas filosofías orientales que inculcan a sus fieles el sufrimiento y las penurias, aquí y ahora, ofreciéndoles un futuro mejor en una próxima reencarnación. Sería como decirle a alguien: «cuando peor estés ahora, mejor estarás después». Se trata más o menos de sistemas semejantes para que el ser humano, tanto de Occidente como de Oriente, siga los preceptos y consignas de su religión correspondiente, sumisamente y siempre bajo los argumentos de un sacerdocio que controla este poder temporal y evita a toda costa la reflexión de sus fieles bajo la amenaza de los infiernos o el de las sucesivas e interminables reencarnaciones. Este radicalismo institucional ha sido el que ha provocado que a lo largo de la Historia apareciesen todos aquellos movimientos que intentaron con mayor o menor fortuna romper ese yugo de la sinrazón. Escisiones, reformas y herejías fueron

las que sirvieron en definitiva para que el hombre despertara del letargo de su ignorancia impuesta. Los constructores medievales también aportaron su grano de arena para que estos cambios llegaran a producirse. Sus construcciones e iconografía reflejan en numerosos casos, ideas y conceptos profanos o incluso paganos bajo un leve barniz cristianizante. Un sinfín de mensajes vetados para la época que podremos comprobar más adelante. De todos los maestros constructores de quienes se tiene noticia, uno de los más conocidos es sin duda alguna Villard, ya citado anteriormente. Posiblemente nacido en el año 1200 en Honnecourt, pequeño pueblo de Picardie, al sur de Cambrai. Y lo es, no por ser el mejor ni por haber descubierto nuevas técnicas constructivas, sino por habernos legado un libro manuscrito de notas en el cual aparecen sus ideas, la forma de llevarlas a cabo y, sobre todo, los conceptos geométricos que empleaba.

La obra de Villard de Honnecourt no fue especialmente bella, pero permite conocer los conceptos geométricos que se aplicaron en las catedrales.

En realidad, no era un buen dibujante; sus iglesias no poseían encanto y sus esquemas de construcción resultaban algo desmañados. No se salía de los cánones establecidos y parece haber sido un constructor típico del siglo XII. Su importancia reside en que nos ofrece información valiosa acerca del modo de ser y pensar característico de los constructores de este período histórico. A través de las páginas de su «carnet» o cuaderno, puede adivinarse que la llamada Edad Media se encontraba en su declive. Con trazos en ocasiones ingenuos, plasmaba en una misma página un cisne, un oso y una imaginaria ciudad de Dios. La amplitud de temas refleja sus múltiples intereses, en su mayor parte profanos; dibujos de insectos, animales y máquinas, algunas de ellas de propia invención. Lo importante fue la realización de ilustraciones sobre esculturas clásicas romanas y el intento de dibujar la figura humana dentro de un círculo, un triángulo o cualquier otra forma geométrica, tal y como habían hecho griegos y romanos. Esto acontecía doscientos años antes de la aparición del Renacimiento, cuando se produjo el renacer del mundo clásico. Dicha corriente que afectaría a todas las áreas del ser humano se estaba gestando desde mucho antes y parece ser que Villard de Honnecourt tal vez lo presintió. Posiblemente la llamada Cruzada Catedralicia haya sido la contribución cristiana más significativa al mundo del arte.

Capítulo 10 LA CATEDRAL DEL GRAAL

SITUADA EN EL CORAZÓN DE BRETAÑA, cerca del bosque de Brocéliande, tierra de mitos y leyendas celtas, la catedral de DoldeBretagne se ubica entre el puerto de Saint Malo, del que partían Jacques Cartier y sus hombres a la conquista del Nuevo Mundo, y el emblemático monte Saint Michel, lugar donde transcurre la novela caballeresca Infancias de Lancelot escrita en el siglo XII. El templo comparte la atmósfera gris y la fina lluvia casi perpetua de la antigua Cornualles guardando para el buscador sus conocimientos y saberes herméticos plasmados en sus piedras y en sus formas. Sus proporciones sorprenden por su perfección en el plano y en verano, cuando llega el solsticio, se produce el fenómeno esperado durante largo tiempo por los interesados. Un haz de luz, a modo de proyector, recorre uno de sus muros en el que aparecen una serie de símbolos en relieve, que son recorridos por el astro rey a modo de proyección cinematográfica. El 23 de junio, los visitantes expectantes por comprobar los conocimientos y aplicaciones de los constructores medievales observan extasiados el luminoso camino que les ofrece el sol. Aproximadamente entre las 11:50 y las 12:10, se efectúa esa andadura en la que el mensaje para iniciados luce en todo su esplendor.

Quizá el referente más importante de la Bretaña mágica sea el Mont Saint Michel.

Además, sus proporciones poseen la llamada geometría sagrada cuyas figuras constituyen la base del edificio. Cuadrados y rectángulos siguen una pauta precisa, la del llamado número de oro. En el panteón de las que podrían denominarse entidades matemáticas, phi, el número de oro, disputa en una especie de ranking al conocido pi entre otros, debido a sus virtudes especiales. Con Euclides [23] ya era usado en la práctica en la antigua Grecia, llegando a recibir un culto casi místico. Pero phi desaparece de los tratados occidentales en la Edad Media para reaparecer en el norte de Italia con el Renacimiento de la mano del matemático Pacioli [24] , el cual le consagra todo un tratado que titula De Divina Proportione. Actualmente se sospecha que a causa de la tradición oral el número de oro no llegó a desaparecer del todo de las enseñanzas de los

maestros constructores. La arquitectura del Románico y más tarde del Gótico nos ofrece distintos ejemplos de ello. No existe en toda Francia un edificio tan singular y en el que se haga tan patente dicha proporción y en toda su pureza como en la catedral de Dol-de-Bretagne.

El cuboctaedro romboidal de Leonardo da Vinci.

¿En qué consiste el número de oro? Se trata se un «ser» matemático que tiene la propiedad siguiente: si se le eleva al cuadrado, es decir, si se le multiplica por si mismo y se le suprime 1, se obtiene el llamado número de oro. ¿Se trata de eso, esta supuesta propiedad mágica? Los griegos afirmaron que sí. Pues este número cuyo valor aproximado es 1,618034,

está dotado de una serie de propiedades matemáticas y estéticas muy peculiares. Es precisamente en esa virtud en la que reposan las claves de obras de arte de todo tipo y género, desde la antigüedad hasta el renacimiento, incluso en el período contemporáneo. Incluso la naturaleza rinde homenaje cuando desarrolla plantas concretas o caparazones en es piral. Se trata en efecto de una propiedad inagotable en muchos de sus tratamientos.

Fray Luca Pacioli, pintado por Jacopo de Barbari .

Basémonos solamente en saber que el número de oro puede definir un

rectángulo con una u nidad de ancho y 1,618 de largo. La particularidad de este rectángulo reside en el hecho de que si le añadimos un cuadrado de 1,618 de magnitud, el conjunto resulta a su vez un rectángulo «de oro». Los constructores de catedrales «jugaban» frecuentemente con es ta propiedad, de sa rro llan do con di cho acto formas absolutamente armoniosas. Aunque con este con texto resulta difícil imaginar un planteamiento constructivo basado en tal argumento matemático, pues en principio la nave del edificio es más larga que el coro en general y este número phi no parece efectivo llevarlo a la práctica. El conocido y misterioso Fulcanelli, un hombre o tal vez un grupo, consideraba a la catedral Dol-de-Bretagne como la del Graal, «el último edificio alquímico». La planta del templo está estrictamente dictada y basada en parámetros «áuricos» y posiblemente fuera Fulcanelli de los pocos en darse cuenta de ello. Según él, toda la planta se basa en estos famosos rectángulos antes citados. El plano de la catedral es muy original: el crucero se encuentra casi en el centro de la misma, algo exclusivo en Francia. El coro y la nave tienen las mismas longitudes y los pilares poseen un ritmo de distribución fuera de lo habitual. En el plano que se adjunta, pueden verse los distintos cuadrados indicados con letras para su mejor comprensión. Partiendo desde la entrada, podemos ver el cuadrado ABHG. A continuación el formado por BDJH. Luego CEKI y finalmente EFLK son los cuatro cuadrados que delimitan la superficie del templo. Si a ello le añadimos los rectángulos «de oro» que quedan formados entre ellos, obtendremos BCIH (Es BC x phi). Posteriormente ACIG (al que se ha «pegado» un cuadrado). Y siguiendo dichos rectángulos «áuricos» como en cascada, obtendremos a continuación DEKJ y DFLJ. Todos ellos rectángulos de oro, son los que organizan todo el espacio con sus longitudes a la nave y el coro. Si a ello se añade que en el solsticio de verano un rayo de luz penetra en la catedral y sigue con su haz de luz un interesante relieve lleno de

simbolismo, tendremos una auténtica arquitectura alquímica.

Explicación de las claves de la planta y motivos decorativos de la catedral de Dol-de-Bretagne.

Capítulo 11 ASTRO-TEOLOGÍA

MUCHAS SON LAS RAZONES por las cuales estudiosos y especialistas llegan a una misma conclusión. Los mitos que po nen en escena a un dios humanizado, condenado a muerte y resucitado, que obró milagros y tuvo doce discípulos o seguidores, parecen haber surgido de la observación del firmamento, y partiendo de una base que bien podría ser calificada como de astro-teológica. Se trataría de un esquema que poseerían todas las creencias de distintas épocas con continuadas «muertes» y «renacimientos» en un ciclo sin fin. Atón era ese disco solar cuyo círculo no tiene principio ni fin. La adoración de los fieles estaba dirigida a lo que para ellos era una entidad superior física, pero los iniciados en los misterios veneraban aquello que se encontraba más allá de lo aparente, lo simbólico de su representatividad. AMMÓN-RA, el incognoscible, significaba para ellos lo oculto, escondido, ese esplendor que no puede ser captado por nuestros sentidos y que se encuentra más allá de nuestra limitada comprensión. El dios verdadero que no puede ser aprehendido y escapa a nuestras inteligencias. Es ese misterio que se esconde en el astro rey, devorador y bienhechor a la vez. Aquél que nos dispensa la vida y la muerte, a pesar de que dicha muerte no existe en la contemplación del pensamiento divino, sino que constituye el medio por el cual se perpetúa la renovación de la existencia y la vida en otro plano, otra dimensión y en un más allá. El sistema conceptual de los egipcios era que los principios vitales del sol iban a la tierra para remontar más tarde de la tierra al sol. Cada alma que desciende a la tierra regresa más tarde a su lugar de origen. Ello ha sido contemplado por todas las culturas basándose en la observación del sol y su recorrido por las distintas posiciones zodiacales. Posiblemente ello sería el motivo principal por el cual la figura del propio Jesús y las de otras figuras míticas que se conocen de la historia filosófico-religiosa de los pueblos presentan las mismas características que no serían otra cosa que la personificación del astro rey.

No es de extrañar pues que la inmensa mayoría de estos dioses que se han antropomorfizado y después de cuya muerte resucitaran lleguen a festejarse sus respectivos nacimientos un 25 de diciembre. Esto tenía su razón de ser por el hecho de que antiguamente y desde una postura geocéntrica el sol parecería desplazarse anualmente en dirección al sur hasta el 21 ó 22 de diciembre, fechas que marcaban el solsticio de invierno y que, aparentemente, daban la impresión de que el astro se detenía durante tres días para más tarde reemprender su órbita o camino, esta vez en dirección norte. Este movimiento aparente ofrecía al ser humano argumentos para declarar que el «sol de Dios» había «muerto» durante tres días y «renacía» el día 25 de diciembre. El hombre era consciente de que el sol y su luz eran necesarios para su existencia y si su órbita no hubiera seguido constantemente el ciclo por él conocidos, el miedo y la inquietud se hubieran apoderado de los pueblos. Así fue como culturas diferentes pasaron a celebrar el «día del sol» convirtiéndolo en el «sol de Dios».

Uno de los más antiguos zodiacos, el egipcio de Dendera.

Los conceptos y las ideas de lo numinoso del antiguo Egipto fueron un claro referente para toda la cuenca mediterránea. Personificaban a las fuerzas de la naturaleza pero la de mayor relevancia por su veneración era la solar. Así fue como se le rendía culto bajo distintos nombres que correspondían a varias de sus propiedades y características. La primera de dichas propiedades era la de ser llamado RA por lo que era en sí mismo, y al que no todo el mundo tenía derecho a ofrecerle ofrendas y plegarias, pues éstas estaban reservadas exclusivamente a las altas jerarquías religiosas y al propio faraón.

AMMÓN era el nombre que se adjudicaba a ese sol que nacía bajo el signo de Aries y por ello fue llamado entre otros muchos apelativos «Cordero de Dios». Más tarde, cuando el símbolo del cordero pasó a convertirse entre los cristianos en el signo del pez, se entraba curiosamente en la Era de Piscis y Cristo pasó a representar «el pescador de almas». Estas coincidencias que aparecían como simples casualidades llevaron a la conclusión de que el ser se manifestaba en el comienzo de una existencia, seguida de una muerte que le conducirá de nuevo hacia su creador, pero según habrá sido su comportamiento en vida le será necesario descender de nuevo después de ser sometida su alma a un juicio equitativo. Si lo aparente resulta engañoso, ello ha dado como fruto el que muchos eruditos y egiptólogos llegasen a la conclusión de que la teogonía egipcia era politeísta. En realidad, los más sabios eran monoteístas, pero sabían ocultar esta realidad bajo formas y manifestaciones simbólicas que guardaban ocultas dichas enseñanzas. Dentro de una aparente y múltiple diversidad, estaba la Unidad. Esos dioses y diosas de su panteón correspondían a fuerzas positivas y negativas, cuyos atributos mostraban los diferentes aspectos eternos de la propia Naturaleza, por medio de la cual la divinidad se manifestaba. Al igual que ha sucedido en todos los pueblos, existen conceptos elevados que escapan a los espíritus simples que solo piden prácticas comprensibles y sencillez en las ideas representadas, sin tener que ir a la búsqueda de la esencia de todo que, con razón, ha sido ocultada cuidadosamente pues no entenderían sus mensajes y enseñanzas, así como tampoco apreciarían toda su grandeza. En resumen, solo aquellos que eran considerados dignos sabían que Dios es Uno y que la existencia es Una en Él, a pesar de la diversidad de formas siempre aparentes, pasajeras y sin realidad objetiva que llegarán a disolverse o disiparse en el verdadero Sol. La religión exotérica, la popular, era presentada bajo el aspecto de dioses y diosas con las cabezas

de la fauna autóctona, y por lo tanto sobradamente conocidas por el pueblo. En definitiva, divinidades de segundo orden que eran en realidad emanaciones o manifestaciones del Único, siempre representado y de manera simbólica por el astro rey. Las coincidencias, el azar o la casualidad no existen en los estudios comparativos de las religiones. Las analogías y similitudes no son gratuitas, pues el inconsciente colectivo posee características que son comunes en todos los individuos y ello da como resultado crear historias, mitos y leyendas que la tradición cuida de que se propaguen a través de los siglos. Desde la más remota antigüedad, el hombre estuvo pendiente del sol y de su recorrido. Las estrellas también llegaron a ser punto de observación en la claridad de la noche. Fue comprobando cómo las diversas constelaciones eran visibles en distintas épocas del año y en horas determinadas. Les dio nombre y les fueron atribuidas características y propiedades concretas que las definían y diferenciaban. Así fue cómo imaginó que debían poseer una función específica en aquel firmamento insondable y que su comprensión no alcanzaba. El ser humano cayó en la cuenta de que si existían fuerzas superiores a él, entidades divinas, potencias celestiales y toda una jerarquía de potestades que regían los destinos del universo incluida su propia existencia, tenían que residir inevitablemente en este Cosmos profundo. Empezaba a gestarse una incipiente Astrología, una ciencia que intentaba estudiar y comprender la relación existente entre el hombre y el Universo que le rodeaba. Poco a poco y paso a paso, dio nombre a las constelaciones. Su recorrido le ofreció pautas y parámetros para su medición y con el paso del tiempo dio nacimiento al Zodíaco. Su estudio que podría perfectamente ser calificado de científico dio paso de forma paralela a conceptos filosófico-religiosos. Ciencia y religión iban de la mano en aquella época y el rechazo o la aceptación de una en lugar de otra era algo inconcebible. Estos hechos históricos e indiscutibles fueron los que crearon todo un universo mitológico sobre el que basaban su

existencia. Todos los sistemas de creencias de pueblos y culturas estudiados hasta el presente poseen un mismo denominador común. Nombres y calificativos podrán ser distintos en cada cultura o civilización, pero su esencia siempre ha sido la misma. Nuestra historia está escrita en el cielo. Según estos períodos, Jesús vino al mundo en la Era de muchos estudiosos a preguntarse si los antiguos llevaban razón en sus conclusiones. Son muchas las iglesias y catedrales que poseen una iconografía zodiacal que está generalmente rodeando a la figura del Pantocrátor o del Cronocrator. También podemos verlo junto a las figuras de los Apóstoles o a los pies de imágenes femeninas que representan pecados y virtudes. Nada de ello es gratuito. Incluso en las catedrales, junto a los signos zodiacales, pueden observarse escenas de la vida cotidiana como la siembra, la recogida de las cosechas, y algunos menesteres domésticos que corresponden todos ellos a los distintos meses del año en que se efectúan dichas labores. Ello ha llevado a distintas interpretaciones con mayor o menor fortuna, pero no cabe duda de que una de ellas, la del teólogo luterano Seiss, ha sido la que mayor expectación levantó en su momento y es una invitación a la reflexión y a cuestionarse una vez más las explicaciones y los significados que nos ofrecen el academicismo histórico, siempre poseedores de una única verdad. Joseph A. Seiss publicó sus investigaciones en 1882 en su trabajo titulado Evangelio en las Estrellas. Si lo numinoso era superior al hombre y todo cuánto acontecía en la tierra era fiel reflejo de lo que sucedía en las estrellas, Seiss dedujo que determinados hechos bíblicos encerraban profundas alegorías y símbolos relacionados con el firmamento. Según él, el error de biblistas y exégetas era tomar la vida de Cristo simplemente como unos hechos cronológicos sin caer en la cuenta de que su parte humana y divina estaba íntimamente relacionada por los movimientos solares zodiacales en todas aquellas etapas puntuales y sobresalientes de su vida. Cada signo zodiacal marcó los procesos

histórico-mistéricos de su existencia, coincidiendo además con aquellos por los que es recordado al ser citados en el Nuevo Testamento por su trascendencia. El significado, la comprensión y la interpretación de tales hechos son en realidad alegóricos y como tales hay que tomarlos.

El zodiaco de Chartres, situado alrededor del tímpano y acompañado de seres fabulosos y escenas de la vida cotidiana.

La historia de Cristo está escrita en el cielo y manifestada en la tierra. Todo cuanto acontece en ella, procede de las estrellas. El viaje anual del sol a través de las doce constelaciones y el paso de las estaciones del año nos desvelan su secreto con relación al ministerio de Jesús y su historia. Así es como en invierno, cuando el astro rey se sitúa cada vez más bajo con respecto a la línea del horizonte, entramos en el signo de

Capricornio. El sol finalmente desaparece en dicho horizonte. Nace el Salvador pero, como recién nacido que es, todavía no ha podido comenzar su misión redentora. Es un tiempo de letargo al igual que el del sol. A partir de enero, el sol reemprende su elevación hasta febrero inscribiéndose en Acuario. Época lluviosa, anuncio prometedor en este primer paso en el ciclo para que las cosechas germinen, se desarrollen y florezcan. Los espacios celestes de las constelaciones no son los mismos. Incluso algunas de ellas llegan a interponerse en el comienzo o final de otras. Ello creaba un problema de precisión, por lo que se decidió a espaciarlas uniformemente. Así fue como el Zodíaco fue dividido en doce partes iguales correspondiendo cada una de ellas a una constelación. Situadas las doce dentro de un círculo, por orden y cada una de ellas con espacios iguales, veremos cómo ocupan 30º del círculo. Los 360º del círculo pueden ser divididos en 2 porciones iguales, 4, 10 ó 12, 30 ó 72. Aunque el sol viaja cada día un grado, en realidad ello no es exacto, puesto que hay 365,2421934 días en un año. Si aceptamos estas bases milenarias que forjaron la Astrología, tenemos que comprender también su falta de exactitud en las mediciones y así mismo entender que dichas mediciones fueron en las que se basaron nuestros ancestros para forjar sus conceptos filosófico-mito-religiosos. Aceptando esas viejas tradiciones y asistiendo al recorrido del sol en el solsticio de invierno y tomándolo como el inicio del ciclo anual, una vez haya recorrido esos 30º dejará el signo de Capricornio para entrar en el de Acuario. Serán 30 días, 30 grados, pero alegóricamente se utilizarán como un período de 30 años. Se cuenta que el ministerio de Jesús comenzó a los treinta años (Lucas III, 23) y duró aproximadamente otro año. La historia de Jesús comienza en Acuario al visitar a Juan el Bautista y siendo bautizado en aguas del Jordán. El símbolo de Acuario es el de un hombre vertiendo agua, el aguador. Tradicionalmente la Iglesia en el mes

de enero comienza sus oficios leyendo aquellos Evangelios que representan la vida de Jesús cuando visita a Juan. Jesús es una representación o personificación del sol y Juan de Acuario, es decir, del agua. (Marcos I, 1-13 ​ Mateo III, 13-17 ​ Lucas III, 21- 23). Cuando el sol sale de Acuario pasa al signo de Piscis, los dos pescados. Después de que Jesús (el sol) ha visitado a Juan (Acuario) la Biblia dice: «Después de que pasara Juan a prisión, Jesús entró en Galilea...». En los Evan gelios no se encuentra explicación alguna sobre este abandono. Jesús se desentiende de Juan y prosigue con su misión. Se desconocen los motivos por los que Juan fue a la cárcel. Tal vez ello tenga sentido si se busca una respuesta alegórico-astronómica. Antes de que el sol en Acuario pase al siguiente signo, éste desciende cada vez más en el horizonte hasta desaparecer al final de su período. Es la oscuridad de las mazmorras.

Bautismo de Jesús, Pere García de Benavarri, retablo mayor de la iglesia de San Juan del Mercado, Lérida.

Galilea significa circuito. La palabra griega original es yah galón-il-ah procedente en origen del hebreo gaw-he ces-law. Circuíto, eclíptica, recorrido cerrado que el sol tarda un año en efectuar. Círculo inscrito en la esfera celestial o en el planisferio. En consecuencia, Jesús, personificación del sol, debe continuar recorriendo la eclíptica, es decir, Galilea. No cabe duda de que la teoría de Seiss es extraordinariamente atrevida pero no por ello está exenta de solidez desde el punto de vista simbólico. Curiosamente, mientras nos encontramos en el signo de Piscis, Jesús

visita a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores. (Marcos I, 16 Mateo IV, 18 Lucas VI, 14 Juan VI, 4). Hay que destacar que en Piscis, la caza es escasa y todavía no ha llegado la época de recogida de cosechas, por lo tanto la mejor subsistencia es la del pescado. Éste fue uno de los símbolos utilizados por el Cristianismo. ¿Los hermanos pescadores son los signos de Piscis? ¿Resulta elucubrante la teoría de Seiss, cuando vemos que todo va encajando? Prosigamos.

Acuario, Piscis, Aries y Tauro. Catedral de Chartres.

En el equinoccio Vernal del mes de marzo, los días y las noches tienen una misma duración, pero a partir del día 21, la luz gana a la oscuridad. Los días empiezan a ser más largos. La batalla de la luz y el calor contra el frío y la oscuridad se ha ganado y los pecados de la tierra son redimidos. Las cosechas comienzan a crecer y es el momento en el cual

los cristianos celebran la Pascua. Es el primer domingo después de la primera Luna llena. Jesús se ha levantado de su sepulcro al mismo tiempo que el sol «renace». Aries, el cordero que quita el pecado del mundo (Juan I, 29). Existen múltiples representaciones de Jesús como «cordero» de Dios e incluso en numerosas imágenes portando al pacífico animal en brazos o en sus espaldas como el Dionysos griego. En las representaciones más antiguas del cordero (Aries), éste es presentado a los pies de la cruz y ello fue así durante años hasta que en el Concilio Ecuménico III de Constantinopla el pontífice San Agato I tomó la decisión, entre otras, de sustituir el signo astrológico del cordero (Aries) por la imagen de Jesús en la cruz. El mes de abril que corresponde a Tauro, el sol pasa través de una forma lechosa y brumosa como si atravesara esta especie de lago a través de la noche. Jesús camina sobre las aguas (Marcos IV, 35-41 Mateo VIII, 23-27 Lucas VIII, 22-25 Juan VI, 16-24). Puesto que estamos tratando de las influencias solares en las distintas religiones, bueno será recordar que las más antiguas, no olvidemos el becerro de oro del pueblo de Israel en tiempos de Moisés, erigieron figuras representando a un toro como símbolo de fortaleza y signo solar, pero más tarde con el cristianismo, con la precesión solar en Aries se pasó a la del cordero y una vez en Piscis, a la del pez. A pesar de que en los Evangelios no son citados toros o leones, el Apocalipsis en su apartado titulado «Adoración Celestial» dice en el capítulo IV, versículo 7 lo siguiente: «El primer viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre, y el cuarto era semejante a un águila volando.» Posteriormente estos cuatro animales se convirtieron en símbolo de los evangelistas: Marcos, Lucas, Mateo y Juan respectivamente. Cuatro animales, cuatro evangelistas y las cuatro estaciones del año por las que discurrió la vida de Jesús. Una vez el sol ha cruzado «las aguas», entra en los dominios de Géminis, los gemelos Cástor y Pólux. Jesús, una vez atraviesa las aguas,

cura a dos endemoniados (Mateo VIII, 28-34). En el mes de junio, el sol pasa a través de Cáncer, el cangrejo, animal que «camina al revés» (del 21 de Junio al 22 de Julio). El solsticio de verano es el día más largo del año, cuando el sol está en su ascensión más alta. Después, con el paso de los días, comienza a perder fuerza y decae. Es el declive en el que los días se hacen cada vez más cortos. El sol, cuando en el mes de julio pasa a través de Leo, el león (del 23 de Julio al 22 de Agosto) coincide con los días más luminosos del año.

El Tetramorfos muestra la visión apocalíptica de Cristo rodeado de los cuatro Evangelistas representados por animales. Iglesia de Santiago, Carrión de los Condes, Palencia.

En este punto en la historia de Jesús, san Juan Bautista reaparece y es decapitado. «De entre los muertos», «resucitó de entre los muertos» (Hechos VI, 14 Mateo XIV, 2). Recordemos cómo Acuario recorre su

trayectoria por debajo del horizonte occidental en la puesta de sol y es de enero a febrero cuando viaja hacia Piscis. Después de transcurridos seis meses, Acuario comienza a levantarse por el este y parece como si su cabeza estuviera cortada por el horizonte. Se «levanta» de entre los muertos, muertos que yacen bajo tierra. La decapitación del Bautista es la personificación de la oscuridad, reina suprema de la noche. El sol en lo alto proporciona una brillantez y un fulgor inusitados. Es un estallido de vida en tiempo de cosechas. Es el tiempo por todos esperado. Un estallido de renacimiento en tiempo de Leo. Es el momento de la transfiguración de Jesús en el monte, (Hechos IX, 2-13 Mateo XVII, 1-13 Lucas IX, 28-36). El alimento crece fuera del suelo virginal. La Madre Tierra, virgen femenina, diosa celestial y portadora de una envoltura de trigo ha sido representada por numerosas religiones. Nos encontramos en la constelación de Virgo. Aquí comienza la narración de la entrada triunfante del Salvador en la ciudad de Jerusalén. La mejor época del año, en la que la vida se nos presenta en toda su plenitud. Ahora el sol pasa al signo de Libra. Es el momento de la venta de las cosechas, de intercambio de dinero y de comercialización. Son las balanzas del comercio, las mediciones del peso de la materia y en otro orden de cosas, el peso de las acciones del hombre y los efectos sobre su alma. La justicia también es representada por unas balanzas, el equilibrio de lo justo. Es la etapa en la cual Jesús expulsa a los mercaderes del Templo (Marcos XI, 1219 Mateo XXI, 12). Estamos incorporándonos a la estación otoñal. Las hojas caen de los árboles y éstos parecen marchitar. Aquí la historia cuenta como Jesús maldijo a la higuera para que ésta se secara. Relato aparentemente sin sentido, posee sin embargo una interpretación alegórica. Jesús (el sol) ha penetrado en el declive de su vida y ministerio. Se dirige hacia un tiempo mucho más templado que poco a poco perderá brillantez y calor. Descenderá hasta temperaturas más frías y oscuras, las de su Pasión, hasta que la plena oscuridad acogerá

su muerte. Es momento de celebrar la Cena con sus discípulos, los doce apóstoles, referencia a los doce meses del año. Estamos en Escorpio, octubre frío y gris. Los días son mucho más cortos y el sol se levanta a su vez mucho más bajo. El «escorpión pica al sol» y éste va muriéndose lentamente. Empieza la pasión de Cristo. Judas representa a Escorpio y sus 30 monedas son los 30 días del mes y la Luna en el firmamento parece un pedazo de plata. La narración bíblica narra cómo los remordimientos de Judas debido a su traición le llevan al suicidio, hecho emparentado con la muerte del escorpión con su propio aguijón cuando ve su vida en peligro. Jesús es entregado a Herodes. Estamos en el signo de Sagitario, constelación que pasa antes del solsticio de invierno. Sagitario es el hombre montado a caballo, armado con una lanza o un arco y una flecha. El tema es la caza, representada por la lanza o la flecha. Sagitario «perfora» el costado del sol, al igual que el legionario Longinos el costado de Cristo. La historia está terminando.

Géminis, Cáncer, Leo y Virgo. Catedral de Chartres.

Capricornio está en la cima de la montaña. La cabra con su esfuerzo ha conseguido llegar a lo más alto, a la espera del nacimiento de un nuevo sol prometedor de nuevas cosechas y de nuevos ciclos de alimento y existencia. El 22 de diciembre, solsticio de invierno, cuando todo es oscuridad, tristeza y melancolía, Jesús yace en la cueva después de crucificado cuando el sol está en su punto más bajo. Al cabo de 3 días, el 25 del mismo mes y apenas perceptible, el sol «renace». El ciclo del año y de la vida comienza otra vez. Vuelve la esperanza. Empieza un nuevo año. El ciclo de la vida es circular e interminable. Estas alegorías astrológicas no son exclusivas de los Evangelios. Los mitos solares de otras religiones relacionan al astro rey con sus propios mitos. Mitos que eran transmitidos por tradición oral y más tarde escritos en la historia de los pueblos. A modo de ejemplo, tenemos a uno

de tantos autores denominados clásicos como Homero, quien en su famosa Odisea, llena de alegorías y símbolos, nos ofrece en uno de sus pasajes una de la pruebas a superar por el héroe Ulises (el sol) cuando desea regresar a Ítaca al encuentro de su esposa Penélope (Virgo) al tener que atravesar con una flecha, una hilera de 12 hachas (los doce meses del año).

Representación medieval de Cristo rodeado por los doce signos del zodiaco.

El significado original de los mitos astronómicos y su relación con las ideas filosófico-religiosas de los distintos pueblos es una labor compleja y difícil, pues ello obliga a sumergirse por los recovecos de la memoria. Memoria que se conserva en las estrellas y en el recorrido de este Sol creador de mitos. Solo es necesario ver cómo en el Nuevo Testamento aparece la Luz y el Sol como indicativos de la divinidad, propiedades que le son atribuidas a Cristo.

Capítulo 12 GEOMETRÍA SAGRADA

EL TEMA DE LA GEOMETRÍA SAGRADA O SECRETA de los constructores de catedrales ha sido objeto de gran número de publicaciones que no han sido excesivamente rigurosas en su desarrollo. Si bien es cierto que se han presentado propuestas de todo tipo, en el fondo son teorías o hipótesis influenciadas por determinado ocultismo que ha sido ro deado por ideas un tanto fantasiosas. Al no existir apenas documentación al respecto, ello ha favorecido este tipo de especulaciones destinadas también a un sector de público amante de lo enigmático y misterioso. No cabe duda de que los constructores poseían conocimientos que no pregonaban a los cuatro vientos, es cierto, pero encontrar el equilibrio necesario para llegar a obtener una visión coherente y lo más aproximada a la realidad de la época no es tarea fácil. Debemos de preguntarnos si se trataba simple y llanamente de procedimientos geométricos que habrían conservado en su poder desde antiguo o si tal vez se trataba de una dimensión «esotérica» de dicha geometría desconocida para el profano y para los propios canteros. De hecho, se hace patente que posiblemente la verdad la encontraremos en mayor o menor medida en ambos extremos. No tendría ninguna lógica creer que dentro del marco de asociaciones iniciáticas y además en una época que se inclinaba abiertamente por el simbolismo como sucedía en la Edad Media, dicha geometría no se convirtiera en un soporte privilegiado de especulaciones de carácter esotérico. Pero así mismo, también lo sería el creer que cada uno de los miembros de aquellos gremios poseyera un conocimiento pleno y completo de ese esoterismo, suponiendo que estuviese definido de manera ho mo génea y fuese, en consecuencia, transmitido a todos sus miembros. En una sociedad tan marcadamente jerárquica, su estructura piramidal no hace prever tales condiciones. La tradición constructiva y los secretos y saberes de la misma procedían desde mucho antes de ese «furor» constructivo de las

catedrales que, como una explosión pétrea hacia los cielos, recogía en los edificios todo el simbolismo conocido hasta aquel momento. Mejor será retroceder en el tiempo e intentar seguir los pasos en el desarrollo de este quinto Arte liberal de los antiguos. El más famoso arquitecto de la antigüedad clásica, Vitrubio, tal y como es conocido normalmente Marco Vi trubio Polión que vivió entre los años 88 y 26 antes de Cristo, escribió en su obra De architectura, diez sólidos volúmenes de muy difícil exposición e interpretación, que para que un edificio resulte armónico en su conjunto es necesario conseguir que «de la parte pequeña a la gran de haya la misma relación que de la grande al todo». Esto que Vitrubio llamó «La Di vina Proporción» es lo que se llama el número de oro. El número de oro, desde un punto de vista aritmético, es el resultado de la división entre los números sucesivos de la llamada «Progresión» o «Serie de Fibonacci». Dicha serie se establece por la característica de cada uno de sus componentes de ser la suma de los anteriores; es decir, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, etc. Y así sucesivamente. En teoría son números casi iguales, pero siempre diferentes, que se manifiestan en el mundo de las formas geométricas (la proporción del cuerpo humano, la espiral de la concha del caracol, la distribución de los pétalos de las flores...) como en los edificios construidos «con orden y medida» de acuerdo con La Divina Proporción de la que hablaba Vitrubio, pues algunos opinan que es la base de la resolución geométrica de la llamada Cuadratura del círculo, imposible de lograr hasta el día de hoy.

Edición francesa de De architectura, 1761.

Un documento pretendidamente templario del siglo XIII, conservado en los archivos nacionales de Francia, trae una extraña y enigmática frase: «Tres tablas llevaron el Grial; una tabla redonda, una tabla cuadrada, y una tabla rectangular; las tres tablas tienen la misma superficie y su número es 21». En estos textos de corte esotérico, 21 es lo mismo que decir 2 y 1, en otras palabras, ese texto nos indica que el rectángulo es proporcional de 2 a 1. Además en otro nivel, esta vez el teológico, 21 es igual a 2+1, que nos da el 3, el ternario, la Santísima Trinidad. El simbolismo numérico posee distintas lecturas como todos los signos y por ejemplo el conocido número 7, considerado sagrado desde la más remota antigüedad, representa el número del mundo, el número de su perfección (como lo marcan los Siete Días del Génesis). Este número nos permitirá comprender mejor el porqué de su utilización en el trazado de los templos con el denominado Hep tá gono Estrellado como una de las bases de la planta de los edificios religiosos y de los sagrados. Ese heptágono es el símbolo vivo de la Encarnación: el descenso de la Trinidad divina (el ternario) en la materia (el cuaternario) convirtiendo al número siete en la Tierra vivificada por el Espíritu. Existen tres templos muy cercanos entre sí geográficamente que, situándolos dentro de un círculo, abarcan los municipios de Siero, Sariego y Villaviciosa en el Principado de Asturias. Templos que nos servirán de ejemplo para comprender mejor el procedimiento en el trazado de su construcción. Se trata de las iglesias de Aramil, denominadas en documentación medieval como de San Esteban de los Caballeros, la de Santa María de Narzana y la de San Andrés de Valdebárcena. Curiosamente, las naves de estas tres iglesias guardan esa proporción de dos a uno, al ser su longitud exactamente el doble de su anchura. Si procedemos a trazar un rectángulo cuya longitud sea el doble de su

anchura y luego su diagonal, llegamos al valor de esa diagonal que será la raíz cuadrada de cinco, es decir 2,236 y si a dicha cantidad se le añade su anchura y la suma resultante se divide por su longitud, obtendremos (2,236+1): 2 = 1,618, que es justamente el llamado número de oro. El mayor de los robles por grande y fuerte que sea no parte más que de una humilde bellota. Sin ella no hay roble. Lo realmente importante no es el roble en sí mismo, así como tampoco el templo, sino el germen del que ambos brotan. Curiosamente esas tres iglesias anteriormente citadas se encuentran cercanas a tres modestos manantiales. Tres riachuelos sin nombre pero tres corrientes de agua que los antiguos celtas sacralizaban y simbolizaban y que representaban por serpientes. ¿Existe una relación con dichas serpientes telúricas con esas cabezas de ofidio que las imágenes de la Virgen pisan y que pueden observarse en tantos lugares? Posiblemente este símbolo serpentario que aparece con cierta profusión en metopas y canecillos nos está indicando un centro, punto de partida o incluso un lugar de poder como muchos denominan. Este centro, que puede calificarse de telúrico, puede ser perfectamente delimitado, ya que podría calcularse al menos en dos de las referencias que empleaba el Maestro de obras medieval en su trazado: el punto por donde nace el sol en el solsticio de verano, es decir, el 21 de junio y el eje del templo. Los demás puntos de referencia, como dicen las Escrituras, «se nos darán por añadidura» y dicha respuesta se encuentra en la llamada arquitectura tradicional. Tradicionalmente, la primera manifestación en la construcción de un templo es la marcación de su centro telúrico, ese punto donde las fuerzas terrestres y celestes se unen y la erección sobre dicho punto de lo que los clásicos llaman la columna. Una columna que, curiosamente, desaparecerá incluso antes de que empiecen las obras de cimentación pero que será el eje o base sobre el que girará toda la construcción. Este punto vital será la relación figurada entre la tierra y el cielo, las estrellas pero sobre todo el sol.

La altura de dicha columna tenía una importancia capital, ya que por el juego de las sombras solares indicaba las dimensiones cuya relación, en aquél punto concreto del suelo, era la proyección de las existentes entre los cuerpos celestes. Es decir, la misma ley que rige los ritmos de la vida. Por dicho motivo, el Maestro indicaba en cada obra la longitud necesaria de ese ábaco, de esa columna figurada de la que dependía toda la estructura y dimensiones de los futuros edificios sagrados, según ese punto telúrico del que antes hablábamos. Teóricamente, la sombra de esa columna marcaría el recinto o perímetro de ese lugar considerado sagrado. En el que debería desarrollarse el ritual del templo. Ese recinto es la primera tabla cuyas proporciones eran determinadas por esa tradición que venía a resumir todo un saber hoy perdido y cuyas dimensiones las marcaba esa columna.

Procedimientos de trazado para la construcción de tres iglesias asturianas.

Todo comienzo tiene un principio. Todo camino, por largo que sea, posee un primer paso. Ese primer paso es el que efectúa el maestro de obras cuando pisa el terreno elegido en el que edificar. No importa que sea una capilla, una ermita, una iglesia humilde o una impresionante catedral. La realidad siempre es la misma. Donde confluyen las fuerzas del Cielo y de la Tierra, allí donde el hombre puede trascender su condición humana, el maestro de obras clava en la Madre Tierra el abacus, ese bastón que representa su autoridad y sus conocimientos y con el que llevará a cabo sus mediciones. Una vez clavado en el suelo, éste servía para trazar un gran círculo, Luego se observaba la sombra que sobre este círculo proyectaba el primer rayo de luz de la mañana y el último de la tarde. Esos puntos se marcaban sobre dicho círculo y se unían entre sí, indicando la separación máxima entre las sombras de la mañana y de la tarde. Añadiéndose a todo ello el eje este- oeste del futuro edificio. Tomando estos puntos como centro, se trazaban dos semicírculos más que indicaban en los puntos de intersección el otro eje, o sea, el eje norte-sur. Si los primeros trazados y mediciones resultaban relativa y básicamente fáciles, posteriormente entraban en juego otras mucho más complejas. El procedimiento si guiente era la repetición de la misma operación sobre el primer eje obtenido, consiguiendo de ese modo cuatro puntos de intersección entre los cuatro semicírculos, y un punto central o eje. Éste servía para el trazado de una circunferencia tangente a los cuatro semicírculos, en tanto que los cuatro puntos de intersección mencionados servían para indicar los cuatro ángulos de un cuadrado. Según Vitrubio, ese cuadrado y ese círculo tendrían prácticamente el mismo perímetro, con lo que se habría alcanzado la cuadratura del círculo. Con el tiempo, los especialistas irán trayendo los sillares y las piedras talladas. A medida que los muros se levanten, se unan arcos y

bóvedas, capiteles y contrafuertes sostengan la obra, los artesanos confeccionarán todo ese mundo simbólico que años más tarde, decenios e incluso siglos, vendrán a transmitir en ese libro pétreo su mensaje. Hay que aceptar que las mediciones que se llevaban a cabo por los Maestros constructores no tuviesen un rigor excesivo. El abacus, un simple cordel con nudos, la simple vista y las manos eran los útiles que usaban. Podríamos decir que las dimensiones y las mediciones eran muy «humanas». A pesar de ello, nada se dejaba al azar. Se buscaba las correspondencias del Cielo con la Tierra y el cordel servía para trazar las líneas y figuras directrices a seguir. Todo ello no era más que seguir las normas que consideraban que se correspondían con las proyecciones de los ritmos que se desarrollan a imagen de la Gran Ley que rige el Universo. Y esas figuras directrices eran sin duda alguna el rectángulo, el cuadrado y el círculo, las tres tablas que llevaban el Grial y el heptágono estrellado y sus proyecciones. Y para todo ello les bastaba un simple cordel.

Siguientes fases del procedimiento.

Cálculos básicos geométrico-sagrados, como la búsqueda de la cuadratura del círculo.

Esa estrella de siete puntas puede ser fácilmente realizada, desde un punto de vista geométrico, empleando el denominado tendel, también conocido como la cuerda de los druidas. Antes de llegar a ella, resulta preciso aclarar el concepto que poseía el maestro de obras sobre el trabajo que tenía que llevar a cabo. Él construye sobre el terreno que ha elegido trazando sus líneas maestras. Pero no busca un cuerpo geométrico inanimado. Pretende un edificio con vida propia. No trabaja en la idea en sí misma, sino en la materia a la que es preciso darle vida y para ello considera que debe de utilizar las proporciones rítmicas del Uni verso que apelan a unas matemáticas vivientes. Sabe per fectamente que, sobre el terreno, la partición del círculo en siete partes iguales es perfectamente posible, con una aproximación tan exacta que en grandes construcciones ello es realizable y sin más útiles que sus medidas y esa curiosa cuerda druídica. Se trata de una cuerda con doce nudos a intervalos regulares, o sea, trece segmentos iguales, separados por doce nudos. Si el maestro medieval era un maestro iniciado, y generalmente lo era, sabía perfectamente que disponiendo dicha cuerda bajo el aspecto de un triángulo isósceles, con lados de 5, 4 y 4, se formaba sobre la base, es decir el lado formado por cinco segmentos, dos ángulos de 51º 19», lo que solo le daba un «error» para conseguir la séptima parte de 360º, de seis minutos y cuarenta y dos segundos de grado. El orden de las tablas es inverso al enunciado referente al Grial. Rectángulo, cuadrado y círculo. Y ello por una sencilla razón. El primer dato que nos darán los rayos solares serán las del rectángulo, además de que en el mundo de lo simbólico, la tabla rectangular es la de la Sagrada Cena: esa tabla mística que deberá soportar el ara o altar y que dará cobijo y refugio al pueblo de Dios. En estos tres templos anteriormente citados, la proporción de 2 a 1 es casi exacta. Doble longitud que anchura. La construcción de esa tabla rectangular es relativamente fácil. La sombra del abacus marca el ángulo extremo noroeste de la nave y,

conociendo ya el eje del edificio, ahora consistirá en trazar al otro lado de dicho eje, una línea equivalente que nos dará la anchura de la misma. Posteriormente, sobre el eje de la iglesia, si trazamos el doble de esa longitud, tendremos la de la nave.

Concepto geométrico final en base a estrellas heptagonales.

En cuanto a la tabla cuadrada, solo es necesario tomar el gran eje de la rectangular como diagonal de la cua drada. Obtendremos con ello un cuadrado cuyos vértices estarán orientados hacia los cuatro puntos cardinales, y sobre el que va a apoyarse la tabla redonda dentro de la cual será trazado el heptágono estrellado, clave del edificio, como corresponde a su simbología. Porque el significado del septenario o número siete es el símbolo mismo de la Encarnación; el descenso de la Trinidad en el cuaternario de la materia. Este siete es la representación de la tierra vivificada por la corriente y manifestación divinas. No olvidemos que el universo del símbolo marcará todos y cada una de las

construcciones tanto del Románico como las del Gótico.

Este cuadrado está relacionado directamente con la planta de la Jerusalén celestial de la que nos habla el Apocalipsis. Además, todo edificio sagrado es por lo mismo cósmico, puesto que está hecho a imitación del mundo. Pero la iglesia medieval echa mano también de las teorías paganas. La belleza de las formas que realizaron los maestros medievales del Románico parece casi literalmente tomada de lo que dice Platón en su Filebo: «...no es lo que entiende el vulgo groseramente como por ejemplo la de los cuerpos vivos o su reproducción, sino que es lo rectilíneo y circular, hecho por medio del compás, el cordel y la escuadra...y estas formas no son, como las demás, bellas en determinadas condiciones, sino que son siempre bellas en sí mismas». Para los maestros constructores iniciados, el círculo y el cuadrado eran dos símbolos primordiales. El nivel más alto en el orden metafísico representa la Perfección Divina bajo sus dos aspectos: el círculo o esfera, en la que todos los puntos se encuentran a la misma distancia de su

centro que no tiene ni principio ni fin (la eternidad) y que representa la Unidad Ilimitada de Dios. Y el cuadrado o cubo, forma de todo cimiento estable, simboliza la inmutabilidad divina. Estos dos símbolos en el orden cosmológico son el resumen de toda la Naturaleza creada en su propio ser y dinamismo. El círculo es la forma del cielo y más particularmente de su actividad divina que es la que rige la vida en la tierra; en tanto que el cuadrado, es la viva representación de esa tierra, inmóvil y pasiva con respecto al hombre que solo espera ser animada por la actividad celeste. Se trata de un simbolismo doble: cosmológico y ontológico a la vez. El Cielo y la Tierra, dos formas exteriores de la creación. Esencia y Sustancia universales respectivamente. Y el hombre resulta ser el centro de esa creación y es él quien sintetiza y quien establece ese vínculo entre lo Alto, EsenciaCielo, y lo bajo, SustanciaTierra, y es precisamente esa relación la que viene representada por el signo de la cruz. El trazo vertical lo celeste y el horizontal lo terrestre. Este simbolismo que no deja de ser estático, cuando se convierte en dinámico, vemos como el círculo celeste engendra en su movimiento el ciclo temporal que no es otra cosa que el Zodíaco representado en numerosos templos y sobre todo en el arte Gótico. Esa función del círculo viene reflejada ya en los orígenes de la creación cuando en los Evangelios en el Libro de los Proverbios, concretamente en el de Job dice lo siguiente: «Yo estaba presente cuando Dios dispuso los cielos y trazó un círculo sobre la faz del abismo». En el pensamiento tradicional medieval, la concepción y el trazado de un templo no se dejaba a la inspiración personal del arquitecto constructor, sino que venía dada por el mismo Dios. Esa tradición arquitectónica se fundamentaba en que el templo se realizaba según un prototipo celeste, que había sido comunicado a los hombres por un profeta o un hombre elegido para dicho menester por la misma divinidad. En el Éxodo se nos dice como a Besalel y a Oliab, elegidos como constructores del Arca de la Alianza, se les indica lo siguiente: «Dios los

había llenado de espíritu de sabiduría, de inteligencia y de ciencia para toda suerte de obras» Y más adelante en el mismo Éxodo: «Me harás un santuario y habitaré en medio de ellos. Lo haréis conforme a todo lo que voy a mostraros como modelo de tabernáculo y de todos sus utensilios». Esos templos hechos a imitación del mundo o del universo llevan en su iconografía al sol y la Luna, los hombres, los animales y las plantas, y hasta los vicios y los monstruos, puesto que todo ello forma parte de este mundo. Pero sobre todo, en todo templo, estarán representadas dos figuras geométricas básicas: el círculo y el cuadrado.

Abajo el inframundo, en el centro el mundo físico y arriba todo lo sobrentural. La catedral medieval revela una concepción mística de la creación, como en el caso de Notre Dame de París.

El mismo esquema anterior, pero esta vez sobre el plano de Chartres.

El arte y la geometría sagrada son la traducción llevada a la práctica que va mucho más allá de los conceptos humanos y rebasa ampliamente los límites y las capacidades de la individualidad del hombre. Una iglesia no es únicamente un edificio, sino que es además un santuario, un templo. Y su finalidad no es exclusivamente el aglutinar a los fieles esperando la atmósfera necesaria para que la Divinidad se manifieste mejor para con ellos. Las estructuras, las formas y la luz canalizan en el interior de los creyentes un sutil juego de influencias para alcanzar una

comunión con lo divino. Todo un flujo de sensaciones y una elevación del espíritu. Éste y no otro es el motivo de la existencia de unas características especiales en los templos medievales y el porqué sus constructores se ajustaban a esa Geometría Sagrada. Básicamente, el resultado del trazado de un templo medieval está compuesto por un cuerpo geométrico mixto, formado por un rectángulo (la nave) y a modo de cabeza, semicircular generalmente (el ábside), el todo forma algo muy similar al cuerpo humano lo que por otro lado se ajusta perfectamente a las necesidades litúrgicas del templo. En el caso de que el edificio posea un crucero o nave transversal, vendrían a convertirse en los brazos extendidos de dicho cuerpo, pues no en vano los hombres medievales consideraban al tiempo como el Cuerpo del Hombre-Dios. El templo sagrado puede considerarse desde un triple punto de vista: como la Humanidad de Cristo, la Iglesia, y como el alma de cada fiel que forma la gran comunidad de creyentes. Estos tres conceptos son indisociables, porque los dos últimos no son más que una consecuencia del primero. El edificio religioso medieval simboliza pues el Cuerpo de Cristo en primer lugar. Este simbolismo que debe ser tomado independientemente del trazado cruciforme o no del edificio ha sido puesto de manifiesto ostensiblemente en la arquitectura religiosa medieval; y se trata de una concepción muy antigua que encontramos tanto en Oriente con Máximo el Confesor, como en Occidente en el Speculum Mundi de Honorio de Autum, quien establece claramente las correspondencias siguientes: el ábside representa la cabeza de Cristo, la nave, el cuerpo propiamente dicho, el crucero los brazos y el altar mayor el corazón, es decir, el centro del ser. Por otra parte, la separación existente entre la nave y el ábside delimitados por un arco de triunfo, divide jerárquicamente a la congregación allí reunida. En la parte superior se encuentra el santuario, que corresponde a la cabeza. Es la zona en la que se encuentran los

clérigos. Representa la parte «pensante» de la congregación, en tanto que la nave, el cuerpo o parte inferior, es ocupada por el pueblo que es la parte «actuante» de la Iglesia.

Superposición de Cristo Crucificado sobre la planta de la catedral de Santiago de Compostela.

Una tradición cristiana que se remonta a los primeros tiempos de la Iglesia pone a esta figura simbólica «humana» del templo en relación con el nombre genérico del hombre: ADAM. Esa palabra formada por cuatro letras, en griego, son las iniciales de las palabras que designan los cuatro puntos cardinales: A = Anatolé (Oriente, Este), D = Dysmé (Occidente, Oeste), A = Arctos (Septentrión, Nor te), y M = Mesembria (Mediodía, Sur). No es casual que la palabra ADAM esté formada por dos grupos de letras y en el orden como ellas mismas se presentan corresponden efectivamente a las líneas respectivas de los DOS ejes básicos para el trazado del templo: AD AM, o sea, AD = Oriente ​ Occidente, y AM = Norte ​ Sur. Esta herramienta constructiva de los maestros de obra medievales no

cabe duda de que era la geometría, una disciplina que todo constructor debía conocer a la perfección. Gracias a dicho conocimiento, eran capaces de crear plantas y alzados complejos de hermosa y espectacular factura. Sin embargo, a pesar del dominio demostrado en sus trabajos, la base de dicho conocimiento no era un logro propio, sino que procedía de la más remota antigüedad, aunque fue la Escuela Pitagórica la que se hizo célebre al aplicar dicho saber. Se trataba de la importancia dada al número como medida de todas las cosas. Ello representaba no solamente cifras y las figuras geométricas que se derivaban de ellos poseían además un valor simbólico y místico. Así fue como, de entre los números considerados pertenecientes a la divinidad, el 10, era la suma de los cuatro primeros números enteros. 1, 2, 3, y 4. Esta cifra, la Década, era representada por dicha escuela bajo la forma de un triángulo equilátero llamado Tetractys formado en su base por cuatro puntos que, según iba ascendiendo tenía uno menos, hasta llegar al vértice superior con un solo punto. Pero más importante aún que la Década era su mitad, es decir el cinco, la péntada y su representación gráfica geométrica bajo el aspecto de una estrella de cinco puntas denominada pentalfa o pentagrama. Esta cifra era para los pitagóricos un símbolo de perfección, de salud, del ser humano, del crecimiento, de la armonía natural y del alma en movimiento. Además era un signo nupcial, pues se unían el número par (el 2), considerado como femenino, con el premier impar (el 3), de carácter masculino. A ello se añadía su representación del microcosmos y su dibujo geométrico, el pentagrama, que contiene la Divina Proporción o Número Áureo. Y al igual que los canteros medievales poseían signos de reconocimiento, fueron los pitagóricos quienes se identificaban con este signo de reconocimiento. Los constructores deben asimismo a Pitágoras el triángulo rectángulo con su famoso teorema utilizado en sus edificios. Este triángulo posee la particularidad de que sus lados están en progresión aritmética: 3-4-5, y ello era reproducido por la cuerda de nudos citada anteriormente. Según

se cuenta, todos estos conocimientos fueron adquiridos por el filósofo en su estancia en Egipto, aunque de sarrollados por él en su escuela de Crotona. Tal y como veremos más adelante en el apartado dedicado al simbolismo y sus significados, la alquimia aparecerá de forma velada, oculta y sin apenas dejarse apercibir salvo en algunos «medallones» de las catedrales y siempre bajo el manto de lo alegórico. Una imagen que ha dado la vuelta al mundo, ésta mucho más evidente, es la de un alquimista que se encuentra en la catedral de Nôtre Dame de París. Con el gorro frigio, símbolo del iniciado llevado ya siglos atrás por los seguidores de Mitra, parece asomarse desde lo alto para contemplar la inmensa urbe que se halla a sus pies. La astrología y la alquimia eran dos pilares fundamentales en la cultura de la época aunque su acceso a ellas era tan solo para unos pocos conocedores. Unos pocos párrafos sobre dicha materia permitirán constatar que la trascendencia del ser humano puede alcanzarse a través de variados y múltiples caminos. Por los recovecos del complejo y fascinante mundo de la Alquimia, el primer paso para iniciar la denominada Ars Magna es el proceso de putrefacción de la materia, representada por el color negro (nigredo) que era el color que adquiría al ser manipulada y transmutada. Esa «negrura» era considerada por los alquimistas como el necesario «descenso a los infiernos». Se trata en definitiva de un proceso de muerte-resurrección del iniciado que es simbolizado con la siguiente etapa denominada «albedo», la «obra al blanco», en la que la materia (el hombre) despierta de la materialidad y la ignorancia hacia un nuevo estado del ser luminoso. Ya que las presentes líneas intentan un acercamiento a los conocimientos que se poseían en aquella turbulenta Edad Media, bueno será recordar que la alquimia, a pesar de su secretismo, su persecución y la ambición de muchos en la transformación de los burdos metales en oro, era uno de los pilares culturales de la época, digan lo que digan los historiadores. No olvidemos que mientras la heterodoxia era perseguida

implacablemente por la Iglesia y con todo aquello que consideraba contrario a sus intereses, en monasterios y conventos muchos monjes alquimistas practicaban aquello que perseguían. A ella le debemos elixires, remedios medicinales y toda suerte de bebidas espirituales, perdón, quería decir espirituosas.

El alquimista de Notre Dame.

Se conservan numerosos escritos alquímicos de la época que felizmente no fueron pasto de las llamas. Otros se han escrito después y todos tienen en común su inaccesibilidad. Existe una frase final que se repite en algunos textos y que dice así: Invenietis occultum lapidem, veram medicinam (Y encontraréis la piedra escondida, la verdadera medicina). Hay que saber interpretar correctamente esta frase alegórica, ya que nos está indicando un proceso a la vez humano y cósmico, en el curso del cual lo bajo e inferior debe elevarse hacia las regiones del espíritu. Este es el trabajo del león verde que interviene después del Nigredo, la obra al «negro».

VITRIOL, un acróstico con siete letras y siete palabras, simboliza la Gran Obra.

No olvidemos que el acróstico de Basilio Valentín «V.I.T.R.I.O.L.» (Vitriolo) subraya la implacable necesidad del descensus ad inferos: Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem . Visita el interior de la Tierra (el psiquismo del Yo) y con la purificación encontrarás la Piedra oculta (el Sí mismo, el espíritu o chispa divina). Ello puede ofrecernos una nueva perspectiva cuando en el Nuevo Testamento se nos indica que el propio Jesús «descendió a los infiernos» como iniciado que era. Creo que cada ser humano debe encontrar su propio «vitriol» interior y transmutar su ser hacia una nueva conciencia en la que desarrollar su espíritu. Ese espíritu renovado nos permitirá ver aquello que antes solo mirábamos. No es una tarea fácil. Si en el Románico la búsqueda de figuras que simbolicen los oficios de los gremios herméticos resulta harto difícil, encontrar al alquimista o al astrólogo constituye casi una misión imposible. Sin embargo, todo aquello que de manera explícita podría observarse más tarde en el Gótico se encontraba en estado latente durante el Románico. Pero el nuevo estilo aportaría imágenes más claras y precisas. El constructor aparece montado en un caracol (laberinto), y subiendo una cuesta o pendiente (obstáculo a superar) posee el ángulo necesario para indicar que se trata de una escuadra, símbolo que junto al compás y la plomada se convertirían en los elementos primordiales constructivos.

La catedral de Chartres y sus relaciones con el hexágono.

Una figura que parece estar preparando la comida en un puchero será en realidad el alquimista que trabaja en la retorta de su laboratorio; el peregrino que apoyado en su bastón efectúa su andadura iniciática puede convertirse en el maestro constructor que con su abacus toma medidas y proporciones necesarias para levantar el edificio.

Capítulo 13 ELEMENTOS SIMBÓLICOS

LA MAYORÍA DE COSTUMBRES MEDIEVALES encuentran sus raíces en el fundamentalismo cristiano y en sus creencias sobre la muerte y el más allá. Todo el mundo cree que la Tierra es un estadio intermedio hacia una Vida eterna. El ser humano del Medioevo espera que su paso terrenal tenga una continuación en el cielo. Ello implicaba un pavoroso miedo a que si su conducta en esta vida no había cumplido con la ley de Dios, tenía asegurada su permanencia en los infiernos por toda la eternidad. Pensar en una muerte repentina sin haber podido arrepentirse de su comportamiento y recibir el perdón por sus pecados, producía en ellos un terror indescriptible. El premio o el castigo pueden ser contemplados en la iconografía del Románico. A ello se añadía la cotidianidad, los bosques y los animales que, con su presencia, impregnaban una gran variedad de interpretaciones. Nada quedaba limitado a lo puramente terrenal. Tanto lo positivo como lo negativo estaban estrechamente unidos mediante semejanzas, analogía y metáforas debajo de cuyas apariencias se escondían otros significados más profundos. El cristianismo, heredero de sus raíces judaicas, hará uso de su simbología que se convertirá en la primera y en su base en la imaginería. Serán utilizados el Antiguo y el nuevo Testamento como referencia. También sucesos contemporáneos y escenas de la realidad que les rodea al igual que legados de las influencias orientales que fueron la cuna de una parte importante de los símbolos. Pero al igual que las monedas poseen dos caras, a las imágenes suelen sucederles lo mismo. En ocasiones son pura invención creativa fuera de contexto y no poseen un valor intrínseco en si mismo. Hay que tener presente que eran muchos de los artesanos escultores estaban sometidos a las reglas arquitectónicas, a la conocida simetría y a la pura ornamentación sin más. Tenemos que ser muy objetivos en nuestra visión de la iconografía de los símbolos en general, pues no siempre una imagen tendrá una gran «carga» simbólica y no será más que un «llenado

de espacio». No podemos generalizar con las edificaciones religiosas y ver por todas partes mensajes ocultos o verdades trascendentes. Existen y ello es cierto, pero no con la asiduidad de la que muchos en ocasiones alardean en sus trabajos. Hay que ser prudente, cauteloso y llevar consigo la máxima información posible del lugar que se desea visitar. No todos los enclaves suelen ser «especiales» Decía Guenón que los símbolos no pueden ser descritos sino comprendidos, ya que, pese a que existen auténticos mensajes ocultos, no todos los elementos en el arte Románico son simbólicos y no hay que buscarles su desciframiento. Resultaría un grave error reducirlo todo y sistematizar todos los símbolos buscando con ello claves interpretativas a los que, en portaladas, metopas, canecillos o capiteles, nos ofrece el Románico, intentando con ello crear un esquema preconcebido sobre la totalidad de los «supuestos» significados ocultos. No es oro todo lo que reluce.

LACERÍAS Lo que en un principio aparenta ser un elemento ornamental o decorativo más de los muchos que aparecen en los templos resulta tener su propio significado e interpretación. Nada es debido al azar, todo tiene su razón de ser y cada componente está ahí no para llenar unos espacios vacíos, sino para unificar la iconografía y su mensaje, sin olvidar su aspecto estético y los patrones y estilos propios de los cánones de belleza de la época a la que pertenece. El arte Románico posee de entre sus numerosas constantes, una serie de pautas que se repiten en numerosas ermitas e iglesias, principalmente en sus portaladas. Se trata de una línea o franja formada por triángulos que generalmente enmarcan las arquivoltas de entrada a los recintos religiosos. Son los llamados dientes de sierra o bien línea quebrada, cuando ésta se presenta con ángulos muy abiertos y de espesores diferentes.

Algunos especialistas son de la opinión de que ese tipo de cenefas representan las aguas o los mares. Otros son de la opinión de que simbolizan las aguas primordiales, aquellas en las que surgió toda manifestación de vida. También son interpretadas como el agua lustral o la del bautismo, pero algunos creen que estos dientes de sierra tratan de recordar a la tradición que cuenta cómo los conocimientos de los gremios constructores llegaron de manos de los maestros procedentes de más allá de los mares, por donde se oculta el sol. En época medieval, el denominado «Nudo sin fin» fue un símbolo de la verdad y un poderoso protector contra los demonios y fue usado como talismán para la protección personal y para guardar puertas y ventanas. Estos motivos ornamentales cuyo aspecto se presenta bajo la forma de cenefas y lacerías, en ocasiones extremadamente complejas, ya proceden desde muy antiguo. Aparecen en el Neolítico en algunas lajas y losas de los dólmenes, generalmente pintadas de rojo y con aspecto de ondas serpentiformes o bien en forma de zigzag. Al hallarse dentro de un contexto funerario, fueron rápidamente asociadas con el más allá. No cabe duda de que esta conclusión es la más simple de todas.

Los elementos vegetales en el simbolismo románico son frecuentes y hacen referencia a pasajes de la Biblia.

Además de poder representar las olas marinas, estas cenefas curvilíneas o serpentiformes han llegado a interpretarse por otro lado, como el movimiento generador de la vida. Aquí intervienen los conceptos ortodoxos y heterodoxos que no nos abandonarán a lo largo de estas páginas. Son muchos los especialistas que cuestionan los significados e interpretaciones de corte ocultista o esotérico, arguyendo que no poseen fundamento alguno. Estas afirmaciones están basadas en una lectura unidireccional y puramente estética, así como por los significados establecidos por la iglesia dominante en el momento de su

ejecución. No hay que interpretar nada, pues queda claro que el significado está en aquello que simplemente se ve. En ocasiones, cenefas y lacerías se ven representadas con aspecto vegetal, ramiforme o con hojas. Algunos estudiosos del simbolismo ven en estos motivos vegetales una posible referencia del árbol bíblico llamado Árbol de la Vida. La fertilidad de la tierra se hace presente y, como símbolo de vida, representa a la nueva que ofrece la Iglesia al creyente.

Diversas representaciones de los «hombres verdes», un motivo presente en muchos lugares sagrados.

El aspecto de movimiento continuo y sin fin de las lacerías y los

entrelazados vegetales sería en realidad una representación de la inmortalidad, de la constante regeneración, reflejo del florecer y reverdecer de los ciclos de la Naturaleza. Asimismo en esta línea vendrían a simbolizar el eterno retorno, incluso para algunos, a la misma reencarnación y su sucesión de existencias. Generalmente y situados en lugares menos evidentes, el visitante podrá contemplar en algún canecillo, pero sobre todo en capiteles, rostros de cuyas bocas salen esas ramificaciones vegetales. Su localización que no resulta nada fácil obliga al buscador a poseer buenas dotes de observador. En principio, se considera que su origen es celta y precristiano, a pesar de que también aparece en culturas orientales. Se cree que simbolizan la fertilidad y la regeneración de la vida. El motivo por el cual los maestros canteros incluyeron esta imagen de signo pagano en templos cristianos sigue siendo un misterio.

Un capitel con hombres verdes de cuyas bocas brotan ramas y otros elementos vegetales.

Fue en el año de 1939, cuando Lady Reglan acuñó el término «hombres verdes» para designar genéricamente a dichas imágenes. Estos rostros muy comunes en el Reino Unido propiciaron estudios al respecto, dando lugar a diversas teorías. Algunos investigadores asociaron esos rostros con los ritos y fiestas de primavera en el mes de mayo. Otros, opinaron que se trataba de representaciones de la fertilidad de origen normando que, con sus invasiones, llegaron a Europa durante la Baja Edad Media. Otra teoría de las existentes es la que presenta Kathleen Basford, que sostiene que se trata de símbolos evocadores de la muerte en las construcciones del Románico. Recordando que este fascinante mundo del símbolo admite distintas interpretaciones, debo añadir que algunos investigadores ven en las hojas y ramas de esos rostros vegetales alusiones a la mordaza, por lo que serían indicadores de que hay que guardar silencio y que el mensaje allí codificado no puede ni debe ser divulgado. Lo aprehendido es personal e intransferible, nadie puede recorrer el camino por nosotros.

PENTALFAS Y HEXAGRAMAS Prosiguiendo con el lenguaje de la geometría oculta, el pentalfa y el hexagrama surgen del inconsciente colectivo y hablan en el idioma de los sueños a la conciencia despierta. Su significado universal y atemporal los convierte en umbrales que nos comunican con nuestro ser más profundo y auténtico. Los soles y las estrellas lejanas que iluminan el cielo nocturno representan el orden cósmico de la Creación. Ello les convierte en símbolos estelares, sobre todo aquellos que giran alrededor de la estrella polar, transformándola en el gran símbolo del «Eje del mundo». En numerosas mitologías ​empezando por las del antiguo Egipto​, se identifica a estos astros con la ascensión al dominio celestial de las almas de los seres humanos fallecidos. El motivo es simple: el vínculo de las estrellas

circumpolares siempre visibles en el cielo, las convierte en un emblema de inmortalidad y, especialmente, del conflicto eterno entre las fuerzas espirituales asociadas a la luz y las materiales que representan las tinieblas. En la cosmología judía, cada estrella estaba custodiada por un ángel y las constelaciones eran grupos de espíritus que convivían en armonía. En el antiguo Egipto, decoraban las bóvedas de las tumbas a imagen del cielo. Siglos más tarde, estas convenciones influyeron profundamente en la iconografía cristiana. Dicho fenómeno se puede apreciar claramente en la imagen de la Virgen rodeada por una aureola de estrellas o en la de Belén, representada por una estrella de ocho puntas o brazos, figura que ya aparece en el famoso Zodíaco cuadrado del templo de Dendera, en Egipto, asociada a Aldebarán, aunque las que más abundan en dicha cultura presentan cinco puntas. El llamado pentáculo es una estrella de cinco brazos, denominada Pentalfa (del latín pentagulum o pentaculum) según las propiedades y significados que se le han atribuido, también fue conocido con el nombre de Signum Pythagoricum. La razón de dicha denominación es que, para los pitagóricos griegos que recogieron el legado egipcio, era una geometría sagrada que aludía a la armonía del cuerpo y del alma, llegando a convertirse en un emblema de salud, más tarde denominado Signum Salutatis. Éste se representaba con una figura humana inscrita en su interior, con los brazos y las piernas situados dentro de los vértices laterales e inferiores y con la cabeza en el vértice superior de la estrella. En el Calendarium Naturale Magicum Perpetuum (1582) de Tycho Brahe [25] , aparece un cuerpo humano sobrepuesto y las letras hebreas YHSVH asociadas a los elementos. Otra ilustración atribuida a Agrippa, contemporáneo de Brahe, muestra a los cinco planetas y la luna: en el punto de los órganos genitales. Ilustraciones de Roberto Fludd y de Leonardo da Vinci muestran las relaciones geométricas del hombre y el universo. Habrá que esperar hasta el siglo XIX para que Eliphas Levi

Zahed [26] asocie el lado positivo del pentagrama con el vértice hacia arriba con lo negativo, con el vértice hacia abajo con la cabeza del Baphomet o macho cabrío inscrita en la figura geométrica.

El Magicum Perpetuum, o el pentáculo como modelo del hombre perfecto.

El Baphomet de Eliphas Levi, con aspecto de macho cabrío, pechos femeninos, y el pentáculo en la frente.

Para los gnósticos de tradición maniquea, el número cinco también era considerado sagrado y era representativo de su sistema de creencias como signo de los cinco elementos: luz, aire, viento, fuego y agua. A su vez, la tradición judía confería al pentagrama --estrella de cinco puntas inscrita

dentro de un círculo--, la representación del ser humano antes de la Caída, denominándolo «Adam Kad mon». Cuando el signo se presentaba invertido, pasaba a representar al hombre caído, el «Adam Belial», es decir, la inteligencia humana dominada por la materia. En el ciclo artúrico de clara influencia céltica y concretamente en el episodio de Sir Gawain y el Caballero Verde el pentagrama aparece como un glifo en el escudo de Sir Gawain, inscrito en oro y simbolizando con ello las cinco virtudes caballerescas: generosidad, cortesía, castidad, có digo de la caballería y piedad. Según algunos investigadores, este pentáculo se presenta en ocasiones de forma velada u oculta, bajo el aspecto de una mano, cuyo significado es el mismo y puede ser confundido fácilmente con la llamada «mano creadora» que aparece en muchos baptisterios.

UN SIGNO AMBIGUO Estos pentalfas se han venido utilizando desde antiguo en rituales de todo tipo con objetivos mágicos. Los practicantes, de distintas ideologías y con diferentes finalidades, lo han consagrado tradicionalmente como un signo positivo cuando uno de sus vértices apunta hacia arriba y negativo cuando se invierte dicha posición. Tradicionalmente, la primera representación evoca las prác ticas de «Magia Blanca» y la segunda las de «Magia Negra». El primer uso conocido del pentalfa o pentagrama se remonta al período de Uruk alrededor de 3500 a.C. en la antigua Mesopotamia, donde fue hallado junto a otras muestras en el período que es asociado al desarrollo de los progresos tempranos del lenguaje escrito. Dicho signo era utilizado en inscripciones reales y era símbolo del poder imperial que se extendía a las cuatro esquinas del mundo conocido en la época. Entre los hebreos era el sello oficial de la ciudad de Jerusalén entre el 300 y el 150 a.C. Re presentaba asimismo a la verdad y a los cinco libros del

Pentateuco. En la antigua Grecia, fue llamado Pentalpha y estaba compuesto por cinco Alphas mayúsculas. Los cristianos atribuyeron el pentagrama a las cinco heridas de Cristo y desde entonces hasta épocas medievales su utilización fue más bien escasa. Antes de que apareciese la monstruosa Inquisición, a este signo no se le atribuyeron connotaciones maléficas. Bien al contrario, representaba la Verdad con mayúscula, el Misticismo y el trabajo del Creador al manifestarse. El conocido emperador Constantino I que estableció el cristianismo oficialmente por puros intereses políticos y tras ser ayudado por la Iglesia para obtener sus fines, es decir, la conquista del Imperio Romano, usó el pentagrama junto al anagrama chirho, una forma simbólica de la cruz que utilizó como talismán. Sin embargo, fue la cruz, símbolo de sufrimiento, el que fue utilizado por la Iglesia cuyo destino manifiesto fue usurpar el poder del Imperio Romano. La Verdad, representada por el pentagrama, pasó al olvido. Mientras todavía perduraba la existencia de este signo, se le atribuían otros conceptos como cuando simbolizaba el verano (vértice hacia arriba), o bien el invierno (invertido). Durante el largo período de la Inquisición y de la paranoia de la Iglesia, se promulgaron mentiras falaces y acusaciones de todo tipo en contra de este signo, todo ello auspiciado por los intereses de la más recalcitrante ortodoxia. Ello provocó que el pentagrama invertido simbolizara una cabeza de macho cabrío o el propio diablo en la forma del famoso Baphomet [27] . Todo ello para argumentar las consabidas acusaciones a la Orden del temple y la caza de brujas. El pentagrama, símbolo popular de protección, fue convertido, asimilado y llamado la «huella de brujas». Según Paracelso [28] , el pentagrama es uno de los signos más poderosos. Los vértices de dicha estrella están formados por cuatro más «el Uno» que simboliza el principio de la Vida y del Espíritu. A su vez, esos cuatro evocan los elementos Fuego, Tierra, aire y Agua, y los respectivos «espíritus elementales» que residen en cada uno de dichos

reinos: salamandras (Fuego), gnomos (Tierra), silfos (Aire) y ondinas (agua). El hombre, encerrado y encadenado dentro de estos elementos que constituyen el mundo material, está facultado para regirlos y puede servirse de ellos mediante la «trinidad humana», cuyos componentes son la inteligencia, la voluntad y la acción. Su ejercicio coordinado permite regular y controlar la energía, la sustancia y el movimiento de dichos elementos. El pentagrama también se presenta con el nombre de «Tetragramaton», cuando lleva inscrita, generalmente en hebreo, la palabra Yaveh, y cuyas iniciales son Iod-He-Vau-He ( Ihwh). Este Tetragramaton aparece en ocasiones a compañado por otros signos alquímicos y astrológicos, que lo convierten en una pieza imprescindible en los rituales de Alta Magia (aquélla que pretende la transformación del operador en un ser superior). Una vez que el mago se ha instalado en el interior de la figura, traza un círculo protector a su alrededor antes de empezar a operar. En todo caso, es necesario advertir que la interpretación del significado de estos símbolos no resulta siempre fácil y sencilla. Así, por ejemplo, para algunas corrientes o escuelas esotéricas, el pentalfa invertido no es en absoluto una representación del macho cabrío, evocador de poderes maléficos, tenebrosos o infernales.

Estos dos canecillos podrían ser dos representaciones distintas del Baphomet en su concepción medieval. Iglesia de la Vera Cruz, Segovia.

Bien al contrario, se trataría de una figuración del ser humano que ya ha trascendido el nivel material de la existencia, después de «renacer» a una nueva vida, a otro estado de conciencia superior. La imagen expresaría que los pies de este ser ya no reposan en la tierra, porque él ya no se «alimenta» de ésta. Por eso, sus pies se encuentran en los dos vértices superiores de la estrella afianzándose en los cielos. El hombre queda así inscrito cabeza abajo en ella y sus extremidades inferiores echan raíces en los dominios celestiales, de los que se alimenta el espíritu. En el fondo, estamos ante el mismo simbolismo esotérico que representa invertido al Árbol de la Vida de la Cábala hebraica con las raíces apuntando al cielo y la copa hacia abajo para simbolizar el camino de

progreso espiritual del proceso iniciático.

HEXAGRAMAS La estrella, con sus variantes y múltiples significados, se encuentra en determinadas fuentes documentales como legajos y manuscritos antiguos. Uno de estos documentos, y claro exponente de las prácticas mágicas en las que interviene dicho signo, es el que nos ofrece la denominada Pizarra de Villalón, Asturias, descubierta en 1926, con una inscripción en la cual se recoge un conjuro acompañado de estrellas. Aparte de los archivos y bibliotecas que conservan documentos con pentáculos o hexagramas, también podemos hallarlos en ermitas e iglesias. No cabe duda de que las logias herméticas de los constructores medievales eran conocedoras de los distintos significados de estas formas geométricas y posiblemente su instalación en algunos templos estaba indicando que se trataba de lugares considerados por ellos como especiales. Algunas de estas estrellas de cinco y seis puntas, en ocasiones invertidas, aparecen por ejemplo en la ermita de San Bartolomé de Ucero (Soria), en la iglesia de nuestra Señora de la Oliva, en pleno casco urbano de la localidad de Villaviciosa (Asturias), o en Santa María de Azogue, en Betanzos (Galicia) y cuyo nombre tiene claras reminiscencias o connotaciones alquímicas. Dichos templos, según cuenta la tradición y los escasos documentos acreditativos existentes, parece ser que pertenecieron a la siempre misteriosa Orden del Temple. Esta estrella, formada a partir de dos triángulos inscritos o entrelazados, uno con el vértice hacia abajo –símbolo del agua y del principio femenino– y otro con el vértice hacia arriba que representa al fuego y al principio masculino, alude a la unión de los opuestos que son complementarios y evoca las ideas de perfección y armonía.

El célebre rey Salomón, hijo de David y Bethsabé, se habría servido de un hexagrama hasta su muerte, hacia 930 a.C., para conjurar a los demonios e invocar a los ángeles. Dicho signo ha sido conocido como el «Sello de Salomón», o como el «Escudo de David». En la actualidad, se le denomina a menudo «Estrella de David» o «Estrella de Sión» por ser el emblema del estado de Israel.

Exagrama en una ventana de Santa Coloma de Albendiego, Guadalajara, un lugar de paz donde puede apreciarse un intenso telurismo.

En la simbología alquímica, el conjunto se considera formado por cuatro figuras. El triángulo con el vértice hacia arriba, atravesado por un trazo horizontal, representa al Aire. El que apunta hacia abajo, atravesado por otro trazo, es el símbolo de la Tierra. Las dos figuras consideradas sin trazos o cortes son emblemas del Fuego y del Agua respectivamente.

En la filosofía hermética, dicha figura simboliza la síntesis de las fuerzas evolutivas e involutivas, por la interpenetración de los dos ternarios. También la tradición hinduista por ejemplo ve en esta imagen el signo de unión del dios Shiva con su consorte Shakti. El seis es una imagen de las relaciones existentes entre lo de «arriba» y lo de «abajo», entre el cielo y la tierra. Por ello es también un símbolo del axioma de la Tabla Esmeraldina atribuida a Hermes: «Lo que está arriba es como lo que está abajo…», que expresa la analogía entre el Macrocosmos y el Microcosmos. En una lectura más metafísica, el hexagrama posee otras connotaciones. El vértice que apunta hacia abajo representa el descenso del Espíritu en la materia para manifestarse y darle vida. El triángulo opuesto alude a la espiritualización de la misma.

Filigrana en forma de pentáculo invertido en la que se pueden contar hasta diez corazones (cinco grandes y cinco pequeños). San Bartolomé de Río Lobos, Soria.

Para Jung, estos símbolos estelares son imágenes arquetípicas. La fusión de los contrarios que evoca el hexagrama viene a representar la unión del mundo personal del individuo el universo temporal del Yo, con la realidad impersonal e intemporal del noYo: tiempo y eternidad, el hombre y su unión con Dios. El símbolo es en definitiva el lenguaje del iniciado. La mente se vale de éste para alcanzar niveles superiores de conciencia. Todas las corrientes filosóficas, escuelas esotéricas y religiones se expresan a través de estas imágenes que a primera vista esconden u ocultan, pero en el fondo revelan su misterio y comunican su mensaje a aquél que conoce las claves para desentrañar su lectura.

Simbolismo de las formas geométricas más sencillas que se combinan mágicamente para

generar la Estrella de David.

Desde la más remota antigüedad y usada por diferentes culturas distantes entre sí en el espacio y en el tiempo, la estrella ha venido siendo utilizada como manifestación de ideas, conceptos y abstracciones diversas, pero siempre con pautas comunes en sus diversos significados. Desde cualquier punto de vista, sea éste gnóstico, cabalístico, astrológico o alquímico, su interpretación está siempre relacionada con unas bases constantes en las que todas las tradiciones confluyen. La riqueza expresiva y la comprensión del símbolo residen precisamente en esos parámetros. Ello nos permitirá, en este apasionante recorrido por el universo del símbolo, desvelar aquellos mensajes que yacen ocultos en el alma de la piedra y que duermen un letargo de siglos, esperando a que el buscador de conocimientos trascendentes llegue a desvelar los secretos que guardan celosamente.

Capítulo 14 SIMBOLISMO ANIMAL

NO CABE DUDA DE QUE EL PRESENTE APARTADO es uno de los más complejos en el estudio de las imágenes del Románico. El Bestiario Medieval es tan sumamente variado que cualquier pequeño detalle que escape a nuestra observación puede conducirnos a deducir un significado incorrecto. Unas pezuñas en lugar de unas garras, o que una postura sea reposada o agresiva, modificarán el sentido de la misma criatura evocada, si no estamos suficientemente atentos a eso detalles, por nimios que parezcan, habremos perdido el auténtico sentido de la idea o mensaje que quiso representar su autor. Autores tan antiguos como Aristóteles (Historia animalium), Plinio el Viejo (Historia natural) o Plutarco (Mo ralia). Habían tratado el mundo animal. Y fue en el si glo IV cuando se tradujo al latín la obra clave del Phisiologus, un tratado probablemente escrito en Ale jandría en el siglo II de nuestra era, que describía a los animales y mostraba sus costumbres como un reflejo del mundo moral. Se le ha atribuido en su redactado a manuscritos griegos o a autores como san Basilio, san Jerónimo o san Epifanio entre otros. Dicho contenido fue creciendo con el paso del tiempo convirtiéndose en el origen de los numerosos bestiarios que circularon por el Medioevo, muchos de ellos con numerosas ilustraciones.

Portada del Cordero, San Isidoro de León, uno de los grandes tesoros del arte románico.

A todo ello debe de añadirse también la tradición de los fabulistas clásicos, como Esopo, que influyeron en los fabulistas medievales, cuyas obras eran incluso recomendadas por los Padres de la Iglesia. Por otra parte, el libro sagrado por excelencia del cristianismo, la Biblia, contiene numerosas referencias a esta manera tan singular de comprender la función de los animales y a la propia naturaleza, haciendo alusión en muchas ocasiones, a los significados metafóricos, alegóricos o simbólicos, como por ejemplo al carnero, emblema del sacrificio, el árbol de la Vida, la paloma y, sobre todos ellos, la figura de Cristo como cordero, tomada del Apocalipsis. El Neoplatonismo, que fue defendido por San Agus tín, generó durante gran parte de la Edad Media la certeza de que el mundo natural era únicamente una apariencia tras la que se escondía la verdadera realidad

trascendente de Dios. El arte de entonces debía olvidarse de representar a la Naturaleza tal y como se percibía e ir más allá y manifestar la esencia oculta que se encontraba tras lo aparente. Se buscaba de este modo el concepto y la racionalidad de las potencias divinas manifestadas. La arquitectura y la estructura del edificio se rigen por un uso exclusivo de formas geométricas muy simples, en los que círculos, cuadrados y cilindros se disponen de forma ordenada y simétrica. Las denominadas Ley del Marco y Ley del Esquema Geo métrico serán las predominantes a seguir en el campo de la escultura y la iconografía siempre subordinadas a estos conceptos arquitectónicos. La Ley del Marco obliga al artesano del Románico a adaptar su obra a las formas y volúmenes arquitectónicos. Ello podemos verlo claramente en los llamados tímpanos, pues su forma circular obliga a la iconografía a adaptarse a diferentes alturas y en ocasiones a estar inclinados de ma nera forzada debido a su trazado semicircular, evitando con ello romper la armonía del conjunto. En cuanto a la Ley del Esquema Geométrico exige al escultor una adaptación a sus figuras según los cánones de una geometría preestablecida y siguiendo una simetría acorde con la simplicidad de conceptos geométricos básicos como pueda ser un triángulo, un cuadrado, círculos o un pentalfa tal y co mo puede apreciarse en los bocetos del famoso Honnecurt y el trazado de sus dibujos siempre basados en estos parámetros. No podemos olvidar que, en su origen, el arte cristiano no crea, no inventa nada. Lo que hace es tomar «prestadas» formas ya creadas y cambiarles sus contenidos. Por ejemplo, Cristo pasa a ser representado como el Buen Pastor tomando la forma física del portador de ofrendas del arte griego (el moscóforo) y cambiando el significado del mismo, o la corona de laurel que representaba la gloria terrenal en el mundo romano pasa a significar en el cristianismo la resurrección. Con los animales, sucederá exactamente lo mismo. Se trajeron y adaptaron motivos egipcios, mesopotámicos, persas o asirios de los que se nutrirá la fauna

románica y que, junto a los bestiarios y la influencia musulmana, resurgirán a partir del siglo X, una de las figuras con más vitalidad en el ámbito románico: el monstruo. Se trata de un resurgimiento y no de una innovación en la iconografía simbólica, pues esta unión de distintos animales que conforman a estos híbridos o incluso con partes humanas posee un origen antiquísimo que se remonta a la Prehistoria.

Los bocetos de Villard de Honnecourt parten de conceptos geométricos básicos para crear personajes, animales y escenas diversas.

Es preciso hacer una salvedad en este apartado dedicado a la impresionante iconografía del románico. Existen algunas objeciones que son precisas de resaltar cuando nos interesamos por el tema. En muchas ocasiones, esta iconografía pierde su simbolismo sencillamente porque no lo posee. Existen agrupaciones o conjuntos de figuras que sirven única y exclusivamente con fines puramente decorativos. De esta manera se cumplía una regla conocida como Horror Vacui, horror al vacío. Dejar espacios sin ornamentación se convertía en un auténtico quebradero de cabeza y ello se suplía llenando estos espacios con motivos sin carácter simbólico. A veces, dichos ornamentos se encuentran a ambos lados de aquellos que sí los poseen y en otras, sencillamente decorando una serie de metopas, canecillos o capiteles. Ello convierte este planteamiento en un auténtico problema incluso para los especialistas pues, además de las dudas que presentan, levantan a su vez controversias entre los estudiosos. Retrocediendo en el tiempo y buscando los orígenes del simbolismo cristiano, vemos que se trata de un legado procedente del mundo helenístico del que bebió el Imperio Romano y finalmente la cultura judía que era antagónica en relación a su postura con respecto a las representaciones religiosas, puesto que la cultura clásica no concebía la divinidad sin una representación física. Ello chocaba frontalmente con los conceptos religiosos hebraicos que eran fundamentalmente anicónicos, es decir, contrarios a las imágenes. Para resolver dicho problema, se recurrió en un principio a la figuración indirecta, o sea, que una figura era una representación, un símbolo portador de un significado que iba más allá de su apariencia.

Un ejemplo donde se mezclan escenas con descripciones bíblicas y elementos simplemente ornamentales. Iglesia de Nuestra Señora del Manzano, Castrojeriz, Burgos.

Al principio, no había necesidad alguna de representar a la divinidad infinita, en parte por la creencia de que al crear Dios al hombre a su imagen y semejanza no había necesidad de su imagen. Además, el naciente cristianismo poseía elementos nuevos y diferenciales que le distinguían claramente del judaísmo: el descenso a la tierra de la encarnación de la segunda persona de la Trinidad. Este nuevo ideario venía a cambiar completamente la inexistencia de iconografía. En aquel instante, Cristo podía perfectamente tener una imagen física. Así es como al comienzo, ante la falta de documentos, se recurrirá a imágenes alegóricas del arte clásico. Luego serán animales representativos hasta

que más tarde, con el paso del tiempo, se mezclarán motivos simbólicos y hechos presuntamente históricos de los Evangelios, hasta llegar a una iconografía del Redentor. Con el tiempo, la figura de Cristo, eje central del cristianismo, verá crecer el número de símbolos atribuidos a su persona llegando a constituir el denominado Bestiario de Cristo, plagado de diferentes especies de animales y cuya interpretación estará basada en los versículos bíblicos.

Los burros son frecuentes en el bestiario medieval, ya sea representando, como en este caso, a la Burra de Balaam, o a la que utilizó Jesús el domingo de Ramos para entrar en Jerusalén. Capitel en la iglesia de Andaluz, Soria.

A partir de aquí surge el arte cristiano debido a una necesidad puramente pedagógica. Pero es necesario trasladarse a la mentalidad de la época medieval para intentar comprender a aquellas gentes y la sociedad en la que se desarrollaban sus vidas. Para el hombre medieval todo cuanto le rodeaba era una emanación de la divinidad. En la mentalidad judeocristiana, toda la naturaleza como los aconteceres cotidianos dependían de Dios, reflejándose en toda su obra. El universo y, a través del conocimiento de éste, el ser humano podían acercarse a la divinidad para poder entender y aceptar los misterios que le rodeaban procedentes de Dios. Esta forma de pensar estaba enraizada en la Iglesia, la cual se valía de ella para poder influir en las masas. La institución tenía ante sí un pueblo inculto además de muy influenciable, que se encontraba atemorizado por las consecuencias del pecado y su castigo. La Iglesia, de perseguida pasó a convertirse en perseguidora de las desviaciones que se producían dentro de su propio seno y de las agresiones exteriores. Precisaba de unas medidas de protección que ya fueron usadas por otras religiones de signo histérico como el Mitraísmo, el culto a Cibeles o a Isis, entre otras. El filósofo Pitágoras ya lo dijo en cierta ocasión: «no es bueno enseñar todo a todos». Con ello se establece una disciplina para que tan solo los neófitos elegidos reciban las enseñanzas de los llamados misterios. Y es precisamente a través del símbolo el que puede establecer ese vínculo de unión entre los elementos artísticos y orales que exceden el significado aparente de aquello que se ha representado. Así es como se irán tejiendo una serie de signos, palabras clave o llave, que abrirán las puertas de la trascendencia de la aparente realidad y que solo llegarán a conocer los iniciados. Todo lo que existe en el Universo es capaz de enviar un mensaje a los hombres al ser obra y manifestación de Dios. Nada mejor para descifrarlo a través de las figuras de animales pues el hombre del Medioevo tiene la convicción de que éstos están presentes para servirnos de ejemplo. Ellos representan vicios o virtudes y se convierten en el mediador, en el símbolo de unión

entre el cielo y la tierra. En realidad, la finalidad de todo ello era dirigirse a un público analfabeto. La piedra era un libro abierto para ellos y la pedagogía y las enseñanzas que pueden extraerse del edificio con esos aparentes ornamentos es aleccionar a los feligreses a cumplir las leyes de la Iglesia y a distinguir lo celestial de la demoníaco y las virtudes de los pecados si en un principio la iconografía del Románico utiliza el Antiguo Testamento como argumento para tales fines, pronto aparecerán escenas del Nuevo. Se trata en definitiva de la unión de conceptos simbólicos con descripciones de episodios de los Evangelios. Así es como el Románico y el Gótico se convierten en auténticas Biblias de piedra.

Un animal fantástico. Quizá representación de un pecado.

Ese bestiario, al igual que la iconografía vegetal, deriva en una simbología moralizante. Se trata de una comunicación de ideas y conceptos trascendentes cuyo medio de transmisión es el lenguaje simbólico Es así como el artista que confecciona dichas imágenes se

encuentra plenamente sumergido en un mundo donde todo gira alrededor de la revelación y de la obra de Dios. Pero ello no implica que ésta sea la única y exclusiva interpretación y que la imagen no posea otros significados. No todos los miembros de estos gremios eran grandes iniciados, en el sentido más amplio de la palabra. Evidentemente los había, pero eran aquellos que se encontraban en la cima de la jerarquía. Ellos eran quienes daban las instrucciones, dirigían e indicaban al artesano la imagen a esculpir, sin estar obligados a pormenorizar sus contenidos. Siempre ha sido así. El saber, el conocimiento y las verdades, pequeñas o grandes, han pertenecido a unos pocos.

MUNDO TERRESTRE Los animales juegan un papel importantísimo en el mundo del símbolo. Desde un principio, y remontándonos al tiempo de los antiguos egipcios, el mundo animal era representativo de los secretos alquímicos. Un león rojo era sinónimo del oro, mientras que uno verde representaba el mercurio filosofal. El cuervo significaba la putrefacción de la materia y el lobo el antimonio. El origen terrestre o aéreo de la especie de que se trate sirve para distinguir perfectamente propiedades, virtudes y defectos. Siguiendo en el terreno de la Alquimia, los animales alados simbolizan el principio volátil, mientras que los terrestres representan un principio fijo. Cuando contemplamos lo que aparenta ser una encarnizada pelea entre una criatura terrestre y una alada, se ilustra la lucha alquímica entre los principios opuestos que representan y también su correspondencia espiritual (la lucha entre cuerpo y alma, la materia y el espíritu).

La Serpiente

No cabe duda de que este símbolo ha sido el más utilizado, el más po lémico y el que más controversias ha levantado desde hace siglos. La serpiente ha visto como a través del tiempo, su interpretación ha sufrido tales cambios, que se han llegado a invertir completamente sus significados primigenios. Símbolo universal por excelencia, se la ha considerado guardadora o custodia de tesoros escondidos, es decir, tesoros no materiales sino saberes y conocimientos ocultos. Ha venido a representar el renacimiento del iniciado que, con su muerte simbólica y su resurrección en un nuevo estado del ser, en otro estado de conciencia, se asemeja al cambio de piel que el ofidio efectúa en cada primavera. En tanto se convierte en un hombre nuevo, es en realidad otro ser. Como todo símbolo resulta ambivalente, la ortodoxia religiosa ha encontrado en su imagen otro significado esotérico cristianizado como el hecho de despojarse de su piel. Dicha interpretación es la alegoría del ser humano que se desprende arrepentido de sus pecados y se deshace de su anterior condición por medio del Bautismo y la Penitencia. Otra visión, otro significado y otra valoración para un mismo símbolo.

Canecillo con dos serpientes en San Juan de Priorio, Asturias.

En el arte románico, este ofidio aparece profusamente, ya sea en su forma habitual, aladas con cualquier otro aditamento nacido de la imaginación y fantasía del escultor. En todo el orbe cristiano, desde su origen ha sido y sigue siendo el animal más maléfico de todos y así ha sido representado en los momentos más desgraciados del ser humano,

como la escena del pecado original o las escenas de la lujuria o el infierno. Para el clasicismo o la Tradición, poseía un sentido generacional que más tarde pasó con el cristianismo en su aspecto negativo y como generadora del pecado Si anteriormente era el elemento fundamental de las religiones terrestres o telúricas, se ofrecía con el cristianismo una religión eminentemente celeste, como portadora de todos los males. Si anteriormente representaba a las divinidades tradicionales, ahora no podía representar más que todo lo contrario. La enemiga de Dios, a la que la Mujer aplasta la cabeza, anticipando de este modo el triunfo de Cristo. A través de la Biblia, la serpiente se ofrecía al hombre medieval como su peor enemigo. Así se convierte en la causa de todos los males y representa un simbolismo demoníaco indiscutible. En el Románico, su uso será muy frecuente cuando simbolice a la lujuria, sobre todo las aladas o monstruosas y el castigo de dicho vicio suele representarse por una o varias mujeres a las que las serpientes muerden sus pechos. La misoginia, no lo olvidemos, estaba muy presente en los conceptos religiosos pues a la mujer también se la consideraba como promotora de muchos vicios. En el mundo medieval se achacan casi todos los males al género femenino, y así las mujeres se convierten en protagonistas en las escenas de lujuria o del castigo de la misma. Era como si para el pensamiento de la época y el ideario de la Iglesia, el hombre no existiera o bien éste era un pecador de segunda categoría, como si ello los convirtiera en una especie de «ranking» de lo pecaminoso. En las antiguas culturas mediterráneas, el reptil era portador del conocimiento oculto, como en el caso de Egipto, cuyo faraón lo llevaba en su tocado como símbolo de poder y sabiduría. También los héroes míticos de distintos pueblos han estado siempre vinculados a la serpiente. Desde las sacerdotisas de la isla de Creta, que son representadas con serpientes en las muñecas, hasta los gnósticos que veían en el reptil al

liberador de las prohibiciones del Demiurgo, que quería evitar que el hombre despertara de su ignorancia y alcanzara el conocimiento. Prosiguiendo con el simbolismo del ofidio, recordaremos el famoso y conocido Caduceo de Hermes, adoptado por el médico Asclepio [29] como signo de conocimiento y sabiduría siguiendo a la antigua tradición. Ladón, otra serpiente que custodiaba las manzanas de oro (el conocimiento) del Jardín de las Hespérides, fue matada por Hércules para poder robarlas; es decir, para tomar posesión de lo áurico, de significación solar y espiritual, y alcanzar lo trascendente. O la famosa leyenda del griego Apolo, que vence a Pitón y construye sobre su guarida el templo de Delfos, que posteriormente sería conocido como centro iniciático de los misterios de primer orden. También en un mito germánico aparece Fafnir, la serpiente vencida por el héroe Sigurd, que se baña en su sangre y ad quiere así su sabiduría, hecho que recuerda los ritos de iniciación de Mitra, en los que la sangre de un toro cae sobre el iniciado encerrado en una jaula. A todo ello, puede añadirse que la letra «S» en ocasiones se convierte en un signo serpentario para representar el conocimiento oculto a los profanos. No es de extrañar que en algunos Crismones, veamos dicho signo in vertido y cuya interpretación sea otra muy distinta de la oficial. Es conocida su representación con las corrientes cósmicas y telúricas, corrientes que en definitiva no son más que la expresión y el efecto producido por las acciones de las fuerzas emanadas del cielo y de la tierra. Su función religiosa o ritual aparece ya en el arte rupestre como deidades telúricas y como símbolo de las fuerzas terrestres. Una clara representación de los ciclos de la vida, del tiempo e incluso de la eternidad, es el conocido símbolo gnóstico del Ourobos, esa serpiente que se muerde la cola y que algunos asocian incluso como una representación alquímica. La serpiente y el árbol como símbolos mitológicos son dos mil años más antiguos que el Cristianismo. Ambas imágenes ya aparecen en

cerámicas sumerias dedicadas al Señor del Árbol de la Verdad y su grafismo son dos serpientes erectas y enroscadas de la misma forma que aparecen en el Caduceo de Hermes. Existen grabados antiguos en que el ofidio aparece acompañado por el sol o la luna. Si era representación de la Sabiduría, no es de extrañar que fuese llamada» el más astuto de los animales» en el Génesis y que influenciara en el mito del Edén.

Serpientes animales en un capitel. Están entrelazadas con otras con cabeza humana. Una representación quizá de las tentaciones que sufre el pecador. Ciudad Rodrigo, Salamanca.

Siglos más tarde, la todopoderosa Iglesia intenta borrar de la memoria colectiva los antiguos mitos y ritos profanos y la serpiente se convierte en una de las primeras víctimas. A partir de aquel momento, se transforma en un ser maléfico y demoníaco sobre la base del argumento bíblico del Génesis y la conocida historia del Edén con sus consecuencias.

Al mismo tiempo, el hermano de la serpiente, el dragón, sigue la misma suerte. Con el paso del tiempo, irán apareciendo una serie de Vírgenes que vienen a sustituir a la Gran Madre, le tierra fértil, la Isis negra. Para que cumpla su misión celestial, la figura debe pisar la cabeza de la serpiente. Representando con ello la Victoria de lo bueno sobre lo malo, de la virtud sobre el pecado y de lo positivo sobre lo negativo. Esta inversión de los símbolos ha venido efectuándose desde hace siglos. El estudioso o el simple interesado puede encontrarse con un signo o una imagen con significados contrapuestos y ello puede conducirle por caminos erróneos o a interpretaciones equívocas.

Perros y Lobos En distintas culturas el perro es símbolo propicio y representa la lealtad, la vigilancia y la destreza en la caza. Algunos santos y místicos están acompañados por dicho animal, cuya presencia se convierte en el conocimiento que adquiere el peregrino. En alquimia simboliza el azufre o el oro metálico, es decir, el físico. Cuando el cánido se presenta en su estado salvaje como lobo puede evocar también ideas positivas de auxilio, tal y como se ve en las mitologías de Oriente y Occidente que le atribuyen la función de guía, e incluso de maestro que conoce el secreto de los bosques, aunque esta connotación es difícil de encontrar en un contexto cristiano. La loba que en la antigua Roma resultaba una imagen materna por haber amamantado a Rómulo y Remo, en el mundo cristiano se convierte en la personificación del peligro y del mal por devorar las ovejas (los fieles) cuando éstas se alejan del Buen Pastor (la Iglesia). Aun que el lobo, junto al mono, era uno de los grados iniciáticos de las cofradías de constructores. En la alquimia, el lobo es símbolo del antimonio y por tanto de Saturno por sus propiedades de fijeza y solidez en contraposición del mercurio que es volátil. El perro o can da nombre al canecillo, piedra esculpida generalmente

que sobresale del muro y que se encuentra inmediatamente ba jo el tejado. También lle ga a simbolizar al compañero constructor, porque sigue las indicaciones de su amo (el maestro de obras). En ocasiones, cuan do lleva una piedra en la boca representa que se la ha dado el maestro para trabajar y construir el templo. Como el perro y el lobo son ambivalentes, tal y como sucede con la mayoría de símbolos, ello conduce a interpretaciones opuestas que no equívocas. Precisamente en los capiteles su figura se concibe como el Demonio y ello debido al Evangelio con las cartas de Pablo a los filipenses (3.2). Así mismo el Codex Calixtino [30] dice lo siguiente: «el perro suele ladrar al hombre y el lobo acostumbra a devorar ovejas. Por el perro y el lobo se designa al Diablo tentador del género humano. El demonio ladra al hombre cuando provoca a su mente a pecar con el ladrido de sus sugestiones. Muerde como el lobo, cuando impulsa sus miembros hacia el pecado y por la costumbre de vivir en la culpa devora su alma entre sus hambrientas fauces».

¿Perro?, ¿lobo?, ¿antimonio? El bestiario simbólico de la alquimia es constante, tanto en el románico como en el gótico. San Juan de Duero, Soria.

Serie de canecillos en San Bartolomé en Río Lobos, Soria. El lobo representa a un constructor medieval, las cabezas podrían ser de caballeros templarios y el resto podría tener una función ornamental o relacionada con la alquimia.

Esta ambivalencia prosigue cuando ambos vienen a ser representativos de Caín y Abel. Caín es el lobo sediento de sangre y Abel el fiel servidor que da su vida por su amo. Resulta más que evidente que la Iglesia ha utilizado todos y cada uno de los versículos en los que aparecen animales para argumentar sus doctrinas y dogmas. Para esta Institución, cualquier asomo de contradicción con sus postulados es rechazado como profana, pagana o herética. Pero prosigamos con la imagen del perro. Considerado uno de los animales domésticos más antiguos, el can era representado como guardián de la puerta del más allá (Cerbero). Cuando su color resulta ser negro, personifica lo tenebroso y maléfico, compañeros demoníacos de magos y brujas. El «cazador de almas»,

Satán, se hace acompañar por una jauría de perros infernales. El simbolismo también forma parte del mito y la leyenda. Así es como el lobo que representa a las fuerzas diabólicas que amenaza al rebaño de fieles (los corderos), los santos convierten su ferocidad en un modelo de compasión y piedad, gracias al poder cristiano del amor como hizo san Francisco de Asís. No obstante, predomina claramente su imagen más negativa.

En este capitel, bajo una lacería, podemos ver lo que parece un perro, aunque el deterioro es grande y podría tratarse de otro animal.

En el tratado Physiologus, de principios del cristianismo, se la asocia con la traición y la emboscada, asegurándose de que este animal se fingía

muerto cuando se le acercaba un hombre para atacarlo de improviso en tanto se hallaba desprevenido. Calificado en diferentes bestiarios como impuro debido a curarse la miéndose las heridas o bien el de volver a ingerir sus vómitos, fue comparado con el pecador que es perdonado y curado por la confesión y que, después de confesarse, vuelve a incurrir en sus propios pecados. De nuevo los versículos bíblicos sirven de apoyo para tales afirmaciones pues en la Carta de san Pedro (2, 22) dice así: «volviese el perro a comer lo que vomitó y la marrana lavada a revolcarse en el cieno.» El lobo con piel de cordero, además de simbolizar a los falsos profetas, representa al ser humano malicioso y con bajos instintos que aparenta lo que no es en realidad. Para encontrar de nuevo un significado positivo debemos recurrir una vez más a la iconografía alquímica en la cual el lobo representa al lupus metallorum (el lobo de los metales) que «devora» el oro para purificarlo, un proceso que se realiza con la ayuda del antimonio, denominado a su vez «lobo gris» por los alquimistas.

Monos, Conejos, Gallos y Cerdos En ocasiones veremos la imagen de un mono, animal que puede sorprender por su inclusión dentro de un conjunto iconográfico europeo. En general, se trata del diablo, impulsor de la tentación, el vicio y el pe cado, al que se asimilaba a la idea de imitación burda de la virtud como,«mono de Dios», que lo asocia a la idea de falsificación del auténtico sentido de las cosas. Sin embargo, también son posibles lecturas que le atribuyan un significado más psicológico y profundo, aunque en la cultura cristiana predominen siempre las connotaciones negativas. Así, por ejemplo, el mono no cesa de parlotear, y de moverse con agilidad, pero sin sentido desde el punto de vista humano: va y viene de un lugar a otro o repite una serie de gesticulaciones sin ningún objetivo aparente. Por eso, su nerviosa actividad permitió convertirlo en una metáfora de

nuestra mente distraída, quien tiene que «domesticar» y aprender a concentrarse y dirigirse hacia su objetivo mediante una disciplina. Estos monos de nuestra psique están constantemente dispersos y hay que dominarlos para encauzarlos correctamente. Finalmente, a este simio se le ha adjudicado la interpretación de representar al ángel caído, el De monio que quiso equipararse con Dios. En la Puerta de las Platerías de Santiago de Compostela puede verse dicha imagen. Con todo, si observamos su significado en otras culturas, veremos que muchas le atribuyen un significado positivo, como sucede en Oriente y ocurría en el antiguo Egipto donde el mono es percibido como un animal sagrado. La conocida imagen de los tres monos que cubren sus ojos, oídos y boca, y que comúnmente traducimos con la frase «ni ver, ni oír, ni hablar» procede de Oriente, donde son co nocidos como «Los Tres Monos Místicos». Este trío representa tres virtudes: no ver el mal (no estar pendiente de éste), no oír el mal (huir de condicionamientos e influencias engañosas) y no hablar del mal (no invocarlo ni ocupar la mente en lo negativo). También el conejo y la liebre presentan una notoria ambigüedad. Su constante disposición al acoplamiento y su elevada tasa de reproducción les convirtieron en símbolos del pecado de la lujuria. Pero es necesario no apresurarse a interpretar el significado de dichas imágenes de modo mecánico. Cuando estos animales se representan echados a los pies de la Virgen María y el color de su pelaje es blanco, expresan todo lo contrario: La Victoria del espíritu sobre la tentación de la carne. A veces, podemos contemplar sus imágenes en las vidrieras multicolores de las catedrales y, en el caso de que sean tres ejemplares y estén unidos entre ellos por las orejas, constituyen un símbolo de la Trinidad. Aunque se trate de un ave, el gallo es considerado como animal terrestre por sus características. Su grito matutino anuncia la salida del sol, alejando los demonios de la noche. En la condición cristiana, representa a Cristo anunciando un nuevo día distinto, en el que se nace a

la nueva fe. Considerado un símbolo solar, significa también la proclamación de la resurrección de Cristo y en alquimia evoca al mercurio. Su estado de alerta en relación al astro rey resulta una clara metáfora que lo asimila con la venida de Cristo. La frase Ego sum lux mundi (yo soy la luz del mundo) está íntimamente relacionada. El gallo, al atribuírsele el papel de anunciador, se le ha relacionado con el arcángel Gabriel, asimismo anunciador. Como en otras ocasiones, su simbología no es cristiana pues procede de antiguo al coronar los puntos más altos de los edificios y era sin duda alguna un claro símbolo solar. A pesar de poseer una rica simbología, el gallo está poco representado en la iconografía del Románico.

Perros cazando un jabalí. Mensario de San Bartolomé de Campisábalos, Guadalajara.

El jabalí es un animal de signo benéfico y positivo. Entre los pueblos germánicos estaba relacionado con la diosa Freya y su hermano Freyr. Los guerreros llevaban de manera corriente su cabeza, mientras que los habitantes de la Grecia micénica decoraban sus cascos con sus dientes alineados. El jabalí representaba el coraje irreducible en el combate y éste hecho dio nombre a muchas personas y lugares de Alemania, donde la palabra eber significa jabalí. En el mundo celta era considerado sagrado, simbolizando también la fiereza y el coraje. Era representado en cascos y escudos y un pedazo de su carne se colocaba en la tumba del fallecido para dotarlo con la fuerza necesaria para emprender su viaje hacia el más allá. El jabalí adquirió tal importancia en el celtismo que su figura pasó a protagonizar muchas sagas y narraciones galas e irlandesas. Si bien en Oriente no tuvo la misma importancia que en el universo celta, también tuvo una participación destacada en mitos y leyendas. En India fue asociado a Vishnú, quien hizo emerger la tierra de las aguas primordiales y la excavó para que surgiera la columna de fuego y luz que representa el falo (lingam de Shiva). En el cristianismo, han sido muchas las ocasiones en que el jabalí ha simbolizado a Cristo. Como en el caso del perro y el lobo, el jabalí también evoca a otro animal emparentado con él. En esta ocasión se trata del cerdo. La conducta de esta especie, la emisión de sus sones nasales y el estar de continuo en lodazales han configurado una imagen negativa. Aunque no posea las propiedades de otros se res, los que se adjudican facultades maléficas o demoníacas, es poseedor de elementos suficientes como para ser re lacionado con el ser hu mano que se revuelca en su propia suciedad, pegado al barro de sus pasiones y sumido en el estercolero de sus vicios y pecados. En esta situación, no hay conciencia de redención ni una espiritualidad dispuesta a despertar, ni la voluntad de alcanzar niveles superiores de existencia. Lo mismo que sucede con otros animales, su representación iconográfica se confunde a veces con el

cerdo y si dichas imágenes están deterioradas, su identificación resulta casi imposible. Resulta difícil en la iconografía pétrea distinguir al conejo de la liebre, pues ésta ha sido considerada a su vez como un animal inmundo y sensual y como tal lo atestigua el Levítico (11,3-7) que dice lo siguiente: «De los animales terrestres podéis comer todos los rumiantes, de pezuña partida; se exceptúan solo los siguientes: el camello, que es rumiante, pero no tiene pezuña partida, tenedlo por impuro; la liebre, que es rumiante pero no tiene pezuña partida; tenedla por impura». Asimismo san Julián, san Agustín y san Clemente entre otros afirmaban que al pueblo hebreo le estaba prohibido el consumo de la liebre por ser símbolo de los vicios de los que Yahvé quiere ver libres a sus fieles. (11,3-7) que dice lo siguiente: De los animales terrestres podéis comer todos los rumiantes, de pezuña partida; se exceptúan solo los siguientes: el camello, que es rumiante, pero no tiene pezuña partida, tenedlo por impuro; la liebre, que es rumiante pero no tiene pezuña partida; tenedla por impura». Asimismo san Julián, san Agustín y san Clemente entre otros afirmaban que al pueblo hebreo le estaba prohibido el consumo de la liebre por ser símbolo de los vicios de los que Yahvé quiere ver libres a sus fieles.

El Cordero Símbolo de pureza y candor, el cordero era la víctima sacrificial del pueblo de Israel durante la Pascua judía, la Pessah. La imagen evangélica del Buen Pastor conduciendo su rebaño, que no duda en dejarlo recogido para acudir al rescate de la oveja perdida, se trasladó a la figura de Jesús yendo a la búsqueda de los corderos descarriados del rebaño de Dios (los hombres). De ahí procede la conocida frase de «oveja descarriada», pero también la asimilación del símbolo del cordero que representa al fiel, en la medida en la cual éste tiene por objetivo la Imitatio Christi, el hacerse como Cristo, definido como «Cordero de Dios», en consideración a su

sacrificio expiatorio por la Hu ma nidad, que tuvo lugar precisamente en vísperas de la Pascua judía, cuando los corderos pascuales eran degollados por los sacerdotes en el templo. San Juan traslada incluso la crucifixión al día preciso en el cual se sacrificaba a los corderos para enfatizar este simbolismo. Por eso, su Evangelio describe el encuentro entre san Juan Bautista y Jesús de la siguiente manera: «Al día siguiente, vio que ve nía hacia él y le dijo: He aquí el cordero de dios que quita el pecado del mundo». En el Apocalipsis se vuel ve sobre la misma imagen: «Y le vi: el Cordero estaba de pie sobre la montaña de Sión», aparte de distinguirse a Cristo como el «Cordero degollado». Desde la épo ca de las catacumbas ro ma nas, el Cordero de Dios (Agnus Dei) se formalizó como u na alegoría convencional de Cris to. Por eso, en la Cristiandad aparece representado acompañado de una cruz o con los E - vangelios, convirtiéndose en el llamado «Cordero Místico». Este animal posee otra implicación relacionada con el ser humano que está dispuesto con humildad al sacrificio de ser devorado para renacer a una nueva vida. Ello podemos leerlo en Hebreos 9,12 donde dice: «Y entró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo la Redención eterna».

Un Cordero Místico en Santa María de Llanes, Asturias.

Me gustaría que el lector me permitiera un pequeño comentario con respecto al cordero. Podremos encontrarnos a veces con la incertidumbre de saber si aquello que contemplamos en una iglesia es un cordero o no. La verdad sea dicha, todo depende de la habilidad que tuviera el artista. Cordero, oveja y carnero se confunden fácilmente. Si además añadimos el deterioro de muchas imágenes, la dificultad para saber a qué atenernos puede ser considerable en algunos casos. Posiblemente vengan en nuestra ayuda las otras figuras que le acompañan y que conforman un conjunto respecto al significado de la

representación. Según la composición de que se trate, esos elementos tal vez nos permitan dilucidar el problema que plantean muchas representaciones.

El Gato y el León El caza-ratones, ese felino que goza de nuestra compañía desde hace siglos, fue considerado mágico y especial en la antigüedad. En el conocido Libro de los Muertos egipcio, ya aparece como protagonista de actos sagrados, cuando destruye a la malvada serpiente Apophis. Esos felinos representaban un aspecto particular de la misma fuerza que simbolizaban las deidades leoninas como Sekhmet. Este fue el caso de la diosa Bastet, hermana de Horus representada como diosa-gata o con cabeza de gato. A menudo eran momificados y existen documentos que constituyen auténticos precedentes de la costumbre, relativamente reciente en nuestra cultura, de rendir honores fúnebres y dedicar enterramientos de tipo humano a estas mascotas. Los egipcios ya habían domesticado el gato salvaje de Nubia en el año 2000 a.C. Eran tan apreciados que, cuando moría un gato, la familia que lo acogía guardaba luto y realizaba gestos rituales de duelo por su pérdida. Pero una vez más, la ignorancia del ser humano, madre de todos los males, convirtió a este pobre animal en un símbolo negativo. El hecho de saber cazar de noche y en la casi absoluta oscuridad, le tornó en aliado de misteriosas e ignotas fuerzas tenebrosas. De aquí a ser relacionado con el reino de Satán y la brujería, había solo un paso. Fueron desollados, quemados y descuartizados por orden de la cristiana, caritativa y bien pensante Iglesia que, como acostumbra, falseó la realidad en su propio beneficio, convirtiendo al gato, preferentemente si era negro, en el chivo expiatorio y en aliado de las brujas. Tanto es así que llegó a decirse que las brujas, en sus fiestas del Sabbath, montaban a ese pobre animal para llevar a cabo sus aberrantes

aquelarres. Desgraciadamente, tuvieron que pasar largos años para que la moderna psicología acudiese en su favor, poniendo un poco de orden en nuestras mentes enfermizas. El gato, desde sus raíces más profundas representa una polaridad típicamente femenina y, en consecuencia, al poseer dicha naturaleza, los juicios de valor que se le adjudicaban, en el fondo, no son más que una agresividad disfrazada hacia la mujer, provocada por una misoginia psicológicamente muy profunda.

Los gatos fueron relacionados con todo lo demoníaco, incluso en ilustraciones en que se le identificaba con el mismo Satanás. Libro de horas de Catalina de Clèves.

La visión tópica y popular que se posee de dicho animal, completamente equivocada, procede de este elemento inconsciente que, por desgracia, todavía perdura en infinidad de prejuicios absurdos. El hecho de no querer estar enjaulado o encerrado, ser independiente y desear vivir en libertad, lo convierte en el vivo retrato del ser humano. Pido disculpas al lector por este párrafo, pero como ya habrá adivinado, los felinos y un servidor llevamos años compartiendo nuestra existencia. Pero no es ajeno a nuestro tema. En muchas ocasiones, podremos ver al «minino» en algún capitel cociéndose en las llamas del Infierno. Al igual que el águila, el león es un símbolo de fuerza y siempre ha tenido un rol importante en la Heráldica, y no por casualidad. La Astrología relaciona al animal con el sol. Ésta asimilación con el astro rey se debe al color de su pelaje y a su inmensa y en ocasiones redonda melena que parece resplandecer. Su carácter eminentemente masculino tuvo que «dulcificarse» con su opuesto complementario femenino, así las diosas Cibeles, Artemisa y Fortuna aparecían a veces con cabeza leonina. En la antigüedad, simbolizaba a los dioses o a sus míticos héroes, como Hércules venciendo al león: el espíritu humano triunfando sobre la naturaleza animal. Gea, la diosa tierra, se representaba sentada en un carro tirado por dos leones.

En muchas ocasiones los animales parecen representados en posturas extrañas, como este león alado de inspiración sumeria.

Desde el punto de vista cristiano, el león resulta muy ambiguo. Por

una parte, recoge el simbolismo bíblico que lo vincula a la descendencia de la línea de Judá, y por otra al adversario del que solo Dios sabe protegernos, cuando leemos el episodio bíblico de Daniel en la fosa de los leones. El cristianismo primitivo urdió fábulas simbólicas en las que éste animal era el protagonista. Se decía, por ejemplo, que el león borraba sus huellas con la cola a medida que efectuaba su lento y majestuoso caminar. También se contaba que dormía en su caverna con los ojos abiertos en alusión alegórica una conocida afirmación: «Así duerme el cuerpo de mi Señor en la cruz, pero su divinidad está despierta a la derecha de Dios Padre». Así es como identificándose con Cristo es llamado «León de Judá». En el Románico, el león resulta una de las simbologías más complejas, pues en ocasiones lo encontramos como algo sagrado cuando se halla apostado a la entrada del recinto de lo sagrado como aviso o advertencia para que el profano no se aventure en su interior y atraiga el enojo divino. Llamado Leo Fortis es el vencedor de la muerte pues aplasta a los espíritus malignos generadores de todo mal. Denominado Leo Clemens, ejerce su gran misericordia sobre los pecadores arrepentidos. Hay que destacar que la figura del león es siempre extrema. Cuando es positiva, simboliza al hombre superior y cuando negativa a las fuerzas infernales. Generalmente se presenta a Jesucristo venciendo a animales como el dragón, el basilisco o el león. En el Antiguo Testamento tenemos un precedente de esta imaginería cristiana a propósito del episodio en el cual Sansón mata a dicho animal. Aquí el ser humano vence a las pasiones mundanas y trasciende su condición terrena. Cuando en la primera Epís tola de san Pedro dice: «Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, acecha buscando a quien devorar», el animal resulta de forma evidente negativo, pero cuando una vez más se invierte su interpretación, entonces representa lo positivo y es símbolo de Resurrección al regenerar al hombre hacia una nueva vida pues le confiere a su potencial víctima parte de su potencia vital. En definitiva

el león es un símbolo intrínsecamente dual como ocurre con otros tantos animales. Es así como la alquimia considera al león como símbolo de la sustancia original (azufre) y al león rojo como la obtención de la Piedra Filosofal. Cuando está representado de color verde simboliza un disolvente muy activo: el vitriolo.

El Macho Cabrío y la Cabra Respecto a estos animales se afirma en distintos bestiarios: «El macho cabrío es un animal lascivo, imagen del De monio y de la impureza, que en la Antigüedad servía de montura a Afrodita y Dionisos», de donde tal vez deriva que en la Edad Media se representara a la lujuria por una mujer cabalgando sobre un macho cabrío o una cabra. Una de sus variantes serían los sátiros que se presentan con cuernecillos y patas de cabra. Para los cristianos, es una imagen del Diablo y del Anticristo. En los bestiarios moralizantes, encarna simplemente los apetitos carnales. Su simbolismo es altamente negativo, pues san Mateo ya lo indica así en el Juicio Final (25, 31) del modo siguiente: «...como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda, al mismo tiempo dirá a los que estén a su izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno.»

El macho cabrío asociado con el Diablo realmente está inspirado en el dios celta Cernunnos, señor de las florestas y de los animales, aunque en origen tuviera aspecto de ciervo.

El Tetramorfo En el arte cristiano, el águila, el león y el toro se convertirán en fundamentales, pues la mayoría de tímpanos románicos poseen sus imágenes rodeando al Pantocrator. La conocida imagen del Tetramorfo, está formada por cuatro motivos el león, el buey o toro, el hombre y el águila, que simbolizan la nobleza, la fortaleza, la sabiduría y la elevación de todo lo creado, atributos divinos que san Ireneo [31] identificó con la difusión del Evangelio al mundo entero (los cuatro puntos cardinales). Se trata de un conjunto de símbolos con valor cósmico que vienen a representar el orden cíclico o circular celeste con sus cuatro puntos cardinales girando en torno al centro divino (Cristo). Fue este santo quien vio en el Tetramorfo la manifestación universal de Dios e identificó cada animal con un evangelista: el hombre-ángel con san Mateo, el león con san Marcos, el toro-buey con san Lucas y el

águila con san Juan. Otros seguidores como san Jerónimo [32] relacionaron cada ser con un aspecto de Cristo. El hombre representa la Encarnación; el toro-buey, la Pasión; el león, la Re surrección; y el águila, la Ascensión. Estas analogías son las predominaron durante toda la Edad Media. El Tetramorfo procede de la descripción que encontramos en el Apocalipsis en su capítulo IV cuando se efectúa una descripción del trono de Dios: «Delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal y en derredor de él cuatro vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. El primer viviente era semejante a un león; el segundo viviente, semejante a un toro; el tercero tenía semblante como de hombre y el cuarto era semejante a un águila voladora». Esta descripción pasa a ser el emblema cuádruple de Cristo, pues según el arzobispo de Tours, Hildeberto de Lavardín, escribió en el siglo XII lo siguiente:

El impotente tetramorfos de la iglesia templaria de Villalcázar de Sirga, con su misterioso cerdo orante en el lugar que debiera ocupar un buey representando a San Lucas.

«Cristo es hombre, Cristo es ternero, Cristo es león, Cristo es ave; en Cristo puede expresarse todo: Es hombre cuando vive, Buey cuando muere, es León cuando resucita y Ave cuando sube a los cielos». A pesar de que el Tetramorfo viene a representar a los evangelistas cuando se atribuye el hombre a Mateo, el águila a Juan, el león a Marcos y el toro a Lucas, éstos animales siguen haciendo referencia a la figura de Cristo, pues son una clara alusión a los libros evangélicos más que a los propios autores.

El Sapo Es elemento de la potencia masculina y en la Edad Media estaba asociado con la brujería y al de monio, por lo que quedó unido alegóricamente como símbolo del mal. La segunda plaga que Yahvé lanza contra Egipto para que el faraón deje salir de su país al pueblo elegido, el judío, rumbo a la Tierra Prometida es una lluvia de ranas y sapos. De nuevo la influencia de las Escrituras sirve de base para todo tipo de creencias y manifestaciones iconográficas.

MUNDO ACUÁTICO El elemento en el que ha nacido la vida es el agua. Ese medio viene a representar la transición entre la materia y el espíritu, fuente de vida (espiritual), medio de purificación y de regeneración. El agua participa del ciclo cósmico, pone en contacto a la lluvia con la tierra, la fecunda, asciende, se eleva y sigue su eterno ciclo. Se interpreta como el espíritu vivificador que fecunda el mundo del que renace con un poder ascensional reforzado. El agua representa la pureza para el Islam o la iluminación en

el Budismo. Las aguas cristalinas poseen seres que gozan de la luz, la trascendencia y la regeneración que provocan los rayos del sol; en cambio, las aguas putrefactas, cenagosas y oscuras poseen en lo más profundo a seres monstruosos, diabólicos que laten en el fondo de nuestra alma. Sería como nuestro más profundo subconsciente. Desde una visión iniciática, la inmersión en el agua simboliza la muerte del hombre viejo y su permanencia en ésta y la regeneración hacia una nueva vida que emergerá transformada. Ese es el sentido cristiano de las llamadas aguas bautismales. Este ritual es semejante al que se efectuaba tradicionalmente en las cuevas naturales o excavadas, lugares donde preferentemente se recibía la iniciación. En nuestro uso cotidiano del lenguaje, y posiblemente de manera inconsciente, relacionamos a nuestros congéneres con calificativos similares a los conceptos simbólicos del agua. Decimos que tal o cual persona tienen las ideas «claras» o bien que tal o cual conclusión está «tan clara como el agua». Por el contrario, definimos como «oscuras» a determinadas intenciones o personas. Las aguas limpias y con una superficie limpia como un espejo conducen a la calma, el sosiego, la paz y la introspección. Las agitadas o difícilmente impenetrables suscitan todo lo contrario.

La portada de San Pedro de Gaillos, Segovia, está decorada con un motivo que imita las olas del mar o las ondulaciones del agua.

En la arquitectura del Románico existe un motivo, en principio ornamental, que representa el agua o el mar, simbolizados en los pórticos mediante una línea quebrada que se denomina «dientes de sierra». Como vemos, nada queda al azar, todo es medido, calculado y preparado con antelación cuidadosamente y con una finalidad muy concreta: el mensaje. A pesar de que los tratados sobre simbología por lo general ofrecen un escaso tratamiento del simbolismo de los peces, tienen en cuenta a estos seres como una imagen fundamental del desarrollo espiritual.

Recordemos que el pez era símbolo de identificación de los primeros cristianos. El mismo Cristo está representado por un pez debido a la voz griega Ichthys. También la voz de origen griego IXOYZ que está formada por cinco letras iniciales de otras palabras griegas, significa: Cristo Hijo de Dios Salvador. El pez también aparecía junto al pan en las más antiguas iconografías, recordando el pasaje evangélico de la multiplicación de los panes y los peces. En alguna ocasión aparece el pez en forma de delfín, significando que se trata del salvador y el amparo de náufragos (aquellos que se encuentran desamparados y no tienen posibilidad de elección). Cuando podemos ver a ambos lados de la cruz a varios peces, viene a representar a los fieles cristianos en torno a su Salvador.

Un extraño monstruo con apariencia de cetáceo forma parte de una de las arquivoltas de Eunate, Navarra.

El signo de Piscis, representado por dos peces horizontales en direcciones opuestas, simboliza el descenso a las aguas primordiales y su

evolución en sentido contrario, saliendo del ciclo zodiacal, una vez superado ese descenso a lo caótico y oscuro de la materialidad, hacia una ascensión trascendente. Cuando aparecen unidos por la boca, estos dos peces nos recuerdan que ambas situaciones son complementarias. A pesar de que hasta el día de hoy no he podido localizar a la ballena en ese amplio repertorio que constituye el bestiario del Románico, bueno será recordar el pasaje bíblico de Jonás. En los Evangelios el mar representa la muerte y los primeros cristianos adoptaron el episodio de Jonás y la ballena como un símbolo de la resurrección de Cristo. El animal se convierte en un atanor alquímico, «salvando» de la muerte al personaje y convirtiéndose en el medio para el tránsito iniciático. Cabe añadir que el hecho de emerger a los tres días fue tomado como un anuncio profético de la resurrección de Cristo al tercer día.

MUNDO CELESTE Transmisor de ondas, de efluvios y de vibraciones, el aire es el medio en el cual se realiza el vuelo, ascendente o descendente, en el que se lleva a cabo la transición entre la materia y el espíritu. El hecho de elevarse, dejar la tierra y no tener otro apoyo que el aire ya implica una primera transformación Este medio etéreo, de múltiples direcciones y con infinidad de rumbos ha sido desde los tiempos más remotos símbolo de libertad. Estrechamente unidas a este sentimiento de elevación y este elemento sustentador que es el aire, las alas han estado íntimamente vinculadas al espíritu que, en su vuelo, atesora el impulso liberador necesario para una aproximación a la divinidad. Solo en pleno vuelo se obtiene un conocimiento global de cuanto existe «Cuando se sube a la montaña es cuando se puede contemplar el llano» dicen los taoístas. Únicamente un estado superior de conciencia permite reconocer que todos los elementos constituyen el gran Todo. En general las aves han representado el pensamiento, la imaginación y son

comunes al elemento aire y en una religión de signo solar como la cristiana, no resulta difícil identificar al fiel con el pájaro que vuela hacia la divinidad.

Ángeles Como no podía ser de otro modo, la figura del ángel es una de las representadas en la E dad Media. Simbolizan a seres intermediarios en tre Dios y lo creado. Per tenecen al reino celeste, incorpóreo, a pesar de es tar representados con cuerpo humano. Son aéreos, etéreos y sutiles. Tienen por misión la de ser guardianes, ministros, emisarios o protectores de los elegidos por su santidad y están organizados por jerarquías. Siete órdenes y nueve coros formados por tres tríadas. La Superior está formada por Sera fines, Querubines y Tro nos. La Intermedia por Dominaciones, Virtudes y Potestades y la Inferior por Principados, Arcán geles y Ángeles. Estas cifras vienen a recordar una vez más a los constructores y sus ritos de consagración de un edificio, llevado a cabo por 3, 7 y 9 miembros respectivamente. Su contrapartida, la denominada Demonología, posee así mismo una serie de potencias de signo contrario. El ángel que posee atributos simbólicos de orden espiritual ofrece al mismo tiempo la imagen de que la transformación del ser humano ya se ha llevado a efecto y que la unión de lo visible con lo invisible se ha cumplido. De ahí su aspecto humano con alas. El observador podrá encontrar alguna que otra imagen curiosa, o cuando menos interesante, referente a determinadas figuras de ángeles que los escultores nos dejaron en algunos capiteles. Evidentemente llevan alas, pero son de cisne. Este hecho viene a recordar de una parte que, en el simbolismo céltico, los mensajeros del más allá eran los cisnes, y de otra parte, que los constructores conocían perfectamente el mundo celta y tomaban algunos de sus conocimientos

por tríadas que, recordémoslo, eran las que formaban los conceptos filosófico-religiosos de los famosos druidas. Su legado pasó a formar parte del simbolismo de los canteros medievales que, de una manera discreta, lo plasmaron en sus obras.

Un ángel anuncia la resurrección de Jesucristo. Iglesia de San Miguel, Beleña de Sorbe, Guadalajara.

Según Isaías (6, 1-2), los querubines son aquellos ángeles que rodean el trono de Dios. Poseen seis alas. Dos para cubrirse el rostro (por miedo de ver la faz de Dios), otras dos que cubren sus pies (grandeza de espíritu representada por su extremada longitud), y las otras dos para volar. Esta es, en principio, una de las definiciones de unos seres que solo en estado de perfecta pureza pueden ubicarse tan próximas a la Divinidad. Pero también fueron asociados a otros significados que nos descubren interpretaciones bien distintas. Cubrirse los ojos significa no participar del mundo material, no observar cuanto acontece en él y dejar al ser humano la libre elección de sus acciones. Las alas que cubren sus pies están en realidad representando el gesto de cubrirse el sexo, indicando con ello el pecado de lujuria del hombre y, finalmente, las dos alas extendidas simbolizan la recompensa que aguarda al ser que cumple con la ley.

La Anunciación a los Pastores en los frescos del Panteón de Reyes en San Isidoro de León.

Cada creyente tiene asignado un ángel de la guarda, según Basilio. Éste guía su vida y es, a su vez, pedagogo y protector. Dicha protección viene confirmada por el rescate de Lot (Génesis, 19), la asistencia a Ismael (Génesis, 21) y la bendición de Jacob (Génesis, 41). Todos estos significados son recogidos en la Edad Media, cuando dichos ángeles intervienen para proteger a los cristianos de un peligro y asistirlos en las guerras o las cruzadas. El ángel como mensajero del cielo es siempre portador de buenas noticias desde una perspectiva espiritual. El ángel es el ser que ha trascendido la materia y sus alas se duplican a medida que está más próximo a la Divinidad. Ya no se trata de un ave como el águila, ni de un símbolo cuyos significados tienen que ser interpretados. El arte sacro medieval no confiere una multiplicidad de representaciones para un mismo símbolo, concepto o idea. Ahora se trata de la propia imagen que, por sí misma, resulta bien clara y directa para comunicar el mensaje: el espíritu unido con el Todo.

Las aves aparecen profusamente en todo el bestiario medieval.

En cuanto a las aves, éstas ya poseían gran importancia en el arte del primer cristianismo; tomadas del mundo clásico, reflejaban el alma en el Paraíso, y ya en el arte paleocristiano el Espíritu Santo se identificó con la paloma. También en el islamismo, en el Corán, la palabra ave es tomada como sinónimo de destino y también como símbolo de la inmortalidad del alma. El vuelo de las aves está recordándonos nuestra condición pesada y material, que nos obliga a permanecer pegados a la tierra, al mundo del que solo podemos liberarnos a través del espíritu. Los seres alados, ya sean fantásticos, monstruosos, o incluso los propios ángeles, son un claro referente de la existencia de lo sagrado, sutil e imperceptible. Las jerarquías celestes han triunfado sobre la materia y ahora ostentan su victoria, luciendo alas, siempre presentes, para recordar al ser humano que, utilizando las capacidades divinas que lleva dentro de sí, es capaz de alcanzar su mismo estado. Estos conceptos y significados fueron trasladados magistralmente a la piedra por los gremios herméticos medievales. Resulta fácil observar en numerosos capiteles a la figura humana levantada por las aves, en un gesto de ascensión ligero, un dejarse llevar por las fuerzas del espíritu para que el hombre sea conducido hasta estados celestes.

Dos aves enfrentadas con gesto airado, como si fueran a pelear, significan la oposición entre contrarios a pesar de su unión necesaria.

Existe una constante iconográfica referente a las aves que poseen casi todas las iglesias o por lo menos gran cantidad de ellas: la de los pájaros enfrentados. Generalmente aparecen frente a frente, o bien entrelazando sus cuellos, representando el mundo de los opuestos y su lucha constante, pues ambos son complementarios. La generación de la electricidad necesitados polos opuestos. No es posible definir algo como grande si no es en relación con lo pequeño. El noche y el día, lo feo y lo hermoso, lo bueno y lo malo, el amor u el odio etc. Esas pautas existen y están representadas en los templos. En algunos tempos pueden contemplarse aves con patas terminadas en forma de pezuña y cabezas monstruosas, cuyos cuerpos se encuentran enredados entre ramajes. Si consideramos las pezuñas como de caprino y

asumimos el hecho de que están atrapadas en elementos vegetales, deduciremos que representan al alma del ser humano (la figura del ave) atrapado por sus vicios y pecados (las ramas). En otros templos, podrán verse picoteando sus patas para desprenderse de la tierra adherida (la materia) para poder elevarse y volar hacia las alturas (el mundo espiritual).

El Cisne Tal vez no exista ave tan blanca, bella, elegante y majestuosa como el cisne. Desde la Prehistoria, el hombre ha visto en éste una especie de totalidad. Su blancura es la luz, una luz masculina, solar y diurna, pero también femenina y lunar. De nuevo la ambivalencia y la polaridad están presentes en una misma imagen. Si por alguna circunstancia asume las dos, se convierte entonces en andrógina, uno de los grandes misterios sagrados. El aspecto de guía o conductor también está presente en el cisne, cuando conduce a Apolo al país de los Hiperbóreos, tierra mítica siempre agraciada con un cielo límpido y puro. En el celtismo, su viaje por los océanos celestes simboliza los diferentes estados angélicos del ser, liberado y transformado en su periplo hacia el Principio Supremo.

El Pelícano Prosiguiendo por los aires, que no es lo mismo que estar en las nubes, veremos otra figura de cierta relevancia, adoptada por algunas escuelas denominadas iniciáticas o esotéricas, por ejemplo la Orden Rosacruz. Se trata del pelícano, al que la leyenda atribuye el poder matar a sus hijos y devolverles a la vida con su sangre a los tres días (de nuevo aparece esa constante del tercer día). El hecho de que el pelícano baje el pico hacia el pecho para alimentar a sus crías con los peces que conserva en esa

especie de prominencia inferior de su propio pico dio pie a esa falsa idea. Por eso, pronto se convirtió en símbolo de la muerte sacrificial de Cristo, así como el amor paternal que no retrocede ante ningún sacrificio. El pelícano todavía es una figura utilizada por la simbología alquímica, pues representa al alambique de «pico» curvado. En la francmasonería de rito escocés, hace referencia al deseo y la aspiración de purificación y dicho grado es conocido con el nombre de Rosa Cruz. Los caballeros rosacruces eran también conocidos como «los caballeros del pelícano».

Un pelícano algo deteriorado en un canecillo de la iglesia de San Miguel de Sotos Albos, Segovia.

El Avestruz Al avestruz, a pesar de poseer alas, éstas no le permiten levantar el vuelo. Su costumbre de esconder la cabeza en tierra ante un peligro, el hecho de abandonar sus huevos sin incubarlos, le ha otorgado todo tipo de críticas y, en consecuencia, de significados negativos como un ser hipócrita y mentiroso, pues hace como que va a volar y en cambio echa a correr con sus patas de camello. Incuba huevos ajenos y confía al sol a los suyos para que los caliente, etc. En el antiguo Egipto donde las figuras de animales representaban abrumadoramente aspectos positivos simbolizaba la justicia y la equidad, y su plumaje era el emblema de la diosa Maat (Verdad y Justicia). El juicio a que eran sometidos los difuntos culminaba en el pesaje de su corazón (sus actos durante su existencia terrena). En un plato de la balanza se colocaba dicho corazón y en el otro la pluma del avestruz de la diosa Maat. Si la pluma pesaba más, el fallecido era condenado. Solo si resultaba más ligera, se le cedía el paso al Campo de los Juncos (Paraíso). El cristianismo, por desgracia, no heredó la alta consideración que tenían los antiguos por la figura del animal. A pesar de que muchos de sus conceptos judaico-cristianos procedían de Egipto cuando el pueblo de Israel estuvo cautivo en aquellas tierras. De hecho solo vio en el avestruz la despreocupación en sus obligaciones, el egoísmo y la irresponsabilidad. El hecho de esconder la cabeza representa la huída y la cobardía al no querer afrontar obstáculos. Pero tampoco faltaron los espíritus con mayor sensibilidad que vieron en esa espera de que el sol incubara sus huevos el símbolo de la fe y la virtud del hombre humilde y piadoso que pone su confianza en la Divinidad.

El Águila No cabe duda de que el águila ha sido, y es todavía, uno de los símbolos

más importantes para el ser humano. A la vista de su simbología puede ser considerada la reina de las aves. Tal vez la más representativa es la llamada «Águila Real». Todo el mundo le atribuye la «soberanía del cielo», es el rey de los pájaros, el equivalente al león. Agresiva, de vuelo poderoso y fuerza proverbial, tiene un carácter voluntarioso. Normalmente solitaria, elige su hábitat en lo alto de un risco y vuela alrededor y cuida de su prole. Desde los tiempos más antiguos, este señor del cielo da la imagen de Dios. En la cultura de la antigua Grecia, el águila sería como portadora de los rayos de Zeus. En el Occidente cristiano, este pájaro capaz de cazar a la serpiente es la imagen del soberano del cielo. Con las alas desplegadas en un ángulo de la fachada del templo nos advierte que estamos en el Reino de los cielos. En la antigüedad, se le atribuía la facultad de mirar directamente al sol sin parpadear. Su imagen ha sido reproducida de mil maneras y utilizada en capiteles, pinturas, monedas, banderas, blasones y en la Heráldica. En la antigua Roma era costumbre, después de los funerales del emperador, dejar volar un águila mientras se incineraba el cuerpo del difunto. Su vuelo hacia las alturas representaba el alma del fallecido que iba en pos del dominio de los dioses, al igual que el vuelo del pájaro Kha en Egipto, que tenía el mismo significado. En la famosa ciudad siria de Palmira, el águila fue venerada como la imagen divina del sol. La tradición cuenta que podía rejuvenecerse y renacer como el Ave Fénix, sumergiéndose tres veces en el agua. (De nuevo y por enésima vez, aparece el número tres como una constante en todas las tradiciones de pueblos y culturas). No es de extrañar, por lo tanto, que algunas pilas bautismales posean la imagen del águila. En la iconografía cristiana, además de estar vinculada con el evangelista san Juan, también representa a Elías subiendo a los cielos o al propio Jesús. En algunas vidrieras góticas puede vérsela llevando a sus crías incapaces de volar a fin de que aprendan a mirar la luz del sol, símbolo del conocimiento espiritual, la sabiduría y la elevación del alma.

El águila destruye entre sus garras a serpientes y dragones, seres de las fuerzas oscuras y tenebrosas, que son vencidos por la portadora de la luz. Así es representada en numerosas tradiciones, como en el México prehispánico, en el que aparece con dos serpientes en su pico.

Una de las más bellas representaciones del águila que simboliza a San Juan Evangelista. Iglesia de Moissac, Francia.

También la Masonería hace uso de su imagen, esta vez en su aspecto bicéfalo, es decir, con dos cabezas coronadas y sosteniendo horizontalmente entre sus garras una espada en el grado treinta y tres del rito escocés. También ha sido utilizada por diferentes culturas distantes entre sí y ha sobrevivido al paso del tiempo. Podemos encontrarla en el calendario de los aztecas y entre sus guerreros de elite «águila y jaguar», o en la antigua China como símbolo de fuerza y solidez, donde sentada en una roca representaba al guerrero solitario y posada sobre un árbol a la longevidad. El bestiario de la Edad Media compara el águila con el primer hombre. Pues Adam o Adán, a pesar de que su hábitat sea el de los reinos celestiales, se deja «caer» en tierra cuando percibe su presa. Así fue cómo el primer hombre gozaba de las más altas esferas celestes, hasta que descubrió el fruto prohibido que lo atrajo hacia la tierra.

El águila, rey de las aves, simboliza la fuerza, la inteligencia y la precisión, y la capacidad del alma para elevarse hasta alcanzar los reinos espirituales.

Al igual que el ser humano que ya «vive» en las alturas espirituales, el águila vive retirada del mundo material, pero puede ser sometida por las sugerentes tentaciones de la serpiente. Son muchos los capiteles en que vemos a la serpiente susurrando al oído de algún personaje, que más tarde echará por la boca, signo de «limpieza» interior. Hay que insistir en ese aspecto de la imagen y del símbolo, porque en ocasiones será el águila la que tomará el lugar de la serpiente y entonces se convertirá en maestro iniciador, protector del alma que necesita elevarse. El águila jamás aparecerá como otros seres, atrapada entre la maleza o las zarzas, porque representa al espíritu en términos absolutos, es decir, al espíritu liberado de las cadenas materiales. Terminando con la complejidad simbólica del águila, conviene matizar su significado cuando se presenta acompañada por el león o bien la imagen es la de un león alado. Al león le corresponde la realeza en la tierra y asume el carácter de poder, fuerza, pasión, e incluso de justicia, al representar en ocasiones, aunque de forma ambigua, a Cristo y de manera clara el león de David o el de Judá. Esta contraposición que se presenta en algunos capiteles es el combate que sostiene el águila contra las pasiones más físicas, representadas esta vez por el león. Aunque no siempre en contraposición, sino también como la expresión de un equilibrio de ambos principios, el aire y la tierra. Cuando el águila enseña verdades, convirtiéndose en iniciador, el león a su vez lo hace como maestro, pero bajo el aspecto de devorador, símbolo de muerte iniciática. En resumen, se tratará de dos formas de espiritualización. En ocasiones complementarias.

El Búho y la Lechuza No cabe duda de que el búho y la lechuza son las aves nocturnas por excelencia. Estos animales también presentan diferentes significados en distintas culturas. Aparecen en la mitología antigua como símbolo de la

conocida diosa Palas Atenea (la romanizada Minerva), deidad de la sabiduría y protectora de la ciudad de Atenas. En cambio, la tradición judía la percibe como ave del demonio femenino de la noche, Lilita. En el hinduismo es la montura de la terrible diosa de la oscuridad Camunda. Entre los antepasados de Teotihuacan, el búho era el animal sagrado del dios de la lluvia. A pesar de ello, el pueblo lo consideraba un ser nocturno demoníaco y de mal augurio. Búho y lechuza se confunden y, debido a su parecido, han tenido las mismas atribuciones y significados. Sus grandes ojos les permiten ver en la oscuridad, ser reflexivos, meditativos y compañeros del centinela nocturno y de todos aquellos que trabajan o estudian de noche. El contexto social tampoco está ausente del contenido mágico-religioso. La creencia popular les asigna un significado negativo debido a su nocturnidad, que los relaciona con fuerzas oscuras, brujeriles y seres del inframundo. Pero, en contrapartida, también se les ha otorgado, felizmente para ellos, algunos atributos positivos al representar a los seres que permanecen en la oscuridad de la ignorancia, mientras aguardan pacientemente, como el creyente, la salida del sol, la luz que les despertará a un nuevo día y a un nuevo estado del ser. Vigía en la noche, es símbolo de protección y, a pesar de que el cristianismo lo incluyó entre los seres tenebrosos de la oscuridad, aparecieron en su momento interpretaciones opuestas a las tradicionales, indicando que esta ave nocturna esperaba con anhelo la luz espiritual del amanecer que simboliza a Jesucristo.

¿Búho o lechuza? Está tan desdibujado que no es fácil saberlo. Pero nos vigila a través de los siglos.

La Cigüeña Al atacar y destruir a las serpientes que encarnan a los malos espíritus y a las manifestaciones maléficas que influyen a crear malos pensamientos, comparte con el águila su parte positiva. A eso se añade su vuelo en bandadas hacia Oriente, por donde nace el sol que representa la luz del espíritu, la Verdad y el Conocimiento Supremo. Su dedicación al empollar los nuevos en el nido hasta perder sus plumas, la Iglesia ha buscado con ello, un símil para sus dignatarios que «alimentan» a sus fieles con la palabra del Evangelio.

El Pavo Real Si existe un ave que atrae por su belleza y comportamiento esta es, sin duda alguna, el pavo real. Existen discrepancias sobre si, desde un principio, en el cristianismo primitivo dicho animal fue considerado benefactor al considerar la caída y el nacimiento en primavera de sus hermosas plumas como un signo de regeneración y resurrección. En el Románico, existen algunas imágenes en las que dos de estos animales se encuentran bebiendo de una copa, representando el renacimiento espiritual. Algunos estudiosos ven en dicha iconografía, y según la cronología del edificio, una alusión al Graal o Grial, dador de vida eterna. Como ya es habitual en estos casos, al pavo real le han atribuido otros aspectos menos favorables, e incluso negativos. Sus andares arrogantes y su altanería se ven completadas cuando extiende orgullosamente su plumaje multicolor. Esa supuesta vanidad y ese lujo en sus colores son contrarios a la humildad y a la postura piadosa que tiene que adoptar el

creyente. La alquimia también intervino aportando su criterio, pero en un sentido opuesto. Son numerosos los textos y las ilustraciones en las que aparece este animal como signo de la transformación visible de las sustancias inferiores en superiores.

Un pavo real y una serpiente. San Miguel, San Esteban de Gormaz, Soria.

Finalmente, los Bestiarios, refiriéndose al pavo real, indican lo

siguiente: «su terrible grito asemeja al del predicador de la palabra de Dios cuando amenaza con el fuego eterno. El color verde azulado de su pecho recuerda el cielo y los diversos colores de su cola, a las distintas virtudes. Su carne de difícil cocción por su dureza es como el espíritu que guía a los doctores de la Iglesia, resistente a las llamas de los vicios y las pasiones, Su aspecto vanidoso y su forma de levantar su cola, enseñando de paso su trasero, le hace caer en lo grotesco, justo castigo a su orgullo y una llamada necesaria a la humildad».

A pesar del deterioro, este canecillo podría representar una paloma.

La Paloma Tal vez la paloma sea uno de los ejes principales al rededor del que gira el bestiario del Románico. Sus arrullos, belleza y dulzura fueron cualidades que pronto le fueron ad judicadas, posiblemente por la idealización que se tenía sobre el eterno fe menino. Fue la paloma la que trajo el ramo de olivo a Noé, dejando un claro mensaje de reconciliación (el Diluvio había terminado y Jehová se reconciliaba con la humanidad) y de paz fecunda, prometedora de nuevos horizontes. La religión cristiana la ha tomado, según los Evan gelios, como representación de la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, que también puede presentarse bajo el aspecto de una lengua de fuego como sucedió con los Apóstoles.

Ilustración alquímica que hace referencia a Nigredo, la primera fase de la transmutación alquímica, en la que aparece un cuervo.

El Cuervo Siguiendo en nuestra exploración, también encontraremos al cuervo, muy utilizado en Heráldica aunque en escasas ocasiones en el Románico. Su valor simbólico es generalmente negativo, ya que se lo consideraba un

ave de escasa inteligencia. Al comienzo del cristianismo se le reprochaba no haber avisado a Noé del final del diluvio. Parlanchín hasta la saciedad, su parloteo era una prueba de su falta de coherencia y de contenidos. En realidad, no era portador de mensaje alguno. De nuevo, la alquimia nos ofrece un significado positivo de su imagen como símbolo de la Putrefactio (materia prima ennegrecida), que conduce a la obtención de la Piedra Filosofal. En este contexto, también era representado con la cabeza blanca, simbolizando la purificación que se espera obtener a través de la transformación alquímica.

MUNDO VEGETAL Desde sus orígenes, el simbolismo del mundo de las plantas ha sido utilizado por la religión cristiana. La sociedad medieval poseía grandes conocimientos en materia vegetal pues de ellos extraían los remedios medicinales para todo tipo de dolencias. Esto fue aprovechado por la Iglesia con un doble propósito: presentar su simbolismo con una base científica y así hacer lo llegar con mayor facilidad al pueblo llano.

El Árbol de la Vida, del Bien y del Mal El árbol es uno de los temas más ricos en símbolos, ya que no solo se puede buscar significados por su forma, sino también por la especie, sus hojas, por la manera de ser del tronco y por sus ramas. Mircea Eliade cita hasta siete interpretaciones distintas y siempre orientadas hacia el Cosmos que está en constante regeneración. Posee tres niveles de significados: el subterráneo, cuyas raíces se hunden en el suelo, la superficie, en la que el tronco nace de la tierra y sus primeras ramas están cerca del suelo y por último el tronco que se eleva y cuyas ramas forman la copa que se yergue hacia el cielo. Asimismo reúne en sí todos los elementos: el agua que circula con su

savia y de la que se alimenta; la tierra de la que se nutre y que se halla integrada en su desarrollo; el aire que alimenta sus hojas y le ayuda en su crecimiento y el fuego que se produce por frotamiento. Se le toma como «eje del mundo» y su correlación con la vida. Al emerger de la tierra y elevarse en el cielo, le hace partícipe de las relaciones entre lo humano y lo divino. Por extensión, estamos frente a un eje alrededor del cual todo gira, se mueve, dualidad cuerpo-espíritu. Cuando aparece como símbolo del bien y del mal, se trata del árbol del Conocimiento y del uso que se haga de sus enseñanzas. Según su utilización, el resultado tendrá un signo u otro. La Sabiduría puede usarse de muchas maneras. Con fines egoístas y en beneficio propio o bien ayudando al prójimo pero sin que la intervención afecte su libre elección. No siempre tenemos la mano tendida para con el prójimo.

Muchos capiteles representan el Árbol de la Vida de modo estilizado, como este ejemplo en la iglesia de la Vera Cruz, Segovia.

Casi todos los árboles han guardado a través del tiempo un cierto grado de simbolismo para el hombre. Desde el mundo celta hasta la representación de la Atenea griega en la naturaleza. A los héroes se les rendía homenaje con hojas de laurel y el arca de la alianza del pueblo judío estaba confeccionada con madera de acacia. La acacia era el árbol sagrado de los egipcios que los masones adaptaron como símbolo de inmortalidad. Por su parte, el cristianismo considera unida la madera de este árbol a la figura de Cristo, ya que tanto la corona de espinas como la cruz en que murió el Salvador estaban hechas de acacia.

Los diez círculos que contienen los sephirots, en una representación medieval.

La Cábala, que estaba en su máximo apogeo en la Edad Media, poseía el llamado Árbol de la vida, que era representado por una serie de círculos denominados sephirots unidos entre sí por los llamados senderos. Era el camino seguido por Dios en su creación. Un relámpago descendente desde Kether, la corona pasaba a través de los restantes sephirots hasta llegar a Malkuth, la Tierra o el Reino Terrenal. Por ello, el espíritu del ser humano tiene que recorrer ese mismo camino para unirse con el Ser Supremo. Un camino de elevación y trascendencia que podemos encontrar en todas las religiones. Dicho árbol posee dicho recorrido que debe de efectuarse a través de sus senderos y que, en número de veintidós, permite el acceso de unos a otros en esa búsqueda incesante del ser humano hacia mundos celestiales.

Hojas Perennes y Caducas Tanto en el estilo Románico como en el Gótico existen iconografías vegetales formadas simplemente por ramas y hojas, en ocasiones entrelazadas y cuyos significados son una vez más ambivalentes. Se precisan ciertos conocimientos de Botánica para llegar a diferenciarlas. Aunque lo importante en este caso es saber que unas hojas son caducas y otras perennes y cual es su función didáctica en canecillos y capiteles. La lógica nos permite dilucidar que las hojas caducas representan un constante recuerdo a nuestra condición de mortales, de la brevedad de la vida y de nuestra corta existencia y el ciclo de la muerte. Por el contrario, las hojas perennes representan la inmortalidad, la eterna existencia de nuestra alma y es así como el árbol de nuevo nos ofrece con sus hojas este signo de regeneración perpetua. Las hojas de acanto eran muy utilizadas en las decoraciones medievales. Su simbolismo se basaba en la expresión bíblica acuñada en el

Génesis (3,18): «El suelo producirá para ti espinas y cardos». Su comulación en columna de iglesias y catedrales significa el triunfo de la Gloria, y el dolor que produce el pecado y su castigo correspondiente con su estancia por toda la eternidad en el infierno. Posiblemente el acanto sea el vegetal más esculpido en el arte Románico. Sus pequeñas espinas recuerdan al hombre el sufrimiento del hombre por los pecados cometidos y su conciencia de dichos errores. Sus carnosas hojas son la carne del pecado que llevamos, débil al principio y fuerte después.

Un capitel con hojas de acanto en San Juan de Duero, Soria.

Las espigas de trigo acompañan a veces a figuras iconográficas. Atributo solar, y por lo tanto áureo, simboliza la idea de germinación y

crecimiento. Son indicativas de madurez, tanto en la vida vegetal y animal como en el desarrollo psíquico. Es el ciclo natural de muerte y renacimiento. Las espinas son otro tema que evoca el concepto de dificultad, los obstáculos que debe de afrontar el creyente y la fuerza necesaria para superarlos. La corona de espinas de Cristo es la celebración de la unión entre el cielo, el Hijo del Hombre y la tierra.

También podemos encontrar flores y frutos en otro capitel de San Juan de Duero, Soria.

Plantas y Frutos Generalmente, la figura central del Tetramorfo, es decir la figura de

Cristo, está rodeada por una almendra, llamada «almendra mística», y no tanto por ella misma, sino por la cáscara que contiene aquello que esconde: la naturaleza divina de Cristo. Esa tradición mística otorga el significado de lo oculto, de aquello que es preciso descubrir para alimentarse de ello. Obviamente se trata de alimento espiritual. Dicha almendra se conoce así mismo como Mandarla, figura geométrica con el aspecto de almendra que se relaciona con un rombo de ángulos redondeados simbolizando la unión entre el cielo y la tierra. En su interior suelen inscribirse figuras de santos, apóstoles o la Virgen. La granada que aparece de vez en cuando en algunos capiteles, simboliza la fecundidad. El cristianismo la compara con la Iglesia al poseer numerosas pepitas. Alegóricamente cuando se abre dicho fruto, al poseer multitud de granos bajo su corteza, la Iglesia como una sola corteza al igual que una sola creencia, une a la multiplicidad de pueblos existentes.

OTROS ELEMENTOS SIMBÓLICOS Existen en la variada iconografía del Medioevo algunas figuras que pueden catalogarse como representativas de la vida cotidiana de las gentes del lugar, como fiestas, banquetes o los conocidos torneos medievales. Todas ellas poseen su propio significado, unas veces simple y otros más complejos. Veremos en algunas iglesias a un contorsionista o acróbata. Una primera lectura nos estará indicando que es la representación de un actor o figurante en una fiesta importante o banquete. Aunque una segunda lectura nos estará ofreciendo, con su gesto o pirueta, que ambos simbolizan el evadirse de lo establecido y la búsqueda de una condición sobrehumana, un alejarse de lo cotidiano fundado en un equilibrio crítico del no conformismo de la inmensa mayoría que sigue los cánones sociales. Otro símbolo es el báculo que utilizaron los canteros como marca

personal y que era utilizado desde tiempos del Mitraísmo y posteriormente por las jerarquías eclesiásticas cristianas. Es ese bastón de puño curvo considerado como símbolo de fe, del pastor que conduce a su rebaño a buenos pastos y que lo defiende del mal con él. Por su forma de semicírculo abierto, hace alusión al poder celeste concedido a su portador, abierto sobre la tierra, al poder de crear y recrear. En algunos capiteles pueden verse a comensales ante una mesa. Si en primera instancia ello representa un acto cotidiano o una celebración, dicha iconografía se convierte en ritual universal adoptado por los distintos conceptos de diferentes religiones. En la cristiana, representa un rito de comunión, de participación de los fieles. Recordando la denominada «Última Cena» y el sacrificio de Cristo a través de la eucaristía, aunque ésta no esté presente en la iconografía esculpida. De manera que quién coma y beba en dicha mesa, alcanzará la inmortalidad entendida según la doctrina cristiana.

Diferentes representaciones de la vida medieval, torneos, banquetes..., la vida cotidiana en general.

Veremos también los conocidos torneos medievales en los que se enfrentan dos caballeros, por puro divertimento o como simple competición feudal. Pero el caballero posee otras connotaciones que fueron impulsadas por las novelas de caballería y las órdenes militares de la época. La pureza de espíritu de corazón, la defensa de los desvalidos y de la sociedad y como símbolo de la búsqueda del Grial y la defensa de las ideas religiosas del momento. El caballero ya en su montura, aleja sus pies en contacto con lo terrenal, la materia que antes le dominaba. Ahora emprende el camino del conocimiento que le llevará a la trascendencia. El cáliz o copa también se convertirá en una constante en muchos aspectos. Ya en el antiguo Egipto, unos recipientes o jarras contenían plumas de ave o trazos que representaban agua de Vida. Unido todo ello al simbolismo cristiano a través del Grial o Graal, se integró a su liturgia con la eucaristía. Puede relacionarse con el caldero celta que curaba las heridas y sanaba a los enfermos al recibir las fuerzas espirituales del cielo y reposar por otra parte su base en la tierra. La escalera es otro de los símbolos por excelencia de la ascensión. De la relación entre el cielo y la tierra. El Génesis (28, 10-15) con la visión de Jacob, es buena prueba de ello. Durante la Edad Media los Padres de la Iglesia mencionan constantemente la escalera de peldaños como símbolo de la ascensión que lleva a cabo el alma, dejando en cada uno de ellos un poco de su cara mundana. Es la separación entre lo terreno y lo espiritual, y la dificultad de su recorrido que debe superar el hombre para poder liberarse de sus instintos. En Alquimia también es usada como signo y según el número de peldaños poseerá una interpretación u otra.

Otra escena con elementos arquitectónicos como casas, castillos, etc.

Capítulo 15 BESTIARIO FANTÁSTICO

EL MUNDO PERSA, BIZANTINO Y GRECORROMANO poseía un bestiario fantástico que llegó a implantarse en el universo del Románico. Éste sacraliza las imágenes fantásticas de estética profana convirtiendo a dichos animales, tanto los reales como los imaginarios, en portadores de virtudes o pecados que son colocados en tímpanos, canecillos y capiteles. Todo con una misma finalidad: una enseñanza pedagógica y el temor al pecado y sus consecuencias. Su aterradora presencia y su aspecto amenazante intimidan a los humanos de la Edad Media para que renieguen de sus malas acciones y busquen ejemplo en las virtudes que les ofrecen los santos y las figuras representativas de lo celestial. De este modo, muchos de estos animales híbridos, compuestos por diferentes partes del cuerpo de distintas bestias, son usados para representar el mal y otros mucho más reales para el bien.

Las Gárgolas Asomando desde lo alto de las catedrales donde la vista apenas si alcanza, seres infernales, imágenes dantescas o animales grotescos que parecen surgidos de una mente enfermiza guardan el santo edificio de los males del Maligno. Defensoras pétreas por encargo celestial, las gárgolas atemorizan cualquier intento de profanación del enclave sagrado. Una antigua tradición francesa cuenta la existencia de un ser monstruoso con el aspecto de un dragón que poseía un largo cuello, fuertes mandíbulas y un largo hocico llamado Gargouille. Dicho monstruo destruía todo aquello que encontraba a su paso gracias a su pestilente aliento y a los chorros de agua que despedía. La ciudad de Rouen, para aplacar tan nefasto animal, decidió ofrecerle todos los años una ofrenda humana anual para poder así calmar sus ánimos agresivos. Se elegía a un criminal y ese era el método para que pagase sus culpas, si bien el monstruo prefería doncellas. Corría el año 600 cuando el clérigo Romanus llegó a la ciudad para pac

tar con el dragón a cambio de que los lugareños aceptaran ser bautizados y erigieran una hermosa iglesia. Dispuesto a exorcizar a la bestia y equipado con lo necesario, fue acompañado jun to al delincuente. Con la simple señal de la cruz el fiero animal se convirtió en una bestia dócil que, atada con una anodina cuerda, fue conducida a la plaza de la ciudad. Gargouille fue quemada en la hoguera y las llamas consumieron su cuerpo, excepto cabeza y cuello del que surgía su tórrido aliento. Ante tal situación y viendo que se resistían a arder, dichos restos fueron depositados en el tejado del ayuntamiento como recordatorio de las angustiosas jornadas sufridas por la población. Esta leyenda viene a explicar el origen del término «gárgola» como sinónimo de escupir agua y que, con el paso del tiempo, su imagen pasó a las cornisas de las iglesias y de las catedrales medievales. La idea de crear una escultura ornamental y decorativa para ser utilizada como desagüe era utilizada desde la antigüedad por griegos, etruscos y romanos. Así fue como, durante la Edad Media, esos canalones decorativos servían como sumideros para expulsar el agua de la lluvia evitando con ello el deterioro de los muros y la erosión de la piedra.

Representación de Gargouille en Notre Dame de París.

Las primeras gárgolas aparecen a principios del siglo XII. Este sistema predilecto para el drenaje del agua es el más utilizado en el siglo XII, época del estilo Gótico, si bien no todas tenían dicho uso. Los primeros

ejemplos góticos de estas gárgolas son las que se encuentran en la catedral de Lyon y las de Nôtre Dame de París. Situadas por hileras en lo más alto del edificio, fueron cambiando su aspecto con el paso de los años. Las primeras, más bien toscas, dejaron paso a otras mucho más elaboradas que fueron proliferando hasta convertirse en auténticas obras de arte. Su peculiaridad más relevante es que siempre eran intencionadamente horribles y grotescas.

Las gárgolas de Notre Dame sirven no solo como símbolo, sino también para desaguar los tejados.

A pesar de que el Románico había pasado a la historia, en el Gótico permanece esa fascinación del anterior estilo arquitectónico por las criaturas monstruosas fruto de la imaginación por lo infernal y demoníaco, y una obsesiva pasión por todo aquello que se saliera de lo común. La ambigüedad de sus formas, característica del estilo Gótico, no ha permitido la elaboración de un significado concreto y un conocimiento preciso al contener una mezcla en su composición de diferentes especies, unas existentes y otras fantasiosas. No hay dos iguales. Cada una de ellas posee su propia personalidad por llamarlo de algún modo. Ello ha provocado que los especialistas intentaran encontrar distintas explicaciones ante tanta variedad. Esas imágenes tenebrosas guardan todavía sus secretos y desconocemos en realidad su misión más allá de toda utilidad práctica. En una época en la que las imágenes tenían por misión un mensaje moral, religioso y docente la gárgola sigue siendo un misterio, pues no se ha encontrado en ella un objetivo educativo. Para algunos, representa los avatares de la vida, impredecibles, pues su aspecto no se corresponde con animales de especies conocidas. Para otros, se trata de la representación de las almas de aquellos que todavía no se les permite entrar en la casa del Señor. Esta teoría podría ser válida y tal vez apropiada especialmente para aquellas imágenes terroríficas que pueden estar sirviendo como ejemplo moralista a todos aquellos considerados pecadores. A pesar de todo, la hipótesis más aceptada es aquella que nos habla de ellas como de guardianes del edificio, signos mágicos que lo alejan de todo mal. Esta teoría vendría a explicar el porqué están ubicadas en el exterior y con un aspecto tan característico. Lo que en la actualidad se denomina leyendas urbanas, ya existían en la Edad Media como mito. Se cuenta que en pleno siglo XIII el obispo de Amiens narraba en Roman d'Ablandane cómo el maestro cantero Flocar confeccionó dos gárgolas de bronce que fueron instaladas en la puerta de entrada de la ciudad, con la finalidad de evaluar las buenas o malas

pretensiones de todo aquel que quisiera entrar en ella. Si el visitante era malévolo o sus intenciones no eran las deseadas, caía fulminado por el veneno que las gárgolas escupían sobre él. Por el contrario, si era buena persona, esos guardianes se encargaban de escupir oro y plata sobre él. A aquellos que divisaban esos custodios del espacio sagrado les recordaba con su presencia la necesidad de seguir los preceptos establecidos por la Iglesia si querían escapar del infierno. Las representaciones demoníacas estaban muy presentes en la imaginería medieval. Todo aquello que recordaba lo insano, repugnante y desagradable procedía de Satán. Orejas puntiagudas, barbas, colmillos, pezuñas, garras y alas membranosas eran sello inequívoco de que los fieles se hallaban frente al mal que había que rechazar. Los artesanos seguían las pautas establecidas y no podían expresar su creatividad pues en realidad eran obreros al servicio de la nobleza y sobretodo la Iglesia. La única excepción que rompía dicha regla era la realización de las gárgolas. Frente a las restricciones impuestas en la confección de su arte cuya finalidad no era otra que la de decorar y adoctrinar simultáneamente la enseñanza religiosa, la libertad creativa para con las gárgolas era casi absoluta y era entonces cuando el escultor dejaba volar su imaginación y fantasía.

Las gárgolas además protegían el espacio sagrado como guardianes ante las fuerzas del mal.

Hasta el siglo XII, el libro más difundido después de la Biblia era el Phisiologus, compendio general del bestiario medieval. Se trata en definitiva de una simbólica institucional que pretende ser objetiva. En consecuencia es extremadamente limitada, pues se ciñe única y exclusivamente a lo establecido por los criterios de un grupo concreto sin llegar a contemplar la posibilidad de otras opciones que no sean las propias. Se trata en definitiva de un rechazo por todo lo ajeno que no participe de sus mismas interpretaciones. Si el signo es ya de por sí subjetivo, tendrá que poseer distintos niveles de lectura, todos válidos, y su mensaje llegará a todos y cada uno de los diferentes niveles de comprensión del ser humano. No existe una sola vía ni una sola lectura

en el mundo de lo simbólico. La imposición de una sola interpretación corresponde al adoctrinamiento del creyente para que sea fiel a la jerarquía eclesiástica. Los versículos del Evangelio, siempre metafóricos y llenos de simbolismo, son los que sirven de argumento para las interpretaciones de la iconografía medieval. Un sencillo ejemplo puede ser el de la imagen del león. En la Biblia es citado «el león de Judá», refiriéndose a Jesús. Como resultado, automáticamente dicho animal que aparece en el Románico y en el Gótico es convertido en símbolo de Cristo sin más. Según dicha ortodoxia, no existen otras explicaciones como no sean las propias; de lo contrario, aquellas distintas son consideradas fantasiosas, especulativas y sin base alguna. Este es uno de los problemas del academicismo históricoartístico que se conforma con aquello que se estableció por decreto en su momento. Otras interpretaciones como la cabalística, la astrológica o la alquímica, por poner algunos ejemplos, son rechazadas por no pertenecer al orden y sistemas establecidos. En otros apartados correspondientes a la simbología animal, podremos constatar cómo la iconografía zoomórfica posee otros significados que van incluso mucho más allá de lo decretado por la ortodoxia oficial. Si para muestra «vale un botón», aquél que visite un edificio religioso y observe su iconografía, podrá ver cómo en numerosas ocasiones se esculpieron dos aves entrelazadas bebiendo de un cáliz o copa. Insistiendo en que el símbolo es polisémico y por ello posee distintas interpretaciones, será fácil constatar cómo en una primera lectura los dos pájaros están tomando del cáliz la Eucaristía. Una segunda lectura nos ofrecerá la oportunidad de comprender que están bebiendo del Grial cuyo contenido vivifica y trasmuta lo terreno y material en luminoso y celestial. Ahora bien, si nos fijamos en la posición de sus patas, a veces obtendremos una tercera lectura cuando éstas formen ángulos rectos. Se tratará de la escuadra que era utilizada por los constructores.

Las aves entrelazadas son un motivo frecuente en el bestiario fantástico románico y pueden interpretarse de muy diversos modos.

Y si deseamos ir más lejos todavía, entraremos en terreno alquímico al ser una representación de lo volátil, uno de los elementos simbólicos del proceso de la Gran Obra o Ars Magna. Así de sencillo y complejo a la vez, y a pesar de las numerosas fobias que dichas interpretaciones provocan en el encorsetado academicismo académico que parece no querer admitir otra explicación que la auto denominada interpretación oficial, queriendo ignorar que precisamente la Alquimia y la Astrología

estaban muy presentes en la Edad Media y que incluso se practicaban en los monasterios muy discretamente.

El Centauro Uno de los signos del Zodíaco, también conocido como Sagitario. Cabeza y tronco humano y cuerpo de caballo. Simboliza la fuerza bruta en general y se dedica a acosar y tentar almas, generalmente en forma de aves o ciervos. Las damas tampoco se salvan de su acoso, por lo que también se le asocia con la lujuria y el vicio en general. Dadas sus tendencias belicosas, no resulta difícil verle representado luchando con ejemplares de su misma especie. Su figura fue heredada de la mitología clásica y fue posiblemente una de las escasas creaciones de la antigua Grecia que había heredado la esfinge y el grifo, entre otros, de culturas orientales aunque descrito por Homero, concibe un nuevo ser, resultado de la unión mitad hombre y mitad equino, convirtiéndole en una de sus obras de arte y a la vez en uno de los elementos más importantes de su mitología. Sus propiedades negativas llegaron a compararle con el hombre, un ser violento, agresivo, batallador, vividor y lascivo. En la cultura clásica, fueron asimismo interpretados como de signo negativo a excepción del prudente y sabio preceptor de Aquiles y Jasón, héroes de la mitología griega, al igual que el preceptor del dios Eros. Debido a atribuírsele ese carácter masculino, su parte humana será dominada por su parte animal. Esa mala fama atribuida desde la antigüedad le convirtió en signo de las malas pasiones y fue acusado de ser manipulado por su instigador, el demonio. Cuando se presenta bajo el aspecto de un arquero que dirige sus flechas hacia los cielos, representa un emblema de Satán provocador. Será asimismo maléfico cuando dirija sus flechas hacia un hombre, un pájaro, un ciervo o incluso a otro ser de su propia especie; en este caso

personificará al mal que dirige sus tentaciones hacia el alma inocente y libre de pecado. A pesar de todo, como el símbolo es muchas ocasiones ambivalente, puede llegar a representar al divino arquero, al Cristo Sagitario que persigue a las almas para su salvación. Así es como se convierte en signo benéfico y representante del bien, de Cristo, en cuyo caso sus flechas son dirigidas hacia animales de signo evidentemente negativo como por ejemplo las arpías o los dragones. Es entonces cuando se invierten sus significados y cambia su polaridad para hacerse positivo por su lucha contra el pecado. Resulta la representación de los bajos instintos, cuerpo equino, que son vencidos y dominados por la voluntad del hombre.

Centauro en Nuestra Señora de ls Vegas, Requijada, Segovia.

Esta imagen, una vez más ambivalente, se convierte de negativa en

positiva cuando sus flechas se dirigen hacia animales de significado negativo. Será la eterna lucha contra vicios y pecados. Si aparece junto a la figura del signo zodiacal de Sagitario, simbolizará los ciclos del tiempo que se necesitan para que el ser humano se redima.

El Grifo Monstruo con cabeza y alas de águila y cuerpo de león. La fusión de estos dos animales de la máxima categoría en cuanto a su simbología, y ambos por separado, son representaciones de Jesucristo. El león y el águila. El primero sería la fuerza terrestre y el segundo la visión celeste. Es decir, en el mundo medieval representarían las dos naturalezas de Cristo. La humana y la divina. Fuerza y Sabiduría. Desde un principio, la figura del grifo se tipifica en la fusión de estos dos animales y desde antiguo ya había sido utilizado por culturas diferentes. Con cabeza y cuerpo de león, alas, patas y cola de águila era representado entre los caldeos. Con cabeza y cuerpo de águila entre los persas o con cabeza y alas de águila y cuerpo de león entre los asirios. Este modelo, el asirio fue retomado por los griegos convirtiéndose en clásico en las artes. En aquel mundo antiguo, el grifo era considerado el guardián de las puertas, de las ciudades, de las tumbas o de los tesoros. Se unía a la fuerza del animal de presa, la fuerza estática del animal que acecha o custodia. En el cristianismo suele ser casi siempre de signo positivo y es quizás uno de los escasos seres híbridos que tomaron los primeros artistas cristianos que no suele tener un significado negativo o maléfico. Para los pueblos orientales era imagen del sol y no podía darse una imagen mejor de dicho concepto, ya que el grifo, mezcla de los dos animales más nobles de la creación, contenía en sí mismo todos los elementos para representar el sol. Un viejo texto griego así lo da a entender: «El sol, como un noble bruto sale al galope por las puertas de

Oriente, recorre la tierra y despliega sus alas para elevarse al cenit, por el que vuela planeando algún tiempo, para volver a posarse sobre la tierra, galopar de nuevo sobre ella y ocultarse en el horizonte opuesto a su salida y acostarse envuelto en su larga cola». Su simbolismo en el arte cristiano no va a tener grandes variaciones, pues seguirá siendo imagen del sol considerado éste como Cristo, luz resplandeciente de la divinidad. El grifo, que anteriormente ya había transportado a Alejandro Magno a los cielos, pasa a ser el conductor de almas hacia los reinos celestes. Son numerosas las ocasiones que en la contemplación de los templos veremos un conjunto compuesto por dos figuras: la del grifo y la de un guerrero en lucha con él. Ortodoxia y heterodoxia parecen batallar de nuevo en sus respectivas interpretaciones, al igual que el caballero con cota de mallas, por dar el significado exacto a dicha escena. Las versiones más comunes son las siguientes: en primer lugar, una moral nos indica que se trata de la representación de la lucha del creyente contra las tentaciones del pecado. Otra, tal vez más profunda, es la del esfuerzo para vencer a las pasiones y deseos personales que impiden nuestro crecimiento. Y la tercera, la alquímica, en la que el operador de la Gran Obra precisa de escudo y protección para evitar posibles peligros en la manipulación de la materia que pretende transmutar.

La Arpía Animal traicionero y tentador que atrae a los hombres hacia el pecado. Se representa con cabeza de mujer o de hombre, cuerpo de ave, patas de pezuña o garras y cola de reptil. Similar a las sirenas en cuanto a sus características físicas, se distingue de éstas por su cola de serpiente o en ocasiones de escorpión y a veces por una lengua trífida. Simboliza a las pasiones y los vicios, así como a los tormentos del deseo y los remordimientos a que someten a los que han dado satisfacción a sus

vicios. Solamente el «viento» las ahuyenta, es decir, en el Románico, ese viento representa el «soplo» del espíritu. Su origen puede ser buscado en la mitología griega, ya que las sirenas de las que nos habla el poeta Homero no son sino aves con cabeza femenina. Posiblemente con algunos cambios efectuados por la imaginería, se agregaron colas de serpiente o de escorpión, dando nacimiento a nuevos seres híbridos.

La arpía, un ser temido en la Edad Media por sus maleficios asociados a lo femenino. San Bartolomé, Campisábalos, Guadalajara.

Lo celeste está representado por sus alas, lo telúrico por sus patas y cola, aunque ésta viene a simbolizar lo maléfico. Como la mayoría de animales fantásticos, las arpías serán consideradas seres negativos, autoras de todas las desgracias, manifestaciones de su maldad. En ocasiones se las asociaba con las lamias, seres muy temidos en el

Medioevo, pues existía la creencia de que esta especie de vampiros nocturnos secuestraba a los niños de sus cunas. Tradicionalmente eran símbolo de la seducción y ello explica el porqué de su cabeza femenina. La interpretación es clara, el hombre que queda absorto por el encanto y la belleza de sus rostros, se deja llevar por la tentación y cae en el pecado; no en vano poseen patas de caprino, símbolo a su vez de lujuria, y acaba con la cola del animal considerado más infernal, la serpiente. Los pecados de la carne junto a la avaricia eran considerados los más graves y sus representaciones no faltaban en claustros e iglesias.

El Dragón Gran cantidad de iconografía del Románico recibe el calificativo genérico de dragones cuando en realidad deberían ser calificados de monstruos alados. El dragón no posee una forma preestablecida y tampoco una descripción concreta de los elementos de que está compuesto. Un examen morfológico de estos animales legendarios nos permite ver en ellos una suerte de confabulación de componentes distintos que han sido tomados de animales peligrosos considerados, en general, como dañinos o de signo negativo: serpientes, fieras, aves rapaces, cocodrilos, etc. Generalmente en la Edad Media occidental, su aspecto suele poseer el busto y las patas del águila, el cuerpo de una enorme serpiente, alas de murciélago, que recuerdan las que se le atribuyen al Demonio, y una cola terminada en forma de dardo y vuelta sobre sí misma. Al igual que la hidra, el dragón es representado a veces con siete cabezas que simbolizan los siete pecados capitales.

Son muchos los tipos de dragones que pueden encontrarse en el bestiario románico, como este de la iglesia de la Vera Cruz, Segovia.

El Basilisco Animal fabuloso, reptil capaz de matar solo con la mirada y con su aliento. Se representa como un gallo con cola de serpiente o de dragón y con alas de dragón. Según la le yenda, nació de un huevo de gallo viejo empollado por un sapo y se la da el significado de representar el poder real que fulmina a aquél que le falta al respeto. Además, dado que sigilosamente se aproxima al ser humano sin que éste se percate de ello, se le atribuyen los peligros mortales que acechan al individuo en su existencia.

La mirada de estos atípicos basiliscos en Santa Coloma podía matar a aquellos que fueran sorprendidos a traición.

Aquí terminan estas descripciones. Sin duda alguna, existen otros animales híbridos, figuras terrestres y celestes que llenan los espacios de iglesias y catedrales, pero de seguir enumerándolos, este capítulo vendría a convertirse en otro diccionario de símbolos y nada más lejos de la finalidad del presente trabajo. Éstos han sido tan solo unos retazos de la iconografía que podemos encontrar en los templos religiosos y que los artesanos del Medioevo nos legaron. He considerado que era necesaria su descripción como un inicio de búsqueda de significados. La tarea es ardua,

su observación meticulosa y no siempre se dispone del tiempo suficiente.

Epílogo

EL EPÍLOGO SEÑALA EL FINAL DE UN TRABAJO, de un proyecto que felizmente se hizo realidad, en el que todo termina con el último folio. Jamás me ha gustado dicho término; es como cerrar una puerta. Yo las prefiero siempre abiertas de par en par. Queda mucho camino por recorrer y emociones por vivir. Tal vez nuestros ojos ahora aprendan a mirar de otra forma cuando nos encontremos frente a una ermita, una iglesia o bien una inmensa catedral. Posiblemente, si escuchamos con atención, el alma de sus piedras estará susurrándonos al oído su historia. De su nacimiento en una cantera lejana, de su fatigante traslado o de cómo fueron creciendo cuando se les dio forma. Ahora, en su decrépita vejez de siglos, son fiel reflejo de aquellas gentes que, con su esfuerzo, supieron transmitir quiénes eran, qué pensaban y cómo eran. Sus creencias están en cada esquina, en cada recodo del edificio. La trascendencia del ser humano se halla presente. Solo tenemos que mirar para ver. Esas piedras son la puerta abierta para dejar que nuestra mente pase por ella y penetre en un mundo nuevo, curioso, enigmático y sobre todo distinto. Algunos serán recibidos por las bendiciones de un ángel asomado en lo alto de un capitel, otros se sentirán sobrecogidos por las imágenes amenazantes y aterradoras de seres monstruosos. Pero nadie, absolutamente nadie quedará indiferente. Son muchas las cosas que han quedado fuera de éstas páginas; tal vez demasiadas, lo sé. Pero aquellas que no se han citado aguardan pacientemente en silencio a que el buscador de determinados conocimientos se acerque a ellas para desvelar su mensaje. Tal vez estas modestas páginas un día lleguen a formar parte de las alforjas de algún peregrino, quién sabe. En todo caso, si así fuera, el presente trabajo se vería recompensado con creces por su confianza. El hombre, a pesar de su tecnología, no posee todas las claves. El estudio de nuestro pasado es el estudio de las raíces en las que se

asienta nuestro presente. Conocerlo es saber algo más de nosotros mismos. Buen viaje.

Bibliografía Alquimia y Simbolismo de las Catedrales. Nueva Acrópolis Editorial, Valencia 2000. CARBONELL, EDUARD; CIRICI, ALEXANDRE y GUMÍ, JORDI: Grans Monuments Romànics i Gòtics. Edicions 62, Barcelona 1977.CIRLOT, JUAN EDUARDO: Diccionario de Símbolos. Ed. Siruela, Madrid 1997. COLDSTREAM, NICOLA: Constructores y Escultores. Ed. Akal, Madrid 1998. CHEVALIER, JEAN y GHEERBRANT, ALAIN: Dictionnaire des Symboles. Ed. Robert Laffont. Jupiter, Paris 1982. Encyclopédie des Symboles. La pochotèque. Librairie Générale Française, 1996 Paris. FERNÁNDEZ-CHECA, JOSÉ FELIPE ALONSO: Diccionario de Alquimia, Cábala y Simbología. Trigo Ediciones, Madrid 1995. FULCANELLI: El Misterio de las Catedrales. Ed. Plaza y Janés, Barcelona 1970. Las Moradas Filosofales. Ed. Plaza y Janés, Barcelona 1969. GRANT, MICHEL: L'aube du Moyen Age. Ed. Celiv, Paris 1985. GUENON, RENÉ: Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ediciones Paidós, Barcelona 1995.

JACOBS, DAVID: Los Constructores de la Edad Media. Ed Timun Mas S.A., Barcelona 1974. JACOBS, MAURICE y LANNE, BEATRICE: La cuna de las Catedrales. Espasa Calpe, S.A., Madrid 1978. LAWLOR, ROBERT: Geometría Sagrada, Filosofía y Práctica. Ed. Debate, Madrid 1993. Letra y Espíritu, N.º 18. Noviembre 2003. Encarte Editorial, Barcelona. LUNDQUIST, JOHN M.: El Templo. Ed. Debate, Madrid 1994. MARTÍNEZ PRADO, JOSÉ ANTONIO : Los Canteros Medievales. Ed. Akal, 1998. MATTHEW, DONALD: Europa Medieval. Ediciones Folio S.A. Ediciones del Prado, Madrid 1992. MERSON, OLIVIER: Les Vitraux. Ancienne Maison Quantin, Paris 1895. VIOLLET LE DUC: Encyclopédie Médièvale. Ed. Inter/Livres, 1978.

Notas [1] Mircea Eliade (1907-1986)

fue filósofo, historiador de las religiones y novelista rumano. Escribía y hablaba correctamente ocho idiomas. Ha sido considerado uno de los fundadores de la historia moderna de las religiones. Sus obras más conocidas entre otras son: Herreros y alquimistas, El mito del eterno retorno, Imágenes y símbolos, Lo sagrado y lo profano e Historia de las creencias religiosas. [2] La Geobiología es la ciencia que estudia la relación entre los seres vivos y las energías que emanan de la Tierra, sus influencias positivas o negativas en el hábitat y su entorno, y que pueden llegar a producir graves patologías. [3] René Guenon (1886-1951). Matemático de profesión, es conocido por sus publicaciones de carácter filosófico espiritual y por la divulgación de la denominada Tradición espiritual. Destacó por su crítica a la civilización occidental desde puntos de vista metafísicos y no ideológicos ni políticos. Fundador de la revista Gnose, publica entre otros: El rey del mundo, El simbolismo de la cruz, la gran tríada y la crisis del mundo moderno. Se cuentan en su haber centenares de artículos y algunas docenas de libros. Todo ello de la máxima relevancia. [4] Herodoto de Halicarnaso, historiador y geógrafo griego (484-425 a.C.), considerado el padre de la historiografía, narró las guerras Médicas y su obra más relevante es la Historia (en nueve libros). [5] Estrabón, geógrafo e historiador nacido en Amasya, Turquía, en el año 63 a.C., autor de la Geografía, compuesta por cinco gruesos volúmenes. [6] El Hades en la mitología griega aludía tanto al inframundo como al dios de los muertos.

[7]

Carl Gustav Jung (1875-1961). En el cantón de Zurich fundó la escuela de Psicología Analítica y formuló el concepto del Inconsciente Colectivo. Tuvo gran interés por el Gnosticismo, el Neoplatonismo y la Alquimia. Su interés póstumo por los OVNI fue una sorpresa para muchos, tanto para seguidores como para detractores de su pensamiento. [8] Blanche Merz dirige el Instituto de Geobiología de Chardonne en Suiza. Los trabajos del Instituto se basan en las fuerzas terrestres y sus efectos en los seres vivos. Merz fue conocida mundialmente por su trabajo titulado: Pirámides, catedrales y monasterios. [9] Fulcanelli, posible seudónimo de un autor o de un grupo de alquimistas del siglo XX. Se cree que nació en año 1877 y que murió en Paris en 1932, a pesar de que todo se basa en rumores. Sus obras más conocidas han sido: El misterio de las catedrales y Las moradas filosofales. [10] Louis Charpentier, tal vez un seudónimo, se dio a conocer por su obra principal titulada El misterio de la catedral de Chartres. Otros trabajos suyos relevantes son: Los misterios templarios, Los gigantes y su origen y El misterio vasco. [11] Hernst Hartman, médico alemán, estudió la relación entre el magnetismo terrestre y las posibles patologías del se humano. Es conocido por la red que descubrió y que lleva su nombre. Se trata de unas paredes de energía sutil que emanan del subsuelo y se extienden verticalmente hasta los 2000 m. Poseen una constante de 21cm de espesor y su disposición paralela es a intervalos de 2,5m en la orientación Norte-Sur, y de unos 2m las de Este-Oeste. [12] Alfred Bovis, físico francés, creó la escala que lleva su nombre y que utiliza las longitudes de onda electromagnética y, concretamente, la longitud de onda de la luz roja que se encuentra en la región de 6500 Angström. [13] La Cábala es una de las principales corrientes de la mística judía. Consiste en un análisis del llamado Árbol de la Vida. Trata todo lo referente a los mundos celestiales mediante el ejercicio del estudio y el

cumplimiento de preceptos y reglas de orden superior. [14] La ciudad de Crotona fue el escenario en el que Pitágoras fundó su escuela de filosofía en el siglo VI a.C. [15] Los gremios de constructores redactaron una serie de códigos sobre aspectos jurídicos, administrativos y de usos y costumbres. El más antiguo que se conoce es el de los Estatutos de Bolonia del año 1248. El de Ratisbona fue, entre otros, uno de los que llegaron a formarse a lo largo de la historia de los masones «operativos». [16] Honnecourt fue un arquitecto que vivió en la primera mitad del siglo XIII. Maestro itinerante, ha pasado a la historia debido a su cuaderno de viajes en el que se encuentran gran cantidad de dibujos y bocetos constructivos, extensa iconografía, así como utillaje para la construcción de catedrales. [17] Jean Hani es profesor emérito de la Universidad de Amiens, en Francia. Especializado en literatura griega y filosofía, ha dedicado sus trabajos al simbolismo. De entre sus obras destacan: El simbolismo del templo cristiano y Mitos, ritos y símbolos. [18] E l tiffinagh o tiffanagh es el alfabeto que se ha utilizado para transcribir varias lenguas bereberes. Se conoce su existencia desde el siglo IV a.C. en todo el norte de África y en las islas Canarias. Se le supone un origen púnico. [19] Franz Rziha, arquitecto austríaco. Tras estudiar nada menos que 1.000 marcas de cantería en la catedral de Estrasburgo demostró que la estructura de todas ellas se formó sobre una base a partir de 64 pequeños cuadrados, triángulos equiláteros y rosetones trilobulados. [20] Basilio Valentín nació en Alsacia en 1394. Monje benedictino, utilizó el antimonio como medicamento y describió la forma de preparar el ácido clorhídrico. Su tratado Aureliae occultae philosophorum se basa en el diálogo entre Adolfo, joven que pretende alcanzar el conocimiento de la Piedra Filosofal y el Anciano, sabio alquimista que le aconseja en lo relativo a este tema.

[21] Bernardo

de Claraval (1090-113) fue un monje cisterciense francés y abad de Clairvaux, Francia. Expandió la orden por toda Europa, fue el inspirador en la creación de la famosa Orden del Templo y en la redacción de sus estatutos e hizo reconocerla en el Concilio de Troyes en 1128. En 1145 predicó en el Languedoc a los cátaros, sin éxito. [22] Titus Burckhardt, suizo alemán, dedicó su vida al estudio de los diferentes aspectos de la sabiduría y la y la tradición. Desarrolló un profundo y vasto conocimiento del arte y la civilización islámica, convirtiéndose al Islam. De entre sus numerosas obras cabe destacar: Chartres y el nacimiento de la catedral, Introducción al sufismo y Principios y métodos del arte sagrado. [23] Euclides fue un matemático y geómetra griego que vivió alrededor del año 300 a.C. Es conocido como «El Padre de la Geometría», su obra Los Elementos es uno de los trabajos científicos más conocidos en el mundo. En él presenta de manera formal sus únicos cinco postulados, el estudio de las propiedades de líneas y planos, círculos y esferas, triángulos y conos, etc. [24] Luca Pacioli (1445-1514) fue un célebre matemático franciscano, y uno de los pioneros del cálculo de probabilidades. Tradujo al latín la Geometría de Euclides. En el año 1497 escribió su famoso libro De divina proportione, ilustrado por el famoso Leonardo, presentando sus conocidas figuras poliédricas. [25] Thycho Brahe, astrónomo danés, tuvo gran admiración por Co pérnico, pero los prejuicios de su tiempo le impidieron aceptarlo públicamente. Brahe se distinguió por sus observaciones y posicionamiento de los cuerpos celestes y por su amistad, aunque corta, con el famoso Kepler. [26] Eliphas Levi (1810-1875) es el nombre que adoptó el mago y ocultista francés Alphonse Louis Constant. Su obra más conocida Dogma y ritual de la Alta Magia es un compendio de Teúrgia e invocaciones. Del presente libro se hizo famosa la siguiente frase: «La fe

no es más que una superstición y una locura si no tiene como base la razón, y no se puede suponer lo que se ignora más que por analogía con lo que se sabe. Definir lo que no se sabe es una ignorancia presuntuosa. Afirmar positivamente lo que se ignora es mentir». [27] Baphomet, también llamado Bafomet, Bafometo o Bafometto, fue el supuesto ídolo cuyo culto se le atribuyó a la Orden del Temple. Su figura llegó a tergiversarse con la aparición del libro Dogma y ritual de la alta Magia de Levi. Desde entonces, dicha figura se vincula con el macho cabrío, con Satanás y otros demonios menores. [28] Philippus Aurelus Bombast von Hohenheim, conocido como Paracelso (1443-1541), fue un alquimista, médico y astrólogo suizo. Presuntamente llegó a transmutar el plomo en oro. Introdujo el uso del láudano y su libro principal fue La gran cirugía. [29] Asclepio, Esculapio para los romanos, fue el dios de la Medicina. Poseía el don de la curación y un gran conocimiento de las plantas medicinales. Su poder para resucitar a los muertos suscitó las envidias de Zeus, padre de los dioses, quien decidió terminar con su vida con uno de sus rayos. [30] 30 El Codex Calixtino es un manuscrito iluminado del siglo XII que se conserva en la catedral de Santiago de Compostela. Sirve de guía a los peregrinos que seguían el Camino de Santiago. Es denominado también con el nombre de Liber sancti Iacobi. Consta de cinco libros y dos apéndices. [31] San Ireneo (130-202) fue el mejor discípulo del obispo de Esmirna, Policarpo. Su nombre quedó vinculado, sobre todo, a las polémicas en contra del Gnosticismo. [32] San Jerónimo o Jerónimo de Estridón (340-420) tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín. Conocida como la Vulgata, ha sido hasta la promulgación de la Neovulgata de 1979, el texto bíblico de la iglesia católica romana. Ha sido considerado uno de lo cuatro grandes Padres de la Iglesia.