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Spanish Pages [729]
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Economia
PHILIP ARESTIS · MICHEL BEAUD · JOHN CAMERON JAMES A. CAPORASO · BARRY CLARK · KEN COLE G I L L E S D O S T A L E R · S T E P H E N P. D U N N · C H R I S EDWARDS · GEORGE R. FEIWEL · BERNHARD FELDERER · JOAN GARCÍA GONZÁLEZ · BERNARD G U E R R I E N · O . F.
HAMOUDA · G. C. HARCOURT
GEOFFREY M. HODGSON · STEFAN HOMBURG O S C A R L A N G E · M A R C L A V O I E · D A V I D P. L E V I N E ALAN MARIN · KARL MARX · RONALD L. MEEK JOSÉ MANUEL NAREDO · THOMAS I. PALLEY GEOFFREY PILLING · JOAN ROBINSON · CLAUDIO S A R D O N I · M A L C O M S AW Y E R · R I C H A R D S TA RT Z PAUL M. SWEEZY · THORSTEIN VEBLEN · BERNARD WA LT E R S · D AV I D Y O U N G
Seminario de Economía Crítica TAIFA Miren Etxezarreta (coord.)
Crítica a la economía ortodoxa
Servei de Publicacions
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Economia
Esta obra recoge una colección de artículos que plantean una revisión crítica de la economía convencional, la que es enseñada en las universidades y la utilizada en el mundo académico, en los negocios e incluso en la economía pública. Por cada escuela de pensamiento convencional se ha recogido una selección de textos de reconocidos economistas, pertenecientes a distintos ámbitos del pensamiento económico, que proporcionan una amplia visión crítica de la economía convencional, de sus limitaciones, exageraciones y carencias. Según las circunstancias sociales de cada momento, el pensamiento económico ha ido desarrollando unas u otras líneas de expresión. En la evolución de estas ideas han ido sobreviviendo las más afines con los intereses dominantes de cada época, mientras se iban marginando las menos acordes con aquéllos, hasta dar lugar a la conformación de un cuerpo de ideas y doctrinas que actualmente se conoce como la economía convencional, la economía ortodoxa o, simplemente, como economía, usurpando e ignorando con esta denominación cualquier otra forma de pensamiento económico. Todavía más, en las últimas tres décadas, sólo una de estas escuelas, la neoclásica, apoyada por los grandes intereses económicos del mundo, y por los no menos corporativos, como los académicos, se ha convertido aparentemente en el único paradigma riguroso, científico y políticamente válido; todo un espléndido ejercicio de pensamiento único. El objetivo de este libro es múltiple: en primer lugar, pretendemos poner de relieve el relativismo del pensamiento económico y cómo éste depende en cada época de los intereses económicos dominantes; en segundo lugar, estimular el conocimiento profundo de sus limitaciones; y en tercer lugar, y el más importante, estimular el estudio y la búsqueda de otras interpretaciones en el mundo de la economía, que sirvan de ayuda para la comprensión y transformación de esta sociedad. Asimismo, deseamos y esperamos que pueda servir de instrumento para muchos economistas y estudiantes de economía que, buscando una aproximación crítica a la economía convencional, no encuentran materiales adecuados para estudiarla.
ISBN 84-490-2384-X
Pedidos: [email protected]
MODELS I POLÍTIQUES DE FINANÇAMENT DE LA GENERALITAT
Seminario de Economía Crítica TAIFA Miren Etxezarreta (coord.)
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA Philip Arestis Michel Beaud John Cameron James A. Caporaso Barry Clark Ken Cole Gilles Dostaler Stephen P. Dunn Chris Edwards George R. Feiwel Bernhard Felderer Joan García González Bernard Guerrien O. F. Hamouda G. C. Harcourt Geoffrey M. Hodgson Stefan Homburg
Oscar Lange Marc Lavoie David P. Levine Alan Marin Karl Marx Ronald L. Meek José Manuel Naredo Thomas I. Palley Geoffrey Pilling Joan Robinson Claudio Sardoni Malcom Sawyer Richard Startz Paul M. Sweezy Thorstein Veblen Bernard Walters David Young
Universitat Autònoma de Barcelona Servei de Publicacions Bellaterra, 2004
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D A D E S C ATA L O G R À F I Q U E S R E C O M A N A D E S P E L S E RV E I D E B I B L I O T E Q U E S DE LA UNIVERSITAT AUTÒNOMA DE BARCELONA Crítica a la economía ortodoxa / Seminario de Economía Crítica TAIFA ; Miren Etxezarreta. — Bellaterra : Universitat Autònoma de Barcelona. Servei de Publicacions, 2004. — (Manuals de la Universitat Autònoma de Barcelona ; 40) ISBN 84-490-2384-X I. Etxezarreta, Miren. II. Seminario de Economía Crítica TAIFA. III. Col·lecció 1. Economia 2. Escola neoclàssica d’economia 330.1
Seminario de Economía Crítica TAIFA: Josep Manel Busqueta Joan García Alex Esteban Núria Pascual Joan Bautista Ferri Ramón Ribera Guillem Fernández Josep Sabater Coordinadora: Miren Etxezarreta Muchos otros compañeros y compañeras han participado parcialmente en este seminario y a ellos se debe también una parte del trabajo conjuntamente realizado; pero ante la dificultad de nombrar a todos sin olvidar a nadie, sólo se menciona a los miembros del seminario que han participado activamente en la preparación del trabajo para su presentación pública.
Edición: Universitat Autònoma de Barcelona Servei de Publicacions 08193 Bellaterra (Barcelona) Tel.: 93 581 10 22. Fax: 93 581 32 39 [email protected] http: //blues.uab.es/publicacions Composición: Medusa Impresión: Gramagraf c/ Corders, 22-28 08911 Badalona ISBN 84-490-2384-X Depósito legal: B. 51.537-2004
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
5-10
Índice
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
11
UNA VISIÓN GENERAL
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
21
La economía, hoy, por Joan Robinson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
23
La crisis de la ciencia económica establecida, por José Manuel Naredo . . . . . . 1. Algunos síntomas de crisis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Críticas externas a los enfoques usuales de los economistas . . . . . . . . . . . . 3. Críticas internas a la profesión: circularidad versus insatisfacción y ruptura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. La crisis de la ciencia económica y las revoluciones científicas . . . . . . . . .
29 29 30 33 43
Prólogo a la segunda edición. Evolución reciente del pensamiento económico: entre la reconstrucción intelectual y la congelación conceptual, por José Manuel Naredo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
49
El absolutismo del individualismo de mercado, por Geoffrey M. Hodgson . . . . 1. Los límites de los contratos y de los mercados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El individuo es el mejor juez de sus necesidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. El aprendizaje, un desafío al individualismo de mercado . . . . . . . . . . . . . . 4. El individualismo de mercado y la jaula de hierro de la libertad . . . . . . . . . 5. La supuesta omnipresencia del mercado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Las organizaciones y las condiciones para la innovación y el aprendizaje . 7. El individualismo de mercado y la intolerancia de la diversidad estructural . 8. Evaluando diferentes tipos de instituciones de mercado . . . . . . . . . . . . . . .
67 70 74 79 85 90 93 95 97
Prefacio, por Ken Cole, John Cameron, Chris Edwards . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La teoría del valor de la preferencia subjetiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. La teoría del valor del coste de producción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La teoría del valor-trabajo abstracto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. ¡Tener que aprender una teoría económica ya es lo bastante malo! . . . . . .
111 111 113 115 117
Introducción a «Contribución a la crítica de la economía política», por Karl Marx . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La producción en general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
121 121
Algunas reflexiones sobre economía y ecología, por Joan García González . . . Reflexiones en torno a cómo se ha utilizado la hipótesis evolucionista . . . . . Reflexiones acerca de cómo se ha utilizado la mecánica newtoniana y otras aportaciones de las ciencias físicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
125 125 126
6
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Reflexiones respecto a cómo se han manejado las acotaciones físicas en nuestro sistema socioeconómico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
128
LAS CORRIENTES TRADICIONALES
Los clásicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. El contexto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Algunas ideas básicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Acerca de la crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Lecturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
133 133 135 135 139
El enfoque clásico, por James A. Caporaso, David P. Levine . . . . . . . . . . . . . . . 1. La economía política en la tradición clásica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Valor y distribución . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La distribución de la renta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
141 141 152 154
Las preconcepciones de los economistas clásicos, por Thorstein Veblen . . . . . .
159
El Capital, por Karl Marx . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
179
Marx y Keynes: la crítica de la ley de Say, por Claudio Sardoni . . . . . . . . . . . . . 1. Introducción: La revolución de Keynes y las previsiones de Marx . . . . . . . 2. La crítica de Marx a la ley de Say . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La crítica de Keynes a la ley de Say . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Conclusión: la «economía empresarial» de Marx y de Keynes . . . . . . . . . .
183 183 185 193 196
La ley de Say: reformulación y crítica, por Oscar Lange . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
203
Los neoclásicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. El contexto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Premisas del modelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Los monetaristas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Acerca de la crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Lecturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
221 221 222 224 224 225
La necesidad de una alternativa, por Marc Lavoie . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Objetivos del libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Programas de investigación y todo eso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Presuposiciones de los paradigmas neoclásicos y postclásicos . . . . . . . . . . 4. El dominio de la economía neoclásica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Los estudios empíricos y la economía neoclásica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Los límites de la teoría neoclásica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
227 227 229 231 238 242 248
El equilibrio general, por Bernard Guerrien . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El problema de la existencia de un equilibrio general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La existencia de un equilibrio general: de Walras a Debreu . . . . . . . . . . . . . . Las hipótesis sobre las formas de los mercados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las hipótesis sobre los gustos, la tecnología y las dotaciones . . . . . . . . . . . . . La estructura del modelo de Arrow-Debreu: variables exógenas y variables endógenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El lugar del trabajo en la teoría del equilibrio general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Equilibrio y mercado de trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
267 267 268 268 269 270 271 272
ÍNDICE
7
El estatus de las empresas en el modelo de Arrow-Debreu . . . . . . . . . . . . . . . ¿Es nulo el beneficio en el equilibrio? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El problema del beneficio en la teoría neoclásica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El dilema de los rendimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Cuál es el papel del empresario? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Los mercados contingentes a plazo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
273 274 275 276 277 278
La universalidad de la economía convencional, por Geoffrey M. Hodgson . . . . 1. Las afirmaciones universalistas de la economía convencional . . . . . . . . . . 2. Universalismo versus realismo en la economía de Hayek . . . . . . . . . . . . . . 3. Las especificidades ideológicas ocultas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Los límites del análisis contractual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Actor y estructura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
279 280 283 285 288 291
La libertad es el mercado: la teoría del valor de la preferencia subjetiva, por Ken Cole, John Cameron, Chris Edwards . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. De la teoría del valor «guiada» por el trabajo a la teoría de la preferencia subjetiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. La naturaleza de la teoría de la preferencia subjetiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La base de la organización social: ¿qué puede ofrecerme la sociedad? . . . 4. Algunos problemas de la teoría de la preferencia subjetiva: consumidores sin ingresos, empresarios sin competidores, mercados sin estabilidad . . . .
299 299 303 306 309
La política de la teoría de la preferencia subjetiva: un marco para la libertad, por Ken Cole, John Cameron, Chris Edwards . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La estrategia política general asociada a la teoría de la preferencia subjetiva . 2. La economía como muchos mercados: el análisis del equilibrio general . . 3. Política económica y teoría de la preferencia subjetiva: el monetarismo . . 4. Conclusión: hacia una crítica de la teoría de la preferencia subjetiva . . . . .
315 315 318 321 326
Monetarismo, por Bernhard Felderer, Stefan Homburg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Las bases teóricas, o: monetarismo frente a keynesianismo . . . . . . . . . . . . 2. Las investigaciones empíricas, o: monetarismo frente a fiscalismo . . . . . . 3. Las inferencias políticas, o: monetarismo versus activismo . . . . . . . . . . . . 4. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
331 333 341 344 345
El keynesianismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. El contexto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Las ideas básicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Acerca de la crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Lecturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
347 347 349 351 352
John Maynard Keynes, por Paul M. Sweezy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
353
El lugar de Keynes en la historia del pensamiento económico, por Ronald L. Meek
359
Kalecki y Keynes, por George R. Feiwel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Los árboles genealógicos intelectuales de Kalecki y Keynes . . . . . . . . . . . 2. Crítica de Kalecki a la Teoría general de Keynes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Puntos de diferencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
373 373 375 379
8
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
El significado de la revolución keynesiana, por Geoffrey Pilling . . . . . . . . . . . . 1. Keynes: laissez faire y el rol del Estado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. ¿Causó el keynesianismo el boom de la posguerra? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La visión tradicional del capital . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
387 387 395 397
Deficiencias en la explicación keynesiana y en sus propuestas de política económica, por Alan Marin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. La exogeneidad de los salarios nominales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. ¿Es el desempleo siempre voluntario? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Salarios reales y desempleo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Desempleo de equilibrio o de desequilibrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Ciclos económicos y desestabilización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
401 401 402 406 412 418 420 428
La teoría neoclásica actual y Keynes, por Bernard Guerrien . . . . . . . . . . . . . . . 1. Un tema central en Keynes: la incertidumbre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Equilibrios de subempleo y paro involuntario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La noción de equilibrio de Keynes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Keynes y el «primer postulado de los clásicos» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. ¿Salarios «rígidos» o «flexibles»? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. La posición que ocupan el trabajo y el salario en Keynes . . . . . . . . . . . . . . 7. Keynes y la «ley de Say» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
431 432 433 434 436 437 438 439
Las nuevas corrientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Nuevos neoclásicos y postkeynesianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Lecturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
443 444 445
Sobre Babel y tres figuras del pensamiento económico actual, por Michel Beaud, Gilles Dostaler . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Babel: los economistas en su nuevo mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Penélope: del rigor teórico a la complejidad mundial, tejiendo el paño imposible . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Sísifo: reconstruyendo eternamente la heterodoxia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Ícaro: el vuelo roto del pensamiento económico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
449 454 459
Conflicto, distribución y finanzas en las tradiciones macroeconómicas alternativas, por Thomas I. Palley . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Construcciones alternativas acerca del proceso macroeconómico . . . . . . .
469 469
Los nuevos neoclásicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. El contexto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Los «Nuevos Neoclásicos» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Acerca de la crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Lecturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
483 483 484 485 487
Introducción, por ,Bernard Guerrien . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Volver a un enfoque de equilibrio general? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El problema de la agregación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La nueva macroeconomía neoclásica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
489 489 489 491
447 447
ÍNDICE
9
Conclusión general . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Cómo es esto posible? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
497 498
La perspectiva liberal clásica, por Barry Clark . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Los principios del liberalismo clásico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El liberalismo clásico hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La perspectiva liberal moderna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La economía postkeynesiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Inflación y desempleo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Políticas de estabilización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
501 501 502 505 505 506 509
Nueva economía clásica, por Bernhard Felderer, Stefan Homburg . . . . . . . . . . 1. Expectativas y expectativas racionales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. La curva de Phillips. La estanflación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. La visión de los nuevos clásicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. El modelo de los nuevos clásicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Inferencias de política económica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
511 512 516 521 522 526 531
Notas sobre competencia imperfecta y la nueva economía keynesiana, por Richard Startz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Las corrientes de la nueva economía keynesiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
535 535 538 548
Enfoques económicos de la política, por James A. Caporaso, David P. Levine . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Definiendo el enfoque económico de la política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Aplicaciones de las teorías económicas de la política . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
551 553 557 577
La eficiencia de la política económica, por Alan Marin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Expectativas racionales e ineficiencia de la política económica . . . . . . . . . 2. Credibilidad y consistencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
585 585 592 597
Los postkeynesianos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. El contexto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Algunas variantes postkeynesianas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Algunas ideas básicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Un esbozo de crítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Lecturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
599 599 601 602 604 605
Economía postkeynesiana: hacia la coherencia, por Philip Arestis . . . . . . . . . . . 1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. La metodología en la economía postkeynesiana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Principales aspectos teóricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Políticas económicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Resumen y conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
607 607 611 615 627 629
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Postkeynesianismo: ¿de la crítica a la coherencia?, por O. F. Hamouda, G. C. Harcourt . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Líneas que se derivan de la economía política clásica . . . . . . . . . . . . . . . . 3. De la economía política clásica, a través de Marshall, a Keynes . . . . . . . 4. Corriente 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. La segunda corriente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. La tercera corriente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. Precios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. Las contribuciones de Kaldor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9. Crecimiento y dinámica: Joan Robinson, Pasinetti y Goodwin . . . . . . . . 10. Las contribuciones de Godley y sus colegas del DAE . . . . . . . . . . . . . . . . 11. Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Políticas económicas keynesianas para el nuevo milenio, por Philip Arestis, Malcom Sawyer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. El funcionamiento de las economías de mercado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Las limitaciones al pleno empleo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. Políticas keynesianas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5. Algunos temas pendientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Resumen y conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Sobre la coherencia de la economía postkeynesiana, por Bernard Walters, David Young . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. La importancia de la coherencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Coherencia en relación a las escuelas de pensamiento existentes . . . . . . . . 4. Coherencia en términos de una particular metodología/modo de pensamiento 5. Coherencia respecto a un programa unificado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. Coherencia respecto a los temas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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La economía postkeynesiana y sus críticos por Philip Arestis, Stephen P. Dunn, Malcom Sawyer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. La falta de un tema organizador central y de coherencia . . . . . . . . . . . . . . 2. Aspectos metodológicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Expectativas, incertidumbre y tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. La estructura del mercado y la naturaleza de los precios . . . . . . . . . . . . . . 5. El análisis postkeynesiano del dinero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. La política económica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. Sobre Kalecki y Keynes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. La economía postkeynesiana y el enfoque neoricardiano . . . . . . . . . . . . . 9. Resumen y conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Post-keynesianismo y coherencia: una respuesta a Arestis, Dunn y Sawyer, por Bernard Walters, David Young . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Presentación
Todos sabemos que estudiar econonúa en la actualidad supone estudiar un tipo de cc1 nomía: la economía neoclásica que se inició a fines del siglo XIX como el margina Ji ~ mo y que, con distintas variantes y matices, domina el pensamiento económico hast nuestros días (y es de temer que durante mucho tiempo todavía). Desde su inicio por los autores denominados primero marginalistas, esta escuel fue recibida con gran interés por las clases dominantes y el establishement académ co. Venía nada menos que a justificar «científicamente» el beneficio al capital y a mo1 trar la posibilidad de continuidad del sistema económico-social, frente a los augurios mi pesimistas de los clásicos que la precedieron y especialmente de Marx. Rápidamente ' convirtió en el pensamiento económico dominante e incluso el potente ataque qu Keynes realizó de algunos de sus aspectos no consiguió sacudir sus cimientos. Keynt nunca rompió con el esquema neoclásico y pronto se descubrió que cierto tratamient del keynesianismo permitía integrarlo dentro de la escuela principal como síntesis ne1 clásica. Sólo mucho más tarde, en los ochenta, se convertirá el keynesianismo en ur vertiente de pensamiento muy incómoda y, en consecuencia, rechazada por los m~ c clásicos. A pesar de esta posición de predominio, a mediados del siglo xx existía algún debo te en econonúa. El keynesianismo entonces dominante se enfrentaba al monetarismo ( Friedman, que ya en los cincuenta puso en cuestión la interpretación teórica y las prc cripciones de política económica del keynesianismo, anunciando ya la recuperad< de las versiones más ortodoxas de los neoclásicos. Al mismo tiempo, la otra gran líru de pensamiento económico, la marxista, que ya desde antes de la segunda guerra mu dial había quedado relegada a quienes tenían una visión distinta de la legitimidad d sistema capitalista, iniciaba una recuperación y durante los últimos cincuenta y la dl't da de los sesenta tuvo una presencia significativa, si bien minoritaria, en los planh· mientos teóricos de la econonúa, especialmente en los países periféricos. Quil'll l'\1111 h¡¡l econonúa podía, si se esforzaba un poco, percibir un panorama de di vcrs ltbd , ' ' h1 1 con distintos pesos de las diferentes interpretaciones. El predominio de la interpretación neoclásica convencional se ha r!'lnllilllo 1111 acentuadamente desde mediados de los setenta. Con la impotencia de ),,, H't llllll'lld ciones keynesianas para resolver la crisis de los sesentalsetenta1 y lo-. dro.,. u¡oiJm h' ricos de los «nuevos macroeconomistas» de mediados de los sete nta , t•l t u.uho ~·-. tal l.
Es importante tener en cuenta que la crisis se inició ya a fines de los o,eo,,·nr.• y q u,• '"' .HIIllrllln' de· precios del IJ!?tTÓieo no fueron más que un catalizador de las tendenr ia' que· yn l''l,lhan L'IIOJll'lill l desde la década anterior.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
completo para que la llegada al poder de Tatcher y Reagan y la correlación de fuerzas políticas y sociales que ello implicaba, supusieran el rechazo total del keynesianismo y la consolidación y potenciación de las versiones más conservadoras del pensamien~ to económico neoclásico. Casi no es necesario añadir que el conservadurismo vigente en el mundo occidental desarrollado y los problemas económicos y políticos que se manifestaban en los países del Este relegaron totalmente al pensamiento marxista al limbo intelectual; situación que se fue acentuando durante los ochenta para aparentemente recibir el golpe de gracia con la caída del muro y el desmoronamiento de la URSS desde 1989. El predominio de la escuela neoclásica en la actualidad es de tal magnitud que prácticamente no se reconoce ningún otro tipo de pensamiento económico. El pensamiento económico neoclásico se ha convertido en ~> y es el único que se considera «serio, riguroso y científico». Todo intento de utilizar otros esquemas alternativos, incluso sólo de aproximarse a otras escuelas para explorar su potencialidad, es rechazado con una mezcla de acritud y desprecio como retrasado y obsoleto. Ni siquiera se le concede un lugar en el debate científico. Se postula su invalidez y se le condena al ostracismo. En el mejor de los casos se le considera como una curiosidad del pasado para aquellos que quieran revisar la evolución del pensamiento económico. Pero incluso en esta consideración las demás escuelas sólo suponen construcciones previas más imperfectas que han venido evolucionando hasta dar lugar a la construcción hoy definitiva: las ideas neoclásicas, principalmente en su versión de equilibrio general y sus diversas variantes. Incluso las ideas keynesianas, que nunca constituyeron una ruptura radical del esquema neoclásico, son incluidas actualmente entre la heterodoxia. La interpretación neoclásica se ha convertido en el «pensamiento único» de la economía, constituye la única versión ortodoxa, engloba a toda la «ciencia» económica convencional. No hay ni siquiera debate, sólo ignorancia, descalificación y desprecio hacia las demás interpretaciones. Pero quien se aproxime a este pensamiento con la intención de entender el funcionamiento de la sociedad actual se encontrará con grandes dificultades. El pensamiento neoclásico presenta insuficiencias insalvables tanto para explicar teóricamente la dinámica de la sociedad actual como para enfrentar los múltiples y graves problemas que existen en esta sociedad y orientar una acción transformadora de la misma. Sus insuficiencias son palpables como se verá en este trabajo. Una visión crítica y transfonnadora de la economía o de la sociedad actual son difíciles de interpretar, por no decir imposible, con la ciencia económica convencional. Quien, insatisfecho con las explicaciones que obtiene de esta visión convencional, trata de explorar otras posibilidades se encuentra con grandes dificultades: no hay mucha bibliografía al respecto, es poco conocida y menos accesible. Tampoco se hallan con facilidad interlocutores para contrastar ideas y opiniones en esta dirección. Explorar el pensamiento económico con una visión crítica de la interpretación neoc1ásica se ha convertido en una tarea que desafía las posibilidades de muchas personas a quienes les interesaría hacerlo. No solamente esto, sino que muchos profesionales de la economía, y en especial los profesores de esta disciplina en sus diversas ramas, en las universidades españolas tienen grandes dificultades para poder proporcionar una orientación concreta sobre el estudio de la economía desde una óptica crítica a los estudiantes de nuestras faculta-
PRESENTACIÓN
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des. Bastante profesores realizan aproximaciones críticas a sus materias, pero cuando se trata de ayudar a los estudiantes a estudiar sistemáticamente las insuficiencias de la economía ortodoxa se les presentan bastantes dificultades para orientarles sobre las lecturas que les pueden ayudar. Es más fácil tener un enfoque individual crítico que enseñar a otros acerca de como adquirirlo. De aquí que algunos jóvenes licenciados en Economía con inquietudes por tener una visión más amplia de la disciplina que recogiera su vertiente crítica, tanto en sus aspectos teóricos como aplicados, iniciaron, con la colaboración de algunos economistas más veteranos, un seminario sobre economía crítica en Barcelona. En las VI Jornadas de Economía Crítica la formación de un grupo de trabajo sobre el tema estimuló su interés y reforzó el intento de realizar un estudio sistemático de la economía desde una vertiente crítica. Se decidió dedicar una primera etapa de este seminario a revisar la teoría convencional que todos hemos estudiado. Se pretendía, primero, entender lo que significa en su conjunto la teoría convencional y profundizar en su análisis crítico, antes de iniciar una segunda etapa en la que se trabajarían aquellos aspectos teóricos que parecen más prometedores para entender la sociedad actual y colaborar a transformarla. Con este objetivo hemos venido reuniéndonos regularmente después de nuestras horas de trabajo, de forma voluntaria e informal. Nuestra tarea ha consistido en buscar bibliografía crítica sobre el pensamiento económico ortodoxo, leerlo y comentar y debatir sobre el mismo con el objetivo de evaluarlo como instrumento para entender la organización económica de la sociedad actual. Nuestra visión crítica parte de considerar que el enfoque adecuado para el estudio de la organización material de la sociedad, que es para nosotros el objetivo de análisis de la economía, requiere una aproximación en términos de economía política; es decir, integrador de la consideración de las diversas facetas de la vida social. Asimismo, el objetivo de nuestra tarea es entender cuáles son las variables que rigen la dinámica de esta sociedad para poder participar en transformarla en una sociedad más justa y satisfactoria para todos. No es sorprendente, por tanto, que nuestro trabajo se quiera colocar desde el principio en la línea que P. Baran situaba al señalar: «... ciertamente parece deseable romper con la larga tradición de la economía académica de sacrificar la relevancia de la materia a la elegancia del método analítico; es mejor tratar imperfectamente lo que es importante que ejercer el virtuosismo en el tratamiento de lo que no importa>> (E aran, 1962, 22). Hemos pretendido realizarlo con la máxima seriedad y rigor del que somos capaces. Al final de 1999 creemos que algo hemos avanzado en la revisión, desde una óptica crítica, del pensamiento económico ortodoxo. A comienzos de 2000 nos proponemos empezar a explorar las coiTientes más heterodoxas con la esperanza de encontrar en ellas elementos más adecuados para interpretar la sociedad en que vivimos e intentar su transfonnación. Nuestros planes de trabajo inmediato consisten en continuar profundizando en el pensamiento postkeynesiano, principalmente en las versiones más kaleckianas del mismo, porque nos parece que tiene un gran potencial para orientar un enfoque crítico de algunos aspectos de la economía, e iniciar un estudio riguroso de la economía marxista que evalúe su potencialidad para el análisis de las sociedades modernas, los problemas teóricos que plantea y la evolución de sus diversas corrientes. Querríamos también realizar una revisión de la Escuela de la Regulación. Esperemos
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
que una segunda edición de estas Notas pueda presentar el trabajo que nos proponemos realizar en el futuro. Aunque estamos en medio de una tarea que dista mucho de estar acabada, hemos pensado que pudiera ser útil para otras personas que pretenden también un acercamiento crítico a la economía, mostrar públicamente parte del trabajo que hemos realizado hasta ahora. Creemos que puede ser de interés el presentar aquellas lecturas que nos han ayudado en nuestro objetivo. Con la esperanza que pueda ayudar también a otras personas, especialmente estudiantes y jóvenes licenciados en Economía. En el cuerpo de este libro presentamos parte de los materiales críticos de la economía ortodoxa que hemos trabajado en nuestro seminario. Tras una recopilación de algunos artículos que se refieren al pensamiento económico en su conjunto, recogemos algunos de los materiales críticos utilizados clasificados por grandes escuelas de pensamiento económico. Hemos revisado el pensamiento convencional básico: los autores clásicos, los neoclásicos, Keynes y el keynesianismo, y hacemos también un intento de recoger algunas de las escuelas ortodoxas más recientes (nuevos macroeconomistas y otros), además de realizar una incursión en los postkeynesianos. Algún material como el de Cole, Cameron y Edwars (1983) utiliza otras clasificaciones y denominaciones menos habituales pero nos ha parecido que, de todos modos, ayudaba a situar las escuelas que hemos estudiado2• De forma limitada y con variados grados de intensidad, hemos intentado revisar las distintas escuelas que se presentan en el gráfico 1. Sin ninguna pretensión de que sea una recolección completa, erudita o que recoja los muy diversos matices que existen en cada una de estas escuelas y sus autores principales. Aunque hemos revisado todas las escuelas con el mismo interés, no hemos intentado conCeder a ~odas ellas el mismo peso en cuanto al material de lectura. La propia importancia actual de las distintas escuelas ha llevado a que ocupasen diferente tiempo y volumen de lecturas, lo que se refleja en la selección que presentamos. Presentamos artículos o partes de artículos críticos correspondientes a las distintas escuelas con el objetivo de que de su lectura el lector obtenga los elementos críticos principales. Estos artículos vienen precedidos de unas brevísimas notas nuestras para situar las escuelas en cuestión y destacar algunos aspectos que han atraído nuestra atención en el seminario (sin que ello signifique que son los más importantes entre los que presentan los artículos recogidos). Estas notas se han ido construyendo en sesiones separadas en el tiempo y coordinadas por distintos participantes del seminario, por lo que se puede observar en ellas una cierta heterogeneidad, que ha sido mantenida deliberadamente. En principio, no hemos recogido materiales que expliquen los esquemas que hemos revisado. Existen multitud de referencias en las que puede encontrarse el pensamiento tradicional convencional y no nos ha parecido procedente incluirlo. En teoría, todo economista debería conocerlos y partimos de que han sido estudiados. En las corrientes 2.
Llaman ~> (Lipsey y Steiner, Economics (tercera edición), Herper & Row, 1972, p. 386). La crítica moderna demuestra que esto no es así, reivindicando la superioridad teórica, como economistas, de la tradición clásica de Ricardo y Marx Gunto con la aportación reciente de Sraffa y otros) frente a la tradición neoclásica o contraclásica que se remonta a la década de 1870 con Jevons, Menger y Walras. El que haya ricos y pobres es cuestión sociopoIítica, cuestión de fuerza y de hegemonía ideológica. Este hecho quedaba oculto (para los economistas) al estudiar la distribución del ingreso como formación de precios de los factores o servicios productivos. Sin embargo, entre otras cosas la nueva tesis explica que los lucros de los capitalistas no pueden lógicamente ser considerados una remuneración del «capitah), puesto que el valor del «capital» depende precisamente del nivel de beneficios -es decir, de la distribución del ingreso, determinada extrínsecamente al sistema económico-[ ... ] En los círculos de economistas se reconoce ahora cada vez más la validez científica de la crítica moderna, que ataca el meollo mismo de la teoría económica ortodoxa: la teoría de la formación de precios y de la distribución del ingreso. La crítica moderna es pues mucho más incisiva que críticas como las de Galbraith o Myrdal que los propios economistas consideran más bien como sociólogos, y que criticaban la incapacidad de la teoría económica ortodoxa para analizar fenómenos no previstos en una economía de mercado que funcionara «bien)) ... La ortodoxia de los libros de texto está siendo derrotada: ningún economista va a poder ya recomendar niveles de salarios adecuados, porque en vez de pensar que los salarios se determinan (o deben determinarse) en virtud de principios de teoría económica, los economistas están reconociendo que Ricardo y Marx tenían razón, y que la teoría económica (por razones de coherencia interna) debe incorporar el hecho de que los salarios son determinados por factores extraeconómicos y que la distribución del ingreso es lógicamente anterior a la formación de precios. A medida que esta crítica moderna se difunda y ante el descrédito científico (y por tanto tecnocrático) de las políticas de salarios y precios, tanto puede esperarse una reacción socialista como una reacción corporativista.
En lo político fue, ciertamente, la reacción corporativista y no la socialista, la que predominó en el Occidente europeo en los años de crisis económica que siguieron a 20. J. MartínezAlier, «El fin de la ortodoxia en la teoría económica y sus implicaciones políticas», Cuademos de Ruedo Ibérico, n.o 41-42, 1973. E\ lector interesado puede encontrar una exposición, más amplia que la recogida en este artículo, de la crítica moderna a la teoría neoclásica de la distribución en el libro de M. Dobb, Theories ofvalue and distribution since Adam Smith, Cambridge, 1973 [Hay traducción en castellano en Siglo XXI}.
LA CRISIS DE LA CIENCIA ECONÓMICA ESTABLECIDA
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estos vaticinios e incluso se experimentó una reacción neoliberal de exaltación del funcionamiento de la economía de mercado. Y en lo académico, me temo que la crítica
interna a la que nos estamos refiriendo resultó menos revolucionaria de lo que inicialmente se suponía. La calificación de incoherente a la pretensión de que el «modelo neoclásico» determinara por sí mismo la distribución del ingreso, obligó, por una parte, a matizar la presentación de tal modelo a los estudiantes, advirtiendo que el sistema de precios resultante correspondía a una cierta distribución originaria del ingreso, y, por otra, a introducir el «modelo marxista» en la enseñanza universitaria, cosa que no planteó mayores problemas al responder a la misma idea general de sistema económi~ co que dominaba el mundo de la economía académica. Pero lo importante no es considerar el impacto de esta u otra crítica aislada, sino apreciar que la crítica a la teoría neoclásica de la distribución contribuyó, junto con aquellas otras a las que estamos haciendo referencia, a fomentar entre los economistas un clima de insatisfacción y de pérdida de confianza en el aparato analítico de su propia disciplina. 3.5. Las críticas a las políticas de corte keynesiano y la «nueva macroeconomía» El ataque a las políticas anticíclicas de corte keynesiano que se desarrolló desde finales de la década del sesenta a medida que tales políticas cosechaban decepciones y fracasos, constituyó un factor importante en la referida pérdida de confianh. Pues esta crítica destruyó representaciones, como la curva de Phillips y las curvas de !S-LM21 , y de las posibilidades de actuación de la política económica. Hasta las propias políticas discrecionales de estabilización fueron blanco de la crítica no ya por ineficaces, sino por considerarlas una fuente importante de inestabilidad económica. La crítica a las políticas discrecionales de estabilización se han reforzado «al articular el supuesto de equilibrio continuo en los mercados y la hipótesis de expectativas racionales; porque, en último término, el resultado de tal articulación es la negación de que políticas económicas sistemáticas, esperadas y entendidas, puedan generar efectos reales, ya que los agentes (económicos) racionales, al anticiparlas, reaccionan de modo que las compensarán y neutralizarán»22• Igualmente se critica el empleo de modelos economéllicos en la evaluación de políticas económicas advirtiendo > de origen keynesiano, ni en lo referente a la interpretación ni a las propuestas de regulación del sistema económico. Y en segundo lugar, porque la calificación de «nuevo» viene a designar en este caso lo que es, en buena medida, un retorno a los más rancios supuestos de la tradición neoclásica, ejemplificando la tendencia apuntada al principio de este capítulo de revender las viejas ideas con envolturas artificialmente novedosas y de ocultar bajo las apariencias de cambios y revoluciones, la invariabilidad de los supuestos. Ya hemos indicado que la «nueva macroeconomía» se levanta con renovado ahínco sobre los viejos supuestos de comportamiento racional de los agentes económicos y de continuo equilibrio de los mercados, eclipsando las diferencias entre el corto y el largo plazo introducidas por Keynes precisamente ~ara salir al paso del incumplimiento de tales supuestos y revalorizando, en suma, el enfoque microeconómico cuyas insuficiencias para razonar y actuar sobre el sistema económico en su conjunto habían originado en su día el nacimiento de la «macroeconomía». En lo que concierne a las propuestas de política económica, podemos resumir con Rojo que «las nuevas orientaciones macroeconómicas acaban proponiendo normas frente a discrecionalidad; la renuncia a políticas sistemáticas anticíclicas [... ];el abandono de políticas sorpresivas, por perturbadoras, y un esfuerzo por difundir lo más posible la información en la economía. La principal tarea de la política monetaria y la política fiscal habrá de consistir en proporcionar al sector privado un entorno estable y predecible>>". Es un triste sino para los economistas habituados a empuñar, aunque sólo fuera en el pensamiento, lo que se tenían por firmes timones keynesianos, tener ahora que desecharlos por ineficaces e incluso contraindicados, sin que hayan aparecido otros nuevos. Es lógico que con la quiebra del intervencionismo keynesiano haya ganado terreno la idea de que más vale abstenerse de intervenir y confiar en que las cosas se resuelvan por sí mismas. En este sentido va la idea de que la política económica debe sobre todo «proporcionar al sector privado un entorno estable y predecible». Pero difícilmente pueden aceptarse con entusiasmo «normas» tales como el equilibrio presupuest?-fÍO, el crecimiento a un ritmo estable de la cantidad de dinero y la libre fluc23. !bid. Véase R. E. Lucas, «Econometric policy evaluation: a critique)), Joumaf of Monetary Economics, suplemento 2, Camegie-Rochester Conference Series, v. I, 1976. 24. !bid., p. 69. «The death of mncroeconomics)) reza un artículo del Financia! Times (19-IX-1984) en el momento de corregir estas páginas. Este título hubiera sido in.s6lito hace pocos años. El artículo que lo emplea reseña críticamente la obra de Robert Barro, Macroeconomics, John Wiley & Sons, 1984, representativa de las nuevas corrientes neoliberales. 25. /bid., p. 65-66.
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tuación del tipo de cambio propuestas por Friedman, como sustitutivo eficaz de las recetas keynesianas. Sólo una fe renovada en los beneficios de la «mano invisible» puede provocar tal entusiasmo y devolver a los economistas el confort intelectual que en su día les ofreció la fe en los instrumentos analíticos y las recetas de un keynesianismo ingenuo. Resulta, pues, comprensible que los economistas busquen de nuevo un refugio tranquilizador en ese universo autosuficiente e irrefutable de la utopía liberal, dando lugar al auge del neo liberalismo doctrinario que impregna a la «nueva macroeconomía». Aunque la luz de la lógica más elemental no deje de resultar chocante que, habiendo nacido el intervencionismo keynesiano para corregir las insuficiencias dellaissez faire, pretenda ahora invocarse allaissezfaire para paliar los fracasos del keynesianismo; como lo es también el que se invoque a la contrastación empírica con el fin de resucitar de nuevo interpretaciones que se enterraron hace tiempo en aras de un mayor realismo26 . Esta circularidad en los razonamientos, ya apuntada anteriormente, dice muy poco a favor de la economía como ciencia positiva y lleva la polémica entre liberales e intervencionistas a posiciones irreductibles que contribuyen, más que a resolver, a perpetuar la crisis de la macroeconomía y el descrédito de los economistas en su imposibilidad de dar respuestas unánimes para el tratamiento de la actual crisis económica. El tono en el que se expresaron economistas con prestigio y larga vida profesional en el VI Congreso Mundial que tuvo lugar en México en 1980, recoge la gravedad de la situación: nos estamos reuniendo acá, en México, como hicimos en los treinta en Harvard, para ver nuestras armas frente a la crisis; pero ahora la situación es bien diferente. En los treinta reunimos a las gentes de todas parles -incluso los socialistas- y teníamos un par de ideas pues recién había habido una hipótesis de revolución keynesiana o, al menos, teníamos algunas ideas sobre hacia dónde podría ir la reforma del mundo, teníamos algunas hipótesis sobre qué reformas había que hacer en las instituciones, de cómo tener una banca central que actuara de una forma o de otra y que pudiera funcionar, de cómo hacer una política de empleo y de ingreso que pudiera funcionar, etcétera. Esas eran las hipótesis que teníamos en los treinta: si se hiciera una política de empleo, de ingresos y una política monetaria en tal dirección obtendríamos tales resultados [... ]Y de ahí la gran síntesis. Pero ahora resulta que no tenemos hipótesis ninguna [... ]27•
Las críticas internas a las que nos hemos venido refiriendo pueden fomentar entre los economistas esa pérdida de fe y esa insatisfacción sobre sus quehaceres profesionales que suelen preceder a las «revoluciones científicas». Pero para que tales revoluciones se produzcan hace falta someter a reflexión los presupuestos básicos que definen y estructuran el objeto de estudio de la ciencia en cuestión, cosa que no ocurre con las críticas a las que nos estamos refiriendo, limitadas en lo fundamental al aparato analítico empleado y a las interpretaciones de la distribución y del funcionamiento de las 26. Vemos una vez más que la discusión suscitada por Friedman sobre el realismo de los supuestos (véase supra, cap. 23) no es una cuestión baladí en el devenir reciente de la ciencia económica. 27. Reseña de M. C. Tavares, Coloquio de la Granda sobre «El retorno de la ortodoxia», Peusamienlo Iberoamericano, n. l, 1982, p. 95. 0
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«macromagnitudes» de un sistema económico previa e implícitamente definido. En efecto, estas críticas hacen referencia a la gestión y al funcionamiento del sistema eco~ nómico, pero no a la axiomática que lo define (véase cap. 24) y tampoco ofrecen, menos aún, opciones sobre las que pueda tomar cuerpo una «revolución científica» que, para ser digna de tal nombre, tendría que entrañar modificaciones en el objeto de estudio y en los enfoques que lo sistematizan. La permanencia de éstos es lo que propicia esa reiteración de ideas y razonamientos que empuja a ofrecer como nuevo lo antiguo, dando a las discusiones entre economistas el carácter a la vez escolástico y esotérico al que nos referimos con anterioridad en este y otros capítulos.
3.6. Críticas internas a la profesión pero externas a los enfoques usuales de los economistas Sin embargo, existe otro conjunto de críticas internas a la profesión -en tanto que son realizadas por economistas- pero no a los presupuestos de la ciencia económica establecida. Críticas que, de forma más o menos directa y explícita, afectan a la axiomática que define y sistematiza el objeto de estudio de la ciencia económica actual y llevan a propuestas no asimilables dentro de ésta. El conservadurismo propio de las comunidades científicas hace que aquella de los economistas sea poco permeable a este conjunto de críticas, que permanece así tanto más difuso y poco divulgado, como incómodo e irreductible resulta para la ciencia económica establecida. Dado que el presente libro forma parte de tales críticas, que a su vez trata de sintetizar y divulgar, no vamos a insistir ahora sobre el tema. Sería redundante volver a citar ahora a economistas como Georgescu-Roegen, Kapp, Daly, Mishan ... o Passet, a los que ya hemos hecho referencia. Estos autores retoman, desde dentro, las críticas tradicionalmente externas antes indicadas, para proceder a una revisión a fondo de las carencias del aparato analítico de la ciencia económica establecida, que modifica las fronteras de lo económico y los conceptos que lo informan. La mayoría de estas críticas hacen referencia a la gestión de los recursos naturales, con sus derivados energéticos y medioambientales, y contrastan con la literatura que se orienta infructuosamente (véase cap. 19) a resolver estos problemas en el terreno de los valores de cambio. La diversidad de posiciones que abunda en estos temas 28 permite detectar en ellos uno de los aspectos más críticos de la ciencia económica actual, donde las críticas tradicionalmente externas están empezando a penetrar en la ciudadela teórica de los economistas abriéndole nuevas brechas. Así, por ejemplo, el problema que con vistas a la gestión de recursos plantea la segunda ley de la termodinámica al afirmar que la creación de orden en un sistema implica la creación de un desorden superior en el medio ambiente que lo envuelve, llevó a Kappa sbñalar pioneramente la necesidad de una «nueva ciencia económica» que considerara no sólo los «costes internos» a la noción usual de sistema económico, sino también aquellos que por ser exteriores al mismo quedan fuera del cómputo económico corriente. Lo mismo que ha correspondido a un economista matemático tan prestigioso como Georgescu-Roegen, la tarea de enjuiciar el proceso económico aJa luz de la ley de la entropía y de señalar las graves limitaciones que comporta una ciencia eco28. Véa~e H. E. Daly y A. F. Umaña, E11ergy, economics and rhe enviromne11l. Conflicring view.s ofan essential imerrelarionship, Boulder (Colorado), Westview Press, 1981.
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nómica que se ha desarrollado de espaldas a ella, poniendo, entre otras cosas, en cuarentena el contenido y la forma analítica de la función de producción que venía representando hasta el momento, al resguardo de toda crítica, la relación entre el sistema económico y el mundo físico circundante (véase supra, cap. 20.III). Y que Passet supo advertir las inconveniencias de la actual noción de sistema económico de corte mecanicista y la necesidad de razonar sobre otros sistemas más aptos para captar los fenómenos de la vida y enjuiciar la relación de las sociedades humanas con su entorno habitable. Pero no sólo es la noción de producción, de coste o de sistema, lo que está empezando a ponerse en cuestión por los economistas, sino también su presunta finalidad inequívocamente utilitaria, que constituía la razón de ser del sistema económico. Alguien con una posición tan sólida dentro de la profesión como Joan Robinson señalaba ya en 1972 que, frente a la «primera crisis» de la teoría económica originada a raíz de la Gran Depresión de 1929 por el , la «segunda crisis», la actual, «surge de una teoría que no puede explicar el contenido del empleo»29 • Y al poner en un primer plano la cuestión de «para qué debía ser el empleo», se arrastran obligadamente las preguntas de para qué la producción y para qué el consumo y la inversión en los que aquella se desdobla, dando la mano -posiblemente sin saberlo- a críticas como las de Baudrillard que señalaban desde fuera de la profesión esa crisis de la finalidad utilitaria de la producción. La crisis económica de los setenta, con el consiguiente aumento simultáneo del paro y de la inflación, vino a eclipsar estas reflexiones fundamentales tendentes a desmontar la axiomática que liga mecánicamente en la ciencia económica establecida la producción a la satisfacción (de necesidades) y, por ende, al bienestar y a la felicidad de los hombres. De ahí que la crisis económica, al distraer la atención sobre este problema fundamental haya sido en este sentido, al decir de Baudri!lard, de los setenta. El hecho de que estos dos acontecimientos contribuyeran mucho más a agitar y a ampliar el campo de estudio de los economistas que las fundadas sugerencias previamente planteadas por Georgescu-Roegen desde dentro de la profesión, dice mucho sobre la escasa disposición de esta comunidad científica a alterar «desde dentro» su sistema de hacer ciencia y a revisar en serio sus fundamentos. Sorprende que un libro tan relevante en el campo de la metodología y la historia del pensamiento económico como es el de Georgescu-Roegen, La ley de la entropía y el proceso económico, aparecido en 1971 5, no recibiera la atención que se merece en un mundo académico en el que proliferan los encuentros y publicaciones orientados a discutir cuestiones menores. Veamos un caso significativo. Mientras los análisis desarrollados por Georgescu-Roegen en la obra mencionada sobre la epistemología mecanicista que impregnó las elaboraciones de los padres de la economía matemática (matizados en la primera edición del presente libro, en el que delimité lo que eran isomorfismos de lo que eran simples analogías en este campo) fueron acogidos con desinterés en medios académicos, ahora un suplemento de la revista History of Political Economy y un núme2. 3. 4.
5.
Cfr. J. Grincvald, «Hommage aNicolas Georgescu-Roegen)), Stratégies énergétiques, biosphere et sociéré, abril, 1995. Enciclopedia de las Ciencias Sociales, versión castellana de AguiJar, Madrid, sin fecha, 11 tomos. El único diccionario que he visto que otorga a las contribuciones heterodoxas de Georgescu-Roegen la importancia que creo que se merecen, es el incluido en la obra de M. Beaud y G. Dostaler, La pensée économique depuis Keynes (Hisrorique et Dictionnaire des principaux auteurs), París: Seuil, 1993. N. Georgescu-Rocgen, 71w elltropy /aw and rile economic process, Cambridge, Mass. y Londres: Harvard University Prcss, 1971. Como director del Programa Economía y Naturaleza de la Fundación Argentarla he promovido la publicac'tón en castellano de este libro en la colección «Economía y Naturaleza)), que la Fundación Argentarla coedita con Distribuciones Visor de Madrid.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
ro de la revista Philosophy of the Social Sciencel' recogen la documentación sobre encuentros promovidos para discutir el libro de Mirowsky, More heat thanlight1, que retomó el tema posteriormente. ¿Por qué tras haber sometido a la obra de Georgescu-
Roegen a un intenso silencio en medios académicos, éstos discuten y divulgan ahora la obra de Mirowski que vuelve sobre los temas indicados, sin ahorrar reconocimientos a aquél (le dedica incluso el libro, junto con Veblen, como a Jos dos «más profundos filósofos económicos del siglo xx)) )? 8 No conozco bien los detalles para responder con pleno conocimiento de causa a esta pregunta, pero me temo que la reconocida autoridad de Georgescu-Roegen corno economista matemático, unida a su carácter irreductiblemente crítico y, a vecest mordazmente irónico, sobre temas y personajes centrales de la profesión, contribuyeron bastante a ello: al resultar incómodas sus elaboraciones en medios académicos, éstos lo acabaron arrinconando y aislando de sus antiguos colegas. Sin embargo, la crítica de Mirowski es menos irrespetuosa para el statu quo académico y sirve mejor para animar, en los confines de éste, discusiones localizadas entre metodólogos e historiadores sobre temas considerados tan esotéricos por el núcleo duro de la profesión, como el de las relaciones entre el instrumental aplicado en la física y el utilizado en la economía. También ha jugado en favor de Mirowski el mayor interés que hoy despierta la economía desde el punto de vista de la filosofía de la ciencia, cuando hace veinte años existía un claro vacío en este campo9. Estos y otros acontecimientos me hicieron ver con brutal claridad que no son los puros afanes investigadores y docentes, respetuosos de las reglas del juego científico, los que agitan a la comunidad de los economistas, sino más bien los conflictos entre reinos de taifa acadénúcos y las batallas ideológicas más o menos sordas que se desatan en su seno, en las que este libro se ha de ver envuelto y en las que, por Jo tanto, debo reflexionar. Batallas que, como no podía ser menos, dependen de las inquietudes del conjunto de la sociedad. Así, la receptividad de las propias comunidades científicas hacia textos críticos en ciencias sociales se amplía con el afán generalmente sentido 6.
7. 8.
9.
Annual Supplcment to Volume 25, HistOT)' oj Political Ecmwmy, Duke University Press, 1993. Véase, en este volumen, N. de Marchi, «Non-natural social scicnce: rcflecting on the enterprise of More heat thanlight», p. 300-302, así como Jos trabajos publicados en el núm. 22 de Phi/osophy ofthe Social Sciencies, 1992, sobre el libro de Mirowski: A. Cohen, «lntroduction to the review symposium on Philip Mirowski's more heat than light», p. 78-82; A. Cohen, ~>, que la «nueva» microeconomía no ha conseguido acortar. Pues, si bien los estudios de casos antes mencionados buscan enriquecer la casuística del razonamiento «micro» para acercarlo a los niveles «macro», siguen ignorando los cambios referenciales que suelen acompañar a los cambios de escala y de organización. De esta manera, tal vez se ha paliado algo la antigua discontinuidad entre micro y macroeconomía, pero ello ha sido a costa de distanciar esta última del mundo de los negocios y de la política ecosiderar la relación entre el cuerpo teórico y los hechos a investigar: (>, corno panacea capaz de emular a la Divina Providencia en la tarea de llevar a la humanidad por el buen camino siempre que se respeten sus reglas, esta idea providencialista ganó terre-. no hasta erigirse, al decir de Polanyi2\ en «la más violenta de las explosiones de fervor religioso que haya conocido la historia» pues «lo que nació siendo una simple inclinación en favor de los métodos no burocráticos se convirtió en una verdadera fe que creía en la salvación del hombre aquí abajo gracias a un mercado autorregulador». Es esta fe en las propiedades benéficas del mercado la que alienta esa especie de «monismo transcendental» que induce al aislamiento de muchos economistas acostumbrados a encerrar sus reflexiones en el campo de los valores pecuniarios o de cambio. Sin embargo, dentro del propio campo de los economistas se ha desarrollado una corriente neoinstitucionalista25 que se encarga de recordar que, tras la «mano invisible» de 24. K. Polanyi, TIJe great transfomwrion, Nueva York, 1944. [La gran transfonnación, Madrid: La Piqueta, 1989; véanse p. 66 y 223.} 25. El término «neo-institucionalismo)) fue acuñado por A. G. Gruchy (en su libro Contemporary economic tlwught: the contribution of neo-institutional economics, Clifton, New Jersey: Augustus M. Kelley, 1972) para designar un conjunto amplio de autores que llevaron el análisis económico más allá del mercado, conectándolo con otros campos de la realidad y áreas de conocimiento (instituciones, valores, tecnologías ... ). Esta corriente se agrupa en torno a la Association for Evolutionary Economics, creada en 1958, y a su revista, Joumal of Economic lssues, creada en 1967. Recientemente, la publicación de un diccionario de Economía Institucional (dedicado en honor de Veblen, Commons y Myrdal) apunta a consolidar dicha corriente: G. M. Hodgson, W. J. Samuels y M. R. Too! (eds.), The Elgar Companion to institutional and e~·olutionary economics, Hants (GB) y Vermont (EE UU): Edward Elgar, 1993. En un sentido similar, pero desde una línea más radical, véase W. Sachs (ed.), The de1•elopment dictionary. A guide to knowledge as power, Londres y New Jersey: Zed Books, 1992, Para mi gusto, el texto que señala de fonna más clara y escueta las diferencias entre el enfoque institucional y el estándar, sigue siendo el de William Kapp, «In defense of institutional cconomics» (Sweedish Journal of Economics, LXX, (l ), I%8, p. 1~8) cuya primera traducción en castellano se incluye en la selección de textos de Kapp
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CRÍTICA ALA ECONOMÍA ORTODOXA
Adam Smith, se encuentra la mano bien visible de las instituciones26 que condiciona las transacciones del mercado. Y que por encima de ésta transcurren las negociaciones, presiones e influencias políticas para diseñar la estructura institucional y controlar su funcionamiento. En efecto, el mercado no es ninguna entelequia sino que ha de tornar cuerpo en algún marco institucional, con unos derechos de propiedad atribuidos y distribuidos de forma concreta, que condicionan su extensión y sus resultados en precios, costes, beneficios distribuidos, productos intercambiados y residuos emitidos. Las ela-
boraciones de la teoría económica no podían ya permanecer insensibles a la creciente avalancha de literatura que insistía en que las principales y más condicionantes decisiones, que establecen las propias «reglas del juego» económico, se fraguan fuera del mercado y condicionan los resultados de éste. Las elaboraciones de la teoría económica fueron derivando insensiblemente, desde la identificación del mercado con las virtudes de la libre competencia y del equilibrio con el óptimo, hacia el estudio de las imperfecciones de aquél y la ineficacia de su funcionamiento, que podían derivar a situaciones nada óptimas. Así, al tener en cuenta la amplia casuística que hace que las transacciones mercantiles desemboquen en los resultados más diversos, las elaboraciones de la teoría económica acabaron desembocando también en el estudio de un rosario tan amplio de casos que incumplen las reglas de ese mercado, libre, transparente y perfecto en el que concurren individuos iguales, que -al decir de Passet, en el texto antes ciiadG- recuerda a la larga lisia de pecados que, debidamente clasificada, figura en los antiguos manuales de confesores. Cuando, evidentemente, ni una lista ni la otra encierran la explicación del comportamiento económico, o del comportamiento humano. Pudiendo el mercado arrojar tantas soluciones, reales o simuladas, como marcos institucionales y distribuciones del patrimonio y de la renta se le impongan, el institucionalismo aplicado a temas ecológicos o ambientales trata de identificar aquellos marcos cuyas soluciones se adapten mejor al entorno físico y a los estándares de calidad deseados. Y lo mismo que no hay «mano invisible» alguna capaz de guiar al sistema hacia la estabilidad ecológica, también se sabe que no la hay para restablecer automáticamente la equidad, cuando las dotaciones iniciales de personas, entidades o países son y de Ciricy-Wantrup preparada por Federico Aguilera, recientemente publicada con el título Economía de los recursos naturales. Un enfoqrte instilllcional, en la colección «Economía y Naturaleza» que coedita la Fundación Argentaria con Distribuciones Visor, Madrid, 1995. En cualquier caso hay que subrayar que las nuevas corrientes institucionalistas se alimentan de economistas de izquierda y de derecha, intervencionistas y liberal~ ... , rompiendo con las clasificaciones que se venían bamjando, lo cual denota la amplitud de esta corriente relativizadora de la vieja ortodoxia. Pero hay que advertir que, como ocurre en otras áreas conflictivas, la ortodoxia reacciona utilizando también los .tSpectos institucionales como campo de aplicación de sus propios enfoques e instrumentos. De ahí que North propusiera llamar neo-institutionalists (de neo-clásicos) a los autores que buscan extender o complementar en el área institucional el modelo neo-clásico, y new~institutionalists a los que recurren al análisis institucional porque impugnan dicho modelo y consideran que el comportamiento humano dista mucho de la racionalidad del homo economicus. No obstante, esta distinción no ha cuajado sobre todo porque el propio campo del análisis institucional es poco propicio para establecer fronteras tajantes entre ambos enfoques: ello exigiría enjuiciar en todo caso las intenciones no explícitadas de sus practicantes. 26. Entendemos -de acuerdo con Bromley- por instituciones Uquellos acuerdos y reglas colectivas que establecen lo que es un comportamiento socialmente aceptable. (D. W. Bromley, Economic illlerests mrd institutions: tlw conceptualfoundations ofpublic policy, Oxford: Blackwell, 1989.)
PRÓLOGO A LA 2'EDICIÓN. EVOLUCIÓN RECIENTE DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
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desiguales en capitales y recursos. La consecuencia lógica de este modo de razonar es que el mercado deja de ser c~nsiderado. como la panac~a. que por sí sola garantiza el óptimo económico, para convertnse en un mstrumento a utthzar sobre bases controladas para conseguir soluciones que se adapten a determinados objetivos, estándares o escenarios socialmente acordados sobre el entorno físico, la equidad, etc. Lo cual empuja a abrir el universo hasta ahora aislado de lo económico a la realidad física, a sus modelos predictivos, a las opciones tecnológicas y a los procesos de negociación social, trasladando el núcleo de la discusión económica desde el interior del mercado hacia informaciones e instituciones exteriores al mismo, para hacer de esa discusión un punto
de encuentro obligadamente transdisciplinar. Esperemos que la segunda edición de este libro contribuya a ello en alguna medida, ya que entre sus propósitos figuraba el de sacar el razonamiento económico de la torre de marfil de los economistas, ayudando a democratizar el pensamiento en este campo. 8
Por último recordemos que tras los conflictos que enfrentan a los economistas sobre la consideración del mercado, la equidad o el tratamiento del medio ambiente, subyacen posiciones ideológicas que los suelen hacer irreductibles a la discusión y el acuerdo razonados. De ahí que las polémicas que originan los mencionados conflictos desemboquen con frecuencia en diálogos de sordos más propios de enfrentamientos religiosos que de intercambios científicos. Sin embargo, esto no es corriente apreciarlo, añadiéndose a la Torre de Babel entre especialistas, antes mencionada, otra incomunicación todavía más grave entre el pensamiento científico y las otras formas del conocimiento. Por ello este libro no sólo apunta a facilitar la conexión entre ciencias de la naturaleza y del hombre para mejor orientar la gestión económica, sino también entre la ciencia y las otras formas del conocimiento humano. Pues aunque la discusión sobre la viabilidad y la economicidad de los sistemas de vida de las sociedades humanas deba realizarse a la luz de los conocimientos científicos disponibles, hemos de subrayar que tanto la orientación de éstos, como la elección inherente a la toma de decisiones políticas y económicas, serán siempre tributarias de consideraciones metacientíficas. Lo cual otorga renovada vigencia al propósito formulado por pensadores afines a los románticos (Schelling, Humboldt, Ruskin ... ) de buscar soluciones que concilien criterios éticos, estéticos y utilitarios, para resolver las ambivalencias que suele comportar la toma de decisiones y para diseñar marcos jurídicos e institucionales propicios para que tal cosa ocurra. Máxime viendo que la epistemología moderna asume explícitamente que la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre y con diferencias cualitativas difícilmente comparables, son moneda común en la gestión política y económica27 . Es más, la propia forma de concebir la naturaleza, el hombre y su mutua relación, está llamada a informar los dos enfoques económicos antes mencionados que escinden la comunidad de los economistas en un mismo conflicto ideológico y científico. Un enfoque que podríamos calificar de analítico-parcelario, en cuanto al método, e 27. Véase, S. O. Funtowicz y J. R. Ravetz, U11certaimy and quality in science for policy, Dordrecht: Kluwer Academic Publishers, 1990.
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individual-competitivo, atendiendo a su filosofía, que confunde individualismo con egoísmo para mantener la fe rnandeviliana en el comportamiento individual insolidario como el mejor medio para conseguir, por obra y gracia de la técnica y el mercado, un enriquecimiento y bienestar generalizados. Otro, que podríamos identificar como sistémico, en cuanto al método, y global-cooperativo, en su filosofía, que apunta a cumplir simultáneamente objetivos utilitarios, éticos y estéticos. Ninguno de los dos enfoques puede ser ya ajeno al deterioro de las condiciones de vida en la Tierra que origina la civilización industrial, pero abordan los problemas de modo diferente, ya que parten de dos ideas distintas de naturaleza. Para el primero de ellos la naturaleza no es otra cosa que un «medio ambiente» que rodea al hombre, cuya calidad se desea mantener tratando de paliar los impactos más negativos que se derivan de su uso. Para el segundo, la naturaleza es la «biosfera» (a la que se devuelve más o menos metafóricamente la condición de organismo: recordemos la hipótesis Gaia28) en la que el hombre se ve integrado, siendo esta integración la que se propone revisar, para lograr una simbiosis más acertada y acorde con el geocentrismo de este enfoque. Para el primero, en suma, la naturaleza sigue siendo un simple conglomerado de recursos a explotar, del que hay que ocuparse de mala gana dado que ejercen un papel Limitante sobre las actividades humanas. Para el segundo, la naturaleza no sólo es limitante, sino también sugerente, al proporcionar al hombre intercambios lúdicos y creativos. Ciertamente los motivos que nos inducen a inclinarnos hacia una u otra posición son irreductibles a la discusión científica, pues dependen no tanto del conocimiento como de la sensibilidad de cada cual, que además suele embotarse en situaciones de penuria, sufrimiento o desvarío. Por lo que difícilmente se podrá mejorar la relación hombre-naturaleza sin mejorar la relación entre los seres humanos mismos, evitando las situaciones de frustración, de guerra y de pobreza que últimamente se han prodigado por el mundo.
28. La obra más representativa y extremada de esta nueva visión organicista de la biosfera es la de J. E. Lovelock, Gaia, a new look ar liJe on Earth, Oxford University Press, 1979 [Gaia, una nueva visión de la vida sobre la tierra, Barcelona: Orbis, 2" cd., 1987.]
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El absolutismo del individualismo de mercado Geoffrey M. Hodgson
Jamás, en esta tierra, estuvieron las relaciones entre los hombres basadas sólo en el pago en efectivo. Si, en cualquier momento, una filosofía de laissezfaire, competencia y oferta y demanda, se erige en el exponente de las relaciones humanas, esperad que acabe pronto (Thomas Carlyle, Past and Present, 1847). La Nueva Derecha acepta el economicisrno del pensamiento liberal clásico. Por ello, ignora, o no puede enfrentarse, a ese «elemento no contractual del contrato» que Durkheim, inspirándose de hecho en ideas conservadoras, identificó hace tiempo. Las instituciones de mercado, tal como afirmaría también un conservador oakeshottiano, no pueden prosperar de forma autónoma. Requieren de nonnas y mecanismos de confianza, que pueden protegerse por ley, pero sólo hasta un límite, a través de formulaciones legales (Anthony Giddens, Beyond Left and Right, 1994).
Muchas personas creen que un sistema de «libre mercado» es más «natural» que cualquier forma de socialismo. El socialismo es muchas veces considerado como un sistema peligrosamente intervencionista, mientras que dejar las cosas al libre fluir de los mercados es dejar que éstas sigan su supuesto curso «natural». A pesar de su atractivo, esta visión tiene un origen sorprendentemente reciente. La idea de la maximización de la libertad individual dentro de un sistema basado en la propiedad privada y coordinado por el mercado, es mucho más reciente que la antigua idea de la propiedad colectiva. Es verdad que la idea básica de la libertad individual tiene sus orígenes en la antigüedad, pero esa libertad no siempre estuvo relacionada con la propiedad privada y los mercados. Entonces, ¿cuándo se vincularon estos conceptos? Tal como destacó Crawford B. Macpherson, la primera fase fue el desarrollo, en la Inglaterra del siglo xvn, de la teoría del «individualismo posesivo». Según esta novedosa idea -formulada originalmente por Thomas Hobbes, James Harrington y John Locke-, se concebía al «individuo como, esencialmente, el propietario de su propia persona y capacidades, sin deber nada a la sociedad por ellos» (Macpherson, 1962: 3). Sin embargo, el «individualismo posesivo» no implicaba en sí mismo la idea de que los derechos y libertades individuales debían estar sustentados y protegidos a través de la maximización del uso del mercado y la minimización del poder estatal. Aunque eran partidarios del uso de los mer-
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Publicado en: Hodgson, Geoffrey, M. «The absolutism of market individualism». En: Economics and utopia. Wlzy the leaming economy is twt rile end of history. Londres: Routledge, 19-99, p. 62-97. Traducción: Gemma Galdon.
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cados, Hobbes, Harrington y Locke reconocieron el importante papel político y económico del Estado. La idea de transferir toda la regulación económica al mercado y minimizar el papel del Estado surgió más tarde. El concepto de que el mercado podía ser tan omnipresente y jugar un papel regulador crucial en la sociedad apareció por primera vez en el siglo XVIII, mientras que la idea de la propiedad colectiva y de la regulación de la sociedad con arreglo a algún tipo de plan tiene más de dos mil años de antigüedad. En 1714, fue una herejía -por la que el autor sufrió virulentos ataques y censura legal- argumentar, como hizo Bernard Mandeville en The Fable of the Bees (La fábula de las abejas), que los vicios privados podían convertirse en virtudes públicas. Tras ella, en 1776, apareció una «contribución decisiva» al individualismo basado en el mercado: La riqueza de las naciones de Adam Smith, un temprano «relato del orden autogenerado que se forma espontáneamente si los individuos son contenidos por las normas legales apropiadas» (Hayek, 1978: 124-5). Igual que el socialismo, el individualismo de libre mercado encuenlra sus raíces en la Ilustración del siglo xvm, de la que recogió los principios de la libertad individual, los derechos absolutos de la propiedad y la igualdad bajo la ley, para tejerlos conjuntamente en su visionario tejido del sistema de mercado. Tal como se ha apuntado en el capítulo anterior, el término «individualismo» se forjó en los años 20 del siglo XIX, en la misma época en que la palabra «socialismo» apareció en inglés. El concepto del individualismo se ha alimentado de su adversario desde entonces. Existiendo conjuntamente en una relación simbiótica, y compartiendo raíces similares de la Ilustración, los dos términos muchas veces han compartido las mis-
mas, y a veces cuestionables, presunciones. Por ejemplo, mientras que uno ha enfatizado la propiedad colectiva, el otro normalmente ha insistido en la importancia de la propiedad individual. A pesar de esta diferencia evidente, Jos dos han compartido la presunción de que la propiedad absoluta de todos los bienes económicos claves (o de otra clase) es posible y que la forma de propiedad -sea individual o colectiva- tiene una importancia crucial. Aun pareciendo diametralmente opuestos, en muchos aspectos existen en el mismo plano conceptual. Otros ejemplos de la sorprendente coincidencia entre las suposiciones de gran parte del pensamiento «Socialista» e «individualista>> se presentan más abajo. donde también se mostrará cómo algunas de las razones que hacen del socialismo y del individualismo de mercado teorías defectuosas son comunes a ambos. En este capítulo no se contemplan todas las variantes de la filosofía «individualista»1. Se limita a la tradición moderna del «individualismo de mercado>> que, desde l.
Tal como Lukes ( 1973) ha detallado, el término > es criticada en este capítulo, en base a su inviabilidad así como a su indeseabilidad. En muchos manuales de economía convencional se discuten los límites de las soluciones de libre mercado a los problemas económicos. Típicamente, esta crítica de manual a la dependencia universal en el mercado se basa principalmente en la idea de las «externalidades». Se nos invita a considerar el coste social y ecológico impuesto por un conductor de automóvil que contamina el aire y hace aumentar los atascos: el conductor no sufre individualmente la mayor parte del coste ecológico que produce, sino que lo impone a otros. El mercado no penaliza al conductor de forma equivalente al coste social de su acción. La decisión de utilizar el coche se tomará en relación a los beneficios y a los costes que esto aporte al conductor, no a la sociedad. Este es un ejemplo de lo que se conoce como «externalidad». Entre los economistas convencionales existen dos grandes grupos de política económica para este problema. La primera, basada en los supuestos «fallos del mercado», sigue las tesis del economista neoclásico Arthur Pigou (1920) y otros. En este enfoque, se identifican las formas en que el sistema de mercado falla al no tener en cuenta los costes y beneficios sociales y ecológicos. El enfoque de los fallos del mercado pretende identificar las externalidades y utilizar medidas como los impuestos sobre carreteras, combustibles, etc. en un intento de aliviar el problema. En general, esta visión se apoya en el uso de legislación gubernamental, del sistema impositivo y de expertos informados para calibrar los costes y beneficios correspondientes. En los años 60 surgió un segundo enfoque que generalmente se asocia con la «escuela de Chicago>> (Coase, 1960; Demsetz, 1967) y que se inspiró en miembros de la escuela austríaca, particulannente Ludwig von Mises (1949). En este caso, las políticas se centran en la creación y distribución de «derechos de la propiedad)) claramente definidos. Los defensores de este enfoque argumentan que la contaminación, la congestión y el agotamiento de los recursos se pueden tratar a través de la creación de derechos de la propiedad sobre esos recursos, y sobre el mismo medio ambiente, y dejando que sea el mercado -y si es necesario, los tribunales- el que se encargue del problema. Así, el problema de la externalidad pigouviana se entiende que surge primordialmente como consecuencia de la ausencia de derechos de la propiedad claramente definidos y ejecutables. Lo que se remedia en la práctica «rescindiendo las barreras institucionales que impiden la total operatividad de la propiedad privada>> (Van Mises, 1949: 658). La sobreutilización de las tierras comunales y la sobreexplotación de los mares, por ejemplo, se entienden como el resultado de la falta de una propiedad clara y significativa sobre estos recursos; si existieran derechos de propiedad bien definidos, en cambio, los propietarios de los ríos y de los espacios abiertos contaminados podrían recurrir a los tribunales para obtener indemnizaciones. La idea, por lo tanto, es la internaliza~ ción de las extemalidades a través de la definición de Jos derechos de la propiedad privada sobre todos los recursos y servicios. Existen severos problemas de infonnación y aplicación en los dos enfoques: las soluciones pigouvianas exigen una información experta y detallada sobre las externalidades
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que es muy difícil de obtener, mientras que la de los derechos de la propiedad se basa en un conocimiento específico de las infracciones y amplias medidas para su cumplimiento que son muy difíciles de conseguir y problemáticas en la práctica. Existe un paralelismo aquí con los problemas de información que aparecen en la planificación colectiva. Tanto el socialismo como el individualismo de mercado se enfrentan a problemas de información, incentivos y ejecución. De la misma fonna que algunos defensores del socialismo han propuesto soluciones de alta tecnología para estos problemas, también lo han hecho algunos defensores del mercado libre. Walter Block (1989), por ejemplo, ha propuesto el de la atmósfera con rayos láser para establecer y defender Jos derechos de la propiedad, de la misma forma que en el siglo XIX se cercaron los campos estadounidenses con alambre de espino. Encontramos en estos casos la misma confianza inverosímil en un «arreglo» tecnológico que muestran algunos defensores de la planificación completa y centralizada. En Jos dos casos, la tecnología puede ser útil, pero es poco probable que resuelva todos Jos problemas de información que surgen. Existe mucha y muy controvertida literatura sobre estos temas, y no es posible ni siquiera intentar hacer aquí un repaso rudimentario2 . Sin embargo, sí se puede descartar mucha de esta literatura porque se centra en concepciones y medidas lirrútadas sobre la eficiencia económica. Lo que nos interesa aquí es la posibilidad de una utopía individualista de n\ercado en la que los contratos y la propiedad privada dominen la mayor parte, si no toda, la vida económica y social. La cuestión de la eficiencia es importante y no debería pasarse por alto, aunque algunos de Jos defensores de la utopía individualista definan la eficiencia en términos de maximización de la libertad individual, que sólo Jos mercados y la propiedad supuestamente proveen. Además, la mayor parte de la discusión convencional sobre la eficiencia económica invoca este término en un sentido estático, ignorando la cuestión de la eficiencia dinámica, que es más importante. l. Los LÍMITES DE LOS CONTRATOS Y DE LOS MERCADOS
Una cuestión primordial relacionada con la evaluación de una economía basada en el mercado son los límites de su sistema de coordinación de los contratos y los intercambios3. Una de las críticas más importantes al individualismo de mercado al res2. 3.
Paro las exposiciones convencionales sobre estos temas en el contexto de los problemas ambientales, ver, por ejemplo, Baumol y Cates (1988), Helm y Pearce (1991), Pearce y Tumer (1990). Existe una distinción técnica entre los mertados y el intercambio que tiene una importancia marginal para el argumento planteado aquí. El intercambio de mercancías es definido como la transferencia contractual acordada de un derecho de propiedad a un producto o servicio (Com1nons, 1950: 48-9; Hodgson, 1988: 148-9). Un mercado es definidq como un conjunto de intercambios institucionales y recurrentes de un tipo específico (Hodgson, 1988: 174). Los mercados son intercambios institucionalizados, en los que puede ser establecido un consenso sobre Jos precios y otras informaciones. Claramente, con esta definición estricta, no todo el intercambio se produce en los mercados. Una importante excepción es el «intercambio relacional», en el que el intercambio se basa en lazos duraderos de lealtad y no en tratos competitivos y de mercado abierto (Dore, 1983; Goldbcrg, 1980b; Richardson, 1972). Sin embargo, el término (Durkheim, 1984: 158). Explicaba que, siempre que existe un contrato, hay factores que no pueden reducirse a las intenciones o acuerdos entre individuos y que tienen funciones reguladoras y vinculantes para el contrato mismo: estos factores son las reglas y normas que no se encuentran necesariamente codificadas en la ley. En un mundo complejo, no se pueden redactar contratos completos y totalmente especificados. Las partes contratantes se ven obligadas a confiar en normas institucionales y patrones estándares de conducta que, por razones prácticas, no pueden establecerse ni confirmarse a través de una negociación detallada. Generalmente, cada persona da por sentadas un conjunto de reglas y normas y asume que la otra parte hace Jo mismo. Nótese que el argumento de Durkheirn trata sobre la cuestión de la información. La información relevante incluida en un contrato típico es demasiado extensa, compleja e inaccesible para que no más que una pequeña parte de la misma pueda estar sujeta a la deliberación racional y la estipulación contractual. Cuanto más compleja sea la situación a decidir, mayor será la cantidad de información relevante, y cuánto más tácita y dispersa sea la información, más pertinente será la teoría de Durkheim. Incluso las actividades económicas más simples se basan en una red de apoyos institucionales que se dan por sentados. Ludwig Wittgenstein utilizó el ejemplo de firmar un cheque: este acto depende de la existencia previa de muchas instituciones~ rutinas y convenciones -bancos, créditos, leyes- que son los antecedentes prácticos y el marco de las acciones e interacciones socioeconómicas. Sin estas instituciones, dicha actividad no tendría ningún sentido. La misma observación es válida para otras actividades diarias, corno mandar una carta o esperar un autobús. En todos los casos, dependemos de fonna habitual e inconsciente de una densa red de instituciones y rutinas preestablecidas. Toda actividad socioeconómica forma parte de una «compleja red de sistemas de interacción» (Boudon, 1981: 86). Se argumenta que, en estas circunstancias, nos basamos hasta cierto punto en la confianza. Por definición, si confiamos en la otra parte, nos embarcamos voluntariamente en un proceder cuyo resultado depende de las decisiones tomadas por esa otra parte. Normalmente, el resultado está fuera de nuestro control. Muchos estudios han demostrado que la confianza es vital para el mundo del comercio y el intercambio. Tomemos, por ejemplo, la obra de Stewart Macaulay (1963) sobre las relaciones no contractuales entre empresas. Se esperaría que en el mundo de los negocios, la confianza y el compañerismo basados en las relaciones fueran eliminados en favor de las relaciones económicas. Sin embargo, Macaulay observó que las empresas capitalistas se basan en valores como la «honestidad y la decencia nonnal» a la hora de hacer negocios. Incluso cuando existen grandes riesgos, las personas de negocios no responden necesariamente exigiendo un contrato fonnal que cubra todas las posibilidades. La encuesta de Macaulay demostró que en una gran mayoría de pedidos no existía contrato formal alguno, y que se basaban en la palabra o las relaciones establecidas entre las personas involucradas.
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La consideración de la incertidumbre dominante en las relaciones empresarioempleado en la empresa capitalista llevó aAlan Fox (1974) a argumentar convincentemente que un elemento de confianza supra-contractual es esencial en las relaciones industriales, y que un sistema puramente contractual no es factible4• Hasta cierto punto, las empresas establecen una «dinámica de confianza». Así mismo, Herbert Frankel (1977) examinó hasta qué punto el dinero mismo se basa en la confianza. El papel funcional de la moralidad y de la confianza en un sistema capitalista ha sido enfatizado por muchos autores. Arthur Denzau y (el premio Nobel) Douglas North (1994: 20) escribieron: una economía de mercado se basa en la existencia de un conjunto de valores compartidos que permiten la existencia de la confianza. La moralidad de una persona de negocios es un bien intangible crucial en una economía de mercado, y su inexistencia incrementa de forma sustancial los costes de transacción.
Will Hutton (1995: 20) ha elaborado un tema similar: «el grado de éxito de las instituciones de una economía en apuntalar la confianza y la continuidad, determinará la capacidad de mantener la fortaleza competitiva a largo plazo». Los lazos institucionales y culturales cumplen una función esencial incluso en una economía individualista y capitalista. Sin embargo, todo el tema de la cooperación basada en la confianza, y el de la confianza misma, es que ésta se ve empañada por el sobreuso de la negociación contractual y del cálculo de costes. Tal como remarcó con franqueza otro premio Nobel, Kenneth Arrow (1974: 23): > (Malthus, 1836: 16). Significativamente, la generación y extensión de mercados requiere un gobierno activo que cree y regule las nuevas instituciones y rutinas. La experiencia de los gobiernos que han intentado extender los «mercados libres» y hacer «retroceder al Estado)) Jo confirman. El marxista italiano Antonio Gramsci (1971: 160) escribió en sus Cuadernos de la cárcel de 1929-1935: tiene que aclararse que también eilaissez{aire es una forma de "regulación" estatal, introducida y mantenida por medios legislativos y coercitivos. Es una política deliberada, consciente de sus propios fines, y no una expresión espontánea y automática de los hechos económicos.
El desarrollo inicial del propio sistema de mercado moderno requirió también una substancial intervención estatal y legal. Escribiendo a finales del siglo XIX, John Commons (1965: 77-78) aceptó que: la esclavitud y la servidumbre desaparecieron, no como consecuencia de la prohibi~ ción estatal, sino básicamente por el hecho económico del despilfarro que suponía el trabajo forzado en competencia con el trabajo voluntario ... Sin embargo, mientras que esto lleva a la desaparición de la esclavitud y la servidumbre, no basta para pro· ducir los derechos positivos de la libertad ... Fue necesaria la interferencia positiva del Estado en la creación de derechos legales como la libre industria, la libre circu· !ación, la libre contratación, la libre propiedad, para permitir a los siervos ... liberarse de la coerción directa.
El economista neoclásico Léon Walras (1936: 476) también vio que el Estado jugaba un papel esencial en la inauguración y el mantenimiento de la competencia: «la institución y mantenimiento de la libre competencia económica en la sociedad requiere un trabajo de legislación, de legislación muy compleja, que el Estado debe llevar a cabm>. Un argumento parecido pero más extenso fue desarrollado por Karl Polanyi (1944). En su clásico estudio sobre la Revolución Industrial británica y el nacimiento del capitalismo, planteó que la expansión inicial del mercado fue en gran parte un acto del Estado. La expansión de los mercados durante el ascenso del capitalismo en el siglo XIX no supuso la disminución de los poderes del Estado, sino que llevó a un incremento de la intrusión, intromisión y regulación por parte de los gobiernos centrales. De todas partes surgieron grandes presiones para restringir los mercados a través de la legislación: para limitar la jornada laboral, asegurar la salud pública, crear un seguro social y regu~ lar el comercio. No sólo para garantizar la cohesión social, sino también para asegurar el desarrollo tranquilo del mercado, el Estado tuvo que proteger, regular, subsidiar, estandarizar e intervenir. De la misma forma, incluso en la Gran Bretaña victoriana, la introducción del mercado libre, en lugar de eliminar la necesidad de control, regulación e intervención, incrementó enonnemente su alcance. Este fue el casO, a fortiori, en Francia y Alemania, donde los mercados fueron muchas veces impuestos desde arriba y fuertemente regulados. Incluso en la supuestamente modélica economía de «libre mercado» de los
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Estados Unidos, existió una intervención estatal sistemática tanto en el siglo XIX como en el XX (Kozul-Wright, 1995). Así como un Estado activo, el sistema de mercado «libre» necesita ciertas precondiciones culturales sustanciales. Requiere la mentalidad racional y calculadora de un sistema de mercado, el «estado mental que engendra el uso del dinero» (Mitchell, 1937: 306). Necesita, además, normas culturales profundamente arraigadas que protejan la santidad de la propiedad y el contrato. Para el mantenimiento y refuerzo de esta cultura pecuniaria y de la propiedad, es necesario que actúen tanto el Estado corno el individuo. Consecuentemente, tal como ha defendido Leszek Kolakowski (1993: 12): El Estado radicalmente liberal es una utopía cuyos principios acaban volviéndose contra ellos mismos. El Estado liberal no puede sobrevivir por la mera inercia de una política neutral y de no intervención; le es necesaria -tal como se ha afirmado ya muchas veces-la atención vigilante de sus ciudadanos, de todos los que se sien~ ten responsables de la causa común, la res publica. Y las virtudes cívicas de las que depende la viabilidad del Estado liberal no nacen de forma espontánea; necesitan de una especie de "adoctrinamiento". Un Estado liberal petfectamente neutral es inviable.
Por eso no es ninguna casualidad que los gobiernos comprometidos con las ideas individualistas de mercado hayan adoptado muchas veces un tono autoritario, como en Inglaterra en los años 80 bajo el liderazgo de Margaret Thatcher. Ese gobierno, consagrado a las supuestas virtudes del mercado «libre» y «espontáneo», orquestó una continua campaña ideológica y cultural y llevó a cabo una substancial extensión y centralización de la autoridad gubernamental institucionalizada (Hutton, 1995). Todo esto confmna las percepciones anteriores de Malthus, Gramsci y Polanyi. La creación y mantenimiento de los derechos de la propiedad privada y de las instituciones de mercado requiere la intervención prolongada del Estado para limitar o expulsar las formas económicas e instituciones antagónicas a la propiedad privada y el sistema de mercado. Los mercados tienen que ser protegidos por un Estado activo y efectivo. Esto explica la aparente paradoja de que el «mercado libre» lleve a una centralización substancial del poder económico y político. En la práctica, las políticas individualistas de mercado amenazan el pluralismo económico y político y dotan de amplios poderes a la maquinaria estatal central. Incluso cuando es silenciosa, la amenaza del totalitarismo se esconde dentro del individualismo celoso y sin restricción. El autoritarismo puede llegar a ser necesario para imponer el orden liberal. Esta es «la jaula de hierro de la libertad» (Gamble, 1996). Pero no acaba aquí. La extensión general de las ideas del «mercado libre» crea un sistema con un nivel relativo de uniformidad estructural, dominado por las relaciones pecuniarias de contrato e intercambio. En este punto es especialmente relevante la experiencia del capitalismo estadounidense. Esta cuestión ha sido discutida por Louis Hartz (1955) y Albert Hirschman (1982), que apreciaron un problema de estancantiento potencial o real, tanto moral como económico, en el tipo de individualismo de mercado que se ha desarrollado más en los Estados Unidos de América: «Habiendo "nacido en igualdad", sin ninguna lucha prolongada contra ... el pasado feudal, a América le falta lo que Europa tiene en abundancia: diversidad social e ideológica. Pero tal diver-
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sidad es ww de los principales constituyentes de la libertad genuina)) (Hirschman, 1982: 1479). El liberalismo llevado al extremo puede convertirse en su contrario. Un individualismo de mercado ferviente relega a los márgenes a las formas sociales e ideologías diferentes al individualismo de libre mercado y la propiedad privada La variedad de estructuras e instituciones se ve amenazada. La diversidad proclamada por los devotos de la edad de oro competitiva e individualista aparece entonces como una falacia. Emerge así un orden monolítico que adopta la uniformidad, tanto de la ideología corno de la estructura, la tiranía de la mayoría igual-pensante y un «absolutismo liberal colosal>> (Hartz, 1955: 285). La política del «libre mercado» no sólo amenaza la libertad personal: su retórica del «libre mercado» muchas veces enturbia la diferencia entre la libertad personal y la libertad de contratación. Tal como observó Frank Knight (1921: 351), con algunas excepciones posibles, es dudoso que exista una palabra de la que se haya abusado más que del término «libertad)); y seguramente no existe confusión mayor en la ya confusa ciencia política que la confusión entre y los «mercados libres», por otra, ha llevado a un enfoque político basado en la ampliación de los derechos de los propietarios, y no en el incremento general de la libertad, la autonomía y el poder personal verdadero. La verdadera libertad de elección es restringida para todos si sólo existe un número limitado de alternativas institucionales, y para muchos si éstas están consignadas a una situación de impotencia relativa debido a la pobreza, el desempleo y la exclusión social. Debería destacarse de nuevo que el objetivo incondicional del mercado «libre» ignora el hecho de que el comercio y los mercados se basan en otras instituciones anticuadas y muchas veces rígidas y en otras características tradicionales de la cultura social. A pesar de sus diferencias políticas, tanto Marx como Hayek ignoraron las «impurezas» inevitables en un sistema de mercado, mientras que Schumpeter (1976: 139) defendió convincentemente que esas instituciones más antiguas proporcionan una simbiosis esencial con el capitalismo, convü1iéndose en «un elemento esencial del esquema capitalista». La capacidad de Schumpeter consistió en mostrar que el capitalismo depende de normas de lealtad y confianza que son, en parte, herencia de otras épocas. Las instituciones de contrato e intercambio no son suficientes. Existen muchos ejemplos de esferas de actividad esenciales pero no comerciales dentro del capitalismo. Un buen ejemplo es la familia, aunque esta cuestión fue torpemente dejada de lado por Hayek y otros pensadores de la escuela austríaca. No sólo raramente se realiza un análisis detallado de la familia, sino que otros temas nonnativos que presentan dificultades también son nonnalmente ignorados. Tal como señaló Jim Tomlinson
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(1990: 131), las familias «son extremadamente problemáticas por sus implicaciones sobre la libertad en el sentido utilizado por Hayek». Hayek ignora la cuestión del tipo de libertad que se les ofrece a los niños en esta institución, así como las implicaciones para el liberalismo de un contrato matrimonial vitalicio entre una pareja. Normalmente, si el contrato y el intercambio son siempre la mejor forma de organizar las cosas, entonces muchas funciones que se organizan tradicionalmente de forma diferente deberían comercializarse. Esto implicaría el uso generalizado de la prostitución para obtener placer sexual, y la producción y venta de niños para obtener un beneficio comercial. Sin embargo, en las democracias modernas, la venta de personas se considera esclavitud y es ilegal 14 , y la prostitución es frecuentemente vista con malos ojos y restringida legalmente. También existen límites legales a la comercialización de actividades tales como el alquiler de las tareas parentales. Sin embargo, la absoluta libertad individual y de intercambio debe admitir la posibilidad de la prostitución, de la venta de niños e incluso de la esclavización voluntaria. En un asalto a nuestra «libertad individual y de contratación», los poderes legislativos centrales de la mayoría de países normalmente limitan o prohíben estas actividades. Sobre esta base, el individualismo de mercado no es una doctrina conservadora o tradicionalista: llevado a sus límites, el individualismo de mercado conlleva la comercialización del sexo y la abolición de la familia. Un individualista de mercado coherente no puede ser un devoto de los «Valores familiares», por lo que existe una contradicción interna en el pensamiento de importantes defensores del individualismo de mercado como Thatcher y Hayek: su apoyo a la familia como una institución y su más amplia devoción a la tradición, es incompatible con su individualismo de mercado 15 . Los partidarios del individualismo de mercado no pueden pedirlo todo. Para ser coherentes con sus propios argumentos, todas las disposiciones deben supeditarse a la propiedad, los mercados y el intercambio. No pueden decir ahora que el mercado es la mejor forma de ordenar todas las actividades socioeconómicas, y negarlo después. Si les importan los valores familiares, entonces tienen que reconocer los límites prácticos y morales a los imperativos del mercado y el intercambio pecuniario. Los individualistas de mercado extremos pocas veces admiten la existencia de estos límites. Incluso los que, como Hayek y Friedrnan, que cautelosamente limitan en ciertos momentos el poder y el ámbito del mercado, se abstienen de plantear una declaración general sobre las limitaciones de las disposiciones del mercado. Para ellos, el mercado es un bien puro, de la misma forma que para muchos socialistas es un puro demonio. La verdad se encuentra en otra parte. 14. Evidentemente, en algunas sociedades modernas los niños se pueden adoptar a cambio de un pago. Sin embargo, tal como Posner (1994: 410) ha señalado acertadamente: «La expresión venta de niíios, aunque inevitable, es confusa. Una madre que entrega sus derechos parentales a cambio de una tasa no está vendiendo a su hijo; los niños no son cosas, y no pueden ser comprados y vendidos. Ella vende sus derechos parentales». En cambio, Becker (1991: 362 ff.) fue más descuidado en su uso del lenguaje; habló de venta niños cuando en realidad lo que se producía era la venta de los derechos parentales. 15. Muchos críticos han señalado que existe una tensión no reconciliada en la obra de Hayek «entre un conservadurismo aconsejado por una reverencia incondicional por lo tradicional y un refonnismo institucional inspirado por la idea de un orden espontáneo» (Kley, 1994: 169). Para evaluaciones similares, ver Forsyth (1988: 250), Gray (1980, 1984: 129-130), Ioannides (1992), Kukathas (1989: 206·215), Paul (1988: 258-259), Roland (1990), Rowland (1988) y Tomlinson (1990: 64-65).
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5. LA SUPUESTA OMNIPRESENCIA DEL MERCADO
La empresa también presenta un importante problema analítico para los individualistas de mercado. Marx observó en El Capital que la división .del trabajo estaba presente tanto en la sociedad en general como dentro de la empresa capitalista. En la primera, la división del trabajo mantiene el intercambio del mercado; en la segunda, «el trabajo se encuentra sistemáticamente dividido en cada fábrica, pero los trabajadores no generan esta división intercambiando sus productos individuales» (Marx, 1976a: 132). Esto prefigura la observación similar realizada por el premio Nobel Ronald Coase (1937: 388): «Dentro de la empresa, esas transacciones mercantiles son eliminadas, y la complicada estructura de mercado con intercambios es sustituida por el empresario-coordinador, que dirige la producción». Aunque desde perspectivas teóricas bastante diferentes, tanto Coase como Marx subrayaron que el intercambio de productos y el mecanismo de los precios están ausentes dentro de la empresa. No obstante, muchos individualistas de mercado han ignorado este hecho, como si estuvieran avergonzados de la obvia limitación de los mecanismos del mercado que
se produce dentro de la propia ciudadela del capitalismo. Efectivamente, es muy típico que los individualistas de mercado ignoren el interior de la empresa y los talleres. Según ellos, lo que importa es el conocimiento y la imaginación de los empresarios, ignorando el conocimiento y la imaginación de los trabajadores. Lo que les importa es la libertad del empresario para comerciar en el mercado sin el mínimo obstáculo, ignorando que la misma empresa capitalista existe debido a la exclusión dentro de sus límites de los mercados reales. Las bases de la iniciativa empresarial son demasiado importantes para dejarlas en manos de los individualistas de mercado. Siguiendo su propia lógica, los individualistas de mercado se ven forzados a ignorar la estructura organizativa de la empresa, o a imaginar falsamente que existen mercados en su interior. No hacerlo así significaría admitir que un sistema tan dinámico como el capitalismo depende de un modo de organización del que los mercados están excluidos. Tal como apuntaron Marx y Coase, la esencia de la empresa capitalista es que, en su interior, el intercambio de productos y el mecanismo de los precios son sustituidos por un contrato de empleo entre los trabajadores y la empresa 16. 16. Una empresa se define como una organi7..ación integrada y duradera de personas y otros activos, establecida con el propósito de producir bienes o servicios, con la capacidad de venderlos o alquilarlos a clientes, y con derechos y responsabilidades legales reconocidas. Estos derechos y responsabilidades incluyen el derecho a la propiedad legal de Jos productos como propiedad antes de que sean intercambiados, el derecho legal a obtener la remuneración contratada por los servicios y cualquier responsabilidad legal en la que se incurra en la producción y suministro de esos bienes y servicios. Obsérvese que el término «legal» tiene siempre un fuerte elemento de costumbre, y que la expresión «legal o por costumbre» podría muy bien reemplazar a «legal» en su definición. Un sentirlo en el que una empresa está integrada es en que ella misma actúa, tácitamente o de otras formas, como una «persona legal» -en un sentido legislativo o de costumbre-, que es propietaria de sus productos y contratante. El sentido en el que una empresa es duradera es que constituye más que un contrato o acuerdo transitorio entre sus miembros centrales e incorpora estructuras y rutinas de un~ prevista longevidad. Una empresa capitalista es una empresa de un tipo específico en el que los trabajadores establecen una relación de trabajo con la empresa. Esta importante definición será recordada y mejorada en varios momentos en este volumen.
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Existe una gran confusión sobre esta cuestión, y muchos autores sugieren que las barreras entre la empresa y el mercado se están erosionando. Esta confusión permite a los individualistas de mercado ignorar la realidad de la organización no de mercado del sector privado y situar todo lo relacionado con el mismo bajo el paraguas del análisis de mercado. Con eso pueden ignorar también la realidad del control y autoridad existente dentro de la empresa capitalista pero seguir siendo críticos con la burocracia del sector público y la planificación estatal. Tales ideas falsas se alimentan de la falta de una definición clara y adecuada de los términos «empresa» y «mercado» en las ciencias sociales. Consideremos algunos ejemplos frecuentemente citados pero erróneos. Algunas empresas utilizan indicadores de precios para la contabilidad interna, y los productos pueden ser «intercambiados» entre un departamento interno y otro. De ahí se puede concluir que existe un «mercado interno». Sin embargo, habitualmente, estos intercambios no implican el intercambio de derechos de propiedad. Los objetos «Íntercambiados>> siguen siendo propiedad de la empresa. Lo que se produce son transferencias contables, más que intercambios reales de productos. Incluso si se delega a una subOivisión de la empresa el poder de contratar con agentes externos, legalmente es el conjunto de la empresa la que aparece como parte contratante. La subdivisión no hace más que ejecutar poderes delegados: actúa «en nombre» de la empresa, pero es la empresa la que es legalmente responsable de las obligaciones del contrato. Siguiendo un argumento típico, Ken-ichi Imai y Hiroyuki Itami (1984) abordan la sUpuesta «interpretación de la organización y el mercado>> en Japón, pero definiendo tanto el mercado como la organización sin hacer ninguna referencia a los derechos de la propiedad o a los contratos y refiriéndose en cambio a factores corno la duración de la r~lación y el uso o no del precio corno una señal principal de información. Utilizando esta metodología defectuosa, no es difícil encontrar elementos de una denominada «organización» en los altamente estructurados y regulados «mercados» japoneses, o encontrar elementos de un supuesto «mercado» dentro de muchas empresas. Sin embargo, estas conclusiones son, en primer lugar, el resultado de una definición inadecuada del «mercado» y la «organización». En cambio, definiciones más adecuadas de estos términos llevarían a la conclusión de que los mercados -en Japón y en todas partesestán con frecuencia más o menos organizados, pero que cualquier mercado es un tipo diferente de organización de la entidad legal propietaria y contratante que constituye la empresa. Está también muy difundida la idea de que existen «mercados laborales internos» dentro de la empresa. Sin embargo, incluso los padres de esta idea, Peter Doeringer y Michael Piare (1971: 1-2) admitieron que los . David Marsden (1986: 162) fue más lejos: «los mercados laborales internos ofrecen sistemas de transacción bastante diferentes, y existen dudas sobre si realizan el papel de los mercados>>. Mucha de la palabrería sobre los «mercados internos» dentro de las empresas es consecuencia de un uso poco riguroso del término «mercado>> que, desafortunadamente, impera en la economía convencional actual. En términos de intercambios genuinos, regulares y organizados de productos y servicios, los «mercados» raramente, o nunca, se encuentran dentro de la empresa.
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Repitamos: la confusión sobre la naturaleza de los mercados y el intercambio permite a los individualistas de mercado ignorar la realidad de la organización no de mercado en las empresas capitalistas y entenderlo todo en términos del «mercado». Ademá"i, permite que otros, muchas veces desde perspectivas ideológicas diferentes, ignoren las realidades legales y contractuales y se centren exclusivamente en cuestiones de control. «Mercado>> y «organización» vuelven a confundirse. La coordinación y el control, y no el contrato legal o el precio, se convierten en el centro universal de atención conceptual. De la misma forma que los individualistas de mercado enfatizan el precio y el contrato para ignorar otras relaciones, la posición contraria les olvida en favor de las ideas de control y coordinación. Los dos puntos de vista son inadecuados. Como ejemplo de la posición contraria, Keith Cowling y Roger Sugden (1993: 68) definieron la empresa como ~~ defl!ro de una sola empresa. En las economía modernas existen muchos casos de formas complejas de interacción entre agencias productivas (Ménard, 1996). Pero al observar con detalle, la mayoría de estos casos «híbridos» se revelan como relaciones o redes entrelazadas entre entidades legales múltiples y distintas, y no organizaciones o empresas aglutinadoras únicas. Parte del problema en este caso reside en la incapacidad de reconocer que los mercados son un caso especial de intercambio de productos (Hodgson, 1988). Si nos adherimos a la falsa dicotomía entre empresas y mercados, entonces claramente vamos a tener dificultades para clasificar las relaciones de contratación no de mercado entre empresas. El conjunto rea] de estas relaciones interactivas no es ni una empresa ni un mercado, por lo que -de . acuerdo con la lógica de esta dicotomía falsa-, debe tomar la «extraña» forma de «híbrido». El primer error está en la presunción de una dicotomía, ignorando la tercera posibilidad (richardsoniana) del intercambio contractual no de mercado. El segundo error está en tener una definición erróneamente precisa de la empresa, hasta el punto de que la diferencia entre «empresa» e «industria» puede llegar a disolverse.
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Reconocer la exclusión de los mercados y del intercambio de productos dentro de la empresa es importante por varias razones. En particular, es una importante ilustración de cómo las formas de coordinación de mercado y no de mercado aparecen combinadas en todos los sistemas capitalistas existentes; sin embargo, esta idea de combinación es bastante diferente de la presunción de que se hayan convertido en un extraño híbrido, combinando las cualidades de ambos. La empresa existe como una entidad legal diferenciada: técnicamente, es una «persona legal». Es propif:~taria de sus productos y los vende o alquila a otros. Establece contratos con sus trabajadores y sus clientes. De la misma forma, sus relaciones externas están dominadas por los intercambios de productos o mercados. Internamente, sin embargo, la empresa no se rige por los precios, los mercados o el intercambio de productos, sino que es fundamentalmente un ámbito de administración, organización y dirección.
6. LAS ORGANIZACIONES Y LAS CONDICIONES PARA LA INNOVACIÓN Y EL APRENDIZAJE
La- empresa capitalista ha sido tan exitosa y dinámica durante los dos últimos siglos precisamente porque combina estos dos atributos: externamente, el intercambio de productos basado en los precios, e internamente, la movilización organizativa y el desarrollo de la fuerza de trabajo. El espectacular éxito histórico de esta combinación / .:.'DT, Hannah. (1958). «What WasAuthority?». En Friedrich, Carl J. (ed.) Authority Cambridge, MA: Harvard University Press, p. 81-112. 25. Con una población de 100 asalariados, este sería el porcentaje entre los ingresos salariales del número 90 y del número 10. Con esta medida, cuanto mayor sea la cifra, mayor será el grado de desigualdad. 26. Para más datos sobre la distribución de la renta en las economías desarrolladas y en transfonnación, ver Bishop et al. (1991) y Atkinson y Micklewright (1992).
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Prefacio' Ken Cale, John Cameron, Chris Edwards
[... ]
l. LA TEORÍA DEL VALOR DE LA PREFERENCIA SUBJETIVA Adam Smith identificó el mercado como el ámbito en el que los precios aparecen como Ia forma en que se expresan las valoraciones, pero fracasó en desarrollar una explicación no ambigua del origen del valor y de la determinación de precios, a pesar de que, en general, fue partidario de la libertad absoluta de las fuerzas del mercado. Los eslabones perdidos entre la identificación del mercado como el foco primario de atención y la justificación del libre intercambio corno el medio para alcanzar la prosperidad, han sido desarrollados por diversos autores desde los tiempos de Smith hasta nuestros días. A la base común de su pensamiento la hemos llamado la teoría del valor de la preferencia subjetiva (analizada en los capítulos 3 y 4). Su punto de partida es el individuo dotado de gustos y recursos y que calcula sus acciones con el fin de maximizar la utilidad y el bienestar personal. Estos gustos del individuo definen las preferencias entre modelos alternativos de consumo, incluyendo el ocio. En cambio, los recursos del individuo determinan la habilidad para satisfacer estos deseos a través de la actividad productiva. En los casos en que la productividad aumenta a causa de la especialización de los individuos en la producción de mercancías determinadas, o sea, a causa de la división del trabajo, se produce una aparente separación entre el individuo como consumidor y como productor. Se desarrolla una interdependencia económica entre los individuos que necesitan intercambiar a través de los mercados, con las tasas de intercambio o precios relativos determinados por la utilidad relativa obtenida por los individuos del consumo de productos y ocio. Las decisiones de consumir y los recursos para producir se coordinan utilizando un recurso especial, el espíritu empresarial, a través del cual se combinan los recursos productivos con el fin de satisfacer las demandas de los consumidores. Los propietarios de los recursos reciben una recompensa determinada por la utilidad derivada del producto por los consumidores, y estos recursos productivos (trabajo -u ocio negativo- y capital-o consumo aplazado-) son a su vez suministrados según la recompensa ofrecida -salarios e intereses, respectivamente- y los empresarios reciben un beneficio por su papel central. En consecuencia, lo que determina la actividad económica es la maximización de la utilidad individual por el consumo. Y como cada persona tiene gustos y preferencias particulares, la sociedad Publicado en: Cole, Ken; Cameron, John; Edwards, Chris. «Preface)). En: Why economísts disagree: the politicaf economy o! economics. Londres: Longman, 1983, p. 7- J7. Traducción: Gemma Galdon.
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en general sólo puede conseguir esta maximización si existe un libre intercambio en el que los individuos no suscriban contratos de compra o venta a no ser que sea por su propio interés. En este contexto, Jos intereses del individuo (utilidad personal) se reconcilian con el interés social más amplio (la utilidad de todos los demás); por lo tanto, no existe ningún conflicto fundamental de intereses en la sociedad, y la forma ideal de gobierno es una asamblea representativa a través de la cual se puede alcanzar un consenso racional. Las políticas económicas derivadas de este análisis se basan en la creación de un entorno que permita la máxima libertad en las decisiones de consumo individual, siendo el papel del Estado el de eliminar la coerción en el mercado y exigir el cumplimiento de los contratos voluntarios entre individuos. El rechazo de la intervención gubernamental activa en economía queda reflejada en las anteriores citas de Friedman y Brittan. Los valores del mercado libre se revelan en forma de precios a los que cada individuo tiene la libertad de responder independientemente del poder de los otros individuos. Está claro que muchos economistas han proclamado una confianza fundamental en el proceso de mercado como la mejor forma de asegurar la mayor felicidad para todos, pero han querido matizarla en relación a aspectos particulares como la sanidad o la educación. Sin embargo, y por las características de este texto, hemos querido centrarnos en mostrar la base de esta confianza unificadora fundamental. Es bastante atemorizador que, cada vez que un economista habla de forma acrítica sobre la oferta y la d'emanda en el mercado, siempre aparezca, detrás de esos términos aparentemente no controvertidos, la aceptación de toda una filosofía de individualismo posesivo y política liberal. Pero ¿por qué tardaron tanto las personas en descubrir esta .«deseable» forma de organización de los asuntos económi-. cos? La experiencia humana hasta 1750 aparece básicamente como una pérdida de tiempo si el mercado libre es la claVe del bienestar. La respuesta, para la teoría tiva del valor, reside en el cambio de pensamiento, conocido como la Ilustración, que se produjo en Europa y Norteamérica en esos tiempos. La energía intelectual se entonces a la comprensión de las posibilidades del presente en la tierra, y no a la peración de un pasado glorioso o a los esfuerzos por ganar el cielo en el futuro. Al dejar de preguntar «por qué» durante un tiempo y plantearse en su lugar «Cómo», realizaron rápidamente enonnes cambios en el mundo físico y se descubrieron nuevas posibilidades en la relación entre los individuos y la sociedad. El problema con guntarse «cómo» y no «por qué» es que el cambio provoca que el conocimiento convierta en más tentativo y también más poderoso. Al hacer afinnaciones sobre cómo funciona el mercado al ser regido únicamente por sus propios mecanismos, se que la audiencia acepta que esas afirmaciones probablemente se harán realidad en el futuro y en lugares diferentes. La tesis de que el conocimiento actual es siempre tentativo es central en la filosofía de Karl Popper, un maestro entre los partidarios más destacados de la teoría subjetiva del valor. Su posición es que, si una teoría puede ser expuesta a un test de falsificación mediante la observación, entonces esa teoría se mantiene como explicación de cómo se generó la observación. Su posición sobre la naturaleza del conocimiento «científicm> es consistente con la teoría subjetiva del valor, ya que quita importancia a las incomprobables suposiciones sDbre el individualismo, en las que se basa la teoría del valor, frente a las predicciones sobre el comportamiento observable del merca~o. Desgraciadamente, existe la tentación de cruzar rápidamente la línea que
PREFACIO
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entre afirmar que «el mundo actúa como si estuviera compuesto por individuos irldepe1ndienltes>> y afirmar que «el mundo está compuesto por individuos independint> (1937: 22). Nuestra participación en la división del trabajo nos obliga a intercambiar. El tipo de dependencia mutua asociado a la división del trabajo da .. Jugar al sistema de intercambio. A la vez, «la división del trabajo está limitada por la d::~~~~~~~d~del mercado» (1937: 17). El mercado también juega un papel importante, ',e el desarrollo de la división del trabajo. La división del trabajo ocupa en el tratamiento clásico del intercambio una posianáloga a la que ocupa la maximización de la utilidad en la teoría neoclásica. lép1reS y propensiones para procurarse una proporción tan grande de estas comodidades como sea posible. La concepción de Adarn Smith de la naturaleza humana normal-es decir, del factor humano que participa causalrnente en el proceso que la teoría económica discuteviene a ser en conjunto lo siguiente: los hombres ejercen su fuerza y habilidad en un pro~ ceso mecánico de producción y su habilidad pecuniaria en un proceso competitivo de distribución con miras a la ganancia individual en los medios materiales de vida. Se buscan estos medios materiales a fin de satisfacer los deseos naturales del hombre a través de su consumo. Es cierto que otras muchas cosas forman parte de los esfuerzos humanos en la lucha por la riqueza, tal como Adam Smith destaca; pero este consumo comprende la serie legítima de incentivos, y una teoría que se preocupa por el curso natural de las cosas tendría que tener en cuenta lo que no ocurre legítimamente en el curso natural. En realidad, existen desviaciones «presentes» apreciables, aunque poco «reales», de esta norma. Se trata de desviaciones espurias e insustanciales, y no for~ man parte estrictamente dé la teoría. Y, puesto que la naturaleza humana es sorprendentemente uniforme, según la interpretación de Adam Smith, tanto los esfuerzos empleados corno los resultados obtenidos pueden expresarse en términos cuantitativos y tratados algebraicamente, con el resultado de que todo el conjunto de fenómenos comprendidos dentro del apartado de consumo sólo deberían ser considerados incidentalmente; y la teoría de la producción y distribución está completa cuando se ha seguido la pista de los bienes o valores hasta su desaparición en manos de sus propietarios últimos. En conjunto, el efecto reflejo del consumo sobre la producción y la distribución es únicamente cuantitativo. La preconcepción de Adam Smith de un orden teleológico nonnal de procedimiento en el curso natural afecta, por lo tanto, no sólo a aquellas características de la teoría en que Smith se declara abiertamente preocupado por la construcción de un esquema normal del proceso económico. A través de su normalización del factor causal principal que toma parte en el proceso, esta preconcepción afecta también a sus argumentos de 18. La riqueza de las naciones, Libro 1, cap. 5. Ver también el alegato favorable al libre comercio, Libro IV, cap. 2: «Pero la renta anual de toda sociedad siempre es precisamente igual al valor intercambiable del producto anual total de su industria o, más bien, es precisamente Jo mismo que aquel valor intercambiable». 19. () por obra de los sucesores de Adam Smith se encuentra, en gran parte, en la filosofía utilitarista que llegó con fuerza y en forma consumada alrededor de finales de siglo. Cierto mérito del trabajo de normalización se debe también a la posterior substitución de la artesanía por la industria «capitalista» que llegó al mismo tiempo y en estrecha relación con las ideas utilitaristas. Después de la época de Adam Smith, la economía cayó en manos profanas. Aparte de Malthus que, de todos los grandes economistas, es el que se halla más cercano a Adam Smith en estos aspectos metafísicos que guardan una relación directa con las premisas de la ciencia económica, la generación siguiente no enfocó el tema desde el punto de vista de un orden divinamente instituido; tampoco debatieron sobre los intereses humanos con aquel espíritu amablemente optimista de sumisión propia del economista que va a su trabajo con el miedo a Dios ante sus ojos. Incluso en Malthus, el recurso al orden de la naturaleza aprobado por la divinidad es en cierto modo limitado y moderado. Pero resulta significativo para la evolución posterior de la teoría económica que, aunque se puede considerar realmente a Malthus corno el seguidor más auténtico de Adam Smith, fueron los utilitaristas no devotos los que se convirtieron en los portavoces de la ciencia después de la época de Adam Smith. No existe una ruptura importante entre Adam Smith y los utilitaristas, ni en los detalles de la doctrina, ni en las conclusiones concretas a las que se llegó respecto a cuestiones de política económica. En estos aspectos, verdaderamente se podría clasificar a Adam Smith como un utilitarista moderado, especialmente en lo que concierne a su trabajo en economía. Malthus tiene todavía un aire más utilitarista -tanto, que frecuentemente se habla de él como de un utilitarista-. Esta opinión, expuesta de fonna convincente por el Sr. Bonar' 1, está sin duda bien corroborada por un análisis detallado de las doctrinas económicas de Malthus. Su inclinación humanitaria es evidente en toda su obra, y su debilidad por las consideraciones de eficiencia constituye el gran defecto de su trabajo científico. Pero, a pesar de todo ello y a fin de apreciar el cambio que invadió la economía clásica con el avance del «benthamismo», es necesario observar que el acuerdo en este tema entre Adam Smith y los discípulos de Bentham, y menos deci20. «M ir diesen philosphischen Ueberzeugunge11 trillmm Adam Smith an die Wélt der Enfalmmg heran, tmd es ergiebt sich ihm die Ricllligkeit dcr Principen. Der Reiz. der Smith'schen Schriften bemhr z.um grossen Teile darauf, dass Smith die Principie11 in so innige Verbindung mit dem Thatsiicblichen gebrachr. Hie und da werden dann auclt die Principien, was durch diese Verbindu11g veranlasslwird, m1 ihren Sptizen etwas abgeschliffen, ihre allz.uscharfe Auspriigung dadurch venniede11. Nichtsdestoweniger aber bleiben sie slets die leitende11 den Gnmdgeda11ken.» («Con estas conce¡x:iones filosóficas, Ada m Smith
se aproxima al mundo de la experiencia, que le confinna lo bien fundado de los principios. El gran inte~ rés de los escritos de Smith se basa ante todo en el hecho de que ha mostrado que los principios están ínti~ mamente vinculados con los hechos. A veces, los propios principios se han tenido que limar un poco para evitar expresiones demasiado bruscas. A pesar de todo, no se alejan jamás de las bases directri~ ces.))) Richard Zeyss, Adam Smith und der Eigennutz., Tubinga, .1889, p. 110. 21. Ver, por ejemplo, Malthus and his \York, especialmente el Libro III, así como el capítulo sobre Maltlws en Philosophy and Political Eco11omy, Libro III, Modern Philosophy: Utifirarian Ecmwmics, cap. 1, -no las que van al director del proceso mecánico o al encargado del almacén-. Estas últimas sólo son salarios. En general, esta diferencia no está clara en los autores anteriores, pero está suficiente y claramente contenida en el desarrollo más completo de la teoría. El trabajo del empresario es la gestión de la inversión. En conjunto, tiene un carácter pecuniario y su objetivo aproximado es . En manos de los grandes escritores utilitaristas, la economía política evolucionó hacia una ciencia de la riqueza, entendiendo este término en el sentido pecuniario, es decir, en tanto que cosas susceptibles de ser de propiedad. El curso de las cosas en la vida económica se trata como una secuencia de acontecimientos pecuniarios, y la teoría económica se convierte así en una teoría de lo que sucedería en aquella situación consumada en la que la permuta de magnitudes pecuniarias tiene lugar sin perturbaciones ni retrasos. En esta situación consumada, el motivo pecuniario funciona per32. Comparar BOhm-Bawerk, Capital and lnterest, Libros JI y IV, aSí como la Introducción y los cap. 4 y 5 del Libro J. La discusión de Btihm-Bawerk se refiere menos directamente a este punto que lo que la similitud de los ténninos empleados sugeriría.
LAS PRECONCEPCIONES DE LOS ECONOMISTAS CLÁSICOS
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fectamente y dirige todos los aspectos del hombre económico sin engaño, sin matices, sin desviarse de una búsqueda del mayor beneficio posible con el menor sacrificio posible. Evidentemente, este sistema de competencia perfecta, con su «hombre económico» no corrompido, es un logro de la imaginación científica, y no está pensado como una expresión adecuada de la realidad. Se trata de un recurso del razonamiento abstracto; y su reconocida validez alcanza solamente a los principios abstractos, a las leyes fundamentales de la ciencia, que únicamente se sostienen en la medida en que la abstracción se mantiene. Pero, como sucede en tales casos, una vez aceptado y asimilado como real, aunque quizás no como verdadero, se vuelve un componente efectivo de los hábitos de pensamiento del investigador y acaba conformando su conocimiento de los hechos. Llega a servir de norma de substancialidad o legitimidad; y hasta cierto punto, los hechos caen bajo su imperativo, tal como aparece en los ejem~ plos de muchas aseveraciones relativas a la «tendencia» de las cosas. La evolución humana, por la fuerza del carácter hedonista de la naturaleza huma~ na, tiende hacia esta conclusión a la que Senior se refiere como «el estado natural del hombre»33 ; y, por lo tanto, es mejor que la situación real e inmadura se plantee en términos de su aproximación a este estado natural. La teoría pura, la «ciencia hipotética» de Cairnes, «traza los fenómenos de producción y distribución de la riqueza hasta sus causas, en los principios de la naturaleza humana y en las leyes y acontecimientos -físi~ cos, políticos y sociales- del mdndo exterion> 34• Pero puesto que los principios de la naturaleza humana que resultan en la conducta económica de los hombres, en la medi~ da en que afecta a la producción y la distribución de riqueza, consisten sólo en ]a secuencia simple y constante de la causa y el efecto hedonistas, el elemento de la naturaleza humana puede ser justamente eliminado del problema, con un gran beneficio en cuanto a simplicidad y eficacia Una vez eliminada la naturaleza humana, en tanto que término intermedio constante, y habiendo sido eliminadas también todas las características institucionales de la situacióh (en tanto que constantes similares bajo aquel régimen pecuniario natural o consumado del cual se ocupa la teoria pura), las leyes de los fenómenos de riqueza se pueden formular en términos de los factores restantes. Estos factores son artículos vendibles que los hombres manejan en estos procesos de producción y distribución; y las leyes económicas, por lo tanto, vienen a ser expresiones de las relaciones algebraicas que subsisten entre los diversos elementos de la riqueza y la inversión -capital, trabajo, tierras, oferta y demanda de uno y otro, beneficios, intereses, salarios-. Incluso detalles tales como el crédito y la población llegan a ser disociados del factor personal y figuran en el cómputo como factores elementales que actúan y reaccionan a través de una permuta de valores por encima de la buena gente cuyo bienestar están intentando. Resumiendo: la economía clásica, que se ocupa en primer lugar de la cara pecuniaria de la vida, es una teoría de un proceso de valoración. Pero dado que la naturaleza humana, en cuyas manos y para cuyo provecho tiene lugar la valoración, es simple y constante en sus reacciones al estímulo pecuniario, y puesto que ninguna otra carac33. Political Economy, p. 87. 34. Character and Logical Method of Political Economy (Nueva York, 1875), p. 7l. En conjunto, Cairnes puede no ser representativo de la gran corriente de clasicismo, pero su caracterización de la ciencia es no obstante pertinente.
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terística de la naturaleza humana se halla legítimamente presente en los fenómenos económicos que no sea esta reacción al estímulo pecuniario, el evaluador implicado en el asunto debe ser ignorado o eliminado; y la teoría del proceso de valoración se convierte entonces en una teoría de la interacción pecuniaria de los hechos valorados. Se trata de una teoría de la valoración con el elemento de la valoración ignorado -una teoría de la vida formulada en términos de la parafernalia normal de la vida-. En las preconcepciones de las que partió la economía clásica estaban comprendidos los remanentes de los derechos naturales y del orden de la naturaleza, infundidos con aquella peculiar teología mecánica que se abrió camino en la moda popular en Gran Bretaña durante el siglo xvm y que se vio reducida a un tono más neutral a causa de la predilección btitánica por lo común -más fuerte en esta época que en cualquier otro período anterior-. La razón de esta predilección creciente por lo común, por la explicación de las cosas en términos casuales, se halla en parte en el recurso cada vez mayor a los procesos mecánicos y a las máquinas motrices mecánicas en la industria, en parte en el continuo declive (consiguiente) de la aristocracia y del sacerdocio, y en parte en la densidad creciente de población y la consiguiente y creciente especialización y la más amplia organización del comercio y los negocios. La extensión de la disciplina de las ciencias naturales, en gran parte propia de la industria mecánica, va en la misma dirección; y otros factores más oscuros de la cultura moderna pueden también haber tenido su parte en ello. La preconcepción animista no se perdió, pero perdió peso; y en parte cayó en desuso, especialmente en lo que respecta a su reconocimiento. Esto resulta sobre todo visible en la inconfesada disponibilidad de los clásicos para aceptar como inminente y definitivo cualquier resultado posible que el hábito o el temperamento del escritor le llevase a aceptar como correcto y bueno. De ahí la clara inclinación de los economistas clásicos hacia una doctrina de la armonía de intereses y su -en cierto modoimprudente disponibilidad para expresar sus generalizaciones en términos de lo que debería suceder de acuerdo con los requisitos ideales de aquella consumada Geldwirtschaft a la cual los hombres «Se ven impelidos por las disposiciones de la naturaleza» 35 • En virtud de sus preconcepciones hedonistas, sus hábitos a las fonnas de una cultura pecuniaria y su inconfesada fe animista en que la naturaleza lleva la razón, los economistas clásicos sabían que los resultados a los que, según la naturaleza de las cosas, tienden todas las cosas es al no conflictivo y benéfico sistema competitivo. Así pues, este ideal competitivo proporciona lo normal, y la conformidad con sus requisitos proporciona la prueba de la verdad económica absoluta. El punto de vista así conseguido guía de forma selectiva la atención de los autores clásicos en su observación y comprensión de los hechos, y éstos llegan a ver evidencia de conformidad o enfoque a lo nonnal en los lugares más improbables. Su observación es en gran parte interpretativa, como normalmente es la observación. Lo que resulta peculiar en los economistas clásicos en este aspecto es su particular forma de proceder en el trabajo de interpretación. Y en virtud de haber alcanzado un punto de vista de nonnalidad económica absoluta, se convirtieron en una escuela «deductiva>), así llamada, a pesar del hecho fehaciente de que se dedicaron de forma bastante consistente a una investigación sobre la secuencia causal de los fenómenos económicos. 35. Senior, Polirical Economy, p. 87.
LAS PRECONCEPCIONES DE LOS ECONOMISTAS CLÁSICOS
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La generalización de los hechos observados se convierte en una normalización de los mismos, una exposición de los fenómenos en términos de su coincidencia con, 0 divergencia de, aquella tendencia normal que cohduce a la representación realista de la realidad económica absoluta. Esta base total o definitiva de la legitimidad económica está más allá de la secuencia causal en la que los fenómenos observados se conciben como interrelacionados. No está relacionada con los hechos concretos, ni como causa, ni como efecto, de modo que la relación causal se puede trazar de forma concreta. Causalmente, tiene poco que ver con los datos «mentales» o «físicos» de los que se ocupa abiertamente el economista clásico. Su relación con el proceso que se está discutiendo es la de una legitimación externa -es decir, ceremonial-. El cuerpo del conocimiento alcanzado con su ayuda y bajo su dirección es, por lo tanto, una ciencia taxonómica. Así pues, a modo de ilustración final, se puede señalar que el dinero, por ejemplo, se nonnaliza en términos de tendencia económica legítima. Se convierte en una medida de valor y un medio de intercambio. Se ha convertido ante todo en un instrumento de conmutación pecuniaria, en vez de ser, como en la anterior nonnalización de Adam Smith, p!Íncipalmente una gran rueda de circulación para la difusión de bienes de consumo. Los ténninos en los cuales se formulan las leyes monetarias, así como los otros fenómenos de la vida pecuniaria, son términos que connotan su función normal en la historia de la vida de los valores objetivos, tal como viven y se mueven y existen en los resultados pecuniarios del estado «natural». A un trabajo similar de normalización debemos aquellas criaturas del fabricante de mitos,la teoría cuantitativa y el fondo de salarios.
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El Capital' Karl Marx
[ ... ]
Ahora bien, es indudable que la economía política ha analizado, aunque de manera incompleta', el valor y la magnitud de valor y descubierto el contenido oculto en esas formas. Sólo que nunca llegó siquiera a plantear la pregunta de por qué ese contenido adopta dicha forma; de por qué, pues, el trabajo se representa en el valor, de a qué se debe que la medida del trabajo conforme a su duración se represente en la magnitud del valor alcanzada por el producto del trabajo2 A formas que llevan escrita en la fren-
*
Publicado en: Marx, Karl. El capital. 22:• cd. Madrid: Siglo XXI de España, 1988. Biblioteca ct!J pensamiento socialista, tomo 1, voL l, p. 97-100. J. Las insuficiencias en el análisis que de la magnitud def¡•a/orefectúa Ricardo -y el suyo es e! mejorlas hemos de ver en los libros tercero y cuarto de esta obra. En lo que se refiere al valor en general, la economía política clásica en ningún lugar distingue explícitamente y con clara conciencia entre el trabajo, tal como se representa en el valor, y ese mismo trabajo, tal como se representa en el valor de 11so de su producto. En realidad, utiliza esa distinción de manera natural, ya que en un momento dado considera el trabajo desde el punto de vista cuantitativo, en otro cualitativamente. Pero no tiene idea de que la simple diferencia cuantitativa de los trabajos presupone su 1111idad o igualdad cualitcltiva, y por tanto su reducción a trabajo abstractamenre humano. Ricardo, por ejemplo, se declara de acuerdo con Destutt de Tracy cuando éste afirma: «Puesto que es innegable que nuestras únicas riquezas originarias son nuestras facultades físicas y morales, que el empleo de dichas facultades, el trabajo de alguna índole, es nuestro tesoro primigenio, y que es siempre a partir de su empleo como se crean todas esas cosas que denominamos riquezas[ ... ]. Es indudable, asimismo, que todas esas cosas sólo represeman el trabajo que las ha creado, y si tienen 1m valor. y hasta dos valores diferentes, sólo pueden deberlos al del» (al valor del) «trabajo del que emanan». (Ricardo, On the principies of Political Economy, 3." ed., Londres, 1821, p. 334.} Limitémonos a observar que Ricardo atribuye erróneamente a Destutt su propia concepción, más profunda. Sin duda, Destutt dice por una parte, en efecto, que todas las cosas que forman la riqueza «representan el trabajo que las ha creado», pero por otra parte asegura que han obtenido del «valor del trabajo» sus «dos valores diferellfes)) (valor de uso y valor de cambio). Incurre de este modo en la superficialidad de la economía vulgar, que presupone el valor de una mercancía (en este caso del trabajo), para determinar por medio de él, posteriormente, el valor de las demás. Ricardo lo lee como si hubiera dicho que el trabajo (no el valor del trabajo) está representado tanto en el valor de uso como en el de cambio. Pero él mismo distingue tan pobremente el carácter bifacético del trabajo, representado de manera dual, que en todo el capítulo ((Value and Riches, Their Distinctive Properties» [Valor y riqueza, sus propiedades distintivas] se ve reducido a dar vueltas fatigosamente en torno a las trivialidades de un Jea.n-Baptiste Say. De ahí que al final se muestre totalmente perplejo ante la coincidencia de Destutt, por un lado, con la propia concepción ricardiana acerca del trabajo como fuente del valor y, por el otro, con Say respecto al concepto de valor. 2. Una de las fallas fundamentales de la economía política clásica es que nunca logró desentrañar, partiendo del análisis de la mercancía y más específicamente del valor de la misma, la forma del valor, la
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te su pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre, en vez de dominar el hombre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa economía las tiene por una necesidad natural tan manifiestamente evidente como el trabajo productivo mismo. De ahí que, poco más o menos, trate a las formas preburguesas del organismo social de producción como los padres de la Iglesia a las religiones precristianas. 3
3.
forma misma que hace de él un valor de cambio. Precisamente en el caso de sus mejores expositores, como Adam Smith y Ricardo, trata la forma del valor como cosa completamente indiferente, o incluso exterior a la naturaleza de la mercancía. EJ!o no sólo se debe a que el análisis centrado en la mngnitud del valor absorba por entero su atención. Obedece a una razón más profunda. La fornm de valor asumida por el producto del trabajo es la forma más abstracta, pero también la más general, del modo de producción burgués, que de tal manera queda caracterizrtdo como tipo particular de producción social y con esto, a la vez, como algo histórico. Si nos confundimos y la tomamos por la forma natural eterna de la producción social, pasaremos también por alto, necesariamente, lo que hay de específico en la forma de valor y, por tanto, en la forma de la mercancía, desarrollada luego en la forma de dinero, la decapita\, etc. Por eso, en economistas que coinciden por entero en cuanto a medir la magnitud del valor por el tiempo de trabajo, se encuentran las ideas más abigarradas y contradictorias acerca del dinero, esto es, de la figura consumada que reviste el equivalente general. Esto, por ejemplo, se pone de relieve, de manera contundente, en Jos análisis sobre la banca, donde ya no se puede salir del paso con definiciones del dinero compuestas de lugares comunes. A ello se debe que, como antítesis, surgiera un mercantilismo restauthdo (Ganilh, etc.) que no se ve en el valor más que en la forma social o, más bien, su mera apariencia, huera de sustancia. Para dejarlo en claro de una vez por todas, digamos que entiendo por economía política clásica toda la economía que, desde William Peuy, ha investigado la conexión interna de las relaciones de producción burguesas, por oposición a la economía vulgar, que no hace más que deambular estérilmente en torno de la conexión aparente, preocupándose sólo de ofrecer una explicación obvia de los fenómenos que podríamos llamar más bastos y rumiando una y otra vez, para el uso doméstico de la burguesía, el material suministrado hace ya tiempo por la economía científica. Pero, por lo demás, en esa tarea la economía vulgar se limita a sistematizar de manera pedante las ideas más triviales y fatuas que se for· man los miembros de la burguesía acerca de su propio mundo, el mejor de los posibles, y a proclamarlas como verdades eternas. «Los economistas tienen una singular manera de proceder. No hay para ellos más que dos tipos de instituciones: las artificiales y las naturales. Las instituciones del feudalismo son instituciones artificiales; las de la burguesía, naturales. Se parecen en esto a los teólogos, que distinguen también entre dos clases de religiones. Toda religión que no sea la suya es invención de los hombres, mientras que la suya propia es, en cambio, emanación de Dios [... ]. Henos aquí, entonces, con que hubo historia, pero ahora ya no la hay.>} (Karl Marx, Misere de la philosophie. Réponse ala Philosophie de la misire de M. Proudhon, 1847, p. 113.) Realmente cómico es el señor Bastiat, quien se imagina que Jos griegos y romanos antiguos no vivían más que del robo. Pero si durante muchos siglos sólo se vive del robo, es necesario que constantemente exista algo que robar, o que el objeto del robo se reproduzca de manera continua. Parece, por consiguiente, que también Jos griegos y los romanos tendrían un proceso de producción y, por tanto, una economía que constituiría la base material de su mundo, exactamente de la misma manera en que la economía burguesa es el fundamento del mundo actual ¿O acaso Bastiat quiere decir que un modo de producción fundado en el trabajo esclavo constituye un sistema basado en el robo! En tal caso, pisa terreno peligroso. Si un gigante del pensamiento como Aristóteles se equivocaba en su apreciación del trabajo esclavo, ¿por qué había de acertar un economista pigmeo como Bastiat al juzgar el trabajo asalariado? Aprovecho la oportunidad para responder brevemente a una objeción que, al aparecer mi obra Zur Kritik der po/itischen Ókonomie (l859), me fonnuló un periódico germano-norteamericano. Mi enfoque -sostuvo éste- según el cual el modo de producción dado.y las relaciones de producción correspondientes al mismo, en suma, (da estructura económica de la sociedad es la base real sobre la que se alza una superestruclllra juódica y política, y a la que corresponden determinadas formas sociales de
EL CAPITAL
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conciencia)), ese enfoque para el cual ~~el modo de producción de la vida material condiciona en general el proceso de la vida social, política y espiritualn, sería indudablemente verdadero para el mundo actual, en el que impemn los intereses materiales, pero no para la Edad Media, en la que prevalecía el catolicismo, ni para Atenas y Roma, d'mde era la política laque dominnba En primer término, es sor· prendente que haya quien guste suponer que alguna persona ignora esos archiconocidos Jugares comunes sobre la Edad Media y el mundo antiguo. Lo indiscutible es que ni la Edad Media pudo vivir de catolicismo ni el mundo antiguo de política. Es, a la inversa, el modo y manera en que la primera y el segun~ do se ganaban la vida, lo que explica por qué, en un caso, la polftica y, en Olro, el catolicismo desempeñaron el papel protagónico. Por lo demás, basta con conocer someramente la historia de la república romana, por ejemplo, para saber que la historia de la propiedad de la tierra constituye su historia secreta. Ya Don Quijote, por otra parte, hubo de expiar el error de imaginar que la caballería andante era igualmente compatible con todas las formas económicas de la sociedad.
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Marx y Keynes: la crítica a la ley de Say* Claudia Sardoni
l. INTRODUCCIÓN: LA REVOLUCIÓN DE KEYNES Y LAS PREVISIONES DE MARX
Un año antes de la publicación de The General Theory (La teoría general), Keynes escribió aG. B. Shaw: «Creo estar escribiendo un libro sobre teoría económica que revolucionará en gran manera[ ... ] la forma en que el mundo piensa acerca de los problemas económicos». La nueva teoría económica, en opinión de Keynes, eliminaría «> (Keynes 1973a: 492-3). La carta muestra elocuentemente la falta de simpatía de Keynes por el marxismo. Sin embargo, tal como ha señalado Joan Robinson, una de las economistas keynesianas más reconocidas: «Keynes nunca pudo sacar nada en claro de Marx[ ... ]. Pero empezar por Marx le hubiera ahorrado muchos problemaS>> (Robinson, 1965: 96). En este capítulo no voy a entrar en un estudio general de la relación entre las teorías económicas de Marx y de Keynes, sino que voy a centrar mi atención en un elemento concreto, e importante, de estas teorías: las críticas realizadas por Marx y por Keynes contra la ley de Say. Defenderé que existen similitudes muy importantes entre las dos críticas. Keynes, sin embargo, no fue consciente de estas similitudes; si hubiera estado más familiarizado con la obra de Marx, quizá hubiera reconocido que algunos elementos de su propia teoría revolucionaria ya estaban presentes en Marx 1• Keynes intentó demostrar que la economía capitalista no genera necesariamente niveles de demanda agregada lo suficientemente altos Como para asegurar la consecución de los equilibrios de pleno empleo. Para demostrar esto, era crucial para Keynes rechazar la ley de Say, que define que el subempleo que se origina en la insuficiencia de una demanda efectiva es imposible. Keynes mantuvo que la ley de Say sólo podía ser aplicable a una economía de carncterísticas muy alejadas de las de una economía capi!alista. Paro que la ley y sus corolarios fueran aplicables, el análisis debía presuponer una economía donde el dinero nunca estuviera inactivo, de forma que todos los ahorros fueran invertidos. Keynes
* 1.
Publicado en: Sardoni, Claudia. «Marx and Keynes: the critique of Say's Law». En: Caravale, G. A. (ed.). The future of capitalism and the history of thought. Aldershot: Edward Elgar, 1991. Marx and modern economic analysis, vol. 2, p. 219-237. Traducción: Gemma Galdon. Ni los economistas marxistas ni Jos keynesianos han prestado mucha atención a la relación entre Marx y Keynes. La excepción más significativa es Joan Robinson. Durante los años siguientes a la publicnción de I11e Geneml17Je01)', se realizaron algunos intentos de comparar a los dos economistas de fonna bastante sistemática (ver Fnn-Hung, 1939: 57-63; Alexandcr, 1939). Pnra contribuciones más recientes, ver Dasgupta, 1983: 57-63; Dillard, 1984; Crotty, 1986; Heilbroncr, 1986; Mott, 1986. Parn las aportaciones de J. Robinson, verRobinson 1942; 1951: 133-45; 1960: 1-17; 1965: 148-81; 1973:264-8; 1980: 192-202.
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CRÍTJCA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
llamó a este tipo de economía una «economía no monetaria». En cambio, en una ecoM nornía capitalista -una «economía monetaria»- puede existir demanda de dinero ocioso, lo que supone que el nivel de demanda efectiva puede ser insuficiente para asegurar el pleno empleo. Keynes consideraba su crítica y su rechazo de la ley de Say como una ruptura radical con todas las tradiciones previas del pensamiento económico. Para él, sólo Malthus y otros pocos economistas menores cuestionaron, aunque sin éxito, la validez de la ley. En lo referente a Marx, Keynes reconoció que el «gran puzzle de la demanda efectiva» vivió furtivamente en el submundo de Marx, pero prefirió mucho más el trabajo de Gesell a la teoría del capitalismo de Marx (Keynes, 1936: 355). Sin embargo, la interpretación de Keynes de la teoría económica antes de Tlze General Tlzeory es insatisfactoria: Keynes sobreestimóla importancia analítica de los intentos de Ma!thus de rechazar la ley de Say2, a la vez que infravaloró la aportación de Marx. La crítica y el rechazo de Marx a la ley de Say se basan en conceptos analíticos que de hecho le acercan mucho a Keynes. Marx afinnó que Ricardo sólo pudo dar la ley de Say por válida debido a su incorrecta concepción del dinero y de su papel en una economía capitalista. Para Ricardo, el dinero era un mero medio de circulación. Según esta idea, la oferta crea necesariamente su propia demanda, y la demanda efectiva agregada nunca puedT ser menor que la oferta agregada. Pero en una economía capitalista, argumentó Marx, el dinero no es simplemente un medio de circulación. El dinero es también una reserva de valor: puede ser atesorado, pennanecer inactivo. Los empresarios capitalistas pueden ser inducidos a atesorar dinero en lugar de utilizarlo para iniciar procesos productivos y para invertir. Si esto pasa, la demanda agregada es menor que la oferta agregada, y la economía sufre de la existencia simultánea de capacidad productiva no utilizada y de trabajo desempleado. De esta fonna, Marx había ya introducido algunos de los conceptos analíticos fundamentales necesarios para una crítica coherente a la ley de Say. Estos conceptos se parecen mucho a los utilizados por Keynes. Antes de entrar en la exposición más detallada de los puntos de vista de Marx y de Keynes, veremos otras dos cuestiones. Primero, que a pesar de las similitudes que acabamos de mencionar, tanto Marx como Keynes a menudo utilizaron terminología diferente en sus críticas a la ley de Say. En mi opinión, esto se debe al hecho de que se estaban refiriendo a dos versiones diferentes de la ley: mientras que Marx se refería a la formulación ricardiana de la ley de Say, Keynes se refirió a la ley en su versión neoclásica. Las dos versiones son diferentes en algunos aspectos fundamentales y esto, obviamente, hizo que Marx y Keynes adoptaran terminologías y perspectivas distintas. Sin embargo, y a pesar de estas diferencias, tanto Marx como Keynes siguieron la misma metodología y senda analítica en su rechazo de la ley. Los dos afitmaron que la ley de 2.
L.1. interprclación de Malthus realizada por Keyncs ha provocado un amplio debate. Por ejemplo, Robbins (1952), Corry (1959), Garegnani (1978) y Milgate (1982: 53-4) han afirmado que Keynes básicamente entendió malla posición de Malthus y sobreestimó su carácter innovador. Ver, en cambio, Paglin (1961), Eltis (1980) y Costabile (1983) para una interpretación diferente de la teoría de Malthus y su relación con las ideas de Keynes. Ver también Sardoni (1987: 11-20) para una reconstrucción de la insatisfactoria crítica de Malthus a la ley de Say.
MARX Y KEYNES: LA CRÍTICA A LA LEY DE SAY
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Say sólo puede darse por válida si se eliminan algunas de las características esenciales de las economías capitalistas; en concreto, si se pasan por alto el papel del dinero y los motivos para la producción y la acumulación. En segundo lugar, aunque las críticas de Marx y de Keynes a la ley de Say están próximas la una a la otra, es indudable que, a partir de estas críticas similares, tanto Marx como Keynes llegaron a conclusiones diferentes respecto al análisis del funcio~ namiento de la economía capitalista. Los dos mantuvieron que es posible que se pro~ duzca el desempleo a la vez que la infrautilización de la capacidad productiva debido a un nivel insuficiente de demanda agregada, pero este fenómeno de hecho se produce de formas diferentes en los marcos analíticos de los dos autores. Para Marx, la economía sufre desempleo del trabajo e infrautilización de la capacidad solamente durante, y como consecuencia de, crisis generales de sobreproducción debidas a la caída de la demanda efectiva. En otras palabras, el desempleo debido a la falta de demanda efectiva sólo puede producirse durante momentos de perturbación significativa del mercado. En el contexto analítico de Marx, no es posible tener equilibrio con subempleo, es decir, posiciones de reposo caracterizadas por el desempleo del trabajo y la infrautilización de la capacidad productiva. En la teoría de Keynes, aunque la economía pueda experimentar perturbaciones del mercado del tipo descrito por Marx, el equilibrio con subempleo también es posible. De hecho, para Keynes, las economías capitalistas son propensas a experimentar este tipo de equilibrio, más que perturbaciones violentas (ver, por ejemplo, Keynes, 1936: 249-54). Ya he planteado en otras partes (Sardoni, 1987, sobretodo los capítulos 4, 5 y 7) que esta importante diferencia entre Marx y Keynes encuentra su origen en sus diferentes microfundaciones: clásicas en Marx y marshallianas en Keynes. Pero no vamos a tratar aquí este tema. Este capítulo se ocupa de las críticas que Marx y Keynes dirigieron hacia la ley de Say con el fin de demoslrar que la demanda agregada puede caer por debajo de la oferta agregada. La forma como esta falta de demanda efectiva se manifiesta en la economía no se toma en consideración. En palabras de Marx, me centraré solamente en la «posibilidad general» de la falta de demanda efectiva, más que en la forma en que esta posibilidad se convierte en un fenómeno real. 2. LA CRÍTICA DE MARX A LA LEY DE SAY
2.1. La versión ricardiana de la ley
Marx criticó la ley en su fommlación ricardíana3 • Según Ricardo, la producción y venta de mercancías genera unos ingresos que o se gastan para el consumo o se ahorran. Sin embargo, lo que se ahorra también se gasta: se invierte para emplear a más trabajado3.
Ricardo definió la ley en los siguientes términos: «El Sr. Say ha[•.. ] demostrado muy satisfactoriamente que no existe ninguna cantidad de capital que no pueda utHizarse en un país ya que la demanda sólo está limitada por la producción. Ningún hombre produce, si no es con el objetivo de consumir o ven· der, y nunca vende, si no es con la intención de comprar alguna otra mercancía que pueda ser de utilidad inmediata para él o que pueda contribuir a su producción futura>> (Ricardo, 1951: 290).
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res 4• Todos los ingresos se gastan y, por consiguiente, es imposible que se produzca una sobreproducción general de mercancías. En el mundo de Ricardo, para cada venta existe una compra correspondiente, por lo que es imposible que la producción y la inversión se vean limitadas por una demanda efectiva insuficiente. En este contexto, el dinero es únicamente un mecanismo que facilita el intercambio de mercancías. Los ingresos monetarios obtenidos con la venta de mercancías nunca quedan ociosos, ya que las personas no consiguen ninguna utilidad por mantener el dinero inactivo. Para Ricardo, el intercambio por medio del dinero no era conceptualmente diferente del trueque: «Las producciones siempre son compradas por producciones, igual que por servicios; el dinero es sólo el medio a través del cual se efectúa el intercambio» (1951: 291-2). La aceptación de Ricardo de la ley de Say está relacionada con su teoría del dinero y de los precios del dinero. Es útil profundizar en este tema, ya que fue a partir de ahí que Marx empezó a desarrollar su crítica. Para Ricardo, existe una relación directa entre la cantidad de dinero presente en la economía y el nivel de los precios nominales. Si a) el oro es dinero, b) la velocidad de circulación de dinero está dada, y e) los outputs de todas las mercancías también son dados, entonces la cantidad de dinero necesaria para el intercambio de todo el producto nacional es MD=(Lx,p8,)/V
(i= 1, 2, ... )
(1 0.1)
Donde p8¡ es el precio de la mercancía i expresada en términos del precio del oro5• Si, por cualquier motivo, la cantidad de oro (la oferta de dinero) cambia, todos los precios p8,s (y la tasa del salario nominal) también cambian. Por ejemplo, si la oferta monetaria ~umenta, la gente posee entonces una mayor cantidad de dinero que, según el supuesto, no se mantendrá ocioso sino que se gastará en mercancías; el valor monetario de la demanda agregada aumenta mientras que los outputs X-f pennanecen igual. Como consecuencia, los precios deben aumentar necesariamente en proporción al aumento de la cantidad de dinero6• La teoría del dinero de Ricardo puede, por lo tanto, describirse como una «teoría cuantitativa del dinero» 7.
2.2. La crítica de Marx a la «economía del trueque» y al concepto de atesoramiento Marx empezó su crítica a la ley de Say señalando que la ley sería válida si el intercambio de mercancías se realizara a través del trueque. En ese caso, un en una economía capitalista. Así, Marx introdujo un concepto más general de la demanda de dinero. El dinero se demanda no sólo como un medio de circulación, sino también como una reserva de atesoramiento líquido: MD=MT+MH
(10.2)
donde MD es la demanda total de dinero, MT es la demanda de dinero como medio de circulación y MH es la demanda de atesoramiento de dinero. Examinemos primero la crítica de Marx a la teoría de los precios nominales de Ricardo. Para Marx (1954: 115), la cantidad de dinero demandado para la circulación de mercancías se establece por: MT= ("Lx;p,;)!V
(i=l,2, ... )
(10.3)
que es formalmente idéntico a la ecuación de Ricardo en (10.1). En el análisis de Marx, sin embargo, la ecuación no implica que los cambios en la oferta monetaria, MS, provoquen cambios correspondientes en el nivel de precios. En (10.3), los precios son independientes de la MS; los precios dependen únicamente del
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valor de las mercancías y del valor del oro 8. Si la velocidad de circulación del dinero está dada, la variable dependiente es entonces MT. Marx observó que «dada la suma de los valores de las mercancías y la rapidez media de sus metamorfosis, la cantidad de metal precioso que opera como dinero depende del valor de ese metal precioso» (1954: 123; cursivas nuestras)'El hecho de que los precios sean independientes de la MS hacen surgir una cuestión. Si los precios del dinero no dependen de la MS, ¿cómo se puede asegurar la igualdad entre la demanda y la oferta de dinero? Para Marx, esta igualdad siempre está asegurada a través de los cambios en el nivel de atesoramiento de dinero. Si, por ejemplo, la MS es superior a la MT, la diferencia (MS- MT) se atesora. Más concretamente, si la circulación de mercancías ha de producirse sin complicaciones, una cierta parte de la MS debe quedarse siempre ociosa -atesorada: Para que la masa monetaria, realmente corriente, pueda saturar constantemente el poder de absorción de la circulación, es necesario que la cantidad de oro [... ] de un país sea superior a la cantidad necesaria para funcionar como moneda. Esta condición se cumple cuando el dinero toma la forma de atesoramientos. Estas reservas sirven como conductos para la oferta o la retirada de dinero hacia o de la circulación, que de esta forma jamás desbordará sus límites (Marx, 1954: 134).
Así, la necesidad de un proceso de circulación de mercancías sin complicaciones es la primera razón de la existencia del atesoramiento de dinero. La circulación requiere que parte del dinero existente permanezca inactivo. El tipo de economía examinado en los párrafos anteriores es muy simple. Incluso podría ser una economía de mercado no capitalista, en la que las mercancías fueran producidas e intercambiadas por productores individuales e independientes. Pero Marx fue más allá en sus análisis y consideró una econonúa más desarrollada con banca y crédito; en una economía de este tipo, el atesoramiento es aun más necesario. La gente guarda reservas líquidas para poder afrontar pagos futuros en la fecha de vencimiento: Cuando la producción de mercancías se ha extendido de forma suficiente, el dinero empieza a servir como medio de pago más allá del ámbito de la circulación de mercancías[ ... }. El desarrollo del dinero como medio de pago hace necesaria la acumulación de dinero para las fechas fijadas para el pago de la suma que se debe[ ... ]. [L]a formación de reservas de medios de pago crece con este progreso (Marx, 1956: 139-41).
Una vez reconocido que el dinero se atesora además de gastarse, la relación directa ricardiana entre el nivel de precios nominales y la oferta de dinero ya no se mantiene. 8.
9.
P~; =
v,.fvg, donde 1'¡ y v, denotan el valor de la mercancía i y del oro, respeclivamente. Los valores de las mercancías y también del oro dependen, a su vez, de las condiciones técnicas de la producción: es decir, que dependen de la cantidad de trabajo incorporado. Marx prosiguió: «La opinión errónea de que son, en cambio, Jos precios los que están determinados por la cantidad del medio en circulación y que este último depende de la cantidad de metales preciosos en el país; esta opinión la basaron, aquellos que primero la tuvieron, en la absurda hipótesis de que las mercancías no tienen precio y que el dinero no liene valor ál enlrar en circulación, y que, una vez en circulación, una parte alícuota de la mezcla de mercancías es intercambiada por una parte alícuota de la cantidad de metales preciosos,> (Marx, 1954: 124-5).
MARX Y KEYNES: LA CRÍTJCAA LA LEY DE SAY
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Dadas las cantidades de productos, sus valores y la velocidad de circulación del dinero, la igualdad entre la oferta y la demanda de dinero (MS = MD = MT + MH) ya no se obtiene a través de los cambios en el nivel de precios del dinero, sino a través de cambios en el nivel de atesoramiento del dinero 10•
2.3. Los cambios en la «propensión a atesorar>> de los capitalistas Hasta ahora, la demanda de atesoramiento de dinero, MH, se ha considerado como un residuo que se ajusta a los cambios en la cantidad total de dinero, MS. Con una MT dada, los cambios en la MH son el resultado de los cambios en la MS. Pero Marx también consideró la posibilidad de que las MH cambiaran por otros motivos; en particular, aftrmó que las MH también pueden cambiar debido a variaciones en la «pmpensión al atesoramiento» en el sistema económico. Esta posibilidad de aumento en la tendencia al atesoramiento es un tema central en la crítica de Marx a la ley de Say. Empecemos con la ecuación (1 0.3) anterior y supongamos que MS > MT, de forma que una cierta cantidad de dinero es atesorado. Si V es constante, está claro que los outputs x¡s pueden cambiarse a los precios p8¡ (que se supone que son los precios que aseguran una tasa de beneficios «normal» o «habitual» en todos los sectores) 11 solamente si la cantidad de dinero utilizada para la circulación es MT. Si la cantidad de diner~ destinada a la circulación fuera menos que MT, las mercancías no podrían cambiarse a los precios p8¡. Esto significa que la cantidad de dinero atesorado debe ser MH = MS- MTsi las mercancías deben intercambiarse a los precios p8¡. Si los que poseen el dinero decidieran atesorar una cantidad mayor MH' > MH, sería imposible que todas las mercancías producidas se vendieran a esos precios: o los precios reales caerían o los stocks de mercancías no vendidas se amontonarían, o las dos cosas. En cualquier caso, se produciría una sobreproducción general; la demanda agregada se situarla por debajo de la oferta agregada; es decir, que la ley de Say no se cumpliría. Por tanto, es la posibilidad de aumentos en la demanda de dinero inactivo lo que invalida la ley de Say. Un aumento en la demanda de atesoramiento de dinero puede considerarse un aumento en la propensión a atesorar. La cuestión consiste en qué factores causan el aumento de la propensión al atesoramiento. La respuesta de Marx se encuentra en su análisis de las características esenciales del modo de producción capitalista. Para Marx, en una economía capitalista, la clase capitalista en su conjunto tiene el monopolio del dinero 12 : la clase trabajadora recibe dinero solamente en forma de salarios y lo gasta inmediatamente en bienes de consumo necesarios para la subsistencia. Sólo la clase capitalista puede atesorar dinero y, por lo tanto, la posibilidad de una sobreproducción general proviene de decisiones tomadas por esta clase con el fin de aumentar sus existencias de saldos inactivos relativos a la cantidad de dinero gastado 10. Marx, sin embargo, no fue completamente consistente en su rechazo a la teoría cuantitativa del dinero. Al tralar el caso del papel moneda, Marx pareció aceptar la teoría cuantitativa ricardiana que había rechazado en el caso del dinero-oro. Ver Marx, 1954: 128. Para una crítica al tratamiento del papel moneda de Marx, ver Sardoni, 1987: 30-1. 11. El motivo de esta suposición se clarificará más adelante. 12. Ver Marx, 1956: 425: ~da clase capilalista [... ] tiene el monopolio de los medios sociales de producción y del dinero>) (cursivas nuestras).
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en producción. En otras palabras, los cambios en la propensión al atesoramiento son cambios en la propensión de los capitalistas al atesoramiento. ¿Por qué debería la clase capitalista en su conjunto aumentar su propensión al atesoramiento? La respuesta se encuentra en el análisis de los motivos para la producción y la acumulación que caracterizan el comportamiento de los empresarios capitalistas. En una economía capitalista, los empresarios no producen mercancías simplemente con tal de satisfacer, directa o indirectamente, sus propias necesidades; inician procesos de producción e inversión para obtener beneficios. Sólo teniendo en cuenta esta característica fundamental del modo de producción capitalista podemos explicar porqué la propensión de los capitalistas al atesoramiento puede aumentar y desencadenar una crisis general de sobreproducción. Marx lo explicó de la siguiente forma: En la reproducción, igual que en la acumulación de capital, no se trata sólo de una cuestión de sustituir la misma cantidad de bienes de uso de los que consiste el capital, en la escala anterior o en una escala mayor (en el caso de la acumulación), sino de sustituir el valor del capital adelantado junto con la tasa de beneficio habitual [... ]. Si, como consecuencia, [... ]los precios de mercado de las mercancías [... ]caen muy por debajo de su precio de coste, la reproducción del capital se limita al máximo. La acumulación, sin embargo, se estanca aún más. La plusvalía acumulada en forma de dinero (oro o billetes) sólo puede transformarse en capital con pérdidas. Por consiguiente permanece inactivo almacenado en los banco~ o en forma de dinero de crédito. La compra y la venta se estancan y el capital no utilizado aparece en forma de dinero (1968: 494; cursivas nuestras).
Marx se refiere claramente a situaciones en las que una parte importante de la clase capitalista es inducida a aumentar su demanda de atesoramiento. Marx centró su atención en este tipo de'situaciones: la oferta de todas las mercancías puede ser mayor a la demanda de todas las mercancías, ya que la demanda de la mercancía general, el dinero, el valor de intercambio, es mayor que la demanda de todas las mercancías particulares, en otras palabras, el motivo de convertir la mercancía en dinero, para realizar su valor de intercambio, prevalece por encima del motivo para transformar la mercancía otra vez en valor de
uso (1968: 505). Así, según Marx, las decisiones de los capitalistas de atesorar están relacionadas con su capacidad para obtener la tasa de beneficio «habitual». El párrafo anterior, sin embargo, plantea una cuestión que merece una breve digresión. En el párrafo citado, Marx no dice de forma explícita si se está refiriendo exclusivamente a los precios y a las tasas de beneficio reales o a los reales y a los esperados a la vez. Sin embargo, aunque Marx no utilizara los términos «precios esperados» o «expectativas» con mucha frecuencia, está claro que lo que Marx estaba diciendo implícitamente era que una caída real en los precios de mercado induce a los empresarios a esperar que los precios futuros estén «muy por debajo>> de su nivel habitual, de fonna que la tasa de beneficio esperada se sitúa también por debajo de su nivel habitual. De hecho, sólo si se introducen las expectativaS tiene sentido el·debate sobre el atesoramiento. Que una reducción de precios disminuye el beneficio y que esto puede llevar a una reducción en la tasa de acumulación es obvio -menores beneficios significan que hay
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menos disponible para invertir- pero, en este caso, el atesoramiento no tiene Jugar necesariamente. La inversión puede disminuir, pero todo el capital dinero disponible se gasta igualmente. Los capitalistas sólo atesoran el dinero y dejan de invertirlo si esperan una tasa de beneficios demasiado baja. Además, el concepto de Marx del modo de producción capitalista es tal que todas las decisiones importantes deben basarse en expectativas. Los capitalistas toman decisiones de producción e inversión dentro de un marco de mercado que no puede conocerse con certeza. La misma división del trabajo evita que cualquier empresa individual conozca con certeza cual es el mercado para sus productos. Así, cada empresa debe tomar sus propias decisiones en un escenario incierto 13 • Por Jo tanto, para Marx no es posible tratar el problema de la demanda efectiva y de los «excesos generales de oferta» fuera del análisis de las características esenciales del modo de producción capitalista. El modo de producción capitalista es una econonúa monetaria en la cual los procesos de producción e inversión se inician con el fin de obtener beneficios. El mercado capitalista constituye un escenario incierto, en el que todas las decisiones importantes deben basarse en expectativas. Solamente abstrayéndose de todo esto es posible afirmar que los «excesos generales de oferta>) no pueden ocurrir. Para demostrar que la producción capitalista no puede llevar a crisis generales, todas sus condiciones y formas distintas, todos sus principios y caracteríslicas específicas[ ... ] son negados. De hecho, se demuestra que si el modo de producción capitalista no se hubiera desarrollado de una forma específica y se hubiera convertido en una forma única de producción social, sino que fuera un modo de producción que se remontara a las épocas más rudimentarias, entonces sus peculiares contradicciones y conflictos y, por Jo tanto, tampoco la erupción de las crisis, existirían (Marx, 1968: 501). Algunas páginas después, Marx repitió su crítica al enfoque de Ricardo de una forma que anticipaba algunos rasgos de la posición de Keynes respecto a la ley de Say: Todas las objeciones que Ricardo y otros plantean conlra la sobreproducción, etc., se basan en el hecho de que ellos entienden la producción burguesa bien como un modo de producción en el que no existe distinción alguna entre compra y venta -trueque directo- o como una producción social, que implica que la sociedad, como si 13. En el siguiente fragmento, Marx muestra cómo las empresas intentan defenderse de la incertidumbre y cómo las decisiones individuales, tomadas en un escenario incierto, afectan a los resultados agregados: «Como[ ... ] la autonomización del mercado mundial[ ... }aumenta con el desarrollo de las relaciones monetarias [... ]y viceversa, como el vínculo general y la interdependencia circular de la producción y en el consumo aumentan juntamente con la interdependencia e indiferencia entre los consumidores y los productores; como est.1 contradicción lleva a crisis, etc., de aquí[ ... ] que se realicen esfuerzos para superarlo: aparecen instituciones por las cuales cada individuo puede conseguir infonnaci6n sobre la actividad de todos los demás e intentar ajustarla suya de acuerdo con esto[ ... ]. Esto significa que, aunque la oferta y la demanda total son independientes de las acciones de cada individuo, todo el mundo intenta informarse de ellas, y este conocimiento afecta entonces en la práctica a la oferta y la demanda totah) (Marx, 1973: 160-1).
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siguiera un plan, distribuye sus medios de producción y fuerzas productivas en el grado y medida que se requiere para la realización de las diferentes necesidades sociales, de forma que cada ámbito de producción reciba la cuota de capital social necesaria para la satisfacción de las correspondientes necesidades (1968: 529).
En un sistema económico en el que la producción se organiza con el fin de asegurar la realización de todas las necesidades sociales, el dinero no puede jugar otro papel que el de mero medio de circulación. En estas circunstancias, no existe ninguna razón para que los agentes sociales mantengan el dinero inactivo. Tal como veremos, la crítica de Keynes a la ley de Say sigue el mismo enfoque que la de Marx. Para Keynes, igual que para Marx, la naturaleza monetaria de la economía capitalista y los motivos que rigen las decisiones y acciones de los empresarios son los puntos de partida de la crítica a la ley de Say. Sin embargo, antes de iniciar un análisis de la posición de Keynes, sería útil tomar en cuenta otra cuestión planteada por la aceptación de la ley de Say. 2.4. La ley de Say en Ricardo y en la economía neoclásica La validez de la ley de Say significaba, para Ricardo, que cualquier cantidad de capital podía ser utilizada sin encontrar ningún obstáculo por el lado de la demanda y que, por esta razón, la capacidad productiva existente en la economía siempre estaba plenamente utilizada. Pero Ricardo nunca afinnó que la ley de Say debía implicar el pleno empleo del trabajo 14 . Así, Marx nunca tuvo que preocuparse por demostrar que el pleno empleo del trabajo no se consigue necesariamente en una economía capitalista. En su critica a Ricardo, Marx se centró sólo en la posibilidad de que la demanda efectiva cayera por debajo de la oferta. Como consecuencia de esto, parte de la capacidad productiva existente puede quedar inutilizada y el desempleo del trabajo puede crecer. Si existe una capacidad inactiva, el nivel de desempleo es, evidentemente, más alto que en el caso de la plena utilización de la capacidad. Keynes trató la ley de Say en su formulación neoclásica. En esta formulación, la ley implica que la economía logra necesariamente el equilibrio de pleno empleo, y se basa en la idea de que la igualdad entre la inversión y el ahorro está asegurada por los cambios en la tasa de interés. Esto puede explicar, en parte, porqué a veces las similitudes entre Marx y Keynes permanecen ocultas. Las diferentes formulaciones de la ley por parte de los economistas clásicos y de los economistas neoclásicos llevaron a Marx y a Keynes a utilizar terminología diferente en sus críticas, a pesar de estar utilizando conceptos muy similares.
14. Quizás la evidencia más convincente de que Riendo no asociaba la ley de Say con el pleno empleo es su análisis de la maquinaria y del desempleo en el famoso capítulo 31 de Principios (Ricardo, 1951: 386-97). Aunque Ricardo asumió sin Jugar a dudas que la ley era válida, señaló que el proceso de acumulación podía provocar el aumento del desempleo del trabajo. Para la relación entre la plena utilización de la capacidad productiva y el pleno empleo del trabajo en Ricardo, ver también Garegnani, 1978: 338-41 y Milgatc, 1982:39-40.
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3. LA CRÍTICA DE KEYNES A LA LEY DE SAY 3.1. De una «economía neutral» a una «economía empresarial»
Keynes incluyó a todos sus predecesores bajo la denominación de «economistas clásicos)>, considerando el enfoque de Ricardo como fundamentalmente idéntico al de la escuela neoclásica. Así, para K~ynes, la crítica a la versión neoclásica de la ley era aplicable directamente también a la versión clásica 15 . Sin embargo. tal y como ya hemos señalado, la interpretación de los clásicos de Keynes es incorrecta y, por lo tanto, su argumento debe entenderse como aplicable sólo a la formulación neoclásica de la ley de Say. Según los economistas neoclásicos criticados por Keynes, la competencia llevaría a la expansión de la producción y del empleo hasta el nivel al que la oferta de output sea perfectamente inelástica, es decir, hasta el pleno empleo. No obstante, para Keynes sólo existe un nivel de empleo que puede ser consistente con el equilibrio. De hecho, cualquier otro nivel llevará a la desigualdad entre el precio de la oferta agregada del output en su conjunto y el precio de su demanda agregada. Este nivel no puede ser mayor que el pleno empleo[... ]. Pero no existe ninguna razón, en general, para espe~ rar que sea igual al pleno empleo. La demanda efectiva asociada al pleno empleo es un caso especial, sólo realizado cuando la tendencia a consumir y el incentivo a invertir se encuentran en una relación particula~ la una con la otra ( 1936: 28).
En esta forma, sin embargo, la crítica de Keynes a la ley de Say apenas guarda relación alguna con la crítica de Marx. Pero en sus escritos previos a The General The01y, Keynes criticó la ley de Say de forma bastante diferente. En ese caso, las similitudes con Marx aparecen de forma mucho más clara. En un artículo escrito en 1933 en honor aArthur Spiethoff («AMonetaryTheory of Production» en Keynes, 1973a: 408-11), Keynes criticó la ley introduciendo de forma explícita el dinero y su esencial importancia. Tradicionalmente, el dinero ha sido considerado por los economistas solamente como un instrumento útil que facilita el intercambio, pero que es neutral en lo que refiere a sus efectos sobre el conjunto de la economía. Una economía en la que el dinero tiene estas características es lo que Keynes llamó una «economía del intercambio real», que es muy diferente a su concepción de una «economía monetaria». En una economía monetaria, el tipo de economía en la que vivimos, el dinero juega un papel específico; influye sobre motivos y decisiones y afecta a la tasa de interés así como a la relación entre el output y el gasto total (ver Keynes, 1973a: 408-9). Según Keynes, la mayoría de los economistas, a pesar de ser conscientes del hecho de que vivimos en una economía monetaria, escribieron sus tratados bajo la suposición de que una economía capitalista de mercado se comporta como si fuera una economía del intercambio real. 15. «La teoría clásica supone[ ... ] que el precio (o ingresos) de la demanda agregada siempre se acomoda al precio de la oferta agregada; de forma que, sea cual sea el volumen de N, los ingresos D suponen un valor igual al precio de la oferta agregada Z que corresponde a N. Es decir, que la demanda efectiva, en Jugar de tener un valor de equilibrio único, es un abanico infinito de valores admisibles todos por igual; y la cantidad de empleo es indeterminada excepto en la medida en que la desutilidad marginal del trabajo fije un límite superior (Keynes, 1936:26).))
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Keynes desarrolló muchas de estas cuestiones de forma más completa en el borrador de 1933 de varios capítulos de The General Theory 16• Aquí, Keynes cambió parcialmente la terminología, llamando a la economía del intercambio real, «economía
cooperativa», y a la economía monetaria, «economía empresarial». Además, Keynes introdujo el concepto de la economía empresarial neutral o «economía neutral». Una economía cooperativa, aunque utiliza el dinero para el intercambio, es esencialmente equivalente a una economía del trueque en la que los factores de la producción se ven recompensados por una participación en el output real. Yo defino una economía del trueque como una economía en la que los factores de producción se ven recompensados por la división del output real de sus esfuerzos cooperativos en proporciones acordadas. No es necesario que reciban su parte de out~ put en especie; la posición es la misma si comparten los ingresos de la venta del output en proporciones acordadas. Como esta economía no excluye el uso del dine~ ro para objetivos de conveniencia transitoria, quizá es mejor llamarla economía de salarios reales, o una economía cooperativa, diferenciada de la economía empresa~ rial. En una economía del trueque (o cooperativa), sólo el cálculo erróneo o la obstinación estúpida pueden interrumpir el camino de la producción, si el valor del producto real previsto supera los costes reales (Keynes, 1979: 66-7).
En la medida en que los factores de producción son recompensados con proporciones acordadas, el dinero es utilizado únicamente como una «conveniencia transitoria» para comprar una parte predeterminada del output. En esta economía, parecida al caso de la «producción social» mencionado por Marx (ver p. 227), se asegura el pleno empleo de todos los factores: tanto la demanda como la oferta de cada factor dependen de su recompensa prevista en términos de output, y mientras el olltput previsto exceda su coste, la producción se llevará a cabo. Cuando el valor esperado del output deja de ser mayor que su coste, se ha alcanzado el pleno empleo 17 • Se puede llegar a los mismos resultados analíticos incluso si se realizan suposiciones menos restrictivas. De hecho, incluso si algunos factores no utilizan todas sus recompensas para adquirir una parte del output existente sino que desvían parte de ellas a la compra de una parte de la riqueza preexistente, se sigue logrando el pleno empleo, siempre que los vendedores de la riqueza preexistente utilicen a su vez sus ingresos para comprar el output actual (ver Keynes, 1979: 77). Esta última situación representa una economía en la que los ingresos pueden ser gastados en productos o ahorrados por cada factor individual; sin embargo, lo que se ahorra se gasta. Llegados a este estadio, es fácil imaginar una economía a la que se le puedan aplicar las mismas condiciones descritas más arriba pero donde exista una clase de empre16." En 1933. Keynes elaboró dos borradores del índice y esbozó varios capítulos del segundo. Todo este material no se publicó hasta 1979. Sobre este tema, ver la «Editorial Note)) del volumen XXIX de Colfected Writings (Keynes, 1979: XIII~IV). En los borradores del primer capítulo (Keynes, 1979: 66~8), del segundo capítulo (p. 76-87) y del tercer capítulo (p. 87~111), Keynes trató los temas debatidos aquí. Sobre la importancia teórica de los borradores de.Keynes, ver también Rotheim, 1981 y Tarshis, 1989. 17. En otras palabras, el «segundo postulado)) de la economía clásica (y neoclásica) se mantiene. Ver Keynes, 1936: 5-7.
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sarios que inicien los procesos productivos con el fin de vender el output a cambio de dinero. A esta economía, Keynes la llama economfa neutral. Es una economía donde la puesta en marcha de los procesos productivos depende en gran medida de una clase de empresarios que alquilan los factores de producción a cambio de dinero y buscan recuperarlo a través de la venta del output a cambio de dinero, a condición de que el conjunto de ingresos corrientes de los factores de producción sean necesariamente gastados, directa o indirectamente, en la compra del propio output corriente de los empresarios» (Keynes, 1979: 77).
En esta economía, existe un mecanismo que asegura que el valor de intercambio de los ingresos monetarios de los factores es siempre igual, a nivel agregado, a la pro~ porción de output que hubiera sido la parte de los factores en una economía coopera~ tiva (ver Keynes, 1979: 78). De esta forma, una economía capitalista se comporta como una economía cooperativa sólo si se cumplen estas restrictivas condiciones. Es evidente que las definiciones de Keynes de la economía cooperativa y la economía neutral corresponden a conceptos pertenecientes a la economía neoclásica. Sin embargo, si hacemos un par de matizaciones, las críticas de Keynes son también aplicables a Ricardo. Si eliminamos la idea de que la validez de la ley de Say implica necesarialnente el pleno empleo del trabajo y que la igualdad entre ahorros e inversiones está asegurada por un mecanismo particular de mercado, es correcto afirmar que-también Ricardo llevó a cabo su análisis en el contexto de una economía empresarial neutral. Para Ricardo, el dinero también era una «comodidad transitoria».
3.2. Las características esenciales de una «economía empresarial» Desde un punlo de vista metodológico, los enfoques de Marx y de Keynes son muy parecidos: se puede afirmar que la ley de Say es aplicable a una economía capitalista sólo si se postulan características que en realidad no se encuentran en el capitalismo. Keynes se aproximó todavía más a Marx cuando describió los rasgos esenciales de una economía empresarial, es decir, de una economía capitalista. Keynes incluso utilizó términos marxianos 18: La distinción entre una economía cooperativa y una economía empresarial guarda cierta relación con una valiosa observación realizada por Karl Marx[ ... ]. Él seña~ ló que la naturaleza de la producción en el mundo real no es, tal como muchas veces suponen los economistas, un caso de C-M-C', es decir, de intercambio de mercancías (o esfuerzos). Este puede ser el punto de vista del consumidor privado. Pero no es la actitud de los negocios que es el caso del M-C-M', es decir, de intercambio de dinero por mercancía (o esfuerzo) con el fin de obtener más dinero (Keynes, 1979: 81).
En el mundo de Marx, es la rentabilidad del gasto de los empresarios lo que determina la dinámica de las economías capitalistas. Los empresarios inician procesos pro18. Sin embargo, no se refirió directamente a la obra de Marx sino a un libro de McCracken sobre Jos ciclos empresariales (1933).
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ductivos no para producir un mayor output sino para obtener un beneficio, un beneficio que toma necesariamente una forma monetaria. Keynes argumentó lo mismo. A un empresario le interesa. no la cantidad de producto, sino la cantidad de dinero que le corresponderá en su participación. Aumentará su producción si al hacerlo prevé incrementar su beneficio monetario, aunque este beneficio represente una cantidad menor de producto que antes (Keynes, 1979: 82).
Los empresarios destinarán dinero a la producción si esperan que sea rentable (en términos monetarios) hacerlo. Si se prevé que la producción no sea rentable, el dinero se mantendrá inactivo y, como consecuencia, los empresarios ofrecerán menos empleo: «La elección[ ... ] de decidir si ofrecer empleo o no es una elección entre utilizar el dinero de esta o de olra forma o de no utilizarlo para nada>> (Keynes, 1979: 82; cursivas nuestras). Keynes también expresó su postura de forma muy similar después de la publicación de Tlze General Tlzeory; en su artículo de 1937 «The General Theory of Employment», Keynes señaló que la inversión depende de dos tipos de juicios sobre el futuro, ninguno de los cuales se basa en unos fundamentos adecuados o seguros -en la propensión al atesoramiento y en las opiniones sobre los rendimientos futuros de los bienes de capital-. Tampoco existe ningún motivo para suponer que las fluctuaciones en uno de estos factores tenderán a compensar las fluctuaciones en el otro. Cuando se toma un punto de vista más pesimista sobre los rendimientos futuros, esta no es razón por la que debiera disminuir la propensión al atesoramiento. De hecho, las condiciones que agravan a un factor tienden, por norma general, a agravar al otro. Debido a que las mismas circunstancias que llevan a las visiones pesimistas sobre los rendimientos futuros llevan a aumentar la propensión al almacenamiento (En Keynes, 1973b: 118; cursivas nu~stras).
4. CONCLUSIÓN: LA «ECONOMÍA EMPRESARIAL» DE MARX Y DE KEYNES
A pesar de sus diferencias ocasionales en la terminología, tanto Marx como Keynes ofrecieron argumentos sustancialmente similares para rechazar la ley de Say. Además, sus descripciones de las características fundamentales de la economía capitalista también están muy próximas. Aquí, con el fin de subrayar sus similitudes, resumiré sus puntos de vista utilizando una terminología uniforme. La ley de Say es aplícable a una economía en la que el dinero es sólo un medio de intercambio, una «Conveniencia transitoria». Pero en una economía capitalista, el dinero también se utiliza como depósito de valor. Los empresarios capitalistas pueden gastar dinero para iniciar procesos productivos o pueden mantenerlo inactivo. La rentabilidad de la producción y de la inversión es el factor esencial que determina cómo se utiliza el dinero. Si las expectativas de los capitalistas referentes a la rentabilidad de sus procesos productivos se vuelven pesimistas, la demanda de dinero ocioso (atesoramiento) crece, mientras que la demanda de mercancías y de trabajo se reduce. El dinero
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es el mejor depósito de valor en un sistema en el que todas las transacciones exigen dinero. El dinero puede convertirse en mercancías, o en trabajo, en cualquier momenM to futuro. Un aumento en la demanda de dinero es diferente de un aumento en la demanda de cualquier otro producto. Una mayor demanda de una mercancía determinada, al lado de una menor demanda de otras mercancías, provoca un cambio en el empleo pero 00 necesariamente una disminución a nivel agregado. En cambio, una mayor demanM da de dinero, aliado de una menor demanda de otros productos, provoca una disminución en la demanda de trabajo para la producción de bienes. De hecho, el aumento de la demanda de dinero produce el no aumento (o un aumento muy poco significativo) del nivel de empleo en la producción de dinero. Esto es verdad tanto si el dinero es una mercancía (oro) como si es un instrumento nominal. La mayor cantidad de dinero que se demanda para tenerlo inactivo (atesorado) no tiene que ser producido. Está disponible debido a la disminución de la demanda de «dinero activo», es decir, de dinero como medio de circulación. Finalmente, todos estos puntos pueden resumirse utilizando las palabras de loan Robinson. Un aumento en el atesoramiento se produce corno resultado de un «cambio de sentimiento», es decir, un cambio en las expectativas de los capitalistas. Los atesoramientos son la cantidad total de dinero menos la circulación activa ("saldos inactivos"). Cuando la cantidad de dinero permanece constante, se produce un "aumento del atesoramiento", debido a un declive de los ingresos y de la actividad comercial, lo que libera dinero de la circulación activa del dinero (Robinson, 1938: 232).
Aunque tanto Marx como Keynes dirigieron sus críticas a'escenarios teóricos significativamente diferentes, destacaron elementos que son fundamentalmente los mismos. Ambos acusaron a sus predecesores de falta de «realismo», en el sentido de que suponían un tipo de economía cuyas características esenciales no se correspondían con las de las economías capitalistas reales. El razonamiento teórico, en cualquier disciplina, no es y no puede ser realista en el sentido de ofrecer una descripción completa del objeto investigado. La teoría no puede reproducir la realidad en una escala «uno a uno»; tiene que comprender los elementos esenciales y básicos de su objeto de investigación a través de un proceso de abstracción. En este proceso, los elementos accidentales y contingentes no se toman en consideración. Esta es la forma en que la teoría «reproduce» la realidad 19 . Pero el proceso de abstracción es muy difícil. Mientras que los aspectos contingentes del objeto deben eliminarse, ninguna caracteristica fundamental debe confundirse corno una accidental o irrelevante, y ser por eso ignorada. Si, en el proceso de abstracción, se pierden aspectos fundamentales del objeto, la teoría deja de ser «realista»,
19. Marx lo expresó en estos términos. La realidad «aparece en el proceso de pensar[ ... ] como un proceso de concentración, como un resultado, no como punto de partida, aunque es el punto de partida en la realidad y, por lo tanto, también el punto de partida para la observación y la concepción[ ... ]. [L]a determinación abstracta lleva a la reproducción de lo concreto a través del pensamiento» (Marx, 1973: 101).
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es decir, ofrece una «reproducción» del objeto que ya no encaja con el objeto «concreto» real. La crítica de Marx al análisis de la demanda efectiva de Ricardo es una consecuencia lógica de su enfoque metodológico. Al desarrollar su concepción de la economía capitalista, Ricardo fracasó en entender que el dinero, y su papel específico, no puede dejarse fuera de consideración. Al descuidar el dinero, Ricardo pudo igualar el proceso capitalista de intercambio con el trueque y, en consecuencia, no vio que la demanda agregada puede caer por debajo de la oferta agregada y dar lugar a todas las consecuencias que Marx analizó. Keynes no estaba familiarizado con la metodología de Marx, pero está claro que su crítica metodológica a sus predecesores es parecida a la crítica de Marx respecto a Ricardo. Keynes, al igual que Marx, destacó que sus predecesores no habían entendido que el análisis de una economía capitalista no puede llevarse a cabo suponiendo que se comporta como una «economía neutral» en la que el dinero no juega un papel relevante. La suposición de una economía neutral es una abstracción «no realista». Así, un proceso de abstracción defectuoso llevó al error a los economistas neoclásicos y clásicos y les impidió comprender la naturaleza real de una economía capitalista, una «economía empresarial» en la que el dinero no es «neutral». Marx y Keynes jugaron papeles muy parecidos respecto a las doctrinas que fueron dominantes en su tiempo. Los dos provocaron una ruptura radical con el pasado y proporcionaron una nueva perspectiva desde la que observar y explicar el funcionamiento de la «máquina económica» -un concepto desarrollado y utilizado por primera vez por los economistas políticos clásicos-20• Dicha máquina está regida por leyes que pueden estudiarse de forma científica. Estas leyes regulan el proceso por el cual la máquina puede reproducirse y crecer. Este proceso promueve fundamentalmente el interés general, ya que todos los actores sociales (individuos o, mejor dicho, clases) del sistema se benefician de él. En este marco, cada clase persigue sus propios intereses específicos y, al hacerlo, actúa también en favor del interés general. En particular, la clase capitalista, al perseguir sus intereses propios, hace posible que la máquina se reproduzca y crezca de forma que pueda proporcionar ventajas para todas las clases. Las leyes que regulan la máquina fuerzan a los capitalistas individuales a comportarse de esta forma. Adam Smith fue el economista clásico más firmemente convencido de esta posición (ver, por ejemplo, Smith, 1976: 475). Ricardo estuvo menos convencido que Smith de la compatibilidad de los intereses de todas las clases sociales21 , pero, no obstante, creyó que los empresarios capitalistas, en la búsqueda de su interés propio, también operaban en favor de interés general. 20. El concepto clásico de la 1>. En: Helburn y Bramhall (1986). HELBURN, S. W.; BRAMHALL D. F. (eds.) (1986). Marx, Sclwmpeter, & Keynes. A Cemenary Celebration of Dissem. Armonk: M. E. Sharpe Inc. KEYNES, J. M. (1936). The General Theory of Employment, lnterest a!ld Money. Londres: Macmillan. -. (1937). «The General Theory ofUnemployment». Quarterlylournal of Economics, febrero. Reproducido en Keynes (1973b). -. (1973a). Collected Writings, vol. XIII. Londres: Macmillan. -. (1973b). Col/ected Writings, vol. XIV. Londres: Macmillan. -. (1979). Collected Writings, vol. XXIX. Londres: Macmillan. LAWSON, T.; PESARAN H. (eds.) (1985). Keynes' Economics. Metlwdo!ogical !ssues. Beckerha111: CroomHelm. MARX, K. (1954). Capital, vol. l. Moscú: Progress Publishers. -. (1956). Capital, vol. II. Moscú: Progress Publishers. -. (1968). Theories ofSurplus Value, parte JI. Moscú: Progress Publishers. -. (1973). Grwulrisse. Londres: Penguin. MCCRACKEN, H. L. (1933). Value Theory and Business Cycles. Nueva York. MEEK, R. L. (1977). Smith, Marx and After. Londres: Chapman and Hall. MILGATE, M. (1982). Capital and Employment. Londres: Academic Press. Morr, T. (1986). «Marx, Keynes, and Schumpeter: A Synthesis with Special Emphasis on the Contributions of Micha! Ka!eclti». En: Hclbum y Bramhall (1986). PAGLIN, M. (1961). Malthus and I..auderdale: The Anti-Ricardian Tradition. Nueva York: Augustus M. Kelley. PHEBY, J. (1989). New Directions in Post-Keynesian Economics. Aldershot: Edward Elgar. RICARDO, D. (1951). Principies of Política/ Economy. Cambridge: Cambridge University Press. ROBBINS, L. (1952). The Theory of Economic Policy in English Classical Political Economy. Londres: Macmillan.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
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La ley de Say: reformulación y crítica' OscarLange
La Ley de Say consiste en la proposición de que no puede haber un exceso de oferta total
de mercancías (sobre oferta general) puesto que la oferta total de todas las mercancías es idénticamente igual a la demanda total de todas las mercancías. Bajo ciertos supuestos respecto a la naturaleza de la demanda de dinero, esta proposición emerge como un simple corolario de la teoría general de precios. Asociada a ella se encuentra la proposición de que no puede haber una escasez de ingresos empresariales totales en relación al coste empresarial total que cause pérdidas en toda la economía (sobreproducción general). El presente artículo pretende investigar la relación existente entre estas proposiciones y estudiar las implicaciones de la Ley de Say respecto del problema del desempleo, de la teoría general de precios y de la teoría del dinero.
1 Consideremos un sistema cerrado en el cual se intercambian n mercancías, con una de ellas -digamos la mercancía n-ésima- funcionando como medio de cambio así como nwnéraire, es decir, como dinero. Designemos por p¡ el precio de la i- ésima mercancía. Tenemos Pn =l. Sean D¡ = D¡ (p1, p2, ••• , Pn-J• y S¡= S¡ (p 1,p2, ... , p11 _ 1) la función de demanda y la función de oferta, respectivamente, de la mercancía i- ésima. Los precios de equilibrio están determinados por las n- 1 ecuaciones Di (pt,P2• ···• Pn-I) =S¡ (p¡, P2• .:., Pn-1). (i = 1, 2, ... , n- 1) (1.1)
La condición de estabilidad del equilibrio del sistema de precios se expresa mediante las (n- 1) 2 desigualdades y ecuaciones 1 dD-1 dS. < ::.::.L cuando j = i dp¡
dp¡
(iyj= 1,2, ... ,n-1)
dD-
dS
dp¡
dp¡
_J=:;.:.:.::.L
(1.2)
cuandoj;t i
* Publicado en: Lange, Osear. ((Say's law: A restatement and criticism». En: Lange, 0.; Mclntyre, F.; l.
Yntema, T.O. (cds.). Studies in Mathematical Ecomics and Economerrics in memory ofHenry Sclwltz. Freeport, Nueva York: Book for Librarians Press, 1942, p. 49-68. Traducción: Beatriu Kragenbühl. Ver J. R. Hicks, Value and Capital. Londres: Oxford University Press, 1939, p. 66-67. Esta condición es suficiente. Hicks proporciona condiciones adicionales para lo que él !lama «estabilidad perfecta». Sin embargo, el concepto de estabilidad perfecta se refiere a la manera en que la estabilidad del sistema se mantiene; pero esto no debe ocupamos aquí.
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
204
Hay solamente n- 1 funciones de demanda independientes, así como también n- 1 funciones de oferta independientes, siendo la función de demanda y oferta para lamercancía que funciona como dinero deducible de las otras. Tenemos (1.3)
y (1.4) Teniendo en cuenta las dos últimas relaciones, obtenemos la demanda total (medida en valor monetario) para todas las n mercancías
(1.5) De la misma forma, la oferta total (medida en valor monetario) para todas las n mercancías es u
n-1
Lp¡S;= Lp 1S;+S,=Dn+Sn.
i= 1
(1.6)
i=l
1
Entonces (1.7)
es decir, la demanda total y la oferta total son idénticamente iguales. Propongo llamar Ley de Walras a esta identidad, porque Walras fue el primero en reconocer su importancia fundamental en la formulación de la teoría matemática de los precios. Obsérvese que la Ley de Walras no requiere que la demanda y la oferta de cada mercancía, o de cualquiera de ellas, estén en equilibrio. La identidad (1.7) se cumple independientemente de si las ecuaciones (l.!) se satisfacen o no'2.
La Ley de Walras se cumple también en ausencia de un medio de cambio uniforme, es decir, en un sis-
temo sin dinero. Sean Dii y Su aquellas partes de la demanda u oferta, respectivamente, de la mercancía i por la cual se ofrece o se demanda la mcrcancíaj. Además, sea P1i el precio de la mercancía i en términos de la mercancíaj. Tenemos entonces y
(iyj=l,2, ... ,11) Dji E SijJlij
(2)
Tomando (arbitruriamente) una de las mercancías como numéraire y expresando todos los precios en términos de ésta, tenemos p,
P;i=¡;;· donde p 1 y P¡ son el precio de la mercancía i y de la mercancíaj en términos de numéraire. Entonces
y
P}¡; =- p,D,¡
(3)
PP¡¡Ep¡Sij.
(4)
LA LEY DE SAY: REFORMULACIÓN Y CRÍTICA
205
2
Consideremos ahora todas las mercancías excluyendo el dinero. Para simplificar la exposición, a partir de ahora se entenderá que el término «mercancía» excluye el dinero. Así pues, oponemos «mercancía» a «dinero». n_ 1 La demanda total de mercancías (excluyendo el dinero) es .r p,D, y la oferta total n-1
r= 1
de mercancías (excluyendo el dinero) es .r p,S,. De (1.3) y (1.4) se sigue directamente r= l que 11-
1
11-1
Lp.D.= rpS ..
i= 1 r r
i=
(2.1)
1 r r
cuando y sólo cuando (2.2) es decir, cuando la demanda de dinero es igual a la oferta de dinero. Pero D11 y S11 son la demanda y la oferta de dinero en un sentido específico, a saber, el dinero demandado a cambio de las mercancías ofrecidas y el dinero ofrecido a cambio de las mercancías demandadas. Es más conveniente expresar (2.2) en relación al stock de dinero existente y a la demanda de saldos líquidos. Una diferencia entre el
dinero demandado a cambio de las mercancías y el dinero ofrecido a cambio de mercancías implica el deseo de cambiar los saldos líquidos relativos a la cantidad de dinero disponible. El cambio deseado es igual a esta diferencia. Designemos por .t1M el incremento total de los saldos líquidos (en exceso de un posible incremento en la cantidad de dinero) deseado por todos los individuos. Tenemos pues que3 (2.3)
La condición (2.2) puede ahora escribirse de la forma: (2.4)
LIM=O, La demanda total, expresada en unidades de numéraire, para todas las 11 mercancías es oferta total, expresada similarmente, para todas las 11 mercancías es (4),tenemos
~t}~P~ü.::::
.tilPi;·
it
} 1
pp,1y la
1
.f .i P~r. Teniendo en cuenta •=IJ=l
'
(5)
Debido a la simetría de los subíndices (i = 1, 2, ... , n;j = l, 2, ... , n) tenemos también
i f
;, li"' l
p.O .. .:::: J )'
f f
i= \ j : l
pD .. '
lj'
y sustituyendo esto en (5) obtenemos n
n
n
n
1~\j~/pij.:::: ;~¡¡;/~ii·
3.
(6)
es decir, la Ley de Walras. La demostración de Walras es algo distinta. Éste demuestra el teorema de que si la demanda iguala a la oferta para las 11-l mercancías, lo mismo ocurre para la mercancía 11 (ver Élémellls d'économie polirique pure [«édition définitive)>; París y Lausana, 1926], p. 120-21). Esto implica que la demanda total iguala idénticamente a la oferta total de todas las 11 mercancías y es, por lo tanto, equivalente a (6). Dn y Sn, así como todas las cantidades demandadas u ofertadas, se miden por unidad o período de tiempo. Consecuentemente, /JM se mide de la misma manera.
206
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
es decir, no existe un deseo de cambiar la suma total de saldos líquidos relativos a la cantidad de dinero. Esto quiere decir que la demanda total de Jos saldos líquidos es igual al stock de dinero existente. Así pues, la condición necesaria y suficiente para que la demanda total de mercancías sea igual a la oferta total de mercancías es que la demanda total de saldos líquidos sea igual a la cantidad de dinero existente. Al cumplimiento de esta condición lo podemos llamar equilibrio monetario. La demanda total de mercancías es igual a la oferta total de mercancías solamente en un es!ado de equilibrio monetario. 3
La Ley de Say implica una conclusión mucho más fuerte que la ley de Walras o la de la igualdad entre la demanda total de mercancías y la oferta total de mercancías en condiciones de equilibrio monetario. Afirma que la demanda total de mercancías (excluyendo el dinero) es idé11ticamente igual a su oferta total: n-1
n-1
L.p,D;= Lp,S;. i= 1
(3.1)
i= 1
De (1.3) y (1.4) vemos inmediatamente que, para que la Ley de Say sea cierta, es necesario y suficiente que (3.2) que, debido a (2.3), se puede escribir también como LIM=O,
(3.3)
es decir, la demanda total de liquidez tiene que ser idénticamente igual a la cantidad de dinero existente. Por Jo tanto, la Ley de Say implica una naturaleza peculiar de la demanda de dinero, a saber, que los individuos de este sistema, considerados conjuntamente, están siempre satisfechos con la cantidad de dinero existente y nunca quieren poseer más o menos. Nunca hay un deseo de cambiar Jos saldos líquidos totales más que para adaptarlos a los cambios en la cantidad de dinero disponible. En estas circunstancias, las compras de mercancías nunca se financian a partir de los saldos líquidos ni tampoco las ventas de mercancías sirven para incrementar los saldos líquidos. Esta naturaleza peculiar de la demanda de dinero que implica la Ley de Say fue claramente entendida por sus proponentes originales. La asumieron explícitamente al afirmar que el dinero es solamente un medio de cambio y abstrayendolo de su función de «deposito de valoi"». En su Traité d' économie politique4 , Say señala explícitamente que cuando hay exceso de oferta de ciertas mercancías, la dificultad para venderlas aparentemente es sólo la falta de dinero para comprarlas. J.-a falta de dinero, dice Say, no es más que una expresión de la falta de otras mercancías porque el dinero que se 4.
Ver p. 347-48 del Traité {París, 1861).
LA LEY DE SAY: REFORMULACIÓN Y CRÍTICA
207
tendría que ofrecer por la compra de las mercancías de las que hay exceso de oferta sólo puede ser adquirido a través de la venta de otras mercancías. Este punto de vista excluye el uso de saldos líquidos para financiar la compra de mercancías. Ricardo también expresa el mismo punto de vista: «los productos siempre son comprados por productos, o por servicios; el dinero es solamente el medio por el cual se efectúa el intercambio»5•
4 Desde su primera formulación, se ha asociado la Ley de Say a la proposición de que no puede haber una «saturación universal» o «sobreproducción general» en el sentido de que todos los empresarios experimenten pérdidas. Tal como Ricardo lo formula en una continuación del párrafo que se acaba de citar: «Se puede producir demasiado de una mercancía concreta, de la cual pueda haber una saturación tal en el mercado que no se reembolse el capital gastado en ella; pero esto no puede suceder respecto a todas las mercancías»6• Los ingresos empresariales totales se consideran idénticamente iguales al coste total más cierta medida de beneficio (que se discutirá más adelante); y un déficit de ingresos respecto a una mercancía debe, por consiguiente, ir acompañado de un exceso de ingresos con respecto a alguna otra mercancía (o mercancías). La «sobreproducción» solo puede ser «parcial», y toda sobreproducción parcial irá acompañada de una producción parcial insuficiente en algún otro lugar del sistema económico. Investigaremos la relación de esta proposición con la Ley de Say, poniendo especial atención a la naturaleza de la «medida de beneficio» implicada. Distingamos entre mercancías compradas por empresarios y mercancías vendidas por empresarios. Vamos a llamar a las primeras «factores» y a las segundas «productos)>. Una mercancía puede ser a la vez factor y producto, o puede no ser ninguna de las dos cosas. Tenemos pues las siguientes cuatro clases de mercancías: mercancías que son sólo factores, mercancías que son a la vez factores y productos, mercancías que son sólo productos y, finalmente, mercancías que no son ni factores ni productos. Vamos a llamar a estas cuatro clases «factores primarios», «productos intermedios», «productos finales>~ y «Servicios directos» respectivamente. Para simplificar la notación, denotemos la demanda total y la oferta total (ambas medidas en dinero) de una clase de mercancías por D y S con un subíndice que indique la clase. Usemos los subíndices F, I, p y e para denotar factores primarios, productos intermedios, productos finales y servicios directos, respectivamente. Además, dividamos la demanda de productos intermedios en la demanda para reemplazar los productos intermedios usados durante el período en cuestión (es decir, el período en términos del cual se mide la demanda) y la demanda para el incremento neto de los stocks de productos intermedios (nueva inversión)', usando los subíndices IR y IN para indicar los dos tipos de demanda de S.
6. 7.
Principfes of Political Economy and Taxation, cap. XXI. /bid. Así )Ues, si se reemplaza menos que la cantidad de productos intermedios utilizados durante el perío· do, la demanda de incremento neto de stock (nueva inversión) es negativa. La demanda de reemplazo representa lo que Keynes llama «coste del usuario» y «coste suplementario» (ver J. M. Keyne&, The General Theory of Employment [Nueva York Harcourt Brace & Co., 1936}, p. 53 y 56). La demanda real de productos intermedios es la demanda de reemplazo más la demanda de incremento neto de stock.
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
208
productos intermedios. Finalmente, como antes, denotemos por D11 y S11 la demanda y
la oferta de dinero en el intercambio de mercancías. Como nuestra clasificación es exhaustiva, tenernos l" p¡D¡ =DF + DIR + DIN + Dp +De+ D11 i::,J
y "
'Lp,S,=S,+ S1 + Sp +Se+ S".
i=l
Por la ley de Walras, tenemos
donde t1M =D11 - S11 , como antes. La parte entre paréntesis en el lado izquierdo de esta ecuación es la demanda, medida en dinero, por parte de los empresarios, de factores primarios y de la reposición de los productos intermedios utilizados, es decir, el coste total en el que los empresarios están dispuestos a incurrir. La parte entre paréntesis en el lado derecho de esta ecuación representa la oferta de productos, medida en dinero, es decir, los ingresos totales planeados por los empresarios. La diferencia entre los dos, (4.2) es el beneficio total que los empresarios esperan recibir 8• Éste es el beneficio total implicado en la decisión de los empresarios de ofrecer (S1 + Sp) de importe de productos y utilizar un importe (Dp + D 1R) de factores'- Vamos a llamarlo beneficio total planeado. Teniendo en cuenta (4.2), podemos reescribir (4.1) en la forma (4.3)
donde
8.
9.
Se asume aquí que Jos empresarios suministran exactamente las cantidades indicadas, es decir, las cantidades indicadas por las funciones de oferta. Si la oferta de los empresarios es diferente de lo que éstos planearon (como, por ejemplo, en caso de fluctuaciones en las cosechas), 11 difiere del beneficio que los empresarios planean recibir por la diferencia entre la oferta real y la oferta originalmente planeada. S1 y SP son expresiones del tipo Ip~,., con el sumatorio aplicado a1odos los productos intermedios y todos los productos finales, respectivamente. Dp y D1R son expresiones del tipo Ipp 1 , con el sumatorio aplicado a la respecliva clase de mercancías. Los s,. y los D,. son funciones de los precios. Los precios se toman como (arbitrariamente) dados.
LA LEY DE SAY: REFORMULACIÓN Y CRíTICA
209
Cada uno de los términos de esta identidad, excepto ¡jM, representa un conjunto independiente de decisiones. Los términos en el primer paréntesis representan decisiones empresariales, y los términos del segundo paréntesis representan decisiones de comprar a los empresarios y de vender a los empresarios. Llamaremos a estas decisiones la esfera capitalista de decisiones. En el lado derecho, el término LIC representa las decisiones de vender y comprar servicios directos. Puesto que las ofertas de vender y comprar servicios directos no están dirigidas a los empresarios, llamaremos a estas decisiones la esfera no capitalista de decisiones. Debido a (4.2),
que es la diferencia entre el flujo de dinero demandado y el flujo de dinero ofrecido por los empresarios. Es el flujo neto de dinero demandado por los empresarios. La expresión Dp- Sp es la diferencia entre el flujo de dinero ofrecido a los empresarios y el flujo de dinero demandado de los empresarios. Es el flujo neto de dinero ofrecido a los empresarios. En la parte derecha, LIC =Se- De es la diferencia entre el flujo de dinero demandado y el flujo de dinero ofrecido a cambio de los servicios directos, o la demanda de incremento de saldos líquidos que surge en la esfera no capitalista de decisiones. Como el LIMes la demanda total de incremento de saldos líquidos (relativos a la cantidad de dinero disponible), L1M- LIC es la demanda de incremento de saldos líquidos (relativos a la cantidad de dinero disponible) que surge en la esfera capitalista de decisiones. Diremos que hay equilibrio monetario en la esfera capitalista de decisiones cuando LIM- LIC =O. Cuando (Dp- s,) =(JI- Dm), el flujo neto de dinero ofrecido a los empresarios es igual al flujo neto de dinero demandado por éstos, y los empresarios pueden realizar su beneficio total planeado y su demanda de nuevas inversiones. Sin embargo, cuando (Dp- Sp) > que se puede eliminar, y los precios relativos pueden ser estudiados como si el sistema se basara en el trueque. Verdaderamente, al excluir la sustitución de dinero por las mercancías o viceversa, la ley de Say construye un sistema que equivale a una economía de trueque. El dinero en un sistema como éste es meramente un medio de cambio sin valor y una medida del valor. 22. Esto se cumple también para lrt sustitución entre factores y productos si los factores son considerados como productos negativos (ver Hicks, op. cit., p. 93 y p. 319-22). 23. Ver la definición de dinero «neutro)) en J. Koopmans, Das neutra/e Geld («Beitriige zur Geldthcoric)) ), ed. F. A. Hayek (Viena: Springer, 1933), p. 228.
LA LEY DE SAY: REFORMULACIÓN Y CRÍTICA
2l7
En un sistema en el que se satisface la ley de Say, los precios monetarios de las mercanclas son indeterminados. Para determinarlos, necesitamos conocer el precio Pn- 1 (eligiendo arbitrariamente la mercancía n- 1). Si éste se conoce, los precios monetarios se pueden obtener de los precios relativos por la relación p¡ = p11 _ 11t¡ (i = 1, 2, ... , n- 2). Sin embargo, el precio p, _1 no puede ser obtenido mediante la ley de Say ya que tenemos solamente n - 2 ecuaciones independientes de equilibrio de oferta y demanda. Esto ha llevado a la teoría monetaria tradicional a determinar el precio Pn-l mediante una ecuación suplementaria introducida en el sistema -la «ecuación de intercambio»-. Esta ecuación puede escribirse de la forma ,_¡
k I.p,S1 =M. i= 1
(7 .1)
donde k es una constante que expresa la proporción de la oferta total de mercancías, medida en valor monetario, que los individuos quieren mantener en saldos líquidos, es decir, k es el recíproco de la velocidad de circulación del dinero. M es la cantidad de dinero. Como quep1 = p,_ 1n:1 (para i =1, 2, ... , n- 2; para i =n- 1 ponemos n:, = 1 por definición), la ecuación (7 .1) se transforma en n-1
kp 11 _ 1 . :E n;¡S1=M. 1=\
(7.2)
Los valores de equilibrio de los precios relativos n1 están determinados por las ecuaciones (6.2), y las cantidades de equilibrio de las mercancías ofertadas S1 (i =!, 2, ... , n-1) se obtienen substituyendo las n;1en las funciones de oferta24 . Así obtenidos los n:1 y las S,, p,_ 1 queda determinado por (7 .2). Este es el procedimiento de la teoría del dinero tradicional. Implica una división de la teoría de los precios en dos partes distintas: (1) la determinación de los precios relativos y (2) la determinación de un multiplicador (el «nivel de precios>>) por una ecuación monetaria distinta del sistema de ecuaciones de equilibrio. Da como resultado que el dinero es «neutro>>2s. Sin embargo, este procedimiento es contradictorio en sí mismo. La ecuación (7 .2) no es compatible con la ley de Say. La parte izquierda de esta ecuación es la demanda total de saldos líquidos y la parte derecha es el stock de dinero existente. La diferencia es el cambio deseado en saldos líquidos (relativos a la cantidad de dinero). Tenemos entonces: 26 ,_¡
kp 11 _
1 :E i::l
rr-¡51- M= !JM.
(7.3)
24. Se obtiene también Sn-l porque tenemos n-1 funciones de oferta de mercancías, aunque solamente hay n-2 ecuaciones de equilibrio independientes. 25. Excepto por «fricciones» y retrasos en.el tiempo, que en este caso es la única manera a través de la cual el dinero puede afectar los precios relativos de las mercancías. 26. Para que l!Jvf aquí sea el mismo que .!3M en (2.3), es necesario que la unidad o período de tiempo en que se considera el cambio sea el mismo que la unidad o período de tiempo por el cual se miden la can· tidades demandadas u ofertadas. Ver nota 3 más arriba.
218
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Si Pn-l tiene un valor que no satisface (7 .2), existe una discrepancia entre la cantidad de dinero que las personas quieren poseer y la cantidad de dinero existente. Esto implica una discrepancia entre la demanda total y la oferta total de mercancías (ver ecuación [2.3]). Sin embargo, la ley de Say requiere LIM =O (ver ecuación [2.4] más arriba). En este caso obtenemos (7.4) es decir, una identidad válida para cualquier valor de Prr-l y, que por consiguiente, no sirve para determinar p11 _ 1• Pero k no puede ser constante y tiene que ser indeterminado para ajustarse a cualquier valor de pn _ 1, de forma que la identidad se satisfaga. La Ley de Say implica una velocidad de circulación indeterminada (1/k) y los precios monetarios son indeterminados. Por tanto, el procedimiento tradicional de la teoría del dinero implica una contradicción. O bien se acepta la ley de Say y los precios monetarios son indeterminados, o bien los precios monetarios se determinan pero entonces la ley de Say, y por consiguiente la del dinero, se tienen que abandonar. La ley de Say excluye cualquier teoría del dinero.
8 Hemos visto que la ley de Say excluye cualquier teoría del dinero. Por consiguiente, la teoría del dinero tiene que empezar por rechazar la ley de Say. En lugar de aceptar que la demanda total y la oferta total de las mercancías son idénticamente iguales o, lo que es equivalente, que la demanda total de los saldos líquidos es idénticamente igual a la cantidad de dinero disponible, estas identidades tienen que ser reemplazadas por verdaderas ecuaciones. El objetivo de la teoría del dinero es entonces el de estudiar las condiciones bajo las cuales se llega al equilibrio de la demanda total y la oferta total de mercancías (o, en su lugar, al equilibrio de la demanda total de los saldos líquidos y la cantidad de dinero disponible) y comprender los procesos por los cuales se alcanza tal equilibrio. Wicksell expresó claramente este objetivo: q1m• .•. , qn-1,,) = S,u (pi O• P10• · "' Pn- 1,0; qll, q11• "·• qn -1,1;
... ;
qJm• q1m• "·• qn-l,m) · (i = 1, 2, ... , n -1)
(9.1).
29. Ver Gerhard Tintner, «The Theoretical Derivation ofDynamic Demand Curves», Econometrica, octubre de 1938; y Hicks, op. cit., cap. XVIII.
1r'1, 1' :1
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220
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Éstas determinan los valores de equilibrio de los n-1 precios corrientes P;o (i = l, 2, ... , n- 1.) como funciones de los valores descontados de los precios futuros esperados. Éstos últimos pueden ser considerados como funciones de los precios corrientes (i= 1, 2, ... , n-1; t = l, 2, ... ,m)
(9.2)
llamaremos a estas funciones, «las funciones de expectativaS>>, y a sus elasticidades parciales, «elasticidades de expectativas>> 30• Entonces, junto a las funciones de expectativas que son (n- l) m en número, las ecuaciones (9.1) determinan los valores de equilibrio de los precios corrientes. Cuando la ley de Say se cumple tenemos, como antes,sólo n-2 ecuaciones independientes entre las ecuaciones (9.1), y las funciones de demanda y oferta son homogéneas de grado cero porque la Ley de Say impide la sustitución entre dinero y mercancías. Sin embargo, en la teoría dinámica de los precios, se trata de todos los precios monetarios q¡1, los valores descontados de los precios esperados en el futuro así como los precios corrientes cuyo cambio proporcional no afecta las cantidades pedidas y ofrecidas. Las funciones de demanda y oferta dependen pues únicamente de los precios relativos, es decir, de las razones entre los q¡r Sin embargo, esto no es suficiente para determinar los precios relativos debido a las funciones de expectativas (9.2). Para que los precios relativos sean detenninados, las funciones de expectativas también deben implicar solamente los precios relativos y no los precios monetarios. Por lo tanto las funciones de expectativas deben ser homogéneas de primer grado; es decir, un cambio proporcional de todos los precios corrientes debe cambiar los valores descontados de los precios futuros esperados en la misma proporción. En este caso, un cambio proporcional de todos los precios corrientes no altera las cantidades demandadas y ofrecidas. Las funciones de demanda y oferta de las mercancías dependen ahora solo de las razones de los precios corrientes, y los precios relativos están determinados por las n- 2 ecuaciones independientes del sistema (9.1) y por las funciones de expectativas (9.2). Sin embargo, los precios monetarios permanecen indeterminados. En la teoóa dinánúca de los precios, la ley de Say implica pues, además de la homogeneidad de las funciones de demanda y oferta de las mercancías, funciones de expectativas homogéneas. Este supuesto adicional hace que la ley de Say sea mucho menos realista en el contexto de una teoría dinámica de los precios que en el contexto de una teoría estática. En ambas teorías, estática y dinámica, la ley de Say deja los precios monetarios indeterminados.
30. El último término fue introducido por Hicks (op. cit., p. 205).
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CRÍTICA ALA ECONOMÍA ORTODOXA
221-226
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Los neoclásicos
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l. EL CONTEXTO Durante la segunda mitad del siglo XIX se va gestando lo que, hacia finales de siglo, constituirá la revolución marginalista. Las ideas originarias de lo que hoy conocemos como teoría neoclásica se consolidarán en el periodo comprendido entre fines del siglo XIX y las dos primeras décadas del xx al converger toda una serie de elementos que hacían «necesaria» una nueva teoría social. Entre ellos podemos destacar: -la preocupación de los economistas clásicos por la tendencia al estancamiento del sistema, -el aumento de importancia de los movimientos socialistas -socialismo utópico- y, en particular, posteriormente, de los planteamientos de K. Marx (en 1867 se publicó el primer volumen de El Capital) que ponían el acenlo en la naluraleza explotadora del capitalismo, los conflictos entre las clases sociales y predecían la desaparición violenta del sistema por los movimientos revolucionarios de las clases explotadas, -la existencia de importantes movimientos revolucionarios en la Europa de la época. Hay que recordar que en 1871 se estableció la Comuna de París y, aunque fue rápida y cruelmente reprimida, asustó hasta el fondo a todas las burguesías europeas, -la fuerte depresión de 1873 con sus secuelas de miseria y fortalecimiento de los movimientos sindicales. A partir de 1870 se inicia una etapa en la que el capitalismo competitivo, por su propia tendencia a la concentración e impulsado por las nuevas técnicas productivas que él mismo genera, que requieren grandes cantidades de capital, va siendo sustituido por un capitalismo monopolista que concentra los medios de producción en pocas manos con altos precios del producto y grandes beneficios, -tras esta etapa depresiva, el capitalismo inicia un periodo de expansión que no sólo dará lugar al fenómeno del imperialismo, sino que conducirá a abandonar la preocupación de los clásicos por el crecimiento y la distribución que lo facilite, y a dirigirse a un análisis más orientado a destacar la potencialidad del sistema, la armonía posible entre sus componentes, y la conveniencia de preocuparse por la asignación de recursos escasos y su máxima eficiencia. Por tanto, se imponía la aparición de una nueva teoría social para defender el orden dominante y combatir a una batalladora clase trabajadora. Esta nueva teoría social se gestará en un periodo en el que se estaban produciendo toda una serie de avances en el campo científico que conducirían a los científicos sociales a entusiasmarse por los métodos de las ciencias naturales y los instrumentos mate-
222
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
máticos y a intentar aplicarlos a las ciencias sociales. Desde su óptica, éstas alcanzarían, mediante la utilización de sofisticadas expresiones matemáticas como poderoso instrumento conceptual y metodológico, el mismo nivel de precisión, rigor científico y prestigio que el de las ciencias naturales. Además, esta más complicada expresión hacía más difícil la comprensión de la totalidad de su sistema a las clases populares y sus dirigentes. Se inicia así la denominada revolución rnarginalista, cuyos protagonistas iniciales fueron Jevons (1835-1882) y los austriacos Menger (1840-1921 ), Bohm-Bawerk (18511914) y Wieser (1851-1926). Pero, sin ninguna duda, la aportación principal corre a cargo de L. Walras (1834-191 O) con su interpretación más integrada y su sistema general de equilibrio con precios de tanteo y un subastador general. También participan en este proceso economistas como Edgeworth, Cassel, Pareto y Wicksell. Esta primera etapa parece concluir con A. Marshall (1842-1924) y el equilibrio parcial. La preeminente posición de Inglaterra en la escena mundial consolidará a este país y sus autores como centrales en el desarrollo de la ciencia económica. Desde Marshall el marginalismo se convierte en la teoóa económica dominante hasta Keynes, que la criticará, pero incluyendo en su crítica elementos de los autores clásicos y sin diferenciarlos en su denominación. Lo que, en muchos casos, lleva a la confusión. No está demasiado claro cuándo la revolución marginalista pierde este nombre y se convierte en lo que hoy conocemos como sistema neoclásico. Durante muchos años el marginalismo era la denominación habitual. Es muy posible que haya sido el desarrollo de la teoría del equilibrio general por Arrow y Debreu la que ha consolidado el cambio de denominación del rnarginalismo a equilibrio general. De todas formas, los elementos esenciales son los mismos independientemente de la mayor actualidad de las denominaciones respectivas. En 1954, Arrow y Debreu 1 se convertirán en los padres modernos de la teoría del equilibrio general que desarrolló inicialmente Walras, al ser quienes realizan la demostración matemática de la misma y le proporcionan un carácter definitivo y científico. A partir de esta época la escuela neoclásica revalida su cientificidad, aunque a nivel de macroeconomía y política económica eran todavía los análisis de Keynes los dominantes. No será hasta la crisis del keynesianismo en los setenta y las interpretaciones más avanzadas del equilibrio general y las de los nuevos macroeconomistas que reforzarán el papel, de nuevo dominante, del pensamiento marginalista-neoclásico-equilibrio general en sus distintas vertientes. 2. PREMISAS DEL MODELO
La teoría neoclásica supone que la sociedad está fonnada por individuos libres, que se definen según unas supuestas funciones de utilidad y por unas dotaciones iniciales de recursos. Los individuos difieren respecto a sus preferencias y dotaciones iniciales~ pero se consideran iguales en cuanto a su comportamiento en la economía. Estos agenl.
Kenneth J. Arrow y Gerard Debreu, «Existence of an Equilibrium for a Compctitive Economy» en Econometrica. loumal of the Econometric Society, vol. 22, n. 0 3,julio 1954. Este artículo se present6 en el encuentro de la Econometric Sociely, Chicago, 27 diciembre 1952.
LOS NEOCLÁSICOS
223
tes intercambian entre ellos los recursos ya dados, siguiendo un comportamiento racional, con el objetivo de maximizar las funciones de utilidad y de beneficios, teniendo en cuenta las restricciones de recursos y tecnológica. Los deseos de Jos agentes se traducen en funciones de oferta y demanda que, según un proceso de tanteo que garantiza el resultado, llegarán a un equilibrio, en el que oferta y demanda se igualarán en todos los mercados de recursos. En este modelo, la producción juega un papel poco importante, pues es en el mercado donde se determinarán los precios y las cantidades demandadas y ofertadas en la economía. El principio de asignación óptima de medios escasos entre usos alternativos, basado en el concepto de escasez de los recursos -elemento absolutamente crucial en la teoría neoclásica y base de la importante definición de Robbins 2 (1932)-, hace que todas las cuestiones giren en torno al mejor uso de los recursos (eficiencia), y no de la creación de éstos (producción). _ De hecho, el modelo nace del supuesto funcionamiento~e una economía de intercambio, de la que posteriormente se derivarán el funcionamiento de los distintos mercados de los recursos existentes en la economía que el modelo contempla, que son fundamentalmente la tierra, el capital y la fuerza-de trilbajo. La oferta y la demanda de dichos factores determinarán el precio de equilibrio de cada factor, Jos cuales son tratados como mercancías, pudiéndose sustituir unos por otros sin ningún inconveniente. 1 As~ se supera la controversia clásica entre valor de cambio y valor de uso. Además, evita la cuestión de la distribución de la renta, puesto que cada factor se retribuye en función de su aportación al proceso productivo, dejado a un lado la teoría del valor-trabajo y el esquema basado en las clases sociales de los modelos clásico y marxista. La distribución de la renta aparece como algo independiente de las instituciones de propiedad y de las relaciones sociales. Para que este mecanismo se ajuste de forma natural-llegando al equilibrio en el que se da una situación óptima de Pareto y, por tanto, armoniosa-, se incluye la hipótesis de competencia perfecta, evitando la dificultad que supondría formalizar la existencia, en la realidad, de monopolios, oligopolios, agrupación de consumidores, etc., pues todo ello implica incertidumbre, que no sólo proviene de choques naturales sino también de tácticas y estrategias de los agentes. Los precios se consideran dados, por tanto, no se contempla la posible influencia de la acción de los agentes sobre los precios; éstos últimos son la única señal emitida por el mercado. La existencia, la estabilidad y la optimización del equilibrio general requieren supuestos muy restrictivos, y habitualmente se tratan sin tener en cuenta ni el tiempo, ni la moneda. Los neoclásicos actuales son conscientes de la dificultad de introducir la incertidumbre (tiempo y moneda, o la existencia de costes fijos) al modelo formal, ya que con estos elementos los resultados anteriores se ponen seriamente en cuestión. Los nuevos desarrollos de los autores de base neoclásica tratan de resolver estas cuestiones sin salir del marco de Jos principios fundamentales de esta escuela. Ver apartado sobre «Las nuevas corrientes».
2.
Es bien conocida la definición de este autor, según la cual, la economía es la ciencia que estudia la asig-
nación de recursos escasos para necesidades ilimitadas.
224
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
3. LOS MONETARISTAS
Una rama particular y muy destacada del pensamiento ortodoxo lo constituye el monetarismo. Iniciado por Milton Friedman en los cincuenta, se mantuvo por largos años en la oposición al keynesianismo triunfante, para resurgir con fuerza en los
setenta principalmente en la Universidad de Chicago. Las dictaduras de Chile Y Argentina en dicha década ayudaron a impulsar la práctica de sus posiciones res-
pecto a la política económica. Desde los setenta, su pensamiento constituye uno de los puntales de la expansión de la economía neoclásica y sus variantes posteriores, si bien siempre se ha mantenido diferenciada parcialmente de la misma. El monetarismo Y los neoclásicos pertenecen, sin embargo, a la misma familia, participan
de los mismos principios, utilizan instrumentos analíticos similares, mantienen posiciones de política económica análogas, pero constituyen bloques diferenciados de pensamiento. Por ello los incluimos en este apartado. Para nosotros, pese a sus diferencias, forman parte de la misma línea de pensamiento, aunque también creemos que requieren un tratamiento ligeramente diferenciado. 4. ACERCA DE LA CRÍTICA
Son muchas Ymuy diversas las ópticas desde las que se ha criticado a la teoría neoclásica. A diferentes niveles, podemos encontrar seriamente cuestionados: -los supuestos en que se basan para construir el modelo, como la racionalidad del
homos economicus, -las mismas incongruencias del modelo que conducen a círculos viciosos teóricos (como en el caso de la medición del capital o de la determinación de las preferen-
cias según el gasto efectivo que a su vez viene determinado por éstas), -el carácter estático y, por tanto, limitado y alejado de la realidad del modelo (planteando, entre otros, problemas de asignación intertemporal de los recursos), - las variables recogidas en él y la ausencia de una definición de éstas, -la total ausencia del papel de instituciones sociales y de poder que existen en la economía, -el mecanicismo que aún mantiene la teoría neoclásica cuando las otras ciencias ya lo han ido abandonando, -el individualismo metodológico en que se fundamenta, -el concepto de escasez de recursos, a partir del cual se deriva la preocupación por la eficiencia y por el mercado. No es el objeto de este escrito mencionarlas todas, pues sería inacabable y sobrepasaría nuestras posibilidades. En la bibliografía adjunta se encuentran, explicadas con detalle Yrigurosidad, algunas de estas críticas. Respecto a la crítica de los supuestos en los que se basa la teoría general neoclásica podríamos remitirnos a la crítica de Mario Bunge, recogida en su libro Filosofía y Economía. También podríamos citar los análisis de Naredo, en su libro La economía en evolución y otros muchos. Para una crítica más global de los supuestos neoclásicos clasificados como instrumentalismo
LOS NEOCLÁSICOS
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metodológico, individualismo metodológico, racionalidad del hamo economicus y respecto a su foco de análisis -el intercambio-, sugerimos la lectura del artículo adjunto de Marc Lavoie. También contemplamos muy positivamente para aspectos específicos de la teoría la lectura de Bemard Guerrien. Sin embargo, sí queremos destacar, dada la multitud de críticas encontradas que sin duda harían caer en el más profundo desprestigio a cualquier teoría, el papel de legitimación ideológica desempeñada por dicha teoría, única explicación de que ésta, a pesar de las críticas, siga aún en pie y en plena vigencia en la docencia de la economía en la actualidad. Una de las características de los enfoques modernos de la teoría neoclásica, especialmente en su versión de equilibrio general, consiste en la abundante utilización de las matemáticas con un alto grado de sofisticación como elemento de expresión de sus planteamientos. En el ámbito académico y de la docencia, ello hace que, con mucha frecuencia, la dificultad en dominar el medio matemático de expresión absorbe todo el trabajo y se concede muy poca atención a las conclusiones económicas y sociales que se derivan de las premisas fundamentales de otros enfoques. Asímismo, Naredo apunta que «Si en la actualidad la creencia en la universalidad de las categorías y principios en que se basa la ciencia económica todavía disfrutan de buena salud, no es por sus cualidades intrínsecas sino porque ocupan un lugar central en la ideología que domina el mundo industrial». La fonna en que la economía neoclásica interpreta los hechos económicos revela una concepción de un funcionamiento «ideal» de la sociedad, en la que aparece éticamente legítimo que cada clase obtenga de forma «natural» el equivalente a su contribución en el proceso productivo, contexto en el que la noción de explotación no tiene cabida alguna A partir del individualismo metodológico y destacando la existencia de un equilibrio que supone armonía, y un ajuste automático vía precios, se intuye la necesidad de obviar la existencia de cualquier tipo de desigualdad o conflicto entre clases, rechazando así no sólo otros análisis que cuestionaban de raíz el status qua sino, y principalmente, alejándose de toda relevancia para interpretar la problemática real. Por ello, quizá la critica más obvia es la que se hace a los seguidores de la teoría neoclásica, cuando pretenden a partir de un modelo teórico estático alejado de la realidad, no sólo describirla sino deducir de éste proposiciones nonnativas que afectan de forma muy real a las vidas de millones de personas. 5. LECTURAS Marc. «La necesidad de una alternativa». En: Foundations ofpost-Keynesian economic analysis. Aldershot Edward Elgar, 1992, p. 1-41. GUERR!EN, Bernard. «El equilibrio general». En: La theorie neo-classique. 3' ed. París: Economica, 1989, p. 129-151. HooasoN, Geoffrey M. «La universalidad de la economía convencional». En: Economics and utopia. Why the learning ecmwmy is not the end of history. Londres: Routledge, 1999, p. 101-116 CoLE, Ken; CAMERON, John; EDWARDS, Chris. . En: Why economists disagree: the political economy of economics. Londres: Longman, 1983, p. 88-108. FELDERER, Bemhard; HOMBURG, Stefan. «Monetarismo)). En: Macroeconomics and new macroeconomics. 2.' ed. Berlín: Springer-Verlag, 1992, p. 171-185.
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La necesidad de una alternativa' Marc Lavoie
J. ÜBJETIVOS DEL LIDRO El objetivo principal de este libro es proporcionar una síntesis útil de la econornúa postkeynesiana, mostrando que constituye un conjunto coherente de teorías que pueden proporcionar una alternativa al paradigma neoclásico dominante. Creo que la economía postkeynesiana puede presentarse en un marco tan coherente como el marco neoclásico, y que, en consecuencia, puede ofrecer una alternativa viable para aquellos que están desencantados con la economía ortodoxa. Para ello, se mostrará que las bases microeconómicas pueden asociarse con la economía postkeynesiana, y que éstas son coherentes con su macroeconomía. Mi objetivo es, por tanto, idéntico al de Eichner (1986a: 3), quien quiso presentar la teoría postkeynesiana (1977: 14-5). La econonría de Kalecki no es, como pensó Keynes en algún momento (1973, xii: 831), un «abracadabra esotérico>>. Más tarde entenderemos las razones de estas valoraciones sobre la importancia de Kalecki, ya que estaremos mejor preparados para indicar con precisión cómo se debería definir la economía postkeynesiana. Veremos que diferentes corrientes de la economía no ortodoxa pueden reagruparse bajo el mismo paraguas, sobre todo los postkeynesianos,los neoricardianos, los (marxistas) radicales y los institucionalistas. Mientras que Sawyer (1989) se refiere a la combinación de estas cuatro escuelas de pensamiento como economía política radical, yo llamaré a los elementos comunes de estos cuatro enfoques el programa de investigación postclásico, un ténnino utilizado por otros en el mismo contexto (Henry, 1982; Eichner, l986a: 3). Tal como ha señalado Pasinetti (1990: 16), los economistas de Cambridge que intentaron revolucionar la economía no emplearon mucho tiempo intentando construir puentes entre ellos. Cada uno de ellos era demasiado celoso de su independencia intelectual. Pero esto no debería disuadimos de intentar relacionar aportaciones que eran bastante diferentes pero que se realizaron con el mismo espíritu. Nuestra tarea es generalizarlas y encontrar extensiones. Uno de los objetivos de este libro es mostrar que es posible una síntesis de las diferentes corrientes' de la economía postclásica, así como de las diversas aportaciones a la economía postkeynesiana. Se reconoce que algunas de las contribuciones no son fáciles de integrar, o que algunos de los autores pueden fonnar parejas extrañas. En lugar de seguir las idiosincrasias de uno u otro, la tarea que me he asignado es la de presentar los puntos de vista de una especie de postkeynesianismo representativo. Aunque no trataremos aquí ninguna de las preocupaciones de los neoricardianos por el análisis multisector, creo que el marco teórico del postkeynesianismo representativo debería estar fuertemente influido por muchas de las percepciones suscitadas por la escuela neoricardiana. La posición adoptada aquí, por lo tanto, es diferente a la de Hamouda y Harcourt (1988), quienes creen que la búsqueda de un punto de vista coherente es un esfuerlü inútil. Mi posición se acerca más a la de Eichner y Kregel (1975), quienes defendieron la adopción de un nuevo paradigma que unificara los principales conceptos neoricardianos y postkeynesianos. Igual que Kregel (1973: xv), creo que es posible reconstruir la econonría política relacionando la teoóa de la demanda efectiva de Keynes, planteada a corto plazo y en una economía monetaria, con la de los autores clásicos, que se centraron en la distribución de la renta y en la acumulación a largo plazo. Nótese que esta fue también la creencia de Robinson, quien, incluso después de negar la importancia de las controversias sobre el capital, defendió que "la tarea de los postkeynesianos era reconciliar a Keynes y Sraffa y afinnó que la teoría postkeynesiana tenía «un marco general de análisis a corto y largo plazo» que hacía posible el «dar a las per1
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cepciones de Marx, Keynes y Kalecki una forma coherente>> (1978: 14,18). Después de todo, esta puede ser la definición apropiada de lo que es el postkeynesianismo. Tal posición, sin embargo, exige la renuncia a la11 concepciones más extremas, que no pueden ser integradas dentro de la síntesis, a pesar de lo fundamentales que estas concepciones puedan parecerles a sus defensores. Un ejemplo es el tratamiento de Keynes de la teoría de los precios, que, como ya hemos señalado, se considera que está demasiado asociada a las concepciones neoclásicas para mantenerla dentro de la síntesis. En realidad, los interminables debates sobre la representación apropiada de la función de oferta agregada de Keynes, así como los debates recurrentes y no concluyentes sobre los postulados clásicos de Keynes referentes a la determinación del empleo, demuestran que la adopción de suposiciones neoclásicas centrales por parte de la economía postkeynesiana sólo llevan a controversias estériles, incluso si estas suposiciones se invierten. Tal como planteó con dureza Kaldor (1983a: 10), «mientras uno se aferre a la microeconomía neoclásica, la rnacroeconornfa keynesiana supone muy poca cosa». Los mismos inconvenientes aparecen en algunas partes de la teoría monetaria de Keynes, por lo menos tal como se presentan en la Teoría General, que es una modificación más que una renuncia a la teoría cuantitativa. Keynes es demasiado monetarista para los postkeynesianos, tal como han señalado Kaldor (1982a: 21) y el reconvertido Hicks (1982: 264). Incluso podríamos concluir que (Kaldor, 1983a: 47). Keynes pudo haber tenido buenas razones estratégicas para presentar su análisis de la forma en que lo hizo. Esas razones ya no son válidas. En ese sentido, el término «postkeynesiano» puede no ser totalmente adecuado, pero es un ténnino establecido por tradición. Yo mismo creo que la economía procedente de Kaldor y Kalecki, y, debido a este último, de Robinson, es el mejor puente entre los análisis clásico y postkeynesiano. Uno podría pues decir que la intención de este libro es presentar una mezcla de economía kaldoriana y kaleckiana.
2- PROGRAMAS DE INVESTIGACIÓN Y TODO ESO Llegados a este punto, el lector puede estar ya más bien cansado del desfile de escuelas de pensamiento, sean neoclásicas, postclásicas, postkeynesianas o neoricardianas. El objetivo de esta sección y de la siguiente es aclarar cualquier malentendido alrededor de estos ténninos. Mi visión de la ciencia económica es que está compuesta por dos grandes programas de investigación. Si a alguien no le gusta el marco de Lakatos, les puede llamar paradigmas (á la Kuhn), o tradiciones de investigación (á la Laudan). Son los programas de investigación neoclásico y postclásico. No es más fácil definir el primero que el segundo. Ambos programas de investigación abarcan todos los campos y dominios de la economía; dentro de cada campo, cada uno de estos programas de investigación se refiere a diferentes teorías o escuelas de pensamiento; cada teoría toma en consideración varios modelos. Por lo tanto, definir la economía neoclásica es una tarea difícil. Existe un número casi infinito de modelos que tratan con un vasto número de temas desde varios puntos de vista. Algunos metodólogos han afirmado que los conceptos lakatosianos del núcleo duro y del cinturón protector no pueden ser correctamente aplicados a la economía ya que fueron diseñados para tratar modelos formales. Existen modelos formales en la
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economía neoclásica, pero abordan un conjunto de tópicos demasiado diversificados para que sus núcleos tengan una aplicación práctica. De esta fonna, se ha sugerido que cada campo debería tener su propio núcleo, o lo que Remenyi (1979) ha llamado un «Semi-núcleo». Así, la macroeconomía tendría su propio semi-núcleo, y la teoría del equilibrio general tendría otro. Mi percepción de la economía neoclásica es similar a la de E. R. Weintraub (1985: 134-5). Las teorías del equilibrio general proporcionan rigor científico a las teorías macroeconómicas, a las teorías del equilibrio parcial o a otros trabajos de microeconomía aplicada. Como consecuencia, diría que el núcleo de la econonúa neoclásica está definido por el núcleo de la economía walrasiana. Y como se puede sacar muy poco provecho práctico de las teorías del equilibrio general de Walras, se puede considerar que los trabajos menos rigurosos y las economías aplicadas se sitúan dentro del cinturón protector de la economía walrasiana. Para justificar su enfoque, los practicantes del neoclásicismo se refieren de hecho a los resultados del equilibrio general, mientras que los teóricos del equilibrio general se referirán al trabajo empírico realizado dentro del cinturón protector para justificar la validez de sus muy abstractas teorías. Los semi-núcleos de Remenyi son, por lo tanto, los núcleos de las teorías neoclásicas que están más bajas en la jerarquía; es decir, las que son menos rigurosas (según los estándares neowalrasianos) y más aplicadas. Los elementos comunes de estos se{Oi-núcleos pueden reunirse en un solo conjunto, al que llamo cinturón protector. Este último básicamente define las teorías neoclásicas del equilibrio parcial, así como las teorías neoclásicas agregadas. El núcleo y la heurística de la economía neoclásica son así las nonnas que los neowalrasianos se autoimponen, mientras que lo que yo llamo el semi-núcleo protector reúne los supuestos estándares de manual (rendimientos decrecientes, sustitución, maximización de la utilidad, precios que igualan la oferta y la demanda, etc.). La heurística de este semi-núcleo básicamente fonnaliza el vínculo jerárquico entre la teoría vulgar y la de alto nivel, y la fonna en que esta última se utiliza como garantía científica de la validez de la primera. Por ejemplo, se podría suponer que las funciones de producción agregada son una simplificación adecuada, y que la unicidad y estabilidad del equilibrio han sido demostradas. Llegados a este punto, sería posible subrayar los diferentes elementos del seminúcleo neowalrasiano o los del semi-núcleo protector (Lavoie, 1991). Sin embargo, este ejercicio no dilucidaría lo fundamental del programa de investigación neoclásico. Dejaría de lado lo que Leijonhufvud ha llamado presuposiciones de la economía neoclásica; es decir, el conjunto de creencias metafísicas comunes que no pueden plantearse de manera formal y que eran anteriores a la constitución de los núcleos duros. Son los elementos esenciales del programa de investigación. Son «grandes generalidades que, de alguna forma, tienen la naturaleza de las creencias cosmológicas>> (Leijonhufvud, 1976: 72). Estos son el tipo de elementos esenciales que yo preferiría definir. Antes de hacerlo, aún debemos tratar el tema de la definición del programa de investigación postclásico. Como en el caso neoclásico, el paradigma postclásico contiene una amplia serie de escuelas de pensamiento y teorías que se extienden por diferentes campos. En mi opinión, el programa postclásico agrupa a un gran número de teorías económicas no ortodoxas. Marxistas, radicales, institucionalistas, estructuralistas, evolucionaristas, socioeconomistas, las escuelas francesas de la regulación, los neoricardianos y los postkeynesianos (con o sin el guión), todos pertenecen al programa de
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investigación postclásico. Aunque pueden tener opiniones sustancialmente diferentes sobre varios temas, como la teoría del valor o la importancia del análisis a largo plazo, creo que mantienen las mismas creencias metafísicas previas a los elementos que constituyen el núcleo duro de sus teorías respectivas. Estos economistas postclásicos están pues relacionados por algo más que su aversión a la economía neoclásica. Si sienten aversión por la teoría neoclásica es precisamente porque la economía neoclásica rezuma presupuestos que son contrarios a las creencias metafísicas de algunos de estos economistas no ortodoxos. Es por eso que se han hecho no ortodoxos. De otra forma, como algunas versiones de la economía neoclásica, como por ejemplo la de los nuevos keynesianos, pueden llevar a recomendar muchas de las políticas económicas defendidas por Jos economistas no ortodoxos, sería irracional no formar parte del paradigma dominante. Demostrar que la economía postclásica tiene suposiciones, es decir, creencias fundamentales, diferentes a las mantenidas por los tradicionales, ayudará a responder a la mayor objeción a la concepción de una alternativa a la economía neoclásica. Los economistas tradicionales raramente entienden porquéquenía un economista trabajar fuera del marco de la teoria neoclásica Muchas veces se cree que la teoria neoclásica ofrece el único enfoque viable para los problemas económicos. Se dice que los que no se encuadran dentro de la tradición no se sitúan exactamente dentro del reino de la ciencia. Lo que se defiende aquí es que existen dos tradiciones de investigación en economía, cada una con sus propias presuposiciones, y que no se puede afmnar que una sea más científica que la otra. En la próxima sección plantearé lo esencial que caracteriza y da unidad al prograM ma de investigación postclásico. Para ejemplificar estos elementos esenciales, igual que en el resto del libro, me basaré sobre todo en elementos de las teorías neoricardianas y postkeynesianas.
3. PRESUPOSICIONES DE LOS PARADIGMAS NEOCLÁSICOS Y POSTCLÁSICOS Mi posición es la de asociar cuatro presuposiciones a la economía neoclásica. Dos de ellas son metodológicas; las otras dos son más técnicas. Estas presuposiciones son el instrumentalismo y el individualismo, por una parte, y la racionalidad sustantiva y el intercambio, por el otro. Evidentemente, algunos pueden encontrar que mi elección es insatisfactoria y proponer otras presuposiciones o esenciales. Es importante señalar, sin embargo, que algunas de las descripciones recientes de los esenciales del programa neoclásico se acercan a las presentadas aquí. Por ejemplo, Heijdra y Lowenberg (1988: 275), en su llamado en favor de una definición unificada del programa neoclásico, también han subrayado el individualismo metodológico y la racionalidad individual. De forma similar, al comparar la metodología y alcance de la economía neoclásica y postclásica, Sawyer (1989: 18-28) subraya Jos temas de racionalidad, no realismo e intercambio versus producción. El realismo, el organicismo, la racionalidad del procedimiento y la producción (tabla 1.1) son, entonces, las cuatro presuposiciones correspondientes al análisis postclásico (Lavoie, 1992a). Esas divisiones son muy coherentes con las sugeridas por Baranzini y Scazzieri (1986: 30-47). Ellos sugieren dos líneas de investigación permanentes, los programas de producción e intercambio. Sus marcos son, respectivaM mente, la escasez, la producción lineal, una visión individualista, la viabilidad y la simultaneidad, por una parte; y la producción, la producción circular, la visión de clase
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Tabla 1.1. Presuposiciones de los programas de investigación neoclásico y pos/clásico
Paradigma Presupuesto
Teoría neoclásica
Teoría postclásica
Epistemología Ontología Racionalidad Centro del análisis
lnstrumentalismo Individualismo Racionalidad sustantiva
Realismo Organicismo Racionalidad procesal Producción
Intercambio
social, la viabilidad y la causalidad, por la aira. Como la causalidad puede asociarse en gran parte al realismo, los esenciales de Baranzini y Scazzieri son idénticos a los que se definirán aquí. Los esenciales propuestos, pues, tienen alguna base, no son arbitrarios; tienen una significación propia. Pasamos ahora a debatir cada uno de los cuatro grupos de presuposiciones. 3.1. Instrumentalismo frente a realismo El instrumentalismo es la epistemología dominante en la economía neoclásica. Aunque se han producido interminables debates sobre el ensayo de Mi !ton Friedman sobre metodología (1953), creo que ahora existen dos consensos sobre el tema. Primero, que Friedrnan básicamente adoptó una sofisticada postura instrumentalista; y segundo, que la posición de Friedman ha sido ampliamente ratificada por sus compañeros economistas neoclásicos. El segundo punto, si el primero es correcto, no es difícil de entender. En la economía neoclásica, el trabajo empírico realizado en las partes más «vulgares» de la teoría son las predicciones del programa neowalrasiano más abstracto. Y sin embargo sabemos, ya que sus defensores no han intentado negarlo, que la teoría neowalrasiana no es descriptiva. No incluye ningún esfuerzo por plantear hipótesis realistas. Los axiomas se eligen no por su posibilidad, sino por su capacidad de permitir la existencia de un equilibrio o su unicidad. Los neowalrasianos describen el mundo tal y como debería ser, más que como es. Como los economistas neoclásicos más «Vulgares» se basan en la teoría del equilibrio general para su seguridad científica, se ven forzados a partir de hipótesis no realistas y no descriptivas. Esta metodología se extiende a los estudios del equilibrio parcial. Por ejemplo, cuando Walters (1963: 40) evalúa la posibilidad de la existencia de las curvas de coste marginal constantes, se queja de que sus defensores no han demostrado que sea «una consecuencia necesaria de algunos conjuntos de postulados fundamentales y evidentes en sí mismos». Debemos por lo tanto concluir que el programa neoclásico se basa en un no realismo metodológico aderezado de instrumentalismo. En su contribución a la metodología postkeynesiana, Caldwell (1989: 55), pareció impresionado por el hecho de que la mayor crítica de los postkeynesianos a la temía neoclásica fuera que le falta realismo. Por ello, recomendó a los postkeynesianos que desarrollaran una posición epistemológica basada en el realismo. En mi opinión, ésta es una correcta valoración descriptiva y prescriptiva (cfr. Eichner y Kregel, 1975: 1309; Lawson, 1989; Rogers, 1989: 189-92; Dow, 1990). Para los postclásicos, una teoría no puede ser correcta a menos que incorpore hipótesis realistas. La necesidad de la
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abstracción para cualquier teorización exitosa no le libera a uno de la necesidad de ser algo descriptivo. Mientras que el análisis neoclásico sólo puede ser realista en sus hipó~ tesis auxiliares, los postclásicos requieren del realismo al nivel de sus hipótesis iniciales y esenciales. Esto explicaría el alto interés de los postclásicos por los hechos estilizados (coeficientes fijos de producción, procedimientos de precio de coste más beneficio o de precios administrados, costes marginales constantes, dinero endógeno, desempleo involuntario, etcétera). Ahora deberíamos señalar que existen varias características realistas que se enmarcan dentro de una multitud de modelos neoclásicos. Se han realizado grandes esfuerzos en este sentido. Pero éstas son hipótesis auxiliares, de importancia secundaria. Cuando, en el trabajo aplicado, los autores neoclásicos hacen tentativas de verificación o falsación, las hipótesis básicas (por ejemplo, los rendimientos decrecientes o la maximización de beneficios) nunca son objeto de falsación. Los autores neoclásicos elaboran su irreal modelo básico con hipótesis auxiliares realistas, siendo la predicción el medio para evaluar la validez de las hipótesis auxiliares. La cuestión, entonces, es definir si es posible llegar a un modelo que describa adecuadamente el mundo real a través de la adición de características auxiliares realistas. Kaldor (1966: 310), por mencionar a un autor, pensó que no era posible: un intento de eliminar del programa sus cimientos no realistas derrumbaría todo el edificio. Los economistas neoclásicos afirman que sus hipótesis básicas no realistas son necesarias por una cuestión de simplificación, como una primera aproximación; pero cuando estas suposiciones se relajan, se requieren suposiciones incluso menos realistas para que los resultados obtenidos anteriormente se-mantengan. La adopción del realismo como una metodología explícita o implícita tiene varias consecuencias importantes. Evidentemente, las suposiciones estándar devienen sujetas a un escrutinio mucho más empírico que la evaluación de las predicciones. Además, se tiene que explicar una historia. Sospecho que esto es lo que quiso decir Joan Robinson al hablar de tiempo histórico. Caldwell (1989: 58) también lo ha señalado: «los postkeynesianos valoran la explicación en economía más que las predicciones>>. Es precisamente el enfoque que subrayan los filósofos de la ciencia que apoyan el realismo como una metodología seria y legítima (Sayer, 1984: cap. 3). Lo que se enfatiza es la capacidad de una teoría para explicar la generación de acontecimientos o estructuras y entender los mecanismos en funcionamiento (Lawson, 1989: 63). De una forma algo discursiva, Blaug (1980b: 16) ha atribuido este método «de contar historias» a los institucionalistas, a los que ha vinculado a su llamado en favor de más realismo. Ciertamente, se podóa afmnar lo mismo de los postkeynesianos. Pero para plantear una historia adecuada debe presentarse algún mecanismo causal, debe reconstruirse algún proceso causal. Decir que la oferta o la demanda han cambiado no es suficiente (Simon, 1986: 20). Una consecuencia natural de este enfoque realista es que la causalidad se convierte en una preocupación principal. Varios economistas neoclásicos evitan totalmente el concepto o asocian la causalidad al ordenamiento temporal, como en algunas de sus valoraciones empíricas modernas. Por otra parte, los postkeynesianos han sido particularmente cuidadosos en mantener las relaciones causales y asimétricas, como en los modelos recursivos. Aunque puede parecer obvio que los postclásicos de la rama postkeynesiana han hecho repetidos llamamientos a un mayor realismo en la economía, algunos pueden dudar de que exista algún vínculo entre el realismo y los neoricardianos. Pero no es
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así. Por ejemplo, Milgate (1982: 11) define el método neoricardiano como «la caracterización abstracta de la economía real[ ... ] con el fin de capturar las fuerzas sistemá~ ticas, regulares y persistentes que operan en el sistema>>. Esta búsqueda de los elementos persistentes del sistema puede asociarse con el enfoque postkeynesiano más centrado en los elementos más esenciales que en los más generales de la economía. Además, algunos neoricardianos describen el modelo sraffiano como una instantánea, una foto~ grafía, del sistema económico existente. Consecuentemente, pocas hipótesis se sobreponen a los hechos tecnológicos observados. Los coeficientes técnicos son los que están siendo observados. No son necesariamente el resultado de un proceso de maximización. De hecho, las hipotéticas curvas estándar de oferta y demanda neoclásicas son criticadas por los neoricardianos en parte porque no pueden ser observadas (Roncaglia, 1978: 104). Son contradictorias (Dutt, 1990a: !36). Existe una fuerte opinión entre los neoricardianos favorable a exigir que los elementos teóricos sean observables y objetivos, y no metafísicos y subjetivos. Podemos interpretar esto como un deseo de realismo. 3.2. Individualismo frente a organicismo El segundo objeto de oposición es la distinción entre los enfoques individualista y holístico. En la economía neoclásica, el análisis parte del comportamiento de los agentes individuales (Boland, 1982: cap. 12). El individuo se encuentra en el corazón de la economía neoclásica. Ahí es donde se puede establecer la ideología. Los deseos y preferencias de los individuos son sagrados. Deben por lo tanto estar en el primer plano de la teoría, tal como lo están en la economía neowalrasiana. Las instituciones, las empresas y los bancos son una fachada de las preferencias de los individuos. Los individuos, a pesar de ser diferentes debido a sus diferentes preferenci\'S, son todos iguales en lo referente a su impacto en la economía. No existen clases de individuos. Este punto de vista filosófico tiene un impacto en la teoría neoclásica del valor. Como las preferencias de los individuos son sagradas, tienen que tener un efecto sobre los precios, tal como sabemos que tienen en la teoría neoclásica. Esta fascinación por los derechos de los individuos puede encontrarse en su forma más extrema entre los neoaustríacos. No es ninguna sorpresa que el subjetivismo aparezca allí con tanta fuerza. La preocupación obsesiva de los teóricos neoclásicos por el individualismo explica su poco interés por los temas de la distribución macroeconómica. Como el comportamiento de los individuos está relacionado con sus características personales y no con su entorno social, la distribución de clase de la renta no es un determinante de la actividad económica, sino un agregado no esencial resultante de las condiciones técnicas y las dotaciones individuales previas. En cambio, en todos los enfoques postclásicos, la distribución de la renta es un determinante crucial de la actividad económica, así como un centro de reivindicaciones en conflicto sujetas a la negociación y a las demostraciones de poder económico basadas en los intereses de clase. En la economía postclásica, aunque no se niega necesariamente la elección individual, ésta se limita severamente por medio de las instituciones existentes, de las clases socioeconómicas, de las nonnas sociales y de las presiones sociales, e incluso de los acontecimientos macroeconómicos. El comportamiento ini:lividual es interdependiente. EI contexto social juega un importante papel en la manera en que se forman las creencias. Las instituciones incorporan valores a los que Jos individuos están habituados.
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Los individuos pueden influir y son influidos por su entorno social. Cada entidad es >, aplicando la expresión a los muchos estudios que tratan sobre la oferta de trabajo. La medida sin comprobación ha sido denunciada apropiadamente por Kaldor: En economía, las observaciones que contradicen las hipótesis básicas de la teoría dominante son generalmente ignoradas [... ]. Y cuando el material empírico se une con un modelo teórico, como en el caso de la econometóa, el papel de la estimación empírica es el de «ilustrar» o «decorar» la teoría, no el de dar validez a la hipótesis básica (como por ejemplo en el caso de muchos estudios que pretenden estimar los coeficientes de las funciones de producción) (Kaldor, 1972: 1239).
Aún confundido por la riqueza de estas estimaciones ilustrativas, el alumno no ortodoxo puede preguntar: si las funciones de producción agregadas neoclásicas tienen tan poco sentido, y si las controversias sobre el capital, que seguidamente discutiremos, tienen algún impacto en el mundo real, ¿cómo es que la mayoría de los estudios parecen demostrar que la participación real del trabajo es en realidad el exponente del factor trabajo en la función Cobb-Douglas estimada?, y ¿por qué la suma de los por-
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centajes de trabajo y capital es igual a uno, lo que supone que la función es casi homogénea de primer grado? Si la función de producción neoclásica no tuviera ninguna validez empírica, los coeficientes encontrados en la estimación de las funciones de producción no serían coherentes con las participaciones reales de capital y trabajo obtenidos de las cuentas nacionales. Esto es ciertamente confuso para el no ortodoxo, adiestrado en sus clases obligatorias a través de innumerables ajustes de funciones Cobb-Douglas, que tienen estas propiedades y altos grados de determinación. Ha llegado el momento de abordar los límites de la economía neoclásica.
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6. LOS LÍMITES DE LA TEORÍA NEOCLÁSICA Durante los últimos veinte años, la teoría neoclásica se ha enfrentado a dos grandes reveses. El primero ha sido muy publicitado en los círculos no ortodoxos: está principalmente relacionado con la teoría de producción en los modelos agregados y se conoce con el nombre de las controversias de Cambridge sobre la teoria del capital (Harcourt, 1972; Bimer, 1990; Ahmad, 1991). El segundo es menos conocido, especialmente entre los autores no ortodoxos (con excepciones, como Eatwell y Milgate, 1983b: 2 y Schefold, 1985: 112), debido a que los economistas no ortodoxos no estuvieron involucrados en su desenlace, y debido también a que los resultados son tan destructivos que pocos economistas ortodoxos se han atrevido a sacar las conclusiones aproPiadas. Este segundo revés está relacionado con la estabilidad de la teoría del equilibrio general y se conoce como el teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu. Nosotros ta¡nbién lo llamaremos teorema de la imposibilidad. 6.1. Las controversias de Cambridge Como los detalles de las controversias de Cambridge son genera1mente bien conocidos (ver Harris, 1978 y Moss, 1980 para presentaciones pedagógicas), sus consecuencias serán el centro principal del debate aquí. Mientras que los economistas convencionales generalmente ven las controversias sobre el capital como un tipo de problema de agregación, este no es el punto de vista de los economistas postclásicos, aunque concentraremos nuestra atención en los modelos agregados de producción. Robinson (1975: vi), por ejemplo, ha indicado claramente que «el conflicto real no es sobre como medir del capital, sino sobre el significado del capital». En todas sus aportaciones al debate, sobre todo en las primeras y las últimas, Robinson ha subrayado el hecho de que la función de producción neoclásica con sustitución de factores está establecida en un mundo atemporal (Robinson, 1953-4, 1975a). Cuando el trabajo es substituido por capital, se supone que las nuevas máquinas, correspondientes a la nueva tecnología, pueden instalarse de forma instantánea y sin costes. Aunque normalmente se cree que Kaldor no tenía ningún interés por las controversias sobre el capital, se debería mencionar que planteó un argumento similar al afirmar que la distinción entre el movimiento a lo largo de una función de producción y el desplazamiento de la función de producción es totalmente arbitrario (1957: 595). El carácter artificial de esta distinción queda claro al considerar el capital como una mercancía producida y no como una dotación dada. La reproducibilidad del capital en oposición al capital como input primario es, creo, el mensaje que los economistas de Cambridge, Inglaterra, intentaron transmitir.
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LA NECESIDAD DE UNA ALTERNATIVA
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Evidentemente, los autores neoclásicos hace tiempo que son conscientes de la necesidad de distinguir el capital de la tierra o de Jos recursos naturales (cfr. Malinvaud, 1953), pero en la práctica, esta distinción ha sido ignorada. El hecho de que el capital sea reproducible es más obvio en situaciones de crecimiento y progreso técnico que en estados estacionarios. Esto puede explicar porqué los postkeynesianos fueron tan conscientes de la reproducción del capital, ya que centraron su atención en el crecimiento. Harrod, Robinson, Kaldory Pasinetti (y evidentemente Sraffa) tuvieron todos la misma opinión del capital mercancía. También se podría añadir Kalecki a este grupo. Resulta, de hecho, que la medición apropiada del progreso técnico con capital reproducible propuesta por Rymes (1971), se inspiró en el trabajo de un colega (Lawrence Read, ¡del departamento de religión!), quien, a su vez, recibió sugerencias de Kalecki cuando trabajaba en las Naciones Unidas. Existe, pues, una concepción homogénea de la naturaleza de la producción y de la del capital entre Jos postkeynesianos y Jos neoricardianos. Las controversias de Cambridge son sólo uno de los casos, entre muchos, que destacan esta visión común. Tal como señaló Rymes (1971: 180), «los problemas de agregación y las superficies de producción no continuas son motivos secundarios de controversia. La sugerencia muchas veces repetida en la literatura de que la agre~ gación coherente debilitaría los ataques a la estructura neoclásica se equivoca claramente en el punto principal». Sin embargo, centraremos nuestra atención en las consecuencias de las controversias de Cambridge para la versión agregada del modelo neoclásico. Deberíamos quizá recordar que el coup d' envoi, desde el lado neoclásico, lo pro~ pinó el intento de Samuelson (1962) de demostrar que las manipulaciones empíricas de Solow de la función de producción de Cobb-Douglas eran perfectamente legítimas. Samuelson estaba también intentando responder a Joan Robinson, después de su visita al MIT [Massachussets Institute ofTechnology]. Uno podría sospechar que esta rara oportunidad de intercambio entre programas de investigación rivales la proporcionaría el hecho de que tanto Robinson como Samuelson estaban estudiando modelos de producción lineal, de forma que los economistas convencionales pudieran comprender de alguna forma lo que estaban haciendo los economistas no ortodoxos. Samuelson afir~ mó que la macroeconomía de las funciones de producción agregada eran «la versión estilizada de un cierto y cuasi realista modelo MIT de diversos procesos (de producción) de bienes de capital heterogéneos» (1962; 201-2). Las controversias finalmente resolvieron, entre otras cosas, que las principales propiedades de las funciones de producción agregada no podían derivarse de un modelo mul~ tisectorial con capital heterogéneo, ni siquiera de un modelo de dos sectores con una máquina pero con varias técnicas disponibles. Más específicamente, que no se podía decir que, en toda la economía en general, la tasa de beneficio fuera igual a la productividad marginal del capital. Tampoco podía decirse que existiera una relación inversa entre la relación capital/trabajo y la relación entre la tasa de beneficios y la tasa del salario real a nivel de toda la economía. En la figura 1.1, (a) y (b) ilustran respectivamente la supuesta relación neoclásica y la que generalmente se producirá. A efectos de nuestro argumento, la respuesta de los convencionales fue básicamente doble. Muchos autores ortodoxos opinaron que la teoría neowalrasiana desagregada estaba a salvo de la crítica neoricardiana y que, por lo tanto, el nlÍcleo del programa neoclásico (la teoría del equilibrio general) había quedado intacto. Algunos
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Figura 1.1. Relación encre capital por unidad de trabajo y relación tasa de beneficios/salarios reales: (a) en la versión neoclásica «Vulgan~; (b) en la versión neoricardiana
Capita!ffrabajo
(a)
Tasa de beneficios/salarios reales
(b)
Tasa de beneficios/salarios reales
CapitaVfrabajo
LA NECESIDAD DE UNA ALTERNATIVA
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de ellos reconocieron que la versión agregada del programa neoclásico estaba en peligro. El resto creyó que las consecuencias no eran muy profundas. Esta última reacción puede estar relacionada con la segunda respuesta neoclásica más importante, que fue negar la importancia empírica de la crítica de Cambridge, afirmando que el modelo neoclásico «funcionaba». Con la primera respuesta, se asocia principalmente a Frank Hahn (1982), que parece haber cambiado su opinión sobre las consecuencias de su respuesta, siendo inicialmente bastante crítico con la teoría agregada para después convertirse en defensor de la visión pragmática. Cuando se utiliza la versión agregada de la teoría [neoclásica],la simplicidad se obtiene a costa de la coherencia lógica, y, en general, estas teorías proporcionan respuestas erróneas[ ... ]. La opinión de que, a pesar de todo, «puede funcionar en la práctica», suena un poco fraudulenta, y en cualquier caso, la responsabilidad de aportar pruebas recae en los que mantienen esto (Hahn, 1972: 8). Dudo que ellos [los sraffianos] estén en lo correcto al opinar que los modelos simples (esencialmente Jos de un bien capital) no tienen ninguna utilidad[ ... ]. Nosotros utilizamos modelos simples (es decir, macroeconómicos) para obtener percepciones de un cierto tipo. La simplificación siempre tiene un coste, y este a veces es la pérdida de rigor. Aún queda por mostrar que el coste en este caso sea demasiado alto, es decir, que en la aplicación real del problema, la posibilidad de cometer grandes errores sea alta. No conozco a ningún sraffiano que lo haya demostrado» (Hahn, 1982: 370).
Mientras que en 1972 la responsabilidad de demostrar que las controversias de Cambridge tenían consecuencias profundas para la versión neoclásica agregada recaía sobre las espaldas de los economistas convencionales, en 1982 el peso de la prueba se trasladó ¡a los neoricardianos! Esto puede ser debido al hecho de que, llegados a 1982, las consecuencias dañinas de las controversias para la teoría neoclásica ya se habían detallado mejor. Como las teorías neoclásicas del valor y del output son interdependientes por definición, cualquier fallo en la teoría del valor debe tener consecuencias para la teoría del output. «La teoría del valor, basada en la oferta y la demanda, es inseparable de y la misma cosa que la teoría del outpub> (Eatwell y Milgate, 1983b: 2). La macroeconomía estándar, que trata la teoría del output basándose en la desacreditada teoría agregada neoclásica del valor está, por lo tanto, en peligro. El argumento ha sido claramente resumido: Las bien conocidas deficiencias de la teoría ortodoxa del capital aseguran que no hay ningún fundamento lógico para la idea de una curva de demanda de trabajo elástica con respecto al salario real, ni una curva de demanda para el capital, ni. realmente, ninguna curva para las mercancías individuales. De aquí que el ajuste de la demanda a la capacidad en el consumo y en la producción como una función de precios relativos esté privada de fiabilidad teórica (Eatwell, 1983b: 280).
Estas consecuencias para la economía neoclásica las había entendido Garegnani ya en 1964, pero su obra no fue traducida al inglés hasta mucho más tarde (Garegnani, 1978). Desde entonces, diversos autores han enfatizado las deficiencias del modelo neoclásico agregado en sus diferentes encarnaciones, debido a la imposibilidad de
252
CRÍTICA ALA ECONOMÍA ORTODOXA
encontrar una relación inversa entre la razón capital/trabajo y la razón tasa de beneficios/tasa de salarios. Los economistas son generalmente conscientes de que el valor del capital normalmente no es una función inversa y continua de la tasa de beneficios, tal como quedó claro durante las controversias. Sin embargo, muchos otros supuestos estándar caen al rechazar la teoría neoclásica del valor agregado. En el mercado laboral, por ejemplo, no se puede suponer que la demanda de trabajo esté inversamente relacionada con la tasa del salario real (Roncaglia, 1988a). En los modelos neoclásicos con dinero y activos financieros, no se puede suponer la existencia de una tasa natural de interés. Estos modelos monetarios, igual que los reales, sucumben a la crítica de Cambridge (Rogers, 1989). Tampoco podemos aceptar la existencia de la curva estándar de la eficiencia del capital (Petri, 1992). Esto resulta del hecho de que la relación negativa continua entre la demanda de inversión y la tasa real del interés monetario dependa en última instancia de la creencia de que unas tasas más bajas de interés real suponen inversiones en tecnologías más capital-intensivas que llevan a una disminución del producto marginal físico del capital hasta que iguale la tasa de renta real. El lector sólo tiene que comparar estas desacreditadas relaciones con las que realmente resultan de las hipótesis de los modelos estándar de macroeconomía para darse cuenta de lo poco que debería mantenerse de la macroeconomía neoclásica. El caso del empleo en el mercado laboral se ilustra en la figura 1.2, donde (a) representa el caso estándar supuesto, mientras que (b) es un caso posible. Uno puede apreciar que una caída en la tasa del salario real no implica necesariamente una mayor demanda de trabajo. Además, estas relaciones «paradójicas» no se limitan a afectar a la economía en general. Steedman (1985, 1988) muestra que no se encuentra necesariamente una curva de demanda descendente para cualquier input, incluso a nivel directo qe la industria, cuando se toman en consideración todos los ajustes. Estos descubrimientos son cruciales porque muestran que las paradojas identificadas a nivel de la economía en general para la relación entre el valor del capital y la tasa de beneficios son igualmente aplicables a nivel de la industria y a otros inputs. Por ejemplo, en una industria, una mayor relación trabajo/output puede asociarse con una mayor tasa de salario real. De modo que poco queda de la macroeconomía, o de la mesoeconomía. Además, se muestra que el análisis estándar del equilibrio parcial es justo eso, muy parcial y con muy pocos fundamentos. Así, los economistas neoclásicos se quedan con las dos líneas de defensa que he señalado anteriormente: la teoría del equilibrio general y la vía empírica. Consideremos ahora esta segunda. Varios economistas ortodoxos han adoptado el punto de vista según el cual la validez de la teoría neoclásica es una cuestión empírica, y no lógica. Uno supone que la postura adoptada implícitamente es que la teoría neowalrasiana no tiene mucho que ofrecer cuando trata de los temas más prácticos, y que hay que basarse en las versiones más prosaicas de la teoría neoclásica para poder llegar a realizar alguna recomendación práctica. Lo que estos autores están argumentando, entonces, es que la crítica de Cambridge es correcta en sentido formal, pero niegan que tenga alguna consecuencia en el mundo real. La prueba empírica que normalmente se utiliza para respaldar esta posición la dan las numerosas regresiones válidas realizadas con diferentes funciones de producción neoclásicas, en las que ]as regresiones han producido los coeficientes esperados. Volvemos a estar donde estábamos al finalizar la sección anterior.
LA NECESIDAD DE UNA ALTERNATIVA
253
Figura 1.2. Curva de demanda de trabajo: (a) supuesto de la relación neoclásica; (b) relación neoricardiana posible
Trabajo
(a)
Tasa del salario real
(b)
Tasa del salario real
Trabajo
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Se afirma que no es un mundo tan pequeño aquel para el que el postulado neoclásico es perfectamente válido. Mientras vivamos en ese mundo, no necesitarnos abandonar el postulado neoclásico. Para rechazarlo, es necesario demostrar que este mundo es imaginario. Esta demostración no ha sido proporcionada por la literatura[ ... ]. Mi argumento es que el estado de la cuestión en este momento tiende a establecer el mundo en el que el postulado neoclásico domina[ ... ]. Además, el mismo postulado neoclásico es en principio comprobable empíricamente en forma de estimaciones de la función de producción CES y otras variedades. Esto puede hacernos ir más allá de las especulaciones puramente teóricas sobre este tema (Sato, 1974: 383).
Justo mientras Sato realizaba estas enérgicas exigencias a la investigación empírica, Fisher (1971) descubría que, aunque estaba estableciendo condiciones que rompían con todos los requisitos de la agregación, sus simulaciones de las funciones de producción agregadas del tipo Cobb-Douglas o CES tenían éxito. Esto llevó a Fischer a concluir con los siguientes muy citados comentarios: La sugerencia es clara, sin embargo, que la participación del trabajo no es aproximadamente constante porque las diversas relaciones técnicas de la economía moderna sean verdaderamente representables por un agregado copb-Douglas, sino más bien que estas relaciones parecen ser representables por un agregado Cobb-Douglas porque la participación del trabajo resulta aproximadamente constante[ ... ]. Si se rechaza la forma Cobb-Douglas en favor de una función de producción agregada diferente, la sugerencia[ ... ] permanece de que el éxito aparente de esta función al explicar los sa1arios se produce no porque estas funciones representen realmente el verdadero estado de lp. tecnología, sino porque sus implicaciones respecto a los hechos estilizados del comportamiento de los salarios concuerdan con lo que está ocurriendo de todas maneras. El desarrollo de la CES, por ejemplO, empezó con la observación de que los salarios son una función creciente del output por persona y que la función asociada puede ser aproximada por una logarítmica lineal. Los resultados actuales sugieren[ ... ] que la explicación de esa relación salarios-oulput por persona puede no existir en la CES como agregado, sino que la aparente existencia de un agregado en la CES puede explicarse a partir de tal relación (Fisher, 1971: 325).
Para ahora, el lector debería haber perdido toda la fe en la capacidad de la teoría neoclásica para redimirse a través de las verificaciones y confirmaciones empíricas. Sin embargo, todavía se le infligirá una última prueba al lector incrédulo. Empecemos con la función Cobb-Douglas dinámica, con rendimientos constantes a escala, siendo q, K y L, como siempre, el ouljlut, el capital y la fuerza de trabajo, y t y ¡.tlos índices de tiempo y de progreso técnico: (1.1)
Sabemos que si las tasas de participación del capital y del trabajo son iguales a sus productos marginales físicos, el coeficiente a es la participación de los beneficios y el coeficiente (1- a) es la participación del trabajo en el producto nacional. Lo desconcertante de las estimaciones de las funciones Cobb-Douglas es que el coeficiente calculado a es generalmente igual a la participación real de los beneficios en las cuentas nacionales. Pero esto ya no debería desconcertamos, tal como mostró Shaikh (1974,
LA NECESIDAD DE UNA ALTERNATIVA
255
1980). Si reescribimos la función Cobb-Douglas como output por unidad de trabajo, es decir, dividiendo (1.1) por L, obtenemos: (1.2) Donde y y k son el output per cápita y el capital per cápita Si tomamos la derivada logarítmica de (1.2), obtenemos la fórmula estándar bajo la que las funciones de producción Cobb~Douglas dinámicas son estimadas empíricamente, siendo y y k las tasas de crecimiento del output per cápita y del capital per cápita: (1.3) .
Se puede obtener, sin embargo, un resultado muy similar de las identidades de la contabilidad nacional. Si ro es el salario real y r la tasa de beneficios, la renta nacional es: Y=OlL+rK
(1.4)
Entonces el output per cápita es:
y=
úl
+ rk
(1.5)
Si tomamos la derivada de la ecuación (1.5) con respecto a los rendimientos en el tiempo: dy!dt = dro!dt + k·dr!dt + r·dkldt
Esto puede reescribirse como: dy!dt
=ro(dro!dt)!Ol + kr(dr!dt)!r + rk(dkldt)lk
Ahora dividimos toda esta expresión por y. Si recordamos que (dyldt)ly es la tasa de crecimiento del output per cápita, que indicamos con .Y. siendo el símbolo "generalmente el indicador de la tasa de crecimiento de una variable, llegamos a la siguiente ecuación: y= (ro/y)/&+ (rkly)lr + (rkly)!k
(1.6)
Esto puede reescribirse como: (1.7)
Siendo la participación real de beneficios n igual a: n
=rkly
1
= (1- n)& +
(1.8)
y:
nr
l 11 1
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
De esta forma, las ecuaciones ( 1.3) y (1.7) son similares, con ambos los parámetros
a como re representando el porcentaje de beneficios. Sin embargo, la primera ecuación se deriva de la peculiar función de producción Cobb-Douglas y sus complicados supuestos, mientras que la segunda no es más que una expansión dinámica de las cuentas nacionales. Consecuentemente, no es ninguna sorpresa que, cuando las participaciones en la renta son aproximadamente constantes en el tiempo (datos de series temporales) o en los sectores (datos sectoriales transversales), la Cobb-Douglas presente un buen ajuste: puede ser derivado de las identidades de renta. Y las mismas observaciones pueden dirigirse a los usuarios de la popular función CES, tal como ha mostrado Herbert Simon (1979). Irónicamente, Simon no mencionó el trabajo de Shaikh de 1974, a pesar de su reconocimiento a los comentarios de Solow. Solow había sido uno de los proponentes originales de la función CES, y había publicado una tentativa de rechazo de los argumentos de Shaikh. Esto nos lleva a concluir que Solow no llamó la atención de Simon sobre el trabajo de Shaikh que había tratado el mismo tema similar con anterioridad. Simon argumenta que los defensores de las funciones de producción CES estiman básicamente la siguiente función: log (y)= log (a)+ b log (ro)
(1.9)
Volviendo a la ecuación (1.6) de las cuentas nacionales, y recordando de (1.8) que rk puede escribirse como ny, tenemos: y=ro+ny )' (l - 1t) = ro
Si tomamos los logaritmos, las cuentas nacionales se convierten en: log (y) = -log (1 -n) + log (ro)
(1.10)
Volvemos así a encontrar que la ecuación (1.9), derivada de las funciones de pro· ducción agregada neoclásicas, y la ecuación (1.10), derivada de las cuentas nacionales, son casi idénticas. Las dos ecuaciones son idénticas cuando la participación de los beneficios es una constante (o casi, en términos estadísticos) y cuando el coeficiente b en la ecuación (1.9) es igual a uno. La primera condición es similar a la que encontramos para que la función Cobb-Douglas se ajustara a las identidades contables. Recordemos que fue también bajo estas condiciones que las simulaciones de Fisher dieron buenos resultados. Con respecto a b, Simon (1979: 467) recuerda que, cuando se utiliza una buena metodología estadística, los mejores ajustes obtenidos con la función CES son aquellos en los que la elasticidad de substitución es próxima a uno. Esto significa que la función CES es, de hecho, del tipo Cobb-Douglas, y que el coeficiente bes igual a uno. De forma similar, formas más complejas de funciones de producción producen resultados Cobb-Douglas bajo ciertas condiciones. La razón por la cual los parámetros de esas funciones de producción más generales sieinpre parecen corresponderse a aquellos que producen las funciones simples de Cobb-Douglas con rendimientos constantes a escala, es que, al final, una multitud de sofisticadas manipulaciones mate-
LA NECESIDAD DE UNA ALTERNATIVA
257
máticas acaban produciendo nada más que relaciones de contabilidad modificadas. Conocidos economistas neoclásicos aún creen que «las elasticidades estimadas que parecen confirmar la predicción central de la teoría de la demanda de trabajo no son totalmente un artefact0)) 1 y se maravillan ante el descubrimiento empírico de que la función Cobb-Douglas con rendimientos constantes a escala «no es una desviación muy severa de la realidad para describir relaciones de producción» (Hamermesh, 1986: 454, 467). No deberían. Tal como han mostrado Shaikh y Simon, los datos de producción suficientemente constantes en la participación del trabajo siempre pueden apro-
ximarse a través de una fórmula funcional que es matemáticamente idéntica a la función de producción Cobb-Douglas con los productos marginales adecuados, tanto si los datos provienen de una serie temporal como si provienen de una transversal. Cuando la participación del trabajo no es constant~ el ajuste no es tan bueno, y funciones de producción más sofisticadas deben acudir al rescate. Aun así, sólo son verificadas las identidades contables, incluso en este caso (McCombie y Dixon, 1991). En consecuencia, podemos concluir que las estimaciones de CES o de otras funciones de producción no han probado en modo alguno la validez empírica del postulado neoclásico, como a Sato y a otros les gustada que creyéramos. Al contrario, sólo han verificado las identidades contables que no tienen ninguna relación con la teoría neoclásica agregada. Mientras que las controversias de Cambridge demostraron que la macroeconomía neoclásica no tenía fundamentos te9ricos, la revisión de los aspectos empíricos mencionados aquí muestra que, si tenemos'que creer al Frank Hahn de 1972, la macroeconomía neoclásica tampoco tiene fundamentos empíricos. 6.2. La pesadilla de la estabilidad Las consecuencias de las controversias de Cambridge descritas aquí hasta ahora también han sido a veces percibidas como un problema de estabilidad que perjudicaría los resultados de una economía agregada de producción. Los mismos neoricardianos han motivado esta interpretación con algunas de sus declaraciones. Por ejemplo, Garegnani afirma que las controversias de Cainbridge «niegan la credibilidad del argumento tradicional acerca de la tendencia a largo plazo hacia el pleno empleo del trabajo» (1983: 73). Rogers (1989: 33) habla de «la problemática estabilidad» de la solución de equilibrio a largo plazo. No obstante, los mismos neoricardianos han preferido generalmente destacar el hecho de que, si la curva general de empleo es como la de la figura 1.2(b), entonces no se puede hablar verdaderamente de una demanda de trabajo como tal (Garegnani, 1983: 73). Se afirma entonces que las condiciones de la oferta y la demanda, basadas en la flexibilidad de los precios, no pueden explicar la tasa de salarios dominante ni el nivel de empleo (Mongiovi, 1991: 28). De modo que tiene que ser otra explicación, no basada en estas funciones de precios, la que debe ser la pertinente; quizá relacionada con las normas, las convenciones o nociones de justicia. Otra forma de presentar esto es decir que, como los neoricardianas han demostrado que pueden producirse equilibrios inestables, mirándolo desde el punto de vista del análisis estándar de oferta y demanda, y dado que nosotros no observamos tal estrepitosa inestabilidad en el mundo real, los mecanismos que operan deben ser distintos de los de la teoría estándar de los precios basada en la oferta y la demanda.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
La prosaica respuesta neoclásica es afirmar que, como raramente se observa inestabilidad, o bien el sistema está siempre en equilibrio a pesar de la inestabilidad (debido a las expectativas racionales), o que, en realidad, sólo se producen equilibrios estables, rechazando así la importancia práctica de la crítica neoricardiana. La respuesta más sofisticada es, otra vez, la vuelta al modelo neowalrasiano, afirmando que el modelo completo de equilibrio general neoclásico no requiere la agregación y no trata necesariamente con posiciones a largo plazo. El problema de inestabilidad descubierto por los neoricardianos tiene, por lo tanto, poco interés para los neowalrasianos, ya que concierne a economías agregadas y supone precios de oferta normales. Lo que hubiera sido de mayor importancia hubiera sido la prueba de que, en general, el modelo neowalrasiano no ofrece resultados de estabilidad. Esta es la posición adoptada por Hahn en los años 70: Los neoricardianos [... ] han demostrado que la agregación de capital es teóricamente incorrecta. Está bien [... ]. El resultado no tiene nada que ver con la teoría neoclásica convencional sencillamente porque no utiliza agregados. Tiene que ver con las vulgares teorías de los manuales [... ]. Los resultados más dañinos para la teoría neoclásica han sido demostrados recientemente por Debreu, Sonnenschein y Mas-Collel
(Hahn, 1975: 363). El dañino resultado confirmado por Sonnenschein y otros es el siguiente (cfr. Kirman, 1989; Guerrien, 1989). Empezando por el usual comportamiento maximizadar de los individuos, y como resultado de los supuestos requeridos para la demostración de la existencia de un equilibrio general del tipo Arrow-Debreu, se demuestra que las funciones de exceso de demanda que satisfacen la ley de Walras en una eConomía de intercambio pueden tomar casi cualquier forma. Esto daña a la teoría neoclásica porque uno hubiera esperado que las funciones de exceso de demanda siempre tuvieran pendiente negativa. Esto aseguraría que, cuando el precio de un producto es demasiado bajo y, consecuentemente, el exceso de demanda es positivo, el proceso de téitonnement llevara a una reducción del exceso de demanda como resultado del llamamiento al alza de los precios del commissairewpriseur. La figura 1.3(a), que en un sentido corresponde a la función de empleo habitual de la figura l.2(a), ilustra este hecho. Lo que demuestra el llamado teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu, oteorema de la imposibilidad, es que no hay nada en la hipótesis estándar del comportamiento de elección individual que imposibilite que las funciones de exceso de demanda sean como las de la figura 1.3(b), lo que, de nuevo, puede relacionarse con la posible función neoricardiana de empleo a largo plazo ilustrada en la figura l.2(b). Tal como se puede observar, existen varios equilibríos, y aumentar el precio en el punto A haría aumentar inicialmente el exceso de demanda en el punto B. La única limitación en la forma de la función es que, para algún precio alto, el exceso de demanda fuera negativo, y a medida que el precio se aproximara a cero, la curva tendería al infinito. Evidentemente, el teorema de la imposibilidad puede relacionarse con el siguiente conocido resultado del equilibrio general: la disminpción en el stock de un determinado recurso puede inducir a una caída (y no a un aumento) en la tasa de alquiler/renta del recurso. Esto es debido a que los propietarios del recurso, Como consecuencia de la caída de sus dotaciones iniciales, pueden decidir reducir su demanda de productos que
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Figura 1.3. Curva de exceso de demanda en la teoría del equilibrio general: (a) relación neoclásica ?eseada; (b) relación posible resultante del teorema de la imposibilidad Precio del producto
Exceso de demanda del producto
(a)
Precio del producto
B
(b)
Exceso de demanda del producto
260
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
requieran el uso intensivo de este recurso. La disminución de la demanda del recurso podría superar la disminución inicial de su oferta. Este tipo de resultado paradójico, debido a la existencia de efectos de renta que dominan a los de substitución, a pesar del poderoso y ampliamente utilizado axioma de la sustitución bruta (frecuentemente un objetivo de la crítica de Davidson a la teoría del equilibrio general [l980a]), molestaba a los teóricos neoclásicos porque les impedía predecir el signo de los cambios en los precios resultantes de un aumento en la cantidad de una dotación única, mientras todas las demás dotaciones se suponían constantes. Así, los precios no podían considerarse como simples índices de escasez, medidos desde el lado de la oferta. No obstante, el análisis de la escasez se mantuvo, ya que la presencia de un exceso de demanda llevaba a un incremento de los precios. El teorema de la imposibilidad niega que estos precios sean siempre estables o que sean únicos. Pequeños cambios en el valor de los datos pueden llevar a grandes cambios en los precios, precisamente lo que las controversias de Cambridge subrayaron en el contexto de las posiciones a largo plazo de las economías de producción agregadas. Los neowalrasianos pueden, pues, demostrar la existencia de un equilibrio, pero no pueden demostrar su unicidad ni su estabilidad incluso en el simple caso de una economía de intercambio sin producción. El mismo problema importuna al modelo intertemporal ala Arrow-Debreu y a los modelos de equilibrio temporal, donde las expectativas sobre los precios futuros añaden una dimensión arbitraria adicional (Polemarchakis, 1983). Todos estos resultados son como una para los economistas neowalrasianos (lngrao e Israel, 1990: 317). Significan que todos los resultados comparativos son inútiles. También suponen que la mano invisible, incluso si los precios son perfectamente flexibles, puede no ser de ninguna ayuda para conseguir un equilibrio, para no hablar de uno óptimo. El programa neoclásico está por lo tanto en peligro, ya que las cuestiones principales que se incorporan a la heurística del programa no pueden ser probadas. Además, y quizás aún más perjudicial, la única forma de evitar estos resultados negativos en la estabilidad parece que pasa por la renuncia a al menos una de las cuatro presuposiciones en las que se basa todo el programa de investigación, la del individualismo metodológico. Se han hecho varios intentos de salir de este impasse, tal como el lector habrá podido suponer. Se ha sugerido que los modelos que incorporan la producción cómo no están limitados al intercambio podrían ayudar a librarse de la arbitrariedad de las curvas del exceso de demanda. Estas esperanzas pueden tener cierta base, pero se debería ser consciente de que, incluso si se sobrepone un sector de la producción a una economía de intercambio en la que, se supone que ha sido eliminada la arbitrariedad de las funciones de exceso de ~emanda, con la introducción de un axioma de sustitución bruta en la demanda pueden aparecer diversos equilibrios. Se han realizado otros intentos desde dentro del modelo de intercambio. Sin embargo, estos intentos, cuando tuvieron éxito, sólo resaltaron la arbitrariedad de los supuestos necesarios para llegar al resultado deseado. Por ejemplo, a menos que exista un número infinito de consumidores, las funciones ele exceso de demanda pueden tomar cualquier forma, a pesar de que todos los agentes tengan los mismos mapas de preferencias y que sus dotaciones iniciales sean iguales hasta Un factor multiplicador constante. Bajo estas condiciones, el teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu sólo falla si todos los agentes tienen preferencias idénticas y rentas iguales. Esto significa que
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la estructura del consumo no dependerá de la renta, una simplificación no muy realista ni muy prometedora. Así volvemos al agente representativo único, tan utilizado en la macroeconomía neoclásica. Significa, además, el abandono del reino de la microeconomía y de la metodología de la construcción de los cimientos de la economía a partir de individuos independientes. Las consecuencias han sido muy bien resumidas por alguien que participa de estos teoremas negativos: La independencia del comportamiento de los individuos juega un papel esencial en la
construcción de economías que generen funciones arbitrarias de exceso de demanda. Tan pronto como aquella se elimina, la clase de funciones que se pueden generar queda limitada [... ]. Si queremos seguir progresando, podemos muy bien vemos obli~ gados a teorizar en términos de grupos que tienen un comportamiento colectivo coherente. La idea de que debemos empezar a nivel del individuo aislado es una que quizás tengamos que abandonar (Kirman, 1989: 138).
Otro observador, crítico de estas controversias neowalrasianas, llegó a la misma conclusión: En todo el libro, hemos adoptado un punto de vista neoclásico, intentando demostrar que incluso los más fervientes adeptos a la "flexibilidad" no pueden apoyar sus afirmaciones con sus propios modelos. Una consecuencia de nuestro estudio ha sido mostrar los límites del individualismo metodológico: la construcción axiomática de la sociedad, partiendo de los agentes y del principio de maximización, lleva a situaciones inextricables, que le quitan al modelo cualquier contenido predictivo (o inclu-
so explicativo) (Guerrien, 1989: 290). Las consecuencias de las controversias de Cambridge fueron un revés para el programa de investigación neoclásico, pero sólo eran aplicables a las versiones agregadas de la teoría neoclásica. Se referían a economías de producción en posiciones totalmente ajustadas. Los teoremas de la imposibilidad demostrados por Sonnenschein y otros son un revés principal para el programa neoclásico. Y son aplicables con igual fuerza a las dos ramas principales del núcleo de la teoría, las versiones intertemporales y temporales de la teoría del equilibrio general, incluso en el caso más simple de las economías de intercambio. Es decir, la estabilidad del modelo neoclásico, sea cual sea su grado de sofisticación, la versión culta o la vulgar, no puede ser demostrada. Esto significa que los análisis comparativos no pueden realizarse dentro del marco neoclásico estándar de la oferta y la demanda que responden a las fuerzas de mercado, a cualquier nivel de agregación. Además, los supuestos estándar realizados en macroeconomía o ellla microeconomía' del equilibrio parcial no tienen ningún tipo de justificación. Salvo impelfecciones de todo tipo, la flexibilidad de los precios no garantizará la obtención del óptimo equilibrio walrasiano El problema no son las imperfecciones, sino la estructura. Es más, muchas de las restricciones que se imponen al signo de los parámetros en las verificaciones econométricas no tienen ninguna base. Ya hemos visto que las funciones de producción Cobb-Douglas en estos modelos no tienen apoyo científico. Ahora sabemos que las funciones de utilidad Cobb-Douglas en modelos de intercambio no están mejor justificadas, ya que su objetivo es asegurar el axioma de la sustitución bruta y evitar las funciones contra-intuitivas del exceso de demanda.
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No hay ninguna duda de que muchos economistas neoclásicos están actualmente buscando a tientas un programa alternativo, y que algunos más harán lo mismo cuando las consecuencias de los teoremas de la imposibilidad mencionados anteriormente sean totalmente comprendidas. Es necesario, pues, un programa de investigación alternativo. El objetivo de los siguientes capítulos es mostrar que, en gran medida, tal programa de investigación coherente y alternativo ya existe. Ese programa no se basa en principios de substitución basados en precios relativos, o en las fuerzas de mercado de la oferta y la demanda. La fuerza explicativa más importante serán los efectos sobre la renta que tanto perjudican al marco neoclásico. BIBLIOGRAFÍA
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Pero a la vez que eliminan el riesgo de su modelo, Arrow y Debreu introducen en él una cierta forma de incertidumbre al suponer la existencia de mercados contingentes a plazo. LOS MERCADOS CONTINGENTES A PLAZO
Arrow y Debreu 14 suponen que en cada período se puede materializar o no un cierto número (finito) de acontecimientos resultantes de «las elecciones de la naturaleza» que son independientes de la acción de los agentes. Por ejemplo: en el año t, puede llover o no. Los agentes conocen con anterioridad todos estos posibles acontecimientos calificados como estados de la naturaleza (condiciones atmosféricas, desastres naturales, posibilidades técnicas ... ), a los cuales asignan probabilidades que pueden diferir de un agente a otro. Arrow y Debreu formulan su hipótesis sobre la base de la existencia de un sistema completo de mercados teniendo en cuenta este hecho; suponen que los agentes establecen, para toda la «duración de la vida)) de la economía, contratos condicionales. Por ejemplo: el agente k se compromete a librar al agente j, en t, una cantidad q de un cierto producto en el caso de que llueva en t, y una cantidad q' del mismo producto en el caso de que no llueva en t. Así pues, los agentes establecerán sus planes óptirnps examinando todos los casos posibles. De esta forma existirá pues un mercado por producto, por período y por tipo de acontecimiento posible en este período. Esta hipótesis equivale 15 a multiplicar el número de mercados futuros. Pero desde un punto de vista formal, permite volver al caso anterior. Tener en cuenta los mercados contingentes a plazo -los contratos de seguros pueden proporcionarnos una idea de los mismós- introduce una cierta dosis de incertidumbre en la medida en que los agentes no saben qué estado se realizará en t.1Pero esta incertidumbre es muy limitada, ya que saben con anterioridad todos los estados futuros posibles. Es por esto que la introducción de los mercados contingentes a plazo no modifica realmente el modelo. Sucede pues que un vector precio de equilibrio es tal que los planes óptimos de los agentes son, a estos precios, compatibles entre sí, sea cual fuere el estado que se realiza en cada uno de los períodos (evidentemente, los beneficios y utilidades máximas variarán en función de estos estados) 16• [ ... ]
14. Ver Debreu, Théorie de la valeur; capítulo?. 15. Acondición de formular ciertas hipótesis suplementarias sobre el comportamiento de los agentes ante esta nueva situación,'. 16. De ahora en adelante, cuando hablemos de «sistema completo de mercados» o de «previsiones perfectas», no excluiremos el caso en el que hay mercados contingentes a plazo.
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La universalidad de la economía convencional' Geoffrey M. Hodgson
La economía política no es realmente un corpus de leyes naturales, o de verdades universales e inmutables, sino un conjunto de especulaciones y doctrinas que son el resultado de una historia particular (Thomas E. Cliffe Leslie, Essays in Political Economy, 1888). Hemos pagado un precio muy alto por la aceptación acrítica de la teoría neoclásica (Douglas North, Institutions, Institucional Change and Economic Peiformance, 1990).
La segunda parte de este libro cuestiona aún más la idea de que hemos llegado al «fin de la historim>. Pero no argumentando a favor de la viabilidad o superioridad de cualquier alternativa al capitalismo, sipo afirmando que las declaraciones del «fin de la historia» ignoran la increíble variedad de formas del mismo capitalismo. Además, la ceguera teórica referente a la inmensa variedad existente dentro del sistema moderno es curiosamente engendrada por teóricos influyentes sobre la economía, tanto de dere~ chas como de izquierdas. En particular, aunque tanto Karl Marx como Friedrich Hayek han realizado una importantísima contribución a nuestra comprensión acerca de como funcionan los sistemas capitalistas, los dos mantuvieron la idea de un capitalismo sin~ guiar y puro. Los dos ignoraron el hecho de que las variables impurezas sistémicas son esenciales para el funcionamiento y el desarrollo del sistema. En general, existe un hueco incluso en los más inspirados análisis teóricos de los sistemas capitalistas. Además, no existe ninguna combinación de subsistemas e instituciones única u óptima dentro del capitalismo que vaya a triunfar necesariamente sobre otras combi~ naciones. Aunque no todos los capitalismos logran los mismos resultados, las ventajas o eficiencias de un tipo de capitalismo sobre otro dependen normalmente de su trayectoria histórica y de su contexto, por lo que no se puede afirmar, en última instancia, que uno sea superior a todos los demás. No se intenta aquí repasar la variedad de formas que el capitalismo presenta hoy en día, o las que ha presentado durante los últimos doscientos años. Este artículo no es un estudio comparativo de las instituciones, las estructuras y las culturas. Al contrario, esta parte es un examen de los diferentes enfoques teóricos al análisis del capitalismo, incluyendo una explicación de porqué algunos están esencialmente ciegos ante esta variedad y porqué otros ofrecen algunos métodos para percibir y entender las diferencias que existen en el mundo real.
*
1
Publicado en: Hodgson, Gcoffrey M. «Thc universality of mainstrcam economics». En: Economics and utopia. Why the leaming ecoi!IJl!l)' is 1101 the end of history'. Londres: Routledge, 1999, p. 101-116. Traducción: Gemma Galdon.
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En estos tres capítulos buscaremos lentes teóricas y conceptuales que nos ayuden a percibir y entender la variedad de diferentes formas de capitalismo realmente existentes. Este capítulo examina las limitaciones de la economía neoclásica y austriaca en este área. La economía neoclásica se define como un enfoque que supone un comporta~ miento racional y maximizador por parte de unos agentes con funciones de preferencia dadas y estables, se centra en la consecución, o en el camino hacia, estados de .equilibrio, y excluye los problemas crónicos de información 1• A la economía de Marx nos referiremos en el próximo capítulo. El capítulo 6 examina la economía institucional de la tradición vebleliana. La conclusión será que las ideas «evolucionistas» del economista institucional americano Thorstein Veblen y de los ins~ titucionalistas posteriores proporcionan un importante contrapunto a los enfoques analíticos diversos de Marx, Hayek y otros. Se considera que el enfoque institucionalista de Veblen y otros tiene una postura potencialmente superior, aunque subdesarrollada, en referencJa a los tres puntos. Cada capítulo está dedicado a su vez a tres temas: en primer lugar, hasta qué punto cada sistema teórico se basa en suposiciones teóricas universales o específicas; segun~ do, el lugar de las relaciones no de mercado y no comerciales en el análisis teórico; y tercero, la concepción general del vínculo entre los actores humanos y las estructuras sociales en la teoría. Aunque en muchos aspectos son bastante diferentes, es posible tratar la economía austriaca y la neoclásica de forma conjunta en este capítulo. Es importante ser conscientes de que la economía austriaca y la neoclásica difieren en temas tan importantes como el propósito y la naturaleza de la teoría económica; sin embargo, es sorprendente que compartan afmnaciones universalistas similares relacionadas con sus supuestos centrales. Las dos sitúan al individuo consciente y (en un sentido) «racional», en la base del análisis de todos los fenómenos económicos. Además, en el crucial Methodenstreit (choque de métodos) de los años 80 del siglo XIX, el economista austriaco Carl Menger atacó la negación, por parte de miembros de la escuela histórica alemana, de la existencia de suposiciones universales y leyes en la economía. A su vez, el ataque de Menger reforzó la creencia de muchos economistas neoclásicos -incluyendo Alfred Marshall y Lionel Robbins- en una concepción universalista de la naturaleza y el alcance de la teoría económica. Otros importantes teóricos neoclásicos fueron Léon Walras, William Stanley Jevons, Philip Wicksteed y Wilfredo Pareto. Como ejemplo más sofisticado del enfoque austriaco, las opiniones de Hayek sobre estos temas se discuten con más detalle que las de otros teóricos austriacos como Carl Menger y Ludwig van Mises. Nos centraremos ahora en la cuestión de la universalidad versus la especificidad de la teoría económica. l. LAS AFIRMACIONES UNIVERSALISTAS DE LA ECONOMÍA CONVENCIONAL Desde sus comienzos, a finales del siglo xvm, y a pesar de su desarrollo teórico, la economía convencional siempre ha tenido una importante limitación. Los economistas l.
Tal como se ha señalado antes, esta definición puede excluir algunos desarrollos recientes en la teoría económica convencional, como en la teoría de juegos. Sin embargo, la suposición del hombre econ6~ mico racional y la predicción por la teorización del equilibrio aún es típica de la tradición neoclásica, como se ejemplifica en los manuales convencionales. Aunque algunos pájaros no pueden volar, la habilidad de hacerlo es aún característica del género en generaL
LA UNIVERSALIDAD DE LA ECONOMÍA CONVENCIONAL
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clásicos como Adam Smith y David Ricardo, los teóricos neoclásicos como Walras, Jevons y Marshall, y los economistas de la escuela austriaca como Menger, Von Mises y Hayek, todos ellos vieron la economía como un sistema interrelacionado. Sin embargo, y a pesar de esto, dieron un reconocimiento teórico inadecuado a la posibilidad o a las implicaciones de diferentes tipos de sistemas a través de la historia. En sus análisis, el punto de partida es universal más que particular. Es la idea general de la naturaleza humana y de los > (íbid: 97). En especial, el mercado en sí no es un dato natural o éter, sino que es en sí mismo una institución social gobernada por un conjunto de normas que definen restricciones sobre algunos comportamientos y legitiman a otros. Además, el mercado está necesariamente vinculado a otras instituciones sociales como el Estado, y es promovido, e incluso a veces creado, a partir de un diseño conscienté. Dado que los mercados son en sí mismos instituciones, pueden crecer o decaer igual que otras instituciones y competir con ellas por los recursos y la hegemonía. En su último libro, Hayek (1988: 38-47) presentó el mercado como una institución entre otras, más que como en el contexto supremo de la competencia. Esto pudo corregir su error anterior, pero creó otros problemas teóricos. Hayek afirmó que el mercado no es en sí mismo el contexto de la evolución, sino una estructura o un orden evolutivo: un resultado específico de la evolución. Sin embargo, esta interpretación dejó abierta la naturaleza del contexto en el que emerge el mercado. Suponer que el mercado emerge en un entorno de mercado sugirió la posibilidad no reconocida de la existencia de un embrión de un conjunto de estructuras de mercado en las que se produce la selección competitiva: un mercado para los mercados7• Pero si este fuera el caso, entonces 6. 7.
Para argumentos similares y relacionados, ver Commons (1934: 713), Do si {l988a) y Hodgson ( 1988: cap. 8). Un problema similar aparece en un trabajo anterior de North (1978: 970), donde sugirió que Jos Estados Unidos han adoptado la regulación política de las transacciones económicas y no los mercados puros debido al precio relativo de estas dos opciones. North no describe el contexto estructural en el que se pro-
LA UNIVERSALIDAD DE LA ECONOMÍA CONVENCIONAL
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debe existir algún otro mercado en el que se produzca la selección para este mercado para los mercados, y así sucesivamente de fonna indefinida Claramente., esto no puede ser siempre así: debe llegar un momento en el que el mercado sea sobrepasado. Debe existir un contexto diferente al del mercado, en el que se produce la selección. Si, en cam~ bio, suponemos que el mercado está siempre ahí como un contexto para la batalla competitiva, entonces Hayek es culpable del mismo error que los economistas neoclásicos: el dotar al fenómeno específico del mercado de una falsa universalidad. Si el mercado mismo evoluciona, entonces es razonable prestar una atención impartan te a la posibilidad de la emergencia de diferentes tipos de mercados, con diferentes estructuras y normas constituyentes. Pero Jim Tomlinson encontró que Hayek, igual que muchos otros economistas, incluyendo a neoclásicos y marxistas, trataban el mercado como un principio abstracto, independiente de su composición institucional y cultural. Sin embargo, tal y como hemos señalado en el capítulo anterior, los mercados son fenómenos altamente variados. Consecuentemente, tal y como planteó Tomlinson (1990: 121): «la deseabilidad política de los mercados no puede juzgarse separadamente de la peculiaridades del mercado afeclado>>. Además, es razonable afirmar que niveles tan altos de selección competitiva como éstos deben suponer la selección de diferentes tipos de institución, incluyendo formas tanto de mercado como no de mercado, coexistiendo muchas variedades. Para funcionar a niveles tan altos, la competencia institucional debe incluir diferentes tipos de estructuras de propiedad y de mecanismos de asignación de recursos, todos coexistiendo en una economía mixta. Esto es bastante contrario a la postura política preferidade Hayek. En la raíz, encontramos un problema metodológico en el enfoque de la escuela austriaca. Por una parte, intentan reproducir la metodología neoclásica de partir de rasgos supuestamente permanentes y universales de la «situación económica>>. Por otra parte, se refieren- al funcionamiento de los mercados reales y examinan la formación de creencias y expectativas en ese contexto. Pero para reconciliar estos principios, mantienen una noción del mercado medio formada y desinstitucionalizada que no es coherente ni con la realidad ni con la imaginación. Están atrapados entre, por una parte, algunas inclinaciones genuinamente realistas por el estudio de las estructuras sociales reales y, por otra, una creencia equivocada en la universalidad de todos los principios «económicos>>. 3. LAS ESPECrFIC!DADES IDEOLÓGICAS OCULTAS
La escasez y la competencia no son tan universales como presumen los economistas neoclásicos y austriacos. Al extender las ideas de escasez y competencia al mundo natural, los imperialistas económicos reproducen a los darwinistas sociales que fueron importantes en los últimos años del siglo XIX y primeros del xx. Como una reacción contra los darwinistas sociales, Petr Kropotkin utilizó su propia experiencia de campo para publicar Ayuda mutua en 1902, presentando abundantes pruebas procedentes de la duce esta selección entre (digamos) órdenes de mercado y no de mercado. Como respuesta, Mirowski (1981: 609) señaló que esto deja sin resolver el tema de «qué estructuras organi7..an este "meta-mercado" para permitirnos compmr más o menos organización de mercado».
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biología que demostraban que la competencia y la escasez no son leyes ni universales ni naturales. Adicionalmente, Herman Reinheimer (1913) rechazó la universalidad de la competencia tanto en la esfera social como en la natural. Desde entonces, muchos estudios posteriores han confirmado la idea de que existen abundantes casos de cooperación tanto en la naturaleza como en la sociedad humana, y ejemplos relativamente limitados de competencia directa por recursos escasos. Ni la biología ni la anu·opología apoyan la presuposición universal de la competencia y la escasez8. En un ataque directo a Robbins y otros economistas neoclásicos, Marshall Sahlins (1972) demostró que las economías tribales difieren del capitalismo al no generar deseos infinitamente crecientes9. Además, y de nuevo en contraste con el capitalismo, las sociedades tribales, de cazadores-recolectores en las regiones tropicales, disponen de tal abundancia de comida y otros bienes básicos que los recursos, en la práctica, son ilimitados. Así, y para invertir la posición neoclásica, es posible que en estos casos existan vastos recursos y escasos deseos 10 . Incluso en una sociedad capitalista moderna, tal como Stephen Lea et al. (1987: 111) afirmaron después de un cuidadoso estudio de las pruebas: «el axioma de la avaricia debe ser rechazado ya que las personas reales, a diferencia del homo economicus, no son insaciables». Existen otros ejemplos importantes de incumplimiento de la ley de la escasez, muy apropiados para las economías modernas. Nótese que Robbins (1932: 12-16) vinculó explícitamente el concepto de escasez a la noción de un recurso que es «limitado». El hecho de que un bien o un servicio pueda ser deseado o necesitado por un individuo no es suficiente para hacer que éste sea escaso, al menos según la definición de Robbins. Sin embargo, si nos mantenemos fieles al uso que Robbins hace del término, podemos ver que hay diferentes ingredientes importantes de los sistemas socioeconómicos que no son «escasos». Por ejemplo, la confianza, que se considera tan central al funcionamiento de una economía, no es un recurso escaso en el sentido de que su oferta sea limitada. La confianza aumenta cuanto más se utiliza o se cuenta con ella. De forma parecida, las reservas de honor o de respeto mutuo no disminuyen a medida que se utilizan. La escasez no es coherente con el fenómeno permanente del desempleo masivo; en estas circunstancias, la fuerza de trabajo está lejos de estar limitada o de ser escasa. Otra limitación -crucial- del principio neoclásico de la escasez se presenta también en referencia a la cuestión de la información y el conocimiento. La información es 8. Ver, por ejemplo, Allee (1951), Augros y Stanciu (1987), Benedict (1934), Lewontin (1978), Mead (1937), Montagu (1952), Whecler (1930) y Whitehead (1926). 9. Sahlins fue alumno del institucionalista Karl Polanyi. 10. Polanyi, Sahlins y otros han sido criticados por Granovetter (1985} por negar la aplicación universal de principios ~~económicOS» como el trabajo-ocio, el intercambio o la influencia de la oferta y la demanda sobre el precio. En su lugar, Polanyi y sus seguidores afirman la universalidad de relaciones humanas como la reciprocidad. Parte del problema aquí es la definición de la naturaleza de lo «económico» y los límites de la «economía». No debería suponerse que la «economía» está necesariamente definida como el dominio en el que se aplican los principios de la economía neoclásica. Tal presunción supondría erróneamente que la economía neoclásica proporciona una fotografía adecuada y aceptable del capitalismo, los mercados, el intercambio, etcétera. He criticado esta idea en otros lugares (Hodgson, 1992a). En este trabajo se acepta que algunos principios universales del análisis sociocconómico son necesarios y de hecho inevitables, pero no debería darse por señtado que estos sean los principios de la economía neoclásica. Gran parte del debate sobre el «enraizamientO» de la economía sufre de esta presuposición, o de dt~r por sentado lo que se quiere decir con dominio «económico».
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una mercancía peculiar, ya que después de venderse puede seguir igualmente en manos del vendedor. Ni las habilidades ni el conocimiento son dados o limitados, debido al fenómeno del «aprendizaje a través de la acción». Tal como Albert Hirschman (1985: 16) señaló: «La utilización de un recurso que consiste en una habilidad tiene el efecto inmediato de mejorar la habilidad, de incrementar (y no de reducir) su disponibilidad>>. Especialmente en las economías en crecimiento y de conocimiento intensivo del capitalismo moderno, la llamada «ley» universal de la escasez no se cumple. Incluso en la moderna era de la competencia y la adquisición, el concepto de la escasez es difícil de aplicar a fenómenos tan importantes como la información y el conocimiento. El conocimiento y la información no son escasos en el sentido de que son un recurso fijo. Incluso si la economía neoclásica abandonara sus afirmaciones universalistas y se concentrara en un grupo más limitado de tipos de sistemas socioeconómicos, seguiría encajando mal en la era moderna. Evidentemente, algunas cosas, como el tiempo, son universalmente escasas. Lo remarcable, sin embargo, es que la llamada «ley>> de la escasez no es aplicable a todo. Y que las excepciones incluyen fenómenos cruciales como el conocimiento. En resumen, el supuesto individuo maximizador de la utilidad en un mundo de escasez no es tan universal como normalmente proclaman los teóricos de la economía neoclásica. Un argumento que está aparentemente tipificado en una sociedad capitalista es extendido, sin ninguna garantía, por parte de los economistas convencionales, a todas las formas de sistemas socioeconómicos. Aunque la economía convencional generalmente afirma ser universal, al enfatizar el individualismo, la escasez y la competencia, su análisis refleja las concepciones ideológicas dominantes que encontramos en Europa y en América en la era moderna. Sin embargo, la ideología no se corresponde necesariamente con la realidad. No es correcto sugerir que la economía neoclásica representa estrictamente una eqonomía capitalista o de mercado, de ningún tipo. Aunque sus representaciones teóricas emanan de la era moderna del individualismo y el comercio, es significativa su incapacidad de proporcionar una correcta visión de la época. ¿A qué se debe esto? Una construcción teórica central en la economía clásica es la teoría walrasiana del equilibrio general. Esta se basa en la idea de un «subastador» walrasiano que coordina el mercado. En este modelo, los agentes no pueden realizar contratos vinculantes entre ellos hasta que todos los mercados estén equilibrados. Este supuesto es necesario para que la teoría funcione pero obviamente no es realista: los comerciantes en el mundo real no esperan a que se produzca el equilibrio del mercado para cerrar contratos entre sí. Los intentos de incluir el tiempo y el cambio en el modelo walrasiano han seguido el trabajo pionero de Kenneth Arrow y Gerard Debreu. La idea básica es incorporar productos y desarrollos futuros al supuesto de un grupo completo de mercados futuros. Adicionalmente, el modelo incluye mercados para cada posible «estado del mundo». El intercambio en todos los mercados, presentes y futuros, es coordinado de una sola vez por el muy enérgico y omnipresente subastador. Sin embargo, el negociar simultáneamente en tantos mercados comporta a cada agente problemas computacionales inmanejables. Por Jo tanto, el principal teórico neoclásico KennethArrow (1986: S393) concluyó abiertamente: «Un sistema de equilibrio general completo[ ... ] requiere mercados para todas las contingencias en todos los periodos futuros. Tal sistema no podría existir».
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Tampoco el dinero está presente en el modelo walrasiano. Tal como escribió Frank Hahn (1988: 972), colaborador de Arrow e importante teórico del equilibrio general: da teoría monetaria no puede sencillamente injertarse en la teoría wa\rasiana con algunas modificaciones menores. El dinero es una señal externa de que la economía no está
adecuadamente descrita por la prístina construcción de Arrow y Debreu». El prominente teórico neoclásico Fritz Machlup (1967) también ha admitido que la teoría neoclásica de la empresa es en realidad una teoría de los precios y costes del mercado, y que consecuentemente no tiene nada que ver con las empresas. De forma similar, críticos de la teoría neoclásica como Brian Loasby (1976) y Neil Kay (1984), han afirmado que en el análisis del equilibrio general, incluyendo sus versiones probabilista o contingentes, en teoría no existe ninguna necesidad de formas de organización que no sean de mercado. Se admite, por lo tanto, -incluso por parte de algunos de sus exponentes principales- que la teoría económica neoclásica, al menos en su versión walrasiana, no incluye satisfactoriamente el dinero, los mercados o las empresas. ¡Una teoría así no puede ser una representación adecuada de ningún tipo de economía capitalista! Este punto queda reforzado por el hecho de que la teoría walrasiana fue utilizada por Oskar Lange y otros -tal corno se ha explicado anteriormente en el capítulo 2- para construir un modelo de una economía planificada centralmente con empresas nacionalizadas y sin verdaderos mercados en su núcleo. Por lo tanto, la teo)Ía walrasiana no está específicamente enraizada en el capitalismo. La economía neoclásica no es sólo estrictamente incorrecta, sino también insuficientemente específica. Su universalidad es falsa y su especificidad no es representativa de las relaciones y estructuras características de los sistemas socioeconómicos modernos. La ironía consiste en que, al intentar erigir un análisis universal del comportamiento socioeconómico, la economía neoclásica acaba basándose en un grupo específico de conceptos aparentemente asociados a una economía de mercado individualista y competitiva. Lo que pretendía ser unive;sal acaba siendo específico. Pero dicha especificidad no es la de los rasgos reales de ningún capitalismo realmente existente. Tales texturas institucionales están ausentes del sistema teórico. Por el contrario, la imagen que se representa es tanto específica como irreal. 4, Los LÍMITES DEL ANÁLISIS CONTRACfUAL
Remarcablemente, la teoría neoclásica demuestra que existen límites a los mercados y al intercambio. Tal como se ha afirmado antes, si la teoría walrasiana del equilibrio general se extiende para cubrir todos los mercados presentes y futuros, los agentes se enfrentan a problemas computacionales inmanejables. En un artículo brillante, Roy Radner (1968) mostró que las demandas informacionales al subastador serían excesivas en tal sistema walrasiano completamente especificado. Por ejemplo, con sólo cien mercancías, cien estados posibles del mundo y cien fechas presentes y futuras, deberían existir un millón de mercados diferentes. Se supone que los agentes deben observar los precios en todos estos mercados y realizar ofertas apropiadas. Evidentemente, esto es absurdo. En la línea del concepto de «racionalidad limitada» de Herbert Simon (1957), Radner afirmó que el número de mercados y la cantidad de información que cada agente debe procesar debe reducirse drásticamente para aproximarse a un mode-
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lo viable. En un modelo adecuadamente realista, es imposible dar cabida a una lista completa de mercados futuros, en parte debido a la creciente complejidad y a los problemas de información que ello supone. Consecuentemente, en el mundo real siempre habrá «mercados perdidos». Por estas y otras razones, los mercados no pueden ser omnipresentes. Sin embargo, la economía neoclásica todavía considera todas las relaciones sociales como si estuvieran potencialmente sujetas a contratos y al intercambio. Este aplastante énfasis contractual olvida las limitaciones prácticas de los contratos en el mundo real. Porque los contratos no pueden formularse de forma que cubran todas las eventualidades, las instituciones juegan un papel crucial facilitando las relaciones entre las personas y ayudando en la toma de decisiones. La institución del dinero, por ejemplo, proporciona reservas para hacer frente a un futuro incierto. Guardamos dinero precisamente porque no conocemos todos los intercambios futuros: el conocimiento exacto de los momentos y cantidades de los ingresos y gastos futuros es imposible. Igualmente, el uso del contrato de empleo en la empresa se especifica de forma incompleta, ya que los empresarios no pueden predecir todas las eventualidades futuras (Simon, 1951, 1957). La instituciones como el dinero y la empresa aparecen cuando no existen mercados adecuados para todas las mercancías contingentes, debido a la incertidumbre y a que nadie sabe como especificar los grupos de contingencias (Loas by, 1976). El dinero y el contrato de empleo son ejemplos de instituciones que proporcionan reservas a través del tiempo para hacer frente a la incertidumbre y al desconocimiento. La teoría neoclásica, al señalar los «mercados perdidos», ella misma sugiere la necesidad de instituciones no de mercado, pero no puede analizarlas adecuadamente debido a sus suposiciones centrales. Los mercados perdidos a veces son tratados como el resultado de las limitaciones ahistóricas de la psique humana (Magill y Quinzii, 1996) más que como estructuras sociales específicas. Algunos de los «mercados perdidos» más importantes en el capitalismo -la ausencia de mercados futuros de trabajo, habilidades y conocimiento- no reciben, por lo tanto, el énfasis suficiente. La incertidumbre acerca del futuro -lo que significa que no se pueden calcular las probabilidades de los hechos- es ignorada, cuando una de las funciones vitales de las instituciones es ayudar a los agentes a hacer frente a esta incertidumbre. Aunque los economistas neoclásicos han progresado algo incorporando las instituciones en sus modelos, al menos por esta razón, su éxito siempre será limitado 11 • Consideremos la familia o el hogar. En el pasado, la teoría económica neoclásica, tradicionalmente, o bien ha ignorado a la familia como institución o la ha tratado como si fuera un único individuo: personificando el paternal «Cabeza de familia» como la familia en su conjunto 12 . Sin embargo, teóricos neoclásicos como Becker (1976a, 1991 ), desarrollaron posteriormente un modelo teórico de la familia que reconocía a los individuos que la integran, pero que trataba al hogar como si fuera un mercado y una institución basada en el contrato, indistinguible en esencia del mercado o de una empresa capitalista. Aunque las ideas de Becker no las comparten todos los 11. Para un estudio del enfoque neoclásico y otros al análisis de las instituciones, ver Hodgson (1993a). 12. Para un debate sobre el tratamiento de las mujeres en la teoría económica de Smith a Pigou, ver Pujo! (1992).
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economistas neoclásicos, son ilustrativas de la ceguera institucional de la teoría neoclásica13. Sin ninguna ironía, Becker (1976a: 206) escribió que: «Se puede presumir que existe un mercado para los matrimonios». Es destacable que, para Becker, los mercados son poco más que medios por los cuales los agentes pueden transar de alguna forma difusa para que cada uno aumente su propia utilidad. Así, de un golpe, confundió cinco cosas · diferentes: a) la no existente venta de matrimonios per se (los matrimonios, como tales, no pueden ser vendidos), b) la posible venta del permiso para casarse de los padres u otros, según la costumbre correspondiente, e) la posible venta de los servicios de información de las agencias de contactos u oficinas matrimoniales, d) la posible venta de sen1icios sexuales o de acompaiiamiento, con la expectativa de matrimonio, explícitamente a cambio de dinero u otras mercancías, y e) las ofertas y pedidos de servicios sexuales, que pueden llevar al matrimonio pero que no se acompañan de demandas a cambio de dinero o de otras mercancías, de forma que no conforman casos estrictos de «oferta)) y «demanda» en el sentido económico. Becker parecía ciego ante estas importantes distinciones institucionales. Sin embargo, las normas culturales modernas diferencian fuertemente entre, por una parte, las actividades domésticas y sexuales obtenidas a través del pago monetario, y, por otra, las obtenidas de forma no comercial. Estas diferencias se eluden en el análisis de la familia de Becker. La teoría neoclásica generalmente descuida estas distinciones morales, culturales e institucionales. Como resultado, aunque los economistas modernos reconocen ampliamente la necesidad de analizar el hogar en términos de los individuos que lo componen, el resultado es el trato de todas las relaciones entre individuos de forma puramente contractual. Sintomáticamente, en este enfoque no hay ninguna línea divisoria conceptual entre la familia y el mercado. Nuestra relación con nuestro cónyuge se considera como conceptualmente equivalente a nuestra relación con nuestro tendero. Por lo tanto, la economía neoclásica es incapaz de conceptualizar los rasgos institucionales específicos del hogar y de las relaciones humanas especiales que se entablan en este ámbito. Esta ceguera conceptual es un importante handicap. Aparte de no reconocer la diferencia entre instituciones y prácticas comerciales y no comerciales dentro del capitalismo, se olvidan los límites intrínsecos de los mercados y los contratos. Esto tiene consecuencias devastadoras tanto para el análisis de los diferentes tipos de capitalismo como para el reconocimiento de los límites del capitalismo mismo. Pero la familia moderna no está aún completamente invadida por las relaciones comerciales, y las normas culturales aún son sensibles a este hecho. La economía neoclásica o bien ignora a la familia o intenta forzarla a un análisis puramente contractual. Este ha sido un problema constante. Tal como señaló el gran economista irlandés T. E. Cliffe Leslie (1888: 196), criticando la economía hedonista convencional de su tiempo: 13. Es destacable que los crudos y frecuentes intentos de Bccker de extender el análisis ( de la cultura y las instituciones sobre la misma función de preferencia.
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Una vez que una unidad monetaria empieza a emerger, establece una «convención». Igual que otras convenciones de este tipo -como el idioma, o el conducir por el mismo lado de la carretera-, nos obliga a hacer algo porque lo hacen otros. La institución del dinero emerge como un resultado no diseñado de las interacciones individuales. El énfasis en esta consideración mengeriana está en la evolución de las instituciones a partir de la acción e interacción de individuos dados. La existencia de las instituciones se explica principalmente en referencia a los individuos y sus interacciones. Esta es una visión importante, pero unilateral, de la naturaleza y el papel de las instituciones. No se pone el énfasis suficiente en la forma en que los individuos son cambiados y reconstituidos por el contexto institucional en el que operan. Esto lo planteó, en referencia al dinero, el «viejo» economista institucional Wesley Mitchell. Él enfatizó que la evolución del dinero no fue simplemente el resultado de las interacciones individuales. Su aparición no puede explicarse sencillamente por el hecho de que redujo costes o hizo la vida más fácil a los comerciantes. La penetración del intercambio monetario en la vida social alteró las mismas configuraciones de la racionalidad, incluyendo las concepciones particulares de la abstracción, la medida, la cuantificación y el propósito calculador. Fue por lo tanto una transformación de los individuos, y no sólo una aparición de instituciones y normas: la economía monetaria[ ... ] es de hecho una de las más potentes instituciones de toda nuestra cultura. En verdad, estampa su pauta sobre la rebelde naturaleza humana, nos hace a todos reaccionar de maneras estandarizadas a los estímulos estándar que ofrece, y afecta a nuestros mismos ideales aCerca de lo que es bueno, bello y verdadero
(Mitchell, 1937: 371). El fracaso en considerar totalmente los efectos de las instituciones sobre la personalidad y los objetivos humanos es un defecto persistente en los escritos de las escuelas tanto neoclásica como austriaca. Sin embargo, sobre el tema de los sujetos activos, existen importantes diferencias entre los economistas neoclásicos y austriacos. La concepción de la evolución socioeconómica en los escritos de los economistas de la escuela austriaca no es determinista. Se enfatiza la espontaneidad y la indeterminación de los objetivos y las acciones humanas. Sin embargo, esto no significa que haya nada en el sujeto humano que requiera, o sea capaz de una explicación. Pero al enfatizar la indeterminación de la acción humana, se abandona la tarea de explicar lo que se esconde trás ella. Mientras que Marx supuso que los individuos se mueven por su posición e interés de clase, Von Mises y Hayek se mostraron muy poco dispuestos a intentar explicar las acciones humanas individuales. En su teoría, tanto las motivaciones humanas como los resultados sistémicos están indeterminados 17 • 17. Debería destacarse, sin embargo, que Hayek sí empezó a discutir la formación de las preferencias y de los hábitos de pensamiento en sus trabajos de los m'ios 70y 80. Allí, el individuo aparece menos como un átomo, y las explicaciones incluyen a gmpos y culturas, así como a los individuos subjetivos. Por lo tanto, esta lealtad verbal al «individualismo metodológico)) y a la idea de que los fenómenos socioeconómicos deberían explicarse exclusivamente en términos de individuos dados se hizo cuda vez más ceremoniul y no sustantiva (BOhm,l989; Vanberg, 1986).
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Los economistas de la escuela austriaca sugieren que muy poco o nada se puede decir de las fuerzas que moldean las preferencias, propósitos, capacidades y acción
individuales. La posición diametralmente opuesta sería sugerir que las estructuras y las instituciones detenninan completamente el comportamiento humano. ¿Es posible una posición intermedia? En otros lugares he argumentado que sí (Hodgson, 1988) 18 . Existen influencias externas que moldean los objetivos y acciones de los indivi-. duos, pero la acción no está totalmente determinada por ellos. El entorno influye, pero no determina totalmente ni lo que quiere hacer el individuo ni lo que puede conseguir. El individuo se mueve por hábitos de pensamiento pero no está desprovisto de elección. Existen acciones que pueden no tener causa, pero a la vez existen pautas de pensamiento o comportamiento que pueden estar vinculadas al entorno cultural o institucional en el que la persona actúa. La acción, en resumen, está parcialmente determinada y parcialmente indetenninada: es en parte predecible pero, en parte. imprevisible. El futuro económico aún es incierto, en el sentido más radical; a la vez, sin embargo, la realidad económica manifiesta un cierto grado de tendencias y orden. En resumen, es deseable afirmar la importancia del carácter indeterminado y la espontaneidad de la acción humana, pero al mismo tiempo reconocer sus límites. En algunos campos o dimensiones, la acción puede ser indeterminada, pero en otros no lo es. Afirmar el carácter indeterminado no es negar sus límites; cualquier acción está también limitada y moldeada por las influencias de la cultura, las instituciones y las estructuras sociales, todas pennanentes y provenientes del pasado. Tanto los teóricos neoclásicos como los austriacos parten de suposiciones universales sobre los sistemas socioeconómicos y el comportamiento humano. Tanto para los teóricos neoclásicos como para los austriacos, los elementos transhistóricos del análisis teórico son los individuos y «los problemas económicos básicos a los que la humanidad debe enfrentarse». La palabra «mercado» fonna parte de su vocabulario teórico. Pero las naturalezas específicas de estos «mercados» no se consideran problemáticas, y frecuentemente se supone la existencia previa del mercado. Debido a la generalidad extrema de estas perspectivas, no pueden identificar ni los rasgos específicos del sistema capitalista ni las características distintivas de cualquier tipo particular de capitalismo. Sobre las abundantes, reales o potenciales, formas de capitalismo -y de las variadas culturas humanas y modos de comportamiento dentro de ese sistema-, estos teóricos tienen pocas cosas significativas que decir. Al fallar en este campo, son asimismo incapaces de reconocer los cambios económicos claves y, por lo tanto, no pueden valorar diferentes escenarios para el futuro. Están incapacitados por sus presunciones de teórica universalidad. BIBLIOGRAFÍA CITADA ALLEE, WarderC.
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La libertad es el mercado: la teoría del valor de la preferencia snbjetiva' Ken Cole, John Cameron, Chris Edwards
l. DE LA TEORÍA DEL VALOR «GUIADA» POR EL TRABAJ0 1 A LA TEORÍA DE LA PREFERENCIA SUBJETIVA
Cuando se publicó el libro de Adam Smith, La riqueza de las naciones, en 1776, la producción se realizaba normalmente en pequeños talleres donde la habilidad del trabajador individual era impm1ante. La aplicación amplia y sistemática del poder inanimado y de la maquinaria a la producción, de forma que la actividad del trabajador estuviera gobernada por la intensidad de trabajo de la máquina, aún no se había producido. Fue más bien en el marco del humanismo nacionalista de la Ilustración europea, que Smith intentó reconciliar los principios de la conciencia individual y el derecho a la libertad personal, introducidos por la revolución inglesa del siglo xvn, con la consecución de la armonía social y la justicia. Para aquellos economistas que ven la esencia de nuestra sociedad actual no en una Ilustración, sino en una «revolución industrial», ésta es una limitación crucial a las percepciones de Smith. En el siglo XIX se produjeron efectivamente acontecimientos dramáticos asociados al crecimiento de la industria fabril, que relegaron las ideas de Smith. Estos incluyeron el creciente uso de la maquinaria y la concentración del trabajo en grandes fábricas, y la consigUiente creación de movimientos sindicales nacionales como una
' l.
Publicado en: Cole, Ken; Cameron, John; Edwards, Chris. «Freedom is the market: the subjective preference theory of value». En: Why economists disagree: the political economy of economics. Londres: Longman, 1983, p. 43-80. Trnducción: Gemma Galdon. Las expresiones «labour input theory ofvallte)) y >, que la «ciencia deprimente», ¡aunque para muchos de nosotros en el Reino Unido en 1980 las dos descripciones podrían ser intercambiables! En un aspecto, podríamos acortar este capítulo considerablemente refiriéndonos al capítulo anterior, señalando que hemos demostrado cómo los individuos buscadores-de-utilidad pueden combinarse a través de contratos voluntarios en un mercado de un producto e intercambiarlo a un precio que garantice algún aumento de satisfacción para todos los participantes. La competencia perfecta está prácticamente garantizada por la libertad de información y la búsqueda del beneficio propio por parte de los participantes potenciales, por lo que el mercado libre es equitativo y eficiente, con sólo algunas excepciones poco probables a esta norma. Todos los elementos componentes de la filosofía básica del centro-derecha (en el espectro político) están presentes en este modelo. Los determinados individuos que persiguen sus propios objetivos a escala mundial a la vez que reconocen el interés propio en el contrato voluntario (el primero en utilizar la violencia no es siempre el vencedor final) como la relación social típica. Las leyes de la oferta y la demanda se presentan así analíticamente como leyes «naturales», parecidas a la ley de la gravedad, que operan con una fuerza anónima y universal sobre todo el mundo y, por lo tanto, inevitable (en el sentido de que un avión ' volando en círculos no rompe la ley de la gravedad sino que gasta energía al resistirse a esa ley) y es justa (en el' sentido de que las limitaciones al comportamiento individual no se deben a los agentes humanos sino a la providencia ciega). Todo lo que un agente socialmente consciente debe hacer es proteger la norma del contrato voluntario. Para proporcionar ese servicio, puede extraer alguna cantidad compensatoria de recursos en forma de impuesto de cada individuo participante. (No existe ninguna razón fuerte para que el impuesto por individuo no deba ser igual, ya que todos los individuos serían perjudicados por el colapso del mercado, y el impuesto sería probablemente tan pequeño que no sería importante). Indudablemente, muchos votantes de partidos políticos de derechas ven este argumento como bastante adecuado como base teórica para darles su apoyo. Desde esta posición, podrían pasar a afirmar que ]as sociedades que no permiten la operación de los mercados libres son tiranías políticas y que aquellas personas que viven en esas sociedades están socialmente incivilizadas por permitir que la tiranía continúe. Solamente las sociedades que están avanzando hacia mercados más libres son consideradas como sociedades en desarrollo, mientras que las que los están restringiendo no lo son. Pero ir mucho más allá de esto en términos de plantear una justificación lógica de preferencia subjetiva del nacionalismo (que lleve a una política de fuertes fuerzas militares) y del racismo (llevando a una política de restricción de la migración) sería exagerar el tema. Llegar a este punto
TEORÍA DE LA PREFERENCIA SUBJETIVA: UN MARCO PARA LA LIBERTAD
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requeriría la introducción del debate acerca de la genética frente al medio ambiente
como elementos en la formación de la personalidad individual y de las características étnicas. Basta decir que la rígida visión presocíal de las preferencias y la elección económica en la temía de la preferencia subjetiva es compatible con el determinismo genético a nivel individual y de grupo. Por lo tanto, llegados a este nivel tosco pero válido, podemos ver las conexiones entre lo esencial de la teoría del valor de la preferencia subjetiva y una postura política contemporánea ampliamente extendida. Para aumentar la confianza en la teoría de la preferencia subjetiva (y consecuentemente en la política asociada con ella), es útil refinar el argumento mostrando que el análisis de un único mercado puede ser convertido de forma lógica en una teoría de toda la economía. Este es el proyecto que ha dominado la economía de la preferencia subjetiva desde 1870 hasta hoy en día. Antes de intentar resumir esta actividad, enumeraremos los criterios generales por los que podemos juzgar si una teoría es correcta desde la perspectiva de la economía de la preferencia subjetiva (y más generalmente desde la teoría popperiana del conocimiento). La teorización se divide en tres componentes: supuestos, deducciones y comprobaciones. Los supuestos son esencialmente arbitrarios; hablar de si los supuestos en sí mismos son más o menos aceptables no tiene ningún sentido desde este punto de vista, ya que todos los supuestos son desviaciones de la complejidad de la experiencia y están por lo tanto unidos por una falta de realismo. La deducción está dominada por las normas de la lógica y, como tal, no está abierta a la crítica; la habilidad de reproducir una deducción lógica precisamente aumenta cuando la forma del argumento es matemática. Esto estimula el uso de las matemáticas y facilita la elección de supuestos susceptibles de formulación matemática. Esto parecería dejar como única área de crítica la comprobación empírica, es decir, la comparación del resultado de las deducciones de un conjunto de supuestos acerca de lo observable con las observaciones reales y preferentemente la evaluación de la validez de esta teoría frente a las predicciones de las deducciones derivadas de un conjunto de supuestos rivales. Para la teoría de la preferencia subjetiva, los dos extremos del proceso están fijados. Los supuestos sobre los individuos maximizadores de utilidad (que son susceptibles de ser representados matemáticamente utilizando el cálculo diferencial) son obligatorios y el objetivo de predecir un resultado estable, eficiente y equitativo es, como mínimo, muy aceptable. Las objeciones acerca de que este proceso parece ignorar la fase crucial de comprobación empúica pueden ser rebatidas desde muchas direcciones. En primer lugar, la afirmación de que las economías «de mercadm> del mundo actual son relativamente estables (los precios de ayer son una guía relativamente buena para los de hoy), eficientes (las personas que viven en ellas tienen un alto nivel de consumo) y equitativas (el nivel de coacción es bajo, comparado con otros momentos históricos). En segundo lugar, que el proceso de teorización se encuentra aún sólo al segundo nivel, las deducciones desde los supuestos son aún toscas y el proyecto es refinar el argumento a través de la utilización de técnicas matemáticas más sofisticadas, que debilitan las restricciones que no son esenciales para los supuestos básicos sino que sólo son necesarios para permitir el uso de nuestras inadecuadas matemáticas actuales. En tercer lugar, que no se ha demostrado que ninguna teoría rival sea mejor en las pruebas en las que se predicen diferentes observaciones. Por lo tanto, metodológicamente, la teoría de la preferencia subjetiva puede defenderse a sí misma de gran parte de la crítica.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Las próximas tres secciones de este capítulo resumen los intentos de los economistas de validar rigurosamente la visión del mundo de la preferencia subjetiva. También muestran como la teoría resurgió de los reveses de los años 50 y 60 hasta convertirse de nuevo en la teoría dominante de la economía en los años 70 en muchas universidades, departamentos gubernamentales e instituciones internacionales. La última sección de este capítulo avanza hacia una valoración del apoyo político a la economía de la preferencia subjetiva y concluye que su lugar en el panteón económico de las socie-
dades capitalistas está asegurado. [ ... ] 2. LA ECONOMÍA COMO MUCHOS MERCADOS: EL ANÁLISIS DEL EQUILIBRIO GENERAL
La integración de la economía y las matemáticas ha alcanzado uno de sus puntos álgidos al examinar las propiedades de una economía de multi-mercado desde el punto de vista de la preferencia subjetiva. Sin embargo, la preocupación de esta sección se centra en los principios implicados, y por lo tanto no se utiliza ninguna formulación matemática, lo que significa que las propiedades estéticas de las matemáticas se pierden. Esta pérdida no es trivial, ya que a medida que la economía ha ascendido a torres de marfil, el criterio del éxito y la excelencia ha pasado para muchos economistas desde la importancia social a la elegancia matemática. Este potencial que existía en los flirteos con las formulaciones matemáticas de economistas como Jevons, Menger y Walras a finales del siglo XIX, ha llegado ahora a su completa consumación. Esto probablemente provocará el horror de muchos de nuestros lectores, que pueden ver este matrimonio como la obra de un Frankenstein matemático que construye la novia económica para ajustarla a sus necesidades. La teoría de la preferencia subjetiva parte del individuo con gustos y recursos inherentes que expresa sus preferencias a través del libre establecimiento de contratos para maximizar su utilidad. Las decisiones del individuo pueden dividirse en dos grupos interconectados, los que implican una entrada neta de utilidad y los que implican una salida neta de la misma. Para el individuo, las cuestiones de si un producto o servicio concreto estará en un grupo o en el otro dependen sólo de su precio relativo. Por ejemplo, si un producto tiene un precio relativamente alto en relación a otros y el individuo no valora el producto de forma pruticulannente elevada, entonces se puede esperar una venta neta de ese producto. Por lo tanto, los bienes y servicios no pueden ser clasificados corno necesidades o como lujos, ya que todas las decisiones individuales son sensibles a los precios dentro de una estructura inherente de gustos y recursos específicos e individuales. La posibilidad de que exista un intercambio amplio y continuado es debida a unos gustos y recursos variables, aunque las transacciones específicas involucradas variarán enormemente como respuesta a los cambios en los precios. La primera predicción que realiza la teoría del equilibrio general es que existe un conjunto de precios en todos los mercados bajo el que todo el mundo estará satisfecho hasta el punto de que nadie desee ya intercambiar a dichos precios. Es decir, que partiendo de individuos que responden a los cambios en los precios de la forma sistemática descrita en el capítulo 3, es posible deducir lógicamente que siempre existe un conjunto de precios no negativos a los que nadie tiene interés en seguir intercambian-
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do. Esto también supone que siempre hay rendimientos constantes a escala y competencia en la producción. Matemáticamente, este equilibrio es una situación en la que las entradas y salidas netas deseadas han llegado a cero para todos los individuos y todos los bienes y servicios, a no ser que un producto sea aún tan abundante cuando su precio haya llegado a cero que nadie quiera más del mismo. En ese caso, los que poseen ese producto pueden estar aún dispuestos a deshacerse de él, pero no pueden ni regalarlo. Este caso de exceso de oferta a precio cero es tratado como algo inusual, y en general se supone que, para la mayor parte de bienes, al menos algunas personas estarán dispuestas a quedarse con la cantidad total disponible del producto una vez que su precio haya caído suficientemente. Puede demostrarse que existe este tipo de equilibrio para cualquier número de individuos y cualquier número de bienes y servicios, incluidos tantos tipos de trabajo y maquinaria como se deseen distinguir económicamente. La importancia de esta demostración no recae en que describe una economía concreta o que nos permita medir el precio al que un bien o servicio será intercambiado por otro, sino en que muestra cualitativamente que existen precios que satisfacen a todo el mundo, incluidos aquellos que poseen una cantidad elegida de un producto, los que han renunciado a la posesión de alguna cantidad de dicho producto para obtener otro y todos aquellos que nunca poseyeron el producto o nunca quisieroo ninguna cantidad de ese producto a ese precio. Por razones obvias, las pruebas matemáticas ~e esta predicción se llaman teoremas de existencia, y en varias universidades famosas hay empleos disponibles para aquellos que deseen intentar simplificar los supuestos necesarios para esta predicción. Sólo los licenciados en matemáticas deben molestarse en presentar su solicitud para los mismos. Este logro matemático de demostrar la existencia no lo consideraremos más aquí, sino que lo que se plantea es la importante trascendencia ideológica de este ejercicio. Así, si los supuestos fundamentales sobre la ¡;¡aturaleza de la existencia humana se aceptan tanto descriptivarnente como morahnerite, entonces una lógica inexorable nos arrastra aparentemente hacia la conclusión inevitable de que una sociedad siempre tiene una situación posible en la que existen un conjunto de números llamados «precios». Estos precios enlazarán a todos los miembros de la sociedad a través de contratos voluntarios de una manera compleja, de fonna que todo el mundo esté relativamente satisfecho. Todo el mundo preferiría más de todo (excepto de esos pocos productos con exceso de ofetta), pero sólo puede obtener más si alguna otra persona es forzada a renunciar a algo. Se transgrede el principio fundamental de la libertad individual a menos que todos los intercambios se hagan a través de contratos voluntarios. Esto es lo que detennina el bienestar (y la civilización o el desarrollo) de la sociedad. Por lo lanto, una sociedad ha alcanzado un estado deseable cuando nadie puede mejorar su situación sin que alguien más la empeore. Este estado de la sociedad es conocido técnicamente como el óptimo de Pareto y se presupone en cualquier equilibrio general, por lo que enlaza la existencia matemática del equilibrio con un criterio de equidad de que cualquier equilibrio de este tipo es deseable. Los partidarios de la preferencia subjetiva aceptan un criterio de equidad que valora un estado de sociedad en el que hay una persona inmensamente rica y todo el resto viviendo en la miseria, como igual en términos de bienestar a un estado en el que todo el mundo consume de forma igual. Son incapaces de decidir si un ataque a la libertad
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de los ricos de utilizar sus recursos y satisfacer sus gustos está justificado, ya que no aceptar la desigualdad del mercado significa aceptar la tiranía de alguna otra persona. La fuerza central de la teoría de la preferencia subjetiva puede percibirse ahora. Partiendo de supuestos verosímiles sobre la naturaleza humana, se construye lógicamente una economía completa que demuestra tener propiedades deseables en armonía con la imagen original de la naturaleza humana. Esta armonía «natural» de individuos fuertes y una sociedad organizada en los principios de mercado es apuntalada por el recurso a las virtudes liberales del contrato voluntario y de la igualdad ante la ley. Sin embargo, desde el desarrollo formal del análisis del equilibrio general en el siglo XIX han existido dudas sobre la estabilidad del sistema. Incluso aceptando que el equilibrio general puede existir, aún hay incertidumbre sobre si después de un shock que desplace al sistema desde un equilibrio existen fuerzas para llevar al sistema hacia un nuevo equilibrio. El quid analítico de esta duda es que, cuando los individuos comercian a precios de no equilibrio, no pueden volver a recuperar la situación original a medida que los precios cambian. Por ejemplo, si mi capacidad de producir es contratada para ser vendida a un precio bajo, a pesar de mis gustos generales por un alto consumo porque yo no creo que los precios vayan a cambiar en el futuro, entonces aquellos que hubieran estado dispuestos a comprar mi capacidad a un alto precio o a venderme bienes de consumo a un precio menor al equilibrio, o ambos, se verán frustrados si los precios cambian. Se verán entonces forzados a cambiar sus decisiones, que revertirán a su vez en mis decisiones futuras, etcétera, sin ninguna garantía de que el sistema llegue a asentarse para la satisfacción de todos. Se han sugerido diferentes condiciones de comportamiento para asegurar que esta estabilidad pueda ser garantizada matemáticamente. La mejor conocida de estas condiciones es una llamada «tiitonement» [aproximaciones sucesivas], que no permite ningún comercio de no-equilibrio, sino que recurre a la imagen de una subasta en la que se anuncian los precios, se recogen y se comparan las ofertas de todos los participantes individuales, y entonces se suben los precios de los productos con mayor demanda y se bajan los que tienen exceso de oferta. No se permite realizar ninguna transacción real hasta que todas las ofertas se compensan. Obviamente, este mecanismo es muy artificial en lo referente al comportamiento, y se han realizado muchos esfuerzos para debilitar esta condición de equilibrio. El mayor avance ha consistido en colocar la causa principal de inestabilidad en las situaciones en las que el aumento del precio de un bien se encuentra con una fuerte preferencia por parte de muchos individuos por mantener el nivel de consumo de ese producto, con la consiguiente reducción del consumo de otros bienes y servicios. En el futuro veremos más esfuerzos en esta dirección para reducir la dependencia de la estabilidad del equilibrio general de procesos tan artificiales como el de t/itonement por parte de los teóricos de la preferencia subjetiva. Otros problemas de la teoría del equilibrio general son menos amenazadores. Por ejemplo, productos consumidos y producidos conjuntamente plantean problemas al análisis del equilibrio general. Algunos bienes y servicios no se agotan en el consumo por parte de individuos identificables, sino que son «bienes públicos)} en el sentido de que pueden ser accesibles a todos tan pronto como están disponibles para uno, por lo que asignar los costes a consumidores individuales es difícil. La defensa nacional y las transmisiones televisivas no por cable son dos casos posibles. Los productos pro-
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ducidos conjuntamente en un proceso también plantean problemas similares de atribución de costes. Por ejemplo, la ternera y el cuero aparecen en proporciones relativamente fijas, igual que varios productos del petróleo. Los economistas que apoyan la escuela de la preferencia subjetiva están dispuestos a suponer que estos casos no están muy extendidos en la práctica y los excluyen por suposición. Sus críticos han prestado mucha atención a los casos hipotéticos, afirmando que los bienes públicos y los producidos conjuntamente constituyen una fuerte razón para la intervención gubernamental. El impacto de esta crítica ha sido muy limitado, ya que el principio general de que los precios de mercado reflejan la escasez o abundancia real de bienes y servicios no queda desafiado de manera fundamental. Es esta falta de desafío teórico fundamental en sus propios términos lo que asegura el lugar central de las cuestiones de la preferencia subjetiva en las publicaciones académicas. Ciertamente, el análisis del equilibrio general aún incluye la formulación de supuestos muy fuertes, como por ejemplo que los contratos para transacciones futuras se realizan con una perfecta previsión y que todos los bienes y servicios son sustitutos totales entre sí. Pero esta situación simplemente proporciona a la teoría de la preferencia subjetiva un programa de investigación continuado. Este proyecto académico se ha mantenido independientemente del favor político de forma continuada
durante cien años. Sin embargo, periódicamente aparecen condiciones políticas y económicas que llevan a la teoría de la preferencia subjetiva, en una forma relativamente pura, al centro de la escena política Estas condiciones generales tomaron forma en los años 70 y encontraron a la preferencia subjetiva tanto consolidada en teoría como militante en recomendaciones de política económica. Ya no satisfecha con sentarse en el palco de honor abucheando a las obras nuevas, la teoría de la preferencia subjetiva encontró a algunos promotores influyentes, una audiencia apreciativa y a una superestrella en Milton Friedman, de Chicago. 3. POLÍTICA ECONÓMICA Y TEORÍA DE LA PREFERENCIA SUBJETIVA: EL MONETARISMO
La paradoja de la política económica de la preferencia subjetiva es que, mientras que toda la discusión teórica sobre el «equilibrio general» puede realizarse sin ninguna mención al «dinero» (todos los precios podrían ser tasas de intercambio de trueque), cuando llegamos a la política económica no se discute mucho más que del dinero. Esta paradoja puede dar la impresión de que el paquete de política económica llamado «monetarismo» no tiene raíces firmes en la teoría del valor, siendo el producto de unos cuantos fanáticos incapaces de oír la verdad debido al susurro de los billetes y ciegos a la realidad por el resplandor del oro. Ahora podemos ver que no tiene porqué ser así. Si se supone que una economía de mercado se apoya en los sólidos principios del equilibrio general, con miles de mercados interconectados eficientemente por precios que reflejan los gustos estables y las capacidades de millones de individuos, entonces es poco probable que un cambio en un mercado concreto o una elección individual modificada produzca una interrupción significativa de la economía. Las ondas expansivas de un cambio de este tipo traspasarían toda la economía, a través de largas cadenas de sustitutos que sólo requerirían alteraciones infinitesimalrnente pequeñas por parte de la masa de individuos para restablecer el equilibrio, como lanzar una piedra en medio del Pacífico.
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La única excepción a esta norma es el mercado para cualquier producto que entre en muchas transacciones debido a que tenga la propiedad de ser ampliamente aceptable a efectos del intercambio, es decir, el dinero en cualquiera de sus múltiples facetas. La alteración de ese mercado afecta directamente la confianza de cada individuo en la capacidad de moverse entre los mercados en los que éste quiere vender y aquellos rnercados en los que quiere comprar. No es que los objetivos de los individuos se conviertan en inciertos, sino que la confianza en los medios para llegar a esos objetivos se erosiona. La política monetaria es importante porque el dinero es el lubricante del motor del equilibrio general; el motor puede tolerar algunas variaciones en la cantidad de lubricante y seguir funcionando, pero es vulnerable a los grandes cambios repentinos. Para analizar las detalladas implicaciones en la política económica de esta posición general podemos volver a utilizar el marco analítico del mercado único que desarrollamos en el capítulo 3. Como primer paso, esto significa dividir las influencias en la cantidad de dinero en una economía entre aquellos que detenninan la oferta y los que determinan la demanda. Algunos críticos plantearían objeciones a este paso preliminar de organización de las influencias, afirmando que si no existe dinero suficiente, entonces éste debería y sería creado o inventado para satisfacer el exceso de demanda, es decir, que la oferta no es independiente de la demanda sino que está determinada por la demanda. Pero, habiendo señalado esta crítica, a la que volveremos en el capítulo 10, ahora desarrollaremos el caso puro de la preferencia subjetiva, partiendo del lado de la oferta. Si viviéramos en el Reino Unido en el siglo XIX, probablemente estaríamos alabando las virtudes del patrón oro, tal como hicieron las autoridades francesas en los años 60. El argumento sería el siguiente: a medida que los intercambios de mercado se ampliaban en el tiempo y el espacio, involucrando a más y más gente que nunca se encontrarían cara a cara, crecía la necesidad de adoptar un medio de intercambio más práctico y universalmente aceptado. El oro, como mercancía fácilmente divisible y duradera, disponible en cantidades bastante restringidas, con otros usos diversos y, por lo tanto, valioso por derecho propio, presenta ventajas obvias para ser tal medio. Siempre que todo el mundo acepte algunas normas básicas en términos de no emitir billetes que prometan pagar oro sobre demanda mucho más allá de su stock inmediato, entonces el comercio puede tener lugar en una gran economía sin que el oro tenga que circular. Incluso si la confianza en los billetes disminuye, entonces el oro puede ser utilizado y el comercio puede continuar. Lo que sugiere que el gobierno no tendrá ninguna necesidad de intervenir en ternas monetarios a no ser que se produzca una amplia emisión fraudulenta de billetes que no cuente con el respaldo de un stock suficiente de oro. Internacionalmente, la utilización del oro corno dinero proporciona un mecanismo automático para c:.orregir los desequilibrios del comercio nacional. El mecanismo funciona de la siguiente fonna: una nación con un déficit comercial general, es decir, que compra más del exterior de lo que vende en términos de precios oro, sufriría una salida de oro para pagar las importaciones no igualadas por las exportaciones; las personas que perdieran oro deberían reducir la cantidad de billetes que circularan en su nombre para igua1ar esta pérdida. Así, una menor cantidad de billetes se enfrentaría a una oferta no disminuida de mercancías y el valor de'cada billete estándar restante en términos de lo que puede comprar subiría. Por ejemplo, un billete canjeable por un gramo de oro sería ahora intercambiable por una mayor cantidad de harina que antes.
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Esto es equivalente a una caída en el precio oro de los productos en la economía nacional. Los extranjeros con oro podrían comprar mayores cantidades de bienes y las exportaciones totales tenderían a aumentar; en cambio, las importaciones caerían ya que los productos producidos localmente parecerían más competitivos en términos de oro en comparación a los sustitutivos extranjeros. Los problemas con el patrón oro son dobles. En primer lugar, podrían producirse cambios repentinos en la oferta por compañías privadas y gobiernos que controlaran las reservas de oro, bien en las minas o en cámaras acorazadas. Estos cambios podrían producir problemas altamente indeseables si supusieran grandes ajustes. En segundo lugar, es difícil asegurar que los individuos, compañías y gobiernos obedezcan las normas de sólo imprimir billetes en relación a las reservas de oro existentes. Los gobiernos se han mostrado muchas veces poco dispuestos e incapaces de hacer cumplir estas normas a los demás, y cuando se han legislado a sí mismos el virtual monopolio sobre la impresión de moneda, han roto las normas casi invariablemente. Una alternativa radical al sistema del patrón oro ha sido defendida por los partidarios más duros de la visión del mundo de la preferencia subjetiva. Afirmando que siempre es de interés para los gobiernos y contra el interés general el expandir la oferta de dinero para aumentar la capacidad del gobierno para comprar bienes, algunos escritores, como Hayek, recomiendan que la única solución puede ser que los bancos privados prácticamente desregulados puedan imprimir su propia moneda hasta el nivel que desee cada propietario de banco. Esta solución encaja totalmente con los principios de la preferencia subjetiva, ya que pone la responsabilidad de sus acciones directamente sobre las espaldas de los individuos, eliminando las ilusiones de que el patrón oro les protege de la avaricia de sus conciudadanos en su papel de banqueros y que los políticos son protectores de cualquier interés que no sea el suyo. A pesar de ser admirable por su coherencia con los principios de la preferencia subjetiva, esta alternativa es demasiado fuerte incluso para Milton Friedman. En términos analíticos, se podría afirmar que la entrada en y la salida del negocio bancario bajo estas condiciones sería tan sencilla que el mercado del dinero estaría crónicamente propenso a la expansión y la contracción cumulativa, produciendo de nuevo riesgos de interrupción de la oferta de dinero y de dislocación de toda la economía. Esta contracción cumulativa podría constituir una explicación monetarista causal de la depresión económica de los años 30 en los Estados Unidos. Hoy en día, la visión convencional de los teóricos de la preferencia subjetiva sobre la oferta monetaria es que el gobierno ejerce y debería ejercer una influencia considerable sobre la oferta monetaria doméstica. El objetivo de control completo es imposible, ya que el gobierno sólo puede controlar directamente la base y no la altura de una pirámide de creación de dinero en cualquier economía en la que los talones de los bancos privados se utilicen ampliamente. La influencia gubernamental podría utilizarse para limitar la rápida expansión o contracción de la oferta monetaria actuando en la base monetaria de forma decisiva, proporcionando dinero al sistema bancario en tiempos de contracción y rehusando proporcionar dinero para la expansión rápida, aunque esto debe suponer casi inevitablemente la aceptación de una impopular subida de los tipos de interés. Es esta fuerte pauta de política económica la que ha dado el nombre de «monetarismo» a la política económica de la escuela de pensamiento de la preferencia subjetiva. Pero debe recordarse que, en primer lugar, el «monetarismo» es una polí-
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tica que expresa una profunda confianza en el sistema de libre mercado y, en segundo lugar, que incluso esta política no se extiende a la esfera monetaria internacional. Internacionalmente, no existe ninguna razón para que el gobierno intervenga en el libre funcionamiento de los mercados para las monedas nacionales. En tales merca. dos, la unidad monetaria de cada país se expresa en términos de las unidades monetarias de otros países. Estos mercados corrigen los desequilibrios en las posiciones comerciales nacionales haciendo subir el valor de las unidades monetarias que son escasas (las monedas de los países que están exportando un mayor valor de bienes y servicios del que están importando) en relación a las unidades monetarias que son abun· dantes (las monedas de los países que están comprando un mayor valor de bienes y servicios del exterior del que están vendiendo), tendiendo así a compensar los dese· quilibrios. La actividad del gobierno está limitada al nivel nacional e, incluso a este nivel, la política económica sólo debe ocuparse de objetivos relativamente amplios, no del ajuste preciso de una variable rigurosamente definida. Así, los monetaristas podrían admitir que precisamente es difícil definir lo que significa el dinero para cualquier economía y seguir afirmando que si la oferta monetaria, por cualquier definición, aumentara o disminuyera en más de un 10% en un año, entonces el gobierno estaría desatendiendo su deber en comparación con una situación en la que la oferta monetaria, por la misma definición, aumentara o disminuyera un 5% o menos. Dado que una sociedad de libre mercado tiende a llegar a estados de equilibrio general y puede ajustarse fácilmente a cambios graduales en los gustos y capacidades de sus miembros individuales, siempre que el gobierno compense las fluctuaciones sustanciales en la oferta de dinero, entonces puede parecer innecesario pasar a discutir la demanda de dinero. Sin embargo, la demanda de dinero ha sido el centro de muchos debates por derecho propio. La razón de este interés no reside en la lógica interna de la teoría de la preferencia subjetiva, sino en la proposición planteada en el desarrollo de las ideas keynesianas de que, en ciertos momentos cruciales, grandes cantidades de dinero dejarían de utilizarse como medio de intercambio. En esos tiempos, mantener la oferta de dinero estable supondría aceptar una caída sustancial en la cantidad efectiva de dinero en la economía, con un consiguiente impacto perjudicial sobre muchas decisiones individuales. Esta situación teórica fue llamada la trampa de la liquidez, y tiene la distinción de haber sido cuidadosamente enseñada a los estudiantes de economía durante unos treinta años sin haber sido jamás observada. Un paralelismo bastante cruel sería si la anatomía de los dragones apareciera en el programa de estudio actual de la bio~ logía. Con monótona regularidad, los economistas han observado que los valores totales de la actividad en una economía están fuertemente correlacionados estadísticamente con las ofertas de dinero durante el mismo periodo. Pero la crítica teórica a la trampa de liquidez presentada por Milton Friedman revela algunas cosas sobre el economista de la preferencia subjetiva más conocido actualmente y, más específicamente, muestra el mecanismo del rnonetarismo como un conjunto de políticas económicas. Friedman trata la demanda de dinero justo como cualquier otra relación de demanda. Los individuos demandan dinero porque tiene un uso para ellos, es decir, posee utilidad. El uso principal del dinero es facilitar compras actuales de bienes y servicios. En este papel, es muy difícil sustituir cualquier otra c·osa por dinero. Las técnicas de intercambio y los gustos individuales por tener dinero cambiarán, pero estos cambios serán probablemente sistemáticos y graduales, respectivamente. Descartar el concep-
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to de una función de demanda de dinero debido a que se dan este tipo de cambios significaría descartar todas las funciones de demanda, no sólo la de dinero. Sin embargo, el dinero juega un segundo rol que es el de almacenar poder adquisitivo para el futuro (depósito de valor). En este rol, el dinero tiene muchos sustitutos que pueden ser agrupados en tres categorías principales: bienes físicos, activos financieros y formación personal. Los bienes físicos son sustitutos atractivos del dinero como reserva de poder adquisitivo porque cualquier aumento general de los precios significará que, en el futuro, se podrán comprar menos bienes. Los activos financieros son atractivos porque o se pagan intereses, en el caso de los bonos del estado, o, en el caso de las acciones de empresas, existe la probabilidad de que los beneficios aumenten su valor. La formación para aumentar un talento natural es atractiva porque puede producir un mayor flujo de poder adquisitivo durante el resto de la vida laboral. En base a esto, Friedman pudo sostener que la demanda de dinero como reserva de valor es teóricamente la misma que cualquier otra relación de demanda. Existen sustitutos cercanos con ventajas diferentes que quitarían gran parte de la tensión de cualquier ajuste a unas circunstancias cambiantes, y no hay ninguna razón para esperar que la cantidad de dinero demandado se vea afectada drásticamente. Habiendo deducido esta predicción desde los supuestos estándar de la preferencia subjetiva, Friedman se propuso entonces comprobar estadísticamente esta predicción y fracasó en falsear la hipótesis de que la demanda total de dinero es casi totajmente dependiente del valor total de la actividad económica corriente. Este trabajo puede verse como un ejemplo clásico de teorización de la preferencia subjetiva que cumple todos los criterios que explicamos en la sección 4.1. Desde entonces, existe una buena razón para suponer que el uso principal del dinero es para financiar las transacciones corrientes. Vamos a realizar ahora esta hipótesis y combinarla con las visiones dominantes de la preferencia subjetiva sobre la oferta monetaria para examinar la mecánica del monetarismo. Cualquier gobierno que desee incrementar el tipo y los niveles de actividad no está dispuesto ni a aumentar los impuestos para financiarlos debido a la impopularidad política resultante, ni a endeudarse porque esto puede absorber directamente recursos de la inversión. Esto produce una tendencia a expandir la oferta monetaria a través~or ejemplo, de pagos en efectivo o en cheques a los nuevos empleados y a los proveedores privados; un aumento no igualado eliminando dinero en otras partes. Los nuevos empleados y proveedores se encuentran con que tienen más liquidez de la que quieren, y entran en varios mercados para comprar bienes y servicios que prefieren tener en lugar de esas sumas de dinero. Pero la economía se encuentra ya en un estado de equilibrio general y las personas no están dispuestas a vender esos bienes y servicios a menos que se les ofrezcan precios más altos. Por lo tanto, todos los precios tenderán a subir, una situación llamada inflación. Es decir, que el valor de la actividad total crecerá de forma aproximadamente proporcional al aumento en la oferta monetaria debido a que los precios habrán subido, y no debido a un aumento en la actividad económica real, y sólo en esta situación dejarán los individuos de intentar deshacerse de los saldos excesivos de dinero. Es el cambio inesperado de los precios lo que erosiona directamente la confianza de los individuos en los contratos, y para la teoría de la preferencia subjetiva, la pérdida de la confianza en los contratos significa la pérdida de confianza en la sociedad civilizada. Las alternativas extremas a la ley natural de los mercados son la tiranía política y la ley natural de la jungla.
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Para un gobierno que desee evitar estas alternativas existen tres caminos, dos de los cuales son rechazados por la teoría de la preferencia subjetiva. En primer lugar, el aumento de los impuestos o del endeudamiento para financiar cualquier aumento de la actividad económica gubernamental no es deseable porque erosiona esa libertad de elección individual que se encuentra en el centro de la ética de la preferencia subjetiva. En segundo lugar, incorporar aumentos generales de los precios a los contratos relacionados con los pagos futuros no es deseable porque precisamente esta indexación es poco probable que anticipe cambios futuros de los precios específicos y los efe~tos distributivos arbitrarios de esta imprevisibilidad también amenazan la confianza. En tercer lugar y deseablemente, el gobierno elimina la inflación reduciendo directamente su contribución a la tasa de crecimiento de la demanda de dinero, asistido por la reducción de su propia actividad económica. Desafortunadamente, mientras que introducir inflación en una economía es fácil, eliminarla es difícil. Muchos individuos que contrajeron contratos especulativos que anticipaban el endeudamiento con la expectativa de repagarlo a partir de ingresos económicos futuros, aumentados por los incrementos futuros de los precios, encontrarán que no pueden cumplir con esos contratos a partir de una oferta monetaria disminuida, lo que causará bancarrotas y la caída de la actividad económica real. Sólo después de haberse completado este proceso, afectando inevitablemente al empleo, disminuirá el aumento de los precios y se reafirmará la relacióh dominante entre los cambios en la oferta monetaria y los cambios en los precios. Sin este doloroso proceso, que puede durar años, es probable que los aumentos generales de precios se aceleren y que crezca la amenaza a la débil estructura de la civilización. La teoría de la preferencia subjetiva admite la posibilidad del colapso de la civilización, experimentado como una pérdida general de la libertad individual y la aparición de la tiranía política. El impredecible y continuado aumento de los precios debido a la irresponsable expansión gubernamental de la oferta monetaria es una vía posible liacia este colapso. 4. CONCLUSIÓN! HACIA UNA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE LA PREFERENCIA SUBJETIVA
La teoría de la preferencia subjetiva en su forma actual parece formidable. La pérdida de prestigio teórico en «la controversia sobre el capital»* provocó un retorno a planteamientos más rigurosos sobre la teoría del equilibrio general. Las construcciones más bien abstractas del equilibrio general han sido más que compensadas por las claras recomendaciones de política económica del rnonetarismo. Así, al combinar una teoría compleja con una política simple, la escuela del pensamiento económico de la preferencia subjetiva parece poderosa en su llamada tanto a la fe corno a la razón. La fe reside en el supuesto del individualismo autoafirmativo como esencia de la naturaleza humana. Como en todas las doctrinas de la naturaleza humana inmutable, existe un elemento de circularidad en el argumento. La afirmación de que todas nuestras acciones se realizan en búsqueda de la ganancia de utilidad individual es incuestionable si aceptamos la hipótesis de que la utilidad individual máxima es lo que buscamos. El por qué este hambre de ganancia personal debería pararse en los contratos de acuerdo mutuo es una
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Se refiere a un amplio debate teórico que tuvo lugar en los años sesenta entre Jos neoclásicos y sus críticos que concluyó co.n la victoria de estos últimos [nota de los editores].
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pregunta difícil. Otra cuestión delicada es la de si todas las personas que rechazan aceptar que la teoría de la preferencia subjetiva describe el mundo, y que sólo puede explicarse en términos de criminalidad y locura, merecen perder su libertad. Por lo tanto, si todos los seres humanos están por su propia naturaleza condenados a buscar su propio interés individual y, bajo circunstancias sociales favorables, están dispuestos a aceptar la disciplina del contrato, entonces ¿qué tipo de criatura estaría en contra de este estado de la sociedad? Obviamente, la respuesta es una criatura que no sea totalmente humana. La no aceptación del contrato es la prueba de una personalidad criminal, tanto si la no aceptación se manifiesta en forma de robo o de huelga. La no búsqueda del interés propio, incluyendo algo de moderado altruismo gratificante es primafacie evidencia de locura, sea con la etiqueta de santo o de lunático. En una sociedad civilizada, a esta desviación sólo puede hacérsele frente con la fuerza, antes de que amenace a la misma estructura de la civilización, ya que, igual que la inflación, disminuye la confianza general en los contratos. Cuando los desviados son sociedades enteras, entonces el enfoque de la preferencia subjetiva de la política internacional puede legitimar el imperialismo, como una misión civilizadora para aquellos individuos dispuestos a aceptar los principios de la civilización, y también justificar la represión de todos los bárbaros restantes. Dentro de una sociedad civilizada, los políticos son el problema principal. Al buscar la popularidad para su promoción propia, los políticos casi siempre rompen las normas del contrato ofreciendo aquello de lo que no son propietarios a un precio que no refleja el coste de oportunidad real de los recursos. Así, cuantos menos recursos tengan para utilizar, mejor para la teoría de la preferencia subjetiva. Pero si se acepta que la soberanía debe residir en las instituciones políticas para garantizar los contratos bajo la ley, entonces es difícil establecer limitaciones vinculantes a los políticos como grupo. Las limitaciones apropiadas pueden incluir las constituciones escritas; la separación de poderes entre el ejecutivo, el legislativo y el judicial; y los bajos salarios a los políticos, obligándoles a tener recursos económicos además de la representación política. Estas limitaciones formales son importantes, pero incluso más significativo ha sido el cambio de la política económica de la preferencia subjetiva desde visiones formales (y muchas veces elitistas) de este tipo sobre un sistema político deseado, hacia una posición mucho más populista. En esta última posición, el sufragio universal se vuelve deseable como la restricción más efectiva a la ambición política, ya que el «ciudadano medio» conoce la realidad de la visión del mundo de la preferencia subjetiva y, al final, elegirá a favor de aquellos políticos que hablen en términos de esa realidad. Algunos políticos menos escrupulosos pueden intentar hacer atractiva su política parlicular haciendo publicidad y utilizando envoltorios brillantes, pero, como en todas las afirmaciones falsas, el consumidor perspicaz sólo se equivocará una vez. El sufragio universal combinado con el derecho a formar grupos de presión para informar mejor al resto de ciudadanos y a los políticos sobre temas concretos es un concepto de democracia totalmente compatible con gran parte de la teoría de la preferencia subjetiva. Sin embargo, esta defensa de la democracia no es muy coherente con la actitud más represiva hacia la oposición política presente en las definiciones restrictivas de la naturaleza humana y de la civilización. El énfasis en la ley y el orden fuertes y en la defensa nacional en el interés de la civilización coexiste incómodamente con la proclamación de la libertad
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humana fundamental. En tiempos de estrés, la intolerancia con la oposición puede no permanecer limitada a los criminales y los extranjeros. La crítica de la economía política de la teoría de la preferencia subjetiva puede empezar a partir del examen de esta contradicción entre la negación de una oposición razonable y la proclamación de la libertad individual. Pero esa crítica tiene también que explicar la ascendencia actual de la economía de la preferencia subjetiva como base de la política económica de
muchos países en los años 80. Aquí, la base de este éxito sólo la sugeriremos. En primer lugar, el apoyo a los partidos políticos que adoptan la lógica de la economía de la preferencia subjetiva por parte de aquellos que reciben ingresos importantes en forma de rentas, intereses y dividendos es antiguo. A principios del siglo xx, economistas como Irving Fisher y J. B. Clark en los Estados Unidos estaban utilizando el concepto de utilidad para justificar este tipo de pagos. Estas justificaciones reconocían que este tipo de recompensas no estaban directamente asociadas a actos de trabajo o a la asunción de riesgos de perdida de recursos, ya que este último elemento se ve en gran parte reducido por la capacidad de poseer una cartera de activos que representen participaciones en muchas empresas a través de la bolsa. El argumento consiste en que, en un mundo de individuos en competencia buscando su propio interés dentro de las normas del contrato libre, estos pagos sólo los realizarían los empresarios si, en general, hubiera reticencia a dedicar recursos para el futuro, a pesar de que los procesos de producción más prolongados produjeran más o mejores mercancías (los ejemplos obvios son los árboles plantados para conseguir madera y la maduración del vino). Por lo tanto, las mejoras productivas que requerirían tiempo para implementarse, es decir, la mayor «duración» en la producción, sólo se llevarían a cabo si algunas personas estuvieran dispuestas a sacrificar algo que la mayoría de gente valorara mucho, es decir, la satisfacción inmediata a través del consumo. Analíticamente, el pago de intereses es la recompensa natural a este aplazamiento. Así, los que reciben intereses, rentas y dividendos como ingresos pueden justificar su posición con la teoría de la preferencia subjetiva, y sólo con esa teoría. Este argumento puede extenderse del interés propio de los individuos en la distribución a todo el sector financiero cuando este sector es visto como la agencia vital para enlazar grupos enteros de transacciones. Esto incluye la vinculación del presente con el futuro a través de los seguros de vida y los planes de pensiones, la paulatina transferencia del control sobre los recursos a manos de los nuevos empresarios, y el reforzamiento de las presiones competitivas a través de la amenaza continua del reemplazo de los gerentes complacientes si se olvidan de sus accionistas. Así, los corredores de bolsa, los reaseguradores y los banqueros pueden considerar las peticiones de donaciones políticas a los partidos adheridos a las visiones de la preferencia subjetiva con mucha simpatía. Detrás de este evidente egoísmo individual y empresarial existe un atractivo más mñpnopero menos seguro. Cualquier éxito en la obtención de un ingreso real mayor es un signo de mérito social en la teoría de la preferencia subjetiva. La utilidad general está reflejada en los precios. Por lo tanto, el ser bien pagado no sólo da seguridad material, sino también prestigio social. En una economía en expansión, aquellas personas que están recibiendo ingresos más altos pueden asociar esas ganancias al logro individual y aceptar la visión liberal de la preferencia subjetiva del mundo como adecuada a su
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experiencia. En tiempos de depresión, aquellos que sufren más directamente pueden ser fácilmente atraídos por la parte represiva de la política de la preferencia subjetiva,
ya que se buscan cabezas de turco culpables de que la economía no se encuentre en su equilibrio general natural. En la creencia de que, cuando estos «provocadores» sean eliminados, la sociedad recuperará su equilibrio robado. «Yo soy responsable del éxito, otro es responsable del fracaso» es una afirmación muy atrayente, a no ser que dejes de ser «YO» y te conviertas en «el otro» a ojos de un gobierno. Por ejemplo, en términos dramáticos, «yo» abandono mi trabajo como una expresión de libertad personal, el «otrm> es un huelguista descerebrado. «YO>> presiono a mi representante en el Parlamento, «otro» intenta intimidar para llegar al poder. De esta forma, volvemos a la contradicción de que la economía de la preferencia subjetiva parece finalmente ser incapaz de responsabilizarse de su propia autoproclamada creencia de que su expresión política natural es un liberalismo abierto. Su indudable lógica está demasiado fácilmente ligada a la política de la intolerancia y la defensa brutal de la propiedad privada contra aquellos que tienen poco o nada. Pero las ideas de la economía de la preferencia subjetiva siempre han sido desafiadas, porque las visiones que ellos rechazan también han encontrado portavoces influyentes. El primer portavoz de esta oposición reconocido como un gran economista fue David Ricardo, cuyas ideas examinaremos en el próximo capítulo.
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Monetarismo'
Bernhard Felderer, Stefan Homburg
El drama monetarista era bastante confuso desde el principio, pero ¡qué puesta en escena! Aparentemente, dos campos de científicos respetables luchando entre sí hasta la muerte, sin que la verdadera causa de este desacuerdo apareciese claramente. Ésta parece ser la impresión que el público tiene de la situación actual de la macroeconomía, y toda esta controversia evidente y forzosamente recuerda los primeros tiempos de la «revolución keynesiana». Por suerte, en la última década, el debate ha perdido considerablemente su carga emocional de tal forma que, hoy en día, una explicación equilibrada de estos temas no parece difícil. Sin embargo, resulta difícil proporcionar una definición concisa de «monetarismo». Un primer enfoque provisional podría ser el siguiente: el monetarismo es la teoría cuantitativa reformulada, y su aseveración principal es que la evolución de la renta nacional nominal está dominada por los cambios en la oferta monetaria. Esta definición es de uso común, breve, vacía y, sin duda, demasiado limitada. La ambigiledad del término que estamos considerando aparece más fácilmente si preguntamos por su opuesto: en primer lugar, monetarismo-fiscalismo parece ajustarse mejor. En tal caso, el monetarismo debe considerarse corno una posición pragmática que, por razones que más tarde explicaremos, prefiere la política monetaria a la fiscal. Este es sin duda un primer aspecto del tema. ¿O es el monetarismo lo contrario del keynesianismo? El primero sería entonces una teoría cuyos seguidores considerasen a la teoría keynesiana falaz, insuficiente o irrelevante. Esta definición es la que parece ser predominante entre los economistas. En tercer lugar, el monetarismo a menudo se concibe como un anti-activismo, siendo, por tanto, una variedad del liberalismo económico. Como parece que el público considera que ésta es la característica esencial del monetarismo, la aceptarnos como un aspecto adicional. Antes de entrar a discutir el monetarismo en términos de estos tres aspectos, debemos efectuar algunas observaciones generales. Es importante señalar que el término «monetarismo» no denota una escuela económica con una doctrina fija, sino más bien un movimiento que empezó en los años cincuenta y que desde entonces ha evolucionado y cambiado. Por lo tanto, la siguiente caracterización de monetarismo no se puede aplicar a todos los llamados «monetaristas», esto es, a Karl Brunner, Philip Cagan, Milton Friedman, David Laidler, Allan H. Meltzer y Jerome L. Stein, por nombrar unos pocos. Además, los monetaristas y los keynesianos no constituyen dos campos bien diferen-
'
Publicado en: Felderer, Bemhard; Homburg, Stefan. «Monetarism». En: Macroeconomics and new 171~185. Traducción: Beatriu Kr.tyenbühl.
macroeconomics. 2" ed. Berlín: Springcr Verlag, 1992, p.
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ciados e intransigentes; más bien «el monetarismo puro» y el «keynesiansmo puro» son los extremos imaginarios de una línea, y la mayoría de los economistas se sitúa en algún lugar entre ambos. A pesar de ello, nuestra exposición polarizadora es adecuada para mostrar las diferencias que realmente existen. Hoy en día, el monetarismo se interpreta como una «Contrarrevolución» a la «revolución keynesiana», originariamente iniciada por Milton Friedman y formulada por éste y sus colegas hasta alcanzar hoy en día el estatus de la ortodoxia. Según nuestro punto de vista, tres fueron las razones principales responsables de esta «contrarrevolución». En primer lugar, la «revolución keynesiana» nunca consiguió una victoria completa, en parte por razones ideológicas. Los «miedos>> y las «esperanzas» de que el sector gubernamental avanzaría como resultado de esta doctrina resultaron ser ciertos; y los «miedos» confonnaron un suelo fértil para cualquier contrarrevolución. Sin embargo, uno debiera tener cuidado de no considerar la controversia monetarista~keynesia na como un debate esencialmente ideológico. Las cosas no son tan simples y más tarde explicaremos por qué. Una segunda causa importante del ascenso del monetarismo fue el desarrollo de la teoría monetaria. Pero el interés creciente por el dinero no fue característico únicamente del monetarismo sino de la mayor parte de la investigación macroeconómica desde Keynes: ya hemos mencionado a Hicks, Patinkin, Tobin y Davidson. Por otra parte, el monetarismo tuvo un papel muy activo en conectar la teoría monetaria (corro ejercicio académico) y la política monetaria (como la totalidad de las medidas prácticas). Sin embargo, los acontecimientos reales constituyeron la causa más importante de la contrarrevolución. Durante la segunda guerra mundial, muchos economistas tuvieron miedo de una prolongación, cuando no de un agravamiento, de la depresión anterior a la guerra. Keynesianos influyentes como Alvin H. Hansen o Abba P. Lerner1 predijeron un problema duradero de demanda insuficiente si las autoridades responsables no optaban por una política fiscal activa. Puesto que no estaban solos en esta opiQión, el énfasis principal de la política activista, tanto en los Estados Unidos como en todos los demás lugares, recayó sobre la política fiscal. Por otra parte, la política monetaria" quedó en último lugar y su principal tarea consistió en asegurar tipos de interés bajos para disminuir el problema de la deuda pública y quizá para que la inversión estimulara la demanda. Los cambios en la cantidad de dinero fueron casi completamente ignorados. Hoy en día sabemos que en los años posteriores a la guerra no se produjo una disminución de la demanda agregada; más bien al contrario, hubo un movimiento al alza de la misma sin precedentes, y tanto la producción como el empleo se mantuvieron en niveles altos y estables durante largo tiempo. Siendo así, resulta fácil entender que el problema del desempleo perdiese interés público y fuese substituido por el problema de la inflación, el más apremiante por aquel entonces. Por consiguiente, los economistas profesionales, o por lo menos una fracción considerable de éstos, trasladaron su atención del empleo a la inflación: la base para el monetarismo estaba preparada.2 l.
2.
Hansen,A. H. (1941). Fiscal Po/icy and 1/ie Business Cycle. Nueva York: W. W. Norton; Lemcr, A. P. (1944). The Economicso[Control. Nueva York: MacMillan. Un análisis sociológico extraordinario de la revolución y de la Contrarrevolución se halla en Johnson, H. G. (197l). «The Keynesian Revolution and theMonetarist Counterrevoluition».American Economic Review(PP)61,p.l~14.
MONETARISMO
l. LAS BASES TEÓRICAS, O:
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MONETARISMO FRENTE A KEYNESIANISMO
El dinero es un velo, pero cuando el velo se agita, el producto real chisporrotea (Jol1n G. Gurley).
En esta primera sección deseamos discutir la teoría monetarista y explicar en qué aspectos difiere de la de los clásicos y de los keynesianos. El primer hito en la evolución de ]a teoría monetarista lo constituye el artículo de 1956 de Milton Friedman «The Quantity Theory of Money: A Restatemenb>. 3 La «reformulación» de Friedman combina elementos clásicos y keynesianos y es, substancialmente, una teoría de la demanda de
dinero. A fin de entender el análisis de Friedman, empecemos con una explicación de la equivalencia entre riqueza y renta. Si W11 denota una riqueza nominal y r representa un tipo de interés, entonces la renta nominal en un cierto período equivale a: Y11 = W" · r
(217)
Y a la inversa, la riqueza se puede calcular cuando la renta y el tipo de interés son conocidos:
Y" wn=r
(218)
Por lo tanto, «riqueza» y «renta» son sólo dos aspectos de la misma cosa puesto que cada tipo de renta puede considerarse como un rendimiento de un stock de riqueza. Si el interés viene dado, la riqueza produce una renta específica; y, al revés, el interés se puede calcular descontando el flujo de renta. Friedman no dedicó su atención hacia la riqueza actual, o la renta corriente, sino hacia las magnitudes permanentes. Si tomamos el caso extremo como ilustración: W11 es la riqueza que posee un individuo durante toda su vida; e yn es la renta media (permanente) de toda su vida. Esta nueva definición de los ténninos está estrechamente conectada con la investigación de Friedman sobre la función de consumo4 y es muy significativa para esta teoría. Supongamos, por ejemplo, de conformidad con Friedman, que el consumo no depende de la renta corriente sino de la renta permanente. Por lo tanto, la renta corriente determina el consumo sólo en cuanto es una fracción de la renta permanente. La hipótesis de la renta absoluta de Keynes se ve pues rechazada y substituida por la hipótesis de la renta permanente de Friedman. Ahora bien, cuando la renta corriente disminuye, los individuos reducen sus consumos sólo ligeramente, o incluso no los reducen en absoluto, puesto que forman sus planes de consumo en relación con la renta permanente. Si esto es cierto, los multiplicadores keynesianos son completamente insignificantes puesto que una reducción dada en la renta real no disminuye mucho el consumo. Como resultado de esta hipótesis de la renta permanente, el sector privado 3. 4.
Friedman, M. (l956). «The Quantity Thcory of Money: A Restatemem)). En: Friedman, M. (ed.). Studies in the Quanrity Themy of Money, Chicago: Chicago Press. Friedman, M. (1957). A Tlzeory ofthe Consumption Function. Princeton: Princeton Univcrsity Press.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
parece mucho más estable que lo que pretendían los keynesianos; y las alteraciones exógenas no causan procesos multiplicador significativos sino meros ajustes insignificantes. Friedman también aplica su concepto de renta permanente a la teoría de la demanda de dinero. La renta permanente es el rendimiento sobre un stock definido de forma bastante amplia de riqueza nominal que consiste en: -dinero: medios de pago con un valor nominal constante que no produce interés; -bonos: valores portadores de interés con un valor nominal constante; -acciones: derechos sobre los beneficios de una empresa; -bienes físicos; y - capital humano.
La idea de riqueza de Friedman abarca pues dos elementos que son nuevos para nosotros, a saber, los bienes físicos y el capital humano. Los bienes físicos tienen mucho en común con las acciones puesto que no están sujetos al peligro de la inflación. Difieren de las últimas porque no producen pagos en dinero, sino en especie. Los propios ejemplos de Friedman de coches y viviendas ilustran el hecho de que la «renta» derivada de los bienes materiales no consiste en dinero sino en utilidad directa. El capital humana es la totalidad de aquellas capacidades de un individuo que producen renta por el trabajo; en principio, se puede calcular mediante la suma de los ingresos por trabajo del individuo durante toda su vida descontados. Así pues, reconocemos de nuevo que cualquier renta puede ser considerada como procedente de un stock de capital adecuadamente definido. Sin embargo, el capital humano es sui generis en tanto que no puede de ningún modo ser intercambiado de forma instantánea por otros stocks de riqueza. Los bonos se pueden cambiar por dinero sin dificultad, mientras que la perfecta fungibilidad del capital humano sólo existe en un mercado de esclavos. Finalmente, la renta permanente son los ingresos obtenidos de los cinco bienes anteriores. Ahora ya estamos preparados para introducir la función de demanda de dinero de Friedman:
p
Y")
(-}
(+}
L 11 =f (P,r8,rE,-,-. p r (+} (-} (-}
(219)
La demanda nominal de dinero depende de los factores siguientes: -El nivel de precios corriente. Esto es debido al hecho (ya familiar para nosotros) de que los individuos quieren mantener un cierto nivel de saldos líquidos reales. -Las tasas de rendimiento r8 y rE sobre bonos y acciones, respectivamente. Estas dos ejercen una influencia sobre la demanda de dinero ya que los bonos y las acciones son substitutos de los saldos líquidos. Cualquier aumento en r 8 o rE aumenta el coste de oportunidad de tener saldos líquidos y, por lo tanto, tiende a reducir1os.
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-La tasa de inflación, É'IP. Pes la fórmula abreviada para dP/dt, es decir, el cambio en P en el tiempo. Dividiendo esta magnitud por P, obtenemos una tasa de crecimiento que indica el cambio relativo en P. Una tasa de inflación positiva ocasiona una reducción en el valor real de los saldos líquidos y por ello aumenta los costes de oportunidad de tener dinero efectivo. Por lo tanto, como norma, un aumento de P!P disminuirá la demanda de dinero. -El stock de riqueza que según (218) se puede calcular a partir de la renta permanente y la tasa media de rendimiento, r, sobre los cinco bienes.5
Se hacen necesarios dos comentarios. En primer lugar, subrayamos que deben distinguirse muy claramente los cambios en el nivel de precios y los cambios en la tasa de inflación. Un aumento del primero hace subir los saldos líquidos nominales, mientras que un aumento de la última los reduce. El primer caso se justifica mediante la observación de que los individuos desean mantener ciertos saldos líquidos reales. Por lo tanto, si los precios suben, los saldos líquidos nominales se incrementarán. Al segundo caso le aplicamos el principio de Jos costes de oportunidad; cuanto más alta es la tasa de inflación, más fuertemente disminuyen los saldos líquidos reales en el tiempo o, lo que es igual, mayores son los costes de mantener saldos líquidos. De ahí que los últimos se verán deliberadamente reducidos cuando la inflación aumente. En segundo lugar, se debe explicar la algo misteriosa tasa «n>. Más arriba hemos enumerado cinco bienes distintos, de los que se suponía que producen algún rendimiento pecuniario o no pecuniario. Sin embargo, de las cinco tasas de rendimiento correspondientes, sólo dos son medibles, a saber, los rendimientos de los bonos y de las acciones, r 8 y rE. Por lo tanto, Friedman abandona una explicación explícita de los otros bienes y asume que r, en tanto que media ponderada de las cinco tasas de rendimiento, varía «de algún modo sistemático» con r 8 y rE·- El problema se ha reducido pues a analizar dos tasas de rendimiento, y una valoración explícita de r resulta innecesaria: (220) En esta ecuación, hemos substituido la renta permanente por riqueza nominal porque se supone que su tasar está implicita en r8 y ~'E· Friedman asume después que los individuos no están sujetos a la «ilusión monetaria)) y que pretenden tener una cierta cantidad de saldos líquidos reales. Por Jo tanto, si ambos, los precios y la renta nominal permanente, se multiplican por A, la demanda nominal de dinero efectivo se incrementará por A, también: (221)
5.
En su artículo, Friedman tiene en cuenta dos magnitudes complementarias, a saber, la relación entre capital no·humano y humano (w) y las «preferencias» (11). Puesto que ambas no se pueden medir y son por ello desechadas por Friedman, no las hemos introducido.
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Si los precios y la renta nominal se duplican, por ejemplo, los saldos líquidos nominales también se doblarán a fin de mantener el nivel de saldos líquidos reales. Dado que (221) es válido para cualquier A., podemos escribir 1.. = 1/Y" para obtener: 1 ( p p ) -·V'- 1 yn -Jy urB• r E• p >
L" =!(_!___ yn rB• rE• _!_ p '
1) · Y"
(222)
(223)
Ahora pedimos al lector que compare (223) con la función de demanda de dinero de la teoría cuantitativa. Obviamente, las dos son bastante similares, siendo la única diferencia esencial que la demanda de dinero está determinada por una constante, y por una función en (223). De acuerdo con Friedman, el coeficiente de saldos líquidos (k) no es un valor numéricamente constante sino unafimción constante de algunas variables. Esto se considera como la diferencia más importante entre la teoría cuantitativa clásica y su reformulación. Puesto que la velocidad de circulación del dinero, es justo el recíproco del coeficiente de saldos líquidos, podemos definirla de la siguiente manera: (224)
Omitiendo la constante, «1», y substituyendo p¡yn por su recíproco, obtuvimos la velocidad de circulación del dinero como una función de la renta permanente real, de las tasas r 8 y rE, y la tasa de inflación. Mediante la condición de equilibrio para el mercado de dinero, M= L 11 , llegamos inmediatamente al resultado final, la ecuación cuantitativa reformulada: (225)
A la vista de la similitud de (225) con la ecuación cuantitativa, la expresión «reformulación de la teoría cuantitativa del dinero» parece bastante adecuada. Ahora debemos investigar las «novedades» específicas de la concepción de Friedman y considerar de qué modo está relacionada con la teoría cuantitativa original, con la teoría de la liquidez y con la teoría de la cartera de valores. La reformulación difiere de la fonnulación original de la teoría cuantitativa en que se concibe la velocidad de circulación del dinero como una variable dependiente del sistema, y no como una constante. Sin embargo, para ser justos, debemos añadir que en la literatura clásica también se hallan numerosas reflexiones sobre las determinantes de v, aunque el análisis de Friedman puede resultar más explícito y sistemático. La siguiente inferencia es importante para una adecuada estimación del monetarismo: a nivel teórico, los monetaristas no defienden que la velocidad de circulación del dine-
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ro sea una magnitud constante, sino que es una función establé de las cuatro variables enumeradas en (225). Por consiguiente, un cambio en ves concebible si resulta de un cambio en aquellas variables. Esta formulación parece teóricamente concluyente y está en desacuerdo con las formas toscas de la antigua teoría cuantitativa. Más todavía, no se puede falsear empíricamente puesto que las determinantes y u (renta permanente) y r (tasa media de rendimiento) no son medibles. El análisis de Friedman difiere de la teoría de la preferencia por la liquidez keynesiana que se puede representar mediante la ecuación M=L(Y, i) · P
(226)
por lo menos en tres aspectos. En primer lugar, el tipo de interés es substituido por cinco tasas de rendimiento distintas, aunque sólo dos de éstas son medibles y pueden ser tomadas en cuenta de forma explícita. Esta diferencia parece ser de importancia menor. Una segunda desviación surge del hecho que los dos enfoques emplean nociones de renta diferentes, a saber, renta permanente por un lado y renta cmTiente por el otro. La demanda de dinero keynesiana está sujeta a cambios espontáneos si la renta corriente vaña, mientras que la demanda de dinero de Friedman no lo está porque depende de la renta permanente. Puesto que la determinante yn en (225) es casi constante, la demanda de dinero de Friedman resulta ser mucho más estable que la de los keynesianos. En tercer lugar, la tasa de injlacióll aparece como una determinante decisiva en la ecuación (225); y se trata de un elemento nuevo, dinámico. Volveremos a este tema cuando examinemos el problema de la inflación. Finalmente, ¿cuáles son las diferencias entre el análisis de Friedman y la teoría de la selección de la cartera de valores de Tobin? De nuevo, éstas son la atención de Friedman a la tasa de inflación y su concepto de renta permanente. Aparte de esto, los dos enfoques son extraordinariamente similares. Después de estas observaciones introductorias respecto a las relaciones entre la cuatro teorías de la demanda de dinero, estamos ahora preparados para discutir las proposiciones centrales de Friedman en cuanto a su teoría, lo que se inicia utilizando la ecuación cuantitativa que, reformulada de forma abreviada, puede escribirse como M· v(.) =Y"
(227)
En sus consideraciónes teóricas, Friedman asume una oferta exógena de dinero nominal, M. Sin embargo, los saldos líquidos reales están determinados por los individuos, puesto que su comportamiento determina los precios nominales. Podemos analizar primero el impacto de una expansión monetaria. En el ejemplo más simple, el banco central distribuye dinero adicional por vía del «efecto helicóptero»: M aumenta. La demanda de saldos líquidos reales sigue sin cambiar por el momento; de ahí que los individuos intenten disminuir sus saldos nominales adicionales mediante la compra de mercancías, bonos, etc. Considerado de forma 6.
Aquí no utilizamos el término estabilidad en el sentido teórico (convergencia hacia un equilibrio) $Íno en el sentido estadístico (invariancia).
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macroeconómica, no lo conseguirán, puesto que el gasto de un individuo es el ingreso de otro. Pero la renta nominal yn : = Y· P aumentará. La cuestión es si el aumento de la renta nominal consiste en subir las rentas reales o en subir los precios. O, dicho de otro modo, ¿una política monetaria expansionista producirá una subida en el output o en la inflación? Este tema crucial difícilmente
puede resolverse utilizando el modelo de Friedman antes expuesto; por lo tanto, habitualmente él supone que la renta real está determinada dentro de algún tipo de sistema walrasiano. Por tanto, la expansión monetaria usualmente incrementará los precios; sin embargo, en algunos casos, Friedman admite efectos reales de la política maneta~ ria. Volveremos a este tema más tarde. Por ahora supongamos que de la expansión monetaria surgen efectos en los pre~ cios. Por consiguiente, no sólo los precios sino también la tasa de inflación aumentarán por algún tiempo. Esto ocasiona que la demanda de dinero disminuya puesto que los costes de oportunidad de mantener los saldos líquidos aumentan. Así pues, la duración media de retener el dinero, k, disminuye, y la velocidad de circulación del dinero, v, aumenta. Ahora bien, consideremos la ecuación (227). Cuando v aumenta debido a la expansión monetaria, la renta nominal debe subir más que en proporción a la cantidad de dinero. Supongamos, por ejemplo, que la cantidad de dinero aumenta en un 5%. Cuando v sube en un_2% por un corto periodo de tiempo, entonces la renta nominal debe subir en un 7%. ¡Pero únicamente de forma temporal! Porque, cuando el nivel de precios ha alcanzado un nivel 7% más alto que antes, la inflación se detiene y v disminuye hasta su valor original. Después debe tener lugar una deflación del 2%. El valor de equilibrio de la renta nominal sólo se consigue después de algunas desviaciones adicionales. Es 5% más alto que el original. La descripción de este en cierto modo enrevesado proceso produce un resultado importante: los cambios de-una-vez-por-todas (once-and-for-all) en la cantidad de dinero no producen efectos «Continuos» sino que dan lugar a desviaciones erráticas, cíclicas. La política discrecional parece ser altamente desestabilizadora. Seguidamente analizaremos el impacto de la política monetaria sobre las magni~ ludes reales. Según los monetaristas, los efectos reales se reflejan en primer lugar en retrasos temporales en la formación de expectativas. Consideremos una economía que ha presentado una tasa anual de crecimiento económico real de 3% durante muchos años y en la que el banco central ha incrementado la cantidad de dinero en un 5% por año. Asumiendo que la velocidad circular del dinero es constante, se ha observado durante un largo periodo de tiempo 2% de inflación por año. Los habitantes de esta economía están sin duda acostumbrados a la tasa de inflación anual; y cuando hacen contratos a más largo plazo (sobre el trabajo o el crédito, por ejemplo) tienen en cuenta este 2%. Ahora supongamos que tiene lugar un incremento espontáneo e inesperado en la cantidad de dinero. El consiguiente aumento de la inflación surge como una sorpresa para nuestros individuos y, a corto plazo, las tasas salariales reales y el tipo de interés real (el tipo nominal menos la tasa de inflación) disminuirán. Si los recursos no han sido completamente utilizados al principio, el empleo y la producción subirán. Por lo tanto, aquí nos encontramos con efectos reales de los cambios monetarios. No obstante, según la opinión monetarista, el empleo y la producción disminuirán hasta sus
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niveles originales, «naturales», tan pronto como las expectativas de inflación se hayan adaptado completamente. Esta consideración nos lleva a la noción de una tasa de desempleo natural. La tasa de desempleo natural es aquella tasa establecida por las fuerzas del mercado y que no puede ser permanentemente influida por medidas fiscales o monetarias. Según los
monetaristas, la tasa natural de desempleo viene determinada por problemas de ajuste friccionales, la tasa salarial real media y la estructura de los salarios reales. Observemos que ni se la considera como dada por la «naturaleza», ni que signifique una tasa «óptima» de desempleo. Se trata más bien de que la tasa de desempleo natural se define de forma análoga al tipo de interés natural que explicamos en el capítulo IV. La existencia de esta tasa de desempleo natural constituye un tema central en la controversia entre monetaristas y keynesianos. Típicamente, los keynesianos no admiten su existencia sino que argumentan que el gobierno es capaz de remediar el desempleo mediante una política fiscal o monetaria -por lo menos en principio-. Por otra parte, los monetaristas sostienen que la política fiscal no alterará en modo alguno la tasa de desempleo real mientras que la política monetaria lo hará sólo temporalmente. De lo anterior debiera resultar claro que los efectos de la política monetaria sobre la tasa de desempleo son temporales por naturaleza; pero, respecto a la política fiscal, es algo más difícil. El propio Friedman no tiene un instrumento analítico a su disposición para examinar los impactos fiscales. Sin embargo, defiende que la «política fiscal pura» siempre producirá un efecto desplazamientoltotal (total crowding-out): Parece absurdo decir que si el gobierno aumenta sus gastos sin aumentar sus impuestos, esto puede no ser expansionista por sí mismo. Tal política obviamente pone la renta en manos de la gente a la cual el gobierno paga sus gastos sin tomar ningún fondo adicional de manos de los contribuyentes. ¿No es esto algo obviamente expansionista o inflacionista? Hasta este punto, sí, pero ésta es sólo la mitad de la historia. Debemos preguntar de dónde obtiene el gobierno los fondos adicionales que gasta. Si el gobierno imprime moneda para satisfacer sus facturas, se trata entonces de política monetaria y nosotros estamos intentando mi~ar a la política fiscal. Si el gobierno consigue los fondos tomándolos prestados de la gente, entones aquellas personas que
prestan los fondos al gobierno tienen menos para gastar o prestar a otros.7 En pocas palabras: los gastos del gobierno financiados por los impuestos o por empréstitos suponen un efecto desplazamiento total. Este resultado está claramente en desacuerdo con el de Tobin que ya hemos discutido en el capítulo anterior. Desgraciadamente, el alegato de Friedman no se basa en un modelo analítico explícito; por ello sólo podemos pensar que desecha el efecto patrimonial de los créditos públicos y considera los valores del Estado y el dinero corno complementos. Fueron Jos más notables partidarios de Friedman, Karl Brunner y Allan H. Meltzer, quienes superaron esta falta de base analítica. Desarrollaron una serie de modelos continuamente modificados a fin de ofrecer un análisis minucioso de los mecanismos de transmisión de la política fiscal y monetaria y así eliminar el vacío teórico parcial del 7.
Fricdman, M. (1970). «The Countcrrevolution in Monetary Theory». Londres: Institute of Economic Affairs for the Wincott Foundation. Monografía 33, p. 19.
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monetarismo. Sin discutir sus extensos modelos8 en detalle, deseamos indicar sus principales características: En primer lugar, los modelos de Brunner y Meltzer se basan en la temía de la selección de la cartera de valores. Por esta razón, su enfoque también recibe el nombre de «monetarismo de la teoría de precios», por oposición al «monetarismo de la teoría neocuantitativa» de Friedman. Es particularmente sorprendente cuán reducidas son las diferencias entre los modelos monetaristas a la manera de Brunner/Meltzer, por un lado, y los modelos keynesianos a la manera de Tobin, por el otro, -por lo menos en lo que se refiere a sus instrumentos analíticos-. En segundo lugar, los modelos de Brunner y Meltzer comprenden un amplio espectro de bienes. Los autores luchan contra los intentos de definir el «monetarismo» como una teoría que asume una curva LM vertical, es decir, que asume que la demanda de dinero es peifectamente inelástica respecto al interés. Según ellos, el modelo IS/LM no puede servir como base de comparación porque no contiene suficiente información relevante, a saber, una gama completa de activos y tasas de rendimiento. Brunner y Meltzer llegan a resultados «monetaristas», aunque los autores no consideran que la demanda monetaria sea perfectamente inelástica respecto al interés, tal como hicieron los clásicos. En tercer lugar, los modelos de Brunner y Meltzer no pueden proporcionar un análisis completo de la economía porque no contienen un mercado de trabajo y toman la renta real como exógena. Este hecho muestra una vez más que el monetarismo contemporáneo es más una teoría de la inflación que una teoría del ciclo económico o incluso que una teoría del empleo. Mientras, el problema de la «ecuación perdida» del monetarismo (es decir, la que determina la renta real) se ha vuelto una palabra volátil Debido al desarrollo de la teoría de la cartera de valores y su utilización por los monetaristas, ha tenido lugar una convergencia de método entre las dos «escuelas», lo cual es una ventaja para todos los observadores de la controversia puesto que favorece la comparación. Este bien recibido desarrollo se echa a perder en cierto modo, ya que tanto los keynesianos como los monetaristas no siempre reconocen la convergencia. Especialmente cuando se lee a Brunner y Meltzer, se tiende a tener la impresión de que los autores consideran la teoría de la selección de la cartera de valores como un instrumento exclusivamente monetarista, mientras que, cuando hablan de «keynesianismo», parecen referirse únicamente al modelo de renta-gasto. Considerándolo todo, se puede afirmar que las diferencias de método entre los keynesianos modernos y los monetaristas se han vuelto insignificantes. En teoría, los dos temas centrales son: -la aceptación o el rechazo de la tasa de desempleo natural, y -las estimaciones divergentes del tipo y fuerza de las relaciones de substitución entre diversos bienes.
8.
Ver especialmente Brunner, K.; Meltzer, A. H. (1972}. «A Monetary Framework for Aggregative Analysis». En: Suplemento 1 de Kredit tmd Kapilal; Brunner, K.; Meltzcr,A. H. (1976). «An Aggregative Thcory for a Closed Economy». En: Stcin, J. L. (ed.). Monetarism. Amsterdam: North Holland.
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Respecto a Friedman, a este catálogo debe añadirse el concepto de magnitudes permanentes. Pero aún más importante que todo esto es la convicción de los monetaristas que el sector privado es estable en sí mismo -una convicción que los keynesianos no comparten-. 2. LAS INVESTIGACIONES EMPÍRICAS, O: MONETARlSMO FRENTE A FISCALISMO
La inflación es siempre y por todas partes un fenómeno monetario (Milton Friedman).
La reformulación de Friedman de la teoría cuantitativa del dinero constituye un buen ejemplo de la afirmación de Samuelson de que el impacto psíquico de una teoría no se corresponde con sus transformaciones equivalentes. De acuerdo con su estructura algebraica, parece estar más estrechamente conectada con la teoría cuantitativa clásica que, por ejemplo, con la teoría de la preferencia por la liquidez. Y, sin embargo, este no es el caso; en realidad, es más compatible con la teoría de la preferencia por la liquidez porque no considera la velocidad de circulación del dinero como una constante numérica. Por lo tanto, si Friedman se considera a sí mismo dentro de la tradición clásica, son las razones empíricas más que las teóricas las que deben ser responsables de tal opinión. De hecho, las diferencias empíricas entre los monetaristas y los keynesianos son más importantes que las teóricas. En un estudio exhaustivo de la obra Monetary Hist01y of the United States, 18671960, Milton Friedman y Anna J. Schwarz observaron el crecimiento de la cantidad de dinero, el nivel de precios y la renta a lo largo de más de un siglo. Llegaron a los resultados siguientes: l. Los cambios en el comportamiento del stock de dinero han estado estrechamente relacionados con los cambios en la actividad económica, la renta monetaria y los precios. 2. La interrelación entre el cambio monetario y el económico ha sido muy estable. 3. Los cambios monetarios a menudo han tenido un origen independiente; no han sido únicamente un reflejo de los cambios en la actividad económica.9
La primera frase es obviamente una formulación verbal de la teoría cuantitativa, pero más allá de esto también establece una relación entre la teoría cuantitativa, por un lado, y los precios y la renta real («actividad económica»), por el otro. En la segunda frase, los autores afirman la estabilidad numérica(!) de la velocidad de circulación del dinero. Esto significa una intensificación considerable del resultado de Friedman de que la velocidad de circulación del dinero es una función estable de diversas variables. Sólo aquí empieza Friedman a diferir de los keynesianos y a acercarse a los antiguos teóricos de la teoría cuantitativa. Específicamente, Friedman y Schwarz consideran que la elasticidad del dinero sobre el interés es -0,15 de promedio. Esto significa que si el interés disminuye de JO% a 9%, la demanda de dinero aumentará sólo en un 1,5%. 9.
Friedman, M.; Schwarz, A. J. (1963).A Monetm)' History ofthe United Sta/es, 1867-1960. Princeton: Princeton University Press. P. 676.
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Finalmente, Friedman y Schwarz establecen en la tercera frase que la cantidad de dinero es, generalmente, exógena. Esto se refiere a un tema que no hemos mencionado hasta ahora: en los modelos anteriores, siempre asumíamos que la cantidad de dinero estaba dada, un supuesto que ya motivó que los sentimientos se exaltasen en el siglo XIX. La disputa entre la escuela monetaria y la escuela bancaria versaba justamente sobre este tema. Contrariamente a la escuela monetaria, la escuela bancaria negaba que el banco central pudiese controlar la oferta monetaria. Para reforzar este punto de vista, que ha sobrevivido hasta hoy, se proponen los siguientes argumentos: -En primer lugar, la política monetaria se concibe como una cuerda. Se podría tirar de ella para disminuir la oferta monetaria, pero no se la puede empujar porque no se puede forzar a nadie a tomar dinero. Por lo tanto, la política monetaria puede ser restrictiva pero no expansionista. -En segundo lugar, se propone una amplia definición de «dinero>>. Si la cantidad de dinero incluye talones, letras de cambio y similares, el banco central posiblemente no pueda controlar la oferta monetaria total. Si las autoridades reducen una parte de la oferta monetaria, pongamos MI,las personas pueden compensarlo mediante la utilización de más efectos, por ejemplo. Así pues, según este punto de vista, el banco central no puede controlar la cantidad de dinero. Actualmente, este problema es bien conocido como la causalidad invertida. Los partidarios de la doctrina de la causalidad invertida afirman que la cantidad de dinero es endógena y que refleja meramente el nivel de actividad económica. La tercera afirmación de Friedman y Schwarz se opone a esta causalidad invertida: los autores piensan que la oferta monetaria es principalmente exógena. Esta exogeneidad es un prerequisito necesario del monetarismo: porque la frase «el dinero no importa» sería sólo realmente cierta si la cantidad de dinero fuese enteramente endógena. Por lo tanto, un monetarista es necesariamente un teórico de la escuela monetaria. Otro estudio adicional monetarista importante es el de Milton Friedman y David Meiselman 10 . Se refiere a «La relativa estabilidad de la velocidad monetaria y el multiplicador de la inversión)). Friedman y Meiselman intentaron descubrir si el monetarismo o el keynesianismo era respaldado por la evidencia. A fin de llevar esto a cabo, propusieron una regla básica sorprendentemente simple, reduciendo el monetarismo y el keynesianismo a una ecuación cada uno:
yn =a + b · M «Monetarism» Y11 =e+ d · A11 «Keynesiasm»
(229) (229)
Aquí, a, b, e, y d son los coeficientes de las regresiones lineales que se tienen que estimar. La primera ecuación representa la proposición monetarista de que la renta nominal está principalmente determinada por la cantidad de dinero. La segunda ecuación pretende describir el modelo renta-gastos en la que «los gastos autónomos», A n, 10. Friedman, M.; Meiselman, D. (1963). «The Relative Stability ofMonetary Velocity and the Invesunent Multiplier in the United States 1897-1958>). En: Commission on Money, Credit and Commerce (ed.). Stabilization Policies. Englewood-Cliffs: Prentice-Hall.
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es decir, la inversión y la demanda pública, son los determinantes cruciales de la renta nominal. Sin embargo, para evitar el problema de la correlación espuria, Friedman y Meiselman no calcularon estas dos ecuaciones, sino las dos siguientes, en las que se substituye renta por consumo: C" =a+ b · M «Monetarism» C11 =e+ d ·A" «Keynesiasm»
(230) (231)
Llegaron al resultado de que la relación entre la cantidad de dinero y el consumo nominal está mucho más próxima que entre el gasto autónomo y el consumo. Por lo tanto, infirieron que -la función de demanda de dinero es mucho más estable que la función de consumo; -es la cantidad de dinero, y no la demanda autónoma, la que ejerce la influencia decisiva sobre el consumo; -y hay que esperar que la política monetaria tenga un impacto mayor que la política fiscal.
No resulta sorprendente que estas conclusiones fuesen impugnadas. Entre las diversas críticas 11 , hay dps que son especialmente importantes: -el enfoque anterior no describe la teoría keynesianan de forma adecuada, mientras que encaja bastante bien en el monetarismo. Debido a que el keynesianismo no se puede reducir a una ecuación, la estimación tiene que estar a favor del monetarismo. En resumen, las ecuaciones (230) y (231) respaldan la proposición monetarista desde el principio; -la estrecha correlación entre cantidad de dinero y consumo nominal no basta para establecer que la primera determina el segundo. Por el contrario, también se producirá una relación muy estrecha entre estas dos variables si la cantidad de dinero es endógena. Podría incluso ser cierto que en (230), M fuese la variable dependiente; por lo menos la estimación es incapaz de demostrar lo contrario. Por lo tanto, la controversia entre keynesianismo y monetarismo no se resolvió con las investigaciones empíricas. La evidencia en sí no fue cuestionada, pero las conclusiones inferidas de ésta sí lo fueron. Hasta ahora, la mayoría de keynesianos no consideran que su doctrina haya sido refutada por la investigación empírica de los monetaristas. Para resumir, podemos decir que los monetaristas extraen de sus investigaciones empíricas las siguientes conclusiones: -la renta nominal y el nivel de precios están determinados de forma sistémica sólo por la cantidad de dinero; 11. Ando, A.; Modigliani, F. (1965), (. Para iluminar este tipo de problemas, es importante que las comparaciones se hagan remontándose en el tiempo para incluir verdaderos economistas «clásicos». El presente ensayo pretende anticipar alguna de estas comparaciones, que puedan ser relevantes e importantes para los futuros historiadores del pensamiento económico,
partiendo del periodo en el que estamos viviendo. 2
El problema para la evaluación de las relaciones de Keynes con las demás escuelas del pensamiento económico está oscurecido por la nueva, y en aquel tiempo bastante sorprendente, definición de economistas «clásicos» con la que empieza la Teoría general. «Los economistas clásicos -escribe Keynes- fue el nombre inventado por Marx para referirse a Ricardo y James Míll y sus predecesores, es decir, los fundadores de la teoría que culminaría en la economía ricardiana»2• Si queremos ser justos con Marx
' l. 2.
Publicado en: Mcek, Ronald L. «The place of Keynes in the history of economic thought». En: Economics and ideology and otller essays. Londres: Chapman and Hall, 1967, p. 179-195. Traducción: Josep Sabater. Este ensayo es una versión mejorada y reescrita de un artículo que fue publicado en el Modern Quaterly, invierno 1950-1951. General Theory, p. 3, pie de página.
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debemos reconocer que esta afirmación no es lo suficiente exacta: Marx precisa cuidadosamente el periodo de la escuela clásica desde Petty a Ricardo en Inglaterra y desde Boisguillebert a Sismondi en Francia3. Tampoco esto es completo: Marx no sólo define los límites históricos de la escuela clásica, sino que también delimita lo que creía que eran las caractrísticas esenciales que la diferenciaban de las escuelas porteriores4. Keynes, sin embargo, no estaba interesado en este caso en hacer justicia a Marx, sino simplemente en vincular la etiqueta de «clásico» a una más larga lista de economistas. «Me he acostumbrado -Keynes continuaba- quizá perpetrando un solecismo, a incluir en "la escuela clásica" a los seguidores de Ricardo, es decir, a aquellos que adoptan y perfecciona la teoría económica ricardiana, incluyendo (por ejemplo) a J. S. Mili, Marshall, Edgeworth y al prof. Pigou.>> No cabe duda de que este «solecismo» fue un golpe de genio. No se podría haber descubierto una palabra mejor que «clásico», dados los propósitos básicos de Keynes, con la cual estigmatizar a sus predesores y resaltar lo que constituía la esencia de su propia contribución. Esto inmediatamente supuso el centrar la atención sobre el rechazo por Keynes de la ley de Say -entendiendo por ello, según Keynes, la noción que «la totalidad del coste de producción debe necesariamente ser gastado en el agregado, directa o indirectamente, en comprar productm> 5-, y sobre la expresa o implícita aceptación por muchos de sus predecesores. Ricardo y Pigou, que se podría pensar que raramente coincidían, fueron igualmente estigmatizados como reaccionarios a causa de que ambos, a su manera, habían creído en la legitimidad esencial de la ley de Say. Dada la sugestión del «solecismo» de Keynes, que pone especial énfasis en la continuidad de la ley de Say en la corriente del pensamiento económico desde Ricardo a nuestros días, es necesario añadir inmediatamente que ello comporta oscurantismo, en el sentido que esconde una muy importante discontinuidad que separa la economía «clásica» en el sentido de Marx de los sistemas que le sucedieron. Ya que esta discontinuidad puede ser importante para la evaluación del lugar de Keynes en la historia del pensamiento económico es preciso decir algo más. Y el punto de partida más relevante aquí, pienso, es la afirmación de Marx de que la escuela clásica llegaría a reconocer franca y ampliamente que el proceso económico no estaba después de todo libre de «dificultades inherentes». Pero si hubiera vivido para ver la «revolución keynesiana», habría podido insistir en que el análisis de Keynes de esas «dificultades inherentes» resultaba seriamente inadecuado, precisamente debido a la continuidad del pensamiento keynesiano respecto a la antigua tendencia post-ricardiana de hacer abstracción de las relaciones de producción. En otras palabras, probablemente podría haber explicado Jo inadecuado que resultaba el análisis keynesiano de las «dificultades inherentes» en términos similares a los que utilizó para explicar la inexistencia de tales dificultades en el caso de los economistas ortodoxos de su propio tiempo. A este punto nos referiremos de nuevo más adelante. Entre tanto, vamos simplemente a hacer notar que la definición de Keynes respecto a los economistas «clásicos», dando énfasis a la continuidad de la ley de Say y glosando sobre un número de diferencias vitales entre el pensamiento clásico y el post-ricardiano, distrae seriamente la atención respecto de ciertos factores determinantes que pueden ser muy importantes para situar el papel de Keynes en la historia del pensamiento económico.
3
Tan pronto hayamos aceptado sin discusión la afirmación por parte de Keynes de que la ley de Say, más o menos adulterada, continuó constituyendo una parte básica de la ortodoxia económica desde los tiempos de Ricardo hasta los del propio Keynes, sin interrupción. «La idea de que podemos abandonar sin ningun riesgo la función de la demanda agregada -escribía Keynes- es fundamental para la economía ricardiana, lo cual pone de relieve lo que se ha estado enseñando a lo largo de más de un siglo» 11 • Si se acepta este punto de vista, el lugar de Keynes en la historia del pensaminento está perfectamente definida: representa simplemente al hombre que libera a la economía ortodoxa de su larga dependencia de la ley de Say. En la realidad actual, sin embargo, la noción de una larga continuidad histórica de una indiferenciada ley de Say requiere ciertas importantes cualificaciones que destruyen la aparente simplicidad de esta interpretación . En este punto, dos aspectos son especialmente importantes. En primer Jugar, había una diferencia esencial entre el papel que desempeñaba la ley de Say en el sistema ricardiano y el papel que gradualmente fue adquiriendo en el sistema de sus sucesores. En el sistema de Ricardo, generalmente hablando, la ley de Say jugó un rol progresivo, proporcionando una respuesta efectiva a hombres como Spence, Chalmers y Malthus, que argumentaban (objetivamente,,a favor de los intereses de los 10. Schumpeter, Hist01y of Economic Analysis, p. 559, pie de página. 11. General Theory, p. 32.
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propietarios y otros «consumidores improductivos» de su tiempo) que la acumulación de capital se produjo demasiado rápidamente y causó un «excedente general» de mercancías. Tal argumento, en las dos primeras décadas del siglo XIX, tuvo claramente connotaciones reaccionarias. No solamente esto, sino que la ley de Say no había sido tan «fundamental para la economía ricardiana», como asumía Keynes. En cualquier
caso, por lo que al propio sistema de Ricardo se refiere, se trata más bien de algo sobrepuesto a la estructura teórica básica que de un elemento esencial de la propia estructura12.
En la económia post-ricardiana, por otra parte, la ley de Say empezó a asumir un nuevo y mucho menos progresivo papel. En el sistema de Ricardo, había sido usada como arma arrojadiza contra las fuerzas que trataban de frenar el avance del método de organización industrial capitalista. En los sistemas post-ricardianos llegó a ser usada como un arma contra un nuevo grupo de los críticos más radicales del orden capitalista, particularmente aquellos asociados con los movimientos de las clases trabajadoras. Una doctrina que podía ser utilizada para mostrar que no había una tendencia inherente hacia una sobreproducción general en una economía capitalista -o, mejor aún, que tal sobreproducción era simplemete imposible- era obviamente una poderosa arma teórica para tener a mano después del periodo de revocación de las Combination Laws. Esto permitió a los economistas ortodoxos explicar las crisis periódicas del capitalismo (las cuales empezarán a manifestarse al poco de producirse la muerte de Ricardo) 1 en términos de operaciones de factores exógenos o de la presencia de rigideces inamovibles más que en términos de lo que Marx llamó posteriormente las «contradicciones básicas del capitalismo». El propio Keynes puntualizó claramente la naturaleza del atractivo que poseía la ley de Say para la clase capitalista, que se encontraba a la defensiva contra el desafío radical: La absoluta victoria ricardiana es algo curioso y misterioso. Tuvo que ser debido a
un conjunto de adecuaciones entre la doctrina y el entorno dentro del cual fue proyectada[ ...]. Lo cual pennitía explicar mucha de la injusticia social y aparente crueldad como un inevitable incidente en el sistema de progreso, y que el intento de cambiar estas cosas, encomendado a la autoridad, produce en general más daño que bien. Esto proporcionó una medida de justificación a las libres actividades de los capitalistas individuales, y atrajo hacia esta doctrina el apoyo de la fuerza social dominante tras la autoridad. 13 En segundo lugar, por lo que a los predecesores inmediatos de Keynes concierne, la noción de que su trabajo estuvo invalidado por la omnipresente ley de Say, que historicamente correspondió a Keynes exorcizar, es tan errónea que casi resulta ridícula La caracterización que hizo Keynes de los economistas neoclásicos los convirtió en el blanco de todas las críticas y, por lo que respecta a sus predecesores inmediatos en relación a la ley de Say, no fueron tan estúpidos como los hacía aparecer en algunas ocasiones 14. ¡Después de todo, ellos habían discutido ocasionalmente aspectos mane12. Cf. anterior, p. 55-66. 13. Keynes, General Theory, p. 32-33. 14. Cf. G. Haberler, «TheGeneral Titeory afterTen Years». Reeditada en: Keynes' General Theory: Reports ofThree Decades, p. 281-284.
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tarios y de ciclo económico! El punto realmente esencial-el cual es tan simple como para que pase desapercibido- es que los predecesores inmediatos de Keynes estuvieron interesados principalmente en un tipo particular de problemas para los cuales la cuestión de verdad o falsedad de la ley de Say no era realmente relevante. «La dificultad de la caracterización que hace Keynes de la teoría ortodoxa -como el Dr. Blaug ha dicho- no es simplemente que ningún economista haya sostenido nunca todas las ideas que Keynes atribuye a los clásicos, sino que casi ningún economista después de 1870 consideró el tipo de problemas macroeconómico que preocuparon a Keynes» 15 • Y cuando fijaron su atención en estos problemas, generalmente reconocieron, con frecuencia explícitamente, lo muy limitado del significado práctico de la ley de Say 16 , especialmente en el corto plazo. En resumen, sería un error evaluar el papel de Keynes en la historia del pensamiento económico principalmente por su reacción en contra de la ley de Say, la cual había sido de hecho «fundamental para la economía ricardiana» únicamente por un periodo histórico relativamente corto. Lo que sí fue básicamente objeto de su reacción, en el fondo, fue la continua preocupación de la mayoría de los economistas por el análisis microeconómico en unos momentos en que la solución de la agenda de los problemas prácticos estaba pidiendo a gritos análisis de tipo macroeconómico. 4 Una implicación de lo que se ha dicho es que la Teoría General podría supOner un movimiento de retroceso desde el neoclasicismo hacia el clasicismo, por lo menos en el sentido de que Keynes, al igual que Smith y Ricardo, estaba interesado en las variaciones del ingreso agregado. El problema típico de los neoclásicos era cómo distribuir un ingreso dado de la mejor manera «racional» o ~> -es decir, cómo optimizar la escasez-. El rechazo de Keynes a asumir un ingreso dado, y su interés por los factores determinantes del ouput agregado, supusieron verdaderamente que algo como el viejo problema de los clásicos acerca del problema de asegurar «una abundancia de mercancías» era situado nuevamente en la agenda. No solamente el trabajo de Keynes hizo revivir el interés por este problema clásico, sino que también contribuyó a la rehabilitación de un concepto clásico esencial que había ido cayendo en desuso desde la muerte de Ricardo. En el sistema de Ricardo se daba generalmente por sentado que la acumulación podía mayormente ser considerada como una función del excedente social, y en particular de la parte del excedente que consistía en beneficios. La noción de que el volumen de la acumulación estaba determinado por la capacidad de acumular tendía a predominar sobre la noción de que estaba determinado por la tasa de recompensa por la acumulación. En el periodo postricardiano, por razones que hemos analizado anteriormente 17 , la segunda noción tendió gradualmente a predominar sobre la primera, de forma que el volumen de ahorro a la larga vino a concebirse como una función más o menos exclusiva de la tasa de beneficios o de interés. A partir de aquí quedaba solamente un paso para establecer la teoría de 15. Economic Theory í11 Retrospect Homewood, Illinois, 1962, p. 601. 16. Ver, Marshall, Principies of Eco11omics. 8" ed., Londres, 1946, p. 710-712. 17. P. 87-88.
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que el ahorro y la inversión se mantenían automáticamente iguales entre sí simplemente manipulando la tasa de interés. La crítica de Keynes a esta teoría constituyó el punto crucial en la transición desde el sistema neoclásico microestático al sistema macroestático keynesiano; y en esta crítica, la «nueva» noción de ahorro debía ser contemplada como una función del ingreso más que de la tasa de interés, jugó un papel fundamental. Paul Samuelson, en un interesante pasaje en el que trata del «proceso de pensamiento» refiriéndose a la Teoría general, habla de: La vital importancia de la función de consumo: estableciendo la propensión a consumir en términos de ingreso; o viéndola desde el lado opuesto especificándola como la propensión a ahorrar. Con una inversión dada como una constante o en términos de una función, nos encontramos en disposición de establecer el sistema determinaM do más sencillo de equilibrio con subempleo, por medio del , el cual no difiere formalmente de «cruce marshalliano entre oferta-demanda-precio». Inmediatamente cada cosa se pone en su lugar: el reconocimiento de que la intención de ahorrar puede disminuir el ingreso y finalmente el ahorro; el hecho de que un incremento autónomo neto en la inversión, en la balanza exterior, gastos gubemarnentales y consumo resultará en un incremento de ingreso mayor que el inicial, etc. 18
Se puede decir, en cierto sentido, que Keynes no solamente colocó de nuevo en primer plano la problemática de la economía clásica, sino que además adoptó, como un instrumento muy importante, uno de los conceptos que los economistas clásicos habfan utilizado para tratar este problema. Pero sólo «en cierto sentido». El interés de Keynes ciertamente se centró en investigar las causas de los movimientos del ingreso, pero se trataba de movimientos de tipo muy diferentes a los tratados por Ricardo. Mientras que éste examinaba las fuerzas que producen un secular incremento del ingreso (y los cambios en su distribución) a largo plazo, Keynes examina las fuerzas que producen fluctuaciones en el ingreso a corto plazo. Sus objetivos básicos eran diferentes y, a pesar de ciertos parecidos bastante superciciales, sus técnicas eran diferentes. Es cierto que Keynes, al igual que Ricardo (aunque mucho más profundamente), puso énfasis en que el ahorro debía ser considerado como una función del ingreso. ¿Pero el ingreso de quién? Ricardo siempre contempló la acumulación como correspondiendo más o menos exclusivamente a una particular clase social, la clase que vivía de los beneficios. Los trabajadores no tenían realmente el poder de acumular y los propietarios de la tierra, aunque tenían la posibilidad, por lo general no denotaban una predisposición a ello. En el sistema de Keynes, sin embargo, el ahorro aparece como una función del ingreso agregado de la comuni~ dad en su conjunto, abstrayéndose casi completamente de las diferencias entre clases sociales que Ricardo había tomado como punto de partida. Finalmente, debe puntualizarse que la Teoría general de Keynes, aunque en cier~ to aspecto más «general» que el sistema neoclásico, era de hecho en otro sentido menos «general» que el sistema clásico. Keynes utilizó el vocablo «general» en el título de 18. Keynes' General Theory: Reports of71lree Decades, p. 330.
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su libro con el fin de llamar la atención de su visión de que la situación de equilibrio con pleno empleo, supuestamente asumida por Jos autores neoclásicos, era realmente sólo «un caso particular entre las posibles posiciones de equilibrio» 19 • Está claro que el uso del vocablo «general» no implicaba su intención de que su teoría fuese considerada como un sustituto del conjunto doctrinal de la teoría neoclásica ortodoxa. Sus quejas contra esta teoría eran debidas simplemente a que no «resolvía los problemas económicos del mundo actual» y más concretamente el problema del desempleo en masa. Si este problema podía de hecho ser resuelto, es decir, «Si nuestros controles centrales tuvieran éxito en establecer un volumen agregado de ouput correspondiente al pleno empleo o lo más cercano posible~~. entonces, decía Keynes: la teoría clásica recuperaría de nuevo su punto de partida. Si suponemos que el volumen de ouput está dado, es decir, estando determinado por fuerzas ajenas al esquema clásico de pensamiento, entonce no hay ninguna objección para mantener, contra e1 análisis clásico de la forma en que el interés privado determinará Jo que en particular hay que producir, en qué proporción los factores de producción se combinarán para producirlo, y cómo el valor del producto final será distribuido entre ellos20.
Este párrafo revela muy claramente que el sistema de Keynes era menos «general» que el sistema clásico (propiamente dicho), el cual nunca hizo este tipo de distinción entre. análisis microeconómico y macroeconómico. Para Smith y Ricardo, el problema macroeconómico de las «leyes de funcionamiento» del capitalismo aparecen como el principal problema y parecía necesario que el conjunto del análisis económico, incluyendo las teorías básicas del valor y la distribución, fueran deliberadamente orientadas hacia su solución. Para Keynes, sin embargo, no parecía que una teoría «general» en este sentido clásico fuera necesaria para la solución del conjunto de problemas macroeconómicos en los que estaba interesado. La microeconomía ortodoxa podía ser dejada en paz, todo lo que debía hacerse era complementarla con un adecuado suplemento macroeconómico. 5 Marx heredó una parte importante de la perspectiva clásica y de su estructura teórica, y no cabe duda de que hay un importante elemento de verdad en la ahora tópica descripción de él como «el último de los economistas clásicos». Pero su propia contribución fue mucho más significativa, y mucho más idiosincrásica de lo que esta descripción parece implicar. Su objetivo fue liberar a los economistas clásicos de su prisión «burguesa», un objetivo que persiguió con especial vigor en dos campos. El primero fue la teoría del beneficio: el problema del origen y persistencia del beneficio bajo condiciones de competencia, creía Marx, no podía ser resuelto adecuadamente si no se empezaba desde las relaciones de producción entre los trabajadores asalariados y los propietarios del capital características de las economías capitalistas. La segunda fue la teoría del ciclo económico: el problema de las fluctuaciones cíclicas, exclamaba, no 19. Gerera/ Theory, p. 3. 20. Ibrd., p. 378-379.
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podía ser resuelto en términos de factores exógenos, sino solamente considerando las fluctuaciones como el reflejo de ciertas profundas contradicciones sociales y económicas inherentes al propio modo de producción capitalista. He aquí un paralelo obvio entre Marx y Keynes, y era de prever que la publicación de la Teoría general daría lugar a un número creciente de especulaciones acerca de las relaciones de los sistemas marxista y keynesiano. No es demasiado difícil encontrar un cierto número de otros paralelismos, con variables grados de significación, entre El Capital y la Teoría general. Verdaderamente hay ciertas similaridades que son obvias, por ejemplo, entre la..:; respectivas explicaciones dadas por Marx y Keynes de las fuerzas que determinan la periodicidad del ciclo y entre sus consideraciones respectivas del papel que juega la especulación. Todavía hay otro paralelo obvio, el cual yo mismo nunca he sido capaz de ver sino como algo puramente formal, entre la teoría del valor trabajo de Marx y el concepto «salario-unidad» de Keynes. Mucho más relevante para la cuestión son los famosos esquemas de reproducción de Marx, los cuales han sido objeto de conderable atención por parte de quienes se han interesado en las relaciones entre Keynes y Marx. La señora Robinson nos dice que Khan, en el famoso «círculo» en el que el Tratado de Keynes fue discutido en 1931, , en vez de en términos de precios de mercado, no puede ser tomado como indicativo de que no se sintiese preocupado por el corto plazo. Más bien, reflejaba su visión de que los fenómenos a corto plazo, incluyendo notoriamente el fenómeno del ciclo económico, no podía ser adecuadamente analizado de manera separada de las tendencias a largo plazo, y que las causas básicas de ambos, el largo plazo y el corto, debían ser vistas ante todo dentro de las. relaciones sociales fundamentales entre los hombres en la esfera de la producción, las cuales se reflejaban en primera instancia en los valores y «precios de producción» de los bienes. Por ejemplo, uno no podría presentar adecuadamente un conjunto de factores como la causa de la tendencia a largo plazo de la caída de la tasa de beneficios (en términos de valores), y otro conjunto completamente separado de factores como la causa de la caída de beneficios o de la expectativa de beneficios (en términos de precios) a corto plazo, la cual precipitaría la crisis por sus efectos sobre la inversión inducida. Los factores cuyo incesante conflicto e iteración producen estos dos tipos de fenómenos estaban, desde el punto de vista de Marx, íntimamente ligados entre sí, y provenían de ciertas contradicciones implícitas en las relaciones de producción que caracterizan a la economía capitalista. La contradicción básica del modo de producción capitalista, que en cierto sentido es el origen de todas las demás contradicciones, era esencialmente, desde el punto de vista de Marx, una contradicción entre tendencia y objetivo. La tendencia del modo
de producción capitalista, escribe Marx, es entre la'i distintas sectores de la economía, cuyas condiciones pueden ser cuidadosamente definidas, tal «equilibrio» puede en realidad ser solamente alcanzado accidentalmente, o por el tipo de restitución forzosa del equilibrio justo descrita25 . Si bien es verdad que tanto Marx como Keyncs rechazan la ley de Say y aducen factores endógenos para la explicación de las fluctuaciones cíclicas, el parecido no va mucho más lejos que esto. La primera y más obvia disimilitud es que mientras el análisis del ciclo de Marx era una parte integral de un análisis macrodinámico de miras muy amplias, bastante similar en alcance al de sus predecesores clásicos, el análisis de Keynes del equilibrio con subempleo tenía más o menos exclusivamente un carác~ ter macroestático. Keynes enfatizando que «en el largo plazo estaremos todos muertos», asumía deliberadamente que las técnicas de producción, tamaño de las plantas, etc, se mantendrían sin cambios. Corno Schurnpeter puntualizó, en el modelo básico de Keynes {pero no siempre en los argumentos en que se apoyaba) «todos los fenómenos que inciden en la creación y cambio del aparato (industrial), es decir los fenómenos que dominan el proceso capitalista, están de este modo excluidos de consideración» 26• La segunda disimilitud se desprende de lo que se ha dicho al final de la sección previa acerca de los grados comparativos de «generalidad» entre los sistemas clásico y keynesiano. Marx, al igual que Smith y Ricardo, no hace distinción entre análisis microeconómico y macroeconómico, y deliberadamente orienta su teorías sobre el valor y la distribución hacia la solución del problema de las «leyes de funcionamiento» del capitalismo. La tercera disimilitud, que está profundamente ligada a las dos anteriores, es simplemente que mientras la teoría de Marx estaba expresada en términos de las relaciones de producción peculiares del capitalismo, Keynes en su mayor parte hizo abstracción de estas relaciones, considerándolas simplemente como una parte del entorno «dado» dentro del cual las variables que consideraba significativas interaccionaban entre sí. Este último punto requiere una explicación algo más elaborada. Los agregados keynesianos, como ha dicho el profesor Tsuru, a diferencia de los agregados marxianos, «no se refieren necesariamente a la especifidad del capitalismo[ ... ]. En cualquier tipo de sociedad, sea tribal-primitiva o socialista, es posible aplicarlos y referirnos a estos ratios por medio de términos tales como "la propensión al consumo", "la propensión a invertir", etc.»27 • En el sistema de Keynes, juegan un papel vital tres «variables independientes», las cuales están deliberadamente definidas en términos asociales. Estas variables son «la propensión psicológica al consumo, la actitud psicológica hacia la liquidez y las expectativas psicológicas de futuros beneficios provenientes de los activos de capitah>28 . Si la «estructura social», la «técnica actual», el «nivel de competencia», etc. se toman como dados, argumenta Keynes, entonces las «Variables independientes» determinarán las «variables dependientes)) (volumen de empleo y renta nacional). Keynes reconoce, desde luego, que los factores «tomados como dados» tienen influencia en las «Variables independientes»; pero afinna que «no los determi25. 26. 27. 28.
Cf., ibíd., vol. U, p. 494495. Schumpcter, en The New Economics, p. 93. Tsuru, op. cit., p. 336. General Theory, p. 247.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
na completamente», y asume que la naturaleza de su intluencia, excepto en casos especiales, no necesita ser investigada29 . Para Marx, por el contrario, parecía obvio que era precisamente este campo de investigación el que era verdaderamente crucial.
6 Aquellos de nosotros que profetizamos que en los años siguientes a la publicación de la Teoría general, la estructura de la ortodoxia económica se mostraría lo suficiente flexible para acomodar el análisis de Keynes, y que hablar de la «revolución keyne-
siana» era por tanto una afirmación errónea, debemos simplemente reconocer que nos habíamos equivocado. Hoy, treinta años después de la Teoría gelleral, la avalancha de artículos y libros resumiendo, interpretando, desarrollando y atacando el trabajo de Keynes no muestra signos de decaimiento. Es tan grande el volumen de esta literatura «postkeynesianm>, que verdaderamente es muy difícil identificar incluso cuáles son las tendencias que tienen imporlancia en el día de hoy, por no mencionar aquellas que los historiadores del futuro reconocerán como importantes en relación con la cuestión
del lugar que debe ocupar Keynes en la historia del pensamiento económico. Creo que no es posible hacer mucho más en esta coyuntura que clasificar un número de las tendencias corrientes bajo dos amplios apartados. El primero de estos apartados agrupa ciertas tendencias que en conjunto significan un retroceso sobre la visión fundamental de Keynes del capitalismo como un sistema intrínsicamente inarmónico en el cual no existe una mano invisible equilibrando automáticamente los niveles de inversión con los niveles de ahorro y pleno empleo. Para el mismo Keynes, que estaba implicado en el análisis de las fluctuaciones del outputa corto plazo, asumir la ausencia de semejante mano invisible era mucho más importante que las diversas razones particulares que podían ser esgrimidas para justificar su ausencia en algún caso30• Después de Keynes, sin embargo, cuando la propensión psicológica de los economistas a formalizar había tenido tiempo de operar, la cuestión de estas razones empezó a aparecer corno mucho más importante. ¿En cuáles de estas razones confío Keynes? ¿Cuáles de ellas eran realmente importantes? ¿Bajo qué circunstancias no sería operativa ninguna de ellas, de fonna que la mano invisible tuviera que volver a ocupar nuevamente su papel? El camino estaba ahora abierto para que florecieran cientos de modelos basados en diferentes conjuntos de supuestos, incluyendo, desde luego, restaurados modelos neoclásicos en los que estaba asumido que el crecimiento era posible sin alejarse significativamente del pleno empleo. La caricatura que Keynes hizo de los economistas neoclásicos empezó a provocar las inevitables represalias, y la resurrección del efecto Pigou sirvió «para salvar la cara y el honor de los creyentes en el equilibrio annónico» 31 al hacer parecer menos probable que las trampas de liquidez y los planes de inversión inelasticos al interés pudieran evitar la consecución del pleno empleo. Este retroceso, desde la original visión keynesiana, que en parte fue posible, paradójicamente, utilizando los intrumentos y técnicas proporcionados por el mismo 29. !bid., p. 245-247.
30. Cf. Samuelson, en Keynes' General Theory: Reports ofThree Decades, p. 231. 31. Samuelson, op. cit., p. 333.
EL LUGAR DE KEYNES EN LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
371
Keynes 32 , es desde luego algo más que un mero subproducto de la moda de construcción de modelos estimulada por la Teoría general, y algo más que una mera reflexión de la notoria dificultad teórica de reconciliar competencia con desempleo33 . No es fácil vivir sin el confortable supuesto de la presencia de una mano invisible, y para muchos economistas, después de una debida reflexión, la interpretación de Keynes de las fluctuaciones cíclicas, que ponen de relieve la importancia de los factores endógenos sobre los exógenos, empieza a aparecer quizá un poco mTiesgada. Pero el retroceso ha sido estimulado sobre todo por el simple hecho de que, contrariamente a lo que cada uno esperaba, no ha habido una depresión importante en el mundo capitalista por espacio de 25 años. Esto ha provocado, en opinión de muchos modernos economistas, el mismo tipo de reacción que ocasionó, en una situación no muy diferente, en las mentes de alguno de sus predecesores después de la muerte de Ricardo: si las cosas de hecho se han sucedido mucho mejor de Jo que Keynes (o Ricardo) anticiparon, ¿no debe haber algo radicalmente erróneo en la teoría básica de Keynes (o Ricardo)? No es fácil decidir lo que uno debiera hacer entre esta aparente contradicción entre teoría y realidad. ¿Puede uno empezar hablando en términos de tendencias keynesianas de lo que propio Keynes pensaba prestarles. Una vez el uso de los agregados apropiados se ha hecho respetable, la desagregación pasa a ser posible: por ejemplo, los ahorros de los receptores de beneficios pueden ser separados de las de ou·os grupos sociales. Una vez que el concepto de corriente neta de ingresos ha sido incorporado a nuestra teoría, podemos empezar a preguntarnos acerca de las características del organismo económico dentro y fuera del cual estos ingresos fluyen 35 • Una vez que la capacidad de crear ingresos desde las inversiones ha sido considerada, podemos proceder a preguntarnos sobre los efectos de añadir capacidad productiva. Y una vez hayamos analizado el problema de la detenninación del volumen de producción bajo condiciones competitivas, podemos proceder a intro32. 33. 34. 35.
Cf. Samuelson, op. cit. p. 334. Cf. G. Haberler, en Keynes' General Theory: Reporlsfor Three Decades, p. 284. lbíd. Harrod, p. 140. Cf. Tsuru, op. cit., p. 341.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
ducir el monopolio en nuesto cuadro. El resultado neto de este segundo conjunto de tendencias ha sido la emergencia de un número de teorías macrodinámicas que están mucho más cerca de las teorías clásica y marxista, en espíritu y frecuentemente en contenido real, de lo que nadie razonablemente había anticipado. En el largo plazo, puede bien ser que el «poderoso impulso» 36 dado por Keynes, quizá inintencionadamente, al análisis macrodinámico sea el factor principal para determinar.su lugar en la historia
del pensamiento económico. Pero si dijéramos solamente esto podría parecer que ignoramos el aspecto más importante de todos. Estamos viviendo en un tiempo en el que la naturaleza y la función de la economía en su conjunto está experimentando una profunda revolución. Existen varios caminos para describir esta revolución: a mí me gusta pensar en ello en ténninos de la transformación de la economía en un ciencia, o quizá en un arte, de gestión económica o ingeniería social, y ligar esto con el declive en nuestros días del concepto de la máquina económica37 • La cuestión no es simplemente que hoy el análisis económico está teniendo una incidencia en la política pública en un grado mayor que nunca antes, sino que la naturaleza toda del análisis económico está siendo cambiada radicalmente en función de tratar de manera efectiva los nuevos problemas de política económica que están emergiendo en un mundo en el cual el dominio de la máquina económica está disminuyendo constantemente. Es evidente que el sistema teórico keynesiano es desde luego uno de los más «maquinistas)). Pero al concentrarse, como se ha hecho, en la tendencia de la máquina para generar desempleeo y capacidad ociosa, y centrar la atención sobre los agregados que eran no solamente cruciales desde un punto de vista de la política económica sino también mensurables estadísticamente, se ha dado un tremendo ímpetu al desarrollo del nuevo tipo de pensamiento económico que nuestro tiempo requiere. Al hacer respetable la interferencia con la operación de la máquina y haciéndolo sobre una base científica, Keynes ayudó a pavimentar el camino para un nuevo tipo de pensamiento económico, el cual puede muy bien trascender a todos los sistemas económicos anteriores, incluyendo el suyo.
36. Schumpeter, History of Economic Analysis, p. l.l84 37. Ver mi «Inaugural Lecture)), The Rise and Fa/1 of rile Conccpt o[ Economic Machine (Leicester, 1965).
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Kalecki y Keynes' George R. Feiwel
[ ... ]
l. Los ÁRBOLES GENEALÓGICOS INTELECTUALES DE KALECKI Y KEYNES Con excepción de Malthus y algún otro 1, la corriente principal de la economía académica prekeynesiana dejó a un lado la molesta cuestión de encontrar mercados ade-
cuados para el producto del pleno empleo y justificaban la suposición del pleno empleo con lo que Marshallllamaba el conocido axioma económico2 , es decir, la ley del Mercado de Say (cf. Keynes 1936, p. 19). [ ... ]
La Teoría general se entiende mejor como la culminación del desarrollo intelectual de la escuela económica de Cambridge impregnada de la tradición clásica. Keynes se rebeló contra todas esas teorías que le eran familiares y que no explicaban la cuestión de la demanda efectiva. Se hallaba fascinado por Malthus, decepcionado con Ricardo y marcadamente en contra de Marx, a quien «nunca entendí ni jota» 3. Keynes creía que «la idea de que, felizmente, podamos descuidar la función de la demanda agregada es fundamental en la economía ricardiana, que subyace en lo que se nos ha enseñado durante más de un siglo. Malthus, en realidad, se opuso con vehemencia a la doctrina de Ricardo de que era imposible que la demanda efectiva fuese deficiente; pero fue en vano». Como Malthus no fue capaz de explicar satisfactoriamente el «Cómo y por qué la demanda efectiva podía ser deficiente o excesiva, fracasó en ofrecer una construcción alternativa; y Ricardo conquistó Inglatena tan completamente como la
' l.
2.
3.
Publicado en: Feiwcl, George R. «Kalecki y Keynes». En: Michael Kalecki: contribuciones a la tea· ría de la política económica. México: Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 72-75, 82-86, 92-99. La relación de Keynes con sus predecesores ha sido objeto de gran controversia. Ver, interalia, Klein, 1966, caps. 1 y 2; Hansen, 1953, cap. 1; Harris, ed. 1947, cap. 6. Evidentemente, otros autores influenciados por Keynes se han preocupado de la demanda efectiva. Para un sumario de las opiniones de Laudcrdale, Mallhus, Hobson y Wickse\1, véase Han sen, 1964, caps. 14 y 17. Ver además Schumpeter, 1954, passim, y Leijonhufvud, 1969. No quiere esto decir que todos los autores hayan tr:.1tado la ley de Say como si fuese una proposición evidente por sí misma. Se ha presentado una argumentación más sofisticada. Véase Schumpeter, 1954, p. 615-625 y Patinkin, 1965, especialmente n. L. Joan Robinson 1964, p. 338. Sobre Keynes y Marx, véase tambiénJoan Robinson, 1951, p. 133-145; 1960, p. 1-17; Klcin, 1966, p. 130-134.
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Santa Inquisición conquistó España ... El gran enigma de la demanda efectiva con la que Malthus había luchado a brazo partido se desvaneció de la literatura económica ... Sólo pudo vivir furtivamente, bajo la superficie, en los bajos mundos de Karl Marx, Sil vio Gesell o el Mayor Douglas» (Keynes 1936, p. 32). Parece que Keynes, en su ensayo sobre Malthus, fue demasiado lejos al comentar Jos pasajes de la correspondencia Malthus-Ricardo4• Se ve que nunca captó el problema con el que luchó Ricardo: «Uno no puede levantarse después de una lectura cuidadosa de su correspondencia sin un sentimiento de que la casi total desaparición de la línea de enfoque de Malthus y el dominio de Ricardo por un periodo de cien años ha sido un desastre para el progreso de la economía». Keynes continuó: «Si hubiese sido Malthus, en lugar de Ricardo, el tronco principal del que procediese la economía del siglo XIX, ¡en qué posición más sensata y opulenta estaría el mundo hoy día!» 5• Está claro que Schumpeter tenía razón al decir que, en la controversia entre Malthus y Ricardo, «el generoso entusiasmo llevó a Keynes más allá de todos los límites de la razón. En cuanto a eso puntuó su informe con aplausos para Malthus y comentarios negativos respecto a la "ceguera" de Ricardo, convirtiéndose él mismo en un ciego en relación a la debilidad obvia del primero y todos los puntos fuertes del argumento del segundo» 6. [ ... ]
Hasta cierto punto, el gran logro de Keynes fue negativo en el sentido de que socavó la economía y política ortodoxas. Se rebeló contra la tiranía de la ley del Mercado de Say desde dentro de la ciudadela de la ortodoxia (Sweezy 1964, p. 301, 305). Por lo menos agitó la economía ortodoxa y provocó su reexamen y revaloración. En este sentido, el logro de Keynes es inconmensurablemente mayor que el de Kalecki7• De hecho, la revolución de Keynes «derriba de una vez por todas el mito de una armonía entre 4.
5.
6. 7.
El problema consistía en que Ricardo se ocupaba de la teoría de la distribución entre las clases bajo() condiciones del equilibrio a largo plazo (la acumulación a largo plazo del capital exige ahorros, y Jos mayores beneficios elevarían la tasa de crecimiento del volumen de capital y propiciarían una tasa de crecimiento a largo plazo del empleo). Malthus estaba preocupado con Jos determinantes de las variaciones a corto plazo en el volumen de la producción en el mundo real (la rentabilidad a corto plazo exige gasto). Ricardo señaló la fuente de la disputa cuando escribió: (Kalecki 1936c, p. 18-26): 1) determinación del equilibrio a corto plazo, limitado por una capacidad productiva dada y por un nivel dado de la inversión (por unidad de tiempo), y 2) determinación del volumen de inversión. Parece que la cuestión primera se resolvió bastante satisfactoriamente en la teoría de Keynes, aun cuando pudiesen surgir dudas debido a cierta ausencia de claridad y rigor de la exposición. En su artículo, Kalecki intentó presentar su propia interpretación de esta parte de la teoría de Keynes, 11egando a sus mismas conclusiones esenciales a través de un camino algo diferente. La cuestión es enteramente distinta en lo que se refiere al segundo problema esencial, a saber, el análisis de los factores que determinan el nivel de la inversión. En este punto no es la exposición, sino la construcción analítica la que adolece de serias deficiencias, por lo que la cuestión permanece, por lo menos en parte, sin solución. Antes de embarcarse en la exposición del argumento de Keynes, Kalecki hizo algunas observaciones relativas al aparato analítico utilizado por aquél, introduciendo importantes modificaciones en la presentación del argumento. Su exposición de la determinación del equilibrio a corto plazo es de gran interés (incluida la introducción de la teoría de la competencia imperfecta en el argumento y el replanteamiento del equilibrio a corto plazo), aunque es la segunda parte de la crítica la que en este punto tiene primordial importancia. Kalecki advirtió que, en toda su obra, Keynes trató con un sistema cerrado, ignorando, por tanto, la influencia del comercio exterior. Entre los supuestos importantes que Kalecki hizo en su propia exposición está el de que los trabajadores no ahorran (ni tampoco viven por encima de sus medios). Kalecki creía que el tomar en considera8.
«Así, la ley de Say [.•.]es equivalente a la proposición de que no hay obstáculos al pleno empleo. Si, no obstante, no es ésta la verdadera ley con respecto a la demanda agregada y a las funciones (Keynes 1936, p. 31-32). Keynes parece haber tenido muy poco interés en el problema del valor y de la distribución, mientras que Kalecki integró la teoría del precio con la teoría de la distribución y con la teoría de la producción y el empleo en su conjunto. La versión de Kalecki de la teoría coloca el acento principalmente sobre la distribución del producto nacional entre salarios y beneficios y, con eilos, sobre los determinantes de la renta nacional y su distribución (los factores que determinan la distribución de la renta). Keynes aceptó la teoría del valor (neoclásica, de competencia perfecta) y de la distribución (neoclásica, de productividad marginal) D·adicionales, en contraste con Kalecki, quien sinceramente creyó que sólo abandonando el supuesto insostenible dd la competencia perfecta, y penetrando en el mundo real de la competencia imperfecta y del oligopolio, se podrían obtener conclusiones razonables sobre el comportamiento económico. Para Kalecki, el dogma de la competencia perfecta constituye «uno de los supuestos más irrealistas, no sólo para la fase actual del capitalismo, sino también para la llamada economía capitalista competitiva de siglos pasados: sin duda, la competencia fue siempre, por lo general, muy imperfecta. La competencia perfecta se convierte en un mito peligroso cuando se olvida su estatus real de modelo cómodO» (Kalecki 197ia, p. 3). Lo que el profesor Shackle llamó >, Kyklos, 1 (1971a), p. l-9. KEYNES, J. M. General Theory of Employement, Interest 011d Money. Londres, 1936 (edición en castellano en F.C.E., México, 1963). -. Essays in Biography. Londres, 1933; Nueva York, 1963a. KLEIN, L. R. «The Role of Econometrics in Socialist Economics)). En: Problems of Ecorwmic Dymanics and Planning: Essays in Horwur of Michal Kalecki. Varsovia, 1964. -. The Keynesian Revolution. Nueva York, 1947, 1966. KREGEL, J. A. Rote of Profit, Distribution and Growth Chicago, 1971. LEJJONHUFVUD, A. Keynes and the Classics. Londres, 1969. LERNER, A. P. «The General Theory», /LR (octubre de 1936). Reproducido en R. Lekachman (ed.). MEADE, J. E. The Theory of llllemational Economic Policy, vol. l. Londres, 1951. METZLER, L. A. «Keynes and the Theory ofBusiness Cycles». En: S. Harris (ed.). New Economics. Nueva York, 1947. PATINKIN, D. Money, Interest, and ?rices. Nueva York, 1965. ROBINSON, Joan. Collected Economic Paper.~. vals. 1, 2 y 3. Oxford, 1951, 1960, 1965. -. «Kaleck.i and KeyneS>>. En: Problems ofEconomic Dynamics and Planning: Essays in horwur of Micha! Kalecki. Varsovia, 1964. -.Introducción a Studies in the Themy ofBusiness Cycles 1933-1939, de M. Kalecki. Varsovia, 1966c. -. /ntroduction to the Themy of Employement. Londres, 1947, 1969b. SAMUELSON, P. A. Economics. Nueva York, 1970. - .. The Collected Economic Papers of Paul A. Samuelson, vol. 3. Cambridge, Mass., 1972. Si!ACKLE, G. L. S. The Years of High Theory. Cambridge, 1967. SRAFFA, P. «The Laws ofReturns Under Competitive Conditions», EJ, diciembre de 1926. -. Introducción a The Works and Correspondence of David Ricardo. Con la colaboración de M. H. Dobb, 8 vo1s. Cambridge, 19Sl. SWEEZY, P. M. «John Maynard Keynes», S&S, 4, 1946. Reproducido en R. Lekachman (ed.).
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
387-399
El significado de la revolución keynesiana'
Geoffrey Pilling
[ ... ]
l. KEYNES: LAISSEZ FAIRE Y EL ROL DEL EsTADO
Cualesquiera que sean las conclusiones a las que se llegue en relación a las cuestiones planteadas al principio de este capítulo, y en lo que ellas implican, es indudable que Keynes debe ser considerado como una de las fuerzas centrales de las teorías modernas (es decir, del siglo XX) acerca de la regulación estatal de la economía capitalista. Sea cual sea la calidad de sus conceptos, no se puede dudar de la importancia ideológica de este aspecto de su obra. Ya que fue sobre la base 1e1 creciente papel del Estado que las teorías sobre la supuesta transformación del capitalismo de posguerra fueron sobre todo, si no totalmente, establecidas. (En los años 30 existieron diversas teorías sobre la negación del capitalismo que se suponía que estaba ocurriendo en ese momento, entre ellas la tesis de James Burnham sobre la revolución patronal, pero con muy poca relación o ninguna con las ideas de Keynes). A este respecto, debido a que dio un lugar central al Estado en el funcionamiento de la economía, podemos considerar claramente a Keynes. como uno de los iniciadores de la corriente dominante de la economía política del presente siglo. La queja principal que Keynes presentó contra la vieja economía (neoclásica) fue que él vio que sus supuestos básicos estaban en creciente desacuerdo con las nuevas condiciones que emergían en el siglo actual. En un momento de la Teoría general, al comentar esta creciente falta de correspondencia entre la vieja teoría neoclásica y la evolución observada del sistema capitalista, Keynes dice: Los economistas profesionales, después de Malthus, se mostraron aparentemente impasibles ante la falta de correspondencia entre los resultados de su teoría y los hechos observados ... Es muy posible que la teoría clásica represente la forma en la que nos gustaría que se comportara nuestra economía. Pero dar por sentado que así es como lo hace en realidad es ignorar nuestras dificultades (The General iheory).
Aquí Keynes sigue con su bien conocido tema: que la única medida que podía utilizarse para juzgar lo que él llamo economía clásica era la cuestión de si era capaz de
'
Publicado en: Pilling, Geoffrey. t(The significance of the keynesian revolution)). En: Thc crisis oj kcy· ncsian economics. A marxist vicw. Londres: Crom Helm, 1987, p. 32-49, 66-67, 99. Traducción: Gemma Galdon.
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
servir como apoyo teórico para resolver los problemas inmediatos del mundo real. No estuvo, repetimos, preocupado principalmente por las deficiencias lógicas de la economía neoclásica, sino por la irrelevancia de sus postulados básicos. Y como encontró que estos postulados estaban cada vez más reñidos con la realidad, no se podía concluir que existiera una coincidencia automática entre los intentos del individuo por conseguir el beneficio máximo y el bien social. Así, «el mundo no está tan gobernado desde arriba que los intereses privados y los intereses sociales siempre coincidan ... No es una correcta deducción de los principios de la economía que el interés propio ilustrado funcione siempre en el bien del interés públicO>> (Keynes, Collected Works, 9), A pesar de los muchos esfuer.tos realizados para presentar a Keynes como un adverw sario radical del capitalismo, se debe destacar desde el principio que cualesquiera que fueran las objeciones parciales que pudo haber tenido respecto a los que él llamó la tradición económica clásica, y fueran cuales fueran sus críticas particulares al capitalismo existente en sus días, Keynes, a pesar de todo, siguió siendo un defensor incondicional del orden capitalista. Así, en The End of Laissezfaire, espera que «el capitalismo, gestionado adecuadamente, probablemente puede ser mucho más eficiente para obtener fines económicos que cualquier sistema alternativo en perspectiva». Aquí, las palabras claves son, evidentemente, «gestionado adecuadamente». Keynes creía en «la transición de la anarquía económica hacia un régimen que pretenda deliberadamente controlar y dirigir las fuerzas económicas en el interés de la justicia social y la estabilidad social». Lo esencial de su objeción al «viejo» capitalismo no regulado reside en el hecho de que él temía que éste fuera bastante incapaz, en la práctica, de conseguir esta estabilidad social. Esta ansiedad fue la que le llevó a la justificación pragmático-utilitaria de la intervención estatal ad hoc. Ésta es una posición que en ningún caso es exclusiva de Keynes. Hablando en términos generales, es una posición que habían defendido desde los años 80 del siglo XIX los fabianos, por ejemplo, que por cierto, al igual que Keynes, creían en una sociedad dirigida por una elite. Así, en los Fobian Essays, publicados por primera vez en 1889, encontramos a Sydney Webb, Shaw y compañía proponiendo, de una forma que prefigura sorprendentemente a Keynes, que los receptores de rentas e intereses debían ser gradualmente abolidos -en su caso a través de la tributación progresiva-. En su contribución a los Essays, William Clarke llamó la atención sobre el rápido avance del monopolio y, con él, de la separación de las funciones de gestión de las de propiedad (uno de los temas favoritos de los teóricos socialdemócratas posteriores a 1945). Prosiguió, el capitalista se está convirtiendo rápidamente en alguien totalmente inútil. Al encontrar que es más fácil y más racional unirse con otros de su clase en una gran empresa, ha abdicado de su posición de controlador, ha puesto a un director asalariado para que realice su trabajo por él y se ha convertido en un mero receptor de rentas o intereses. La renta o interés que recibe se abona por el uso de un monopolio que no él, sino toda una multitud de personas, crearon a través de sus esfuerzos conjuntos (Briggs, 1962: 117). Detrás del pensamiento fabiano se encontraba la idea de que el fin de1laissezfaire era equivalente al fin del capitalismo, o al menos del capitalismo propenso a las crisis y al colapso. Siempre es posible tomar una forma relativa de capitalismo -en este caso, el capitalismo de laissezjaire- y sugerir que, de alguna manera, es la forma esencial,
EL SIGNIFICADO DE LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA
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pero una que está desapareciendo, aunque de hecho aún no ha desaparecido. Karl
Popper, por ejemplo, declaró que «lo que Marx llamó «Capitalismo», es decir, capitalismo de laissezfaire, se ha "extinguido" por completo en el siglo XX» (Popper, 1947, vol. 2: 318). En otras palabras, Popper, de forma muy ilegítima, toma una forma pasajera del capital, su fase competitiva, y la eleva al rango de forma esencial. Naturalmente, cualquier juicio histórico sobre el capital, la relación entre sus diversas formas y la necesidad del pa')O de una a otra, se evita a través de esta especie de enfoque metafísico. Es justamente esta concepción histórica del capitalismo la que está ausente en Keynes 1• Su rechazo dellaissezfaire es un rechazo pragmático-utilitario. Es la única fonna de salvar el sistema. Así, en la Temia general afirma: Por Jo tanto, aunque la ampliación de las funciones del gobierno, relacionada con la tarea de ajustar mutuamente la propensión a consumir y el estímulo a invertir, le parecería a un publicista del siglo XIX o a un financiero estadounidense contemporáneo una invasión terrorífica del individualismo, yo la defiendo, en cambio, tanto como la única manera factible de evitar la destrucción de las formas económicas existentes en su totalidad y como la condición para el funcionamiento satisfactorio de la iniciativa individual (The General Themy: 380).
En resumen, una mayor intervención estatal era necesaria para rescatar al sistema capitalista, un punto reiterado de forma diferente cuando Keynes dijo: «Nuestra tarea final puede ser la de seleccionar aquellas variables que pueden controlarse o dirigirse deliberadamente por una autoridad central en el tipo de sistema en el que realmente vivimos» (The General The01y: 247). Traducido a términos concretos, esto significaba que podía seleccionarse cualquier variable del sistema económico: la elección de las apropiadas se decidiría desde el punto de vista de su efectividad y aplicabilidad para preservar las formas económicas existentes. Evidentemente, se podían producir algunas discusiones, y de hecho se produjeron, sobre la eficacia del control de cualquier variable particular. Los rnonetaristas señalarían el papel crucial de la regulación de la oferta monetaria, los keynesianos ortodoxos el del control del gasto público y del nivel de inversión. A pesar del intenso debate generado entre los que participaron en estas controversias, éstas tienen en realidad una importancia relativamente menor2• Pero, en cualquier caso, para Keynes, estas operaciones del estado (su «autoridad cenl.
2.
Por lo tanto, uno no puede aceptar la confiada afirmación de Joan Robinson (1962: 74) sobre Keynes: «En primer lugar, Keynes recuperó algo de la firmeza de los clásicos. Vio el sistema capitalista como un sistema, una empresa en marcha, una fase en el desarrollo histórico». Fue precisamente la visión del capitalismo como un modo de producción específico, que surge bajo unns condiciones históricas definidas, lo que faltaba en Kcynes. Esto no significa que la polémica entre los defensores de la política monetaria y fiscal esté totalmente desprovista de importancia. En la práctica, la política fiscal se ocupa de la redistribución de la renta nacional, la toma a la fuerlll desde el estado de parte del valor social de sus propietarios originales y su uso para fines que decide el mismo gobierno. En cambio, la política monetaria es esencialmente política de crédito. A nivel teórico, en relación a su teoría del dinero, los keynesianos y los monetaristas tienen mucho en común. Los dos parten del punto de vista del individuo como unidad básica de la economía: cuando estos individuos son agregados, llegamos a la demanda de dinero. Entre otras cosas, esto implica una confusión central entre el dinero que actúa como medio de intercambio y el dinero que funciona como capital (capital monetario). Volveremos a este punto en el capítulo siguiente.
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tral») se basarían en una condición crucial: que los cimientos de la economía capitaM lista («el tipo de sistema en el que realmente vivimos») se dejaran intactos. Según la teoría neoclásica, la economía está regulada por el mercado, a través del cual el consumidor realiza sus demandas en éste; según esta concepción, el Estado no se ocupa del consumidor, sino solamente de la voluntad de los ciudadanos (los electores) que, a través del mercado, hacen sentir sus necesidades en conexión con la realización de las necesidades sociales. Para eso, una parte de los ingresos se apartan en forma de impuestos. En contraste con esta teoría, Keynes afirmó que la responsabilidad del Estado es considerablemente más extensa, ya que creía que no sólo debe regular la economía para asegurar el pleno empleo, sino que está obligado a tomar medidas para generar las inversiones suficientes para compensar lo que él consideraba un déficit crónico de inversión privada. En opinión de Keynes, el Estado debería utilizar la renta nacional o, por lo menos, una parte de ella, para mitigar el desempleo, un hecho que convertiría al Estado en un componente central del sistema económico, más que en una fuerza externa, tal como lo había sido en términos generales en el viejo concepto neoclásico. Fue principalmente la fuerza de este aspecto de la teoría de Keynes lo que llevó a los defensores del capitalismo a proponer más tarde (después de 1945) que el funcionamiento espontáneo del sistema de mercado -que estaba ampliamente aceptado que se había descompuesto de fonma irrevocable en los años 30- estaba dando paso a la regulación estatal, o al estatismo, tal como era generalmente conocido. Ésta es la idea de la que se derivó la noción del «Capitalismo del bienestar», con la visión del Estado como una fuerza interclasista que se ocupara de todos los miembros de la sociedad sin importar su posición social. Esto, a su vez, proporcionó la justificación de las políticas económicas de quienes dominaban la socialdemocracia británica después de 1945, y sobre este tema volveremos próximamente. Como es bien conocido, Keynes combinó su creencia de que el capitalismo sufría de un número inadecuado de salidas para la inversión rentable con propuestas a favor de un modesto grado de redistribución de la renta como una forma posible de incrementar la demanda efectiva. Estas prescripciones derivaban a su vez de la posición de Keynes respecto al consumo: una distribución más igualitaria de la renta era una forma de aumentar el consumo. De nuevo, al defender medidas estatales para regular la distribución de la renta, Keynes se encontró en oposición con la vieja tradición neoclásica en la que supuestamente se llegaba a estas cosas de forma espontánea por la acción de las fuerzas de mercado. Otro aspecto que vale la pena destacar es la visión de Keynes sobre la determinación de los salarios. Generalmente, se afirma que Keynes se opuso a ciertos aspectos de la teoría de los salarios que suscribía la economía neoclásica. Pero en este caso, igual que en muchos otros, las diferencias con sus predecesores tenían un carácter más secundario que sustantivo. Tal como han señalado algunos autores recientes (Meltzer, 1981; Hutchison, 1981), Keynes nunca desafió fundamentalmente la teoría de los salarios de la productividad marginal, y, por lo tanto, en última instancia tampoco negó que una reducción de los salarios fuera el quid pro quo de un aumento en el nivel de empleo. Lo que defendió fue que la aparente disminución geométrica del empleo que experimentó el capitalismo mientras se escribía la Teoría general se debió no tanto a factores microeconómicos como macroeconómicos, notablemente a una falta de inversión y a una deficiencia de la demanda agregada. (Este punto fue evidentemente discutido por
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los monetaristas: para ellos, una vez que se ha instituido una política monetaria adecuada, el funcionamiento de la economía depende esencialmente de factores microeconómicos). Dejando esto aparte, Keynes creyó que los recortes directos de salarios eran socialmente peligrosos, ya que provocarían inevitablemente una feroz resistencia por parte de la clase trabajadora. Keynes propuso que los salarios se redujeran disimuladamente, a través de un proceso de inflación regulado desde el Estado: «Un movimiento de Jos empresarios para revisar a la baja los acuerdos salariales encontrará mucha más resistencia que una bajada gradual y automática de los salarios reales como consecuencia del aumento de los precios» (The General The01y: 264-). Una inflación controlada de este tipo permitiría un aumento de los salarios nominales a la vez que influiría sobre una reducción simultánea de los salarios reales a través de la inflación de precios, que ayudaría también a estimular los beneficios. Así, en la cuestión del nivel de los salarios y su determinación, Keynes situó al Estado en el centro de sus preocupaciones. En un momento de la Teoría general afirmó: No es la propiedad de los inslrumentos de producción lo que es importante que asuma el Estado. Si el Estado puede determinar la cantidad agregada de recursos destinados al aumento de los instrumentos y la tasa básica de recompensa para los que los poseen, habrá realizado todo lo necesario (The General Tlzeory•: 378). 1
Aquí Keynes propone que el Estado sea responsable de la determinación de la tasa de recompensa al capital que, por implicación, ya no debe dejarse que la determinen las fuerzas de mercado. Fue a partir de este ejemplo que se desarrollaron los argumentos a favor de las «políticas de rentas» controladas por el Estado, argumentos que han sido defendidos principalmente por los postkeynesianos y justificados como el mejor instrumento para asegurar la estabilidad de los precios. (El planteamiento teórico es el siguiente: según los postkeynesianos, uno de los resultados de la mala interpretación de Keynes ha sido el diagnóstico erróneo de la inflación. Durante los años de posguerra, la inflación había sido entendida corno la consecuencia de un exceso de demanda, más que una consecuencia de la presión sobre los costes. Como resultado, la respuesta de los gobiernos a las presiones inflacionistas era invariablemente el recorte de la demanda que, aunque ciertamente reducía el output y, por lo tanto, aumentaba el desempleo, afectaba poco o nada a los precios). Las ideas de Keynes no tienen en ningún caso un interés puramente académico, ya que tienen implicaciones políticas muy profundas, sobre todo en relación a la naturaleza y papel del sindicalismo en el sistema capitalista. Uno de los rasgos principales del capitalismo británico del siglo XIX en su fase liberal de desarrollo fue que otorgó ciertas concesiones al movimiento sindical organizado, al que se permitió negociar colectivamente con los empresarios en cuestiones de salarios y condiciones laborales. El siglo actual ha traído consigo un alejamiento constante de Jos planteamientos de este tipo, una evolución que se ha acelerado en las últimas dos décadas. Todos los gobiernos británicos, sean conservadores o laboristas, han tendido a una cierta forma de corporativismo, en el que los derechos de los sindicatos como negociadores independientes en nombre de sus miembros han sido erosionados. En este punto, este aspecto de la obra de Keynes estuvo en plena consonancia con algunas de las tendencias sociales y políticas básicas del siglo.
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Debería señalarse que, aunque Keynes se basó sin ninguna duda en el trabajo teórico de algunos de sus predecesores, aunque de forma muy ecléctica, sus opiniones se basaron también en una experiencia práctica considerable, que abarcaba desde sus propuestas para la reforma del sistema monetario indio a su trabajo en los últimos años de su vida por un nuevo orden monetario mundial. Keynes fue un asesor del gobierno en la primera guerra mundial, durante el periodo de las negociaciones del Tratado de Versalles y también durante el subsiguiente intento de restauración y final abandono de viejo patrón oro en 193 J. Aunque dejaremos para el próximo capítulo la conside-
ración detallada de la naturaleza de las innovaciones teóricas de Keynes, podemos afirmar provisionalmente que fue en gran medida en base a este trabajo práctico y teórico que culminó en la Teoría general, que se preparó el camino para la idea de que el siglo xx marcó la némesis de la era de la libre competencia; debido a la idea de que la economía ya no podía funcionar ni autorregularse sin la intervención de una tercera fuerza (el Estado) para restaurar el ahora inherente desequilibrio entre producción (representada por Keynes como un flujo de ingresos) y consumo. Tampoco fueron las ideas de Keynes una mera respuesta inmediata a la depresión que sumergió al mundo capitalista en el período posterior a 1929. Sus posiciones tanto sobre política económica como la teoría económica tenían raíces más profundas: eran el resultado de reflexiones sobre los problemas de gestión económica bajo las nuevas condiciones del siglo xx que se remontaban, como mínimo, hasta el final de la primera guerra mundial. En su The End of Laissez-Faire, presentado primero como conferencia en Oxford en 1924, Keynes dijo: Debemos aspirar a separar esos servicios que son técnicamente sociales de aquellos que son técnicamente individuales. Los temas más importantes de la agenda del Estado están relacionados no con esas actividades que los individuos privados ya están realizando, sino con aquellas que quedan fuera del ámbito del individuo, aquellas decisiones que nadie toma si no las toma el Estado. Lo importante para el gobierno no es hacer cosas que los individuos ya están realizando, y hacerlo un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en este momento no se están haciendo (Keynes, Collected Works, 9).
Así se justificaba la necesidad imprescindible de la intervención estatal. Aquí Keynes está expresando el hecho de que su vida discurrió mas allá del periodo que fue testigo del colapso del viejo liberalismo: la ideología que había justificado la política social y económica británica hacia el resto del mundo durante gran parte del siglo XIX. El principio del declive secular británico, que encontraba sus raíces en las últimas décadas del siglo XIX, fue indudablemente el fenómeno que dominó el pensamiento y la acción de Keynes a lo largo de su vida. En el ámbito político, fue la pérdida de la hegemonía mundial, que encontró su expresión en el declive y la eventual desintegración del Partido Liberal como el principal instrumento político de la clase dirigente, en favor del Partido Conservador. En el ámbito económico, fue un declive que causó un creciente desafío a y el eventual abandono de la vieja «Economía de Manchester>>, que proclamaba el comercio libre y el liberalismo económico como las virtudes gemelas que llevarían a Gran Bretaña y al mundo a la prosperidad y la paz ininterrumpidas. (¡Lo que no quiere decir que el resto del mundo apoyara necesaria-
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mente estas ideas!). En los años 30, estos dos puntales de la ideología burguesa del siglo XIX se encontraban bajo un ataque frontal, y desde muchos puntos de vista. La doctrina dellaissezfaire estaba siendo reemplazada por diferentes conceptos de «estatismo», siendo la expresión más intensa de esta tendencia la alemana, un país donde la economía de Manchester nunca logró tener, en cualquier caso, mucha influencia. Que la libre competencia se había derrumbado en favor del monopolio, y que como consecuencia el Estado debía asumir la responsabilidad de regular los monopolios, fue uno de los temas centrales de la «teoría» económica fascista3• Precisamente debido a que Keynes no permaneció recluido en la academia, sino que durante toda su vida se ocupó muy de cerca de los problemas económicos y sociales del capitalismo del siglo xx, se vio obligado a tratar estos temas centrales de la teoría y la política económica. Keynes mantuvo que la sobreproducción surge como consecuencia de lo que él consideraba corno una ley psicológica inherente, que provoca que, al aumentar los ingresos, aumente también el consumo, pero no de forma tan rápida. Como resultado, el aumento de los ingresos va acompañado por una mayor tendencia a ahorrar. Sin embargo, la inversión no aumenta con la suficiente rapidez para igualar este volumen creciente de ahorros, por lo que se genera un residual no utilizado, que se manifiesta en una utilización incompleta de los recursos, tanto humanos como materiales. La visión victoriana, según la cual el ahorro estaba entre las mayores virtudes, ya no era apropiada para el siglo xx; de hecho, un nivel de ahorro demasiado elevado era una de las causas del malestar del momento, dijo Keynes. Él consideró que esta discrepancia entre el ahorro y la inversión era tan crónica que era imposible eliminarla sin una intervención sistemática del Estado, incluyendo una política gubernamental de bajos tipos de interés, sumada a la creación de dinero y de crédito por encima de las necesidades de la circulación inmediata, con la concentración en manos del Estado de una parte de los ingresos y las inversiones totales. (Keynes habló de forma vaga sobre la «socialización de la inversión», y fue de afinnaciones como estas de las que se derivó falsamente la idea de que él fue de alguna forma un defensor del socialismo, una idea infundada muy difundida entre los círculos de grandes empresarios americanos después de 1945). La teoría de Keynes ha sido considerada generalmente como una teoría de la subiDversión, debido a que él consideró que el problema del capitalismo estaba esencialmente asociado a un déficit del gasto en inversión. Sin embargo, Keynes fue al mismo tiempo un gran admirador del subconsumista Malthus, y lamentó muchísimo el hecho de que fueran las ideas de Ricardo, y no las de Malthus, las que triunfaran en la historia del pensamiento económico inglés. Y, en un aspecto, existen ciertamente sorpren3.
Al revisar la Teoría general, Roll planteó el siguiente punto: «es significativo que muchos de los avances en la teoría de la competencia imperfecta sean debidos a economistas italianos y alemanes que apoyan las doctrinas del fascismo. El examen de la competencia limitada realizado por uno de éstos lleva a su autor a la conclusión de que el logro del equilibrio en las condiciones crecientemente inestables actuales es la función del Estado. Como el economista italiano Amoroso, él ve el estado corporativo como la maquinaria ideal para este propósito. La doctrina del sr. Keynes sobre el dinero, el interés y el control gubernamental de la inversión también tiene su contrapartida, si no en la teoría fascista, por Jo menos en la práctica fascista. Por mucho que la política económica de Alemania e Italia pueda variar de la fonna detallada en la que al sr. Keynes le gustaóa que la política fuera puesta en práctica, se podría afinnar que la política fascista está basada en algunos de sus principios)) (Roll, 1938). Las ideas de Keynes fueron ciertamente bien recibidas en las publicaciones económicas nazis como Der demsche \0/kswin y Die deutsc/ze Volkll'irlsc/wft.
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dentes similitudes entre el trab,Yo de Malthus y el de Keynes, sobre todo en el hecho de que los dos vieron la necesidad de una «tercera persona)), fuera de las relaciones del capital, como una forma de corregir la tendencia al desempleo; en el primer caso, esta «tercera persona» abarcaba las diferentes clases no productivas; en el caso de Keynes, este papel lo cumplía el Estado. Otras personas con ideas similares fueron Sismondi, quien vio a la pequeña burguesía como tal tercera persona necesaria, y el economista radical J. A. Hobson, quien creía que las colonias proporcionaban una salida a Jos bienes excedentarios producidos por el capitalismo4• A su modo particular, cada uno de estos autores fue un «crítico» del sistema capitalista -pero, en todos los casos, la crítica tuvo un carácter muy limitado-. Incluso en el caso de Hobson, cuyas ideas sociales y políticas estuvieron marcadamente a la izquierda de las de Keynes, él creyó que las contradicciones del capitalismo podían ser superadas a través de una redistribución radical de la renta. El tema es el siguiente. El mero reconocimiento, por parte de un escritor concreto, de ciertas contradicciones asociadas con el capitalismo, no convierte necesariamente su trabajo en científico, y el de Ma!thus es un caso que muestra la verdad de esta aseveración. Ya que aunque Malthus sí vio una cierta contradicción entre la producción y el consumo, jamás investigó la verdadera causa oculta de esta contradicción, y Marx pudo declarar que su trabajo era tanto vulgar (centrado sólo en la apariencia de las contradicciones del sistema capitalista y no en su esencia) como completamente apologético (Malthus, ese «adulador sin vergüenza», «ese Parson») 5• John Stuart Mili es otro ejemplo de un pensador que se opuso a ciertos rasgos del capitalismo y que realizó una serie de propuestas para rectificar estos «defectos», incluyendo, en este caso, un llamamiento a favor de una distribución de la renta de alguna forma más equitativa y a una extensión limitada de las funciones del Estado. Lo mismo ocurre con Keynes: él acepto que ciertos problemas estaban asociados al capitalismo (la negación de un hecho tan evidente hubiera sido en cualquier caso imposible en las circunstancias en las que se escribió la TeorÍa genera[), pero en realidad asumió que, esencialmente, el capital era armonioso. El inarmónico mundo de las apariencias surge de factores que contradicen esta noción y que no pueden ser explicados sobre la misma; en resumen, se originan en fuerzas de fuera del sistema económico -«políticas erróneas»; la obstinación o la estupidez de los que están en el poder; los efectos dañinos del monopolio, etcétera-. Así, en última instancia, Keynes, igual que hacen los monetaristas, se ve obligado a explicar el colapso del capitalismo en los años 30 basándose en factores no económicos. 4.
5.
Los subconsumistas, como Hobson, vieron el remedio a la recesión en Jos ahorros que transferirían las rentas desde la acumulación (los capitalistas) a los consumidores (los trabajadores). Keynes consideró que el problema al que se enfrentaba el capitalismo era la faha de crédito, que era a su vez el resultado de una política financiera restrictiva. En momentos de recesión, esto creaba una deficiencia en la inver~ sión: el remedio era aumentar el nivel de inversión a través de una política de «dinero barato)) y, si esto se revelaba inadecuado, a través de la empresa pública. «Malthus está interesado no en esconder las contradicciones de la producción burguesa, sino, al contra~ rio, en enfatizadas, por una parte para probar que la pobreza de las clases trabajadoras es necesaria (tal como lo es, de hecho, en este modo de producción) y, por otra, para demostrar a los capitalistas la nece~ si dad de una jerarquía bien alimentada de Iglesia y Estado para así crear una demanda adecuada para las mercancías que producen» (tomo ffi: 57). Pero mientras Malthus llamó la atención sobre algunas de las contradicciones capitalistas, huyó de demostrar su esencia en el conflicto entre el trabajo y el capital.
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En última instancia, Keynes dirigió gran parte de sus críticas al orden económico y social existente no contra el capitalismo como tal, sino contra una de sus fonnas, concretamente el capital generador de interes. Así, en un pasaje muy conocido, afirma: Veo, en consecuencia, el aspecto renrier del capitalismo como una fase transitoria que desaparecerá cuando haya realizado su tarea. Y con la desaparición de este aspecto rentier, muchos más aspectos dentro del capitalismo sufrirán un amplio cambio. Será, además, una gran ventaja para el orden de cosas que estoy defendiendo, que la eutanasia del rentier, del inversor sin funciones, no sea repentina, sino una mera continuación gradual pero prolongada de lo que recientemente hemos visto en Gran Bretaña, y que no necesitará ninguna revolución (The General Theory: 376).
Esta oposición al rentista era claramente una de las razones por las que Keynes se opuso a las políticas deflacionarias que se siguieron en los años 20, ya que la deflación «conlleva una transferencia de riqueza del resto de la comunidad hacia la clase rentista ... de los activos a los inactivos» (Keynes, Collected Works, 4). Keynes ciertamente no fue el primero en adoptar esta posición: otros antes que él habían adoptado posiciones similares, de la misma forma que algunos de sus contemporáneos también denunciaron el capital no industrial, frecuentemente en términos mucho más estridentes. [... ] [ ... ]
[... ]El trabajo de Keynes fue una parte integral de esta acomodación del conjunto de la economía ortodoxa a la realidad cambiante del desarrollo capitalista. El tema a destacar es que fue una reacción a esa realidad cambiante, y en ningún caso el iniciador de ese cambio, y eso debe destacarse ante el enormemente exagerado rol que Keynes asignó a las ideas [como instrumento} para cambiar el mundo. 2. ¿CAUSÓ EL KEYNESIANISMO EL BOOM DE POSGUERRA?
No hace falta decir que keynesianismo se ha convertido recientemente en un insulto. No sólo se le hace responsable de la supuesta mala administración de le economía británica de posguerra, de la que muchos se lamentan, sino que se le hace responsable de la ruinosa idea de los déficits presupuestarios que, como populannente se cree, han hecho tanto para hacernos llegar a nuestra crisis actual. Y, corno si esta lista de acusaciones no fuera suficiente, Keynes no sólo nos condujo a la falsa idea de que la economía se puede ajustar, sino que también abrió la puerta a una funesta regulación estatal de la economía. Estas acusaciones pueden ser consideradas como muy graves; pero muy pocas, sí alguna, pueden sostenerse. Por ejemplo, ya hemos mencionado que Keynes rechazó explícitamente la idea de que una serie de pequeños ajustes en los agregados presupuestarios pudiera regular la ecollomía dentro de unos límites deseados. Lo mejor que se les puede decir sobre esto a los detractores de Keynes es que algunos de sus seguidores pudieron malinterpretar su trabajo en este sentido; esta es de hecho la queja de Robinson, Hutchison y otros (aunque Hutchison y Robinson están marcadamente en desacuerdo sobre la naturaleza de estas malas interpretaciones).
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A pesar de esto, dos cosas están fuera de disputa. En primer lugar, que, hasta mediados de los años 70, el paro en el Reino Unido raramente alcanzó el 2%, una cifra extremadamente baja en vista de la propuesta de William Beveridge de un 3% como un nivel realista al que aspirar en la posguerra -un objetivo que Keynes a su vez consideró de improbable cumplimiento-. Segundo, que fue ciertamente uno de los elementos más persistentes del saber convencional de los años 50 y 60 el pensar que estas bajas cifras de desempleo y la prosperidad relativa que suponían eran debidas a la revolución en política económica para la que Keynes había establecido las bases teóricas. La visión ampliamente aceptada es que la larga lucha de Keynes fue convencer a los políticos estratégicamente situados del acierto de sus propuestas junto con la teoría en la que se basaban; una vez conseguido esto (después de 1940), se abrió el camino para un mayor grado de intervención estatal. Y, gracias al triunfo de las ideas de Keynes, la prosperidad se mantuvo después de 1945, con la implicación de que fue sólo a partir de mediados de los años 70, cuando estas teorías keynesianas fueron rechazadas~ que la economía se hundió en una recesión que se hubiera podido evitar. Aquí se da claramente toda la importancia al rol de las ideas en la orientación de la política socioe.:: conómica. Un autor reciente ha resumido la forma en que se ha considerado generalmente este tema: nuestra perspectiva de la "revolución keynesiana" era deliciosamente simple; la his':' toria económica reciente tendía a escribirse por economistas o historiadores del pen.:: samiento económico, y ambos tendían a ver la teoría económica como la fuerza principal detrás de la política económica. La política económica era presentada como un choque entre una ortodoxia inamovible y una fuerza intelectual y moralmente superior, el keynesianismo, que acabó triunfando con el compromiso de mantener unos niveles altos y estables de empleo en el White Paper [proyecto de ley] de 1944
(Booth, 1983).
Donald Winch pareció adoptar una postura similar: «A la luz de esta experiencia, se puede concluir que la revolución keynesiana en politica o bien ha sido un sumo éxitO o que, debido a otras razones no explicadas, se ha revelado innecesaria» (Winch, 1972: 293). Evidentemente, es cierto que los gobiernos de posguerra se comprometieron públicamente a establecer un nivel de empleo alto y estable. El White Paper on Econottíic Policy (1944) al que se refiere Booth era muy explícito sobre este tema: El gobierno acepta como uno de sus objetivos y responsabilidades principales el marí~ tenimiento de un nivel de empleo alto y estable después de la guerra ... Se debe evb, tar que el gasto total en bienes y servicios caiga hasta un nivel en el que aparezca un desempleo generalizado.
Los gobiernos de posguerra no sólo se comprometieron públicamente, en esta y en otras declaraciones, a una política de pleno empleo, sino que tenían también a su disposición un presupuesto público que era mucho mayor que antes de la guerra. A pesar de este cambio de circunstancias, muchos autores han arrojado muchas dudas sobre si algún gobierno del periodo de posguerra llegó realmente a intentar regular la
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economía de acuerdo con las convencionales ideas keynesianas de gestión presupuestaria6. Sir Alee Cairncross, con alguna matización menor, parece apoyar esta idea: La respuesta es que, a pesar de que las ideas keynesianas, prolongando el dinero barato del periodo de posgueJTJ, contribuyeron indudablemente al establecimiento temprano del pleno empleo, raramente se sometieron a prueba en los años 50 y 60. La demanda generalmente facilitaba la contención fiscal, y los esfuertos de los gobiernos se concentraban tanto en mantener la inflación a raya como en intentar asegurar el pleno empleo ... Durante el periodo, el gobierno central tuvo un excedente sustancial en la balanza de pagos que hasta 1973 cubrió la mayoría de las necesidades de endeudamiento de las industrias nacionalizadas ... Las técnicas de gestión de la demanda estuvieron plagadas de ideas keynesianas, pero la gestión de la demanda en sí operaba sobre fuerzas de mercado boyantes e incluso entonces sólo dentro de unos límites
reducidos (Cairncross, en Floud y McC!oskey (eds), 1981, vol. 2: 374). En un artículo anterior y muy conocido, R. C. O. Mathews fue incluso más enérgico en repudiar la visión aún muy común de que era el funcionamiento de las políticas keynesianas lo que explicaba la expansión del capitalismo en los años 50 y 60, ya que «durante el periodo de posguerra, el gobierno, lejos de inyectar demanda en el sistema, ha tenido persistentemente un gran excedente en la balanza corriente [... ]. El ahorro público ha sido de una media del 3% de la renta nacional>> (Mathews, 1968). [... ] 3, LA VISIÓN TRADICIONAL DEL CAPITAL'
[ ... ]
Evidentemente, es un truismo decir que Keynes criticó ciertos aspectos del trabajo de la escuela neoclásica de su época, igual que otros lo habían hecho anles que éL Pero es igualmente cierto que estas críticas nunca llegaron a ser fundamentales, jamás investigaron los cimientos epistemológicos de esta escuela, nunca se preguntaron por las concepciones históricas y sociales en las que se basaban. En cambio, está claro que la misma obra de Keynes estaba empapada precisamente con las mismas concepciones antihistóricas que predominaban en la economía neoclásica. Como es bien sabido, Keynes se abstrajo deliberadamente de cualquier análisis crítico de la estructura social de la sociedad y sus leyes de desarrollo. En ou·as palabras, dio por sentado el sistema capitalista, aceptó sus apariencias como si constituyeran su esencia. Su preocupación se centró exclusivamente en el funcionamiento y no en la dinámica del capitalismo. En su sistema teórico, presenta tanto las fuerzas productivas como las relaciones de producción como agentes inmutables, que se dan una vez y para siempre: «tomamos como dada la capacidad y cantidad de trabajo disponible, la cantidad y calidad del 6.
'
Joan Robinson dice de forma algo casual sobre la política postkeynesiana de posguerra: «Tal como sabemos, durante veinticinco años las recesiones serias se evitaron siguiendo esta política)) (Robinson, 1972). Esta afirmación tan simple no podría hoy recibir un apoyo unánime, ni mucho menos. En Pilling, Gooffrey. «The fundation of Keynes' economics)). En: The crisis of keynenian economics. A marxist view. Londres: Grown Hclm, 1987, p. 66-67, 99.
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material existente, la técnica, el grado de competencia ... , así como la estructura social, incluyendo las fuerzas que, además de nuestras variables ... determinan la distribución de la renta nacional» (The General Theory: 245). En otra parte Keynes escribió que tomaba como dado (es decir, como fijo) todo e] «marco económico» del capitalismo (The General Theory: 246). Evidentemente, el hecho de que Keynes tomara estos factores como algo «dado» no significa que ignorara el hec;ho de que, en el sentido empírico, este no era el caso. Aparece aquí un tema mucho más serio. Revela el hecho de que la obra de Keynes suponía un proceso convencional y esencialmente positivista de construcción de modelos por el cual, en base a una serie de supuestos arbitrarios, se construye un modelo de la economía. Es decir, que Keynes realizó una serie de supuestos con el fin de simplificar el análisis de la economía -por ejemplo, que no se produce cambio técnico, que el «marco económico» del capitalismo es fijo- y en base a estas abstracciones se deriva una imagen coherente del mundo. Pero, como en el caso de los supuestos tradicionales de la competencia perfecta, estas abstracciones son puramente ní.ecanismos mentales sin ninguna base en la realidad de los fenómenos que se investigan. Y precisamente por esto deben ser arbitrarios y subjetivos.[ ... ] [ ... ] 1
Al examinar las concepciones teóricas básicas de Keynes hemos afirmado que, lejos de realizar un avance respecto al trabajo de sus predecesores clásicos, constituyen una seria degeneración, ya que mientras que Smith, Ricardo y otros se propusieron establecer las leyes objetivas del capitalismo, la obra de Keynes está profundamente empapada del subjetivismo que caracteriza la totalidad del pensamiento burgués en el siglo xx. En primer lugar, tal como hemos intentado mostrar, su trabajo fue muy ecléctico, inspirándose en elementos de la escuela neoclásica para su explicación de las leyes de la distribución, pero a la vez invocando a Malthus para la explicación de la pobreza en los años 30. Es por esta razón, debido a que la obra de Keynes parecía un cajón de sastre, que cualquiera pudo meter la mano y escoger lo que quería. Esto está ciertamente conectado con la visión de Keynes del Estado como una institución interdasista, un tema examinado en el capítulo anterior. El Estado era una institución para ser utilizada para dirigir la economía según las ideas de uno. Pero esto necesariamente deja abierta precisamente la cuestión de qué políticas deben seguirse. Sismondi y Proudhon utilizaron un análisis parecido al de Keynes para defender ideas socialistas utópicas; Malthus utilizó su subconsumo para defender la posición del feudalismo en el marco de un capitalismo que avanzaba rápidamente; en el siglo xx (bajo condiciones históricas bastante diferentes, cua_ndo el capitalismo había dejado de ser una fuerza de progreso) tanto el fascismo como la socialdemocracia han impulsado políticas económicas que pueden reclamar un legítimo parentesco con Keynes. Que ideologías tan enfrentadas como estas puedan encontrar cierto grado de apoyo en la teoría económica de Keynes no es ningún accidente, teniendo en cuenta que ésta a) se limitó al ámbito de la circulación (considerando las relaciones de producción como dadas), y b) funcionaba a partir de categorías psicológicas subjetivas. [ ... ]
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Deficiencias en la explicación keynesiana y en sus propuestas de política económica' Alan Marin
l. INTRODUCCIÓN
El modelo y las recomendaciones de política económica keynesiana revisados en el capítulo anterior obtuvieron rápidamente una amplia aceptación, tanto entre los economistas como en términos de compromisos de política económica. En Estados Unidos, el New Deal fue pronto considerado como un tipo de protokeynesianismo, aunque incluso tan tarde como en los años 60 algunos republicanos siguieron mostrándose públicamente contrarios al «gasto con déficit>>. El retorno de un presidente demócrata, Kennedy, en 1960, inauguró un periodo en el cual algunos de los economistas más destacados de la economía keynesiana en los Estados Unidos jugaron un papel clave en las decisiones de política econón1ica. Probablemente es correcto afirmar que, hasta 1980, las políticas keynesianas fueron seguidas incluso durante los mandatos de presidentes republicanos 1 En la mayoría de los demás países desanullados hubo una aceptación mucho más rápida de las políticas keynesianas por parte de los partidos políticos de todo el espectro político. Por ejemplo, en el Reino Unido, un compromiso bipartito sobre la responsabilidad del gobierno para conseguir el pleno empleo se basó en un informe que se había realizado antes del final de la segunda guerra mundial. A pesar de esta aceptación· de la política y del enfoque keynesianos por parte de la mayoría de los economistas, siguió habiendo discusiones entre economistas sobre lo que se consideraban algunas de las debilidades del enfoque keynesiano. Algunos economistas vieron estos aspectos como meras dificultades menores en la explicación keynesiana del desempleo y de la economía, pero otros los vieron como fallos fundamentales. &tos últimos, una minoría disidente durante los buenos tiempos del keynesianismo, se han hecho mucho más influyentes desde finales de los 60. Los temas de este capítulo, por lo tanto, son aún el foco de grandes desacuerdos -que afectan no sólo a las
' l.
Publicado en: Marin, Alan. «Deficiencies in the keynesian explanation and policy proposa\SJf. En: Macrol!conomic poficy. Londres: Routledge, 1992, p. 26-50. Traducción: Gemma Galdon. Después de 1980, el presidente Reagan se concentró oficialmente en ver la política fiscal principalmente por sus efectos «sobre la oferta», y también creyó oficialmente en el equilibrio presupuestario. Sin embargo, en realidad sobrevino un gmn déficit presupuestario, y se ha afirmado que el mayor éxito de Jos Estados Unidos en la reducción del desempleo (al menos en comparación con la mayor parte del resto de Jos países desarrollados) fue debido a la adopción inconsciente del gasto con déficit «keynesiano». Este es un buen momento para señalar que la expresión «sobre la oferta11 no es lo mismo que la curva de la oferta agregada (aunque puede provocar cambios en ésta). La expresión se refiere a las medidas microeconómicas para aumentar el output económico y el crecimiento, principalmente a través de los supuestos efectos incentivadores de las disminuciones de impuestos y de la dcsregulación.
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explicaciones teóricas, sino también a las recetas de poHtica económica-. En la próxima sección consideraremos los debates sobre los supuestos de Keynes de que el salario nominal debe ser tratado simplemente como algo dado en un periodo de tiempo. Tal como afirmamos en el capítulo 1, hasta hoy, bajo nuestro punto de vista, muchas de las diferencias de opinión sobre política económica pueden reducirse a diferencias
de opinión sobre el funcionamiento del mercado de trabajo. Una forma de expresar de otro modo este argumento es preguntando si todo el desempleo es «voluntario». Este aspecto es tratado en la sección titulada «¿Es el desempleo siempre voluntario?». Los problemas de la exogeneidad de los salarios nominales y de la voluntariedad o no del paro, llevan a la consideración de la relación entre el paro y los salarios reaM les. Este tema es tratado en las páginas 412-418 y examina la cuestión de si los salarios reales tienen que disminuir para así aumentar el empleo, o si un recorte en los salarios nominales llevaría en realidad a una caída de los salarios reales, o meramente a un recorte proporcional equivalente en los precios. La sección «Desempleo de equilibrio o de desequilibrio~>, más adelante en este capítulo, relaciona la exogeneidad del salario nominal con todo el tema del énfasis en el desempleo en equilibrio. Las ideas tratadas en las páginas 402-420 están todas interrelacionadas, pero desafortunadamente la gente sólo puede leer palabras en un orden, y no de forma simultánea. Para facilitar la exposición hemos puesto estas ideas en la que creemos que es la mejor secuencia, pero el lector puede encontrar que le es útil recordar (o releer) las secciones anteriores después de haber leído las últimas, con el fin de apreciar mejor las interdependencias. La sección final (páginas 420-428) estudia la relación entre los debates acerca de un modelo que formalmente se ocupa del desempleo en equilibrio, y los "desacuerdos continuos sobre si los gobiernos deberían intentar estabilizar las fluctuaciones económicas. 2. LA EXOGENEIDAD DE LOS SALARIOS NOMINALES
En los modelos estándar de la economía keynesiana, se supone que, mientras existe el desempleo, los salarios nominales permanecen fijos 2• Debido a que en la visión keynesiana del mundo, cuando existe un amplio desempleo, existe un exceso de oferta de trabajo, la teoría normal de mercado implicaría esperar que se produzca una presión a la disminución de salarios; de la misma forma que cuando se produce un exceso de oferta en cualquier otro mercado esperamos que el precio del producto afectado caiga. El supuesto de que los salarios nominales permanecen constantes durante periodos de desempleo es, por lo tanto, frecuentemente expresado como la visión de que «los salarios nominales son rígidos a la baja». 2.
Las expresiones «Salarios en dinero» y «Salarios nominales» se utilizan de forma intercambiable. Se refieren simplemente al salario calculado en unidades monetarias. Además, excepto cuando tratemos los salarios relativos en diferentes empleos, los términos ((salario en dinero» y «Salarios nominales» también se tratarán de fonna equivalente. El ténnino «salarios realeS» se refiere a lo que puede comprarse con el salario nominal. Convencionalmente se calcula dividiendo el salario nominal por algún índice del nivel de precios.
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A pesar de que gran parte de la discusión se refiere a las implicaciones de política económica del supuesto de que Jos salarios nominales son exógenos, lo que es realmente importante es la rigidez a la baja de los salarios nominales, Keynes también supuso en la Teoría general que mientras el empleo se mantuviera por debajo de nivel de pleno empleo, los salarios no subirían rea1mente3 incluso si se producía un cambio en el nivel de precios. Esto suponía que aunque los salarios nominales fueran constantes, los salarios reales no lo son. En particular, si los salarios nominales se mantuvieran constantes al producirse un aumento en el nivel de precios, entonces los salarios reales bajarian. Esto parece implicar que en el proceso de fijación de los salarios, los trabajadores (y posiblemente también los empresarios) se preocupan del salario nominal pero no del salario real. Esta implicación perturba profundamente a algunos economistas. Uno de los resultados fundamentales del análisis microeconómico es que el comportamiento, y por consiguiente la asignación de recursos, debería depender no de valores nominales, sino de precios relativos. En el contexto del mercado de trabajo y del comportamiento de los trabajadores en la oferta de trabajo, el valor nominal es el salario nominal y el precio relativo del trabajo es el salario nominal relativo al nivel de los precios: es decir, el salario real. Por lo tanto, el supuesto de que los trabajadores no reaccionan a los cambios en los salarios reales contradice lo que los economistas generalmente consideran como un comportamiento «racional». Comportamiento que responde a valores nominales, y no a valores reales, también frecuentemente descrito como «ilusión monetaria». La gente se permite engañarse a sí misma para un comportamiento inapropiado (es decir, realizar acciones que no maximicen su utilidad) porque observan los salarios o los precios simplemente como una cifra de f:, más que en relación a la disponibilidad de recursos que esos í representan. Las fuertes connotaciones negativas y emotivas de palabras como «irracionalidad» e «ilusión» no son una mera casualidad. Como ya se ha afirmado, los supuestos de gran parte (la mayoría) del análisis microeconómico y sus predicciones dejarían de tener valor si este tipo de comportamiento fuera generalizado. De aquí el malestar por el supuesto de Keynes de que los salarios nominales pueden ser rígidos incluso cuando el Índice de Precios al Consumo cambia4• Los debates subsiguientes se han centrado mayoritariamente en el caso en el que un aumento en el nivel de los precios significa una disminución de los salarios reales si los trabajadores no logran un aumento del salario nominal. Estos dos temas, el de si los salarios reales bajarán cuando la oferta de trabajo supere a su demanda y el de si puede ser que no aumenten cuando los precios aumenten, están conceptualmente separados. Se podría afirmar que uno es realista sin aceptar necesariamente el otro. De hecho, en los últimos años, algunos keynesianos han planteado explicaciones del mercado de trabqjo que tratan sólo de uno de los dos supuestos. Keynes explicó de qué fonna veía el comportamiento del mercado de trabajo, que, en su opinión, justificaba los dos aspectos de la suposición de la rigidez del salario nominal. Puesto que, como ya se mencionó en el capítulo anterior, la Teorfa general 3. 4.
Volveremos a esta cuestión cuando discutamos la inflación en el próximo capítulo, especialmente la inflación de costes. El Índice de Precios al Consumo tiene diferentes nombres en diferentes pafses. Otros nombres muy comunes son índice «del coste de la vida>> o JPC.
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contemplaba precios flexibles y que crecieran al expandirse el oulput, incluso en tiempos de desempleo (de forma que los salarios reales bajaban al expandirse el output),
Keynes consideró los dos aspectos de la rigidez salarial. Como durante mucho tiempo, después de los años 30, la mayor parte de los keynesianos ignoraron la posibilidad de que se produjeran aumentos de precios durante periodos de desempleo, tendieron a preocuparse simplemente de defender el supuesto de que los salarios nominales no bajaban ni siquiera cuando se producía un exceso de la oferta de trabajo. Sin embargo, recientemente, algunos keynesianos han intentado justificar el supuesto de que los salarios nominales permanecen rígidos incluso mientras suben los precios. No vamos a intentar dar un informe exhaustivo de todas las diferentes explicaciones posibles ofrecidas por los economistas keynesianos para justificar el supuesto de que los salarios son rígidos, pero mencionaremos algunas para dar una idea de los tipos de argumentos planteados. Entre las que se dieron primero se encuentra la idea de que los trabajadores están preocupados por los salarios relativos porque se supone que éstos indicarían su valoración relativa. Por valor, en este contexto, no nos referimos a su productividad marginal, sino, en cierto sentido, a la consideración que se les tiene. La aceptación de un recorte salarial por parte de un trabajador o de un grupo de trabajadores en concreto puede suponer una disminución de su posición social si no están seguros de que todos los demás trabajadores están aceptando también recortes de sus salarios. Esto se puede expresar de otra forma para aquellos que lo encuentren admisible, afirmando que el salario relativo de una persona indica su «valor» -teniendo esta palabra el sentido que se le dio en el famoso epigrama de Osear Wilde: «Un cínico es un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada>>-. Debido a que un aumento del nivel de precios que reduce el valor real de todos los salarios nominales no altera el salario relativo, los trabajadores podrían aceptar un recorte en el salario real que se produjera de este modo, incluso aunque rechazaran el ser los primeros en iniciar un proceso de recortes en los salarios reales a través de una reducción de su salario nominal en un periodo de desempleo. De esta forma, este tipo de explicación se ocupa de las dos formas de rigidez salarial. Algunas versiones keynesianas más modernas de un enfoque similar destacan aspectos como la importancia de las normas sociales que inhiben a los trabajadores. desempleados de ofrecerse para ocupar los puestos de los trabajadores ocupados en ese momento, al menos en periodos de desempleo no catastrófico, o los miedos de ofender los sentimientos de «equidad» 5• Esto último puede relacionarse también con las teorías del mercado de trabajo que predicen que no sólo los trabajadores se resistirán a los recortes salariales, sino que también sería posible que los empresarios no quisieran recortar salarios incluso si pudieran contratar a trabajadores desempleados con salarios más bajos que los que pagan a sus trabajadores actuales. En la versión referente a la equidad de estas teorías (una versión de lo que a menudo se conoce como teorías «del salario de eficiencia»), si los recortes salariales a los trabajadores empleados se llevaran a cabo a través de la amenaza de contratar a trabajadores desempleados, el resentimiento generado entre los trabajadores les llevaría a emplear el mínimo esfuerzo posible. La falta de compromiso voluntario por parte de los trabajadores llevaría no sólo a una caída de la cantidad real de trabajo realizado, sino que también 5.
Ver, por ejemplo, Solow (1980), (1990) o Akerloff (1980).
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podría provocar una actitud descuidada hacia la calidad. Por lo tanto, los empresarios serían los ptimeros interesados en no recortar salarios6• Otras versiones de las teorías «del salario de eficiencia» enfatizan otras razones que los empresarios podrían tener para no querer rec01tar los salarios. Éstas incluyen: el incentivo de evitar incurrir en el coste de formar a los trabajadores recién contratados, lo que puede lograrse manteniendo un salario por encima del salario «corriente» para el puesto, desanimando así a
los trabajadores contratados a marcharse a otro empleo; el incentivo extra para que los trabajadores cumplan bien y eviten ser despedidos que supone que su salario sea superior al que podrían aspirar si tuvieran que encontrar otro trabajo; y la existencia del peligro de que el pago de salarios más bajos desanime a los trabajadores potencialmente más productivos a entrar en la empresa. Las razones para el supuesto de los salarios rígidos, en el ejemplo que acabamos de proporcionar, tienen en común el hecho de no contar con la «imperfección» de los sindicatos. Otra corriente de la tradición keynesiana, aunque no destacada por Keynes mismo, se centra en el papel de los sindicatos. La importancia de los sindicatos, entonces, no sería tanto que su motivación para resistirse a los recortes salariales es mayor que la de sus miembros, sino que, a diferencia de los trabajadores no organizados, éstos tendrían el poder de evitar los recortes salariales. Esencialmente, la amenaza de huelga si algunos de los trabajadores empleados fueran a ser reemplazados por desempleados a cambio de un salario menor, podría ser suficiente para evitar un recorte salarial. Sin embargo, al menos en los países en los que la proporción de la fuerza de trabajo perteneciente a un sindicato está muy por debajo del100%,los sindicatos solos no son suficientes para justificar el supuesto de que todos los salarios nominales son rígidos a la baja. Incluso si las empresas con presencia sindical no recortaran los salarios nominales, las empresas sin sindicatos podrían hacerlo y así producir sus mercancías a precios más bajos que las empresas con sindicatos, de forma que éstas últimas se verían obligadas a cerrar. Incluso si industrias completas tuvieran sindicatos, en el caso de que las industrias sin sindicatos pudieran reducir sus precios relativos, la demanda se desplazaría hacia éstas. El énfasis en el poder sindical como explicación al menos parcial de la rigidez salarial a la baja nos parece que varía según los países y el momento, en relación a su tamaño relativo y a la fuerza aparente de los sindicatos. Tal como se ha indicado antes, los economistas que se oponen al enfoque keynesiano han encontrado a menudo que estas explicaciones keynesianas sobre la rigidez salarial son poco convincentes. En parte, existe el sentimiento de que, sean cuales sean los obstáculos, al final las «fuerzas de mercadm> se impondrán. A veces se hace constar con incredulidad que no es posible que los intercambios mutuamente ventajosos no se lleven a cabo 7. Si existiera un trabajador desempleado que estaría mejor trabajando por un salario aun menor al que estuviera pagando un empresario concreto, y si el empresario pudiera bajar los costes, y así incrementar el beneficio, contratando a este 6.
7.
Dependiendo de la formulación exacta de Jos supuestos, puede ser o no que en estas teorías los empresarios sientan que deben aumentar los salarios nominales si se produce un aumento del nivel de precios. Un problema con las versiones de equidad es que muchas veces se basan más en afirmaciones plausibles de lo que la gente considerará que es justo, y no han sido comprobadas de forma suficien· temente precisa como para dar respuestas cuantitativas sobre la importancia de nociones diferentes de justicia en diferentes circunstancias. Ver, por ejemplo, Lucas (1978) o Barro (1979). El primero es también relevante para la próxima sección.
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trabajador por un salario menor, entonces se presenta como axiomático que se llegará a un acuerdo mutuamente ventajoso y que éste se aplicará. Las explicaciones keynesianas más recientes acerca de la rigidez salarial a las que nos hemos referido en el párrafo anterior pueden verse como un intento de responder a este ataque contra las primeras explicaciones keynesianas. Lo que tienen en común es que implican que, de hecho, un acuerdo de recorte de salarios entre empresarios y desempleados no sería mutuamente ventajoso. Al menos uno de los dos contratantes potenciales no querría aplicar un trato de este tipo. En el enfoque que apela a las «normas sociales», serían los desempleados los que no querrían ofrecerse para reemplazar a los trabajadores empleados a cambio de salarios más bajos. Las presiones sociales pesarían más que su interés propio, tal como éste se define estrictamente en los enfoques económicos tradicionales de maximización de la utilidad. En las versiones del salario de eficiencia, el reemplazar a parte de la fuerza de trabajo empleada por nuevos trabajadores contratados de las filas de los desempleados a cambio de salarios más bajos no respondería al propio interés del empresario, incluso definido de forma estricta corno la maximización del beneficio. En los dos enfoques, como la amenaza de contratar a otros trabajadores si la fuerza de trabajo empleada no accediera a un recorte salarial no es creíble, los trabajadores empleados no aceptarán tal recorte. En general, los monetaristas encuentran que estas descripciones del mercado laboral no son realistas. Su visión del mundo es que, si el desempleo persiste durante un tiempo, los salarios bajarán a no ser que los aparentemente desempleados prefirieran quedarse en esa situación. Sea cual sea la explicación que acepten, la mayoría de los keynesianos cree que sí pueden producirse largos periodos de desempleo sin que se produzcan reducciones apreciables de los salarios nominales, incluso aunque muchos de los desempleados estuvieran dispuestos a aceptar un trabajo por un salario real algo menor que el normal-si este trabajo les fuera ofrecido-. 3. ¿ES EL DESEMPLEO SIEMPRE VOLUNTARIO? La cuestión de si hay momentos en los que la mayor parte del desempleo pueda considerarse como involuntario es un tema que ha dividido a los economistas desde que Keynes introdujo por primera vez su idea del desempleo involuntario. Aunque Keynes proporcionó una definición neutral de su utilización del término «desempleo involuntario», la apasionada discusión acerca de si el fenómeno puede existir se mueve entre las definiciones formales y los usos ordinarios y sus implicaciones. En el uso ordinario, el término «involuntario» connota que no hay otras opciones. Como no hay ninguna alternativa, no hay ninguna elección a realizar. Citando a un diccionario. involuntario significa «sin el ejercicio de la voluntad». Así, los que niegan que pueda existir el desempleo involuntario normalmente quieren decir que los desempleados podrían encontrar algún otro trabajo si estuvieran dispuestos a realizar los sacrificios necesarios para ello. Ven el desempleo como algo voluntario porque es el resultado de la elección de quedarse desempleado más que la de aceptar un empleo que se considere incluso menos deseable que el desempleo. Generalmente, los monetaristas afirman que incluso si no es posible que los desempleados encuentren el tipo de trabajo que querrían, con sus capacidades y el nivel salarial que desearían, siempre hay posibilidades de emplearse. Se puede entender
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que un trabajador desempleado que se ha pasado años adquiriendo experiencia en un trabajo cualificado no quiera aceptar un trabajo fregando platos a cambio del salario mínimo, o yendo por ahí ofreciéndose a limpiar zapatos, pero como existe la posibilidad de elegir, su desempleo continuado debería describirse como «voluntario)). Esta visión está obviamente relacionada con el desacuerdo keynesiano/monetarista de la sección anterior sobre la rigidez salarial. La visión de que, en el análisis definitivo, todo desempleo es voluntario afirma que siempre existen algunos sectores en los que es posible encontrar trabajo si uno está dispuesto a recortar lo suficiente su demanda salaria1 8. Los keynesianos dispuestos a argumentar acerca de la voluntariedad del desempleo en este contexto concreto han proporcionado diversas réplicas. Una ha sido afirmar que, en una economía industrializada moderna, esos sectores en los que la posibilidad de encontrar un trabajo por el salario mínimo aún existe, tienen una importancia trivial. Durante los periodos de desempleo masivo, éstos no podrían absorber a todos los desempleados, incluso si todos los desempleados estuvieran dispuestos a trabajar en estos sectores. Además, dentro del marco keynesiano, se ha afirmado que incluso si algunos de los desempleados redujeran sus demandas salariales lo suficiente como para encontrar trabajo corno lavaplatos, etc., se estarían limitando a desplazar a las personas empleadas en ese momento en esos trabajos poco cualificados y poco remunerados. Por lo tanto, la composición de los desempleados podría alterarse, pero no se produciría una disminución del número total de trabajadores desocupados a menos que se produjera un incremento de la demanda. Volvemos así a la visión keynesiana de que, duranle los periodos de desempleo, el output depende de la demanda agregada. En ausencia de una expansión del gasto total, el output agregado no aumentará y, por lo tanto, el desempleo total no bajará9• De forma más general, cuando no se discute simplemente como defensa ante el ataque mencionado en el párrafo anterior, el argumento keynesiano de tratar la mayor parte del desempleo (durante las recesiones) como involuntario, tiene varias corrientes. Una corriente se remonta a la definición formal y técnica de Keynes en la Teoría general. Otros tratan de utilizar una noción del desempleo involuntario que recoge algo más de la noción corriente de voluntariedad. 8.
9.
También está relacionado con el tema que se discutirá en el capítulo 7 sobre si un nivel demasiado alto de la prestación de desempleo o, en algunos países, los salarios mfnimos, son responsables del desempleo. Obviamente, se puede afirmar con cierta credibilidad que un factor que contribuye a determinar si la gente buscará un trabajo a cambio de un salario muy bajo es si es posible que consigan más dinero a través de prestaciones sociales mientras están desempleados. En las páginas siguientes valoramos si un recorte de las demandas salarir~les de los trabajadores llevaría por sí mismo a un aumento de la demanda agregada. Incluso si se supone que una caída de todos los salarios reales podría aumentar la demanda agregada, sigue siendo posible afirmar que si el recorte de los salarios reales se produce sólo en un muy reducido número de sectores poco importantes de la economía, el efecto sobre la demanda agregada será insignificante. Por lo tanto, los keynesianos podrían afirmar que si los sa1arios reales fueran rígidos en los sectores más importantes de la economía, no se produciría ningún aumento del empleo agregado, y que el desempleo podría considerarse involuntario. Obsérvese que todo el tema de los trabajadores cambiando de tipos de trabajo no puede ser analizado formalmente dentro de los modelos macro estándar, ya que son modelos macro que tratan la producción en la economía como un único sector.
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Gráfico 3.1. Desempleo con salarios nominales rígidos Salario real
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Exceso de oferta de Trabajo
L,
IV, 1
1
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--~--~--
1
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L,
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Pleno empleo
La definición de Keynes era que el desempleo era involuntario1si un aumento en el nivel de precios relativo al salario nominal incrementaba el volumen de empleo. En otras palabras, que una caída del salario real persuadiría a las empresas a emplear a más trabajadores y (lo que es esencial en esta noción de desempleo involuntario) que habría suficiente oferta de trabajadores disponibles para cubrir los empleos extra inclu' so a este salario real más bajo. La definición se ilustra en el gráfico 3.1, donde la curva de pendiente negativa Ln es la demanda de trabajo -de forma que un salario real, más bajo llevaría a demandar una mayor cantidad de trabajo- y L5 muestra la curva de oferta ordinaria de trabajo como función del salario real. Algunos keynesianos considerarían que la curva de oferta es prácticamente vertical, al menos para los trabajadores de primer empleo, si consideramos el trabajo medido en términos del número de trabajadores y no en ténninos de horas-hombre trabajadas, ya que no creen que las decisiones de las personas sobre si trabajar o no sean muy sensibles al salario real 10 • No importa mucho en el debate si la curva de oferta es vertical. Si inicialmente tenemos un salario real de w0, entonces la cantidad de trabajo demandado, y por lo tanto de empleo, la da E0• A este nivel de salario real, habría más trabajadores dispuestos a trabajar que trabajadores empleados. Si el nivel de los precios fuera más alto, sin cambios en el salario nominal, entonces el salario real sería menor. En el gráfico 3.1, consideremos un salario real menor de w1 donde si W indica el salario nominal y P indica el nivel de precios tenemos lO. Esta visión era, quizii, más creíble antes del gran aumento de la participación de las mujeres casadas en la fuerza de trabajo. Incluso ahora no es probablemente muy injusto decir que algunos debates keynesianos sobre el desempleo siguen tratando al trabajador típico como un cabeza de familia adulto y masculino. Como mínimo, los enfoques que consideran el desempleo como el principal problema económico suenan más convincentes cuando el desempleado es tratado como el asalariado principal de la familia. De fonna similar, declaraciones sobre el coste social y el estigma del desempleo parecen más convincentes si la imagen es de este grupo.
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y
siendo P 1 más alto que P0• El empleo a w1 sería E1• El desempleo a Eo es involuntario porque la demanda extra de trabajo puede cubrirse con desempleados incluso a este salario real menor. Lo mismo ocurriría en caso de cualquier aumento en el empleo hasta el nivel de pleno empleo. Lo que da a esta definición del desempleo involuntario la fuerza y atractivo que pueda tener, es, creemos, la incorporación dentro de un modelo de la economía que trata el salario nominal como rígido a la baja. En el ejemplo, la caída del salario real se produce incluso mientras el salario nominal se encuentra fijado en W0, debido al aumento del nivel de los precios de P0 a P1• Los trabajadores no pueden afectar el nivel de precios especialmente durante una recesión, cuando los salarios nominales no están subiendo. Mientras el salario nominal sea tratado simplemente como exógeno, los tra· bajadores no podrán conseguir el recorte necesario en su salario real. Como están «fuera» de su curva de oferta, Keynes pudo sentirse justificado al describir este desempleo como «Ínvoluntario» 11 • Lo que los trabajadores querrían hacer está expresado precisamente en la curva de la oferta de trabajo. La definición de Keynes del desempleo involuntario y su explicación de los cambios en el desempleo involuntario encajan dentro de su modelo de la economía en el que los cambios en el volumen de empleo están inversamente relacionados con los cambios en el salario real. En el gráfico 3.1, los trabajadores están fuera de sus curvas de oferta siempre que los salarios reales se encuentren por encima de Wp, pero las empresas están en sus curvas de demanda de trabajo y el desempleo varia con los cambios en el salario real a medida que las empresas se mueven hacia arriba o hacia abajo de sus curvas de demanda. Tal como ya hemos indicado, durante mucho tiempo (y hasta cierto punto incluso ahora), muchas discusiones keynesianas trataron el nivel de precios, igual que el salario nominal, como algo inflexible en los momentos en los que el gasto no es lo suficientemente alto como para asegurar un output de pleno empleo. Por eso, algunas de las otras cmTientes de los debates keynesianos más tardíos que plantean que el desempleo puede ser involuntario no están directamente relacionados con la definición de Keynes. Son compatibles con análisis que permiten que el desempleo cambie en respuesta a los cambios en el gasto sin los cambios correspondientes en el salario real. Un enfoque de este tipo es el que afirma que, durante una depresión, los desempleados podrían ser descritos como desempleados involuntarios, no sólo si estuvieran contratados previamente por un salario real al cual ahora no pueden encontrar trabajo, sino también si pudieran esperar razonablemente que más adelante hubiera de nuevo trabajos normales disponibles en condiciones que estuvieran dispuestos a aceptar. Sus empleos no se han perdido debido a cambios fundamentales en la estructura de la economía (ya sea en las pautas de la demanda o en la eficiencia de la producción), sino simplemente debido a una falta de demanda agregada. Cuando vuelvan los «tiempos 1l. También es involuntario en los casos kcynesianos «especiales}' en los que un recorte del salario nominal lleva a una cilída eqniproporcional de los precios. Ver la próxima sección.
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normales)}, volverán a poder obtener trabajos normales. Si los trabajadores tienen esta visión, y si tienen razón en tenerla, entonces sus reticencias a buscar trabajos muy mal pagados y de baja categoría no significarán que su desempleo sea voluntario. Esta versión del argumento keynesiano pretende contrarrestar la visión monetarista planteada anteriormente e ilustrada a partir de nuestro ejemplo del lavaplatos. Los keynesianos frecuentemente destacan la evidencia anecdótica de los artículos periodísticos sobre las colas de solicitantes de empleo cuando una empresa anuncia que va a contratar a trabajadores en periodos de recesión. La aceptación de esta visión keynesiana depende, al menos en parte, de la validez de la afinnación de que un aumento del gasto llevará a la existencia de trabajos «normales» a salarios «aceptables>> 12 • El argumento keynesiano que acabamos de plantear puede verse como una amplificación de la propia definición de Keynes. Sin embargo, no se limita a un caso en el que los salarios reales «aceptables» que acompañarán a un mayor empleo sean necesariamente más bajos que los salarios reales mientras el desempleo fue más alto. Los dos enfoques, igual que los argumentos de los que insisten en que el desempleo debería ser considerado siempre como voluntario, dependen de una visión más general de lo que se considera un modelo adecuado de macroeconomía. Como gran parte (o a nuestro juicio, la mayoría) del debate subsiguiente no se ha limitado a la definición original de Keynes del desempleo involuntario, uno puede muy bien preguntarse porqué ha habido un debate tan intenso sobre si el término «involuntario» debería aplicarse jamás al desempleo. Keynes podría ser considerado meramente como el que dio la definición técnica dentro de su modelo particular de la economía, y está comúnmente aceptado que las definiciones no son más que abreviaturas para ahorrar el tener que reescribir una larga frase cada vez que uno desea referirse al concepto. ¿Por qué, enton-· ces, debería~ los economistas que trabajan con modelos que difieren en mayor o menor medida del de la Teoría general seguir debatiendo sobre si el desempleo debería cali-' ficarse de voluntario o involuntario? Se puede especular que gran parte de la respues-, ta a esta pregunta es que, a pesar de que podemos definir palabras de una forma neutral,' éstas siguen manteniendo sus connotaciones emotivas. La elección de Keynes de la palabra «involuntario» no fue, según esta visión, una coincidencia. Por ejemplo, podría haber elegido otra expresión, como desempleo de «exceso de oferta» o de «Salario real alto». Sin embargo, llamarlo involuntario conllevaba el mensaje de que no era deseable, y de que, a ser posible, se debería hacer algo sobre el tema. Tal como hemos planteado, él consiguió la aceptación del compromiso de no tolerar un desempleo general. En su modelo, y en este caso también en los debates keynesianos posteriores, el desempleo no es deseable en el sentido de que reducirlo mejoraría el bienestar. Precisamente, debido a que los trabajadores se encuentran fuera de su curva de oferta de trabajo, un aumento del empleo, incluso si fuera a un salario real algo menor, beneficiaría a los desempleados sin perjudicar a los empresarios 13 . Aunque ésta hubiera sido igualmen12. Las referencias a los empleos «Ordinarios)), en nuestra exposición de la explicación keynesiana más gene· ral sobre porqué no consideran que el desempleo sea necesariamente voluntario, pueden estar relaciona· das con el tema debatido en la nota 10. También pueden estar relacionadas, quizá, con la distinción entre mercados de trabajo «primarios>) y «secundarios)>, tal como han desarrollado Doeringer y Piore (1971). 13. En la terminología microcconómica, el cambio constituye, sin aillbigüedad, una mejora paretiana (excepto por los efectos sobre la renta real de aquellos que ya estaban empleados, si no se ven compensados por su pérdida).
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te una implicación del modelo, fuera cual fuera el nombre dado al tipo de desempleo, llamarlo involuntario daría la impresión deseada incluso a los lectores que hubieran olvidado la definición concreta, e incluso a los que nunca hubieran leído el libro pero que hubieran oído vagamente algo sobre sus ideas a partir del informe de un tercero. Aquellos que consideran que todo el desempleo es voluntario afirmarán normalmente que no existe ningún problema de desempleo. Como los trabajadores se encuentran en su curva de oferta y no están limitados de ninguna manera significativa, no es necesaria ninguna política para intentar alterar el nivel de empleo. El nivel de empleo es el resultado de decisiones de demanda y de oferta tomadas por empresas y trabajadores, y puede suponerse que tiene las propiedades de optimalidad usuales de los equilibrios de mercado. La acción gubernamental para afectar a los mercados de trabajo no estaría más justificada que en cualquier otro mercado -como máximo (según este tipo de visión monetarista), debería limitarse a la eliminación de las imperfecciones, como las debidas al poder sindical-. Muchos economistas no estarían de acuerdo, pero nosotros creemos que no es para nada insólito que en economía se utilicen términos persuasivos y que éstos tengan un efecto sobre las percepciones generales de la gente. Podemos pensar en expresiones como competencia «perfecta» o comercio «libre~>. En los dos casos se puede dar, y así se hace normalmente, una definición puramente técnica. Pero el hecho de que a un tipo de competencia se la llame perfecta es muy probable que dé la impresión de que hay algo deseable en este tipo de competencia, incluso a aquellos que nunca han pensado a través de un análisis económico fonnal de economía del bienestar sobre los supuestos y los juicios de valor bajo los que el término es deseable. De alguna forma, la competencia que es «perfecta» debe ser mejor que la «imperfecta» 14 • De forma similar, la designación de la ausencia de aranceles como comercio «libre» conlleva la implicación de que es mejor que la alternativa: lo que es «no libre» debe ser peor que la libertad15. Nuestra conjetura es que los debates continuos sobre lo apropiado de calificar el desempleo de «involuntario» se deben a similares connotaciones persuasivas acerca de la política económica vinculadas a la elección del adjetivo 16. Estén o no justificadas nuestras especulaciones acerca de las razones para la continuación del debate sobre la descripción adecuada de los desempleados, estamos convencidos de que el tema sigue siendo crucial para distinguir a los que hemos descrito como keynesianos de los que hemos descrito como monetaristas. En concreto, aquellos que creen que el desempleo es principalmente voluntario parecen ser también los que creen que los gobiernos no deberían, o no pueden, utilizar políticas macroeconómicas para afectar el nivel de empleo y de output. Por otra parte, los que creen que el desempleo puede describirse muchas veces como involuntario parecen también creer siempre que el problema podria resolverse a través de la acción gubernamental y macroeconómica. 14. Esto es incluso más cierto en el caso de la terminología alternativa que se refiere a la competencia «pura». 15. Los que defienden Jos aranceles hablan de «protección» en lugar de comercio «no libre». 16. Un debate interesante sobre los modos de discurso de los economistas, que va mucho más allá de nuestra preocupación particular en este párrafo, puede encontrarse en McClosky (1983) y (1988). El libro que contiene la última referencia incluye otros puntos de vista.
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4. SALARIOS REALES Y DESEMPLEO
En un aspecto importante, Keynes no se apartó de las posiciones de sus predecesores al tratar el empleo en la TeorÍa general: los cambios en el nivel de empleo estaban inversamente relacionados con los cambios en los salarios reales. Como se ilustra en el gráfico 3.1, los cambios en el empleo se producen mientras las empresas se mueven hacia arriba y hacia abajo en sus curvas de demanda de trabajo. Para Keynes, mientras hubiera desempleo involuntario como él lo definió, el cambio en los salarios reales se produciría a través de cambios en los precios, mientras que los salados nominales permanecerían constantes. A pesar de esto, la proposición de que una disminución del desempleo requeriría normalmente una caída de los salarios reales no contaría con la oposición de aquellos economistas con los que Keynes creyó estar en desacuerdo. En lo que normalmente difirieron fue en sus posiciones sobre si era necesario que los gobiernos intervinieran para conseguir la caída necesaria de los salarios reales. La insistencia de Keynes de que los salarios nominales eran generalmente rígidos a la baja, y su énfasis en que podría producirse un equilibrio con desempleo (tal como debatiremos en la próxima sección), hizo que no estuviera dispuesto a defender que se esperara a que los salarios nominales bajaran para eliminar el desempleo involuntario. Para la política económica, este es un ejemplo de la predilección de Keynes por concentrarse en el que él consideró que era el problema inmediato, y no basarse en cómo sería un equilibrio a largo plazo: «a largo plazo estamos todos muertos». Según el análisis de Keynes, una política fiscal o monetaria expansiva aumentaría el empleo. Sin embargo, en conjunción con su análisis del mercado de trabajo, como en el gráfico 3.1, esto sólo podría ocurrir si las políticas fiscales o monetarias expansivas llevaran a un aumento del nivel de los precios 17• Desde el principio, algunos de los adversarios de Keynes, como Lionel Robbins, plantearon objeciones a sus pr_9puestas (sobre todo a los panfletos más orientados políticamente que Keynes escribió a principios de los años 30) porque creyeron que estaba evitando el tema. En opinión de Robbins, si la cura del desempleo suponía una caída de los salarios reales, el deber profesional de los economistas era plantearlo de forma honesta y explícita. Entonces, sería una decisión política elegir si se prefería conseguir el recorte de los salarios reales a través de políticas que incrementaran el nivel de los precios o permitiendo la caída de los salarios nominales. Él consideró que el enfoque de Keynes era engañoso: la defensa de políticas expansivas, para no hablar de la aceptación de Keynes de la devaluación o de los aranceles, era políticamente atractiva precisamente porque la mayoría de la gente no se daba cuenta de que era una forma encubierta de conseguir un recorte de los salarios reales. (Aún aparecen argumentos similares, particularmente en los debates sobre la utilización de la devaluación de la tasa de cambio para aumentar el output y el empleo). Parte del problema era que Keynes, de hecho, no siempre fue coherente sobre este tema (como hemos mencionado en el capítulo anterior). Aunque su modelo formal sí suponía una caída de los salarios reales, sus declaraciones menos formales sí que, a 17. Esto se ve muy claramente en el análisis de la demanda agregada~oferta agregada, en el que un movi~ miento hacia la derecha de la curva de la demanda agregada coñduce a un output más elevado y precios más altos, ya que la curva de la oferta agregada es creciente en tanto que los salarios reales permanez:· can constantes.
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veces, siguieron la suposición de que sería posible conseguir una caída del desempleo sin recortar los salarios reales. Sin embargo, incluso dentro del análisis de la Teoría general, la estructura del argumento permitía una defensa de la dependencia de las
políticas expansivas para reducir el desempleo. La primera etapa es el argumento, que ya hemos planteado, de que en realidad los salarios nominales son intlexibles a la baja. Por eso, en el mundo real al que se enfrenta el político, sería muy poco aconsejable confiar en una caída de los salarios nominales inducida por el continuo exceso de oferta de trabajo para resolver el problema del desempleo. Además, incluso a nivel teórico, sería posible que un recorte de los salarios nominales no consiguiera producir un aumento del empleo. Podría darse que, en algunas situaciones, un recorte de los salarios nominales produjera solamente una caída proporcional del nivel de precios -dejando así los salados reales inalterados-. Las circunstancias bajo las que esto ocurriría serían aquellas a las que nos referimos en el último capítulo como el «Caso especial keynesiano». Para ver porqué los dos casos keynesianos especiales, 1) lá inversión completamente insensible a las tasas de interés y 2) la trampa de liquidez, provocarían caídas equivalentes de los salarios nominales y los precios, es necesario pensar en la forma en que el empleo y el output están determinados en el marco keynesiano. Claramente, en este o en cualquier otro enfoque, el empleo sólo aumenta si aumenta el output. Si recordamos la identidad contable del producto nacional, y las relaciones de equilibrio resultantes, como en la ecuación (2.1), el output sólo aumenta si se produce un aumento del consumo, de la inversión o del gasto público. Por lo tanto, para que un recorte de los salarios nominales produzca un nivel de equilibrio del empleo más alto, y por lo tanto del output, debe provocar un aumento de uno de estos componentes del gasto. Sin embargo, se supone que el consumo está relacionado con la renta, de forma que el consumo sólo aumenta si la renta (que es igual al output) ha aumentado 18 • Como no existe ninguna razón para esperar que un recorte de los salarios nominales produzca un aumento del gasto público, entonces, en una economía cerrada, la única forma posible de que los salarios nominales puedan provocar un aumento del output es si conducen a un aumento de la inversión. El mecanismo por el cual esto se podóa producir es el siguiente. Un recorte de los salarios nominales recorta los costes de producción de las empresas, llevando así a un movimiento hacia abajo de sus curvas de oferta. Así, los precios caen. Sin embargo, una caída de los precios con una oferta monetaria constante significa que la oferta real de dinero 18. Algunos debates keynesianos incorporan la idea de que, debido a que un recorte del salario real pro~ vaca un recorte en el poder de compra de los trabajadores siempre que los precios no caigan en la misma medida, esto provocará, por Jo tanto, una reducción del gasto deseado que, en sí misma, desencadena~ rá la caída de los precios. Sin embargo, un recorte de los salarios con precios constantes significa un aumento de los beneficios. Mienlras no nos salgamos de modelos (posiblemente poco realistas) en Jos que no distingamos enlre la propensión a consumir fruto de los salarios y de la de consumir fruto de los beneficios, sino que nos limitemos a considerar una propensión marginal al consumo fruto de la renta total, este problema podrá ignorarse -particularmente si los modelos formales mencionados per~ manecen estáticos y no dinamicos-. Si Jos trabajadores reaccionan más rápidamente a los cambios en su renta real, entonces así lo hacen también los accionistas a los cambios en los beneficios y, por lo tanto, a corto plazo, podría producirse una caída del gasto (y del output) que provocaría un breve aumento del desempleo a corto plazo. Así, la concentración en los efectos a corto plazo podría reforLar la oposición a los recortes salariales, mientras que la concentración en los efectos a un plazo más largo apoyaría los recortes salariales.
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aumenta. El exceso de oferta monetuia lleva a una caída de la-; tasas de interés, y esta caída de las tasas de interés lleva a un aumento de la inversión. Debido al aumento de la inversión, y al consiguiente aumento del gasto deseado total, aumenta la demanda real de productos y se limita la caída de los precios. Consecuentemente, Jos precios no caen tanto como los salarios nominales, de forma que los salarios reales han bajado -aunque la caída de los salarios reales es menor que la caída de los salarios nominales-. Por lo tanto, en el caso estándar, si los salarios nominales fueran a caer, se produciría entonces un aumento del output y del empleo. Sin embargo, en los casos keynesianos especiales, tal como se ha planteado en el último capítulo, el vínculo entre los aumentos de la oferta monetaria real y los aumentos en la inversión se rompe. En el primer caso keynesiano, la caída de la tasa de interés no lleva a un aumento de la inversión; en el segundo, el aumento de la oferta monetaria real no lleva a una caída de la tasa de interés. Podemos resumir el argumento anterior de dos fonnas equivalentes. Primero, un recorte de los salarios nominales no lleva a un aumento del empleo en los casos keynesianos especiales, debido a que la demanda de productos no aumenta y, por lo tanto, acabamos con el mismo nivel de output que antes. Segundo, en los casos keynesianos especiales, el intento de recortar los salarios reales reduciendo el nivel de los salarios nominales fracasa porque los precios caen en la misma proporción dejando inalterados los salarios reales. De aquí, el argumento de Keynes de que uno no sólo no debería esperar que fuera fácil, o siquiera posible, que un exceso de oferta de trabajo llevara a un recorte suficiente de los salarios nominales, sino que ni siquiera era definitivo, a nivel teórico, que un recorte de los salarios nominales resolviera el desempleo 19 • Debería destacarse también que, en el caso «norinal>~, en el que un recorte de los sala-: rios nominales ayudaría al empleo, lo mismo ocurriría con un aumento en la oferta monetaria nominal. Así, cualquier cosa que pueda conseguirse a través de un recorte de los salarios nominales, puede también conseguirse a través de una política· moneo: taria expansiva. Esto refuerza el énfasis de Keynes en el disparate de basarse en el recorte salarial como cura para el desempleo. Según su opinión, esto probablemente nunca ocurriría por sí mismo, incluso si ocurriese, quizá no llegaría al objetivo desea-: do, e incluso si pudiera llegar al objetivo deseado, una forma más segura de conseguir el mismo resultado sería llevando a cabo una política monetaria expansiva. Existen otras razones que llevaron a Keynes a oponerse a intentar volver al pleno empleo a través de una política de recorte de los salarios nominales acompañada de (aunque fuera a un nivel menor) una caída de los precios. Estos argumentos no pueden tratarse adecuadamente en un modelo formalmente estático, pero fueron expuestos tanto por Keynes corno por algunos de sus contemporáneos20• Parte del argumento es que el proceso de caída de los precios desanimaría el gasto aplazable -compensa 19. La posibilidad de que, incluso si los trabajadores aceptasen recortes de los salarios reales, el descm~ pico seguiría sin bajar, podría verse como un apoyo a la definición de Keynes del desempleo «involuntario». A pes) puede estar relacionada con los puntos del siguiente párrafo del texto.
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Existe otro argumento que se plantea a veces contra el pennitir discreción a los gobiernos para alterar las políticas monetarias-fiscales. Este es más obviamente político: es el miedo de que los gobiernos intenten manipular la economía para que los boorns se produzcan en la recta final de las elecciones, con la esperanza que los malos efectos resultantes de la sobreexpansión de la demanda no aparecieran hasta después de que se ganaran las elecciones. Entonces se requeriría una restricción mucho más severa de la que hubiera sido necesaria en otras circunstancias, pero (con suerte) la recesión producida habría tenido sus efectos antes de las próximas elecciones y se podría impulsar otro boom. Aunque las preocupaciones sobre Jos «ciclos económicos electorales» han sido utilizadas a veces como un argumento en contra de la discreción por parte de los mismos economistas que afirman a la vez que la ignorancia y los retrasos hacen que la estabilización pretendida sea peligrosa, los dos argumentos son inconsistentes. Cronometrar el boom para que ocurra durante los meses anteriores a las elecciones requiere un buen conocimiento de los retrasos, y por eso la estabilización genuinamente pretendida no exacerbaría el ciclo50• La reacción contra la política de estabilización llegó probablemente a su punto álgido entre las decisiones de política económica a principios de los años ochenta. En cierta medida, desde entonces se ha producido un retorno a la defensa de la discreción51. Sin embargo, hasta cierto punto se ha producido también un giro hacia una mayor preocupación por la inflación y una menor preocupación por el desempleo como objetivo principal de la política monetaria-fiscal, complicada por una mayor atención a los efectos sobre la balanza de pagos/tasa de cambio producidos por las políticas. Estos se analizarán en los capítulos subsiguientes. 7. CONCLUSIONES
Aunque los temas tratados en las diferentes secciones de este capítulo parecen disp~ res a primera vista, existen, de hecho, interrelaciones entre ellos, tal como se afinnó en la introducción. En ténninos de implicaciones para la política económica, las posi..:: ciones keynesianas tienden a apoyar la deseabilidad y factibilidad de la intervención macroeconómica gubernamental. Las opiniones que hemos llamado monetaristas tienden a negar tanto la necesidad como el resultado deseado de este enfoque activo de la política macroeconómica. En términos de la teoría económica implicada, muchos (si no todos) están vinculados al tema que hemos mencionado varias veces: ¿existen secciones importantes de una economía moderna que no estén captados adecuadamente por el tipo de modelo microeconómico neoclásico de los mercados competitivos en el que los precios se mueven fácilmente para así asegurar el equilibrio? 50. El miedo a los ciclos económicos electorales también es inconsistente con la creencia en las expectativas rucionales (discutidas en el capítulo 5). El argumento supone que los votantes pueden ser engañados y no darse cuenta de que la expansión que ha sido realizada es insostenible y que llevará en sí misma a una nueva recesión. 51. La discreción también se hace inevitable si se produce una falta de creencia en que existe una sola medida a conseguir de «la» oferta monetaria. Tan pronto como se puedan utilizar varias medidas de dinero, deben tomarse decisiones si éstas divergen. En los Estados Unidos y el Reino Unido a mediados de los 80, la visión de que los agregados monetarios únicos existentes utilizados como metas ya no estaban relacionados con el gasto de fonna segura debido a los cambios en las estructuras bancarias, fue parte de la razón que llevó al abandono de las metas únicas.
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Publicado en: Gucrrien, Bernard. «TI1éorie néo·classique actuelle et Keynes». En: lA tl!éorie néo·c/tls· sique. Bilan et perspectives du modele d' equilibre ge11eral. 3.• ed. París: Eco no mica, 1989, p. 360·385. Traducción: Beatriu Krayenbühl.
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completamente de la «visión del mundo» neoclásica, e intentó de todos modos construir un nuevo modelo, que, por lo demás, fue desarrollado (sin respetar siempre su pensamiento) por sus sucesores. Debido a su reticencia ante la formalización, que se explica por el lugar fundamental que atribuía a la incertidumbre, este modelo era, por lo menos en algunos aspectos, lo bastante impreciso como para dar lugar a múltiples interpretaciones, a veces contradictorias. La reticencia de Keynes respecto a los modelos matemáticos «puros» se explica también por el hecho de que era un hombre de acción, muy comprometido con los debates de política económica de su época; no podía «abstraer» la existencia del beneficio, del riesgo, de las crisis, de la moneda, de un sistema financiero altamente desarrollado, de la especulación, del Estado, etc.; todos ellos fenómenos más o menos vinculados a la incertidumbre. Lo que se manifiesta en sus obras, incluso «teóricas», mediante referencias constantes a la realidad, a la «psicología» de los agentes, al funcionamiento real de diversas instituciones (mercados financieros, la Bolsa), etc. A pesar de que la teoría neoclásica experimenta dificultades para tener en cuenta estos aspectos de la realidad, Keynes conserva, sin embargo, una parte del aparato conceptual de esta teoría: la mezcla «empírico-teórica» que resulta de ello no es siempre muy clara. Pero lo que puede parecer desde el punto de vista formal una debilidad del pensamiento de Keynes constituye también su fuerza. Porque su gran mérito es justamente el haber intentado explicar mejor la realidad tal como es -y no tal como los mod~los «puros» quisieran que fuese-, aun cuando su exposición implica un cierto número de lagunas. Ahora vamos a intentar precisar todo esto, intentando extraer los rasgos esenciales del pensamiento de Keynes. Vamos a procurar demostrar que la diferencia fundamental entre este pensamiento y la teoría neoclásica reside en el lugar atribuido a la incertidumbre. l. UN TEMA CENTRAL EN KEYNES: LA INCERTIDUMBRE
Keynes vivía en un país, Gran Bretaña, que sufrió una recesión prolongada desde el final de la primera guerra mundial. La crisis de 1929 y la Gran Depresión que siguió le confirmaron en su idea de que el sistema capitalista, o el «dejar hacer», no tenía el comportamiento armónico que le otorgaban los clásicos (vocablo que él utilizaba para designar, a la vez, a los grandes clásicos, A. Smith, D. Ricardo y a los marginalistas). Ya que una de las características esenciales del enfoque de estos últimos -así como del de los neoclásicos actuales- es la de no tomar realmente en consideración la incertidumbre. Sea porque se sitúan (de forma más o menos implícita) en una posición estacionaria o semiestacionaria, o porque suponen (como Arrow y Debreu) la existencia de un sistema completo de mercados, presentes y futuros. 1 Es cierto que se puede introducir una cierta dosis de incertidumbre suponiendo la existencia de mercados colllingentes a plazo (ver capítulo VI) o añadiendo «residuos aleatorios» a las ecuaciones de los modelos, lo que lleva a razonar más sobre esperanzas matemáticas que sobre valores ciertos. Pero Keynes impu~naba esta forma de tratar la l.
Lo que equivale a suponer que el futuro es probabilizable.
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incertidumbre ya que no pensaba que el futuro fuese «probabilizable»; además, los
agentes no pueden saber con mucha antelación cuáles son los acontecimientos futuros posibles. Es por ello que, respecto al enfoque clásico, Keynes dijo: .. , en cualquier momento, las previsiones y los hechos se suponían como dados de forma precisa y calculable ... Se suponía que el cálculo de probabilidad ... podía ser capaz de reducir la incertidumbre al mismo status, desde el punto de vista del cálculo, que el de la propia certidumbre ... Acuso a la propia teoría económica clásica de ser una de esas técnicas bonitas y refinadas que intentan tratar el presente abstrayéndolo del hecho de que sabemos muy pocas cosas respecto al futuro» 2•
Para él, la incertidumbre en economía es tal que «no existe una base científica que permita justificar la aplicación de un cálculo de probabilidades cualquiera a estas cuestiones. Simplemente, no sabemos». Keynes reconocía que los clásicos no ignoraban completamente este hecho, pero les reprochaba que le atribuyesen un lugar secundario en sus análisis, lo que, según él, no le permitía tratar problemas esenciales. [ ... ] 2. EQUILIBRIOS DE SUDEMPLEO Y I>ARO INVOLUNTARIO
A toda demanda efectiva -que corresponda a un equilibrio en el sentido que hemos visto anteriormente- se asocia un cierto nivel de empleo, decidido por los empresarios en función de sus previsiones. El nivel de empleo y el nivel de producción están estrechamente vinculados «en un determinado estado de la organización, del equipamiento y de la técnica». Pero, para Keynes, el nivel de producción determina el salario real, siendo éste igual al «producto marginal del trabajo», como lo afirma el «primer poshiladO>~ de los clásicos, que él no discute (y que incluso califica de «ley primordial», Théorie Générale de l' Emploi, del' bztéret et de la Monnaie, TGE, p. 43). No existe pues ninguna razón para que este salario real, indirectamente determinado por las decisiones de producir de los empresarios, sea igual a la «desutilidad marginal de trabajo» que se supone explica la oferta de trabajo de las familias (ver capítulo Il). Por consiguiente, puede ser que la demanda efectiva sea tal que existan familias que desearían trabajar con el salario real existente y que no encuentran empleo. Se hallan entonces en situación de paro involuntario, y este nivel de la demanda efectiva corresponde a un equilibrio de subempleo. Evidentemente, es este tipo de situación lo que interesaba a Keynes. De hecho, su razonamiento suponía que el salario nominal estaba más o menos fijado, o que sólo experimentaba variaciones limitadas durante el proceso que conduce al equilibrio de subempleo (asociado a una cierta demanda efectiva). Sucede pues que cuando los productores recurren a un cierto volumen de empleo para la puesta en marcha de la producción, ello deriva en una demanda (que se verá confrontada con la oferM 2.
J. M. Kcynes, «The General Theory of Employmenb), Quarterly Journal of Economics (febrero de
1937). A partir de ahora, citaremos por QJE 1937 las referencias a este artículo.
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ta) cuya parte más importante proviene de los ingresos salariales. Estos últimos se han obtenido multiplicando el número de horas trabajadas por el salario nominal. Porque Keynes, situándose de entrada en una economía monetaria, distingue entre salario nominal, evaluado en unidades monetarias, y salario real, evaluado en «poder adquisitivo». El paso de un tipo de salario al otro se efectúa mediante el nivel de precios que juegan, implícitamente, el papel de una variable de ajuste. En efecto, puesto que Keynes acepta el «primer postulado» de los clásicos -según el cual, el salario real viene dado por la productividad marginal del trabajo, siendo esta última una función del nivel de empleo-, y puesto que el salario nominal está fijado, se sigue que el nivel de precios, que debe verificar la relación: salario nominal;:;; salario real x nivel de precios, está determinado cuando el nivel de empleo lo está. Es por esto que no se puede considerar el modelo de Keynes como un modelo «de precios fijos». Pero es cierto que su exposición se refiere a la articulación de estas tres variables, sin que el sentido de causalidad aparezca de forma clara; de ahí las diversas explicaciones a las cuales ha dado lugar'-
[ ... ] 3. LA NOCIÓN DE EQUILIBRIO EN KEYNES
Hemos visto anteriormente de qué modo la demanda efectiva conespondía a una situación de equilibrio en el sentido de que, cuando éste se alcanza, «nada se mueve», pues los empresarios que son su motor ven cómo se realizan sus previsiones y" por lo tanto, no revisan sus planes. Este equilibrio no es walrasiano en la medida er{que admite la existencia de un paro involuntario; es decir, de agentes que no pueden realizar sus planes óptimos. Pero resulta curioso constatar que, fuera del problema del empleo, Keynes compartía con los clásicos que critiCaba el optimismo fundamental sobre el funcionamiento del sistema de mercado. Así pues, en toda la TeorÍa general admite, una vez resuelto el problema del de la producción, que existe un equilibrio (del tipo competitivo más tradicional) y que es estable (a veces evoca un poco el proceso de ajuste sin expresar ninguna duda en lo que respecta a su convergencia). Esto aparece implícitamente tanto cuando trata de la demanda efectiva como cuando trata de los mercados financieros, y explícitamente en el último capítulo titulado «Notas finales sobre la filosofía social a la cual puede conducir la Teoría General» en el que afirma: si se considera el volumen de la producción como dado, es decir, si se le supone regido por fuerzas exteriores a la concepción de la escuela clásica, no hay nada que objetar al análisis de esta escuela respecto a la manera en que el interés individual determina las opciones acerca de qué riquezas producir, las proporciones en que Jos factores de producción se combinan para producirlas y la distribución entre estos factores del valor de la producción obtenida (TEG, p. 372).
3.
El hecho de que una buena parte de sus razonamientos adopten un punto de vista «marshalliano», recurriendo a «curvas de oferta» y de «demanda)), no facilita las cosas. Igual sucede con su aversión a la formalización.
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O aún:
'f
Así pues, consideramos [... } que la supresión de las lagunas de la teoría clásica no lleva a abandonar el "sistema de Manchester", sino simplemente a indicar qué tipo de entorno exige el libre juego de las fuerzas económicas para que todas las posibili~ dades de la producción se puedan realizar (TEG, p. 372).
De hecho, la única cosa que le preocupa es el «entornO>) que permite conseguir un buen «volumen de la producción», lo que explica que sólo se interese por los grandes agregados (evaluados en dinero: producción, consumo, ahorro, inversión, siendo su principal preocupación la de aumentar el estímulo a la inversión a fin de poder colmar el «agujero» creado por el ahorro. Hasta tal punto, que incluso llegó a decir que: el único remedio radical a las crisis de confianza que aquejan la vida económica moderna sería el de reducir la opción del individuo a la única alternativa de consumir su renta o de servirse de ésta para hacer fabricar el artículo de capital real que, incluso sobre la base de una información precaria, le parezca ser la inversión más interesante que se le ofrezca.
Desde este punto de vista, se puede considerar que la macroeconomía es un subproducto del pensamiento de Keynes (aún cuando desconfiaba de los modelos matemáticos): se ocupa esencialmente de los grandes agregados y de la manera de ponerlos en el «buen nivel» (que corresponde al pleno empleo), a la vez que deja que operen las «fuerzas del mercado». La fe de Keynes en el mercado se trasluce también en la cita siguiente: Pero tan pronto como los controles centrales habrán conseguido establecer un volumen global de producción que corresponda lo más aproximadamente posible al pleno empleo, la teoría clásica recuperará todos sus derechos[... ]. Fuera de la necesidad de un control central para mantener en equilibrio, la propensión a consumir y el estímulo a invertir, no hay ahora más razones que antes de socializar la vida económica [... ]. Es el volumen y no la consistencia del empleo lo que el sistema actual ha sido incapaz de determinar correctamente (TEG, p. 372).
Pero aquí surge una pregunta: ¿de qué modo se pueden crear «los controles sociales necesarios para garantizar el pleno empleo>> que «implican, evidentemente, una gran ampliación de las funciones tradicionales del Estado>> (TEG, p. 373) sin interferir en el «libre juego de las fuerzas económicas»? Al nivel de agregación empleado por Keynes resulta posible evitar responder a una pregunta como ésta, pero éste ya no es el caso a partir del momento en que se entra en los detalles (o cuando se preconizan políticas económicas). Lo que nos lleva a abordar, siempre respecto a la noción de equilibrio en Keynes, el problema del «primer postulado de los clásicos», el de la «flexibilidad» de los salarios y Jos precios y, finalmente, el de la interpretación que Keynes daba de la ley de Walras (o de Say).
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4. KEYNES Y EL «PRIMER POSTULADO DE LOS CLÁSICOS»
Recordemos que Keynes aceptaba este postulado, según el cual el salario real es igual al producto marginal del trabajo. Keynes precisa: Este postulado significa que en un estado determinado de la organización, del equipamiento y de la técnica existe una relación biunívoca entre el salario real y el volumen de la producción (y como consecuencia del empleo), de tal manera que un crecimiento del empleo, en general, no puede producirse sin ir acompañado de una
disminución de los salarios reales. No discutimos esta ley primordial que los economistas clásicos han declarado, con mucha razón, inatacable (TEG, p. 42).
La «demostración» del primer postulado se hace en el marco marginalista tradicional (ver capítulo III) que supone implícitamente la existencia de un sistema completo de mercados (presentes y futuros), es decir, la ausencia de incertidumbre. Y, sin embargo, hemos visto en los capítulos anteriores que a partir del momento en que se abandona la hipótesis de la existencia de un sistema completo de mercados ya no queda ninguna razón para que las relaciones marginalistas tradicionales correspondan a un comportamiento «maximizador». Porque las previsiones hechas por los agentes representan un papel decisivo cuando establecen sus planes. Y, debido a la ausencia del comisario-subastador walrasiano (~ue impediría intercambios «en desequilibrio»), estas previsiones deben tener en cuenta las limitaciones en cantidad que los agentes experimentan (o experimentarán). De hecho, Keynes hace representar un papel privilegiado a una de estas limitaciones: la que respecta al trabajo, puesto que admite la existencia de equilibrios «limitados» en los que todos aquellos que desearían trabajar con el salario corriente no pueden hacerlo a causa de la falta de empleos. ¿Pero, por qué no considerar la existencia de un problema similar en el mercado de los demás bienes y servicios? ¿Por qué excluir el caso en que los productores se verían igualmente limitados respecto a las cantidades, en la medida en que estarían dispuestos a producir y a vender más a los precios corrientes pero no lo hacen por falta de compradores? Los productores, al constatar que se ven limitados en la cantidad, deberán integrar esta «Señal» cuando establezcan sus planes futuros (además de las «señales» tradicionales proporcionadas por los precios). Lo que introducirá modificaciones importantes en la manera en que se establecerán estos planes. Es por esto que, muy probablemente y dadas las previsiones de los empresarios, éstos decidan, desde un punto de vista «racional», mantener capacidades de producción excedentes (capacidades resultantes de elecciones pasadas e irreversibles). En una economía que sufre una depresión, como las que Keynes esludió, esto no puede excluirse fácilmente. De ello se deriva que, en un caso como éste, la mayor parte de empresas se hallen en una zona de rendimientos constantes o crecientes, poco compatibles con el «primer postulado»; un aumento de empleo no se traduce forzosamente por una disminución del salario real4• En este punto, la posición de Keynes no es muy coherente.
4.
Por ejemplo, N. Ka!dor mantiene (op. ciL, nota 7: N. Kaldor, Le f.Uau du Monétarisme, 1984, Editions Economica) que el obrero marginal es la principal fuente de beneficio puesto que los costes fijos se amortii'..an (, un enfoque desarrollado más tarde (1957, 1969, 1982 Models) en términos de «racionalidad condicionada», la de un agente que ejercita su habilidad de elegir, no
simplemente con la preocupación única de la maxinúzación o la optimización, sino en la complejidad de la situación, tomando en cuenta las imperfecciones de la información y el coste de su mejora, y la multiplicidad de limitaciones, criterios, beneficios y dificultades. Esta racionalidad es inseparable del proceso de decisión mismo, único a cada agente, y en particular a cada organización, y dentro del cual puede verse llevado a revisar sus objetivos. Estos análisis están en el corazón de una de las escuelas de economía del comportamiento, la escuela Carnegie 18 , cuyo método -basado en el análisis concreto del comportamiento de las empresas y organizaciones- fue ilustrado por Simon (1958 con March), Cyert y March 19 , seguido por los trabajos de March20 en la Universidad de Stanford y por Nelson21 en la Universidad de Yale. Evidentemente, este trabajo contribuyó al resurgimiento de los análisis de las empresas, dando color a la tradicional. caja negra de la teoría neoclásica. Sin embargo, en este campo, fue el artículo publicado por Coase en 1937, ampliamente citado, el que abrió nuevas perspectivas. Coase quiso «demostrar la importancia para el funcionamiento del sistema económico de lo que puede llamarse la estructura institucional de la producción>> (Coase, !992: 713). En su artículo de 1937 intentó explicar, manteniéndose dentro del marco del análisis neoclásico, la especificidad de la empresa en relación al mercado y, por lo tanto, la naturaleza de la empresa en una economía de mercado. Lo hizo desarro1lando la tesis según la cual la empresa es una estructura que permite eliminar los costes resultantes 16. Ver el simposio sobre la economía de la infonnación, Rcview of Economic Studies, vol. 44, 1977: 389-601. 17. A. D'Autume. «Théorie des jeux el marché», Cahiers d'économie politique, no 20-21, 1992: 155-65; K.Avínash Dixit y Barry J. Nalebuff. Thinking Strategically: The Competitive Edge in Business, Politics and Everyday Life, Nueva York: W.W. Norton, 1991. 18. Earl (1988: 3-4). 19. A Behavourial Theory ofthe Firm, Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice-Hall, 1963. 20. J. G. March y J. P. O!sen.Ambiguityand Choice in Organisations, Bergen: Universitels Forlaget, 1976. 21. R. R. Nel son y S. G. Winter. An Evolurionary T/zeory of Economic Changc, Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1982.
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del funcionamiento del mercado, los costes de búsqueda de información y de negociación de los contratos, en definitiva, los «costes de transacción». No reconocido o mal entendido durante mucho tiempo22 , este enfoque fue utilizado de nuevo por Coase en su artículo de 1960, ; en los años 70, fue crecientemente tomado en cuenta y dio lugar a una abundante literatura, en la que uno puede encontrar, por ejemplo, aportaciones de Steven S. Cheung 23, Harold Demsetz (1967, 1968, 1972) y Oliver Williamson (1975, 1985). Partiendo de hipótesis radicalmente diferentes a las de Simon y Coase -no sólo una situación de incertidumbre, sino también con agentes no motivados y no necesariamente racionales- Alchian (1950, 1977), llegó a conclusiones similares teniendo en cuenta la lógica de la selección natural. Con Demsetz (1972), planteó la eficiencia de la «producción en equipo» al explicar la empresa. Marschak, en la última parte de una larga carrera que le vio primero dar un nuevo impulso a la econometría24 , también se interesó por esta cuestión (1972), así como por la de la economía de las organizaciones, de las decisiones y de la información (1974). Mientras tanto, la explicación del tamaño de la empresa en ténninos de economías de escala acabó con una explicación ampliaR da y fue enriquecida por el análisis de la función de coste multi-producto25 • Estos diferentes avances tuvieron tres tipos de consecuencias: por una parte, abrieron brechas en la fortaleza de la ortodoxia, pero, al hacerlo, dieron lugar a trabajos que la reforzaron; y provocaron, en diferentes campos de investigación y en varias corrientes teóricas, un resurgir completo de los análisis de las instituciones, las organizaciones, las empresas, los mercados y las relaciones entre las organizaciones y los mercados. El estudio de las organizaciones, que, en el enfoque neoclásico, se encontraba dentro de la competencia de la historia, y no de la teoría económica, fue así reintegrado -y no sólo para los marxistas y los institucionalistas- en el campo del análisis económico26• La imagen simplista de la empresa maximizadora es rechazada cada vez más; su análisis, igual que el de otras instituciones, es iluminado por la teoría de juegos, en particular por la teoría de juegos repetidos. En esta visión, el mercado ya no es el modo de ajuste universal-como si fuera la historia externa- de los planes de los agentes. Por lo tanto, es necesario reconocer las bases institucionales de su emergencia y funcionamiento; este análisis se desarrolla en el enfoque institucionalista27 , así como en el de la economía organizacional. También es necesario entender cómo opera la división entre lo que es importante para la empresa y lo que es importante para el mercado, y cómo funciona la sustitución entre uno y otro28. Estos trabajos se tradujeron en un fuerte resurgimiento de la economía del comportamiento y de sus diferentes escuelas29 , de los nuevos avatares del institucionalismo 22. Sobre este tema, ver Conse, (1972). 23. Tlze T!zeory of Slwre Tenancy, University of Chicago Press, 1969; «The Contractual Nature of the Finn», Joumal oflaw and Economics, vol. 26, 1982: 1-22. 24. Ver arriba, caprtulo 4. 25. Ver, por ejemplo, Baumol (1982) con Panzar y Willig. 26. Ver C. Ménard. Les Organisations, Paris: La Découverle, 1990: 16 y siguientes. 27. Entre otros, Alchian (1977) yWilliamson (1985). 28. De Coae (1937), en Simon (1991), en el contexto de un simposio del lournal ofEconomic Perspectives, introducido por Stiglitz, sobre el tema ~(Organizations and Economics)), en Williamson (1975). 29. Ver Earl (1988: 3 y siguientes).
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-nueva economía institucional30 y economía neoinstitucionaJ3 1- y de la economía industrial. Este resurgimiento se tradujo en diferentes tipos de rapprochements o enlaces. Así, Williamson, que es citado abundantemente, y a veces reivindicado por las tres corrientes mencionadas anteriormente, escribió su tesis en la Universidad de CarnegieMillon, y tiene una forma de análisis que lleva el sello tanto del enfoque del comportamiento como del neoclásico. Por otra parte, es apreciable la convergencia entre los trabajos postkeynesianos y el enfoque de comportamiento, visto como un nuevo enfoque de la economía industrial 32 Autores como Akerlof y Stiglitz fueron de hecho descritos como «neoclásicos heterodoxos». Los institucionalistas pretendieron generalizar la economía neoclásica33, mientras que otros se preguntaban sobre la posibilidad de realizar una síntesis entre la economía neoclásica y la del comportamiento34 • En el corazón de esta dinámica está la obra de K. Arrow, que es citada muy frecuentemente en la abundante literatura que acabamos de mencionar, tanto por su pensamiento en Limits of Organization (1974) como por su trabajo en las elecciones individuales y sociales". En dirección contraria, estamos siendo testigos de una vuelta a la idea del mercado para tratar fenómenos internos a la empresa, y también para tener en cuenta a contratos entre individuos, siendo éstos similares a las relaciones entre compradores y vendedores en la teoría neOclásica: «la organización, una simple acumulación de contratos, pierde toda identidad; desaparece como entidad colectiva, siendo reducida a interindividual»38 y puede ser finalmente interpretada de nuevo en términos de racionalidad sustantiva. 30. Este término descriptivo fue sugerido por \Yilliamson en 1975. Constituye, más que una escuela, un programa de investigación sobre la racionaÍidad y las instituciones (ver R. N. Langlois. «Rationality, Jnstitutions and Explanation», en Langlois, 1986: 252-3). 31. Ver Eggertsson (1990: 6 y siguientes). Si la renovación del institucionalismo es innegable, no es obvio que esta distinción sea muy operativa, muchos menos debido a que, tal como señaló Eggertsson (p. 10, n. 12), Coase y Williamson utilizan el término «economía neoinstitucional» para designar dos paradigmas distintos. Para Langlois (1986: 252-3),la economía neoinstitucional está definida principalmente como un programa de investigación. 32. Ver, por ejemplo, N. Kay. «Post·Keynesian Economics and New Approaches lo Industrial Economics», en Pheby (1989: 191-208); B. Haines y J. R. Shackleton. (rapport salarial) y el compromiso capital-trabajo, así como la crisis de los años 7072• Otra convergencia puede apreciarse con M. Piore, quien, en colaboración con C. Sabe!, abordó el análisis del postfordismo definiendo la espe63. Para una crítica de este enfoque, ver, por ejemplo, J. Cartelier y M. de Vroey. «L'approche de la réguJation. Un nouveau paradigme?», &onomies et societés, vol. 23, no 11 (R 4), 1989: 63-87. 64. M. Aglietta y A. Orléan. La Violence de la momzaie, París: Presses Universitaires de France, 1982. 65. B. Coriat L'Atelier elle dllvnometre,París: Bourgois, 1979", L'Atelieret fe robot, Pruis: Bourgois, 1990. 66. En particular I. Wallerstein. Historical Capitalism, Londres: Verso, 1983; S. Amin (1970, 1976) L'lmpérialisme. 67. En particular Vemon (1971, 1985) y C.-A. Michalet. Le Capitalisme mondial, París: Presscs Universitaires de France, 1976 (nueva edición, 1985). 68. A. Lipietz considera que éste puede existir «COmo un sistema global de acumulación» (Mirages et miracles, París: La Découverte, 1985: 101; trad. al inglés: Mirages and Miracles, Londres: Verso, 1987. J. Mistral relaciona el análisis de las áreas estratégicas y de los regímenes internacionales de acumulación («Régime internationa1 et trajectoires nationales», R. Boyer (ed.). Capitalismesfin de siecle, 1986: 172 y siguientes). M. Aglietta estudia el «regimen monetario internacional que se establece alrededor de una moneda clave>> (LA Fin des devises-clés, París: La Découverte, 1986: 44 y siguientes). 69. R. Gilpin. Tlze Political Economyoflntemational Relations, Princeton University Press, 1987; J. Kolko. Restmcturing the World &onomy, Nueva York: Pantheon Books, 1988; S. Strange. States and Markets, Londres: Pinter, 1988. 70. J. O. Anderson. «Capital and Nation~State: A Theoretical Perspective>>, en Development and Peace, vol. 2, 1981: 238-54; M. Beaud. Histoire du capitalisme, París: Seuil, 1981; Trad. al inglés: A History of Capitalislñ, Nueva York: Month1y eview Press, 1983; id. Le systeme national!mondial hiérarchisé, París: La Découverte, 1987. 71. Bowles (1983). 72. Bowles, Gordon y Weisskopf(l983); R. Edwards, D. M. Gordon y E. Reich. Sefmented UVrk, Divided WOrkers, Cambridge, Inglaterra: Cambridge University Press, 1982.
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cialización flexible 73, un tema adoptado por los teóricos franceses de la escuela de la regulación. Finalmente, podemos recordar aquí a algunos defensores del enfoque moderno inglés en términos de «Corporatismo>)74 , un enfoque que tiene en cuenta las características del sistema político y los modos de representación de los intereses de cada país, las estrategias de los actores principales (el Estado, los empresarios, los sindicatos) y la naturaleza y papel de las relaciones sociales. A pesar de que sus trabajos están en gran parte inspirndos por los debates (mencionados en la sección previa) sobre el mercado, la empresa, la racionalidad y la organización, los defensores de las «economías de las convenciones» (économies des conventions)15 parecen ocupar más y más el campo de la economía histórica. De hecho, si sitúan en el corazón de su análisis las dos fonnas más importantes de coordinación que constituyen el mercado y la empresa, establecen que ninguna de las dos puede funcionar «sin un marco común, sin una convención constitutiva>>76, lo que en sí mismo sólo puede entenderse si se sitúa en la historia de las sociedades. Por lo tanto, el análisis de las convenciones puede pennitir la vinculación de campos demasiadas veces separados como son la economía, la sociología y la historia, el establecimiento de vínculos entre el pensamiento teórico y el análisis de la realidad, y la constitución de un punto decisivo entre el individualismo y el holismo y entre la microeconomía y la macroeconomía. Aquí encontramos nuevamente fuertes convergencias con los institucionalistas y la escuela de la regulación77• Con su esfuerzo orientado permanentemente a devolver la dimensión histórica, sociológica y política a la economía, son numerosos los que, como Sísifo, trabajan una economía histórica en reconstrucción permanente, y quienes, si no son atractivos por su coherencia formal y pureza, deben serlo por su capacidad de explicar las transformaciones y la evolución de las economías nacionales y globales. 4. ÍCARO: EL VUELO ROTO DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
Para muchos de sus fundadores, la economía política era pensamiento pluridimensional en dos sentidos. En primer lugar, era simultáneamente una teoría del mercado y de los procesos productivos, del actor individual y de la sociedad, de la elección racional y del cambio histórico. A la vez, era también un intento de comprender los procesos observables, un esfuerzo de conceptualización y formalización, una guía para las decisiones del Príncipe y la consideración de los objetivos. Como disciplina de triple dimensión -humana, social e histórica-, era una «ciencia política y moral». Esta tradición, 73. The Second Industrial Divide, Nueva York: Basic Books, 1984. 74. P. C. Schmitter y G. Lehmbruch (eds.). Trends Toward Corporatistllllermediation, Beverly Hills, California: Sage, 1979; S. D. Berger (ed.). Organising brterest in Westem E11rope, Cambridge, Inglaterra: Cambridge Universily Press, 1981; P. J. KalZcnstein. Corporatism and Change, lthaca, Nueva York: Cornell University Press, 1984. Ver también F. L. Pryor. «Corporatism asan Economic System: A Review Article». Journal ofComparative Economics, vol. 12, 1988: 31744. 75. J.-P. Dupuy, F. Eymard, O. Favereau, A. Oriéan, R. Salais, L. Thévenot (eds.). «L'Economie des conventions». Número especial de Revue économique, vol. 40, 1989: 141-400. 76. Revue économiq1te, vol. 40, 1989: 142. 77. Ver, entre otros, R. Boyer y A. Orléan. «Les transfonnations des conventions salariales entre théorie et histoirCll. Revue écmromique, vol. 42, 1991: 269. Ver también Boyer, The Regulation Sclwol, op. cit.: xix-xxii.
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nacida con Petty, Turgot, Smith, Malthus y Ricardo, ¿murió con Keynes, Frisch, Myrdal, Perroux, Tinbergen y Hayek? Es de temer tal posibilidad No es que, entre los economistas vivos y pensantes, todos hayan perdido la esperanza en un enfoque multidimensional, pero, con la enorme producción de trabajos sobre economía escritos en las décadas recientes, el análisis, la teoría, la investigación -y con ellos, el pensamiento- han estallado en muchos campos: el mercado, la empresa, la elección pública, el consumidor, la economía nacional, el trabajo, el empleo, el bienestar, la economía internacional, las empresas transnacionales, el proceso de la globalización, el capitalismo, la tecnología, la innovación, la información y otros innumerables; cada uno de ellos con subáreas de especialización, encerrados todos por la estructura de las escuelas, las tradiciones teóricas y los lenguajes. El economista debutante, tanto como el autor veterano, habiendo trabajado duro para conseguir reconocimiento en una o dos áreas, dudará, con razón, antes de embarcarse en la tarea de construir un enfoque teórico que lo abarque todo. Además, los últimos 40 años han estado marcados por una remarcable proliferación de trabajos formales y teóricos sobre mercados, equilibrios, opciones y estrategias, con el estudio de la realidad económica contemporánea convertido en una actividad de segunda clase, escasamente vinculada a lo anterior. El asesoramiento a los gobiernos ha disminuido; y pasarán varias generaciones de ordenadores antes de que uno sea capaz de relacionar la teoría del equilibrio general con las opciones concretas de políticas económicas, si llega a ser posible alguna vez. Por lo que respecta la la dimensión ética, algunos economistas han intentado reintroducirla, ya sea para ampliar el análisis, para incluir por ejemplo la idea de la equidad y de la «Super-equidad>> (Baumol, 1986 con Fischer), para comentar sobre cómo se está desarrollando el mundo (Hirschman, 1984; Sen, 1985, 1987 On Ethics), para criticar la falta de realismo de la teoría ortodoxa (Bartoli78), o de nuevo como punto de partida para aquellos que niegan la ingobernabilidad del mundo (Tinbergen, f990; Gruson, 1992). El presenciar esta doble explosión en el conocimiento económiCo debería llevar a la aceptación del pluralismo y a su defensa. Pero debería llevar también a una reflexión sobre la necesidad del pensamiento. Ya en el siglo XVI, Fran~ois Rabelais escribió que «science sans consciente n'est que ruine de l'Qme>) 19• ¿Qué podemos decir hoy de la formalización sin reflexión? Dos informes recientes, realizados a iniciativa de la American Economic Association, demuestran el impasse al que ha llevado el énfasis excesivo en las matemáticas y la formalización en la enseñanza de la econonúa en Estados Unidos80• Ya sea por mala suerte o como provocación deliberada, la nota de Lawrence Summers, un economista del Banco Mundial, revelada por la prensa inglesa, es, a su manera, un indicativo de las incongruencias que se han generado por el análisis que da privilegio al cálculo racional. El autor ofrece una justificación racional para el desplazamiento de la polución y de los desechos del norte al sur, donde los salarios son menores, en térmi78. Economie et création co/lective. París: Economica, 1977; L'Economie multidimensionnelle. París: Economica, 1991. 79. «La ciencia sin conciencia no es más que la ruina del alma)) (T!Je Complete Works od Rabelais, Nueva York: Modem Library, 1944: 194). 80. A. O. Krueger et al. «Report of the Commission on Graduate Education in Economics)> y \V. Lee Hansen. «The Education and Training of Economics Doctorates>>. Journal of Economic Literature, vol. 29, 1991: 1.035-1.053 y 1.054-1.087.
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nos de la relación entre el coste de una polución peligrosa para la salud y los beneficios absorbidos por el crecimiento de la enfermedad y de la mortalidad81 . ¿Es éste el estado actual de la disciplina? ¿Es la naturaleza de los problemas? El pensamiento económico se muestra hoy enfermizo, aunque persistan, aquí y allí, algunas llamas entre las brasas. Cuando el último panfleto anarco-capitalista y la abundante gama de explicaciones marxistas de la última crisis se hayan colocado en las estanterías, ¿que será del pensamiento sobre los sistemas? Para algunos autores, hoy muy de moda, hemos llegado simplemente al «final de la historia» 82• Incluso la encíclica Centesimus Annus del Papa Juan Pablo JI apenas obtuvo una respuesta por parte de Jos economistas; debe decirse que en medio de una fuerte corriente liberal, el Papa denunció los límites del liberalismo y habló a favor del papel del Estado del bienestar83 . Mientras las naciOfles del Tercer Mundo han experimentado tasas muy diferentes de desarrollo, la duda se impone: tanto en el norle como en el sur, hay voces que expresan dudas sobre el desarrollo como objetivo universal 84 • En este área, además, las certezas desaparecen rápidamente: de la confianza en el socialismo a la hipótesis de los agentes racionales y al liberalismo; del proyecto basado en la construcción de una economía nacional a las estrategias de diversificación en el corazón de los mercados internacionales; del papel dominante del Estado al eslogan «menos Estado»85 . Los principales esfuerzos hacia la reflexión global han sido colectivos y han estado estimulados por los políticos: el Informe Brandt, que se centró en el abismo cada vez más profundo entre el norte y el sur'6; el Informe Brundtland, que subrayó el empobrecimiento de los más pobres y que, a pesar de su incapacidad para producir soluciones, tuvo éxito en ofrecer un eslogan: el desarrollo sostenible87 , es decir, aquél que es capaz de preservar el entorno y las oportunidades de las generaciones futuras. Ya que el medio ambiente se ha convertido, para todas las disciplinas científicas, en uno de los más importantes objetos de estudio a finales del siglo. Algunos economistas geniales ya Jo habían entendido (Boulding, 1966 «The Eronomics>>; Georgescu-Roegen, 1971, 1978, 1979, Demain, 1980, 1982; Commoner'", Passet89). Otros ya habían aplicado sus técnicas al medio ambiente bastante antes90: en concreto, en el análisis del input-output 81. Ver The Economist, 8 de febrero de 1992, el FinancialTtmes, lO de febrero de 1992, Courrier lntemational, 20 de febrero de 1992. 82. F. Fukuyama. The End of History and the Las/ Man, Nueva York: Free Press, 1992. 83. Ver: Le Centenaire de Rerum Novarum, editado por Hugues Puel, París: Cerf, 1991. 84. S. Latouche. Fmu-il refuser le déve/opment?, París: Presses Universitaires deFrance, 1986. 85. Ver: G. Grellet. «Un survol critique de que1ques orthodoxies contemporaines)). Revue Tters-Monde, vol. 33.1992:31-66. 86. Wllly Brandt (ed.). North-Sout/1: A Programmefor Suroival, Informe de la Independent Commission on International Developmentlssues, Cambridge, Massachusetts: MITPress, 1980. 87. World Commission on Environment and Development. Our Common Fwure, Nueva York: Oxford University Press, 1987. Ignacy Sachs había propuesto en 1972 el concepto de ecodesarrollo. 88. The Closi11g Circle: Nature, Man and Teclmology, Nueva York: AlfredA. Knopf, 1971. 89. L'Economique elle vivmlf, París: Payot, 1979. 90. R. Y N. Dorfman (eds.). Economics ofthe Enviromnent, Nueva York: \V. W. Norton, 1972;A. C. Fisher y F. M. Peterson. «The Environment in conomics: A Survey». Joumal ofEconomic Literature, vol. 14, 1976: lw33; M. L. Crooper y W. E. Oates. « Environmental Economics: ASurvey». Joumal ofEconomic Literature, vol. 30, 1992: 675-740; D. Pearce. «Green Economics)). Environmemal Values, vol. l, 1992: 3- 13; W. E. Oates (ed.). The Economics ofthe Environmelll, Aldershot, Hants: Edward Elgar, 1992.
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(Leontief, 1970) y en el análisis de las externalidades (Baumol, 1975 con W. E. Oates; 1979 con Oates y Batey Blackman). Pero estas técnicas, ¿permiten algo más que acla-
rar ciertos problemas bien definidos? ¿No es necesaria la emergencia del pensamiento global para dar luz a una nueva tarea, a la que, en toda su complejidad, se enfrenta la humanidad?91 Como disciplina que ha estallado, la ciencia económica actual se desarrolla a través de multitud de trabajos, dedicados en su mayor parte a temas limitados, abordados a través de enfoques reduccionistas. El momento de la síntesis y de la reconstrucción parece estar más alejado que nunca. Muchos economistas eligen su disciplina con la esperanza de contribuir a solucionar los grandes problemas de su tiempo: el desempleo en los años 20 y 30, el subdesarrollo en el periodo de posguerra, y actualmente la desigualdad, la pobreza, el hambre y el ataque al medio ambiente. Pero cada uno de estos problemas constituye un hecho social global92 • No es reduciéndolo todo a sus fragmentos constitutivos, a elecciones individuales y al cálculo de la rnaximización, no es ni siquiera a través de la construcción de un conjunto de teorías parciales sobre ellos que llegaremos a comprender estos problemas. Debemos tener en cuenta el hecho social global, que nos lleva a traspasar el estrecho análisis económico, tal como han hecho Myrdal, Perroux, Tinbergen, Boulding y Hirschman; y Sen para el hambre, Hayek para el mercado, Simon para las organizaciones, Kornai para las economías planificadas. Para encontrar explicaciones útiles para los problemas centrales de la econornia, es hacia los no economistas donde debemos mirar: hacia Polanyi para el proceso del cambio social estructural vinculado a la expansión de la economía de mercado, hacia Rawls para la desigualdad y la justicia, hacia Habermas para el futuro de nuestras sociedades, hacia Prigogine para la complejidad. Muchos economistas cuestionan profundamente los métodos y las baSes mismas de la investigación económica. No hemos podido mencionar aquí el importante trabajo sobre metodología económica qU:e existe desde el comienzo de la disciplina de la economía, y que ha resurgido en los últimos 20 años, estimulado por trabajos tales como los de Blaug (1980 The Methodology), Bo!and93 , Caldwell94, Hausman 95, Hutchison (1978, 1981, 1992), Kolm96, Latouche97, Mayer (1993), Pheby98 y muchos otros99• La aparición de publicaciones como Economics and Philosophy y el Journal of 91. ¿Puede alguien ver alguna aportación en este sentido en la Declarationfor Universal Environmental Rights divulgada por el CSE (Center for Science and Environment) de Nueva Delhi, dirigido por Anil Agarwal? 92. Un >. American Economic Review, vol. 82, 1992, p. 713-719. DEBREU, Gérard. «Theoretic Models: Mathematical Fonn and Economic Canten!>>. Econometrica, vol. 54, 1986, p. 1.259-1.270. DEMSETZ, Harold. «Toward a Theory ofProperty Rights>).American Economic Review, vol. 57, 1967, p. 347-359. -. «The Cost ofTransacting>>. Quaterly Joumal of Economics, vol. 82, 1968, p. 33-53. -. {. Econometrica, 50 (enero), p. 213-224. KEYNES, J. M., 1936. The General Theory of Employment, lnterest and Money. Londres, p. MacMillan. McDDNALD, l.; SOLDW, R. J. 1981. «Wage Bargaining and Employment». American Economic Review, 71, p. 896-908. MErzLER, L. A. 1951. «Wealth, Saving, and the Rate oflnterest». Journal of Political Economy (abril), p. 93-116. PALLEY, T. I. 1992. ~> que el rnacroeconornista pudiese utilizar (ver cap. IV del torno 1). De hecho, decir que volvemos a la teo~ía del equilibrio general es como decir que hacemos ... ¡microeconomía! La macroeconomía ya no tiene razón de ser. No existiría pues más que una única gran teoría que sería la del equilibrio general, que se aplicaría tanto a las cuestiones «microeconómicas» como «macroeconómicas», buscando las explicaciones a nivel de los individuos. Pero no sucede nada de esto: incluso los nuevos macroeconomistas neoclásicos más celosos siguen hablando de macroeconomía y algunos, incluso, siguen escribiendo manuales sobre ésta. La macroeconomía de nuevo estilo debe tener pues algo de particular que la diferencie de la microeconomía; de hecho, no es sino una microeconorrúa con un número mínimo de bienes y de agentes, tal como podremos comprobar después de haber recordado cómo se plantea el problema de la agregación. 2. EL PROBLEMA DE LA AGREGACIÓN
El problema de la agregación guarda una estrecha relación con la fractura entre microeconomía y macroeconomía. De hecho, durante mucho tiempo ha servido para justi-
*
Publicado en: Guerrien, Bernard. «lnlroduction». En: La tl!éorie économique néoclassique. Tome 2: Macroconomie, théorie des jeux. París: La Découverte, 1999, p. 15-26. Traducción: Beatriu Krayenbühl.
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ficar esta fractura -nos referíamos entonces a la «ausencia de un puente» (no bridge) entre microeconomía y macroeconomía-. El problema de la agregación se descompone de hecho en dos problemas distintos: la agregación de los bienes y la agregación de los individuos (más precisamente, de las opciones individuales). 2.1. La agregación de los bienes El intercambio se halla en el centro de la reflexión económica. Para que exista intercambio hace falta que haya por lo menos dos individuos y dos bienes. Y, sin embargo, el macroeconomista razona con agregados -PIB, consumo, capital- que generalmente se caracterizan con un número. ¿Cómo pasar de un conjunto de riúmeros -las cantidades producidas, consumidas, invertidas, de cada producto- a un único número? Éste es el problema de la agregación de bienes. Un minuto de reflexión basta para darse cuenta de que este problema es insoluble: no existe un «bien sintético» cuyas cantidades den cuenta del conjunto de las cantidades de los distintos bienes que la economía implica. Una solución que surge en nuestra mente es asociar este conjunto a su valor, obtenido éste al multiplicar la cantidad de cada bien por su precio. Si el bien n, pongamos por caso, la sal, se elige como numerario -su precio es pues igual a 1-, entonces se puede asociar un número a cada cesto de bienes, su «equivalente en sal» (cantidad de sal a cambio de la cual aquel se puede cambiar a los precios dados). Una «solución>~ como ésta al problema de la agregación presenta no obstante un inconveniente importante: el de depender del sistema de precios utilizado para evaluar los bienes. A priori, este sistema de precios es uno cualquiera. Si bien es verdad que se puede considerar que el mismo resulta de una manera u otra de la elección de los individuos, se corre entonces el peligro de hacer el siguiente razonamiento circular: a partir de agregados -en particular, el capital- se «determinan» ciertos precios (tipo de interés y salario) que intervienen directamente en el cálculo de estos agregados. Para evitar este tipo de problema -que ha dado lugar a numerosos debates-, la macroeconomía que pretende tener «fundamentos microeconómicos» se sitúa generalmente en un mundo con un único bien (se utiliza frecuentemente la imagen del trigo) que sirve a la vez para el consumo y la producción (inversión), y cuya cantidad caracteriza estos agregados. 2.2. La agregación de las opciones individuales
La macroeconomía tradicional opera con funciones cuyas variables son agregados --como las funciones de consumo, de inversión, de oferla y demanda (del producto o de los «factores de producción»), etc.-. De ahí la pregunta: ¿se puede considerar que estas funciones sintetizan las opciones individuales? Para contestar a esta pregunta primero hace falta precisar el marco en el cual se sitúan estas opciones. El caso más simple, y privilegiado por los teóricos neoclásicos, es el de la competencia perfecta, en el que las opcio· nes de los agentes se expresan a través de ofertas y demandas, con precios dados (ver cap. III). La agregación de las opciones toma entonces la forma de funciones de oferta y de demanda globales, obtenidas por adición de las funciones de oferta y demanda indivi· duales -tal como hace el comisario-subastador-. El teórico se interesa entonces por
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ciertas propiedades que esta opción agregada puede tener -por ejemplo, el decrecimiento de la función de demanda-. Pero el teorema de Sonnenschein (ver capítulo IV) no le deja ninguna posibilidad por este lado: no es posible deducir relaciones de comportamiento globales que tienen una forma simple -o considerada como normal- a partir de las de los individuos que componen la sociedad. En otras palabras, las relaciones macroeconómicas habituales no se pueden fundamentar microeconómicamente, incluso en el marco muy simplificado de la competencia perfecta. Así, sea cual sea la manera en que la abordemos, la agregación no es posible. De hecho, los teóricos del equilibrio general siempre lo han sabido -o siempre lo han sospechado, hasta que el teorema de Sonnenschein puso definitivamente término a estas dudas-. De ahí la fractura entre microeconomía y macroeconomía, fractura que se ha institucionalizadao, tanto en la enseñanza como en la práctica. Sin embargo, los nuevos macroeconomistas neoclásicos han intentado dar un aire de «equilibrio general» a la macroeconomía utilizando diversos subterfugios que les permitan eludir el problema de la agregación, bien sea porque se sitúan en un mundo con un único bien, bien sea porque presuponen un único agente, o lo uno y lo otro. 3. LA NUEVA MACROECONOMÍA NEOCLÁSICA
Para evitar el problema de la agregación, la nueva macroeconomía neoclásica considera modelos redbcidos de la economía, que puede estar formada por un único individuo, o por una función de producción con una regla de distribución del producto, o por una serie de individuos que intentan distribuir mejor su consumo en el tiempo. 3.1. Los modelos en Jos que hay un único individuo Un individuo solo o aislado (la imagen de Robinson se evoca aquí muy a menudo) sólo tiene un únicd problema: el de utilizar al máximo los recursos de los que dispone. Si únicamente vive un periodo, este problema ni tan sólo se plantea, ya que únicamente tiene que consumir sus recursos en bienes, antes de morir. En cambio, la situación es más complicada si vive más de un periodo, ya que tiene que decidir entonces la asignación de sus recursos (bienes, tiempo disponible) en cada uno de Jos periodos considerados: ¿de qué manera se pueden repartir los bienes entre consumo e inversión?, ¿de qué manera se puede asignar el tiempo del que uno dispone entre trabajo y ocio? La respuesta a estas preguntas depende evidentemente de múltiples factores -entre los cuales se halla la información disponible en el momento de tomar la decisión-. Los nuevos macroeconomistas van a conservar la solución adoptada por el modelo del equilibrio general de Arrow-Debreu (ver cap. IV), suponiendo que el único individuo se caracteriza por unafwtción de utilidad intertemporal U(·) que asocia, por ejemplo, a la cesta de consumos presentes y futuros (C~ ... , e,, ..., eT), en la que (e,) designa el consumo en el instante t, y la utilidad U (CO> ... , c1, ••• , cT). Una forma que a menudo se utiliza para ésta, debido a su particular simplicidad, es: u(e,)
u(cT)
u(c,)
U(c0••.• ,e,, ... , eT)=u(c0) + ... + - - + ... + - - - = I + - (l+p)' (l+p)' t (l+p)'
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Agente «representativo» y «muchos agentes idénticos» Los nuevos macroeconomistas neoclásicos a menudo razonan dentro de modelos con un único individuo (según ellos, se referirian entonces a la macroeconomía). Pero dado que utilizan estos modelos para discutir acerca de las políticas económicas y de las evoluciones reales de las economías que conocemos, califican a este único agente de «representativo~), dando así a entender que representaría la opción del conjunto de la sociedad (evitando cuidadosamente hablar de los problemas que plantea la agregación). A título de ejemplo, una cita de autores de renombre: «Como en la teoría habitual del crecimiento, se supone la existencia de una unidad familiar representativa con una duración de vida ilimitada)) (Kydland y Prescott, 1982, p. 1.345). Otra forma de sugerir que el hecho de considerar a un individuo único, o aislado, no es decisivo consiste en aludir a la existencia de un «gran número de agentes)), precisando, sin embargo, que éstos son «idénticos)). Citemos también, a este respecto, a autores de renombre: «Se supone que la economía consiste en un gran número de empresas y de unidades
familiares idénticas (Romer, 1996, p. 44, 170); «El modelo que estamos considerando consiste en un individuo único (o un número constante de individuos idénticos)» (De Long y Plosser, 1983, p. 43). Pero unos individuos idénticos -tanto si son en «gran número» como si no- 1W tienen ninguna razón para efectuar illtercambios (el intercambio nace de la diferencia -a nivel de gustos, dotaciones o técnicas disponibles-). Así pues, toman sus decisiones como si estuviesen aislados, y estas decisiones son idénticas. La situación es la misma que si tuviésemos n Robinsones idénticos en n islas aisladas las unas de las otras. El agente «representativm) lo es tanto ... que no sirve para nada -se identifica completamente con uno cualquiera de los n Robinsones (idénticos)-. El hecho de que el análisis suponga un solo individuo (o un individuo único) aparece claramente en la formulación matemática de los modelos, en los que sólo ex.iste una única función de utilidad y una única función de producción, siendo maximizada la primera teniendo en cuenta las limitaciones impuestas por la segunda.
en la que pes la preferencia por el presente del individuo (cuanto más elevado es p, y cuanto menos peso tienen los bienes futuros en la utilidad total, intertemporal). En el caso de que el tiempo disponible -distribuido entre trabajo y ocio- se tome en con-
sideración, una función habitual es la función YO definida por: v(c 1) " p ' V(c0 , 10, ••. , e, 1, ... , cr, Ir)='-'---
t (1
+ p)',
en la que 1, designa el tiempo dedicado al ocio, en t. El único individuo del modelo conoce también las técnicas que están disponibles, presentes y futuras, representadas por una función de producción intertemporal. En tales condiciones, si es racional, intentará determinar el consumo y el tiempo dedicado al trabajo en cada periodo, de tal forma que maximice su utilidad intmemporal, teniendo en cuenta las posibilidades técnicas.
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3.2. ¿Precios y un equilibrio en un modelo con un único individuo? El modelo de equilibrio general (en competencia perfecta) supone, tal como lo hacen los nuevos macroeconomistas neoclásicos, agentes que cumplen funciones de utilidad y de producción intertemporales (en el marco de la hipótesis de la existencia de un «sistema completo de mercados» -ver cap. m-). No obstante, el primer objetivo de este modelo es encontrar un sistema de precios que haga compatibles los planes de las unidades familiares con los de las empresas; lo que evidentemente sólo tiene sentido si el modelo implica más de un individuo y, por lo tanto, varios centros de decisión. Pero éste no es el caso de los modelos con un único individuo de la nueva macroeconomía; ¿cómo podemos hablar pues de «equilibrio general>> respecto a estos modelos? Y sin embargo, es posible hacerlo, formalmente, aunque ello no tenga ningún sentido. La operación es simple: consiste en proceder «al revés». Así, en el modelo de competencia perfecta (con varios agentes), los individuos determinan las cantidades ofertadas y demandadas igualando sus tasas marginales de sustitución con las relaciones de precios, siendo éstos determinados (por el comisario-subastador -ver cap. m-). En el modelo de la opción intertemporal de un único individuo, se utiliza la misma igualdad, pero considerando que las cantidades están dadas (son las que maximizan la utilidad intertemporal del individuo); los precios se deducen pues de esta igualdad (mientras que en el modelo de competencia perfecta son las cantidades -ofertadas o demandadas-las que se deducen de la misma igualdad). Estos precios no sirven para nada, ya que el individuo conoce ya su plan óptimo de consumo y de trabajo -mientras que en el modelo de competencia perfecta los precios cumplen la función de hacer compatibles (o de coordinar) los planes de varios individuos. En cuanto los precios han sido «deducidos» de las cantidades, éstas son presentadas como ofertas y demandas a estos precios; serían incluso de «equilibrio>> (general), ya que son forzosamente compatibles (¡el individuo único del modelo 1no tiene que coordinarse con nadie en absoluto!). El sistema abandonado a su suerte estaría así en «equilibrio permanente» y, por lo tanto, en un óptimo de Pareto (primer teorema de la economía del bienestar -ver cap. v-). La visión pesimista, o prudente, de Keynes acerca del funcionamiento de los mercados ha sido sustituida por un discurso beato sobre su naturaleza armónica y «óptima». 3.3. Modelos con un individuo y macroeconomía A diferencia de la microeconomía, la macroeconomía implica una dimensión empírica importante -se ocupa de las relaciones entre agregados, para los cuales existen medidas estadísticas-; además, mantiene un vínculo estrecho con las políticas económicas que los Estados intentan realizar. Debido al número limitado de variables que intervienen, los modelos que postulan una opción intertemporal por un único individuo se prestan a este ejercicio, asimilando las cantidades escogidas por el individuo a los agregados correspondientes (su producción representará el PIB, la cantidad de horas dedicadas al trabajo, el nivel de empleo, etc.). Además, y ahí está la novedad, se puede presentar el modelo como «basado microeconómicamente» puesto que las evoluciones que describe resultan de la maximización
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Robinson se vuelve esquizofrénico e «instituye» mercados
En su libro, Microéconomie intermédiaire, sin duda la obra más difundida de microeconomía a nivel mundial y que está escrita para principiantes, Hal Varian presenta la cuestión de la formación de los precios en un modelo con un único agente como sigue: «Supongamos que Robinson está cansado de ser a la vez productor y consumidor y decide alternar los papeles. Un día actúa sólo como productor y, al día siguiente, sólo como consumidor. Para coordinar estas actividades, decide instituir un mercado laboral y un mercado de cocos. También constituye una empresa, la , o aún: «El análisis es sin duda un poco esquizofrénico, pero es el tributo que hay que pagar si se quiere examinar una economía con una única persona.» Sin embargo, no explica el origen de este «deseo», ni el interés en satisfacerlo ... En su otro tratado de microeconomía (Varían, 1991), dedicado a un público más «avanzado», no reanuda esta historia. Está claro que se toma a los principiantes por unos imbéciles ...
de una función de utilidad, teniendo en cuenta las técnicas que están disponibles. Ciertamente, este «fundamento» es puramente fonnal: ¿cómo justificar el hecho de que se intenta describir el comportamiento (agregado) de una economía que implica miles d~ centros de decisión a través de la elección (intertemporal) de un único individuo? Los nuevos macroeconomistas neoclásicos no contestan a esta pregunta; incluso intentan evitar que se plantee, dejando entender que su modelo representaría de hecho el comportamiento de muc~os individuos en una economía con muchos bienes, precios, mercados, etc. (a título de ejemplo, ver el texto en el recuadro, «La macroeconomía según Bob Barro»). Existen dos grandes tipos de modelos con un único individuo en la nueva macroeconomía neoclásica: los modelos llamados «del ciclo real», cuyas características son muy cercanas a las que acabamos de describir (estos modelos se examinan en el próximo capítulo); y los modelos de crecimiento, que básicamente están construidos en torno a una función de producción que se supone representa la evolución del conjunto de la economía-una función cuyos argumentos son el trabajo y el único bien (en el cap. IX se estudian estos modelos). En todo lo que acabamos de decir se percibe un gran ausente: el dinero. Claro que tampoco se ve claro cómo se podría justificar su presencia si sólo hay un único individuo y, por lo tanto, no hay ningún intercambio -dado que la principal razón de ser del dinero es la de servir de intermediario en los intercambios-. Los nuevos macroeconomistas neoclásicos han considerado, por tanto, modelos con más de un agente, en los que el dinero es el único medio de proceder a una asignación intertemporal de los recur-
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sos: se trata de modelos «de generaciones imbricadas» («O. générations imbriquées» ), que son objeto del capítulo x. 3.4. Sobre la noción de «Choque» La antigua macroeconomía, marcada por las ideas de Keynes, no puso el equilibrio en el centro de sus análisis; más concretamente, no excluía el hecho de que la economía se pudiese encontrar en un equilibrio de subempleo. Éste no es el caso de la nueva macroeconomía neoclásica que, como hemos visto, reivindica un análisis de equilibrio permanente, de pleno empleo. ¿Cómo explicar pues las fluctuaciones económicas? Mediante «choques» que sólo pueden ser externos a un sistema cuyo buen funcionamiento está asegurado; al principio de los años setenta, cuando la inflación y el paro aumentaron fuertemente, los «choques monetarios» fueron utilizados como argumento, mientras que a los «choques reales» se les atribuyó una importancia considerable en los años ochenta. A nivel de la modelización, estos «choques» se expresan mediante la introducción de variables aleat>-), mientras que en el periodo siguiente, bastante más turbulento, este discurso toma como punto de partida el buen funcionamiento de este sistema, que sólo se puede ver perturbado por choques externos. 3.5. Conclusión
La actitud de los teóricos neoclásicos respecto a la macroeconomía cambió radicalmente durante los años setenta. Rechazaron entonces el «compromiso keynesiano» que consistía en mezclar ideas de Keynes y relaciones importadas de la microeconomía en nombre del rigor, identificado con la búsqueda exclusiva de «fundamentos microeconómicos», en una perspectiva de equilibrio general. Confrontados al problema insuperable de la agregación de bienes y opciones, los macroeconomistas neoclásicos eligieron entonces la solución radical, que consiste en actuar como si la sociedad se comportase como un único individuo -calificado de «representativo>>-. De forma más general, en esta nueva perspectiva la macroeconomía se ha vuelto una microeconomía
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con un número mínimo de bienes e individuos, cuyos modelos tienen como objetivo simular al máximo las evoluciones observadas realmente en cada país -con la idea de que los desajustes observados son debidos exclusivamente a «choques» externos-.
La macroeconomía según Bob Barro «Bob)) (Robert) Barro es, junto con «BOb>} Lucas, uno de los pilares de la nueva macro~ economía neoclásica que se presenta en un manual publicado en 1986. En esta obra, Barro transitaba permanentemente entre un mundo con un único individuo y un único bien, que es el de sus análisis teóricos, y el mundo real al cual se refiere constantemente con el respaldo de las estadísticas. Su libro empieza con un capítulo sobre «el punto de vista de la macroeconomía>> en el que explica que ésta se ocupa de agregados tales como el PIB, el nivel de precios, el empleo, etc., y después precisa que empezará por presentar «la teoría básica de los precios>> que proporcionará su «fundamento microeconómico)) a la macroeconomía (p. 9). De hecho, Barro nunca trata en su libro «de Jos» precios, sino de un precio, denotado por P, presentado como el nivel de precios, pero que en realidad designa el precio del único bien de la economía (en una perspectiva intertemporal, este precio varía de un período a otro, lo que permite definir un tipo de interés). Este enfoque supone también un único agente, ya que el título del capítulo siguiente (el segundo) anuncia que versa sobre la «economía de Robinson Crusoe». Barro explica al principio de este capítulo que, en aras de la «claridad», va a examinar «una economía de familias aisladas en la que cada una se parece a Robinson Crusoe» (p. 27). Poco a poco explica que, de hecho, las familias «aisladas» son idénticas. Así, Barro precisa un poco más adelante que todas tienen la misma función de producción y, dos capítulos más lejos, que todas tienen la misma función de utilidad intertemporal (relaciones [4.2] o [4.7] del cap. IV). Después de las elucubraciones habituales sobre las opciones de Robinson,Uegamos a los «mercados» (cap. III). Tal como debe ser, Barro
comprueba primero que, «en el mundo real», las personas consumen muy pocos bienes que ellas mismas contribuyen a producir, lo cual no le impide escribir seguidamente: «No podríamos trabajar con nuestro modelo si tuviésemos en cuenta bienes cuyas características físicas fuesen distintas. Por tanto, vamos a seguir razonando con una única clase de bien ... )) (p. 54), un bien que además se produce en todas partes con la misma función de producción. Barro observa además en una nota a pie de página que con bienes idénticos «existe entonces un pequeño problema: ¿por qué razones vendería y compraría la gente este bien?)) (p. 54). ¡He ahí una pregunta muy pertinente! Recuerda entonces la «solución>> avanzada por el otro Bob, Lucas, que propone considerar que los bienes difieren ... en el color y que cada familia se especializa en la producción de bienes d!f un color, aunque desee consumir bienes de todos los colores. Consciente quizá de lo ridículo de esta «solución)), Barro evoca la naturaleza «abstracta)> de su tarea, que está destinada, sin embargo, «a capturar en un modelo concreto algunas características del mundo real)) (p. 54). Así, a pesar de las constantes alusiones de Barro a los bienes y a las familias (en plural), su modelo es básicamente un modelo con un único bien (físico) y con un único individuo (no hay intercambios entre individuos). Sin embargo, lo enreda todo al introducir supuestos «mercados», «precios» (de hecho, el del mismo bien durante varios periodos) y crédito (de hecho, una asignación intertemporal con un «mercado perfecto de capitales» -sin incertidumbre-), afinnando que el «vaciado)> (clearing) de los mercados daría coherencia a todo esto. Sin embargo, no es sólo a Robinson al que complica ia vida ...
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CONCLUSIÓN GENERAL' Ahora, el lector puede comprender la razón de esta afirmación sorprendente: a diferencia de ciencias tales corno la física, la química y, en menor medida, la biología, la teoría neoclásica -y, más generalmente, la teoría económica- no implica «leyes fundamentaleS>> a partir de las cuales se obtendrían otras leyes, o resultados, que permitirían comprender -y a ser posible, controlar- cada vez mejor el mundo que nos rodea. Incluso los propios teóricos neoclásicos consideran que no disponen más que de un único resultado sobre el cual todo el mundo está de acuerdo: el teorema de la existencia de, por lo menos, un equilibrio general de competencia perfecta. De ahí la importancia que atribuyen a este equilibrio, además de su papel normativo. Este resultado constituye sin duda una buena proeza intelectual, pero no tiene utilidad alguna para aquél que se interesa por la vida económica y social tal como la conocemos (a menos que sea en una perspectiva de planificación). Así pues, contrariamente a lo que se afirma muy a menudo -por parte de los teóricos neoclásicos-, no puede servir de ley «fundamental» a partir de la cual evolucionaría la ciencia, lenta, pero seguramente. Aunque los teóricos neoclásicos califican de «irreal» el modelo de la competencia perfecta (sería más correcto decir que describe un mundo totalmente imaginario), este modelo sigue estando en el centro de su aparato teórico, y ello por una razón muy simple: la propiedad de optimalidad (en el sentido de Pareto) de sus equilibrios -que los convierte en normas, en ideales que hay que intentar alcanzar-. Esta dimensión normativa de la competencia perfecta es tan fuerte que lleva a absurdos tales como el que consiste en hablar de precios, de competencia e incluso de equilibrio general respecto de un modelo en el que sólo hay un único individuo -y, por lo tanto, en el que ni tan solo existen intercambios (que es el caso de la mayoría de modelos de la nueva macroeconomía neoclásica)-. En la misma perspectiva, el deseo de «demostrar matemáticamente» y a cualquier precio el carácter óptimo del «Sistema de mercados», por lo menos en el caso ideal en el que éste puede actuar sin trabas, conduce a una especie de ceguera, a no ver que lo que se ha presentado como el mercado ideal no es nada más que un sistema extremadamente centralizado, regido por normas muy estrictas, y que, por lo tanto, se encuentra en las antípodas de lo que habitualmente se entiende por «mercado» -aunque sea de forma muy imprecisa-. Estos absurdos y esta ceguera en personas que, por otra parte, proclaman alto y fuerte el carácter científico de su investigación únicamente se pueden explicar por el peso de la ideología, de sus convicciones previas: convencidas de la «eficacia» de los mercados en la asignación de recursos, por lo menos cuando no tienen «fallos» o están sometidos a «imperfecciones», no pueden hacer otra cosa que intentar «demostrar>> que esto es así, aunque sea a costa de las aberraciones que hemos indicado. Lo que al principio no es más que una convicción o una creencia se convierte en una «verdad científica» establecida matemáticamente (es decir, al margen de toda ideo-
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Guerrien, Bernard. «Conclusion générale». En: La rlléorie économique néoclassique. Tomo 2: Macroéconomie, théorie desjeux. París: La Découverte, 1999, p. 109-113.
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logía -que no puede ser más que la expresión de las otras corrientes del pensamiento económico-). La ideología también explica la búsqueda a cualquier precio de los «fundamentos microeconómicos» que caracteriza a la teoría neoclásica. La búsqueda de «fundamentos microeconómicos» -o, lo que es igual, el individualismo metodológico- es lógicamente imposible, tal como hemos visto a partir del segundo capítulo de esta obra: las transacciones sólo se pueden efectuar en el marco de reglas impuestas a los individuos (o que éstos aceptan). Todos los modelos neoclásicos suponen implícitamente una forma previa de organización social-salvo, evidentemente, los que sólo implican a un único individuo (¿pero, entonces, cómo podemos hablar de economía?). De hecho, ninguna ciencia pretende explicarlo todo a partir del estudio de unas «unidades elementales» hipotéticas. La física, considerada generalmente como la reina de las ciencias, ha abandonado desde hace tiempo cualquier proyecto reduccionista de este tipo -la profusión de partículas «elementales», que a la larga resultan no serlo realmente (ya que ellas mismas se descomponen en partículas aún más elementales ... ), ha contribuido a ello, entre otras cosas-. De hecho, los físicos, químicos, biólogos, no tienen problema alguno en razonar con entidades globales (que van desde los átomos a los órganos, pasando por las moléculas y las células) y en establecer leyes macroscópicas (de las cuales la más famosa es la ley de Mariotte de la presión y la temperatura de los gases). Bien es verdad que, en estas ciencias, no existe una ideología que presione para poner por delante al «individuO>~ (es decir, una unidad elemental cualquiera con un cierto número de características a partir de las cuales se podría deducir todo lo demás). En las ciencias de la naturaleza es posible -¡e imperativo!- efectuar experimentos controlados que permitan contrastar diversas teorías, tanto si son de orden microscópico como macroscópico. Esto no sucede en la economía, en la que cada situación presenta particularidades cuyos efectos no se pueden aislar (¿quién puede afinnar, de forma contundente, por ejemplo: «Si el banco central de un país hubiese bajado su tipo de interés director en un momento concreto, entonces la evolución de este país habría sido totalmente distinta», precisando las características de esta evolución «distintm> ?). La ausencia de experimentos controlados que permitirían contrastar teorías deja la puerta abierta a las fábulas y otras historias que explican los teóricos neoclásicos, con su provisión de ecuaciones más o menos complicadas (y no será la comparación de las opciones intertemporales de un Robinson Crusoe cualquiera con la evolución observada de un país lo que no cambiará esta realidad). l. ¿CóMO ES ESTO POSIBLE?
Una vez hechas estas observaciones, surge inevitablemente una pregunta: ¿cómo es esto posible? Más concretamente, ¿por qué la sociedad otorga consideraciones y honores (incluidos Premios Nobel) a personas que dedican toda su actividad a especular en mundos puramente imaginarios? Se puede responder a esta pregunta de diversas maneras. Recordemos primero que estas especulaciones existen desde los inicios de la economía política (Marx ya se mofaba de las «robinsonadas~~ utilizadas por los autores de su época). Hoy en día, hay muchos más economistas con una fonnación matemática avanzada; de ahí la multiplicación de elucubraciones cada vez más elaboradas. La función ideológica de las teorías económicas no es nueva: la sociedad -o por lo menos
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sus clases dominantes- necesita «Sabios» que aseguren esta función con el fin de que el orden social sea aceptable. Pero esto no lo es todo, ya que, aunque existe entre los economistas neoclásicos (entre otros) un amplio consenso en cuanto a las ventajas del sistema de mercados, o del capitalismo, sin embargo no están forzosamente de acuerdo sobre las políticas que permi ten garantizar al máximo su mejor funcionamiento. El punto central es pues la intervención del Estado; algunos economistas piensan que se debería reducir al máximo, mientras que otros consideran que resulta indispensable para corregir las «imperfecciones» del sistema. Ya que no es posible resolver «experimentalmente>> esta cuestión, u otras similares, la batalla se traslada al terreno de las fábulas -consideradas como una especie de «experiencias mentales»-. Así, las fábulas propuestas por Locas y Barro abogan por la no intervención, mientras que las de Samuelson y Romer van en el sentido contrario (por sólo citar a éstos). Los políticos constantemente tornan decisiones de orden económico que a veces tienen que justificar, si es posible invocando lo que dicta la «ciencia» (tanto si .creen en ella corno si no). De ahí la necesidad de disponer de un cuerpo de «sabios» o de «expertos» que fabriquen modelos (las fábulas) que puedan servir de aval «científico» a las políticas propuestas. Así, la fábula de Lucas «de las dos islas>> (ver capítulo x) ha servido de aval teórico a las políticas de retroceso del Estado que surgieron a finales de los años setenta. Está claro que nuestros sabios y expertos tienen un gran interés en mantener su reputación, complicando sus modelos a su gusto, lo que los vuelve de difícil acceso para cualquier otra persona que no sean ellos mismos lo que permite encubrir el hecho de que actúan en mundos totalmente imaginarios. La profesión se perpetúa de este modo por cooptación: sólo se aceptan aquellos que hacen el juego, se tragan la purga matemática y proponen nuevas fábulas y, si es posible, con las corrientes de moda. 1 Esto puede continuar durante mucho tiempo, hasta que la sociedad considere que ya no necesita mantener un ejército de «inventores de historias», ni de inculcarselas a las nuevas generaciones (cuyo espíritu corre el riesgo de verse irremediablemente deformado). Las historias que existen ya bastan, y la ideología predominante no se ve amenazada. Cargos y créditos corren el peligro de verse fuertemente reducidos, corno parece estar sucediendo en Estados Unidos. Por racionales que sean, nuestros teóricos «fundamentalistas» se arriesgan pues a constatar que han cortado la rama sobre la cual se hallaban cómodamente sentados ... BIBLIOGRAFÍA CITADA
BARRO, R. (1986). Macroeconomics. Nueva York: Jobo Wiley & Sons. KYDLAND; PRESCOIT. (1982). «Time to Build and Aggregate Fluctuations». Econometrica, 50, p. 1.345-1.370. LONG, DE; PWSSER. (1983). «Real Business Cycles». Journal of Economic Theory, 8, p. 39-69. ROMER, D. (1996). Advanced Macroeconomics. Nueva York: McGraw-Hill. VARIAN; H. (1981)./ntermediate Microeconomics. Nueva York: Norton. -. (1991). MicmeconomicAnalysis. 3a ed. Nueva York: Norton.
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La perspectiva liberal clásica* Barry Clark
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l. LOS PRINCIPIOS DEL LIBERALISMO CLÁSICO
Las características fundamentales del liberalismo clásico están contenidas en las definiciones que éste da de algunos de los términos más polémicos de la economía política.
Naturaleza humana. Los seres humanos se mueven por intereses personales y son capaces de actuar de forma autónoma utilizando su facultad de razonamiento para descubrir las maneras más eficaces de satisfacer sus necesidades y deseos. Sociedad. La sociedad es una agrupación de individuos sin finalidades u objetivos propios. La sociedad buena permite a los individuos buscar sus intereses personales libres de coacciones arbitrarias. Gobierno. Los individuos crean un gobierno con el objeto de proteger sus derechos tal como éstos han sido establecidos por una constitución. A parte de esta función, el gobierno es tanto mejor cuanto menos gobierna. Moralidad. No existe ningún método objetivo para discernir qué valores son superiores a otros; por lo tanto, los individuos tendrían que ser libres para determinar lo bueno y lo malo basándose en sus preferencias personales. Los únicos valores sociales válidos son aquellos que todos los ciudadanos respaldarían. Dado que nadie quiere que se violen sus derechos de propiedad o sus derechos civiles, tales violaciones están mal y debieran ser ilegales. Libertad. Sinónimo de autonomía y de independencia, la libertad es la ausencia de coacción por parte del gobierno u otras personas. Autoridad. La autoridad legítima sólo surge a través del consentimiento de los individuos a renunciar a una porción de su autonomía. Por ejemplo, la autoridad en el lugar de trabajo puede ser consentida por los empleados a cambio de un salario. Los ciudadanos pueden consentir una autoridad por parte del gobierno a cambio de una protección de sus derechos a la libertad y la propiedad. Igualdad. Igualdad significa que todos los ciudadanos tienen la misma oportunidad para dedicarse a una actividad económica y los mismos derechos civiles establecidos por la constitución. *-
Publicado en: Clark, Barry. «The c\assica\liberal perspective». En: Political economy. A comparative approac/J. 2" cd. Wcstport, Conneticut: Praeger, 1998, p. 48-51, 101, 134-138. Traducción: Beatriu Krayenbühl.
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Justicia. La justicia requiere la protección de los derechos de propiedad y los derechos civiles establecidos por la constitución y el castigo a aquéllos que violan los derechos de los demás. Eficiencia. La eficiencia es una situación en la que nadie puede estar mejor económicamente sin perjudicar a otra persona. En otras palabras, los recursos se asignan a aquellas personas más dispuestas y capaces de pagar por ellos. 2. EL LIBERALISMO CLÁSICO HOY
La Gran Depresión de los años 1930 asestó un golpe terrible al liberalismo clásico al persuadir a un gran número de ciudadanos de que no se podía confiar en el libre mercado para organizar las actividades económicas. Desde la depresión a los años 1970, los liberales clásicos estuvieron visiblemente ausentes del debate público con la única excepción de algunos miembros del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago. Sin embargo, la combinación de alta inflación, alto desempleo y lento crecimiento durante los años 1970 preparó el escenario para un resurgir del pensamiento liberal clásico. Casi de la noche a la mañana, periódicos, revistas y debates públicos se llenaron de propuestas del liberalismo clásico para resolver la crisis del moderno estado del bienestar. En las dos últimas décadas, virtualmente cada país de Occidente se ha orientado hacia la reducción de los gastos estatales, los impuestos,- las regulaciones y las propiedades públicas. La inflación y el desempleo han mejorado de forma espectacular, y únicamente ha tenido lugar una recesión en Estados Unidos en los últimos quince años. Tres de las escuelas más destacadas del pensamiento liberal clásico son la economía neo-austríaca, la teoría de la elección pública y la nueva economía clásica.
2.1. La economía neo-austríaca La conquista de Austria por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial forzó a muchos intelectuales de este país a la emigración. Ludwig von Mises (18811973) y Friedrich A. Hayek fueron los principales portadores de la ciencia económica austríaca a Inglaterra y Estados Unidos. A pesar de que nunca fueron totalmente aceptados por los economistas de la corriente dominante, Mises y Hayek consiguieron ganarse el respeto de economistas tan influyentes como Lionel Robbins (18981984), Fritz Machlup (1881-1973), Oskar Morgenstem (1902-1977) y Gottfried Haberler. Más recientemente, se ha desarrollado en Estados Unidos una nueva escuela austríaca de pensamiento liderada por Israel Kirzner, Murray Rothbard (1926-1995) y Roger Garrison. Los escritos de los neo-austríacos se presentan en Austrian Economics Newsletter, Journal of Libertarían Studies, Social Phi/osophy & Policy y Critica/ Review. A pesar de que los neo-austríacos asumen el libre mercado y la libertad personal, rechazan el supuesto de que los individuos posean toda la información. Si prevaleciese toda la información, entonces los planificadores posiblemente podrían reproducir el mercado, y la defensa de la propiedad privada se debilitaría. Los neoaustríacos admiten sin problemas que los mercados están impregnados de defectos, incluyendo los elementos monopolísticos, la incertidumbre y las externalidades. Su
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defensa del mercado no se basa en su capacidad para asignar recursos de forma eficiente en cualquier momento preciso, sino en su papel como motor para descubrir y aplicar el conocimiento que elevará los estándares de vida. Los individuos que ocupan nichos únicos en el mercado detentan la mejor información y tienen el incentivo más fuerte para innovar. Ninguna agencia de planificación o burocracia puede rivalizar con el dinamismo de los empresarios para hacer avanzar la tecnología. De hecho, según los neo-austríacos, la intervención del gobierno casi siempre será perjudicial porque el gobierno atiende más a los grupos de interés especial que a la promoción del bien público. Sin los supuestos de racionalidad de la economía neoclásica, los neo~austríacos confían menos en las matemáticas y más en el argumento persuasivo. De hecho, comparten con los radicales su rechazo al esfuerzo neoclásico de crear una economía científica análoga a la física. Irónicamente, los neo-austríacos concluyen que la economía es, en gran parte, un proyecto acabado. Habiendo demostrado la eficiencia de los mercados y los fallos del gobierno, los economistas neo-austríacos no tienen otra cosa que hacer excepto continuar su esfuerzo por persuadir a otros economistas, a políticos y al público de que ellaissezfaire es la mejor política. La perspectiva neo-austríaca ha influido sobre la economía convencional con el desarrollo de la teoría de los juegos para esclarecer situaciones en las que se deben tomar decisiones sin tener toda la información. 2.2. La teoría de la elección pública Reconociendo el poder creciente del gobierno en las sociedades capitalistas, algunos teóricos liberales clásicos han intentado analizar la toma de decisiones políticas aplicando los mismos principios de la elección individual racional utilizados para explicar las acciones de los consumidores y las empresas. Rechazando la moderna yisión liberal del gobierno como promotor imparcial del bienestar de la sociedad, los teóricos de la elección pública afirman que los votantes, los burócratas y los políticos se Comportan del mismo modo que los consumidores individuales y los productores: persiguen sus inte~ reses privados, buscando la máxima utilidad al mínimo costo. Los ciudadanos votan a los candidatos que proporcionarán los máximos beneficios con los impuestos más bajos. Los burócratas buscan garantía de empleo, sueldos altos, promoción profesional y estatus social, todo ello minimizando el esfuerzo laboral. El principio rector de los políticos es la maximización del voto, puesto que para mantener los beneficios del cargo público tienen que ser reelegidos. Los teóricos de la elección pública consideran la política simplemente como una actividad económica que se lleva a cabo en la esfera pública del gobierno en vez de en la esfera privada del mercado. Este enfoque de la economía política a veces reci~ be el nombre de «Escuela de Virginia}), ya que sus principales defensores enseñaban en la Universidad de Virginia en los años 1960; posteriormente se trasladaron al Instituto Politécnico de Virginia en los setenta y finalmente establecieron una base permanente en la Universidad George Masan en los años ochenta. El teórico más des~ tacado de la elección pública es James Buchanan, que obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1986. Otros colaboradores importantes incluyen a Anthony Downs, Gordon Tullock, William Riker y Richard McKenzie. Buchanan y Tullock fundaron la
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
Public Choice Society en 1963. Los escritos de esta escuela aparecen en las revistas Public Clwice, Constitutional Political Econom)\ The lndependent Review y Economics & Politics. Los teóricos de la elección pública mantienen la creencia liberal clásica en el libre mercado, pero expresan una preocupación acerca del hecho que la política democrática crea una vía a través de la cual los individuos y los grupos pueden obtener beneficios económicos mientras reparten los costos entre los contribuyentes. Puesto que se espera que los individuos persigan sus intereses de todas las maneras disponibles, poner fin a este abuso de democracia requiere unos límites constitucionales estrictos que ciñan el gobierno a su papel apropiado como protector de los derechos de propiedad.
2.3. Nueva economía clásica Cuando las políticas keynesianas fallaron a principios de los años 1970, los liberales clásicos rápidamente llenaron el vacío teórico. La nueva economía clásica representa el resurgimiento de las ideas deilaissezfaire del siglo XIX. Algunos de sus principales defensores son Thomas Sargent, Neal Wallace, Robert Lucas y Robert Barro. Se pueden encontrar escritos de los nuevos economistas clásicos en Journal of Political Economy y American Economic Review. Los nuevos 1economistas clásicos se centran en el papel de las expectativas y en cómo éstas afectan el comportamiento individual. Sargent y Wallace desaiTollaron la teo~ ría de las «expectativas racionales» para demostrar la falacia de los esfuerzos keynesianos por reducir la tasa de desempleo. Si los ciudadanos tienen expectativas racionales, su comportamiento tomará en cuenta cualquier efecto anticipado de la política estatal. Cuando el gobierno intente estimular la economía, los ciudadanos que anticipan una mayor inflación elevarán sus reivindicaciones salariales, compensando de este modo cualquier teddencia a que los empresarios contraten a más trabajadores. En resumen, cualquier esfuerzo deliberado por parte del gobierno por aumentar la actividad económica se verá frustrado por las reacciones de los ciudadanos que buscan defender sus ingresos ante una inflación anticipada. Los nuevos economistas clásicos concluyen que el gobierno no puede disminuir el nivel de desempleo y que, por lo tanto, debiera renunciar a tales intentos. Existen otros dos enfoques teóricos estrechamente relacionados con la nueva eco~ nomía clásica: el monetarismo y la economía de la oferta. El primero, cuyo paladín fue Mil ton Friedman, busca revisar la idea clásica de que la cantidad de dinero de la economía afecta los precios pero no al nivel de empleo o al output. Los monetaristas concluyen que una política monetaria activa por parte del Sistema de la Reserva Federal no puede tener ningún impacto positivo sobre el desempleo y por lo tanto se debería abandonar en favor de un crecimiento constante de la oferta monetaria a una tasa suficiente para adaptarla a los aumentos del output real.
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l. LA ECONOMÍA POSTKEYNESIANA La decadencia del prestigio de la economía keynesiana en los años 1970 fue sintomática del desorden que sufría el liberalismo moderno. Algunos economistas trataron de rescatar las ideas keynesianas argumentando que economistas norteamericanos como Paul Samuelson habían malinterpretado las ideas de Keynes. Entre las primeras figuras de la economía postkeynesiana se encuentran Joan Robinson, una colega de Keynes en la Universidad de Cambridge, y Michael Kalecki (1899-1970), un economista polaco que llegó de forma independiente a las mismas ideas que Keynes. Otros colaboradores importantes al comienzo fueron Piero Sraffa (1898-1983), Maurice Dobb (1900-1976) y Nicholas Kaldor (1908-1986). En Estados Unidos, la economía postkeynesiana fue propuesta por Sidney Weintraub (1914-1983), Alfred Eichner (19371988) y Hyman Minsky (1919-1996). Entre los postkeynesianos contemporáneos se hallan Paul Davidson, GeoffHarcourt, Victoria Chick y Joan Eatwell. Los escritos postkeynesianos se presentan en Joumal of Post Keynesian Economics, Ca/ñbridge Joumal of Economics y Review of Political Economy. Keynes planteaba dos reformas principales: una acción gubernamental para regular el gasto agregado y un control del gobierno o «socializacióm> de la inversión. Los responsables de la política económica de Estados Unidos adoptaron la primera reforma pero ignoraron la segunda porque ésta requiere una gestión gubernamental más amplia de la economfa. Sin embargo, los postkeynesianos creen que, sin control sobre la inversión, el gobierno no puede mantener ni la estabilidad de los precios ni un bajo desempleo durante largos periodos. Los postkeynesianos atribuyen el fracaso de la «gestión de la demanda>> a la concentración creciente de la producción en las economías capitalistas avanzadas. En ausencia de una competencia efectiva, las empresas poseen «poder de mercado» y utilizan los «precios administrados» simplemente añadiendo el margen de beneficios deseado a sus costos para determinar el precio de sus productos. En este contexto, los esfuerzos estatales para controlar la inflación se ven obstaculizados. Cuando el gobierno recorta los gastos o restringe la oferta monetaria, las empresas simplemente despiden trabajadores y reducen el output en vez de rebajar sus precios. El resultado es la estanflación-inflación y desempleo simultáneos. Desde la perspectiva postkeynesiana, la estanflación se puede resolver mediante los esfuerzos del gobierno para controlar los salarios y precios, para implicarse directamente en dirigir la inversión a ciertas industrias y quizás para hacer funcionar industrias clave tales como la energía y las comunicaciones. Los postkeynesianos creen que la economía del libre mercado no sólo es propensa a la estanflación sino que no puede generar el crecimiento de la productividad requerido para seguir siendo competitiva en los mercados internacionales.
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C\ark, Barry. «The modern liberal perspective». En: Political economy. A compararive approach. 2a ed. Westport, Connecticut: Praeger, 1998, p. 101.
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CRÍTICA ALA ECONOMÍA ORTODOXA
INFLACIÓN YDESEMPLEO' [ ... ]
Los liberales clásicos del siglo XIX se sentían tan seguros de la estabilidad inherente a la economía de mercado que atribuían los ascensos y recesiones reales de la economía a fuerzas externas. Por ejemplo, W. Stanley Jevons (1835-1882) afirmaba que las manchas solares afectaban a la agricultura y por ello causaban depresiones económicas generales. Otros economistas atribuían los ciclos económicos a los descubrimientos periódicos de oro, a las oleadas de emigrantes de Europa a Estados Unidos o a las guerras. Estas explicaciones de la inestabilidad siguieron siendo predominantes hasta la Gran Depresión, en la que el fracaso manifiesto del mercado resultó en una pérdida de estatus para el liberalismo clásico que duró los cuarenta años siguientes. La resistencia clásico-liberal a la macroteoría keynesiana procedió sobre todo de economistas austríacos tales como Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek, que insistieron en que la mala gestión estatal de la oferta monetaria había ocasionado los ciclos económicos. Según los austríacos, los bancos centrales como la Reserva Federal hacen bajar los tipos de interés a niveles artificialmente bajos emitiendo demasiado dinero. Los tipos de interés bajos resultan en demasiada deuda y un gasto excesivo, lo cual, a su vez, causa inflación. En algún momento, el banco central debe restringir la oferta monetaria, elevando los tipos de interés y provocando una recesión a medida que la economía vuelve auna tasa de crecimiento sostenible. Dado que los austríacos creían que el sobreestímulo a la economía por parte del banCO~central crea las condiciones que llevan a la recesión, consideraban que el remedio keynesiano de más gasto estatal empeoraba el problema 1• Otro economista liberal clásico que luchó contra la revolución keynesiana fue Milton Friedman de la Universidad de Chicago. Friedman afirma que la depresión de 1930 fue provocada por el Sistema de la Reserva Federal y el proteccionismo comercial. La Federal Reserve Act de 1913 estableció el Sistema de la Reserva Federal (Fed), un banco central encargado de controlar la oferta monetaria. Durante los años 1920, la economía norteamericana experimentó una deflación y unos tipos de illterés altos mientras el Fed mantenía un control estricto de la oferta monetaria. En 1929, estas condiciones acabaron por estropear el optimismo que alimentaba la especulación en el mercado de valores. La quiebra subsiguiente provocó una recesión económica que podría haber sido efímera si el Congreso no hubiese aprobado la Smooth-Hawley Act de 1930 que imponía tarifas altas a Jos productos importados. Cuando otros países respondieron con tarifas similares, el comercio internacional colapsó y tuvo lugar una verdadera depresión. Desde la perspectiva de Friedman, estos ejemplos de intervención gubernamental, en primer lugar, el manejo inepto del Fed de la oferta monetaria y, más tarde, las tarifas Smooth-Hawley impidieron que las
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Clark, Barry. ( resulta de «demasiados dólares persiguiendo a demasiados pocos bienes)) («too many dollars chasing too few goods» ). Nuevos economistas clásicos corno Robert Locas, Thomas Sargent, Neil Wallace y Robert Barro proponen una versión ligeramente distinta del papel del gobierno en la desestabilización de la economía5• Argumentan que los individuos aprenden rápidamente de la experiencia a anticipar los efectos de la acción del gobierno. Estas «expectativas racionales>) penniten que los individuos bloqueen de forma efectiva los esfuerzos del gobierno para estimular la economía. Por ejemplo, si el Fed aumenta la oferta mane2.
Milton Friedman; Anna J. Schwarrz.. A Monetary History ofthe Unitcd States 1867-1960. Princeton, NJ: Princeton University Press, 1963. Para otras interpretaciones desde el liberalismo clásico de la Gran Depresión, ver: Lionel Robbins. The Great Deprcssion. Londres: Macmillan, 1934; Murray Rorhbard. America' s Great Depression. Kansas City, KS: Sheed & Ward, 1975; Thomas E. Hall, David Ferguson. The Great Depression.Ann Arbor: University ofMichigan Press, 1998. 3. Los trabajos clave en la economía de oferta incluyen: Jack Kemp. An American Renaissance; A Straregy for the 80s. New York: Harper & Row, 1979; Victor A. Canto; MarcA. Miles, Arthur B. Laffer. Fmmdatfons of Supply-side Economics: Theory and Evidence. New York: Academic Press, 1983; Paul Craig Roberts. The Supply-Side Revolution: An Jnsider' s Accomzt oj Policymaking in Washington. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1984; Jude Wanniski. The Way tlze World Works. New York: Basic Books, 1978. 4. Véase Georgc Macesich. Tlze Polilics oj Monetarism: lts Historical and lnstitutional Development, Totowa, NJ: Rowman & Allanhe\d, 1984; G. R. Steele. Monetarism and tlze Demise of Keynesian Economics. New York: Sr. Martin's Press, 1989; Thomas Mayer. Monetarism and Macroeconomic Policy. Brookfield, VT: Edward Elgar Publisbers, 1990. 5. Véase G. K. Shaw. Rational Expectations: An Elemelltal)• Exposirion. New York: St. Martin's, 1984; Jerome Stein. Monetarism, Keynesian and New Classical Economics, Oxford: Basil Blackwell, 1982.
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taria, los trabajadores pueden exigir salarios más elevados anticipando los precios más elevados y las empresas, anticipando los costos más elevados, subirán los precios para mantener sus beneficios. Los nuevos economistas clásicos concluyen que un estímulo monetario sólo provoca inflación, sin ningún impacto duradero sobre el nivel de empleo o el output Todos los liberales clásicos consideran el gasto con déficit del gobierno corno una causa principal de inflación. Además de aumentar la demanda agregada y hacer subir los precios, los déficits fuerzan al gobierno a competir con el sector privado al pedir dinero prestado. Como los valores del Estado se venden en los mercados crediticios, los precios de los valores caen y los tipos de interés suben. Los tipos de interés más altos «expulsan» los créditos de la inversión privada, lo que en última instancia lleva a unas tasas de crecimiento más lentas de la productividad y el output. El gobierno también provoca desempleo al interferir en la asignación eficiente de los recursos por parte del mercado. Las leyes de salarios mínimos, la protección federal a los sindicatos y otras regul~ciones son todas ellas medidas que disuaden a las empresas de contratar más empleados, mientras que los programas de bienestar social provocan que algunas personas rehuyan el trabajo. Los liberales clásicos creen que se puede atribuir una «tasa natural de desempleo» a las intervenciones combinadas y a las rigideces del mercado impuestas por el gobierno. El gobierno también contribuye indirectamente al desempleo provocando la inflación. Una vez que la inflación comienza, se autoalimenta. Una «psicología inflacionaria» lleva a las personas a gastar más que a economizar y a utilizar su poder de mercado para incrementar los precios. De igual modo, la inflación deteriora la capacidad del mercado para asignar recursos de forma eficiente, lo que reduce el producto y contribuye a aumentos adicionales de los precios. Una inflación desenfrenada acabará por hacer que la economía colapse en una depresión, tal como sucedió en Alemania en los años 1920. Así pues, el gobierno debe intervenir para generar una recesión de forma intencionada aplicando los mecanismos de contención monetarios y fiscales. De nuevo, el desempleo resulta de los esfuerzos inútiles del gobierno para estimular la economía más allá de su capacidad productiva. Aunque los economistas de la oferta, los monetaristas y los nuevos economistas clásicos culpan al gobierno de iniciar la inflación y el desempleo, sin embargo ofrecen pocas explicaciones sobre estas políticas irresponsables. Otro grupo de ideas llamado teoría de la elección pública llena este vacío. Las acciones del gobierno se atribuyen al propio interés de los políticos, burócratas y votantes. Ya que los votantes se sienten atraídos por los beneficios del gobierno pero no por los impuestos, los políticos ofrecen más beneficios y menos impuestos. El déficit del gasto financiado por créditos al gobierno sitúa la carga de los beneficios actuales sobre las futuras generaciones que aún no pueden votar. De modo similar, aumentar la oferta monetaria puede crear una ilusión de prosperidad porque los votantes se centran en el estímulo a corto plazo al empleo y los ingresos a pesar de la posible erosión de estas ventajas por la inflación. Los liberales clásicos también creen que los políticos provocan inestabilidad económica al buscar su reelección. Durante el año más o mehos antes de una elección, las políticas del gobierno se manipulan para estimular la economía de tal forma que los ciudadanos estén contentos cuando entren en la cabina de voto. Después de la elec-
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ción, la economía debe frenarse para contrarrestar las presiones inflacionistas que resultan de los estímulos anteriores. Los liberales clásicos llaman a este proceso «ciclo económico políticm> y argumentan que éste constituye un componente importante de la inestabilidad económica en las naciones occidentales6• Finalmente, el economista Mancur Olson (1932-1998) afirmaba que el pasado éxito de los gobiernos en la prevención de recesiones contribuyó a la solidificación de las coaliciones de búsqueda de rentas y de grupos de intereses que dificultan la eficiencia y la flexibilidad del mercado. Sin la disciplina periódica de la recesiones que obligan a las empresas y a los trabajadores a renovar su compromiso con la eficiencia, la economía se vería progresivamente atada por las «rigideces sociales» que consisten en grupos de interés con poder para suprimir la competencia. Una vez que estos grupos se hacen con la autoridad del gobierno para hacer progresar sus intereses, la vitalidad del mercado se marchita y el declive económico es inevitable7 . l. POLÍTICAS DE ESTABILIZACIÓN
El principio rector que se halla detrás de las políticas de estabilización liberales clásicas es la creencia en la estabilidad inherente de una economía de mercado libre de las restricciones de la intervención del gobierno. Una vez que las barreras a la rentabilidad, el ahorro y la inversión se eliminan mediante la rebaja de los impuestos, la disminución de las regulaciones, la estabilización de la oferta monetaria y la eliminación del déficit presupuestario, la economía de mercado generará de forma natural un crew cimiento no inflacionario. Los liberales clásicos también consideran la inflación como un problema más serio que el desempleo ya que las presiones inflacionarias trastornan el mercado y en última instancia son responsables de las recesiones subsiguientes. Atenúan la gravedad del desempleo argumentando que las estadísticas oficiales exageran el problema, ya que muchas personas que el gobierno considera en situación de paro en realidad trabajan en la «economía sumergida». A pesar de que existe un consenso entre los liberales clásicos respecto a que se debe reducir la dimensión del gobierno a fin de estabilizar la economía, están en desacuerdo respecto a las estrategias para lograr este objetivo. Algunos liberales clásicos quieren que el Fed mantenga una tasa fija de crecimiento monetario equivalente a la tendencia a largo plazo del crecimiento real de la economía del2 a13%. Proponen una independencia cada vez mayor del Fed respecto a la influencia política del Congreso y del presidente o incluso una enmienda a la Constitución que exija un tipo fijo de expanw sión monetaria8• Friedrick Hayek desarrolló la idea de poner fin al monopolio de creación de dinero del Fed al permitir que circulasen diversas monedas emitidas de fonna privada. Puesto que la gente tendería hacia monedas que mantuviesen su valor, las presiones competitivas 6.
7. 8.
Véase Thomas D. Willer (ed.). Political Business Cycles: Tfze Political Economy of Money, Inflation, and Unemployment. Durham, NC: Duke University Press, 1988; Alberto Alesina; Nouriel Roubini. Political Cyc/es mzd the Macroeconomy. Cambridge, MA: MIT Press, 1998. Mancur Olson. Tlle Rise and Decline of Nations: Economic Growth, Stag[lation, and Social Rigidities. New Haven, CT: Yale University Press. 1982. Véase H. G. Brennen; James M. Buchanalt Mmzopoly zi¡ Money and JnjlatiOIL'17U! Case for a Coi1Stitlllion ro Discipline Goremmenl. Londres: Instilute of Economic Affairs, 1981.
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CRÍTJCAA LA ECONOMÍA ORTODOXA
forzarían cada emisor a limitar la cantidad de dinero creada9. Otra estrategia clásico-liberal para restringir el crecimiento monetario exige una vuelta al patrón oro. La creación de dinero se veóa limitada por la dimensión de las reservas oficiales de oro de la nación. Los liberales clásicos también favorecen la desregulación y la privatización eri tanto que métodos para reducir el alcance de la actividad gubernamental. Estas políticas reducirían los gastos estatales, disminuirían los costos empresariales, estimularían la competencia y mejorarían la eficiencia. Los liberales clásicos argumentan que la mayor parte de actividades que el gobierno habitualmente lleva a cabo se originaron a partir de las presiones de grupos de intereses especiales, incluyendo las diversas burocracias que administran los programas estatales. Se puede eliminar o transferir al sector privado una serie extensa de programas estatales sin perjudicar los intereses públicos. La mayoría de los liberales clásicos recomienda recortes en los gastos estatales con el objeto de reducir las dimensiones del gobierno y estabilizar la economía. La expansión sin precedentes del déficit presupuestario federal en los años 80 y principios de los 90 intensificó la preocupación por los gastos estatales. Algunos liberales clásicos son partidarios de una enmienda a la Constitución que exija un presupuesto equilibrado o que establezca un límite a los gastos estatales como un porcentaje del PIB. En cambio, otros liberales clásicos, especialmente los economistas de oferta, son partidarios de rebajar los impuestos, argumentando que el incentivo de unas ganancias más elevadas después de impuestos conducirá a una mayor actividad productiva y, por consiguiente, a una base impositiva más amplia. Con más por gravar, los ingresos públicos pueden aumentar realmente a pesar de tipos de gravamen más bajos. En resumen. los partidarios de la oferta declaran que podemos «crecer para salir del déficit>>. Sin embargo, no todos los liberales clásicos aceptan las teorías de la oferta. Aunque disfruta con la idea de que la reducción de impuestos sirva para cortar la «Sangre~> del gobierno, Milton Friedman argumenta que, en el pasado, unos impuestos fiscales insuficientes no contuvieron los gastos estatales. Friedman duda de si unas tasas impositivas más bajas realmente pueden llevar a ingresos fiscales más elevados; por el contrario, las rebajas de impuestos pueden resultar simplemente en mayores déficits a menos que se equiparen a reducciones similares o mayores de los gastos estatales. Los liberales clásicos cuestionan la noción de intercambio (trade-off) entre inflación y desempleo; insisten en que sólo una inflación no anticipada reduce el desempleo. En cuanto la gente se acostumbra a cualquier tasa de inflación particular, la economía vuelve a la «tasa natural» de desempleo que sólo se puede reducir restituyendo la competencia al mercado a través de refonnas institucionales tales como la destrucción de los sindicatos, las desregulaciones y la eliminación del Estado del bienestar. Cuando la recesión ocurre, los liberales clásicos se oponen a los esfuerzos del gobierno para mitigar los problemas asociados al desempleo y la bancarrota. Creen que las recesiones restituyen la disciplina y la eficiencia a la economía. Si el gobierno amortigua el impacto, está impidiendo que los mecanismos autocorrectores del mercado actúen. E inversamente, si el gobierno resiste a las presiones políticas para intervenir, las recesiones serán efímeras y la economía reanudará un crecimiento estable. 9.
Véase Friedrich A. Hayek. Denatíonalizalion o[Money, LondreS: Institute ofEconomicAffairs, 1976. Para un estudio más reciente de este tema, ver: Lawrence H. White. Competition and Currency. Nueva York: Nueva York University Press, 1989.
CRÍTICA ALA ECONOMÍA ORTODOXA
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Nueva economía clásica' Bernhard Felderer, Stefan Homburg
En este capítulo introducimos un desarrollo de los años setenta, a saber, la hipótesis de las expectativas racionales y las teorías macroeconómicas que se basan en aquellas. La teoría de las expectativas racionales surgió del descontento con las doctrinas predominantes; un descontento doble. Primero, sabemos que las expectativas, o bien no se encontraban en absoluto en las teorías, o eran tomadas como exógenas. Dado que las expectativas no solo influyen crucialmente en el proceso económico sino que también son el resultado de sucesos económicos, durante mucho tiempo los economistas han intentado hacer de la formación de expectativas una parte endógena de su teoría. Las expectativas racionales son un resultado de estas investigaciones, tal como se explicará en el apartado siguiente. Segundo, el problema de la estanflación empezó a preocupar a la mayoría de países occidentales en los años setenta. Estanjlación es una combinación artificial de «estancamiento» e «inflación>). Estancamiento, a su vez, significa propiamente una reducción del crecimiento económico; sin embargo, una connotación de este término es «desempleo>) y, por consiguiente, por «estanflación» entenderemos la ocurrencia simultánea de la inflación y el paro. En el apartado 2 tendremos que explicar por qué, hasta ahora, las teorías no podían explicar este fenómeno y lo que se ha intentado para llegar a esta explicación. Como pasa a menudo, la expresión Teoría de las expectativas racionales se volvió ambigua tan pronto se hubo utilizado durante algunos años. Hoy en día, los partidarios de esta doctrina se tienen que dividir en dos grupos, típicamente conocidos como nuevos clásicos y nuevos keynesianos. Robert J_ Barro, Robert E. Lucas Jr., Thomas J. Sargent y Neil Wallace, por ejemplo, se consideran como formando parte de los nuevos clásicos. Este grupo llega al resultado clásico de una política fiscal y monetaria totalmente ineficaz. Además de esto, las alegaciones monetaristas se fundamentan en parte analíticamente, se modifican e incluso se amplían parcialmente. Así, la nueva economía clásica frecuentemente se denomina monetarisnw de segunda clase. Los nuevos keynesianos como Stanley Fischer, Edmund S. Phelps y John B. Taylor también emplean la hipótesis de las expectativas racionales. Pero como permiten varias «imperfecciones» de tipo keynesiano, sus resultados son más mediadores y, hasta cierto punto, «keynesianos». Sólo nos referiremos a la nueva economía keynesiana de
*
Publicado en: Felderer, Bernhard; Hamburg, Stefan. 1 1 unidades de output por unidad de trabajo. El precio 8.
Curiosamente, la política de estabilización puede ser dañina en 'este modelo. Si existen costes fijos de innovación, la suavización del ciclo empresarial puede eliminar las rentas tempomles necesarias para dar lugar a la innovación.
NOTAS SOBRE COMPETENCIA IMPERFECTA Y LA NUEVA ECONOMÍA KEYNESIANA 547
de monopolio es un poco más bajo de la unidad, y captura el mercado entero. El monopolista opera si su beneficio 1t =y- y/a- F, es positivo. Supongamos que F está distribuido según H (-), que es uniforme en [O,Hm"]. Dejemos que F* sea el punto en el que costes e ingresos son iguales. El equilibrio está definido por dos ecuaciones de ingresos; la primera define el punto donde costes e ingresos son iguales; la segunda da la demanda agregada.
a-1
F* = - - y (igualdad costes e ingresos)
a
y=n
a:l y-F)dH(·)+L. (demandaagregada)
o Juntas, las ecuaciones proporcionan el multiplicador
dy dL
(a-1)' 1 -1- -- y
Hmax
a
El multiplicador es mayor que 1, pero disminuye monotónicamente a medida que el tamaño de la economía crece en relación a los costes de una tecnología mejor (y/H-). Obsérvese que una renta agregada mayor se asocia con una competencia imperfecta más amplia y más próxima al primer óptimo. Los elevados costes ftios/tecnología de bajo coste marginal supuestos en este modelo no permiten que la competencia mantenga un equilibrio eficiente. Este modelo ilustrativo demuestra un feedback positivo y tiene un equilibrio único. El modelo real en Shleifer y Vishny añade consideraciones informacionales para producir equilibrios múltiples.
2.5. Trabajos relacionados El trabajo principal sobre la nueva teoría keynesiana abstracta es el de Cooper y John (1988). Los autores introducen el término «Complementariedad estratégica>> en macroeconomía, destacando la importancia del feedback positivo, y dan ejemplos utilizando tanto la teoría de los juegos corno la competencia imperfecta. Sabemos que, para un individuo único enfrentado a un mercado competitivo, existe un sentido en el que la «mayoría» de los productos son sustitutivos y no complementarios9. Los autores defienden que el entender la complementariedad es central para la comprensión de la macroeconomía. Akerlof y Yellen (1985a, 1985b) sirven como base para la literatura del coste de menú. Además, los autores explican porqué las pequeñas desviaciones del 9.
Obsérvese también que las pruebas sobre la unicidad de los equilibrios Arrow~Debrew pasan mucho más fácilmente si todos los productos son sustitutos brutos.
CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
comportamiento perfectamente competitivo por parte de los agentes individuales pueden producir desviaciones grandes y persistentes desde el óptimo de primer nivel al nivel agregado. Aunque aún no se ha explotado en gran medida en la literatura, esto puede proporcionar una base para una mejor comprensión de las ineficientes fluctuaciones del ciclo sin necesitar enormes desviaciones del paradigma competitivo.
Finalmente, aunque no es un modelo nuevo keynesiano per se, el trabajo de De Long, et al. (1990) sobre los «comerciantes de ruido» presenta un modelo relacionado de feedback positivo en un mercado eficiente. 3. CoNCLUSIONES
La nueva economía keynesiana es demasiado incompleta, y esta es una revisión demasiado incompleto como para proporcionar una última palabra sobre la literatura. Sin embargo, destacan varios elementos. En primer lugar, que la nueva economía keynesiana trata sobre la coordinación estratégica de la toma de decisiones a través de la demanda agregada. Por esto, la competencia perfecta no sirve. En segundo lugar, que los nuevos keynesianos buscan trayectorias de feedback positivo y de complementariedad estratégica. Finalmente, que la competencia imperfecta, en general, y la competencia monopolista, en particular, son endémicas en la nueva economía keynesiana. Sin embargo, )a literatura es demasiado nueva para que exista algún acuerdo sobre cómo debería ser utilizada. BIBLIOGRAFÍA CITADA
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CRÍTICA A LA ECONOMÍA ORTODOXA
551-583
Enfoques económicos de la política* James A. Caporaso, David P. Levine
Empecemos con dos definiciones generales de la economía. La economía es el estudio de la humanidad en el oficio ordinario de la vida; exarni~ na esa parte de la acción individual y social que está más íntimamente ligada a la
consecución y el uso de los requisitos materiales del bienestar (Alfred Marshall, Principies of Economics, [1890]1930: 1). La economía es la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre los fines y los medios escasos que tienen usos alternativos (Lionel Robins, An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, 1932: 16). 1
Estas dos definiciones, la primera de las cuales enfatiza el bienestar material y la segunda la distribución eficiente, recogen dos de Jos tres enfoques de la economía planteados hasta ahora en este libro. La primera definición, plasmada por Marshall en Principies of Economics, se ajusta a la concepción de la economía como el aprovisionamiento material para satisfacer las necesidades y deseos. Si ampliamos la definición de Marshall para incluir recursos no materiales, tenemos una idea de la economía, o de los procesos económicos, centrada en la riqueza, su producción, distribución y consumo. La segunda definición está relacionada con la adaptación de los medios a los fines. En este caso, la economía es definida de una fornia más abstracta, en ténninos metodológicos. La economía no se refiere a tipos de actividad particulares, sino a una forma característica de adaptar los medios a los fines. Esta segunda definición es la fundamental para este capítulo. Una vez abstraemos la economía de las actividades económicas, utilizando el término para caracterizar situaciones de elección y escasez, se abre la puerta para un dominio ampliado de la economía. Tal como Jo plantea Becker: La definición de la economía en lérminos de recursos escasos y fines rivales es la más
general de todas. Define la economía a partir de la naturaleza del problema a resolver, y abarca mucho más que el sector del mercado o "lo que hacen los economistas". La escasez y la elección caracterizan todos Jos recursos asignados por el proceso político (incluyendo a qué industrias cobrar impuestos, cuán rápido aumentar la oferta de dinero, si ir o no a la guerra); por la familia (incluyendo decisiones sobre la pareja para el
*
Publicado en: Caporaso, James A.; Levine, David P. «Economic approaches to politics». En Theóries ofpolitical eco!wmy. Cambridge: Cambridge University Press, 1992, p. 126-158. Traducción: Gemma Galdon.
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matrimonio, el tamaño de la familia, la frecuencia de las visitas a la iglesia, la distribución del tiempo entre las horas de sueño y las de actividad); por los científicos (incluyendo decisiones sobre la distribución de su tiempo parJ pensar y la energía mental entre diferentes problemas de investigación); y así en una variedad ilimitada» (1976: 4). En este capítulo introducimos una nueva concepción de cómo se relacionan entre sí la política y la economía. En capítulos anteriores, la política y la economía se concebían en términos sustantivos. La tarea teórica siguiente era la de proporcionar una explicación coherente de cómo estos dos campos se influyen entre sí. El enfoque económico de la política no entiende la economía política como el conjunto de relaciones teóricas que describen las conexiones entre la política y la economía, sino que la política se considera económica -susceptible de análisis económico- en tanto que los hechos políticos estén caracterizados por la elección y la escasez. Las relaciones entre la economía y la política concebidas en ténninos sustantivos y metodológicos se ilustran en la tabla l. Las celdas 1 y 4 se refieren a los ámbitos tradicionales de la economía y la ciencia política. La celda 1 es la intersección del método económico neoclásico y los fenómenos económicos. Supone la búsqueda racional del interés propio en contextos de mercado perfectos o imperfectos, el estudio del movimiento de los precios y la asignación eficiente de los recursos. La celda 4 define la ciencia política tradicionalmente entendida como el estudio de las pautas del poder público y de la autoridad dentro del Estado. La celda 3 es quizá la más difícil de describir, porque no está claro si hay un método específico de ciencia política y, si lo hay, cuál es. Sin intentar resolver esta cuestión, simplemente queremos destacar que la política ha sido muchas veces asociada con análisis basados en el poder y las transferencias distributivas o con los intentos por parte de una comunidad de constituirse en sí misma (afirmar su identidad, expresarse públicamente). Estos intentos de aislar un método político no consiguen llegar al grado de separación de la materia de la política paralelo al caso económico. Tabla 1. Economía y política como método y sustancia SUSTANCIA
Economía MÉTODOS
Economía
Política
(l)
Teoría económica tradicional; comportamiento maximizador en contextos de mercado, teoría de Jos precios, eficiencia asignativa (3)
aplicación de los métodos de la política a la economía; análisis distributivo del poder dentro del contexto de mercado
Política (2)
Aplicación del método económico a la política; elección pública
(4)
ciencia política tradicional; análisis distributivo del poder dentro del campo político
ENFOQUES ECONÓMICOS DE LA POLÍTICA
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La segunda celda es la que nos atañe directamente en este capítulo. La aplicación de los métodos económicos a la política es evidente en la teoría de la elección pública, en ]a teoría de juegos (cuando se aplica a actores o temas políticos) y en el análisis económico de la ley y de las instituciones políticas. El enfoque económico de la política nos exige romper con la idea de que la economía política incluye la interacción de las esferas, ámbitos o subsistemas políticos y económicos. La economía política no trata sobre «lo que pasa» cuando colisionan fenómenos políticos y económicos; consiste en la aplicación del razonamiento económico a los procesos políticos. Se mantiene una concepción sustantiva de lo político, mientras que la economía se interpreta formalmente en conformidad con las
normas del comportamiento economizador. Después de definir el enfoque económico a la política, este capítulo plantea tres ejemplos: la teoría de la elección pública, el análisis económico de la política económica y el análisis económico de las instituciones.
l. DEFINIENDO EL ENFOQUE ECONÓMICO DE LA POLÍTICA En el centro del enfoque económico de la política se encuentran la elección racional y la eficiencia. Primero debemos considerar qué es el razonamiento económico o enfoque económico, una cuestión que no resulta fácil de responder. El enfoque económico se ha identificado con la utilidad subjetiva, la búsqueda racional del interés propio, el coste y la escasez, el análisis marginal, el equilibrio parcial y general, y la eficiencia asignativa. Hasta cierto punto, estos conceptos forman un conjunto coherente. La elección es necesaria debido a la escasez, lo que a su vez implica costes (al menos costes de oportunidad). La racionalidad, la utilidad y la eficiencia también se encuentran fuertemente entrelazadas en la misma lógica que una curva de utilidad es necesaria para motivar la acción racional y que la eficiencia proporciona un indicador para medir el progreso hacia la consecución de los objetivos. Si una persona se comporta de forma racional, en el sentido que le da el economista, es como decir que esa persona consigue lo que desea sujeto a los condicionantes de la situación. La cuestión de si los elementos del enfoque económico mencionados deben ir juntos o si pueden ser tratados de forma separada en algunos casos es un tema importante que no vamos a intentar resolver aquí. En la próxima sección trataremos la racionalidad y la eficiencia. 1.1. La racionalidad ¿Qué significa, en el marco neoclásico, escoger libremente? Para responder a esta pregunta, antes tenemos que introducir algunos conceptos subsidiarios: preferencias (objetivos), creencias, oportunidades y acciones. Las preferencias describen los estadosobjetivo del individuo con respecto al entorno. Los objetivos deben estar débilmente ordenados, afectivamente, para que existan preferencias consistentes. En segundo lugar, también son importantes las creencias. El individuo que realiza la selección debe disponer de alguna información sobre los objetivos alternativos -por ejemplo, si son factibles, las relaciones entre diferentes acciones y sus resultados, y costes, en ténninos de gastos directos de recursos y de oportunidades perdidas-. En tercer lugar los recur-
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sos definen oportunidades y limitaciones. En cuarto lugar, muchas veces las acciones mismas se toman como objetos de explicación. Para ver por qué cada uno de estos términos es importante para explicaciones en términos de elecciones racionales, vamos a examinarlos más detalladamente. Si el objetivo es explicar pautas de conducta (o simplemente acciones), debemos saber qué quieren los agentes, qué creen y cuáles son sus recursos y limitaciones. Las preferencias deben tomar una forma particular. Debemos poder clasificar los resultados, y esa calificación debe ser transitiva. En otras palabras, tiene que darse a > b > e (a es preferida a b, bes preferida a e) y que a> e (transitividad). Aunque estos requisitos pueden parecer claros cuando los aplicamos a nivel individual, después veremos que el requisito de transitividad no es nada fácil de cumplir para grupos (agregados de individuos). El segundo componente del esquema de preferencia racional son las creencias. Tal como ha planteado Elster: «Para saber qué hacer, primero tenemos que saber qué creemos respecto a los temas fácticos relevantes. De ahí que una teoóa de la elección racional deba ser complementada con una teoría de la creencia racional>> (1986: 1). El énfasis en las creencias supone que los individuos no actúan sólo por puro hábito o emoción. Tienen algunas creencias sobre la estructura causal del mundo, creencias que propordonan enlaces hipotéticos entre acciones diferentes y sus consecuencias definidas en términos de utilidad. Podemos creer que rechazar los huevos y comer copos de avena nos alargará la vida, pero podemos equivocarnos. O, un ejemplo un poco más adecuado para un libro de economía política, podemos pensar que una estructura gubernamental federal, que supone una división territorial de la responsabilidad política entre unidades espacialmente definidas, promueve las relaciones pacíficas entre grupos étnicos y religiosos diferentes, cuando en realidad estas divisiones proporcionan los recursos organizativos para el conflicto entre grupos. O podemos creer que una política de industrialización orientada a las exportaciones es la mejor para un país menos desarrollado, entendiendo «mejor» en ténninos de crecimiento y output y de la composición sectorial de la economía. El tercer componente del paradigma de la elección racional está relacionado con los recursos y las limitaciones. A veces este factor se omite (ver Elster, 1986) no por negligencia, sino porque se incluye implícitamente en el apartado de preferencias. Pero las preferencias y los recursos deben diferenciarse. Lo que uno quiere y lo que puede conseguir son cosas diferentes, a no ser que las aspiraciones estén totalmente determinadas por las posibilidades. En un momento detenninado, tiene sentido hablar, como lo hace Elster, de un «conjunto de posibilidades», el conjunto de acciones que son posibles dentro de las limitaciones lógicas, físicas y económicas. Al hacer esto, los recursos y las limitaciones se incorporan a la estructura de preferencias y dejan de operar «externamente». El cuarto y último componente son las acciones mismas, las opciones observadas de los agentes. El objetivo de la teoría de la elección racional es explicar estas elecciones. El argumento básico es que las preferencias y las creencias son exógenas y fijas y que las elecciones responden a los cambios en los incentivos (costes) en el margen. La esencia de una explicación en términos de la elección racional integra una concepción de cómo las preferencias, las creencias, los recursos y las acciones se sitúan
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en su relación mutua. Esta relación puede dividirse en dos partes. Primero, existe un criterio de consistencia aplicable a la estructura de preferencias y creencias. Y segundo, existen una serie de requisitos de correspondencia. Una acción es racional cuando se corresponde con las preferencias, creencias y recursos. Estas acciones son racionales cuando puede demostrarse (mejor ex ante que ex post) que son las más adecuadas para satisfacer las preferencias del agente, dadas sus creencias, que las creencias son racionales dada la evidencia disponible y, finalmente, que la cantidad y calidad de la evidencia disponible puede ser justificada en términos de la relación coste/beneficio (Elster, 1987: 69). En una explicación completamente especificada de la elección racional, debería llegarse a las acciones, a las creencias y a la evidencia en que se basan estas creencias a través del cálculo racional. Esta es otra forma de decir que todo es endógeno menos las preferencias. Citando de nuevo a Elster, «demostrar que una acción es racional equivale a ofrecer una secuencia que demuestre que una acción se toma como algo dado pero que todo lo demás debe justificarse -en última instancia en términos de aquel deseO>> (1987: 69). Algunos puntos que aún no hemos planteado son muchas veces la fuente de confusión en las explicaciones de la elección racional. El primero está relacionado con la racionalidad y el interés propio. Aunque los dos términos son tratados muchas veces como sinónimos, son distintos. Tal como ha señalado Sen (1989: 320), el criterio de racionalidad es pdramente de procedimiento. No especifica nada sobre el contenido de los objetivos que se persiguen. En cambio, la idea del interés propio como mínimo implica un lugar donde los deseos y necesidades están registrados. Pero, en principio, no hay nada inconsistente en el comportamiento racional que intenta promover el bienestar de los demás (cónyuges, hijos, amigos o la humanidad). El segundo punto de confusión común tiene que ver con el estatus metodológico de las preferencias. ¿Debemos considerarlas como información psicológica (como estados mentales o emocionales) o como datos de comportamiento que se ajustan a requisitos de consistencia especificas? La economía neoclásica ha optado mayoritariamente por la última opción, tratando las preferencias como algo revelado a través de las acciones de sus propios agentes. Es decir, que las preferencias se reconstruyen a partir de las acciones en las que participan los agentes. El agente i prefiere a a b si, estando las dos disponibles, i escoge a en lugar de b. Aunque esto puede erosionar parte del contenido de nuestra afirmación anterior de que las acciones deben tener alguna relación con las preferencias, de momento vamos a pasar por alto este problema. El debate sobre el estatus de las preferencias está relacionado con la controversia teórica más amplia sobre la naturaleza de los agentes que toman parte en las transacciones económicas. Aunque los mismos términos «racional» y «elección» llevan a pensar en agentes conscientes que sopesan los costes y beneficios de diferentes alternativas, existe un grupo importante de economistas neoclásicos que entienden la racionalidad como una pauta de comportamiento que es adaptativa o funcional a las necesidades de ciertos individuos o grupos. Según esta visión, los individuos no necesitan para nada ser racionales en el sentido de calcular conscientemente la mejor manera para conseguir sus preferencias. Los resultados racionales se podrían conseguir a través de un proceso de selección competitiva similar al que asegura los resultados adaptativos en la evolución biológica, tal como afirma Hirschleifer (1985). Si existen mecanismos de selección constantes en el entorno, el comportamiento adaptativo se producirá simple-
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mente como resultado del proceso de selección y de la supervivencia diferencial. Por eso algunos economistas defienden una racionalidad «como si)). La tercera fuente de confusión, o como mínimo de complejidad, se refiere a la unidad a la que se aplican los términos del discurso racional. Si la unidad es una colectividad, pueden aparecer importantes problemas de agregación de preferencias, tanto que puede llegar a ser imposible decir cuáles son las preferencias sociales. Este era el mensaje de KennethArrow en Social Choice and Individual Values (1951). Arrow afirmó que cuando las decisiones se toman en grupo a través de procedimientos democráticos, no existe una función de bienestar social que 1) exprese las preferencias de la colectividad en su totalidad y 2) se ajuste a los requisitos de consistencia establecidos para las preferencias individuales. Por consiguiente, una explicación en términos de elección racional puede fallar al nivel del sistema político, ya sea porque los agentes colectivos no se comporten de forma racional o porque la idea misma de qué es lo racional para la colectividad desaparece. 1.2. La eficiencia El segundo componente principal del enfoque económico es la orientación hacia la eficiencia. Como el razonamiento económico es un cálculo de medios y fines, cuando los medios disponibles no son suficientes para satisfacer todos los objetivos, el método económico debe asumir una condición de escasez específicamente definida: los recursos son insuficientes para satisfacer completamente los deseos expresados según un orden de preferencias. La idea general de eficiencia está relacionada con la forma en que se utilizan los recursos. La eficiencia productiva de una empresa está relacionada con la forma en que usa sus inputs de tierra, trabajo y capital para producir productos y servicios. Los utiliza con la mayor eficacia posible si no puede reorganizados (comprar más o menos inputs, diferentes tipos, combinarlos en proporciones diferentes) para llegar a producir más output con la misma cantidad de inputs. Para un consumidor individual, la eficiencia significa conseguir la mayor utilidad posible dentro de los límites de la restricción presupuestaria. Aún queda por introducir otro concepto de eficiencia, el de la eficiencia para la colectividad, u óptimo de Pareto. Pareto afirmó que los economistas podían juzgar que una distribución era mejor que otra si ésta mejoraba la situación de al menos una persona sin perjudicar la condición de nadie. El argumento principal es que la asignación colectiva es óptima si los recursos no pueden ser reasignados para beneficiar a alguien sin perjudicar al resto. Cualquier política redistributiva (que toma de unos para dárselo a los otros) viola la condición de Pareto. Hay una cuestión importante que surge en este marco, relacionada con la conexión entre la racionalidad y la eficiencia. Teniendo en cuenta el debate anterior, nos preguntamos si la eficiencia está implícita en la misma idea de la elección racional. Si las personas se comportan de forma racional, ¿actúan automáticamente de forma eficiente? Intentaremos responder a esta pregunta haciendo primero una distinción entre los usos normativos y explicativos del criterio de eficiencia, y después examinando las diferencias en el significado de eficiencia en los contextos del mercado y de la política.
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La eficiencia puede ser utilizada solamente como un criterio normativo, como un estándar a partir del cual evaluar diferentes opciones, distribuciones y asignaciones. La eficiencia no predice ni explica nada. No está incluida como un término en las teorías sobre las razones de los dirigentes para asignar recursos de la manera en que lo hacen, sino que se utiliza simplemente para evaluar las propiedades de las asignaciones, de cualquier forma que se realicen. Por otra parte, la eficiencia puede considerarse como un factor activo de impulso de las decisiones económicas o, mejor dicho, las decisiones tomadas económicamente. En el último caso, la eficiencia alcanza un estatus teórico como una fuerza operativa en el proceso real de toma de decisiones o, como mínimo, como parte de la estructura selectiva que determina qué decisiones sobreviven y se reproducen. Si la eficiencia se utiliza sólo como un criterio normativo, no existe necesariamente ninguna conexión entre ésta y el comportamiento racional, por lo menos en un sentido -no se hace ninguna predicción sobre cómo actuarán los individuos-. Y, sin embargo, también aquí la ineficiencia tendría que generar ciertas dudas sobre la racionalidad de los agentes. Los individuos podrían mejorar con los recursos de que disponen, pero no lo hacen. ¿Cuál es el problema? De ahí que la incapacidad para comportarse de forma eficiente implique a la racionalidad del individuo. Alejándonos de la eficiencia como un mecanismo normativo, planteemos la misma pregunta: ¿la racionalidad implica eficiencia? La respuesta a esta pregunta depende 1 del entorno en el que las personas persiguen sus intereses. En el marco del rnercado, los individuos entran en intercambios voluntarios. Los agentes deciden por ellos mismos, en base a su propio interés, si quieren participar en transacciones en las que entregarán sus productos a cambio de otros. Para que los agentes participen en el intercambio, deben creer que éste les beneficiará: si no es así, lo rechazarán. La capacidad de decir «no hay acuerdo» y «salin> es una propiedad inherente del mercado. Así, en un contexto de mercado, los individuos comerciarán hasta que lleguen al nivel máximo posible de satisfacción. Tal como lo expresaron Wolff y Resnick: En la teoría neoclásica existe una correspondencia precisa y necesaria entre una economía basada en la propiedad privada y totalmente competitiva, y una óptimamente eficiente. La economía neoclásica mantiene la percepción de Adam Smith: cualquier individuo que tenga el poder (libertad para actuar en su propio interés) será conducido como por una "mano invisible" (el mercado plenamente competitivo) a realizar acciones que produzcan la máxima riqueza (eficiencia) para una sociedad de individuos (1987: 89).
2. APLICACIONES DE LAS TEORÍAS ECONÓMICAS DE LA POLÍTICA
En esta sección examinaremos tres enfoques económicos distintos de la política: la elección pública, el análisis económico de la política económica y el análisis económico de las instituciones. Estos no son los únicos enfoques que pueden examinarse. La teoría de juegos, los modelos de búsqueda de rentas del proceso político Y la economía política de la regulación también podrían haberse incluido. Las limitaciones de espacio centran nuestro examen en los tres enfoques mencionados anteriormente.
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2.1. La teoría de la elección pública
A nivel más general, la teoría de la elección pública supone la aplicación de los métodos económicos a la política. Toma las herramientas y métodos que han sido desarrollados hasta niveles analíticos muy sofisticados en teoría económica y aplíca estas herramientas y métodos al sector político y gubernamental, a la política, a la economía pública (Buchanan, 1984: 13).
Aunque esta definición puede parecer sencilla, la transferencia de los métodos económicos de la economía a la política conlleva algunas complicaciones. Estas complicaciones se centran en la agregación de las preferencias individuales para obtener resultados colectivos o «públicos», el problema de coordinación de los intereses y elecciones individuales para conseguir resultados colectivos, y la interdependencia de las decisiones individuales. Estos tres problemas han sido tratados en la literatura sobre las reglas de voto, la teoría de la acción colectiva y la teoría estratégica (o de juegos). La teoría de la elección pública es relativamente nueva en lo que refiere a teorías económicas, y deriva en parte de la literatura sobre finanzas públicas de los años 50 (Musgrave y Peacock, 1958; Musgrave, 1959), y en parte de las contribuciones semi¡ nales de Kenneth Arrow en Social Choice and Individual Values (1951), Anthony Downs en An Economic Theory of Democracy (1957) y James Buchanan y Gordon Tullock en The Calculus of Consent (1962). The Logic of Collective Action de Mancur Olson ayudó a siruar el trabajo sobre la elección pública de los economistas frente al de los científicos de la política y facilitó la conceptualización de muchas preocupaciones estándar de la ciencia política (incluyendo la organización de grupos de interés, el comportamiento burocrático, las bases organizativas de la influencia, las alianzas) como problemas de acción colectiva. Las contribuciones de la elección pública son fáciles de historiar ya que existe una revista (Public Choice) y una sociedad profesional (la Public Choice Society). Aunque la literatura sobre la teoría de la elección pública no está limitada a la revista, la existencia de un espacio para la publicación, de una sociedad y de reuniones profesionales ha ayudado a consolidar y centrar lo que de otra forma hubiera sido un programa de investigación fragmentario. La Public Choice Society tomó forma a mediados de los años 60, fijó su base en la Universidad de Virginia y fue llamada originalmente Committee of Non-Market Dedsion~Making (Comité de toma de decisiones no de mercado) (Tollison, 1984: 3). En 1966 publicó una serie llamada Papers on Non-Market Decision-Making. En 1968, el grupc cambió su nombre a Public Choice Society y el título de la revista a Public Choice. Con todo, los nombres originales son instructivos ya que dan a entender que la economía como materia está relacionada con mercados y procesos de decisión que son individuales, mientras que la política se centra en procesos (o resultados) colectivos. Vamos a ver si podemos precisar más la definición previa de la elección pública como simplemente la aplicación de métodos económicos-a la política. Después de todo, es posible aplicar métodos económicos a problemas políticos que no son públicos, o al menos no en un grado significativo. Por ejemplo, se podrían analizar las propiedades
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de eficiencia de un programa redistributivo 1• En la mayoría de los trabajos estándar, la elección pública se define como la aplicación de los métodos económicos a la política (Mueller, 1979: 1; Buchanan, 1984: 13; Ekelund y Tollison, 1986: 440), sin vincular estos métodos a los resultados que son de alguna manera públicos (para una visión de conjunto, ver Plott, 1976). En este sentido, los tratamientos de Stiglitz (1988: 145 y siguientes) y McLean (1987: 9-11) son de más ayuda. Con todo, la literatura sobre la elección pública deja claro que la relación entre la elección pública y los bienes públicos es muy estrecha. Si los resultados no estuvieran caracterizados por las externalidades, las decisiones privadas bastarían. El centro seguiría siendo la elección individual-sus preferencias y comportamiento maximizador-. Son los resultados de las decisiones privadas que son públicos, colectivos e indivisibles los que son relevantes. El público no es un agente elector; no puede serlo en una teoría metodológicamente individualista. La teoría de la elección pública considera centrales a los actores individuales, ya sea actuando como miembros de partidos políticos, grupos de interés o burocracias, sean elegidos o nombrados o sean ciudadanos ordinarios o directores generales: La premisa fundamental de la elección pública es que los que toman las decisiones políticas (votantes, políticos, burócratas) y los que tornan las decisiones privadas (consumidores, agentes de bolsa, productores) se comportan de fonna similar. todos siguen los dictados del interés propio racional. De hecho, los que toman las decisiones políticas y económicas son muchas veces una misma persona -consumidor y votante-. El individuo que compra las provisiones para la familia es el mismo que vota en unas elecciones (Ekelund y To!lison, 1986: 440).
La teoría de la elección pública es diferente de la economía convencional no en su concepción del individuo y de las fuerzas que motivan la actuación, sino en las diferentes limitaciones y oportunidades ofrecidas por el entorno político en contraposición al entorno de mercado. En esta nueva teoría, la economía (entendida como el intercambio de mercado, la producción, el consumo) y la política (el intercambio político, el poder, las relaciones de autoridad) aparecen como aplicaciones especiales, y no como materias diferentes. La política se refiere simplemente a aquellas instituciones y procesos a través de los cuales los individuos persiguen sus preferencias cuando estas preferencias se refieren a productos que son interdependientes o públicos. En lo que queda de esta sección nos referiremos a dos ramas de la teoría de la elección pública: la normativa y la positiva. La primera se refiere normalmente a temas relacionados con el diseño político, las normas políticas básicas, en breve, con el marco constitucional dentro del cual se producen los procesos políticos. La obra de Arrow (1951) y Sen (1970) ejemplifica la rama normativa. La rama positiva está relacionada con los intentos de explicar el comportamiento político observable en términos de elección teórica. La distinción entre la elección pública normativa y la positiva no es hermética. El teorema de la imposibilidad de Anow puede interpretarse en términos positivos como la predicción de ciclos en mayorías, así como la emergencia de normas políticas para l.
Es verdad que el propio programa, expresado en una política, es público, y quizá implementado a través de la acción autoritaria. Pero la redistribución en sí misma, la imposición de contribuciones sobre los recursos de x entregándoselos a y no es pública, en el sentido de no inexcluibilidad o no-rivalidad, las dos características estándar de los bienes públicos.
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prevenirlos. No obstante, estas categorías han servido para organizar el pensamiento y la investigación entre los partidarios de la teoría de la elección pública.
La elección pública normativa. La elección pública normativa trata sobre el análisis de las propiedades deseables del sistema político. ¿Qué tipo de arreglos institucionales son eficientes, sensibles y justos? ¿Qué tipos de normas electorales convierten (agregan) mejor las preferencias individuales en decisiones públicas? ¿Qué estructura gubernamental es más probable que evite las concentraciones de poder, el estancamiento o la inestabilidad? ¿Será un sistema federal o un sistema unitario mejor a la hora de «contener>~ las diferencias éticas, de clase y religiosas? Estas son preguntas representativas coherentes con una visión de la elección pública. Buchanan y Arrow proporcionan dos ejemplos de elección pública normativa. James Buchanan se muestra interesado en organizar la sociedad para incrementar el ámbito del libre intercambio, ya sea en un marco económico (el mercado) o político (el Estado). En un marco político, él distingue entre políticas constitucionales y postconstitucionales. Sin embargo, en las dos se mantiene una posición fuertemente contractual. El sistema político es considerado deseable mientras facilite el intercambio voluntario y las relaciones proporcionales entre los costes privados y los beneficios proporcionados públicamente (aunque consumidos en privado) (Buchanan, 1987, 1988). En Social Choice and Individual Values, Kenneth Arrow se ocupa de las normas de voto que convierten coherentemente las opciones de preferencia individual en decisiones de grupo. Vamos a profundizar en este ejemplo. En 1951, Kenneth Arrow publicó Social Choice and Individual Values, un libro que provocó una amplio interés por la elección pública. El problema básico era simple: en una democracia representativa, donde los individuos votan o registran sus preferencias en resultados colectivos, ¿cómo pueden esas preferencias individuales ser coherentemente agregadas para producir decisiones colectivas? El término «coherentemente» se refiere a la misma condición de transitividad necesaria para la racionalidad a nivel individual. Lo que Arrow descubrió (o de hecho redescubrió, ya que los resultados ya los habían conocido DeBorda y Condorcet en el siglo xvm) fue que el establecimiento de ordenamientos individuales de preferencias generalmente no se «ajustan» a un ordenamiento consistente de preferencias sociales (o función de bienestar social). Literalmente, el grupo no puede decidir de forma colectiva (Buchanan, 1984: 17). Sin embargo, tal como han apuntado Frolich y Openheimer, para que la presunción de racionalidad individual tenga alguna validez a la hora de explicar resultados políticos, que son forzosamente colectivos, debe existir un vínculo consistente entre las clasificaciones individuales y de grupo (1978: 15). Esto es precisamente lo que Arrow constató que, dados sus supuestos, no existía. Utilicemos un ejemplo prototipo. Imaginemos que tenemos a tres individuos y tres opciones de candidatos o de políticas. En el gráfico 4, las preferencias privadas de los votantes 1, 2 y 3 son dadas para Jos candidatos o temas A, B y C. Ahora intentemos agregar estas preferencias individuales tomando pares de votos entre las alternativas. Si comparamos A con B, A domina. a B. Los votantes 1 y 2 prefieren A a B. Si comparamos B con C, domina B. Si A domina sobre B y B domina sobre C, A debería dominar sobre C. Pero esto es precisamente lo que no ocurre. Los
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Gráfico 4. El problema de la elección social Candidatosffemas
e
B
VOTANTES
A
:~.,~.
A
>
B
>
e
e
>
A
>
B
B
>
e
>
A
A
>
B
>
e
privadas
3
opciones
>
A
colectivas
votantes 2 y 3 prefieren Ca A. Las preferencias individualmente coherentes no definen unas preferencias coherentes a nivel de grupo.
El resultado de Arrow, cjenominado teorema de la imposibilidad general, ha provocado diferentes reacciones. Algunos lo consideran irrelevante (ver «The General
Irrelevance of the General Impossibility Theorem>> de Tullock, 1967), mientras que otros mantienen que ataca los cimientos lógicos de la democracia. Lo que Arrow parece decir no es solamente que sin restricciones en la forma de las preferencias individuales las democracias no son democráticas, sino que no pueden serlo, al menos en el sentido de tener reglas de voto para ]a conversión coherente de los deseos privados en elecciones colectivas. Un procedimiento democrático que produzca elecciones de grupo transitivas, pero no arbitrarias, es imposible, si seguimos las cinco razonables suposiciones de Arrow2• La propia solución de Arrow al problema nos exige abandonar la suposición de la completa exogeneidad y autonomía de las preferencias individuales. Debe exigirse que exista algún tipo de consenso sobre los objetivos de la :sociedad, o no se podrá formar ninguna función de bienestar social (1951: 83). Pero ¿cómo podemos asegurar este consenso sin suponer que las preferencias se forman en gran medida para servir a ese consenso? Si las preferencias se forman de esta manera, son en este sentido endógenas. Desde 1951, muchas investigaciones, tanto normativas-formales como empíricas, se han inspirado en el problema de Arrow. El teorema de Arrow implica que las democracias deben o bien ser inestables y experimentar un circuito perpetuo de mayorías, o 2.
Esas suposiciones son las siguientes: no restricción de las preferencias individuales, no pe!Versidad de la agregación, independencia de las alternativas irrelevantes, soberanía ciudadana y no dictadura. Parecen bastante razonables, y hasta débiles, ya que solo explicitan lo que muchos habían asumido siempre en teoría democrática. Para una discusión a fondo de estas suposiciones, ver Frolich y Oppenheimer (1978: 19-23).
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estar caracterizadas por un equilibrio inducido arbitrariamente. Las opciones no son muy atractivas. No es sorprendente que estimulara una gran cantidad de trabajo posterior. Estas investigaciones pretenden encontrar una salida a la paradoja a través del estudio de fonnas de voto alternativas. Parte de estos trabajos sólo confirman y profundizan la prueba de Arrow, como el Teorema del Caos de MvKelvey (McKelvey, 1976, 1979), que demuestra que, a menos que las preferencias sean petfectamente simétricas alrededor de un punto medio, se produce un circuito global que incluye todas las opciones. Este resultado ha demostrado ser duradero y ha sido expresado en términos de la teoría de juegos por Schofield (1978), quien probó que los juegos de voto multidimensionales tienen núcleos vacíos, entendiendo los «núcleos» como el conjunto de estrategias de equilibrio posibles (ver McLean, 1987: 186). Parte de este trabajo pretende explorar las propiedades del gobierno de la mayoría con el objetivo de establecer si el gobierno de la mayoría cumple con ciertos criterios normativos (ver Rae, 1969; Taylor, 1969). Otros trabajos han intentado relajar las suposiciones, ya débiles, de Arrow, permitiendo la restricción de las preferencias, intensidades variables de las preferencias y control sobre el programa. Aunque no vamos ahora a debatir detalladamente estas investigaciones (ver Mueller, 1979: cáp. 3 para un debate sobre el tema), es conveniente hacer un breve comentario. La suposición de Arrow de que se puede permitir cualquier orden de preferencias posible se relaja hasta considerar distribuciones particulares de las preferencias, como las que son de un solo pico (un punto respecto al que todos los demás están por debajo). Las distribuciones de un solo pico pueden resultar en equilibrio de la mayoria, tal como ha demostrado Slutsky (1977). El permitir intensidades variables de preferencias estimula el sistema de concesiones mutuas, abriendo la posibilidad de soluCiones no disponibles con las preferencias definidas de forma ordinal. Finalmente, el control del programa sugiere una posible solución al problema de los circuitos, aunque llo está claro cómo puede esta solución no ser arbitraria. _ Teoría de la elección pública positiva. Mientras que la elección pública normativa trata sobre las características deseables de las normas, procedimientos e instituciones a tra-
vés de las cuales se realizan las elecciones colectivas, la elección pública positiva pretende explicar esas normas, procesos de elección y sus consecuencias. Las siguientes preguntas son representativas: ¿Por qué y cómo las personas establecen leyes, crean instituciones políticas, se organizan en grupos y votan? ¿Qué factores figuran en la fonnación e influencia de los grupos? ¿Qué condiciones llevan a la cooperación exitosa entre miembros de cárteles o clases? ¿Cómo (y cuándo, bajo qué condiciones) toman los estados-nación decisiones sobre la provisión de bienes públicos internacionales? ¿A qué responde el comportamiento de los bur6cratas, los legisladores y los gropos de presión? Aunque con una cierta relación con las cuestiones normativas, estas preguntas son diferentes a las relacionadas con las propiedades de equilibrio de los procedimientos de votación de la mayoría y sobre si es posible construir una función de bienestar social coherente desde la base. Así, mientras que la elección pública normativa plantea preguntas sobre cómo podemos organizar la vida política para que los resultados expresen de la mejor forma posible el interés propio privado (utilitario), la elección pública positiva va más allá. Supone que los ciudadanos actúan en base al interés propio (en el sentido que le dan los economistas), de forma que Jos resultados políticos reales pueden explicarse en base a ello.
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Gran parte de la investigación sobre la elección pública positiva la ha inspirado el libro Logic of Collective Action de Olson (J 965). Esta investigación abarca desde las aproximaciones experimentales y de simulación deAxelrod (1981, 1984) al estudio histórico de casos de campesinos racionales de Popkin (1979), el trabajo de Taylor (1988) sobre la revolución como un problema de acción colectiva y el tratamiento de Bowman (1989) de la cooperación entre capitalistas desde el mismo punto de vista. Igualmente, podemos incluir gran parte de la literatura sobre las relaciones internacionales, especialmente la centrada en el problema de la provisión de bienes públicos a nivel internacional (Keohane, 1982, 1984; Gilpin, 1987; Gowa, 1989). Para ilustrar este enfoque, debatiremos brevemente los fenómenos del voto (Downs) y de la organización de los grupos de interés (Oison). Fijémonos primero en el tratamiento del voto de Anthony Downs en An Economic Theory of Democracy (1957). El voto lleva a un único resultado (la victoria o la derrota electoral) para todos, a un único partido en el poder y a un único conjunto de políticas. Los resultados electorales tienen algunas de las características de los bienes públicos, sobre todo la dificultad de excluir a algunas personas de los beneficios y costes asociados a la coalición ganadora. Si existe algún coste asociado a la participación, esto incentivaría el «comportamiento del polizón>> ifree-rider). El análisis racional del voto de Downs refunde la teoría política democrática en términos económicos. El político es el suministrador de políticas y servicios gubernamentales. El votante es el consumidor, que utiliza sus votos como dólares para expresar demandas políticas. El político cambia servicios por apoyo político. El votante cambia votos por servicios públicos. Es fácil ver cómo la propaganda política, la financiación de campañas y el asesoramiento rnediático entran a formar parte del panorama. La imagen resultante es la de un proceso político en el que los individuos, aunque ocupando papeles políticos diferentes, están motivados por el interés propio, y están dispuestos a participar en intercambios para aumentar este interés propio. La importancia de la ideología (la creencia en el New Deal, por ejemplo) y de las fuerzas tradicionales (como la identificación con un partido) disminuyen en favor del interés y de las percepciones de utilidad asociadas a uno u otro partido, a una u otra política. ¿Cómo funciona el modelo de voto en la teoría de Downs? En el modelo hay dos partidos políticos. Presumiblemente, esto es el resultado de una especificación institucional que se produce fuera del modelo. Por ejemplo, una norma que exigiera distritos de elección de un solo candidato, con un vencedor que recogiera todos los votos, lo que aseguraría que no hubiera más de dos partidos. Los votantes están ordenados a lo largo de un continuwn unidimiensional desde liberal a conservador. Esto evita el problema de Arrow, ya que la distribución de Jos votantes es de un solo pico. Los partidos intentan formular paquetes de políticas (programas) que atraigan a la mayoría de Jos votantes. No ofrecen sus programas porque crean en ellos o porque estén vinculados a su contenido. Los ofrecen de forma instrumental, como una fonna de conseguir el poder político. Con estas condiciones, Downs demuestra que los dos partidos políticos se desplazaran al centro del continuum, hacia el votante medio. Cualquier otra estrategia no sería racional, ya que no estaría diseñada para ganar las elecciones. El gráfico 5 ilustra este punto. En este gráfico los votantes están alineados a Jo largo de un continuum desde el más conservador al más liberal. La mediana de los votantes se encuentra en el punto X.
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Gráfico 5. Partidos políticos y la mediana de los votalltes X=mediana C =conservadores L =liberales
X
CL__ _ _ _ _ ___[__ _ _ _ _ _::,.. L
Exactamente la mitad de los votantes son más conservadores y la mitad son más liberales. Si el partido A dirige su programa al votante más liberal, digamos X + 2, lo único que debe hacer el partido B es orientarse a todos los votantes a la izquierda de X + 2 y se asegurará la victoria. La mediana de los votantes identifica el punto de referencia para la victoria. Los votantes X + 1 (y todos los que se sitúen a su izquierda) definen una coalición mínima ganadora. Esta predicción de que los partidos se orientarán al votante medio, se apoya en una concepción del votante individual y los cálculos subyacentes del Voto. Existen tres componentes de ese cálculo. El primero es la diferencia en utilidad que se deriva de que uno u otro partido esté en el poder. El segundo es la probabilidad de influir sobre este resultado -es decir, la probabilidad de provocar una variación-. Y el tercero son las recompensas asociadas a la participación en el proceso democrático. Downs afirmó que a los votantes les importan las elecciones en tanto en cuanto les importa quién pierde o gana. De forma que una variable importante es lo que le importe a un votante que gane un partido u otro. Esta diferencia puede ser importante sin que implique mucha motivación para votar. El individuo puede calcular que la probabilidad de influir sobre el resultado es muy baja. En efecto, esta probabilidad es igual a las posibilidades de ser el miembro crítico (el miembro decisivo) de una mínima coalición ganadora. Si el electorado es grande o si se prevé que en la elección se produzca una victoria arrolladora, la probabilidad de ser el miembro decisivo es muy pequeña. Las condiciones bajo las que un individuo tendrá importancia (victorias muy justas) parecen ser precisamente aquellas en las que las diferencias entre partidos se reducen a cero. Si los partidos se comportan de forma racional, adoptarán políticas orientadas al votante medio. Hay una ironía evidente en la forma en que la utilidad del diferencial entre partidos y la probabilidad de influir sobre el resultado electoral compiten entre sí. Si el votante cree que es importante quién gane, la elección no puede ser muy justa, ya que al menos uno de los partidos no es del agrado del votante medio. Por otra parte, si los partidos están muy próximos en términos de los programas ofrecidos, también deberían estarlo en \ \
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términos de apoyo electoral, lo que significa que la probabilidad de influir sobre el resultado es mayor. Otra área importante de la elección pública positiva está relacionada con el análisis de los grupos de interés. En The Logic of Collective Action (1965), Mancur Olson planteó las ideas de los bienes públicos y el problema de la acción colectiva directamente a la atención de los politólogos. Lo hizo intentando demostrar que los fenómenos centrales en política -la organización de grupos de interés y su influencia- son bienes públicos. · Al plantear este argumento, Olson atacó vigorosamente al pluralismo y al marxismo por ignorar el problema de la acción colectiva para grupos y clases, respectivamente. Los pluralistas creían, de forma casi incuestionable, que la organización en grupos de interés era la expresión natural de los intereses colectivos. Algunos argumentaron que los marxistas creían que la transición de Jos intereses objetivamente compartidos a la organización y movilización de clase era espontánea. Olson lo veía de otra forma. Él no solo cuestionó la naturaleza automática de la transición del interés privado a la organización de grupo, sino que pareció invertir la cuestión afirmando que no es racional para los individuos contribuir a la consecución de los intereses colectivos. Malos momentos para la democracia. Arrow cuestionó los cimientos lógicos de la democracia con su análisis de las reglas de voto. Olson atacó la racionalidad de la organización en grupos de interés, el mecanismo principal para la transmisión de las preferencias en políticas entre elecciones. Pero de hecho no es cierto que la idea según la cual los grupos actuarán según su interés propio sea la consecuencia lógica de la premisa del comportamiento racional en interés propio. No es lógico, porque del hecho que todos los individuos de un grupo se beneficiarían si consiguieran su objetivo de grupo, no se sigue que actuarían para conseguir ese objetivo, incluso si todos fueran racionales y actuaran en su propio interés. De hecho, a no ser que el número de individuos en un grupo sea muy pequeño, o que exista alguna coacción o algún otro mecanismo que haga que los individuos actúen guiados por su interés común, los individuos racionales e interesados en sí mismos no actllarán para conseguir sus intereses comunes o de grupo (1965: 1-2, cursiva en el original).
Olson planteó el desafío al pluralismo en términos directos. Algunos intereses nunca se organiza~, algunos grupos permanecen siempre «latentes», algunas clases son siempre «clases en sí mismas» y no > («El ámbito adecuado del gobierno»). Para responder a esta pregunta, los economistas parten del individuo y del mercado. Dentro del mercado, los individuos establecen innumerables actividades de intercambio, adquiriendo y entregando productos, servicios y factores productivos. Es un teorema fundamental de la economía del bienestar neoclásica que si los mercados son perfectamente competitivos, existirá un conjunto de precios de equilibrio que permitirá que se produzcan todos los intercambios que aumenten el bienestar. En este equilibrio, nadie puede mejorar su situación sin perjudicar la situación de otró. En una sociedad de mercado, el gobierno estará limitado a hacer lo que el mercado no puede hacer o, por lo menos, lo que no puede hacer bien; en otras palabras, estará limitado a los casos de fallos del mercado. El poder de mercado puede incluir la especificación y obligatoriedad de los derechos de la propiedad, el suministro y organización del poder militar, los bienes públicos y las externalidades, y el control de las concentraciones de poder económico (Rhoads, 1985: 66). La afirmación más simple de la demarcación es la siguiente: el mercado asigna cuando puede hacerlo eficientemente; cuando falla, el gobierno interviene y proporciona, a través de la actividad política, lo que no pudo proporcionar la iniciativa privada. Esta simple fórmula fue aceptada durante un tiempo, pero algunos economistas (McKean, 1958; McKenzie y Tullock, 1981) han destacado que la teoría del fallo del mercado debe acompañarse de, y compararse con, una teoría del fallo de lo político (y gubernamental). Así, la línea divisoria ya no está tan clara. La demostración de que el mercado no puede suministrar algunos productos, o no puede suministrarlos eficientemente, no constituye una prueba de que el gobierno lo puede hacer mejor. La acción gubernamental consume recursos que, presumiblemente, tienen usos alternativos. Las
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actividades de los grupos de presión, la legislación, la coerción, la regulación y la adjuM dicación son costosas y deben compararse con los beneficios resultantes. La segunda cuestión se refiere a cómo debería organizarse el gobierno. Existe una perspectiva económica sobre los temas relacionados con la estructura política básica. El primer principio es que el gobierno debería organizarse con el objetivo de maximizar el intercambio -es decir, expandir el ámbito del intercambio privado voluntario incluso dentro del gobierno-. Aunque las actividades gubernamentales deberán, en algún momento, implicar indivisibilidades, que vulneran la elección individual, el esfuerzo debería centrarse en desagregar el proceso político, en «descomponer» alternativas integradas, y en escribir leyes que sólo permitan la coacción cuando los beneficios indivisibles y los polizones estén en juego. Así, actividades específicas como el intercambio del voto, las concesiones mutuas y la vinculación del pago de impuestos a la obtención de beneficios políticos se fomentarían en base a que liberan intercambios que favorecen el óptimo de Pareto y penniten que las intensidades de preferencia queden registradas en el proceso político. El segundo principio es el principio de unanimidad (o cuasi unanimidad) wickselliano, que es la idea del óptimo de Pareto llevada al terreno político. En 1986, Knut Wicksell escribió un trabajo que se ha hecho popular entre los defensores del estado contractual y de gobierno limitado. En él, intentó definir formas en las que los gobiernos democráticos podían organizqrse para aplicar políticas de forma consensuada. WICksell intentó introducir reglas de voto concretas que aseguraran el mínimo de coacción dentro del gobierno. Específicamente, en temas relacionados con el gasto y los impuestos, no consideraba adecuada una simple mayoría a favor de nuevas propuestas. Wicksell propuso un acuerdo de entre el 75 y el 90% de representantes políticos y les instó a retener los impuestos de sus circunscripciones si el intercambio no se consideraba beneficioso (Wicksell, 1986; Wagner, 1989: 210). Finalmente, una vez establecidas las estructuras políticas básicas, los economistas pueden dirigirse a políticas particulares. Tal como destacaron Stokey y Zeckhauser (1978: 22), los economistas tienden a enfocar los temas de política económica con las mismas preguntas planteadas sobre la elección privada: ¿Qué queremos? ¿Qué podemos conseguir? Las condiciones habituales se dan por sentadas: las preferencias exógenas, los recursos escasos, las diferentes trayectorias de las actuaciones, las creencias sobre las relaciones entre las alternativas y los resultados, etc. Las diferencias principales son que las alternativas son políticas y que sus resultados afectan a muchas personas; en el lenguaje de los economistas, provocan costes y beneficios no excluibles. El enfoque económico de la política enfatiza la continuidad de la capacidad decisoria individual tanto en los contextos de mercado como en los gubernamentales. El énfasis en el individuo se mantiene tanto en un sentido ontológico como teórico3. Dentro de este marco, el individuo constituye el fundamento ontológico. El individuo es un foco de preferencias y un agente que busca la maximización de la utilidad. 3.
James Buchanan ve el énfasis en el individuo 1•ersus el Estado, enl. Será el punto Pareto-superior, un único punto situado al norte y al este de todos los demás. Este punto no existe. Dado que no hay ningún punto Pareto-superior, ¿existe algún punto Pareto-eficiente del que no podamos desviarnos sin empeorar al menos uno de los objetivos? El político elimina los puntos E y D. El E está dominado por e (e está en el noreste) y D está dominado tanto por A como por e, por lo que cualquier político que valorara tanto la disuasión como la defensa preferiría e a E y e yA a D. Sin embargo, entre los puntos A, B y C no existe una preferencia clara. Los tres puntos son Pareto-eficientes. Los tres puntos se encuentran en una frontera de posibilidades (una frontera de posibilidades paretiana) (ver Stokey y Zeckhauser, 1978: 24-5). El gráfico 6 proporciona una ilustración gráfica de las posibilidades de la política. En un sentido, estas alternativas representan la frontera familiar de posibilidades de producción de la teoría neoclásica. Nos proporcionan una relación de lo que es tecnológicamente posible, pero no dicen qué es lo deseable, a excepción de que «más es mejor». Sin embargo, la elección exacta sólo puede determinarse a partir de información que aúne las preferencias de los políticos y las alternativas políticas disponibles. Si hubiéramos querido ilustrar esta «mejor eleccióm>, primero habríamos conectado los puntos A, B y e con una línea que indicara la frontera de posibilidades. Después hubiéramos trazado curvas de indiferencia en el mismo espacio. Las curvas de indiferencia describen los porcentajes a los que uno está dispuesto a renunciar a un efecto a cambio del otro. En un sentido, describen las tasas de sustitu-
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ción individual de los diferentes bienes. Por ejemplo, un político puede valorar tanto la disuasión como la defensa, pero estar dispuesto a renunciar sólo a un poco (mucho) de disuasión por un mucho (poco) de defensa. La solución (el punto preferido) se encuentra donde la pendiente de la curva de indiferencia es justo tangente a la pendiente de la frontera de posibilidades, indicando que las tasas marginales de transformación y sustitución se igualan. La tasa marginal de sustitución es la tasa a la que uno está dispuesto a renunciar a un efecto por otro. La tasa marginal de transformación es la tasa a la que uno puede adquirir un ~fecto en lugar de otro. Cuando estas dos tasas se igualan, la mejor elección queda definida. La ilustración se basa en supuestos muy simplificados: dos objetivos, preferencias unitarias del que toma las decisiones y costes fijos. Otros casos requieren un reajuste de los recursos más complicado. En (1984), Thomas Schelling examina numerosos ejemplos en los que la lógica económica es utilizada para «resolver» problemas para los que el sentido común muchas veces tiene respuestas diferentes. El racionamiento de la gasolina es uno de ellos. Si la gasolina escasea, el precio sube, lo que dificultará o imposibilitará su compra por parte de los más pobres. Una solución es racionar la gasolina, lo que parecería tener propiedades distributivas deseables, ya que todo el mundo cargaría con el peso de la escasez. Schelling, invocando al razonamiento económico, sugiere que los políticos dejen que el precio suba, tasen los beneficios inesperados y redistribuyan los ingresos entre las personas más pobres, dándoles así la posibilidad de elegir si quieren gastar su dinero en gasolina o en otra cosa. El argumento de Schelling se basa en el supuesto de que, si nos preocupa el impacto de la gasolina cara sobre los pobres, podemos enfrentamos a este impacto de una manera más eficiente utilizando el mercado, en conjunción con otros instrumentos impositivos, que racionándola. El mercado puede seguir haciendo su trabajo de reflejar la escasez relativa a través de los precios, fomentando así la sustitución, y el objetivo distributivo de proporcionar poder de compra a los pobres puede satisfacerse de otras formas. Llevado al extremo, este enfoque puede resultar sorprendente. El ejemplo de Schelling defendiendo medidas de circulación y seguridad diferentes alrededor de los barrios ricos y pobres es provocador. Los pobres, seguramente, preferirían gastar su dinero de formas diferentes a hacerlo en medidas de seguridad para las líneas aéreas, pero ¿es esto relevante? También nos podemos imaginar al Departamento de Seguridad y Salud Laboral preguntando a los trabajadores si preferirían renunciar a parte de su seguridad personal a cambio de dinero para gastarlo como ellos quieran. Si es así, ¿por qué no aplicar el mismo razonamiento al derecho a ser juzgado por un jurado, etc.? El problema, tal como plantea Levine (1983), es que la orientación que plantea la eficiencia versus la elección es incapaz de proporcionar una línea divisoria entre la elección individual guiada por las preferencias y los derechos. Éstos se refieren a toda una serie de derechos basados en percepciones ampliamente reconocidas sobre las necesidades comunes y los derechos de los ciudadanos y no pueden ser intercambiados (es decir, no pÚeden comprarse y venderse). Al discutir sobre política económica, el economista debería distinguir entre la política económica diseñada para mejorar la elección y la eficiencia y la política diseñada para preservar o promover derechos (Levine, 1983: 84).
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2.3. Análisis económico de las instituciones Aunque las instituciones no son necesariamente políticas, las instituciones políticas son centrales a la política. Por eso vamos a estudiar aquí la forma en que el razonamiento económico se utiliza para explicar el comportamiento dentro de los contextos institucionales y para explicar el contenido cambiante de las instituciones mismas. Para empezar necesitamos algunas definiciones. North y Thomas definen la institución de forma bastante general, «como un acuerdo entre unidades económicas que
define y especifica las formas a través de las cuales estas unidades pueden cooperar o competir>> (1973: 5). En una fuente diferente, North especifica que «las instituciones consisten en un conjunto de límites al comportamiento en fonna de normas y regulaciones; un conjunto de procedimientos para detectar desviaciones de las normas y regulaciones; y, finalmente, un conjunto de normas de comportamiento moral y ético que definen los límites a la forma en que estas normas y regulaciones se especifican y se aplica la coacción>> (North, 1984: 8). Observen que estas definiciones tratan a las instituciones como límites (u oportunidades) externas a los agentes económicos. Esto es importante porque permite preservar tanto el enfoque individual como la hipótesis de maximización, alterando sólo los costes y beneficios de las distintas formas de proceder. Aquí el individuo maximiza sujeto a la distribución de derechos, tecnología, preferencias y contextos institucionales establecidos. La introducción de las instituciones añade una variable más a la ecuación económica básica. El análisis económico de las instituciones destaca las fonnas en que las instituciones pueden promover el comportamiento cooperativo instrumental, reducir (o aumentar) los costes de transacción y proporcionar las base organizativa para la producción y el intercambio. El énfasis se encuentra en la relación entre las instituciones y la eficiencia -es decir, las formas en que las instituciones facilitan o retrasan la búsqueda del interés propio-. Dentro de este marco, las instituciones son normas o procedimientos que prescriben, proscriben o permiten comportamientos particulares. Las instituciones políticas, aplicadas a la economía, pueden definir objetos apropiados de intercambio, las normas que guían el proceso de intercambio y los derechos de propiedad con respecto a los beneficios y a las responsabilidades. Los aspectos políticos de las instituciones políticas se encuentran en sus orígenes en el Estado y en el uso del poder, de la autoridad y de las sanciones estatales para imponer el comportamiento prescrito. Si el enfoque económico de las instituciones se entiende mejor en contraste con las concepciones sociológicas4, quizá las instituciones políticas se entenderán mejor en contraste con los mercados. La pura idea del comportamiento de mercado presenta a los individuos persiguiendo sus preferencias en un mundo de agentes que intercambian libremente y de productos comerciables. El valor de esos productos está determinado por la interacción entre la escasez relativa y las preferencias relativas. Las instituciones políticas también establecen oportunidades y limitaciones, pero toman la forma de políticas autoritativas que alteran los costes. Volveremos a este punto más adelante en este capítulo. 4.
Para un breve repaso del enfoque sociológico de las instituciones, ver Shmuel E. Eisenstadt. «Social Institutions)), En [llfemational Encycfopedia of Socio/ Sciences, vol. 14, ed. David Sills. New York: Free Press, 1968), p. 409-429.
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Instituciones y comportamiento de mercado. La discusión anterior plantea la cuestión de la conexión entre los mercados y las instituciones. Hay al menos tres formas de entender esta relación. En primer lugar, los mercados son en sí mismos instituciones. No son simplemente agrupaciones no estructuradas de individuos que participan libremente en la compra y venta. La economía de mercado, tal como plantea Polanyi, es (1957: 243-70), y no sólo en el sentido de que existen regularidades de comportamiento en el mercado, sino porque las normas están incorporadas en el mercado mismo. Estas normas dictan los términos del intercambio y la responsabilidad por los costes externos. Los acuerdos sobre derechos de la propiedad y la obligación de los contratos, la prohibicion del robo, la coacción y el fraude son aceptados. Estos son parte de las normas o convenciones constitutivas del mercado sin las cuales el intercambio entre individuos difícilmente funcionaría (Field, 1984: 684). En segundo lugar, las instituciones normalmente definen el ámbito del intercambio de mercado. Algunos objetos o características pueden no intercambiarse porrazones personales o culturales. Una persona puede no vender a un niño aunque pudiera generar beneficios. Otra persona puede no vender su trabajo para tareas que puedan considerarse censurables. Además de estas «prohibiciones sobre el intercambio» individuales, muchas de estas prohibiciones son políticas. Normalmente los gobiernos prohíben el cambio de votos por dólares (la compra de votos), aunque las normas sobre las relaciones entre los grupos de interés y los diputados de los Estados Unidos dejan esta cuestión un tanto abierta. Los gobiernos pueden prohibir o no la producción y venta de alcohol, las revistas pornográficas y la información privilegiada en la Bolsa. Pueden o no establecer leyes para regular la venta del conocimiento adquirido a través de la experiencia en «servicio público» -para controlar si los exfuncionarios publican memorias antes de llevar un cierto periodo de tiempo fuera del gobierno o establecer un servicio de consultoría para asesorar a las industrias annamentísticas en base a un breve periodo de empleo en el Departamento de Defensa-. La prohibicion de ciertos tipos de intercambio altera la asignación de mercado de forma muy importante. Si las normas funcionan perfectamente, una porción del mercado es suprimida y los potenciales (1983: 27). La distinción de Shepsle entre el equilibrio institucional y las instituciones de equilibrio pretende plasmar la diferencia entre aquellas instituciones que pueden proporcionar equilibrio en los resultados de la política económica, y aquellas que pueden ser ellas mismas institucionalmente estables. El esfuerzo por crear una explicación endógena de las instituciones -es decir, por proporcionar una teoría sobre cómo se crean y se cambian las instituciones-, no es
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nuevo, pero es importante. Representa un esfuerzo para resucitar un proyecto que fue central en la economía política marxiana. Pero mientras que Marx vio el motor del cambio institucional en la tensión dialéctica entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción, el nuevo institucionalismo de la economía neoclásica se centra en las instituciones como respuestas organizativas, procedirnentales y similares a las normas para la economización en los costes de transacción y la captación de los beneficios procedentes de la innovación en la producción y el intercambio. Esta literatura no se limita a la teoría de la empresa. Se extiende mucho más allá para incluir los esfuerzos por entender los cambios legales, los cambios en los derechos de la propiedad y los cambios en la forma y el contenido de las instituciones políticas durante largos periodos históricos. 3. CoNCLUSIÓN
Como área de estudio, la economía ha desarrollado un método característico basado en la adaptación de recursos escasos a fines en competencia. Aplicada a la política, la presunción principal del enfoque económico es que los que toman las decisiones, tanto los que son públicos como los privados, pueden describirse de la misma forma. Los dos tienen recursos limitados y fines, y persiguen sus objetivos siguiendo un cálculo racional y sus propios intereses individuales. En este enfoque, los votantes son consumidores que eligen entre candidatos y políticas diferentes; los políticos maximizan los intereses de sus organizaciones (partidos) persiguiendo a los votantes medios; los burócratas son agentes cuyas funciones objetivas incluyen la maximización del presupuesto, la expansión y protección del personal y el comportamiento discrecional. Las leyes son estructuras nonnativas que afectan la forma en que pueden perseguirse los objetivos a la vez que productos del cálculo basado en el propio interés individual. Tal como se ha desarrollado en economía, el enfoque general está guiado por la demanda con consumidores que persiguen sus objetivos políticos y políticos que proporcionan pasivamente bienes públicos (Buchanan, 1979: 177). Los modelos desarrollados por los politólogos han permitido un conjunto de objetivos distintivos por parte de los agentes estatales. El enfoque económico de la política ha forzado a los analistas a desagregar el Estado y a centrarse en sus numerosos componentes y procesos constituyentes. Siguiendo a Bentley, podemos decir que no hay ninguna necesidad de que el Estado exista como una entidad. Una vez hemos especificado los agentes, recursos, objetivos y nonnas, la política es el análisis de la elección en marcos políticos, muchas veces en relación con los bienes públicos. Aunque centrarse en actores políticos particulares en diferentes marcos estratégicos es valioso, este enfoque tiene limitaciones. Nos centraremos en tres. Primero surge el terna de si la política, en especial la política democrática, se describe mejor a partir de los objetivos perseguidos por los ciudadanos o por los modos de actividad en los que los ciudadanos participan. En la medida en que la política puede ser representada por agentes que tienen objetivos que pueden satisfacerse eligiendo entre diferentes acciones alternativas, el enfoque económico tiene sentido. Pero supongamos que existe algo valioso en el proceso mismo. Supongamos que la gente no «Utiliza» la política tanto para satisfacer objetivos como para expresarse a través de las
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instituciones políticas. ¿Y si parte de la razón para participar es simplemente el hecho de hacerlo, y no la obtención de los objetivos a los que puede llevar la participación? El desacuerdo sobre la pertinencia del enfoque económico de la política puede convertirse en parte en desacuerdo sobre la naturaleza de la política. Si la política se refiere a la búsqueda de objetivos en contextos políticos, entonces el enfoque es totalmente pertinente. Sin embargo, existe una concepción alternativa que identifica a la política con procesos a través de los que los individuos se descubren a sí mismos, aprenden sobre sus preferencias, debaten y confonnan (y son a su vez confonnados por) las opiniones de los demás. El mismo proceso (el proceso político democrático) conforma las creencias de los ciudadanos, especialmente aquellas referentes a cómo encajar en una sociedad junto a otros individuos, y por lo tanto modifica sus posibles deseos como agentes privados. Una limitación del enfoque económico es que pasa por alto el potencial transformador de la política. La política no es sólo un proceso por el que preferencias predeterminadas e incontestables se convierten en inputs políticos. Los individuos no se limitan a actuar en base a unas preferencias preestablecidas a lo largo del proceso político. Tal como planteó Barber en The Conquest of Politics: El trayecto desde la opinión privada al juicio político no sigue el camino del prejuicio al conocimiento verdadero; va de la soledad a la sociabilidad. Para realizar este trayecto, el ciudadano debe someter sus opiniones privadas a una prueba que es todo menos epistemológica; debe debatirlas con sus conciudadanos, pasarlas por los tribunales, ofrecerlas como programa para un partido político, probarlas en Ja prensa, reformularlas en una iniciativa legislativa, experimentarlas en foros locales, estatales y federales y, de cualquier otra fonna posible, someterlas al escrutinio cívico y a la actividad pública de la comunidad a la que pertenece (1988: 199).
La segunda limitación del enfoque económico de la política está relacionada con el esfuerzo por explicar las instituciones y el cambio institucional. Hemos encontrado dos formas distintas en que las instituciones pueden aparecer en el análisis económico. Las instituciones pueden entenderse como algo dado (igual que las preferencias y las derechos) y explorarse las consecuencias de diferentes marcos institucionales. Alternativamente, las instituciones pueden ser tratadas como fenómenos que hay que explicar. El primer enfoque se «limita>> a especificar lo que siempre ha estado implícito en el modelo neoclásico. La tarea está en elaborar la estructura comparativa de los incentivos en varios marcos institucionales y evaluar las consecuencias del comportamiento asignativo. El segundo enfoque es más ambicioso al intentar derivar cambios institucionales de un modelo de acción intencional. Si este esfuerzo tuviera éxito, la afirmación de que la economía se basa (y debe basarse) en una base no económica se pondría en cuestión. (Field, 1979; 1984). Las instituciones, o las normas, se refieren a fenómenos no económicos que afectan al comportamiento asignativo, pero no pueden ser explicadas (o aún no han sido explicadas) a partir de este comportamiento. Según este punto de vista, las instituciones, aunque pueden cambiar en última instancia, se enfrentan a los agentes electores como hechos históricos dados, como parte de la arquitectura que define la situación de elección y no como algo que puede elegirse.
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Si las instituciones se convierten en el objeto de la explicación, ¿puede el modelo económico responder de ellas de forma lógica sin una especificación previa (diferente) de las instituciones? Los economistas neoclásicos ven las instituciones básicamente como normas. Interpretadas de esta forma, las instituciones prescriben, prohíben y permiten. Como tales, son relevantes para el conjunto de acciones factibles, las que
son posibles. Así, son relevantes para la explicación del comportamiento elector, incluyendo la elección de instituciones. Sin una especificación antecedente de normas, una explicación de las normas subsiguientes parecería imposible. Este no es un argumento contra el intento de explicar las instituciones con el modelo económico, pero sí sugiere que el intento sólo puede funcionar mientras se base en normas anteriores exógenamente dadas. Tal como planteó Field, (1984: 684). La tercera limitación del enfoque económico de la política está relacionada con las instituciones y las preferencias. Si las instituciones, incluyendo las políticas, sólo sirven para facilitar (la eficiencia en) la satisfacción de los deseos, ¿cómo surgen los deseos? ¿Qué papel pueden tener nuestras vidas sociales en la formación y no sólo en la satisfacción de los deseos? Con la extensión del cálculo individual en el propio interés al diseño de las instituciones, perdemos cualquier sentido de un mundo social perdurable en el que las personas puedan encontrarse a sí mismas, descubrir su identidad, su sentido de sí mismos, y los deseos apropiados a este sentido de sí mismos. Las instituciones, en parte, conforman este mundo social perdurable. Nuestras instituciones permiten la existencia de un marco de referencia que no depende de las preferencias exógenas. Si las instituciones deben asumir este papel, el interés individual propio no les puede ser exógeno, o al menos no a todas. Como mínimo, esto sugiere una división entre las instituciones orientadas a servir al interés propio, para las que la exogeneidad puede ser un supuesto razonable, y las que participan en la fonnación de los intereses, para las que el supuesto de exogenenidad no es adecuado. Hasta el punto en que las instituciones políticas entren dentro del segundo grupo, la economía política puede contribuir a clarificar la necesaria distinción. Incluso sobre la base de una distinción apropiada entre los dos tipos de instituciones, el enfoque de la elección racional plantea problemas. Este enfoque está especialmente diseñado para tratar la relación entre la búsqueda del interés propio y los resultados colectivos. Toma como algo dado la motivación que se supone en la noción de interés propio. Los partidarios de este enfoque escriben muchas veces como si sus conclusiones fueran válidas mientras se acepte la primacía del interés propio y del cálculo racional (es decir, del cálculo instrumentalmente racional) en la motivación y el comportamiento individual. Pero esto no está tan claro como parece. El aceptar la búsqueda del interés privado como un objetivo del intercambio (y en menor medida del gobierno), no significa que aceptemos la forma típica de entender el interés propio y la racionalidad del marco de la elección racional. Al fin y al cabo, el interés propio no es un tema tan sencillo (ver Kohut, 1977). Para ser un agente y poder elegir, el individuo debe tener un yo cohesivo al que referirse y a partir del cual definir sus objetivos. Adem~ la naturaleza de ese yo determinará la naturaleza de la elección realizada por el agente, por ejemplo si es capaz o no de ordenar justificadamente el ranking de sus alternativas en un orden de preferencias. Antes de que supongamos
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demasiado rápidamente que la elección y la racionalidad tratan sobre el ranking y la preferencia, debemos estudiar más profundamente la naturaleza de la propia agencia y las cualidades que hacen que un agente sea capaz de elegir. Es importante destacar, en relación con esto, que el enfoque clásico evita los problemas de agencia y elección al centrarse en la búsqueda del beneficio y no de la maximización de la utilidad. Este enfoque proviene del hecho de que la teoría clásica es fundamentalmente una teoría del crecimiento de la riqueza y no de su asignación estática. Los economistas clásicos no se ocupan mucho de la elección del consumidor y se dedican en cambio a las implicaciones de la búsqueda del beneficio para el crecimiento de la riqueza. Al hacer esto, prestan menos atención de la que pudieran al papel de la demanda en el funcionamiento de la economía de mercado, a la vez que evitan también los peligros de interpretar el mundo en términos de escasez y de elección racional. Cuando hacemos que las instituciones políticas deriven del interés propio, convertimos de hecho al yo en una condición previa irreductible de la interacción social, y esto dificulta el tomar en consideración analíticamente los determinantes sociales y el marco institucional del interés propio. Esta observación tiene relación con uno de nuestros temas centrales: el vínculo entre la economía política y la despolitización de la sociedad, el desplazamiento de la política por parte de la sociedad civil. Una reivindicación que nosotros consideramos que es el papel necesario que deben jugar las instituciones políticas, estableciendo un marco perdurable para la formación de los deseos y que podría limitar la erosión del Estado asociada al proyecto tradicional de la economía política. BIBLIOGRAFÍA CITADA
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pero a condición de que el output, o los cambios en el output, puedan alterarse sólo afectando la distancia entre los precios reales y los esperados, la proposición básica se mantiene, es decir, que la política rnacroeconómica no es efectiva. La proposición de ineficiencia de la política económica ha sido atacada desde dos direcciones principales. Una hace referencia a los requerimientos de las expectativas racionales. En su forma más simple, se cuestiona, principalmente basándose en la introspección, si las personas realizan las mejores previsiones posibles no sesgadas utilizando toda la información que les es disponible. Sin embargo, las exigencias para las expectativas racionales pueden debilitarse un poco y todavía seguir manteniendo Jo esencial de la proposición de ineficiencia de la política económica si todos los demás supuestos son válidos. Las previsiones no sesgadas, sin errores sistemáticos, son suficientes incluso si no son las mejores previsiones posibles. La habilidad para establecer previsiones de este tipo (que, por regla general, son correctas) puede ser más fácil, y si el mundo se mueve de forma suficientemente suave, algunas previsiones nada sofisticadas, «a d~do», también pueden no ser sesgadas. Además, la proposición no requiere que cada persona realice previsiones de expectativas racionales sobre cada una de las variables de la economía, sino sólo sobre aquellas que pueden afectar sus acciones. Por ejemplo, un trabajador individual cuyos ingresos estén fijados por la negociación colectiva y que sea lo suficientemente viejo como para no plantearse el cambiar de empresa, y menos todavía de ocupación, no necesita molestarse en recoger información sobre tantos aspectos de la economía como el representante sindical implicado en la negociación colectiva. El supuesto de que todo el mundo dispone de información completa sobre la estructura de la economía (o al menos tan completa como sea necesaria para tomar sus propias decisiones) es atacado al señalar que incluso los «expertos» difieren en sus previsiones -tal como es aparente al leer las previsiones macroeconómicas publicadas por diferentes instituciones-. Por lo tanto, no puede ser verdad que todo el mundo conozca el «Verdadero» modelo de la economía, de lo contrario, habría unanimidad. De la forma más simple: ¿pueden los que creen en las expectativas racionales y en la proposición de la ineficiencia de la política económica creer también que los defensores de las políticas de gestión de demanda keynesianas utilizan la información más completa y más correcta sobre la estructura de la economia? La idea de que las personas disponen de información completa sobre la estructura de la economía también es atacada por ser inverosímil, una vez que uno considera una economía que esté ocasionalmente sujeta a cambios estructurales importantes. Puede ser posible inferir correctamente la estructura cuantitativa de una economía estática utilizando técnicas estadísticas aceptadas, pero existen problemas no resueltos sobre cómo puede uno conocer los cambios -especialmente debido a que el comportamiento de cada individuo dependerá de las expectativas (racionales) sobre como las otras personas alteran las expectativas (racionales) después de un cambio-. La propia trayectoria real de la economía dependerá entonces de las expectativas sobre las expectativas de cómo evolucionará la trayectoria. Debería destacarse que el ataque al realismo de las expectativas racionales y al supuesto de amplia información también proviene de los partidarios del Monetarismo más antiguo. Tal como se ha explicado en el capítulo 3, páginas 42-9, su desacuerdo con la política de estabilización keynesiana se centra en la fa1ta de conocimiento por parte
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del gobierno. Se oponen a la política de estabilización porque era poderosa y efectiva, pero susceptible de ser utilizada de forma incorrecta. Esto es totalmente lo contrario de la proposición de la ineficiencia de la política económica. La otra vía principal de ataque a la proposición de la ineficiencia de la política económica se ha centrado en los supuestos adicionales, a veces implícitos, necesarios para que la proposición se mantenga. Sin embargo, de nuevo, el argumento principal revierte al terna de si los salarios y los precios se mueven de forma adecuada para que todos los mercados se vacíen, incluyendo el mercado laboral. Si, por razones institu~ cionales o de otro tipo, los salarios y los precios no se ajustan regular y continuamente, puede haber espacio para que los gobiernos afecten al output. Por ejemplo, si los salarios se fijan una vez al año, mientras que los gobiernos pueden cambiar sus políticas monetarias con más frecuencia, entonces la política monetaria puede revisarse para incluir los acontecimientos que no eran previsibles en el momento en el que se establecieron la mayoría de los acuerdos salariales en vigor5. En aquellos países (en contraste con los EE UU) donde el ejecutivo no es elegido separadamente, de forma que el gobierno puede disponer de una rnayoóa casi automática en el Parlamento/Asamblea, las políticas fiscales también pueden ser muchas veces ajustadas a intervalos más cortos que la duración típica de los acuerdos salariales. Así, la política fiscal también puede reaccionar sistemáticamente ante acontecimientos nuevos que no pudieron haber sido racionalmente esperados cuando se acordaron los salarios. Se puede establecer así una separación entre el cambio real de los precios y el esperado cuando se fijaron los salarios6. En una visión más tradicionalmente keynesiana, los salarios (especialmente) son pegadizos [slicky] durante períodos bastante largos, y no responden suavemente para equilibrar la oferta y la demanda, ni tal como son en el momento de realizar nuevas negociaciones, ni tal como se prevén para el momento de la negociación del año siguiente. En términos de símbolos, una vez que se permiten rigideces de este tipo, entonces las funciones (5.4) o (5.5) dejan de ser representaciones adecuadas de los determinantes del desempleo y del output. Algunos defensores de la proposición de ineficiencia de la política han replicado que la rigidez de salarios y precios ante cambios inesperados sería subóptima para las partes implicadas -en el sentido de que las dos partes podrían beneficiarse de un comportamiento más flexible- y, por lo tanto, no existirían tales rigideces7. Tal como se planteó en el capítulo 3, algunos keynesianos han defendido la «racionalidad>> de las rigideces, y otros han dicho que tanto si se puede encontrar una base teórica microeconómica coherente para los salarios/precios rígidos corno si no, éstos son simplemente un hecho, y por lo tanto no pueden ser ignorados en un análisis realista. A pesar de que la flexibilidad de los movimientos de salarios/precios y su grado de reacción a las fuerzas de mercado de exceso de demanda y de oferta, ha sido pro5. 6.
7.
Este argumento se debe a Fischer (1977), Phelps y Taylor (1977) El argumento supone, actualmente de forma realista para la mayor parte de los países desarrollados, que los salarios nominales no están totalmente indexados a los cambios en los niveles de precios, sino que ocurren durante el peñodo de contrato medio. Barro es frecuentemente mencionado en este contexto. Sus artículos de 1977 y, menos técnicamente, de 1979, se acercan a esta afirmación pero no acaban de afinnarlo explícitamente de esta forma.
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bablemente el supuesto adicional más frecuentemente considerado inaceptable por parte de los economistas que se oponen a la proposición de la ineficiencia de la política, también se han atacado otros supuestos a los que es sensible esta proposición. La proposición también parece ser vulnerable a algunos de esos ataques 8, pero otros disponen de potentes respuestas. Éstas últimas incluyen la sugerencia de que el gobierno puede tener infonnación superior a la del sector privado, que puede utilizar para estabilizar en respuesta a acontecimientos sobre los que el sector privado aún no tiene noticia. La respuesta a esto es que, si el gobierno dispone de tal información, sería más eficiente simplemente publicitario al sector privado, que podría entonces utilizarla en su propia toma de decisiones. De fonna similar, el razonamiento básico previo que llevó a la proposición de ineficiencia se expresó en ténninos de que la política sistemática era ineficiente. La implicación es que la política errática, es decir, la política sistemática mezclada con un componente puramente aleatorio, podría engañar a la gente, que no podría prever políticas económicas, y por lo tanto éstas tendrían efectos reales. Sin embargo, dentro de un marco microeconómico neoclásico estándar, con la «optimalidad)) nonnativa de una economía de mercado de plena infonnación, el engañar a la gente deliberadamente debe reducir la eficiencia -los individuos llegarán a las decisiones correctas si conocen todos los precios (y por lo tanto los precios relativos, incluidos los salarios reales)-. Esta réplica básicamente reitera los argumentos planteados anteriormente: con expectativas racionales y salarios y precios flexibles, la economía se encuentra en su tasa natural excepto por los shocks imprevisibles, y (como se planteó en el capítulo anterior) la tasa natural bajo los supuestos de competencia perfecta, de salarios/precios flexibles y de plena información es también la tasa óptima. Así, a pesar de que podría tener efectos reales, la política deliberadamente errática no puede mejorar la economía ya que fundamentalmente no existe ningún problema macroeconomico a resolver por parte de tal política. La segunda vía de ataque podría resumirse diciendo que si están enraizadas en un modelo que no es de regular funcionamiento de tipo neoclásico o monetarista, las expectativas racionales por sí mismas no invalidan una política activista. Por ejemplo9, si las expectativas son racionales, pero tenemos un mundo keynesiano de salarios rígidos en el que la inversión depende del output esperado o del crecimiento esperado del output, entonces un anuncio de las intenciones gubernamentales de que, si es necesario, llevarán a cabo una política fiscal estabilizadora, hace por sí mismo más estable la economía y hace que la política sea menos necesaria. Como las empresas esperan que el output sea más estable, mantienen una trayectoria de inversión más regular, que no fluctuará en respuesta a los shocks temporales de la demanda agregada -ya que confían en que los déficits de demanda serán rectificados por el gobierno-. La estabilización de la inversión llevará a un nivel de demanda y de output más estable que si las fluctuaciones en la inversión reflejaran, y por lo tanto amplificaran, otras fluctuaciones. De esta forma, la política fiscal gubernamental tiene propiedades estabilizadoras más fuertes cuando existen las expectativas racionales en un mundo típicamente keynesiano. 8. 9.
Para un informe completo, incluyendo algún material técnica'mente avanzado que no se tratará aquí, ver Buiter (1980) así como los textos en la nota l. Este ejemplo se debe a Baily (1978).
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A pesar de que, como ya hemos indicado, los antiguos monetaristas y la nueva escuela clásica también tienen diferencias importantes, los temas analizados aquí indican algunas de las áreas de continuidad. Como el énfasis en el vaciado del mercado y el equilibrio -el razonamiento más detallado expresado por algunos partidarios de ecuaciones como la (5.4) 10 encaja bien con la explicación del capítulo 4 que afirmamos mantiene el mismo Friedman-. Así como la implicación de que la política que pretende afectar a la actividad económica está equivocada porque sólo puede funcionar engañando a la gente y, por lo tanto, es subóptima. Finalmente, para esta parte, los dos grupos están contra los intentos activistas de llevar a cabo una política de estabilización macroeconómica. Existe una considerable literatura respecto a la comprobación empírica de la pro~ posición de la ineficiencia de la política económica. Nuestra impresión subjetiva (y sesgada) es que las expectativas racionales parecen resistir la comprobación mejor al explicar el comportamiento en algunos mercados de activos concretos y bien estructurados, como la Bolsa, pero que en lo relacionado con la proposición de la completa ineficiencia de la política económica, los resultados van más contra la proposición que a su favor 11 • Un comentario final sobre las implicaciones de la política puede ser llamado >. A pesar de todas las diferencias existentes entre ellos, se aferran a la economía neoclásica es inútil como base para el análisis y comparten '"'' .v ....... que requiere un enfoque teórico particular. La aclaración de este el pmpósil•o de este artículo. principal de la economía postkeynesiana es proporcionar una comde cómo funciona la economía, relacionand6 el análisis económico con económicos reales2 • El objetivo principal es completar la revolución en: Arestis, Philip. «Post Keynesian Economics: Towards Coherence». Cambridge Joumal vol. 20, núm. 1, 1996. P. 111-135. Traducción: Gemma Galdon. varios estudios sobre la economía postkeynesiana que difieren en énfasis y en cobertura de este Existe un ensayo de Eichner y Kregel (1975) que muestra la emergencia de la economía postcomo un paradigma capaz de desafiar a la economía neoclásica, y el deArestis (1990), que no 1 Harcourt (1985) y Harcourt y Hamouda (1988) estudian la economía possus participantes, más que de los temas, como se hace en este ensaTres libros recientes, Arestis (1993), Carvalho (1993) y Lavoie sustancial no solamente entre ellos, sino también de este ensayo. Arestis (1993) y lo critica en inicialmente manera antes de proceder commodelo postkeynesiano, planteado en Arestis (1989).a analizar Carva\holos(1993) ;~:::~:;~;~:~:;.:;~~neoclásica, de una economía monetaria de producción es el tema unificador de la economía gran
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mostrando de este modo que esta economía proporciona un programa de investigación Lavoie (1993) orquesta su enfoque sobre una división de micro/macroeconomía para mostrar que fonna de descnbir a la economía postkeynesiana es como una economía «postclásica». importante de la economía postkeynesiana es su crítica implícita y explícita a la economía ? neoclás;ca 'eonverrdc,nal. D•e hr"h''· se ha sugerido que lo que une a los postkeynesianos es su rechazo
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keynesiana inacabada, generalizar la Teoría general (Eichner y Kregel, !975: 1293; Robinson, !956). El «principio de la demanda efectiva» es la piedra angular de su análisis, tal como lo fue en la Teoría general de Keynes (1 936) 3• La demanda efectiva en el análisis postkeynesiano supone que es a la escasez de la demanda y no a la escasez de los recursos a lo que debe enfrentarse la economía moderna, de forma que la producción está normalmente limitada por la demanda efectiva, aunque se reconoce que las limitaciones de la oferta están presentes en las economías capitalistas modernas4• La elección individual está fuertemente influida por la renta, la clase y las condiciones técnicas de producción, así como por los precios relativos, de forma que la renta, y no sólo los efectos de sustitución, junto con la distribución de la renta entre las clases sociales, se convierten en los objetos principales de análisis. También se reconoce que el comportamiento individual está determinado por factores sociales, convencionales e institucionales. Estas son las aportaciones principales que la traüición institucionalista ha proporcionado al pensamiento postkeynesiano, tal como afirmamos más abajo. Las ideas que se clasifican como postkeynesianas tienen una larga historia. La economía postkeynesiana refleja la tradición clásica y a Marx tanto como a Keynes y a Kalecki. Es posible identificar tres tradiciones en las que se inspira la economía postkeynesiana5. de la economía convencional (Dow, 1990). Sin embargo, a medida que la economía postkeynesiana madura, la atención se dirige hacia un enfoque más positivo, uno que destaca la evolución de esta escuela de pensamiento, con menos referencias a la crítica de la economía neoclásica. La intención de este artículo es de centrarse en Jos aspectos más positivos de la economía postkeynesiana, en un intento de proporcionar una alternativa a la economía ortodoxa. En cualquier caso, las limitaciones de espacio nos impiden estudiar totalmente la parte más crítica del postkeynesianismo, una tarea que se ha emprendido recientemente en Arestis (1992, cap. 3). 3. El principio de la ((demanda efectivm) fue formulado antes que Keynes por Kalecki (Robinson, 1977; Targetti y Kinda-Hass, 1982; Harcourt, 1991). Existen, evidentemente, diferencias entre los dos enfoques, pero sus elementos comunes son sustanciales (Kalecki, 1971~ Keynes, 1936). Ver Sawyer (1982a, l982b, 1985) para un estudio exhaustivo de las similitudes y diferencias entre Jos enfoques de Keynes y Kalecki (ver también Robinson, 1977; y Sardoni, 1987). No todos Jos postkeynesianos están de acuerdo en que Kalecki y Keynes descubrieron la «demanda efectiva)> de forma independiente. Davidson (1992), por ejemplo, mantiene que no lo hicieron, y ha defendido que Kalecki está m:'is cerca de los modelos de no vaciamiento de mercados de los neokeynesianos que del análisis del dinero no neutral y de la incertidumbre de Keynes. Está claro a partir de este estudio que el análisis de Kalecki es central a la economía postkeynesiana. 4. Kalecki afirmó que la escasez de la demanda, y no la escasez de los recursos, es lo que tiende a caracterizar a las economías capitalistas, y a las no socialistas. Las economías socialistas experimentaban la tendencia opuesta, una escasez de los recursos y no de la demanda. 5. Hamouda y Harcourt (1980) y Arestis (1990) sugieren tres conientes diferentes que comprometen nuestras dos primeras tradiciones y una tercera, basada en Sraffa. La escuela de pensamiento sraffiana enfati7..a el largo plazo en su análisis de Jos niveles de renta y de empleo. La demanda efectiva de Keynes dentro de un análisis sraffiano > (Parguez, 1984; Graziana, 1989) ha construido el mismo corpus de teoría desde la parte monetaria. Encuentra sus raíces en Treatise on Money y en Kalecki, y es un fuerte componente de la tesis del dinero endógeno. El control de la demanda agregada y su composición, con el énfasis en la inversión, es la recomendación principal de política económica de este enfoque. fuerzas persistentes que llevan a la ewnomía hacia una posición normal o a largo plazo cuando el mundo está caracterizado por las incertidumbres y Jos contratos nominales, encaja difícilmente con la economía keynesiana. Roncaglia (1992) lo ha planteado muy bien: 1>. tradición refuerza dos elementos débiles del análisis postkeynesiano. El primero cionado con el argumento de que Keynes (1936) trata las expectativas como algo ·. geno. Aunque existe un rico análisis de los efectos de las expectativas comportamiento económico, parece que hay muy poco sobre los determinantes de expectativas. Es necesaria una teoría endógena de la formación de las basada en el estudio de las instituciones políticas y económicas segundo elemento débil que el enfoque institucionalista refuerza es la desarrollada de los análisis microeconómicos de Kalecki y Keynes, a pesar de tos que se han llevado a cabo para superar esta debilidad (por ejemplo, Eichner, Harcourt y Kenyon, 1976). El carácter postkeynesiano de la tradición institucionalista puede sut>ra~lar:;e riéndose al papel predominante de las instituciones y de la cultura en la confc>rmtaci del comportamiento económico: «El sistema reacciona ante la ausencia de la mación que el mercado no puede proporcionar creando instituciones reductoras incertidumbre: contratos salariales, contratos de deuda, acuerdos de oferta, administrados, acuendos comerciales>> (Kregel, 1980: 46). Sin embargo, las nes y las convenciones existentes cambian, y siempre pueden provocar un fallo pautas establecidas, de forma que sobrevengan crisis y quiebras estructurales. Así, la na y el hábito pueden producir tensiones entre la regularidad y las crisis. Keynes tizó la (Shack!e, 1973: 516). Así, ante la presencia de una incertidumbre tan distinta al riesgo (incertidumbre cuantificable), los hechos pasados y presentes no proporcionan una guía estadística para el conocimiento de los resultados futuros (Hicks, 1988), de forma que los individuos actúan en relación con el alcance de la «sorpresa poten~ ciah> (Shackle, 1988). En consecuencia, a medida que el futuro se aproxima y se convierte en el presente, se requieren ajustes continuos. Este proceso sigue indefmidamerité sin que jamás se llegue al equilibrio, ni siquiera a que se mantenga; así, la historia importa (Robinson, 1974). Por lo tanto, la economía es más como la historia que corno la física (Hicks, 1977). Keynes, además de prestar atención a la relación entre las expectativas de los agen~ tes sobre acontecimientos inciertos, enfatizó las expectativas de los individuos acerca de las posiciones de los demás en el contexto de la preocupación mutua por la incerti~ dumbre (Davis, 1993; ver también Harcourt, 1987; Carabelli, 1988; y O'Donnell, 1989). Y para citar a Keynes (1973): (p. 114). La incertidumbre no es solamente la incognoscibilidad del futuro, sino también la interrelación entre las expectativas esperadas que tienen la expectativa media como referencia. Este análisis supone un carácter dual en términos de individualidad y de relaciones sociales. Es decir, que la adecuada comprensión de la individualidad pre~ supone la comprensión de la socialidad, y la adecuada comprensión de las relaciones sociales significa la comprensión de la individualidad. Los individuos revisan y cambian sus creencias al interactuar entre sí, lo que produce un sistema identificable de expectativas interdependientes. La forma en que las expectativas individuales se hacen coherentes con las relaciones sociales es a través de la institución de la convención. Esta interpretación de la filosofía de Keynes en la Teoría general demuestra que la incertidumbre es mejor expresada como una relación social. Cuando la incertidumbre es descrita en estos ténninos, puede ser considerada como una visión diferente de la (Runde, 1990: 290). Los aspectos metodológicos explorados en esta sección suponen varias proposiciones teóricas que pasamos a explorar.
3.' PRINCIPALES ASPECTOS TEÓRICOS La economía postkeynesiana se centra en el análisis del no equilibrio, del no vaciafl1Íento de mercado y del cambio en el tiempo. El crecimiento y la dinámica son sus ¡íártes centrales, de forma que la explicación de la naturaleza errática de la trayectoria d~,~xpansión de una economía capitalista se convierte en el princip~l foco de su análiSis.En el análisis económico postkeynesiano, se concede al desempleo un interés ~spedal, igual que al tema relacionado con éste de las crisis económicas. Se consider,~_que la demanda efectiva es la fuerza motriz del sistema económico, especialmente la inVersión, de forma que la acumulación de capital, así como las expectativas y los efectos distributivos, se encuentran en el corazón de las teorías tanto del crecimiento como de los ciclos. La inversión está estrechamente relacionada con la distribución y la fijación de precios, y ambos están relacionados con el conflicto (Marglin, 1984a). El dinerO y las finanzas están necesariamente integrados en la economía «real» desde el principio del análisis. Se presta una atención particular al marco institucional, que se considera que tiene una importancia máxima y al que nos referiremos ahora.
3.1. Instituciones El gobierno es la institución que tiene el poder de adoptar políticas contracíclicas en un intento de reducir el comportamiento cíclico de las economías capitalistas. Está también la economía internacional, con sus propias instituciOnes que interactúan con las instituciones nacionales. Hay dos instituciones que tienen una importancia directa en nuestro análisis: la gran empresa y el sindicato. La gran empresa es la institución dominante en el ámbito productivo de la economía. Existe también la empresa no oligopolista, que, no obstante, no se comporta como una empresa «perfectamente competitiva», sino que es más parecida a lo que Kalecki
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(1971) describe como «pura competencia imperfecta>>. La gran empresa, y de forma más significativa el reconocimiento ·de su poder de mercado y el «hecho estilizado» de que las empresas son fijadoras de precios y tomadoras de cantidad, es subrayada en el análisis económico postkeynesiano. La fijación de los precios está relacionada con la inversión, y los precios se establecen para proporcionar suficientes beneficios no distribuidos que, junto con la financiación externa, permitan a las grandes empresas llevar a cabo su inversión planificada. El punto hasta el que se produce la inversión planificada una vez que los fondos suficientes están disponibles depende de las expectativas a largo plazo en relación a Jos mercados de productos, y de las expectativas a corto plazo que referentes a los precios de los activos financieros. La estructura institucional y la organización industrial evolucionan continuamente, influyendo en el proceso de desarrollo histórico de las economías, y juegan un papel crucial en ténninos de la determinación del nivel y de la composición del output, de la generación de excedente y de su distribución. La prerrogativa de administrar los precios se obtiene tanto del poder sociopolítico como del poder económico de las grandes empresas en los mercados de productos. Para hacerlo, las empresas están limitadas en su capacidad de fijar precios a cualquier nivel por varios factores. Son evidentes cuatro factores: 1) el efecto de sustitución, es decir, la pérdida de cuota de mercado a favor de productos competitivos; 2) el factor de eptrada, la pérdida potencial de la cuota de mercado después de Jos cambios de precios; 3) la intervención gubernamental en forma de control de los precios, impuestos especiales, nacionalización, etc.; y 4) la presencia de sindicatos fuertes que actúen como limitación a la subida de los precios, debido a que si el aumento va más allá de un cierto punto, podría muy bien desencadenar la acción militante de los sindicatos. Los sindicatos pueden sentir que si la empresa está consiguiendo elevadas tasas de beneficio, también e11os merecen una mayor participación. La otra institución importante es el sindicato, que negocia con los empresarios las condiciones del empleo en general, y de Jos salarios en particular. Aquí se produce un conflicto de intereses: la distribución entre salarios y beneficios está determinada en gran parte por las demandas salariales de Jos trabajadores y Jos objetivos de beneficio de las empresas. Los trabajadores negocian los salarios nominales, detenninados por un objetivo de salario real, por la información sobre la inflación pasada reciente y las expectativas sobre la inflación futura. Los trabajadores tienen desventaja en este proceso, ya que el salario real obtenido sólo puede conocerse a posteriori como una función de las decisiones capitalistas sobre los precios. El punto clave en este análisis es que los salarios nominales son el resultado de procesos de negociación en los mercados laborales, mientras que los salarios reales están determinados por la productividad laboral y Jos precios administrados establecidos por las empresas en Jos mercados de productos. Una implicación interesante de este análisis es que debido a que el marco de demanda y oferta de trabajo como determinante de los salarios reales es rechazado, un salario real menor no tiene porqué causar un mayor empleo. En todo caso, se espera que un salario real menor, a través de su impacto sobre la demanda agregada, reduzca el empleo. Las instituciones monetarias, al funcionar y evolucionar, reflejan las características fundamentales del dinero, y constituyen una parte esencial de la teoría monetaria y financiera postkeynesiana.
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3.2. El dinero y las finanzas
La característica más importante de la teoría monetaria y financiera postkeynesiana es que el dinero es un enlace entre el pasado y el presente y también entre el presente y el futuro (Keynes, 1936: 294). El pasado está dado y no puede cambiar, mientras que el futuro es incierto. La incertidumbre, que es inherente al tiempo histórico, se considera como condición suficiente y necesaria para la existencia del dinero, de forma que el dinero es integrado completamente en el análisis. Las instituciones son igualmente
importantes, ya que en las economías modernas el dinero esta íntimamente vinculado a la institución de la banca (Minsky, 1986). En consecuencia, el dinero sólo puede ser estudiado en un contexto histórico e institucional. Un aspecto institucional crucial del dinero es que es una magnitud endógena y determinada por la demanda. El dinero no es exógeno, como en el análisis ortodoxo, sino el resultado de flujos de crédito en una economía productiva dinámica y monetizada (Eichner y Kregel, 1975; Parguez, 1984; Moore, 1988; Graziani, 1989), donde el papel principal lo juegan esencialmente los empresarios y sus «espíritus animales». Los empresarios deben predecir la evolución de la demanda efectiva e inferir de ésta los desembolsos necesarios para pagar para los factores de producción empleados. Deben también estimar los desembolsos necesarios para financiar la inversión. Una vez hecho esto, pueden establecerse sus requisitos crediticios a los bancos y formularse sus demandas de crédito. El Banco Central administra el nivel de los tipos de descuento y los bancos comer· ciales adnúnistran sus tipos para los préstamos y depósitos (dada la valoración incierta del riesgo y el valor de las garantías por los bancos). A este nivel y estructura de los tipos de interés, los bancos están dispuestos a proporcionar todos los préstamos que soliciten los empresarios, siempre que se sitúen dentro de los límites crediticios preacordados. Un aumento de la demanda de crédito lleva a un aumento de su oferta y, por tanto, a un aumento de la cantidad de dinero existente, sin que sea necesario un cambio de los tipos de interés, a no ser que el Banco Central varíe su tipo administrado; cuando el Banco Central varía el tipo de interés, a través del proceso de precios administrados, influye directamente en los tipos de interés de la banca comercial. Los tipos de interés son el instrumento de control de la política monetaria. En las economías abiertas, los cambios de los tipos de interés puede ser también el resultado de hechos que provengan del exterior (obsérvese, por ejemplo, la posición del Reino Unido en la Unión Europea a este respecto). El nivel de los tipos a corto plazo, administrados por las autoridades monetarias domésticas en relación a lo establecido por las autoridades monetarias extranjeras, afecta a la tasa de cambio. Esta vinculación trae a primera plana los aspectos del sector exterior del sistema económico. Estos aspectos se incorporan al análisis a través de las cuentas corrientes y de capital de la balanza de pagos, donde la tasa de cambio influye sobre y es influida por el esta· do de ambas cuentas7• La importancia de la balanza de pagos como limitacíón al crecimiento ha sido debatida extensamente (ver, por ejemplo, Thirlwall, 1980). El argumento es que los países con una alta elasticidad-renta en la demanda de importaciones, y una 7.
Una nueva característica de la parte de las importaciones de la cuenta corriente es la proposición de que las propensiones marginales de importar de los trabajadores y los capitalistas son diferentes. Arestis y Driver (1987) exploran esta proposición con apoyo empírico en el caso del Reino Unido. Esta es una extensión de la idea de distinguir el consumo por renta de las clases sociales.
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baja elasticidad-renta de la demanda de exportaciones, experimentan dificultades en la balanza de pagos que limitan a sus gobiernos en su intento de expandir la demanda agregada. No obstante, también se argumenta, que la oferta de dinero sólo puede estar determinada por la demanda hasta un cierto punto (Dow y Dow, 1989; Wray, 1990). Esta opinión combina la teoría de la preferencia por la liquidez y la teoría endógena de la oferta monetaria para afirmar que, como los bancos comerciales tienen un conjunto variado y complejo de opciones de cartera, tienen su propia preferencia por la liquidez. Pueden, por lo tanto, no estar dispuestos a prestar una cantidad indefinida en unos términos dados. Los cambios en la preferencia por la liquidez de los bancos influyen sobre la cantidad de crédito disponible y por tanto sobre la cantidad de dinero. Como la valoración del riesgo de los bancos se basa en un conocimiento incompleto, su preferencia por la liquidez cambia a medida que sus percepciones de riesgo se alteran (cuando las expectativas no se cumplen y cuando la confianza cambia debido a nueva información). Además, las periódicas retiradas masivas de liquidez por parte de bancos, que generan deflación de las deudas, suponen que no se creará el dinero a menos que se incrementen las primas de liquidez para introducir la expansión de los balances. Dado el tipo de interés administrado, los bancos comerciales racionan el crédito si así lo dicta su preferencia por la liquidez. En este proceso, existe una tendencia inherente de los inversores a incrementar el nivel de su endeudamiento y, en momentos de optimismo, lo hacen rápidamente. Si las instituciones de préstamo comparten este optimismo y si su preferencia por la liquidez no cambia, la demanda del sector privado será satisfecha. Como resultado, la vulnerabilidad tanto de las empresas como de los bancos se intensifica, de forma que la fragilidad financiera aumenta, lo que puede causar la deflación de la deuda si va acompañada de cambios en las expectativas y los consiguientes intentos de reestablecer posiciones de liquidez. Esta es la de Minsky (1982, 1986), que destaca la interacción entre las variables financieras y las reales y demuestra que las crisis están causadas principalmente por prácticas financieras arriesgadas durante periodos de fragilidad financiera. La «hipótesis de la inestabilidad financiera» puede relacionarse con el enfoque de las «etapas de la banca>> (Chick, 1986, 1989), visto como una reconstrucción «lógica>> del desarrollo de los sistemas bancarios. La capacidad de los bancos de crear crédito depende de forma crucial de la etapa de evolución en que se encuentren. Esta capacidad se ve acrecentada con el grado de desarrollo bancario que permite a los bancos ser más independientes de los requerimientos de reserva, haciendo así que la oferta de crédito, y de dinero, responda más a la demanda. A medida que el sistema bancario se desarrolla, la naturaleza y el grado de endogeneidad del crédito y del dinero cambian. Chick (1989) ha sugerido que recientemente ha emergido una nueva etapa, cuya principal característica es la titularización, por la cual los bancos comerciales diseñan préstamos que son comercializables, de fonna que el desfase entre los vencimientos de los activos y los compromisos de los bancos comerciales disminuye. Este proceso de titularización permite a los bancos comerciales evitar «los coeficientes de capital», reforzando así la endogeneidad del dinero. Sin embargo, ·a pesar de que la titularización elimina el crédito de los balances bancarios, sólo aumenta la endogeneidad del dinero si éste es definido de forma más amplia que como depósito bancario. La globalización
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de los mercados financieros tiene implicaciones similares en lo referente a la endogeneidad del dinero. Esta evolución financiera refuerza el vínculo con la «hipótesis de inestabilidad financiera» de Minsky, en el sentido de que la capacidad de las instituciones financieras de crear más deuda aumenta el grado de fragilidad del sistema y, por Jo tanto, la vulnerabilidad tanto de Jos bancos como de las empresas. Lo más importante, no obstante, es que el enfoque de las «etapas de la banca» sitúa las dos visiones del dinero, la visión del «dinero exógeno» y la visión del «crédito endógeno», en su perspectiva histórica apropiada.
3.3. Producción, precios y fijación de precios El dinero y la producción están relacionados orgánicamente en la economía postkeynesiana. La fijación de precios, el proceso de fonnación de los precios, y la detenninación de precios estables que da origen a una teoría de los precios, no son el resultado de un proceso de vaciamiento del mercado, como en el análisis económico ortodoxo, sino que están determinados por factores y condiciones que prevalecen en el ámbito de la producción. También están directamente relacionados con la inversión y la distribución. Estas relaciones son amplificadas y elucidadas en las páginas siguientes. El modelo de producción postkeynesiano es un modelo de input-output que se caracteriza por el supuesto que en la producción los inputs sdlo pueden utilizarse en proporciones fijas'. Leontief (1951) lo formuló en términos tanto teóricos como empíricos, y puede relacionarse con el modelo de coeficientes fijos de Sraffa (1960) y el modelo input-output de Pasinetti (1981), que subrayan Jos temas de distribución y crecimiento. El modelo Leontief consiste den industrias (donde n es mayor que dos), cada una de las cuales produce outputs intermedios y/o finales. Este modelo puede resolverse por el vector del output (q) para dar: q = (1- At 1 x, donde I es una matriz den x n unidades, A es la matriz de Jos coeficientes técnicos fijos, de forma que (l- At 1 es la inversa de Leontiefy x es el vector del output final. Esta ecuación determina el output de cada una de las industlias que comprenden el sistema productivo. El modelo Leontief también puede resolverse por el vector de precios (p): p = (I -A)- 1 V, donde V es la matriz de Jos valores de los inputs, definido como V= rol+ n, donde ro es una magnitud (la tasa salarial), 1y n son vectores de inputs de trabajo y rentas residuales ganadas por cada industlia, tanto por unidad como por output producido. La ecuación P proporciona la solución para el conjunto de precios relativos que deben cobrarse si se quiere que el sistema productivo cubra todos los costes de producción. Especifica una condición de valor que debe cumplirse a largo plazo; no representa el conjunto de precios que en realidad se impondrán. Para establecer estos últimos, es necesario completar la determinación de Jos precios a largo plazo con un modelo de comportamiento de fijación de precios a corto plazo, tal como se explica más abajo9. 8.
9.
El modelo de producción postkeynesiano pertenece a la categoría más general de modelos de produc~ ción de «coeficientes fijOS», que encuentran sus raíces en el tableau economique de Franyois Quesnay. Bajo estas circunstancias, la propiedad de convexidad del conjunto de producción neoclásico y sus cos~ tes marginales crecientes son supuestos que no son necesarios para Jos objetivos del análisis económi· co postkeynesiano. Es importante distinguir en esta coyuntura entre los términos «plazo/témtino» y «periodo», que ni son sinónimos ni tienen una correspondencia directa entre ellos. «Periodo» se refiere a estados de «equilibrio»,
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El modelo Leontief ha sido ampliado en varias direcciones. Existe la reformulación de Sraffa (1960), que produce la importante proposición de que la distribución de la renta no puede ser tratada independientemente de los precios 10• Al pasar del modelo Leontief al modelo sraffiano, lo primero que advertimos es que en este último, el vector de renta residual (n) se supone como una tasa de beneficios uniforme (1t0) en todas las industrias, lo que identifica claramente sus raíces en la tradición clásica. De forma que, ahora, en la expresión V= rol+
7t,
deberíamos tener: V= rol+ n 0 pA.
Sustituyendo por V en la ecuación P llegamos a: p = (l + n0) pA +rol, que es la ecuación sraffiana estándar P. Contiene un rasgo muy importante, que es que los salarios y los beneficios ahora compiten por el excedente económico, aunque es ambigua sobre la escala de la producción y el nivel de la demanda efectiva, dado que la expresión está libre de escala. La tasa de salarios y la tasa de beneficios dependen fuertemente de la lucha entre los trabajadores y los capitalistas. Robinson (1980) resumió todo ello de la siguiente fonna: «Sraffa estableció un sistema input-output multi-mercancía y mostró que, correspondiendo a cualquil!r proporción de salarios, existe un conjunto concreto de precios normales que produce una tasa de beneficios particular y uniforme sobre el capital valorado a tales precios» (p. 81). La generación del excedente por cada industria y su división entre los trabajadores y los capitalistas se explica dentro del modelo. La distribución depende de factores no económicos que determinan el poder negociador relativo de los dos grupos. Los cambios en la distribución entre ro y llevan a cambios en el valor añadido por cada industria (V) y, a través de ello, a cambios en los precios relativos debido a que p depende de V. En consecuencia, los precios en el modelo sraffiano están íntimamente rela-: cionados con la distribución de la renta a través de la tasa de beneficios en relación a la tasa de salarios. Un importante supuesto del análisis es que la tasa de beneficios se refiere a las necesidades de capital variable de cada industria para la producción y, por lo tanto, al gasto en salarios. En la segunda parte de su libro, Sraffa (1960) establece tam' bién las necesidades de capital fijo. Sugiere que el capital fijo debería ser considera' do como un input que da lugar a un output, que es el producto o servicio producidq por el capital fijo. También proporciona otro output, el propio capital fijo, que se con' vierte en un input de capital de tipo distinto una vez que ha producido un tipo de pro.:. dueto o servicio.
no
mientras que «plazo>> está relacionado con los «procesos de movimiento)). El «equilibrio)) a corto y largo periodo puede ser definido independientemente del corto y el largo plazo. El corto y el largo plazo se refieren a movimientos hacia el «equilibrio)) que deben tener Jugar en el tiempo histórico. Robinson (1956) plantea la diferencia de la siguiente forma: «Los cambios a largo periodo se producen en situaciones a corto periodo. Los cambios del output, el empleo y los precios, que se producen con un stock dado de capital, son cambios a corto periodo; mientras que los cambios en el stock de capital, la fuerza de tra~ bajo y las técnicas de producción son cambios a largo plazo ... Una situación dada a corto periodo con~ tiene en sí misma una tendencia al cambio a largo periodo» (p. 180). En esta visión, el análisis a largo periodo se centra en el examen de una secuencia de periodos cortos. Carvalho (1984/85, 1990) propor~ ciona varios ejemplos para clarificar esta diferencia, y en Carvalho (1990: 280, Nota 1), se reconoce la insistencia de Harcourt sobre la importancia de la distinción entre «plazo» y «periodo». 1O. El modelo sraffiano se refiere a un sistema económico que se limita a reproducirse a sí mismo a lo largo del tiempo, y no explica los cambios en la técnica ni la expans.ión del excedente económico. Estos dos -aspectos los trata Von Neumann (1945~6), Ver Schefold para las similitudes y diferencias entre los dos modelos, y Eichner (1991) para una síntesis de los modelos de Sraffa y de Von Neumann.
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Otra extensión del modelo de Leontief es la construcción de Pasinetti (1981) de una versión verticalmente integrada en la que el trabajo es el único input. El progreso técnico se incluye en el modelo, posibilitando así el estudio de su impacto sobre la productividad, definida como el output por trabajador dividido por el tiempo. Leontief et al. (1978) extendieron aún más el modelo para incluir los recursos naturales, además del trabajo, como los inputs de producción a escala global. Lo que les permite estudiar los términos de intercambio entre los países productores de productos primarios y los países industriales. Estos modelos producen un vector precio, o un conjunto de precios relativos, que puede interpretarse como un conjunto de precios de coste de producción. Esta solución de los precios requiere que la tasa salarial y los coeficientes de trabajo de cada industria sean especificados, y depende de la renta residual o del margen establecido en cada industria. Estos son los precios que deben prevalecer en el largo periodo para que se cubran los costes de producción. Esta configuración de los precios, que satisface algunas condiciones económicas de reproducción estable, genera una teoría de los precios sin referirse al proceso de formación de precios. El interés por el proceso de formación de los precios, o por cómo se determinan los precios al nivel de la empresa o de la industria, da origen a la consideración del mecanismo de fijación de precios. Una teoría de fijación de precios es que el margen de aumento está determinado por las necesidades financieras de las empresas en relación al poder monopolístico que pueden ejercer (Eichner, 1973, 1976; Wood, 1975; Harcourt y Kenyon, 1976) 11 • Ésta y otras teorias postkeynesianas de fijación de precios (Steind1, 1952, 1979; Asimakopoulos, 1975; Cowling y Waterson, 1976) se basan en Kalecki (1954), en el sentido de que reconocen que todos los mercados no son perfectamente competitivos y que existe una distinción entre los sectores en los que los cambios en los precios están «determinados por el coste>>, y aquellos donde están «determinados por la demanda». Además, todos postulan que los precios de Íos bienes acabados están determinados por un margen sobre alguna de las medidas de los costes por unidad. El margen está determinado por la necesidad de financiar la inversión (Eichner, 1976) 12, de forma que la fijación de los precios puede relacionarse con la teoría de la inversión y con el conflicto de clases. 3.4. Inversión, distribución y lucha de clases En la tradición postkeynesiana, la inversión está determinada, inter alia, por la rentabilidad esperada. Pero se reconoce que, mientras que es la rentabilidad esperada lo que induce la acumulación de capital, la inversión realizada es la que crea la rentabilidad que posibilita la inversión, en parte a través de fondos generados internamente (Robinson. 1962). La rentabilidad esperada está influida esencialmente por dos con-
11. Mientras que las aportaciones de Eichncr y Word son modelos del tipo «edad de oro)) y de tiempo lógico, el análisis de Harcourt y Kenyon (1976) se conduce en tiempo histórico. En este sentido, el modelo Harcourt y Kenyon (1976) está mucho más en el espíritu del análisis postke)'ncsiano en general, Yde la fijación de precios en particular. 12. Existen importantes diferencias entre los postkcynesianos en relación a la fijación de los precio's (ver Sawyer, 1990, para una explicación extensa de estas diferencias).
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juntos de factores. La tasa de rendimiento esperado sobre la inversión o, en otras palabras, la eficiencia marginal de la inversión (EMI), que da lugar a una función de inversión que es sensible a las fluctuaciones en los tipos de interés y a las expectativas de crecimiento de las ventas. Estas proposiciones se basan en las teorías de la inversión tanto de Keynes (1936) como de Kalecki (1971). Se puede afirmar que la teoría de Kalecki supone una mejora de la teoría EMI de Keynes en el sentido de que Kalecki identifica los factores que causan el cambio en la relación EMI. La premisa básica de Kalecki es que ·la inversión depende del nivel de beneficios respecto al capital, así como al tipo de interés. Esta posición no es muy diferente de la de Keynes, una vez reconocemos que la tasa de rendimiento en Kalecki se calcula a nivel agregado y no al nivel de empresa como en Keynes, y que la dimensión del stock de capital tiene un efecto sobre las decisiones de inversión que no se produce en el modelo de Keynes (ver, sin embargo, Davidson, 1978). No obstante, existe una diferencia importante de método entre el tratamiento de la inversión de Kalecki y de Keynes. Keynes supone dado el estado de las expectativas de rendimientos en la determinación del nivel de inversión (aunque cuando Keynes pasa al capítulo sobre los ciclos este supuesto no se mantiene; ver Kregel, 1976). En cambio, en el análisis de la inversión de Kalecki, el estado de las expectativas se ve afectado por los cambios en la inversión. Cuando el estado de las expectativas se ve afectado de esta fonna, provoca cambios en el precio de los bienes de inversión y en los tipos de interés, de forma que se establece un nuevo nivel de inversión (ver Targetti y K.inda-Haas, 1982; también, Robinson, 1962; y Asimakopulos, 1977). Existen ahora dos formas diferentes a través de las que el nivel de beneficios afecta a la inversión. En la primera, los beneficios son vistos como una fuente de fondos que permitirían la realización de la inversión. Obviamente, de esta forma los beneficios retenidos y los fondos de amortización asumen un rol muy importante en e1 proceso de decisión de la inversión. Cuanto mayor sea la cantidad de beneficios y las asignaciones a depreciación, mayor será la capacidad de las empresas de continuar con los programas de gasto en capital. Las fuentes externas de fondos también se consideran importantes, pero debido al principio del riesgo creciente (Kalecki, 1954), el nivel de inversión sigue estando, hasta cierto punto, limitado por los fondos internos disponibles. Tanto Kalecki corno Keynes pusieron mucho énfasis en la importancia de las finanzas para pennitir que la tasa de inversión se produjera 13 • La segunda forma en que los beneficios afectan a la inversión es en términos de si es probable que las expectativas de las empresas sobre el futuro se materialicen: unos beneficios crecientes indican unas condiciones económicas saludables en el futuro, que es probable que hagan que las empresas adopten una postura más optimista y, por lo tanto, lleven a cabo sus planes de inversión. Unos beneficios decre13. Asirnakopulos (1983) argumenta que las posiciones teóricas adoptadas tanto por Kaleci corno por Keynes sobre la financiación de la inversión suponen ciertas debilidades en el sentido de que: «Las dos subestimaron el tiempo necesario para que la posición inicial de liquidez del sistema bancario pudiera ser reestablecida después de que Jos bancos aumentaran sus préstamos para financiar un aumento de la inversión ... También se prestó una atención insuficiente a la necesidad de financiación a largo plazo (o al menos de confianza en su disponibilidad) para que las empresas ejecutaran sus planes de inversión» (p. 232). La respuesta a esta acusación ha sido sustancialmente de apoyo a Keynes y Kalecki: ver, por ejemplo, Kregel (1984-6), Davidson (1986, 1992), y Shapiro (1992), entre otros.
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cientes indican a las empresas que las condiciones económicas se están deteriorando, y éstas se vuelven pesimistas y son más reticentes a seguir su inversión planeada. Por lo tanto, los cambios en el nivel de los beneficios son la causa principal de los cambios en el EMI. El cálculo del EMI depende de forma crucial de los valores asignados al flujo esperado de rendimientos netos de la inversión. Sin embargo, estos valores son muy inciertos. Keynes (1936) afirmó que, a priori, poco puede decirse sobre el estado de la confianza. En la Teoría general se destaca la «convención», que es vista como basada en la suposición de que el «estado de las cosas existente» no cambia (ver también Kregel, 1976, 1987). De este modo, la inversión es el resultado del >. La inversión y la distribución son detenninantes fundamentales del crecimiento y de los ciclos en la economía postkeynesiana, y es en estos aspectos en los que centraremos ahora nuestra atención.
ECONOMÍA POSTKEYNESIANA: HACIA LA COHERENCIA
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3.5. Crecimiento y dinámicas cíclicas Las dinámicas del crecimiento emanan de la preocupación de la economía postkeynesiana por una economía que crece a través del tiempo en el contexto de la historia. La fórmula para la tasa de crecimiento de la renta nacional, G = s!v, donde G es la tasa de crecimiento, ses la tendencia media a ahorrar y ves la relación capital/producto, es el punto de partida. Esta expresión, que extiende el análisis económico de Keynes en la Teoría general al caso de una «economía en crecimiento», es modificada para tomar en cuenta el argumento de que la tendencia media a ahorrar está afectada por la distribución de la renta, por lo que las propensiones marginales a ahorrar de los beneficios y de los salarios difieren. La proposición que sigue es, entonces, que el crecimiento estable en el pleno empleo está relacionado de forma crucial con la distribución y la acumulación de capital. La relación beneficios/renta asegura que la propensión media a ahorrar (en sí misma una función de la propensión marginal a ahorrar a pmtir de la renta capitalista y de la participación de los beneficios) es tal que se produce la igualdad entre las tasas de crecimiento naturales y las realizadas. Se considera que, a largo plazo, los cambios en la distribución de la renta pueden producir y mantener el pleno empleo. Robinson (1956, 1962) y Kalecki (1971) creyeron que las situaciones estables a largo plazo no tenían una existencia independiente excepto como estados imaginarios 'que sólo podrían utilizarse como convenientes puntos de referencia teóricos. En este planteamiento, no es tanto la distribución lo que dethmina el crecimiento, sino la inversión y el progreso técnico; especialmente la inversión, que es el «motor del crecimiento>>. Rowtl10rn (1981) contempla la inversión basada en ahorros que generan beneficios en forma de beneficios no distribuidos que financian la inversión; el proceso de creación de beneficios sólo puede entenderse en referencia a la fijación de precios, de forma que, en este modelo, el crecimiento, la distribución, la acumulación de capital y la fijación de los precios están todos relacionados. Un estudio más reciente en el espíritu de este análisis que incorpora el caso de las economías abiertas es el de Bhaduri y Marglin (1990) (ver también Marglin, 1984a; y Marglin y Bhaduri, 1991). Este modelo demuestra que, bajo ciertas circunstancias, el crecimiento basado en los salarios, más que el crecimiento basado en los beneficios junto a una distribución más justa de la renta, presentan más oportunidades de llevar a la economía al pleno empleo. El tratamiento del progreso técnico en la economía postkeynesiana del crecimiento sigue a Robinson (1956), quien argumenta que aquél es totalmente endógeno. El cambio técnico es visto como el resultado de la iniciativa empresarial y del impulso de buscar métodos de producción más baratos y eficientes. Pero encontramos aquí una relación en dos direcciones. Por una parte, el cambio técnico estimula la inversión neta. Por otra, la realización del cambio técnico requiere inversión bruta para que el nuevo equipamiento de capital facilite la aplicación de nueva tecnología. En consecuencia, el cambio técnico más rápido sólo puede producirse si se planea una mayor tasa de gasto en inversión, y por lo tanto de crecimiento. Kaldor (1960, 1966) afirma también que el proceso técnico es tanto la causa corno la consecuencia del crecimiento económico. Este análisis se basa en la idea de la causalidad circular, de fonna que una tasa de crecimiento más rápida lleva a una mayor tasa de progreso técnico que~ a' su :v:ezY influye sobre la tasa de crecimiento. :;;,'f/J:tti'Y'"
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La teoría de la «causalidad circular y acumulativa>> (Myrdal, 1939, 1957) se esencialmente en la interacción dinámica entre el crecimiento de la inversión y la productividad, y está relacionado con el debate de las desigualdades y las dilerenci:as' regionales en el desarrollo económico. En este planteamiento, el desarrollo m> (Kaldor, 1970: 343). Los desarrollos recientes de la teoría cimiento (Romer, 1986; Baldwin, 1989) destacan el papel de las economías de en el proceso de crecimiento. El supuesto básico que se realiza es que los rer¡diJIIli, tanto estables como inestables, que son responsables de los ~::~i;:~ tos cíclicos. El modelo sufre porque ignora el mercado laboral. Como se ' sólo alrededor del mercado de productos, la posición negociadora y la fuerza de trabajadores son ignoradas. Este es un aspecto predominante en la teoría de los de Goodwin (1967), que se basa en las participaciones del capital y del explicar el comportamiento cíclico de la economía. La lucha de clases por la disltribu' , ción se limita exclusivamente al mercado laboral. No hay problemas de demanda agregada por los que preocuparse, ya que la inversión siempre se ajusta automáti), Economies et Societes, Calzíers de l'JSMEA, Serie Monnaíe et Pr.,dJo, Universi&: College London Discussion Papers in Economics, n° 89103. CHRISTODOULAKIS, N.; ÜODLEY, W. A. H. (1987). «A Dynamic model for the análisis of trade policy options». Journal of Policy Modelling, 0° 9. COWLING, K.; SUGDEN, R. (1994). Beyond Capitalism. Lon.dres: Francis Pinter. COWLING, K.; WATERSON, M. (1976). «Price-cost margins and market structure)>. Economics,, agosto.
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