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Spanish; Castilian Pages [187] Year 2005
BAR S1393 2005
Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
CUENCA LOS PRIMEROS GRUPOS NEOLÍTICOS DE LA CUENCA EXTREMEÑA DEL TAJO
Enrique Cerrillo Cuenca
BAR International Series 1393 B A R
2005
Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Enrique Cerrillo Cuenca
BAR International Series 1393 2005
Published in 2016 by BAR Publishing, Oxford BAR International Series 1393 Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo © E Cerrillo Cuenca and the Publisher 2005 The author's moral rights under the 1988 UK Copyright, Designs and Patents Act are hereby expressly asserted. All rights reserved. No part of this work may be copied, reproduced, stored, sold, distributed, scanned, saved in any form of digital format or transmitted in any form digitally, without the written permission of the Publisher.
ISBN 9781841718316 paperback ISBN 9781407328270 e-format DOI https://doi.org/10.30861/9781841718316 A catalogue record for this book is available from the British Library BAR Publishing is the trading name of British Archaeological Reports (Oxford) Ltd. British Archaeological Reports was first incorporated in 1974 to publish the BAR Series, International and British. In 1992 Hadrian Books Ltd became part of the BAR group. This volume was originally published by Archaeopress in conjunction with British Archaeological Reports (Oxford) Ltd / Hadrian Books Ltd, the Series principal publisher, in 2005. This present volume is published by BAR Publishing, 2016.
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ÍNDICE.
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Prólogo (P. Bueno Ramírez) I. Introducción.
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Consideración en torno a las dataciones absolutas citadas.
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Agradecimientos.
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II. La aparición de las estrategias de producción en el interior peninsular: enfoques teóricos.
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II. 1. La génesis de las primeras estrategias de producción en la Península Ibérica: un recorrido por sus planteamientos. II. 1. A. Alternativas al paradigma cardial: el desarrollo local como origen de las actividades productivas y los “horizontes de cerámicas lisas”. II. 1. B. El contacto con poblaciones alóctonas como factor de explicación. II. 1. C. El modelo dual. II.1.D. La neolitización por capilaridad. II. 1. E. Otras interpretaciones. II.2. El “Neolítico interior” y su trayectoria: definiciones y problemas. II.2.A. El vacío del interior de la península durante el post-glaciar. II.2.B. De Neolítico Tardío a Neolítico Antiguo, superando los límites del IV milenio cal BC. II.2.C. Homogeneidad y heterogeneidad en las primeras sociedades productoras del interior peninsular. II.2.D. Relaciones sur/interior y oeste/interior como criterio de relación cultural.
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II.3. Un modelo para un espacio del interior peninsular. El surgimiento de las estrategias productoras en la cuenca extremeña del Tajo. II.3.A. El origen de las estrategias productivas y la tecnología “neolítica” II.3.B. El momento previo: las estrategias cazadoras y recolectoras. II.3.C. La vertebración temporal del proceso.
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III. Una aproximación metodológica.
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III.1. Territorio, espacio y paisaje. III.1.A. El asentamiento como unidad de conocimiento arqueológica: posibilidades. III.1.B. Documentación. III.1.C. SIG y paisaje: un método de aproximación arqueológica.
45
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III.1.D. Analíticas complementarias como aproximación a los paisajes neolíticos.
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III. 2. Cultura material y análisis. III.2.A. La cerámica: elementos de análisis. III.2. B. Industria lítica tallada.
49 49 52
IV. La base física.
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IV.1. Delimitando un “escenario” artificial.
55
IV.2. Historia geológica y relieve.
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IV.3. Hidrografía.
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V. La investigación del Neolítico en la cuenca extremeña del Tajo: poblamiento y estratigrafías.
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V.1. Introducción.
61
V.2. Los datos sobre el Tardiglaciar y los inicios del Holoceno.
61
V.3. La investigación del Neolítico en Extremadura. V.3.A. Las cuevas como yacimientos arqueológicos. V.3.B. Poblamiento al aire libre.
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V.4. Publicaciones y fases: La periodización de la Prehistoria Reciente extremeña.
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VI. Cultura material.
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VI.1. Producciones cerámicas. VI.1.A. Las cerámicas del Neolítico Antiguo en el Interior.
87 87
VI.2. La industria lítica.
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VI.3. Aspectos tecnológicos y de aprovisionamiento de materia prima. VI.3.A. La cerámica: técnicas de obtención de arcillas. VI.3.B. Industria lítica y aprovisionamiento de materia prima.
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VII. Una visión de los paisajes de producción neolíticos.
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VII.1. Yacimientos y variables estáticas: topografía, geología y edafología. VII.1.A. Asentamientos en cuevas y abrigos. VII.1.B. Ocupaciones al aire libre.
119 121 124
VII. 2. Reconstrucciones medio-ambientales.
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VII.3. El consumo alimentario de especies animales y vegetales entre las primeras sociedades productoras del Tajo: una aproximación. VII.3.A. Faunas. VII.3.B. El consumo de especies vegetales
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VIII. Conclusiones.
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VIII.1. El tiempo de las culturas productoras. VIII.1.A. El momento previo: las estrategias de depredación. VIII.1.B. Los primeros grupos neolíticos.
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VIII. 2. Otros “neolíticos”: más allá del V milenio cal BC. VIII. 2.A. El Neolítico Medio. VIII.2.B. El Neolítico Final.
155 155 161
VIII.3. La cuenca extremeña del Tajo en el contexto historiográfico del Neolítico de las provincias interiores.
165
Abstract
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Bibliografía
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PRÓLOGO P. Bueno Ramírez Área de Prehistoria, Universidad de Alcalá de Henares
miento de tesis que la investigación reciente ha demostrado faltas de base empírica.
Publicar en los inicios del siglo XXI una Tesis Doctoral sobre las sociedades productoras en un territorio interior como es el de la cuenca interior del Tajo, da una medida de los problemas que han sumergido este aspecto de la Prehistoria Reciente peninsular en el más absoluto de los desconocimientos.
El trabajo de E. Cerrillo viene a asentar y a argumentar de modo contundente la realidad y valor de los yacimientos neolíticos extremeños, situándolos en el marco de ese interior, antes tardío y marginal y ahora contemporáneo a los más antiguos yacimientos neolíticos peninsulares.
La asentada idea de que el Neolítico llegaba a las costas levantinas traído por gentes foráneas se resolvía hacia el interior con una perspectiva difusionista según la cual, mientras más al interior más tardías y marginales eran las versiones culturales de los primeros grupos productores.
Si el hecho de aportar fechas C14 organizadas en estratigrafías metodológicamente intachables, es de por sí un valor inédito hasta el momento, la metodología de análisis incluye reconstrucciones paleoeconómicas que contribuyen a definir un territorio dinámico e inmerso en las secuencias culturales de la Prehistoria Reciente del Sur de Europa.
Los trabajos desarrollados por el Área de Prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares desde 1980 hasta la actualidad en distintos enclaves del sector han ido definiendo un panorama bien diferente en el que los megalitos se visualizan como los asentamientos más claros de los grupos neolíticos en fechas del V milenio cal BC.
Con una perspectiva integradora que otorga gran valor al territorio para analizar de modo riguroso la ubicación de los establecimientos humanos, E. Cerrillo Cuenca dibuja una Extremadura poblada desde el Paleolítico que en el VI milenio cal BC conocía y practicaba las tecnologías de la domesticación del trigo y de los animales, además de la tecnología de la fabricación de la cerámica.
Áreas funerarias y áreas de habitación se insertan en un marco geográfico único que revela los lugares de depósito de los antepasados como la referencia más nítida de los núcleos habitacionales de sus descendientes, proponiendo un modelo de población continuada que no tenía base argumental suficiente en las siempre presentes llegadas de gentes foráneas que han explicado y siguen explicando muchas de las parcelas menos conocidas de la Prehistoria peninsular.
El uso de la decoración de las vasijas como sistema identificador de fases culturales más antiguas o más recientes, había sido puesto en duda a partir del estudio de los yacimientos andaluces en los años 80, pero el trabajo de E. Cerrillo Cuenca acaba definitivamente con una visión de la cultura aún anclada en la trascendencia de los fósilesguía. Son las asociaciones de materiales y su contextualización en un determinado ámbito económico las que pueden colaborar a las definiciones culturales pero no al contrario.
Si el megalitismo aparecía en nuestros trabajos como un poblamiento neolítico, éste se incluía en un marco geográfico amplio: el del interior peninsular integrando aquí tanto los sectores portugueses como los españoles, y en una dinámica de poblamiento antigua que aún falta de datos nos permitía argumentar la existencia de un neolítico anterior a los megalitos y reflejado en los años 80 en los yacimientos recogidos por A. González Cordero en el sector de Montánchez o por los de la Cueva del Conejar y el yacimiento de Los Barruecos. Publicada por nosotros de este modo en 1985, la propuesta de un neolítico anterior a los megalitos en Extremadura quedó enterrada en los planteamientos vigentes, de manera que no obtuvo la repercusión deseable en un panorama que no se caracterizaba por la variedad de hipótesis sino por el estableci-
De la formación arqueológica y teórica del autor dan buena cuenta las páginas de este libro que es el producto de una investigación integrada en la Universidad de Extremadura. Una universidad joven que seguro se esforzará por acoger valores personales e intelectuales como E. Cerrillo Cuenca, más aún cuando su trabajo abre perspectivas inéditas en la Prehistoria de la región.
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La línea de investigación que establece brillantemente el autor del trabajo será de fructíferos resultados en la zona que nos ocupa que ha demostrado su enorme riqueza arqueológica en otras fases de la Prehistoria. Pero como toda investigación ésta necesita no sólo de personas perfectamente capacitadas para llevarla a cabo, sino de instituciones conscientes del valor que posee el conocimiento y defensa de un patrimonio tan rico como el extremeño. Esperamos que la continuación de las excavaciones en el emblemático yacimiento de Los Barruecos y en los que de seguro comenzarán a conocerse gracias a la perspectiva metodológica y teórica ofrecida por E. Cerrillo Cuenca, presenten la cuenca extremeña del Tajo como uno de los sectores peninsulares más dinámicos en la generación de los modos de vida de los productores del Sur de Europa.
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I. INTRODUCCIÓN. A Enrique, mi abuelo y primer maestro.
rios para difundir estudios cada vez más concisos, la investigación de los primeros agricultores peninsulares tomaba un cariz de relevancia que difícilmente se podría haber alcanzado antes.
Si tomamos como referencia una recopilación más o menos actualizada de bibliografía extremeña (González Cordero et al. 2001), observamos como hasta el año 2000, era escaso el número de trabajos que trataban el Neolítico como etapa cultural digna de ser sometida a un estudio arqueológico. Este dato revela una situación común al resto del interior peninsular, donde el número de yacimientos conocidos a finales de los años 80 era ciertamente muy escaso (Municio 1988).
Fue dentro de esta situación de renovación de planteamientos, cuando en 1998 inicié mi investigación en el Neolítico de la cuenca extremeña del Tajo con la elaboración de mi Memoria de Licenciatura. Desde entonces supuse que se hacía necesario adoptar una postura crítica para abordar un campo de estudio tan aparentemente escaso como el que se me ofrecía. La revisión de materiales de yacimientos ya excavados y publicados debía ser un punto fundamental en la realización de este trabajo, pero al mismo tiempo era imprescindible abrir nuevas líneas que permitieran arrojar resultados contextualizados. Y precisamente en ese punto fui teniendo acceso a nuevos datos y experiencia de campo de una manera paulatina que acabó por dar cuerpo a este trabajo.
Sin duda un buen momento para el estudio del Neolítico como periodo arqueológico se ha iniciado desde entonces, se ha multiplicado el número de excavaciones en el interior peninsular que han documentado alguna evidencia digna de ser incluidas en lo que hasta hoy era un cajón de sastre con el título impreciso y genérico de “Neolítico Interior”. Gracias en parte a prospecciones desarrolladas en estas provincias interiores se está contribuyendo a ampliar la evidencia de un poblamiento bien definido, que supera las limitaciones que durante décadas se padecían a la hora de afrontar un estudio de la neolitización.
La participación en diversos proyectos de excavación a lo largo de la cuenca del Tajo, se completó con la excavación que desarrollé en Los Barruecos a lo largo de dos campañas junto a A. Prada y A. González. Gracias también a A. González pude obtener referencias precisas del poblamiento de la zona septentrional de Cáceres que se han ido publicando en forma de artículos (González Cordero 1999a; González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001). Con estos nuevos datos, y las posibilidades que en ellos se adivinaban, se poseía un volumen de datos suficiente como para comenzar a trabajar, faltaba sin embargo dotar éstos de un sentido más unitario, y sobre todo ligado a planteamientos teóricos y metodológicos. Esta era la intención de mi tesis doctoral, que llevó por título Arqueología de las primeras sociedades productoras en la cuenca extremeña del río Tajo.
Este auge ha propiciado que se acuñen expresiones, que aunque definen casi cómicamente las relaciones de los poderes políticos con el patrimonio son bastante acertadas para definir el avance que se ha producido en la investigación del Neolítico en regiones concretas, me refiero a la del “Neolítico de las Autonomías” (Hernando 1999a). La regionalización del Neolítico, y en especial el estudio que se ha iniciado en las áreas del interior peninsular, han permitido un giro de posiciones a una “neolitización” más flexible, producto de una superación de las limitaciones historiográficas que la investigación venía arrastrando durante algunas décadas. Superados estos límites de pensamiento, lo cierto es que el número de publicaciones sobre la neolitización se incrementó significativamente durante la segunda mitad de la década de los años 90, gracias a la celebración del primer y segundo Congreso de Neolítico Peninsular, que efectuaron de un modo bastante completo una puesta al día de la investigación. Dispuesta de los cauces necesa-
No obstante, hay que indicar que la estructura de ese trabajo original ha sido reelaborada y “mutilada” para su publicación definitiva. Algunas referencias bibliográficas se han actualizado, del mismo modo que se han incluido algunos resultados obtenidos tras la defensa de este traba-
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Enrique Cerrillo Cuenca
Puyoles, Arias Cabal y Enríquez Navascués, cuyas sugerencias y consejos han sido tenidos en cuenta a la hora de rehacer el texto para su publicación.
jo. Así se han sintetizado algunos capítulos de teoría y metodología, librándolos de parte de contenido que únicamente tendrían sentido dentro de un trabajo plenamente académico. El catálogo de yacimientos se ha convertido en un capítulo más reducido en el que se hace hincapié en las intervenciones acometidas en los distintos yacimientos antes que en una presentación rigurosa de datos y materiales. El principal cambio es, no obstante, una reorientación temática, este libro se ha centrado esencialmente en la fase más antigua del Neolítico, y paradójicamente de la que más información tenemos actualmente. He preferido dejar, fundamentalmente por razones de espacio, a un lado las fases más recientes cuyos pormenores se esbozan brevemente en las conclusiones y prácticamente a modo de epílogo. En esencia, se ha procurado mantener íntegros los capítulos finales que a modo de conclusiones representan un estado de la cuestión del Neolítico en esta área del interior peninsular.
Mi trabajo de investigación ha tenido dos escenarios: de un lado mi formación como becario de investigación en el Área de Arqueología la Universidad de Extremadura y por otro el desarrollo de trabajos de campo junto al Área de Prehistoria de la Universidad de Alcalá. Del primer ámbito debo mi formación teórica al Dr. Cerrillo Martín de Cáceres, y al Dr. Fernández Corrales la tutela de la tesis doctoral como director de beca. Del Dr. Enríquez Navascués, del Área de Prehistoria de la Universidad de Extremadura, he obtenido valiosos consejos a lo largo de mi formación en lo referente a la Prehistoria de Extremadura. De la universidad de Alcalá mi formación de campo debe bastante a las enseñanzas de los Drs. Balbín Behrmann, Bueno Ramírez y Barroso Bermejo. Gracias al proyecto de investigación que coordina el Dr. Balbín, y a su generosidad, como a la de la Dra. Bueno debe bastante el buen fin de la excavación de Los Barruecos.
Consideraciones en torno a las dataciones absolutas citadas. En cuanto a las fechas de C14 se refiere, he empleado para la calibración de todas ellas el programa informático OxCal, de la universidad de Oxford, en su versión 3.5; los datos atmosféricos son los publicados en 1998 en la Revista Radiocarbon, siendo por tanto la curva empleada la INTCAL ‘98 (Stuiver et al. 1998). Ante la diversidad de fechas y su modo de publicación, calibradas o sin calibrar, he optado por seguir el siguiente esquema en cuanto a su presentación. Las fechas publicadas sin calibrar, expresadas en años de calendario (a.C.), han sido convenientemente convertidas a años BP, circunstancia que se indica en la mayoría de los casos. La presentación de las fechas se realiza, por tanto, siempre en años BP, incluyendo entre paréntesis la fecha calibrada, siempre al 95,4% de probabilidades, es decir, a 2 sigma, y expresadas con las siglas cal BC. Las dataciones obtenidas por termoluminiscencia (TL en lo sucesivo) no han sido calibradas, pues su calibración no es necesaria.
La ayuda desinteresada de Antonio González Cordero ha sido constante, proporcionando tanto datos de campo y dibujos inéditos como permitiendo el acceso a los materiales del Cerro de la Horca y de Peña Aguilera. Sin duda, la mayor parte de los párrafos y páginas de los que siguen deben bastante a su generosidad y amistad. Sin su colaboración este trabajo habría pecado de escueto. Las excavaciones de Los Barruecos fueron factibles gracias al interés en la Arqueología del municipio por su alcalde, D. Antonio Jiménez al poner a nuestra disposición las comodidades necesarias para la permanencia del equipo en las instalaciones municipales. Al mismo tiempo que financió desde el Ayuntamiento de Malpartida de Cáceres nuestra estancia en esta localidad durante la campaña de 2002. En el momento de revisar este texto Antonio González Cordero y yo, habíamos finalizado sólo unos meses antes la excavación de la cueva de la Escovacha en Romangordo, de cuya financiación se encargó íntegramente el Ayuntamiento de Romangordo. Aunque los resultados se incluyen de manera muy parcial en este libro, la excavación de la Escovacha nos está permitiendo conocer algo más sobre los primeros grupos neolíticos del Tajo.
Agradecimientos. Mi trabajo ha sido plenamente posible gracias a la capacidad de la Dra. Bueno Ramírez, quien aceptó la dirección de la tesis doctoral que le propusiera y que hoy se ve materializada en este volumen. A su apoyo y amistad debo tanto como a su capacidad intelectual, que se ve reflejada en gran parte de los resultados científicos que se aquí se presentan.
Es un gesto inusual la preocupación de ambas entidades municipales en su patrimonio arqueológico, lo que merece siempre un reconocimiento especial.
La tesis doctoral fue evaluada en septiembre de 2003 por los Dres. Balbín Behrmann, Delibes de Castro, Olària
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Mis logros profesionales han sido siempre los de Alicia Prada. Ella estuvo a mi lado durante todo el trabajo de excavación, dibujó gran parte del material y corrigió, con paciencia y sentido crítico, el texto final. A Alicia, por convertir en bueno cada momento que pasamos juntos.
Los análisis de pólenes se deben a J. A. López Sáez del Laboratorio de Arqueobotánica del CSIC quien amablemente realizó los análisis de Los Barruecos en nuestras campañas de excavación. Ana Arnanz realizó los análisis de sedimentos para el estudio de material carpológico.
Cáceres, noviembre de 2003
Jordi Juan Treserras y Juan Carlos Matamala se encargaron de analizar los residuos de un molino de granito procedente de la excavación de Los Barruecos.
(Texto actualizado en octubre de 2004)
Los análisis de fauna fueron realizados por el Dr. Morales Muñiz del Laboratorio de Arqueozoología de la Universidad Autónoma de Madrid. Los análisis de difracción de rayos X sobre cerámicas de El Conejar se deben a la Dr. Liso de la Universidad de Extremadura. El Dr. Pastor Villegas, del Dpto. de Química de la Universidad de Extremadura analizó los carbones recuperados en una estructura de combustión de Los Barruecos. Mi agradecimiento va además para J. Valadés Sierra y M. de Alvarado Gonzalo, director y arqueólogo del Museo de Cáceres, por las ayudas ofrecidas a lo largo de los últimos años. Este libro es en gran parte de su contenido fruto de un trabajo de equipo, que me ha permitido trabajar con agrado con las siguientes personas a lo largo de estos años: Fco. Javier Heras, V. Manuel Cáceres, Mª Elena Sánchez, Mª Ángeles Cantillo, Juanjo Pulido, Nieves Calderón, Andrés Silva, Jesús Acero, María Soledad Gálvez, Francisco Javier García Vadillo, Dolores Mejías, Juan Barco, Miriam Alhambra, Miguel Hernández, Jesús Castillo, Laura Muñoz, Sara Vázquez, Jennifer Rol, María Celedonia Romo Rodríguez, Ismael López, Laura San Miguel, Silvia Mancha y Fermina Acevedo. Isabel Ramos Bravo, se encargó la corrección y traducción al inglés del resumen incluido al final del libro. A Josefa y a Luis, que me acogieron con hospitalidad en su casa durante mis pasos por Madrid. A mis padres, por el apoyo constante e incondicional que me han ofrecido a lo largo de estos años.
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II. LA APARICIÓN DE LAS ESTRATEGIAS DE PRODUCCIÓN EN EL INTERIOR PENINSULAR: ENFOQUES TEÓRICOS
interpretaciones, haya que comenzar por una ordenada recapitulación de la teoría y la metodología disponible en estos aspectos, pues el territorio en el que se encuadra este estudio participa del mismo conjunto de problemas.
Aunque el conocimiento de las primeras sociedades productoras en la cuenca media del Tajo tiene una escasa tradición en cuanto a su estudio se refiere, consideración que podría extrapolarse al conjunto del interior peninsular, no resulta menos cierto que la experiencia desarrollada en otros ámbitos de la Península Ibérica se ha conformado como un buen punto de partida para comenzar a comprender los procesos que afectan directamente a esta zona peninsular.
Ello no quiere decir que los modelos deban ser asumidos y aplicados a nuestro ámbito sin ningún tipo de reservas. La razón principal para elaborar un cuerpo teóricometodológico propio se basa en la personalidad que un ámbito como la cuenca del Tajo extremeño muestra a lo largo de toda la Prehistoria reciente, argumento que tampoco reivindica la exclusividad de ciertos procesos culturales, sino la necesidad de integrar las particularidades en un marco más amplio como es el peninsular.
La tradición de estudio que caracteriza a regiones como las del Levante peninsular, y más tarde Andalucía Occidental, se deriva de un sustancioso conocimiento de los asentamientos más significativos y de sus estratigrafías, que se inició a partir de la década de los años 40 en el Levante y se ha generalizado paulatinamente en Andalucía Oriental, Andalucía Occidental y Portugal. Resulta lógico que a partir de las décadas posteriores el desarrollo teórico y metodológico orientado al estudio del Neolítico haya cobrado mayor importancia en estas regiones. Sólo así debe explicarse que el progreso de las principales teorías y modelos ha tenido como marco de aplicación estos ámbitos y no en vano los modelos más recientes las siguen valorando como campo de pruebas.
II. 1. La génesis de las primeras estrategias de producción en la Península Ibérica: un recorrido por sus planteamientos. El desarrollo de la investigación sobre el Neolítico peninsular ha permitido que distintos modelos de interpretación se hayan ido generando a partir de los datos empíricos o de la teoría que genera la evidencia de la neolitización en un nivel básico de conocimiento. Todo ello tiene un marcado trasfondo de evolución, y por qué no, de polémica abierta a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas. La evolución historiográfica en la interpretación del Neolítico peninsular ha dado pie a tres posturas bien diferenciadas.
Al Levante peninsular podemos unir el estudio de la fachada atlántica en las dos últimas décadas, donde los modelos de interpretación no están tan consolidados historiográficamente, pero a pesar de ello no dejan de ser sugerentes y muestran un interesante contraste con la investigación desarrollada en la costa levantina. Si bien hay que remarcar que el nivel de interpretación teórico para esta zona se encuentra estrechamente unido al nivel empírico, y por tanto al conocimiento gradual que se obtiene de los datos procedentes de los distintos yacimientos.
Por un lado, encontramos a aquellos autores que cuestionan el “paradigma cardial” y que de un modo u otro son partidarios de considerar los elementos tecnológicos y de subsistencia como un logro de las sociedades de cazadores-recolectores de inicios del Holoceno. Dentro de este grupo hallamos a quienes opinan que tanto las actividades productoras como la tecnología son producto de una evolución local (Acosta 1986; 1987; Acosta y Pellicer 1990: 108); quienes opinan que la domesticación de las especies responde a un proceso local (Ramos et al. 1997; Ramos 2002), que las producciones cerámicas no representan una neolitización necesariamente económica (Fernández-Miranda 1977); y por otro lado aquellos otros autores que son partidarios de reconocer la existencia de especies domésticas en contextos epipaleolíticos, caso de Cova Fosca, sin que respondan necesariamente a patrones cardiales (Olària y Gusi 1996).
El estudio de la secuencia de ocupación parece marcar la investigación del Neolítico en el interior peninsular, tras un periodo en el que se ha logrado demostrar la existencia de lotes cerámicos adscribibles a periodos premetalúrgicos. Aún así los contextos estudiados no están lo suficientemente difundidos y a escala más amplia que la local se han formulado escasas hipótesis de interpretación, al menos no de la importancia de las áreas con más tradición. Esta realidad, unida a las peculiaridades de las sociedades productoras del interior peninsular, motiva que a la hora de abordar un estudio sobre éstas y generar
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Enrique Cerrillo Cuenca
ca de los modelos al uso nos ayudará a afianzar mejor la impresión general del proceso.
En el lado opuesto a este conjunto de hipótesis se han afianzado opiniones que recurren a la llegada de recursos y tecnología a partir de zonas orientales del Mediterráneo, expandiéndose territorialmente en un proceso de larga duración. Son partidarios de esta opinión quienes consideran que la aparición de la cerámica cardial en el territorio es sintomática de la presencia de una estructura socioeconómica plenamente productora que interactuará con los grupos de cazadores-recolectores locales hasta aculturarlos (Arnaud 1982; Bernabeu 1996; Bernabeu et al. 1993; Fortea 1973; Martí 1978; Fortea y Martí 1984-85; Zilhão 1997). La última hipótesis que se ha publicado ampliamente con estos planteamientos es la del “modelo dual”, cuyos autores asumen que la neolitización en su primera fase se llevó a cabo mediante una colonización estricta y sólo un ulterior proceso de aculturación llevaría a la propagación del modo de vida neolítico por el territorio circundante a las zonas de contacto con los colonos.
II. 1. A. Alternativas al paradigma cardial: el desarrollo local como origen de las actividades productivas y los “horizontes de cerámicas lisas”. Las hipótesis que plantean un desarrollo local de las estrategias de producción han encontrado en la actualidad un serio escollo en la inexistencia de agriotipos salvajes para las especies domésticas en la Península Ibérica, opinión más o menos unánime en la bibliografía al uso, pero aún así quedan algunos puntos por explicar dentro de las explicaciones tradicionales sobre la neolitización de la Península Ibérica. Frente a los modelos que recurren a factores alóctonos para explicar la llegada de la agricultura a la Península, aquellas hipótesis que proponen el surgimiento de las actividades productoras se basan en los resultados obtenidos en proyectos de excavación, proponiendo particularidades del registro arqueológico que chocan con lo establecido en modelos ya consolidados. Por lo general existen tres tipos de datos que tratan de cuestionar el “paradigma cardial” y toda la pauta de implantación de elementos tecnológicos y económicos neolíticos:
Frente a quienes consideran que el modo de vida neolítico es la consecuencia directa de movimientos poblacionales a lo largo de la cuenca mediterránea, ha surgido una nueva alternativa: la de los modelos basados en la aparición de ciertos logros culturales mediante la absorción de éstos por las redes de intercambio epipaleolíticas (Rodríguez Alcalde et al. 1996; Vicent 1996), que en ningún caso necesitan movimientos implícitos de población. Sin embargo estas propuestas surgieron en un momento muy particular de la investigación, en torno a la mitad de la década de los años 90 del siglo XX y por el momento no han tenido una continuidad bibliográfica, al menos fuera del campo teórico.
-La evidencia de datos de especies domésticas en contextos epipaleolíticos. -La aparición de cerámicas lisas previas al “horizonte cardial” de cerámicas impresas. -Dataciones absolutas previas a las cronologías aportadas por contextos cardiales. Estas dataciones necesitan encontrarse relacionadas con al menos uno de los puntos anteriores para constituir por sí solas una evidencia de domesticación autóctona.
No obstante no puede hacerse una división tan simple entre autores que decididamente apoyen sus teorías en uno de estos tres grandes bloques, y han surgido propuestas eclécticas para la neolitización de diversos puntos de la Península. Se trata sobre todo de aquellos investigadores, que aunque no se decantan por ofrecer una visión de cómo se produjo exactamente la llegada de tecnología y recursos a la Península Ibérica, esbozan en términos generales una interpretación de las estrategias productoras, su convivencia con otras estrategias depredadoras en el mismo espacio y su periodización.
Respecto al primer punto, hay una cierta tradición al hablar de “ovejas” mesolíticas. Casos como los de Cova Fosca, que comentaré a continuación, o los más divulgados en la costa francesa por Geddes (1981; 1985) en el caso de Chateauneuf-Les Martigues, se han convertido en una referencia para hablar de procesos iniciales de domesticación no necesariamente ligados a la tecnología neolítica y en cronologías totalmente opuestas a las clásicas.
En definitiva los modelos que se han publicado a lo largo de las últimas décadas, y su crítica pueden ayudarnos a proponer una serie de premisas que aplicar al ámbito territorial que estudiamos. La comprobación del modelo y su validez dependerán en cierto sentido de la capacidad de resolver desde una perspectiva teórica los problemas que se derivan del conocimiento primario de las estrategias productoras a lo largo de la Cuenca del Tajo; la críti-
Las cerámicas en puntos cronológicos anteriores a la cerámica cardial, vendrían representadas por dos yacimientos españoles como Cova Fosca o Verdelpino, por no hablar de otros contextos como los de la cueva de Santiago Chica de Santiago de Cazalla o la de la Dehesilla, con cronologías antiguas dentro de la neolitización
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Los primeros grupos neolíticos de las cuenca extremeña del Tajo
los autores como existe una verdadera semejanza entre las industrias del nivel IV y el nivel V, lo que se traduciría en un proceso similar al de otros puntos, donde las primeras cerámicas aparecen en contextos con una tradición en las industrias líticas ancladas en el Epipaleolítico y el Paleolítico Superior (Moure y Fernández-Miranda 1977: 58), inclinándose más bien por la hipótesis de una clara continuidad cultural con respecto al Magdaleniense local. Este hecho convertiría a Verdelpino en un caso atípico, teniendo en cuenta que, en los contextos con cerámicas más antiguos, la industria lítica está ampliamente entroncada en el momento anterior. Tampoco parece existir una verdadera ruptura entre los modos de realizar cerámica, aunque se señala su calidad algo inferior (Moure y Fernández-Miranda 1977: 62).
peninsular. De cualquier modo, se han definido situaciones similares en del Mediterráneo Occidental, donde a ciencia cierta la definición del horizonte de la impressa antigua (Binder 2000) o pre-Stentinello representan las más antiguas producciones industriales conocidas en el Mediterráneo. Así Arnal (1987: 541) ha hablado en La Pujade y Roquemissou de cerámicas lisas y de poca cocción que se han datado en el primer yacimiento con una fecha de 8010 BP. Por su parte las dataciones son un problema complementario a la aparición de una de las dos evidencias anteriores en niveles arqueológicos. Contextos antiguos como los de Santiago de Cazalla, Dehesilla, Fosca, Nerja o Verdelpino no hacen sino relativizar la validez del modelo cardial, y a su vez gozan de una serie de paralelos en Europa Occidental que se han utilizado para justificar la realidad de estas situaciones en los contextos ibéricos. Los ataques contra estas peculiaridades se basan por lo general en la tafonomía de los sitios y en la alteración de los niveles arqueológicos, argumentando en la mayor parte de los casos una crítica estratigráfica contra estas situaciones neolíticas tan tempranas.
Por otro lado comparando Verdelpino con otros yacimientos del área levantina como la Balma de l’Espulga, o del Mediterráneo Occidental se llega a la conclusión que la llegada del Neolítico puede no corresponderse con la aparición de las primeras cerámicas cardiales en todo el área levantina, reconociéndose la posibilidad de la existencia de un “horizonte de cerámicas lisas” en todo el Mediterráneo (Moure y Fernández-Miranda 1977: 64).
El yacimiento de Cova Fosca (Ares del Maestre, Castellón) y el de Verdelpino (Cuenca), son sin duda alguna los dos puntos que se han presentado como alternativa a las hipótesis migracionistas, pues tanto las dataciones de uno como las de otro se superponen a aquellas “típicas” de las cerámicas cardiales en el área levantina. Los materiales faunísticos y cerámicos que se encuentran asociados a estas dataciones son en apariencia propios de sociedades ya productoras y según los patrones que marcan las hipótesis migracionistas, y especialmente el modelo dual, que manifiestan que todo el paquete de elementos neolíticos debió aparecer en la Península Ibérica alrededor del V milenio cal BC. Sin lugar a dudas la crítica más abigarrada contra lo que autores como C. Olaria o J. A. Moure y M. Fernández-Miranda, se intenta argumentar en la inconsistencia estratigráfica de los depósitos, cuestión ampliamente tratada en el trabajo de Fortea y Martí (19841985) y con posterioridad mediante la propuesta de los Contextos Arqueológicos Aparentes (Bernabeu et al. 2001).
De cualquier modo este trabajo no escapa a precisiones reales que hay que apuntar aquí y que ya han sido presentadas por numerosos autores. En primer lugar se entiende el concepto de “Neolítico” desde una perspectiva tecnológica, dejando a un lado la realidad de los datos económicos, que para nada apuntan a una economía de producción. Del trabajo de Moure y Fernández-Miranda se desprende que puede emplearse el término “neolítico” cuando ha hecho aparición al menos una evidencia tecnológica, en este caso la cerámica, independientemente de los datos paleo-económicos que parecen apuntar en un sentido muy distinto. En efecto, aunque se hable directamente de “Neolítico”, los análisis faunísticos (Morales 1977: 71) no revelan que las especies del nivel IV sean estrictamente domésticas, apareciendo éstas en el nivel III, con dataciones del IV milenio cal BC, en un contexto de neolitización plenamente desarrollada. Las únicas evidencias posibles se reducen a un resto de uro y otro de jabalí, de este mismo nivel que podrían representar ya especies domésticas, pero cuya prueba real es indemostrable (Morales 1977: 81). A esta valoración hay que unir las últimas apreciaciones que sobre la economía del nivel IV publicara uno de los excavadores: la industria lítica no ofrece huellas de uso agrícola y no puede hablarse en ningún sentido de fauna doméstica (Fernández-Miranda 1977: 4). En este breve trabajo de síntesis, M. Fernández-Miranda abría la vía alternativa al considerar la posibilidad de un epipaleolítico cerámico. Este autor opinaba, que de igual
El primer escollo que surgió contra los presupuestos que la investigación había comenzado a asentar en las décadas de los 40, 50 y 60, la realidad de una neolitización no llevada en un contexto cardial, fue la publicación de la famosa, a la par que controvertida, fecha de 6000±150 a.C. para el nivel IV del abrigo de Verdelpino, donde la evidencia más notoria era la presencia de cerámicas lisas. A partir de estos datos se inicia un análisis comparativo que lleva a los autores a exponer la secuencia de ocupaciones del sitio. El análisis de las industrias revela, según
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mos las que más crítica han despertado entre los arqueólogos que defendían el paradigma cardial. Una revisión de los argumentos de Olària, aludiendo tanto a la estructura tipológica de los materiales y la estratigrafía puede encontrarse en el trabajo que J. Fortea y B. Martí (19841985) publicasen en su día sobre el inicio del Neolítico en el Mediterráneo.
modo se podría considerar que la aparición de la tecnología cerámica pudo haber sido el germen del Neolítico, o al contrario no ser sintomática de la aparición de la agricultura y la ganadería (Fernández-Miranda 1977: 3) y niega así la filiación neolítica del problemático nivel IV (Fernández Miranda 1977: 4), dejando por tanto la neolitización plena para el horizonte de las cerámicas cardiales representado por la datación de la Cova de l’Or (Fernández-Miranda 1977: 5).
Una valoración de todas las posibilidades del proceso (Olària 1988: 399-401), lleva a la autora a considerar que la aparición del Neolítico en este caso concreto puede deberse a varios procesos de interacción en el que se encuentren representados multitud de procesos de naturaleza distinta (Olària 1988: 394). Aunque básicamente habría que entender el surgimiento del Neolítico desde la perspectiva del propio desarrollo de las sociedades de tradición cazadora-recolectora y el aprovechamiento que obtienen del medio en el que se desenvuelven (Olària 1988: 390). Centrando la explicación en Cova Fosca, Olària distingue una economía en transición al neolítico que podría haberse iniciado con la caza selectiva y controlada de animales como la cabra, conduciendo así a una domesticación de los ovicaprinos (Olària 1988: 397; Olària et al. 1982: 117). Este hecho pretende ser una realidad más o menos palpable del comienzo de la domesticación a partir de ciertos indicios de control de los recursos animales. Ello permite en cierto modo superar la visión autoctonista que hasta entonces se había venido manteniendo sobre la aparición del Neolítico (Olària 1988: 411). El hecho de que en otros yacimientos mediterráneos de finales del Epipaleolítico aparezcan especies domésticas, como presumiblemente en Fosca, estaría hablando de un proceso de neolitización lento y más complejo de lo que pudiera suponerse (Olària y Gusi 1996: 847-848).
Aún cuando los directores de las campañas de 1972 y 1976 defendieron la antigüedad de las cerámicas lisas frente a las cardiales en el abrigo, no hubo una defensa posterior de los datos, y es necesario llegar a 1996 para asistir una nueva publicación del abrigo, donde se descubre como el sedimento arqueológico del abrigo ha sufrido fuertes procesos erosivos que han afectado a los depósitos, debidos a la proximidad del río Valdecabras (Rasilla et al. 1996). De ese estudio se desprende que los 19 fragmentos cerámicos lisos se encontraban bien estratificados y asociados a fauna no doméstica y con ausencia de evidencias de agricultura (Rasilla et al. 1996: 80-81). Cova Fosca es el otro yacimiento desde el que Olària ha hecho frente al paradigma cardial. Las excavaciones realizadas allí por esta autora pusieron al descubierto un total de tres niveles ocupacionales distintos (Olària 1988: 252-253): -Un nivel (I) asociado a una ocupación neolítica con un cuadro cerámico compuesto por cerámicas incisas, con decoraciones en relieve, destacando la escasez de laminitas de dorso y geométricos en la industria lítica y la abundancia de muescas y denticulados. Fue identificado un piso de hábitat con presencia de hogares y agujeros de sujeción. Las dataciones para este nivel son 7210±70 BP (6223-5920 cal BC) y 7100±70 BP (6158-5804 cal BC).
Una ocupación relativamente estable se iniciaría en el siguiente nivel de Cova Fosca con una mayor diversidad de recursos que conduciría a una diversificación de la cultura material. La aparición de cerámicas lisas en el nivel II, sin ningún fragmento de cerámica cardial, y con cronologías absolutas relativamente antiguas, vuelve a plantear la posibilidad de un Neolítico “pre-cardial”. Las cerámicas cardiales únicamente estarían representadas en la estratigrafía de la cueva por escasos fragmentos en el tramo de base del Nivel I (Olària y Gusi 1996: 844). De un modo ordenado a estas presunciones llevaría a pensar en el escaso valor de interpretación de distintas situaciones de cambio que puede inferirse a partir de la cultura material (Olària 1988: 393-394). Se niega así de un modo lógico que yacimientos como los de Cova de l’Or puedan representar las etapas iniciales del Neolítico Antiguo (Olària 1988: 410). Olària considera, por tanto, que en el mismo plano de igualdad podrían tratarse las manifestaciones arqueológicas que se comienzan a conocer para el
-El nivel II, de economía neolítica, observa una reducción de las decoraciones y de la temática de éstas. En la industria lítica se detecta la misma presencia de muescas y denticulados, aunque han desparecido piezas como laminitas de dorso y geométricos Una sola datación sitúa esta ocupación en el 7460±110 BP (6474-6066 cal BC). -El nivel III, pertenecería ya a una ocupación epipaleolítica de la cavidad en cambio hacia formas de producción, teniendo en cuenta que existe una cierta domesticación de los ovicápridos (Olària 1988: 253), con un nutrido conjunto de elementos líticos diversos. Sus dataciones son: 9460±160 BP (9220-8411 cal BC) y 8880±200 BP (84777576 cal BC). Son precisamente las novedades existentes en estos niveles de ocupación y la ubicación cronológica de los mis-
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Los primeros grupos neolíticos de las cuenca extremeña del Tajo
producción, todo ello asociado a microlitos, cerámica cardial y especies domésticas (Ramos et al. 1997: 683) y a única datación (Beta-90122) 6780±80 BP (Ramos et al. 1997: 686; Lazarich et al. 1997: 69), cuya intercepción una vez corregido el efecto oceánico es 5488-5202 cal BC, que sitúa el yacimiento en las postrimerías del VI milenio cal BC. El gran problema de esta propuesta es la inexistencia de explicaciones para la aparición de tecnología neolítica en este contexto, en este caso la cerámica cardial, para la que es difícil suponer un origen exclusivamente local. Suponen que todo este proceso se desarrollará a lo largo del V y IV milenio cal BC, con la consolidación de las actividades de producción y el surgimiento de las primeras aldeas (Ramos et al. 1997: 689).
Neolítico Andaluz, con dataciones de VI milenio en fechas antiguas que se retrotraen a las clásicas obtenidas para el Levante. Habría que observar por tanto, con cierto detenimiento las propuestas que los autores que se han ocupado de la zona andaluza han esgrimido para explicar el proceso histórico que nos ocupa. P. Acosta, por ejemplo ha defendido en varios trabajos la existencia de un área de origen del Neolítico en Andalucía Occidental (Acosta 1995: 32), cuestión que es retomada por otros autores andaluces que se encargan de mantener de un modo u otro estas posturas. Pese a la consideración, cada vez más extendida, de las especies domésticas como importaciones provenientes del ámbito mediterráneo oriental, algunos autores siguen defendiendo una evolución cultural y domesticación de las especies autóctonas recientemente. Desde una perspectiva de la Arqueología Social un grupo de investigadores de la Universidad de Cádiz, encabezado por J. Ramos intenta comprender los procesos de la neolitización de la bahía gaditana, para la que cuentan con evidencias desde al menos el 18.000 BP (Ramos et al. 1997).
II. 1. B. El contacto con poblaciones alóctonas como factor de explicación. En este apartado se incluyen todas aquellas formulaciones teóricas que precisan para su comprensión la llegada de población no autóctona a la Península. Por lo general estos modelos están bien matizados y de un modo u otro recurren a explicar la difusión de la cerámica y las especies domésticas a partir de la llegada de grupos con planteamientos estructurales coherentes, en los cuales los aspectos tecno-económicos del neolítico son aportados al sustrato autóctono. Podríamos comprender aquí el llamado “modelo dual”, pues como elemento de explicación primordial asume la llegada de grupos alóctonos y su interferencia en la organización local para explicar el desarrollo del Neolítico y a la aparición de un verdadero conjunto cerrado de elementos en la Península. Sin embargo, y a pesar de que las críticas se dirigen precisamente a su cariz aloctonista, es preferible incluirlo en otro apartado. Esta decisión se justifica por el escaso margen de interacción que se produce entre sociedades con y sin agricultura, dejando una puerta abierta a la difusión local de los elementos neolíticos entre redes de intercambio mesolíticas.
Estos autores proponen una visión del surgimiento del Neolítico desde la perspectiva del autoctonismo y la enculturación, frente a las propuestas difusionistas que se plantean en el marco de la Península Ibérica que analizan la base autóctona como receptora de los cambios. Muy al contrario opinan que ciertos procesos técnicos observables en la industria lítica aplicada en las economías de producción tienen su génesis en poblaciones de cazadores recolectores, y por tanto puede defenderse un origen local de las mismas. Su tarea se centra en definir, desde las perspectivas anteriormente indicadas, cómo se produjeron los cambios que condujeron a conformar la economía de producción, las sociedades tribales y el proceso de sedentarización (Ramos et al. 1997: 679). Respecto al problema de la aparición de elementos domésticos en el territorio, argumentan que es posible reconocer los inicios de la domesticación ya en sociedades recolectoras y cazadoras, puesto que en contextos arqueológicos y en representaciones artísticas aparecen las especies que se domestican posteriormente. Respecto a la agricultura, contemplan que la recolección de determinados agriotipos silvestres pudo conducir, tras un proceso de experimentación, a la domesticación plena (Ramos et al. 1997: 679).
Por lo general son partidarios de las explicaciones “aloctonistas” los defensores del paradigma cardial, para quienes la evidencia de este tipo de cerámica impresa representa la aparición de grupos con agricultura y ganadería plenamente desarrollada. No obstante existen ciertos matices que conllevan una verdadera gradación de los modelos al uso, y ello se constata en la evolución del pensamiento de algunos autores. El último extremo, hasta la fecha, de esta evolución de pensamiento se traduce en la formulación del modelo dual, que efectivamente puede considerarse como una verdadera tradición de pensamiento generada a partir de las corrientes migracionistas (Bernabeu 1996), principal-
Todas estas variables parecen comprobarse en el caso del asentamiento costero de El Retamar, donde convive una economía de aprovechamiento de recursos cazados y recolectados conjuntamente con algunas evidencias de
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importante desarrollo del sustrato mesolítico local en las áreas más significativas de la neolitización peninsular.
mente en lo que se refiere al “horizonte cardial” como impulso de toda la neolitización de la Península. Este tema no es novedoso en las corrientes de pensamiento arqueológicas en España y la llegada de grupos foráneos con un paquete de elementos neolíticos debe remontarse a la historiografía de los años 40 y 50, especialmente a aquellos autores que comenzaron a estudiar el Levante como foco de neolitización, en este sentido no pueden olvidarse las propuestas que en su día defendieron Jordá y Alcácer, San Valero, Pericot o Tarradell, entre otros.
La formulación de modelos de difusión continúa siendo una cuestión actual, como queda patente por las formulaciones de Zlevebil y Lillie. En este sentido, la última aportación la ha ofrecido J. Guilaine (2003: 106-112), que ha propuesto tres ritmos distintos de la neolitización. El modelo se basa en la difusión primaria de las especies domésticas en la zona de Anatolia, mientras que el Mediterráneo occidental se vería afectado por una rápida difusión marítima que supondría la llegada del Neolítico a las zonas costeras. Pero sin duda, el que más relación tiene con nuestros propósitos es el modelo de difusión que se propone en relación con el área continental de Europa, que según Guilaine (2003: 111) se trataría de un proceso arrítmico: con una notable velocidad de expansión en unas zonas, frente a la lentitud que se experimenta en otras.
En los últimos años se ha resaltado la multitud de situaciones que pudieron ofrecerse a la hora de afrontar la colonización. Zvelebil y Lillie (2000: 62) han intentado ofrecer una visión historiográfica de cómo se ha planteado la colonización neolítica del continente europeo, valorando distintas opciones. Me parece consecuente trasladarlas aquí para establecer comparaciones con lo que se ha venido comentando en la historiografía del Neolítico en la Península Ibérica. Las interpretaciones de la colonización, de la presencia de grupos neolíticos en el territorio peninsular se han desarrollado según estos autores de tres modos.
De hecho, la tradición del estudio del Neolítico levantino y la creación de enclaves se daba ya como posible explicación en un trabajo preliminar de Jordá y Alcácer (1949) sobre la cueva de Llatas. Pioneros en este sector, las hipótesis de trabajo de estos autores se centran en la descripción de los horizontes neolíticos que definirían posteriormente Fortea y los defensores del modelo dual. Se llega a proponer en esta zona peninsular la presencia de un mundo cardial ligado a las zonas costeras, frente a otro neolítico más tardío emplazado en el reborde oriental de la Meseta cuyo origen puede rastrearse desde el Mesolítico local (Jordá y Alcácer 1949: 14-15). Se definen así las facies Sarsa y la facies Cocina, representativas por ese orden de las dos condiciones que se acaban de describir (Jordá y Alcácer 1949: 38) y que se alejan poco de las distinciones que el modelo dual establecerá entre “neolíticos puros” y “epipaleolíticos aculturados”.
En primer lugar la difusión démica ha sido utilizada corrientemente para explicar la llegada desde el Oeste del Mediterráneo hasta la Península Ibérica. Este modelo a escala muy reducida difiere poco de los procesos de colonización que diversos autores han venido proponiendo para el interior de la Península Ibérica, sobre todo aquellos que han tratado de explicar el vacío del interior peninsular durante los inicios del Holoceno y la posterior llegada de los grupos humanos de áreas periféricas por presiones demográficas. También parece interesante, señalar el caso de lo que Zlevebil y Lillie (2000) han denominado Leapfrog colonization, que no es otra cosa que la creación de enclaves concretos por parte de sociedades que poseen agricultura. Desde estos enclaves se logrará la interacción con los grupos indígenas que se irán paulatinamente aculturando.
Dentro de ese esquema de difusión hay que recordar como por los mismos años en Italia se estaban estableciendo las bases de lo que habría de ser el futuro paradigma cardial en el Mediterráneo Occidental. Bernabò Brea (1955) acabó por asentar tres nociones básicas en torno a la colonización de estas zonas del Mediterráneo (Bernabò Brea 1955: 194). La primera de estas premisas es la antigüedad de las cerámicas cardiales respecto a cualquier otra producción cerámica neolítica del Mediterráneo; en segundo lugar manifiesta la unidad cultural que se deriva de las similitudes tipológicas observables en los vasos cerámicos decorados con esta técnica; y por último que la localización de estas cerámicas siempre corresponde a un patrón costero.
Ambas posturas han tenido su repercusión a la hora de explicar la neolitización peninsular, pero han gozado de menor aceptación otros planteamientos como la Folk migration, el papel de las élites dominantes, la infiltración y el modelo de la “movilidad fronteriza individual”. Por el contrario es observable que la mayor parte de los autores que recurren a la llegada de población a la Península Ibérica se han decantado fundamentalmente por el modelo de creación de enclaves y la posterior aculturación del sustrato autóctono. No es difícil pensar que la aceptación de estos modelos haya tenido que ver con el
Estas ideas de un modo u otro fueron calando en la opinión científica, hasta el punto que es difícil disociar hoy
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económica”, como el mismo autor denomina, a la que historiográficamente se habían visto sometidos los grupos epipaleolíticos. Así, se plantea negar el mero papel de receptores que se había achacado a los grupos epipaleolíticos, pero deja abierta la puerta a la aculturación y por tanto a llegada de grupos cardiales, con tecnología y subsistencia neolítica, y capacidad para variar el sustrato cultural autóctono. Esta postura derivará con el tiempo en la consideración necesaria de grupos con cerámica cardial en la Península Ibérica para que la neolitización resulte efectiva, consecuencia de ello es la colaboración con B. Martí en un trabajo sobre los inicios del Neolítico (Fortea y Martí 1984-85).
en día estos mismos planteamientos que enunciaran en su día Jordá y Alcácer, por un lado, y Bernabò Brea de muchos de los planteamientos que a lo largo de las décadas de los años 70 y 80 se han venido defendiendo para la Península Ibérica. No en vano estos pensamientos, como se verá más adelante, se han trasladado a modelos más modernos. Las explicaciones más recientes de la colonización del territorio por grupos alóctonos, como el “modelo dual”, han querido ver en la tesis de J. Fortea (1973) y sus trabajos en Cocina (Fortea 1971) el primer germen que justificase la existencia de todo un sustrato epipaleolítico sobre el que fueron añadiéndose paulatinamente las influencias neolíticas. Estas ideas están sucintamente presentes en el trabajo de Fortea, pero a ello hay que añadir la consideración intermedia de un sustrato epipaleolítico que se encuentra en vías de desarrollar la agricultura, lo que dará origen a un epipaleolítico neolitizado.
B. Martí (1978) expuso las primeras razones para explicar la neolitización de la zona valenciana a partir de la aparición de los primeros grupos cardiales en el territorio que acabarían por consolidar el denominado “paradigma cardial”. Este autor es partidario de abordar la neolitización desde en un punto teórico y en cierto sentido desde el enfoque de la organización sistémica de la cultura (Martí 1978: 60). Tras un repaso por el conjunto de la evidencia conocida en el conjunto de la Península Ibérica, reflexiona sobre el origen del Neolítico en Valencia, afirmando que:
Para Fortea existe un sustrato epipaleolítico representado por Mallaetes, de ascendencia magdaleniense, dado el porcentaje de buriles (Fortea 1973: 500) y la facies representada por Cocina y Filador, donde se presupone una evolución local y la permeabilidad suficiente como para adoptar innovaciones. En este caso la absorción de las influencias de los primeros grupos cardiales representaría la aculturación del sustrato epipaleolítico, Cocina y Filador, donde marcan la verdadera tradición del geometrismo triangular y trapezoidal.
-La primera neolitización de la Península, el Neolítico Inicial, se corresponde con las cerámicas cardiales (Martí 1978: 93), negando así la validez de los datos estratigráficos y las dataciones de C14 para los conjuntos de cerámicas lisas que se presuponen anteriores a toda evidencia cardial, cuyo caso más emblemático es el del abrigo de Verdelpino (Fernández-Miranda y Moure 1977) y sus problemáticas dataciones. A este caso viene a sumarse el de Cova Fosca con las fechas de VI milenio cal BC calibrado, donde ya aparece cerámica no cardial.
Así la neolitización real tendría tres bases. La primera de ella estaría representada por la aparición de grupos cardiales con tecnología y subsistencia neolítica, en los que en su industria lítica se puede observar una cierta combinación de útiles “puros” y adoptados (Fortea 1973: 501), que quedarían representadas por la Cova de l’Or. La facies Mallaetes permanecería inalterable tecnológicamente ante la llegada de los primeros grupos cardiales. Por el contrario, en los yacimientos donde se detecta la presencia de un epipaleolítico geométrico, puede hablarse de una paulatina neolitización que dará origen a un “Epipaleolítico neolitizado, interior, serrano” (Fortea 1973: 502), entendiendo que esta facies pudo servir como caldo de cultivo para el desarrollo del Neolítico, y en efecto, las zonas donde aparece asumen sin problemas la aparición de la cerámica cardial. Ello llevaba a suponer la existencia de dos zonas netamente delimitadas con vocaciones territoriales marcadamente distintas (Fortea 1971: 86).
-La “cultura cardial” es la portadora del conjunto de elementos domésticos y de la cerámica, y no hunde sus raíces en la Península Ibérica. Propone una fecha de V milenio para la aparición de esta cultura en territorio peninsular. -Supone que existe una cierta homogeneidad en los datos del Mediterráneo Occidental, derivada de una unidad de todo el fenómeno “cardial” (Martí 1978: 94), aunque no explica el modo y las causas de su expansión. Es partidario de una verdadera difusión del Neolítico por vía marítima que da coherencia a esa homogeneidad de la difusión.
Fortea introdujo en ese trabajo propuestas sugestivas, que tampoco han sido valoradas en la bibliografía más reciente. La más importante es la capacidad de los grupos epipaleolíticos para recibir los elementos neolíticos, representados por los cardiales, lo cual rechaza la “miseria
-Esa homogeneidad, comprobada por dataciones absolutas en el conjunto del Mediterráneo Occidental, obliga a mantener una postura de precaución ante toda propuesta que contemple una anterioridad de cualquier datación
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Las diferencias que existen a escala regional se deben al escalonamiento de todo el proceso de difusión de este horizonte. Llega a plantear, que lejos de defender términos como invasión o colonización, existen otros términos que pueden describir de un modo menos dramático la apropiación de espacios y este es el de la extensión del poblamiento. Aunque no basta con formular estas premisas y resulta imprescindible valorar desde el ámbito regional la implicación en el proceso de dos factores distintos: la importancia del sustrato alóctono y los elementos tecno-económicos propios de los estos grupos (Bernabeu 1989: 121).
cronológica o asociaciones de presencias y ausencias (Martí 1978: 94). En un momento más reciente son Fortea y Martí (198485) quienes retoman la necesidad de comprender la aparición del Neolítico en la Península Ibérica desde la perspectiva de la llegada de nuevos elementos desde el Mediterráneo. Tras realizar un repaso por las situaciones que ha generado la bibliografía española en el último siglo, estos autores comienzan a analizar las verdaderas posibilidades de que exista un “Neolítico pre-cerámico” o un “Neolítico Inicial de cerámicas lisas”, posibilidades que en cualquier caso refutan ampliamente. Mantienen las mismas opiniones que otros autores respecto a las elevadas fechas que existen en algunos yacimientos como Verdelpino, Cova Fosca, Nerja, Cueva Chica de Santiago, Parralejo o la Dehesilla, pues en cierta medida están negando las conexiones que uniformizan toda la coherencia cultural del Mediterráneo y la existencia de todo un complejo cardial (Fortea y Martí 1984-85: 184) cuya afirmación es, para los autores, cada día más evidente. Por tanto, la aparición de la cerámica cardial obliga a negar todas la evidencias peninsulares que sobrepasen los inicios del V milenio, o se organicen en un momento coetáneo a éste, pues resulta de obligado reconocimiento una lenta difusión de la tecnología neolítica desde las zonas costeras hasta el interior.
Desde la fachada atlántica se han propuesto también modelos similares, basados en la llegada de materiales exógenos, como la cerámica cardial, a este ámbito. Aunque la producción bibliográfica no ha alcanzado tanta difusión en la Península como los trabajos ambientados en el Levante, no por ello dejan de establecerse como una importante alternativa a las opciones teóricas del Mediterráneo. Un intento coherente para definir el horizonte cardial del ámbito atlántico es el que J. Morais Arnaud desarrolló a principios de los 80. Tras un detenido análisis de las evidencias y sus contextos de aparición, Arnaud propone dos modelos basados en la escuela paleo-económica de Oxford (Arnaud 1982: 44), los modelos A y B. El modelo A se basa en la llegada de colonos al área de Sines y el valle del Sado, mientras que el modelo B, considerara intercambios a larga distancia como explicación del proceso de neolitización, pero aún así es partidario de la llegada de grupos desde el Mediterráneo por vía marítima. Puesto que trabajos posteriores han desarrollado el modelo A de neolitización, parece más adecuado exponer sus planteamientos en este contexto e incluir el comentario del modelo B, relacionado en parte con otro tipo de explicaciones.
Debería incluirse en este apartado las propuestas de J. Bernabeu, quien antes de comenzar a esbozar el modelo dual, tal y como es comprendido a partir de sus trabajos posteriores, abogó por la defensa del difusionismo para explicar la llegada del horizonte cardial a la Península Ibérica (Bernabeu 1989: 120). Los planteamientos no difieren en absoluto de los ya esgrimidos por Martí (1978) y las variaciones con respecto a éste se deben a cuestiones, si se quiere, meramente terminológicas. La necesidad de emplear el modelo difusionista para explicar el desarrollo de las sociedades productoras, radica en la falta de argumentos para defender dos puntos esenciales: el origen autóctono de las especies domésticas y la incapacidad de los grupos epipaleolíticos para desarrollar la industria que caracteriza a los horizontes neolíticos. En esta época, Bernabeu ya niega la posibilidad de que los cambios que genera la neolitización puedan difundirse gracias a la propia organización de los grupos mesolíticos, por el contrario defiende que resulta imprescindible la presencia física de los grupos neolíticos en las distintas áreas donde comience el proceso de neolitización (Bernabeu 1988: 131; Bernabeu 1989: 121).
Las evidencias que Arnaud encuentra para sostener el modelo son de dos tipos: antropológico y demográfico (Arnaud 1982: 46-47). Para este autor la única manera de dilucidar el problema del aporte poblacional de grupos de “colonos” es establecer comparaciones antropológicas entre los conjuntos de esqueletos de los concheros y las necrópolis con cerámicas cardiales, si bien estas diferencias pueden establecerse en contextos cronológicos más avanzados como el Neolítico Medio. Los datos arqueológicos que pueden sostener el modelo A se reducen a la aparición de cerámicas impresas no cardiales en los concheros, por lo que se supone que el contacto entre poblaciones alóctonas y autóctonas no se estableció hasta una fase más avanzada del poblamiento neolítico que la estrictamente cardial.
Bernabeu, al igual que hiciera Martí, niega que sea posible reconocer cualquier horizonte cultural neolítico anterior a las cerámicas impresas y que por tanto éste representa la neolitización de todo el Mediterráneo Occidental.
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vegetación para adaptarse al medio e imponer las actividades productivas. La elección de estos espacios podría deberse a su similitud con los ecosistemas que estos grupos ya habían poblado en el Mediterráneo Occidental. Por su parte las comunidades mesolíticas pervivirán algunos siglos más, incorporándose al sistema de producción neolítico en un momento epicardial que coincidiría con la extensión del horizonte de las cerámicas impresas del Neolítico Antiguo Evolucionado. Se distinguiría así una primera fase que abarcaría desde el 5750 al 5250 cal BC. en el que se produce toda la migración de grupos mesolíticos hacia los estuarios; hacia el 5250 encontraríamos ya las primeras evidencias de neolitización del territorio, que comenzarán por imponerse hasta que hacia el 4750 cal BC los últimos concheros se abandonan en el Sado (Zilhão 1998: 29).
El modelo B (Arnaud 1982: 45-46) mantiene, en líneas generales, las mismas fases cronológicas que el modelo A. Aunque plantea que no es necesario el establecimiento de hábitats plenamente neolíticos en el territorio, plantea que la aparición de tecnología y especies domésticas no puede deberse más que a una importación (Arnaud 1982: 46), suponen por tanto que existe una movilidad poblacional y que las innovaciones en el registro arqueológico son producto de estos contactos: Las evidencias disponibles para defender el modelo B son igualmente escasas y se reducen a la aparición de yacimientos que podrían demostrar el uso del territorio como espacios económicos independientes dentro de un mismo espacio ya neolitizado (Arnaud 1982: 47). Así, al autor sólo le resta proponer que, dada la escasez de los datos, son tan válidos los modelos que confían en los contactos a larga distancia como aquellos que precisan de la aparición de colonos para comprender el desarrollo de la agricultura.
Desde luego, toda esta propuesta de colonización se apoya en ciertos aspectos de la ola de avance, que ofrecen con mayor eficacia, una explicación histórica de los procesos de neolitización (Zilhão 1997: 21). Por todo ello, este autor propone que la colonización de los espacios se realizó por pequeños grupos que pronto se aislaron, y que su asentamiento definitivo en el territorio pudo procurar múltiples fronteras a partir de las cuales, y gracias a su peso demográfico, se neolitizaron los últimos cazadores recolectores (Zilhão 1997: 22). Esta propuesta en sí no difiere excesivamente de las ideas de los autores del “modelo dual”, como se observará más adelante; y ha recibido importantes críticas en cuanto a tres aspectos básicos se refiere, y estas son expuestas por el propio autor:
Estas hipótesis de colonización a cargo de la primera oleada de “colonos con cerámica cardial” se han extendido hacia otros ámbitos como la costa portuguesa, donde Zilhão (1997; 1998), basándose en el modelo A de Arnaud (Zilhão 1998: 28), ha vuelto a proponer la evidencia de la cerámica cardial como primera ocupación del territorio situado entre el Tajo y el Mondego. De hecho se llega a afirmar que la colonización del territorio portugués se debe una conjunción de circulación de ideas y presencia real de “colonizadores” en el territorio (Zilhão 1997: 21). Esta afluencia de colonizadores y su posterior control de un territorio deshabitado podría parecer real, puesto que no han sido hallados yacimientos epipaleolíticos en el interior de Portugal o en la Meseta española (Zilhão 1997: 23), razón por la que una colonización total podría explicar la presencia de yacimientos cardiales en zonas en las que no ha habido poblamiento. Para ello Zilhão argumenta que por el simple hecho de que no se hayan reconocido las pautas de asentamiento hay que admitir implícitamente que no hay un poblamiento epipaleolítico; y por tanto la “ausencia de evidencia” conduce a la “evidencia de ausencia” (Zilhão 1997: 25). Los datos que proceden de distintos puntos del interior, y la problemática del reconocimiento de estas ocupaciones desaconsejan mantener esta hipótesis de un modo tan tajante.
-La valoración de las presencias y las ausencias y cómo afectan a la interpretación de los datos de subsistencia y asentamiento. -Qué elementos existen para justificar la existencia de dos poblaciones distintas en el espacio, mesolíticas y neolíticas, y no como espacios funcionales distintos, como propondría el modelo B de Arnaud. -La relación de los datos osteológicos con la interpretación cultural. Para argumentar este modelo, Zilhão estudia las interpretaciones que autores como J. Soares han realizado de los principales concheros portugueses y la adquisición de tecnología y elementos domésticos neolíticos. Tras un detenido estudio de los modelos y los resultados obtenidos de las excavaciones llega a la conclusión de que se han interpretado mal los procesos tafonómicos, en especial el sitio de Vale Pincel I y la asignación cronológica de otros elementos en diversos sitios (Zilhão 1998). Mientras que en otros trabajos se llega a hablar del “filtro
Para Zilhão (1998: 29) el comienzo del periodo Atlántico conlleva el abandono de zonas ampliamente pobladas durante periodos anteriores y su traslado a los amplios estuarios costeros que la regresión flandriense origina. Estos espacios desiertos quedan colonizados por grupos venidos del Mediterráneo español que ya son portadores de las cerámicas cardiales barrocas, en su estilo más evolucionado, y que practican un desbroce del conjunto de la
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(1996: 53-54), el hecho de que las diferencias entre el primer componente, poblaciones vascas frente al resto de las poblaciones peninsulares, sea estadísticamente más representativo que el segundo componente, el de la colonización, implicaría que la llegada de las poblaciones neolíticas estaría más diluida. Ello se explicaría por la propia personalidad de los cazadores recolectores mesolíticos, que para este autor pudieron entrar en contacto con las prácticas agrícolas con cierta antelación a lo que era de suponer en la formulación clásica de la ola de avance.
tafonómico al que deben ser sometidas las evidencias de elementos domésticos en contextos mesolíticos (Zilhão 1997: 23). Estos datos, junto a los resultados paleo-antropológicos y paleo-isotópicos obtenidos en enterramientos, le llevan a plantear a Zilhão que la colonización de ciertos espacios costeros de Portugal fue selectiva, y que en ellos se asentaron grupos provenientes del Mediterráneo español con todo el “paquete” de elementos neolíticos desarrollados (Zilhão 1998: 40), compuesto por fauna domesticada, agricultura y tecnología. El proceso de neolitización del territorio se definiría como un corte brusco observado en la implantación del Neolítico en momentos epicardiales, proceso que abarcaría un periodo de unos 750 años, en el que no resulta posible determinar las causas por las cuales el sustrato epipaleolítico fue integrándose en la economía de las primeras sociedades productoras (Zilhão 1998: 41). Las ideas de Zilhão cuentan por otra parte con un excelente respaldo por parte de otros autores como Binder y Guilaine, quienes han propuesto recientemente como únicamente puede explicarse la llegada del Neolítico a la Península Ibérica desde el Midi francés (Binder y Guilaine 1999: 457). Esta idea se prioriza sobre cualquier otro problema de fondo que se plantee como la colonización del interior peninsular o la hipotética interacción de los colonos con el sustrato indígena previo.
Así en los últimos años se ha venido manteniendo un debate desde posiciones genéticas y antropológicas en las que se trata una ruptura entre la población mesolítica ibérica y la llegada de colonos neolíticos (Lalueza Fox y González Martín 1998) frente a otros autores que defienden la continuidad poblacional entre ambos periodos (Jackes et al. 1997). El asunto concreto de la ruptura poblacional o la permanencia, no hace sino suponer que el origen de los cambios en el registro arqueológico que se observan a partir del VI milenio cal BC responde a un reemplazo del contingente poblacional. En términos estrictamente demográficos la formulación de estos modelos implica la sustitución, al menos parcial, de los grupos humanos previos al comienzo de la agricultura, lo que en virtud de ciertos fenómenos de pervivencia poblacional no queda satisfactoriamente explicado. De cualquier modo estas limitaciones de los modelos “colonizadores” han quedado aparentemente salvadas con la formulación del llamado “Modelo dual” que trata de combinar la colonización, como motor de los cambios económicos y tecnológicos y su capacidad para aculturar a los grupos epipaleolíticos próximos. Aunque se ha tratado comúnmente como un modelo independiente, lo cierto es que los autores de esta formulación teórica apuestan por definir el factor exógeno como el agente principal de la neolitización.
Tampoco han permanecido ajenas otras disciplinas al estudio de la colonización neolítica de la Península Ibérica. En los últimos tiempos Calafell y Bertranpetit (1993) han tratado de demostrar a partir del estudio de muestras genéticas que la neolitización peninsular tuvo un origen en la zona NO y de allí fue propagándose hacia las zonas más meridionales de la Península. Para ello formulan un modelo inicial en el que asumen la despoblación de las zonas del interior peninsular durante el epipaleolítico y por tanto la nula aportación genética que han procurado (Calafell y Bertranpetit 1993: 739). Contrastando este modelo con los datos genéticos, los autores llegan a la conclusión de que en un análisis de componentes principales, con su posterior cartografiado tridimensional, el primer componente representa a las poblaciones de origen vasco frente aquellas que no lo son. Mientras que la representación cartográfica del segundo factor establecería los ritmos de la colonización neolítica en el sentido más estricto, siendo las zonas costeras las que muestran una población anterior a las de las zonas interiores de la Península Ibérica.
II. 1. C. El modelo dual. J. Bernabeu se ha constituido en uno de los principales defensores del modelo dual en la Península Ibérica a partir de un trabajo publicado en 1996 sobre la neolitización de la fachada oriental de la Península (Bernabeu 1996), aunque los planteamientos iniciales ya fueron divulgados en un trabajo de síntesis anterior (Bernabeu et al. 1993). Recientemente otros trabajos han ido viendo la luz y defienden insistentemente este modelo, incluso desde el punto de vista de la crítica taxonómica (Bernabeu et al. 2001) con los CAA o “contextos arqueológicos aparentes”.
La interpretación de estos datos ha sido desigual. Mientras que para João Zilhão (1997) es uno de los puntos fuertes para establecer su versión de la colonización marítima, para otros autores difusionistas como Cavalli-Sforza
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El modelo dual pretende ser la alternativa a la tradicional división entre migracionistas y autoctonistas, y su ámbito de explicación es principalmente regional (Bernabeu 1996: 38), pues se supone que la neolitización es un proceso que debe observarse a una escala conveniente, y que la distorsión de ésta conlleva un alejamiento de la base empírica que contrasta la teoría. De hecho se ha llegado a definir por los propios autores que lo defienden como un “esquema de base empírica y corte migracionistaaculturacionista” (Juan-Cabanilles y Martí 2002: 45).
mesolíticos (Bernabeu et al. 1993: 246; Bernabeu 1996: 38). La segunda toma como referencia la experiencia derivada del estudio de excavaciones y la relación entre sus niveles estratigráficos. En el estado actual de la investigación en el Levante estas fases se reducen a dos y no son reductibles desde el punto de vista tecnológico ni económico: la facies geométrica y el Neolítico. Es precisamente la coexistencia de estas dos realidades culturales en una misma región lo que sugiere la existencia del modelo dual (Bernabeu 1996: 39).
Además la escala regional es la única que permite observar procesos de colonización e interacción (Bernabeu et al. 1993: 246). El arranque de todo el modelo guarda relación con la definición del horizonte cardial, fase IA1 en la terminología de Bernabeu, que puede rastrearse en toda la producción bibliográfica en algunas de las propuestas vistas en el apartado anterior (Martí 1978; Bernabeu 1989).
Son tres los factores que permiten observar los procesos de colonización o interacción entre grupos: tecnología, subsistencia y asentamientos (Bernabeu et al. 1993: 247; Bernabeu 1996: 40). La evolución de estas tres variables es analizada dentro de un conjunto de sistemas, de tal modo que cada una de ellas se configura como un subsistema. Estos sistemas a su vez se relacionan con tres etapas distintas del proceso neolitizador:
El modelo dual defiende la coexistencia de dos poblaciones en la región levantina durante los momentos iniciales del Neolítico Antiguo. De un lado una población eminentemente autóctona entroncada en el sustrato epipaleolítico y frente a ella una población con los tres elementos neolíticos por antonomasia: cerámica, agricultura y animales domésticos, una vez definido que la facies microlaminar Mallaetes de Fortea (1973) no perdura hasta la neolitización y sólo puede hablarse del binomio NeolíticoGeométrico. No hay que olvidar que el origen de estas propuestas, de un modo más rudimentario, ya se hallaban representadas en el pensamiento de J. San Valero (1946: 25):
1. Fase 0. Fase pre-cerámica, es el punto de partida para comprender el proceso de neolitización, se caracteriza por la existencia de un único sistema B0. En la variable tecnológica no aparece la cerámica y en la subsistencia aún no están presentes las especies domésticas. 2. Fase 1. Se asume la coexistencia de dos sistemas distintos: el B1, heredero cultural del sistema B0 que experimenta las variaciones que ejerce la aparición de un nuevo sistema, el A1. El sistema A1 se caracteriza por presentar tres subsistemas novedosos: en la tecnología se observa la introducción de la cerámica, en el asentamiento hay una ruptura entre los asentamientos neolíticos y los mesolíticos, y por fin, poseen especies domésticas (agricultura y ganadería). En cuanto a las variables del sistema B1, en su tecnología se advierte la incorporación de algunos materiales típicos de A1, aunque su tendencia más notoria sea la continuidad. La continuidad también se manifiesta en la dieta, donde la incorporación de especies domésticas responde a un deseo de mantener la estabilidad del sistema B0 (Bernabeu et al. 1993: 251).
“Los neolíticos encuentran a su llegada unos indígenas con los que étnicamente son afines (...) Ya en la tierra hispánica, entrarían en contacto con los mesolíticos, con los cuales podrían convivir en cuanto ocupantes de diverso hábitat, mientras éstos se neolitizaban”.
La interacción entre ambas poblaciones terminará por generar una población homogénea en un proceso que trata de definir el modelo dual. Para este modelo, el análisis de esta realidad se deriva de dos vías distintas. La primera de ellas es el modo en el que el frente de avance modifica los territorios sin actividades productoras, que puede realizarse por tres medios que se comentan a continuación. La apropiación de espacios sin habitar se perfila como una auténtica colonización de éstos por grupos con agricultura desarrollada. La aculturación directa, por la cual los grupos mesolíticos entran en contacto con grupos con agricultura, produciendo una interacción que terminará por provocar la adquisición de los rudimentos propios del sistema agrícola. La aculturación indirecta representaría la difusión de la tecnología neolítica entre los grupos
3. En la fase 2, el único sistema predominante es el A1, existe una población eminentemente productora una vez concluidos los procesos de interacción entre los sistemas A1 y B1. De aquí se deriva que para la implantación del sistema A1 en el territorio ha sido necesaria una verdadera colonización de espacios, con el surgimiento de un evidente territorio de colonización donde puede comprobarse una homogeneidad en el registro arqueológico (Bernabeu 1996: 41). No es posible por tanto observar variaciones funcionales de los asentamientos, si no que cada uno responde a una fase distinta del proceso y por tanto son comprensibles dentro de un sistema y un momento; se niega así la posibilidad de la distinción de fun-
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agricultura se produjo a través de redes de cazadores recolectores, pues supone reconocer una actitud estática de los mismos y a lo sumo una difusión de ideas (Bernabeu 1996: 49). Por ello para los defensores de la aculturación indirecta, supone Bernabeu, es necesario admitir una teórica especialización funcional y estacional de los hábitats, lo que implica admitir la sedentarización de las sociedades mesolíticas, cuando en apariencia este es un rasgo netamente neolítico.
ciones en los asentamientos, tal y como proponen los modelos del “mundo único” y del “mosaico” de Schuhmacher y Weniger (1995: 94). Existen, por tanto, tres situaciones para los defensores del modelo dual. La colonización que aporta los elementos neolíticos mediante la llegada de agricultores a un territorio no poblado (Bernabeu et al. 1993: 255) como algunas islas del Mediterráneo (Córcega, Sicilia o Malta), dado que las poblaciones neolíticas optan por establecerse en suelos con óptimas calidades y donde no exista una competencia directa antes que recurrir a factores aleatorios (Bernabeu 1996: 51). El establecimiento de los grupos neolíticos en un territorio iniciaría un proceso de aculturación directa, donde el contacto en una hipotética zona de frontera con los grupos mesolíticos, llevaría a la adquisición de tecnología y elementos domésticos por parte de éstos últimos; esta es la zona estricta del modelo dual (Bernabeu 1996: 51) en un proceso de aculturación directa. Sin embargo, no se niega que existiese cierta “capilaridad” en la asunción del sistema neolítico entre los grupos epipaleolíticos que habitasen más allá de la zona de frontera, para ello la propia configuración de sus redes de intercambio sería fundamental. Para admitir esta última premisa, de aculturación indirecta, sería oportuno comprobar en el registro arqueológico como se articulan algunas variables en los grupos mesolíticos, tales como: su importancia demográfica, la clase de los contactos con los grupos neolíticos y su grado de desarrollo socioeconómico (Bernabeu et al. 1993: 246).
Los datos disponibles no permiten admitir la progresividad en la aparición de los sistemas neolíticos, por tanto la comprobación de la neolitización en el registro arqueológico de una región concreta no obedece a un proceso progresivo, sino a la aparición directa del sistema en el territorio. La segunda implicación es que no pueden existir diferencias estacionales y funcionales en la organización del poblamiento, pues llevaría implícitamente a admitir una sociedad sedentaria mesolítica. A su vez este hecho forzaría a reconocer que no existe una realidad dual en la neolitización, punto fuerte del modelo de Bernabeu y que el Neolítico aparecería como una verdadera progresión en el tiempo (Bernabeu 1996: 49), de ahí que la aculturación indirecta tenga que proponer una explicación para la segunda premisa de progresividad. Las últimas aportaciones realizadas al modelo dual por Juan-Cabanilles y Martí (2002: 60), se incardinan precisamente en este sentido. Para estos autores, y a juzgar por los datos arqueológicos, la neolitización debió producirse bajo los esquemas del “modelo dual”: de un modo rápido, y centrado únicamente en zonas concretas de la Península Ibérica (focos de neolitización), lo que justificaría la presencia de distintos focos en fechas contemporáneas y la pervivencia de grupos de cazadores recolectores a lo largo de la Península en las mismas fechas.
El modelo dual tiene pretensiones de contrastación empírica y por ello se ha procurado una aplicación del mismo al registro arqueológico, aplicación que se supone forzada (Olària y Gusi 1996: 847) en algunos de sus aspectos básicos. Los procesos de cambio se realizan a partir del estudio de datos tanto de subsistencia como tecnológicos, que pueden ser analizados mediante técnicas de análisis factorial. El resultado es la aparente demostración de un modelo de neolitización escalonado cronológicamente, donde la única vía de neolitización posible es la aparición de un contingente poblacional durante el V milenio, identificable con los grupos portadores de cerámica cardial y el binomio agricultura-ganadería (Bernabeu 1996: 50). La crítica a los modelos que proponen lo que los autores defensores del modelo denominan “aculturación indirecta” es evidente y supone un rechazo de modelos como el percolativo o de la neolitización por capilaridad. Asumen que la aculturación indirecta es sólo posible cuando hay asentamientos activos con todo el equipamiento neolítico en una determinada zona y las redes de relación epipaleolíticas están funcionando con total normalidad.
Del discurso y la cartografía que presentan estos autores, que no es sino la aplicación en una escala más amplia del modelo anteriormente comentado, se desprendería que únicamente ciertas zonas selectivas de la Península Ibérica tendría un componente poblacional epipaleolítico y que la extensión del Neolítico se realizaría a partir de núcleos de expansión. Para ello cuentan con tres momentos generales en torno a la neolitización, que obviando las tres fases epipaleolíticas que conviven con ellas, quedarían como sigue (Juan-Cabanilles y Martí 2002: 58-67): -Poblamiento neolítico cardial antiguo. Caracterizado por las ocupaciones de la zona catalana (Draga, Margineda), la zona valenciana (l’Or, Cendres, Sarsa, etc.), el litoral sur andaluz con ciertas reservas, el Algarve portugués (Cabranosa y Padrão) y la zona centro con Caldeirão y Almonda. Representarían el primer estadio de la ocupación neolítica peninsular.
Todo lo anterior es contrario en sus planteamientos a aquellos modelos que proponen que la difusión de la
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-Poblamiento epicardial antiguo (6500-6000 BP), que caracterizaría a la expansión del poblamiento desde los núcleos establecidos anteriormente hacia diversos puntos de la península, entre ellos el interior, con las fechas de La Vaquera, La Lámpara y La Velilla.
aldeana, en Occidente habrá que esperar hasta el IV milenio Cal. BC para comprobar este hecho. Aunque los procesos sean semejantes, este desajuste cronológico implica que hasta las estrategias de producción se han acoplado a las estrategias ya existentes sin producir cambios realmente significativos. Ello implica dos hipótesis alternativas: la estabilidad de las estrategias mixtas de los cazadores-recolectores o el retraso en la adopción del modo de vida campesino. Estas diferencias habría que buscarlas en el papel que jugaron las islas del Mediterráneo en la transmisión del Neolítico, permitiendo la llegada de las especies domésticas, pero ignorando cambios tan significativos como la vida aldeana (Vicent 1996: 6).
-Poblamiento epicardial pleno-reciente, representaría la expansión de los grupos neolíticos hacia nuevas zonas dentro de la primera mitad del VI milenio BP. Este sería el momento de colonización de algunas zonas del interior como la Meseta Sur o Extremadura. El proceso de colonización del interior arrancaría para estos autores en el VII milenio BP dentro de una etapa epicardial, y sólo sería en este momento cuando se lograría una cierta densidad de población. El proceso definitivo de expansión de estas sociedades, pudo ser exclusivamente tecnológico y realizarse a partir de grupos epipaleo-mesolíticos, sin embargo en este momento parece primar un componente totalmente nuevo en el que tienen prioridad los recursos económicos junto a la tecnología (Juan-Cabanilles y Martí 2002: 66).
En el caso de la Península Ibérica, y concretamente Valencia, J. Aparicio (1982) fue el primero en proponer una neolitización basada en un permanente y recíproco proceso de aculturación (Aparicio 1982: 83), asentado en transformaciones directas sobre una base autóctona que asimilaba elementos comunes para todo el mediterráneo Occidental mediante la confluencia de ideas, lo que llevaba a proponer de algún modo un “ecumenismo mediterráneo” en el que estaban implicados diversos factores (Aparicio 1982: 83).
II.1.D. La neolitización por capilaridad. El modelo por capilaridad ha sido formulado para la neolitización de la Península Ibérica en época muy reciente, y quizás sea el último en incorporarse a las cuestiones sobre la aparición de las primeras estrategias productivas. Sus principales defensores son Vicent, que ha abordado esta cuestión desde una perspectiva teórica en un trabajo de 1996, y los de Rodríguez Alcalde y otros (1996) quienes aplican elementos de la Teoría del Caos, concretamente la Teoría de la Auto-criticalidad organizada. Las posturas de J. Soares para la neolitización de la costa Sudoeste de Portugal son muy semejantes a las de los autores anteriormente expuestos, si bien con algún intento de aplicación práctica. De cualquier modo, resulta relativamente complicado asignar autores y tesis concretas a este epígrafe, pues son muchos los autores que sin definirse de un modo nítido por las posturas autoctonistas, optan por incluirse dentro de aquellas otras que rechazan la llegada de contigentes neolíticos a la Península Ibérica, pero que asumen que la difusión de las especies domésticas debió producirse por otro tipo de vías más complejas (Barandiarán y Cava 2000: 320; Oosterbeek 2000).
Desde el 5500 comenzaría un desarrollo cultural de raíces autóctonas que desembocaría en prácticas agrícolas y ganaderas, que fue posible gracias a un mecanismo con una doble faceta de aculturación y convergencia. Este periodo servirá de enlace entre los grupos mesolíticos y las economías de producción, representadas por elementos ergológicos y económicos (Aparicio 1982: 91). El modelo propuesto por Rodríguez Alcalde, Alonso y Velázquez en el primer Congreso de Neolítico Peninsular trata de salvar las particularidades de los hechos históricos concretos para esbozar un marco general en el que tengan cabida el conjunto de los hechos que componen la realidad. Al mismo tiempo pretenden establecer una alternativa a la “ola de avance” al negar la evidencia de una difusión démica de las especies domésticas. La neolitización según el modelo de la “ola de avance” propone la difusión de las especies domésticas de un modo aleatorio en un medio homogéneo, para la teoría percolativa las especies se difundieron en un medio heterogéneo siguiendo unas pautas regulares. Se supone que la información que se transmite en este medio fluye a través de éste dependiendo de los elementos, las conexiones entre éstos y el componente temporal (Rodríguez Alcalde et al. 1996: 835). Este modelo se fundamenta en la transmisión de fluidos en un medio poroso.
El pionero de estas ideas fue Lewthwaite (1986) quien propuso el modelo del filtro insular. El presupuesto principal es considerar que las transformaciones del Neolítico, en lo concerniente a la subsistencia se han producido de un modo distinto entre el Mediterráneo Oriental y el Mediterráneo Occidental; si en Oriente a partir del VI milenio Cal. BC se experimenta el surgimiento de la vida
En este sentido la “Teoría de la Auto-criticalidad organizada” se emplea para explicar el cambio cualitativo que da origen a la aparición del Neolítico. Los autores supo-
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nen que el Mediterráneo estaba organizado por un conjunto de grupos epipaleolíticos organizados por sí mismos hasta que surge un nuevo elemento que es capaz de afectar a todo el sistema y provocar profundos cambios mediante el “efecto dominó”.
llegada, puesto que entre un proceso y otro medían, en la Península Ibérica dos milenios. Añade, además, que el modelo del filtro insular sigue contemplando el proceso de difusión de las especies desde una perspectiva unidireccional E-O (Vicent 1996: 7). Para Vicent la solución es considerar que los cambios introducidos en la difusión de las especies se produjeron sin movimientos poblaciones amplios, como los que suponen los modelos migracionistas y modelo dual, debiéndose considerar la propia estructura de los grupos de cazadores-recolectores para formular estas hipótesis. Estas sociedades postpaleolíticas, que no habrían sobrepasado la situación etnográfica de la banda, mantendrían por su propia configuración social una red de intercambio en la que intervienen muchos factores como alianzas políticas o competición social entre otras. Estas redes serían en definitiva las que se encargarían de difundir las especies domésticas entre los grupos epipaleolíticos (Vicent 1996: 8), forzando la idea de que fueron las propias especies domésticas quienes utilizaron estas redes para expandirse.
La comparación entre el modelo percolativo y el modelo de la ola de avance es la mejor manera de comprender los rudimentos básicos de esta propuesta (Rodríguez Alcalde et al. 1996: 836-837). Los autores mediante la aplicación de fractales llegan a dos conclusiones básicas (Rodríguez Alcalde et al. 1996: 838). La primera de ellas propugna que a juzgar por la estructura interna de la distribución entre yacimientos, la neolitización fue un proceso acumulativo, mediante el cual las sociedades productoras asumen todos los cambios de un momento precedente; todo lo contrario que la ola de avance, que implica que cada vez que un territorio se neolitiza el proceso vuelve a comenzar desde su punto de origen. En segundo lugar se expone, que a la luz de la fechas de C14, se observa una aceleración del ritmo de expansión de las especies domésticas por la Cuenca Mediterránea.
El modelo de capilaridad de Vicent se presenta como una alternativa a la difusión démica de las especies domésticas, sin tener que recurrir a los movimientos poblacionales como factor prioritario, es por ello que todo el proceso debe verse desde las relaciones que las sociedades de cazadores-recolectores desarrollaron a principios del Holoceno en Europa.
Por otro lado, aunque no muestran una propuesta de contraste real con el registro arqueológico, opinan que esta es la propuesta teórica que mejor se adapta a los datos que ofrece la base empírica. J. M. Vicent se ha convertido en otro de los pilares de la defensa de los modelos de asunción por capilaridad y en crítico de las propuestas del modelo dual (Vicent 1996: 2), debido a la defensa de unidades estructurales como el paquete de elementos neolíticos cardiales y la aceptación del difusionismo como vehículo de neolitización. El argumento general contra esta propuesta es la ausencia de una vida completamente aldeana hasta el Neolítico Final, al menos en la Península Ibérica, puesto que en las primeras etapas del Neolítico, únicamente parece existir la integración de algunos elementos de producción en comunidades epipaleolíticas (Vicent 1996: 9).
Las conexiones entre grupos epipaleolíticos determinarían un entramado complejo social, que se convertiría en el soporte de las especies domésticas, pero para que se cumpla esta premisa hay que suponer que existe toda una red homogénea en el Mediterráneo, puesto que cualquier interrupción del sistema acabaría por paralizar la difusión de las especies. La transmisión de los elementos neolíticos sería de índole social, antes que una cuestión de género económico o de adaptación tecnológica (Vicent 1996: 9). A escala peninsular, podrían observarse rupturas entre las sociedades localizadas en la costa y en el interior, y podría deberse a barreras lingüísticas o sociales, o simplemente a una configuración diferencial del paisaje (Vicent 1996: 8).
El modelo teórico que propone Vicent se basa en la producción bibliográfica generada por Lewthwaite, el llamado “Island Filter Model” o “modelo del filtro insular”. Sin embargo, para Vicent, este modelo demuestra importantes fallos de naturaleza empírica, como suponer que las islas fueron las primeras receptoras de todo el proceso de neolitización o enfocar el problema en la diferencia de secuencias existentes entre el Este y el Oeste, optando por suponer que la transmisión se realiza mediante un único modo (Vicent 1996: 6-7).
La existencia de estos factores provoca en apariencia retrasos que pueden intuirse en el registro arqueológico, actuarían como filtros de la difusión de los bienes, proporcionando una aparición diferencial de ellos en una escala temporal. Es este el enfoque que según este autor ha dado origen a las interpretaciones de la difusión démica; y según estos modelos, pensemos por un momento en el modelo dual, la llegada de todos los elementos “neolíticos” se produjo al mismo tiempo. Para Vicent, las especies domésticas o la cerámica cardial, pudieron ser los elementos más recurrentes de un sistema de intercambio
Fuera de estos problemas, Vicent reconoce un origen oriental de la agricultura y la ganadería, pero opta por rechazar que el modo de vida aldeano se asociase a esta
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de bienes, que se saturó más allá de sus límites, y estos límites se convertirían en una verdadera barrera a la incorporación de la nuevos bienes en el circuito hasta que el conjunto de bienes existentes no tuvieran una salida (Vicent 1996: 9). La cerámica cardial y su difusión por el área circunmediterránea es un buen ejemplo, ésta se convertiría en el elemento de expresión de la realidad social de los distintos grupos sociales, como los estudios de Leathwaite, Barnett o Malone intentan demostrar. La producción de este bien no tendría más sentido que el de su “comercialización”, como lo demuestra el hecho de su elaborada fabricación.
anteriores que no han gozado de tanta popularidad como los ejemplos anteriores, más divulgados y aplicados en regiones concretas. Por el contrario la aparición de modelos eclécticos o no seriables dentro de los compartimentos anteriores propone en realidad que los modos de explicación están variando en virtud de opiniones más abiertas y críticas que valoran tantas evidencias como les son posibles. Para la fachada levantina y el valle del Ebro, Schuhmacher y Weniger (1995) han propuesto tres modelos para explicar una situación que a su juicio se ha bipolarizado entre defensores del autoctonismo y el indigenismo, la situación es compleja y requiere modelos de partida que puedan abarcar esta complejidad (Schuhmacher y Weniger 1995: 83). Los planteamientos esgrimidos en este artículo fueron posteriormente criticados por J. Bernabeu (1996: 38) por el escaso grado de refrenda empírica sobre el que se asientan las hipótesis.
La aparición de cerámica cardial en la Península Ibérica no es tan importante a la hora de explicar su difusión, como para asegurar la necesidad social de poseer este bien e intercambiar cerámica decorada; esta necesidad provocaría la aparición de cerámica cardial en diferentes puntos del Mediterráneo, fomentando la creencia de que existen distintas áreas culturales (Vicent 1996: 9). Así la cerámica cardial entraría en la dinámica social de los grupos epipaleolíticos como un síntoma de la perdida de vigencia de su orden social. Desde este momento la cerámica pasaría a convertirse en un elemento plenamente funcional; y una situación parecida podría pensarse para las especies domésticas.
El principal argumento de estos dos autores para defender la complejidad de los procesos culturales acontecidos en la fachada levantina es el solapamiento de fechas para grupos culturales con economías cazadoras y recolectoras y grupos con economías donde la domesticación se ha desarrollado de un modo pleno; la existencia de un tercer grupo de asentamientos donde aparecen la caza como actividad básica y acompañada de elementos típicamente neolíticos como especies domésticas o cerámica lleva a plantear una situación cultural intermedia entre los dos grandes grupos ya concebidos por la investigación tradicional (Schuhmacher y Weniger 1995: 87). Esta situación podría resolverse en clave cronológica, entendiendo que cada grupo puede hacerse corresponder con un momento distinto de la neolitización local, sin embargo el solapamiento de fechas absolutas para cada grupo en el periodo 6500-5500 cal BC dificulta esta interpretación (Schuhmacher y Weniger 1995: 84) y deja sin argumentos a una posible interpretación evolutiva.
Joaquina Soares (1997: 604-606) ha propuesto en los últimos años un modelo que trata de dar explicación a los procesos culturales que se observan en la costa Sudoeste, esta autora es partidaria de considerar la neolitización como un proceso que arrancaría en el Mesolítico. Define una situación de desequilibrio entre recursos y demografía que llevarían a los grupos mesolíticos a diversificar su dieta para mantener su población y desarrollar estrategias de almacenamiento. Este mecanismo sería un factor endógeno de los grupos mesolíticos que les llevaría a encontrarse en predisposición a admitir formas de producción más complejas. Pero aún así (Soares 1997: 606) no se niega la existencia de factores exógenos que incidirán sobre la población autóctona, de hecho estos estímulos son necesarios para provocar la aparición de la agricultura y la ganadería.
Por otro lado establecen una hipotética caracterización de los tipos de hábitat. A su parecer los yacimientos neolíticos del levante peninsular muestran una tendencia a dominar la llanura y el hábitat en cueva, pues sólo tres poblados del Levante se localizan al aire libre (Schuhmacher y Weniger 1995: 92). En otro orden, apuntan que ninguno de los yacimientos estudiados, a excepción de la Balma de Margineda, muestran contacto entre fases anteriores y el Neolítico, lo que dificulta aún más las cuestiones interpretativas (Schuhmacher y Weniger 1995: 92).
Las novedades se difundirían rápidamente a través de las comunidades mesolíticas gracias a su cohesión y a su predisponibilidad a admitir nuevas incorporaciones subsistenciales a su dieta. El desequilibrio entre población y recursos, fomentaría por tanto las propias capacidades de los grupos a admitir novedades y a difundirlas.
Toda esta situación les lleva a plantear tres modelos de neolitización distintos para la fachada oriental, pues suponen que el Occidente de Andalucía está sujeto a otros procesos culturales muy distintos (Schuhmacher y Weni-
II. 1. E. Otras interpretaciones. En los últimos años han venido surgiendo en la interpretación una serie de propuestas alternativas a los modelos
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ger 1995: 87). Estos tres modelos tratan de explicar las variaciones de economía e industria en un mismo marco y en un momento contemporáneo para los tres grupos (Schuhmacher y Weniger 1995: 93), pero no explican la llegada de los elementos plenamente neolíticos a este entorno geográfico, cuestión para la que se requieren otro tipo de datos.
anteriormente expuestos, sino que proponen modelos alternativos para comprender unos datos cada día más problemáticos para establecer la integración de estos grupos en el panorama de la Península Ibérica. Straus (1991) analiza los datos procedentes del conjunto de las evidencias mesolíticas y neolíticas del Sur del Portugal, desde el punto de vista de la excavación de Vidigal. Los datos disponibles apuntan a que existe una dualidad de modelos distintos en el territorio: asentamientos con subsistencia de cazadores-recolectores que ya incorporan la cerámica y asentamientos plenamente neolíticos; la coexistencia de ambos tipos de subsistencia queda corroborada por las dataciones absolutas que se superponen.
El primer modelo o “modelo de los dos mundos” supone la coexistencia de dos realidades culturales, como la epipaleolítica y la neolítica en dos nichos ecológicos distintos. Las comunidades neolíticas se asentarían en lugares preferenciales de la costa o las llanuras costeras, mientras que los grupos epipaleolíticos mostrarían una tendencia a buscar aquellos hábitats montañosos o en las estribaciones de las sierras. Es decir, el llamado “modelo dual”.
Tras la exposición de los datos, Straus llega a la conclusión de que mientras se demuestra una continuidad cultural en los grupos mesolíticos hasta el menos el 6000 BP en los valles del Sado, Muge, Queimado y Mira, en otras zonas de Portugal grupos nativos desarrollaron la agricultura y la ganadería como sistemas básicos de subsistencia y probablemente la aparición del megalitismo estuviera ligada a la necesidad de marcar el territorio (Straus 1991: 902).
Este modelo se encontraría en el lado opuesto del segundo o “modelo del mundo único” según el cual se establece una compleja red de asentamientos y de campamentos temporales que desarrollan funciones tipológicas distintas según las necesidades del grupo o las vocaciones estacionales para la práctica de una determinada actividad. Por último el “modelo del mosaico” propone que la estrategia económica muestra variaciones según las necesidades del grupo humano que esté inserto en un determinado medio, así las estrategias productivas se desarrollarían únicamente cuando la ocasión lo requiriese (Schuhmacher y Weniger 1995: 93). Es esta opción la que eligen los autores, sin demasiadas argumentaciones y entendiendo que es la hipótesis que más se ajusta a los datos de campo y la experiencia etno-histórica (Schuhmacher y Weniger 1995: 95).
Frente a este avance de los grupos con agricultura, los mesolíticos habrían desarrollado un incremento en la densidad de población durante los momentos finales del Mesolítico, algo que corrobora la aparición de extensos cementerios dentro de los propios concheros, la extensión de éstos y la evidencia paleo-patológica de estrés social entre estas poblaciones (Straus 1991: 902). Serían precisamente estas circunstancias las que obligarían a las poblaciones mesolíticas a adoptar la agricultura en un arco temporal comprendido entre el 5500-5000 BP, donde no permanecerían ajenos algunos procesos de relación con los grupos neolíticos próximos (Straus 1991: 902) para los que establece un cierto grado de afinidad.
Definitivamente proponen que, ante la inexistencia de agriotipos domésticos en la Península Ibérica, no es posible la defensa de las hipótesis basadas en la evolución autóctona de las sociedades de cazadores-recolectores. Sin embargo, la generalización del poblamiento en cuevas durante el Epipaleolítico y el Neolítico invita a pensar en una continuidad del poblamiento que podría comprenderse como el desarrollo autóctono del sustrato epipaleolítico. La aparición del modo de vida productor se explicaría, pues, como la introducción de nuevas ideas y elementos en un sustrato cultural autóctono; los autores proponen que el desarrollo de una incipiente navegación de cabotaje pudo favorecer el flujo de ideas y la homogeneización del Mediterráneo Occidental (Schuhmacher y Weniger 1995: 94).
II.2. El “Neolítico interior” y su trayectoria: definiciones y problemas. Desde que se comenzara a advertir la presencia de los primeros lotes cerámicos atribuibles al Neolítico en diversas regiones “interiores” de la Península, se han generado diversos modelos interpretativos que explicasen la presencia de población humana en estos espacios. Definir un espacio como el “interior”, de cariz neutro, es asumir la homogeneidad de un territorio por contraposición a “lo litoral”, que actúa sobre lo primero como foco de expansión cultural. No en vano, “lo interior” se ha visto como el espacio que se ocupa tardíamente con poblaciones que se irradian de los principales focos culturales peninsula-
Por lo general las interpretaciones que se han propuesto para el desarrollo del Neolítico en la fachada atlántica no pueden encuadrarse dentro de un modelo concreto de los
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res. Superada esa visión focalizada en la expansión de las áreas costeras, lo cierto es que aún en la bibliografía arqueológica más reciente, y desde una perspectiva diacrónica, tiene un valor reconocido el vector de transmisión cultural “exterior-interior”, que, comprendido en términos cronológicos, no quiere decir otra cosa que “lo interior” es retardatario respecto a “lo litoral”.
bloques de granito, su excavador pudo documentar en el nivel de base algunos lotes de cerámicas entre los que destacan cerámicas decoradas con la técnica de boquique, cardiales, acanaladas, puntilladas con un motivo zoomorfo y monócromas (almagras) (Gutiérrez Palacios 1962: 163). El autor, tras realizar un estudio comparativo de las cerámicas llega a la conclusión de que estas cerámicas, unidas a las pastillas en relieve y a las puntilladas pueden situarse en un único nivel arqueológico de ocupación del yacimiento (Gutiérrez Palacios 1966: 42). Sucesivos trabajos han ido matizando con posterioridad su situación dentro del panorama general de la neolitización (López Plaza 1979; Municio 1988; Delibes 1998).
Evidentemente en un territorio como el interior, que a grandes rasgos podría comprender comunidades autónomas españolas como Castilla León, Navarra, La Rioja, Aragón, Madrid, Castilla la Mancha o Extremadura nos encontramos ante un espacio físico heterogéneo, pero que no puede separarse de las provincias meridionales de Andalucía, ni de las regiones más orientales de Portugal como la Beira Alta y la Beira Baixa o el Alentejo. Esta primera demarcación del “interior neolítico”, no pretende sino demostrar que aunque la tendencia investigadora actual tome como base un “Neolítico de las Autonomías” (Hernando 1999a), la realidad, y especialmente en el interior, es diversa y quizás sería más coherente hablar de “interiores neolíticos”.
Desde este primer avance, hay que esperar hasta la década de los años 70, cuando realmente se producen las primeras aportaciones significativas para reconocer el Neolítico en estos espacios. Es necesario insistir en que hasta esa fecha no se había superado aún una fase descriptiva de lotes de materiales localizados en diversos puntos, en los que el estudio comparado de motivos decorativos primaba sobre cualquier otro aspecto de interpretación cultural. Diversos puntos como La Vaquera (Zamora Canalleda 1976) que ofreció la primera datación absoluta para el Neolítico interior 3700±80 a.C. (Zamora Canalleda 1976: 61-63). La Galería del Sílex en la sierra de Atapuerca (Apellaniz y Uribarri 1976), pero también Verdelpino, anteriormente comentada, denotaban que efectivamente ciertas zonas que se creían despobladas durante el Neolítico habían acogido de un modo u otro efectivos poblacionales que habrían escogido cuevas como hábitats. La década de los 80 supuso ya el aumento del número de cuevas con ocupaciones reconocidas a lo largo de las regiones interiores, sobre todo con los nuevos yacimientos de la cueva del Aire en Patones (FernándezPosse 1980) y la Nogalera (Municio y Ruiz-Gálvez 1986), pero las formulaciones teóricas en torno a la neolitización del interior y sus mecanismos de transmisión seguían siendo escuetas.
Dentro de esa diversidad, puede explicarse que haya zonas, como Aragón, que gocen de una cierta tradición en la investigación del Neolítico con materiales ciertamente antiguos dentro del panorama peninsular; mientras que en las zonas meseteñas su conocimiento sea prácticamente reciente. Un breve repaso sobre la documentación arqueológica y las hipótesis que han generado las estaciones neolíticas, que no implica una recopilación de todas ellas, será útil para establecer un punto de partida, y recabar todas las ideas que se han propuesto en torno a la llegada del Neolítico a los “interiores peninsulares”. Historiográficamente hay que remontarse a la década de los 20 del siglo XX, cuando se inicia el reconocimiento de una serie de estaciones repartidas en diferentes puntos, donde cabe hacer una especial mención a los yacimientos documentado por Pérez de Barradas (1926) en Madrid y a la publicación de las primeras cerámicas de la cueva de Boquique (Bosch-Gimpera 1915-1920), que, junto a otros datos, le permiten hablar de círculos culturales que afectan a zonas del interior peninsular, el de la “cultura de las cuevas” (Bosch-Gimpera 1945). Aunque son aún conceptos poco específicos del Neolítico, que encontramos referidos a multitud de cerámicas realizadas a mano y que pueden abarcar periodos tan dispares como el Neolítico o el Calcolítico.
Paulatinamente, y a medida que se comenzó a profundizar en el conocimiento de las secuencias prehistóricas se hacía necesario emplazar cronológicamente todos aquellos conjuntos cerámicos susceptibles de tener cierta afinidad tipológica con las cerámicas levantinas. Desde esta perspectiva ciertas ideas han cobrado fuerza en la bibliografía al uso, construyendo así la teórica homogeneidad de la llegada del Neolítico al interior peninsular. Al extrapolar conceptos semejantes al conjunto de los yacimientos estudiados en las últimas décadas, se ha conseguido paralelamente polarizar el Neolítico en interior y litoral y de ahí se derivan ciertos temas recurrentes que ya he avanzado:
Un primer avance, no suficientemente ponderado hasta época reciente, fue la excavación que realizara Arsenio Gutiérrez Palacios en 1958 en la Peña del Bardal (Ávila). Limitando la intervención a una estructura circular con
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de Magdaleniense en el interior de la Península (Moure y López 1979: 117). A este panorama debemos añadir las recientes dataciones de El Conejar en Cáceres, que confirman la presencia de poblamiento humano en una fecha ya epipaleolítica, (Beta-159940) 8220±40 BP, que calibrada sitúa el momento más antiguo de uso de la cavidad entre el 7450-7080 cal BC (Carbonell 2003: 28; Cerrillo Cuenca et al. 2002).
1. La ausencia de ocupaciones epipaleolíticas en toda la zona interior de la península, como afirmación real de la importación del Neolítico. 2. Una ruptura cronológica en el proceso de neolitización, que considera retardatario el Neolítico del Interior con respecto al de las zonas costeras. Este tópico, presente en casi todos los intentos de explicación, se derivaba de la concepción más o menos consciente de la colonización del interior desde sus zonas periféricas. Ello conlleva asegurar el carácter tardío de los lotes con cerámicas impresas y situarlos cronológicamente a lo largo del IV milenio cal BC.
Y es que por el momento éstas dos son las evidencias más sólidas de poblamiento “pre-neolítico” en el interior peninsular, a las que habría que unir toda una serie de yacimientos documentados con rasgos marcadamente arcaicos en las industrias líticas y la presencia de arte rupestre al aire libre en varios puntos.
3. La homogeneidad y heterogeneidad de las provincias interiores respecto a sí mismas.
Las síntesis más recientes sobre el poblamiento del Paleolítico Superior en la Meseta (Ripoll et al. 1997; Cacho Quesada 1999) confirman como, pese a lo reducido de los indicios de poblamiento es posible asegurar que la Meseta ofrece suficientes muestras de poblamiento a lo largo de un periodo que cubriría los momentos finales del Solutrense hasta el Magdaleniense final y la conexión ya con el Epipaleolítico (Cacho Quesada 1999: 242). Aunque bien es cierto que se apuntan las dificultades para conocer con precisión si existe verdaderamente, debido a lo complejo de su detección, un sistema de poblamiento al aire libre (Cacho Quesada 1999: 242).
4. La semejanza entre las series cerámicas del Sur peninsular y las cerámicas impresas de los yacimientos del interior, lo que llevaba a considerar las relaciones entre uno y otro ámbito. II.2.A. El vacío del interior de la península durante el post-glaciar. Una tendencia general en el estudio del Neolítico en los últimos tiempos es sin duda valorar la interacción de las economías de producción con aquellos grupos sociales de tradición paleolítica en un mismo territorio. No hay que olvidar que, aun los modelos más conservadores y que consideran la neolitización como colonización, como es el ejemplo del Modelo Dual, valoran estas interacciones e intercambios, y de hecho fundamentan en ellas un tipo de aculturación. Por ello resulta fundamental analizar tantos datos como sea posible para comprobar cual fue el contingente poblacional durante los últimos compases del Paleolítico Superior y el Epipaleolítico en las provincias del interior.
Habría que introducir aquí una referencia a la excavación arqueológica de la cueva del Níspero, donde según su excavadora se diferenciaron dos niveles con ocupación, el primero que ocupa el nivel IV y el techo del V, y una ocupación muy débil localizada en el VI. Mientras que los primeros niveles de ocupación podrían fecharse en el Epipaleolítico Medio, lo cierto es que la segunda ocupación, el nivel VI, a partir de los análisis polínicos, se enmarca en el tránsito del Tardiglaciar al post-glaciar, y por tanto culturalmente relacionable con un momento de Epipaleolítico Antiguo o Paleolítico Superior Final (Corchón 1988-89: 100). Estos datos estarían hablando de ocupaciones eventuales de la cueva, pero demostrarían la afluencia de poblamiento en la Meseta a lo largo de todo el Post-glaciar.
Es precisamente el concepto de ausencia poblacional durante las últimas fases del Paleolítico Superior y el Epipaleolítico lo que motiva que el proceso general de neolitización deba ser considerado como una novedad introducida por contingentes poblacionales que han migrado desde zonas aledañas y ajenas a cualquier proceso cultural anterior. Esta negación de una hipotética ausencia de poblamiento en el interior peninsular se ha puesto en entredicho repetidamente (Antona 1986: 10; Delibes y Fernández 2000: 96; Rubio 2002: 154). No hay que olvidar que por el momento únicamente las controvertidas dataciones de Verdelpino en su nivel V (Moure y López 1979: 112-113), permitían asociar estas fechas a industrias con un evidente dominio de buriles y raspadores en una industria lítica diversificada que permitía ya hablar
Además es necesario mencionar el repertorio lítico recogido en el yacimiento salmantino de la Dehesa (Fabián 1986), con un importante componente microlaminar y la presencia ocasional de algunos geométricos que hicieron suponer en un principio una ocupación magdaleniense final o aziliense (Fabián 1986: 141), pero que en el contexto actual del epipaleolítico del interior nada impide poder datar esta ocupación en este mismo ambiente cronológico.
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Recientemente, y a partir de un análisis de materiales depositados en el Museo de San Isidro en Madrid, J. Jiménez Guijarro (2001a) ha aumentado el elenco de sitios epipaleolíticos en la Meseta con el yacimiento de El Parral en Segovia. Este análisis le lleva al autor a defender un “mosaico” cultural, en el que puede intuirse una multitud de espacios que evolucionan sincrónicamente, pero bajo manifestaciones culturales no necesariamente semejantes (Jiménez Guijarro 2001a: 42).
Son ya algunos los autores que ante la escasez de evidencias de poblamiento epipaleolítico han tomado una actitud prudente a la hora de valorar posibles relaciones entre este poblamiento y los comienzos de la neolitización, reservando así momentáneamente las opciones de una hipotética colonización o cualquier tipo de innovación local (Iglesias et al. 1997: 727; Cerrillo Cuenca 1999b). En el otro extremo de los planteamientos de colonización, las primeras formulaciones contra la supuesta colonización del interior vienen de la mano de I. Rubio y C. Blasco, quienes al aportar datos de Difracción de Rayos-X y de Termoluminiscencia realizan una puesta al día del Neolítico Peninsular y comienzan a cuestionar el tradicional despoblamiento de la Meseta durante el epipaleolítico (Rubio y Blasco 1988-89: 158).
No obstante, en la mayoría de los trabajos que optan por valorar la introducción de novedades subsistenciales y tecnológicas en el registro arqueológico del Neolítico más antiguo del interior, raras veces hay una argumentación extensa que explique la introducción del Neolítico y su relación con una hipotética base cultural de signo no productor. Aun así, son varios los autores que han abogado por admitir abiertamente que las posibilidades de interacción entre un sustrato y otro son complicadas por la inexistencia de muestra de poblamiento paleolítico y asumen, retomando una vez más las palabras de J. Zilhão, que la “ausencia de presencia conduce a la presencia de ausencia”. Así, a propósito del Valle de Ambrona, M. Kunst y M. Rojo han vuelto a proponer como la ausencia de pruebas arqueológicas sólidas de poblamiento epipaleolítico (Rojo y Kunst 1996: 107), les lleva a concluir que la colonización de este valle debió producirse en fechas relativamente tempranas y fue llevada a cabo por un fuerte contingente demográfico que tomó como punto de partida el valle del Ebro (Kunst y Rojo 1999: 268), se difundió al interior del valle del Ambrona a través del valle del Jalón, siendo una de las vías más antiguas para la colonización del interior de la península (Rojo y Kunst 1996: 108).
Las propuestas de J. Jiménez Guijarro (1998; 1999) en torno a la neolitización del interior peninsular, toman como punto de partida conceptos aparentemente contradictorios. Aunque se trata de la última aportación a la comprensión de la introducción del Neolítico en la Meseta, para este autor, el Neolítico es fruto de una difusión de novedades y técnicas desde “el ámbito mediterráneo” para las que no es capaz de precisar un origen concreto (Jiménez Guijarro 1999: 493), pero que tienen como clave un desarrollo local de diversas tribus caracterizadas por elementos simbólicos y lingüísticos durante el Epipaleolítico y que actuarían como transmisoras de los cambios difundidos por la neolitización (Jiménez Guijarro 1999: 496). Este proceso se desarrollaría por tanto sobre una base epipaleolítica de corte microlaminar donde aún no se han generalizado los geométricos (Jiménez Guijarro 2001a: 43). Probablemente, el proceso se desarrolló mediante mecanismos de aculturación indirecta, para lo que es necesario un contacto con las poblaciones ya neolitizadas del ámbito mediterráneo (Jiménez Guijarro 1998: 39). Se admite por tanto una relativa diversidad de relaciones pautadas por códigos simbólicos que estarían en consonancia con una economía de depredación propia de estos grupos epipaleolíticos en los que la economía de producción pudo haberse asentado de una forma paulatina con carácter de experimentalidad.
Estas explicaciones de colonización temprana del interior no son novedosas, V. Antona valoraba el inicio del proceso de neolitización de la Meseta dentro de un esquema general de expansión N-O (Antona 1986: 21) que se iniciaba en el Neolítico Antiguo (Antona 1986: 18). G. Delibes, afirma en 1985 que no hay pruebas evidentes de poblamiento en el post-glaciar (Delibes 1985: 26), argumento que le sirve para hablar abiertamente de una colonización de los espacios motivadas por una escasa rentabilidad agrícola de las tierras de la Meseta o por la escasa presión demográfica ejercida desde las zonas ya neolitizadas, que obligarían a la búsqueda de nuevos territorios de expansión (Delibes 1985: 26). Esta afirmación cambia ligeramente cuando este mismo autor, tras la documentación del poblamiento al aire libre de la Dehesa (Fabián 1986) y su tradición epipaleolítica, afirma que los datos que se poseen son precarios para rechazar tajantemente la arribada de contingente poblacional a la Meseta (Delibes 1998: 29).
Aún así, resulta interesante observar como se admite la posibilidad de un desarrollo sincrónico entre la neolitización de los grupos epipaleolíticos del interior peninsular y los de la fachada mediterránea (Jiménez Guijarro 1998: 32), independientemente de enfoques novedosos que el autor trata de introducir al valorar una “aniquilación” de los grupos epipaleolíticos que debió producirse en el interior peninsular, donde pudo estar involucrado el megalitismo (Jiménez Guijarro 2001a: 43) como manifestación propia de estos grupos epipaleolíticos.
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Trabajos reciente sobre la Prehistoria Reciente en la provincia de Guadalajara apuntan ya al abatimiento de estos modelos de colonización o aculturación del interior (Bueno et al. 1995: 77), abogando por introducir nuevos elementos de comprensión en el debate, incitando la negación de influencias exógenas para definir el poblamiento inicial del interior peninsular. En la misma línea se sitúan las opiniones de I. Rubio sobre el proceso de neolitización de la Comunidad de Madrid (Rubio 2002: 154).
Lo cierto es que las ricas secuencias de las cuevas andaluzas y levantinas ofrecían una división bastante marcada del Neolítico en sus tres consabidas y criticadas fases, donde no existían excesivas capacidades de relación. Estos problemas aumentaban si tenemos en cuenta que el comúnmente denominado “horizonte de las cerámicas impresas” adolecía de una continuidad con relación a las cerámicas lisas que caracterizaban el tránsito del Neolítico al Calcolítico. Este agravante, que fácilmente se podía extrapolar a cada una de las regiones donde existían lotes impresos, conducía por otra parte a mantener una cronología de IV milenio cal BC para estos horizontes, y dado el caso plantear su relación con las escasas dataciones absolutas para sepulcros megalíticos que se comenzaban a conocer.
Un balance general de estas escasas propuestas interpretativas resumen de modo claro cómo hasta la fecha resultaba, a tenor de lo publicado, complejo aceptar otra postura que no fuese establecer un origen de las actividades productoras desde las zonas ya neolitizadas de la Península. De un lado se ha admitido abiertamente la colonización (Delibes 1985; Rojo y Kunst 1996; Kunst y Rojo 1999) y de otro la difusión de ideas desde el ámbito levantino sin implicar un proceso de colonización (Jiménez Guijarro 1998; 1999), aunque la postura dominante ha sido la de considerar por el momento el debate de la hipotética neolitización de un sustrato autóctono y de tradición paleolítica como una posibilidad que habría que valorar (Delibes 1998; Rubio y Blasco 1988-89; Iglesias et al. 1996; Cerrillo Cuenca 1999b; Cerrillo Cuenca et al. 2002); sin embargo, no deja de resaltarse el componente epipaleolítico de algunas de las industrias microlíticas del interior (Rubio y Blasco 1988-89: 158; Bueno 1991).
Puede justificarse que las cerámicas impresas al ser novedosas en un paisaje teóricamente despoblado, se presentaran como una importación posterior de las zonas neolitizadas y secuencialmante se correspondieran con momentos anteriores a los procesos mejor conocidos del III milenio cal BC. Así resumida, esta explicación no pecaba excesivamente de una coherencia interpretativa global para la que no existían argumentos más fehacientes que las dataciones absolutas tomadas en las cuevas de La Vaquera en sus niveles inferiores (Zamora Canalleda 1976) y Verdelpino en su nivel III (Moure y FernándezMiranda 1977), a las que se unía la datación por termoluminiscencia de La Vaquera (Rubio y Blasco 1988-89).
Además no hay que olvidar que se trata de justificar la ausencia de Epipaleolítico y Neolítico Antiguo en regiones del interior (Enríquez 1996: 690) como una causa directa del fenómeno retardatario de la neolitización, argumento que nos sirve para enlazar con el siguiente tópico vertido en torno al Neolítico interior.
Este panorama reducido de dataciones absolutas, motivaba que existiesen limitaciones reales a la hora de profundizar en el conocimiento del Neolítico (Rubio y Blasco 1988-89: 155). A ello hay que unir la queja frecuente de la ausencia de estratigrafía que mostraban los distintos yacimientos excavados (Municio 1988: 325), que impedían seriar lo que hasta la fecha era el único material que permitía establecer comparaciones: la cerámica, confiriendo una extremada fragilidad a cualquier conclusión cultural (Cerrillo Cuenca 1999a), con aspiraciones de ser definitivas.
II. 2. B. De Neolítico Tardío a Neolítico Antiguo, superando los límites del IV milenio cal BC. A lo largo de los 80, momento de eclosión del Neolítico del Interior, fue necesario proponer un desarrollo cronológico que encuadrase temporalmente toda la serie de lotes cerámicos, fundamentalmente con decoración impresa e inciso-acanalada, dentro de la secuencia general de la Prehistoria Reciente. Desarrollándose una incipiente investigación en Calcolítico a lo largo de estos daños y conociéndose las primeras dataciones absolutas en dólmenes como los de Sedano (Delibes 1984) o el túmulo de El Miradero (Delibes et al. 1987) y posteriormente la de grandes sepulcros como el de Azután (Bueno 1991), era necesario encuadrar un lote de materiales antiguos dentro de un contexto cultural y secuencial, por el cual estos lotes de cerámicas impresas, entendidos dentro de esquemas comparativos con otras áreas, debían corresponder a un Neolítico indefinido temporalmente.
Es necesario, por otro lado, recordar que las dataciones publicadas en los 70 para ambas cuevas no estaban calibradas y una interpretación actual situaría sus momentos de uso a mediados del V milenio cal BC en los niveles de La Vaquera, cronologías confirmadas por las dataciones publicadas en los últimos años (Estremera 1999). En cualquier caso, Santonja ya había apuntando esta posibilidad al hablar de la calibración de las fechas del Neolítico Interior en la Meseta (Santonja 1991: 20; Santonja et al. 1985: 20). La misma suerte correrían las fechas del nivel III de Verdelpino, donde se recogieron cerámicas impresas, situándose tras su calibración en el tránsito del V al VI milenio cal BC. Por tanto, y en apariencia, las
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cronologías para el inicio de la neolitización del interior de la península se enmarcaban claramente en el IV milenio.
realmente destacable cómo comenzaba a resultar cada vez más complejo integrar en las secuencias portuguesas, por ejemplo, los datos retardatarios de las ocupaciones neolíticas extremeñas (Diniz 1996: 687). El argumento comparativo comenzaba a demostrar las limitaciones existentes en comparar los lotes cerámicos de la periferia y en el interior peninsular.
La asociación cronológica entre el adjetivo “tardío”, que aparece citado por primera vez en referencia a la cueva de Patones (Fernández-Posse 1980: 53), y con el que se ha venido definiendo el Neolítico interior y las fechas de IV milenio cal BC, estaba además argumentada por un discurso procesual que consideraba reciente cualquier manifestación neolítica interior frente a las secuencias antiguas del litoral. Se pueden distinguir además en este planteamiento dos etapas muy claras: la primera estaría historiográficamente relacionada con la publicación de La Vaquera y Verdelpino y reforzada con la posterior publicación de los yacimientos que fueron añadiéndose por comparación tipológica a éstos; la segunda en cambio puede situarse desde la segunda mitad de la década de los 90 hasta la fecha, con el conocimiento de nuevas dataciones absolutas, aún escasas, en algunos puntos del interior.
El panorama comienza a cambiar sensiblemente a partir de mitad de los 90, cuando comienza a cuestionarse el carácter tardío del Neolítico Interior (Jiménez Guijarro 1998: 39; Cerrillo Cuenca 1999b), hasta definitivamente superar ese límite (Muñoz López-Astilleros 2001: 54; González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001). Al mismo tiempo se comienza a plantear tímidamente como los lotes de cerámicas impresas de todo el centro peninsular pueden superar la barrera del IV milenio con ciertas reservas, aún de un modo tímido (Iglesias et al. 1996: 727; Muñoz López-Astilleros 1999: 93; Cerrillo Cuenca 1999b; González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001).
Así, en esta primera etapa, la investigación optó por añadir el tópico de “retardatario” al tópico de “interior”, para describir una situación homogénea que se desarrollaba en las provincias litorales. Son muchos los ejemplos que podríamos citar aquí, por ejemplo al señalar que los resultados de la excavación de la cueva de La Charneca (Oliva de Mérida, Badajoz) encuadraban culturalmente su ocupación en un Neolítico Final o un Calcolítico arcaizante (Enríquez 1986: 21), opinión similar que ofrece Santonja (1991: 20) para la Meseta.
Después de la publicación de fechas antiguas como las de los yacimientos de Ambrona (Kunst y Rojo 1999), La Vaquera (Estremera 1999; 2003), Los Barruecos (Cerrillo Cuenca et al. 2002) y las fechas, dudosas por el momento, del yacimiento inédito de Quintanadueñas (Iglesias et al. 1996: 727) que calibradas se sitúan a comienzos del VI milenio cal BC, se suponen ya superadas las limitaciones cronológicas que se habían propuesto para el desarrollo del Neolítico en el interior peninsular. Las periodizaciones, aunque siguen resultando complejas están en fase de desarrollo y son aún embrionarias. De hecho no existe ninguna propuesta de sistematización consensuada para alguno de los puntos del interior peninsular más que las que en los últimos años han avanzado autores concretos. Durante mucho tiempo la única premisa que había funcionado a la hora de aislar fases era suponer que las cerámicas impresas se anteponían claramente al desarrollo de cerámicas lisas que ya presagiaban la inserción del calcolítico. El primer ensayo se debe a Antona (1986), quien ya propuso una división tripartita del Neolítico del interior basada en los distintos fenómenos culturales que le afectaban, así se valoraba un teórico impacto inicial del neolítico costero dentro de la Meseta, que formativamente daría paso un “horizonte de cerámicas incisas” que podría fecharse antes de la fecha más antigua de la Vaquera, 3700 a.C. (Antona 1986: 29). Finalmente habría que considerar una etapa ya megalítica en la que se produce la generalización de los sepulcros megalíticos.
De un lado, son bastantes los defensores de un Neolítico Tardío (Fernández-Posse 1980; González Cordero et al. 1988; Rubio y Blasco 1988-89; González Cordero 1996), lo que implícitamente conllevaría considerarlo como un fenómeno importado, al existir obligatoriamente un desfase cronológico entre los yacimientos más antiguos de la periferia. Pero no obstante existen otros autores, que a pesar de mantener una teórica sincronía entre los procesos de “lo litoral” y “lo interior”, desechando el concepto de retardatario del Neolítico del interior, continúan situando el inicio del Neolítico en el IV milenio cal BC (Municio y Ruiz-Gálvez 1986: 146). Resulta además muy significativo como la principal síntesis del Neolítico en la Meseta española hasta los últimos tiempos (Municio 1988), optaba por cuestionar todo intento de ordenación cronológica de materiales, pero además tampoco establecía una cronología definitiva para estos conjuntos cerámicos. El problema más evidente con el tiempo es que la denominación tardía del Neolítico no correspondía, hablando en términos de cultura material, con los las premisas con las que se había argumentado el Neolítico costero. Es
Un intento más reciente es el de La Vaquera, donde se han comenzado a sistematizar las fases de ocupación de la cavidad (Estremera 1999), pero no tiene una relación
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comparada establecida con todo el desarrollo de las sociedades productoras en el interior.
II.2.C. Homogeneidad y heterogeneidad en las primeras sociedades productoras del interior peninsular.
Por otra parte, nosotros mismos (Cerrillo Cuenca et al. 2002) hemos expresado la dificultad existente en relacionar conjuntos concretos de materiales arqueológicos con cronologías concretas, máxime cuando en casos como los del valle de Ambrona las dataciones para conjuntos cerámicos similares pueden ofrecer diferencias significativas de un milenio (Rojo y Kunst 1999).
Uno de los debates más importantes que ha generado la aparición de las primeras sociedades productoras en el interior peninsular es el de la homogeneidad cultural o por el contrario la fragmentación del territorio en grupos culturales heterogéneos. Cabe admitir, que el tema en sí no es novedoso, pues ya Bosch Gimpera apuntó la existencia de círculos culturales que afectaban a la Península desde la neolitización, siendo el de la cultura de las cuevas, que coincide con la expansión del arte rupestre esquemático (Bosch-Gimpera 1945: 62) y el que nos afecta territorialmente.
Aún así propuse en su día, en un artículo aún no publicado, una división del Neolítico en cuatro etapas deudoras de las seriaciones establecidas en Portugal, aunque limitadas por todo el desarrollo particular de la secuencia en Extremadura. Tendríamos así una división en Neolítico Antiguo, Antiguo Evolucionado, Medio y Final, correspondientes además con algunos de los procesos fundamentales que se observan en la evolución general de las primeras sociedades productoras hasta el tránsito al Calcolítico (Cerrillo Cuenca e.p.a).
Ya escribió este autor que dentro del amplio espacio que abarcaba la cultura de las cuevas, mitad centro, sur y oeste peninsular, en el que a su vez “se forman grupos regionales con predomino de los ornamentos incisos y análogos a los de África”, cuyo límite se asienta en el sistema ibérico (Bosch-Gimpera 1945: 62-63). Olvidando por un momento las zonas litorales, el interior se dividía en varios grupos, el de Extremadura (Conejar y Boquique), el de Ávila y Segovia, el grupo con relieves del norte de España que comprendería a las provincias de Soria, Logroño y Burgos, y estaría definido por las influencias que recibirían tardíamente de los grupos con cerámica incisa; por último habría que destacar la llegada de esta cultura hasta las llanuras madrileñas (BoschGimpera 1945: 63).
Pero no faltan en el interior secuencias de claro corte levantino como las que ha propuesto J. Jiménez Guijarro para la cuenca alta del Tajo (Jiménez Guijarro 1998: 43), vertebrada en cuatro fases que se fundamentan en los modelos impuestos por Bernabeu (1989) para el Neolítico valenciano. Una primera fase, Neolítico IA, representa el contacto entre grupos de cazadores-recolectores con los agricultores próximos, a partir de ahí encuadra toda la tradición de cerámicas inciso-impresas en un periodo, Neolítico IB, que abarca desde el 5500 hasta el 4000/3500 cal BC. Posteriormente se desarrollarán dos fases, un Neolítico IIA, que representa el tránsito al Calcolítico (4000/3500-2400/2100 cal BC) y un Neolítico IIB paralelo que representa la introducción del megalitismo.
Una noción similar aporta San Valero cuando divide el Neolítico “hispánico” en cinco grupos distintos (San Valero 1946: 19), donde es evidente la separación de la zona central del interior peninsular, la Meseta, de la periferia litoral. No hay que olvidar que las demás regiones: Penibética meridional, Penibética suroriental, litoral levantino y Portugal, se encuadraban dentro de un panorama de ocupación de cavidades que en la Meseta únicamente tenían su correspondencia en cuevas como El Conejar o Atapuerca, ello además se corroboraba por la presencia de grupos cerámicos que correspondían con estas zonas (San Valero 1946: 29).
Una última aportación es la que se realizara a tenor de un catálogo de cavidades en Extremadura (Algaba Suárez et al. 2000: 66-67) que proponía una división del Neolítico extremeño en tres fases: A, B y C. El Neolítico A, representado por los materiales más antiguos de las cuevas de Maltravieso y Santa Ana estaría en relación con el Neolítico Final andaluz para estos autores, sin embargo las evidencias de una y otra cavidad no apuntan momentáneamente a una ocupación neolítica, demostrado que los materiales de la primera tienen una clara adscripción de Bronce Medio (Cerrillo Cuenca et al. 2004.). El Neolítico B estaría representado por las cerámicas decoradas con la técnica de boquique que convive con las cerámicas lisas dentro del desarrollo inicial del III milenio, dando continuidad al Neolítico C, que se comenzaría a definir con la presencia de los primeros platos de borde almendrado en poblados extremeños.
La homogeneidad en sí se deriva de un origen común que explicase todo el desarrollo cultural que se comenzaba a observar en el interior peninsular desde las cronologías propuestas de IV milenio. Evidentemente, la posibilidad de todo un trasfondo para el Neolítico del interior abría una vía para considerar que la llegada del Neolítico en este amplio espacio era fruto de una implantación monolítica (Municio 1988: 299), que servía para justificar la llegada de un “paquete” de elementos tecnológicos y culturales, difícilmente disociables. Este mismo autor señalaba la posibilidad de que dentro del Neolítico inter-
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ior pudiera diferenciarse un subgrupo que englobase la zona centro-oeste de la Península (Municio 1988: 308), opinión que en parte ya la encontramos desarrollada por Bosch-Gimpera al afirmar que la zona portuguesa guarda afinidades culturales con los grupos de Extremadura y Segovia y mezclándose posteriormente con la cultura megalítica (Bosch-Gimpera 1945: 63-64).
introducidos por la neolitización tendrían su base en la diversidad de ocupaciones epipaleolíticas distintas que anteceden al desarrollo posterior del Neolítico (Jiménez Guijarro 2001a). En el caso de J. Jiménez, se ha llegado a proponer que existen diferentes relaciones entre materiales arqueológicos y áreas geográficas que pueden contribuir a diseñar espacios distintos (Jiménez Guijarro 1998: 40), propuesta que, por el desconocimiento de una secuencia clara para establecer esas mismas referencias, hemos criticado en otras ocasiones (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001; Cerrillo Cuenca et al. 2002).
No en vano, hasta la fecha prácticamente no se ha superado ese armazón conceptual que constituía la neolitización del interior en la primera homogeneización territorial de la meseta, marcada por patrones cerámicos semejantes, y definidos claramente por la ausencia de cerámica cardial. Los trabajos de base no hicieron sino comparar a una escala regional conveniente los nuevos yacimientos documentados con los hitos historiográficos que habían supuesto inicialmente las cuevas de La Vaquera y Verdelpino, lista a la que continuaban añadiéndose paulatinamente todo el conjunto de yacimientos con referencias antiguas en la bibliografía o documentados en los distintos procesos de investigación. Es sin duda un ensayo metodológico basado excesivamente en la comparación de paralelos, lo que había determinado una homogeneidad teórica, que recibía el nombre genérico de “Neolítico del Interior”.
Todos los modelos en definitiva, asumiendo o no la presencia de base poblacional previa, se decantan por valorar un origen geográfico próximo para la neolitización, por lo que la teórica fragmentación de espacios guarda relación con fenómenos difusionistas. En este sentido es destacable que en una primera etapa del estudio del neolítico interior, fundamentalmente en los años 80, se aludiera a las semejanzas existentes entre las series cerámicas del Neolítico Medio Andaluz y las del interior peninsular, haciendo depender determinados procesos de esa vaga relación de paralelos.
Por otro lado hay que reconocer en este punto que la homogeneidad/heterogeneidad del Neolítico Interior tiene una clara raíz de organización político administrativa, pues a medida que se ha producido una reorganización autonómica se ha optado por dejar a un lado la noción de origen común de la neolitización para dar paso a un mosaico de “espacios interiores” bajo el paradigma general del “Neolítico de las Autonomías” (Hernando 1999a), buena prueba de este hecho es la fragmentación que se establece en espacios geográficos en las actas del Primer Congreso de Neolítico en la Península Ibérica. Los cambios regionales y las secuencias establecidas para cada área fomentan cada vez más que el “Neolítico del Interior” sea un concepto de referencia para el estudio de una zona concreta, donde cada vez existen más peculiaridades que la diferencian de un entorno homogéneo.
II.2.D. Relaciones sur/interior y oeste/interior como criterio de relación cultural. Como consecuencia directa de los puntos anteriormente expuestos deben considerarse las propuestas de todos aquellos autores que han defendido el origen del Neolítico Interior en las áreas del Sur peninsular. No es necesario recalcar que la investigación hasta épocas recientes ha venido sistemáticamente distinguiendo diferencias sustanciales entre la neolitización del área sur-oriental de la península y el SO, proponiendo alternativamente que en unas zonas se habría desarrollado un neolítico autóctono desde fechas antiguas como en la de la cueva de Santiago de Cazalla (Acosta 1986), que tipológicamente se caracterizaría por las cerámicas a la almagra; y una teórica zona oriental con la consabida influencia del cardial mediterráneo, diferenciación que ya es palpable en la división geográfica que realiza San Valero (1946) con una prolongada perduración a lo largo de las últimas décadas. Sin querer establecer una primera dependencia de los “espacios interiores” con las zonas neolíticas Suroccidentales, lo cierto es que los materiales arqueológicos de cuevas como las de la Carigüela del Piñar (Pellicer 1964), o el Nacimiento de Pontones (Asquerino y López 1981), etc., evidenciaban ciertas posibilidades de relación entre los materiales que comenzaba a ofrecer la Meseta y aquellos ya seriados en las cuevas andaluzas. Este tipo de relaciones, dependientes de una teórica división clásica y
En efecto, si hasta la fecha la superposición de un concepto común a una serie de episodios culturales reconocidos era el enfoque prioritario, lo cierto es que se están perfilando rasgos que hablan cada vez más de un origen distinto para el Neolítico de cada de área. Por un lado, como ya he avanzado, hay quien asume líneas de filiación directa con los entornos periféricos como modelo de explicación (Kunst y Rojo 1999), pero también quien fundamenta en un hipotético desarrollo poligénico las novedades del Neolítico (Jiménez Guijarro 1998), aún manteniendo cauces de difusión desde el sustrato mediterráneo. Desde una perspectiva diacrónica los cambios
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tripartita del Neolítico, intentaban plantear como a lo largo del Neolítico Medio/Final se establecerían contactos entre uno y otro entorno cultural, puesto que este parece el momento en el que existen similitudes importantes entre los materiales.
de difusión que influyeran desde ámbitos tan distintos como el Ebro o la costa portuguesa. Sin salir de la Meseta Norte, el estudio conjunto de las ocupaciones del valle de Ambrona y de la Vaquera lleva a suponer de nuevo a los autores de este trabajo una colonización del espacio (Rojo y Estremera 1999: 88), cuya principal argumentación es la presencia en los niveles más antiguos de La Vaquera de cuadros ergológicos muy similares a los de las cuevas de Andalucía Occidental, tales como cerámicas a la almagra o bases cónicas (Rojo y Estremera 1999: 87). Estas semejanzas muy en consonancia con lo que afirma Delibes, no supondrían un problema para admitir abiertamente la presencia de intercambios y de rutas de difusión en sentido Norte-Sur y Oeste-Este (Rojo y Estremera 1999: 88), sobre las cuales fundamentar el desarrollo agrícola de la Meseta Norte y el origen exógeno de las actividades agrícolas.
La primera aportación de M. D. Fernández-Posse (1980) respecto al Neolítico del interior peninsular ya apuntaba en esa dirección al afirmar que los paralelos decorativos de la cerámica servían para enlazarlos con los del Neolítico Andaluz. A lo largo de los distintos trabajos aparecidos con posterioridad esta especial característica del Neolítico interior se ha venido poniendo reiteradamente de manifiesto (Bueno et al. 1995: 75). En los casos de la bibliografía extremeña se ha incidido bastante en este último aspecto, Enríquez juzgaba que a partir de los materiales de la Charneca se podrían inferir paralelos con las cuevas de Andalucía Occidental, pero también con los yacimientos que empezaban a conocerse en toda la zona costera portuguesa (Enríquez 1986: 21; 1996). Algaba, Collado y Fernández (2000: 66) han apuntado lo mismo en relación con su “Neolítico A” y la influencia del Neolítico Final Andaluz.
En realidad esta apertura de horizontes deja patente la necesidad de valorar en el escenario del interior contactos significativos que no tienen necesariamente paralelos en Andalucía Occidental, sino en todas y cada una de las áreas próximas a cada espacio interior, sin que suponga necesariamente un elemento retardatario (Cerrillo Cuenca et al. 2002).
En este punto hay que recordar también como se ha venido subrayando desde tiempo atrás la influencia de la zona más occidental de la Península en la colonización del interior, conforme a lo apuntado inicialmente por BoschGimpera (1945) y sugerido nuevamente por Municio (1988). En este sentido la última aportación a las relaciones O-E durante la neolitización del interior proceden de las síntesis de V. Hurtado, quien en los últimos tiempos ha venido manteniendo una sólida relación con Portugal para los procesos del Neolítico extremeño, sugiriendo que la colonización del interior estaría ligada a la influencia directa de Portugal y a un fenómeno retardatario de ocupación (Hurtado 1995).
II.3. Un modelo para un espacio del interior peninsular. El surgimiento de las estrategias productoras en la cuenca extremeña del Tajo. Recientemente se ha estado cuestionando la capacidad existente para generar modelos de neolitización que únicamente valoren la adopción o la difusión como cauces de los estímulos culturales que condujeron a la aparición de la agricultura (Donahue 1992: 78; Barnett 2000: 101). De este modo se debate la facilidad con la que se han generado los distintos modelos al uso, cuando realmente el único elemento de situación temporal que se posee, las dataciones de C14 muestran unas desviaciones standard tan elevadas que no es posible obtener el suficiente nivel de detalle (Barnett 2000: 104) para hablar de algún tipo de proceso concreto. Estas consideraciones, realizadas por Barnett, a propósito de la neolitización del Mediterráneo Occidental, no hacen sino reflejar las últimas tendencias de la investigación más reciente centrada en admitir la multi-causalidad de la neolitización (Vicent 1996; Ooesterbeek 2000) y sus efectos antes que admitir modelos rígidos basados en mecanismos concretos.
Delibes (1985: 25-26), en una dirección similar a la apuntada en relación con el influjo andaluz en el interior, afirmó en su momento que la presencia de cerámicas a la almagra en los yacimientos meseteños debía entenderse como una expansión del Neolítico desde la Penibética, donde en yacimientos como el de la cueva de Los Murciélagos de Zuheros aparecía sintomáticamente representada. Esta difusión S-N debía entenderse no como una mera aculturación, sino como la colonización de un territorio despoblado y ocupado por gentes con una agricultura pujante. Los propios presupuestos de colonización desde el Sur que propugnase este autor han quedado abiertos recientemente al reconocimiento de otros cauces e influencias sobre el neolítico interior, aún sosteniendo el importante peso que juegan las cuevas andaluzas como elemento de comparación, Delibes (1998: 29-30; Delibes y Fernández 2000: 96) ha optado por reconocer corrientes
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Por otra parte, no hay que olvidar que la creación de modelos y su aplicación es un problema de cariz más “histórico” que realmente arqueológico, como ha señalado Oosterbeek (2000), quien opina que deben separarse los datos del registro arqueológico de lo que es meramente una explicación propia del campo de la “Prehistoria” como es la neolitización. Con ese rasgo “histórico” no se quiere señalar otra cosa que la evidencia de la neolitización, el registro arqueológico, no es más que el producto de una concepción social determinada en la que alcanza su significado (Thomas 1991: 4). Desde esa perspectiva de concepción social es necesario, por tanto, no tratar de explicar la presencia de cerámicas y especies domésticas en sí, sino del modo que ha propuesto Vicent (1996: 4), formular hipótesis que expliquen la verdadera integración que sufrieron éstos dentro de los mecanismos sociales y de qué modo se produjo.
adaptación del grupo al medio, sino un complejo entramado donde están insertos todo tipo de factores de análisis y donde los aspectos ideológicos pueden desempeñar una labor de configuración y relación de todos ellos. En este sentido debe concederse cierto valor a los planteamientos de Ian Hodder, quien justifica la neolitización de las sociedades productoras como un proceso de larga duración donde la existencia de relaciones simbólicas internas pudo determinar la adopción de la agricultura (Hodder 1990: 21). Rechazamos, por tanto, una visión normativa de la cultura y cualquier tipo de organización supraestructural sistémica o estructural rígida para explicar un proceso de cambio. Estas relaciones sistémicas obligan, como ocurre en el sistema dual (Bernabeu 1996), a explicitar situaciones teóricas de cambio que no contemplan más posibilidades que las que ya establece el modelo como punto de partida.
La creación de un marco teórico donde confrontar los datos obtenidos en el transcurso de la catalogación de asentamientos, resulta imprescindible en todo trabajo de investigación arqueológica, y su establecimiento de un modo previo a la exposición de los datos es el orden adecuado, epistemológicamente hablando. Por ello he procurado dibujar un marco teórico en el que, atendiendo a las ideas anteriores, tengan cabida la explicación de tres factores:
2. La negación de una organización normativa de la cultura, obliga a considerar que los fenómenos de cambio no son predecibles, pues las situaciones ante un mismo proceso pueden generar distintas respuestas por grupos sociales aparentemente similares. Esto se relaciona con la capacidad de ideológica y material de cada grupo para asimilar una determinada novedad. En términos prácticos implica superar las limitaciones que “el paradigma cardial” (Bernabeu 1989; Fortea y Martí 1984-85; Martí 1978) o el modelo dual (Bernabeu et al. 1993; Bernabeu 1996) han impuesto en la teoría de la interpretación del Neolítico. El paisaje no es sino un conjunto de asentamientos humanos interrelacionados, pero con cierta heterogeneidad, donde la respuesta de los grupos post-paleolíticos puede variar según factores muy aleatorios.
1. Cómo la tecnología y las especies domésticas fueron incluidas en el universo material de los distintos grupos sociales que operan en una franja temporal imprecisa. 2. La situación económica en la que se encontraban los grupos de cazadores recolectores en la zona, su predisposición a aceptar elementos novedosos (tecnología y subsistencia) y las modificaciones o permanencias que puedan establecerse en su seno.
No se precisa la presencia de una estructura organizada para explicar cambios, muy al contrario, la presencia de redes de intercambio que pudieron funcionar como soporte de difusión de los cambios (Rodríguez Alcalde et al. 1996; Vicent 1996). La presencia de grupos neolíticos en el territorio no está estrechamente relacionada con la adopción de cualquiera de sus elementos por parte de grupos mesolíticos. Éstos últimos serían así parte activa de todo el proceso de neolitización, y su cohesión favorecería la extensión de la cultura material y las actividades productivas.
3. El grado de progresión que existió en la homogeneización del territorio que se estudia. Este aspecto parecen asumirlo todos los modelos analizados, ya sea por capilaridad o difusión clásica de las especies domésticas y la tecnología en un mismo medio. Antes que intentar validar cualquier modelo teórico, la misión de estos factores de explicación es la de uniformar el conjunto de los datos para integrarlos en una explicación coherente de los procesos culturales que se comprueban en el territorio. Si hablamos de procesos culturales debemos precisar una postura teórica ante el estudio de éstos, y para mí se fundamenta en dos puntos esenciales:
Por otra parte, aunque se crea en la complejidad de este proceso, es necesario recalcar que a medida que aumentamos la escala de análisis disminuye el detalle, y por tanto la complejidad del proceso. Un intento por comprender la realidad de la neolitización en la Península, por muy cuantiosos que fuesen los datos, no ofrece más que
1. La cultura no es en ningún sentido una herramienta para adaptarse al medio, ni siquiera un producto de la
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generalizaciones muy básicas; por el contrario un enfoque comarcal no procura más que la problemática de esa zona. Ello genera una tensión entre lo espacial y lo temporal que no siempre se puede evitar desde una postura teórica o empírica.
de las mismas con la debida prudencia tafonómica para hacer referencias claras a economías de caza y recolección o economías de producción (Vicent 1996: 10). En efecto y desde una perspectiva global, he de considerar que la aparición de ciertos signos de producción en un contexto cultural no tienen porqué asegurar una economía de producción afianzada, sino al menos el uso de estos recursos en la subsistencia general del grupo. Prefiero explicitar, con la prudencia que ello implica, al menos dos situaciones económicas que pueden aparecer en un contexto arqueológico cualquiera. Estas dos situaciones pueden describirse como “estrategias de subsistencia” (Martín y Campos 1997), entendiendo por éstas cualquier actividad destinada a la consecución directa de un recurso alimenticio (Cerrillo Cuenca e.p.b).
Un modelo que aspire a explicar la situación de ambas escalas, debe integrar todas las situaciones que se están ofreciendo de un modo coetáneo en el registro arqueológico, sin obviarlas en el plano de explicación. El modelo dual asume de un modo previo que la única formulación posible es la de la anterioridad del neolítico levantino frente a cualquier otra evidencia peninsular (Bernabeu 1996) y con ello obvia las situaciones que se están produciendo en la zona Atlántica, por ejemplo. La construcción de los modelos debe ser lo suficientemente flexible para integrar los datos de carácter local sin que entren en contradicción con otros datos a mayor escala, problema que desde un punto de vista teórico han formulado distintos autores (Gamble 2002: 180-181). La escala de aplicación debe para admitir novedades y situaciones no especificadas a priori, y ello vuelve a tener relación con el normativismo que se ha venido experimentando en algunas parcelas de la investigación arqueológica.
-Estrategias de caza y recolección. No implican un trabajo directo del medio más que la obtención de energía a partir de los recursos naturales existentes. -Estrategias productivas. Implican la interacción con el medio para potenciar el desarrollo de otras especies de las que obtener energía. De modo genérico denominaré a la conjunción de ambos tipos de estrategias como “grupos con estrategia de subsistencia mixta”, aunque sea en distintos porcentajes teóricos. Así podemos tipificar al menos dos situaciones radicalmente distintas en un plano teórico:
II.3.A. El origen de las estrategias productivas y la tecnología “neolítica”. En otro orden de las cosas, no puede defenderse que la aparición de la agricultura esté realmente asociada a contextos culturales diferenciados, por el contrario existen dos situaciones perceptibles en el registro arqueológico y que la mezcla de ambas puede producir un sinfín de situaciones no tipificables estrictamente en sociedades productoras y no productoras en virtud a criterios tecnológicos (Hernando 1999a: 290).
1. Sociedades donde la subsistencia se realiza mediante la orientación de estrategias de caza y recolección. 2. Sociedades donde la combinación de varias estrategias productivas y depredadoras conforman la subsistencia básica del grupo.
Desde una perspectiva post-procesual, F. Criado (1993: 24-25) ha propuesto que existe una relativa semejanza entre las concepciones del paisaje de los grupos de tradición epipaleolítica y los primeros agricultores. Para este autor el proceso de neolitización cabría ser interpretado como un “umbral ambiguo que se cruza repetidamente hacia adelante y hacia atrás”, haciendo referencia a la dificultad que entraña realizar una división precisa entre estas dos situaciones económicas, y las posibilidades de adopción de técnicas no exclusivamente propias de sociedades de recolectores o cazadores (Criado 1993: 25).
Denominaremos “estrategia” a cada actividad consciente y orientada a la consecución de un determinado recurso, para lo que se requiere un determinado gasto de energía, un equipamiento material y materia sobre la que obtener la energía. La combinación de diversas estrategias de uno y otro sentido conforma la subsistencia de un grupo, y ésta teóricamente puede variar según los grupos y los recursos disponibles. En el plano práctico implica que la adquisición y el desarrollo de una estrategia productiva no conlleva poseer ya especies domésticas y que la aparición de la cerámica está desligada de todo este proceso, independientemente de que pueda ser o no contemporánea. Ni siquiera las estrategias agrícolas tuvieron que estar explícitamente unidas a las estrategias ganaderas y la generalización de ambas pudo constituir procesos independientes. Muy al contra-
Este hecho resulta fundamental para entender todo el proceso de neolitización, pues aunque esté formulando la posibilidad de entender un cambio desde una perspectiva meramente teórica, no deja de ser cierto, que otros autores han considerado, que es necesario un reconocimiento
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Los primeros grupos neolíticos de las cuenca extremeña del Tajo
rio, en la definición que he ofrecido, las estrategias productivas podrían estar contemplando la intervención humana sobre el comportamiento de algunas especies silvestres que fomentaran un cierto control sobre su ciclo reproductivo.
se fue diluyendo el comportamiento nómada en el territorio. En definitiva cada uno de estos elementos pudo ir vinculado a una formulación ideológica anterior, que tuvo una representación definitiva en la adopción de una determinada estrategia o tecnología. En esa línea teórica se ha explicado que el desarrollo de las necesidades de almacenamiento pudo favorecer posteriormente la aceptación de la cerámica y que realmente favoreció la neolitización (Testart 1982). La adopción de estrategias de producción, pudo ir enlazada en un proceso de asimilación semejante, derivado de la selección de los elementos recolectados o el ensayo de concentración de animales en un mismo emplazamiento y el inicio de la caza selectiva (Olària 1988).
Así, reconocer estos dos tipos de estrategias no implica una identificación cultural alguna con los términos clásicos de “Mesolítico”, “Epipaleolítico” o “Neolítico”, contribuyendo únicamente a registrar y hablar de determinados modos de vida que independientemente del factor cronológico pueden desarrollarse en un paisaje. Desde un nivel teórico pueden realizarse tales especulaciones, sin embargo será necesario realizar una correcta aplicación metodológica para validarlas a un nivel práctico. El único elemento que existe para explicar estas hipótesis previas son los propios contextos arqueológicos y su correcto estudio, lo que no es siempre posible determinar en términos absolutos de “validez” o “invalidez”.
Debe suponerse, o al menos no negarlo, que bajo toda la construcción de elementos que se encuentran en las formulaciones clásicas sobre las sociedades de cazadores recolectores subyacen algunas nociones ideológicas en progresión que pudieron facilitar la absorción de nuevas estrategias y tecnologías. Una de estas ideas puede ser la apertura a la combinación de varias estrategias depredadoras, y la apertura a las teóricas economías de amplio espectro (Vicent 1996: 10), perspectiva que se comienza a documentar a lo largo de la transición entre el Tardiglaciar y el Holoceno de modo común en muchos puntos de Europa.
Enlazando con esta última idea, apuntamos que no existen pruebas fehacientes de que la domesticación de especies se produjese a partir de agriotipos silvestres del Mediterráneo Occidental, por lo que hay que suponer una expansión de las especies domésticas por todo el Occidente europeo, lo que no supone una difusión démica de grupos humanos. Los modelos al uso, especialmente los que han tratado de explicar la neolitización por capilaridad, pueden asumir esta última circunstancia sin grandes problemas teóricos (Rodríguez Alcalde et al. 1996) admitiendo que las redes de intercambio soportan todo ese proceso de extensión.
Sin embargo las divisiones clásicas entre sociedades “cazadoras-recolectoras” y “campesinas” estarían enterrando una gama de matices que de modo diacrónico podría experimentar una pervivencia mayor de la que se supone.
De cualquier modo debe hacerse énfasis en que no se debe valorar la especie animal concreta que fue domesticada, sino los mecanismos conceptuales bajo los que se asumió la domesticación y en el momento en el que comenzaron a manifestarse sobre el paisaje.
II.3.B. El momento previo: las estrategias cazadoras y recolectoras. Para comprender la generalización de las actividades productoras es necesario comentar el punto de partida, momento en el que existe una cierta generalización de las estrategias no productoras en el territorio. La particularidad del estudio de estas sociedades en nuestro ámbito se reduce a pocos, pero significativos datos. Hay que reconocer en primer lugar una convivencia de fechas, mejor comprobada en Portugal, por las cuales grupos con estrategias mixtas y grupos con estrategias cazadoras recolectoras comparten un momento temporal, aunque no se puede dirimir de estas dos situaciones algún tipo de comportamiento territorial.
Otra cuestión es la aparición de la cerámica en contextos donde las estrategias son de signo productor o depredador. La documentación de cerámica en contextos donde se han desarrollado estrategias productoras o depredadoras es otro de los grandes problemas de la investigación. En el plano teórico no se puede asumir que las estrategias de producción ofrezcan algún tipo de vinculación tecnológica. La cerámica en sí no es más que un elemento que efectivamente parece sufrir variaciones morfo-estilísticas en consonancia con distintos factores culturales, pero que no es determinante en sí de la aparición de una determinada estrategia. Podríamos añadir, por las características específicas del material, que su desarrollo quedaría ligado a sociedades con cierto grado de sedentarización, pero es imposible valorar en cada caso concreto, en que términos
Las dataciones de V milenio de algunos concheros del Alentejo (Straus 1991) se contraponen a las fechas que
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tenemos en pleno VI milenio para algunos conjuntos como los de Sâo Pedro de Canaferrim (Simões 1996) o los de Caldeirão (Zilhão 1992), por citar los ejemplos más claros y más próximos a estas situaciones. Esta circunstancia implicaría una convivencia temporal de las estrategias mixtas y las cazadoras-recolectoras ampliamente probadas a lo largo del litoral portugués. Si se desciende a una escala más concreta se comprueba como el poblamiento se reparte desigualmente (Zilhão 1998), y debe proponerse que, si es cierto que existen diferencias en cuanto a la aparición desigual de las estrategias productoras, realmente hay algún factor o factores ideológicos que enmascaran una realidad compleja.
para comenzar a incorporar elementos de sociedades con estrategias de producción. Existen dos obstáculos a la determinación empírica de tal fenómeno: 1. Hasta la fecha existen datos sólidos, aunque insuficientes, para proponer interpretaciones sobre ocupación de espacios y estrategias económicas en este ámbito. 2. La caracterización de procesos técnicos sobre cuarcitas locales, aspecto comprobado en algunos puntos del litoral atlántico y diversos puntos del interior. Hasta fecha reciente no se han documentado industrias de este tipo en la cuenca del Tajo, datos parciales de El Conejar, de donde resulta difícil, por las características del depósito, inferir planteamientos tecno-económicos sólidos.
El “modelo dual” propone que únicamente algunas zonas son las aptas para el desarrollo de la agricultura y por tanto es en ellas donde se produce la verdadera colonización (Bernabeu 1996), sin embargo en ningún momento se valora el tipo de relación que los grupos con cerámica cardial pudieron mantener con aquellas sociedades no productoras, quienes únicamente se convierten en meras receptoras de los cambios. Esta afirmación puede pecar además de actualismo, pues los patrones de asentamiento neolíticos no tendrían necesariamente que estar orientados a una concepción edafológica y geológica tan formada como la actual.
En este sentido, aunque el modelo estará limitado por el estado primario de la investigación, hay que avanzar que los datos que podemos aportar para desarrollarlo en una vertiente práctica son escasos pero relevantes, por ello resulta necesario recurrir a otros ámbitos que puedan subsanar esas dificultades. Desde luego la costa atlántica ofrece una buena situación en cuanto a cronologías y formas de vida, con la que se suplen al menos nuestras limitaciones en cuanto a los interrogantes que puedan suscitarse en la aplicación práctica del modelo.
En la actualidad el estudio de los grandes concheros del litoral portugués como Cabeço de Arruda, Vidigal o Samouqueira, demuestra que las sociedades mesolíticas habían desarrollado una verdadera complejidad social, con una organización funcional de espacios, de la que no quedan exentas las áreas de necrópolis y de donde se puede inferir un aumento poblacional en los últimos momentos del Mesolítico (Straus 1991: 902). Por tanto parecen mantener su estructura inalterable ante los cambios que genera el surgimiento del Neolítico en la región (Soares 1997: 590) y concretamente la presencia documentada de actividades agrícolas.
Esta idea viene a colación de la supuesta compartimentación entre espacios con estrategias productoras y sin estrategias productoras y el modo en el que se produjo la adquisición de las primeras. Si es cierto que existen algunas discontinuidades territoriales del proceso, algo que no logramos comprobar en Extremadura, pero que se comprueba en otros ámbitos, debemos preguntarnos qué factores pueden intervenir en dicha configuración y enunciarlos a la espera de una confrontación empírica: -Factores de tipo económico. La situación de una economía de amplio espectro consolidada tenderá a expandirse con probabilidad hasta que alguna situación especial fuerce su límite de estabilidad ideológica y cultural y se vea obligada a replantearse de nuevo. Soares (1997: 590) ha propuesto que los grupos de la costa del Alentejo pudieron desarrollarse sin tener que aceptar las novedades “neolíticas” contemporáneas, puesto que la situación económica que mantenían no lo requería. Por el contrario, las economías débiles, poco diversificadas, podrían tender a incorporar otros recursos que satisficiesen sus necesidades en mayor grado. En este sentido habría que considerar que no existe una verdadera modificación de estrategias, sino a lo sumo fenómenos de incorporación.
El hecho de que autores como Zilhão (2000) hayan forzado el reconocimiento de un mapa teórico de zonas de aglutinamiento de sociedades productoras y otras de sociedades de cazadores-recolectores, no estaría sino denotando la artificialidad de un conjunto de paisajes formados por círculos cerrados, en los cuales la interacción no es posible más que por el avance de las sociedades tecnológicamente más avanzadas sobre las más atrasadas. En el interior peninsular, y más concretamente en la cuenca extremeña del Tajo, los datos para mantener una evidencia de estos fenómenos de “resistencia” no son comprobables, pero tampoco podemos establecer el grado de superación ideológica que estas sociedades poseían
-Factores de tipo ideológico. Aún cuando pueden encontrarse íntimamente ligados a los primeros, pudieron generarse en el territorio diversas respuestas ante los nuevos
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Los primeros grupos neolíticos de las cuenca extremeña del Tajo
estímulos y su aparición. Estos factores sin embargo no son netamente visibles en el registro arqueológico y pueden responder a situaciones muy variadas y concretas. Estos factores supondrían quizás una modificación de determinados aspectos ideológicos, o la potenciación de otros latentes. La ausencia de “aspectos ideológicos latentes” podría llevar a la creación de verdaderas barreras.
temporales y obviando toda la progresividad de los procesos. 3. Una cuestión tafonómica. La formación de los niveles arqueológicos es sin lugar a dudas el principal ámbito de aplicación de los modelos arqueológicos, en la medida que comprendemos los cambios estratigráficos comprendemos el tiempo y los caracteres socio-económicos, tecnológicos e ideológicos que se le asocian.
-Rupturas en la cohesión de las redes de intercambio, más que un factor en sí, podemos suponer que se trata de una verdadera consecuencia de alguno de los factores enumerados, o de algún otro no tipificado, convirtiéndose en la razón última de la coexistencia de grupos con estrategias de caza y recolección y aquellos con estrategias mixtas compartan un mismo ámbito cronológico.
Explicar cambios y procesos, por bien expresados que queden desde la teoría, es una tarea que debe realizarse a partir de los datos del registro arqueológico, retomando así cierta perspectiva empírica. No resulta menos cierto que aunque se fraccione el tiempo en procesos, paisajes o actitudes sociales, éstas pueden ser diversas y contemporáneas dentro de nuestra propia escala temporal, aportando así convivencia de procesos que no hacen sino añadir riqueza e información a cualquier planteamiento cultural que se esboce.
II.3.C. La vertebración temporal del proceso. Con todos los aspectos anteriormente expuestos, tanto el surgimiento de estrategias de producción como su adopción, no son nada sin un componente temporal. Podemos decir que la innovación se plasma en el territorio mediante el desarrollo de las estrategias de producción, al igual que otros procesos, pero no es posible comprender éstas sin un verdadero componente temporal del modelo. Asumimos que la presencia de un nuevo elemento en el espacio genera una serie de respuestas que se irán sucediendo en el tiempo hasta configurar un equilibrio socioeconómico e ideológico. El primer problema añadido con que nos encontramos es con elementos que distorsionan la realidad del pasado para ajustarla a nuestras comodidades:
Las distinciones que se plantean entre estrategias depredadoras y productoras, pueden ser en apariencia netamente distintas, sin embargo, y para algunos autores representan la convivencia de algunos principios sociales susceptibles de ser consideradas bajo el mismo concepto teórico. Es el caso de Criado, quien propuso que las sociedades mesolíticas y neolíticas debían ser entendidas como “sociedades participativas” (Criado 1993) en tanto en cuanto pueden considerarse afinidades paisajísticas, derivadas de una concepción común del aprovechamiento del entorno. La neolitización debería ser entendida como una naturalización del medio (Criado 1993), en el que todavía no estarían presentes todos los elementos que conformarían la aparición del campesinado.
1. Una cuestión de escalas. Tendemos a ver procesos culturales muy diversos desde una misma óptica (escala) temporal que dificulta la comprensión de una verdadera progresión cultural, que no es necesariamente evolutiva. Si se analiza el afianzamiento de las estrategias mixtas desde sus inicios hasta la romanización, por ejemplo, tenderemos a ver una marcada evolución de las mismas, considerando que a medida que pasa el tiempo existe una verdadera consolidación de la agricultura y la ganadería en la dieta. Sin embargo existen regresiones intermedias tan puntuales que pueden resultar significativas a la hora de comprender las propias estrategias de producción. Soy por tanto contrario a observar procesos de larga duración en sentido estricto.
Estas posturas teóricas en lo referente a los tiempos absolutos y los tiempos históricos han sido retomadas por Jiménez Guijarro (2000), precisamente a colación de la neolitización de la Alta Extremadura. Sin embargo, este tipo de propuestas teóricas pecan de una reducida perspectiva, refutable en cuanto se intenta su contrastación con la suma de los contextos arqueológicos analizados. Por ello las construcciones teóricas sobre las que se funda la periodización de este autor no dejan de carecer de un desfase, al importar directamente la secuencia del ámbito levantino (Jiménez Guijarro 1998: 42), desde donde al parecer no existen puntos de contactos en cuanto a actividades económicas. Esta relación contradictoria se logra al negar un desarrollo de la agricultura en los tiempos paralelos a la secuencia levantina (Jiménez Guijarro 2000).
2. Una cuestión de fases. Las divisiones estructurales del Neolítico han fomentado una estructuración rígida entre fases y elementos directores, cuestión que limita en exceso nuestra propia visión del proceso temporal, obligándonos a caer en verdaderas generalizaciones de segmentos
No parece necesario subrayar que cualquier ensayo de secuencia debe tener una base organizativa asentada en nuestras propias escalas temporales, y aunque existan
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procesos paralelos, como por otra parte es previsible, no deben reducirse únicamente a una única visión sintética. Por otra parte, puesto que puede entenderse que la construcción de las secuencias se basa en la suma de los contextos arqueológicos donde se encuentran elementos comunes o se organizan en puntos próximos de la escala temporal, hay que admitir ciertas limitaciones a la hora de comprender las variaciones y las permanencias. Evidentemente la construcción temporal histórica que manejamos es deudora en muchos aspectos de la división braudeliana que se propugnaba en la división en tiempos históricos (Braudel 1968: 64-66). Extrapolar una visión sintética de los contextos arqueológicos que se analicen a procesos de larga, media o corta duración, no deja de ser una labor necesaria para sistematizar el conocimiento arqueológico, aún siendo conscientes de que una parte de las peculiaridades de cada caso concreto se pierden en aras de la sistematización. En determinadas ocasiones (Cerrillo Cuenca 1999b: 9394) he querido ver en el desarrollo del proceso de neolitización un incremento de las actividades productivas que conduciría a un establecimiento irrevocable de la agricultura y de sus tiempos, presagiando y facilitando el establecimiento de culturas calcolíticas con una fuerte base agro-ganadera. Esta perspectiva teórica que enuncié en su día como “perspectiva de intensificación” no es sino la formulación en términos concretos de un proceso de larga duración, como es la apropiación conceptual del medio como espacio de producción. Al menos en esa faceta y como un elemento de larga duración no supondría ningún problema entender que, sacrificando parte del registro arqueológico, esta formulación tiene tintes de realidad. Sin embargo, establecer esta perspectiva de larga duración como tiempo de referencia es científicamente inoperante por la visión sintética a la que reducimos los procesos para que tengan cabida en ella. La complejidad se revela al asumir, que aquellos elementos del registro arqueológico que pueden servir de comparación, como fósiles guía, en definitiva, no se encuentran en relación directa con los procesos culturales que se observen en cada contexto. Ello se hace patente al comparar en términos de igualdad materiales de contextos distintos, lo que genera visiones a escalas sintéticas distintas. Ni siquiera la aplicación de una metodología de signo estadístico, serviría para reflejar con fidelidad la pluralidad de situaciones reconocibles.
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III. UNA APROXIMACIÓN METODOLÓGICA.
excavación e incluso los inventarios en SIG, como modo óptimo de interrelación.
III.1. Territorio, espacio y paisaje. Actualmente existen en Arqueología medios de catalogación y análisis de poblamiento arqueológico de reciente creación, y por otra parte muy ligados al desarrollo informático de finales de la década de los años 90. La popularización de los Sistemas de Información Geográfica (SIG, en lo sucesivo) ha fomentado que se produzcan cambios notables a la hora de comprender el grado de vinculación entre el territorio y los grupos que lo habitaron en un determinado periodo. La representación, tanto bidimensional como tridimensional del territorio y los yacimientos en él contenido han fomentado que esta herramienta se haya convertido indispensablemente en un método rápido y visual de representación.
III.1.A. El asentamiento como unidad de conocimiento arqueológico: posibilidades. Entiendo por asentamiento aquel lugar deliberadamente escogido por un grupo social del pasado para la realización de una determinada actividad. La cultura material, como unidad de conocimiento menor, se halla relacionada con el asentamiento ofreciendo información relativa a la naturaleza de las actividades en él desempeñadas así como su prolongación en el tiempo. Sobre esta primera definición, una declaración de intenciones, se vertebra la metodología de análisis.
Sin embargo, se ha puesto de manifiesto que la reacción de los arqueólogos ha sido la de incorporar los SIG al estudio del poblamiento sin un soporte teórico que sería idóneo para comprender el verdadero componente del hombre en relación con el medio (González Pérez 1998: 72). La aplicación de una herramienta como el SIG, en este caso debe ir ligada a una opción teórica que permita dar explicación a los problemas que he planteado dar solución.
Ahora bien, es cierto que el asentamiento y su relación con el medio pueden medirse según criterios muy distintos que se empleen según tratemos de dar explicación, o prioridad, a unos factores o a otros. Aunque centre la explicación en él, como unidad básica, no dejan de existir nociones superiores como las de “territorio”, “espacio” y “paisaje”, a las que debemos tratar de dotar de una explicación en el análisis.
Es por ello, que resulta muy necesario definir cuáles son los enfoques teóricos que pueden tener cabida en la aplicación de una metodología SIG, y éstos no son otros que las propias concepciones historiográficas que se han ido aplicando hasta la fecha en Arqueología.
Un enfoque metodológico resulta pues ineludible para comprender la plasmación física de la neolitización, pero además permite un acercamiento muy exhaustivo a una muestra de yacimientos heterogéneos, en los que puede hallarse algún tipo de pauta.
Tomaré como base de análisis el asentamiento de donde podemos dividir dos grandes líneas. De un lado el estudio del yacimiento dentro de su medio, como se verá a continuación y por otro la cultura material que en él se incluye. En el primer apartado trataré de dar significado a las dimensiones del paisaje y sus métodos de evaluación a través de las distintas técnicas disponibles, así como cual ha sido el medio de documentación empleado. Mientras que en la segunda parte, se aportará una metodología para analizar los distintos caracteres industriales que se recogen los yacimientos.
La noción de territorio es meramente artificial y haría referencia (Orejas 1998: 15) a la imposición de unos límites artificiales a un entorno físico determinado. Noción que no es asimilable a la de “espacio” o “paisaje”. La preocupación por el estudio del yacimiento y su relación con el territorio fue una cuestión ampliamente debatida en Arqueología desde las distintas corrientes de pensamiento que se han establecido a lo largo del tiempo. Así desde la década de los 60, la consolidación de la New Archaeology permitió de un modo claro asentar el estudio del medio en la interpretación arqueológica.
Baste decir, antes de adentrarnos en la explicación, que el soporte para unir uno y otro nivel de información ha sido precisamente la inclusión de los datos de prospección, de
Un ejemplo fue toda la serie de estudios que se derivaron de los enfoques paleo-económicos de la escuela Oxford, principalmente a partir de los trabajos de Higgs y Vita-
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Finzi (1970). En definitiva es el entorno del asentamiento y las posibilidades de interacción de sus habitantes con los recursos, el elemento que mejor puede explicar la inclusión de la actividad humana en un territorio determinado y su comportamiento. Estas posturas de relación del hombre con el medio dieron lugar a los postulados del site catchment análisis, profusamente empleado en la década de los años 70 y cuya pervivencia en algunos modelos de explicación actuales es palpable.
La recreación de los modelos matemáticos propuestos por Hodder y Orton en el SIG, tal como polígonos de Thiessen o análisis del vecino más próximo, es posible. Aunque no será un recurso que se emplee en este trabajo concreto. Las últimas aportaciones a la comprensión del yacimiento en su medio es sin duda la aparición del pensamiento post-procesual, que dará paso a la denominada “Arqueología del Paisaje”, donde, independientemente de la polisemia de la palabra “paisaje” (Thomas 2001), se aboga por valorar las relaciones conceptuales entre el individuo y el medio físico (Criado 1993), intentando construir analogías que se aproximen al uso social del medio físico del pasado (Thomas 2001: 181).
Las relaciones entre el yacimiento y el medio han sido tomadas como un factor igualmente determinante por los arqueólogos partidarios de la Teoría General de Sistemas. Para los defensores de estas teorías se establece una relación de retro-alimentación entre el medio y la cultura, de tal manera que se produce un cambio necesario de energía entre una organización socio-económica determinada y el medio físico que permite a la primera organizar sus actividades (Clarke 1984; Querol 1985).
Las recreaciones que podemos efectuar para acercarnos a la propia dimensión conceptual del medio es posible a través de las distintas capacidades del SIG, que nos pueden guiar en la búsqueda de determinadas regularidades y sincronías a partir de las distintas herramientas que ofrecen los SIG. Cálculos como los de superficies de coste e intervisibilidad y las relaciones entre yacimientos de diversas funcionalidades y épocas pueden promover un análisis lo suficientemente eficaz para resolver algunas de las cuestiones más necesarias.
La valoración en términos de proximidad de recursos concretos, puede rastrearse a través del SIG. Así podemos proponer áreas distintas de captación de recursos y plantear su explotación por parte de grupos que están representados en puntos concretos o yacimientos. Un mecanismo similar sirve para acercarnos a las pautas de asentamiento, a partir de la proximidad o la inclusión de los yacimientos a accidentes o geomorfologías naturales concretas.
En lo que a este análisis se refiere resulta eficiente aplicar aquellas herramientas de los SIG que sirvan para expresar con mayor claridad el componente de territorialidad que existe en el proceso de neolitización. Debe procurar expresarse a partir de estas herramientas la relación conceptual que se observa entre el hombre y el territorio, añadiendo en su caso los datos procedentes de otras analíticas y que sirvan igualmente para explicar esa relación.
La introducción a finales de los 70 de los postulados de la Arqueología Espacial permitió relativizar esta serie de cuestiones y hacer hincapié en la distribución de los yacimientos en tres niveles de relación de las entidades arqueológicas. En primer lugar relacionando los asentamientos con una distribución espacial ordenada que trasciende a los límites del medio físico inmediato y que se establece con la relación entre el conjunto de yacimientos conocidos; me refiero al denominado nivel macroespacial. En segundo lugar, el nivel meso-espacial se encarga de analizar las relaciones más inmediatas del yacimiento con respecto al medio físico, analizando las capacidades de aprovechamiento de ciertos recursos y estableciendo las determinadas áreas de captación de recursos. El nivel micro-espacial vendría determinado por el estudio de las relaciones internas entre las distintas estructuras del yacimiento, o áreas de actividades.
Aplicar un modelo territorial para las primeras sociedades productoras resulta cuando menos complejo, no ya por el escaso número de yacimientos que se han reconocido a lo largo del estudio del Neolítico del interior, sino porque a medida que la muestra crece han sido pocos los intentos de estudio del paisaje, sea desde la perspectiva teórica que fuera. No deja de ser interesante que a la hora de establecer pautas de poblamiento en sí debamos centrarnos en las posibilidades de explotación real del territorio y la relación de todos los elementos circundantes antes que una rígida división en tipos de yacimientos, que queda cuestionada en cualquier caso por las posibilidades de explotación que ofrece cada yacimiento.
Los primeros trabajos partieron fundamentalmente de la escuela anglosajona con publicaciones como las de Hodder y Orton (1991). Desde esta perspectiva pretendía entenderse como el espacio que mediaba entre recursos y asentamientos era susceptible de analizarse como una valiosa información.
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investigación, lo cierto es que aunque su aplicación ha adquirido cada vez más peso, han quedado un tanto limitadas sus posibilidades como herramienta de interpretación territorial. No obstante aún se adolece de los suficientes ensayos teóricos en la corta producción historiográfica española sobre las posibilidades reales de los SIG; algunas publicaciones han permitido sentar una base consistente sobre la que comenzar el trabajo en esta parcela (Baena et al. 1996).
Por otra parte no hay que olvidar, que los territorios teóricos de explotación de cada asentamiento debieron estar sujetos a una conceptualización paisajística, que al formar “parte blanda” del registro arqueológico no es posible reconstruir. La presencia de muchos de los elementos del paisaje, puede llegar a ser escasamente determinable, en especial para aquellas épocas para las que poseemos una carencia de otro tipo de evidencias que no sea la propia cultura material.
En este caso, se empleó el SIG como una base uniforme sobre la que documentar el poblamiento, pero además como una herramienta potente de análisis y de relación entre las distintas capacidades territoriales de los yacimientos.
III.1.B. Documentación. Todas las razones anteriormente comentadas llevan a escoger con cierta prudencia cuales son las variables que deben incluirse en todo estudio del entorno en el que se desarrollaron las primeras sociedades productoras. El método de análisis, ha ido por tanto enfocado al reconocimiento de hábitat ya publicados y la inclusión de hábitats inéditos. La muestra de partida, bastante considerable, fomentaba que no se hiciera necesaria una intensa labor de campo para aportar nuevos casos al catálogo. No obstante en determinadas áreas de la provincia se estableció una prospección intensiva con objeto de distintos proyectos de investigación a cuyos datos he tenido acceso y en otros en los que he formado parte del equipo de prospección.
La información se introdujo a partir de distintas hojas del Mapa Topográfico Nacional a escala 1:25.000 y del Mapa Geológico del Instituto Geo-Minero de España a escala 1:50.000 con la ayuda de una tableta digitalizadora. Estos datos se completaron con otros obtenidos del Estudio Territorial de Extremadura II, del que se obtuvo documentación relativa a la organización administrativa regional. A ello hay que añadir los mapas digitales facilitados por el SIGCAT de la Junta de Extremadura, a una escala de 1:10.000. Había que seleccionar aquella información territorial que mejor se adaptase a nuestras necesidades reales de interpretación cultural, desechando todas aquellas variables que ofreciesen información que pecase de tintes actualistas o de una verdadera intervención antrópica reciente sobre el territorio. Esta actitud crítica con la morfología del paisaje resulta fundamental para entender la evolución del mismo, y sobre todo para no introducir variables anacrónicas dentro de la interpretación del paisaje. Desde luego, no siempre resultaba posible obviar completamente esta información reciente, en especial en lo referente a aquellos yacimientos próximos a casos urbanos donde la intervención humana resultaba mayor.
Se visitaron los asentamientos objeto de estudio y se registraron con la ayuda de GPS. Tras la conveniente corrección diferencial, los errores máximos obtenidos se situaban en un margen inferior a los 2 metros, resolución suficiente como para catalogar yacimientos de una cierta extensión como los que no ocupan. Posteriormente se realizó su volcado en SIG y se les vinculó una tabla de datos geográficos que permitía la relación de la información entre sí. El empleo de estas herramientas permitió no sólo la catalogación precisa de los yacimientos estudiados, sino la capacidad de elaborar una cartografía de base donde verter todos los datos obtenidos. Toda la información fue convenientemente recopilada y analizada de una manera conjunta con cada una de estas variables, lo que incrementaba de una manera significativa las posibilidades de análisis.
De los mapas a escala 1:25.000 y 1:10.000 se obtuvo la información relativa a topografía e hidrografía, básicamente, teniendo en cuenta otros niveles, como el acceso a los asentamientos a partir de la red viaria. En lo referente a la hidrografía se consideró dividir el conjunto de elementos en tres categorías distintas, dependiendo de sus características: ríos, arroyos y masas de aguas. Ante la eventual intervención humana sobre el territorio, consideramos la escasa variación existente en los cauces de los principales afluentes del Tajo, que en la mayoría de los casos discurren encajonados sobre el sustrato pizarroso, evidenciando la antigüedad de su cauce.
III.1.C. SIG y paisaje: un método de aproximación arqueológica. En los últimos tiempos se ha incorporado a la investigación arqueológica el empleo de Sistemas de Información Geográfica, iniciándose su uso en diversos ámbitos de
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Por último, pueden calcularse superficies de coste. Ello se logra mediante el cálculo de pendientes a partir de un MDT, y la asignación de valores porcentuales a terrenos concretos, así pueden calcularse los caminos más cortos entre un punto concreto y una evidencia dada dentro del territorio. La aplicación de este método puede ayudar a determinar caminos naturales entre recursos y yacimientos, o entre monumentos megalíticos y yacimientos.
Por el contrario las unidades de menor caudal como los arroyos si pueden haber experimentado cambios de localización desde comienzos del Holoceno, si a este problema unimos el estiaje que con frecuencia padecen estos cauces, nos encontramos ante una entidad que valorada sin rigor puede introducir ruido en la interpretación general del paisaje. Por último las masas de agua suelen pertenecer a acciones recientes, que se establecen como medio de regulación parcial de los caudales con fines agrícolas, por lo que su valoración como elemento actual del paisaje resulta más adecuada.
La siguiente información incluida, sólo en los casos en los que fue posible, fueron los mapas geológicos del IGME, que se introdujeron a partir de tableta digitalizadora para comprobar la presencia de determinados yacimientos sobre geomorfologías concretas y la posible relación con otros recursos de tipo abiótico. Esta aplicación fue extremadamente útil a la hora de establecer áreas probables de aprovisionamiento de arcillas.
La topografía se digitalizó a escala 1:25.000 manteniendo la equidistancia de las curvas de nivel a 10 metros cuando las condiciones topográficas lo requerían. En algunos casos se aumentó la equidistancia, en terrenos con abundancia de pendientes donde se hacía más aconsejable aumentar este valor hasta los 50 metros. En los casos en los que poseíamos cartografía digital a 1:10.000 mantuvimos la equidistancia de 5 metros que se incluía en este soporte, exceptuando el mapa digital de Cáceres, donde debido a su extensión las curvas se situaban a 10 m de equidistancia. En cualquier caso, la modificación del paisaje actual impide valorar convenientemente cual ha sido la topografía inicial del terreno en determinados casos.
III.1.D. Analíticas complementarias como aproximación a los paisajes neolíticos. Pero he de apuntar que no son únicamente las relaciones entre características geográficas las que mayor información ofrecen, muy al contrario son los datos contextualizados del yacimiento los que mejor pueden definir las relaciones del hombre con el entorno, y explicar así las actividades productivas que pueden desarrollarse, puesto que influyen en la propia concepción del paisaje.
La información vectorial con las curvas de nivel, se introdujo en GRASS, donde se aplicaron los métodos de interpolación en los que se basa este programa (Mitasova y Mitas 1993; Mitasova y Hofierka 1993; Mitasova et al. 1995). Estos métodos de interpolación consisten en dotar de un valor altimétrico a cada punto de una imagen. Los valores altimétricos se generan a partir de la combinación que se realiza a partir de cada curva de nivel.
La posibilidad de efectuar análisis polínicos en los yacimientos excavados y reconstruir la cobertura vegetal del medio, nos ayuda no sólo a ofrecer una imagen del clima y de los recursos disponibles en el entorno, sino también inferir el comportamiento del hombre en relación a éste. El recuento de palinomorfos y esporas relacionados con distintas intervenciones antrópicas sobre el medio colabora en detectar la presencia de ganadería, la realización de incendios de carácter local y plantear una teórica degradación del medio, e incluso valorar a escala reducida características de signo económico.
Así pudo generarse un Modelado Digital del Terreno (MDT en lo sucesivo), imagen de naturaleza raster donde las altimetrías quedan representadas por colores distintos, que para el programa son absolutamente interpretables topográficamente hablando. A partir de este MDT las opciones que pueden realizarse son múltiples, además de la representación tridimensional del territorio.
Existen además análisis de carácter económico cuyos resultados he aplicado a lo largo del transcurso de nuestra investigación. El estudio de la fauna, la carpología y el análisis de fitolitos, plantean cada uno en su parcela la documentación de actividades económicas y comportamientos que ayudan a definir cada vez mejor la actividad humana sobre el territorio, y ello no deja de generar símbolos que contribuirán a crear concepciones de paisajes.
En primer lugar, pueden realizarse cortes topográficos a partir del MDT, de gran utilidad a la hora de aproximarnos al estudio del modelo de poblamiento. Es el método más cómodo de representar el yacimiento en relación con las variables orográficas próximas. En segundo lugar, pueden estimarse las áreas de control visual a partir del propio MDT, pudiendo determinar así que tipo de recursos o lugares quedan dentro del área de visión de un yacimiento dado.
El estudio de materiales abióticos se ha planteado en este trabajo de un modo muy básico. La presencia de materiales alóctonos en contextos arqueológicos, nos alertan ya
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2. Las cualidades tecno-morfológicas de los fragmentos de este material: color, desgrasantes y tratamiento de las superficies.
de una explotación consciente y ordenada de un territorio y de sus materias primas. Para determinar distintos grados de explotación de recursos, se han analizado algunas pastas cerámicas mediante la Difracción de Rayos-X, que ayudan a comprender el proceso en la elección de arcillas y por tanto el incentivo de comprender las relaciones entre hombre y medio, como ya se ha ensayado en otros ámbitos peninsulares (Navarrete et al. 1991; Ayala et al. 1999).
3. Los elementos de prensión y suspensión. 4. Las decoraciones en la cerámica, con un acercamiento tipológico. En este apartado es necesario analizar otros ensayos de orden tipológico que se han empleado en cerámica de los periodos que abarca este trabajo. Se ha obviado en este análisis los intentos de clasificación porcentuales de tipos entre asentamientos y fases, por lo que he preferido centrarme en el concepto de forma y cómo éste ha sido definido. Aunque han sido realmente parcos los intentos para definir una tipología amplia en la que tengan cabida todos los tipos de los distintos periodos (Seronie-Vivien 1982), efectuar una tipología de una producción no estandarizada implica admitir que la ordenación tipológica es un paso previo a la sistematización de un estudio y que difícilmente puede servir para asentar conclusiones profundas en torno a la presencia/ausencia de tipos en sociedades prehistóricas.
Esta visión tecnológica del aprovechamiento del territorio se ve completada además con la obtención de otro tipo de materias primas empleadas para la industria lítica. Sólo basta apuntar por el momento, que cuando se carece de estas materias primas en los entornos más inmediatos hay que contemplar en el modelo otros factores de explicación más ricos que la simple captación de recursos. En esa misma línea, no hay que olvidar que ciertos cauces comerciales, que se deducen a partir de la llegada de elementos no autóctonos al registro arqueológico tienen su explicación más acertada en la existencia de unas redes de intercambio, regladas o no, que se insertan en el territorio modificando su sentido original en virtud de otro mucho más rico, donde intervienen factores culturales de otra índole.
No hay que olvidar, por otra parte, las críticas que desde los postulados de la Arqueología post-procesual se han vertido, desmitificando lo rígido de los sistemas tipológicos al uso (Hodder 1992) y su escaso rigor como elemento de análisis histórico, al estar implicados otro tipo de recursos ideológicos en su análisis.
III. 2. Cultura material y análisis. III.2.A. La cerámica: elementos de análisis.
Esta labor no resulta fácil habida cuenta que existen pocos criterios de estandarización en las cerámicas neolíticas. Así es necesario realizar una tipología, que permita aproximarnos a valorar las distintas variables que se observan de un modo global, pero es necesario valorar también que debe estar abierta a variaciones específicas, producto de particularidades regionales o de momentos cronológicos precisos. Sin embargo, aún enfocado la tipología de un modo más flexible hay elementos a tener en cuenta a la hora de realizar una tipología de las cerámicas neolíticas.
La cerámica es el elemento de la cultura material que goza de una mayor tradición de estudio en la Prehistoria Reciente, sin menospreciar la importancia que adquiere el estudio de las industrias líticas talladas y pulimentadas en diversos trabajos, lo cierto es que la atención a la hora de abordar la cultura material de las sociedades neolíticas se ha centrado sobre todo en la cerámica. Las posibilidades de expresión y las propias características plásticas de este elemento, fomentan que existan multitud de modelos de análisis y de ordenación. El análisis se centrará en cuatro puntos que considero esenciales:
No hay que olvidar el importante grado de fragmentación que existe en las cerámicas, tanto las que proceden de excavación como aquellas otras recogidas en prospección. Ello es un serio impedimento para reconocer formas más o menos completas, y fomenta que en determinados casos a lo sumo sólo pueda hablarse de recipientes de “tendencia cerrada” o de “tendencia abierta”.
1. La estructura tipológica que permitirá realizar comparaciones entre distintas formas de recipientes. Al mismo tiempo se analizarán otros sistemas tipológicos que se han empleado en distintos ámbitos de la investigación.
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Figura 1. Tipos cerámicos propuestos. ño del recipiente lo permita. Contando con esta limitación estableceré tres grupos de caracterización tipológica en función de la dirección de los bordes y otro más que representa las formas carenadas, que por su carácter específico y singular cuesta incluir entre los anteriores.
La clasificación estará basada en los bordes, puesto que es la zona del recipiente que más información ofrece. Es ese mismo grado de fragmentación lo que impide valorar las formas de los recipientes, por ello se empleará en los casos en los que sea posible el índice de profundidad, para discriminar dos tipos de piezas: aquellas cuya profundidad es mayor que el diámetro de la pieza y aquellas, en las que de modo inverso, el diámetro es superior a la profundidad.
El Tipo A estará compuesto por los recipientes de tendencia abierta, es decir aquellos en los que proyectando una línea perpendicular a la boca desde el punto más elevado del labio corte la pared exterior del recipiente. Diferenciaré dos subtipos, de un lado el a.1, que estaría representado por los cuencos, en los que el diámetro es superior a la profundidad de la pieza, este subtipo estaría
El camino más efectivo será definir tres tipos básicos que se irán haciendo más explícitos en la medida que el tama-
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
-Perforaciones. Se incluyen en este apartado todos los conjuntos de perforaciones que muestran síntomas de haberse empleado para esta finalidad. Podemos apreciar dos tipos de perforaciones en las cerámicas prehistóricas, de un lado las efectuadas sobre el recipiente aún fresco y las realizadas sobre el soporte ya cocido. Las últimas se diferencian de las primeras (Seronie-Vivien 1982) por la ausencia de recercos de barro, producidos cuando la arcilla estaba aún seca. Se identifican claramente dos tipos de perforaciones de suspensión, aquellas que aparecen aisladas generalmente en los bordes del recipiente, y aquellas otras que forman un conjunto significativo.
compuesto básicamente por cuencos. Al contrario, el subtipo a.2. estaría caracterizado por los vasos, recipientes con un mayor desarrollo vertical en relación al diámetro de la boca. En el Tipo B tendrán cabida los recipientes, donde trazando la línea anterior su prolongación corte la pared interna del recipiente. La inclinación del borde de los recipientes de este tipo debe ser superior a 90º. Definiré cuatro subtipos. El b.1. estaría compuesto por las “ollas”, en las que el diámetro del borde es superior a la altura total del recipiente. El b.2. se compondría de recipientes de tendencia cerrada con un gran desarrollo vertical, en los que su altura es inferior al diámetro de la boca. El b.3. se compondrá de las formas cuyos parámetros sean semejantes a los del subtipo b.1., pero que ofrezcan la particularidad de tener el cuello parcial o totalmente indicado. Por último el subtipo b.4. estaría formado por los recipientes que mantengan los atributos del b.2., pero que además presenten fondo cónico.
En cuanto a las decoraciones, se ha optado por establecer grandes grupos de técnicas decorativas: impresa, incisoacanalada, aplicada y pintada. La ausencia de otras técnicas decorativas en los yacimientos neolíticos ha obligado a prescindir de otro tipo de técnicas como las decoraciones bruñidas y excisas, propias de contextos culturales cronológicamente más avanzados.
Mientras que incluiremos en el Tipo C, todos aquellos otros recipientes de pared rectas en los que la prolongación de las líneas no corte ninguna de las dos paredes, asumiendo que se trata de recipientes de paredes rectas. La inclinación del borde se encontraría en torno a los 90º. No he propuesto ningún subtipo, puesto que si la conservación del tamaño hubiera tenido el suficiente tamaño, podría haber pertenecido a cualquiera de las dos tendencias anteriormente descritas.
Dentro de la primera clasificación se recogen todas las variables relacionadas con la técnica decorativa de la impresión, tales como el boquique o las cardiales. No hay que olvidar, sin embargo que la variante del boquique, no es sino una combinación de incisión e impresión, pero que por su amplia tradición como cerámica impresa e identificador cultural tiene más sentido incluirla en este apartado, antes que entre las técnicas inciso/acanaladas propiamente dichas.
En cuanto a los elementos de prensión y suspensión se refiere, he realizado la siguiente tipología:
Se ha unificado el concepto de cardial y “cardialoide”, éste último se ha empleado para designar a producciones cerámicas (Acosta 1987) en las que las impresiones imitan las matrices de la concha de la cerámica cardial, en cambio, los autores portugueses prefieren denominarlas penteadas (Zilhão 1992: 90-91). En cualquier caso, como se discutirá más adelante, se ha tratado de dar un valor cronológico a ambos tipos de producción, entendiendo que el segundo es una derivación de las cerámicas cardiales más antiguas. En este caso, y dada la escasez de fragmentos de las muestras que poseemos, he preferido no otorgar valores diferentes y dejar este problema para el capítulo correspondiente.
-Asas. Con dos tipos esenciales de asas: acintadas, que muestran una sección aplanada, y tubulares, de sección circular. Además se ha añadido el tipo doble o de “doble perforación” para hacer referencia a aquellas asas dobles que suelen aparecer en menor medida. Para finalizar, un último tipo añadido ha sido el de asa con apéndice superior. En esta categoría he contemplado además la posición del fragmento en relación con el plano de la boca, señalando los casos en los que resulta posible tal identificación.
La otra gran variedad de cerámicas está compuesta por las incisas y las acanaladas. En la bibliografía (López Plaza 1979; Gavilán Ceballos et al. 1995) se ha discutido mucho sobre la distinción entre ambos tipos de técnicas según los grosores de la decoración. Sin embargo, puesto que la técnica decorativa es muy similar, he decidido agrupar estas dos técnicas bajo un mismo epígrafe y dejar la distinción para cuando verdaderamente sea posible diferenciar entre ambas variantes decorativas. Se han
-Mamelones y aplicaciones. Se han tenido en cuenta los criterios de clasificación que describimos a continuación. Los mamelones aislados, paralelos al plano de la boca del recipiente se han denominado “mamelones simples”, mientras que he preferido utilizar el término “orejeta” para hacer referencia a los apliques que se realizan en sentido vertical al borde del recipiente. Se distingue además entre mamelones y orejetas perforadas.
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III.2. B. Industria lítica tallada.
incluido además en este apartado las denominadas cerámicas “peinadas”, puesto que la ejecución de esta técnica conlleva el arrastre de una herramienta sobre la pared del recipiente, que en ocasiones no puede decirse que se trate de un peine en sentido estricto.
Si bien es cierto que los estudios de industria lítica en la Prehistoria Reciente extremeña son un tema aún por abordar, a pesar de algún trabajo puntual (Vallespí et al. 1985; Castillo 1991), no es menos evidente que el repertorio industrial de elementos tallados es muy reducido en estos contextos. Especialmente esto es notable en las zonas de la región donde se han efectuado programas completos de excavación sistemática. Ello está atestiguado por la escasez de piezas de talla que existen en los yacimientos objeto de este libro. De ahí que la opción más recomendable sea la de procurarnos de una metodología ya establecida y aplicada que permita efectuar relaciones tipológicas entre los contextos que poseemos y otros de áreas vecinas. Puesto que existe un mayor grado de consenso entre los estudios de tipología lítica que entre los de la cerámica, he optado por aplicar una metodología de análisis ya definida.
En el apartado de decoraciones plásticas he incluido solamente aquellos tipos decorativos que pueden interpretarse como tales, antes que como elementos de prensión o suspensión. Es decir, no se han incluido otros elementos como mamelones, puesto que se supone una funcionalidad clara como es la de permitir la manipulación y colocación del recipiente. En este apartado tienen cabida las distintas variedades de cordones aplicados que se han recogido en los contextos estudiados. Por último se han añadido las pastillas aplicadas, variante que se ha documentado en algunos yacimientos y que no hay que confundir en ningún caso con las pastillas repujadas calcolíticas, como algunos autores han pretendido. La última categoría, que he denominado “bordes recrecidos”, se ha establecido para dar cabida a aquellos recipientes que muestran elevaciones del borde a intervalos desiguales.
A la hora de describir las piezas talladas he empleado los criterios convencionales al uso en diversos trabajos (Merino 1994: 38; Fortea 1973: 56-58; Leroi-Gourhan 1972:165) sintetizándolas de la manera que sigue a continuación.
El último apartado se reserva a las cerámicas pintadas, esta técnica no es muy común entre los yacimientos neolíticos de la provincia de Cáceres, siendo más propia de contextos calcolíticos. No obstante la documentación de algunos bordes pintados en negros procedentes de contextos de Neolítico Final/Calcolítico en La Vera (Bueno et al. 2000: 222) y algún fragmento de Los Barruecos obligan a incluir esta técnica decorativa.
- Según modo: simple, plano, abrupto, sobreelevado - Según orientación: directo, inverso, alterno, alternante y bifaz. - Según extensión: marginal, invasor, cubriente, escamoso, paralelo, doble bisel.
En cuanto a la posición de las decoraciones que he propuesto, se han señalado a lo largo de las descripciones cuatro zonas esenciales: sobre el borde, pared, sobre elemento de prensión y sobre la base. Aunque he añadido una variable más que no es otra que la reservada para aquellas decoraciones que ocupan todo el conjunto de la forma.
He preferido prescindir del campo “delineación”, teniendo en cuenta que su inclusión resultaría reiterativa, puesto que juega una labor importante a la hora de realizar la configuración del producto. Para un estudio tipológico de la industria se ha optado por separar el volumen de material lítico recogido en dos bloques: de un lado el de los productos de talla (núcleos, lascas y otros subproductos) y por otro el de los productos retocados o útiles.
El estudio de la decoración debe abordarse desde una perspectiva integral, permitiendo relacionar determinados motivos con formas cerámicas y áreas de decoración. Queda no obstante un punto por abordar que será objeto de un tratamiento posterior: la existencia de ciertos motivos decorativos, cuyos patrones se repiten corrientemente en las decoraciones cerámicas del amplio periodo temporal que nos ocupa. Para ayudarnos a observar este tipo de relaciones entre formas, decoraciones y áreas de decoración, se han establecido tres tipos de matrices: una primera que relaciona tipos cerámicos con variantes decorativas; otra que relaciona formas con elementos de prensión y una última que permite visualizar la relación entre tipos de decoración y áreas del recipiente donde se representan.
Se han divido los núcleos siguiendo las parcelaciones que realiza Merino (1994: 43) y que tampoco difiere excesivamente de la que emplea Fortea (1973: 56) siguiendo a Sonneville-Bordes, a los que se añaden algunos tipos más. Por mi parte he decido excluir aquellos tipos de núcleos que por su tipología no son susceptibles de aparecer recogidos en este estudio. Así, los clasificaremos en: núcleos informes, globulosos, prismáticos, piramida-
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
esta decisión es que láminas y laminitas tienen una buena representación en los yacimientos estudiados y ello lleva a considerar que tengan una funcionalidad más específica que la de desechos de talla propiamente dichos, aunque soy plenamente consciente de se introduce en la clasificación un producto de talla que no encaja dentro de la consideración de “útil” a la que alude este autor
les, discoide, ortogonal de doble orientación, prismático bipolar, y multi-polar. Los productos de talla, han sido divididos en lascas, láminas y laminitas. Contando con que existe un importante desacuerdo con las diferencias entre lascas, láminas y laminitas, he procurado seguir las diferencias establecidas por Tixier, aceptando que las láminas y laminitas deban tener un módulo de 2:1 para diferenciarse de las lascas. El criterio de diferenciación entre lámina y laminita se basará pues en la discriminación por longitud, teniendo en cuenta que las láminas deben tener una longitud total superior a 50 mm y su anchura máxima superar los 12 mm.
Esta distinción plantea problemas a la hora de introducir estos tipos dentro de la lista tipológica: en primer lugar porque Fortea separa claramente el grupo de láminas con retoque abrupto (LBA) de las laminitas con retoque abrupto (lba), incluyendo las primeras con las lascas; en segundo lugar no hay que olvidar que la distinción entre láminas y laminitas es más un criterio tipométrico que tecnológico.
De cara a efectuar un recuento básico de los productos de talla, de un modo sintético, he establecido tres categorías distintas para las lascas (de descortezado, semidescortezado e internas) que nos aproximan a su situación dentro del esquema temporal de talla.
Por otro lado, y con un simple repaso a las publicaciones de yacimientos extremeños, en la muestra de piezas con la que contamos es evidente que las laminitas tienen una cierta relevancia en los contextos más antiguos, y que paulatinamente se aprecia un aumento del soporte de talla hasta desembocar en las grandes láminas que conocemos para los yacimientos del III milenio cal BC. Por ello, teniendo en cuenta las observaciones de Cava (1984), y otros autores que han seguido estos mismos criterios (Picazo 1986; Zapatero 1990), he decido crear un grupo especial de “láminas y laminitas”, con los tipos que siguen:
Pese a existir notables catálogos que abordan la tipología de los productos tallados desde diversos enfoques teóricos-metodológicos (Laplace 1986; Merino 1994), se ha seguido el de J. Fortea por su amplia trayectoria de aplicación en el estudio de diversos yacimientos neolíticos peninsulares, y se ajusta por tanto al repertorio básico de piezas que se analizarán a lo largo de los siguientes apartados. No obstante, como se verá a continuación, he añadido una serie de modificaciones que permitan registrar otro tipo de piezas igualmente imprescindibles en el análisis.
L1. Láminas simples L2. Láminas retocadas L3. Laminitas simples L4. Laminitas retocadas
He considerado aplicar la lista tipológica de Fortea (1973: 58), el reducido número de piezas que se han recogido en los yacimientos cacereños, por lo menos así lo aconseja. Por otro lado existen piezas que no puedan incluirse en ninguno de los grupos anteriormente propuestos por Fortea, como son las láminas y laminitas sin ningún tipo de retoque abrupto, lo que merece como otros autores han propuesto, la inclusión de estos tipos concretos dentro de la tipología de Fortea (Cava 1984: 96). Otros autores han seguido el mismo ejemplo a la hora de crear un grupo especial de láminas, donde se incluyen tanto láminas como laminitas de ambos tipos y se incluyen las LBA y lba (Picazo 1986: 18). Sin embargo, parece adecuado segregar las piezas de borde abatido, máxime cuando representan un buen elemento de valoración cultural en el periodo que se analiza.
He prescindido de incluir cualquier representación específica del grupo de foliáceos, puesto que no parecen tener representación dentro de los contextos arqueológicos que van a analizarse.
Así, se hace necesario introducir ciertos cambios en la lista de tipos que realiza Fortea. La principal razón de
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IV. LA BASE FÍSICA.
mente construido. La cuenca extremeña del río Tajo, es el eje sobre el que se intentarán vertebrar los procesos culturales que se estudiarán a lo largo de los siguientes capítulos. En tanto que este espacio no deja de ser la zona que alberga toda la cuenca fluvial del Tajo a su paso por Extremadura, esta zona puede identificarse sin problema alguno con la actual provincia de Cáceres. Las coordenadas geográficas, que sitúan este espacio entre los 39º 15’ y los 40º 54’ de latitud Norte y entre 4º 28’ y 7º 08’ de longitud Oeste, dejan de importar cuando podemos localizar este espacio dentro de un interior peninsular muy variado, pero tendente al Oeste y por tanto proclive a la influencia atlántica, sin que suponga olvidar el componente meseteño y el suroccidental, que se deja sentir tanto cultural como geográficamente. De hecho, con una extensión de 19.945 km2, supone uno de los espacios más notables de la zona interior de la península.
El componente territorial del que dispone todo estudio arqueológico es sin duda una preocupación real en la disciplina actual, buena prueba de ello es que a partir de la Nueva Arqueología el medio se convierte en uno de los protagonistas esenciales de la explicación científica. Baste decir que lejos de contribuir a dotar de mayor relevancia al escenario que a los propios actores, el objetivo es enfatizar la configuración geográfica del territorio de estudio y apuntar el modo por el cual las sociedades que lo habitaron fueron capaces de establecer relaciones con el “escenario” y proveerlo de un significado único pero cambiante. El “medio”, o el “territorio”, es importante en tanto existe una verdadera percepción cultural del mismo, que obliga a rechazar estos vocablos para comenzar a emplear el concepto de “paisaje”. Esta aclaración es sin duda importante al tener que considerar que los primeros grupos productores de un territorio van a comenzar a crear un paisaje en el que construyen bastantes elementos de conceptualización y, por qué no, de ordenación, pero que también lleva implícito la construcción de espacios diversificados funcionalmente en virtud de necesidades más concretas. Esta necesidad se agudiza si tenemos en cuenta la capacidad de modificación del paisaje que teóricamente se va a comenzar a producir con la aparición de técnicas de producción.
Como entidad administrativa tiene cabida en ella una serie de realidades geográficas, geo-morfológicas y socioculturales muy heterogéneas, pero que la conectan claramente con las estribaciones de la Meseta al norte de la provincia, con la submeseta sur toledana al Este, con las zonas llanas de Badajoz al Sur, y con la Beira Baixa portuguesa al Oeste. Pero no deja de ser menos cierto que la presencia de algunos elementos geográficos surca la provincia dividiendo y uniendo lo que en teoría es un espacio homogéneo. En primer lugar, el cauce del Tajo que discurre en sentido E-O divide de modo real la provincia en dos partes muy claras, aunque de otro lado la falla Alentejo-Plasencia sirve de elemento de comunicación natural entre las zonas más meridionales y las septentrionales, cortando el Tajo por una de sus zonas vadeables: el vado de Alconétar. Si estas dos realidades fragmentan y desunen el territorio que he elegido, hay otra serie de factores orogénicos que contribuyen a su delimitación natural: todas las elevaciones que se extienden al Norte desde la Sierra de Gata a la de Gredos, forman un importante flanco únicamente permeable a través de valles como los de los ríos Alagón o Jerte; mientras el Este de la provincia permanece cerrado por las elevaciones de las Villuercas y la Sierra de Guadalupe. Estás últimas se conectan al Sur con la Sierra de San Pedro, delimitación natural entre las cuencas fluviales del Tajo y el Guadiana, conformándose como un conjunto de sierras de escasa elevación que se distribuyen desde E a O de la región.
Es en este punto en el que resulta fundamental no sólo definir el componente territorial que se va a estudiar, sino el de todas las características que en él se ven incluidas. Estas características, que se convierten en la verdadera base física son fundamentalmente las referidas al relieve y a la red hidrográfica, habida cuenta que recursos presentes en el territorio como clima, vegetación y fauna, pueden haber experimentado variaciones significativas. Hay que señalar, que pese a las preocupaciones actuales por intentar realizar aportaciones a la historia ambiental de Extremadura, son aún pocos los datos que desde una perspectiva diacrónica puedan trazar una verdadera evolución de estos elementos en constante cambio. IV.1. Delimitando un “escenario” artificial. El espacio que he elegido para enfocar mi estudio es, como no podría ser de otra manera, un espacio artificial-
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Figura 2. Situación de la zona de estudio dentro de la Península Ibérica y la cuenca del río Tajo piendo así el espacio de penillanura que se extiende entre ambas cuencas hidrográficas.
Únicamente queda abierta a las provincias portuguesas, la zona Oeste, que desprovista de relieves comienza a parapetarse al Noroeste con las sierras de Gardunha y da Estrelha. Esta demarcación natural, que no deja de ser complementaria en cierta medida con el territorio administrativo de la actual provincia de Cáceres, será la base física sobre la que estudiemos los procesos culturales que nos afectan.
Esta paradoja de la permeabilidad cultural del territorio y del componente de delimitación natural es sin duda uno de los aspectos a tener en cuenta a la hora de comprender el aspecto territorial de los distintos procesos culturales de la Prehistoria extremeña. Procesos que de un modo u otro han estado estrechamente unidos a la comparación de éstos en las tierras aledañas, y a la presencia de vías de comunicación, pero que ganan complejidad a medida que se incluyen en la valoración cultural los aspectos geográficos.
En efecto, aunque el panorama que se ofrezca sea el de un territorio artificial, no hay que olvidar el papel peculiar que histórica y geográficamente desempeña un espacio interior como el de la penillanura cacereña. No en vano, tanto por sus características fisiográficas y climáticas como por sus características socio-económicas, culturales y políticas tal vez sean los rasgos fronterizos (Barrientos 1985: 15; 2000) los que más destaquen, pese a sus cambios históricos, en la configuración de la actual región extremeña. Es en definitiva un espacio, que difícilmente puede aislarse bajo un concepto homogéneo determinado, pero que por la existencia reiterada de particularidades paisajísticas es susceptible de ser diferenciado. Es precisamente ese concepto fronterizo de Extremadura el que sirve también para diferenciar las provincias de Cáceres y Badajoz, quizás sea la Sierra de San Pedro el elemento que mejor se establezca como barrera natural entre una y otra provincia. Toda esta elevación fragmenta la monotonía de la penillanura trujillano-cacereña, dando paso a las tierras fértiles de Vega del Guadiana y rom-
Fruto de esta heterogeneidad interna del territorio es la creación de distintas unidades comárcales que vienen a reflejar la existencia de espacios con rasgos comunes. Es necesario explicar que ese carácter heterogéneo ha motivado que no exista en la actualidad una comarcalización oficial que se emplee con fines económicos y administrativos. Muy al contrario, la creación de estas unidades administrativas no ha pasado del mero estadio de la propuesta. Es por ello que he tratado de emplear una de estas divisiones para estructurar de una manera coherente la explicación a unas unidades espaciales concretas. Estas unidades de comarcalización agraria que servirán de estructura a lo largo del capítulo dedicado a los yacimientos son las que ya se establecieran entre los años 19501980, siguiendo directrices fundamentalmente económicas. Las comarcas pertenecientes a la provincia de Cáceres son: Coria, Hervás, Plasencia, Jaraíz de la Vera, Na-
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo.
ducida en ciertos sinclinales durante el Carbonífero, Devónico para otros autores, motivará la existencia de complejos kársticos, documentados únicamente en los “calerizos” de Cáceres y Aliseda (Gurría y Sanz 1979).
valmoral de la Mata, Brozas, Cáceres, Trujillo, Logrosán y Valencia de Alcántara. IV.2. Historia geológica y relieve.
La Era Secundaria se iniciará con una importante erosión que afectará a los relieves formados durante el periodo anterior, dando lugar a la erosión diferencial de materiales y al arrasamiento del zócalo precámbrico, que en este periodo comienza a pleniplanizarse. Finalmente en la Era Terciaria, con la orogenia alpina se asiste a otro tipo de procesos que van a afectar de igual manera al territorio. Las repercusiones de estos movimientos en el terreno va a ser el desplome de las dovelas de las cumbres del Sistema Central (Barrientos 1985: 19), que se conectarán con la fosa Alentejo-Plasencia, surgida en este mismo periodo; motivando la conexión directa entre las tierras extremeñas y las meseteñas a través de los valles del Tiétar, el Alagón y el Arrago, afluente de éste último, formados tras el referido derrumbe de las dovelas. Estás motivarán el encauzamiento de estos afluentes del Tajo, por su margen septentrional. Por último se producirá, como consecuencia de los movimientos tectónicos una inclinación del zócalo precámbrico hacia el Atlántico, fomentando el establecimiento definitivo de la red hidrográfica durante el Terciario. Es en este momento cuando se encauza definitivamente el Tajo en el sustrato pizarroso de la penillanura, siguiendo la característica dirección E-O, y provocando la erosión de la penillanura.
Quizás el primer elemento que deba considerarse sea el del relieve y el de su geo-morfología, aspectos que ofrecen menos señales de cambio a lo largo del tiempo que nos ocupa. A efectos prácticos comentaré brevemente la geo-morfología de la provincia para dar paso al comentario más detenido de las unidades de relieve que de una manera más precisa pueden ayudarnos a encuadrar el poblamiento arqueológico. Situada en la zona Centro-Ibérica del macizo Hespérico y por tanto participante de las características del complejo esquisto-grawáquico (cuencas de deposición con materiales paleozoicos y predominios de las zonas de emergencias plutónicas), la actual provincia de Cáceres ofrece en su sustrato geológico una base de génesis precámbrica y paleozoica. Esta base servirá como soporte a episodios geológicos posteriores (Barrientos 1985: 17) y a la acumulación de sucesivos depósitos durante el Terciario y el Cuaternario. Son precisamente los materiales precámbricos los que se encuentran en la formación de las grandes penillanuras que se extienden por la región, pero especialmente en la zona central de la penillanura cacereña.
En cuanto a la formación de depósitos durante el Terciario y el Cuaternario se refiere, debemos decir que ésta es ciertamente parca. Los depósitos del Terciario pueden fecharse en el Néogeno y el Plioceno. Siendo ciertamente escasos los primeros y muy localizados, se componen de arcosas y arcillas (García y Forteza 1970: 15), caracterizándose fundamentalmente por su carácter detrítico, su base está formada por niveles arcillosos y margosos sobre los que se asientan las arcosas (Instituto Geo-Minero de España 1986: 9). Las rañas del Plioceno, que muestran en su mayoría cantos rodados de pequeño y mediano tamaño se hallan sobre todo en las zonas próximas al macizo cuarcítico de las Villuercas que conectan con la penillanura cacereña. La potencia de estas rañas es escasa, y su estratificación no sigue pauta alguna, siendo su composición básica la de arcillas y materiales cuarcíticos entremezclados sin orden y que en definitiva son producto directo de la erosión provocada por el clima semidesértico del momento en los relieves cuarcíticos (Instituto GeoMinero de España 1986: 12).
La sedimentación de arcillas producida durante todo el Precámbrico dará origen al zócalo pizarroso que se verifica en las zonas aplanadas de la región. El pliegue de estas unidades se produce a lo largo de todo el Paleozoico, rellenando en gran parte amplios sinclinales generados durante la orogenia huroniana que serán plegados y fracturados durante la orogenia herciniana. Estos movimientos darán lugar a las elevaciones cuarcíticas que emergen residualmente en el centro de la provincia y en la Cordillera del Sistema Central, cuyas estribaciones alcanzan la zona Norte de la provincia. Los plegamientos se plasmarán geográficamente siguiendo la ya conocida dirección NO-SE. La posterior erosión de estas masas se encargará de despojarlas de gran cantidad de material hasta dejar únicamente su esqueleto dispuesto en relieves residuales que aparecen frecuentemente en los espacios llanos. Durante el plegamiento herciniano, cuando comienzan a producirse la aparición de las grandes masas metamórficas de la región, se observan las intrusiones plutónicas que darán origen a batolitos como los de Trujillo, Montánchez o Garrovillas. Para cerrar el episodio de materiales paleozoicos relacionados con la estructuración del relieve hay que apuntar cómo la sedimentación pro-
Por último hay que resaltar que la formación de depósitos cuaternarios está bien localizada en la zona por la que el Tajo ingresa en la provincia, donde, antes de encajarse en
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Figura 3. Topografía e hidrografía de la provincia de Cáceres ción más tardía, que resaltan en la llanura. Toda ella se muestra ampliamente erosionada y aplanada, padeciendo una incipiente desaparición del manto vegetal que acrecienta con fuerza la incidencia de los procesos erosivos. El resultado es un entorno llano donde sobresalen con violencia afloramientos pizarrosos verticales conocidos “como dientes de perro”. Así hay autores que han llegado a definir este sustrato pizarroso antiguo como “Superficie de Erosión General” (Gómez Amelia 1985).
el sustrato pizarroso, puede aportar materiales en cierta cantidad. Otras zonas de depósito son las de la fosa del Alagón y la zona suroriental de la provincia de Cáceres, que se corresponde con las zonas aluviales de La Serena, en este último caso dentro ya de los límites de la Cuenca del Guadiana. La composición de estos depósitos aluviales es variable, destacando margas de diversos tipos. Una vez tratados someramente los aspectos de la historia geológica del territorio, debemos esbozar cuáles son los rasgos principales del relieve que aparece en nuestro ámbito. Es todo el zócalo de la penillanura trujillanocacereña precisamente el que pertenece a este periodo. Con altitudes que oscilan alrededor los 400 metros sobre el nivel del mar, el resultado es una amplia llanura que se extiende a ambas márgenes del Tajo y se salpica de batolitos graníticos y relieves residuales cuarcíticos de forma-
El discurrir de gran parte de la red hidrográfica por este terreno, y su establecimiento definitivo a finales del Terciario ha motivado la formación de profundos valles en estos terrenos, los conocidos “riberos” que rompen bruscamente la continuidad de la penillanura a lo largo de los cauces hidrográficos.
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo.
el arco hercínico de la Sierra de Cañaveral que conecta con el territorio cuarcítico y elevado de Las Villuercas.
Así la penillanura queda cortada en dos por el tránsito del Tajo: la parte septentrional, más estrecha, queda delimitada al Norte por las consabidas fosas del Tiétar y el Alagón, mientras que la margen meridional deja paso a una extensa penillanura, las tierras de Cáceres y Trujillo. Éstas a su vez se encuentran surcadas por toda la red de afluentes de la margen sur del Tajo, entre los que destacan el Almonte y el Salor.
Los bordes de la penillanura están bien definidos además por todo un conjunto de elevaciones que se reparten al Sur con la Sierra de San Pedro, y al Oeste con las elevaciones de la Sierra de San Mamede en Portugal, pero también con los bloques elevados de Garcíaz y Montánchez.
Otro de los relieves característicos de estas zonas surcadas son los riberos, provocados por la fuerte erosión que han producido sobre el terreno pizarroso el cauce de los ríos. El resultado es la aparición de paisajes de ribero que se caracterizan por sus marcadas pendientes y vegetación de matorral, perfectamente visibles a medida que el Tajo se encamina en los espacios más interiores de la penillanura, donde a pesar de la extensas superficies pantanosas todavía es posible observar el amplio valle que el encajonamiento de la red hídrica ha formado desde el Terciario. Los afluentes del Tajo, o incluso afluentes de éstos, forman en su unión con el Tajo un modelado peculiar que crea pequeñas colinas.
El Norte de la penillanura, en la margen del Tajo, está definido por las fosas del Tiétar y el Alagón, donde existen depósitos aluviales cuaternarios que se transforman en espacios óptimos para la agricultura. La zona de Campo Arañuelo y la Jara cacereña se ha convertido en llanuras ampliamente cubiertas por depósitos como los anteriormente comentados y con unas alturas que oscilan alrededor de los 250 msnm. Volviendo la vista hacia el Norte, se eleva un auténtico bloque granítico que con alturas entre los 400 y 450 msnm, y pequeñas colinas, que conforma un bloque intermedio con amplias condiciones de habitabilidad (Barrientos 1999: 16). Es el relieve de la comarca de la Vera.
Si es la penillanura, el rasgo más notable del relieve cacereño, es necesario decir que junto a estas extensas llanuras conviven toda una serie de afloramientos graníticos que van salpicando el llano. Éstos quedan ligeramente destacados en el terreno por la erosión diferencial que han ido sufriendo. En un esquema litológico general se observaría como estas rocas intrusivas se disponen en una banda conocida como batolito de Cáceres-Linares, que probablemente esté en relación con la presencia de anticlinales de donde han emergido en la orogenia herciniana (Gómez Amelia 1985: 39). Destacan además sobre esta superficie dos bloques elevados que se alzan sobre la superficie general precámbrica, como son los bloques de Garcíaz y Montánchez. Batolitos de importancia serán los de Trujillo, Plasenzuela y Garrovillas, cada uno con características morfológicas específicas.
Por tanto, el relieve del Norte de la provincia se dibuja como un conjunto de bloques elevados de las estribaciones del Sistema Central, dividido en dos claros grupos: uno de alturas suaves que representan toda la estribación de la Meseta y la conexión con las zonas llanas de la provincia de Salamanca conformado por el Complejo Gata-Hurdes; mientras que el segundo grupo está conformado por las prolongaciones de la Sierra de Gredos y conformado por el grupo Hervás-Jerte-La Vera (Barrientos 1990: 30). El complejo Hurdes-Gata está constituido por un relieve desordenado compuesto por cuarcitas y pizarras cuya antigüedad se data entre el Cámbrico y el Silúrico. La erosión diferencial ha actuado sobre este territorio en colaboración con la tectónica dando al relieve un aspecto laberíntico (Barrientos 1985: 19) que han conferido siempre una apariencia marginal a estas tierras. Mientras las estribaciones de Gredos se caracterizan por la presencia de un “horst” que sirve de comunicación natural a estas tierras con las fosas del Tajo.
Son precisamente estas zonas elevadas las que forman las unidades de relieve residual localizadas en algunos puntos de la penillanura. Las elevaciones alineadas en torno al eje Montánchez-Santa Cruz son sierras graníticas donde llegan a alcanzarse los 1000 msnm, con cumbres planas y aspecto macizo (Gómez Amelia 1985: 95), mientras que las elevaciones del sinclinal de Cáceres tienen origen en depósitos de arenas a lo largo del Paleozoico, siendo su estructura plenamente cuarcítica, aunque hay filones de cuarzo. Éstas últimas, lejos de presentar el aspecto de las elevaciones graníticas de Montánchez, presentan secciones más agudas, que oscilan alrededor de los 600 msnm siendo el punto más alto el Risco, en Sierra de Fuentes. Hay que destacar entre estos relieves residuales
Por último hay que señalar la existencia de zonas con sistemas kársticos en la provincia, éstos se localizan bien en el sinclinal de Cáceres, con la presencia de cavidades como Santa Ana, El Conejar, Maltravieso o la Becerra; Aliseda, donde existen cuevas como las del Caracol en un sistema kárstico cristalizado y por último en la zona de Castañar de Ibor, donde aparte de grandes recorridos endo-kársticos existe una pequeña oquedad con arte parietal paleolítico (Ripoll y Collado 1996).
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El Tajo como accidente geográfico genera un traumatismo en el paisaje, una cicatriz que dificulta las comunicaciones entre las zonas meridionales de la penillanura y las septentrionales de la región. Este hecho, que no ha pasado por alto en la producción bibliográfica arqueológica, trata de remarcar el escaso valor de canalizador de procesos culturales que ha jugado el Tajo a lo largo de determinados periodos (Galán y Martín 1991-92). De hecho el único punto vadeable en todo el Tajo es precisamente en la confluencia de éste con la falla de Plasencia-Alentejo, el vado de Alconétar, pero sus reiterados estiajes en las épocas más secas pudieran haber motivado fácilmente los contactos entre ambas márgenes del río. Durante gran parte de la Historia reciente, y así sigue siendo prácticamente en la actualidad, el Tajo sólo podía cruzarse a través de Alconétar y del puente romano de Alcántara.
IV.3. Hidrografía. Como se avanzó anteriormente, el Tajo corre en dirección E-O hacia el Atlántico, surcando la penillanura pizarrosa a medida que abandona los depósitos cuaternarios de Campo Arañuelo. Buena prueba de ello es el desnivel que experimenta desde su entrada en la provincia por Puente del Arzobispo hasta su salida por Alcántara, provocado en parte por basculación del zócalo precámbrico hacia el Oeste durante el Terciario. Así, en la vertiente Norte los afluentes del Tajo discurren generalmente en sentido NESO, mientras que en la vertiente Sur lo hacen en sentido SE-NO hacia el valle del Tajo. Entre los ríos de la vertiente Norte destacan el Tiétar y el Alagón, cuyo nacimiento se sitúa en el Sistema Central y por tanto fuera de la provincia de Cáceres. El Tiétar (García González 1994: 54-55) recibe todos los aportes de agua del Sistema Central, que proceden en su mayoría del deshielo primaveral, pero también con las precipitaciones de los primeros meses del año, así se convierte en el más caudaloso de la región. El Alagón tiene un largo recorrido que se inicia en la provincia de Salamanca, encontrándose su curso actual bastante regulado (García González 1994: 57), por lo que es posible diferenciar varios tramos. Así, en su inicio hay que destacar el componente nival que recibe, a lo que se unen, como en el caso del Tiétar las precipitaciones de los primeros momentos del año.
En la vertiente Sur del Tajo, se podrían diferenciar varias zonas atendiendo a su caudal. En la zona Norte de las Villuercas los ríos son notablemente caudalosos y dependen del régimen de lluvias. Su nacimiento se encuentra en cotas relativamente altas y su recorrido es más bien corto. Por el contrario los ríos de la penillanura experimentan cambios, al ser ríos de un recorrido más largo que recogen las escorrentías de la penillanura (García González 1994: 69), sufriendo estiaje a partir de los meses primaverales.
Aunque hoy su caudal se ha regulado por la construcción de embalses y trasvases, lo cierto es que el Tajo, sin el control al que se ha sometido desde los años 50, es un río de cauce irregular y de régimen básicamente pluvial. Esta irregularidad motiva que sean los meses secos de verano aquellos en los que la red hídrica experimente una importante disminución del caudal (Barrientos 1990: 48) para aumentar significativamente en los meses otoñales e invernales. En su régimen se distinguiría por tanto un periodo de noviembre a abril con un aumento del caudal, y una reducción del mismo de junio a octubre (García González 1994). Hay que hacer una clara distinción en cuanto a los aportes que realizan los afluentes en su margen derecha y en la izquierda, pues éstos últimos dependen en mayor medida de las condiciones pluviales que los ríos del Norte (García González 1994: 62), anteriormente comentados. Son por tanto los afluentes septentrionales del Tajo, el Tiétar y el Alagón los que recolectan las escorrentías procedentes del Sistema Central, aportando un cierto caudal al río a su paso por Extremadura. Los ríos de su margen meridional surcan la penillanura, y son los que aportan menor cantidad de agua: el Sever, el Salor, el Almonte y el Ibor, este último ya en Las Villuercas suelen mostrar estiaje a lo largo de los meses cálidos.
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V. LA INVESTIGACIÓN DEL NEOLÍTICO EN LA CUENCA EXTREMEÑA DEL TAJO: ESTRATIGRAFÍAS Y POBLAMIENTO.
V.2. Los datos sobre el Tardiglaciar y los inicios del Holoceno.
V.1. Introducción. Podría decirse que el estudio arqueológico del Neolítico en la Comunidad Autónoma de Extremadura nunca ha mostrado los visos de continuidad suficientes que le permitieran convertirse en un campo de estudio con tradición y las suficientes capacidades como para permitir un “desarrollo sostenido” de la disciplina. Muy al contrario, la ausencia de una investigación continuada y centralizada ha procurado un sinfín de datos que cuesta relacionar entre sí.
El desconocimiento tradicional del poblamiento del Paleolítico Superior en Extremadura, es un principio de estudio que puede hacerse extensivo al resto del interior peninsular. Esta ausencia de yacimientos del Tardiglaciar se suple en cierta medida con la documentación de arte rupestre en diversos puntos de la actual comunidad autónoma, que se ha ido incrementando paulatinamente en los últimos años.
La función de este capítulo es recopilar toda la información que los distintos proyectos de investigación en Extremadura han generado sobre las ocupaciones del Tardiglaciar y el desarrollo de las estrategias productoras hasta el Calcolítico. En el extremo contrario he escogido el Calcolítico como límite inferior de esta recopilación, porque efectivamente parece existir un continuum en determinados aspectos culturales desde el IV milenio cal BC en adelante, al menos en lo que se refiere a sistemas de poblamiento y tradiciones de signo megalítico.
La huella de las sociedades cazadoras-recolectoras podía, hasta ahora, circunscribirse a las manifestaciones pictóricas estudiadas en la cueva de Maltravieso (Ripoll et al. 1999) y la cueva de la Mina de Castañar de Ibor (Ripoll y Collado 1996), para las que no poseemos un repertorio material sobre el que comenzar a formular asociaciones tipológicas en registros arqueológicos. Nuestro desconocimiento de las industrias de estos cazadores-recolectores no se debe a un acusado despoblamiento de las cuencas hídricas del Tajo y el Guadiana a lo largo de los últimos compases del Pleistoceno, sino más bien al desconocimiento de sus patrones de asentamiento que impiden obtener más datos. Una vez conocidas ocupaciones al aire libre como las de la Dehesa en la vecina provincia de Salamanca, que puede fecharse en el Magdaleniense (Fabián 1986) y las trazas de ocupación que existen en yacimientos inéditos de la zona septentrional de la provincia de Cáceres, podría comenzarse un progre de trabajo con vistas a la localización de nuevos contextos.
Hay que considerar además que la excavación de los dos yacimientos calcolíticos más significativos de la cuenca extremeña del Tajo, el Cerro de la Horca (González Cordero et al. 1991) y Los Barruecos (Sauceda 1986; 1991; Cerrillo Cuenca et al. 2002) son los pilares fundamentales que han permitido comenzar a hablar de ocupaciones neolíticas en la investigación reciente. En el aspecto geográfico parece interesante centrar nuestro análisis en Extremadura, y no en peculiaridades locales, puesto que el desarrollo de la disciplina arqueológica en esta Comunidad Autónoma ha mantenido una evolución muy similar en las dos grandes cuencas fluviales que la surcan y que empleamos como criterio de distinción geográfica: la cuenca del Tajo y la del Guadiana. Distinción que en absoluto supone decantarnos por establecer procesos culturales homogéneos o heterogéneos independientes para ambas cuencas hidrográficas a lo largo de la Prehistoria Reciente.
Las dataciones que se barajan para las pinturas y grabados de Maltravieso abarcan un periodo amplio desde el Auriñaciense Medio-Final hasta un momento transicional que se situaría entre el Solutrense Final y el Magdaleniense Inicial a lo largo de seis fases estilísticas (Ripoll et al. 1999: 116). Aunque la datación estilística de estas pinturas, por otra parte objeto de un largo debate, nos ofrece un periodo de ocupación tan amplio, habría que considerar qué ocurre con el contingente poblacional que desde finales del Pleistoceno parecer haberse asentado en este territorio. La escasez de datos arqueológicos sobre el periodo impide evaluar mejor una hipotética secuencia
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yacimiento publique las memorias de excavación definitivas.
cultural del Paleolítico Superior en Extremadura y proponer su integración dentro de un marco más amplio como el interior peninsular.
Definir la cadena operativa de las industrias sobre cuarcita no resulta muy difícil, pues se trata de tipos bien estereotipados, en ocasiones de aspecto muy arcaico y que cuentan con representación en varios puntos del occidente peninsular. Los yacimientos portugueses se tildaron inicialmente como “languedocenses”, término aquilatado en la bibliografía desde una primera sistematización ofrecida por Raposo y Silva (1984) y ya superada (Raposo 1994: 56). También es corriente la denominación de “Mirense”, otorgada por Breuil y Zbyszewski (1942) al grupo geográfico de industrias macrolíticas localizadas en las zonas costeras del Alentejo.
Por otra parte y avanzando en el tiempo, gracias a los datos que empezamos a manejar en El Conejar, y los paralelos culturales que existen en diversos puntos del SO peninsular, incitan a pensar que verdaderamente a comienzos del Holoceno, y probablemente durante el VIII milenio cal BC, sociedades de cazadores-recolectores hayan conseguido desarrollarse en un medio como es el del interior peninsular. El periodo de tránsito entre el Pleistoceno y el Holoceno, con todas las consecuencias medio-ambientales que supone el final del periodo glaciar, conlleva una serie de “reacciones” culturales entre estos grupos, cuya evidencia más importante sea el desarrollo de nuevas estrategias alimenticias, y la especialización en la obtención de los recursos disponibles en el entorno. El conjunto de estas estrategias y su manifestación en la cultura material, con el implemento de nuevas herramientas con otras formas y funciones, es el Epipaleolítico. En este sentido ya se conocen nuevos datos en Extremadura, que tienen a la cueva de El Conejar como el único yacimiento representante de este periodo con dos dataciones idénticas de AMS que ofrecen 8240±40 BP (7450-7080 cal BC) (Carbonell 2003: 128; Cerrillo Cuenca et al. 2002). Tal dato, aunque no deja de ser meramente anecdótico es interesante a la hora de proponer una cierta evolución de la cultura material de esta área.
Su reconocimiento ha generado problemas de ubicación cronológica a los arqueólogos que han afrontado su estudio. Por un lado se ha tratado de desvincular la cronología del “languedocense” de un ambiente cultural concreto (Gonçalves 2002: 155) arguyendo que se trata más de un modo de talla, antes que cualquier elemento de datación. En un sentido similar se pronuncia A. C. Silva (1994: 8586) quien estudia este grupo tipológico sin decantarse por una cronología determinada a la espera de datos más sólidos. Para otros (Oosterbeek 1997: 186) estas industrias sólo pueden asociarse a grupos con una gran movilidad, de ahí que pueda establecerse una gran dispersión territorial. No obstante, las dataciones que empezamos a conocer para industrias macrolíticas asociadas a contextos habitacionales, con estructuras de combustión, y cronologías absolutas (Almeida et al. 1999: 36), muestran claramente la posibilidad de relación entre estos tipos de industria y el poblamiento epipaleolítico. La correcta ubicación cronológica de algunas de estas industrias han acabado con hipótesis poco sostenibles como las de P. Kalb (1989: 40), quien proponía considerar el “languedocense” como una manifestación cultural de aquellos grupos humanos del interior de la península que no recibirían los beneficios de las actividades productoras hasta la colonización de este espacio ya en momentos tardíos de la neolitización.
Hasta el momento los responsables de la excavación del yacimiento no han presentado un estudio definitivo de los materiales de las campañas de 2000 y 2001, por lo que no podemos hacer sino referencias a conjuntos similares publicados en los tramos portugueses de las cuencas del Tajo y el Guadiana fuera de Extremadura, donde si se ha iniciado un estudio más completo de este tipo de industrias. Por otro lado los materiales de las campañas de 1981 y 1983 en El Conejar aparentan estar muy seleccionados en cuanto a la industria lítica se refiere: frente a una cantidad relevante de piezas de sílex apenas se recogieron piezas en cuarcita.
Las dataciones que podemos atribuir a estas industrias macrolíticas proceden de tres yacimientos distintos, entre ellos El Conejar con dataciones similares:
Por ello sólo podemos realizar una breve caracterización industrial de las piezas de cuarcita, a tenor de lo que se conoce en otros puntos del Suroeste peninsular, y tratar de relacionar algunas piezas de sílex con contextos propios del interior peninsular. Son sin duda reflexiones bastante incompletas que quedarán mejor establecidas una vez que el equipo que recientemente ha excavado el
-Palheirões do Alegra, yacimiento de la costa atlántica portuguesa con estructuras de combustión que cuenta con dos fechas absolutas (Raposo 1994: 62): 8700±100 BP (8199-7576 cal BC) y 8400±70 BP (7582-7202 cal BC).
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trabajados. Se encuentran tallados tanto bifacial como unifacialmente, y es una característica ampliamente recogida en otros yacimientos considerados epipaleolíticos en el Suroeste (Raposo y Silva 1984; Raposo 1994: 61; Martín y Campos 1997: 17). El número de lascas sin retocar es también corriente, al igual que en otros yacimientos del mismo periodo, pero presentan la peculiaridad en algunos casos de presentar dos bulbos, como producto de un evidente sistema de talla bipolar. Este tipo de lascas nunca presenta retoques, por lo que cabe pensar que su producción se halla ligada a una funcionalidad muy concreta que no exige de una labor de talla más sofisticada. En este punto se cuenta en El Conejar con piezas que representan bien los distintos pasos de la cadena operativa. Estas lascas se han obtenido de núcleos prismáticos (Raposo y Silva 1984). Los núcleos, presentan igualmente evidencias de una talla claramente bipolar. Llegan a aparecer en algunas ocasiones incluso auténticas láminas de cresta sobre cuarcita, que denotan la configuración del bloque para la obtención de los productos que se viene describiendo. Podría decirse, como de hecho establecieron Raposo y Silva (1980; 1984) en sus trabajos, que una parte de la producción se orienta a la obtención de “láminas y lascas laminares”.
-Barca do Xerez Baixo, en las proximidades del Guadiana y a escasos kilómetros de la región extremeña, cuenta con una única datación para su nivel 2 (Almeida et al. 1999: 36): 8640±40 BP (7810-7578 cal BC). -El Conejar, con dos dataciones idénticas 8220±40 BP (7449-7080 cal BC) para la Brecha Superior (Carbonell 2003; Cerrillo Cuenca et al. 2002). Estos tres yacimientos estarían confirmando en geografías distintas, una cronología para este tipo concreto de industrias que se extendería principalmente a lo largo del VIII milenio cal BC. Ello no quiere decir que contemos con conjuntos de este tipo de industrias más antiguos o perduraciones de las mismas cadenas operativas a lo largo de momentos de la Prehistoria Reciente. En el caso de Amoreira, en el valle del Nabão, se ha excavado un poblado con industrias sobre cuarcita (cantos tallados unifacialmente) de corte muy similar a las que vengo comentando (Cruz 1995: 31), el sílex es escaso y su talla se orienta a la producción de laminitas. El rasgo más interesante es la aparición de algunos fragmentos de cerámica lisa en el mismo nivel y la presencia de estructuras con agujeros de poste. La fecha para un fragmento de madera de pino inserto en estos agujeros de poste es de 7460±120 BP (6500-6059 cal BC) (Cruz 1997: 301). La presencia de cerámica vuelve a recordar otros contextos como Verdelpino (Moure y Fernández-Miranda 1977). Pese a que la autora relaciona en el mismo nivel cerámicas, estructuras e industrias, parece prudente esperar a una publicación más extensa del poblado, puesto que hasta la fecha se cuenta únicamente con referencias.
Si cierta seguridad existe a la hora de adscribir la macroindustria en cuarcita y cuarzo a cronologías epipaleolíticas, más difícil resulta hablar de la industria sobre sílex. Ciertos tipos recogidos en El Conejar en sucesivas campañas recuerdan más bien a tipologías epipaleolíticas antes que a tipos exclusivamente neolíticos. Un primer estudio de esta industria había sido realizado por I. Sauceda con objeto de su Memoria de Licenciatura y fue publicado posteriormente en un artículo (Sauceda 1984), sin embargo no es asumible su identificación.
Centrando ya la atención en El Conejar, es sumamente complejo abordar el tema de la materia prima de la industria tallada. Los materiales atribuidos a la ocupación epipaleolítica del yacimiento se han realizado preferentemente siguiendo este orden: cuarcita, cuarzo y sílex. Los dos primeros son materiales fácilmente localizables en el entorno del yacimiento, los cantos de cuarcita se encuentran entre los materiales de derrubio próximos al yacimiento, no hay que olvidar la elevación terciaria de la Sierra de la Mosca, que es el verdadero origen geológico del material cuarcítico.
Podemos calificar el conjunto de la industria de El Conejar como de tendencia microlaminar, pero no es este un rasgo que ayude a ajustar una cronología. La ambigüedad de algunos elementos como las láminas de borde abatido (lba) es patente. Las encontramos en algunos conjuntos tardiglaciares y de comienzos del Holoceno a lo largo del interior de la Península Ibérica (Fabián 1997: 228; Jiménez Guijarro 2001a: 40), pero también en los primeros contextos de la neolitización como en la fase I de Los Barruecos. Volveremos sobre este punto concreto y sus posibilidades de explicación más adelante. La industria microlaminar recogida, sin retoques, es también abundante en el registro de piezas, y una vez más vuelve a ser complicada su adscripción cultural.
Puesto que no poseemos suficientes datos aún de las cadenas operativas realizadas sobre cuarcita, ofreceremos una síntesis de sus características tipológicas realizadas a partir de primeras impresiones sobre los materiales. En primer lugar son comunes en estos contextos los cantos
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Figura 4. Situación de la cueva de El Conejar. turas distintas. Jiménez Guijarro (2001a: 41) llega a emplear el término de “micro-raspador” para referirse a un conjunto de raspadores del yacimiento del Parral, mientras que Fabián (1986: 109) incluye en el grupo de las raederas, aquellas piezas “fabricadas sobre lascas, con retoques abruptos, semiabruptos o simples”, que a grandes rasgos se identifica con las lascas de borde abatido a las que me vengo refiriendo por seguir de un modo fiel la propuesta de J. Fortea (1973).
Por otro lado es destacable que en El Conejar hayan aparecido un buen número de tipos distintos que no han sido documentados en otros yacimientos neolíticos de la provincia. Elementos tales como buriles o raspadores, que pueden ser achacados a uno u otro periodo únicamente tienen representación en la cueva cacereña, pero no podemos relacionarlos con una ocupación plenamente epipaleolítica de la cavidad con suficientes criterios tipológicos. Para el Conejar contamos con un buril lateral sobre lasca, y dos raspadores, sobre lasca y lámina, que resultan difíciles de entroncar con alguna tradición cultural específica.
El grupo de las muescas está bien representado en El Conejar, encontrando algunas de estas piezas sobre lascas, que se diferencian bien de otras muescas ejecutadas materiales granulosos que hemos documentado entre otos yacimientos neolíticos del Tajo. Si resulta destacable la presencia de una laminita denticulada, para la que poseemos referencias similares en el Parral (Jiménez Guijarro 2001a: 41), que el autor de la publicación relaciona con la facies St. Gregori y el ámbito levantino. En Verdelpino estos tipos se encuentran asociados al nivel II, con presencia de cerámicas (Moure y Fernández-Miranda 1977),
Típicamente epipaleolíticos si parecen otras piezas, cuya representación es exclusiva de El Conejar. Tales elementos podrían ser las lascas de borde abatido (LBA) y algunos elementos pertenecientes al grupo de las muescas (MD). Las lascas de borde abatido son comunes en otros yacimientos epipaleolíticos del interior peninsular como el Níspero (Corchón 1988-89: 95), si bien su presencia ha sido dada a conocer en otros yacimientos bajo nomencla-
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comienza a ser común en los yacimientos del Paleolítico Superior y el Epipaleolítico del interior peninsular. En la Dehesa, Fabián (1986: 111) recogió un fragmento de esquisto pizarroso grabado con abundantes incisiones, en Estebanvela (Ripoll et al. 1997: 59-61) vuelven a aparecer cantos y plaquetas grabadas sobre esquisto. Del mismo modo se ha indicado la existencia de estos elementos en el nivel epipaleolítico de la cueva de la Higuera (Jiménez Guijarro 2001a: 43).
sin embargo con todos los condicionantes que suscita su estratigrafía no podemos establecer con firmeza la asociación de este tipo concreto a cronologías neolíticas. Los geométricos siguen siendo inexistentes, ni siquiera se han podido recoger los clásicos segmentos de círculo que con tanta profusión aparecen asociados a los yacimientos neolíticos, y de los que tenemos algunos ejemplos en los yacimientos analizados.
Estas placas se diferencian bien por estar exentas de cualquier tipo de representación figurativa y se alejan de ese grupo de arte mobilar con representaciones zoomorfas que conocemos en la cueva de la Hoz (Balbín et al. 1995: 44-45), por lo que podemos considerarlo un grupo con unas determinadas características formales que se identifican con tendencia posiblemente más modernas.
Con estos datos se hace muy difícil una valoración cultural del Epipaleolítico de El Conejar, aunque resultaría posible admitir como hipótesis de trabajo, la clara relación cultural y cronológica que encontramos entre los núcleos del Suroeste peninsular, donde predominan las industrias sobre cuarcita y en los que el trabajo del sílex es muy residual, y aquellas otras “facies” microlaminares de la zona del interior peninsular, que empezamos a conocer en la actualidad. Verdelpino (Moure y FernándezMiranda 1977) en su nivel magdaleniense, La Dehesa (Fabián 1986), Estebanvela (Ripoll et al. 1997) serían claros exponentes de esa tendencia a las industrias microlaminares de época tardiglaciar, que tendrían, como ocurre en otros puntos del Mediterráneo, una continuidad a lo largo de los primeros compases del Epipaleolítico. Por los caracteres industriales comentados no parece probable hablar de “facies” en el mismo sentido que las levantinas (Fortea 1973), pues como decimos la presencia de claras facies geométricas, como las que por otra parte se podrían reconocer en todo el Mesolítico portugués, son complejas de reconocer en este entorno. Sirvan como colofón a estos comentarios dos ideas básicas: -El componente “interior” que parece observarse en la industria microlítica, que evolucionaría desde los complejos microlaminares del Tardiglaciar a los que hemos aludido.
Figura 5. Placa decorada procedente de la campaña de 1981 en El Conejar.
-La relación de las industrias macrolíticas con las zonas surorientales de la Península y la costa portuguesa, que en cierta medida se corresponde con la tendencia de implementar útiles sobre cuarcita que se reconoce en otros ámbitos peninsulares, como el Aziliense.
Los paralelos formales de esta decoración no remiten a ningún ámbito concreto, pero más bien recuerdan a las placas del Parpalló (Villaverde 1994: 245) y a los reticulados con divisiones internas, que se han fechado en el Magdaleniense sin muchos problemas (Villaverde 1994; Fortea Cervera 2000). Aunque en definitiva debamos admitir que se corresponderían bien con un desarrollo del arte mueble, que alcanzaría el Epipaleolítico, así las encontramos en los niveles de esta época en Cocina II (Fortea 1973) formando parte de un concepto que se ha denominado “Arte Lineal Geométrico” por parte de M. Hernández y B. Martí (2000-2001: 255) y para la que se
Debo incluir aquí la presencia de un fragmento de placa de pizarra decorada con incisiones que apareció en el transcurso de las excavaciones de El Conejar en 1981. Inicialmente supuse la inclusión de esta pieza dentro de un ambiente Neolítico (Cerrillo Cuenca 1999b), pero a la luz de los datos que venimos comentando, parece más oportuno retrasar su datación hasta momentos epipaleolíticos. La documentación de placas de pizarra decoradas
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propone una cronología estrictamente epipaleolítica, a raíz de su aparición en otros contextos como el abrigo de Forcas (Utrilla y Mazo 1997).
diados o a su entorno más inmediato. Se recogen además en este epígrafe un resumen de las intervenciones que se han llevado a cabo en los yacimientos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo.
La disposición de los motivos y su sentido recuerda a los grabados postpaleolíticos de la cueva de la Griega (Corchón et al. 1997), si bien los autores de la monografía de la cueva segoviana se decantan por ofrecer una cronología postpaleolítica amplia ante la ausencia de contexto arqueológico, haciendo hincapié en periodos del Bronce y de la Edad del Hierro (Corchón et al. 1997: 174).
Podríamos agrupar en dos los ámbitos en los que se ha documentado la neolitización extremeña, que a su vez tienen una clara correspondencia cronológica: -El reconocimiento de cuevas como asentamientos. La especial configuración geológica de Extremadura fomenta que los intentos por reconocer este tipo de asentamientos hayan sido escasos hasta la fecha, aunque puede hablarse de todo una tradición de estudios de abrigos. Los datos más antiguos conocidos se refieren a sociedades del siglo XIX orientadas a explorar las cavidades cacereñas, aunque no se conocen sus resultados. De cierta tradición goza la cueva de Boquique en la Dehesa de Valcorchero (Plasencia). La publicación de los materiales de este abrigo por Bosch-Gimpera y su posterior excavación a cargo de Almagro-Gorbea es el único referente consolidado en la historiografía arqueológica extremeña. Aunque podemos hablar de una relativa toma de conciencia a lo largo de los 80 con la excavación de El Conejar y La Charneca. La práctica ausencia de depósitos in situ continúa siendo la principal barrera a la hora de estudiar estos ámbitos.
Sea como fuere, la presencia de placas decoradas de pizarra en ambientes epipaleolíticos del interior peninsular es una prueba más de que los mismos esquemas artísticos se han estado produciendo en situaciones culturales muy semejantes en un amplio territorio, que entroncaría con otras representaciones del Mediterráneo (Ripoll et al. 1997) y confirma la propuesta de una ocupación epipaleolítica en El Conejar en fechas de VIII milenio cal BC. Ello remite a unas pautas culturales con referencias en otros ámbitos, en el caso de las industrias sobre cuarcita en el Sur de Portugal, y en el de la placa decorada en unas pautas gráficas con un escenario más amplio como es el Sur de Europa. En definitiva, puede suponerse que a partir de la cultura material, el Tajo interior goza en los momentos previos de la neolitización de relaciones con otros grupos próximos: el carácter suroriental de la industria lítica sobre cuarcita y la comunidad de tipos con otros yacimientos peninsulares. En suma, puede decirse que esta zona no está aislada culturalmente de otras evidencias semejantes a lo largo de todo el proceso de neolitización. No encuentro impedimentos para suponer lo contrario, si bien es necesario conocer contextos no alterados y reforzar estas opiniones con más cronologías absolutas.
-El descubrimiento del poblamiento al aire libre. El primer acercamiento a la existencia de poblados del Calcolítico y el Bronce fue realizado fundamentalmente a partir de los años 70 por numerosos aficionados. El verdadero auge de la investigación se produce a finales de los años 70 y los 80 con la excavación de poblados como La Pijotilla, Los Cortinales, El Cerro de la Horca, Los Barruecos, Huerta de Dios, El Lobo o Araya, a los que podemos unir algunos poblados sondeados como el de Aguas Viejas, Santa Engracia o diversas intervenciones en el casco urbano de Mérida. Paralelamente existe toda una labor de reconocimiento del poblamiento mediante prospecciones superficiales que han terminado por aumentar toda esta nutrida lista de asentamientos excavados. En este apartado hay que mencionar toda la labor de catalogación de yacimientos calcolíticos que se inició en torno a la cuenca del Guadiana por J. J. Enríquez (1990a), y la abundante información aportada por A. González Cordero (1993) para la cuenca del Tajo.
V.3. La investigación del Neolítico en Extremadura. Si la investigación en Prehistoria Antigua ha estado limitada tradicionalmente por la ausencia de depósitos donde poder comprobar con mayor precisión los procesos culturales del Pleistoceno Medio y Final, no resulta menos cierto que la investigación en Holoceno, y más concretamente en lo que se refiere a culturas metalúrgicas, ha gozado de una mayor tradición en la región extremeña. Resulta imprescindible hablar de toda una labor de recopilación historiográfica que he realizado sobre este apartado y que puede comenzarse definitivamente a partir de datos que poseemos desde el siglo XIX, si bien datos anteriores se refieren a algunos de los yacimientos estu-
V.3.A. Las cuevas como yacimientos arqueológicos. El conocimiento de las cavidades y su exploración se ha desarrollado desde el siglo XIX y comienzos del XX en
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una región donde se carece en su mayoría de espacios kársticos, y los que existen ofrecen pocas señales de poblamiento. Muy al contrario, la existencia de abrigos formados por el hacinamiento de bloques graníticos y oquedades en cuarcitas se han constituido como los principales entornos donde localizar evidencias de hábitat.
Otro rasgo significativo es el de la diversidad cronológica de las ocupaciones, que se desprenden de los materiales y presencias gráficas de cada uno de los yacimientos, que abarcan desde el Pleistoceno hasta las distintas etapas culturales del Holoceno, haciendo especial hincapié en momentos antiguos del Neolítico, en algunas ocasiones y ya en momentos calcolíticos y del Bronce en la mayoría.
Por otro lado el estudio de los entornos kársticos no ha sido llevado a cabo hasta época reciente (Algaba et al. 2000) y de una manera muy laxa. Únicamente podríamos hablar de ocupaciones en verdaderas cuevas en los yacimientos cacereños de El Conejar (Pan 1917; Cerrillo Martín de Cáceres 1983; Cerrillo Cuenca 1999a), Maltravieso y la ocupación de la Edad del Bronce que se reconoce a partir de sus materiales arqueológicos (Callejo 1958; Sauceda y Cerrillo 1985; Cerrillo Cuenca et al. e.p.) o Santa Ana y algunas cuevas del Sur de Badajoz que han sido brevemente enunciadas en artículos concretos (Enríquez 1996; Algaba et al. 2000) como las de Fuentes de León.
La investigación en los yacimientos en cueva se inicia oficialmente con la inauguración de una sociedad que D. Tomás Santibáñez crea para “explorar” el Calerizo cacereño, según relata Paredes Guillén (1909). Desde luego no queda constancia de los resultados de tales trabajos, que debieron iniciarse en un momento generalizado de interés por la Arqueología, que desde luego se acentuará durante las décadas finales del siglo XIX y las primeras del XX, teniendo como protagonistas a geólogos, ingenieros o abogados. A finales del siglo XIX es precisamente V. Paredes (1886: 33) quien realiza una descripción de la cueva de Boquique y de los materiales que recoge en su interior, que se hallan hoy día en el Museo de Cáceres y se corresponden con fases tardías de la Edad del Bronce.
Por lo demás destaca la presencia de un abundante número de abrigos conocidos, con los que se cuenta con una importante tradición como Boquique (Bosch Gimpera 1915-1920; Rivero 1972-1973; Almagro Gorbea 1977), El Escobar (Almagro 1977), junto a un importante número de abrigos a los que se han referido diversos autores en numerosas ocasiones, como los abrigos de Atambores o Peña Aguilera (González Cordero 1996), Cueva Chiquita (González Cordero 1999b), etc, en los que algunas veces aparecen manifestaciones de arte rupestre. Es forzoso referirse al caso de la cueva de la Charneca (Oliva de Mérida) donde Enríquez (1986) intervino a mediados de los 80 poniendo al descubierto un asentamiento neolítico con material revuelto, posiblemente reocupado con posterioridad con intencionalidad funeraria.
Dentro de ese mismo ambiente, I. del Pan inicia sus trabajos en El Conejar en 1916, de los que rinde cuentas en dos trabajos (Pan 1917; 1954). Las nociones estratigráficas deben leerse entre líneas en estos trabajos, ya que no aporta datos rigurosos de excavación. Definitivamente una valoración de los materiales le lleva a concluir que en la cueva debió desarrollarse un asentamiento humano prolongado desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce.
Sin embargo a la hora de ofrecer datos reales sobre las ocupaciones de estos yacimientos, lo más común es hallar importantes remociones de material (casos de Santa Ana, El Conejar, Boquique o Charneca) o hallazgos fortuitos recogidos en muchos de ellos (Maltravieso).
Por esa misma época el ingeniero Pedro García Faria vuelve a excavar en la cueva de Boquique. Los materiales que exhuma le serán remitidos a Bosch Gimpera (19151920), quien los publica brevemente junto a un croquis del abrigo y la información que envía García Faria sobre el yacimiento. Esta pubicación será la que otorgue el nombre de “Boquique” a la cerámica impresa de punto en raya. Actualmente esta colección de cerámicas se conserva en el Museo Nacional d’Arqueologia de Catalunya en Barcelona.
Lo cierto es que la “Arqueología de las cavidades” no ha ofrecido excesivos visos de consolidación, ni puede fundamentarse una secuencia de ocupación fiable pese las excavaciones desarrolladas en algunos de ellos, especialmente de El Conejar, intervenido en 1916, 1981, 19821983, 2000 y 2001.
Todas estas cuevas se han mostrado con posterioridad como yacimientos neolíticos. El interés por las ocupaciones arqueológicas de las cavidades no morirá entonces, a mediados de la década de 1950, se reaviva con el hallazgo de Maltravieso y la presencia de arte rupestre en su interior (Callejo 1958).
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Figura 6. Planta de la cueva de Boquique Así, en 1973, es finalmente M. Almagro-Gorbea quien sondea de nuevo la cueva de Boquique, que para entonces es un revuelto del que únicamente puede recuperar un tramo de nivel no alterado en la base del yacimiento. Los resultados de esta publicación serán dados a conocer en su tesis doctoral (Almagro-Gorbea 1977) donde se puede encontrar información relativa al proceso de excavación.
Sin embargo habrá que esperar hasta la década de 1970 para que se inicie la actividad científica en la Arqueología de la región. Es entonces cuando se vuelve a publicar otro conjunto de cerámicas de la cueva de Boquique, ésta vez por C. Rivero de la Higuera (1972-1973), quien determina que la ocupación de la cavidad debió realizarse durante el Bronce Final en virtud de la presencia de cerámicas con decoración a boquique propias de contextos del Bronce Final en la Meseta, apuntando la posibilidad de la existencia de un boquique Neolítico y su posible perduración durante el Calcolítico. Los materiales de la colección “Blanco” se hallan en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional, donde una pequeña parte compone la exposición permanente.
Se eligieron dos zonas de intervención. La primera de ellas se centró a la izquierda de la entrada actual de la cavidad, donde se plantearon dos cuadrículas de 1x1 metros. Se identificaron tres niveles (Almagro Gorbea 1977: 92-95).
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-Nivel I. Con un color oscuro, estaba compuesto por tierra revuelta producto de visitas recientes a la cueva. Los materiales que ofreció eran tanto recientes como prehistóricos de adscripción cultural incierta.
entrada principal del abrigo. Retículas bruñidas y cerámicas pintadas (Almagro-Gorbea 1977: 96) verifican una ocupación muy posterior de la cueva en este sector que se encuadra a finales del II milenio cal BC.
-Nivel II. Menos revuelto que el anterior, mostraba una coloración rojiza-amarillenta con manchas carbonosas. Entre el material se recogieron algunas cerámicas a torno mezcladas aún con otras de tipología claramente neolítica.
En el estudio de los materiales de la cavidad, M. Almagro propone dos momentos distintos para las cerámicas con impresión de boquique y las cerámicas toscas y otro posterior de Bronce Final en el que incluye las cerámicas escobilladas, pintadas y bruñidas (Almagro Gorbea 1977: 119). Al menos eso se deriva de los planteamientos que establece este autor al disociar la técnica de boquique de las cerámicas típicas del Bronce Final localizadas en la cata de la entrada Norte, suponiendo un origen anterior.
-Nivel IIb. Se puede entender este nivel como la prolongación del anterior, donde se localizó en contacto con la base una serie de materiales arqueológicos, al parecer en posición original y que podemos adscribir claramente al Neolítico.
Figura 8. Materiales cerámicos de la excavación de M. Almagro-Gorbea. (Según Almagro-Gorbea 1977). La aclaración de esta cronología viene de la mano de M. D. Fernández-Posse (1982) quien en un artículo sobre la técnica decorativa de Boquique, propone la existencia de dos momentos culturales para su realización: uno enmarcado en el Bronce Final y otro Neolítico en el que tendría cabida una buena parte del material. A comienzos de los años 80, gracias al recién creado Dpto. de Prehistoria y Arqueología, se inician desde la Universidad de Extremadura nuevas campañas de excavación que se realizan en distintos sectores de la región. Dentro de esas actuaciones, E. Cerrillo Martín de Cáceres, inicia la excavación de la cueva de El Conejar. Este autor ya había dado a conocer sus primeras impresiones sobre el yacimiento en un artículo (Cerrillo Martín de Cáceres 1983) en el que aboga por encuadrar el yacimiento dentro del Bronce Final y en consonancia con otros abrigos como Boquique o El Escobar.
Figura 7. Algunos materiales cerámicos de la colección García Faria. Por último se realizó otra cata en la llamada “Entrada Norte”, segunda estancia que hemos descrito con anterioridad. Se planteó una única cata en la que no se pudo reconocer ningún tipo de estratigrafía (Almagro Gorbea 1977: 96), aunque sí un conjunto de materiales que tipológicamente tienen poco que ver con los recogidos en la
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llegaban hasta la roca madre, localizada a una profundidad de 84 cm (Sauceda 1983: 54). M. I. Sauceda estudia los materiales procedentes del interior de la cueva y plantea una cronología de Bronce, aunque señala que hay elementos que tipológicamente pudieran ser calcolíticos o de "finales del Neolítico" (Sauceda 1983; 1984). A. González ha publicado repetidamente referencias a dicha cueva rectificando la cronología y apuntando a una clara filiación neolítica de los materiales (González Cordero et al 1988; González Cordero et al 1991; González Cordero 1993; 1996), cronología que posteriormente han ido ratificando otros investigadores (Enríquez Navascués 1995; 1996).
Figura 9. Algunos materiales cerámicos de la campaña de 1981. En julio de 1981 se desarrolló la primera campaña de excavaciones. Ante la imposibilidad de realizar una excavación en su interior se decidió plantear 16 cortes en el exterior de la cueva, situados al O de la entrada, lugar más apto para recuperar los materiales vaciados desde el interior. En estos cortes se recogieron abundantes cerámicas y fauna, mezcladas con otros elementos más modernos como cerámicas estampilladas de la Edad del Hierro, y otros fragmentos de cerámica a torno. No se reconoció estructura alguna y se pudo comprobar que el material procedía de parte del relleno arqueológico de la cueva.
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Figura 10. Materiales de El Conejar (campaña de 1983)
La siguiente campaña se desarrolló en el interior de la cueva, durante los meses de diciembre de 1982 a febrero de 1983. Inicialmente se plantearon cortes a la entrada de la cueva, que fueron arqueológicamente estériles. Seguidamente se procedió a comprobar si en la zona más alta de la cavidad se conservaba algo del nivel estratigráfico original, pero no se hallaron materiales arqueológicos, llegándose hasta a una profundidad de 54 cm. A continuación se planteó un corte en la zona central de la sala, donde la potencia parecía más notoria. Tras una primera capa de tierra estéril, se halló otra con inclusiones de fragmentos calizos de tamaño medio, circunstancia que hizo pensar que el nivel inferior estaba sellado. En el último nivel ofreció material arqueológico abundante, que sin embargo estaba mezclado con basuras modernas que
Aún a finales de la década de los 90, los especialistas en Protohistoria siguen sin tener una opinión claramente formada acerca de una posible ocupación del Bronce Final. Pavón Soldevilla, en su tesis dedicada al tránsito del II al I milenio en Extremadura (Pavón 1998: 288), opina que los materiales extraídos de El Conejar son neolíticos, al igual que los del yacimiento próximo de Maltravieso, aunque incluye los motivos decorativos de la cerámica de este último entre los del Bronce (Pavón 1998: 150, fig. 34,7) y alude a la problemática de situarla entre las ocupaciones del Bronce Final I (Pavón 1998: 90). Por su parte A. M. Martín Bravo (1999: 33) continúa ofreciendo la visión de E. Cerrillo Martín de Cáceres (1983) sobre la ocupación del Bronce Final de la cueva.
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que algunos materiales podrían remontar el IV milenio, en fechas no calibradas, y establecer una ocupación de Neolítico Antiguo. Al mismo tiempo hay que decantarse por no considerar de modo fehaciente el vínculo entre los enterramientos y los materiales calcolíticos. En el trabajo de Algaba, Collado y Fernández (2000) sobre las cavidades extremeñas se incluye, un estudio sobre las condiciones geológicas de la cueva y su ocupación arqueológica. En el repaso que se realiza del calerizo cacereño se incluye El Conejar. Para estos autores dicha cueva es un exponente del denominado “Neolítico B” (Algaba et al. 2000: 66-67) caracterizado por la presencia de cerámicas decoradas, pero contemporáneo al clásico Neollítico Final de cerámicas lisas; proponiendo para esta fase una cronología de transición del IV al III milenio. Tras la ocupación neolítica se establecería una necrópolis en la cueva paralela “a la introducción del megalitismo en Extremadura” (Algaba et al. 2000: 29), para la que no existen suficientes bases. Finalmente el yacimiento fue objeto de una nueva excavación durante septiembre de 2000 y 2001, dentro del “Proyecto Vendimia” bajo la dirección de los Dres. Carbonell y Canals del Área de Prehistoria de la Universidad Rovira i Virgili y M. I. Sauceda. Las intervenciones estaban centradas en la búsqueda de los niveles holocénicos y la posible presencia de niveles pleistocénicos. Se excavó tanto en el sedimento de la cueva como las brechas que quedaban colgadas en las paredes, pero apenas se pudieron obtener más referencias estratigráficas que un retazo de brecha epipaleolítica colgada de una de las paredes de la cavidad.
Figura 11. Industria lítica de El Conejar, campañas de la década de 1980. Poco después, en 1986, aparecía publicada la excavación de la cueva de La Charneca (Enríquez 1986), ya en la cuenca del Guadiana, que permitió sentar las bases de un poblamiento neolítico para la provincia de Badajoz. Al igual que en los casos anteriores, los cortes que se practicaron en el interior de la cueva, mostraron un revuelto del sedimento de la misma, en el que fue posible recoger materiales tanto neolíticos como calcolíticos y de época ya histórica.
Desgraciadamente el equipo de excavación no ha avanzado aún ningún tipo de resultado sobre el proceso de excavación, y únicamente existen referencias a las dataciones epipaleolíticas y a semillas localizadas en una brecha con material neolítico que dimos a conocer en un trabajo reciente (Cerrillo Cuenca et al. 2002). Las revisiones actuales del material confirman incluso la ocupación de la cavidad durante el Bronce Final, detectable por la presencia de numerosas cerámicas que hasta la fecha habían pasado desapercibidas entre quienes habíamos publicado referencias de la cavidad (Cerrillo Cuenca et al. e.p.).
Durante 1998 y 1999 tuve la oportunidad de estudiar los materiales procedentes del El Conejar, estableciendo en mi Memoria de Licenciatura (Cerrillo Cuenca 1999a) tres momentos de ocupación: una ocupación neolítica que puede fecharse en el IV milenio, una ocupación calcolítica y finalmente la presencia escasa de materiales del Hierro Pleno. En un trabajo posterior (Cerrillo Cuenca 1999b) corroboré estas fases de ocupación, precisando
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Figura 12. Materiales del abrigo I de Atambores (dibujos de A. González Cordero).
Figura 13. Materiales cerámicos procedentes del abrigo de Peña Aguilera (dibujos de A. González Cordero).
Sólo quedaría añadir a este repaso por las cavidades con materiales neolíticos del Tajo extremeño, la serie de cerámicas que proceden de algunos abrigos del área de Montánchez que formaron parte de la Memoria de Licenciatura de A. González Cordero (1985), y que posteriormente las ha dado a conocer en otros trabajos (González Cordero 1996). Se trata de los abrigos de Atambores y Peña Aguilera.
por el desprendimiento de una gran roca desde una galería superior, por lo que cabe pensar en el carácter secundario del yacimiento. Finalmente es J. J. Enríquez (1996) quien realiza las últimas aportaciones a los yacimientos neolíticos en cueva de la provincia de Badajoz, al publicar referencias a cuevas en los rebordes meridionales de Sierra Morena, que tendrían más correspondencia con otros entornos andaluces que con los yacimientos de la zona del Tajo.
En el caso de Atambores, la primera mención del yacimiento viene de la mano de P. Madoz quien hace una referencia al lugar, igual que Puig y Larraz (1869: 83), aunque se limitan a mencionar exclusivamente la presencia de abrigos sin hacer referencia a su potencial arqueológico. A. González Cordero (1985) se considera el yacimiento como calcolítico y posiblemente en relación con otras cavidades reconocidas en el entorno más inmediato.
No obstante cabe citar la excavación de la cueva de la Escovacha en Romangordo, llevada a cabo en el mes de julio de 2004, y cuyo estudio se encuentra en proceso. Excavada por A. González Cordero y por mí, no hallamos ninguna ocupación prehistórica in situ, únicamente una serie de materiales neolíticos revueltos con otros más modernos entre los que destacaban cerámicas impresas,
En Peña Aguilera los materiales proceden igualmente de una recogida superficial que A. González Cordero (1996: 699) describe como producto de una filtración provocada
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Figura 14. Distribución de yacimientos en la provincia de Cáceres tras las prospecciones de las comarcas de Campo Arañuelo y La Vera. 1. Los Barruecos, 2. El Conejar, 3. Castillejos II, 4. Cerro del Acebuche, 5. El Avión, 6. Cerro de la Horca, 7. Atambores, 8. Peña Aguilera, 9. Boquique, 10. Oliva de Plasencia, 11. Cerros de Mingo Martín, 12. Capichuelas, 13. Cerca Antonio, 14. Cerro Soldado, 15. Cercaperla, 16. Cerro de las Retuertas, 17. Charco de Pescadores, 18. La Guada, 19. Fuente Chino, 20. El Pedazo, 21. Cañadilla, 22. Canchera de los Lobos, 23. Pantano de Valdecañas, 24. Las Monjas, 25. Navaluenga, 26. Muralla de Valdehúncar, 27. Junta del Pibor y 28. Cerro de San Cristóbal. en años posteriores (Molina 1980) y el comienzo de las excavaciones en La Pijotilla por parte de V. Hurtado (1986). Pero habrá que esperar hasta el comienzo de los 80 cuando se intensifica el estudio de distintos yacimientos en diversos puntos de ambas provincias. Será a partir del comienzo de esta década cuando se excaven los principales yacimientos de la región. Así en Cáceres se excava en Los Barruecos bajo la dirección de A. Álvarez y de I. Sauceda (1986; 1991) con posterioridad, El Cerro de la Horca y los yacimientos de Plasenzuela por A. González y M. Alvarado (González et al. 1988; González et al.
incisas y una industria lítica formada por laminitas, trapecios y segmentos de círculo. V.3.B. Poblamiento al aire libre. El análisis del poblamiento al aire libre comenzó a desarrollarse durante la década de los años 70, inicialmente gracias al estudio del poblado de El Lobo por parte de Lucio Molina, quien realizó su Memoria de Licenciatura sobre el yacimiento pacense, continuando su excavación
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sin que se conserve testimonio gráfico alguno de este corte.
1991), El Jardinero por P. Bueno (Bueno et al. 1988), Aguas Viejas por I. Sauceda. Por el contrario en Badajoz la investigación aparenta estar más consolidada y se sigue excavando en El Lobo y La Pijotilla, a los que poco a poco se añaden otros asentamientos como los de Huerta de Dios, excavado por J. J. Enríquez (1983), Araya (Enríquez 1981-82; 1988a), Palacio Quemado (Hurtado y Enríquez 1991), Castillejos I (Fernández y Sauceda 1985; Fernández Corrales et al. 1988) o Santa Engracia (Celestino 1989).
Posteriormente se iniciarían una serie de intervenciones por parte de M. I. Sauceda Pizarro desde el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Extremadura entre los años 1986 y 1988 (Sauceda 1986; 1991). Durante el transcurso de esta intervención tan sólo se consiguieron documentar estructuras interpretadas por M. I. Sauceda (1991) como domésticas. Estas estructuras a las que hace referencia su excavadora no se relacionan implícitamente con algunos de los niveles documentados, siendo problemática su adscripción, aunque parece más probable la calcolítica e incluso en algunas de ellas la neolítica. Estas estructuras domésticas se corresponden básicamente a algunos empedrados que pueden interpretarse como hogares y estructuras para-circulares, en las que se han amortizado algunos molinos de granito. No tenemos ninguna referencia estratigráfica para esta excavación, únicamente sabemos que se llegaron a alcanzar diez niveles artificiales, según la ordenación de los materiales en el Museo de Cáceres.
De estos trabajos hay que destacar por su relación con la temática de este libro los yacimientos de Los Barruecos y el Cerro de la Horca, cuyas intervenciones y publicaciones trataré de sintetizar a continuación. En Los Barruecos, la primera referencia bibliográfica se remonta a comienzos de los años 80, cuando A. González Cordero y M. Alvarado Gonzalo (1979) publican un primer trabajo en el que se da a conocer parte del importante conjunto de manifestaciones gráficas postpaleolíticas que se reparten en el entorno de Los Barruecos. Se catalogan un cierto número de estaciones que se ven ampliadas con una nueva publicación que los mismos autores realizan seis años después (González Cordero y Alvarado Gonzalo 1985). Con posterioridad son estos dos autores (González Cordero y Alvarado Gonzalo 1984) quienes recogen abundantes materiales de superficie que adscriben a distintos periodos entre los que figura el Calcolítico.
La interpretación global que realiza I. Sauceda fue presentada a las I Jornadas de Arqueología en Extremadura, proponiendo tres niveles distintos de ocupación (Sauceda 1991: 39-43). El último asentamiento correspondería según esta autora al Calcolítico Final, con presencia de campaniforme y elementos de bronce que sitúa a finales del III milenio cal BC, al que no se puede hacer corresponder ninguna estructura. Bajo ésta se localizó una ocupación que se correspondería ya con momentos del Calcolítico Pleno con los elementos corrientes de esta época en el Suroeste Peninsular, como son los platos de borde almendrado y reforzado. Por último una ocupación de Calcolítico Inicial, aún arraigada en las tradiciones de los últimos momentos del Neolítico Final, como argumentaría la presencia de fragmentos con decoración a boquique. La información en este punto resulta contradictoria y no podemos saber si en los primeros momentos de ocupación del poblado hay algún tipo de elemento constructivo o de hábitat.
Paralelamente el Museo Provincial de Cáceres, bajo la dirección de A. Álvarez Rojas, había iniciado en el mismo momento dos campañas de excavación en los años 1983 y 1984 que aún permanecen inéditas, conservándose sólo breves notas en publicaciones posteriores (Sauceda 1986; 1991). En 1983 se intervino en uno de los numerosos abrigos del sitio, formado por el hacinamiento de bloques graníticos, donde se realizó un único corte en su interior, de dimensiones de 4 por 4 metros. El único testimonio de esta intervención son los materiales depositados en la actualidad en el Museo de Cáceres, pertenecientes a diversos periodos cronológicos, entre los que cabe resaltar material romano, algunos fragmentos de campaniforme, cerámica de boquique e industria lítica formada por microlitos y hojitas sin retocar.
La información que se conoce de la excavación del Cerro de la Horca es mucho más fructífera para plantear una estratigrafía de los momentos culturales que encontramos en el yacimiento, pues cuenta con una metodología de excavación mejor definida. Entre 1984 y 1988 se realizó anualmente una campaña de excavación en este yacimiento bajo la dirección de A. González Cordero y M. de Alvarado Gonzalo. Se excavó una superficie total de 90 m2 dividos en 18 cortes (González Cordero et al. 1991:
En la campaña de 1984 se intervino en dos puntos del perímetro amurallado. En el primer corte el resultado fue la documentación de un tramo de muralla compuesto por piedras de gran tamaño hincadas en la base del terreno, que habían tenido como calzo otras de pequeño tamaño. En el segundo corte se descubrió parcialmente la muralla,
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12) en tres sectores concretos del yacimiento (González Cordero et al. 1988: 89): -Meseta, espacio localizado en la zona más elevadas del propio yacimiento con una plataforma de diámetro máximo de 40 metros. Se practicaron en este espacio un total de 9 cortes. -Ladera, se estableció un único corte este sector: L-1. -Base, representaba el espacio circundante al cerro, donde se realizaron un total de 8 cortes distintos. Los cortes realizados en la Meseta del Cerro de la Horca acabaron por definir una estratigrafía relativamente simple que abarcaba desde un momento pleno del Calcolítico hasta su desarrollo final, comprobado por la presencia de algunos fragmentos campaniformes (González Cordero et al. 1991: 13).
Figura 16. Materiales neolíticos del Cerro de la Horca (Dibujos de A. González Cordero). Así a lo largo de sucesivos trabajos se definieron tres ocupaciones arqueológicas distintas que sintetizamos a partir de los trabajos publicados sobre el yacimiento (González Cordero y Alvarado Gonzalo 1988; González Cordero et al. 1988; González Cordero et al. 1991). La primera ocupación, la reconocida como C.H.I se ha localizado únicamente en los sectores de la base del yacimiento. La tipología de la cultura material remite a cerámicas impresas y escasa industria lítica, en la que destaca un segmento de círculo sobre sílex. En los cortes donde se pudo documentar, esta ocupación se situaba en un nivel de tierra compacta amarillenta con un espesor variable de unos 30 cm, localizada a entre 1,00 y 1,33 m de profundidad. Aunque se hallaba sellada por una fina capa de descomposición del granito, en bastantes puntos se encontraba revuelta por la construcción de estructuras de época calcolítica, tales como silos y cabañas (González Cordero et al. 1991: 13-14). Inicialmente se interpretó como neolítica una estructura circular de bloques de gra-
Figura 15. Localización de los cortes del Cerro de la Horca donde se documentó material neolítico.
El único corte de la ladera demostró el revuelto parcial provocado por las labores agrícolas recientes (González Cordero et al. 1988: 89). Sólo el sector Base dejó entrever una ocupación neolítica del lugar.
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nito hincados, asociados a un agujero de poste y una placa de barro cocido, que aparecieron en el corte B-IV (González Cordero et al. 1988: 91), aunque en trabajos posteriores se comprobó su cronología calcolítica y la ruptura del nivel más antiguo (González Cordero et al. 1991: 13). Por tanto, sólo en los cortes B-III y B-IV se documentó intacto el nivel de ocupación neolítico, si bien no se documentaron estructuras de ningún tipo. El nivel calcolítico C.H. II a, aparece entre los 0’40 y 1,00 m de profundidad. El color de este nivel es grisáceo, y a partir de su cultura material es posible encuadrarlo dentro del Calcolítico Pleno (González Cordero et al. 1991: 14), corroborado por una datación absoluta de 4125±100 BP (2916-2459 cal BC). Superpuesto a este nivel arqueológico, la última ocupación del yacimiento viene dada por una fina capa que oscila entre los 0,40 y los 0,35 m de la superficie con un color marrón oscuro (González Cordero 1991: 14). Este nivel arqueológico ha ofrecido fragmentos campaniformes de diverso tipo que encuadran, junto a evidencias metálicas el uso del poblado como lugar de habitación hasta el tránsito del III al II milenio cal BC. Posteriores trabajos de A. González Cordero (1993; 1996) han ratificado esta secuencia, situando el yacimiento dentro del Neolítico Tardío propuesto como horizonte cultural de las cerámicas impresas con decoración a boquique. En la década de los noventa se observa una reducción de los espacios excavados a lo largo de la década anterior, de hecho sólo podemos hacer referencia a una campaña de intervención puntual en Los Barruecos en 1992, inédita, y otras realizadas en la zona de Campo Arañuelo (González Cordero 1998), en yacimientos calcolíticos.
Figura 17. Materiales de superficie del yacimiento del Pantano de Valdecañas. Las prospecciones superficiales han posibilitado desde finales de la década de 1990 reconocer un buen número de yacimientos neolíticos en áreas comarcales para las que apenas se tenían datos sobre la Prehistoria Reciente. De las prospecciones de A. González Cordero (1999a) en la zona de Campo Arañuelo proceden los yacimientos de Cañadilla y Canchera de los Lobos, al que quizás hubiera que unir el de la Muralla de Valdehúncar, si bien las presencias artefactuales de éste no son del todo definitorias. Recientemente, y aún inédito, se encuentra el yacimiento del Pantano de Valdecañas junto a la localidad de El Gordo, donde en épocas de sequía pueden observarse algunas estructuras, a las que se asocian elementos cerámicos y líticos propiamente neolíticos. Se trata en todos estos casos de yacimientos ubicados en las orillas del pantano de Valdehúncar, y por tanto con patrones de localización muy semejantes. Junto a ellos hay ya bastantes sitios en los que A. González ha localizado en los
Desde finales de la década de los 90 se ha iniciado una tendencia revisionista de las intervenciones de las décadas anteriores que ha comenzado a dar sus frutos, en cierto modo porque el espectro de yacimientos excavados en Portugal y otros puntos de la Meseta comienzan a sostener la estratigrafía de los procesos que se observan en Extremadura. En este sentido lo más notorio ha sido el conocimiento de horizontes de cerámicas impresas que inicialmente se fecharon en un horizonte Neolítico Tardío (González 1996), pero que paulatinamente se están entroncando con momentos más antiguos (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001; Cerrillo Cuenca et al. 2002).
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últimos años fragmentos de cerámica claramente neolíticos, aunque en proporcionaes poco significativas en muchos casos, que no permiten suponer más que indicios de yacimientos.
-Nivel II. Con una potencia de unos 20 cm, este nivel se diferencia de los anteriores por la presencia de numerosas piedras, que se producen por la erosión de la roca natural y el arrastre. El material arqueológico se compone de un total de 5 fragmentos cerámicos, uno de los cuales presenta un mamelón y decoración con boquique. Los excavadores advierten un ligero rebaje de la roca natural que les hace dudar de la presencia de un “fondo de cabaña”.
En el año 2001, publicábamos además un conjunto de yacimientos neolíticos que en los últimos años se han venido reconociendo en la comarca de La Vera (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001). Se trata de yacimientos de gran extensión que se ubican sobre el zócalo granítico que es en sí toda la comarca. De ellos destaca el de Cerca Antonio que ha revelado un interesante conjunto de materiales cerámicos y una industria lítica básicamente microlaminar, aunque no se encuentra ausente de algunos microlitos. También se puede considerar de cierta entidad al yacimiento de los Cerros de Mingo Martín, ubicados en un espigón fluvial. Todos ellos son los sitios más relevantes de un elenco de yacimientos que cuentan con algunas presencias artefactuales neolíticas a lo largo de todo el término municipal de Jarandilla de La Vera, como los de Cerro de las Retuertas, Charco de Pescadores, Cerro Soldado, Cercaperla y probablemente algunas de las cerámicas que proceden del yacimiento de Capichuelas.
La interpretación cultural que ofrece este trabajo, procede de una comparación con el corte III, establecido en las proximidades, aunque la estratigrafía aparenta ser la misma, en el nivel II de este nuevo corte no hay indicio alguno de una presencia neolítica; contrariamente existen algunos bordes entrantes y un fragmento de una cazuela troncocónica. Es por ello que, aunque los argumentos tipológicos son escasos los autores no se decantan abiertamente por incluir esta fase, la denominada “Logrosán I”, en ambientes tardo-neolíticos del tránsito del IV al III milenio (Rodríguez Díaz et al. 2001: 121) o por el contrario del Bronce Tardío (Rodríguez Díaz et al. 2001: 121). Por último en los años 2001 y 2002 hemos desarrollado dos campañas de excavación en el yacimiento de Los Barruecos, enfocadas a definir mejor el nivel neolítico de cuya existencia sabíamos por los materiales que se habían depositado en las campañas anteriores.
Los trabajos de excavación se retomaron, en cambio de manera muy puntual. En 1998 (Rodríguez Díaz et al. 2001) se lleva a cabo la excavación de el Cerro de San Cristóbal en Logrosán, dentro de un proyecto orientado la explotación minera del sitio durante el Bronce Final. Las primeras referencias al sitio son realizadas por el geólogo de profesión Vicente Sos Baynat quien recoge algunos cantos tallados, industria lítica en sílex, cerámicas y sobre todo metales. Algunos de estos materiales son adscritos por Sos Baynat al Neolítico Final (Sos 1977: 275-276).
Pueden identificarse por tanto las siguientes fases en el yacimiento: -Fase I. Con dos dataciones de AMS, corresponde al primer nivel de ocupación del yacimiento en el Neolítico Antiguo. La combinación estadística de las probabilidades de las fechas establece esta fase entre el 5054 y el 4852 cal BC. Podemos atribuir a este momento dos estructuras de almacenaje y una de combustión. La asignación cultural que proponemos es la Neolítico Antiguo.
La campaña de excavación desarrollada en el sitio (Rodríguez Díaz et al. 2001: 42), terminó por revelar trazas de una ocupación neolítica en el Sector F, Corte 2. El espacio excavado fue de 2 x 2 metros ofreciendo la siguiente estratigrafía (Rodríguez Díaz et al. 2001: 43):
-Fase II. Sin elemento alguno de datación, esta fase está representada por un suelo gris oscuro, sobre el que se asientan diversos hogares, documentados en las campañas de Sauceda (1991) y en las nuestras. Podemos situar esta ocupación a lo largo del Neolítico Medio, como discutiremos más adelante.
-Nivel superficial. “Capa de color pardo claro y textura fina”, donde predominan los fragmentos realizados a torno, frente a pocos fragmentos a mano.
-Fase III. Documentada por la existencia de una fosa y una zanja de sección en V. Su asignación cultural es sin duda la de Neolítico Final.
-Nivel I. Con una potencia de entre 10 y 20 cms, apenas se diferencia del anterior, tanto por su textura como por su color, esta capa estaba formada por la descomposición de la roca natural y por el arrastre de material. El material cerámico está realizado exclusivamente a mano y se restringe a 16 fragmentos cerámicos sin forma.
-Fase IV. Calcolítico Pleno. Presencia de hogares, según pudimos documentar en el corte I.
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Enrique Cerrillo Cuenca
que Sauceda (1991) había fechado en el Calcolítico Inicial conjuntamente con materiales de esta época, y que recientemente se había abogado por trasladarlo al Neolítico (González Cordero 1996; Cerrillo Cuenca 1999a).
-Fase V. No pudimos documentar estructuras de ningún tipo, aunque es de suponer la existencia de una ocupación con cerámica campaniforme. -Fase VI. Estructuras muy arrasadas, prácticamente superficiales, que podemos encuadrar dentro del Bronce Antiguo, según hemos expuesto en otro lugar (Cerrillo Cuenca et al. 2004.). -Fase VII. Reocupación del sitio en época prerromana, como prueban numerosos materiales de la Segunda Edad del Hierro y una fosa practicada en el corte I. A partir de los materiales es posible datarla entre los siglos II-I a.C. Las remociones de sedimento posiblemente puedan establecerse en esta época. Resumiré aquí los pormenores del nivel de Neolítico Antiguo, fase I del yacimiento, cuya estratigrafía puede encontrarse de un modo más extenso en otros trabajos que hemos venido publicando (Cerrillo Cuenca et al. 2002; Cerrillo Cuenca et al. 2004.), se encuentra además en preparación una monografía sobre la excavación de los niveles neolíticos del yacimiento
Figura 19. Disposición de los cortes excavados en el sector 2. Para ello se efectuó un sondeo de 4 por 3 metros, sector 1, que debía servir para documentar totalmente la estratigrafía de este sector del yacimiento. El resultado de este corte fue la documentación de una recurrencia de presencias arqueológicas que se sitúan entre el VI y el II milenio cal BC. Sin embargo, este corte se mostró gravemente alterado por la realización de un agujero de la II Edad del Hierro, que podemos fechar en torno al cambio de era gracias a la presencia de fragmentos de ánforas Dressel I y un regatón de hierro.
Figura 18. Sección del corte 1 de Los Barruecos. En el verano de 2001 comenzaron los trabajos de excavación en este yacimiento. Los objetivos marcados fueron la comprobación de la estratigrafía del yacimiento y la excavación en extensión de uno de los cortes de M. I. Sauceda, donde no se había llegado aún a la roca madre. Los objetivos de esta campaña eran los de documentar con precisión la estratigrafía del yacimiento. A ello se unía la necesidad de comprender mejor cual era la situación de un nivel con cerámicas impresas bastante homogéneo,
Con estos resultados, decidimos trasladar la excavación al sector I, donde Sauceda había interrumpido la excavación en la unidad que nosotros denominamos UE 110, con la seguridad de que en esta zona no había existido ningún tipo de alteración como ocurriera el corte en el sector 1.
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Figura 20. Planta del área excavada, con indicación de las estructuras y las dataciones absolutas obtenidas. En los últimos días de la campaña se trazó en este lugar una cuadrícula de 2 x 2 metros, en la que se observó una estratigrafía idéntica a la documentada en el sector 1. Bajo la UE 110, se localizó una capa de sedimentos graníticos, UE 113, que contenían algunos materiales como producto de un transporte.
siones de 1,5 x 2 metros, destinado a documentar en su totalidad la estructura anterior, que denominamos como “silo 1”. La excavación integral de esta estructura descubrió un silo del Neolítico Antiguo UE 119, que se selló con una cubierta compuesta por piedras y materiales como cerámicas e industria lítica. A partir de un fragmento de carbón recogido en las paredes del silo se pudo fechar la estructura por AMS en 6060±50 BP (5200-4810 cal BC).
Este sedimento en una profundidad próxima a -3.00 m desde el punto 0 del yacimiento, cubría una mancha de tierra de color oscuro a la que se asociaban algunas cerámicas típicas del Neolítico Antiguo.
Un año más tarde, se continuó la excavación en los cortes ya iniciados durante el año anterior. El objetivo fundamental era documentar el tipo de contexto existente en la
Por ello decidimos ampliar el corte en dirección Norte con el trazado de un segundo corte (2B) con unas dimensiones de 1,5 x 2 metros, destinado a documentar
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Enrique Cerrillo Cuenca
primera ocupación del yacimiento con la excavación de más estructuras. Para ello junto a los cortes abiertos en el año anterior se plantearon siete más denominados consecutivamente que abarcaban desde el 2-d al 2-j, sumando un total de 35 m2. La estratigrafía de estos nuevos cortes estaba compuesta por una capa de color grisáceo de tonalidad oscura reconocida en la campaña anterior como UE 110, tanto en el sector 1 como en los cortes 2-a y 2-b. En este suelo de ocupación se localizaron otras unidades arqueológicas que parecen tratarse de hogares, arrasados en parte por las excavaciones desarrolladas a lo largo de los años 80. Todas ellas estarían asociadas a un momento de ocupación del Neolítico Medio. Campaña 2001
U.E. 117
Fase I
Descripción de la Unidad Estratigráfica Mancha oscura de tierra localizada en el corte 2, contenido del silo (U.E. 119)
2001
119
I
Silo localizado entre los cortes 2 y 2B
2002
133
I
Mancha de color grisáceo y textura suelta localizada entre los cortes 2-e 2-f 2-g y 2-h (hogar)
2002
134
I
Mancha de color marrón oscuro localizada entre los cortes 2-e y 2-f.
2002
135
I
Concentración de piedras y cerámicas localizada bajo la UE 134
2002
142
I
Fosa realizada sobre la descomposición del granito y que alberga el contenido de la UE 133
2002
143
I
Fosa que alberga los contenidos de la UE 134 y UE 135
vación se resume de la siguiente manera. Se comenzó con la detección de piedras sueltas y tierras de color gris oscuro que dieron paso a la documentación de una estructura de forma redonda y con un diámetro variable entre los 90 y los 100 cms. En ella se encontraba una capa de cierto espesor compuesta por piedras de distintos tamaños y fundamentalmente graníticas, aunque no hay que olvidar la presencia de cuarcitas con craquelados térmicos distribuidas en la zona central de la estructura. En esta cubierta destacaba la presencia de un molino realizado sobre granito, que descansaba boca abajo en el lado N de la estructura. La cubierta de piedras daba paso a una capa más profunda y de poco espesor, unos 10 cms, en la que se hallaban perfectamente reconocibles las maderas empleadas en la estructura de combustión. Se recogieron un total de 29 muestras que enunciamos a continuación junto a sus respectivas profundidades. De ellas fue enviada a Beta Analytic Inc. una muestra que tras su datación por AMS ofreció el siguiente resultado 6080±40 BP (5204-4847 cal BC). El material arqueológico era ciertamente escaso, limitándose a escasos fragmentos de cerámica lisa y a alguno decorado mediante la incisión, junto a un arranque de asa. Junto a ellos se puede destacar la presencia de un diminuto fragmento de cal, un fragmento de adobe y fragmentos de hueso nunca superiores a los tres centímetros de longitud que ofrecían una tonalidad grisácea producto del fuego. Es imprescindible indicar que todos los elementos aludidos en las líneas anteriores se localizaron en los bordes de la estructura, quizás producto de sucesivas limpiezas de la misma. Una vez levantados y situados los materiales se pudo documentar la planta y sección de la estructura, que se corresponde con una suave cubeta realizada sobre la propia descomposición de los granitos que caracterizan la base geológica.
Tabla 1. Síntesis de las principales unidades de la Fase I de Los Barruecos (Neolítico Antiguo) Tras la documentación de estas unidades se procedió a excavar el nivel estéril de descomposición del granito, el conocido como UE 113, y que alcanza, al igual que en la campaña anterior un espesor de unos 40 cm. Estas tierras caracterizadas por su color claro y cierta compactación se muestran arqueológicamente sin material. A una profundidad general de -2,90 m. comienzan a aparecer las primeras evidencias de cerámicas y concentraciones de material. Es necesario decir que al igual que en los cortes 2-a y 2-b no se distingue ningún suelo de ocupación, sino dos estructuras que ocuparán las siguientes líneas.
La siguiente estructura documentada, “silo 2”, fue la UE 134, que muestra semejanzas con la UE 117. En esta ocasión, carecíamos de la cubierta de tierra vegetal oscura que se encontraba dispuesta sobre el empedrado del silo anterior. A una profundidad semejante a la de UE 117 comenzó a aparecer un empedrado compuesto por pequeñas piedras de cuarzo y cuarcita junto a lajas más evidentes de granito que sellaban una nueva fosa. Al llegar a la base del silo se documentó el depósito de fragmentos de cuarzo lechoso, un pequeño canto de río y un canto de mayores dimensiones con restos de colorante.
La primera de ellas se trata de una estructura de combustión que aparece en el cruce de los cortes 2-d 2-e 2-f y 2-g y que denominamos UE 133. El proceso general de exca-
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Figura 21. Materiales más representativos de la fase I de Los Barruecos.
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Enrique Cerrillo Cuenca
Figura 22. Estructura de combustión con molino de mano.
Figura 23. Cubierta del silo 2, a base de piedras y fragmentos cerámicos 82
Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
trabajos de Almagro Basch en la región, tendencia que se continuó débilmente a lo largo de los 70. Los ochenta se muestran como el inicio de la actividad sistemática, época en la que crece significativamente la publicación de trabajos sobre el Calcolítico en Extremadura, y donde se inicia, con débiles intentos el estudio del Neolítico. De este modo no resulta extraño en absoluto que sea este periodo de tiempo, el que abarca desde 1980 a 1990 en el que se haya formulado toda la secuencia del primer tramo de la Prehistoria Reciente, muy vinculada al desarrollo de las excavaciones anteriormente comentadas desde distintas universidades, pero también a la publicación de diversos elementos muebles como ídolos, estelas, etc. que son representativos de un periodo que se comienza a conocer mejor.
El estudio de la cerámica ha verificado como en la realización de la cubierta se amortizaron al menos tres recipientes: uno de grandes proporciones del que únicamente se conserva su base cónica, una vasija de almacenaje provisto de asas y un pequeño cuenco con decoración a boquique. Ref. de labora- Datación torio
Contexto
Beta-159899
6060±50 BP
Silo 1
Beta-171124
6080±40 BP
Hogar
Intervalos calibrados 2σ (cal BC) 5204-5180 (2,7%) 5068-4832 (88,9%) 4823-4801 (2,8%)
a
5204-5180 (3,6%) 5068-4900 (79,6%) 4890-4847 (12,2%)
Es precisamente ese desarrollo bibliográfico que culmina en torno a los años 90, la inflexión que mejor explica que la secuencia arqueológica del Neolítico y el Calcolítico se haya establecido en nuestro campo de estudio de un modo firme, puesto que en la mayor parte de las veces no se ha continuado con el desarrollo de la actividad sistemática, irremediablemente apegada al desarrollo del conocimiento de estos periodos. Así la secuencia que se desprende tras 10 años de trabajo, fundamentalmente en Calcolítico, y siguiendo a diversos autores (Enríquez y Hurtado 1986; Hurtado 1995; Enríquez 1995), es la que presentamos a continuación, heredera en parte de otras áreas vecinas.
Tabla 2. Dataciones absolutas de Los Barruecos y su correspondiente calibración.
V.4. Publicaciones y fases: la periodización de la Prehistoria Reciente extremeña.
1. Neolítico Tardío, es la época de las cerámicas impresas con la técnica de boquique, cuyo estudio se comienza a partir de excavaciones en la Charneca, El Conejar y esencialmente en el Cerro de la Horca (Plasenzuela). Su cronología se situaría a lo largo de la segunda mitad del IV milenio cal BC, época en la que algunos autores ya proponen la presencia de elementos megalíticos en la región.
Puesto que la Arqueología es, en última instancia, la publicación y divulgación de discursos culturales a partir del registro arqueológico y las relaciones con otros tipos de manifestaciones, basta efectuar un repaso somero por las producciones bibliográficas extremeñas para observar cual ha sido el volumen historiográfico que ha generado la investigación y cual es su repercusión en el estudio de las secuencias culturales de la Prehistoria reciente en Extremadura. Tomando como base la última recopilación bibliográfica de arqueología, el ABAE (González Cordero et al. 2001), se puede inferir cual ha sido el ritmo de publicaciones y por tanto de trabajo en los temas esenciales que nos ocupan.
2. Neolítico Final, es la etapa conocida a través de los yacimientos de Araya y El Lobo, cuya cronología, a tenor de la de Papa Uvas se venía suponiendo en torno al primer tercio del III milenio sin calibrar (2900-2600), en un proceso de ocupación del Guadiana y a su posterior extensión fuera de este área nuclear. El fósil director está claramente asociado a las cazuelas carenadas, que aparecen junto a otros tipos cerámicos lisos en las mayorías de las veces. Según autores, este poblamiento podría estar asociado al megalitismo o por el contrario ser un fenómeno completamente ajeno a él.
Los datos que presentamos son aproximativos, dado que muchos artículos pueden abarcar más de un campo de estudio o asignar materiales arqueológicos a periodos más recientes, de acuerdo con las premisas de la investigación en el momento de publicación de los trabajos.
3. Calcolítico Inicial, definido por la convivencia de las cazuelas carenadas y los platos de borde almendrado, ha representado la extensión del poblamiento fuera de los márgenes del Guadiana y por tanto el inicio de la primera
Por lo general la investigación en estos campos ha comenzado a partir de mediados de los 50, centrándose fundamentalmente en el megalitismo con los primeros
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Enrique Cerrillo Cuenca
Figura 24. Distribución cronológica de publicaciones por periodos de cinco años. unos contextos y otros. Hurtado y Hunt (1999), han advertido que las fases culturales que habían servido de base a esta periodización, pecaban de un “positivismo inocente” por el cual cada elemento material debía corresponder a un periodo concreto, lo que les llevó a proponer nuevas fases basadas en periodos culturales.
ocupación estable del territorio, en el tramo central del III milenio a.n.e., 2600-2300 concretamente. La aparición de los primeros cobres en contextos arqueológicos se asocia por lo general a estos momentos. 4. Calcolítico Pleno, en las postrimerías del III milenio cal BC comienza a consolidarse la ocupación del territorio con la aparición de la primera jerarquización del paisaje que Hurtado observa en Tierra de Barros con la aparición de un gran núcleo habitacional como el de la Pijotilla. Es el momento de fortificación, intensa, de algunos hábitats a lo largo de las dos cuencas hidrográficas
La década de los noventa ha servido además para plantear de nuevo secuencias y, en definitiva, para dibujar modelos explicativos que se ajustasen mejor a todo el elenco de yacimientos en los que se había intervenido a lo largo de la década anterior. Llama sobre todo la atención en esta última década la incorporación de los horizontes neolíticos con cerámicas impresas que irremediablemente tienden a incluirse en un panorama más abierto. La realidad de dos “horizontes” distintos en el mismo espacio fomenta que a partir de ahora deba iniciarse un debate teórico en torno a la relación de uno y otro conjunto. Este debate sin ser demasiado extenso, ya ha comenzado a plantearse y hay posturas distintas que explican la imbricación de los yacimientos con cerámicas impresas y los yacimientos con cazuelas carenadas. Sin aportes significativos de excavación, este último periodo de diez años puede haber servido de reflexión y sentar las bases para engranar en el discurso cultural más elementos. En el caso de la provincia de Cáceres, ésta se ha incorporado
5. Calcolítico Final, última etapa del Calcolítico que actúa como bisagra entre el III y el II milenio cal BC (2100-1900/1800) y que tiene su plasmación en el campaniforme como elemento más notorio del periodo. Las limitaciones de esta primera aproximación al poblamiento diacrónico de la Cuenca del Guadiana, eran patentes y cada vez se ha puesto más de manifiesto. En un trabajo de 1995, Enríquez (1995: 29) ya apuntaba que el Calcolítico se había fragmentado en fases artificiales no refrendadas por estratigrafía alguna en yacimientos concretos sino por aproximaciones y comparaciones entre
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
serían dos estructuras localizadas durante la excavación de Los Barruecos. Su cronología podríamos establecerla a lo largo de la segunda mitad del IV milenio cal BC.
caso de la provincia de Cáceres, ésta se ha incorporado tardíamente al modelo que se había diseñado para el Guadiana, aunque con resultados notables (González Cordero 1993). Pero si hay un tema que destaque sobre los demás, es el del megalitismo, con un elevado número de publicaciones en las últimas décadas, que no sólo se debe al prolífico trabajo desarrollado en núcleos como Valencia de Alcántara, Alcántara, Cedillo o Montehermoso, sino a toda una preocupación en la documentación de arte en algunos de estos monumentos. Los enfoques más recientes los aporta el estudio del Neolítico. Nuestros trabajos (Cerrillo Cuenca 1999; Cerrillo Cuenca e.p. a; Cerrillo Cuenca et al. 2002; Cerrillo Cuenca et al. e.p.; Cerrillo Cuenca y Prada Gallardo 19962003) han tratado de dar una explicación a las secuencias neolíticas que se observan en los yacimientos de la región, definiendo una división tripartita, pero flexible, del Neolítico extremeño en las siguientes fases: -Neolítico Antiguo. Basado en gran parte en las apreciaciones estratigráficas de Los Barruecos y en sus dataciones absolutas, pueden incluirse aquí toda la serie de yacimientos con cerámicas impresas que se han reconocido a lo largo de Extremadura, cuyas características económicas y materiales serán discutidas a lo largo de los próximos capítulos. Su cronología sería la de la segunda mitad del VI milenio cal BC hasta finales del V cal BC. -Neolítico Medio. Relacionado con la aparición de los primeros sepulcros megalíticos, se ha comenzado a identificar su presencia en poblados al aire libre, fase II de Los Barruecos o el yacimiento de Capichuelas. Representa una consolidación del modo de vida agrícola y sus características materiales son las de un descenso de las decoraciones impresas a favor de las lisas, entre las que destaca la decoración de sulco sul bordo. La temporalidad cronológica propuesta es la de finales del V milenio cal BC, hasta mediados del IV cal BC. -Neolítico Final. Último momento de la neolitización que estaría representado por la fase Araya-Lobo (Hurtado 1995), y una serie de yacimientos del Sur de Badajoz como la base de Castillejos II (Fernández Corrales et al. e.p.) o Los Caños (Cerrillo Cuenca 2001; Cerrillo Cuenca et al. e.p.). La única referencia en la zona de Cáceres
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VI. CULTURA MATERIAL.
cos analizados. Posteriormente se pretende llevar a cabo una seriación cronológica de ciertos tipos y decoraciones.
Ya se ha discutido en capítulos anteriores la importancia que ha tenido la cultura material a la hora de definir secuencias y modelos de explicación, de un modo más claro se observa en los yacimientos de Neolítico Antiguo. En ellos tanto la cerámica como la industria lítica, han servido para conceder validez tanto a presupuestos difusionistas como han amparado posturas de corte auctoctonista. No es necesario volver sobre ello, simplemente queremos señalar el papel que se ha concedido a determinados elementos materiales como delatores culturales de situaciones específicas. Parte de los epígrafes siguientes se basarán precisamente en la crítica razonable de estas posturas. Con ello no pretendemos negar el papel de datación relativa que puede llegar a tener la presencia o ausencia de un determinado ítem, sino las lecturas procesuales que con frecuencia se han querido realizar de ellos.
Es la falta de un claro análisis de estas seriaciones dentro del panorama del Neolítico Interior lo que conduce a establecer comparaciones que no dejan de ser necesarias para vertebrar una cronología de materiales. A ello hay que añadir que en los últimos años poseemos yacimientos arqueológicos datados lo que plantea con relativa seguridad una seriación como la que estamos proponiendo. No debe olvidarse, sin embargo, que los distintos atributos formales de la cerámica no son más que un elemento de expresión cultural, y debe concedérsele un valor complementario al de las demás evidencias de producción, al menos en lo referente a los primeros momentos de la neolitización. La combinación de elementos tecnológicos y económicos son los que verdaderamente deben valorar el proceso de la neolitización en sí.
Llegado el momento de tratar de sistematizar la cultura material neolítica, me centraré básicamente en el análisis de cerámicas e industria lítica. Para ello he decidido basar el análisis en un discurso eminentemente cronológico, desglosando pormenorizadamente las evidencias dentro de una línea temporal, que sitúe formas y decoraciones en ambiente culturales con referencias concretas.
Como ya avanzábamos con anterioridad y se ha reflejado en el catálogo, las producciones se han dividido en cerámicas impresas, inciso-acanaladas, peinadas, con decoración aplicada y pintadas. A pesar de que hemos considerado la almagra como un tratamiento de la superficie más que como una decoración, hemos creído recomendable incluirla aquí como elemento de relación. El objetivo es claro: es necesario lograr una relativa definición de los conjuntos con la ausencia y presencia de este tipo de cerámicas y comprobar decididamente si se trata de una cerámica de cierta producción meridional ligada a Andalucía, valor que se ha puesto de manifiesto reiteradamente en las producciones bibliográficas al uso.
El objetivo más necesario es sistematizar el conocimiento de las evidencias materiales del Neolítico cacereño y exponer sus relaciones culturales con ámbitos próximos geográfica y cronológicamente. VI.1. Producciones cerámicas. El enfoque que deseamos establecer para el estudio del material cerámico ya ha quedado propuesto en un capítulo precedente, y es necesario decir que tomaré con frecuencia como referente el yacimiento de Los Barruecos en el que hemos desarrollado nuestra labor de investigación en los últimos años, pues es el único que ha ofrecido de un modo explícito una secuencia de ocupación neolítica datada, de donde es posible inferir una evolución de los patrones cerámicos de estos periodos.
VI.1.A. Las cerámicas del Neolítico Antiguo en el Interior. La falta de estudios tipológicos sobre el Neolítico Interior es bastante patente desde el punto de vista de la bibliografía. Hasta la fecha el ensayo más global es el que publicó L. Municio (1988), si bien los trabajos sobre nuevos yacimientos han renovado estas propuestas. Jiménez Guijarro (1998; 1999) también publica en época más reciente algunas consideraciones sobre la cerámica neolítica del centro peninsular. Trabajos sobre zonas concretas también se han elaborado (Delibes 1998; Enríquez 1996), pero sin duda el que más nos afecta es el trabajo prelimi-
He preferido afrontar el estudio de la cerámica a partir de la relación con otras series cerámicas próximas, entendiendo que la existencia de decoraciones “compartidas” permite establecer relaciones culturales a partir de sus ausencias y presencias en distintos contextos arqueológi-
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Enrique Cerrillo Cuenca
Variantes decorativas Lisas Boquique Puntos impresos Imp. triangulares Imp. rectangulares Ungulaciones Digitaciones Incisas Acanaladas Peinadas Cordones lisos Cord. Ungulaciones Cord. Digitaciones Cord. Incisos Pastillas aplicadas Bordes recrecidos Pintadas
Tipologías cerámicas a.1. a.2. a. indf Tot. A b.1 4 4 2 2
2
2
1 3
1 3
3
3
1
1 1
b.2. 1
b.3.
b. indf Tot. B C 6 7 5
1
1 1
b.4.
1
Tabla 3. Matriz de relaciones entre formas y decoraciones cerámicas de la fase I de Los Barruecos. nar de A. González Cordero (1996) en el que se ofrece un panorama por las cerámicas del Tajo extremeño.
se continuará con un análisis más detenido por patrones decorativos.
A. González pudo seriar a partir de caracteres tipológicos algunos de los yacimientos neolíticos alto-extremeños. Gracias a los trabajos desarrollados en Los Barruecos podemos completar esa información con referencias contextuales, estratigráficas y con cronologías absolutas.
El estudio de las formas es quizás el más complejo. La publicación de los distintos yacimientos del interior peninsular, como por otra parte es lógico, no ha incluido más que simples referencias a formas antes que a una descripción pormenorizada. No se cuentan más que con algunos dibujos que apenas pueden utilizarse como referencia.
La existencia de materiales contextualizados dentro de estructuras con sus correspondientes dataciones absolutas, es un paso para permitir comparaciones de igual a igual con contextos contemporáneos de la zona central de la Península. Para ello hay que ser conscientes de que las comparaciones que se realicen deben ser tenidas en cuenta como meros referentes culturales antes que como intentos de compartimentación entre bloques geográficos.
Este hecho obliga a centrarnos localmente en los principales yacimientos de la zona estudiada, siendo críticos con algunos de ellos, en los que la muestra es tan reducida o fragmentada que no es posible realizar valorarlos de un modo extenso. Por desgracia en muchos de los casos las cerámicas se encuentran muy fracturadas, y no es factible reconstruir formas completas. Esta es la razón por la que ofrecemos un estudio global de los materiales en sus respectivos yacimientos.
La excavación de yacimientos y la definición de áreas de actividad dentro de ellos podría iniciar un análisis con valoraciones de funcionalidad de muchos de los recipientes que aquí presentamos. Trabajo que contribuiría a comprender mejor estos conjuntos de materiales con formas y decoraciones tan variadas. Los análisis contextuales de cerámicas gozan de poca tradición de estudio en la Península Ibérica. Por otra parte, la definición de estilos concretos se ha utilizado más como criterio de definición cronológica (Bernabeu 2002) que como interpretación funcional de este novedoso elemento de la neolitización.
Como aproximación podríamos decir que se trata de recipientes de pequeño tamaño, se observa una concentración importante de los mismos entre un intervalo de 10 y 15 cms. No obstante pueden verse superados por algunos recipientes que ofrecen hasta 30 cms de diámetro. En el extremo contrario algunos recipientes de tendencia abierta ofrecen diámetros inferiores, en torno a los 5 cms. Diámetros que se corresponden absolutamente con los que Simões (1999: 61) indica para São Pedro de Canaferrim.
La propuesta de análisis se basa, pues, en primer lugar en un acercamiento de carácter formal a los recipientes, que
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Respecto al grupo B, la forma cuya identificación resulta más factible es aquel recipiente de paredes entrantes y cuello indicado (b3). Está presente en varios de los yacimientos que hemos documentado en la provincia, y a lo largo de más etapas, fases II y III de Los Barruecos, de las que consideramos propias de los primeros compases de la neolitización. En algunos casos, como en El Conejar, y algún fragmento aislado entre los yacimientos de La Vera, se asocian a esta forma perforaciones en torno al borde del recipiente. Este mismo tipo de elemento de suspensión se encuentra en la sepultura individual que describiera Pérez de Barradas en Valdivia (Jiménez Guijarro 2001b), formando parte, al menos en apariencia, de un ajuar funerario.
El estudio de formas se ha realizado en virtud a la dirección de los bordes y a las tendencias de los recipientes, y ahora es necesario realizar una valoración de su presencia en distintos asentamientos. Se realizará, seguidamente, una descripción de formas, con breves apuntes hacia su combinación con técnicas decorativas, para posteriormente analizar su importancia dentro de yacimientos concretos en relación con lo observado en la fase I de Los Barruecos, como conjunto de materiales estratificados y datados. La forma A, la componen cuencos y vasos de borde exvasado. La simpleza de estas formas es tan patente que no presentan peculiaridades propias que puedan servir como referencia cronológica o cultural. Su identificación y adscripción cronológica entre materiales de superficie se suele realizar por tanto cuando existen decoraciones que se les asocian.
Algunos recipientes de borde entrante y escaso desarrollo vertical (tipo b1) podrían identificarse en algunos yacimientos concretos como Atambores o El Conejar. Se trataría de cuencos de borde entrante, generalmente con decoración a boquique, que difícilmente podrían ser considerados como recipientes de almacenaje en sentido estricto.
La presencia indistinta de vasos y cuencos, subtipos a.1 y a.2, se ha comprobado en todos los yacimientos documentados. En los casos estudiados se trata por lo general de cuencos, aunque tampoco faltan algunos recipientes más profundos que podríamos denominar “vasos”, pero su identificación no es siempre factible.
El reconocimiento de la forma b2 es más dificultoso, aunque poseemos un ejemplar de la misma en la fase I de Los Barruecos. Funcionalmente se podría relacionar con la b4, cuya única característica en la que difiere es la presencia de fondo cónico. Se trata de recipientes con poco diámetro en la boca, generalmente entre los 10 y los 15 cms. Aunque en su desarrollo y hacia la mitad del recipiente tienden a ensancharse, dando la impresión de ser amplios contenedores destinados al almacenamiento de recursos perecederos. Según se desprende de los ejemplares documentados en la fase I de Los Barruecos, no existen subtipos b2 y b4 con decoración, elemento que reforzaría aún más ese carácter funcional de almacenamiento de estas formas.
Los tamaños son también variables, y abarcan desde pequeños recipientes como el recogido en superficie en el pantano de Valdecañas, hasta recipientes de mayor capacidad. En el caso de los cuencos es corriente su asociación a pequeños mamelones cilíndricos, casos de El Conejar, antes que a asas de cinta. En líneas generales, y si nos remitimos a las cerámicas de la fase I de Los Barruecos, bien estratificadas, aunque amortizadas en diferentes estructuras, son las formas abiertas las que condensan la decoración tanto incisa como impresa en sus diferentes variantes. El mismo ejemplo lo podemos observar en la cueva de El Conejar, donde la decoración se concentra casi exclusivamente en las formas exvasadas.
La misma impresión parece confirmar los recipientes de la cueva de El Conejar, por citar los dos ejemplos de los que procede el mayor volumen de material de nuestro trabajo. Si bien en otros yacimientos aparecen decorados con incisiones (Valera 1998) en la Beira y Atapuerca (Apellaniz y Domingo 1987), con acanaladuras y mamelones La Vaquera (Estremera 1999) o incluso boquique en este mismo yacimiento segoviano (Zamora 1976).
Un ejemplar de la fase I de Los Barruecos, que hemos identificado como tipo a2, es decir un vaso, con tramos del borde recrecido, perforaciones de suspensión y decoración impresa guarda relación formal con un vaso similar de Buraco da Moura de S. Romão (Valera 1998: 141), pero esta asociación es puramente anecdótica y casual. No es fácil determinar un uso concreto de estos recipientes, aunque quedaría descartada una función de almacenaje y tendrían que relacionarse más bien con el consumo de determinados alimentos perecederos.
Los asas de cinta, tal y como hemos comprobado en Los Barruecos, suele asociarse a estas formas, en ocasiones cercanas al borde, por lo que no es descartable que facilitaran la suspensión del recipiente.
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Figura 25. Dispersión de yacimientos con cerámicas de fondo cónico a lo largo de la Península Ibérica. 1. Abrigos de la Beira Alta 2. Barruecos, 3. La Deseada, 4. La Vaquera, 5. Galería del Sílex.
Los recipientes de fondo cónico, subtipo b4, sí gozan de mayor tradición de estudio en el conjunto de las áreas interiores de la península, por lo que realizaremos un recorrido por los yacimientos y los planteamientos que apoyan su cronología. El fondo cónico, por lo general se ha asociado a los primeros contextos de la neolitización en las áreas del Sur de la península, en ocasiones ligándolo al desarrollo del Neolítico en la costa africana.
La aparición de estas formas asociadas a lugares de almacenamiento en el interior peninsular, Los Barruecos y La Deseada, me inclina a pensar que estos recipientes debieron jugar un papel importante a la hora de preservar excedentes alimenticios. En la zona cacereña únicamente ha aparecido este conjunto de recipientes en la fase I de Los Barruecos, asociados a la estructura que denominamos “silo 2”. Su presencia vuelve a confirmar una vez más el grado de relación existente entre las diversas manifestaciones del Neolítico Interior y la zona sur de la Península Ibérica, pero en ningún caso me parece una evidencia de la que se puedan extraer otro tipo de lecturas procesuales como fenómenos de colonización.
Efectivamente, los fondos cónicos aparentan estar presentes en los primeros contextos cardiales del Mediterráneo (Bernabeu 1989), Marruecos en una amplia secuencia temporal desde el Neolítico Antiguo (Daugas 2002) e incluso otros puntos de Europa Central como en los grupos de La Hoguette y Limbourg (Jeunesse 2000: 371). Es
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aplicados incisos que se entrecruzan (Díaz del Río y Consuegra 1999: 254) y en algún fragmento de la cueva de La Nogalera (Municio y Ruiz-Gálvez 1986). Algunos fragmentos de tamaño muy reducido y cordones lisos, procedentes de Los Barruecos y Cerca Antonio, podrían semejarse a las formas del yacimiento madrileño, sin embargo es precisamente su tamaño lo que impide considerar cualquier ensayo de relación.
decir que se trata de un rasgo común a los inicios de la neolitización en muchos puntos de Europa. Pero también es cierto que su extensión abarca áreas de Andalucía Occidental, en yacimientos con los que contamos con estudios tipológicos más o menos completos (Acosta y Pellicer 1990). Pero su presencia no se puede únicamente restringir al ámbito meridional, pues en los últimos tiempos se ha comprobado su representación en el interior peninsular.
Por último, en el análisis de las formas, entraremos a valorar su aparición en los yacimientos cacereños y como se dividen sus porcentajes de cara a establecer posibles pautas que colaboren en la definición tipológica de las formas. Hay una preferencia clara por las formas abiertas respecto a las cerradas. Los materiales sin orden estratigráfico de El Conejar y la fase I de Los Barruecos representan bien esa tendencia, con parámetros muy similares como puede observarse en la figura que reproducimos más abajo. La consecuencia más evidente es que los hábitats en cuevas y al aire libre están desempeñando funciones similares, algo que podemos colegir de la propia representación de elementos materiales en uno y otro contexto.
El primero de los ejemplos documentados procede de la cueva de La Vaquera, de las excavaciones que realizara en ella A. Zamora (1976). En su nivel más profundo un fragmento de base con decoraciones a boquique confirmaba la presencia de estos recipientes en el interior de la Meseta. Trabajos posteriores y la publicación de parte de sus conclusiones por parte de M. S. Estremera (1999), confirmaban la existencia de este tipo de recipientes en los momentos más antiguos de ocupación del yacimiento, pero al mismo tiempo, y de una forma casi automática se los relacionaba con el ámbito andaluz. La seriación de estos materiales en la cueva de La Vaquera confirmó incluso la desaparición de los fondos cónicos más allá de la fase I del yacimiento (Estremera 1999: 248). No obstante, estos no eran los únicos contextos arqueológicos de la zona interior peninsular en la que los recipientes de fondo cónico hacen acto de presencia. Es bien conocido el material recuperado en la Galería del Sílex de Atapuerca, publicado por Apellaniz y Domingo (1987: 249). Entre los materiales estudiados se incluyen numerosos recipientes cuyo común denominador es la presencia de fondos cónicos y distintas decoraciones. Algo similar ocurre en los abrigos que Valera (1998) documenta en la Beira Alta, donde este tipo de materiales, una vez más, vuelve a presentar decoraciones y una tipología relativamente abundante de recipientes. En Madrid hay que señalar el hallazgo de un ejemplar de estas características en el yacimiento de la Deseada (Díaz del Río y Consuegra 1999: 254), asociado a estructuras de almacenaje, como en el caso de Los Barruecos. Faltan en Extremadura por completo las formas de botella, propias de otros contextos de la neolitización interior (Kunst y Rojo 2000; Estremera 1999; Jiménez Guijarro 1998), pero esto puede deberse a una cuestión azarosa y al grado de fragmentación que en muchos casos presenta el material.
Figura 26. Comparativa de porcentajes de aparición de formas entre El Conejar y la fase I de Los Barruecos. Aún así se encuentran casos atípicos. En el Cerro de la Horca se documenta un predominio de las formas de paredes rectas sobre las demás, si bien hay que decir que la muestra es reducida y generalmente muy fragmentada, por lo que no cabe realizar muchas apreciaciones en cuanto a las formas. Sobre la aparición de formas de paredes rectas, que no podemos adscribir a morfologías de tipos concretos, ya daba mi opinión párrafos atrás. En
De las formas de paredes rectas apenas podemos decir gran cosa. No se han documentado las clásicas formas de saco, de paredes rectas y fondo curvo, propias de otros lugares de la Península. En el interior están presentes en el yacimiento de La Deseada, decoradas con cordones
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que entre este yacimiento y los demás de la penillanura cacereña se están realizando actividades distintas.
este caso, por tanto, parece que estos tipos se encuentran relacionados con el escaso grado de conservación de los recipientes.
Analizadas estas cuestiones, nos ocupamos de los elementos de prensión y suspensión, bien conocidos en este periodo. Asas, mamelones, orejetas y perforaciones junto al labio conforman el repertorio de tipos documentados.
En Boquique la tendencia es similar a las de El Conejar y Los Barruecos, aunque adquieren una mayor representación las formas de paredes rectas frente a las de tendencia cerrada, situación extrapolable a los abrigos de Atambores y Peña Aguilera. La disminución de recipientes de tendencia cerrada en estos abrigos, con emplazamientos idénticos pondría quizás de manifiesto que no tienen una verdadera vocación como espacios de almacenamiento. Una vez más es la falta de una estratigrafía en alguno de estos entornos, lo que me impide aseverar esta cuestión con mayor rigor.
Respecto al grupo de las asas, se han recogido tres variedades esenciales: asas de cinta, asas tubulares y un único fragmento de asa doble o “de puente”. Las asas acintadas predominan notablemente en las producciones del Neolítico Antiguo, siendo un elemento, que al menos en el caso de Extremadura, no reaparecerá hasta momentos más avanzados de la Prehistoria Reciente. Su documentación es frecuente en casi todos los contextos. Generalmente su disposición se realiza perpendicular a la boca. Algún ejemplo, como en El Conejar muestra incluso apéndices en su parte superior, que están ausentes en los yacimientos estudiados.
Figura 27. Comparativa de porcentajes de aparición de formas entre Boquique y la fase I de Los Barruecos En cualquier caso es este tipo de comparaciones las que parecen complementarias para entender el sistema de poblamiento desde perspectivas distintas, y no enfatizar en exceso la localización de los elementos en el paisaje.
Figura 28. Comparativa de porcentajes de aparición de formas entre Cerca Antonio y la fase I de Los Barruecos.
Aún así es admisible que la tendencia general que se observa en los yacimientos comentados es la de la predominancia de formas de tendencia abierta, vasos y cuencos, frente a los demás recipientes. Argumento, que por encima de los parámetros decorativos, da solidez a la idea de la homogeneidad que se observa en la cultura material de unos y otros entornos. En el único caso en el que observamos una variación evidente es en el de Cerca Antonio, donde se invierte la tendencia y los recipientes de paredes entrantes se encuentran más representados que las formas abiertas. De momento, no podemos suponer
Las asas tubulares son igualmente importantes, y se encuentran representadas en menor número que las anteriores. En la fase I de Los Barruecos, su presencia se reduce a un 25% de los recipientes con asas, en El Conejar el porcentaje decrece ligeramente, en Boquique están ausentes, lo que indica una preferencia por la tipología anterior. En cuanto a las asas de puente, únicamente contamos con un ejemplar procedente del silo 2 de Los Barruecos. Se ha propuesto en ocasiones la filiación andaluza de este tipo
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similares a Boquique, las decoradas se sitúan en un 63%. Mientras que en el Buraco da Moura de S. Romão el porcentaje aumenta hasta el 68% (Valera 1998: 138).
de elementos de prensión (Valera 1998: 141). Su presencia en La Vaquera (Zamora 1976) remite no obstante a la existencia de estos tipos también en la zona interior de la península.
Datos que en definitiva son muy variables como para obtener una interpretación cultural de ellos. Son muchos los factores que intervienen en este tipo de cuantificaciones, la documentación de áreas funcionales distintas en el proceso de excavación, de recipientes de distinto tamaño, etc., elementos que pueden variar cualquier tipo de interpretación en uno u otro sentido.
Por otro lado llama la atención la ausencia de asas de cinta decoradas, más comunes en otros contextos de la zona interior de la Península Ibérica, como Valdivia y Los Vascos (Rubio 2002) o la Cueva del Aire de Patones (Fernández-Posse 1980), por citar algunos ejemplos. Un solo fragmento procede del yacimiento del Pantano de Valdecañas y la decoración no es la clásica de acanaladuras que se presenta en los yacimientos meseteños, sino que muestra decoración de puntos impresos que recuerdan a los materiales de la colección Bento (Rubio 2002: 135).
El grupo más numeroso de decoraciones en esta época son las impresas, y es una constante que se repite en todos los yacimientos bajo porcentajes muy similares, seguidas por las incisas y acanaladas y en último lugar las de decoraciones plásticas.
Los mamelones son un grupo también con bastante representación. Predominan los apliques cónicos, localizados junto al borde y con decoraciones asociadas, tales como el boquique y la incisión. Algunos mamelones se localizan además, casos de Los Barruecos y Cerca Antonio a la zona próxima al borde del recipiente, que generalmente son cuencos de tendencia abierta.
No se observan variaciones entre abrigos y cuevas y poblamiento al aire libre, del mismo modo, que tampoco es posible observar peculiaridades comarcales. Una vez más la homogeneidad puede interpretarse como un rasgo cultural y pensar que no existen diferencias marcadas entre yacimientos pertenecientes a este periodo antiguo de la neolitización.
Las orejetas son minoritarias y en algunas ocasiones pueden aparecer, como en el caso de Boquique, perforadas y profusamente decoradas.
Plásticas
Incisas
Impresas
21%
33%
46%
Cerro de la 14% Horca Cerca Antonio 17%
29%
57%
36%
47%
Conejar
9%
33%
58%
Boquique
13%
26%
62%
Atambores
7%
36%
57%
Barruecos I
Técnicas decorativas. Nos ocuparemos ahora de las decoraciones observadas en los contextos más antiguos de la neolitización. Podemos diferenciar en cuanto a la decoración dos tipos básicos: las cerámicas impresas y las inciso-acanaladas, tal y como se han citado en los diversos trabajos que realizados sobre la periodización del Neolítico Interior. Al igual que con las formas carecemos de datos porcentuales de yacimientos de muchos puntos del interior, por lo que se emplearán como referencia los datos estratificados de la fase I de Los Barruecos en comparación con el resto de yacimientos cacereños. De La Vaquera sabemos que únicamente el 30% del material de la fase I está decorado, porcentaje muy bajo con respecto a la fase I de Los Barruecos que se sitúa en algo más del 50%. Las correspondencias cronológicas ya hemos visto que son idénticas. Un patrón similar ofrece La Deseada, con un 22%. Para sitios como São Pedro de Canaferrim (Simões 1999: 60) con dataciones similares a las de Los Barruecos, las cerámicas decoradas rondan casi el 75% de los fragmentos, según se desprende de los gráficos porcentuales. En la Sala 2 de Penedo da Penha abrigo de características
Tabla 4. Porcentaje de técnicas decorativas observadas en los yacimientos cacereños. Las cerámicas impresas, más numerosas y mejor seriadas en el conjunto de la neolitización peninsular, será el primer bloque que analicemos. Dentro de ellas hallamos una importante variedad que abarca desde las cerámicas cardiales hasta las cerámicas con la clásica decoración de boquique, y a las que irremediablemente hay que unir otro tipo de técnicas decorativas que guardan evidente relación con las que acabamos de citar.
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Figura 29. Plasmación gráfica de los porcentajes decorativos entre los distintos yacimientos cacereños.
Hay que precisar que el adjetivo italiano impressa, con el que autores como Bernabo Breà (1946) se refirieron inicialmente a aquellas producciones decoradas de la costa ligur, hace referencia a un contexto cronológico muy concreto, que en España se ha generalizado aplicándolo a los conjuntos decorados del área levantina y de ahí por extensión a otros conjuntos peninsulares.
En el repertorio de decoraciones, por el valor cultural que se le ha concedido, nos ocuparemos primero de las cerámicas cardiales, puesto que en la actualidad comienzan a aparecer ya en algunos puntos del Interior peninsular. Como punto de partida, hay que hacer hincapié en la extraordinaria presencia que este tipo decorativo tiene en Europa desde los inicios de la neolitización, concretamente en la zona circunmediterránea que quedaría constituida por el Levante español (Bernabeu 1989), el Midi francés (Binder 2000), y las costas italianas y el Norte de Marruecos. Evidentemente relacionar las producciones cerámicas del Neolítico del Interior peninsular es un trabajo inoperante, por los escasos resultados que se obtendrían.
Algunos trabajos han sostenido en los últimos años una tendencia antigua en las producciones cerámicas del Mediterráneo Occidental, precisamente las cerámicas conocidas como impressa o impressa antigua (Binder 2000: 133; Courtin 2000: 102-103) verificables en las zonas costeras francesas. Esta tendencia quizás tuviera su relativa expresión en las costas españolas, donde los
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partidarios del paradigma cardial han considerado innegable que las primeras cerámicas impresas han de ligarse irremediablemente al mundo cardial, y es precisamente esta técnica la que anuncia la neolitización en cualquiera de sus aspectos.
nes antes que como una deliberada transacción de productos ya manufacturados. El fragmento presenta una organización de impresiones realizadas con una concha o una matriz que la imita y se disponen en diagonal, formando al menos tres series.
No volveremos sobre este tema que ya tratamos convenientemente en los apartados específicamente dedicados a las perspectivas teóricas de la neolitización en la Península Ibérica, únicamente queremos resaltar el hecho de la amplia pervivencia de un tipo de recurso ornamental genérico como es la cerámica impresa y su cuestionable valor como elemento de datación. Reforzando esta idea hay que tener en cuenta que determinados yacimientos peninsulares se han venido tildando como “epicardiales” por no poseer decoraciones cardiales. Este criterio de distinción, meramente tipológico, está siendo criticado en la actualidad por su convivencia en los mismos espacios y cronologías con los grupos cardiales (Van Willigen 1999: 577). Como veremos la validez o no del concepto de “epicardial” puede extrapolarse a otros ámbitos donde en la secuencia regional funcionan términos como “Neolítico Medio” o “Neolítico Antiguo Evolucionado”, en los que se incluyen aquellos yacimientos que no están en posesión de este fósil guía.
Otro fragmento muy similar procede de la cueva de Boquique, de la colección García Faria. Se trata de un cuenco en el que se aprecian dos hiladas de impresiones que recuerdan a las de las cerámicas cardiales de la cueva de Caldeirão (Zilhão 1992), pero también tipológicamente a las de Mesegar de Tajo (Villa y Rojas 1996: 713). Los demás conjuntos cardiales del interior peninsular proceden de contextos diversos: un dolmen en el caso de El Torrejón (Villamayor, Salamanca),un campo de fosas en el punto kilométrico 45,200 de la CM-400 en Mesegar de Tajo (Toledo) y por último un contexto de habitación en la Peña del Bardal (Diego Álvaro, Ávila). En el caso del dolmen del Torrejón sus excavadores recogieron entre otras piezas un único fragmento de pared decorado con varias impresiones cardiales junto con distintas piezas impresas como boquique, que sitúan en el IV milenio (Arias y González 1994: 15), aunque no queda claro de ningún modo si forma parte del ajuar del yacimiento, o si por el contrario el fragmento procede de una ocupación anterior ya abandonada en el momento de construcción del monumento, como se documentara en el dolmen de la Velilla en Osorno (Zapatero 1991). Ante esta eventualidad parece que el contexto de aparición de este fragmento es atípico con relación al monumento. Según se deriva del dibujo publicado en una publicación reciente (Iglesias et al. 1996: 732, fig. 3.18), el fragmento ofrece impresiones recurrentes con matriz cardial dentro de un triángulo inciso.
Nuestro interés en este punto es comenzar a estudiar las cerámicas cardiales del occidente y el interior peninsular y relacionarlas entre ellas. Por lo que sabemos en la actualidad los datos que tenemos de cerámicas cardiales en el interior han comenzado a incrementarse con el tiempo, y poseemos ejemplos en las provincias de Cáceres, Ávila, Salamanca, Toledo, Segovia y el Alentejo. A estas zonas podríamos unir al menos dos sitios como la Cueva de Santa en Albacete y un fragmento procedente del Arenero de Los Vascos en Madrid, según se desprende de una publicación de Jiménez Guijarro (1999: 497, fig. 2-17 y fig. 2-18) en la que se dibuja un recipiente completo de la cueva albaceteña y un fragmento aislado del yacimiento madrileño que el autor considera como pseudo-cardial. En el caso del yacimiento albaceteño su presencia parece tener más influencia de las zonas levantinas próximas, donde este tipo decorativo es corriente.
Un caso sensiblemente distinto sería el de la Peña Bardal. Durante la excavación de este yacimiento abulense, A. Gutiérrez Palacios documentó cuatro fragmentos de cerámica cardial (Gutiérrez Palacios 1966: 34-35) que no han sido recogidos como tales en las publicaciones posteriores que hacen mención al yacimiento (Municio 1988; Delibes 1998). Cabe decir que actualmente se encuentra expuesto un fragmento en la vitrina dedicada al Neolítico del Museo Arqueológico de Ávila, bajo el epígrafe de cerámica cardial. Desde luego una observación a primera vista de las mismas permitiría sin ningún tipo de problemas encuadrarla dentro de este grupo. Una de las piezas en cuestión aparece publicada en el trabajo que Delibes (1998: 26) realiza sobre la Prehistoria Reciente de la provincia de Ávila. Al parecer se trata de impresiones realizadas con una matriz similar a las que ocupan formando bandas.
En la provincia de Cáceres, contamos con un fragmento en la cueva de El Conejar (Cerrillo Cuenca 1999b: 115), sobre el que realizamos un análisis de DRX con el objetivo de conocer su composición mineralógica. Aunque sería necesario completar este análisis con otros de lámina delgada, no parece evidente que su aparición en el yacimiento obedezca a una importación. Su composición no difiere excesivamente de otras piezas analizadas del mismo yacimiento, con lo que puede tomarse como una prueba de la circulación de criterios ornamentales comu-
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Figura 30. Localización de yacimientos en el interior peninsular con cerámicas cardiales o impresiones de estilo cardial. 1. El Torrejón (Villamayor, Salamanca) 2. Peña del Bardal (Diego Álvaro, Ávila), 3. El Espino (Villaseca, Segovia), 4. El Conejar (Cáceres), 5. Boquique (Cáceres), 6. Yacimiento de Mesegar de Tajo (Toledo), 7. Arenero de Valdivia (Madrid), 8. Cueva de Santa (Albacete). das por líneas incisas. Desde luego, una vez más las matrices que se han empleado en la ornamentación de los recipientes aparentan ser similares a las localizadas en todos estos puntos.
En el caso de las cerámicas de Mesegar de Tajo, se corresponden con las recogidas tres fosas (hoyas II, IV y XXI). Estos autores califican como cerámicas “cardialoides” (Villa y Rojas 1996: 707) a un nutrido conjunto formado por once piezas que en apariencia pueden ser englobadas sin problemas bajo el calificativo de cerámica cardial. En cuanto a sus formas y decoraciones, éstas aparecen dispuestas en bandas en algunos fragmentos o sin orden aparente sobre la superficie de la pared. Llama la atención la presencia de líneas incisas o acanaladas paralelas que contribuyen a una cierta organización de la decoración en más de un caso. Las formas son de borde entrante y tendencia esférica en un caso y borde entrante en otro. En ambos casos las impresiones están enmarca-
Recientemente se ha señalado la presencia de un cuenco con decoración de gradina (Rubio 2002: 142) entre los materiales de superficie procedentes de El Espino en Segovia (Lucas et al. 1998: 157). La particularidad de estos hallazgos, pese a la inexistencia de un contexto estratigráfico concreto, es la datación absoluta por termoluminiscencia de cinco fragmentos de la muestra de superficie, que han ofrecido distintas cronologías que pese a
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los motivos decorativos estudiados en el yacimiento, además en el caso de Junqueira, aparecen tanto motivos cardiales como los propios de la teórica imitación (Jorge 1979: 72). Por lo general, se tratan de impresiones verticales paralelas al borde, formando series que en ocasiones se combinan con la presencia de algunos mamelones (Várzea do Lírio), o dispuestas de modo horizontal (Junqueira). Mientras, en el caso de Forno da Cal parecen imitar el mismo esquema de repetición de dos series de impresiones verticales en el sentido del labio del recipiente. Otra estación catalogada posteriormente (Arnaud 1982: 37), Eira Pedrinha, muestra un nutrido repertorio de cerámicas impresas con cardium en las inmediaciones de las anteriores (Vilaça 1988: 19).
sus elevadas desviaciones estándar se situan a lo largo del V milenio cal BC. Si nos apoyamos en el conocimiento de este tipo de cerámicas impresas en Portugal, territorio que representaría el extremo opuesto al desarrollo cardial del mediterráneo, encontramos algunos yacimientos donde estas decoraciones están presentes. En el caso del Alentejo, concretamente en las proximidades de Évora, tenemos dos ejemplos claros, tanto en cueva como al aire libre que por su proximidad a Extremadura pueden resultar paradigmáticos. En primer lugar, existe un conjunto más o menos numeroso, de cerámicas cardiales en la cueva de Escoural, de las que se dio una noticia inicial en el momento de su excavación (Santos 1970) y de las que poseemos en la actualidad un estudio más completo (Araújo 1995: 52). Sin embargo no es posible inferir muchos más datos de estos conjuntos (Araújo 1995: 54), dada una total ausencia de materiales en su contexto estratigráfico original. Las piezas publicadas (Araujo 1995: 55) pertenecen probablemente a un mismo recipiente con asas de tubo sobreelevadas respecto al labio del recipiente. Las impresiones se reparten en sentido horizontal bajo el borde y en sentido vertical bajo las asas, que también cuentan con las mismas impresiones. Por último, las excavaciones que realizara Diniz en Valada do Mato han acabado por demostrar la presencia de cerámicas cardiales (Diniz 2001a: 57) en un espacio del Guadiana interior, próximo al anterior, y en una posición geográfica relativamente cercana a la actual Extremadura. Por el momento sólo se posee una datación absoluta para este yacimiento, la de 6030±50 BP (5050±4780 cal BC) (Diniz 2001b), que correspondería con una única etapa de ocupación, pero no se han ofrecido datos hasta la fecha sobre la relación cuantitativa entre la aparición de la cerámica cardial y otro tipo de cerámicas impresas como el boquique.
Los ejemplares más notorios proceden de la cueva de Caldeirão, excavada por J. Zilhão (1992). En el transcurso de las excavaciones se documentaron dos niveles de ocupación neolítica dentro de la secuencia general del yacimiento, que abarcaba otras etapas del Tardiglaciar y etapas ya históricas. En el transcurso de las excavaciones fueron identificadas tres ocupaciones neolíticas, que de más antigua a más reciente quedan ordenadas como siguen: - NA2, con tres fechas distintas que sitúan el uso de la cavidad entre el 6330 y el 6130 BP, que calibradas y ponderadas a 2 sigma darían como resultado el arco temporal que discurre entre el 5324 y el 5060 cal BC (Zilhão 1992: 78). El contexto aparenta pertenecer a un enterramiento, sobre el que se realizó una de las fechas. - NA1, sus dataciones ofrecen un intervalo de entre el 4896 y el 4603 cal BC, a partir de las tres fechas obtenidas en este contexto. - NM, contexto de Neolítico medio datado en el 4940±70 BP (3950-3541 cal BC).
Dejando a un lado las cerámicas del interior portugués, como de hecho podemos considerar la zona de Évora, encontramos una nueva dispersión de cerámicas cardiales a lo largo de la costa atlántica. Una primera concentración se sitúa en la desembocadura del Mondego, donde S. Oliveira Jorge (1979) publicó un primer trabajo de aproximación al estudio de los yacimientos de Várzea do Lírio, Junqueira e Forno da Cal. Son concretamente Várzea do Lírio y Junqueira donde se encuentran cerámicas propiamente cardiales, sin embargo en Forno da Cal, parece tratarse de otro tipo de impresiones que tratan de imitar la cerámica cardial, lo que en principio no harían sino definir estilos distintos (Jorge 1979: 70).
Por lo que a la cerámica cardial respecta, en el horizonte NA2, Zilhão identifica un total de tres recipientes distintos, uno de los cuales, muestra claramente impresiones cardiales organizadas en series de tres bandas de impresiones verticales al labio, únicamente interrumpidas por la presencia de asas, a una altura inferior otras dos serie de impresiones de cardium recorren la pared formando guirnaldas irregulares, que se interrumpen esta vez con la presencia de pequeños mamelones redondeados (Zilhão 1992: 86). El análisis mineralógico de este vaso (Barnett 1992), parece revelar como la procedencia del mismo se sitúa en el estuario del Tajo (Zilhão 1992: 127-128).
Como quiera que sea, hay que mantener en entredicho esta opinión pues los datos proceden de una recogida superficial que no siempre es indicativa de la totalidad de
Además hay que señalar de otras cerámicas impresas de cuya decoración Zilhão (1992: 91) afirma que se trata de
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Ya en Sagres, destaca la estación de Cabranosa, inicialmente dada a conocer por Guilaine (1976), posee un excelente repertorio de formas cerámicas con decoración cardial (Ferreira y Leitão, s.d.: 125-126) que han sido recientemente fechadas a partir de una concha en el 6550±60 BP (5630-5360 cal BC), representando así una de las fechas más antiguas de cuántas se conocen para el cardial portugués (Cardoso et al. 1996: 22).
“impressões (...) feitas com una concha ou com un pente imitando o seu efeito”, un total de 6 fragmentos que parecen pertenecer a dos recipientes distintos en los que es posible reconocer en algunos fragmentos dos hiladas de impresiones, dispuestas en el mismo sentido que las de El Conejar, cuya similitud es evidente. Otros fragmentos de cerámica cardial en el Tajo portugués proceden de Pena d’Água (Carvalho 1998). Las excavaciones sistemáticas realizadas en este abrigo revelaron ocupaciones neolíticas en distintos periodos: antiguo cardial, antiguo evolucionado y medio (Carvalho 1998: 52). Para el nivel más antiguo se posee una datación: 6390±150 BP (5650-4950 cal BC) con un tipo de cerámica cardial que apuntaría a un estilo tardío dentro de las variedades del cardial (Carvalho 1998: 70). Otra datación más (Zilhão 2001) sitúa este nivel en el 6775±60 BP (5766-5561 cal BC). Un único fragmento ilustra el trabajo, por lo que no podemos precisar con exactitud la variedad de tipos existentes en el yacimiento, pero apunta claramente a la creación de series de dobles impresiones verticales paralelas al borde.
Es necesario señalar que no se menciona en ningún momento la existencia de ningún contexto arqueológico cerrado en el que asignar una fecha sobre concha, que aparece publicada ya con la corrección del efecto marino, por lo que las dudas que se plantean en cuanto a la relación directa entre las fechas y las cerámicas puede parecer correcta, pero no es del todo un elemento de relación suficiente. En el mismo cabo de San Vicente, el yacimiento de Padrão ha sido el último en ofrecer presencia de cerámica cardial (Zilhão 1998: 40), que fue recogida y asociada a hogares durante la excavación de un menhir situado sobre el yacimiento (Gomes 1994: 331). La datación de dos conchas ofreció las cronologías de 6920±60 BP y 6800±50 BP, que, con la pertinente corrección del efecto oceánico, se sitúan en 6540±60 BP y 6420±50 BP.
Lo mismo puede decirse de la cueva de Almonda, donde las sucesivas excavaciones allí desarrolladas han revelado una ocupación del Neolítico Antiguo con cerámica cardial (Zilhão y Carvalho 1996: 662) , tipológicamente muy similar al vaso del horizonte NA2 de Cailderão. En la zona excavada en los últimos años no fue posible individualizar ninguna ocupación, por lo que las dataciones absolutas realizadas fueron efectuadas por termolumiscencia sobre fragmentos de cerámica cardial (Zilhão y Carvalho 1996: 662). Las dos fechas obtenidas, 5720±490 BP (4800-2700 cal BC) y 5780±630 (51002500 cal BC), muestran una desviación standard tan elevada que apenas son dignas de ser tenidas en cuenta en el panorama general del desarrollo de la cerámica cardial del Oeste peninsular.
Si comparamos estas evidencias con las de otros yacimientos cardiales peninsulares, especialmente con los ya clásicos de la fachada mediterránea no encontramos divergencias significativas. Las fechas que se poseen para la Cova de l’Or son las más antiguas para el Neolítico levantino, encontramos con que están bastante próximas a las observadas en Portugal, incluso las obtenidas en las excavaciones modernas en el nivel III (Gallart y Martí 1980: 25) han ofrecido para el contacto entre los estratos VI y V las fechas de 6720±380 BP (6400-4800 cal BC) y 6630±290 BP (6200-4800 cal BC), pueden superar sólo algunas de las dataciones portuguesas, con el inconveniente de presentar una alta desviación estándar, al igual que las dadas a conocer por Martí, lo que propone dudas razonables sobre sus posibilidades reales.
Siguiendo el litoral, en la costa de Sines, J. Soares y C. Tavares da Silva (1979) excavaron el poblado al aire libre de Salema. La aparición de cerámicas cardiales es escasa, destacando ampliamente dentro de los materiales multitud de cerámicas impresas no cardiales con matrices diversas (Soares y Silva 1979: 21). Este porcentaje escaso de material con decoraciones cardiales lleva a los autores a encuadrar el yacimiento dentro del Neolítico Antiguo Evolucionado. Sin embargo, la presencia de otro tipo de materiales como bordes del tipo sulco sul bordo de cronologías más recientes (Soares y Tavares 1979: 48, fig. 24) estaría hablando de una continuidad del sitio en momentos más avanzados de la secuencia.
Sea del modo que fuere, y volviendo al espacio que nos ocupa, el interior peninsular, éste se halla entre dos “focos” principales con cerámicas cardiales cuyas dataciones han sido establecidas a lo largo de todo el VI milenio cal BC y hasta los comienzos del V milenio cal BC. En este punto integrar las escasas producciones con cerámica cardial del interior peninsular no tendría porque resultar complejo. Algunos autores sin embargo son partidarios de considerar la extensión del Neolítico de la costa portuguesa hacia el interior a lo largo del tránsito del VI al V milenio cal BC, como lo demuestra el hecho de la generalización de otro tipo de cerámicas impresas que no comportan el desarrollo de la técnica decorativa cardial y más
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ción de dataciones antiguas y cardial es la cueva de Los Murciélagos de Zuheros. Las excavaciones de la década de los 90 han revelado una ocupación antigua con unas fechas de VI milenio cal BC (Gavilán et al. 1996: 325) para el Neolítico A, en las que no se comenta en ningún momento entre las tipologías cerámicas la decoración que nos ocupa. Quizás sea este mismo elemento el que lleve a considerar a los autores de la excavación, que el Neolítico de la cueva “en sí mismo define la denominación comúnmente aceptada de Neolítico Medio andaluz” (Gavilán et al. 1996: 326). Por último en Andalucía, la decoración hecha con cardium aparece apenas discretamente en el Retamar (Cádiz), asociada a una fecha de fines del VI milenio cal BC (Ramos et al. 1997).
bien dentro de un ambiente cultural del Neolítico Antiguo Evolucionado (Diniz 2001b: 112). Una opinión similar parece manejar Zilhão (1997; 2000), y es admitida por otros autores (Kalb 1989). La relativa ausencia de cerámicas cardiales en el interior peninsular conduciría a pensar que la colonización del interior se produjo en un momento ya de Neolítico Antiguo Evolucionado, al menos en los territorios del interior portugués como ya hemos visto en un principio, si bien esta opinión se está extendiendo a la colonización del interior peninsular, donde algunos autores (Jiménez Guijarro 2000: 57; Juan-Cabanilles y Martí 2002: 52) han vuelto a subyugar la cronología del Neolítico Antiguo del interior a la ausencia de cerámica cardial.
Si existen estas perduraciones de las cerámicas cardiales a lo largo del tránsito entre el VI y el V milenio cal BC, teóricamente fuera ya de los horizontes más antiguos de la neolitización, debe completarse con todas aquellas fechas antiguas en las que no hay cerámicas cardiales. Podríamos citar aquí todas las fechas absolutas que se han dado a conocer en el interior peninsular en los últimos años como las de la fase I de la Vaquera (Estremera 1999: 249), o aquellas otras del yacimiento soriano de La Lámpara (Kunst y Rojo 1999), donde abiertamente no existe un solo fragmento cerámico con decoración cardial. Ello llevaría a plantearnos que esta tradición decorativa, es una más de las que se llevan a cabo en el interior peninsular y su ausencia o presencia no define necesariamente el Neolítico Antiguo del Inteior. Más bien cabe interpretar que está ligada a teóricos intercambios o relaciones con el litoral a lo largo del VI y comienzos del V milenio.
No parece adecuado mantener tal opinión como definitiva. Suponer una paulatina colonización del interior por la presencia o ausencia de un patrón cerámico no es un medio de explicación histórico-cultural riguroso, por mucho que haya implicado en él otro tipo de causas. Incluso dentro del amplio repertorio de fechas ofrecido en un trabajo reciente sobre el Neolítico catalán (Mestres y Martín 1996) puede observarse abiertamente la innegable perduración del estilo cardial dentro de los límites del V milenio, conviviendo con otras dataciones de estilo epicardial. Lo que lleva a plantear a los autores que el sistema de clasificación inicial de la cerámica está contaminando los resultados del cualquier tipo de periodización (Mestres y Martín 1996: 796). Además no faltan fechas asociadas a contextos cardiales como las de La Draga en Banyoles (Bosch et al. 1999), por citar un único ejemplo entre otros muchos, de 6060±40 BP (5060-4800 cal BC), que es estadísticamente idéntica a la de Los Barruecos de 6060±50 BP (52104800 cal BC) en pleno interior peninsular. Los autores difusionistas (Juan-Cabanilles y Martí 2002: 52; Guilaine 2003) han tratado de argumentar que la única posibilidad es considerar que los contextos arqueológicos sin cerámica cardial, los llamados epicardiales, son inmediatamente posteriores a los contextos cardiales, pese a que las cronologías absolutas sean incluso coetáneas.
Relacionando fechas y materiales, podriamos llegar a la conclusión de que no existe una proporción directa entre fechas y contextos conocidos suficientemente reveladora como para propugnar en el interior peninsular una secuencia similar a las “litorales”, como ya han tratado de hacer algunos autores (Jiménez Guijarro 1998). El resto de fechas conocidas en el interior en Los Barruecos, Verdelpino y La Velilla no están asociadas tampoco a cerámicas cardiales. Una última referencia debe hacerse a la fecha dada a conocer del yacimiento de Quintanadueñas en Burgos, que fija su nivel II en el 6760±130 BP (5910-5470 cal BC), aunque poco se sabe de los materiales que se le asociaban al ser considerados en una posición secundaria (Iglesias et al. 1996: 727). No obstante la ausencia de un contexto más explícito impide que podamos emplear esta datación con ánimos de interpretación cultural.
Trasladando una vez más la problemática, el teórico nexo entre las zonas levantinas y las propiamente atlánticas, el área andaluza posee escasos elementos cardiales en los momentos más antiguos del Neolítico como algunos autores han subrayado. Así por ejemplo se ha señalado su ausencia en contextos como el de la Cueva de Santiago de Cazalla, con un amplio repertorio de fechas antiguas (Acosta 1995: 35). El sitio más notorio en esta disocia-
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Figura 31. Comparativa entre contextos del interior datados por C14 y AMS con cerámicas datadas por TL.
vas adjunto, revela que las fechas realizadas con este método experimentan una ligera modernidad.
Con este repertorio de fechas, podemos establecer que la mayoría de las estaciones del interior peninsular se enmarcan dentro del VI milenio o del tránsito al V cal BC, cuando en realidad hay una patente escasez de cerámica cardial, y un extenso conocimiento de yacimientos con cerámica decorada a boquique.
Con todos estos argumentos, quedaría patente la relativa invalidez de la cerámica cardial del interior peninsular como elemento de datación. La seriación de materiales arqueológicos del Neolítico de los interiores peninsulares debe hacerse al margen de las premisas de la neolitización levantina, del mismo modo que en diversas zonas de Francia se realiza independientemente de las áreas mediterráneas.
El último argumento sería el repertorio de tres fechas de Termoluminiscencia que se han realizado sobre cerámicas neolíticas de la Comunidad de Madrid, concretamente las procedentes del Arenero de Los Vascos y del Arenero de Valdivia, que proceden de la colección Bento (Rubio 2002). Del reducido número de cerámicas que se conocen no se poseen muestras de cardial, y las dataciones han sido realizadas sobre fragmentos de tipología no cardial. Es imposible además relacionar con estos materiales el fragmento decorado que Jiménez Guijarro había identificado al que hemos aludido con anterioridad.
Por otro lado, cada vez son más los yacimientos portugueses que sin cerámica cardial poseen dataciones de VI milenio cal BC. Recientemente se han dado a conocer en el Algarve los casos de Vale Santo I con una fecha de 6340±120 BP (5550-4950 cal BC) y el Ribeira de Alcantarilha con dos conchas datadas en 6120±70 BP (52604840 cal BC) y 6160±60 BP (5300-4850 cal BC). En este caso los autores de la publicación cuestionan la inexistencia de cerámica cardial justificando la incidencia de los procesos erosivos (Bicho et al. 2000: 14). Habría que precisar que la muestra datada fue recogida en superficie y por tanto es cuestionable la información arqueológica que se deriva de la relación entre materiales y fechas, pero puede resultar indicativo.
Cabe realizar alguna apreciación sobre este método de datación, a pesar de que se están realizando las fechas sobre el material objeto de análisis, la propia cerámica, no poseemos hasta la fecha contextos en los que se hayan contrastado fechas de C14 y de Termoluminiscencia. Otro argumento negativo sería el todavía insalvable intervalo de desviación estándar, pero aún así parecen válidas como argumento para sostener una cronología aproximada de V milenio cal BC para estos conjuntos. La comparativa entre las fechas realizadas por C14 convencional y AMS frente a las realizadas por Termoluminiscencia, según puede apreciarse en el gráfico de fechas acumulati-
Significativas resultan las fechas obtenidas en otros contextos del Neolítico Antiguo portugués en los que está ausente cualquier indicio de cerámica cardial. Se trata de dataciones sincrónicas a los contextos con este tipo de patrón decorativo, lo que denostaría una vez más el esca-
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Por otro lado en las estratigrafías más completas del Tajo Interior, con dataciones antiguas, casos de Los Barruecos o La Vaquera no se han recogido cerámicas cardiales. No tenemos hasta la fecha, sitios donde podamos asociar este tipo de patrón decorativo a niveles de ocupación y dataciones, cuestión que únicamente podemos interpretar como algo completamente azaroso. La antigüedad de las fechas que conocemos en distintos puntos del interior peninsular puede ser en sí un argumento a considerar a la hora de afirmar de un modo rotundo la antigüedad de las ocupaciones del interior peninsular, pese a la ausencia de lotes de cerámica cardial.
so valor de datación que tiene este elemento. En la cueva de Correio-Mor, el carbón datado de una estructura de combustión en el nivel de base, dio como resultado 6350±60 BP (5480-5140 cal BC), contextualizada con cerámica incisa e impresa no cardial (Cardoso et al. 1996: 10). Otro tanto ocurre con Pedreira de Salemas, con dos dataciones, una de 6020±120 BP (5300-4600 cal BC) (Cardoso et al. 1996: 10) y otra que convertida a años BP se emplaza en el 6320±350 BP (5900-4400 cal BC) (Ferreira y Leitão, s.d.: 128), que aunque con una alta desviación puede relacionarse con la anterior. Si a este panorama añadimos las todavía más claras, por proceder de una excavación reciente, de São Pedro de Canaferrim los resultados siguen siendo igual de válidos: 6070±60 BP (5210-4790 cal BC) y 6020±60 BP (5020±4730 cal BC) (Simões 1999: 75), que pueden relacionarse con un conjunto de 3 fechas más, dadas a conocer por la misma autora (Simões 2003) algo más antiguas. Tampoco están representadas en el enterramiento de Neolítico Antiguo de Nossa Senhora das Lapas (Oosterbeek 1993), donde únicamente aparece cerámica lisa. No es extraño que estos resultados hayan conducido a los autores portugueses a negar la validez de la cerámica cardial como fósil guía dentro de la propia costa portuguesa (Simões 1996: 333; Cardoso et al. 1996: 22; Oosterbeek 2000: 68).
Puesto que la cerámica cardial tiene un peso muy específico a la hora de definir la aparición del Neolítico circunmediterráneo y de la fachada portuguesa, tampoco podemos obviarlo como elemento de ubicación temporal. El Neolítico Antiguo podría inaugurarse en muchos puntos con la presencia de estas cerámicas, pero no necesariamente en nuestra zona de estudio. Se trata una vez más de admitir la presencia de rasgos locales en el proceso de neolitización que mientras tengan coherencia en sí, pueden insertarse en un modelo de explicación más amplio y satisfactorio. Las críticas a esta sistematización peninsular de cerámicas impresas cardiales y no cardiales como criterio de distinción cronológico no se ha hecho esperar, algunos autores han puesto por escrito su desacuerdo total con el paradigma cardial (Hernando Gonzalo 1999b: 584; Olària y Gusi 1996: 846-847). Aún cuando esta secuencia parecía funcionar a la perfección para los yacimientos levantinos con cardial puro como la Cova de l’Or, lo cierto es que en los últimos tiempos la aparición de cerámicas cardiales en el occidente peninsular pone de manifiesto su presencia en contextos arqueológicos bien estudiados. La negativa de autores como Bernabéu (1996: 34) a considerar dentro del mismo esquema de expliación a los yacimientos cardiales de Levante y a los portugueses, es sintomático del trabajo de relación que aún queda por avanzar en la construcción de una explicación completa de la periodización de las cerámicas impresas peninsulares.
Hemos cotejado estadísticamente dataciones de C14 y AMS que comprende aquellos contextos arqueológicos con y sin cerámica cardial. Como término de comparación hemos empleado las fechas del interior peninsular con las de la zona portuguesa. Un cotejo con la zona levantina sería infructuoso, puesto que se conocen un elevado número de dataciones absolutas en esta zona que sobredimensionarían las cronologías obtenidas en el entorno levantino. El resultado más evidente es que, aunque hay que reconocer la anterioridad de algunos yacimientos con cerámicas cardiales, observamos que su flourit coincide con las primeras manifestaciones sin cerámica cardial, incluso en un buen número de fechas se observa una convivencia cronológica con contextos sin cardial. Con pocos fragmentos de cerámica cardial no podemos defender la tesis de una primera ocupación neolítica del interior ligada al mundo al cardial; por el contrario habría que suponer que en buena medida los datos que poseemos no son plenamente indicativos, ni por su aspecto cuantitativo ni cualitativo, de la posterioridad de este poblamiento con respecto a los yacimientos levantinos. A lo sumo son una evidencia de que siguen faltando puntos de contacto cultural y que las ocupaciones más antiguas del interior peninsular no tienen necesariamente porqué estar representadas por este tipo de decoración.
Las propuestas cronológicas de Zilhão y Carvalho (1996) proclamaban una ruptura teórica entre los yacimientos con cerámicas cardiales (Neolítico Antiguo) y aquellas otras en las que predominaban las cerámicas impresas con decoración boquique junto a otro tipo de tradiciones decorativas (Neolítico Antiguo Evolucionado), cuando en realidad no hacían sino repetir los mismos esquemas que ya planteara en su día Guilaine (1976) respecto a la secuencia portuguesa. Desde entonces ha existido un cierto consenso en los arqueólogos lusos en separar aquellos materiales en los que la cerámicas cardiales estaban pre-
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Figura 32. Representación estadística de fechas de contextos arqueológicos con y sin cardial.
Neolítico Antiguo Evolucionado. Corregimos así la postura que defendíamos en algunos trabajos previos (Cerrillo Cuenca 1999a; e.p.a). Por un lado las cronologías de materiales arqueológicos semejantes parecen mostrar disimetrías importantes. Por otro ya hemos anotado que las dataciones absolutas más antiguas compiten con las portuguesas y las levantinas. Un punto de situación es la datación antigua del yacimiento de La Lámpara (Kunst y Rojo 2000), donde las cerámicas cardiales están ausentes en cronologías simultáneas a las de la costa levantina. El conocimiento de más fechas, con sus respectivos contextos económicos y materiales podrá jalonar el interior peninsular con eventos similares que acaben por desacreditar la idea de un proceso retardatario y ligado a ausencias y presencias de material. El número de cerámicas cardiales es tan reducido en las zonas interiores, que en definitiva no puede utilizarse como elemento de disociación cultural, sino como una prueba de la existencia de relaciones entre áreas geográficas.
sentes, de aquellos otros en los que no se hallaban representadas, siguiendo la misma tradición mediterránea que separaba lo “cardial” de lo “epicardial”. Es en este tipo de formulaciones, provocadas por lo rígido de las secuencias realizadas a partir de materiales, cuando se ha perdido la idea de una cronología temprana en el proceso de neolitización interior. En definitiva, parecía seguir siendo válida para las últimas propuestas cronológicas la idea de que tras la desaparición de la cerámica cardial se produce una fragmentación de esa unidad y por consiguiente una regionalización de los estilos cerámicos del Neolítico (Guilaine y Ferreira 1970). El heredero claro del antiguo “epicardial” parece ser en este contexto el Neolítico Antiguo Evolucionado portugués, que en alguna ocasión (Cerrillo Cuenca 1999b: 123; Jiménez Guijarro 2000: 98) se ha asimilado al Neolítico Interior.
De la figura anterior se desprende la convivencia de contextos cardiales portugueses con otros en los que las cerámicas cardiales están ausentes, tanto de la zona portu-
En el interior peninsular, no obstante, no parece adecuado realizar una división tajante entre Neolítico Antiguo y
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punto todas las ubicaciones cronológicas que este elemento decorativo ha recibido en el contexto del interior peninsular. No obstante, resulta factible realizar y actualizar de un modo comparativo la aparición de esta técnica decorativa en el registro arqueológico analizando su pervivencia o su ausencia en los yacimientos circundantes. El objetivo de la comparación es establecer un origen para esta técnica y delimitar su pervivencia. Esencialmente parece interesante definir su perduración, pues son ya algunos los autores (Rivero 1972-1973; Fernández-Posse 1982) que han propuesto la continuidad de esta técnica en momentos ya calcolíticos, lo que establecido en términos cronológicos podría significar la continuidad de ciertos elementos antiguos en la configuración de las primeras sociedades metalúrgicas, cuestión, que no parece probable con los datos de que disponemos, pero para la que resulta imprescindible dar una respuesta.
guesa como del interior peninsular. Puede apreciarse como en algunos tramos de la línea temporal los contextos con presencia y ausencias de cerámicas cardiales llegan a coincidir temporalmente. Si bien es cierto que de la gráfica se deduce la anterioridad de los cardiales al resto de contextos que no los tienen, no hay que dejar a un lado que precisamente son las dataciones de contextos cardiales las que mayor desviación estándar presentan y por tanto las que se plasman con mayor volumen en el gráfico. Fechas como las de Buraca Grande (Zilhão 2001) con, una desviación estándar superior a los 200 años contribuyen a dar esa imagen. Esta situación tampoco es novedosa en el contexto general de la neolitización europea. Se ha admitido, en Europa centro-occidental que la existencia de conjuntos cerámicos contemporáneos al “cardial” y la cerámica de bandas (Jeunesse 2000: 364), que no representan sino distintos grados de relación entre entornos geográficos con situaciones culturales afines. Un esquema similar es el que juzgamos creíble admitir para el centro peninsular en lo que se refiere a la cultura material.
Con anterioridad, nos ocuparemos de definir los esquemas decorativos que hemos documentado en la cerámica a boquique de la cuenca extremeña del Tajo. En este punto queremos insistir en el hecho de que multitud de cerámicas decoradas con impresiones, no calificables abiertamente bajo la denominación exclusiva de “boquique”, responden al mismo patrón que las cerámicas que estamos analizando. Así, Zamora Canalleda (1976) distinguía dos tipos distintos de decoración a boquique en la cueva de La Vaquera, a partir de la proximidad de los puntos producidos por el arrastre del punzón.
Sin duda hemos dejado atrás bastantes supuestos y situaciones en los que podemos profundizar, a falta de una sistematización real y una visión clara de conjunto de estos procesos en el Suroeste y el interior peninsular, pero no nos adentraremos por ahora en la formulación de una secuencia, tan sólo se ha querido enunciar el problema existente en la integración de elementos cardiales dentro de una secuencia en construcción del Neolítico Antiguo. Otra de las decoraciones utilizadas para la cronología tipológica del Neolítico Antiguo es el boquique. Quizás sea este el tipo de cerámica impresa que con mayor frecuencia se encuentra en los yacimientos neolíticos extremeños. Está presente en prácticamente todos los sitios de los que poseemos un conjunto más o menos variado de cerámicas, así la encontramos en el nivel inferior de Plasenzuela (González Cordero et al. 1988), en El Conejar (Cerrillo Martín de Cáceres 1983; Cerrillo Cuenca 1999), en Los Barruecos en la Fase I y algún fragmento en la Fase II (Cerrillo Cuenca et al. 2002), en Atambores y Peña Aguilera (González Cordero 1993) en los yacimientos de Campo Arañuelo (González Cordero 1999) y en los de La Vera (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001). Todo ello confirma que hasta la fecha el boquique ha sido el principal delator cultural de los yacimientos neolíticos extremeños.
Este último aspecto parece prescindible para valorar con sentido crítico la exclusividad del boquique como “fósil director” de estos conjuntos. Puede asegurar que la documentación de cerámica con decoración a boquique está presente en todos y cada uno de los yacimientos de la cuenca extremeña del Tajo que han sido calificados como neolíticos. Hasta la fecha se han documentado estos motivos tanto en cueva o abrigos como al aire libre, con las debidas argumentaciones que puedan realizarse en la interpretación cultural de este hecho. Una descripción pormenorizada plantearía si realmente se trata de una decoración impresa propiamente dicha o si participa del acanalado. El efecto decorativo se obtiene con el paso recurrente de un punzón sobre el barro aún sin cocer del recipiente, deteniendo cada cierto tiempo de una manera pautada el movimiento y ejerciendo una leve presión. Esta técnica da como resultado el efecto conocido como “punto en raya”, característico de estas decoraciones.
Aunque en varios trabajos (González Cordero 1996; Cerrillo Cuenca 1999b) ya se ha descrito la revisión historiográfica que han sufrido las cerámicas impresas con la técnica de boquique, parece adecuado retomar en este
Los motivos siguen las mismas pautas en los yacimientos. Las series de líneas impresas de los yacimientos cacereños aparecen en un número nunca inferior a tres,
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de yacimientos donde se pueda comprobar el binomio excisión-boquique. Por el momento (Enríquez 1988b) sólo unos pocos fragmentos con esta decoración fueron localizados en la superficie de uno de los yacimientos más emblemáticos del Bronce en la cuenca extremeña del Guadiana, el de la Solana del Castillo de Alange, sin que existiera prueba alguna de su presencia durante el transcurso de la excavación de este yacimiento (Pavón 1998). Tendríamos que valorar otra opción, como es la ausencia de rellenos de pasta blanca en estos los recipientes neolíticos, como es frecuente encontrarlo en el ámbito de Cogotas I.
pudiéndose incrementar en algunas más el número total de las mismas. En los casos en los que resulta posible identificar la relación entre la decoración y la pieza, las líneas paralelas se disponen perpendicularmente al borde del recipiente. En determinados recipientes es común que se unan a estas series de líneas impresas, dibujos semicirculares continuos realizados con idéntica técnica. Estos últimos diseños los encontramos representados tanto en los yacimientos de la penillanura cacereña, como en Boquique o los de La Vera, lo que estaría hablando de un motivo decorativo con una cierta difusión común entre los conjuntos cerámicos impresos. En ocasiones son otros elementos tales como mamelones los que obligan a adaptar la decoración a boquique, curvándola para incluir el elemento de prensión dentro de este mismo esquema.
Un solo fragmento de la cueva de Boquique procedente de la colección de Vicente Paredes, expuesto en las vitrinas del Museo de Cáceres, muestra este tipo de impresiones con rellenos de pasta blanca. Ello podría llevarnos a plantear que en las secuencias extremeñas la configuración del Bronce Final comparte pocas similitudes con lo que se ha denominado círculo cultural de Cogotas I en la Meseta. Dejaremos sin embargo esta cuestión de lado para centrarnos exclusivamente en el desarrollo antiguo de esta técnica y su presencia en los yacimientos neolíticos.
Por último existen en algunos fragmentos peculiaridades en la ejecución de esta técnica que deben ser entendidos como variantes y re-interpretaciones geográficas de una misma técnica decorativa. En los casos de Cerca Antonio y Capichuelas, encontramos impresiones cortas y diagonales de líneas impresas, enmarcadas entre líneas incisas. Por último en el caso del yacimiento de Madrigal de La Vera las líneas impresas aparecen hacia la mitad del recipiente delimitándose por arriba y abajo con impresiones triangulares que apuntan en ambos casos hacia las líneas.
La primera vez que se llegó a documentar esta técnica decorativa fue en el yacimiento epónimo de Boquique en Plasencia y no es casualidad que un buen número de publicaciones que abarcan el tema de estas producciones cerámicas se hayan realizado con objeto del estudio de alguno de los yacimientos extremeños. Cuando BoschGimpera inició el estudio de materiales que García Faria le había cedido, describiendo por vez primera este tipo de técnica decorativa propuso la relación entre estas cerámicas y la “Cultura de las Cuevas” (Bosch-Gimpera 19151920: 515). Maluquer de Motes (1956), en un estudio posterior la relacionó con la de los castros meseteños de la Edad del Hierro.
Dentro de este mismo grupo se deberían incluir motivos similares, que aunque no respondan a la descripción exacta de la decoración a boquique repiten patrones decorativos donde la similitud es el denominador común. Impresiones cuadradas o ovaladas de pequeño tamaño y próximas entre sí, que no hacen sino reproducir los diseños que observamos en el boquique, pero que no podemos situar estrictamente bajo esta denominación particular. Sin espacio para la duda, hay que señalar que con frecuencia en los mismos yacimientos estas técnicas aparecen de igual modo. En El Conejar, por ejemplo, los materiales de la campaña 2000 revelan como la mayor parte de las decoraciones son cerámicas impresas con diversas matrices y el boquique, propiamente dicho está atestiguado por escasos fragmentos. Esta técnica decorativa, la encontramos relacionadas con periodos dispares. En primer lugar es una de las más recurrentes a lo largo de todo el Neolítico Antiguo Evolucionado portugués y Neolítico Medio en las cuevas andaluzas, pero también está clara su aparición en contextos de Cogotas I en la Meseta, formando parte inequívoca de los rasgos tradicionales que han servido para definirla. En el caso concreto de Extremadura no parece que contemos con ejemplos claros de cerámica a boquique en el tránsito del II al I milenio cal BC. Muy al contrario, en trabajos recientes (Barroso y González e.p.) se debate sobre si la aparición de esta técnica obedece más bien a la ausencia
Mucho más tarde es Cleofé Rivero (1972-1973: 128) quien vincula la cerámica con decoración a boquique con una tradición "indígena" del Bronce Final que pervive hasta la Edad del Hierro. No obstante admite la existencia de esta decoración en pleno Neolítico, apuntando con reservas la pervivencia de estos motivos hasta el Bronce Final y durante todo el Calcolítico. Posteriormente M. Almagro Gorbea realiza una excavación en la cueva placentina y en su tesis doctoral (Almagro Gorbea 1977), sugiere la existencia de dos tipos diferentes de cerámicas: una de calidad más cuidada que tendría una cronología proto-orientalizante, y otra de cierta tosquedad que no encuadra cronológicamente pero que supone anterior al momento que trata y donde podría incluirse el boquique. Con respecto a la técnica propone que tiene su origen en
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Tras los trabajos de excavación desarrollados en esta misma cavidad, Sauceda afirma a partir del análisis de la cerámica de boquique que puede relacionarse su presencia en la cavidad con una ocupación “enraizada fuertemente en las tradiciones neolíticas y ajena a cualquier relación extrapeninsular” (Sauceda 1984: 54).
el campaniforme evolucionado y se desarrolla a partir de entonces (Almagro Gorbea 1977: 119). En esa misma línea se incardinan todos los trabajos de ámbito proto-histórico que tratan de encontrar un origen para estas producciones cerámicas. Por lo general raras veces se resalta la aparición de estas cerámicas en contextos antiguos, que no comienzan a definirse con claridad hasta los años 80. Diversos autores, seguían manteniendo así una vinculación campaniforme para el origen de estos motivos decorados (López Monteagudo 1979: 26; Molina y Arteaga 1976).
En Extremadura, los trabajos de Enríquez en la Charneca ya daban las primeras pautas para considerar como neolítico la cerámica impresa con decoración a boquique (Enríquez 1986: 23), sensación que obtuvo sus visos de contrastación real en el momento de excavar el nivel inferior del Cerro de la Horca (González Cordero et al. 1988). Desde entonces el reconocimiento de esta técnica en Extremadura ha resultado más que patente hasta el punto de haberse erigido en la representación más clara de las cerámicas de este periodo (González Cordero 1993; 1996).
En 1982 es Fernández-Posse quien propone ya de un modo separado la existencia del boquique en dos momentos culturales netamente distintos, aunque se mantiene de algún modo la idea de continuidad de esta técnica desde el Neolítico hasta el Bronce Final, llegándose a hablar de un "boquique calcolítico" (Fernández-Posse 1982: 141). Fernández-Posse diferencia las dos tradiciones culturales que puede manifestar la decoración a boquique y plantea su diacronía independizándolas correctamente. Se tiene constancia más que sobrada de la presencia de este tipo de decoración en el Neolítico, pero también está presente en numerosos asentamientos del Bronce Final, a veces con el mismo tipo de decoración organizada en guirnaldas que en el Neolítico.
Mis últimas interpretaciones sobre el desarrollo de esta técnica en los contextos estratigráficos extremeños hacían alusión a su desarrollo en momentos del V milenio cal BC, y en consonancia con el Neolítico Evolucionado portugués (Cerrillo Cuenca e.p.a). Pero para ello ha sido fundamental desligar del conocido como “horizonte de las cerámicas impresas” la aceptación común de una cronología de Neolítico Tardío con la que corrientemente se habían fechado estos conjuntos cerámicos. En esta misma línea ya nos hemos pronunciado en dos ocasiones (Cerrillo Cuenca 1999b; González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001: 24).
Esta afirmación tenía su demostración en algunos de los yacimientos del interior peninsular en los que se había documentado, Verdelpino (Moure y Fernández-Miranda 1975) o los niveles inferiores de La Vaquera (Zamora 1976), al mismo tiempo que en algunos poblados del área abulense (López Plaza 1979: 102), que S. López relacionó con contextos neolíticos.
Si nos atenemos a su presencia en los yacimientos del interior peninsular, tampoco observamos variaciones muy significativas. Tratando la Meseta en su globalidad encontramos diversos puntos donde repetidamente aparecen cerámicas con decoración impresa en contextos más o menos fiables.
Volviendo al área de trabajo, hay que decir que aún hay ciertos defensores de la idea de un boquique situado plenamente en la Edad del Bronce, dentro de una opinión que se iniciara con la propia investigación de la cueva de Boquique, pero que continuará con el estudio de otros yacimientos no menos significativos como los de El Conejar.
Por citar ejemplos concretos, en el nivel de base de la cueva de la Vaquera, se hallaron escasos fragmentos (Zamora 1976) que ofrecieron la consabida de fecha de 3700±80 a.C., que convertida a años BP para su calibración se obtiene 5650±80 BP (4690-4340 cal BC). Las excavaciones recientes, de la fase más antigua del yacimiento dieron como resultado la datación de 6120±120 BP (5350-4700 cal BC) (Estremera 1999: 248). Sin embargo, se diferenciaron dos sub-fases, atendiendo a la presencia y a la ausencia de la cerámica de punto y raya, que suponemos hace referencia al boquique, y la disminución de las cerámicas a la almagra: la fase IA sin boquique y con predominio de la almagra, y la fase IB, en la que era posible reconocer algunas cerámicas con esta decoración y una disminución del tratamiento a la alma-
En 1983 es E. Cerrillo Martín de Cáceres quien publica parte de los materiales hallados en superficie en El Conejar, proponiendo dos momentos de ocupación, uno de ellos eneolítico y otro que ofrece cerámicas con decoración a boquique, relacionado con los asentamientos meseteños de Cogotas I desechando la ubicación cronológica de algunos materiales en el Neolítico (Cerrillo Martín de Cáceres 1983: 42).
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donde proceden las dataciones, sino en una zanja establecida en las inmediaciones.
gra. Aunque no sabemos a cual de las dos fases hace referencia la datación, lo cierto es que para la fase II se poseen dos dataciones que pueden ser utilizadas como término post quem, éstas son 5800±30 BP (4770-4550 cal BC) y 4850±80 BP (3800-3350 cal BC). Las referencias al material cerámico de esta fase (Estremera 1999: 248249) hablan de la novedad del boquique en este punto concreto de la ocupación de la cavidad. Con ello quedaría suficientemente establecido la paulatina aparición de este esquema decorativo en La Vaquera a lo largo del tránsito entre el VI y el V milenio, o al menos en el mismo momento que la fecha más antigua de la fase II, es decir durante la primera mitad del V milenio cal BC.
Completando la ubicación con cronología absoluta de otros yacimientos con cerámicas impresas con boquique en el interior, habría que referirse a Verdelpino una vez más. Ya señalamos con anterioridad como en su nivel III se tomaron dos dataciones absolutas, 5120±130 BP (4250-3650 cal BC) y 5170±130 BP (4350-3700 cal BC) (Moure y Fernández-Miranda 1977: 32) que se asociaban a cerámicas impresas. Estas dataciones, salvando las distancias geográficas, no se diferencian en exceso de aquellas obtenidas en La Velilla, fijando una vez más el desarrollo de estas cerámicas en el tránsito del V al IV milenio cal BC. Sin embargo presentan una alta desviación estándar que resultan demasiado elevadas.
Si tomamos como referencia las dos ocupaciones infratumulares de la Velilla de Osorno encontramos una dinámica ergológica muy similar a la documentada en la cueva de La Vaquera. La aparición de boquique en este yacimiento palentino en sus niveles habitacionales ya estaba atestiguada (Zapatero 1991: 59), sin embargo en las publicaciones posteriores el reconocimiento de dos superposiciones distintas lleva a mirar con otros ojos la incorporación de este elemento al equipamiento alfarero de las primeras sociedades productoras del interior peninsular. El nivel de base, donde no se documenta esta técnica se fecha en la transición del VI al V milenio cal BC (Delibes y Zapatero 1996: 340), mientras que el segundo nivel ocupacional, donde el boquique sí está presente posee cuatro fechas que situarían su uso en la transición del V al IV milenio cal BC, calibrándolas todas a ellas a un intervalo de 2 sigma. Sin embargo no se hace referencia a elementos cerámicos entre el último nivel de ocupación y el primer nivel de los enterramientos que se suponen escasamente separados en el tiempo (Delibes y Zapatero 1996).
Volviendo a la cuenca del Tajo encontramos más conjuntos con dataciones absolutas. El primero de ellos es el de Los Barruecos, donde encontramos cerámicas con decoración a boquique en las fases más recientes del yacimiento. Así por ejemplo la aparición en la Fase III, obedece más bien a la ruptura del nivel antiguo por la construcción de una zanja de sección en V durante el Neolítico Final, por lo que no podemos realmente inferir la perduración de esta técnica. En la Fase II, su aparición se establece dentro de los límites cronológicos del Neolítico Medio, aunque es necesario realizar cuantas apreciaciones sean posibles respecto a la formación de este suelo, que podría haberse efectuado sobre una ocupación más antigua, la del arrastre entre fases donde sí están bien representados los fragmentos con estas decoraciones. Si comparativamente podemos establecer para la Fase II una cronología de comienzos del tránsito del V al IV milenio cal BC, como podemos definir por algunas analogías con otros ámbitos, y en el nivel de base poseemos una datación absoluta de tránsito del VI al V milenio cal BC, quedaría suficientemente establecido el desarrollo de la cerámica con decoración a boquique a lo largo del V milenio cal BC.
Las dataciones publicadas por M. Rojo y M. Kunst para los yacimientos sorianos de La Lámpara y La Revilla (Rojo y Kunst 1999: 510), sitúan a éstos en dos momentos diferentes de la secuencia neolítica del interior, e incluso a finales del VI, con una datación de 6421±30 BP (5472-5321 cal BC) (Kunst y Rojo 2000). La Revilla, en cambio se situaría hacia la mitad del IV milenio cal BC. En ambos parece haber sin embargo un repertorio material muy semejante, al afirmar estos autores como en ambos yacimientos “menudean decoraciones de cordones aplicados con y sin impresiones, boquique y en general los habituales motivos incisos, impresos y acanalados” (Kunst y Rojo 1999: 265). Resulta difícil establecer si existe una relativa gradación en la generalización de estos materiales, pues no se hace una referencia a una cuantificación porcentual de los mismos y al parecer esta decoración no está presente entre el repertorio material de la tumba de La Lámpara (Rojo y Kunst 1999: 506-507) de
Más consistente es el hallazgo de boquique en la fase más antigua del yacimiento, con dos fechas que centran el nivel más antiguo en el tránsito entre el VI y el V milenio cal. En el mismo nivel de ocupación tenemos al menos tres recipientes en un silo de construcción análoga al anterior, dos de estos tres recipientes poseen decoración de boquique. No tenemos datación absoluta para esta estructura, pero su posición estratigráfica hace suponer que la presencia del boquique se establecería en cronologías similares a las de la estructura datada, es decir, el tránsito del VI al V milenio CalBC.
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las dataciones obtenidas en unos y otros contextos (Bueno et al. 2002: 77). Las cerámicas impresas están ausentes además en grandes porcentajes en el nivel habitacional que se excavó bajo el túmulo. No abordaremos de momento esta problemática con el detenimiento que requiere, pues será objeto de una reflexión posterior más profunda. Por tanto, quedaría la posibilidad de un hipotético desarrollo no homogéneo, al menos en términos de cultura material del interior peninsular, que es de suponer gracias a las dataciones que comenzamos a poseer en los yacimientos del interior.
En ámbitos funerarios se poseen otras dataciones de V milenio que es necesario citar aquí como referencia. Una de ellas es la del enterramiento colectivo de Castillejo en Huecas (Bueno et al. 1999) de donde se tomó una datación de un enterramiento con 5710±150 BP (4913-4248 cal BC), sin embargo en este contexto la cerámica impresa es muy escasa. Llama la atención que el resto de dataciones absolutas obtenidas en monumentos como el de Azután (Bueno 1991) se encuentren activos en fechas parejas, o los extremeños de Montehermoso (Ruiz-Gálvez 2000) y entre los ajuares apenas se halle documentada la técnica de boquique con un solo fragmento en Azután. Ello sería un argumento más para delimitar bien la presencia de cerámicas impresas al menos hasta la aparición de los primeros sepulcros monumentales a finales del V y comienzos del IV milenio cal BC. No obstante fechas como las de Verdelpino o las del segundo nivel habitacional de La Velilla, incitan a pensar en una relativa continuidad de las cerámicas impresas en niveles habitacionales, cuestión que de momento dejaremos sucintamente planteada.
Desde luego parece evidente la total disociación de cerámicas impresas antiguas, como el boquique, de arquitecturas megalíticas no sólo en los territorios interiores de la península, sino también en la zona portuguesa. Al menos en los porcentajes tan elevados que se pueden apreciar en los contextos más antiguos, predominando en cualquier caso las cerámicas lisas y en segundo orden las incisas. Esta afirmación conduciría a retomar aquí la existencia de un neolítico “pre-megalítico” en el interior (Bueno et al. 1995: 75; Antona 1986). Volveríamos a traer a colación aquí el dolmen de El Torrejón (Arias y González 1994) donde junto a la cerámica cardial se recogieron fragmentos de boquique, pero esta asociación materialesestructura sigue sin parecernos cuanto menos convincente. En los ámbitos próximos al interior peninsular podemos ensayar una misma relación entre cerámicas impresas y dataciones absolutas. Seleccionaremos para ello Andalucía Occidental y el Centro-Sur de Portugal. En la misma cuenca del Tajo, Caldeirão muestra la presencia de cerámicas impresas, alguna de ellas con boquique (Zilhão 1992: 87, fig. 6) en el horizonte NA1, con fechas de comienzos del V milenio cal BC (Zilhão 1992: 78) dentro de un conjunto más variado formado por impresas y algunas cerámicas inciso-acanaladas. Esa ocupación sería por tanto posterior al nivel NA2 que anteriormente comentamos y en el que está ausente otro tipo de cerámica impresa que no sea la cardial.
Figura 33. Gráfico que representa la evolución de las cerámicas impresas en relación con las lisas en las distintas fases de Los Barruecos. La fase I/II representa los materiales que aparecieron arrastrados en la UE 113 (ver apartado correspondiente en el capítulo V).
Por último hay que señalar la variedad de cerámicas impresas que no necesitan ser seriadas, pues responden a decoraciones muy ocasionales que aparecen en yacimientos de modo puntual. Digitaciones y ungulaciones son frecuentes en muchos de los yacimientos estudiados, del mismo modo que también son frecuentes las apariciones de series de puntos y otros motivos mucho más específicos.
Estas divergencias estarían motivadas por dos hipotéticas circunstancias. La primera de ellas podría ser un peculiar desajuste entre el equipamiento material de los poblados y el de los ámbitos funerarios, sin embargo la presencia bien marcada en los megalitos, al menos en Azután de la clásica decoración portuguesa de sulco sul bordo estaría hablando de la relación entre las construcciones megalíticas y el Neolítico Medio portugués, lo que corroborarían
Son otro tipo de cerámicas, no impresas, las que podemos incluir en estos contextos antiguos que podríamos tachar
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fragmento similar se puede señalar entre los materiales de la cueva placentina de Boquique. Tampoco están ausentes en la recién excavada cueva de la Escovacha en Romangordo.
como alternativos a aquellos emplazamientos con cerámicas cardiales. Se trata de los contextos a los que hemos aludido con anterioridad y en concreto a tipos de decoración incisa como la falsa folha de acácia en Portugal, que no hace sino señalar la presencia de decoraciones comunes en la fachada occidental de la península desligadas de la tradición mediterránea de las cerámicas impresas cardiales.
No obstante la aparición de fragmentos con esta misma técnica decorativa en Maltravieso, había conducido a determinados autores a asignar estas cerámicas con decoración de espigas al Neolítico (González Cordero 1993: 243; Algaba et al. 2000: 66; Pavón 1998: 288). Otros trabajos (Almagro Basch 1969: 10; Martín Bravo 1999: 33) consideraban que el conjunto de materiales eran susceptibles de encuadrarse en el Bronce Final, o consideraban que la muestra no era suficientemente reveladora (Sauceda y Cerrillo 1985: 48; Enríquez 1990b: 68) como para identificarla a un periodo concreto.
El primer autor en realizar una síntesis sobre la falsa folha de acácia fue O. da Vega Ferreira (1970) quien proponía una distinción entre las decoraciones de folha de acácia calcolíticas y las neolíticas, argumentando que éstas últimas eran un antecedente próximo de este tipo decorativo calcolítico (Ferreira 1970: 232). Este primer trabajo estaba basado en los vasos de la Lapa do Fumo, y de las cuevas de Rio Maior, y sirvió de base para el posterior reconocimiento de estas técnicas decorativas a lo largo del litoral atlántico.
Recientemente nosotros mismos hemos desechado la cronología neolítica de las cerámicas con decoración de espigas de Maltravieso, proponiendo una cronología de una fase de Bronce Medio, más concretamente con lo que se ha venido denominando “Proto-Cogotas” (Cerrillo Cuenca et al. e.p.). Con ello parece conveniente disociar las cerámicas con decoración de espigas en dos momentos concretos: un primer momento de la neolitización y una decoración más reciente relacionada con el círculo cultural de “Proto-Cogotas”. Su identificación en yacimientos de la Meseta y la Sub-Meseta, no ha planteado en cambio problemas de ubicación cronológica.
Se había señalado por parte de algunos autores como las cerámicas con decoración espigada o falsa folha de acácia respondían más bien a un momento tardío dentro del esquema general del Neolítico portugués (Ferreira 1970: 232; Ferreira y Leitão, s.d.: 151), sin embargo las dataciones de Correio Mor (Cardoso et al. 1996) o las de São Pedro de Canaferrim (Simões 1999) confirmarían la presencia de esta técnica decorativa en momentos sincrónicos y ligeramente posteriores a los de la cerámica cardial. En el caso de Cabeço do Pez vuelven a aparecer las mismas cerámicas asociadas a una industria lítica de carácter neolítico que aparece superpuesta a un nivel epipaleolítico (Santos et al. 1974: 174-175). Aún así se posee poca información de las excavaciones que entre 1958 y 1959 realizara en este yacimiento M. Heleno y no conocemos datos precisos que permitieran aclarar la cronología de esta decoración. Respecto a la asociación de elementos líticos en este caso concreto, se ha apuntado la asociación de un conjunto de microlitos en los que predominan los segmentos de círculo, junto a las laminitas de dorso abatido que hacen ahora su aparición (Santos et al. 1974: 174).
Parece pues probable que parte de las cerámicas decoradas con espigas, aunque no las de la cueva de Maltravieso, puedan relacionarse con este ambiente de Neolítico Antiguo, no en vano las encontramos perfectamente reconocidas en otros ámbitos del occidente peninsular como en determinados yacimientos onubenses (Pérez Macías 1996: 649; Piñón y Bueno 1988: 228). Las muestras de la misma decoración con espigas y zigzags aparecen en el nivel II de la cueva del Nacimiento de Pontones (Asquerino y López 1981: 132) para el que se posee una datación absoluta de 4870 a.C. (6820 BP) (Rodríguez 1980: 34), procedente de las excavaciones de G. Rodríguez. Encontramos el inconveniente de que la fecha se publicó en años no calibrados, y que al no haber sido publicado su intervalo no podemos calibrar, por lo que podríamos emplazarla de un modo genérico en fechas de VI milenio cal BC. Ello se complementa con otra fecha obtenida para ese mismo nivel mucho más reciente (Asquerino y López 1981: 133) de 5490±120 BP (46003950 cal BC), por lo que no podemos contextualizar propiamente estas cerámicas en un plano cronológico adecuado. Por otra parte, al salir fuera del ámbito del occidente peninsular corremos el riesgo de equiparar
Además en otros yacimientos portugueses se han documentado estas decoraciones en vasos no cardiales y en convivencia con estos últimos. Es el caso de estaciones como las de Vale da Mata (Zilhão 1990: 447). En algunos yacimientos extremeños hemos documentado recientemente algunos fragmentos decorados con este tipo de técnica. Así, en la campaña de 1983 de El Conejar o en yacimientos veratos como el de Cerca Antonio, donde la presencia de este tipo decorativo es significativa (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001: 12). Algún
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Más habitual resulta la decoración incisa dispuesta en líneas cortas de manera radial al borde del recipiente. Generalmente este motivo se asocia a muchos tipos cerámicos decorados, tanto incisos como impresos, siendo infrecuente su asociación exclusiva a cerámicas lisas.
situaciones distintas establecidas en planos cronológicos diferentes. Este tipo decorativo parece estar ausente en las muestras cerámicas que se conocen en la Meseta española, donde no se tiene constancia en los yacimientos mejor conocidos. Además de este motivo decorativo, la cerámica incisa guarda un importante repertorio, algunos de los cuales pueden rastrearse en la cuenca del Tajo.
No obstante para otros motivos como haces de líneas están presentes en los yacimientos neolíticos de Andalucía Occidental. Son muy corrientes en cuevas como La Dehesilla, Parralejo y la cueva Chica de Santiago de Cazalla (Acosta 1987; Pellicer y Acosta 1987). Son las cerámicas con amplias acanaladuras las que se encuentran ausentes de la zona extremeña. Estos motivos generalmente son combinaciones de anchas acanaladuras paralelas con algunas impresiones que las enmarcan e incluso combinadas con otros elementos plásticos y de prensión. Son motivos ampliamente extendidos por la Meseta e incluso en áreas como en los yacimientos segovianos (Municio y Ruiz-Gálvez 1986; Estremera 1999), sorianos (Rojo y Kunst 1999; Kunst y Rojo 2000), salmantinos como la Mariselva (Iglesias et al. 1996), vallisoletanos (Martín y Pérez 1995) y palentinos (Delibes y Zapatero 1996), e incluso en latitudes más meridionales como la Comunidad de Madrid (Jiménez Guijarro 1998; Díaz del Río y Consuegra 1999; Rubio 2002). En los escasos fragmentos de la provincia de Ávila (Delibes 1998) no parecen estar muy representados.
Figura 34. Evolución de las cerámicas incisas en relación con las lisas a lo largo del Neolítico, según se ha documentado en las distintas fases de Los Barruecos.
En algunos yacimientos de los que hemos documentado en la zona extremeña del Tajo, se han recogido cerámicas acanaladas, sin embargo los motivos no se corresponden con los que venimos tratando. Se trata de trazos muy finos, continuos y distantes entre sí, más de lo que se observa en otros yacimientos del interior peninsular, que no obedecen sino a motivos que estimamos de una producción para la que no se pueden buscar muchos paralelos. La combinación de trazos acanalados, tal y como se observa en la zona meseteña, no parece corresponderse con los escasos fragmentos de cerámica acanalada que se han recogido en los yacimientos extremeños.
Los tipos de cerámica incisa que conocemos en la fase I de Los Barruecos no dejan de estar en los yacimientos portugueses más antiguos. Las metopas formadas por líneas incisas y divisiones internas están presentes en São Pedro de Canaferrim o Correio-Mor, con dataciones sincrónicas a las que poseemos en el yacimiento de Malpartida. El repertorio de incisas es amplio y no está lo suficientemente uniformado para tratar de sistematizar las decoraciones cronológicamente. Suele tratarse de haces de líneas paralelas que ofrecen pocos paralelos tipológicos al estar bien atestiguados en múltiples periodos y fases, por lo que no es conveniente su seriación.
Jiménez Guijarro (1998: 39) ya expuso que el binomio incisión-acanaladura podría ser utilizado como elemento de distinción de aquellas zonas de La Meseta. Su ausencia, según este mismo autor, en sitios como Extremadura, donde se establece el predominio de la cerámica con decoración a boquique, estaría hablando de claras distinciones entre zonas geográficas del interior peninsular. Opinión que no juzgábamos convincente (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001: 12) como elemento de diferenciación cultural.
En algunos casos encontramos metopados generalmente formados por líneas paralelas, siendo el espacio entre ambas rellenos por líneas oblícuas o incluso pequeñas impresiones de boquique. Este esquema lo encontramos en Cerca Antonio y en la fase I de Los Barruecos y suele ser muy corriente entre los yacimientos de Neolítico Antiguo.
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Datación más antigua
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Trabajos desarrollados
Almagra
Falsa Folha de Acacia
Pastillas aplicadas
Boquique
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Cordones aplicados
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Acanaladuras paralelas
Los Barruecos I Conejar Cerro de la Horca Cerca Antonio Boquique Mesegar de Tajo La Vaquera I Nogalera La Deseada Valdivia/Los Vascos La Lámpara Velilla Ha Penedo da Penha Buraco da Moura São Pedro Canaferrim Valada do Mato2
Motivos cardiales
Fondos cónicos
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6080±50 BP
6120±160 BP
6430±450 BP (por TL) 6421±30 BP 6130-190 BP
6070±60 BP 6050±40 BP
Tabla 6. Contextos de materiales de distintos yacimientos del interior peninsular y Portugal. (EXC= yacimiento excavado, REV = yacimiento excavado con material revuelto, SUP = material superficial). 1 Según Jiménez Guijarro (1998). 2 Las descripciones de material de este yacimiento son muy limitadas, aunque se incluyen por su interés.
mos en el Cerro de la Horca, Los Barruecos y de un modo muy claro, entre los materiales de Cerca Antonio.
Hay que admitir que estos esquemas decorativos están prácticamente ausentes en la zona extremeña. En Los Barruecos, únicamente hemos recogido sin contexto estratigráfico un ejemplar con estas características, lo que induce a pensar que las excavaciones sistemáticas del sitio revelarían una baja incidencia de este tipo de material. Podemos mantener como hipótesis la filtración de este tipo de materiales hacia zonas más meridionales del interior peninsular, pero con una incidencia muy débil.
Un tipo menos corriente en los yacimientos de la zona interior son las pastillas aplicadas. De ellas tenemos constancia en yacimientos de La Vera, en El Conejar y en Boquique. Se trata de pequeñas aplicaciones que normalmente se realizan junto al borde en forma de pastillas, como hemos documentado en El Conejar y Los Barruecos, que recuerdan a pequeños mamelones. Generalmente se asocian a la decoración realizada mediante la técnica de boquique.
En cuanto a las decoraciones plásticas, su uso está bien extendido a lo largo de este periodo. Los cordones lisos, frecuentes en todo el Neolítico Interior y para los que se ha propuesto un papel organizador de la decoración (Municio 1988: 310) están presentes en casi todos los yacimientos estudiados. Cordones horizontales o verticales a la boca del recipiente, son comunes, a veces acompañados de la incisión. Buenos ejemplos de ello los encontra-
Esta decoración de pastillas aplicadas inicialmente se había mantenido en relación con las pastillas repujadas calcolíticas (Jiménez Sanz et al. 1998: 44), incluso algunos autores han identificado esta última técnica en El Conejar debido a una mala lectura (Algaba et al. 2000) de
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El motivo zonalmente más establecido son las acanaladuras paralelas, propias de los yacimientos de la Meseta, pero más raros en los contextos de la Submesesta Sur, el área extremeña y Portugal. En cambio las decoraciones de falsa folha de acácia parecen tener una dispersión mejor establecida en las áreas portuguesas y las extremeñas.
trabajos más exactos. Como quiera que sea, parece factible disociar netamente las cerámicas con “pastillas aplicadas” de aquellas otras producciones calcolíticas (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001: 13-15) bien estandarizadas y conocidas en diversos yacimientos calcolíticos de la provincia, como Cabrerizas de la Jara, con dataciones absolutas bien explícitas (González Cordero et al. 1991).
En definitiva, terminaríamos por admitir que en el Neolítico extremeño se dejan sentir tanto las influencias portuguesas como las meseteñas, aunque se echan en falta determinados tipos decorativos como las cerámicas acanaladas.
Las pastillas aplicadas son un rasgo muy propio del Neolítico de la zona que estudiamos. Un síntoma inequívoco de su antigüedad es su combinación con decoraciones como el boquique, o su aparición en contextos estratigráficos como la fase I de Los Barruecos.
No hay que olvidar que los elementos materiales de este Neolítico Antiguo encuentran también referencias en las zonas clásicas del Neolítico del occidente andaluz (Pellicer y Acosta 1987: 60). Es el caso de las cerámicas a la almagra. Las conexiones con el Neolítico andaluz, ya había sido puestas de manifiesto desde los primeros momentos de la investigación del Neolítico extremeño (Enríquez 1986).
Dejamos en último lugar a la cerámica a la almagra. De los yacimientos estudiados se han reconocido muy pocos fragmentos con este tipo de tratamiento superficial. Se trata generalmente más que de un almagra, de imprimaciones rojizas que recuerdan (Capel et al. 1984) a la cerámica a la aguada más que a la almagra en sí. En Extremadura la pervivencia de este tratamiento alcanza con seguridad momentos plenos del Calcolítico, si bien su presencia está bien referenciada en el Neolítico por la estratigrafía de Los Barruecos.
El resultado es que a lo largo de este periodo del Neolítico Antiguo nuestra área comparte cronologías y algunos elementos materiales en común con los contextos sincrónicos de diversos yacimientos que podríamos tildar bajo el calificativo poco preciso de “interiores”.
Se había concedido un valor predominante a este tipo de tratamientos en Andalucía Occidental (Acosta 1995), hasta derivar de su presencia, que se trataba de una cerámica característica de un sustrato neolítico autóctono. En el caso del interior, se ha establecido que su presencia estaba relacionada con la colonización de este espacio por parte de comunidades venidas desde el occidente andaluz (Delibes 1985; Estemera 1999).
VI.2. La industria lítica. Quizás el conocimiento de la industria lítica no sea tan definitorio a la hora de describir a las sociedades neolíticas de la zona de estudio como tradicionalmente lo ha sido el estudio de la cerámica. A favor de ésta debemos decir que su identificación ha sido siempre una garantía de la cronología neolítica de los contextos de aparición. A diferencia de la cerámica, la industria lítica tallada es ocasional, hasta la fecha, en los yacimientos de la cuenca extremeña del Tajo. Ello justifica que el acercamiento que podamos realizar al estudio de la industria lítica tallada tenga en sí un marcado enfoque tipológico antes que recuentos porcentuales y análisis tipométricos. El reducido número de piezas en estos contextos justifica sobremanera que debamos dejar a un lado cualquier ensayo de caracterización industrial basado en porcentajes de aparición de piezas.
Por lo general este tratamiento se combina en ocasiones con la decoración incisa, como se ha documentado en la cueva de El Conejar. Para terminar con este apartado, se hace necesaria una visión global de contextos, patrones decorativos, dataciones y geografías, que ayudará a tener una visión de la distribución zonal de estos motivos. En cuanto al boquique se refiere, es propio de casi todos los contextos del interior, excepto en La Velilla en su nivel inferior, recordemos que hará acto de presencia en el habitacional superior, y en los yacimientos madrileños. Las almagras son ocasionales y están presentes en muchos de los yacimientos, excepción hecha de los portugueses. Un elemento que parecen compartir todos ellos son los cordones aplicados.
La primera interpretación para tal escasez es sin duda lo alejado de los núcleos de extracción de sílex de algunas zonas de la provincia, especialmente las localizadas al Sur del río Tajo, que por otra parte es donde se localizan todos los yacimientos que han sido objeto de excavación
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hesa, que diera a conocer Fabián (1986: 108) a mediados de los años 80, lo que en teoría permitiría probar esa teórica relación entre las sociedades del final del Paleolítico y los primeros grupos neolíticos. En el caso del yacimiento del Parral (Jiménez Guijarro 2001a: 40), teniendo en cuenta que nos encontramos ante materiales de superficie y las consideraciones que podamos realizar son limitadas, las laminitas de borde abatido están presentes en un porcentaje cercano al 6%. En el yacimiento del Níspero (Corchón 1988-89) es destacable su presencia en el nivel IV y en el contacto entre el IV y el V. En Verdelpino están presentes prácticamente en todos los niveles, pero es el nivel más antiguo donde estos autores encuentran una relación con un sustrato de tradición magdaleniense de difícil adscripción (Moure y FernándezMiranda 1977: 66-67).
detenida. Por el contrario, los yacimientos localizados en la zona meridional de la provincia sólo se han prospectado y por lo tanto no podemos cuantificar estas piezas en contextos cerrados. Futuros estudios petrográficos deberán definir las posibles menas de obtención de este recurso, y quizás así pueda valorarse con mayor rigor las características técnicas y tipológicas de los complejos industriales neolíticos, pues pecaríamos de reduccionismo explicando su pobreza únicamente por la lejanía de los núcleos de extracción de la materia prima. A lo largo del Neolítico Antiguo hemos descrito contextos para los que tenemos un volumen de material que permite realizar algunas apreciaciones muy básicas. Siguiendo los grupos que hemos establecido debemos señalar en primer lugar la pobreza registrada en el grupo de los raspadores: raspadores sobre lámina y lasca proceden de El Conejar, y una vez más su adscripción cultural es compleja. Otro raspador circular procede de la cueva de Boquique en Plasencia y una pieza similar a ésta había sido descrita por Ismael del Pan (1917) en sus trabajos de El Conejar. Para este tipo de raspadores se ha asignado recientemente una cronología básicamente epipaleolítica, a juzgar por los datos de El Parral (Jiménez Guijarro 2001a: 40), sin embargo su aparición en los contextos neolíticos del Tajo, caso de Boquique, hace pensar en una perduración de este elemento tipológico a lo largo de los primeros compases de la neolitización. Como elemento añadido basta decir que un ejemplar de esta misma tipología de raspadores circulares aparece representado en los niveles epipaleolíticos de la cueva burgalesa del Níspero (Corchón 1988-89). Del dolmen de La Estrella en Toledo proceden algunos ejemplares similares (Bueno 1991: 74) lo que denotaría una amplia pervivencia de este tipo hasta el tiempo de los sepulcros megalíticos.
Tenemos no obstante noticias recientes (Jiménez Guijarro 2001a: 43) de la presencia de estos mismos materiales en la base de la cueva de La Higuera en Madrid, asociados a elementos típicamente epipaleolíticos como plaquetas de esquisto decoradas. Es necesario recordar su aparición en algunos contextos megalíticos de la zona occidental de la provincia (Bueno 1988) e incluso la repetición de esta misma pauta al otro lado de la frontera (Oliveira 1997). Su aparición resulta anecdótica en el interior peninsular, aún en los contextos mejor estudiados como la cueva de la Vaquera y cabe mencionar alguna colección aislada en la que hace aparición este tipo de material. Por el contrario si están bien representados en aquellos yacimientos de cronología antigua como Valada do Mato (Diniz 2001a: 58). Sea como fuere las laminitas son el soporte más extendido en los yacimientos de Neolítico Antiguo de la zona de Cáceres. Por lo general se trata de laminitas simples de filos naturales y con retoques ocasionales que probablemente tengan más sentido como huellas de uso. Los soportes microlaminares están presentes en algunos yacimientos, no estando documentados en la mayoría de ellos. La fase I de Los Barruecos, entre los materiales revueltos de El Conejar, Peña Aguilera, Cañadilla o Cerca Antonio, son los yacimientos donde comúnmente hace su aparición este tipo. Por otro lado, son frecuentes en la zona Norte de la provincia los núcleos cuyas huellas de extracción apuntan hacia los productos microlaminares. Ya hemos recordado que su presencia es relevante en otros puntos de los yacimientos interiores como el nivel de base de la cueva de La Vaquera (Municio 1988: 322; Estremera 1999: 248). El desconocimiento de otros contextos más explícitos de este periodo impide desde luego una consideración a mayor escala.
Los perforadores son igualmente escasos, y únicamente señalamos un ejemplar procedente del abrigo de Peña Aguilera y otra en el yacimiento del pantano de Valdecañas junto a la localidad de El Gordo. En cuanto a los buriles únicamente procede una única pieza. Las láminas de borde abatido sí ofrecen otros rasgos culturales. Una procede de la Fase I de Los Barruecos, otra de El Conejar y una última del abrigo de Peña Aguilera. El ejemplar de Los Barruecos muestra una muesca en el extremo distal izquierdo, realizada igualmente con retoque abrupto, lo que dota a la pieza de un aspecto apuntado. Por lo general se han identificado estos tipos como industrias de sustrato en repetidas ocasiones (Acosta 1986: 148; Ramos et alli 1997: 686), señalando de un modo claro la vigencia de estos tipos desde los contextos epipaleolíticos. En la zona del interior estos productos de dorso abatido están presentes en el yacimiento de la De-
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contextos claramente mesolíticos y por el contrario una abundancia de los trapecios (Roche 1980: 14-15).
Los soportes laminares de mayor tamaño son prácticamente inexistentes a lo largo del periodo, existiendo una preferencia por la industria microlaminar. Un único ejemplar procedente de la cueva de Boquique puede incluirse dentro de esta tipología.
Los segmentos de círculo están también presentes en mayor medida en otros sitios de Portugal, como Valada do Mato (Diniz 2001a: 58) en un número muy superior a los que podemos encontrar en Extremadura, a juzgar por las piezas presentadas en esta publicación. En el Guadiana, sitios de los que aún no existen publicaciones extensas y tan sólo una valoración preliminar de notable interés (Gonçalves 2002: 182), como Xarez 12 presentan una relación de 5 trapecios por cada segmento de círculo. El significado cultural de cualquier tipo de proporción o presencia debe tomarse sin embargo con cautela, pues el contexto de uso será sin duda determinante en la aparición de determinados tipos como parece mostrarlo el porcentaje de aparición de distintos tipos de elementos según las áreas del yacimiento.
Las muescas han sido detectadas en dos yacimientos. De la fase I de Los Barruecos existe un ejemplar sobre cuarzo, y en el caso de Peña Aguilera otro realizado sobre cuarcita. Las fracturas retocadas, las truncaduras, no se han documentado en los yacimientos neolíticos estudiados, siendo una característica más propia de otro tipo de contextos peninsulares. Los microlitos geométricos sí están presentes en mayor número en los yacimientos neolíticos del Tajo. Proceden algunos ejemplares del yacimiento de Cerca Antonio en la Vera (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001), del Cerro de la Horca hay un único ejemplar recogido del nivel de base del corte B-III (Castillo 1991; González Cordero et al. 1991) y de Peña Aguilera procede un único ejemplar. En el caso de Cañadilla, (González Cordero 1999) se recogieron dos piezas correspondientes a un segmento de círculo y un trapecio. En el caso de Los Barruecos provienen de la campaña de excavación realizada en 1983 en uno de los abrigos de las inmediaciones del poblado tres geométricos, uno de ellos un segmento de círculo. Estos materiales se encuentran depositados en el Museo de Cáceres, pero no podemos valorarlos puesto que no tenemos ninguna referencia estratigráfica.
Ello retornaría a las conclusiones que ya estableciera J. Fortea (1973) sobre este tipo de industrias y a la secuencia de “geométrico-triángulo-segmento” que había sido propuesta para la zona levantina y extrapolada a otros puntos de la Península. En la actualidad tal intento de seriación industrial es cuestionado (Juan-Cabanilles y Martí 2002: 50) y evidentemente, con los escasos datos que proceden del interior peninsular no tenemos una base lo suficientemente sólida para apoyar o rebatir esta seriación. Muy al contrario la aparición de geométricos en otros yacimientos con cerámicas y pulimentados, esencialmente del ámbito dolménico cuestionaría este ensayo preliminar de secuencia. Resulta no obstante problemático determinar una evolución de los geométricos desde su aparición en yacimientos de Neolítico hasta contextos más modernos como pueden ser los megalitos, cuestión que ya hemos planteado en su momento. De otros yacimientos extremeños poseemos un buen número de geométricos, especialmente del ámbito dolménico.
Una vez más es necesario referirnos a los pocos contextos epipaleolíticos del interior peninsular para encontrar microlitos en el Níspero en Burgos (Corchón 1988-89), con dos ejemplares de tipo G18 y G19. Su reconocimiento vuelve a estar presente en La Dehesa con la presencia de cuatro triángulos (Fabián 1986: 109) y en el Parral con una baja incidencia entre los materiales y al menos una pieza del tipo G1 de Fortea (Jiménez Guijarro 2001a: 40). Sin embargo, los geométricos del tipo G1, los segmentos de círculo, apenas tienen una representación estadística entre los yacimientos epipaleolíticos que se conocen en el interior de la Península Ibérica. L. Municio (1988: 322) consideraba que la aparición de este tipo podría ser valorada una característica recurrente en los yacimientos del Neolítico Interior. Hablando en términos generales, ya se había señalado para la zona oriental de la Península que la aparición de los primeros segmentos de círculo estaba asociada con la presencia de los primeros fragmentos cerámicos (Juan-Cabanilles 1990: 426). En la zona atlántica parecen volver a repetirse los mismos parámetros, J. Roche afirma la inexistencia de segmentos de círculo en
De la Muralla de Valdehúncar, A. González Cordero (1999: 535) publicó algunos trapecios asociados a industria microlaminar, pero al no tener otro tipo de materiales asociados se hace difícil proponer una cronología para estas piezas. De los dólmenes de la zona suroriental de la provincia de Cáceres proceden microlitos de diversas tipologías, G3, G4, G5, G8 y G12, (Bueno 1988: 170), pero nunca encontramos segmentos de círculo, tal y como se desprende de los últimos trabajos de excavación en el dolmen de la Miera (Enríquez y Carrasco 1999-2000: 276). Esta situación la podemos extrapolar sin demasiados problemas a otros yacimientos megalíticos de la Vera como Vega del Niño (Bueno 1991) o el Monje (González
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bien con las descripciones generales que hemos ofrecido para los útiles. Pocos elementos relacionados con la talla se han documentado, si acaso alguna laminita de cresta de la fase I de Los Barruecos, que es extraña dentro del panorama general de desechos de talla que conocemos.
Cordero y Cerrillo Cuenca 2001: 9), por citar casos extremeños que se completarían con otros yacimientos del Tajo interior como Azután o El Castillejo de Huecas (Bueno et al. 2002), circunstancia que podríamos extender a manifestaciones megalíticas de esta misma época en el interior peninsular. De Capichuelas, yacimiento para el que proponemos un encuadre de Neolítico Medio, proceden dos ejemplares de los tipos G3 y G12.
VI.3. Aspectos tecnológicos y de aprovisionamiento de materia prima.
No parece probable suponer una evolución de los segmentos de círculo hacia los trapecios propios de los sepulcros megalíticos y de los contextos de Neolítico Medio en general. Algunos autores (Jiménez Guijarro 2000 2001a; Kalb 1989) han tratado de relacionar los trapecios de los dólmenes con la evolución propia del sustrato epipaleolítico, entendiendo en algunos casos que el megalitismo no es sino una manifestación de los grupos de cazadores recolectores locales frente a los grupos de colonos neolíticos (Jiménez Guijarro 2001a: 43). Posición que no parece en absoluto defendible con la única evidencia de la ausencia o presencia de un elemento lítico.
VI.3.A. La cerámica: técnicas de obtención de arcillas. En 2000 se analizaron en el servicio de Difracción de Rayos-X de la Universidad de Extremadura seis muestras, de aproximadamente un gramo, procedentes de cerámicas de El Conejar. Las muestras fueron estudiadas por la Dra. Liso, de la Cátedra de Cristalografía de la Universidad de Extremadura. Muestra A B
Por otra parte no hay que olvidar que los complejos líticos de la neolitización del interior peninsular no son aún lo suficientemente extensos para valorar estas rupturas culturales tan netas. La ubicación cronológica del megalitismo y la poca o ninguna relación cultural entre las manifestaciones funerarias de comienzos del IV milenio con los últimos grupos epipaleolíticos no parece factible, incluso cuando hemos visto que la incidencia de microlitos geométricos en los yacimientos epipaleolíticos del interior es realmente baja.
C D E F
Características cerámica impresa de tradición cardial cerámica con engobe rojo, almagra cerámica con decoración peinada Cerámica lisa con mamelón Cerámica impresa, boquique Cerámica impresa, boquique
Sigla 39-97/2/12/22 129-90/4/11/22 120-95/12/12/21 6-7/19/2/14 30-76/11/11/criba/20 109126/10/16/criba/28
Tabla 6. Cerámicas de El Conejar analizadas según DRX.
Podríamos resumir por tanto las características básicas de las industrias neolíticas de la zona de estudio como un complejo industrial caracterizado básicamente por el empleo de la talla microlaminar, dominando ampliamente las laminitas y algunos geométricos realizados sobre este mismo soporte. A esta industria hemos de añadir en algunos casos la pervivencia de algunos útiles macrolíticos realizados en cuarzo y cuarcita.
Las arcillas empleadas en la fabricación de la cerámica tienen el aspecto de haber sido obtenidas en el área circundante; calcitas, hematíes y dolomitas son elementos que están presentes en el entorno de la cueva. De hecho si tomamos como referencia los análisis de DRX realizados sobre un perfil localizado a escasos metros de la cueva (Encinas 1996: 198), podemos hacer notar como existen relativas coincidencias detectadas en las arcillas de las cerámicas. En el total de las seis muestras analizadas, tres de ellas tienen dolomitas (muestras A, C, y E), lo que estaría hablando de un aprovisionamiento de arcillas en las inmediaciones, como queda patente en los análisis de DRX realizados en la zona (Encinas 1996: 341). La presencia de este mineral pone de manifiesto en esos casos temperaturas de cocción siempre inferiores a los 800ºC.
Por último hay que señalar que hay pocos elementos para definir las cadenas operativas. En algunos yacimientos como Cañadilla (González Cordero 1999: 534) o incluso El Conejar (González Cordero 1996: 698) la presencia de debris ha sugerido en algunos casos la talla local de elementos de sílex. Sin embargo la presencia de núcleos en estos yacimientos suele ser muy escasa decantándose por lo general por aquellos núcleos prismáticos orientados a la explotación de laminitas, característica que coincide
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Figura 35. Posibles áreas graníticas de captación de arcillas para la elaboración de cerámicas de El Conejar. Otros materiales como las hematites, tienen también su comprobación real en las inmediaciones con la presencia de óxido de hierro (Encinas 1996: 340). Las calcitas están presentes en un perfil analizado dos veces (Encinas 1996: 341). Junto a ellos aparecen otros muchos variados de escasa significación cuantitativa que pueden proceder de las termoalteraciones de las pastas al ser cocidas las cerámicas.
La mezcla deliberada de desgrasantes y arcillas locales determinaría una estrategia de elaboración de productos manufacturados con un consciente grado de percepción de los distintos suelos que forman el paisaje. Hay que señalar la importancia de esta pauta de elección de arcillas, puesto que no existe en el entorno más inmediato del yacimiento ningún tipo de afloramiento de rocas plutónicas de las que obtener desgrasante. Es necesario desplazarse casi cinco kilómetros para obtener este material. El principal inconveniente es que al ser material recogido dentro de sedimento alterado no pueden realizarse aportaciones sustanciales en cuanto a la presencia de pautas distintas de aprovechamientos de arcillas en épocas diacrónicas, refrendadas por una auténtica estratigrafía.
Lo que se puede inferir de este análisis de pastas es el alto contenido en cuarzos, micas y feldespatos, observables además de modo macroscópico. A pesar de la presencia de trazas e indicios en las muestras analizadas en el perfil (Encinas 1996: 341), la presencia de picos bastante agudos en las pastas cerámicas sometidas a la DRX, parecen evidenciar una obtención de las mismas en otros lugares exógenos a la propia formación caliza del sinclinal cacereño. Este hecho hablaría de una elección deliberada de desgrasante granítico como aglutinante de las arcillas.
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reducción de su tamaño. En cualquier caso, comparando la longitud de productos laminares de ambas zonas no se evidencia una disminución acusada de los tamaños, por tanto habría que buscar argumentos más de cantidad que de calidad para justificar este desajuste. La definición de las cadenas operativas llevadas a cabo en uno y otro entorno acabaría por dar respuesta a este problema, que de momento es insalvable debido a los escasos contextos excavados.
VI.3.B. Industria lítica y aprovisionamiento de materia prima El primer inconveniente que encontramos a la hora de estudiar el aprovisionamiento del sílex es la falta de estudios petrográficos sobre los materiales tallados de la región. Pese a haberse desarrollado una investigación de manera continuada en diversos periodos de la Prehistoria Reciente, lo cierto es que no existe en la actualidad ningún estudio que permita abordar esta materia desde otro punto de vista que el de la mera intuición.
La presencia de sílex en los yacimientos extremeños es bastante desigual en lo que respecta a los conjuntos analizados en los distintos yacimientos estudiados. Tomando como referencia la excavación de 2000 en El Conejar, encontramos una relación de una pieza de sílex por cada 20 de cuarcita, materia prima que representa el 72% del conjunto. No podemos aplicar el mismo parámetro a las campañas de excavación de 1981, donde la mayor parte del material recogido es sílex. Ello se debe probablemente a una recogida diferencial del material en ambos momentos.
De igual modo tampoco existe ninguna localización precisa de las vetas de este material. Los distintos trabajos de campo realizados a lo largo de Extremadura han dado como resultado el establecimiento de ciertas zonas con posibilidades de localización de este material silíceo. Ello impide que podamos realizar una cartografía con cierto grado de precisión de las áreas de aprovisionamiento. Aún así podemos señalar como áreas ciertamente probables la zona nororiental de la provincia, que comprenderían las comarcas de La Vera y Campo Arañuelo, especialmente esta última. Esta zona condensa la aparición del material con cierta importancia. Depósitos aislados y breves se pueden encontrar en las estribaciones meridionales de Las Villuercas, caracterizándose por un tipo de sílex de color negro que suele aparecer en vetas muy escasas.
En total, los materiales granulosos, cuarcitas y cuarzos, suponen el elemento presente en un 92% del volumen general del material lítico. Aunque estos porcentajes pertenecen a varias ocupaciones distintas, no mesurables en términos arqueológicos, es indicativa la escasez de sílex. En el caso de los niveles más antiguos de Los Barruecos, podemos afirmar otro tanto, la presencia de piezas en sílex se reduce a pocas piezas en las Fases I y II y están completamente ausentes en la Fase III.
Otra área de captación de material silíceo puede ser la de las Vegas Bajas del Guadiana, donde es posible encontrar un material sedimentario similar al sílex de color marrón oscuro y aspecto veteado. Algunos desechos de talla localizados en Los Barruecos y El Conejar parecen corresponderse con este tipo de roca, aunque de un modo bastante minoritario. De cualquier modo esta relación no deja de ser una apreciación personal y no es descartable la presencia de vetas de este mismo material en zonas próximas.
El sílex es igualmente escaso en los yacimientos del área de Plasenzuela. En el caso del Cerro de la Horca (Castillo 1991) únicamente puede relacionarse con el nivel CH 1, un único segmento de círculo. Lo mismo podríamos hacer extensivo al poblamiento de la Sierra de Montánchez, donde la recogida de piezas de sílex es ínfima. En compensación, son los poblados de las áreas de la Vera y de Campo Arañuelo las que poseen un mayor número de elementos en sílex, y donde se pueden recoger núcleos de una cierta entidad y con tipologías variadas. Cabría suponer que en las zonas más alejadas de estas comarcas se realiza un mayor aprovechamiento de estos núcleos hasta agotar las posibilidades de extracción. El sistema de aprovisionamiento de materia prima quedaría completo con un estudio detenido de las cadenas operativas líticas, que actualmente es poco viable.
Geológicamente hablando, la ausencia de depósitos terciarios en la zona central de la provincia de Cáceres, obligaría a buscar estos depósitos hacia la zona NE de la provincia más en conexión con los depósitos calcáreos de la Submeseta Sur. La ausencia de vetas de sílex no sólo justificaría la reducción del tamaño de los productos líticos, sino también una disminución de su presencia en los ámbitos más alejados de las zonas de las vetas. Por otra parte las industrias microlaminares que estudiaremos en el capítulo siguiente, y los microlitos, tienen ya de por sí unas características tecno-tipológicas estereotipadas que conducen a pensar que realmente la realización de estas piezas exige una
Cabrían dos posibilidades de intercambio de sílex entre las zonas septentrionales y las meridionales: 1. Intercambio de productos líticos ya manufacturados.
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Figura 36. Circuitos teóricos de distribución de sílex en la cuenca extremeña del Tajo, a partir de los depósitos existentes y las zonas estudiadas. recordemos una pieza procedente de la Fase I de Los Barruecos. En esta situación concreta la materia prima, el material conocido vulgarmente como gabro, puede localizarse en forma de vetas de pequeño tamaño en zonas de rocas plutónicas, tales como granitos, de localización más reiterativa a lo largo de la provincia.
2. Intercambio de la materia prima o elementos ya preparados (núcleos) También es posible aceptar variaciones en la intensidad de los intercambios. El incremento del número de piezas de sílex que empezamos a observar ya en los contextos calcolíticos de la penillanura trujillano-cacereña estaría documentando una intensificación del intercambio de estos productos mediante redes comerciales más establecidas. En cualquier caso, esta posibilidad únicamente es posible valorarla como hipótesis.
Los materiales granulosos como el cuarzo, en sus distintas variedades, y la cuarcita tienen un origen próximo. En el caso del cuarzo, se documentan un cierto número de lascas sobre en el caso de Los Barruecos, y su Fase III, que pueden proceder de una actividad de talla encaminada a la obtención de un producto concreto. No obstante hay que señalar que hasta la fecha sólo poseemos lascas de cuarzo de pequeño tamaño para las que no podemos dar un significado funcional preciso. Su uso también se encuentra documentado entre los materiales de la brecha epipaleolítica de El Conejar.
No obstante, es necesario admitir la presencia de algunas redes “comerciales” para la distribución del sílex entre los grupos neolíticos de la zona que venimos estudiando. La industria lítica pulimentada no plantea tantos problemas de explicación. Hasta la fecha son pocas las piezas pulimentadas que proceden de yacimientos neolíticos,
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Por el contrario, la cuarcita con un uso más dilatado en el tiempo si tiene un uso más generalizado. Su trabajo se encamina a la obtención de útiles líticos bien estereotipados, tales como cantos trabajados. El aprovisionamiento de cuarzos y cuarcitas no ofrece excesiva dificultad en comparación con el sílex, sin embargo limita notablemente las capacidades de elaboración de útiles estereotipados.
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VII. UNA VISIÓN DE LOS PAISAJES DE PRODUCCIÓN NEOLÍTICOS.
En este sentido podemos agrupar el discurso en tres niveles básicos, en los que no se puede obviar el grado de relación existente:
Desde que se comenzara a plantear la existencia de todo un trasfondo neolítico en la provincia de Cáceres (Piñón y Bueno 1988; González Cordero et al. 1988; González Cordero 1993), no ha existido en ningún momento un estudio sobre las capacidades de explotación territorial de los grupos neolíticos de la cuenca del Tajo, a lo sumo valoraciones sobre zonas concretas (González Cordero 1999a). Recientemente, y a propósito de la zona interior del Tajo, empezamos a conocer trabajos en los que existe una reconstrucción ambiental de los paisajes neolíticos (V y IV milenio cal BC, sobre todo) con especial referencia al estudio de faunas, antropológico y arqueopalinológico (Bueno et al. 2002).
1. Localización del yacimiento y su relación con variables “estáticas”: topografía y geología. 2. Reconstrucciones paleoambientales e inferencias de antropización del paisaje. 3. Aproximaciones económicas y paleodietéticas a partir de análisis de fauna y carpológicos. 4. Integración de otras evidencias simbólicas.
La escasez de datos paleoambientales en Extremadura era debida a la ausencia de contextos de clara ocupación neolítica, pero aún así no han existido intentos para contextualizar las presencias neolíticas dentro de un entorno y establecer consideraciones de evolución del paisaje. Si acaso se han publicado algunas aproximaciones al aprovechamiento económico del medio que no pueden establecerse como un punto de inicio para inferir un determinado comportamiento territorial de estas primeras sociedades productoras.
VII.1. Yacimientos y variables estáticas: topografía, geología y edafología. Son muchas las maneras en las que tenemos documentada la presencia de las sociedades productoras: desde monumentos megalíticos a espacios de poblamiento, se muestra una amplia variedad de emplazamientos situados en virtud de usos, actividades económicas e ideológicas que se acoplan con dificultades a una tipología de sitos. Por ello, puesto que luego abordaremos el estudio del megalitismo, nos centraremos en aquellos lugares de hábitat que se reconocen a lo largo de la zona de estudio.
Desde luego hay que hacer constar, que realizar un estado de la cuestión implica en gran medida superar visiones simplistas del territorio e introducir en la explicación todos aquellos materiales que a través de los datos procedentes tanto de excavación como de prospección permitan abiertamente inferir la relación individuo-medio con sus consiguientes repercusiones económicas, ambientales y conceptuales. Es por ello que el enfoque que debe primar en el estudio del paisaje es el de analizar las propias actividades económicas que tenemos registradas en los diversos yacimientos, tanto directa como indirectamente, como recurso válido de comprensión del medio. En ningún caso pretendemos introducir una perspectiva paleoeconómica estricta, únicamente valorar dentro de un contexto adecuado una importante información económica y tecnológica que remite obligatoriamente a un medio humanizado donde existen espacios marcados por su funcionalidad y que se “cosen” a través de redes de intercambio. El nexo que se pretende introducir en el análisis del medio es fundamentalmente cultural; es decir, las relaciones hombre-medio se analizan en tanto éstas se vinculan irremediablemente a un trasfondo paisajístico.
La tipología de yacimientos ha visto incrementados sus casos a lo largo de la historia de la investigación del Neolítico en este espacio, desde los primeros trabajos de A. González Cordero (1993; 1996). Se observaba una tendencia general a la ocupación de abrigos, que se veía únicamente corregida por la presencia de algunas cerámicas impresas en los poblados del área de Plasenzuela y Los Barruecos. El aumento del número de sitios que se han dado a conocer en zonas como La Vera o Campo Arañuelo ofrecen una mayor variedad de elementos para juzgar los patrones de asentamiento, corrigiendo en cierta medida la distorsión que se había provocado en los momentos iniciales de la investigación en los que las cuevas y abrigos predominaban significativamente. Son algunos los inconvenientes a tener en cuenta a la hora de abordar el estudio de las pautas de asentamiento de las sociedades neolíticas. En primer lugar existe un conocimiento diferencial de los elementos de análisis: mientras que única-
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En otros sitios la presencia de niveles arqueológicos más recientes, como hemos comprobado en Los Barruecos y el Cerro de la Horca, pudiera estar enmascarando artefactos pertenecientes a estas primeras sociedades agrícolas. Incluso en prospección la parquedad de los fragmentos recogidos en algunos yacimientos impiden proponer otra datación más precisa que la “prehistórica”.
mente tenemos un yacimiento que podemos encuadrar dentro del Neolítico Medio y hay pocos testimonios de Neolítico Final, tenemos un nutrido elenco de sitios de los momentos más tempranos de la secuencia, que predominan de un modo abrumador ante cualquier estadística. Con ello, únicamente podemos conjeturar ante la posibilidad de que existan variaciones o permanencias a la hora de comprender la plasmación territorial de la secuencia.
Por otra parte, a la hora de establecer una tipología de sitios debemos contar con datos referentes al tipo de uso del espacio, lo que no siempre es posible, sólo así podrían discriminarse los sitios con una verdadera vocación de hábitat y los destinados a cubrir funciones más específicas. Ello motiva que, como no hemos dejado de señalar en otros trabajos, el acercamiento al paisaje de las primeras sociedades productoras no sea más que introducir aquellos sitios de los que tenemos una cierta seguridad cronológica, en un esquema general de explicación en el que tratamos de relacionar variables geográficas entre sí.
En segundo lugar, debe tenerse en cuenta que la toma de datos no procede de una prospección intensiva de todo el territorio objeto de estudio, sino a lo sumo de zonas concretas como el batolito de Plasenzuela o La Vera. Por otro lado tenemos amplios vacíos comarcales en los que no conocemos el poblamiento neolítico o las presencias son tan reducidas y ambiguas que falsearían notablemente la realidad y cualquier ensayo de explicación global. Zonas más aisladas como el Norte de Cáceres o la Sierra de San Pedro apenas cuentan con datos de prospección intensiva, pero cuando ha habido un esfuerzo consciente para la detección de poblamiento se ofrecen datos interesantes que hablan de cierta densidad de poblamiento.
A ello hay que añadir que no pueden utilizarse como referentes aquellos sitios para los que apenas contamos con pocas cerámicas impresas o algún otro tipo de indicador complementario. Cerámicas típicamente neolíticas tenemos a lo largo de multitud de yacimientos de la provincia: un fragmento de boquique en el Avión de Trujillo (Rubio Andrada 1999), un fragmento de cerámica impresa en el Cerro de las Retuertas en La Vera, un fragmento decorado del Cerro del Acebuche, fragmentos sospechosos de abrigos de la zona del Cercado de la Lapa en Brozas, geométricos sin que conste ningún tipo de asociación cerámica en la Muralla de Valdehúncar, incluso un fragmento de boquique en las excavaciones del cerro de San Cristóbal en Logrosán (Rodríguez Díaz et al. 2001) junto a otros fragmentos lisos. Todos ellos, por citar un nutrido elenco de sitios, son yacimientos susceptibles de pertenecer a una cronología neolítica, pero que en definitiva, y a falta de evidencias más sólidas no podemos incluir en las reflexiones generales que realizamos sobre el poblamiento. A lo sumo son una prueba de la movilidad territorial de estas sociedades o de lo efímero de su paso por un paisaje salpicado de eventos.
Es el caso de La Vera, donde las prospecciones de A. González Cordero, dadas a conocer por nuestros trabajos (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001), ponen de manifiesto la extensión de hábitats neolíticos al aire libre en buena parte del territorio prospectado. Pero sin duda es el factor geomorfológico el que juega en contra de la detección de yacimientos y puede crear distorsiones a la hora de establecer conclusiones de índole más general. Ya hemos repetido en varias ocasiones (Cerrillo Cuenca 1999a: 58; González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001: 22) que la identificación de ocupaciones neolíticas en geomorfologías concretas puede obedecer a un factor favorable a la identificación de sitios, frente a otros ambientes que ofrecen peores cualidades de cara a la conservación de las evidencias y por tanto potencian el arrasamiento de estructuras y materiales. A este respecto, y como ejemplo más notorio, hay que decir que la zona central de la provincia de Cáceres, el complejo esquisto-grawáquico no favorece la formación de suelos potentes y por tanto no es un lugar óptimo para la conservación de algún tipo de estructura. Las amplias llanuras pizarrosas de la penillanura, sistemáticamente aradas y deforestadas, son hoy un auténtico impedimento para reconocer evidencias arqueológicas de época incluso histórica y ello es un obstáculo para generar modelos de interpretación. Quedará la duda razonable, en tanto nunca se contará con el universo de la muestra, sobre la extensión real del poblamiento y su diversificación.
Aún así no puede tratarse con una actitud pesimista el análisis de poblamiento y puesto que conocemos zonas con ciertas densidades de yacimientos llega el momento de establecer un análisis lo más adecuado a las evidencias que poseemos y cotejarlas con los datos de zonas próximas. En la actualidad, y como modo de organización más básico, tenemos dos elementos diferenciales para organizar la información: de un lado los asentamientos al aire libre y los emplazados en cuevas o abrigos.
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Figura 37. Distribución de yacimientos al aire libre y en cueva en la provincia de Cáceres este tipo de enterramientos en momentos ya calcolíticos hablaría en favor de esta hipótesis. Volviendo a esta diferenciación básica tenemos los dos consabidos tipos de yacimiento: asentamientos en cuevas y abrigos y al aire libre.
Ya hemos hablado en otras ocasiones de la contemporaneidad de ambas manifestaciones (Cerrillo Cuenca 1999b: 117), que se muestra tanto por sus dataciones como por sus materiales arqueológicos, indicando que uno y otro modo pudieran tener vocaciones estacionales o funcionales distintas, pero la ausencia de datos de carácter paleoambiental para la mayor parte de los yacimientos y la ausencia de estructuras u otro tipo de indicadores, nos fuerzan a valorar estas distinciones dentro de lo hipotético.
VII.1.A. Asentamientos en cuevas y abrigos. La detección de los yacimientos en cueva ha sido una de las preocupaciones generales de la investigación desde sus primeros tiempos y una fase que podemos llamar “pre-científica”: exploraciones del Calerizo (Paredes 1909) e incluso excavaciones de El Conejar (Pan 1917) o Boquique (Bosch-Gimpera 1915-1920). Sin embargo las características específicas de la geología de la provincia cacereña provocan que los núcleos de formación kárstica
Recientemente Calado (2000: 40) señalaba a propósito del Alentejo, y sin perder de vista el actual territorio extremeño, que el hallazgo de cerámicas impresas y otro tipo de elementos líticos en abrigos graníticos pudiera pertenecer a la identificación de ámbitos funerarios. Las dimensiones reducidas de los abrigos y la perduración de
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Figura 38. Corte topográfico de El Conejar.
segunda (Algaba et al. 2000: 33) no son suficientemente definitorios, por sus descripciones generales, pues únicamente se mencionan cerámicas lisas con pastas similares a las de Maltravieso. Incluso, tras las excavaciones sistemáticas de ambos lugares no parece existir ningún indicio de otro tipo de materiales que no sean de la Edad del Bronce, impresión que confirma El Conejar, donde una parte pequeña de los materiales exhumados se pueden situar sin problemas en el Bronce Final.
sean muy raros y por tanto el uso humano de las cuevas. Las dos grandes manchas calizas de la penillanura cacereña, el Calerizo de Cáceres y el de Aliseda (Gurría y Sanz 1979), son los únicos resquicios notables exceptuando las pequeñas cuevas calizas de Castañar de Ibor, algunas de las cuales son endo-kársticas. Si a ello unimos que el calerizo de Aliseda está cristalizado y hay una ausencia de sedimentación, el resultado es que las grandes cuevas, verdadera pauta de asentamiento para las comunidades neolíticas de zonas bien conocidas de la península, son muy escasas.
Por otro lado la presencia de granos de cereal en la cueva y la abundancia de molinos de granito estaría hablando de un hábitat más o menos establecido, independientemente de que en cualquier intervalo de tiempo pudiera haber servido de necrópolis. A lo largo de las cuencas del Tajo y el Guadiana, el modelo de yacimiento en cueva parece decantarse por el uso funerario, como lo atestiguarían Nossa Senhora das Lapas (Ooesterbeek 1993) o Caldeirão (Zilhão 1992), junto a escasos fragmentos de cerámica cardial en Escoural (Araújo 1995) de difícil situación funcional. El mismo ejemplo, pero con un uso no funera-
Hoy por hoy, sólo conocemos dos entornos calizos donde se haya detectado poblamiento neolítico en la provincia de Cáceres; la cueva de El Conejar y la cueva de la Escovacha (Romangordo). Hemos desechado las cuevas de Maltravieso y de Santa Ana, pese que algunos autores (Algaba et al. 2000: 67-68) se habían decantado por incluirlas dentro de la secuencia neolítica. Los materiales de la primera se encuadran en un único momento de Bronce Medio (Cerrillo Cuenca et al. e.p.) y los de la
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excavara Enríquez (1986) en la cueva de la Charneca, abrigo de pequeñas proporciones, aunque en cuarcitas.
rio, estaría repetido en el interior peninsular con cuevas como las de La Vaquera (Zamora 1976; Estremera 1999) o el Aire de Patones (Fernández-Posse 1980), y en latitudes más meridionales como en las cuevas del Agua y de Monesterio (Enríquez 1996) sin salir de Extremadura, que no harían sino repetir el mismo tipo de ocupación que el de las de Santiago de Cazalla (Acosta 1986). Sin embargo este aprovechamiento de cuevas calizas resulta tan testimonial en nuestro caso que no puede relacionarse con un modelo ligado a una zona concreta sino más bien a un episodio anecdótico de ocupación de cavidades.
Figura 40. Modelo digital del entorno del abrigo de Atambores mostrando su ubicación. Generalmente, como ocurre en Boquique, Peña Aguilera y Atambores los abrigos se localizan a media ladera, donde la caída de bloques es más acusada, y ofrecen distintas orientaciones. En Boquique la entrada del abrigo se orienta en dirección SE, en Peña Aguilera hacia el S y en Atambores se observa una clara orientación hacia al Norte, al resguardo de la Sierra.
Figura 39. Ejemplo de hábitat en cueva, en este caso se muestra El Conejar en el sinclinal que se localiza en las proximidades de Cáceres.
En el reborde Sur de la Meseta Norte se han dado a conocer nuevos yacimientos que parecen repetir este mismo patrón, son los casos de los yacimientos del Tranco del Diablo (Santonja et al. 1985: 21; Fabián 1995: 154) o La Covacha de Valdesangil (Fabián 1995: 154).
Sí resulta más numeroso el grupo de yacimientos en abrigos graníticos. Siendo el más conocido el caso de Boquique, a él se le unen Atambores y Peña Aguilera, que como ya avanzásemos, pudieran desempeñar otro tipo de función que no fuera la necesariamente habitacional. A propósito de Atambores, tenemos indicios en las zonas aledañas al abrigo de la existencia de poblamiento, muy alterado por el abancalamiento agrícola, pero que pudiera ser en gran medida complementario de estos abrigos. Por lo que sabemos este tipo de ocupación de abrigos no tiene muchos paralelos fuera de la provincia de Cáceres, quizás debido al escaso número de trabajos realizados. Únicamente las menciones de Calado (2000: 40-41) parecen dejar entrever que los mismos patrones son detectados en el Alentejo. En el caso de la provincia de Badajoz y gracias a la información de Santiago Guerra Millán, sabemos de la existencia de pequeños abrigos graníticos en la zona de La Serena con indicios de poblamiento y cerámica impresa. Quizás el mismo tipo de ocupación sea el que
El reconocimiento del poblamiento al aire libre se nos ha ofrecido, sin embargo en la investigación más reciente. Hasta que no se dieron a conocer datos como los de la comarca de La Vera o la de Campo Arañuelo, los únicos referentes eran las excavaciones del Cerro de la Horca y Los Barruecos, con problemas de base distintos, a ellos habría de unirse la publicación de Cerca Antonio, conocido en la bibliografía anterior como Cerro Soldado, y noticias aisladas de poblamiento en torno al valle del río Alagón, concretamente en Oliva de Plasencia.
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Figura 41. Un ejemplo de poblamiento al aire libre. Corte topográfico del yacimiento de Cerca Antonio.
Volviendo a la penillanura cacereña, algo similar puede apuntarse para yacimientos como Cerro de la Horca, Castillejos II en el entorno Plasenzuela o Los Barruecos. El ejemplo más característico es el de Cerro de la Horca, puesto que sus excavadores únicamente recogieron materiales de filiación neolítica en el sector B (base) del yacimiento calcolítico (González Cordero et al. 1988). Aunque sin embargo, la posición sobre los granitos, confiere al yacimiento una posición elevada con respecto al entorno pizarroso que se extiende al Sur entre el batolito de Plasenzuela y la zona montañosa de Montánchez.
VII.1.B. Ocupaciones al aire libre. Podemos hacer varias distinciones en torno a la ubicación general de estas estaciones al aire libre. En primer lugar destacan aquellos cerros levemente resaltados sobre el terreno circundante, que sin llegar a ejercer un dominio real estratégico sobre el entorno se manifiestan como una ligera elevación. Responderían a este esquema varios de los yacimientos veratos como Cerca Antonio o Capichuelas. En el caso de poblamiento más notable, Cerca Antonio, las evidencias de hábitat, cerámicas y elementos de molienda, se distribuyen en un área amplia que ocupa gran parte del cerro, sin que podamos determinar si realmente obedece un momento sincrónico en el que se habita toda la parte superior o si por el contrario se nos están ofreciendo distintos periodos de uso del espacio a lo largo de un tiempo prolongado.
Mientras que en Castillejos II los materiales arqueológicos aparecían disgregados dentro de un revuelto estratigráfico provocado por las construcciones calcolíticas (González Cordero et al. 1991: 19); en Los Barruecos contamos con intervenciones arqueológicas y documentación de estructuras que, al menos para el nivel más anti-
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Figura 42. Localización de los yacimientos de El Conejar y Los Barruecos en su ambiente geomorfológico. guo, pueden servir para establecer algún tipo de consideración adicional.
neolíticas, al menos en los primeros momentos de su secuencia. Será muy necesario seguir trabajando en excavaciones para poder relacionar de un modo más concreto aspectos funcionales y sistema de poblamiento. Es el caso también de los yacimientos situados en laderas de elevaciones de más o menos entidad, en este punto podrían encajar perfectamente los materiales recogidos en la ladera de la Sierra de Zarza de Montánchez, que hemos denominado como Atambores II, y en la misma ubicación que podrían situarse los abrigos que se hallan repartidos por el entorno.
En efecto, las estructuras documentadas a lo largo de las campañas de excavación 2001 y 2002, nos hablan de un espacio destinado al almacenamiento de productos perecederos y el establecimiento de al menos una estructura de combustión, posiblemente dedicada a la preparación de recursos alimenticios. Si a ello unimos que las estructuras parecen haber sido realizadas en distintos momentos y la ausencia clara de un suelo de ocupación, puede aventurarse la hipótesis de la movilidad de las sociedades
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Figura 43. Yacimientos neolíticos en torno al batolito de Plasenzuela, dentro de su ambiente geomorfológico en el Guadiana por V. Gonçalves (2002) son extraños dentro de la zona que estudiamos. Podemos citar el caso de Canchera de Lobos, como anecdótico. Sin duda la especial configuración hidro-geográfica de la zona tendría mucho que decir: relativa ausencia de cauces de agua regulares, y sobre todo la fuerte pendiente que se genera en torno a las corrientes principales de agua en gran parte de la provincia de Cáceres.
El segundo esquema corresponde a los yacimientos situados en zonas de ribero, en las propias márgenes de los ríos, y en aquellas zonas en las que los cursos se encajonan en el terreno formando amplias pendientes. De los yacimientos que conocemos podríamos incluir aquí el de Cañadilla, dado a conocer por A. González Cordero (1999a) y el de los Cerros de Mingo Martín, en una posición predominante sobre el curso de un pequeño caudal. Los yacimientos ligados al control de cursos de agua, y con una excepcional proximidad, esquema que estamos conociendo muy bien gracias a los trabajos desarrollados
Recientemente se ha localizado un nuevo yacimiento bajo las aguas del pantano de Valdecañas, en las proximidades
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de la localidad de El Gordo, junto a la provincia de Toledo. Allí se adivina un pequeño asentamiento relacionado con la proximidad de los cursos de agua. Ello plantea otro problema de reconocimiento de este patrón de hábitat: Cáceres es la provincia que cuenta con mayor número de kilómetros lineales de costa interior y se traduce en la existencia de grandes superficies de pantanos artificiales que pueden haber supuesto la desaparición de una buena parte de la evidencia próxima a estos grandes cursos de agua.
de Castillejos II domina visualmente las zonas pizarrosas que se extienden en la vertiente Este del río Tamuja.
La situación de los yacimientos en el paisaje, su topografía, no es sin embargo la única variable a tener en cuenta. La geología es de notable interés para el estudio de las pautas de poblamiento neolítico. La propia configuración geológica de la provincia cacereña, como ya hemos señalado es de una gran simpleza: elevaciones cuarcíticas generadas en el terciario, la gran plataforma pizarrosa que ocupa buena parte de la provincia y los batolitos graníticos que emergen en amplias zonas del territorio. A ello podríamos unir otro tipo de unidades geomorfológicas más específicas, tales como sistemas kársticos, rañas y enclaves de margas que son minoritarios con respecto a los demás, pero que tienen su relativa importancia.
Al Norte del Tajo se mantienen estas variables también desde el Oeste hasta La Vera. En el comienzo del Valle del Ambroz tenemos el yacimiento de Boquique, que aunque se trate de un abrigo, se sitúa sobre las elevaciones graníticas de Valcorchero, al Norte de Plasencia y por tanto de un control sobre las vegas que el Ambroz genera a su paso por la localidad placentina. Lo que probablemente favorezca la combinación de uno y otro entorno.
El emplazamiento de los abrigos de Atambores y del yacimiento al aire libre responde a los mismos patrones geológicos, anteriormente comentados, que por otra parte son excesivamente similares al pequeño abrigo de Peña Aguilera. La extensión se ampliaría si tuviéramos en cuenta los yacimientos que deliberadamente hemos rechazado, como los de Brozas o Trujillo.
Los yacimientos sobre granitos tienen su continuación en las zonas de Campo Arañuelo y La Vera. En el primer caso, los yacimientos de Cañadilla o Canchera de Los Lobos gozan de la ya consabida localización sobre granitos, junto a los que podríamos situar otros como Monjas de Berrocalejo, de donde proceden algunos fragmentos de cerámica característicamente neolíticos. El caso del yacimiento de El Gordo en el pantano de Valdecañas se podría agrupar aquí, por la proximidad de algunas emergencias graníticas en las inmediaciones, si bien el sustrato geológico en sentido estricto está formado por margas terciarias. En el segundo grupo hay que destacar, puesto que la comarca verata es un gran escalón de formación metamórfica previo a las elevaciones cuarcíticas de Gredos, que la totalidad de los yacimientos documentados tienen su soporte geológico sobre los granitos.
El grupo de yacimientos más representado es el de los situados sobre rocas metamórficas, granitos generalmente, de diversos tipos, orígenes y estructura. En estos batolitos se localizan las muestras más evidentes de poblamiento. Al sur de la penillanura cacereña tenemos el gran batolito que de un modo disperso conecta la rivera de Araya con el extremo suroriental de la provincia, y es en este lugar donde se ha documentado el mayor número de yacimientos de la zona. Desde el de Los Barruecos, que hoy por hoy podemos señalar como el más occidental de la comarca, hasta los de Atambores en la Sierra de Zarza de Montánchez y por tanto pertenecientes al gran bloque elevado de Montánchez. Existe una relativa monotonía de la localización del poblamiento, únicamente rota por algún yacimiento esporádico como El Conejar. La basculación de la penillanura cacereña hacia el Oeste hace que la altitud de los yacimientos sobre el nivel medio del mar experimente ciertas variaciones, pero en cualquier caso muestran una elevación natural sobre el complejo esquisto-grawáquico definido por Gómez Amelia (1985).
La edafología actual de estos suelos suele ser la de pardomerdionales sobre granitos, que bajo criterios actuales no permiten un adecuado cultivo, si bien no hay que olvidar que en muchas ocasiones se pueden localizar en las inmediaciones de los yacimientos otro tipo de recursos que pueden resultar más favorables. Tales son pequeñas masas de agua producidas por la evacuación de alteritas en determinadas zonas, o líneas de fractura geológicas sobre granitos que, por su impermeabilidad, tienden a recoger el agua que se vierte en las proximidades. No hay que descartar tampoco que la presencia de zonas de metaformismo de contacto pueda servir como un punto de referencia, tanto por la presencia de fuentes en las inmediaciones de ellas como por la relativa calidad del terreno.
Dentro de este entorno geológico podemos situar además los yacimientos de Plasenzuela, ubicados siempre en los rebordes del batolito. En el caso del Cerro de la Horca, este se ubica en el extremo sur de la formación granítica, en contacto con un área extensa y llana de metaformismo de contacto, dominando un amplio entorno únicamente roto por la elevación del bloque de Montánchez hacia el Sur. En el extremo contrario, en el Norte, el yacimiento
Afortunadamente contamos con análisis polínicos para las ocupaciones antiguas de este tipo de yacimientos, lo
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de este tipo de terrenos, puesto que se carece en las inmediaciones de suelos profundos de origen sedimentario como los que se poseen en la cuenca del Guadiana. La evidencia de cultivo de cereal en Los Barruecos, sitio con escasa vocación agrícola, es un argumento para cuestionar la visión actualista de las zonas de aprovisionamiento en ciertos yacimientos.
que sin duda permitirá evaluar de un modo más positivo su inserción dentro del medio físico y el aprovechamiento que de él realizan las sociedades que lo habitan, estos aspectos serán comentados ampliamente más adelante. El Conejar continúa siendo un caso atípico dentro de este modelo que aparenta estar bien definido. Su localización en el sistema kárstico cacereño responde a otro tipo de consideraciones. La primera de ellas es en apariencia lo prolongado del uso de estas cavidades, desde los momentos finales del Paleolítico, que se adivinan en las manifestaciones gráficas de Maltravieso (Ripoll et al. 1999) hasta el episodio de ocupación epipaleolítica que se ha documentado en la propia cueva de El Conejar. Lo cierto es que podemos hablar de un modelo de cierta antigüedad y continuidad durante las primeras fases neolíticas.
En este último espacio, de grandes posibilidades agrícolas, sólo parece detectarse un grado de asentamiento estable a partir de finales del IV milenio cal BC, como han demostrado los trabajos de Enríquez (1988; 1990a) en diversos puntos de la Cuenca del Guadiana. No parece, al menos a partir de las excavaciones de Castillejos (Fernández Corrales et al. e.p.), El Lobo (Molina 1980) y Araya (Enríquez 1988), que este tipo de poblamiento en llano junto a corrientes de agua tenga un origen en momentos antiguos de la secuencia. Ello se hace más patente en los yacimientos de las áreas de Mérida y Badajoz donde el poblamiento de Neolítico Final parece enfocarse en virtud de un control más decidido de la explotación agrícola del terreno. Estrictamente no puede valorarse este hecho en términos de una mayor carga demográfica sobre el territorio que impulse a la búsqueda de un sistema más estable de poblamiento, puesto que en todos estos poblados carecemos de datos paleobotánicos y faunísticos que relacionen la actividad del hombre con el medio.
El aprovechamiento agrícola real de esta zona es muy limitado: los suelos se han producido por la lixiviación de la base caliza dando lugar a las arcillas de descalcificación que generan un suelo de escasa profundidad y poco apto para la agricultura. Estos suelos continúan siendo catalogados en la actualidad como poco aptos para otra actividad que no sea la de explotación de pastos. La presencia por otra parte de las elevaciones cuarcíticas de la Sierra de la Mosca en el entorno, podría suponer el aprovechamiento de los recursos cingéticos en las inmediaciones. Aún así no es descartable la práctica de la agricultura en este entorno, con la presencia de algunas charcas y regatos relacionados con las corrientes kársticas que recorren la zona. No hay que olvidar que ciertos episodios estratigráficos, aquéllos que han producido la carbonatación de parte del sedimento de la cueva pueden tener su explicación en la existencia de corrientes de agua en estas cavidades, algo que además tenemos documentado en manuscritos, hoy inéditos, del siglo XVIII.
El caso atípico de Los Barruecos sería hoy por hoy el único ejemplo en el que la ocupación parece prolongarse más allá del Neolítico Antiguo. Respecto a los demás yacimientos evidencian una discontinuidad importante durante momentos más avanzados del V milenio cal BC, es decir a partir de la cultura material no se detecta una perduración del hábitat después de este punto cronológico. Cabe la duda de que el yacimiento de Capichuelas en La Vera pueda relacionarse con estas fases de Neolítico Medio, las cerámicas lisos halladas en superficie no parecen tener una relación directa con los materiales típicos del Neolítico Antiguo, pero tampoco hay elementos más característicos de ubicación cultural que microlitos y laminitas con doble escotadura.
La conclusión es que resulta complejo establecer otro modelo predominante que no sea el del asentamiento en batolitos graníticos, como se ha documentado en otras zonas del Alentejo (Calado 2000; Diniz 2001a; Gonçalves 2002) y al que también parecen corresponder los escasos datos que conocemos del límite Sur de la Meseta Norte, como es el caso de la Peña del Bardal (Gutiérrez Palacios 1966) o el Cerro del Berrueco (Maluquer de Motes 1958). Por lo que hoy sabemos, aparenta ser un modelo de poblamiento de nueva creación, puesto que en los sondeos realizados en los yacimientos de Cerro de la Horca y Los Barruecos, no parece haber un establecimiento previo, y que a su vez guarda relación con los compases iniciales del Neolítico, proceso que por el momento tenemos datado en el tránsito del VI al V milenio cal BC, aunque pueda tener sus raíces a lo largo del VI milenio cal BC. Es difícil valorar una vocación agrícola
Por tanto, podríamos considerar el yacimiento de Azután como un testimonio de asentamiento, al menos en lo que se refiere a su nivel habitacional (Bueno et al. e.p.), previo a la construcción del monumento, en zona de valle, llana, abierta y que controla el discurrir del Tajo. Quizás la misma suerte pudo correr el dolmen de Guadalperal (Leisner y Leisner 1960), en el que según la excavación de Obermaier pudo existir un nivel de ocupación también infratumular (Bueno 1991, González Cordero 1993). Ello pone en aviso sobre la existencia de un poblamiento aún por valorar y que podría tener una datación relativa
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paleobotánica, de ahí que únicamente hayan podido realizarse intentos de aproximación que tuvieran como base la perduración de modos de explotación actuales y sus probables orígenes prehistóricos. Es necesario referirse a un breve trabajo de Harrison (1996), basado en parte en los resultados de análisis polínicos efectuados en ambientes lacustres de la provincia de Huelva (Stevenson y Harrison 1992). Para este autor, la dehesa podría entenderse como un elemento clave a la hora de explicar el desarrollo de determinadas sociedades prehistóricas de zonas como Extremadura (Harrison 1996: 363). Este autor suponía que era un medio que podía explotarse con un escaso equipamiento material, a lo que podría unirse la estabilidad del ecosistema, cuyo aprovechamiento estaba relativamente exento de factores exógenos que pudieran suponer un desequilibrio (Harrison 1996: 366). Además la existencia de recursos es muy variada y su aprovechamiento es relativamente cómodo (Stevenson y Harrison 1992: 227-228; Lewthwaite 1982: 222).
de Neolítico Medio. Los escasos documentos que poseemos no permiten realizar valoraciones sobre el comportamiento de estas unidades habitacionales, las variaciones con respecto al poblamiento anterior y ni siquiera las pautas generales de poblamiento. Ya hemos señalado por otra parte como tenemos un único yacimiento de Neolítico Final representado por algunas unidades negativas (fosas) en Los Barruecos, aunque fuera de este caso no poseemos más indicios de poblados que podamos fechar en estos momentos. Quizás ello se deba al enorme peso de indicación cultural que recae sobre las cazuelas carenadas, que se han detectado en prospección. Tenemos constancia por lo pronto de dos yacimientos en los que las cazuelas carenadas conviven con los platos de borde almendrado. El primero de ellos es el ya publicado de Sierra de la Pepa (González Cordero et al. 1991), donde se observa una ligera elevación del hábitat sobre el resto de los yacimientos de la zona de Plasenzuela. El segundo de ellos es el localizado en Alcuéscar, en el cambio de vertientes entre el Guadiana y el Tajo, con el nombre de Cerro Pelao (Cerrillo Martín de Cáceres et al. e.p.) que se localiza en un emplazamiento más elevado, con una posible línea murada y con un deliberado control sobre el medio circundante. Cabría hacer apreciaciones sobre el cambio de los modelos de poblamiento entre los yacimientos del Neolítico Final y los de los primeros momentos del Calcolítico, pero actualmente no resulta posible dadas las escasas certezas que tenemos para adscribir yacimientos a uno y otro periodo cultural.
Aunque estas propuestas se basan en la explotación de este medio boscoso, que está bien atestiguada por comparativas etnográficas actuales, no parece probable que la explotación de este tipo de bosques haya estado en relación directa con lo propuesto por Harrison y Lewthwaite en sus trabajos. Por mi parte parecería simplista aceptar la dehesa como único sistema de explotación, aunque tampoco es descartable que a lo largo del periodo que estudiamos la explotación de los bosques se haya realizado de un modo similar. Por estas razones recurriremos a los análisis polínicos que se han comenzado a realizar en los últimos años en la provincia de Cáceres por J. A. López Sáez en los yacimientos del Cerro de la Horca y Los Barruecos y los que se han desarrollado en otros ámbitos dolménicos como Azután (López y López e.p.), Valle Pepino y Huerta de las Monjas (López 1994) y el dolmen del Tremedal (RuizGálvez 2000). Los estudios arqueopalinológicos en Extremadura eran hasta fecha reciente escasos, y fundamentalmente se habían centrado en etapas ya proto-históricas (Grau et al. 1998; Yll 2001), por lo que en parte los datos resultan de difícil extrapolación a nuestro ámbito temporal. Recientemente se ha dado a conocer un trabajo de síntesis sobre la evolución de la vegetación en la Baja Extremadura (Vázquez Pardo et al. 2001), ámbito de cierta proximidad, sin embargo los datos que presenta para el periodo que nos interesa están derivados del estudio de zonas más lejanas como el Atlas, Portugal y los países nórdicos, por lo que no juzgo muy fidedigna el tipo de reconstrucción climática que proponen.
Por el contrario, antes que variaciones significativas, habría que hablar de pervivencias, la explotación humana del batolito de Plasenzuela, en un proceso diacrónico bien estudiado y avalado por dataciones calcolíticas (González Cordero et al. 1991), se establece (Cerrillo Cuenca et al. 2002) al menos, en el V milenio cal BC y continuará hasta los comienzos del II milenio cal BC con la presencia de elementos campaniformes. De igual modo el poblamiento de Los Barruecos parece atestiguar estas impresiones, con una estratigrafía en nuestros cortes que abarcan prácticamente la misma dinámica de poblamiento que conocemos en toda la extensión del batolito de Plasenzuela, e incluso la prolongan hasta la mitad del II milenio (Cerrillo Cuenca et al 2004.). VII.2. Reconstrucciones medio-ambientales. Las reconstrucciones del medio vegetal son de sumo interés para observar los cambios que produce la actividad humana sobre el paisaje. Extremadura es sin embargo una de las regiones peor conocidas desde la óptica de la
En muchos yacimientos se carece de un registro polínico, sobre el que aventurar una evolución de las masas vegeta-
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les. En el caso de El Risco (Yll 2001), las muestras tomadas de los niveles culturalmente calcolíticos eran estériles. Así pues hasta la fecha los únicos pólenes adscritos a la Prehistoria Reciente eran los que P. López realizara en los dólmenes de Valle Pepino en la necrópolis de Santiago de Alcántara y Huerta de las Monjas en Valencia de Alcántara, excavados por P. Bueno (1994). En el caso de la necrópolis de Santiago de Alcántara, estos monumentos se podrían entender ya dentro de un desarrollo plenamente calcolítico, pese al posible reconocimiento de una tendencia antigua que los situara en torno al 3000 cal BC (Bueno 1994: 90), mientras que para el de Huerta de las Monjas es posible proponer una cronología de IV milenio cal BC (Bueno 1991). Sea como fuere, lo cierto es que en ambos casos los análisis polínicos hablan de un clima templado en el que se desarrolla un bosque aclarado con predominio de los pastos, producidos por una intensa actividad antrópica (Bueno 1994: 98-100). En ambos casos parecen existir corrientes de agua próximas a los dólmenes, sin que ello ofrezca una característica más relevante que la ya expresada.
Sin salir del ámbito dolménico, las excavaciones realizadas en los monumentos de Montehermoso han procurado una nueva reconstrucción paleo-ambiental del medio en el que se erigió el monumento de El Tremedal (RuizGálvez 2000). Durante la excavación de este yacimiento se obtuvieron tres muestras de carbón que sitúan su uso durante los inicios del IV milenio cal BC, más una tercera que se emplaza ya en el VII milenio cal BC. Para completar el panorama de estudios medio ambientales hay que hacer referencia a los análisis polínicos de Los Barruecos. Éstos fueron tomados durante las campañas de 2001 y 2002 en los cortes 1 y 2, procurando así una reconstrucción general de toda la evolución ambiental del yacimiento, conscientes de la importancia que alcanzaría como referencia para el resto de yacimientos de la Prehistoria Reciente en la cuenca del Tajo. Se recogieron así las siguientes muestras: Nos centraremos aquí únicamente en el análisis que ha efectuado recientemente J. A. López Sáez para los niveles neolíticos del yacimiento, realizando un breve comentario de la evolución de la vegetación a lo largo del III y II milenio cal BC. En la misma línea se sitúan los análisis palinológicos de los niveles de base del yacimiento de Cerro de la Horca, que en el momento de redacción de este trabajo se encuentran en prensa (López Sáez et al. e.p.).
Otros estudios polínicos proceden de la excavación del dolmen de corredor de Retamar III en Alcántara, cuya excavación desarrollara Cleofé Rivero. Por lo que se sabe (Guillén Oterino 1982) durante la excavación del monumento se tomó una única muestra a –1,60 metros de profundidad que ofreció la particularidad de la presencia de castaño. Al no existir documentación más precisa sobre el proceso de excavación, ni un listado completo del resto de palinomorfos que se reconocieron, este dato queda un tanto aislado y ofrece poca información arqueológica más que la curiosidad de la presencia de esta especie en una zona hoy semi-árida como la de Alcántara.
Las muestras más antiguas contextualizadas, muestras de la 1 a la 5, proceden de las estructuras documentadas en el corte 2, que se pueden relacionar con una única muestra tomada en el perfil O del corte 1, UE 115, donde se documentó la presencia aislada de materiales neolíticos. Estas muestras están contextualizadas por las dos dataciones de C14 obtenidas en el yacimiento. La primera apreciación que podemos hacer es de tipo climático, pueden contextualizarse dentro del periodo Atlántico y por tanto dentro de un clima más térmico y húmedo, que quedaría reflejado en los recuentos de palinomorfos efectuados.
Sin salir del mundo funerario, es inevitable referirse a los análisis polínicos del dolmen de Azután, situado en una posición cercana al Tajo y bastante próxima a nuestro ámbito de estudio. Las excavaciones realizadas por P. Bueno han permitido la reconstrucción polínica asociada a todas las etapas del monumento, lo que supone el análisis un total de 13 muestras, algunas de las cuales aparecen ya contextualizadas por fechas de C14. Es interesante señalar que las muestras proceden tanto de la cámara del dolmen como de una ocupación infratumular del mismo, pudiéndose trazar así una verdadera reconstrucción paleoambiental en el momento previo a la construcción del monumento y su momento de uso.
Los pólenes arbóreos hablan de un bosque semiadehesado de encinas (Quercus ilex type) en porcentajes que oscilan entre el 25 y 30%. También es muy destacable la presencia de acebuche (Olea europaea) en los recuentos en porcentajes muy significativos. La presencia de esta especie estaría relacionada con su aparición en los bosques mediterráneos por las condiciones de mayor humedad que se experimentan desde el Atlántico (Blanco et al. 1997: 54).
Estos indicios suponen ya una base consistente sobre la que dibujar una economía agrícola y ganadera como se ha expuesto en un trabajo reciente (Bueno et al. 2002; Bueno et al. e.p.).
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Muestra
Campaña Corte Contexto
1 2 3 4
2002 2002 2002 2001
2 2 2 1
5
2001
2
Hogar Base del silo 2 Bajo recipiente cerámico Perfil O, sobre nivel de ocupación Base del silo 1
Posición crono-estratigráfica Fase I (6080±40 BP) Fase I Fase I Fase I Fase I (6060±50 BP)
Tabla 8. Muestras polínicas obtenidas en el Neolitico Antiguo del yacimiento de Los Barruecos.
y se experimenta una disminución hacia el estrato 2, fechado ya en el III milenio Cal BC (Figueiral y Terral 2002), caso que como veremos a continuación tampoco difiere mucho de los ejemplos de Los Barruecos.
Esta peculiaridad se refuerza con la aparición de especies igualmente termófilas como la jara (Cistus ladanifer) y el lentisco (Pistacia lentisco). Problamente estas especies compusieran lo que se ha venido denominando maquía, matorral alto y espeso de cierta densidad (Tomaselli 1982: 74) teniendo en cuenta las altas concentraciones polínicas registradas en las muestras analizadas, formando bosques muy densos con suelos negruzcos y húmedos provocados por la escasa incidencia de la luz solar (Charco 1999: 243). La humedad del clima vendría además determinada por la presencia de pastizales higrófilos de Cyperaceae en concentraciones relativamente altas.
La presencia de acebuche en los yacimientos peninsulares de este periodo es perfectamente constatable. En el caso de las cuevas andaluzas se ha llegado a proponer el control de este tipo de recurso arbustivo en la alimentación de las sociedades neolíticas (Pellicer 1987), notándose su aumento a partir de los datos antracológicos durante el Neolítico (Vernet 1997: 144). Peña-Chocarro ha planteado una cuestión similar (Peña-Chocarro 1999: 131-132) a partir de la presencia de huesos de frutos en los niveles más antiguos de la cueva de los Murciélagos de Zuheros y la cueva del Toro. Esta autora plantearía un doble uso, por un lado la obtención de combustible a partir de esta especie y por otro la recolección de los frutos como parte de una dieta de subsistencia. Un doble aprovechamiento del acebuche ha sido también propuesto por E. Badal (1999) para las cuevas neolíticas de la zona valenciana, admitiendo que su consumo podría llevarse a cabo por el ganado ovicaprino y lanar, y en menor medida por el vacuno dada su composición química, aunque sin descartar su uso potencial como combustible (Badal 1999: 74).
La asociación de Oleae europaea y Pistacia lentisco estarían indicando de un modo muy claro la presencia de un matorral termófilo que aún hoy en día perdura en algunas zonas de la cuenca mediterránea (Vernet 1997: 124; Charco 1999: 236), especialmente en la variante cálida de las zonas húmedas y sub-húmedas (Quezel 1982: 27). En cuanto a los aspectos de su localización, las zonas rocosas y arenosas son las que potencialmente admiten este tipo de arbustos (Charco 1999: 235). Una situación que además también refrendan los resultados del análisis del Cerro de la Horca. Centrando la atención en el acebuche, debemos decir que su presencia es relativamente importante en los niveles prehabitacionales del dolmen de Azután, lo que ha llevado a plantear una hipotética intervención del hombre sobre las maquías de acebuche (Bueno et al. 2002: 7475). Sin embargo, la “domesticación” del olivo no es apreciable botánicamente hasta el I milenio cal BC, como se ha puesto de relieve (Buxó 1997: 283; Vernet 1997: 124).
El aprovechamiento de la encina es igualmente posible, pero ha generado un menor número de trabajos en la literatura arqueológica reciente, exceptuando los ya comentados trabajos de Harrison (1996), Stevenson y Harrison (1992) y Lewthwaite (1982). Hablando en términos de fitosociología es interesante destacar la presencia de estos bosques esclerófilos en convivencia con la maquía de acebuche. No hay que olvidar que el Quercus ilex es la especie mejor representada en los actuales bosques del bosque luso-extrematurense.
Sea como fuere debemos señalar que en el yacimiento de Buraca Grande en Portugal la aparición de grandes masas, se fecha desde momentos anteriores a la neolitización
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Enrique Cerrillo Cuenca
Figura 44. Diagrama polínico de Los Barruecos mostrando la secuencia neolítica del yacimiento (modificado a partir de una figura original de J. A. López Sáez). muestran una incidencia porceltualmente por debajo de ese límite, lo que no puede interpretarse únicamente como una ausencia de cultivos (López Sáez et al. e.p.)
Las actividades económicas quedan igualmente representadas de un modo directo en los recuentos polínicos, lo que sin duda es interesante comparar con los estudios faunísticos realizados y las muestras obtenidas en el análisis de fitolitos del molino de la estructura de combustión. La combinación de los resultados de estas analíticas estaría hablando a favor de una economía relativamente consolidada de producción. El elemento más notorio es la presencia de polen de Cerealia en concentraciones bajos, aunque según los análisis y la interpretación de J. A. López permiten pensar en una producción consciente del cereal desde los momentos más antiguos de la secuencia habitacional de Los Barruecos. Buena prueba de ello es la aparición de palinoformos relacionados con la aparición de malas hierbas de cultivo, como pueden ser Cruciferae, Rumex acetosa y Rumex acetosella, si a ello relacionamos que está bien documentada la presencia de pequeños incendios de la masa forestal a través del hongo Chaetomium, estaríamos en condiciones de admitir una intervención discreta sobre las masas boscosas destinada a favorecer la extensión de los campos de cultivo. Estos datos vienen a indicar la existencia de una agricultura de rozas en la cual la masa boscosa va perdiendo entidad a favor de las necesidades del grupo humano que puebla el entorno.
Las evidencias de ganadería también están someramente representadas en los análisis polínicos. De un lado por la presencia de hongos coprófilos que vendrían a suponer la presencia de ganados más o menos estabulados en el entorno (type 55 y Cercophora sp), datos que se avalan con el reconocimiento de pólenes como los de Chenopodiaceae/Amaranthaceae, Plantago lanceolada y Urtica dioica. Por lo general la presencia de palinoformos de especies de nitrófilas, es en este periodo concreto muy poco relevante, lo que permitiría admitir una escasa antropización del medio, que unido a la densidad de las masas boscosas permitiría hablar de una actividad productora incipiente, aunque todavía de baja intensidad. VII. 3. El consumo alimentario de especies animales y vegetales entre las primeras sociedades productoras del Tajo: una aproximación VII.3.A. Faunas.
La aparición de Cerealia, superior al 5% en casi todas las muestras de Los Barruecos, es suficiente para admitit su cultivo local (Diot 1992). No obstante, en el Cerro de la Horca, las muestras analizadas en la ocupación neolítca
Los estudios faunísticos son aún escasos en la región, se poseen datos abundantes para las faunas de hábitats de la
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Edad del Hierro, y algunos más recientemente para el II milenio cal BC, pero siguen siendo aún deficitarias las reconstrucciones en yacimientos neolíticos y calcolíticos. Los análisis más completos realizados se refieren al Cerro de la Horca en Plasenzuela, Castillejos I en Fuente de Cantos, Los Barruecos y El Conejar. Sin embargo, tomaremos como referencia aquellos análisis realizados en la cuenca del Tajo que engloben la evolución faunística entre el Neolítico Antiguo y el Calcolítico. Destaca el caso de El Conejar, donde tras las excavaciones y una labor de relación general de las faunas documentadas entre las campañas de 1916 y las de 1981 y 1982-1983 es posible asociar algunas especies a ocupaciones ya epipaleolíticas.
De El Conejar también existen estudios de fauna efectuados por Castaños Ugarte, sobre las excavaciones de 1981 y 1982-83, este autor, debido a la interpretación de la cavidad como Bronce Final (Cerrillo Martín de Cáceres 1983; Sauceda 1984) continúa considerando la cavidad como perteneciente a esta etapa cultural. La barrera más evidente para considerar una cierta sincronía con la evolución cultural del yacimiento es el propio revuelto estratigráfico al que se ha visto sometido el sitio. Resulta significativo de cualquier modo que las cinco especies domésticas por excelencia (caballo, vaca, cabra y oveja, cerdo y perro) estén presentes entre las muestras obtenidas en la fauna. Estos datos son tomados de un trabajo de Castaños Ugarte, publicado en 1991, que a su vez son completados con otros que el mismo autor da a conocer en un trabajo posterior (Castaños 1998: 66-67), donde se efectúa una cuantificación de especies. De un total de 181 huesos se estableció una población de 27 mamíferos perfectamente individualizados, pertenecientes a 12 especies diferentes. Hay que destacar además la presencia de un hueso de un ave no identificada.
Los primeros datos de faunas prehistóricas proceden de la exploración que hiciera Ismael del Pan en El Conejar, y que reproducimos a continuación. Es interesante compararlas con las realizadas con posterioridad por P. M. Castaños con los materiales procedentes de las campañas de 1981 y 1982-83, porque muestran ausencias y presencias culturalmente reveladoras. También llama la atención la descripción de piezas en las brechas óseas de la cavidad, circunstancia que se corroboró a lo largo de las campañas de 2000 y 2001, aunque son de difícil contextualización cronológica y cultural. Según las descripciones de Del Pan (1917), las especies identificadas son las siguientes:
Comparando las especies identificadas por Del Pan y por Castaños, obtenemos la siguiente tabla, en la que puede observarse que hay un mayor número de especies representadas en los estudios más recientes. Faltan únicamente dos especies representadas en los análisis de 1916 que no figuran en los modernos. La primera de ellas es la cabra, que en los análisis de Castaños puede incluirse en el grupo genérico de ovicaprinos, lo que no representaría más problemas que el de la identificación precisa del taxón o su consideración dentro de este grupo amplio. La otra especie es el lobo, que aparece únicamente en el trabajo de Del Pan, representado por un premolar procedente de la brecha ósea. Contrariamente hay que destacar como las especies básicamente domésticas (cerdo, perro, oveja y bovinos domésticos) no aparecen representadas en las descripciones de I. Del Pan, aunque sí en las recientes, este hecho hace pensar de algún modo en la existencia en una localización diferencial en las zonas o niveles de excavación. Teniendo en cuenta que conocemos con precisión las áreas excavadas en las campañas de la década de 1980, y que no hay indicaciones precisas en los trabajos antiguos respecto a los lugares de exploración, no podemos relacionar las zonas de excavación para comprobar si efectivamente existe concordancia entre los lugares intervenidos. De cualquier modo la remoción que ha sufrido la cavidad, al menos desde 1916 impide cualquier tipo de correlación.
“Stenogyra decollata.- (abundante en las capas superficiales). Unio littoralis. -(Valvas sueltas y rotas generalmente). Lynx pardellus Miller. -(Cuatro caninos de animal adulto, que proceden de una brecha huesosa de las paredes del fondo). Canis lupus L. -(Premolar inferior de un adulto, extraído del lugar donde aparecieron los restos de lince) Equus caballus L. -(Diente completo de la mandíbula superior y trozos de molares. Proceden de las capas más inferiores entre las exploradas) Cervus elaphus L. -(Un calcáneo y dos falanges, un metacarpiano y la cabeza superior de una tibia. Proceden del mismo lugar que la especie anterior) Bos sp. -(Falange y metacarpiano) Orictolagus cuniculus Cabrera. -(Abundantes restos de huesos largos y mandíbulas) Lepus timidus. -(Tibia) Rupicapra pyrenaica Bonaparte?. -(Un metacarpiano fracturado. Procede de las capas más profundas entre las exploradas) Capra ibex Asso -(Ramas de mandíbula con la dentición. El eje óseo del cuerno de una hembra) Homo sapiens L. -(Premolar e incisivo de la mandíbula inferior, parte superior de un esternón y un fragmento de cráneo)”
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Enrique Cerrillo Cuenca
Especie Caballo Bovino dom. Ovicaprino Cerdo Perro Uro Ciervo Conejo Liebre Gato montés Tejón Zorro
Ad. 2 2 1 2 2 1 2 1 1 1 1
Juv. 1
NMI 3 2 2 5 2 1 3 2 2 1 1 3
1 3
1 2 1
2
Restos 31 15 20 28 16 3 36 7 8 2 1 14
Tabla 9. Fauna de El Conejar según Castaños Ugarte (1998) (Ad = Adultos, Juv = Juveniles).
Especie Lince/Gato montés Lobo Zorro Tejón Conejo Liebre Uro Ciervo Caballo Cabra Bovino doméstico Ovicaprino Cerdo Perro
Del Pan (1917) ● ●
● ● ● ● ●
Castaños (1991) ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ● ●
Tabla 10. Comparativa entre las especies animales de los estudios de I. del Pan (1917) y P. M. Castaños (1991).
Un argumento a favor, es que Castaños (1998: 65) considera excepcional la presencia del caballo en los yacimientos de la Edad del Bronce, entre los que cita como tal a El Conejar, pero también el hecho de que a partir del estudio de la dentición de los caballos pueda verse en éstos una reminiscencia de ejemplares paleolíticos (Castaños 1991: 43). Por último una visión global de los datos hace ver que la asociación de équidos a las cronologías absolutas que se obtuvieron en la brecha superior durante la campaña de 2000, y como la presencia de estos tipos faunísticos está plenamente atestiguada en el yacimiento de Barca do Xerez Baixo (Almeida et al. 1999) en fechas de VIII milenio cal BC. Son pues, demasiados los datos que
Ello parece más claro, al indicar Del Pan que las especies no domésticas como el ciervo, el caballo y la rupricapra pyrenaica proceden de las “capas más profundas entre las exploradas” (Pan 1917). Momentáneamente esta afirmación deja abierta la posibilidad de la existencia de una cierta sucesión estratigráfica a la hora de efectuar la exploración del yacimiento por este autor, aunque en el resto del artículo no se hace ningún tipo de mención a un orden estratigráfico, pero tampoco a una industria lítica sobre cuarcita asociada a estos restos faunísticos. Esta fauna, en su conjunto guardaría más relación con especies no domésticas que con una verdadera ocupación ya neolítica o calcolítica de la cavidad.
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
sos como la Cova de l’Or o asentamientos mesolíticos portugueses.
hacen suponer que cuando se produce la intervención en la cavidad a lo largo de 1916, se completa la excavación de un nivel epipaleolítico que no ha llegado hasta nuestros días más que fosilizado en una parte de la brecha superior.
Los bivalvos continentales están representados por una única especie, es el Unio sp, del que se recogieron durante las excavaciones 21 fragmentos distintos. Este tipo de molusco se localiza en lagunas y corrientes de agua que posean ciertos aportes de calcio, lo que hace un poco difícil su localización en terrenos próximos. De cualquier modo para los autores de este estudio, la aparición de esta especie dentro del contexto arqueológico es sin duda un aporte antrópico, ya sea intencionado o casual. Además se recogieron numerosos fragmentos (128) identificados como bivalvos continentales cuyo género no ha podido ser determinado.
Los rasgos más notables de esta especie según Castaños (inédito) son la presencia de protoconos poco desarrollados, pliegue caballino poco marcado y muralla externa poco cóncava, que le llevan a considerar caracteres arcaicos, pero la escasez de restos impide especular acerca del estado de domesticación de esta especie. Respecto a los lépidos cabe decir, que éstos también se hallaban atestiguados en la zona de excavación de la brecha inferior de El Conejar durante las campañas de 2000 y 2001. Estos datos, sin llegar a ser completamente resolutivos estarían hablando de una economía de depredación de signo y reminiscencias paleolíticas. Hasta el momento el estudio de la malacología de El Conejar permanecía inédito. Sólo las breves referencias en un trabajo de ámbito cronológico general a estos estudios (Castaños Ugarte 1991) y los antiguos estudios de I. del Pan sobre la fauna y la malacogía de El Conejar eran los únicos datos disponibles. Una vez más el encuadre cronológico erróneo de El Conejar, dentro del Bronce Final hacía muy difícil valorar este tipo de restos en un contexto económico adecuado, pero sin duda es el revuelto estratigráfico de la cavidad el elemento que nos hace plantearnos si los moluscos han sido consumidos como recurso complementario de una economía de producción o si por el contrario responden a una estrategia de sociedades de cazadores-recolectores. Este estudio fue llevado a cabo en 1992 por M. González Fernández del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid y J. F. Jordá Pardo del área de Ingeniería GeoAmbiental del Instituto Tecnológico GeoMinero de España, y por el momento no ha sido publicado.
Especie
Número de fragmentos Recogidos
GASTERÓPODOS Rumina decollata BIVALVOS MARINOS Pecten sp. Cardiidae indet. BIVALVOS CONTINENTALES Unio sp. Bivalvia indet..
9 3 2 28 128
Tabla 11. Malacología de El Conejar. Sin lugar a dudas lo que resulta más sorprendente es el hallazgo de bivalvos marinos, que sólo son propios de zonas costeras, éstos son el género Pecten sp (representado por tres fragmentos) y dos fragmentos de Cardiidae indeterminado. El Pecten está presente en asentamientos paleolíticos de la cornisa cantábrica, Gorham’s Cave, en los concheros del Muge, también en el Hoyo de la Mina, los distintos niveles de Nerja, y en la Cova de l’Or (González Fernández y Jordá Pardo, inédito). Todavía más extraños resultan los dos fragmentos de cardiales indeterminados, sólo en un fragmento se han hallado posibles impresiones de este molusco, lo que puede plantear otra paradoja. Según los autores del estudio: “estos moluscos (los bivalvos marinos) tuvieron que ser transportados desde las costas atlánticas o mediterráneas”. (González Fernández y Jordá Pardo, inédito).
Los restos malacológicos se encuadran en tres categorías: gasterópodos, bivalvos continentales y bivalvos marinos (González Fernández y Jordá Pardo, inédito). Los gasterópodos están representados por 9 ejemplares completos de Rumina decollata, especie terrestre adaptada a terrenos calcáreos y que suele habitar dentro de cuevas. Esta especie plantea el problema de que es relativamente común y encuentra en la formación kárstica del Calerizo el ambiente ideal para su desarrollo, aún así no faltan ejemplos de esta especie en otros asentamientos de períodos diver-
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Enrique Cerrillo Cuenca
Especie
Nivel Nivel I Super. Equus caballus 1 1 1 Bos taurus 4 2 Ovis aries/ Capra hircus Sus domesticus 2 Canis familiaris Cervus elaphus Capra pyrenaica 1 Sus ferus 2 Meles meles 8 Oryctolagus cunniculus Lepus capensis Total 9 3
Nivel II
Nivel III Nivel IV Nivel V
N.R.
Porcentaje
8 19
2 17 22
3 36
8 24
3 38 107
1% 12,7% 35,7%
15
8
39
14 1
2 2
10
1
22
2 1 12
4
79 1 13 2 3 3 46
26,3% 0,3% 4,3% 1% 1% 1% 15,3%
2 56
2 84
1 96
5 300
1,6% 100%
52
Tabla 14. Distribución de especies por niveles en Los Barruecos (campañas 1986-1988) según Castaños (1991: 21). Los valores de las cuatro últimas columnas han sido corregidos, debido a un error tipográfico de la publicación.
Taxón Bos sp. Ovis aries Ovis aries/capra hircus Capra hircus Sus sp. Oryctolagus cunniculus Lepus granatensis Cervus elaphus Mauremys caspica Total identificado Sin identificar Total estudiado
NR 33 6 74 3 87 16 7 6 1 233 505 738
% 14 2,5 32 2 37 7 3 2,5 0,5 100 (68,5)
NMI 7 3 9 3 11 8 3 2 1 46
% 15 6,5 19,5 4 24 17 6,5 4 2 100
46
100
Peso (gr) 887 438 232 67 423 12 10 95 2 2166 618 2784
% 41 20 11 3 19,5 0,5 0,5 4 100 (22)
Tabla 15. Relación general de restos, número mínimo de individuos y peso, de las especies faunísticas de Los Barruecos (campaña 2001) según A. Morales (inédito), datos preliminares en Cerrillo Cuenca et al., e.p.
Desde entonces son ya dos los yacimientos de la provincia de Cáceres con los que contamos con estudios de faunas. Podemos referirnos a la muestra analizada en los asentamientos calcolíticos del entorno de Plasenzuela, concretamente de los yacimientos del Cerro de la Horca, Cabrerizas y Castillejos. El estudio de fauna realizado por Castaños Ugarte (1992) no establece la vertebración en niveles que publicase A. González Cordero, sin embargo
muestra una división entre los cortes establecidos en la base del cerro (B), Ladera (L) y Meseta (M). Este hecho dificulta que podamos diferenciar con nitidez el desarrollo ganadero de una y otra etapa, aunque los resultados pueden ser indicativos de determinadas estrategias globales de aprovechamientos faunísticos. Los demás yacimientos muestran ya un desarrollo completamente calcolítico, aunque en los posteriores trabajos de este autor
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Especie
M
B
Total
Caballo
43
74
117
Bovino/Uro
45
37
82
Ovino
89
123
212
Cerdo
53
77
130
Uro
8
16
24
Ciervo
61
72
133
Cabra
1
2
3
Corzo
1
2
3
Zorro
1
1
Tejón
1
1
Conejo
7
37
44
Liebre
3
2
5
Total
311
444
755
Tabla 12. Distribución de restos identificados en los sectores M y B del Cerro de la Horca.
Especie Equus caballus Bos taurus Ovis aries/Capra hircus Sus domesticus Canis familiaris Cervus elaphus Capra pyrenaica Sus scrofa Meles meles Oryctolagus cunniculus Lepus capensis Total
Nivel I 11 60 53 1 1 2 1 16 3 148
Nivel II 2 17 22 9
Nivel III 1 10 25 17
10
2 1 2 2 8
22 2 84
68
N.R. 3 38 107 79 1 13 3 2 3 46 5 300
Porcentaje 1% 12,7% 35,7% 26,3% 0,3% 4,3% 1% 0,7% 1% 15,3% 1,7% 100%
Tabla 13. Aparición de especies faunísticas de Los Barruecos (campañas 1986-1988) por niveles según Sauceda (1991: 34)
(Castaños 1998) se realiza un estudio conjunto de la muestra como perteneciente a un único yacimiento.
Los estudios faunísticos de Los Barruecos se han realizado para las primeras campañas de excavación. Los estudios de fauna de los trabajos de I. Sauceda fueron realizados también por P. M. Castaños Ugarte, aunque no consta sobre qué campañas de excavación, imaginamos que proceden de las realizadas entre 1986 y 1988. Este informe ha sido publicado en dos artículos, por una parte I. Sauceda (1991: 34) presenta una evolución faunística del yacimiento estructurada en las tres fases de ocupación del
En el caso de los cortes de la ladera (L) no ofrecieron ninguna información faunística relevante por lo que se excluyeron del estudio de la muestra. Por esta razón únicamente recogemos aquí los datos procedentes de los sectores M y B.
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Enrique Cerrillo Cuenca
Taxón Bos sp. Ovis aries/capra hircus Sus sp. Total
NR 1 2 6 9
% 11 22 66 100
NMI 1 1 2 4
% 25 25 50 100
Peso (gr) 2 23 25
% 8 92 100
Tabla 16. Fauna reconocida en la Fase I, junto con el número general de restos, número mínimo de individuos y peso, según A. Morales (inédito), resultados preliminares en Cerrillo Cuenca et al. e.p.
los niveles más modernos del yacimiento. El cerdo doméstico fluctúa con varios valores entre los niveles V y II, para desaparecer totalmente hacia el I.
sitio. Estos datos según se deduce de su artículo son parciales estando pendientes en el momento de su publicación el estudio global del yacimiento. Como ya apuntamos, el nivel I pertenecería a un desarrollo inicial del Calcolítico, mientras que el II y el III, se enmarcarían dentro de un Calcolítico Pleno y un momento campaniforme respectivamente (Sauceda 1991: 34-36).
Respecto a las especies no domésticas, ungulados salvajes y otros mamíferos no domésticos, hay que subrayar que no se encuentran representados por ningún individuo en el nivel más antiguo, el V. Dando paso a partir de entonces a la presencia de ciervo en los niveles del IV al II, para desparecer en el I. El conejo y la libre quizás sean los mamíferos domésticos mejor representados, los lépidos están presentes en todos los niveles del yacimiento, a excepción del último. Igualmente resulta extraña la ausencia del jabalí en todos los niveles, a excepción del III, representado únicamente por dos restos. Un solo resto de esta especie se localiza en el nivel superficial, por lo que no ofrece características más relevantes que las apuntadas para este nivel.
No obstante, la presentación que realiza Castaños Ugarte (1991: 20-22) de la misma fauna debe basarse en niveles artificiales, puesto que se habla de un total de cinco niveles, sin que exista una certificación cultural de los mismos. Desconocemos además si estos datos reflejan el conjunto de las campañas realizadas en Los Barruecos o si por el contrario se refieren a datos parciales. Aunque la coincidencia de los mismos números de individuos reconocidos en una y otra, hace ver que en efecto se trata de una división en niveles distinta de la ofrecida por Sauceda. Teniendo en cuenta la excavación y su interpretación en niveles artificiales, podemos establecer una gradación con ciertos visos de ordenación temporal, que no cultural, relativa al aprovechamiento de los recursos animales en el yacimiento. Desestimaremos en este ensayo de reconstrucción el nivel superficial por la escasa información contextualizada que puede presentar, no en vano hay que tener en cuenta que el material óseo se encontraba muy fragmentado en los primeros niveles (Castaños 1991: 20). Tomando como elemento comparativo las especies domésticas y su distribución por niveles observamos el siguiente comportamiento por especies.
Los estudios faunísticos realizados en este mismo yacimiento en la campaña de 2001 varían sustancialmente los resultados obtenidos en las anteriores. En esta ocasión los análisis fueron realizados por A. Morales (inédito) y los comentarios posteriores se basan en un informe inédito cuyos resultados parciales están pendientes de publicación. Se analizaron únicamente los materiales provenientes del corte 2, ya que los del corte 1 habían sido alterados por la remoción de tierras realizada durante la II Edad del Hierro. En el corte 2 se recogió material faunístico de todas las unidades positivas, a excepción de las arqueológicamente estériles.
El caballo no aparece representado más que en el nivel III, probablemente dentro de una cronología calcolítica, como lo demuestran otros yacimientos de la región como el cerro I de Castillejos, donde se documenta el caballo en estado inicial de domesticación (Castaños 1994). El comportamiento de los bovinos domésticos ocupa todo el desarrollo del yacimiento, experimenta un declive en el nivel IV, recuperándose en el III para continuar hasta los niveles superficiales. Los ovicápridos en cambio ofrecen una tendencia muy distinta, imponiéndose claramente en
El material que se presenta aquí es el asociado a la única estructura que habíamos excavado hasta el 2001 en la Fase I, UE 117, cuyo material faunístico se recuperó en la cubierta del silo, salvo una única pieza dental que se recogió en su interior. Aún se encuntran pendientes de análisis algunas esquirlas de hueso que aparecieron en los bordes de la estructura de combustión de la campaña 2002, UE 133, que apenas sobrepasan la media docena. Los huesos recuperados en esta fase del yacimiento son
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
VII.3.B. El consumo de especies vegetales.
muy escasos y no permiten una reconstrucción faunística, que se une a la indeterminación sobre el status doméstico o salvaje de las especies identificadas. Un análisis más completo podrá consultarse en un trabajo aún en prensa sobre el medio en Los Barruecos, presentado al III Congreso de Neolítico en la Península Ibérica (Cerrillo Cuenca et al. e.p.), donde se recogen además datos sobre fases más recientes.
Uno de los mayores avances en el estudio del Neolítico en la cuenca del Tajo es el de la posibilidad de conocer las especies vegetales consumidas por las sociedades que estudiamos. Paralalemente, los análisis palinológicos, carpológicos y de fitolitos permiten un conocimiento relativamente preciso del aprovechamiento paleoeconómico del medio ambiente.
Atendiendo a las divisiones que se plantean por taxones, podemos realizar un repaso a partir del informe faunístico por cada una de las especies reconocidas en el yacimiento. En cuanto al vacuno se refiere no puede asegurarse su domesticación en los momentos más antiguos, en el Neolítico Antiguo aparece una clavija ósea que impide reconocer si se trata de uro o de bovino doméstico.
Durante la campaña de excavación de 2000 en El Conejar se localizó en el sedimento removido un gran bloque brechificado con presencia de material arqueológico y carpológico, que al parecer se habría desprendido de las paredes de la cavidad, de este hecho ya ofrecimos una breve noticia en un trabajo anterior (Cerrillo Cuenca et al. 2002: 105-106). Del conjunto de semillas recuperadas del bloque carbonatado únicamente se analizaron 25. De ellas 24 resultaron pertenecer a la variedad Triticum aestivum/durum del tipo compactum, es decir trigo desnudo; en cambio un único resto de Triticum dicoccum apunta a la presencia de escanda en el yacimiento. No obstante el revuelto estratigráfico de la cavidad impide que podamos establecer de un modo definitivo la correspondencia entre estas semillas y las ocupaciones neolíticas de El Conejar.
Los ovicaprinos, con las dificultades que originan la distinción entre agriotipos y especies domésticas están documentados en todas las unidades estratigráficas. En el caso de la fase más antigua se indica en el informe de A. Morales que “la morfología del calcáneo apunta hacia la oveja y el tamaño de la pieza hacia un ejemplar de talla pequeña, si bien la ausencia de tubérculo impide averiguar si ello podría deberse a una edad temprana del propietario del hueso (...) De confirmarse tampoco estaríamos en condiciones de verficar la presencia de rumiantes domésticos en el Neolítico Antiguo” (Morales, inédito). Datos con los que no puede asegurarse de un modo fehaciente el aprovechamiento doméstico de esta especie.
Es necesario recordar que estas especies aparecen consumidas en varios yacimientos de la Península a lo largo de distintas etapas prehistóricas (Buxó 1991). El paralelo extremeño más próximo para estas variedades lo encontramos en los análisis carpológicos realizados en el Cerro del Castillo de Alange (Grau et al. 1998) donde junto a otras especies se documentaron precisamente las dos que comentamos.
Sin embargo en el arrastre documentado entre las fases I y II la oveja ya aparece claramente con ejemplares esbeltos que representarían posiblemente a hembras o a ejemplares subadultos.
Hay que señalar que a lo largo de los distintos momentos del Neolítico peninsular existe una tradición en la acumulación de semillas en cuevas y abrigos, entre los que resulta obligado referirse a los análisis que Hopf (1966) realizara en la Cova de l’Or, pero también a las que se documentaron durante la excavación del Buraco de Pala en Mirandela (Sanches 1996: 12) o las 16 semillas de trigo recogidas en la Balma de Margineda (Guilaine y Martzluff 1995). Más recientemente (Arias et al. 2000: 120) se ha datado la presencia de semillas en la zona Norte de la Península, concretamente en Kobaederra, con la presencia de Hordeum vulgare en un nivel antiguo del depósito en el que las propias semillas han ofrecido una datación de V milenio.
El cerdo, sus sp., plantea problemas de identificación para discernir su domesticación, y en el caso de Los Barruecos (Morales, inédito) cuando tal reconocimiento es posible, suele tratarse de la variante silvestre: el jabalí. Una situación similar se refleja en el Caldeirão (Rowley-Conwy 1992: 235). Los suidos están representados en todas las fases del yacimiento en porcentajes de aparición desiguales. Hablando en términos generales es curioso resaltar el predominio de especies fundamentalmente juveniles. En la fase I los huesos recogidos de Sus sp. son mayoritarios, sin embargo es imposible deducir mucho más. Parece evidente la presencia de dos individuos distintos y a juzgar por una dentición es probable que se trate de un individuo adulto/sub-adulto. Esta pobreza de material se comprueba además en el arrastre entre las fases I y II.
La aportación más reciente al conocimiento de la agricultura en el interior peninsular procede de la cueva de la Vaquera, donde se ha documentado la presencia de Triticum durum/aestivum, trigos desnudos, cebada y algunas
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Enrique Cerrillo Cuenca
Muestras M-1
M-2
Referencia Residuos sobre molino barquiforme
Indicadores Interpretación -Almidones característicos de bellotas (Quer- Harina gruesa de bellota (Quercus cus.sp.) y de cereales tipo Triticeae. sp.)
Sedimento
-Fitolitos de gramíneas y esqueletos silíceos Procesado de cereales. Se ha idende cubiertas de cereales, algunos caracterís- tificado cebada (Hordeum vulgare) ticos de cebadas (Hordeum vulgare)
-Fitolitos de gramíneas y esqueletos silíceos Procesado de cereales. Se ha idende cubiertas de cereales, algunos caracterís- tificado cebada (Hordeum vulgare) ticos de cebadas (Hordeum vulgare)
Tabla 17. Resultados de los análisis de fitolitos, según Juan y Matamala (inédito), resultados preliminares en Cerrillo Cuenca et al. (e.p.).
a contextualizar bastante bien el punto de situación cronológico y el paleoambiente que encuadra a las muestras. La muestra 1, procedente de la superficie del molino (Juan y Matamala, inédito) ofreció almidones característicos de bellotas, fitolitos de gramíneas y esqueletos silíceos de cereal, de los que fueron reconocidos algunos pertenecientes a Hordeum vulgare. Por el contrario la muestra 2, únicamente ofreció la presencia de cebada (Hordeum vulgare).
leguminosas (Rojo y Estremera 2000: 87; López García et al. 2003: 253). Esta escueta mención plantea únicamente que la economía de producción en el interior debía ser ya patente en la transición del VI al V milenio cal BC, tal y como lo atestiguaría la datación de la fase I de la Vaquera (Estremera 1999). Documentada esta tradición de acumulación de cereal en cuevas durante el Neolítico Antiguo en toda la zona peninsular, y posiblemente en El Conejar, me centraré en el análisis de los datos que aporta la excavación de Los Barruecos en sus niveles neolíticos. Ya hemos avanzado con anterioridad como a lo largo de toda la secuencia ocupacional de este yacimiento existe polen de Cerealia en los análisis que ha realizado J. A. López Sáez.
El consumo de la cebada es común a otros yacimientos neolíticos peninsulares, recordemos el caso de La Vaquera. Si bien los análisis de fitolitos han identificado fitolitos de gramíneas y esqueletos silíceos de cereal que no pueden interpretarse únicamente como cebada, con lo cual quedaría abierta la posibilidad de cultivo de otras variedades de cereal. En cualquier caso, combinando los datos disponibles estamos en condiciones de asegurar que en las cronologías que venimos proponiendo para la ocupación de Neolítico Antiguo existe un cultivo y un consumo de cereal, bien documentado en cinco muestras polínicas distintas y dos de fitolitos.
En el caso del contenido del silo excavado en la campaña de 2001, UE 117, una muestra de sedimento fue enviada para su análisis carpológico a Ana Arnanz, del Laboratorio de Arqueobotánica del CSIC. Sin embargo, el estudio del sedimento no reveló presencia de semillas. La explicación más acertada de esta ausencia puede deberse a que el sedimento procedente de la meteorización del granito no parece ser el adecuado para documentar algún resto de semillas. Este argumento sirve para no descartar directamente la acumulación de cereal en estas estructuras.
Resulta además sugerente plantear que en el mismo entorno del que procede esta información sobre el consumo de cereal hayamos documentado estructuras de almacenamiento, que posiblemente estén en relación con la generación de un excedente necesario para perpetuar las cosechas. Ya hemos indicado que la ausencia de semillas en estas estructuras no indica su inexistencia, sino a lo sumo la dificultad de su conservación en este tipo de sedimentos. La interpretación más coherente por tanto para las estructuras excavadas en el yacimiento de Los Barruecos es que nos encontramos ante un área de actividad en el que se ha producido tanto el almacenamiento
La comprobación más evidente de la presencia de cereal cultivado deriva del análisis de fitolitos que se realizó sobre un molino y el sedimento que lo rodeaba procedentes del hogar (UE 133). Aparte de una muestra recogida de la superficie útil del molino, se recogió una muestra de tierra localizada bajo su superficie. De esta misma procede la datación absoluta de 6080±40 BP (5204-4801 cal BC) y el análisis de la muestra 5 de polínicos, que ayudan
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
como posiblemente alguna cadena del procesado del cereal para su posterior consumo. Teniendo en cuenta que no todo este proces, tal y como se ha descrito con bases etnográficas y carpológicas (Peña-Chocarro 1999), deja evidencias arqueológicas, por lo que son más evidentes aquellas actividades relacionadas con el almacenamiento y el procesado. El consumo de la harina de bellota nos pone ante una evidencia de la economía de recolección. La presencia en los niveles de Neolítico Antiguo de una buena cantidad de pólenes de Quercus ilex en concentraciones de un 1520% manifestaría la importante presencia del encinar luso-extramaturense y la facilidad de obtención de este recurso alimenticio. El consumo de la bellota en los yacimientos neolíticos del Tajo se comienza a documentar de un modo muy claro. Harina de bellota se ha reconocido en los molinos analizados en el dolmen de Azután, pero también en algunas piezas procedentes del túmulo de Castillejo en Huecas (Bueno et al. 2002: 75), en cronologías posteriores al nivel antiguo de Los Barruecos. Aunque, en el caso de el dolmen toledano (Bueno et al. e.p.) las bellotas molidas cuentan con cierta torrefacción previa, posiblemente destinada a reducir los taninos como se ha señalado (Pereira y García 2001). De cualquier modo, tampoco es descartable el uso complementario de la harina de bellota en la preparación de alimentos que tuvieran como base principal el cereal. Los resultados combinados de carpología y fitolitos, junto con los polínicos, plantearían que se tiene un conocimiento de las actividades agrícolas desde los inicios del Neolítico. Hablando en términos económicos supondría admitir la capacidad de estas sociedades de asumir estrategias de producción plenamente desarrolladas como las orientadas al cultivo del cereal. La información recuperada de los molinos de los yacimientos neolíticos del Tajo, donde es común la presencia de harina de bellota, demostraría por un lado la pervivencia de estrategias de recolección, plenamente combinadas con las anteriores, y por otro la explotación agro-forestal de un recurso tan próximo como es el de las actuales dehesas.
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VIII. CONCLUSIONES.
2000) o los trabajos desarrollados en La Velilla (Delibes y Zapatero 1996) o el Valle del Ambrona (Rojo y Kunst 1996). Los de P. Bueno y su equipo han documentado situaciones muy similares en la Submeseta Sur con nuevas dataciones absolutas y contextos funerarios claves para comprender la secuencia de las soluciones funerarias y su relación con el hábitat (Bueno et al. 1999; Bueno et al. 2002). A estos podríamos unir otros de menor entidad, pero igualmente interesantes que se han venido realizando en los últimos años en el interior y que terminarán por convertirse en la base de estudio del fenómeno de neolitización interior.
A lo largo del presente trabajo hemos tratado de realizar un ensayo de sistematización cultural de las primeras sociedades “neolíticas” de la cuenca extremeña del Tajo. Sin duda, tenemos bastantes respuestas ante una situación cultural específica que años atrás era poco susceptible de ser narrada como un hecho de carácter histórico-cultural; pero también son aún demasiadas las preguntas que quedan sin más respuesta posible que la de la propia duda. Por fortuna, estamos asistiendo a un hecho innegable: de la verdad relativa que se extrae de la superficie del yacimiento se ha pasado en los últimos años a las presunciones menos relativas que pueden inferirse de contextos arqueológicos excavados con la metodología adecuada. El escenario interior del Tajo, no escapa a estas consideraciones. Han pasado ya más de dos décadas desde que se escribiera por vez primera vez sobre aquel afortunado concepto de “Neolítico Interior”, y ha habido que esperar un poco menos para comenzar a establecer las primeras secuencias y observar divergencias significativas en el proceso de neolitización interior para considerar este espacio de la Península como un bloque homogéneo.
Los esquemas interpretativos de los mencionados proyectos se suman a propuestas de secuencias como la Jiménez Guijarro (1998) o Antona (1986) que presentan problemas a la hora de su contraste con los datos que podemos aportar. En este capítulo ofrecemos una aportación a la secuencia de poblamiento, lo que hemos denominado “el tiempo de las culturas productoras” además de una reflexión sobre una serie de procesos observados en la zona de estudio desde la aparición de las primeras estrategias de producción en el VI milenio cal BC hacia las mismas puertas del III milenio cal BC, momento en el que parece establecerse un orden socio-económico distinto, quizás muy mitificado, como es el Calcolítico.
Aun cuando el interior no deje de ser la suma de las peculiaridades geográficas que lo componen, es cierto que el estudio de la neolitización de estos ámbitos está alcanzando en este momento una cierta sincronía en cuanto a su análisis y a la formulación de las hipótesis de trabajo. De este modo, con el desarrollo de la investigación de cada uno de los “escenarios interiores”, pueden establecerse ideas con una perspectiva más amplia y reforzada cada vez más por dataciones absolutas. En definitiva, el estudio del Neolítico en los interiores peninsulares nunca ha gozado de un momento tan propicio para acometer su estudio como el actual.
Será necesario elevar la visión del proceso hasta una escala muy amplia, en la que se perderá el detalle propio de los casos particulares, pero es un ejercicio necesario para proponer elementos caracterizadores que deberán servir como referentes a estudios posteriores que realicemos en la zona.
Este momento óptimo ha fomentado la realización de nuevos trabajos en este ámbito. Los trabajos que la Universidad de Valladolid ha venido desarrollando en la Meseta, ayudando a definir cada vez mejor el origen de los primeras construcciones funerarias colectivas, acompañadas en muchas ocasiones de ocupaciones habitacionales previas, se unen al estudio de una secuencia tan rica, a la par que importante, como la de la cueva de la Vaquera en Segovia (Estremera 1999; Rojo y Estremera
VIII.1. El tiempo de las culturas productoras. A lo largo de los capítulos precedentes se ha intentado enfocar desde distintas variables, la relación entre el medio, la cultura material y las dataciones absolutas. Una vez completada esta revisión, debemos tratar de ofrecer una visión conjunta de todo el proceso en sintonía con el hilo temporal que abarca la neolitización peninsular. No
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interpretación y discutidos en cuanto a su adscripcipción cultural y tecnológica. Datos como los de la Cueva Chica de Santiago de Cazalla, Dehesilla, Cova Fosca o Verdelpino, no hacen sino añadir interrogantes en torno a la idea de una neolitización plena a lo largo del VI milenio cal BC en la Península Ibérica. No dejan de ser sorprendentes las dataciones de Neolítico Antiguo de la cueva sevillana (Acosta 1986), que situarían otro punto de neolitización más o menos completa en el VII milenio cal BC. Sin embargo, aunque las faunas documentadas en este nivel se equilibren a favor de las especies salvajes y la introducción de las domésticas sea tan testimonial como para sugerir el comienzo de una domesticación, no parece lógico que para un contexto semejante se posean dataciones tan antiguas. Especialmente en lo que se refiere a la cerámica, que a juzgar por las decoraciones se asemejan bien a otros conjuntos de materiales que se conocen a lo largo del VI y el V milenio. Sería necesario por tanto contar con un mayor número de episodios intermedios entre el nivel antiguo de la Cueva Chica y el conjunto de contextos arqueológicos peninsulares que se sitúan en torno al 5500 cal BC.
hay que perder de vista que el elemento más sólido para establecer una secuencia es el de la propia auto-crítica, sabiendo conscientemente, que se sacrifican datos e interpretaciones en aras de la uniformidad. Por lo que conocemos hoy en día, las evidencias de producción cerealística más antiguas proceden de la Cova de l’Or (Gallart y Martí 1980; Hopf 1966), donde pueden asociarse en los niveles más antiguos trigos, cerámicas y dataciones absolutas. Este dato lleva a fijar un punto en un hilo cronológico de límites poco definidos, en el que podemos asegurar que los indicadores que reflejan la presencia de una economía de producción están plenamente afianzados en un emplazamiento geográfico muy concreto de la Península Ibérica. Pero ello no es indicativo de que sea el primer foco de neolitización peninsular, ni siquiera de que efectivamente el foco de todos los procesos de neolitización del interior haya tenido su punto de partida en la fachada levantina. Las dataciones portuguesas, a las que hemos tenido ocasión de referirnos en el capítulo anterior, muestran una clara competencia con las conocidas para los contextos con cerámicas cardiales más antiguas del levante peninsular. No obstante los análisis de carácter paleoeconómico que se poseen para los yacimientos portugueses son muy parcos, podríamos citar casi de modo exclusivo los análisis faunísticos de Caldeirão (Rowley-Conwy 1992). Aunque esto no es óbice para considerar que en las mismas fechas los yacimientos portugueses no compartan con los levantinos únicamente caracteres tecnológicos, sino también sólidas evidencias de producción que hasta la fecha no parecen haber recibido la atención necesaria.
Fosca sería otro punto a tener en cuenta en cuanto en la interpretación global a escala peninsular. Al menos dos niveles neolíticos se situarían según las dataciones en el tránsito del VII al VI milenio cal BC, donde pueden asociarse cerámicas y faunas domésticas. Discutiríamos de nuevo la existencia de producciones cerámicas anteriores a las cardiales, y la presunción de que las cerámicas impresas no están necesariamente ligadas a los comienzos de la economía de producción. Igualmente refrendado por dataciones y niveles parece estar Verdelpino, donde pese a las últimas revisiones (Rasilla et al. 1996) aún quedan dudas razonables en torno a la inclusión de los fragmentos lisos y su asociación a la fecha de VII milenio cal BC.
En la zona central de la península, donde hasta la fecha se había anclado la imagen del “desierto interior”, faltan dataciones antiguas como la de Quintanadueñas (Iglesias et al. 1996), que con sus problemas, deja abierta la posibilidad de considerar la antigüedad de la presencia de sociedades neolíticas en el interior peninsular. Pero siguen faltando datos de cierta fiabilidad para asegurar esta fecha como representativa de la primera población del interior peninsular, en tanto no se conozcan mejor las condiciones del hallazgo de esta fecha y los materiales a ella asociados.
Por otra parte en varios puntos de la Península se conocen con dataciones coetáneas, yacimientos donde sólo se documentan estrategias de depredación. Este hecho fomenta que la visión que tenemos de la neolitización peninsular y sus comienzos desde una perspectiva global es la de determinados hitos que bajo la forma de yacimientos se convierten en referencias temporales y geográficas de procesos difíciles de sintetizar en intervalos cronológicos.
Si a ellas unimos las de La Lámpara, con dataciones absolutas ciertamente antiguas (Rojo y Kunst 1999; Kunst y Rojo 2000), el panorama resultante es que podemos prescindir sin mayor problema del paradigma cardial para explicar el proceso de neolitización del interior peninsular.
Más bien cabe pensar en que la adopción de las estrategias de producción se extendió de una manera caótica, desordenada y poco uniforme a lo largo de un extenso territorio como es el de Europa Occidental. No conocemos el medio por el que la agricultura se introdujo en la Península Ibérica, por lo que cuesta reconocer una situación primigenia de producción y por tanto la vertebración
A lo largo de la historia de la investigación se han ido conociendo contextos arqueológicos con problemas de
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dios del Neolítico, y suponen así un pilar para comprender la evolución de las estrategias de producción a lo largo de un hilo temporal. La relación de las fechas de la fase I con la documentación, por varias analíticas, de estrategias de producción ya asentadas, sustenta la antigüedad de estas prácticas. La realidad de una agricultura en estos momentos iniciales, da sentido pleno a la definición de “Neolítico”, que en el caso del Tajo interior únicamente se había concretado por presencias de material cerámico.
temporal del proceso. Más bien se conocen situaciones concretas en las que la agricultura se encuentra plenamente integrada en las estrategias de subsistencia, y cuando aparece nítidamente identificada puede admitirse que la práctica de la agricultura es anterior y se identifica con mayor facilidad en los momentos en los que su práctica resulta más evidente. Retornando al interior de la península, encontramos contextos arqueológicos semejantes en los que fundamentar la cronología de las sociedades productoras, las fechas de la fase I de La Vaquera (Estremera 2003: 184), las obtenidas en la sepultura de La Lámpara (Rojo y Kunst 1999), en la Fase I de Los Barruecos (Cerrillo Cuenca et al. 2002) o La Velilla (Delibes y Zapatero 1996), aseguran la presencia de poblamiento neolítico en el interior peninsular a lo largo del tránsito del VI al V milenio cal BC, pero de ahí tampoco puede derivarse que el poblamiento neolítico interior tenga su inicio en este punto concreto. A lo sumo podríamos argumentar que cuatro contextos distintos ofrecen dataciones absolutas que garantizan que a lo largo de un espacio amplio se están dando situaciones culturales semejantes. Podemos marcar sin ningún problema el fin del VI milenio cal BC y los comienzos del V como un punto en el que las sociedades que habitan en los territorios del interior peninsular han tenido acceso aquellos rasgos tecnológicos que se han venido reconociendo hasta la fecha como neolíticos y éstos no son otros que el desarrollo de las prácticas agrícolas y el conocimiento de la tecnología cerámica, a lo que deberíamos unir los conocimientos propios de la domesticación de especies animales.
Del mismo modo podemos asegurar que desde el fin del V milenio cal BC se implanta bajo diversas formas nuevas concepciones de la vida y de la muerte, ligadas a arquitecturas y enterramientos colectivos, pero que en ocasiones no suponen ninguna ruptura aparente con los modos de explotación del medio. Y así hasta la llegada del III milenio, cuando la aparición del metal, del trabajo del cobre fuerza a contemplar un paso más en la serie de logros culturales que se identifican tradicionalmente como indicadores de un nuevo “estadio” cultural. A partir de ahora realizaré una propuesta cronológica, que no encerrará otra cosa que las impresiones del estudio del material arqueológico y la relación de este con el medio físico en el que se encuentra, y todas las variables que a él queramos unir. VIII.1.A. El momento previo: las estrategias de depredación. Parece adecuado iniciar nuestro repaso en la cueva de El Conejar, donde las dos dataciones que conocemos sitúan un uso habitacional de la cavidad en el VIII milenio cal BC. Son muchos los problemas que tenemos para identificar yacimientos epipaleolíticos en el interior peninsular, testimonios como los de Segovia (Jiménez Guijarro 2001a), El Níspero (Corchón 1988-89), remiten a un interior habitado por grupos con estrategias de depredación muy completas que explotan el medio de un modo sistemáticamente organizado y con una gran variedad de recursos. Quizás se haya dado poca relevancia a este conjunto de sitios, aunque hoy por hoy parezca claro que debieron ser la base poblacional previa a la introducción de las estrategias de producción.
Aún hoy los yacimientos que cuentan con análisis de tipo paleoeconómico en el interior peninsular son muy pocos. De La Vaquera (Rojo y Estremera 2000) se ha presentado únicamente un breve avance que demuestra la práctica de agricultura y ganadería, completados recientemente con los de la monografía (Estremera 2003: 200), donde se certifica la presencia de algunas ovejas. Algunos análisis faunísticos (Bellver 2002) proceden de los niveles infratumulares de La Velilla. Una perspectiva interesante es la que recientemente se ha obtenido de los ámbitos funerarios del Tajo, tras los análisis paleoambientales del Castillejo de Huecas y Azután (Bueno et al. 2000; Bueno et al. e.p.), que enlaza la economía propia de las sociedades productoras con este tipo de manifestaciones monumentales.
Ya hemos visto como el tópico del desierto interior de la Península Ibérica durante el Postglaciar había comenzado a salvarse en época muy reciente y gracias a trabajos de arte rupestre y estudio de yacimientos. La Dehesa (Fabían 1986), la cueva del Níspero (Corchón 1988-89), El Parral (Jiménez Guijarro 2001b), Estebanvela (Ripoll et al. 1999; Ripoll y Muñoz 2003) y El Conejar (Cerrillo
En Extremadura los análisis paleoambientales de yacimientos de la Prehistoria Reciente son aún muy parcos. Los que se han realizado sobre el yacimiento de Los Barruecos, poseen el interés de englobar distintos episo-
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radical la posibilidad de que procedan del contexto más antiguo. En todo caso la presencia de sílex demuestran cuando menos la movilidad de estos grupos dentro del territorio o la interacción con otros grupos asentados en las zonas donde la obtención de este material sea posible. De ese modo sería posible pensar que desde el Postglaciar se está favoreciendo la existencia de redes de intercambio que fomentan la circulación de este tipo de materiales alóctonos entre los grupos que habitan la penillanura cacereña.
Cuenca et al. 2002) son la prueba más palpable de un poblamiento de finales del Paleolítico Superior y comienzos del Epipaleolítico, no bien estudiado pero que va adquiriendo consistencia a partir de el estudio de materiales. Las únicas dataciones conocidas, las de la cueva cacereña, suponen el punto de partida para comenzar a establecer relaciones entre los contextos conocidos. La cultura material de El Conejar es sintomática de lo que debió ser el tiempo de las culturas epipaleolíticas del interior. Con una industria ampliamente dominada por el desarrollo de cadenas operativas bien estereotipadas, el uso de la cuarcita local y sus modos de talla remiten claramente a los mismos contextos arqueológicos que se conocen para todo el Sur de la Península, cuyo estudio es hasta la fecha muy reciente. Cantos trabajados unifacialmente y bifacialmente, núcleos prismáticos que presentan talla bipolar y láminas obtenidas por este procedimiento, son los delatores culturales más claros que poseemos. El principal inconveniente es que, como muchos autores han señalado ya, este tipo de talla de la cuarcita cuenta con un dilatado uso a lo largo de toda la Prehistoria Reciente y en contextos claramente neolíticos e incluso calcolíticos. Su dispersión por distintos puntos de la secuencia neolítica extremeña es también evidente en los casos de la Fase I de Los Barruecos o el yacimiento de EL Lobo (Molina 1980). De ahí que no podamos dotar al “languedocense” de una atribución cultural precisa y sea únicamente cuando poseemos los suficientes elementos de juicio, tales como faunas y dataciones, el momento en el que podemos emplear abiertamente el término de “Epipaleolítico”.
Sin embargo, siguen faltando otro tipo de elementos de análisis como es un estudio faunístico y de tipo paleoambiental. Las faunas recuperadas en la cueva cacereña, dada la ausencia de estratigrafía para gran parte de la muestra no permiten una reconstrucción lo suficientemente precisa para plantear la naturaleza de las estrategias económicas de los grupos humanos que ocuparon la cavidad, aunque ya hemos visto, con una crítica razonable, que apuntan a elementos salvajes. De este modo hasta la fecha, la evidencia de ocupación epipaleolítica en esta zona de la península se reduce únicamente a los conjuntos líticos de El Conejar, que no han sido publicados con la suficiente profundidad, y dos fechas absolutas que sitúan el uso de la cavidad en la segunda mitad del VIII milenio cal BC (7449-7080 cal BC). Las posibilidades de observar una interacción entre los elementos de tradición epipaleolítica y los primeros grupos con estrategias productoras sigue siendo difícil en la cuenca extremeña del Tajo. Más de 2000 años separan el nivel epipaleolítico de El Conejar de la ocupación de Neolítico Antiguo de Los Barruecos. La serie de yacimientos portugueses, generalmente concheros, con amplias pervivencias cronológicas e industrias líticas que se encuentran bien reproducidas en los primeros contextos neolíticos, tales como Vale Pincel I (Soares 1997), Vidigal, Samouqueira, etc, sí demostrarían esa relación entre contextos sin evidencias de producción y aquellos otros que ya las poseen. Ciertos rasgos así parecen demostrarlo: únicamente incorporan la cerámica en su último momento de ocupación.
Salvando este problema de ubicación cronológica, debemos decir que el resto de las cadenas operativas que pueden adscribirse al Epipaleolítico en El Conejar son escasas láminas sin retocar de sílex asociadas a estas mismas industrias en cuarzo y cuarcita, según tenemos constancia estratigráfica en la excavación realizada en la brecha superior. La presencia residual de elementos de sílex en contextos de esta misma época está de igual modo documentada en Barca do Xerez (Almeida et al. 1999). La existencia de arte mobilar, recordemos la presencia de una placa de pizarra decorada procedente de las excavaciones de los años ochenta, remonta inevitablemente a otras zonas de la Península Ibérica donde las placas de pizarra con reticulados internos son bien conocidas en contextos magdalenienses o incluso en los primeros momentos de la neolitización.
La neolitización de esta zona de la Península debió englobar multitud de situaciones distintas, probablemente tantas como yacimientos, sin embargo la falta de datos, que no su inexistencia, no permite plantear más que algunas hipótesis de partida que deberán ser contrastadas a medida que se avance en el estudio del Epipaleolítico y la neolitización y nuevos proyectos puedan aportar datos de campo más definitorios. No conocemos el modo en el que las sociedades epipaleolíticas se involucraron en el proceso de neolitización, tampoco sabemos acerca de las con-
La industria micro-laminar y otros útiles sobre lasca que se han documentado en la cavidad a lo largo de las campañas de excavación desarrolladas en los ochenta y en la campaña de 2000 bien puede proceder de la ocupación neolítica, sin vernos obligados a descartar de un modo
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camente la ausencia de evidencia como punto de partida. Del mismo modo que nuestra visión del Neolítico Interior se ha visto superada con la publicación en la última década de un abultado número de yacimientos, habrá que esperar a que futuros proyectos de investigación aporten más evidencias y resultados sobre los últimos cazadoresrecolectores de los espacios interiores de la Península Ibérica.
diciones materiales en las que estos grupos alcanzaron la teórica barrera del VI milenio y si coexistieron, como en otras localizaciones geográficas, con grupos productores. Las pautas observadas en otros lugares de Europa, permiten suponer que la generalización de la agricultura se realizó a partir de un componente poblacional lo suficientemente desarrollado para admitir novedades tecnológicas y estrategias alimenticias. Muchos de los modelos de interpretación al uso (Zlevebil y Lillie 2000; Soares 1997), independientemente del trato que den a las vías de introducción del sistema de vida neolítico, así lo consideran.
VIII.1.B. Los primeros grupos neolíticos. Ya hemos señalado que el tránsito del VI al V milenio cal BC es la cronología segura de la documentación de estrategias de producción y presencia de cerámicas en la cuenca extremeña del Tajo. Cronología que por, otra parte, es la que ha ofrecido la datación de dos estructuras en un único yacimiento de los cuatro en los que se han realizado excavaciones arqueológicas en niveles no alterados, recordemos: Barruecos, Cerro de la Horca, Boquique y Cerro de San Cristóbal.
Convendría admitir que la documentación de hábitats epipaleolíticos en el interior de la península es cada vez más evidente y son ya algunos los casos señalados (Corchón 1988-89; Jiménez Guijarro 2001a; Cerrillo Cuenca et al. 2002). Por otra parte la conexión con el Tajo portugués debe ponerse de relieve. Es este ámbito donde a partir de las dataciones que se han recopilado se puede suponer toda una continuidad habitacional desde el VIII milenio cal BC hasta el comienzo de la neolitización (Jackes et al. 1997). No descartamos que en los próximos años comencemos a tener evidencias igual de sólidas. La documentación de arte rupestre paleolítico en tramos del Guadiana extremeño, caso de Cheles (Collado 2002), o en el propio Tajo portugués a escasos kilómetros de la frontera con la provincia de Cáceres (Baptista 1981) abre el panorama del poblamiento antiguo de un modo inédito hasta el momento.
Centrándonos en la cuestión de la aparición de las estrategias productoras, más bien parece que la extensión de las novedades neolíticas por el interior peninsular debió efectuarse por una amplia red de intercambios que lograron en poco tiempo comenzar a introducir tecnología y cultura material con éxito. Esta visión, que se adapta al modelo percolativo (Rodríguez Alcalde et al. 1996), creemos que es la más idónea para justificar la aparición de las innovaciones neolíticas en el interior peninsular, y a propósito de ello, en la cuenca del Tajo.
La importancia de estos datos se sintetiza, en nuestra opinión en tres puntos concretos, que tomaremos como punto de situación actual:
Sólo así podría explicarse la afluencia de materiales y conceptos entre las sociedades neolíticas de la zona interior de la Península Ibérica y las áreas geográficas que la rodean. El hecho de que a lo largo de las secuencias observemos afinidades tipológicas entre cerámicas y la presencia de objetos simbólicos como conchas marinas en determinados contextos, como los de Mesegar de Tajo (Villa y Rojas 1996), por citar un ejemplo de cuantos hemos referido en su momento oportuno, pone de relieve una comunidad de comportamientos culturales y de relaciones entre los grupos neolíticos del interior. La presencia de agricultura y de claras correspondencias en las cerámicas refuerza este hecho cada vez más innegable.
-La existencia de poblamiento previo a la introducción de las estrategias de producción. La documentación arqueológica entre estas dos situaciones culturales obliga a considerar la relación entre ambas antes de validar un modelo cualquiera. Se acaba así con la imagen de un interior desierto que espera la llegada de grupos neolitizados. -La evidencia de un poblamiento que posiblemente evoluciona desde un sustrato previo, y cuya presencia se dispersa por la geografía del interior peninsular.
No hay que olvidar que el Neolítico Antiguo, tal y como lo acabamos de definir no es un periodo homogéneo en sí, y está sujeto a las revisiones provisionales que puedan aportar futuros trabajos de excavación con más datos estratigráficos respecto a los que ya conocemos para las comarcas de Cáceres y Trujillo. El concepto de “Neolítico Antiguo” tal y como lo aplicamos aquí pretende hacer
-Las relaciones culturales que a partir de los materiales se deducen con otros puntos de la fachada atlántica y la cuenca mediterránea. Ello no es sino una prueba del dinamismo de los grupos epipaleolíticos. Con todo lo argumentado se pone de manifiesto que no se pueden generar modelos de explicación valorando úni-
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referencia a aquellas situaciones culturales que es posible ubicar gracias a las siguientes características:
el territorio extremeño. Este aspecto lo sintetizaremos en los párrafos siguientes.
1. Desarrollo de técnicas de producción y almacenamiento de alimentos. Capacidad de estabular animales domésticos.
Respecto a los hábitats es para estos momentos de Neolítico Antiguo para los que contamos con una mayor representación, con geomorfologías y tipos bien definidos. Por lo general se trata de poblados al aire libre que ocupan lomas suaves y ligeramente amesetadas para establecerse, modelo bien definido en los poblados de la Vera o Los Barruecos. En otras ocasiones suelen instalarse en las laderas de elevaciones con mayores pendientes, que generalmente coinciden con los rebordes de masas de granitos y hacinamiento de bolos, por lo general se localizan en estas zonas abrigos como los de Boquique, Atambores o Peña Aguilera. A veces se ocupan zonas amesetadas a media altura en los bordes de los berrocales graníticos como en los casos del poblado de Atambores y el más evidente del Cerro de la Horca. Incluso hay una búsqueda deliberada de los cursos de agua en las zonas en las que éstos discurren en zonas llanas y despejadas, y podemos observar así localizaciones como las del poblado del pantano de Valdecañas.
2. Afinidades materiales con otros puntos de la geografía peninsular. Tanto por semejanzas generales de la industria lítica, como en la cerámica. 3. Ubicación cronológica en tiempos semejantes para los que se proponen con respecto a la zona interior de la Península. Destaca un componente esencial, y es que estas áreas marginales comparten con las “clásicas” la práctica de una agricultura y ganadería incipiente que da sentido a ese concepto de “Neolítico Antiguo”. Desde este momento queremos hacer ver que, a pesar de las disimetrías que se documentan con respecto a la cultura material entre los ámbitos levantinos e interiores, las prácticas económicas comparten los mismos rasgos a escala peninsular. Los cereales documentados en los tramos más antiguos de las secuencias neolíticas de distintos puntos peninsulares, en muchos de los casos con fechas radiocarbónicas, (Sanches 2000; Arias et al. 2000; Hopf 1966; Peña-Chocarro 1999; Rojo y Estremera 1999; Cerrillo Cuenca et al. 2002) confirmarían este hecho. La existencia de una cabaña ganadera, ya doméstica, asociada a estos mismos yacimientos de referencia es también evidente.
El poblamiento en cuevas y abrigos de pequeño tamaño es ocasional con ejemplos de cierto interés como los yacimientos de El Conejar y Boquique, y otros de menor entidad como los abrigos de Atambores y Peña Aguilera. El tipo de localización generalmente empleada en estos yacimientos suelen ser las elevaciones graníticas, base geológica de la mayor parte del poblamiento al aire libre. La localización sobre terrenos calizos, como El Conejar, parece ser totalmente anecdótica.
Con ello expresamos, que no hay ningún obstáculo que permita posponer en un segundo plano las decoraciones cerámicas y argumentar que no son sino la evidencia de contactos entre grupos de distintas áreas geográficas pero con un universo material y un modo de vida muy semejante entre sí.
Por lo general los poblados no se suelen situar en virtud de recursos concretos. Guiarnos por la calidad de las tierras y su capacidad agrícola sería una cuestión muy determinista, máxime cuando las variaciones hídricas y edafológicas en un periodo de tiempo como el que nos separa del Neolítico Antiguo es considerable. Por el contrario se puede estimar que determinados yacimientos pudieron beneficiarse de zonas de suelos más profundos dominando en zonas de aluvión, caso de Boquique, aún cuando este tipo de terrenos no es corriente en la provincia de Cáceres. Más bien parece que la realización de las actividades agrícolas debió orientarse a espacios más concretos y definidos tal vez por las líneas de fractura de los batolitos, como se ha señalado para el Cerro de la Horca (González Cordero et al. 1991) o en la surgencia de pequeños acuíferos, sin descartar el uso de auténticas charcas naturales que suelen formarse en las temporadas lluviosas en este tipo de terreno.
Es decir, es necesario admitir que las ocupaciones que hemos venido reconociendo en los distintos yacimientos de la provincia son coétaneos a otros del interior peninsular para los que funciona bien este concepto de “Neolítico Antiguo”, noción que recoge el tercer punto de la propuesta, pues efectivamente representa los momentos más arcaicos que se conocen de la secuencia neolítica. La valoración del paisaje en las sociedades del Neolítico Antiguo propone facetas diversas. Desde el modelo de poblamiento hasta los resultados de las analíticas efectuados en Los Barruecos, contamos con una buena muestra de evidencias que permiten aproximarnos al modo de vida y a la gestión del medio por parte de estos grupos, de un modo que hasta la fecha no había podido plantearse en
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
relacionado con el consumo de recursos silvestres. En todo caso el consumo de bellotas, tal y como ha documentado el análisis de fitolitos del molino depositado en la estructura de combustión del nivel antiguo del yacimiento (Juan y Matamala, inédito), revela que se está efectuando una labor consciente de recolección de este fruto como elemento complementario de una dieta diversificada. Las posibilidades de consumo, en gachas o como harina, tal y como se ha demostrado con aproximaciones etnoarqueológicas (Pereira y García 2001) son muy variadas. Datos fragmentarios de consumo de bellotas se han ofrecido recientemente para la cueva de La Vaquera (Estremera 2003: 186), donde dos bellotas pertenecientes a la fase I han sido datadas con los siguientes resultados: 6440±50 BP (GrA-9226) y 6080±70 BP (GrA-8241). Algunos autores (Lewthwaite 1982: 122) han planteado que los grupos neolíticos pudieran haber iniciado su consumo antes que el propio cereal o incluso como sustituto en épocas de carestía.
La cercanía de Los Barruecos a una charca natural o los yacimientos del pantano de Valdecañas a los tramos próximos al Tajo, demostraría una relativa preocupación por el control de los recursos hídricos, que unida a la protección entre los bolos graníticos recuerda al poblamiento extendido en las zonas del Guadiana (Gonçalves 2002: Diniz 2001a). Se explicita así que los modelos de poblamiento no son propios de una zona concreta, sino que se comparten ante situaciones culturales muy semejantes, cuyas afinidades cronológicas, económicas y culturales comienzan, con una comparación objetiva, a ser afines. Las analíticas que venimos realizando sobre Los Barruecos contribuyen además de un modo muy claro a comprender las bases ambientales y económicas que caracterizan a estos grupos de Neolítico Antiguo. La vegetación predominante, tal y como la describen los análisis polínicos, estaría dominada por el encinar luso-extrematurense, con acusado predominio de Olea europaea que se presentaría en el paisaje en forma de densas maquías. Sin descartar el uso como alimento de animales domésticos (Badal 1999), el aprovisionamiento de leña y combustible de estas especies sería probable, y estaría orientada a la consecución de combustibles. Los análisis químicos de los carbones de Los Barruecos han permitido (PastorVillegas et al. 2003) determinar el poder calorífico de los materiales ligno-celulósicos como materia de combustión. Sin embargo, futuros análisis antracológicos de estos elementos terminarán por ofrecer más datos sobre el uso de la madera como combustibles.
La recolección de bellotas, bien comprobada en algunos yacimientos epipaleolíticos peninsulares (Buxó 1997) sigue siendo por tanto una constante en la base alimenticia de las primeras sociedades productoras. La aceituna de los acebuches podría haberse consumido del mismo modo, el análisis de yacimientos neolíticos en el área de Andalucía Oriental (Peña-Chocarro 1999) está sirviendo para documentar la presencia de estas especies en varios yacimientos neolíticos como la cueva de los Murciélagos de Zuheros desde la base más antigua de su secuencia. Este uso del fruto de Olea europaea llevaría a otra cuestión que se ha apuntado ya con ocasión del estudio del dolmen de Azután (Bueno et al. 2002: 75) como es la teórica intervención humana sobre el acebuche que conduciría en cierto sentido a su paulatina “domesticación “.
Desafortunadamente los análisis faunísticos de Los Barruecos (Morales, inédito), debido a la escasez de restos de esta etapa, son ambiguos para plantear una reconstrucción de la fauna que se caza y se consume. Los bóvidos, los suidos y los ovicápridos están apenas representados en este depósito. Sólo en un caso, el calcáneo reconocido en un hueso parece corresponder a una oveja doméstica, mientras que parece clara la presencia del jabalí en detrimento del cerdo doméstico. La fauna no doméstica aportaría al hombre los complementos proteínicos adecuados mediante la caza selectiva de determinadas especies, pero tal extremo debe ser confirmado con nuevos análisis faunísticos en los que exista mayor cantidad de muestra.
La valoración de estos datos en su conjunto lleva a pensar que a lo largo del Neolítico Antiguo se registran bien lo que denominamos en su momento “estrategias de depredación”. Estas estrategias posiblemente estuviesen complementadas con otras dentro de un modo de explotación coherente como es el que ofrece el bosque mediterráneo. Quizás el término “dehesa” no sea del todo adecuado para definir este sistema de aprovechamiento, puesto que se trata de un vocablo con un uso muy ambiguo. Desde el punto de vista ecológico denota un tipo de bosque mediterráneo con cierto grado de antropización que no se corresponde con la densa maquía de comienzos del Neolítico. Por otro lado, en el sentido etimológico del término, hace referencia a un modelo de explotación de recursos de época histórica con una serie de relaciones socioeconómicas muy concretas y definidas, cuyas compara-
La agricultura presenta en cambio una situación más favorable en cuanto a su estudio. La presencia de molinos en los yacimientos es otra prueba de la molienda de recursos vegetales. Se han documentado en las excavaciones de Los Barruecos y de El Conejar y en prospección en el yacimiento de Cerca Antonio en La Vera. Aunque su sola presencia no evidencia la molienda del cereal, sino que es posible que el uso de estas piezas estuviera
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Enrique Cerrillo Cuenca
desde un plano teórico F. Criado (1993) la situación de los primeros grupos de agricultores peninsulares, y poco diferenciada de los modos de vida de los últimos grupos de cazadores-recolectores y su concepción del paisaje.
ciones con las sociedades prehistóricas no son factibles. De este modo lo que observamos a partir de los resultados de las analíticas del yacimiento de Los Barruecos en su fase I es una débil intervención sobre el medio orientada a la obtención de recursos concretos: cereales, madera y frutos silvestres en un medio que aparenta ser estable para el desarrollo de un grupo social.
El aprovechamiento de otras materias primas como las arcillas para la elaboración de la cerámica denota un conocimiento del entorno y de sus capacidades de aprovechamiento al mismo tiempo que una búsqueda de recursos muy selectiva.
No es posible proponer puntos de contacto con la realidad epipaleolítica previa, pero esta combinación de estrategias productivas y depredadoras si parece manifestar una progresividad en la adopción de las técnicas agrícolas que poco a poco permitirán ir abordando sistemas de producción social y culturalmente más complejos. Es lo que hemos denominado en otro sitio “perspectiva de intensificación”. Quizás la transmisión de la agricultura fuera un proceso rápido, como se propone con los modelos percolativos, pero lo que parece evidente a raíz de las analíticas es que un primer momento generó una débil influencia sobre el medio, y ello lo permitía, probablemente, el desarrollo de una economía de amplio espectro y tradición dilatada, en la que se combinaban las estrategias de depredación.
Aún así la introducción de los recursos plenamente domésticos, sobre todo los cereales están bien comprobados a lo largo del Neolítico Antiguo. Los cereales más antiguos de la Península Ibérica siguen siendo en la actualidad los de la Cova de l’Or (Martí 1978) a los que han venido a sumarse en época reciente los documentados en Falguera (Bernabeu et al. 2001), que apuntan unas cronologías de mediados del VI milenio cal BC. No obstante, retomando lo dicho en párrafos anteriores, la documentación de la agricultura en el interior peninsular permite plantear que existe un conocimiento pleno de la agricultura hacia el tránsito del VI al V milenio cal BC, según lo documentado en Los Barruecos y en La Vaquera. Ello no quiere decir que deba suponerse la mayor antigüedad de las actividades agrícolas del interior peninsular frente a las de la zona levantina. Estadísticamente las comparaciones entre ambas zonas no son posibles, habida cuenta del mayor número de yacimientos conocidos en la zona oriental de la Península Ibérica.
Parece tener validez la idea que en su día expusieran Leathwhite (1982) y Harrison (1996) con posterioridad, sobre el aprovechamiento agro-forestal de los bosques mediterráneos como un ecosistema en el que es necesaria poca inversión de esfuerzo y que ofrece la garantía de cierta estabilidad. Ambos autores proponían que los momentos iniciales de la neolitización del sur de Europa pudieron estar unidos a la explotación de estos bosques caducifolios. La estabilidad de este sistema pudo procurar posiblemente el desarrollo de una agricultura incipiente como un complemento a una serie de estrategias ya adquiridas. La noción de progresividad parece evidente. Una valoración en términos sociales llevaría admitir que para la gestión de los recursos de este ecosistema se precisa de poca base demográfica.
El polen de cereal está presente en las cinco muestras analizadas en las distintas estructuras de Los Barruecos en el nivel de Neolítico Antiguo, y a través de los trabajos de J. A. López Sáez en los polínicos del Cerro de la Horca (López Sáez et al. e.p.), tenemos noticia de que en una muestra procedente de su fase I hay constancia de cultivo de cereal. Las concentraciones en ambos yacimientos rondan el 5%, cifra a partir de la cual es posible admitir una agricultura asentada.
El principal inconveniente es que no podemos precisar la antigüedad de este tipo de economía agro-forestal, aunque nada impide que sea un proceso bien conocido desde antes de la neolitización. Los polínicos marcan nítidamente una baja intensidad humana en la zona, descrita a partir de la escasa significación de varios indicadores como la presencia de ganado estabulado, la baja incidencia de incendios locales y el escaso recuento de palinomorfos relacionados con la intervención humana sobre el medio en general. Ello posiblemente hablara de una actitud “naturalista” en relación al paisaje. Como ha definido
Por otra parte, la aparición de los pólenes de cereal únicamente es posible cuando los campos de cultivo estuvieran situados en zonas próximas a la de toma de las muestras en el yacimiento. De ello se desprende la relativa estabilidad de estos grupos dentro del entorno, dando cuerpo a la idea de pequeñas unidades de poblamiento emplazadas en zonas boscosas que cultivan superficies situadas en sus inmediaciones, como se ha propuesto desde un punto de vista etnoarqueológico (Gregg 1988).
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Yacimiento
Método de documentación
Cronologías
Bibliografía
Interior peninsular Los Barruecos
Polen de cereal, fitolitos
6080±50 BP
Cerrillo Cuenca et al. e.p.
Cerro de la Horca
Polen de cereal
(no disponibles)
López Sáez et al, e.p.
El Conejar
Carpología
(no disponibles)
Cerrillo Cuenca et al. 2002
La Vaquera
Carpología
6780±180 BP 6440±50 BP Noroeste
Estremera 2003
Buraco da Pala
Carpología
VI-V mil. cal BC
Sanches 2000
Valle del Ebro Chaves
Polen de cereal
6230±70 BP
López-García y López-Sáez 2000
Cornisa cantábrica Kobaederra
Carpología (datado)
Último 1/3 del V mil
Arias et al. 2000
Levante Or
Carpología (datado)
6510±70 BP
Martí 1978
Falguera
Carpología (datado)
6510±160 BP
Bernabeu et al. 2001
Cendres
Carpología (datado)
6340±70 BP
Bernabeu et al. 2001
Andalucía Murciélagos
Carpología
6430±130 BP
Gavilán et al. 1996.
Murciélagos
Carpología (datado)
6190±130 BP
Muñoz 1972
Tabla 18. Documentación directa de cereal en algunos contextos peninsulares con sus respectivas dataciones absolutas (expresadas únicamente en años BP). Las cronologías que estamos barajando para estos pólenes de cereal son igualmente coetáneas a zonas peninsulares donde existe una documentación clara en secuencias de Neolítico Antiguo con polen de cereal como es el caso del Valle del Ebro (López y López 2000), o incluso ligeramente más antiguo que lo documentado en las turberas de la zona gallega cuyo momento más antiguo se situaría en torno al 5800 BP (Fábregas et al. 1997: 468-469). La presencia de cereal en análisis palinológicos más antigua es no obstante la de la laguna de Rascafría en Madrid,
donde el polen de cereal aparece en torno al 8300 BP (Ruiz et al. 1995: 129), si embargo no hay datos culturales que contrasten este desarrollo temprano de su cultivo. De un modo complementario, los análisis de fitolitos han identificado las estructuras calizas de cereal en una muestra tomada de la superficie de un molino de la estructura de combustión de Los Barruecos y en el sedimento que la acompañaba. En los casos en los que se ha podido documentar esta correspondía a Hordeum vulgare, pero no es
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Enrique Cerrillo Cuenca
las cuevas. La razón de esta divergencia puede ser puramente tafonómica, pero la conclusión a la que queremos llegar con todo ello es que el almacenamiento se produce tanto en sitios al aire libre como en abrigos y cuevas, con las repercusiones económicas que ello conlleva. Creemos por tanto que las acumulaciones de cereal de El Conejar y las estructuras de almacenamiento de Los Barruecos responden al desarrollo de un mismo tipo de estrategia económica en contextos habitacionales distintos.
descartable el cultivo de otro tipo de cereales como distintas variedades de trigo. La carpología de El Conejar, único yacimiento donde han podido recuperarse macrorestos de semillas, ratificaría esta opinión. Recordemos que la especie mayoritaria identificada en esta muestra fue el trigo, lo que tampoco entraría en contradicción con la situación documentada en Los Barruecos. El almacenamiento de este tipo de cereal debiera tener una importancia acorde con su cultivo, si bien la productividad de las cosechas debió ser relativa. Hemos documentado con nuestros trabajos zonas de almacenamiento en Los Barruecos, que unidas a la presencia de recipientes de gran tamaño plantean una cierta actitud de conservación de los recursos alimenticios. La existencia de estos lugares de contención puede ser probable en el caso del yacimiento del pantano de Valdecañas junto al Gordo, donde en épocas en las que las aguas están bajas pueden localizarse empedrados semejantes a los que caracterizan a las estructuras de Los Barruecos.
Desgraciadamente, hay que repetir que tenemos escasa constancia de las faunas domésticas para estas ocupaciones. Las excavaciones de El Conejar ofrecen abundantes datos de suidos, bóvidos y ovinos, pero tienen el inconveniente de proceder de una mezcla de sedimentos de distintas ocupaciones, del mismo modo que no tenemos referencias claras para las excavaciones de Los Barruecos que se realizaron en los años 80. Aún así hay cierta evidencia en los polínicos de plantas nitrófilas y cropófilas que evidencian un escaso grado de estabulación del ganado. Los pastos higrófilos, Cyperacea, producto del clima cálido y húmedo que caracteriza al periodo Atlántico, estarían localizados de igual modo en las inmediaciones del yacimiento, posibilitando quizás el desarrollo del ganado doméstico.
Esta misma situación es la que se observa en los silos del yacimiento de la Deseada en Madrid (Diaz del Río y Consuegra 1999: 253). Del mismo modo que se han documentado silos en el poblado de La Lámpara (Rojo y Kunst 1999: 265) y quizás en las “hoyas” excavadas en Mesegar de Tajo, donde las estructuras IV y XVI (Villa y Rojas 1996: 706) se asemejan por sus proporciones a las documentadas por nosotros en Los Barruecos. En São Pedro (Simões 1999: 68) las mismas estructuras negativas vuelven a estar presentes. Recientemente se han aportado más dataciones y estructuras de almacén (Simões 2003) que actualizan bastante el intervalo cronológico de este yacimiento portugués, de ellas merece especial atención por su inusitada antigüedad la fecha de 7750±50 BP, que probablemente sea disonante con la ocupación neolítica de este yacimiento. Ello demostraría la pujanza productiva de las sociedades del Neolítico Interior, casi como no se conoce en otros puntos de la península. La particularidad reside en que todos estos sitios representan a su manera lugares al aire libre, que compiten en antigüedad con los contextos en cuevas más antiguos de la península, donde también existen acumulaciones de cereal, como pudo ser el caso de El Conejar. Hay que recordar el caso de Font Ros, auténtico campo de silos del área catalana con dataciones del VI milenio cal BC (Bordas et al. 1996) que demostraría la extensión de esta tendencia al almacenamiento en poblados al aire libre en áreas más lejanas.
Cabe valorar que hemos comprobado la combinación de estrategias de depredación junto a las de producción de un modo muy claro, situación que es observable en otros puntos de la Península Ibérica en este mismo momento cronológico. La débil intervención humana sobre el medio que atestiguan los polínicos y la presencia aún de un bosque autóctono relativamente denso demuestran que en este punto concreto de la secuencia no se ha desarrollado aún el modo de vida plenamente campesino, en palabras de Vicent (1990). Existe por tanto una baja incidencia antrópica que en términos generales cabría interpretarse como una paulatina incorporación de las actividades agrícolas a la vida cotidiana en la medida en la que su uso va siendo necesario para la subsistencia. Podría plantearse que si la aparición de la agricultura se extendió entre los grupos neolíticos del interior de un modo más o menos rápido por la existencia de redes de intercambio, la generalización de las actividades agrícolas y ganaderas fue el producto de un desarrollo progresivo. Puesto que la intensificación antrópica sobre el medio adquiere ese mismo grado de progresividad.
Sin embargo la documentación de estructuras parece más propia de los poblados y la acumulación de cereales en
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Yacimiento
Tipo de estrucutura
Cronologías
Bibliografía
Los Barruecos
Silos cubiertos (UE 117 y 134)
6080±40 BP 6060±50 BP
Cerrillo Cuenca et al. 2002 Cerrillo Cuenca et al. e.p.
São Pedro de Canaferrim
Fosas tipo silo, excavados en la roca
7750±50 BP 6230±40 BP 6240±40 BP 6070±60 BP 6020±60 BP
Simões 2003
La Deseada
Fosas (4000, 8100 y 3700)
(no disponible)
Díaz del Río y Consuegra 1999
La Lámpara
Silo amortizado
6421±30 BP
Rojo y Kunst 2000
Mesegar de Tajo
Fosas (IV y XVI)
(no disponible)
Villa y Rojas 1996
Tabla 19. Documentación de estructuras de almacenamiento en contextos portugueses y del interior peninsular (expresadas únicamente en años BP).
apuntadas. Las muescas son raras, al igual que otros tipos como los raspadores sobre lascas, mención especial merecen los raspadores circulares, que se han documentado en alguna ocasión.
En otras palabras queremos hacer ver que el conocimiento del cereal y su cultivo no implican un desarrollo a gran escala de los cultivos, sino que se irán perfeccionando a medida que incrementan las necesidades de los grupos que lo practican. Otro tanto podríamos decir de la ganadería.
Los microlitos parecen encuadrarse sin problemas aparentes en el tipo G1 de Fortea, siendo los que están representados en todos los yacimientos de los que se poseen ejemplares. En cuanto a otros tipos de mircolitos parece existir, al menos hasta la fecha, una ausencia que contrasta con la de los yacimientos del área portuguesa (Gonçalves 2002; Diniz 2001a) donde los geométricos son uno de los principales elementos de identificación cultural. Tal ausencia no se explica únicamente por la carencia de sílex en el entorno de la penillanura cacereña. Baste recordar que en yacimientos con un importante volumen de material, como El Conejar, no se ha documentado una sola pieza lítica de esta tipología.
El periodo estaría definido en la cultura material por la abrumadora presencia de cerámicas decoradas impresas e inciso-acanaladas. Entre las primeras ya hemos insistido en la representación del boquique, mientras que en las segundas destaca un nutrido repertorio de patrones decorativos entre los que hacen su aparición las cerámicas con decoración de espigas o falsa folha de acácia junto a multitud de motivos incisos. Los motivos plásticos, sobre todo los cordones lisos y decorados tienen un buen grado de aparición en estos momentos, junto a mamelones y asas. Las formas suelen ser simples y apenas encontramos variaciones, más que los propios grupos tipológicos ya señalados.
Las azuelas pulimentadas se han recogido en un número muy escaso. De El Conejar y Los Barruecos proceden dos ejemplares de azuelas sobre fibrolita de sección redonda y tamaño pequeño.
La industria lítica es sin embargo peor conocida. Los mayores conjuntos líticos, como los de El Conejar apenas poseen unas piezas en total después de un importante volumen de material recuperado en varias campañas de excavación y su cronología resulta dudosa. Los núcleos de sílex son ocasionales, destacando especialmente aquellos de forma prismática empleados para obtener laminitas. Destacan los soportes laminares, sobre los que se han ejecutado laminitas simples, y en alguna ocasión es frecuente encontrar láminitas de dorso abatido. Es interesante señalar la presencia ocasional de pequeñas láminas
Llama la atención la presencia de brazaletes decorados de pizarra, único elemento suntuario que se ha podido recoger en este tipo de contextos. Su presencia remite hacia el Sur peninsular, donde son relativamente comunes en los yacimientos andaluces (Gavilán y Rafael 1999). Los paralelos de la cerámica son muy variados. La presencia de ciertos tipos se relaciona necesariamente con la
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Enrique Cerrillo Cuenca
neidad estilística y cronológica entre las cerámicas de la costa atlántica y aquellas otras de la costa mediterránea.
zona portuguesa, con importantes afinidades en la Beira Baixa (Valera 1998), al Alentejo (Diniz 2001a; Calado 2000) e incluso a las zonas más costeras. Las semejanzas con repertorios cerámicos de Andalucía Occidental también están muy claras (Pérez Macías 1996; Acosta 1987) e incluso en lo que conocemos para las zonas costeras de Huelva (Piñón y Bueno 1985), al igual que con lo poco que sabemos aún de la provincia de Badajoz (Enríquez 1996). Con la Meseta también hay afinidades comparables, en los casos del reborde Sur (Santonja et al. 1985; Fabián 1995) e incluso más hacia el Norte donde hacen acto de presencia los mismos tipos que cerámicos que se documentan en la zona extremeña. La presencia de cerámicas de boquique está bien extendida por La Meseta, incluso en las zonas más septentrionales como en La Velilla (Delibes y Zapatero 1996) en fechas que nada tienen que objetar a las que barajamos para el Neolítico Antiguo en Extremadura. La presencia de fondos cónicos en Atapuerca (Apellaniz y Domingo 1987) y La Vaquera (Zamora 1976; Estremera 1999) es otro de los rasgos formales ampliamente compartidos con las zonas interiores. Las concordancias estilísticas con la Submeseta Sur (Rojas y Villa 1996; Villa y Rojas 1996) son igualmente notables.
La documentación de técnicas de producción y almacenamiento en la zona interior de la península con dataciones antiguas y cerámicas no necesariamente cardiales, casos que hemos tratado anteriormente, cuestionan que la relación entre procesos culturales y determinado tipo de materiales arqueológicos tengan el mismo sentido para el conjunto del territorio peninsular. Yendo más allá podríamos negar por tanto que la ausencia o presencia de un determinado atributo de la cultura material no implica necesariamente lecturas procesuales en un sentido rígido, tal como y se ha querido ver en el proceso de neolitización tardío del interior peninsular. Recientemente se ha puesto de manifiesto la dificultad existente para observar procesos históricos en las escalas temporales que ofrecen las dataciones absolutas (Barnett 2000: 101) y la imposibilidad de vislumbrar procesos de colonización o aculturación a partir de ellas. Ello se debe en gran medida en las altas desviaciones existentes para muchos de los conjuntos datados hacia la mitad del Holoceno. Esta apreciación redundaría en el hecho de que la rápida expansión de cerámicas cardiales y agricultura dentro de un tiempo acotado puede obedecer más a un espejismo provocado por las dataciones absolutas que por una verdadera colonización de espacios. Más aún, de considerar que las fechas de partida, como las de l’Or, tienen serios problemas en la desviación estándar, como ya hemos señalado en el apartado correspondiente.
No parece adecuado sostener una colonización, por cuanto hemos visto que la difusión, como fenómeno de explicación, parece estar ligada a unos parámetros muy concretos y sus argumentos ligados a la cultura material. La relativa ausencia de cerámica cardial en el interior y las fechas ya avanzadas que se poseen para los contextos datados han hecho suponer a algunos autores (JuanCabanilles y Martí 2002: 52; Guilaine 2003) que la colonización del interior no se realizó hasta momentos epicardiales, retardatarios con respecto a las demás zonas peninsulares. Se ha subyugado así la antigüedad del Neolítico Interior a la ausencia de un tipo decorativo, cuya trascendencia no debe exceder el campo de lo meramente anecdótico. Ya hemos visto como la escasez de sitios y de dataciones puede distorsionar gravemente la aparición o no de cerámicas cardiales, que existen en número reducido, y la presencia de yacimientos más antiguos de los que han sido datados. A ello también le conceden cierto valor las dataciones antiguas de yacimientos portugueses que no han ofrecido cerámicas cardiales.
De ahí que optemos por mantener el epígrafe genérico de Neolítico Antiguo para referirnos al lapso temporal amplio que abarca desde mediados del VI milenio cal BC hasta el último cuarto del V milenio. Hemos elegido el límite superior porque se ajusta bien a las dataciones calibradas de las fechas más antiguas de la Península, y donde tendrían cierto sentido las fechas de Los Barruecos. Por otra parte, y teniendo en cuenta dataciones como la del dolmen de Azután parece coherente mantener el margen de 4250 cal BC como el inicio del megalitismo extremeño y el tránsito hacia el Neolítico Medio. Pero si algo muestra la combinación de todos los elementos de análisis es la coherencia en cuanto a cultura material y economía que se evidencia en los contextos de Neolítico Antiguo que hemos estudiado en el Tajo. Un modelo de poblamiento dividido en abrigos, cuevas y poblados al aire libre, ya sea en suaves lomas o junto a cursos de agua.
Dentro de esa apariencia autores como Zilhão se han lanzado a defender una teórica colonización por vía marítima desde el Mediterráneo español (Zilhão 1997; Zilhão 1998: 40), que puede ser perfectamente entendida como un hecho puntual más que como un proceso gradual en sí (Zilhão 2000: 171), señalando la evidente contempora-
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Tipo de emplazamiento
Yacimientos
Documentación de agricultura
Cerámica
Industria lítica
Abrigos a media ladera
-Boquique -Atambores -Peña Aguilera
-Molinos y molederas
Predominio de las formas abiertas, y de paredes rectas
Industria microlaminar escasa, segmentos
Sobre lomas o elevaciones poco destacadas
-Barruecos -Cerro de la Horca -Cerca Antonio -Mingo Martín
-Polen de cereal -Fitolitos -Estructuras de almacenaje -Molinos y molederas
Por lo general, predominio de las formas abiertas.
Industria microlaminar, segmentos de círculo, productos de talla
Recipientes de almacén
Junto a cursos fluviales
-Cañadilla -Canchera de Los Lobos -Pantano de Valdecañas
-Molederas y molinos
Equilibrio de formas*
Industria microlaminar, segmentos de círculo, productos de talla
En cueva
-Conejar
-Semillas -Molinos y molederas
Predominio de las formas abiertas
Industria microlaminar, productos de talla
Tabla 20. Comparación de los elementos culturales de los distintos tipos de emplazamiento. * Formas únicamente cuantificadas a partir del yacimiento del pantano de Valdecañas, con escasos fragmentos.
La cultura material de estos entornos es por otro lado muy semejante, y en combinación con las técnicas agrícolas no estarían manifestando, posiblemente, los mismos desarrollos de las mismas actividades en tipos de asentamientos distintos. El conocimiento diferencial de unos y otros yacimientos motiva que no podamos establecer comparaciones más sólidas en cuanto a determinado tipo de analíticas (polínicos) que serían muy necesarias para determinar la intensidad de la intervención humana en estos entornos.
VIII.2. Otros “neolíticos”: más allá del V milenio cal BC. VIII.2.A. El Neolítico Medio. Aunque existe un cierto consenso en considerar el Neolítico Antiguo como aquellas fases culturales con cerámicas impresas, independientemente de lo que exprese el término epicardial, hasta la fecha no había una identidad cultural clara para las fases de Neolítico Medio en la zona interior de la Península Ibérica y en el Suroeste. Estratigrafías como las de la Dehesilla o la Cueva Chica de Santiago de Cazalla, aparentemente muy completas, mantenían a lo largo de su secuencia habitacional algunos tramos que fueron seriados como “Neolítico Medio”. Sin embargo las cronologías de C14 asociadas a estos niveles “medios” son muy dispares (Acosta y Pellicer 1990: 108) y no representan una prueba fiable de secuencia. Es así que las referencias para el estudio de este periodo deben buscarse fuera de los focos de investigación andaluces.
En definitiva, observamos a partir de dataciones, evidencias de producción y cultura material, la cerámica, convergencias muy significativas que tienen valor a lo largo de la zona occidental de la Península y las zonas interiores.
155
Enrique Cerrillo Cuenca
Los trabajos de P. Bueno a lo largo del Tajo han servido además para establecer nuevas bases en torno a un poblamiento neolítico que no puede entenderse sin la integración de monumentos funerarios. Se abre así una innovadora línea de investigación que nos parece provechosa para el estudio de esta etapa en la cuenca interior del Tajo. Una prueba de esa relación entre áreas de habitación y funerarias es una fecha idéntica a las anteriores, que se baraja para las estructuras habitacionales previas a la construcción del dolmen de Azután bajo el túmulo en el corte CT4 (Bueno et al. 2002), que en un ámbito más cercano servirán de referencia.
Habría que resolver, por tanto, qué criterios llevan a plantear en Extremadura una ocupación de Neolítico Medio y definir sus límites temporales. Así a partir de nuestros trabajos y de otros que se han venido desarrollando en zonas aledañas podemos tratar de definir mejor esta fase. En un principio ya señalamos (Cerrillo Cuenca 1999a) como debería existir una conexión real entre las cerámicas impresas, características de un Neolítico Antiguo, y los “horizontes” con cazuelas carenadas, entendiendo que en el lapsus temporal que hay entre ambos tipos de contextos debió haber una sucesión cultural. A partir del estudio de los materiales recuperados en las campañas de excavación de M. I. Sauceda en Los Barruecos ya planteamos que un conjunto de materiales compuestos por cerámicas incisas pudieran tener una correspondencia real con estas fases de transición. Por otra parte las cronologías absolutas de los yacimientos donde únicamente aparecía la cerámica impresa y de otros con cazuelas carenadas, tipo Papa Uvas, manifestaban unas cronologías distantes para las que resultaba necesario dotar de algún tipo de explicación.
El problema que poseemos a la hora de establecer seriaciones de monumentos y comprender su aparición en el seno de las sociedades agrícolas del espacio es el de las cronologías absolutas. Son aún pocas las que manejamos para el territorio político de la provincia de Cáceres. En los últimos años contamos con dos fechas recogidas por J. Oliveira en el dolmen de Joaniña (Oliveira, 1997), y a las que podemos unir las publicadas por Ruiz-Gálvez (2000) en los dólmenes de la Dehesa de Montehermoso. Las dataciones que ofrece J. Oliveira para los monumentos de la cuenca del Sever sirven para establecer muy bien la continuidad occidental del mismo núcleo dolménico que este arqueólogo ha documentado en la provincia de Cáceres. Otro tanto podríamos decir de las dataciones absolutas obtenidas en el transcurso de excavación del dolmen de Azután (Bueno 1991; Bueno et al. 2002), a escasos kilómetros de la provincia de Cáceres.
En la actualidad, y tras las excavaciones realizadas por nosotros en Los Barruecos, podemos establecer con criterios estratigráficos que existe todo una fase intermedia, con rasgos individualizables en la cultura material que permiten aislar esta fase con coherencia. Un suelo grisáceo sobre el que se asientan varias estructuras de combustión, ya en partes documentadas por Sauceda (1991: 34) que conformarían la Fase II, es la mejor prueba en el yacimiento cacereño de una fase intermedia entre los momentos más arcaicos del Neolítico y lo que se ha denominado “Neolítico Final”. El recurso de la estratigrafía sería pues el primer elemento que podríamos tener en cuenta a la hora de señalar estos contextos de Neolítico Medio. Pocos son los yacimientos que cuentan con una seriación estratigráfica bien establecida como Los Barruecos, pero aún así detectamos tanto en el interior peninsular como a lo largo de la fachada atlántica situaciones muy similares. Los materiales, pocos, del yacimiento de Capichuelas parecen encuadrarse en esta época.
El interior peninsular, en cambio, cuenta con pocas dataciones de sepulcros dolménicos, en sentido estricto, si exceptuamos la veintena que se publicasen para la Lora burgalesa (Delibes y Rojo, 1997). En la Beira las dataciones son parcas y tienen en el dolmen de Carapito el mejor exponente (Leisner y Ribeiro, 1968; Cruz y Vilaça, 1994) y las obtenidas en los contextos habitacionales de Ameal (Senna-Martínez, 1994). Con estas dataciones, que abordaremos a continuación, es complejo trazar una evolución de las arquitecturas megalíticas del occidente peninsular y especialmente difíciles de relacionar con las grandes concentraciones dolménicas que hoy en día conocemos. En la datación del fenómeno megalítico poseemos tres conjuntos de fechas:
Contextos como la segunda fase de La Vaquera, en sus dos horizontes A y B (Estremera 1999), y con más seguridad este último representan bien el comienzo de esta fase. Del mismo modo se puede relacionar la segunda ocupación infratumular de La Velilla (Delibes y Zapatero 1996), con cuatro fechas distintas para este nivel que establecen su ocupación en torno al tránsito del V al IV milenio cal BC.
1. Aquellas que tienden a considerarse “aberrantes” respecto al estado actual de la cuestión, fechas absolutas que rebasan con margen los momentos cronológicos aceptados para la aparición del fenómeno megalítico.
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Yacimiento
Referencia
Fecha (BP)
Cal 2σ BC
Material datado
Procedencia
Bibliografía
Tremedal I
GRA-15938
7960±60
7060-6680
Carbón
Base de la cámara
Ruiz-Gálvez 2000
Cabeçuda
ICEN-977
7660±60
6640-6410
Carbón
Base de la cámara Oliveira 1998
Castelhanas
ICEN-1264
6360±110 5500-4950
Carbón
Base de la cámara Oliveira 1998
Figueira Branca
ICEN-823
6210±50
Carbón
5310-5030
Base del túmulo
Oliveira 1998
Tabla 21. Dataciones absolutas en megalitos de la cuenca del Tajo anteriores al IV milenio cal BC.
Yacimiento
Referencia
Fecha (BP)
Cal 2σ BC
Material datado
Procedencia
Bibliografía
Azután (Azután)
Ly-4500
4590±90
3650-3000
Hueso
Cámara
Bueno 1991
Azután (Azután)
Ly-4578
5750±130
4950-4300
Hueso
Cámara
Bueno 1991
Azután (Azután)
UGRA-288
5060±90
4000-3650
Hueso
Cámara
Bueno 1991
Azután (Azután)
Beta-123456
4620±40
3519-3136
Hueso
Cámara
Bueno et al. 2000
Azután (Azután)
Beta-157731
5250±40
4222-3973
Carbón
Bajo túmulo
Bueno et al. 2002
Tremedal I (Monte- GRA-15903 hermoso)
5000±60
3950-3660
Carbón
Base del corredor
Ruiz-Gálvez 2000
Tremedal I (Monte- GRA-15941 hermoso)
4860±60
3780-3510
Carbón
Superficie de la coraza
Ruiz-Gálvez 2000
5400±210
4700-3700
Carbón Bajo empedrado Oliveira 2000 cámara
Anta de Joaniña (Cedillo)
Sac-1380
Tabla 22. Dataciones absolutas en megalitos de la cuenca del Tajo del V al IV milenio cal BC. 2. Conjunto de ellas que se sitúan entre el fin del V milenio cal BC y primera mitad del IV cal BC, de las que tenemos algunos ejemplos en la provincia de Cáceres.
Dentro de las primeras podemos valorar la obtenida por Ruiz-Gálvez (2000: 192) en el Tremedal, recogida en “el suelo de preparación de la cámara, inmediatamente adyacente al ortostato de fondo de la cámara”, que ofreció 7960±60 BP (7060-6680 cal BC). Oliveira (1998), por su parte, publicó fechas semejantes en los dólmenes de Cabeçuda, Castelhanas y Figueira Branca. La primera procede de carbones localizados en el interior de la cámara, sobre el suelo de granito del monumento, al contrario que las otras dos, que parecen provenir de otro tipo de contex-
3. Las situadas entre la segunda mitad del IV y comienzos del III cal BC, por un lado, y las que podríamos señalar ya dentro de un ambiente calcolítico plenamente incluídas dentro del III cal BC.
157
Enrique Cerrillo Cuenca
han dado a conocer las del dolmen del Tremedal (RuizGálvez 2000). La última datación (Oliveira 2000: 179) procede del dolmen de Joaniña en la localidad cacereña de Cedillo, con aspectos particulares que comentaremos a continuación.
tos. La del monumento de Castelhanas se efectuó sobre carbones en la base de la cámara, asociados a elementos tan calcolíticos como puntas de flecha de base recta y cóncava. Respecto a Figueira Branca, proceden de la base del túmulo y se asocian a molinos fragmentados y cerámicas rodadas si bien se señala la presencia de un hogar no estructurado con escasa potencia con respecto al inicio del túmulo (Oliveira 2000: 179).
De todas ellas merecen especial atención las más antiguas, que estarían hablando de las fases de construcción de estos megalitos. Las de Azután estarían representando un uso prolongado del yacimiento que arrancaría desde la última mitad del V milenio cal BC (Ly-4578) hasta fechas más avanzadas de Neolítico Final (Ly-4500). Estas fechas tienen además la ventaja de haber sido realizadas sobre hueso humano, factor que estaría datando el elemento imprescindible, la deposición del cadáver y que estaría alejado de críticas estratigráficas, a diferencia de las situaciones que hemos comentado con anterioridad. A ellas se añade otra tomada en la ocupación infratumular durante la campaña de 2001 y que dataría el momento previo a la realización del monumento.
Basta observar el cuadro para darse cuenta que las fechas se sitúan entre los finales del VIII y los comienzos del V milenio cal BC, lo que en términos globales suponen unas dataciones muy antiguas con respecto al proceso de surgimiento del megalitismo. Las explicaciones que se han dado a estas cronologías se relacionan por lo general con la presencia de turberas (Ruiz-Gálvez 2000: 192), incendios ocasionales acontecidos antes de la construcción del monumento (Oliveira 1997: 321) o hábitats previos, cuyas tierras se incorporan al túmulo del dolmen durante su construcción (Oliveira 2000: 180).
Las fechas procedentes del dolmen del Tremedal proponen una cierta coetaneidad entre los dos sepulcros, la fecha de Azután UGRA-288 es prácticamente igual que la GRA-15903 obtenida en el de Montehermoso. Llama la atención que ambas construcciones son semejantes en cuanto a muchos de sus aspectos constructivos: realización de la estructura en granito, corredor corto, atrio y triple anillo perimetral. Lo que llevaría a asociar probablemente a esta etapa otros dólmenes conocidos en la cuenca del Tajo como el de Navalcán (Bueno et al. 1999), con idéntica estructura o Guadalperal (Leisner y Leisner, 1960). Estas arquitecturas megalíticas no dejarían de estar en conexión con otros sepulcros conocidos en la parte oriental de la provincia de Cáceres y en la de Salamanca (Bueno et al. 1999: 90).
Recientemente, y a propósito de la Lora burgalesa, G. Delibes y M. Rojo han criticado dataciones similares dependiendo de la recogida de carbones en lugares concretos del yacimiento (Delibes y Rojo 1997: 393); argumentando la presencia de tres fechas anteriores al desarrollo del megalitismo local, como la descomposición de especies vegetales en los suelos previos a la construcción del monumento. Consideran que las tomadas entre el contacto del túmulo con el suelo representan fechas relacionadas con labores de quema previas a los trabajos constructivos, como el caso de Valdemuriel 1 (Delibes y Rojo 1997: 408). Sin embargo las fechas obtenidas en estos dólmenes del Tajo, proceden en casi todos los casos de la cámara de los monumentos, a excepción del dolmen de Figueira Branca. Estaríamos por tanto ante dataciones absolutas que no reflejarían más que la existencia de paleo-suelos o tafonomías de la cubierta vegetal en un determinado tiempo previo a la construcción de los sepulcros. Algo que parece menos evidente en el caso de Figueira Branca, donde la asociación del monumento a escasos y poco esclarecedores elementos de hábitats estaría indicando una ocupación anterior a momentos megalíticos.
En el caso del anta de Joaniña, en el extremo occidental de Cáceres, la muestra se tomó bajo el empedrado de la cámara, donde existían algunas manchas de ceniza bajo la losas de pizarra que forman el suelo, a escasa distancia de la roca madre (Oliveira, 2000: 178). Sin embargo, no aparecen materiales arqueológicos asociados que puedan hablar de una ocupación infratumular. Las fechas de C14 corroboran la situación de estos sepulcros en las mismas cronologías que otros túmulos de zonas interiores, como los de El Miradero (Delibes et al. 1987) o la Peña de la Abuela (Rojo y Kunst 1999). El más próximo de todos ellos es el de El Castillejo de Huecas, datación más antigua de cuantas poseemos, que ha ofrecido 5710±150 BP (4913-4248 cal BC) (Bueno et al. 1999).
Las dataciones absolutas en el intervalo de tiempo que considero dentro de ese “Neolítico Medio” son cada vez más numerosas. Las primeras que comentaremos proceden del dolmen toledano de Azután, a escasos kilómetros del límite provincial con Cáceres. De las excavaciones realizadas por P. Bueno (1991: 57), se dató el colágeno de los huesos de las distintas deposiciones que hubo en la cámara del monumento. En la provincia de Cáceres se
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
que habría de perpertuarse a lo largo de varios siglos. Se acusa pues una ruptura tajante entre los sistemas de enterramiento en fosa o cueva que se conocen para las fases más tempranas del Neolítico en distintos puntos del interior peninsular y de la fachada occidental.
Las fechas portuguesas, aunque escasas corroborarían esta situación. Para el núcleo de Reguengos de Monsaraz, uno de los de mayor tamaño de Europa, apenas se poseen dataciones para construcciones megalíticas. En Olival da Pega (Gonçalves 1994: 117) se tomaron tres dataciones para el tholos, OP2b, anexo al dolmen, pero evidencian ya una situación temporal cronológicamente avanzada para el desarrollo del megalitismo, típica por otra parte de estas construcciones. Así las únicas que pueden emplearse son las del conocido artículo de Whittle y Arnaud (1975) que dataron por termoluminiscencia tres monumentos, si bien debido a las altas desviaciones standard de las mismas hay que tomarlas con precauciones (Gonçalves 1994: 119-120). Estas fechas hablarían de un indefinido periodo de tiempo que abarcaría desde el 5300 al 3700 cal BC, para Poço da Gateira, y 5200-3700 cal BC para Gorginos 2. Las siguientes fechas proceden de Farisõa, que situan el uso del monumento prácticamente a lo largo de todo el III milenio cal BC. Estas dataciones eliminan el problema de la asociación arqueológica de los carbones, que como hemos visto es muy común, datando directamente los elementos que fueron depositados como ajuares en los enterramientos, pero su alta desviación standard desaconsejan su uso sin crítica.
Todo este conjunto de dataciones ofrece una imagen de continuidad de poblamiento en toda la zona interior desde los momentos más antiguos de la secuencia hasta esta fase de Neolítico Medio, dando una idea de que no existen cortes bruscos, ni siquiera la existencia de dos grupos distintos a lo largo de la secuencia neolítica: unos portadores de cerámicas impresas y otros de cerámicas lisas, como recientemente se ha intentado explicar el Neolítico en la provincia de Cáceres (Algaba et al. 2000). En la zona portuguesa los contextos de Neolítico Medio son mal conocidos. Algunas dataciones del nivel infratumular de Chã de Santinhos (Jorge 1986), pero sobre todo referencias importantes en las cuevas de Cadaval (Zilhão y Carvalho 1996) y Pena d’Agua (Carvalho 1998) estructuran las cronologías que comenzamos a conocer de estas fases. El desarrollo del megalitismo funerario, sincrónico a esta fase de los yacimientos que venimos comentando, como bien se ha puesto de manifiesto a partir de las fechas de contextos funerarios del Tajo (Bueno et al. 2002), separaría de un modo mucho más nítido los contextos con cerámicas impresas de Neolítico Antiguo y estos nuevos modos de ocupación. Los nuevos rasgos de identidad que confiere la aparición de megalitos en el paisaje sirven como un argumento más para definir la necesidad de diferenciar esta fase de la anterior.
Las fechas de Carapito en la Beira Alta, apuntan hacia una dimensión cronológica muy similar. Las dataciones conocidas a partir de las excavaciones desarrolladas en los años 60 (Leisner y Ribeiro 1968) hablaban de una construcción relativamente temprana de este sepulcro: 4850±40 BP (3710-3520 cal BC) y 4590±65 BP (35503050 cal BC). Las obtenidas posteriormente (Cruz y Vilaça 1994: 65) retrasarían ligeramente la construcción a partir de carbones localizados en la base de los ortostatos: 5125±70 BP (4250-3700 cal BC) y 5120±40 BP (39903790 cal BC). Estas son por otra parte similares a las de los dólmenes excavados en la Beira (Kalb 1987: 106).
Poco podemos decir respecto a la ubicación de los poblados. Los Barruecos ofrecen una repetición de las mismas pautas de hábitat, que en ningún caso debe interpretarse como una verdadera continuidad, habida cuenta de la interrupción estratigráfica existente entre en el nivel de Neolítico Antiguo y el de Neolítico Medio. La búsqueda de referencias próximas tampoco colaboran a la hora de dar pautas de poblamiento: en el caso de Azután encontramos poblamiento localizado en un fondo de valle próximo al Tajo. En Capichuelas se trata de una pequeña ladera apenas resaltada sobre el terreno inmediato. En la Charneca, cuya ocupación parece definirse por la presencia de algunos bordes con surco, se documenta un hábitat elevado sobre el terreno circundante y en abrigo.
Así, con todas las situaciones anteriormente descritas, podría situarse en términos cronológicos la aparición del megalitismo en torno al tránsito del V al IV milenio cal BC. Otros puntos más alejados de la zona que hemos elegido, corroborarían estas fechas como el interior peninsular (Delibes y Santonja 1986: 199; Delibes et al. 1987; Delibes y Rojo 1997) o el Norte de Portugal (Jorge 1987: 124) al establecerse en parámetros similares. Todo apunta a que en el tránsito del V al IV milenio cal BC, se comenzó a generalizar entre los grupos neolíticos de distintas zonas de la Península el enterramiento en sepulcros megalíticos que servirían para unir sus muertos dentro de un mismo espacio, dotado de una carga simbólica excepcional. Ello contribuiría a enlazar el paisaje y la concepción de la muerte en un mismo punto del territorio, construyendo una alianza hasta cierto punto indisoluble y
Se hace difícil, por tanto, estimar con los datos que tenemos la posición de los lugares de habitación en el paisaje. Una opción sería la de reconocer la misma ubicación de los dólmenes como evidencia visible del binomio hábi-
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Enrique Cerrillo Cuenca
Yacimiento
Indicador
Cronologías
Bibliografía
Barruecos
Polen de cereal (m6 y m7)
(no disponible)
Cerrillo Cuenca et al. e.p.
Azután
Fitolitos de bellota
5250±40 BP
Bueno et al. 2002
Azután
Fitolitos de cereal
5250±40 BP
Bueno et al. e.p.
Azután
Polen de cereal
5250±40 BP
Bueno et al. 2002
Castillejo
Fitolitos de bellota
4930±40 BP
Bueno et al. 2002
Tabla 23. Consumo de especies vegetales en contextos de Neolítico Medio en la cuenca del Tajo.
dencia humana sobre el bosque de encinas y acebuches documentado durante la etapa anterior. Sólo en el caso de Los Barruecos aparece el cultivo de cereal, bien comprobado desde momentos previos.
tat/sepulcro según se ha propuesto en fechas recientes por P. Bueno y su equipo (Bueno et al. 2002). No obstante, puede valorarse, en los casos de la cueva de la Charneca y Los Barruecos una teórica preferencia por espacios idénticos a los ya ocupados durante las fases anteriores. Por otra parte no hay que olvidar que la cultura material de este tipo poblados, caracterizada por un predominio de las cerámicas lisas y técnicas decorativas incisas, es tan ambigua que no permite una correcta identificación en los sitios reconocidos en cualquier tipo de prospección. Sin duda futuros trabajos terminarán por ofrecer más datos sobre la localización de los poblados, un aspecto que resulta igualmente problemático en Portugal (Diniz 2000: 105-106) donde las evidencias poblacionales conocidas son aún débiles.
En Azután y en El Castillejo de Huecas (Bueno et al. 2002: 75), yacimientos que representarían bien este tramo del Neolítico en el Tajo, está presente la harina de bellota en los análisis realizados. Ello estaría dando una cierta continuidad al tipo de dieta que ya observáramos en Los Barruecos en momentos iniciales. Los análisis faunísticos de Los Barruecos dan cierta importancia a la presencia de animales domésticos, que vuelven a estar bien representados en Azután (Bueno et al. 2002: 75) y una débil representación de los cérvidos, que sin duda viene a suponer una vez más la combinación de técnicas de pastoreo son las propias de la caza. La carencia de datos de la fase anterior viene a suplirse con una cabaña ganadera bien atestiguada y formada por las tres especies domésticas básicas. Se cuenta con información complementaria para el caso de La Velilla, que aunque alejado del Tajo, muestra alguna similitud en el nivel habitacional con el predominio (Bellver 2002: 20) de una fauna básicamente doméstica, que contrasta con los animales salvajes depositados en los niveles funerarios.
El acercamiento económico a estas sociedades de finales del V milenio y comienzos del IV cal BC, se sustenta en las excavaciones de Los Barruecos y Azután. Conocemos bien en el caso del primer yacimiento, la evolución de las especies vegetales a lo largo de toda la secuencia. En el caso de Azután se cuenta con muestras polínicas (Bueno et al. 2002) anteriores a la ocupación infratumular, que permiten realizar una reconstrucción del entorno en el momento previo a su ocupación, pero que no están relacionadas con ningún tipo de información cronológica o cultural. Sin embargo los resultados obtenidos en las ocupaciones previas al hábitat de estos dos monumentos permiten establecer que en ambos existen formaciones boscosas muy semejantes, y situaciones de partida similares. En Azután existe una drástica desaparición de Olea europaea, mientras que en Los Barruecos se aprecia en los pólenes obtenidos sobre el sedimento de la Fase II una paulatina desaparición de esta especie. En ambos casos los indicadores de ocupación humana se disparan siendo posible admitir un incremento de la ganadería y una inci-
Podemos definir, gracias a la variedad de análisis realizados en los yacimientos del Tajo que a finales del V milenio cal BC las sociedades que habitan este entorno practican una economía de producción, más intensa que en los momentos anteriores de la secuencia, pero para la que es posible mantener orígenes en las etapas previas de Neolítico Antiguo.
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Son pocas las definiciones que podemos dar de las industrias líticas. Los sepulcros megalitos de esta época, con todas las salvedades que puedan hacerse ante la aparente ausencia de ajuares bien contextualizados, suelen ofrecer geométricos y algunas laminitas. Estos mismos tipos, aunque de un modo un tanto pobre, se documentan en el nivel de Neolítico Medio de Los Barruecos. Un microlito geométrico y algunas laminitas sobre sílex y cristal de roca son las escuetas, pero significativas, referencias que podemos dar de las industrias de esta época.
La continuidad de estas economías de producción desde los primeros tiempos del megalitismo, y en ocasiones asociadas a contextos funerarios como el dolmen de Azután manifiesta que la aparición del megalitismo se realiza sobre unas bases agro-ganaderas perfectamente consolidadas. Se desacredita así esa idea inicial lanzada por Sherratt (1990) para el NO de Europa, que entendía el megalitismo como una respuesta de los grupos epipaleolíticos frente a los grupos neolitizados, postura que fue asumida por Kalb (1989) para el occidente peninsular y posteriormente propuesta por Jiménez Guijarro (2000) para el ámbito extremeño.
VIII.2.B. El Neolítico Final. Curiosamente, el megalitismo se inserta en aquellos paisajes donde se está desarrollando una economía de producción ya iniciada. Algunos autores (Martín y Galán 2000) habían argumentado que la ausencia de dólmenes en las zonas con poblamiento neolítico impedía establecer en el caso de la cuenca extremeña del Tajo cualquier tipo de relación. En la actualidad las economías de producción que se han documentado en Los Barruecos, Azután y Castillejo de Huecas, plantean para el interior peninsular un desarrollo agrícola y ganadero que no puede disociarse del propio concepto del monumento.
Quizás el Neolítico Final sea uno de los periodos peor conocidos en la zona extremeña del Tajo. En cierto sentido, porque la identificación de los elementos culturales que se habían tomado como claros delatores culturales de este periodo en la zona suroriental de la Península, las cazuelas carenadas, no habían sido apenas detectados en prospecciones o excavaciones de este entorno concreto. La investigación estaba más centrada en la zona del Guadiana, núcleo que se había propuesto como verdadero foco de una expansión de las actividades agrícolas a lo largo de este periodo (Hurtado 1995: 57-58).
Es así que el escaso poblamiento documentado en el caso de Los Barruecos y Capichuelas en esta fase, se localiza en zonas donde previamente ya existían hábitats. Incluso la repartición de monumentos en las proximidades de estos yacimientos, sea una variable a considerar: los dólmenes de La Hijadilla (Almagro 1963) en el caso de Los Barruecos y el de El Monje (González Cordero y Cerrillo Cuenca 2001) en el de Capichuelas.
Los problemas de detección que se planteaban estaban fundamentalmente encaminados a detectar las cazuelas carenadas, para evidenciar una verdadera presencia poblacional en esta época, relacionando una vez más elementos de la cultura material con cronologías concretas. Hay que decir que hasta la fecha este tipo de cerámica había aparecido en diversos yacimientos de la provincia. En ocasiones las cazuelas de carena baja aparecen acompañadas de platos de borde almendrado, como hemos visto lo que les confiere una cronología calcolítica (Hurtado 1995; Enríquez 1995), con todas las limitaciones de interpretación posibles.
El megalitismo, y su aparición dentro del paisaje la mayor novedad que apreciamos. En este punto, este trabajo ha tratado de aportar argumentos que vinculan el megalitismo a grupos productores que empezamos a conocer en el entorno del Tajo, ideas sobre las que trabaja de manera más extensa en la actualidad P. Bueno.
No hay que olvidar tampoco, como han subrayado muchos autores, que la definición de esta fase se sentó en la reunión de Setúbal de 1978, en la que se tuvo como referencia la estratigrafía de la cueva Chica de Santiago de Cazalla y otros contextos portugueses como Vale Pincel, posteriormente rectificada. Pero sin duda la carencia más evidente que podemos observar en la propia interpretación del Neolítico Final extremeño es el de explicar su posible origen. Las posturas difusionistas han sido frecuentemente argüidas para explicar este fenómeno. Desde las referencias de Escacena (2000) sobre la conexión entre esta “facies” y las culturas del Norte de África, hasta la denominada “Colonización Pacífica” descrita por Hurtado (1995: 57-58) para explicar el origen en los focos portugueses, lo cierto es que no ha existido un
En las producciones cerámicas destaca, como hemos visto la presencia de cerámicas decoradas con acanaladuras bajo el borde, pauta que se repite corrientemente en la zona portuguesa y que encontramos en algunos dólmenes de la zona de Valencia de Alcántara (Bueno 1988), como ya expusimos en su momento concreto. A través de Los Barruecos sabemos que hay todavía una cierta pervivencia de las cerámicas impresas especialmente las que muestran decoraciones puntilladas. Por lo general tienen un gran auge las cerámicas decoradas con incisiones paralelas y haces de líneas, presentes en Los Barruecos e incluso en algunos megalitos como Azután.
161
Enrique Cerrillo Cuenca
En el caso de Extremadura, y a pesar de las excavaciones realizadas en distintos yacimientos como Araya, El Lobo o Los Caños, no contamos con dataciones absolutas que permitan ubicar correctamente el Neolítico Final. Más bien se ha utilizado como elemento de ubicación cronológica las primeras dataciones absolutas de los poblados calcolíticos. La secuencia se ha construido de tal manera que se supone que aquellos contextos arqueológicos donde no hacen acto de aparición los elementos claramente calcolíticos como el metal y los platos de borde almendrado, deben ser anteriores al desarrollo del Calcolítico.
intento satisfactorio por definir este horizonte desde la evolución local de los grupos neolíticos. En parte esta postura se debe a un desconocimiento real de las fases de Neolítico Medio, que hemos descrito en el apartado anterior, dando lugar a interpretaciones alternativas que hacían suponer el Neolítico Final como algo novedoso e importado en las zonas interiores. Hasta la fecha la investigación se ha centrado en la identificación de yacimientos a partir de la recogida de cazuelas carenadas. En Los Barruecos ya conocíamos ejemplares entre los materiales de las excavaciones de Sauceda, pero costaba relacionarlos a falta de una referencia estratigráfica. Las recientes excavaciones han terminado por demostrar su presencia en algunas estructuras en cantidades realmente poco representativas, aunque sin asociarse a ningún fragmento de plato de borde almendrado. No es extraño por tanto que encontremos dificultades a la hora de ubicar cronológicamente yacimientos dentro de los límites del Neolítico Final, cuando estos materiales están poco representados, o en ocasiones totalmente ausentes como en el caso de Vila Velha de Rodão (Cardoso et al. 1996). Parece poco probable por tanto que las cazuelas puedan utilizarse como elemento de datación cuanto menos absoluto. Ello, remite a un Neolítico Final deudor en algunos sentidos del propio Neolítico Final del Suroeste de la Península, pero semejante al de otros contextos más meridionales.
Otra perspectiva del problema reside en que las dataciones obtenidas en yacimientos calcolíticos nunca han sido calibradas convenientemente. Así el Cerro de la Horca, con una datación para su segunda fase de ocupación, Calcolítico sin campaniforme (González Cordero et al. 1991) ha dado el resultado de 4215±100 BP (2916-2459 cal BC), mismo margen cronológico que se había propuesto para el desarrollo de los últimos grupos neolíticos sin conocimiento de la actividad metalúrgica. Otro tanto cabría opinar de la datación más antigua de La Pijotilla, poblado donde aparentemente el Neolítico Final no está representado (Hurtado y Hunt 1999). La fecha 4360±50 BP (3260-2881 cal BC) estaría en la misma situación que la anteriormente comentada para el poblado del Cerro de la Horca en la cuenca del Tajo. Las únicas referencias estratigráficas para estudiar la aparición del Calcolítico se encuentran en las márgenes del Guadiana y concretamente en el yacimiento pacense de El Lobo. Excavado por Lucio Molina a finales de los años 70 y comienzos de los 80, este poblado (Molina 1980), ofreció dos niveles ocupacionales. El primero de ellos estaba constituido por una ocupación de Neolítico Final, con cabañas excavadas en el suelo y una gran presencia de cazuelas carenadas. El nivel inmediatamente posterior ya añadía platos de borde almendrado y metal. Esta estratigrafía está en parte corroborada por otros yacimientos del Suroeste peninsular como es el caso de Papa Uvas (Martín de la Cruz 1986).
Podemos argüir dos problemas que resultan esenciales a la hora de establecer cronológica y espacialmente el Neolítico Final. En primer lugar, tal y como hemos defendido últimamente (Cerrillo Cuenca 2001) debe revisarse la cronología que a lo largo de los últimos años (Hurtado 1995; Enríquez 1995; Hurtado y Hunt 1999) se ha venido ofreciendo para este fenómeno en Extremadura. En segundo lugar la ubicación espacial de estos poblados en la región, puesto que se suponía su vinculación únicamente a las áreas del Guadiana. Estas dos reflexiones ocuparán las siguientes páginas. La investigación actual venía manteniendo unas cronologías para el Neolítico Final extremeño situadas a comienzos del III milenio cal BC, y de un modo más concreto en el periodo que abarcaba desde el 2800 hasta el 2600- a.C. Aún teniendo en cuenta que esta propuesta se realizaba en cronologías no calibradas resulta necesaria una crítica a este margen cronológico. Los trabajos publicados sobre Portugal barajan unas fechas relativamente consensuadas que sitúan el Neolítico Final en la segunda mitad del IV milenio cal BC, tal y como lo han propuesto Zihão y Carvalho (1996) para la zona de Lisboa y Diniz para el Alentejo (1999).
Ejemplos de estratigrafía horizontal también los podemos encontrar al Sur de la provincia de Badajoz. En el caso de Los Caños (Cerrillo Cuenca 2001; Cerrillo Cuenca et al. e.p.) donde existen estructuras con material del Neolítico Final y otras del Calcolítico. Más clara parece esta disyuntiva en Castillejos de Fuente de Cantos. Las excavaciones en el poblado prerromano terminaron por revelar una ocupación inicial de Neolítico Final (Fernández Corrales et al. e.p.) repartida en algunas sub-estructuras y con una total ausencia de platos. Sin embargo en el denominado Cerro I, contiguo al anterior se encuentra un recinto amurallado de cronología calcolítica (Fernández
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
Los trabajos de prospección desarrollados en el Guadiana durante los últimos tiempos (Enríquez 1990a) habían confirmado la existencia de un extenso poblamiento del III milenio cal BC. Nuevos trabajos de prospección, desarrollados por F. J. Heras, ponen de manifiesto la importancia como lugar de hábitat que adquirió esta zona durante el epígono del IV milenio cal BC.
Corrales et al. 1988) que ha ofrecido ambos tipos de material. No obstante las excavaciones, que fueron realizadas por Sauceda entre 1983 y 1984, se encuentran en revisión tras una campaña preliminar acometida en el año 2003, que ha permitido comprobar la existencia en el yacimiento de dos fases de ocupación más modernas que la propia de Calcolítico Inicial. Hasta que no se completen los trabajos de excavación y se conozcan las dataciones absolutas en curso de realización, no podremos asegurar estas primeras impresiones que situarían el yacimiento a lo largo de los primeros compases del III milenio cal BC.
Aún así en los últimos años se han identificado con claridad nuevos núcleos fuera de estas zonas de vega. En Los Barruecos la identificación de dos estructuras durante las campañas recientes no ofrece ningún lugar para la duda, certificando así la extensión de este tipo de poblamiento fuera del territorio que se consideraba exclusivo para el desarrollo del hábitat. Otro tanto podemos decir de los poblados ubicados en la zona Sur de Badajoz, que han sido objeto de estudio por nuestra parte en los últimos años como Castillejos II y Los Caños.
Con ello es fácil suponer dos cuestiones. La primera, que los horizontes que hemos venido definiendo como “calcolíticos” no son otra cosa que modificaciones que se operan sobre la base poblacional de los contextos de Neolítico Final, en los que se añaden nuevos elementos tales como fortificaciones, metal y platos de bordes almendrados. En segundo lugar que existen relaciones estratigráficas que permiten suponer la evolución del poblamiento neolítico hacia formas más complejas como son las calcolíticas.
De cara a una reconstrucción medioambiental son pocos los datos que se manejan. Las únicas bases reales son las que proporciona Los Barruecos, habida cuenta de que los yacimientos excavados en la cuenca del río Guadiana no cuentan con análisis faunísticos o polínicos. Por lo general se han enfatizado los rasgos del emplazamiento de los asentamientos, que normalmente son proclives al desarrollo de la agricultura. La imagen que se ha formado del poblamiento es la de áreas habitacionales, más o menos extensas, localizadas junto a cauces fluviales y tierras favorables para las prácticas agrícolas. Se remarcaba así el componente agrícola de las comunidades de finales del Neolítico.
No obstante tal esquema lineal podemos cuestionarlo con los datos que aportan otros yacimientos del Suroeste peninsular. En Papa Uvas el repertorio de dataciones ofrecido (Soares y Martín 1996) remite al tránsito del IV al III milenio cal BC con un marco temporal que abarca el 3240-2900 cal BC. Otras cronologías como las de Sala 1 (Gonçalves 1987), Monte da Tumba (Silva et al. 1997) o S. Brás 1 (Soares y Cabral 1993) retrotraen un contexto con presencia de cobre y platos de borde almendrado hasta la segunda mitad del IV milenio cal BC con varias dataciones que atestiguan una continuidad estratigráfica en el sitio. Parece por tanto que no deben admitirse cronologías muy rígidas, como las que están al uso, para catalogar como “neolíticas” o “calcolíticas” situaciones que a la postre están sumamente imbricadas.
No deja de ser cierto que a finales del IV milenio cal BC se experimenta en toda el área europea un aumento del número de poblados, que ha sido interpretado comúnmente en claves demográficas. La consolidación del modo de vida aldeano quizás sea una prueba de ese relativo aumento del poblamiento. El papel de actividades agrícolas y ganaderas se verá aumentado considerablemente. El síntoma más evidente es que en esta época se inicia una explotación más agresiva de los recursos del medio. En primer lugar existe un notable incremento de la intervención humana sobre el medio, según se deriva de los análisis polínicos, que demuestran un retroceso de las especies boscosas, tales como el encinar.
El segundo punto que planteábamos revisar es el de la vinculación de los grupos de Neolítico Final únicamente en la zona del Guadiana. Se había admitido que yacimientos como El Lobo y Araya representaban bien esta fase en la que pobladores venidos desde tierras portuguesas habían colonizado este entorno en virtud de las fértiles tierras de aluvión de las márgenes del Guadiana (Hurtado 1995: 57-58). Esta propuesta no repite sino aquellas del modelo de colonización agrícola que a lo largo de los años setenta se había formulado para el sureste español (Román 1996: 225-226), que entendían que el Neolítico Final se iniciaba con la ocupación de amplios espacios hasta la fecha desiertos.
Se dejará de sentir el clima húmedo característico de las etapas anteriores en beneficio de unas condiciones más secas. Las plantas hidrófilas desaparecerán con lentitud. Para esta época, las densas maquías de acebuche de las fases anteriores han terminado por desaparecer del dia-
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Enrique Cerrillo Cuenca
Las cerámicas a la almagra están presentes, como en los periodos anteriores en porcentajes minoritarios.
grama polínico, por intervención humana probablemente, pero también por la existencia de una cabaña ganadera que parece ser una de las fuentes de aprovisionamiento alimenticio, y que como hemos visto supone una de las mayores amenazas de las maquías mediterráneas. Esta sensación se corrobora con el aumento de las plantas nitrófilas en los recuentos polínicos.
En definitiva, la ergología de este periodo está representada por un conjunto de formas relativamente simple en las que son muy raras las decoraciones. Éstas son bien conocidas en otros recipientes del Guadiana, caso de Los Caños o Araya, donde están bien representadas las decoraciones acanaladas e incisas, generalmente formando líneas paralelas o motivos lineales: haces de líneas, motivos de líneas perpendiculares o incluso líneas quebradas.
Para esta época tenemos ya una base ganadera lo suficientemente desarrollada, como se infiere de los polínicos, pero también de una cabaña ganadera documentada a lo largo de la fase III, compuesta por ovicápridos, suidos y bovinos. El informe faunístico de este entorno, revela la importancia del ganado ovino, del que se han identificado cabras. Del ganado bovino se establece su status doméstico, que a lo largo de las fases anteriores apenas se había podido reconocer, y lo que es más importante, las pautas de su consumo.
La industria lítica es muy escasa en estos contextos. En Araya, uno de los poblados mejor conocidos del Guadiana, únicamente se recuperaron dos puntas de flecha bifaciales (Enríquez 1981-82), en Los Caños un único fragmento mesial de lámina. En Los Barruecos sin embargo encontramos una única laminita, y ni tan siquiera material pulimentado, abundante en el entorno. No es fácil dar explicación a tal escasez, pero en comparación con otros contextos parece segura una desaparición de elementos microlíticos y laminitas a favor de una industria laminar de mayor tamaño.
La dieta sigue enriqueciéndose con la caza. Ciervos y jabalíes, lagomorfos y algún galápago determinarían la importancia de una dieta proteínica que no se basa exclusivamente en especies domésticas, sino en los recursos cinegéticos en los que el medio es aún rico.
Los contextos megalíticos continúan además activos a lo largo de este periodo. Respecto a la relación entre poblamiento y megalitismo a lo largo del Neolítico Final ya hemos tratado en capítulos previos. Mientras una parte de la investigación se decantaba por admitir la relación entre el poblamiento del Neolítico Final (Bueno 1987; 1988; González Cordero et al. 1988) y el megalitismo, otros autores ponían en duda la posibilidad de establecer relaciones culturales entre ambos contextos. Cada vez, no obstante, es más frecuente la proposición de la construcción de los monumentos a lo largo del Neolítico Final/Calcolítico, momento que se ha propuesto para el uso y construcción del conjunto de dólmenes de Alcántara (Bueno et al. 2000: 163), de Santiago de Alcántara (Bueno 1994), para la continuidad de cámaras de corredor largo (Bueno 2000) y para las sepulturas de falsa cúpula localizadas en el Noroeste de Cáceres.
La presencia de palinomorfos de cereal continúa en los mismos parámetros que en momentos anteriores, quizás con esta actividad podamos relacionar los fragmentos de molinos y molederas que con tanta profusión aparecen en la zanja documentada en Los Barruecos. La agricultura se muestra en este punto como una actividad continuada a lo largo de la secuencia del yacimiento, lo que viene a corroborar la perpetuación de costumbres, actitudes y modos subsistenciales. Tampoco es descartable, que en esa misma sensación de prolongación de ciertas actividades económicas se sigan explotando recursos como el encinar aclarado, que se encuentra en retroceso. Continuidad y una mayor agresividad sobre el medio parecen ser los caracteres que mejor definen esta etapa.
El megalitismo extremeño es parco en dataciones que permitan situar cronológicamente algunos monumentos. Dataciones como las obtenidas en Azután de 4620±40 BP (3519-3116 cal BC) y 4590±90 BP (3630-3025 cal BC) son indicativas de la continuidad de uso de estas construcciones, por no mencionar fechas más recientes que lo perpetúan hasta momentos calcolíticos. Lo mismo puede decirse de las fechas del megalitismo del río Sever (Oliveira 2000). Fechas como las de Coureleiros, 4240±150 BP (3340-2446 cal BC), pese a su alta desviación, son indicativas de la ocupación de los monumentos en este periodo.
En cuanto a la cultura material de este periodo se refiere, creo que hay que relativizar la importancia que han jugado las cazuelas carenadas en la identificación del Neolítico Final. El volumen de cazuelas carenadas documentado en Los Barruecos en relación con cualquier otro tipo es francamente bajo. La cerámica está representada además por cuencos de cierto tamaño y proporciones y formas globulares de tendencia cerrada que en ocasiones presentan cuello indicado. Suelen aparecer con cierta profusión los mamelones simples asociados a distintas formas, aunque especialmente a las formas de tendencia cerrada.
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Los primeros grupos neolíticos de la cuenca extremeña del Tajo
La economía agrícola y el megalitismo fueron sin duda logros previos al desarrollo al periodo que hemos denominado Neolítico Final, pero su refundición dentro de la misma concepción del paisaje será evidente. Vicent (1990: 286) ha propuesto para el conjunto de la Península que la aparición del megalitismo es una prueba de la paulatina consolidación del modo de vida aldeano. Por tanto, se propone que la intensificación de las actividades agrícolas condujo a la reafirmación de las prácticas funerarias y por tanto se perpetuó el uso de los monumentos.
En la provincia de Badajoz, el primer nivel de enterramientos del sepulcro de falsa cúpula de Huerta Montero, 4650±250 BP (3966-2696 cal BC) sería contemporáneo de fase. Hurtado y Hunt (1999) ya han expuesto el problema de la desviación estándar de esta fechas, pero las del segundo nivel de enterramientos, 4220±100 BP (3086- 2493 cal BC) son perfectamente creíbles como para proponer una coherencia cronológica a la hora de depositar los cuerpos. El polimorfismo de las soluciones funerarias (Bueno 1994), donde tienen cabida modos constructivos diversos, es el ejemplo con el que mejor podríamos definir esta situación.
VIII.3. La cuenca extremeña del Tajo en el contexto historiográfico del Neolítico de las provincias interiores.
Pero sin duda estamos restringiendo el problema. Monumentos tanto de la zona interior de la península, la fachada atlántica o el Sureste se encuentran activos en estos momentos. No encontramos por tanto razones para disociar cronológicamente megalitismo y poblamiento en un decurso temporal amplio.
Avanzamos en los capítulos preliminares algunos conceptos en torno a la identidad del Neolítico de las zonas interiores de la Península Ibérica de un modo previo a la exposición de un modelo de análisis de los datos. Planteábamos que resultaba necesario analizar pausadamente ciertos lugares comunes que se habían empleado para dar explicación al Neolítico del Interior: el vacío de la Meseta durante el Postglaciar, la neolitización tardía de esta zona interior, la homogeneidad de las primeras sociedades neolíticas y sus relaciones culturales con otros puntos peninsulares. Puntos que en definitiva comparten las provincias del interior con la acotada superficie en la que hemos venido trabajando a lo largo de los últimos años.
Como argumento parece de interés la continuidad de las prácticas funerarias bajo formas colectivas similares a las del periodo anterior. Ello resalta el arraigo de las poblaciones de este periodo con respecto a las del Neolítico Medio, costumbres de carácter religioso idénticas para unas sociedades con una presencia cada vez más notable sobre el medio. La relación entre el megalitismo y el poblamiento del Neolítico Final tiene cada vez más visos de poderse acometer, puesto que las relaciones hábitat-sepulcro no parecen haberse diluido rápidamente. En el caso de la necrópolis de El Canchal en Jaraíz de la Vera, que según los últimos datos se compone de 30 pequeños monumentos, la relación con un poblado con cronologías establecidas a partir de materiales de superficie entre el Neolítico Final/Calcolítico es interesante (Bueno et al. 2000: 233235). Las evidencias de hábitat alrededor de algunos monumentos en Valencia de Alcántara (Bueno 1988), la manifestación abierta de ítems comunes entre contextos megalíticos y poblados, es la prueba de que las comunidades del Neolítico Final son indisociables del poblamiento calcolítico. La presencia de fragmentos de ídolos placa en sitios como El Lobo (Molina 1980) o la inclusión de cazuelas carenadas entre los ajuares de algunos dólmenes como el de Las Datas (Bueno 1988) realzan esa idea de cohabitación en el tiempo de estos dos fenómenos, únicamente a partir de lo material sin olvidar la conexión entre grafías, asentamientos y dólmenes (Bueno et al. 2000; Bueno y Balbín 2000), como una evidencia más de los sistemas de definición del territorio.
Integrar la provincia de Cáceres en un esquema de neolitización del Interior peninsular es en definitiva el último paso para dotar a este estudio de un sentido pleno, que no es otro que admitir los datos locales en una explicación a mayor escala evitando siempre las posibles contradicciones (Gamble 2002: 180-181). Sólo así podrá llegarse a una explicación relativamente uniforme de lo que significó en su día la paulatina adopción por parte de las comunidades humanas que habitaban el interior peninsular de nuevos modos de vida, que conducirían a la definitiva práctica de la vida aldeana. Los términos de explicación deben escogerse, como es lógico, con cierta precaución y procurando no supeditar los argumentos a intereses concretos. Algunos autores, por ejemplo, han tratado de salvar estos inconvenientes de relación entre datos y escalas globales con la definición de “contextos cerámicos” (Juan-Cabanilles y Martí 2002: 50) que en definitiva no hacen sino reducir el problema a una evidencia muy concreta de la neolitización. Explicar por tanto la neolitización de las zonas interiores de la Península como un hecho histórico, es una cuestión de abstracción antes que una escrupulosa seriación de estratigrafías, cerámicas y dataciones.
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ción. No es descartable en absoluto que en un futuro nuevos trabajos de investigación puedan aportar cronologías y evidencias más antiguas de las que conocemos hasta la fecha, envejeciendo así los parámetros cronológicos que manejamos para las provincias interiores. Fechas como las obtenidas en La Lámpara (Kunst y Rojo 2000), recordemos las cronologías absolutas de finales del VI milenio cal BC, parecen sumamente indicativas del nivel de correspondencia cronológica que puede llegar alcanzar esta zona con respecto al ámbito levantino y el portugués, y las dificultades ante las que podríamos encontrarnos para mantener una colonización en el sentido más estricto del término.
Hoy en día, como en cualquier otro área de Europa Occidental no podemos aislar un momento exacto en el que poder situar el comienzo de las estrategias de producción. A pesar de que cada vez sea más exigua la desviación estándar de las dataciones de C14, y de un modo más claro con la novedad de las dataciones de AMS, es imposible construir un modelo válido basado en opciones concretas (Barnett 2000: 101). La resolución que ofrecen las dataciones absolutas es aún demasiado débil para inferir comportamientos humanos tipificables. Es por tanto cuestionable validar cualquier esquema de difusión global y unidireccional como los que se han venido defendiendo en los últimos tiempos (Guilaine 2003) y por el contrario resulta más efectivo plantear modelos más abiertos (Vicent 1996), pero sobre todo que valoren explicaciones de tipo multicausal (Oosterbeek 2000).
Nos parece adecuado proponer el modelo de capilaridad como marco de referencia, no sólo para explicar la neolitización del interior, sino como un recurso que permite explicar muchas de las semejanzas que estamos observando en entornos geográficos próximos. Desde que Lewthwaite (1986) formulase el modelo del filtro insular, y J. M. Vicent (1996) propusiera su revisión del modelo junto a otros planteamientos (Rodríguez Alcalde et al. 1996), lo cierto es que no han sido pocos los autores que han tomado en consideración este modelo. Recientes aplicaciones prácticas lo han llevado incluso al campo de análisis del arte rupestre (Bueno y Balbín 2002), entendiendo que gran parte de las manifestaciones gráficas prehistóricas se divulgan gracias a estos lazos de interconexión.
En el caso del interior las conexiones entre el Epipaleolítico y el Neolítico son, arqueográficamente hablando, poco consistentes. En cierto modo, las industrias líticas neolíticas carecen de un estudio detallado que permita observar las teóricas relaciones entre una industria de sustrato y otra propiamente neolítica. Las relaciones entre ambas situaciones quedan pendientes aún de un estudio más profundo, mediatizado en cierto sentido a la documentación de nuevos yacimientos que permitan ampliar el espectro de los conocidos y que potencien las posibilidades que empezamos a intuir en los que conocemos.
Asumir que la neolitización del interior se realiza gracias a las conexiones entre las redes de intercambio epipaleolíticas no resulta difícil desde un plano teórico, y el paso del tiempo podrá aportar nuevos datos para argumentar o rebatir tal posibilidad. De un modo u otro siempre se ha señalado la importancia (Moore 1981) que han tenido las redes de información entre los grupos de cazadoresrecolectores, y gracias a los contextos que conocemos en el interior peninsular podemos argumentar sin mucho lugar para el equívoco que el intercambio de materias primas como el sílex en el caso de El Conejar proceden de relaciones, desplazamientos o intercambios que en cualquier caso permiten la fluidez de información y elementos. La repetición de tipos en la industria lítica, los parecidos que existen entre las industrias portuguesas, macrolíticas, y las industrias de El Conejar; del mismo modo que las comparaciones son posibles con otras series líticas del interior entre sí, ya hemos hablado del Parral (Jiménez Guijarro 2001a), La Dehesa (Fabián 1986) o el Níspero (Corchón 1988-89). Todos ellos son argumentos que en definitiva hablan a favor de la movilidad y el intercambio entre las sociedades epipaleolíticas del interior.
Ya señalábamos con anterioridad que el Neolítico del Interior se había tomado como una manifestación tardía dentro del panorama de la neolitización general de la Península Ibérica. Interpretación ésta en parte inspirada en la estampa de un interior desierto y pendiente de una colonización humana. A medida que se han ido conociendo dataciones de los contextos de las zonas interiores, se ha ido dejando a un lado el adjetivo “tardío” que con tanta frecuencia se ha empleado para hacer referencia a los yacimientos interiores con cerámicas neolíticas. Aún con este logro, no son pocos los autores que continúan defendiendo la colonización como única vía de penetración de las novedades neolíticas en el interior peninsular, sus posturas han sido comentadas en el capítulo correspondiente. La argumentación para tal postura es sencilla: los contextos arqueológicos datados en el interior peninsular siguen siendo hoy en día muy escasos. Las dataciones deben ser tenidas en cuenta como puntos de referencia meramente azarosos y representativos de situaciones concretas en el espacio y el tiempo útiles para comprender la neolitiza-
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relación con la pujanza y el desarrollo cultural propio de ciertos grupos del interior y sus capacidades de expresión. Una tradición, en última instancia, con cierto grado de autonomía que arrancaría desde momentos más antiguos de la secuencia.
La neolitización, el megalitismo o el posterior trabajo del metal, no son sino otras de las novedades que podrían haber empleado las bases de este modelo de capilaridad para reproducirse sobre el espacio con relativa rapidez, siendo sintomático de las relaciones existentes entre los diversos puntos de la zona occidental de Europa.
Con todo ello abogaríamos por defender un carácter propio para cada una de las zonas que componen el interior de la Península Ibérica, que se contrapone frontalmente a las ideas de cohesión que se plantean para la neolitización peninsular. Quizás el punto de contacto más evidente del “Neolítico Interior” sean unas bases historiográficas comunes, desde la formulación del propio concepto de “Neolítico Interior”, que cabe remontarlo a las primeras divisiones geográficas y culturales establecidas por Bosch-Gimpera (1945) y San Valero (1946).
Las relaciones culturales estarían así abiertas a novedades y posturas ideológicas que se generasen en cualquier punto geográfico. En ocasiones se ha querido ver en los focos andaluces (Valera 1998; Estremera 1999) la génesis del Neolítico de las zonas interiores, a partir de la repetición de algunas pautas en las cerámicas, cuando son rasgos ampliamente extendidos por todo el Mediterráneo occidental, y no son representativos en sí de ningún tipo geográfico concreto. La extensión del boquique a través de distintos escenarios de la neolitización peninsular es otro tema que parece sintomático del cierto grado de entropía que parece existir en los grupos neolíticos peninsulares.
El estudio del Neolítico Interior, se ha planteado a mi juicio, bajo los tópicos que enuncié en el segundo capítulo de este trabajo. Tópicos que por otra parte enmascaran una realidad cultural diversa y compleja que es necesario estudiar en una escala regional lo suficientemente acotada como para ensayar secuencias, definir modelos y aspirar a explicaciones cuanto más integrales más satisfactorias. Mi intento a lo largo de este trabajo ha sido el de ofrecer las bases para un estudio de las sociedades neolíticas de uno de esos espacios interiores de la Península que estimo con una personalidad suficientemente definida.
Hasta la fecha sigue vigente de un modo más o menos soterrado aquella idea que entendía que a partir de la desmembración del Neolítico cardial se producía una interpretación regional de los estilos cerámicos (Guilaine y Ferreira 1970). Es decir se fomentaba la idea de un Neolítico extendido a lo largo del occidente europeo y las costas africanas que se iría posteriormente subdividiendo en tradiciones concretas regionalmente circunscritas. Ahora estamos en condiciones de plantear, por la propia entidad del Neolítico del interior, que los grupos que lo habitaban no gozaban de una homogeneidad cultural en sentido estricto con otras zonas peninsulares contemporáneas. Muy al contrario parecen tener personalidades muy marcadas según los yacimientos, que aún así mantienen elementos participativos con otros entornos geográficos. La generalización de las actividades agrícolas entre un buen número de zonas interiores de Europa, y concretamente la nuestra, es la mejor prueba de esa comunidad de elementos participativos. La implantación de un modo de vida agrícola, de corte naturalista, según las posturas de Vicent (1990) y Criado (1993), desde los primeros momentos de la neolitización es sin duda un argumento razonablemente sólido. De ello se desprende que ciertas tradiciones tienen su explicación en el propio desarrollo cultural que han tenido determinadas zonas geográficas a lo largo de su secuencia. La existencia de túmulos y redondiles en fechas coetáneas al desarrollo del megalitismo, es un ejemplo de esta argumentación. La originalidad de estas nuevas formas de enterramiento colectivo posiblemente esté en
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ABSTRACT
the review of museum collections, surveys, and the excavation of Los Barruecos site. Los Barruecos is an openair settlement. It was excavated during 2001 and 2002. It is the main archaeological reference of Early Neolithic at the area. I have interpreted this site as a functional area intended to food storage and processing, reinforcing the idea of a landscape formed by small production oriented sites. Two AMS dates have established that this area was in use throughout the transit from VIth to Vth millennia cal BC.
The text of this book is taken from a part of my PhD dissertation, focused on the study of Early Neolithic groups on the river Tagus basin, at Central Spain, being the first monograph published about this subject. Until recent times the study of the neolithization process in Iberian Archaeology was focused on the sites next to Mediterranean and Atlantic shores. Meanwhile the inland was considered as an inhabited land, occupied later, by the migration of foragers towards interior in the search of better lands, few millennia after the dawn of first farmers in Iberian Peninsula. This model, inspired perhaps by the wave of advance model of Ammerman and CavalliSforza, has been used by Spanish and Portuguese archaeologists to describe the general process at the Iberian Peninsula.
The next chapter deals with Early Neolithic material culture, mainly pottery, and places in doubt its value on the construction of archaeological sequences. I emphasize the idea that cardial pottery is contemporary to those joints of impressed pottery documented alongside the Spanish inlands. In fact, some decorated sherds collected in several inland sites can be included within a wider cardial style.
Recent archaeological works in several places of the inland have started to show a different reading of the Neolithic, as we knew at the eighties or early nineties. Nowadays, several sites alongside the rivers Tagus and Duero basins have supplied absolute datings as older as those ones from Eastern Spanish coast, with full evidences of croppings and animal farming. This new set of archaeological data, alongside the first dated contexts of epipaleolithic layers, are revealing a more complex situation, which needs to be treated within a new theoretical perspective.
The archaeobotanical data and the analysis of faunal remains, among other kind of data, are the background of the sixth chapter, which tries to be an approach to the landscapes of production. The study of the patterns of settlement is combined with pluridisciplinary analysis in order to understand the integration of the Neolithic groups in their environment. All analysis points towards a mixed economy, based on cropping, but also in the everlasting hunter-gathers practices. For me, the “strategies of production,” and not the material culture, mark the beginning of full production subsistence.
In this book, I present the first archaeological results about the Neolithic communities in one of the several provinces of Central Spain, Cáceres’ province, located at one plot of the Tagus basin. Throughout second and the third chapters, I estate the different opinions about the neolithization process at the Iberian Peninsula, and I try to stablish a theoretical and methodological framework in order to analyse the archaeological record. The fourth chapter describes the Cáceres province physical layer, and tries to show which geographical peculiarities have influenced on the recognition, or even destruction, of prehistoric settlements.
The conclusions reach to an interpretation for inland Neolithic based in the acquisition of economical and material novelties, which spread quickly using a previous interchange network, as described in the “island filter model.” I propose a process not determined by a unique cause (diffusionism, i.e.), but by the sequence of several factors. In addition, I states that the analysis of this process must be got under a local scale that avoids the contradiction between general theoretical models and the archaeological record.
Most of the book, however, gathers previous archaeological research on the area, and brings new data obtained in
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