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Spanish Pages 550 [553] Year 2014
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA OBRAS COMPLETAS 5
PLAN DE LAS OBRAS COMPLETAS 1. 2. 1899-1910, I: 3. 1899-1910, II: 4. 1911-1920, I: 5. 1911-1920, II: 6. 1911-1920, III: 7. 1921-1928, I: 8. 1921-1928, II: 9. 1929-1935: 10. 1936-1940, I: 11. 1936-1940, II: 12. 1936-1940, III:
13. 1941-1946, I: 14. 1941-1946, II:
Teatro, poesía, narrativa Ensayos críticos Horas de estudio Memorias. Crónicas La poesía castellana de versos fluctuantes Crónicas periodísticas La Universidad Tablas cronológicas En la orilla: mi España La utopía de América Seis ensayos en busca de nuestra expresión Apuntes sobre la novela en América Política-Literatura-México Observaciones sobre el español en América Críticas y estudios El español en Santo Domingo La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo Plenitud de España Temas hispanoamericanos El español en México, los Estados Unidos y la América Central Para la historia de los indigenismos Introducciones y críticas literarias Las corrientes literarias en la América hispánica Historia de la cultura en la América hispánica Historia y literatura.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
OBRAS COMPLETAS 5. 1911-1920, II. CRÓNICAS PERIODÍSTICAS
EL HERALDO DE CUBA - LAS NOVEDADES - EL FÍGARO
Miguel D. Mena EDITOR
Editora Nacional Santo Domingo, República Dominicana 2013
Ministerio de Cultura de la República Dominicana Ministro: José Antonio Rodríguez Duvergé Obras Completas de Pedro Henríquez Ureña Tomo 5: 1911-1920, II. Compilador | Editor: Miguel D. Mena Diseño y Arte Final: Aurelio Ross Portada: Edson Amín Toribio Coordinación General de la Edición: Luis O. Brea Franco Corrección de Pruebas: Armando Almánzar Botello / Editora Nacional © Editora Nacional, abril, 2013. Ministerio de Cultura de la República Dominicana Todos los derechos reservados para esta edición. ISBN OBRAS COMPLETAS: 978-9945-492-15-6 ISBN para este tomo: 978-9945-492-20-0 EDITORA NACIONAL Oficina de la Feria del Libro Plaza de la Cultura “Juan Pablo Duarte” Ave. Máximo Gómez con Ave. México, Santo Domingo, D. N. Tel. (809) 221-0736 www.cultura.gob.do Impreso y hecho en República Dominicana Printed and bound in the Dominican Republic
ÍNDICE GENERAL
Introducción, 9 EL FÍGARO Oyendo a Varona , 15 El poeta del día en México, 18 En defensa de la lírica española, 21 La vida literaria en New York, 28 Sutileza, 32 José de la Riva Agüero, 34 Ante la tumba de Casal, 36 Los valores literarios, 38 Hojas, 45 Danzas y tragedias, 46 Poetas de los Estados Unidos, 51 Artur Bodanzky, 59 Salomón de la Selva, 61 EL HERALDO DE CUBA De viajes, 69 Cuba en Nueva York, 71 Hacienda y diplomacia, 74 Sin brújula, 77 ¿Abstención al fin?, 80 La despedida de Anatole France, 83 En torno a la doctrina Taft, 86 La neutralidad panamericana, 88 Inquietudes, 90 Contienda de universitarios, 93 Los derechos de la paz, 95 La resurrección de la danza, 97 Inglaterra, ayer y hoy, 100 Violaciones a la neutralidad, 103 La templanza obligatoria, 107 El dominio de los empleos públicos, 109 Vanidad nacional, 111 La primera rebeldía, 114 Música nueva, 116 ¿Cuál es el remedio?, 119 Los empleos y la democracia, 121
La necesidad del éxito, 124 El derecho al milagro, 127 La ilusión de la paz, 129 El sufragio femenino, 131 Máquinas de conferencias, 133 La protección del partido, 135 Ciudades escépticas, 137 El castigo de la intolerancia, 139 La inmigración, 141 Sajonas y latinas, 143 Pintores norteamericanos, 147 El triunfo de lo efímero, 150 La muerte del sabio, 153 El crepúsculo de Wilson, 155 Las lecciones del fracaso, 157 Homenaje a un pueblo en desgracia, 159 La publicidad en los negocios, 162 La exposición de San Francisco, 164 Beethoven y Wagner, 166 Habla Wilson, 168 La eficacia de los congresos, 171 España y los Estados Unidos, 173 Pigmalión contra Galatea, 178 Acuarelas y retratos, 180 El problema del Secretario de Estado, 182 LAS NOVEDADES INSTITUCIONES Y LEYES Instituciones, leyes y costumbres, 187 La institución del Homestead, 189 Problemas penales, 192 Delincuentes y locos, 195 La protección de los pequeños capitales, 198 Las universidades como instituciones, 201 El régimen de las prisiones, 205 Reforma constitucional, 208 Uniformidad de leyes, 211 Códigos y precedentes, 214 Homestead, 216 La constitución de Nueva York, 218 Elecciones, 220 La educación del abogado, 222 Legislación inglesa y la continental, 226 La prisión de Sing Sing, 228
Trusts, 231 La manifestación de las sufragistas, 238 El sufragio femenino, 241 La legitimidad de los hijos, 245 La redención de las clases pobres, 248 El Presidente Wilson y la reforma del derecho procesal, 250 ¿Hizo bien?, 253 La vida de los degenerados, 256 LIBROS E IDEAS La enseñanza del castellano, 259 Poetas hispano-americanos. Salomón de la Selva. Nieves Xenes, 263 Pan-Americanismo, el libro del Profesor Usher, 268 ¿Pierde América una gloria literaria? Libro sobre Haití, 272 La América Latina en Columbia. La América Latina y la Sajona, 275 Literatura latinoamericana, 281 Bernard Shaw. La historia del Canal de Panamá, 285 Poetas mexicanos. Richard Middleton, 290 Alice Meynell, 295 Puerto Rico, 300 Santo Domingo, según Mr. Verrill. El hombre que parecía caballo. El libro del trópico. Fernández Cabrera y Dolz, 305 Literatura holandesa, 310 El arte español, 314 La historia de México, 324 Arte dramático. Stevenson, 326 La América Latina, 328 En honor de Chocano, 331 El romance español en los Estados Unidos, 333 México en la literatura, 336 El baile, 339 La filosofía en la América Española, 342 Thomas Walsh, 347 El mejor libro del año, 349 Eurípides, 352 Stephen Phillips. La América Latina, 355 La arquitectura mexicana, 357 Cuba antigua y moderna. La Conferencia Financiera Pan-americana. La Biblioteca Andrés Bello, 360 Obras de Casasús, 363 Reina de reinas, 364 Gaultier juzgado por Casseres, 367 Goyescas, 368 Goyescas, 377
Rubén Darío, 384 De la nueva interpretación de Cervantes, 387 ARTE Y TEATROS Liberty Theatre. Broadway Theatre, 389 El Museo Metropolitano. La retirada de Julia Marlow, 390 Exposiciones. Bandbox Theatre, 397 Exposiciones. Ópera y ballet, 403 Exposiciones. Conciertos, Manhattan Opera House, 408 Conciertos, 413 Exposiciones. España y la América Latina en Nueva York, 422 Adquisiciones del Museo, 429 Exposiciones. Conciertos, 433 Exposiciones. Conciertos, 439 Exposiciones, 445 Exposiciones. Conciertos, 449 Música eclesiástica, 454 El estreno de El Príncipe Igor. Los maestros cantores, 457 Exposiciones. Conciertos. Danzas. Los maestros cantores, 461 Exposiciones, 465 Culminación de la temporada musical, 468 María Barrientos. La ópera, 471 Conciertos. La ópera, 475 Cézanne. Conciertos, 478 El Don Quijote de Strauss. Pablo Casals, 482 Concierto del maestro Granados, 487 Exposiciones. La ópera. Conciertos, 489 Pablo Casals, 493 La ópera. La orquesta sinfónica de Nueva York, 496 The Co-Respondent. El Teatro Francés. Paquita Madriguera, 499 El ballet ruso, 505 VARIA Apertura de la Conferencia Panamericana, 511 Pictorical Review, 514 Cuadros célebres en América, 516 Don Joaquín D. Casasús, 517 La incursión de Villa, 519 Juegos florales, 521 España de luto. La muerte del Maestro Granados, 524 “Goyescas” en Nueva York y París, 526 ÍNDICE ONOMÁSTICO, 531
INTRODUCCIÓN
Situar a Pedro Henríquez Ureña en un mapa mundial de 1914 nos permitiría comprender las razones de su desplazamiento a los Estados Unidos en ese año y el contexto de los escritos suyos reunidos en este tomo. El 6 de abril de 1914 llegó a la Habana, procedente de México. Recién había concluido sus estudios de Derecho, pero la inestabilidad de la vida política mexicana se había agudizado con el triunfo de Venustiano Carranza a grado tal, que ya no encontraba terreno propicio ni en lo laboral ni en lo intelectual. Surgió la idea de marcharse a Europa. Su padre, Francisco Henríquez y Carvajal, había recibido la promesa de un puesto como Embajador ante el Reino Unido y Holanda. El caos político del país dominicano, que desde el ajusticiamiento del tirano Ulises Heureaux en 1899 no permitía estabilidad política de gobierno alguno, se unió a los aprestos nacionalistas europeos que en agosto de 1914 conducirían a la Primera Guerra Mundial. Gracias a una oferta de El Heraldo de Cuba, periódico fundado en 1913 por Manuel Márquez Sterling, se convertirá en corresponsal en los Estados Unidos, donde publicará su columna Desde Washington, bajo el seudónimo de E. P. Garduño. A tales efectos llega a Nueva York el 19 de noviembre, marchando días después a la capital norteamericana. Según escribe Roggiano, “desde Washington y Nueva York envió al Heraldo de Cuba una serie de cuarenta y cuatro notas, además de las dos ya mencionadas [“Desde New York. De viajes” y “Cuba en New York”], en las que trata sobre temas de actualidad política, según el interés primordial del periódico; pero no descuida toda otra novedad de carácter artístico y cultural”.1 Después de suspenderse sus colaboraciones con esta publicación Alfredo A. Roggiano: Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos. Santo Domingo: Ediciones Cielonaranja, 2005, p. 33. 1
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INTRODUCCIÓN
cubana en mayo de 1915, y luego de casi dos meses de inactividad laboral, se integra a Las Novedades. Con su entrada a este diario hispano, el más antiguo de Nueva York, vuelve a su viejo oficio de crítico y cronista. Haciendo uso de una profesión que por lo demás nunca ejercerá —la de abogado—, crea la columna “Instituciones, leyes y costumbres”. Mediante la información y el estudio de las leyes norteamericanas en torno a la seguridad social y al desarrollo de la pequeña empresa, trata de orientar a la comunidad hispana en cuanto a una integración más efectiva dentro de la sociedad norteamericana. Dos columnas más agrega: “Libros e ideas”, y “Arte y teatros”. Con la primera, pasa revisión a los textos publicados en Estados Unidos sobre los países hispanoamericanos, además de la presencia de temas y autores nuestros en ediciones norteamericanas. Con la segunda, informa sobre la actividad teatral y artística, una de las pasiones más constantes en su vida. Su trabajo en Las Novedades concluyó en agosto de 1916. El periódico desaparecería poco después. Pedro Henríquez Ureña recurrió nuevamente el mundo de la Academia. Esta vez sus pasos se orientaron a Minnesota. Roggiano nos cuenta al respecto: “De 1916 a 1921 Pedro Henríquez Ureña fue alumno y profesor de la Universidad de Minnesota. Se trasladó a Minneapolis en agosto de 1916, pero en Las Novedades aún figuran colaboraciones suyas con fecha 12 de marzo de 1917. Además, siguió publicando en revistas de Estados Unidos, de Cuba y de otros países. No interrumpió su labor de periodista, si bien se fue concentrando cada vez más en tareas propias del quehacer académico, de investigación erudita y elaboración crítica”.2 CRITERIOS DE ESTA EDICIÓN Este volumen compila las colaboraciones periodísticas de Pedro Henríquez Ureña en las publicaciones cubanas El Fígaro y El Heraldo de Cuba, así como con Las Novedades de Nueva York. Al ensayista argentino Alfredo A. Roggiano le debemos la primera selección y estudio de este material, que reunió en 1961 bajo el título 2
Ibíd., p. 36.
INTRODUCCIÓN
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Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos.3 A las crónicas periodísticas, este volumen le agrega los textos publicados en inglés en aquella segunda década del siglo XX. En 1975 la académica cubana Minerva Salado reúne las colaboraciones de Henríquez Ureña con El Heraldo de Cuba bajo el título Desde Washington4. Casi treinta años después, esta obra se reedita,5 corregida y ampliada, agregándose textos que supone la compiladora –con razón– también fueron de su autoría. Para nuestra edición hemos tomado en consideración el aporte fundamental de estos libros de los maestros Roggiano y Salado. En diciembre del 2011 trabajamos en el Archivo de Pedro Henríquez Ureña, que está bajo la custodia del Colegio de México. A seguidas, completamos el ciclo de investigaciones en la Biblioteca Pública de la ciudad de Nueva York. Al mismo tiempo, la maestra cubana Diony Durán —quien al igual que Minerva Salado fue alumna de Camila Henríquez Ureña—, nos brindó una vital ayuda con sus investigaciones en el Archivo del Instituto de Arte y Literatura de la Habana. En el Archivo del Colegio trabajamos sobre los recortes y notas del Maestro, plenamente integrados en este volumen. En Cuba pudimos recopilar todas las colaboraciones en El Fígaro y en Nueva York, igualmente, en Las Novedades. De paso, esta compilación nos permitió corregir la cronobibliografía de Emma Susana Speratti Piñero, editora de Obra crítica6, incompleta, debido a que su única referencia era el ya selecto Archivo del humanista dominicano. Grande fue nuestra sorpresa al constatar la gran cantidad de textos suyos aún no registrados de Las Novedades, no mencionados hasta ahora en selección alguna. Debido al carácter menor que le concedía su autor, la mayoría de esas colaboraciones aparecían sin firma. Una idea de la recuperación del corpus de estos escritos en Las Novedades puede ilustrarse así: mientras Roggiano sólo publica 11 textos de Las Novedades y 4 de El Fígaro, en este volumen presentamos 85 y 11 artículos, respectivamente. México D.F.: Editorial Cultura. Compilación y prólogo de Minerva Salado, La Habana, Ed. Casa de las Américas, Colección Cuadernos Casa No. 14, 1975. 5 México D.F.: Biblioteca Americana del Fondo de Cultura Económica, 2004. 6 México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1960. 3 4
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INTRODUCCIÓN
Para facilitar la lectura de los textos, los hemos ordenado en función de las tres columnas arriba mencionadas. Hemos agregado otros textos marginales, en algunos casos, también sin firma, pero que por el estilo y contenido son consignables a su pluma, como los relativos al paso por Nueva York de Enrique Granados. Agradecemos al Colegio de México, a la Biblioteca Pública de Nueva York, a la Biblioteca Nacional de Cuba y al Instituto de Arte y Literatura de la Habana por abrirnos sus puertas y permitirnos recuperar estas significativas obras de sus archivos. Gracias también al aporte decisivo de Adolfo Castañón, Diony Durán, Liliana Weinberg, Carlos Rincón, Enrique Zuleta Álvarez, Norberto James Rawlings, Néstor E. Rodríguez, Salvador Alfau de Valle. La Biblioteca Antillense, fruto del amor y dedicación del Padre Jesús Hernández, ha sido nuestro oasis esencial en Santo Domingo. A los seres más cercanos también quisiera expresarles mis más sentidos agradecimientos: a Gabina Alcántara, Ximena Maite y Ana María Villegas Cabrolier, y a Jannis Schulze. Ellos me han brindado paciencia y comprensión, las mejores condiciones en este diálogo con Pedro Henríquez Ureña durante tantos años.
Miguel D. Mena Berlín, 7 de enero del 2013.
EL FÍGARO
OYENDO A VARONA
Todo lo que sale de la pluma o de los labios de don Enrique José Varona debe ser recogido atentamente por cuantos en la América española ponen interés en las cuestiones de la inteligencia. Pocos son en nuestros países los talentos capaces de someterse al fuerte método de estudio y a la exquisita disciplina de sobriedad y selección que caracterizan a Varona: por eso, cuanto él diga, compartámoslo o no sus lectores u oyentes, tendrá siempre autoridad y deberá ser meditado. Siendo éste mi pensar sobre el maestro cubano, hube de interesarme sobremanera al saber que iba él a pronunciar una conferencia sobre su escepticismo. Supe cómo había escogido el tema: los motivos y razones de escepticismo que dio al ser invitado a hablar, y su final aquiescencia a disertar precisamente sobre tales razones y motivos. Recordé entonces otros signos: lo poco que escribe ya Varona; su prudencia en el juicio, que a los ojos del vulgo suele pasar por pesimismo; y basta el lema que inscribe alrededor de su monograma, en las hojas de su correspondencia: In rena fondo e scrivo in vento.1 Aunque Nietzsche se manifiesta enemigo de las autobiografías, porque las cree insinceras, Oscar Wilde (en quien hay notables puntos de semejanza y de diferencia respecto del pensador alemán) declara cuánto le seducen la indiscreción y el egotismo que inevitablemente se escapan de ellas; porque, en suma, el yo (y bien debía sentirlo un platónico, aunque a veces rebelde, como Wilde) es cosa sobre todas interesante. Yo estoy, naturalmente, de parte del autor de Intentions: me 1
“…Fundo en la arena y escribo en el viento”: verso de Francesco Petrarca (Canzoniere, 212). La estrofa completa donde se encuentra reza así: Beato in sogno et di languir contento, d'abbracciar l'ombre et seguir l'aura estiva, nuoto per mar che non à fondo o riva, solco onde, e 'n rena fondo, et scrivo in vento. N.d.e.
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OYENDO A VARONA
interesa quien sepa hablar de sí mismo. Y al tener noticia de la conferencia de Varona, pensé que en nuestra América, —donde muchos hablan de sí mismos, pero no con sinceridad, no del yo profundo (como diría Bergson), sino del yo superficial, social y decorativo, del yo postizo—, pensé, digo, que tendría significación inusitada lo que Varona dijese de sí propio y de su escepticismo. No entraba como parte, en mi deseo de oírle, la curiosidad de quien espera sorprender signos de indiscreción o de orgullo: mi deseo era saber cómo, en una vida tesoneramente dedicada al servicio de altas ideas y propósitos de bien, había ocurrido la crisis, definitiva quizás, del escepticismo; medir, por los resultados de la labor del maestro, los que podemos esperar quienes le tomamos como ejemplo; recoger una lección —de desengaño, de prudencia o de fe—. Pero Varona no nos habló de su esceptisismo sino del arma contra todo escepticismo. Del suyo dejó entrever poco: nos dio a entender que era principalmente intelectual, y aun en este orden, no extremo, puesto que admite conciliaciones (en historia, escepticismo frente al detalle y afirmación de las líneas generales). Y sobre todo, su escepticismo no es pirronismo, no busca la ataraxia, el prudente reposo; sino que, convencido quizás de la imposibilidad de resolver las antinomias de su dialéctica trascendental, se acoge —como él mismo nos dijo— a la razón práctica. El escepticismo no está reñido con la acción: cualesquiera que sean nuestras dudas en el orden intelectual, las necesidades de la práctica nos obligan a adoptar decisiones. “La acción es la salvadora.” ¿Es ésto un pragmatismo? En todo caso, no un pragmatismo filosófico (presumo que Varona no ha de contentarse con las conclusiones de la escuela de William James) sino —diré pleonásticamente— un pragmatismo de la práctica. Se podría objetar a éste, como a todo pragmatismo, la falta de normas, la insuficiencia de los criterios a posteriori. Pero no podía exigirse que, en el breve espacio de una conferencia, expusiera Varona todas las conclusiones a que ha llegado, quién sabe tras cuán largo proceso, y en las que apoya su actual criterio de escéptico activo. Sobre todo, cualesquiera que hayan sido los propósitos primitivos de Varona respecto de su conferencia, se comprende que, al subir a la tribuna el lunes último, su objeto era darnos, no su discurso del méto-
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do, sino una lección de fe; especialmente, una lección de fe en el porvenir de Cuba. Y con esto hizo una obra de bien, así lo pensamos todos; pero nos ha dejado, tal vez a muchos, con el interés de conocer el proceso de su escepticismo. La Habana, abril 22, 1911.
El Fígaro, 30 de abril, 1911, p. 285.
EL POETA DEL DÍA EN MÉXICO
Acostúmbrase en México, sobre todo en la activa charla de los cenáculos, declarar que en la literatura mexicana no se encuentra ningún poeta de primer orden durante los dos siglos que median entre Sor Juana Inés de la Cruz y Manuel Gutiérrez Nájera. Este, es, piensa con exactitud Antonio Caso, la personalidad literaria más influyente que ha aparecido en el país. De su obra, engañosa en sus apariencias de ligereza, parten incalculables direcciones, lo mismo para la prosa que para el verso. Con su aparición, que históricamente es siempre un signo, aunque no siempre haya sido una influencia, comienza a formarse el grupo de los grandes poetas mexicanos son, junto a él, Manuel José Othón, muerto ya; Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y Luis G. Urbina. Al lado de ellos ha venido a colocarse, con indiscutibles derechos, Enrique González Martínez. Su fama es todavía de pocos años. Pasó su juventud en las provincias: donde lentamente, y sin estímulos externos, acendró el jugo de fina cultura: así pudo ser traductor admirable, y sus versiones ilustran, por ejemplo, la elegante antología de poetas franceses contemporáneos formada por Forton y Díez Canedo, otro maestro en el arte de la traducción; así es hoy catedrático de literatura francesa en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad. Con tres libros publicados y uno en perspectiva, llegó en 1911, a tomar por asalto las fortalezas literarias de la capital: su triunfo fue inmediato y ruidoso, sobre todo en las sesiones del Ateneo, que le hizo su presidente en 1912. Cada uno de los grandes poetas anteriores tuvo su hora. González Martínez es el de la hora presente; es el amado y preferido por los jóvenes que se inician, como al calor de extraño invernadero, en la intensa actividad de arte y de cultura que sobrenada en Méjico por encima de las amenazas de disolución social. Al decir de Horacio, vigoriza a la juventud el educarse en medio a sucesos alarmantes. La de México diríase que recibe su fuerza de su propia hostilidad a las tendencias ambientes. Y esa juventud, por boca de uno de sus representativos más
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cultos, Manuel Toussaint y Ritter, declara en la revista Nosotros: la poesía de González Martínez “es nuestra poesía.” Como sus devotos, el poeta posee la alta virtud de limpiar su vida interior de todas las impurezas del momento social. Es la suya una poesía de recogimiento y de templanza tan lejana del desenfreno como del vértigo futurista: Irás sobre la vida de las cosas con noble lentitud: que todo lleve a tu sensorio luz, blancor de nieve, azul de linfas o rubor de rosas. Que todo deje en tí como una huella misteriosa, grabada intensamente..... Y que afines tu alma hasta que pueda escuchar el silencio y la sombra ..... Es la poesía de la emoción contenida y la meditación solemne; poesía que por su serenidad y su suave armonía de colores y matices y su extraño ambiente de misticismo panteísta, saturado por la honda concentración en el pensar y el sentir, sugiere el influjo de la contemplación y del sueño penseroso, ante las aguas tranquilas, como la poesía lacustre de Wordsworth o la obra de Rodenbach. Su serenidad no es, afortunadamente la del frío mármol parnasiano: es una serenidad animada por el color de la vida, que es (como ha dicho la exquisita Alice Maynell, arrogante, reina de la poesía inglesa,) el color de la piel humana, debajo de la cual se adivina la ardorosa corriente de la sangre. González Martínez es, en cierto modo, poeta simbolista: no por la forma (que es pura, luminosa y tersa, y no hace pensar en Mallarmé o en Laforgue, sino más bien en Henri de Regnier) sí, por el esfuerzo de síntesis ideológica y depuración sentimental que hace de su poesía una lírica simbólica, elaborada, no con los materiales nativos, sino con la esencia ideal del pensamiento y la emoción. No hay detrás de su arte una doctrina de esteticismo que se resuelve en actitudes artificiales y simple culto de las formas. Para González Martínez el arte es una interpretación de la vida, y sus meditaciones, sus deliquios giran en torno del misterio de la existencia. A la estética del
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cisne decorativo y vano, sucede la estética del búho simbólico, atraído por Palas Atenea: Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente; él pasea su gracia no más, pero no siente el alma de las cosas ni la voz del paisaje.... Mira al sapiente búho.... Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta pupila, que se clava en la sombra, interpreta el misterioso libro del silencio nocturno. Muchas más cosas de las que caben en este rápido apunte diría yo —si la urgencia de tiempo lo permitiera— y muchas más cosas, y mejores, ha dicho Alfonso Reyes en la Revista de América sobre obra poética de tan vastas perspectivas como lo es la de Enrique González Martínez. El poeta está en pleno vigor de vida y de inteligencia, y fuerte en su amplia cultura y su seriedad mental, es seguro que no decaerá con los años, sino que como Urbina seguirá en ascensión perpetua, sostenido por las alas serenas de su canto.
El Fígaro, 12 de abril, 1914; La Semana, Revista miscelánea, año I, núm. 9, 23 de marzo, 1919, Santo Domingo.
EN DEFENSA DE LA LÍRICA ESPAÑOLA A PROPÓSITO DEL DISCURSO DEL DR. VARONA SOBRE LA AVELLANEDA “Muy comentado ha sido el artículo que nuestro notable colaborador Pedro Henríquez Ureña dedicó al discurso pronunciado por Enrique José Varona, nuestro ilustre amigo, y también colaborador, en las recientes fiestas conmemorativas del nacimiento de la Avellaneda. En dicho artículo—que vio la luz el domingo pasado en El Fígaro— se aludía a las ideas del doctor Varona, quien nos ha enviado la carta que aquí publicamos, en la cual contesta el insigne profesor de filosofía v actual Vicepresidente de la República, a las observaciones del señor Henríquez Ureña”. [Redacción de El Fígaro].
Muchas veces, antes de ahora, en Cuba o fuera, he declarado mi admiración por los talentos de D. Enrique José Varona. A medida que los años pasan, y al pasar nos exigen diarias rectificaciones de juicios y — cosa que más sentimos—, de entusiasmos, pocas figuras de nuestro mundo intelectual, el de la América española, sobreviven a la prueba necesaria y perpetuamente renovada. Pero Varona permanece, para mí, en el grupo de los escogidos, menos numeroso a mis ojos de hoy, pero más claro y brillante por la depuración. Como siempre me apresuro a leer lo que llega a mis manos con la firma de Varona, tuve especial empeño en conocer su discurso reciente sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda. Se me dijo que en él se deslizaba su autor a afirmaciones muy discutibles, si no es que notoriamente equivocadas; y aunque se me dijo por voz digna de todo crédito, dudé. Dudé… con la esperanza de que hubiera error en el informe. La lectura del discurso me deja ahora sin la duda y sin la esperanza. Aún más, me impele a intentar la defensa de cosas dilectas para mi espíritu. He vacilado, sin embargo. El tono de solemne y velada melancolía con que abre Varona su discurso, y la profesión de aislamiento que contiene, obligan al respeto, e infunden el temor de turbar el hondo y triste
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deseo de paz y de silencio, el reposo y la serenidad que merecen en su ocaso los hombres buenos y sabios. Pero he vencido mis vacilaciones, pensando que la lealtad no ofende. La primera parte del discurso es el comienzo de un estudio psicológico de la Avellaneda, que hubiera sido magistral, y acaso definitivo, si no se cortara y suspendiera brusca e inesperadamente, para ceder el paso a una segunda parte, de crítica tan estéril como interesante la otra. Ninguna especie de crítica es tan fecunda como la que emprende la reconstrucción psicológica del artista a quien estudia; ninguna tan pobre e inútil como la que se limita a comparar valores y a clasificar talentos, numerándolos. Aquella es la de Sainte-Beuve; ésta la de Hermosilla. Cierto que no por entero debe prescindirse de las “tablas de valores literarios”; pero de ellas debe hacerse uso pocas veces y siempre con brevedad. Aunque mucho de interesante se ha escrito sobre la Avellaneda, la crítica definitiva de su vasta obra está todavía por hacer. Varona, que hubiera podido emprenderla, se detuvo en el comienzo del camino, después de encontrarlo... Acaso la empresa quede reservada a José María Chacón, “representativo” de la nueva juventud que hoy vuelve por los fueros de la alta cultura cubana y retorna a la gloriosa tradición humanística que iba extinguiéndose, sin sucesores, al desaparecer los hombres de la generación de Varona y Sanguily. El excelente fragmento de conferencia que nos dijo Chacón, días atrás, sugiere la posibilidad de que aparezca al fin el crítico de la Avellaneda. Y es que hasta ahora ha sido costumbre hablar de la gran poetisa con hipérboles de mal gusto. Varona huyó de la más conocida: la de llamar a la Avellaneda la mayor poetisa lírica de cuantas existieron, estableciendo comparaciones con la incomparable Safo y con la exquisita Vittoria Colonna y olvidando mencionar siquiera las maravillas poéticas que debemos, por ejemplo, a Marceline Desbordes-Valmore, o a Christina Rossetti, o a Elizabeth Barrett Browning. La primacía entre las poetisas de la lengua castellana sí es explicable que se reclame para la Avellaneda: aunque no es preciso acudir al equivocado recurso, que empleó D. Juan Nicasio Gallego, de negar títulos a Sor Juana Inés de la Cruz. Pero si Varona esquivó el despeñadero conocido, descubrió uno nuevo que nadie imaginaba. Y fue nada menos que comparar a la Avellaneda
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con todos los poetas líricos de nuestro idioma, aunque nombrando sólo a los contemporáneos de la egregia cubana. No me enredaré en el dédalo de los tres ambiguos párrafos de comparación y valuación, en que se olvida la existencia de Gallego y de Zorrilla, se niega, o se disminuye, con subterfugios retóricos, el don lírico de Bello, Heredia y Olmedo, y se habla del “género descriptivo” y de los “caracteres épicos” en términos de la más anticuada preceptiva. No: lo que asombra y entristece es el desconocimiento y la indiferencia que revelan esos párrafos respecto de la poesía lírica de los siglos de oro. Diríase que Varona recordó en esos momentos el curioso libro de mi distinguido compatriota Nicolás Heredia sobre “La sensibilidad en la poesía castellana”. Pero si éste se explicaba por motivos del “momento histórico”, las frases de Varona no se justifican. No se justifican, porque 1[suenan a] ligereza, y su autor rara vez peca de ligero. Su autoridad es grande, y aun los que la discuten reciben a la larga su influencia. Y si los conceptos de Varona sobre la gran poesía española se difundieran, y los aceptara como buenos la nueva generación, se habría hecho un daño a la cultura cubana. Un daño. Porque a Cuba, como a todo pueblo de nuestra América, interesa conocer y comprender el espíritu de la familia española. Si nuestros pueblos han de llegar a conocerse a sí mismos, deben buscar la explicación de sus orígenes; es decir, deben conocer “realmente” a España; y nadie ignora que una de las más seguras fuentes para el conocimiento de un país es el estudio de su literatura. ¿Qué concepto tendrá de la española quien entre a estudiarla con el prejuicio de que no encontrará en ella gran poeta lírico antes del prosaico y elocuente Quintana? Y no se diga que, al quitar a los cantores de la época áurea el nombre de líricos, no se les niegan méritos. Si se les niega lo que fundamentalmente fueron ¿qué les queda? ¿Se nos vendrá a contar que Herrera es “épico”, y que Garcilaso es bucólico, y Góngora descriptivo, y Quevedo satírico, y Fray Luis de León místico, y Lope no sabemos qué? ¿La Epístola moral a Fabio será “didáctica”; pretende enseñar a alguien? No creo que Varona acepte a estas horas las minuciosas clasificaciones de la preceptiva seudoclásica; pienso que se le deslizaron con la prisa del discurso. Quien conoce las modernas corrientes de la 1
En el recorte de este artículo en el Archivo de PHU, se tacha “son hijas de” y se sustituye por “suenan a”. N.d.e.
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estética —y para ello bastaría con la obra monumental de Menéndez y Pelayo—, no ignora el escaso valor de la clasificación de géneros, que el insigne Benedetto Croce, por ejemplo, quiere abolir totalmente, pero que, caso de aceptarse, no deberá pasar de los términos en que la puso Hegel. Si aquel extravagante personaje portugués del siglo XVIII Manuel de Faría y Sousa, fue capaz de descubrir el secreto lírico de las églogas, ¿vamos a suponer a Varona estancado en la crítica académica y alegando distinciones hermosillescas de aquellas que tanto nos divierten al leer las humorísticas páginas de Menéndez y Pelayo sobre el siglo XVIII? Los poetas españoles de los siglos de oro son grandes poetas líricos, y más aún, los mayores de nuestro idioma. Su virtud literaria no se reduce a elementos de forma. Su obra es, junto con la de los prosadores religiosos, la de mayor pureza y elevación intelectual que ofrece la literatura clásica de España. La novela y el teatro acaso tengan significación mayor. La Celestina, el Lazarillo, el Quijote, los dramas de Lope, Tirso, Alarcón y Calderón, junto con los romances populares, última florescencia del árbol épico, son las obras que más han trascendido a otras literaturas. Pero si estas representan un sentido de “humanidad” más amplio, y un caudal de vida artística más opulento pero más turbio, la prosa mística y la poesía lírica son la escuela de mayor pureza, la que enseña a pensar más alto, a sentir más delicadamente, a expresarse con el más acrisolado decoro. Hay momentos, en la historia intelectual de España, en que el más alto pensamiento filosófico se refugia en los místicos y en los líricos. La poesía de las ideas: la “emoción intelectual”, rara flor de cultura, se encuentra a menudo en ellos. Creo en el estudio de las grandes literaturas, no como simple placer de erudición, sino como cultura “formativa,” que da disciplina estética, y disciplina intelectual, y aun disciplina moral, porque ayuda al conocimiento del espíritu humano y difunde altas ideas. Para que el estudio de las letras de fruto, debe dirigirse a apreciar la significación humana de las obras y llevar a su rápida comprensión sintética. El que estudie y comprenda la lírica española de los siglos XVI y XVII encontrará riquezas insospechadas, profundidad unas veces delicadeza otras, cualidades varias y selectas; pero sobre todo respirará un ambiente ético puro y fortificante, donde se esparce el perfume de estoicismo cristiano que da sabor de sereno “heroísmo” a los tercetos de Quevedo y de la Epístola moral a Fabio, y sobre el cual se cierne, dominándolo
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majestuosamente, el vuelo platónico de Fray Luis, uno, de los grandes poetas de la humanidad. La Habana, mayo, 1914.
El Fígaro, 17 de mayo de 1914.
UNA RESPUESTA DEL SR.VARONA Sr. D. Pedro Henríquez Ureña. Mi muy distinguido amigo: Si en su artículo de El Fígaro no hubiera más que la parte en que usted cortésmente me impugna, hubiera tratado de aprovechar lo que encontrara aprovechable, y hubiera permanecido en silencio. El mundo sigue, y me parece que seguirá, entregado a las disputas de los hombres. Lo que quiere decir que no existe quimera comparable a aquella del dominante San Ignacio, cuando encarecía a sus secuaces que “pensaran del mismo modo y hablaran de la misma manera.” A lo que el propio San Ignacio añadía: “si es posible.” Pero hay en su escrito de usted, además, y por encima de todo, tanta deferencia y una apreciación tan lisonjera de lo que parezco a sus ojos, que no hubiera quedado yo conforme conmigo mismo, si no le dirigiera esta explanación de los juicios en que disentimos. Trata usted de mi discurso sobre la Avellaneda, y entiende que pequé de ligero, al aludir a la poesía lírica española anterior a Quintana. Podré estar equivocado; más aún: podré ir errado; lo estaré, e iré descarriado para cuantos piensen como usted. Pero puedo asegurarle que no dije entonces nada que no responda a mi convicción. Será falta de gusto, será ignorancia, será miopía intelectual, me habré quedado atascado con el pobre Hermosilla, atrabiliario y todo como era; mas no he de acogerme al seguro de la prisa del discurso. No; si hay pecado, lo cometí a sabiendas. Lo que entiendo por poesía lírica, lo dije con la
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claridad que pude en ese discurso: “manifestación de lo hondamente sentido por medio de la expresión hablada.” Y he de añadir ahora: de tal suerte, que la expresión corresponda a lo sentido, lo haga a su vez sensible a los oyentes. Esta equivalencia de la palabra y el sentimiento es la que no encuentro con caracteres tan marcados, tan claros y precisos, en los poetas líricos españoles anteriores al siglo XIX. Y me atrevo a decir más, en los poetas de las lenguas modernas, anteriores a la gran explosión lírica de las primeras décadas de esa centuria. Se ha notado, mucho antes de ahora, que la humanidad ha seguido un dificultoso y largo, muy largo proceso, hasta llegar a la plena posesión del individuo por sí mismo. El individualismo caracteriza, como lo sabe usted muy bien, la mayor parte del pasado siglo, antes de la actual inundación de las ideas socialistas. Y esa es la raíz de donde ha brotado la espléndida flor del lirismo contemporáneo. Los poetas castellanos de los siglos XVI y XVII, vivían bajo la formidable y concertada presión del trono y de la iglesia. ¡Cuán difícil era que pudiesen sentirse dueños de su pensamiento, señores de su sensibilidad, y que se atreviesen a dar clara y neta expresión a los estados de ánimo que los revelasen! ¿Que rompen de cuando en cuando en soberbias explosiones de sentimiento? ¿Quién lo duda y quién lo niega? El soneto anónimo: “No me mueve, mi Dios, para quererte,” no es ejemplo tan excepcional. Pero son arranques; no constituyen la característica total de ninguno de esos poetas. Por otra parte, el demonio de la imitación petrarquista u horaciana los domina y perturba, y en ocasiones les impone el asunto y en ocasiones les deformó lastimosamente la expresión. Por ese despeñadero fueron a dar al gongorismo y al conceptismo. No quiero decir, claro está, que Horacio ni Petrarca sean los autores, ni los inductores de esos desaguisados. Sino que la falta de originalidad, a que acostumbraba a los poetas la constante imitación los arrastraba a buscar esa falsa originalidad de la expresión enrevesada, que acabó por sepultar tantas insignes esencialidades personales. No necesito decir, después de esta explicación, que no he comprendido, ni podía comprender en mi clasificación a muchas notables y hasta notabilísimas composiciones subjetivas de aquel período, como la exquisita epístola que se atribuyó a Rioja. Las manifestaciones del arte son muy varias. Cada época tiende a tener las suyas preferidas. No se agravia a una época, cuando se reconoce la excelencia de otra. Ni mu-
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cho menos cuando se reconoce que ésta excede a aquella en tal o cual forma artística. Admita usted, amigo mío, en cuanto le sea posible, mis descargos; y téngame siempre por su amigo muy agradecido. Enrique José Varona Vedado, 18 de mayo, 1914.
El Fígaro, 24 de mayo, 1914.
LA VIDA LITERARIA EN NEW YORK1
Es indudable que la vida literaria en New York se intensifica más y más cada día. Se multiplican los libros, las revistas literarias, los teatros destinados a la alta producción dramática. Los diarios dedican cada vez mayor espacio a las cuestiones literarias, y éstas llegan a apasionar al público. Las conferencias abundan cada día más, por igual las populares y las de carácter más elevado, que a veces llegan a ser la moda, como en otro tiempo las de Oscar Wilde y Robert de Montesquiou. Recientemente, el New York Times abrió una encuesta entre veinticinco poetas ingleses y norteamericanos, para averiguar cuál es el mejor poeta de la lengua inglesa. Dicha encuesta merece este artículo con el cual comienzo mis correspondencias de New York en El Fígaro. Las respuestas se publicaron el día 5 de este mes de Julio. Seis declaran la imposibilidad de escoger una sola poesía como la mejor del idioma: ya se sabe que la literatura inglesa se distingue por sus grandes poetas líricos. El actual decano literario de Inglaterra, el famoso novelista y poeta Thomas Hardy, dice: “En respuesta a su pregunta sobre cuál es la mejor poesía de la lengua inglesa, solo he de decir que no veo cómo podría existir una poesía mejor que toda otra; es decir, mejor en todas las circunstancias. Este empeño de elogiar por comparación, me parece uno de los vicios literarios de la época, aunque todavía es peor inquirir quién es el mejor poeta, novelador o pugilista, y mucho peor averiguar quién es el escritor que más se vende: ésta es la más vil de las valuaciones literarias.” Ante la actitud del gran autor de Tess, puede responderse que una encuesta como la presente, aunque no nos dé un resultado de valor absoluto sobre la mejor poesía de una literatura, sí nos permite darnos cuenta de hacia dónde van las preferencias literarias de una época. Hace veinte años viene asegurándose que el poeta preferido por los hombres de letras de lengua inglesa, es Keats. La actual encuesta lo 1
En una nota manuscrita debajo del título, en el ejemplar conservado en el Archivo de PHU, se lee: “artículo informativo sin importancia”. N.d.e.
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prueba: el maravilloso poeta muerto a los veinte y seis años obtuvo seis votos, y tres de ellos fueron para su Oda a una urna griega, —la cual además fue mencionada por otros tres votantes como una de las composiciones que tomaron en cuenta antes de decidir. Desgraciadamente, no conocemos ninguna traducción castellana de la célebre oda de Keats. La composición revela la idea fundamental de la obra de Keats: la eternidad de la belleza y del arte, que expresó también en el verso famoso con que principia su poema Endimión: Una cosa bella es una alegría para siempre. La urna griega, en cuya ornamentación aparecen las más típicas escenas de la vida antigua, —actos religiosos, danzas, coros, música de flautas, escenas de amor—, representa para él una fijación eterna de momentos bellos. “Las melodías escuchadas son suaves, pero las nunca oídas son más dulces aún. Así, suaves flautas, tocad, tocad; no para el oído material; más amadas, tocad para el espíritu himnos sin música. Hermosa juventud bajo los árboles, nunca suspenderás tu canto, nunca esos árboles quedarán, desnudos de hojas. Audaz amante, nunca, nunca llegarás a besar, aunque tan cerca te halles; pero no temas: ella nunca morirá, aunque nunca sea tuya; tú amarás siempre, ella será siempre hermosa!” Entre los partidarios de la Oda a una urna griega se halla el popular poeta norteamericano Clinton Scollard. En cambio, el exquisito Richard Le Gallienne (inglés, aunque vive en los Estados Unidos) vota por otra poesía del mismo Keats, de título francés; y asunto inspirado en las leyendas caballerescas, La belle dame sans merci. Las otras dos composiciones de Keats que recibieron votos son la Oda a la melancolía y La víspera de Santa Inés. Después de Keats, los poetas que obtuvieron más votos fueron el divino Shelley y el grave Wordsworth; dos cada uno, yendo uno de los votos por Shelley en compañía de uno por Keats, es decir, un voto por dos poesías. También es voto doble el de John Masefield, uno de los poetas más discutidos hoy en Inglaterra y que, a pesar de sus tendencias revolucionarias, escogió la Balada del buen consejo, del gran poeta inglés del siglo XIV, Chaucer, y el soneto número 146 de Shakespeare: Pobre alma, centro de mi pecadora tierra.... Hubo un voto por el soneto de Milton Salve su ceguera.
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El resto de la votación es desconcertante por su aspecto de desorden. Fuera de Chaucer, Shakespeare y Milton, solo un poeta anterior al siglo XIX alcanzó un voto: el singular William Blake, pintor y poeta del siglo XVIII. Votó por él el notable crítico y novelista Gilbert K. Chesterton, quien dio la nota humorística de la encuesta al declarar que un epigrama suyo es la poesía que prefiere después de El Tigre de Blake. Recibieron votos Walter Scott, Tennyson, el místico católico Coventry Patmore y Andrew Lang, muerto hace dos años y más conocido como erudito que como poeta. Dos norteamericanos recibieron también votos, Edgar Poe y Longfellow. Y por último, también alcanzó un voto el español Blanco White, que escribió tanto en castellano como en inglés y en esta lengua dejó un único soneto famoso, Noche, que ha traducido el colombiano Rafael Pombo: Al ver la noche Adán por vez primera Que iba borrando y apagando el mundo, Creyó que, al par del astro moribundo, La Creación agonizaba entera. Mas luego al ver lumbrera tras lumbrera Dulce brotar, y hervir en un segundo Universo sin fin, vuelto en profundo Pasmo de gratitud, ora y espera. Un sol velaba mil: fue un nuevo Oriente Su ocaso; y pronto aquella luz dormida Despertó al mismo Adán pura y fulgente. ...¿Por qué la muerte el ánimo intimida? Si así engaña la luz tan dulcemente, ¿Por qué no ha de engañar también la vida? Pero casi todos los votantes mencionaron otras poesías que contaban entre sus preferidas, además de aquellas por las que votaron en primer lugar. Con esta votación, que se refiere a más de cuarenta poesías, ha hecho el Times un segundo censo, en el cual resulta en primer lugar, con cuatro votos, el canto A una alondra de Shelley: Salve, ágil espíritu, pájaro no eres…
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En esta segunda votación, los nombres más repetidos son los de Shelley, Keats, Browning, Wordsworth, Coleridge, Dante Gabriel Rossetti, Matthew Arnold y Gray con su clásica Elegía en el cementerio de una aldea. Aparecen los nombres de poetas antiguos como Dryden, Herrick, Lovelace y Collins, además de Shakespeare y Milton, y de otros tan modernos como Swinburne y Kipling. Las poetisas recibieron no pocos votos. Pero acaso lo más curioso de todo son las omisiones. La más notable es la de Byron, a quien se cita una sola vez en una de las 2[2] cartas de los literatos interrogados. Esta es otra prueba que da la encuesta, sobre el gusto de nuestros días. La fama de Byron ha sufrido decadencia irremediable, después de haber llenado a Europa. Su romanticismo egoísta no es3 del gusto de la época. Y por eso Byron ha sido eclipsado por sus contemporáneos Keats y Shelley más artistas que él y al mismo tiempo más pensadores. M. DE PHOCÁS New York, julio de 1914.
El Fígaro, julio, 1914.
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Rasgado en el recorte consultado en el Archivo de PHU. N.d.e. En el recorte aparece tachado: “tan”. N.d.e.
SUTILEZA [MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA]
No es la sutileza corona única de la alta vida intelectual, pero sí es piedra de toque y signo revelador, inequívoco. Erramos a veces al esperar magnos desarrollos del talento que da señales de posible fortaleza, o elegancia, o vigor de asimilación. No cabe error, cuando los signos son de sutileza; el metal es de fino temple y resiste la más alta tensión espiritual. Como la sutileza es flor de cultura, también, donde aparece, revela terreno social propicio. Podrá cultivarse en soledad, pero si sale al mundo y no halla quien la comprenda, retrocede a encerrarse en sí misma. Necesita al menos, del “grupo corto”, donde el ejercicio diario, la alta tensión del espíritu, permitan volar sobre las alusiones y llegar certeramente al secreto de las rosas complejas. ¿Es la sutileza corona necesaria de la alta inteligencia? Sutileza es flor de ingenio penetrante, es flor de cultura aristocrática; afinación y refinamiento que denuncian acendrada experiencia de cosas exquisitas —como la mano mutilada hace pensar en largas generaciones desdeñosas de todo menester mecánico; como la pierna, según George Meredith, delata al caballero inglés, y, a pesar de Wellington, evoca la corte de Carlos II. La sutileza oscila entre dos peligros en el mundo de la acción intelectual: los laboriosos, los enérgicos la temen y aun la repudian, no por frívola (con la frivolidad sólo tiene semejanzas de “forma externa”), sino porque le atribuyen fuerza disolvente; los amantes de cenáculos exclusivos la erigen en tipo único de distinción espiritual... Asombra la contradicción que implican esos florecimientos, aislados todavía en nuestro medio social. En los tiempos que corren, se dirá, acaso los favorecieron las exigencias de cultura y de selección que el actual movimiento literario impone a los artistas conscientes. Más aún: la selecta y un tanto celosa intimidad intelectual de cortos grupos superiores, siempre produce refinamiento. En la literatura mexicana,
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por ejemplo, hay una corriente de pensamiento e imaginación sutiles que parte de Gutiérrez Nájera si bien tuvo antecedentes como el de Ignacio Ramírez y hasta podría invocar, como figura epónima, a la admirable Sor Juana Inés de la Cruz. El cuento de “Rip-Rip”, de Gutiérrez Nájera es joya de arte sutil. ¿Y cómo no reconoce que fue aprendiendo en la escuela de la sutileza el arte “latino horaciano”, con que se desenvuelve la imagen del combatiente caído en Non omnis moriar, la despedida del poeta, tan sobria y grave, sin embargo? La corriente que de él arranca, nació y persiste gracias a la intimidad intelectual de grupos sucesivos: la Revista Azul, la Revista Moderna, el actual Ateneo, donde hallaron hogar toda gracia y todo refinamiento, sin estorbo para la creación de obras “substantivas”. Así se ve en Nervo, González Martínez, Alfonso Reyes, Julio Torri. Individualmente exige vigor de voluntad el vivir en oposición, aun silenciosa, con el ambiente todavía pobre de cultura. Pero el esfuerzo individual se estrellaría donde faltara el “grupo”, el corto grupo cuya labor y cuya influencia diarias, desinteresadas y libres de vanidad estimulan no sólo la sutileza, que no sería la más completa conquista, sino toda riqueza y toda perfección intelectual. Washington, 1915.
El Fígaro, 20 de septiembre, 1914; Revista de Revistas, México, 1 de agosto, 1915.
JOSÉ DE LA RIVA AGÜERO
Por breves días ha sido huésped de la Habana, en camino de Europa hacia su patria, el Dr. José de la Riva Agüero y Osma, catedrático de la Universidad de Lima y escritor de los más distinguidos en la actual generación hispano-americana; y El Fígaro, atento siempre a recoger los signos de la vida intelectual en Cuba, desea consignar en sus páginas, con el homenaje de estas rápidas líneas, la breve pero acaso no infructuosa visita. En la brillante juventud intelectual del Perú, —que es comparable, por la actividad y la cultura honda, a las mejores de nuestra América, a las de México y la Argentina, pero que por la obra escrita las vence a todas—, Riva Agüero forma, con los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, el grupo superior de los prosistas. Tiene, como aquéllos, rico caudal de lectura y observación, adquirido por igual en los libros y en los viajes, en los cursos universitarios y en la vida mundana. Aunque la orientación fundamental de su espíritu va hacia las letras y la filosofía, le atraen los estudios jurídicos, y ha publicado trabajos, ya de alcance filosófico, como el Concepto del derecho (1912), ya sobre puntos más concretos, como el Fundamento de los interdictos posesorios (1911). Pero la historia y la crítica literaria son sus principales tareas, y en ellas ha alcanzado, antes de los treinta años, las sanciones, tantas veces tardías, de la cultura oficial: tales, su cátedra auxiliar de Historia crítica del Perú en la Universidad de Lima; la representación de su país en el reciente Congreso histórico de Sevilla; la designación de individuo correspondiente hecha en favor suyo por la Real Academia de la Historia. Sus trabajos de mayor aliento, al lado de otros menores, los estudios biográficos sobre Baquíjano, director del Mercurio Peruano del siglo XVIII, y sobre Diego Mexía de Fernangil, traductor de las Heroidas de Ovidio, y el próximo libro sobre La alianza proyectada en 1872, son los volúmenes intitulados Carácter de la literatura en el Perú independiente (1905) y La historia en el Perú (1910). El primero, en que juzga a grandes trazos la literatura peruana del siglo
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XIX, reveló sus altas virtudes críticas. El segundo, estudio sobre los historiadores peruanos desde el siglo XVI, es una de nuestras pocas obras magistrales de historia literaria. Como tal la saludó D. Marcelino Menéndez y Pelayo, que no concedió a ningún otro escritor de la nueva generación hispanoamericana tan altos elogios como a Riva Agüero. Páginas de singular interés son, por ejemplo, los retratos literarios del Inca Garcilaso y de D. Pedro de Peralta Barnuevo, o la vivaz y luminosa descripción de la Lima virreinal del siglo XVII, que se nos presenta con la gracia y la claridad de un grabado antiguo. En la obra de Riva Agüero aparecen las dos cualidades superiores del espíritu crítico en nuestro tiempo: la intuición psicológica, capaz de sorprender el rasgo característico en la obra de arte que tiene ante sí; el sentido histórico y social que la observa como punto en que convergen tradiciones e influencias. Junto al crítico y al historiador, hay en el escritor peruano un artista de la descripción, que ya se mostró en su pintura de la Lima arcaica y se dará a conocer plenamente en sus próximos Paisajes andinos. Y no sólo un artista; no sólo un estilista de elegante precisión, de sobria elocuencia; no sólo un crítico de penetración exquisita, de acendrada cultura; no sólo un investigador histórico, dominador del método: Riva Agüero es, por sobre toda otra cosa, un americano; un privilegiado a quien posición social, estudios, influencia europea, pudieron inducir a encerrarse en la torre de marfil, y ha preferido la acción pública en favor de su patria; un creyente en la personalidad original y en los destinos de nuestra América, pero también en la necesidad del esfuerzo perseverante que los realice; un hombre, en fin, que por sus virtudes intelectuales y su amplio sentido humano, será una fuerza de civilización para su país y para el Nuevo Mundo. La Habana, octubre, 1914.
El Fígaro, 18 de octubre, 1914, núm. 42, Año XXX, p. 493.
ANTE LA TUMBA DE CASAL
Año tras año, la piadosa peregrinación al sepulcro de Casal, instituida por El Fígaro, se esfuerza por traer a la memoria del mundo literario, olvidadizo en ocasiones, la figura del más personal de los poetas cubanos. Bien está, que así, mientras llega la hora, queda señalado el camino a la reparación. La obra de Julián del Casal, como toda la producción literaria de Cuba en los años inmediatamente anteriores a la independencia, ha quedado sumida en olvido extraño. Para leerle hay que acudir a las ediciones primitivas y únicas de sus tres libros, ya raras: sólo de Nieve conozco una reimpresión, antigua ya y rarísima, hecha en México con prólogo de Luis G. Urbina. La actual generación no lo conoce. Fuera de Cuba, sólo le queda el nombre de gran poeta. En Cuba, quizá ni eso, salvo para corto grupo de iniciados. Cambiaron los tiempos; todo se transformó; cambió, entre otras cosas, la orientación literaria, y no para bien. Como el gusto dio un salto atrás, y volvió a un romanticismo sin color, sin elegancia, Casal, nunca leído, pero tildado de modernista, quedó en desgracia a los ojos del vulgo. Hoy, sin embargo, el profano que lea los versos de Casal se asombrará al encontrarlos exentos, o menos, de modernismo. A esta designación asocia el público de hoy libertades métricas, audacias verbales, sutilezas de emoción; y Casal, que conoció a Baudelaire, es decir, al iniciador apenas de la literatura decadente, no recibió el influjo de la evolución posterior y superior de la poesía francesa hacia el arte fino y profundo del símbolo. Ante nuestros ojos de hoy, Casal está más cerca del romanticismo que del simbolismo. Es verdad que todas las corrientes del arte contemporáneo son derivaciones de la romántica; pero Casal está lejos de la más reciente. Del modernismo hispano-americano se le considera fundador, con Martí, Gutiérrez Nájera y Rubén Darío. En realidad, sólo éste último ha sido plenamente renovador. Los demás son precursores. De Gutiérrez Nájera dijo Justo Sierra que es “la flor de otoño del romanticismo mexicano”. Cosa semejante acaso deba decirse sobre Casal
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en Cuba. Es el poeta cubano que realiza mejor este ideal del Romántico: confesarse íntegramente en versos. Ni a la Avellaneda ni a Heredia se clasifica, por la forma, en el romanticismo; en lo interno, tampoco les domina la pasión romántica de la auto-revelación. Romántico todavía por su estilo (en que hay mucho menos esfuerzo de depuración del que vienen exigiendo los gustos posteriores), romántico por su perpetua confesión íntima, Casal se nos muestra oscilando entre dos tendencias: la una, su pesimismo, la melancolía trágica de su espíritu; la otra, su pasión por el arte, la fascinación que sobre sus ojos ejercía el mundo exterior, su maravillosa percepción de formas y colores (léase, si no, el deslumbrador Camino de Damasco), las cuales no bastaban, sin embargo, a hacerle olvidar la herida interna. Singular y profundo conflicto, que el poeta expresó a veces, como en el soneto que termina .... sólo siento ansia infinita de llorar a solas, y el final de las intensas Páginas de vida. .... Miro cuanto a mi lado gozoso existe, y pregunto, con lágrimas en los ojos: ¿Por qué has hecho, Dios mío, mi alma tan triste? Por ese conflicto interno, es Julián del Casal el más interesante problema psicológico de la literatura cubana. Por él, y por su indiscutible superioridad artística, debe estudiarle con entendimiento de simpatía la actual generación cubana. La Habana, octubre, 1914.
El Fígaro, 25 de octubre, 1914, No. 43, Año XXX, p. 510.
LOS VALORES LITERARIOS
Era de esperarse que Azorín diera a uno de sus libros el título que lleva el último: Los valores literarios. Excesivo para este volumen de artículos sueltos cuyos temas son a veces las discusiones (en otro lugar plausibles) sobre los toros o el duelo; más digno de una obra compacta, el título sintetiza las tendencias de la labor crítica de Azorín. Su esfuerzo aspira a la formación o a la renovación de las tablas de valores en la literatura española. Representa el sentido literario de la actual generación, que cree en la necesidad de ir al pasado, pero renovando o depurando los valores tradicionales. ¿Lleva consigo este esfuerzo las condiciones de su eficacia? Quizás no todas. La crítica de Azorín, atada a la volandera forma de artículos periodísticos, ejerce influjo rápido, momentáneo, sobre el público que lee la prensa de Madrid. Y este influjo, repetido, deja a la larga un sedimento de criterio renovado en un corto número de lectores. Temo que no vaya mucho más lejos. En los inconexos volúmenes de artículos de Azorín, aunque corre un espíritu, falta la organización, el otro elemento sin el cual no existe el libro, solo capaz de producir revoluciones ideológicas. El efecto, aunque no se pierde, se diluye y aminora. Obsérvese la influencia de Nietzsche, y qué diferentes procesos atraviesan el que le va leyendo a pedazos, en sus volúmenes de aforismos, y el que lee desde luego un verdadero libro, como El origen de la tragedia: conozco más de un caso de revolución intelectual iniciada por esta obra. Además, la crítica de Azorín es a posteriori. Aunque toda crítica lo sea, existe una que para el público se presenta como simultánea con la obra juzgada: es la de los prólogos. Crítica que será molesta en los libros de autores contemporáneos; pero indispensable en las ediciones de clásicos destinadas a público numeroso. El clásico no es libro abierto para el lector que carece de cultura histórica; y la mejor forma de presentarlo es una interpretación sobria. Como son las de la biblioteca inglesa de Everyman. Como, sin ir muy
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lejos, la que trae la novísima edición de La Galaica de Cervantes por Schevill y Bonilla. Para que las ideas de Azorín sobre los clásicos españoles alcanzaran éxito definitivo, ningún medio mejor que exponerlas en prólogos de ediciones populares, como esperamos que haga con El Criticón de Gracián. No solamente los prólogos: la selección de las obras que se reimpriman tiene valor crítico. En la formación de bibliotecas clásicas españolas ha prevalecido el desorden. Principian a apartarse de él las colecciones de La Lectura y de Renacimiento; pero mucho hay que enseñar todavía, y mucho podría enseñar Azorín: así, debe corregirse el rutinario olvido de escritores de primer orden, como Juan de Valdés y el Arcipreste de Talavera, más importantes que otros constantemente reimpresos, como Luis Vélez de Guevara. Para nuestra América, que ya necesita conocer a sus clásicos, ha acometido labor semejante, con excelente instinto crítico, Rufino Blanco Fombona, cuyas virtudes intelectuales, aunque diversas de las de Azorín, también representan el sentido literario moderno. Tal vez Azorín ha desdeñado la necesaria y eficaz labor de las ediciones críticas, por su propia hostilidad —de intensidad variable, y más a menudo implícita que confesada—, contra la erudición. Hostilidad explicable; pero injusta. Explicable, porque la erudición española anterior a don Manuel Milá y Fontanals, aunque significa trabajo enorme y digno de respeto, fue a menudo indigesta e inexacta, y no es precisamente un placer la consulta aun de los más insignes eruditos, como Gayangos o Amador de los Ríos. Pero injusta: no solo porque la erudición española ha ganado en seguridad de método y claridad de exposición a partir de Milá y del creciente influjo extranjero, —al punto de que España ofrece hoy, en don Ramón Menéndez Pidal, modelo de investigador sobrio y de espíritu amplio—, sino porque la erudición es el instrumento previo de la crítica; es el conocimiento exacto de las obras y de la historia literaria. Puede el erudito no llegar a crítico: entonces su papel es acopiar materiales para la verdadera crítica. Puede el crítico no ser erudito: pero está obligado a saber sacar el fruto de la investigación ajena, a saber manejar la erudición. Erudición y crítica deben completarse; y si se dan en un mismo escritor, SainteBeuve, o Mr. Saintsbury, mejor aún. Como tampoco se empecen críti-
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ca y creación: así en Lessing, o en Coleridge, o en Walter Pater, o en Anatole France. La hostilidad general de Azorín contra el criterio académico, estancado en tablas de valores dignas de exterminio, es sin duda la que motiva su hostilidad contra la erudición, que en España acostumbraba ir unida a aquel criterio. Y es también la que motiva su hostilidad, inmerecida, contra don Marcelino Menéndez y Pelayo. Al romper con el mundo académico, a que oficialmente pertenece don Marcelino, Azorín niega al maestro. Sin advertir que éste puede ser un aliado de los modernos, aunque parezca serlo de los antiguos. Blanco Fombona se muestra más avisado que Azorín al entenderlo así, como también al hacerse editor de clásicos, función erudita que el vulgo no espera del artista creador. Azorín, urgido por necesidades de polémica y de oposición, no solo ha negado a don Marcelino, sino que ha dejado de leer muchas de sus obras; solo así se explican sus negaciones rotundas y extremas. Porque Menéndez y Pelayo tiene limitaciones, pero, aun con todas ellas, es uno de los mayores críticos. Azorín se queja de su estilo oratorio, la sinfonía marcelinesca, como solemos decir entre amigos; pero, ¿por qué se niega a ver que ese estilo fue templándose con los años? ¿No leyó las declaraciones del maestro en el nuevo prólogo a la Historia de los heterodoxos españoles? ¿No ha leído, por ejemplo, el sobrio discurso en memoria de Milá? Dirá Azorín: templado y todo, conserva la orientación fundamental hacia la elocuencia. Y bien: ¿por qué hemos de rechazar siempre el estilo elocuente? Es excelente cosa escribir como Marco Aurelio; pero ¿no tuvo Cicerón derecho de escribir? ¿Confundiremos la elocuencia de Menéndez y Pelayo con la insoportable retórica que suele multiplicar sus frondas en los parlamentos? Si en ocasiones fatiga el estilo del maestro, o el arrastre verbal le lleva a la inexactitud, no pretendamos declarar que esto sucede siempre: ni siquiera predomina. Azorín no solo se queja del estilo, que es la contraposición del suyo propio. Su censura principal es para la crítica, que él estima académica. Para mí, el criterio académico es el que concibe el arte como artificio y lo somete a un conjunto de reglas fijas; reglas que históricamente se derivan de las postrimerías del Renacimiento y son interpretaciones de los procedimientos artísticos de la antigüedad: falsas, cuando se refieren a Gre-
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cia; menos falsas, cuando se refieren a Roma, el primer país de tendencias académicas. Y como empecé por conceder, sigo concediendo que en Menéndez y Pelayo haya influido el sistema académico, el espíritu del siglo XVIII español. Es más: aunque su criterio pasó rápidamente del formalismo de la preceptiva a la síntesis estética, nunca rompió por completo con la retórica. Nadie como él hizo burla de los ridículos excesos en que cayó la preceptiva académica del siglo XVIII en España: al hablar de las polémicas de Hermosilla y otros personajes de aquella época de gusto lamentable; D. Marcelino se vuelve hasta humorista. Y sin embargo, leyendo su exposición de las ideas de Lessing se advierta que no se atrevió a romper —acaso no sintió el problema— con la teoría fundamental de la retórica, la teoría de las reglas. Concedamos todavía más a Azorín: Menéndez y Pelayo no se propuso renovar los valores literarios, y a veces, sobre todo en su primera manera, dejó intactas valuaciones notoriamente equivocadas. Por último, aunque atenuó mucho, nunca perdió del todo, con relación a cosas de nuestro tiempo, sus actitudes de clásico y de católico, y, con relación a la América, su actitud de español. Todo esto puede concederse a paladinas, y aún nos queda un Menéndez y Pelayo crítico de primer orden. Distíngase, desde luego, —cosa que no hacen sus admiradores incondicionales ni tampoco sus detractores— entre el primero y el segundo períodos de su obra, no contradictorios, pero sí diversos. En el primero, el de La ciencia española, de Horacio en España, de los Heterodoxos primitivos, aparece un escritor demasiado polemista, no poco oratorio y a ratos académico en sus gustos. En el segundo período, el de la Historia de las ideas estéticas, el de la Antología de poetas líricos castellanos, el que terminó gloriosamente con los Orígenes de la novela y el principio de refundición de los Heterodoxos, aparece el verdadero crítico, el guía más seguro para las letras españolas. Poco importa que nunca rompiera de modo terminante con la retórica: nadie osará afirmar, leyéndole, que sus juicios son de retórico. Como los méritos literarios no se prueban por razonamiento, solo cabe proponer ejemplos de su alto sentido crítico: en las Ideas estéticas (obra tan elogiada por Saintsbury, por Benedetto Croce, por Farinelli, pero que Azorín nunca cita), los juicios sobre Víctor Hugo, o sobre el estilo de Chateaubriand, o sobre el Hermann y Dorotea; o con relación a
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España, la interpretación del Quijote, que coincide en puntos con la de Azorín y contiene ideas renovadoras como las relativas a Sancho; o con relación a América, sus opiniones sobre Bello. La acusación de falta de espíritu renovador tiene fundamento solo aparente. Menéndez y Pelayo no se propuso renovar, pero de hecho renovó. Es tan escasa y pobre la crítica de las letras clásicas españolas antes de él, que rara vez hubo de apoyarse en opiniones ajenas. En su primer período tendió a aceptar los trabajos anteriores, cuando existían; poco a poco fue libertándose de ellos, y acabó por no mencionarlos, —así con los de Amador de los Ríos—, o por atacarlos francamente, como al Alarcón de Luis Fernández-Guerra. ¿No hay ataques a la crítica convencional en el libro sobre Calderón, que Azorín aplaude, aún siendo de los antiguos de su autor? En muchos otros casos, sus opiniones no solo renovaron valores, sino que lo establecieron. ¿No es crítica creadora de valores la que hizo sobre el Arcipreste de Hita? ¿Sobre Gil Vicente? ¿Sobre Boscán? ¿Sobre el Obispo Guevara? ¿No es muestra de amplitud admirable su discurso sobre Pérez Galdós? Menéndez y Pelayo es el único crítico que puede servir de guía para toda la literatura española, y representa el criterio más amplio antes de nuestro siglo. Milá solo estudió porciones de historia literaria. Wolf hizo no poco, pero ni toda su labor es crítica, ni es tan vasta, ni tan rica en apreciaciones como la de Menéndez y Pelayo. De los otros críticos y eruditos anteriores a él, o contemporáneos suyos, no hay para qué hacer memoria; o son notoriamente inferiores, o solo hicieron trabajos parciales. De los últimos es Clarín, que representa el tránsito hacia los nuevos rumbos críticos. La diferencia principal entre la crítica de Menéndez y Pelayo y la que Azorín propone y muestra, proviene quizás de que aquella ve la obra literaria en perspectiva histórica, en valor tradicional, y ésta la ve como fuente de gustos y experiencias individuales, actuales. Menéndez y Pelayo, con su actitud de historiador, se cree obligado a conceder igual estudio a Gracián, que todavía nos enseña, y al P. Mariana, que poco nos dice hoy. Azorín se contenta con prescindir de Mariana. Pero sin la historia literaria de Menéndez y Pelayo no habríamos llegado a la crítica individualista de Azorín. Y bien podemos conservar las dos. Ambas nos hacen falta.
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Reconózcase, ahora, que Azorín trae un sentido nuevo al entendimiento de las letras españolas. No es lo que vulgarmente se llama impresionismo. No es escéptico, sino afirmativo. Es una especie de individualismo, enemigo de las fórmulas acumuladas, abstracciones que tienden a quedarse vacías por el uso; se dirige a la obra sin prejuicios, y en lo posible sin preconceptos, y la estudia como cosa individual y concreta, libremente, interpretándola por las enseñanzas que ofrezca en experiencia humana y en recursos literarios. La historia misma se contempla de modo personal. Los procedimientos de selección y de síntesis, necesarios a toda historia y toda crítica, los aplica Azorín a sorprender nuevos aspectos y a ensayar síntesis nuevas. Él ha introducido, por ejemplo, el elemento de la sugestión o la asociación inesperada. Así cuando habla de la extraña ligereza de D. Esteban Manuel de Villegas, y aun nota, de paso, el realismo de aquel súbito: No quiero, del rústico que roba el nido en una cancioncita del poeta. Cuando reconstruye la psicología, de emociones temblorosas, de San Juan de la Cruz. Cuando traza el retrato imaginario de Don Juan Manuel. Cuando, al hablar de la segunda parte del Quijote (la preferida también por Menéndez y Pelayo, la preferida por nuestro siglo), evoca los grises de Velázquez y aun los dos sorprendentes cuadros de la Villa Médici: de estas intuiciones necesitaba la crítica española. Y también necesitaba rectificaciones como la excelente que toca a Don Juan Valera; como la que toca a los ditirambos de Cejador. Próximo a terminar, he recibido, en admirable coincidencia, cartas de amigos, hispanistas jóvenes, que hablan de Azorín. Una desde París, dice: “Azorín completa nuestro entendimiento de cosas de España. Vivíamos demasiado exclusivamente bajo la influencia de D. Marcelino”. Otro, desde México: “Artículos admirables sobre Don Juan Manuel; sobre Hita... Pero a veces habría que acordarse de Gracián: No dar en paradoxo por huir de vulgar”. Otro, el más entusiasta: “Muchos hombres como Azorín necesita España. Aceptemos que en crítica literaria podrá no ser demasiado ecuánime, por reacción contra los Gil y Zarate que han existido, pero nadie puede negar que hace pensar... No vive en el mundo abstracto, donde todo se va volviendo símbolo de ahorro de esfuerzo; donde para vivir se ahorra la vida en abstracciones: vida algebraica en que las personas no se entienden... La crítica de Azorín como fundamento de un pensamiento español...”
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Los tres no dirán lo mismo; pero sí vienen a dar en esto: que tenemos en frente a nueva fuerza crítica de las letras españolas.
El Fígaro, 2 de agosto, 1914. Apareció luego como la primera parte de su artículo dedicado a Azorín, en el libro En la Orilla. Mi España; ver en estas Obras Completas el volumen 6, 1921-1928: I, pp. 58-68]; Colección Ariel, XI II, 1916, pp. 310-320.
HOJAS
La racha fría de otoño descarga sobre la ciudad su inesperada inclemencia. Al oriente, las nieves del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl se multiplican y extienden como próximas a derramarse sobre el antiguo valle de los lagos. El pálido cielo de la altiplanicie es ahora de gris luminoso, y su impasibilidad sobrecoge. En los hogares, la racha fría postra a los niños y a los ancianos. En los bosques y en los parques caen sin cesar las hojas secas. En la gran alameda descienden en lluvia formidable cuando el viento azota las ramas; pueblan maravillosamente el suelo y se desparraman hasta las calles como rústica invasión imprevista en medio del tráfago sórdido. Si otros tiempos corriesen ¡cómo se daría prisa la ciudad en echar fuera de sus vías a las intrusas! Cunde la guerra; la ciudad presuntuosa está pobre, y no halla recursos para atajar el avance de las sueltas hojas amarillas que corren y giran como si pretendieran impedir el paso de los vehículos. Pero no: aunque todavía fuese rica la ciudad, no podría evitar la invasión. Son indomables, invencibles, los millares de hojas desprendidas. No es ésta la caída de las hojas que cantó el arcaico poeta, anunciadora del fin cercano para la juventud enfermiza. En otoños tranquilos, mientras el peregrino penseroso descansa bajo los álamos del parque antiguo, cae a sus pies, lenta y pausada, la hoja seca; y este descenso de hojas solitarias, a intervalos repetidos, espejo es de la constante pero siempre solitaria caída de los hombres en el seno de la muerte. Ahora, si el cielo gris angustia, el despojo de los árboles asombra y estimula; las hojas caen en bandadas, en turbiones, rápidas, como arrastradas por la alegría del sacrificio; y su multitud, y su ligereza, animan el ambiente con raro esplendor. No remedan a la muerte: remedan a la lluvia que va a enriquecer la tierra. México, noviembre de 1913 Letras, 16 de agosto, 1914; Las Novedades, 1915; El Fígaro, 1919.
DANZAS Y TRAGEDIAS
EL INVIERNO DE LA DANZA La mejor enseñanza artística del invierno, en este lado del Atlántico, la debemos a la danza. Comienza a seducir a las multitudes. ¿Acabará por enseñar la gracia del movimiento al pueblo de los “trots”? ¡Difícil empeño! Isadora Duncan y Anna Pavlova, diosas rivales —Atenea y Afrodita—, convocan a la fiesta del ritmo. Con la embriaguez que nos dejan, corremos en busca de nuevas revelaciones dondequiera que se ofrecen bailes artísticos: discreteos elegantes de Lydia Lopókova, y hasta caricaturas ingeniosas de Gertrude Hofmann. Ayer, aquí, en fiesta de caridad (son ¡ay! innumerables, son infinitas), entre los enredos de falso cuento persa —pretexto para imitar la suntuosidad decorativa de las danzas dramáticas de los rusos—, vi a Paul Swan, fino artista, a pesar de los títulos absurdos con que se le anuncia. Hijo de este país, pero —ya lo supondréis— aleccionado por Europa, debe mucho a los rusos, debe mucho a su compatriota la Duncan. Nada nuevo descubrimos en sus danzas orientales. Invita nuestra curiosidad su interpretación de los Rubayat de Omar Khayyam, breviario hedonístico de la Persia imperial, desarrollo del “carpe diem” en fastuosa procesión de imágenes delicadas o brillantes, interrumpido a veces por reminiscencias místicas. Envuelta en manto anaranjado (¿recuerdo quizás de la vestidura de los elegidos espirituales de la India?), Gwendolyn Logan recita una de las familiares, pero nunca gastadas, versiones de Fitzgerald. Suena, lejos, música de Debussy. A cada cuarteta leída, sucede la interpretación de Paul Swan. Hay una que otra falta de gusto; pero el ensayo es interesante. Alternan las expresiones de pleno goce y sabio deleite con la imagen del fin común a todos, de la inevitable, la “vieja mortalidad”. Como este danzarín no se colorea el rostro, sus mejillas pálidas y sus facciones exageradamente finas sugieren el toque ennoblecedor y el reposo ideal de la muerte. Viene a mi memoria la cara de aquel sabio astrónomo, descolorido a fuerza de vigilias, en quien mi amigo Acevedo admiraba siempre el prematuro aspecto de mascarilla fúnebre.
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Todavía mejor se revela el artista en la historia de Narciso. Aquí viene el adolescente mitológico, a saltos ingenuos, con la fresca alegría del pastor siciliano. Toca su flauta, o se entretiene con los rumores de la selva. Descubre la fuente, el agua deliciosamente fría; bebe a grandes sorbos ávidos, y allí se queda, ante la suave y familiar maravilla de cristal. A poco, se asombra. ¿De dónde surge esta imagen? ¡Ilusión, prodigio! Venid, compañeros de prado y bosque, venid: contemplad esta imagen desconocida, este milagro. Pero nadie acude. Narciso vuelve, y se inclina sobre la imagen. Le tiende, absorto, los brazos... Al fin, cae, con sordo golpe. SANTA ISADORA Nadie conoce el alto sentido de la danza como Isadora Duncan. Dice, con ingenuo orgullo, que ha descubierto nuevamente el secreto espiritual de la danza helénica. ¡Quién sabe! Pero, veinte años atrás, antes de Isadora, ¿conocíamos los modernos, aun aquéllos que lo buscábamos ansiosos, el baile perfecto como forma estética? Grecia quedaba como recuerdo lejano, arqueológico. Los bailes sagrados del Asia, si llegaban a Europa, no eran entendidos: curiosidades raras, pensaba la mayoría. El ballet de Italia y Francia, decadente hijo del Renacimiento, ató con ligaduras académicas al ritmo, y llegó a parecer imposible libertarlo. ¿Y los rusos? Son brillantísimos, son extraordinarios. Representan cuanto en la danza cabe de suntuoso, de opulento; cuanto vive como encanto para los sentidos, y como impulso, y delirio, y esplendor. Isadora es distinta: recibe su inspiración de Dionisos, y la regula según las leyes de Apolo. Vedla danzar: no es Afrodita, para fascinar o seducir; es de las diosas castas, o de las diosas maternales. Ni siquiera es ya joven, y sin embargo, acudimos a verla con admiración y con amor: ¿haríamos igual cosa con las divinas rusas, si no fueran jóvenes? Entre los ritmos lentos de la música de Gluck, es Artemis severa o Atenea solemne. Entre las frescas guirnaldas de la música de Schubert, rodeada por sus hijas espirituales, es Deméter, la madre piadosa. ¡Santa Isadora! Convencida de su misión religiosa de belleza, reúne en torno suyo estas dulces figuras juveniles. Maternalmente las acoge, las educa, las encamina: la danza es para ellas ideal de vida perfecta; cada paso, cada pensamiento, debe tender hacia armonías puras. Virginales y fuertes, ágiles y graciosas, marchan, juegan o corren. Ahora ensayan el juego
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de pelota, como Nausícaa y sus amigas en la Odisea, Luego saltan, reproduciendo la precisión geométrica del salto antiguo, según aparece en los dibujos de las urnas griegas. Pero más que nunca, las amáis cuando rodean, filiales, a la maestra apolínea. ¡Santa Isadora! EDIPO, REY DE TEBAS No toda empresa de Isadora Duncan es irreprochable. Hay quienes se aterrorizan (¡hasta el chispeante Huneker!) cuando se les habla de bailar las Sinfonías de Beethoven. Tal vez no sean éstas las más completas victorias de la Duncan. Pero no vivamos en temor de incurrir en la confusión de las artes; ni, por huir de las combinaciones de Scriabine, caigamos en los “géneros” de Boileau. Creo posible, sin confusión, traducir en un arte imágenes de otro: llevar a la música las armonías sutiles que cantan en los relieves de Luca della Robbia, o decir en palabras el sentido ideal de la Obertura trágica de Brahms. Existen, y son insustituibles —pese a los retóricos—, la pintura literaria, la música de programa: ¿por qué no la danza que aspire a interpretar la música pura? Interpretar no es mezclar, no es confundir. Isadora Duncan unió en un solo programa a Beethoven y a Sófocles. Después de la Quinta Sinfonía, el Edipo Rey. No fue intachable la resurrección de esta tragedia. El coro, síntesis de canto lírico y baile sacro, perdió su carácter. ¡Y nadie hubiera debido entenderlo mejor que la Duncan! Error, convertir en coro de mujeres el coro de ancianos; error, separar el canto y el baile. Reservó Isadora, para sí y para sus discípulas, la danza: formaron grupos de suplicantes, o de euménides que señalan la mansión predestinada, o de dolientes que acompañan la desesperación de Edipo. Sobria la decoración: en el fondo, dos lisos muros; entre ellos, la calle por donde viene el pueblo de Tebas. Delante, frente a frente, dos grandes escalinatas: la del palacio; la del templo de Apolo. Poco tienen de profesionales estos actores; su declamación es sencilla. Así es mejor: a través de la traducción simplificadora, y a través de la declamación elemental, el público sigue fácilmente las peripecias del drama tremendo. Hay minutos de intensa ansiedad, de emoción temblorosa, como si el conflicto fuera nuevo, como si no conociéramos todos, desde nuestra infancia, el desenlace. La tragedia vive, como hace veinticinco siglos; todavía conmueve, exalta, purifica.
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“LAS TROYANAS” No es sólo la Duncan quien nos lleva a Grecia en estos días. ¿Sabéis que Eurípides, a quien se tuvo antaño por enemigo de las mujeres, es hoy su aliado? Su actitud, su opinión verdadera, tal vez será siempre un enigma: aún no nos convence a todos la crítica perspicaz de Gilbert Murray, a quien debemos tanta lección de sabiduría y de belleza. Pero, al menos, si a veces Eurípides pensó mal de las mujeres —y no cabe dudarlo—, en general tampoco pensó bien de los hombres. Ni aun de los dioses... Pero éste es otro, y complejísimo, problema. De todos modos, las sufragistas cantan hoy en sus grandes fiestas el coro de la Medea en que se predicen las reivindicaciones de la mujer. Y las mujeres que predican la paz encuentran excelente apoyo en Las Troyanas. ¿Recordáis el origen de esta tragedia sombría? En el período de las guerras del Peloponeso, Atenas, ciega de embriaguez imperial, exigió sumisión a la diminuta e indefensa isla de Milo, de donde nos vino la más preciada Afrodita. Los habitantes se negaron. Atenas se vengó matando a todos los hombres y esclavizando a las mujeres de la isla. Eurípides compuso Las Troyanas como indignada protesta contra el crimen de la más ilustre de las ciudades. A través de los Estados Unidos, en nombre del Partido Femenino de la Paz, viajan los artistas del Little Theatre de Chicago, representando Las Troyanas. Antes de cada representación, se exhorta al público en pro de la paz. El viernes, día 7, estuvo la compañía en Washington. Antes de levantarse el telón, apareció bruscamente sobre el escenario un joven pálido, desencajado: traía en la mano el primer “extra” periodístico en que se anunciaba el hundimiento del Lusitania. “Esta es la guerra, señores; así es siempre la guerra... ¿Qué habéis hecho, qué hacéis, en favor de la paz, todos y cada uno de vosotros?” En este ambiente lúgubre principia la representación de la más lúgubre de las grandes tragedias. El escenario está sumido en tinieblas nocturnas. Vagamente se dibuja una muralla, rota en el medio. De la noche vienen las troyanas, el coro que se agrupa en torno a Hécuba la reina. Poco a poco, el día va levantándose frente a su desolación sin nombre. Comienza el lamento inacabable... Pasa, delirante, Casandra, la profetisa: sabe que ha de morir en la catástrofe de la casa de Agamemnón... Sobreviene Andrómaca, la madre joven y fuerte, y trae de la
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mano al único hijo de Héctor, en quien se refugian débiles rayos de esperanza. Pero la guerra es implacable: Taltibio viene a arrancar de las manos maternas al niño; los jefes argivos dispusieron darle muerte despeñándolo... La desesperación de las troyanas cunde, en ondas patéticas, del oscuro escenario a la oscura sala de la concurrencia. Las mujeres lloran... Durante breves momentos, la radiante figura de Helena, ornada de oro y carmesí, pasa por entre el cortejo de las vencidas, frente al irritado Menelao. ¡Sacrifícala! es el grito de Hécuba. Helena marcha hacia las huecas naves de los aqueos. ¿Morirá? Sus poderes son misteriosos. Vuelve Taltibio, para entregar el destrozado cuerpo de Astyánax. Mientras la piedad femenina amortaja el cadáver y lo unge con lágrimas amorosas —¡cómo sintió Eurípides la poesía patética de los niños!— detrás de la muralla surgen rojos resplandores de incendio. Arde Troya, caen sus orgullosas torres, y el “commós”, el clamor de Hécuba y de las troyanas, que entonan su despedida a la ciudad heroica, va subiendo, subiendo junto con las llamas. . . Se apaga, en largo gemido, mientras va cayendo la noche: rumbo a la noche desfilan y desaparecen las troyanas cautivas. Washington, mayo de 1915.
El Fígaro, Año XXXI, No. 24, 13 de junio, 1915, pp. 312-313.
POETAS DE LOS ESTADOS UNIDOS “Pedro Henríquez Ureña, el bien admirado crítico y colaborador de El Fígaro, nos envía desde Nueva York este bello artículo informativo acerca de la lírica angloamericana. Lo creemos interesantísimo, por cuanto viene a desmentir la creencia errónea —vulgarmente difundida— de que la actual generación de los Estados Unidos no dejó un lugar para el ensueño entre el perenne ajetreo de los negocios cotidianos. En Cuba, donde es tan poco conocido el desenvolvimiento cultural de la gran República, será muy estimado el trabajo de Henríquez Ureña”. [Nota de la Redacción de El Fígaro].
El recién llegado. —Observo que se habla constantemente, aquí, de los nuevos rumbos de la literatura. Se pregunta, sobre todo, cuáles serán los que señale la guerra. La pregunta da tema a “simposios” periodísticos para los domingos. ¿Hay realmente orientaciones nuevas en la literatura de los Estados Unidos? El residente. —Sí, y no. “Nada nuevo sucede en el mundo, y sin embargo nada se repite”, dice el personaje de Ibsen. El recién llegado. — Me atrevo a traducir tu antinomia: el esfuerzo en busca de la novedad es constante, pero no se descubre, como corriente central de la vida literaria, el impulso de renovación completa. El residente. —Así es. Con todo, nadie diría que los poetas norteamericanos de hoy se parecen a los de ayer. Los de ahora, en vez de la poesía refinada de 1900, piden inquietud, realidad, sangre... El recién llegado. —¡Como en todas partes! Y no se debe a la guerra esta tendencia: comenzó mucho antes, en Inglaterra y en Francia. Es la oscilación del péndulo... Después de la frialdad académica, la erupción romántica. Después de la “serenidad” del Parnaso y el “lirismo abstracto” de los simbolistas, las emociones “directas” de Madame de Noailles y Francis Jammes. Después del “prerrafaelismo” y del “esteticismo”, Kipling y John Masefield. El residente. —Cuidado con generalizar… El recién llegado. —¡Oh, ya sé que los movimientos literarios son mucho más complejos que nuestras fórmulas! En la época de mayor frial-
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dad, se encuentran impetuosos; en la época más inquieta, hay espíritus finos, adversos a toda exaltación excesiva. Suelen los períodos literarios dejar producción variadísima, y el gusto que predominaba solo puede conocerse si se averigua cuáles eran los autores más leídos. El residente. —Así ocurre ahora. El público es el que patrocina las tendencias “realistas” en la poesía; los literatos están mucho más divididos en sus preferencias. El recién llegado. —En castellano aún no volvemos a la poesía francamente agitada e inquieta. Creo, sin embargo, que volveremos… aunque bajo nuevas formas. Años atrás—Ricardo Arenales, el brillante colombiano, lo recordaba hace poco—, hablé de “volver al Canto a Teresa”. El residente. —En inglés eso se traduciría: “volver a Byron”. Y el efecto sería escandaloso. El recién llegado. —Lo imagino. ¡Pobre Byron! “Sic transit...” a veces. Pero, a mi juicio, hay aspectos en los cuales Espronceda, a pesar de su obra cortísima, es superior al poeta inglés. Este es personaje representativo, histórico, para toda Europa, y Espronceda no. Pero en Espronceda había mayor sinceridad y mayor devoción a las altas ideas. Difícilmente se encuentra en Byron nada comparable, en elevación y pureza, al “Himno de la inmortalidad” o a las octavas sobre el amor, en el “Canto a Teresa” — octavas donde se advierte que las alas de arcángel de Platón volaron por un momento sobre la cabeza del poeta español. Pero divago... Mis preguntas iban hacia la literatura norteamericana. El gusto de 1900 se extingue. ¿BLISS CARMAN…? El residente. —Todavía canta; siempre musical, siempre luminoso… El recién llegado. —Para mí, Bliss Carman es el mejor poeta de los Estados Unidos. El residente. —¡Pero si es canadiense! El recién llegado. —No importa; está más unido con la literatura de este país que con la de su tierra nativa. El residente. —¡Pero si…! El recién llegado. —No sigas. Te comprendo. No es “el poeta del día”. ¿Quién lo es? El residente. —¡Oh, así de golpe…! El recién llegado. —¿Tal vez PERCY MACKAYE?
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El residente. —Así creen, al parecer, en la Casa Blanca. Percy MacKaye tiene cualidades excelentes. Pero ha insistido demasiado en la “poesía civil”, en las odas para ocasiones públicas, y a veces se le deslizan notas prosaicas. Más que en la poesía lírica, sus triunfos están en la dramática. El recién llegado. —Nadie, en efecto, creo que le iguale aquí como dramaturgo. Augustus Thomas, el decano del teatro en los Estados Unidos, dejará obra interesante, pero no artísticamente perfecta. Los autores que buscan éxitos en Broadway, me parecen poca cosa. El residente. —Acaso no conoces a Mary Austin, la autora de El hacedor de flechas, admirable drama de asunto indígena. El recién llegado. —Aún no la conozco. La leeré pronto. El problema de la literatura de asunto indígena me atrae. Pero volvamos a Percy MacKaye. Desde lejos he seguido su carrera, y he leído muchas de sus obras. Me encanta la prosa de su “Mater” y no menos sus dramas en verso. El residente. —Sus Peregrinos de Canterbury tienen muy buen sabor. El recién llegado. —También me deleita su delicada imaginación en Hace mil años; y el vigor de su Juana de Arco; y la fina variedad de sus Fantasías Yankees. El residente. —Sí, no cabe duda de que es brillante dramaturgo. El recién llegado. — ¿Entre los líricos, pues, no hay otro Walt Whitman? El residente. —Hay muchos imitadores suyos. Pero, en las rutas abiertas por él, ha aparecido un poeta realmente nuevo, quizás el más original de todos: VACHEL LINDSAY. El recién llegado. —Conozco sus versos, de ritmo ondulante, variable, que en ocasiones arrastra al lector; con sus frases y sus imágenes frescas y rudas, que a veces no son más que onomatopeyas o gritos de emoción; con sus temas inesperados de región y de raza. El residente. —Pero ahí no se detiene. Vachel Lindsay va por los caminos del Oeste recitando, cantando, bailando sus poemas. Ha concebido su misión de poeta también de modo nuevo. Es, indudablemente, cosa “no europea”. El recién llegado. —¿Qué saldrá de ahí? El residente. —¡Quién lo sabe! Tal vez solo los versos de Lindsay.
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El recién llegado. —¿Y qué hacen los poetas de la ciudad, los nuevos? El residente. —Hacen poesía de la ciudad, de la vida norteamericana; de la neoyorkina, por ejemplo. JOYCE KILMER representa bien esta tendencia. El recién llegado.—Lo conozco. Nuestro amigo Mariano Brull ha traducido su poesía “Arboles”. He aquí la traducción: Cuando contemplo un árbol pienso: nunca veré un poema tan bello y tan intenso. Un árbol silencioso que con ansia se aferra a la dulce y jugosa entraña de la tierra... Un árbol que mirando los cielos se extasía y en oración levanta los brazos noche y día... Y luce como gala gentil de primavera nidos de pechirrojos sobre su cabellera. En sus ramas la nieve forma cristal luciente; y sabe con la lluvia vivir íntimamente. Crearon los poemas, ilusos como yo: los árboles, en cambio, solo los crea Dios. El residente.—¡Muy bien! Pero otras poesías de Joyce Kilmer representan mejor la tendencia de que hablábamos. Su “12.45”... El recién llegado.—¡Dioses! ¿Qué quieren decir esos números? El residente.—La hora de partida de un tren. El ferrocarril va, en la noche, a través de los campos, turbando su santa quietud, y el poeta siente disgusto... Pero luego piensa que ese tren de las 12.45 lleva a los hombres a sus hogares; cumple una misión, y esa misión es buena. El recién llegado.—SHAEMAS O’SHEEL, el poeta de nombre y gustos irlandeses, hoy tan celebrado, ¿no sigue rumbos contrarios a éstos? El residente.—En sus delicadas poesías amorosas, de inspiración sutil y fantástica, con las que se revela fiel a su origen céltico, sí. Pero ahora, en su nuevo libro de versos, El ligero pie de las cabras, también adopta los nuevos asuntos. Y también hace ahora lo mismo otro poeta refinado, WILLIAM ROSE BENET. El recién llegado.—¿Apellido latino, verdad? El residente—Español; catalán, en rigor. El abuelo del poeta vino de España.
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El recién llegado.—Conozco su libro encabezado por su oda mística “El halconero de Dios”. Me parece Benet un poeta de visión intensa, que trasmuta en símbolos espirituales todo lo que lleva al canto. El residente. —Salomón de la Selva tradujo así esta poesía: ...Eché a volar, como un halcón, mi alma. Le dije: “Espera, espera que yo agite los nidos de las garzas debajo de la luna... Tendrá plumón de plata la garza que yo asuste con mi ruido, y al extender las alas ha de lanzar un grito en que dirá maravillosas ansias: el secreto profundo de los astros, y la respuesta cálida del corazón del mundo a esos pesares: ¡sobre esa garza arrójate, y sujeta, con tus uñas, sus alas!” Con mi vara azoté los tremedales. En las alturas, como halcón, mi alma acechaba la presa. Debajo de la luna, a la orilla del mar, entre las cañas, oí: la somormuja siniestra se quejaba... Y de pronto surgió como un relámpago (¡oh, su plumón de plata y el fragor de sus plumas!) la garza de mi anhelo. Yo vi batir sus alas en medio a las estrellas, y vi confusas a las nubes pálidas al lanzarse mi halcón y desgarrarle, con las uñas, las alas... Rápida mi alma descendió de lo alto... ¿con despojo celeste entre sus garras? ¿con el ave radiosa de mi ensueño? ¡Ay, no! Con presa informe, ensangrentada: rotas las cuerdas del sonoro cuello, negro el plumaje que soñé de plata; toda la maravilla
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de sus alas ligeras destrozada... ¡Qué bella pareciste, garza muerta, cuando primero te anheló mi alma! Y todavía, como halcón, su vuelo mi espíritu levanta. “Debajo de la luna perseguiré una garza: la garza que yo asuste con mi canto tendrá plumón de plata”. Y agito los juncosos tremedales mientras hinche mi pecho la esperanza, y acecha el alma mía en las alturas a la presa celeste de sus garras... El recién llegado. —¿Quién es SALOMÓN DE LA SELVA? El residente.—Uno de los poetas de mayor promesa en los Estados Unidos. El recién llegado. —¿Cómo? ¿No es español? ¿No traduce al castellano? El residente. —No es español: es de la patria de Rubén Darío. Escribe en castellano, pero escribe mucho mejor en inglés. El recién llegado.—Y... ¿se le estima? El residente. —Solo te diré que su poema corto, “Cuento del País de las Hadas”, publicado este año en The Forum, es una de las composiciones que más se han comentado aquí, en los cenáculos, en los últimos años. El poeta narra cómo tuvo una visión deslumbradora, y para contarla tejió con palabras una tela maravillosa. “Y había palabras como rosas; y palabras resonantes, como el vuelo súbito de multitud de pájaros. Y palabras de selvas, como hojas, que, siempre trémulas, hacían murmurantes los versos. Y una palabra era luna; una sílaba argentada, y casta, y plena de conjuros. Y una palabra era sol: y era redonda, y era cálida, y tenía sonido de oro. Y una palabra suave era como carne de doncella, y como rosa blanca, y de venas delicadas: contenía el día y la noche. Y tejí con todas estas palabras un cantar, una tela de palabras, que alegró mi corazón triste”. Y, cuando concluyó, dijo: El rey la comprará. Y la tela lírica sería famosa, y su fama llegaría hasta los santos ermitaños, y éstos dirían: “Debe de ser más hermosa que el nacer del día. Dios bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma
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del hombre que soñó tanta belleza!” El poeta llegó a la puerta del palacio real con su tela. El crítico le detuvo a la entrada y juzgó desdeñosamente la obra. El poeta, entonces, la vendió por cobre, y se fue adonde van los parias. Pero una noche, la Cenicienta vistió la tela, y ésta fue famosa, y peregrinos iban a verla. Y Jasón, por amarla mucho, realizó proezas. Y pasó de mano en mano, nunca perdió su encanto. Y cuando murió Jesús, José de Arimatea lo envolvió en ella. Tres días vistió Jesús la tela; y era digna de él. Y la vestirá en el día del juicio, y los santos patriarcas dirán: “Dios bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma del hombre que soñó tanta belleza”. El recién llegado. —He de leer íntegro el poema. ¿No tienes a mano otra cosa del poeta? El residente. —Solo esta traducción castellana de los versos de una poetisa joven, EDNA ST. VINCENT MILLAY, de quien habla él todos los días. La composición se titula “La novia encantada”: Jamás ha de ser mía la virgen que no tiene palideces de luna ni carmines de flor; la que educó sus manos en un cuento de hadas y su boca encendida en un verso de amor. Es un derroche de oro su larga cabellera; cuando el sol la acaricia, me da un hondo pesar. Su voz es un rosario de cuentas de colores o como una escalera que conduce a la mar. De su amor indecible las virtudes me ofrece y sufre mis caprichos en su resignación; pero, huraña a la tierra y a los hombres huraña, jamás ha de ser mío todo su corazón. El recién llegado.—A mí también me ha interesado la poetisa. Su Renacimiento me parece admirable. Y acabo de leer otros versos suyos. Me agradaron tanto, que los he traducido. Cerremos con ellos esta descosida plática. Se titulan “Cenizas de vida”: Me dejó el amor... Se fue... Quedan los días, iguales—, inmóviles... Vivo, duermo... ¡Oh, si la noche viniera!—Pero no… Con lento paso escucho avanzar las horas—. ¡Si de nuevo fuese el día! ¡Y otra vez anocheciera! —Me dejó el amor... Se fue... Y no sé qué hacer de mí... — Y si mi labor emprendo, inconclusa la abandono. —¿Para qué el afán? Inquieta, torpe enmaraño y revuelo—los hilos del tiempo inútil que en mis dedos aprisiono. —Me dejó el amor… Se fue… Quedan los días iguales... —Y como ayer, los amigos vendrán llamando a mi puerta. —
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Y mañana, y mañana, y mañana, ¡y mañana!.. — esta casa silenciosa en esta calle desierta...1 Nueva York, septiembre de 1915.
El Fígaro, La Habana (Cuba), Año XXXI, No. 40, 3 de octubre de 1915, pp. 514-515. P.H.U. reprodujo este poema, con un prólogo, en la revista Bahoruco, núm. 215, Santo Domingo, 6 de octubre de 1934, p. 9.
Esta traducción fue publicada, dispuesta en verso, en cuatro estrofas: en dos cuartetas y en dos estrofas más de dos versos cada una, en Las Novedades, de Nueva York, el 23 de diciembre de 1915. Allí aparece firmada por Pedro Henríquez Ureña, sin decir que es traducción. Véase: Alfredo A. Roggiano, “Dos prosas poemáticas y una traducción de Pedro Henríquez Ureña”, Revista Iberoamericana, vol. XXIV (1959). Núm. 48, pp. 357-361 [hay “separatas”]. [Nota de Arturo Roggiano, Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, p. 259]. 1
ARTUR BODANZKY Director de orquesta del Metropolitan Opera House de New York
El héroe del día, en la tradicional casa de la ópera, es Artur Bodanzky. En la rivalidad de escuelas, —latina y germana—, la septentrional se impone aquí, ahora, y la mágica batuta de Bodanzky dirige la victoria. No vence sin lucha. Representa, Bodanzky, la nueva interpretación de Wagner. El maestro de Bayreuth, al crear su drama musical, completó la orquesta, dando, entre otras cosas, valor pleno a las voces enérgicas y brillantes de los metales. Esta innovación caracterizó, a los ojos del vulgo, la orquesta de Wagner. Pero hay más: la tradición, en la interpretación de Wagner, favorecía el vigor torrencial y la brillantez “metálica” de la orquesta, el ímpetu dramático, el conjunto majestuoso. Tal fue la tradición que implantaron en América Anton Seidl, grande amigo personal de Wagner, y Leopold Damrosch; tal fue la que continuaron los maestros menores que vinieron después, Walter Damrosch y Alfred Hertz. El vigoroso Félix Mottl, discípulo de Wagner, antes que destruirla la reforzó. Toscanini trajo nuevas orientaciones —para mí discutibles en parte—; pero no, generalmente, en cuanto a reducir el volumen del sonido orquestal. Gustav Mahler, uno de los más altos espíritus artísticos de los últimos tiempos, compositor cuya figura crece día por día y revolucionario director de orquesta, fue quien inició aquí, poco antes de morir, la nueva interpretación de Wagner. Pero como solamente trabajó aquí dos años, y dividió sus labores entre la ópera y la sinfonía, no llegó a dirigir todo el repertorio wagneriano. Bodanzky, discípulo de Mahler, ha continuado y ampliado sus enseñanzas. Su evangelio es la revelación del espíritu poético que anima la música de Wagner. Hay en ella, no sólo pasión, ímpetu, conflicto, sino, también, intensa y honda poesía. Así en Tristán e Isolda. ¿Quién, mejor que Bodanzky, —cuya lectura provoca tantas discusiones—, ha penetrado en el sentido de misterio
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ARTUR BODANZKY
poético, de sentimiento “céltico” y de aspiración indefinida, en el Tristan? Bajo otras batutas, esta obra, la obra maestra de la música dramática, sonará más apasionada y violenta; nunca tendrá mayor poesía. Y aun logra más Bodanzky: hace ascender por grados la intensidad del Tristán, hasta culminar dramáticamente en el tercer acto, que en otras manos suele significar descenso. De su Anillo del Nibelungo se ha dicho que “es la mejor Tetralogía escuchada aquí desde los tiempos de Seidl”. Su Parsifal es solemne y majestuoso. Y ha devuelto a Los maestros cantores su deleitable humorismo, su espíritu de comedia delicada. Junto a las obras de Wagner, Bodanzky ha dirigido La flauta mágica, de Mozart y El caballero de la rosa, de Richard Strauss. Igual maestría puso en la obra del siglo XVIII, con su melodía de corte ingenuo y su armonía de claros contornos, y en la obra modernísima, con su armonía compleja, llena de disonancias, sobre la cual flotan melodías arrulladoras. ¿Perdurará la tendencia que impone hoy Bodanzky? ¡Quién lo sabe! No sería equivocado, empero, augurarle años de triunfo: la mayoría de los compositores de hoy, aun los más audaces, aun los que atacan de frente la teoría de la tonalidad diatónica, gustan del sabor poético y de la suavidad en el sonido instrumental. Así se ve en Debussy, en Sibelius, en Stravinski, aun en Schoenberg. A la tragedia sucede el poema; al clamor de pasión, el rumor sugestivo; al realismo dramático, el lirismo simbólico... —¿Pero Wagner, entendido así, es Wagner ?— apuntan los descreídos. —Tal vez no sea todo Wagner el Wagner de Bodanzky; pero es Wagner entendido por nuestra época, la época de Sibelius y Debussy. Nueva York, marzo de 1916.
El Fígaro, Habana (Cuba), Año XXXII, Núm. 15, 9 de abril, 1916, p. 467.
SALOMÓN DE LA SELVA
Cartas recientes me anuncian que Salomón de la Selva ha sobrevivido a la Gran Guerra. Son tantos, aun para quienes hemos nacido en países que no tomaron parte en el conflicto, los amigos o los conocidos que han muerto, o de quienes no se tienen noticias aún, que cabía abrigar temores sobre la suerte del poeta. Salomón de la Selva se había alistado en el ejército de Inglaterra, a mediados de 1918, cuando acababa de publicar su primer libro de versos en inglés. Desde mediados de 1917, estaba pronto a entrar en filas, a pelear en la guerra justa: en el training camp había conquistado el derecho a ser teniente; pero el ejército de los Estados Unidos se mostraba reacio a admitirle si no adoptaba la ciudadanía norteamericana, y el poeta declaró que no abandonaría la de Nicaragua. Al fin, hastiado de gestiones inútiles, se alistó como soldado en el ejército de Inglaterra, patria de una de sus abuelas. Después del aviso de su llegada a Europa, las noticias faltaron durante meses; ahora sabemos que se halla cerca de Londres, y que de cuando en cuando visita los centros de reuniones literarias, donde se le acoge con interés. Salomón de la Selva nació en León de Nicaragua, hace poco más de veinte y cuatro años. Cuando contaba doce, llegó a los Estados Unidos, y bien pronto, con rapidez infantil, adoptó el inglés en lugar del castellano, como lengua para sus incipientes ejercicios literarios. Durante unos cuatro años, leyó a los poetas ingleses. Y escribió, escribió torrencialmente. Regresó a Nicaragua; recobró el terreno perdido en su idioma natal; pero el ajeno le era ya más familiar, irrevocablemente, en el orden literario. En 1912, se halla de nuevo en los Estados Unidos, y no los abandona hasta que la pasión de la justicia le lleva al ejército de los Aliados. Le conocí en 1915, cuando la revista The Forum, de Nueva York, acababa de aceptarle para la publicación su Cuento del País de las Hadas. Por primera vez una composición suya aparecería en una revista de importancia.
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Poco después nos unimos para organizar pequeñas reuniones a que asistían hombres de letras de las dos Américas. Allí, si no me equivoco, comenzaron los del Norte a poner atención en la poesía rotunda y pintoresca de Chocano, cuya visión externa del Nuevo Mundo es la más rica que hoy existe, en verso castellano o en verso inglés. Entre los poetas norteamericanos, amigos de Selva, se contaban ya Thomas Walsh, pulcro y cultísimo, ameno conversador, lleno de anécdotas sabrosas; William Rose Benét, el místico del Halconero de Dios, con su moderación de modales y su elevación de ideas; el sencillo y sonriente Joyce Kilmer, caído luego en tierra de Francia... Después, Selva tuvo muchos amigos literarios, desde los pontífices cuya opinión consagra hasta los principiantes que admiran; estuvo de moda en los cenáculos; el decano de las letras norteamericanas, Howells, le dedicó caluroso elogio, sin conocerle personalmente, desde su tribuna crítica del Harper’s Magazine. En fin, hasta causó extraña conmoción, en una solemnidad panamericana, atreviéndose a decir verdades duras en presencia de Roosevelt. Memorable aquel episodio. No estuve presente, pero la prensa1 y las cartas me informaron de lo ocurrido. La reunión fue en el Club Nacional de las Artes, en febrero de 1917, y la organizaron las principales asociaciones de artistas y literatos. Presidía el poeta y novelista Hamlin Garland. Hablaron, entre otros, Thomas Walsh, el poeta; Alfred Coester, el autor de la Historia literaria de la América española; el popular dramaturgo Augustas Thomas; Ernest Peixotto, pintor y escritor (“sus descripciones de nuestra fauna y nuestra flora —dice una de las cartas— de nuestras estaciones y nuestros paisajes, revelaban gran delicadeza de gusto”); John P. Rice, catedrático de literatura española, traductor de Chocano y de otros poetas de nuestra lengua; Kermit Roosevelt, hijo del expresidente. Se esperaba que, al final de la solemnidad, hablaría Roosevelt, y Mr. Garland así lo expresó; pero el improvisado discurso y los versos de Salomón de la Selva turbaron la atmósfera, y el estadista ilustre no tomó la palabra: Mr. Garland, intranquilo, cerró la reunión sin pedirle que hablara. Salomón de la Selva era el último en el programa. La ceremonia había sido larga. “Ya habían dado las once —me escriben—; el público estaba Véase The New York Tribune, febrero, 1917, bajo el título de “Patriot Silentes T. R. at Arts Club”, amplia crónica del acto. 1
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fatigado por los muchos discursos, y, cuando se anunció a Selva, presintieron nuevo fastidio, al tener que oír a otro profesor” (en aquel entonces, Selva enseñaba en Williams College). La gente comenzaba a marcharse. Pero apenas Selva comenzó a hablar, nadie pensó en abandonar el salón, y hasta regresaron los que se habían levantado para irse. El fuego de sus palabras se comunicó al auditorio, que le escuchó con atención y le aplaudió con furia. “Durante toda su disertación—escribe una dama—, sus cabellos estaban erizados”. “Inconscientemente — escribe un poeta norteamericano—, lanzó a Roosevelt una mirada de fuego”. “Nicaragua es pequeña en extensión —dijo Selva, según The New York Tribute—, pero es poderosa en su orgullo. Mi tierra es tan grande como sus pensamientos; tan grande como sus esperanzas y sus aspiraciones… Amar a los Estados Unidos —como yo los amo— cuesta gran esfuerzo cuando mi propio país es ultrajado por la nación del Norte. No puede existir el verdadero panamericanismo sino cuando se haga plena justicia a las naciones débiles”. Y los mismos conceptos aparecen en su poema, leído allí, bajo el título de “El corazón del soñador conoce su propia amargura”, donde habla de los sueños de su adolescencia, cuando se representaba a la tierra del Sur como su madre y a la tierra del Norte como su novia. Cualesquiera que sean las injusticias cometidas, debe reconocerse que al pueblo norteamericano le impresiona la voz de la justicia. Y el público que asistía a la ceremonia pan-americana aplaudió furiosamente las palabras inflamadas de Selva. Roosevelt —dicen las cartas—, se indignó; dijo, a los que aplaudían, que su proceder era antipatriótico. No saben lo que hacen, insistía. A lo cual una dama entusiasmada contestó: “Aplaudimos la verdad”. *** El primer libro de versos de Salomón de la Selva, Tropical Town and Other Poems, sorprende por su variedad de temas y de formas. Hay quienes se sienten desorientados entre tanta riqueza, y no saben dónde hallar el hilo de Ariadna para el laberinto. A esos podría atormentárseles diciéndoles que aun hay más, mucho más, en la obra de Salomón de la Selva —otros temas y otras formas que no hallan cabida en el volumen— y que, desde luego, hay más, mucho más, en su personalidad.
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Para mí, la fuerza de unidad que anima su obra está en el delirio juvenil que se apodera del mundo por intuiciones rítmicas. Intuiciones de color, de forma, de sonido, de fuerza, de espíritu: todo se inflama bajo su toque. Pero no es exclusivamente intuitivo, sino que posee cultura poética honda y gran caudal de recursos artísticos. Según el consejo de Stevenson —incomparable maestro de técnica literaria—, se ejercitó en todos los estilos: le he visto ensayar desde la lengua arcaica y los endecasílabos pareados de Chaucer, hasta el free verse de nuestros días. No en vano dije que hay en su obra mucho más de lo que revela su primer libro, cuya mayor parte puede encerrarse dentro de las normas del siglo XIX. Hasta ahora, en verdad, cabe decir que Selva no se ha decidido a romper con el siglo XIX: el marco de sus inspiraciones comienza generalmente en Keats y Shelley y llega hasta Francis Thompson y Alice Meynell. Diríase que espera dominar su forma antes de lanzarse de lleno a las innovaciones: su buen gusto así nos lo haría esperar; diríase también que en medio del torbellino de la poesía “siglo XX”, unos cuantos, entre los poetas jóvenes, prefieren atenerse, en general, a las formas consagradas. Así piensa —por el momento— Salomón de la Selva, según lo explica en una de sus cartas, donde ensaya definir su situación entre los grupos literarios de los Estados Unidos. “Los poetas vivos —dice—, podrían distribuirse en tres grandes grupos: los poetas de ayer, los poetas de hoy y los poetas menores de treinta años. Los poetas de ayer son, por ejemplo, Edwin Markham, Howells, Henry Van Dyke, George Santayana, John Erskine, y aun otros de tono más moderno, como Bliss Carman (canadiense de origen), Richard Le Galliene (inglés residente aquí) y Thomas Walsh. Esos poetas habían publicado libros antes de 1912 y no les afectó el movimiento modernista iniciado en ese año, por Harriet Monroe con su revista Poetry. “El segundo grupo comprende a todos los poetas que se entregaron a los nuevos metros o a la nueva retórica: Edgar Lee Masters, Amy Lowell, Robert Frost, Edwin A. Robinson, Vachel Lindsay, Carl Sandburg, y otros, que son, indisputablemente, los poetas de hoy. Un hoy que pudiera terminar pronto, a causa de su intensidad excesiva. La erupción del verso libre va disminuyendo: nunca llegó a dominar por completo a ninguno de los cinco poetas primeros que he nombrado. Masters publica ahora libros diferentes de su Spoon River en la forma:
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ha vuelto hasta al metro de la balada, y emplea frecuentemente los clásicos endecasílabos blancos. El verso libre solo ha sido parte de los recursos de Amy Lowell: sus mejores versos son quizás los eneasílabos2 que abren su libro Sword Blades and Poppy Seeds. Frost nunca ha escrito free verse: su novedad consiste en el absoluto abandono de los clisés de la literatura, de los temas3 librescos. Robinson es aun más conservador que Frost en materia de métrica. Lindsay es realmente melodioso: su Congo y su Firemen’s Ball y su Chinese Nightingale son mescolanzas de ritmos viejos. .. “Los poetas menores de treinta años son legión. Entre ellos, los mejores son Edna St. Vincent Millay y Stephen Vincent Benét. Son admirables, la primera en su libro Renascence, el segundo en su balada “The Growing of the Hemp.” Estos —y yo con ellos—, vuelven a las formas tradicionales del verso inglés. Representamos la continuidad que pide Alice Meynell en su famoso ensayo sobre los “Descivilizados”. *** Pero, al pensar así, digo que piensa provisionalmente. Porque el deseo de expresiones nuevas le llevará, de modo inevitable, a ensayar y experimentar. Lo ha hecho siempre, aunque sin atreverse a poner sus ensayos de forma nueva a igual altura que sus composiciones de forma tradicional. Le interesan los curiosos ensayos rítmicos de Amy Lowell, el clamor turbulento de Carl Sandburg, la puritana sobriedad de Frost. De lo que hará más tarde, tengo duda. Para mí, su poesía se distingue ya, en el país de lengua inglesa donde comenzó a escribir, porque posee elementos que no abundan en los Estados Unidos: imágenes delicadas y música verbal. La imaginación norteamericana propende al realismo, a las concepciones claras y sin ornamentación: cuando se exalta, tiende a lo vasto sin contornos, como en Emerson, como en Whitman, como ahora en Sandburg o Lindsay. Fuera de Poe, apenas hay imaginativos del tipo de Coleridge, ni del tipo de Keats. Y en música verbal, la limitación no es menor. En P. H. U. corrige por “eneasílabos” la palabra “endecasílabos” que salió en el periódico. De puño y letra en el recorte de su archivo. [N.d. Alfredo Roggiano]. 3 En el periódico dice “tiempo”. Corregido por P. H. U., en el recorte de su archivo. [N.d.A.R.]. 2
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cambio, Inglaterra es patria, no solo de grandes poetas imaginativos, sino de grandes magos del ritmo. En Inglaterra, pues, mucho más próxima que Norte América a la cultura y a los gustos latinos, encontrará Selva el campo propio para su desarrollo ulterior. He discurrido ya tan largamente en torno a su obra, que apenas me queda espacio para dar idea de sus temas. Desde luego, me aventuro a afirmar que el primer deber literario de todo hispanoamericano que sepa inglés es leerle; el segundo deber será traducirle —lo cual no sería favor, sino gratitud, porque Selva ha vertido al inglés a no pocos de nuestros poetas. La parte más interesante del libro es, para nosotros, la sección “Mi Nicaragua”, colección de acuarelas sorprendentes por lo delicadas y justas. Principia con la acuarela más breve de todas, la que da título al libro, “Tropical Town”, y termina, saliéndose ya de la visión pictórica, con el inolvidable grito, “rojo como flamenco”, de la ceremonia panamericana. Las otras secciones tienen menos cohesión: hay paisajes de la Nueva Inglaterra, madre espiritual de los Estados Unidos; hay versos de ira y de amor para la tierra en que escribía sus versos ingleses (¡oh Rubén Darío, autor a un tiempo mismo de la “Oda a Roosevelt” y de la “Salutación al águila”!); hay canciones inspiradas en motivos populares o en las deliciosas rimas infantiles de su hermana; hay poemas inspirados por obras de arte —Bach, Giorgione, Cellini—; hay creaciones de fantasía que se agitan “en danzas etéreas”, como el encantador Cuento del País de las Hadas; hay salmos de amor ideal y hay gritos crueles sobre el hambre y el odio. Y todo lo ha vivido el poeta. Él lo dice: “He de vivir las canciones que canto para salvarlas de la muerte”. Sí, aunque el “decir las cosas bien” aparezca como signo de artificialidad a los ojos de los superficiales, es verdad. Todo lo ha vivido el poeta. Minneapolis, 1919. El Fígaro, La Habana (Cuba), Año XXXVI, Núm. 12, 6 de abril, 1919, pp. 288-289.
EL HERALDO DE CUBA
DE VIAJES
El placer de los viajes, antes de la llegada el placer de las travesías, deberemos decir quizás, es obra de habilidad social. Y no habilidad de los viajeros exclusivamente, como pudiera creerse. El éxito, el placer de la travesía, dependerá siempre de los elementos de animación, del ambiente social, que los viajeros encuentren a bordo. Ya se comprende cómo el ambiente debe dársele hecho, formado previamente, al viajero. Entre La Habana y Nueva York, el viaje marítimo carecería siempre de interés si no lo animara, durante el estío, la multitud de familias cubanas que va y viene constantemente. El carácter antillano, vivaz, comunicativo por excelencia, y hasta con exceso, domina entonces; y como los viajeros, además se conocen todos de antemano, cuando menos por referencia, el buque se llena de interminables charlas sobre proyectos de veraneo. Que la comida disgusta, que el servicio desagrada, que lo que pudiéramos llamar la “dirección social” del viaje, encomendada a la administración del buque, no existe o es más bien torpe, todo se olvida entre rumores de fiesta. Cambiad las circunstancias; en lugar del verano, escoged el otoño o el invierno; reducid el número de pasajeros, suprimid la preponderancia de los viajeros cubanos, y dejad el barco entregado, diremos, a sus propios recursos. Entonces veréis que a la travesía no le quedan más que molestias. Acaso sea porque la navegación entre Nueva York y La Habana está en manos de una sola empresa, y el monopolio engendra descuido. O porque los norteamericanos solo saben ser cuidadosos y exactos cuando se trata de sí mismos, y rara vez cuando sirven a extraños. De cualquier modo, las molestias son innegables. Nada real hace la empresa para adaptarse a las costumbres y los gustos del viajero cubano, a quien debe su prosperidad. Le obliga a abandonar bruscamente sus hábitos, especialmente en la comida, sirviéndosela de estilo yankee. Los prospectos de la empresa aseguran que es magnífica, y aun creo solían hablar de la preparación de platos españoles y
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DE VIAJES
cubanos. Sí los hay, a veces, pero están a la altura del castellano macarrónico que hablan los sirvientes del buque o del que se ostenta pomposamente en los “menús”. El café no agrada ni aun a los norteamericanos. El vino es concesión... limitada; tal vez para impedir la demasiada animación, que no es del gusto puritano, y para que se saboree a pleno la pimienta que inunda los macarrones. Si de las molestias del comedor salimos, entre los vapores de la cocina que nos envuelven al pasar, y buscamos alivio en la sala, hallaremos un piano, junto al cual no hay una sola página de música, y, sobre una mesa, números de un semanario. Los abrí con interés... pero ¡ah! tienen seis meses de atraso, y todavía se habla en ellos de conferencias de paz. Al fin descubrí un diminuto conato de biblioteca: poco más de sesenta volúmenes. En inglés la mayor parte: novelas de moda o libros de viajes. En castellano, como adorno sin duda, tres malas novelas, las poesías del buen Núñez de Arce, el Quijote y el Gil Blas, todo en las pavorosas ediciones de Appleton. Como no vamos a descubrir a Cervantes, ni nos interesan las erratas innumerables de la edición, optamos escoger entre los libros ingleses, y, tras mucho buscar, hallamos al fin uno de Galsworthy o de Edith Wharton. El uso de los libros se ha de pagar. Y para sentarse en cubierta, hay que pagar también. Si nos quejamos, se nos dará la contundente razón de que esos servicios no son de la compañía, sino accesorios. ¿Tal vez por eso mismo, no pudiendo aumentar con ellos sus ingresos, la compañía se ha sentido obligada a aumentar el precio del pasaje? 18 de noviembre de 1914 E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 25 de noviembre, 1914.
CUBA EN NUEVA YORK
Nueva York acaba de celebrar el tercer centenario de su fundación, el establecimiento de los holandeses en el extremo sur de la isla de Manhattan, donde la población llevó el nombre de Nueva Amsterdam. Del festival sobrevive, todavía, la exposición del Grand Central Palace, en la cual ocupa un lugar la República Cubana. Es, sin duda, excelente idea la de atraer hacia Cuba la atención del público neoyorkino, y ninguna ocasión más segura que la ofrecida por este centenario. Hasta ahí, vistas las cosas desde un punto de vista general, todo es plausible, y no podría hacer sino elogios para la decisión del gobierno cubano al aceptar la invitación de las autoridades neoyorkinas. Pero lo que en tesis general era excelente, en la práctica ha resultado de poca utilidad. Para que una exposición alcance éxito, es indispensable algo más que una ocasión propicia: se necesita algo interesante que exponer. Y lo que Cuba presenta ahora en Nueva York no son sino restos, residuos, porciones de su exhibición en Boston, que no parece fuera especialmente rica, ni aun dentro del carácter limitado y parcial de aquel certamen. En rigor, la exhibición neoyorkina se limita a unas excelentes fotografías de paisajes cubanos y unos cuantos muebles construidos en Cuba. Acaso haya una que otra cosa más, no muy visible. El curioso que llega, atraído por la fascinación del nombre de Cuba y deseoso de formarse alguna idea sobre los esplendores de su suelo y los florecimientos de su agricultura y su industria, se retira desconcertado. Y más aún si iba en busca de productos cubanos, pensando en posibles relaciones comerciales con Cuba. Ya que la exposición no ha servido para los fines prácticos que la oportunidad indicaba, ha sido al menos punto de reunión para los cubanos residentes en Nueva York. Anteayer, miércoles 18, el comisionado especial del gobierno y subsecretario de Agricultura, señor Lorenzo Arias, invitó a una recepción informal, a la que asistió buen número de
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familias. La Banda Municipal, bien acogida siempre en los Estados Unidos, ejecutó un repertorio de piezas cubanas, con gran aplauso de los visitantes del Palace. No falta quien estime que si la exposición no es un éxito, si aun en Boston resultó exigua, debe culparse a la desidia de los hombres de negocios y las empresas que no quisieron contribuir con sus envíos, a pesar de ser éste un momento adecuado para aprovechar en beneficio de Cuba algunas de las energías comerciales que no pueden dirigirse a Europa. Pero no: la desidia del particular debió ser vencida por la propaganda oficial. A una buena propaganda, hubiera respondido la contribución del hombre de negocios. El caso actual debe servir de enseñanza. Y la exigua exposición neoyorkina indica la conveniencia de abrir, de cuando en cuando (si no se hiciera de modo permanente), exhibiciones parciales de productos cubanos, que serían una fuente de información viva para el hombre de negocios de los Estados Unidos. Y la propaganda en favor de Cuba podía no limitarse al aspecto comercial. Una propaganda moral e intelectual exigirá más complejas habilidades, pero daría frutos en el orden político, porque elevaría el crédito internacional del país. Una propaganda discretamente calculada, por medio de conferencias, libros, artículos, por medio también de intercambio universitario; una propaganda que no fuera insistente y monótona, sino que estudiara cuidadosamente las oportunidades (como la que hace, por ejemplo, Francisco García Calderón en favor del Perú), llegaría a formar en la opinión pública de los Estados Unidos un concepto exacto sobre el valer del pueblo cubano. Se llegaría a comprender lo que ahora comienza a adivinarse sobre toda la América Latina: que no somos inferiores, sino distintos, y que nuestras inferioridades reales son explicables y corregibles, y que nuestra personalidad internacional tiene derecho a afirmarse como original y distintiva. Un ejemplo de cómo hacerse esa propaganda la dio ayer, jueves 19, la señora de Baralt, con una conferencia sobre “la mujer hispanoamericana” en el Cort Theatre. La conferencia formó parte del programa que desarrolla durante el mes actual la Liga de Educación Política; programa en el que figuran intelectuales muy conocidos, como Albert Bushnell Hart, catedrático de Derecho en la Universidad de Harvard, y Jerome K. Jerome, el famoso humorista inglés. La señora de
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Baralt habló, pues, ante un público culto, pero no conocedor de la América española; y su conferencia abarcó cuanto sobre el asunto cabe en una hora. El efecto de propaganda que alcanzó, sin embargo, puede medirse por dos hechos. Uno, la manifestación del presidente de la Liga, Mr. Ely, quien dijo breves palabras cuando terminó la señora de Baralt, y declaró que todos los presentes, incluso él mismo, habían recibido luces sobre algo que a los Estados Unidos interesa ahora conocer y comprender: el espíritu de los pueblos hispano-americanos. El otro signo revelador fue la pregunta hecha por una de las damas presentes, al concederse la palabra a quienes desearan pedir explicaciones, según aquí se acostumbra: dónde podía encontrar las obras de la Avellaneda. Nueva York, 20 de noviembre. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 26 de noviembre, 1914.
HACIENDA Y DIPLOMACIA
Acaba de salir de Washington, rumbo a la ciudad de Santo Domingo, Mr. James Mark Sullivan, Ministro de los Estados Unidos en la República Dominicana. Esta noticia, para muchas personas a quienes interesa la política de las Antillas, contrastará de modo discordante con los informes que se reciben de aquel país sobre las elecciones presidenciales. Santo Domingo, bajo la discreta presidencia provisional del doctor Ramón Báez, acaba de celebrar elecciones en buena, o al menos mediana forma, cosa inusitada desde años atrás; y cualquiera que sea el candidato triunfador (los cómputos no han terminado aún), se cree que el país lo acatará, para poner fin al estado de revolución, latente o activa, en que ha vivido durante tres años. Pero los augurios de bienestar que traen consigo estas elecciones se enturbiarán, a los ojos de muchos dominicanos, con la noticia del regreso de Mr. Sullivan, que representa para ellos el peor aspecto de la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos de la América española. Es generalmente conocida la especial situación, de vigilancia y dominio norteamericanos, a que están sometidas las aduanas de Santo Domingo desde el tratado o Convención de 1907. Roosevelt se enorgullecía de esta obra de su gobierno. Los políticos republicanos la citaban como ejemplo del bienhechor influjo de los Estados Unidos en el Mar Caribe, y le atribuían misteriosas virtudes pacificadoras. De 1912 para acá, sin embargo, hubo que atenuar el elogio de esas virtudes; y desde que la administración democrática nombró a Mr. Sullivan ministro en Santo Domingo, no faltan quienes señalen la vigilancia de los Estados Unidos sobre la hacienda dominicana como un motivo para que las funciones del Ministro yankee se desnaturalicen, haciéndose más financieras que diplomáticas y convirtiéndose al fin en fuente de trastornos políticos. Desde el convenio de 1907, la intervención de los Estados Unidos en la política dominicana ha sido grande, y ha aumentado día por día. Pa-
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reció benéfica mientras el país estuvo en paz; pero después ha sido, con frecuencia, un elemento más de discordia. “Durante los tres últimos años —me asegura un político dominicano, de los más enérgicos en contra de la influencia yankee— la tutela que los Estados Unidos ejercen de hecho sobre Santo Domingo ha producido funestos resultados. Se ha prestado apoyo a los “gobiernos establecidos” sin tomar en consideración su origen. Se alegaba siempre la necesidad de la paz; pero ésta resultaba efímera. No podían cesar las protestas armadas mientras no cesaran sus causas. “La última revolución se habría evitado si el Ministro Sullivan no hubiera dado su apoyo al presidente provisional Bordas Valdés en sus aspiraciones continuistas. Bordas carecía del prestigio necesario para presentarse como candidato a la presidencia definitiva de la República; se le llevó a la presidencia provisional por transacción, por su apariencia de hombre sin pasiones; pero una vez allí, en vez de cumplir con su papel, que era asegurar elecciones libres, violó el sufragio, y se hizo declarar electo, contra la opinión de todos los partidos, que al fin lo derribaron. Nada de esto habría ocurrido sin el apoyo norteamericano; sin la ayuda directa de Mr. Sullivan, que así como en el orden político pretendió, con amenazas, exigir de militares dominicanos la sumisión ante Bordas, en el orden financiero pretendió influir en que las Cámaras de Santo Domingo pusieran en manos del presidente provisional, fondos que no debían tocarse”. La gestión político-financiera de Mr. Sullivan no solo disgustó a hombres públicos dominicanos, sino también al Receptor General que el gobierno de Wilson nombró en 1913 para las aduanas de Santo Domingo, Mr. Walter W. Vick, quien renunció a su cargo en el mes de julio y vino a quejarse contra el Ministro ante la Secretaría de Estado. Ni el Secretario Bryan ni Mr. Vick han dado al público noticia alguna sobre el caso, a pesar de la insistencia periodística. Entre tanto, Mr. Sullivan pidió una licencia, vino a los Estados Unidos, y se esperaba que, terminadas sus vacaciones, no volvería a Santo Domingo, donde el disgusto contra su gestión asumió a veces formas algo violentas, sino que buscaría otro campo para sus actividades, cosa nada difícil, dadas sus ligas con el Partido Democrático. Satisfecho, al parecer, con esa solución probable, guardaba silencio Mr. Vick, quien posee la clave sobre la conducta del Ministro en sus relaciones con el ex Presidente
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HACIENDA Y DIPLOMACIA
Bordas, y con el Banco Nacional de Santo Domingo, y con otras empresas... Ahora, después de varios meses de expectación, Mr. Sullivan vuelve a la República Dominicana. Se espera que hable Mr. Vick… Washington, 23 de noviembre de 1914. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 28 de noviembre, 1914.
SIN BRÚJULA
En la selección editorial de los diarios, en la información de las revistas ilustradas, en discursos, en conferencias, en la conversación de las gentes que se dan importancia, el tópico de moda aquí es la necesidad de establecer relaciones activas entre los Estados Unidos y las repúblicas hispanoamericanas. La guerra europea, trastornando la vida comercial del mundo, mostró a los deslumbrados ojos del yankee el mercado de la América del Sur, antes casi desconocido para él. La perspectiva era excelente: toda la actividad comercial de los Estados Unidos que hallara cerrado el campo en Europa se dirigiría hacia la América del Sur, y viceversa. Las Américas se completarían. Pero he aquí que la oferta y la demanda no funcionan con la sencillez que les atribuyó la economía clásica de Adam Smith y David Ricardo. No solo se necesita que haya quien venda y quien compre; no solo qué vender y qué comprar. También los métodos influyen. Y el contraste entre los métodos comerciales de las dos Américas ha impedido el inmediato acercamiento económico que se esperaba. No solo los métodos. También las simpatías populares, la atracción moral e intelectual entre las naciones, los intereses ideales que preocupan a economistas contemporáneos, influyen en la vida comercial. Y mientras subsista el recelo de la América del Sur hacia los Estados Unidos, impedirá el éxito franco en las relaciones económicas. Se procura no dar ningún paso, ahora, en la política de este país, que pueda provocar disgusto en la opinión de nuestra América. El último, que hubiera producido impresión enorme si otra fuera la situación política de Europa —el abandono de Veracruz por el ejército norteamericano de ocupación—, parece encaminado a acallar toda sospecha de intereses bastardos. Pero esta decisión, a un tiempo mismo inesperada y tardía, suscita largas interrogaciones en torno a la extraña ocupación del principal puerto mexicano. Si fue un acto de fuerza contra la tiranía ¿por qué se limitó al puerto? Si tuvo por fin evitar el desembarco de pertrechos ¿cómo no se hizo igual cosa, después, en Coatzacoalcos? Si solo se procedía
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SIN BRÚJULA
contra el tirano ¿por qué, ido éste, no terminó la ocupación? Y por último, si el pretexto para permanecer allí era el estado caótico de México, así como el deseo de proteger a los refugiados ¿cómo se explica la retirada de ayer, cuando el caos no se resuelve aún, ni hay, por lo tanto, de quién esperar protección eficaz? De las noticias que a diario comunica a la prensa la Secretaría de Estado, de manera un poco “informal”, no ha podido extraerse una explicación congruente y satisfactoria, al menos para nuestro criterio hispano-americano, de la actual política de los Estados Unidos frente a México. Solo se dice que se dejará a aquel país resolver por sí solo sus conflictos. Hasta se atribuye a “un alto funcionario” la declaración de que se abandonará todo intento de política paternal (“all paternalistic attempts”). No era esa la actitud de meses atrás. El New York Sun atribuye a otro “alto funcionario” la declaración de que ahora se emprenderá una campaña económica en favor de México; que el país vecino necesita con urgencia reconstruirse, y que, como los recursos solo podrían llegarle ahora de los Estados Unidos ¡y de la América del Sur! se estimulará a los banqueros a hacer préstamos en condiciones favorables al nuevo gobierno que sea reconocido por el de Washington. No es dudoso, puesto que la administración democrática acaba de hacer las paces con las grandes empresas. Como para reforzar la nota, y despertar las más fervorosas simpatías, se declara que el Gobierno de los Estados Unidos, generosamente, no exigirá indemnización alguna a México por la ocupación de Veracruz. ¿Queréis más generosidad? Pues el ejército de Funston trae consigo poco más de un millón de pesos, cobrados por derechos de aduana en Veracruz, y este dinero se entregará al gobierno mexicano, cuando lo haya. Pero ¿apenas un millón pudo cobrarse en Veracruz durante más de seis meses, o hubo algo más, que sirvió para “pagar los gastos de ocupación”? La moral yankee suele ser tan elástica cuando se aplica fuera de los Estados Unidos... Cómo es posible que semejante torbellino de contradicciones se concierte y armonice en el espíritu del ilustre presidente, es problema singularísimo. Acaso su fe en los fines no le deja observar los pormenores, y otros los ejecutan a su antojo. Acaso los pormenores formen parte de un vasto plan que el futuro hará inteligible.
SIN BRÚJULA
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Acaso, también, la explicación sea la que escuché de labios de un distinguido escritor [Ángel César Rivas] 1 que reside en Washington: —La situación mexicana no tiene solución yankee. No quedaba otro remedio que abandonar a Veracruz. Y ahora, la oportunidad era magnífica. —¿Cómo, si el conflicto crece? —El jueves de esta semana es el día de “acción de gracias”, el thanksgiving day. La retirada de Veracruz es un tópico admirable para un discurso en que se den las gracias al cielo por la perfecta paz y bienandanza de que disfruta la patria de Lincoln, como excepción solemne en este año terrible. —¿Un discurso del Presidente? —Quizás no tanto. Quizás del Secretario Bryan. 24 de noviembre de 1914. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 29 de noviembre, 1914.
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Nota manuscrita en el recorte de este texto en el Archivo de PHU. N.d.e.
¿ABSTENCIÓN AL FIN?
Nada más sencillo que la Doctrina de Monroe. La tesis del famoso mensaje leído en dos de diciembre1 de 1823 no es otra cosa que la confirmación de la independencia de las repúblicas latinoamericanas y la declaración de que esa independencia debe ser respetada por Europa, cuyo aumento de poder en el Nuevo Mundo no convenía, ni conviene, a los Estados Unidos. Para quien conozca el texto del clásico mensaje, nada de ilógica tendrá la idea expuesta por Lugones en la Revue Sudaméricaine: la adopción de la doctrina por las tres potencias del continente meridional, ya que hoy, por fortuna, no son los Estados Unidos la única nación capaz de proteger a los débiles de América contra codicias europeas. Pero en noventa años, la tesis defensiva de Monroe ha recibido tantas adiciones, modificaciones e interpretaciones, que ya no se sabe cuáles son sus límites precisos, y se explica el recelo con que la miran los pueblos a quienes protege. En los últimos treinta años, cada administración norteamericana ha sustentado una interpretación distinta, ha tenido “su doctrina Monroe”. Pero el gobierno de Wilson, al cual se le estima como el más laborioso que ha conocido el país y se le atribuye haber traído más innovaciones en año y medio que los anteriores en cuatro, está destinado, al parecer, a batir el record de las “doctrinas Monroe”. No es inexacto decir que ya lleva dos: la segunda se ha definido en el curso de este mes de noviembre. El inagotable “caso México” da ejemplo de las dos doctrinas. La primera (y para demostrar su relación con el texto de 1823 se necesitaba larguísima sorites), declaraba: los Estados Unidos tienen el deber de coadyuvar a que se establezcan gobiernos legítimos y honrados y a que se cumplan los ideales democráticos en toda América. No hay exageración: el Presidente Wilson habló de sus deseos y sus propósitos de En el recorte del archivo de PHU depositado en el Colegio de México, se tachó “1 de diciembre”, y se escribió “dos”. N.d.e. 1
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reorganización jurídica y social para México. La segunda doctrina, la flamante, declara: cada país de América debe resolver por sí solo sus conflictos, interiores y exteriores, y los Estados Unidos no deberán mediar sino cuando haya amenaza de invasión extranjera. ¿Volvemos al primitivo Monroe? La retirada de Veracruz señala el comienzo de una nueva política, la de abstención, cuyos principios no se han formulado todavía, pero que acaba de hacerse evidente con la aparición, ayer, del conflicto entre Inglaterra y Colombia por las violaciones de neutralidad que a ésta se atribuyen. Las oportunidades para el cambio de actitud no podían escogerse con peor tino: porque se diría que no se hubiera optado por la abstención si México no resultara imposible y Colombia no fuera tibia en su amistad hacia los Estados Unidos. El Washington Post, el diario de más autoridad y prestigio en esta capital, interpreta así la situación: “No se juzga como deber de los Estados Unidos proteger a la América latina contra las exigencias que la Gran Bretaña o Francia dirijan a aquellas repúblicas, obligadas a observar la neutralidad: tal se declaró ayer en los círculos oficiales. Los Estados Unidos no se mezclarán en conflictos a menos que se dieran pasos tales que significaran ocupación de territorio en la América latina. “Conforme a la nueva política de la Secretaría de Estado, que todavía no se anuncia de modo público, pero que resulta clara si se observan muchos actos recientes, los Estados Unidos medirán con cuidado sus responsabilidades y derechos de ingerencia (interference) en asuntos de los países latinoamericanos que no toquen directamente a la nación. “Esos países comprenderán que la doctrina de Monroe no salva a quienes delinquen, y las naciones europeas en guerra sabrán que esa doctrina no hace de los Estados Unidos el padrino moral de la América española, idea que se derivó, desgraciadamente, de nuestra política en el caso de México, pero que la Secretaría de Estado procura desautorizar de algún tiempo acá”. No atribuyamos al gobierno de Wilson las durezas del último párrafo, y dejemos su responsabilidad al Washington Post, que, no obstante su sensatez, es sobrado excitable cuando se trata de política internacional. Contentémonos, por ahora, con esperar el desarrollo de la nueva polí-
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¿ABSTENCIÓN AL FIN?
tica de abstención. Acaso sea la mejor que pudiera ensayar esta administración “demasiado activa”. Washington, 26 de noviembre de 1914.
E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 1 de diciembre, 1914.
LA DESPEDIDA DE ANATOLE FRANCE
Sabe el artista, el grande artista de madurez cuyo gradual desarrollo se cumple bajo la ley de “cultura” expresada por Goethe, cuál es el momento en que la obra de su vida alcanza su término. El Parsifal de Wagner, la Resurrección de Tolstoi, Cuando despertamos... de lbsen, son altas cimas crepusculares: el artista deja atrás los torbellinos de la pasión y abandona, como Próspero, los símbolos de su poder y su prestigio para encaminarse al reino del silencio. El gran maestro de la ironía y de la sagesse alcanzó la región espiritual en que la vida, sobre cuyas horas vigiló sin tregua el pensamiento, se torna clara y define su perspectiva moral, como valle que dejamos atrás cubierto de nieblas matinales y cuyas líneas puras contemplamos, en la tarde pacífica desde la cumbre. Es más: alcanzó ya, en vida, la reacción que sobreviene contra toda grande fama. Acatado como excepción (excepción entre los académicos, excepción entre los realistas, excepción entre todos los de ayer) por generaciones más jóvenes que la suya, Anatole France pareció poseer el secreto de la perpetua juventud literaria. Pero fue ilusión: la juventud es implacable; la juventud pide renovaciones, y no transige; cada generación trae nuevas interpretaciones de la vida, sentido nuevo del arte, y los que fueron de ayer rara vez aciertan a entrar íntimamente en el espíritu de la nueva hora. La reacción tardaba, pero llegó al fin. Anatole France no podía ser el ídolo de 1914. La literatura francesa de hoy, idealista, sincera, ardiente, devota por igual de las ideas sutiles y de las emociones “directas”, inmediatas, representa la realización de una estética radicalmente distinta de la que imperaba hacia 1885, salvando excepciones como la inevitable de Verlaine. Más aún: representa la realización de una estética distinta de la que tradicionalmente se ha llamado francesa. Porque ésta, la novísima, es una literatura idealista, en el sentido filosófico de la palabra, no en el de espiritualismo más o menos religioso (aunque éste no falta) ni en el de “irrealismo” más o menos insulso. Literatura en que ideas y emociones, fundidas con íntimo enlace de que solo hallábamos ejemplo frecuente en Inglaterra y Alemania, producen un ritmo amplio que
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LA DESPEDIDA DE ANATOLE FRANCE
aspira a tocar por una parte los linderos de la música, por otra los del pensamiento filosófico. Literatura en que cada asunto busca su forma propia, en vez de adoptar perezosamente uno de los modelos aceptados: el párrafo a la Bossuet, los pareados de la tragedia siglo XVII, la “incisiva” prosa volteriana, la “tirada” de Hugo, la descripción de los realistas. Anatole France representa, y de modo supremo, muchas tendencias contrarias; y si éstas son las realmente francesas, no se equivocan quienes la consideran arquetipo de su pueblo. No es ideólogo por temperamento, ni menos metafísico: conoce todas las filosofías, pero no le apasionan. Comparadlo con Camille Mauclair y sentiréis, por contraste, la revelación del temperamento metafísico, inquieto y hondo, en el arte contemporáneo. Escéptico, pues, filosóficamente, pero escéptico activo (hasta en la crítica), dueño de todos los recursos de sagesse que suele dar el escepticismo, vivió bajo el peligro de la mediocridad esencial que tantas veces apunta en el escritor francés, por debajo de las perfecciones del procedimiento: la mediocridad que nace de la ausencia del sentido ideal, del concepto trascendental de la vida, núcleo necesario del arte supremo, sin el cual no serían más que pintoresco simulacro y brillante apariencia los poemas homéricos y la tragedia ática, la obra de Dante y la de Shakespeare. Escéptico, irónico, sage, francés, en suma; hasta gaulois, como que sabe dar a la sensualidad su papel en la vida (por lo menos en la vida de Francia) y aun a las palabras fuertes su papel en los libros, Anatole France representaba una actitud distinta de la que asume la juventud de hoy, que abre ante el esplendor del mundo los grandes ojos impresionables del JeanChristophe, de Romain Rolland. Pero la ironía puede ser una forma de pensamiento filosófico, y la ironía que corre a través de la obra de France, como río cada vez más caudaloso hacia el cual fluyen todas las formas intelectuales, se convierte al cabo en una filosofía de la historia humana. La obra adquiere, así, unidad original y superior, y sabor que hace pensar en la literatura inglesa, como en otros autores centrales de la francesa: Balzac, por ejemplo, o Flaubert. El Gulliver, la Batalla de los libros, todo el Swift humorista ¿no anuncian aspectos de Bouvard y Pécuchet, aspectos de la obra de France? Además, a su modo, France es idealista; quiero decir, tiene su ideal. Ideal no filosófico, sino “social” —francés, por lo tanto—, pero ideal
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al fin. Ha combatido por el pueblo, sobre todo por la libertad espiritual de su pueblo. No todo fueron rosas y mirtos en su vida pública: sobre él ha lanzado piedras el populacho fanático. Y su fe en la redención moral e intelectual de los hombres, surgiendo de su filosofía irónica de la historia, es el motivo ideal que da a su obra sentido superior. Sobre esta filosofía irónica, pero generosa en su deseo del bien humano, acaba de tenderse melancólico manto de sombra. La rebelión de los ángeles, la última novela de France, tiene, a la luz de los acontecimientos actuales, el carácter de una despedida. Se piensa que el maestro, agobiado ya, no volverá a la labor literaria después que pase la crisis que agota a Francia. La perspectiva de la guerra inevitable, destructora e inútil, la seguridad de que los esfuerzos de liberación espiritual quedarían suspendidos, la tristeza de contemplar el trabajo de toda una vida amenazado de esterilidad, cuando no por conflictos exteriores, por las mezquindades de la política interna —tales son las notas finales del libro—. Y como quien renuncia al esfuerzo público; como si un escepticismo amargo hubiera sustituido al antiguo escepticismo irónico pero activo; como quien se refugia en un individualismo triste porque se marchita su fe en la humanidad, Anatole France cierra la visión del arcángel rebelde con el abandono de toda conquista de poder. “No conquistemos el cielo: bástenos el ser capaces de conquistarlo. La guerra engendra la guerra; la victoria engendra la derrota... Hemos destruido a laldabaoth, nuestro tirano, si hemos destruido en nosotros la ignorancia y el miedo... La victoria es espíritu. Es en nosotros, y solo en nosotros, donde hay que atacar y destruir a laldabaoth.” 2 de diciembre de 1914. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
El Heraldo de Cuba, 7 de diciembre, 1914; PHU también publicó una versión inglesa, “Anatole France’s valedictory”, en The Forum, New York, October, vol. 54, núm. 4, pp. 479-481; Renacimiento, núm. 22, Santo Domingo, febrero, 1916.
EN TORNO A LA DOCTRINA TAFT CONTRA WILSON
El cambio decisivo en la actitud del gobierno norteamericano frente al problema de México está produciendo sorpresa. El abandono de Veracruz aparece, a los ojos de amigos y enemigos de la actual administración, como signo de fracaso. Para los que opinan (como el New York World) que la ocupación no se justificaba, la retirada es una confesión de error. Para los que piensan que el gobierno de Wilson contrajo el deber de pacificar y reorganizar el país vecino, la retirada es una prueba de inexplicable debilidad. Entre los censores de la segunda especie —la más numerosa, ya se supone—, figura Roosevelt. Inclinándose al punto de vista contrario, según parece, Mr. Taft acaba de unir su voz al coro de censuras. Y, como cabía esperarlo, en su discurso, pronunciado anteayer, discute el intento de fundar en la Doctrina Monroe la política del “caso México”. La Doctrina, afirma el ex presidente, no tiene aplicación en el caso. No obliga a los Estados Unidos a poner paz en casa ajena. La política del watchful waiting, de la “vigilante espera”, de “observar y esperar”, no ha sido tal. “Ni hemos esperado ni hemos observado: hemos intervenido atropelladamente, y ahora se nos atribuye la anarquía de México como consecuencia lógica de nuestra conducta”. Así, pues, Taft, que no es ya presidente de la República sino catedrático de derecho en la Universidad de Yale, declara (y es la verdad) que la Doctrina Monroe no justifica la intervención en problemas interiores de las repúblicas latinoamericanas. Hace cuatro años apenas, sin embargo, fundándose o no en la Doctrina de 1823, el gobierno de Taft ejercía respecto de Nicaragua una política que nadie calificará, tampoco, de watchful waiting… Hasta aquí —y olvidando, por el momento, el caso de Nicaragua—, no hay inconveniente en aceptar esta interpretación limitativa. A tal punto es evidente que la Doctrina Monroe no implica una tutela de los Estados Unidos sobre el resto de América, opina Taft, que bien po-
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drían adoptarla a su vez las naciones del A. B. C, si no fuera de temer que otras repúblicas menos poderosas se sintieran ofendidas. Pero el ex presidente va más lejos en su afán de “limitar”, y no solo estima que los Estados Unidos no están obligados a defender a países capaces de defensa propia eficaz, como las potencias de la América del Sur, sino que estudia la posibilidad de un ataque, durante la actual guerra europea, a las colonias inglesas del Nuevo Mundo. Si Alemania desembarcara tropas en el Canadá, nada tendrán que hacer los Estados Unidos; la Doctrina solo les obligaría a exigir, piensa Taft, que no se estableciera allí, al terminar la guerra, gobierno alemán en lugar del inglés, pero no, por ejemplo, a impedir que se pagara una indemnización. Apunta ya, en estos razonamientos, una limitación “egoísta” de las obligaciones que los Estados Unidos se impusieron con la Doctrina. Dentro de ésta, sin embargo, el desembarco de tropas europeas en el territorio de una república latinoamericana no puede considerarse “acto amistoso hacia los Estados Unidos”, y, en cambio, nada tiene que hacer el Canadá, ni otra colonia alguna, puesto que el mensaje de 1823 las excluye terminantemente. Pero si esta interpretación limitativa, así como la política de abstención que ahora ensaya el gobierno de Wilson, significan que los Estados Unidos comienzan a creer que debe dejarse a las naciones latinoamericanas resolver por sí solas sus problemas interiores y aun exteriores, nada mejor pedirían cuantos están cansados de la “influencia yankee”. 29 de noviembre de 1914.
E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 3 de diciembre, 1914.
LA NEUTRALIDAD PANAMERICANA
Profunda impresión ha causado en los Estados Unidos la noticia de la conferencia inicial celebrada en la tarde del martes, día 8, por la junta directiva de la Unión Panamericana para tratar sobre la defensa de los intereses neutrales heridos por la guerra europea. A pesar de que los resultados, hasta ahora, no son al parecer sino formalidades: la oficial declaración, verbal y escrita, de las ideas que durante los últimos quince días expresaron los gobiernos y los representantes diplomáticos de Chile, del Perú, del Ecuador, de Colombia, del Brasil, de la Argentina; el nombramiento de una comisión que estudiará los problemas surgidos, para los neutrales, del actual conflicto europeo, y propondrá las medidas protectoras; a pesar de que, para adoptar medidas realmente eficaces, será necesario que la comisión designada descubra nuevas rutas jurídicas y revele desusado talento creador en derecho internacional; a pesar de todo, la conferencia alcanzó significación altísima: es el primer gran paso que dan las Américas unidas en la política universal. Todos los convenios y tratados, todos los congresos y conferencias anteriores, tienen significación menor para la América latina. Porque, o eran de interés parcial, limitado, o se circunscribían a implantar en el Nuevo Mundo principios ya existentes, o, como en el caso de las Conferencias Panamericanas, se resentían del predominio, hasta entonces inevitable, de los Estados Unidos. Ahora, las naciones del Sur, cuyo papel en el mundo va definiéndose y ampliándose cada día, son las iniciadoras del movimiento. Y por partir de ellas, por venir de un grupo más numeroso y homogéneo de naciones, por haber vencido la tibia actitud del gobierno de Washington, este movimiento, cuyo rápido desarrollo es una admirable sorpresa, ofrece el carácter de verdadero, amplio y espontáneo panamericanismo. Discretamente, las naciones de quienes partieron las primeras quejas contra los conflictos provocados por el excesivo celo y la suspicacia de los países en guerra, encomendaron a la Argentina la presentación de la iniciativa en la conferencia del martes: la palabra sobria y precisa del señor Naon abrió el camino. Le secundó, con florido discurso, el Em-
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bajador del Brasil, Domicio da Gama. Adhirióse, con breves palabras, el representante de Chile, Suárez Mújica, recientemente ascendido a embajador, como su colega argentino. Apoya y propone atinada adición, el Ministro del Uruguay, Peña. Más audaces, deseosos de acción pronta y enérgica, le siguen los del Ecuador y el Perú, Córdova y Pezet. El de Cuba, doctor Céspedes, alcanza grandes elogios por su explicación de voto, sintética e intencionada. Más o menos brevemente exponen su adhesión otros ministros... Solo a dos naciones se echa de menos: a México, ahora sin representación suficiente (o, si queréis, con demasiada), y al Paraguay, cuya anómala legación se halla establecida ¡en Nueva York! Cerró Bryan, con su fácil elocuencia de siempre. La votación, unánime. Washington, 9 de diciembre de 1914.
E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 14 de diciembre, 1914.
INQUIETUDES
Los Estados Unidos lograron atravesar con reposo y serenidad suficientes los cuatro meses iniciales de la actual guerra europea. Medidas políticas, desde la intención y el tono discretos de toda nota dirigida por el gobierno de Washington a los europeos hasta el consejo dado a los concurrentes de salas de espectáculo —reprimir toda manifestación de simpatía cuando ésta tuviera relación con los países beligerantes—; medidas económicas, desde la clausura y la reapertura, oportunamente calculadas, de la bolsa neoyorquina, hasta el movimiento popular en auxilio del algodón del Sur; la actitud del pueblo, más o menos dividido por preferencias y afectos, pero en general comedido, y, en cambio, unánime en su compasión por las víctimas, sobre todo las de Bélgica —para cuyo socorro se ve a las damas restaurar la antigua costumbre del tejido perpetuo, no suspendido ni en los palcos del teatro ni en las galerías del Congreso—; todo, en fin, auguraba para los Estados Unidos el privilegio de encontrarse, al final de la guerra, más libre de ruinas y desastres que toda otra nación. Aún más: como para disminuir pretextos de conflicto, se abandonó el puerto de Veracruz, y no faltará quien diga que se procura abandonar otra fuente de complejas responsabilidades: la Doctrina Monroe. El Secretario Bryan pudo hablar, en su brindis de thanks-giving, después de la “misa panamericana”, de “la paz que ahora domina en esta tierra y que le permitirá llevar la palabra de paz al mundo entero cuando el momento sea oportuno”. Pero con el mes de diciembre ha cambiado la faz de las cosas. Sordamente, como rumor que crece poco a poco,1 la inquietud inevitable, la dificultosa necesidad de conciliar los deberes de la actitud neutral con los intereses del comercio, la presencia de la guerra como obstáculo universal, culminaron en un solo problema: Tal vez no puedan evitarse conflictos armados. ¿Estamos preparados para la guerra?
En el recorte de este texto en el archivo PHU, a lápiz: “rumores que crecen poco a poco”. N.d.e. 1
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El problema, que hace un mes parecía puramente técnico, es ahora nacional, y se aproxima a una crisis. Nueve días atrás se abrieron las Cámaras, y ya no se habla sino de la defensa nacional. Miembros del gabinete, altos funcionarios, jefes y oficiales del ejército y la marina, son llamados ante las comisiones de la Cámara de Representantes, y en su mayoría se manifiestan descontentos del actual estado de preparación. En el seno del gabinete, dicen los rumores, hay disensiones: el pacifismo representado por Bryan, con el vacilante apoyo del Secretario de Marina, Daniels, se opone al programa de rápida y eficaz preparación, representado por Garrison, el Secretario de la Guerra. La lenta brújula del Ejecutivo —que desde hace pocos meses se muestra inclinada a variaciones—, parece señalar el rumbo de la energía. La semana que corre está llena de inquietudes. Surgen nuevas complicaciones en México. En torno al Canal de Panamá rondan buques ingleses, burlando las precauciones de la neutralidad. De Nueva York llegan quejas irritadas: el comercio no puede soportar las pérdidas enormes, las restricciones, las molestias que le imponen en alta mar los buques de guerra de las naciones beligerantes, muy especialmente los de Inglaterra. Y en Washington, estrechados por la férrea espiral de los interrogatorios, los funcionarios, ante la Cámara de Representantes, declaran o dejan entrever dificultades graves. El Secretario de Marina no se atrevió a negar, anteayer, que las discusiones con el Japón, en mayo de 1913, estuvieron en riesgo de aproximarse al casus belli y provocaron apresurados preparativos de defensa. ¿Será que los Estados Unidos, apóstoles de la nueva diplomacia —la de actitudes claras y afirmaciones precisas—, practican también la otra diplomacia, la antigua, de secretos y ocultaciones, que según Bernard Shaw es culpable de la guerra actual? El Ejecutivo, que parece dispuesto a mostrarse enérgico ante los trastornos de la frontera mexicana, acaba de decidirse, después de tres días de vacilación, a atender las peticiones del coronel Goethals en defensa del Canal de Panamá. Henos aquí en el camino de una crisis, no del todo inesperada, pero que acaso nos dará graves sorpresas. Si no se logra conjurarla ¡cuán extraño destino el del Presidente Wilson, que deseó dedicar sus esfuerzos a organizaciones y reconstrucciones pacíficas, y vive rodeado de inquietudes y amenazas de guerra!
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INQUIETUDES
16 de diciembre de 1914. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 21 de diciembre, 1914.
CONTIENDA DE UNIVERSITARIOS
Pocos gobiernos alcanzan, en sus gestiones iniciales, triunfos semejantes a los de Wilson durante el primer año de su administración. Rodeado de alto prestigio intelectual, respetado por todos los partidos, apoyado por las Cámaras, Woodrow Wilson comenzó a desarrollar, sin tropiezos, vastísimo plan de innovaciones y reformas. El Congreso se plegaba, dócil, fascinado, solícito, a todas sus peticiones, a todas sus exigencias… Ahora, en el segundo año de administración, han sobrevenido las reacciones. Amigos y contrarios descubren, con sorpresa, que, acostumbrados a la lentitud de las Cámaras de los gobiernos “republicanos”, no se dieron cuenta de la rapidez con que “el Congreso de Wilson” transformaba la faz política y económica del país. Ya era tarde para la acción, pero no para la crítica. Y aunque el Congreso no da signos graves de insubordinación, y todavía las caricaturas lo representan como el niño de escuela a quien el maestro Wilson señala sus deberes, hombres públicos y periodistas emprenden una campaña de censuras a la cual se adhieren, día por día, personajes de importancia. La adhesión más reciente proviene de una de las mayores figuras intelectuales de los Estados Unidos: el doctor Nicholas Murray Butler, presidente de la Universidad de Columbia. En el banquete de “republicanos” celebrado ayer en New York, el insigne universitario dirigió a su no menos insigne colega sátiras amargas, en que no perdonó siquiera los fundamentos teóricos de la política “wilsoniana”. “La Nueva Libertad” —asunto y título de uno de los libros de Wilson, poco anterior a su ascensión al poder—, La Nueva Libertad, dice el doctor Butler, se ha convertido en “la nueva tiranía: brotes de barbarie política templados por hábil retórica”. Para muchos, el actual presidente ejerce sobre las Cámaras influencia de dictador. Quien haya leído con atención el último mensaje —admirablemente escrito, como suyo—, no dejará de advertir el tono conminatorio con que señala al Congreso los caminos que debe seguir. Pero todavía se consuela el doctor Butler pensando que, sin la influencia personal de Wilson, la acción legislativa del in-
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competente grupo “democrático” de las Cámaras hubiera culminado en desastre. En seguida, el rector de Columbia atacó los dos puntos débiles de la administración actual: las relaciones exteriores y el programa naval y militar. En este gobierno, laborioso y activo, Bryan, según los censores (el New York World, pongo por caso), ha sido la excepción, ha dado el mal ejemplo: es el Secretario que se ausenta de sus oficinas con frecuencia y sin motivo; el que, entretenido en viajes y discursos, nunca ha llegado a definir las líneas de una verdadera política internacional. El watchful waiting en el caso de México, opina Butler, se ha convertido en confusión y desacierto, y no se ha impedido la explotación, el “saqueo”, del servicio diplomático. ¿Alusión al caso reciente de Santo Domingo? Los censores esperan que, para 1916, el país se habrá convencido de los errores de la administración “democrática”. Entre tanto, el Ejecutivo parece buscar nuevos derroteros, y tal vez sorprenda a sus críticos con rápidas evoluciones que le valgan triunfos inesperados. Acaso no sea tiempo todavía para hablar, como ya lo hace la New York Tribune, del “crepúsculo de Wilson”. 18 de diciembre de 1914.
E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 23 de diciembre, 1914.
LOS DERECHOS DE LA PAZ
Rodeada de simpatía respetuosa, estimulada por el interés y la atención del público, inicia sus labores la Comisión a quien se encomendó dar forma a los múltiples deseos y a las imperiosas necesidades de protección y defensa económica y política que agitan a las naciones del Nuevo Mundo frente a la actual guerra europea. No hay sino aplausos para las gestiones que dieron por resultado la reunión de los representantes de toda la América y el nombramiento de la comisión de estudio: universalmente se reconoce que la América Latina, al aprestarse unida y generosa a sostener los derechos de la paz y el trabajo frente a la guerra y la destrucción, ha conquistado puesto singularísimo, de alta significación moral, en el escenario político del mundo. Pero la generosa actitud parecía destinada a tropezar con una dificultad gravísima: ¿qué disposiciones, qué reglas, podrían adoptarse, cuya amplitud, cuya eficacia no hubieran de ser destruidas por la injerencia de naciones beligerantes? Los proyectos de que hasta ahora se hablaba, conocidos del público en sus líneas generales, parecían útiles solo para resolver problemas parciales... Pero apenas ha iniciado la Comisión Panamericana sus labores, y ya corren por los círculos oficiales augurios de éxito. Aunque la prensa nada dice aún, el tema principal de comentarios, hoy, ha sido el informe enviado por el gobierno de Venezuela. Según mis noticias, este informe contiene el proyecto más amplio que hasta ahora se ha formulado en torno al problema de la neutralidad americana. Si se realizara, vendría a cambiar fundamentalmente las reglas del contrabando, fuente primordial de los perjuicios que sufre el comercio en toda guerra. Como el desarrollo de la invención en las artes destructoras va abarcando campos cada vez más extensos, y la suspicacia de los países en guerra descubre cada día más peligros, las disposiciones sobre contrabando, en el actual conflicto, hieren al comercio por mil lados y atacan no pocos negocios pacíficos. Inglaterra, ya se sabe, discurre siempre peculiares exigencias. El proyecto venezolano (que hace honor al país donde nacieron juristas como el universal Andrés Bello y diplomáticos como Fermín Toro)
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LOS DERECHOS DE LA PAZ
pide la unificación de las reglas del contrabando y atribuye la primera voz en el asunto a los países neutrales. El modo de llevarlo a cabo sería, una vez que la Unión Panamericana lo aceptase y fijara las líneas generales de la reglamentación definitiva, reunir en congreso a todas las naciones neutrales del mundo, y cuando éstas llegaran a un acuerdo, hacer que lo aceptaran los países ahora en guerra. A éstos, probablemente, se les convocaría después a nuevo congreso. La amplitud del proyecto, cualquiera que sea su éxito final, revela que la América Latina es capaz de encontrar numerosas rutas jurídicas. Acaso de los esfuerzos de la política internacional panamericana surjan principios que aseguren los derechos de la paz. 17 de diciembre de 1914 E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 24 de diciembre, 1914.
LA RESURRECCIÓN DE LA DANZA
Washington no es capital privilegiada en espectáculos teatrales: se contenta con migajas del banquete neoyorquino. Pero, como toda ciudad donde asumen papel directivo elementos extranjeros —los del mundo diplomático—, patrocina los conciertos: gran público acude siempre para escuchar los programas sinfónicos, o de Heder, o la música de cámara, o para admirar las nuevas danzas, ya que, gracias a Isadora Duncan y a los artistas rusos, el baile vuelve a su excelsa altura, a la plenitud de su significación estética. Ya sabéis cómo, abandonando la tradición del ballet, académico, monótono, vacío; saliéndose de los límites que le imponía la interpretación de los ritmos populares, pasto de la curiosidad sensual a menudo disfrazada de interés “folklórico”, la danza ha emprendido la conquista de todas las cumbres de la expresión estética. Pide a Botticelli o a Ticiano la imaginería simbólica de la primavera o del otoño; o a las figuras del vaso griego, hijo de Atenea y de Dionisos, su graciosa geometría; o a la decoración arquitectónica de Persia, o de Asiria, sus estilizaciones hieráticas. Busca el alma del minué, los secretos sociales de la pavana y la gavota, en la comedia del siglo XVIII; pero no retrocede ante los sutiles ensueños del fauno de Mallarmé. Interpreta la emoción lírica1 de Chopin; y no se arredra ante la suprema arquitectura de ritmos e ideas trascendentales, la sinfonía de Beethoven. ¿Llegará a darnos, con “el canto de la danza”, el sentido de “la profunda eternidad”, de Zaratustra? Su mayor triunfo es su virtud propia, no prestada. Nunca nos hace pensar en el problema de la “fusión de las artes”. Es arte fundamental, independiente (los griegos lo sabían): si pide ideas, recursos, apoyos, a otras artes, es para someterlas a su dominio. En el drama musical de Wagner, el espíritu, el drama, está en la música: aunque nada empece, sino que ayuda, la excelencia del drama poético. La danza moderna, En la copia de este artículo en el Archivo de PHU se agrega a lápiz “emoción”. N.d.e. 1
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aunque reciba inspiraciones de la representación plástica inmóvil, aunque pida ideas a la poesía y aun a la filosofía, aunque se apoye inevitablemente sobre la música, posee su espíritu propio. Es el arte del ritmo como expresión por medio2 del cuerpo humano en movimiento. Su secreto es presentarnos la sucesión rítmica de movimientos y actitudes como armonía necesaria, como espontánea síntesis, como esencia perfecta de los ritmos vagos y confusos de la vida. El pastor, el campo, como símbolos de la existencia simplificada hasta sus notas fundamentales, como tipos de la lógica elemental de la naturaleza, atrajeron siempre la imaginación del artista. Teócrito, invencible en la ternura honda y delicada, creó el pastor de idilio: idealizó, no falseó, el de las campiñas sicilianas. Sus pastores son los Benjamines de la familia juvenil del arte griego: recordad sus antecesores más cercanos, si no queréis remontaros a los triunfadores que cantó Píndaro, a las figuras de Mirón y Policleto: recordad los jóvenes de Platón, con su dulce entusiasmo —Charmides, Lysis, Hipócrates, hijo de Apolodoro; el virginal Hipólito de Eurípides; los dioses amables de Praxiteles. Pero siglos antes de que Teócrito diera voz a la inquietud romántica del pastor, el poema hesiódico cantaba el campo: el campo con sus labores, con sus días propicios y sus horas rudas. Allí nace otra fuente de poesía: vigorosa, sencilla, “clásica”. Pero ¡cuán otras las interpretaciones del campo y del bosque, del pastor y de su vida, en la pintura: desde las concepciones decorativas del Renacimiento italiano hasta el moderno paisaje, expresión de relaciones de color! La Sinfonía Pastoral de Beethoven abre mundos nuevos: descubre los ritmos interiores de la vida campestre. ¿No los revela también la Octava Sinfonía? Dijérase un himno primaveral, con la maravillosa y alada ligereza de la vida que renace, torrente lírico como el canto de la alondra de Shelley. Dos motivos sintetizan, en la danza, la existencia pastoril: el juego, la persecución. Ninguna otra arte sabría desenvolver con igual amplitud estos motivos; ninguna alcanzaría a mostrar, con tan espontánea sucesión de ritmos, cómo el juego se va convirtiendo en persecución. Ved ahora la interpretación del Otoño —la bacanal de Glazunof, bailada por Anna Pavlova y Volinine. Comienza en persecución y acaba en muerte. El pastor ansioso, lleno del delirio con que se persigue el 2
En el recorte del Archivo PHU se agrega “por medio”. N.d.e.
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tesoro próximo a desaparecer, corre tras el alma de la floresta: la perseguida deja escapar de su seno, como grandes gotas de sangre, flores purpúreas. Cuando el pastor, al fin, la retiene, la vence, desmaya y muere... Si queréis medir la significación de la danza cuando se interpreta como expresión de vida, en que cada movimiento sucede, en armonía necesaria, al anterior, cambiad totalmente la escena: abandonad la danza simbólica y observad el baile usual, hecho arte. Los artistas rusos nos bailarán la gavota: no preocupados por la “exhibición”, ni empeñados en sonreír al público, sino entregados a sí mismos, libres, humanos, como los danzantes de sarao. El baile es, entonces, la más sencilla y natural expresión rítmica, la síntesis más graciosa de la actividad social en cortes y salones. Descubrimos su parentesco con la comedia; pensamos en Marivaux. ¿Aquella figura, fina y esbelta, no es Araminta? No, de seguro no tiene su sagesse calculadora; debajo de las ondas rubias que forman arco sobre su leve sonrisa, hay acaso más de una tragedia. “El alma eslava...” El alma eslava, en verdad, nos ha dado esta resurrección de la danza. Y también una hija de estas tierras. Alabemos a la Pávlova y a Nijinski. Y digamos también con Darío: “Alaba, oh musa, a Isadora, la de los pies desnudos”. Diciembre de 1914. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
El Heraldo de Cuba, 25 de diciembre, 1914. PHU publicó luego una versión en inglés de este texto, donde se suprime el primer parágrafo y se realizan algunas modificaciones: “On the dance”, en 1918; véase el volumen 6, 1911-1920: III, pp. 441-443. Gracias a D. Alfredo Roggiano por la indicación de los cambios en esta versión inglesa.
INGLATERRA, AYER Y HOY
Robert B. Mantell, que acaba de presentarse ante el público de Washington con repertorio shakesperiano (Hamlet, Lear, Macbeth, Romeo, Shylock, Juan sin Tierra), es actor de buena fama y buena escuela. Es de los discretos. No es de los escogidos que señorean la cumbre del arte escénico: la perfecta interpretación de Shakespeare. Su Hamlet palidece frente al incomparable de Forbes Robertson. Su Shylock se inclina ante la sombra excéntrica de Sir Henry Irving. Además, sus acompañantes son mediocres, y no podría pedírseles las excelencias de conjunto, los raros y difíciles triunfos que todo observador asiduo del arte teatral guarda avaramente en su memoria: tales, el Julio César, interpretado por la compañía de Richard Mansfield, o el As you like it, al aire libre por el grupo de Ben Greet. Finalmente, como Washington es, en cuanto atañe a teatros, “provincia”, los arreglos, o reducciones, o “versiones” de los dramas son extraordinariamente irrespetuosos para Shakespeare. Es verdad que parecen aceptables si se les compara con las pavorosas “versiones” de los actores italianos: de las palabras de Shakespeare, de aquel maravilloso manto purpúreo de endecasílabos constelado de resplandecientes metáforas, no quedan ni andrajos; el drama se reduce a frases elementales y a la tosca materia del cuento primitivo, y ya sabemos que éste, pocas veces fue invención de Shakespeare: por donde venimos a ver en escena poco más que el Romeo y Julieta de Luigi Bandello da Porta, o el Hamlet de Saxo Grammaticus, con la adición única del manoseado monólogo. Recordad, si no, el monstruoso arreglo del Mercader de Venecia, que ofrecía Novelli. La porción más interesante del repertorio de Mantell es El Rey Juan, tragedia raras veces representada. La “versión”, obra de William Winter (¡desconfiad de los críticos académicos!), reduce el drama a menos de su tercia parte; y todavía Mantell hubo de hacerle cortes, porque la representación duró menos de tres horas. Así se redujo a quince minutos el acto segundo, amplia rapsodia épica, pintoresca y animada, con sus “alarmas y excursiones”, con sus versos resonantes de voces de
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clarín y notas de campanas. Y de los monólogos y discursos del Bastardo Faulconbridge, poco quedó. Pero como todo drama de Shakespeare, aun destrozado, alecciona y estimula, el Rey Juan de Mantell (aparte los buenos momentos del actor principal, como la escena en que el Rey encomienda a Hubert la muerte del príncipe Arturo), pudo servir para reanimar el interés que despierta Faulconbridge, el hijo ilegítimo de Ricardo Corazón de León. Para los lectores y espectadores de hoy, especialmente para los de 1914, testigos de esta guerra que incita a discutir el concepto de cada nacionalidad, el interés mayor del Rey Juan no está en el contradictorio monarca, cuyo más famoso conflicto, el de la Carta Magna, no aparece allí; no en el pathos del príncipe Arturo y su madre Constanza, hermana de la Hécuba de Eurípides; sino en el Bastardo. Faulconbridge, el personaje más “individualizado” de la tragedia, y al mismo tiempo el que asume la voz de comentario y los sentimientos leales del coro griego, es Inglaterra, es “el inglés”. No es un retrato idealizado, como los grandes personajes históricos de Macaulay; ni una sátira, como el egoísta de George Meredith; ni una caricatura, como los ingleses típicos de Bernard Shaw. Es John Bull mismo, dice Brandes. Es uno de los ejemplos más asombrosos del retrato “fiel”; y nada sorprende tanto como el equilibrio y la serenidad, la “imparcialidad” de su dibujo. Faulconbridge no es “intelectual”: su inteligencia es práctica, y domina cuanto se propone entender. No es puntilloso en cuestiones morales, pero es honrado—toscamente honrado1—, y sabe descubrir derechamente el bien o el mal donde espíritus más sutiles se pierden en distingos. Energía y honradez, las dos cualidades de la raza inglesa, según Matthew Arnold, son las suyas. Y, como Inglaterra, apoyará malas causas a sabiendas, si así lo exige la defensa de la causa central y superior. Tomará el partido del éxito, instintivamente convencido de que, a pesar de sus injusticias, es, además, el partido del bien. ¿No era Shakespeare, pues, sino tibio amador de su tierra? De su amor no hay duda; pero no se muestra en el grado de la pasión.
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En el recorte del Archivo de PHU, agregado a lápiz. N.d.e.
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Faulconbridge, resumen espiritual de su patria, fue creado sin rencores, pero sin profunda simpatía. Su creador se nos revela crítico de la psicología de los pueblos, y se adelanta al esfuerzo de introspección nacional que anima el movimiento ideológico de Inglaterra durante el siglo XIX y que en el siglo XX se ha hecho más agudo. Los representantes de esta crítica reciente, exacerbada ya, deben sentir, como el poeta Masefield, cierta aversión hacia Faulconbridge, antes aplaudido como encarnación de la lealtad inglesa: curioso ejemplo de cómo este fiel retrato se atrae la admiración de los optimistas y la antipatía de los innovadores, de los reformadores. Faulconbridge, es verdad, nada tiene de afín con el espíritu de los grandes idealistas y los grandes agitadores de su patria: representa el común pensar y sentir, las virtudes comunes. Pero éstas son, a menudo, las que hacen papel en la política insular; y con ellas, y a pesar de sus torpezas, Inglaterra ha salido avante. ¿Habrá acertado Faulconbridge en 1914 con el partido del éxito y a la vez con el partido del bien? Washington, diciembre de 1914.
El Heraldo de Cuba, 26 de diciembre de 1914. Nota al margen del recorte de este artículo en el Archivo de PHU: “La segunda parte de este artículo se publicó en Vida Moderna, de México, en junio de 1916”. N.d.e.
VIOLACIONES A LA NEUTRALIDAD E L CASO DE C OLOMBIA Y EL E CUADOR E L CAPITÁN J ACOBSEN MIENTE 1
Colombia y Ecuador están en peligro de verse envueltas en grave complicación con los aliados, por lo menos con Inglaterra, con motivo del auxilio ilegal que han prestado a Alemania en sus operaciones navales contra aquéllos. Los actos consignados con carácter descargos en la comunicación dirigida por el Foreign Office al Gobierno de los Estados Unidos y manifestados ante la Cámara de los Comunes por el ministro de relaciones exteriores, constituyen, de ser ciertos, flagrantes violaciones de neutralidad. A Colombia se la acusa de haber permitido la instalación en su territorio de una estación inalámbrica de alta potencia que ha servido para trasmitir mensajes a barcos de guerra alemanes en el Pacífico. Esa estación está bajo el control de telegrafistas alemanes, no obstante de haEste texto apareció sin firma en la sección “Desde Washington” de la edición del 8 de diciembre de 1914. Las razones que inducen a pensar que fue escrito por PHU parten en primer lugar de que en ese momento, y de acuerdo con lo que sabemos, él era no solo el único titular de esta sección sino el único corresponsal en Washington de El Heraldo de Cuba. Por otra parte, y a pesar de que se trata de un texto informativo acerca de un hecho de actualidad y no propiamente de un comentario, lo que define su inmediatez, el texto contiene algunos rasgos del estilo, y aun de los enfoques temáticos, que el corresponsal exhibe en el resto de sus despachos desde Washington. Asimismo en la cronobibliografía de Emma Susana Speratti Piñeiro, que ha servido como fuente de consulta en la recuperación de estos textos, se relacionan 46 envíos, de los cuales la revisión de Heraldo de Cuba arrojó solo 44, firmados por su autor con su nombre o bajo seudónimo. Pensamos que el presente podría corresponder al 45, mientras que el 46 de la colección sería “La inmigración”, que según la cronobibliografía fue escrito el 30 de enero de 1915 y enviado al periódico, pero no aparece publicado. Con esta advertencia, y en el entendido de que alguna pesquisa futura pueda establecer mayores datos sobre la autoría del texto, insertamos “Violaciones a la neutralidad” en la secuencia correspondiente a la fecha en que apareció. [Nota de Minerva Salado, en la edición de Desde Washington, p. 60, F.C.E., 2004]. 1
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ber protestado en varias ocasiones contra el empleo de éstos el Chargé d’Affaires británico. La Inglaterra y Francia se han dirigido en forma cortés al Departamento de Estado en Washington, interesando que emplee su influencia para impedir el uso antineutral de esos instrumentos, y que los vapores alemanes en puertos colombianos, valiéndose de sus equipos inalámbricos, establezcan comunicación con las unidades de la armada alemana en el Pacífico. Lo más que podría hacer en la materia la administración americana sería dar cuenta de esas quejas a los ministros peruano y ecuatoriano en Washington, agregando que es tan solo el interés en el bienestar de esas repúblicas lo que motiva la expresión de una esperanza de que no se repitan los actos causantes de la protesta. Esto, según Mr. Richard Lansing, letrado consultor del Departamento de Estado, es lo más que cumple en el caso a los Estados Unidos, puesto que la violación de la neutralidad por esos dos países no concierne a Washington. Se ha insinuado oficialmente que el gobierno de Francia y el de Inglaterra adoptarán para con Colombia y Ecuador todas las medidas necesarias para su protección contra esos abusos. Si auxiliaran en efecto a Alemania esos dos estados sudamericanos, cometerían deliberadamente un acto de hostilidad contra los aliados, y éstos, dice el consultor del Departamento de Estado, “estarían en su derecho, desembarcando y destruyendo sus estaciones inalámbricas, o asegurándose sumariamente contra nuevas violaciones por parte del Ecuador. Nada en las previsiones de la Doctrina de Monroe o en la política nacional de los Estados Unidos, añade, faculta a éstos para mediar en otra forma que con el carácter de consejeros. Esos dos países tendrán que sufrir las consecuencias de sus actos, y si se demuestra positivamente que la Gran Bretaña o Francia han sido perjudicadas por su actitud antineutral, tendrán que hacer la reparación exigida”. El Gobierno de Chile sabiamente ha resuelto, sin indicación extraña, poner fin cuanto antes al uso airado de su territorio por Alemania. Se ha probado oficialmente en Santiago que barcos de guerra alemanes se han valido a su antojo de las islas Juan Fernández como base naval, apropiándose carbón y provisiones de boca allí y echando a pique un buque mercante francés a media milla de la costa chilena. Chile ha en-
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viado varios barcos de guerra suyos a esas islas para hacer respetar las obligaciones neutrales, y, según el derecho internacional, está autorizada para exigir una satisfacción a Alemania. Entre tanto, los Estados Unidos ven sus intereses y derechos directamente envueltos en el caso del vapor Sacramento. Este buque se llamaba antes Alexandria, y pertenecía a la línea hamburguesa americana. Fue abanderado con bandera americana en San Francisco, bajo la nueva ley de registro marítimo, habiéndose reorganizado dicha compañía para ajustarse a la nueva ley. Salió de San Francisco recientemente en dirección de Valparaíso, conduciendo 6 000 toneladas de carbón y alimentos. Llegó a dicho puerto sin su cargamento, y su capitán, el señor Jacobsen, explicó que había sido apresada su embarcación por un crucero alemán y llevada a una de las islas Juan Fernández, donde fue trasladado a un barco de guerra alemán todo su cargamento. Se pueden dar dos explicaciones del incidente, y ambas envuelven posibilidades desagradables. Si el cambio de bandera se hizo con malicia, y el propósito fue llevar el carbón y las provisiones a los barcos de guerra alemanes en el Pacífico, se engañó miserablemente a los empleados del gobierno federal en el puerto de San Francisco. Si el buque se abanderó como americano de buena fe, el hecho de apresarse por Alemania un barco salido de puerto americano en dirección a un puerto neutral plantea una cuestión, ineludiblemente, a los Estados Unidos. En el Departamento de Estado, merced a informes confidenciales, se ha llegado a la conclusión de que el capitán Jacobsen ha mentido, siendo así que no hubo tal coacción naval alemana. Sin habérsele dado órdenes en ese sentido por los consignatarios, Jacobsen cedió voluntariamente el cargamento al barco de guerra alemán, y una de las circunstancias más recriminatorias para él es que compró ese cargamento en San Francisco a razón de ocho pesos por tonelada, cuando a ese mismo precio lo habría tenido que vender en Valparaíso; todos los indicios justifican la sospecha de que él vendió las 6 000 toneladas que formaban su cargamento, alcanzando grandes ventajas con la transacción antedicha.
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La responsabilidad que cabe a los Estados, Unidos, por tratarse de un barco americano despachado en un puerto americano, no halla atenuante en el hecho de que el capitán culpable sea alemán de nacimiento.
El Heraldo de Cuba, 8 de diciembre de 1914.
LA TEMPLANZA OBLIGATORIA
Acaba de terminar una de las sesiones “históricas” del Congreso de los Estados Unidos, celebrada entre la febril expectación de vastísimo público —el máximum tolerado de las galerías de la Cámara de Representantes, cuyos arcaicos guardianes impiden invasiones excesivas, manteniendo así una plausible y saludable excepción en este país de multitudes. Los representantes del pueblo discutieron durante nueve horas, y luego dedicaron dos a votar el proyecto de adición o “enmienda” constitucional (Amendment) del capitán Hobson, mediante la cual quedarían prohibidas la fabricación, exportación, importación y venta de bebidas alcohólicas en todo el territorio nacional. Nueve horas y cincuenta discursos de los típicos en esta Cámara: sin pretensiones de brillantez literaria; sin exceso de teoría jurídica; breves los más (de cinco minutos) y encaminados directamente al estudio del problema en sus aspectos prácticos, humanos, sociales. El héroe del día ha sido Hobson, a quien varios representantes cedieron sus turnos para que contase con media hora: el célebre personaje de la hazaña del “Merrimac”, al abandonar la marina, se entregó a la política, y en pocos años se ha convertido en una de las figuras salientes del Congreso. Es hoy uno de los oradores más aplaudidos; y dentro de los sencillos métodos dialécticos de estas Cámaras, resulta uno de los más hábiles, animados y aun elocuentes. Hoy alcanzó éxitos ruidosos: principalmente hacia el final de su discurso, cuando se manifestó dispuesto a sacrificar su carrera política al triunfo de su idea y declaró [que] prefería la victoria de la “prohibición” al puesto de Senador y aun al de Presidente de la República. Rápido y eficaz en las interrupciones e interrogatorios, alcanzó un éxito humorístico contra Mann, su principal contrincante, cuando éste propuso, para la confirmación del proyecto de ley por los Estados, el sistema de convenciones especiales en sustitución de las legislaturas existentes. A la oferta del Representante de Illinois contestó Hobson con la cita clásica, traduciéndola al inglés: “Temo a los griegos y a sus dones”. La proposición de Mann, ya se comprende, quedó derrotada por 210 votos contra 176.
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LA TEMPLANZA OBLIGATORIA
El proyecto de Hobson alcanzó ligera mayoría en la votación (197 contra 189); pero, por su carácter constitucional, necesitaba el voto de dos tercios del Congreso y la posterior aprobación de tres cuartas partes de las legislaturas locales; volverá, pues, a discutirlo la Cámara recién electa. El triunfo ha quedado pospuesto; pero cabe darlo por cierto para el futuro próximo. De cualquier modo, la rapidez con que la idea de la “prohibición” se ha extendido entre los miembros de las Cámaras y la anterior conquista de catorce Estados, hoy “secos”, demuestran que la opinión general apoya el singular movimiento en pro de las buenas costumbres. Los Estados Unidos serán la primera nación que se atreva a dictar, para todo su territorio y para toda ocasión, la puritana ley de templanza. No falta razón a quienes estimen que, técnicamente considerada, la “prohibición” es problema que concierne a los Estados y quizás a los municipios: es una ley sobre las costumbres, y pertenece, como dicen sus opositores, a la legislación de “policía”, de orden interior y local. Técnicamente, pertenece más al orden constitucional la cuestión del sufragio femenino. Pero asimismo es cierto que, sea cualquiera el carácter de un problema social o político, una vez que adquiere importancia grande, “nacional”, tiende a caer dentro del círculo de las cuestiones constitucionales. A lo menos, nada impide al Congreso estimarlo así; y por tal manera, la prohibición de la embriaguez vendrá a significar una novísima especie de “garantía constitucional”, protectora del individuo y de la sociedad contra males que no asumen la forma de atentados o violaciones concretas contra los derechos fundamentales, pero que consumen, como larga dolencia, la vida del pueblo. Nada más extraño, a nuestros ojos hispanoamericanos, que este movimiento cuyas rígidas exigencias morales no están exentas de amenazas contra la tranquilidad y la libertad de acción del individuo. Nada más innecesario, tampoco, para la mayoría de nuestras repúblicas, donde el clima es la mejor ley de prohibición, o, si se quiere, de templanza. Pero los norteamericanos no se equivocan en el estudio de sus males interiores, y acuden a remediarlos con legislación rara, inconcebible en otro pueblo, radical, probablemente torpe y de seguro molesta. Así y todo, el pecador es quizás quien más instintivamente descubra su camino de salvación. Y éste, ya se sabe, no es precisamente camino de flores. 22 de diciembre de 1914. El Heraldo de Cuba, 28 de diciembre, 1914.
EL DOMINIO DE LOS EMPLEOS PÚBLICOS
¿Quién es el dueño de los empleos públicos: el Ejecutivo o el Senado? El problema no es desconocido en Cuba: allá, como aquí, por semejanza de preceptos constitucionales, una parte del ejército burocrático recibe nombramientos del Presidente de la República con intervención del Senado (“with advice and consent of the Senate”, expresa la Constitución de los Estados Unidos). En Cuba se dice que los senadores suelen considerar esos puestos como “protectorados” suyos, y no solo como “esferas de influencia”. Aquí, al contrario, prevalece la opinión de que el presidente ejerce el mayor poder, es el dueño del “patronato”, aunque acostumbre compartirlo con los senadores. Porque él es, de todos modos, quien nombra; y se prefiere complacerle a entorpecerse el camino para influir en las designaciones. Ha sido regla que los presidentes, antes de nombrar funcionarios federales para un Estado, consulten la opinión de los senadores que lo representan, y aseguren así, de antemano, la aprobación de la Cámara Alta. Pero a veces faltan voluntad u ocasión de someterse a esa regla puramente consuetudinaria. Durante los recesos de las Cámaras, no siempre es fácil comunicarse con los senadores; y en general, por otras causas, pueden faltar oportunidades para los complejos trabajos y juegos de influencia que deben preceder a los nombramientos. Además, se da el caso de que el presidente se decida a proceder, de manera deliberada, contra la opinión de los senadores. El Senado, cuando no le satisface un nombramiento presidencial, le niega su aprobación. Pero hasta ahora sus oposiciones resultaban, a la larga, ineficaces. El funcionario que ejerce un cargo por designación presidencial cesa en él automáticamente (“por ministerio de la ley”, como se dice en nuestro idioma jurídico), al terminar el período de sesiones del Senado que le negó su apoyo. Pero entonces, el Ejecutivo puede expedirle nuevo nombramiento durante el receso. Cuando las Cámaras vuelven a abrirse, vuelve a presentarse la designación, y el juego se repite. El protegido del presidente continúa, mientras tanto, en funciones.
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EL DOMINIO DE LOS EMPLEOS PÚBLICOS
El conflicto no es nuevo, y se suscitó ya en administraciones diversas con Garfield, con Cleveland, con Roosevelt. Durante los primeros tiempos de la República parece que fue desconocido. “El Senado — dice el New York Times—, era entonces un cuerpo poco numeroso. Los empleos públicos eran pocos, y no muy solicitados; así es que Washington tropezaba con más dificultades para hacer que los hombres aptos aceptaran los cargos que para escoger entre solicitantes, y no había partidos. Increíble parece, pero es cierto, que al principio el “Consejo del Senado”, fue un recurso para estimular a los senadores a buscar hombres aptos. Los tiempos han cambiado, y los senadores también...” Hasta ahora, los presidentes triunfaban en la controversia del “patronato”, aunque a Garfield tal vez le costó la vida el triunfo. Woodrow Wilson, maestro y dominador del Congreso, según los críticos de la administración actual, parecía destinado a vencer en la disputa que acababa de surgir. Pero no hay rebelión como la del sumiso, y a pesar de que el presidente se manifestó conciliador días atrás, el rumor de que recurrirá al expediente de los “nombramientos de receso” ha provocado la irritación de muchos senadores. La situación, hoy, ha llegado quizás a la crisis. Se está pensando ya en dictar una ley que contraríe el subterfugio del “recess appointment”, impidiendo que reciban retribución federal las personas cuyos nombramientos rechace el Senado. El día de ayer fue de graves discusiones en los círculos oficiales; y mientras los senadores, como masa de ejército, sin distinción de partidos, defienden sus derechos de “consejo y aprobación”, y los amigos de ambas partes se agitan procurando conciliaciones, el terco y excitable Secretario de Hacienda, Mc-Adoo, suelta a los vientos su enojo, declarando que los senadores más recalcitrantes son precisamente los que más favores han recibido en cuestión de nombramientos. Como siempre… Entre tanto, el conflicto del “patronato” desvía por ahora la atención que se concentraba sobre el problema de la defensa nacional y los perjuicios del comercio, y adormece momentáneamente la otra tempestad que se cierne sobre el Ejecutivo. Extrañas compensaciones las de la vida pública. 24 de diciembre de 1914. El Heraldo de Cuba, 29 de diciembre, 1914.
VANIDAD NACIONAL
No sé si otros periódicos norteamericanos sostienen hoy, en sus editoriales, la misma tesis que el Post de esta ciudad. Nada de extraño tendría: no en balde el insigne Walkley, crítico del Times de Londres, llama a los Estados Unidos, “la tierra del cakewalk y del Washington Post”. El viejo diario, amigo de predicar acción enérgica y rápida, recoge la versión de que el presidente Wilson se disponía a reconocer como gobierno de la República Mexicana, al grupo que domina en la ciudad de México en lucha contra el grupo que domina en la ciudad de Veracruz. La noticia es a todas luces absurda, y como tal, fue prontamente desmentida por la Secretaría de Estado. Porque, cualesquiera que sean los méritos y las posibilidades de uno y otro grupos, la situación de México está todavía indecisa, y arrojar en la balanza el apoyo oficial de los Estados Unidos no es seguro que significara la rápida pacificación del país, pero sí implicaría el abandono de la actitud prudente que se inició hace poco. El gobierno de Wilson podrá cambiar de política cada año, como dicen sus censores; pero no es creíble que cambie cada mes. El Washington Post sabe y declara, como periódico bien informado, la falsedad de la versión. Pero lo que su sección informativa desmiente como noticia, la sección editorial lo recoge como idea plausible. “Las facciones de México —dice—, han podido continuar su labor destructora principalmente porque los Estados Unidos no reconocen ninguna autoridad central en aquel país. Si este gobierno adoptara una decisión en tal sentido, pronto acabarían los trastornos... ¿Por qué este gobierno no ha de dar un paso para que cambie la situación de México?” Nadie negará que la actitud de los gobiernos de Washington, así como la del pueblo norteamericano de la frontera del sur (dos fuerzas que no obran siempre, ni con mucho, en idéntica dirección), influyen grandemente en los sucesos del país vecino. Pero ¿su influencia es bastante a producir la paz? Los pesimistas dirán que los Estados Unidos pueden coadyuvar en México a la guerra, pero no a la paz. Y es evidente que han influido en la lucha, y que no han logrado poner paz.
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VANIDAD NACIONAL
En los períodos “convulsivos”, más o menos largos, de nuestros pueblos, la paz es un problema infinitamente más complejo que la guerra. Todo estorba para la una, todo excita para la otra. Y toda influencia extranjera tiende a convertirse en elemento de perturbación, no de tranquilidad. La influencia pacificadora, para alcanzar eficacia siquiera mediana, exige dos cosas: conocimiento de las situaciones; lealtad y honradez de procederes. Los gobiernos de los Estados Unidos, cualquiera que sea su grado de honradez (y todos la reconocen en el presidente Wilson), ignoran nuestros modos de ser y la esencia de nuestros problemas. En cambio, sus representantes y agentes, cuando conocen, si no la esencia, el mecanismo de nuestra política, suelen acomodarse a nuestros peores hábitos y asociarse a nuestros hombres menos escrupulosos. Ciertamente, resulta difícil encontrar hombres de altas dotes dispuestos a representar a los Estados Unidos en nuestros países, cuya vida pública goza de triste fama. Pero mientras no se encuentren, fracasará todo intento de influjo benéfico. Nadie más “pacifista” que Bryan. Precisamente, su regalo de navidad a sus amistades oficiales y diplomáticas ha sido un elegante folleto que contiene su “Mensaje de Belén”, glosa del admirable versículo de Isaías: “Convertirán en arados sus espadas”. Pero Bryan parece imaginarse que la idea de paz obra sola, como, según Chesterton, la fe de Macaulay en la arcaica y hoy maltratada idea de “progreso indefinido de la humanidad” le llevaba a creer que los elementos de bienestar se reproducen mecánicamente y que los relojes engendran relojes. Los hombres que Bryan ha escogido para que le ayuden a difundir por nuestra América sus ideas de paz son, a veces, portadores de disensión. ¿Quién no conoce ejemplos? Mientras sobre la ceguera del mundo oficial quizás principia a hacerse luz, que le revela su impotencia actual para terciar en muchos problemas nuestros, la prensa, [más1] ciega todavía, exige al gobierno el retorno a la indiscreta política de intervención continua. Solo la vanidad nacional, después de los recientes fracasos, más o menos bien intencionados, puede seguir atribuyendo a los Estados Unidos el papel de árbitro moral de los destinos de México. Afortunadamente, no es de esperar que por ahora varíe de actitud el gobierno de Wilson. 1
Tachado en el recorte del archivo de PHU. N.d.e.
VANIDAD NACIONAL
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26 de diciembre de 1914. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 31 de diciembre, 1914.
LA PRIMERA REBELDÍA
Coméntase la actitud del Japón como signo de esperanza. La Cámara Popular del Imperio se negó a votar el aumento del ejército, a pesar del estado de guerra, y a duras penas aceptó las adiciones al presupuesto naval. El Japón figura, según las opiniones corrientes, como país “militarista”; y, sin discutir la significación del término ni la exactitud de su aplicación en el caso, sí es evidente que el Imperio ha demostrado extraordinaria capacidad de organización militar, a la cual se añade su patriotismo de carácter religioso, fuente de singulares energías. Pueblo, también, de hábiles políticos, cuya continua e inteligente observación de la vida internacional es un ejemplo que debe señalarse a nuestras incomprensivas y descuidadas naciones de América, aunque no todos los “procedimientos japoneses” merezcan imitarse. Pueblo, en fin, de diplomáticos sagaces, y a la vez enérgicos, para quienes nunca pasa sin protesta una violación, mínima siquiera, de sus derechos. Y es este pueblo, cuya pujanza militar le ha permitido sostener tres guerras en veinte años, el primero en rebelarse contra las imposiciones económicas de la actual. Económicamente, ya se sabe, el Japón no alcanza a competir con los Estados Unidos ni con las grandes naciones europeas; sus riquezas y su producción sufren mayores limitaciones, y sus presupuestos militares y navales se sostienen con esfuerzo formidable. Es verdad que el japonés, cuyo standard of life es menos costoso que el europeo, debe de resultar, como contribuyente, más capaz de sacrificios. Pero, a lo que parece, el contribuyente japonés, agobiado desde la guerra con Rusia, toca ya el límite de su resistencia, y se rebela. La lucha actual, en que el Japón no desempeña el más plausible papel, no despierta grandes simpatías en el pueblo; y la representación política de la vida económica, la Cámara Popular, comienza a negar su apoyo a la aventura. He aquí cómo el país que, por sus tradiciones patrióticas y militares, parecía menos capaz de protestar contra el universal conflicto, es el primero en rebelarse, temeroso tal vez de agotamiento económico.
LA PRIMERA REBELDÍA
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¿Estamos en presencia de un buen augurio? ¿Emprenderán igual camino, por necesidad de vida, otras naciones? Así lo esperan muchos. Aún se cree descubrir signos favorables en el Imperio AustroHúngaro. Pero acaso sea ilusión. Las dos fuerzas que están hoy en lucha, las que obran como centros morales de la guerra, son hermanas, como Eteocles y Polinice. Son implacables, y tal vez combatan, como los hijos de Edipo en las puertas de Tebas, hasta quedar una y otra, vacilantes y agotadas, tendidas a las puertas de la nueva era histórica. 27 de diciembre de 1914.
E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 2 de enero, 1915.
MÚSICA NUEVA
¿Habéis leído las Cartas Finlandesas de Ángel Ganivet? Ganivet, ya lo sabéis, fue uno de los precursores de la España nueva: ideólogo en tierra de oradores, psicólogo de pueblos en época de férreo nacionalismo, mucho sugirió, mucho enseñó. Pero, como todo hombre de transición (si existen realmente períodos de transición, y no se les llama así por falsa perspectiva histórica, según piensa el sutil autor de Cuestiones estéticas), Ganivet participaba, más de lo que él mismo creyera, del espíritu de los tiempos que le precedían. Asombrosamente “europeo” si se le compara con Castelar o con Valera, le faltaron “grados” para llegar al término espiritual en que se halla José Ortega y Gasset, con su septentrional amplitud de horizontes, o el vivaz Salaverría: uno y otro, precisamente, vuelven sobre los problemas que Ganivet agitó en su obra central, el Idearium español. En las Cartas Finlandesas se advierte cómo el autor, aunque admiraba a ratos el espíritu de los pueblos del Norte, y comprendía muchas de sus virtudes, no llegaba al entendimiento total e íntimo: más aún, no deseaba llegar, no procuraba situarse en la actitud espiritual del finlandés, y no desdeñaba juzgar las costumbres y el pensamiento de aquel pueblo con el tono zumbón de Madrid o de Sevilla, con el dejo del chiste local (¡oh Salaverría!) a veces tan plebeyo. Quien haya formado su noción de Finlandia por el libro de Ganivet, imaginará un pueblo de orientaciones extrañas, extraordinariamente serio, y demasiado lógico y mecánico en sus costumbres. Es verdad que en cualquier país donde existan rigores de largos inviernos se observan costumbres semejantes a muchas que Ganivet consideró típicas de Finlandia. Y que muchos modos de pensar y sentir finlandeses no son exclusivamente tales, sino propios de toda sociedad en que influya el espíritu germánico. Aun así, la síntesis de las opiniones del ideólogo español subsistiría: el pueblo es serio, lógico, práctico; no es artista. No he gozado la fortuna de vivir en Finlandia. Pero conozco el Kalevala, restos de informe epopeya, baladas arcaicas que, artificialmente reunidas, asumieron el carácter de gesta mitológica nacional. Ganivet
MÚSICA NUEVA
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habló del poema, pero no hizo de él, como debiera, el núcleo ideal del alma finlandesa. Pueblo “escandinavo” por la civilización, aunque no por los orígenes étnicos, Finlandia poseyó el privilegio del espíritu épico; y los “runos” del Kalevala no significan para él menos que los romances viejos para España. Ellos son las simientes de la tradición artística que en nuestros días florece en el alma musical de Jean Sibelius. La Finlandia severa, metódica, rígida, de que hablaban los viajeros, ¿pudo parecer tierra propicia a la embriaguez dionisíaca de la creación musical? Estamos frente al milagro. Toda revelación estética lo es. Acudís al concierto sinfónico. Pasa Weber, con su animación dramática, su melodía siempre viva, su orquesta rica en color. Beethoven os domina: su sinfonía se eleva, como maravillosa arquitectura espiritual, y cuando cesa, pensáis que asciende, inmarcesible, a la región de los arquetipos, de las formas perfectas... He aquí que llega Mme. Schumman-Heink. ¿Quién como ella, diez años atrás? Todavía quedan tonos cálidos en la voz que fue opulenta; todavía el vigor trágico anima el lamento de Andrómaca, admirable página del injustamente postergado Max Bruch: “¿Por qué esta multitud llena de clamores? En carroza de oro viene el rey de Troya...” Pero la revelación que os espera es Sibelius. Supisteis que su nombre corría entre los mayores: junto a los grandes rusos, junto a Richard Strauss, junto a Claude Debussy. Acaso conocíais su Vals triste, cuyo rumor de ensueño doloroso os persiguió días enteros, o pasajes de su poema Finlandia. Ahora, a plena orquesta, escucháis el poema, el vals, y la leyenda del cisne que nada en el río de la muerte, según el Kalevala. El poema os dirá que los viajeros tenían razón, en parte: el pueblo finlandés es grave y honesto. Las frases solemnes de la música os hablan de sinceridad y energía, de razón y deber. Finlandia es así. Pero la música os habla también de paz severa, de horizontes serenos, de firmes cumbres espirituales. Éste es el pueblo que venció a Rusia con la huelga nacional, sin guerra, sin combates; el pueblo de las madres perfectas (como sus maestros los escandinavos); el país campestre y sano, de muchas vías y de pocas ciudades. Pero en lo hondo, en lo íntimo de su fuerza tranquila, el alma musical y poética del pueblo severo sueña poemas extraños, de trágica dulzura,
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MÚSICA NUEVA
de serena melancolía. Finlandia es también el país de los lagos innumerables y de los inviernos sin sol. Y la profunda y lenta fascinación de los ambientes lacustres penetra en la música de Sibelius. Despierta el rumor de los misterios, el cortejo de los mitos, la poesía pintoresca y triste del Kalevala... Hay aquí audacias, innovaciones, como en Richard Strauss, pero todo se desliza sin estrépito, y podéis olvidaros, sin esfuerzo, de los cánones armónicos. Sibelius, pensáis, es artista más sobrio que Strauss; y acaso más rico en ideas. Os entregáis a la “onda de plata” que fluye. El corno —la voz más melancólica de la orquesta—, canta la canción del cisne majestuoso que nada sobre el río de Tuonela, el reino de la muerte. Murmullos de florestas fantásticas, rumores de lagos invisibles, brotan del violoncelo, de la viola, de todas las cuerdas… El cisne de Tuonela, con su canción lenta y profunda, es la voz íntima, de trágica dulzura, que surge del alma musical del pueblo severo y tranquilo. Washington, diciembre de 1914.
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
El Heraldo de Cuba, 3 de enero, 1915.
¿CUÁL ES EL REMEDIO?
La intervención activa del gobierno de Wilson en los conflictos mexicanos está en suspenso. Ahora sí cabe afirmar que se observa la táctica del watchful waiting. Una que otra advertencia “amistosa” no falta; la información sobre el estado de cosas se mantiene al día; pero la presión sobre la política de México ha disminuido hasta hacerse apenas perceptible para el público. El abandono de Veracruz fue el remedio, “amargo, pero necesario”, con que se puso fin a los males de la intervención ineficaz. Wilson comprendió que la retirada provocaría una tempestad de censuras, y no por otra razón, tal vez, vaciló y tardó, con la esperanza de encontrar pretextos plausibles. No se presentaron, y el presidente optó por el abandono del puerto, sin más explicaciones. El coro irritado de los periódicos, de los hombres públicos, incluso los expresidentes, resonó durante días a través de todos los Estados de la Unión. El presidente y sus secretarios, con asombrosa firmeza, esquivaron las discusiones. Poco después, Wilson se presentaba a leer su mensaje ante el Congreso, y omitía toda mención del problema mexicano. . . Nuevos murmullos y comentarios. Otra semana, y poco a poco fue extinguiéndose la campaña de censuras. El abandono de Veracruz no fue, en sí mismo, el tema de la crítica. Lo fue como símbolo, como confesión de fracaso. Según los redactores de Current Opinion, en su resumen de los juicios de la prensa, difícilmente se tropieza con un periódico que aplauda en su totalidad la política de Wilson en el “Caso México”. Pero cada quien señala soluciones distintas, como en las asambleas de Esopo, y todos se equivocan. La campaña está moribunda, no solo porque el gobierno evitó las disputas, sino también porque los críticos no se ponen de acuerdo. Ni siquiera Roosevelt, con sus cuentos espeluznantes de “horrores de la guerra”, produjo impresión profunda. Pero si la tormenta ha cedido, ráfagas sueltas soplan por momentos. Ayer, en la Cámara de Representantes, el jefe de los “republicanos”, Mann, de Illinois, habló de la necesidad de “poner remedio a la situa-
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¿CUÁL ES EL REMEDIO?
ción de México, que, desde hace cuatro años, es campo de devastaciones y muertes”. El discurso de Mann, aunque breve, sufrió constantes interrupciones. No siempre es fácil saber quién interviene, porque el presidente, el speaker, rara vez menciona el nombre del representante al concederle la palabra, y se limita a llamarle “the gentleman from New York”, o “from Texas”, o cualquiera otro Estado a que pertenezca. El tiroteo de interrupciones y preguntas es frecuente y rapidísimo, y la prensa pocas veces lo narra con todos sus pormenores. Uno de los representantes de Minnesota preguntó a Mann: ¿Cómo, si van cuatro años de calamidades, nada hizo por remediarlas la administración “republicana”, que terminó en 1913, la administración del Partido en que está afiliado “el caballero de Illinois”? Antes, quizás, habría sido más fácil que hoy. Ahora bien: desde noviembre de 1910 hasta febrero de 1913 hubo en México frecuentes disturbios revolucionarios, pero hubo siempre gobiernos organizados, indiscutibles, y nunca trastornos radicales del orden legal de cosas ni de la vida normal de todo el país. La situación anómala, la difícil y contradictoria, comenzó en febrero de 1913, días antes de que terminara el período gubernativo de Taft. Pero Mr. Mann no se da cuenta de los hechos, y no sabe explicar a su contradictor por qué su Partido, en el poder, se cruzó de brazos. Bien pronto surge otra interrupción. Es un joven representante de Indiana: “Aplaudo las intenciones. Si hay remedio para la terrible situación de México, y ese remedio está en nuestras manos, apliquémoslo. Pero ¿ha encontrado ya ese remedio el caballero de Illinois?” Mann, ahuecando la voz: “No lo he encontrado, pero si yo fuera el Poder Ejecutivo, sabría encontrarlo”. (Aplausos de la minoría republicana). No, representante Mann. “El caballero de Indiana” tiene razón. El remedio no se ha encontrado aún. Y en todo caso, no parece que haya de encontrarse en los Estados Unidos. 30 de diciembre de 1914. E. P. GARDUÑO El Heraldo de Cuba, 6 de enero, 1915.
LOS EMPLEOS Y LA DEMOCRACIA
Complicaciones van y vienen, surgen y desaparecen, pero los problemas subsisten. El “patronato”, el derecho que comparten el Presidente y el Senado de la República sobre las designaciones para muchos cargos federales, está a discusión todavía —aunque relegado a segundo término por la “nota a Inglaterra”—y acaba de reanimarlo con nuevo impulso el ex-senador Bourne. En opinión de éste, el Presidente y la Cámara de Senadores sobrellevan carga excesiva con la obligación de nombrar funcionarios para cerca de 11,000 puestos. La formidable cifra pierde, sin embargo, su aspecto temible si se recuerda que no hay necesidad de extender todos esos nombramientos cada año, ni siquiera cada cuatro años. La condición normal de los puestos públicos es que haya quien los desempeñe; la necesidad de nombrar es la excepción. Pero las excepciones, en sí, forman número crecido. No es fácil que el Ejecutivo y el Senado logren acierto bastante en todas las designaciones; y se ve cómo, en vez del esfuerzo que significaría juzgar cuidadosamente la aptitud para cada puesto, se adopta el sistema de adjudicar los nombramientos como recompensas a servicios de Partido. Mr. Bourne propone resolver el problema confiando a elecciones populares la designación de muchos funcionarios. En realidad, en el fondo de esta cuestión de nombramientos, mezquina al parecer, se agita el problema esencial de la eficacia de los sistemas democráticos. Hay devotos de las ideas del siglo XVIII para quienes el mecanismo de los tres poderes, cuya fórmula se extrajo, extremándola, de Montesquieu, combinado con el mecanismo de las elecciones populares, debe producir, con precisión de relojería, el orden político. Pero todo observador de la historia moderna sabe que ninguna ley ha logrado establecer, pongo por caso, el equilibrio perfecto entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Quien desee conocer aspectos de este solo problema en la América española, lea las magistrales páginas del mexicano Emilio Rabasa, en su libro La Constitución y la Dictadura. La cuestión del patronato, en los Estados Unidos, es vieja ya; y los sena-
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LOS EMPLEOS Y LA DEMOCRACIA
dores se oponen hoy al presidente como hace treinta años. Y si, por una parte, la actual organización democrática de este país es ineficaz para impedir esta posibilidad perpetua de oposición y de conflicto ¿no podrá decirse que también es ineficaz para asegurar la buena selección de los funcionarios sujetos al patronato? Según los unos, es erróneo atribuir a un solo hombre, el Presidente, la capacidad para elegir toda especie de funcionarios. No les falta, en parte, razón. Pero ¿es un Senado, un cuerpo con hábitos de polémica, con divisiones de partidos, más apto para hacer nombramientos? La experiencia dice que no. Ahora tercia el antiguo senador Bourne en favor, no ya del voto de una Cámara, sino de la elección popular. Un periódico, que lo apoya, dice: “Si el pueblo es capaz de elegir un Presidente de la República ¿cómo no ha de serlo para elegir un director de correos?” El argumento es falso. Porque el Presidente de la República no es un funcionario técnico, y no se necesitan conocimientos especiales para elegirlo. El pueblo vota siempre por hombres conspicuos, cuyos méritos y virtudes admira, cuyos actos conoce y cuyas palabras oye o lee (y aquí se estima que las palabras obligan); antes de votar por ellos, sabe que MacKinley inició una ley de efectos económicos ruidosos; y que Taft desempeñó hábilmente cargos difíciles; y que Wilson, junto a su talento de pensador, reveló aptitudes directivas como Rector de Princeton y como gobernador de New Jersey; sabe de memoria la vida y, casi diríamos, los milagros de Roosevelt… Hoy comienza a enterarse, por ejemplo, de que Mr. Herrick fue un admirable embajador en Francia, y a concentrar atención en torno a la brillante carrera de “self-made man” que ha llevado a Champ Clark a la presidencia de la Cámara de Representantes. Pero ¿cómo ha de saber el pueblo qué grados alcanza un hombre en el conocimiento de las tarifas aduanales, o de las reglas de la Convención Postal Universal y el complejo código de correos? No, a medida que el cargo es más técnico, es menor la eficacia de la elección popular para las designaciones. Estas se obtendrían, al cabo, por medio de manejos políticos; y con la desventaja de ofrecer nuevas ocasiones para enredar los manejos electorales. Las mejores soluciones del problema se alcanzarían por dos medios; en unos casos, agregando los puestos a la lista del “servicio civil”, que exige previo examen técnico a los candidatos; en otros casos, delegando en órganos administrativos la facultad de hacer nombramientos. A es-
LOS EMPLEOS Y LA DEMOCRACIA
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to suelen oponerse los defensores de los “tres poderes” clásicos, porque contribuye a minar el sistema; pero ¿no es tiempo ya de ampliarlo? 5 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 9 de enero, 1915.
LA NECESIDAD DEL ÉXITO
Está en Washington ahora la brillantísima actriz Margaret Anglin. Dos obras ha puesto en escena: El abanico de Lady Windermere, de Oscar Wilde, y Medias verdes, capricho ligero y amenísimo del irlandés1 Mason. No cabe parangón entre las dos: la de Mason ni siquiera aspira a figurar como creación literaria; la de Wilde va en camino de convertirse en clásica: no le faltan trivialidades sentimentales, y el asunto mismo es más “sentimental” que dramático; pero está hábilmente “construida”, y los episodios cómicos, que le sirven de ornamentación decorativa, son excelentes. Tipos como la Duquesa de Berwick, maestra en maledicencia con pretensiones morales, son dignos de su abolengo: el teatro de Sheridan, y, ya distante; la comedia de la Restauración. Y la charla de los hombres solos en la casa de Lord Darlington es un triunfo de ingenio: anuncia la comedia de frases, cuyo ejemplar definitivo fue La importancia de ser severo, la obra en que Wilde descubrió nuevo camino.2 La comedia de Mason, sin embargo, desarrolla una interesante observación psicológica, que serviría como tema admirable en manos de mayor artista.3 Celia Faraday pertenece al tipo de la soltera de treinta años a quien se le va agotando la juventud mientras sus hermanas menores se casan. Como la madre de la familia murió tiempo atrás —así lo pide la lógica de la comedia—, Celia asumió desde temprano la dirección de la casa, motivo natural de envejecimiento. En torno de ella se forma la atmósfera de compasión y desdén que acompaña a muchos En el recorte del archivo de PHU se tacha “inglés” y escribe “irlandés”. N.d.e. 2 The Importance o f Being Earnest es el primer ejemplo de la “sophisticated comedy”, ahora tan abundante. (Nota agregada de puño y letra de P. H. U. en un manuscrito de 1944 que obra en nuestro poder). [Nota de Alfredo Roggiano, p. 141]. 3 El problema de la comedia de Mason es uno de los temas de la admirable obra de Synge The playboy o f the Western World. [Nota agregada por el autor en 1944. N.d.A.R.]. 1
LA NECESIDAD DEL ÉXITO
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seres insignificantes. “La pobre Celia”… De pronto, hastiada de la tiranía inconsciente con que la oprimen, Celia decide cambiar de vida, y se atribuye un novio que no existe, inventa una perspectiva de matrimonio. Todo cambia para ella de golpe. Adquiere personalidad. En todos despierta interés: se la atiende; se la cuida; se la liberta de obligaciones domésticas; adopta otra vez los trajes juveniles, y los hombres descubren que es bella, distinguida, ingeniosa… La lógica del teatro exige que el novio ideal se materialice. Pero el desenlace es lo que importa menos. Donde el autor reveló perspicacia es en la situación inicial. Todo observador de la comedia humana sabe que la personalidad de los hombres —fuera de los excepcionales y dominantes— no se forma sólo con las conquistas de la propia voluntad, sino también con las concesiones ajenas, con la ayuda de “las vanidades del mundo”. El moralista tal vez diga que no; y tal ver deba decirlo. La Rochefoucauld, sabedor de la influencia que en las acciones humanas ejercen las pequeñeces del hábito, las pequeñeces del trato social, sabedor de la importancia que tienen la timidez y la pereza, La Rochefoucauld dirá que sí. El moralista clásico, el moralista de tradición socrática y cristiana, desdeña el dato de los influjos favorables del éxito sobre la voluntad. El moralista teme a la sociedad como fuerza modeladora del carácter y exige que toda virtud nazca del solo espíritu individual, fortalecido en la meditación. Contar con la sociedad podría llevarnos a la pendiente por donde se llegaría a predicar las conciliaciones, el acomodo, la sumisión. El éxito vendría a parecer el fin, no el medio. Se haría difícil fijar los límites entre el triunfo merecido y el injusto. Mi amigo Vasconcelos ha escrito páginas elocuentes en elogio del fracaso: el fracaso fecundo, semejante al árbol destrozado pero vigoroso para florecimientos futuros. El éxito es estéril… Sí, el éxito definitivo, el triunfo completo. El esfuerzo, entonces, termina; la actividad se estanca, se paraliza. Toda idea, una vez que llega a su total realización, envejece y suscita su antítesis; ya nos lo dijo la dialéctica hegeliana. Vive la humanidad, vive cada hombre, sustituyendo ideales. Pero el éxito y el fracaso son valores infinitamente variables, para el individuo. Celia Faraday representa el caso típico de la necesidad de éxito. ¿Quién no recuerda seres oprimidos por la tiranía familiar y social, inconsciente pero injusta? ¿No conocemos todos vidas estériles,
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LA NECESIDAD DEL ÉXITO
tímidamente inútiles, sólo porque la opinión perezosa, el mecánico desdén de amigos y parientes les cierran todo camino, les niegan toda autoridad, les impiden todo éxito? En toda juventud ocurre un momento peligroso en que se debe pasar del estado infantil, simbolizado por los diminutivos maternales, a la personalidad adulta. Muchos no la alcanzan nunca, porque les falta vigor para vencer la presión habitual de los mayores y viven en infancia perpetua. Un éxito casual puede salvarlos, libertarlos de la tiranía ambiente, prestarles la autoridad que no supieron conquistar. El moralista clásico atacará el problema en su aspecto exterior: aconsejará, no a la víctima, sino a sus tiranos; pedirá que respetemos a cada quien su personalidad, que reconozcamos a todos sus derechos y no estorbemos su desarrollo. El psicólogo moderno, que ha aprendido con el auxilio de William James el valor de los estímulos espirituales, irá derechamente al oprimido y le dirá: Álzate en rebeldía; no merece respeto el egoísmo inconsciente que bajo disfraz sentimental se nutre de sacrificios humanos. Deja que los muertos entierren a los muertos, como se dice en el Evangelio, donde hay más cosas de las que sueña nuestra filosofía… Y en fin, si no tienes coraje para la rebelión, búscate un éxito; invéntalo, si es necesario; pero, a todo trance, hazte una personalidad. 2 de enero de 1915. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
El Heraldo de Cuba, 12 de enero de 1915.
EL DERECHO AL MILAGRO
Extraños tiempos los que corren. Europa se entrega paganamente a la guerra, según la opinión de quienes piensan que es pagana la guerra y cristiana la paz. Entre tanto, sobre los Estados Unidos soplan vientos de cristianismo arcaico. Yendo de ciudad en ciudad, el Reverendo “Billy” Sunday, predicador evangelista y antiguo jugador de pelota, pretende iniciar el renacimiento de la fe. Inmensas multitudes se aglomeran para oírle —entre veinte y treinta mil le escucharon el domingo 3 en Filadelfia—, y sobre ellas descarga el extraño predicador sus tempestades de palabras, gritos, saltos y gesticulaciones. Su lenguaje originalísimo asombra y divierte: es una mezcla de metáforas bíblicas y expresiones populacheras, arrancadas al slang de la calle y del terreno de base ball. No por diversión rodean a Sunday las multitudes: este pueblo toma en serio su religión —sus religiones—, y no se avendría a convertirlas en asunto burlesco. Si los partidarios de la alta teología y del sermón clásico protestan, los oyentes del evangelista, en su mayoría, creen que esta predicación producirá efectos benéficos sobre el país. Y Sunday, entre tanto, conversa con grandes financieros; celebra entrevistas con Bryan, habla con Taft, y hasta piensa visitar al presidente Wilson. Pero otro suceso, no menos extraño, de origen religioso, acaba de ocurrir en Washington. Mientras Sunday desata sus iras contra la sociedad corrompida, contra la disipación mundana, contra la política deshonesta, contra la tiranía del alcohol, y pretende abrir las sendas de la nueva fe y la nueva virtud, el senador Works, de California, defiende en la Cámara Alta el derecho de los creyentes en la “Ciencia Cristiana” a ejercer la medicina. Mr. Works es un senador estimado; anciano ya, carece de voz, pero su palabra es ingeniosa, su dialéctica es hábil, sus actitudes son reposadas. Durante dos sesiones habló contra el Servicio de Sanidad de los Estados Unidos, acusándolo porque patrocina exclusivamente un sistema médico (la “alopatía”, es decir, la medicina oficial de todo el mundo civilizado) y hace la guerra a todos los demás. Entre “los demás” se
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EL DERECHO AL MILAGRO
cuenta, naturalmente, la homeopatía; pero el senador Works se ocupó en defender, no la ciencia de Hahnemann —que cura con remedios materiales, con drogas, aunque mínimas—, sino la “Ciencia Cristiana”, que cura espiritualmente. En rigor, piensa que debe concedérsele oficialmente el derecho de hacer milagros. Porque estas curaciones espirituales se llamaban, en los antiguos tiempos del cristianismo, milagros. Generalmente se estima que el milagro ha desaparecido de la vida moderna. Renán declaró que nunca los hubo, y que nadie los ha visto; porque el testimonio de la Edad Media no tiene, en el orden científico, más valor que el de los campesinos ignorantes de nuestro siglo. La psicología, por su parte, deshace multitud de milagros, explicándolos como efectos de sugestión. Pero he aquí cómo el milagro reaparece, tomando ahora el nombre de ciencia: la “Ciencia Cristiana”, cuya fundación se debe a Mrs. Eddy, no es sino un método para hacer de la fe el recurso supremo en toda ocasión de la vida. La fe salva; la fe cura. Los devotos de esta religión se equivocan: su doctrina no es una ciencia; es una metafísica, una filosofía trascendental, con aspectos místicos que no carecen de interés. Y como filosofía es de las más audaces: llega a osadías de negación que se acercan a las del budismo. Quien conoce la filosofía moderna sabe que una gran parte de los pensadores se detienen ante el problema del mundo exterior y no se atreven a afirmar nada sustancial y definitivo fuera de nuestras percepciones. Pero la percepción, en sí, es el dato indiscutible; y la sensación, como parte de la percepción, también. Los “científicos cristianos” no solo niegan la materia, —nada de nuevo tendría—, no solo desdeñan el mundo exterior, como apariencia, no solo afirman que todo es espíritu, “espíritu en la divinidad”, sino que, implícita o explícitamente, niegan la sensación. La sensación no tiene valor alguno (¡manes de Locke y de Condillac!); es un engaño, es una ilusión. La sensación no existe; el dolor no existe; la enfermedad no existe. El alma, sobreponiéndose al engaño del dolor, venciéndole por la oración, destierra toda enfermedad. El mal no existe tampoco, porque es una negación: ya lo decía Epicteto. La “Ciencia Cristiana” ha “curado” miles y miles de personas. ¿A qué dudarlo? Si todos pudiéramos creer que el dolor no existe... 7 de enero de 1915. Heraldo de Cuba, 13 de enero, 1915.
LA ILUSIÓN DE LA PAZ
La sombra de la guerra se extiende, como noche polar, sobre el mundo. Los pueblos, sobrecogidos, se preguntan cuándo cesará este azote de la civilización. Tímidamente, se ensayan conjeturas. El predominio de los más fuertes... La influencia de los neutrales... Las prédicas de paz... Las necesidades económicas… Ninguna ilusión más frágil que la paz fundada en la prosperidad material. La economía política, de Adam Smith a Karl Marx, exageró la importancia de su asunto: la vida social parecía gobernada por motivos económicos. El “materialismo histórico” demostraba que en el fondo de todas las revoluciones se descubrían problemas de distribución de la riqueza. Y ¿quién lo duda? Todo problema social implica problema económico; pero no solamente económico. He ahí el caso de México. ¿Quién, al conocer el México de años atrás, con su apariencia de organización definitiva, no pensó que los intereses económicos impedirían, si no toda revolución, al menos el estado de revolución constante? El acelerado triunfo del movimiento de 1910, y la rapidez con que todo pareció volver a su orden normal, alterado apenas, pudieron tomarse como demostración de que se imponían las fuerzas económicas. Pero después… Hace veinte años, en admirable página de Intenciones, decía Oscar Wilde (cuya moda va pasando sin que sus admiradores hayan sabido, por lo general, llamar la atención sobre su mejor libro): “Los economistas de la escuela de Manchester quisieron llegar a la realización de la fraternidad humana demostrando las ventajas comerciales de la paz. Quisieron empequeñecer el maravilloso mundo convirtiéndolo en mercado para la oferta y la demanda. Se dirigieron a los instintos bajos, y fracasaron. Guerras tras guerras se sucedieron, y el credo del negociante no evitó que Francia y Alemania chocaran en lucha sangrienta. Otros, ahora, tratan de apelar a las simpatías, a la mera emoción, o a los dogmas superficiales de vagos sistemas de moral abstracta. Fundan sus Sociedades de Paz, tan caras a los sentimentales, y
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LA ILUSIÓN DE LA PAZ
presentan sus proposiciones de Arbitraje Internacional, tan populares entre quienes no han leído la historia... Sólo el espíritu crítico salva”. La historia... Sí, la historia nos dice cómo el pueblo más maravilloso fundó su Liga de Paz, su Corte de Arbitraje (la Anfictionía de Delfos), y la guerra todo lo deshizo, y Grecia desapareció… Sólo el espíritu crítico nos enseña a ser cosmopolitas; a comprender que nuestros vecinos, nuestros enemigos, poseen virtudes, y pueden tener razón... Goethe, incapaz de odio para Francia; Renán, incapaz de odio para Alemania: he ahí ejemplos que debiéramos imitar. Pero la guerra actual ha revelado, precisamente, la falta de espíritu cosmopolita, de aptitud para la simpatía, en los pueblos modernos. A los ojos de cada nación ha surgido su enemiga como encarnación del mal, según las viejas y absurdas imágenes: el inglés calculador y pérfido, el alemán feroz, el francés avaro y corrompido, el austríaco todo fanatismo y orgullo, el ruso bajo el símbolo del cosaco... En vano se esfuerza Bernard Shaw por deslindar campos y repartir deberes y responsabilidades, mientras Bergson y Hauptmann y Maeterlinck rasgan sus vestiduras y prorrumpen en anatemas y sarcasmos. A Bernard Shaw lo pone Alemania en caricatura, mientras Inglaterra le niega patriotismo y quiere apagar su voz entre dicterios. Ante el naufragio de todo orden y de toda razón que trae consigo la guerra al extenderse sobre los pueblos que son el centro espiritual del mundo, comprendemos el hondo grito que lanzó aquella reunión de sacerdotes en la Edad Media: ¡Paz! ¡Paz! No sabemos cómo alcanzarla. Pensamos que el mundo, adolorido, aterrado, cierra los ojos ante el panorama de esplendor que le ofrecen, como término de la guerra, los apóstoles de cada credo nacionalista. Y recordamos los versos de Shelley: Otra vez comienza la gran era del mundo... ¡Oh, cesad! ¿Volverán el odio y la muerte? ¡Cesad! ¿Matarán y morirán los hombres?... El mundo está cansado de luchar. ¡Dejadlo morir o descansar al fin! 3 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO El Heraldo de Cuba, 14 de enero, 1915.
EL SUFRAGIO FEMENINO
La Cámara de Representantes de los Estados Unidos acaba de votar, negativamente, la segunda de las dos grandes cuestiones constitucionales cuyo estudio emprendió en el actual período de sesiones: la “prohibición” y el sufragio femenino. Ni una ni otra de las proyectadas adiciones o “enmiendas” a la Constitución alcanzó los votos necesarios para entrar en camino de ser ley (dos tercios de la primera Cámara que las votara, luego dos tercios de la segunda, y finalmente tres cuartas partes de las legislaturas de los Estados). Pero, si la ley de la “prohibición” obtuvo ligera mayoría, la ley del sufragio solo alcanzó minoría honrosa (174 contra 204). ¿Cómo se explica este contraste? Todo Congreso tiene relaciones con los intereses económicos del país que representa. Detrás del problema de la “prohibición”, y contra la ley a medias triunfante, hay grandes intereses: los millones que representa el consumo de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos... Detrás del problema del sufragio femenino no hay, al parecer, grandes intereses de orden económico; y las asociaciones de damas “antisufragistas” no son numerosas. ¿A qué se debe el suceso de hoy? A la influencia personal de Wilson. El Presidente, entiéndase bien, no es enemigo del sufragio femenino: si no lo apoya con “campañas” ni con “declaraciones” (como la de Bryan el año pasado), se sospecha que lo ve con buenos ojos. En sus libros nunca discutió el problema (que yo sepa); pero uno que otro pasaje ha podido interpretarse como favorable. En su ejemplar familia, las damas son “mujeres avanzadas”. Pero su opinión oficial es que las disposiciones sobre el sufragio no deben ser federales (por ahora, a lo menos) sino de los Estados. En su mayoría, probablemente, los representantes son partidarios del voto femenino. Pero Wilson dijo a las sufragistas, no una vez, sino ocho, su opinión contraria a la “enmienda” constitucional. A partir de la respuesta dada hace pocos días a la comisión de sufragistas, se tuvo por segura la derrota de hoy. Los representantes son todavía fieles al presidente: las caricaturas pintan a la Cámara Alta como el niño rebel-
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EL SUFRAGIO FEMENINO
de y a la Cámara Baja como el niño bueno en la escuela del maestro Wilson. Las sufragistas, cuyas numerosas delegaciones inundaban las galerías del salón de sesiones, distinguiéndose por la banda tricolor (de verde, blanco y amarillo), no han salido descontentas: la derrota de hoy es puramente “técnica”. La prensa está con ellas, en enorme mayoría; la opinión pública también, en buena parte. Tienen ya el voto en doce Estados (la cuarta parte de la Unión, y, territorialmente la mitad); y año tras año conquistarán otros, donde ya tienen voto parcial. Entre tanto, las “antisufragistas” podrán cantar victoria, aunque sea victoria solo “de facto”. El suceso de hoy, pues, será motivo de satisfacción para tirios y troyanos. 12 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 20 de enero, 1915.
MÁQUINAS DE CONFERENCIAS
Edith Wharton, con su ingeniosa maestría, fijó de una vez por todas, en su cuento “El pelícano”, este curioso tipo social de los Estados Unidos: la conferencista de profesión. “No creo que la naturaleza destinaba a Mrs. Amyot al papel de “intelectual”. Pero ¿qué había de hacer la pobre, cuando su marido murió de embriaguez crónica y no le dejó con qué educar a su hijo?” Según el cuento, la joven y hermosa Mrs. Amyot no encontró más recurso que el de dar conferencias: entre las mujeres de su familia, una había escrito un poema sobre “La caída del hombre”; otra había traducido a Eurípides; otra dirigía un colegio con pretensiones universitarias... Con el tiempo, Mrs. Amyot adquiere la manía de hablar en público, y llega a la vejez convertida en máquina de conferencias. Comenzó disertando tímidamente sobre el arte griego; y acabó discurriendo de omni re scibili: sobre la cosmogonía mosaica, y sobre los Vedas, y sobre Miguel Ángel, y sobre Darwin, y sobre Ibsen... La discusión del sufragio femenino en el Congreso atrae a Washington multitud de mujeres, todas ellas interesadas en favor, y aun en contra, del proyecto de adición constitucional derrotado ayer. Desde la venerable Anna Shaw, desde la opulenta Mrs. Belmont, hasta la sufragista insignificante, cuantas hallaron medios vinieron a la Capital en estos días. Dentro de este ejército se cuentan, naturalmente, muchas conferencistas. No pocas vienen en carácter profesional. Es fácil advertirlo si se ojea, en los periódicos, la página de las damas o la lista de los actos públicos anunciados para cada día. Y por una Mme. Mountford, cuyas conferencias sobre la vida del pueblo hebreo interesan aún (aunque mil veces repetidas) ¡cuántas Mrs. Amyots! Inquieta y asombra descubrir que Edith Wharton no exageró los rasgos del tipo, aunque veinte años atrás no abundaba como ahora, de seguro. Hoy, por ejemplo, una dama pretendió demostrar que Eurípides no fue enemigo de las mujeres, según tradicionalmente se ha creído. ¿Se deberá esta nueva interpretación de Eurípides —pensé— a la traducción de la tía de Mrs. Amyot?
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MÁQUINAS DE CONFERENCIAS
Pero no: las traducciones no fueron culpables; la conferencista puso a contribución varias, y en algún pasaje creí reconocer la magistral de Gilbert Murray. El error fue sencillísimo: la dama se sorprendió al descubrir que no todas las mujeres de Eurípides son monstruos; que, en rigor ninguna lo es; que a veces son figuras ideales, como la patética y suave Ifigenia en Aulide; y que, en cambio, los héroes de la tragedia sienten también pasiones terribles y cometen crímenes... Semejante descubrimiento exigía conferencia. Pero, si queréis encontraros frente a frente con Mrs. Amyot, buscad cualquier prospecto en que las conferencistas de profesión anuncien sus temas. Allí veréis a Bergson y Eucken junto a Esquilo y el Libro de Job; a George Sand junto a la deliciosa Hrotswitha; al Egipto junto a Holanda. O bien tropezaréis con tesis como “la significación cósmica de las estructuras sacras” o “el proceso de creación en el individuo”. No hay que culpar a estas damas. No son ellas las autoras del desastre. Es que el género “conferencia”, en los Estados Unidos, se ha popularizado con exceso. Entre nosotros (y en general en los países de lenguas latinas), la conferencia es todavía un acto interesante; tal vez acto de exhibición, en parte; pero siempre excita en el disertador el deseo de dar de sí cuanto pueda en forma literaria y en dicción. Igual cosa sucede aquí con las conferencias de hombres o mujeres eminentes. Pero, fuera del mundo intelectual de las grandes Universidades, fuera de uno que otro centro de selección, y descontadas también las lecciones útiles que da directamente al pueblo, a las clases pobres, la “extensión universitaria”, la conferencia es una simulación de la alta cultura, y se ha vuelto cosa mecánica, trivial, mediocre. El disertador habla siempre como ante ignorantes. Y solo ignorantes lo escuchan ya. La carrera es fácil. Así ha surgido Mrs. Amyot; y tampoco escasean los “pelícanos” masculinos. 13 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 21 de enero, 1915.
LA PROTECCIÓN DE PARTIDO
Largo tiempo lleva de incubación y desarrollo el “caso Sullivan”. Los censores del actual representante diplomático de los Estados Unidos en la República Dominicana van desenvolviendo con lentitud su campaña de ataques, y al cabo de un mes de iniciarla se han decidido a poner sobre la mesa de disección pública la presunta parcialidad del Secretario Bryan en el asunto. Se ha dado a la prensa una carta, escrita hace cerca de dos años por el jefe de las relaciones exteriores de la Unión Americana, y reveladora del interés que pone el insigne demócrata en obtener posiciones ventajosas para los miembros de su partido. La carta, en verdad, no hace gran daño a Mr. Bryan. Nada revela que merezca grave censura; ni tampoco lo hace sospechar. El pueblo de los Estados Unidos tiene confianza en hombres que, como Bryan, llevan años de vida pública honesta; y no hay razón para pensar de modo contrario. Pero no la carta publicada, o no ella sola, sino todo el desarrollo del “caso Sullivan”, indica deficiencias políticas lamentables. El Presidente Wilson nombró a Mr. James M. Phelan, senador electo por el Estado de California para el próximo período del Congreso, juez de la investigación oficial abierta sobre la conducta del Ministro norteamericano en Santo Domingo. Mr. Phelan ha comenzado a recoger pruebas... yankees; es decir, según los datos que se publican, solo a yankees ha pedido declaraciones o documentos. Ahora bien: los principales quejosos contra Sullivan no son yankees, sino dominicanos. A los dominicanos, pues, —no oficial, sino privadamente—, es a quienes debía escucharse. Pero aquí se interpone el inconsciente desdén, la inveterada costumbre de tomar en cuenta la opinión hispanoamericana en último término… Se oirá, pues, quizá exclusivamente, a norteamericanos; y como amigos y enemigos de Sullivan se lanzan acusaciones; y como ya, en ocasión anterior, el gobierno había optado, entre el Ministro y el Receptor Vick, por el diplomático, no es dudoso que ahora se le dé la razón otra
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LA PROTECCIÓN DE PARTIDO
vez. Se tenderá a estimar en poco el testimonio de los detractores, porque a éstos se les descubran errores y faltas; como si los defectos de un bando hicieran bueno al enemigo. Además, el caso a discusión demuestra que hasta hombres como Bryan estiman acto de justicia buscar puestos para los miembros de su partido. Dentro de las prácticas políticas usuales, no es censurable esta actitud; en justicia humana, no cabe negar el derecho a inclinarse en favor del “correligionario” que solicita un puesto, “en igualdad de circunstancias” a la par de individuos afiliados en otros grupos. Pero el principio es peligroso. Bryan quizás no lo hubiera profesado tan públicamente como lo ha hecho si las pruebas no lo obligaran. Porque siempre se correrá el riesgo de que el compromiso político se sobreponga a la aptitud. Y donde los partidos alcanzan el monstruoso desarrollo que aquí, el principio es funestísimo: vicia la esencia de la democracia. Si Bryan, que es de los inmaculados, piensa y procede como se ha visto ¡qué esperar de los políticos que viven en el corazón de las intrigas! 17 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 23 de enero de 1915.
CIUDADES ESCÉPTICAS
Las capitales son ciudades escépticas. Tienen fama de volubles, desdeñosas y maldicientes. Atenas, —con todas sus incomparables virtudes—, fue irrespetuosa y díscola con sus hermanas. ¿No es la ciudad que, según Otfried Müller, calumnió a la divina Safo? Nada hay que decir sobre la Roma de Suetonio y de Juvenal. La moderna Londres, severa al perecer, se desvive por hallar de quien reír: el último yankee que habla el slang más curioso, el último australiano que establece comparaciones entre su patria y la metrópoli. París... Estas son cosas bien sabidas. La Habana ¿no es también ciudad de burla y maledicencia? Entre todas las capitales del mundo, Washington parecería la única capaz de desmentir la regla. Como nació y creció por medio de incubación artificial, no es, en muchos de sus aspectos, capital verdadera. En número y actividad, quince ciudades se le adelantan. En costumbres, conserva un poco el dejo arcaico de los antiguos Estados del “Sur”: es lenta, perezosa; se levanta tarde; no conoce la prisa ni la puntualidad neoyorkinas; charla de política, sabe anécdotas históricas, y en su amabilidad interrogativa, que gusta de perder el tiempo, hay todavía reminiscencias rústicas. La influencia del mundo diplomático trasciende poco fuera de los altos círculos. Y los diplomáticos salen constantemente rumbo a Nueva York, cuya actividad les atrae. Además, en Washington predominan las gentes maduras o provectas. La Habana, por ejemplo, es una ciudad juvenil, y por sus calles (observad con atención, y lo comprobaréis) discurren muchos más hombres y mujeres jóvenes que viejos o siquiera de edad madura. Washington es senil. Población poco propicia para el desarrollo del espíritu humorístico y escéptico de las grandes ciudades. Con todo, Washington acaba de demostrar que es metrópoli, y, como tal, escéptica. La prensa anunció la llegada del popularísimo predicador “Billy” Sunday, empeñado en la singular empresa de reanimar la fe religiosa en los Estados Unidos. Filadelfia, la formidable Filadelfia, lo
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CIUDADES ESCÉPTICAS
había escuchado y vitoreado con delirio. Y Filadelfia no es, ciertamente, ciudad provinciana. Llegó, ayer, el evangelista. Díjose que el Presidente iría a escucharlo. Luego, con su fino tacto para las excusas sociales, Mr. Wilson pudo pretextar impedimento indiscutible: la víspera, el domingo, había ascendido a la categoría de abuelo. Acudieron cinco mil personas al mitin; numerosa fue la concurrencia distinguida, política y diplomática; pero no hubo, como en Filadelfia, enormes multitudes a la puerta, inútilmente ansiosas por entrar. El predicador, tal vez temeroso ante esta sociedad culta, tenía preparado un sermón, casi académico, sobre el tema: Si Cristo viniera a esta ciudad… Los primeros párrafos fueron fríos, huecos, de retórica pobre; hablaban de Shakespeare, y de Julio César, y de Aristóteles. Por momentos, la admirable figura de John Bunyan, el puritano autor del Pilgrim’s Progress, le inspiró frases ardorosas. Poco a poco fue encendiéndose; volaron cuello y corbata: gritó, saltó, golpeó... Describió los insultos de los hebreos para Jesús con frases de empleados de ferrocarriles o jugadores de pelota: four-flusher, excess baggage, false alarm. Grupos irreverentes aplaudían las frases pintorescas o ridículas; otros, sinceros, los arranques de fervor. En su mayoría, el público observó actitud de curiosidad escéptica. No hubo entusiasmo general. “Billy” Sunday, por su parte, tampoco se inflamó como ante otros públicos. Tuvo buenas frases sobre el concepto de la religión, sobre la personalidad de Jesús. Pero no pudo alcanzar la altura de los oradores serios, ni se dejó arrastrar lo bastante por la vena popular. El espectáculo gustó medianamente: ni conmovió, ni divirtió mucho. Washington se sintió escéptica; se sintió capital de la República. Sunday ha predicado en desierto. 19 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 25 de enero, 1915.
EL CASTIGO DE LA INTOLERANCIA
Momento importantísimo es éste para las relaciones entre los Estados Unidos y los países de la América Latina. Donde quiera se habla de “estrecharlas”. El gobierno, temeroso de que fracasen los festejos de apertura del Canal de Panamá y las Exposiciones de California, trata de reforzarlas convocando en conferencia comercial a las naciones del Nuevo Mundo. El comercio inicia mil proyectos y planes. La prensa apoya el movimiento; y en todo el país se cree que la América Latina se halla dispuesta a recibir con entusiasmo las corrientes económicas del Norte. El típico Washington Post opinaba, días atrás, que conviene acoger y tratar con esplendidez a los delegados financieros de nuestros países. “Norteamericanos distinguidos que han visitado las Repúblicas del Sur, —decía—, pueden atestiguar que son hospitalarias. Si las Repúblicas hermanas tienen prejuicios contra los Estados Unidos, no los revelaron a los visitantes. Debemos ser igualmente cordiales y amplios de criterio”. There is the rub. ¿Por qué este país no está logrando éxitos que llenen la medida de sus deseos en nuestra América? ¿Por qué se supone que, una vez libres de la guerra, las naciones de Europa recobrarán los mercados del Sur? Los Estados Unidos no se muestran todavía capaces de romper el hielo, político y comercial, que los separa de nosotros. Echemos una ojeada en torno. Perplejidad ante la situación mexicana, en la cual no ha producido buenos frutos la influencia “yankee”, a pesar de las buenas intenciones. Escándalo en torno a la injerencia en asuntos de Santo Domingo. Actos opresores para obligar a Haití a caer bajo la tutela financiera de los Estados Unidos. Puerto Rico aspirando a mayores derechos, y aunque el gobernador Yager lo publica y aplaude, su voz se pierde sin eco. Finalmente, oposición contra el acto de justicia iniciado en favor de Colombia. El periódico mismo que, hace cuatro días, predicaba “cordialidad y amplitud de criterio” hacia nosotros, el Washington Post, publicó ayer, contra el pendiente tratado entre los Estados Unidos y Colombia, un
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editorial que ha hecho saltar a la palestra periodística al Ministro de la República meridional, don Julio Betancourt, y a su consejero jurídico, el doctor Hannis Taylor, bien conocido por sus estudios de derecho político. ¿Quién no conoce el asunto del Canal? Para los que todavía dudaban, la célebre declaración de Roosevelt (“I took the Canal zone”) fue el golpe decisivo. Nadie pretende deshacer la República de Panamá: una vez constituida, debe respetársela. Tampoco se niegan los beneficios que se deberán a la apertura del Canal. Pero el atentado contra Colombia es ya indiscutible. Si la república del Sur fue imprudente en sus demoras y exigencias, —al fin y al cabo no se hubieran perdido sino meses en llegar a un arreglo—, nadie tenía derecho a despojarla. Modificando las frases del presidente Wilson sobre México, en su comentado discurso de Indianápolis, podría decirse: “El país es suyo. El Canal era suyo. El derecho era suyo”. Sin embargo, el Washington Post, que en este caso refleja opiniones procedentes del Senado, clama y se indigna ante un proyecto de reparación que a costa de la mediocre suma de veinte y cinco millones de dólares, favorecería altamente la reputación moral de los Estados Unidos. ¿Se comprende, ante estos signos de intolerancia, ante estas muestras de torpeza internacional, por qué este país tarda en alcanzar los éxitos que persigue en nuestra América? 21 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
Heraldo de Cuba, 27 de enero, 1915.
LA INMIGRACIÓN1
El Presidente Wilson acaba de vetar la ley de inmigración aprobada hace pocos días por el Congreso. El motivo es el novísimo requisito que se quiere imponer al inmigrante: saber leer. Con su habitual maestría para definir el carácter de un problema, el presidente dice, en su breve mensaje de ayer: “En esta ley se pretende abandonar el sistema de requisitos de conducta y de cualidades, e imponer otros que significarían exclusión y restricción; porque los nuevos requisitos aquí señalados no son de cualidad, o de conducta, o de aptitud personal, sino de oportunidad (“opportunity” en este caso tiende a significar ventaja y privilegio). Los que vienen buscando “oportunidades” para desarrollar su actividad no serían admitidos (quiere esta ley) a menos que hayan encontrado antes la principal de las oportunidades que buscan: la oportunidad de educarse. El objeto de tales disposiciones es la restricción, no la selección”. El Presidente pregunta, después, si el pueblo de los Estados Unidos desea cambiar de actitud respecto de la inmigración extranjera; pues la promulgación de la ley implicaría cambio. Mientras los países están en período de desarrollo, acogen toda inmigración, porque todas les sirven. En las repúblicas latinoamericanas que reciben inmigrantes el beneficio ha sido indiscutible: el trabajador europeo es superior al promedio de nuestros hombres de trabajo, y pronto se apodera de los campos de acción. En los Estados Unidos no sucedía igual cosa: el trabajador alemán podía traer cualidades superiores a las del yankee, pero en cambio el italiano, o el húngaro, eran inferiores. Las ventajas de la inmigración no estaban en la calidad del inmigrante, sino en el número, porque había necesidad de población para el enorme territorio del país. La inmigración vino, pues, confusa y caótica al principio; y aunque vino toda especie de desheredado, y de paria, y de outlaw, todo pareció transformarse y perfeccionarse. No todo lo que llegaba era Este artículo, que en el archivo de P. H. U. está escrito a máquina, lleva, al margen, una nota manuscrita, en tinta, del autor, que dice: “El artículo sobre La inmigración parece que no llegó a publicarse”. [N. d. Alfredo Roggiano]. 1
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LA INMIGRACIÓN
andrajo social —no exageremos infantilmente nuestra idea de los hechos históricos—; pero aun el andrajo se convertía en material útil, como el que se recoge en el desperdicio de la calle y luego se transforma bajo la acción de las máquinas. Recuérdese la legendaria California, una de las tierras novelescas del siglo pasado. Con el tiempo, los Estados Unidos han comenzado a poner limitaciones a las corrientes inmigratorias. El país asimiló las primeras; y de todo el que llegó hizo ciudadano, o siquiera padre de ciudadanos. Pero el poder de asimilación acaso no resiste ya a la congestión perpetua. Los “barrios extranjeros” de las ciudades se forman con el material que no se asimila. Tampoco existe ya el poder de transformar los venenos, con la alquimia social de otros días. El extranjero peligroso no se vuelve ya fácilmente ciudadano útil. Ha sido necesario impedirle la entrada. Hoy se pretende cerrar la puerta a los iletrados. La capacidad de la lectura no es garantía, sino indicio, de cierto nivel posible de aptitud; y no es garantía de moralidad. Pero la condición de iletrado hace del hombre, en nuestros días, un desheredado, víctima segura de los abusos ajenos, presa posible de la miseria y quizás de las malas costumbres. Para una sociedad organizada sobre tipos, sobre standards de altas aptitudes, puede ser un problema la constante adición de elementos, si no ineptos, sí difíciles de elevar rápidamente al nivel medio de eficacia. Pero Wilson apela al sentido humanitario que inspiraba las antiguas leyes de inmigración, y pide que los Estados Unidos den letras al inmigrante iletrado, en vez de cerrarle las puertas. No sé si, a la postre, triunfará su opinión. Merece triunfar. 30 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
SAJONAS Y LATINAS
—…No sé si usted lo imaginaba; pero soy partidaria del sufragio femenino. —Yo también, señora. —“Why, Mr. Garduño!” —¿Qué le sorprende a usted? —Como siempre se supone que en los países de lengua española los hombres protegen, defienden y hasta esconden a las mujeres... nadie los cree partidarios del sufragio femenino. —Pues los hay en nuestras Repúblicas. Aquí traigo el discurso que acaba de pronunciar el Vicepresidente de Cuba. No crea usted que se trata de un simple “politician”; el doctor Varona es un pensador eminente, un gran escritor. . . —Así he visto en el New York Times. —Pues oiga usted lo que dice el doctor Varona: “El espíritu a las veces paradójico, pero singularmente lúcido y profundo, de Nietzsche, ha aseverado que, con una educación adecuada, durante siglos, se podrá hacer de las mujeres lo que se quiera, hasta hombres; pero que, entre tanto, merced a su creciente influencia, estamos atravesando un período de transición singularmente borrascoso. No hay manera de evitarlo. Hay que disponer nuestro espíritu a la más difícil de las adaptaciones, a la adaptación inestable, y a sabiendas inestable. Hemos de realizar múltiples ensayos, y de presenciar y sufrir no pocas conmociones, desde las provocadas por la perversidad infantil de las feministas del tipo inglés, hasta las mucho más serias y más hondas de las organizaciones de las mujeres norteamericanas. Pero sobre todas se impone esta convicción, que el círculo de hierro y de fuego en que había pretendido el hombre encerrar a la que llamaba con inconsciente hipocresía su compañera, se ha roto para siempre. La más quimérica de las empresas sería tratar de soldarlo, en cualquier forma. Hay algo ya definitivo y de incalculables consecuencias: la emancipación del espíritu de la mujer. Despidámonos, no sin cierta melancolía, de la Eva bí-
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blica, y demos otra significación mucho más honda al eterno femenino del poeta”. —“That is splendid!” Pero ¿en Cuba se hace propaganda feminista? —Muy escasa. Por ahora, las mujeres latinoamericanas no necesitan el voto. —Pero ¿no son mujeres cultas, inteligentes? —No faltan. En Cuba, por ejemplo, las hay muy brillantes. —Entonces... —Todo depende de tendencias de “raza”, según vulgarmente se dice; de tradiciones sociales. Los pueblos de lenguas germánicas, desde Escandinavia hasta los Estados Unidos, son individualistas. En ellos, el individuo procura formarse su mundo propio e impedir, desde temprano, que la familia y la sociedad pesen demasiado sobre él. —Pero ¿cree usted que entre nosotros no existe respeto para la familia? —Sí, para los miembros de la familia, como individuos, mucho; y para la familia también, como símbolo, y como centro de afectos, y como “punto de partida”. Pero es indudable que la institución familiar impone aquí menos obligaciones, menos limitaciones, que en nuestros países, y que los deberes se consideran voluntarios, sujetos a la aceptación de la conciencia de cada quien... Entre los antiguos germanos, desde la época en que los conoció Tácito hasta la época en que invadieron el Sur de Europa, existía ya el concepto de la independencia individual, que en mucho alcanzaba a la mujer. La influencia romana modificó grandemente la organización social de los germanos; pero es natural que de ellos, de vosotros, haya partido, en la época moderna, el movimiento feminista. Inglaterra, que es el país de más complejas tradiciones, de más compleja composición, es el que opone más resistencia a la reforma que se avecina; pero el pueblo de los Estados Unidos se le adelanta, mostrándose en este caso más fiel a la herencia individualista de sus lejanos abuelos espirituales. Nosotros, los pueblos de lenguas latinas, conservamos, con modificaciones mayores o menores, la tradición de la familia romana. —¡Es terrible! —Quizás no tanto. Porque de los germanos, o de tradiciones griegas, o del cristianismo, o de todas partes, hemos aprendido a extender y ampliar el respeto al individuo. Este, concertándose con la tradición de
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Roma, debe producir la familia “unificada”, en que todas las voluntades concurren. El “paterfamilias” la representa; y así, toda familia tiene representación política con el voto de su jefe. —Muchas no la obtendrán, sin embargo. —Es verdad; pero ¿qué sistema puede asegurar, a satisfacción de todos, el reparto equitativo del sufragio? —De todos modos, vuestra organización social cierra muchos campos de acción a la mujer. —Nuestras mujeres no gustan de la acción. No es que sean incapaces: hay muchos ejemplos que citar en contra. España, de quien heredamos los hispanoamericanos el fundamento de nuestras costumbres, tuvo a Isabel la Católica, quizás la más grande entre todas las “mujeres de acción” de la historia. Pero nuestra mujer posee “el sentido de la medida”: si va a la acción, se limita a la que se propuso; si va a la cultura, sabe tomarla con desinterés. Es la tradición del Renacimiento. Las mujeres de entonces poseían igual cultura que los hombres; pero iban a ella desinteresadamente; no aspiraban a ser “profesionales”. Así las nuestras: conozco damas que saben de arte y de letras tanto como nuestros hombres más cultos, pero que nunca pensarán en escribir libros, ni en pintar cuadros, ni menos en adoptar carrera profesional. —Pero esas tradiciones inutilizan muchos talentos. —Tal vez. —¿Cree usted que se modificarán? —Es inevitable. —Y entre nosotros ¿no piensa usted que la mujer traerá a la vida pública ideas nuevas? Por ejemplo, será enemiga de la guerra. —Así se dice. Aristófanes, hace más de veintitrés siglos, fue quizás el primero que lo creyó. Opino que las mujeres, en estos países, deben votar porque son capaces de hacerlo y porque lo desean; pero no porque espere de ellas la paz universal. He oído a Chrystabel Pankhurist. . . —¿Cómo la encontró usted? —Interesantísima. Nada de trajes estrafalarios; no buscó efectos de “última moda”, pero se presentó con gracioso, elegante atavío en que se sospechaba la lejana influencia de los ideales decorativos de William Morris. La figura, juvenil, esbelta, airosa. Enteramente femenina. Pero ¡ay! habló de la guerra. Y su voz, dulce voz inglesa, adquiría tonos me-
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tálicos de polémica. Es asombrosa la decisión con que habla, bajo su aparente compostura. Se le ve la costumbre de discutir. Viene a conquistar para Inglaterra la opinión de los Estados Unidos, y creo que no le oí un solo halago para este país. En cambio, tres o cuatro verdades duras. . . ¿Se convence usted de que las mujeres no traerán la paz? 26 de enero de 1915.
Heraldo de Cuba, 31 de enero, 1915. Hay una nota manuscrita al pie del recorte de este artículo en el Archivo de PHU: “Arreglado y reimpreso en Las Novedades, de N. Y. y en Patria, de México, octubre de 1916”.
PINTORES NORTEAMERICANOS
Ayer quedó cerrada la exposición de cuadros al óleo de la Galería Corcoran, la quinta de las grandes exposiciones pictóricas celebradas en Washington desde 1907. Con ellas, la capital quiere disputar a Nueva York el privilegio de establecer el Salón de los Estados Unidos, la exhibición de artes plásticas que reciba más respeto y aplauso. Los honores, según parece, se dividen hasta ahora por igual. No vi la exposición neoyorkina de este invierno; pero las crónicas me indican que los artistas son, cual más cual menos, los mismos cuyas obras se exhibieron aquí. No gozan fama de tolerantes los jurados de pintura en este país. El actual de Washington no se dio prisa para admitir principiantes: pocos nombres nuevos figuran en la galería. Pero, al menos, el conjunto de la exposición tenía tono moderno. Quien sepa de los salones oficiales de París, o de Londres, o de Madrid, fácilmente se convencerá de que en los Estados Unidos estorban menos que en Europa las tradiciones académicas. La pintura norteamericana está llena de vitalidad. Su preocupación es el color. No que se desdeñe el dibujo: abunda la “mano fácil”, y en gran número de pintores se advierte que juzgaron necesario dominar los problemas de la línea antes de aventurarse en los del color. Estos son, en verdad, los que les atraen; y los muros de la Galería Corcoran semejaban extenso campo de experiencias en busca de efectos de luz y armonías cromáticas. Pero el espíritu académico vive en acecho detrás de todo movimiento artístico, —me advertía el joven e inteligente pintor Edwin Booth Grossmann. El arte americano, que acertó a entrar en su pleno desarrollo cuando en Europa comenzaban a imponerse movimientos como el de la “escuela Barbizon” y el impresionismo, tiende a formar, con la enseñanza que adquirió de ellos y de otros posteriores, una nueva especie de tradición académica. Este perpetuo ensayo de efectos luminosos, esta constante pesquisa de relaciones de color, acaban por hacer monótonos los conjuntos de cuadros. Y debajo de las “audacias sistemáticas” se descubren timideces fundamentales: antes que en la con-
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cepción central del cuadro, muchos artistas piensan, al parecer, en los posibles contrastes y fusiones de tonos y matices; a la postre, no pocos se sienten incapaces de la audacia definitiva, y se acogen a los efectos dulces, con que aspiran a sugerir la visión poética, la “intuición de simpatía”. Además, la timidez determina la elección de géneros: no se pintan sino retratos, figuras, dos o tres estudios de tipos populares, uno que otro interior, unas cuantas “naturalezas muertas”, marinas, y paisajes, paisajes, paisajes... Con éstos se une, a manera de derivación, la pintura que se ha dado en llamar arquitectónica, y que estudia aspectos de las ciudades, eso sí, insistiendo enérgicamente en el cielo y la atmósfera, acaso por temor de que se recuerden las antiguas “escenas callejeras”. El asunto: he ahí el terror de la pintura contemporánea. Se le disfraza, por lo común, bajo la estilización decorativa; muy pocos se atreven a ensayarlo directamente. En la exposición neoyorkina de este invierno se hizo no poco ruido en torno a un cuadro de Emil Carson ¡de asunto religioso! La Galería Corcoran admitió uno que otro cuadro “con asunto”; pero el resultado era desconsolador... El paisaje predominó, como siempre: aun de Sargent, a quien no se clasifica entre los paisajistas, se exhibió un trozo enérgico de cielo y rocas, El paso del Simplón. El crítico pudo interesarse en la técnica de Redfield, y su visión plana de los campos de nieve; o en las tonalidades discretas de J. Alden Weir... Pero el amateur sin prejuicios, cuando se fatigó de las repeticiones técnicas de la turba de paisajistas, acaso prefirió entretenerse con las audacias y las violencias, que a menudo la distancia corrige y depura, de Maurice Prendergast, o de Sydney Dale Shaw, o de Charles Reiffel, o de Ambrose Webster, cuyas llamaradas divisionistas fueron el escándalo del burgués en esta ocasión. No abundaban las marinas; la mejor, sin duda, la de Paul Dougherty, aunque al borde de la dulzura excesiva: olas y rocas que la luz solar salpica de pedrería iridiscente. Los mejores cuadros fueron, en general, los de figura: los más, como trabajos de maestros, fuera de concurso; aunque también el primer premio tocó a un retrato, obra de J. Alden Weir, en que muestra su amor a la expresión discreta, a los tonos oscuros y suaves, pero no sin sombras de amaneramiento por prurito de sencillez. Luego, Sargent inundaba una sala con el enorme retrato de Ada Rehan, altiva, en traje de raso blanco, desplegando entre los finos dedos vasto abanico de plumas blancas, contra el fondo abigarrado de un tapiz histórico; cua-
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dro brillante, pero no sin dureza: ¿tal vez Sargent agregó a sus tendencias nativas la idea del estilo brillante y duro de la actriz clásica? Más interesante, tal vez, otro, el tercero de los cuadros de Sargent expuesto aquí: un capricho, de gracias suaves, dos damas, en trajes blancos y mantos de azul plomizo, tendidas sobre la hierba de una colina amarillenta. Mary Cassatt representó, con fina distinción, el grupo de donde procede (el de Manet): sus dos cuadros —figuras de mujeres en ambientes de tardes—, tienen sobria elegancia; y no falta sabor poético a La dama del abanico, pintado en 1880. De John W. Alexander, delicada figura envuelta en atmósfera plateada (Junio) —De Abbott H. Thayer, severo estudio decorativo de figura alada—. Retratos discretos, de amable sabor arcaico, los de George De Forest Brush. Cecilia Beaux, siempre a caza de combinaciones nuevas, juega con los contrastes del amarillo y el violeta sobre el azul nocturno. George Beliows, a quien cada día se concede atención mayor, presenta una figura de mujer (Geraldine Lee) en ingeniosa combinación de verde, gris y blanco. En fin, Gari Melchers da quizás la nota saliente del conjunto con su Maternidad: la faz maternal se ve sólo de perfil, inclinada sobre el niño; las actitudes son tan sencillas que apenas se las nota; el cuadro es más que nada, una armonía de otoño, con el esplendor de los tonos anaranjados y violetas del bosque antes de la caída de las hojas. 25 de enero de 1915. PEDRO ENRÍQUEZ [SIC] UREÑA
El Heraldo de Cuba, 5 de febrero, 1915.
EL TRIUNFO DE LO EFÍMERO
Asombra la magnitud del talento que se derrocha hoy en la labor anónima. ¿Quién no se ha sorprendido ante los poderes de invención que en dibujos, en artículos, en frases, hasta en versos sin firma, revelan los desconocidos artistas o escritores de Londres, de París, de Munich? En los Estados Unidos no se ve igual opulencia: no es extraordinario el talento que se gasta en los diarios de Washington, o de Baltimore, o de Búfalo, o de Cincinnati —periódicos notoriamente provincianos, donde rara vez se traspasan los límites de la medianía. Pero en la prensa de Nueva York, o en la de Boston, el desperdicio anónimo del ingenio va haciéndose ostensible día por día. No es anónimo el editorial, si se quiere: el “gran público” desconoce al autor, pero en círculos superiores se le conoce y justiprecia. Tampoco son anónimas las crónicas de arte y de teatro, a cargo siempre de dos o tres escritores cuyo nombre no es difícil de averiguar. ¿Quién, con instinto literario, vacila jamás en descubrir la mano hábil de James Huneker en sus trabajos —sin firma—, que luego, sin embargo, recoge en libros? Las dificultades comienzan en las secciones de crítica literaria: el movimiento de publicación es enorme, y todo periódico serio utiliza los servicios de muchos “críticos”, o de varios, siquiera: generalmente escritores jóvenes que regalan su trabajo (o punto menos) para irse ganando la entrada en el mundo de la publicidad. Luego, la turba multa de articulistas, de cronistas, de noticieros... No todos son los prodigios de ignorancia y vulgaridad que pinta Bernard Shaw en El dilema del médico; ni todos preguntan las sandeces proverbiales ya en los epigramas periodísticos. Hay hombres y mujeres de talento entre ellos; y han leído, hasta donde lo permite la tiranía de su oficio; y en lo que escriben ponen a veces, junto con la prisa del momento, la vitalidad de la impresión fresca, y la audacia que nace de la ausencia de responsabilidad literaria. El New York Sun —inferior en otros respectos a sus colegas más leídos— trae no poca labor anónima interesante. Días atrás, en sección
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de misceláneas, se describía al viajero de los tranvías subterráneos de Nueva York: verdadera página de psicología popular, perdida en el océano de las ediciones dominicales. El articulista no se limitaba a la descripción del viajero neyorkino del “subway”: lo comparaba, con fina habilidad, al parisiense del “metropolitano”. ¡De modo que este “reportero” ha estado en París, ha sido capaz de sentir1 el espíritu de París, y sin embargo tiene que someterse a la labor anónima de los diarios! Pero no exageremos: la “anonimia” tiene sus ventajas. ¿Qué periodista no conoce el placer de que una página suya reciba los elogios de sus enemigos, ignorantes de la procedencia? El escritor anónimo, libre de respetos académicos, de temores a la opinión de sus contemporáneos o de la posteridad, acepta voluntariamente, a menudo, el sacrificio de su nombre: prefiere, a las responsabilidades de la inmortalidad, los “honores de la mortalidad” —como dice la admirable Alice Meynell, de quien se asegura que ha hecho, en ocasiones, labor sin firma. Oigámosla referirse a los dibujantes, a los pintores que trabajan en ilustraciones para la prensa: “La brillantez del talento que hoy se dedica a las labores del día o de la semana, en los periódicos ilustrados, es, seguramente, una confesión de que los honores de la mortalidad son apetecibles. Hace cincuenta años, los hombres trabajaban por los honores de la inmortalidad; ésta era el lugar común de sus ambiciones; desdeñaban poner belleza en las cosas de diario uso, destinadas a romperse y gastarse, y aspiraban a sobrevivirse pintando malos cuadros; así, la acumulación de sus malos cuadros, unidos a los nuestros de hoy, ha llegado a ser problema para las naciones no menos que para los dueños de casa. Hoy los hombres principian a darse cuenta de que sus hijos preferirán heredar pocos “recuerdos familiares”. El arte, al fin, consiente en trabajar sobre la porcelana y sobre las telas condenadas al término natural y necesario, la destrucción; y se lanza con decoroso empeño a dar de sí, día por día, cuanto puede, sin más estímulos que el “proceso” y el olvido. “Sin duda que este abandono de esperanzas tan vastas, y a la vez tan fáciles, cuesta algo al artista; es más, implica una aceptación de lo inevitable que no deja de ser heroica. El premio del sacrificio está en el sinEn el recorte del archivo de PHU, “ha sentido” ha sido tachado, y en su lugar escribió, “ha sido capaz de sentir”. N.d.e. 1
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EL TRIUNFO DE LO EFÍMERO
gular y ostensible aumento de vitalidad que se advierte en esta labor hecha para vivir vida breve. La vida recompensa bien la aceptación de la muerte; puesto que morir es haber vivido. Hay verdadera circulación de sangre —rápida actividad, belleza momentánea, abolición, recreación. El triunfo de un día es en verdad el triunfo de “ese” día. Entra en el tesoro de las cosas que honrada y completamente han terminado y desaparecido. ¿Acaso podría decirse igual elogio de un cuadro sin vida? ¿Quién, entre los prudentes, ha de vacilar? ¿Triunfar por sólo un día —día especial, con nombre y fecha, distinto de todos los demás en todas las épocas—, o producir, para tiempos ilimitados, el fastidio?”. 28 de enero de 1915. E. P. GARDUÑO
Heraldo de Cuba, 6 de febrero, 1915.
LA MUERTE DEL SABIO
Entre el torbellino de la guerra va pasando inadvertida la muerte de los sabios. Tal vez, cuando termine la lucha, Europa se sorprenda al descubrir, recorriendo el elenco de sus grandes hombres, cuántas y cuáles han sido las pérdidas. Hoy no tiene vagar para darse cuenta de ellas. Así, no ha despertado resonancia la desaparición de August Weismann. Recordamos a Renán hablando de Spinoza. Fue tan tranquila su existencia que apenas se oyó su último suspiro. Ninguna vida, al parecer, más serena que la de sabios como Weismann. El público, el profanum vulgus, nunca tuvo muchas noticias de él: su labor se desarrolló siempre en los altos círculos intelectuales. Pero en esos círculos no fue precisamente labor de paz: tampoco lo fue, en su tiempo, la de Spinoza. El mundo de las actividades filosóficas y científicas no es mundo de paz, sino de agitación perpetua: la acumulación de doctrinas es enorme, y apenas se da un paso sin destruir —destruir para reemplazar. El centro de las agitaciones científicas del siglo XIX fue la biología. Desde las resonantes discusiones de Lamarck contra Cuvier, el problema del origen de las especies sufre renovación constante. Cuvier pareció triunfar en la Academia de Ciencias de París: siempre encuentran apoyo las doctrinas anticuadas en las Academias. Pero Darwin y sus contemporáneos ingleses recogieron el legado de Lamarck —que también era de Goethe—, y el “transformismo” se impuso. No que el “transformismo” de Darwin sea cosa idéntica al de Lamarck: son bien distintos. Coinciden en la tesis fundamental, indiscutible ya: las especies se derivan unas de otras por procesos de transformación; difieren en la explicación de estos procesos. La de Lamarck es “la herencia de los caracteres adquiridos”; la de Darwin es, principalmente, la selección natural. En torno a una u otra de estas explicaciones se agrupaban los biólogos treinta años atrás —pues la tesis fundamental no la discute, desde hace media centuria, nadie a quien se conceda seriedad en el mundo cientí-
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LA MUERTE DEL SABIO
fico. Las diferencias de opinión parecían destinadas a zanjarse. No se hallaba distante la posibilidad de armonizar las dos teorías... Súbitamente, surgió Weismann, brillante y audaz, con su teoría novísima (la “continuidad del plasma germinativo”). No vino precisamente en apoyo de Darwin, pero sí contra Lamarck: la “herencia de los caracteres adquiridos” recibió de él los más rotundos ataques: todavía no ha logrado levantarse de nuevo íntegra, a pesar de bien intencionados esfuerzos. A Weismann se debe, pues, insigne beneficio: impidió que las teorías biológicas se estacionaran; impidió la formación de la “escolástica” rígida e invariable que sigue a toda doctrina triunfante. El “transformismo” se impuso con rapidez extraordinaria, y ya estaba formándose la “escolástica transformista”: si Haeckel era el Duns Escoto de los darwinistas, Spencer era el Tomás de Aquino de la tradición lamarckiana. Se ha dicho que la teoría física moderna es una “escolástica” fundada en las ideas de Galileo y de Newton: ciertamente, ha costado gran esfuerzo sugerir puntos de vista nuevos. No así en las teorías biológicas. Weismann surgió a tiempo. Tras él aparecieron otros, como Hugo de Vries, como René Quinton, trayendo hipótesis nuevas. Weismann conservó, sin embargo, su altísima autoridad. Se discutirán sus teorías sobre el transformismo; acaso no subsistan, o subsista sólo su parte negativa. Deja otros estudios trascendentales (así, el famoso ensayo sobre “La muerte” como fenómeno biológico, en donde estableció la perennidad de los organismos microscópicos). Tuvo el poder de la síntesis, la amplia visión de conjunto que caracteriza a los grandes hombres de pensamiento de su país. Era, al morir —así lo reconocen aun los periódicos científicos de las naciones en guerra con su patria, tales como Nature de Londres y La Nature de París—, la más alta figura de la ciencia biológica. 2 de febrero de 1915. E. P. GARDUÑO Heraldo de Cuba, 8 de febrero, 1915. Nota manuscrita al margen del ejemplar en el Archivo PHU: “Reimpreso en Revista Universal, de N. Y., diciembre de 1916”.
EL CREPÚSCULO DE WILSON
La profecía se ha cumplido. Tardó tres meses en realizarse, pero se cumplió. Estamos presenciando el crepúsculo de Wilson. Hasta fines de enero, sólo el Senado se hallaba en rebelión contra la tutela intelectual del presidente. Primero la cuestión del “patronato” —no removida ya, pero no resuelta—; luego, la ley de la marina mercante, han puesto al Senado en franca guerra contra el Poder Ejecutivo. Ahora es la Cámara de Representantes la que se rebela, inútilmente, contra el veto que Wilson opuso a la ley de inmigración. La guerra europea está empobreciendo de buques al mundo. Hasta la hora presente, ha destruido, o detenido, o inutilizado en otras formas, cerca del quince por ciento de la marina mercante universal. El precio de los transportes sube día por día: se ha triplicado; no pocas veces se ha quintuplicado; y hay casos de ascensos mayores. Para remediar semejante estado de cosas en bien del comercio de los Estados Unidos, el presidente Wilson propone la organización de una marina mercante que sea, parcialmente, propiedad nacional. El proyecto ha suscitado críticas acerbas. En su mayoría, las asociaciones marítimas y las cámaras de comercio le son contrarias. En la prensa, ha sido mucho más enérgica la oposición que el aplauso. Aléganse los peligros inherentes a una marina que procuraría, en estos tiempos de guerra, enriquecerse mediante la compra de buques pertenecientes a países en lucha; se auguran conflictos internacionales... Pero esa razón, aunque es la que hace más ruido, no es la verdadera, no es la principal: podrían evitarse los riesgos previstos. La verdad es que el proyecto abarca demasiado: “toda” empresa, absolutamente “toda” empresa de transporte marítimo internacional que en lo futuro se constituyera en los Estados Unidos, quedaría dominada por el Gobierno, al cual exigiría la ley aportar, en todos los casos, el cincuenta y uno por ciento del capital. En el Senado, la opinión se ha dividido. Y como ni los que apoyan ni los que condenan el proyecto de ley están seguros del triunfo, se ensayan, de una y otra partes, todos los recursos y artimañas del combate
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EL CREPÚSCULO DE WILSON
parlamentario. Inútil esfuerzo el del presidente por convencer a senadores vacilantes, en conversaciones privadas, sobre las excelencias del proyecto; senador hubo (Clapp) que se negó a “conversar”. ¿Miedo a la seducción, a la voz de sirena de la Casa Blanca? Han entrado en acción los “filibusteros”: los oradores que hablan sin descanso e impiden se llegue a las votaciones. El reglamento del Senado no limita los discursos. Los “republicanos”, enemigos del proyecto de marina mercante semioficial, se dispusieron a impedir que se votase, temerosos de que alcanzaran mayoría los “demócratas”. Se inició la campaña de los “filibusteros”. Se pronunciarían discursos hasta el 4 de marzo, si era [sic] necesario... La amenaza comenzó a cumplirse en la formidable sesión de cuarenta horas, abierta en la mañana del viernes 30 de enero y cerrada a la medianoche del sábado 31; el senador Smoot habló once horas y media, y, más sorprendente tal vez, el senador Gallinger habló más de cinco, a pesar de sus setenta y ocho años. La faz de las cosas varió en el curso de esta semana; hubo “demócratas” que desertaron; y el proyecto de ley parece amenazado de muerte. Con él fracasará una de las grandes iniciativas de Wilson; iniciativa que es para muchos obra de “Socialismo de Estado”. Entre tanto, la Cámara de Representantes discutió de nuevo la ley de inmigración, votada hace poco y vetada por el Presidente, a quien no agrada el requisito del “saber leer”, el literacy test. Los “demócratas” se insubordinaron, y dieron, los más, su voto contra el veto presidencial. La ley, sin embargo, queda en suspenso; faltaron cuatro votos para completar los dos tercios necesarios en caso de veto. Wilson ha triunfado, pero de hecho no más. Su acción, de ahora en adelante, se limitará a las esferas del Poder Ejecutivo... si el Congreso próximo no cae bajo su sortilegio. Esperemos. 5 de febrero de 1915.
E. P. GARDUÑO
Heraldo de Cuba, 11 de febrero, 1915.
LAS LECCIONES DEL FRACASO
Generalmente se reconoce que la administración de Taft no fue satisfactoria. El pueblo de los Estados Unidos, negándose a reelegir al presidente “republicano”, expresó con claridad la opinión que tuvo de su gobierno. Taft, con aire de resignación, levantó su tienda política y se acogió al refugio universitario de Yale. En dos años, la lección del fracaso, para cuya meditación hubo largas horas en el silencio de la ciudad universitaria, ha dado sus frutos. Taft se ha convertido en hombre de ideas, sereno, reposado, ecuánime. Poco a poco, ha vuelto a la acción pública, dando sus opiniones sobre los problemas políticos del día; y en toda ocasión, y cada vez más, sus opiniones se reciben con mayor interés, con mayor respeto. Al fin, ha comenzado a recordársele como gobernante. Sus errores, comienza a decirse, no fueron principalmente suyos, sino del grupo que el Partido le impuso. Además, dos años de gobierno de los “demócratas” vindican a la última administración “republicana”: no era ésta culpable de males públicos que la actual, o no remedia, o los agrava... Taft, en suma, reaparece como “posibilidad” presidencial. Comparada con la de Roosevelt, la carrera de Taft demuestra cómo puede aprovecharse la enseñanza de un fracaso. Roosevelt salió de la presidencia en medio de extraña apoteosis: recorrió triunfalmente el mundo, y alternó los viajes de “exhibición” con los de exploración. No es asombroso que le embriagara el éxito; Europa entera se multiplicó en homenajes, y los más altos centros oficiales de cultura en Francia y en Inglaterra tuvieron para él honores y tributos que acaso no habrían ofrecido a las verdaderas cumbres del pensamiento norteamericano: a William James, vivo entonces, o a Howells, o, para citar ejemplo pertinente, a Woodrow Wilson. Se explica que, al regresar de su larga aventura, el pueblo recibiera a Roosevelt como personaje legendario y formara en torno suyo un Partido personal, con idolatría personalista como en los de nuestra América, aunque con programa lleno de audacias.
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LAS LECCIONES DEL FRACASO
Fracasó, en las urnas electorales, el Partido “progresista”; y Roosevelt, imprevisor, siguió exhibiéndose, siguió hablando, repitiéndose, extremando sus tesis excesivas y sus violencias de lenguaje, hasta agotar su popularidad. Hoy no le queda un palmo de terreno sobre el cual levantar una nueva candidatura. Frente al caso de Roosevelt, el de Taft es edificante. Cuanto ha perdido el uno, ha ganado el otro. Si al primero ya no se le escucha, al segundo comienza a llamársele “mentor nacional”. Pero, bien se comprende, no es contra Roosevelt contra quien habría de luchar Taft en 1916 —si el éxito moral de hoy cristalizara mañana en candidatura—, sino probablemente contra Wilson. Volverán a ponerse frente a frente el programa “republicano” y el “democrático”. En estos momentos, la administración de Wilson sufre crisis en la opinión; y si las actuales voces de alarma cundieran, fracasaría el partido democrático el año próximo. Pero este pueblo, por mucho que parezca dar oídos a la crítica que acompaña a todo gobierno, tiene un momento de serenidad, antes de las elecciones, en que juzga y decide. El voto independiente tiene una importancia que a menudo se ignora. Las alarmas, asegura el presidente Wilson, son injustificadas, infundadas; todo es cuestión de “estado de ánimo”. Si el pueblo de la Unión Americana, al juzgar sintéticamente el gobierno de Wilson a fines de 1916, descubre que debe más bienes que males a los “demócratas”, los apoyará para que continúen su programa de reformas nacionales. 12 de febrero de 1915.
E. P. GARDUÑO
Heraldo de Cuba, 19 de febrero, 1915.
HOMENAJE A UN PUEBLO EN DESGRACIA
En la Biblioteca del Congreso, en el corredor donde se hallan los admirables “niños de los poetas” de Horatio Walker, se exhiben ahora fotografías de construcciones arquitectónicas. Si los visitantes conocen la arquitectura colonial de México, se detendrán ante las últimas muestras de la colección, exclamando: —¡Ah! Edificios mexicanos. Pero en realidad, son los edificios de la pequeña Exposición de San Diego, en California. Son un homenaje de este pueblo al genio artístico de la raza española en América. La Exposición [regional]1 de San Diego aspira a reflejar el espíritu de California —quizás la [porción]2 más romántica, más novelesca, de este país. California se enorgullece de su lejana tradición española. En verdad, la tradición española de California, como la de todas las regiones fronterizas en el Sur de los Estados Unidos, es parte de la tradición colonial de México, la tradición del Virreinato de Nueva España. Y como la antigua arquitectura de California no es sino parte pequeña de la mexicana —aunque luego produjo el estilo peculiar, local, de las misiones—, el constructor de la Exposición de San Diego, Allen, recurrió a todo el arte colonial de México en busca de motivos para imitarlos o desarrollarlos en la “ciudad hispanoamericana” que abrió sus puertas con el año y con él las cerrará. Poco se sabe en el mundo sobre la arquitectura mexicana. La expresión evoca, para muchos, el sombrío imperio de los Aztecas, el arcaico pueblo de los Mayas, la herencia legendaria de los Toltecas. Se ignora que el arte español floreció en el país vecino con singular pujanza, con carácter propio y nuevo, no exento de influencias indígenas. A lo sumo, se oye hablar de las Catedrales de México y de Puebla. Catedrales que En el recorte de este artículo en el Archivo PHU se agrega “regional”. N.d.e. 2 Ibíd.: se tacha “región”, y se sustituye por “porción”. N.d.e. 1
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HOMENAJE A UN PUEBLO EN DESGRACIA
son ejemplos aislados, o punto menos, en la selva de palacios e iglesias que levantó el pueblo de la Nueva España. Ha sido necesario, para apreciar el valor de este conjunto asombroso, que en América avanzáramos en discernimiento crítico. Mientras el gusto artístico se atuvo a las tradiciones académicas, no pudo entender la arquitectura de los tiempos coloniales; o apenas admitió obras solitarias, como las dos grandes catedrales, hijas del momentáneo imperio del espíritu del Renacimiento; o detalles como las admirables cúpulas, diseminadas por centenares en el territorio del país; o períodos como el de restauración clásica, encabezado por Tolsá, a principios del siglo XIX. El sentido crítico se abrió paso poco a poco: juzgó absurdo que dos siglos de prodigiosa actividad fuesen condenados de un golpe; y entonces se comenzó a estudiar... Aquellas moles del siglo XVI no eran torpes: respondían con calculada exactitud a severas necesidades. Aquellas construcciones platerescas no son ridículas; responden al deseo de aliño elegante que vino con vientos de Italia. Y sobre todo, estos edificios churriguerescos son, por fuera y por dentro, interesantísimos. España, que engendró el desdeñado estilo, no produjo dentro de él, ciertamente, la profusión de obras brillantes que ostenta México. Es toda una evolución americana, nuestra, la del arte churrigueresco en el país vecino: el pueblo mexicano, con nuevo espíritu, con gusto propio, con invención técnica, lo modificó, lo hizo suyo. Apenas se ha iniciado el descubrimiento de esta selva arquitectónica. Aldeas hay, como Tepozotlán, o pueblos como Tasco, con templos sorprendentes. Antes de que cundiese la guerra, se había iniciado en el país el estudio sistemático de las construcciones coloniales: a él se aplicaban, entre otros, Jesús T. Acevedo, el Marqués de San Francisco, y especialmente3 Federico E. Mariscal, cuyas conferencias iban despertando la atención de todos, de los doctos así como de los profanos. Les precedió, años antes, Manuel G. Revilla, quien, si bien encogido aún por ligaduras académicas, se atrevió a iniciar la rehabilitación del estilo churrigueresco. El Museo Nacional, no hace mucho,4 emprendía la publicación de un lujosísimo y minucioso álbum de reproducciones fotográficas, en cuyo primer volumen apenas se describían cinco o seis templos. Pero hasta ahora, la obra maestra sobre la arquitectura colo3 4
Ibíd.: se reemplaza “especialmente” por “sobre todo”. N.d.e. Ibíd.: se tacha “entre tanto” y se cambia por “no hace mucho”. N.d.e.
HOMENAJE A UN PUEBLO EN DESGRACIA
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nial de México es la del norteamericano Sylvester Baxter, desgraciadamente costosa y rara. Otro norteamericano, Frank P. Alien, Jr., con ayuda de Bertram Goodhue (antiguo auxiliar de Baxter) y de algunos artistas más, proyectó y construyó, en la Exposición de San Diego, la “ciudad hispanoamericana”, con sus cúpulas, sus torrecillas, sus nichos, su florida ornamentación “concentrada”, sus resplandecientes azulejos. Para realizarla, hubo de estudiarse largamente la tradición arquitectónica de México. La arquitectura de la exposición resulta, así, un homenaje al espíritu artístico de la nación vecina —en contraste con el desdén y la burla que muchos arrojan sobre su tragedia política. No pudo imaginarse más delicado tributo a un pueblo en desgracia. 13 de febrero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 22 de febrero, 1915. Nota manuscrita en el recorte de este artículo en el álbum de PHU: “Este artículo se reimprimió más tarde, con la firma de P. H. U., en El Progreso, semanario de Santo Domingo, 18 de abril de 1915, y en la Revista de Revistas, de México”. Alfredo Roggiano señala que “parte de este trabajo (el cuerpo fundamental de sus ideas) fue incorporado a su artículo “La arquitectura mexicana”; ver su Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, p. 181.
LA PUBLICIDAD EN LOS NEGOCIOS
Los Estados Unidos se consideran fundadores de la “nueva diplomacia”: la que procede con actitudes claras, no con engaño y ocultación. Ahora podrán llamarse fundadores de una nueva tendencia, en el mundo de la actividad económica: la de hacer que el público conozca el funcionamiento de las grandes empresas. ¿Habéis observado que no se habla de los trusts como antes? El monstruo existe, no nos hagamos ilusiones; pero “republicanos” y “demócratas” lo han acosado, perseguido, “investigado” con formidable persistencia. Bajo Wilson se le han dado golpes decisivos. El monstruo se rindió; no a discreción, ni mucho menos: condescendió en tratar, y de ahí las visitas que hicieron a la Casa Blanca, a mediados del año último, el hijo del gran Morgan y otros “grandes duques” de la actividad financiera. El Presidente, también, cedió, concedió, persuadido de que el monstruo va domesticándose. Y nadie se indignó, ni se asombró; todos, o los más, se dieron por satisfechos de que esta larga guerra de diez años llegará a términos de conciliación. Se ha perdido el miedo al trust: se ha legislado tanto para recortarle las alas, y se ha establecido tanta comisión, y cuerpo técnico, y oficina, para “investigar condiciones” en cuanto atañe al comercio, y a la industria, y al trabajo... La mejor prueba de la transformación está en el contenido de las declaraciones hechas a fines de enero por el hijo de Rockefeller: ¡y quién la hubiera esperado de fuente semejante! Rockefeller, Jr., que día por día va sustituyendo al enigmático y terrible anciano en la jefatura de sus negocios, declara que estima necesario poner en conocimiento frecuente del público la marcha de las grandes empresas. Y ha ofrecido dar el ejemplo. Pocos días después, el Presidente Wilson, hablando ante la Asociación Americana de Ferrocarriles Eléctricos, definía como deber de las grandes empresas el informar al público: “No se tuvo temor a los grandes negocios solo porque lo fuesen, sino porque, siéndolo, pudieran aprovecharse de su magnitud para obtener ventajas indebidas... La era de los negocios privados, es decir, de los
LA PUBLICIDAD EN LOS NEGOCIOS
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negocios que se realizaban con solo el dinero de los asociados, de la directiva, —ha pasado ya, no solo en este país, sino casi en todas partes. Así, casi todas les empresas tienen responsabilidad directa para con el público en general. Debemos información constante al público, cuyo dinero estamos solicitando para invertirlo en nuestros negocios. Tenemos que comerciar, no solo con nuestra eficacia, no solo con los servicios que prestamos, sino también con la confianza que cultivemos. Vivimos en atmósfera nueva para los negocios. El oxígeno que respiran los pulmones del moderno hombre de negocios es el oxígeno de la confianza pública”. Ahora, en la interminable disputa del Senado sobre el proyecto de marina mercante nacional, ha surgido la acusación de “trust”; de que existe, en secreto, el “trust” de la navegación, y él es quien se opone a la discutida ley. Tal vez así sea: y no cabe dudar que hay grandes intereses en contra del proyecto. Pero el público y la prensa no han visto con espanto el nombre de “trust”. Se han limitado a decir: si lo hay, “investíguese”. La investigación difícilmente destruye el monstruo; pero lo “humaniza”. 16 de febrero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 24 de febrero, 1915.
LA EXPOSICIÓN DE SAN FRANCISCO
San Francisco abrió en la mañana de hoy su tantas veces anunciada y aplazada exposición internacional. La abrió, realizando esfuerzo formidable para rodearla de una aureola de éxito; y el Gobernador del Estado, y el alcalde de la ciudad, marcharon al frente de una procesión de cincuenta mil hombres y mujeres que se dirigió a los terrenos de la exposición. Nunca se ha organizado festival más digno de triunfo que éste; y nunca con tan escasas probabilidades a favor. No es una conmemoración del pasado, se nos dice; es un anuncio del porvenir: celebra una victoria de la industria humana cuyos efectos sobre el futuro serán incalculables. Pero todo parece haberse conjurado en contra: Europa, encendida en guerra, no puede contribuir al esplendor de las exhibiciones, sino en mínima parte; la América española, atada, encogida por la pobreza, —como efecto de la conflagración— tampoco hará gran cosa; y para colmo, el Canal, el héroe de la fiesta, opuso pequeñas y molestas objeciones: se ha negado a estar listo y perfecto, libre de “derrumbes”, para el día escogido; será preciso esperar a que se haya dominado el empuje de las tierras inertes, ciegas, amenazadoras de destrucción para la vasta y paciente obra del ingenio mecánico. El peso de la exposición cae sobre los Estados Unidos. La América del Sur es una esperanza con que a veces se cuenta, pero que saldrá fallida: no vendrá gran número de viajeros del continente meridional a San Francisco; este país no les atrae todavía, y en todo caso, hubieran preferido una exposición en el Este, en Nueva York, o Boston, o Filadelfia; no en la región occidental, de pocos atractivos para nuestras gentes, que no han leído a Bret Harte ni a Gertrude Atherton. Se está llevando a cabo una extensa campaña en los Estados Unidos: “visitad vuestro país antes que los otros” (see America first); id a ver las maravillas de California; id a la exposición que celebra el Canal de Panamá, la puerta del Océano Pacífico. Se calcula, como siempre, la posibilidad de atraer a cuantos anualmente viajan por Europa. ¡Ilusión engañosa! Los viajeros que anualmente van a derramar su oro desde las
LA EXPOSICIÓN DE SAN FRANCISCO
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costas inglesas hasta las de Levante, deteniéndose en particular ante los mares de índigo y púrpura de la Riviera, no parecen deseosos de conocer su América. Tal vez conciben el viajar como en Europa: a cada hora de tren cambia el paisaje, y la arquitectura, y acaso las costumbres, y hasta el idioma, o siquiera el dialecto. Todo es variedad y novedad, todo es interés, todo es lección, en Europa. En cambio, a través de todos los Estados Unidos es seguro que se encontrarán un solo idioma, edificios iguales, costumbres semejantes, y aún para el cambio completo de paisajes se necesita viajar días enteros. Para quien sabe ver, cualquier viaje es un viaje a Italia: es verdad; pero estos viajeros, en su mayoría, no saben “ver” hasta ese grado. La Exposición de San Francisco, pues, como todas las de este país, —la de Filadelfia en 1876, la de Chicago en 1892, la de Búfalo en 1901, la de San Luis en 1905—, será un grande y admirable esfuerzo no coronado por el éxito económico. Los cincuenta millones gastados ya nadie espera recobrarlos; apenas se aspira a que los visitantes paguen la gigantesca cuenta de gastos de cada día... 20 de febrero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 28 de febrero, 1915.
BEETHOVEN Y WAGNER
A quien tocara escoger dos obras representativas de las dos corrientes máximas de la música moderna, tal vez le sorprendería como feliz hallazgo la selección hecha por Leopoldo Stokowski para el programa que hoy ejecutó la Orquesta de Filadelfia: la Quinta Sinfonía de Beethoven y la obertura de Los maestros cantores de Wagner.1 ¡Deleite musical perfecto! No sé si haya otras dos obras que los músicos amen más. Tanto en Beethoven como en Wagner encontramos creaciones no menos excelsas. Si buscamos revelaciones estéticas profundas, aun más que a la Quinta Sinfonía, acudiremos a la Novena, o al mar proceloso y sombrío de los últimos Cuartetos. Si pedimos embriaguez a Wagner, nos ofrecerá el insondable y turbulento golfo de su Tristán, o el majestuoso río del Anillo del Nibelungo, o el místico lago de Parsifal. Estas obras sugieren vuelo, delirio, maravilla. ¿Quién les pide placeres técnicos? Profanación —exclamaremos— o pedantería. Emerson se negaba a saber cómo se hicieron los manjares delicados; no, no; se hicieron de rosas. ¿El Tristán está formado de notas? Apenas lo advertimos. Lo sentíamos tejido de ansias, ansias inagotables que acaban por disolverse en la llama espiritual del mundo. La Quinta Sinfonía nos deleita con más reposo: no es profanación pensar en sus perfecciones técnicas. Sobre sus tempestades rítmicas domina el ordenador espíritu de serenidad: “tragedia clásica”, la llama Romain Rolland. Aun a riesgo de incurrir en comparaciones repetidas, pensamos —es inevitable— en Sófocles. ¿No unimos a veces el Este trabajo se publicó, con una pequeña diferencia al comienzo, en el Heraldo de Cuba, 3 de marzo de 1915; está fechado en Washington, en 23 de febrero de 1915. La diferencia es la siguiente: “A quien tocara escoger dos obras representativas de las dos corrientes máximas en la música moderna, tal vez le sorprendería como feliz hallazgo la selección hecha por Leopoldo Stokovski para el programa que hoy ejecutó la orquesta de Filadelfia: la Quinta Sinfonía de Beethoven y la “Obertura” de Los Maestros Cantores, de Wagner”]. [N. de Alfredo Roggiano, Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, p. 216]. 1
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recuerdo de Sófocles al de La tempestad de Shakespeare? No son arbitrarias estas espontáneas asociaciones de imágenes artísticas: Beethoven escribía, bajo la influencia de La tempestad, la Appassionata, que precede, a corta distancia, a la Quinta Sinfonía. Ésta, sin embargo, es más agitada que la comedia utópica de Shakespeare: arranca de conflictos cercanos todavía, y los eleva a cimas de purificación, para culminar en el esplendor solemne del allegro triunfale. Los maestros cantores pertenecen al mundo de la comedia ideal: la obertura, que es el resumen de la obra,2 combina el ingenio humorístico con grave contentamiento y pasión serena. Por instantes, tal modulación, tal figura melódica, nos inquietan evocando ardores del Tristán. Pero se disipa, rápida, la evocación: se impone la romántica placidez, y llegamos al unísono armonioso “en que todas las cosas se equilibran”. ¿Comprendéis por qué los músicos aman estas dos obras? 23 de febrero de 1915 PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
El Heraldo de Cuba, 3 de marzo, 1915; se reprodujo, con las modificaciones señaladas en Las Novedades, el 22 de octubre de 1915, p. 5.
2
En la versión de Las Novedades se elimina el “que es”. N.d.e.
HABLA WILSON
Roosevelt y Bryan hablan en público cuanto pueden; y Roosevelt, además, escribe constantemente. Taft habla, fuera de su cátedra, dos veces al mes, calculando cuidadosamente la oportunidad y las palabras. Woodrow Wilson habla muy de tarde en tarde: desde la reapertura del Congreso, en diciembre, donde leyó su último mensaje, había pronunciado sólo dos discursos: el del “día de Jackson” en Indianápolis, y el dirigido a la Asociación Americana de Ferrocarriles Eléctricos, en la Capital. El día 22, aniversario del nacimiento de Washington, se esperó que el Presidente hablara en la fiesta organizada por la clásica sociedad de “Hijas de la Revolución Americana”. Fiesta patriótica, vivificada por los ingenuos y graves entusiasmos de este pueblo, que canta sus himnos en coro e invoca a la providencia, reproduciendo en las conmemoraciones nacionales las prácticas del templo. Pero Wilson no dijo discurso: se limitó a felicitar —en corta frase, pero con paternal sonrisa—, al adolescente premiado en el certamen de artículos históricos abierto para estudiantes de la Capital. Dos días después, sin embargo, nuevamente se anunció que hablaría Wilson, en otra fiesta que se celebraría en el edificio de las “Hijas de la Revolución”. En el Continental Memorial Hall —tarde lo supe, pero ¿a dónde no va el periodista?— se respiraba el ambiente nacional: guirnaldas y banderas; ruidosa música de bandas, no del mejor gusto ciertamente; rumor de himnos e invocaciones religiosas. El programa, al final, decía categóricamente: “discurso del Presidente de los Estados Unidos”. La reunión tenía por objeto pedir ayuda para educar al pueblo que vive en las montañas del “Sur histórico”, el Sur que se llamaba así cuando la Independencia. En la región montañosa que se extiende al sudoeste de Washington, y que abarca parte de las Virginias, de las Carolinas, del Kentucky y del Tennessee, hasta penetrar ligeramente en el norte de Alabama y de Georgia, viven tres millones de hombres alejados de la civilización contemporánea, haciendo vida montañesa del siglo XVII, aún las tradiciones que heredaron de Inglaterra y de
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Escocia. “Es la Escocia de América”, nos dice el presidente del Colegio de Berea, centro educativo de la región. En tiempos de la guerra civil, las familias ricas del Sur estimaban la educación como privilegio, y no sólo les indignaba que se concediera a esclavos y libertos, sino que veían con disgusto la cultura rudimental que unos cuantos hombres y mujeres bien intencionados del Norte impartían a los pobres montañeses de raza europea. Cuéntase que, al estallar la guerra, un grupo de maestros tuvo que emigrar, acosado por amenazas, de los montes del Kentucky. Ha sido formidable, pues, la tarea de educar a estas pobres gentes, a quienes la cultura les estaba prohibida hace cincuenta años. El colegio de Berea encabeza la obra; y no sólo enseña la cultura de los libros, sino la del trabajo, necesaria para hombres que desconocen los nuevos métodos de la agricultura y la industria. Antes que Wilson, hablaron el magistrado Hughes, que presidía; y el doctor Frost, Director del Colegio de Berea; y el catedrático de la Universidad de Columbia, Frederick G. Bonser; y el insigne escritor Hamilton Wright Mabie. Mabie tiene la fuerza y la habilidad del verdadero “hombre de letras”: la concepción sintética, “redonda”, de los temas; la economía clásica en el desarrollo; las pinceladas incidentales que definen y caracterizan; el don de las alusiones. Habló diez minutos, y logró trazar la historia del descubrimiento espiritual de las montañas; cómo éstas fueron, a los ojos de la Edad Media, moles sombrías y misteriosas pobladas de espíritus malignos; cómo lentamente se comenzó a interesarse en ellas (aunque no recordó la innovadora ascensión de Petrarca); cómo hasta el siglo XVIII, con Gray, no aparecía el sentimiento de las montañas en la literatura inglesa, ni hasta Walter Scott se revelan las highlands de Escocia. Esta región montañesa del sur de los Estados Unidos, dijo, figura en las letras, en las páginas de Fox y de Miss Murfree; pero está todavía, en gran parte, por descubrir. Y allí vive una población, hombres y mujeres a quienes debe enseñarse a descubrirse a sí mismos y a descubrir su país y el mundo, de que están alejados. América está llena de perspectivas como ésta, que son típicas de su vida como pueblo; porque los Estados Unidos de América no son una expresión comercial, sino una expresión moral: América es a land of expectations, una tierra de promesas y de esperanzas. Levantóse, entre aplausos de honda simpatía, Woodrow Wilson, para hablar poco más de diez minutos. Y habló del Colegio de Berea, que
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HABLA WILSON
conoce, porque ha ido en verano a las montañas del Kentucky; y de cómo envidia a todos los precursores, a todos los iniciadores, a todos los que trabajan donde la vida es real y el interés sincero, donde hay gentes hambrientas de saber. Estuvo más de veinte años —dijo— entregado a lo que llaman “enseñar”; y nunca ha logrado hablar ante estudiantes deseosos de saber. Un amigo, profesor de Yale, declaraba que en su larga experiencia pedagógica había descubierto que el espíritu humano posee infinitos recursos para oponerse al conocimiento (Aquí de Renán: la imbecilidad humana es lo único que da idea de lo infinito). El Presidente habla con pocos ademanes; las manos suelen esconderse; la grave y alta figura permanece tranquila, con severa y no afectada dignidad; pero la cara se anima, el juego de expresión es constante, y el calor de humanidad fluye hacia los oyentes y les domina. Como todos los hombres seguros de sus propósitos y de sus ideas, habla con aplomo, con emisión precisa, con claridad perfecta. Termina, como Mabie, expresando su concepto de los Estados Unidos: América está destinada a ofrecer campo, “oportunidades”, a los hombres; a realizar el objeto fundamental de la democracia: conceder a todos posibilidades de desarrollarse, de crearse personalidad. 28 de febrero de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 6 de marzo, 1915.
LA EFICACIA DE LOS CONGRESOS
“Es cosa excelente, donde quiera que existe, —decía Heródoto—, la igualdad entre los hombres. Atenas, que bajo las tiranías no era superior a sus vecinas ni aún en la guerra, libre de tiranos es la primera de todas las ciudades”. Los griegos conocían el valor ideal y las ventajas prácticas de la democracia; y en los ejemplos de la antigüedad se inspiraron muchas veces los fundadores de las “libertades modernas”. Hoy, las fórmulas democráticas penetran en todas partes, y especialmente la fórmula de la “representación popular”, que no hemos heredado, en rigor, de los griegos. Pero si esta fórmula significa progreso en Persia o Turquía, en otros países, donde ya es antigua, va perdiendo eficacia. Si no se le renueva, es porque no se descubre el modo. Acaba de cerrarse el sexagésimo tercer Congreso de los Estados Unidos. Como el Presidente Wilson se decidió a no convocar al sexagésimo-cuarto para sesiones extraordinarias, sobreviene un descanso en las labores legislativas, que habían sido casi constantes, —a fuerza de períodos adicionales—, desde 1908, y más aún desde principios de 1913. El país entero lanza un suspiro de alivio, y, —murmuran los maldicientes—, se pone a contar los huesos que le quedan sanos. ¡Cómo! —exclamarán los devotos del régimen representativo en nuestras tierras—, ¿ha llegado a tamaño descrédito el sistema? Esas quejas ¿no serán provocadas por la corrupción, por las violaciones de los métodos legales y honrados? No: los métodos no sufren violaciones esenciales; todo marcha, poco más o menos, como hace cincuenta años. Es que hay dificultades invencibles en el sistema. Tal es la que se presenta en el caso de los filibusteros. Como en el Senado no hay artículo de reglamento que limite el número de los oradores para cada cuestión, ni el tiempo que hayan de consumir, una oposición decidida puede, desplegándose en discursos de varias horas a través de sesiones permanentes, impedir que llegue a votarse una ley. Así acaba de ocurrir con el proyecto de marina mercante: la mayoría cedió, por cansancio, y el proyecto quedó dete-
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nido. Muchos proponen desterrar estas prácticas limitando reglamentariamente la verbosidad de los “filibusteros”. Pero otros se oponen: ¿Y si éste es el único medio para cerrar el paso a leyes malas? Como se ve, el conflicto no ofrece salida; y se opta por dejar las cosas como están. No menos sensacionales que las sesiones permanentes con discursos de doce y de catorce horas, fueron las “apropiaciones” que votó el Senado cuando estuvo libre del fantasma de la marina mercante: las cantidades se sucedieron a razón de cien millones al día, votados sin estudio ni discusión suficientes, en medio del estupor del público. ¿Cómo puede evitarse la negligencia de los legisladores? Y todavía se estima, generalmente, que el Senado medita y estudia los problemas nacionales mejor que la Cámara de Representantes. Ésta ha marchado, durante los dos años últimos, bajo la inspiración del Presidente Wilson, salvo la rebeldía momentánea contra el veto a la Ley de Inmigración. ¿Cómo se evita —se preguntan los que la temen—, l a influencia presidencial? En conjunto, el mecanismo de los Congresos, desde su formación hasta sus votaciones, ha ido acomodándose a influencias peculiares de las fuerzas económicas del país. Las fórmulas de la Constitución y de las leyes adjetivas no dan suficientes recursos para modificarlo, para hacerle producir la verdadera representación del pueblo. La elección directa de los senadores por ejemplo, no determinó cambio ostensible. Se necesitaría inventar fórmulas nuevas... Por ahora, el pueblo, bajo la preocupación de problemas más inmediatos, no piensa en la raíz de éste, y se limita a regocijarse cuando el Congreso descansa y no le mantiene en temor de sorpresas legislativas. 7 de marzo de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 16 de marzo, 1915.
ESPAÑA Y LOS ESTADOS UNIDOS
Alemania lleva la primacía de la erudición en toda materia de historia y literaturas —Grecia o Roma, el antiguo Oriente o la Europa medioeval. Tuvo la primacía en el estudio de la literatura española desde fines del siglo XVIII hasta mediados del XIX—, la época de Ferdinand Wolf y de Ludwig Clarus. Alemania, “la redentora Alemana”, como la llamó Menéndez y Pelayo, rehabilitó al genio español contra los desdenes de Francia. Hoy, sin embargo, en Alemania decaen los estudios hispanísticos. Las viejas torres, como Baist, como Hanssen, van quedándose solitarias. ¿Por qué? No cabe atribuirlo a razones de orden práctico: el idioma castellano va haciéndose cada día más “útil”. Entre tanto, el papel que Alemania representó en la erudición hispanística lo asumen (¡extraña coincidencia!) los Estados Unidos. Francia posee hispanistas eminentes, como Foulché-Delbosc, Director de la publicación más importante en estas materias, la Revue Hispanique, o como el venerable Morel-Fatio. En Italia se distingue, entre otros, el brillante y universal Farinelli; y Benedetto Croce, el filósofo renovador, no desdeña las minucias eruditas. A Inglaterra, que es menos rica, generalmente se la conoce en este campo gracias a Fitzmaurice-Kelly. Suecia tiene a Erik Staaff, a Munthe... Pero, fuera de España, no existe grupo de eruditos en letras españolas comparable, por la abundancia de calidad, al que forman los catedráticos de los Estados Unidos. De la América Latina, ni que hablar hay: Andrés Bello, Rufino José Cuervo, García Icazbalceta, pertenecen ya al pasado; y no llegan hoy a quince nuestros verdaderos eruditos, los capaces de traer contribuciones valiosas a la crítica o a la documentación histórica, tales como José Toribio Medina (de labor pasmosa, titánica), Francisco A. de Icaza, José de Armas, José de la Riva Agüero, Alfonso Reyes o Julio Vicuña Cifuentes. Nunca faltaron en los Estados Unidos amantes del genio español. Desde principios del siglo XIX se escribe sobre España, su vida y sus costumbres, su historia, su arte, su literatura; se traducen sus autores. España hace gran papel en la obra de los principales escritores norte-
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americanos: Washington Irving, Bryant (que tradujo a Heredia), Longfellow, Lowell, Prescott, Ticknor... Aun los que nada escribieron sobre España, como Edgar Poe o el delicioso Holmes, hacían citas en castellano, idioma que tal vez estudiaran. Hace poco todavía, John Hay representaba esa tradición; y Howells, el insigne decano de la actual literatura de los Estados Unidos, hace siempre elogios de la española moderna. Fuera del grupo de los profesores universitarios, los Estados Unidos pueden mostrar el ejemplo único y admirable de Archer M. Huntington, fundador y sostenedor de la Sociedad Hispánica. Los servicios que se le deben, por sus pesquisas, por sus magnas ediciones de textos clásicos (a menudo ediciones facsimilares de manuscritos únicos, como el del Cantar de Mio Cid, o de ejemplares raros, como los de los Cancioneros), son incalculables. Y la fundación de la Sociedad Hispánica representa una fortuna: Mr. Huntington le dio edificio, museo de arte y de antigüedades, y biblioteca insuperable. Solo cabe lamentar que esta institución, cuyos elementos de trabajo son excepcionales, no extienda su actividad hasta constituirse en un centro indiscutible de los estudios hispanísticos en América. Pero Mr. Huntington ha hecho tal vez todo lo que cabía... El grupo de catedráticos trabaja dentro y fuera de las Universidades: dentro, en las cátedras (que son generalmente cátedras de estudio intensivo, donde no se recorre trivialmente el programa de toda la historia literaria española —se supone que el estudiante de las instituciones superiores pasó ya de esa etapa— sino que se profundiza un tema durante un año: la poesía épica medioeval, o la novela pastoril, o el teatro de Lope, o Cervantes, o Quevedo); fuera, con estudios, con investigaciones, con ediciones críticas. No sería fácil, en breve artículo informativo, enumerar y describir esta enorme labor; baste recordar ejemplos: ediciones críticas como el Cervantes de Schevill (en colaboración con Bonilla, de Madrid); el Poema de Fernán González, por Carroll Marden; el “Santo Domingo”, de Berceo, por Fitz-Gerald; el Cancionero gallego-castellano, por Lang; el Calila y Dimna, por Clifford G. Allen; teatro del siglo XVI, por Urban Cronan; obras de Calderón y Mira de Mescua, por Buchanan. O bien antologías y ediciones escolares, como las de Ford, de Morley, de los Bourland y de tantos otros; apenas hay catedrático a quien no se deba una de estas ediciones anotadas para estudiantes de lengua inglesa. O libros como La novela pastoril [y Lo-
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pe1], de Rennert (alemán de origen); o La novela picaresca, de Chandler; o el Ovidio y el Renacimiento en España, de Schevill; o La literatura española en la Inglaterra de los Tudor, de Underhill. O estudios lingüísticos como el de Ford sobre las antiguas letras sibilantes en castellano; o el de Umphrey sobre el dialecto aragonés; o el de Carroll Marden, sobre la pronunciación del castellano en la ciudad de México; o estudios folklóricos, como los relativos a romances y cuentos en la frontera sur de los Estados Unidos, por Espinosa (descendiente no sé si de mexicanos o de españoles). O bibliografías como las de Buchanan. O, en fin, los infinitos trabajos breves sobre puntos especiales: labor en que se distingue J. P. Wickersham Crawford, para quien no hay rincón secreto en la literatura de los siglos de oro. Por último, Ford prepara un nuevo manual de historia literaria. Si algo se echa de menos, es la frecuencia de trabajos de crítica pura, de valuación estética. Pero la erudición abre el camino; no dudemos que bien pronto los hispanistas de los Estados Unidos coadyuvarán a la renovación de valores clásicos que está iniciándose en España. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA Nota.—He aquí la distribución de los hispanistas en los Estados Unidos. Entre ellos no se cuentan los simples profesores e instructores de idiomas y elementos de historia literaria, —que son legiones—, sino los especialistas conocidos por sus trabajos. The Hispanic Society of America, Nueva York.—Archer Millington Huntington. Harvard University, Cambridge, Massachusetts.—Profesor Jeremiah D. M. Ford. Dr. Arthur Fisher Whittem. (Ford concede atención también a la literatura hispanoamericana, y por indicación suya dio un curso sobre ella en Harvard el profesor E. C. Hills, de Colorado College. Además, hay ahora un profesor de historia latinoamericana, el doctor Manuel de Oliveira-Lima, de Brasil. Harvard, tiene, por último, al famoso maestro de filología romántica, Charles Hall Grandgent, cuyos trabajos dan luz sobre los orígenes del castellano.
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Agregado por P. H. U. en el recorte de su archivo. [N.d.A.R.].
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Asimismo, los cursos de literatura comparada del profesor Murray A. Potter tocan muchas cuestiones de la española). Yale University, New Haven, Connecticut. —Profesor Henry Rosemann Lang. Columbia University, Nueva York. —El principal profesor de Literatura Española, en Columbia, es John Driscoll Fitz-Gerald, quien, según parece, divide su tiempo entre esta Universidad y la de Illinois. Profesor Louis Auguste Loiseaux. Profesor Albert Arthur Livingston. Profesor Louis Imbert2 (Esta Universidad tiene, además, en el profesor W. R. Shepherd la primera autoridad del país sobre historia española e hispanoamericana). University of Pennsylvania, Filadelfia, Pennsylvania. —Profesor Hugo Albert Rennert. Profesor James Pyle Wickersham Crawford. University of California, Berkeley, California. —Profesor Rudolph Schevill. Profesor Carlos Bransby (colombiano). Leland Stanford University, San Francisco, California. —Profesor Aurelio Macedonio Espinosa. Profesor Clifford Gilmore Alien. University of Michigan, Ann Arbor, Michigan. —Profesor Charles Philip Wagner. University of Illinois, Urbana, Illinois. —Profesor John Driscoll Fitz-Gerald. Johns Hopkins University, Baltimore, Maryland. —Profesor Charles Carroll Marden. University of Chicago, Chicago, Illinois.—Profesor Karl Pietsch. Profesor Ralph Emerson House.3 Como profesor asociado, Aurelia M. Espinosa, de Stanford. Indiana University, Bloomington, Indiana. —Profesor Albert Frederick Kuersteiner. University of Colorado, Boulder, Colorado. —Profesor Sylvanus Griswold Morley. University of Washington, Seattle, Estado de Washington. —Profesor George Wallace Umphrey. Western Reserve University, Cleveland, Ohio. —Profesor Benjamín Parsons Bourland. 2 3
Agregado de puño y letra de P. H. U. en el recorte de su archivo Ibíd.
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Smith College, Northampton, Massachusetts. —Profesora Miss Caroline B. Bourland. Wellesley College, Wellesley, Massachusetts. —Profesora Miss Alice H. Bushee. Bryn Mawr College, Bryn Mawr, Pennsylvania. —Profesor Fonger de Haan (holandés). Clark University y Clark College, Worcester, Massachusetts. —Profesor Joseph de Perott. Profesor Philip Hudson Churchman. Colorado College, Colorado Springs, Colorado. —Profesor Elijah Clarence Hills (especialista en literatura hispanoamericana; ha publicado una pequeña antología de “Bardos Cubanos”). Boston University, Boston, Massachusetts. —Profesor James Geddes, Jr. West Virginia University, Morgantown, Virginia occidental. —Profesor Madison Stathers. Hay todavía instituciones importantes que no cuentan con especialistas en literatura española y solo enseñan el idioma castellano y breves nociones sobre historia literaria. Hispanistas que trabajan, según parece, fuera de las instituciones educativas son: George William Bacon, Wyncote, Pennsylvania. Edwin H. Tuttle, New Haven, Connecticut. Frank Waldleigh Chandler. John Garrett Underhill. Urban Cronan. Alfred Coester, Brooklyn (especialista en literatura hispanoamericana). Además, la gran Universidad canadiense de Toronto tiene como profesores a Milton Alexander Buchanan y George Tyler Northup; y la Universidad de Macmaster, en la misma ciudad, tiene a Bernard Franzen-Swedelius (probablemente de origen escandinavo). [P. H. U.] El Heraldo de Cuba, 12 de marzo, 1915. “Artículo reimpreso en La cuna de América, de Santo Domingo, 1° de mayo de 1915, sin el índice final de hispanistas, y reproducido después en la Colección “Ariel”, de San José de Costa Rica”. [Nota manuscrita de P. H. U., al margen del recorte de su archivo]. En Current Opinion, Volume 60, January-July 1916, pags. 428-429 (correspondiente al mes de junio), se comenta este trabajo y se reproduce, traducida al inglés, la parte en que se afirma que el papel de Alemania en los estudios hispánicos ha sido tomado por los Estados Unidos de Norteamérica. [N.d.A.R.]
PIGMALIÓN CONTRA GALATEA
¿Qué fin se propone Bernard Shaw, —siempre lleno de propósitos—, en su comedia Pigmalión? ¿Demostrar, según dijo hace poco, la imposibilidad de tomar en serio a un país como Inglaterra, que no hizo caso de sus advertencias sobre los augurios del presente conflicto internacional, y en cambio discutió durante semanas la osadía de poner en boca de la novísima Galatea una palabra proscrita del lenguaje de las “personas decentes” en Londres? Tal vez; porque en Pigmalión no se descubre una idea central —como en La otra isla de John Bull, por ejemplo—, a la cual el autor conceda importancia de tesis o de problema. El ambiente y el proceso de la comedia, hasta para quienes nada anterior conocían de Shaw, sugieren la proximidad de la tesis; pero la idea inicial es a tal punto delgada y de poco cimiento, que se hace difícil aceptarla como núcleo teórico. Pigmalión, el maestro de fonética, promete, y logra, dar a una florista del arroyo aspecto de gran dama, con sólo enseñarle la recta pronunciación de su idioma... y, desde luego, alterar su indumentaria. Tesis elemental: todos los seres humanos son iguales, y difieren no más que en cosas externas, como el traje y la pronunciación. Pero tesis inadmisible en Bernard Shaw: porque no es él quien a estas horas salga a romper lanzas en pro de la igualdad, noción cuyo valor y cuyos límites exactos están ya bien definidos para todo hombre “moderno”; ni tampoco le preocupan las “diferencias de clases”, problema ínfimo que a nadie interesa hoy, fuera del aspecto económico. La comedia sola destruye la tesis elemental, a manera de esbozo humorístico, de que pareció arrancar: Pigmalión descubre que su Galatea no asumirá el papel de dama elegante con el simple equipo de la indumentaria y la prosodia de los salones. Necesita más: necesita, junto a la prosodia, la sintaxis; y todavía, el vocabulario distinguido, con sus limitaciones académicas. Todo lo adquiere al fin... y el problema inicial de la comedia desaparece.
PIGMALIÓN CONTRA GALATEA
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A la mitológica Galatea le faltaba el alma: a ésta no; y el interés de la obra, en su segunda mitad, es la revelación del alma de la florista. Pero entonces, si el mármol en que trabajó Pigmalión era excelente, ¿por qué sorprendernos ante la estatua? La contradicción, que destruye el conato de tesis inicial, nada significa para Bernard Shaw; la olvida, y a poco andar cae en una de sus controversias favoritas: el eterno conflicto, teórico y práctico, entre el hombre y la mujer. Pigmalión admira su obra, pero Galatea se inclina demasiado “humanamente” hacia el escultor. Pigmalión se opone a Galatea. No exclaméis: ¡he aquí la tesis! No: Bernard Shaw es poco amigo de lo implícito, de lo tácito; es, según él mismo se define, esencialmente “explicativo”. La querella en torno al tema bíblico: “la mujer es el viejo enemigo del hombre”, no aparece sino como incidente inevitable, supuesto el autor... o, si queréis, como recurso para cerrar la comedia. ¿Termina ésta con amor? ¡Imposible! Triunfa, como siempre en Bernard Shaw, una lógica irónica. ¿Por qué nos deleita esta obra sin plan, sin arquitectura visible, tejida de situaciones extremas y de tesis ocasionales sucesivas? La “ilusión”, en el teatro de Shaw, no la producen los episodios ni el asunto: cuanto en él ocurre es, para las gentes convencionales, absurdo; la ilusión la dan los personajes, seres de vitalidad pasmosa, por cuya virtud aceptamos como posibles todas sus acciones, así como en la vida diaria las de muchos seres “originales”. A quien tiene imaginación no le estorba esta “incongruencia —según la define Walkley—, entre la realidad externa de los personajes y la fantasía ‘interna’ de sus acciones”. A la ilusión debe añadirse el interés; y éste, en el teatro de Shaw, tampoco nace de los simples “hechos” que constituyen el “asunto”, sino del movimiento de discusión y de polémica que los invade y domina. Bernard Shaw ha descubierto, afirma Cecil Chesterton, que una buena discusión, una buena polémica, es cosa dramática, siempre que se permita a las dos partes manifestarse con igual fuerza. Y Bernard Shaw es el primer polemista de Inglaterra. Washington, 10 de marzo de 1915. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA El Heraldo de Cuba, 18 de marzo, 1915.
ACUARELAS Y RETRATOS
La escasa vida artística de Washington acaba de animarse con dos pequeñas exposiciones pictóricas: una, de acuarelas, en la Galería Corcoran; otra, de retratos al óleo, en el Nuevo Museo Nacional. El arte de la acuarela, dócil a los caprichos del colorista, es natural que atraiga a los pintores de los Estados Unidos, cuya preocupación fundamental es el color. Son seductoras las posibilidades de reducir o extender las combinaciones cromáticas, a voluntad, sin caer en efectos pobres. Los acuarelistas norteamericanos son legión. Los pintores famosos generalmente abandonan la acuarela, o vuelven a ella de tarde en tarde. Pero el talento joven la adopta como medio de iniciación: comparada con el óleo, la acuarela halla más fácil “salida” en el mercado y más fácil acceso en las exposiciones; se le perdonan defectos, o bien audacias, que en el cuadro resultarían patentes. Existen, además, especialistas de este arte menor y fácilmente perecedero; pintores que acaso renuncian a la gloria resonante, y dicen con el viejo verso del olvidado Musset: Mi vaso no es grande, pero bebo en mi vaso. Tanto estas acuarelas de la Galería Corcoran como las que vi semanas atrás, en la exposición del Instituto Peabody de Baltimore, revelan incalculable promesa artística: abunda la visión interesante de la naturaleza (puesto que la mayoría de estos trabajos son paisajes y marinas); abunda la habilidad del dibujo, el sentido del color. Como hay pocas pretensiones, hay poca tendencia académica; libremente se afrontan impresionismos y conatos de futurismo. Y la mujer, que en este país busca los primeros puestos donde quiera, anuncia, en estas exposiciones donde predomina la juventud, cómo se dispone a extender en lo futuro el campo de triunfos abierto por Cecilia Beaux y Mary Cassatt. No le falta ninguna de las cualidades sólidas; y ni siquiera se entretiene en alardes de fuerza, como los de James Verrier y Dodge McKnight en la exhibición de Baltimore.
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Una mujer es quien domina y triunfa en la exposición de retratos del Museo Nacional: Cecilia Beaux. Presenta una figura de funcionario joven: cara enérgica, de perfil, cuyos planos se definen con vigor de modelado escultórico. Junto a esta obra maestra, los más interesantes trabajos son los de George Bellows (ingenioso juego de color y de expresión humorística) y de Howard Gardiner Cushing: figura estilizada de mujer sobre fondo de tapiz japonés, con hábil empleo del recurso de los espacios vacíos, blancos, que Alice Meynell ha comparado al de las pausas en música. El resto de la exposición, aunque es obra de pintores conocidos (a veces respetables como Chase), no sugiere sino amaneramiento: de cada artista hay trabajos que no son sino productos automáticos de métodos de estilo, más o menos personales en su origen, pero mecánicos ya en gran parte. Salimos de allí, deseosos de arte más vivo, hacia los salones antiguos, donde, entre retratos del siglo XVIII inglés —Gainsboroughs, Reynolds, Lawrences, Romneys—, entre estilos amanerados también, aunque clásicos ya merced a la distancia, sobresale, vencedor, un admirable Hogarth. Hogarth no tiene fama como retratista, sino como dibujante humorístico, censor de las costumbres londinenses. Pero este “Retrato de Mrs. Price”, con su precisión de dibujo, su suave brillo como de esmalte, su delicada armonía de azul y oro, su “humanidad” de expresión, hace pensar en el amable realismo de los retratos holandeses de damas. En otra sala próxima, el espíritu severo y profundo de Manet se muestra en dos cuadros de tono oscuro, apacible a los ojos: “El reposo” y “Rouvier en el papel de Hamlet”. El público ¡ay! apenas los mira: junto a ellos “detona” (como dicen los franceses) una bailarina de Zuloaga, “Rosita”, uno de los peores trabajos del maestro español. 18 de marzo de 1915. PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA
El Heraldo de Cuba, 31 de marzo, 1915.
EL PROBLEMA DEL SECRETARIO DE ESTADO
No pasa día sin que la prensa de los Estados Unidos censure acremente la conducta oficial de Mr. Bryan. El Secretario de Estado no dirige su departamento; las más de sus horas se consumen, no sólo en discursos y conferencias retribuidas, —con escándalo de quienes estiman que el país paga lo suficiente para que sus altos funcionarios le dediquen su atención indivisa—, sino principalmente en trato y conversación con los hombres de su partido. Mr. Bryan no se consagra a la verdadera política, que es obra de construcción social, sino a la política menuda del partido demócrata, a la mundana empresa de atraer y juntar a los hombres públicos en torno a su grupo. El día que Mr. Bryan quiere poner mano en asuntos de su cargo provoca serias inquietudes en Washington: funcionarios norteamericanos y diplomáticos extranjeros temen a estas súbitas muestras de actividad; prefieren que Mr. Bryan se vaya a las Dakotas, o al Oregón, a “unificar” grupos demócratas y a pronunciar discursos brillantes sobre ideas inexactas... El presidente Wilson, entre tanto, es quien afronta las graves cuestiones internacionales: sobre sus hombros de Atlante cae todo el peso de este histórico período de gobierno; él acometió la formidable tarea de enseñar al Congreso cómo se ejecuta un vasto programa de reformas, y se ha visto obligado a asumir la poderosa carga de las relaciones exteriores. Acaso los errores de su política internacional se deban en parte a las rémoras con que tropieza en el personal de su departamento de relaciones exteriores, donde cada quien tira por su lado, según la comidilla de Washington; donde se dice que hay, por ejemplo, “villistas”, y “carrancistas”, y “gutierristas”, entre los empleados. Mr. Bryan sólo ha servido, mientras tanto, como “lazo de unión” en el partido; pero ya comienza a creérselo innecesario. Seis meses atrás se dijo que Bryan pensaba renunciar. El rumor reaparece de cuando en cuando, pero siempre más y más débil. Aún los periódicos demócratas acogen con entusiasmo la noticia. La situación la resume, quizás mejor que ninguno, The New Republic, el admirable
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semanario que da voz a las mejores tendencias de la generación joven en los Estados Unidos. “Mr. Bryan ha sacrificado su reputación para mantener la unidad del partido democrático... La censura contra él ha sido repetida y humillante... Si Europa y México estuvieran en paz, el puesto de Secretario de Estado no sería conspicuo. .. Pero, una vez que estalló la guerra, no era posible evitar las responsabilidades del puesto. Mr. Bryan tenía que revelarse maestro en la política internacional, o fracasar ante todo el pueblo de los Estados Unidos... “Las buenas intenciones, sin ayuda de conocimientos, de habilidad, no producen más que confusión. Mr. Bryan es declaradamente ignorante de la política extranjera. Ni sus más ardientes admiradores afirmarían que es competente para las labores ordinarias de su puesto. Para las tareas extraordinarias de la guerra, es un desastre, una humillación para él mismo y para todo el pueblo norteamericano. Desmiente la vieja máxima de que las grandes crisis producen grandes hombres. Mr. Bryan no es, en rigor, otra cosa que un provinciano simpático pero de criterio poco amplio. En frente de hombres como Grey de Inglaterra, Sazonoff de Rusia, o Naón de la Argentina, Mr. Bryan resultaría un niño mimado e ignorante... El prestigio que los Estados Unidos conserven al terminar la guerra será bien poco si continúa en manos de un hombre conocido, en todo el mundo por su benévola ineptitud... Estos son tiempos en que el Presidente necesita un Secretario de Estado que lo ayude, no un hombre a quien tenga que ayudar... “El país tal vez sienta que tiene derecho a pedir la renuncia de Mr. Bryan... Pero sabemos que no renunciará. Es todavía un recurso político. .. En último análisis, Mr. Bryan es una de las cargas fijas de un sistema de gobierno fundado en la errónea teoría de los “dos partidos” exteriormente homogéneos. Seguirá en el gabinete para sostener la ficción de que los demócratas son un grupo político unificado”. No es sólo eso. Si contra Mr. Bryan hubiera intereses fuertes del género activo, se le habría hecho renunciar ya. Pero en su contra no está sino aquella parte de la opinión sensata y culta de los ciudadanos a quien interesa la decorosa actitud internacional del país... Esa minoría que “mira hacia fuera” lleva su voz a los mejores periódicos, pero ahí se detiene. Es uno de los casos que destruyen la ilusión de que la prensa lo puede todo.
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EL PROBLEMA DEL SECRETARIO DE ESTADO
Nueva York, 30 de marzo de 1915. E. P. GARDUÑO
El Heraldo de Cuba, 9 de abril, 1915.
LAS NOVEDADES
INSTITUCIONES,
LEYES Y COSTUMBRES
Esta sección que ahora inauguramos, bajo el título de Instituciones, leyes y costumbres, tiene por objeto poner al alcance de nuestros lectores información que no se encuentra fácilmente fuera de obras destinadas a especialistas en derecho y que, sin embargo, tiene utilidad e interés para todos. Trataremos, en esta sección, materias referentes a instituciones y a leyes, a reglas, prácticas y costumbres de carácter jurídico cuyo conocimiento pueda interesar en cualquiera de los países de habla castellana. Así, daremos a conocer instituciones y prácticas de los Estados Unidos, cuyo ejemplo es el que tenemos más a mano. Durante mucho tiempo fue costumbre en nuestra América, —costumbre que no ha desaparecido del todo, aunque sí mermado mucho—, admirar las instituciones norteamericanas y hacer esfuerzos por imitarlas. Si no siempre se tuvo éxito al introducirlas en nuestros pueblos, fue en parte porque, al trasplantarlas, no se estudió lo bastante la diferencia entre sistemas políticos jurídicos opuestos, como lo son el que se funda en la tradición romana y el que se funda en la tradición sajona. Al estudiar cualquiera de las prácticas jurídicas norteamericanas, y la posibilidad de introducirlas en los países de la América latina, es necesidad imprescindible tratar de adaptarla a nuestras organizaciones nacionales despojándola de todo elemento inútil o contrario a su cabal desarrollo en suelo nuevo, “traduciéndola”, en suma. Como se ve, la información que demos deberá tener, en buena parte, carácter de estudio comparativo. Pero claro está que no nos limitaremos a tratar de leyes e instituciones de los Estados Unidos. Toda ley, institución o práctica, de cualquier origen, si es merecedora de divulgación, por ser aplicable con fruto, aunque todavía poco conocida, en la mayoría de nuestros pueblos, podrá ser estudiada aquí; y tomaremos en cuenta las innovaciones jurídicas interesantes que se realicen en naciones de la América española.
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INSTITUCIONES, LEYES Y COSTUMBRES
Desde luego pedimos a todos los que se interesen por conocer los progresos de nuestros pueblos en el derecho, nos ayuden con datos sobre la vida jurídica de cualquiera de ellos. Por último, estamos obligados a no olvidar las cuestiones internacionales, especialmente las que se refieren a las relaciones entre los países de América y a los problemas que ahora reciben el nombre de “panamericanos”. Aunque nuestro periódico trata siempre, en otras secciones, asuntos relacionados con estos problemas, aquí estudiaremos puntos que se refieran a los principios de derecho implicados en cualesquiera controversias sobre tales cuestiones.
Las Novedades, 8 de julio, 1915.
LA INSTITUCIÓN DEL HOMESTEAD
A menudo, entre los hispanoamericanos a quienes interesan los problemas sociales y políticos, se suscita la cuestión: ¿Cuál es el verdadero carácter de la institución del homestead? Y luego ¿qué enseñanza podemos derivar de ella para nuestros pueblos? El homestead (cuyo nombre, que no es posible traducir con precisión, significa hogar fijo) es una institución sui generis, que no cabe con exactitud dentro de las clasificaciones latinas de las formas de la propiedad. Los juristas norteamericanos (véase por ejemplo el manual de Bolles) suelen colocarla entre las formas de propiedad limitada, como el usufructo. Fuera de los Estados Unidos, sin embargo, el homestead interesa generalmente, más que como propiedad limitada, como propiedad protegida. En rigor, la limitación y la protección de la propiedad en el homestead son muy variables. Un homestead es, por definición, una extensión cultivada de terreno donde el dueño, —necesariamente ciudadano y jefe de familia—, establece su hogar o residencia permanente, declarándolo así para acogerse a los beneficios que le concede la ley. Jefe de familia se considera a todo aquel de quien depende alguien, no solo consorte o hijos, sino también tratándose de solteros, padres, hermanos y aun otros parientes. La ciudadanía es necesaria, pero la concesión de homestead puede hacerse también al extranjero que pide carta de naturalización. Los beneficios de la ley varían según los diferentes Estados en que existe la institución: tanto varían la cantidad de terreno cultivable necesaria para constituir el homestead como las exenciones que se le conceden contra los acreedores y las limitaciones fijadas a la enajenación. El desarrollo de la institución, su éxito y su variedad de formas, se deben a un doble proceso en que colaboran la legislación federal y la particular de los Estados. El gobierno federal encabeza el movimiento dando gran cantidad de sus tierras a los homesteaders para que se establezcan en ellas y las cultiven, con lo cual las hacen suyas en un plazo de cinco años, que aun pueden reducirse en muchos casos. Los Estados dictan leyes para proteger la propiedad del homesteader.
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LA INSTITUCIÓN DEL HOMESTEAD
La primera legislación sobre homestead la dio, en 1839, la República de Texas, entonces recién separada de México y no incorporada aún en la Unión Americana. Pero la Ley Federal de 1862, al ofrecer tierras a quienes quisieran constituir homesteads, es la que logró multiplicarlo prodigiosamente. Miles y miles de ciudadanos, —especialmente, al principio, los que habían sido militares, a quienes se les concedieron relativas ventajas—, se han acogido a la benéfica ley. Se calcula en ochenta y cinco millones de acres (cerca de treinta y cinco millones de hectáreas) los que han sido distribuidos y cultivados desde que se implantó la ley. El desarrollo de los Estados del Oeste se debe en gran parte a los homesteaders que allí se establecieron. Para los Estados Unidos, la importancia del homestead estriba en la concesión de tierras, beneficencia oficial que, en unión con el esfuerzo del individuo, ha protegido inmensa suma de riqueza privada. Pero esto no es lo que ha despertado el interés de Europa y de la América latina sobre esta institución. Ninguna nación necesita aprender de otra las ventajas que se obtienen dando al ciudadano tierras para que las cultive. En mayor o menor escala, todos los gobiernos de nuestra América dan tierras a los capaces de trabajarlas. Para nosotros, los caracteres más interesantes del homestead son los que limitan la enajenación e impiden el embargo de la propiedad. En rigor, el principio de la inalienabilidad no es tan general como se cree, y nunca es absoluta. La mayoría de los Estados fijan la forma de renuncia de derechos con que se puede deshacer el homestead. No basta, se dice, la intención, ni una transacción privada, para la desaparición del homestead: se necesita la intervención de la autoridad. Algunos Estados permiten la hipoteca de la propiedad; en caso de que el homesteader sea casado, necesita el consentimiento de su esposa para hipotecar. Pero en Texas, por ejemplo, no puede gravarse el homestead, y no pocos abogados protestan contra esta disposición legal, estimándola como una cortapisa al desarrollo económico del Estado. El carácter de inalienabilidad relativa no es, de seguro, una ventaja en toda ocasión. En países donde el movimiento económico es activo, el estancamiento de una parte de las propiedades puede ser un estorbo. Ya se sabe que en México, donde la acumulación de bienes invendibles en manos de la Iglesia amenazaba ahogar el desarrollo económico, existen hoy leyes que prohíben la amortización de la propiedad. Allí,
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pues, no sería posible, constitucionalmente, establecer el homestead relativamente inalienable, como el de Texas. Pero acaso fuera útil ensayarlo en otros países, donde no existan prohibiciones legales como la de México, y sea todavía necesario estimular el trabajo humano con el incentivo de la propiedad, o donde pudiera temerse a la imprevisión económica del campesino. La protección del homestead contra los acreedores del dueño, o sea la exención, tampoco es uniforme, ni con mucho, en los diversos Estados. Es general la regla que los escuda contra toda deuda contraída por el homesteader antes de la ocupación del terreno en que se establece el homestead, y en la mayoría de los casos, la propiedad está exenta de ataque por deudas no relacionadas directamente con ella. Pero si debe responder por toda suma o trabajo empleados en adquirirla o mejorarla, y en diversos Estados se la hace responder por las obligaciones que el dueño contrae apoyándose en el crédito que le da su carácter de propietario. La adaptación de estas exenciones a uno de nuestros medios ofrecería, sin duda, dificultades. Pero esas exenciones, esa protección del homestead, son las que más a fondo conviene estudiar (ya volveremos sobre ellas), porque pueden contribuir, si se las implanta en forma discreta y en consonancia con nuestros sistemas civiles y penales, a afianzar sólidamente “la pequeña propiedad” y mantener el bienestar de clases laboriosas y modestas.
Las Novedades, 8 de julio, 1915.
PROBLEMAS PENALES
Ningún caso criminal ha ocurrido en este país, durante los últimos quince años, comparable, por la resonancia, al de Harry K. Thaw. En 1906, el joven millonario mató, según es bien sabido, al insigne arquitecto Stanford White, una de las personalidades más conocidas del mundo artístico, pues era autor de obras notables, como el Madison Square Garden y el Arco de Washington en la Quinta Avenida, y socio de McKim, a quien se estimaba como el más ilustre maestro de la arquitectura en los Estados Unidos. Después del sensacional proceso, con un florido pero no muy sólido discurso del defensor, y una acusación magistral, vigorosa y severa, del fiscal Jerome, Thaw fue declarado “Culpable, pero loco”, y se le llevó al manicomio. De allí se escapó en 1914, y pasó al Canadá; pero allí fue devuelto a los Estados Unidos, y se halla otra vez bajo custodia. Desde hace tiempo los defensores de Thaw alegan que éste no se encuentra ya en estado de locura y, por tanto, debe permitírsele abandonar el manicomio. La discusión lleva trazas de hacerse interminable, porque las autoridades tienen escrúpulos en dejar libre al millonario homicida, y éste, en cambio, está dispuesto a gastar cuanto se necesite para “probar su caso” y obtener la libertad. En su aspecto técnico puramente formal, aunque es un jurado quien lo decidirá, el “problema Thaw” es más bien médico que jurídico. Pero en el fondo se discute la recta aplicación de los nuevos criterios penales. Durante los últimos cuarenta años, el criterio penal se ha renovado en todas partes, gracias, principalmente, a los estudios de criminología. La práctica penal, como siempre ocurre, se ha renovado mucho más lentamente que las ideas. Pero hay un principio universalmente practicado ya: al criminal loco no pueden aplicárseles castigos que al criminal consciente. Este principio, sencillísimo en su aplicación cuando no cabe duda respecto del estado mental del reo, es el que, en el caso Thaw, produce tantas confusiones. Thaw es, según toda probabilidad, otra cosa que un desequilibrado, un hombre en las “fronteras de la locura,” según la
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vieja fórmula del alienista Cullerre. Es muy posible que, en la época en que ejecutó el homicidio, la excitación hiciera más marcados que hoy sus caracteres morbosos. Pero, en realidad, para Thaw las ventajas estaban, en 1907, en haberse declarar loco, mientras que hoy están en hacerse declarar cuerdo. Si hoy lograra su propósito, parecería que la justicia patrocina una ficción, comete un fraude, siquiera esté atenuado por los años transcurridos desde el primitivo proceso. El precedente, —el caso como éste pudiera sentarlo—, sería peligroso: parecería que la justicia se acoge a las doctrinas criminológicas para librar del castigo a un culpable, y luego, apelando otra vez a la ciencia para declararlo cuerdo, le devuelve la libertad. En los casos en que existe la locura, completa y evidente, y luego desaparece, la solución a que aspira Thaw sería justa: pero ¿en los casos como el suyo, en que no puede asegurarse si hubo verdadera locura antes y si ahora no la hay…? The Outlook, el famoso semanario, respetado en toda la Unión Americana por la seriedad de sus opiniones, toca hábilmente el asunto. “No prevemos el resultado de la investigación que se está llevando a cabo; pero en ella vemos una nueva prueba de la necesidad de revisar los métodos legales que hoy se siguen en lo que respecta a los delincuentes locos. No es, ciertamente, cosa razonable que un hombre sea absuelto porque está loco, y luego, cuando se le encierra en un manicomio, tenga el privilegio de pedir incesantemente su libertad. Cuando un hombre ha sido declarado loco, su estado mental debe ser determinado solo por peritos médico-legistas. “En verdad, a un hombre que ha cometido un delito de violencia y ha sido absuelto como víctima de locura, no puede lanzársele de nuevo a una comunidad sin alguna garantía aceptable de que su libertad no será un peligro para otros. “Una comisión nombrada por la Asociación del Foro de Nueva York y una comisión de la Sociedad de Jurisprudencia Médica han estado discutiendo el problema de revisar las leyes relativas a los criminales locos. Están de acuerdo en un punto. Actualmente, un jurado puede absolver a un prisionero si lo considera loco. Una y otra comisiones están de acuerdo en decir que debe permitirse a un jurado pronunciar el veredicto: “culpable, pero loco”. Las dos comisiones difieren respecto de las circunstancias en que puede pronunciarse este veredicto,
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pero están de acuerdo en que el método actual es peligroso, y en que cuando un hombre en estado de locura ha cometido un crimen, debe sujetársele a restricciones legales, y no deben dársele todos los privilegios de que gozan los que está probado o se presume que son inocentes. “Otra proposición ha sido la de que un jurado, en un caso criminal, no pueda decidir si el acusado es loco o cuerdo, y solo decida las cuestiones de hecho respecto de la ejecución del delito. Entonces, si se ha alegado locura en el caso, esta cuestión debe dejarse a una comisión de peritos nombrados para ese fin. “En el actual estado de cosas, ni la comunidad, ni el delincuente, ni otros prisioneros que se ven sujetos a encierro en compañía de locos, pueden hallarse razonablemente garantizados de seguridad y justicia”. En el Estado de Nueva York, como se ve, se tropieza con la dificultad de que la ley concede poder a los jurados sobre cuestiones que son de la competencia técnica de especialistas, aunque se relacionen íntimamente con los delitos que todo jurado es capaz de juzgar. Esta dificultad, que bien cabe llamar secundaria, se resolvería fácilmente poniendo en práctica la última de las proposiciones mencionadas por el Outlook. Pero el problema principal estriba en las reglas que deben seguirse, no con los criminales francamente locos, sino con los tipos dudosos, los desequilibrados, responsables a medias. Respecto de ellos se hace necesaria, probablemente, una solución media, que no deje caer sobre ellos toda la dureza del castigo, pero que tampoco suspenda la vigilancia de la autoridad. Daremos a conocer a nuestros lectores otras ideas interesantes que surjan a propósito del interminable caso Thaw, que provocará todavía no pocas discusiones jurídicas.
Las Novedades, 15 de julio, 1915.
DELINCUENTES Y LOCOS
El caso de Harry Thaw, matador de Stanford White, se cerró definitivamente la semana última. El jurado popular primero, y luego el Juez Hendrick, de la Suprema Corte del Estado de Nueva York, declararon cuerdo a Thaw, y éste se halla ahora en libertad absoluta. Así terminó esta larga lucha de nueve años, en que se gastó cerca de un millón de dólares, para salvar al acusado, de la muerte, primero; del manicomio, después. Atribuyese el triunfo final a la extraordinaria pericia y energía de voluntad del abogado Mr. John B. Stanchfield, a quien se deben, según parece, no solo el hábil manejo de todos los recursos jurídicos de defensa, sino también el aplomo y la claridad mental que supo mostrar el defendido, bajo la influencia de un espíritu claro y vigoroso. La liberación de Thaw produjo, como se esperaba, grandes discusiones en la prensa. El New York Times y el New York Sun condenan abiertamente la decisión. “Es un escándalo y una monstruosa perversión de la justicia haber dejado libre a este criminal”, —dice el Times—, y cita la profecía que en 1910 hizo, a propósito de este caso, la Comisión Especial nombrada por la Asociación del Foro del Estado para estudiar el problema, de los delincuentes locos. “Si este individuo estuviera cuerdo, —declaraba la Comisión—, no escaparía a la pena de muerte. Su única defensa es la locura. Después de una larga y al parecer innecesaria dilación, —y estas demoras perjudican al buen nombre de la justicia penal—, se le lleva a un juicio que, por el modo de conducirlo, degenera en farsa vergonzosa, y el confuso jurado no se siente capaz de adoptar una decisión. Un segundo juicio, conducido de manera adecuada y con dignidad, termina con un veredicto de absolución por causa de locura, y el prisionero es enviado por la Corte, según lo exige la ley, al asilo del Estado para delincuentes locos. De éste trata de salir, después, acudiendo a sucesivos recursos de habeas Corpus... “Los familiares del criminal son tan olvidadizos de sus deberes para con la sociedad y de su obligación de acatar la ley, que ayudan y
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estimulan el complot, y dicen que el prisionero es objeto de persecución. Entre el gran número de jueces de la Suprema Corte del Estado, es probable que exista uno en quien el corazón predomine sobre la cabeza, y el único problema para el prisionero es atinar con ese juez. Serán largos los procedimientos, pero ese juez se encontrará al fin, y su decisión se apoyará en opiniones favorables de peritos médicos... Es mera cuestión de tiempo y dinero: este criminal quedará libre. ¡Y todo se habrá hecho de acuerdo con las formas legales!” Dada la gran diversidad de opiniones existentes sobre el caso Thaw, la profecía de la Comisión de juristas había de realizarse. La resolución del jurado último presenta un conflicto entre dos principios jurídicos; el 1er. valor de la “cosa juzgada” y la plenitud de facultades del jurado. El Juez Hendrick, que dirigió los debates, advirtió a los miembros del jurado que, al decidir si Thaw es actualmente cuerdo, debían aceptar como cosa cierta, por ser cosa juzgada, que el prisionero estuvo loco cuando mató a Stanford White, y que lo estaba cuando interpuso los pasados recursos de habeas corpus. Sin embargo, el presidente del jurado, Mr. Robinson, ha declarado a la prensa que, en realidad, su decisión se basó en la creencia de que Thaw “estaba en su derecho’’ al matar a White. Mr. Robinson declara haber contribuido a absolver, en el Estado meridional de Georgia, a otro hombre que, como Thaw, mató por motivos de honra; y este criterio jurídico meridional lo aplica también al caso presente. Queda en pie, además, otro problema, que tocamos la semana anterior en esta sección: resolver de modo preciso la conducta que debe seguirse, no con los criminales francamente locos, sino con los delincuentes desequilibrados a medias. El veredicto “Culpable pero loco”, que existe en varios Estados de la Unión y en Inglaterra (por ley de fecha reciente), si recibe la aprobación de unos juristas, como los neoyorkinos que mencionamos en nuestro artículo anterior, recibe también los ataques, por ejemplo, de la excelente revista Central Law Journal, de San Luis de Missouri, y de las Law Notes de Inglaterra. La fórmula es, realmente, contradictoria: el loco no es, no puede ser, culpable, puesto que no es responsable. Y en casos como el de Thaw, además, se impone una solución distinta: debe buscarse el criterio que permita dictar sentencia realmente definitiva sobre los delincuentes que son responsables a medias. Solo así se evitará que un día se les declare judicialmente locos y otro día cuerdos, y que al fin, después de
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una serie de resoluciones contradictorias, su liberación provoque la alarma de los unos y el regocijo de los otros.
Las Novedades, 22 de julio, 1915, p.7.
LA PROTECCIÓN DE LOS PEQUEÑOS CAPITALES
Es bien sabido que, dentro del actual sistema económico, las grandes empresas no se forman solo con la cooperación de los grandes capitales, sino también con la de las pequeñas fortunas, y hasta de los simples ahorros. A tal punto coopera el público en todas las empresas importantes que, como lo expresó el Presidente Wilson en su discurso de principios de año ante la Asociación de Ferrocarriles Eléctricos, no puede decirse hoy que sean realmente privadas. Tienen ya cierto carácter público; deben dar a conocer realmente sus operaciones, porque no pueden vivir sino “del oxígeno de la confianza pública”. Antes de que se iniciara la tendencia, visible desde hace poco, de las grandes empresas de industria y comercio a dar publicidad a todos sus actos importantes, —tendencia que es en parte espontánea, y en parte suscitada por la gran campaña de investigación sobre los trusts—, se había dictado gran número de leyes destinadas a proteger a las pequeñas fortunas contra los abusos de los organizadores de compañías anónimas y los vendedores de bonos y acciones. La protección de los pequeños capitales contra estos abusos comenzó aquí antes que en Europa; sin duda porque también comenzó aquí antes el mal de los grandes negocios ficticios y de las especulaciones peligrosas. Tanto de los Estados Unidos como de Europa podrían tomar ejemplo los países latinoamericanos en estas materias, ya que, hasta ahora, solo en pocos de ellos ha alcanzado gran desarrollo el sistema de grandes compañías anónimas, y, aún allí, el auge de éstas no data de muchos años. Entre las leyes protectoras más interesantes de los Estados Unidos se cuentan las llamadas Blue Sky Laws (literalmente, leyes de cielo azul), cuyo objeto es impedir la venta de acciones o bonos cuyo valor real no esté comprobado. El nombre popular de estas leyes proviene de una expresión pintoresca: de toda cosa inesperada suele decirse en inglés que “brotó del cielo azul”, —como los relámpagos súbitos de verano. Los especuladores “caen del cielo azul” sobre las ciudades pequeñas, y ofrecen a los agricultores de mediana fortuna y a las viudas ricas e
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inexpertas, acciones de grandes empresas organizadas para explotar minas de oro, pozos de petróleo, ferrocarriles que no existen, o que, en caso de existir, son negocios ruinosos, desdeñados por todo capitalista serio. Se calcula que en el Estado de Kansas, —probablemente el primero que dictó Blue Sky Laws—, antes de existir éstas, los particulares incautos perdían anualmente de uno a tres millones de dólares en compra de acciones y bonos sin valor. “Actualmente tienen leyes de esta especie veinte Estados de la Unión Americana, además de Kansas: Arizona, Arkansas, California. Florida, Iowa, Maine, Michigan, Missouri, Montana, Nebraska, New Hampshire, North Dakota, Ohio, Oregón, South Dakota, Texas. Vermont, Washington, Virginia occidental. Como se ve, la mayoría de los Estados que tienen leyes de esta especie son del Sur y del Oeste, donde hay mayor número de ricos incautos, o como Maine y New Hampshire, que, por su mediano desarrollo económico, se hallan en situación parecida. Los grandes Estados del Este, como Nueva York, Pensilvania, Massachusetts, no han estimado necesario agregar leyes como éstas a las de orden general que protegen contra fraudes y estafas. Las Blue Sky Laws son muy sencillas, pero muy terminantes; todo el que venda (individuo o compañía) acciones, bonos, obligaciones o títulos de cualquier especie (no siendo bonos de los Estados Unidos o de los condados, distritos o municipios del Estado mismo que dicta la ley) está obligado a inscribirse en el registro de “empresas de inversión”, y someterse a reglas hasta de contabilidad, y a la autoridad de un auditor que tiene derecho de revisar todas sus cuentas. Además, toda corporación cuyas acciones hayan de venderse en el Estado debe, si radica en él, entregar, a las autoridades encargadas de vigilarlas, ejemplares de sus estatutos y reglamentos, muestras de todos sus bonos, acciones, obligaciones y demás, y copia de todo contrato o arreglo de cualquier especie que afecte a su organización. Si las empresas son foráneas, —es decir, de otro Estado—, deben, además, entregar ejemplares de las leyes bajo las cuales se organizaron en aquél. Como estas leyes afectan a no pocos intereses, —puesto que ponen cortapisas aun a las operaciones honradas—, su constitucionalidad ha sido discutida a veces, ante los tribunales federales de distrito en los Estados, si bien no se las ha llevado todavía a la Suprema Corte de la nación.
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El notable abogado de Virginia occidental Mr. R.S. Spilman, estudiando en la American Law Review la ley de su Estado, opina que sus preceptos son, en el fondo, justos, pero notoriamente rigurosos. Cree que el Estado tiene perfecto derecho a exigir cuantas garantías crea necesarias sobre la calidad de los títulos y acciones cuya venta permita. Al mismo tiempo, estima que el auditor, en la Virginia occidental, tiene poder excesivo, aun cuando no pueda demostrarse que es ilegal, pero que las disposiciones que solo a las “empresas de inversión” permiten vender bonos, títulos, etc., pueden atacarse por inconstitucional, ya que “restringen la libertad y la propiedad, sin el debido proceso de ley” (según la fórmula de la Constitución de este país). La única excepción que la ley de la Virginia occidental concede es la que se refiere a los casos de hipotecas; pero Mr. Spilman considera que el número de transacciones exceptuadas debe aumentarse para que estas disposiciones sean plenamente constitucionales. Creemos que no sería inútil en nuestros pueblos el estudio de leyes como éstas, y que podría imitárselas, procurando ponerlas en armonía con los preceptos de la Constitución y del Código de Comercio en cada país.
Las Novedades, 29 de julio, 1915, p. 7.
LAS UNIVERSIDADES COMO INSTITUCIONES DE DERECHO PÚBLICO
Es indiscutible la fama de las grandes Universidades de los Estados Unidos y generalmente se estima que su organización puede tomarse como modelo de independencia y eficacia, ya se trate de las que tienen el carácter de fundaciones privadas, que son las más, ya se trate de las que tienen origen oficial, que existen en veintinueve Estados. En la América española, cuando se protesta contra la excesiva injerencia oficial en cuestiones universitarias, se suele invocar el ejemplo de libertad que dan las Universidades de este país. Como los sistemas de la enseñanza oficial, en la mayor parte de nuestras repúblicas, se inspiran en el ejemplo francés, nuestras Universidades a menudo se hallan sometidas directamente a la acción del gobierno, y padecen tanto por la inconsulta intromisión de los Congresos, que introducen en ellas reformas de organización y planes de estudios, como por la arbitraria conducta del Poder Ejecutivo, que suele dar y quitar cargos en atención a simples fines políticos. La Universidad de México, por ejemplo, ha sido víctima de los vaivenes militares de los últimos cuatro años. Y sin embargo, el desastre que ahora sufre habría podido evitarse, en parte no pequeña, con una ley que pusiera los nombramientos de directores y catedráticos fuera del alcance del Gobierno. La Universidad de la Habana, entre otras, se halla libre de tales peligros, porque en ella solo el claustro decide sobre toda cuestión de nombramientos, ya sean electivos, ya sean por oposición. Las Universidades de los Estados Unidos, como son corporaciones privadas, están generalmente dirigidas por un self-perpetuating board of trustees —grupo de consejeros administrativos que se perpetúa mediante la sustitución, de cada miembro que falte, con otro electo por los restantes. Estos consejos directivos no son responsables ante ninguna autoridad excepto en contados casos. Harvard y Yale, por ejemplo, nacieron sujetas a intervención oficial, que luego desapareció.
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CONFLICTOS UNIVERSITARIOS Mientras las Universidades fueron asiento de estudios más o menos teóricos, más o menos puramente científicos, literarios o filosóficos, en cuya aplicación a la vida social no veía graves peligros el respetable grupo de hombres de negocios que formaban los consejos directivos, no abundaban las disensiones entre éstos y el profesorado. En época lejana, los casos difíciles surgían en las facultades de teología. Más tarde, la Universidad moderna ha pretendido abarcarlo todo, hasta el comercio, el periodismo y el teatro. Naturalmente, las cuestiones sociales, políticas y económicas, no solo en su parte teórica y especulativa, sino acompañadas de experimentación y francamente relacionadas con los más arduos problemas del día, son ahora materia de altísimo interés en toda universidad norteamericana. De ahí que, en los últimos años, hayan surgido graves conflictos de ideas entre los catedráticos que sostienen ideas avanzadas en el orden sociológico y económico y los trustees temerosos de que tales ideas, difundidas por la institución que a ellos toca vigilar y sostener, acaben por herirles en sus intereses comerciales privados. Como —por un error de origen cuyas consecuencias tal vez no se previeron al fundarse las actuales Universidades—, los trustees, síndicos o consejeros tienen poder omnímodo, las más de las veces, para nombrar y remover libremente a los catedráticos, éstos resultan víctimas en el conflicto. Así ha ocurrido ahora, en la opulenta y famosa Universidad de Pennsilvania, con el joven y brillante catedrático de economía política, doctor Scott Nearing. El consejo directivo de la gran institución de Filadelfia decidió no contratar los servicios del Profesor Nearing para el año académico próximo —única forma posible de destitución, pues no cabía romper el contrato del año que estaba terminando. La destitución del Profesor Nearing ha desatado una tormenta de censuras y reproches contra el cuerpo directivo de la Universidad de Pensilvania. Como además, siendo éstos los meses de vacaciones universitarias durante los cuales los consejos directivos dictan resoluciones para el año siguiente, en otras Universidades (tales la de Utah y la de Wisconsin, gobernadas por consejos de regentes, de nombramiento oficial) se han dado casos semejantes, se ha llegado a discutir el problema general que constituye el fondo de estos conflictos: ¿deben tener los consejos administrativos poder de nombrar y remover libremente a los catedráticos?
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Raro ha sido el periódico que, como el New York Times, en contra de su buena tradición, se ha puesto de parte de los trustees. El Evening Post, el venerable maestro de la prensa neoyorquina, en excelentes editoriales ha demostrado el error que cometen los miembros de un consejo directivo al destituir a un profesor porque difunde ideas que a ellos, individualmente, no les son gratas o no les convienen. Si esto ocurre ¿cómo podrá la institución demostrar que la cultura que allí se imparte y las ideas que allí se enseñan son verdaderamente científicas, hijas del estudio sincero y de la buena fe, y no falsedades ingeniosas, hijas de la componenda y del compromiso? ¿En qué puede fundar una Universidad su reputación, si no en la sabiduría, libre de toda traba, de sus profesores? Si ya, antes de los casos actuales, no faltaban grupos — especialmente entre los socialistas—, para quienes las Universidades son “instituciones de ricos”, donde, según ellos, solo se enseñan ideas a gusto de los poderosos ¿qué argumento podría oponérseles hoy, cuando se ve que, efectivamente, los capitanes de la industria pretenden acallar la voz de la investigación científica? ¿QUIÉN ES EL DUEÑO DE LAS UNIVERSIDADES? Sobre todo, los trustees o consejeros no son dueños de las Universidades: ni las han fundado, ni son generalmente quienes contribuyen fondos para ellas, por lo menos en gran escala. Son meramente administradores. Su competencia, en el orden de la educación, no es mayor que la de los gobiernos. Sus poderes son, pues, tan peligrosos para la cultura como los de un congreso o un ministro de instrucción pública en las repúblicas hispanoamericanas. El periódico que mejor ha tratado la cuestión, el semanario The New Republic, dice en su comentado artículo que intituló ¿Quién es el dueño de las Universidades?: “La reacción inmediata y visible, en el público que piensa, con motivo del caso Scott Nearing, revela la convicción creciente de que no todo está bien en las formas convencionales de gobierno universitario. Revela la creencia de que las Universidades, ya sean sostenidas por Estados, ya sean particulares, son instituciones cuyo servicio público adquiere cada día importancia más vital, y, por tanto, no puede gobernárselas a la manera de corporaciones privadas... “Los trustees universitarios tienden a conducirse como si formaran meramente el consejo directivo de una corporación privada, y esto da ba-
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LAS UNIVERSIDADES COMO INSTITUCIONES
se a la sospecha de que aspiran a proteger sus propios intereses y los intereses de los donantes de la riqueza invertida en la Universidad, al igual que protegerían, como fieles consejeros de compañías anónimas, los intereses de los tenedores de bonos. Es precisamente esta actitud la que el público serio se inclina a no tolerar. Estamos formándonos un nuevo concepto del papel de las Universidades en la comunidad... “Es ya antigua la idea de que las funciones de los trustees deben limitarse al manejo de fondos, dejándose a las facultades (o claustros o consejos de profesores, agregaremos nosotros) el gobierno de la educación y el de nombrar... “Las Universidades de los Estados están gobernadas según el mismo espíritu. Los consejos de regentes, electos por las legislaturas, han mostrado las mismas tendencias que los trustees hacia la defensa de intereses. Ni se ha logrado todavía la verdadera organización democrática en aquellas Universidades donde se hace figurar alumnos entre los trustees, como en Columbia, o en Harvard y Yale, donde los consejeros estudiantes sustituyeron a los antiguos funcionarios del Estado. Los self-perpetuating boards tienden a reproducir su propia especie... “Los intereses de la Universidad moderna no son los de la propiedad privada sino los del bien público... La reciente controversia entre trustees y catedrático parece haber sido un conflicto entre el criterio interesado y la investigación científica... Si la Universidad no ha de ser una simple fábrica de títulos, o una escuela que representa los intereses estrechos de una clase económica especial, sino un servicio público en el orden científico, su gobierno debe ser distinto del de una compañía minera, y la situación del catedrático debe ser distinta de la de un empleado de ferrocarril. El catedrático debe estar seguro en su puesto”. El mal está, como se ve, en el poder excesivo que ejercen sobre la educación personas cuya competencia es discutible y cuyos intereses personales pueden parecerles más importantes que los de la cultura. En igual caso se hallan, pues, los gobiernos y los consejos administrativos. La solución indispensable, en uno y otro caso, es poner en manos aptas ese poder. Solamente el cuerpo de profesores, funcionando unas veces por asambleas y otras por consejos elegidos entre ellos mismos —con intervención, también, de representantes de los alumnos, cuando sea posible—, debe regular cuanto se refiera a planes de estudios, programas y nombramientos de directores o catedráticos. Las Novedades, 24 de agosto, 1915, p. 7, sin firma.
EL RÉGIMEN DE LAS PRISIONES
Tema de las llamadas controversias está siendo la implantación del sistema humanitario en Sing Sing, la más conocida de las prisiones en el Estado de Nueva York. Mr. Thomas Mott Osborne, hombre de excelente posición económica, miembro de la Mutual Welfare League (Liga de Beneficio Mutuo), después de estudiar los regímenes de las prisiones, aceptó el cargo de Alcaide de Sing Sing, y ha implantado allí el método Humanitario. La opinión más general, y menos apasionada, estima que el éxito de Mr. Osbone ha sido grande; pero entre las autoridades del Estado de Nueva York hay división de opiniones, y los partidarios del sistema antiguo, o de rigorismo, tratan de desacreditar la innovación. Durante semanas enteras, la prensa ha recogido toda clase de noticias y rumores sobre la situación en Sing Sing y sobre las disensiones entre el Gobernador del Estado, el Superintendente de prisiones (representante del sistema antiguo) y el Alcaide. Afortunadamente, la prensa, en su mayoría, toma partido a favor del último. Según Mr. Osborne, los principios de tema son dos: 1° dirigir el trabajo de la prisión según los principios que rigen en los establecimientos comerciales: 2.0 tratar a los prisioneros como seres humanos, con el objeto de devolverlos a la sociedad mejorados y no empeorados por el tiempo que pasan en la prisión. “Lo que más desagrada a ciertas personas, —dice el Alcaide—, es el éxito económico del nuevo sistema en Sing Sing. Es útil tratar bien a los hombres. Nuestras plantas industriales producen, desde la implantación de los nuevos métodos. 20 por 100 más que antes. Cuando esta administración comenzó, recibió mucha publicidad, inexacta muchas veces, favorable casi siempre. Ahora, la historia del éxito ha comenzado a fatigar, y parece que interesan más los supuestos fracasos. De ahí que circulen tantas fantasías sobre escapatorias, realizadas o intentadas. En realidad, durante esta administración solo han ocurrido tres escapatorias y un intento, cifras que están por debajo de los records anteriores.
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EL RÉGIMEN DE LAS PRISIONES
“Mucho se ha dicho que hemos implantado un régimen de sentimentalismo en Sing Sing Para mí, el sentimentalismo no es un buen método, aunque sea mejor que los métodos brutales. No somos sentimentales. Nuestro criterio es el sentido común. “Se dice que no hay ahora disciplina. En realidad, los prisioneros cuidan los unos de la conducta de los otros con mayor eficacia de la que se puede obtener de los guardianes. El promedio de casos de indisciplina ha disminuido en cincuenta por ciento.” Una de las principales innovaciones del sistema de la Mutual Welfare League es permitir a los prisioneros conversar, mientras que anteriormente se les obligaba a guardar perpetuo silencio. Se les dan dos horas de ejercicio al aire libre en los patios de la prisión, y hasta entretenimiento en deportes como el baseball; se les tolera modificar ligeramente según el gusto personal, el modo de vestir reglamentario, y se les conceden mayores o menores lbertades según su buena conducta. “Las dos horas de descanso, dice Mr. Osborne las pasaban antes en su celda rumiando sus pensamientos. Ahora tienen menos tiempo para cavilaciones perniciosas, y más cosas en que pensar cuando están en sus celdas. Duermen mucho mejor; el sueño es el mejor remedio para los espíritus enfermos. El que recorra la prisión durante la noche advertirá el completo silencio y la respiración regular de los prisioneros. Antes, la más terrible impresión que recibí fue la que me produjo el constante gemir, toser y moverse de los prisioneros durante toda la noche: era horrible. El número de prisioneros que pierden la razón se ha reducido a la mitad, como todos los males de la institución...” El Alcaide Osborne y la Mutual Welfare League están llevando a la práctica métodos que sirven para resolver en parte el perpetuo problema de la justicia penal. “El método usual de castigo, —dice el New York Call, el popular órgano de los socialistas—, consiste en cumplir lo que manda el antiguo cantar, hacer que el castigo sea adecuado al crimen. La filosofía penal que impera todavía es la del salvaje: pegar al que pega, y más crimen. Al que quita la vida, la sociedad le quita la vida. Al que roba, se le roba una cantidad proporcionada de fuerza vital... Los horrores de las prisiones, las terribles torturas que sufren las víctimas, la brutalidad de los guardianes, la destrucción de todo resto de hombría en los prisioneros, de toda aspiración de fuente de vida apenas comienzan a conocerse... Al cabo de largos años de espera, surgen hombres que creen que tal vez los culpables de delitos no son
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bestias salvajes, y que es deber de la sociedad protegerse, no matando las almas de los hombres, sino curando a los que cometen el crimen.” “Sing Sing —dice el New York Times—, si ha de cambiar, debe modificarse en sentido del bien, puesto que en su estado anterior era una demostración de todos los males de la vieja ciencia penal: la que declaraba tener tres fines: castigar, prevenir y reformar, pero solo cumplía el primero... Debe juzgarse a Mr. Osborne, no por mezquinos pormenores de reglamento, sino por el efecto que su sistema produce sobre el espíritu y sobre el futuro de los prisioneros. Los críticos que se han ocupado en esta fase del asunto unánimemente la declaran satisfactoria y llena de promesas.” Sin embargo, la disensión entre Mr. Osborne y el Superintendente Riley se teme que dé por resultado la renuncia de aquél. Se espera que ésta ocurra de un momento a otro, a pesar de la general aprobación que reciben los métodos del Alcaide. Si llegara a ocurrir, la campaña de reforma de prisiones perdería el concurso práctico de uno de sus más eficaces defensores.
Las Novedades, 15 de agosto, 1915, p.7.
REFORMA CONSTITUCIONAL
Están para terminar las labores de la Convención Constituyente, encargada de reformar la Constitución del Estado de Nueva York. Las últimas reformas que ésta sufrió fueron dictadas en 1894. En igual período, hay países de la América latina que han revisado tres o cuatro veces sus constituciones nacionales; sistema funesto que introduce constantes trastornos en el ejercicio de los derechos del individuo en la organización de los poderes. El error consiste, sobre todo, en que cada vez que se estima necesario reformar un precepto constitucional, se procede a reformar la Constitución entera, y gran número de principios sufren entonces cambios inesperados, bajo la fugaz inspiración momentánea de los constituyentes. La República Dominicana, por ejemplo, ha sido víctima del absurdo sistema de reformas totales, y ha perdido en rehacer constituciones el tiempo que debió emplearse e mejorar los códigos y legislar sobre cuestiones de inmediato interés. Bien sabido es que la Constitución de los Estados Unidos está intacta en su letra, y que las reformas introducidas en ella (apenas diez y seis en siglo y cuarto) tienen la forma de adiciones, a las cuales se da el nombre de enmiendas (amendments). En Méjico se ha querido ser fiel a este ejemplo, y, desde 1857 a la fecha, la Constitución nunca se ha reformado en conjunto; pero las reformas introducidas, que son muchas, se han hecho en el cuerpo mismo de los artículos constitucionales. Así, pocos serán los preceptos de la Constitución Federal Mejicana que no hayan recibido retoques: pero, entretanto, la Constitución como arquetipo, como idea, vive y perdura; lo cual es una ventaja. Como observa el insigne jurista Emilio Rabasa, antes de la Constitución de 1837 las revoluciones de México tomaban como pretexto la necesidad de una nueva carta fundamental; de 1857 para acá, se lucha para mantener incólume la existente. Cuando termine el eclipse total que en estos momentos sufre, la Constitución de 1857 volverá, con modificaciones ligeras, a imperar. Una Constitución nacional, tanto las europeas, como la federal norteamericana, es, según la expresión de Bryce, “un instrumento breve, que
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crea una forma de gobierno, define sus ramas y poderes, y declara los derechos primordiales del súbdito o del ciudadano con relación a las autoridades”. Un instrumento así no tiene por qué reformarse, sino de tarde en tarde. Las Constituciones de Estados que forman parte de federaciones tienen, naturalmente, fines menos vastos y más concretos, pero sin salirse de la esfera de los preceptos generales. No pocas constituciones de los Estados de la Unión Americana contienen, en curiosa mescolanza, reglas que pertenecen a la legislación ordinaria, a las leyes orgánicas, a los códigos de procedimientos, y hasta a las ordenanzas municipales... También este escollo debe evitarse y en general lo evitan en sus cartas fundamentales los Estados del Este, los más avanzados en el orden jurídico. Los tres principios en torno a los cuales gira la reforma encomendada a la Convención neoyorkina son, al decir del abogado demócrata Mr. William Church Osborn, la reorganización del poder ejecutivo, el gobierno municipal, propio y la representación igual de los ciudadanos. Se reconoce generalmente que el Gobierno del Estado de Nueva York funciona de modo imperfecto porque los departamentos ejecutivos son muchos en número, y como a dirigirlos se llega a menudo por medio de elección popular, los directores tienen muy poca responsabilidad, puesto que no quedan sometidos a autoridad ninguna que vigile sus labores. Este sistema de elección popular para cargos administrativos puede, en muchos casos, resultar excelente, y en lo que respecta a las juntas directoras de las instrucción pública, en cuya elección han tenido voto siempre las madres de familia, se estima que debe continuar. Pero ni el Estado de Nueva York con la intromisión de las fuerzas de partido en todos los servicios públicos, el sistema resulta perjudicial. Los servicios administrativos están organizados en cerca de ciento cincuenta cuerpos independientes, y éstos resultaban, de hecho, irresponsables. El Estado de Nueva York vino así a tener un gobierno que, — según la aplaudida frase del presidente de la Convención, el conocido estadista Elihu Root—, representa la voluntad popular tanto como el de Venezuela. Para Mr. Root, como para muchos escritores que discuten la cuestión, el modo de acabar con este gobierno venezolano y fundar un gobierno representativo y responsable es: 1° establecer el
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voto popular directo (short ballot) para elección del gobierno; 2° organizar los servicios administrativos bajo la autoridad central de éste, dándole el poder de hacer nombramientos, en la mayoría de los casos, y reduciendo el numero de órganos. En el orden del gobierno municipal, la opinión más común es que debe darse a las ciudades y pueblos mayor autonomía, pues pretender fijar, gran número de reglas generales para todos a la vez sería imposible, ya que las condiciones de vida varían según la densidad de la población, El problema principal en el orden de la representación es, sin duda, el del voto femenino. Es seguro que no lo decidirá la Convención, sino que lo dejará para el referéndum de noviembre. Pero sí tiene que decidir los problemas secundarios sobre el valor del voto: si deben votar los iletrados, los que ignoran el idioma inglés y otros ciudadanos de capacidad discutible. Ya informaremos a nuestros lectores sobre las discusiones suscitadas por estos problemas.
Las Novedades, 19 de agosto, 1915.
UNIFORMIDAD DE LEYES
Es antigua la decisión sobre las mayores o menores ventajas del sistema de codificación frente al de la ley no escrita. La vida jurídica de Inglaterra y de los Estados Unidos constituye el ejemplo clásico en favor de la última; mientras que los partidarios de los códigos creen en la suprema excelencia del derecho romano. Los argumentos fundamentales son bien conocidos; la ley no escrita es elástica, está en perpetua evolución, marcha de acuerdo con la vida real, y no tiende a estancarse, como los códigos; éstos, en cambio, tienen las ventajas de la precisión: lo que expresan lo dicen con exactitud, y la interpretación de la ley resulta, así, más segura. En realidad, el mayor mal del derecho es la tendencia al estancamiento y a la multiplicación de las letras. Los que atacan los sistemas de origen romano imperial se quejan, con justicia, de la excesiva cantidad de disposiciones que contienen los códigos, y del espíritu rutinario que se apodera de los juristas y que hace dificilísima cualquier reforma. Pero en los últimos años hemos asistido a una evolución de ideas favorable al sistema de codificación. Esta evolución ha partido de Alemania. La patria de Savigny, de Ihering, y de Jellinek, la gran reformadora de las teorías jurídicas modernas (salvando la parte que corresponde a Francia y a Italia en la criminología), decidió abandonar un sistema de derecho civil, en gran parte local y consuetudinario y en gran parte, también, constituido por antiguos preceptos romanos. De ahí nació el Código Civil alemán, obligatorio desde 1900 para todo el Imperio, modelo de método, de sencillez y de brevedad. Poco después, Suiza siguió este ejemplo, dictando para toda la República un código de las obligaciones. La Argentina se ha inspirado más tarde en esos ejemplos, y ha reformado su legislación civil de acuerdo con ellos. Entre tanto, se ha observado el proceso de derecho consuetudinario en Inglaterra y los Estados Unidos, y se ha visto que éste va adquiriendo los defectos que se atribuyeron exclusivamente al sistema de codificación: el estancamiento y la multiplicación de las letras. El hábito de
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atenerse a los precedentes llega a ser tan peligroso como el de negarse a reformar la ley escrita. Luego, la necesidad de consultar largos casos que constituyen precedente resulta aún más entorpecedora que la de consultar artículos de código. Así ha surgido aquí un movimiento en pro de la codificación, y más aún, en pro de la uniformidad de las leyes en todos los Estados Unidos. Actualmente se reúne, desde hace veinticinco años, la Conferencia de Comisionados sobre la Uniformidad de las Leyes de los Estados. La de este año acaba de reunirse en Salt Lake City durante la semana del 10 al 16 del mes actual. La Conferencia, —dice el abogado filadelfiano Mr. Walter George Smith—, no tiene otra sanción para los proyectos que presenta a los cuerpos legislativos sino su excelencia intrínseca... La codificación de tópicos, según la ensaya la Conferencia de Comisionados, rara vez lucha hoy contra oposición doctrinal. Con esta frase, codificación de tópicos, se quiere indicar que los proyectos formulados no abarcan demasiado las cuestiones, sino solamente una materia legal por cada vez; por ejemplo, las sociedades anónimas, o los transportes. “En Inglaterra, —continúa Mr. White—, se han modificado materias comerciales respecto de las que existían largas series de precedentes, y este ejemplo ha sido útil para nuestros comisionados. Las leyes uniformes adoptadas ya en los Estados Unidos, obra de esta comisión, incluyen la ley de instrumentos comerciales, ley de conocimientos de embarques, la de transporte de bonos, la de recibos de almacenes de depósito, la de ventas, y ahora la de sociedad de negocios. Solo dos veces han tropezado estas leyes, al ser adoptadas por los legisladores locales, con vetos de gobernadores. Los dos vetos cayeron sobre la ley de instrumentos comerciales; en 1911, en California; en 1914, en la Carolina del Sur, donde la legislatura la votó por segunda vez a pesar del veto. Esta ley, sin embargo, existe ya en cuarenta y siete Estados y en todos los Territorios y posesiones. La de recibos de almacenes existe en treinta y uno; la de compraventas, en trece; la de traspasos de bonos, en nueve; la de conocimientos de embarque, en catorce; y la de sociedades de negocios, que fue redactada en la Conferencia de octubre del año último, en dos. “La Conferencia, además, ha recomendado la adopción de leyes uniformes sobre creación de testamentos fuera del Estado, abandono del
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hogar y licencias matrimoniales. Aprobó y adoptó las reglas generales para una ley uniforme de divorcio, presentadas por el Congreso del Divorcio en 1906.” En resumen, podría decirse que el principio aceptado hoy es que no debe temerse a la codificación, siempre que sea breve y fácil de reformar. Acaso este sea el medio más útil contra el vicio fundamental en toda materia jurídica: la tendencia a la rutina.
Las Novedades, 26 de agosto, 1915.
CÓDIGOS Y PRECEDENTES
Ningún problema preocupa más a los juristas norteamericanos que el de la codificación. No es exageración afirmar que en este país se ha llegado a un cambio completo de actitud ante este problema, y que de esta nueva orientación podemos los latinoamericanos obtener útiles enseñanzas. La principal manifestación de esta tendencia es la Conferencia anual sobre Uniformidad de Leyes de los Estados, cuyos trabajos conocerán ya los lectores de esta sección. Pero la formación de códigos, o, mucho mejor que de códigos, de series de leyes sobre tópicos o materias, especiales, se agita en no pocos Estados. En el de Alabama, el distinguido abogado E. W. Godbey, pronunció ante la Legislatura un discurso que intituló “En demanda de un sistema menos voluminoso y más preciso de leyes”. Aunque a primera vista parezca extraña, la common law, que es en esencia ley no escrita, derecho consuetudinario, ha llegado a ser, en la práctica, más voluminosa que los códigos a estilo romano, porque su aplicación exige constante consulta de precedentes. La common law, dice Mr. Godbey, en vez de ley no escrita, ha llegado a ser demasiado escrita. Pero aun más que el formidable volumen de la jurisprudencia, asusta a Mr. Godbey la imprecisión de los principios sentados por las Cortes de Alabama. No se teme la fluidez, a la posibilidad constante de variación, virtud esencial del sistema consuetudinario, sino a la indecisión crónica, ya que se dan ejemplos de que, en casos iguales, la Suprema Corte del Estado se contradiga más de dos veces en el término de pocos años. “La ley, —dice Mr. Godbey—, debe ser ejemplar en su tendencia a aproximarse a la perfección y eficacia. No hay perfección ni eficacia sin sistema; no hay sistema sin reglas, ni reglas sin clasificación, o sin enunciación clara y tersa...” Nuestra compleja civilización no puede tolerar ya las variables incertidumbres de la ley no escrita... La Constitución de Inglaterra no está escrita, pero la mayor parte del derecho inglés está escrito ya... Nuestro doble sistema, en que existen leyes escritas y leyes no escritas, es la antítesis de todo sistema verda-
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dero...” Propone luego que se instituya una Comisión para codificar las leyes de su Estado. “Los que objetan a la sistematización racional de todo el derecho deben explicar por qué, si es esencial codificar la ley penal, o la de instrumentos comerciales, o la de corporaciones municipales (como se ha hecho en Alabama), las leyes de sociedades de negocios de compraventa de mercancías, y todas las de corporaciones como lo ha hecho Inglaterra, no convenga codificar todas las leyes en general”. De esta discusión de principios podemos sacar esta aplicación para la América latina. Los enemigos de nuestros códigos deben convencerse de que el método para mejorarlos es, no el de suprimirlos y tratar de instituir en su lugar la common law (si bien no creemos que, en realidad, ninguno de nuestros juristas llegara a tanto), sino el de procurar reducirlos y modernizarlos. Además, debe lucharse por destruir los prejuicios romanos contra las reformas frecuentes y fáciles del derecho civil. La facilidad de reformar las leyes, escritas o no escritas, cada vez que nuevas condiciones sociales lo exijan, es la verdadera condición de fluidez a que debe aspirarse.
Las Novedades, 2 de septiembre, 1915, p.7.
HOMESTEAD
Hace semanas hablamos de esta importante institución norteamericana, que en Alemania se ha adoptado también, en Inglaterra se ha imitado en parte, y en Francia se ha estudiado mucho, sobre todo en su aspecto de “inembargabilidad” (relativa) a fin de procurar establecer el “bien insaisissable de famille”. Es nuestro propósito estudiar la introducción de leyes e instituciones como ésta en los países de la América latina, puesto que significan avance jurídico y social. En el Uruguay, en 1913, se votó una ley de colonización, con preceptos que se aproximan a los principios del homestead. En el Brasil y en Cuba se ha propuesto ya su introducción. Pero el primer país de América donde se ha introducido es Venezuela. Nos complacemos en dar cuenta ahora de su implantación en la patria de Bolívar. Debemos los datos a la amabilidad de nuestro distinguido colaborador don Ángel César Rivas, de bien sentada reputación como historiador y jurista. En 1896 dice el doctor Rivas, adoptó Venezuela en su legislación civil el homestead, institución a la cual le dio el nombre de Hogar. El Código Civil de dicha República se refiere a esa limitación de la propiedad en el párrafo 9, Sección 2a., Título III de su Libro Segundo. El Código establece en su art. 551 que toda persona capaz de obligarse puede constituir para sí o para su familia o para cualquier otra persona un hogar propio, excluido absolutamente, de su patrimonio y de la responsabilidad establecida sobre todos los bienes del deudor en favor de los acreedores. Tiene derecho a habitar el hogar la persona que lo establece para sí, los jefes de la familia para la cual se constituye, los ascendientes de éstos que puedan reclamar alimentos, los descendientes varones mientras sean menores, las hembras mientras no contraigan matrimonio y los parientes y domésticos a quienes se haga extensión en la respectiva escritura.
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El valor de la casa que se destina para hogar no puede exceder de cuarenta mil bolívares (8.000 dólares), si está situada en la capital de la República, de treinta mil en las capitales de los Estados y puertos de mar, de veinte mil en las cabeceras de distrito y de diez mil bolívares en la jurisdicción de una parroquia. En este último caso puede tener anexa una superficie no fabricada hasta de una hectárea de terreno. La persona que pretende constituir un hogar debe acudir por escrito al Juez de Primera Instancia del territorio en que está situada la casa, haciendo la declaración correspondiente. Deberá presentar la escritura de propiedad de la finca y una certificación del Registro de que no ha sido gravada en los últimos treinta años. El juez manda valorar la casa por peritos y publica en un periódico de la localidad, durante tres meses, una vez lo menos cada semana, la solicitud mencionada. Si transcurrido este lapso no se presenta oposición, de ningún interesado, el tribunal declara constituido el hogar en los términos solicitados, separado del patrimonio del constituyente y libre de embargo por toda causa u obligación posterior a la declaración dicha, aunque conste de documento público o de sentencia ejecutiva, y ordena que la solicitud y la declaración sean protocolizadas en el Registro Público y anotadas en el Registro de Comercio de la jurisdicción. Si antes de la declaración judicial ha habido oposición por persona que tenga causa legítima para ello, el Tribunal la resuelve por los trámites correspondientes a un juicio ordinario. El hogar no puede ser enajenado ni gravado sino por acuerdo de los jefes de la familia para la cual se estableció y con autorización judicial que el tribunal no dará sino en el caso comprado de necesidad extrema. Cuando falleciere el último miembro de la familia para quien fue construido el hogar, el predio vuelve al patrimonio de los herederos del constituyente o a este mismo si aún existe.
Las Novedades, 9 de septiembre, 1915.
LA CONSTITUCIÓN DE NUEVA YORK
El viernes, día 10, a las ocho de la noche, se cerró en Albany la Convención Constituyente encargada de reformar la Constitución del Estado de Nueva York, intacta desde 1894. Después de cinco meses de labores, los artículos aprobados de la nueva carta fundamental pasaron a la Comisión Revisora, y la redacción definitiva que ésta presentó fue aprobada por 118 votos contra 33. La final aprobación de la nueva ley constitucional será la que dé el pueblo del Estado en las votaciones del 2 de noviembre próximo. El referéndum contendrá tres preguntas; la primera, si se aprueba la Constitución reformada, excepto las porciones a que se refieren las dos preguntas; la segunda, si se aprueban los preceptos contenidos en las secciones 2 a 5 del artículo III (relativas a la elección de la legislatura del Estado); la tercera, si se aprueba el nuevo artículo X, relativo a los impuestos. Las dos preguntas últimas fueron motivadas por la tesis de los que defienden a la ciudad de Nueva York, considerándola insuficientemente representada en las legislaturas y excesivamente recargada de impuestos. A estas tres preguntas se agregará en el referéndum la que se refiere al sufragio femenino: pero ésta no procede de la Convención, sino de la Legislatura. En su discurso final, Mr. Elihu Root, a quien tocó la presidencia de la Convención, declaró que ésta “se levantó por encima del plano de la política de partidos.” Se negó a convertirse en vehículo para la conveniencia de ningún partido, excepto hasta donde el del servicio al Estado refleje mérito sobre cualquiera de ellos. Se negó a jugar a la política práctica. “Ningún conciliábulo, ninguna conferencia secreta ha estorbado sus planes”. En prueba de estas aserciones, Mr. Root citó el hecho de que gran número de las reformas aprobadas lo fueron por unanimidad o por mayorías muy altas. La Constitución actual, dice el New York Times, merece elogios, ante todo por lo que omite. Si bien incluye disposiciones que hubiera sido mejor dejar a la Legislatura, los constituyentes han huido del estilo que puede llamarse mescolanza de Oklahoma, el hábito de recargar la
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Constitución con preceptos que deben figurar en leyes separadas, con medidas políticas, sociales y económicas cuyo objeto es efímero, convirtiéndola al fin en enciclopedia de tendencias curiosas en vez de ley sobre sobre cuestiones fundamentales, libre de excrecencias y fácil para el entendimiento popular. El Evening Post también elogia este esfuerzo de simplificación y claridad hecho por los constituyentes. La principal reforma de organización es la que suprime, las ciento cincuenta y dos comisiones, oficinas, y funcionarios administrativos independientes sobre cuyas actividades no se ejercía vigilancia. De ahí, sobre todo, nacía el sistema de gobierno irresponsable, no representativo del pueblo, de que era víctima Nueva York: el gobierno venezolano del Estado según la frase, que ha hecho fortuna, de Mr. Root. Ahora las ciento cincuenta y dos oficinas se han reducido a diez y siete: de ellas diez quedan bajo la dirección del Gobernador, quien nombrará y removerá a los funcionarios encargados de ellas; siete se nombrarán por elección popular, como antes. Otras desaparecerán por completo, y los municipios quedan en libertad para dirigir a su modo las cuestiones que antes exigían la intervención de funcionarios de Albany. Los servicios del Estado se dividen ahora de este modo: 1, justicia (cuyo jefe es el Attorney general, o procurador); 2, finanzas; 3, contabilidad; 4, tesorería; 5, impuestos y contribuciones; 6, Estado (cuyo jefe será el Secretario de Estado, a quien se encomiendan los archivos de la entidad federativa y los certificados de las elecciones); 7, obras públicas; 8, sanidad; 9, agricultura; 10, beneficencia y corrección; 11, bancos; 12, seguros; 13, trabajo e industria; 14, educación; 15, utilidad pública, (comisiones de servicio público); 16, conservación; 17, servicio civil, o sea todo lo que se refiere a empleados públicos. Otra reforma importantísima es la que dispone la reforma inmediata del Código de Procedimiento Civil, para sustituir al actual. He aquí un ejemplo interesante del movimiento en pro de la simplificación de las leyes. El código neoyorkino de procedimientos, que tiene alrededor de medio siglo, es mucho más corto que los códigos de los países de lengua española. Aquí, sin embargo, se considera que es excesivo y que adolece de confusión y desorden. De ahí la presente reforma. Las Novedades, 16 de septiembre, 1915, p. 7.
ELECCIONES
La nueva constitución del Estado de Nueva York, terminada a principios de mes por la Convención Constituyente, y ahora en espera de la aprobación que deberá darle el pueblo en noviembre, dispone que las elecciones para designar el Poder Ejecutivo sean por medio de la balota corta, o short ballot, en la cual solo serán nombrados cuatro funcionarios: el gobernador, el vicegobernador, el procurador general y el contralor (comptroller). El short ballot, según el semanario The Outlook; significa “pocos funcionarios de elección, con grandes poderes para administrar y nombrar, pero directamente responsables ante el pueblo. Los partidarios del long ballot quieren que todos los funcionarios, desde el gobernador hasta el perseguidor de perros, sean designados por convenciones de los partidos y electos por el pueblo. Los bosses o amos políticos, amantes del patronato, los burócratas, son amigos del long ballot. Pretenden ser los sostenedores de la democracia, porque, según ellos, cada votante tiene voz en la selección de cada funcionario. En realidad, al dar a los votantes una lista de diez, cuarenta, cincuenta o cien nombres, entre los cuales escoger, no se hace sino confundirles, echarles polvo en los ojos, y el poder se queda en manos de los jefes. “Estos métodos, continúa el Outlook, nos han dado durante muchos años los peores gobiernos municipales del mundo, y varios gobiernos de Estados no han sido mucho mejores... La historia política de las ciudades y los Estados de la Unión prueba que el principio del long ballot ha sido un fracaso...” A quienes estiman que el short ballot es nuevo y de difícil operación, les dice la revista que “es tan antiguo como los Estados Unidos. Es el principal fundamento del Gobierno Federal. Allí ha funcionado con buen éxito durante siglo y cuarto. Es casi el único principio político de nuestros antepasados que ha sobrevivido sin modificación desde que se formuló la Constitución Federal. Y donde, en los últimos veinte años, ha servido para suprimir la corrupción. Como dijo Root en su discurso de Albany, el gobierno de las ciudades norteamericanas es hoy superior al de los Estados.”
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La primera Constitución del Estado de Nueva York se votó en 1777. En la Convención Constituyente de Fishskill, Gouverneur Morris sostuvo el principio del short ballot. Según él, lo práctico era elegir un gobernador, y dejar que éste nombrase a los demás funcionarios del Estado. Pero los abusos de los gobernadores nombrados por el Rey hacían entonces antipática la centralización de poder en ellos. “No se veía, —dice Roosevelt en su Vida de Morris—, que el mal estaba no en el poder que ejercían, sino en la fuente de donde procedía el poder”. Morris fracasó, y desde entonces prevaleció el sistema de long ballots en Nueva York. Pero Morris asistió a la Convención de Filadelfia en 1789, y, en parte gracias a su influencia, se adoptó, en la Constitución Federal de los Estados Unidos, el sistema del short ballot, según el cual cada ciudadano vota por un Presidente, un vicepresidente, dos senadores y un representante o diputado.
Las Novedades, 23 de septiembre, 1915, p.7.
LA EDUCACIÓN DEL ABOGADO
Es muy general la idea de que la educación del abogado debe reformarse de acuerdo con los nuevos desarrollos de la vida social. No basta, — se dice— el conocimiento de las doctrinas legales; el abogado no es simple técnico, cuyo aprendizaje deba dirigirse exclusivamente a la adquisición del criterio jurídico, el cual, a juzgarlo según la práctica de no pocos, es un criterio dentro del cual se omite toda idea científica o filosófica y se aplican solo artificiosos métodos de interpretación y deducción. La reforma de los programas de enseñanza, sin embargo, no va de acuerdo con estas doctrinas: al emprenderse la reforma, no se sabe aplicarlas y los programas continúan como antes, anticuados o, a lo sumo, se vuelven híbridos. En los Estados Unidos, fuera de diez o doce grandes Universidades donde la enseñanza jurídica abarca gran número y variedad de estudios (por ejemplo, los cursos sobre la historia de las instituciones latinoamericanas, como el que da en Columbia el Profesor Shepherd y el que dará en Harvard el distinguido brasileño Oliveira Lima), el defecto es la tendencia demasiado técnica de los programas. En la América española se ha admitido ya el principio de que en todo plan de estudios para facultad de leyes deben figurar cursos de sociología, economía, historia, filosofía del derecho, y aún otras materias. Pero no siempre se ha logrado fundir estos cursos en una unidad superior y hacer comprender al estudiante el valor que para él han de tener. El que conoce la vida de las grandes Universidades latinoamericanas sabe que muchos abogados en ciernes ignoran qué utilidad particular o general obtendrán de los cursos de sociología o de ética. En la conferencia de la Asociación Americana del Foro, celebrada el mes pasado en Salt Lake City, la sección de Educación legal discutió el problema a que nos referimos. El presidente de la sección, Mr. Charles S. Shepard, de Seattle, Estado de Washington, Mr. Lawerence Maxwell, de Ohio; el conocido Profesor John H. Wigmore, de Chicago, y el Juez Andrew A. Bruce, de la Corte Suprema de Dakota Septentrional, sostuvieron la tesis de que es necesario dar a los abogados
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ecuación amplia, no restringida a la técnica de su profesión. Terciaron en la discusión que luego sobrevino, declarándose la gran mayoría en favor de esta tesis, muchos otros miembros de la Asociación, entre ellos el Gobernador Baldwin del Estado de Connecticut, y el Juez Rombauer de San Luis de Missouri. “Gran número de abogados, —dice Mr. Shepard—, ocuparán en su día puestos públicos, a veces los más importantes; otros muchos tomarán parte en discusiones públicas y en la acción política… En esta América democrática, ser abogado implica inevitablemente interesarse en cuestiones públicas; y la participación sigue al interés. Es bien sabido que gran parte de los altos funcionarios, en el gobierno federal o en el local, son abogados. La mayoría de los presidentes, muchos miembros del gabinete, diplomáticos, gobernadores y funcionarios administrativos de los Estados, y millares de legisladores, locales o federales, se educaron para el foro… Cuando nuestro país está servido en tan gran escala por sus abogados, conviene preguntarse: ¿Qué enseñaremos a estos estudiantes a fin de hacerlos aptos para los negocios públicos, para que la comunidad no sufra con su intervención.” Hay otra razón, piensa el distinguido jurista: lo que el mundo pide hoy con más insistencia es justicia; justicia individual, social, política, internacional. Y no solo, agregaremos nosotros, justicia técnica, es decir, la que se administra por jueces y tribunales, sino la que nace de la mejor distribución de riquezas y de oportunidades. Mr. Shepard continúa: “No todos, pero sí muchos de los males que hoy existen en nuestro país pueden remediarse o aliviarse por medio de cambios en la ley; procedimientos más sencillos, leyes penales más seguras y rápidas, leyes civiles adaptadas a la vida moderna, a los derechos y necesidades sociales de la multitud, a la organización del comercio y la industria tales como son ahora, no como fueron edades pasadas... Hemos comenzado, pero el proceso no terminará durante nuestra vida. Los abogados de la generación próxima deben continuarlo, y debe hacérselos apto para ello. Seamos más precisos: debe educárseles, no solo en la técnica y el conocimiento de su profesión, con horizontes cerrados por los muros del bufete y del tribunal, sino como ciudadanos de espíritu amplio y elevado... ¿Es esto un ideal? Sí, sin duda. Pero, según Carl Schurz, los ideales son como las estrellas: no podemos tocarles con nuestras manos, pero nos guían a puerto seguro. “Y, como la antorcha de los juegos helénicos, van adelante, pasando de mano en mano.”
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La preparación del estudiante para la carrera de abogado es de dos clases: moral e intelectual. La moral no se enseña directamente sino con el ejemplo; pero se ayuda a su enseñanza con la lectura de altos pensamientos y de grandes hechos. En el problema de la enseñanza intelectual hay que tomar en cuenta tres clases de estudiantes: los que se preparan a la carrera del foro prácticamente, en los bufetes, y reciben su título o licencia para ejercer mediante examen ante comisión del Estado, los que estudian en escuela de derecho sin haber cursado previamente el bachillerato de college; los que estudian siendo bachilleres. Conviene recordar que el colegio, en los países de lengua inglesa, es una institución universitaria sui generis que no existe en Alemania ni en los países de lengua latina; es un intermedio entre la high school (escuela secundaria) y los estudios superiores. Comprende parte de lo que entre nosotros es enseñanza secundaria y parte de lo que consideramos estudio superior. Sin embargo, hay Universidades, o escuelas universitarias, que no exigen, para ciertas carreras, previos estudios del college. El alumno que ha asistido al colegio, piensa Mr. Shepard, tiene la ventaja de haber adquirido allí conocimientos varios, que le ayudarán a tener del mundo un concepto más amplio y vario que el del simple profesional. Pero, puesto que no todos los abogados cursan college, hay que averiguar qué estudios suplementarios convienen a la mayoría. Mr. Shepard estima que uno de los estudios más útiles para hacer más amplios el criterio y la cultura del abogado es el derecho internacional público. Esta indicación, que es innecesaria para aquellas Universidades latinoamericanas donde el plan de estudios jurídicos es uno solo, puede tener valor allí donde existen ya carreras diversas, como en Cuba, donde se cursan separadamente la de derecho público y la de derecho civil, y en ésta no se enseña el internacional público. Después recomienda Mr. Shepard el estudio de la historia de la civilización, con especial análisis de la evolución jurídica, y señala obras clásicas en este sentido, como la Historia del Derecho Inglés, de Reeve; La Jurisdicción de la Equidad, de Speace; Common Law, de Holmes; La Ley antigua, de Sir Henry Summer Maine, los estudios de Lord Bryce, y las obras de Maitland sobre derecho inglés antiguo. Finalmente, recomienda Mr. Shepard el estudio de los principios de derecho político (a menudo omitidos en la enseñanza del simple civilista o penalista) de la economía y de la sociología, sobre todo de las cuestiones relacionadas
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con el avance del socialismo. Además, propone que a los que no tengan educación de college se les ofrezcan cursos diversos para completar su cultura. Es verdad que para introducir tantas materias nuevas habría que suprimir otras de la enseñanza técnica. Pero esto no asusta al jurista de Seattle. “Durante años, —dice—, ha venido creciendo la convicción de que la enseñanza del procedimiento y de la práctica de tribunales en las escuelas es ineficaz y poco satisfactoria, y de que el problema debe resolverse reduciendo los cursos al estudio de las leyes fundamentales (o, por lo menos, no yendo más allá de los puntos esenciales del derecho procesal) y exigiéndose, para entrar al foro, un año práctico de bufete, como medio de adquisición real del procedimiento. Esta es la meta que se busca, y a la que con el tiempo se llegará. Cuando se alcance, se tendrá para los estudios que antes señalé el tiempo que ahora se gasta, y en su mayor parte se pierde, en el irreal estudio del procedimiento”.
Las Novedades, 30 de septiembre, 1915, p. 7.
LEGISLACIÓN INGLESA Y LA CONTINENTAL
La legislación europea se divide, como es bien sabido, en dos grandes ramas: la sajona y la latina. La latina, cuyo arquetipo es el derecho romano de los códigos justinianeos, procede en gran parte de la Grecia antigua y en otra gran parte es autóctona de Roma, donde la engendraron los antiguos peninsulares, entre ellos los etruscos, hoy identificados por la ciencia biológica con la familia semi-asiática de los finnoúgricos, a que pertenecen los húngaros y los finlandeses. La sajona, que parte de las antiguas tribus germánicas, tiene su desarrollo principal en Inglaterra, si bien durante la Edad Media y a veces dentro de la Edad Moderna extendió su dominio a España y a Francia. Caracteriza a la primera la tendencia a la codificación; a la segunda, el derecho consuetudinario, en su mayor parte no escrito, y, se dice, en constante evolución. Ya hemos hablado en estas páginas de cómo, en los últimos años, los caracteres de las dos grandes tradiciones jurídicas empiezan a desaparecer, y, mientras los latinos procuran imitar la instituciones sajonas, los pueblos de tradición germánica adoptan, modificándolo, el sistema de codificación. Alemania, que llevó la principal iniciativa en los estudios sobre la historia y la filosofía del derecho y en la reforma de la legislación civil durante el siglo XIX, se adelantó a Inglaterra en este movimiento. El Código Civil alemán, terminado en 1890 y vigente a partir de 1900, abre una nueva era en la codificación: se acepta francamente el sistema, pero se le modifica tanto en el sentido de hacer más científico el plan de los código, yendo de las disposiciones más generales, paso a paso, hacia las particulares, cuanto en el sentido de reducir el número de preceptos, haciendo que figuren solo aquellos cuya extensión, sin perder en exactitud, permita más amplias interpretaciones y aplicaciones. La reciente publicación del libro A General Survey of Events, Sources, Persons and Movements in Continental Legal History (Examen general de sucesos, fuentes, personas y movimientos jurídicos en la historia jurídica del Continente), primer volumen de una gran colección de
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derecho comparado, demuestra que los países de lengua inglesa entran cada día más en este movimiento. La Comisión Editorial de la Asociación de las Escuelas de Derecho Americana, en el prólogo de la obra, declara que ésta “debiera llegar a ser familiar para todos. En los últimos treinta años, los sabios europeos han llevado la historia del derecho a la altura de la investigación filosófica y crítica más modernas. Y hoy, entre nosotros, se advierte mayor amplitud de ideas y grande interés para comparar las instituciones legales de los diversos pueblos”. El abogado de Massachussets, Mr. A. W. Spencer, al hablar de esta obra en el Central Law Journal de San Luis de Missouri, indica cómo en los últimos treinta años, junto con los estudios históricos, se ha desarrollado la legislación social y se ha abandonado la doctrina del laisser faire. El derecho se hace cada vez menos técnico, al proponerse ir de acuerdo con la vida moderna. El concepto estrechamente técnico del derecho puede subsistir indefinidamente en períodos estacionarios; pero, en tiempos de rápido cambio social, los métodos deben ampliarse, las doctrinas deben revisarse, y el derecho, en vez de permanecer idéntico a sí mismo como disciplina aislada, participa en el desenvolvimiento general de la ciencia, y se extiende a todos los fenómenos sociales. Este sentido de generalidad, de vitalidad, del derecho, es, según Mr. Spencer, el que debe infundirse a todo estudiante de cuestiones jurídicas. Para ello, nada estimula más que la constante observación y comparación de las legislaciones extranjeras. Lo que debe recomendarse al jurista, —recomendamos este concepto a los nuestros—, es “el punto de vista mundial, en vez de la actitud estrechamente nacional, ante los problemas de la ley”.
Las Novedades, 7 de octubre, 1915.
LA PRISIÓN DE SING SING
Ya hemos hablado, en esta sección, del régimen carcelario implantado en la prisión de Sing Sing por el Alcaide Mr. Thomas Osborne. Mr. Osborne, que es autor de libros sobre problemas sociales, acaba de publicar, en la American Review of Reviews, un artículo intitulado Los nuevos métodos en la prisión de Sing Sing. Comienza Mr. Osborne por declarar que si bien la antigua teoría penal del castigo va desapareciendo en la esfera de las doctrinas, en el orden de la ley positiva el progreso resulta mucho más lento. Debe insistirse, declara, en que todas las leyes penales respondan a las nuevas ideas de prevención y reforma. “La ley, —dice—, no es sino la expresión formulada de la conciencia y de las necesidades de la sociedad; y para cambiar la ley debemos primero despertar a la opinión pública señalándole la necesidad. “Hace noventa años, el sistema de la prisión de Auburn representaba un tratamiento humano y liberal de los prisioneros, frente al sistema de Filadelfia, de encierro solitario. Aquel prevalece ahora en la mayor parte de las prisiones de este país. Pero un sistema nuevo ha hecho su aparición, y, según creo, será reconocido a la postre como superior... “El sistema de gobierno propio que ahora existe en Auburn y en Sing Sing, no solo significa un avance sobre el sistema de la palabra de honor: es diferente en esencia: confía, no solo en el individuo, sino en la comunidad de la prisión. Se hace al individuo responsable, no ante el alcaide o ante cualquier otro autócrata más o menos benévolo, sino ante todo el grupo de los compañeros de prisión.” Es decir: cada prisionero se siente obligado a obrar como en la sociedad libre; se le enseña el ejercicio de la responsabilidad y del deber. “Lo que hemos hecho en Sing Sing es sentar las bases de todo buen trabajo en las prisiones, creando el espíritu de cooperación entre los prisioneros. Esto se logra permitiéndoles formar entre sí una Liga de Beneficio Mutuo (Mutual Welfare League). A esta Liga se le dan todos los privilegios: y ella, como organización, es responsable de la buena
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conducta de sus miembros. Cada violación de disciplina o buena conducta se estima como ofensa a la Liga, y los funcionarios de ésta, debidamente nombrados, son los que señalan las penas. Así traemos, en ayuda de las autoridades de la prisión la opinión pública de los prisioneros... “Los fundamentos mismos de los actuales sistemas de prisión deben reformarse. Tres deben ser los principios fundamentales de todo sistema nuevo: primero, la ley no debe castigar, sino excluir temporalmente de la sociedad hasta que el ofensor haya probado, por su conducta, que está apto para volver al seno de ella; segundo, la sociedad no debe marcar a ningún hombre como criminal, sino procurar la reforma de las condiciones mentales dentro de las que se cometió el delito; tercero, la cárcel debe ser una institución dentro de la cual cada individuo tenga el máximum posible de libertad individual, porque, como dijo Gladstone, solo la libertad educa a los hombres para la libertad. “El método de sentenciar a un convicto a un período indefinido de prisión, cuya longitud la determinarán su conducta y su capacidad de reforma, se ha ensayado ya, y debe extenderse a todas partes. Después que el jurado pronunciase el veredicto de culpable, debe decirse al prisionero que, puesto que violó las leyes de la sociedad, se le destierra de ella hasta que su conducta demuestre que está para volver.... “Habrá quienes aprendan su lección sin esfuerzo... Pero habrá otros que no podrán conducirse bien ni dentro de esta libertad reducida: a éstos debe colocárseles, hablando metafóricamente, en una cárcel dentro de la cárcel, donde esta libertad se reduzca más aún. “Pero la base del sistema será siempre, no más y más represión o castigo, sino menos libertades, según los casos. Los sistemas de prisión que aun subsisten tratan de hacer industriosos a los hombres obligándoles a trabajar; de hacerlos virtuosos suprimiendo toda tentación; de hacerles respetar la ley forzándolos a cumplir los edictos de la autoridad; de enseñarles la previsión omitiendo toda oportunidad de ejercitarla; de acostumbrarles a la iniciativa individual tratándoles por grupos; en suma, de adaptarlos de nuevo a la sociedad, pero poniéndolos en condiciones enteramente distintas de las que existen en la sociedad real. “El carácter no se forma por la ausencia de la tentación, sino por la resistencia a la tentación. El error del viejo sistema de prisiones consiste en creer que el espíritu de los hombres puede mejorar con la ausencia
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de toda tentación... Como consecuencia lógica de esta teoría, en Sing Sing se prohibía hablar y aun volver la cabeza. Sesenta funcionarios se hallaban presentes en cada comida para impedir que los hombres conversasen, y se castigaba todo intento de conversación recluyendo al prisionero en una celda oscura. El encierro por seis días no era raro como castigo por haber vuelto la cabeza. El prisionero vivía sometido a una atmósfera de sospecha... El resultado fue un sistema en el cual los hombres no podían hablar naturalmente, ni caminar naturalmente, ni trabajar naturalmente. En realidad, nada sabían ya hacer naturalmente sino respirar, y no había bastante aire en las celdas para que respiraran de modo normal.... “Ahora hemos suprimido los funcionarios que vigilaban el comedor y mil doscientos prisioneros comen juntos, conversando como cualesquiera otros hombres, y con menos desorden que bajo el sistema antiguo. Tampoco hay funcionarios en los talleres, los cuales están bajo el cuidado de los jefes de obreros y de sus ayudantes. La antigua atmósfera de sospecha ha sido sustituida por la de confianza y seguridad. “Se reconoce ahora que en todas las cárceles los prisioneros deben aprender a trabajar. Pero cuando se fuerza a los hombres al trabajo, solo hacen trabajo de esclavos; y pocos gustan de aprender cuando se les fuerza... “Si se desea que estos hombres trabajen voluntariamente cuando salgan de la prisión (y para muchos de ellos el trabajo honrado voluntario es la primera necesidad de su nueva vida), debe enseñárseles en la prisión a preferir el trabajo a la ociosidad. Para ello, debe dárseles la libertad de permanecer ociosos; pero haciéndoles sufrir las consecuencias económicas del ocio. Fuera de la cárcel los hombres tienen que escoger entre el trabajo y la ociosidad, entre la honradez y el delito. ¿Por qué no se enseñarles esta lección a los prisioneros? Estas cosas se aprenden mejor por la experiencia. “Los problemas presentes son primero, encontrar trabajo bastante para los prisioneros, porque las industrias de las cárceles han estado mal dirigidas, y es difícil reformarlas rápidamente; segundo, la renovación constante de la población de las cárceles, que hace difícil el buen trabajo de fábricas. Otra dificultad es la falta de incentivo: el Estado paga centavo y medio por día, sea bueno o malo el trabajo, y aun si no trabaja”. Las Novedades, 8 de julio, 1915.
TRUSTS
La palabra trust tiene, entre sus diversos significados, dos principales: con el uno designa las organizaciones que se apoderan de un negocio, y ejercen sobre él un monopolio de facto; con el otro, designa los encargos de confianza y custodia de intereses. El primer tipo de empresas es bien conocido en el mundo entero, y contra ellas se han dirigido no pocas iniciativas de los hombres públicos de este país, hasta reducirlas y obligarlas a ceñirse a la ley. La segunda especie de trusts es interesante, porque son actos desconocidos en la legislación de origen romano, y más de una vez se ha pensado en el problema de adaptarlos a la de la América española, y porque se haya creído conveniente imitarlos, ya porque lo hayan exigido, en esos casos especiales, las relaciones económicas y jurídicas entre los Estados Unidos y nuestras Repúblicas. Trust quiere decir en inglés, primeramente, confianza. Todo acto de trust implica encomendar en confianza bienes o intereses, para que se apliquen o administren en favor de determinadas personas o instituciones. El que entrega los bienes o intereses se llama, todavía en arcaica fórmula híbrida de la época de la dominación normanda en Inglaterra, cestui qui trust. El que recibe en trust se llama trustee. El término trustee, —explica el tratadista Bolles—, designa gran variedad de personas. Al cajero de un banco, al director de un ferrocarril, se les suele llamar agentes o trustees; también se llama así a los administradores de bienes intestados o a los albaceas o ejecutores testamentarios. Pero el trustee técnicamente así llamado, desempeña funciones muy semejantes a las fideicomisarias del antiguo derecho romano, que sobrevivieron en la mayoría de las legislaciones modernas hasta ya entrado el siglo XIX, y luego desaparecieron con la supresión de las amortizaciones de bienes. La característica del trust, ya sea hecho por testamento, ya por contrato, es que concede al trustee el dominio, aunque limitado, sobre la cosa.
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TRUSTS
“A menudo, dice Bolles, una persona, en testamento, deja para sus hijos, en trust una suma de dinero. Al hacer esta indicación, manifiesta su deseo de que la suma quede en posesión de una o más personas, las cuales fungirán de trustees, y pagarán a los hijos los productos de aquella suma, durante determinado período, o durante toda su vida...” La propiedad de los menores se deja frecuentemente en poder de trustees, quienes sólo les entregan los productos cada mes, o cada trimestre, o cada año, y sólo para el dominio de los herederos cuando éstos alcanzan la mayor edad. Antiguamente, los trusts eran mucho más complicados en la forma, y la propiedad solía quedar amortizada durante las vidas de varias personas. En Inglaterra existen todavía formas semejantes, como existe el entail, semejante al antiguo mayorazgo español. En la mayoría de los Estados de la Unión Americana, aunque no se ha abolido toda forma de amortización temporal de los bienes (así se ve en el caso de las exenciones del homestead), han desaparecido los trusts largos y complicados. Pero en todas partes subsiste el trust para administración de bienes menores, para el gobierno económico de fundaciones (como las Universidades), los asilos y otras instituciones de beneficencia o para otras funciones administrativas de responsabilidad, así como para los curiosos e importantísimos contratos llamados trust deeds. Los trustees pueden ser, no sólo individuos, sino empresas: este es el origen de los trust companies, que han llegado a ser centros bancarios, salvo en el poder de emitir billetes. EL TRUST DEED Y EL DERECHO DE ORIGEN ROMANO En México, por las grandes y constantes relaciones económicas y jurídicas con los Estados Unidos, se ha estudiado el contrato comercial de trust o trust deed, para las necesidades de adaptación a la ley civil mexicana. Estudiando este problema, dice el distinguido abogado y escritor mexicano José Vasconcelos, en notas que amablemente nos facilitó: “El contrato conocido en el derecho consuetudinario de los países sajones con el nombre de trust deed es desconocido en los países de tradición legal románica. Las estipulaciones que caracterizan el trust deed son contradictorias desde el punto de vista de nuestras doctrinas jurídicas. La traducción, bastante en uso, que designa al trust deed
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como fideicomiso, es exacta sólo literalmente (trust quiere decir confianza y deed enajenación, transmisión de propiedad). Depositar bienes provisionalmente en manos de una persona de la cual se hace confianza, para que retenga los derechos de propiedad sobre aquéllos y los transmita a otras determinadas personas (que son el propietario mismo o sus acreedores, en estos contractos a que nos referimos); esa es toda la intención del contrato. Resulta este una especie de venta condicional: sólo que, en lugar de pasar el título al comprador, pasa a un tercero que lo retiene mientras se cumple la obligación garantizada por el contrato y devuelve la propiedad del inmueble al vendedor o dueños primitivos a los acreedores, según el caso. El contrato, en el fondo, tiene analogías estrechas con el contrato mexicano de venta con pacto de retroventa, sin ser igual a él. Ahora bien: lo que en derecho romano se llama fideicomiso es una disposición testamentaria cuyo cumplimiento se encomienda a la buena fe de los ejecutores, caso por completo distinto del contrato que supone el trust deed, o, más bien, de la mezcla de contratos que en él se implica. “Lo que hace inasimilable este contrato dentro de nuestros principios jurídicos, firmemente organizados conforme a la lógica inflexible de los romanos, es la forma en que se redacta en inglés. El trust deed afirma siempre que A, deudor de la suma X, a cambio del recibo de esa suma X, a cambio del recibo de esa suma, y para garantizar su pago, conveys, transfers and mortgages, traspasa, enajena e hipoteca el inmueble Z... Basta conocer las direcciones elementales entre los contratos romanos para percibir la contradicción flagrante, la imposibilidad lógica de convertir en hecho legal la frase absurda transfers in deed (enajena) and mortgages (e hipoteca). El que enajena, el que vende, se deshace de su propiedad en beneficio del comprador; en consecuencia, no puede hipotecar esa propiedad, porque, en el momento en que pronuncia la palabra “vendo”, pierde sobre ella todo derecho y ya no puede agregar la palabra hipoteca, puesto que sólo hipoteca el dueño. Tal confusión en la redacción del trust deed ocasiona serias dificultades a la hora de pretender exigir el cumplimiento del contrato en nuestro derecho. Es claro que estas contradicciones se pueden explicar dentro del derecho inglés; un abogado americano nos dirá que hacer un deed in trust, vender para que lo retenga, mientras se cumple una obligación de pago, no es lo mismo que un simple deed, declaración de venta o transmisión de
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dominio, y que por eso se puede también hipotecar, porque el otorgante del trust deed no se ha desposeído del todo de su propiedad. LAS DIFICULTADES DEL REGISTRO “El deed in trust, nos dirá o nos podrá decir algún tratadista sajón, no es una transmisión limitada1; pero esto mismo hace surgir entre nosotros otra seria dificultad: la del registro del contrato. Como se sabe, todas las transmisiones o gravámenes de la propiedad inmueble surten efectos contra tercero sólo cuando son registrados. Pero el Registro Público sólo anota, sólo acepta para registrarlos, contratos bien definidos, en los cuales se precisa el estado legal de la propiedad inmueble: registra compraventas y registra hipotecas; pero no tiene facultad para registrar ventas incompletas, ni hipotecas que son a la vez ventas y que no llevan todos los requisitos establecidos por la ley: escritura pública —hora y lugar de la hipoteca, expresión clara de la trasmisión o del censo, etc. Un empleado del Registro Público cumple con su deber si rechaza el trust deed, pues está autorizado, si no obligado, a decir: no lo entiendo y no es éste uno de los contratos que yo puedo registrar. “Las dificultades técnicas para aplicar el contrato en México son invencibles. Pero basta examinar cuál es la intención del trust deed, y cuál su objeto, para hallar la manera de hacerlo legal conforme a nuestros principios jurídicos. El trust deed surte efectos casi iguales a los de una hipoteca, pero es una hipoteca en la cual en vez de ser un solo acreedor el prestamista, son muchos: es una hipoteca que se divide en acciones, y el dinero del préstamo se obtiene mediante la venta de esas acciones. “El terrateniente A pide a un banco cien mil pesos prestados; el banco recibe del terrateniente el derecho de propiedad en confianza: esto quiere decir que el banquero no se hace dueño absoluto del terreno, que no puede venderlo, por ejemplo, ni hipotecarlo a su vez. Además, el banquero recibe una hipoteca impuesta sobre el mismo terreno por valor de los cien mil pesos. El banquero entonces, con su carácter de trustee (palabra que todo el mundo traduce fideicomiso: conviene insistir en que este fideicomisario es muy distinto del tradicional entre nosotros, según ya se ha dicho), fracciona la hipoteca, y emite bonos 1
Así, precisamente, se le clasifica.
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hipotecarios que coloca entre sus clientes; pero es él, como trustee, el representante de todos los pequeños acreedores hipotecarios, de todos los tenedores de bonos; representante común de las obligaciones llama al trustee la ley mexicana de que se hablará en seguida. Económicamente, lo más importante del trust deed es que permite garantizar grandes sumas prestadas no por un individuo, sino por una multitud, por todos los accionistas; es una forma de repartición del derecho hipotecario entre muchos, así como la sociedad por acciones es una manera de repartir del derecho de propiedad. HIPOTECA COLECTIVA “El trust deed es propia y prácticamente una hipoteca colectiva. Esta forma de contrato se ha desarrollado aceleradamente porque las grandes empresas, ferrocarriles, grandes cultivos, etc., no pueden vivir con el capital de un solo hombre, y a veces ni de un solo grupo de hombres ricos; necesitan del público, y los préstamos requeridos son tan enormes que sólo pueden cubrirse con la contribución de todos los elementos dispuestos a aventurar algo de su fortuna o de sus ahorros. Es el contrato característico de nuestros tiempos, en que toda acción social tiende a volverse colectiva más bien que individual... Es indispensable, por lo mismo, aceptar el contrato de trust deed, reconocerlo y adaptarlo, haciéndole los recortes que borran la huella de su procedencia bárbara y lo vuelven lógico a la vez que práctico. Esto es lo que, a mi juicio, se ha logrado en la ley mexicana sobre obligaciones hipotecarias. En esta ley, que según entiendo se debe a la inteligencia de don Pablo Macedo, se reglamenta la hipoteca por acciones, se da a las empresas la facultad de emitir bonos hipotecarios, mediante ciertos requisitos, con la garantía de sus bienes inmuebles. Los bonos hipotecarios se colocan entre el público o se reparten de acuerdo con suscripciones formalizadas por capitalistas. Como jefe o representante de todos los suscritores de bonos, de todos los acreedores hipotecarios, se nombra en el ‘Contrato de emisión de bonos hipotecarios’, un apoderado general, un representante común de los obligacionistas, como lo llama la ley. Este desempeña funciones iguales a las de trustee o fideicomisario de los sajones: está obligado a cobrar los intereses, a velar por la conservación de la garantía hipotecaria y a ejecutar en su caso la hipoteca. Y esta ley mexicana reglamenta el contrato de trust deed y lo admite en todo lo que tiene de útil y le quita lo que tiene de
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absurdo, con sólo no mencionar en parte alguna la palabra innecesaria de venta. No habla de venta ni necesita hablar; es como si dijéramos un trust mortgage lo que ella reconoce, y no un trust deed; pero así está bien, porque en el mismo derecho sajón creo que bien pudiéramos decir que el trust deed no tiene mucho de deed, es decir, de venta, y sí es todo mortgage, hipoteca. EFECTOS DE CONTRATOS HECHOS EN LOS ESTADOS UNIDOS “La ley mexicana resuelve la dificultad para los contratos que se hagan en México de acuerdo con sus preceptos, pero subsisten las vacilaciones cuando se trata de dar efecto en el país a contratos celebrados en los Estados Unidos sobre propiedades ubicadas en México. “¿Qué hacer para que un trust deed otorgado en los Estados Unidos surta en México los efectos de hipoteca a que está destinado? Algo semejante a lo que hizo la ley sobre obligaciones hipotecarias se ha practicado ya con éxito; desentenderse de las expresiones sobre venta que contiene el contrato, y que por lo demás son en él superficiales e inútiles, meramente verbales, y dar fuerza al verdadero sentido del contrato, a su carácter hipotecario. Usando este criterio liberal de interpretación de los contratos, criterio que recomienda nuestro Código Civil, es fácil establecer clara la intención de los contrastantes. Pero como la hipoteca, según hemos reconocido, es un contrato que requiere para su validez de forma, es necesario complementar el trust deed con las formalidades que exige nuestra ley. Además de que se observen en este caso todas las formalidades necesarias para legalizar una hipoteca otorgada en país extranjero, tales como protocolización, registro, etc., es conveniente agregar esta cláusula al contrato de trust deed: ‘El presente contrato, no obstante sus términos, surtirá en México todos los efectos de una hipoteca y se observarán para su ejecución todas las formas estipuladas en su texto, siempre que no sean contrarias a los preceptos de las leyes mexicanas’. Esta estipulación es conveniente agregarla al trust deed desde que se otorgue en los Estados Unidos; pero, en caso necesario, puede ir contenida en documento separado, que se protocolizara en México junto con el trust deed, para que pueda éste ser registrado en debida forma.”
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Para terminar, indicaremos que la fórmula adicional transcrita en el párrafo anterior fue obra del talento jurídico de nuestro amigo el licenciado Vasconcelos en su práctica de abogado en México.
Las Novedades, 21 de octubre, 1915, p. 7 y 8.
LA MANIFESTACIÓN DE LAS SUFRAGISTAS
El día 2 de noviembre deberá votar el pueblo del Estado de Nueva York la enmienda constitucional que concede a las mujeres el derecho al sufragio. La campaña de la Asociación del Sufragio Femenino en esta ciudad ha sido activísima; y alcanzó su punto culminante la tarde del sábado, día 23 con la enorme manifestación de millares que recorrió la Quinta Avenida, partiendo de Washington Square para terminar en el Parque Central. Los desfiles, paradas o manifestaciones públicas, constituyen una costumbre muy arraigada en este país. La ciudad de Nueva York, sin embargo, nunca había presenciado ninguna de magnitud semejante a la del sábado. Se esperaba acudieran veinticinco mil mujeres a la procesión; pero el número fue mucho mayor: ascendió a treinta y tres mil, sin contar las delegaciones de hombres (unos cuantos miles) que se adhirieron, ni los grupos que fue necesario omitir para no hacer in terminable la manifestación. No fue, por lo demás, tarea fácil la de recorrer a pie tres kilómetros en día como el sábado. Fortísimo viento de otoño se había desatado sobre la ciudad, y para muchas damas hubo de ser duro sacrificio permanecer tantas horas al aire libre. La devoción a la causa, sin embargo, suplió las energías. A las doce comenzaron a reunirse los grupos en torno a Washington Square. Entre tanto, las regiones de la policía iban distribuyéndose por la Quinta Avenida, y, al contrario de lo que sucedió en la manifestación sufragista de Washington hace dos años, lograron manejar hábilmente las inmensas multitudes de espectadores. A las tres de la tarde partió la procesión. A las cuatro llegaba frente a la Biblioteca Pública, donde se esperaba el Mayor de la ciudad, Mr. Mitchell, con su esposa, y gran número de funcionarios públicos. Cerca de las cinco desembocó frente al Parte Central. Los últimos grupos llegaron al término señalado a las ocho de la noche. Encabezaba la procesión la Banda del séptimo regimiento, la primera de las treinta que figuraron. Luego, en primer lugar Mrs. Leonard Thomas acompañada por cuatro damas, enarbolando el estandarte de
LA MANIFESTACIÓN DE LAS SUFRAGISTAS
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la Asociación internacional de Sufragio Femenino. Las seguía Mrs. Carrie Chapman Catt, presidenta de la, Asociación, con su guardia de honor y luego el grupo de trescientas treinta y ocho mujeres que representaban el movimiento feminista en el mundo y portaban estandartes blancos con grandes letreros dorados: “Las mujeres de Suecia votan”; “Las mujeres de Dinamarca votan”; las de Noruega, las de Islandia, las de Finlandia, las de Bohemia, las de Australia, las de Nueva Zelandia votan; luchan por el voto las de toda Europa... Los letreros iban, no sólo en inglés, sino también en los idiomas de cada país donde existe el movimiento feminista. A la cabeza de la Asociación Nacional del Sufragio venía, en medio de ruidosas ovaciones del público, la venerable Doctora Anna Shaw, la más ilustre de las feministas norteamericanas, con toga y birrete universitarios. Luego la hermosa figura de Florence Fleming Noves representaba la libertad: tras ella, doce damas, con diademas doradas en la cabeza, unidos y enlazados los brazos, representaban a los doce Estados de la Unión donde votan las mujeres, y después las delegadas de las asociaciones sufragistas de todo el país. El grupo de Nueva Jersey, donde el sufragio femenino acaba de ser derrotado, proclamaba con sus estandartes la decisión de continuar la lucha y recordaba que el Presidente Wilson había votado allí en favor de ellas. Al frente de la Asociación del Sufragio en Nueva York marchaba la insigne actriz Edith Wynne Mathison, intérprete del teatro clásico, portando yelmo, escudo y lanza representaba al Estado Imperial. Y luego seguían innumerables grupos: las delegadas de ligas y círculos sufragistas, muchas de ellas damas opulentas de la elite neoyorkina, como Mrs. Belmont, Mrs. Havemeyer, Mrs. Harrington, Mrs. Sorchan, Mrs. Winthrop, (entre estos grupos se distinguió el formado por lindas jóvenes vestidas al modo griego, con túnicas blancas, marchando con los brazos enlazados); la multitud de las maestras de las escuelas públicas; la legión de las mujeres universitarias de Barnard Vassar, de Cornell, de tantas instituciones más, con togas y birretes, en grupos unidos por guirnaldas de laurel; las mujeres profesionales, las comerciantes, las enfermeras, enarbolando el nombre inmortal de Florence Nightingale, las escritoras, las artistas, —entre ellas las cantantes, entonando coros—, las empleadas, las obreras, y por fin las socialistas con sus sombreros rojos. Cerraban la procesión las delegaciones mas-
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LA MANIFESTACIÓN DE LAS SUFRAGISTAS
culinas, entre las cuales figuraban jueces, funcionarios, escritores (como el poeta Percy MacKaye), sacerdotes, hombres de ciencia. ¿Triunfará en Nueva York el sufragio femenino? La cuestión quedará resuelta antes de la próxima edición de este periódico.
Las Novedades, 28 de octubre, 1915, p. 7.
EL SUFRAGIO FEMENINO
—La derrota del sufragio femenino en el Estado de Nueva York—, decía la dama norteamericana, es un triunfo moral. Hay demasiadas tenencias para la inmutabilidad; hay demasiados intereses contrarios a toda innovación, para que aquí pueda prender fácilmente la idea del sufragio femenino, que es, como quiera que se la estudie, revolucionaria. Mucho es, por lo tanto, lo que se ha hecho, y el número de votos obtenidos por la causa de las mujeres, a pesar de las intrigas de los poderosos intereses contrarios, es un triunfo admirable. —No sabía yo—, comentó el hispanoamericano, que fuese usted devota del sufragismo. —Sí que lo soy. —Pues yo también. —¡Cómo! —¿Qué la sorprende a usted? —Como siempre se supone que en los países de lengua española los hombres protegen, defienden y hasta esconden a las mujeres... nadie los cree partidarios del sufragio femenino. —Pues los hay en nuestras repúblicas. Aun no hace un año, el vicepresidente de Cuba hablaba del problema en forma que a usted le agradará conocer. Y no crea usted que se trata de un simple politician: el Doctor Varona es un pensador eminente, un gran escritor. —Así he sabido por el New York Times. —Pues oiga usted lo que dice el Doctor Varona: “El espíritu a las veces paradójico, pero singularmente lúcido y profundo, de Nietzsche, ha aseverado que, con una educación adecuada, durante siglos, se podrá hacer de las mujeres lo que se quiera, hasta hombres; pero que, entre tanto, merced a su creciente influencia, estamos atravesando un período de transición singularmente borrascoso. No hay manera de evitarlo. Hay que disponer nuestro espíritu a la más difícil de las adaptaciones, a la adaptación inestable, y a sabiendas ines-
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table. Hemos de realizar múltiples ensayos, y de presenciar y sufrir no pocas conmociones, desde las provocadas por la perversidad infantil de las feministas del tipo inglés, hasta las mucho más serias y más hondas de las organizaciones de mujeres norteamericanas. Pero sobre todas se impone esta convicción: que el círculo de hierro y de fuego en que había pretendido el hombre enterrar a la que llamaba con inconsciente hipocresía su compañera, se ha roto para siempre. La más quimérica de las empresas sería tratar de soldarlo, en cualquier forma. Hay algo ya definitivo y de incalculables consecuencias: la emancipación del espíritu de la mujer. Despidámonos, no sin cierta melancolía, de la Eva bíblica, y demos otra significación mucho más honda a lo femenino eterno del poeta”. —That is splendid! Pero ¿en la América latina se hace propaganda feminista? —Muy escasa. Hasta ahora, las mujeres latino-americanas no necesitan el voto. —Pero ¿no son mujeres cultas, inteligentes? —No faltan. Las hay muy brillantes... —Entonces... —Todo depende de tendencias de raza, según vulgarmente se dice; de tradiciones sociales, de costumbres. Los pueblos de lenguas germánicas, desde Escandinavia hasta los Estados Unidos, son individualistas. En ellos, el individuo procura formarse su mundo propio e impedir, desde temprano, que la familia y la sociedad pesen demasiado sobre él. Para ello, establece desde joven, en su conducta, las reglas infalibles que indican hasta dónde ha de cooperar con la sociedad y con la familia y desde donde ha de considerarse independiente de todo lazo. —Pero, ¿cree usted que entre nosotros no existe respeto para la familia? —Sí, para los miembros de la familia, como individuos, mucho; y para la familia también, como símbolo, y como centro de afectos, y como punto de partida. Pero es indudable que la institución familiar no invade aquí, como entre nosotros, todas las relaciones del individuo. Aquí se ve que exige menos limitaciones, menos cargas y que los deberes se consideran voluntarios de cada quien. Entre los antiguos germanos, desde la época en que los conoció Tácito hasta la época en que invadieron el Sur de Europa, existía ya el concepto de independencia
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individual, que en muchos alcanzaba a la mujer. La influencia romana modificó grandemente la organización social de los germanos, pero es natural que de ellos, de nosotros haya partido en la época moderna el movimiento feminista. Inglaterra, que es el país de más compleja composición, es el que opone resistencia a la reforma que se avecina, pero el pueblo de los Estados Unidos se le adelantó, mostrándose en este caso más fiel a la herencia individualista de sus lejanos abuelos espirituales. Nosotros, los pueblos de lenguas latinas, conservamos con modificaciones mayores o menores, la tradición de la familia romana. —¡Es terrible! —Quizás no tanto. Porque de los germanos, o de tradiciones griegas o del cristianismo, o de todas partes, hemos aprendido a extender y ampliar el respeto al individuo. Este, concertándose con la tradición de Roma, debe producir la familia unificada, en que todas las voluntades concurren. El paterfamilias la representa; y así, toda la familia tiene representación política con el voto del jefe. —Muchas no la obtendrán, sin embargo. —Es verdad; pero ¿qué sistema puede asegurar, a satisfacción de todos, el reparto equitativo del sufragio? —De todos modos, vuestra organización social cierra muchos campos de acción a la mujer. —Nuestras mujeres no gustan de la acción, o, por lo menos, de la demasiada acción. No son incapaces: hay muchos ejemplos que citar en contra. España, de quien heredamos los hispanoamericanos el fundamento de nuestras costumbres, tuvo a Isabel la Católica, quizás la más grande entre todas las mujeres de acción de la historia. Pero nuestra mujer posee el sentido de la medida: si va a la acción, se limita a la que se propuso; si va a la cultura, sabe tomarla con desinterés. Es la tradición del Renacimiento. Las mujeres de entonces, —aquellas maravillosas mujeres en torno a la gran Isabel en Castilla, y en torno a Margarita de Navarra en Francia—, poseían igual cultura que los hombres; pero iban a ella desinteresadamente: no aspiraban a ser profesionales. Así las nuestras: conozco damas que saben de artes y de letras tanto como nuestros hombres más cultos, pero que nunca pensarán en escribir libros, ni en pintar cuadros, ni menos en adoptar carrera profesional. —Pero esas tradiciones inutilizan muchos talentos. —Tal vez.
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—¿Cree usted que se modificarán? —Es inevitable. La nueva situación de la mujer es obra de muchas causas, y entre ellas las hay enteramente ajenas a su voluntad, y a toda propaganda de ideas, me refiero a las causas de orden económico. Y éstas son universales, y sus efectos son ineludibles. —Y ¿no piensa usted que la mujer traerá a la vida pública ideas nuevas? Por ejemplo, será enemiga de la guerra. —Así se dice, y no de ahora. Parece que en Atenas, hace más de veintitrés siglos, había quienes pensaran así. Aristófanes la prueba. Opino que las mujeres, en estos países, deben votar porque son capaces de hacerlo y porque lo desean; pero no porque espere de ellas la paz universal. Admiro los esfuerzos pacificistas de Miss Jane Addams; pero el invierno pasado oí hablar a Chrystabel Pankhurst... —¿Cómo la encontró usted? —Interesantísima. Nada de trajes estrafalarios; no buscó efectos de última moda, pero se presentó con gracioso, elegante atavío en que se sospechaba la lejana influencia de los ideales decorativos de William Morris. La figura, juvenil, esbelta, airosa. Enteramente femenina. Pero ¡ay! habló de la guerra. Y su dulce voz inglesa, adquirió tonos metálicos, de polémica. Es asombrosa la decisión con que habla bajo su aparente compostura. Se le ve la costumbre de discutir. Venía a conquistar para Inglaterra la opinión de los Estados Unidos, y creo que no le oí un solo halago para este país. En cambio, tres o cuatro verdades duras... ¿Se convence usted de que las mujeres no nos traerán la paz?
Las Novedades, 4 de noviembre, 1915, p. 7.
LA LEGITIMIDAD DE LOS HIJOS
Sabido es que en los Estados Unidos existe gran preocupación sobre el origen legítimo de la familia. En general, la raza inglesa comete el error, como dice Bernard Shaw, de creer que la institución del matrimonio es el centro de toda moral. Los efectos de este error se ven en los juicios que formulan los escritores de los Estados Unidos sobre la moralidad de los pueblos latinoamericanos. Para ellos, el hecho de que entre las clases pobres de nuestros campos y nuestras ciudades no se practique el rito matrimonial es signo de grave desorganización de costumbres. Esos mismos escritores reconocen, por ejemplo, que en muchas regiones los indios, aunque no celebran ceremonia de casamiento, son marido y mujer fieles; pero insisten en declararlos inmorales. Si la moralidad del matrimonio consiste en la honestidad y sinceridad de los cónyuges en sus mutuas relaciones, no puede tacharse a éstos de inmorales sólo porque no cumplan un rito traído de Europa y no asimilado aún por ellos, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia y de la ley. El problema de los hijos ilegítimos también comienza a verse de modo nuevo. En vez de hacerlos víctimas, como antes sucedía se exigen en su favor responsabilidades a los padres. Sobre este problema dice el jurista neoyorkino Berkeley Davids en la revista Law Notes, de Northport, en un artículo intitulado La desaparición de la ilegitimidad: “Un hijo nacido fuera de matrimonio lo consideraba nuestra ley como ilegítimo, como producto ilícito, sin títulos para ejercer los derechos de los hijos nacidos de padres que hubieran cumplido con las formalidades del matrimonio. Nacido al día siguiente de la ceremonia, el hijo es legítimo; nacido el día antes, sería bastardo. ¡Curiosa línea de demarcación! “Una de las principales diferencias, si no la principal, entre la descendencia legítima y la ilegítima, es el derecho del hijo a heredar a los padres. Aunque se sepa de modo seguro que un hombre es padre de un hijo ilegítimo, éste no hereda, dentro de los principios de la common law de los Estados Unidos, las propiedades de aquél. Padre y madre pueden haber vivido juntos los años de la madurez; pueden haber sido modelos de fidelidad; pero si la fórmula del matrimonio faltó, el des-
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cendiente no heredará las propiedades muebles o inmuebles del padre. La dureza de este principio de los tribunales de common law es indudable, y los Congresos de los Estados, en la ley escrita, han tendido a modificarlo, siquiera en parte. “En los países más avanzados de Europa las incapacidades por razón de nacimiento fuera de matrimonio se han abolido ya (y en la mayoría de los países latinoamericanos, agregamos nosotros, han disminuido, y los hijos naturales tienen derecho a una porción de la herencia paterna, si bien esa porción es menor que la de los legítimos). En varias naciones del Continente, de ocho a diez por ciento de los niños que nacen son hijos de padres no casados. Se dice que en Alemania, al estallar la guerra, había un millón de hijos ilegítimos, menores de catorce años... La ley ve la necesidad de modificarse para hacer frente a nuevas condiciones sociales. “La fórmula más avanzada parece ser la ley recientemente dictada en Noruega: declara, en sustancia, que un hijo cuyos padres no hayan sido casados tiene derecho al apellido del padre, y, sobre todo, a exigir de sus padres alimento y educación de acuerdo con la situación económica del más pudiente. El padre con quien no vive el hijo cumple sus obligaciones pagando una suma de dinero que los tribunales fijan. En general, el hijo tiene derecho a recibir de su padre y de su madre todo lo que recibiría si fuera legítimo. El costo de la educación del niño cae, en lo posible, sobre ambos padres. Si uno de ellos no tiene recursos, el otro está obligado a asumir toda la responsabilidad. Si muere sin dejar propiedades, el otro asume igualmente toda la obligación. “El niño tiene derecho a alimentos y educación hasta la edad de diez y seis años. La autoridad puede aumentar el plazo si aquel es mental o físicamente incapaz de ganarse la vida, o si los padres tienen recursos para continuar pagando para su perfeccionamiento. “El padre tiene que pagar los gastos del nacimiento del niño. También paga los gastos en caso de que el niño nazca muerto. Está obligado a mantener a la madre si, por razón del hijo, se ve obligada a abandonar el trabajo; pero, en condiciones normales, tiene que mantenerla en los últimos tres meses del embarazo y seis semanas después de nacido el niño. Este período de seis semanas puede extenderse a nueve meses si durante ellos la madre alimenta personalmente al niño.” Agregaremos que, en casos de paternidad, dudosa, la ley noruega fija reglas especiales, raras en apariencia, pero justas.
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Los tribunales noruegos tienen el derecho de investigar la paternidad, y la ley exige a la madre que dé, bajo juramento, el nombre del padre del hijo ilegítimo. “Los partidarios de esta ley declaran que no hará daño a la institución del matrimonio. Según sus ideas, la paternidad anónima es una ofensa al hijo y a la sociedad. El hijo tiene derecho a saber quién fue su padre, y tiene derecho a heredarle si es dueño de propiedades. A la madre, pues, tampoco debe permitírsele que, escondiendo la paternidad del niño, prive a éste de su herencia. El Estado tiene la obligación de investigar oficialmente las condiciones del nacimiento del niño, y de protegerlo contra una de las mayores crueldades a que se halla expuesta la infancia: los sufrimientos que provienen de no saber su origen. La guerra, como todos saben, trae siempre consigo muchos nacimientos ilegítimos, y puede esperarse como resultado del actual conflicto, que las naciones europeas dicten leyes semejantes a la noruega.”
Las Novedades, 11 de noviembre, 1915, p. 7.
LA REDENCIÓN DE LAS CLASES POBRES
La muerte del ilustre educador de la raza negra, Booker T. Washington, ocurrida el domingo, ofrece ocasión para hablar de la institución que fundó y dirigió hasta su muerte. El Tuskegee Institute no fue sino la aplicación de este sencillísimo principio: en el mundo contemporáneo, en que las luchas económicas son reñidísimas, la educación de las clases pobres debe dirigirse a hacerlas aptas para vivir y mejorar el medio del trabajo útil. Como la raza negra forma, en este país, una clase pobre, el maestro Washington comprendió que el modo de redimirla es enseñarla a trabajar. Comprendió que la gente de color no podía saltar bruscamente desde los puestos más humildes de la sociedad hasta los más encumbrados, y que para levantarla de su condición inferior no debía pretenderse impartirle desde luego la educación más elevada en ciencias y en letras, sino aquella instrucción que permitiera a cada individuo hacerse independiente y dueño de sí, en el orden económico, por medio del trabajo inteligente. Lo demás, con el tiempo, se daría por añadidura. La alta educación científica y literaria probablemente habría formado en el Instituto de Tuskegee a unos cuantos hombres de gran significación intelectual (de hecho, fuera de la escuela de Booker T. Washington se han formado aquí hombres de color eminentes, como Paul Laurence Dunbar y Charlles W. Cesnut), pero la mayoría de sus estudiantes habrían sido “negros catedráticos”, incapaces de abrirse paso en el nivel social requerido por su cultura y a la vez ineptos, no pocos de ellos, para organizarse una vida independiente, en esfera modesta. Booker T. Washington halló la verdadera solución: el Instituto de Tuskegee no enseña griego, ni matemáticas superiores ni historia de la filosofía; pero forma buenos agricultores, buenos obreros, buenos comerciantes, buenos profesores de instrucción elemental. En general, enseña los métodos más avanzados en cada industria, en cada oficio, en cada especie de trabajo; y así los carpinteros que han estudiado en Tuskegee son mejores que otros muchos y llegan a crearse buena posición y lo mismo ocurre con el herrero, y con el zapatero, y con todo alumno de allí.
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La aplicación de estas sencillas ideas dio a Booker T. Washington fama universal. Personalmente, fue uno de los hombres de más serias virtudes que ha producido este país. Sus libros son admirables, de sencillez y de verdad. William Dean Howells, el patriarca de la literatura norteamericana, les ha consagrado alabanzas calurosas. En Europa, Booker T. Washington recibió grandes honores de la Reina Victoria de Inglaterra y del Kaiser Guillermo de Alemania, cuyo gobierno le hizo frecuentes consultas sobre la implantación de métodos educativos en las colonias africanas. Roosevelt, cuando ocupaba la presidencia, invitó al gran educador a la Casa Blanca. Esta muestra de cortesía a un hombre de color, a pesar de que ya las había recibido semejantes de parte de soberanos europeos, motivó aquí discusiones, en las que como es frecuente, se advierte la oposición entre el Norte y el Sur.
Las Novedades, 18 de noviembre, 1915, p. 7.
EL PRESIDENTE WILSON Y LA REFORMA DEL DERECHO PROCESAL
Ya hemos hablado, en ocasiones diversas, sobre el siempre vital problema de los procedimientos judiciales y sobre el movimiento que existe tanto en los países sajones como en los latinos, en favor de reformas de administración de la justicia. Ahora se cree que el Presidente Wilson, en su próximo mensaje al Congreso, acaso proponga a las Cámaras el estudio de este problema. Si el Congreso Federal de los Estados Unidos dicta disposiciones (de carácter general, por supuesto) en el sentido de reformar los sistemas procesales en vigor aquí, daría un paso hacia la centralización jurídica. Este paso no se dará, de seguro, sin dificultades, pues a los ojos de muchos significaría minar el poder de los Estados. Al mismo tiempo, podría servir mucho para corregir los arcaicos procedimientos que subsisten en muchas entidades federativas de este país y aseguraría un nivel mínimo de eficacia y modernidad. Pero, más bien que en disposiciones precisas, la innovación a que aspiran muchos juristas de los Estados Unidos consistiría en que el Congreso declarara que la Suprema Corte de Justicia es la autoridad que debe reformar los procedimientos de los “tribunales de ley”, como ya regula los que atañen a los “tribunales de equidad”, o sea, los que administran justicia civil sin leyes escritas, según el leal saber y entender del juez. Comentando la intención que se atribuye al Presidente Wilson —que es, como todos saben, uno de los primeros maestros de la ciencia jurídica en los Estados Unidos— dice el semanario Central Law Journal, de San Luis de Misuri, en artículo editorial: “La recomendación específica del Presidente Wilson, en su mensaje próximo al sexagésimo cuarto Congreso, sobre la modernización del procedimiento judicial, aseguraría el éxito de la campaña que tiene emprendida la Asociación Americana del Foro (a cuyas labores nos hemos referido en Las Novedades). El propósito de esta Asociación es
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lograr que el poder de dictar reglas de procedimiento pase de las legislaturas de los Estados a las Cortes. “La multitud y la importancia de otras cuestiones, sobre todo de las que figuran en programas de partido, generalmente han sido causa de que en los mensajes de los presidentes no se trate el problema de la modernización de los tribunales. Y sin embargo es esta una de las cuestiones fundamentales que afectan a la nación. En verdad ¿pueden durar mucho la paz y la prosperidad si llega a perderse fe en la justicia? La favorable actitud del Presidente Wilson hacia la campaña de la Asociación del Foro es bien conocida y apreciada. El Foro Americano no llama inútilmente a sus puertas. Su discurso ante la Asociación del Foro de Kentucky, antes de su candidatura se cita a menudo. Su reciente discurso de Springfield no fue menos terminante. Pero si el problema ha de recibir la atención del Congreso, el modo más seguro de que la obtenga será la recomendación del mensaje presidencial. La mayoría del Senado y de la Cámara de Representantes favorece la tendencia de reforma. La Comisión de Justicia de la Cámara ha recomendado se inicie la legislación necesaria. “La Liga de Derecho Comercial de América, la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, el Congreso Comercial del Sur, las Asociaciones de Foro de cuarenta y cinco Estados, y la Asociación Nacional del Crédito, así como centenares de agrupaciones menores, han expresado formalmente su apoyo a las ideas manifestadas por la Comisión de Procedimientos Judiciales Unificados, de la Asociación Americana del Foro. Esta demanda es única, por su carácter de generalidad en la historia legislativa. Y no es inútil declarar que el mayor elogio que cabe tributar a una profesión se encuentra en el decidido apoyo prestado por los hombres de negocios al programa de reformas de los abogados para la simplificación del procedimiento judicial. “Habrá paz y confianza cuando el Congreso deje en libertad a la Suprema Corte para regular los procedimientos del pormenor en los tribunales de ley escrita. La administración de justicia, su eficacia y su progreso constante, serán entonces tareas tanto del abogado como del juez... “El reciente éxito de Elihu Root en la Convención Constituyente de Nueva York, al persuadir a esta a que adoptara el plan de reforma procesal recomendado por la Asociación Americana del Foro, es más que
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un triunfo personal, una indicación de que el foro se da cuenta de sus responsabilidades en la dirección de la opinión pública”. Las reformas patrocinadas por Root e insertas en el proyecto de una nueva Constitución neoyorkina fueron derrotadas en la votación de principios de este mes, pero el hecho de que la Convención las votara demuestra que los legisladores están contestes en la necesidad de nuevas fórmulas procesales; ejemplo que debe imitarse en nuestra América, donde subsisten, generalmente arcaicos e ineficaces sistemas de administración de justicia.
Las Novedades, 25 de noviembre, 1915, p.7.
¿HIZO BIEN?
El gran problema del derecho a la vida es objeto de apasionadas discusiones en todo el territorio de la Unión Americana, a consecuencia de un caso ocurrido en Chicago. El famoso especialista, doctor Harry J. Heidelsen, permitió que el niño John Bollinger muriera, sin intentar salvarle la vida con una operación quirúrgica, después de convencer a los padres de que si el niño vivía, habría de ser un degenerado que alcanzaría los límites de la monstruosidad. En vista de las graves discusiones que suscitó el caso, las autoridades, al morir el niño, hicieron practicar la autopsia: ésta confirmó el diagnóstico y no es posible llevar al médico ante los tribunales. El niño Bollinger era completamente deforme, y tenía la cara pegada a un hombro, su desarrollo cerebral era tan rudimentario que, a juicio de los médicos que practicaron la autopsia, hubiera sido idiota, o por o menos degenerado, y su vida hubiera sido un constante sufrimiento. Al hacerse público el caso, tanto los filántropos como las personas que defienden el derecho a la vida de todo ser que nace acusaron al doctor Heiselden de ser un hombre de corazón empedernido que no cumplía las obligaciones impuestas por su profesión, y los partidarios del mejoramiento de la especie humana acudieron en su defensa. Doctores eminentes, notables abogados, mujeres que han alcanzado puestos distinguidos en ciencias y en las letras, así como las pertenecientes a las distintas clases sociales, han emitido opiniones en pro y en contra del proceder del sabio galeno, que al fin se ha visto obligado a defender sus principios en la prensa. He aquí su artículo: “Un niño llora. Tengo en la mano el brillante escalpelo. Con su delicada hoja he seguido muchas veces la débil línea que separa la Vida y la Muerte. Muchas veces he apretado a la muerte abriendo el camino a una vida pura y vigorosa. Pero ahora detengo el acero.
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Y la muerte trata de penetrar. El niño llora. Tengo en mis manos el don de la Vida. Esta pende de la cuchilla. Es posible rechazar a la Muerte una vez más: derrotarla. La cuchilla es de por sí investigadora. ‘Úsame’ dice. ‘Déjame explorar. Te daré mayores conocimientos, más poder para combatir a la Muerte, nuestra antigua enemiga. Úsame.’ Así ruega mi escalpelo. Es la ciencia de la Cirugía que me ordena siga trillando el viejo sendero. Es la voz de la tentación. El niño continúa llorando débilmente. Su quejido es poco más fuerte que el débil maullido de un gatito enfermo. Pero me fascina. Hay otro argumento más poderoso que el primero. ¡Debo ser piadoso! Examino el niño de cerca, con toda mi ciencia, con intención de salvarlo. Descubro horrorizado que aquello no es un niño. Es un pedazo corroído de humanidad, destrozado por alguna mancha original; enfermizo, débil y atronado ya en la hora de su nacimiento. Ese niño al nacer ya había vivido y sufrido y tiene marcados con rasgos indelebles los sufrimientos pasados. No es un niño: es un monstruo. Y a su lado estoy, y tengo en mis manos el don de la Vida. ¿Qué clase de vida será ella? Si concedo a ese don ¿qué es lo que doy? ¿Cuáles serán los elementos que han de predominar en esa Vida? Me detengo para verlos desfilar en una parada macabra. Vergüenza. Dolor. Odio. Humillación. Debilidad. Sufrimiento. Enfermedad. Degeneración. Vicio. Crimen. Suciedad. Repugnancia. Angustias. Blasfemia. Negruras y Fealdad, acompañadas desde el principio hasta el fin por la faz burlona de la Muerte que los rastrea. Vuelvo a mirar. El desfile es interminable. Los vampiros saltan y parlotean, se retuercen y se multiplican hasta que el mundo se llena de sus nauseabundos descendientes y de sus horribles muecas. Y aquí surge la tremenda cuestión. El hombre la ha afrontado otras veces y ha retrocedido horrorizado. Reflexiono profundamente, con la experiencia de veinte años de lucha incesante y dura. No me decido a la ligera.
¿HIZO BIEN?
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Me siento fuerte y tomo una inquebrantable resolución: guardo el escalpelo. El ejército de los inadecuados se desvanece como un gas mefítico. Me vuelvo al enemigo constante, y dejo el paso libre a la Muerte con un gesto de asentimiento. El niño musita débilmente. Es el último golpe dado a las cuerdas de mi corazón. La Muerte cobra su deuda y desaparece. El aire es más puro. El mundo está mejor!” El hombre que escribe las líneas que anteceden es un filántropo, ama a los niños hasta el punto que de que al no tenerlos propios ha adoptado ya dos niñas a las cuales trata con el cariño y la devoción de un padre. Su bondad, su ciencia y su modestia le han conquistado un puesto muy distinguido en su profesión, y se le reconoce como el mejor especialista de enfermedades de los niños. ¿Estará destinado ese acto del doctor Heiselden a influir para que se establezcan nuevos principios de conducta profesional en la medicina y la cirugía? ¿Hizo bien?
Las Novedades, 2 de diciembre, 1915, p. 7.
LA VIDA DE LOS DEGENERADOS
El caso del niño Bollinger de Chicago, a quien el Dr. Haiselden dejó morir, con el consentimiento de sus padres, para evitarle una vida de degeneración y sufrimientos, sigue suscitando discusiones. Según saben nuestros lectores, el niño nació monstruoso, a tal punto, que solo podía vivir unos cuantos días. Una difícil operación, que permitiera el libre funcionamiento de ciertos órganos, era el único recurso de salvarlo. Pero la operación, aunque le conservara la vida, no podía hacer normal al niño: éste sería siempre un degenerado, acaso nunca tendría uso de razón. De ahí la decisión del Dr. Haiselden. Las autoridades practicaron la autopsia, una vez muerto el niño, y confirmaron las predicciones del médico respecto de la vida que hubiera sufrido. No se persiguió, pues, al Dr. Haiselden. Acaso a posteriori, las discusiones sobre el caso se multiplican. Ya han llegado, como era de esperar, a los periódicos jurídicos. Uno de ellos, el semanario Central Law Journal, de San Luis de Misuri, sin discutir las ideas humanitarias del Dr. Haiselden, afirma que, desde el punto de vista puramente legal, su conducta no encuentra apoyo. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, —dice el semanario—, afirma que “todos los hombres están dotados, por su Creador, de inalienables derechos a la vida, a la libertad y a la persecución de la felicidad.” El preámbulo a la Constitución dice que ésta se formó para “asegurar las bendiciones de la libertad a nosotros y a nuestra descendencia”. El artículo quinto de las adiciones constitucionales dice que el poder federal no puede tocar a la vida humana, en casos de delito, sino mediante el “debido proceso de ley”; el artículo 14 prohíbe a los Estados de la Unión privar a nadie de la vida sin el mismo “debido proceso de ley”; o negar a cualquier persona que se halle dentro de jurisdicción la protección, igual para todos, de la ley. Parece, pues, —comenta el Central Law Journal—, que según los fundamentos en que se basan nuestras instituciones, existe el derecho natural a la vida, y que la sociedad formada bajo nuestra carta constitu-
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cional no exige ninguna renuncia de este derecho, sino que, al contrario, está organizada para protegerlo. Hay una excepción, bien entendida, de que habla el artículo, V; el delito puede destruir este derecho natural, pero ningún otro hecho lo puede. “Es cierto que la persecución de la felicidad, y el uso de la propiedad, puede regularlos la ley; pero ninguna disposición gubernativa puede destruir el derecho a ellas, a menos que se dé compensación adecuada. ¿Se hallará en situación distinta el derecho a la vida, en los casos en que no se trate de delito? ¿Tiene acaso el gobierno medios de ofrecer compensación adecuada al que pierde su vida? ¿Cuáles son los límites de los derechos y deberes de los padres respecto de sus hijos? En esencia, unos y otros tienen como objeto, cuidar la vida del hijo, y no en manera alguna dar medios para acortarla o destruirla. Así, por ejemplo, los padres están obligados a pagar los gastos o trabajos que para mantener a sus hijos hagan personas extrañas... “Existen en los Estados Unidos leyes locales, —entre ellas se cuenta una de Illinois—, según las cuales es delito exponer a un niño a sufrir perjuicio en su salud. Sería defensa extraña para un padre decir que su hijo nació defectuoso y, que para bien suyo y de la sociedad, sería mejor que muriese de descuido. Aún más directa es ley de Nueva York, que castiga, como daño hecho al niño, el permitir que su vida se ponga en peligro y el no dar pasos para salvar su vida. “Todas estas leyes se apoyan en la teoría de que todo niño que nace tiene inalienable derecho a la vida y que las personas encargadas de él deben ser castigadas si no cuidan de su existencia... Si el padre solo tiene el deber de conservar la vida y la salud del niño, ciertamente no puede considerársele árbitro de su muerte. Y el que conviene con el padre en descuidar la vida del niño, de modo tal que su muerte puede sobrevenir, nos parece obrar en contradicción con los principios de nuestras leyes. “Si nuestro gobierno considera que nuestras leyes protegen el derecho a la vida, en vez de ponerlo en peligro, ¿qué derecho tienen ningunos ciudadanos a declarar que, para bien de la sociedad, determinado niño no debe vivir? Y ¿a quién corresponde determinar que la privación de la vida es un beneficio para alguien?
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“...Dejando aparte cuestión intrínseca de si es o no un beneficio para la sociedad la destrucción de una vida, negamos que existan en nuestras leyes distinciones sobre los niños normales y los monstruosos. En segundo lugar, si existieran esas distinciones la ley debe ser la que determine el modo de aplicarlas. Mientras así no se haga, es como si no existieran. “Los que hacen teorías sobre el bien de la sociedad deben sujetarse, tanto como los otros ciudadanos, o más aún, a las leves establecidas. Y, aparte de teorías, una ley local en que se dictaran disposiciones sobre privación de la vida excepto en caso de delito, sería una ley inconstitucional. “No discutimos las ideas morales del doctor; nada hay que decir sobre ellas en un periódico de derecho, —concluye el Law Journal—. Decimos, sin embargo, que el médico no se preguntó en qué posición se hallaría, como árbitro de la muerte, dentro de las leyes del país en que vive”. Las autoridades de Chicago pensaron, ya se ve, lo contrario de lo que sostiene el semanario de San Luis. Les bastó, para dejar tranquilo al Dr. Haiselden, convencerse con la autopsia, de que el niño, caso de vivir, habría llevada una existencia lastimosa.
Las Novedades, 9 de diciembre, 1915, p.7.
LIBROS E IDEAS
LA ENSEÑANZA DEL CASTELLANO COMO NECESIDAD NACIONAL EN LOS ESTADOS UNIDOS
Mr. Frederick Bliss Luquiens, profesor de castellano en la Escuela Científica Sheffield, adscrita a la Universidad de Yale, acaba de publicar un breve e interesante estudio intitulado The National Need of Spanish (New Haven, 1915). El profesor Luquiens es hombre de criterio amplio y de seria cultura. Como escritor es preciso y vigoroso, y no pocas veces logra “acuñar” la expresión, sin abandonar la discreta templanza literaria propia de los temas que trata. El trabajo de Mr. Luquiens no viene a repetirnos las frases manoseadas que durante diez meses han inundado los editoriales de la prensa norteamericana: “Este es el momento en que los Estados Unidos pueden apoderarse del mercado latinoamericano...”. “Urge estrechar las relaciones comerciales entre las Américas...”. “No perdamos esta oportunidad”. No: Mr. Luquiens sabe que la oportunidad, hasta ahora, no ha sido bien aprovechada. Buen número de los productores de los Estados Unidos se diría que confiaron en que la América del Sur acudiría espontáneamente a la del Norte en busca de cuanto necesitara sustituir los acostumbrados envíos de Alemania, de Austria, de Bélgica, de Rusia, y aún de Inglaterra y Francia, en parte. La demanda no vino... y cuando el comercio norteamericano hizo esfuerzos por atraerla, descubrió que no estaba preparado; ni en la producción, a cuyas calidades y estilos no estaba habituado el consumidor de la América española; ni en el transporte, para el cual no había buques suficientes; ni en los métodos de crédito y cambio, ni siquiera en el sistema de pesas y medidas. Resultado: la América del Sur, no solo no ha comprado más que
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de costumbre a los Estados Unidos durante el año fiscal que acaba de terminar sino que ha comprado menos. La capacidad adquisitiva de los países meridionales ha disminuido enormemente a causa de la guerra europea. Para que compraran en los Estados Unidos, se necesitaría que éstos a su vez les compraran sus productos. “La reciprocidad de mercados, —dice Mr. Luquiens—, es casi un sine qua non del comercio internacional, puesto que las compañías navieras no pueden enviar buques a puertos extranjeros, por mucha carga que lleven, si han de volver vacíos”. El desarrollo de las relaciones comerciales entre ambas Américas no solo exige reciprocidad en compras y ventas, sino traslado de capitales norteamericanos al continente del Sur. Los hombres de los Estados Unidos, así como el Gobierno, hacen ahora esfuerzos mejor encaminados que los anteriores para aprovechar la “oportunidad”. La Conferencia Pan Americana de Hacendistas debe producir buenos resultados. Pero el profesor Luquiens no se decide a confiar en el éxito, y pregunta: ¿Estaremos listos a tiempo, —es decir, para cuando acabe la guerra europea? Lo que se ha hecho le parece poco si se compara con lo que aún queda por hacer. “Si creemos —dice (y esta es la idea de más importancia en la primera parte del trabajo)—, que nuestro país ha llegado a la etapa del desarrollo industrial en que se hacen necesarios los mercados de exportación, no debemos desalentarnos solo porque no tengamos éxito inmediato. Si la situación presente no es una oportunidad, es lección”. *** Entre los medios de preparación que deben utilizar los Estados Unidos para ser capaces de adquirir y mantener relaciones económicas con la América española, está el conocimiento del idioma castellano. Hasta ahora, nuestro idioma se estudia a fondo solo en unos cuantos centros educativos de este país: con propósitos comerciales en unos; con propósitos literarios en otros. Las Universidades norteamericanas poseen, el grupo más numeroso, fuera de España, de eruditos en literatura española: el grupo en que figuran maestros e investigadores eminentes como Fitz-Gerald, Ford, Carroll Marden, Rennert, Lang, como Wickersham Crawford, Schevill, Espinosa, Buchanan, como Miss Bourland y Miss Bushee. Pero el estudio del castellano en las escuelas pú-
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blicas es insuficiente. Según Mr. Luquiens, solo se enseña en 765 escuelas secundarias, —proporción insignificante, menos del siete por ciento de las que existen. Y el conocimiento del idioma, —y, con él, de la vida y las ideas de nuestra América—, es base de simpatía y mutuo entendimiento, necesarios en las relaciones de los pueblos. Mr. Luquiens propone que se enseñe “el castellano de la América del Sur, y no, como ahora, el castellano de España”. “Las diferencias entre uno y otro, que son semejantes a las que existen entre nuestro inglés y el de Inglaterra, pueden parecer a primera vista insignificantes; y en verdad, la diferencia más evidente, la de pronunciación, no tiene importancia. Pero hay una diferencia vital entre lo que uno y otro lenguajes connotan respecto de la vida de cada pueblo. Solo el castellano de la América del Sur nos da lo que necesitamos. Imaginad el caso del extranjero que quisiera conocernos a través del estudio del inglés en la Gran Bretaña...”. No conviene exagerar, sin embargo. La recomendación de Mr. Luquiens, —que ya hemos visto en la pluma de otros escritores norteamericanos—, es útil para destruir el prejuicio, no raro en los Estados Unidos, de que un profesor hispanoamericano es menos apto que uno español para enseñar su idioma. En realidad, un hispanoamericano culto conoce su lengua al igual que un español. Los mejores y más profundos gramáticos del idioma castellano en el siglo XIX, Bello y Cuervo, fueron americanos. Pero no existe un standard del buen castellano para España, y otro para América. Y las variaciones locales que sufre el idioma en el Nuevo Mundo, en boca del pueblo, de las clases humildes principalmente, no deben ser tomadas en cuenta. Sobre todo, porque las variaciones son distintas en cada país. ¿Se va a enseñar, entonces, castellano de la Argentina, o castellano de Venezuela, o del Perú? La diferencia entre el castellano popular de Chile y el de México, por ejemplo, es tan grande, por lo menos, como la diferencia entre el inglés de Nueva York y el inglés de Melbourne. No: lo más seguro es enseñar buen castellano aplicable a la conversación y al comercio de cualquier país hispanoamericano. Las variaciones locales no deben hacer gran papel en esa enseñanza, pero un profesor de experiencia puede hacer uso de ellas con discreción. En cambio, el conocimiento, aún ligero, de la geografía, la historia y las costumbres de la América española, y algo de su literatura, será muy útil como preparación para el que ha de viajar por esos países y comerciar con
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ellos. En este punto tiene la razón el profesor Luquiens. Pequeños reparos podríamos hacer al trabajo de Mr. Luquiens en otros puntos. Por ejemplo, desgraciadamente no es cierto que haya cesado todo prejuicio contra los Estados Unidos en la América del Sur. Aquí en la redacción de Las Novedades leemos toda la prensa de nuestra América, y sabemos a qué atenernos. Y el prejuicio no se extinguirá mientras la política de Washington (republicana o democrática) no sea más uniforme, más congruente, más consistente (como pide el profesor Shepherd, gran conocedor de ambas Américas). Pero en conjunto, el trabajo del profesor Luquiens es excelente, y deseamos que influya de manera eficaz en los centros educativos de este país.
Las Novedades, 22 de julio, 1915.
POETAS HISPANO-AMERICANOS, POR ELIJAH CLARENCE HILLS
El Profesor Elijah Clarence Hills, del Colegio de Colorado, ha publicado en folleto, como sobretiro de la Colorado College Publication, su estudio intitulado Some Spanish-American Poets, que ya había dado a conocer bajo la forma de conferencias, en las Universidades de Harvard, Wisconsin y California, así como en la institución donde desempeña cátedra normalmente. El Profesor Hills es uno de los pocos hombres de letras que en los Estados Unidos se dedican al estudio de la producción intelectual de la América española. Aunque la literatura clásica de España tiene insignes devotos en el mundo universitario norteamericano, la contemporánea recibe atención escasa, y todavía menos la hispano-americana. Hombres como el profesor Hills, como el profesor Ramsey, como Mr. Alfred Coester, son raros. Mucha gratitud les debemos. A nuestros escritores toca ayudarles en sus investigaciones, difíciles por extremo, puesto que no existe ninguna historia general de nuestra literatura, y aún las parciales de cada república muy rara vez son completas. Aunque declarándose temeroso de errar, Mr. Hills escoge seis poetas como tema de su conferencia: Sor Juana Inés de la Cruz, Bello, Heredia, Olmedo, Andrade, y Rubén Darío. La selección es prudente y plausible. Sor Juana es el mejor poeta que produjo América en los siglos coloniales, —exceptuado Juan Ruíz de Alarcón, a quien no es necesario revelar, puesto que inevitablemente se le estudia en la historia del teatro clásico. Bello, Heredia y Olmedo son los mejores poetas del primer tercio del siglo XIX, con la discutible excepción de Batres Montúfar. Si bien el período que media entre 1840 y 1890 presenta muchos poetas interesantes, ninguno es superior a Olegario Andrade, y muy pocos le alcanzan. Finalmente, ninguna verdadera autoridad, española o extranjera, discute la primacía que hoy toca a Rubén Darío, no sólo entre los poetas de nuestra América, sino entre todos los de nuestro idioma, —opinión que hace poco encontramos confirmada en
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fuente imprevista, en la pluma del insigne psicólogo y fino escritor inglés Havelock Ellis. Menos acertado se mostró Mr. Hills al escoger, en compañía del Profesor Morley, los poetas que figuran en la colección Modern Spanish Lyrics: sobran algunos, como Fernando Calderón, cuyo valor es secundario, y faltan muchos de los mejores contemporáneos. En el cuerpo de su trabajo, con muy buen acuerdo, Mr. Hills sigue principalmente a don Marcelino Menéndez y Pelayo, cuya Historia de la poesía hispano-americana, incompleta y todo, es la mejor guía posible hasta ahora, y pocas veces deja de contener opiniones definitivas sobre los poetas que estudia. En general, el carácter del trabajo es más informativo que crítico, como lo hace necesario el general desconocimiento del asunto en este país. La información es sucinta y clara, y no dudamos que llenará su objeto. La crítica de Mr. Hills es discreta y justa. Enviamos, pues, nuestro aplauso al distinguido catedrático. Anotaremos, sin embargo, breves reparos. La conferencia principia con una cita desgraciada: la de un trozo en que el conocido historiador de la literatura española, Mr. James Fitzmaurice-Kelly, se refiere a las Cartas Americanas de D. Juan Valera. Convenía recordar que este trozo aparece enteramente modificado en las ediciones francesa y castellana de la Historia de Fitzmaurice-Kelly, si no es que también lo está en la más reciente de las inglesas. De todos modos, Mr. Fitzmaurice-Kelly está ya mejor informado que cuando publicó su obra: su antología española hecha para la Universidad de Oxford, incluye poetas americanos, como Darío, Silva, Valencia, entre otros. — Las traducciones inglesas de pasajes de los poetas estudiados no siempre nos parecen satisfactorias. Las redondillas de Sor Juana han perdido mucho. Y ¿por qué no citar la versión que hizo William Bryant, bajo el título de The Hurricane, de los versos En una tempestad, de Heredia? — Luego, ¿a qué tomar en cuenta las insignificantes opiniones del laborioso Pimentel en su pobrísima Historia de la poesía en México? — Finalmente, no creemos que deba hablar de la “incorrección del lenguaje” de Andrade. Uno que otro desliz no hace incorrecto al gran argentino: el único poeta incorrecto, entre los que estudia Mr. Hills, es Heredia. Creemos que el Profesor Hills podría continuar su labor de divulgación por medio de trabajos parciales, y nos atreveríamos a sugerirle otro grupo de seis grandes poetas: José Eusebio y Miguel Antonio Ca-
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ro, de Colombia: José Joaquín Pérez, de Santo Domingo; Juan Zorrilla de San Martín, del Uruguay; Julián del Casal, de Cuba, y Manuel Gutiérrez Nájera, de México.
SALOMÓN DE LA SELVA Las Novedades desea no dejar sin mención el reciente triunfo del poeta Salomón de la Selva. Aunque nació en Nicaragua (hace apenas veintiún años) y aunque maneja con elegancia el castellano, su verdadera lengua literaria es el inglés. Se le conocía ya y se le estimaba en los círculos literarios de los Estados Unidos; pero el triunfo que le coloca en la primera fila de los poetas norteamericanos es el que acaba de obtener con la publicación, en la aristocrática revista The Forum, de su poema A Tale from Fairyland (Cuento del País de las Hadas). El poema ha sido comentado con gran aplauso en todos los cenáculos1 neoyorquinos. El distinguido antologista Mr. Braithwaite, que recoge en un volumen las mejores poesías de cada año, ha decidido darle sitio de honor en la colección de 1915. El Cuento del País de las Hadas es un poema de exquisito corte prerrafaelista. El poeta narra cómo tuvo una visión deslumbradora, y tejió con palabras una tela maravillosa. “Y había palabras como rosas; y palabras resonantes, como el vuelo súbito de multitud de pájaros. Y palabras de selvas, como hojas, que, siempre trémulas, hacían murmurantes los versos. Y una palabra era luna: una sílaba argentada, y casta, y plena de conjuros. Y una palabra era sol: y era redonda, y era cálida, y tenía sonido de oro. Y una palabra suave era como carne de doncella y como rosa blanca, y de venas delicadas: contenía el día y la noche. —Y tejí con todas estas palabras un cantar, una tela de palabras, que alegró mi corazón triste”. Y cuando concluyó, dijo: el rey la comprará. Y la tela lírica sería famosa, y su fama llegaría hasta los santos ermitaños; y éstos dirían: “Debe de ser más hermosa que el nacer del día. Dios bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma del hombre que soñó tanta belleza”. El poeta llegó a la puerta del palacio real con En el recorte de este artículo depositado en el Archivo PHU, se tacha círculo y se sustituye por cenáculos. N.d.e. 1
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su tela. El crítico le detuvo en la puerta, y juzgó desdeñosamente la tela. El poeta, entonces, la vendió por cobre, y se fue adonde van los parias. Pero un día la Cenicienta vistió la tela, y ésta fue famosa, y peregrinos iban a verla. Y Jasón, por amarla mucho, realizó proezas. Y pasó de mano en mano, y nunca perdió su encanto. Y cuando murió Jesús, José de Arimatea lo envolvió en ella. Tres días vistió Jesús la tela, y era digna de él. Y la vestirá en el día del juicio, y los Santos Patriarcas dirán: “Dios bendiga las manos que la tejieron, y Dios bendiga el alma del hombre que soñó tanta belleza”.
NIEVES XENES Acaba de fallecer en la Habana la distinguida poetisa Nieves Xenes. La señorita Xenes, que contaba alrededor de cincuenta años, pertenece al último grupo importante de poetas cubanos, el que surgió en los diez años anteriores a la guerra de independencia. Ese grupo, de que formaron parte Julián del Casal, Juana Borrero, los Uhrbach, Pichardo y Byrne, no ha encontrado sucesor: durante los últimos veinte años, el espíritu poético de las nuevas generaciones cubanas ha sido representado, más que por grupos, por excepciones como la brillantísima de Dulce María Borrero. Ahora, sin embargo, se levanta con mejores alientos la generación menor de treinta años, en la que aparecen buenos talentos poéticos, como Agustín Acosta. Nieves Xenes, aunque contemporánea de Casal, —fundador, o más bien precursor del modernismo hispano-americano,— se mantuvo dentro del estilo romántico. No brillante, sino enérgica, en su forma; no delicada, pero sincera, Nieves Xenes, más que un poeta de antología, es una personalidad interesante. Acaso ninguna de sus composiciones sea perfecta de principio a fin; pero en todas hay alguna vibración de entusiasmo, algún arranque de sentimiento, alguna agitación ideológica. Si no fue un poeta elegante, nunca fue un poeta vacío es uno de los que representan la tendencia ideológica de gran parte de la poesía cubana. La señorita Xenes ha muerto en el completo retiro en que vivió desde hace muchos años. Nunca fue para ella la literatura asunto de vanidad. Oficialmente se la designó miembro de la Academia Cubana de Artes
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y Letras; al fundarse este cuerpo; creemos que nunca se logró hacerla asistir a una sesión: su modestia nunca se avino a aceptar las palmas académicas.
Las Novedades, 22 de julio, 1915, p. 7.
PAN-AMERICANISMO, EL LIBRO DEL PROFESOR USHER
La prensa de los Estados Unidos comenta todavía con grandes interés el libro Pan-americanismo del Profesor Roland G. Usher. Uno de los últimos comentadores ha sido el autor de La Gran Ilusión, el famoso pacifista Norman Angell, en artículo publicado en The New Republic, semanario que representa tendencias de las más avanzadas en materia social y política. Como la mayoría de los comentadores de este libro, —muy especialmente los sesudos críticos de The Nation y The Evening Post—, Mr. Angell censura al Profesor Usher las contradicciones en que éste incurre. Es verdad que el autor de Pan-americanismo se escuda en su obra bajo la declaración de que, como se considera “obligado” a exponer las ideas de los diversos grupos del país, incurrirá en incongruencias. Pero como observan sus críticos, el Profesor Usher no separa con claridad suficiente las afirmaciones que hace en nombre propio y las que expone como opinión ajena, de “secciones de la comunidad”. Mr. Angell sostiene, con su acostumbrada maestría, la tesis de que la rivalidad económica no es necesariamente causa de guerra. Si actualmente parece serlo, el primer deber de los que se interesan por la paz futura es demostrar que ésta puede coexistir con el desarrollo y la expansión comercial de todos los pueblos. “Lo que urge hacer comprender, dice, es que los Estados Unidos nada perderán con el desarrollo de los intereses europeos en la América del Sur, ni Europa con el desarrollo de los intereses norteamericanos. Si el choque llega a ocurrir, no será motivado por hostilidad entre intereses, sino por mala inteligencia sobre los verdaderos intereses de todos. Todo lo que se dice sobre choques inevitables por cuestión de mercados peca por omisión de la mitad de los hechos. Si queremos (en los Estados Unidos) expansión comercial en la América del Sur, debemos celebrar que allí se invierta capital europeo: si queremos vender a los cosecheros de la Argentina, debemos celebrar que Europa les compre su trigo, y si Europa ha de comprar ese trigo, debe también vender algo en mercados extranjeros para obtener recursos y competir
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con nosotros en alguna forma. “Un mercado no es un lugar donde se vende: es un lugar donde se vende y se compra; y la una operación es imposible sin la otra, por donde se ve que nuestros competidores son necesarios para nuestros mercados y nuestros mercados no serían posibles sin nuestros competidores... Si los viejos errores económicos dominan todavía en la política internacional, es por la natural inercia de las ideas viejas. Solo mediante un proceso lento llegan las mejores ideas a traducirse en acción política. Desde los tiempos de David Hume, los economistas, casi unánimes, han pensado de un modo y los políticos han obrado de otro… Cuando se comprenda que el simple poder político, la fuerza militar, es tan ineficaz para promover la prosperidad y el bienestar como lo fue (en otro orden de ideas) para sostener la verdad religiosa, estaremos en camino de abandonar las guerras entre grupos políticos, como hemos olvidado las guerras entre grupos religiosos.” Pero Mr. Angell reconoce (y al reconocerlo hace a Mr. Usher más justicia de la que generalmente se le ha concedido) que el estudio de la cuestión panamericana, en el libro de que tratamos, “es una verdadera contribución” al problema. Aquí no hay contradicciones: se ve claro que el autor sostiene la tesis de que el Panamericanismo no es sino una ficción o una aspiración. “Para algunos, —dice el Profesor Usher al comenzar la tercera parte de su obra—, el Panamericanismo es la utopía de la paz, una prueba de la superior moralidad del Nuevo Mundo comparado con Europa. Para otros, en el ensueño de un monopolio de los Estados Unidos sobre el comercio suramericano; para otros aún, es la Doctrina Monroe y nuestra caballeresca protección de los débiles contra toda agresión; para otros, en fin, es la visión de nuestro dominio en todo el hemisferio occidental. Para muchos en la América del Sur, el panamericanismo no es todavía una realidad. La palabra connota todavía un grupo complejo e incongruente de ideas: en su nombre han construido estructuras diversas, a la medida de sus deseos, los capitalistas, los pacifistas, o los capitalistas o los imperialistas. “Debe importarnos menos lo que el panamericanismo haya sido o significado que lo que pueda significar en el futuro. ¿Qué debe ser? ¿Qué debe comprender? ¿Cuál debe ser su objeto? ¿Qué problemas debe resolver?
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“Como es obvio que el fundamento del ser panamericanismo no puede ser la unidad de raza (como en el pangermanismo o el paneslavismo), se da por sentado que la proximidad geográfica de las Américas las aísla respecto del hemisferio oriental, en cierto modo, y debe unirlas más entre sí que con Europa o África. También se supone la independencia política y económica del hemisferio occidental con relación al resto del mundo… No menos vital es la necesidad de confianza y apoyo mutuos entre las naciones del Nuevo Mundo… en verdad, casi podría decirse que la protección mutua es necesaria para servir como nexo del nuevo estado de cosas, y que la actual guerra europea, y la probable agresión del vencedor contra nosotros, debieron ser el motivo impulsor para crear esta unión orgánica… “Una unión orgánica tendría poca fuerza y carecería de verdadero nexo orgánico si no fuera por lo menos una confederación de estados soberanos, con poderes ejecutivo y legislativo comunes cuya capacidad, bien definida, aunque limitada, les permitiera dictar resoluciones en forma obligatoria para todos los miembros. (En la organización de estos poderes se podría establecer, según Mr. Usher, una proporción en los votos que sería favorable para todos). “Algún cuerpo administrativo común, sería necesario. Sería importante someter a la confederación los problemas de relaciones exteriores, y cada miembro debería abandonar las doctrinas (la de Monroe, por ejemplo) que haya sostenido individualmente ante otras naciones, a menos que esas doctrinas fueran adoptadas por toda la confederación. La libertad de comercio dentro de la confederación, la uniformidad de tarifas, contra países extranjeros, la moneda uniforme, pesos y medidas uniformes leyes uniformes también sobre comercio y bancos, serían muy convenientes. Los tribunales de la confederación decidirían juicios entre naciones y entre ciudades de ellas. “Relaciones frecuentes entre los Estados serían necesarias… Indispensable la creación de una manera mercante… Sería gran auxilio un sistema de bancos federales… “Absolutamente esencial para el desarrollo de cualquier lazo fuerte y de la confianza entre las naciones, sería el reconocimiento, sin restricción alguna, de la igualdad legal, y social de todos los ciudadanos en todos los Estados de la confederación. Como el reconocimiento de la igualdad social es completo entre los diversos pueblos hispano-
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americanos, esta fase del problema dependería de que los ciudadanos de los Estados Unidos la concedieran a los ciudadanos de aquéllos. Sin esta aquiescencia, toda declaración, ley o promesa del Gobierno de los Estados Unidos sería fútil: en cambio, de ella dependería la fuerza, si no es que la existencia misma, de la confederación. “No parecen excesivas estas demandas como requisitos previos para una unión panamericana más estrecha. No significan sino que la nueva confederación debería ser un estado con órganos de autoridad independiente: que los aspectos políticos, administrativos y económicos de éste deben ser realidades y no ficciones... “Ninguno de los esfuerzos hechos hasta ahora (los congresos, la Unión Panamericana, las visitas de Root, la mediación del A B C en el problema de México) ha ido más allá de la reunión de representantes de las diversas repúblicas en su carácter de estados soberanos... Estas conferencias diplomáticas no implican mayores prendas de unidad, de intereses mutuos o identidad de ideales que otras conferencias semejantes entre los Estados Unidos y los representantes de potencias europeas...”
Las Novedades, 29 de julio, 1915, p. 7.
¿PIERDE AMÉRICA UNA GLORIA LITERARIA?
El mismo novelista Henry James acaba de abandonar la ciudadanía norteamericana por la inglesa. Dada la significación pública del célebre escritor su decisión ha sido comentadísima en los Estados Unidos, siempre con respeto, pero rara vez sin censura. Henry James, que cuenta ahora setenta y dos años y poco antes de los treinta se trasladó a Europa para no volver a los Estados Unidos sino en visitas, había llegado ser, por el espíritu, tan inglés, por lo menos como americano. Ahora, disgustado por la excesiva neutralidad de su patria, decidió poner su contribución moral en la guerra adoptando la nacionalidad del país donde vive. En el actual conflicto las simpatías de Henry James no podían menos que inclinarse de modo vehemente en favor de los aliados. Si en su espíritu no faltan características americanas, —en su originalidad, en su ingenio—, su cultura, en cambio, es esencialmente europea, y, dentro de Europa, esencialmente anglo-latina. Inglaterra, en primer término; Italia y Francia, en segundo, son las tres fuentes de su varia y exquisita cultura. Difícil sería discernir, entre las complejas corrientes que se cruzan en su obra, influencias alemanas importantes, al paso que no es difícil descubrirlas enlazándose con otra originalidad no menos vigorosa, en la brillante labor de su hermano, el gran psicólogo y filósofo William James, muerto ya. Henry James ocupa en la actual literatura de los Estados Unidos un puesto que si no es el primero en absoluto, es por lo menos uno de los tres principales. Solamente el sabio y sereno William Dean Howells y la fuerte y sutil Edith Wharton le disputan la primacía. Pero no sólo en la literatura norteamericana, sino en la universal, la significación de Henry James es única. Novelista de brillantes facultades, cuyas obras de madurez son novelas como The Portrait of a Lady, que la crítica universal coloca sin vacilaciones entre las más admirables de la lengua inglesa, y ensayos y estudios críticos de penetración singulares, Henry James adoptó con el tiempo una forma y un estilo
¿PIERDE AMÉRICA UNA GLORIA LITERARIA? HAITÍ
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cada vez más herméticos, más crípticos, a fuerza de selección y de sutileza, en que rivaliza con el admirable autor de El egoísta, el inglés George Meredith. ¿Pierde América la gloria literaria de Henry James? No: la historia literaria nada tiene que ver con la nacionalidad política. No en atención a ésta, sino al doble carácter de la obra misma. Henry James figurará en la historia de dos literaturas, la inglesa y la norteamericana.
LIBRO SOBRE HAITÍ La figura de Toussaint Louverture, liberador de Haití, es sin duda una de las más curiosas en la historia moderna. Naturaleza en que coexistían los indomables instintos del salvaje y la aptitud de heroísmo de un hombre que vislumbraba, aunque imperfectamente, un ideal. Toussaint ha despertado simpatías hasta en la raza inglesa, como lo demuestran el discurso de Wendell Phillips, conocidísimo como pieza de recitación escolar, y el maravilloso soneto de Wordsworth. Sobre el período de luchas en que figura Toussaint como personaje central de Haití (1789-1804), acaba de publicar un libro Mr. T. Lothrop Soddard bajo el título de The French Revolution in Santo Domingo (Boston, Houghton Mittlin Co. 1915). Según la opinión del sesudo Evening Post, éste es el mejor libro que ha aparecido en inglés sobre el asunto. “Revela en su autor —dice—, el sentido de lo pintoresco y lo dramático… Ha estudiado algunos de los manuscritos, relativos a este período, que existen en los Archivos de Francia, pero se apoya principalmente en monografías francesas y alemanas publicadas en los últimos años. El valor de la obra estriba en ser la única narración constructiva, en inglés, que describe la compleja estructura de la sociedad colonial francesa en Haití, atada por costumbres y castas…” Sobre la persona y el carácter de Toussaint, dice Mr. Stoddard que “existen pocos materiales de primera mano, y casi todo lo escrito sobre él es de valor tan dudoso que su figura parece destinada a permanecer envuelta en el velo de la tradición y la leyenda”. Mr. Stoddard, sin embargo, ensaya reconstruir la figura de acuerdo con los datos más ciertos, y su esfuerzo es plausible.
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¿PIERDE AMÉRICA UNA GLORIA LITERARIA? HAITÍ
Tal vez no pueda pedirse a un escritor yankee que se muestre tan libre de prejuicios como un europeo en asunto como éste, relativo a la raza negra. Mr. Stoddard trata de ser justo, indudablemente, y de estudiar su tema con imparcialidad de sociólogo. Anotaremos, finalmente, el error grave que comete Mr. Stoddard, al titular The French Revolution in San Domingo. En primer lugar, no se escribe San sino Santo Domingo. En segundo lugar, Santo Domingo es propiamente el nombre que debe darse a la parte española de la isla, ocupada hoy por la República Dominicana, y donde raza, costumbres y lengua son distintas de las de Haití. El escenario de los episodios que narra Mr. Stoddard se llama Haití: su libro, pues, debería intitular La revolución francesa en Haití.
Las Novedades, 5 de agosto, 1915, p. 7.
LA AMÉRICA LATINA EN COLUMBIA
La Universidad de Columbia, de la ciudad de Nueva York, que este año ha reunido en sus cursos breves de verano (summer session) la más numerosa concurrencia de alumnos que registra su historia, está dedicando cada día más atención al estudio de nuestra América. Además del curso de Historia e instituciones de la América latina que da el distinguido Profesor William R. Shepherd, acaban de darse conferencias sobre asuntos literarios y económicos de nuestros pueblos. El Profesor Peter H. Goldsmith, director de la sección panamericanista en la Asociación para la Conciliación Internacional, dio seis conferencias, de 26 de julio a 6 de este mes, sobre Poetas líricos de la América española, según el siguiente plan: primera conferencia, México y la América central; segunda, las Antillas (Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico); tercera, Venezuela y Colombia: cuarta, Chile y Perú; quinta, Bolivia y Ecuador; sexta, Argentina y Uruguay. El Profesor Goldsmith ilustró sus conferencias con lectura de trozos de los principales poetas hispano-americanos (como Bello, Heredia. Olmedo. Rubén Darío, y otros) traducidos por él al idioma inglés. El lunes y el miércoles de esta semana disertó el Lcdo. D. Toribio Esquivel Obregón, ex Secretario de Hacienda de la República Mexicana, sobre El estado actual de México como efecto de su singular pasado económico: la primitiva distribución de la propiedad.
LA AMÉRICA LATINA Y LA SAJONA Ofrecimos a nuestros lectores darles a conocer las páginas más interesantes que sobre América latina escribió el Profesor Roland G. Usher en su discutido libro Pan-americanismo, páginas que en opinión del conocido escritor Mr. Norman Angell son las más valiosas del libro, —y ya, dos semanas atrás, dimos un extracto del capítulo inicial de la tercera parte, la que se refiere a nuestros pueblos.
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LA AMÉRICA LATINA EN COLUMBIA
El capítulo segundo se intitula Falacias del pan-americanismo, y comienza por demostrar que la idea de la proximidad geográfica entre ambas América es equivocada. La costa oriental de la América del Sur está, en realidad, poco más distante de Europa que de los Estados Unidos, y, en lo práctico, está a menos días de camino, gracias a las superiores líneas de vapores. “El aislamiento verdadero es resultado de falta de comunicaciones y de mutuo conocimiento. La falta de intereses comunes no tiene relación necesaria con la distancia o la situación geográfica… “El Perú y el Brasil se comunican entre sí de tarde en tarde, irregularmente pero están en diario contacto con los negocios de Londres, París y Nueva York... El aislamiento es más cuestión de tiempo que de espacio. La mayor falacia es la de suponer que el hemisferio occidental está aislado respecto de Europa. Desde la aparición del telégrafo y del vapor, del ferrocarril y del periódico, el aislamiento respecto de Europa es imposible... Cuando los sudamericanos viajan, no vacilan en escoger a París en vez de Nueva York. Hay miles de norteamericanos que conocen al dedillo a Londres y a París y no tienen una idea de dónde estarán situados los países menos importantes de la América del Sur: hay miles de sudamericanos cuya ignorancia sobre los Estados Unidos es por el estilo. “Nada separa como la ignorancia; la indiferencia, crea el aislamiento más difícil de vencer... “Una ojeada a la prensa de los diversos países mostrará que en cualquier periódico sudamericano hay más noticias sobre Europa que sobre los Estados Unidos, y a menudo hay más sobre la una y los otros que sobre todas las demás naciones de América combinadas... En realidad, el contacto de la mayor parte de las naciones sudamericanas con Europa es más estrecho que las relaciones entre unas y otras. El Pan-americanismo da por supuesto cierto grado de separación de intereses entre Europa y el hemisferio occidental y cierta identidad de intereses entre los Estados Unidos y la América latina... Esta es una ficción. Los intereses más significativos de los Estados Unidos, los intereses indispensables, los requisitos previos del bienestar económico, se hallan en sus relaciones con Europa. Los intereses más significativos de la América latina, los predominantes e indispensables para su bienestar económico, se hallan también en sus relaciones con Europa. Cuestiones intelectuales “Libre y francamente, debemos admitir la dependencia de todo el Hemisferio Occidental respecto de Europa en el orden intelectual y artístico. París es la Meca de los sudamericanos.
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Trajes dibujados por Worth o Paquin son tan comunes en las grandes ciudades sudamericanas como en las nuestras; la decoración de las casas, el aspecto de la arquitectura municipal y el trazo de ciudades sigue de modo claro la escuela francesa, y muchos edificios importantes se han construido según proyectos de arquitectos franceses prominentes o de discípulos suyos. La literatura francesa ha sido el modelo de las recientes escuelas de poetas y novelistas en la mayor parte de las naciones hispanoamericanas; el arte francés es el que alcanza más boga, aunque la literatura española, la música italiana y la filosofía política inglesa ejercen gran influencia y son bien conocidas. En todo caso, muy poco hay de norteamericano. Las semejanzas que el viajero casual encuentra entre los Estados Unidos y la América del Sur se deben al hecho de que unos y otros han imitado iguales modelos. “Unos y otros dependemos de Europa; unos y otros reflejamos a Europa: hasta ahí somos semejantes. “Probablemente esta común dependencia respecto de Europa explica el disgusto de gran número de sudamericanos ante la actitud de pretendida superioridad que asumen los Estados Unidos en el orden de las realizaciones intelectuales y de las artes de la civilización. Nuestros intentos de servir como policía de las repúblicas menores y más desordenadas, de ayudarlas en sus problemas económicos, parecen nacer de una convicción, por nuestra parte, de que somos, no sólo mayores sino mejores. Y de que estamos cumpliendo una obligación moral al prestarles los beneficios de nuestra experiencia y sabiduría superiores. Todos los sudamericanos admitirán que somos más fuertes, pero no hay muchos que admitan sinceramente que somos mejores que ellos, o más aptos en las artes esenciales de la civilización. Insisten en que somos diferentes, y se niegan a concedernos superioridad en gusto literario o artístico, en el plan arquitectónico de nuestras ciudades, o en la posesión de órganos superiores para el cultivo de las artes y las ciencias. Los sudamericanos de edad no admiten que hubiera en los Estados Unidos, al comenzar el siglo XIX, escritores comparables con Bello y Olmedo, ni en las décadas que preceden a la guerra civil, mucho mejores que Andrade, mientras que los jóvenes consideran que oradores y críticos como Rodó son tan inteligentes como nuestros escritores actuales, y estiman que Gómez Carrillo es superior en la técnica del cuento, a cualquier escritor norteamericano contemporáneo.
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“En verdad, varios escritores hispano-americanos han sido aplaudidos por críticos europeos, hecho que los sudamericanos no olvidan y asimismo se dan cuenta de que no es grande el número de escritores norteamericanos que ha recibido igual aplauso. Lo mismo que los europeos, declaran que no existe literatura y arte genuinamente norteamericanos. Como ellos no pretenden estar a nivel de Europa, no ven la razón de que nosotros lo pretendamos. Son muy sensibles en esas materias, sensibles en un grado de que pocos de nuestros compatriotas tienen idea. Como norteamericano no creo que nuestro progreso no sea mayor que el de América del Sur; pero como investigador no debo olvidar que los sudamericanos se niegan a reconocer nuestra superioridad, y se molestan ante cualquier afirmación en ese sentido, por muy delicada y sutilmente que sea. RAZA, LENGUA Y RELIGIÓN “Mientras no nos conozcamos, no podemos formar lazos fuertes de asociación; solo el cambio y las comunicaciones frecuentes producirán el muto conocimiento. Desgraciadamente, todos los estímulos normales faltan y existen grandes barreras fundamentales en las diferencias de razas, idiomas y religiones. En la América del Sur, la mezcla de razas es común, blancos, negros y rojos se casan entre sí. Aunque en los Estados Unidos tales matrimonios producen ostracismo social, la dificultad en materia de razas podría vencerse si no existieran además las de idioma y religión. Las gentes deben hablar un mismo idioma para conocerse; la amistad no se hace a través de intérpretes. La religión católica, en su forma latino-americana, tiñe toda la vida del pueblo; pero generalmente no es simpática a los ciudadanos de los Estados Unidos. “De nuestra mutua ignorancia surgen constantemente equivocaciones, sobre puntos esenciales. La disposición pacífica de la gran mayoría del pueblo norteamericano, casi diríamos la fuerza de su determinación de no intentar conquistas en la América latina, no recibe generalmente el crédito que merece. Nuestro deseo de tratarles como iguales no les conviene. Palabras fundamentales, como derecho, democracia, fe, honor, interés, eficacia comercial, no connotan para ellos lo mismo que para nosotros, y nuestras expresiones y las suyas a menudo exigen interpretación aun cuando hablemos aparentemente un lenguaje común.
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Hablar en palabras es fácil; expresar ideas es difícil; y la falta de mutuo conocimiento se ve clara en estas materias. “No hablan nuestro idioma ni piensan en nuestros términos; sus ojos contemplan, un universo diferente; y sus ideales vislumbran un futuro diferente. No tenemos intereses comunes, con ellos, ni relaciones íntimas; estamos, en realidad, divididos por intereses desemejantes y por conceptos distintos de la vida. Sí existen en este mundo aislamiento, separación, divergencia, estamos separados de la América latina por las barreras fundamentales, impenetrables, de raza, lengua y religión, derecho, costumbres y tradiciones... No sólo son falacias las premisas del pan-americanismo sino que sus antítesis mismas son realidades”. NO UNIÓN, SINO DEFENSA PROPIA Los capítulos, siguientes, III a VIII, de la tercera parte del libro, estudian las tesis que, a continuación extractamos. Los latinoamericanos declaran que los beneficios económicos del panamericanismo no serían para ellos sino para los Estados Unidos. Estos no están en aptitud de ocupar el lugar de Europa: primero, porque no tienen marina mercante adecuada; segundo, porque no tienen facilidades de cambio que favorezcan los negocios directos; tercero, —porque no producen mercancías propias para el consumo latinoamericano; cuarto, porque no pueden utilizar el total de las exportaciones latinoamericanas; quinto, porque el capital norteamericano disponible es insuficiente. Faltan confianza y estimación mutua entre los Estados Unidos y la América latina; el obstáculo mayor se encuentra en la historia: porque la política norteamericana no ha sido siempre congruente, en lo que atañe al papel de esta nación respecto de las otras, ni han sido uniformemente discretas las expresiones de los Secretarios de Estado. “Cuando les citamos frases de Mr. Root o de Mr. Wilson, —dice el profesor Usher—, ellos nos responden con citas igualmente explícitas de Mr. Fish, Mr. Olney o Mr. Roosevelt. Los latinoamericanos interpretan las palabras de los Estados Unidos por sus actos, recuerdan las pasadas agresiones y observan con desagrado el tratamiento de negros e indios en este país. Mr. Usher se equivoca totalmente al atribuir ese desagrado al predominio de la mezcla de razas en la América latina, pues, salvo México y el Perú, en las demás naciones la población india y mestiza es menos del 50%, y en ninguna de las que tienen población
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negra numerosa pasa ésta del 33 por 100 (excepto, desde luego, la República de Haití, que está realmente aislada hasta de su vecina la República Dominicana). Los latinoamericanos no quieren tomar como modelos a los Estados Unidos; prefieren seguir el ejemplo de Europa. Para hacer real el pan-americanismo, se necesitarían centros de administración y justicia comunes. Las bases de una confederación semejante faltan: la diferencia de poder entre los Estados Unidos y la América latina hace formidable la dificultad; existen, además, diferencias entre los países latino-americanos. Las dificultades administrativas que ofrece tan vasto territorio son enormes, y hay grandes obstáculos para la uniformidad de las leyes y su aplicación. En lo que atañe al trato social, sería indispensable el reconocimiento de una igualdad absoluta, que habría de modificar las costumbres de los Estados Unidos. ¿Puede el panamericanismo defender el hemisferio occidental contra el vencedor europeo? La América latina no está amenazada por la conquista política; su cooperación con los Estados Unidos contra el vencedor europeo es imposible porque la América latina teme a los Estados Unidos y no a Europa, y la exclusión de los europeos en el Nuevo Mundo no conviene a los sudamericanos. ¿Es posible la defensa desde el punto de vista militar? Por ahora, evidentemente no. En resumen, el panamericanismo no tiene porvenir, según el Profesor Usher; sus condiciones previas no existen. La América latina está dispuesta a discutir las pretensiones de hegemonía de los Estados Unidos, y sus alianzas probables serán con las naciones latinas de Europa. La conclusión del libro es que los Estados Unidos deben abandonar la idea de que con la unión pan-americana van a fortalecerse en este hemisferio y a defenderse de Europa. Su deber es, según el Profesor Usher, fortalecerse por sí solos para estar listos a la defensa, el problema que tanto preocupa ahora a este país.
Las Novedades, 12 de agosto, 1915.
LITERATURA LATINOAMERICANA
Acaba de aparecer un nuevo e inteligente propagandista de la literatura latinoamericana en los Estados Unidos: Mr. Isaac Goldberg. En los números de junio, julio y agosto de la importante revista literaria The bookman ha publicado Mr. Goldberg un estudio bajo el título de What South America Read (Lo que leen los sudamericanos). No es esta una revisión general de la literatura latinoamericana, sino una ojeada rápida sobre los periódicos de la Argentina, el Brasil y Chile, elección ocasional de escritores de dichos países. Según las naciones del A B C marchan a la cabeza en la producción literaria, como en la fuerza política de la América latina. Pero este concepto es un error. Es el error común que consiste en atribuir a las naciones poderosas el máximum de civilización; el sofisma que confunde la cultura con el desarrollo económico y la fuerza política. No sólo Alemania, Inglaterra y Francia representan a la civilización moderna; las naciones pequeñas, Dinamarca, Suecia, Noruega, Bélgica, Holanda, Suiza, la representan con títulos iguales, y a veces mejores. En proporción a sus poblaciones, esos países contribuyen a la civilización tanto como las grandes potencias. Ibsen y Grieg, Brandes, y Hoffding, Selma Lagerloff y Ellen Key, Arthenius y Nobel, Roentgen y Hugo de Vries, Maeterlink y Verhaeren, significan para la cultura moderna tanto como cualquier otro grupo de hombres y mujeres de pensamiento y arte. No nos parece plausible por lo tanto, introducir esta confusión de valores en la apreciación de la obra intelectual de la América latina. No se sabe por qué curiosa circunstancia, ningún país de la América ha logrado vencer siempre a los demás en el orden literario. Si bien uno que otro, como el Paraguay, ha permanecido siempre en la sombra, la mayoría de los restantes ha producido escritores ilustres. Diríase (toute proportion gardée) que se reproduce el fenómeno de cooperación de la Grecia antigua, donde las islas y las ciudades más pequeñas eran capaces de producir talentos no menores que los de Atenas. Así, la diminuta Nicaragua produjo y educó a Rubén Darío, —y no hay mayor nombre en la actual poesía de lengua española. El diminuto Puerto Rico
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produjo a Hostos, y no hay mayor nombre entre los pensadores de nuestra América. El Ecuador produjo a Olmedo y a Montalvo, y son dos nombres supremos. Si tomamos en cuenta los conjuntos, sí es indudable que ciertos países poseen ya literaturas más ricas que la de los otros. Así, la Argentina y el Brasil. Pero Chile, que Mr. Goldberg coloca a igual altura, fue hasta hace veinte años, en el orden de las letras, uno de los países secundarios. Hoy su producción es abundante y valiosa, pero no cuenta todavía con una figura de las centrales y dominantes, como José Enrique Rodó (del Uruguay) o Manuel Díaz Rodríguez (de Venezuela). Estudiándolas por conjuntos, no solo hoy sino a través de toda su historia, se advierte que las literaturas que ocupan la primera fila, por su abundancia de calidad, son seis: la brasileña (tal vez la más rica de todas), la argentina, la colombiana, la venezolana, la mexicana y la antillana. Además, en los últimos treinta años, Chile y Uruguay han crecido en riqueza literaria. Mr. Goldberg estima que dadas las dificultades que han atravesado todas nuestra Repúblicas, su producción intelectual es sorprendente. El número de analfabetos es enorme todavía en Chile, dice, llega a 75 y 80 por ciento. “Y sin embargo, encontramos en esos países hombres y mujeres de muy varia y alta cultura iguales a los mejores productos intelectuales nuestros. Es regla, diríamos, más bien que excepción, encontrar que un escritor sudamericano es a la vez novelista, poeta, periodista, político, educador, hasta dramaturgo. Tal vez esta asombrosa fertilidad, aunque parezca extraño, es un resultado de la incultura de abajo. Pocos son relativamente los que se educan, y éstos tienen que atender a todo...” Observación, la final, atinadísima. Al hablar de la poesía argentina. Mr. Goldberg menciona a Olegario V. Andrade (a cuyo canto pindárico La Atlántida supone equivocadamente dimensiones de epopeya), Bartolomé Mitre, Carlos Guido Spano, Rafael Obligado, Roberto Payró, Martín García Méron y Ricardo Rojas: de varios traduce trozos al inglés. De Leopoldo Lugones, quizás la más brillante figura intelectual de la Argentina en estos momentos, así como de Leopoldo Díaz y Diego Fernández Espiro, sólo menciona los nombres. Más extensamente habla de la poesía brasileña. Con apoyo en frases del insigne crítico Silvio Romero, define su peculiar carácter melancó-
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lico, heredado de Portugal y estudia especialmente a Machado de Assís, Olavo Bilac, Raymundo de Corres y Augusto de Lima. Después estudia a los críticos: José Verissimo y Olivera Lima. En Chile descubre Mr. Goldberg poco desarrollo artístico hasta los últimos años. La historia, como es bien sabido, fue allí el género mejor cultivado. Ahora la poesía presenta nombre como los de Víctor Domingo Silva, Miguel Luis Rocuant, Leonardo Eliz, Francisco Contretreras y Pedro A. González. ¿Por qué olvidó Mr. Goldberg a Magallanes, Moure y a Duhle Urrutia? Termina el escritor norteamericano su primer capítulo con los nombres de Rubén Darío (citando la inevitable oda A Roosevelt) y de Chocano. El segundo artículo: el más completo en su materia, habla de la prensa. Va ilustrado con fotografías de periodistas (como los otros dos con las de escritores y poetas) y de edificios ocupados por los periódicos más célebres. Además, se han reproducido los títulos o cabezas de diversos periódicos hispano-americanos: El Mercurio, de Valparaíso, La Prensa, de Buenos Aires, O Imparcial de Río, La Razón de Montevideo, y nueve más. El tercer artículo referente a la novela... comienza mencionando el hecho de que falten casas editoriales de grande importancia en la América del Sur, recurso indispensable para el florecimiento de la novela. Indica que esta no se produjo en gran escala sino desde fines del siglo XIX, y que la María de Isaacs y la Amalia de Mármol eran excepciones. Declara la grande importancia de los novelistas brasileños: José de Alençar, cuyo Guaraní es hoy célebre por la ópera que sobre ese asunto compuso Carlos Gomez Graça Aranha, cuya Canaán, en opinión del insigne historiador y crítico italiano Ferrero, es “la novela de América”; Alfredo d’Escragnolle Taunay, cuya Inocencia mereció del argentino García Méron mismo elogio que de Ferrero, más tarde, el Canaán; Aluizio Azevedo, Affonso Celso, Carmen Dolores, Julia Lopes de Almeida, Coelho Netto Inglez de Sonsa, Ataripe Junior, José de Madeiros e Alburquerque, y dos escritores ya mencionados en el artículo primero: Machado de Assis y José Verissimo. Para este gran florecimiento novelístico tiene grandes elogios Mr. Goldberg. Termina, ya un espacio para hablar de la novela argentina, con un esbozo de la chilena, en el que menciona a Alberto Blest Gana, Vicente
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Grez y Luis Orrego Luco. En la sección literaria del New York Times el distinguido poeta Joyce Kilmer comenta los artículos de Goldberg, y declara que éstos dan a conocer el hecho de que estamos “produciendo una literatura que atrae la atención de los escritores europeos, y sobre la cual nada se sabía en los Estados Unidos”.
Las Novedades, 19 de agosto, 1915, p. 7.
BERNARD SHAW
Ningún hombre ha igualado a Bernard Shaw en audacia durante la guerra actual. Cuando Inglaterra se encendió en ira contra Alemania, y en la pluma de sus escritores no hubo sino reproches contra el país enemigo, Bernard Shaw salió a plaza valientemente a señalar las causas del conflicto y a no perdonar los errores nacionales que contribuyeron a producirlo. —La política del Kaiser es funesta; pero también lo es la de Sir Edward Grey. Alemania representa el militarismo; pero ¿y el nacionalismo inglés? Inglaterra no debe invocar el tratado de 1856, puesto que no se distingue en la historia por su afición a los tratados generosos; debe defender a Bélgica francamente, porque se la atacó sin justicia. En torno a los artículos de Shaw se levantó uno de los más tremendos oleajes que ha provocado un escritor. Los artículos publicados para contradecirle fueron innumerables. Después, ha sobrevenido la conspiración del silencio. El público inglés, que toleró durante veinticinco años el ingenio de Bernard Shaw, y hasta aparentó aplaudirlo, quiere vengarse ahora, como se vengó con Oscar Wilde. “El peligroso jugar con las fieras, aun enjauladas, aun encadenadas” —decía a propósito del caso de Wilde don Enrique José Varona. Pero ahora la víctima es distinta: al autor de Intentions pudo aplastársele porque en realidad había pecado; al autor de Cándida no, porque su vida es intachable y su carácter es enérgico. Y la conspiración del silencio no puede durar mucho. No hay muchos Bernard Shaws en la literatura contemporánea. Un escritor inglés ha roto esa conspiración y ha publicado un libro sobre Bernard Shaw. Es verdad que el libro nada dice de los artículos intitulados Common sense about the war, y que pudo haberse escrito antes que éstos. De todos modos, se ha publicado en 1915, cuando mayor es la irritación contra Shaw. El autor, P. P. Howe, es uno de los más notables escritores jóvenes que han aparecido en Inglaterra en los últimos años. Solo se ha dado a conocer como crítico, y hasta ahora lleva publicados pocos libros. Uno de ellos, Retratos dramáticos, estudia el teatro inglés actual (Pinero,
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Jones, Wilde, Shaw, Barrie, Granville Barker, St. John Hankin, Hubert Henry Davies y John Galsworthy: omite el movimiento céltico, en que figuran Synge, Yeats y Lady Gregory). Otro, La crítica, pertenece a una excelente serie de Manuales literarios. Otro es un estudio sobre Synge, el singular dramaturgo y poeta. P. P. Howe tiene las mejores virtudes del escritor inglés: solaza y estimula. Ni una página sin idea interesante; ni un párrafo sin expresión feliz. Perspicaz y agudo, va sembrando de hallazgos críticos sus estudios. Sobre Bernard Shaw —asunto de por sí estimulante—, no podía menos que escribir páginas de raro interés. Y así son las de este libro. Hace P. P. Howe lo que nadie había hecho: comenzar a estudiar a Shaw como economista, luego como estético, luego como creador. Shaw ha dicho que en todos sus dramas “sus estudios económicos desempeñan papel tan importante como el de la anatomía en las esculturas de Miguel Ángel”. Pero nadie, antes de P. P. Howe, había parado mientes en esa base fundamental del drama shaviano. El hombre, en las comedias de Bernard Shaw, es el homo economicus de los tratadistas clásicos: no es el ser de pasiones que nos da Shakespeare, ni el ser de ideales que nos da Ibsen. Shaw rechaza todo parentesco con Shakespeare; en cambio ha sido uno de los apóstoles de Ibsen, y ha pretendido explicar a éste de acuerdo con las teorías shavianas. Pero ciertamente la humanidad que se mueve en la comedia de Shaw no es la humanidad que se mueve en el drama de Ibsen. Shaw rara vez se lanza a presentar un personaje serio, encarnación de un ideal superior o víctima de una injusticia suprema. Brand, Stockmann, Solness, nunca serían creaciones suyas. Teme acaso al ridículo; teme acaso no poseer la infatigable mano heroica de los grandes creadores. De todos modos, sus personajes, a pesar de su extraordinaria vitalidad, forman una humanidad recortada, de contornos precisos y salientes: son seres capaces de discutir todas las tesis con la más sorprendente vivacidad, y además se aferran a la vida tanto por la energía con que defienden su papel en el mundo (desde el punto de vista económico, muchas veces) cuanto por las peculiaridades y rarezas individuales que Shaw cuida siempre de atribuirles. Esta humanidad de contornos precisos es una humanidad para la comedia de costumbres y caracteres, una humanidad como la de Molière: y he ahí cómo, si bien por motivos diversos de aquéllos en que él se apoyó, resulta verdadero el nombre que el socialista Hamon
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dio al dramaturgo irlandés: “el Molière del siglo XX”. La mejor parte del libro de P. P. Howe es la primera, la dedicada a la economía política de Bernard Shaw. Las tres siguientes, dedicadas a la estética y a la dramaturgia de Shaw y luego al “secreto en el corazón del poeta”, son menores realizaciones críticas. Poco a poco, el crítico psicológico se va convirtiendo en el discutidor teórico: y la obra, que pudo ser un excelente retrato de Bernard Shaw, resulta en parte una discusión más sobre sus ideas. Y como Bernard Shaw tiene y expresa ideas sobre omni re scibili, sería necesario, para discutirlas, escribir tanto como él... lo cual no está al alcance de todos los hombres. Acaso era inevitable: no se puede escribir treinta páginas sobre Bernard Shaw sin comenzar a discutirle; y una vez que se ha comenzado... acabar es difícil. Se advierte, por debajo de las discusiones de P. P. Howe, que tiene afecto y admiración completas por su héroe. Es de los que conocen su sinceridad, su profunda devoción a las cosas altas y al bien humano, y no se limitan a aplaudir su ingenio o a indignarse contra él. Pero solo una cosa falta al libro, aunque esperábamos hallarla en el capítulo final, El secreto en el corazón del poeta. Es la escondida vena poética de Bernard Shaw, que a veces sale a luz, como en el poeta de Cándida, como en el diálogo entre el grillo y el sacerdote loco, de La otra isla de John Bull, como en la inesperada canción de César y Cleopatra: Lo blanco sobre lo azul de arriba es púrpura sobre lo verde de abajo.
LA HISTORIA DEL CANAL DE PANAMÁ Para celebrar la apertura del Istmo, acaba de publicarse una monumental Historia del Canal de Panamá, su construcción y sus construcciones, bajo la dirección de Mr. Ira E. Bennet, y con la colaboración de los señores John Hays Hammond, Patrick J. Lennox, William Joseph Showalter, Capitán Philip Andrews, de la marina norteamericana, Dr. Rupert Blue, y J. Hampton Moore. La obra es una historia completa del Istmo y de su descubrimiento, de la vida en la región de Panamá durante la época colonial y luego bajo el
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gobierno de Colombia, de los proyectos de construcción del Canal, y de su final realización. La división de capítulos es la siguiente: 1, descubrimiento de Panamá; 2, primeras colonizaciones; 3. descubrimiento del Océano Pacífico; 4, la caída de Núñez de Balboa; 5, el gobierno español en el Istmo; 6, disturbios en las colonias; 7, ataques de los ingleses; 8, crecimiento y decadencia de Panamá; 9, los bucaneros; 10, el plan de Darién; 11, la enemistad de Inglaterra; 12, Panamá se rebela contra España; 13, los Estados Unidos de Colombia; 14, el ferrocarril de Panamá; 15, primeros proyectos del canal ; 16, el colosal fracaso de M. de Lesseps; 17, como triunfó Panamá sobre Nicaragua; 18, la controversia con Colombia y adquisición de la zona del Canal; 19, el Canal terminado; 20, el departamento de sanidad; 21, el Canal bajo Wallace; 22, el régimen de Stevens; 23, la llegada de Goethals; 24, el tajo de la Culebra; 25, construcción de las represas; 26, la historia de las proclamas; 27, unidades de costo; 28, el ejército del Canal; 29, cómo se acuartela y se aumenta el ejército del Canal; 30, condiciones de vida en la zona; 31, las fortificaciones del Canal; 32, servicio para facilitar el uso del Canal; 33, el Canal en operaciones; 34, el gobierno del Canal. El libro contiene además varios trabajos sobre distintos aspectos que ofrece la construcción del Canal de Panamá, desde el punto de vista de la historia y de la política internacional. Estos trabajos son: La construcción de los cimientos, por John F. Wallace; Los ferrocarriles en Panamá, por Theodore P. Shonts; La verdad de la historia, por John F. Stevens; Cómo adquirieron los Estados Unidos el derecho de abrir el Canal de Panamá, importante artículo del ex presidente Roosevelt; La legislación del Canal de Panamá, por J. Hampton Moore; Problemas de cuarentena, por Rupert Blue; La proposición de completar el Canal por grupos de contratistas, por Arthur F. MacArthur; La Marina y el Canal, por el Capitán Harry S. Knapp, de la armada norteamericana; La defensa de la zona del Canal, por el General Leonard Wood; El Canal desde el punto de vista de la marina, por el Capitán Philip Andrews; Nuestro comercio exterior, por John Hays Hammond; El efecto del Canal sobre Hawai, por A. Thurston; El Imperio Británico y el Canal de Panamá, por el ilustre inventor inglés Sir. Hiram S. Maxim; La República Dominicana y el Canal de Panamá, por el director de Las Novedades, doctor Francisco J. Peynado, y Bolivia y el Canal de Panamá, por el Dr. Ignacio Calderón, ministro de Bolivia en Washington. Las ilustraciones de la obra son muchas y todas excelentes. Entre ellas
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se cuentan reproducciones de grabados antiguos, hechas con absoluta fidelidad, vistas de la región de Panamá, y gran número de fotografías de las obras del Canal. Hay, asimismo, fotografías de todos los personajes que tienen significación para la historia del Canal desde su descubrimiento.
Las Novedades, 26 de agosto, 1915, p. 7.
POETAS MEXICANOS
Nuestra estimada colaboradora Miss Alice Stone Blackwell publica el domingo 22 de Agosto, en el Republican de Springfield, Estado de Massachusetts (diario de los más antiguos y famosos en este país), un largo artículo sobre poetas mexicanos. La mayor parte del artículo lo forman traducciones hechas por ella misma en verso inglés. La poesía mexicana, observa Miss Blackwell, es generalmente melancólica. Manuel José Othón le parece excepcional en este sentido; sin embargo, no era un optimista, y su última poesía, En el desierto: Idilio salvaje, es la más amarga de toda la poesía mexicana. Gutiérrez Nájera, anota, la escritora norteamericana, es el poeta que goza de mayor fama en México. Urbina le parece el más original. Las traducciones que presenta Miss Blackwell son las siguientes: el soneto Las estrellas de Manuel José Othón; Ondas muertas de Gutiérrez Nájera; un pasaje de A la Gloria de Díaz Mirón, Aves de Luis G. Urbina; Canción de las manos, de Jesús E. Valenzuela (el fundador de la célebre Revista Moderna); y versos crepusculares de Efrén Rebolledo: con éstos representó el movimiento contemporáneo. De poetas anteriores traduce: Mi fuente, de Luis G. Ortíz; Playeras, del gran maestro de la prosa Justo Sierra; Crepúsculo, de Joaquín Arcadio Pagaza, ilustre obispo de Veracruz; Luces prismáticas, de Agustín F. Cuenca, que ha sido llamado a veces precursor de los modernistas y que ciertamente anunció aspectos de Gutiérrez Nájera. No sabemos por qué Miss Blackwell traduce a poetas de tercer orden, como Vicente Manuel Llorente, Ignacio Ancona y Manuel M. González. Comprendemos, sin embargo, que no siempre es fácil adquirir las obras de los mejores poetas hispanoamericanos; pero, en el caso de México, existe una excelente colección intitulada Las cien mejores poesías mexicanas, formada por los profesores Castro Leal, Toussaint y Vázquez del Mercado en 1914 de acuerdo con el más severo y fino gusto. Allí podría Miss Blackwell conocer a poetas como Amado Nervo, Enrique González Martínez y Alfonso Reyes, que merecen atención preferente.
POETAS MEXICANOS. RICHARD MIDDLETON
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RICHARD MIDDLETON Daremos a conocer en esta sección, de vez en cuando, la obra de escritores ingleses y norteamericanos que cultivan el género peculiar, poco acostumbrado entre nosotros, del ensayo o artículo de ideas personales, generalmente no sometido a plan. Entre los más notables ensayistas contemporáneos se cuenta Richard Middleton, más interesante aún como poeta. Middleton se suicidó en 1911, en Bélgica, desesperado porque nunca encontró editor para sus libros, y solamente lograba publicar poesías y artículos sueltos. Tenía, al morir, veintisiete años. Dejó gran cantidad de manuscritos, y ahora se están imprimiendo en volúmenes: Poems and Songs (Poemas y cantares, dos tomos); The day before yesterday (Anteayer), cuentos y ensayos; The ghost-ship and other stories (El buque fantasma y otros cuentos); finalmente, Monologues, libro de ensayos, del cual forma parte intitulado La tiranía de la fealdad. Aún quedan materiales inéditos que dará a luz su fiel amigo Henry Savage. Entre los ensayos de Monologues publicado recientemente por el culto editor Mitchell Kennerley, pocos hay que no reflejen el espíritu pesimista que se apoderó del poeta. Son muy originales las series que tratan sobre El arte del sueño, donde proclama la superioridad de éste sobre la vigilia y la posibilidad de perfeccionarse en él; y sobre el poeta y la necesidad de pensionarlo, para darle “la comodidad y seguridad necesarias al artista”, como dice el personaje de un drama de Lord Dunsany, otro de los más originales escritores ingleses del día. No menos interesantes son los ensayos sobre La rebelión de los filisteos (comparable al conocido estudio de Rémy de Gourmont, Celui qui ne comprend pas) y sobre Los inconvenientes de la primavera, estación que excita demasiada vivacidad y espíritu poético en los jóvenes, para escándalo de las personas prudentes. En verso, Richard Middleton ha sido uno de los más delicados poetas de la lengua inglesa en los últimos tiempos. A través de toda su poesía se oye una nota de penetrante y orgullosa tristeza. Su sensibilidad responde intensamente a las más sutiles o tiernas emociones, ya vengan de la naturaleza exterior o del reino íntimo, pero se encrespa ante la estúpida indiferencia de los que viven sólo para lo útil y nada saben de la vida superior. Y así, aunque sus canciones íntimas son
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sobre el amor tímido, sobre el amor y el mar, sobre el poeta y las rosas, sobre los recuerdos de sus versos de infancia, sobre la niña ideal a quien llamó Cristina, sobre la juventud patética de Hylas o Narciso, el orgullo de su misión edificadora de poeta canta un himno de victoria sobre la muerte: Los hombres de la ciudad seguirán su camino. Yo no me quejaré. El canto que hoy no saben escuchar mañana les enseñará a vivir. Este es el orgullo que no pueden matar. Muerte me encontrará cantando todavía.
LA TIRANÍA DE LA FEALDAD RICHARD MIDDLETON Cuando el joven despierta por primera vez al sentido de la belleza y el valor de la vida, es natural que se sienta vencido por la fealdad de la herencia que sus antecesores le obligan a recibir. Descubre a esta civilización, en cuyo plan no intervino, una tiranía contra la cual cree imposible hacer resistencia; un dogma que, según se le dice, todos aceptan como verdad, excepto los inútiles; una ley, cuya violación le lanzaría, fuera de toda redención, entre los criminales o los locos. Acaso ocurra que, en la primera alegría del descubrimiento de la belleza, piense que su vida y la vida de cualquier hombre debieran dedicarse a cultivar un sentido más agudo de lo bello; piense, digámoslo en forma concreta, que cuidar y amar las rosas en el jardín de una casa campestre es mejor que ser el rey de una fábrica de paraguas; pero ésta, la más breve de las ilusiones de la juventud, quedará destruida bajo la que aparece como primera ley de la vida civilizada: el hombre sólo puede ganarse la vida fabricando fealdad. Quizás en su amargura el hombre vuelva a pedir consuelo a esos profetas y filósofos de última hora, cuya sabiduría pudiera resolver un problema para él insoluble y por encima de toda esperanza; pero es seguro que sufrirá una decepción. Por la una parte, hallará a los hombres prudentes del día imaginando planes para la mejor administración e inspección de las fábricas pasajeras, a fin de alcanzar el bien público;
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por la otra parte, hallará a los mejores suspirando por las delicadas rosas de la Edad Media o prologando, cual paradojas ingeniosas, que los ojos sagaces pueden descubrir la Edad Media aún hoy, en los castillos de Bentham. Porque nuestros profetas y nuestros filósofos olvidan que fueron jóvenes, y con los años que pasan su mundo ideal se ha convertido en una especie de plácido asilo de pordioseros, libre de ruidos y corrientes de aire, lugar donde los ancianos y los enfermos pueden sentarse con tranquilidad y proyectar pequeñas revoluciones sobre buenas bases de ideas conservadoras; sin ninguna de las discordantes notas de risa o disensión anejas a la sangre cálida del joven. Y así, el joven se vuelve hacia los poetas, y encuentra el consuelo que le cabe con saber que otros han sentido y sienten como él, y que otros se han preguntado si la mejor parte de la vida del hombre debe consumirse en arrasar la naturaleza y sustituirla con horribles masas de ladrillo y acero, en ayudar a la manufactura de cosas necesarias que en realidad no lo son, en repetir estúpidamente los feos crímenes de ayer para aniquilar el espíritu de sus hijos y de los hijos de sus hijos. Bien es verdad que podría decirse que este amor del joven por la belleza es cosa enfermiza y poco natural, consecuencia de una educación equivocada y rebelde; porque la civilización, con astucia un tanto innoble, se resguarda contra las tradiciones posibles de sus hijos obligando a que se les enseñen sólo aquellas cosas que les llevarán a servirla de buen gusto. Innecesario recordar que el peligroso espíritu revolucionario que ama las cosas bellas no recibe estímulo en nuestras escuelas nacionales. A los niños se les enseña a cortar las flores en pedazos y dar a los fragmentos nombres curiosos, pero no se les invita a amarlas por su belleza. Aprenden a dibujar el mapa de la línea de ferrocarril desde Fishguard hasta Londres, y hablan con soltura de exportaciones e importaciones, pero nada saben sobre las bellezas naturales de los lugares que mencionan, ni siquiera sobre los timbres de la ciudad en que viven. Sus labios pronuncian fechas, cáscaras secas de la historia, pero no tienen idea de la espléndida procesión de los reinos pasados y las razas muertas. Ni en nuestra vida pública, —que más bien debiera llamarse nuestra muerte pública—, se revela mayor cuidado por la salud espiritual de los padres que por la de los hijos. Desoyendo la voz de los artistas, los hombres ignorantes, incultos, a quienes la sola ambición ha llevado a los puestos de responsabilidad, afearán el aspecto de una calle por deseo de unas cuantas piezas de
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plata, y por temor de que gastar el dinero del público en embellecer a Londres les haga perder sus cargos en las elecciones próximas, ya que los honrados electores han aprendido demasiado bien su lección de fealdad. Los periódicos baratos, únicos leídos por todo el pueblo, buscan la fealdad y la extienden con la habilidad que nace del entusiasmo, y aun aquellos periódicos que parecen ser leídos por las clases más acomodadas no creen vergonzoso llenar cinco columnas con la narración de un asesinato bestial y reducir el discurso de un grande hombre de letras a cinco líneas. ¿Dónde, pues, ha de buscar el joven la belleza en la vida de hoy? Sólo en la literatura, y sólo en ella, porque escribir un libro no basta para hacer de éste una contribución a la literatura si no es al mismo tiempo expresión de aquella belleza de la vida que es, a pesar de nuestros gobernantes, eterna. Porque hay buen número de libros feos, y hay multitud de escritores mediocres que lo acrecientan; pero nuestros críticos, cuando son honrados, pueden hacer inútiles tales esfuerzos; y aunque estallan gritos en el campo de la fealdad cuando uno de esos críticos pronuncia la palabra de sinceridad. La palabra queda dicha, y el libro desaparece rumbo a las bibliotecas de los mediocres. Pero nuestros críticos deben ser honrados.
Las Novedades, 2 de septiembre, 1915, p. 7.
ALICE MEYNELL
Ninguna mujer ocupa hoy en las letras inglesas puesto igual al de Alice Meynell. Es uno de los mejores poetas de Inglaterra y al mismo tiempo uno de los mejores prosistas. Su poesía asciende a las cumbres de la inspiración mística (la poetisa es católica) o canta con los más suaves tonos íntimos. Poesía de técnica exquisita, de ideas sutiles, de emociones hondas, tiene todas las virtudes que hacen definitiva y clásica, desde su aparición, a la obra artística. En la prosa, nadie quizás maneja actualmente el inglés con más fina precisión, con más impecable gusto en la selección de palabras, en la combinación de cadencias verbales. Sus ensayos, —pues nunca ha intentado la novela ni otros géneros de prosa—, son también clásicos. De ellos ha publicado la casa de Scribner una selección (Essays) que contiene las mejores páginas de sus libros anteriores: El ritmo de la vida, El color de la vida, El espíritu de los lugares, Los niños, La huida de Ceres. Ninguna página suya tan famosa como la intitulada El color de la vida, que figura ya entre los cien mejores ensayos ingleses de la excelente Biblioteca Everyman. El color de la vida, para Alice Meynell, es el de la blanca piel humana, a través de la cual se adivina la roja corriente de la sangre. Los ensayos que traducimos en seguida, Los descivilizados (palabra con que designa, no a los incivilizados, sino a los hombres en quienes la civilización ha descendido por influencia de la mediocridad) y Los honores de la mortalidad (donde celebra el triunfo del arte efímero pero realmente vivo mientras dura, el arte que prefiere los honores de la mortalidad a las responsabilidades de la inmortalidad) son, si más cortos, no menos interesantes. Los descivilizados encierra una grave lección sobre las orientaciones de la cultura en los pueblos nuevos, — colonias como Australia o naciones como los Estados Unidos—, y los nuestros debieran oírla. Hay en torno de Alice Meynell una aureola romántica. Los poetas de
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las nuevas generaciones, para quienes son sagrados el nombre y la obra del intenso y majestuoso Francis Thompson, ven en ella a la que fue admirable protectora y amada ideal del poeta largo tiempo oscuro y hoy divinizado. A través de toda la obra de la poetisa y del poeta, mientras él vivió, se entabla un largo y delicado coloquio espiritual, de que forman parte la colección Amor en el regazo de Diana, de Thompson, y los mejores sonetos de Alice. El epílogo está en los dolorosos versos de Parted (Separados…). Además, la madre es en Alice Meynell no menos admirable que la artista, como lo revelan sus preciosos ensayos sobre Los niños y los frutos recogidos de la educación de sus hijos Everard y Viola, hoy escritores de valer y de porvenir.
LOS HONORES DE LA MORTALIDAD ALICE MEYNELL La brillantez del talento artístico que hoy se dedica a las labores del día o de la semana, en los periódicos ilustrados, es, seguramente, una confesión de que los Honores de la Mortalidad son apetecibles. Hace cincuenta años, los hombres trabajaban por los Honores de la Inmortalidad; ésta era el lugar común de sus ambiciones; desdeñaban poner belleza en las cosas de diario uso, destinadas a romperse o a gastarse, y aspiraban a sobrevivirse pintando más cuadros. Así, la acumulación de sus malos cuadros unidos a los nuestros de hoy, ha llegado a constituir problema para las naciones no menos que para los dueños de casa. Hoy los hombres principian a darse cuenta de que sus hijos preferirían heredar pocos recuerdos fantásticos. “El arte, al fin, consiente en trabajos sobre la porcelana y sobre las telas condenadas al término natural y necesario, la destrucción; y se lanza con decoroso empeño a dar de sí, día por día, cuanto puede, sin más estímulos que el proceso y el olvido. Sin duda que este abandono de esperanzas tan vastas, y a la vez tan fáciles, cuesta algo al artista; es más, implica una aceptación de lo inevitable que mucho tiene de heroica. El premio de este sacrificio está en el singular y ostensible aumento de vitalidad que se advierte en esta
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labor hecha para vivir vida breve. La vida recompensa bien la aceptación de la muerte; puesto que morir es haber vivido. Hay verdadera circulación de sangre, —rápida actividad, belleza momentánea, abolición, re-creación. El triunfo de un día es en verdad el triunfo de ese día. Entra en el tesoro de las cosas que honrada y completamente han terminado y desaparecido. ¿Acaso podría decirse igual elogio de un cuadro sin vida? ¿Quién, entre los prudentes, ha de vacilar? ¿Triunfar por sólo un día, —día especial, con nombre y fecha, distinto de todos los demás en todas las épocas—, o producir, para tiempos ilimitados, el fastidio?
LOS DESCIVILIZADOS ALICE MEYNELL La mayor dificultad, cuando hay que tratar, críticamente, con el hombre descivilizado, es ésta: cuando se le acusa de vulgaridad, —omitiendo, sin duda, la palabra—, se defiende como si se le imputara barbarie. Especialmente el de suelo nuevo, —remoto, colonial—, os afronta, bronceado, temeroso en el fondo, como convencido a medias de su salvajismo, y en parte persuadido de la juventud de su propia raza. Escribe, y recita, poemas sobre ranchos y sierras, con los cuales pretende sugerir su naturaleza impetuosa y revelar el bien que se esconde bajo las rebeldes costumbres de una sociedad joven. Allí está para explicarse, voluble, con un glosario de su propia jerga incongruente. Pero su colonialismo no es sino provincialismo que habla con exuberancia. Los nuevos aires hacen parecer más viejas aún las antiguas decadencias; el suelo joven no logra sino colocar en condiciones nuevas lo repetido, lo manoseado, lo barato, los sentimientos mediocres de una raza que se desciviliza. El mismo personaje que asume el parlero papel juvenil se apresura a daros seguridades, con cara sincera negación, de que no usa penachos de pluma ni se pinta el cuerpo para salir en son de guerra; y así, resulta doblemente difícil explicarle que nunca se sospechó de él sino el uso (metafóricamente hablando) de trajes de segunda mano. Y cuando no se trate de censura, sino de elogio, aun los norteamericanos quedan descontentos ante las palabras de los juiciosos que les elogian sus finos triunfos en la literatura de
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tradición inglesa, en el arte de tradición francesa; preferirían el aplauso que les estimule a escribir poesías en forma de prosa o a pintar paisajes con aspecto de panoramas, después de educarse a prisa en academias nacionales. Aun hoy, voces inglesas piden a la América que comience; que comience, porque el mundo está en espera. Cuando en realidad no hay comienzo para ella, sino continuidad, hermosa y admirable continuidad que sólo el constante cuidado puede llevar a sostenido avance. Pero el hombre descivilizado no es peculiar del suelo nuevo. El pueblo, la aldea, en Inglaterra, lo conocen también en toda su vulgaridad cotidiana. En Inglaterra, también, tiene su literatura, su música, suyas propias, derivada de muchas y muy diversas cosas de precio. La basura artística, en la plenitud de su baratura y su falta de sencillez e imposible sin un pasado hermoso. Su característica principal, que es la inutilidad, no el fracaso, no podría alcanzarse sin el largo abuso, la reproducción multiplicada. El diario rebajamiento de las expresiones del arte, especialmente la expresión por palabras. La alegría, el vigor, la vitalidad, la coordinación orgánica, la pureza, la sencillez, la precisión, todas estas cualidades se hallan entre los antecedentes de la basura. Esta viene después de ellos; y procede ¡oh desgracia! de ellos. Nada más triste que esta prueba de lo que puede constituir el fracaso de las cosas derivadas. No podamos escoger nuestra posteridad. Volviendo atrás sobre los pasos del tiempo, podemos, sí escoger entre lo que nos precede. Podemos dar a nuestros pensamientos antepasados nobles. Bien concebidas, bien nacidas, sí deben serlo nuestras ideas; y pueden tener ilustre abolengo. Tenemos voz para decretar la herencia que aceptamos; no solo en cuanto a las cosas heredadas, sino además en cuanto a su procedencia. Nuestro espíritu puede marchar hacia atrás y llegar a los más ricos pozos y fuentes de las artes. Los hábitos mismos, de nuestros pensamientos pueden irse, sin advertirle, por las vías que les señala su historia artes del nacer. Y sus compañeros deben ser hermosos, aunque no más que sus antecesores; y así engendrados, y así hermanados, nuestros pensamientos —confiamos— sabrán seguir las sendas nobles de la literatura. Tal confianza tenemos en la herencia que recibimos y aceptamos. Pero ¿de la descendencia, quién está seguro? ¿Quién está a cubierto de los peligros de la posterior depreciación? Y más aún, ¿quién de nosotros
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señalará las corrientes actuales, una que va hacia el triunfo, otra que va hacia el deshonor? ¿O quién descubrirá por qué la derivación se vuelve degeneración, y cuándo y cómo se inicia bastardía? Los descivilizados tienen todas la perfecciones de la gracia entre los antecedentes de sus vulgaridades, todas las distinciones entre los precedentes de sus mediocridades. Para toda canción de café-concierto, ya sea que finja suspiro, risa o juego, existe la excusa de que la ficción fue sugerida, fue precedida, por una belleza, viva en otra época. Ni hay que condenar a los descivilizados como si hubieran en sí mismos poseído la civilización y la hubieran rebajado. No; nunca la poseyeron; nacieron con la tendencia a la mediocridad, con la inclinación hacia las cosas intelectualmente baratas. Y la tendencia no puede hacer otra cosa sino continuar. Nada se ve más terrible que el futuro de este mundo de segunda mano que se multiplica. Los hombres no tienen que ser vulgares solo porque son muchos; pero cuando la infección de la vulgaridad ataca la multitud, ¡qué porvenir de insignificancia! Los ojos que a desgana, descubren esta verdad, —los vulgares no son incivilizados, y que no hay progreso para ellos—, no les auguran ningún verdadero porvenir. ¡Más canciones de café, más lenguaje curioso, más voces estruendosas de barítonos, más pinturas de cromo, más poesía colonial, más naciones jóvenes con tradiciones deslustradas! Sin embargo, ante esta perspectiva levantan su voz los provincianos de allende los mares, con alarde o promesa no raros, entre los jóvenes incapaces, pero sólo perdonable en los viejos. Prometen al mundo una literatura, un arte, que serán nuevos ¡sólo porque sus bosques no están medidos y su ciudad acaba de construirse! Pero en qué consistirá la novedad no saben decirlo. Ciertas palabras fueron terribles, un día en boca de la vejez desesperanzada. Terribles y lamentables como amenaza de un rey impotente (Lear) ¿cómo se oirán cuando sean las promesas de un pueblo incapaz? Haré cosas tales, lo que son, no lo sé.
Las Novedades, 9 de septiembre, 1915, p. 7.
PUERTO RICO
Uno de los libros de viajes que mayor éxito han obtenido aquí en los últimos meses es el de Mr. Alpheus Hyat Verrill, titulado Porto Rico past an present and Santo Domingo of to-day (Nueva York, Dodd, Mead and Company). Creíamos que sería obra escrita bajo la influencia de los prejuicios usuales en este país respecto de las Antillas; pero, para gran sorpresa nuestra, descubrimos, al leerlo, que su autor es uno de los contados escritores de los Estados Unidos que logran darse cuenta del carácter y de los puntos de vista hispanoamericanos. Casi diríamos que Mr. Verrill, en su afán de ser justo, en su empeño de librarse de los prejuicios yankees tiende a excederse en la benevolencia de sus juicios; pero ¿habrán de quejarse de ellos pueblos que son generalmente víctimas del extremo contrario, víctimas de calumnia inconsciente, como Puerto Rico y Santo Domingo? El libro se divide en tres partes; la primera, dedicada a Puerto Rico; la segunda, a la República Dominicana; la tercera, a la República de Haití. En las doscientas y más páginas dedicadas a Puerto Rico, Mr. Verrill, que es viajero de primer orden, y ha recorrido bien la isla, expone rápidamente la historia de Puerto Rico, —sin entretenerse en censurar el régimen español—, y los cambios ocurridos con la llegada de los norteamericanos; describe la ciudad de San Juan y sus alrededores, los viajes a través del interior, la ciudad de Ponce, y las costas del Este, del Oeste y del Sur; luego explica la organización del país, su gobierno y su política, sus municipios, sus servicios de sanidad y de policía, su educación pública, su geografía, geología, y clima, su agricultura, sus industrias, sus medios de transporte, las costumbre del pueblo, y acaba por informar a los viajeros sobre los hoteles y casas de hospedaje en toda la isla, y sobre los reglamentos del tráfico de automóviles. La obra está ilustrada con fotografías escogidas con el mejor tino. En la introducción dice Mr. Verrill que la mayoría de los norteamericanos ignoran que tienen cerca a Puerto Rico, un país hermoso y fácil de visitar. Pocos saben que Puerto Rico no está más lejos de Nueva York que las ciudades del centro de este país, y que “se puede
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visitar la isla, recorrer sus carreteras, ver los lugares de interés histórico, y regresar a Nueva York, todo en quince días”. Para el turista, “Puerto Rico es interesantísimo; en ninguna otra de las Antillas puede obtenerse tan rápidamente una idea de la vida, las industrias y la vegetación del trópico, con pocas molestias o trabajos”. “Es verdad, —agrega—, que Puerto Rico tiene muchas características peculiares suyas...; es la única de las Grandes Antillas que no tiene verdaderos bosques y la única densamente poblada. Le faltan, pues, la salvaje espléndida y desordenada vegetación y las montañas cubiertas de espesos bosques existentes en otras islas, y no posee la majestuosa primaveral grandeza de Santo Domingo, de porciones de Cuba y de Jamaica, y de muchas Antillas menores. En cambio, sus maravillosas carreteras, sus métodos modernos de transporte, su salubridad y limpieza, su carencia de mendigos, su clima delicioso... compensan la escasez de bellezas naturales y de costumbres interesantes”. En el capítulo sobre El Puerto Rico de hoy, dice Mr. Verrill: “Cuando los Estados Unidos tomaron posesión de la isla, Puerto Rico, como todos los países verdaderamente hispanoamericanos, era curioso, pintoresco, con un aire o encanto indefinible o indescriptible. Durante cuatrocientos años el pueblo vivió más o menos lo mismo: sus casas de estilo español o morisco, sus vidas, sencillas; sus necesidades, pocas; crisis financieras o competencia encarnizada, no las sufrían. No se pensaba en el mañana; corridas de toros, peleas de gallos, bailes y loterías eran los entretenimientos del populacho. El servicio de sanidad era desconocido; la suciedad y las enfermedades endémicas se consideraban males necesarios... La isla parecía un trozo de la vieja España en el medio tropical. “Hoy todo ha cambiado. Hoy Puerto Rico es un país moderno, activo, ruidoso, —mucho más avanzado que la mayor parte de las comunidades norteamericanas de igual tamaño. En la transformación, mucho del encanto de lo pintoresco, del aire de “Viejo mundo” se ha perdido. Aunque en muchos sentidos Puerto Rico se ha americanizado, en otros continúa libre de americanización. Aunque el inglés, teóricamente es el idioma oficial, los que lo hablan son pocos. Será todo lo oficial que se quiera, pero los funcionarios oficiales no lo hablan si no en raros casos o cuando son nacidos en este país.
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“El inglés, se dice que es obligatorio en las escuelas, pero relativamente pocos estudiantes lo aprenden, como no sea al estilo de cotorra, para salir del paso. Pueden llegar a saber inglés suficiente para conversar, y sin embargo no lo emplearán, si pueden evitarlo. Si pretendemos americanizar a los puertorriqueños, ¿por qué nos detenemos a mitad del camino?... En realidad se admite tácitamente que ha de ser más fácil para los norteamericanos entender español que para los puertorriqueños entender inglés... A veces la confusión de los dos idiomas es divertidísima. Por ejemplo, muchos documentos oficiales están impresos en inglés y en los huecos por llenar se escribe en castellano: el documento resulta híbrido, y porciones de él resultan ininteligibles para el portador si no sabe los dos idiomas. “El visitante puede pasarse sin el conocimiento del español, sobre todo en las ciudades grandes; pero el que ignora el castellano dejará de conocer mucho del valor y el interés de Puerto Rico. El castellano no es allí tan importante como en Cuba, en México, o en la América Central o del Sur; y quizás en Cuba se hable más inglés que en Puerto Rico. Aunque Puerto Rico parezca americanizado, lo está solo en la superficie; en su corazón, el puertorriqueño es puertorriqueño antes que nada; dicho sea en su honor, pues nuestra política colonial dista mucho de ser perfecta y mucho tenemos que aprender todavía. “No hay que censurar al puertorriqueño si está molesto bajo el dominio de los Estados Unidos. Hemos quitado mucho a sus vidas, y aunque todavía no hemos cumplido en todos... Somos nuevos en la colonización, y nuestros primeros esfuerzos han sido con razas enteramente distintas de la nuestra. Tal vez, cuando tengamos tanta experiencia como Inglaterra y otras naciones europeas, tendremos mejor éxito, —al menos deseémoslo así—, pero no pretendamos que ningún latino se convierta en anglosajón en pensamientos, ideales, costumbres y maneras. Sería pedir manzanas al mango.” “Desde el punto de vista del escenario, Puerto Rico es admirable; sus caminos son perfectos, sus habitantes son tranquilos y pacíficos, el clima soberbio, su salubridad insuperable, pero social, política y económicamente es una anomalía...” Esta anomalía se debe bien: se comprende a los métodos imperfectos de organización implantados allí por los Estados Unidos y al escribir esa líneas, acabamos de leer en la prensa que el Gobernador Yager,
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ahora en viaje de San Juan a Washington, se propone defender ante este Gobierno la idea de la independencia de Puerto Rico. Y sin embargo, mientras este funcionario, obligado a conocer la verdadera situación de la isla, juzga a sus habitantes capaces de la independencia, la ley no les concede sino un representante ante el Congreso Federal, y éste solo tiene voz y no voto... Después de extensas y agradables páginas descriptivas de las ciudades y caminos de la isla, Mr. Verrill estudia, en el capítulo IX, “El pueblo y sus costumbres.” Faltan allí, dice, las costumbres características y los trajes pintorescos de otras regiones hispano-americanas. “Los puertorriqueños tienen pocos hábitos locales y no poseen traje nacional, muchas de las costumbres y peculiaridades hispano-americanas han desaparecido con la americanización de la isla... El inevitable abanico, por ejemplo, se usa tanto en Cuba o los otros países latinos; los nativos conservan el hábito de sentarse en las salas que dan a la calle, y las jóvenes están rodeadas del mismo aparato de dueñas y formalidades que la acompaña en otras tierras. Cuando la banda toca en la plaza, y todo el mundo viene a pasear y sentarse, se puede observar a los puertorriqueños típicos mejor que en ningún otro lugar. La verdadera élite no toma parte en el paseo pero es posible formarse idea de los tipos y trajes de las masas. Los puertorriqueños son muy mezclados, y la sangre española y la india predominan. (¿No exagera Mr. Verrill al atribuir también importancia al elemento indígena?). En el interior la mayoría es de sangre española; los blancos pobres o jíbaros, constituyen la mayor de los habitantes de la isla. Cerca de la costa y en las ciudades más grandes, hay muchos negros, tanto del país como procedentes de las Antillas francesas, inglesas o danesas. “En los grandes clubs se mezclan los puertorriqueños, los norteamericanos y los extranjeros, pero hay divisiones, y los latinos y los sajones generalmente forman grupos aparte. Aun entre los norteamericanos hay grupitos, menos abiertos y benévolos entre sí de lo que podría esperarse en tierra extraña. “Hay muchos españoles en Puerto Rico, y lo principal del comercio y muchas de las grandes plantaciones están en sus manos. Los españoles son comerciantes inteligentes y económicos; forman la base del comercio al por mayor y al detalle, y sin ellos la isla se vería en dificultades... Es posible que haya casas de préstamos en la isla, pero el autor nunca las vio...
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“El puertorriqueño tiene muchas habilidades e inventiva, y a menudo se ven carritos, sillas, muebles y otros objetos hechos en las casas, que asombran por el ingenio que revelan. Los instrumentos musicales son dignos de estudio: guitarrillas, mandolinas hechas de madera ahuecada; flautas y caramillos, y sobre todo las extrañas güiras... “Puerto Rico ha producido muchos escritores en prosa y verso; poetas estimables; historiadores de buena reputación, y pintores notables, cuyas obras han recibido aplauso en salones de París. Si los puertorriqueños tuvieran todos los elementos y estímulos que se merecen, habría para enorgullecerse de sus esfuerzos.”
Las Novedades, 16 de septiembre, 1915, p. 7.
SANTO DOMINGO, SEGÚN MR. VERRILL
Si el libro de Mr. Alpheus Hyatt Verrill, Porto Rico past and present and Santo Domingo of to-day, es interesante en las páginas que se refieren a la más pequeña de las Grandes Antillas y que extractamos en nuestro número anterior, no lo es en las dedicadas a la isla de Santo Domingo. Estudia Mr. Verril las dos Repúblicas en que se divide la Antilla Central: la Dominicana y la Haitiana. Para la primera tiene grandes encomios: no para la segunda. A la República Dominicana dedica Mr. Verril cerca de cien páginas, divididas en ocho capítulos. El primero es un rápido esbozo histórico sobre el país (ligeramente equivocado) sobre el confuso período de 1800 a 1822; el segundo trata de la geología, el clima y los recursos naturales; el tercero, sobre el pueblo y sus costumbres; el cuarto, sobre fauna y flora; el quinto, sobre caminos y transportes; el sexto, sobre observaciones diversas hechas por el autor en su largo viaje a través de la República; el séptimo, sobre la Catedral y las iglesias principales de la ciudad capital; el octavo, sobre ciudades y pueblos interesantes, como Santiago de los caballeros, Moca, San Francisco de Macorís, el Cotuí, Bonao, Higüey, Azua, Barahona, y Baní. Comparando a Santo Domingo con Haití, dice Mr. Verrill que “aunque estas dos repúblicas se dividen la misma isla y están separadas solo por una frontera imaginaria, en costumbre, hábitos, población e idioma son tan distintas como si estuvieran situadas en continentes diversos. Mientras los haitianos hablan un patois francés y entre ellos prevalecen leyes y costumbres recibidas de Francia, los dominicanos hablan el castellano y son españoles en costumbres, aspecto y temperamento. Mientras los haitianos se oponen a los extranjeros y desalientan al capital, a los comerciantes o a los profesionales de fuera, los dominicanos reciben bien a los extraños y les ofrecen toda clase de estímulos. Mientras la población de Haití es, en sus nueve décimas partes, negra, y el país tiende al retroceso, el pueblo de la República Dominicana es progresivo, sabe la importancia de la salubridad pública y de las mejo-
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ras y desarrollos materiales, y menos de la tercera parte de la población es de color. “En las ciudades de Haití las calles son toscas, sucias, sin drenaje; los edificios grandes son pocos; el descuido y la decadencia se ven en todas partes, y las mejoras modernas brillan por su ausencia. En las ciudades dominicanas las calles son rectas, limpias, bien cuidadas; los edificios amplios e imponentes abundan; los telégrafos y teléfonos, la luz eléctrica, todos los recursos de la civilización son conocidos. Pero en una sola cosa se parecen uno y otro país: ambos están destrozados por frecuentes revoluciones, y no han aprendido la lección de que la paz significa prosperidad. Con todo, es tal la diferencia entre ambos, tal es el cambio cuando se pasa de Haití a Santo Domingo, que según un viajero, parece que se caminara a través de un túnel y súbitamente se llegase a la luz del día”. No hay en Santo Domingo, observa Mr. Verrill, prejuicios de raza, sino en pequeña medida, en la clase alta. Inferiores y superiores, sin embargo, observa Mr. Verrill, “los dominicanos son un pueblo agradable y está muy por encima de los habitantes de Haití y de la mayoría de las Antillas. Muchos dominicanos se educan en las grandes Universidades de Europa y de los Estados Unidos, y entre ellos hay músicos, escritores, historiadores, poetas, pintores, escultores, arquitectos, ingenieros, diplomáticos, militares y sacerdotes que honrarían a cualquier país. “Los dominicanos tienen pocas costumbres curiosas o raras; su gran peculiaridad nacional es el amor a las revoluciones… Aunque las pérdidas de vida que éstas ocasionan son relativamente cortas, —si se considera el número de combatientes y la cantidad de pólvora que se consume—, los resultados en contra del progreso y del bienestar del país con incalculables... Los dominicanos, aunque pelean con excesos y revelan valor en ocasiones, tiran tan mal y están tan pobremente equipados y mal dirigidos, que sus luchas son cosa de opereta más bien que de verdadera guerra... En un punto superan al resto de la América latina: no molestan al extranjero o le hacen daño en sus propiedades durante las revoluciones. Más adelante Mr. Verrill elogia los hoteles del país, pero se queja de la comida en los pueblos del interior y de la falta de bebidas frescas. “Los dominicanos, vestidos, y toda clase de mercancía importada, son caros, a causa de los exorbitantes derechos de aduana, pero los artículos na-
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cionales son baratos.1 Hay industrias y manufacturas locales, y la República no depende excesivamente del exterior para su subsistencia. Hay fábricas de jabón y de cerillas, de cigarros, de hielo, de cerveza, de ladrillos y tejas, destilerías de alcohol, aserraderos, fábricas de muebles, y otras industrias. “En su vida de hogar, los dominicanos son muy parecidos a los demás hispanoamericanos. Gustan de la música y del baile; son alegres, vivaces y frívolos, y encuentran gran diversión en cosas de las más triviales. No hay corridas de toros, pero las peleas de gallos son muy usuales... Las gentes del pueblo son templadas de costumbres, y aunque todas consumen bebidas alcohólicas, rara vez se ve un ebrio. Son honrados, en general más inteligentes que otros antillanos, y por lo común buenos trabajadores. Los campesinos viven en gran pobreza, pero no sufren, porque todos tienen su siembra propia, que bastan para el sostén de su vida descuidada... “Hay muchas escuelas en el país; en no pocas se enseña el inglés. Hay también instituciones para la enseñanza de las artes y de las ciencias y en todas partes el pueblo se da cuenta de los beneficios y el valor de la educación.” El capítulo sobre la fauna y la flora es, aunque breve, excelente. En él describe Mr. Verrill los animales dominicanos raros, como la hutía y el célebre Solenodón o Almiqui. “Esta extraña criatura tiene como dos pies de largo, incluyendo la cola, y vive en árboles huecos o en taladros hechos en la tierra o entre las oquedades de las rocas. Tiene nariz larga, delgada, como la del hormiguero; las patas delanteras son fuertes, anchas, y de uñas vigorosas, aptas para cavar. El pelaje es oscuro y pardo; falta en la parte trasera, y lo sustituye otro pelaje lanudo. La cola es larga, redonda, como de rata, y los ojos son pequeños. El solenodón es uno de esos enigmas de la historia natural que unen las formas históricas a las de hoy, y solo dos especies se conocen: el de Santo Domingo y el de Cuba. Durante cien años, el de Santo Domingo se consideró especie perdida y extinguida; solo se conservaba un fragmento en PeError en la traducción: debería eliminarse “dominicanos” y poner “los productos alimenticios”. La versión original de A. Hyatt Verrill: “Foodstuffs, clothes, and in fact every imported article is high in the republic…”, Porto Rico past and present and San Domingo of today (1930), New York, Dodd, Mead and company, p. 242. 1
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trogrado, y procedía de Santo Domingo, de donde había salido en 1832. Las extrañas criaturas fueron descubiertas de nuevo y traídas otra vez a la luz de la ciencia en 1907, cuando el que escribe (Mr. Verrill) recogió varios ejemplares en la República Dominicana, algunos de los cuales se exhiben ahora en el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Desde entonces ha sido fácil encontrar otros, y hay ahora muchos ejemplares en Europa y en los Estados Unidos. La carne de este animal se considera buen alimento, y en Cuba la especie local ha sido muy cazada. En Santo Domingo el hurón ha contribuido a exterminarlos y dentro de poco tiempo este notable eslabón perdido se extinguirá por completo”. En el capítulo sobre caminos y transportes, Mr. Verrill se queja amargamente de la falta de carreteras, “uno de los factores principales contra el progreso de la isla”. Esta tesis la sostuvo ya, hace varios años, el director de Las Novedades en su folleto Por la inmigración. El mal está tratando de remediarse ahora. Mr. Verrill describe gran número de ciudades y pueblos, y concede gran atención a la capital. A la Catedral Metropolitana dedica siete páginas en las que describe rápidamente las capillas: menciona la Virgen atribuida a Murillo que existe en la Capilla del Sacramento, y los apóstoles de Velázquez; debe advertirse que estos cuadros no son del maestro español, sino del Velázquez dominicano del siglo XVII. Mr. Verrill olvidó mencionar la magnífica Virgen de la Antigua, una de las más hermosas muestras de la pintura primitiva española (principios del siglo XVI) que existe en América. A la República de Haití consagra el autor las cincuenta páginas finales del libro. El juicio que le merece la nación no es muy favorable; pero Mr. Verrill reconoce que existen en Haití hombres inteligentes, y que bien dirigidos, los haitianos podrían avanzar, ya que en las imperfectas condiciones en que han vivido desde la independencia, han logrado subsistir y desarrollarse aunque en corta escala.
EL HOMBRE QUE PARECÍA UN CABALLO Uno de los más originales libros de la reciente literatura hispanoamericana es el que acaba de publicar el escritor guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, bajo el título de El hombre que parecía un caballo. El libro contiene dos cuentos o fantasías o esbozos psicológico-imagina-
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tivos: El hombre que parecía un caballo y El trovador colombiano. En ellos desarrolla el señor Arévalo Martínez la psicología de dos curiosos personajes, dos artistas bajo cuyos perfiles se adivina a dos poetas jóvenes. Las dos fantasías están escritas en forma interesante, cuyas principales cualidades estriban en el vigor imaginativo y la alusión ingeniosa.
EL LIBRO DEL TRÓPICO El último volumen del estimado escritor salvadoreño, Arturo Ambrogi, El libro del trópico, es una interesante colección de paisajes descripciones e impresiones sobre la naturaleza y las costumbres en la América Central. Merece elogios esta obra, porque revela el feliz propósito de aprender a observar las cosas de América y transmutarlas en arte. Es verdad que para esto se necesita espíritu culto, sentidos educados e inteligencia selectiva, merced a los cuales se sepa realizar la deseada trasmutación. El señor Ambrogi, que posee discreta cultura y maneja el castellano con limpieza y gracia, ha sabido realizarla.
FERNÁNDEZ CABRERA Y DOLZ Hemos recibido últimamente dos obras de escritores cubanos: Mi viaje a México, por Manuel Fernández Cabrera, y Pasando la vida, de Marco Antonio Dolz. El primero contiene la narración del viaje que hizo a través de la República Mexicana a fines de 1914 y principios de 1915, como representante del diario habanero Heraldo de Cuba, el señor Fernández Cabrera. El libro es extenso, y narra en animado estilo multitud de impresiones y sucesos de los últimos agitados tiempos de México. Tiene prólogo del culto escritor Aniceto Valdivia (Conde Kostia) y epílogo del señor Palavicini, secretario de Instrucción Pública en el gobierno de Carranza. El libro de Dolz está formado por crónicas de diversos asuntos, desde los más locales de Cuba hasta los actuales tópicos de la guerra europea. Tiene prólogo de Joaquín N. Aramburto, y al final, como epílogo, opiniones formuladas sobre el primer libro de Dolz por Bonifacio Byrne, Héctor de Saavedra, Federico Urbach, Agustín Acosta y otros escritores. El señor Dolz es director de la revista habanera Renacimiento, cuya visita recibimos con puntualidad. Las Novedades, 23 de septiembre, 1915, p. 7.
LITERATURA HOLANDESA
El 4 de agosto murió en Zeist, el novelista holandés conocido por el seudónimo de Maarten Maartens. Había nacido en Amsterdam el año de 1838, y su nombre verdadero era J. M. M. van der Poorten Schwartz. Se educó en su patria y en Alemania, en las Universidades de Utrecht y Bonn. Durante su infancia estuvo a menudo en Inglaterra, y ya adulto viajó con frecuencia por el Reino Unido. De ahí su dominio del inglés. Cuando por primera vez se le ocurrió escribir un cuento, —dice la revista neoyorkina The Bookman—, adoptó el inglés, estimando que Inglaterra y los Estados Unidos le ofrecían campo más amplio que su patria. Pero al principio la tentativa pareció destinada al fracaso. Todo el mundo daba por supuesto que su obra había sido traducida del holandés. No pudo encontrar editor, y finalmente publicó el libro a su propia costa. Nunca logró por completo borrar la idea de que sus libros eran traducciones. En realidad, no lo fueron sino cuando pasaron del inglés al holandés y al alemán. Una de las razones que guiaron a Maartens a escoger el inglés como medio de expresión fue que, si bien consideraba que el holandés es excelente para la alta prosa o para la poesía, el inglés le parecía mejor para la novela”. La primera novela de Maarten Maartens apareció en 1890, bajo el título de El pecado de Joost Avelingh. De las posteriores, la más famosa fue La mayor gloria, pero el autor y muchos críticos prefieren El loco de Dios. “Maarten Maartens, —dice el New York Evening Post—, alcanzó su mayor fama al principio de su carrera, en la última década del siglo XIX, aunque continuó publicando novelas hasta hace dos o tres años. Hablamos aquí de la fama en el sentido de figurar ante los ojos del público en columnas de crítica y conversación literaria. De su popularidad, en cuanto al número de lectores, creemos que no haya sufrido gran disminución. Libros como El loco de Dios y El pecado de Joost Avelingh tienen la cualidad de la vida popular, independiente de la charla contemporánea. Si hubiéramos de calcular el público que lee a
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Kipling por las opiniones de los cenáculos, creeríamos que ha disminuido enormemente; pero las bibliotecas y los editores nos dicen lo contrario. La costumbre de llevar cuenta del movimiento literario a través de la crítica de los periódicos hace que parte de los profesionales de las letras piensen hoy en Maarten Maartens, más que como escritor eminente, como una especie de prestidigitador, como extranjero que realizó la hazaña de escribir literatura inglesa como inglés. “El caso, en sí, es interesante. Nacido en Holanda, Maarten Maartens escribía en inglés novelas sobre la vida de Holanda, que luego se traducían al holandés. Como para añadir sabor internacional, escribía casi siempre en la Europa continental, en Francia, en Suiza, y aún en Alemania. “Otro novelista en inglés, mayor artista que Maarten Maartens, ha sido víctima de esta especie de generosa pero poco satisfactoria admiración. Ya se comprende que aludimos a Joseph Conrad, a quien algunos entusiastas colocan a la cabeza de todos los escritores de Inglaterra y de quien nadie negará que figura en la primera fila. El triunfo de Conrad en el dominio del idioma es mayor que el de Maartens. Este pasó parte de su infancia en Inglaterra, y la mera proximidad geográfica hace más natural la adopción del inglés en un holandés que en un polaco… Conrad no escribió su primera novela en inglés sino a los cuarenta años, después de haber adquirido su conocimiento del idioma a través de periódicos ingleses durante la época en que fue capitán de navío en todos los océanos. Aunque es dueño de uno de los más ricos estilos en que se unen la sutileza y el vigor, los suaves medios tonos y las frases opulentas, en él se discierne de modo vago, la nota extranjera. No le falta soltura y sin embargo su prosa tiene una marcha solemne que revela cadencias extranjeras; faltan las libertades desordenadas, hijas de la familiaridad, que todo escritor se toma con su lengua nativa. Este efecto sería menos notable si Conrad empleara más a menudo la forma de diálogo. En sus breves conversaciones de marineros sí se pierde del todo el acento extranjero. “Si la técnica del estilo de Conrad ha merecido grande atención, no se ha concedido la suficiente a un famoso poeta del Imperio Británico, cuya habilidad es, sin embargo, notable. Rabindranath Tagore no escribe en inglés, pero traduce del bengalí sus propias obras, y se diría que posee nuestro idioma con tal derecho que los dos grandes escritores ingleses nacidos en la India, de padres británicos: William M. Thacke-
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ray y Rudyard Kipling. Tagore, comparado a Conrad, posee dos ventajas: la primera, que en Bengala hubo de aprender la lengua de los dominadores del país; la segunda, que al traducir sus poesías y cuentos en prosa poética, no tuvo que luchar con el genio de la prosa inglesa. Las ricas armonías del estilo de Conrad cabrían perfectamente en la forma poética. De todos modos en Tagore se nota todavía menos que en Conrad el sabor extranjero, si se toma en cuenta lo exótico de sus temas. “Compárese a Conrad y a Tagore con Hilaire Belloc, publicista, novelista, político, historiador nacido de padres franceses en Inglaterra y soldado del ejército francés en los años que mediaron entre sus estudios escolares y su entrada a la Universidad de Oxford. Su estilo denuncia las influencias extranjeras, y sería fácil señalar en él los galicismos, a pesar de que es uno de los mejores que hoy se encuentran en Inglaterra. “Otros idiomas y literaturas pueden presentar ejemplos de maestría en escritores de origen extranjero. En Francia el ejemplo más notable es el del poeta José María Heredia, nacido en Cuba. Sus Trofeos están considerados como los mejores sonetos de la lengua francesa, y bastaron para dar a su autor entrada en la Academia. En general, el francés debiera ser el idioma de más fácil dominio para los extranjeros, puesto que tanto se le estudia fuera para fines literarios.” En los Estados Unidos no hay, dice el Evening Post, muchos escritores de origen extranjero. Los más importantes que pueden citarse figuraron en el campo del periodismo: el alemán Carl Schurz y el húngaro Joseph Pulitzer. *** La literatura holandesa, —a la cual representó en inglés Maarten Maartens (llamado sin embargo, el Tolstoi de Holanda, porque sus asuntos fueron siempre de su país natal)—, es muy poco conocida en castellano. Apenas si, a través del francés, se conocen los dramas del escritor contemporáneo Herman Heijermans. En la isla de Curazao, posesión holandesa, se cultiva la literatura en pequeña escala, en tres idiomas: holandés, inglés y castellano. De allí recibimos, poco ha, la colección póstuma de J. S. Corsen, que murió en 1911. Era poeta y músico. Sus versos, en castellano la mayoría, no tienen gran vuelo, pero a veces son discretos y amables. También escri-
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bió Corsen en holandés, inglés y en el curioso dialecto popular de Curazao, el papiamento. En la página literaria reproducimos ahora dos composiciones, traducidas por Corsen, de dos poetas holandeses famosos, los más notables de principios del siglo XIX: W. Bilderdijk y R. Feith.
Las Novedades, 30 de septiembre, 1915, p. 7 y 8.
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Una de las más importantes obras escritas sobre la evolución del arte europeo es la del ilustre catedrático de la Universidad de Breslau, Richard Muther, La historia de la pintura desde el siglo IV hasta comienzos del siglo XIX. De ella hay versiones a idiomas diversos, pero no al castellano. Recomendamos su traducción a las empresas editoriales españolas. En la versión inglesa, —hecha por el catedrático de John Hopkins, George Kriehn—, la Historia de Muther ocupa ochocientas páginas. No es excesivamente minuciosa: es una labor sintética, en que los conjuntos están hábilmente resumidos y los movimientos artísticos aparecen representados por las figuras centrales. Muther es crítico perspicaz y escritor elegante, y su lectura fascina. El primer libro trata de la Edad Media y repasa sucesivamente el estilo de mosaicos, la pintura de paneles bajo la influencia del misticismo, la inauguración del estilo épico de Giotto, la pintura al fresco en el siglo XIV, y luego los desarrollos del estilo medieval en el siglo XV con estos aspectos: la lucha del espíritu viejo con el nuevo, el bizantinismo y el misticismo (Wynrich, Fra Angelico, y otros), y el fin del estilo monumental (Masolino, Masaccio y Hubert Van Eyck). El segundo libro, sobre el Renacimiento, estudia primero la aparición de esos dos elementos como predominantes en el nuevo arte pictórico: la naturaleza y la influencia del arte antiguo. El movimiento realista, que parte de Masaccio y de Hubert Van Eyck, lo sintetiza Muther en Jan Van Eyck y Pisanello. A este estudio siguen la gran efervescencia (Sturm und Drang) florentina, con Fra Filippo Lippi y Benozzo Gozzoli, entre otros muchos; Piero della Francesca, como fruto de la agitación fuera de Florencia; los heraldos de la tormenta, los que traen fuerza de pasión a la pintura, como Roger van der Weyden y la escuela de Ferrara: Andrea Mantegna y sus sucesores (Melozzo de Eorli, Pollajuolo y Luca Signoretti); Hugo van der Goes y su influjo en Florencia, y por fin el gran florecimiento de la era de Lorenzo el Magnífico, con Ghirlandajo como figura central.
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El estudio sobre la reacción religiosa abarca la influencia de Savonarola, las figuras de Piero de Cosimo, Botticelli y Filippi Lippi, los maestros de la pintura religiosa fuera de la Iglesia (como Gentile Bellini y Pinturicchio), Carlos Grivelli, Perugino, Giovanni Bellini, Memling y Leonardo da Vinci. El estudio, separado de la pintura del Norte durante el período de la Reforma, culmina en las figuras de Durero y Holbein. A ésta siguen los estudios sobre el esplendor de la forma en Italia, con los herederos de Leonardo, con Giorgione y Corregio, sobre lo majestuoso y lo titánico, con Ticiano y Miguel Ángel; sobre la fusión de los estilos, representada sobre todo por Rafael, como fin del Renacimiento, mientras Roma desarrolla su poder como centro del mundo; y finalmente, sobre la lucha de Venecia y España contra Roma, representada por Lorenzo Lotto, Tintoretto y los primeros maestros de la escuela española. El arte pictórico español, —cuyos orígenes, desgraciadamente, no cupieron en el desarrollo puramente sintético de la obra de Muther—, aparece aquí al terminar el Renacimiento, coadyuvando con Venecia a la introducción de los estilos del siglo XVII. “Como los aliados poderosos, —dice— los españoles vinieron en ayuda de los venecianos. No es accidental el hecho de que los retratos de senadores pintados por Tintoretto hagan pensar en Velázquez, ni el de que haya muerto en Madrid el último gran maestro veneciano, Tiepolo. Porque había conexión espiritual entre la ciudad de las góndolas negras y la tierra de los sacerdotes vestidos de negro. Si la historia del arte estudiara solo factores espirituales, los españoles vencerían a los venecianos. Porque el movimiento de la contra-reforma nació en España. Caraffa había sido legado allí antes de su ida a Venecia en 1527; y de ahí trajo los rígidos principios gregorianos que culminaron en la destrucción de los herejes, y en la severa purificación de la iglesia mediante el retorno a la disciplina de la Edad Media. Figuras sombrías se sentaban sobre el trono; los reyes se hacían enterrar, no con las insignias del poder monárquico, sino dentro del capuchón de los dominicos. “La defensa de la fe era tradicional en los españoles, quienes lucharon contra el paganismo de la Iglesia Romana en el siglo XVI como habían luchado en la Edad Media contra los moros. Ignacio de Loyola fue el gran heraldo de la batalla. Con él y con su creación, la Compañía de Jesús, se dio el más poderoso impulso al movimiento que después ha
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recorrido las naciones. Así como la religión de la Iglesia Romana se había convertido en un paganismo velado, así España era el país del misticismo convulso, que en lugar alguno se había revelado, bajo tales extrañas formas. Puramente contemplativo en Italia en tiempos de Santa Catalina de Siena, el misticismo llegó a ser en España un sistema de abolición personal: el arte de transportarse, por medio de artificios externos e internos, hacia la unión real de la divinidad. Así se ve, por ejemplo, en el Abecedario espiritual de Osuna (1521), manual de método para alcanzar la completa unión con Dios. El delirio religioso encontró su expresión clásica en Santa Teresa. Según su doctrina, el sujeto debe absorberse en contemplación espiritual de la divinidad hasta acercarse al momento del éxtasis, la entrada de Dios en el alma. Insiste en que, dentro del éxtasis, hay completa ausencia de voluntad en el cuerpo. Solo cuando se está como muerto en el rapto se siente la cercanía del Paraíso. Describe con exactitud las emociones sentidas, las alegrías del cielo, en que el cuerpo toma extraña participación... “Si este elemento específicamente español no se reveló plenamente en la pintura del siglo XVI, es porque las artes plásticas presuponen recursos manuales más difíciles que los literarios. Hasta el siglo XV la pintura no ocupaba gran lugar en la vida española. La brillante acogida que tuvo Jan Van Eyck estimuló a otros pintores de los Países Bajos a visitar la Península, bajo el estímulo extranjero, los españoles comenzaron a pintar activamente. Juan Núñez, Antonio de Rincón1 y Frey Carlos, que trabajaron en España y Portugal durante el siglo XV, son maestros góticos y cultivadores del estilo que en los Países Bajos representaba Roger van der Weyden y en Alemania Wohlgemuth. Todavía en el siglo XVI trabajaba en Sevilla Pedro de Campaña (Pieter de Kempeneer), neerlandés, de quien quedan Vírgenes de sombría solemnidad en colecciones artísticas de Alemania. A su arte se asemeja el de Luis de Morales, cuyo estilo tiene puntos de semejanza con el de Quentin Massys”2. El carácter ascético, doloroso, apasionado, sombrío, domina en sus obras. En muchas de ellas se ve el Hombre del Dolor inclinándose al peso de la Cruz, azotado en la columna, o sanA Antonio del Rincón se atribuye la admirable Virgen de la Antigua que existe en la Catedral Metropolitana de la ciudad de Santo Domingo. 2 De Luis de Morales existen en el Museo de la Sociedad Hispánica de Nueva York, dos cuadros: una Sagrada Familia, y una exquisita Virgen con el Niño. 1
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grando bajo la corona de espinas; en otras, la Virgen de los Dolores, a veces con el cuerpo de su hijo en los brazos, a veces mirando la Cruz en actitud lamentosa. Como Massys, prefiere las figuras de medio tamaño. Aunque el dibujo de sus emaciadas y distendidas figuras es arcaico y anguloso, se siente que en él este empleo del estilo antiguo es intencional, porque le parecía sin duda más piadoso que el del Renacimiento. “Los maestros del retrato son Alonso Coello y Juan Pantoja de la Cruz, representantes del estilo generalmente identificado con el nombre de Bronzino. Como el de éste, su dibujo es cuidadoso y delicado, el tratamiento de la indumentaria y los ornamentos muy detallado, y el color es un gris pálido y sutil. Pero si los hombres de Bronzino llevan una espada y las mujeres un abanico, en la corte de Felipe II, nadie se retrataba sin rosario. Así se ve hasta en los retratos, que no se está en la pagana Italia, sino en la tierra de las luchas religiosas. “Como España nunca dispensó sacrificio a los dioses de Grecia, nunca tuvo un verdadero Renacimiento. Es cierto que en el sombrío Escorial se colocaron pinturas mitológicas de Ticiano, y que los pintores españoles iban a Italia para completar su educación técnica. Pero nadie pintó verdaderos temas clásicos. Mientras los discípulos de Rafael y Miguel Ángel son paganos, los españoles de la época, aunque sean discípulos de Italia, mantenían pura su fe y solo utilizaban las formas del Renacimiento para pintar escenas religiosas: el pathos trágico de las escenas de la Pasión, la soledad ascética de los ermitaños, visiones extáticas, profundos tratados dogmáticos. Es significativo que acudieran exclusivamente a Venecia, que continuaba como baluarte del catolicismo y había sido la primera en proclamar las ideas contrarreforma. “Juan Fernández de Navarrete y Vicente Carducho, jefes de la escuela de Madrid, emplean formas italianas; pero Navarrete, al pintar su Cristo en el Limbo, se inspiró, no en un maestro del Renacimiento, sino en el gran pintor de la contra reforma, el Tintoretto. En su Historia de la Orden de los Cartujos, Carducho creó una epopeya monástica como las que Zurbarán compuso más tarde”. En ocasión próxima daremos a conocer otras porciones de la obra. Las Novedades, 14 de octubre, 1915, p. 7.
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En la Historia de la pintura desde el siglo IV hasta los comienzos del XIX, el eminente crítico alemán Richard Muther no había, hasta 1900, dedicado páginas suficientes al Greco. Suponemos que esta imperfección se haya corregido en ediciones posteriores, con ayuda de los nuevos estudios sobre el artista heleno-hispano. Muther declaraba, hace quince años, que no se sabía de él lo suficiente pero habla de sus obras pintadas bajo la influencia veneciana, como la Purificación del Templo, y de cuadros posteriores, como el de los sayones desnudando a Cristo en el Calvario en que parece “entrar al mundo del arte con impetuoso poder primitivo”; el de la Trinidad, y el del entierro del Conde de Orgaz, que “en su abrupta unión de lo real y lo trascendental anuncia la pintura del siglo XVII”. Entre sus discípulos menciona a Luis Tristán, “que pintó escenas nocturnas con ermitaños de aspecto misterioso y ascetas en penitencia”. Una dura luz verde, que viene de arriba, palpita, como en Tintoretto, en porciones de los cuadros; el resto se pierde en el fondo sombrío”. En América hay ahora buen número de Grecos. Hay cuatro en el Museo de la Sociedad Hispánica y uno en el Metropolitano de Nueva York. El mejor, sin embargo, se dice que está en Boston: es el retrato del célebre predicador culterano Fr. Hortensio Félix Paravicino de Arteaga. “De los maestros que trabajan en Valencia, —dice después Muther— Vicente Juanes, según la tradición, se educó en la escuela de Rafael. Aunque se le ha llamado el Rafael español, hay poco de rafaelesco en sus cuadros del Martirio de San Esteban. Los movimientos son bruscos y angulosos; los colores, violentos; las cabezas, de marcado tipo judío, están pintadas, sin relación a ningún ideal de belleza. Francisco de Ribalta, que no pasó del Norte de Italia, fue atraído por las afinidades de color que encontró allí. Aunque recibió la influencia de Correggio en el empleo de la luz y la sombra, con la técnica del sonriente italiano pintó sombríos asuntos españoles: figuras claustrales en capuchones blancos; María y Juan de regreso del entierro de Jesús; María y Lucas sentados en un paisaje nocturno y solitario, sumergidos en profundos pensamientos; y el Entierro del Cristo, escena también nocturna, con estrellas vacilantes y grandes figuras de ángeles que sostienen el pálido cuerpo del Redentor. “En Sevilla, donde Pedro de Campaña (el neerlandés Peter Kempeneer) había trabajado, Luis de Vargas fue el primero que entró por los caminos del Cinquecento. Pero tampoco es un maestro renacentista.
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No es cosa del Cinquecento introducir una visión celeste en su Adoración de los pastores y pintar los animales y la paja del pesebre con la alegría naturalista de un Ribera. En su obra principal, la Genealogía de Cristo en la Catedral de Sevilla, las figuras se dice que están tomadas de Rafael, Correggio y Vasari. Es extraño ver cómo ha traducido al castellano el estilo de estos maestros, y con las formas prestadas trata un tema dogmático nunca pintado por los italianos. Juan de las Roelas, discípulo de Tintoretto en Venecia y sacerdote de profesión, fue el primero en dar a los asuntos favoritos de España forma clásica. La Madre de Dios, apoyando el pie sobre la luna creciente, entre nubes, y adorada por los jesuitas en devoción extática, es su tema principal. En su obra La muerte de San Isidoro lo terreno y lo celeste se sobreponen de modo directo. Debajo aparece una representación de monjes, pintada con la exactitud de Zurbarán; arriba, ángeles con palmas; libros de música, y flores, flotando en el éter luminoso. Francisco Herrera es conocido fuera de España gracias al gran cuadro del Louvre, San Basilio dictando su doctrina. Sus santos con sus ojos llameantes y además majestuosos, son fuertes como reyes primitivos. “Los españoles del siglo XVI ocupan una posición peculiar. Técnicamente, son discípulos de los italianos. Como Pacheco y Céspedes, piensan mucho en los propósitos del verdadero arte, y, como otros pintores de entonces, en la belleza de la línea y la nobleza de la composición. Pero el espíritu que domina en sus obras es el espíritu jesuítico, el que había de imponerse en el futuro. Venecia y España, la ciudad de los bizantinos y la tierra de las luchas religiosas, esos dos poderes contrariando la voluntad de los Papas, dirigieron la contrareforma. Recordarán a Roma que ella no era solo la ciudad clásica, sino también la ciudad de San Pedro. El movimiento que dirigieron ha sido llamado la hispanización de la Iglesia Católica.”
Las Novedades, 14 de octubre, 1915, p. 7.
El tercero y último libro o par de la obra magistral y sintética del
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crítico alemán Richard Muther, Historia de la pintura desde el siglo IV hasta los comienzos del XIX, abarca los siglos XVII y XVIII. El primer capítulo se refiere a la pintura italiana; el segundo a la española. Comienza con Ribera y Zurbarán. “El primero, —dice—, que abre la historia del cine español en el siglo XVII, pasó años en Italia, como los pintores mencionados en el capítulo anterior (el francés Poussin y el alemán Claudio Lorena).” Al comenzar su cátedra, su maestro Ribalta le indicó que estudiara los métodos de la escuela lombarda. Se dirigió a Parma y se sintió atraído por la obra de Correggio a tal punto, que sus decoraciones en una capilla de la ciudad se atribuyeron durante largo tiempo al maestro italiano. Pero, si bien amó la luz y el color cuando principiaba, sus cuadros de períodos posteriores fueron oscuros y sombríos. Aunque no parece haber conocido personalmente a Caravaggio, se ve que le honró como maestro; y cuando se le llamó a continuar la labor de éste en el virreinato de Nápoles, se halló en su propio elemento. “Ribera fue un espíritu enérgico y audaz. En su juventud desafió toda clase de miseria, hambre y peligros; francamente aceptó la librea del servidor para no pedir limosna en las calles. Este vigor de voluntad, esta energía indomable, son visibles en sus obras. Entre todos los pintores del siglo XVII fue el más poderoso naturalista, y el poder y la fuerza de sus obras fueron tales, que ejercieron profunda influencia en muchos artistas del siglo XIX, especialmente en Bonnat y Ribot. En contraste con el Cinqueccento, que evitó la representación de la vejez, Ribera se sentía a sus anchas cuando pintaba caras arrugadas por la dura experiencia de la vida, cabellos grises, venas y tendones hinchados; Un fondo negro en el cual se desvanecen imperceptiblemente los contornos de los oscuros trajes de las figuras, una masa de piel rugosa y manos secas que observó en el natural; este es, generalmente, el contenido de sus cuadros. Pero no solo amó las formas fatigadas y duras de la vejez, sino también lo deforme, que el arte del siglo XVI nunca había interpretado; y sus mendigos de pies torcidos (en el Louvre) son trozos de realismo audaz. “Figuras semejantes pueblan también sus cuadros mayores. Si Caravaggio presentaba, como madonas y apóstoles, mujeres gruesas del Transtévere y arrugados porteros, Ribera las pintó como lo que eran, mujeres del mercado y campesinos de huesos broncíneos y rostros curtidos. Su Adoración de los pastores no es más que una escena en una
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de las rudas tribus pastoriles de los Abruzzos. Hombres de caras oscuras, de músculos recios, vestidos de piel de carnero, se amontonan rodeando a María. La naturaleza muerta, —la cesta de pan, el montón de paja, los pollos, el cordero—, forman un fragmento de cocina. En su Entierro de Cristo, el cuerpo del Redentor es el de un recio campesino napolitano. “El sombrío espíritu inquisitorial de la época se expresa en sus pinturas de martirios. Aquí se desuella a Bartolomé; allí se quema a Lorenzo o Andrés pende de la cruz, mientras un soldado trata de desprender el cadáver antes de que se haya desatado la cuerda que sujeta la muñeca en el madero.” Cuando, para variar, acude a la antigüedad, escoge martirios y coloca junto a las víctimas cristianas a Marsias, Ixión y a Prometeo” “Pero este mismo hombre, unilateral al parecer, pintor de torturas y de filósofos mendigos, logra en otras ocasiones representar maravillosamente el éxtasis espiritual, y a veces nos sorprende con un tipo melancólico de doncellas de grandes ojos oscuros y soñadores. Así, por ejemplo, su Santa Inés (en el Museo de Dresden) y su Inmaculada de Concepción (en Salamanca), revelan delicadeza psicológica; junto a un modo radiante de pintar la luz no alcanzado por ningún pintor italiano. “El camino abierto por Ribera fue seguido por otros artistas cuya actividad se desarrolla no ya en Italia, sino en España. La vía estaba preparada y una serie de espíritus vigorosos proclamó con fuerte naturalismo lo que Ribalta y Roelas habían expresado bajo las formas del Renacimiento. El siglo XVII fue la época del mayor desarrollo de la cultura en España; fue cuando Calderón escribió sus poemas místicos y románticos, y los escultores produjeron esas obras maestras de luminosa policromía ante las cuales nos detenemos asombrados en las iglesias españolas. Para los pintores hubo también abundante trabajo, gracias a la fundación de monasterios por Felipe III y el Conde de Lerma; y, dueños ya de una poderosa técnica, fueron en cada gota de su sangre, verdaderos españoles. “En el arte español vive la religión española. La pasión y el fanatismo ascético, el fervor extático, están representados en la pintura religiosa con vigor naturalista. En un Estado como el español, además con sus grandes y sus príncipes de la iglesia, el retrato encontró campo como
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ninguno antes. Esta es la época de aquellos retratos en que la solemne grandeza y el hastío, la majestad y la locura se funden en conjunto indescriptible. “Francisco de Zurbarán es el pintor del clero y de las órdenes monásticas. Al contemplar sus cuadros de cacería estaría en una sombría celda de claustro. El crucifijo de madera cuelga sobre el mundo blanqueado; sobre una silla de paja, el libro sagrado, impreso en grandes caracteres negros y rojos; el banco de oraciones, y sobre él una calavera que recuerda la inestabilidad de las cosas humanas; luego, filas de libros, folios en pergaminos. En medio de este espacio solemne, graves figuras se mueven envueltas en hábitos blancos de lana, la cruz de la Orden sobre el pecho; hombres que en la soledad han olvidado el lenguaje y solo tratan con los santos del cielo. A veces son extraños, extáticos, convulsos por la plenitud del sentido espiritual, e irradian luz adentro, como escondidas hogueras. Pero a menudo también los pinta en la vida monástica de cada día leyendo, escribiendo y meditando. En vez del aspecto selvático de los personajes de Ribera, reina aquí una inefable sencillez, sobria y tranquila. Los objetos en derredor, — los vasos, las frutas, el pan, el tosco material de los hábitos, los folios y la silla de paja—, están reproducidos con la objetividad del pintor de la naturaleza muerta. Si, no obstante, los cuadros de Zurbarán suelen producir la impresión de lo terrible que nos asusta en Castagno y en Miguel Ángel, es solo por la grandeza de los líneas. Los pliegues de los largos hábitos blancos son estatuarios; las siluetas grandes y majestuosas. Bandido místico, gigante de tiempos primitivos, parece el Monje en oración de la Galería de Londres; y el retrato de Pedro de Alcántara, con los ojos brillantes y el ademán solemne y amenazador, es realmente grandioso. De los cuadros mayores en los que, poeta épico de la vida monástica, relata la leyenda de las órdenes, cuatro escenas de su Vida de San Buenaventura, pintadas en 1629 para la iglesia de este Santo en Sevilla, han llegado hasta las galerías de París, Berlín y Dresden. Pero aún estas obras son pobres ejemplos de su arte. Zurbarán se revelará plenamente en la historia del arte cuando se conozcan sus obras escondidas en las iglesias de Sevilla y en las aldeas de las montañas de Extremadura”. En América existe buen número de cuadros de Ribera, principalmente en Nueva York y Boston. No abunda, ya se comprende, Zurbarán. El Museo Metropolitano de esta ciudad posee un San Miguel venciendo a
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Satán, cuya vivacidad de colores es probablemente rara dentro del estilo severo del autor. El mejor cuadro de Zurbarán que existe en América es, sin duda, el de la Academia de Bellas Artes de México: Cristo en Emaús. La composición es sencilla; la tonalidad oscura; ante la mesa de la colación, entre los dos discípulos, Cristo parte el pan, con expresión serena, beatífica, celeste.
Las Novedades, 28 de octubre, 1915, pp. 7-8.
LA HISTORIA DE MÉXICO
Mr. Hubert Howe Bancroft, historiador de los Estados del Pacífico, a quien no debe confundirse con el insigne George Bancroft, autor de la monumental Historia de los Estados Unidos, acaba de publicar un nuevo libro sobre México. Es éste refundición de otra historia de México anterior, conocida también bajo el título de Porfirio Díaz. Sobre la nueva obra dice el semanario The New Republic, en artículo que intitula Mitos mexicanos: “Como historiador Mr. Bancroft debe colocarse en la familia de Herodoto más bien que entre los escritores modernos. Gran pare de su historia fue escrita y publicada en 1887 bajo el título de Historia popular del Pueblo Mexicano.— El término pueblo, dice Mr. Bancroft, en la ausencia de una clase media inteligente como base del cuerpo político esencial en todo gobierno republicano bien ordenado, se aplica al elemento superior más bien que a las clases bajas, obreras, de la sociedad.— Tal era, también, el concepto que tenía, sobre el campo propio del historiador, el Padre de la Historia, llamado también el Padre de las Mentiras. La fidelidad con que sigue Mr. Bancroft el modelo de Heródoto se ve claramente en la manera como trata la historia de México anterior al Descubrimiento: “En el año 994, Huemac II ascendió al trono de Tollam. Pero pronto se entregó a practicar la maldad, cedió a los placeres del vino, y trató traidoramente a sus súbditos. Un hechicero llamado Loveyo reunió vasta multitud de hombres cerca de Tollan y los hizo bailar, al son de su tambor, hasta la media noche, hora en que, con la oscuridad y la embriaguez se empujaron hacia un precipicio y cayeron en un profundo barranco, donde fueron convertidos en piedra. Para apaciguar a los dioses irritados se ordenó un sacrificio de cautivos, pero cuando un niño, escogido por sorteo como víctima, fue llevado al altar, y el cuchillo se hundió en su pecho, no se le halló corazón, y las venas no tenían sangre. “Como bien podría esperarse, —continua diciendo The New Republic—, la narración continuada hasta 1914 conserva el carácter romántico que se observaba en las porciones escritas antes de 1887.
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Porfirio Díaz es siempre hábil, puro, benévolo. Madero era un pobre, débil teorizante que pesaba menos de 137 libras. —Mejor hubiera sido para los Madero, dice Bancroft, gozar de sus vastas tierras y numerosos ganados como antes, mejor para México (¡tal vez! ¿quién sabe?), el dominio benéfico de una suave dictadura y no la anarquía bajo el dominio de bandidos y asesinos.— Indudablemente. Pero lo que necesita el lector americano, que en estos momentos tal vez sienta responsabilidades para con México, no es una narración de sucesos mexicanos fundada en escarceos históricos y fantasías poéticas, sino verdadera información, que incluya la vida de las clases bajas, obreras, de la sociedad, junto con la de los jefes. Nos quedamos respecto de México más a oscuras de lo que estábamos antes que este libro se escribiera”.
Las Novedades, 21 de octubre, 1915.
ARTE DRAMÁTICO
Durante los últimos años se ha extendido y multiplicado la idea de enseñar el arte del teatro en las Universidades de los Estados Unidos. Harvard y Columbia tienen cursos y museos especiales de arte dramático, donde se aprende la técnica de la composición teatral. Los resultados son ya satisfactorios. El Profesor Brander Mathews dirige los trabajos de este género en la Universidad de Columbia. Ha iniciado, entre otras cosas, la publicación y reimpresión de obras importantes sobre arte teatral. Hasta ahora han aparecido: el Arte nuevo de hacer comedias, de Lope de Vega, traducido al inglés, con introducción por Mr. Mathews; La auto-biografía de un drama, del dramaturgo norteamericano Bronson Howard muerto ya, con introducción de Augustus Thomas, el decano del teatro en los Estados Unidos; La ley del teatro, de Brunetiere, con introducción del dramaturgo inglés Henry Arthur Jones; Robert Louis Stevenson como dramaturgo, estudio de Sir Arthur Pinero, con introducción del joven escritor norteamericano Clayton Hamilton. Estas cuatro obras forman primera serie. La segunda contiene trabajos de Talma (con introducción de Sir Henry Irving), de Coquelin (con introducción del novelista Henry James), de Fleming Jenkins y de William Gilette, sobre el arte del actor.
STEVENSON Sobre Robert Louis Stevenson se han escrito, después de su muerte, ocurrida en 1894, no pocos libros, y artículos sin cuento. El culto de Stevenson comienza, sin embargo, a declinar —como todos los cultos literarios— es de temer que siga declinando, y que la antítesis que ahora va difundiéndose llegue a ser aceptada sin discusión, perezosamente, hasta que, dentro de veinte o treinta años, los nuevos hombres de le-
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tras lean íntegramente al autor de La isla del tesoro y señalen cuáles son las partes definitivas de su obra. Entre los trabajos que últimamente se han publicado sobre Stevenson se cuentan sendos estudios de Henry James y de Havelock Ellis. La biografía, para niños y niñas, de Miss Jacqueline M. Overton, y la hermosa Vida escrita por Graham Balfour, ahora reimpresa, sin contar los artículos de reminiscencias personales, como los de Arthur B. Maurice en La Nueva York de los novelistas (recuérdese que Stevenson vivió muchos años en los Estados Unidos). Mientras James todavía declara que Stevenson es, de todos los escritores recientes, el más cordialmente amado por su público, el que poseyó en mayor grado el don de simpatía. Havelock Ellis lo declara mero estilista. Comentando los libros de Balfour y de Miss Overton, Mr. W. G. Blaikie Murdock sostiene ideas semejantes a las de Havelock Ellis. Para él, Stevenson es un escritor superficial, artificioso señor del estilo y frío maestro de la técnica novelística. Indebidamente, a Stevenson le ha hecho daño aquel maravilloso ensayo autobiográfico sobre el arte de escribir, en que declaraba haber imitado muy diversos estilos para llegar a adquirir el dominio del suyo. No advirtiéndose que útil o no el procedimiento que Stevenson recomendaba, en él, seguramente, habían desaparecido las huellas de los estilos ajenos, hay quien le llame imitador. Y como dentro de la selva de su producción no siempre se atina a leer otra cosa que las novelas de aventuras, hijas de su amor a deleitar la imaginación objetivamente, suele creerse que en él faltó la pasión, el sentido de humanidad. El verdadero lector de Stevenson sabe, porque ha leído su Old Mortality y su Christmas Sermon, que él fue uno de los más humanos y profundos escritores, uno de los más exquisitos “artistas morales”, de los que saben hacer arte, con los sentimientos delicados y las virtudes nobles.
Las Novedades, 4 de noviembre, 1915, p. 7.
LA AMÉRICA LATINA
Entre los libros recientes sobre la América Latina publicados en este país se cuentan los de William E. Aughinbaugh; de Alberto B. Martínez y Maurice Lewandowski (traducido del francés por Bernard Miall); de W. A. Hirst y de Edward Alsworth Ross. El primero se intitula Selling Latin America (Como se vende en la América Latina); el segundo, La Argentina en el siglo XX; el tercero, Guía de la América del Sur; el cuarto, South of Panama (Al Sur de Panamá). El primero, obra de un hombre de varia y amena cultura, que es médico y abogado a la vez, y ha viajado extensamente por nuestra América, es sin embargo, de carácter práctico. Comienza con generalidades poco interesantes, de las que caben en la descripción geográfica de cada país, y luego trata de sus experiencias personales en materia comercial. Aunque ésta solo debe interesar a los hombres de negocios, el Dr. Aughinbaugh ha sabido tratarlas en forma animada, a veces humorística, en que cualquier lector puede hallar solaz. El libro de Martínez y Lewandowski es bien conocido y estimado por su extensa descripción del progreso de la República Argentina. Publicado ya en inglés en 1911, su edición de este año es ya la segunda. La Guía de Mr. Hirst es un libro de carácter práctico, lleno de útiles indicaciones y contribuirá a estimular el deseo de conocer los paisajes meridionales. El libro Al Sur de Panamá, de Mr. Ross, profesor de sociología de la Universidad de Wisconsin, tiene especial importancia, y según el semanario The Outlook, merece colocarse junto a los mejores sobre el asunto, como La América del Sur, del insigne Lord Bryce, y A través de la América del Sur, de Hiram Bingham, de gran interés geográfico y arqueológico. Disentimos de la opinión de Outlook. El Profesor Ross está demasiado lejos de ser imparcial: cree demasiado en la superioridad de las costumbres norteamericanas, para juzgar con ecuanimidad. Observa hasta cierto punto, con exactitud, y así cree cumplir su deber de sociólogo: además, juzga: tal vez así crea también cumplir como hombre de ciencia. Pero, suponiendo que la ciencia juzgue, ¿será científico el criterio protestante norteamericano? El afán de juzgar, —
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de censurar, sobre todo—, le da al libro de Mr. Ross un tono polémico, enteramente anticientífico, y aunque el profesor de Wisconsin es autor de muchos libros, su falta de plan y de método es asombrosa: ni siquiera puede precisarse a qué países pretende incluir en sus generalizaciones. En conjunto, el libro es más un producto de “vanidad nacional” que de estudio científico. Si a alguien puede servir, no es sin duda a los norteamericanos, es a los educadores de la América del Sur que allí encontrarán de bulto defectos dignos de la atención del pedagogo. Si la América del Sur, como centro comercial, atrae ahora las miradas de los Estados Unidos, México, por agitaciones políticas, no las atrae menos. Los libros escritos sobre la vecina República son infinitos. En número reciente, el Evening Post publicó un interesante artículo de John Richard Brown sobre México en la literatura, en que menciona los mejores libros que tratan sobre aquel país. México, —según Mr. Brown—, en un país misterioso. Por lo general, juzgado por los mexicanos, México es desconcertante, juzgado por los extranjeros, es un país fantástico que los mexicanos no reconocen. “México, —dice— no es solo un país de grandes distancias, sino un país de unidades sueltas. No es homogéneo ni en la naturaleza ni en la vida social. Tiene climas de toda especie, y topografías de todas variedades. Una descripción de Chihuahua no podría pasar como descripción de Puebla; Monterrey nada tiene de común con Yucatán. “México ha atraído más al hombre de ciencia y al viajero que al artista. Todos los viajeros, al visitarlo, admiran lo pintoresco del país, y deciden escribir un nuevo libro de viajes. Al regresar, afortunadamente, la mayoría olvida esta resolución... Pero a veces estos libros son de lectura deliciosa. C. R. Enoch llama a su libro, audazmente, México, la tierra romántica. Mrs. E. F. Gooch, en cambio, quiere demostrarnos que conoce el alma del pueblo, al titular su obra Cara a cara con los mexicanos. Thomas A. Janvier, siempre amable, y lleno de sorpresas, escribió una Guía Mexicana que todavía no está atrasada, y cuando se leen sus Leyendas de la ciudad de México se entiende a Prescott... F. Hopkinson Smith, el novelista, escribió Un paraguas blanco en México, en que se demuestra que algunos mexicanos, por lo menos, suelen tener verdadero encanto. El Mexicano pintoresco, de M. R. Wright, está lleno de cuadros de costumbres olvidadas y maravillosos paisajes. A. M. Balou llegó al país lleno de prejuicios contra la Iglesia Católica, pero cuando se olvidó de los curas, su Tierra Azteca es una explicación concienzuda.
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“Hay tanto que descubrir en México, que abundan los libros llenos de sorpresas. H. Gadow, en su A través de México meridional, nos da la impresión de las grandes distancias y las costumbres remotas; S. D. Kirkham, en sus Mexican Trails, da vida al carácter indígena y aporta una contribución valiosa a la psicología de razas; Carl Lumholtz, en su México desconocido (de que hay una traducción castellana), nos lleva a través de las ricas provincias de Tepic, Jalisco y Michoacán, de las cuales poco se sabe fuera. “Libros científicos sobre México no había, y los hay que pueden ser leídos por todos. Dos amantes de los pájaros en México, de C. W. Beebe, es una obra que leerán con gusto cuantos amen la naturaleza”. La Historia de México de Hubert Howe Bancroft es poco interesante; Mr. Brown le concede valor como obra de consulta, pero es mucho conceder... J. W. Foster habla con experiencia de diplomático. C. F. Lummins, en El despertar de una nación, describe las condiciones políticas y económicas. “El México hoy” de T. U. Brocklehurst —dice Brown—, es antiguo ya, pero sus estudios de costumbre no han sido superados. México y sus gentes hoy, de N. O. Winter, es mucho más reciente y completa a Brocklehurst. Hay también muchos libros sobre temas históricos y sobre la raza indígena. De ésta tratan F. Starr, en México indio y Más allá de las sierras mexicanas. W. H. Bishop, en El México antiguo y sus provincias perdidas estudia el país en los tiempos en que poseía parte de los que ahora son Estados Unidos. México y los mexicanos, de H. Conkling, es un esfuerzo para discernir los elementos de raza que entran en la actual formación del pueblo. El Dr. Charney es autor de Antiguas ciudades del Nuevo Mundo. H. M. Flint ha escrito sobre México bajo Maximiliano, y S. Y. Stevenson cuenta las reminiscencias de una mujer sobre Maximiliano en México. Sobre la situación actual habla Stephen Bonsal en El Mediterráneo americano, entre otros muchos. Así R. J. MacHugh, en su México moderno, expresa opiniones de inglés imperialista, según Mr. Brown, y El verdadero México de Hamilton Eyfe y The Wonderland of the South de W. E. Caron son a manera de cinematógrafos literarios, reales, pero demasiado rápidos.
Las Novedades, 11 de noviembre, 1915.
EN HONOR DE CHOCANO
El sábado último, el poeta Salomón de la Selva y nuestro compañero de redacción, Dr. Pedro Henríquez Ureña, ofrecieron una reunión, de carácter íntimo, para presentar al gran poeta José Santos Chocano a un grupo de hombres de letras de los Estados Unidos. Hallábanse presentes Thomas Walsh, el poeta de forma selecta, admirable traductor de Fray Luis de León, y autor del libro de versos The Pilgrim Kings, que acaba de obtener gran éxito en el mundo literario; William Rose Benét, uno de los poetas que marchan indiscutiblemente a la cabeza de la nueva generación; Alfred Coester, a quien la literatura hispano-americana deberá su primera historia completa; Ralph Roeder, actor de sonora voz, poeta dramático y traductor de Musset y D’Annunzio; y los jóvenes poetas Daniel E. Wheeler y Earl Simonson. Enviaron expresiones de simpatía a Chocano, lamentando verse impedidos de asistir a la reunión, el eminente fundador de la Sociedad Hispánica, Archer M. Huntington, y los distinguidos poetas Percy MacKaye y Joyce Kilmer. De España y la América latina se encontraban allí el culto historiador venezolano Dr. Ángel César Rivas, el estimado escritor español Manuel Romera Navarro; y los redactores de Las Novedades, Manuel de J. Galván y Manuel F. Cestero. Chocano leyó cuatro de sus composiciones, de diferente tonalidad cada una: Oda Salvaje, La ciudad aventura, La ciudad durmiente y La canción del camino. Salomón de la Selva las leyó traducidas al inglés. Los aplausos tributados a la poesía de Chocano fueron, como siempre, de calurosa admiración. William Rose Benét leyó su exquisita oda mística The Falconer of God; Thomas Walsh, su delicado Ad Astra y su solemne Coelo et in Terra. De las tres poesías se leyeron versiones castellanas de Salomón de la Selva. Luego leyó éste su nueva composición The Pilgrim’s Tale, y amables versos de Wheeler. Ralph Roeder leyó la página On the Dance
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de Henríquez Ureña, y lució su hermosa voz y su fina dicción en The Bells de Edgar Poe, a solicitud de Chocano. La conversación estuvo siempre animadísima, y se dio, lo creemos, un paso firme hacia las mejores relaciones literarias entre las dos américas.
Las Novedades, 18 de noviembre, 1915.
EL ROMANCE ESPAÑOL EN LOS ESTADOS UNIDOS
Dondequiera que se habla castellano existe el romance popular, ha dicho don Ramón Menéndez Pidal, discípulo predilecto y sucesor de Menéndez y Pelayo en la primacía de la erudición española. Los romances que la gente de Castilla cantaba en los siglos XV y XVI han sobrevivido en boca del pueblo. No sobreviven todos, porque la producción de la musa popular fue enorme, pero sí muchos. Estos comenzaron a recogerse en todo el territorio de la península, tanto en las regiones donde se habla sólo el castellano como en las que usan otro idioma. El romance, ha podido comprobarse, existió y floreció, no sólo en castellano, sino también en portugués, en gallego y en catalán. Después las investigaciones se extendieron, y el romance apareció en boca de los antiguos judíos españoles, diseminados hoy en Asia, África y Europa: dondequiera que los judíos han conservado el idioma castellano, conservan, con él, el romance. En América se sabía la existencia del romance y hasta sus posteriores desarrollos locales, pero nadie había recogido las pruebas de boca del pueblo. El primero que las recogió fue don Ramón Menéndez Pidal, en su viaje a la América del Sur. En pocas semanas pudo recoger muchos romances que se cantan en el Ecuador, el Perú, Chile, la Argentina y el Uruguay. El ejemplo del maestro animó a otros trabajadores, y ya existen colecciones de romances recogidos por Julio Vicuña Cifuentes, en Chile; por Ciro Bayo en la Argentina; por Pedro Henríquez Ureña, en Santo Domingo; por la señorita Carolina Poncet y José María Chacón y Calvo, en Cuba; y por Antonio Castro Leal, en México. En boca de colombianos y centro-americanos hemos oído a veces, fragmentos de romances. Así, en Colombia existen, según el poeta Leopoldo de la Rosa, romances sobre La pasión de Jesús, en los cuales se han intercalado trozos de uno antiguo, como este curiosísimo: Los peces daban gemidos por el mal tiempo que hacía...
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EL ROMANCE ESPAÑOL EN ESTADOS UNIDOS
En Nicaragua, según el poeta Salomón de la Selva, se cantan el de Fonte-frido, fonte-frida... cambiándose a veces el primer verso por la forma Fonterrabia, fonterrabia: el de Delgadina, y el de Hilo de oro. Pero nada prueba la vitalidad de esta manifestación poética como su supervivencia en los Estados Unidos, entre las gentes de habla castellana que habitan en las regiones pertenecientes en otro tiempo a México (Nuevo México, Colorado, Arizona, Oklahoma, Texas, California) y probablemente también en Florida. —El distinguido profesor de la Universidad de Stanford (Palo Alto, California), Aurelio M. Espinosa, conocido por sus estudios de folklore, acaba de publicar en la Revue Hispanique de Foulché-Delbosc, reimprimiéndolo luego por separado, su Romancero nuevomejicano, es decir, su colección de romances populares de los Estados de Nuevo México y Colorado. El profesor Espinosa no se extiende en largos análisis de los cantares que recoge. “Se limita a dar las breves indicaciones y explicaciones pertinentes, porque, a su juicio, lo que procede es reunir materiales para el grande y definitivo Romancero de Menéndez Pidal. “Desde la primera colonización española de 1598 —dice en la introducción—, hasta el año de 1846, o sea durante dos siglos y medio, Nuevo México fue el centro exclusivo de una antigua colonia española, que se mantenía separada y aislada de la cultura española y mexicana y casi independiente en su gobierno...” El elemento inglés que entró en 1846 no ha cambiado todavía el lenguaje de los descendientes de raza española, y la tradición castellana vive en Nuevo México como en cualquier otro país español.” Los romances tradicionales recogidos por Espinosa son: Delgadina, seis versiones; Gerineldo, tres versiones; La danza y el pastor, o La zagala (“Una niña en un balcón –le dijo a un pastor: Espera…”), cuatro versiones; La esposa infiel, asonante en i (“Francisquita, Francisquita, la de cuerpo muy sutil…”) cuatro versiones; asonantes en a y en o (“Andábame yo paseando por la orilla del mar…”), dos versiones; La aparición (“En una playa arenosa, una blanca sombra vi…”), tres versiones; Las señas del marido; El mal de amor; Membrano (Malbrú), y El piojo y la liendre, los cuatro últimos en sendas versiones únicas. No menos importante es el segundo grupo recogido por el Profesor Espinosa; de veinticinco romances modernos y vulgares, la mayor
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parte de ellos compuestos por el pueblo mexicano. Entre ellos figuran el popularísimo de Macario Romero y el de La chaparrita, conocidos en toda la República de México. Por último, a los romances agrega el señor Espinosa décimas (veinticuatro) y juegos de niños, rimas infantiles, coplas de cuna, conjuros y danzas. La quinta y última sección la dedica a las melodías, y transcribe unas cuantas. En este último aspecto las labores del profesor Espinosa merecen cotejarse con las del notable compositor mexicano Manuel M. Ponce, ahora residente en la Habana, quien ha hecho largo estudio de la música popular de su país, como lo demuestran su conferencia de 1913 y sus admirables transcripciones y rapsodias.
Las Novedades, 18 de noviembre, 1915, p. 7.
MÉXICO EN LA LITERATURA
Mr. John Richard Brown, escribiendo en el Evening Post sobre México en la literatura, considera que la multitud de libros referentes al país vecino revelan muy diversos modos de comprenderlo, pero pocas veces llegan al alma del pueblo. “Ha sido siempre más fácil fotografiar a México que pintarlo, más fácil describir sus costumbres que interpretar su espíritu”. Como su artículo se refiere a los libros de fecha reciente, se explica que no mencione el mejor de todos los escritos por extranjeros, sobre las costumbres mexicanas: Life in Mexico, de madame Calderón de la Barca, la esposa inglesa del ministro español en el México de Santa Anna. La admirable biblioteca clásica Everyman lo reimprimió hace tres años. Existe una traducción española, hecha por el distinguido escritor mexicano don Victoriano Salado Álvarez, con notas; el Museo Nacional de México iba a emprender su impresión, pero creemos que aún no se publica. “Es extraño, —dice Mr. Brown—, que el libertador mexicano, el cura Hidalgo de Dolores, haya recibido poca atención de los escritores extranjeros. A. H. Noll y A. P. Mac-Mahon tratan de suplir esta falta en un libro que se han atrevido a titular Vida y época de Miguel Hidalgo y Costilla. Entre las obras de género novelesco escritas por extranjeros sobre asunto mexicano, ninguna según Brown, es de primer orden; ninguna será clásica. El inglés Rider Haggard, en su Corazón del mundo, trató de pintar la civilización maya: pero se entregó por entero a fantasear, y el resultado no fue satisfactorio. Muchas novelas hay sobre la caída del Imperio Azteca ante la invasión española. En el teatro, Dryden, a fines del siglo XVII, produjo la tragedia, ya enteramente olvidada, que intituló La conquista de México. Sobre la época anterior a la llegada de los invasores europeos, existe El tesoro de los Aztecas, ingeniosa novela de Janvier. De la conquista tratan las sentimentales novelas de R. M. Bird, Calvar y Cortés; la de Kirk Munroe, Los conquistadores blancos; las Narraciones de la conquista de México y del Perú, de W. Dalton. E. Maturin es autor de Montezuma: el último azteca, y pinta
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al emperador indio como víctima trágica pero noble; lo contrario hace J. H. Ingraham en Montezuma el siervo. W.W. Fosdick, en Malmiztic el Tolteca, crea una figura heroica y romántica. Mucho más realista se muestra F. A. Ober en Las minas de oro de Montezuna. Pero de todas las novelas sobre tema azteca la más famosa es la de Lew Wallace: El dios rubio. Obra de juventud del autor de la popularísima novela Ben Hur, es, sin embargo, la mejor que escribió, según Mr. Brown, y quizás la única escrita sobre el asunto que tiene posibilidades de durar. De los tiempos posteriores a la conquista tratan La hija de Montezuna, de Rider Haggard, Despojos de imperio, de Thorpe, y Abdala el moro y el caballero español, de R. M. Bird, en que hay escenas de la Inquisición. “El México contemporáneo, dice más adelante Brown, es conocido en el mundo por sus tres grandes crisis internacionales; la guerra con los Estados Unidos por la soberanía de Texas; la tragedia de Maximiliano; el reino de Díaz y lo que ha venido después. Cada una de estas crisis ha producido su literatura propia... No nos enorgullecemos al recordar lo que ocurrió cuando la cuestión de Texas agotó a nuestro país. Las hazañas de la guerra, la toma de Veracruz, la entrada a ciudad de México, son acontecimientos que brillan bien poco, a nuestros ojos de hoy... Aceptamos lo ocurrido como hecho consumado de la historia; damos razones y explicaciones, pero no podemos atrevernos a presentar justificaciones. La aventura mexicana en que se enredaron los Estados Unidos produjo en el Norte toda una literatura de protesta. Los tres poetas de aquel entonces cuya fama no era solamente local, sino nacional, eran Lowell, Whittier y Longfellow. Los tres estuvieron unánimes en condenar nuestra actitud y las causas de la guerra”. En comprobación Brown cita The Biglow Papers y Las campanas de San Blas, de Longfellow; Los ángeles de Buena Vista, de Whittier. Aun debemos citar la vigorosa Oda a Channing, en que Emerson flagela duramente a los Estados Unidos por el despojo de México. Las novelas no siempre responden al sentimiento de justicia que animó a los poetas. Entre las que tratan de estos acontecimientos menciona Mr. Brown: Remember the Alamo, de Amelia Barr; White Scalper, de Aimard; Inés, de Mrs. Evans; Mercedes, de Wrexhall; Vidette, de Curtis; Vida salvaje, de Mayne Reid, y El sueño de un trono, de Embree.
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Con relación a la época de Maximiliano se han escrito obras como The Missourian de Eugene Lyle (en que habla de los norteamericanos que iban a México durante el Imperio); Las joyas de la corona, de Moffett; Carlota, de Dargan, y Rodericks Taliaferro, de George O. Cook. Sobre la época de Díaz, se escribieron muchos libros triviales en que se describía la aparente prosperidad del país, pero poca cosa de valor. Viva México, de C. M. Flandrau, es un ejemplar de esa literatura. Aventuras individuales en México han dado tema a novelas románticas como The Star Gazers, de A. Carter Goodloe, y The Planter, de Herman Whitaker. Finalmente, aunque Mr. Brown no las mencione, recordaremos las novelas del popular Rex Beach sobre la vida en la frontera, muy leídas, y Su gran aventura, de Robert Herrick, obra en la que el talento de este buen escritor se desperdició en narraciones extravagantes. Sin embargo, contenía breves notas de psicología del pueblo mexicano, no muy exactas, pero al menos interesantes por su novedad y por sus ideas generosas.
Las Novedades, 18 de noviembre, 1915, p. 7.
EL BAILE
Cada día es mayor el interés, entre el público culto de todos los países, por la danza considerada como forma artística. Durante la season actual, en Nueva York, el baile está ocupando lugar prominente, gracias, sobre todo, a los artistas rusos. De pocos años a esta parte han comenzado a escribirse buenos libros sobre el arte y la historia de la danza. Entre los más recientes, uno de los mejores es, sin disputa, el intitulado The Dance: Its Place in Art and Life, obra escrita e ilustrada por los esposos Troy y Margaret Kinney (New York, Frederick A. Stokes Company, 1914). Los Kinneys, que son a la vez pintores y escritores, exponen en su libro cuanto puede interesar al lector culto sobre el baile. Primero, la explicación sucinta de lo que fue la danza en Egipto, en Grecia y en Roma, en la Edad Media y en el Renacimiento. Este estudio ocupa poco más de cincuenta páginas; arranca de las épocas francamente históricas y presenta la danza como florecimiento artístico dentro de la civilización. Los orígenes se dejan, como muy buen recuerdo, para el sociólogo. Al artista, al lector que busca elementos para comprender el sentido estético de la danza, no le hace falta conocerla sino cuando pasa de la forma ritual a la propiamente artística. A través de las animadas páginas de los Kinneys, vemos cómo la danza alcanza su culminación (quizás no igualada todavía) en Grecia, decae luego en Roma, vuelve a levantarse, bajo la influencia eclesiástica, en la Edad Media, y al fin, durante el Renacimiento, adquiere las formas del ballet de teatro y de los bailes modernos de las cortes. Al llegar aquí, los Kinneys explican cuidadosamente, con profusas ilustraciones, la significación y la forma de cada baile, y dedican capítulo especial a la técnica del ballet, sin cuyo conocimiento estiman difícil saber apreciar su mérito. Esta descripción técnica está lejos de ser meramente formal: los Kinneys dan además la teoría estética de la significación del ballet. “La danza —dicen— es música visual, los pasos son notas: un encadenamiento o serie de pasos equivalente a una frase musical: un baile completo equivale a una canción; el ballet es una orquesta. La danza
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del género ballet, como tal, no se basa en la imitación de la naturaleza: es una convención, una estilización, análoga a la ornamentación decorativa. Su objeto es la belleza perfecta de línea y ritmo.” Háblase luego de la edad de otro baile francés-italiano: el siglo XVIII, y en seguida de los bailes populares en Europa (principalmente los de Italia y España, que son los más importantes) y en Oriente desde los árabes hasta el Hawai). Tres capítulos explican cómo ocurrió la transformación del baile artístico que nos ha dado esta universal renovación del interés por su significación estética. El ballet se estilizó, durante el siglo XIX, en la lucha por la simple brillantez técnica llegó a ser forma artificial, fría, vacua. En la ópera, muchos espectadores acabaron por considerarlo impedimento y estorbo. Wagner, después de Tanhäuser, lo suprimió de sus dramas musicales, y su ejemplo lo siguieron a la postre, hasta los compositores franceses, los más tiranizados por la exigencia del divertissement en la ópera. La introducción de la danza en la ópera debe depender, a nuestro juicio, del carácter de cada obra; nadie querría ver interrumpido el desarrollo espiritual de Tristán e Isolda con intermedios decorativos de baile; pero los rusos han demostrado que todavía pueden estos ser elemento armónico de belleza en obras donde haya episodios ornamentales. La revolución romántica, como le llaman los Kinneys, parte de Isadora Duncan, idealista completa. Esta mujer extraordinaria produjo la revolución porque estudió el problema estético del baile desde sus cimientos. Los artistas de ballet hicieron de éste una forma académica, en la cual se había perdido de vista la belleza por atender la agilidad: se había pasado del arte al acrobatismo. Isadora Duncan, entrándose a los fundamentos del problema, topó con este: el arte no es imitación de la naturaleza (concepto pueril, desdeñado por toda inteligencia filosófica), pero como trabaja con elementos arrancados a la naturaleza para apreciar el valor de aquellos elementos y la belleza que puede obtenerse de ellos. De este “retorno a la naturaleza”, Isadora Duncan extrajo un sistema artístico suyo propio, enteramente distinto y opuesto al ballet. En opinión de los Kinneys —no claramente expresado en el libro—, el arte de Santa Isadora no es precisamente baile, sino que cabe dentro de la vasta esfera del arte mímico, del cual forman parte el del actor y el del danzarín. Y sin embargo, este baile apenas bailado, esta nueva forma, es el origen de la revolución. Isadora Duncan recorrió toda Europa sorprendiendo a los públicos con sus inesperadas revela-
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ciones y finalmente llegó a Rusia. Petrogrado y Moscow contaban con los mejores cuerpos de baile existentes en teatros europeos. Todo estos bailarines famosos de Rusia, Anna Pavlova, Tamar Karsavina, Lydia Lopokova, Nijinski, Bolm Mordkin, Volinine, eran consumados maestros en la técnica del ballet; pero tanto ellos como Fokine, uno de sus directores, estaban hastiados de la monotonía de las formas tradicionales: la llegada de Isadora Duncan fue para ellos una revelación, fue la chispa de donde partió el incendio que ha cundido por todo el mundo artístico. Santa Isadora les dio lo que les faltaba, el nuevo sentido estético, la inteligencia de la plena significación de la danza. Y así, ellos, sin alterar los métodos técnicos que habían aprendido, crearon esta nueva forma espectacular, llena de pasión y de esplendor decorativo. Técnicamente, no adoptaron los métodos de la Duncan, pero con el espíritu nuevo hicieron del ballet un arte nuevo, hicieron otra vez un arte vivo. El libro de los Kinneys narra la historia de este movimiento, y en esto se distingue de otros sobre el asunto, en los cuales no se establece la relación que existe entre Isadora Duncan y los rusos. De estos son grandes devotos los autores, y explican con maestría el desarrollo de las nuevas formas, ilustrándolas con gran número de grabados. Los dos capítulos finales se refieren al baile de la sociedad y a las perspectivas que se presentan para el desarrollo de la danza, entre ellas la posibilidad y las ventajas de fundar una Academia Nacional de Baile en los Estados Unidos. El libro, en conjunto, está escrito en estilo animado y pintoresco. Las ilustraciones, pequeñas y grandes, de fotografías o de dibujo, son más de quinientas, y son de incomparable utilidad para la mejor inteligencia del tema. Entendemos que pronto se dará a conocer en castellano el extenso y bien documentado capítulo sobre el baile español, que los Kinneys estudiaron directamente en España durante largo tiempo.
Las Novedades, 25 de noviembre, 1915, p. 7.
LA FILOSOFÍA EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA
El movimiento filosófico de la América española raras veces ha sido estudiado en su conjunto. El único trabajo que conocemos en este sentido, es el sucinto, pero bastante completo, que presentó el distinguido escritor peruano Francisco García Calderón, en francés, al Congreso de Filosofía de Heidelberg en 1908. Este trabajo se publicó primero en una de las principales revistas filosóficas de Francia, y luego, en castellano, con adiciones, en el libro Profesores de idealismo. En otro libro suyo posterior: Las democracias latinas de América, que se publicó en francés y se ha traducido ya al inglés, García Calderón habla sintéticamente del movimiento filosófico en nuestros países. En México se han escrito dos libros, incompletos y desordenados, sobre la historia de los estudios filosóficos en el país. Uno es obra del Obispo Valverde Téllez; otro, del doctor Agustín Rivera. Contienen buenos datos sobre la filosofía en la época colonial, tanto sobre los españoles que la cultivaron en las primeras cátedras universitarias (entre ellos Fray Alfonso de la Veracruz, el amigo de Fray Luis de León) como sobre los mexicanos que más tarde se distinguieron, especialmente, en el siglo XVIII, el P. Gamarra, a quien parece no faltaron originalidad ni espíritu moderno, pues él introdujo a Descartes y a Locke en México. Pero si algún libro demuestra la importancia que en México tienen los estudios de filosofía, es, sin duda, el que acaba de publicar el joven y cultísimo pensador Antonio Caso (Problemas filosóficos. Ediciones Porrúa, México, 1915). Basta abrir el libro para darse cuenta que hay, detrás de él, toda una tradición y un ambiente de estudios filosóficos. Es más: todo lector avezado a los problemas que allí se discuten advertirá que el espíritu de renovación de que está lleno el libro, responde a la necesidad y al deseo de abrir nuevos horizontes en círculos intelectuales donde existen direcciones filosóficas arraigadas. Efectivamente: en las clases cultas de México se descubren orientaciones filosóficas bien claras y diversas. Dos, hasta ahora, se dividían el campo: la orientación religiosa, de abolengo escolástico, y la orientación posi-
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tivista, inspirada en Comte, Spencer y John Stuart Mill, y dueña de las escuelas públicas desde 1867, cuando, al fundar D. Gabino Barreda la Escuela Preparatoria, la organizó de acuerdo con la clasificación de las ciencias de Augusto Comte. Antonio Caso representa una tercera, y más moderna orientación: la que responde a las nuevas tendencias dominantes en Europa y en los Estados Unidos y representadas por Bergson, Boutroux, William James, Rudolf Eucken, Benedetto Croce, y la mayoría de los pensadores centrales del siglo XX.1 Esta nueva orientación es la que sigue la juventud mexicana, y ha penetrado en las escuelas oficiales, las de la Capital por lo menos. No solo existen cursos de filosofía en la Escuela de Altos Estudios (de la cual ha sido Caso director), sino que, contra la tradición de Barreda, han reaparecido en la Escuela Preparatoria, donde solo se estudiaban dos ramas de la disciplina fundamental: la lógica y la ética. En la Escuela de Jurisprudencia, además, las ideas nuevas han penetrado a través de los cursos de Sociología y de Filosofía del Derecho. Este movimiento comienza en 1906. “Numeroso grupo de estudiantes y escritores jóvenes se congregaba en torno a [la] novísima publicación (la revista Savia Moderna, fundada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón); la cual, desorganizada y llena de errores, representaba, sin embargo, la tendencia de la generación nueva a diferenciarse francamente de su antecesora, a pesar del gran poder y del gran prestigio intelectual de ésta. Inconscientemente, se iba en busca de otros ideales, se abandonaban las normas anteriores: del siglo XIX francés en letras; el positivismo en filosofía. La literatura griega, los siglos de oro españoles, Dante, Shakespeare, Goethe, las modernas orientaciones artísticas de Inglaterra, comenzaban a reemplazar al espíritu de 1830 y 1867. Con apoyo en Schopenhauer y en Nietzsche, se atacaban ya las ideas de Comte y de Spencer. Poco después comenzó a hablarse de pragmatismo. . . “En 1907, la juventud se presentó organizada en las sesiones públicas de la Sociedad de Conferencias. Ya había disciplina, crítica, método. El año fue decisivo: durante él acabó de desaparecer todo resto de positivismo en el grupo central de la juventud. De entonces data ese En la edición impresa se escribía “siglo XIX”, evidente errata que PHU corrige a mano, en el recorte de este texto en su Archivo. N.d.e. 1
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movimiento que, creciendo poco a poco, infiltrándose aquí y allá, en las cátedras, en los discursos, en los periódicos, en los libros, se hizo claro y pleno en 1910 con las Conferencias del Ateneo (sobre todo en la final, la de José Vasconcelos sobre “Don Gabino Barreda y las ideas contemporáneas”), y con el discurso universitario de don Justo Sierra, quien ya desde 1908, en su magistral oración sobre Barreda, se había revelado sabedor de todas las inquietudes metafísicas de la hora. Este movimiento, cuya representación ha asumido ante el público Antonio Caso, tiende a la restauración de la filosofía, de su libertad y de sus derechos. La consumación acaba de alcanzarse (1913) con la entrada de la enseñanza filosófica en el curriculum de la Escuela Preparatoria...”2 Ya antes, en 1909, Caso había dado una serie de conferencias sobre el positivismo. Entre los muros de la Preparatoria, la vieja escuela positivista, volvió a oírse la voz de la filosofía, que reclamaba sus derechos inalienables. Luego dio, en 1912, el primer curso libre, sin costo para la nación, de la Escuela de Altos Estudios, y tuvo éxito extraordinario: la concurrencia fue numerosísima, y el disertador hizo exposiciones admirables sobre la filosofía griega. Su palabra alcanzó a veces la magistral elocuencia de Hostos. La libre investigación filosófica, la discusión de los problemas metafísicos, hizo entrada de victoria en la Universidad. Ahora da Caso a luz su primer libro (anteriormente había publicado solamente conferencias, en forma de folleto). Contiene ocho estudios ligados entre sí por la unidad de tendencia. El primero, “Perennidad del pensamiento religioso y especulativo”, define el campo de la ciencia como investigación limitada a las leyes de los fenómenos, sin penetrar a la esencia que se esconde detrás de ellos; esta esencia es el tema propio de la filosofía. Las modernas corrientes de pensamiento tienden a declarar que no es la razón, no la inteligencia raciocinante, la que llega al fondo de los problemas esenciales del universo; sino que la intuición espiritual es la que se acerca a iluminarlos. La intuición, pues, es la que nos da las grandes tesis metafísicas; y en la intuición se apoyan también las tendencias religiosas. En el contenido de la conciencia Pedro Henríquez Ureña, “La cultura de las humanidades”; discurso pronunciado en la inauguración de las clases del año de 1914, en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México. [N.d. Arturo Roggiano, p. 222]. 2
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creyente —afirma Caso—, existe la infalible noción de una dependencia inevitable que une al hombre al bien y a la inmortalidad, como lo han visto Schleiermacher y Tolstoi. Pero ni el espíritu religióso, concebido así, ni la especulación metafísica, pueden negar las conquistas de la ciencia. Es más: nuestra época, en vez de contraponer la metafísica y la ciencia, las relaciona como partes que completan el estudio del universo. La metafísica (palabra que ha recobrado su alta dignidad como nombre de la disciplina filosófica principal) tiene que tomar en cuenta todo paso que dé la ciencia; y la ciencia vive y progresa sostenida por el concepto general, o sea metafísico, del mundo. Detrás de toda investigación científica moderna, apenas se profundice, aparece la creencia filosófica de los sabios, por ejemplo: la hipótesis de la unidad de la sustancia, de la identidad de materia y energía, que se halla detrás de toda la física contemporánea. Muy útiles, por su exactitud, las “Definiciones” y la “Clasificación de los problemas filosóficos”. No lo es menos, por su precisión sintética, la “Breve historia del problema del conocimiento”, en que señala los antecedentes de la crítica epistemológica en Grecia, desde Pitágoras y Sócrates, admirablemente llamado “el mayor de los críticos en la historia del pensamiento filosófico”; el verdadero papel de Descartes, iniciador de la actitud moderna ante el problema (inventor de él, según Schopenhauer); la evolución que va del cartesianismo hasta la Crítica de la razón pura de Kant, “monumento máximo de la literatura epistemológica” y, finalmente, los nuevos rumbos abiertos por la contemporánea filosofía de la intuición. Magistral es el extenso trabajo sobre “El problema filosófico del método,” en donde Caso propone las más originales ideas que contiene el libro. Según Caso, en toda investigación filosófica deben colaborar, de hoy, más, la intuición y la inteligencia razonadora; la primera, para acercarse a las verdades esenciales; la segunda, para sistematizar las adquisiciones de la intuición. Después del interesante estudio sobre “El sentido de la historia” (donde compara el historiador, que observa a la humanidad en la variada sucesión de los hechos individuales, con el filósofo, atento siempre a las verdades generales) y del bosquejo sobre “El nuevo humanismo”, o sea el sentido de las relaciones entre el hombre y todo problema del universo, Caso cierra el libro con el hermoso artículo intitulado “Aurora”. Con éste, su obra de pensador, de hombre de reflexión, queda unida a
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las grandes inquietudes de la humanidad en este momento trágico. El mundo se había acostumbrado a una paz timorata, sin audacias ni generosidades, dominada por la preocupación económica. “Tolstoi, Ibsen, Nietzsche fueron los profetas del nuevo siglo, a la vez artistas y videntes, como los santos del Antiguo Testamento; pero, entre sus voces elocuentes y el porvenir que se prepara con el dolor de nuestros desfallecimientos y la energía de nuestros entusiasmos, está la magna catástrofe, la actual guerra europea, término inesperadamente Romántico y trágico de la codicia de un siglo industrial y pacífico... Ya William James hablaba de hallar un equivalente moral de la guerra, algo que, en el seno de las civilizaciones pacíficas, prohijara virtudes viriles y apartara a los hombres de la molicie y la indolencia anexas al industrialismo. El remedio de James no ha podido aplicarse; no ha habido tiempo de aplicarlo. La guerra, no su equivalente, ha venido a purificar el mundo europeo. Un hombre nuevo, como dice Eucken, y una nueva civilización, consagrados a los intereses espirituales teóricos y prácticos de la humanidad, habrán de surgir y elaborarse cuando la catástrofe haya causado todos los gravísimos males que de fijo causará, precursores del gran bien inestimable de que disfrutan nuestros hijos”. PEDRO ENRÍQUEZ [sic] UREÑA
Las Novedades, 2 de diciembre, 1915.
THOMAS WALSH
Uno de los más distinguidos poetas de este país, Thomas Walsh, acaba de publicar su libro de versos The Pilgrim Kings; Greco and Goya and other poems of Spain. Es el segundo suyo. El anterior, The Prison Ships and other poems, apareció en 1909. En sus primeras poesías, Thomas Walsh reveló excelentes cualidades: su aptitud para la expresión solemne, en la oda “Las galeras” (The Prison Ships); su poder sugestivo en “Los ciegos”, “La laguna de los avellanos”, “En el jardín de la memoria”; su delicadeza en “Ad Astra”, “Primavera sin término”, “Citas de estrellas”. También reveló desde entonces su afición a España y a los temas españoles (interpolados entre otros franceses e italianos), en el “Canto de la Alhambra”, “el dulce gemido del corazón que canta y se rompe”; la amorosa “Sevillana”; “En el claustro de San Juan”, diálogo entre la novicia Serafita y las flores del jardín conventual; y “La Catedral de Burgos”, hermosa composición llena de rumores y armonías graves, como sonoridades de órgano. Pero en The Pilgrim Kings Walsh se muestra mucho mayor poeta. Apenas abierto el libro, hallamos en el poema inicial, sobre los magos peregrinos de la Nochebuena, la suave aura de ingenuidad piadosa que nos encanta en los viejos villancicos de Lope, de Valdivielso y de Sor Juana Inés de la Cruz; piedad que aquí se pone frente a las dudas del pasajero descreído. A seguidas, “Invasión” es un trozo de lujo descriptivo, como más adelante “Los reyes del otoño”. Las notas ligeras y amables, de amor y galantería, las hallamos de nuevo, fáciles y graciosas, en “El codicilo de amor”, “La despedida”, “Canción de cítara”. Estas notas son más finas y elegantes en “El embarque rumbo a Citercs”, donde se sienten tenues aromas de las Fiestas galantes de Verlaine. De ahí se pasa sin esfuerzo a las encantadoras sugestiones del “Nacimiento de Pierrot”; al suave misterio de “Pozos sagrados”, que hace pensar en los poetas belgas, contempladores del “alma de las cosas”, cantores de las aguas tranquilas; y por último, al vago misticismo de “Junto al pesebre” y “El Grial”. Pero la nota suprema
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THOMAS WALSH
del libro es, a nuestro juicio, la elegía “Coelo et in terra”. En los majestuosos versos iniciales se esboza una noble y alta filosofía de la muerte y del dolor; y en ellos, y en todos los restantes, la expresión es selectísima y solemne. A la España de Thomas Walsh entramos, por la críptica puerta de “La vieja Toledo”, hacia las amplias salas donde lucen los tapices narrativos y dramáticos “Greco pinta su obra maestra”, “El juicio final del Greco”, “Egidio de Coimbra”, “Las Meninas”, “Goya en la cúpula”. Se oyen también allí canciones lánguidas, como “Balcones crepusculares”; rumores de guzlas moriscas, como las “Canciones de la Alhambra”; memorias legendarias como “La Preciosa” y “El cántico de Fontebras”; reminiscencias místicas como la de sor Gregoria de Santa Teresa, y tributos al genio español como en los versos “A Goya”. Exprofeso dejamos para el final las cuatro traducciones de poesías de Fray Luis de León, breve muestra de la vasta labor de Walsh, cuyo estudio y conocimiento del gran agustino nadie supera. Si toda traducción es difícil, la de Fray Luis ofrece dificultades peculiares. Trátase de un poeta cuya perfección formal se funda en la expresión limpia con transparencia de cristal, alcanzada mediante maravillosa disciplina en la selección de palabras. Estas, en él, nunca son vulgares; tampoco parecen alambicadas, pero suelen estar repletas de sabias reminiscencias y alusiones. En inglés, si se han de cantar los altos asuntos de Fray Luis, es imposible emplear la sencillez del poeta salmantino: el lenguaje literario, y más aún el poético, se separan demasiado del lenguaje de la vida diaria. Querer imitar, en inglés, la sencillez de Fray Luis, como la de sus maestros griegos y latinos, es generalmente inútil, siempre peligroso: es fácil caer en prosaísmos como el de la poesía sencilla de Wordsworth. Se necesita acudir a una forma más adornada, como lo es, por ejemplo, la del mismo Wordsworth en su oda de “La inmortalidad”. Así lo ha hecho Thomas Walsh, y creemos que acertó. Sus versiones tienen elevación y pureza. Su fidelidad a la letra es notable, dentro, claro está, de su procedimiento; raras veces omite o sustituye. En conjunto, son éstas las más hermosas traducciones que se han hecho, en inglés, del príncipe de los poetas castellanos. Las Novedades, 2 de diciembre, 1915; aparece modificado en El Fígaro, de La Habana, Año XXXII, núm. 6, 6 de febrero de 1916, p. 166.
EL MEJOR LIBRO DEL AÑO
El antiguo diario The Evening Post acaba de hacer una encuesta entre veinte y tantos hombres y mujeres de letras para averiguar en inglés cuál es, en su opinión, el mejor libro publicado en inglés durante los últimos doce meses. Las opiniones han sido variadísimas, y muy pocas han coincidido. Los dos libros que recibieron el mayor número de votos fueron uno de versos, The Spoon River Anthology, de Edgar Lee Masters, y una novela, The Harbor, de Ernest Poole. El primero está en verso libre, de ritmo flotante (y en opinión de muchos no es sino prosa), y describe la vida en el pueblo de Spoon River, haciendo hablar a los habitantes muertos, cuyos nombres recoge en el cementerio. De esta extraña poesía cotidiana tenemos pocos ejemplares en la literatura española. Algo se le asemeja, por excepción, la labor del colombiano Luis Carlos López. La novela, de Poole, El Puerto, pinta la vida de Nueva York. Masters y Poole recibieron cuatro votos. Alcanzaron tres: El Pentecostés de la calamidad, breve estudio del escritor norteamericano Owen Wister sobre la guerra, la novela de Wells, The Research Magnificient. Dos votos la novela The Turmoil, de Booth Tarkington, norteamericano. Entre los que han recibido un solo voto se cuentan los poetas Rupert Brooke (recién muerto en la guerra), Henry Newbolt, Stephen Phillips, y, entre los americanos, Robert Frost y Witter Bynner. Entre las opiniones más interesantes citaremos la de Henry Mills Alden, director de Harper’s Magazine: favorece a Booth Tarkington y a Owen Wister. Bliss Perry, antiguo director de Atlantic Monthly de Boston, votó por Masters en poesía. Poole en la novela, Firking (libro sobre Emerson) en la crítica, y Thayer en el género biográfico (Vida de John Hay). El dramaturgo Charle Rann Kennedy y su esposa, la notable actriz Edith Wynne Mathison votaron por la traducción, hecha por el poeta y catedrático de Oxford Gilbert Murray, de la tragedia Alcestes de Eurípides, y además por la Arqueología Egea de H. R. Hall y los Días en el Atia de Mrs. R.C. Bosanquet. La novelista Gertrude Ather-
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ton votó por la obra de otra mujer, The Man Jesus, de Mary Austin, la autora del drama El hacedor de flechas, de asunto indígena. *** La Academia de Artes y Letras de Cuba acuerda cada año los premios que corresponden a los escritores y artistas cubanos por la labor dada a conocer durante los doce meses anteriores. Ahora le han adjudicado el primer premio de pintura a Guillermo Álvarez; el de escultura, a Lucía Victoria Bacardí; el de arquitectura, a Mario Romañach; el de poesía, a Gustavo Sánchez Galarraga, y el de literatura, en prosa, a José de Armas y Cárdenas. Ignoramos si quedó desierto el de música. Ignoramos también a quiénes tocaron los segundos premios. En los de Literatura la Academia acertó en uno y erró en otro. Nadie ha de negar los méritos de José de Armas, y, no habiendo salido en los últimos doce meses libro literario de Varona, ni de Sanguily, ni de Márquez Sterling, el premio de prosa corresponde al erudito crítico, sin disputa posible. Pero en poesía no atinó la Academia, y el caso es de lamentarse, porque la institución es nueva y había procedido con acierto las más veces. Si en Francia o España, donde los libros impresos anualmente son legión, se cometen errores al discutir lauros, la multitud de lo publicado lo explica. Pero equivocarse sobre cuál es el mejor libro de versos del año, en un país donde se publica poco, es imperdonable. Gustavo Sánchez Galarraga, el premiado, es un escritor muy joven y de gran promesa, más en el teatro (para el cual ha producido mucho) que en la poesía. Tiene instinto para el movimiento de la escena, don para combinar situaciones e ingenio vivaz, a ratos sutil. Cuando a esto agrega solidez, interés humano profundo y cuidado paciente en el desarrollo, irá lejos. Con la improvisación nunca se ha hecho gran arte, sin trivialidades para deslumbrar a celui qui ne comprend pas. En poesía, Sánchez Galarraga es fácil y la facilidad es su pecado. Sus ideas no son muy poéticas, más bien son hijas de ingenio que de espíritu poético, y su técnica pertenece a la segunda clase del romanticismo; no es la técnica de los grandes momentos de Espronceda y Zorrilla, sino la de Enrique Gil, por no decir la de Selgas. Ahora, sin embargo, —y afortunadamente, su libro lo revela— está orientándose hacia mejores rumbos, en los cuales se advierte la influencia del gran mexicano Luis G. Urbina.
EL MEJOR LIBRO DEL AÑO
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Bonifacio Byrne publicó un volumen de versos este año. Como no es posible atribuir olvido a la Academia respecto de un académico, — creemos que Byrne lo es—, suponemos que éste haya recibido de ella lauros en ocasión anterior y que se haya adoptado el principio de no conceder los premios dos veces a una misma persona. Descartado Byrne, el mejor libro de versos publicados en Cuba en 1915 es Ala de Agustín Acosta. Este poeta no es una promesa, —siquiera brillante, como Sánchez Galarraga—, sino una realidad. No podrá aludírsele todo. Ha concurrido demasiado a certámenes, y eso ha llenado de hojarasca muchas de sus composiciones. Ha sido, hasta ahora, un poeta más de forma que de fondo. Pero esa forma ha sido a menudo elegante, y, en ocasiones, muy hermosa. Su verso, si no gran variedad musical, tiene ritmo suavemente sostenido. Sobre todo, sus imágenes tienen color y brillo. Y ahora, tal vez bajo la influencia de poetas colombianos, se orienta hacia la poesía interior, espiritual e intensa, camino en el que podría realizarse plenamente. En suma, Agustín Acosta figura en el grupo, por desgracia corto, de los mejores poetas cubanos de nuestros días, con Dulce María Borrero, Pichardo, Byrne y Federico Uhrbach. De él dijo, hace poco, Ricardo Arenales: “Agustín Acosta es el verdadero poeta joven de este país. Esta presea de la dignidad juvenil no excluye de ningún modo la percepción del infortunio y de la muerte; no ahoga el lamento; no condena el don ineluctable de las lágrimas, sino que es más armónica con la significación de la Naturaleza, o por lo menos con la primera significación de la Naturaleza, en la cual vemos, permanentemente, como florecen los rosales en sus tumbas. “Esta sonreída esperanza que hay en sus versos, esta religiosa tranquilidad, este juvenil entusiasmo, este amor a lo que es amable, puro y magno, —según los viejos y augustos valores— realzan ahora su poder eficaz por la concurrencia de los trágicos sucesos que conmueven el mundo. El autor de Ala nos da, pues, un libro que ya era menester: el libro de este momento, la interpretación del estado de alma colectiva que es contemporáneo de la guerra europea.”
Las Novedades, 9 de diciembre, 1915.
EURÍPIDES
En la investigación dirigida recientemente por el antiguo y famoso diario de Nueva York, The Evening Post, sobre cuál había sido el mejor libro publicado en inglés durante el año, uno de los que recibieron voto, según recordarán nuestros lectores, fue la traducción de la Alcestes de Eurípides hecha por Gilbert Murray. Durante los últimos dos o tres años, Eurípides es el autor griego que ha estado más en moda, si no es profanación aplicar esta frase a los poetas clásicos. Hubo época en que se acostumbró restar valor al gran dramaturgo, poniéndole por debajo de Esquilo y de Sófocles; pero la actitud de los lectores ha variado, y hoy nadie renunciaría a una sola obra del más joven de los trágicos. Este movimiento ha llegado hasta nuestro idioma, y no hace muchos años terminó y publicó don Eduardo de Mier su hermosa traducción completa de Eurípides, que figura en la Biblioteca Clásica de Madrid junto al majestuoso Esquilo de Brieva Salvatierra y al elegante Aristófanes de Baraibar. Caso extraño: el único trágico griego de quien ningún escritor castellano ha emprendido traducción completa es Sófocles. Sin embargo, la primera tragedia griega que se tradujo al castellano fue la Electra, de Sófocles. La traducción (o más bien arreglo) del maestro Hernán Pérez de Oliva, intitulada La venganza de Agamenón, apareció en 1528, antes que ninguna otra versión en idioma europeo, excepto la Hécuba de Giovanbattista Gelli, en italiano, impresa pocos años antes. Después se han traducido las demás obras de Sófocles, pero siempre separadamente. Brieva Salvatierra iba a emprender la traducción completa, pero murió sin realizarla. Esperamos que el distinguido poeta mexicano Balbino Dávalos, quien actualmente traduce a Píndaro, se decida a traducir luego a todo Sófocles. En inglés, la reciente popularidad de Eurípides se debe a los esfuerzos de Gilbert Murray. Este poeta elegante y gran humanista, que es, en opinión que hemos recogido de uno de sus discípulos, “el catedrático de espíritu más joven en Oxford”, ha traducido ya varias tragedias de su ídolo y ha escrito sobre él un excelente libro de vulgarización. Poco
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después de éste, —que lleva fecha de 1915—, se ha publicado la traducción de Alcestes. Hace pocos meses, dos de sus traducciones, Las Troyanas y la Ifigenia en Táurida, así como el Edipo Rey de Sófocles, se representaron en buen número de teatros y de universidades de los Estados Unidos. Sobre las versiones de Murray ha escrito Will Hutchins un brillante artículo en The Forum. Después de una ingeniosísima disquisición inicial sobre las relaciones entre los poetas ingleses y la musa griega, donde declara que el Samson Agonistes de Milton y la Atalanta in Calydon de Swinburne son las obras que más se acercan al espíritu trágico antiguo (si bien, “impecables en la forma, esta forma está super-impuesta en ellas, y no se desarrolla orgánicamente desde adentro, como en los griegos”). Hutchins habla de la reciente curiosidad popular respecto de las cosas griegas. “No obstante la decadencia aparente del estudio escolar del griego, hay cada día mayor y más fresco interés en la literatura griega, y especialmente en el drama griego, aunque sea sólo en traducción. Estamos descubriendo de nuevo lo que las escuelas escondían bajo las cubiertas de las ediciones con notas: que el drama griego fue escrito para agradar al pueblo en el teatro, sin perder su carácter de función religiosa…Y al mismo tiempo observamos el curioso retorno a las fuentes de aquel teatro, en el baile simbólico… “Para la mayoría de los lectores de hoy, Eurípides es el drama griego. Esto, en gran parte, ya que no en todo, se debe a Gilbert Murray. Eurípides sería muy leído en inglés, en la traducción de Way, aunque Murray no hubiera escrito sus inspiradas paráfrasis... Eurípides era modernista en el siglo V antes de nuestra era, y se explican las exageraciones de los entusiastas, según los cuales apenas estamos alcanzándole...” Discutiendo la cuestión de la fidelidad de las versiones, dice Hutchins: “A Gilbert Murray le quedamos íntimamente agradecidos, sin ficción... Pero aun sin ayuda de la erudición alemana, nos preguntamos: ¿es esto Eurípides?... ¿Cuántos de nosotros, estremecidos con la música de sus coros, hallando en ellos la fluida irradiación de horizontes más amplios de los que habíamos sospechado, no hemos vuelto con temor a las páginas de las ediciones con notas, deseosos de llegar sin padrinos a la presencia del dios?... No podemos menos que preguntarnos si el poder
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de revelación (en Murray) es el de la simpatía inteligente o el de la imaginación creadora”.
Las Novedades, 16 de diciembre, 1915.
STEPHEN PHILLIPS
Ha muerto en Londres el poeta y dramaturgo Stephen Phillips. Había nacido en 1868. Publicó su primer libro, el idilio Marpessa, en 1890. En 1897 se hizo célebre por su libro Poems. Dedicóse luego al teatro, y llegó a considerársele restaurador del drama poético. Los primeros cinco años del siglo XX vieron el apogeo de su fama. Luego, Phillips comenzó a decaer, y sus triunfos fueron eclipsados por los que alcanzaban los dramaturgos en prosa como Bernard Shaw, Barri, Galsworthy, Granville Parker y St. John Hankin, por un lado, y por el otro el grupo irlandés de Synge, Yeats, Lady Gregory y Lord Dunsany. Durante los últimos meses, Stephen Phillips obtuvo el último triunfo en el campo de la poesía lírica, con sus poemas sobre la guerra. Más que grande artista original, fue un dominador de las formas poéticas. No trajo nuevas fórmulas técnicas; manejó con maestría las clásicas, especialmente los versos blancos. Sus principales dramas son Herodes (1900), Paolo y Francesca (1901), Ulises, quizás el mejor de todos (1902), El pecado de David (1904), Nerón (1906), El último heredero (1908), Pietro de Siena (1910), El rey (1912), Iole (1913) y Armagedón (1915).
LA AMÉRICA LATINA Libros de reciente aparición en los Estados Unidos, sobre nuestra América, son: Chained Lightning (El rayo encadenado, Macmillan editores), novela ligera de Ralph Graham Taber, en que se cuentan las aventuras de dos jóvenes telefonistas, uno irlandés y otro yanqui, en México, durante los últimos agitados tiempos; y The Future of South America, de Roger W. Babson (editores: Little Brown and Company, de Boston), importante exposición de las condiciones económicas de la América del Sur y de las medidas necesarias para estrechar relaciones entre los dos continentes de este hemisferio. Mr. Babson aboga, entre otras cosas, por el aumento de la enseñanza del castellano en este país,
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STEPHEN PHILLIPS. LA AMÉRICA LATINA.
y cree que nuestro idioma (“que es un gran idioma mundial”, dice textualmente) debe colocarse, en las escuelas públicas de aquí, a la par del alemán y el francés.
Las Novedades, 23 de diciembre, 1915, p. 7.
LA ARQUITECTURA MEXICANA
Acaba de publicarse en México la obra del joven y distinguido arquitecto Federico E. Mariscal intitulada La Patria y la Arquitectura Nacional. Esta obra es el resultado de la admirable serie de conferencias que el autor inició en 1913, en la Universidad Popular fundada por el Ateneo de México y sostenida hasta hoy, por encima de todos los trastornos del país, merced a la infatigable energía del Rector Alfonso Pruneda. Poco se sabe generalmente sobre la arquitectura mexicana. La expresión evoca, para muchos, el sombrío imperio de los Aztecas, el arcaico pueblo de los Mayas, la herencia legendaria de los Toltecas. Se ignora que el arte español floreció en el país vecino con singular pujanza, con carácter propio y nuevo, no exento a veces de influencias indígenas. A lo sumo, se oye hablar de las magnas catedrales de México y Puebla. Catedrales que son ejemplos aislados, o punto menos, en la selva de palacios e iglesias que levantó el pueblo de Nueva España. Ha sido necesario, para apreciar el valor de este conjunto asombroso, que en América avanzáramos en discernimiento crítico. Mientras el gusto artístico se atuvo a las tradiciones académicas, no pudo entender la arquitectura de los tiempos coloniales; o apenas admitía obras solitarias, como las grandes catedrales, hijas del momentáneo imperio del espíritu del Renacimiento; o detalles, como las admirables cúpulas, diseminadas por centenares en el territorio del país; o períodos, como el de restauración clásica, encabezado por Tolsá, a fines del siglo XVIII y principios del XIX. El sentido crítico se abrió paso poco a poco: juzgó absurdo que dos siglos de prodigiosa actividad fuesen condenados de un golpe; y se comenzó a estudiar… Aquellas moles del siglo XVI no eran torpes: respondían con calculada exactitud a severas necesidades. Aquellas construcciones platerescas no son ridículas: responden al deseo de aliño elegante que vino con vientos de Italia. Y, sobre todo, estos edificios churriguerescos son, por fuera y por dentro, interesantísimos. España, que engendró esta discutida escuela, no produjo dentro de ella la profusión de obras brillantes que
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ostenta México. Es toda una evolución regional, americana, la del arte churrigueresco en el país vecino: el pueblo mexicano, con nuevo espíritu, con gusto propio, con invención técnica, lo modificó, lo hizo suyo. Apenas está comenzada la exploración de esta selva arquitectónica. Aldeas hay, como Tepozotlán, o pueblos, como Tasco, con templos sorprendentes. Hasta ahora, el único gran trabajo sobre el asunto era el suntuoso libro del norteamericano Sylvester Baxter. No era ésta la única muestra que los Estados Unidos habían dado de su interés por la arquitectura de México. Otro norteamericano, Frank P. Allen, Jr., con ayuda de Bertram Goodhue (antiguo auxiliar de Baxter) y de otros artistas, proyectó y construyó, en la Exposición de San Diego de California, que estuvo abierta todo el presente año de 1915, la ciudad hispanoamericana, con sus cúpulas, sus torrecillas, sus nichos, su florida ornamentación concentrada, sus resplandecientes azulejos. La Exposición regional de San Diego aspiró a reflejar el espíritu de California, quizás la porción más romántica, más novelesca, de este país. California se enorgullece de su lejana tradición española. Ésta, como la de todas las regiones fronterizas en el Sur de los Estados Unidos, es parte de la tradición colonial de México, la tradición del Virreinato de Nueva España. Y como la antigua arquitectura de California no es sino parte pequeña de la mexicana —aunque luego produjo el estilo peculiar, local, de las misiones—, el constructor de la Exposición de San Diego recurrió a todo el arte colonial de México en busca de motivos para imitarlos o desarrollarlos en la ciudad hispanoamericana. Federico E. Mariscal, que ha traducido, y próximamente publicará en castellano, la obra de Baxter, ha hecho además investigaciones propias. Su libro La Patria y la Arquitectura Nacional es la síntesis de esas investigaciones, aún más extensas que las de Baxter. En México le habían precedido Jesús T. Acevedo; el Marqués de San Francisco; Alfonso Cravioto; y, años antes, Manuel G. Revilla, quien, a pesar de sus aficiones académicas, se atrevió a iniciar la rehabilitación del estilo churrigueresco. El Museo Nacional, además, emprendió en 1913 la publicación de lujosísimo y minucioso álbum de reproducciones fotográficas, en cuyo primer volumen apenas se describían cinco o seis templos. Federico E. Mariscal ha ido más lejos que cuantos le precedieron. Su obra es a la vez de artista, de historiador y de patriota. Para él, la Patria
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ideal se extiende hasta donde se extiendan los monumentos del arte nacional; y el espíritu mexicano sigue imperando todavía en el territorio donde subsisten sus creaciones. Artísticamente, pues, México no ha perdido para su gloria los pueblos de California, de Texas, de Nuevo México, donde se conservan los templos de la época colonial. Sus conferencias y su libro constituyen la mejor defensa de las reliquias históricas y artísticas del país, y a Mariscal y a la Universidad Popular se debe la idea de la Ley de Conservación de Monumentos, redactada hace tiempo y ahora, según entendemos, próxima a promulgarse. El plan del libro de Mariscal abarca los principales tipos de la arquitectura: la casa, la escuela, los hospitales, hospicios y conventos, los edificios de gobierno y administración pública, las plazas y los mercados, jardines y parques, acueductos y fuentes, cementerios y tumbas, las iglesias. Los dos tipos que estudia con mayor detenimiento son la casa y la iglesia. Valdría la pena cotejar el estudio de Mariscal sobre la casa mexicana1 con las conferencias dadas en La Habana, en 1911, por Ezequiel García Enseñat, hoy Secretario de Instrucción Pública, sobre La casa cubana. Españolas, la una y la otra casa, por su origen, las necesidades diversas de la vida, en México y en Cuba, las han hecho distintas. El clima, que en las Antillas es cálido, en la altiplanicie mexicana es fresco. Las variedades de la antigua casa mexicana son: la casa de vecindad, la vivienda, la casa de un piso, la casa de dos pisos, la de tres (rara), finalmente, la casa señorial: tanto abundó ésta, que Humboldt llamó a México “la ciudad de los palacios”. En los capítulos sobre edificios eclesiásticos Mariscal clasifica y sitúa históricamente las principales iglesias y capillas del país. A la Catedral Metropolitana dedica largo capítulo aparte.
Las Novedades, 30 de diciembre, 1915.
En la edición impresa dice “cubana”, pero en el ejemplar del Archivo de PHU hay una corrección manuscrita: “mexicana”. N.d.e. 1
CUBA ANTIGUA Y MODERNA
Mr. Albert G. Robinson, conocido viajero norteamericano, autor de libros sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas, acaba de publicar otro sobre la mayor de las Grandes Antillas. Este, que se titula Cuba: Old and News (Longmans, Green, and Company, New York), es un estudio extenso e interesante. En estilo periodístico fácil y ameno, nunca fatigoso, Mr. Robinson narra brevemente la historia de Cuba antigua, el desarrollo de la nueva Cuba, y describe el país, sus condiciones naturales y su porvenir. Mr. Robinson conoce, como muy pocos extranjeros, la isla de Cuba. Sus descripciones son exactas y, además, pintorescas. La narración de sus viajes, a veces cómodos y agradables, a veces difíciles, a través de regiones donde no había penetrado el ferrocarril, estimula y divierte. Como yanqui de buena cepa, Mr. Robinson posee abundante humour, y sabe entretener al lector aun a costa de sus molestias personales. Pero no se crea que, ni aun en estas narraciones, cae jamás el autor en censuras contra Cuba o los cubanos. Al contrario: el libro está lleno del más amable optimismo en favor de la isla y de sus habitantes. A menudo, leyéndolo, nos asombramos de la inalterable perseverancia con que el autor defiende las cosas cubanas. Cada vez que señala una deficiencia, la explica, y a menudo añade una censura contra la estrechez de criterio de sus compatriotas, cuando quieren desdeñar lo que no se comprende. Esta benevolencia es digna de alta estimación, porque es desinteresada y espontánea. En conjunto, el libro de Mr. Robinson es uno de los mejores, más completos y más amenos escritos recientemente sobre Cuba. Lleva más de veinte ilustraciones, todas esresada [sic]1 y espontánea.
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Al parecer hubo un salto de línea, cortándose la oración. N.d.e.
CUBA ANTIGUA. CONFERENCIA. BIBLIOTECA
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LA CONFERENCIA FINANCIERA PAN-AMERICANA Nuestro estimado amigo don Santiago Pérez Triana ha publicado últimamente, en inglés (idioma que maneja al igual que el suyo propio), dos libros: uno, sobre el conflicto europeo, Some Aspects of the War, del cual hablamos hace poco en Las Novedades, y otro, intitulado The Pan-American Financial Conference, en 1915. Este acaba de salir de la prensa de la gran casa editorial londinense de William Heinemann. En la Conferencia Financiera de mayo, Pérez Triana dio una de las notas salientes con sus brillantes alocuciones, en que pidió se adoptara, como ampliación de la perpetuamente discutida y renovada Doctrina de Monroe, una nueva doctrina pan-americana que todas las repúblicas del Nuevo Mundo se comprometieran a sostener, y al mismo tiempo a respetar, la inviolabilidad territorial de las demás. Esta tesis toma también la nota central del nuevo libro, el cual contiene todos los discursos y alocuciones del señor Pérez Triana en aquella Conferencia o en las fiestas que se dieron en honor de los delegados. Estos discursos y alocuciones son: La guarda de la libertad, en la sesión de apertura de la conferencia: La inviolabilidad del Continente. En sesión general del 25 de mayo, Sobre el imperialismo predatorio y el abuso de soberano, en el banquete ofrecido por el Secretario McAdoo, el 29 de mayo; Geografía, Comercio y Finanzas de la América Latina, en Filadelfia, el 1 de junio: La sombra de los conquistadores, en San Luis de Misuri, el 6 de junio; En memoria de Lincoln, en Chicago, el 7 de junio; el brindis humorístico sobre La resistencia de pronunciar y tolerar discursos, en el banquete de la Junta de Comercio de Detroit, el 9 de junio; y Sobre la Doctrina Monroe, en Boston, el 20 de junio. Las Novedades, cuyo Director fue delegado en la Conferencia Financiera, publicó oportunamente la versión española del primero y del tercero de estos discursos del señor Pérez Triana. El libro contiene, además, extractos de documentos oficiales, sobre la Conferencia y de discursos del Presidente Wilson y del Secretario Mc Adoo, y, en apéndice, el extenso estudio del autor, escrito para la Review of Reviews en 1912, sobre la revisión y extensión de la Doctrina Monroe. A guisa de prólogo, figura otro extenso artículo intitulado Pan-americanismo, en que el autor comenta varias opiniones recientes sobre la cuestión, entre ellas las del Profesor Usher, de cuyo
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CUBA ANTIGUA. CONFERENCIA. BIBLIOTECA
libro dimos larga cuenta en esta página.
LA BIBLIOTECA ANDRÉS BELLO Si algún escritor merece bien de la América Latina, es Rufino BlancoFombona. No se dedica a “estrechar relaciones”, a “promover actividades”, como las acostumbradas frases efímeras: su acción es segura, práctica, eficaz. No bastan los artículos en que se dice al mundo europeo (y Blanco Fombona lo ha hecho tanto en las revistas francesas como en las españolas) cuánto hay de valioso en el movimiento literario de nuestra América; hay que dar las obras mismas, la prueba indiscutible de que nuestra literatura existe y tiene grandes figuras. Así, mientras vivió en París, Blanco-Fombona inició la colección hispano-americana de la casa Garnier, donde salieron a la luz obras de Andrés Bello, Juan Vicente González, Cecilio Acosta, Juan Montalvo, Julio Herrera Reissig, entre otros. Ahora, en Madrid, inicia otra colección hispano-americana, bajo el nombre de Andrés Bello, verdadero patriarca epónimo de la cultura de lengua castellana en el Nuevo Mundo. Acabamos de recibir, —y por ello damos las gracias a BlancoFombona—, los primeros ocho volúmenes de la Biblioteca Andrés Bello. Ya diremos, más extensamente, lo que cada uno de éstos significa. Baste decir, por ahora, que estos son: las Mejores poesías, de Manuel Gutiérrez Nájera, fundador de la contemporánea mexicana; Sangre patricia, la novela del admirable Díaz Rodríguez; Los Estados Unidos, colección de los famosos artículos de Martí sobre este pueblo; Cinco Ensayos de Rodó, entre ellos su Ariel y su Darío; La literatura americana de nuestros días, colección de excelentes artículos críticos del dominicano García Godoy; La sensibilidad en la poesía castellana, curioso estudio psicológico y literario del escritor domínico-cubano Nicolás Heredia; Páginas libres, del fuerte escritor peruano Manuel González Prada, y Hombres y piedras, de otro notable escritor dominicano, Tulio M. Cestero.
Las Novedades, 6 de enero, 1916, p. 7.
OBRAS DE CASASÚS
Agradecemos al eminente escritor y poeta mexicano, doctor don Joaquín D. Casasús, el obsequio de su hermosa traducción del célebre poema Evangelina, de Longfellow. La edición, que es la segunda de esta versión aplaudidísima, fue hecha por la casa editorial The BobbsMerrill Company, de Indianápolis, con ilustraciones del conocido artista norteamericano Howard Chandler Christy, y es lujosa y elegante. El doctor Casasús ha traducido en sextinas de endecasílabos de Longfellow, porque probablemente estimó, y no sin razón, que todavía no se ha resuelto en castellano el problema del exámetro. Sus versos, fluidos y delicados, reproducen, ya la facilidad narrativa, ya la dulzura patética, de Evangelina. Reiteramos nuestros agradecimientos al doctor Casasús, y ponemos a disposición de las columnas de Las Novedades, tanto para los trabajos literarios como para los de orden jurídico y económico, en que también ejercita con brillo su pluma.
Las Novedades, 13 de enero, 1916, p. 7.
REINA DE REINAS
Reina de reinas, así intitula el crítico del New York Sun su artículo en que juzga el libro de la escritora norteamericana Irene L. Plunket sobre Isabel la Católica (edición de la casa Putnam), Life of Isabel of Castille. Esta obra, según el escritor del Sun, llena un vacío. A pesar de la Historia del reinado de Fernando e Isabel, de Prescott, y de las muchas biografías de Colón, en las que hace papel principal la gran reina, había lugar para un libro sobre aquella que encontró a su país débil, presa de vecinos poderosos, y lo levantó hasta convertirlo en una de las voces dominantes en el concierto europeo. Miss Plunket, continúa el crítico, ha cortado con mano severa pormenores innecesarios y ha logrado darnos un hermoso retrato. Pero ¿cómo podría dejar de ser hermosa la figura de Isabel de Castilla? Hábil, llena de aspiraciones y de imaginación, pero con gran dominio de sí misma; esposa amantísima, madre cuidadosa; digna, con gran sentido de la pompa real, pero rígida consigo misma; justa, y, para su tiempo y dentro de los límites de la razón, misericordiosa; agua de intelecto y, dotada de paciencia y perseverancia indomable, Isabel figura entre los más grandes gobernantes del mundo y entre las más grandes mujeres. Su infancia fue de iniciación en las complicaciones de la corte. Nació sutil, o bien pronto adquirió sutileza. Nacida en abril de 1451, e hija de Don Juan II y de su esposa Doña Isabel, la Reina Católica no parecía destinada a vida gloriosa. El reino tenía herederos en las personas de su hermano paterno Enrique, príncipe de Asturias, y del hermano más joven, Alfonso. Perdió a su padre en la primera infancia; su madre quedó inválida, y ella se educó en medio de grandes necesidades. Bien pronto se quiso utilizarla en el ajedrez político, y a los seis años de su edad ya estaba prometida en matrimonio... Muchos fueron sus pretendientes, pero a la larga, por curiosa coincidencia, vino a casarse con el primero a quien fue prometida; el hijo favorito del rey de Navarra, quiso casarla con Carlos, Duque de Berri, heredero presunto de Luis XI de Francia.
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Pero Isabel envió mensajeros secretos en busca de noticias sobre las personas del Duque francés y del príncipe de Navarra; los informes no fueron favorables a aquél. Entonces declaró que “no dispondría de su mano sino con el consejo de los principales nobles y caballeros de los reinos, y, cuando les hubiera consultado, haría lo que Dios ordenase”. Habiéndose atraído así la enemistad de su hermano, buscó el apoyo del Cardenal Arzobispo de Toledo, y se fue con él a Valladolid. Había quemado sus naves, y solo faltaba que el hombre en quien confiaba hiciera su papel. De Valladolid despachó mensajeros para pedir a Fernando que viniera en seguida. A pesar de la fama que alcanzó más tarde como cabeza dura y corazón frío, Fernando demostró poseer vena caballeresca. Envió mensajeros que anunciaran su llegada. Llegó disfrazado, él de sirviente, y varios amigos suyos de mercaderes; cruzó la frontera... Cuatro días después celebraron los esponsales, y el día 19 de octubre de 1469 se efectuó el matrimonio. Se dice que el amor de Isabel por Fernando fue su mayor afecto personal, pues creció con los años y no disminuyó a pesar de sus infidelidades. No quiso separarse de él ni en la muerte, según se ve en su testamento... (A las frases del crítico del Sun agregaremos este dato: una de las páginas más llenas de emoción en la literatura castellana es la carta en que Doña Isabel habla de la herida del Rey Católico). Con su habilidad y su don de oportunidad, Isabel reconcilió a su hermano con su esposo. Muerto aquél en diciembre de 1474, fue proclamada reina en Segovia. Era más intelectual y más estudiosa que su marido, el cual no entendía latín y apenas sabía más que leer y escribir. Isabel había estudiado gramática y la composición del idioma clásico con la célebre Beatriz Galindo, llamada comúnmente la Latina. La Reina hizo sus estudios con su acostumbrada determinación y perseverancia, y, si no alcanzó a hablar con fluidez el idioma, podía al menos entender los discursos de los embajadores extranjeros y traducirle a su marido las cartas en latín. En 1474 se introdujo en España la imprenta, y la Reina, pronta en apreciar el valor del invento, concedió exención de impuestos a impresores italianos y alemanes de buena fama. Su biblioteca revelaba gusto amplio, pues comprendía desde libros de devoción y tratados de filosofía y medicina y gramática hasta copias manuscritas de obras griegas, latinas e italianas, así como crónicas nacionales y poesías de la época.
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Su labor en la reconstrucción de la monarquía abarcó hasta los menores detalles... Aunque su corte estaba organizada en gran escala, según sus órdenes, personalmente fue sencilla y frugal... Sus reformas fueron muchas. Dispuso la revisión de las leyes del país. Ordenó revisar la distribución de la propiedad.... Promovió la legislación en favor de las industrias nacionales... El final de su vida fue triste. Tres hijos suyos, entre ellos el único varón, a los diez y nueve años de edad, la precedieron en la tumba. Su testamento es singularmente patético. Aun aparte de su valor histórico, termina el crítico de Sun, la vida de Isabel de Castilla es interesante por la emoción que produce y valiosa como documento humano. Vida admirable y conmovedoramente humana.
Las Novedades, 20 de enero, 1916, p. 7.
GAULTIER JUZGADO POR CASSERES
Entre los artículos recientes publicados en las revistas norteamericanas, uno de los más comentados ha sido el de Benjamin de Casseres, en The Mirror, sobre Jules de Gaultier, el joven pensador francés. Benjamin de Casseres es uno de los escritores que aquí conocen mejor la literatura de los países latinos. Nacido, según creemos en Jamaica, tuvo antecesores de países latinos, y ha viajado por Europa y por México. Tiene notables artículos descriptivos, en prosa, que próximamente deberán aparecer reunidos en volumen, merecieron elogios de Remy de Gourmont. En su artículo sobre Gaultier, Casseres le pone entre los más grandes filósofos. Sin llegar tan lejos, cabe afirmar que Jules de Gaultier es uno de los pensadores más finos y penetrantes que tiene Francia. Su poder de análisis es grande. Su tesis, el Bovarismo, “el poder de concebirnos diferentes de lo que somos”, tiene verdadera profundidad psicológica; pero resulta endeble como tesis cosmológica, carácter que su autor pretende darle. De todos modos bien merece el filósofo del Mercure de France que sus obras se lean y aplaudan.
Las Novedades, 27 de enero, 1916.
GOYESCAS
Goyescas, la ópera del insigne compositor español Enrique Granados, con letra del distinguido escritor Fernando Periquet, se estrenará, mañana viernes, cantándose en castellano, en el Metropolitan Opera House. El título completo de la ópera es Goyescas o Los majos enamorados. Según lo ha explicado el señor Periquet en el hermoso artículo que publicamos en nuestra edición del 30 de diciembre, y que se ha traducido al inglés y reproducido en los principales diarios neoyorquinos, Granados había compuesto las páginas de música pianística que intituló Goyescas, porque se inspiraban en los cuadros y en la época de Goya, y luego concibió la idea de componer la ópera, contando con la colaboración del distinguido escritor para el libreto. Así nació esta obra, trasunto, en música y en verso de aquella singular época española que ponía a los toreros junto a las duquesas y a los príncipes cerca de las tonadilleras. Para la letra, el señor Periquet ha empleado principalmente, con gran acierto, dos metros españoles típicos: el romance y la seguidilla. Tiene la obra un acto y tres cuadros. Los personajes son solamente cuatro: Rosario, gran dama, que viste de majarica, con mantilla, en los cuadros primero y segundo, con traje de época en el tercero; Pepa, maja popular; Fernando, capitán de las Guardias Reales; Paquiro, torero. Estos papeles los cantarán, respectivamente, la soprano Anna Fitzu, la mezosoprano Flora Perini, el tenor Giovanni Martinelli, y el barítono Giussepe de Luca. Hay, además, coros y danzas. Dirigirá la orquesta el maestro Gaetano Bavagnoli. JUNTO AL MANZANARES La acción pasa en Madrid hacia 1800. El primer cuadro se desarrolla, de acuerdo en su título, junto al río Manzanares. En el fondo, la Ermita de San Antonio de la Florida. Un merendero a la derecha. Sol espléndido. Gran número de majos y majas en mucho movimiento. El nombre de majos y majas viene de la costumbre popular de adornarse
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en el mes de mayo; especialmente, nos recuerda el señor Periquet, de las mujeres del pueblo que en mayo solicitaban limosnas para el sostenimiento de los santuarios de los caminos; luego el tipo evolucionó, extendió su influencia a todas las clases sociales, y llegó a ser característico de la época que abarca todo el final del siglo XVIII y los principios del XIX, como se ve, primero en los sonetos de don Ramón de la Cruz y luego en los cuadros de Goya. Majos y majas retozan alegremente. Algunas de ellas mantean un pelele (evoque el lector el famoso Pelele de Goya). Los majos cortejan desenvueltamente a las hembras. Entre ellos destácase Paquiro. Fernando, oculto a las miradas, pasea impaciente dentro del merendero. El coro de majas canta, mientras mantean al pelele: Hombre a quien falte la hembra que anhele, por ella salta como un pelele. Para que vuele poco le falta. ¡Salta, pelele! ¡salta que salta! Si alma le falta nada le duele. Por eso salta tanto el pelele. ¡Y el hombre vuele si el amor le exalta, como el pelele que aquí ahora salta! En un minuto que nadie en todo el globo pecó, sintiéndose satisfecho hizo la Alegría de Dios. Pero el cielo a la Alegría antojóse tristón,
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y escapó un día del cielo y en Madrid se estableció. Por eso Madrid sonríe bajo su cielo y su sol, y por eso sus mujeres envidia de todas son. ¡Madrileñas de ojos negros de pie breve y dulce voz proclamemos la Alegría como nuestra reina hoy! ¡Vivan las majas de rumbo de Alvapies, de Gil Imón de Maravillas, del Rastro, y viva quien las parió. Somos de miel, si nos place y de hiel, si es ocasión, vengativas si nos hieren, sumisas con el amor y pa nosotras los hombres, como este pelele son, que otra cosa no merece entre todos, el mejor. Que hombre a quien falta la hembra que anhele, por ella salta como un pelele... Pradera de la Florida, Manzanares retozón, ermita de San Antonio cielo azul, ardiente sol, pichachos del Guadarrama... Madrid de mi corazón, ¡ahí van besos y con ellos nuestra sangre y nuestro amor! ¡Amor madrileño puro, todo alma, todo pasión,
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que da la vida entre rosas porque entre rosas nació! La Alegría es pa nosotras lo mismo que el pan y el sol, y si ha de faltarnos algo sea el pan, la risa, no. Porque el pan cuesta dinero; la risa es cosa de Dios, y se reparte de balde como todo lo que Él dio… Majas, derramemos todas risa y burla en derredor; ¡abajo Usías seriotas! ¡abajo el hombre gruñón! Y todo aquél que confunda con la tristeza el amor saltará como el pelele entre tirón y tirón. El coro de hombres canta en versos que son como una réplica al coro de majas. Paquiro, cuyas hazañas en el arte del toreo lo hacen popularísimo, se divierte requebrando a las majas, y todas reciben con placer sus galanteos, pero, sabiéndole inconstante, le dicen: Entienda y no se equivoque. Que si le queremos bien, no es aquí precisamente, sino allá en el redondel. Que allá su mercé es de todas pues que de ninguna es mientras que aquí, ya sabemos lo que busca su mercé. Otro grupo contesta: Esas dirán lo que quieran, ya sabemos por qué; no hablarán, como ahora juntas, cada una a solas con él. El coro de hombres interviene, recordando a las majas que Paquiro tiene su amor, la maja Pepa.
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Llega Pepa, precisamente, en calesa de ruidosos cascabeles, y Paquiro acude para ayudarla a bajar. Majos y majas cantan elogiándola, y ella contesta con garbo y salero. Entáblase este diálogo breve entre Pepa y Paquiro: —Dios te hizo a ti y rompió el molde. —Él te enseñó a cortejar. —Y te puso en mi camino. —Y a ti en el mío, galán. Mientras se entonan alegres seguidillas, se baila con gran desenfado. Llega Rosario, en su litera, llamando la atención de todos. Paquiro, que con Pepa estuvo galante, pero sin gran calor, se lanza a recibirla, y la requiebra: Figurilla de maja, retebonita; cara la más diablera que vi en la vida. ¡Boca de fuego, ojos abrasadores, pies coquetuelos! Cuerpo de hembra rumbosa con talle breve, maja cuando la place; dama, si quiere. Cuando ella mira según se lo propone da muerte o vida. Rosario se muestra despectiva, y le declara que su afición por él fue pasajera; pero Paquiro le recuerda la tarde de Agosto en que ella le arrojó al redondel un clavel rojo y las danzas que luego bailaron, y la invita al baile de candil de la noche. Súbitamente, sale del merendero Fernando, que ha oído la invitación de Paquiro: declara que la dama irá al baile, pero acompañada por él. Paquiro contesta, advirtiendo el tono de reto, que acaso es imprudente que un solo caballero la acompañe. Con esta situación termina al cuadro primero, entre la ansiedad de Rosario y de Pepa y los comentarios de majas y majos.
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EL FANDANGO DEL CANDIL El cuadro segundo se intitula El fandango del cantil. Aparece una gran cuadra. Pendiente de las gruesas vigas de madera, el candil cuya débil luz apenas alumbra y la estancia. Majas y majos, entre ellos Pepa y Paquiro, rodean a quienes bailan el fandango al son de la guitarra. El coro canta: Son los peces cuando bailan tan elocuentes, que es mejor que la boca partan a veces. Porque hay palabras hechas para decirse pronunciarlas. La materia de amores está el ejemplo: no valen cien palabras un movimiento. Los pies son siempre la voz más expresiva de lo que quieren. Sevillanas, boleros, fandango y polo no son sino un idioma que enciende todos. Según se baila, se sabe lo que dice cada palabra. Un pie rechiquitico que taconea dice que está impaciente por lo que espera. Y ello es probado nadie falta a la cita de un tacón alto.
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Cuando el pie de puntillas rápido baila, es porque ama en secreto quien sobre él anda. Y es su silencio como encanto infinito de algún misterio Cuando gira como alma que lleva el Diablo, sin que deje ver galgas, tacón ni bajos, charla de glorias que nacen y que mueren una tras otra. ¡Pobre de quien no entiende lo que habla el baile, porque del mundo solo la mitad sabe! La otra ignorada por ser la más picante más nos agrada. Se comenta luego, si vendrán Rosario y Fernando. A poco aparecen estos: ella, temblorosa; él, retador. Se entabla un diálogo seco entre Fernando y Paquiro; éste ofrece, sin embargo, hacer lo que mande la dama: Si baila, pensó, habrá baile: y si la dama canta, habrá canto. A instancias de los majos, canta Pepa, echando indirectas a Rosario, de quien está celosa; la dama contesta, y parece que va a estallar el conflicto. Interviene Fernando para que cesen las canciones, pero Pepa, subiendo el coraje, le dice: Vuestra dama es una dama Que tan solo lo es a ratos… que en este baile, cien noches
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se dejó querer de un majo. Rosario exclama: ¡Mientes!— ¡Usía es quien miente! Contesta la hembra popular. A nuevo insulto de Rosario, se lanza Pepa sobre ella. La dama cae desmayada, mientras Pepa asume aire de triunfo. Entre tanto, rápidamente, mientras la mayoría tiene puesta la atención en Rosario, Fernando y Paquiro se cruzan palabras de desafío para una hora más tarde, a las once de la noche. Rosario sale acompañada de Fernando, y los majos y majas, creyendo que todo el conflicto pasó, vuelven a cantar y bailar. CUADRO TERCERO El cuadro tercero se intitula El amor y la muerte. Aparece el jardín de un palacio madrileño. En el fondo, verja con puerta practicable. Frondosa arboleda en último término. Luna espléndida. Rosario acaba de llegar, triste, del baile. Oye el canto del ruiseñor y dice: ¿Por qué de noche entona su canto el ruiseñor? Tal vez de orgullo henchido no quiere su canción mezclar con otra alguna porque ella es mejor. Quizás es el silencio amante de su voz y el ruiseñor lo sabe y entrégase a su amor. Tal vez el pajarillo no quiera su dolor lanzar al aire en horas que de alegría son Quizás guarde un agravio que le produjo el sol y al astro rey le niegue su espléndida canción. ¿Por qué de noche entona su canto el ruiseñor?......
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Tal vez entre las frondas le espera oculta flor que en sombras abre el cáliz temblando de pasión. Quizás por imposible soñó con el amor del astro que en la noche de plata le cubrió. Mas sea orgullo o duelo, agravios o pasión, lo que a cantar impulsa de noche al ruiseñor en ello hay tal misterio de poética emoción que de un ensueño en otro el alma sube a Dios. Por qué de noche entona su canto el ruiseñor?... Entre tanto cruzan por afuera Pepa y Paquiro; luego llega Fernando, que quiere verla antes del duelo, y se entabla un dúo de amor en que los acentos de pasión son interrumpidos por las tristezas de Rosario, avergonzada de debilidades, y la inquietud de Fernando. Este, al fin, se despide, aunque ella insta a quedarse. La dama, sola ya, se inquieta, y acude a la reja a observar hacia dónde se encamina Fernando. Nota que está luchando, a espada, con otro hombre, y corre enloquecida hacia ellos. El jardín queda abandonado. A distancia se oyen voces y ruidos de aceros: luego, el grito de Fernando herido y el de Rosario aterrorizada. Por el fondo se ve cruzar y reaparecer a Paquiro. Poco después, Rosario trae en sus brazos a Fernando y recoge sus últimas palabras de amor. Las Novedades, 27 de enero, 1916, pp. 9-10.
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Cuando Nietzsche buscó, en la música de los países latinos, la obra cuyo carácter formara mejor contraste con la inspiración dramática, intensa y poderosa, de Wagner, escogió la Carmen de Bizet. La “música del Mediterráneo” encontró su arquetipo, según el gran agitador y despertador filosófico, en esta obra, francesa por el autor, pero española por el asunto y por la intención. Mucho falta a Carmen para ser totalmente española, y mucho más para ser representación sintética del alma musical de España; pero Bizet acertó, en pasajes, con la nota justa, con el color nativo, y, en conjunto, su obra es vívidamente meridional. Puesto que el elemento español hubo de ser el que, en Carmen, atrajo a Nietzsche ¿no hay derecho, ahora, para presentar al mundo la música de Enrique Granados en Goyescas como ejemplo típico de la música del Mediterráneo? He aquí música española en todos los mejores sentidos, música del Mediodía, llena de vigor, de color y de ritmo. Arranca de las entrañas del pueblo, de los aires originarios y castizos; pero los perfecciona y enriquece: así revela al mundo cómo el arte español no termina en las formas rudimentarias al alcance de las multitudes. Granados llama a su maestro, el ilustre Felipe Pedrell, “Glinka español”. ¿No cabe esperar que Granados, a su vez, sea uno de los cinco que como antes los de Rusia, ahora en España contribuyan a formar la escuela nacional y a colocar a su país entre los verdaderos creadores de música? Como Glinka, como Mussorgski, como Borodin, que fundaron la ópera rusa en los aires populares, en las danzas y en la riquísima vena de los cantos corales eslavos, así Pedrell y Granados aspiran a fundar la ópera española en el baile y la canción del pueblo. Al propósito precedió el estudio: “la armonización del canto popular, —ha dicho Pedrell—, forma un ramo de la literatura musical folklórica... Gracias a esa literatura se han descubierto ignorados mediterráneos de tonalidades, modalidades, influencias de razas, toda una étnica de la armonía, que ha explicado el advenimiento de nacionalidades a fin de que sona-
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sen en la villa del arte todas las cuerdas de la lira humana... En estos casos no todas las armonizaciones son buenas ni adecuadas; entre cincuenta o cien armonizaciones, hay que desechar todas aquellas que no responden a la índole y étnica [sic] del canto, eligiendo la única que se adapte a su ambiente modal y tonal.” Este movimiento para extraer de la voz del pueblo la esencia pura en que debe fundarse la alta música española es, como se ve, parte del gran movimiento de nacionalismo artístico, y hasta de regionalismo, en que ya tenían representación egregia, no solo Rusia, sino Polonia, aun desde antes, con Chopin; y Hungría, con Liszt; y luego Bohemia, con Smetana y Dvorak; y los pueblos escandinavos con Grieg principalmente; y Finlandia, con Sibelius. Granados, defensor de este nacionalismo, revela, con sus Goyescas, cómo lo concibe. Los ritmos populares, que predominan en su obra, no se ciñen a las formas elementales de su origen; se depuran y luego se desarrollan, adquiriendo a menudo singular riqueza. Además, en las piezas que para el piano compuso bajo el título de Goyescas, así como en la ópera que de ellas nació, ha unido a la inspiración de la música nativa la sugestión de la obra y la época de Goya, “el más español de los pintores”: su nacionalismo aspira a ser total, sintético”. Al alzarse el telón, nos sorprende la admirable polifonía vocal con que acompañan majos y majas el goyesco manteo del Pelele. Las voces entretejen el canto, de ritmos fascinadores, en hermosa variedad, renovada siempre, de efectos corales, que culminan en brillante clímax, a la entrada de Pepa, la maja popular. Con la intervención de Rosario y Fernando, los protagonistas de alta alcurnia, cambia parcialmente el carácter de la música; pero los personajes aislados no llegan a dominar en el conjunto: como en Boris Godunof, como en El Príncipe Igor; el coro es el héroe principal en el primer cuadro de Goyescas. Si el pueblo es quien impera, con su canto, en el primer cuadro, impera también, con sus danzas, en el segundo, desde el fino, arrullador Intermezzo (ya declarado superior a otro italiano celebérrimo): la acción dramática pasa en “breve y veloz vuelo”, —como en el verso de Rioja—, sobre la agitación continua de la masa humana. El baile español, incorporado por artista español al drama musical, se impone triunfalmente, y no olvida ni sus estrepitosos palmoteos ni sus ruidosos ¡oles! ¿Qué mucho? ¿No triunfan también las maravillosas danzas tártaras de Igor, con los golpes y gritos de la estepa?
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El pueblo desaparece en el cuadro tercero, y solo se le recuerda de paso, hacia el final, cuando por el fondo cruzan, amenazadores, el torero y la maja. Al iniciarse el cuadro, de pasión y dolor, pasa levísimamente, sobre la orquesta, el hálito de Tristán e Isolda, el más hondo poema de amor y muerte. Si en los dos cuadros primeros tuvo la música fuego y color, ahora se vuelve Claro de luna; la enamorada triste habla al ruiseñor solitario... Luego, el amante, el coloquio de pasión, la despedida, y, súbita, inesperada, la muerte... Brillante unas veces, otras delicada y fina, la creación de Granados es digna del honor que le ha correspondido: introducir la ópera española en el principal teatro de la América del Norte. Habrá reparos que oponerle: así, sobre uno que otro pasaje orquestal ligeramente borroso, o sobre la necesidad de mayor relieve en los protagonistas y, aun en sus conflictos, lo cual, sin embargo, quizá estorbaría el efecto de grupo y de masa buscado por el autor. En conjunto, la obra merece el alto triunfo que alcanzó. PRECEDENTES Si Goyescas es la primera ópera española que aquí se canta, —en castellano, para mayor perfección—, no es la primera que se ha pensado dar a conocer: el activísimo Hammerstein, cuando dirigía el Manhattan Opera House, tuvo en mente hacer representar La Dolores de Bretón. La música española, alta o baja, de baile o de canto, de piano y aun de orquesta, sí es conocida, aunque poco: más se conocen las imitaciones. De la zarzuela, aparte de las funciones especiales de aficionados, en lengua castellana, se conoce la música de La Gran Vía, adaptada a la letra de la opereta His Honor, the Mayor que se representó en el Empire Theatre hace ya muchos años. A Goyescas, que, como todos saben, debió estrenarse en París, y por la guerra vino a dar al Metropolitan Opera House, le precedieron aquí las composiciones de Granados para piano, cuerdas o canto. Las primeras las popularizó el distinguido pianista norteamericano Ernest Schelling; y luego las han tocado otros muchos, entre ellos el gran australiano Percy Grainger y el elegante George Copeland. Los dos supremos artistas del arco, el austríaco Fritz Kreisler y el español Pablo Casals, ejecutan, respectivamente, las de violín y violoncelo. Las de canto no son menos populares: baste citar, entre sus intérpretes, al eminente
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barítono Emilio de Gogorza, hispanoamericano de origen. Gogorza ha demostrado tener la primacía, aun sobre Schelling, como heraldo de Granados en este país. En Chicago, por fin, la magnífica Orquesta Sinfónica local ejecutó el poema Dante, hace pocos meses. LA INTERPRETACIÓN La estrella de la interpretación de Goyescas en el Metropolitan Opera House se pensó fuese Lucrecia Bori. Pero la soprano española está enferma desde hace dos meses. Se llamó, para sustituirla, a una joven cantatriz norteamericana, que aprendió en Madrid nuestro idioma: Anna Fitziu. Dotada de hermosa voz, superior a su mediana escuela, la Fitziu cantó agradablemente el papel de Rosario. Igual cosa puede decirse de Flora Perini, a quien tocó el de Pepa. Dos artistas de mayor categoría, el tenor Giovanni Martinelli, de brillante voz dramática, y el barítono Giuseppe de Luca, de excelente escuela, cantaron los papeles masculinos. Pero los héroes de la interpretación fueron, en primer lugar, el coro, hábilmente disciplinado por Giulio Setti, y luego la pareja de baile: la bellísima Rosina Galli y el ágil Giuseppe Bonfiglio. Sería demasiado pedir a la Galli todos los secretos del baile español genuino; pero su gran talento le permitió penetrar en su esencia e interpretar con suma elegancia los vivaces ritmos del fandango. El director de orquesta, Gaetano Bavagnoli, se sobrepujó a sí mismo: no ha dirigido aquí ninguna obra con el amor que puso en Goyescas. Claro está que Polacco, y sobre todo el incomparable Bodanzky, habrían dado brillo mayor a la partitura; pero, con la ayuda de Granados; Bavagnoli realizó labor muy plausible. Las decoraciones y la indumentaria, excelentes. Deben mucho, según entiendo, al Sr. Periquet, autor de la letra de Goyescas. LA CONCURRENCIA “La mejor concurrencia de la temporada, —dice el ameno cronista del Evening Sun, W. B. Chase—; multitud tan grande como la de las noches de inauguración, con Caruso en el reparto, y tan brillante como solo el Metropolitan puede reunirla...” Gran número de españoles e hispanoamericanos. El Embajador de España presidía a su colonia. De Washington vinieron, como él, otros embajadores o ministros hispanoamericanos. A la cabeza de los nor-
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teamericanos amantes del espíritu español figuraba el fundador de la Sociedad Hispánica, Mr. Archer M. Huntington. El aplauso fue ruidosísimo, desde el final del cuadro primero, y Granados hubo de salir a agradecerlo, junto con su hábil libretista Periquet; premió el intermezzo, se unió a los palmoteos y los olés con que se cierran las danzas del cuadro segundo, interrumpió el hilo orquestal para rendir su tributo a la Fitziu en la canción del ruiseñor, y, al terminar la obra, culminó en ovación magna. El entusiasmo de patria y de raza entró por mucho en esta ovación delirante; pero el público de lengua inglesa se contagió también, y no fue la corte frívola y elegante de los palcos la más remisa en el aplauso. LA CRÍTICA Tres críticos de talla tiene hoy, en ejercicio, la prensa diaria de Nueva York: Mr. William J. Henderson, del Sun (edición matinal); Mr. Henry T. Finck, del Evening Post; y Mr. H. E. Krehbiel, del Tribune. Merece mención especial además, Mr. Richard Aldrich, del Times. Otros críticos notables escriben solo en revistas. De aquéllas, Mr. Krehbiel es el único que todavía no da su juicio sobre Goyescas, como ópera, aunque ya lo dio, entusiasta, sobre las composiciones pianísticas de las cuales nació la obra teatral. Le sustituyó, en esta ocasión, el joven cronista Crenville Vernon. He aquí los párrafos principales del juicio de Mr. Henderson: “Durante el primer y segundo cuadros, hay vida en cada compás de la música. El compositor se ha atrevido audazmente a convertir sus protagonistas en partes de un vigoroso conjunto. No hay solos importantes. El coro canta casi siempre, y el diálogo de los protagonistas se desarrolla sobre el fondo de la multitud de voces”. La riqueza de color y movimiento en la escena, dice luego, contribuye mucho al éxito. “Pero —agrega—, bien pronto nos damos cuenta de que la música es la verdadera vida de estos cuadros. Las mejores cualidades de Granados se revelan en seguida. Es muy hábil en la escritura polifónica, y emplea esta habilidad para alcanzar efecto teatral de valor no escaso. Su orquesta se expresa en formas instrumentales vigorosas, de ritmo español enérgicamente marcado. Su coro canta en una polifonía suya propia, dividiéndose a veces hasta en cinco grupos con tres melodías y
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ritmos diferentes. Sin embargo, el conjunto no es difuso ni opaco. Tiene excelente contextura y realiza con certeza su objeto: el de comunicarnos la vivacidad y el espíritu de la multitud, el son de muchas voces y el carácter del pueblo. Todo está hecho deliciosamente, y la música está llena de sabor y de encanto.” Mr. Henderson celebra el segundo cuadro no menos que el primero. Respecto del último, considera que es generalmente bueno, “con calidad y con estilo”, aunque sin gran fuerza dramática. “La música de Granados es esencialmente melodiosa; no solo hay ritmos españoles, sino melodía española, cautivadora y todavía no manoseada en ópera. La orquestación es buena. Es rica y sonora sin ser ruidosa. No busca demasiados efectos especiales, y nunca es vulgar. El intermezzo, entre los dos primeros cuadros, es encantador.” Mr. Finck, en el Evening Post, después de disertar favorablemente sobre las Goyescas de piano (hoy populares, dice, que hasta las alumnas avanzadas de los conservatorios las están estudiando e interpretando en sus programas de presentación), sobre el proceso de formación de la ópera, citando párrafos del ingenioso y comentadísimo artículo que señor Periquet publicó en Las Novedades, y sobre el desarrollo del argumento, declara que “el encanto del primer cuadro está principalmente en los coros, llenos de vitalidad rítmica.” Luego añade: “Gran encanto melódico hay en el intermezzo que abre el cuadro siguiente. Se compuso en solo un día, —día de inspiración, en verdad—, y sería suficiente para hacer a Goyescas famosa, como el intermezzo de Mascagni hizo famosa su Cavalleria rusticana. De los dos, el de Granados es, con mucho, el mejor, en todo sentido. Su orquestación es variada y arde en color. En el ensayo final, los invitados, —profesionales los más, de quienes se espera se mantengan tranquilos—, estallaron en aplausos; y anoche, en la primera presentación, despertó tremendo entusiasmo. En realidad, la concurrencia, tras cada escena, mostró el mayor entusiasmo que puede mostrarse de un público de ópera... Todos sucumbieron al encantó melódico y rítmico de esta música española.” Después de analizar otras porciones de la obra y de juzgar la interpretación, el crítico confía en que Goyescas pase al repertorio permanente del Metropolitan. Mr. Aldrich, en el Times, considera que la obra es muy interesante y acaso dure en el repertorio. No se había conocido aquí toda la intensidad de la música española mientras no vino Granados “con su
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expresión plena, apasionada, a veces excitadora por sus ritmos característicos y su franca melodía, a veces lánguida, poética, profundamente patética, sutilmente sugestiva.” Aunque “posee color intensamente nacional, está escrita con expresión individual, personal’’. No hay trivialidades, la armonía es rica, nada convencional, y da peculiar distinción, calor y brillantez a su estilo. Es música que se adueña del espíritu y le persigue después. No será obra de genio: pero es vital y genuina”. La acción dramática es apenas un esbozo; pero la música tiene color vívido, movimiento rápido y expresión vivaz en los dos primeros cuadros, y está llena de emoción en el último. Grenville Vernon, en el Tribune, se queja de que en la obra falte desarrollo dramático, pero elogia “el ritmo y el color orquestal” de la música. El crítico del Herald estima que a la obra falta fuerza dramática, pero que la música es “muy brillante”: la elogia sin reservas. El crítico del American opina de modo semejante, pero con menos aplauso. El World y el Evening Journal son francamente desfavorables a la obra. Pero como ninguno de estos dos populares periódicos tiene verdaderos críticos de música en su redacción, no hay necesidad de analizar sus opiniones. El crítico del Press (ignoro si haya sido en esta ocasión el estimable Max Smith, pues la crónica no está firmada, como otras veces) tampoco la acoge con simpatía: estima que la música pianística de Granados no se adapta bien a la orquesta y al teatro. En cambio, se muestran francamente favorables el siempre ingenioso Chase, del Evening Sun; Sigmund Spaeth, del Evening Mail; Baird Leonard, del Telegraph; y la prensa extranjera, en particular el StaatsZeitung, el más autorizado órgano de la colonia alemana, y el Courier des Etats Unis, órgano de la francesa.
Las Novedades, 3 de febrero, 1916.
RUBÉN DARÍO
Al morir Rubén Darío, pierde la lengua castellana su mayor poeta de hoy, en valer absoluto y en significación histórica. Ninguno, desde la época de Góngora y Quevedo, ejerció influencia comparable, en poder renovador, a la de Darío. La influencia de Zorrilla, por ejemplo, fue enorme, pero no en sentido de verdadera renovación: cuando el zorrillismo se extendió por todas partes, ya hacía tiempo que el romanticismo había triunfado. Darío hizo mucho más; tanto en el orden de la versificación, como en el estilo, como en el espíritu de la poesía. Su triunfo tiene mucho de sorprendente; porque, escribiendo en nuestro idioma, se lucha contra ignorancias mayores que las de otros pueblos; y aun más, porque Darío, hijo de América, acabó siendo aclamado por el mundo intelectual de nuestra antigua metrópoli. El homenaje de los escritores españoles a Rubén Darío fue grande y sincero. Claro está que a las corporaciones tradicionales, necesariamente tímidas, nadie espera verlas asociadas a estos homenajes: aunque es verdad que la Real Academia ha nombrado correspondientes suyos a escritores y poetas del Nuevo Mundo no menos modernistas que Darío (José Enrique Rodó, Enrique González Martínez, Francisco Gavidia, Gómez Carrillo), en España, donde precisamente tienen su escenario de combate, omite el tributo que merecen Valle-Inclán, Azorín, o Marquina. Pero si la Academia, como cuerpo, no rindió tributos a Darío, sí lo hicieron, individualmente, los académicos; y, entre ellos, el que la presidía por su saber, ya que no de hecho don Marcelino Menéndez y Pelayo. En el orden de la versificación, Rubén Darío es único; es el poeta que dominó mayor variedad de metros. Los poetas castellanos de los cuatro siglos últimos, en España o en América, aun cuando ensayaron formas diversas, dominaban de hecho muy pocas; eran, los más, poetas de endecasílabos y de octosílabos. Otras formas que alcanzaron populardad, como el alejandrino en la época romántica, padecían por la monótona rigidez de la acentuación. Darío puso de nuevo en circulación multitud de formas métricas: ya versos que habían caído en
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desuso, como el eneasílabo y los dodecasílabos (de tres tipos); ya versos cuya acentuación libertó, y cuya virtud musical enriqueció, como el alejandrino. Aun el endecasílabo ganó en flexibilidad, al devolverle Darío dos formas de acentuación usadas por los poetas clásicos, pero olvidadas a partir de 1800. Acometió el problema del exámetro, que ha tentado a muy grandes poetas modernos, desde Goethe hasta Tennyson y Carducci, y finalmente introdujo el verso libre, ya el de medida variable con ritmo fijo (como en la Marcha triunfal), ya el de medidas y ritmos variables. En el estilo, Rubén Darío representa otra renovación. Huyó de todo clisé, de toda expresión gastada, como las monedas, por el uso; de las “auras ledas”, y de las “tumbas frías”, y de los “labios purpurinos”. Se dirá que toda nueva orientación literaria barre los residuos de escuelas anteriores, los clisés ya inútiles; y así es la verdad. Pero Darío hizo más: desarrolló el arte del matiz, de la nuance, que en la poesía castellana se había hecho raro desde principios del siglo XVIII. Espiritualmente, en fin, Rubén Darío trajo “estremecimientos nuevos”. Fue, si no el primero, uno de los primeros (como Casal, Gutiérrez Nájera y Silva) que trajeron a la poesía castellana las notas de emoción sutil de que fue Verlaine sabio maestro; la gracia y el brillo arrancados al mundo de las cortes versallescas y las fingidas Arcadias, de helenismo decorativo, pero delicioso en su franco amaneramiento; las sugestiones de mundo exóticos, arca opulenta de tesoros imaginativos. Pero nunca perdió su fuerza castiza: supo ser americano; mejor dicho: hispano-americano; cantó y defendió a sus pueblos, los de lengua española, en ambos mundos, con mayor amor porfiado, con apego a veces infantil. Si no siempre creyó poética la vida de América, sí creyó siempre que los ideales de la América española eran dignos de su poesía. Y porque cantó los ideales de nuestra América, y porque cantó las tradiciones de la familia española, porque entonó himnos al Cid, fundador de la patria vieja, y a los espíritus directores de las patrias nuevas, como Mitre, América y España vieron en él a su poeta representativo. Rubén Darío nació en 1867 y murió en 1916. Publicó las obras siguientes: Epístolas y poemas (1885); Abrojos (1887); Azul (1888); Rimas (1889); Prosas profanas (1896); Cantos de vida y esperanza, Los cisnes y otros poemas (1905); Oda a Mitre (1906); El canto errante (1907); Poema del otoño y otros poemas (1910); Canto a la Argentina y
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otros poemas (1914). En prosa, además de Azul, que contenía cuentos junto a los versos. Los raros (1896); España contemporánea (1901); Peregrinaciones (1901); La caravana pasa (1902); Tierras solares (1904); Opiniones (1906); Parisiana (1907); El viaje a Nicaragua (1909); Letras (1911); Todo al vuelo (1912). En 1910 se publicó en Madrid una edición de sus Obras escogidas, en tres volúmenes: el primero, contenía un estudio preliminar de Andrés González Blanco; el segundo, poesías; el tercero, prosa. En Madrid comenzó a publicarse, el año pasado, una nueva edición de sus poesías, en varios volúmenes arreglados por asuntos: Y muy siglo diez y ocho; Y muy siglo moderno...
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA.
Las Novedades, 17 de febrero, 1916.
DE LA NUEVA INTERPRETACIÓN DE CERVANTES
Ayer, ante el Hamlet crepuscular, majestuoso, de Forbes Robertson, —ofrenda que, al despedirse de la escena, tributa el más grande actor inglés al centenario de Shakespeare—, medité en los nuevos aspectos que nuestra moderna interpretación da a las obras maestras antiguas. No es este Hamlet el de antaño, enajenado, misantrópico, iracundo; ahora, sobre su preocupación, sobre sus iras, domina su alto y severo espíritu y fluyen corrientes de íntima ternura. Así como en los héroes de Shakespeare buscamos hoy, más que el ímpetu excesivo o la pasión ardorosa, la alteza espiritual y el don del sentir humano, así también los buscamos —y los descubrimos—, en Cervantes. La magnitud de su obra nunca pudo ocultarse, claro es; pero, en general, mientras los unos reían1 con los fracasos de Don Quijote y los refranes de Sancho, los otros se empeñaban en admirarles por el simbolismo elemental que de ellos se desprende. Hay en la creación de Cervantes más secretos. La gran epopeya cómica, como puerta de trágica ironía, se cierra sobre las irreales andanzas de la Edad Media y las nunca satisfechas ambiciones del Renacimiento y se abre sobre las prosaicas perspectivas de la edad moderna. La risa de los superficiales, ayer y hoy, ¿no es el comentario con que espontáneamente se manifiesta el prosaísmo de los últimos tres siglos? La actitud de los que sienten con Don Quijote y contra quienes abusan o se mofan de él, ¿no es protesta? Para el siglo XVII, el Quijote fue, sobre todo, obra de divertimiento y solaz, —la mejor de todas, a no dudarlo. Hubo, seguramente, quienes le adivinaron sentidos más hondos; absurdo sería negar de plano la penetración delicada a toda una época. Releyendo la crítica cervantina desde sus comienzos, se hallarían, de cuando en cuando, anticipaciones de nuestras ideas. Pero su rareza será la prueba mejor del criterio entonces predominante—, el criterio realista y mundano que personifican hombres como Bacon, y Gracián, y La Rochefoucauld. 1
En el recorte del Archivo PHU, “ríen”. N.d.e.
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Aún más: durante mucho tiempo, se estimó mejor la primera parte del “Quijote” que la segunda. “Nunca segundas partes fueron buenas”, se repetía. Ya se ve: la primera parte es la más regocijada y ruidosa; allí Cervantes, en ocasiones, hasta parece desamorado y duro para con su héroe. Hoy, entre los mejores aficionados al Quijote, la segunda parte, llena de matices delicados, de sabiduría bondadosa, humana, es la que conquista todas las preferencias. Es la glorificación moral del Ingenioso Hidalgo. Y el preferirla no es sino resultado de la protesta surgida de espíritus rebeldes a la opresión espiritual de la edad moderna. Este caballero andante, con su amor al heroísmo de la Edad Media y su devoción a la cultura del Renacimiento, es víctima de la nueva sociedad, inesperadamente mezquina, donde hasta los Duques tienen alma vulgar: ejemplo vivo de cómo las épocas cuyas ideales se simbolizan en la aventura, primero, y luego en las Utopías y Ciudades del Sol, vienen a desembocar en la era donde son realizaciones distintivas los códigos y la economía política. En vidas como la de Beethoven, como la de Shelley, hay asombrosos casos de choque quijotesco con el ambiente social. Heine —que comenzó quijotescamente su carrera, renunciando a enorme fortuna para ser poeta— es uno de los primeros en dar voz a esta nueva interpretación. Con él, y después de él, Don Quijote va a ser, no el tipo del idealista que “no se adapta”, sino el símbolo de toda protesta. Y este Don Quijote, maestro de energía y de independencia, seguido por Sancho, modelo ya de humildes entusiastas de lo que a medias comprenden, pero adivinan magno; este espejo de caballeros, está, sobre todo, en la parte segunda de la novela, hondamente humana, crepuscular y majestuosa.
Las Novedades de Nueva York, abril, 1916, y en el diario La Nación de La Habana, Cuba, en mayo de 1916. Modificado, se incluye en En la orilla. Mi España (México, 1922).
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LIBERTY THEATRE El espectáculo cinematográfico The Birth of a Nation, continúa atrayendo tanto público como en la primera semana, a pesar de que lleva ya cuatrocientas ochenta y ocho representaciones. Esta película ha sido muy disentida, y las discusiones y los intentos de suprimirla han aumentado la curiosidad del público. La obra presenta la situación social de los Estados del Sur en los años que precedieron a la guerra civil, y se le censura el propósito aparente de atacar y difamar a la raza negra. El autor declara no haber alimentado propósito semejante; pero la campaña en contra de su película sigue en pie, y ésta ha sido prohibida en algunas ciudades. BROADWAY THEATRE El animado drama The Majesty of the Law ocupará el escenario de este teatro durante la semana. El argumento es la historia de un juez que se ve obligado a presidir un juicio donde se prueba que su hijo ha cometido una estafa y tiene que pronunciar sentencia para enviarlo a presidio. George Warwich, que desempeña el papel principal de la obra, ha merecido las alabanzas de los críticos.
Las Novedades, 3 de septiembre, 1915.
ARTE Y TEATROS
EL MUSEO METROPOLITANO DE NUEVA YORK El Museo Metropolitano dedica su boletín del mes de septiembre a las labores educativas que se llevan a cabo en relación con el establecimiento. Durante los últimos diez años, este Museo ha crecido extraordinariamente en importancia, tanto por sus propias adquisiciones como por los donativos. La maravillosa colección legada por Altman, que ocupa cuatro salas, es de las mejores imaginables; las hay más numerosas, pero difícilmente más exquisitas en el gusto que presidió a la selección de piezas. Morgan, además de enriquecerlo con donativos de cuadros, prestó al Museo su vasta colección de objetos artísticos; pero éstos van ya desapareciendo de allí, poco a poco, porque los herederos del famoso millonario decidieron recogerlos y disponer de gran parte de ellos. Ahora el Museo se propone acrecentar su labor educativa. Desde luego, anuncia series de conferencias. Para miembros de la institución, seis conferencias ilustradas sobre Los pintores italianos como decoradores, que dará Miss Edith R. Abbot los viernes a partir del 7 de enero y febrero, y cuatro para sábados de enero y febrero, destinados a niños hijos de los miembros. Para maestros y para todas las personas que pidan de antemano entradas, Miss Abbot dará seis conferencias todos los miércoles a las 4 de la tarde, comenzando el día 13 de enero; sobre La escultura y la pintura italianas del Renacimiento; y en marzo comentará otra serie sobre La pintura de las escuelas del Norte. Para estudiantes de arte, darán conferencias los sábados de enero y febrero los distinguidos pintores Cecilia Beaux, William M. Chase, Robert Henri, Bryson Burroughs y Philip Hale; y para los estudiantes de historia en las escuelas de la ciudad, en diciembre y enero, conferencias sobre el hombre primitivo, Grecia, la Edad Media, el Renacimiento, y el siglo XVII. El Boletín del Museo declara que solo recientemente se han dado cuenta los coleccionistas y poseedores de obras de arte, de sus deberes hacia la comunidad; principalmente, el deber de permitir que sus
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posesiones sean conocidas por los artistas y por el pueblo en general. Los Museos, claro está, se sienten hoy obligados a ofrecer al público, no solo los cuadros que exhiben sino también cursos organizados que hagan fructíferas las exhibiciones. Este movimiento es nuevo aún, y el público no ha aprendido a aprovecharlo en su favor; pero la propaganda continua, y dentro de pocos años el Museo de Nueva York será, como lo pretende, centro de difusión de cultura estética, y no solo lugar de visita para curiosos. La directiva del establecimiento está en relación con la Liga Escolar del Arte y con los maestros de enseñanza artística de las escuelas públicas. Ahora se preparan dos manuales sobre arte destinados a distribución gratuita en las escuelas: uno será una guía para los maestros, y el otro será para los discípulos. El Museo presta gran número de visitas para las conferencias que se dan constantemente en las escuelas. Su colección estereoscópica comprende unas quince mil visitas. LA RETIRADA DE JULIA MARLOW Al iniciarse esta temporada teatral se hizo pública la noticia de que Julia Marlow, la más notable de las actrices norteamericanas, se retira de la escena. La Marlowe, que es la segunda esposa del gran actor Edward H. Sothern (éste sí continúa en el teatro), no tiene aún cincuenta años. Se retira, pues, en pleno apogeo, y ni siquiera ha organizado, como es común entre artistas, funciones o tournées de despedida, productivas siempre en el orden pecuniario. En 1887 apareció Julia Marlow por primera vez en Nueva York. Desde muy joven interpretó el repertorio de Shakespeare y se distinguió en él. Bien pronto alcanzó la categoría de estrella, y hubo de someterse a la tiranía que aquí sufren los astros teatrales: representar cada año una sola obra, forzando el éxito a toda costa. Entre las obras a las que dio celebridad Julia Marlow se cuentan Barbara Frietchie, drama histórico del norteamericano Clyde Fitch, y Cuando florecía la estirpe de los caballeros, comedia del irlandés1 Mason basada en la novela de Charles Major. Pero con el tiempo la actriz se fatigó de esta tiranía, y, primero sola, luego en compañía de Sothern, se propuso seleccionar en atención al 1
En el recorte de PHU, tacha “inglés” y escribe “irlandés”. N.d.e.
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mérito literario los dramas que había de representar, y finalmente formó un magnífico repertorio en que predominaba Shakespeare. Entre las obras a que dio lustre durante los últimos diez años figuraban La campana hundida, el sugestivo drama poético de Hauptmann, Juan el Bautista, el drama bíblico de Sudermann, Juana de Arco, del poeta norteamericano Percy MacKeye, La Diosa Razón de la poetisa Mary Johnson, Hamlet, Macbeth, Romeo y Julieta, Othello, Mucho ruido y pocas nueces, La fierecilla domada y Como gustéis, de Shakespeare. En este repertorio, Julia Marlow desarrolló admirablemente sus poderes artísticos. Su cuidadoso estudio de los personajes y del texto de los papeles; su fina dicción “en la que cada palabra es una entidad perfecta, y todos los elementos están en proporción rítmica, sin la menor apariencia de esfuerzo”; su gran vigor en las situaciones trágicas; su desbordante vivacidad en los momentos cómicos le dieron rápidamente el primer lugar entre las actrices de los Estados Unidos. Su interpretación del papel de Julieta, hace como ocho o nueve años, señala el apogeo de su carrera. John Corbin, quizás el mejor crítico dramático de los Estados Unidos en los últimos tiempos, dedicó a esta interpretación un largo estudio en el cual declaraba sintéticamente, al terminar: “Tenemos, al fin, una gran actriz trágica en América”. El vacío que deja Julia Marlow en la escena de este país no se llenará fácilmente. Mrs. Fiske, estudiosa intérprete de Ibsen y de otros dramaturgos modernos, se retiró ya también.2 Alla Nazimova, la artista rusa que adoptó la lengua inglesa en Nueva York, se circunscribe a obras modernas, y tal vez no podría salir triunfante (a pesar del ejemplo de la gran trágica Helena Modjeska, nacida en Polonia) en las perfecciones de expresión y singular dominio del idioma que exigen los dramas de Shakespeare. Ni Maud Adams, que hoy no interpreta sino el exquisito repertorio de Barrie, ni las actrices más jóvenes, que no tienen aún sino poderes limitados, parecen capaces de recoger la herencia. Acaso la única destinada a recogerla sea Margaret Anglin, que en los últimos años ha recorrido gran variedad de obras desde las tragedias de Eurípides hasta las comedias de Oscar Wilde, deteniéndose desde luego, en las de Shakespeare.
Nota manuscrita de PHU en el recorte de su álbum: “Ha reaparecido después”. N.d.e. 2
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LOS TEATROS DEL REPERTORIO Laméntase a menudo, en los Estados Unidos o en Inglaterra, la desaparición de los antiguos teatros de repertorio. Como ocurre en toda gran ciudad —París o Berlín, Munich o Viena—, toda obra que alcanza gran éxito en Londres o en Nueva York, se representa durante toda la temporada teatral (de seis a ocho meses). Si el éxito fue solo mediano, las representaciones duran dos o tres meses (se considera fracasada la obra que no dura más de cuatro o cinco semanas), y entonces la compañía sale a recorrer “las provincias”, —se va on the road, se dice en los Estados Unidos. Así, una sola compañía no representa cada año, más de una pieza, y a veces esta pieza continúa dos o más años yendo de ciudad en ciudad. En Europa hacen contrapeso a esta tiránica imposición del éxito los teatros de repertorio: la Comedia Française y el Odeón de París; las grandes instituciones oficiales y a veces particulares, de Berlín (como el Teatro Lessing), de Viena, de Munich, de Dresden, ofrecen a los actores campo para ejercitarse en gran variedad de papeles y mantenerse así en constante renovación. En Inglaterra y en los Estados Unidos esto lo alcanzan solo los artistas que individualmente se lo proponen y hallan medio de arrostrar las dificultades con que se tropieza para formar un repertorio. El New Theatre, del que se quiso hacer una institución de verdadero carácter nacional, fracasó, quizás por haber comenzado con planes demasiados vastos. En esta temporada cuenta ya Nueva York con tres empresas que ofrecen repertorio (sin contar con los teatros de lengua extranjera, entre las que sobresale el alemán de Irving Place); la de Grace George, la de Emanuel Reicher y la de los Washington Square Players. Todas prometen cambio mensual de programa. La de Grace George escogió, para comenzar, la semana pasada, una obra ya conocida de autor norteamericano, The New York Idea, de Langdon Mitchell, que Mrs. Fisko estrenó hace más de ocho años. Esta comedia, al reaparecer en esta especie de consagración oficial, ha provocado viva disensión de opiniones en la prensa neoyorkina. Mientras para el grave crítico de Evening Post “no es otra cosa que farsa, y no de la mejor especie”, para el del Times es excelente comedia, y el frívolo cronista del Telegram se atreve a sacar a cuento los nombres de Sheridan y Wilde. No hay que exagerar: la comedia de Langdon Mit-
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chell es, si se toma en cuenta su argumento, farsa o sainete; pero, por su brillante lenguaje y su inextinguible y elegante humorismo, pertenece a la mejor tradición de la comedia ligera en el teatro inglés, la que se inicia con la Restauración y adquiere en nuestros días inusitado esplendor con Oscar Wilde y Bernard Shaw. Más que los nombres de Sheridan y Goldsmith, en el fondo de cuyo arte cómico hay notas serias y graves, deben traerse a cuento en este caso los de Congreve y Wycherley. La comedia de Langdon Mitchell —sin que alcance la vivacidad de ingenio de The Country Wife o la exquisitez de lengua de The Way of the World—, se parece a las del período de Carlos II en el peculiar y fantástico ambiente moral (o inmoral, mejor dicho) en que coloca a sus personajes. El mundo en que estos se mueven es, diríamos, el mundo del divorcio, y el argumento gira en torno de “esta creación nueva, el matrimonio norteamericano, poliandria consecutiva”. La obra de Mitchell no realiza todo lo que contiene en potencia; débese a que el autor introduce en ella “demasiada acción” (en vez de ceñirse a la comedia de frases, como la finísima Importancia de ser sincero de Wilde), y adoptó la reconciliación como desenlace; desenlace moral a los ojos del vulgo, absurdo para todo criterio superior, y, en realidad, hijo del convencionalismo de los desenlaces felices (happy endings). Así y todo, como producto de ingenio, The New York Idea es una de las mejores creaciones de teatro en los Estados Unidos. La interpretación que da a la obra la compañía organizada por Grabo George es excelente. La actriz está en plena madurez artística, y hace en el papel principal labor delicada, digna de todo aplauso.3 EL TEATRO DE EMANUEL REICHER El gran actor alemán Emanuel Reicher, que se trasladó a este país el año pasado y después de estudiar el inglés, interpretó magistralmente el Juan Gabriel Borkman, de Ibsen, ha organizado una asociación dramática para la representación de obras selectas a partir del entrante invierno. La temporada se abrirá el 23 de noviembre, en el Garden Theatre, y durará hasta fines de mayo. Se abrirá con la comedia de Bjornstierne Bjoernson, Cuando florece la nueva vida, a la cual seguirán Los Tejedores, el vigoroso drama de Gerhart Hauptmann, en di3
Aquí concluye el recorte del álbum de PHU. N.d.e.
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ciembre; Madonna Dianora, del poeta alemán Hugo Von Hofmannsthal, seguida de un corto drama de Theodore Dreiser, y de dos piezas en un acto de David Pinski, en enero; Rosmersholm, de Ibsen, en febrero; tres piezas en un acto de Percival Wilde, en marzo; Papa, comedia de Zoe Akins, en abril; Tio Vanja, del novelista ruso Chekof, en mayo. Como la asociación que preside Reicher se propone fines de cultura, habrá noches populares, para personas de pocos recursos, y a éstas se les concederá entrada mediante tarjetas especiales, que adquirirán en la oficina de la sociedad, cuarto 304 del edificio situado en el número 1400 de Broadway. BOOTH THEATRE La semana ha comenzado con el estreno de una comedia, The Two Virtus, de Alfred Sutro, uno de los autores más conocidos en el teatro moderno inglés. El argumento es una delicada sátira sobre la actitud que observan las mujeres, las más respecto de las otras. Jefferys Patton, un solterón rico y excéntrico, sufrió un desengaño amoroso (su novia le dejó para casarse con otro), y busca la soledad de su estudio para pensar en el bien perdido, la bella Isabel, de quien conserva un retrato y un par de guantes. Para distraerse se dedica a escribir una historia universal. Después de cinco años de trabajo, recibe una visita de Isabel, cuyo esposo, que es poeta, busca inspiración para un poema épico en la agradable compañía de la joven viuda, Mrs. Guildford. Isabel pide a Jeffery que salve a su esposo enamorando él mismo a Mrs. Guildford, y que emplee su elocuencia para convencerla de que abandone a su esposo. Jeffery visita a la señora y encuentra que es una dama virtuosa, aficio-nada también a los estudios históricos. La nueva amistad se convierte en amor y después de varias complicaciones, contra las protestas celosas de Isabel, de su madre y de su hermana; Jeffery decide casarse con Mrs. Guildford. Una circunstancia que contribuyó a dar mayor importancia al estreno ha sido la reaparición del notable artista Edward H. Sothern, que se había retirado de la escena, hace un año, en compañía de su esposa Julia Marlowe. Mrs. Sothern ha sido y es uno de los actores favoritos del público, tanto en este país como en Inglaterra, y la interpretación que dio al
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papel principal de la obra es digna de su fama. COMEDY THEATRE A Modern Shylock, drama de la vida americana por Herman Scheffauer, fue estrenado el martes. El papel principal lo desempeña el actor Louis Calvert, quien ha merecido elogios de los críticos en la interpretación del papel de judío neoyorkino, dueño de una casa de préstamos, poseído por todas las preocupaciones y los idealismos de su raza. COHAN THEATRE Elsie Janis, la simpática soubrette, estrenó el martes una nueva obra que con justicia han calificado los autores de “un poco de comedia con un poco de música”. La obra ha sido escrita especialmente para poner de relieve las variadas aptitudes de la bella e inteligente artista, y los números de canto son agradables. HIPÓDROMO El espectáculo que presenta el Hipódromo este año es digno por todos conceptos de visitarlo. El Ballet sobre el hielo es uno de los más hermosos que se han presentado allí. PALACE THEATRE La empresa de este teatro de vaudeville presenta esta semana un número digno de ser oído por los aficionados al bel canto, con la aparición del tenor Ciccolini quien, aunque no es “mejor tenor que Caruso” como dice la empresa, es indudablemente un artista que sabe cantar y tiene bella voz, con la ventaja de la juventud. Ciccolini canta en Vaudeville porque la guerra ha cerrado los mejores teatros de Europa.
Las Novedades, 7 de octubre, 1915, pp. 5 y 6.
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EXPOSICIONES La Galería Montross, en el número 550 de la Quinta Avenida, abrió por veinte días, hasta el 23 de los corrientes, su primera exposición del otoño. Los artistas que concurren a ésta representan gran diversidad de orientaciones, modernas todas. El centro lo ocupan, de pleno derecho, los dos cuadros de Eugene E. Speicher; dos retratos pintados con admirable vigor, sobriedad de líneas y viveza de tonos cálidos. Este artista, aplaudido en los círculos académicos, demuestra que es capaz de dominar métodos nuevos sin perder su decorum. Su retrato de Ilonka Karasz, especialmente, es obra fuerte y sincera. Otro artista cuyas obras figuran en toda exposición de primer orden y en los mejores museos de este país (el Metropolitano y de Nueva York, por ejemplo), George Bellows, presenta dos cuadros: un retrato de niña, en su vivaz estilo usual, y un enérgico y sombrío paisaje, de magníficas rocas pardas y verdes, bajo un cielo gris oscuro cruzado por nubes. El espíritu de esta obra recuerda a Winslow Homer, el gran pintor de las rocas y las aguas del Atlántico. También recuerda a Homer por su tonalidad severa, el paisaje que expone Edwin Booth Grossmann: dos casas de techo pardo rojizo, en medio del campo, sobre cuyo fondo se extiende la masa densamente azul de las montañas. No menos interesantes son los cuadros de Randal Davey (retrato de dama joven) y de Allen Tucker (campo de espigas, de luz y color, ingeniosos), las delicadas marinas1 de Arnold Friedman, que recuerdan a Monet, la naturaleza muerta de James Preston y las flores de Putnam Brimley. Joseph Stella tiene tonos suaves y sedosos en su óleo de naturaleza muerta y sus dos paisajes al pastel. Exhibe, además, dos acuarelas de 1
En la edición original, faltó la siguiente frase, que PHU agrega en una nota manuscrita: “Arnold Friedman, que recuerdan a Monet”. N.d.e.
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procedimiento divisionista. También se ve la influencia del divisionismo en el luminoso cuadro de Ambrose Webster; una casa campestre, en las Bermudas; sobre la verja llueven frondas de árboles multicolores, a los que el pueblo de la isla da el nombre de “Iguálame si puedes”. *** Van Dearing Perrine, célebre por sus dibujos de Isadora Duncan, presenta cuadros muy sugestivos, en yeso sobre fondo negro, donde la artista aparece en la Danza de la Creación, y tres óleos. El que se intitula Niños jugando, de agradable color y ramas de brillo sedoso, tiene el mismo encanto de movimientos que este pintor ha aprendido en sus estudios de baile. Maurice Sterne expone doce magistrales dibujos en color, al temple. Bertram Hartman, una delicada acuarela. Guy Pene Du Bois, dos cuadros en que satiriza al “orador de banquetes”, y al “Señor Clase Media y esposa”. David B. Milne, un óleo con sugestiones de aguafuerte, elemental en dibujo y color. Hay, además, toda clase de caprichos, quizás menos atractivos que los expuestos durante la primavera última en esta Galería. Hay composiciones cubistas, generalmente tituladas paisajes, pero capaces de soportar cualquier otro nombre. Una, La tormenta, de Walter Pach, es una agradable distribución de colores dentro de líneas geométricas: el efecto es de ornamentación decorativa y el título resulta enteramente inútil. Mejor se justifican los que llevan las de Charles H. Walther: el óleo Poema sinfónico en azul y la luctuosa acuarela Melodía al dolor, que hacen pensar en la posibilidad de que exista una pintura en la cual el color y la forma no copiaran forma alguna de la naturaleza y se combinaran libremente para placer de los ojos. Y como intentos de nuevas fórmulas se distinguen los ensayos de “dimensiones en color” de Thomas H. Benton, en quien se descubre la influencia del Greco. *** En la Galería Kraushaar (número 260 de la Quinta Avenida) se exhiben actualmente cuatro cuadros del gran pintor español Ignacio Zuloaga, recientemente adquiridos por el coleccionista norteamericano Mr. Willard D. Straight. Los cuadros son dos retratos de toreros y dos paisajes, Sepúlveda y La Virgen de la Peña. En la misma sala se exhibe una magnífica playa de Whistler. ***
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La Asociación del Sufragio Femenino tiene abierta hasta el domingo, en la Galería Macbeth (430 Quinta Avenida), una exposición de obras de mujeres, tanto en pintura como en escultura. Las obras son más de ciento cincuenta. Concurren pocas de las pintoras más notables de los Estados Unidos, a la cabeza de las cuales van Cecilia Beaux y Mary Cassatt; pero el nivel de la exposición es, aun así, alto. Hay cuadros de muy diversos estilos, desde el académico hasta el cubista. Ha llamado la atención, especialmente, el de Theresa Bernstein, que representa un mitin de sufragistas en la calle bajo la luz nocturna. No menos interesantes son los de dos cuadros de niños de Jean MacLane (Mrs. Johansen), que poseen a la vez rigor y gracia. Se distinguen también, sobre todo por la habilidad en el empleo del color, Marion Bullard, Varian Cockrocft, Gertrude Fiske (agradable marina), Anna Goldthwaite (paisaje y retrato de técnica sobria). Ethel M. Parsons (Fiesta campestre pre-rafaelista), Louise Pope (ingeniosa, con vistas al cubismo), Anne Estelle Rice, Zulma Steele, Eda Sterchi y Martha Walter. Ensayan estilos decorativos Mary H. Tannahill y Emily Grace Hanks. Entre las esculturas —pequeñas casi todas— deben mencionarse la figurilla hierática de Marie Noel, el grupo de danzantes de Florence Lucius, los tipos bretones de Olga Popoff Müller, el vaso de Annetta Sr. Gaudens, la Damita del Mar, de Janet Scudder, la fuente de Enid Yandell, y las dos figuras de Alice Wright Morgan: la imagen del viento, de concepción interesante, y Renaissance, en cuya gracia hay reminiscencias de Tanagra. No son menos dignas de mención las figuras en color de Helena Daytoff Smith y Mrs. Jerome Myers. BANDBOX THEATRE La asociación de Washington Square Players, que abrió su segunda temporada a principios de la semana anterior, ha renovado el singular éxito que alcanzó hace un año. Esta asociación de jóvenes animados por ideas originales y propósitos audaces ha producido impresión de novedad completa, como hallazgo interesante en medio de la monotonía y la pereza artística de los teatros neoyorkinos. Toda la crítica saluda el acontecimiento como signo de nuevas conquistas, de mejores orientaciones en el arte dramático de este país. Los
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Washington Square Players desempeñan en Nueva York el mismo papel que en Francia tuvieron L’Oeuvre y el Threatre Libre: su actividad está dando a conocer tanto a dramaturgos como a autores del país. Su triunfo parece, hasta ahora, seguro; como principiaron modestamente, irán paso a paso conquistando mejores puestos, y no se exponen al fracaso, que sufren proyectos vastos, como el de New Theatre, que pretenden imponerse compitiendo desde luego con las más poderosas empresas. Hasta ahora, la asociación solo ha presentado piezas cortas, y deja para más tarde, para cuando haya adquirido madurez, la representación de obras largas. Entre tanto, sus programas, por su variedad misma, interesan grandemente y revelan la diversidad de talentos que hay en la asociación. No menos elogios merece la dirección general, que está a cargo del joven dramaturgo Edward Goodman. En el programa de cuatro piezas que ahora presenta la compañía, la más aplaudida es El marido de Helena, “comedia histórica” de otro joven dramaturgo norteamericano y miembro de la asociación, Philip Moeller. Es ésta una obra de ingenio vivo y ameno, en que la historia del rapto de la reina de Esparta, contado humorísticamente (como en la célebre opereta de Offenbach, La bella Helena), sirve para hacer burla de no pocas preocupaciones modernas, como en la admirable sátira histórica de Bernard Shaw, César y Cleopatra. Menelao, según Mr. Moeller, es pacifista; buen esposo, pero hastiado ya de Helena, que vive pensando en su belleza y creyéndose “mujer incomprendida”. Cuando Paris se presenta de súbito en el palacio, y, topándose de manos a boca con Menelao, cuya categoría ignora, le cuenta la disputa de las tres diosas y le dice el premio que viene a buscar, el rey ve en la llegada del alucinado pastor la ocasión propicia para liberarse de su mujer, y favorece el rapto. Pero, una vez escapados los amantes, el pueblo de Esparta descubre que el raptor no es un simple campesino, sino un príncipe de Troya, y pide guerra y venganza. Menelao se desespera: recuerda que existe un tratado de paz entre Troya y Esparta, pero su bibliotecario le dice que los tratados no son sino “pedazos de papiro”, y el rey se ve obligado a permitir que el anciano guardián de sus libros arengue al pueblo en su nombre, prometiéndole borrar a Troya del mapa y recitando, para terminar, el “himno” del odio. Dicho está que las decoraciones que representan el palacio de Menelao son ingeniosamente futuristas.
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También alcanzaron éxito Fuego y agua, de Harvey White, comedia en cuya sátira hay un fondo delicado y en cuya representación hicieron gala de fresco realismo los cuatro actores que en ella intervinieron, y The Antick, pintoresca “fantasía yanquee” del distinguido poeta Percy MacKaye, en que la elegante bailarina rusa Lydia Lonokova hizo el papel de Julie Bonheur. La crítica de Nueva York acogió desfavorablemente la tragedia Noche de nieve, de Roberto Bracco, traducida del italiano por otro miembro de la asociación, Ralph Roeder, y representada por éste y por dos buenas actrices. La tragedia es, en verdad, excesivamente sombría y contrasta con el espíritu de otras piezas de Bracco, como Infidele: pero hay fuerza en su naturalismo desgarrador. Los Washington Square Players cambiarán de programa cada mes, y prometen obras de dramaturgos, no solo norteamericanos, sino también rusos, italianos e ingleses: entre éstos, el exquisito Lord Dunsay. Esperamos que incluyan también autores españoles: hay obras cortas de Benavente y de Valle Inclán en que podrían lucir las facultades de los autores de la asociación. SHUBERT TEATHRE Alone at Last (Al fin solos), la última opereta de Franz Lehar, se estrenará hoy con una buena compañía. La obra viene precedida de gran reputación europea, y los críticos de Viena, Berlín y Budapest la han calificado ya como una de las mejores del famoso autor de la Viuda Alegre y del Conde de Luxemburgo. Entre los artistas que tomarán parte en el estreno figura Marguerite Mc Namara, agradable soprano ligera que ha abandonado el campo de la ópera para dedicarse a la opereta. CENTURY THEATRE Town Topics, la pieza mitad vaudeville y la otra mitad bufa, sigue siendo una de la atracciones teatrales más concurridas en esta ciudad. Ahora acaba de agregársele una escena en que aparece el lanzamiento al agua de un acorazado, lo cual se considera como un gran triunfo del arte escenográfico.
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SHAKESPEARE EN CABARET Ya no es novedad que las obras de los grandes dramaturgos, desde Sófocles hasta Ibsen, y de los grandes novelistas, desde Cervantes hasta Tolstoi, pasen al cinematógrafo. Ahora le ha tocado a Shakespeare figurar en el cabaret. La empresa de Carlton Terrace (Broadway y calle 100) tuvo la curiosa idea de ofrecer al público, el martes de la semana pasada, la comedia Twelfth Night (La noche de Reyes), interpretada por una de las compañías que organiza el notable actor inglés Ben Greet, las cuales representan las obras de Shakespeare íntegras, sin cortes ningunos.
Las Novedades, 14 de octubre, 1915, pp. 5 y 6.
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EXPOSICIONES En la Galería Daniel (número 2, oeste Calle 47), se acaba de abrir la exposición preliminar de artistas independientes, en la cual se exponen toda clase de novedades post-impresionistas, cubistas y futuristas, de William Zorach y su esposa, Samuel Halpert, Man Ray, Alfred Maurer, Lee Simonsen (cuyas lindas flores resultan punto menos que académicas en aquel ambiente). Preston Dickinson (cuyo procedimiento merece llamarse, más que budista, piramidista); Harry Berlin, Gus Mager, y otros pintores. En la Galería Moderna (número 500 Quinta Avenida), a cargo del distinguido dibujante mexicano Marius de Zayas, que goza de buena fama en Nueva York, se exponen novedades curiosas junto a muestras de arte americano anterior al descubrimiento. En la Galería Knoedler (556 Quinta Avenida) se dedican dos salas a sendos artistas franceses: Alfred Philippe Roll y Alphonse Legros. Roll, que es presidente de la Sociedad Nacional de Bellas Artes de Francia, a cuyo cargo están los Salones oficiales de París, es, en no pocas obras, representante del “estilo de salón”. En su estilo, sin embargo, hay gran variedad, y el pintor se revela diestro en técnicas diversas, entre ellas la del impresionismo. El colorido que emplea no siempre satisface, pero el dibujo es excelente. Acaso la obra más notable entre las expuestas aquí sea el estudio, sólido y sobrio, para el retrato de la madre del artista. Se exhibe también un boceto para el tapiz que Francia dedica a la República Argentina: representa la figura triunfante del Libertador San Martín. La colección de aguas fuertes de Legros es muy extensa (llegan a noventa y tres) y merece toda atención. Hay ejemplares de los más famosos trabajos de Legros: sus ilustraciones a cuentos de Edgar Poe, sus retratos de Carlyle, de Hugo, de Berlioz, de Tolstoi, de Tennyson, sus figuras populares y campesinas, sus escenas religiosas. La casa Knoedler regala al público excelentes catálogos de las obras de Legros
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y de Roll. Otra sala contiene cuadros de Sargent, George De Forest Brush, Alexander U. Vyant y otros pintores norteamericanos, así como de pintores franceses y españoles de hace treinta o cuarenta años, entre ellos Harpignis, Cazin, Díaz y Martin Rico. ÓPERA Y BALLET El lunes 25 se abrirá en el Manhattan Opera House, la temporada de dos semanas que ofrecen juntas la Compañía de Ópera de Boston y la Compañía Rusa de Baile de Anna Pavlova. Aunque la temporada sea corta, ofrecerá buen número de novedades y de reprises interesantes, y, tanto por este motivo como por la singular unión de dos grupos artísticos de primer orden, será un acontecimiento de gran significación. La temporada se abrirá con La muerta de Portici, de Auber, conocida también en Europa por su otro título, Masaniello. En los Estados Unidos hace veinticinco años que no se canta esta obra en teatros de importancia. En esta reprise se promete dar todo su valor a los elementos mimo-dramáticos y mimo-coreográficos de la ópera. El papel principal, el de la Muda, lo interpretará Anna Pavlova, la admirable bailarina. Los papeles de canto estarán a cargo de Felice Lyne, Giovanni Zena y otros artistas. La segunda noche se pondrá en escena El amor de los tres reyes, de Montemezzi, ópera ya conocida aquí, pero reciente todavía. Completará el programa la versión mimo-dramática, intitulada Campos Elíseos, de un fragmento de Orfeo y Eurídice de Glück, en que figurarán la notable contralto española María Gay, la soprano Phyllis Peralta, y la compañía de la Pavlova. El miércoles, en la tarde, se ofrecerá un programa de ballet exclusivamente, El hada muñeca y Amarilla. Por la noche se cantará Madame Butterfly de Puccini, en la cual aparecerá la soprano japonesa Mme. Tamaki Miura, cuyo éxito fue grande el año pasado en Londres. Como para añadir exactitud a la interpretación en materia de nacionalidades, los personajes norteamericanos que aparecen en la obra estarán a cargo de artistas nacidos en este país: el conocido tenor Ricardo Martin (Pinkerton), Thomas Chalmers (Sharpless), y Elizabeth Campbell (Kate Pinkerton). Junto con
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Madame Butterfly se pondrá en escena un nuevo ballet intitulado Copos de nieve, con música del Cascanueces de Tschaikowski. Para el jueves se anuncia la Carmen de Bizet con María Gay como protagonista y con sus bailes completos, a los cuales se ha añadido una serie de danzas españolas que suelen agregarse a la obra en la Ópera Cómica de París y en la Imperial de Petrogrado. Para el viernes, el Otelo de Verdi con Zenatello en el papel principal: le seguirán bailes por la compañía de la Pavlova. El sábado, en la tarde, se repite la Butterfly, y en la noche La muerta de Portici. Para la semana siguiente se prometen el Rigoletto de Verdi, con Felice Lyne en el papel de Gilda: el Fausto de Gounod con la Pavlova y su compañía en los bailes y la Noche de Walpurgis; Los Payasos de Leoncavallo con el popular ballet de Leo Delibes, Coppelia; y otros programas interesantes. En ninguno faltará la colaboración de Anna Pavlova y su compañía. Entre los cantantes figuran, además de Mme. Miura, Felice Lyne, María Gay, Zenatello y Martin, las sopranos Luisa Villani, Maggie Teyte, Bianca Saroja, el barítono José Mardones. Los directores de orquesta con Agide Jaccia, Emil Kuper, Roberto Moranzoni y Adolpf Schmid. EL CUARTETO KNEISEL La Asociación de conciertos populares ofreció el sábado 16, en la Washington Irving High School, un concierto de música de cámara, precedido de una conferencia de Franz X. Arens sobre La significación de la forma musical. Formaban el programa el Cuarteto en La Menor, opus 51, núm. 2 de Brahms, la Sonata en Re menor, para piano y violoncello, de Arcangelo Corelli (siglo XVII), y el pintoresco Cuarteto en La menor, del joven y revolucionario compositor francés Maurice Ravel. La primera y la tercera de estas obras fueron ejecutadas con arte exquisito por el Cuarteto Kneisel, el más notable de este país. La Sonata de Corelli estuvo a cargo de Willem Willeke, violoncelista del Cuarteto Kneisel, y de su esposa.
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GODOWSKI EN EL AEOLIAN HALL Con la aparición de Leopold Godowski el domingo por la tarde, puede decirse que empezó la temporada musical. El gran pianista ofreció un variado programa que empezó con la Sonata Appassionata, opus 57, de Beethoven, continuó con las Variaciones, opus 56, de Brahms, la Sonata, opus 35, el Impromptu en La sostenido y el Scherzo en Do sostenido de Chopin, Au bord d’une souree y estudio de concierto de Liszt, y terminó con dos arreglos hechos por el mismo Godowski y de Kuenstlerleben (Vida de los artistas) de Johann Strauss. El programa fue ejecutado con la singular maestría que hace de Godowski uno de los primeros pianistas de hoy. Su interpretación de Beethoven es honda y serena. En el Scherzo de Chopin alcanzó exquisita delicadeza. En las piezas de Brahms y Liszt, así como en sus propios arreglos, mostró su extraordinaria brillantez. No somos, sin embargo, grandes devotos de estos arreglos y fantasías que componen o patrocinan ahora de nuevo grandes pianistas como Godowski. DAVID Y CLARA MANNES En el Aeolian Hall, el lunes en la noche, se verificó el primer concierto de la novena serie que ofrecen en Nueva York el violinista David Mannes y su esposa Clara, pianista. Estos conciertos son concurridísimos por los amantes de la música de cámara, pues les permiten oír gran número de obras para dos instrumentos no ejecutadas con frecuencia. Formaban el programa del lunes la Sonata en Sol mayor, opus 96, de Beethoven, la de Locatelli en La menor, y el magistral Trío de Brahms en Mi bemol para violín, piano y trompa. PRINCES THEATRE El drama Mark of the Beast, escrito por Georgia Earle y Fanny Cammon, ha obtenido muy buena acogida. El argumento es como sigue: Robert Ormsley, quien ha sido juez de la Suprema Corte, goza de fama de hombre recto y de principios. Cuando abandona la magistratura, abre bufete de abogado, y a poco se le presenta la esposa de un amigo suyo para que la defienda en una demanda de divorcio intentada por su marido. La dama le confiesa que, efectivamente, ha sido infiel en un momento de ofuscación. El juez rehúsa encargarse del asunto como abogado, dadas las circunstancias, pero le ofrece intentar recon-
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ciliarla con su marido, al que logra persuadir de que la más grande felicidad es la que se basa en el perdón. Después que ha logrado reconciliar a sus amigos, averigua que su propia esposa ha cometido una falta igual. En esa crisis, toda su filosofía desaparece y prevalecen los instintos brutales; pero su amigo, sabedor de lo que ocurre, le presenta los mismos argumentos con que los convenció anteriormente, y Ormsley se conforma.
Las Novedades, 21 de octubre, 1915, pp. 5 y 6.
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EXPOSICIONES El Museo de Brooklyn ofrece ahora una exposición de acuarelas de Winslow Homer. Este pintor, que nació en 1836 y murió hace pocos años, es para muchos el mayor artista norteamericano. Indudablemente, es uno de los mayores. No tuvo la personalidad internacional ni la universal influencia de Whistler, cuya obra señala nuevos rumbos en la historia del arte moderno. No tuvo la magnificencia de Abbey, ni el ingenio y la brillantez de Sargent, ni el esplendor poético de Horatio Walker. Fue un artista sobrio, severo, vigoroso. Gran pintor de paisajes y marinas, nadie le ha superado en la representación de las rocas y las playas de América. Nadie se le ha aproximado, tampoco, como pintor de los mares de las Antillas, —mares sorprendentes que él reveló en el mundo del arte con sus marinas de las Bahamas, de las Bermudas, de Cuba. Se ha comparado la pintura de Winslow Homer, por su independencia y su americanismo, con la poesía de Walt Whitman y la prosa de Henry David Thoreau. La comparación no es muy exacta. Homer fue independiente; pero no se propuso ser revolucionario. “Las modas de hoy son muy distintas de las que predominaban en su juventud —dice el ingenioso cronista dominical de arte en el New York Sun—, y dentro de treinta años habrán cambiado de nuevo, y no menos radicalmente. Las modas, claro está, tienen su utilidad, y producen mucho dinero a quien sabe aprovecharlas; pero siempre habrá un lugar bajo el sol para el hombre que ve la vida por su cuenta con mirada franca”. En esta exposición de acuarelas hay gran número de trabajos. Recomendamos especialmente a nuestros lectores las de asunto marino. *** Miss Anne Goldthwaite expone en la Berlin Photographie Gallery (305 Avenida Madison) cuadros al óleo, acuarelas y aguas fuertes. Es una pintora joven que promete realizar labor seria, pues revela ya buen
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sentido del color y gusto sobrio. Su dibujo no es muy firme; pero la artista vencerá sin duda con su esfuerzo esta dificultad técnica. CONCIERTOS —Con extraordinario éxito se verificó el sábado, en Carnegie Hall, el concierto todo de composiciones de Chopin dado por Paderewski a beneficio de las víctimas de Polonia. Antes de ejecutar el programa musical, el egregio pianista pronunció en excelente inglés, con esmerada dicción, conmovedor discurso sobre su patria destrozada por luchas ajenas. El programa comprendía la Balada en La bemol mayor, la Sonata en La bemol menor, el Nocturno en Sol mayor, la Mazurka en La menor y la Polonesa en La bemol mayor. En su interpretación puso Paderewski toda su maestría y genio de pianista, sobre todo en la Sonata. En respuesta a los aplausos, tocó nuevas piezas de Chopin y finalmente el himno nacional de su país, que aun esclavizado dio a América libertadores como Kosciuszko y Pulaski y produjo poetas como Mickewicz, escritores como Sienkiewicz, artistas como los Reszke y la Sembrich, y sobre todo, la más notable mujer en la historia de la ciencia, la descubridora del radio: Mme. Curie. —El primer concierto orquestal de importancia en esta temporada correspondió a la Sociedad Sinfónica de Nueva York. Se verificó en Aeolian Hall en la tarde del viernes y se repitió el domingo. La excelente orquesta, bajo la dirección de Walter Damrosch, ejecutó la Quinta Sinfonía de Beethoven y dio a conocer dos fragmentos del ballet de Maurice Ravel, Dafne y Cloe, vivaces y pintorescos. También ejecutó el Concerto de violin de Goldmark, con Mischa Elman como solista. Elman reveló madurez artística en esta obra. —La Asociación de Conciertos Sinfónicos Populares dio el domingo en Carnagie Hall, su primera función orquestal de esta temporada. Bajo la dirección del infatigable Franz X. Arens, la orquesta ejecutó la obertura Egmont de Beethoven, el popular Aire de la Suite para cuerdas, en Re mayor, de Bach, la Quinta Sinfonía de Tschaikowski y la Fantasía Húngara de Liszt, con Ethel Leginska en la parte de piano. El programa se cumplió satisfactoriamente, excepto en porciones de la obra de Tschaikowski, en que los instrumentos de vientos desafinaron. Estos pecadillos deben perdonarse, sin embargo, a esta asociación cuya labor en pro de la cultura musical es valiosísima, ya que pone al alcance
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de todos las mejores obras de los grandes maestros. Los precios de entrada en estos conciertos son de diez centavos a un peso, y se sabe que, a pesar de que la concurrencia es siempre numerosísima, los gastos no quedan pagados y tienen que completarse merced a contribuciones de personas pudientes y amigas de la cultura. El concierto próximo será el 19 de diciembre. —La gran violinista Maud Powell se presentó, el martes, en el Aeolian Hall. Ejecutó un magnífico programa de que formaban parte dos composiciones del siglo XVIII, de Rust y Le Clair, piezas del compositor australiano Percy Grainger y del norteamericano Victor Herbert, el Concerto núm. 7 de Beriot, popular pieza de conservatorio, y resucitado ahora como pieza de concierto por Miss Powell, y la Sonata de Vincent D’Indy para violín y piano, en que tomó parte el joven pianista Arthur Loesser. —Complácenos anotar el triunfo del joven y estimado violinista antillano Gabriel del Orbe en el concierto de la sociedad alemana Liederkrantz, en el cual ejecutó piezas de Philip Emanuel Bach, Walter Kramer, Sarasate y Kreisler. La concurrencia le tributó grandes aplausos. Según el crítico musical del New Yorker Staats Zeitung, “tocó con maravillosa fineza y maestría el Fausto de Sarasate”, y con las tres piezas “despertó gran entusiasmo entre los oyentes”. Según el New Yorker Revue, “la presentación del joven violinista fue brillante, y se desea oírle a menudo en conciertos en esta ciudad”. MANHATTAN OPERA HOUSE Fue un triunfo la presentación de la doble compañía de ópera y baile de Boston, dirigida por Rabinoff. Y fue un triunfo, sobre todo, por la singular combinación de elementos artísticos que se presentó. La obra escogida para la presentación, La muda de Portici de Auber, solo puede sobrevivir ya como curiosidad pintoresca. —Data de 1828, y es históricamente la primera producción del tipo grande ópera francesa: pero ni tiene méritos bastantes para triunfar sola, como una obra de Glück o de Mozart, ni años suficientes para gustar por arcaica. Como una de Paesiello o de Cimarosa. Es, simplemente, anticuada: pertenece a un estilo muerto ya para la composición, pero vivo a medias para la escena: el estilo franco-italiano de la primera mitad del siglo XIX, con sus argumentos terroríficos, sus melodías triviales, su
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orquestación meramente ruidosa, su aria de coloratura para la entrada de la soprano, sus agudos brillantes de tenor, sus bailes ligeros, sus vivaces coros, sus conjuntos llenos de esperadas sorpresas, sus momentos dramáticos en que las frases rápidas y cortadas simulan ansiedad. A este patrón inevitable agréguense unos cuantos rasgos de emoción viva, uno que otro adorno pintoresco e interesante, y se tendrá La muda de Portici. Los primeros honores de la noche cupieron a la incomparable bailarina rusa Anna Pavlova, quien interpretó el papel de la muda con mímica ingeniosamente exagerada, para corresponder al romanticismo extravagante de la obra. Junto a ella debe mencionarse a Giovanni Zenatello, quizás el más vigoroso de los actuales tenores italianos; en los actos cuarto y quinto tuvo momentos brillantes. Felice Lyrie (Elvira) cantó con plausible limpieza, si no con gran brillantez. La orquesta, discretamente dirigida por el Maestro Jaccia. Merecen elogio aparte las espléndidas decoraciones pintadas por el artista vienés Joseph Urban, ahora residente aquí. A él se deben los telones de las Ziegfeld Follies, los mejores de este año en Nueva York; los que ahora utiliza la compañía de Boston constituyen un ejemplo en que debiera parar mientes la empresa del Metropolitan. El amor de los tres reyes, la cantaron el martes de modo irreprochable, Luisa Villani y Eduardo Ferrari-Montana (creadores en la Scala de Milán, de los papeles de Fiora y Avito, respectivamente), el tenor Backlanoff y el notable bajo español José Mardones. Dirigió la orquesta hábilmente Moranzoni. A la obra de Montemezzi siguió el fragmento Campos Eliseos, de la clásica obra de Glück, Orfeo y Eurídice. Tomaron parte en su interpretación la contralto española María Gay y la soprano Phyllis Peralta, Ana Pavlova, Volinine y toda la compañía de ballet. En ambas obras se utilizaron decoraciones de Urban. FULTON THEATRE Solo un estreno ha ocurrido esta semana. El autor de la obra, Frank Maudel, aunque escogió como tema la guerra europea, lo hizo para producir una de las farsas más regocijadas que se han presentado este año en la escena neoyorkina.
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Shermann was Right es el título de la obra (alusivo a la frase: “la guerra es el infierno” del general norteamericano Sherman) y el argumento se basa en la internación del crucero alemán Prinz Eitel Friedrich en Newport News. Como se sabe, el célebre crucero llegó aquí con trescientos cincuenta pasajeros neutrales que trasbordó de los buques echados a pique durante su campaña como destructor del comercio inglés. Las complicaciones comienzan, en la comedia, cuando un joven americano, John Smith, agente de bolsa, alemaniza su nombre y se hace llamar Johann Schmidt para captarse el amor de una joven que simpatiza mucho con la causa alemana: Aparece luego un individuo cuyo verdadero nombre es Johann Schmidt, y cuya ocupación es fabricar municiones para el gobierno alemán. La situaciones que crea la presencia de dos Schmidts y los apuros del falso alemán son de buen efecto cómico. SHUBERT THEATRE Alone at Last (Al fin solos), última obra del famoso Franz Lehár, es indudablemente una de las mejores operetas producidas por el compositor vienés, que hizo restarle las glorias de los Strauss, porque compuso La Viuda Alegre. La opereta ha sido declarada por los críticos, como la más rica en melodías y la de más vuelo entre las composiciones del moderno rey de la música ligera. COMEDY THEATRE El sábado se estrenó la comedia Boltay’s Daughters, del dramaturgo vienés Eugen Heltai, adaptada a la era norteamericana por Marion Fairfax. Es obra de asunto escabroso, tratado con ingenio satírico. La adaptación es mediocre. Como toda obra de realismo francamente europeo, ha producido aquí impresiones contradictorias.
Las Novedades, 28 de octubre, 1915.
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CONCIERTOS —La Sociedad Filarmónica de Nueva York, que ha entrado en su septuagésimo cuarto año, dio su primer concierto de la temporada el jueves en la noche, en Carnegie Hall, y lo repitió, según costumbre, el viernes en la tarde. Es indiscutible que la orquesta, bajo la hábil dirección de Josef Stransky, adquiere cada día mayor perfección, y ocupa puesto distinguido entre las más notables; sólo falta que el espíritu crítico que se muestra en su organización presida así mismo, siempre, la selección de programas. En el último de la Sociedad Filarmónica solo se ofreció al público una obra de las que figuran en el standard stock de los conciertos orquestales: la Cuarta Sinfonía de Tschaikowski, cuyo vigor torrencial, opulento, parece hablar de impulsos no domados aún por la cultura europea, y sugiere “el Asia bárbara y espléndida”, que tiene parte en el alma rusa. El resto del programa lo compusieron: el scherzo La Reina Mab, obra ligera de Berlioz; las Variaciones de Max Reger sobre tema de Mozart; y el poema Launcelot and Elaine de Edward MacDowell. Las dos últimas eran nuevas en esa ciudad. La del compositor alemán es hábil y brillante, pero de interés intrínseco relativamente escaso. La del gran compositor norteamericano es una agradable fantasía, no comparable a sus obras mayores, como la Suite de asunto indígena. —El viernes, en Aerolian Hall, la gran soprano wagneriana del Metropolitan Opera House, Mme. Johanna Gadski, dio el concierto de canto que acostumbra cada otoño. El programa, excelente, se componía de la última aria de Doña Elvira, en el Don Juan de Mozart, y romanzas de Schubert, Schumann, Brahms, Wagner, Liszt, Robert Franz, Richard Strauss y Hugo Wolf. Como siempre, la Gadski demostró ser tan magistral intérprete del lied como cantante de ópera. Su manejo de la media voz, en los lieder más delicados, fue exquisito.
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—El joven violinista dominicano Gabriel del Orbe dio un interesante concierto la noche del viernes pasado en el College Hall, salón consagrado por Kreisler, Hoffmann y otros artistas notables. Del Orbe posee técnica correcta, sobria, libre de amaneramientos. Junto a ciertas tendencias extravagantes de hoy, su estilo parece frío, académico; pero en la delicada gavota de Rameau, en la fantasía Fausto de Sarasate, y sobre todo, en su propia Melodía, de sabor antillano, reveló sentimiento, y su tono, siempre puro, fue a veces admirable de riqueza y plenitud. En el Movimiento perpetuo, de Weber, en El zéfiro, de Jeno Hubay, y en la Malagueña y Habanera de Sarasate, lució su maestría del trémolo, del pizzicato, y de esa agilidad que nunca deja de cosechar aplausos. Tocó además una romanza de Beethoven y piezas de Phillip Emmanuel Bach, Wieniawski, Saint-Säens y Sarasate, y el gracioso Capricho vienés de Kreisler. Don Miguel Castellanos le sirvió de acompañante. La concurrencia fue numerosa, selecta y entusiasta. —El violinista ruso Mischa Elman ejecutó el sábado, en Carnegie Hall, un buen programa, con el cual confirmó la impresión de madurez que produjo al reaparecer con el Concerto de Goldmark, junto a la Orquesta de Damrosch. Su pieza de resistencia fue el Concerto en Sol menor de Vivaldi (siglo XVIII), con acompañamiento de piano y órgano. —El notable pianista Harold Bauer, en Aeolian Hall, ejecutó con su acostumbrada maestría, animada siempre por intuición intensa y alta, un excelente programa: cuatro Invenciones de Bach, la Sonata en Fa menor de Brahms (obra poco ejecutada: de juventud, pero ya de estilo personal), las Escenas de infancia de Schumann, la Fantasía polaca de Chopin, el Preludio y aria y final de César Franck, y las Estampas de Debussy. —El programa de la Sociedad Sinfónica de Nueva York, el domingo, se dedicó todo a Tschaikowski; comprendía el poema Manfredo, el Andante cantabile del Cuarteto opus II (ejecutado sólo por los instrumenos de cuerda) y el Concerto en Re bemol, en cuya ejecución tomó parte como solista el brillante compositor australiano Percy Grainger. —Mme. Melba, a quien puede llamársele todavía la primera entre las sopranos de coloratura (Mme. Sembrich hace años abandonó el género
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y ahora canta principalmente lieder), cantó el domingo en Carnegie Hall a beneficio de las víctimas de la guerra. La admirable cantatriz australiana conserva toda la pureza de su estilo y la riqueza de sus notas medias: en los agudos empieza a notarse disminución de brillantez. La pieza principal de su programa fue la gran aria, con obligato de flauta, de L’allegro, il penseroso e il moderato de Haendel. Tomaron parte en el concierto la violencellista Beatrice Harrison, que reveló excelente escuela en la Sonata en Sol menor de Haendel, y el barítono Robert Parker. —Otra artista que reinó hasta hace pocos años en los escenarios de óperas, la más famosa de los contraltos alemanes, Ernestine Schumann Heink, cantó el martes, en Carnegie Hall, buen programa de lieder, en que predominaban Haendel, Beethoven, Schubert.
Las Novedades, 4 de noviembre, 1915, p.6.
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—En la Galería Montross se exhibe, hasta el día 20, la corrección de arte chino reunida por Mr. A. W., quien ya, en 1911, había expuesto otra no menos interesante. La colección no es demasiado numerosa, pero sí variada y selecta. En opinión de los especialistas, sólo tres o cuatro piezas quedan por debajo del alto valor artístico del conjunto. Hay en la colección pinturas hechas sobre seda; esculturas de mármol, de hierro, de bronce, de piedra y de pasta coloreada; vasos de porcelana y de vidrio. Las fechas comienzan en la dinastía Chow (años 1122 a 255 antes de nuestra era), y comprenden las dinastías Han (de 206 antes de nuestra era a 220 de la nuestra), Wei (220 a 264), Tang (de 6 a 906), Sung (de 960 a 1280), Yuan (de 1280 a 1368), Ming (de 1368 a 1644) y Ching (de 1644 a 1911). Sobresalen tres magníficos retratos, admirablemente dibujados, de altos personajes; unos de traje azul, de la dinastía Sung; dos, de traje rojo, de la dinastía Ming. En otras pinturas se admira la tradicional maestría de arte asiático en la representación de animales y flores. Entre las esculturas se distinguen una cabeza hierática, en mármol, de la dinastía Tang, y otra, en hierro, de la dinastía Ha. Entre los vasos, hay uno maravilloso, de vidrio, exquisitamente pulido, en forma de flor de loto. —La Galería Macbeth tiene abierta hasta el 19 una exposición de cuadros de Randal Davey y Hayley Lever. El primero presenta sólo tres retratos, pintados los más en Portugal. Maneja con habilidad el color, pero su descuido del dibujo es excesivo, y si en obras aisladas pudo perdonársele, en este conjunto se revela como deficiencia indiscutible. Entre los cuadros de esta exposición, el de técnica más segura es el retrato de la niña morena, Amarilis. Está hecho con vigor el Capitán de mar. Hayley Lever, técnicamente, ha sido víctima también de censuras, pero, al igual que Davey, tiene admiradores. Nos agrada su sentido decorativo, que complace en amontonar colores y estilizar formas. Esta
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tendencia le lleva a menudo al capricho, pero el placer del artista en este juego de imaginación se comunica al espectador. Entre las marinas de esta exposición, ha sido especialmente celebrada la que se intitula Velas blancas y botes pescadores, pintada en Gloucester. La flores son, en conjunto, menos felices que las marinas; pero es interesante el esfuerzo de significación que hace el pintor sobre todo en las Dalias y las Tulipas. EXPOSICIONES —Entre los conciertos de canto reciente mencionaremos el de Clara Clemens, hija de Mark Twain, esposa de Gabrilowitsch y cantante que se distingue más por la inteligencia de sus interpretaciones que por sus recursos vocales; el del estimable barítono Perey Hemus, cuyo programa se compuso exclusivamente de canciones de compositores norteamericanos (Carl Bush, Walter Damrosch, Ward Stephens, Carpenter, Mac Dowell, Horacio Parker y otros); el del popular tenor John McCormack, famoso por su hermosa voz y su fina interpretación de las canciones irlandesas; el de la aplaudida soprano Mme. Frances Alda; y el del barítono Emilio de Gogorza (norteamericano de padres españoles), que interpretó un admirable programa dividido en cuatro partes: siglo XVIII, arias de Glück y Monsigny; canciones españoles a la manera arcaica, sobre temas de Goya, por Enrique Granados, cuya ópera Goyesca se estrenara este invierno en el Metropolitan Opera House; canciones de autores ingleses y norteamericanos, Carpenter, J. H. Rogers. Sidney Homer, Cyril Scott y Sir. Edward Elgar; y romanzas francesas de Vincent d’Indy, Gui Ropartz, y Debussy. —El martes en la tarde, en Aeolian Hall, el Cuarteto Kneisel ejecutó con su acostumbrada maestría, los Cuartetos en Re mayor, opus 20, núm. 4, de Haydn y en Fa mayor, de Maurice Ravel. El violoncelista de la agrupación, Willeke, y el pianista Carl Friedberg, tocaron la sonata opus 65 de Chopin. CONCIERTOS —La Orquesta Sinfónica de Boston inició el jueves, en Carnegie Hall, seis conciertos de invierno. Entre todas las orquestas de los Estados Unidos, ésta ocupa el primer lugar. Los bostonianos, dicen aún más:
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aseguran que es la mejor del mundo. Los que no compartimos el apasionamiento local declaramos, sin embargo, que la orquesta de Boston podría figurar junto a las mejores de Europa: las de Munich, Moscow, París y no sería entre ellas la última. La forman músicos americanos y europeos (alemanes, austríacos principalmente): todos ellos escogidos según el criterio más riguroso. Frank Kneisel, jefe del mejor cuarteto de cuerda existente aquí, fue primer violín durante muchos años; ahora lo es Witek, no menor maestro. Pero si este país ha podido producir organización tan admirable, aún no ha producido directores capaces de ponérsele al frente. Directores distinguidos como Walter Damrosch, que es además buen compositor, quedan en punto bajo el nivel de la excelencia suprema alcanzada por la agrupación de Boston. Theodore Thomas, la más insigne batuta de los Estados Unidos, no era norteamericano nativo, sino alemán de origen. El actual director es el Dr. Karl Muck, alemán, uno de los músicos de más vasta sabiduría técnica en toda Europa. —Es enorme el entusiasmo que la agrupación de Boston ha despertado en la temporada presente. Todos los asientos de Carnegie Hall, sin excepción, están ya suscritos, y para el aficionado imprevisor, sólo queda standing room. El concierto inicial, el jueves pasado, fue todo de obras maestras: La Cuarta Sinfonía de Brahms, una de sus mejores páginas; la poética obertura Manfredo de Schumann; Muerte y transfiguración, el más popular de los poemas tonales de Richard Strauss; y la pintoresca obertura Husitska del bohemio Dvorak. En la Academia de Música de Brooklyn, la noche del viernes, el Dr. Much dirigió otro excelente programa: la vibrante, alada, primaveral Octava Sinfonía de Beethoven; La muerte de Tintagiles, poema escrito sobre tema de Maeterlink por el compositor germano-americano Charles Martin Loeffler, y obra de gran poder sugestivo y poético y mucha originalidad musical, tanto en las ideas como en la técnica; Los Preludios de Liszt (único número débil); el aria Sweet bird, con obligato de flauta, de L’allegro, il penseroso et il moderato de Haendel, y dos aires, Porgi amor y Voi che sapte, de Las bodas de Fígaro, de Mozart. Las tres últimas fueron cantadas por Mme. Melba. Quien no oyó a la gran soprano, hace diez años, el aria de Handel, no puede imaginar la extraordinaria brillantez de su canto. La Melba debiera imitar el ejemplo de la Sembrich, y omitir ya de su repertorio las arias de coloratura.
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En cambio, nadie interpreta como ella arias de Mozart; nadie pone mayor perfección de regato, ni matiz e intencional tan exquisitos. —La Orquesta Sinfónica de Nueva York ejecutó, viernes y domingo, este hermoso programa: la popular y fresca obertura del Oberón, de Weber; la exquisita fantasía de Debussy, sobre tema de Mallarmé, La siesta de un fauno; Aventuras en unas andaderas, del compositor norteamericano John Alder Carpenter (estreno); aria de El rapto en el serrallo, de Mozart, y arreglo para canto, del Danubio Azul, de Johann Strauss. Cantó las dos últimas, con suma elegancia, Frieda Hempel, que compartirá este año con María Barrientos los papeles de soprano en el Metropolitan Opera House. La obra de Carpenter es una ingeniosa fantasía “con programa”, en que sugieren las emociones del niño. Hay páginas de buen efecto humorístico, muy delicada, la del vals oído en un piano callejero. La orquestación es hábil y pintoresca. MANHATTAN OPERA HOUSE La compañía de Boston cerró el sábado con Los payasos y Madama Butterfly, acompañadas por sendos ballets, su temporada del Manhattan Opera House. El miércoles se había cantado Tosca; el jueves, Carmen; el viernes, El amor de los tres reyes de Montemezzi, seguido del fragmento Campos Elíseos del Orfeo y Eurídice de Glück. La compañía trae novedades interesantes. En dos órdenes, sentó precedentes que la vieja empresa del Metropolitan Opera House, se verá obligada a seguir: en los ballets y en las decoraciones. Las danzas de la compañía de Pavlova dieron nuevo interés a obras como Carmen y La muda de Portici, —la cual se habría salvado si no fuera, de por sí, cosa ya muerta—, y señalaron el camino para renovar y hacer vivir los numeros de baile de la ópera antigua, los cuales se consideraban ya como impedimento o estorbo inevitable en ellas. La danza viva, fluida, souple, de Anna Pavlova, de Violinine, de la Plaskovietzka, y de sus acompañantes, bien conocida ya en ballets separados, demostró ahora todo el valor que tiene para realzar el espectáculo de la ópera. En la decoración, Joseph Urban, con sus exquisitas combinaciones de tonos, en que cada color parece adquirir valor musical, es otro alivio junto a la tendencia académica que hasta hace poco presidió en los escenarios del Metropolitan.
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Entre los cantantes, Olive Fremstad fue la mayor triunfadora. Las delirantes ovaciones del público demuestran que se le considera indispensable en los escenarios de Nueva York. Con Mme. Tamaki Miura, la japonesa intérprete de la Butterfly; con Luisa Villani, Maria Gay, Zenatello, Baklanoff y Mardones, la compañía, si no pudo lucir gran variedad, se mantuvo a buena altura. La Carmen de María Gay suscitó ahora no poca controversia: Geraldine Farrar, la favorita de este público, tiene ahora su Carmen, delicada y sentimental: la de María Gay, realista, meridional, española, vino a recordar las tradiciones de Emma Calvé. La Calvé, francesa de sangre española, declaraba haber estudiado en Sevilla los rasgos característicos de la cigarrera. ¿Hasta qué punto debe acentuarse el carácter español de la obra de Bizet? El libreto, animado e interesante en sí, está ya muy lejos del pintoresco gitanismo de la novela de Merimée; es más meridional que exclusivamente español. Buena parte de la música (pero no toda: el quinteto de las cartas, en el acto segundo, es una página de sabor siglo XVIII) es meridional, del Mediterráneo, como admirablemente dijo Nietzsche. Pero no es, esencialmente, obra vigorosa: tiene gracia vivaz, voluble, y la interpretación demasiado realista resulta en ella accesorio dramático, más de acuerdo con el ambiente español en que se desarrolló la obra que con la fuerza nativa de ésta. “Las antiguas Cármenes —dice Bernard Shaw, quien exagera la ligereza de la ópera de Bizet—, procuraban parecerse a la de Merimée: la gitana descrita por un caballero, con las medias rotas, lista a pedir, a robar, a pelear, o a comerciar con su cuerpo como cosas de todos los días, pero con su punto de honor, pronta a escandalizarse porque Don José, para conquistarla, mató a su viejo marido, en vez de comprársela honradamente por unas cuantas monedas, y valiente para sufrir la muerte, a sus ojos inmerecida... Cuando la Trebelli hacía el papel, por ejemplo, no se había iniciado el movimiento naturalista que ha hecho de Carmen una muchacha desordenada, lasciva, viciosa. Ni siquiera se pudo presentir en Selina Dolaro, si bien el hecho de que una actriz de ópera bufa emprendiera un papel de la Trebelli era un signo de los tiempos. La primera cantante que se atrevió a darnos, en lugar de la Carmen de Merimée, la Carmen a estilo de Zola, fue María Rozo, que nunca hizo nada bien, y sin embargo seducía al público para que acudiera a verle hacer todas las cosas a su manera.
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“La próxima Carmen notable fue Giulia Ravogli. Nadie sino ella nos ha dado la Carmen vagabunda, errante, amiga del aire libre, fuerte de cuerpo, pronta de mano, genuina y no innoblemente desdeñosa de la civilización. Pero, con su magistral entendimiento de la partitura y la precisión y puntualidad de su arte pantomímico, resaltaba demasiado toscamente real y vigorosa para una ópera delicadamente frívola. El papel quedó sujeto a las lindas coqueterías y señoriles superficialidades de Zélie de Lussan, hasta que Emma Calvé lo hizo suyo. La Calvé, artista de genio, desnudó a Carmen del último harapo de romanticismo y decoro... Pero la comedia de sus audacias era irresistible. Su lúbrica sonrisa al oficial que la arresta; el recogerse la falda para exhibir la pierna y marcar la línea de la figura; el desdén con que miraba la cara de Micaela y ponía su atención celosa en las caderas; su mirada satisfecha ante el espejo cuando, en el segundo acto, sentía a Don José aproximarse: todos estos pormenores eran otros tantos dramas instantáneos.... La Calvé fue inflexible con el personaje: no le concedió valor, sino bellaquería: ni corazón, ni siquiera vicio, excepto la afición a placeres vulgares; y lo hacía morir con tan terrible arte que, cuando cesaba la última contorsión, sentíamos que allí no quedaba sino una masa de carroña. He aquí gran parte con todas sus cualidades: interpretación, invención, selección, creación, ejecución fina, con verdadera fuerza tragicómica detrás. Pero es difícil perdonar a la Calvé el desperdicio de su arte en un estudio de la vida vulgar, extraño, por lo demás, a la obra...”
Las Novedades, 11 de noviembre, 1915, pp. 5 y 6.
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EXPOSICIONES La casa de Keppel (núm. 4, Este, calle 39), bien conocida como la mejor especialista en aguas fuertes en los Estados Unidos, tiene abierta hasta el sábado una exposición de ochenta trabajos de aguafuertistas de Holanda, desde Rembrandt hasta Marius Bauer. De Rembrandt hay veintidós trabajos. Hay otros treinta del siglo XVII, obras de Lucas Van Uden, Jan van Goyen, Pieter Molyn el viejo, Hendrik Nachwinexi, Allart van Everdingen, Anton Waterloo, Jan Both, Berchem, [Jan] Roos, Renier Nooms (Zeeman), Willem van der Velde el joven, [Adam] Willaerts, Adriaen van Ostade, [Cornelis] Bega, Dusart, Jan Steen y un maestro anónimo. Los veinte y ocho restantes pertenecen a los siglos XIX y XX y son obras de Leys, Van’s Gravesande, Jongkind, Josef Israels, Maris y Bauer (catorce trabajos). Bien se comprende que Rembrandt, el maestro supremo del agua fuerte, domine poderosamente en el conjunto. Figuran allí ejemplares de singular valor, como el retrato de su madre, obra de sentimiento juvenil: los vigorosos retratos de Ephraim Bonus y Clement de Jonghe, en impresiones magníficas; el célebre Doctor Faustus, intenso y profundo; los paisajes, —género en que tal vez nadie haya igualado a Rembrandt dentro de esta técnica—, especialmente el de las tres cabañas; y las escenas religiosas, entre las que sobresalen el San Jerónimo junto al sauce sin fronda, —árbol dibujado con vigor trágico—, el Cristo entre los doctores, que según el crítico C. J. Holmes, es, por su tratamiento de la luz, la más moderna de las aguas fuertes de Rembrandt. Rápidamente mencionaremos, entre los demás trabajos del siglo XVII, los dos amplios paisajes de Lucas van Uden; los sugestivos de Allart van Everdingen; el Puerto de San Antonio, de Zeeman; las siete vívidas escenas de van Ostade, y las dos de Bega. De los contemporáneos, son muy interesantes los tres trabajos de Israel, el misterioso de Maris, y los de Bauer, maravillosos por su composición llena de vida, y su ejecución fina elegante. Cuatro son washes admirables.
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La casa de Keppel continúa exhibiendo en otras salas ejemplares excelentes. Para difundir el conocimiento del agua fuerte, además, publica libros y folletos; entre éstos hay varios que vende al público al precio de cinco centavos y contienen estudios completos con ilustraciones sobre artistas como Rembrandt, Piranesi, Whistler y Pennell. ESPAÑA Y LA AMÉRICA LATINA EN NUEVA YORK La presente temporada musical en Nueva York deberá parte de su lucimiento a los artistas de España y de la América latina. Por primera vez se cantará en el Metropolitan Opera House una obra de autor español: Goyescas, de Enrique Granados. De este compositor está ejecutando piezas el notable pianista norteamericano Ernest Schelling, quien hace gran hincapié sobre las circunstancias de haber sido él quien revelara a los Estados Unidos las obras de Granados, y dice que a sus gestiones se debe en buena parte, la decisión de representar aquí la ópera Goyescas. Los críticos musicales de Nueva York han descubierto, sin embargo, que antes de que Schelling ejecutara composiciones pianísticas de Granados, el gran barítono Emilio de Gogorza ha dado a conocer canciones de aquél.1 En la actual temporada, Gogorza está alcanzando gran éxito con las canciones y romanzas de Granados y otros compositores españoles, como Álvarez, que incluye en sus programas, siempre celebrados por el gusto exquisito con que están recogidos. También figura con frecuencia, en los programas de conciertos de canto, la delicada chansons del venezolano Reynaldo Hahn, residente en París desde hace largos años. En la compañía del Metropolitan Opera House figuran María Barrientos, que de seguro alcanzará aquí grandes triunfos, Lucrecia Bori, admiradísima ya por este público, y el siempre aplaudido bajo Andrés Perelló de Segurola. En la compañía de ópera y ballet que actúa en Boston y que durante dos semanas ocupó el Manhattan Opera House, figuraban el brillante bajo José Mardones, la contralto María Gay y la soprano Filis Peralta. La modesta compañía de ópera que canta actualmente en el Teatro Talía cuenta, entre sus directores de orquesta, 1
En otra ocasión dijimos que Gogorza era norteamericano de padres españoles; según exactos informes, sabemos ahora que si bien es ciudadano de los Estados Unidos, es centroamericano de familia y nacimiento.
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con un mexicano, Ignacio del Castillo, Otro mexicano, el culto compositor Julián Carrillo, dirige la orquesta sinfónica América. Ente los solistas, aunque se echa de menos la presencia de la gran pianista venezolana Teresa Carreño, sostiene el nombre de la familia española el violoncelista Pablo Casals, a quien Kreisler llama “el mejor artista del arco que hoy existe en el mundo”. Y Kreisler es, sin disputa, el primero entre los violinistas de hoy, y es costumbre darle el título con que él designa a Casals. La pianista brasileña Guiomar Novaes acaba de darse a conocer con ruidoso éxito. También se hace aplaudir el joven y estudioso violinista dominicano Gabriel del Orbe, quien desempeña el puesto de profesor en el Conservatorio Alemán. En el profesorado artístico de la ciudad figuran con distinción españoles e hispanoamericanos, como Agramonte, Castellano y Espinal. Ahora el profesor don Vicente Mañas, español, cuyo retrato publicamos, acaba de establecerse en Nueva York, donde ha comenzado a formar clientela y espera reimprimir sus estudios de piano, en los cuales, partiendo de los modelos de Clementi, introduce interesantes ejercicios para perfeccionar la digitación, que han merecido elogios de Paderewski, de Theodore Dubois y de Teresa Carreño. CONCIERTOS —La Orquesta de la Sociedad Filarmónica ejecutó el jueves en la noche, y lo repitió el viernes en la tarde, el clásico programa siguiente: Sinfonía en Sol menor (Köchel, 550) de Mozart, Concerto en Re mayor de Haydn, para violoncelo (con Pablo Casals), y Sinfonía Tercera, o Heroica, de Beethoven. Bajo la dirección del eminente bohemio Stransky, la orquesta interpretó con gran intensidad poética la Sinfonía de Mozart, una de las más modernas entre todas sus obras, romántica en el Adagio, marcial en el Minué. En el Allegro con brío de la Sinfonía Heroica hubiera podido exigirse más energía, pero el resto de la obra, especialmente la Marcha fúnebre, fue interpretado magistralmente. Aún más encomio merece Pablo Casals en el Concerto de Haydn. He aquí a un artista cuyas interpretaciones sientan autoridad. Pocas veces se pone en una obra clásica tan profundo conocimiento del espíritu de su época, y a la vez tan profunda expresión, que revela el elemento universal y humano bajo la forma, sujeta a fecha fija.
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Si el programa del jueves y viernes fue clásico, el del domingo 14 fue romántico, y moderno: la Sinfonía núm. 4, en Sol mayor, de Dvorak: la obertura Romeo y Julieta de Tschaikowski; el poema sinfónico Tasso, de Liszt; el Idilio de Sigfrido, de Wagner, y dos Elegías de Grieg. En el concierto de hoy se estrenará el poema sinfónico Peleas y Melisenda del gran revolucionario vienés Arnold Schoenberg. —De este se ejecutó, el domingo, la Sinfonía de Cámara, como pieza principal del programa ofrecido por la Sociedad de los Amigos de la Música, con orquesta de treinta bajo la batuta de Leopold Stokowsky. Este excelente artista, poco conocido en Nueva York, dirige con grande acierto la Orquesta Sinfónica de Filadelfia. La Kammersinfonie es la obra más audaz de Schoenberg oída en Nueva York, y la crítica está generalmente en contra de ella. Se reconoce que el autor revela ingenio en el desarrollo de los temas; pero se considera exagerado el empeño de huir constantemente de una tonalidad fija. La orquesta tocó, además, dos piezas del siglo XVIII: la obertura de la ópera de Jean Jacques Rousseau (el filósofo, recuérdese, era también músico), Le devin du village, y los bailes de Céphale et Proeris, de Gretry. —Subsanamos ahora la omisión cometida en el número anterior respecto de la Orquesta Sinfónica de Boston, cuyo segundo concierto de esta temporada (o tercero, si se cuenta el dado en Brooklyn) se efectuó el sábado 6 en Carnegie Hall. Bajo la dirección del sabio Dr. Much, la agrupación de Boston ejecutó la Séptima Sinfonía de Beethoven (una de las más espléndidas interpretaciones oídas aquí), el pintoresco y fino poema Contes de ma mere l’oie, de Maurice Ravel, uno de los compositores más en boga este otoño, y dos números ya incluidos en el concierto de Brooklyn, Los Preludios de Liszt y La muerte de Tintagiles, el sugestivo poema dramático de Charles Martin Loeffler. —Conciertos de piano interesantes fueron: en Aeolian Hall, la tarde del viernes 11, el de la joven pianista brasileña Guiomar Novaes, quien se dio a conocer tocando, con inteligencia y ejecución brillante, composiciones de Bach, Beethoven, Chopin, Schumann y Brahms: en Carnegie Hall, la tarde del sábado, el de Leopold Godowski, el sorprendente virtuoso, quien, sin embargo, no acertó al escoger exclusivamente piezas de Chopin, en cuya interpretación no siempre se distingue; en Aeolian Hall, la misma tarde, el dedicado exclusivamente a Beetho-
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ven (sonata en La mayor, opus 2 núm. 2; Treinta y dos variaciones, en Do menor, opus 36; Rondo en Sol mayor, opus 51, núm. 2; Sonata Appasionata; y Sonata en La bemol mayor, opus 110), segundo de la serie histórica de Ossip Gabrilovitsch, uno de los más serios artistas de nuestros días; en Carnegie Hall, el martes, el de la eminente Fannie Bloomfiel-Zeisler, en cuyo selecto programa figuraron tres composiciones de Scarlatti (Pastoral, Capricho y Allegrisimo), la Fantasía cromática y Fuga, de Bach, y la Sonata opus 58 de Chopin; en Carnegie Hall, la tarde del miércoles, el de Ernest Schellling. —Entre los conciertos de violín se distinguieron el del norteamericano Albert Spalding (quien ya había dado su primer recital de esta temporada en octubre) y del húngaro Ferenez Hedegüs. METROPOLITAN OPERA HOUSE El acontecimiento central de toda temporada artística neoyorkina, y a la vez la apertura oficial de las fiestas de sociedad, es la función inaugural del Metropolitan Opera House. El lunes de esta semana abrió el famoso teatro su trigésima season, con Sansón y Dalila. Esta ópera de Saint-Saëns, que figura con brillo en repertorios de teatros europeos; no había logrado imponerse aquí. Hace veintiún años la cantaron Tamagno y Eugenia Mantelli en el Metropolitan; pero fracasó por culpa de las decoraciones: la caída del templo de los filisteos fue un desastre escénico. Después figuró durante dos años en el repertorio del Manhattan Opera House. Ahora la empresa del Metropolitan confía en imponerla. La crítica musical de Nueva York se muestra reacia a aceptar la producción de Saint-Saëns como ópera. Yerra, a nuestro juicio: porque en el repertorio de cualquier teatro hay obras cuya teatralidad no es mayor que la de Sansón y Dalila, y, en cambio, si se omiten las creaciones de los grandes maestros del drama musical (Glück, Mozart, Wagner, Verdi), no abundan las óperas que en valor artístico puro igualen al Sansón. El mejor pasaje es, ya se sabe, el aire de Dalila, al iniciarse el dúo del segundo acto; son también hermosos la voluptuosa canción de la primera, y la declamación inicial de Sansón, de grandiosidad arcaica, en el acto primero, los bailes y los coros, en que SaintSaëns puso toda su pericia técnica para sugerir el carácter oriental. A cambio de estos pasajes, bien puede perdonarse una que otra página fatigosa.
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La primera función de Metropolitan no es siempre de las más brillantes en el orden de la interpretación. Caruso no estuvo muy brillante, pero se le aplaudió con delirio. Margarete Martzenauer tropezó en el aria de la primavera, pero cantó espléndidamente el segundo acto; entre los cantantes, fue quien mejor desempeñó su cometido. Amato parecía sufrir de inquietud nerviosa, y sólo a ratos reveló toda la maestría de su estilo. Pero la batuta de Polacco fue digna de todo elogio, y el manejo de los coros excelente. Las decoraciones y las danzas, muy correctas, si no extraordinarias. Anoche se cantó la hermosa ópera de Mussorgski, Boris Godunof, familiar ya en el escenario del Metropolitan. EL DRAMA Funcionan actualmente en Nueva York tres teatros en que se ha adoptado el sistema de repertorio. Dos de ellos, el Playhouse y el Bandbox, habían comenzado sus actividades a fines de septiembre y principios de octubre, respectivamente. En el primero, que está bajo la dirección de la inteligente actriz Grace George, se estuvo representando The New York Idea, artificiosa pero elegante comedia de Langdon Mitchell, y durante la semana última se cambió el programa, poniendo en escena The Liars, de Henry Arthur Jones, obra de contextura endeble, aunque el autor puso ingenio cómico en una que otra de sus situaciones. Si ahora se le revive, es sólo porque Jones figura en la primera fila oficial de la dramaturgia inglesa; histórica primera fila que ya va quedando en la sombra, gracias a la aparición de mejores talentos. En el Bandbox, el nuevo programa de cuatro obras en un acto merece atención. Gustan, sobre todo, la picante Literatura del vienés Schnitzler y el sugestivo cuadro psicológico Overtones de Alice Gerstenberg, joven escritora norteamericana. En Overtones, mientras dos damas conversan, sus seres interiores (otras dos mujeres) van diciendo pensamientos íntimos. Esta especie de diálogo doble culmina en un choque de los dos seres interiores: momento bien concebido, al cual el inteligente director del Bandbox Theatre, Edward Goodman, ha sabido dar admirable relieve. Completan el programa dos piezas traducidas por Ralph Roeder: El amante honorable, de Roberto Bracco, y Un capricho, de Musset, en que toma parte Lydia Lopokova.
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El tercer acto de repertorio, el Garden, abrió sus puertas anteanoche con la comedia de Bjoernson, Cuando florece la nueva vid, obra en que el insigne dramaturgo noruego parece desdeñar toda regla de teatralidad, pero en que cada escena (excepto la mayor parte del acto tercero) rebosa vida e interés humano. Preside esta campaña el gran actor alemán Emanuel Reicher, cuya interpretación del papel de Arvik, aunque lucha con sus deficiencias de pronunciación inglesa, es magistral. No es exageración decir que, con la posible excepción de Sothern, Reicher es ahora el mejor actor que pisa escenarios neoyorkinos.
Las Novedades, 18 de noviembre, 1915.
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ADQUISICIONES DEL MUSEO El Museo Metropolitano de Nueva York acaba de obtener y exhibe en la sala de adquisiciones reciente, ejemplares de arte oriental, entre los que se distinguen los velos de mujeres nobles de la India. Además, cuatro pinturas de Benozzo Gozzoli, que representan escenas religiosas, pintada con el lujo de colores delicados que caracterizan a este exquisito pintor del siglo XV. EXPOSICIONES La casa de Keppel (número 4, Este, Calle 39), cuya exposición de aguas fuertes de autores holandeses alcanzó gran éxito, prepara ahora una exhibición de trabajos de Childe Hassam. Hassam es uno de los más celebrados pintores impresionistas de los Estados Unidos, y ahora quiere darse a conocer en el agua fuerte, técnica que comenzó a estudiar hace años sin que hasta ahora hubiese presentado al público el fruto de sus trabajos. Para guía de los visitantes, la casa tiene en el salón de exhibiciones una lista cronológica sobre el desarrollo histórico del agua fuerte, a través de sus principales maestros: siglo XVII, Seghers, Callos, Van Dyck, Claude, Rembrandt, Hollar, Van Ostade, Bega, Zeeman, Ruysdael; siglo XVIII, Canaletto, Piranessi, Goya; siglo XIX, Corot, Millet, Daubigny, Haden, Meryon, Bracquemond, Whistler, Legros, Buhot; vivos, Lepere, Klinger, Zorn, Pennell, Cameron, Bauer, Bone. CONCIERTOS La Sociedad Filarmónica estrenó, en su concierto del jueves por la noche, repetido el viernes en la tarde, el poema Pelléas et Mélisande, de Arnold Schönberg. Como siempre, esta obra del sabio y audaz compositor vienés ha suscitado contradictorias opiniones: está llena, sin embargo, de inspiración lírica, delicada y sugestiva. Fue compuesta en 1902, y pertenece, se dice, a la primera manera de su autor. El resto
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del programa lo componían la obertura Primavera de Goldman, el Capricho español de Rimski-Korsakof y, admirablemente cantada por Emma Destinn “Mon cour s’ouvre a ta voix” de Sansón y Dalila, y dos lied de Liszt, Lorelei y El niño pescador. —La Sociedad Sinfónica de Nueva York dio el sábado en la tarde, en Carnegie Hall, su primer concierto para niños. En esos conciertos, el director de la orquesta, Walter Damrosch, da breves y adecuadas explicaciones a los oyentes sobre cada pieza que se ejecuta. El programa del sábado comprendía el larguetto y el scherzo de la Segunda Sinfonía de Beethoven, seguidos por la Serenata de Fuchs para cuerdas, Las aventuras de unas andaderas, de John Alden Carpenter (que fue acogida con gran entusiasmo por los niños como poco antes por los oyentes adultos ante quienes se estrenó y que representa, según algunos, la aparición del espíritu yanqui con su característico humeur en la música) y la Fantasía húngara de Liszt, cuya parte pianística estuvo a cargo del brillante compositor Australiano Perey Grannger. —Para adultos dio la misma Sociedad el día 21, en Aeolian Hall, su acostumbrado concierto de los domingos en la tarde. En el programa figuraban la Sinfonía en Sí bemol de Ernest Chausson, en que se advierte más la concienzuda labor técnica que la inspiración viva del creador; fragmentos de la ópera de Bruneau, El ataque del Molino; y el hermoso Concerto en Re menor, de MacDowell, con la parte de piano a cargo de John Powell, joven artista de gran promesa. —El sábado, en Aeolian Hall, dieron Harold Bauer y Pablo Casals uno de los recitales que mayores huellas dejarán entre cuantos se ofrezcan durante la actual temporada. El programa se compuso de cuatro sonatas para piano y violoncello: la de Brahms en Fa mayor, opus 99; las de Beethoven en Do mayor y en Re mayor, opus 102 números 1 y 2, y la de Emanuel Moor en Sol mayor, opus 55. Siendo como son, Casals el mayor artista del violoncello y Bauer uno de los pianistas de mayor intuición poética y de mayor doctrina musical, la interpretación de estas cuatro obras fue irreprochable. —El sábado en la noche, en el Salón del Mirto del Hotel Waldorf Astoria, se presentó al público neoyorkino el violoncellista mexicano Arturo Espinosa, recién llegado de Europa. Tocó un hermoso programa en que figuraban dos sonatas de antiguos maestros italianos y reveló excelente escuela y cabal inteligencia de las obras.
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METROPOLITAN OPERA HOUSE La primera semana del Metropolitan Opera House ha sido en este año más interesante que de costumbre. Las primeras funciones son, generalmente, hijas de la rutina. Ahora se emprendió el campo de las innovaciones desde los primeros días: se comenzó, si bien recurriendo al inevitable Caruso, con Sansón y Dalila, de Saint-Saëns, una de las mejores obras del repertorio francés, acaso destinado a imponerse aquí, a pesar del empeño que pone la crítica neoyorquina en insistir sobre su falta de teatralidad; luego se cantó Boris Godunof, de Mussorgski, rica en inspiraciones arrancadas a las entrañas del pueblo ruso; finalmente, la primera obra de Wagner que subió a escena fue una de las que siempre, acaso por sus dificultades, se dejan para últimas: El ocaso de los dioses, la cuarta obra de la teatrología. Completaron el programa de la semana La Bohemia de Puccini (no podían desatenderse el gusto popular y las necesidades de Caruso); El caballero de la rosa, la brillante ópera cómica de Richard Strauss, de melodías finas y orquestación compleja; y, en función popular, la siempre juvenil Aida de Verdi. Esta semana se inició con la repetición de Boris Godunof, en que el bajo Didur y el coro son los héroes. Anoche se repitió Sansón y Dalila. Esta tarde se canta el Parsifal de Wagner; en la noche, se revive El barbero de Sevilla, de Rossini (con Frieda Hempel). Mañana, Lohengrin; el sábado por la tarde, Tosca de Puccini (con Caruso). Nada nuevo hasta ahora, entre los cantantes. Melanie Kurt va creciendo en estatura artística, según lo prueba la Brunehilda en El ocaso de los dioses. Margarete Matzenaner, con su interpretación de Dalila, de Amneris y de Waltrauta en la obra de Wagner, se ha convertido en una de las figuras centrales de la compañía. Otras figuras importantes que reaparecen son: Freida Hempel, Frances Alda, Marie Rappold, Margaret Ober; entre los hombres Urlus Görlitz, Weil, Braun, Ruysdael, para el repertorio alemán; para las obras cantadas en francés o italiano, Martinelli, Botta, Pasquale, Amato, Antonio Scotti, Henri Scott, Leon Rothier, Adamo Didur, Pelló de Segurola. Entre los directores de Orquesta, todo ha sido renovación. Idos Hertz y Toscanini, Giorgio Polacco, que durante la temporada anterior, actuó como segundo del antiguo maestro de su batuta, cuando pudiera, como hoy, mostrarse sola, fuera de las vías trazadas por Toscanini.
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Mucho de lo esperado está realizándose. Quizás no todo. En sus innovaciones, interesantes porque dan señal de capacidad inventiva, Polanco tiende, a veces, a exceder los límites naturales de cada partitura y a incurrir en tempi discutibles. Pero esto no disminuye su fácil dominio de la masa orquestal, ni la gran intención dramática y el relieve pintoresco, cualidades principales de su estilo. Bavagnoli, que le secunda, ha demostrado cabal competencia dentro de la escuela italiana. La presentación de Artur Bodanzki, dirigiendo El ocaso de los dioses, es el mayor acontecimiento de estos primeros diez días de ópera. Este joven director, nacido en Bohemia, es ya maestro de primer orden, y sus interpretaciones están destinadas a sentar precedentes aquí. Si todavía no tiene sobre la orquesta metropolitana el dominio que llegó a poseer Alfred Hertz, con su estilo seguro y sereno; si no siempre busca los efectos de intensidad dramática que caracterizan a Toscanini, supera al uno y al otro en intuición poética. Su batuta va señalando el camino de la melodía infinita en la orquesta de Wagner y así, al no insistir demasiado sobre vastos efectos de conjunto, concede libertad y soltura al comentario emocional en la voz de los cantantes. Esperamos maravillas de su Tristán e Isolda. Al dirigir El caballero de la rosa, dio a esta obra mayor vivacidad y encanto que los que tuvo bajo Hertz.
Las Novedades, 25 de noviembre, 1915.
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EXPOSICIONES Hay actualmente en Nueva York extraordinario número de exposiciones artísticas. Las Galerías Americanas de Arte (calle 23 y Quinta Avenida) exhiben, para próxima venta, cuadros de muestras antiguas y modernas, junto a muebles y reliquias históricas, procedentes de colecciones diversas. Los devotos del arte español encontrarán todavía cuadros de Zuloaga en la Galería Kraushaar (número 260, Quinta Avenida). El arte de los Estados Unidos está representado en la Galería Ehrich (707, Quinta Avenida), por paisajes ya antiguos; en la Gorham (esquina la calle 36), por esculturas de contemporáneos; en la Berlin (avenida Madison y calle 41), por cuadros de Stephen Haweis, notable en las marinas; y en el MacDowell Club por diez artistas distinguidos, entre los que se cuenta George Bellows. Las mujeres escultoras y pintoras celebran su exposición anual en la Arlington (Avenida Madison y calle 40). Los admiradores de las mayorías audacias recientes pueden acudir a la Galería Moderna (número 500, Quinta Avenida) para estudiar ocho cuadros del pontífice Van Gogh; o a la Photo-Secession (núm. 291), para conocer los trabajos basados sobre paisajes de Nueva York, de Oscar Bluemmer; o a la Daniel (13 Oeste calle 47) para ver los de William Zorach y su esposa Margarete. Los que gustan de la acuarela, pueden ver las del impresionista Chile Hassam en la Galería Montross (550 Quinta Avenida); los aficionados al agua fuerte, los trabajos del gran sueco Zorn en la Hahlo (núm 569), y los de Cameron en la Kennedy (núm. 613). Muebles y otras muestras de arte decorativo se encontrarán en la Galería Frankl (núm. 425). CONCIERTOS —La Orquesta de la Sociedad Filarmónica tocó, el viernes en la tarde, este interesante programa: la Sinfonía en Do mayor de Schubert; el poema tonal de Richard Strauss Don Juan (que es, con Muerte y
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transfiguración, el que ha logrado mejor vida entre los suyos); la fantasía Cosatchoque de Dargomiszky, y el Concierto de Frederick Delius (“el compositor sin patria”, según Henderson, pues a medias alemán y medio inglés), en que tomó parte Percy Grainger. Este concierto desarrolla temas al modo de las canciones de los negros en el Sur de los Estados Unidos. Los temas no son particularmente felices; el desarrollo es muy variado, ingenioso y audaz. Aquí emplea Delius el sistema de polifonía de acordes, en el cual grupos separados de acordes distintos se mueven paralelamente. El programa del domingo fue inferior al del viernes. Lo constituían la pintoresca y graciosa Scherezade de Rimski-Korsakoff, las Escenas bohemias de La doncella de Perth, de Bizet, la segunda Rapsodia húngara de Liszt, arreglada para orquesta y, cantados por Melanie Kurt, lieder, de Richard Strauss, Brahms y Hugo Wolf. —En el programa de la Sociedad Sinfónica de Nueva York, el domingo, figuraban la rica y variada Sinfonía de la Sorpresa de Haydn (en cuya dirección la batuta de Walter Damrosh hizo su mejor esfuerzo de esta temporada), el poema tonal humorístico de Richard Strauss; Till Eulenspiegel y dos nuevas piezas cortas de Frederik Delius: Noche de verano en el río y Oyendo al primer cucú de primavera. En una y otra puso Delius todo su ingenio para las combinaciones armónicas audaces; en una y otra dominan delicados colores campestres. En la segunda pieza, que es la más hermosa, hay reminiscencias de un aire popular de Noruega. Solista del concierto fue la eminente contralto holandesa Julia Culp a quien se considera como la mejor cantante de lieder. Sus números fueron cuatro canciones de Brahms, una de Schubert y un arioso de acción de gracias de Haendel. —La Orquesta Sinfónica Rusa inauguró su serie de conciertos cívicos al tarde del domingo en el Madison Square Garden. La obra principal del programa fue la Sinfonía Patética de Tschaikowski. —Debe elogiarse el esfuerzo de la Sociedad Educativa de Música de Cámara que inauguró sus conciertos gratuitos en el Strauss Auditorium, el domingo en la noche, con un programa de composiciones rusas; cuatro novedades de Glazunof, Trío de Tschaikowski para piano, violín y violoncello, y el Cuarteto Volga de Manasief. —El Cuarteto Flonzaley dio el martes en la noche en Aeolian Hall su primer concierto de esta temporada. Ejecutó el Cuarteto de las quintas
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opus 76 núm. 2 de Haydn, el de Cesar Franck en Re mayor y Tres piezas que el revolucionario compositor ruso envió inéditas a los miembros del Cuarteto, son brevísimas y de carácter pintoresco. La primera reproduce con singular viveza la impresión de la música campesina en la estepa. La segunda es una escena religiosa; la tercera, el contraste entre las emociones internas y los saltos y bailes de Pierrot. La tonalidad de Stravinsky es, ya se sabe, revolucionaria. Sin embargo, sus tres piezas se impusieron porque revelan indiscutible talento inventivo e ingenio armónico. —Entre la multitud de recitales dados por solistas durante los últimos días merecen atención aparte el tercero dado por el violinista norteamericano Albert Spalding. Tocó, entre otras obras, el Concierto en Mi mayor, de Bach, y el de Paganini en Re mayor. —George Copeland, pianista de estilo exquisito, propio para la interpretación de obras delicadas y finas ya que no para las fuertes y grandiosas, tocó el miércoles 24 en Aeolian Hall dos piezas de Rameau, una Fantasía de Mozart, un grupo de Chopin y otro de Debussy. En el último se distinguió especialmente. The New York Tribune le llama, no sin acierto, “Watteau del piano”. —Gabriel del Orbe, de cuyos éxitos recientes hemos hablado, ya dio la semana pasada un concierto en el salón pequeño de Carnegie Hall. Es hasta ahora su mayor esfuerzo aquí y el resultado ha sido satisfactorio. En el programa figuraban como piezas de resistencia, 4ta. Sonata en La de Haendel, y la Sinfonía española de Edouard Lalo. Dos piezas suyas originales, una Melodía y una Rapsodia, le fueron muy aplaudidas. El New York Times le elogia en su dominio de la técnica de mano izquierda, su “vigor nativo” y en sinceridad de expresión. —En la Sala de las Conferencias Francesas (núm. 10, Este, calle 38) dará una conferencia el próximo lunes día 6, a las 3 de la tarde, M. Emile Villemin, sobre La vida sentimental de Chopin en sus obras. Para ilustrar la conferencia, la notable pianista española Emilia Quintero ejecutará un excelente programa de doce composiciones de Chopin. METROPOLITAN OPERA HOUSE Arthur Bodanzky se ha adueñado ya por entero de la magnífica orquesta del Metropolitan Opera House. Es más, se ha adueñado de la voluntad del público, y, finalmente, de las simpatías de la crítica. Los
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más amigos de la tradición, los más respetuosos hacia los valores históricos, se han atrevido a traer a cuento el nombre venerable de Anton Seidl. Quien conoce la historia de la música en los Estados Unidos durante los últimos cuarenta años sabe el gran papel que desempeñaron Leopold Damrosch y Anton Seidl; ellos dirigieron la revolución en favor de Wagner; ellos lo impusieron al público de Nueva York. Seidl, amigo y discípulo de Wagner, colaborador suyo en Bayreuth, trajo consigo por decirlo así, el espíritu wagneriano, y sentó para la interpretación de las obras del maestro precedentes iguales a los mejores de Alemania. Muerto él, en 1898, su magistral figura siguió vigilando sobre la orquesta. Walter Damrosch, hijo de Leopold, no hizo más que seguir sus huellas. En 1902, vino Alfred Hertz, laborioso, seguro, sereno y hasta principios de este año llevó sobre sí el peso de la orquesta wagneriana. Alternaron con él dos maestros superiores: el vigoroso Felix Mottl, por breve tiempo, y, para contadas obras, Arturo Toscanini, a quien se concedió el singular privilegio de dirigir las obras que escogiera, alemanas o rusas, italiana o francesas. Parsifal, sin embargo, quedó exclusivamente bajo la batuta de Hertz, desde el estreno en 1903. Fuera de la ópera, Nueva York ha visto a grandes maestros dirigir, en conciertos sinfónicos, fragmentos de Wagner: a Nikish, a Weingartner, a Emil Paur, a Gustav Mahler, a Karl Muck, entre los mayores. En el Metropolitan Opera House, idos Hertz y Toscanini, Bodanzky les ha sustituido sin esfuerzo. Habrá tal vez quien prefiera la severidad de Hertz (aunque nadie lo ha dicho aún); o la vivacidad dramática de Toscanini; o, más bien aún, el enérgico realismo de Mottl. Pero Bodanzky es toda una personalidad, y trae a la interpretación de Wagner un sentido poético no alcanzado por los anteriores. Jamás fuerza los esfuerzos orquestales; los grupos de instrumentos se funden en armonías delicadas, y la voz de los cantantes adquiere plena libertad expresiva, como bajo la batuta de Seidl. Sus pianissimi son admirables; los pasajes líricos, exquisitos; y no por ello es menor el pathos de los momentos dramáticos. Después del Ocaso de los dioses, Bodanzky ha dirigido El caballero de la rosa de Richard Strauss (dos veces); Parsifal, Lohengrin y anoche, Tristán e Isolda.
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El conjunto, los cantantes alemanes (Frieda Hempel, Melaine Kurt, Margarete Matzenauer, Margarete Ober, Urlus Goritz, Weil, Braun, Ruysdael) forman el mejor grupo de la compañía metropolitana de este invierno. Sembach, que reapareció en el papel de Parsifal, es tenor de hermosa voz lírica, educada dentro de las mejores tradiciones germánicas. Emma Zarska, la soprano bohemia que se presentó en Lohengrin, sufriendo enfermedad ligera, no pudo mostrar todas sus facultades; pero promete, buena labor. Del repertorio italiano se acometió la réprise, el jueves en la noche, del Barbero de Sevilla, de Rossini, ópera cuyo centenario se cumple dentro de pocos meses. Frieda Hempel lució su elegante coloratura en el papel de Rosina, y Didur renovó su acostumbrado triunfo en el Don Basilio. Los otros tres cantantes eran nuevos aquí, sólo el barítono Giuseppe de Luca reveló la maestría necesaria y tuvo éxito pleno. El tenor Damacco, tiene escasa voz y la maneja con poco gusto, abusando de las notas blancas; el bajo Pompilio Malatesta, es discreto, más como cantante (en lo poco que realmente canta) que como actor. La batuta de Bavagnoli, mediocre. En conjunto, esta representación del Barbero no pudo borrar los recuerdos de aquellas, no muy lejanas todavía, en que figuraba la incomparable Sembrich. En Tosca, se presentó, en compañía de Caruso y Scotto, la soprano Louise Edvina, de la compañía de Chicago. Es artista inteligente y fue aplaudida. Esta noche, Payasos, con Caruso y Cavalleria rusticana. Mañana, Barbero. Sábado en la tarde, Trovador. Lunes, Bohemia, con Caruso; miércoles, La flauta mágica, de Mozart; jueves, Aída; viernes, Boris Godunov.1 FOURTY FOURTH STREET THEATRE Una discreta compañía en que figura como primera dama la joven actriz Khyva Saint-Albans, está representando el Romeo y Julieta. Es la Al final del recorte de este artículo en el álbum de PHU, aparece el siguiente comentario manuscrito: “En realidad, Gustav Mahler también dirigió la orquesta de la ópera; y es el maestro de Bodanzky.” Por lo demás, los siguientes textos no aparecen en el álbum. N.d.e. 1
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primera obra de Shakespeare que sube a escena en esta temporada; si se exceptúa la representación única de Duodécima noche por una de las compañías de Ben Street. BOOTH THEATRE El eminente actor Edward H. Sorhern cerró ya las representaciones de The Two Virtues de Alfred Sutro, y acometió la réprise de Our American Cousin, de Tom Taylor. Esta vieja comedia fue popular en otro tiempo, y el padre de Sothern se distinguió en ella haciendo el papel de Lord Dundreary, que ahora interpreta el hijo. La comedia es bien poca cosa, pero el arte de Sothern es siempre digno de atención y compensa de la mediocridad de la obra.
Las Novedades, 2 de diciembre, 1915, pp. 5 y 6.
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EXPOSICIONES
La Galería Moderna (500 Quinta Avenida) cerró su exposición de cuadros de Picasso y Picabia, —dos maestros de la técnica más moderna y revolucionaria, españoles ambos, aunque Francia ha sido su escenario—, exhibe ahora ocho cuadros de Vincent Van Gogh. Este artista holandés fue, sin duda, uno de los más personales y vigorosos de nuestro tiempo. En la exhibición de la Galería Moderna faltan, se nos dice, muestras de la producción de sus últimos años, intensa y sombría. Pero, los ocho cuadros revelan gran variedad de aspectos del artista. Allí está, lleno de viva sugestión, enérgica y al mismo tiempo suavizada por el fondo floral, la imagen de la misteriosa Berceuse. Allí está en contraste, la figura de La holandesa sentada, que hace pensar en el Greco. Allí están las peculiares armonías en paralelismos de la Naturaleza muerta, y las Flores pintadas con gran abundancia de materia, hasta semejar, de cerca, relieves, pero delicadas y sutiles si se las observa a la distancia usual. Allí, por último, tres paisajes: en uno luce extraordinaria vivacidad el sedoso campo verde salpicado de flores amarillas; en otro, hay una exquisita armonía en tonos claros. —Dentro de poco, el distinguido dibujante Marius de Zayas, director de la galería, presentará al público obras del notable pintor mexicano Diego Rivera, residente en París, y nuevamente de Picasso. CONCIERTOS —La Orquesta Sinfónica de Boston ejecutó el jueves, día 2, la Séptima Sinfonía de Antón Bruckner. El sabio Dr. Muck figura, como el maestro español Pedrell, entre los defensores del olvidado sinfonista vienés. Hay en las páginas de éste grandes bellezas, armonías solemnes y paisajes dramáticos, en los cuales es interesante observar a veces la influencia de Wagner sobre la música pura, no teatral. Pero las formidables dimensiones de las obras (la Séptima Sinfonía dura muy cerca de dos horas) y sus desarrollos, generalmente profusos a veces difuso, impiden a Bruckner se haga popular. El otro número del programa del
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jueves fue el Concerto de Beethoven, en Re mayor, para violín, con Fritz Kreisler. A la magistral interpretación que Kreisler da a este Concerto se une la introducción de su propia admirable cadenza construida sobre temas melódicos de la obra. El sábado en la tarde (como solista del programa que completaban Haendel, Mozart y Mendelssohn) Kreisler tocó el Concerto núm. 22 de Viotti (1753-1824). El incomparable violinista conserva todo su esplendor; su violín parece aún, por la rica variedad de tonos y matices, la síntesis de una orquesta. En vigor, ha disminuido ligeramente; pero la pureza y la intensidad de su expresión se hacen aún más perfectas. —En el concierto popular de la Sociedad Filarmónica, el sábado, se rindió tributo a Beethoven. Stravinsky dirigió irreprochablemente la Quinta Sinfonía y la obertura Coriolano (primera vez en esta temporada). Completaron el programa el Preludio y el Liebestod de Tristán e Isolda, y dos obras de Liszt: una de ellas la Segunda Marcha Húngara, o Marcha de la Tempestad, aquí pocas veces oída. En el extenso programa del domingo, también en concierto popular, figuraban la obertura de Mendelssohn, La gruta de Fingal, y la Sinfonía inconclusa de Schubert. Francis MacMillen fue el solista con la Sinfonía Española de Edouard Lalo. —La Orquesta Sinfónica de Nueva York tocó, el viernes 3, la sinfonía Romeo y Julieta de Berlioz, obra pintoresca y a ratos vigorosa, cuyo scherzo La Reina Mab habrá tocado ya, en octubre, la Sociedad Filarmónica; Till Eulenspiegel de Richard Strauss (repetición); y, con el inestimable concurso de Harold Bauer, el segundo Concerto, para piano, de Brahms. El domingo se repitió el programa de Strauss con la Bacanal de Tannhäuser, de Wagner. —El Cuarteto de Kneisel ejecutó el martes, el sexteto de Brahms en Sol mayor, opus 36 (con ayuda de Leo Schultz, en violonchelo, y de José Kovarid, en viola), el Quinteto de Schubert en Do mayor (con Leo Schulz en violoncello); y el nuevo Cuarteto de David Stanley Smith, profesor de teoría musical en la Universidad de Yale. — Los esposos David y Clara Mannes, cuyo cultivo de las sonatas de piano y violín le ha conquistado las simpatías de los amantes de la música de cámara, ejecutaron el lunes la Sonata de Brahms en Sol mayor, opus 78, núm. 1; la de César Frank en La mayor, y, con la ayuda del distinguido flautista Georges Barrere, la Sonata en Do menor, Ofrenda
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musical, de Bach, y al de Glück en Sol menor. Estas dos admirables obras clásicas eran aquí punto menos que desconocidas, y su ejecución es un título más de gloria para los Mannes. El rumoroso Minueto de la Sonata de Glück, interpretado de modo exquisito, fue repetido a petición de la aristocrática concurrencia. Fue éste el tercer recital de los Mannes en la actual temporada. —Paderewski no supera a todos los pianistas de nuestros días en todos sus aspectos: hay pasajes de Beethoven en los que Eugen D’Albert es único; y pasajes de Chopin que Vladímir de Fachmann ha hecho suyos; y Moritz Rosenthal posee autoridad y maestría insuperables; y todavía muy cerca, se sostienen en alto puesto Teresa Carreño, Godowski, Hofmann, Busoni, Lhevinne. Pero Paderewski es, entre todos, el de personalidad más vigorosa, el artista más completo, porque es el más humano. Así se explica el dominio que ejerce sobre cuantos le oyen, especialmente en sus grandes días; doctos e ignorantes, iniciados y profanos, a todos subyuga. Ahora, cuando todos sus conciertos se dedican a fines benéficos, el elemento humano resalta más aún. A oírle en Carnagie Hall, martes, como centro de su programa, los Estudios sinfónicos de Schumann; además, la Fantasía opus 15 de Schubert, piezas de Couperin y Daquin, y cinco del más grande de los creadores polacos. Cerró con Liszt, y agregó, según su costumbre, muchos encores. —Entre los demás conciertos de piano mencionaremos el de la artista inglesa Katharine Goodson, el jueves 2, en Aeolian Hall, todo de obras de Chopin; el de Ernst Hutcheson (otro notable australiano, como Percy Grainer), quien con la ayuda de la orquesta de Walter Damrosch, tocó el sábado tres Concertos: de MacDowell en Re menor, de Tschaikowski en Si bemol menor, y de Liszt en Mi bemol; el segundo de George Copeland, el lunes, con programa variadísimo, que comenzaba en Bach y concluía en interesante modernismo internacional: MacDowell, Debussy, Granados, Groylez, Stravinsky...; el del activo y brillante Percy Grainger, ayer tarde, con programa semejante al de Copeland: primero, Preludio en La menor de Bach, y luego Chopin, Grieg, Debussy, Stokowski, Granados, Albéniz, así como tres nuevas composiciones originales suyas, dos de ellas transcripciones de danzas irlandesas. Grainger, ya se sabe, se distingue por el talento que ha puesto en el estudio de la música popular.
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—Merece nota aparte el concierto de música ultramoderna dado por Leo Ornstein el domingo. Pianista que posee grandes recuerdos de ejecución —entre ellos, el manejo del pedal, con el que obtiene efectos como de órgano—, Ornstein interpreta con arte original obras en que se ensayan las más curiosas discordancias. Así las dos piezas descriptivas de Vannin y las creaciones del propio Ornstein, una de las cuales, Danza de salvajes, justifica plenamente su título. Otras cosas tocó, menos revolucionarias: los Cuadros feéricos, a veces encantadores, de Eric Korngold, el adolescente alemán; Almería, de Albéniz (en cuyo segundo tema, de jota, Ornstein no supo dar el efecto de síncopa), la Sonata opus 66 de Cyril Scott, cuyo dibujo es vago, antes de la interesante Fuga final, y la exquisita Sonatina de Maurice Ravel. —Entre los conciertos de violín debemos mencionar el del artista mexicano Nicolás Rivera, en el Aeolian Hall. No asistimos; pero daremos cuenta de los elogios que le dedique la crítica neoyorquina. —El lunes en la tarde, en el Salón de Conferencias Francesas, dio un causerie M. Emile Villemin sobre Chopin. La siempre aplaudida pianista española Emilia Quintero ilustró la conferencia interpretando doce composiciones de Chopin. —Yvette Guilbert, la más famosa chanteuse de Francia, ha comenzado una serie de conciertos históricos de canciones francesas, abarcan ocho siglos. METROPOLITAN OPERA HOUSE La primera representación de Tristán e Isolda es siempre uno de los acontecimientos centrales de cada año en la tradicional casa de la ópera. El poema de Wagner es, según mayoría de opiniones entre los fieles del arte, la más alta creación de la música dramática. Su interpretación es, y será siempre, piedra de toque. Ahora correspondió a Artur Bodanzky sufrir la decisiva prueba. Que triunfaría, era indudable; pero no que su triunfo quedara fuera de toda discusión. Los reparos surgieron ya. Los piani, los pianissimi, parecen, a ratos, excesivos. Y el espíritu bohemio de Bodanzky suele arrastrarle a prodigar los efectos de síncopa, —prodigalidad que a veces da la impresión de momentáneo desorden rítmico. Pero, dichos ya los reparos, solo queda elogio para Bodanzky. Su concepción de la obra es admirable: el primer acto es, para él, inquietud y
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ansias; el segundo, poesía; el tercero, pathos, tragedia. Bajo otras batutas, la pasión se desata torrencialmente en los dúos del segundo acto; luego se desciende, y solo el himno final de Isolda vuelve a levantarse, para volar y perderse “en la infinita palpitación del alma universal.” Leídos por Bodanzky, los dúos, que forman “el más embriagador poema de la pasión humana”, al decir de D’Annunzio, son páginas de fino y ardiente deliquio, a través de cuya intensidad nunca se oscurece el tono poético. El tercer acto, luego, es la culminación dramática, — delirio, desesperación, aspiración imposible, exhalados por Tristán en gritos patéticos. Y ¡qué admirable dibujo de los personajes! ¡Cómo acentuó Bodanzky los contornos trazados por Wagner! Isolda, —como Julieta, su mayor rival entre las heroínas apasionadas—, es impetuosa y audaz, Tristán pasa envuelto en la faz extraña de su origen misterioso; y con él van siempre la varonil ternura del violonchelo, la grave melancolía del corno, el sutil sollozo del oboe, la dulzura de las flautas. La labor de los cantantes, en conjunto, magnífica. Este teatro ha conocido las mejores Isoldas: después de Lilli Lehmann, y a partir de 1900, la Nórdica, la Ternina, la Fremstad y la Gadski. Melanie Kurt, joven todavía, no compite con ellas; pero su interpretación es1 apasionada. Ido Jean de Reszke, en 1901, le han sucedido muchos y diversos Tristanes; pero ninguno le ha igualado, ni le igualará todavía en largos años. Urlus es, sin embargo, excelente, y su Tristán es trabajo de amor e inteligencia. La triunfante Margarete Matzenauer cantó con honda ternura la suave música que Wagner asignó a Brangaena. Ni el barítono Weil ni el bajo Braun se distinguieron especialmente. El jueves, la formidable multitud usual en estas ocasiones acudió a escuchar a Caruso en Payasos. Hasta ahora, ésta ha sido su mejor noche. Amato, brillantísimo. Ida Cajatti (Nedda) es artista agradable. En Cavalleria rusticana, Margarete Matzenauer fue la Santuzza, —esfuerzo que no debiera repetir, pues no conviene a su voz de contralto; Giuseppe de Luca lució su gran escuela en el ingrato papel de Alfio. Luca Botta fue el Turiddu. El viernes, Frieda Hempel, De Luca y Didur sacaron a flote El Barbero de Sevilla. El sábado en la tarde, Trovador, con reparto bien conocido (Mmes. Rappold y Ober; Martinelli, Amato y Rothier). El lunes, otra Se tachó “admirable, y acaso llegue a igualarlas” y se le sustituyó por “apasionada”. N.d.e 1
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vez Bohemia, con la Alda, Caroso, De Luca y Perelló de Segurola. Anoche, La flauta mágica de Mozart; ya daremos cuenta de la interpretación. Los conciertos dominicales, muy concurridos. Junto a los números de canto, se ejecutan composiciones orquestales, y a veces presentan instrumentistas notables, como el violinista Mischa Elman y el gran pianista Godowski. Esta noche, Aída. Mañana, Boris Godunof, la hermosa ópera del ruso Musorgski. El sábado en la tarde, se revive, con la Hempel y Caruso, la Marta de Flotow. En la noche, Madama Butterfly. El lunes, Trovador; el miércoles, Manon de Massenet; jueves, La Valkiria, de Wagner; viernes, otra vez Marta; sábado en la tarde, El ocaso de los dioses, de Wagner. PUNCH AND JUDY THEATRE La encantadora novela de aventuras de Stevenson, La isla del tesoro, que a tantos millones de niños y de adultos deleitó siempre, ha dado tema a Jules Eckert Goodman para un arreglo teatral muy ingeniosamente concebido. La presentación de este arreglo, que se estrenó la semana pasada, en el pequeño y elegante teatro de Polichinela y su mujer, es magnífico, de lujo y buen gusto, y la interpretación llena de vivacidad e inteligencia.
Las Novedades, 9 de diciembre, 1915, p.5-6.
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EXPOSICIONES
La gran casa editorial Scribner, acaba de cerrar su exposición de dibujos sobre el baile ruso. La exposición fue oportuna, —pues próximamente ha de llegar aquí la famosa compañía rusa de baile dirigida por Diaguelef—, pero tuvo, además, gran valor intrínseco. Desde luego, allí se exhibían trabajos de León Bakst, uno de los sostenes de la singular combinación de elementos artísticos que dan excepcional valor al ballet ruso. Junto a Bakst figuraban allí M. van Saanen Algi, rumano, George Barbier, Ludwig Kainer y Roberto Montenegro. Este último, joven y notable artista mexicano residente en París, fue de los más celebrados. Montenegro, uno de cuyos mayores éxitos fue la publicación de un álbum de dibujos con prólogo del impecable Henri de Régnier, presentó aquí estudios de la figura de Nijinski, en su acostumbrada estilización. A menudo se menciona, al juzgarle, —y así ha ocurrido ahora en Nueva York—, el nombre de Aubrey Beardsley. La relación es innegable; pero a las líneas agudas del artista irlandés, y a sus contrastes bruscos de blanco y negro el mexicano añade elegancia de abolengo francés, suavidades y voluptuosidad. Montenegro es, sin disputa, un interesante artista del dibujo imaginativo. —La Galería Moderna (número 500, Quinta Avenida) acaba de abrir una doble exposición de cuadros de Pablo Picasso, y de escultura africana. Próximamente hablaremos de ellos. A esa exhibición seguirá la de trabajos de Diego Rivera. NUEVO POEMA DE SIBELIUS El insigne finlandés, Jean Sibelius dirigió personalmente, en junio de 1914, durante el festival de la ciudad de Norfolk, en el Estado de Connecticut, su poema tonal Las Oceánidas. En finlandés, este poema se intitula Aallottaret y probablemente su inspiración, procede, como en otros de Sibelius, del Kalevala, la colección de los cantos épicos nacionales. Ahora la Sociedad Filarmónica lo ha dado a conocer en Nueva
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York. Es obra corta, sin especial desarrollo de temas: divagación que refleja imágenes del océano, sugiere los espíritus del viento. Este vago y encantador dibujo musical corresponde a nueva fase de la evolución artística. Cuando hace veinte años, Richard Strauss daba a conocer sus poemas tonales, se le tuvo por revolucionario extremo: había llevado el poema sinfónico inventado por Liszt y Berlioz a su cabal desenvolvimiento; al desarrollo clásico de los temas de la sinfonía lo reemplazaba el de lei-motivos a la manera de Wagner; y la sonoridad orquestal alcanzaba su máximum de complejidad y fuerza. Y sin embargo, Richard Strauss nos parece hoy el último clásico. Al fin y al cabo, cree todavía en el desarrollo; y sus innovaciones armónicas, con todas sus libertades, parten de la teoría fundamental de la tonalidad diatónica. Pero con Sibelius, como con Debussy y con Stravinski y con otros, entre sí diversos, pero revolucionarios todos, la innovación se hace radical: se trata de suprimir todo desarrollo, y aún todo tema claramente enunciado; rompen, si les place, con la tonalidad diatónica, y se van a lo que recibe el discutido nombre de cromática; y, en cambio, desdeñan la gran sonoridad orquestal característica de Strauss. Así se explica que muchos, a quienes Strauss asombró y desconcertó, admiran sin protestas a Sibelius y a Debussy. El programa de jueves y viernes, en que figuraban Las Oceánicas, es de los mejores escogidos por Stransky. Lo completaban la siempre juvenil obertura Egmont, de Beethoven, la poética Segunda Sinfonía de Brahms, el admirable Scherzo capriccioso de Dvorak, y, por fin, el poema de Liszt La batalla de los Hunos, que, a vueltas de pasajes vacíos, tiene vigor y brillantez. CONCIERTOS —El domingo, la orquesta de la Sociedad Sinfónica de Nueva York, dirigida por Walter Damrosch, ejecutó la sinfonía Del Nuevo Mundo de Dvorak y Les Contes de ma mère l’Oye de Maurice Ravel. Solista fue George Barrere, admirable artista de la flauta, quien tocó tres finos aires del siglo XVIII, de Le Claier el viejo y de Aubert. —Excelente concierto de obras corales ofreció, el martes, la Sociedad del Arte Musical, dirigido por el docto Frank Damrosch. Los números principales fueron el Adoramus te y el Gloria Patria de Palestrina; dos canciones alemanas antiguas, y tres francesas, de Nochebuena; el mo-
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tete Tota pulchra, de Bruckner; el Von Himmel hoch, canto de Lutero arreglado por el moderno compositor eclesiástico Karg-Elert; tres canciones de Schumann y dos rusas de Cesar Cui. —La Sociedad del Oratorio, con ayuda de la Orquesta Sinfónica de Nueva York, dio a conocer, en Carnegie Hall, la Juana de Arco de la antigua y estimada Sociedad, el de hace ocho días atrajo la concurrencia y despertó interés. Este quedó justificado por los mejores pasajes de la obra, aquellos en que intervienen las masas corales o donde se da plenitud a la orquesta. El episodio de la coronación tiene efectos majestuosos. La música asignada a Juana de Arco es de gran concebida sencillez. En conjunto sin embargo, la obra se inclina demasiado a los efectos dramáticos, y no le faltan pasajes huecos y superficiales. —Entre los conciertos de violín de los últimos siete días merecen especial mención el de Mischa Elman, el de Francis Mae Miller y el de Fritz Kreisler, quien resucitó después de retocarla mediante largo estudio (pues el compositor la dejó incorrecta y descuidadamente escrita) la Fantasía opus 131, de Schumann. Entre los recitales de piano el de Ossip Gabrilowitsch, tercero de su serie histórica, dedicado a compositores románticos; Seimbert, Weber, Mendelssohn, Schumann. —Ayer en la tarde dieron un hermoso concierto, en el salón pequeño de Carnegie Hall, el aplaudido violinista dominicano Gabriel del Orbe y el pianista mexicano Xavier Dimarias. LA ÓPERA La flauta mágica de Mozart, que es breve, animada y ligera, a pesar de su siglo y cuarto y a pesar de su infantil y risible librero, fue dirigida por Artur Bodanzky con elegancia suma. A la obertura especialmente, le dio toda su pureza sinfónica. En el Metropolitan Opera House, si no hay ahora intérpretes del estilo mozartiano comparables a Marcella Sembrich, sí los hay capaces de darle su pleno valor. Tales, en primer lugar, el barítono Otto Goritz; luego, el tenor Sembach y las sopranos Frieda Hempel, (a quien le tocan, con el papel de Reina de la Noche, las más difíciles arias escritas para soprano de coloratura) y Melanie Kurt, que no siempre reprime, como se debe en esta obra, sus acentos dramáticos. La réprise de la Marta de Flotow ocurrió el sábado en la tarde. Poca vida queda ya a esta endeble ópera. Sus dúos y romanzas más agrada-
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bles sirvieron para que Caruso, Frieda Hempel y Margarete Ober conquistaran aplausos. En otras funciones de los últimos siete días se han cantado: Aida; Boris Godunof, de Mussorgski; la Madama Butterfly, de Puccini (con Luisa Villan como huésped); Trovador, y anoche Manon, de Massenet, con Caruso y Mme. Alda. LOS TEJEDORES El mayor acontecimiento artístico, hasta ahora, de la temporada dramática, ocurrió el martes: el estreno de Los tejedores, del egregio poeta alemán Gerhart Hauptmann, por la compañía que dirige Emmanuel Reichler, en el Garden Avenida Madison y calle 27). Hauptmann es, en estos momentos, el primer dramaturgo de Europa, sin exceptuar a Bernard Shaw. En Los tejedores (que produjo escándalos políticos en Alemania) crea una especie dramática singular; el héroe es el pueblo; no hay verdadero protagonista. En el inagotable repertorio de Lope de Vega hay otra obra en que se ensaya este procedimiento. La vigorosa Fuente Ovejuna; pero no llega a la completa descentralización de Los tejedores. Es esa la tragedia del hambre. El mayor mérito de las representaciones que ofrece el grupo de Reichler en el Garden es la perfecta libertad con que se mueven sobre el escenario las masas de obreros. Individualmente, se distingue, sobre todos, Adolf Link.
Las Novedades, 16 de diciembre, 1915, p. 5.
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EXPOSICIONES —La Galería Knoedler (núm. 556, Quinta Avenida) cerró su exposición de pasteles del sólido pintor norteamericano Albert Sterner (uno de cuyos mejores trabajos es el retrato del Marqués Álvarez de Buenavista) y exhibe ahora una magnífica colección de grabados franceses antiguos, que reproducen obras de los pintores grabadores del siglo XVII y de los grabadores de línea del siglo XVIII. De Robert Nanteuil (¿1623?-1678), el gran maestro de su época, hay veinte y tres trabajos, entre ellos los célebres y vívidos retratos de Mazarino (tres), de Cassendi, de la Duquesa de Saboya, de Le Tellier y de su hijo el Arzobispo de Rheims. Del principal secuaz de Nanteuil, el belga Gérard Edelinck (1649-1707), hay quince trabajos. El siglo XVIII está representado por L’Estampe Galante. Dentro de esta colección (veinte y siete grabados) se distingue el grupo intitulado Le monument du costumbre, donde hay muestras admirables, como La dama del palacio de la reina. —En la Galería Katz (núm. 103, oeste, calle 74) expone Otto H. Schneider, pintor norteamericano joven y de paleta vigorosa en el manejo del color, paisajes de Puerto Rico. Los críticos declaran que, a juzgar por los asuntos pintados por Schneider, y, antes que él, por Thomas Watson Ball, la pequeña Antilla puede dar materia a muchos artistas. —En la Galería Macbeth (Quinta Avenida y calle 4) está abierta la exposición de cuadros de la Sociedad de Artistas que pintan el Far West. Los paisajes y marinas que allí se exhiben producen todos impresión de vastedad. Existen ya fórmulas para pintar las regiones del Oeste, y allí no faltan muestras de esos convencionalismos; pero hay, junto a ellos, obras vigorosas e interesantes, tales, las de Carl Rungius; William Ritschel, Edwards H. Potthast y Ben Foster, cuya firma es bien conocida. Ernest L. Blumenschein, que posee buen sentido de los contrastes de color y luz, exhibe tres interesantes figuras de indios: el Hijo del viento está pintado con brillantez. No menos interesantes son las
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figuras de Dos cazadores indios, de E. Erving Couse, en exquisito paisaje de fondo azul y bosque blanco y amarillo. Gardner Sygans estudia tres temas eclesiásticos: la Virgen de los Dolores, el interior de la Misión de San Xavier, (el altar del fondo tiende al hermoso estilo churriguresco mexicano), y la Campana de la Misión. —En la Galería Moderna (núm. 500, Quinta Avenida), que dirige Marius de Zaya, se exhiben ahora seis cuadros y cinco dibujos de Pablo Picasso. Este maestro del cubismo se lanza a las más curiosas combinaciones, inclusive a la de la pintura plana combinada con relieves en madera pintada también como se ve en su última obra, Naturaleza muerta en un jardín. Pero ¿a qué poner títulos académicos a estos cuadros? ¿No son, aquellos, restos de convencionalismo? Sería mejor llamar a estos trabajos caprichos, —aún con más justicia que Goya a los suyos— o numerarlos, o señalarlos en cualquier otra forma, nueva como ellos. —En la Galería Montross (550 Quinta Avenida), donde aún se conserva parte de la excelente exposición de arte chino, exhibe Max Weber cuadros y esculturas. Es artista ultra moderno, y se advierte en él la influencia de Picasso. En general, es pobre de imaginación y sombrío en el colorido. Entre los óleos, el más ingenioso es el que se titula Recuerdos de mi restaurante chino. Mejores que los óleos son las acuarelas y los pasteles, en que el colorido es más agradable, y más aún las treinta piececitas de escultura más o menos abstracta. Tal vez en esta nueva variedad artística halle su camino Max Weber. —La Academia Nacional de Dibujo (calle 57, cerca de la Séptima Avenida) abrió el sábado su exposición de este invierno. Durará hasta el 16 de enero y contiene trescientos sesenta y nueve cuadros y esculturas de artistas norteamericanos de los más conocidos. Próximamente haremos reseña de las obras principales. CONCIERTOS —La Sociedad Filarmónica incluyó, en su programa de jueves y viernes, la obertura Tanhäuser y el ciclo sinfónico Ma Vlast (Mi patria) de Smetana, que comparte con su discípulo Dvorak la más alta gloria musical de Bohemia. Stransky, el director de la Orquesta de la Sociedad Filarmónica, es también bohemio y puso amor y ciencia en la interpretación del gran ciclo. Nunca se había eje-
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cutado éste íntegro, de seguida, en Nueva York; pero si se conocían los principales poemas que lo componen, especialmente el intitulado Vlatza (el río Moldau). La orquesta colaborará con Kreisler en su magistral ejecución del Concierto en Re mayor, para violín, de Brahms. —La Sociedad Sinfónica de Nueva York dio a conocer, el viernes y domingo, la música escrita por su director, Walter Damrosch, para las representaciones de la Ifigenia en Aulis, de Eurípides, dadas por Maragaret Anglin en la Universidad de California. No se propuso el distinguido compositor (salvo en uno que otro pasaje) imitar las antiguas formas de la música griega —demasiado distintas de las nuestras— sino sugerir emociones sobre la tragedia. Esta producción, llena de invención melódica, vivacidad y color, es la más hermosa de Damrosch. Se la conceptúa superior a su ópera Cyrano, estrenada en el Metropolitan hace pocos años. En la interpretación colaboraron, con la orquesta, la contralto Merle Alcock y el incomparable violoncelista español Pablo Casals. Estrenó, además, el Concierto en Re menor, de Edouard Lalo. El otro número del programa fue la encantadora Sinfonía inconclusa de Schubert. —Damrosch dirigió el sábado el concierto sinfónico de Nochebuena, para niños. Los números principales fueron la Sinfonía de la Sorpresa, de Haydn, y el poema humorístico Till Eulenspiegel, de Richard Strauss, y los de canto, viejos trozos eclesiásticos de Adeste fideles. CONCIERTOS —El New York Sun, juzgando el concierto ofrecido por el joven violinista mexicano Nicolás Rivera hace poco, estima que su tono tiene a veces buena calidad musical. El programa de Rivera, comprendía la Sonata en Re menor de Locatellli, y piezas cortas, entre ellas una Romanza del propio violinista. Acompañó a éste, en el piano, Conrado Tovar. YVETTE GUILBERT La más famosa diseuse de Francia dio en el Liceum una serie de conciertos históricos sobre la canción francesa. La gran maestra del género picante e intencionado, que durante largos años fue centro de atención del París mundano y alegre, ha extendido ahora el campo de su arte y,
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recorriendo la historia de las canciones del pueblo y de la burguesía en Francia, ha encontrado riquísima cantera. Como todo artista que domina plenamente su género (y, dentro del suyo, esta incomparable diseuse es la primera de París y del mundo). Yvette Guilbert posee recursos de singular maestría. Su interpretación de las chansons de ocho siglos, comentada a menudo por ella, adicionadas a veces con songs de Inglaterra, es hoy una de las cosas más interesante en el mundo artístico. Sobre todo cuando interpreta las leyendas religiosas, verdaderas miniatura dramáticas, de la Edad Media. Colabora con Yvette Guilbert, en estos conciertos, el eminente flautista George Barrere, ya en solos, ya como acompañante de la diseuse en canciones con obligato de flauta, ya como miembro del Trío de Lutéce (cuyos otros dos miembros son el arpista Carlos Salzedo y el violencellista Paul Kefer), ya como director de la Pequeña Sinfonía (The Little Symphony), que ejecuta obras interesantes, como la obertura del Adivino de la aldea, del filósofo Rousseau. LA OPERA
Al terminar este año, y en mes y medio justo, la empresa del Metropolitan Opera House habrá presentado ya al público veinte y dos óperas, —actividad digna de todo encomio. Estas veinte y dos óperas se distribuyen así por nacionalidades: escuela alemana, nueve: escuela italiana, nueve; escuela francesa, dos: escuela rusa, dos. Las obras de la escuela alemana son: de Mozart, La flauta mágica; de Flozow, Marta; de Wagner, Lohengrin, Tristán e Isolda, La walkiria, El ocaso de los dioses, Parsifal; de Humperdinck, Haensel y Gretel; de Richard Strauss, El caballero de la rosa. Las de la escuela italiana, de Rossini, El Barbero de Sevilla; de Verdi, Trovador, Traviata, Aida; de Mascagni, Cavalleria rusticana; de Leoncavalo, Los payasos; de Puccini, La Bohemia, Tosca, Madama Butterfly. Las de la escuela francesa: de Saint-Saëns, Sansón y Dalila; de Massenet, Manot. Las de la escuela rusa: de Mussorgski, Boris Godunov; de Borodin, Príncipe Igor (que se estrenara el día 30). Una nueva escuela se agregará pronto a las cuatro que hasta ahora se dividían el escenario de la tradicional casa de la ópera: la escuela española, con Goyescas de Enrique Granados.
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Entre las representaciones de los últimos días, son dignas de especial encomio la de Manon, y las de obras wagnerianas. En la fina y voluptuosa obra de Massenet, Caruso, después de semanas de poca brillantez, volvió a ser, según expresivamente dijo Krehbiel en The Tribune, “el Caruso de los dioses”. Junto a él, Frances Alda, la soprano neozelandesa, obtuvo el mayor triunfo de su carrera, interpretando con singular inteligencia el papel de protagonista. Polacco dirigió con maestría. Bodanzky continúa animando con su sentido de poesía las obras de Wagner. La valkiria, El ocaso de los dioses y Lohengrin fueron nuevos triunfos para él. En la última acaba de reaparecer la gran soprano bohemia Emmy Destinn. EMPIRE THEATRE La más popular de las actrices norteamericanas, Maud Adams, está representando la deliciosa comedia de hada y cuentos, Peter Pan, del ilustrador escocés Barrie. VARIEDADES Entre las principales novedades de la semana en los teatros de vaudeville y los cinematógrafos, mencionaremos la película Don Quijote (con el popular De Wolf Hopper como protagonista) en el Broadway Theatre, y en el Colonial, la presentación de la aplaudida violinista española Cristeta Goñi.
Las Novedades, 23 de diciembre, 1915, pp. 5-6.
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MÚSICA ECLESIÁSTICA Durante los últimos días del año, la actividad musical disminuye en las salas de concierto de Nueva York para alcanzar su punto máximo en las Iglesias. Como siempre, en muchas de ellas se ha cantado, íntegro o en parte, El Mesías de Haendel, el más famoso, aunque no el mejor, de cuantos oratorios ha compuesto. En ninguna se ha cantado íntegro el Oratorio de Nochebuena de Bach, pero sí se están cantando, o ejecutando en órgano, gran número de piezas del padre de la música moderna. Entre los oratorios que han alcanzado popularidad este año figura el de Nochebuena de Saint-Saëns. En los programas eclesiásticos más selectos abundan, junto con las composiciones de Bach, la de Beethoven y Haydn, y muchos trozos antiguos, especialmente villancicos franceses e ingleses (carols). Las obras nuevas han sido, en su gran mayoría, de compositores norteamericanos. No ha faltado tampoco la música sagrada en las salas de concierto. Merece especial encomio la interpretación del Mesías en las acostumbradas funciones que, a fin de cada año, da la antigua Sociedad del Oratorio. CONCIERTOS —Entre los pocos conciertos de música no eclesiástica dados en los últimos días se distinguen dos de piano en Aeolian Hall: el de Harold Bauer (programa: Concierto Italiano de Bach; Kreisleriana de Schumann; Sonata opus 106, de Beethoven; grupo de Chopin) y el de Ossip Gabrilowitsch, cuarto de su serie histórica dedicada a Chopin. —Mrs. Antonia Sawyer, la conocida empresaria, anuncia para el mes de enero los siguientes importantes conciertos en Aeolian Hall: el día 6, en la tarde, programa exclusivamente compuesto de sonatas (Mozart, Beethoven, Brahms) de la notable pianista inglesa Katharine Goodson; el día 20, George Harris, “el tenor americano”; el día 24, Percy Grainger; el día 25, Louis Grayeure; el día 29, Grace Whistler.
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Percy Grainger, de cuyos recitales y composiciones hemos hablado frecuentemente, es el más notable artista que Australia ha dado al mundo hasta ahora. Es pianista de fuerza y brillantez (que gusta de incluir en sus programa obras de españoles, como Granados y Albéniz; pero, sobre todo, es compositor, cuyas producciones están llenas de inspiración vivaz y de técnica sabia y nueva. Figura, además, entre los artistas que estudian con mayor devoción la música del pueblo; y son famosas sus transcripciones y arreglos de aires populares de Inglaterra y los Estados Unidos. LA ÓPERA Poca novedad ofrecieron las funciones de los últimos días en el Metropolitan Opera House. La Traviata se cantó el miércoles, por primera vez en la temporada. Frieda Hempel posee estilo puro y elegante; si en la coloratura del primer acto no alcanza toda la brillantez necesaria, dice con inteligencia la cantilena de los otros tres. Giuseppe de Luca cantó magistralmente. El tenor Damacco, en cambio, quedó muy por debajo. Sus deficiencias de estilo son notorias. El jueves, por tercera vez, Sansón y Dalila, en la cual se ha obtenido ya, después de las inevitables inquietudes de la noche inaugural, uno de los mejores conjuntos de la temporada. Junto a Margarete Matzenauer, a Caruso, Amato y Rothier, el coro hace labor magnífica. Las decoraciones, además, son de las mejores presentadas en este teatro, e indican su avance. El viernes, Arthur Bodanzky dirigió de nuevo Tristán e Isolda. A su interpretación, según algunos, suele faltarle vigor; pero todos le reconocen poesía. La batuta de Bodanzky continúa aquí las tradiciones de Gustav Mahler, su gran maestro. Mahler (le mencionamos, en reseña anterior, entre los que aquí habían dirigido obras de Wagner en conciertos sinfónicos: en realidad, a la vez que dirigía la orquesta de la Sociedad Filarmónica, se encargada de unas cuantas obras escogidas, tres o cuatro, en el Metropolitan Opera House) fue, en opinión de sus devotos, el mayor maestro de la orquesta durante los últimos veinte años. Gran compositor, a la par que gran director de orquesta, es indiscutible que Mahler cavó hondos surcos en el campo de la interpretación musical. Bodanzky, como él, pone en la lectura de Wagner intuición poética. Y si hoy Wagner no puede sorprendernos por su au-
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dacia en la invención armónica y polifónica (después de Schoenberg y Stravinsky es difícil que nos sorprendamos) ¿no merece alabanza quien, como Bodanzky, hace brillar el elemento perdurable en la obra del maestro de Bayreuth: la belleza, intensa y profundamente poética? En la matinée de Nochebuena, para los niños, se presentó la deliciosa Haensel y Gretel, de Humperdinck. El sábado, Emmy Destinn cantó Aida con éxito extraordinario. El lunes, por tercera vez, Marta, de Flotow, con Frieda Hempel, Caruso, De Luca y Margarete Ober. Anoche, por segunda vez, dirigió Bodanzk La valkiria. Margarete Matzenauer fue Bruehilda. Esta noche, se estrena el Príncipe Igor, la espléndida obra del ruso Borodin. Mañana en la tarde, Parsifal; en la noche, Madama Butterfly, con Emmy Destinn; el sábado en la tarde, Baile de máscaras, de Verdi, en función popular. El lunes, La flauta mágica, de Mozart. Gran número de asociaciones dramáticas, ya particulares, ya pertenecientes a Universidades o colegios, dan anualmente funciones especiales, para los que se escogen siempre obras de alta significación literaria. Entre las representadas, recientemente, por agrupaciones diversas, figuran The Spanish Tragedy, de Thomas Kyd (melodrama del siglo XVI), Cuento de invierno, una de las últimas y las delicadas comedias de Shakespeare; Los espectros de Ibsen (en la cual interpretó el papel de Llena Alyinga la actriz rumana Agadia Barcescu, quien ya había representado aquí la Medea de Legouye, inspirada en Eurípides; Los dioses de la montaña, de Lord Pousany; Deirdre de Synge; The Pot of Broth de Yeats; Spreading the News, de Lady Gregory; notables escritores irlandeses los cuatro últimos. En el Cohan Theatre se estrenó Cock o’ the Walk, comedia de Henry Arthur Jones. Tiene todo el vacuo artificio y el agradable ingenio de su bien conocido autor. Se impondrá sobre todo, gracias a la excelente interpretación de la compañía encabezada por Oris Skinner, sin disputa uno de los actores de primera fila, por su talento y su buena escuela en los Estados Unidos. En el Fulton Theatre se estrenó Ruggles of Red Gap, dramatización de la novela popular de Harry Leon Wilson. Ralph Herz se hace aplaudir en ella. Las Novedades, 30 de diciembre, 1915, p.5.
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EXPOSICIONES —Las Galerías Durand-Ruel (número 12, Este, Calle 57) acaban de cerrar su exhibición de veinte obras de Renoir y Monet. El sentido del color, que distingue a estos dos grandes maestros del impresionismo, da excepcional valor a sus obras. Monet, artista delicado, encanta siempre con sus armonías sugestivas. Renoir, delicado y a la vez profundo, construye, con el color, como pocos pintores. Es variado y nuevo siempre en el paisaje; sólido en la figura, si bien para él la cara es de poco valor y generalmente tiene aire de vaciedad. El cuadro de dos jovencitas sentadas, en un interior, —las unas y el otro en estilo francés 1890—, es delicioso como fantasía cromática. La casa Durand-Ruel posee en sus otras salas trabajos de artistas contemporáneos de Renoir y Monet. Merecen especial estudio los de Camille Pissarro y los de Mary Casatt, la gran aliada norteamericana de los impresionistas franceses, sobre todo sus washes de estilo japonés y el óleo donde aparece un pescador con su familia, en un bote, sobre mar espléndido. El estudio de estos trabajos revela la enorme influencia del arte francés sobre la pintura norteamericana. Allí puede verse (para mencionar solo unos cuantos ejemplos) cómo vienen de Renoir, en buena parte, las figuras de Childe Hassam; y de Monet las rocas iridiscentes de Paul Dougherty; y de Pissarro los conjuntos arquitectónicos de Jonas Lie. —El lunes se abrió, en la Galena Montross (número 550, Quinta Avenida), una notable exposición de obras de Cézanne. Ayer, en la Galería Moderna (número 500), una de trabajos de Picabia. De ambas haremos reseña detenida. ESTRENO DEL PRÍNCIPE IGOR El jueves, día 30 de diciembre, se efectuó el primer estreno de la temporada 1915-1916 en el Metropolitan Opera House: el del Príncipe Igor, de Borodin. El triunfo de Boris Godunof, de Mussorgski, hace
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cuatro años, autorizaba a incluir en el repertorio de la tradicional casa de la ópera esta segunda producción rusa. Ambas son ya bien conocidas en el mundo artístico europeo, y aquí probablemente llegarán a hacerse también familiares. La de Borodin fue bien acogida por el enorme público que asistió al estreno. ¡Ojalá se mantenga en el repertorio y logre robar tiempo y espacio a dos o tres mediocres obras italianas! Ni Mussorgski ni Borodin son compositores nuevos. Boris Godunof se estrenó en 1874; El Príncipe Igor, en 1890. Borodin murió en 1887, y dejó inconclusa la obra. Rimski-Korsakof recogió el manuscrito, y, con ayuda de Glazunof, coordinó la partitura, cuyo plan originario consistía en un prólogo y cuatro actos. Los dos finales no existían sino en fragmentos. Glazunof arregló el tercero y la obertura. Rimski-Korsakof arregló lo demás. En la representación de Nueva York, como en otras dadas fuera de Rusia, se suprimieron la obertura y el tercer acto, —precisamente aquellos en que puso mano Glazunof. La ópera estrenada es, en rigor, obra de Borodin y de Rimski-Korsakof. En su forma, El Príncipe Igor se asemeja a Boris: ambas desarrollan asunto histórico, en episodios no bien ligados, donde entra por mucho el elemento decorativo; en ambas se hace uso de aires, ya tomados directamente, ya imitados, de los populares rusos; en ambas tiene el coro gran papel. Boris es obra superior, majestuosa y épica en ocasiones. El Príncipe Igor, en conjunto, vale menos, y, si se le restasen los coros y las danzas, no volaría muy alto. Hay pasajes de los actos segundo y último, encomendados a los personajes principales, de corte italiano convencional, a veces vigorosos dramáticamente, a veces agradables por la melodía, pero en general poco significativos. Mucho mejores son aquellos que recuerdan o imitan aires rusos: todos los encomendados a Jaroslavna y a Galitzki en el acto primero, el lamento de Jaroslavna al comenzar el último, y los aires grotescos de los músicos bufones. Pero la riqueza de los coros y las danzas salvan de toda tacha posible de trivialidad. La variedad de los efectos corales empleados por Borodin, tanto en las formas melódicas como en la distribución de las voces, no tiene paralelo en el drama musical de los últimos cincuenta años, fuera de la escuela rusa, ni aun en Wagner.
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El acto segundo, con su lánguida canción oriental y sus estrepitosos y violentos bailes tártaros, acompañados por las voces clamorosas del coro, es el mayor triunfo de la obra. Fascinadoras por el ritmo, por la originalidad del corte, por el sabor intensamente selvático, son estas danzas, especialmente la de las espadas. La interpretación del Príncipe Igor es magnífica precisamente en las porciones principales de la obra: los coros y las danzas. Los primeros están perfectamente disciplinados por el maestro Giulio Setti. El cuerpo de baile, que nunca se ha distinguido de modo especial en el Metropolitan, ahora fue reforzado con bailarines tártaros, y desempeñó espléndidamente su cometido; la primera bailarina, Rosina Galli, salió de sus tradiciones académicas y se reveló capaz de interpretar este arte exótico, más vivo y más espontáneo. Polacco dirigió con maestría; no en todos los detalles se le ha elogiado, pero tampoco cabe negar que penetra con singular inteligencia en el espíritu de esta música. Los papeles principales estuvieron a cargo de Mmes. Alda (Jaroslavna), Delaunois y Ferini y de Botta, Amato, Didur, Bada y Perelló de Segurola. Durante los últimos días se han cantado, además del Príncipe Igor: Parsifal de Wagner, y La flauta mágica de Mozart, bajo la siempre sugestiva dirección de Bodanzky; Madama Butterfly (con Emmy Destinn), Bohemia, anoche Tosca (con Emmy Destinn). El sábado, por primera vez en la temporada, se cantó Baile de máscaras de Verdi, con Caruso en todo su esplendor, Melanie Kurt y Amato. Esta noche, Manon Lescaut de Puccini, con Mme. Alda, Caruso y De Lucca; mañana, por primera vez en la temporada, Los maestros cantores de Wagner; el sábado, en la tarde, cuarta representación de Boris Godunof; en la noche, a precios populares, Trovador; el lunes, otra vez Príncipe Igor. LOS MAESTROS CANTORES Los maestros cantores de Nürenberg, la única ópera cómica de Wagner y la obra maestra del género, es una de las predilecciones de todo músico. Combínanse en ella la delicadeza de emoción con la abundancia de ingenio: el conjunto queda unificado por la uniforme maestría del estilo, verdadero derroche de vida melódica y de invención armónica. Es esta una de las obras en cuya interpretación pone siempre orgullo el Metropolitan Opera House. Ninguna interpretación, entre las recien-
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tes, merece mayor encomio que la dirigida el viernes por Artur Bodanzky. El maestro bohemio supera a Hertz, propenso, en demasía, a desatar en torrentes la orquesta; supera también a Toscanini, a quien se le escapaba en ocasiones la nota justa del humorismo alemán; bajo su batuta la comedia es vívida y deliciosa. El personaje central de la obra, el zapatero cantor del siglo XVI, Hans Sachs, desdeñado por Heine, amado por Wagner, no recibe gran brillo en manos de Hermann Weil. Excelente el resto del reparto: la delicada Eva de Frieda Hempel, el lírico Walther de Sembach, el inagotablemente humorístico Beckmesser de Goritz, el David de Reiss, el Pogner de Braun. Los coros, admirables: sobre todo al final del acto segundo, regocijadísima página comparable a las mejores kermesses de los pintores de Holanda y Bélgica. Las dos óperas rusas del repertorio del Metropolitan, Boris Godnnof de Musorgski y El Príncipe Igor de Borodin, se cantaron con el éxito acostumbrado. Además, Manon Lescaut de Puccini (con Mme. Alda, Caruso y De Luca); María (con Frieda Hempel y Caruso), y, en función popular, Trovador.
Las Novedades, 6 de enero, 1916.
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EXPOSICIONES
La Galería Montros exhibe, hasta fines de mes, cerca de cuarenta trabajos de Cézanne, sobre los cuales hablaremos más tarde. Además exhibe, todavía muestras de arte chino de épocas varias de la gran colección de Bahr, y acuarelas de Childe Hassam, en las cuales este pintor norteamericano revela, en toda plenitud, su admirable sentido de las armonías cromáticas. —Notabilísima la exposición de arte francés en la Galería Knoedler (556, Quinta Avenida). A reserva de hablar largamente sobre ella, indicaremos por ahora la oportunidad de estudiar la influencia de la pintura francesa sobre la norteamericana, visitando las actuales exposiciones de arte francés y la que tiene abierta, hasta el domingo 16, la Academia Nacional de Artes del Dibujo (National Academy of Design, número 215, Oeste, Calle 57). Esta institución, fundada en 1825, hace aquí el papel de las oficiales de Europa, y tiene ya todos los defectos característicos de aquéllas. El espíritu académico, el espíritu de Salón, impera aquí como allá. En galerías particulares, como la Montross, la Macbeth, la del MacDowell Club, se obtiene, mucho mejor que en la Academia, idea justa del gran desarrollo de las artes plásticas en la patria de Whistler, de Sargent, de Homer y de Abbey. La actual exposición es poco notable. Los trabajos expuestos son trescientos sesenta y nueve. Técnicamente, como siempre, hay mucho que elogiar. En escultura hay muchos trabajos ingeniosos, especialmente los pequeños. En pintura, hay muchas firmas conocidas. John W. Alexander (el ilustre presidente de la Academia, muerto hace pocos meses); J. Alden Weir, el presidente actual, que contribuye ahora con magnífico retrato: Chase, Redfield, Paul Dogherty, Daniel Carter, Cecilia Beaux-Jonas, Lic. Charls W. Hawthorne... Señalaremos, como notas salientes la Familia de pescadores, de George Bellows; la luminosa calle de ciudad francesa meridional, de Childe Hassam; los paisajes de Ernest Lawson, de Gardner Symos, de Elliot Torey, de Gifford Beal, de Reynolds Beals, de Charle Reittel; los retratos de la joven
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pintora Ferol Sibley, de Morris Moslarsky y de Robert Spencer. Los dos cuadros más audaces son probablemente los de William Glackers y Maurice Prendergast, artistas de gran talento ambos. La Academia acogió en esa ocasión obras de varios artistas europeos refugiados aquí, especialmente rusos, como Josel Levitt y Leon Gaspard. Sólo un artista de raza española figura allí: E. Luis Mora, aclimatizado ya en los círculos artísticos de Nueva York. Su tema son dos mujeres españolas, como lo son la Juanita del norteamericano Waldo Peirce, en quien se nota la doble influencia de Goya y de Zuloaga; algún humorista ha dado a este cuadro el título de Goyoaga. CONCIERTOS —En el mes de enero se ha renovado el diluvio de conciertos que se contuvo momentáneamente durante la temporada de Nochebuena. Entre los innumerables conciertos de los últimos ocho días, mencionaremos los dos de la Orquesta Sinfónica de Boston (notas principales: la Sinfonía pastoral de Beethoven y el estreno de las Variaciones Sinfónicas de Ernest Sehelling); los tres de la Sociedad Filarmónica de Nueva York (nota principal: la Sinfonía Heroica de Beethoven); los dos de la Sociedad Sinfónica de Nueva York (notas principales: la Décima Sinfonía, en Do mayor, de Schubert, y el Concerto de Vivaldi, ejecutado por Fritz Kreisler, así como las composiciones de éste); el de la juvenil Sociedad Orquestal de Nueva York, cuyos modestos esfuerzos son bien acogidos; el del Cuarteto Kneisel (programa admirable: estreno del Cuarteto Voces íntimas, en Re menor, opus 56, del gran finlandés Jean Sibelius; Quinteto de piano, en Mi bemol, opus 44, de Schumman; y cavatina del Cuarteto en Si bemol mayor, opus 130, de Beethoven); el del Cuarteto Zoellner, que acaba de presentarse ante este público, y alcanzó buen éxito; el interesantísimo de música coral, rusa, sueca y finlandesa, de la Schola Cantorum de Nueva York; el del pianista y compositor Ernest Schelling, que ejecutó tres de las Goyescas, para piano, de Granados; y el incomparable violoncelista español Pablo Casals y su esposa la soprano Susan Metcalfe. —Párrafo aparte merece por su segundo concierto, en que recibió la sanción definitiva de este público, la pianista inglesa Katharine Goodson. Su técnica ágil y precisa, sus variados recursos de expresión, tanto en los pasajes apasionados como en los suaves y finos (en que se dis-
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tingue sobremanera), quedaron demostrados plenamente en el concierto del jueves, con las Sonatas en La mayor de Mozart, en Do sostenido menor de Claro de luna, y en La bemol, opus 110, de Beethoven, en una Gigue de Bach, un Capricho de Domenico Scarlatti, dos trozos de Brahms, y, quizás mejor que en nada, en las Mariposas de Schumann. —La sociedad del Culto Humanitario, de que forman parte gran número de hombres y mujeres prominentes interesados en la difusión de la cultura y de los ideales de confraternidad humana, da gratuitamente al público conferencias y conciertos. En el que ofreció la semana pasada, en Leslie Hall, tomó parte la notable pianista Emilia Quintero, cuyos números fueron calurosamente aplaudidos. DANZAS Nueva York se halla excepcionalmente favorecida en espectáculos de danza. Hay ahora oportunidad de contemplar tres manifestaciones distintas, pero todas de primer orden, de este arte que en los últimos años ha renacido a su antiguo esplendor, después de más de media centuria de decadencia; las danzas de Ruth Saint-Denis, famosa intérprete de los ritmos del Asia, especialmente los profundos y sugestivos de la India; las de Anna Pavlova, con Volinine y su grupo, en el Forty Fouth Street Theatre, por las tardes, y los domingos en el Hipódromo; y próximamente las funciones de la gran compañía rusa de baile, que ocupará durante dos semanas el escenario del Century Opera House. LOS MAESTROS CANTORES Los maestros cantores de Nürenberg, la única ópera cómica de Wagner y la obra maestra del género, es una de las predilecciones de todo músico. Combínanse en ella la delicadeza de la emoción con la abundancia de ingenio; el conjunto queda unificado por la uniforme maestría del estilo, verdadero derroche de vida melódica y de invención armónica. Es esta una de las obras en cuya interpretación pone siempre orgullo el Metropolitan Opera House. Ninguna interpretación, entre las recientes, merece mayor encomio que la dirigida el viernes por Artur Bodanzky. El maestro bohemio supera a Hertz, propenso, en demasía, a desatar torrentes en la orquesta; supera también a Toscanini, a quien se
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le escapaba en ocasiones la nota justa del humorista alemán, bajo su batuta la comedia es vívida y deliciosa. El personal central de la obra, el zapatero cantor del siglo XVI, Hans Sachs, desdeñado por Heine, amado por Wagner, no recibe gran brillo en manos de Hermann Weil. Excelente el resto del reparto; la delicada Eva de Frieda Hempel, el lírico Walther de Sembach, el inagotablemente humorístico Beckmesser de Goritz, el David de Reiss, el Pogner de Braun. Los coros admirables: sobre todo el final del acto segundo, regocijadísima página comparable a las mejores kermesses de los pintores de Holanda y Bélgica.
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EXPOSICIONES
—El Museo Metropolitano acaba de adquirir varias acuarelas de Sargent y de Winslow Home, y, como préstamos, dos cuadros de Puvis de Chavannes. —En el Hotel Ritz-Carlton está abierta la exposición artística francesa cuyos productos se destinarán a socorrer a las familias de los artistas que se hallan en la guerra1. Contiene obras muy diversas, de pintores de escuelas ya antiguas, como Gerome, o ya recientes. Allí está el célebre cuadro de Albert Bernards, Paz; que se creyó había desaparecido durante el viaje desde Francia a este país. —En el estudio de la escultora Mrs. Harry Payne Whitney (número 8, (oeste, Calle 8), acaba de cerrarse la variada e interesante exposición que comprendía obras de artistas contemporáneos tales como Zuloaga, Sorolla, Mancini, Besnard, Lucien Simon, Anders Zorn (sueco), Frank Brangwyn (inglés), Sargent, Bellows, Cecilia Beaux, Arthur B. Davies y William Glackens. —En la Galería Moderna (número 500, Quinta Avenida) pueden los aficionados a los novísimos estilos pictóricos admirar diez y seis trabajos del español Picabia, uno de los artistas más conocidos en Europa como cultivadores del cubismo. Con buen acuerdo, el artista pone a sus obras, en vez de los antiguos títulos académicos, rótulos nuevos, que a veces resultan ingeniosamente adecuados: Reverencia; Soledad en medio de soles; Paroxismo de tristeza; Fuerza cómica; Máquina sin nombre; Pintura rara en la tierra. —En la Galería Montross (número 550, Quinta Avenida) está abierta, hasta fines de mes, la exposición de cerca de cuarenta trabajos de Paul Cézanne. Este singular artista, que nació en 1839 y murió en 1906, es quizás el más discutido de nuestros días. Su influencia es indudable y enorme. Cualquiera puede descubrirla en pintores independientes, así como en las legiones de post-impresionistas, cubistas y futuristas, que le 1
La entrada es gratuita a las demás exposiciones a las que nos referimos.
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proclaman maestro fundador. Presunción sería pretender, desde ahora, declarar qué opinión definitiva formulará la posteridad sobre la obra de Cézanne; pero no nos aventuremos a creer que el pintor francés, más que como maestro en cuyas manos adquiere perfección definitiva una técnica, aparecerá como sugeridor, como iniciador de nuevo espíritu y de nuevas formas. Su gran poder de sugestión es innegable. La mayoría de los trabajos de esta exposición son acuarelas: particularmente notable, las de rocas y árboles. Entre los óleos se distinguen los paisajes, sobre todos L’estaque. Muy característico el único retrato de la exposición. —Hasta fines de mes, como la anterior, continuará abierta la brillantísima exposición de arte francés de la Galería Knoedler (556, Quinta Avenida). Pocas, en este invierno, pueden comparársele. Los pintores que allí figuran son de los más distinguidos de los últimos cuarenta años: Manet, Monet, Gauguin, Daumier, Carriére, Dagnan-Bouveret, Besnard, Pierre Bonnard, René Ménard, Cottet, Lucien Simon, Gaston La Touche… La lección de música, de Manet, domina el conjunto con su severo aspecto de obra maestra antigua. En contraste, sus dos pasteles— retratos de mujeres, son delicados de tonos claros, exquisitas muestras de este arte fino. Renoir construye tres figuras femeninas con espléndidas armonías de color. De Cézanne hay dos óleos: uno, nueva versión de L’estaque; otro, cuatro figuras extrañas, al modo del Greco, en paisaje de color apagado. De Edouard Degas hay solamente un pastel dentro de su técnica peculiar de la luz. No menos característico son los cuatro trabajos de Eugenio Carriere; dos son Maternidades, llenas de suave calor íntimo. Junto a ellas se destaca con vigor de aguafuerte holandesa el óleo, en negro y sepia, de Daumier, Los bebedores. El Hombre de Bretaña de Dagnan-Bouveret evoca tipos italianos del Renacimiento, tal vez evoca, más que ninguno, los del período de Giorgione. Los paisajes de Monet, de Sisley, de Pisarro, son excelentes. Aunque menos caros a quienes piden reserva y templanza en el arte, los paisajes y escenas de Lucien Simon y las figuras de Cottet están pintados con brillante alarde de fuerza y atraen la atención del visitante. También la atraen las grandes composiciones decorativas de Gaston La Touche, con sus suavidades de seda y su fino, aunque artificio-
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so empleo de la luz tamizada. Bessard no está felizmente representado, pero su acuarela. En la terraza es interesante. El puntilllismo presenta ejemplos agradables en dos paisajes de Signac.
Las Novedades, 20 de enero, 1916, p. 5.
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CULMINACIÓN DE LA TEMPORADA MUSICAL La semana que corre es, sin disputa, la que marca la culminación de la temporada musical 1915-1916 en Nueva York. Esta noche, la Orquesta de la Sociedad Filarmónica ejecuta, bajo la batuta de su director, el insigne bohemio Josef Stranski, la obra maestra de la música, la Novena Sinfonía de Beethoven. Completa el programa una de las supremas obras corales, el Magnificat de Johann Sebastian Bach. El programa se repite el domingo en la tarde. El viernes en la tarde se ejecutarán la Octava Sinfonía y la tercera Obertura de Leonora de Beethoven, y la Suite en Re mayor, de Bach, con Ernest Hutcheson en la parte del piano. Entre tanto, en el Metropolitan Opera House se cantó el lunes la obra maestra de la música dramática, el Tristán e Isolda de Wagner, y el viernes se efectúa el segundo estreno de la temporada, de especial significación para el público de habla española: Goyescas de Granados. En el ballet russe se estrenó el lunes Petrouchka, del gran revolucionario Stravinski. LA PRESENTACIÓN DE GRANADOS La Sociedad de Amigos de la Música, formada por dilettanti de los más ricos y cultos de Nueva York, invitó a Enrique Granados para que hiciera su presentación en uno de los conciertos que la agrupación celebra en el elegante Hotel Ritz Carlton. El domingo 23 se presentó el insigne compositor, interpretando obras suyas, ya solo en el piano, ya acompañado de Pablo Casals, otra gloria española indiscutible, el primero entre todos los artistas del violoncelo. La concurrencia fue distinguidísima, y en ella contaban muchos de los músicos más notables que se encuentran en la ciudad. Este fue el programa: Vals poético y Danza valenciana, Granados solo; Danza andaluza, Casals y Granados; tres Goyescas (de piano), Granados, Trova y Madrigal (estilo es-
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pañol arcaico), Casals y Granados; Danza árabe y el Pelele (Goyescas), Granados. “En todas sus danzas —dice Mr. H. E. Krehbiel, el eminente crítico del New York Tribune— Granados demostró ser maestro de los ritmos penetrantes e incisivos. Sus danzas nos son bien conocidas, y sus composiciones para piano y violoncelo, nuevas para nosotros, resultaron no menos interesantes, melodiosas, firmes en el ritmo, y muy expresivas.” Según Mr. Finck, el no menos eminente crítico del Evening Post, “Granados tocó con gran sentido del color, del ritmo y del matiz, tanto en el tiempo como en la dinámica, y su música de piano es promesa de grandes encantos en su ópera. Es, con todo, muy interesante como “música pianística, y muy dentro del idioma del instrumento”. LA ÓPERA Johanna Gadski reapareció, el lunes, en Tristán e Isolda; la gran soprano wagneriana no está ya en todo su esplendor de voz, pero conserva su arte magistral; su Isolda es alternativamente delicada e impetuosa, tierna y audaz. Mucho pueden aprender todavía de esta artista las cantantes jóvenes. El repertorio de los últimos días: La flauta mágica, de Mozart; El Príncipe Igor, de Borodin (tercera representación); Manon Lescaut, de Puccini; Los maestros cantores, de Wagner; y El caballero de la rosa, de Richard Strauss. Esta noche, Boris Godunof, de Mussorgski (quinta representación). Mañana, como saben nuestros lectores, Goyescas y Payasos. El sábado, en la tarde, Traviata (con Frieda Hempel); en la noche, Lohengrin, con la Gadski. El lunes, Lucia di Lammermoor con María Barrientos. El miércoles se repite Goyescas, precedida por Cavalleria rusticana. EL BAILE RUSO Pocos espectáculos iguales, en variedad artística, al Ballet Ruso, ha presenciado Nueva York. La temporada preliminar de dos semanas, que termina el sábado, en el Century Opera House, ha sido uno de los grandes triunfos del invierno, y hasta los escrúpulos de la moral policíaca han estimulado la curiosidad del público. El arte mímico y coreo-
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gráfico de Lydia Lopokova, cuya personalidad hecha a la vez de ingenuidad y malicia, se ha revelado ahora mejor que en ninguna de sus anteriores apariciones; el de Mmes. Xenia Maclezova, Fora Revalles y Lubow Tchernicheva; el de Adolfo Boh, de Leonide Massine, y el maestro Cecchetti, producen un conjunto único por su interés. En música, lo más importante ha sido el estreno de El pájaro de fuego y Petrouchka de Igor Stravinski: con general asombro se ha visto cómo la técnica audaz del compositor ruso, que en la sala de conciertos hubiera resultado enigmática y producido indignación entre los críticos, se adapta maravillosamente al tema coreográfico, y aún los más escépticos han creído. León Bakst, Golovine, Larionof, y sus colaboradores, en la escenografía y en la indumentaria, contribuyen con sus notas de fuerza y opulencia, rara vez de delicadeza. Igual cosa cabe decir de la imaginación que presiden a los conjuntos coreográficos, la creadora de los ballets propiamente dichos, que es generalmente la de Fokine. OPERETA Y VAUDEVILLE Acaba de presentarse con el éxito acostumbrado, el tercer programa de las Ziegfeld Frolics en esta season —funciones a todo lujo, que comienzan después de medianoche. En el Winter Garden se representa, retocada y transformada para ponerla de acuerdo con los sucesos del día, la revista Town Topics.
Las Novedades, 27 de enero, 1916, p. 16.
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MARÍA BARRIENTOS María Barrientos hizo su presentación ante el público de los Estados Unidos, el último día de enero, en Lucía de Lammermoor. La vieja ópera suena ya gastadísima y trivial, excepto en el gran momento dramático del acto segundo, único en toda la labor de Donizetti. Pero las cantatrices como María Barrientos tienen el poder de atraer al público a las audiciones de Lucía, no para admirar la obra, sino para juzgar de los recursos vocales de la artista. Después de la noche de Goyescas, ninguna en la actual temporada ha llevado al Metropolitan Opera House multitud igual a la que presenció el début de María Barrientos. Había ansiedad por saber si la tradicional casa de la ópera en Nueva York contaría de nuevo con una gran soprano de coloratura. Hace ya cerca de diez años, abandonaron los escenarios de ópera la Sembrich y la Melba, —si se descuentan las raras apariciones de la gran australiana en obras modernas, de carácter lírico, no de coloratura. Luisa Tetrazzi no alcanzó éxitos ruidosos en el Manhattan Opera House, pero en su arte, admirable a veces, no todo es oro de buena ley. Finalmente, el Metropolitan Opera House tiene hoy entre sus mejores sopranos a Frieda Hempel. Pero esta excelente artista lírica no tiene ejercicio suficiente en la técnica especial de la coloratura, y sus interpretaciones de Lucía y Traviata, muy discretas musicalmente, no alcanzan todo el brillo que a los papeles corresponde. María Barrientos viene, pues, a ocupar el puesto principal, como, soprano ligerea, en el Metropolitan Opera House, y el triunfo que alcanzó en su début prueba que sostendrá la tradición del bel canto. Al presentarse, en Lucía, pudo notársele inquietud nerviosa; pero, apenas pasó del primer recitativo a la cavatina, se reveló en toda su plenitud. Cantó luego con suma agilidad la Cabaletta, terminándola con nota sobreaguda; puso sentimiento en el dúo con el tenor, y alcanzó aún más expresión en el acto segundo, especialmente en la escena con el
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barítono; por fin, en el aria del delirio, puso en juego todos sus recursos técnicos. Quienes oímos a la señora Barrientos, años atrás, encontramos que su voz parece ligeramente menor en volumen; pero ha ganado en suavidad. Su registro medio no es vigoroso, pero sí muy afinado; el registro superior tiene extraordinaria dulzura, y alcanza, como antes, el fa sobreagudo. Sus recursos artísticos, muy variados, y cada día más perfectos. Afinación absoluta; buen legato, en general; fraseo mejor aún, signo de fina inteligencia; y, en cuanto atañe a la agilidad y brillantez, singular delicadez. No hace alarde de bravura: se atiene a los métodos pulidos, más aristocráticos, de la mejor tradición italiana, hoy conocida de muy pocos. Sus notas aflautadas son siempre puras; sus notas picadas, quizás las que domina mejor, exquisitas. El final de la cavatina del primer acto reveló su maestría en la “messa di voce” o medida de la emisión: inició la nota aguda suavemente, luego le dio volumen pleno, y volvió a suavizarla, hasta desvanecerla. En suma, la señora Barrientos demostró ser artista para públicos de alta cultura. El sábado, día 5, la eminente soprano será la estrella en la función dedicada al centenario del Barbero de Sevilla, de Rossini. El martes cantará de nuevo la Lucía de Lammermoor en Filadelfia (en una de las funciones que acostumbra ofrecer en aquella ciudad la compañía neoyorquina). El viernes, aquí, en unión de Caruso, Rigoletto. LA ÓPERA Los últimos siete días del Metropolitan Opera House bien pueden llamarse españoles: el viernes 28, estreno de Goyescas (de que hablamos largamente en otra página), seguida de Payasos con Caruso y Amiato; el lunes, día 31, debut de María Barrientos; anoche, a la hora de entrar en prensa este número, repetición de la obra de Granados, precedida por Cavalleria rusticana, en que reapareció la soprano bohemia Enma Zrska. Se han cantado, además, Boris Godunof de Mussorgski, por quinta vez (la ópera más popular de la temporada); Traviata, con Frieda Hempel; y Lohengrin, segunda aparición la admirable Johanna Gadski, en compañía de la Matzenauer y de Urhus, bajo Bondanzky. Hoy comienza la serie de representaciones vespertinas (para los jueves de febrero), de la tetralogía de Wagner, con El Oro del Rin. En la no-
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che, La Bohemia, con Caruso; mañana, La flauta mágica de Mozart; el sábado en la tarde, centenario del Barbero de Sevilla; el lunes, Los maestros cantores, de Wagner; el miércoles, Manon Lescaut, de Puccini; el jueves en la tarde, la segunda obra de la Tetralogía, La Valkiria; en la noche por tercera vez, Goyescas, con Haensel y Gretel de Humperdinck. CONCIERTOS —La Sociedad Filarmónica, en colaboración con la Sociedad del Oratorio, presentó su magno programa anunciado, el jueves en la noche y el domingo en la tarde: el Magnificat de Bach y la Novena Sinfonía de Beethoven. La interpretación de estas dos obras tuvo mucho que elogiar, aunque hubo pormenores censurables, como las supresiones en el Magnificat. El programa se repetirá en la Academia de Música de Brooklyn, el domingo, día 13. El viernes, en la tarde, la Sociedad Filarmónica ejecutó tres obras de Bach: Suite en Re mayor, Concerto en Re menor (con Ernest Hutcheson en la parte de piano) y Pasacalle para orquesta; y luego, dos obras de Beethoven; la Octava Sinfonía y la Tercera Obertura de Leonora. —La Orquesta Sinfónica de Nueva York, en su concierto del sábado, estrenó la Sinfonía en Re, de Víctor Kolar, bajo la dirección del autor. La contralto Louise Homer cantó dos arias de Bach. —Conciertos de solistas: de piano, el del siempre brillante Josef Hofmann; de canto y violín, el de la mezzosoprano wagneriana Julia Claussen y Albert Spalding. —En la Liga Dramática Francesa dio M. Emile Villemin, en la noche del martes, una causerie histórica sobre la música francesa De Lully a Claude Debussy. La pianista española Emilia Quintero ejecutó con maestría el programa musical ilustrativo: comprendía dos piezas de Lully, dos de Couperin, dos de Rameau, dos de Saint-Saëns, dos de Debussy, y una de Paul Vidal. —Muy aplaudido fue en su concierto, dado en el salón pequeño de Carnegie Hall, el estimable pianista M. Justin Elie. Conquistaron elogios su polonesa y sus típicas Danzas tropicales. Los números principales del resto del programa fueron el segundo Concerto de piano de Saint-Saëns y cuatro piezas de Chopin.
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LA ISLA DEL TESORO Entre las obras que en esta temporada han obtenido éxito más duradero se cuenta La Isla del Tesoro, arreglo de la linda novela de aventuras de Stevenson, hecho por Jules Eckert Goodman. Se representa en el pequeño y elegantísimo teatro de Punch and Judy (Calle 49): las decoraciones y el arreglo escénico son encantadores por su buen gusto y maravillosas de exactitud y variedad. Hay nueve cuadros distintos, y en cada uno se realiza el propósito perseguido. El que más llama la atención es el de la fragata Hispaniola suelta, dando tumbos en el mar. La interpretación no es menos cuidadosa. El vivaz Jim, de Mrs. Hopkins; el ingenuo Ben Gunn, de Charles Hopkins; el cándido Squiere Trelawney de Edmund Gurney; el gallardo Capitán Smollet de Leonar Willey; el siniestro Bill Bones de Tim Murphy, son hermosas realizaciones artísticas. Pero entre todos sobresale el infaliblemente astuto y sereno Long John, de Edward Emery. Lloyd Osbourne, el hijo político de Stevenson, para quien el gran estilista escribió la famosa novela infantil, ha juzgado las representaciones de La Isla del Tesoro en el Punch and Judy, confesando el temor que tuvo de que el arreglo degenerara en falsificación de la obra. Pero, declara, quedó convencido. El golpe final, para convencerlo, dice lo recibió al ver aparecer, en el segundo acto, la figura de Long John. “¡Malvado delicioso! ¡Suave, persuasivo, irresistible bandido!” EXPOSICIONES —La Galería Lawlor exhibe, entre otros cuadros modernos, varios del estimado pintor español Luis Graner. Uno de ellos ha despertado especial interés, porque su asunto es conocido aquí: la taberna de Lilas Piastia en Carmen. —La casa Keppel (número 4, Este, Calle 39) expone poco más de cien aguas fuertes del admirable artista Joseph Pennel, famoso por sus impresiones de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. Quienes deseen saber cuánto puede extraerse, en visión artística, de las ciudades modernas, deben estudiar estas magistrales aguas fuertes.
Las Novedades, 3 de febrero, 1916, p. 12.
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CONCIERTOS La Sociedad Filarmónica estrenó, el viernes 4, la Suite para orquesta, del director Stransky. Consta de cuatro piezas: Preludio solemne, En estilo antiguo, Minué y Gigue. Tiene melodías agradables, y está compuesta con ingenio y pericia técnica. Stahlberg ha dado ya a conocer en este país otras obras orquestales. Completaron el programa la Sinfonía Bodas rústicas de Goldmark; la Invitación al Vals, de Weber, en la orquestación de Felix Weingartnen, y el Concerto de Volkmann para violoncelo, con Leo Schulz como solista. El programa del sábado se dedicó todo a Wagner; tomó parte en él la gran soprano dramática Olive Fremstad, quien cantó entre otros fragmentos, la majestuosa Inmolación de Brunhilda, del Ocaso de los dioses. El programa del domingo comprendía la Obertura Primavera de Goldmark, los tres poemas de Saint-Saëns, Factón, La rueda de Onfala y la Danza Macabra, el estreno de la Fantasía orquestal del compositor norteamericano Seth Bingham, y el Concerto en Si menor, para violoncelo, de Dvorak, con Beatrice Harrison como solista. La Fantasía de Bingham tiene páginas vigorosas, y el compositor ha querido darle carácter nacional sugiriendo, ya la música popular de hoy, ya la indígena. —La Orquesta Sinfónica de Nueva York dio el sábado uno de sus conciertos para niños. Programa: Andante de la Sinfonía en Do, de Schubert; el poema humorístico Till Eulenspiegel de Richard Strauss; fragmentos de la Ifigenia en Aulis, del director Damrosch; y arias y romanzas cantadas por la contralto Marcia Van Dresser. El domingo, la Orquesta dio a conocer el interesante Preludio escrito, para la inauguración del canal de Cape Cod, por Daniel Gregory Mason, uno de los músicos de mayor sabiduría en este país. El preludio, que había sido ejecutado en el gran espectáculo de las fiestas del Ca-
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nal, con grupos de danzantes, es adecuado a su objeto. Más que obra de grande inspiración, lo es de artista culto, y tiene páginas bien concebidas y de amplia construcción armónica. La cultura musical de los Estados Unidos debe mucho a Mr. Mason. Completaban el programa la hermosa, aunque pocas veces oída, Cuarta Sinfonía de Schumann; el poema Vltava del ciclo Mi Patria, de Smetana; y un aria de Cosi fan tutte de Mozart y cuatro romanzas de Gustav Mahler cantadas por Marcia Van Dresser. LA ÓPERA La segunda presentación de Goyescas, el miércoles 2, no difirió gran cosa de la primera. La batuta de Bayagnoli estuvo menos enérgica y, por ello, el primer cuadro perdió en fuego y color; en cambio, Anna Fitziu cantó mejor que en el estreno. A Goyescas le precedió Cavalleria rusticana. La ópera de Granados se sostuvo en su propio terreno, frente a la de Mascagni: si esta la vence dramáticamente, la española le gana en el orden musical. La comparación entre los dos intermezzos (aun descontando el visible calco de un fragmento de Chopin en el de Mascagni) favorece a Granados: su melodía tiene más carácter, su armonía es más rica, su orquestación más variada. No toda la orquestación de Granados es plausible; pero la del intermezzo es quizás la mejor de toda la ópera. La representación de Cavalleria rusticana, por lo demás, fue deplorable tanto por la mala lectura de Bavagnoli, como por la pobre interpretación de los cantantes exceptuados el barítono De Luca y en parte, la soprano bohemia Enma Zarska. Si Cavalleria, el miércoles, señala el nivel más bajo a que ha descendido, en esta temporada, el Metropolitan Opera House, El Oro del Rin, con la cual se inició el jueves la serie vespertina de la Tetralogía de Wagner, señala el nivel más alto. A lo sumo, pueden comparársele las representaciones de Los maestros cantores, que bajo la batuta de Bodanzky, recobra todo su esplendor de poema y de comedia. Pero no solo la fina y honda inteligencia de Bodanzky es causa de la perfección que alcanzó este Oro del Rin, sino también el lujoso reparto, en que figuraba la gran parte del grupo de cantantes alemanes (el mejor grupo, sin disputa, este invierno): entre las mujeres, Marie Rappold, Margarete Matzenauer, Margarete Ober; entre los hombres, todos, excepto
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Sembach: el tenor Urlus y los dos tenores secundarios, el admirable Reiss y Althouse; los barítinos, Weil y Goritz; los bajos Braun, Scott y Ruysdael. El viernes, Johanna Gadski cantó, con estilo irreprochable, La flauta mágica de Mozart; es la tercera y la mejor, Panmina de este invierno, a pesar del gran mérito que debe reconocerse a la de Emmy Destinn. El sábado en la tarde, se conmemoró el centenario del Barbero de Sevilla de Rossini. En la noche, en función popular, Baile de máscaras. El lunes, por tercera vez, Los maestros cantores. Anoche, la Manon Lescaut de Puccini, con Mme. Alda y Caruso. En El Barbero hizo su segunda aparición María Barrientos, cuya Rosina mereció altos elogios de la crítica y del público, como cantante y como actriz. Esta tarde, la segunda obra de la Tetralogía de Wagner, La valkiria. En la noche, tercera representación de Goyescas, precedida de Haensel y Gretel. Viernes, Rigoletto; sábado en la tarde, El Príncipe Igor; en la noche, Tristán e Isolda. Lunes, Tosca; miércoles, Lucía.
Las Novedades, 10 de febrero, 1916, p. 12.
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CÉZANNE —La Galería Moderna (número 500, Quinta Avenida), cuya dirección está a cargo del artista mexicano Marius de Zayas, expuso cinco trabajos de Cézanne: dos cielos, El ramillete de flores (pintado en tres años, de 1900 a 1903) y El castillo negro (una de sus últimas obras, 1904); dos acuarelas: La aldea al pie de la montaña y El camino sinuoso; y una litografía. El pequeño catálogo que se repartió al público contenía buenas explicaciones e ilustraciones. Esta exposición, y la más extensa de la Galería Montross, han concentrado el interés del público sobre la personalidad más discutida de los pintores contemporáneos. Ya habían escrito sobre él, aquí, el siempre chispeante James Huneker y el ultra moderno Willard Huntington Wright, cuyo artículo publicado hace pocos meses en la revista The Forum acaba de reimprimirse en su voluminoso libro La pintura moderna. A propósito de las exposiciones actuales se ha escrito no poco. Inteligente crítico es el que firma F. J. M., en The Nation; según él, Cézanne fue artista esencialmente intelectual, preocupado con el propósito de penetrar en la esencia, en la forma arquetípica, de los objetos que pintó. Su teoría pictórica resultaba, pues, estar en total desacuerdo con la de sus amigos los impresionistas, para quienes el fin de la pintura, sobre todo del paisaje, era sorprender la realización del momento, la peculiar armonía de la luz, y del color, por ende, en la hora que escogían. Cézanne buscó la expresión de las realidades permanentes: fue Parménides frente a los Heráclitos del impresionismo y del luminismo. Sus acuarelas son verdaderas abstracciones. Su actitud puramente intelectual, de artista que afronta directamente los problemas de la interpretación de la naturaleza, como los primitivos, es a la vez su distinción y su limitación, opina F. J. M. Solo le preocupa tener nociones exactas; no le preocupa la belleza formal, y le falta aquella preciosidad de técnica que hace valioso, en sí, cualquier fragmento de la obra de pintores tan diversos como Fra Angélico, o Ticiano, o Vermeer, o
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Watteau. “Su genio atlético y fecundo deberá asegurarle la inmortalidad, pero se le recordará más bien entre los experimentadores, como Uccello, que entre los grandes maestros”. Actualmente, la Galería Moderna exhibe, junto con tres de los trabajos de Cézanne, otros de Van Gogh, Picasso, Picabia, Braque, Ribemont Desseignes y Diego M. Rivera. CONCIERTOS El programa del concierto dado por la Orquesta de la Sociedad Filarmónica, el jueves 10, lo formaron la Sinfonía Patética de Tschaikowski, El aprendiz de brujo, de Paul Dukas, la obertura de Benvenuto Cellini, de Berlioz, el preludio de Los maestros cantores de Wagner, y dos Canciones sinfónicas, del director, Josef Stransky, cantadas por Julia Culp con acompañamiento de orquesta. Estas dos Canciones tienen hermoso dibujo melódico y armonización rica. Mms. Culp cantó, además, tres lieder de Richard Strauss. El domingo, la Sociedad Filarmónica y la Sociedad del Oratorio repitieron en la Academia de Música de Brooklyn, el principal concierto del festival Bach-Beethoven celebrado en Carnegie Hall; el Magnificat de Bach y la Novena Sinfonía de Beethoven. Esta interpretación, la tercera ya, de la Novena Sinfonía, superó en mucho a las dos anteriores. Stransky supo dar al primer allegro todo su carácter de inquietud perpetua, sin perder la precisión rítmica y al tercer movimiento, sobre todo en la parte de violines, su maravillosa elocuencia poética. El célebre acorde disonante con que se inicia el cuarto movimiento resulta pálido bajo la batuta de Stransky, pero en la parte coral se realizó a menudo el doble efecto de ímpetu jubiloso. —La Orquesta Sinfónica de Nueva York, bajo la dirección de Walter Damrosch, ejecutó el sábado el poema de Vltava de Smetana, la Sinfonía en Sol menor de Kahminof, y el Concierto en Fa menor de Chopin, con Josef Homann en la parte de piano. El domingo se repitió el programa, excepto el poema Vltava, en cuyo lugar se ejecutó la obertura Prince Hal, de David Stanley Smith, catedrático de música de la Universidad de Yale. Tanto la Sinfonía de Kaliminof como la Obertura de Smith, aunque conocida, eran poco familiares. La primera tiene vigor y encanto; la segunda es obra de menos talento creador, pero revela dominio de la forma.
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—El último de los conciertos que da “para el pueblo” la Orquesta dirigida por Arens, la obra fundamental del programa fue la Sinfonía Del Nuevo Mundo, de Dvorak, popularísima este invierno. En el Concerto de Beethoven para violín, fue solista Albert Spalding. —Entre los conciertos de música de cámara recientes, dos merecen nota especial. En el de la New York Chamber Music Society se ejecutaron la Sonata de Bach, en Sol mayor, para violín, flauta y piano; el Septeto de Beethoven, para violín, viola, violoncelo, contrabajo, clarinete, trompa y fagot; el Trío de Brahms para clarinete, violoncelo y piano; y el Septeto de Saint-Saëns para piano, trompeta, dos violines, viola, violoncelo y contrabajo. El aristocrático Cuarteto Kneisel tocó el Cuarteo de Mozart en Re menor (número 421 de Kochel); el de Beethoven en Sol mayor, opus 18, número 2, y el Octeto en Do mayor, opus 7, de George Enesco, compositor rumano cuyas producciones despiertan mayor interés cada día. No hace mucho, la Orquesta Sinfónica de Boston ejecutó, con éxito, la Primera Rapsodia Rumana de Enesco. Del Octeto dado a conocer por la agrupación Kneisel piensa Henderson que es una de las mejores adiciones recientes al repertorio de la música de cámara junto con el rico y delicado Cuarteto en Re menor, del gran revolucionario vienés Schoenberg y el Quinteto del francés Florent Schmitt. El porvenir de la música de cámara, exigente como ninguna, dependerá del talento que se emplee en buscar el término medio entre los antiguos moldes demasiado abstractos y los estilos orquestales contemporáneos, cada día más dramáticos y llenos de cambios y contrastes súbitos y frecuentes. El ideal que hoy se busca está realizado en muchos de los maravillosos Cuartetos últimos de Beethoven, pero este soberano ejemplo no basta; el compositor está sujeto a demasiadas tentaciones tanto en el orden de los recursos meramente técnicos como en el de los recursos de expresión, en medio de la multitud de tendencias nuevas. Pero el interés que se advierte en favor de la música de cámara augura la feliz solución del problema. Según Henderson, las composiciones de Schoenberg, Schmitt y Enesco dadas a conocer hace poco indican —especialmente la primera—, que la nueva fórmula no está lejos. —Conciertos de solistas: Piano, Harold Bauer, cuyos programas son modelos (en el último figuraba Glück, Beethoven, Debussy y Ravel); (programa de Beethoven); Herbert Tryer (programa de Chopin); Yo-
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landa Merö y Marguerete Wolf, cuyo programa concluía con dos piezas de Granados. —De parte de John McCormack, el popular tenor, de Frieda Hempel, quien se despidió del público neoyorquino para emprender extensa tournee de conciertos en las provincias De violin: Mischa Eaman. De piano y violin, Ernest Hutcheson y Kathlen Parlow. De piano y canto, George Copeland y Mme. Varesa. El exquisto Copeland tocó una Danza española de Granados y dos piezas de Turina. Mme Varesa, además de las artes y romanzas con acompañamientos de piano, cantó con acompañamiento de guitarra. La discípula del guitarrista español Miguel Llobet, cuyo recital, dado hace poco, le conquistó grandes aplausos.
Las Novedades, 17 de febrero, 1916, p. 12.
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EL DON QUIJOTE DE STRAUSS La Orquesta Sinfónica de Boston, magistral modelo en que se inspiran las demás en los Estados Unidos, ha concedido últimamente especial atención a los compositores vivos. En sus conciertos neoyorkinos de enero, ejecutó las Variaciones Sinfónicas de Ernest Schelling, el grande amigo y apóstol de Granados; el Scherzo El aprendiz de brujo de Paul Dukas; la primera Rapsodia Rumana de Georges Enesco; y el poema La Isla de la Muerte, de Rachmaninof, inspirada en el célebre cuadro de Arnold Boecklin. En los conciertos de febrero acaba de ejecutar el Don Quijote de Richard Strauss, el encantador poema El mar, de Debussy, y la Sinfonía Antar, de Rimski-Korsakof. Los otros números fueron la Sinfonía en Si bemol (número 2 de Breitkopf y Hartel) de Haydn; la obertura del Holandés errante, de Wagner, y Lo que se oye sobre la montaña, mediano poema de Liszt inspirado en el de Víctor Hugo. El Don Quijote no es uno de los poemas tonales de Richard Strauss que han alcanzado mayor boga. Acaso el sabio Dr. Muck lo resucitó en honor del centenario de Cervantes. En 1903, el compositor dirigió aquí la orquesta de la Sociedad Filarmónica en la ejecución del poema; Pablo Casals tocó la parte del violoncello principal, que representa al caballero andante. El Quijote de Strauss es acaso la mejor obra musical compuesta sobre el tema de Cervantes. No es obra de gran belleza, pero sí asombrosa de ingenio, y revela que Strauss estudió con honda perspicacia la novela. El tema caballeresco, sobre el cual se tejen las diez variaciones, es melódicamente fino. Hay variaciones curiosísimas por los efectos de caracterización como la I (salida de don Quijote y Sancho), la II (batalla con los carneros), la VII (el viaje sobre Clavileño), y la IX (el combate con los magos). El final, solemne, es quizás lo mejor del poema. —El programa de la Sociedad Filarmónica, el domingo, se dedicó a Beethoven, Wagner y Liszt. El número principal fue la Octava Sinfonía.
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—La Orquesta Sinfónica Rusa tocó el sábado, obras de compositores eslavos; entre ellas, la Fantasía Serbia de Korsakbi y el poema Stenka Rasin de Glazunof. —Conciertos de solistas: de piano, John Powell, estimable compositor norteamericano; de canto, Karl Joern y Oscar Seagle. PABLO CASALS En el concierto dado, el domingo 20, en el Metropolitan Opera House, tomó parte Pablo Casals, el gran violoncellista español, ejecutando, como solo él puede, el Concerto en Si menor de Dvorak, una Melodía y una Serenata española de Glazunof. A los aplausos respondió con dos encores. En número próximo hablaremos extensamente de Casals, quien a principios de marzo tomará parte en los conciertos de gala organizados por la Sociedad Sinfónica. Los solistas de los conciertos serán los tres mayores, respectivamente, del piano, del violín y del violoncello: Paderewski, Kreisler y Casals. LA ÓPERA El centenario del Barbero de Sevilla, celebrado en día 5, con María Barrientos en el papel de Rosina y Giuseppe de Luca en el de Fígaro, ha suscitado comentarios en torno al fácil tema de la duración de las óperas. Las más antiguas que permanecen todavía en los repertorios son las de los compositores alemanes: las de Glück, especialmente Orfeo y Eurídice (1774); la de Mozart, especialmente Las bodas de Fígaro (1786), Don Juan (1787) y La flauta mágica (1791); y el Fidelio de Beethoven (1805). Las de los compositores italianos, atentos siempre a seguir las corrientes de la moda, alcanzan éxitos temporales, pero no son las que sobreviven mejor. Las obras maestras de Claudio Monteverdi y Alessandro Scarlatti, en la mejor época musical de Italia, el siglo XVII, son ya demasiado arcaicas para la escena y subsisten en la sala de conciertos. El Barbero de Rossini es, pues, la ópera italiana más antigua que figura hoy en los repertorios teatrales, aunque apenas tiene cien años. De cuando en cuando se resucitan obras anteriores, pero no logran sostenerse. Así sucede con las de Paisiello y Spontini. En los últimos años ha vuelto a aplaudirse el delicioso Matrimonio secreto de Cimarrosa (1793); y precisamente ahora goza de favor en Alemania, donde sustituye a las suprimidas de los autores italianos vivos.
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De Rossini no sobrevive ninguna otra ópera; el Guillermo Tell, que en los países latinos pasó como una creación avanzada, revolucionaria, hoy se oye muy raras veces. El Barbero, en realidad, es obra más genuina, más completa en el estilo. Dista mucho de ser la obra maestra de la música humorística en el teatro: Los maestros cantores de Wagner y el Fastaff de Verdi son muy superiores, y, todavía dentro de su especie particular, la ópera bufa, le lleva grandes ventajas el Fígaro de Mozart; pero si es amena, ingeniosa, llena de vivacidad y de carácter, y, con el sabor de época que hoy le sentimos, adquiere nuevo agrado. Rigoletto, la mejor ópera escrita en Italia durante el siglo XIX, antes del estreno de Aida, se representó por primera vez en la temporada, el viernes 11, y por segunda vez el lunes 21. Es ésta, entre las obras italiana, la que ha recibido mejor interpretación. María Barrientos cantó con fino estilo el papel de Gilda: sus puras y sutiles notas agudas, en el “Caro nome”, le valieron ovación ruidosa; en los pasajes de expresión dramática brilló menos, por las limitaciones de su voz, pero demostró inteligencia y gusto. Giuseppe de Luca puso en juego sus mejores facultades, tanto en lo vocal como en lo dramático. Caruso cometió faltas de estilo, poniendo exagerada robustez en su papel de personaje esencialmente frívolo; su Duque de Mantua, hoy, no es comparable al de su début en 1903 (dichos tiempos aquellos). El bajo Rothier, como siempre, se mostró grande artista en su pequeño papel de Sparafucile. Polacco dio pleno valor a la admirable partitura, a la cual solo falta orquestación menos pobre. ¡Cuánto debe lamentarse que Verdi, en su gloriosa vejez, no haya compuesto nueva instrumentación para Rigoletto, como lo hizo para el Simon Bocanegra! De la escuela italiana cantaron últimamente, además del Barbero y de Rigoletto, Tosca y Madama Butterfly, con Geraldini Farrar; Lucía, con María Barrientos. De la francesa, Carmen, con Geraldine Farrar y Caruso. La Carmen de Mme. Farrar no ha ganado, ciertamente, a su paso por el cinematógrafo. De la escuela rusa, El Príncipe Igor de Borodin; por cuarta vez y por sexta el Boris Godunof de Mussorgski. La tercera representación de Goyescas, precedida de Haensel y Gretel, demostró la vitalidad de la ópera de Granados. Numeroso público acudió a escucharla, y aplaudió sin reservas. El coro del primer cuadro,
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que culmina en la llegada de Pepa; el Intermezzo, las danzas del cuadro segundo, la canción del ruiseñor, en el tercero contienen belleza suficiente para que la obra sobreviva. El repertorio alemán, bajo la dirección de Artur Bodanzky, es el verdadero y constante triunfo artístico de la temporada; así lo comprueba la Tetralogía, cuyas representaciones vespertinas de los jueves terminan hoy con el Ocaso de los dioses, y funciones dedicadas a El oro del Rin separadamente (primer caso en muchos años) a Tristán e Isolda y a Parsifal. Johanna Gadski, tal vez, la mejor artista con que hoy cuenta la tradicional casa de la ópera, puso su alto talento y su magistral escuela en la interpretación de Isolda y de Brunehilda. Ernestine SchumannHeinkl, para cuyo puesto entre los contraltos no se hallará fácilmente sucesora, fue la Erda de Sigfrido. Es esta su primera aparición en el Metropolitan Opera House, después de trece años de ausencia, y probablemente será la única en la temporada. El gran barítono Clarence Whitehill reapareció en Sigfrido y en Parsifal. Hoy, después del Ocaso de los dioses, Lucía; mañana, Carmen; el sábado en la tarde, Lohengrin; en la noche, Goyescas, precedida de Cavalleria rusticana; el lunes, La valkiria. EXPOSICIONES RECIENTES —El Museo Fogg, de la Universidad de Harvard, en Cambridge (Estado de Massachusetts), tuvo, hace poco, una exposición de arte español, como adición al curso de Historia del Arte que da el eminente catedrático Chandler Rathfon Post. Se exhibieron, procedentes de la galería de la Universidad y de las particulares de Boston, cuadros de Borrás, del Greco, de Velázquez, Zurbarán, Alonso Carreño, Claudio Coello, Goya y otros pintores. —La Galería Daniel (número 2, Oeste, Calle 47), que se dedica a exposiciones de artistas de los Estados Unidos, y cuida de presentarlos con esmero, concediendo a cada obra espacio suficiente y colocación adecuada, acaba de exhibir veinte cuadros. Aunque el número es corto, la variedad es grande: los estilos van desde el impresionismo hasta el cubismo. Pintores bien conocidos como Childe Hassam y Robert Henri, contribuyen, respectivamente, con un paisaje y un retrato. Los mejores trabajos, a nuestro juicio, son La niña de traje verde, de William Glackens, que revela estudio de la técnica de Renoir; el delicado
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paisaje El arroyo, de Ernest Lawson, y la decorativa marina de Hayley Lever, Viento de mar. Agradaría más la composición A lo largo de la playa, de Maurice Prendergast, si no recordara demasiado otras suyas. Interesantes los estudios de flores de Gus Mager y de Man Ray; no menos la Procesión, de efecto bizantino, de Jerome Myers y el Fresco, al pastel, de aspecto mural bien logrado, de N. Walkovitz. Entre los pintores más avanzados, figuran allí Harry Berlin, Samuel Halpert, Middleton Manigault y William Zorach. Ahora se exhiben solamente cuadros de Ernest Lawson, uno de los más distinguidos artistas de este país.
Las Novedades, 24 de febrero, 1916.
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CONCIERTO DEL MAESTRO GRANADOS La primera presentación pública de Enrique Granados en Nueva York ocurrió el martes último en el concierto ofrecido por el insigne compositor y pianista español en el Aeolian Hall. Su anterior concierto, en la Sociedad de Amigos de la Música, no puede considerarse público: a las fiestas de la aristocrática agrupación solo asisten los socios. El programa lo formaron exclusivamente obras de Granados para piano y canto: transcripción de una Sonata de Scarlatti; Danza lenta; Danza valenciana; Allegro de concerto; cuatro tonadillas (El majo discreto; El tralalá y el punteado; El majo tímido; Las currutacas modestas); el coloquio en la reja, la maja y el ruiseñor, y el fandango del cantil; de Goyescas: La maja dolorosa (tres canciones); y El Pelele, de Goyescas. Las cuatro tonadillas, La canción del ruiseñor y La maja dolorosa fueron cantadas por la joven soprano Anna Fitzin, creadora del papel de Rosario en el estreno de la ópera tejida por Granados sobre sus Goyescas pianísticas. El compositor no solo ejecutó sus obras de piano, sino que acompañó a Miss Fitzin en las de canto. Como encores tocó tres composiciones más. La comparación entre las Goyescas de piano y la ópera viene naturalmente a los puntos de la pluma. Críticos hay (y entre ellos se cuentan el brillantísimo James Huneker, en Puck, y Leonard Liebling, en The Musical Courier) para quienes la ópera se resiente de su origen pianístico. No lo creemos: la vida y el movimiento de los dos primeros cuadros nos obligan a recordar que Granados había compuesto ya tres obras teatrales antes de Goyescas, y antes quizás que todas sus Goyescas de piano. En realidad hay trozos, como el Coloquio en la reja, que suenan mucho mejor en el piano que en el teatro, pero El Fandango de candil y El Pelele ganan color y brillo en las voces y en la orquesta. El Pelele, que es a nuestro juicio lo mejor de Granados, es una exquisita pieza de piano, encantadora por el juego de motivos y de matices tonales; pero este juego, que en el piano produce una preciosa miniatura,
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en la obra teatral se enriquece con los contrastes de voces y de instrumentos y produce un cuadro vívido, espléndido. De las otras piezas, hay que mencionar particularmente la transcripción de la Sonata de Scarlatti, y el Allegro de concierto, de sabor chopiniano. Las tonadillas tienen agradable sabor arcaico. Granados, cuyos méritos de pianista son bien conocidos, dio pleno valor a sus obras, como cabía esperar. En su ejecución hay claridad, precisión y brillantez. Su sentido rítmico es admirable, y pudo apreciarse tanto en sus aires de danzas y canciones, en que abunda la síncopa, como en la Sonata de Scarlatti, de corte muy estricto. La distinguida concurrencia aplaudió con entusiasmo.
Las Novedades, 24 de febrero, 1916.
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EXPOSICIONES Extraordinario éxito alcanzó la exposición de la Liga Arquitectónica, en el edificio de Bellas Artes. Llamaron la atención, en particular, el proyecto de jardín, que ocupaba el centro de la Galería Vanderbilt; los proyectos de los estudiantes procedentes de Roma, y la maqueta de la Iglesia de San Bartolomé, obra del eminente arquitecto Bertram Goodhue, en hermoso estilo románico. Goodhue exhibió, además, fotografías de los admirables edificios de tipo colonial mexicano, que proyectó, como arquitecto consultor, para la Exposición de San Diego de California. También Julian Clarence Levi exhibió, en perspectiva de paisaje, edificios de tipo mexicano. —Muy importante las exposiciones de cuadros del Greco, en la Galería Durand-Ruel (calle 57, al Este de la Quinta Avenida), y de cuadro del Greco, Zurbarán y Goya, en la Galería Ehrich (Quinta Avenida, cerca de la calle 57). De ambas hablaremos en próxima ocasión. —Acaban de venderse, como parte de la importante colección de Lambert, gran número de cuadros españoles antiguos. Sobresalía el majestuoso Cristo de Alonso Cano. LA ÓPERA Los últimos siete días no ofrecieron ninguna novedad importante. Con El ocaso de los dioses, el jueves, terminó “la mejor interpretación dada aquí, de la Tetralogía de Wagner, desde los tiempos de Seidl”, según opinión de buena parte de la crítica neoyorquina. La gloria de esta Tetralogía pertenece, en primer lugar, al insigne Artur Bodanzky. Mme. Louise Homer, la brillante contralto norteamericana, reapareció en El ocaso de los dioses, en Lohengrin (sábado en la tarde) y en La valkiria (lunes). En ésta, se presentó la soprano Maude Fay, de buena escuela alemana, interpretando el papel de Siglinda. Le falta vigor para la expresión dramática, pero tiene delicadeza en los pasajes líricos.
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Goyescas se cantó por cuarta vez, el sábado en la noche, en función popular. Asistió numerosísimo público, y aplaudió con calor. Precedió, a Goyescas, Cavalleria rusticana. Del repertorio italiano, además de Lucía, con los señores Barrientos, y Payasos, con Caruso, precedida por Haensel y Gretel, en matinée para niños. Del repertorio francés, Carmen, por segunda vez: Geraldine Farrar volvió ya “al buen camino” olvidando el realismo cinematográfico. Caruso se distingue en esta obra más, actualmente, que en otras; no así Amato. Del repertorio ruso, El Príncipe Igor, de Borodin, por cuarta vez, anoche. Esta noche, por quinta vez, Tristán e Isolda. Mañana, se resucita La Sonámbula de Bellini en honor de María Barrientos. El sábado, en la tarde, Carmen; por la noche, Aida. El lunes, por primera vez en la temporada, Madame Sans Gene, de Giordano; miércoles, Rigoletto. CONCIERTOS —La Orquesta de la Sociedad Filarmónica tocó, en sus conciertos del jueves y viernes, la Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler, obra singular por la concepción y por la factura. Su ejecución (en que participaba la cantante Mary Peterson) sirve de preludio a la magna Octava Sinfonía, anunciada para abril en el Metropolitan Opera House. Componían el resto del programa la obertura Ruy Blas, de Mendelssohn; el poema Till Eulenspiegel de Richard Strauss; las Variaciones sinfónicas de César Franck y la Fantasía Polaca de Paderewski. Tomó parte en la interpretación de las dos últimas obras el pianista Ernest Schelling. En el concierto del domingo los números principales fueron las Impresiones de Italia, de Gustave Charpentier; las Variaciones de Max Reger sobre tema de Mozart; el Concierto de Sain-Saëns, en La menor, para violoncelo, con Pablo Casals como solista. —La Sociedad de la Sinfonía, dirigida por Walter Damrosch, dio el sábado uno de sus conciertos para niños, con Josef Hofmann como solista, y el domingo un concierto para orquesta reducida; la Sinfonía de Cámara de Arnold Schoenberg; un Poema para violín y orquesta, de Ernest Chausson; las Variaciones Sinfónicas de Leon Boellmann, para violoncelo y orquesta; la Serenata en La mayor, de Brahms, y la Sere-
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nata para violín, violoncelo, piano y órgano, de Saint-Saëns. Alexander Saslavski fue el violinista; Lucien Schmit el violoncelista; Maier el organista y Damrosch el pianista. La Sinfonía de Schoenberg se había tocado ya en conciertos de los Amigos de la Música, según recordarán nuestros lectores, bajo la dirección de Leopold Stokowski. La ejecución dirigida por Damrosch es la primera pública. Contra lo que pudo temerse, fue bien acogida por la concurrencia; se ha oído aquí tanta música revolucionaria en los últimos meses, que las audacias de Schoenberg fueron recibidas como cosa natural. En rigor, muchas de ellas se presentan en forma ingeniosa (por ejemplo, los saltos en octava imperfecta) y solo el purismo técnico puede rechazarlas. En inspiración, sin embargo, estimamos superiores otras obras de Schoenberg, como el Sexteto. —La Orquesta Sinfónica de Minneapolis, dirigida por Emil Oberhoffer, hizo su visita anual a Nueva York, dando en Carnegie Hall un concierto de excelente programa: el Jubileo, de los Esbozos sinfónicos del compositor norteamericano George W. Chadwick; la Sinfonía número 2, de Rachmaninoff; el poema Don Juan de Richard Strauss; la Rapsodia de Danza, de Fritz Delius. Julia Claussen cantó la Balada de Margit, de Stenhammer (de su Fiesta de Solhaug, sobre el drama de Ibsen) y de la Senta, en El holandés errante de Wagner. —Música de Cámara: conciertos del cuarteto Saslavski (obras de Víctor Kolar y de Guillaume Leken) y del Trío Margulies. —Conciertos de solistas. Piano: Ossip Gabrilowitsch (programa de Brahms y Liszt, en su serie histórica); Leopoldo Stokowski. Violín: Eddy Brown. TEATRO Los estrenos de esta semana: The Greatest Nation, drama semialegórico de William Elliott y Marian Crighton, en el Booth Theatre, con decoraciones del siempre exquisito Joseph Urban; The Heart of Wetona, drama de George Scarborough. En opereta, Prince Pom-Pom, con música de Hugo Felix y decoraciones de Urban, en el Cohan Theatre; The Road to Mandalay, de Oreste Vessella, en el Paris Theatre. En funciones especiales están representándose dos obras del acre dramaturgo sueco Strindberg: La Señorita Julia, en el Little Thimble
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Theatre, y Pascuas, en el Gaiety. CENTENARIO DE SHAKESPEARE La Asociación Dramática de Alumnas del Colegio Packer organizó, para conmemorar el tercer centenario de Shakespeare, una serie de representaciones en la Academia de Música de Brooklyn. Las obras puestas en escena: Sueño de un noche de verano; Como gustéis; Duodécima noche; Mucho ruido, por nada; El Mercader de Venecia; Cuentos de invierno; La fierecilla domada; La tempestad. Bajo la dirección de Mr. Alfred Young, distinguido actor y erudito shakespereano, obtuvieron gran éxito estas representaciones, especialmente La tempestad.
Las Novedades, 2 de marzo, 1916.
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Entre los artistas españoles que actualmente se hallan en Nueva York, ninguno más distinguido que Pablo Casals. Enrique Granados, como compositor, María Barrientos, como cantante, y Pablo Casals, como violoncellista, son las tres figuras máximas que presiden a la multitud de artistas españoles aplaudidos aquí en esta temporada. Pablo Casals goza la singular distinción de ser, sin disputa, el primer violoncellista del mundo. Kreisler, a quien solo unos cuantos (admiradores de Ysaye) discutirán el título de primer violinista, declara todavía más: según él, Casals es el mejor artista que maneja el arco hoy día. Nació en Vendrell, en 1876. Es, pues, catalán, como lo son también (por coincidencia curiosa) los otros dos artistas mayores que España envió a los Estados Unidos en este invierno. En su infancia y adolescencia estudió la flauta, el violín y el piano, y todavía conserva buena ejecución en los tres instrumentos. Su padre era organista y maestro de coros, y bajo su dirección aprendió Pablo Casals a cantar en conjuntos y a tocar el órgano. De ahí deriva su maravillosa cultura musical, que trasciende en todas sus interpretaciones. A los doce años comenzó a dedicar su atención preferente al violoncello, y a los quince, había conquistado los primeros premios del Conservatorio de Barcelona, tanto en la ejecución de su instrumento, como en armonía y composición. Desde entonces comenzó a presentarse en conciertos, y luego recorrió las principales ciudades de Europa. Al comenzar el presente siglo, ya figuraba entre los mejores violoncellistas del mundo. Bien pronto hubo críticos que comenzaron a considerarle como el mejor: por ejemplo, la mayoría de los críticos de Londres. Casals ha recibido los títulos de caballero de las Ordenes españolas de Isabel la Católica, de Carlos III y de Santiago y caballero de la Legión de Honor de Francia; la cruz de comendador de la Orden de Francisco José de Austria, la de comendador de la Corona de Rumania, y la Medalla Beethoven de la Real Sociedad Filarmónica de Londres.
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En los Estados Unidos viajó durante los años de 1903 y 1904. Con la Orquesta de la Sociedad Filarmónica de Nueva York tocó, en el poema tonal Don Quijote de Richard Strauss, el violoncello principal, que representa al ingenioso hidalgo, Strauss dirigía personalmente la orquesta. Volvió a este país, después de diez años de ausencia, en el invierno pasado, y al reaparecer, tocando el Concerto de Saint-Saëns con la Orquesta del Metropolitan Opera House, renovó sus antiguos éxitos. En la temporada actual se le llamó para tomar parte en los mejores conciertos de Nueva York y de las demás ciudades importantes del país. Su reaparición la hizo en el concierto dado el 11 de noviembre por la Sociedad Filarmónica, ejecutando el Concerto en Re mayor de Haydn. “He aquí a un artista cuyas interpretaciones sientan autoridad, —dijimos entonces en Las Novedades—. Pocas veces se pone en una obra clásica tan profundo conocimiento del espíritu de época, y a la vez tan profunda expresión, que revela el elemento universal y humano bajo la forma, sujeta a fecha fija.” El 20 de noviembre dio, unido al exquisito pianista Harold Bauer, un recital de sonatas que se consideró uno de los mayores sucesos artísticos de la temporada. Componían el programa dos sonatas de Beethoven, una de Brahms y una de Emanuel Moor. En diciembre tomó parte en concierto de la Orquesta Sinfónica de Nueva York; colaborando en la ejecución de la música escrita por el notable compositor norteamericano Damrosch para representación de la Ifigenia en Aulis de Eurípides. Con su esposa, la aplaudida soprano Susan Metcalfe, dio en enero un concierto de números de canto y de violoncello. La señora de Casals es norteamericana de nacimiento: su escuela de canto es magnífica; interpreta las arias de más riguroso estilo clásico. En este concierto se la aplaudió especialmente en la interpretación de Mozart. Dio luego otro concierto en compañía de Harold Bauer, y el domingo de febrero tocó con la Orquesta del Metropolitan Opera House, el Concerto en Si menor de Dvorak y una Melodía y una Serenata española de Glazunof. El domingo 27 tocó, con la Orquesta de la Sociedad Filarmónica, el Concerto de Saint-Saëns, composición de las más hermosas del maestro francés, y de las predilectas de Casals, quien la ha
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hecho particularmente suya, por la admirable interpretación que da de ella, dice el eminente Finck, del Evening Post. El día 9 tocará Casals a la par de Kreisler, con la Orquesta Sinfónica, en el segundo de los dos conciertos de gala en que tomarán parte los tres más altos ejecutantes que hoy existen. El otro es Paderewski, que tocará el día 4. Casals, a pesar de su gran reputación, no es artista cuyas cualidades puedan ser fácilmente apreciadas por el vulgo. No solo desdeña el anuncio y el reclamo; tampoco en su arte hace la menor concesión al gusto vulgar; antes bien, huye de las exhibiciones de agilidad y brillantez que conquistan los aplausos fáciles. Su ejecución, suelen decir los críticos, es a tal punto sobria, que parece juego infantil; solo el conocedor comprende cuánta sabiduría musical se esconde bajo esa aparente sencillez.
Las Novedades, 2 de marzo, 1916, p. 12.
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LA ÓPERA Muy pocas novedades durante los últimos diez días. La Sonámbula, de Bellini, fue la única ópera que se agregó al repertorio de la temporada; pero nadie dirá que es una novedad. Tiene ochenta y cinco años; hace quince, aun parecía trivial con exceso; ahora, aunque la trivialidad predomina en el conjunto, varios pasajes agradan, no por su mérito real, sino por el corte siglo XVIII. Uno que otro, como el primer coro del tercer acto, agrada por la frescura melódica. Enferma Geraldina Farrar, se han suspendido las representaciones de Carmen, de Madama Butterfly y de Madame Sans Gene de Giordano, Las repeticiones han sido Tristán e Isolda; Rigoletto (dos veces); Aida; Goyescas (por quinta vez) precedida de Cavalleria rusticana; El caballero de la rosa, de Richard Strauss; Sansón y Dalila con Louise Homer y Caruso; Los maestros cantores y El Barbero de Sevilla. LA ORQUESTA SINFÓNICA DE NUEVA YORK La Orquesta Sinfónica de Nueva York, dirigida por Walter Damrosch, ha ido adquiriendo cada día mayor prestigio, y ahora, antes de partir en extensísima tournée, acaba de desplegar en Nueva York enorme actividad, dando en once días seis grandes conciertos (tres repetidos), amén del Shakesperiano para niños y de su participación en el coral de la Schola Cantorum. En el primer grupo de conciertos fue solista Paderewski, y tocó, con su vigor de antaño y su incomparable brillantez y poder expresivo, el Concerto de Schumann y el Prólogo, scherzo y variaciones de su antiguo discípulo Stokowski. En el segundo grupo figuró la siempre admirable mezosoprano Margarete Matzenauer. En el tercero, Fritz Kreisler y Pablo Casals interpretaron, como solo ellos pueden, el Doble Concerto, para violín y violoncelo, de Brahms.
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SOCIEDAD FILARMÓNICA La Sociedad Filarmónica, después del concierto para niños en que tomó parte Percy Grainger y del dominical en que figuró Pablo Casals tocando el Concerto de Saint-Saëns para violoncelo, dio, los días 3 y 4, este programa de Beethoven: Obertura Coriolano; Quinta Sinfonía; Concerto Emperador. Stransky puso gran inteligencia en la interpretación de la Obertura y de la Sinfonía. Gabrilowitsch tocó el Concerto con ejecución cristalina y expresión lírica y pura. El concierto dominical del día 5 estuvo dedicado a Liszt y Tschaikowski, cuya maravillosa Sinfonía Patética cerró el programa. Percy fue el pianista de la fantasía Húngara. El viernes, día 11, tocó la orquesta dos Sinfonías: la inconclusa de Schubert y la en Re menor de César Franck; y dos oberturas: la de Euryanthe de Weber y la de Jessonda de Spohr, interesante por su sabor ya arcaico. Finalmente, ayer el programa fue todo de Richard Strauss: los poemas Don Juan y Muerte y transfiguración, y la escena de amor de la ópera Feuersnot. MÚSICA DE CÁMARA El Cuarteto Kneisel ofreció, el martes, uno de sus mejores programas, modelos siempre de selección: el Cuarteto Americano, en Fa mayor, opus 96, de Dvorak; el Trío en La menor, pintoresco y fino, de Maurice Ravel (para piano, violín y violoncelo), y el Cuarteto opus 131, uno de los más hondos y ricos de Beethoven. La Sociedad de Música de Cámara ofreció el jueves este programa: Octeto en Fa mayor, opus 166, de Schubert; Sonata para piano y violín, en Mi bemol mayor, de Brahms; y dos interesantes obras nuevas: El Estanque, rapsodia del distinguido compositor norteamericano Charles Martin Loeffler; y Sinfonía de Cámara del francés Paul Juon. GUIOMAR NOVAES El segundo concierto de Guiomar Novaes, la joven pianista brasileña, es uno de los triunfos más significativos del invierno. La crítica, por boca de representantes autorizados, como Finck y Aldrich, ha proclamado gratule artista a la señorita Novaes. Su programa comprendía,
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después de unas cuantas composiciones antiguas, de autores como Couperin y Daquin, la Sonata opus 81 de Beethoven y la opus 58 de Chopin, como piezas de resistencia. De una y otra dio la señorita Novaes espléndidas interpretaciones.
Las Novedades, 12 de marzo, 1916, p. 12.
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THE CO-RESPONDENT Una acogida por demás halagadora recibió la noche del lunes en el Teatro Booth el estreno de The Co-Respondent (El Cómplice Amante), si bien es lástima que Alice Leal Pollock y Rita Weiman, en colaboración autoras de la obra, demuestran que no es muy vasta su experiencia del mundo y no pasan de conocer los principios rudimentarios del metier. Es lástima, decimos, porque ambas tienen imaginación vivaz y talento. Si la pieza sufriera algunas modificaciones, que bien podría ejecutar un experto director de escena, se ganaría mucho y aumentaría en vigor. El asunto, americano en todos sus aspectos y casi diríamos neoyorkino por los detalles de que se echa mano para vestir de localidades las escenas y personajes, es de lo mejor escogido en el género. Fresco, ingenuo, con tendencias moralizadoras, interesa por algunas de sus dramáticas situaciones. Además, presenta las deficiencias y males de la ley del divorcio tal como aquí existe y se administra en los tribunales, marcando con habilidad la importancia de una reforma social inmediata, necesaria, de acuerdo con el avance de esta civilización tan arrolladora en lo material. Irene Fenwick, la heroína, fue quien más se captó el interés del auditorio, no solo porque el personaje de Anne Gray es en extremo simpático, sino por su verismo en las escenas patéticas. Sincera y sobria, sabe expresar más con un simple gesto que con esos lacrimeros fastidiosos, empleados por artistas que desconocen los matices de la emoción, en la calle o en el teatro, si ríen o si lloran, artistas de papier maché que no se resienten a las temperaturas excesivas. Actor excelente se mostró Harrison Hunter, y expertos los demás. La obra — ¡rara, avis!— está perfectamente estudiada y es grato no observar el menor esfuerzo, la más leve vacilación.
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EL TEATRO FRANCÉS Los artistas franceses, al cabo de una fructuosa tournée por los Estados vecinos, han vuelvo desde el lunes a trabajar en Nueva York, ante un público de favoritos, que son casi siempre los mismos, seleccionados socialmente y muy devotos del arte francés. En la reapertura de la temporada se ha representado “L’Amour Veille”, comedia por de Caivallet y Roberto de Piers, muy entretenida y bien hecha sin que por ello le vaya en zaga el arreglo en español de idéntico título “El Amor Vela.” La arrogante Yvonne Garrick desempeñó con precisión, y rasgos propios el papel principal y el resto del cuadro, Claude Benedict, Adriene Daguiry, Mado Ditza, y Raymond Paure, contribuyeron al éxito. La compañía en conjunto recibió la bienvenida más cordial y el eminente literato Jules Bois disertó galanamente acerca de la heroica y resignada actitud de “La mujer francesa durante la Guerra.” Así mismo elogió la empeñada labor del empresario Lucien Bonheur por establecer aquí el teatro francés como institución permanente PAQUITA MADRIGUERA La hermosa joven catalana, discípula predilecta del infortunado Maestro Granados, se presentó por primera vez al público de Nueva York la tarde del viernes último, en el Aeolian Hall. Paquita Madriguera, un portento (intencionalmente no decimos un prodigio), como pianista y como compositora, fue l’enfant gaté entre las artistas que figuraron en la exposición californiana. Y cuenta que allí fueron Hofmann, Paderewski y otros de gran talla. Estos mismos agregaron laureles, a los que ya habían puesto antes en la frente de la joven Anatole France y las Reales Majestades de Inglaterra y de España. Cuando aquellos magos del piano oyeron a Paquita tocar sus propias y ajenas composiciones la elogiaron calurosamente y el polaco, frío y adusto como es, la besó en los ojos, esos ojos llenos de luz que el pincel del gran pintor Pausas logró copiar a maravilla. La presentación de Paquita debe reputarse como un verdadero suceso artístico al cual contribuyen no poco el prestigio de su maestro y la hábil labor de su Manager Madame Antonia Sawyer, constante descubridora de las perlas de buen oriente. A reserva de comentar la ejecución de Paquita en el próximo número,
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dado que entra este periódico a la prensa pocas horas después del recital, insertamos el programa respectivo, escogido con positivo acierto para sorprender y deleitar: 1. Preludio y fuga-Bach-Eussoni. Sonata Op. 8-Beethoven. Tres tiempos: La despedida, la ausencia, el retorno. 2. La Caravana, aire morisco. Repique de Campanas, Canción de cuna, Serenata, canto aragonés, Tema variado. —Paquita Madriguera. 3. Variations serienses— Mendelssohn. Danza-Granados. Nocturno-Chopin. Vals-Chopin. San Francisco de Paula-Liszt. Caminando sobre las aguas-Liszt.
EL RECITAL MANUEL M. PONCE Aunque algo tarde, gustoso escribimos estas líneas de congratulación al afamado artista músico don Manuel M. Ponce, por el éxito que alcanzó al dar su recital, primero y último de la actual temporada, en el Aeolian Hall. Pianista exquisito, no de aquellos que solo toman como caballo de batalla a Rubinstein, Rachmaninoff, Gottchalk y a otros brillantes de la técnica, Manuel M. Ponce tiene un nombre legítimamente adquirido como virtuoso desde su salida de los principales conservatorios alemanes. Modesto y estudioso como pocos, no le han ofuscado los triunfos ni lo han envanecido los aplausos. Ya se familiarizó con ellos. Pero Ponce es algo más que un bravo pianista. Es un delicado, inspiradísimo compositor. En su género, como cultivador de la música mexicana, la sentimental y representativa, del pueblo, es el primero en su país. Con primor de orfebre sabe recamar los temas ennobleciendo en la rapsodia o por medio de transcripciones en que la habilidad contrapuntística va hermanada con la pura, ardorosa inspiración. Por modo idéntico, ha ganado fama con las composiciones originales de estro cuando a él se abandona por la necesidad de producir. De todo ello dio Ponce relevante demostración en el recital a que aludimos, compuesto en total de obras suyas. El simpático artista volverá a presentarse en noviembre próximo, pues
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ha recibido muy ventajosas proposiciones de entendidos empresarios para dar una serie de recitales en Nueva York, Boston, Philadelphia, Chicago y California. Véase el programa de su concierto en el Aeolian: Prelude and Fugue (Theme of Haendel); Sonata: I. Tumultuous Life, II. Love’s Rest, III. In Mirth Splendour. Studies: Tragic Prelude, Gallant Prelude. Morire Habemus (Die we must). Love Romance, Life Smiles. Plenilunio (Moon Light). Spinner Song. Mazurka XXIII. Cuban Rhapsody I. Mexican Songs I XVIII, XIV, Mexican Ballade. Mexican Barcarolle y Mexican Rhapsody. II.
NOTAS J. Madariaga, luchador esforzado, se prepara a dar una serie de representaciones cómico-musicales en español, y al efecto ensaya escrupulosamente, secundado por apreciables artistas, varios entremeses y zarzuelas para la primera función, que será la noche del sábado próximo en el espacioso salón del Bryant Hall, Sexta Avenida y Calle 41. Forman parte del programa, “Gloria de Actor”, por los Hermanos Quintero, y serán intérpretes de Bella Otero, Número 7, un imitador de Fregoli, aplaudidísimo, y un cantante de nota… de notas agudas, pues llega sin esfuerzo a lo sobreagudo: y luego, el jocoso sainete “La Casa de Campo”, en que tendrá el papel principal la primera actriz Isabel del Rey, conocida y festejada en la Habana. No faltan monólogos y diálogos chispeantes alternados con escogidos números de canto y de orquesta. “La Mexicanita”, de dulce y bien educada voz, cantará alegres canciones de su país. Los organizadores esperan un lleno completo dada la animación que se nota por asistir a la función entre las personas de habla española. —Luis Mann, favorito del público neoyorquino, ha vuelto a aparecer en The Bubble, comedia que durará mucho en el teatro Maxine Elliott, noche a noche repleto de concurrencia. —En el Teatro Standard, calle 90, empieza a representarse la graciosa comedia Potash and Perlmutter, pieza que duró todo el año pasado en uno de los mejores teatros. —El teatro Kuickerbocker, de la calle 39 y Broadway, lucirá pronto flamante decorado y dejará de ser asiento de la Empresa de Cinema-
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tógrafo Triangle, para volver a su antiguo sistema de representar allí comedias y operetas. —El hermoso teatro “Rialto”, en la calle 42 y 7a. Avenida, se inaugurará a fines del corriente mes. —El día 16 tendrá lugar la función organizada por Daniel Frohroan en el Century, a beneficio del “Fondo de Actores”. Solo “astros” y “estrellas” figurarán en el programa. Entre ellos: Sir Herbert Beerbohn Free, uno de los más conspicuos intérpretes de Shakespeare, Miss Edna May, Madame Nazimova, Marie Dressler, Blanche Bates, etc. —En el Hotel Billmore, se dará el drama Otello la noche del 24 de abril. Lyu Harding representará al moro veneciano y también tomará parte en una escena de La Escuela del Escándalo, en unión de la bella Phyllis Neilson Terry... *** Los discípulos del Profesor Rafael Saumell, dieron la tarde del jueves, en el Hotel Majestic, una prueba de sus adelantos, que fue realmente un concierto escogidísimo, muy del agrado de la concurrencia que llenó el salón. Contribuyeron en calidad de ejecutantes la soprano señora María Donavin, el violinista Henry Lifi y el “cellista” Herman Goldstein. En cuanto a los alumnos, cada uno sobresalió —si así puede expresarse— en sus respectivas interpretaciones. Lack, Chopin, Godard, Gretry, Rafi, Mendelssohn y Liszt, hicieron el resto. El Club Artístico Recreativo que organizó recientemente un recital de piano y canto en que tomaron parte el pianista Prudencio Essa y el tenor dramático M. L. de Larreo, prepara un concierto que tendrá lugar en el salón verde de recepciones del Hotel Mc. Alpin, donde se verificó el aludido recital. *** Julia Culp, de dulce voz y exquisito estilo, y Percy Grainger, pianista de los más justamente celebrados, aparecieron juntos la tarde del jueves en el Aeolian Hall. Después de oír la Rapsodia No. 2 de Liszt a Grainger, mucho confiamos en no oír más destrozos de esa difícil y hermosa obra, pues son tales la técnica y sentimiento que aplicó, que nos pareció oír una cosa nueva y no la vulgar y caprichosa interpretación que millares de
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amateurs dan a la rapsodia. La Culp cantó deliciosamente romanzas de Schubert y de Wolf, culminando en estas últimas. A BENEFICIO DE UN HOSPITAL En el minúsculo y hermoso teatro Punch and Judy, de la calle 448 al Este de Broadway, se celebrará mañana por la tarde, desde las 3, un atractivo festival de música cuyos productos serán destinados al Hospital Militar No. 28 de Bourge, Francia, una de las instituciones de caridad de las que no ha recibido ayuda alguna exterior que le permita ensanchar su acción generosa y hacer más eficientes los servicios que hoy presta a los numerosos heridos que a diario llegan de la línea de fuego. La función ha sido organizada con todo tino y desinterés, por Pitts Sandborn, crítico musical de nuestro colega The New York Globe y de los arreglos respectivos se encargó, la señora Martha Maynard, bien conocida por su actividad y cortesía. El atractivo mayor del programa consiste en la presentación del genial guitarrista español Miguel Llobet, de igual valer en su instrumento que lo son Kreisler en el violín y Casals en el violonchelo. El artista catalán, que en Europa es muy celebrado por su impecable virtuosismo, tocará el Minueto de Fore, la Serenata Morisca de Albéniz y una difícil Fantasía española de Tárrega. Mrs. Mary Ebatch Willard, Jefe del Comité Quirúrgico Internacional, disertará acerca de su reciente visita y trabajos en Francia. El pianista John Powell y la notable contralto Clara Clemens (o sea la esposa de Ossip Gabrilowitsch) tomarán parte activa en el festival. Se espera un éxito de los más francos.
Las Novedades, 10 de abril, 1916, p. 5.
EL BALLET RUSO EN EL METROPOLITAN
LA MÁS NOTABLE ORGANIZACIÓN COREOGRÁFICA MODERNA, QUE HA REVOLUCIONADO EL ARTE DEL BAILE
La gran sensación artística del fin de la temporada teatral en New York, ha sido la contrata en el Metropolitan Opera House, del ballet ruso, dirigido por el empresario Mr. Diaghileff, el cual ha reunido los mejores artistas coreográficos de Rusia, quienes han hecho las delicias del público neoyorkino durante las últimas tres semanas. La organización formada por el famoso empresario está compuesta, por estrellas del arte, que han conquistado fama mundial. Entre las bailarinas cuenta a Xenia Maclezova, Lydia Lopokova, Flora Revalles, Lubov Thermichewa, Alexandra Wasiliewska, Lydia Sokolowa, Sophie Plafnis, L. Klementovich y H. Bewicka, todas bailarinas de fama universal; y entre los bailarines, a Adolfo Bohm, Leonide Massine, Enrico Cecchetti, Nicolás Kremmeff, X. Zwecrew, A. Gabriliow, S. Sdzikowski, A. Piamowski, y para terminar, el célebre Nijinski, el Adonis de los bailarines, el incomparable Nijinski, quien ha podido, al fin, reunirse con la compañía después de una odisea como prisionero de los austríacos en Budapest. Nijinski se encontraba en la famosa capital húngara, cuando estalló la guerra. Las autoridades lo enviaron a un campo de concentración, hasta que debido a la delicada salud de su esposa, le permitieron residir en Budapest. Allí nació su segundo hijo, y los trabajos que pasó el matrimonio para poder criar al niño, forman un capítulo muy interesante de la vida del gran artista. Por súplicas de la embajada americana se logró al fin que el Gobierno austríaco le permitiera salir del país, y pudo reunirse a la compañía de que forma parte, cuando ya había empezado la temporada en esta ciudad. La Compañía de Ballet Ruso, organizada por Sergio Diaghileff, goza de merecida fama mundial. Desde la época en que abandonó a Petrogrado, hace diez años, y triunfó sucesivamente en los grandes centros artísticos, como París, Londres, Berlín y Viena, por la belleza perfecta
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de sus bailes, la vivida expresión de sus pantomimas, y la magnificencia de su indumentaria, sus éxitos han continuado siempre en aumento. El decorado y el atrezo, diseñados por el eminente escenógrafo León Bakst, han conquistado la admiración de todos los públicos, encantados por las maravillosas combinaciones artísticas del colorido, en las obras que presenta la afamada compañía. En el fondo de la mágica belleza de esas representaciones, hay algo que es enteramente nuevo, extraño y fascinador, y los espectadores se sienten dominados no solo por el espectáculo, sino por la música, escogida de entre las mejores composiciones de los grandes maestros. Así en los ballets Carnaval y Papillon, la obra se desarrolla con la música de Schumann, del mismo nombre, transcrita para orquesta; La música de Le Spectre de la Rose, es el arreglo de Berlioz sobre la Invitación al Vals, de Weber; para Les Sylphides, se han adaptado a la orquesta varias de las más soñadoras y poéticas composiciones de Chopin. Nijinsky y la Lopokova, en Les Sylphides, dando interpretación y vida a las concepciones musicales de Chopin, hacen que el auditorio crea ver realizados los más recónditos pensamientos artísticos de aquel genio. L’après-midi d’un faune está basado en el famoso poema musical de Debussy, y lo mismo pasa en Thamar, con la música de Balakirev. Regularmente el ballet ruso presenta tres o cuatro de esas piezas para cada función: dos dramas mímicos y dos “episodios coreográficos”, como designa los ballets el mismo Diaghileff. No es extraño que el triunfo artístico obtenido por esa compañía, al terminar la temporada de Ópera en el Metropolitan, haya sobrepasado cuanto había anticipado el público. El repertorio, el decorado y la indumentaria del Ballet Ruso de M. Diaghileff, representan algo nuevo en el arte moderno del teatro. Jamás se había soñado sacar al ballet del convencionalismo de los bailables de ópera, que habían llegado a formar un canon considerado inviolable por cuantos escribían música de ese género. El ballet ruso inició la revolución artística, y su principal novedad consiste en la armoniosa combinación del colorido con la expresión del ritmo de la música en movimientos adaptación a las más altas concepciones de los grandes artistas líricos. Todo ello constituye un nuevo arte, la creación de algo que no es efímero, sino vigoroso, espontáneo,
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lleno de belleza, que está destinado a perdurar, algo que evoca en el espíritu una dulce emoción, en que predomina la intelectualidad, y eleva el alma a la región de los más puros sentimientos estéticos. El ballet, como lo presenta la compañía Diaghileff, no es solo música y baile. Es la más perfecta combinación de diversos artes: música, baile, escultura, pintura y pantomima, y en ellos los más fantásticos sueños se convierten en hermosa realidad como si fueran la evocación del hada que preside las más altas concepciones del genio. La temporada del ballet ruso ha despertado en el público neoyorkino un entusiasmo extraordinario, justificado por su mérito. Ella ha servido para hacer conocido aquí, ese gran arte ruso, que fascina por su esplendor semioriental, modificado con las más puras y delicadas manifestaciones del arte griego. Madrid es la próxima capital que visitará, y aquel público, con su refinado gusto estético, seguramente consagrará con sus aplausos el mérito de la admirable compañía.
Las Novedades, 30 de abril, 1916, p.19.
VARIA
APERTURA DE LA CONFERENCIA PANAMERICANA
Alta significación alcanzó el acto de apertura de la Conferencia Hacendista Panamericana en Washington. Aunque ya el sábado 22 el Secretario McAdoo había reunido a los delegados en sesión previa, sin formalidades, la apertura oficial se verificó el lunes 24, a las diez. La gran “Sala de las Américas”, en el edificio de la Unión Panamericana, se llenó de concurrencia distinguida. Gran número de damas. Junto con los representantes de los Estados Unidos y de los diez y ocho gobiernos invitados (solo México y Haití quedaron fuera, porque no tienen en estos momentos gobiernos oficialmente reconocidos) se encontraban allí todos los diplomáticos latinoamericanos que no forman parte de las delegaciones nombradas para la Conferencia. No podían faltar las familiares figuras de los Embajadores, Naón, Da Gama y Suárez Mujica. Ocuparon la plataforma de la directiva el Presidente Wilson, los Secretarios Bryan, McAdoo, Daniels y Lane, y a compartirla se llamó a todos los delegados que fueran a la vez miembros de gabinete en sus respectivos países: entre ellos, el doctor Pablo Desvernine Galdós, Secretario de Estado de Cuba, y el doctor Pedro Cosío, Ministro de Hacienda en el Uruguay. Se levantó a hablar el Presidente Wilson. Serena, como siempre, y magistral, su actitud; las líneas de la cara denotan la fatiga de los problemas recientes. Al hablar, va derechamente, con firmeza, hacia las ideas centrales que dan significación a la Conferencia. Busca, como es costumbre, definiciones nuevas, mejores explicaciones, sentidos superiores en las cuestiones que trata. Proclama la imposibilidad de atenerse a los impulsos del egoísmo aun en la que parece la más egoísta de las empresas humanas, el comercio. Declara que no puede haber intercambio comercial benéfico donde no hay también intercambio espiritual. Lamenta que nunca, antes de ahora, se haya convocado una conferencia como la presente, que desde tiempo atrás pudo ser útil. Señala, de paso, la necesidad de elementos de comunicación. En conjunto, cabe decir que sintetizó el sentido más alto que debe darse a
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esta conferencia: la cooperación de todos los países de América fundada en principios de igualdad y con fines de interés común. La concurrencia aplaudió cordialmente a Mr. Wilson. Acaso se haya sorprendido él ante tan abundante y espontáneo aplauso, pues no ignora la desconfianza de nuestra América para los Estados Unidos. La sinceridad de sus palabras, en éste como en otros casos, despertó la total simpatía de los presentes. A Mr. Wilson siguió el Secretario Bryan, con su fácil elocuencia de siempre, y se le aplaudió con entusiasmo cuando recordó la promesa de paz entre las Américas, contenida en los tratados de arbitraje recientes. Luego, presentados por el Secretario McAdoo, sucesivamente hablaron los representantes latinoamericanos: D. Samuel Hale Pearson, por la Argentina; D. Ignacio Calderón, por Bolivia; el Dr. Amaro Cavalcanti, por el Brasil; D. Luis Izquierdo, por Chile; D. Santiago Pérez Triana, por Colombia; el Dr. Desvernine, por Cuba; D. Francisco J. Peynado, por la República Dominicana; D. Juan Cueva García, por el Ecuador; don Víctor Sánchez Ocaña, por Guatemala; D. Leopoldo Córdova, por Honduras; D. Pedro Rafael Cuadra, por Nicaragua; D. Ramón F. Acevedo, por Panamá; D. Héctor Velásquez, por el Paraguay; D. Isaac Alzamora, por el Perú; D. Alfonso Quiñones, por el Salvador; D. Pedro Cosío, por el Uruguay; D. Pedro Rafael Rincones, por Venezuela. El jefe de la comisión de Costa Rica, D. Mariano Guardia, no pudo, por enfermedad, concurrir al acto, y en lugar suyo habló Mr. John M. Keith, norteamericano poseedor de grandes intereses en las repúblicas de Centro América y miembro de su delegación en esta conferencia. De los diez y ocho discursos pronunciados, solo cinco lo fueron en castellano: los demás en inglés. El delegado de la República Dominicana, Sr. Peynado, aunque varias veces ha disertado en inglés ante el público, fue en esta ocasión el primero en usar su idioma nativo. A éste se atuvieron, también, los representantes del Uruguay, de Guatemala, de Honduras y de El Salvador. Los oradores que hicieron uso del inglés mostraron amplio conocimiento del idioma, de su vocabulario y de su sintaxis, y el ilustre escritor de Colombia, Pérez Triana, se reveló además conocedor de sus formas literarias. En lo que toca al gesto y al ademán, predominó,
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tanto entre los que usaron el castellano como entre los que usaron el inglés, el estilo sobrio, que generalmente se estima como típicamente sajón. El único que nos hizo recordar el antiguo estilo, comúnmente llamado latino, fue el doctor Desvernine, de Cuba. Aunque los discursos de los delegados fueron breves (el más extenso fue el del respetable delegado brasileño, Dr. Cavalcanti), no faltaron puntos de vista llenos de interés. Cada país reveló, con la palabra de sus delegados, que viene a esta Conferencia con el alto propósito de contribuir, en estos instantes de crisis, a la común inteligencia entre las naciones de América, y a la mutua ayuda, moral y material, que permita al Nuevo Mundo conservar y acrecentar el caudal de sus progresos, con tan duro esfuerzo conquistados. E. P. GARDUÑO
Las Novedades, 27 de mayo, 1915.
“PICTORICAL REVIEW” SU NÚMERO DE SEPTIEMBRE
Es sin duda alguna, uno de sus más admirables números, la Edición De Lujo, en castellano. Su parte literaria, avalóranla interesantísimos trabajos de muy prestigiosas firmas. Figuran entre ellos los siguientes: Las musas del ingenio español, diez magistrales semblanzas, con sus retratos respectivos, de las diez más sobresalientes escritoras hispanas, por el insigne académico José Ortega Munilla. El Doctor Echenique, delicioso cuento de Pablo Parellada (Melitón González). El camino de la dicha, preciosa colección novelesca de postales, por Enrique González Fiol (El Bachiller Corchuelo). Secretos fenicios, atrayentísima crónica sobre la España ancestral, por Felipe de Mora. La Edad de Oro, delicadas impresiones acerca de la infancia, por Miguel de Zárraga. Y una bella selección de inspiradas poesías de los poetas centroamericanos Turcios, Rafael García Escobar, Luis Martínez, Salvador L. Erazo y Luis Lagos. Las secciones consagradas al Hogar van también suscritas por reputadas firmas: La mujer cubana, por Joaquín Aramburu y Nicolás Rivero. Los deberes de la maternidad, Cómo se debe alimentar a los niños, por Madame Festoyer. La muñeca, por Marta Weill. Y siempre, comentadísimos, Secretos de Belleza, por Raul Roussellet. A la República Dominicana —siguiendo la campaña emprendida en favor de todos los países de abolengo hispano— se le dedican cinco páginas, entre las que figura una de música: Montecristi, hesitation vals por el maestro Folaverde. Todos los trabajos de las diversas secciones van ilustrados con dibujos o fotografías, y varias de tales páginas se iluminaron en color.
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Completan este número diez y seis páginas más, todas ellas de Modas, con las últimas y más originales creaciones para la entrante estación. *** Los apuntados alicientes son una anticipada garantía de la imposibilidad de que actualmente supere, ni siquiera iguale, publicación alguna de esta índole a Pictorical Review, cuya Edición de Lujo, en castellano, es un muy legítimo timbre de gloria para sus Ediciones.
Las Novedades, 12 de agosto, 1915, p. 8.
CUADROS CÉLEBRES EN AMÉRICA
Los Estados Unidos han almacenado ya tantas obras de arte, que comienzan a ofrecer al estudiante de cuestiones estéticas amplia fuente de cultura y se hace necesario establecer clasificaciones y orientaciones. El Museo Metropolitano de Nueva York es ya uno de los museos más dignos de atención y puede afirmarse que viene inmediatamente después de los de primera fila, como el Louvre y el Luxemburgo, de París, la Galería Nacional, de Londres, el Prado, de Madrid, y los principales de Italia, Alemania, Austria, Holanda y Bélgica. Por ejemplo, del fino holandés Jan Vermeer se dice que sólo existen treinta y ocho cuadros, de ellos se exhiben actualmente tres en la galería neoyorkina. Para ayudar en esta necesaria orientación ha escrito un agradable libro Mr. Lorinda Munson Bryant, bajo el título What Pictures to See en America (Qué cuadros hay que ver en América), y en él recorre las principales obras pictóricas que existen en Nueva York y Brooklyn, en Boston, New Haven, Buffalo, Toledo (de Ohio), Pittsburgh, Detroit, Chicago, Minneapolis, San Francisco, San Luis de Missouri y otras ciudades. El libro no es demasiado técnico: la autora escribe, al contrario, para todo el mundo, y su trabajo prestará grande utilidad a los que desean iniciarse en el gusto del arte superior.
Las Novedades, 19 de agosto de 1915, p. 7.
DON JOAQUÍN D. CASASÚS
El día 25 de febrero falleció en esta ciudad el eminente escritor y hombre público mexicano Dr. D. Joaquín D. Casasús. Hacía tiempo venía declinando su salud, a pesar de la excelente atención médica que buscó, tanto en Europa como en este país. Contaba, al morir, cincuenta y ocho años. El Dr. Casasús fue uno de los hombres más notables que produjo México, en la acción pública, en el foro y en las letras. Abogado distinguido, durante largos años tuvo uno de los más importantes bufetes de la capital mexicana, e intervino en muchos de los más cuantiosos negocios judiciales y administrativos que se ventilaron en la vecina República. Intervino también en negocios bancarios, y su dominio de las cuestiones económicas, tanto en el orden teórico como en el práctico, le dio reputación en la materia. Fue uno de los principales consejeros del Ministerio de Hacienda cuando el Secretario Limantour emprendió las grandes reformas que caracterizaron su gestión. Fue catedrático de economía política y durante breve tiempo dirigió la Escuela Nacional de Jurisprudencia. La Universidad Nacional, en premio a sus servicios a la instrucción pública, le otorgó el título de Doctor ex officio. Políticamente desempeñó pocos pero importantes cargos. En 1904 fue nombrado Embajador de México en Washington, cuando acababa de crearse la Embajada y de morir el primer Embajador, don Manuel Aspiroz, que hasta poco antes, y durante largo tiempo, había desempeñado el puesto. En 1906 renunció, por motivos de salud que le obligaron a buscar cuidados médicos en Europa. Hombre de actividad extraordinaria, y de singular cultura, el señor Casasús deja escritos varios volúmenes sobre problemas jurídicos y económicos. Pero además se distinguió en el campo de las letras, ya por su actividad propia, ya por la protección que concedió a escritores y poetas en España y América. Él fue quien sostuvo durante mucho tiempo las reuniones literarias del Liceo Altamirano, fundado para honrar la memoria de su ilustre padre político, don Ignacio M.
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DON JOAQUÍN D. CASASÚS
Altamirano. Fue sucesor de su no menos ilustre deudo don Justo Sierra en la presidencia de la Academia Mexicana, correspondiente de la Real de Madrid. Su obra estrictamente literaria la forman dos tomos de discursos en memoria de escritores mexicanos, seis volúmenes de labor en verso, y un estudio sobre Catulo. Poeta de estilo, si no brillante, correcto y galano: deja en su Musa antigua sonetos de agradable sabor clásico. Su versión de Algunas odas de Horacio, —tal vez su mejor trabajo poético— mereció elogios de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, quien le animó a emprender la traducción de Catulo. Su estudio y versión de este grande y dificilísimo poeta revela su singular dominio de la poesía y de la erudición latinas: para escribirlos adquirió y consultó cuantas ediciones y estudios existen sobre Catulo. Luego publicó sus no menos interesantes versiones de Propercio, Tibulo, Ligdamo y Sulpicia. Del inglés tradujo, junto a obras menores, la Evangelina de Longfellow. Hace poco, al regresar de Europa, a pesar de su delicada salud, concurrió como delegado al Congreso Científico Panamericano, y presentó un estudio valioso. Su entierro ha sido una solemne manifestación de duelo. Asistieron muchos mexicanos prominentes, sin distinción de credo político: entre ellos los ex presidentes Licenciados Francisco León de la Barra y Pedro Lascuráin. Lamentamos profundamente la desaparición del ilustre mexicano, y enviamos nuestro pésame a su distinguida familia, especialmente a su yerno, nuestro estimado amigo Lic. D. Manuel J. Sierra.
Las Novedades, 12 de marzo, 1916, p. 4.
LA INCURSIÓN DE VILLA EN TERRITORIO NORTEAMERICANO
LA SITUACIÓN DEL GOBIERNO DE CARRANZA
Un acto de inconcebible violencia realizado por Francisco Villa y sus partidarios, acaba de crear una grave situación internacional cuya consecuencia puede muy bien ser la guerra entre los Estados Unidos y México. Villa, con el deliberado propósito de provocar complicaciones al gobierno del señor Carranza, atacó el jueves 9 del corriente mes la población de Columbus, en Nuevo México, con ochocientos de sus partidarios. En Columbus estaba acampado el regimiento trece de la caballería americana y en el combate, que duró dos horas, murieron siete soldados americanos y doce de los habitantes de la población. Los villistas incendiaron durante el combate los principales edificios de la ciudad, y solo se retiraron cuando llegaron refuerzos a los defensores de la ciudad. La caballería americana emprendió la persecución de Villa y se internó en territorio mexicano, donde libró algunas escaramuzas con los incursionistas. El ataque realizado por Villa y su banda ha provocado la mayor indignación en este país, y el gobierno de Washington se apresta a enviar una expedición guerrera al territorio mexicano, lo que ha notificado ya oficialmente al Gobierno de Carranza en la persona del Embajador señor Eliseo Arredondo, explicando al mismo tiempo que el único objeto de la expedición es castigar al general Francisco Villa; pero el Secretario de Estado, Mr. Lansing ha declarado al Embajador Arredondo al mismo tiempo, que este gobierno no pide la ayuda del gobierno mexicano en esa empresa, ni tampoco su aprobación, y tan solo espera que el gobierno del señor Carranza no tome parte en el asunto. El gobierno americano tiene diez y nueve mil hombres del ejército en la frontera mexicana, pero, en previsión de que todas las facciones mexicanas se unan para combatir las fuerzas de este país, se habla en los círculos oficiales de que el Presidente Wilson se dirigirá al Con-
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greso para pedir autorización de formar un ejército de cinco mil hombres voluntarios. Aunque el gobierno americano espera que el gobierno de Carranza se limite tan solo a protestar contra la invasión, existen serios temores de que se vea obligado por el clamor público en México a tomar parte en el conflicto, y que se oponga activamente a la invasión por más que el gobierno americano se comprometa a no ocupar el territorio y a concretar las operaciones del ejército a la captura de Villa y de su banda. La situación política interna de México es muy complicada en la actualidad. A más de las fuerzas de Villa y de Zapata, el gobierno del señor Carranza está también amenazado por la nueva revolución que encabeza el General Félix Díaz, quien ha publicado un manifiesto en el cual da el programa de gobierno de la nueva revolución. El General Félix Díaz declara que se desconocerán todos los actos del gobierno del General Victoriano Huerta a partir del 10 de octubre de 1913 cuando disolvió el Congreso, así como los actos posteriores a esa fecha realizados por las agrupaciones políticas que han usurpado desde entonces el poder en México; promete hacer justicia a las comunidades indígenas que juzguen haber sido despojadas de sus derechos; dará preferencia a la cuestión del reparto de tierras para cuyo objeto expropiará las propiedades de los grandes terratenientes por medio de procedimientos legales; y asimismo se compromete solemnemente a establecer el riego en las regiones que lo necesiten, y declara nulas todas las confiscaciones ilegales que se han llevado a cabo. Tan pronto se establezca el gobierno provisional en la ciudad de México convocará el pueblo a elecciones del Poder Legislativo, después de dar un decreto general de amnistía, y una vez electo el Congreso, éste ordenará las elecciones para designar los demás poderes públicos. El General Díaz, según las noticias de la prensa, se encuentra ya en México a la cabeza de sus partidarios. México atraviesa, pues, en estos momentos, una de las mayores crisis de su historia. Que la cordura de sus hijos en este momento supremo ejerza para la salvación del país, son los votos fervientes de Las Novedades. Las Novedades, 12 de marzo, 1916, p. 4.
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JUEGOS FLORALES EN SANTO DOMINGO Nuestro Director don Francisco J. Peynado fue nombrado Mantenedor, por Santo Domingo, de los Juegos Florales Antillanos que se celebraron en aquella capital el 27 de febrero último, aniversario de la independencia de la República Dominicana. Cuba y Puerto Rico estuvieron representadas por don Tulio M. Cestero y don José de Diego, respectivamente, quienes, en unión del doctor Peynado y de otras distinguidas personalidades imprimieron a dicha fiesta intelectual todo el carácter necesario para que el triunfo coronara el esfuerzo de la directiva del Club Unión de la capital dominicana, iniciadora de los mencionados Juegos Florales Antillanos.
DR. JOSÉ LAMARCHE En Santo Domingo acaba de fallecer don José Lamarche. Doctor en Derecho de la Universidad de París y uno de los hombres más ilustrados de la República Dominicana. Fue el doctor Lamarche miembro de la histórica Sociedad Amigos del País, que tanto hizo en favor del progreso nacional. Luego vivió cerca de quince años en París, y al regresar a Santo Domingo desempeñó altos cargos judiciales, hasta llegar a la Presidencia la Suprema Corte de Justicia. Fue hombre de talento agudo, a veces extraño, y de vasta cultura, tanto filosófica y literaria como jurídica. Escribió poco, sin embargo; entre sus trabajos deja una interesante conferencia sobre los fundamentos de la moral y un folleto intitulado Algunas palabras sobre la Constitución Americana.
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MÉXICO Y BRASIL NO BRAZIL Y MÉJICO El Gobierno mexicano ha ordenado que se escriba México y no Méjico; sosteniendo que etimológicamente corresponde hacerlo de la primera manera y no de la otra. Por su parte, el Gobierno del Brasil, en el nuevo Código Civil, ha modificado también el nombre de su nación, escribiéndolo en la forma que antecede y no Brazil, como antes figuraba. De manera, que en lo sucesivo, los habitantes de esos países tendrán que decir México, mexicano, Brasil, brasileño, y no Méjico, mejicano, Brazil y brazileño, como hasta la fecha decían algunas personas.
ARTISTAS DE NUESTRA RAZA El joven y estimable pianista mexicano Conrado Tovar dio hace poco un concierto en uno de los amplios salones del Hotel Waldorf Astoria. El programa lo formaban la Sonata opus 57 de Beethoven, la Fantasía Impromptu opus 66, un Estudio, un Vals y una Balada de Chopin, la Suite Holberg de Grieg y tres composiciones de Liszt. La concurrencia aplaudió al Sr. Tovar, y éste contestó, al final, con interesantes encores. *** Las más jóvenes y aplaudidas artistas María Paz Gainsborg, soprano, y Lolita Cabrera Gainsborg, pianista, bolivianas de origen, dieron, la noche de ayer, en el Hotel Majestic, un concierto de música de piano y canto. El programa es el siguiente: primera parte, canciones populares: El Lelillo, Seguidilla Manchega, Bolero, Tota Valenciana, La Jíbara; Serenatas (del Estudiante: del Enamorado inconstante; del Amante apasionado); Baladas (Así te quiero: La Golondrina), —todas a cargo de María Paz Gainsborg; en piano, a cargo de Lolita Cabrera Gainsborg, la leyenda Asturias y un Tango de Isaac Albéniz, y la Danza lenta, opus 37, y El Pelele, de Goyescas, de Granados. Segunda parte a cargo de María Paz Gainsborg: El celoso, A Granada y Plegaria de F. M. Álvarez: ¡Ay, Palomita!, canción original de la joven cantatriz: la habanera Tú, de Eduardo Sánchez de Fuentes: Americana,
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de Niña Pancha, de Valverde: El Xay, El Cassador, Els Rahins, y El Rei de Xauxa, canciones de Granados con letra catalana de Apeles Mestres; y aria de Goyescas. “María Paz Gainsborg, dice un crítico competente, posee gran don natural de voz, que se ha desarrollado, de modo normal, hasta alcanzar gran perfección. Su repertorio es variado y extenso, y abarca desde la sencilla canción popular hasta la gran escena de ópera.” Lolita Cabrera Gainsborg posee grande habilidad técnica en la ejecución pianística. Ha sido discípula de E. M. Bowman, y luego del doctor J. S. Van Cleve, profesor que goza de alta reputación por sus vastos conocimientos.
Las Novedades, 12 de marzo, 1916, p. 4.
ESPAÑA DE LUTO LA MUERTE DEL MAESTRO GRANADOS PARECE CONFIRMARSE LA DESAPARICIÓN DEL CÉLEBRE COMPOSITOR DE “GOYESCAS” Y SU INFORTUNADA ESPOSA
La carencia de noticias posteriores a la desaparición de Granados y de su esposa, ocurrida como consecuencia del ataque brutal y despiadado del Sussex, en el Canal Inglés, desdichadamente parece confirmar los temores que desde un principio se tienen por la muerte del genial compositor español y de su amorosísima compañera. “Afecto y simpatías muy hondas se ganaron ambos en Nueva York y en todos los centros artísticos y sociales no ha dejado de hablarse un solo día de la semana de la terrible catástrofe, y ello, con sinceras y muy vivas lamentaciones acerca del cruel destino que alcanzaron tan meritísimas personas. Un amigo de ellos que día por día los trató en la más estrecha intimidad mientras estuvieron en Nueva York, se propone dedicar un homenaje de cariño a los esposos Granados y publicará una interesante relación de la existencia que aquí llevaron, abundante en tópicos que comprendan sus impresiones del presente y sus anhelos sobre el futuro del artista que tantos y merecidos triunfos alcanzó aquí; así como referirá innumerables hechos desconocidos acerca de la personalidad del Maestro Granados. Las Novedades dará a conocer en su próximo número el extenso artículo a que aludimos, escrito por el señor Francisco Gándara, cuyos puntos salientes se mencionan en el siguiente SUMARIO —Cómo se confirmaron los tristes presentimientos de Granados. —La verdadera historia de la época de “Goyescas”. —Manuscrito inédito de Granados. —Algunos juicios de la prensa sobre el compositor y sobre el pianista. —La nueva ópera de Granados, en tres actos, y correspondiente a la época de Carlos V, con libreto de un distinguido dramaturgo español. —Cómo vivió aquí Granados. Sus impresiones de Nueva York.
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—Manifestaciones públicas y privadas de que fue objeto. —Halagüeñas perspectivas de gloria y de dinero. —Los paseos de Granados. Semblanza del hombre-niño y del exquisito artista. —Los amigos de Granados. —Su visita a la Casa Blanca. En casa del Embajador Español, S. E. Juan Riaño. Etc., etc.
Las Novedades, 2 de abril, 1916, p. 12.
“GOYESCAS” EN NUEVA YORK Y EN PARÍS
La breve ópera que Enrique Granados compuso combinando en partitura orquestal sus Goyescas de piano, iba a ser estrenada en París en 1914. Sobrevino la guerra y Granados llevó su obra a la Metropolitan Opera House de Nueva York. Goyescas, pues, se estrenó en la América del Norte el 28 de enero de 1916. Se cantó en español, —que a menudo no lo parecía, porque los cantantes eran de Italia o de los Estados Unidos. Lucrecia Bori, la deliciosa cantatriz valenciana, que debía crear el papel de Rosario, enfermó poco antes de que comenzaran los ensayos, y aún no sana. Goyescas se cantó cinco veces en la temporada, siempre con éxito ruidoso, debido, en buena parte, al entusiasmo de la gente de lengua española. La crítica, en su mayoría, trató bien la obra; Finck, Henderson, Krehbiel, Aldrich, los más respetados críticos de música en Nueva York, elogiaron francamente a Granados. Pero la gente joven no se entusiasmó tanto: su actitud se refleja en el interesante libro de Carl Van Vechten, La música de España (1918), donde se elogia a Granados, no por su ópera, sino por su música de piano. En suma: el éxito de Goyescas entre el público y la multitud de españoles e hispanoamericanos, residente en Nueva York, habría justificado la conservación de la obra en el repertorio de la Metropolitan Opera House; si no se conservó, es culpa de la pereza habitual en las empresas de ópera. Después del estreno en Nueva York, Granados pensaba asistir al de Buenos Aires, con la ilusión de retocar la partitura y perfeccionar los pormenores de la interpretación. La muerte le sorprendió, a poco, en mares europeos, y el estreno de la América del Sur creo que no ha tenido lugar. Entre tanto, el Teatro Nacional de la Ópera, en París, no olvidaba el proyecto de presentar Goyescas al público francés, y acaba de hacerlo el 17 de diciembre de 1919. Como es sabido, la reina de España asistió la víspera al “ensayo general”, o representación previa para invitados. El reparto fue así: Rosario, Marthe Chenal; Pepa, Ketty Lapeyrete; Fernando, Laffitte; Paquiro, Cerdan; todos, artistas de nombre. Bailó,
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sola, Amalia Molina. Director de orquesta, Camille Chevillard; de coros, Marcel Chadeigne. Estuvo presente y dirigió la orquesta en el intermezzo (entre los dos primeros cuadros), Eduardo Granados, hijo del compositor. El éxito en París no pasó de succès d’estime, a juzgar por el aplauso del público. La opinión de los críticos, no he podido saberla: no sé si es que la guerra y sus consecuencias persistentes han desorganizado la crítica de París, o si es que, por deferencia a España, los escritores prefirieron esconder bajo frases vagas su poco amor a la obra. Ello es que nada se ha escrito en la prensa de París comparable a los excelentes juicios que escribieron Finck o Henderson en Nueva York. Y sin embargo, gracias a los métodos del Teatro de la Opera, donde se mantienen las obras en el cartel mientras se puede, es probable que Goyescas se represente en París, —donde no tuvo éxito real, —muchas más veces que en Nueva York, donde el público aplaudió con delirio y atestó el teatro en cada representación. *** Quienes no gustan de Goyescas, como ópera, suelen decir que se resiente de su origen pianístico y que Granados no sabía escribir para orquesta. Lo primero, no es verdad; lo segundo, podría serlo, en parte, pero no lo sé; no conozco las otras óperas de Granados, ni sus poemas sinfónicos. La orquestación de Goyescas es a ratos borrosa, y pocas veces es rica; las voces de los cantantes no están bien tratadas (excepto en la romanza de soprano La maja y el ruiseñor); y al conjunto le falta unidad dramática, con la desventaja de que el interés y el mérito musical van decayendo a medida que avanza la obra, la cual termina en desmayo. Y sin embargo, ¡cuántas bellezas en la partitura! En conjunto, y en el aspecto puramente musical, la prefiero a las demás óperas breves contemporáneas que conozco; las hay más vigorosas, en que la música subraya con eficacia teatral los episodios del drama; pero ninguna tiene la riqueza de ritmos ni el color, genuino y brillante, de Goyescas. El pelele, delicioso en el piano (¡y con qué don de matices lo ejecutaba Granados!), se vuelve en la intrincada polifonía coral —tres melodías que cinco grupos de voces tejen y destejen— maravilloso tapiz polícromo, genuinamente goyesco. En general, el primer cuadro es excelente, con el coro como personaje central, procedimiento en que el
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compositor español coincidió de modo espontáneo, por el natural influjo de los elementos populares, con rusos tales como Mussorgski y Borodin. Y el coro y los danzantes son los héroes en el cuadro segundo: ritmo, color, fuego. Y aun hay que alabar el fino, lánguido intermezzo —que Firck declaró, con justicia, superior a otro italiano celebérrimo—, y el delicado sentimiento de La maja y el ruiseñor. ¿Qué exige Goyescas, pues, para triunfar en los teatros? Ante todo, buenos coros, y sentido de los ritmos españoles en la dirección de la orquesta. En Nueva York, el éxito se debió a la preparación cuidadosa. Bavagnoli no es gran director de orquesta, ni mucho menos: pero trabajó con ahinco, bajo las indicaciones de Granados, y logró efectos interesantes, realzados por la perfecta acústica de la Metropolitan Opera House, donde no se pierde nota. Los coros, bajo la habilidísima dirección de Setti, hicieron prodigios. ¿Qué más? ¡Si hasta las comparsas mudas hicieron maravillas en el manteo del pelele, que volaba con grotescas contorsiones hasta el altísimo techo del escenario y caía de nuevo, infaliblemente, en la manta! Las decoraciones y la indumentaria tuvieron carácter adecuado, y aun fue de mucho efecto la iluminación del baile de candil (cuadro segundo). El fandango bailado por Rosina Galli y Bonfiglio, resultó interesante como traducción (hablo sin ironía) de la coreografía popular española a la coreografía clásica. En París, si el éxito no ha sido mayor, culpa es, en primer lugar, de la mala preparación de los coros que no solo resultaron incapaces de tejer el complicado tapiz goyesco del Pelele, sino que a menudo desafinaron lamentablemente.1 En cuanto a la orquesta... la comparación entre el mediano Bavagnoli y el eminente Chevillard sería absurda; pero lo que el empeño laborioso pudo realizar en Nueva York no quiso realizarlo en París la superior maestría. La festinación de los ensayos resultaba visible. El único trozo de Goyescas que orquestalmente cobró sentido en el estreno de París, fue el intermezzo, y no lo dirigió Chevillard, sino Eduardo Granados. En fin, la deplorable acústica del teatro de la Opera contribuyó al deslucimiento. ¡Y hasta el pelele caía fuera de la manta! No es extraño: igual cosa les oí hacer en La condenación de Fausto, de Berlioz, desluciendo una representación, por otros conceptos admirable. 1
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—Sería para simular mayor realismo—, me han dicho. —No—, respondo—. Los majos y majas de Goya nunca dejarían caer el pelele fuera de la manta. El error de Granados probablemente estuvo en entenderse con la Grande Opera, y no con la Ópera Cómica, teatro de mejor acústica y donde habría “encajado” mejor su obra, por las dimensiones y por el carácter. ¿Pero no hubo cosa en que París superara a Nueva York? Sí; varias hubo. Y siendo en París, no podía ocurrir de otro modo. Las decoraciones y la indumentaria, desde luego. La decoración del primer cuadro (el paseo de San Antonio de la Florida) y la del segundo (el baile de candil) son de Zuloaga; la del tercero (el jardín madrileño de Rosaría) es de Maxime Dethomas. La tercera es quizás la mejor: iglesia clásica en el fondo, verja, fuente, jardín, ambiente nocturno... y sería impecable la primera, sin el verde oscuro, poco goyesco, que puso Zuloaga en los árboles: por lo demás, los perfiles del paisaje madrileño están admirablemente vistos, y con ellos se fundían en opulento tapiz los preciosos trajes multicolores de majos y majas. Marthe Cheval —que no cantó bien— evocaba, con elegancia suma los retratos de la duquesa de Alba. Finalmente, la aparición de Amalia Molina en Goyescas, indica que la Opera de París se decide a representar, cuando el caso lo pida, en vez de las tradicionales bailarinas de academia, intérpretes genuinos del arte popular de su tierra. De Amalia Molina decía Faublas: “Perfecta y discreta... Verdadero baile casi no es teatro. ¡Qué ciencia, pero qué medida!”
España, 245, 8 de enero de 1920, pp.12-13.
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Abbot, Edith R., 390. Abbot, H. Thayer, 145, 148. Acevedo, Jesús T., 46, 159, 358. Acevedo, Ramón F., 512. Acosta, Cecilio, 266, 362. Adams, Maud, 392, 453. Adán, 30. Addams, Miss Jane, 244. Afrodita, 46, 47, 49. Agramonte, 424. Agustín, Acosta, 309, 351. Aimard, 337. Akins, Zoe, 395. Alarcón, 24, 42, 263. Albéniz, Isaac, 441, 442, 455, 504. Alburquerque, 283. Alcántara, Pedro de, 322. Alcock Merle, 451. Alda Frances, Mme., 417, 431, 444, 448, 453, 459, 460, 477. Aldrich, Richard, 381, 382, 497, 526. Alençar, José de, 283. Alexander, John W., 145, 148, 461. Alfonso, príncipe de Asturias, 364. Alien, Frank P. Jr, 160. Allart, Alan Everdingen, 422. Alsworth, Ross Edward, 328. Altamirano, Ignacio M., 518. Althouse, 477. Aluizio Azevedo, 283. Álvarez de Buenavista, Marqués, 449. Álvarez, Guillermo, 350. Alyinga Llena, 456. Amato, 427, 431, 443, 444, 455, 459. Ambrogi, Arturo, 309. Amneris, 431. Amyo, Mrs., 133, 134. Ancona, Ignacio, 290. Andrade, Olegario V., 263, 264, 277, 282. Andrews, Philip, 287, 288. Angelico, Fra 314, 478. Anglin, Margaret, 124, 392, 451. Apolo, 47, 48. Apolodoro, 98. Aramburto Joaquín N., 309. Arbor, Ann, 175. Arco, Juana de, 53, 392, 447. Arenales, Ricardo, 52, 351.
Arévalo, Martínez, Rafael, 308. Ariadna, 63. Arimatea, José de, 57, 266. Aristófanes, 244, 352. Aristóteles, 138. Armas, José de, 172, 350 Arnold, Matthew, 31, 101. Arredondo, Eliseo, 519. Arrhenius, 281. Artemis, 47. Arvik, 428. Aspiroz, Manuel, 517. Astyánax, 50. Ataripe, Junior, 283. Atherton Gertrude, 163, 350. Aubert, 410, 446. Aughinbaugh, William E., 328. Augustus, Thomas, 53, 326. Austin, Mary, 53, 350, Austria, Francisco José de, 493. Azorín, 38, 39, 40, 41, 42, 43, 44, 384. Babson, Roger W., 355. Bacardí, Lucía Victoria, 350. Bach, Emmanuel Phillip, 409, 414. Bach, Johann Sebastian, 66, 425, 426, 435, 441, 454, 463, 468, 473, 479, 480. Backlanoff, 411. Bacon, Francis, 387. Bacon, George William, 176. Bada, 459. Báez, Ramón, 74. Bahr, 461. Baird, Leonard, 383. Baist, 172. Baklanoff, 420. Bakst, León, 445, 470, 506. Balakirev, 506. Baldwin, Gobernador, 223. Balfour, Graham, 327. Ball Thomas Watson, 449. Balou A. M., 329. Balzac, Honoré de, 84. Bandello da Porta, Luigi, 100. Baráibar, Aristófanes de, 352. Baralt, Rafael María, 72, 73. Barbier, George, 445. Barcescu, Agadia, 456. Barker, Granville, 286. Barr, Amelia, 337.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
Barreda, Gabino, 343, 344. Barrere, Georges, 441, 446, 452. Barrett Browning, Elizabeth, 22, 31. Barrie, 286, 392 Barrientos María, 8, 419, 423, 469, 471, 472, 477, 483, 484, 490, 493. Bartolomé, San, 489. Bates, Blanche, 503. Batres Montúfar, José, 263. Bauer, Harold, 410, 414, 430, 440, 454, 480, 494. Bauer, Marius, 422, 429. Bavagnoli, Gaetano, 368, 380, 432, 437, 476. Baxter, Sylvester, 160, 358. Beach, Rex, 338. Beal, Gifford, 461. Beals, Reynolds, 461. Beardsley, Aubrey, 445. Beatrice, Harrison, 415, 475. Beaux, Cecilia, 145, 148, 179, 180, 390, 399, 461, 465. Beethoven, Ludwig v., 6, 48, 97, 98, 117, 165, 166, 388, 406, 414, 415, 418, 424-426, 430, 440, 441, 454, 462, 463, 468, 473, 479, 480, 482, 483, 493, 494, 497. Bega, 422, 429. Beliows, George, 145, 148. Bellin, Giovanni, 315. Bellini, Gentile, 490, 496. Bello, Andrés, 7, 23, 42, 95, 172, 261, 263, 275, 277, 362. Belloc, Hilaire, 312. Bellows, George, 397, 433, 461, 465, 180. Belmont, Mrs., 133, 239. Benedict, Claude, 500. Benét, Rose William, 54, 55, 62, 331. Benét, Stephen Vincent, 65. Bennet, Ira E., 287. Benton, Thomas H., 398. Berceo, Gonzalo de, 173. Berceuse, 439. Berchem, 422. Bergson, 16, 130, 134, 343. Beriot, 409. Berkeley, Davids, 245. Berlin, Harry, 403, 486. Berlioz, 403, 410, 413, 440, 446, 479, 506. Bernstein, Theresa, 399. Berri, Duque de, 364, Bertram, Goodhue, 160, 358, 489. Bertram, Hartman, 398. Berwick, Duquesa de, 124.
Besnard, 465, 466. Bessard, 467. Betancourt, Julio, 140. Bilac, Olavo, 283. Bilderdijk, W., 313. Bingham, Hiriam, 328. Bingham, Seth, 475. Bird, R. M., 336, 337. Bishop, W. H., 330. Bizet, George, 377, 405, 420, 434. Bjoernson, Bjornstierne, 394, 428. Blaikie, Murdock W. G., 327. Blake, William, 30. Blanco-Fombona Rufino, 39, 40, 362. Blas, Ruy, 490. Blest Gana, Alberto, 283. Bloomfiel-Zeisler, Fannie, 426. Blue, Dr. Rupert, 287, 288. Bluemmer, Oscar, 433. Blummenschein, Ernest L., 449. Bocanegra, Simon, 484. Bodanzky, Artur, 59, 60, 380, 435-437, 442, 443, 447, 453, 455, 456, 459,460, 463, 476, 489. Boecklin, Arnold, 482. Boellmann, Leon, 490. Boh, Adolfo, 470. Boileau, 48. Bois, Jules, 500. Bolívar, Simon, 216. Bolles, 189, 231, 232. Bollinger, John, 253, 256. Bones, Bill, 429, 474. Bonfiglio, Giuseppe, 380. Bonheur, Lucien, 500. Bonilla, 39, 173. Bonnard, Pierre, 466. Bonnat, 320. Bonsal, Stephen, 330. Bonser, Frederick G., 168. Bonus, Ephraim, 422. Booth Grossmann, Edwin, 143, 146, 397. Booth, Tarkington, 349. Bordas Valdés, José, 75. Bori Lucrecia, 380, 423, 526. Borkman, Juan Gabriel, 394. Borodin, 377, 452, 457, 458, 460, 469,484, 490. Borrás, 485. Borrero, Dulce María, 266, 351. Borrero, Juana, 266. Bosanque, R.C., 349. Both, Jan, 422. Botta, Luca, 431, 443, 459.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Botticelli, 97, 315. Bourland, Miss Caroline B., 173, 176, 260. Bourne, 121, 122. Boutroux, 343. Bouvard, 84. Bracco, Roberto, 401, 428. Bracquemond, 429. Brahms, Johannes, 48, 405, 406, 413, 414, 418, 425, 430, 434, 440, 446, 451, 454, 463, 480, 490, 494, 496, 497. Braithwaite, 265. Brand, 286 Brander, Mathews, 326. Brandes, 101, 281 Brangwyn, Frank, 465. Bransby, Carlos, 175. Braque, 479. Braun, 431, 437, 443, 460, 464, 477. Breitkopf, 482. Bret, Harte, 164, 482. Brieva, Salvatierra, 352. Brimley, Putnam, 397. Brocklehurst, T. U., 330. Brooke, Rupert, 349. Brown, Eddy, 491. Brown, John Richard, 329, 330, 336, 337, 338. Bruce, Andrew, 222. Bruch, Max, 117. Bruckner, Antón, 439, 447. Bruhehilda, 485. Bruneau, 430. Brunetière, 326. Bryan, Secretario, 75, 79, 89,90, 91, 94, 112, 127, 131, 135, 136, 167, 173, 181, 182. Bryant, Lorinda Munson, 516. Bryant, William, 264. Bryce, Lord, 208, 224, 328. Bryson, Burroughs, 390. Buchanan, Milton A., 173, 174, 176, 260. Buenaventura, San, 322. Buhot, 429. Bull, John, 101, 177, 287 Bullard, Marion, 399. Bunyan, John, 138. Buonaroti, Miguel Angel, 133, 286, 315, 317, 322. Bush, Carl, 417. Bushee, Alice H., 176, 260. Bushnell, Hart Albert, 72. Busoni, Ferruccio, 401. Butler, William, 93, 94. Bynner Witter, 349.
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Byrne, Bonifacio, 351. Byron, Olson Arthur, 409. Caivalle, 500. Calderón de la Barca, Pedro, 336. Calderón, 24, 34, 42, 173, 321. Calderón, Dr. Ignacio, 289. Calderón, Fernando, 264. Callos, 429. Calvé, Emma, 420, 421. Calvert, Louis, 396. Cameron, 429, 433. Campaña, Pedro de, 316, 318 Campbell, Elizabeth, 404. Canaletto, 429. Cano, Alonso, 489. Caraffa, 315. Caravaggio, 320. Carducci, 385. Carducho, Vicente, 317. Carker, Daniel, 461. Carlos II, 32, 394. Carlos III, 493. Carlos, Frey, 316. Carlyle, 403. Carman, Bliss, 52, 64. Caro, Miguel Antonio, 264. Caron, W. E., 350. Caroso, 444. Carpenter, John Alder, 417, 419, 430. Carranza, Venustiano, 519, 520. Carreño, Teresa, 424, 441. Carreño, Alonso, 485. Carriere, Eugenio, 466. Carrillo, Julián, 424. Carroll, Marden Charles, 173, 174, 175, 260. Carson, Emil, 144. Carter, Daniel, 461. Caruso, Enrico, 380, 396, 427, 431, 437, 43, 444, 448, 453, 455, 459, 460, 472, 473, 477, 484, 490, 496. Casal, Julián del, 5, 36, 37, 265, 266, 385, Casals, Pablo, 379, 424, 430, 451, 462, 468, 482, 483, 490, 493-497, 504. Casasús, Joaquín D., 363, 517. Caso, Antonio, 18, 342, 343, 344. Cassatt, Mary, 145, 148, 179, 399. Cassendi, 449. Casseres, Benjamin de, 7, 367. Castagno, 322. Castellano y Espinal, 424. Castellanos, Miguel, 414.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
Castillo Ledón, Luis, 343. Castillo, Ignacio del, 424. Castro Leal, Antonio, 290, 333. Catulo, 518. Cavalcanti, Amaro, 512, 518. Cazin, 404. Cecchetti, 470. Cellini, 66, 479. Celso, Affonso, 283. Cervantes, Miguel de, 8, 39, 70, 173, 387, 388, 402, 482. Cesnut, Charlles W., 248. Céspedes, 89, 319. Cestero, Manuel F., 331. Cestero, Tulio M., 362, 521. Cézanne, 8, 457, 461, 465, 466, 478, 479. Chacón, José María, 22, 333. Chadwick, George W., 491. Chalmers, Thomas, 404. Champ, Clark, 122. Chandler, Christy Howard, 174, 176, 363, 485. Chapman, Catt Carrie, 239. Charmides, 98. Charney Dr., 330. Charpentier, Gustave, 490. Chase, W. B., 180, 380, 383, 461. Chase, William M., 390. Chateaubriand, 41. Chaucer, E. 29, 30, 64. Chausson, Ernest, 430, 490. Chesterton, Cecil, 179. Chesterton, Gilbert K., 30, 112. Chevillard, Camille, 527. Chocano, José Santos, 7, 62, 283, 331, 332. Chopin, Frederic, 97, 378, 406, 409, 414, 419, 425, 426, 435, 441, 442, 454, 473, 476, 479, 480, 488, 497, 503, 506. Church Osborn, William, 209. Ciccolini, 396. Cicerón, Marco Aurelio, 40. Cimarosa, 410. Clarus, Ludwig, 172. Claussen, Julia, 473, 491. Clavileño, 482. Clemens, Clara, 417, 504. Clementi, 424. Cleopatra, 287, 400. Clifford G. Allen, 173, 175. Cockrocft, Varian, 399. Coelho, Netto Inglez de Sonsa, 283. Coello, Alonso, 317. Coello, Claudio, 485.
Coester, Alfred, 62, 176, 263, 331. Coleridge, 31, 40, 66. Collins, 31. Colonna, Vittoria, 22. Comte, Augusto, 343. Condillac, 128. Congreve, 394. Conkling H., 330. Conrad, Joseph, 311, 312, 451. Conrado, Tovar, 451. Contreras, Francisco, 283. Cook, George O., 338. Copeland, George, 379, 435, 441, 481. Coquelin, 326. Corbin, John, 392. Córdova, Leopoldo, 512. Corelli, Arcangelo, 405. Cornell, 239. Corot, 429. Correggio, 318, 319, 320. Corres, Raymundo de, 283. Corsen J. S., 312, 313. Cosimo, Piero de, 315. Cosío, Pedro, 512. Cottet, 466. Couperin, 441, 473, 497. Coventry Patmore, 30. Cravioto, Alfonso, 343, 358. Cressy Bert, 409. Crighton, Marian, 491 Cristo, 138, 317, 318, 319, 321, 323, 422, 489. Croce, Benedetto, 24, 41, 172, 343. Cronan, Urban, 173, 176. Cruz, San Juan de la, 43. Cruz, Sor Juana Inés de la, 18, 22, 33, 263, 347. Cuadra, Pedro Rafael, 512. Cuenca, Agustín F., 290. Cuervo, José, 172, 261. Cueva García, Juan, 512. Cui, Cesar, 447. Cullerre, 193. Culp, Julia, 434, 479, 503. Curtis, 337. Cuvier, 152. D’Annunzio, Gabriele, 331, 443. Da Gama, 511. Dagnan-Bouveret, 466. Daguiry, Adriene, 500. Dale, Sydney, 144, 147. Dalila, 426, 430, 431, 452, 455, 496. Damrosch, Frank, 446.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Damrosch, Leopold, 59, 436, 491. Damrosch, Walter, 59, 410, 414, 417, 418, 430, 436, 441, 446, 451, 475, 479, 490, 491, 494, 496 Daniels, 91, 511. Dante, 31, 84, 343, 380, . Daquin, 441, 497. Dargomiszky, 434. Darío, Rubén, 8, 36, 56, 66, 263, 275, 281, 283, 384, 385, 386. Darwin, 133, 152, 153. Daubigny, 429. Daumier, 466. Dávalos, Balbino, 352. Davey, Randal, 397, 416. Davies, Arthur B., 465. Davies, Henry, 286. Daytoff, Smith Helena, 399. Dean, Howells W., 62, 64, 156, 173, 249, 272. Debussy, Claude, 46, 60, 117, 246, 414, 417, 419, 435, 441, 473, 480, 482, 506. Degas, Edouard, 466. Delaunois, 469. Delfos, 130. Delibes, Leo, 405. Delius, Fritz, 491 Deméter, 47. Desbordes-Valmore Marceline, 22. Descartes, Rene, 342, 345. Desseignes, 479. Destinn, Emmy, 430, 453, 459, 477. Desvernine Galdós, Pablo, 511-518. Dethomas, Maxime, 508. Diaghileff, Sergio, 445, 505-507. Díaz, General Félix, 404, 520. Díaz, Leopoldo, 282. Díaz, Porfirio, 324, 325, 337, 338. Díaz Mirón, Salvador, 18, 290. Díaz Rodriguez, Manuel, 282, 362. Dickinson, Preston, 403. Didur, Adamo, 431, 437, 443, 459. Diego, José de, 521. Díez Canedo, Enrique, 18. Dimarias Xavier, 447. Dionisos, 47, 97. Ditza, Mado, 500 Dogherty, Paul, 461. Dolaro, Selina, 420. Dolores, Hidalgo de, 336. Dolz, Marco Antonio, 7, 309. Donizetti, 471. Dougherty, Paul, 144, 147, 457. Dressler, Marie, 503.
535
Driscoll, Fitz-Gerald John, 175. Dryden, 31, 336. Du Bois, Guy, Pene, 398. Dubois, Theodore, 424, Dukas, Paul, 479, 482. Dunbar, Paul Laurence, 248. Duncan, Isadora, 46-49, 97, 340, 341, 398. Dundreary, Lord, 438. Dunsany, Lord, 291, 355, 401. Durero, Alberto, 315. Dusart, 422. Dvorák, Anton, 378, 418, 425, 446, 450, 475, 480, 483, 494, 497. Eaman, Mischa, 481. Earle, Georgia, 406. Eddy, Mrs., 128. Edipo, 48, 115. Edelinck, Gerard, 449. Edouard, Lalo, 435, 440, 451. Edvina, Louise, 437. Elgar, Sir Edward, 417. Elie, Justin, 473. Eliz, Leonardo, 283. Elliott, William, 491. Elmar, Mischa, 410, 414, 444, 447. Ely, Mr., 73, 337. Embree, 337. Emerson, Ralph, 65, 165, 175, 337, 349. Emery, Edward, 474. Enesco, Georges, 480, 482. Enoch, C. R., 329. Enrique, príncipe de Asturias, 364. Eorli, Melozzo de, 314. Epicteto, 128. Erazo, Salvador L., 514. Erskine, John, 64. Erving, Couse E., 450. Escoto, Duns, 153. Escragnolle, Taunay Alfredo d’, 283. Espinosa, 174, 260, 335. Espinosa, Arturo, 430. Espinosa, Aurelio M., 175, 334. Espronceda, 52, 350 Eteocles, 115. Eucken, Rudolf, 134, 343, 346. Eulenspiegel Till, 434, 440, 451, 475, 490. Eurípides, 7, 49, 50, 98, 101, 133, 134, 349, 352- 354, 392, 471, 456, 494. Eusebio, José, 264. Evans, 337. Fachmann, Vladímir de, 441.
536
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Fairfax, Marion, 412. Faraday, Celia, 124, 125. Faría y Sousa Manuel de, 24. Farinelli, 41, 172, Farrar, Geraldina, 496. Farrar, Geraldini, 420, 484, 490, 496. Faulconbridge, Bastardo, 101, 102. Fay, Maude, 489. Feith, R., 313. Felipe III, 321. Felix, Hugo, 491 Fenwick, Irene, 499. Ferini, 459. Fernández Cabrera, Manuel, 7, 309. Fernández de Navarrete, Juan, 317. Fernández Espiro, Diego, 282. Fernández, Juan, 104, 105, 307. Fernández Guerra Luis, 42, Fernando, Rey el Catolico, 364, 365. Ferrari-Montana, Eduardo, 411. Ferrero, 283. Festoyer, Madame, 514. Finck, Henry T., 381, 382, 469, 495, 497. Fish, 279. Fisher, Whittem Dr. Arthur, 174. Fiske, Gertrude, 392, 393, 399 Fitch, Clyde, 391. Fitz-Gerald, 46, 173, 175, 260. Fitziu Anna, 368, 380, 381, 476, 487. Fitzmaurice-Kelly James, 172, 264. Flandrau, C. M., 338. Flaubert, 84 Fleming, Jenkins, 326. Fleming, Noves Florence, 239. Flint, H. M., 330. Flonzaley, Cuarteto, 434. Florence, Lucius, 399. Flotow, Marta de, 444, 447 Forbes, Robertson, 100, 387. Ford, Jeremiah D. M., 173, 174, 260. Forest, Brush George De, 145, 148, 404. Forton, 18. Fosdick, W.W., 337. Foster, Ben, 449. Foster, J. W., 330. Foulché-Delbosc, 172, 334. Fox, 168. France, Anatole, 5, 40, 83, 84, 85. Frances, Alda, 417, 431, 444, 448, 453, 459, 460, 477. della Francesca, Piero, 314. Francis, Thompson, 64, 296.
Franck, Cesar, 414, 435, 490, 497. Frank, Maudel, 411. Franzén-Swedelius, Bernard, 176, Frederick, Delius, 434. Free, Sir Herbert Beerbohn, 503. Fremstad, Olive, 420,475. Friedberg, Carl, 417. Friedman, Arnold, 397. Friedrich, Prinz Eitel, 412. Frohroan, Daniel, 503. Frost, Robert, 64, 65, 168, 349. Funston, 78. Gabrilowitsch, Ossip, 426, 447, 491, 504. Gadski, Johanna, 410,413,469,472,477,485. Gainsboroughs, 180. Galatea, 6, 177, 178. Galileo, 153. Galindo, Beatriz, 365. Galitzki, 458. Gallego, Juan Nicasio, 22, 23. Galli, Rosina, 380, 459. Gallinger, 155. Galsworthy, John, 70, 286, 355. Galván, Manuel de J., 331. Gamarra, P., 342. Gándara, Francisco, 524. Ganivet, Ángel, 116. García Calderón, Ventura, 24, 34. García Calderón, Francisco, 72, 342. García Enseñat, Ezequiel, 359. García Escobar, Rafael, 514. García Godoy, Federico, 362. García Icazbalceta, 172. García Méron, Martín, 282, 283. Garcilaso, Inca, 23, 35. Gardiner, Cushing Howard, 180. Gardner, Sygans, 450. Garfield, 110. Garland, Hamlin, 62. Garrett, Underhill John, 176. Garrick, Yvonne, 500. Gaspard, Leon, 462. Gaston, La Touche, 466. Gaudens, Annetta Sr., 399. Gauguin, 466. Gaultier Jules de, 7, 477. Gavidia, Francisco, 384. Gay, María, 404, 405, 411, 420, 423. Gayangos, 39. Geddes, Jr Profesor James, 176. Gene, Madame Sans, 490, 496.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Gerstenberg, Alice, 427. Ghirlandajo, 314. Gil Vicente, 42. Gil, Blas, 70. Gil, Enrique, 350. Gil, Imón, 370. Gilette William, 326. Gilmore Alien Clifford, 175. Giordano, 490, 496. Giorgione, 66, 315, 466. Giotto, 314. Giovanbattista Gelli, 352. Giovanni, Martinelli Giovanni, 368, 380. Glackers, William, 462. Gladstone, 229. Glazunof, 98, 434, 458, 483, 494. Glinka, 377. Glück, 47, 404, 410, 411, 417, 419, 426, 441, 480, 483. Godbey, E. W., 214. Godowski, Leopold, 405, 406, 425, 441, 444. Goethals, 91, 288. Goethe, Johann v., 83, 130, 153, 343, 385. Gogorza, Emilio de, 380, 417, 423, . Goldberg, Isaac, 281, 282, 283, 284. Goldman, 430. Goldmark, 414, 475. Goldsmith, Peter H., 275, 394. Goldthwaite Anna, 399, 408 Goldthwaite Anne, 408. Golovine, 470 Gómez Carrillo, Enrique, 277, 384. Gómez de Avellaneda, Gertrudis, 21, 22, 25, 37, 73. Gomez Graça Aranha Carlos, 283. Góngora, Luis de, 23, 384. Goñi, Cristeta, 453. González Fiol, Enrique, 514. González Martínez, Enrique, 18, 19, 20, 33, 290, 384. González Prada, Manuel, 362. González, Fernán, 173, González, Manuel M., 290. González, Pedro A., 283. Gooch E. F., 329. Goodhue B., 358, 489. Goodloe, A. Carter, 338. Goodman, Edward, 400, 427. Goodman, Jules Eckert, 444, 474. Goodson, Katharine, 441, 454, 462. Goritz, Otto, 460, 464, 477. Görlitz, Urlus, 437.
537
Gottchalk, 501. Gounod, Charles, 405. Gourmont, Rémy de, 291, 367. Goya, Francisco, 347, 348, 368, 369, 378, 417, 429, 450, 462, 485, 489, 508. Gozzoli, Benozzo, 314, 429. Grabo, George, 394. Grace, George, 393, 427, 454. Grace, Hanks Emily, 399. Gracián, 39, 42, 43, 387. Graham, Balfour, 327. Graham, Taber Ralph, 355. Grainger Percy, 379, 409, 414, 434, 441, 454, 455, 497. Grammaticus Saxo, 100. Granados, Enrique, 12, 368, 377-383, 417, 423, 441, 452, 455, 462, 468, 469, 472, 476, 481, 482, 484, 487, 488, 493, 500, 522-529. Graner, Luis, 474. Grannger, Perey, 430, Granville, Parker, 286, 355. Gray, 31, 169. Grayeure, Louis, 454. Greco, 318, 347, 348, 398, 439, 466, 485, 489. Greet Ben, 100, 402 Gregory, Lady, 286, 355, 456. Grenville, Vernon, 383. Grétry, 425. Grey, Sir Edward, 183, 285. Grez, Vicente, 284. Grieg, Edvard, 378, 425, 441. Griswold, Morley Sylvanus, 176. Grivelli Carlos, 315. Groylez, 441. Guardia, Mariano, 512. Guido Spano, Carlos 282. Guilbert, Yvette, 442, 451, 452. Guildford, 395. Gunn Ben, 474. Gurney Edmund, 474. Gus Mager, 403, 486. Gutiérrez Nájera, Manuel, 18, 32, 265, 362. Haan, Fonger de, 177. Haden, 429. Haeckel, 154. Haendel, 415, 418, 434, 435, 440, 454. Haggard, Rider, 336, 337, Hahn, Reynaldo, 423. Hahnemann, 128. Hale, Philip, 390. Hall, Grandgent Charles, 175.
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ÍNDICE ONOMÁSTICO
Hall, H.R., 349. Hall, Leslie, 463. Hamilton, Clayton, 326. Hamilton, Eyfe, 330. Hamilton, Wright Mabie, 169. Hamlin, Garland, 62. Hammerstein, 349. Hampton, Moore J., 287, 288. Hankin, St. John, 286, 355. Hanks, Emily Grace, 399. Hanssen, 173. Hardy, Thomas, 28. Harpignis, 404. Harrington, Mrs., 239. Harris, George, 454. Harrison, Beatrice, 415, 475. Hartel, 482. Hassam, Childe, 429, 457, 461, 485. Hauptmann, Gerhart, 130, 392, 394, 448. Havelock, Ellis, 264, 327. Havemeyer, Mrs., 239. Haweis, Stephen, 433. Hawthorne, Charls W., 461. Hay, John, 174, 287, 288, 349. Haydn, 417, 424, 434, 435, 451, 454, 482, 494. Hayley, Lever, 416, 486. Hays, Hammond John, 287, 288. Hécuba, 49, 50, 101, 352. Heder, 97. Heidelsen, Harry J., 253. Heltai, Eugen, 412. Hempel, Frieda, 419, 431, 437, 443, 444, 447, 448, 455, 460, 464, 469, 472, 481. Henderson, William J., 381, 382, 434, 480. Henry, Mills Alden, 148, 349, 430, 461. Herbert, Tryer, 480. Herbert, Victor, 409. Heredia, 23, 37, 174, 263, 264, 275 Heredia, José María, 312. Heredia, Nicolás, 23, 362. Herman, Heijermans, 312. Hermann y Dorotea, 41. Hermosilla, 25, 22, 41. Heródoto, 171, 324. Herrera y Reissig, Julio, 362. Herrera, Francisco, 319. Herrick, Robert, 31, 122.338. Hertz, Idos, 431. Hertz, Alfred, 59, 432, 436, 460, 463. Herz, Ralph, 456. Hidalgo y Costilla, Miguel, 336. Hills, Elijah Clarence, 174, 176, 263, 264.
Hipócrates, 98. Hipólito, 98. Hirst W. A., 328. Hobson, 107, 108. Hoffding, 281. Hofmann, Gertrude, 46. Hofmann, Josef, 473, 490, 500. Hogarth, 181. Holbein, Hans, 315. Hollar, 429. Holmes, C. J., 174, 224, 422. Homer, Louise, 473, 489, 496 Homer, Sidney, 417. Homer, Winslow, 387, 408. Hopkins, Charles, 474. Hopkins, Johns, 176, 314. Hopkinson F., 329. Horacio, 18, 26, 41. Horacio, Parker, 417. Houlahan, Kathleen, 409. House, Ralph Emerson, 176. Howe, P. P., 285, 286, 287. Howells, William D., 62, 64, 157, 174, 249, 272. Hrotswitha, 134. Hubay Jeno, 414. Hubert, Howe Bancroft, 324, 325, 330. Hudson, Churchman Philip, 176. Huemac II, 324. Huerta, Victoriano, 520. Hughes, 169. Humboldt, 359. Hume, David, 269. Humperpinck, 452. Huneker, 48. Huneker, James, 150, 478, 487. Hunter, Harrison, 499. Huntington, Archer Millington, 173, 331, 381. Huntington, Wright Willard, 478. Hur, Ben, 337. Hutcheson, Ernest, 441, 473, 481. Hutchins, Will, 353. Hyat, Verrill Alpheus, 300, 305. Hylas, 292. Ibsen, Henrik, 51, 133, 286, 346, 392, 394, 395, 402, 456. Icaza, Francisco A. de, 173. Icazbalceta García, 173. Ignacio, San, 25. Ihering, 211. Imbert, Louis, 176.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Ingraham, J. H. 337. Indy, Vincent d’, 409, 417. Irving Sir Henry, 100, 326, 393, 405. Irving, Washington, 174, 405. Isaacs, Jorge, 283. Isabel la Católica 243, 364. Israels, Josef, 422. Istmo, 287, 288. Ixión, 321. Jaccia, Agide, 405. Jaccia, Maestro, 411. Jacobsen, 103, 105. James, Henry, 272, 273, 326, 327. James, William, 16, 126, 156, 272, 343, 346. Jammes, Francis, 51. Janis, Elsie, 396. Janvier, Thomas A., 329, 336. Jaroslavna, 458, 459. Jean-Christophe, 84. Jellinek, 211. Jerome, 192. Jerome, Jerome K., 72. Job, 134. Joern Karl, 483. Johansen, 399. Johnson Mary, 392. Jones, Henry Arthur, 286, 326, 427, 456. Jongh, Clement de, 422. Jongkind, 422. Josel, Levitt, 462. Joseph, William, 287. Joyce, Kilmer, 54, 62, 284, 331. Juan II Don, 364. Juan sin Tierra, 100. Juan, El Rey, 100, 101. Juanes, Vicente, 318. Julio César, 100, 138, 287, 400. Juon, Paul, 497. Juvenal, 137. Kahminof, 479. Kainer, Ludwig, 445. Kaiser, Guillermo, 249. Kalevala, 116, 117, 118, 445. Kaliminof, 479. Karasz Ilonka, 397. Karg-Elert, 447. Karsavina, Tamar, 341. Keats, 27, 28, 29, 31, 64, 66. Kefer, Paul, 452. Keith, John M., 512.
539
Kempeneer, Peter de, 316, 318. Kennerley, Mitchell, 291. Key, Ellen, 281. Khayyam, Omar, 46. Kilmer, Joyce, 54, 62, 284, 331. Kinney, Margaret, 339, 340, 341. Kinney, Troy, 339, 340, 341. Kipling, Rudyard, 31, 51, 311, 312. Kirkham, S. D., 330. Klinger, 429. Knapp, Harry S., 288. Kneisel, Frank, 418. Knoedler, 403, 449, 466. Korngold, Eric, 442. Kovarid, José, 440. Kramer, Walter, 409. Krehbiel, H. E., 381, 469, . Kreisler, Fritz, 379, 409, 413, 414, 424, 440, 447, 451, 454, 462, 483, 493, 495, 496, 504. Kriehn, George, 314. Kuersteiner, Albert Frederick, 175. Kuper, Emil, 405. Kurt, Melaine, 431, 434, 443, 447, 459. Kyd, Thomas, 456. La Touche, 466. Laffitte, 526. Laforgue, 19. Lagerloff, Selma, 281. Lagos, Luis, 514. Laldabaoth, 85. Lalo, Edouard, 435, 440, 451. Lamarche, José, 521. Lamarck, 153, 154. Lammermoor, Lucia di, 469, 471, 472, 477, 484, 485, 490. Lane, Secretario, 511. Lang, Andrew, 30. Langdon, Mitchell, 393, 394, 427. Lansing, Mr. Richard, 104, 519. Lapeyrete, Ketty, 526. Larionof, 470. Lascuráin, Pedro, 518. Lawrences, 181. Lawson, Ernest, 461, 486. Le Claier el viejo, 446. Le Clair, 441. Le Galliene, Richard, 64. Le Tellier, 449. Leal Castro, 290, 333. Lear, 100, 299. Lee Masters, Edgar, 64, 349.
540
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Lee, Geraldine, 149. Lee, Simonsen, 403. Legros, Alphonse, 403, 429 Lehar, Franz, 401, 412. Lehmann Lilli,, 443. Leken, Guillaume, 491 Lennox, Patrick J., 287. León de la Barra, Francisco, 518. León, Fray Luis de, 23, 25, 331, 342, 348. Leonar, Willey, 474. Leonard, Thomas, 238. Leoncavalo, 452. Leonide Massine, 470. Lepere, 429. Lerma, Conde de, 321. Lesseps, M. de, 288. Lessing, 40, 41, 393. Levi, Julian Clarence, 489. Levitt, Josel, 462. Lewandowski, Maurice, 328. Lhevinne, 441 Liebling, Leonard, 487. Ligdamo, 518. Lilas, Piastia, 474. Lima, Augusto de, 283. Lima, Olivera, 283. Limantour, 517. Lindsay, Vachel, 53, 64, 65. Link Adolf, 448. Lippi, Fra Filippo, 314. Liszt, Franz, 378, 406, 413, 418, 425, 430, 434, 440, 441, 446, 482, 497, 503. Livingston, 176. Llobet Miguel, 481, 504. Llorente Vicente, Manuel, 290. Locatelli, 406. Locke, 128, 342. Loesser, Arthur, 409. Logan, Gwendolyn, 46. Loiseaux, Louis Auguste, 176. Long, John, 474. Longfellow, 30, 174, 337, 363, 518. Lopes de Almeida, Julia, 283. López, Luis Carlos, 349. Lopókova, Lydia, 46, 341, 428, 469, 506. Lorena, Claudio, 320. Lorenzo el Magnífico, 314. Lothrop, Soddard Mr. T., 273. Lotto, Lorenzo, 315. Louverture, Toussaint, 273. Lovelace, 31. Loveyo, 324.
Lowell, Amy, 64, 65, 174, 337. Loyola, Ignacio de, 315. Luca, Giussepe de, 368. Lucien, Simon, 465, 466. Lugones ,Leopoldo, 80, 282. Luis XI, 364. Lumholtz, Carl, 330. Lummins, C. F., 330. Luquiens Frederick, Bliss, 259. Lussan, Zélie de, 421. Lyle, Eugene 338. Lyne, Felice, 404, 405, 411. Maarten, Martens, 310, 311, 312. Mac Kaye, Percy, 52, 53, 240, 331, 401. MacArthur, Arthur F., 288. Macaulay, 101, 112. Macbeth, 100, 392, 399, 416, 449. MacDowell, Edward, 409, 410, 413, 430. Macedo, Pablo, 235. Macedonio Espinosa, Aurelio, 176. Machado de Assís, Joaquín, 283. MacHugh, R. J., 330. MacKaye, Percy, 52, 53, 240, 331, 401. MacKinley, 122. MacLane, Jean, 399. Maclezova, Xenia, 470. Mac-Mahon, A. P., 336. Macmillan, 355. MacMillen, Francis, 440. Madeiros, José de, 283. Madero, 321, 325. Madriguera, Paquita, 500. Mae Miller, Francis, 447. Maeterlink, 130, 281, 283, 418. Magallanes, 283. Mager, Gus, 403, 486. Maggie, 405. Mahler, Gustav, 59, 436, 437, 455, 476, 490. Maier, 491. Major, Charles, 391. Malatesta, Pompilio, 437. Mallarmé, 19. Man Ray, Halpert Samuel, 403, 486. Mañas, Vicente, 424. Manasief, Volga de, 434. Mancini, 465. Manet, 149, 181, 466. Mann, 107, 119, 120. Mannes, Clara, 406, 440, 441. Mannes, David, 406, 440, 441. Manon, 444, 448, 452, 459, 460, 469, 473, 477.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Mansfield, Richard, 100. Mantegna, Andrea, 314. Mantell, Robert B., 100, 101. Mantelli, Eugenia, 426. Mantua, Duque de, 484. Marden, Carroll, 174, 175, 176, 260. Mardones, José, 405, 411, 420, 423. Margarita de Navarra, 243, 364, 365. Mariana, P., 42. Maris, 422. Mariscal, Federico E., 160, 357, 358, 359. Marivaux, 99. Markham, Edwin, 64. Marlowe, Julia, 391, 395. Mármol, José, 283. Marsias, 321. Martha, Walter, 399. Martin, Loeffler Charles, 418, 425, 497, Martin, Ricardo, 404. Martinelli, Giovanni, 368, 380, 431, 444. Martínez, Alberto B., 328. Martínez, Luis, 514. Martzenauer, Margarete, 427, 431. Marx, Karl, 129. Masaccio, 314. Masaniello, 404, Mascagni, Pietro, 382, 452, 476. Masefield, John, 29, 51, 102. Masolino, 314. Mason, Daniel Gregory, 124, 391, 475, 476. Massenet, 444, 448, 452, 453. Massys, Quentin, 316, 317. Masters, Edgar Lee, 64, 65, 349. Maturin, W. Dalton. E., 336. Matzenauer, 437, 443, 455, 472, 476, 496. Mauclair, Camille, 84. Maurer, Alfred, 403. Maurice, Arthur B., 148, 327. Mawr, Bryn, 177. Maxim, Sir. Hiram S., 288. Maximiliano, 330, 337, 338. Maxwell, Lawerence, 222. May, Edna, 503. Maynell, Alice, 19. Mazarino, 449. Mc Namara, Marguerite, 401. McAdoo, Secretario, 110, 511, 512. McCormack, John, 417, 481. McKim, 192. McKnight, Dodge, 179. Melba, 410, 414, 418, 471. Melcher, Gari, 149.
541
Memling, 315. Ménard, René, 466. Mendelssohn, Felix, 440, 490, 503. Menelao, 50, 400, 401. Menéndez Pidal, Ramón, 39, 333, 334. Menéndez y Pelayo, Marcelino, 24, 35, 40, 4143, 173, 264, 384, 518. Meredith, George, 32, 101, 273. Merimée, Prosper, 420. Merö, Yolanda, 481. Meryon, 429. Metcalfe, Susan, 462, 494. Mexía de Fernangil, Diego, 34. Meynell, Alice, 7, 151, 181, 295-299. Miall, Bernard, 328. Middleton, Manigault, 486. Middleton, Richard, 7, 291, 292, 293, 294. Miguel, San, 323. Milá y Fontanals, Manuel, 39. Mill, John Stuart, 343. Millet, 429. Milne David B., 398. Milton, 29, 30, 31, 353. Minué, 97, 424, 475. Mira de Mescua 174. Mitchell, Langdon, 238, 393, 394, 427. Mitre, Bartolomé, 282, 489. Miura, Tamaki, 404, 420. Modjeska, Helena, 392. Moeller, Philip, 400. Moffett, 338. Moliere, 286, 287. Molina, Amalia, 508. Monet, 457, 466. Monroe, 80, 81, 86, 90, 104, 269, 270, 361. Monroe, Harriet, 64. Monsigny, 417. Montalvo, Juan, 282, 362. Montemezzi, 404, 411. Montenegro, Roberto, 445. Montesquiou, Robert de, 28, 121. Monteverdi, Claudio, 483. Moor, Emanuel, 430, 494. Mora, E. Luis, 462. Mora, Felipe de, 514. Morales, Luis de, 316. Moranzoni, Roberto, 405, 411. Mordkin, Bolm, 341. Morel-Fatio, 173. Morgan, 162, 390. Morley, 174, 176, 264. Morris Moslarsky, 462.
542
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Morris, William, 145, 244. Mott, Osborne Mr. Thomas, 205, 206, 207, 228. Mottl, 59, 436. Mottl, Felix, 59, 436. Mountford, Mme., 133. Moure, 283. Mozart, Wolfgang A., 60, 410, 413, 418, 419, 424, 426, 435, 436, 437, 440, 444, 447, 452, 454, 459, 463, 469, 473, 476, 477, 480, 483, 484, 490, 494. Muck, Karl , 418, 436, 439, 482. Müller, Otfried, 137. Munroe, Kirk, 336. Munthe, 172, 173. Murfree, Miss, 169. Murray, A. Potter, 176. Murray, Gilbert, 49, 134, 349, 352, 353. Musset, 180, 331, 428. Mussorgski, 377, 427, 431, 444, 448, 452, 457, 458, 460, 469, 472, 484. Muther, Richard, 314, 315, 318, 320. Myers, Jerome, 399, 486. Nachwinexi Hendrik, 422. Nanteuil Robert, 449. Naón, 88, 182 Narciso, 47, 292. Nazimova, Alla, 392. Nazimova, Madame, 503. Nerón, 355. Nervo, Amado, 18, 33, 290. Newbolt, Henry, 349. Newton, 153. Nietzsche, Friedrich, 15, 38, 143, 241, 343, 346, 377, 420. Nightingale, Florence, 65, 239. Nijinski, 99, 341, 345, 505, 506. Nikish, 436. Noailles Madame de, 51. Nobel, 281. Noel, Marie, 399. Noll, A. H., 336. Norman, Angell, 268, 275. Novaes, Guiomar, 424, 425, 497. Novelli, 100. Núñez de Arce, 70. Núñez de Balboa, 288. Núñez, Juan, 316. Ober, Margarete, 431, 437, 444, 448, 476
Ober, Frederik A., 337. Oberhoffer, Emil, 491 Oberón, 419. Obligado, Rafael, 282. Olegario, Andrade, 263, 282 Oliveira-Lima, Manuel de, 174, 222. Olmedo, 23. Olney, 279. Orbe, Gabriel del, 409, 413, 414, 424, 435, 447. Orgaz, Conde de, 318. Ormsley, Robert, 406. Ornstein, Leo, 442. Orrego, Luco Luis, 284. Ortega Munilla, José, 514. Ortega y Gasset, José, 116. Ortíz, Luis G., 290. Osborne Alcaide, Thomas, 205, 206, 207, 228. Othón, Manuel José, 18, 290. Overton, Jacqueline M., 327. Ovidio, 34, 174. Pach, Walter, 398. Pacheco, 319. Paderewski, Ignaz, 409, 424, 441, 483, 490, 495, 496, 500. Paesiello, 410. Paganini, 435. Pagaza, Joaquín Arcadio, 290. Paisiello, 483. Palas Atenea, 20, 46, 47, 97. Palavicini, 309. Pankhurst, Chrystabel, 244. Pantoja de la Cruz, Juan, 317. Paquiro, 368, 369, 371, 372, 373, 374, 375, 376. Paravicino de Arteaga, Fr. Hortensio Félix 318. Parellada, Pablo, 514. Parker, Horacio, 355, 417. Parker, Robert, 415. Parlow, Kathlen, 481. Parma, 320. Parsons Bourland, Benjamín, 176. Parsons, Ethel M., 399. Pasquale, 431. Pater, Walter, 40. Patton, Jefferys, 395. Paur, Emil, 436. Paure, Raymond, 500 Pavlova, Anna, 46, 98, 99, 341, 404, 405, 411, 419, 463. Payró, Roberto, 282. Pearson, Samuel Hale, 512.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Pécuchet, 84. Pedrell, Felipe, 377,439. Pedro, San, 319. Peixotto, Ernest, 62. Pelele, 369, 370, 371, 378, 468, 487, 508. Peña, Ministro del Uruguay, 89. Pennell, Joseph, 423, 429, 474. Pepa, La, 368, 372, 373, 374, 375, 376, 378, 380, 485. Peralta Barnuevo, Pedro de, 35. Peralta, Filis, 424, 426. Peralta, Phyllis, 404, 411. Pérez de Oliva, Hernán, 352. Pérez Galdós, Benito, 42. Pérez Triana, Santiago, 361, 512. Pérez, José Joaquín, 265. Perini, Flora, 368, 380. Periquet, Fernando, 368, 369, 380, 381, 382. Perott, Joseph de, 177. Perry, Bliss, 349. Perugino, 315. Peterson, Mary, 490. Petrarca, Francesco, 15, 26, 169. Peynado, Francisco J., 289, 512, 521. Phelan, Mr. James M., 135. Philip, Andrews Capitán, 287, 288. Phillips, Stephen, 7, 349, 355, 356. Phillips, Wendell, 273, Picabia, 439, 457, 465, 479. Picasso, 439, 445, 450, 479. Pichardo, 266, 351. Pierrot, 347, 435. Piers, Roberto de, 500. Pietsch, Karl, 176. Pigmalión, 6, 178, 179. Píndaro, 98, 352. Pinero, Sir Arthur, 285, 326. Pinkerton, Kate, 404. Pinturicchio, 315. Piranesi, 423. Pisanello, 314. Pisarro, 466. Place, Irving, 100, 174, 393. Plaskovietzka, 419. Platón, 52, 98. Plunket, Irene L., 364. Poe, Edgar, 30, 174, 332, 403. Polacco, Giorgio, 380, 427, 431, 453, 459, 484. Polichinela, 444. Policleto, 98. Polinice, 115. Pollajuolo, 314.
543
Pollock, Alice Leal, 499. Pombo, Rafael, 30. Ponce, Manuel M., 300, 333, 335. Ponce, Manuel M., 501. Poncet, Carolina, 380. Poole, 349. Pope, Louise, 399. Popoff, Müller Olga, 399. Portici, 404, 405, 410, 419. Potthast, Edwards H., 449. Pousany, Lord, 456. Poussin, 320. Powell, John, 483, 409, 430, 504. Prendergast, Maurice, 148, 462, 486. Prescott, William Hickling, 174, 329, 364. Preston, James, 397, 403. Price, 181. Prometeo, 321. Propercio, 518. Puccini, Giacomo, 404, 431, 448, 452, 459, 460, 469, 473, 477. Pulitzer, Joseph, 312. Quevedo, Francisco, 23, 24, 173, 384. Quiñones, Alfonso, 512. Quintana, 23, 25. Quintero, Emilia, 435, 442, 463, 473. Quinton, René, 154. Rabasa, Emilio, 121, 208, 447. Rabinoff, 410. Rachmaninoff, Sergei, 482, 491, 501. Rameau, J-P., 414, 435. Ramsey, 263. Randal, Davey, 397, 416. Rann, Kennedy Charle, 349. Rappold, Marie, 431, 444, 476. Ravel, Maurice, 405, 417, 425, 442, 446, 480, 497. Ravogli, Giulia, 421. Rebolledo, Efrén, 290. Red, Gap, 456. Redfield, 148, 461. Reger, Max, 490. Regnier, Henri de, 19, 410, 445. Rehan, Ada, 148. Reicher, Emanuel, 393, 394, 395, 428, 448. Reid, Mayne, 337. Reiffel, Charles, 148. Reiss, 460, 464, 477. Reittel, Charle, 461. Rembrandt, 422, 423, 429.
544
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Renán, 128, 130, 153, 170. Renier, Nooms, 422. Rennert, Hugo Albert, 175, 176, 260. Renoir, August, 457, 466, 485. Reszke, Ido Jean de, 443. Revalles, Fora, 470. Revilla, Manuel G., 160, 358. Reyes, Alfonso, 2, 20, 33, 172, 290. Reynolds, 181, 461, Rheims, Arzobispo de, 449. Ribalta, Francisco de, 318, 320, 321. Ribemont, 479. Ribera, 319, 320, 321, 322. Ribot, 320. Ricardo, David, 77. Rice Anne Estelle, 399. Rice John P., 62. Riley, 207. Rimski-Korsakof, 430, 434, 458, 482. Rincón, Antonio del, 316. Rincones, Pedro Rafael, 512. Ríos, Amador de los 39, 42. Ritschel, William, 449. Riva Agüero, José de la, 5, 34, 35, 172. Rivas, Ángel César, 79, 217, 331. Rivera, Agustín, 342. Rivera, Diego M., 439, 445, 479. Rivera, Nicolás, 442, 451, 514. Robbia Luca della, 48. Robert Henri, 390, 485. Robert, Franz, 413. Robert, Henri, 390, 485. Robinson, Albert, G., 196, 360. Robinson, Edwin A., 64, 65. Rochefoucauld, François La, 125, 387. Rockefeller, 162. Rocuant, Miguel Luis, 283. Rodenbach, 19. Rodó, José Enrique, 282, 384. Rodríguez Díaz, Manuel, 282, 362 Roeder, Ralph, 331, 401, 428. Roelas, Juan de las, 319, 321. Roentgen, 281. Rogers H., 417. Roggiano, Alfredo A., 58, 99, 124, 141, 166, 344. Rojas, Ricardo, 282. Roll, Alfred Philippe, 403. Romain, Rolland, 84, 166. Romañach, Mario, 350. Rombauer, Juez, 223. Romeo, 100, 392, 425, 437, 440.
Romera Navarro, Manuel, 331. Romero, Macario, 335. Romero, Silvio, 282. Romneys, 181. Roos, 422. Roosevelt, Kermit, 62, 63, 66, 74, 86, 110, 119, 122, 140, 157, 158, 168, 221, 249, 279, 283, 288. Root, Elihu, 209, 218, 251. Ropartz, Gui, 417. Rosa, Leopoldo de la, 333. Rosemann, Lang Henry, 176. Rosenthal, Moritz, 441. Rosina, 437, 477, 483. Rosita, 181. Rossetti, Dante Gabriel, 31. Rossetti, Christina, 22. Rossini, 431, 437, 452, 472, 477, 483, 484. Rothier, Leon, 431, 444, 455, 484. Rousseau, Jean Jacques, 425, 452. Roussellet, Raul, 514. Rozo María, 420. Rubinstein, 501. Rufino, José Cuervo, 173. Rungius, Carl, 449. Rust, 409. Ruysdael, 431, 437, 477. Saavedra, Héctor de, 309. Saboya, Duquesa de, 449. Sachs, Hans, 460, 464. Saint-Albans Khyva, 437. Saint-Denis, Ruth, 463. Sainte-Beuve, 22, 39. Saint-Saëns, 414, 426, 431, 452, 454, 473, 475, 480, 491, 494, 497. Saintsbury, Mr., 39, 41. Salado Álvarez, Victoriano, 336. Salado, Minerva, 103. Salzedo, Carlos, 452. San Martín, 265, 403, Sánchez Galarraga, Gustavo, 350, 351. Sánchez Ocaña, Víctor, 512. Sancho, 42, 387, 388, 482. Sand, George, 134. Sandburg, Carl, 64, 65. Sanguily, 22, 350. Sansón, 426, 430, 431, 452, 455, 496. Santayana, George, 64. Santos Chocano, José, 331. Santuzza, 443. Sanzio, Rafael 315, 316, 317, 318, 319.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Sarasate, 409, 410, 414. Sargent, 148, 149, 404, 408, 461, 465. Saroja Bianca, 405. Saslavski, Alexander, 491. Saumell, Rafael, 503. Savage, Henry, 291. Savigny, 211. Sawyer, Antonia, 454, 500. Sazonoff, 183. Scarborough, George, 491 Scarlatti, Alessandro, 483. Scarlatti, Domenico, 426, 463, 487, 488. Scheffauer, Herman, 396. Schelling, Ernest, 380, 423, 462, 482, , . Schevill, Rudolph, 39, 174, 175, 176, 260. Schleiermacher, 345. Schmid, Adolpf, 405. Schmidt, Johann, 412. Schmit, Lucien, 491. Schmitt, Florent, 480. Schneider, Otto H., 449. Schoenberg, Arnold, 60, 425, 456, 480, 490, 491. Schopenhauer, 343, 345. Schubert, Franz, 47, 413, 415, 433, 434, 440, 441, 451, 462, 475, 497. Schulz, Leo, 440, 475. Schumann, Robert, 410, 413, 414, 415, 418, 425, 441, 447, 454, 463, 476, 485, 496, 506. Schurz, Carl, 223, 312. Scollard, Clinton, 29. Scott, Cyril, 417, 442. Scott, Henri, 431. Scott, Nearing, 202, 203 Scott, Walter, 30, 169. Scotti, Antonio, 431. Scotto, 437. Scudder Janet, 399. Seagle Oscar, 483. Seghers, 429. Segurola, Andrés Perelló de, 423, 431, 444, 459. Sehelling, Ernest, 462. Seidl, Antón, 59, 60, 436, 489. Seimbert, 447. Selgas, 350. Selva, Salomón de la, 5, 7, 55, 56, 61, 62, 63, 64, 65, 66, 261, 264, 265, 331. Sembach, 437, 447, 460, 464, 477. Sembrich, 414, 418, 437, 447. Sembrich, Marcella, 414, 418, 447, 471. Setti, Giulio, 380, 459.
545
Shaemas O'Sheel, 54. Shakespeare William, 29, 492. Shaw, Anna, 133, 239. Shaw, Bernard, 7, 91, 101, 130, 144, 149, 177, 178, 245, 285, 286, 287, 288, 289, 355, 394, 400, 420, 448. Shaw, Dale, 148. Sheffield, 259. Shelley, Percy B., 29, 30, 31, 64, 98, 130, 388. Shepard S., 222, 223, 224. Shepherd, William R., 176, 222, 262, 275. Sheridan, 124, 393, 394. Sherman, 412. Shonts, Theodore P., 288. Showalter, 287. Sibelius, Jean, 60, 117, 118, 378, 445, 446, 462. Sibley, Ferol, 462. Siena, Santa Catalina de, 316. Sienkiewicz, Henryk, 409. Sierra, Justo, 36, 290, 297, 330, 344, 518. Signac, Paul, 467. Signoretti, Luca, 314. Silva Víctor, Domingo, 283. Silva, 264, 283, 385. Simon, Lucien, 465, 466, 491. Simonsen, Lee, 403. Simonson, Earl, 331. Sisley, 466. Skinner, Oris, 456. Smetana, 478, 450, 476, 479. Smith David, Stanley, 440, 479. Smith, Adam, 77, 129. Smith, John, 412. Smith, Max, 383. Smith, Walter, George 212. Smollet, Capitán, 474. Smoot, 156. Sófocles, 48, 166, 167, 352, 353, 402. Solness, 286. Sorchan, Mrs., 239. Sorhern, E. H., 438. Sorolla, Joaquin, 465. Sothern, Edward H., 391, 395, 428, 438, Spaeth, Sigmund, 383, . Spalding, Albert, 426, 435, 473, 476, 480. Sparafucile, 484. Speicher, Eugene E., 397. Spencer, A. W., 227, 416. Spencer, Herbert, 153, 227, 343, 462. Spencer, Robert, 462. Speratti Piñeiro, Emma Susana, 103. Spilman, Mr. R.S., 200.
546
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Spohr, 497. Spontini, 483. Sprinchorn, Carl, 409. Staaff, Erik, 173. Stahlberg, 475. Stanchfield, Mr. John B., 195. Starr, F., 330. Stathers, Madison, 177. Steele, Zulma, 399. Steen, Jan, 422. Stella, Joseph, 397. Sterchi, Eda, 399. Sterling Márquez, 350. Sterne, Maurice, 398, 449. Sterner, Albert, 449. Stevens, John F., 288. Stevenson, 7, 64, 326, 327, 330, 444, 474. Stevenson, Robert Louis, 326. Stockmann, 286. Stojowski, Leopold, 425,441, 496. Stokes Frederick A., 339. Stokowski, Leopoldo, 491. Stone, Blackwell Alice, 290. Straight, Willard D., 398. Stransky, Josef, 410, 413, 424, 446, 450, 475, 479, 497. Strauss, Johann, 406, 419. Strauss, Richard, 6, 60, 117, 118, 412, 413, 418, 431, 433, 434, 436, 440, 446, 451, 452, 469, 475, 479, 482, 490, 494, 496, 497. Stravinski, Igor, 60, 435, 440, 441, 446, 468, 470. Strindberg, August, 491 Suárez Mújica, 89, 511. Suetonio, 137. Sullivan, Mr. James Mark, 74, 75, 76, 135. Sulpicia, 518. Summer, Maine Sir Henry, 224. Sunday, Reverendo “Billy”, 127, 137, 138. Sutro Alfred, 395, 438. Swan, Paul, 46. Swift, 84. Swinburne, 31, 353. Symos, Gardner, 461. Synge, 124, 286, 355, 456. Tagore, Rabindranath, 311, 312. Taltibio, 50. Tannahill, Mary H., 399. Tarkington Booth, 349. Tárrega, 504. Taylor, Hannis, 140.
Taylor, Tom, 438. Tchernicheva, Lubow, 470. Tennyson, 30, 385, 403. Teócrito, 98. Teresa, Santa, 52, 316, 348. Tetrazzi Luisa, 421, 471. Thackeray, William M., 311. Thaw, Harry K., 192, 193, 194, 195, 196. Thayer, Abbott H., 149, 349. Thoreau, Henry David, 408. Thurston A., 288. Tibulo, 518. Ticiano, 97, 315, 317, 478. Ticknor, 174. Tiepolo, 315. Tintoretto, 315, 317, 318, 319. Tirso, 24. Tolsá, 160, 357. Tolstoi, Leon, 83, 312, 345, 346, 402, 403. Torey Elliot, 461. Toribio Esquivel, Obregón D., 275. Toribio Medina, José, 173. Toro, Fermín, 95. Torri, Julio, 33. Toscanini, Arturo, 59, 431, 432, 460, 463. Toussaint, Manuel, 19, 290. Trebelli, 420. Tristán, Luis, 318. Tschakowski, 405, 479. Tucker, Allen, 397. Tudor, 175. Tuttle Edwin H., 177. Twain, Mark, 417. Tyler, Northup George, 177. Uccello, 479. Ulises, 355. Umphrey, 175, 176. Underhill, 175, 177. Urbach, Federico, 266, 309, 351. Urban Joseph, 411, 419. Urban, Joseph, 491 Urbina Luis G., 18, 20, 36, 290, 350. Urhus, 472. Urrutia, Duhle, 283. Usher, Roland G., 7, 268, 269, 270, 275, 279, 280, 362. Vachel, Lindsay, 53, 64. Valdés Bordas, 75. Valdés, Juan de, 39. Valdivia, Aniceto (Conde Kostia), 309.
ÍNDICE ONOMÁSTICO Valenzuela, Jesús E., 290. Valera, Juan, 43, 116, 264. Valverde Téllez, 342. van der Goes, Hugo, 314. van der Poorten, Schwartz J. M. M., 310. van der Velde, Willmen el joven, 422. van der Weyden, Roger, 314, 316. Van Dresser, Marcia, 475, 476. Van Dyck, 429. Van Dyke, Henry, 64. Van Eyck, Hubert, 314. Van Eyck, Jan, 314, 316. Van Gogh, Vincent, 433, 439, 479. Van Goyen, Jan, 422. Van Ostade, Aririaen, 422. Van Saanen, Algi M., 445. Van Uden, Lucan, 422. Van Vechten, Carl, 523. Van’s Gravesande, 422. Vannin, 442. Varesa, 481. Vargas, Luis de, 318. Varona, Enrique José, 5, 15, 16, 21, 23-25, 27, 143, 241, 285, 350. Vasari, 319. Vasconcelos, José, 125, 232, 237, 344. Vassar, Barnard, 239. Vázquez del Mercado 290. Vega, Lope de, 326, 448. Velásquez, Héctor, 512. Vélez de Guevara, Luis, 39, 42. Veracruz, Fray Alfonso de la, 342. Verdi, 405, 410, 426, 431, 452, 459, 484. Verhaeren, 281. Verissimo, José, 283. Verlaine, 83, 347, 385. Vermeer, Jan, 478.516. Vernon, Crenville, 381, 383. Verrier, James, 180. Vessella, Oreste, 491 Vicente González, Juan, 362. Vick, 75, 135. Victoria de Inglaterra, Reina, 249. Vicuña Cifuentes, Julio, 172, 333. Vidal, Paul, 473. Villa, Francisco, 519, 520. Villani, Luisa, 405, 411, 420. Villegas, Esteban Manuel de, 43. Villemin, M. Emile, 435, 442, 473. Vincent, Millay Edna St., 57, 65. Vinci, Leonardo da, 315. Vivaldi, Antonio, 414, 462.
547
Volinine, 98, 341, 411, 463. Volkmann, 475. Von Hofmannsthal Hugo, 395. Vries Hugo de, 154, 281. Vyant, Alexander U., 404. Wagner, Richard, 6, 59, 60, 83, 97, 165, 340, 377, 413, 425, 431, 436, 439, 440, 442-444, 446, 452, 453, 455, 458-460, 463, 464, 468, 472, 476, 477, 479, 482, 489. Waldleigh, Chandler Frank, 177. Walker, Horatio, 159, 408. Walkovitz, N., 486. Wallace, John F., 176, 288. Wallace, Lew, 337. Wallace, Umphrey George, 175, 176. Walpurgis, 405. Walsh, Thomas, 7, 62, 64, 331, 347, 348. Walter, W. Vick, 75. Walther, Charles H., 398. Waltrauta, 431. Ward, Stephens, 417. Warwich, George, 389. Washington, Booker T., 248, 249. Waterloo, Anton, 422. Watteau, 478. Weber, Carl Maria v., 117, 414, 419, 447, 450, 475, 497, 506. Webster, Ambrose, 148, 398. Weil, Hermann, 431, 437, 443, 460, 464, 477. Weill, Marta, 514. Weiman, Rita, 499. Weingartnen, Felix, 475. Weingartner, 436. Weir J. Alden, 148, 461. Weismann, August, 153, 154. Wellington, 32. Wharton, Edith, 70, 133, 272. Wheeler, Daniel E., 331. Whistler, 398, 408, 423, 429, 461. Whistler, Grace, 454. Whitaker, Herman, 338. White, Harvey, 441. White, Scalper, 337. White, Stanford, 176, 192, 195, 196, 334. Whitman, Walt, 53, 65, 408. Whitney, Harry Payne, 465. Whittier, 337. Wickersham, Crawford James Pyle, 175, 176, 260. Wieniawski, 414. Wigmore, John H., 222.
548
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Wilde, Oscar, 15, 28, 124, 285, 286, 392, 393, 394, 395. Wilde, Percival, 395. Willaerts, 422. Willard, Mary Ebatch, 504. Willeke, Willem, 405, 417. Wilson, Harry Leon, 456. Wilson, Woodrow, 511, 512, 520. Winslow, Homer, 397, 408, 465. Winter, N. O., 330. Winter, William, 100, 330. Winthrop, Mrs., 239 Wister, Owen, 349. Witek, 418. Wohlgemuth, 316. Wolf, Ferdinand, 173. Wolf, Hopper, 453. Wolf, Hugo, 42, 413, 434. Wolf, Marguerete, 481. Wood, Leonard, 288. Woodrow, Wilson, 93, 110, 157, 168, 169. Wordsworth, 19, 29, 31, 273, 348. Works, senador de California, 127, 128. Worth, 277. Wrexhall, 337. Wright, M. R., 169, 329, 478. Wright, Morgan Alice, 399. Wycherley, 394. Wynne, Mathison Edith, 239, 349. Wynrich, 314. Xenes, Nieves, 7, 263, 264, 265, 266, 267. Yaeger, 139, 302. Yandell Enid, 399. Yeats, 286,355,456. Young, Alfred, 492. Ysaye, Eugène, 493. Zapata, Emiliano, 520. Zarate, 43. Zárraga, Miguel de, 514. Zarska, Emma, 437, 476, Zayas, Marius de, 403, 439, 450, 478. Zeeman, 422, 429. Zena, Giovanni, 404. Zenatello, Giovanni, 405, 411, 420. Ziegfeld, Frolics, 411, 470. Zoellner, Cuarteto, 462. Zola, Emile, 420. Zorach, Margarete, 403. Zorach, William, 403, 433, 486.
Zorn, Anders, 429, 433, 465. Zorrilla, Juan, 23, 265, 350, 384. Zrska, Enma, 472. Zuloaga, Ignacio, 180, 398, 433, 462, 465, 508. Zurbarán, Francisco de, 317, 319, 320, 322, 323, 485, 489.
Esta es la primera edición del tomo 5, 1911-1920, II, de las OBRAS COMPLETAS DE PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA, compiladas y editadas por Miguel D. Mena. En su composición se utilizaron tipos Baramond: 16:11:10. Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2013 en los talleres gráficos de la Editora Búho, Santo Domingo, D. N., República Dominicana.