Los procesos de comunicación

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Los procesos de comunicación Mario Pérez Gutiérrez P01/79006/00607

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Índice

Introducción .............................................................................................. 5 Objetivos ..................................................................................................... 7 1. Información y comunicación ........................................................... 9 1.1. Los elementos básicos de los contextos informativos y comunicativos ............................................................................... 9 1.2. La intencionalidad de transmisión y el efecto en el receptor .......... 12 2. Los elementos del contexto comunicativo ................................... 15 3. Magnitudes informativas ................................................................. 22 4. Los efectos de la comunicación ....................................................... 26 4.1. La tipología de los actos comunicativos ........................................... 26 4.2. La comunicación colectiva y sus efectos .......................................... 28 5. Los modelos explicativos del fenómeno de la comunicación ............................................................................. 35 5.1. Las relaciones entre el comunicador, el mensaje y el medio ........... 38 5.2. Las relaciones entre el medio y el receptor ...................................... 40 5.3. Otros factores que intervienen en el proceso de comunicación ...... 42 5.4. Evaluación del modelo teórico de Maletzke ..................................... 43 Actividades ................................................................................................. 45 Bibliografía ................................................................................................ 45

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Introducción

En el módulo anterior nos propusimos como objetivo introducir una serie de ideas intuitivas que permitiesen formarse una imagen clara de qué es el fenómeno de la información. Ese objetivo no estaría cubierto y el interrogante no quedaría totalmente resuelto si no completásemos también nuestro argumento ofreciendo una reflexión sobre un fenómeno muy cercano al de la información, y en muchas ocasiones mal entendido, como el de la comunicación. Y con esta intención presentamos este segundo módulo de curso. Con este módulo se pretende suministrar a los alumnos una reflexión intuitiva (en la medida de lo posible) que sirva como punto de partida para reflexiones posteriores y que permita acercarse de una manera clara al fenómeno de la comunicación. Para cubrir ese objetivo, desdoblamos nuestra tarea en cinco apartados. Por un lado, en el apartado número uno intentamos mostrar que, aunque el fenómeno de la comunicación y el de la información se encuentran muy cercanos y que, en algunas circunstancias, se solapan abiertamente, nos encontramos frente a dos fenómenos claramente diferenciables que poseen propiedades y características que los distinguen. En el segundo, introducimos y describimos los elementos básicos que intervienen en la mayoría de los episodios en los que se produce comunicación. En concreto, expondremos que en todo proceso comunicativo en el que se transmite cierta información pueden llegar a intervenir, por un lado, una serie de elementos (el emisor, la señal original, el contenido informativo, el transmisor, la señal emitida, el canal de comunicación, la señal recibida, el transmisor inverso, la señal final, el receptor, la situación, el contexto, el código y el feedback) dotados de unas funciones determinadas y, por otro lado, un factor de disfunción (la fuente de ruido). En el tercero, presentamos las principales magnitudes informativas implicadas en los contextos comunicativos. De esta manera, se muestra en qué consiste la información generada en el emisor o fuente de entrada, la información generada en el receptor o fuente de salida, la información mutua, la equivocidad y el ruido, y las dependencias entre éstas. En el cuarto, se pretende abordar el tema de los efectos de la comunicación, es decir, en qué sentido los episodios comunicacionales pueden ayudar a explicar nuestras conductas individuales y colectivas. Para realizar esa tarea comenzamos, introduciendo brevemente las diferencias entre los dos grandes tipos de comunicación: la comunicación colectiva y la comunicación interpersonal. A continuación, por un lado, damos cuenta de algunos de los aspectos asociados

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al tema de los efectos que describen ciertas propuestas teóricas (en concreto: la teoría del cultivo, la teoría del flujo de la comunicación en dos pasos, la teoría de la Agenda-Setting, la teoría de los usos y gratificaciones, la teoría social del aprendizaje y la teoría del vacío de información o conocimiento) y, por otro lado, explicamos en qué consiste el efecto recíproco, el del bumerán, el de desbordamiento, el de las terceras persona y el efecto vagón. Por último, el módulo acaba con el apartado quinto, donde, después de mostrar una tipología de los modelos explicativos del fenómeno de la comunicación en la que se distingue entre modelos lineales y modelos circulares, introducimos una descripción de las principales características de uno de los modelos circulares más fructíferos y que ha tenido más influencia en los ulteriores desarrollos científicos: el modelo propuesto por el psicólogo social Gerhard Maletzke. En esta descripción se abordan las relaciones que se producen entre el comunicador, el mensaje y el medio, por un lado, las relaciones entre el medio y el receptor, por otro, y terminamos completando el modelo haciendo alusión a otros factores que intervienen en el proceso de comunicación. Para acabar el apartado y, por tanto, el módulo, introducimos una breve evaluación del modelo mostrando algunas de sus ventajas y limitaciones teóricas.

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Objetivos

1. Introducir las principales diferencias entre el fenómeno de la información y el de la comunicación. 2. Describir cuáles son los elementos básicos que intervienen en un contexto de comunicación. 3. Introducir las principales magnitudes informativas implicadas en un contexto comunicacional. 4. Mostrar en qué sentido los episodios comunicacionales pueden explicar nuestras conductas individuales y colectivas. 5. Poner de manifiesto la existencia de diferentes modelos conceptuales que, desde distintas disciplinas científicas, han intentado dar cuenta del fenómeno de la comunicación.

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1. Información y comunicación

En las últimas décadas han aparecido en el mercado infinidad de trabajos (libros, artículos periodísticos, revistas especializadas, etc.) centrados en el empeño de caracterizar nuestra civilización contemporánea como la sociedad de la información. Como ya señalamos en el primer módulo de este curso, no faltan razones que apoyen esta idea. Y es que la mayoría de las actividades humanas comienzan a articularse sobre la implantación global de las tecnologías de la información. Sin embargo, existe un rasgo común que comparten la inmensa mayoría de estos trabajos y que, por extensión, caracteriza también nuestra actitud frente a esa nueva etapa de nuestra sociedad. Ese rasgo consiste en considerar como sinónimos –y, por tanto, como conceptos intercambiables– los términos información y comunicación. En estos textos y en nuestro lenguaje coloquial se acostumbra a deslizar el error de identificar estos términos como dos expresiones distintas de un mismo fenómeno. Como ya tuvimos ocasión de comprobar, nadie tiene claro en qué consiste ese fenómeno, pero casi todos convenimos sin darle excesiva importancia en que podemos referirnos al mismo utilizando indistintamente cualquiera de los dos términos. Nadie puede poner en duda que el fenómeno de la comunicación y el de la información se encuentran muy cercanos y que, en algunas circunstancias, se solapan abiertamente. Sin embargo, la identificación sin reservas de esos dos términos no deja de ser más que un error derivado de nuestra dejadez y falta de finura conceptual. El objetivo de este apartado es mostrar que si bien la relación entre estos dos términos es estrecha, nos encontramos frente a dos fenómenos claramente diferenciables que poseen propiedades y características que los distinguen. Para cubrir este objetivo, vamos a comenzar mostrando cómo intervienen en los contextos informativos y en los comunicativos elementos básicos distintos, para pasar más tarde a introducir las características que los diferencian.

1.1. Los elementos básicos de los contextos informativos y comunicativos En el primer módulo pudimos comprobar que, en términos generales, en todo contexto o episodio de flujo informativo podemos distinguir dos elementos básicos: la señal y su contenido informativo. O dicho de otro modo: para que se produzca un episodio de información deben existir (como mínimo) estos dos elementos. Recordemos que la señal puede identificarse como el acaeci-

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miento o la parcela de la realidad (algo que ocurre) que transporta cierta información, como el soporte material de la información; y el contenido informativo, en cambio, debe entenderse como la información (una proposición o una idea en la que se afirma que en la realidad ha ocurrido algo en concreto) que transporta la señal. Es importante indicar que aunque en todos los contextos informativos es posible distinguir estos dos elementos, en algunos casos también es necesario incluir otro elemento más para dar cuenta completamente del fenómeno. Cuando son señales naturales (columnas de humo, nubes grises, por ejemplo) las que transmiten información (existencia de fuego, esta tarde lloverá, respectivamente), es suficiente con identificar la señal y el contenido informativo para describir el episodio de flujo. Sin embargo, en los casos de flujo informativo en los que se ve envuelta una señal de tipo convencional nos encontramos frente a un tipo especial de contextos informativos en los que interviene necesariamente un tercer elemento. Este tercer elemento no es más que el emisor de la señal que transmite la información. En este tipo de contextos es necesario identificar también el emisor de la señal para concluir que nos encontramos frente a un genuino contexto informativo. Si no lo identificamos corremos el riesgo de estar tomando como un episodio de información un contexto en el que no está implicado ningún tipo de información. Ilustremos esta posibilidad con un sencillo ejemplo. Imaginemos un contexto en el que se ve envuelta una señal convencional: el sonido de la campana de una iglesia. Imaginemos también que el responsable de la iglesia sólo utiliza el sonido de la campana para avisar a los vecinos del pueblo, los domingos a las doce del mediodía, de que va a comenzar la misa. Supongamos que hoy es domingo, que el responsable de la iglesia se encuentra en la cama aquejado de gripe (lo que le impide hacer sonar la campana), que son las doce de la mañana y que se ha levantado un fuerte viento. El viento es tan intenso que en ese momento provoca que el badajo de la campana se mueva de manera que la campana suene. En este caso, ¿podemos decir que nos encontramos frente a un contexto en el que se ha producido un flujo informativo? Podemos identificar claramente los dos elementos que intervienen en todo contexto informativo: la señal (el sonido de la campana) y el presunto contenido informativo (son las doce del mediodía y la misa va a comenzar). Sin embargo, nadie diría que se ha producido un verdadero episodio de información: en el contexto no ha intervenido ningún emisor con la intención de utilizar esa señal para informar de que ya son las doce y que hay que acudir a misa. Como vemos, en estos casos, en los que la señal es de tipo convencional, es necesario identificar al emisor para concluir que se ha producido un contexto informativo.

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Como se desprende de todo esto, la señal y el contenido informativo son dos elementos básicos de todos los contextos informativos; y el emisor, en cambio, sólo ha de ser considerado como un elemento básico (junto a los otros dos) en aquellos contextos en los que interviene una señal de tipo convencional. Esta identificación de los elementos característicos de los contextos informativos nos permite introducir la primera diferencia con respecto a los contextos comunicativos. Intuitivamente, podemos definir este último tipo de contextos como aquellos en los cuales un emisor transmite cierto contenido informativo (cierta información) a un receptor mediante el uso de una señal. Por tanto, en todos los contextos comunicativos siempre es posible identificar los siguientes elementos básicos: el emisor, la señal, el contenido informativo y el receptor. Todo contexto en el que no existan o no se puedan identificar claramente cada uno de estos cuatro elementos debe ser considerado como un episodio en el cual no se ha producido comunicación. Imaginemos un típico contexto comunicativo: después de que un anciano en el parque me pregunte qué hora es, yo le contesto: “son las cinco y media”. Si obviamos la pregunta del anciano, en este contexto se ha producido un contexto comunicativo en el que se pueden distinguir los siguientes elementos básicos: el emisor (yo mismo), la señal (el sonido que sale por mi boca al proferir el enunciado “son las cinco y media”), el contenido informativo (la proposición o idea que afirma el hecho de que son las cinco y media) y el receptor (el anciano que recibe la señal y el contenido informativo asociado a la misma). Introducidos los elementos básicos de los contextos informativos y de los comunicativos, ya podemos mostrar algunas diferencias claras. En primer lugar, hay que destacar que en ambos contextos, tanto en los informativos como en los comunicativos, la señal y el contenido informativos son elementos imprescindibles (no existe comunicación ni flujo informativo si no existe una señal y un contenido informativo). En segundo lugar, debemos señalar que mientras que el emisor es sólo imprescindible en aquellos contextos informativos en los que interviene una señal de tipo convencional, en los comunicativos es siempre un elemento necesario (no existe comunicación si no existe un emisor). Por último, diremos que el receptor es un elemento necesario dentro de los contextos comunicativos (no existe comunicación si no existe un receptor), aunque no es en absoluto necesario cuando hablamos de contextos informativos. Los elementos básicos y el papel que juegan en cada uno de los dos tipos de contextos pueden resumirse en la figura 1. Elementos básicos Tipos de contexto Informativo Comunicacional

Emisor

Señal

Contenido informativo

Receptor

(Sólo necesario cuando la señal es convencional)

Necesario

Necesario

No necesario

Necesario

Necesario

Necesario

Necesario

Figura 1. Los elementos básicos de los contextos informativos y los contextos comunicacionales.

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Tal y como se desprende de la tabla que acabamos de introducir, a partir de los elementos necesarios que comparten los dos tipos de contexto, podemos considerar que la totalidad de los episodios comunicacionales debe ser considerada como un subconjunto de la totalidad de los contextos de flujo informativo. Esto significa que siempre que se produce un contexto de comunicación, éste incluye necesariamente un flujo de información, pero no siempre que ocurre un episodio de flujo informativo podemos decir que nos encontramos frente a un contexto comunicacional (puede producirse flujo informativo que no se vea envuelto en un contexto comunicacional). Esta relación entre la totalidad de los casos de flujo informativo y la de los contextos comunicacionales puede reflejarse en la figura 2.

Figura 2. Relación de inclusión de los casos de comunicación dentro de la totalidad de los episodios informativos.

Así, por ejemplo, en el caso en que yo le comunico al anciano la hora que es profiriendo un enunciado (un contexto típicamente comunicacional) se produce un flujo informativo, es decir, se involucra una señal (la pronunciación del enunciado en cuestión) que transporta un contenido informativo determinado (que son las cinco y media). En cambio, aunque el relámpago informe de que se va a producir en pocos segundos el ruido de un trueno (caso típico de flujo informativo), no podemos asegurar que mediante esta señal se está produciendo un acto comunicativo.

1.2. La intencionalidad de transmisión y el efecto en el receptor Una vez hemos mostrado las diferencias entre los contextos informativos y los comunicativos con respecto a los elementos básicos que los constituyen, pasemos a identificar otro orden de características que los distinguen: la intencionalidad de la transmisión y el efecto en el receptor. Como acabamos de señalar, la figura del emisor sólo es imprescindible en aquellos contextos informativos en los que interviene una señal de tipo convencional, mientras que en los comunicativos es siempre un elemento necesario (no existe comunicación si no existe un emisor). Ahora bien, para que se produzca

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respectivamente un episodio de flujo informativo (en el que se utiliza una señal convencional) o de comunicación, ¿es suficiente con el hecho de que intervenga un emisor? La respuesta es clara: no. Para que se produzca un episodio de cualquiera de esos dos tipos contexto es necesario también que el emisor tenga la intención de transmitir cierta información (cierto contenido informativo) utilizando la señal en cuestión. Ilustremos este punto mediante los dos ejemplos ya introducidos. En primer lugar, retomemos de nuevo el ejemplo de la campana. Imaginemos que hoy es 28 de diciembre (día de los Santos Inocentes) y que la persona encargada de la campana ha decidido gastarle una pequeña broma a sus paisanos del pueblo. La broma consiste en hacer sonar la campana a las 11:30 h para que sus paisanos crean que ya son las doce y que deben asistir a misa. ¿Qué podemos decir al respecto? En este caso diríamos que nos encontramos frente a un presunto contexto informativo (un episodio de desinformación, en definitiva) en el que no se produce ningún tipo de episodio de flujo, ya que aunque exista un emisor (el responsable), éste no tiene la intención de transmitir cierta información (que son las doce y que se debe acudir a misa) utilizando el repicar de la campana. Recuperemos ahora la situación del parque en el que le comunicamos la hora al anciano. Imaginemos que yo también me dejo llevar por la tradición y que pretendo gastarle una pequeña broma al señor. Realmente son las cinco y cuarto de la tarde pero yo le digo: “son las cinco y media”. En este caso tampoco se ha producido un acto comunicativo, ya que aunque exista un emisor (yo mismo), éste no tiene la intención de transmitir la información que se supone utilizando para ello la señal. Esta intencionalidad de transmisión requerida nos permite establecer una clara diferencia entre los contextos comunicativos y los informativos: en todos los episodios en los que se produce comunicación debe intervenir un emisor que tenga la intención de transmitir cierta información utilizando una señal en concreto; en cambio, sólo en aquellos episodios de flujo informativo en los que se ve envuelta una señal convencional es necesaria la intervención de un emisor de este tipo. Ahora mostraremos la otra característica que diferencia estos dos tipos de contexto. Como ya hemos señalado, la figura del receptor es un elemento necesario dentro de los contextos comunicativos (no existe comunicación si no existe un receptor), aunque no es en absoluto necesario cuando hablamos de contextos informativos. Ahora bien, para que se produzca un episodio de comunicación, ¿es suficiente con el hecho de que intervenga un receptor? La respuesta es clara: no. Para que se produzca un episodio comunicacional también es necesario que en el receptor se produzca cierto efecto a partir de esa información transmitida y asociada a la señal utilizada. O dicho de otra manera, para que se produzca comunicación, la información transmitida por la señal debe causar cierto efecto en el receptor que la recibe. El mínimo efecto que se exige es que el receptor reciba la información asociada a la señal.

Aunque… … consideremos el episodio del repicar de la campana como un ejemplo de contexto informativo en el que se ve envuelta una señal convencional, es importante señalar que éste también puede ser considerado como un episodio de comunicación si contemplamos a los paisanos como receptores de la señal.

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Ilustremos este punto a partir del ejemplo del parque. Imaginemos ahora que son las cinco y media de la tarde, que yo profiero el enunciado “son las cinco y media” con la intención de transmitirle la información de que nos encontramos en ese momento del día y que justo en ese momento pasa a nuestro lado un ciclomotor que hace muchísimo ruido porque tiene el tubo de escape averiado. El anciano, aquejado por una incipiente sordera y a causa del ruido del ciclomotor, no consigue oír mis palabras. En este caso tampoco se ha producido un acto comunicativo, ya que aunque exista un emisor (yo mismo), una señal (mis palabras), una información (son las cinco y media) y un receptor (el anciano), en este último esa información no ha causado ningún efecto, ni siquiera el efecto mínimo consistente en el mismo hecho de recibir la información.

Este efecto en el receptor requerido nos permite establecer una clara diferencia entre los contextos comunicativos y los informativos: en todos los episodios en los que se produce comunicación debe intervenir un receptor, y además en ese receptor debe producirse cierto efecto a partir de la información transmitida por el emisor mediante la señal; en cambio, en los episodios de flujo informativo no tiene por qué intervenir ningún tipo de receptor (y, por tanto, no se puede exigir que en éste se produzca un efecto a partir de la información involucrada en el flujo).

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2. Los elementos del contexto comunicativo

Hasta el momento hemos identificado el emisor, la señal, el contenido informativo y el receptor como elementos fundamentales de todo contexto comunicativo. Éstos nos sirvieron, en el apartado anterior, para establecer unas diferencias claras con respecto a los contextos informativos. En este segundo apartado vamos a abundar un poco más sobre estos elementos y vamos a presentar otros que, aunque no se puedan considerar básicos, también intervienen en la mayoría de los episodios en los que se produce comunicación. Para introducir todos estos elementos vamos a recuperar algunas de las ideas defendidas por Shannon y Weaver en su famosa teoría matemática de la comunicación. Teniendo como objetivo la claridad expositiva, nos hemos tomado la libertad de realizar pequeñas adaptaciones y modificaciones sobre esas ideas y de completarlas con una serie de elementos (la situación, el contexto, el código y la noción de feedback) que estos autores no han tenido en cuenta. En julio de 1948, Claude E. Shannon decidió reunir todas sus investigaciones en una obra y publicó un artículo en la revista Bell System Technical Journal, bajo el título de “A Mathematical Theory of Communication”, donde sintetizó los trabajos precedentes y presentó algunas ideas sobre la medida de la información articulándolas dentro de una teoría. Esta teoría pasaría a la historia con el nombre de teoría matemática de la comunicación, aunque también ha sido conocida como la teoría matemática de la información o, simplemente, como la teoría de la información. Un año más tarde, en 1949, este artículo, junto a un prólogo de Warren Weaver, fue publicado como libro, con un título casi idéntico, por la University of Illinois Press. Esta obra se presentaba claramente dividida en dos partes. En la primera parte, que presentaba la contribución de Weaver, anticipaba en un lenguaje no matemático y divulgativo los principales conceptos y resultados del trabajo de Shannon. En esa misma parte se incluía, además, un modelo teórico que intentaba representar los elementos y las relaciones implicadas en un contexto comunicativo en el que se produce un flujo o una transmisión de información. Ese modelo propuesto llegaría a tener tanta influencia en el desarrollo posterior de la teoría de la comunicación que consiguió eclipsar en parte otros de los logros conceptuales de esa obra. Y en la segunda parte, incluyéndose de nuevo el mismo modelo, Shannon presentó y desarrolló una teoría que tenía como objetivo principal definir matemáticamente todas aquellas magnitudes que intervienen en las situaciones en las que se produce un flujo o transmisión de información y conseguir, a partir de esas definiciones, un cálculo de la cantidad de información que se puede transportar a través de un canal y la identificación, además, de las formas de maximizar la eficacia de ese proceso.

En términos generales, podemos decir que en todo contexto comunicativo en el que se produce un flujo o una transmisión de información pueden identificarse los siguientes elementos: el emisor, el mensaje 1 (o señal original), el contenido informativo, el transmisor, la señal emitida, el canal, la señal recibida, el transmisor inverso, el mensaje 2 (o señal final), el receptor, la situación, el contexto, el código, la fuente de ruido y el feedback. Todos estos elementos y las relaciones que se establecen entre ellos se pueden representar a partir de la figura 3.

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Figura 3. Elementos que intervienen en los episodios de comunicación.

Como se desprende de esta figura, en el proceso comunicativo en el que se transmite cierta información pueden llegar a intervenir, por un lado, catorce elementos (el emisor, el mensaje 1 o señal original, el contenido informativo, el transmisor, la señal emitida, el canal de comunicación, la señal recibida, el transmisor inverso, el mensaje 2 o señal final, el receptor, la situación, el contexto, el código y el feedback) dotados de unas funciones determinadas y, por otro lado, un factor de disfunción (la fuente de ruido). En concreto, este proceso puede describirse de la siguiente manera. El emisor (la fuente de información, el elemento del que parte el proceso comunicativo, y que se caracteriza por su intención de transmitir cierta información a un receptor) selecciona una señal concreta o una cadena de señales (a partir de ahora nos referiremos a esta señal utilizando las expresiones señal original o mensaje 1) de entre un conjunto de señales posibles (o de cadenas de señales posibles). Esta señal original o mensaje 1 transporta un contenido informativo determinado. El transmisor se encarga de transformar o traducir ese mensaje produciendo para ello una señal (señal emitida) que a la postre es la que será transmitida. Esta señal emitida debe transportar la misma información que el mensaje 1. En muchas ocasiones es el propio emisor el que actúa de transmisor ofreciendo esa transformación o traducción del mensaje 1. Para que esa operación tenga éxito, el producto de la traducción, la señal emitida, debe ofrecerse de acuerdo con un código y en sintonía con cierto contexto. Un código no es nada más que un sistema de señales gobernadas por un conjunto de reglas que determinan cómo y en qué contextos las señales pueden ser usadas y combinadas para transmitir información. No hay que ir muy lejos para encontrar códigos: el código morse, el código de banderas utilizado en la marina o incluso cualquiera de las lenguas naturales que hablamos (catalán, castellano, inglés, etc.) con sus reglas sintácticas y semánticas se pueden con-

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siderar como ejemplos de códigos. En cambio, el contexto debe identificarse como el conjunto de señales que ya se han trasmitido anteriormente y que preceden a la señal emitida. La señal emitida circula por el canal de comunicación, adecuándose al mismo y partiendo desde el transmisor. El canal no es más que el medio material cuya alteración permite esa transmisión de la señal emitida. El aire (cuando hablamos en persona con alguien), el papel (cuando escribimos a alguien) o el cable telefónico (cuando conversamos utilizando un teléfono) son ejemplos de canal de comunicación. La señal emitida llega a través del canal al transmisor inverso. Cuando alcanza esa posición pasamos a denominarla señal recibida. Esta señal recibida acostumbra a coincidir con la señal emitida. El transmisor inverso (una especie de transmisor con la función comunicativa invertida) se encarga de descodificar, transformar o traducir esa señal recibida y convertirla en el mensaje 2 (o señal final). Recordemos que este mensaje 2, si no se ha producido nada que altere el proceso, transporta la misma información que la señal recibida, que la emitida y, por tanto, que el mensaje 1. En muchas ocasiones es el propio receptor el que actúa de transmisor inverso realizando esa transformación o traducción de la señal recibida. Para que esa operación tenga éxito, el producto de la traducción, la señal emitida, debe ofrecerse de acuerdo con el código y en sintonía con el contexto. El receptor, destinatario último del proceso comunicativo, recibe e interpreta esa señal final, y experimenta cierto efecto a partir de esa información surgida originalmente del emisor y que se ha mantenido a lo largo de toda la cadena de elementos. Ahora que ya hemos introducido la noción de transmisor inverso, es importante señalar que uno de los requisitos básicos que se deben exigir para que se produzca realmente comunicación es que el transmisor (o el emisor, si es éste el que desarrolla esta función) y el transmisor inverso (o el receptor, si es éste el que realiza esta actividad), al producir sus respectivas traducciones, compartan y utilicen el mismo código y se encuentren en sintonía con el mismo contexto. El incumplimiento de este requisito puede provocar que la información que transporta la señal original (o mensaje 1) no se corresponda con la asociada a la señal final (o mensaje 2), de modo que no se alcanzaría el objetivo de la comunicación: transmitir cierto contenido informativo desde el emisor al receptor. Además, en todo contexto comunicativo es posible identificar también otro elemento: la situación. La situación debe entenderse como el entorno espaciotemporal en el que se produce la comunicación. El conocimiento de ésta también contribuye a la correcta actuación comunicativa del emisor y a la correcta interpretación por parte del receptor. Así, por ejemplo, si un emisor profiere el enunciado “está lloviendo aquí y ahora”, esta señal emitida sólo tendrá sentido y será correctamente interpretada si tanto el emisor como el receptor conocen el entorno en el que se está produciendo el acto comunicativo, o dicho

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de otra manera, si son capaces de saber qué espacio físico se corresponde con la palabra aquí y qué momento del tiempo se corresponde con la palabra ahora. Estrechamente relacionado con la figura del receptor se encuentra el fenómeno del feedback (o retroalimentación). Cuando mostramos en el apartado anterior las diferencias entre la mera información y la comunicación, señalamos como requisito para que se produzca esta última el hecho de que existiera un receptor y que éste experimentara algún efecto a partir de la información que surgía del emisor. El feedback o la retroalimentación debe identificarse como la respuesta del receptor, dirigida hacia el emisor, sobre el efecto que le produce la información que recibe. Por ejemplo, la sonrisa que nos ofrece la persona a la que le acabamos de contar un buen chiste, o la emisión del enunciado “¿de verdad?” que realiza alguien tras haber escuchado el relato de una historia sorprendente, son dos claros ejemplo de feedback o retroalimentación. La función básica del feedback es doble. Por un lado, permite mostrar el grado en el que el receptor está implicado en el proceso comunicativo que le propone el emisor. Así, por ejemplo, cuando alguien nos llama por teléfono para contarnos algo, acostumbramos a repetir de vez en cuando expresiones como “¡Sí, sí!” o “¡Claro, claro!” para demostrarle a nuestro receptor que nos encontramos al otro lado de la línea telefónica (no se ha cortado la llamada) y que estamos metidos en la conversación. Y por otro lado, permite que el emisor ajuste las señales y los contenidos informativos que transmite para maximizar la comunicación. De esta manera, por ejemplo, si una persona (el emisor) decide explicarle a otra (el receptor) un chiste y no recibe una sonrisa ni carcajada como premio, el emisor puede concluir que no se ha entendido el chiste y que quizá sea necesario realizar algunas explicaciones adicionales. Por último, debemos señalar que, desgraciadamente, en muchas ocasiones, el proceso global de la comunicación que acabamos de describir no se produce tal y como esperábamos. En algunas situaciones concretas interviene una fuente de interferencias, distorsión o ruido que produce una diferencia significativa entre la señal original emitida por el transmisor y la que finalmente recibe el receptor. Esta diferencia entre las señales provoca que el contenido informativo que llega al receptor no coincida con el que originariamente fue seleccionado en la fuente de información o emisor, con lo que se frustraría así el proceso o el intento comunicativo. Es posible distinguir tres tipos de ruido: el sintáctico, el semántico y el pragmático. El ruido sintáctico se produce cuando por el canal se añaden nuevas señales o se suprimen las ya enviadas, de forma que la señal emitida por el transmisor no se corresponda con la recibida en el transmisor inverso. Ejemplo de este tipo de ruido lo encontramos cuando en nuestra línea telefónica se solapa otra conversación o aparece una serie de ruidos que impiden comunicarnos eficazmente con nuestro interlocutor.

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El ruido semántico está relacionado con la propia señal final y se produce cuando ésta es ambigua, cuando transporta distintos contenidos informativos y no se sabe cuál es pertinente para ese contexto. Ejemplo de este tipo de ruido se puede encontrar en muchos de los episodios de la comunicación lingüística. Así, si yo profiero la siguiente orden a Luis “¡busca el gato, Luis!”, mi interlocutor puede no saber a qué gato (al animal de compañía que vive en mi casa o a la herramienta del coche) me estoy refiriendo. En cambio, el ruido pragmático se produce cuando, por motivos derivados del contexto, el receptor no percibe el contenido que se pretende transmitir. Para ilustrar ese tipo de ruido imaginemos que un profesor de matemáticas recibe la llamada de un padre desesperado que le pregunta cómo lleva su hijo el aprendizaje de las ciencias exactas. El profesor, practicante de un humor muy irónico y con el ánimo de no ofender al padre, responde: “¡Hombre, qué quiere que le diga, ha mejorado mucho en gimnasia!”. Con este enunciado, el profesor no está diciendo literalmente que el chico está mejorando en la asignatura de gimnasia, sino que lo que pretende decir es que el chaval no ha mostrado grandes avances en matemáticas. El padre puede no sintonizar con ese humor del profesor y puede no entender lo que realmente le están comunicando (es decir, puede entender que la respuesta del profesor hace referencia exclusivamente a la asignatura de gimnasia). Cuando se produce un desajuste de contenidos de este tipo, nos encontramos frente a un episodio de ruido pragmático. Hasta aquí llegaría la descripción de todos los elementos que intervienen en un acto o proceso comunicativo. Pasemos ahora a ilustrar con más detalle el funcionamiento de este proceso con unos sencillos ejemplos. Imaginemos, en primer lugar, el siguiente acto comunicativo. Una persona se encuentra en casa y, recordando que hoy es el día en que un amigo suyo cumple años, decide hacer una llamada telefónica para felicitarle. En ese contexto, podemos decir que nuestro protagonista es la fuente de información o emisor, y la emisión del enunciado (“¡feliz cumpleaños!”, supongamos) que utiliza para felicitar a su amigo es el mensaje 1 o señal original seleccionada, el mensaje que quiere transmitir. Este mensaje –esas palabras habladas, en definitiva– ha sido elegido de entre todas las posibles producciones lingüísticas, como por ejemplo “¡enhorabuena!” o “¡feliz aniversario!”, que normalmente utilizamos para felicitar a alguien en el día de su cumpleaños. Su aparato de teléfono sería identificado como el transmisor de ese proceso comunicativo. Este aparato traduciría las palabras pronunciadas, los sonidos, en una señal eléctrica (la señal emitida). Esa señal eléctrica se transmitirá a través del tendido o cableado telefónico, que actuará de canal de comunicación en este caso. Gracias a ese cableado, la señal será recibida en el aparato de teléfono de su amigo. Este aparato puede ser identificado como el transmisor inverso y transformará la señal eléctrica recibida en un mensaje 2 o señal final, concretamente en una serie de sonidos que emitirá mediante el auricular. Por último, el amigo de nuestro protagonista se debe considerar como el receptor de ese acto comunicativo.

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La emisión de la expresión “¡Muchísimas gracias!” que responde tras oír la felicitación se podría identificar como el feedback. Sin embargo, en algunas situaciones, puede ocurrir que en la línea telefónica, en el canal de comunicación, se produzcan interferencias o distorsiones que hagan variar la señal emitida por el transmisor de tal forma que el transmisor inverso, el aparato telefónico del amigo, reciba una señal distinta. Esa variación en la señal eléctrica recibida acostumbra a provocar que, en el aparato receptor del amigo, se escuchen nuevos sonidos o se supriman algunos de los sonidos que en un principio aparecían en el mensaje 1 o señal original. En muchas ocasiones, esta variación de mensajes puede hacer peligrar seriamente la comunicación entre los dos personajes. Pasemos ahora al segundo de nuestros ejemplos ilustrativos. Supongamos que el protagonista de la historia anterior se encuentra paseando por el parque y que un extraño se le acerca y le pregunta la hora. Nuestro amigo responde: “las nueve y cuarto de la mañana”. Analicemos ese acto comunicativo. En este caso podemos decir que la mente de nuestro protagonista es la fuente de información o emisor. El estado mental (un conjunto determinado de conexiones neuronales, una disposición neuronal, en definitiva) que experimenta cuando responde al extraño es el mensaje seleccionado, el mensaje que quiere transmitir. Este mensaje ha sido elegido de entre todas las disposiciones neuronales que normalmente experimentamos cuando comunicamos la hora. El sistema fónico (cuerdas vocales, nariz, boca, lengua, paladar, etc.) de nuestro protagonista se debe identificar como el transmisor de ese proceso comunicativo. Este sistema traducirá o transformará la disposición neuronal en una señal sonora (señal emitida), en la emisión del enunciado “las nueve y cuarto de la mañana”. Esa señal sonora se transmitirá a través del aire, que actuará en esta ocasión de canal de comunicación. Gracias al aire, el sistema auditivo de su amigo recibirá la señal. Este sistema auditivo puede ser identificado como el transmisor inverso y transformará la señal acústica recibida en una señal eléctrica que generará una disposición neuronal en la mente del extraño. Por último, la mente del extraño es el receptor de ese acto comunicativo. De nuevo, debemos destacar que en este ejemplo también puede intervenir una fuente de ruido. En algunas situaciones, puede ocurrir que el aire por el que circula la señal acústica, el canal de comunicación, se encuentre contaminado con otros sonidos que actúen a modo de interferencia o distorsión y que hagan variar la señal emitida por el transmisor de forma que el transmisor inverso, el sistema auditivo del extraño, reciba una señal distinta. Esta variación en la señal acústica recibida acostumbra a provocar que en la mente del extraño se produzca una disposición neuronal, un mensaje o señal final, que no se corresponda con la que originalmente tenía nuestro protagonista. Y como pasaba anteriormente, esta variación en las disposiciones neuronales, en los mensajes, en muchas ocasiones puede hacer peligrar seriamente la comunicación entre los dos personajes del parque.

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Estos dos ejemplos que acabamos de introducir están protagonizados por seres vivos, en concreto por dos personas. Sin embargo, estrictamente hablando, el modelo que hemos presentado nos permite contemplar también la posibilidad de hablar de episodios en los que ciertos mecanismos protagonizan, sin la presencia de organismos vivos, el proceso de comunicación. Ilustremos esta posibilidad con un ejemplo. En este caso, como veremos, no participa ninguna persona ni organismo biológico. Centremos nuestra atención sobre el dispositivo de nuestro coche que indica cuándo está en reserva el depósito de la gasolina, cuándo contiene menos de cinco litros de carburante. Para los que no sabemos nada de mecánica automovilística, el dispositivo sólo consiste en un indicador luminoso situado en el tablero de mandos que se enciende cuando en el depósito quedan menos de cinco litros de carburante, aunque no debemos olvidar que en ese mismo mecanismo hay otros elementos que permiten ese resultado final que observamos. Imaginemos que el indicador luminoso de un coche que está en marcha se enciende. Este hecho, sin tener en cuenta nuestra presencia, se puede considerar como un genuino acto comunicativo en el que se ha producido un flujo informativo y en el que un mecanismo afecta a otro mecanismo. En este caso, podemos decir que el depósito, con sus dos posibles estados de llenado (que en el depósito haya menos de cinco litros de gasolina, o que en el mismo haya cinco o más litros de gasolina) es el emisor o fuente de información. El hecho de que en el depósito haya menos de cinco litros de carburante debe ser identificado como el mensaje que se va a transmitir. La boya que flota en su interior es el transmisor de ese proceso comunicativo. Esta boya traducirá o transformará el estado de llenado del depósito (el hecho de que contiene menos de cinco litros) en una señal eléctrica. Esa señal eléctrica se transmitirá a través de un cable que actuará en esta ocasión de canal de comunicación. Gracias al cable, la señal será recibida por el indicador luminoso ubicado en el tablero de instrumentos del coche. Por ultimo, este indicador es simultáneamente el transmisor inverso, que transforma la señal eléctrica recibida en una señal luminosa, y el receptor de ese acto comunicativo, el mecanismo afectado. Al igual que en los dos casos anteriores, debemos destacar que en este ejemplo también puede intervenir una fuente de ruido. En algunas situaciones, puede ocurrir que el cable por donde circula la señal eléctrica, el canal de comunicación, se encuentre tan deteriorado que haya perdido su protección aislante y esté en contacto directo con un cable de otro sistema eléctrico del coche. Este segundo cable puede provocar que por el cable de la boya circule una señal eléctrica y que el indicador luminoso se encienda incluso en el caso de que el depósito esté lleno. En ese contexto podemos decir que en el receptor se ha recibido un mensaje que no se corresponde con el que originalmente se transmite desde el depósito (desde el emisor o fuente de información). Y como sucedía anteriormente, esta variación en los mensajes impide seriamente la correcta comunicación entre los dos mecanismos del ejemplo.

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Este hecho…, … aunque en un principio pueda parecer contraintuitivo, encaja perfectamente con esa manera laxa de entender la comunicación que nos proponían Shannon y Weaver con su teoría y que incluye también los actos en los que un mecanismo puede afectar a otro.

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3. Magnitudes informativas

En el apartado anterior hemos descrito los elementos que intervienen en un contexto comunicativo. A continuación vamos a presentar cuáles son las principales magnitudes informativas implicadas en los contextos de este tipo. Al igual que hicimos con los elementos involucrados en estos contextos, vamos a introducir las magnitudes implicadas apoyándonos en las ideas que defiende Claude Shannon en su teoría matemática de la comunicación. Comencemos señalando que el objetivo de esta propuesta teórica es ofrecer una manera de calcular cuál es la cantidad de información que transporta una señal concreta. En definitiva, la teoría se diseña, principalmente, para conseguir una medida de la cantidad de información que una señal pueda transportar a través de un canal y para identificar las formas de maximizar la eficacia de ese proceso. Por tanto, esta teoría se encuentra estrechamente relacionada con el tema de la codificación y la transmisión de la información y alimentada por algunos problemas de ingeniería como, por ejemplo, el ahorro de tiempo y dinero en la transmisión de señales, el diseño y el uso de canales que permitan transmitir la máxima cantidad de información, la búsqueda de códigos adecuados compatibles con el canal, la reproducción –de forma exacta o aproximada– en un punto determinado de una señal seleccionada en otro lugar, o el desarrollo de canales sin ruido. Dada la naturaleza de sus intereses prácticos, no es de extrañar que esta teoría surgiera de los estudios desarrollados por unos ingenieros de telecomunicaciones y que sus antecedentes históricos se encuentren en las primeras e importantes aportaciones que se realizaron sobre la noción de información desde el ámbito de la matemática introducidas en la década de los años veinte por Harry Nyquist –a partir de su trabajo sobre la velocidad de transmisión de mensajes telegráficos: R.V.L. Hartley (1928). “Transmission of Information”. En: Bell System Technical Journal (vol. 7, págs. 535-563)– y R. Hartley –con la introducción de la primera medida de la información asociada a una señal, relacionándola con la probabilidad de ocurrencia de la propia señal: H. Nyquist (1924). “Certain Factors Affecting Telegraph Speed”. En: Bell System Technical Journal (vol. 3, págs. 324) y H. Nyquist (1928). “Certain Topics in Telegraph Transmission Theory”. En: A.I.E.E. Trans. (vol. 47, pág. 617).

En esta línea, según la propuesta de Shannon, en cualquier contexto comunicativo podemos distinguir las siguientes magnitudes (o cantidades) informativas. En primer lugar, debemos identificar dos fuentes de información, la fuente de entrada S y la fuente de salida R, entre las cuales se produce una transmisión o flujo informativo. Cada una de estas fuentes deben identificarse respectivamente con el emisor y con el receptor del contexto comunicativo. Teniendo en cuenta esta distinción, podemos señalar las primeras dos magnitudes informativas: la información generada en el emisor o fuente de entrada S (I(S)) y la información generada en el receptor o fuente de salida R (I(R)).

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Sin embargo, además de estas cantidades de información, debemos distinguir otras tres magnitudes informativas: la información mutua entre S y R (IS(R)), la equivocidad (E) y el ruido (N). La información mutua existente entre S y R, IS(R) se debe considerar como la cantidad de información generada por S que se transmite a R. En cambio, la equivocidad, E, es la cantidad de información generada por S que no es transmitida a R. Por último, el ruido, N, debe identificarse como la cantidad de información que existe en R y que no ha sido generada por S. Si decidimos representar gráficamente estas cinco nociones y sus relaciones, podemos obtener la figura 4.

Para un desarrollo más exhaustivo de estas magnitudes informativas y de la propuesta teórica de Shannon y Weaver, podéis consultar: M. Pérez Gutiérrez (2000a). ¿Qué es la información? Una aproximación conceptual al fenómeno del flujo informativo. Madrid: Editorial Trotta (cap. 1) (en prensa). M. Pérez Gutiérrez (2000a). “La propuesta teórica de Shannon y Weaver sobre el fenómeno de la comunicación: fundamentos explicativos, influencias y limitaciones”. En Comunicación y Cultura. (En prensa). M. Pérez Gutiérrez (1999). “Fundamentos básicos de la Teoría de la Información”. En: C. Rovira; L. Codina (ed.) (julio 1999). Documentación Digital: Curso de posgrado impartido a distancia a través de Internet (vol. 1, CD-ROM). Barcelona: Universitat Pompeu Fabra. Sección Científica de Biblioteconomía y Documentación (documentación del curso de posgrado impartido en línea, http://docdigital.upf.es).

Figura 4. Las magnitudes informativas.

A partir de la figura podemos deducir las siguientes dependencias cuantitativas entre las magnitudes: por un lado, Is(R) = I(S) − E y, por otro, Is(R) = I(R) − N. Recurramos a un sencillo ejemplo para ilustrar todas las magnitudes informativas que acabamos de introducir. Imaginemos que nos encontramos en el cruce de dos calles cuya circulación se encuentra regulada por dos semáforos, el semáforo A y el semáforo B. Cada una de esas dos calles sólo tiene un sentido de circulación. El semáforo A regula el tráfico que circula en dirección sur-norte y el semáforo B, el de la dirección este-oeste. Supongamos que uno de los semáforos, el semáforo A, se estropea y que un policía de tráfico, teniendo en cuenta las señales que emite el semáforo B, se encarga de sustituir con sus gestos las funciones que éste desarrollaba cuando funcionaba correctamente.

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En esta situación podemos decir que se produce un flujo informativo que va del semáforo B (el emisor) al policía (el receptor). En este sentido, podemos identificar una fuente de entrada S, el semáforo B (el emisor) y una fuente de salida R, el policía (el receptor). La fuente de entrada S está formada por el siguiente conjunto de señales: la luz roja, la verde y la de color ámbar. La luz roja significa (o transmite la información de) que no podemos pasar, la verde que tenemos vía libre y la de color ámbar, que esa vía libre en pocos segundos dejará de estarlo. Por el contrario, la fuente de salida R se encuentra formada por el siguiente conjunto de señales (las acciones del policía): la mano en alto, el brazo en movimiento y el sonido del silbato. La mano en alto significa que no podemos pasar; el brazo en movimiento, que tenemos vía libre, y el sonido del silbato, que esa vía bloqueada en pocos segundos dejará de estarlo.

En situaciones normales, podemos señalar que existe una correspondencia entre cada una de las señales que forman parte de la fuente de entrada S (el semáforo B) y las que constituyen la fuente de salida R (las acciones del guardia). Así, por un lado, cuando el semáforo B está en verde (que indica que se puede circular dirección este-oeste), el guardia tendrá la mano en alto para indicar que no se puede circular en dirección sur-norte. Por otro lado, cuando el semáforo B está en ámbar (que indica que en pocos segundos la dirección este-oeste quedará bloqueada), el guardia hará sonar el silbato para indicar que en breves instantes se podrá circular en dirección sur-norte. Y por último, cuando el semáforo B está en rojo (que indica que no se puede circular dirección este-oeste), el guardia tiene el brazo en movimiento para indicar que se puede circular en dirección surnorte. Todas estas correlaciones entre las señales se presentan en la figura 5. Correlación entre las señales de la fuente de entrada S y las de la fuente de salida R Fuente de entrada S (Semáforo B)

Fuente de salida R (Guardia)

Luz verde

Mano en alto

Luz ámbar

Sonido del silbato

Luz roja

Brazo en movimiento

Figura 5. Correlaciones entre señales.

En estos casos, cuando se produce esta correlación tan exacta entre los dos conjuntos de señales, no existe ninguna interferencia que afecte al flujo informativo que va de la fuente de entrada S a la de salida R. Es decir, toda la información que se genera en S (en el semáforo) pasa sin interferencias a R (al guardia, por así decirlo) y, además, toda la información que existe en R (en el guardia) coincide exclusivamente con la generada en S (el semáforo). O dicho de otra forma, en estos casos la equivocidad y el ruido son iguales a 0. Si presentamos las dependencias matemáticas que se desprenden de la figura 4, podemos decir que en este tipo de situaciones, cuando E = N = 0, la información mutua entre S y R es igual a la generada en S y la existente en R : I(S) = IS(R) = I(R).

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Sin embargo, no en todos los casos se produce una correlación tan exacta entre las señales de S y R. Puede ocurrir que la equivocidad o el ruido (o los dos) sean distintos de 0. Así, por ejemplo, por un lado, podemos imaginar que el policía de tráfico no es un buen profesional y que ha abusado del alcohol mientras se encontraba de servicio. En ese estado etílico, el guardia decide alzar su mano tanto si el semáforo B está en verde como si está en rojo. En esta situación, diremos que existe una equivocidad positiva (distinta de 0), ya que se genera una información en la fuente de entrada S (cuando el semáforo está en rojo) que no se transmite a la fuente de salida R (el guardia debería mover el brazo). Por otro lado, podemos imaginar que el policía no está bajo los efectos del alcohol pero que sin embargo el sol ilumina la zona verde del semáforo B que está apagada y el policía lo ve encendido y levanta el brazo. En esta nueva situación el ruido es positivo, ya que existe una información en la fuente de salida R (la mano en alto) que no ha sido generada en la fuente de entrada R (ya que la parte verde del semáforo está apagada).

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4. Los efectos de la comunicación

En este nuevo apartado vamos a mostrar los efectos de la comunicación, es decir, en qué sentido los episodios comunicacionales pueden ayudar a explicar nuestras conductas individuales y colectivas. Para llevar a cabo esta tarea comenzaremos, primero, introduciendo brevemente las diferencias entre los dos grandes tipos de comunicación: la comunicación colectiva y la comunicación interpersonal. Esta distinción nos permitirá abordar, en un segundo paso y de una forma más sistemática, el tema de los efectos de la comunicación.

4.1. La tipología de los actos comunicativos Como acabamos de señalar, a grandes rasgos, es posible introducir una primera tipología del fenómeno comunicativo distinguiendo dos grandes tipos de comunicación: la comunicación interpersonal, por un lado, y la comunicación colectiva, por otro.

En términos generales, podemos definir la comunicación interpersonal como aquel proceso por el cual una persona (un emisor) ofrece una serie de contenidos informativos a otra u otras personas (el receptor) utilizando para ello un conjunto de señales. Ejemplos claros de este tipo de comunicación se encuentran en cualquiera de los intercambios de correo electrónico que realizamos aprovechando las tecnologías de la información, en la clase que imparte un profesor a sus alumnos o, sin ir más lejos, en cualquiera de las conversaciones (incluidas las telefónicas) que entablamos a lo largo del día.

Las principales características que sustentan este tipo de comunicación se podrían resumir de la siguiente manera. En primer lugar, diremos que nos encontramos frente a una comunicación que acostumbra a ser directa y recíproca. Esto significa que se realiza sin intermediarios y que los emisores y receptores intercambian sus papeles continuamente, es decir: el que en un momento dado es el emisor pasa a convertirse en el receptor del acto comunicativo, y viceversa. Otro rasgo esencial es que, en la mayoría de las ocasiones, este tipo de comunicación no requiere la intervención de terceras personas (profesionales técnicos, en su mayoría) para poderse llevar a cabo. En tercer lugar, podemos decir que el número de los receptores acostumbra a ser relativamente pequeño (una persona o un grupo reducido de personas), lo que permite que la relación emisor-receptor sea muy estrecha. Por último, señalaremos que en este tipo de comunicación se

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utilizan habitualmente de forma combinada una serie de canales distintos (aire, luz) y existe un alto grado de inmediatez con respecto al feedback.

La comunicación colectiva, en cambio, debe entenderse como un proceso por el cual grupos sociales especializados (grupos de comunicación) emplean medios técnicos masivos (prensa, radio, televisión, por ejemplo) para diseminar contenidos informativos en públicos masivos, heterogéneos y ampliamente dispersos.

Las principales características de este tipo de comunicación se alejan sensiblemente de las de la interpersonal. En primer lugar, diremos que la comunicación colectiva es pública y unilateral. Esto significa que en la mayoría de las ocasiones cualquiera puede participar en el acto comunicativo como receptor y que el flujo informativo circula en una única dirección, es decir, los papeles de emisor y receptor raramente se intercambian. Por otro lado, señalaremos que para que se produzca este tipo de comunicación sí es necesaria la intervención de especialistas (profesionales técnicos, en su mayoría). En tercer lugar, debe señalarse que en este tipo de actos comunicativos el número de receptores acostumbra a ser muy alto, lo que provoca que la relación directa emisorreceptor sea muy escasa, diluida o casi inexistente. Por último, diremos que en la comunicación colectiva habitualmente no existe una multiplicidad de canales y existe un bajo grado de feedback. Como acabamos de ver, la dicotomía comunicación colectiva-comunicación interpersonal parece adecuarse sin problemas al fenómeno que nos ocupa. De todas formas, en la última década se está consolidando una nueva forma de comunicación que parece forzar y hacer inadecuada esa distinción: la comunicación resultante del uso masivo de Internet. Dentro de esa nueva forma de comunicación y a partir de su flexibilidad y capacidad de generación de nuevas fórmulas, parece diluirse la distinción entre lo colectivo y lo interpersonal. Por tanto, creemos que se impone la necesidad de abordar ese nuevo fenómeno utilizando para ello un doble criterio que permita presentar todas las variantes de los actos comunicativos en general. Este doble criterio consistiría en la combinación de la distinción emisor-receptor y la distinción público-privado. La combinación nos ofrece, como se muestra en la figura 6, cuatro tipos de comunicación. Tipología de actos comunicativos Emisor Receptor

Público

Privado

Público

Tipo I

Tipo II

Privado

Tipo III

Tipo IV

Figura 6. Tipología de los actos comunicativos.

Lecturas complementarias Como se señala en J. Jiménez Blanco (1963). “La sociología de la comunicación de masas en Estados Unidos”. En: Revista de Estudios Políticos (núm. 27, pág. 58); y se presenta más tarde en F. Valbuena de la Fuente (1997). Teoría general de la información. Madrid: Editorial Noesis.

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De esta manera, los actos comunicativos de tipo I serían aquellos en los que tanto el emisor como el receptor son públicos. Ejemplos de este tipo de actos los encontramos en el consumo colectivo de los medios de comunicación de masas como la prensa, la radio o la televisión. Los actos comunicativos de tipo II se caracterizarían, en cambio, por tener un emisor privado y un receptor público. Dentro de este tipo de comunicación encontramos las que realizan organizaciones cerradas (como por ejemplo empresas comerciales) cuando se dirigen a un público amplio mediante el uso de la publicidad. Por el contrario, los actos comunicativos de tipo III coincidirían con aquéllos en los que el emisor es público y el receptor, privado. Ejemplos de este tipo de actos se encuentran en el consumo individual de productos como los libros, las bases de datos de acceso restringido o la televisión de pago. Finalmente, los actos comunicativos de tipo IV se corresponderían con aquellos en los que tanto el emisor como el receptor son privados. Cada uno de los episodios de comunicación interpersonal que realizamos a lo largo del día (conversaciones cara a cara, llamadas telefónicas, etc.) son claros ejemplos de este tipo de actos comunicativos. La comunicación derivada de la implantación de las nuevas tecnologías e Internet incluiría los cuatro tipos de comunicación. Por un lado, presentaría actos comunicativos de tipo I como los que se derivan del uso masivo de los periódicos electrónicos, por ejemplo. Por otro lado, incluiría actos comunicativos de tipo II como cualquiera de la infinidad de páginas web institucionales de organismos oficiales y organizaciones privadas que pueblan la red. Además, englobaría actos comunicativos de tipo III como las páginas web (o recursos digitales) a los que sólo se puede acceder mediante el previo pago de cierta cantidad de dinero. Por último, abarcaría también actos comunicativos de tipo IV como los que realizamos cuando utilizamos el correo electrónico o el chat.

4.2. La comunicación colectiva y sus efectos Una vez introducida y comentada la tipología de los actos comunicativos, podemos pasar a tratar el tema de los efectos. Antes de nada, debemos señalar que, desde el momento de la aparición de las primeras teorías centradas en la investigación de los efectos de la comunicación (hace ya casi un siglo), ha existido un claro desplazamiento hacia el estudio exclusivo de los efectos producidos por la comunicación de masas, por lo que aquí hemos considerado como la comunicación colectiva. Esto ha determinado el desarrollo posterior de esas propuestas teóricas, lo que ha provocado que los comunicólogos hayan dejado de lado el estudio de las consecuencias que produce en nuestras conductas la comunicación interpersonal y se hayan centrado, casi de manera exclusiva, en los efectos provocados por medios de comunicación como la televisión, la radio o la prensa. El objetivo siempre ha estado claro: describir, explicar y predecir cuál es el comportamiento y la reacción de ciertas personas cuando reciben ciertos contenidos informativos a partir de los medios de

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comunicación de masas. En este subapartado vamos a intentar dar cuenta de los principales efectos planteados por esas teorías. Comencemos por poner de manifiesto que no siempre se ha considerado cierta la existencia de efectos provocados por los medios de comunicación. De hecho, dentro de la historia del desarrollo de los estudios dedicados al tema de los efectos es posible distinguir tres estadios o periodos diferenciados en los que se han defendido posturas muy diferentes. Por un lado, en un primer periodo que incluye la década de los veinte, la de los treinta y la de los cuarenta, se consideraba que los medios de comunicación ejercían un poder casi ilimitado sobre la conducta de la audiencia. Recibiendo claras influencias de propuestas psicológicas como el conductismo, se planteó la conocida como teoría de la aguja hipodérmica o teoría de la bala mágica. Según esta teoría, cada miembro de la audiencia de los medios de comunicación se encuentra personal y directamente “afectado” por los mensajes que le ofrecen dichos medios. O dicho en otros términos: el mensaje ofrecido se “inocula” en el receptor. Sin embargo, la teoría va aún un poco más lejos.

Lectura complementaria Como señalan: A. Lucas Marín; C. García Galera; J.A. Ruiz San Román (1999). Sociología de la comunicación (cap. 8). Madrid: Editorial Trotta.

Lecturas complementarias Para profundizar más sobre el tema, podéis consultar también las obras: M. Rodrigo Alsina (1985). Los modelos de la comunicación (cap. 3). Madrid: Editorial Tecnos; y M. Wolf (1996). La investigación de la comunicación de masas (cap. 1). Barcelona: Ediciones Paidós.

Dentro de esa propuesta, además, la audiencia se concibe como una masa homogénea e indiferenciada compuesta por individuos pasivos, aislados psicológicamente y sin capacidad de respuesta crítica frente a los estímulos o mensajes que recibe de los medios de comunicación. En definitiva, individuos totalmente a merced de la influencia y los efectos de esos medios. Por otro lado, en el periodo que va de finales de la década de los cuarenta hasta la de los setenta, comienza a ponerse en duda la existencia de los efectos producidos por lo medios de comunicación en el comportamiento de las audiencias o en las personas que los consumen. En esta línea, se pasa a defender la idea de que los receptores no son tan pasivos como se pensaba en el periodo anterior y que los mensajes son recibidos e interpretados de una forma selectiva dependiendo de diferentes variables como, por ejemplo, los hábitos perceptivos del receptor o su propio background personal. En conclusión, se mantiene la idea de que los efectos de los medios no son tan uniformes, tan poderosos ni tan directos como se creía en un principio. Por último, desde finales de la década de los setenta y hasta nuestros días, las posturas se han ido matizando. Se ha recuperado de nuevo la idea de la fuerza de los efectos de los medios en la actitud de sus consumidores y se han identificado simultáneamente nuevas perspectivas desde las cuales abordar el tema de los efectos. En este sentido, se ha pasado de contemplar el contenido de los mensajes ofrecidos por los medios de comunicación como única variable explicativa de los cambios o la consolidación de la opinión de los receptores, a incluir, además, otros aspectos pertenecientes a ámbitos anteriormente desatendidos, como por ejemplo el de la cognición. Fruto de estos nuevos enfoques, se acentúa la tendencia a tener en cuenta otros aspectos como el nivel educativo, el contexto social o el grado de convicción que presenta un receptor como nue-

Background En términos generales, por background se entiende el conjunto de conocimientos y creencias (no sólo las explícitas, sino también las tácitas) que rigen el pensamiento y las acciones de una persona.

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vos caminos para explicar el grado de afectación de un mensaje sobre la audiencia que lo consume. Teniendo en cuenta la evolución de los estudios dedicados al tema de los efectos, pasemos ahora a describir algunas de las influencias o consecuencias que provocan los medios de comunicación de masas en la conducta y en las acciones de los receptores de los mismos. Para cubrir este objetivo, por un lado, daremos cuenta de algunos de los aspectos asociados al tema de los efectos que describen ciertas propuestas teóricas (en concreto, la teoría del cultivo, la teoría del flujo de la comunicación en dos pasos, la teoría de la Agenda-Setting,

Lectura complementaria Para desarrollar este punto vamos a utilizar algunas de las ideas contenidas en: A. Lucas Marín; C. García Galera; J.A. Ruiz San Román (1999). Sociología de la comunicación (cap. 9). Madrid: Editorial Trotta.

la teoría de los usos y gratificaciones, la teoría social del aprendizaje y la teoría del vacío de información o conocimiento) y, por otro lado, intentaremos explicar en qué consiste el efecto recíproco, el del bumerán, el de desbordamiento, el de las terceras persona y el efecto vagón. Comencemos señalando uno de los efectos que se ha encargado de estudiar lo que se conoce con el nombre de la teoría del cultivo o teoría de los efectos cultivados. Según esta teoría, los espectadores de la televisión acostumbran a recibir de ese medio una imagen distorsionada, un mundo paralelo, en definitiva, que no se corresponde exactamente con el mundo real. A causa de un proceso de repetición o acumulación (recepción repetitiva de ese mundo imaginario o paralelo), ciertos telespectadores que son grandes consumidores de televisión –personas mayores y gente de cultura escasa, principalmente– terminan identificando ese mundo paralelo como el mundo que existe realmente. Esta identificación, que se conoce también como desplazamiento de la realidad, concluye trastocando la

Lecturas complementarias Esta teoría ha sido defendida, entre otros, por investigadores como George Gerbner (podéis consultar, por ejemplo: G. Gerbner y otros (1986). “Living with Television: The Dynamics of the Cultivation Process”. En: J. Bryant; D. Zillmann (eds.). Perspectives on Media Effects. Hillsdale (Nueva Jersey): Lawrence Erlbaum Associates.

percepción que poseen de su entorno esos telespectadores y mediando e influyendo en la mayoría de sus acciones y decisiones. Ahora trataremos el efecto que describe la teoría del flujo de la comunicación en dos pasos (Two Step Flow, en inglés). Según esta teoría, los medios de comunicación no forman directamente la opinión de las personas que los consumen. Así, por ejemplo, las campañas políticas que se llevan a cabo en televisión o en prensa no determinan directamente la intención de voto de las personas a quienes van dirigidas. El proceso es otro y se produce a partir de dos fases o pasos diferenciados. En primer lugar, los contenidos informativos transmitidos a través de los medios llegan a lo que se considera los líderes de opinión. Los líderes de opinión son personas muy expuestas a los contenidos de los medios y que por su prestigio social, económico o personal, ejercen una clara influencia sobre el grupo en el que están integrados. Esos contenidos influyen en el cambio o en el refuerzo de la opinión de los líderes de opinión. Y, en segundo lugar, son los líderes los que, mediante contactos repetidos, terminan influyendo en la opinión de las personas que caen bajo su radio de influencia, es decir, acaban interviniendo en la formación de las opiniones de la parte menos activa de la población. La teoría de la Agenda-Setting ha analizado otro fenómeno relacionado con el tema de los efectos de los medios de comunicación. El fenómeno en concreto

Lectura complementaria Lazarsfeld, Berelson y Gaudet han sido los principales investigadores que han defendido esta teoría (podéis consultar, por ejemplo: D.F. Lazarsfield; B. Berelson; H. Gaudet (1944). People Choice. Nueva York: Annell Sloan and Pearse.

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consiste en el hecho de que son los medios de comunicación los que, en gran medida, influyen en el diseño de la agenda pública, en el diseño del listado y la jerarquía de los acontecimientos que hay que tener en cuenta. O dicho en otros términos, los medios de comunicación de masas son los que determinan lo que la audiencia debe percibir como importante y sobre lo que se debe pensar. El procedimiento es muy simple: los medios de comunicación de masas establecen, mediante los contenidos informativos de sus mensajes, unas prio-

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Lectura complementaria Para profundizar en los presupuestos de esta teoría, consultad, por ejemplo: M.E. McCombs; D.L. Shaw (1972). “The Agenda-Setting Funtion of Mass Media”. En: Public Opinion Quaterly (vol. 36, págs. 176-87).

ridades que son percibidas y asumidas por la opinión pública, que determinan de esta manera no sólo lo que es importante y la medida en que lo es, sino que deciden, de entre todo lo que ha ocurrido, qué hechos pueden ser considerados como realmente existentes y qué hechos pueden obviarse hasta el punto de pasar desapercibidos como si no hubiesen ocurrido realmente. Encontramos ejemplos de este efecto casi a diario. Sólo hay que elegir dos boletines de noticias o informativos pertenecientes a diferentes cadenas de televisión para darnos cuenta de que algunas de las noticias del día que aparecen en los titulares de uno de los informativos en los del otro ni siquiera se mencionan y que, a veces, en el caso extremo, ni siquiera se presentan como hechos noticiables a lo largo de toda la emisión. Otro de los aspectos relacionados con los efectos de los medios los plantea la teoría de los usos y gratificaciones. Según esta teoría, en general, los receptores (la audiencia) de los medios de comunicación, especialmente de la televisión, no se pueden considerar, como en un principio se planteaba, como sujetos pasivos, uniformes y sin sentido crítico frente a los mensajes que reciben. Por el contrario, estos receptores se deben identificar como sujetos activos hasta el punto de que los efectos que reciben de los medios dependen de los usos (o crite-

Lectura complementaria Para introduciros en las propuestas de esta teoría podéis consultar, por ejemplo: E. Katz; J. Blumler; J. Gurevitch (1973). “Uses and Gratifications Research”. En: Public Opinion Quaterly (vol. 37, pág. 4).

rios por los que un receptor elige un programa concreto de un medio) y de las gratificaciones (o necesidades que el receptor espera cubrir con esa elección) que obtienen de éstos. Los usos y las gratificaciones acostumbran a articularse en torno a las siguientes funciones de los medios de comunicación: a) la información, b) la diversión y el entretenimiento, c) la conversación, d) los motivos sociales, e) la función de dominar la actualidad o estar al día y f) la función de compañía. Los medios de comunicación también cubren una clara función de enseñanza o aprendizaje con respecto a la audiencia que los consume. Los efectos relacionados con esta función han sido estudiados por la llamada teoría social del aprendizaje. Esta teoría se fundamenta en una idea que puede remontarse a los planteamientos clásicos sobre la representación y el arte introducidos por algunos filósofos como Aristóteles. Según este pensador, discípulo de Platón, el ser humano tiende a imitar la realidad y las acciones de las personas que lo rodean. Al llevar a cabo esta imitación o mimesis, paralelamente, el sujeto se ve también inmerso en un proceso de aprendizaje conductual, es decir, descubre y aprende cuáles deben ser las conductas más adecuadas en cada momento. De la misma manera, ya en el siglo

XX,

desde el campo de la psicología se sostiene la idea de

que aprendemos mediante la observación de otros individuos. Estos individuos

Lectura complementaria Como se señala en: C. Winick (1988). “The Functions of TV: Life without the Big Box”. En: S. Oskamp (1988). Televison as a Social Issue (págs. 217-237) Newbury Park (California): Sage.

Uno de los principales defensores… … de la teoría social del aprendizaje es el psicólogo social A. Bandura (podéis leer, entre otros: A. Bandura (1977). Social Learning Theory. Nueva Jersey: Englewood Cliffs.

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son los modelos que imitamos. En la misma línea, la teoría social del aprendizaje defiende que la mayoría de las conductas sociales que exhibimos provienen en gran medida de la imitación de las conductas que aparecen en los medios de comunicación. O dicho en otros términos: las conductas o los modos de actuar en sociedad que aparecen en los medios de comunicación actúan como modelos que hay que imitar y terminan estructurando muestras propias conductas sociales individuales. Las principales condiciones que deben darse para que se produzca ese proceso de mimesis o imitación social pueden verse resumidas de la siguiente manera: por un lado, el sujeto que va a protagonizar la mimesis no sólo debe estar expuesto a los contenidos y conductas que le ofrece el medio de comunicación, sino que además debe prestarle la atención necesaria. Por otro lado, el sujeto en cuestión debe someterse a un proceso de repetición cognitiva, que consiste en recordar repetidamente la conducta observada en el medio y reflexionar sobre la misma. Por último, para que se complete la mimesis, el sujeto debe estar capacitado y poseer el interés necesario para poner en práctica la conducta observada. La teoría del vacío de información o conocimiento (Knowledge Gap Theory, en inglés) será la última propuesta teórica que, relacionada con los aspectos asociados al tema de los efectos de los medios de comunicación, vamos a introducir en este apartado. Según dicha teoría, los medios de comunicación contribuyen a perpetuar y sustentar, en cierto sentido, la injusticia social, ya que se produce el siguiente fenómeno curioso: existe un grupo de sujetos privilegiados que, estando igualmente expuestos que el resto de la población al mismo flujo informativo que ofrecen los medios de comunicación, son capaces de aprovechar más y mejor ese flujo en su propio beneficio. Lamentablemente, este grupo de sujetos privilegiados se corresponde con los estratos más altos de la sociedad, con la clase socioeconómica más elevada. Las razones que justifican este mejor aprovechamiento por parte del grupo de los privilegiados frente a las clases socioeconómicas más desfavorecidas responden, principalmente, al mejor nivel de conocimiento previo sobre los contenidos informativos que circulan por los medios, a los mayores recursos económicos para el consumo de medios (acceso a televisiones de pago, compra diaria de prensa, conocimiento de lenguas extranjeras, etc.) y a la mayor disponibilidad de tiempo para ese consumo de toda la oferta de medios. Paradójicamente, este planteamiento rompe con la idea ingenua de que Internet, por ejemplo, terminará contribuyendo a la igualdad entre las personas (o los grupos sociales) o a la democratización global del saber. Como se desprende de la teoría del vacío de información o conocimiento, el hecho de que exista la posibilidad de que toda la humanidad, al margen de distinciones sociales y geográficas, pueda estar expuesta a más y mejores contenidos gracias a Internet no es razón suficiente para que se pueda hablar de un aprovechamiento de estos conocimientos dirigido al desarrollo de los más desafortunados. Para hacerse con esos contenidos y rentabilizarlos hay que estar preparado cognitiva y económicamente. Y, desgraciadamente, sólo los más privilegiados se encuentran pertrechados para ese proceso de aprovechamiento y rentabilidad.

Lectura complementaria Como se señala en: L.W. Jeffres (1986). Mass Media Proccess and Effects. Nueva York: Waveland Press.

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Abandonemos los aspectos que describen estas teorías que acabamos de introducir y pasemos ahora a tratar directamente algunos de los efectos de los medios de comunicación. En concreto, a partir de ahora vamos a intentar mostrar en qué consiste el efecto recíproco, el del bumerán, el de desbordamiento, el de las terceras personas y el efecto vagón. Comencemos por el conocido como efecto recíproco. Este efecto consiste en el hecho de que los mensajes y contenidos emitidos por los medios de comunicación adquieren, simplemente por el mero de hecho de ser emitidos, una importancia y un valor añadido frente a la audiencia que no poseían antes de ser emitidos. Ejemplos de este tipo de efecto se encuentran en las parrillas de muchos de los canales de televisión a los que tenemos acceso todos los días. Así, por ejemplo, un evento deportivo como un partido de fútbol perteneciente a la tercera división que aparentemente carece de importancia para la mayoría de la población, simplemente por el hecho de ser retransmitido, adquiere un grado de importancia que antes de ser programado claramente no tenía. Otros ejemplos más obvios aparecen en el mundo de la publicidad: muchas veces hemos podido descubrir que cierta marca de pantalones vaqueros, por ejemplo, que hasta el momento era desconocida para la inmensa mayoría de las personas, pasa a obtener una gran importancia y a despertar el interés de la audiencia simplemente por el hecho de aparecer un anuncio publicitario en el que se nos describen sus excelencias en las pantallas o en las páginas de un diario. Pasemos ahora a describir la consecuencia de los medios conocida con el nombre del efecto bumerán. Este efecto se produce cuando existe un desfase o un desajuste entre el contenido informativo presuntamente transmitido por un medio de comunicación y el que finalmente interpreta el receptor (o la audiencia). En estas situaciones diremos que el proceso de comunicación entre el emisor y el receptor fracasa. Ejemplos de este efecto se encuentran en aquellas campañas publicitarias en las que, en lugar de conseguir los objetivos que se habían planteado los anunciantes, producen el efecto contrario en la audiencia que las consume. Por otro lado, el efecto desbordamiento se origina cuando frente a un mensaje concreto emitido por los medios, una persona o una institución que aparentemente se encontraba ajena a los posibles efectos de ese mensaje termina reaccionando de alguna forma frente al mismo. Un claro ejemplo de este efecto lo encontramos en la reacción que han tenido algunos fabricantes de coches después de que la marca alemana Mercedes reconociera que cierto modelo suyo no superaban el test del alce (el test consistía en no volcar el vehículo cuando se intentaba cambiar brusca y repentinamente de sentido a una velocidad de crucero relativamente moderada). Tras las noticias aparecidas en los medios en las que se especificaba el defecto de los coches de la marca alemana, el resto de los competidores se vieron obligados a introducir nuevas soluciones técnicas (sistemas antivuelco, principalmente) en sus vehículos y a publicitarlas para demostrar que ellos sí superaban dicho test.

Efecto recíproco Este efecto ha sido estudiado recientemente sobre todo por Lang (podéis consultar A. Lang y otros (1993). “The Effetcts of Related, and Unrelated Cuts on Television Viewers’ Attention, Processing Capacity and Memory”. En: Communication Research (vol. 20, págs. 4-29).

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El siguiente efecto es muy curioso y, a la vez, bastante cotidiano. En concreto, el efecto en terceras personas consiste en la idea personal, equivocada y ampliamente extendida de que los medios influyen en el resto de la población, pero que en ningún caso consiguen afectarnos a nosotros mismos. O dicho en otros términos, consiste en creer simultáneamente que nosotros, en el ámbito personal, nos encontramos al margen de los posibles efectos (negativos) de los medios de comunicación y que, sin embargo, el resto de las personas (la tercera

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Lectura complementaria Davison, por ejemplo, se ha encargado de profundizar sobre este efecto: W.P. Davison (1983). “The Third-Person Effect in Communication”. En: Public Opinion Quaterly (vol. 47, págs. 1-15).

persona) son tan volubles y limitadas que no pueden sustraerse a dichos efectos. Poco nos cuesta constatar este efecto tan generalizado. Sólo tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, reconocer que más de una vez hemos tenido esa creencia y comprobar, por ejemplo, que nuestras acciones relacionas con el consumo están claramente mediadas por la publicidad que recibimos a través de los medios de comunicación. Para terminar este apartado, haremos referencia al efecto vagón. Este efecto está relacionado con la formación de la opinión de la audiencia con respecto a un tema determinado. En concreto, el efecto consiste en el hecho de que la inmensa mayoría de las personas que consumen los medios de comunicación terminan adoptando y haciendo suyas las opiniones mayoritarias que aparecen en esos medios. No nos debe extrañar, por tanto, que ciertas cadenas de televisión gubernamentales muestren constantemente una opinión favorable al Gobierno que mantienen en cada uno de los informativos que emiten. La exaltación de las bajadas estadísticas del paro o la justificación de la subida de ciertos impuestos son claros ejemplos de ello. Con esta estrategia se persigue que la mayoría de la audiencia de dichos informativos termine convenciéndose, por ser la opinión generalizada que aparece en ese medio de comunicación, de que se encuentran dirigidos por el mejor de los gobiernos. Otro claro ejemplo del aprovechamiento de este efecto se encuentra en aquellos anuncios en los que se introducen frases como “Nueve de cada diez personas encuestadas...”, “Dos de cada tres dentistas consultados...”. Con este tipo de frases se pretende hacer ver a la audiencia que la opinión de la mayoría es una en concreto, la que favorece a lo que anuncian (claro está), con la esperanza de que terminen adoptándola y comprando así sus productos.

Lectura complementaria Como se señala en: A. Lucas Marín; C. García Galera; J. A. Ruiz San Román (1999). Sociología de la comunicación (cap. 9). Madrid: Editorial Trotta.

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5. Los modelos explicativos del fenómeno de la comunicación

Como se desprende de todo lo que hemos podido ver hasta el momento en este módulo, la comunicación se debe considerar como una faceta humana central y básica. En definitiva, el fenómeno de la comunicación articula en parte nuestra actividad mental, lo que permite la adquisición y transmisión de conocimientos, e incluso juega un papel determinante, de la mano de los efectos, en nuestras relaciones y acciones sociales o colectivas. Por esta razón no debe extrañarnos que este fenómeno haya despertado, desde hace más de un siglo, el interés de los científicos. Sin embargo, la especial naturaleza de la comunicación ha impedido que se haya encontrado un tratamiento teórico satisfactorio de la misma. Nos encontramos frente a un objeto de conocimiento complejo e inabarcable que incluye infinidad de variables difíciles de controlar y describir. La perspectiva resultante adoptada por la ciencia frente a esta dificultad es dejar de considerar el fenómeno de la comunicación como un genuino objeto de conocimiento y entenderlo simplemente como un área multidisciplinar de estudio. Esta perspectiva adoptada ha motivado que históricamente distintas disciplinas, con sus particularidades propias, se hayan dedicado al estudio de la comunicación. En concreto, las aportaciones teóricas de esas disciplinas han acostumbrado a centrarse en la explicación del fenómeno comunicativo a partir de un modelo teórico. Con estos modelos se han intentado reproducir de manera esquemática los rasgos característicos y explicativos de los actos comunicativos. De este modo, encontramos que desde diferentes disciplinas científicas tan dispares como, por ejemplo, la ciencia política (con la propuesta de Lasswell), la cibernética y la matemática (con el análisis de Shannon y Weaver), el periodismo (con el estudio de Schramm, entre otros), la lingüística (con el modelo de Jakobson), la psicología social (con la interpretación de Maletzke) o, incluso, como la semiótica (con la solución de Eco-Fabbri), se ha intentado ofrecer una propuesta o modelo teórico que diera cuenta, al menos parcialmente, del fenómeno de la comunicación. En este último apartado del módulo vamos a presentar las principales aportaciones de uno de esos modelos: el que propone Gerhard Maletzke desde el ámbito de la psicología social. Antes de pasar a describir el modelo, nos parece interesante mostrar que es posible establecer una tipología o una clasificación dentro del conjunto de las propuestas o modelos teóricos de la comunicación. De esta manera, dentro de ese conjunto podemos distinguir entre los modelos lineales, por un lado, y los modelos circulares, por otro.

Lecturas complementarias Entre la extensa bibliografía sobre el tema destacamos dos obras que, por su calidad, pueden servirnos de introducción: Miquel Rodrigo Alsina (1985). Los modelos de la comunicación. Madrid: Editorial Tecnos. D. McQuail; S. Windahl (1984). Modelos para el estudio de la comunicación de masas. Navarra: Ediciones Universidad de Navarra.

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Los modelos lineales apuestan por entender el proceso de la comunicación como una secuencia rectilínea en la que se produce exclusivamente un transporte de información que va del emisor al receptor. No contemplan la posibilidad del feedback (o el fenómeno de la retroalimentación) entre el receptor y el emisor y, por tanto, no tienen en cuenta la posibilidad de intercambio de esos papeles (emisor-receptor) en los actos comunicativos. Al no contemplar estos aspectos, en muchas ocasiones corren el peligro de confundir los contextos meramente informativos en los que la información se encuentra asociada a una señal de tipo convencional (y, por tanto, en los que existe un emisor) con los contextos genuinamente comunicativos. Ejemplos de este tipo de modelos lineales se encuentran en las propuestas teóricas de Lasswell o de Shannon y Weaver. En el apartado 2 de este módulo proponíamos y desarrollábamos un modelo que intentaba dar cuenta del fenómeno de la comunicación. Recordemos que ese modelo de la comunicación estaba inspirado en la propuesta de Shannon y Weaver, aunque no coincidía totalmente con la misma. Es importante señalar que nuestra propuesta no se puede considerar como un modelo lineal (por el contrario, se trata, como veremos a continuación, de un modelo circular) porque es justo la introducción del elemento del feedback, entre otros, lo que la diferencia de la solución de Shannon y Weaver.

En cambio, los modelos circulares intentan reunir con más fidelidad las principales características de los contextos comunicativos. Este mismo afán de fidelidad, en algunas situaciones, se vuelve en su contra, y les lleva a planteamientos poco claros y poco iluminativos desde un punto de vista explicativo. De todas formas, la principal característica de estos modelos es la de contemplar la posibilidad de que en los actos comunicacionales receptor y emisor intercambien sus papeles y la de exigir que, para que se produzca realmente comunicación, la información transmitida por la señal cause cierto efecto en el receptor que la recibe. Como vimos en su momento, el mínimo efecto que se exige es que el receptor reciba la información asociada a la señal. Además, este tipo de modelos suele tener en cuenta una serie de aspectos básicos relacionados con los actos comunicativos. De esta manera, por un lado, para poder explicar con ciertas garantías un episodio concreto de comunicación entre un emisor y un receptor, son conscientes de la importancia de contemplar todos los episodios comunicativos que se han producido con anterioridad entre esos mismos emisores y receptores. De esta forma, es posible tener más claro el contenido de ciertas señales comprobando el uso que hasta ese momento se ha hecho de ellas. Así, por ejemplo, si centramos nuestra atención en un acto comunicativo entre dos personas en el que se pronuncia la palabra Miguel y no tenemos constancia de los actos comunicativos precedentes, no sabremos a quién se refieren cuando utilizan esa palabra (¿a Miguel Hernández, el poeta? ¿A Miguel Indurain, el ciclista? ¿O al tendero de la esquina, que se llama también “Miguel”?...). Por otro lado, es importante tener en cuenta también el estatus sociocultural del emisor y el receptor. De esta forma, podremos comprobar si el emisor y el receptor comparten el mismo bagaje cultural y eso nos ayudará a decidir si

Lectura complementaria Como se señala en: A. Lucas Marín; C. García Galera; J.A. Ruiz San Román (1999). Sociología de la comunicación (cap. 2.). Madrid: Editorial Trotta.

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realmente se están entendiendo, o dicho en otros términos: hasta qué punto se está produciendo una genuina comunicación. Otro aspecto que hay que destacar es que estos modelos acostumbran a contemplar el llamado fenómeno del role-taking. Este fenómeno consiste en la posibilidad de que el emisor, antes de la emisión de una señal, se “ponga en lugar” del receptor y prevea los posibles efectos de ésta en ese receptor y ajuste de esta manera la propia señal que emitirá. Así, por ejemplo, cuando alguien prepara una conferencia acostumbra a imaginarse las posibles reacciones de su futuro auditorio frente a algunas de sus frases o afirmaciones, de modo que puede ajustar su discurso y buscar la fórmula lingüística más adecuada. Por último, este tipo de modelos se caracterizan también por incluir el feedback como uno de los elementos básicos de la comunicación. Contemplar ese elemento les permite entender uno de los aspectos básicos de la comunicación: los emisores suelen utilizar el feedback que reciben de los receptores para ajustar y regular el proceso comunicativo. Un ejemplo claro de esta manera de funcionar se encuentra cuando un profesor da clase a sus alumnos. En función de las preguntas que le plantean sus alumnos, va variando la orientación de su discurso para lograr la máxima eficiencia en el acto comunicativo. Una vez introducida la distinción entre los modelos lineales y los circulares, acabaremos este último apartado, y por tanto el módulo, introduciendo las principales características de uno de los modelos circulares más fructíferos y que ha tenido más influencia en los ulteriores desarrollos científicos: el modelo propuesto por el psicólogo social Gerhard Maletzke en 1963.

Lecturas complementarias G. Maletzke (1963). Psychologie der Massenkommunikation. Verlag Hans Bredow Institut: Hamburgo. [Existe una traducción al castellano: G. Maletzke (1976). Psicología de la comunicación social. Quito: Ciespal.]

Comencemos señalando que el modelo defendido por Maletzke trata de explicar cómo funciona el fenómeno de la comunicación colectiva, aunque no descarta su utilidad en la aplicación a otros tipos de comunicación como la interpersonal. La perspectiva de su propuesta teórica se orienta principalmente hacia la identificación del tema de la comunicación colectiva como una parte central de estudio de la psicología social. Por tanto, no debe extrañarnos que su objetivo principal sea el de intentar dar cuenta de aquellos procesos de interacción social entre individuos que se producen a partir de los medios de comunicación, apostando por una investigación interdisciplinar que contemple las propuestas de otras disciplinas científicas y que integre los resultados de otros campos de la psicología más allá de la propia psicología social.

El punto de partida y a la vez la idea nuclear de su modelo es muy simple: cuando se produce un episodio de comunicación colectiva, lo que se está produciendo básicamente es que un comunicador C (lo que aquí hemos llamado emisor) intenta distribuir un mensaje M a través de un medio de comunicación (un medio) para conseguir un efecto en un receptor R. Ésta es la idea que se presenta esquemáticamente en la figura 7.

Figura 7. La idea nuclear del modelo de Maletzke.

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Sin perder de vista esta idea nuclear y aprovechando el esquema simple que de ella se deriva, vamos a desplegar con mayor detalle el modelo de Maletzke utilizando como criterio las relaciones que se producen entre el comunicador, el mensaje y el medio, por un lado, las relaciones entre el medio y el receptor, por otro, y acabaremos completando el modelo haciendo alusión a otros factores que intervienen en el proceso de comunicación. Para acabar el apartado y, por tanto, el módulo, introduciremos una breve evaluación del modelo mostrando algunas de sus ventajas y limitaciones teóricas.

5.1. Las relaciones entre el comunicador, el mensaje y el medio

Según el modelo de Maletzke, la tarea básica del comunicador es doble. Por un lado, debe desarrollar una tarea de selección. A lo largo del día ocurren infinidad de acontecimientos en todo el mundo (guerras, firmas de acuerdos de paz, transacciones económicas, nacimientos, muertes, eventos deportivos, etc.). El comunicador se encuentra frente a la dura tarea de decidir o seleccionar, de entre todo lo que ocurre en la realidad, cuáles son los hechos noticiables que van a servir como base para la formación de los mensajes que transmitirá al receptor. Y, por otro lado, debe llevar a cabo la tarea de configuración de los mensajes (o “señales”, como aquí los hemos denominado). Es decir, debe decidir qué tipo de mensajes utilizará para informar al receptor de esos hechos noticiables que previamente ha elegido.

Comencemos mostrando cuáles son las variables que intervienen y condicionan la tarea de selección ejemplificada por el comunicador. En primer lugar, debemos destacar que la propia imagen que sobre sí mismo posee el comunicador (la autoimagen del comunicador) determina en cierta medida la selección de los hechos noticiables. Sólo tenemos que hacer un poco de memoria para descubrir un ejemplo. Recordemos que hasta no hace mucho tiempo, en cierta cadena privada de televisión trabajaba un periodista que hacía alarde de unas “llamativas” (por así decirlo) corbatas. Este profesional se concebía a sí mismo como un paladín de la democracia y como un descubridor y denunciante de corrupciones protagonizadas por el Gobierno central del momento. De esta manera, motivado por esa autoimagen que poseía, a la hora de seleccionar un tema para la editorial de su informativo, elegía en la mayoría de las ocasiones la trama de la corrupción de dicho Gobierno. En segundo lugar, la personalidad del comunicador, su verdadero talante personal o su genuina orientación política (no sólo la imagen que posee sobre sí mismo) también debe ser considerada como una variable en el proceso de selección de hechos noticiables. Así, por ejemplo, dependiendo del talante liberal o conservador del comunicador, un mismo acontecimiento se elegirá o se verá

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Influencias Maletzke recibe la influencia de otras investigaciones como, por ejemplo, las llevadas a cabo por los científicos Kurt Lewin, psicólogo alemán de la Escuela de la Gestalt (18901947), o Carl Hovland, psicólogo experimental de la Escuela de Yale (1922-1961).

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rechazado como hecho noticiable que posteriormente servirá como base para elaborar el mensaje que se transmitirá al receptor. En tercer lugar, debemos contemplar también como variable en el proceso de selección el hecho de que el comunicador trabaje dentro de un equipo de profesionales. En la mayoría de las ocasiones, la decisión de esa selección acostumbra a validarse o consensuarse con el resto de los compañeros del equipo. En cuarto lugar, el entorno social del comunicador también debe ser tenido en cuenta a la hora de explicar el proceso de selección. La pertenencia a una clase sociocultural determinada puede decantar su interés por una serie de temas en detrimento de otros. En quinto lugar, no debemos olvidar que el comunicador trabaja dentro de un medio, de una organización. Esto provoca que en muchas ocasiones, en el proceso de selección de hechos noticiables, el comunicador no pueda actuar libremente, sino que se vea obligado a ceñirse a la línea editorial del medio u organización en la que trabaja. Por último, en sexto lugar, debemos considerar la presión y las limitaciones que se imponen al comunicador por el hecho de trabajar en unos medios que se caracterizan por estar dotados de cierto carácter o dimensión pública como una más de las variables decisivas en el proceso de selección de hechos noticiables. Un ejemplo de este tipo de condicionamiento lo encontramos en la praxis periodística habitual. Así, por ejemplo, un periodista no acostumbra a elegir como hecho noticiable el rumor de que cierta persona perteneciente a su comunidad es sospechosa de ser un traficante de drogas. El carácter público del medio le impide convertir ese rumor en hecho noticiable, entre otras cosas, por las consecuencias que puede acarrearle a esa persona si finalmente el rumor fuera falso. En definitiva, esta dimensión pública proyecta un sentido de responsabilidad en el comunicador. Pasemos ahora a describir cuáles son las dos variables principales que intervienen en el proceso o en la tarea de configuración de los mensajes que utilizará el comunicador para informar al receptor de esos hechos noticiables que previamente ha elegido. La primera variable que determinan esa configuración se encuentra relacionada con el contenido del propio mensaje. En concreto, en muchas situaciones, el contenido del mensaje puede determinar el aspecto formal del mismo. Pongamos un sencillo ejemplo para ilustrar este punto: en televisión, sin ir mas lejos, no se seleccionarán las mismas imágenes para informar del fallecimiento de un famoso escritor que para informar de un frívolo eco de sociedad. Se trata de contenidos diferentes que requieren mensajes distintos. Por el contrario, la segunda variable se encuentra relacionada con el campo de la técnica. En cierta manera, todos los medios realizan una presión o imponen

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unas exigencias a la hora de configurar los mensajes, ya que simultáneamente ofrecen una serie de posibilidades y limitaciones técnicas que constriñen o determinan dicho proceso de configuración. Tomemos la transmisión de un partido de fútbol como ejemplo. Si el medio es la televisión, el mensaje tendrá unas características formales determinadas por los aspectos técnicos del medio (imágenes, por ejemplo) que no tendría si la transmisión fuese radiofónica, es decir, si se transmitiese utilizando las posibilidades y limitaciones técnicas de la radio. Todas las variables que intervienen en las relaciones entre el comunicador, el mensaje y el medio se presentan de manera esquematizada en la figura 8.

Figura 8. Relaciones entre comunicador, mensaje y medio.

5.2. Las relaciones entre el medio y el receptor

De la misma forma que ocurría en el apartado anterior con el caso del comunicador, según el modelo de Maletzke el receptor se ve involucrado en un doble proceso. Por un lado, el receptor realiza una selección de mensajes de entre todos los mensajes que le llegan a través de un medio de comunicación (o simplemente, medio). No todos los mensajes que ofrece un medio son recibidos por parte del receptor. Y, por otro lado, el receptor experimenta una serie de efectos a partir de los mensajes que ha seleccionado de entre todos los que le ofrece dicho medio.

Este doble proceso se encuentra sujeto también a una serie de variables que intervienen y condicionan la tarea de selección de mensajes y experimentación de efectos ejemplificada por el receptor. En primer lugar, debemos destacar que la propia imagen que posee el receptor sobre sí mismo (la autoimagen del receptor) determina en cierta medida la selección de los mensajes que le ofrece el medio. Una persona que se autoconsidere

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liberal atenderá positivamente a aquellos mensajes ofrecidos por los medios que, por ejemplo, hablen sobre una posible nueva ley de parejas de hecho.

En segundo lugar, la personalidad del receptor, su verdadero talante personal o su genuina orientación política (no sólo la imagen que posee sobre sí mismo) también debe ser considerada como una variable en ese doble proceso. Así, por ejemplo, dependiendo de los gustos personales del receptor, un mismo mensaje ofrecido por el medio acabará siendo seleccionado o no.

En tercer lugar, debemos contemplar también como variable en ese proceso de selección y experimentación de efectos el hecho de que el receptor forme parte de una audiencia. Se ha podido comprobar en varios estudios que la recepción de los mensajes no es la misma cuando ésta se produce en grupo o se realiza de forma individual. Sólo tenemos que fijarnos cómo cambian de actitud algunas personas cuando ven una película de terror acompañados por un grupo de amigos o cuando lo hacen a solas en casa. Cuando se encuentran en grupo aparentan disfrutar con la película e incluso pueden llegar a hacer comentarios jocosos y distendidos. En cambio, esas mismas personas, cuando la ven en casa a solas, acostumbran a pasarlo mucho peor y experimentan una mayor sensación de miedo. En cuarto lugar, el entorno social del receptor también debe ser tenido en cuenta a la hora de explicar ese doble proceso. La pertenencia a una clase sociocultural determinada puede decantar su interés por una serie de mensajes en detrimento de otros y puede condicionar el efecto que estos pueden tener sobre su comportamiento. En quinto lugar, debemos destacar que en muchas situaciones, los medios realizan una presión o imponen unas exigencias a la hora de protagonizar ese doble proceso por parte del receptor. Y es que los medios de comunicación ofrecen simultáneamente una serie de posibilidades y limitaciones técnicas que constriñen o determinan dicho proceso. Tomemos de nuevo la transmisión de un partido de fútbol como ejemplo. Si el medio es la televisión, el mensaje tendrá unas características formales determinadas por los aspectos técnicos del medio (imágenes, por ejemplo) que lo pueden convertir en algo más atractivo y potencialmente más influyente que si la transmisión fuese radiofónica, es decir, si se transmitiese utilizando las posibilidades y limitaciones técnicas de la radio. Por último, en sexto lugar, la imagen que tiene del medio el receptor también debe ser considerada como una variable importante. El receptor acostumbrará a seleccionar más mensajes y se dejará influir por aquellos medios que considere más fiables, prestigiosos y dotados de credibilidad. Los mensajes procedentes de los medios que no se acerquen a esas características seguramente pasarán más desapercibidos.

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Todas las variables que intervienen en las relaciones entre el medio y el receptor se presentan de manera esquematizada en la figura 9.

Figura 9. Relaciones entre el medio y el receptor.

5.3. Otros factores que intervienen en el proceso de comunicación Para acabar de completar el modelo vamos a introducir una serie de variables que, según la propuesta de Maletzke, afectan tanto a las tareas desarrolladas por parte del comunicador como a los procesos protagonizados por el receptor. La primera de las variables es la imagen que el receptor tiene sobre el comunicador. Por un lado, esta imagen puede condicionar claramente la selección de mensajes por parte del receptor y, por tanto, la influencia que éstos pueden tener en su conducta. Si el receptor no tiene una imagen positiva sobre el comunicador, no seleccionará los mensajes que le lleguen de esa persona. Pero, además, por otro lado, si recordamos el efecto role-taking, esta variable también puede estar involucrada en la selección de los hechos noticiables por parte del comunicador: este último realizará esa selección teniendo en cuenta o viéndose influenciado por la previsión de la posible imagen que poseen los receptores sobre su persona y los efectos que puede provocar esa imagen. De este modo, si el comunicador prevé que el receptor tendrá una imagen liberal sobre su persona y prevé que eso tendrá una serie de consecuencias (aumentará la audiencia, por ejemplo), seleccionará los hechos noticiables utilizando como criterio, entre otros elementos, dicha previsión. La segunda variable consiste en la imagen que tiene el comunicador sobre el receptor. Esta imagen puede condicionar claramente la selección de hechos noticiables por parte del comunicador. Si el comunicador tiene una imagen conservadora de sus receptores, en la selección de los hechos noticiables esta imagen se tendrá en cuenta. La tercera y última de las variables es el elemento del feedback que emite el receptor del proceso comunicativo hacia el comunicador. Este elemento, como ya vimos en su momento, puede servir para cambiar y regular la selección y la con-

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figuración de mensajes por parte del comunicador. Si un receptor emite un feedback negativo hacia un comunicador (por medio de una carta al director, por ejemplo) puede provocar que ese mismo comunicador introduzca cambios en la selección de los hechos noticiables y en la configuración formal de los mensajes. Todos estos factores complementarios que intervienen en el proceso de comunicación se presentan de manera esquematizada en la figura 10.

Figura 10. Otros factores del proceso de comunicación.

En la figura 11 (combinación de las figuras 7, 8, 9 y 10) también presentamos de forma esquematizada el modelo completo propuesto por Maletzke.

Figura 11. Modelo completo de Maletzke.

5.4. Evaluación del modelo teórico de Maletzke Para acabar el apartado y, por tanto, el módulo, vamos a realizar una breve evaluación del modelo propuesto por Maletzke intentado mostrar algunas de sus ventajas y limitaciones teóricas. Comencemos destacando sus ventajas. Por un lado, la primera característica que nos llama la atención sobre el modelo es su exhaustividad. Si lo compara-

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mos con el modelo que se introdujo en el segundo apartado del módulo (aunque aquél sólo pretendía dar cuenta de la comunicación interpersonal), las diferencias saltan a la vista: la propuesta de Maletzke considera claramente una serie de variables que no aparecían en el otro modelo. Por otro lado, cabe destacar que en el modelo se reconocen los papeles activos protagonizados tanto por el emisor o comunicador como por el receptor. Esto, junto a la concepción circular de la comunicación, le permite alejarse de otros modelos más lineales y en los que se reservaban papeles más pasivos a las figuras del emisor y del receptor. Por último, entre sus ventajas es necesario poner de manifiesto que Maletzke, con su propuesta teórica, consigue superar la tradición desarrollada hasta el momento. En este material no hemos hablado mucho de los desarrollos históricos de las teorías, pero es importante destacar que hasta el modelo de Maletzke, en términos generales, sólo se habían estudiado individualmente algunos de los elementos (canal, emisor, receptor, etc.) que intervienen en los procesos comunicativos. Con su propuesta, se plantea, además, no sólo estudio de esos elementos, sino la investigación sobre las relaciones que entre éstos se establecen cuando se desarrollan los actos comunicativos. Por citar alguna de las limitaciones que se asocian a la propuesta de Maletzke, cabría destacar que su nivel de exhaustividad lo convierte en un modelo complejo (exento de simplicidad) y, por tanto, poco atractivo y poco manejable teóricamente. La segunda de las críticas que señalamos tiene un poco más de peso: llama mucho la atención que siendo un modelo que se propone desde la disciplina científica de la psicología (social), no se tengan en cuenta como factores determinantes en los procesos comunicativos los aspectos relacionados con la memoria, con la percepción o con el procesamiento humano de la información y se desatienda, además, el estudio más directo de los efectos cognitivos de la comunicación colectiva (aumento de conocimiento, cambio en las conductas, etc.).

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Actividades 1. Describid cinco contextos comunicativos identificando en cada uno de ellos los cuatro elementos básicos (consultad el apartado 1.1). 2. Describid cinco contextos en los que por causa de la falta de intencionalidad del emisor no podamos hablar de comunicación (consultad el apartado 1.2). 3. Describid cinco contextos en los que por causa del efecto en el receptor no podamos hablar de comunicación (consultad el apartado 1.2). 4. Describid tres contextos comunicativos señalando todos los elementos (los 15, si están todos) que intervienen en cada uno de ellos (consultad el apartado 2). 5. Describid un contexto comunicativo identificando todas las magnitudes informativas, y en el que la equivocidad y el ruido sean iguales a cero. Haced lo mismo con un contexto en el que el ruido y la equivocidad sean positivos. Razonad la respuesta (consultad el apartado 3). 6. Buscad en Internet un ejemplo de cada uno de los tipos de actos comunicativos. Justificad la elección (consultad el apartado 4.1). 7. Buscad en los medios de comunicación (noticias, anuncios, personajes, etc.) elementos que sirvan para ilustrar los aspectos asociados al tema de los efectos que describen las seis teorías descritas en el apartado 4.2. 8. Buscad en los medios de comunicación (noticias, anuncios, personajes, etc.) elementos que sirvan para ilustrar los cinco efectos de los medios de comunicación descritos en el apartado 4.2. 9. Buscad un ejemplo de cada uno de los cuatros aspectos básicos de la comunicación que presentan los modelos circulares (consultad el apartado 5). 10. Buscad en los medios de comunicación un ejemplo de cada una de las seis variables que intervienen en el proceso de selección de los hechos noticiables por parte de los comunicadores (consultad el apartado 5.1). 11. Buscad en los medios de comunicación un ejemplo de cada una de las variables que intervienen en el proceso de configuración de los mensajes por parte de los comunicadores (consultad el apartado 5.1). 12. Buscad en los medios de comunicación un ejemplo de cada una de las seis variables que intervienen en el doble proceso que afecta al receptor (consultad el apartado 5.2).

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