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Spanish Pages [207] Year 2018
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Magisterio Rebelde
MAGISTERIO Rebelde ANTOLOGÍA LIBERTARIA
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MAGISTERIO Rebelde ANTOLOGÍA LIBERTARIA
compilación y selección
Jorge Arturo Borja
Editorial Taller de Creación Literaria líneas y versos para incitar al vuelo
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MAGISTERIO REBELDE Antología Libertaria. Varios autores Jorge Arturo Borja, compilación y selección 1. Literatura Mexicana. 1. t.
PTEROCLES ARENARIUS Cuidado de Edición JORGE ARTURO BORJA Responsable de Edición R. ISRAEL MIRANDA Diseño de portada, interiores y formación tipográfica RAMÓN OJEDA Caricaturas
Primera Edición mayo de 2018 © Jorge Arturo Borja © Editorial Taller de Creación Literaria Registro en trámite por la presente edición Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico
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PRÓLOGO
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ntre los gritos de las marchas y los mensajes de las pancartas, se fueron gestado los textos de este libro, que debió haberse escrito con tinta roja y podría llevar como subtítulo “Historia de la indignación” o también el de “La esperanza en la lucha”. Cada una de sus palabras son saladas como lágrimas y olorosas a gas lacrimógeno, pero también están impregnadas de las sonrisas de los valientes y de la memoria de los caídos. Cuentan la historia del magisterio rebelde que salió a las calles y alzó su voz para defender sus derechos, pero también la de las comunidades que los apoyaron contra la represión del gobierno. Es la voz que modulada en distintas expresiones –diarios, crónicas, poemas, reflexiones, cartas, caricaturas, informes, testimonios y cuentos– forma el coro de aquellos profesores de primaria y secundaria, incluso de nivel superior y hasta de posgrado, que han participado en la lucha; también la de aquellos que en el aula, en la tribuna pública o escrita, han defendido la causa de la educación pública, laica y gratuita. Los autores son compañeros de diversas edades, regiones y estados de la república, pertenecen a diferentes instituciones educativas y a distintas organizaciones de trabajadores. Todos unidos por un sólo propósito: derrotar a la falsa reforma educativa.
Jorge Arturo Borja
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VENCEREMOS*
Desde el hondo crisol de la patria se levanta el clamor popular, ya se anuncia la nueva alborada, todo el pueblo comienza a luchar. Recordando al maestro valiente cuyo ejemplo lo hiciera inmortal, enfrentemos primero a la muerte, traicionar a la patria… ¡jamás! Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper, venceremos, venceremos, al Estado sabremos vencer. Campesinos, maestros, mineros, la mujer de la patria también, estudiantes, empleados y obreros, ¡cumpliremos con nuestro deber! Sembraremos las tierras de gloria. ¡socialista será el porvenir! todos juntos seremos la historia. ¡A cumplir! ¡A cumplir! ¡A cumplir!
*Variación a la letra original de Claudio Iturra.
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PRIMERO DE DICIEMBRE Miguel Reyes Pérez Guerrero
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ran las 8 de la mañana del primero de diciembre del 2012 en la Ciudad de México, el día en que Peña Nieto asumía la presidencia, pudiera parecer un día cualquiera, pero al parecer este era distinto. Me encontré con que el Zócalo estaba totalmente blindado por cientos de granaderos, todas las esquinas que colindan con la calle de Palma, como la 16 de Septiembre, la Madero y la 5 de Mayo estaban resguardadas por esos policías, así empezaba el primer día del nuevo presidente, con una ciudad sitiada. La gente estaba asombrada por el impresionante despliegue policiaco que hacía mucho tiempo no se veía, no había ningún motivo para tal situación porque como mexicanos tenemos el derecho de transitar por cualquier lugar de nuestro territorio. Se oían rumores de que otro numeroso grupo de policías estaba llegando a la zona de la Alameda Central, la mañana transcurría y el miedo e indignación empezaba a crecer, poco a poco pequeños grupos de jóvenes principalmente, se empezaban a agrupar para protestar. La noticias decían que en la Cámara de Diputados la situación era tensa, parecía un búnker y cientos de manifestantes se enfrentaban a los granaderos que resguardaban el acceso al lugar. En la esquina de Madero y La Palma se suscitó el primer enfrentamiento, un grupo de jóvenes queriendo pasar al Zócalo, exigiendo el libre tránsito, intentaron romper la valla humana de policías, pero no pudieron hacerlo. Entonces los manifestantes empezaron a arrojar botellas, agua y otras
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cosas a los policías. Intenté ponerme en la primera fila, entre ellos y los policías, para grabar y tomar algunas fotografías con mi celular. Se oían los primeros choques entre los jóvenes y los escudos de los granaderos, uno de ellos con pintura en spray color verde empezó a pintar los escudos, alguien sacó una bandera de México, los granaderos sonando sus toletes sobre sus escudos comenzaron a avanzar y nos obligaron a ir retrocediendo sobre Madero, nos fueron empujando hasta casi llegar a Isabel la Católica. Los ánimos se fueron encendiendo y a los pocos manifestantes se unieron algunos más que iban embozados, unos jóvenes empezaron a hacer pintas en las paredes de los edificios, alguno intentó en vano romper los aparadores de vidrio de la tienda Zara, pero resultaron ser muy fuertes. Entonces yo opté solamente por grabar y fotografiar lo que pudiera, aunque con cierto temor decidí permanecer en el lugar. Algunos empezaron a decir que otro contingente venía en camino, pero frente a la Alameda Central un número nutrido de granaderos los detuvo y se originó otro enfrentamiento; mientras tanto acá seguíamos esperando a los policías que venían avanzando, un joven, en su desesperación o indignación, pudo arrancar un poste de iluminación y con él intentó atacar al contingente de granaderos pero casi al mismo tiempo fue “desarmado” por los mismos. No podía creer lo que estaba pasando, los policías se reían de nosotros, nos provocaban y simplemente estábamos entendiendo que lo que se avecinaba con este nuevo gobierno era la represión. Mientras el presidente, resguardado por cientos de policías recibía el poder, estaban reprimiendo a cientos de ciudadanos. Todos los enfrentamientos se generaban en las esquinas, de esa manera se evitaba que pudiéramos ser encapsulados si nos manteníamos al centro de las calles. Se oían gritos, sirenas, había humo y mucho miedo, me fui a la calle 5 de Mayo y me encontré con lo mismo:
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policías persiguiendo a ciudadanos y agrediéndolos, gente sangrando, manifestantes con trozos de tubos y asbesto que arrancaron de algún lugar y con ellos se defendían de los uniformados, por momentos tenían que correr porque se acercaban los granaderos con la intención de detener a los que andábamos por ahí, ellos con sus toletes y escudos, los manifestantes con sus “armas improvisadas” y yo solo con mi celular en la mano al que se le agotaba la batería. La situación era caótica, no sabía para dónde correr y estar más seguro, pero no había forma, la gente huía en diferentes direcciones, decidí ir hacia Bellas Artes pero al llegar a la esquina de Filomeno Mata encontré varios carros de granaderos en los que iban metiendo a golpes a los que detenían, dudé en acercarme pero al final llegué a ese lugar justo cuando traían a dos personas, una de ellas gritó que la grabara mientras la subían “¡me llamo Arturo Jasso, soy telefonista, solamente estaba mirando!” Lo subieron al carro y no supe más de él; pude además fotografiar a otro joven que también llevaban detenido. Dentro de los camiones unos policías golpeaban a una mujer muy joven, la tomaron de los cabellos y así la arrastraron hasta subirla, tenía miedo de que me fueran a detener y a golpear, pero afortunadamente pude salir a tiempo. También me di cuenta de que en esa pequeña calle había varios granaderos heridos, sobre todo de las piernas, parece ser que los manifestantes usando los tubos y pedazos de concreto los lanzaban por debajo de los escudos y lograban herirlos; mi primer pensamiento fue de gusto luego de ver cómo estaban golpeando a la gente de manera brutal, pero después me dije que también ellos son pueblo y lo que tienen que hacer por mantener su trabajo sirviendo a su gobierno, era tal vez su primera experiencia reprimiendo, lamentablemente a lo largo de este sexenio se les volvió costumbre y ahora ya no les tengo lástima.
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Avancé y llegué a Bellas Artes solo para encontrar que la explanada estaba totalmente llena de granaderos, a mi mente vino la imagen de una foto de los setentas de algún latinoamericano sometido por un golpe de Estado y grité “¡esto es una dictadura!”. Lo que normalmente era un lugar lleno de turistas estaba lleno de policías que esperaban su momento para atacar, en ese preciso instante sobre Eje Lázaro Cárdenas una mujer era brutalmente golpeada ante los lentes de decenas de fotógrafos y periodistas que buscaban sacar la mejor imagen, esa turba de policías no golpeaban de manera improvisada, al más fiel estilo de la película Los 300, un grupo de granaderos se cubrieron con sus escudos formando una especie de tortuga sobre la joven que golpeaban, pasaron segundos o minutos, no lo sé, y vi cómo después deshicieron esa formación y dejaron tirada e inconsciente a la mujer. El paisaje estaba lleno de humo, de sonidos de patrullas, de insultos, de temor y de incredulidad al ver lo que estaba sucediendo en la Ciudad de México, un panorama desolador. Frente a la Alameda el enfrentamiento era todavía más cruento, había heridos, vandalismo (que fue lo que más difundieron los medios de comunicación “oficiales” demeritando la verdadera causa que originó todo). Regresé nuevamente a la calle Madero pero ahí ya los granaderos habían avanzado hasta la Torre Latinoamericana. Eran casi las dos o tres de la tarde y las cosas poco a poco se fueron calmando, la noticias en las redes sociales hablaban de enfrentamientos en diversos puntos de la ciudad, la Cámara de Diputados era un escenario “de guerra”. Así iniciaba el gobierno de Peña Nieto, así anunciaba el PRI su regreso al poder y así iniciaba una era de medios de comunicación dedicados a ocultar realidades y enaltecer al gobierno, de esta manera empezó un periodo histórico, en donde el presidente más joven que ha tenido nuestro país era repudiado por la juventud. Una época en que la
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protesta y la libertad de expresión iba a ser perseguida, encarcelada y desaparecida. Finalmente, cansado y temeroso, pero con algunas evidencias gráficas, me retiré del lugar, los enfrentamientos siguieron durante muchos días y han continuado en distintas formas de protesta y exigencia durante los años que lleva este periodo presidencial. Es difícil discernir que antes se veía por televisión que cuando los presidentes llegaban a Palacio Nacional eran vanagloriados entre aplausos y miles de papelitos de colores saludando a “su pueblo”. Ahora este “presidente” no lo pudo y no lo podrá hacer nunca. Aquel primero de diciembre quedará para siempre en la memoria de quienes estuvimos ahí, de los que pudimos ver el escenario de la dictadura, la represión, la impotencia, los que sentimos el miedo pero después el rencor; de los que ese día le perdimos el respeto a nuestros gobernantes y vimos desaparecer el poco honor que tenían nuestras fuerzas policiacas.
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A FRANCISCO C. PIEDRAGIL AYALA Sara Ayala Juárez Estado de México
–lo mataron– me dijo mi madre ¿cómo quebrarme ante ella? ¿cómo no tirar la pared a golpes? salí había una batalla en la ciudad te observé peleando como toda la vida qué ganas de tomar las armas y desquitar mi furia mi maldita rabia en el periódico vi tu foto estabas ahí tirado como basura como la pinche mierda que es quien te hizo eso malditas ganas de atarlos tal como lo hicieron contigo malditas ganas de abrazarte para atajar el tiro de gracia guerrillero tu búsqueda de justicia te condenó ante los cobardes
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sabían de tu honor y que jamás podrían contra él así que era más simple asesinarte no me despedí y esa noche ya no llegaste y ahora sólo me quedan estas ansias de vengarte y este recio mezcal que huele a ti y ahora sólo no sé qué decir y ahora estás muerto
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UNA HERMOSA RANCHERÍA Daniela Sosa Guerrero
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abía una vez una hermosa ranchería que se llamaba Cuatlamaloya, y se encontraba en la sierra del municipio de Atlixtac, Guerrero. Tenía 120 habitantes, entre adultos y niños. Para llegar a Cuatlamaloya se tenía que caminar aproximadamente como tres horas desde el pueblo de Atlixtac. Se caminaba por montañas, se cruzaba un río, varias peñitas, y más cerros, enormes, y cuando se llegaba a una loma o cima del cerro, lo único que se alcanzaban a ver eran cerros y más cerros. Un día a la maestra Daniela, de nuevo ingreso al magisterio, se le asignó para trabajar hasta Cuatlamaloya. Cuando le dieron su hoja de presentación, ella se imaginó varias cosas muy bonitas sobre la comunidad, la escuela, los niños, los padres de familia, el recibimiento que le iban a dar… pero todo resultó diferente a lo que se había imaginado. El día que se presentó con los padres de familia, ella les dijo que sabía hablar la lengua náhuatl, y uno de los señores le contestó que en la ranchería ya nadie hablaba ese idioma y los que lo hablaban ya se habían muerto. Ella se sintió triste porque los señores no valoraban su lengua materna. Los señores le dijeron que Don César iba a pasar a traer a Daniela, la maestra nueva, y a Cindy, la maestra saliente, al pueblo de Pochutla el día 4 de octubre, para hacer la entrega formal de la escuela. Ese día el río había crecido porque había llovido la noche anterior, así que las mandaron hasta el pueblo de San Miguel para que ahí se encontraran con Don César en la barranca de San Miguel. Al llegar a San Miguel tomaron camino para la barranca. Había un sembradío de maíz que escondía el camino.
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Trataron de encontrarlo pero no se veían nada más que los surcos de milpa, así que decidieron bajar todo derecho al oeste. Al llegar al final de barbecho no había ningún camino, más que árboles y arbustos llenos de arañas y telarañas. No había ni por dónde ir. Tardaron más de media hora gritándole a Don César para saber si ése era el camino correcto o si se habían perdido. Las maestras ya se habían desesperado. No sabían si continuar buscando el camino o regresarse a San Miguel. Ellas siguieron gritando el nombre de Don César hasta que éste les contestó. Las maestras le pidieron que las fuera a traer hasta el barbecho porque ellas nomás no encontraban el camino. Se sentaron bajo la sombra de un árbol y esperaron, luego caminaron cerro abajo hasta llegar a la barranca y de ahí tuvieron que subir caminando otro enorme cerro. Al llegar a la cima estaba el rancho de Don César. Ya su esposa los esperaba con tortillas calientes y chilefrito de salsa verde (salsa frita con huevo) para almorzar. Después del almuerzo volvieron a bajar el cerro por el lado sur para llegar a la ranchería. En la caminata la maestra Daniela se resbaló y cayó sentada al suelo tres veces, porque el sendero estaba muy empinado y muy pedregoso. La maestra Daniela preguntaba si faltaba mucho para llegar y Don César solo le decía que faltaban cinco minutos, pero esos cinco minutos eran eternos. Al llegar a la otra barranca tuvieron que subir otro cerro más hasta llegar a la escuela. Cuando llegaron vieron que los padres de familia y ciudadanos de la comunidad ya estaban chaponeando (cortando o trozando) la pajonera (mozotera o hierbas grandes). Al abrir el salón la maestra Cindy se dio cuenta de que alguien había entrado a registrar sus cosas personales y se había llevado algunos materiales didácticos de los niños. Entonces las maestras decidieron levantar un acta y reportarlo con la supervisora. Ese mismo día tuvieron que regresarse a Chilapa para dar a conocer el incidente en Cuatlamaloya.
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El salón de Cuatlamaloya no parecía un salón de clases, más bien parecía una casa común y corriente, las paredes eran de adobe y el techo de lámina galvanizada, solo había una mesa de madera, 15 sillitas, un pizarrón, las mesas para los materiales las habían hecho los padres de familia, había poco espacio para jugar con los niños de preescolar porque el terreno de la escuela es compartido con la primaria. Un martes la supervisora citó a los padres de familia de la ranchería. La maestra Daniela tenía la esperanza de que no la hicieran regresar a esa comunidad, porque estaba muy lejos, no había carretera, ni luz, ni servicios de salud, incluso llegó a arrepentirse de haber estudiado para maestra y se preguntaba el por qué no se salió de la Normal para estudiar otra licenciatura. En el camino de regreso sentía muchas ganas de llorar, pero no lo hizo, prefirió tragarse sus lágrimas y portarse valiente con las nuevas cosas que tenía que enfrentar. Durante la reunión, la supervisora les llamó la atención a los padres de familia sobre la situación del robo. Los señores en defensa dijeron que ya había un acuerdo de poner más vigilancia en la escuela para que no sucediera ningún otro incidente. La supervisora les dio otra oportunidad y mandó de regreso a la maestra Daniela. La maestra Daniela casi con lágrimas en los ojos aceptó las actas de entrega, las llaves y los sellos de la escuela. Los señores le dijeron que vendría el muy mentado Don César a recogerla en Atlixtac para llevarla a la ranchería. No había más que aceptar y resignarse. Llegó el domingo de irse a la comunidad, pero no se fue sola se fue acompañada de su hermana Valentina. Al medio día tomaron camino para la ranchería, un carro las dejó en Potreros y de ahí agarraron caminando a Cuatlamaloya. Cuando llegaron el sol ya se había metido, todo se veía oscuro, en la última bajada del cerro los había agarrado
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la noche. Daniela estaba triste por su mala suerte, pero pensó positivamente cuando miró las estrellas, a pesar de que estaba muy lejos y de que no había luz se podían mirar las estrellas, la luna o la puesta de sol. Al día siguiente esperaba conocer al maestro de primaria, pero se llevó una gran sorpresa, pues ya hacía casi dos años que los niños no tenían maestro de la primaria, porque la maestra que se había ido, ya no regresó. Al otro día era la fiesta de San Lucas y todos los habitantes se concentraron en la capilla que estaba al lado de la escuela, sus alumnos se presentaron a clases y al salir al recreo varios niños más grandes que los pequeñines de preescolar se acercaron a ver cómo jugaban los alumnitos del preescolar. La maestra Dani les preguntó su nombre, cuántos años tenían, qué estudiaban, si sabían leer y escribir. Los niños le dijeron que no sabían leer ni escribir porque ellos solo habían terminado el preescolar y que la maestra se había ido sin decir un porqué. Para estudiar tenían que ir a Atlixtac, pero había familias que no tenían casa o familia en la cabecera municipal para encargarles a sus hijos y que así pudieran estudiar la primaria. Decían que había un albergue, pero los niños no estaban acostumbrados a comer lo que les daban ahí, o contaban que una vez una familia dejó a sus niños en el albergue, pero los niños no se acostumbraban a estar sin su familia, así que se escaparon y se regresaron a su casa ellos solos. La carita de los niños decía que tenían ganas de aprender, porque cuando la maestra regresó con sus niños al salón todos los demás niños la siguieron para mirar cómo aprendían los niños pequeños. La maestra empezó a investigar la razón de la ausencia de la maestra de primaria, y el porqué no habían solicitado otro maestro porque había muchos niños sin estudiar, y la escuela más cercana les quedaba a tres horas de camino. Los señores contestaron que la maestra se fue sin decir
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nada, y que en Chilpancingo había dejado un documento en donde decía que fueron los padres de familia quienes la corrieron, y que ellos habían metido varias solicitudes para que se les asignara un maestro, solicitudes en el municipio, con la Secretaría en Chilpancingo, con los partidos políticos, pero ninguno les había dado una respuesta favorable. La maestra Daniela era poco conocedora de la reforma educativa, pero con lo poco que sabe o lo que ella entiende de lo que se trata es de se reforme el sistema educativo en México para mejorar la calidad de la educación y así formar alumnos competentes, pero entonces se hizo un montón de preguntas: ¿Qué es lo que pasa con el maestro de primaria de Cuatlamaloya? ¿En dónde está esa muestra de querer mejorar la educación, cuando no hay maestros? ¿Hasta cuándo los niños tendrán maestro de primaria? ¿Cuándo se reabrirá la escuela primaria? ¿Cuánto tiempo más estarán los niños sin aprender? ¿Cómo recuperarán los años perdidos sin estudiar? ¿En dónde queda el cumplimiento del Artículo 3° de la constitución? ¿Acaso no se les respetará su derecho a la educación? ¿La educación, no es un derecho para todos los mexicanos?... Son muchas preguntas las que se hizo la maestra Daniela, es cierto que ella no quería regresar por lo lejos que se encuentra la comunidad, pero ella aceptó su compromiso con los alumnos, con los padres de familia, con la educación, pero más… con ella misma.
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EL TEOREMA DE YIOVANI Pterocles Arenarius Ciudad de México La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad. John Donne
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Cada acto al cumplirse, adquiere condición estática equivalente a la muerte. José Vasconcelos
iovani Hernández era mi alumno en el primer curso de secundaria abierta en la Escuela de Superación Activa, ESA; la única escuela de “iniciativa privada” –en realidad fundada en precarias condiciones por tres estudiantes desempleados y urgidos por no ser más dependientes económicos de nuestros papás– en aquellos años en Acayucan, Veracruz. Yiovani, hijo de cañeros, jornalero él mismo desde sus once años, pequeño de estatura y delgadito, pero recio y correoso por el rudo trabajo y casi negro de tanto sol, era muy duro de mollera, estuvo tres veces en el primer curso y nunca logró pasar por completo del primer grado. Avanzó en Ciencias Sociales, en Ciencias Naturales hasta el tercer grado, pero en Matemáticas, aunque llegó a tomar los tres cursos nunca logró aprobar un examen. –La suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa… –¿No me lo esplica más fácil, mairo. –Alguna vez le pedí a Yiovani que no me dijera mairo, porque, le aclaré, no soy albañil. Pero no me hizo caso o se le olvidó. Al final me resigné justificando que “de alguna manera todos somos albañiles, porque siempre algo construimos, aunque sea
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a nosotros mismos. De alguna manera vivir es construir. Porque el que no construye, destruye. Ni lo permita Dios”. –Yiovani, es muy fácil; repite, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa… Mira, cómo te diré…, es una ley de Dios… Es hermosísimo, en serio… –Aaaah, a poco… ¿Eso qué va a tener de chulo, mairo? A ver: La suma de los catetos es igual a la hipotenusa. –Casi te lo aprendes, ya na’ más agrégale los cuadrados… –¿Pos cuáles cuadrados? Ah, sí, los cuadrados de los catetos son igual a la hipotenusa. –Al cuadrado de la hipotenusa…, la suma… –¿Los catetos son igual al cuadrado de la hipotenusa? –Te lo voy a apuntar y te lo aprendes de memoria. Luego te lo explico ya con números. –¿Y pa’qué le quiere to’avía meter números, mairo? No manche… Nunca se aprendió el Teorema de Pitágoras. Ni siquiera como perico, como pensé que podría lograr que, si de tal manera se lo aprendía, sería más fácil enseñarle la relación entre los números y, quizá en algún momento de apoteosis, presentarle la demostración, sin pretender que llegara a aprendérsela, nada más para ver si lograba fascinarlo, deslumbrarlo para que le tuviera un poquito de amor a las Matemáticas. No pude. Un fracaso más. Pero me justifico y me consuelo pensando que Yiovani, aunque lo parecía, no era un chico normal. Sin duda su cerebro había sido dañado irreversiblemente (¿al momento de nacer por asfixia, en su infancia por desnutrición, en algún otro momento por los golpes y las drogas?) y su inteligencia no había llegado más allá de los ocho años de edad, por más que su oficio –alterno por temporadas al de jornalero– de vendedor ambulante en los camiones foráneos lo hubiera vuelto listo, astuto y rápido para decidir, como un animalito matrero. También me consuela que si
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hubiera habido mejores condiciones, menos obstáculos, sin duda le habría enseñado al menos el Teorema de Pitágoras, junto con todo lo previo necesario para entenderlo. Porque nos hicimos muy buenos amigos. Y a los buenos amigos, si los tratas con frecuencia, les enseñas hasta sin querer. Y también les aprendes. Luego pasó el tiempo y dejé de ver a Yiovani. Todavía supe que se había fugado de la casa de sus padres, para entonces él tendría unos dieciocho años. Llegaron muchos más jóvenes a nuestra pequeña escuela. Unos sumamente inteligentes, otros normales. Casi todos alcanzaban el progreso negado a Yiovani. En poco tiempo me llegaban noticias de que ya asistían a escuelas superiores a la secundaria. Con los años me encontré a algunos que fueron a la universidad y hasta supe de alumnos míos que eran exitosos profesionales. Muchos más partieron de Veracruz, porque la circunstancia fue descomponiéndose cada vez más. Sé que muchos se han ido al extranjero. En este momento su país no le da ni lo elemental a la mayoría de sus hijos, ni siquiera a los más talentosos. En cambio, los ricos y los que han logrado poder político acumulan más y más riqueza obscena e irracionalmente. Al parecer lo harán hasta que esto estalle y se autodestruya. Entonces nadie se salvará. Ni siquiera los ricos ni los poderosos. Comprendí que ya no estábamos al borde del abismo, sino que íbamos en plena caída libre y éramos impotentes para resolver los grandes problemas que nos afectan y que van a terminar por destruirnos. Cada año hay miles de asesinatos y nadie hace nada. ¿Cuántos de mis ex alumnos habrán muerto? Por fortuna no he sabido. Una noche reciente, pasadas ya las lluvias, en el otoño de este año, caminaba por mi colonia, iba hacia mi casa. Llovía como despedida de la época de aguas y la calle estaba oscura. Me detuve en la tienda del barrio a comprar algo que cenar. Entré y pedí un litro de leche. Escogí un poco de pan.
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–La suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. ¿Sí o no, mi mairo? –Me volví a verlo y sentí la avalancha de gusto después de quizá diez años sin saber de él. Era el mismísimo Yiovani. Era otro: estaba muy grueso y había adquirido un gesto brutal. También había crecido mucho más de lo que supongo cabía esperar, vestía ostentoso y chillante, casi ridículo–. Pero ¿cómo le hizo pa’meterse aquí, mairo? –¡Yiovani Hernández, qué gusto! No entiendo, vengo a comprar algo que cenar. –No me hizo caso y fue apresurado, violento, a la entrada. Le habló a alguien que yo no veía–. Bueno, ¿tú hijue’puta, tragas verga o qué, chingado pendejo? Ya se metieron y tú ni miras. Por una de éstas un día te va a cargar la puritita chingada, vale. Te salva que este ñor que se te metió es mi mairo de la secundaria. Que te valga, chavo. Si no ya ni la contabas. Póngase bien listo y no sea tan pendejo… –me acerqué un poco; le hablaba brutalmente a un jovenzuelo de unos diecisiete años; era un muchachito que incluso me recordó al Yiovani que fuera mi alumno, a esa edad quizá diez años atrás. Creí entender más o menos qué ocurría. El mozalbete tan duramente reconvenido no contestó, aceptó los insultos y el regaño y sacó de su saco una espantosa arma. Una metralleta recortada y se aplicó a vigilar la calle. Yiovani regresó, muy sonriente. –¿Cómo ve, mi mai, sí me aprendí el…, ¿el cómo se llama?..., el d’ese de Pitágoras. P’s si Pitágoras no miente, ¿sí o no? –Pero ¿qué haces aquí, Yiovani, quién es ese niño con esa arma? –La tienda estaba sola. Únicamente un hombre abatido, acobardado nos miraba desde detrás de su mostrador. –Véngase pa’cá, vamos a hablar aquí con el don. Pa’ que vea lo que es mi jale. No estudié porque soy bien pendejo, pero no me va mal, hágase pa’cá… –Me llevó
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hasta que encaramos al hombre que nos miraba con gesto atroz desde el otro lado del mostrador de la tienda–. Sale, mi compa, ya no aleguemos que ya me voy. ¿Cuánto pagas ’orita, mi buen?, digo, pa’que no tengas un mal problema. Pero échale ganas… –Mi jefe, por el amor de Dios, no tengo apenas para comer con mi familia. –¿Cómo ves, mai? Si no cumplen. Luego chillan cuando les quemamos sus cuchitriles. –Señor, de verdá, perdónemela hoy, deme tres días, ’orita sí estoy bien fregado, no tengo dinero… No puedo pagarle… Por el amor de Dios, tenga tantito así de piedad. –El hombre se puso a llorar. Al ver que Yiovani era mi amigo se dirigió a mí–. Usté, profesor, dígale al jefe que no sea malo, que sea asinita consciente. Orita no puedo pagarle. Dígale que por favor me espere, yo sí pago. Ya tengo el año dándoles. Pero ora sí no puedo. Por este día y dos más… –Es don Andrés, tiene cuarenta y dos años. Es el dueño de la pequeña tienda más cercana a mi casa; su capital invertido acaso llega a los cincuenta mil pesos. Su familia está compuesta por cuatro hijos de diez años para abajo y su esposa de treinta y cinco. Tenía que pagar –después me enteré– diez mil pesos mensuales a la organización. –Bueno, ya no chilles, cabrón. Dame lo que tengas. Si no orita verás qué desmadre te hago y ni tú ni yo, que todo se vaya a la mierda. Voy a quemar este chingado mugrero. –Ya le dije, señor, no sea malo. Llévese mercancía. No tengo ni para amanecer mañana. –¡Y yo pa’qué putas quiero mercancía! –gritó Yiovani furioso, inimaginable, brutal– Vamos a ver. –Sacó un revólver. Cuidadosamente lo manipuló observándolo con el cañón dirigido hacia arriba. Cortó cartucho–. Mira, cabrón, ya tengo cartucho cortao. Orita capaz que se me va un balazo hasta sin querer. Dime, ¿te mato o me pagas? –El tendero lloraba abiertamente.
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–No me mate, mi jefe… Por favor, no me mate. –¡Pos págame, hijo de tu puta madre! –En un arranque Yiovani golpeó a Andrés con la pistola en el rostro. El comerciante no intentó defenderse, ni siquiera hizo por esquivar el impacto. Su cabeza se sacudió con el golpe y me dio la impresión de que quedó balanceándose. Vi que un ojal monstruoso en su pómulo se abría. Vi la carne blanca que muy pronto se enrojeció y empezó a dejar salir la sangre en abundancia. Andrés no reaccionó. Ni intentó limpiarse la sangre que corría por su cara. –No tengo dinero que darle, señor. –Me llevé las manos al rostro. –¡Yiovani!... ¡No, por favor! –No te asustes, cabecilla. Trabajo es trabajo. –Me tomó por el hombro–. No fue bueno encontrarnos así. Ya ni me acordaba que tú eres muy buen plan. Mejor váyase, mi mairo. Yo ya na’más me quiebro a este pendejito y también me voy. Mejor usté ya váyase. –¿Lo vas a matar? –Pos no paga. –Yiovani… –me puse a llorar. No pude evitarlo–, mátame a mí también. –¿Eh…? –me miró completamente desconcertado–; ¿eso quieres?, ¿y a ti por qué? –Porque no debes matar a nadie por no tener dinero. –Yiovani me miró como miraría a un extraterrestre. –Y si no paga, ¡qué? Me lo tengo que quebrar por pendejo. En cualquier ratito me van a quebrar a mí, cabrón, ¿no sabes! A la mejor ’orita que me vaya…, a la mejor al rato o mañana. Pero no tarda. Mientras, me voy a llevar a este compadre que no paga. Además, ¿sabes qué? Yo ya no me ensucio las manos, el que se los quiebra es el chamaco… Ahi nos vemos. Véngase, vámonos, porque ese chavo sí es bien matón. –Yiovani, aquí me quedo.
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–Pos ahi como usté quiera. Yo se lo alvertí… –se quedó pensando un momento–. Ándele, ya vámonos. Total qué, que se lo quiebren… ¿No sabe que todos nos vamos a morir? –Sí, Yiovani, todos nos vamos a morir. Pero unos nunca se aprendieron que la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa. –Me miró sin expresión. Se quedó un minuto eterno mirándome sin gesto. Dos lágrimas asombrosas corrieron de pronto por sus mejillas. Dijo lentamente: –La suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa… –guardó silencio otro largo rato, inclinó la cabeza, luego me habló como agrediendo– ¿Qué puta mierda es eso? ¿Qué putas es lo que tiene de hermoso? ¿Y para qué chingados sirve? –se limpió las lágrimas con rabia y salió caminando a toda prisa. Don Andrés, el tendero y yo nos quedamos esperando que entrara el joven sicario de la metralleta recortada a matarnos. Nos fuimos a la trastienda. Pensamos que quizá quemarían el negocio. Esperamos una eternidad, Andrés rezaba con la sangre casi coagulada en su herida de la cara, fueron diez minutos. Luego oímos que alguien, dando toquidos sobre el mostrador decía: –¿Nadie atiende? Señor Andrés, un kilo de azúcar…
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PRUEBA DE RORSCHACH Ayotzinapa, 43 de septiembre
Óscar Paul Castro Sinaloa
Soy puto Soy un hijo de puta Soy una puta Soy un niño de la calle Soy un niño ignorado por su padre Soy una niña golpeada por su madre Soy un niño Soy una niña Alguien que debía amarme y protegerme abusa de mí Soy una niña que visten de princesa en un país que se muere de hambre Soy un policía El cañón de la pistola del gobierno toca mi nuca El cañón de la pistola del crimen toca mi frente Soy un policía Y el cañón de mi pistola te apunta a ti Soy madre sola 18 horas de trabajo me desgarran el rostro Soy madre Sola No tengo rostro Soy una madre sola No tengo nombre Soy el negro Soy el joto Soy el prieto Soy la torta del salón Soy la marimacha Soy el que se viste de mujer El que vive en la calle La que tiene hambre El que muere solo El niño abandonado por sus padres El viejo abandonado por sus hijos Soy espejo Soy espejo y me reflejo
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En este momento Me están desalojando de mi casa En España En México En Estados Unidos En este momento Me están lapidando porque amé a un hombre que no era mi esposo Me están moliendo a golpes porque soy hombre y amo a otro hombre En este momento Escucho caer las bombas a unas cuadras de mi escuela En este momento Me están tirando a un canal en Culiacán Mi cuerpo se está disolviendo con ácido en Tijuana Mi cuerpo se está pudriendo en una fosa en Iguala En este momento Está entrando una bala en mi cuerpo Y la sangre y la vida salen de mí Porque creo en otro Dios Porque no creo lo que me dicen la tele los curas los políticos Toma mi voz Es tuya Haz que se eleve por encima del dolor y la miseria Y que salga viva de entre el lodo de la muerte
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DIÁLOGO DE SORDOS, REPRESIÓN ANUNCIADA Jairo García Ramírez Guerrero
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esde muy temprano repicaban las campanas de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús que llamaban a sus feligreses a la homilía de las siete de la mañana, el aire fresco de Chilpancingo se sentía un poco raro, al fondo de un campamento magisterial casi al llegar al cruce con la avenida Burócratas varios comerciantes gritaban atole, café, ¡booolilloooosss! –¿De qué va a llevar joven? –preguntó una señorita risueña. –Gracias, muy amable –respondí y seguí mi camino hacia las instalaciones de la Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación en Guerrero (CETEG). Al llegar saludé a varios profesores de la Costa Grande que ya levantaban sus casas de campaña donde habían pernoctado, era viernes 5 de abril de 2013, y apenas unas horas antes se había sostenido una reunión de trabajo con el secretario de gobierno, el aguirrista Humberto Salgado Gómez y el secretario de finanzas Jorge Salgado Leyva, un priista de la vieja guardia chilpancingueña. El movimiento magisterial guerrerense exigía en ese momento, que se pagaran los salarios retenidos de más de seis mil trabajadores –retenidos de manera injustificada la primera quincena de marzo– y que se reenviara de nueva cuenta al Congreso Local la iniciativa de reforma a la Ley Estatal de Educación, que apenas el día martes 2 de abril de 2013, los diputados locales del PRI, PRD, PAN, PT, Nueva Alianza Partido Verde y Movimiento Ciudadano habían rechazado, argumentando que ninguna ley estatal puede estar por encima de la una ley federal.
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La iniciativa fue un show más a favor del gobernador Ángel Aguirre Rivero. La mayor parte del congreso estaba controlado por su hijo, Ángel Aguirre Herrera, diputado local por el PRD, quien a pesar de que no lideraba ninguna bancada partidista, tomaba decisiones a nombre de su padre. Uno de los puntos de la iniciativa era que se tomaran en cuenta las condiciones sociales y lingüísticas del gremio guerrerense para la evaluación magisterial. La iniciativa se redujo a trámite burocrático. El viernes cinco de abril se tenía programada una mesa de negociación a las 12:00 pm, en la residencia oficial Casa Guerrero con el ciudadano gobernador, muchos colegas advertían lo que la prensa local registraba, el aumento de la represión hacia la lucha magisterial. La comisión política de la CETEG llegó puntual a la cita, los secretarios de gobierno, de finanzas y de educación flanqueaban al inquilino de Casa Guerrero, asesores y fotógrafos oficialistas buscaban el mejor asiento. Ángel Aguirre Rivero, sonriente, lanzó la pregunta: “¿para qué reunirse nuevamente con el gobernador?”, aludiendo a que el problema de la reforma educativa en Guerrero estaba rebasado, días antes la iniciativa de reforma a la Ley Estatal de Educación que mandó como gobernador, había sido rechazada por el congreso local. Ninguno de los superasesores o secretarios tomaban la palabra, el gobernador creía terminado el conflicto. Minutos después de haber iniciado la reunión las bases magisteriales de la CETEG determinaron marchar hacia la Autopista del Sol. Mientras los dirigentes discutían con el gobernador, las bases tomaban las decisiones del movimiento. Los agentes de gobernación –algunos disfrazados como parte integrante de la prensa– ya informaban oportunamente sobre la marcha. La respuesta del gobernador no se hizo esperar: –Esta reunión no nos llevará a ningún lado. Si continúan las marchas y bloqueos, nosotros como autoridad tendremos que aplicar la ley.
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Los dirigentes magisteriales replicaron, eso de “aplicar la ley” lo entendemos como represión, y en un estado donde se dice que gobierna la izquierda debemos buscar los mejores canales de diálogo y de consenso cuantas veces sea necesario. Vinieron más intervenciones de los integrantes de la comisión política de la CETEG, Aguirre Rivero dejaba ver su molestia con muecas sarcásticas mientras se exponían los argumentos del magisterio disidente. La agenda era muy clara, no se podían analizar varios puntos si no había una posición clara por parte del gobierno del Estado, en específico de la Secretaría de Educación Guerrero (SEG) ante la evaluación que proponía la Reforma Educativa, Humberto Salgado Gómez como secretario de gobierno insistía en analizar otros puntos, para así ganar tiempo y poder levantar al gobernador de la mesa lo antes posible, Silvia Romero Suárez, Secretaria de Educación del gobierno aguirrista, hacía eco de la postura de Luis Enrique Miranda Nava, subsecretario de gobernación, “no podemos hacer o proponer una ley a modo, los maestros se tienen que evaluar, es una ley federal, nadie puede cambiarla, los diputados locales fueron muy responsables, no se puede, no se puede”. La reunión seguía acalorada y sin avances claros, afuera, los contingentes de todas las regiones del estado ya avanzaban en marcha hacia la Autopista del Sol. Visiblemente molesto Aguirre Rivero respondió de manera tajante: –Los diputados han cumplido con su trabajo, ya analizaron la iniciativa, no es viable, volver a enviarla no tiene sentido, yo pensé que en esta reunión tocaríamos otros puntos que son de su interés, pero no, de ser así vamos a seguir anclados, ustedes con sus marchas y yo sin poder darles una respuesta. La réplica del oriundo de Ometepec dejaba ver que la postura era la misma, plegarse con puntos y comas a las disposiciones de la Reforma Educativa Federal, es decir,
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evaluar a todos de la misma manera, sin tomar en cuenta las condiciones sociales, económicas y culturales de las distintas regiones de Guerrero. El tiempo transcurría y la discusión subía de tono, el avance era nulo para el gremio disidente. El secretario de finanzas del gobierno del estado, Jorge Salgado Leyva quiso condicionar el pago de los salarios retenidos a los profesores si la marcha y el bloqueo avanzaban sobre la Autopista del Sol, para ese momento los contingentes realizaban un mitin político frente la Procuraduría General de Justicia, la comunicación fluía entre los funcionarios y los agentes de gobernación. La comisión política reclamaba al gobernador la falta de voluntad política para buscar solución al conflicto magisterial, los secretarios visiblemente molestos preparaban el levantón junto al gobernador, sin embargo, alguien le pasó una tarjeta al gobernador y este detuvo su intento en levantarse de la mesa, siguió escuchando muy molesto las demandas del magisterio y en cierto momento también reclamó: –Fui vapuleado a nivel nacional por los medios de comunicación por mandar una iniciativa y sentarme con ustedes, no se olviden de su compromiso con los niños y con las clases –remató el gobernador. Vinieron dos intervenciones más de los dirigentes magisteriales, la postura era la misma: –Si no hay disposición de avanzar, nosotros también responsabilizamos al gobernador de lo que pueda ocurrir ante esta problemática social –contestó Minervino Morán. Gonzalo Juárez pedía serenidad y compromiso para buscar una solución, las intervenciones fueron en vano, alguien le pasó un teléfono celular y Aguirre fingió hablar por teléfono, la decisión estaba tomada y la represión estaba anunciada, supuestamente terminó de hablar y dijo: –Me comunican que sus compañeros acaban de cerrar por completo la Autopista del Sol, vamos a tomar cartas en
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el asunto, pero no caeré en la provocación del compañero Minervino –Aguirre quiso personalizar la lucha de la CETEG–, respeto mucho sus palabras pero no comparto, las rechazo de manera contundente. Los asesores, secretarios y fotógrafos se levantaron al mismo tiempo, dos reporteros oficialistas se acercaron al gobernador con grabadora en mano, éste aprovechó para salir por la puerta más próxima. Los de la comisión política de la CETEG se miraban unos a otros sin decir palabra alguna, el enojo era evidente, la incapacidad gubernamental tenía nombre y apellido. Los dirigentes sindicales salieron visiblemente molestos de Casa Guerrero y caminaron en grupo hacia la Autopista del Sol, donde la fila de carros aumentaba cada minuto en los cuatro carriles. La noticia ya corría entre las bases, no hubo avances, el gobernador se levantó de la mesa decían los profesores de la zona centro, los compañeros de la Costa Chica se aglomeraban al pie de una bandera rojinegra que fue símbolo y escudo de varias marchas desde que había iniciado el movimiento magisterial, en tanto los secretarios generales de la Costa Grande recibían la información, las bases bloqueaban la salida de la carretera libre a Tierra Colorada y la entrada a la tienda departamental de Liverpool. El magisterio de La Montaña –que era el contingente más numeroso– tenía cerrado por completo el carril sur-norte con dirección Acapulco-Chilpancingo. La tensión apenas empezaba, sonaron varias sirenas de la policía federal, las llamadas a los celulares de la Comisión Política no se hicieron esperar, ofrecían otra reunión pero sólo con el secretario de gobierno para agilizar el trámite de los salarios retenidos, la respuesta del magisterio fue contundente: “¡Queremos que se siente el gobernador y que haya respuestas a los acuerdos que se tienen!” Posiblemente fueron más de 30 llamadas. Una de ellas era del subsecretario de gobernación, Luis Enrique Miranda,
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“si retiran el bloqueo hoy mismo pagamos los salarios retenidos” era una de sus propuestas, la otra era que se podía pedir a la Cámara de Diputados que tomara en cuenta los planteamiento de la CETEG para las leyes secundarias de la reforma educativa. Más llamadas de la CNDH: “que no se violara el derecho de libre tránsito y que aceptaran la mesa con el secretario de gobierno”. La marcha había aglutinado a más de siete mil profesores y la demanda era única. “¡Queremos respuestas claras!” gritaban los profesores de La Montaña. Las horas transcurrían, el bloqueo a la Autopista del Sol generaba molestias del gobierno y largas filas de autos y camiones de carga, sobre todo de empresas como Lala, Bimbo, Pepsi, Barcel, Coca Cola, etc. Los medios nacionales ponían sus ojos en el conflicto magisterial en Guerrero, Milenio TV, y El Universal se preocupaban más por destacar cuántas horas llevaba cerrada la autopista que por informar con veracidad. A las 5:10 pm, sonó el ruido del primer helicóptero Black Hawk de la Policía Federal, se aproximaba la represión, el rumbo del conflicto magisterial intentaba definirse desde Casa Guerrero, la bases magisteriales resistían ante la inclemencia del sol y del hambre. Minutos antes de las 6:00 pm., llegaron más de treinta patrullas de la PF a las inmediaciones del hotel El Parador del Marqués. Al frente de los cuerpos antimotines estaba el comandante José Luis Solís López (a) “Espartaco”, quien gritaba con un altavoz, “les damos cinco minutos para que liberen el paso, señores, no queremos usar la fuerza pública, no venimos a golpearlos, queremos que liberen la vialidad”. “No venimos a golpearlos…” pero los comandantes de grupo de la PF llevaban armas largas, para ese momento varios compañeros de la Costa Chica ya tenían identificados a policías federales vestidos de civil que tomaban fotos y grababan video. Varias maestras fueron las encargadas de vigilar todos sus movimientos. Uno de ellos advirtió que
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había sido descubierto y como un cobarde se perdió entre una gasolinera y una bodega del grupo Lala. Mientras los antimotines golpeaban sus escudos con sus toletes, las maestras de la Costa Grande preparaban tostadas de atún. Pocos profesores querían comer, se sentía la tensión en el aire, los nervios se crispaban, las sirenas de las patrullas no dejaban de sonar, una maestra de la Tierra Caliente se acercó y nos dijo: –Aquí traemos estopa y cocacola por si esos perros nos tiran gas lacrimógeno, ¡no se me rajen compañeros! Todos respondimos “¡Se ve, se siente, Tierra Caliente está presente!” La maestra se dirigió al centro del bloqueo donde los profesores de la Costa Chica ya colocaban una enorme llanta de tractor. La tarde caía y la tensión aumentaba. A las 6:40 pm, los secretarios generales convocaron a una reunión de bases urgente. En medio del plantón los dirigentes tuvieron que sumarse al debate. Una única propuesta: ¿se levantaba el plantón o se seguía con el bloqueo? La noche se aproximaba, los minutos avanzaban y antes de ocultarse el sol, apareció detrás de las patrullas una flota como de diez autobuses llenos de policías federales con equipo antimontín. Sergio Ocampo reportero de La Jornada preguntaba qué se había decidido en la reunión, Eric Chavelas fotógrafo de El Sur buscaba las mejores tomas mientras los antimotines descendían golpeando sus toletes. La policía federal avanzó casi cincuenta metros hasta quedar muy cerca de los contingentes de la región Centro y La Montaña. Los profesores de Acapulco se pusieron en guardia y atravesaron al frente la camioneta del sonido. El comandante “Espartaco” dio por terminado el tiempo de espera y de consenso, se fue atrás del primer grupo de policías y con un altavoz gritó: “avancen sin responder agresiones”. Por el acento de los policías supimos que varios de ellos eran chilangos. Ahí ocurrió el primer encontronazo. Un policía disparó un cartucho de gas lacrimógeno, lamentablemente éste no se accionó y
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los policías avanzaron a patadas y toletazos. El contingente de La Montaña resistió el primer embate. La policía federal se replegó unos metros cuando vio que una mujer policía cayó en medio de la trifulca, los gases lacrimógenos aumentaron por doquier. Todos nos aglutinamos en medio de la autopista. El olor pestilente del gas ya le hacía efecto a más de uno, pero seguíamos resistiendo la represión. Dos helicópteros Black Hawk, con enormes lámparas y visores nocturnos, intentaron descender en medio de los carriles de la Autopista del Sol. Las llamaradas de la llanta de tractor se levantaron tan alto que los ahuyentaron provocando una gran polvareda que se mezclaba con la pestilencia del gas lacrimógeno. El magisterio guerrerense volvía vivir una represión policiaca como en los años setenta cuando el PRI institucionalizó la guerra sucia y la represión como estilo de buen gobierno y en contra de toda voz que no coincidiera con las decisiones gubernamentales. Cuando unos compañeros de Ayotzinapa atravesaron un camión de la Estrella de Oro, varios profesores gritaban, “avancemos en marcha por Liverpool”. Nadie reconocía a nadie. La noche había caído, el penetrante olor del gas hacía que todos estuviéramos con la mano, la camisa, la blusa o la playera en la boca para poder caminar. Cientos de profesores se desplazaban por una calle lateral del Río Huacapa, precisamente frente a Liverpool. La PF había cumplido, había desalojado a los maestros de la Autopista del Sol. Cuando los últimos contingentes de profesores se replegaban la embestida fue más fuerte, balas de goma, gases lacrimógenos, toletazos. Varios profesores de edad avanzada fueron perseguidos por la policía federal y golpeados hasta el cansancio, algunos de ellos sufrieron fracturas en los brazos, piernas y cráneo. Profesores perredistas de hueso colorado se lamentaban de haber votado por Ángel Aguirre, decían “es la misma chingadera que si gobernara el PRI”.
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Cansados, asoleados, golpeados y sin comer, regresábamos a nuestro campamento en marcha, cuando una voz gritó, “agárrenlo, agárrenlo, ¡agárrenlooooo es un policía federal!” Los profesores de Costa Grande, Costa Chica y Tierra Caliente le dieron alcance a un sujeto chaparro y gordo, portaba una placa de agente de gobernación, una pistola 9 mm, y tres cargadores llenos de cartuchos, tan cobarde se mostró que suplicaba que no lo trataran mal porque sufría de hipertensión arterial y diabetes. El coraje llevó a una maestra a decir, “va a marchar con nosotros y sin zapatos, quítenselos y nos lo llevamos al campamento”. La propuesta tuvo eco. A lo lejos se escuchaban las consignas de la región Centro: “¡Aquí y allá, la lucha seguirá!”, “¡se ve, se siente, la lucha de la CNTE!”. Minutos antes de las 9:00 pm., comenzaron a llegar los primeros contingentes, molestos y llenos de coraje por la represión. Nunca se vio a observadores de Derechos Humanos. Sólo había indignación entre las bases del magisterio guerrerense. Un grupo de profesores de la región Centro habían detenido a otro policía federal infiltrado en el movimiento. Los dos agentes detenidos fueron llevados a las instalaciones de la CETEG. Mientras seguían llegando los contingentes se supo que había ocho profesores heridos de gravedad en el hospital del ISSSTE, como a 500 metros de las instalaciones del magisterio disidente. Ahí también recibían atención médica los policías heridos en el desalojo, después de un intercambio de jaloneos con el comisario de la PF se llegó al acuerdo de sacar a los policías heridos para llevarlos a hospitales particulares sin que a los profesores internados se les considerara como detenidos por algún delito. Entre empujones y mentadas de madre, varios camilleros sacaron a cinco policías que recibían atención médica, las entradas del hospital eran resguardadas en su mayoría por profesores de la región de La Montaña.
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La jornada de ese día aún no terminaba, se estaba citando a una conferencia de prensa para las 11:00 pm, donde se daría el posicionamiento político de la CETEG sobre la represión y se entregarían a representantes de Derechos Humanos los dos agentes retenidos durante la marcha y el bloqueo. Para esa hora los sitios web de Milenio, Televisa y El Universal se desvivían en loas hacia el comandante “Espartaco”, en tanto que en la sala de espera del hospital del ISSSTE varios esperábamos los primeros informes médicos de los compañeros lesionados, quienes se reportaron fuera de peligro pero con golpes y heridas severas. La historia se volvía a repetir, después de acaloradas discusiones, las reuniones con autoridades de gobierno –incluido el gobernador– fueron improductivas, las decisiones estaban tomadas, la reforma educativa se tenía que implementar a sangre y garrote, no importando cuántas voces estuvieran inconformes, el diálogo con el gobernador Aguirre terminó en platicas de sordos, la negligencia fue el platillo fuerte y la represión estaba anunciada desde el momento en que se levantó de la mesa y espetó “tomaremos cartas en el asunto y aplicaremos la ley”. La postura no cambió y finalmente la Policía Federal le cumplió el gusto, con gases y toletazos intentando callar las voces del magisterio disidente en el mismo lugar donde dos años antes, el 12 de diciembre de 2011, la fuerzas del estado asesinaron a sangre fría a dos estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús.
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DÉCIMAS DE LA LUCHA MAGISTERIAL Vincent Velázquez Guanajuato
Por su palabra aguerrida, Por su arrojo y sus cojones, Nos están dando lecciones En las aulas de la vida, A ellos no les intimida La represión policial, Un estallido social Nos sacude nuevamente Es volcán incandescente LA LUCHA MAGISTERIAL. Hablándoles con la neta Ni un estadista, ni un genio Peña Nieto en el sexenio Tiene un cero en la boleta. El pueblo no lo respeta, Es su estupidez fatal, Si lo evaluamos tal cual Como un burro ha gobernado. Le dice: ¡estás reprobado! LA LUCHA MAGISTERIAL ¡CELEBRO A LOS PROFESORES! ¡Celebro a los profesores! que en su apuesta por la vida con la palabra encendida Luchan por tiempos mejores.
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Los maestros que anteriormente en muy duras travesías llegaban a rancherías para enseñar a la gente, le batallaban realmente, no había aulas ni proyectores, generosos, luchadores dejaban su corazón en el humilde salón… La educación, la docencia es una gran vocación si se abraza con pasión y lúcida inteligencia. es sembrar en la conciencia como auténticos mentores ideas, principios, valores, sueños de amor y esperanza que alumbren la lontananza… Si hoy la oficial estulticia enferma nuestra raíz, hay profes en el país luchando por la justicia. si llegan a ser noticia los llaman “provocadores”, pero más que agitadores ellos están en los hechos defendiendo sus derechos… Nos enseñan a escribir a leer y razonar, ayudan a descifrar rutas para el porvenir, alientan a descubrir la vida y sus resplandores,
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son cultos educadores que nos dan sabiduría, por eso digo en su día: ¡Celebro a los profesores! Por compartirnos saberes por su amor a la enseñanza, por cultivar la esperanza de nuevos amaneceres, por desafiar los poderes que solo causan horrores, por mostrarnos los colores de nuestro asombroso mundo, con un cariño profundo: ¡Celebro a los profesores! Pero hay también, y dan pena, maestros flojos y agachones, que adormilados, pachones, solo esperan la quincena; no se les prende la antena ni cumplen con sus labores, en estos no hay resplandores ni son profes, ni son buenos ¡ojalá fueran los menos!… Que en su apuesta por la vida con la palabra encendida Luchan por tiempos mejores. ¡Celebro a los profesores!
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ÑOÑO REPROBADO Ramón Ojeda Ciudad de México
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EL TEPEYAC Tonatiuth Mosso Vargas Guerrero
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LA BARRICADA
n su voz, el orador, encarnaba la desesperación, la rabia y el dolor que los padres de familia de los 43 habían expresado en la reunión previa. Vociferaba con el micrófono en mano: –¡Vestido de verde olivo, políticamente vivo, no has muerto, no has muerto, no has muerto camarada, tu muerte, tu muerte, tu muerte será vengada! Al final de las columnas que iban de tres en fondo, resonaban los gritos desgarradores de los compañeros que se aglutinaban en el Movimiento Popular Guerrerense (MPG), solo la voz quieta y el semblante inmutado de Juan daba quietud. Volteaba a mirar al fondo de la columna y, miraba rostros llenos de esperanza, ojos que reflejaban animosidad por lograr capitalizar nuestra lucha, que no era nada simple, pues nuestro punto central de demanda era la presentación con vida de los 43 compañeros desaparecidos de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Gro. Ya las columnas exhibían inmensidad de carteles que demandaban la aparición de los compañeros desaparecidos. La organización del contingente fue parte de la actividad previa en la comisión política del MPG. Al frente, siempre la escuela normal, pues era la inmediatez del normalismo, por lo que luchábamos y, después, las zonas escolares, las escuelas de nivel superior y al final las organizaciones sociales. El contingente se enfilaba ya sobre el puente del río Jale de la Ciudad de Tlapa de Comonfort, en Guerrero.
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No habíamos estimado la cantidad de compañeros que llegarían, y diez mil compañeros habían excedido nuestro presupuesto. Toño, me alcanzó a gritar: –Diles que se paren, vamos a hacer un balance. –Grité a la avanzada: –Hey, camaradas, deténganse. El sonido de la bocina no cayó en silencio mientras la comisión política del MPG valoraba si se redireccionaba la actividad. Juan, tomaba con su mano izquierda el sombrero de palma que lo cubría de los embates terribles del sol, mientras con la mano derecha indicaba con ademanes la ruta que sugería. Su seño adusto y su semblante endurecido, no daba pie a dudar. Se había decidido, nos enfilamos a la bodega que habían habilitado para resguardar las papeletas de la elección de aquel trágico 7 de junio de 2015. Con el rostro embozado por una playera negra, el orador que llevaba el perifoneo al frente del contingente, señalaba sagazmente las maniobras políticas y las embestidas del Estado al respecto del caso de los desaparecidos. Desde la rispidez de su voz, se entendía la incredulidad ante las explicaciones endebles que había ofrecido el gobierno federal con la verdad histórica, pero en sus palabras, como armas punzocortantes, se entreveía la displicencia del Estado para dar pronta solución al conflicto que había ya escalado el escenario internacional. Llegamos con el micrófono en mano, con la rabia encarnada en los huesos y con la sangre a punto de ebullición, ya eran más de nueve meses de la desaparición de los estudiantes. Nos estacionamos frente a la malla verde, las columnas se divisaban al fondo de la gran avenida, tapizada por el mosaico colorido de las banderas que ondeaban con la fuerza del viento, empujando a la avanzada, que pletórica de rabia, sacudía sin cesar la malla.
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Los militares se encontraban postrados en las atalayas del edificio, apuntando firmemente al contingente, que poco a poco se adelgazaba por la gran probabilidad de represión, mientras que el orador no dejaba de increpar a los militares que nos amedrentaban encañonándonos con sus fusiles de asalto. Momento a momento, grito a grito, los militares se alejaban de la malla, el MPG, aglutinado, se replegaba a consecuencia del gas lacrimógeno, con prontitud sacamos los pañuelos con vinagre, pero ello no detuvo el ardor y la incomodidad que provoca el gas lacrimógeno. Con palos, piedras y resorteras hicimos frente a la embestida de la fuerza del Estado. El vaivén del contingente sobre la malla, hizo mella, pero decidimos no entrar, pues ello ocasionaría un enfrentamiento que tal vez, podría tener un desenlace fatal. Nos reagrupamos, las columnas eran más delgadas, tal vez por el temor al enfrentamiento, que a la postre, era inevitable. Partimos, los pocos que permanecíamos en la actividad, a una concentración para rediseñar las estrategias. EL CAMPAMENTO –Hijo de la chingada, ya nos cargó, pinche Ubaldo, –con la mirada triste y voz quieta me respondió: –Así es esto, a ver cómo nos va. Mientras permanecíamos en cuclillas tras de una camioneta blanca, que se alumbraba por la luz de la media noche. Se escuchaban los gritos y el estallido de las bombas molotov sobre las camionetas. Las maestras y los pocos comerciantes que aún nos acompañaban, corrían despavoridos. Veíamos cómo pasaban en pequeñas células de tres o cuatro compañeros. De pronto, escuchamos el motor revolucionado de una camioneta, que se detuvo justo frente a nosotros, mientras pegábamos aún más nuestras espaldas a la puerta de la camioneta para resguardarnos.
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–Tona, Tona, súbete –gritó Mario, asomé apenas la cabeza para mirar, y al ver que el grupo de choque que nos seguía estaba lejos de nosotros, nos abalanzamos sobre la caja de la camioneta que apestaba a gasolina. Mientras la velocidad del vehículo nos apartaba del Ayuntamiento, veía que ardía en llamas nuestro campamento. Se consumían las camionetas de las dependencias del gobierno estatal y federal que el MPG tenía bajo resguardo. Así, nos alejábamos del campamento en el que moramos por más de ocho meses. De inmediato y como los cánones de la lucha y resistencia exigen, buscamos reagruparnos, y tratar de explicarnos qué había pasado. Llegamos poco a poco y a cuentagotas cada uno de los compañeros que nos resguardábamos en el campamento. Ya cerca de las 3 de la madrugada iniciamos una reunión improvisada. Toño acababa de llegar y dijo: –¡Por qué corrieron compas, nosotros no debemos tener miedo, no debemos nada! Algunas voces aún exaltadas le refutaron el comentario: –¿Acaso no los viste? El silencio quieto y tenso, nadie lo agitó. A pesar de estar resguardados en la escuela normal, claramente escuchábamos cómo las patrullas de policías estatales rondaban las inmediaciones de la barda de la escuela. Estábamos ahí, de pie, nos parecía inverosímil que nos hubiesen desalojado del Ayuntamiento, y más que hubiesen sido civiles, movidos por intereses político-partidistas. Habían logrado su cometido, enfrentar al pueblo contra el pueblo. EL ENFRENTAMIENTO –¡Bueno! ¿Profe, cómo está? –Bien, ¿por qué la pregunta? –respondí con voz agitada. Chava, fotorreportero de La Jornada me cuestionaba, preocupado porque no sabía de mí. Le pregunté:
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–¿Qué pasa? Insistentemente pedía que le dijera dónde me había resguardado. Le dije que estaba fuera de Tlapa, pero que su nerviosismo me decía que algo había pasado. Respondió aliviado al saber que estaba fuera. –Profe, acaba de haber un enfrentamiento cerca de la normal, se llevaron a Juan y lo golpearon. A la distancia, escuchaba en la voz de Chava la impotencia por el atroz hecho. Describía a Juan con la sangre irrigada por todo el rostro, atacado por el grupo de choque y los policías estatales, quienes mantenían cercado el Zócalo de la ciudad para evitar que incursionáramos a tomar nuevamente el Ayuntamiento. Se lo habían llevado, exhibiéndolo por la calle, como si hubiesen detenido a un gran delincuente. Me explicaba Chava. Las columnas se enfilaron de norte a sur, sobre la Avenida Morelos, y a la altura de la central del Sur y OCC una cuadra antes de la escuela normal, se encontraron de frente con el grupo de choque, Juan, fiel a su discurso, y a la vanguardia del contingente, dirigiendo la actividad en el carro de sonido, fue el primero en hacer frente a los golpes asestados por el grupo de choque. Mientras los demás compañeros corrían despavoridos por la violencia desmedida generada por los policías y civiles. Los compañeros tuvieron que resguardarse en casas particulares, negocios y zonas abiertas. Juan fue detenido y exhibido en el Ayuntamiento del municipio, hasta allá llegaron los compañeros que finalmente lograron que se le trasladara para que recibiera atención médica. De forma abrupta, dirigí mis pasos a La Montaña, a Tlapa, regresé por la tarde de ese día 5 de junio. Olía a gasolina, ese hedor que lastima la nariz, que pica, que incomoda. Empujé la puerta roja para entrar al edificio de la CNTE, entré, me sorprendieron con un buenas tardes, era Toño, de inmediato me abordó:
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–¿Cómo viste lo de Juan? –me cuestionó. No había estado en la actividad, así que me costaba trabajo reconstruir los hechos y los pocos que lograba hilar, lo hacía por los escenarios que Chava me había dibujado. Platicando aún sobre Juan, subimos los peldaños de la escalera, uno a uno, pareció que no queríamos terminar de subir, pues nuestra conversación se entablaba, también, en términos de la estrategia que pensábamos debería seguir el movimiento. Finalmente, terminamos de subir las gradas, ya avizoraba mucho movimiento en las instalaciones, en nuestro edificio. Llegué hasta un cuarto semicerrado. Claramente escuchaba la voz fuerte de Pacheco, preguntando por la salud de Juan; Ubaldo le decía que no había noticias, que la situación que guardaba era muy hermética, por cómo se habían suscitado las cosas. Toqué la puerta entreabierta y entré. Sólo escuché lo acontecido el día anterior y las propuestas de qué hacer, pues era la víspera del 7 de junio, las elecciones en el Estado. Se tomaron solo dos acuerdos, que la comisión política se debía resguardar y la base se presentaría al día siguiente a las 8 de la mañana. Nos despedimos consternados aún, pero empujados por el coraje de lo sucedido a los compañeros el día anterior. Bajé las escaleras, el olor a gasolina se había intensificado, pero no pregunté. Llegué a descansar. Dormí inquieto, elucubrando los escenarios del mañana, pero al final, dormí. Me despertó el trinar de las aves que retumbaba en mis oídos, lastimaba la luz del foco al abrir los ojos, el foco que había quedado encendido toda la noche junto con la televisión. Me levanté, dirigí mi cuerpo casi inerte al baño, con las palmas de mis manos me recargué sobre el lavabo para mirarme de frente al espejo. Lo primero que vi, fue una mirada llena de esperanza, que contrastaba con lo sombrío de mis ojos. Tomé agua con las dos manos, la salpiqué
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sobre mi rostro para lavarlo y así despertar de ese aquel sueño; empero no, no era un sueño, la realidad nos había alcanzado, tenía que enfilarme ya a la actividad, rompiendo el primer acuerdo pues era parte de la comisión política. Recé, a mi abuelo y a mi madre, que seguro estoy, de vivir me hubiesen dicho: –Ve con bien, pero ve. Coloqué mis brazos sobre las dos paredes que hacen esquina en la casa, puse mi cabeza en medio de estos, cerré los ojos y murmuré en voz baja: –Abuelo, madre, aquí estoy, posiblemente al filo de la vida, solo siguiendo lo que me enseñaron en casa, solo pido valor para enfrentar las cosas que vienen, que cuiden de mí y de mis hijos. Di gracias. Bajé rápidamente los brazos, abrí los ojos y tomé mi sombrero de palma. La chapa de la puerta rechinó al jalarla, asomé la cabeza para tener certeza de mi salida, la calle se notaba sólida,1 ya iniciaba el calor del verano, ese calor sofocante, que al conjugarse con la tierra convertida en polvo, mancha la ropa. La sensación de ser perseguido era latente, había llegado hasta nuestras manos un informe del CISEN, en el cual, a algunos compañeros se les vinculaba con la guerrilla y a otros con la policía comunitaria. Caminé hasta el Tepeyac, sobre el camino encontré compañeros que dirigían sus pasos y esfuerzos al mismo lugar de concentración, la CNTE. Cuando llegué, el hedor a gasolina se había intensificado, pero ahora veía de dónde surgía. Cruz, familiar directo de uno de estudiantes desaparecidos llenaba, junto a otros camaradas, botellas de refresco con gasolina, colocaban azúcar en ellas y, empujaban la mecha sobre la boca del envase de vidrio. 1. En Guerrero y en algunos otros lugares del país se ha convertido, a manera de modismo, la palabra “sólido” como sinónimo de “solo”.
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Tele, ajustaba la sintonía de la radiodifusora que se instalaba, mientras otros compañeros preparaban el material para brigadear las casillas de votación. Nos reunimos los que estábamos y decidimos que la única actividad que se realizaría sería brigadear las casillas, hubo molestia en algunos compañeros, pero la decisión ya se había tomado. Tele se acercó y me dijo: –Tú le sabes a la radio, has sido locutor, éntrale. Sin dudar, tomé el micrófono y lo acerqué a mí, y ese mismo discurso utilizado durante el perifoneo, dirigiendo la marcha, permeó la señal de radio que irradiaba la cañada que es Tlapa. Poco a poco, el edificio se fue quedando vacío a consecuencia de cumplir con las comisiones encomendadas. –Compa, vámonos, tenemos que dejar solo el edificio –le dije a Tele. Me respondió que me adelantara, y así lo hice, me acompañé de Miguel y de Ail. Salimos con prisa del edificio y decidimos respetar el acuerdo, resguardarnos. Abrimos las puertas del auto, un calor sofocante nos aguardaba en el interior, sin menoscabo, subimos. Ail lo encendió, se escuchaba acelerado, tal vez por la intensidad del calor; empezamos a bajar por las serpenteadas calles del Tepeyac, mientras nos preguntaba qué camino seguir. Decidimos cruzar Tlapa por debajo del puente, veníamos de norte a sur, pero al llegar justo al puente, observamos una columna de humo, de ese humo escandaloso, del que no da tiempo a sutilezas, que en cuanto lo miras, inmediatamente te preguntas qué pasó. Mientras nos acercamos más al puente, veíamos que ardía en llamas una camioneta, poco a poco se consumía. Conforme se apagaban las llamas, la gente se acercaba más a observar, no dejando hacer su trabajo plenamente a Protección Civil para mitigar el fuego.
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Asombrados, continuamos nuestro andar sin voltear a ver. –Van a culparnos –dijo Miguel. El silencio se apoderó del interior del vehículo, Ail conducía sin gesto alguno, inmutada, con un pálido color en el rostro. Llegamos hasta nuestro sitio, nos resguardamos; encendimos la televisión y nos mantuvimos atentos a las redes sociales. Eran ya las 3 de la tarde, cuando de repente, sonaron nuestros teléfonos, la voz quebrada por el coraje, no dejaba el mensaje claro, no terminábamos de entender qué había pasado. Colgué y me dirigí a Miguel: –¿Qué habrá pasado? De inmediato, tomé el teléfono y llamé a Ubaldo, un tono de ocupado me contestó, mientras los ojos grandes y asustados de Miguel me miraban, colgué nuevamente y vibró mi teléfono, Pacheco me marcaba, contesté, con el temor de escuchar lo que había sucedido. –Tona, entraron a la CNTE, se llevaron a varios compañeros, fueron los federales. Me explicaba, un poco aturdido, que la policía federal después del incidente de la camioneta en llamas sobre el puente, había entrado a nuestro edificio y se habían llevado a cinco compañeros, a quienes trasladaron de inmediato en helicóptero a la ciudad de Acapulco, amenazando con procesarlos de manera inmediata. –Entre los cinco va Pablo –un compañero de la escuela, disidente desde hace mucho tiempo, desde su andar como normalista en Ayotzinapa. –Si puedes, vente al Tepeyac, la colonia está muy enojada, porque detuvieron a dos maestras que son de aquí, y han cercado a los federales. Se cortó la llamada, y no volvimos a hablar. Miguel escuchó la conversación, pues el altavoz estaba encendido. Nos volteamos a mirar, asustados, asombrados, pero llenos de indignación y nos preguntamos: –¿Vamos?
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Tomamos nuestra mochilas y fuimos a la calle nuevamente. Salimos a la incesante resolana, los ojos se lastimaban con tanta claridad, coloqué mis lentes de sol y empezamos a avanzar, paso a paso. No alcanzábamos a dimensionar qué estaba pasando en el Tepeyac. Detuvimos un taxi para pedirle que nos llevara y por supuesto se negó; con el segundo intento tuvimos mayor fortuna, pero advirtió: –Sólo los acercaré hasta donde pueda. Asentimos con la cabeza. Llegamos hasta la primera barricada, ya la entrada a la colonia estaba cerrada por piedras, llantas, y resguardada por los vecinos. En cuanto quisimos cruzar la barricada fuimos increpados por los colonos; uno de ellos, alto, robusto, con una estrella tatuada en el hombro y con el rostro cubierto nos dijo: –¿A dónde van, qué no ven que no hay paso? Respondí que íbamos a ayudar, y que muchos maestros nos conocían. Llegó Toño y, con voz firme dijo: –Déjalos pasar compa, son de la normal. Tuvimos acceso, de inmediato nos dirigimos a la iglesia, buscando al Delegado. Mientras subíamos por una calle empinada, el agua que escurría sobre el pavimento hacía mella en mis botas, bajé la mirada para revisarlas, y al levantarla, vi de frente a Yose. –Padrino, ¿qué anda haciendo por acá? La saludé, traté de hacerlo cordialmente, aunque la verdad no fue así, pues todo era confuso. Me detuve un par de minutos para platicar con ella y, de inmediato me ofreció su casa, me indicó dónde vivía, por si algo se ofrecía, agradecí el gesto, pues ello salvó mi integridad física a la postre. Llegamos agitados a la iglesia. La primera imagen que recuerdo es la del delegado, tratando de contener a los vecinos de la colonia para que no ingresaran a linchar a los federales. En cuanto me miró, me gritó: –Tona, ven, ayúdame a contenerlos.
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Me acerqué, llegó Toño también, platicamos con los colonos, les explicamos que no podíamos tocarlos porque eran la moneda de cambio por nuestros cinco compañeros detenidos. Los ánimos se controlaron y Toño se encargaba ya de las barricadas. –¿Ya los desarmaron? –pregunté al delegado refiriéndome a los policías federales. Respondió de inmediato que sí. Con esa respuesta a cuestas, entré a la iglesia, había dos compañeras ofreciéndoles agua a los policías, les pedí que salieran y que no les dieran nada. Al verlos de frente, logré contar 28 policías federales, y algunos de ellos aún con escudos y toletes. Poco a poco caía la tarde, el número reducido de compañeros que tratábamos de dar orden a la situación se veía rebasado, puesto que la negociación y entrega de nuestros compañeros y vecinos retenidos la celebraba Tlachinollan, el Centro de Derechos Humanos de la Montaña del estado, y eso nos acortaba el tiempo de maniobra. Ya estimábamos que de caer la profunda noche, nos enfrentaríamos a un problema realmente serio, lo que así sucedió. Las noticias llegaban, las salidas del Tepeyac estaban ya cercadas por policías federales y militares que buscaban arribar a la iglesia, para rescatar a los “puercos” (policías) que tenía retenidos la colonia. Eran aproximadamente ya las nueve de la noche, Pacheco me llamó para decirme que Abel Barrera, titular del Tlachinollan, estaba por lograr la liberación de los detenidos, pero que su regreso se realizaría vía terrestre, lo que al comunicarlo enardeció más a los colonos, pues se entendía una clara provocación. Se enfilaron al atrio y pidieron se sacara a los federales. Nos opusimos, pues sabíamos que de ser así, se les lincharía y no habría oportunidad de intercambiarlos por nuestros compañeros. Mientras discutíamos, la noche ya nos cubría, y los bloques de soldados y de policías federales nos rodeaban
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por los flancos y el frente, habían llegado hasta la puerta del atrio sobre el flanco derecho, y el frente, dejando solo el flanco izquierdo como válvula de escape. Tomamos piedras y las arrojamos contra los cascos, petos y escudos del equipo antimotines que portaban, poco a poco avanzaban sobre el atrio, retrocedíamos, y estábamos siendo rebasados; a un costado mío seguía Toño, que con voz fuerte, gritaba: –¡Duro, compañeros! Casi nos obligaron a salir del atrio, quedamos fuera de vista de la entrada de la iglesia, cuando de pronto escuché dos estruendos, como si retumbara el cielo, como si la tierra se rompiera, eran dos detonaciones de arma de fuego que había sido accionada desde el interior de la iglesia por un “puerco”, nos arrojamos al piso, pero Toño ya no pudo, se tumbó por los impactos de bala recibidos, uno, el más profundo, sobre el costado de su pecho, que seguramente le perforó el corazón, asesinando así las ilusiones de ver un mundo mejor, de ser libre y ayudar a los que más lo necesitan; en esa detonación y, en ese impacto, fenecieron muchas ilusiones, pero nacieron mayores motivos para continuar en nuestra exigencia por los compañeros caídos y desaparecidos.
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NOVIEMBRE COMBATIVO Federico Herrera Carvajal Chiapas
A
Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, les pierden el respeto. Lichtenberg
las 8:30 de la mañana, llegamos prestos a cumplir con el plan trazado en días previos. El lugar de encuentro se le conoce como la “Pochota”, ubicado en la salida poniente de Tuxtla Gutiérrez. El cielo despejado nos recibe en este paraje que antaño albergaba un enorme árbol de Pochota que desafortunadamente fue derribado por las autoridades con el pretexto de que ya estaba muy viejo (ecocidio de un gobierno “verde”). Poco a poco el sitio en cuestión, que es la entrada principal a la ciudad de Tuxtla, se va llenando de miles de maestros; comenzamos a reconocer compañeros que hacía muchos años no veíamos, los abrazos fraternos nos acercan con muchos. En esos instantes el sonido nos convida a posesionarnos de las calientes vías asfálticas en ambos sentidos. Damos inicio con el bloqueo carretero programado, la tensión se hace presente (como de costumbre); llevamos más de dos años en resistencia contra la mal llamada “reforma educativa” y hoy el “Judgement day” se acerca. En próximas fechas el gobierno federal a través de su brazo ejecutor (INEE), pretende asestar el golpe final a miles de maestros que están siendo obligados a presentar una evaluación que pretende a todas luces violar nuestros derechos laborales y atentar contra la educación pública. Hoy estamos presentes aquí para manifestar nuestro apoyo y solidaridad con los profesores de Oaxaca a quienes durante este fin de semana les tocó el turno de luchar contra la evaluación punitiva en su estado.
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El bloqueo carretero que hoy se realiza en Chiapas se está desarrollando de manera simultánea en 24 regiones del estado, desde la selva hasta la costa, el objetivo es manifestar nuestro repudio a la siniestra “reforma educativa” (más laboral y administrativa que educativa); la escasa presencia policial confirma lo que ya sabíamos, la mayoría de efectivos disponibles fueron enviados a Oaxaca para reprimir a nuestros colegas. También sabemos que el 12 y 13 de diciembre toda la policía disponible estará aquí en Chiapas, pero hoy, como hemos dicho siempre NO PASARÁ LA EVALUACIÓN, ni en Oaxaca, Chiapas o cualquier estado de la república en donde el magisterio de la CNTE esté en pie de lucha. Entre trova de protesta y discursos contestatarios pasan las horas, el tráfico se acumula, personas que pasan caminando para transbordar, mientras ambulancias y autos particulares con algunas emergencias son dejados pasar entre nosotros. Nuestra consigna es no dejar pasar a los transportes de las grandes empresas, aun así percibimos las miradas de los transeúntes que se clavan sobre nosotros como dagas afiladas y pienso entonces que el aparato ideológico de control (massmedia) rinde los frutos que la oligarquía exige. Viene a mi mente una imagen que ayer vi, era una viñeta en la cual un televidente observaba en el noticiero algo relacionado al conflicto magisterial y exigía desde su sillón que nos reprimieran a sangre y fuego, sin embargo, detrás de él se apreciaba a un verdugo con un hacha a punto de golpearle (en el filo del hacha se leía: reforma fiscal), ni hablar, así es esto. Siempre recuerdo un poema de Bertolt Bretch que dice: “Primero se llevaron a los judíos, pero como yo no era judío, no me importó. Después se llevaron a los comunistas, pero como yo no era comunista, tampoco me importó. Luego se llevaron a los obreros, pero como yo no era obrero, tampoco me importó. Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde”.
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Las 3 p.m. se aproximan, el sonido nos invita a acercarnos para escuchar el mitin y la despedida por hoy de la actividad realizada. Al final, nos convocan para mañana nuevamente, a la misma hora y mismo lugar, se nos ha dicho que el bloqueo simultáneo en todo Chiapas fue un éxito para la CNTE. Mañana otro capítulo se escribirá... Desde la tierra de Coyatokmo. Noviembre combativo.
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PAÍS R. Israel Miranda Ciudad de México
I Me resisto a transformarme en una vulgar procesadora de alimentos, en una máquina de complejos, en el código alfanumérico en que los dueños del dinero quieren convertirme, a sentirme constantemente fatigado, deprimido, contenido, un sueño ahogado en una botella de cerveza, sexo en el armario, revólver con silenciador. ¿Dónde cabe el amor en un país que se desangra si somos obligados a zurcirle las heridas con remiendos de nuestra piel? ¿Dónde cabe la esperanza si nuestras libertades más esenciales son canceladas porque los dueños de todo las consideran peligrosas? II ¿Por qué bebes tanto por qué fumas tanto por qué quieres tanto por qué follas tanto por qué escuchas la música tan alto por qué te drogas
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por qué comes esas porquerías por qué te desvelas por qué sufres por qué sueñas por qué protestas por qué escribes? ¿No podrías simplemente trabajar hasta morirte, pagar tus impuestos, mantenerte sano, permanecer en silencio? ¿Por qué te empeñas en costarle tanto al Estado? Compra, ve televisión, grita gol, duerme tranquilo que nosotros cuidaremos de ti. III El País está sangrando y seremos nosotros, los de siempre, los de abajo, los que cargaremos con su cadáver. IV Sé que mi vida pasará, como todo, como un suspiro, imperceptible. Aún así, me resisto a permanecer quieto, callado, dominado. No me interesa si me borran de sus listas o me excluyen de las nóminas. Me resisto a convertirme en el miedoso sonriente APAGADO que quieren los dueños de todo.
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MI VIDA NORMALISTA Abel Mercenario Rojas Guerrero
M
i nombre es Abel Mercenario Rojas. Nací en la ciudad de Tlapa de Comonfort, Guerrero, y soy estudiante de la Escuela Normal Regional de la Montaña de esta misma ciudad. Estoy en la licenciatura de Educación Primaria Intercultural Bilingüe cursando el séptimo semestre, a meses de terminar la carrera. Mi trayecto de vida ha sido en esta ciudad, soy hablante de la lengua tu´ un savi, mis padres son originarios de otras comunidades, mi madre es de Alpoyecancingo, Municipio de Tlapa de Comonfort, y mi padre de Metlatonoc, ubicados en la región montaña. En la escuela se realizó una actividad de una exposición de murales donde se dio la invitación, pero estaba indeciso porque soy de último año y casi no hay disponibilidad para hacer otras actividades que no fueran académicas, pero terminaron convenciéndome y finalmente realicé un mural donde reflejé mi vida como normalista, representé diferentes dibujos y con diferentes fechas que digamos habían marcado mi vida como normalista. Cuando realizaba la explicación sobre el mural y el porqué de las tres fechas, comencé a explicar el título, que me fue difícil encontrar, porque tenía dos títulos, uno era “La vida del Normalismo”, pero no me convencía el nombre porque no todos apoyan la lucha aunque estén en una Normal, mejor decidí quedarme con el titulo “La otra vida del Normalista” porque siento que va dirigido a cada uno de los que siguen o continúan en la lucha, a cada uno de ellos, los que además de estudiar se van a luchar.
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11 DE SEPTIEMBRE DE 2013 CIUDAD DE MÉXICO Comencé con la primera fecha que es el 11 de septiembre de 2013, cuando yo cursaba el primer grado, nos fuimos en apoyo a los maestros a la Ciudad de México, a protestar contra la reforma educativa, junto con mis compañeros, la mayoría mujeres y sólo unos cuantos hombres, fuimos a una marcha junto con varias normales de nuestro estado de Guerrero, a media actividad se realizó un bloqueo en una autopista importante, en ese momento empezaron a llegar muchísimos antimotines formando una valla enfrente de nosotros, yo solo esperaba el momento en que nos reprimieran. Desde que iba en la marcha recogía piedras pensando que se irían a utilizar y ya cuando estábamos en el bloqueo nos sentamos a esperar debajo de un puente, estábamos completamente rodeados, pensando «a ver a qué hora nos madrean», pasó un vendedor ambulante que comentó “por allá ya les pegaron a unos los pinches policías, yo iba pasando y me pegaron, no se dejen, denles en la madre”. Me quedé pensando que nos pasaría lo mismo. El secretario nos llamó, nos dijo que nos moviéramos de ahí y cuando nos llevaba para otro lado los maestros se enojaron y empezaron a gritarnos que a dónde íbamos, “¿esos son los futuros maestros?”, “la chingadera de hueco que dejaron ahí”. Me molesté pero ya no dije nada, estábamos por la misma causa, pero igual en ese instante comentaron que continuaría la marcha. Nos retiramos del lugar. Al quitarse el bloqueo comenzaron a circular muchísimos autos. Seguimos caminando pero más adelante estaba una valla de antimotines que nos impedían el paso, comenzaron los gritos y empujones por parte de los policías y los maestros no se dejaron tampoco, así empezó el enfrentamiento. En ese momento corrí hacia los policías, crucé una calle grande listo con todas las piedras que traía en el
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morral, cuando me vieron decían “mira ya andaba en lo mero bueno”, los demás estaban paralizados no sabían por dónde ir o qué hacer y como pudieron se fueron del lugar. Los que nos aventamos a los golpes fuimos tres de nuestra base, el secretario de la Normal en ese tiempo Jimi y otro compañero nos aventamos y pues nos tocó, comenzaron a golpearnos. A mí me tocaron unos escudazos junto con todos los maestros al frente, eran muchos antimotines, así que tuvimos que replegarnos empezando a esparcirnos por varios lados, con mis compañeros y maestros nos metimos en los jardines de ahí cerca, donde por lo menos juntábamos piedras, tenía uno que rascar el suelo para sacar una, pero igual no había casi nada, apenas y nos pudimos defender pero ellos eran demasiados y se extendieron por todos lados. Nosotros tirábamos piedras y retrocedíamos poco a poco pues ya no pudimos hacer más y mejor corrimos junto con los maestros, perdí de vista a mis compañeros, no los encontraba pero seguí sin temor porque sabía que nos reuniríamos en alguna parte, en esos momentos volteaba a ver, venían un buen de maestros corriendo y los policías detrás de ellos y me daba lástima, porque algunos maestros un poco gorditos apenas y podían correr y se caían, al momento de caer, los antimotines los pateaban en la cara, me daba rabia ver eso y no poder hacer nada, ni para regresar porque me pasaría igual o peor, sólo podía arrojarles piedras desde lejos. Seguimos hasta llegar al monumento de la Diana Cazadora, solo eso recuerdo, pero en esos momentos no encontraba a nadie, de pura suerte encontré al secre y nos pusimos a buscar a otro compañero de la Normal de Acapulco, decidimos mandarlo llamar por el carro de sonido pues no aparecía, de ahí nos fuimos rumbo al Zócalo, pues ahí debíamos concentrarnos porque los maestros tenían tomado el Zócalo de la ciudad.
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Caminamos muchas calles para llegar, yo no conocía, bueno no conozco realmente la Ciudad de México, pero pues caminamos y caminamos, hasta llegar al Zócalo en la noche, bien golpeados, hinchados del cuerpo y cansados, ahí estaban los compañeros de la escuela incluyendo al que no encontrábamos, nos sentamos en el piso, estábamos muy cansados, unas compañeras nos llevaron alcohol y algodón, luego llamaron al secretario a una reunión que duró horas. Cuando me quedé con el compañero compramos unas cervezas para anestesiar un rato el dolor, terminando nos fuimos a sentar con los demás y así pasamos esa noche, con frío en pleno Zócalo de México. Al otro día nos regresamos, una semana después vi en las trasmisiones que el 15 de septiembre en la mañana fueron desalojados los maestros del Zócalo para celebrar el Grito de Independencia, lo entendí como otro de los tantos actos crueles del gobierno. 14 DE DICIEMBRE DE 2015 CHILPANCINGO, GUERRERO Estaba en Ayotzinapa, Guerrero, junto con la base de mi Normal Regional de la Montaña, eran como las nueve o diez de la noche, fumábamos y platicábamos de cualquier cosa, nos subimos a nuestro autobús, los demás dormían en cubículos, a nosotros nos gustaba dormir mejor en el autobús, más tranquilos, relajados, cómodos, escuchando música, acostados en los sillones, echando relajo hasta que nos agarraba el sueño. No sentí ni cómo me dormí, de repente oí que alguien me hablaba, mi amigo Migue me estaba despertando, medio abrí los ojos y le dije: “¿qué show?” y él me dice con voz apresurada: “vámonos para Chilpo porque vinieron avisar que les están pegando a los de Ayotzi” y me quedé pensando, diciendo «ora», me levanté y le dije que nos fuéramos.
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Ya me iba en chanclas, pero la pensé mejor que no me servían para moverme allá si pasa algo más feo, «van salir volando en cualquier momento», me puse mis tenis, fuimos unos cuantos de nuestra escuela, pues la mayoría de nuestra base son mujeres y en ese tiempo solo éramos unos cuantos hombres y pues nos juntamos como siempre con los Ecefos de la Normal de Acapulco en movilizaciones o actividades que se realizaban porque al igual ellos nada más eran unos cuantos y así siempre hacíamos en montón un total de diez chavos nada más, nos subimos a una camioneta de gobierno que cargábamos para transportarnos, a toda velocidad de Ayotzinapa a Chilpancingo. En el trayecto el compa que manejaba iba demasiado rápido, nosotros estábamos bien agarrados de las orillas de la camioneta, le empezamos a tocar en la cabina para que le bajara a la velocidad diciéndole que era más probable que nos saliéramos de la carretera que llegar allá, a menor velocidad son como 15 minutos de Ayotzinapa a Chilpancingo, nos dirigimos al monumento del caballito cerca del mercado. Se iba a llevar a cabo un concierto en apoyo a los 43 compañeros de Ayotzinapa, al llegar comentaban que hubo un conflicto donde policías vestidos de civil que agredieron física y verbalmente a los compañeros, después de eso se ocultaron en el hotel Real del Sol que estaba enfrente de donde se iba a realizar el evento. No sé si ahí se hospedaban o solo se metieron para esconderse, el chiste que esperamos un rato y luego tomamos la decisión de entrar al hotel a sacarlos. Unos compañeros se metieron por el frente, nosotros le dimos por atrás del hotel por si se salían por ahí, rodeando todo el lugar, pero en el tiempo que la pensábamos, unos policías escaparon por atrás, nos fuimos en chinga por ellos pero una reja nos detuvo el paso y de repente, del otro lado del
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hotel, otros compañeros gritaron “¡ya los tenemos, súbanse a las camionetas!”, nos fuimos corriendo a los carros, se formó una tipo caravana para irnos, pero nos atoramos por las vallas del concierto, “pues quítenlas a la verga”, dijimos, y pues nos tuvimos que bajar a quitarlas, pero justo en ese momento llegaron un buen de patrullas llenas de antimotines y escuchamos gritar un compañero: “¡bájense, vamos a partirles la madre a esos weyes!” refiriéndose a los policías. Y pues rápido nos bajamos, pero en ese momento los policías nos tiraron enseguida gases lacrimógenos, haciendo que nos dividiéramos, cuando vi ya todos se habían ido por su lado, unos fueron correteados hacia el cerro y las patrullas detrás de ellos, yo me replegué hacia el hotel, en ese momento se escuchaba el silbido de algo viniendo hacia donde yo estaba. No me di cuenta que era una bomba de gas lacrimógeno que venía hacia mi cabeza, lo bueno que el proyectil chocó contra unos de los árboles frente al hotel y rebotó pasando cerca de mi cara, pero la bomba ya venía arrojando el gas que entró en mis ojos, se me empañó la vista, no podía ver nada bien, me ardían los ojos, pero seguí avanzando, trataba de abrirlos pero se me hacía difícil, quise detenerme, por lo poco que veía percibí que venían un buen de antimotines tras de mí, entonces corrí rumbo al mercado aunque no viera mi camino. Antes de llegar encontré a dos chavos de otra Normal: uno, secretario de ese entonces, que hasta cuando egresó fue presentado por el mismísimo Secretario de Educación Aurelio Nuño, como un gran “amigo”, pero la tontería que Aurelio dijo es que también era amigo de la Normal de Ayotzi, actualmente al chavo no lo quieren en la Normal por traidor, observé que ya se iban, el otro que lo acompañaba quería regresar a apoyar a los demás pero el secre le dijo: “no, ya vámonos” y vi cómo se alejaban.
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Ya en el mercado me paré a ver a los policías, me daba mucho coraje y me quería aventar contra los antimotines yo solo, tanto era mi coraje en ese momento, sentía la adrenalina que me impulsaba a desquitarme, ellos ya habían formado su barricada y yo iba hacia allá, solo que a medio camino un chavo creo de Ayotzi me detuvo. –¿A dónde vas? –me preguntó. –Voy contra esos culeros –le dije. –Cálmate, espera –y no le hacía caso–, espera, ¿de dónde eres? –Soy de la Normal de Tlapa. Solo se me quedó mirando y no me dijo nada. Se acercó un profe que había logrado escapar y pues me quedé con ellos hasta que llegara algún tipo de refuerzos, esperé un rato pero mejor les dije: “ahorita vengo”, fui a comprar una Coca Cola al Oxxo que estaba al otro lado del mercado, cruzando la calle, para echarme en los ojos. La compré, me eché la Coca pero nomás no se bajaba el ardor ya lo único que hice fue sentarme con ellos, estuvimos un buen tiempo, comencé a utilizar mi cámara digital para registrar el acontecimiento. Ya iba amaneciendo y seguíamos esperando y nada, hasta que a lo lejos se veía que venía una marcha y vi que eran los maestros que se concentraban en el plantón del Zócalo de Chilpo, venían gritando consignas armados de palos, piedras, las cosas que solamente se puede encontrar en el camino. Cuando los escuché se levantó mi ánimo, me entró una gran inspiración de seguir luchando, me regresó esa adrenalina de entrarle con todo, pasara lo que pasara. Nos colocamos frente a frente contra los policías diciéndoles sus cosas, que estaban borrachos y drogados, pensando que en cualquier momento se iban a armar los golpes y como fue, comenzó el relajo, pero fue leve, se calmó un momento, cuando de repente alguien desde una camioneta, de esas de gobierno, se las echó encima a los policías y
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luego luego se echó de reversa trayéndose de corbata a los antimotines, uno se quedó a la mitad y el otro vi cómo iba de corbata debajo de la camioneta, yo pensaba que en cualquier momento el carro le pasaría por encima de la cabeza, y así se lo llevó arrastrando hasta que pudo zafarse y yo pensaba «ya valió esto», en ese momento empezó nuevamente el enfrentamiento contra nosotros. Tuvimos que replegamos porque los antimotines se venían con todo y cuando nos alejábamos, se escuchaban en el aire los gases, yo seguí sin mirar, de repente se escuchó que algo venía, yo pensaba que iba a caer en otro lado, pero me volvió a caer a mí, otra bomba pero ésta era de goma pegándome de lleno en la pierna izquierda, con una intensidad que por poco y me caigo, los que se quedaron tuvieron la desgracia de ser golpeados brutalmente y detenidos, dejaron inconsciente a un maestro que quedó muy lesionado. El gas caía por todos lados, la gente que se encontraba cerca corría, hubo arrestados, a un chavo le reventaron la boca con una bomba, creo que era periodista, pasó un tiempo antes de que se calmaran las cosas, llegó el dirigente de los maestros para pedir que regresaran a los maestros detenidos, en ese momento habló el jefe de los policías, el mentado Espartaco, pidiendo que se regresaran tres de sus agentes de policía que fueron atrapados pero estos respondieron que no tenían a ni un policía. Estaba tan mal de la vista por el gas que me mejor me fui a sentar sobre la calle con los demás, después de otro rato me acerqué a las camionetas donde nos transportamos, les tomé fotos de cómo las habían dejado, los mismos policías rayaron, poncharon las llantas, robaron los estéreos, rompieron todos los cables, los rayaron con pinturas de spray y hasta a un camión de basura le pusieron “deposite su policía aquí”, tomaron fotos diciendo que nosotros habíamos hecho los destrozos, pero pues la verdad no fue así, fueron
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ellos, hay pruebas de esto, en muchos videos que fueron transmitidos por diversos noticieros. Una señora me ofreció unas galletas, me dijo que comiera, que como andábamos en eso que ni tiempo nos daba de comer, estaba bien enojada con los policías, le agradecí el gesto, comenzaron a aparecer los compañeros de mi Normal, nos sentamos un rato sobre la calle y de ahí nos fuimos para Ayotzinapa a descansar, ya en la noche se realizó el concierto, pero se cambió el lugar y se fue a la ciudad de Tixtla, Guerrero. 7 DE JUNIO DE 2015 TLAPA, GUERRERO Este día me encontraba en mi casa, descansando, viendo películas, porque se había quedado el día 6 que no se realizarían acciones para boicotear las elecciones del día 7 de junio. Se hizo una reunión en la Normal para dar el aviso de que se acordó por parte de todas las organizaciones que no se iba a realizar ninguna actividad. En ese momento me molesté porque no quería que quedara impune lo que le habían hecho a los maestros que fueron golpeados el 5 de junio por antimotines, colonos y dos sitios de taxis, que estaban preocupados por su partido político y que no querían dejar que nada les arruinara. Y como decía estaba en la casa sin ninguna comunicación, normal como sin nada, pero a eso de las dos de la tarde llegaron mis papás de la comunidad, al entrar mi papá a la casa me comenta: “dice tu mamá que no salgas porque les están pegando feo a los maestros, se enteró porque fue a comprar y que no salgas, ahorita viene, fue a comprar comida”. Yo nada más escuché eso y rápido empecé con las llamadas para preguntar qué es lo que pasaba, pero nadie me contestaba o tampoco sabían, busqué mi mochila y mi pañuelo, me cambié rápidamente
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y me fui corriendo hacia la escuela, pero a medio camino decidí marcar otra vez y me contestó un amigo de la escuela y le pregunté qué pasaba y solo me dijo que se estaban reuniendo en la capilla de la colonia el Tepeyac de esta ciudad de Tlapa. Me dirigí rápidamente hacia el Tepeyac, en el camino me encontré a unas compañeras y me fui con ellas, cuando llegamos ya había gente haciendo barricadas y no dejaban pasar sin identificación, pero les dijimos que éramos de la Normal y mostramos las credenciales, pasamos sin problema, sentí como si necesitaran más apoyo, repicaban las campanas de la iglesia una y otra vez, al igual que otras iglesias, para que la gente de la colonia y otras colonias subiera a apoyar. Mientras subíamos a la calle de la Coordinadora se encontraba un taxi del sitio Juárez sin chofer, había sido destruido por los colonos a consecuencia de que el sitio estuvo involucrado en los hechos ya mencionados. Llegamos a la capilla que se encuentra en la parte alta de la colonia y poco a poco se empezó a juntar gente, encontré a otras compañeras en el lugar, ya me platicaron que las habían detenido a la fuerza, nomás porque sí, incluso dicen que un chavo en su declaración comenta que estaba sentado cerca de la Coordinadora esperando a su novia y se lo llevaron, trasladaron a los maestros y personas que detuvieron en un helicóptero directamente hasta la Ciudad de México, por otra parte me enteré que habían quemado una camioneta con la intención de culpar a los maestros y detenerlos, ya en la iglesia, observamos que en una calle de la parte baja había una barricada de policías aislados, la gente ya quería aventarse hacia ellos pero pues muchos decían que no era el momento porque éramos muy pocos, la gente se estaba alterando, ya querían accionar, entre ellos ya se estaban peleando verbalmente porque tenían diferentes puntos de vista, pero pues mejor se calmaron.
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Un chavo fue a traer el taxi que estaba destruido y lo paró en medio de la calle, para bloquearla, junto con mis compañeras se decidió hacer bombas molotov por cualquier cosa que pudiera pasar, comenzamos a pedir de casa en casa que nos regalaran botellas vacías y juntamos muchas, le pedí a una amiga que de favor nos regalara gasolina, en lo que mis compañeras consiguieron los otros materiales se comenzaron hacer y salieron muchas rejas de bombas, probé una en la calle para ver si funcionaban y sí quedaron, entonces se comenzaron a distribuir en varias calles donde estaban las personas cuidando por si había un ataque por parte de la policía. Después de un rato llegó mi madre Oliva, venía por mí, ella sabe que estas cosas son muy peligrosas, me dijo que nos fuéramos, pero le expliqué, me entendió y también decidió quedarse a apoyar, es una de las cosas que me gusta de mi familia que apoyen y me apoyen, así que terminó quedándose también y le dije: “tranquila, no va pasar nada, si no me chingaron en otro lado menos aquí”, algo que dije sin saber lo que pasaría ese día. El tiempo transcurría, ya se había reunido una gran cantidad de gente, se decidió bajar a hablar primeramente con los policías para llegar a un acuerdo, que ellos se quedaran con nosotros en lo que traían a los compañeros que se llevaron sin razón, íbamos a hacer como un tipo intercambio, tardó mucho para que aceptaran, no querían, mientras que el ambiente era algo hostil la gente estaba muy enojada por haber sacado a las personas de su casa y llevarse a otras personas a la fuerza sin ningún motivo. Apenas y se pudo calmar a la gente, se tardó mucho en concretarse ese acuerdo, al final aceptaron y avisaron a sus superiores, se les dijo que subirían a la capilla y se quedarían ahí hasta el cambio, se formaron, la gente hizo vallas a la orilla de la calle y los policías empezaron a marchar pero la gente quería pegarles, muchos se
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acercaban queriéndolos golpear, se reflejaba el enojo en su rostros, recuerdo la expresión de la cara de los policías con miedo mientras avanzaban y así fue hasta llegar a la capilla donde fueron ubicados en la esquina de la iglesia y se formó una valla conformada por mujeres para que nadie les hiciera nada, después de un rato, unas señoras decían que los atenderían dándoles de comer, como ya les había indicado el delegado, a mí al igual que muchas personas nos dio demasiado coraje que hayan dicho eso, la gente nuevamente se empezó alterar por esa tontería que iban hacer y mejor ya no lo hicieron porque la gente les empezó a decir sus cosas, me enojo tan solo de recordar las palabras de una señora que dijo “quieren más agua, ¿tienen hambre?, ahorita les damos de comer, no se preocupen”. Imagínense la reacción de la gente. Así estuvieron un tiempo, recuerdo sus rostros, sus risas burlonas al mirarnos, como si fuéramos inferiores a ellos, creyéndose la gran cosa, ¡ah, pero cuando venían subiendo ni pío decían!, varios amigos maestros les estaban gritando, mi madre les dijo sus cosas: ”bien que andan aquí, pero ¿dónde están los 43?” Se les pidió que se desarmaran para que ingresaran a la iglesia para realizar el intercambio. Aunque me enteré después que en sus declaraciones dijeron que fueron golpeados y que los teníamos amarrados, cosa que fue mentira. Antes de ingresar a la iglesia la gente propuso que fueran desarmados, pero se tuvo que obligarlos porque algunos no querían, los policías obedecieron, nada más sus armas quisieron entregar, ayudé a guardarlas en el curato que tienen al lado de la iglesia, muchos querían usarlas para defendernos pero no dejaban agarrarlas, ya de ahí me fui a sentar con mi mamá un rato, ya estaba cansado. La noche estaba cayendo y de repente se escucharon gritos que decían “ya vienen los policías” y me levanté enseguida, le dije a mi mamá que se fuera, ahora que
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había tiempo porque después ya no se iba a poder, de ahí me dirigí hacia la entrada junto con la gente y era cierto ya venían los antimotines listos para subir, cortaron la luz, toda la calle quedó completamente a oscuras, hasta ya sabía que eso iba a pasar, que nos vendrían a golpear, alguien les soltó el freno del carro que estaba en medio de la calle, pero lo esquivaron y el auto se cayó a un barranco. Cuando comenzaron a subir, la gente empezó a contestar con bombas molotov, piedras o lo primero que encontraron, cuando estaban cerca nos metimos dentro de la iglesia, se cerraba la reja y se ponía el candado, quedaban atorados en la entrada y nosotros desde adentro junto con las personas de la calle al lado de la iglesia les aventábamos de todo y los antimotines no tenían otra cosa más que replegarse. Cuando ya estaban en la parte baja, abrimos otra vez la reja, salimos a la calle y otra vez venían subiendo y se repitió lo mismo, cuando venían avanzando les caía de todo en especial las piedras, solo imagínense escuchar como cuando llueve, el sonido de la lluvia con granizo pero demasiado fuerte y así mismo sonaban todo lo que caía en sus escudos haciendo más lenta la subida, quedándose a medio camino, retrocediendo de a poco, unos tuvieron el error de quedarse en una azotea de una casa, fueron a los que les cayeron más piedras, los de la parte de abajo querían ayudarlos pero se les dificultaba, los antimotines salieron como pudieron de ahí, luego vinieron otra vez, avanzaban y cuando ya estaban cerca nos metimos y cerramos de nuevo la reja con el candado, se quedaban atorados en la entrada, nosotros los atacábamos y nuevamente se regresaban hacia abajo. Estábamos dentro pero nos seguían tirando las bombas de gas desde lejos y tenía uno que esquivarlas, brincar, moverse de un lado para otro, miré a mi alrededor, era un ambiente de puro gas lacrimógeno, como si hubiera
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niebla alrededor de nosotros, en eso escuché dos disparos, yo pensé que habían entrado por la otra puerta o alguien lo hizo para espantarlos, pero no fue así, volteé a mi alrededor, ya no había muchas personas cerca de mí, solo unos cuantos dispersos tirando cosas todavía, yo sin saber que le habían disparado al compañero Toño Vivar. En ese momento me marcaron al celular, era mi madre quien pidió que me llamaran, “¿dónde estás?”, me dijeron con tono de preocupación, comenté que estaba en medio enfrentamiento y que estaba bien aunque no fuera cierto, me tranquilicé porque sabía que estaba a salvo, hablando por teléfono en medio de todo apenas y podía hablar, estaba cansado, con los ojos ardiendo, mientras las bombas volaban hacia nosotros, me despedí diciendo que estaría bien y colgué. Mi madre me contó que salió como pudo de la iglesia, se fue con unas señoras, pidieron ayuda en algunas casas cerca, pero les cerraron las puertas y apagaron las luces, se fue de escondidas con más gente, alumbrándose con solo las luces de su celular, se fueron por un barranco hasta llegar cerca del convento de las monjas, se encontró a un maestro que les dijo “ya mataron a uno de los nuestros”, mi madre se espantó feo, le marcó a mi papa y él fue por ellas con el carro, estaba muy feo por todos lados. Desde adentro seguí arrojando cosas con los pocos chavos que estaban mientras les gritaba fuerte “si se acercan van a valer…, ¡esto es Tlapa!”, al igual los que estaban ahí comenzaron a gritarles, de pronto veo a un señor parado en la esquina de la entrada de nuestro lado, le repetí varias veces “señor, quítese de ahí, váyase”, pero no me escuchaba, ni me entendía, solo estaba parado, ya después supe que es un señor que está enfermo y se duerme en la iglesia, ese hombre como no comprendía lo que pasaba fue atrapado y le pegaron brutalmente los antimotines. Las pruebas están en un video que fue transmitido y daba coraje
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porque abusaron de una persona que no supo defenderse y además estaba enferma. Se abrió por tercera vez la reja, salieron los pocos que quedaban pero se unieron los de la calle que ellos eran más, miré el rostro de coraje de los puros chavos que estábamos ahí, escuché decir a algunos “no nos importa el gas en los ojos, que valga madre, no nos vamos a dejar, ahorita van a ver esos cabrones”, estábamos dispuestos a todo, ya nada nos importaba, a todos nos invadía el coraje por las injusticias que habían cometido con la ciudadanía, en ese momento no importaba lo que uno era, estaba revuelto de diferentes personas, que si eran cholos, gente común o quién sabe qué, eso no importaba, se dice que hasta las pandillas hicieron un acuerdo y que dijeron “aquí nadie es enemigo, todos nos vamos a unir”, fueron una parte importante que ayudó a defender el lugar y no sólo en la entrada sino en diferentes partes de la colonia. Observamos que nuevamente venían hacia nosotros, pero esta vez eran los militares, los policías habían pedido su apoyo porque ellos ya no querían subir, tenían miedo y no sabían qué hacer, pero igual seguían arrojando gas lacrimógeno, la gente respondió arrojando de todo pero ellos ya no se regresaron, venían protegiéndose con sus escudos, cuando estaban cerca, decidimos mejor entrar. Alcancé todavía a cerrar la reja de la iglesia, se me dificultó porque se movía demasiado la puerta, pero lo logré y le atoré la palanca, pero el de la cadena ya no estaba, ya se había ido. Miré hacia la entrada, un policía comenzó a pegarle a la reja y de tanto golpe la abrió, vi cómo se abría como en cámara lenta, en ese momento pensé: «ya valimos», tuve que retroceder, apenas y podía zafarme, estaba cansado, con el brazo lastimado, no sabía qué me cortó, me salté a una azotea cercana, al lado de la iglesia en la cual quise refugiarme, pero antes de entrar iba otro chavo delante de mí, nos fue difícil meternos a la
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azotea porque era un lugar en construcción y estorbaba la malla, caminamos por orillas de barda, yo ya no podía, estaba lastimado de las piernas porque todo lo que estuvieron aventando rebotaba hacia nosotros, los militares comenzaron a entrar a la iglesia y ya venían detrás de nosotros, le dije “bríncate” casi casi lo empujé y le dije: “yo aquí me quedo”. Me metí a una zanja entre la iglesia y la casa, al entrar ahí me puse boca abajo, y ahí venían los policías buscándonos, traían lámparas, comenzaron alumbrar y pensé: «donde me encuentren me van a sacar de ahí pero a punta de golpes», a varios los alcanzaron, a unos chavos los bajaron del campanario, por poco y me encuentran a mí, pero como no conocen bien el lugar por eso decidieron irse, estuve varios minutos ahí dentro, midiendo el tiempo con mi celular, sólo escuchaba los gritos de la gente y las groserías de parte de los policías. Después de 20 minutos dije “ya me voy a salir”, pero no podía ni moverme, con una mano me estuve agarrando del castillo de la casa, salí como pude, el cuerpo lo sentía pesado, pero así como me veía mejor la pensé y me brinqué a la azotea donde me encontré al chavo que venía delante de mí al momento de brincar, él me levantó diciéndome que estaba bien golpeado y me dijo que me sentara pero le dije que no, porqué quería ver qué pasaba. Me asomé sin que me vieran y observé cómo los policías estaban golpeando gente en el suelo, en la esquina para subir a la Coordinadora del Tepeyac, después de otros 20 minutos decidimos salir sin que nos vieran, había personas en otra azotea, pensábamos que eran ellos, pero ya no había antimotines, notamos que ya se estaba reuniendo la poca gente que pudo escapar. Desde ahí notamos que seguía el enfrentamiento en una parte de la calle de abajo donde había comenzado todo, mientras caminaba veía la calle llena de cosas, piedras,
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tabiques, muchas bombas, cuando llegué, en la parte baja ya se estaban yendo los policías, los que estaban ahí les aventaban cosas y les pegaban a los carros, pero no les pasaba nada, les dije: “quémenlos, no se van a romper, están bien blindados”, y pues les prendieron fuego, yo ya no hice nada, me sentía mal sin ganas de moverme. Ya cuando llegué a mi casa mi familia estaba muy espantada y preocupada por mí, pensando que me había pasado algo, entonces recibí la llamada de una amiga preguntándome si estaba bien y me comentó que había muerto Toño y yo no lo creía, me quedé pensando que pude haber sido yo, en toda la noche no pude dormir por el dolor y recordaba todo lo que había vivido y son cosas que marcan la vida.
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SEAMOS MODERNOS Ramón Ojeda Ciudad de México
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¿DE QUÉ MUNDO ERES TÚ? Wendy Ochoa Chiapas
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n esta ciudad enormes monstruos de cristal reflejan la indiferencia y soberbia en la que viven muchos de los zombies que habitan esta jaula, sus mentes y cuerpos se han transformado en terribles y enajenadas marionetas que obedecen fielmente al titiritero que mueve fríamente sus hilos. A lo lejos se oyen las voces de los sobrevivientes ante tal manipulación colonizadora. Las muestras de ataque frente a lo desconocido se dan al por mayor, los –muertos vivientes– arremeten ferozmente contra los humanos que defienden su dignidad y exigen justicia, libertad e igualdad. No hay nada que envidiar en esta ciudad enajenada, mientras los zombies visten de traje, caminan con sus zapatos boleados, beben su café de Starbucks, escriben en computadoras más inteligentes que ellos mismos, se encapsulan en cuartos con aire acondicionado sirviendo a los titiriteros que tienen poder pero no dignidad, blasfemando contra aquel que brinda la oportunidad de conocer cómo se vive en el mundo real, en ese mundo donde no hay elevadores, ni monstruos de cristal. De donde vengo la dignidad es primero, el fruto del trabajo sirve para alimentar a la familia y no para hacer más poderosos a los empresarios. Mi mundo no quiere colonización, exige vivir donde podamos existir todos sin desigualdades porque sabemos que solo la educación puede hacernos libres, porque necesitamos pensar para poder actuar conscientemente, porque estamos despertando a las almas dormidas para alzar la voz y exigir lo que es nuestro y que nos han quitado vilmente. ¿De qué mundo eres tú?
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¿QUÉ HARÍAS? José Gilberto Corres García Oaxaca
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ué harías si una lluvia de granadas cayera a media noche desde un cielo negro de desconfianza y llenara las calles de humo irrespirable?, ¿qué harías si las nubes de humo lacrimógeno te cerrara el paso a toda prisa? ¿Qué harías? Tal vez levantarías los tubos de aluminio humeante y los arrojarías al despoblado, lejos de los amigos que corren a tropiezos con los ojos llorosos. O tal vez correrías a regalar refresco o toallas con vinagre, para limpiar el ardor de la piel y los ojos. Tal vez voltearías el celular para tomar alguna foto que diera testimonio del acto represivo de los hombres vestidos del color de la noche. O tal vez abrazarías a quienes no aguantan para salir de tanta incertidumbre, a los de pulmones vacíos que se niegan a respirar y les ayudarías a correr, correr sin fuerzas, con la fuerza ajena que alivia la pena de los ojos con llanto y la boca sin aire. ¿Qué sería de ti si un 14 de junio, si un 11, si en un día cualquiera, en un año cualquiera o en un tiempo cualquiera, las botas encontraran un hueco en tus costillas y no pudieras respirar no sólo por el gas, sino por la caída estrepitosa en la fuga truncada por toletes o escudos mercenarios? ¿Qué sería de ti si el temblor no fuera por el frío de la lluvia, sino por ese miedo sordo que te impide gritar? Voy a decirte algo: ese trabajo tuyo de enseñar a los niños no es asunto de guardar frases informativas en sus tiernas cabezas; ese trabajo tuyo debe abrirles la vida como un libro, de par en par sin rumbos, de par en par sin fronteras de tiempo o de distancia. De ahí vendrá la pena del trabajo docente; no será la vergüenza de serlo por el
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hecho, sino por ver la vida y así enseñarla, sin dolores ni glorias. Decirles a los niños que la patria está muerta, que los mejores hombres son los que ya murieron abrigando ideales, que los que se quedaron han gastado los años en fortalecer mentiras para romper los lineamientos de moral que establecieron las mujeres con fuerza y los hombres de principios. No podrías ser maestro si solamente lees los pasajes escritos en la historia que hicieron para bañar de gloria parques y monumentos. Porque los que se fueron no necesitaron más que un pedazo de tierra para regar su sangre o un muro sombrío donde colgar su muerte. Ser maestro que sabe, que se ha aprendido fechas, que no duda en tachar la incorrección del hombre del futuro, sería un papel indigno en tus obras. Ser maestro sin fechas, sin cadenas de nombres repetidos por siglos, sin temor a decir lo que formó el conflicto, el péndulo moral que movió las hazañas; ser un hombre sin tiempo porque vive la historia. Tendrían que verte rayándoles el alma si acaso la tuvieran. Para qué serviría que los niños contesten con acierto las frases repetidas por los siglos eternos, de qué sirve saber el color de las ropas de todos los ejércitos, si el único color que les resulta válido es la huella de sangre que dejan a su paso. Ser maestro que observa lo que pasa pero que no interviene para crear condiciones diferentes, que sufre los caminos y las hambres del pueblo pero no las cuestiona, ¿qué caso tiene? ¿Lo habrás pensado ya? Maestro sin acciones no es maestro. Maestro que rompe los esquemas, que traza derroteros, que plantea paradigmas, eso es lo que hace falta. Por eso ahora que empiezan a surgir, empiezan a callarlos; por eso ahora que empiezan las protestas callejeras, corren a reprimirlos. “Ante la represión…”, el grito callejero que se convierte en eco palpitante sobre asfalto caliente, frente a puertas cerradas. Consigna que estridente se desgarra en la marcha,
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voces que se sobreponen a otras indiferentes, consignas que apaciguan las mentadas de madre de los carros furiosos. ¿Por qué habrías de protestar? Hay cientos de razones, miles de explicaciones. Pero eso no es protesta, por más que se desangren gritando las gargantas, por más que el paso airoso detuviera por horas la ruta desquiciada en marchas o en bloqueos, no existen las protestas; solo se expone a gritos eso que es evidente, decir verdades no habría de ser tomado por acto de protesta. Eso que a todas luces se trata de ocultar porque a nadie conviene, porque no le conviene a quienes se preocupan por lograr el dominio, sus propios monopolios, las plazas grandes, los parques con flores alquiladas que se cambian a veces según las estaciones o las fechas, los muros de las calles que se esmeran en repintar con colores que ya no son los mismos. A veces pienso que toda la pintura que remienda a pedazos esa mentira absurda de casas silenciosas, reclama con colores diversos y aún grita a su modo que algo no está bien dicho y que esos parchecitos se harán marco gustoso para que el arte urbano exponga el esténcil de una niña preocupada recargada sobre un libro entreabierto “MI FUTURO ESTÁ EN TUS MANOS ¡¡NO A LA PRIVATIZACIÓN DE LA EDUCACION!!” Tanto gasto para mantener la aparente bonanza, la implacable mentira de imagen que se vende a quien mejor la pague, que prostituye la verdad hasta hacerla folclor. Solo en estos lugares es protesta decir lo que otros callan, porque la ley que impera es la de la falacia. Todas esas verdades que se ocultan, para que los turistas, para que los muchachos de la urbe, las gentes que bien viven no escuchen otras cosas que aislados no conocen, que solamente se sientan atendidos y puedan salir a emborracharse a gusto, a tirar la juventud y la energía en gastar el dinero de los padres. Eso evidente pero que no se muestra, no es protestar, es tan sólo mostrar otra mirada.
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Si eso te pasa, si algún día te llegara a pasar solo por ser maestro, vas a entender la rabia de los pueblos con hambre de donde sale todo y a donde nada vuelve si no es tornado en vicio o vacío de esperanza. Si llegaras a sentir todo eso que pasa, si por una razón se te ocurre decirlo en la tribuna pública, a gritarlo en la calle, vas a ser señalado de rebelde, vándalo, intolerante. Porque es intolerancia decir lo que se vive, cuando es la ley vivirlo sin alzar la mirada. Pero ese es el camino del maestro, ese es el verdadero son de las edades que pasan en tus aulas, y si nunca te pasa, bien por ti que nunca te manchaste o no abriste los ojos a toda la barbarie, de la que eres objeto pero no responsable.
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LA LUCHA MAGISTERIAL DE LUTO Federico Herrera Carvajal Chiapas
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A la memoria del compañero David, hermano de nuestra lucha.
scribo lo siguiente con un profundo sentimiento de rabia e indignación porque lo que ocurrió hoy en Chiapas (8 de diciembre de 2013) pasa a formar parte de los crímenes de Estado que larga cuenta tienen en nuestra historia reciente. El escenario es el crucero que va a la escuela de protección civil en el municipio de Ocozocuautla a pocos kilómetros de Tuxtla Gutiérrez, la tarea del magisterio combativo era manifestar nuestro repudio a la aplicación de la evaluación que lacera nuestros derechos laborales (una evaluación bajo la tutela del acuartelamiento militar). Las consignas en voz de varias decenas de miles de maestros resuenan al unísono y ante nuestro avance la primera lluvia de gases lacrimógenos comienza a caer sobre nosotros, nos replegamos unos metros por el ardor en los ojos y la asfixia pero avanzamos de nuevo, los minutos se convierten en horas, detrás de los contingentes de la policía federal se abren las enormes vallas metálicas y aparecen los “Rinos” escupiendo chorros potentes de agua en contra de muchos compañeros. De nuevo nos replegamos, pero ahora a una mayor distancia, sin embargo, a la distancia observamos a los caídos quienes fueron embestidos y uno de ellos yace sin movimiento, Las fuerzas represoras habían propiciado el asesinato vil de nuestro compañero por la soberbia de un Estado que a sangre y fuego pretende imponer una reforma que viola nuestros derechos.
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Creo que está de más enumerar las causas que nos trajeron aquí puesto que el magisterio a lo largo y ancho del país ha dejado clara nuestra postura ante las pretensiones del Estado-gobierno de despojarnos de nuestra seguridad laboral. Lo sucedido hoy traspasa los umbrales de la infamia, ni en Oaxaca ni en Guerrero observamos tanta saña por parte de las fuerzas represoras. Un terrible sentimiento de tristeza nos inunda mientras la pertinaz llovizna nos moja, pareciera que la nublada mañana acompaña nuestro luto. Hoy alguien tuvo que dar la vida para demostrar lo justo de nuestra lucha y aquellas voces que nos critican tendrán que callar por respeto a la sombra de muerte que nos acompaña. Aquellos cómplices del charrismo sindical y el servilismo oficialista que se prestaron a la farsa de asistir a la aplicación de la evaluación (muy pocos) tendrán mucho que pensar y valorar si valió la pena traicionar a nuestro movimiento. La tregua entre policías y maestros se prolonga hasta el levantamiento del cuerpo del caído que hoy es mártir, la mañana transcurre entre sobrevuelo de helicópteros militares y la zozobra de una próxima reyerta para la cual nos preparamos. Después de trece horas de estar en el sitio se anuncia nuestra retirada rumbo a Tuxtla, realizaremos una marcha del puente Mactumatza hacia el palacio de gobierno para exigir la libertad de algunos compañeros detenidos y rendir homenaje a la memoria de David a quien le acompañará el pensamiento de todos los que luchamos junto a él este día.
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CUANDO HABLAN LAS CONCIENCIAS CONTRA LA REPRESIÓN Wendy Ochoa Chiapas
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ormí por un par de horas, tras el desvelo de estos últimos días conciliar el sueño por más de cuatro horas ya puede ser considerado como un verdadero privilegio. Despertar por la conciencia para incluirse en una nueva experiencia de vida, no puede ser otra cosa que una exclamación del propio ser interior que expresa el clamor de justicia, libertad y respeto hacia la vida misma. Después de un viaje exprés, por fin arribamos al encuentro con el destino. No estábamos solos, quienes aguardaban nuestra llegada tenían una clara idea: perpetuar la represión. No era el momento de relajarse y armar tertulias. Había que estar alertas, atentos al llamado, preparados para lo peor. Sólo bastaron un par de minutos para calentar el cuerpo ante la inminente carrera hacia el aire limpio. La organización y las barricadas tenían que presentarse presurosamente. El aire picaba, ahogaba, los ojos se irritaban y no se podía respirar. Sin embargo, en ese ambiente hostil también se percibía valentía y coraje necesarios en toda lucha contra las injusticias. Caminábamos, corríamos, estábamos cansados pero no rendidos. Estábamos sucios pero con la conciencia limpia. Teníamos sed pero el coraje recorría nuestras venas. Debíamos aguantar porque allá, en la selva, en la serranía, en la costa, nos confiaron esta tarea, porque no es nuestra, es de todos. Mientras unos quieren denostarnos, otros, miles, ellos, los padres de familia, los niños, las personas conscientes están aquí, brindándonos su apoyo, caminando con nosotros. No manipules las palabras, entiendo tu mensaje, no sigo a alguien, sigo a mi conciencia. No vivo para conseguir adeptos,
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vivo para vivir en un mundo mejor, en el que podamos estar juntos sin temor a las represiones, desapariciones, violaciones o muertes. Si estás dispuesto a romper la utopía para convertirla en realidad, aquí estoy, haciendo de esta lucha una forma que enseña a actuar responsablemente, una manera de vivir para que podamos existir sin temor.
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UN CUCHILLAZO DE QUINIENTOS MIL PESOS Santiago Felicitos García Aburto Guerrero
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ebrero de 2013. En reunión convocada por el secretario general de la delegación, tuvimos la presencia de un dirigente de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Nos informó sobre las consecuencias de la aprobación y “armonización de las leyes federales con las del estado de Guerrero” de parte del Congreso Estatal. Por mayoría de votos se acordó participar en la defensa de la Educación Pública y detener también las acciones de la SEP para aplicar la reforma educativa; entre lo más urgente que mencionaba el secretario estaba la evaluación docente. Debíamos de trasladarnos a la ciudad de Chilpancingo para sumarnos a las acciones de la CETEG (Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero). Los analistas expertos en materia educativa sacaban constantemente los comentarios en los periódicos, en los cuales emitían sus puntos de vista acerca de una Ley netamente punitiva, al respecto se mencionó: “La apresurada aprobación de la Ley General del Servicio Profesional Docente (LGSPD) en medio de vallas y cercos policiacos pretende consumar una de las mayores atrocidades en contra de los trabajadores de nuestro país: convertir los derechos laborales magisteriales en un despojo. Borrar en esa ley conceptos como: trabajador, sindicato, condiciones generales de trabajo, estabilidad en el empleo, bilateralidad y dignidad es la muestra de que en este gobierno se aborrecen los derechos laborales… La estabilidad en el empleo ha sido anulada. En la nueva ley cuando la autoridad decida el cese éste se aplicará de inmediato, ya no habrá
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juicio previo ni resolución de las autoridades laborales para autorizar la separación. Primero se mandará a la calle al docente y luego se investigará por el tribunal laboral si el despido fue correcto. La autoridad patrón dirá: Te corro y luego investigamos.”2 El mismo secretario de educación Emilio Chuayffet Chemor, declaró en una nota periodística del jueves cinco de septiembre de 2013, que efectivamente “…la reforma educativa sí, parcialmente, es laboral, y aseguró que la renovación generacional del magisterio llegará a 60 por ciento en 12 años… si faltas tres días consecutivos, dejas el servicio. Si faltas tres días de manera discontinua, pero en treinta días de plazo, dejas el servicio. Si no acudes a las evaluaciones o no acudes a los servicios de capacitación, dejas el servicio.”3 Nos trasladamos al plantón en la ciudad de Chilpancingo Guerrero, se instalaron los campamentos, día a día se fueron programando distintas acciones como el bloqueo de la Autopista del Sol, la protesta en el Congreso Estatal para mancharle los ventanales con yemas de huevo y jitomates. Con estas acciones algunos compañeros querían desquitar la indignación que sentíamos todos por el gobierno de Aguirre Rivero, amigo de Enrique Peña Nieto, quien quería agilizar la aprobación de las leyes secundarias. Por eso, para desquitar nuestro coraje, en lugar de blanquillos y jitomates llevamos piedras. Las arrojamos con resorteras, algunos con la mano y hubo un quebradero de vidrios, de modo que las ventanas quedaron destrozadas. Todo esto fue la manera de presionar a los diputados, para que en la sesión votaran en contra de las leyes que afectaban al magisterio guerrerense. Pero ellos ni en cuenta. Los diputados priistas, panistas y perredistas ya tenían la consigna de votar a favor de dichas leyes. 2. Fuentes, Muñiz, Manuel. Periodico La Jornada nacional. Viernes 6 de sep. de 2013. Pág. 8. 3. Chuayffet, Emilio. Periodico La Jornada nacional. Jueves 5 de sep. de 2013. Pág. 9.
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Por fuentes del mismo gobierno se supo que ya el gobernador tenía una partida presupuestal para darle a cada diputado, por dicha aprobación recibirían quinientos mil pesos, así como sucedió en las cámaras de diputados y senadores nacionales cuando aprobaron “la mal llamada reforma educativa”, cada diputado –se rumoró en ese entonces– recibió un millón de pesos. Tal vez no fue esa cantidad, pero el gobierno desembolsó dinero para que se aprobara la Reforma tal como el poder ejecutivo la envió, sin cambiarle ni un punto ni una coma. Aunque hubo diputados que hicieron la excepción ofreciendo todo su esfuerzo en defender la educación pública contra una mayoría que llevaba la consigna de aprobar dichas leyes, que claramente perjudican la situación laboral del magisterio, perjudicando la organización sindical que vela por los intereses del gremio, e incluyendo en el Servicio Profesional Docente, artículos que evidentemente menoscaban sus derechos laborales, como el Artículo 53, que dice: “En caso de que el personal no alcance un resultado suficiente en la tercera evaluación que se le practique, se darán por terminados los efectos del Nombramiento correspondiente sin responsabilidad para la Autoridad Educativa o el Organismo Descentralizado…”4 lo que significa el cese inmediato, además de que aquéllos que no se evalúen también corren con la misma suerte. Así mismo en el artículo 76, se dice que “…el Personal Docente y el personal con funciones de dirección o de supervisión en la Educación Básica y Media Superior que incumpla con la asistencia a sus labores por más de tres días consecutivos o discontinuos, en un periodo de treinta días naturales, sin causa justificada será separado del servicio…”5.
4. DECRETO, por el que se expide la Ley General del Servicio Profesional Docente. 11-09-2013. 5. Ibídem.
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Quienes redactaron y quienes aprobaron estas leyes piensan que en el magisterio todos estamos cerrados, que no entendemos o no llegamos a la comprensión de que eso que estaban aprobando diputados y senadores era una tremenda barbaridad que ni el más ignorante debiera aprobarlo, vergüenza debería de darles, ¿con qué cara se presentan otra vez ante las comunidades? ¿Ante el propio magisterio después de haber realizado tan reprobable hazaña? Pero como son una bola de sinvergüenzas y están acostumbrados a amar el dinero por eso aceptaron. A continuación, para confundir al pueblo, el gobierno se valió de campañas en los medios masivos de comunicación, entre ellos Televisa, Televisión Azteca, y canales de radio, los que empezaron a bombardear con spots en donde se mencionaba que la reforma educativa era para el beneficio de la niñez y también para beneficiar al propio magisterio mejorando sus condiciones laborales. Supongo que el gobierno estaba pensando que si nos cesaba entonces tendríamos mucho tiempo para descansar y que eso era mejorar las condiciones de nuestro trabajo. Irónicamente, de la infraestructura de las escuelas, construcción de aulas, la dotación de materiales como computadoras, instalación de redes de internet, nada se decía. Del apoyo al alumnado poco se mencionaba. Las baterías del estado estaban enfocadas primeramente en la armonización de las leyes emanadas de la federación y su aprobación a como diera lugar, posteriormente vendría la aplicación de la evaluación y darle seguimiento para tener a los primeros despedidos. Todo eso se comentaba en los campamentos en donde estuvimos presentes con los compañeros. Las condiciones en que nos encontrábamos los participantes del movimiento eran insalubres, acostados en el suelo. Algunas delegaciones cocinaban en pequeños anafres utilizando carbón, otros con un tanquecito de gas pequeño. Las constantes reuniones por las tardes en donde se discutían
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las acciones que se emprenderían para los siguientes días, eran agotadoras para nuestros representantes, terminaban a altas horas de la madrugada. También había infiltraciones de gente del gobierno, ya se habían detectado y detenido a varios de ellos. El congreso estatal estaba valorando cómo aprobar dichas leyes, se tuvo un acercamiento con los diputados del PRD, quienes habían comentado que harían un frente para no tener que aprobar todas las leyes. Era tanta la presión que ejercía el magisterio que en una reunión con Aguirre Rivero, llegaron al acuerdo de agregarle la palabra “gratuita” a la educación, ya que de acuerdo a la propuesta gubernamental la ley ya no contendría la gratuidad de la educación para el estado de Guerrero. Sin embargo, no se podía eliminar la parte punitiva, la afectación laboral, porque fue precisamente ahí donde el gobierno más se aferró, ya que era una consigna a nivel nacional que así debería aprobarse. En la reunión que se tuvo con los diputados del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y otros del Movimiento Ciudadano (MC), parecía que ellos serían los que apoyarían al magisterio democrático. Aunque se llegaron a ciertos acuerdos, de pronto se supo que la reunión del congreso se haría en la ciudad de Acapulco y allí se discutirían las leyes que se esperaba sufrieran modificación para no perjudicar al magisterio. Muy grande fue nuestra sorpresa cuando al siguiente día el periódico El Sur de Acapulco, dio a conocer que la mayoría de los diputados del congreso local, priistas, panistas y perredistas, votaron a favor de las leyes secundarias, tal y como las emitió el ejecutivo estatal respetando lo que ya se establecía a nivel federal. De la noche a la mañana los diputados del PRD y MC, quienes habían dicho que apoyarían al movimiento magisterial le dieron la espalda, asestando un cuchillazo traicionero por quinientos mil pesos que recibieron en su cuenta bancaria.
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Ante esta desalentadora situación en donde todo estaba ya consumado a favor del gobierno federal y estatal, nos invadió el mal humor, un enojo tremendo, una impotencia de tal dimensión que el día 24 de abril de 2013 se acordó destruir las oficinas de los partidos PAN, PRI, PRD, como una catarsis necesaria para no agarrar las armas y tener un enfrentamiento con el gobierno que hubiera tenido resultados más dramáticos. Así se hizo. Por supuesto que al día siguiente, después de cada acción violenta, los medios de comunicación reprobaron al magisterio democrático, cuando en realidad el verdadero culpable de la alteración de la paz social es el mismo gobierno que emite leyes que lejos de beneficiar a los sectores sociales los perjudican. Y así también siguen nuestros representantes que no cumplen con el mandato de velar por los intereses del pueblo. Un día no muy lejano el pueblo se levantará en armas cuando ya esté cansado de tanta atrocidad de los poderosos. Entonces solo ellos tendrán la culpa del derramamiento de sangre. Una vez más el gobierno de Peña Nieto demostró su intolerancia hacia un magisterio organizado que no se doblega tan fácilmente, demostró su autoritarismo siguiendo las políticas económicas y educativas que establecen los organismos internacionales como la OCDE, el Banco Mundial y el FMI. Así se demuestra que nuestro gobierno ya no respeta la soberanía nacional, y mucho menos en las entidades federativas. El gobierno de Peña Nieto sólo es un títere sin la capacidad de analizar a conciencia si esas reformas construidas desde el exterior en realidad benefician a la sociedad mexicana. Muy desalentados por las acciones del Congreso Estatal, del gobierno de Aguirre Rivero, y del gobierno federal que empezó a criminalizar al movimiento, el magisterio dio fin a la lucha por detener la aprobación de las leyes secundarias, tomando como acuerdo ahora bloquear la aplicación de la
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evaluación docente cuando lleguen a programarse. De todos modos la CETEG y la CNTE, no se rendirán ante los embates del Estado represor de Enrique Peña Nieto.
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PREHISTORIA DEL PUÑO Enrique González Rojo Ciudad de México
En un tiempo yo fui, lo que podría llamarse una persona decente. Buena educación. Eructos clandestinos. Modales aprendidos con metrónomo. Y un cajón rebosante de dieces en conducta. Pero un día, ante los golpes de culata, las ráfagas de párpados vencidos, el furor lacrimógeno, me nació un inesperado «hijos de puta». Se trataba de mi primer arma, de un odio que a dos pies cargaba la sorpresa de su propio nacimiento. A partir de entonces, dentro de mi gramática iracunda, dentro del diccionario en que mi cólera se encontraba en un orden alfabético, disparaba palabras corrosivas, malignas expresiones que eran áspides con la letra final emponzoñada.
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Pero yo me encontraba insatisfecho. Ningún hijo de puta corría hacia su casa, ante mi grito, para zurcir el sexo de su madre. Mis alaridos eran inocentes, inofensivos eran como besos que Judas ofreciese tan sólo a sus amantes. Ante eso, pasé de un insatisfecho «cabrones» –pólvora humedecida por mi propia saliva a una pequeña piedra, el pedestal perfecto de mi furia, la lápida mortuoria que encerraba la pretensión guerrera de mi lengua. Y ahora, en la guerrilla, mientras limpio mi rifle. recuerdo cuando yo era, camaradas, lo que podría llamarse una persona decente.
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¿ME ESTÁS OYENDO, INÚTIL? Ramón Ojeda Ciudad de México
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POR MIS VENAS CORRE SANGRE Y GAS LACRIMÓGENO Abraham Hernández Hernández Oaxaca
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A la memoria de los caídos.
uántas veces he coqueteado con la muerte, pero nada serio. Solo un guiño o un toque en el hombro y nada más. Esos coqueteados han tenido resultados funestos. Uno de los tantos coqueteos fue el día que se llevó a mi esposa y a mi hija de apenas tres meses. Se las llevó en su barca, una de tantas que tiene. Quise arrebatárselas pero las veces que lo intentaba, eran las veces que me arrojaba a la orilla del río. Ella solo quería ir a dar clases a su comunidad, allá en Clavellinas, apenas terminando su permiso por gravidez. Así con la muerte, aún no era mi tiempo. Hay tantos avistamientos con ella. Los pulmones a punto de estallarme el día en que el cuerpo represor de Mancera nos desalojó del Paseo de la Reforma. Ya nos habían replegado hasta el Monumento a la Revolución y formaron vallas para encasillarnos ahí. La resistencia por parte de grupos afines al magisterio seguía en batalla; muchas corretizas y golpeados inmisericordemente por granaderos. Me quedé a lo último como apoyo a los que resistieron y no cayeron en pánico. A los compañeros de mi delegación les había pedido que se retiraran porque les noté el susto en los ojos. Mejor así, gente con susto paraliza y no permite movilidad. Al llegar a un pequeño jardín sobre Reforma, nos quedamos un compañero de otra delegación y yo, los demás estaban replegados. Fue en ese momento cuando uno de los granaderos disparó una bomba de gas lacrimógeno, y no la tiró en parábola, tal parece que buscó un blanco, o tal vez dos blancos; pero el blanco fue
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el otro compa que quedó tendido, chorreándole sangre de la frente. Al quererme acercar otro granadero lanzó un petardo, pensé que era otra bomba, pero al momento de querer levantarla por el coraje y arrojárselas, estalló. No me pasó nada. Al camarada lo auxiliaron otros compañeros, dejando tras de sí en la banqueta, esa mancha de sangre como testigo de la ignominia contra él. Más tarde llegaron unas personas que se presentaron como visitadores de Derechos Humanos. Les di mi testimonio, pero creo que lo hicieron solo por cumplir, ya que ni tardo ni perezoso empezaron a tomarse selfies y fotos entre ellos en este monumento a la vergüenza. Del caído ya no supe más. IEEPO, IXCOTEL OAXACA JUNIO 2016. La detención del secretario de organización de la sección XXII en la región del Istmo causó mucha molestia entre los agremiados y grupos afines a la lucha magisterial. La movilización después de clase no se hizo esperar. Se bloqueó la carretera internacional frente al IEEPO. Era mucha la raza que había llegado, pero al caer la tarde, y con la noche, empezaron a llegar más. El rumor de desalojo estuvo presente desde que se inició el bloqueo. Desde temprano se convocó a todas las organizaciones adherentes a la lucha social para alzar la enérgica protesta contra el gobierno porque, con la serie de detenciones, querían aplastar a como diera lugar este movimiento. El rumor llegó con más intensidad como obscura la noche: la policía estaba en diferentes frentes preparándose para el golpe certero y brutal. Eran las nueve y la gente se congregó en una bocacalle y empezaron las consignas. Todos nos concentramos para hacerle frente a un pelotón de policías que se habían apostado a dos cuadras de ahí. La suerte estaba echada, los celulares cobraron vida, las voces se escapaban, las familias y conocidos pedían que
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quienes estaban ahí desalojaran porque en punto de las once iban a entrar los granaderos a desalojarnos. Tener miedo y ser cobarde son dos cosas diferentes. Pero pudo más el miedo que la cobardía. Todos esperábamos el protocolo antes de desalojar el espacio. No lo hubo. Mientras los oradores seguían participando, empezaron a caer una lluvia de bombas lacrimógenas provenientes de detrás de un autobús, con el que nos resguardábamos y servía de contención. No esperábamos el ataque por ese frente. Estuvo cabrón. El caos se apoderó de nosotros. Todos corríamos para protegernos de ese ataque, buscando refugio. El gas se combinó con el aire que saturó los pulmones. Cuántos no cayeron en esa loca carrera. El ardor en los ojos y en la garganta, así como en la cara, empezó a castigarme; los pulmones llenos de gas se colapsaron, no pude respirar, el corazón amenazaba con salírseme por la boca. Varios nos refugiábamos en una casa; el ardor y el dolor de pulmones empezaban a aminorar. Desde ahí escuchábamos la corretiza entre policías y camaradas que les hicieron frente. En toda la avenida se pusieron barricadas, se lanzaban cohetones; la banda se dejó venir en auxilio. El enojo salió a las calles para enfrentar a los granaderos. Los vecinos vieron alterada la tranquilidad de sus hogares, el gas los expulsó de sus recámaras. Las mentadas de madre fueron los aplausos que recibieron los policías a su paso. Querían llegar hasta el Zócalo para iniciar el desalojo de ahí también, pero el fantasma del 2006 empezó a rondar por las calles. Esa noche amaneció más temprano. “DÍA DEL PADRE”, HACIENDA BLANCA DOMINGO 19 DE JUNIO Fue la primera vez que celebramos el día del padre por parte de la escuela. Festejamos a los padres de familia de nuestros alumnos, para eso se organizaron juegos y una comida. Todo fue algarabía hasta las once de la mañana.
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La inquietud empezó a sentirse entre los compañeros. A esa hora empezaron a degustar sus alimentos los padres, madres y niños; con eso se daba por concluida la actividad. Los mensajes de whatsapp empezaron a circular. Se necesitaba ayuda en Hacienda Blanca. En Nochixtlán estaba cabrón. Desde donde estábamos se veían bajar helicópteros en el estadio de beisbol. Eran policías que estaban recibiendo atención médica mientras que a los heridos del pueblo no los dejaban recibir ayuda médica. Ya se hablaba de muertos en Nochixtlán. Esta situación puso sensible a mis compañeras. Lágrimas de enojo y desesperación corrían por sus rostros. Sólo dos nos atrevimos a ir a Hacienda Blanca: mi esposa y yo. Nos fuimos en nuestro vocho. Ya no pudimos pasar, sólo llegamos hasta una gasolinera, por lo que dimos vuelta por la carretera de retorno. Estacioné el carro donde pensé que nos ayudaría, en caso de que se pusiera feo, tener una ruta de escape. El helicóptero rondaba en Hacienda Blanca, se iba y regresaba. Los cohetones se lanzaban como esas avecillas que corretean al gavilán cuando quiere atacar sus nidos. Había compañeros apostados en Hacienda Blanca mientras que en todo el camino que va de ahí hasta Viguera había mucha gente en las orillas. La carretera se encontraba bañada de piedras, en algunas partes barricadas hechas con llantas, ramas y lo que se pudiera para contener a los policías en caso de correr. Todos con la mirada de esa parte. De pronto, llegó un motociclista para alertarnos. Por el lado de San Jacinto Amilpas venía un convoy de policías. Que ya venían a pie para atacar por la retaguardia. De un momento a otro, nos organizamos. Se puso una barricada con lo que se encontró: piedras, llantas, tubos de concreto. Se le prendió fuego a las llantas. Todos nos apostamos a la orilla del camino. Cuando hicieron su aparición los granaderos empezaron a lanzar gases para
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dispersar a los que les hicieron frente desde las barricadas. Unos corrieron hacia Hacienda Blanca, otros a las orillas y calles aledañas. Los policías empezaron a apagar las llantas y quitar los obstáculos. Traían pipas de agua y camionetas. De un momento a otro la gente empezó a llegar. Traían cohetones, piedras, agua, coca y vinagre. La superioridad de la gente los hizo detenerse casi llegando a Hacienda Blanca, se vieron rodeados. Empezaron a lanzar muchas bombas lacrimógenas para regresar a Viguera. A su regreso, los policías picaban las llantas, quebraban parabrisas y ventanas de los vehículos que encontraban a su paso. Aquí en donde hizo su aparición el helicóptero; creaba torbellinos con el gas para ayudar a salir a los policías de su encapsulamiento. Cuando casi lo vieron imposible por la cantidad de gente, desde el helicóptero empezaron a lanzar gas lacrimógeno. Las bombas caían en casas. Muchos salían intoxicados de sus domicilios. Eso causó furor. Cuando empezaron a pasar los policías cerca de la calle donde estábamos, la gente empezó a lanzarles piedras. Una que otra escapaba de mi mano. Pero del lado de los granaderos también se dejaban venir las bombas de gas lacrimógeno, tan agresivas que nunca antes había sentido llenar mis pulmones con ese tipo de gas que aturdía apenas lo aspirabas. Una bomba cayó cerca de mí, antes de que desperdigara su gas, apenas cayó al suelo corrí a cubrirlo con mi playera al igual que otro compa acudió a apoyarme usando su chamarra. Al momento de cubrirlo, el gas se apoderó de nosotros. El compa avanzó dos pasos y cayó de bruces sin meter las manos. Vi como corrieron a levantarlo antes de que yo cayera también. Apenas podía ver, el aire abandonó mis pulmones, la angustia se apoderó de mí, no podía respirar, los ojos y mi cara me ardían como nunca antes. Sólo sentí que me apoyaron para alejarme del lugar. Así estuve por un tiempo hasta que llegaron unas personas que me lavaron la cara con coca
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cola y vinagre. Empaparon toallas sanitarias con coca y vinagre. Me dejaron una y se marcharon hasta que vieron que podía respirar y abrir apenas los ojos. Las lágrimas eran constantes, la mucosa nasal y mi garganta ardían. Así nos llegó la noche. La batalla campal seguía y las bombas continuaron cayendo indiscriminadamente. Se escucharon disparos. Más tarde supimos que fueron baleados un maestro jubilado y un joven que acudió a apoyar la causa. El maestro sobrevivió, el joven no. Eran las once de la noche y los policías permanecían estacionados en el crucero de Viguera. No había por dónde salir de ahí. La gente los había rodeado. Las barricadas estaban por todo el camino hasta llegar a Brenamiel. Por el otro lado, rumbo a San Jacinto Amilpas, habían sido enfrentados por la policía de esa comunidad. Ya no supe de mi carro, ni de lo que pasó en las horas de la madrugada. Encontramos una casa de refugio. Coincidimos dos matrimonios de la misma delegación y un compañero que nos brindó un espacio en casa de su mamá que vive por ese rumbo. A la mañana siguiente, el sol iluminó la zona de guerra. Carros quemados, carros desmantelados por amantes de lo ajeno o por los policías mismos. La gente empezó a salir y a desplazarse sorteando todos los obstáculos a su paso. El olor a humo y a gas estaba en el ambiente. Todo era desolador. De mi carro ni quiero hablar. La reforma educativa, ¿con gas entra?
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ME VOY, NO SÉ SI REGRESE A CASA, TAL VEZ MAÑANA… Rosa González Bautista Oaxaca
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a televisión anunciaba la captura de los líderes sindicales de la sección XXII de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación de Oaxaca, justo el fin de semana que ya íbamos a regresar a clases, después de casi un mes de paro de labores en protesta de la Reforma Educativa. Ante esta aprehensión de los líderes se intensificaron las protestas, se paralizó la autopista Oaxaca-México a la altura de Nochixtlán. Increíblemente empezaron a unirse los padres de familia de cerca y de lejos, llegaban a apoyar en los bloqueos y, en las noches, los comerciantes de Nochixtlán llegaban con café; durante el día, comités de padres de familia llevaban comida, el pueblo empezaba a unirse. Y la guerra psicológica comenzó por parte del gobierno. ¡Increíble!, hasta los padres de familia y las religiosas de la escuela privada Concepcion Avendaño de Viazcán, de Nochixtlán, a donde acuden los hijos de quienes mueven la economía de la región, nos llevaban de comer. ¿Otro 2006?, nos preguntábamos. El pueblo se empezaba a unir por voluntad propia; al sentir ese apoyo constatábamos que los maestros no estábamos equivocados en nuestra lucha, a pesar de la estigmatización de los medios de comunicación al servicio del Estado. Una tarde fría vimos llegar a casi 800 padres de familia del distrito de Tlaxiaco, hombres, mujeres y algunos niños, pernoctaron con nosotros apoyando el bloqueo dispuestos a lo que fuera, por si había represión. Pasó lunes, martes, miércoles… cada vez más tensión, miedo e incertidumbre; sabíamos que en cualquier momento el gobierno le apostaría más a la represión que al diálogo. Uno de esos días del bloqueo llegó un convoy de militares y quisieron pasar, pero
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los padres y madres de familia los enfrentaron con palabras: “aquí no pasan, está cerrado, estamos reclamando al gobierno nuestros derechos, por una educación pública y gratuita”… Llevábamos ya tres días de bloqueo total. Los choferes de autobuses, de carros de carga y particulares tuvieron que permanecer día y noche; compartíamos con ellos un poco de café y pan. Cada vez se unía más gente y junto con esa unidad se intensificaba el rumor de un desalojo. Llegó el fin de semana, que es cuando somos más vulnerables, puesto que el número de manifestantes se regresa a su lugar de origen a descansar un poco; los maestros van para ver a sus hijos, o para resolver algunas necesidades de la casa. Los 800 padres se fueron; llegó el viernes y, por la noche, nada, todo tranquilo. Sábado, día y noche, nada de presencia de policías. ¡Ufff!, respiramos tranquilos, no hubo desalojo. Pero jamás imaginamos que el gobierno represor ya tenía su plan y justo el día domingo 19 de junio, como a las 7 de la mañana, cuando se realizaba el cambio de guardia llegaron en muchos autobuses y helicópteros la policía federal y la gendarmería a desalojar la carretera. Los compañeros eran pocos, por eso los policías bajaron luego de sus autobuses y, sin protocolos, llegaron golpeando. Los que pudieron corrieron al centro de la población, llegaron a la iglesia del pueblo en donde pidieron permiso al sacerdote, que en ese momento oficiaba una misa, para subir al campanario y tocar las campanas para llamar a la población a que apoyara. Ante el peligro la gente comenzó a bajar a la carretera. Eran las siete y media de la mañana y los mensajes de ayuda empezaron a llegar en los celulares. Yo estaba en la casa, resolviendo unos asuntos del pueblo porque se acercaba la fiesta patronal y, como era agente municipal, nos correspondía organizar la fiesta. Cuando vi en mi celular “compañeros nos están desalojando”, me puse muy nerviosa. Sentí coraje y temor, porque ya sabemos cómo se
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vive una represión, ya pasé la represión del 2006 en la capital de Oaxaca. Tomé las llaves de mi carro y le dije a mi hija Arissa: “me voy, no sé si regrese al rato a la casa, o tal vez mañana, pero yo te hablo más tarde” (parecía que adivinaba lo que nos iba a pasar con mi hermano). Le expliqué: “entró la policía en Nochixtlán a desalojar el bloqueo”, porque nuestros hijos desde temprana edad van asimilando la idea de que nos vamos a las manifestaciones y los riesgos que esto conlleva. Cuando llegué a Nochixtlán dejé estacionado mi carro a un costado de la terminal de autobuses y me fui caminando hacia la autopista. Eran como las ocho y media de la mañana; a esa hora ya había varios compañeros y compañeras golpeados y gaseados, un carro de pollos envuelto en llamas –los pollos se quemaban vivos–, bombas de gas lacrimógeno… Recibí una llamada de mi hermano Javier preguntando que en dónde estaba; le expliqué que ya estaba en Nochixtlán y lo que estaba pasando. Él me contestó: “ahorita voy para allá a buscarte”. Le pedí que no lo hiciera por el peligro y, además, él nunca ha participado en este tipo de movimientos. La situación estaba muy difícil, insistió en llegar. Colgué y empecé a buscar a mis compañeros de la delegación sindical de mi zona y de otras zonas y niveles educativos; la gente del pueblo, taxistas, los de Bienes Comunales y varios más que valientemente iban hasta enfrente y regresaban gaseados. La gente corría, llevaba agua, vinagre, limones, coca cola para amortiguar un poco los gases lacrimógenos; llevaban cobijas mojadas, sábanas, cobertores para contener la explosión de las bombas de gas. Fue cuando me di cuenta que mi hermano Javier ya estaba junto a mí; me fue a buscar. Hablamos de lo que estaba pasando y decidió ir hasta enfrente donde estaba el punto más fuerte del enfrentamiento; le sugerí no lo hiciera porque él no ha participado en esto, no sabe lo que significa y el riesgo. Aun así decidió ir. Yo me quedé con mis compañeros; algunos nos
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animaban a avanzar para replegar a los policías. Cuando empezamos a hacerlo se escucharon las detonaciones, que no eran parecidas a las de los cohetones. Gritaron: “¡Compañeros, están disparando balas! ¡Tírense al suelo!” Nos dejamos caer, no sabíamos de dónde venían las balas; si venían de enfrente, de atrás o del panteón. En ese momento mi hermano regresó de donde estaba el enfrentamiento y me informó que mi hermano mayor, que se llama Enrique, andaba ahí apoyando a los maestros; que le dijo que se regresara y no lo quiso hacer. Otra ráfaga de balas, nuevamente “¡compañeros, al suelo!”. Mi hermano, todos los que estábamos cerca de un comedor de madera nos dejamos caer. Gritos, angustia… Algunos compañeros señalaban los hoteles Juquila, Merli, Fandangos que están junto a la carretera, “¡de ahí están disparando, compañeros!” Y justo enfrente, en la carretera, cayó herido de bala un joven y empezaron los gritos: “¡Aquí compañeros, aquí un herido!… ¡Rápido, un taxi!” Los taxis que se solidarizaron; iban y venían llevando heridos, uno tras otro. Empezamos a llorar cuando dijeron: “Compañeros, ya están cayendo, los están matando… Por favor, repliéguense”. La gente ya no escuchaba, ya estaba enardecida, más balas. Nos metimos atrás del restaurante pero con miedo no sabíamos si atrás también nos dispararían. Un grupo de mujeres decía: “No se vale que el presidente Daniel Cuevas, el Presidente Municipal del PRI, no haya defendido a su pueblo. ¡Vamos a quemar el palacio municipal!” Y nos llamaban, “¡vamos maestras!”. Se fueron al centro de la población. En la confusión, cuando nos tirábamos al suelo, me acordé de Rigoberto González Nicolás; él y otros maestros de la Ciudad de México conocen medios de comunicación para que difundieran lo que estaba pasando. No contestó. Le marqué a Roberto Pulido, me contestó y rápidamente le expliqué lo que estaba pasando y que llamara a medios
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de comunicación; me dijo que iba a ver esa posibilidad. Mi teléfono se empezó a descargar, las llamadas no entraban la señal era lenta… No sé quién me prestó un machete y corté los hilos de un anuncio que nos estorbaba cuando nos tirábamos al suelo. La carretera quedó semi-desierta, todos nos resguardamos en las orillas; las balas seguían pasando. Empezaron a llegar las ambulancias de los pueblos vecinos; no eran suficientes. “¡Heridos, aquí hay un herido!”, gritaban los compañeros. Las ambulancias prendieron sus sirenas, iban y venían entre los disparos y se llevaban a los heridos de balas, de cohetones, de gases lacrimógenos. Las balas empezaron a incrustarse en el hombro, la clavícula, la pierna, el tobillo, el peroné, el estómago, en la cabeza, en la espalda, en las pompas, en los muslos, en la rodilla, y en el corazón de los que cayeron muertos. En el lugar, miedo, gritos, angustia, llantos… yo recordé lo que he leído en La noche de Tlateloloco de Elena Poniatowska; era la misma estrategia pero en pequeño: los francotiradores estaban en la azotea de los hoteles cercanos a la carretera, desde las barrancas, desde el interior del panteón. Creí que ahí íbamos a quedar todos muertos. Ahora que lo recuerdo, me da miedo; de verdad, pensando en que una bala pudo acabar con nuestra vida. Algunos compañeros se dedicaron a recabar dinero para ir a comprar cohetes, todos los que pudieran encontrar para poder replegar a los policías. ¡Imposible! Las balas eran más poderosas. Mi hermano Javier nuevamente fue a buscar a mi hermano Enrique porque le llamaba por teléfono y ya no contestaba; eran como a las doce y media del día. Regresó y me dijo que mi hermano ya no estaba, no lo vio para nada. Nos preocupamos. Otra lluvia de balas, nuevamente “¡al suelo!” En ese momento una bomba de gas lacrimógeno cayó justo en la espalda de una compañera maestra. Corrimos y, rápidamente,
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los compañeros taparon la bomba con cobijas mojadas para que no explotara, pero aun así los gases nos lastimaron los ojos, la cara… En ese momento empezaron a llegar en apoyo más pueblos desde Tlaxiaco, Huajuapan, Tamazulapan, Teposcolula, El Fortín, San Miguel Chicahua, Santa María Apasco, La Colonia Chindúa, Magdalena Zahuatlán, Tilantongo, Yanhuitlán, Sinaxtla, Sayultepec, Amatlán, entre otros pueblos. Empezaron a replegar a la policía con piedrazos y cohetones. Llegaron otros helicópteros. Un dron sobrevoló todo el tiempo que duró la represión y empezó otra lluvia de bombas de gas lacrimógeno, pero al ver el número de personas la policía empezó a replegarse para alcanzar sus autobuses. Empezaron a gritar que avanzáramos hacia ellos, y avanzamos… Otra lluvia de balas, más heridos y muertos. Un señor con la bandera de México iba hasta enfrente. Los policías decidieron retirarse y en la autopista hubo otro enfrentamiento; en ese momento, cerca del puente, alguien me dice que fuera al hospital porque ahí estaba mi hermano herido. Me sentí muy mal, pensé lo peor, con tantas balas… ¡imagínense! Dejé a mis compañeros, le pedí a una compañera una pila de emergencia, pues mi teléfono ya estaba descargado y justo cuando iba doblando la esquina para el hospital, otros balazos. Un maestro y yo nos agachamos y nos protegimos atrás de un tráiler ya quemado. Agachada subí la calle hasta llegar cerca del hospital y ahí, en la puerta, ya estaba una lista de heridos. Busqué rápidamente y, efectivamente, estaba el nombre de mi hermano. No sé por qué, pero en ese momento no lloré; mi temor era que ya no estuviera con vida. Entré y busqué a mi hermano entre los heridos; había muchos tirados en el suelo sobre puertas de madera, sobre colchonetas, en sillas, en camillas… Las enfermeras y doctores estaban nerviosos, ya no había medicamentos. Ahí, en un rincón, estaba mi hermano con la cabeza
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hinchadísima y la cara irreconocible. Me hinqué junto a él y le pregunté que le había pasado; “me golpearon los policías”. Apenas hablaba. Me reporté con los doctores, que yo era su familiar por cualquier situación que se presentara. Nos dijeron que lo teníamos que trasladar a otro hospital, por la gravedad de los golpes. Le llamé por teléfono a mi hermano Javier para decirle que nuestro hermano Enrique estaba herido; fue a buscarme y le dije que fuera a traer la ambulancia del municipio en donde era regidor de Educación y Salud, para trasladarlo. Nos enviaron a Huajuapan de León; nos acompañaron unos médicos voluntarios de la sierra de Oaxaca. Estábamos sin dinero porque jamás imaginábamos que nos iba a pasar esta situación. Nos fuimos y las carreteras ya estaban bloqueadas en todos los pueblos donde pasábamos. Llegamos a Huajuapan y ahí ya estaban los maestros esperándonos; nos ofrecieron ayuda, estuvieron vigilando por si llegaban los policías a intentaban llevarse a los heridos o interrogarlos. Hasta ese momento recordé que ni siquiera habíamos comido en todo el día. Entonces decidimos avisarle a mi mamá de lo que había pasado, pensando en que podría ponerse mal porque ella es de la tercera edad, y además es muy nerviosa. Aguantando el dolor y la tristeza le tuve que dar la mala noticia; ella lloraba sin control y me dijo: “Dime la verdad, ¿tu hermano vive o ya está muerto?”. Se me hizo un nudo en la garganta; aguantándome para no llorar tuve que ser fuerte para explicarle lo que había pasado. Mi hermano Javier se regresó a Nochixtlán a dejar a los doctores que nos habían apoyado en el traslado, y yo me quedé con mi hermano herido. Fue entonces que no pude contener el llanto, el coraje, la impotencia, el dolor no solo por mi hermano, sino por todos quienes estuvimos en el enfrentamiento; por los jóvenes que murieron… Eran las doce de la noche y no dejaba de sonar mi teléfono; familiares, conocidos, compañeros que se habían
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enterado por el Facebook me llamaban para darme palabras de consuelo. Después de tres días regresé a Nochixtlán; un escalofrío recorrió mi cuerpo: el Palacio Municipal, el hotel Juquila, el destacamento de la PFP y el rancho de los Hermanos Cuevas, políticos del PRI, quemados. No soporté, una tristeza enorme me invadió; me regresé a la casa a ver a mis padres, mientras mi hermano se quedó hospitalizado en Huajuapan de León. A partir de ese día hemos iniciado un viacrucis con nuestras víctimas por su salud, la reparación de daños y la justicia, que sabemos llegará cuando al Estado mexicano se le dé la gana. Ahora, después de siete meses, escribo estas palabras cargadas de dolor, de indignación, ¿hasta cuándo? Vivo para contar esta historia, pero desgraciadamente los jóvenes tiñeron de rojo la carretera, quedaron inertes, ofrendaron su vida por un poco de justicia y de libertad para nuestra patria. ¿Y las viudas? ¿Y huérfanos? ¿Y las madres desoladas sin sus hijos que claman justicia? Nochixtlán quedó herido, la maldita ambición por dinero y poder. ¿Hasta cuándo van a seguir matando inocentes? Y nosotros, ¿hasta cuándo vamos a seguir permitiéndolo? En otros lugares de nuestro país imperan la corrupción, el crimen organizado, las mafias en el poder, la sumisión de los gobiernos ante los poderes económicos del mundo y del país en su máximo nivel. ¿Valdrá la pena la sangre de los caídos ante tanta corrupción cínica? Aún se nos hace un nudo en la garganta cuando recordamos este fatídico día, jamás lo olvidaremos. La sangre de los caídos salpicará a los responsables de esta masacre hasta el día de su muerte.
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ARRULLO GUERRILLERO A Camila Edgardo León Mantra Ciudad de México
Mi Camila duerme alegre, con su mamá, que la cobija, y la protege en dulces sueños hasta el final. Mi linda hijita, que no sospecha que está amada por su papá, cierra sus ojos, y en las estrellas sonríe más. Hay mi niñita, que es morenita, me enseña mucho sobre el amor, con sus manitas, su risa pura y su valor. Mi Camilita, es tan hermosa, me hace dichoso me hace brillar. Ella es mi karma, mi buen augurio mi alma total. Soy más humano, para esta nena, y ahora hago un mundo mejor pues para ella reinvento todo, nunca me faltes tú eres mi amor.
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Linda bebita, perdona a papi que se despide por convicción, la guerra llama toca a mi puerta y yo no puedo decir que no.
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YA NO PODÍAMOS RETROCEDER, YA ESTÁBAMOS INDIGNADOS Enrique González Bautista Oaxaca
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oy sobreviviente y víctima de la masacre del 19 de junio 2016 que se vivió en Nochixtlán Oaxaca, México. Soy hijo de campesinos, trabajaba de chofer de taxi y aquel fatídico 19 de junio, estaba durmiendo porque era mi día de descanso. No era cualquier día, era un día especial, porque tenía que ir a festejar a mi padre de 83 años y a mi abuelito de 95 años, cuando sonó mi teléfono: era mi hermano Javier. Pensando que me hablaba para festejar a nuestros padres y resulta que me llamó para preguntar qué estaba pasando en Nochixtlán, porque desde nuestro rancho, que está ubicado como a 17 kms de Nochixtlán, donde él se encontraba trabajando, se lograba ver una nube gris, helicópteros, se escuchaban bombazos… Le contesté que no sabía nada, pero que iba a levantarme para ir a ver qué estaba pasando. Me levanté y salí a la calle, caminé rumbo a la carretera y entonces vi cómo mucha gente iba y venía corriendo. Seguí avanzando y, al llegar al crucero cerca del panteón, ya había un fuerte enfrentamiento desigual de personas de la comunidad, padres de familia y maestros con la policía federal. Sin pensarlo dos veces decidí apoyarlos: un grupo de personas tomamos piedras y empezamos a lanzarles a los policías para que no avanzaran hacia la población. En ese momento no sé cómo había llegado tan rápido mi hermano Javier a buscarme y me dijo que me regresara, que me saliera de ahí, pero no quise hacerlo. Ya no podíamos retroceder, ya estábamos ahí muy enojados ante las ofensas que los policías nos decían: “oaxacos”, “mugrosos”,
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“chapulineros”, “nacos”, “indios”… Ya estábamos indignados. Empezamos a lanzar piedras, cohetes, logrando replegarlos hasta la barranca, cerca de la vulcanizadora Reyes. Nos respondieron con una lluvia de balas. Retrocedimos hasta la entrada del panteón porque en ese momento habían pasado dos helicópteros; comenzaron los gendarmes a disparar frente al panteón, empezaron a caer compañeros… me tocó levantar a uno de ellos que le habían dado un balazo en el abdomen. No nos importó el riesgo de perder la vida, seguimos defendiendo con coraje porque en ese momento el conductor de la ambulancia había dicho que Daniel Cuevas, el presidente municipal, había ordenado el cierre del hospital. Fue cuando nos metimos al panteón para protegernos y desde ahí seguir defendiéndonos y poder atacar nuevamente a los policías, pero no nos dimos cuenta en qué momento, por la retaguardia, un grupo de policías se brincaron la barda. Quisimos enfrentarlos pero uno de ellos entró disparando ráfagas de balas; nos tiramos atrás de los sepulcros, dejó de disparar y quisimos enfrentarlos otra vez cuerpo a cuerpo, pero entraron más policías. Corrimos pero no todos tuvimos la misma suerte: me alcanzaron, me agarraron a golpes entre 15 policías a mí solo; quise defenderme cuerpo a cuerpo, pero al dar el primer golpe –nunca imaginé que un policía viniera cubierto de tantas cosas– me empezaron a golpear salvajemente. Yo me enrosqué, me cubría la cabeza, pero no fue suficiente. Los policías descargaron toda su furia contra mi cuerpo; uno de ellos gritaba “¡No le peguen, no le peguen, llévenselo mejor!” Gritó como tres veces. Fue en ese momento cuando sentí un toletazo en mi cabeza, perdí el conocimiento, ya no sentí los golpes. Reaccioné después de tres horas, ya estaba en el hospital. Después me contaron que me rescataron los maestros, me encontraron tirado entre los sepulcros; un maestro me arrastró hasta la puerta del panteón y,
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como no me aguantaba, salió a pedir ayuda. Llamaron a un ambulancia, me sacaron fuera del panteón, gritaban “¡Ayuda! ¡Un herido!” Me llevaron a una clínica porque en ese momento el hospital estaba rodeado de policías, pero la clínica ya estaba saturada. Nuevamente me regresaron al hospital, que de suerte minutos antes había sido liberado por los pobladores para que los heridos pudiéramos ser atendidos, que empezábamos a ser muchos. Eso me contaron; cuando reaccioné ya estaba en el hospital, no sé cuánto tiempo había pasado. Me preguntaron mi nombre, de dónde era, quiénes eran mis familiares, conocidos… Me dijo la enfermera que me aguantara porque ya no había anestesia, y me cosieron así, a “puro valor mexicano” las heridas de mi cara y de mi cabeza. Me desmayé otra vez y ya no sentí cuando me cosieron. Cuando volví en mí estaba rodeado de conocidos, no tuve tiempo de avisar a mis familiares, no sé a qué hora llegó mi hermana Rosa y mi hermano Javier, a quienes les habían avisado que estaba en el hospital. Estaba tirado en el suelo sobre colchonetas porque ya no había cupo; estaba lleno de heridos el hospital, no había médicos suficientes, ni enfermeras. Había miedo en los familiares, no sabían si dejarnos ahí o sacarnos por el temor de que los policías lograran entrar y llevarnos para desaparecernos. Yo no sabía qué pasaba. Por la gravedad de los golpes me trasladaron a Huajuapan de León, Oaxaca, junto con otros heridos para que nos atendieran. Al día siguiente, ya más consciente, me di cuenta que a mi lado estaba otro herido a quien la bala le dañó cinco órganos: los dos intestinos, grueso y delgado, el pulmón, el riñón y el hígado; es admirable que haya sobrevivido. Me diagnosticaron traumatismo cráneoencefálico; me hicieron estudios porque el cerebro estaba inflamado. No sé si fue por los medicamentos, pero no sentía dolor, solo mareos y cansancio. No podía ver, mis ojos se cerraron completamente por la hinchazón.
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Yo no soy maestro, nunca había estado ni participado en un conflicto así, solo fui a apoyar. Acudí al llamado de los maestros que intentaban parar la entrada de la policía y la gendarmería al pueblo de Nochixtlán; parar a la policía que reprimía a maestros y padres de familia porque estaban protestando en contra de la reforma educativa. Eso ya lo estábamos escuchando unos ocho días atrás, cuando hacíamos servicio de taxi. Inclusive el sitio de taxis “Hidalgo” donde trabajaba, comúnmente conocido como los “azules”, fuimos acusados de trasladar a los federales para preparar esta represión. Pero somos cerca de cien taxistas, no todos nos prestamos a este juego sucio. Cuando me dieron de alta en el hospital de Huajuapan, muchos maestros me escoltaron y me fueron a dejar a mi pueblo que se llama San Pedro Añañe, Teposcolula, Oaxaca, a 17 km de Nochixtlán. Ahí me esperaban mis padres y mi abuelitos, todos tristes y afligidos, personas de la comunidad que, por cierto, cuando supieron nos apoyaron bastante. Empezaron días de recuperación y la visita de muchas personas y maestros de diferentes partes del estado y país, el apoyo de víveres y económico que no sé cómo agradecerles. A partir del 19 de junio un alto comisionado de la ONU visitó Nochixtlán para recoger testimonios e intervenir para el tema de justicia, y también se presentó la Defensoría de los Derechos Humanos de los Pueblos de Oaxaca, quienes nos han hecho el acompañamiento en todos aspectos –de salud, jurídico y político– ante las diferentes instancias. Se conformó un Comité de Víctimas (Covic) para dirigir las acciones a seguir; días después llegó a Nochixtlán Roberto Campa Cifrián, Subsecretario de Derechos Humanos, según para apoyar a las víctimas, y nos prometió que nos iban a trasladar a México con especialistas de primera y que si era necesario nos llevarían al extranjero para atender nuestra salud. Sin embargo no fue verdad, nunca llegaron esos especialistas, por eso nos fuimos en caravana a México
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para exigirle al gobierno mexicano que nos atendieran como habían prometido, llegando al grado de encarar a Campa con palabras bruscas y groserías. Nos hospedamos en una casa llamada Xitla, nos llevaron a hospitales públicos y, en mi caso, me hicieron estudios de mi cabeza con un neurocirujano y ahora estoy esperando un implante dental, porque también perdí dientes. Ahí, en doce días en casa Xitla convivimos los más de cien heridos, la mayoría de balas en diferentes partes del cuerpo; platicábamos nuestras historias y experiencias que vivimos el 19 de Junio.Ya tuvimos más confianza, algunos que por casualidad estuvimos ese día apoyando y otros porque ya han sido gente de lucha; ahora nos unía una sola causa. Dimos una conferencia de prensa en Tlatelolco, aparecimos por primera vez en la portada de un periódico, La Jornada del 1 de agosto del 2016. Ahora que han pasado los días, que asisto a reuniones, a protestas para exigir la verdad y la justicia, he reflexionado sobre lo que viví y me doy cuenta de que antes de aquel día pensaba diferente. Nunca llegué a imaginar de lo que es capaz el gobierno cuando se está protestando por lo que corresponde a nuestros derechos como ciudadanos, pero después de que casi pierdo la vida mi forma de ver las cosas ha cambiado; ahora sé que estoy consciente de seguir luchando, de seguir exigiendo la verdad y la justicia para todo el pueblo mexicano; las víctimas no estamos luchando por dinero sino por dignidad, estamos conscientes que está en peligro nuestra propia vida. Si en el momento de las balas no tuvimos miedo menos ahora, estamos dispuestos a dar la vida por el pueblo.
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CORTE DE CAJA Laura Pérez Santiago Oaxaca
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as ideas y las ilusiones me han llevado a recorrer muchos caminos, pero el que apenas transité fue un camino muy distinto que nunca imaginé recorrer. He aquí un corte de caja. El donativo llegó, no fue mucho, cuatro mil setecientos pesos. Fue el móvil para recorrer estos hermosos paisajes de la mixteca, apenas a 45 minutos de Oaxaca. Sin embargo, ahora las estructuras de vehículos quemados, los grandes troncos de madera aún sin quemar, las llantas viejas y un sinfín de piedras haciendo guardia en barricadas nos impresionaron, desviando nuestra atención hacia ellos. Los pobladores, que entre charla y charla pasaban las horas de este domingo 3 de julio del 2016, nos miraban disimuladamente al pasar; era claro que estaban cuidando su territorio, aún sentían la amenaza de otro ataque policiaco. Es honesto decirlo, el miedo se siente, se oye y se huele; este escenario y la audición de las versiones de sus pobladores en forma directa, nos lleva a enfrentarlo. Tuvimos el contacto con docentes que valientemente resguardan una escuela primaria en donde se reciben las donaciones para los afectados. Ahí dejamos dos mil pesos, sabedores que serían utilizados para un chico de la comunidad que lleva dos operaciones y aún se encuentra internado, pues el daño que la bala causó a sus intestinos es grave y requiere de otra intervención. En la Luz, una comunidad que está aproximadamente a 7 km de Nochixtlán, visitamos la casa de un ciudadano de 68 años, quien fue brutalmente golpeado por los policías. Por casi 24 horas no supo qué pasaba; su esposa nos relata
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a ratos con tristeza, a ratos con coraje: “Él estaba en el panteón haciendo la sepultura, de repente se vio jalado por federales, que también a golpes jalaban y arrastraban a otras personas. Solo sintió golpes y, de repente, no podía respirar por los gases; lo aventaron a un camión junto con otros… Luego les echaron a otros encima y al final los policías se subieron, como si los que estaban tirados en el carro fueran el piso… Los pisaban más fuerte a propósito, les pegaban a cada rato, con la macana, con el escudo y con sus pies… También les preguntaban: ¿con cuál arma se quieren morir? ¿Con la larga o con la corta?... Así los tuvieron desde la mañana, hasta casi la noche cuando ya los bajaron… Ahora estoy preocupada por él porque dice que esto solo fue la primera parte, pero que esto va a seguir… Creo que alucina, pero puede ser verdad... Hoy ya fue a traer leña, aunque solo trajo poquito, tiene moretones y rojo en su cuerpo, pero dice que le duele. Yo lo curo con remedios, porque él no quiere que sepan que está malo… Ahorita está dormido, ahora duerme mucho y no tiene ganas de nada… Él no era así…”. Con ella decidimos dejar otros mil pesos. Tocó la casualidad que a la otra persona que visitamos, un taxista de unos 35 o 40 años de edad, vivió el mismo suceso que el señor de la comunidad de la Luz: también excavaba para la sepultura y nos relató la misma historia. Sus ojos, aún rojos por los golpes recibidos en la cabeza; una cicatriz que bajaba desde la frente atravesando la ceja, llegaba hasta la mejilla, y la cara aún inflamada denotaban la violencia de la que había sido objeto. Con paso muy lento y con visibles problemas de equilibrio, sus familiares lo llevaron ante nosotros; nos comentaron que ese estado también era por los golpes, pero ellos lo estaban apoyando. Ahí dejamos solo quinientos pesos como apoyo. Para terminar el recorrido nos dirigimos a casa de otro joven, que por cuestiones de trabajo, le tocó pasar por ese lugar en ese momento, pero al verse en medio de los
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gases, las balas, la gente corriendo, decidió quedarse a ayudar a su gente, a su pueblo. Pero poco fue lo que pudo hacer, pues una de las balas cumplió su cometido en él: le entró por la mejilla y le salió por la parte superior de la boca. En palabras de su hermana, fue una de las primeras víctimas durante la mañana, porque el ataque inició con armas de fuego desde el principio. Él no pudo dirigirnos la palabra, pues su cirugía requirió que le cosieran la boca para su recuperación, dejando solo un pequeño orificio que le iba a permitir alimentarse con líquidos por tres meses. Con él dejamos mil pesos. Los heridos que vimos no eran maestros, era gente del pueblo, lastimada física y moralmente, gente que no logra entender cómo un gobierno puede mandar a lastimar a una comunidad pensando que es la solución a un conflicto. Ellos agradecen a sus pueblos circunvecinos por la solidaridad prestada, les reconocen su pronta intervención y dicen saber que cuentan con ellos para lo que sigue. Dicen no tener miedo, lo que tienen es coraje. El apoyo económico en realidad termina siendo casi simbólico, porque es mucho lo que ellos tienen que sufragar aún, además de la injusticia de la que fueron objeto. ¿De dónde vendrá el dinero? Ni ellos lo saben, creen que alguien los va a apoyar en algún momento, en algún lugar, en algún tiempo. Quedaban doscientos pesos. Decidí dárselos al maestro que fue nuestro guía, le puse doscientos más para ayudarlo con su gasolina y recarga para su celular. No quería recibirlo, pero le dijimos que debía hacerlo para poder seguir ayudando a la gente de Nochixtlán; no lo dudó, lo tomó inmediatamente. Y con eso se terminó el recurso. ¡Vaya corte de caja! El viaje lo hice con la familia, por ningún motivo me hubieran dejado ir sola; por alguna razón la familia va inmiscuyéndose en esta lucha, porque somos pueblo, somos hermanos.
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DÉCIMAS DE NOCHIXTLÁN Antonio Rodríguez Aguirre (Frino) Coahuila
Para la gente de Asunción Nochixtlán, Nuanduco, que en mixe significa “lugar de la grana cochinilla”: Es cobarde quien ataca a la sociedad civil, no importa si es uno o mil como sucedió en Oaxaca. Se ha destapado la cloaca de este gobierno asesino: seis cruces en el camino son el saldo del ultraje, mi verso es un homenaje para Anselmo Cruz Aquino*. No importa dónde te pares: Tehuantepec, Juchitán, Pueblo Nuevo o Nochixtlán, hay policía y militares. Pregunta Benito Juárez la causa de tanto estrago en su tierra y del mal trago que es ver a Oaxaca herida, este verso es por la vida de Óscar Nicolás Santiago*.
* Fallecidos en la matanza de Nochixtlán el 19 de junio de 2016.
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Y otra vez el mismo cuento: la violencia es su decálogo, en vez de plantear un diálogo prefieren el argumento de la pólvora en el viento, los heridos, los retenes, y el olivo de tus sienes se hace corona de espinas ¡Oh, Patria! Cuando asesinas a tu hijo Yalid Jiménez*. Sanabria Aguilar Andrés*, hoy paso lista en tu nombre para que el suelo se alfombre de flores bajo tus pies. La tierra más fértil es, tu sueño no está caduco: orquídeas, lirios, bejuco, girasoles y azucenas renacerán de las venas de los hijos de Nuanduco. ¡La historia sabrá quién fue! ¡Quien profanó su terruño! Los nombres de Aurelio Nuño de Chong y Gabino Cué** se condenarán porque tienen manchadas las manos con sangre de sus hermanos y en el momento propicio habrá de hacerles un juicio todo el pueblo mexicano. *Fallecidos en la matanza de Nochixtlán el 19 de junio de 2016. **Secretario de Educación, Secretario de Gobernación y Gobernador de Oaxaca respectivamente.
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Va a recordar esta fecha el México del futuro como el momento seguro que nos prendieron la mecha. Rebasó una línea estrecha la represión policiaca hallará, quien nos ataca, –Bocanegra lo predijo– un soldado en cada hijo para defender Oaxaca.
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PIEDRA QUE SE LANZA, PALABRAS QUE DISPARAN Diana Violeta Solares Pineda Querétaro
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n silencio súbito al interior de la suburban me despertó. Fue un silencio extraño, porque aunque no dejó de sonar la música guapachosa del radio, los pasajeros sí interrumpieron su plática y hasta el niño que llevaban en brazos paró de llorar. Era como si algo pesado fuera ocupando el espacio interior del vehículo hasta oprimir el pecho de los que ahí nos encontrábamos. Busqué a través de la ventanilla con los ojos todavía adormilados. Solo alcanzaba a ver una gasolinería y luego una vulcanizadora. Se habían terminado las curvas, el chofer bajaba la velocidad y las llantas rodaban sobre un terreno con grava. Me sorprendió haberme quedado dormida, pues aunque llevaba días de cansancio acumulado mi cuerpo se negaba al abandono en esas carreteras oaxaqueñas, donde los choferes del transporte público toman las curvas con maquiavélica velocidad. La pequeña construcción de color amarillo en la que se ubicaba la vulcanizadora empezó a devolverme la memoria. Busqué en una de las esquinas de esa construcción y apareció la pieza que faltaba en mis recuerdos fragmentados: el graffiti de un policía apuntando con su arma. Esa figura emulaba a aquella fotografía que le dio la vuelta al mundo, en la que aparece un policía real disparando a la población que apoyaba al magisterio en su lucha contra la reforma laboral. Conforme avanzaba la camioneta mis ojos se fueron encontrando con montones de chatarra; atravesados en la carretera o arrumbados a la orilla del camino estaban lo que antes habían sido camiones y autos… Las miradas de los
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pasajeros iban de esos esqueletos oxidados a las huellas negras que el fuego dejó en el asfalto. Tiras de plástico amarillo acordonaban la zona. “Aquí hubo un crimen”, rezaba una cartulina prendida de los fierros de lo que algún día fue un autobús. Había llegado a Nochixtlán y confirmarlo provocó una opresión en el pecho, la misma que tal vez había silenciado a los demás pasajeros. Hacía años que quería conocer esta población; cada vez que en la carretera México-Oaxaca veía los señalamientos que indicaban el camino a esa tierra, mi lengua se entretenía silabeando su nombre y haciendo un chasquido al final: Nochix-tlán. A mis amigos y a mí nos llamaba la atención la manera en que los profesores oaxaqueños se referían a los distintos lugares de Oaxaca: “Tepoz” para decir Tepozcolula, “Tlalis” para Tlalixtac, “Xoxo” para Xoxotlán, “Nochis” para Nochixtlán… Tal vez ahora, después del 19 de junio de 2016, cada vez que los profesores nombran ese lugar han de hacer una pausa para empujar las sílabas entre tanto dolor y rabia. Después de esa fecha los sonidos ya no salen igual de la boca, aunque se trate de las mismas vocales y consonantes. Llegué 15 minutos antes de la cita. Me dio tiempo de tomar un atole blanco y comer una memela de amarillito antes de encontrarme con la profesora de quien sólo conocía su nombre de pila. Por seguridad no me había dado sus apellidos a lo largo de casi diez meses de tener contacto por teléfono, pero ya me había compartido sus alegrías y temores, los cuales se evidenciaban no sólo en las palabras, sino también por los matices de su voz, a veces rota, otras saltarina. Durante todo ese tiempo el crédito de su celular se le iba en comunicarme la situación médica de dos de las víctimas del ataque de la policía estatal: “Ya le pusieron los clavos al señor del disparo en la pierna, ahora hay que ver si su cuerpo los acepta… Al otro señor van a hacerle estudios de los riñones, tal vez le tengan que quitar uno, ya ve que la bala le atravesó algunos órganos”.
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En ese entonces varios amigos y colegas de diversas instituciones logramos reunir un poco de ayuda económica para esas dos familias. Diez meses después estoy parada frente a la terminal de autobuses de Nochixtlán, esperando reconocer a la maestra Yolanda, quien me puso en contacto con esas familias y quien estuvo acompañándolas en el hospital de Huajuapan; junto con otras maestras, Yolanda les llevaba atole o café negro para aguantar la angustia del reporte médico de sus heridos. Nos reconocimos rápidamente, a saber por qué. La sonrisa mutua fue el primer saludo y luego siguió el abrazo. La maestra Yolanda me recibió con dulces elaborados en su comunidad. Yo llegué con las manos vacías. Me reproché ese descuido; si ya sé de la generosidad de las maestras y maestros oaxaqueños, si ya sé que a la menor provocación extienden la mano para procurarte cobijo, alimento o mezcal… ¿cómo es que no llevé un regalo? Llegamos primero a casa de la señora que llamaré Esther, quien me presentó a su mamá y a cada uno de sus niños y niñas. A la maestra Yolanda todos la abrazaron con cariño y ella hizo esfuerzos por contener las lágrimas de la emoción; para cada uno de ellos tuvo palabras: “cuánto has crecido… cómo te pareces a tu papá… mira qué chula te has puesto… qué trenzas tan lindas y largas”. En cuanto a mí, esos cuatro pares de ojos infantiles me miraban con curiosidad, no me conocían y guardaban prudente distancia; en cambio, la abuela de esos niños me abrazó y dejó en el camino las palabras que no pudo pronunciar. Esther se dispuso a prepararnos el desayuno. No hubo forma de lograr que desistiera, ni la memela ni el atole que ya había desayunado contaron para hacerla cambiar de opinión. Dejé de insistir al ver el esfuerzo que ya había hecho: compró un pan delicioso para rellenarlo con requesón, ya tenía el arroz y se disponía a prepararnos huevos estrellados y café con leche… “Perdonen que no les ofrezca otra cosa,
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pero voy llegando, trabajo lejos”. Otra vez la culpa se me trepó por la espalda. Entré con las manos vacías a la casa de una familia que por meses ha tenido que lidiar con la incertidumbre, con la angustia del padre gravemente herido por una bala que le atravesó el abdomen, con la falta de dinero porque lo poco que había se ha ido en pasajes al hospital de Huajuapan y en medicinas, con la rabia por la falta de respuesta de las autoridades y por la incomprensión de algunos vecinos… Llegué con las manos vacías y se me ofreció una mesa colmada de alimentos. Mientras comía el pan con requesón, observaba a Esther. Simultáneamente cocinaba los huevos estrellados, calentaba el arroz y las tortillas, y entibiaba la leche al tiempo que nos contaba de sus últimas experiencias en las acciones de protesta y en las gestiones para obtener la reparación total del daño. “La gente dice que por qué seguimos protestando si el gobierno federal ya nos dio mucho dinero, que nos pagaron medicinas y tratamientos… Mentira”. No pierde el hilo de la conversación ni se le revienta la yema de los huevos en la sartén, tampoco pierde detalle de sus hijos: a uno ya lo envió a cambiarse la camisa y lavarse la cara, a la niña grande le pide poner la mesa, a otro lo manda a que tienda la cama… “Y luego me enfermé de influenza, y también mi niño, pero no quisieron atendernos en la clínica, dicen que por ser de las familias de los heridos de Nochixtlán nosotros tenemos atención especial en otra parte, y eso no es cierto”. Cuando finalmente se sienta a la mesa con todos nosotros hace una pausa y dice en voz baja, como no queriendo decirlo: “A veces ya no quiero hablar de todo eso, a veces me canso y quiero pensar en otras cosas…” Le digo que no tiene que hablar de eso si no quiere, y le pregunto entonces por cada uno de sus hijos. Es la maestra Yolanda quien responde, los conoce bien, sabe en qué grado escolar van y qué les gusta. Vuelve a mencionar
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cuánto han crecido, sobre todo el menor de los cuatro: “¡Cómo te pareces a tu papá! Desde que te conocí te lo dije, y cada vez te pareces más… Cómo me acuerdo de la carita que puso la primera vez que vio a su papá cuando regresó del hospital, bien triste que estaba”. No hay manera, por más que se intente salir del tema éste se escapa por las heridas de la memoria; aunque algunas heridas fueron suturadas y aparentemente cicatrizaron, hay otras provocadas por la incertidumbre y la rabia. Aceptando que no hay remedio, me animo a preguntar directamente a los niños si en sus salones de clase se habla de lo que pasó el 19 de junio, si han recibido la ayuda de alguna psicóloga, si han estado con los niños de las demás familias hablando de ello… Lo niegan moviendo la cabeza y dando sorbos a su leche tibia. Me quedo callada sin saber qué más decir, me doy cuenta que mis preguntas resultan absurdas en esta realidad en la que la justicia sólo se encuentra en el diccionario. Finalmente estaba yo ahí, sin querer estar. Habría sido mejor un trago de mezcal que el jarro de leche, pero era demasiado temprano… El silencio incómodo se rompió con un alboroto que vino desde el patio y que de inmediato contagió a los niños y niñas, quienes dejaron sus platos para salir corriendo. Era su padre que llegaba a la casa. Abrazos, besos, cosquillas… Lágrimas y un abrazo largo cuando él y la maestra Yolanda se encontraron. Ambos saben lo que él tuvo que pasar para ganarle la batalla a la muerte. Se une a desayunar con nosotros; la maestra Yolanda le dice quién soy y por qué estoy ahí. Él se disculpa, dice que no me recuerda. Lo entiendo, aquella vez que intercambiamos unas cuantas palabras por teléfono él estaba saliendo del hospital; le recordé que en ese entonces le di los saludos de los colegas y amigos que habíamos aportado un granito de arena… Las rendijas de la memoria crujieron y otra vez
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escaparon los recuerdos de aquel 19 de junio. Empujó su plato, las palabras se atropellaron en su boca narrando los hechos. En algún momento se puso de pie, se levantó la camisa y me mostró la cicatriz que dejó la bala. “Esa bala debió matarme, era mejor que dejarme así…”. Y sin embargo, después agregó: “Hay gente que dice que yo me lo busqué, que no tenía que haberme metido, que era cosa de los maestros. Pero si otra vez estuviera yo ahí, otra vez me volvía a meter… no iba a quedarme nomás viendo cómo golpeaban a la gente”. Esas dos ideas aparentemente contradictorias fueron la constante. Conducida por las maestras Yolanda y Rosa María, quien se nos unió para mostrarnos santos y señas de la agresión de ese 19 de junio (ella misma es sobreviviente de ese día), fui escuchando los testimonios de cinco hombres que fueron alcanzados por sendas balas. Tres de esos cinco por momentos se lamentaban de haber librado la muerte, no porque despreciaran la vida, sino porque la que les quedó después de las balas y del abandono gubernamental no podía llamarse “vida”. Perdieron sus trabajos, cambiaron su casa por el hospital, no supieron de las risas y travesuras de sus hijos, se vieron privados de la calidez de sus esposas… Y cuando regresaron a casa ya eran otros: los hombres que antes eran regios, ahora necesitaban ayuda para empujar el cuerpo convaleciente; ya no eran el sostén de la casa, “ni siquiera puedo ayudarle a mi mujer a acarrear agua”, me dijo el hombre al que una bala le reventó una pierna y el orgullo, me lo dijo tapándose el rostro con esas manos enormes que eran expertas en hacer ladrillos, pero aprendices en la tarea de contener lágrimas… “¿Le dieron la atención médica, pero no le dieron las medicinas?... ¿Y le dieron rehabilitación para que pudiera recobrar la fuerza de la pierna?”. Ahí estoy otra vez con mis preguntas ingenuas, tratando de encontrarle
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un sentido al absurdo de la respuesta gubernamental: después de manifestaciones de los heridos y sus familias, después de viajar hasta la Ciudad de México con todo y muletas, se les asignaron médicos que hicieron los estudios necesarios, dieron su diagnóstico y también prescribieron el tratamiento… pero el gobierno federal no dio la rehabilitación ni las medicinas; había que comprarlas y el dinero no alcanza. El dolor se prolongaba, y por las noches nadie dormía en casa porque los lamentos se volvían aullidos implorando a Dios el alivio o la muerte… lo que sucediera primero. Tres de esos cinco hombres intentaron irse lejos, no querían dar lástima ni más trabajo a su familia, preferían irse a un sitio donde nadie los conociera… “¿Pero entonces para qué soy tu mujer? ¿Cómo crees que otra persona te va a cuidar si aquí estoy yo? Deja tu orgullo a un lado…” Así respondió la esposa de uno de ellos, quien al igual que las otras mujeres tuvieron que hacerse más fuertes de lo que ya eran para sostener a la familia, para alimentar y educar a los hijos, para tomar un micrófono y gritar los nombres de la injusticia, para cargar a su marido en cuerpo y alma. Y sin embargo, dicen todos ellos, volverían a hacer lo que ese 19 de junio hicieron; no dudarían ni un instante en lanzar nuevamente las piedras que lanzaron, ni en usar su cuerpo ya sea como arma o como escudo. “Por Dios que haría lo mismo, ¿a poco iba yo a quedarme con los brazos cruzados?”, me dice uno de esos hombres frente a sus hijas, quienes escuchaban el relato de su padre siguiendo con ojos atentos los movimientos de sus brazos y sus gestos al narrar cómo fue que le quedó un pie maltrecho. “Apenas supe que estaban llegando los policías a Nochis y que le digo a mi mujer: voy allá abajo, ya están entrando por el puente. ¿Vas? Me dice mi mujer, ¡vamos! Que agarra un bote de ésos grandes y entre ella y mi chamaco se pusieron a llenarlo de piedras. Y así estuvimos, ellos traían las piedras y los
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compas y yo se las lanzábamos a los hijos de la chingada… En una de ésas cae un muchacho que estaba cerquita de mí. ¡Están tirando balas, agáchense!, nos gritaron. Quise jalar al muchacho, quitarlo de donde estaban cayendo las balas y ¡chin, que me da una! Nomás sentí algo como caliente aquí en el pie y luego vi harta sangre…”. Cinco testimonios venidos de las entrañas de esos hombres escuché durante ese día; cinco llamados a la memoria, la cual llegaba entre sonidos de balas, sollozos y escupitajos. Definitivamente habría preferido no estar ahí, no ser testigo de los huesos y el orgullo quebrado de esos hombres, ni de la fortaleza temblorosa de esas mujeres. No habría hecho ese viaje de haber sabido que mi cuerpo y espíritu maltrechos serían llevados por las casas y las calles de Nochixtlán para conocer los rostros de la desesperación, para pisar el pavimento donde se estrellaron piedras, balas y cabezas. No habría hecho la maleta de saber que esa misma maleta regresaría cargada con culpa e impotencia. Porque no es lo mismo reunir fondos para familias de quienes sólo conoces su apellido y un número de cuenta bancaria, que saber el color de sus ojos y comer en su mesa masticando sus historias. Y sin embargo, la sabia insistencia de las maestras Yolanda y Rosa María me pusieron ahí. Y dócilmente me dejé llevar, abrí los oídos más que los ojos porque el pudor me hizo bajar varias veces la mirada cuando los otros mostraban la desnudez de su dolor. Y entonces entendí: se trata de escuchar para luego contarlo. Porque la gente tiene necesidad de contar, de decir su palabra y de gritar su rabia. Y porque los demás necesitamos aprender, saber cómo es que la desesperación puede convertirse en piedra que se lanza, en palabras que se disparan. Es preciso aprender de esa furia que se vuelve llovizna paciente, perseverante, que va abriendo caminito y taladrando piedras, como lo es la presencia constante de ese grupo de maestras y maestros
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que día y noche vigilan que no sean removidas las evidencias, que sigan ahí las chatarras hasta que se haga justicia; bajo la sombra de un árbol y desde una mínima colina, están atentos a esos restos porque, como reza la cartulina, “Aquí hubo un crimen”, y los guardianes de la memoria no van a moverse, como tampoco lo hará el árbol que los protege.
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CÁLLATE LOS OJOS Ramón Ojeda Ciudad de México
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EL AUTOBÚS Eusebio Cruz Lucas Oaxaca
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ran como las nueve de la noche en el horario de la resistencia del día 16 de julio del 2016. Los que quedábamos a esas horas del Honorable Cuerpo de Supervisores y Jefes de Sector, nos reunimos urgentemente a un costado del edifico histórico de la Sección XXII del SNTE, para elegir al camarada que acompañaría a los presidentes y agentes municipales que encabezarían la caravana motorizada por la paz y la justicia. Esa caravana se dirigiría a la Ciudad de México en apoyo a la lucha contra las reformas estructurales ¡estaba latente la represión de Nochixtlán! Me ofrecí voluntariamente, lo mismo que Elpidio y Erangelio. La salida era al siguiente día; salí corriendo como alma que lleva el diablo al mercado para comprar algunas cosas elementales que todo oaxaqueño debe llevar cuando viaja: tortillas tlayudas, quesillo y chapulines, el mezcal ya lo tenía en casa. Preparé mi bolsa de dormir, dos mudas de ropa y varios calzones, camisetas, calcetines, sandalias, tenis, los implementos del aseo personal y pastillas para la presión, por si acaso. De hecho, no pude dormir bien pensando en mi partida; me remordía la consciencia no haber consensado antes con la familia mi decisión, pero sabía que tenía que participar y apoyar las acciones magisteriales. Mi indignación y rabia por la imposición de la reforma educativa me llevaba a involucrarme en una aventura más. Mi pareja y mi hija fueron a dejarme muy temprano al atrio del templo de San Agustín, lugar de concentración y partida de la caravana. Me apapacharon, me abrazaron y me echaron
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la bendición reiterándome que me cuidara, que no anduviera del tingo al tango, que me estuviera quieto conteniendo mis ansias revolucionarias. “¡No andes de cusco!” dijeron y bueno, tuve que contener a besos esa avalancha verbal, les dije: “¡Tranquilas, que no voy a una guerra!”, y empecé el contraataque: “Lidita, antes de dormir checa que el zaguán tenga seguro, ayuda a tu mamá en las actividades domésticas, chequen que coma la perrita, por favor rieguen las plantas…” Vicenta me acompañó hasta el atrio ayudándome a cargar unas cosas, Rosa Lidia se quedó cuidando el vehículo. Normalmente viajo en ADO por seguridad, ahora viajaría solidariamente con mis compañeros en el autobús que contrató el representante sectorial de estatales. El viaje redondo tenía un precio accesible, barato diría yo. ¡Madre mía! Cuánta gente, el atrio atiborrado, ¿cómo encontrar al representante sindical para acreditarme? Empecé a desesperarme y a base de empujones me introduje en esa romería de manos, piernas, olores, palabras, risas y carcajadas. Me encontré con algunos conocidos y me informaron que todavía no llegaba el que llevaba el control de los gafetes y me recomendaron que lo tomara con calma, ya sabemos cómo son, me dijeron ¡Hijos de su...! Yo y mis prisas. Después de años, muchos años de movilizaciones, no había procesado la información ni había sistematizado una respuesta a nuestra cotidiana informalidad. Después de andar cuadras y cuadras de vehículos caravaneros, entre autobuses, carros de redilas, automóviles y camionetas, encontré mi autobús. ¿En eso iba yo a viajar? Me informaron que no servían los servicios sanitarios y que nos abstuviéramos de utilizarlos porque los olores serían insoportables. Ya instalado en el vehículo, escuché de allá afuera a algunos docentes suplicar que los lleváramos porque no tenían donde transportarse y me dije: “Bueno ya, basta de chocanterías, por lo menos yo tengo un lugar seguro”, y colaboré convenciendo
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al chofer para que subieran a dos maestros más. En las afueras de la ciudad de Oaxaca la caravana motorizada hizo una parada técnica para reorganizarse: encabezarían las autoridades municipales, después el Comité Ejecutivo de la Sección XXII, las organizaciones sociales y, al final, en orden alfabético y por regiones, los docentes. Me bajé y recorrí toda la caravana. Vi hombres y mujeres viajando sentados sobre las redilas de las camionetas a la intemperie, me invadió un sentimiento de culpabilidad y de impotencia ante esa realidad. Yo me ubiqué junto a Pillo, mi compañero de generación de UPN. Él tenía a sus amigos sentados adelante y atrás de nuestro asiento, por lo que empecé a escuchar historias y remembranzas de su vida estudiantil. Supe de sus bloqueos al edificio escolar, de los éxitos y fracasos de sus movilizaciones, de sus expulsiones de la Normal y del destierro a Guanajuato para proseguir sus estudios, de la pobreza extrema en que estuvieron, de su reencuentro con la casa materna una vez logrado el regreso para concluir sus estudios en Oaxaca. Después de concluida la catarsis en torno al sinuoso camino que recorrimos todos para llegar a ser maestros y, ya entrados en confianza, me reprocharon no ser radical en mi posición política y me exigieron que estuviera a la altura de un egresado de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa Guerrero. ¡Culeros! En torno a mi asiento los rostros de los que estaban sentados adelante y atrás, más otros compas que se acercaron sigilosamente a sentarse en el pasillo junto a nosotros, se inició una charla y discusión sobre las epistemologías del sur, la sociedad del conocimiento y la información, la función social del maestro, de nuestro actuar en las comunidades. Hablamos del Plan para la Transformación de la Educación de Oaxaca propuesta de nuestra sección XXII, sobre la comunalidad, de lo que hemos dejado de hacer, de la incongruencia entre lo que pedimos en nuestras marchas en las calles y lo que hacemos en las aulas y un sinfín de temas más; de pronto se escuchaba
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un comentario lejano sobre el tema de alguien sentado hasta adelante o de alguien sentado hasta atrás. Poco a poco nos fuimos calmando y bajando el tono de la discusión hasta llegar al silencio. Un joven maestro se paró y dijo a los cuatro vientos: “Es la mejor cátedra sobre educación y pedagogía que he tenido, algo imposible de obtener en una universidad. He estado callado esperando que no concluyeran, pero ahora sugiero continuemos en comunicación para apoyarnos entre nosotros”. Así surgió el grupo de whatsapp “Los caravaneros”, que funciona hasta el día de hoy circulando videos, libros, comentarios pedagógicos, políticos e información sobre el movimiento magisterial. Tuvimos que hacer una parada imprevista, alguien había faltado a su palabra de no usar los sanitarios; como todos estaban pendientes en el chisme pedagógico, nadie se enteró de quién fue el infractor y a los que respetamos el acuerdo ya nos urgía desahogar la vejiga. El tufillo nauseabundo que inundó el ambiente nos hizo salir como tapones de sidra en busca de aire fresco. La llegada a Nochixtlán fue impresionante, kilómetros y kilómetros de vehículos de empresas trasnacionales parados por el bloqueo contra las reformas estructurales y por la exigencia de paz y justicia. Mientras se establecía el contacto y los mecanismos para que entráramos a realizar un mitin en el centro de la población, me bajé a tomar fotos y a observar detenidamente el paraje. Entre la bruma vi banderas rojas, tiendas de campaña, hombres y mujeres encapuchados, fogatas… mi imaginación me ubicó en zona zapatista. Adelante divisé las estructuras retorcidas de los vehículos calcinados, percibía el olor fétido de los pollos quemados, las bombas molotov arrumbadas por aquí, por allá. Entraríamos caminando. Todos bajaron para ubicarse en la formación; yo me mantuve en mi posición privilegiada, vería desde allí el avance del contingente. Contemplé respetuoso a las autoridades municipales con su bastón
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de mando, rudos hombres con el nene en un brazo y el machete en el otro, a humildes mujeres con el niño en la espalda, una gran vara en una mano y el machete en otra, vi a jóvenes adolescentes que iban comisionados por sus pueblos para resguardar a sus autoridades y para apoyar a los maestros. Alcancé a escuchar salir del altavoz una frase demoledora: “Sean bienvenidos si vienen a sumarse a nuestra lucha digna contra las reformas estructurales, por la paz y la justicia, pero si son oportunistas, protagónicos y demagogos regresen por donde vinieron”. ¡Sopas! ¿Por qué chingados los maestros aburguesados de clase baja –muy baja por cierto– no siguen este ejemplo de dignidad? Ahora bajaré de aquí y me iré corriendo a alcanzarlos, no quisiera perderme en la próxima parada la maravillosa experiencia de encontrarme a la una de la mañana, hora de nuestra llegada a Huajuapan de León, a una joven mujer con sus dos pequeños niños somnolientos sentados allí, en la acera, decirme que no se irían a dormir sin antes saludar a sus maestros.
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CHUSQUEDADES Gerardo Luis González Oaxaca
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DE CAÍDAS Y CAÍDOS
i no mal recuerdo, el 28 de noviembre de 2015 nos convocó la dirigencia de la Sección XXII de la CNTESNTE a una movilización masiva para impedir la realización del examen para la permanencia en el Servicio Profesional Docente, que por primera vez se realizaría en las instalaciones de Ciudad Administrativa ubicada en Tlalixtac de Cabrera, municipio conurbado a la ciudad de Oaxaca. El contingente partió de las oficinas del Instituto Estatal de Educación Pública (IEEPO); hizo eco el llamado por la cantidad de compañeros que participamos. Al frente de la marcha, como siempre, la camioneta con el sonido, atrás el Comité Ejecutivo Seccional y enseguida el honorable cuerpo de Supervisores y Jefes de Sector (H. cuerpo para los cuates, o PGR, “pura gente ruca”). En ese contingente iba cruzando comentarios con mis demás compañeros y, al llegar a nuestro destino, después de escuchar el mitin que se realizaba frente a un fuerte contingente de policías federales preventivos que resguardaban el acceso al lugar del examen, comenzamos a buscar dónde descansar, pues a nuestra edad y después de un esfuerzo extraordinario, las articulaciones protestan también y no precisamente contra las reformas corporales. Así que nos guarecimos, Carlos y yo bajo una sombrita que a modo encontramos; sin embargo, un grupo de compañeros comenzaron a azuzar a los policías federales amenazando con derribar las vallas metálicas que colocaron frente a ellos, y que impidió el avance del contingente.
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Y ahí vamos, según a animar a quienes ejecutaban la acción y para poder llegar rápido nos metimos a un terreno de sembradura que estaba a un costado del lugar. Al ir cruzando el terreno y para contener el empuje de los compañeros, la policía comenzó a lanzar bombas de gas lacrimógeno. Al ver que la amenaza de avanzar hacia el contingente para dispersarlo era latente, decidimos volver sobre nuestros pasos; nuestra sorpresa fue mayúscula, pues en las prisas no vimos o percibimos al avanzar los hilos de alambres de púas que estaban tirados entre la hojarasca y, ya se imaginarán: cae Carlos al enredarse su pantalón con el alambre y, entre la confusión y el humo, me tropiezo con él. Fuimos, creo, los primeros y los únicos caídos en ese intento de refriega. Después de que las aguas tomaron su cauce, las risas nerviosas nos invadieron culpándonos de quien tiró a quien. Cuando contamos nuestra hazaña los compañeros en tono burlón nos decían: para qué van si ya están viejos, y ustedes solamente con el aire y el humo se caen. LA RATA Cuántos de nosotros vemos derrumbar nuestra valentía ante semejante roedor, pues el verla correr con el pelo erizado y levantando la cola, dirigiéndose hacia donde estamos, optamos por la graciosa huida con el grito de terror incluido, o buscamos el objeto más cercano para enfrentarla con decisión y arrojo. Sucedió un día de agosto de 2016: el contingente de profesores plantados frente a las instalaciones del Nuevo Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (NIEEPO), distribuidos a lo largo y ancho del predio. Como ya eran más de tres semanas de instalado el plantón permanente en dicha oficina y las autoridades encargadas de limpiar el área –pretextando que no se les permitía el acceso– fueron
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dejando que se acumularan las bolsas de basura que al término de cada actividad los compañeros apilaban en un lugar. Y pues en dos o tres semana el montículo singular ya era notorio; los roedores encontraron, por así decirlo, un palacio donde habitar y alimentarse “sanamente”. Eran como a las 11 de la mañana, a esa hora el contingente de plantonistas estaba bastante numeroso, cuando observo cómo la masa humana se desplegaba por distintas direcciones: gritos desesperados, caras de angustia, pasos agigantados por doquier, sálvense quien pueda, etc. Mi posición me permitió ver una figura similar a la que se forma cuando lanzas una piedra en un charco de agua, así me pareció ver a esa enorme masa multicolor desplegarse por distintas direcciones. Los cánones y recomendaciones ante eventuales situaciones como la descrita dicen que hay que pegarse a las paredes para evitar ser arrollado y provocar accidentes, así que de inmediato me situé junto a una caseta que ofrece el servicio de fotocopias e interrogaba a quienes venían pasando sobre lo sucedido; nadie sabía a ciencia cierta qué había provocado la turba. No hay peor enemigo que la mente humana, decía Buda, y la mía no es la excepción. Descarté un eventual desalojo porque no había motivo; quizás alguna riña entre hombres o quizás mujeres liándose a golpes por despecho. Todo fue tan rápido que no me permitió seguir en mis elucubraciones, regresa la calma y me dirijo al lugar de los hechos. Interrogo a dos que tres conocidos que me encontré en el trayecto y lo único que me dijeron fue “una rata”. ¿Una rata? ¿Una insignificante rata provoca casi casi un accidente similar a quienes van al muro de los lamentos? Cruzo el área de la eclosión y las risas en todos los rostros era la mejor señal de que todo estaba bien; más adelante encuentro a los compañeros de la zona y me dan detalles: alguien quiso reacomodar las bolsas de basura y despertó
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a la pobre rata, salió de su madriguera y se encontró con un grupo de valientes a su alrededor. Lo curioso es que cruzó los barrotes que nos separaban de un grupo de policías federales que resguardan el edificio en mención, y se perdió entre la hojarasca. Creo que era una espía, pues finalmente se fue a refugiar con sus iguales. Las risas nerviosas no dejaron de escucharse en las horas subsecuentes. Una rata, una triste rata fue capaz de hacer lo que ni la policía ha logrado: hacer correr hasta a los más valientes.
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ECONOMÍA SUBTERRÁNEA Anónimo
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s común que en las pláticas y/o análisis del fondo y trasfondo del actual conflicto magisterial en el que la mayoría vemos a la Reforma Educativa, como una reforma laboral y administrativa, se acuse a los poderosos empresarios como Claudio X González y socios que le secundan, de tener la intención de enriquecerse aun más con la privatización de la educación. Se dice que nos quieren vender la impartición de la educación. Que emplearán en condiciones precarias a los que antes eran conocidos como profesores y que ahora permiten ser llamados “docentes, facilitadores, mediadores, monitores, etc.” Que venderán los planes y programas, los instrumentos electrónicos, en fin, la estructura e infraestructura necesaria para el desarrollo del servicio educativo. Sin duda, todo lo que se dice es cierto. La intención real de Primero México y demás organizaciones que se dicen preocupadas por la educación, es la obtención de pingües ganancias con la comercialización de lo que es una obligación del Estado de proveer de manera gratuita. Pero, ¿qué pasa con la economía a ras de suelo? Uno va a las marchas y un gran aparato comercial le rodea. El vendedor de agua, el de los elotes, el que vende paletas, el que vende los Squirt con limón y sal (sabroso suero para prevenir la deshidratación), el de las bonitas playeras estampadas con la imagen del ídolo revolucionario del color y época que a usted más le guste y acomode, el que vende discos piratas con la música revolucionaria que henchirá el ánimo, el que vende libros, el de los impermeables de plástico, el que confecciona, produce y vende las mantas informativas, el de los sombreros,
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el de las sombrillas, la de los tacos de canasta, la de las tortas, el de las velas para las marchas nocturnas, los de los baños que por solo cinco pesos evitan las deserciones masivas durante las interminables caminatas, los que imprimen los volantes, el que vende la tinta para imprimir los volantes, el que vende el papel donde se imprimirán los volantes informativos y formativos. Una cadena, una gran cadena económica se mueve en torno del movimiento magisterial, de los movimientos en general. Cabe pensar entonces, ¿qué pasaría con la economía de quienes sobreviven gracias a la venta de sus productos durante las movilizaciones en cualquiera de sus modalidades, si es que en algún momento de la historia ganáramos? ¿Lo agradecerían? ¿Festejarían con nosotros el triunfo? Lo dudo.
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NOTAS DISPERSAS DE UN DIARIO
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Marco Antonio Morales Chiapas
adie está obligado a creer en nada, pero también, nadie tiene por que obligarnos a dejar de creer. Disfruten el presente y dejen que el futuro siga siendo nuestro. *** Lunes, 12 de septiembre de 2016.
Llego a la parte trasera del palacio de gobierno. Desde muy temprano, los compañeros se aglutinan para tapar los accesos. Han pasado más de tres meses sin una solución concreta. Con una bocina y un micrófono, se improvisa una suerte de karaoke. Entre canciones de Joan Manuel Serrat, Jenny Rivera y el recién fallecido Juan Gabriel, esperamos noticias de la reunión de la dirección política con representantes del Estado. Son más de las 8 de la noche. Más tarde, nos informan: “Se rompen los acuerdos, posible desalojo”. Corren rumores, llueven whatsapazos: imágenes de caravanas de policías en la central de abastos. Se refuerzan las barricadas. Por todo el campamento y en las esquinas, maestros vigilan con palos en las manos y los rostros cubiertos. Me dirijo a la décima oriente. Hay un camión de pepsi atravesado y más adelante una gran barricada con tarimas y llantas rociadas con gasolina. Se gritan consignas, medios de comunicación alternativos graban, toman fotografías. Los vecinos han salido a apoyar al magisterio. Platico con un viejo amigo, cuando alguien comenta: ¡Ya vienen por la 15 Oriente! Me enfundo la cabeza con una playera y saco de mi mochila la botella de coca cola.
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*** De septiembre de 1793 a la primavera de 1794, durante la Revolución francesa, Robespierre instaura lo que los historiadores llamarían “El reinado del terror”: la facción jacobina a la que pertenece llega al poder, se derroca a la monarquía, y para asegurar la consolidación de la República, mediante el “terrorismo de Estado” se persigue y ejecuta a los reaccionarios y a la oposición. Los estados actuales han copiado el Terreur como técnica moderna para combatir la disidencia, sólo que ahora no se ejerce para defender la república ni la democracia. En la madrugada del 3 de mayo de 2006, se efectuó un operativo policiaco en San Salvador Atenco. Según el informe 2007 de Amnistía Internacional “la policía utilizó gas lacrimógeno y armas de fuego contra miembros de la comunidad y detuvo, durante los días que duró la operación, a 211 personas, muchas de las cuales fueron reiteradamente golpeadas y torturadas mientras se les trasladaba a la prisión”. En La violencia de Estado en México, Carlos Montemayor explica con mayor detalle estos “procedimientos”: “Los cateos violentos e ilegales en las primeras horas del amanecer y en pequeñas aldeas o en pequeños barrios son una antigua y recurrente práctica de ejércitos y cuerpos policiacos represivos. Gran parte de la eficacia de estos cateos y sus secuelas de daños derivan de lo inesperado del operativo mismo. Además de la sorpresa, debe destacarse la contundente y visible superioridad de las armas sobre familias inermes. El armamento es intimidatorio en varios aspectos: primero, desde los retenes que cercan el territorio y bloquean entradas y salidas de la aldea o del barrio; después, en los comandos de élite que penetran en domicilios con violencia para acentuar la sorpresa y para evidenciar la superioridad de su fuerza… este tipo de aprehensiones colectivas amedrentan a la población ultrajada y saqueada para ʻdisuadirlaʼ de continuar en la ʻviolenciaʼ social mientras ubican o identifican combatientes, dirigentes o familiares de ellos”.
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El terror: la violencia como efecto teatral, la sistemática producción de pánico. *** Jueves, 02 de junio de 2016 Diez de la mañana. Nos concentramos cerca la estatua de la Diana Cazadora, en el extremo oriente de la ciudad. Somos miles. Una cuadra más adelante un grupo de compañeros que integran el cuerpo de seguridad, retiene el avance de los granaderos. ¡Un taxi! ¡Un taxi! Grita, alarmado, un maestro: una madre y un niño se quedaron atrapados en medio de la revuelta. El niño se ha desmayado debido a los efectos del gas pimienta. Los granaderos lanzan gases de manera indiscriminada, sin importar si hay mujeres, niños o ancianos. Los granaderos avanzan, nos replegamos. El efecto del gas me llega al rostro, me acerco a una fuente y lavo mis brazos y mi cara. El ardor no desaparece. Hay en el piso botellas de coca cola, me lavo la cara con el líquido. Retrocedo hacia donde no hay gas. De pronto, somos demasiados en una calle; las multitudes corren en estampida con el riesgo de caer y ser aplastados por la masa. Los granaderos se detienen; nos detenemos también nosotros. Se forman barricadas con lo que se encuentra al paso: llantas usadas, cartones, una máquina expendedora de refrescos. Los granaderos se detienen, nos detenemos. Protegidos de los pies a la cabeza, forman una valla. Llevan cascos, rodilleras, bazucas lanza granadas. Todo un ejército armado hasta los dientes. La violencia con la que actúan es disciplinada, espartana. Han sido entrenados para eso. Un espectador desinformado pensaría que combaten criminales, narcotraficantes. No es así. Libran una batalla en la que no tuvieron elección moral ¿Cuándo la han tenido? Combaten a quienes eligieron rechazar una reforma injusta, estúpida, absurda. Luchan
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contra quienes desde el 2012 fueron declarados enemigos por el Estado, su Señor, su Amo. *** Miércoles, 08 de septiembre de 2016 Tomamos las instalaciones del servicio profesional docente. Los maestros formamos un cordón humano para cercar el edificio. Quienes no lograron ubicarse en el cordón, porque hay más maestros de los que se necesitan, nos colocamos en los camellones o cerca del parque del oriente. Termina la actividad. Subo al colectivo, una pareja de ancianos comenta: Señor: De plano estos maestros, ahora qué, ¿están bloqueando el parque? Señora: Ay no, ya es demasiado, les debería echar bomba el güero6. El viejo traía puesta una playera blanca con una estampa del partido Verde Ecologista. *** Hay una imagen icónica: un trío de maestros, de pie, con máscaras antigás y rostros cubiertos, esperan, alertas, ante cualquier ataque de los cuerpos policiacos. Los protagonistas de la fotografía, sin embargo, no son los maestros, sino sus armas defensivas: un paquete de cohetones que la cámara enfoca en primer plano. Más tarde, un fotógrafo de bodas y quinceaños, publica esa misma imagen en su cuenta de facebook con el título irónico: “Marchas pacíficas”. 6. Güero: apodo con que se conoce al gobernador actual del estado de Chiapas, Manuel Velasco Coello.
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*** En 2013, realicé un experimento. Se había planeado la toma del aeropuerto de la ciudad de México. La actividad la ejecutarían contingentes de Chiapas y Oaxaca. Cuando llegamos a un bulevar, que era uno de sus principales accesos, ya nos esperaba una legión de policías. Nos cercaron. Un grupo reducido comenzó a romper el pavimento del camellón, a sacar tubos, a romper pedazos de banqueta para obtener bloques de piedra del tamaño de una biblia. Iban encapuchados con playeras, tenían cuerpos delgados, portaban pantalones que les colgaban, y cuando uno de ellos habló, pude notar el típico tono del habla chilanga. Era extraño, tenía conocimiento de que los maestros del Distrito Federal no participarían en la actividad. En Conversación en la catedral, novela de Mario Vargas Llosa, había leído episodios en los que grupos de choque contratados por el gobierno, se infiltraban en las manifestaciones para iniciar los alborotos, y así justificar la represión. Ahora yo era testigo en la realidad de eso que había atestiguado primero en la ficción. En esa ocasión, estábamos rodeados de granaderos, había cierto ambiente de pánico y confusión en los contingentes. Sin previo aviso ni motivo alguno, los encapuchados comenzaron a lanzar los terrones de block a los policías. Casi al unísono, el colectivo magisterial los reprendió para que dejaran de hacerlo. Ese día optamos por replegarnos. Lanzando consignas marchamos hacia el Monumento a la Revolución, donde estaban, en aquel entonces, nuestros campamentos. Al día siguiente, compré los principales periódicos de la ciudad y del país. La mayoría de ellos presentaron la noticia del bloqueo del aeropuerto en primera plana. De los siete periódicos que adquirí, sólo uno trabajaba la noticia de un modo imparcial. Los demás nos trataban de criminales sin explicar el contexto del conflicto. En un periódico, por ejemplo, se exhibía en
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primera plana a un maestro que estiraba hasta el máximo su resortera, con un título donde se le ridiculizaba; otro, mostraba a los pobres policías que brincaban tratando de eludir las feroces piedras lanzadas por los maestros; en otro, un policía se debatía entre la vida y la muerte en la cama de un hospital, a raíz de los “enfrentamientos” con los “maestros delincuentes” (más tarde otro periódico sacaría una nota donde se había pillado al policía ayer moribundo, sin ningún rasguño, descansando en la comodidad de su casa). Además de las fotografías, en los titulares, también obtuve una cátedra del mejor periodismo mexicano oficialista y de derecha: “La CNTE ataca a policías”, “Los porros de la CNTE toman el aeropuerto”. *** El Estado, dueño de todos los medios masivos de comunicación, utilizó hasta el cansancio los 11 principios de Joseph Goebbels, el famoso teórico de la comunicación, encargado de la propaganda del partido Nazi. “Muchas repeticiones hacen una verdad” es una de sus frases más famosas. En febrero de 2012 se estrenó el documental De panzazo, días después, se exhibió en cadena nacional. Cosa inédita para un producto en apariencia comercial. ¿Cuándo se había visto que una película que se exhibe comercialmente en el cine, se proyecta unos cuantos días después en la televisión abierta, sin ser explotada comercialmente antes en los negocios de renta o venta de dvds? La respuesta, ahora todos la sabemos: no se trataba de arte ni simple entretenimiento, sino de “propaganda”. Televisa encargó el film al cineasta Juan Carlos Rulfo y a Carlos Loret de Mola, su reportero estrella. La película en términos simples se enfocaba en la corrupción del sindicato, culpaba a los maestros del estado actual de la educación, hacía hincapié en un cambio necesario.
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Estaban preparando el terreno. Justo un año después, el 26 de febrero de 2013, detienen en el aeropuerto del Estado de México a Elba Esther Gordillo, acusada de desvío de fondos y enriquecimiento ilícito. Eliminaban los obstáculos. Juan Díaz de la Torre, el delator, su antigua mano derecha, como premio a la traición de su jefa, ocupó su cargo. Una de sus primeras acciones, como describe Luis Hernández Navarro en su libro La Novena Ola, fue reunirse con los representantes sindicales de los estados que estaban bajo el dominio del SNTE: las amenazas fueron claras, o aceptaban y promovían en las bases la reforma educativa, o haría uso del expediente donde registraba sus robos y los mandaría a la cárcel. Las condiciones estaban listas. La reforma se aprobaría poco después, seguida de una fuerte campaña de propaganda basada en virtudes inexistentes y en la criminalización de los maestros que se opusieran a ella. Mediante marchas, bloqueos, volanteos, toma de medios de comunicación, cómo nunca antes en nuestra historia actual, la CNTE puso en tela de juicio esos argumentos, evidenció el carácter autoritario no sólo de la SEP, sino del Estado mismo; mostró ciertas realidades: la desigualdad del territorio nacional con mínimas zonas de “primer mundo”, accesibles solo para la élite y vastas praderas de premodernidad, ancladas en eso que ciertos teóricos llaman “tercer mundo” para evitar la palabra “subdesarrollo”; las condiciones desequilibradas de un maestro rural que trabaja en condiciones de extrema marginación y pobreza, en comparación con las de uno de ciudad, a quienes se pretendía evaluar de manera homogénea. Además, la CNTE escupió ciertas verdades: que para la realización del proyecto educativo nacional ni los maestros, ni los padres de familia, ni intelectuales e investigadores cuentan, no tienen voz ni voto. La reforma educativa se diseñó de manera unilateral, gracias al Pacto por México pasó de largo por el poder
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legislativo (al igual que las demás reformas estructurales) y se intentó aplicar con el garrote en la mano. La CNTE logró elevar la educación a tema de debate nacional, aunque varios años tuvieron que pasar para que la voz del magisterio fuera escuchada. Logró descorrer el velo, mostrar esa realidad que en su momento nadie quiso ver. Pero para cierta población era demasiado tarde. La “verdad” del Estado ya había sido dispersada, como una especie de gas, a lo largo y ancho de la conciencia colectiva. Muchas repeticiones hacen una verdad. Los loritos, quienes escucharon acríticamente la propaganda del Estado, reprodujeron esa verdad oficial en su círculo inmediato. Y después todo se propagó como una peste. En el 2012, antes de que sucediera todo lo que después pasó (Ayotzinapa, Nochixtlán, la muerte de David Gamaliel) algunos analistas y pedagogos pronosticaron que la “reforma educativa” terminaría por polarizar a la sociedad. Acertaron: se fragmentó aún más un espejo cuarteado que más tarde, terminaría por estallar.
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CARTA A UN COMPAÑERO CAÍDO Para Diego, que se nos adelantó a tomar el cielo. Anónimo
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os conocimos poco, las palabras no fueron necesarias, bastó encontrarnos entre el humo del gas lacrimógeno y balas de goma, para hacernos hermanos, para hacernos camaradas. Duele tu partida, molesta que te hayas adelantado a tomar el cielo. Tu mirada reflejaba la visión de transformar el mundo y te abalanzabas cual corcel iracundo a desafiar al tirano. Ahora tus pasos marcharán a nuestro lado, tu voz se escuchará en las consignas y tu bandera la empuñaremos todos. Ahora eres una pinta en el cielo; descansa el vuelo hermano. Muchos dirán: ¡Que Dios te bendiga Diego! Yo te digo: ¡Hasta la Victoria Siempre, Diego!
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ESTE PUÑO SÍ SE VE Enrique González Rojo Ciudad de México
Quiero hacerme a la calle a protestar. Aunque sea una marcha de una sola persona, una conspiración minúscula, la perfectamente ridícula guerrilla de mi furor casero. Avanzaré con el puño en alto, coreando, solo, consignas incendiarias contra el imperio, la explotación ambiente, las turgentes banderas donde se ha desteñido la esperanza y el rojo se agazapa en el rosado. Avanzaré, resuelto, la pancarta adolorada de mi frente, yendo desde mi audacia al mismo zócalo, desdeñando la zarpa granadera que me puede arrojar a promover un plantón energúmeno de lágrimas forzadas. Haré al final un mitin rapidísimo donde hablará un relámpago. Y me iré a recoger allá en mi alcoba. allá en mi soledad, allá en la madriguera, en fin, del yo, para depositar sobre la almohada la destrucción del mundo.
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MI LONA AZUL Pedro Pascual Cirilo Oaxaca
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espués de dormir un rato bajo mi lona azul y despertar con las caricias de la ventisca fría que cubre la madrugada despejada en un cielo con estrellas, mis pensamientos corren como las nubes que arrastra el viento hacia el horizonte. ¿A dónde van esas nubes? ¿Podrán mis pensamientos hacerles compañía para saltar juntos en el sueño de quienes pensamos posible mover al monstruo? A ése que nos obliga a estar en vela al cobijo de las lonas. Un sueño, una idea, una acción, una inyección de amor a nuestra profesión son los aliados para resistir la incomprensión. Al cobijo de mi lona azul… La banqueta es dura y fría, permíteme decirte, no es posible platicar con ella; solo puede ser testigo de mis pensamientos. Mi lona azul… Que se mece al viento de mediodía con los rayos de sol que caen, y al viento de medianoche que mueve mi cuerpo en las madrugadas y parece decirme: ánimo no dejes de construir tus sueños, porque como el agua que brota de los manantiales así seguirán brotando tus pensamientos. Mi lona azul… Que se mece al viento parece esperar un tiempo para fundirse conmigo en un abrazo… No espera una circunstancia.
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Mi lona azul… Que se mece al viento, a la que veo como única compañera en estos momentos, parece escuchar e interpretar mis pensamientos; más allá, sobre las banquetas otras más se mecen al viento, seguirán protegiendo sueños… El viento frío pasa y las mece, las eleva al cielo… resisten, parecen no querer dejarnos, parecen no querer irse… La noche se ha marchado, los sueños ya no volverán porque habrán partido en su camino acompañando a las nubes; otra vez mis pies firmes en mis pasos sobre la banqueta…
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A MANERA DE INFORME Vicenta Guerra Oaxaca
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No lloro porque me deje el marido, lloro porque se me queme el arroz. Bella dama sin piedad. Rosario Castellanos.
uienes afirman que las mujeres sólo servimos para el metate y pal’ petate se equivocan total y absolutamente… Eso lo recontraafirmamos las mujeres que en esta ocasión nos organizamos para cocinar para nuestros compañeros activos, movilizados en los distintos frentes de lucha… Pero de que en la cocina la hacemos más que ellos no hay duda; sólo que hay que reconocerles que sin ellos (los hombres) no la haríamos: que bajen la olla, que vayan al mercado, que córrele por otro aceite, que les toca repartir el agua y bueno, un sin fin de ve, corre y hazlo… No crean que todas las que participamos para cocinar teníamos experiencia para la elaboración de grandes cantidades de sopa caldosa o de arroz. Y menos para la hechura de las lentejas, y qué decir de los frijoles revolucionarios (para no decir charros). O de los chiles en rajas con ajos y cebollas, que se volvieron la especialidad de Luz del Carmen. Qué decir de las lloradas de Celia al rebanar las cebollas, o de los pleitos de Vicenta de que no le echaran ojo al arroz para que no fuera a perderse el cocimiento de tan sagrados alimentos… Sin que parezca presunción podemos decirles que mitigamos el hambre y la sed de innumerables compañeros que en los distintos momentos y frentes de lucha se encontraban movilizados. Tal vez coincidimos con nuestros hijos y con los suyos, tal vez no; lo que sí sabemos es que
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todos los movilizados en este gran movimiento magisterial y popular son nuestros hermanos de lucha, que todo aquel que se acercó a pedir un plato de comida y un vaso con agua sabía que llevaba condensado aparte del pollo (por lo poquito), el cariño y la conciencia de los jubilados, de todos aquellos que desprendiéndose de un poquito se transformó en un torrente de agradecimientos como: “gracias, estuvo muy sabroso”, “gracias, que Dios les dé más…” y así, expresiones de agradecimiento. Compañeros y compañeras jubilados… son muchos nombres de mujeres y hombres de este glorioso Sector Número 1 que unimos dinero, víveres, esfuerzos y camionetas para participar en esta noble labor. Para evitar que alguien nos falte obviamos los nombres, pero nuestro más sincero reconocimiento a todos y todas los participantes y los invitamos para seguir impulsando la lucha magisterial y popular… ¡¡¡ VIVA LA LUCHA MAGISTERIAL Y POPULAR!!! ¡¡¡ PRESOS POLITICOS LIBERTAD!!! ¡¡¡ LOS JUBILADOS PRESENTES EN LA LUCHA DE LA CNTE!!!
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REVELAR UNA VICTORIA Elizabeth Montaño Ciudad de México
Un ángel de guerra sólo busca esparcir polvo de luz sobre la lluvia en una tierra humillada, sobre el corazón de quien vive una batalla de fuego y clama desde el alma, desde una marcha con la aurora sobre su cielo, desde la raíz más dolida entre penumbras. Un ángel de guerra vierte polvo de luz en los puños de los hombres libres, en el interior donde hay el aroma de una queja, en la palabra de quien canta como el dolor de un niño; quiere la estrategia de un mar embravecido y la táctica de fúlgidos destellos. Y no quiere morir ni anidar en la pocilga de los cerdos, sólo quiere revelar una victoria, un arcoirirs de luz en los corazones que protestan.
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EL PELUQUERO DEL MALECÓN Gonzalo Trinidad Valtierra Ciudad de México
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Para mi padre y maestro.
uando volví con el café lechero y la cajetilla de Bucaneros para Fredy me encontré a dos hombres con pinta de policías que nunca antes había visto. Uno de ellos ya tenía la toalla alrededor del cuello. El otro estaba esperando su turno mientras leía a Kalimán. Dejé el café y los cigarros junto a la mochila y me fui a sentar en una banca de madera en caso de que Fredy me necesitara. Mejor peluquero no había en todo el puerto. Fredy era muy delgado, sólo un poco más alto que yo, y era buenísimo con las tijeras. Todos los días venía al malecón en bicicleta. Llegaba a eso de las diez. Los pescaderos y los cantineros eran nuestros clientes preferidos. Yo trabajaba como su chalán, le ayudaba a cambiar los billetes grandes, también barría y le compraba su café y cigarros. A cambio me enseñó a cortar el cabello y a rasurar. Los militares y policías no le gustaban a Fredy. Era raro verlos en el malecón, así que muy pocas veces tuvimos que atenderlos. Además pedían el mismo corte, todos, sin excepción, lo cual hacía muy aburrido el trabajo. Puse atención a la plática de los dos policías que llegaron ese día. El que estaba esperando su turno dijo: –Pinche Alcaraz, te digo que la última vez casi me deja sin oreja. –Pero el comandante no quiere jubilarlo, pues –contestó el otro con acento fuereño. Tenía la mandíbula saltona, como un chango. Guardaron silencio cuando pasó frente a nosotros Reinalda con vestido corto y huaraches, meneando todo
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lo que Dios le dio. Fredy sólo la miró un instante y luego siguió con su trabajo, emparejando el cabello erizo del policía gordo. El otro policía le chifló a Reinalda y le preguntó su nombre. El gordo se burló de él cuando ella volteó y le contestó: “Igual que tu mamá”. –Ya vi por qué le gusta trabajar aquí, pues –dijo el gordo de la mandíbula saltona. Fredy respondió con una risa para no contradecirlo. Yo sabía que le hubiera gustado pedirles que se retiraran, pero la chamba es la chamba. Además necesitaba el dinero. –Oye –continuó el que esperaba su turno mientras leí mi revista de Kalimán–, ¿y qué haces cuando llueve? –Me busco un techito allá por el café –respondió Fredy sin dejar de emparejar el pelo de escobeta del gordo. –¿Y si el calor está cabrón, a poco tienes clientes? –Pues me instalo debajo de un árbol que está por allá –señaló a su izquierda, con la tijera en la mano, hacia la copa de una caoba. El gordo interrumpió a su compañero: –¿Y si hace mucho aire, qué pues? –Ahí sí, ni cómo hacerle. Pero dígame, ¿de quién hablaba hace rato? –preguntó para cambiar de tema. No le gustaba explicar por qué trabajaba en el malecón y no en una peluquería. Contestó el policía que tenía una cicatriz en la oreja. –De Alcaraz, es el peluquero del regimiento Jaguares de la policía. Ya no da una el cabrón, pero el comandante insiste en que se quede –en ese momento hizo rollo mi revista y azotó un mosco. Cambiaron de lugar el gordo y su compañero. Fredy le hizo un corte idéntico al de la oreja marcada, repitió los mismos movimientos con la tijera y los dedos de la mano izquierda. Podría haber hecho cien casquetes cortos idénticos, con los ojos cerrados y ni uno solo habría
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quedado disparejo. Por eso mismo era aburrido cortarle el cabello a un policía. Sólo el gordo dejó propina. Pensé que no volveríamos a verlos. Hasta que un día muy caluroso, de esos que te hacen odiar el puerto, se aparecieron con otro hombre que se presentó como el comandante Aguilar. Era más alto que el gordo, pero flaco como el de la oreja lastimada que se robó mi revista. Luego de hacerle una seña a los policías, como si espantara moscas, para que lo dejaran solo, el comandante se sentó. Fredy le puso la toalla alrededor del cuello y le humedeció el cabello con un rociador. –Mis muchachos me hablaron de usté –dijo el comandante en un tono relajado, casi amistoso. –¿Ah, sí? Ya veo. ¿Y qué le dijeron? –En primer lugar que no les cortó las orejas –soltó una risa y tosió con su propio chiste. Un momento después sacó una cigarrera cromada y le ofreció un cigarro a Fredy, pero éste lo rechazó. Sólo fumaba Bucaneros. Fredy comenzó a hacer su trabajo con tijeras y peine. La cabeza del comandante era como una bola de cañón de las que tienen apiladas en la Plaza de Armas del puerto. Tenía el cabello enmarañado, como los negros. Sólo que él no era negro. Su padre o su abuelo tal vez. –Me gusta un peluquero que conoce su oficio –continuó–. Lástima que Alcaraz ya esté viejo, ya no ve bien el pobre hombre. Como quiera que uno vea las cosas, siempre es triste ver a un hombre viejo que quiere trabajar y ya no puede. Pero mire, no lo quería echar a la calle. La cosa es que ya no podía tenerlo en el regimiento. Tampoco podía dejar que siguiera cortándole las orejas a mis muchachos –volvió a reírse y a toser. Mientras tanto Fredy trabajaba en el cabello del comandante; y ponía una cara de “a mi por qué me cuenta eso”. Y es que a Fredy no le gustaba platicar con cualquiera mientras hacía su trabajo.
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–¿Me está oyendo? –preguntó el comandante. –Claro, pero no se mueva. Fredy no dijo más, acomodó la cabeza del comandante hacía el frente, como la de un muñeco, usando ambas manos. Los chinos se enmarañaban más entre las lonjas del cuello sudoroso. Justo donde terminaba la línea de cabello, debajo de unos pliegues de gordura, el comandante tenía una gruesa cadena de oro Bajó las manos y buscó un billete en uno de los muchos bolsillos de su bata de peluquero. Me pidiío que le comprara un café lechero, y entonces me di cuenta de que su mano le temblaba un poco justo cuando me dio el dinero. –Oye, muchacho –me dijo el comandante– tráeme un café con mucha azúcar –pero no me dio dinero así que me quedé esperando–. ¿Qué haces ahí? Tráemelo y cuando vuelvas te pago. Fredy me hizo una señal con los ojos para que me fuera. Cuando volví, el comandante preguntó: –¿Por qué no renta un local? ¿Qué le gusta de trabajar aquí, eh? Fredy no respondió. Fingió que estaba muy concentrado. Podría haber platicado con cualquier otra persona, sobre todo mientras hacía corte tan sencillo como un casquete corto. El comandante insitió. –Solo me gusta aquí –dijo Fredy con toda calma. Miré las manos de mi maestro y noté que no temblaban. Tenía un pulso firme. Uno de nuestros clientes siempre decía: “Hubieras sido cirujano, con ese pulso, qué desperdicio hombre” y dejaba una buena propina. Fredy vivía en un cuarto de azotea, cerca del muelle. Lo menciono porque aunque hubiera podido rentar ahí mismo un local para su peluquería, nunca lo hizo. Hasta la casera le decía que abriera su negocio ahí. Él se negaba sencillamente. No le gustaban los lugares cerrados. Prefería la vista del malecón.
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Pero el comandante no sabía, ni podría entender jamás, nada de esto. –Mire –continuó–, quiero ofrecerle el puesto de Alcaraz. No se apure, no tiene que decidirlo ahorita. –Yo le agradezco, pero no gracias –se apuró a responder y dio un último tijeretazo. –No sea tonto, hombre. No tiene que decidirlo ya mismo, dele una pensada. Podría estar mejor que aquí –miró alrededor como si estuviera tratando de buscar algo para recalcar lo que decía. Fredy parecía lamentar aquel encuentro. Noté que estaba harto de la necedad del comandante; encendió un cigarro justo después de terminar el corte de cabello. Yo me levanté para barrer los rizos del comandante, que en el suelo tenían el aspecto de círculos dibujados con carbón. –Ya le dije, le conviene aceptar la oportunidad. Me gusta su trabajo, no desperdicie su vida en este lugar –torció la boca y se pasó el paliacate rojo por la frente y el cuello para limpiarse el sudor. –A mí me gusta mi trabajo tal cual. Pero gracias. –Sabe afeitar, ¿verdad? –preguntó de pronto acariciándose la papada. –Claro que sí. –Voy a regresar para que me afeite y me dé su respuesta. Ya le dije, no sea tonto. Pagó y se fue caminando cubriéndose del sol con una mano. No dejó propina. Los días siguientes se volvieron tediosos. Las palabras del comandante tenían el efecto de una amenaza. Fredy se veía cansado, como si no hubiera dormido lo suficiente. Se sentaba en su silla a esperar a los clientes, en silencio, mirando los barcos que llegaban al puerto. Dejó de leer el periódico con la misma satisfacción que antes, y todo porque se la pasaba pensando que el comandate volvería en cualquier momento.
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Un jueves por la mañana me reprendió por estar leyendo a Kalimán. Me dijo que me pusiera a hacer algo, pero en realidad no había mucho que hacer. El viernes no llegó al malecón. Estuve esperándolo un par de horas. A eso del medio día me fui a dar una vuelta por los cafés y las cantinas. De pronto lo vi, estaba sentado en la banqueta afuera del Esturión, hablando solo. Lo ayudé a llegar a casa. Le pregunté por la bicicleta. Me dijo que ya no la iba a necesitar. Por fin subimos a la azotea, abrí la puerta y lo llevé a su cama. Se durmió en cuanto su cabeza tocó la almohada. Olía a ron. En la sala encontré una mesa con un mantel blanco y un florero vacío. Su mochila de mezclilla, donde llevaba todo su equipo de peluquero, estaba junto a la mesa, en el suelo. En las paredes había algunas fotos enmarcadas. En una de ellas vi a una mujer y un hombre muy serio con un niño de unos cuatro o cinco años. Ese tenía que ser Fredy. Al día siguiente volví a su cuarto. Lo encontré con la misma ropa del día anterior. –¿Qué te pasó? –le pregunté. –No voy a regresar al malecón, no insistas. –Pero si yo ni he dicho nada. Le llevé una manzana que apenas mordisqueó como un conejo. La dejó sobre una mesa junto a su cama. Esa mañana me contó que la noche del jueves estuvo en el Esturión, platicando con Emiliano, el cantinero. Le preguntó si sabía algo del comandante Aguilar. “Lo que no habré escuchado de ese perro”, le dijo Emiliano. Según el cantinero, el comandante llegó un día con sus escoltas al Esturión. Estaban platicando cuando uno de los policías le habló del peluquero que trabajaba muy cerca. Emiliano les dijo dónde podían encontrarlo. –El muy tonto pensó que me estaba haciendo un favor –dijo Fredy. Emiliano había escuchado algunas historias sobre el comandante. Una de ellas era de cuando Aguilar tenía mi edad,
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más o menos unos quince años. En esa época –me dijo Fredy que Emiliano le contó– el comandante andaba con la bola matando curas y violando monjas. En una ocasión llegaron a Saldívar de Ocampo, sacaron a los santos de la iglesia y los fusilaron en la playa. Estaban buscando al cura para ahorcarlo cuando Aguilar y dos compañeros descubrieron que lo ocultaba el maestro del pueblo. Decidieron escarmentar al maestro, lo colgaron y lo usaron de tiro al blanco. Conforme me relataba la historia se puso más y más serio. Tenía fiebre. Sus ojos de pronto se quedaban fijos en el techo o se movían por todo el cuarto, como si trataran de escapar. Salí por un vaso de agua. –Mi mamá me contó que a mi padre lo mataron. Yo recuerdo su cuerpo en una fosa con otras personas. Me quería meter para sacarlo de ahí, pero mi madre me llevó. Ahora no sabría dónde encontrar su tumba, se perdió, para siempre. Volví con el agua. Le pedí que bebiera, no me hizo caso. –Saldívar de Ocampo es el pueblo donde nací. Aguilar mató a mi padre. ¿Entiendes? No voy a regresar al malecón. No supe qué decirle. Nunca había visto a un hombre al borde de la locura. Uno escucha historias sobre gente que pierde la cabeza, pero jamás se imagina lo que eso significa. –No, no voy a regresar, no voy a trabajar para ese asesino –repitió hasta que comenzó a toser. Finalmente lo hice que bebiera un poco de agua. –Alcánzame mi mochila –dijo. Fui a la sala y me fijé en la foto donde estaba Fredy en brazos de su madre, junto a su padre. Antes no había visto el parecido que guardaba con ese hombre serio de la costa. Ahora entendía que el hombre de la foto y el de la cama eran diferentes por la manera en que fueron separados. Si hubieran pasado más tiempo juntos Fredy habría crecido para ser como él. Pero le quitaron a su padre tan pronto que tuvo que aprender de otras personas.
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Sacó una anforita de vidrio de su mochila y le dio un buen trago. –¿Qué vamos a hacer le pregunté? Se tranquilizó un poco al sentirse acompañado, o eso creí ver en sus ojos: un instante de reposo al saberse acompañado. Otro trago a la anforita. Antes de que pudiera aconsejarle, como Kalimán, que tuviera paciencia, Fredy se levantó de la cama y me dijo, en un tono de voz que no era suyo por completo, que ya veríamos. Volvimos al malecón, tratando de aparentar que la ausencia de Fredy se debió a un resfriado. Desde entonces no dejó de llevar una anforita de vidrio en su mochila. Fumaba más Bucaneros que de costumbre. Por las tardes, si la anforita estaba vacía, me mandaba a rellenarla al Esturión. Una de esas tardes, al cruzar las puertas batientes de la cantina, en la repentina oscuridad, vi al comandante Aguilar y sus dos policías sentados cerca de la barra. Me acerqué a Emiliano y le mostré la anforita. Me preguntó cómo estaba Fredy; casi me muero de miedo al ver que el comandante giraba un poco la cabeza en nuestra dirección. –Dile que me debe veinte pesos ya. Me devolvió la anforita llena de ron. –Sí, jefe, yo le digo –respondí al instante. Ya me iba cuando Emiliano me preguntó qué le había pasado a Fredy, pues tenía semanas que no se daba una vuelta por la cantina. –Creo que no se siente bien. Me di la vuelta y me topé de frente con el policía de la oreja cicatrizada. –El comandante quiere hablar contigo. Me llevó hasta su mesa. Un mesero dejó tres vasos con hielo y sirvió vodka de una botella que estaba cerca de las manos del comandante.
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–¿Qué traes ahí? –me preguntó y abrió la palma de su mano. No me quedó otra opción que darle la anforita. –¿Es para el peluquero? Bajé la cabeza para decirle que sí. Me sentí avergonzado, como si me hubieran descubierto robando. El comandante no me quitaba los ojos en encima. Tomó la anforita, la abrió y probó su contenido. –¡Qué porquería! Hizo una seña y en seguida se acercó uno de los meseros. Le dijo algo que no escuché. El mesero volvió con una botella. –Dale esto y dile que mañana voy a visitarlo como acordamos. En cuanto salí de la cantina me eché a correr hasta que llegué al malecón. Fredy estaba de pie, jugando con su navaja de afeitar, mientras miraba el mar. Cuando me vio llegar con la botella su cara se transformó. Se quedó quieto sólo por un segundo antes de preguntarme de dónde había sacado esa botella. –El comandante me dijo que vendrá mañana y que te diera esto. Me pidió la botella y la azotó en el piso. El olor del licor me trepó por la nariz. Fredy guardó su navaja en el bolsillo del pantalón. Me di cuenta, en cuanto empezó a caminar, que se dirigía al Esturión. –No vayas –lo agarré del brazo y le pedí que esperara a que él viniera. Fredy se detuvo. Su rostro parecía el de otro hombre. Sí, cada día se asemejaba más a su padre. Me dio miedo que corriera la misma suerte. Pero no podía hacer nada. –Mañana está bien –murmuró. Se sentó y me pidió una cosa muy extraña en ese momento–: Córtame el cabello. También le arreglé la barba, que le había crecido bastante desde el día en que lo llevé a su cuarto.
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–¿Qué vas a hacer? –le pregunté cuando terminé el trabajo. No me contestó. Me di cuenta de que estaba mirando un barco que se alejaba. Pronto oscurecería. –Podemos irnos a otro lugar –le dije. –No, tú no vas a ningún lado. No tienes necesidad de eso. –¿Qué quieres que haga entonces? –No vengas mañana. Me hizo jurar que no vendría. Sacó un Bucanero y lo encendió. –Pero ¿por qué? –le pregunté apenas con voz audible. –Ya basta –me dijo–. Haz lo que te digo. Vas a estar bien –me acarició la cabeza y me dijo que me fuera a casa. Rompí mi promesa y fui al malecón. Me cuidé de que nadie me viera. Fredy estaba esa mañana esperando al primer cliente del día. El corte de cabello que le hice le lucía muy bien. Siempre decía que un buen corte mejora con los días. Pues esa mañana parecía que él mismo se había cortado el cabello y hasta creí que estaba orgulloso de mi trabajo. El comandante se acercó lentamente, se limpió el sudor con su paliacate y se sentó. Fredy le contestó algo y creo que sonrió. Hacía semanas que no lo veía sonreír. Pensé que haría su trabajo, como siempre, y que esa tarde volvería a casa. La conversación parecía animada. Fredy apuntó a un barco que llegaba al puerto. Terminó el corte de cabello y preparó la espuma para afeitar. Cubrió de blanco la cara y cuello del comandante. Parecía un barba encanecida desde donde yo estaba. Fredy puso la navaja en posición y descendió desde el pómulo hasta la mandíbula con movimientos suaves, como me había enseñado. Una y otra vez repitió la operación. Luego puso la navaja en la garganta del comandante y subió hasta la barbilla.
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Limpió los restos de espuma con una toalla pequeña. Pensé que había terminado. Pero noté que Fredy le dijo algo y el comandante alzó el rostro como si tratara de ver el cielo. Fredy puso la navaja en el cuello y le cortó la garganta. Un chorro de sangre manchó la toalla blanca. El comandante se puso las manos en el cuello y cayó de rodillas. Vi que a lo lejos los dos policías se acercaban. El de la oreja sacó el arma y corrió hacia donde estaba Fredy, mirando el cuerpo y la sangre en el suelo. Yo también corrí tan rápido como pude, pero las balas llegaron antes. Fredy se desplomó, y cuando llegué ya estaba muerto.
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QUE NO CALLE EL DOCENTE Víctor Fuentes Oaxaca
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niciamos el ciclo escolar del año 2016-2017 una semana después de lo que marca el calendario oficial; lo hicimos esperando que la CNTE de la sección 22 emitiera su fecha de inicio. Empezamos con indicaciones precisas de nuestra delegación sindical: “Regresemos, compas, con limpieza de las aulas, limpieza del patio, o pintando mesabancos, sillas y paredes”. Estas nimiedades me hicieron no solo pensar sino sentir que las cosas no estaban bien. ¿Cómo regresar? ¿Así como así? Qué le diremos a los padres que jamás los convidamos a unirse a nuestra lucha, tan larga lucha en la Carretera Panamericana, a la altura de un entronque, justo entrando a Juchitán; a ese lugar lo surte un canal de riego llamado Canal 33, y todos piensan al nombrarlo en un canal de televisión o algo por el estilo. Ahí estuvimos día y noche esperando que el ejército hiciera lo mismo o mucho más daño que la toma de Nochixtlán; por eso los vecinos y todos los barrios aguerridos de Juchitán sonaban sus nombres, gente de Xadani, gente de la séptima sección. Todos ellos acarreados de los partidos políticos y algunos sobrevivientes de la COCEI. Y nuevos grupos formados por líderes de carretoneros de basura, de mototaxis, los que se sumaron para defender la causa. Mientras la madre del maestro Magariño –la señora dormía ahí– daba conferencia de prensa, entrevistas a los medios, pedía misa para que a su hijo no lo matara el gobierno mientras lo tenían preso en la cárcel de máxima seguridad, él junto con otro paisano de nombre Francisco, conocido por todos
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como “Chico Pelón”, y el líder máximo de la Sección XXII, el maestro Ginés. Esta imagen la vivo desde dentro y desde fuera; la delincuencia organizada y los grupos de choque de los líderes oportunistas participaban destrozando y saqueando las tiendas departamentales de las transnacionales; que nosotros de día cerrábamos. Después de este ambiente hostil, de desilusión, de amargura, de coraje y rabia y de mucha simulación y demagogia; después de una lucha aterrada, la delegación sindical solo nos pide que pintemos nuestra escuela y sin nada más que hacer. ¿Por qué callar al docente? ¿Qué interés hay en ello? Al paso de los días se formaron grupos de maestros, entre directores e intendentes para seguir en plantón en el Zócalo de Oaxaca, sitio que mandó a limpiar el gobierno de Gabino Cué, para poder hacer el grito bajo el más límpido silencio del docente. Y una vez pasado el acto les devuelve la trinchera. Somos un grupo vulnerable, un grupo de choque sin fuerza; nos ofuscaron, somos engañados. Un grupo de maestros engañados hasta el tuétano. Hay una indignación oculta en mí: ¿cómo volver y barrer y pintar cuando el país se desmorona y se desgasta? Como si un terremoto pasara y nadie se hincara. Como si las alas de un pájaro se destrozaran y nadie hiciese algo por matarlo de una buena vez y no dejarlo herido a merced del opresor. Ese sentimiento indigna mi conciencia, revuelve mi impotencia de callar negándome al deber. No es volver por volver y aferrarnos a las aulas, porque ésta es casa segura. Así piensan muchos de nuestros compañeros, que volviendo, la reforma educativa no pasaría. Estamos tan lejos de que eso ocurra. Esta ingenuidad es desmedida o nos hemos dejado enajenar por las prácticas de lucha anquilosada.
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Se alegran los oligarcas cuando nos descuentan cada quincena, una tras otra y otra más, tan sólo son mil pesos y nos duele la carne. Le tememos al descuento, que retengan nuestro sueldo. Y con eso ya lloramos de dolor, de la miseria y mezquindad individual en la que estamos sometidos. Somos el mal que combatimos. Somos el reflejo de lo que odiamos, de lo que aberramos. Somos lo que no debemos ser, somos los consumidores aferrados a las tiendas que cerramos por horas para que pierdan su capital, y somos víctimas del auto que no podemos pagar. Volviéndonos fiadores de la casa que habitamos, por eso somos el mal que combatimos. Los docentes de Oaxaca temen la destitución, porque aman la posición en la que el Estado los ha acomodado; él los sacó de un estrato social y ahora viven a gusto en la clase media miserable y temen perder esta poca cosa que los deslumbra. Y los sigue deslumbrando. Ante maestros que fácil callan, no hay esperanzas honestas para seguir en la lucha. Un maestro así fácilmente calla en la calle y en la escuela. Callar es morir en vida. Un maestro así cala y remeda a los niños en las clases; para saber callar es el escenario ideal, para matar la revolución que estamos esperando; espera como la del coronel de García Márquez, sin destinatario, sin remitente, una revolución que ha calado nuestras conciencias. Es verdad que hay docentes de mil colores, de mil pensamientos, pero no podemos transformar nada. Desde hace 15 años que surgió el Peteo (Plan para la Transformación Educativa en Oaxaca), se vislumbró como simple pasarela de la misma Sección XXII. Ellos, los dirigentes, organizan eventos costosos en pensamiento y procedimiento; congresos llamando a la gente para que diga lo bonito del proyecto, y después salir más ruin antes de entrar. Abogar por una educación simulada, que ya a nadie sirve.
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Hemos callado los dones desde lo más hondo de nuestras ideas, las ideas que se colapsan, ideas mínimas que nacen como chispas y, antes de titilar y poder brillar, otro docente la apaga. Ideas que pudieran transformar el entorno de los niños, de sus padres y de toda la comunidad. Este hueco bien lo hacen los padres, quienes confiados en los sabios consejos de los medios de comunicación se vuelven verdugos de estas ideas para no emerger. El Istmo, tierra de gente aguerrida, la tierra que pintó de gloria en otros tiempos el destino del país, ha callado. Esta gente que nació de las nubes, gente Zá, dejó a un lado la lucha, la botó. Quizás tengan una misma razón, gritar no es luchar, gritar no es decir la palabra ni hacer la palabra verdadera. Alzar las voces termina en rutina, en desencanto del alma. Cada docente pierde su privilegio, la gente nacida del dolor les puede gritar, haciendo de su lucha una necesidad aislada; esa emocionante conexión de padres luchando por sus hijos fue momentáneo, fue manoseado por los líderes, para ver si moríamos y el gobierno dialogaba con ellos. Siempre lo han sabido hacer, en lo oscuro, en lo personal, en lo paliativo, y nosotros gastando consignas vamos matando la lucha, que ya a nadie le despierta esperanzas. El pobre docente avenido a rico que es la figura fabricada del estado. Y los maestros ante eso callamos, regresamos a lo mismo; días pasados del calendario, volvimos a lo andado sin andar, nos han desprotegido de una esencia más humana. ¿Sólo a nosotros?, ¿qué haremos para que los niños salgan del anonimato algún día?, ¿eso depende de una orden? Si pudiéramos nacer de nuevo para detener al poder, para callarlos a ellos que nos venden espejos dañados, que nos comprometen a competir y se burlan de nuestra dignidad. El Peteo, que debiera ser la carta de las consignas en las comunidades, en las aulas y en la escuela, en nuestra
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vida misma, es aún un paquete ideológico. Al docente le cuesta porque es un trabajo reflexivo, le cuesta porque se siente usado, agredido, y además no sabe con franqueza cómo hacerlo realidad. Se atoró en diseñar el currículo, nos dicen los promotores del TEEA (Taller Estatal de Educación Alternativa) “ustedes le deben buscar”, y nosotros los docentes adaptamos viejos contenidos de los planes y programas emanados del gobierno, y nos olvidamos que los contenidos y los currículos brillan en la comunidad, están llenos de vida y necesidades en los ojos de los niños; decimos “no a la reforma” y pedimos los libros de texto que llenan de vacío nuestras cabezas. Nos distraemos en pequeñeces, y nuestras ideas revolucionarias ¿dónde están? Estamos a merced de nadie, a merced y encarcelados en nosotros mismos. ¿Qué ideales seguir? ¿Bajo qué filosofía desarrollar las clases y la escuela? ¿Seguiremos con las ideas reproductoras de hombres mediocres? Nos hemos quedado petrificados, con las manos atadas y el corazón avergonzado. Hemos callado desde nuestra propia voluntad, y eso es difícil desterrar. Callar a voluntad nuestra, mientras nuestro país muere lento, lento. Si callamos morimos todos. Aprendamos a gritar y a dejar que los niños hablen, que sepan hacer lo necesario para denunciar las injusticias; ellos, los niños a quienes hemos callado. ¿Habrá alguna cosa más hermosa de enseñar a salir a la calle? Dejemos que ellos, los niños, alcen la voz. Aquí, acá, allá y hasta más allá, antes de que les enseñen que mañana está salpicado de sangre de un pasado que no podremos jamás pintar. Y nada más.
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TRES DÉCIMAS MORTUORIAS CONTRA LA REFORMA EDUCATIVA Marco Tulio Lailson Ciudad de México
I La reforma educativa es cadáver pestilente porque se opuso la CNTE con dignidad combativa a esa infame iniciativa que confunde hacer balines, tuercas, chanclas, calcetines, con formar seres humanos que hagan del otro un hermano para construir confines. II En sarcófago profundo la reforma ahora yace, con sus despojos complace a los gusanos inmundos. Pertenece al otro mundo donde ya no causa daño, porque los muertos de antaño enseñan a los menores que calidad es amores y no cifras con engaño.
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III Llora Nuño, llora Peña, la señora Marinela gime como Magdalena, Claudito equis se desgreña; la reforma que no enseña y quiso privatizar la educación popular, se encuentra en el camposanto por la lucha sin quebranto del magisterio ejemplar.
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DOÑA CONCHITA Ramón Ojeda Ciudad de México
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abía llegado temprano a invitación expresa de un diputado de la bancada tricolor quien solía comprarle el periódico entre semana. Esa mujer era la muestra fehaciente del trabajo, de aquellas personas que, sin quejarse del gobierno ni pidiéndole algo, luchaban día con día engrandeciendo con su esfuerzo a la patria. Ella era el personaje ideal para subir a la máxima tribuna del país y dirigir un breve mensaje a la nación. Con sus ochenta y tres años y su andar parsimonioso, Conchita, luego de esperar por espacio de dos horas y media su turno, el último por cierto, subió lentamente al pódium. Acomodándose sus lentes y dando dos leves golpes al micrófono para comprobar si se escuchaba, fijó su vista en el papel en el que estaba escrito el discurso que le habían redactado para la ocasión y, con sumo cuidado, comenzó a leer: “Honorable Congreso de la Unión, Honorable Presidente del Congreso, Señor. Presidente de la República, Honorables Diputados, Senadores, Gobernadores, señoras y señores”: ¡Chinguen todos a su madre!
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ÍNDICE
PRÓLOGO. Jorge Arturo Borja ................................ 7 VENCEREMOS. Claudio Iturra ................................ 9 PRIMERO DE DICIEMBRE. Miguel Reyes Pérez ... 11 A PIEDRA GIL AYALA. Sara Ayala Juárez ............... 17 UNA HERMOSA RANCHERÍA. Daniela Sosa ......... 19 EL TEOREMA DE YIOVANI. Pterocles Arenarius .... 25 PRUEBA DE RORSCHACH. Óscar Paul Castro ..... 33 DIÁLOGO DE SORDOS, REPRESIÓN ANUNCIADA. Jairo García Ramírez ........................ 35 DÉCIMAS DE LA LUCHA MAGISTERIAL. Vicent Velázquez ...................................................... 45 ÑOÑO REPROBADO. Ramón Ojeda ...................... 49 EL TEPEYAC. Tonatiuth Mosso Vargas ................... 51 NOVIEMBRE COMBATIVO Federico Herrera Carvajal ........................................ 63 PAÍS. R. Israel Miranda ............................................ 67 MI VIDA NORMALISTA. Abel Mercenario Rojas ...... 69 SEAMOS MODERNOS. Ramón Ojeda ................... 87 ¿DE QUÉ MUNDO ERES TÚ? Wendy Ochoa ........ 89 ¿QUÉ HARÍAS? José Gilberto Corres García ......... 91 LA LUCHA MAGISTERIAL DE LUTO Federico Herrera Carvajal ........................................ 95 CUANDO HABLAN LAS CONCIENCIAS CONTRA LA REPRESIÓN. Wendy Ochoa .............. 97 UN CUCHILLAZO DE QUINIENTOS MIL PESOS. Santiago Felicitos García Aburto ........ 99 PREHISTORIA DEL PUÑO Enrique González Rojo ............................................ 107 ¿ME ESTÁS OYENDO, INÚTIL? Ramón Ojeda ..... 109 POR MIS VENAS CORRE SANGRE Y GAS LACRIMÓGENO. Abraham Hernández H. .............. 111 ME VOY, NO SÉ SI REGRESE A CASA, TAL VEZ MAÑANA. Rosa González Bautista .......... 117 ARRULLO GUERRILLERO Edgardo León Mantra .............................................. 125
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YA NO PODÍAMOS RETROCEDER, YA ESTÁBAMOS INDIGNADOS Enrique González Bautista ...................................... 127 CORTE DE CAJA. Laura Pérez Santiago ................ 133 DÉCIMAS DE NOCHIXTLÁN. Frino ........................ 137 PIEDRA QUE SE LANZA, PALABRAS QUE DISPARAN. Diana Violeta Solares .................. 141 CÁLLATE LOS OJOS. Ramón Ojeda ...................... 151 EL AUTOBÚS. Eusebio Cruz Lucas ........................ 153 CHUSQUEDADES. Gerardo Luis González ............ 159 ECONOMÍA SUBTERRÁNEA. Anónimo .................. 163 NOTAS DISPERSAS DE UN DIARIO Marco Antonio Morales ............................................ 165 CARTA A UN COMPAÑERO CAÍDO. Anónimo ....... 173 ESTE PUÑO SÍ SE VE. Enrique González Rojo ..... 175 MI LONA AZUL. Pedro Pascual Cirilo ...................... 177 A manera de informe. Vicenta Guerra ...................... 179 UN ÁNGEL DE GUERRA. Elizabeth Montaño ......... 181 EL PELUQUERO DEL MALECÓN Gonzalo Trinidad Valtierra ........................................183 QUE NO CALLE EL DOCENTE. Víctor Fuentes ..... 195 TRES DÉCIMAS MORTUORIAS CONTRA LA REFORMA EDUCATIVA. Marco Tulio Lailson .... 201 DOÑA CONCHITA. Ramón Ojeda ........................... 203
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MAGISTERIO REBELDE, Antología Libertaria, varios autores. Compilación y selección de Jorge Arturo Borja, Primera Edición, se terminó de imprimir en mayo de dos mil dieciocho en la Ciudad de México, por Editorial TALLER DE CREACIÓN LITERARIA En el borde, líneas y versos para incitar al vuelo. La edición consta de mil ejemplares más sobrantes para reposición. Tel.: 01 55 5691 6885 - [email protected]