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Spanish Pages [340] Year 2020
LOS ESPAÑOLES EN BUENOS AIRES
LOS ESPAÑOLES EN BUENOS AIRES Activismo político e inserción sociocultural (1870-1960)
Nadia De Cristóforis (directora)
Los españoles en Buenos Aires: activismo político e inserción sociocultural (1870-1960) / Nadia De Cristóforis… [et al.]; dirigido por Nadia De Cristóforis. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Teseo, 2020. 340 p.; 20 x 13 cm. ISBN 978-987-723-240-0 1. Inmigración. 2. España. 3. Historia de la Provincia de Buenos Aires. I. De Cristóforis, Nadia II. De Cristóforis, Nadia, dir. CDD 982.12 © Editorial Teseo, 2020 Buenos Aires, Argentina Editorial Teseo Hecho el depósito que previene la ley 11.723 Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: [email protected] www.editorialteseo.com ISBN: 9789877232400 Imagen de tapa: Elena Ferrer, en Unsplash Las opiniones y los contenidos incluidos en esta publicación son responsabilidad exclusiva del/los autor/es.
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Índice Presentación......................................................................................9 Nadia De Cristóforis Lectores y periódicos españoles en la Ciudad de Buenos Aires (1870-1910) ......................................................................... 25 Marcelo Garabedian Los inmigrantes españoles y el asociacionismo local bonaerense en la primera mitad del siglo XX. El caso de la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina .............................................................................. 63 Denise Ganza Estrategias de integración de un militante político gallego en la Argentina. Ramón Suárez Picallo durante los Gobiernos de Yrigoyen y Alvear...................................... 103 Hernán Díaz Diplomacia cultural y unidad de los españoles en la Argentina. La misión de Ramiro de Maeztu, embajador de España (1928-1930).............................................................. 129 Ángeles Castro Montero Las voces a favor de Franco. Las audiciones radiales de los nacionalistas españoles en Buenos Aires (1936-1945) .................................................................................. 155 Alejandra Ferreyra Una dignidad en juego. Ángel Ossorio y Gallardo, postrer embajador de la República Española en la Argentina ...................................................................................... 193 Silvina Montenegro y Mariano Rodríguez Otero
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El “seny” y la “rauxa” de la revista Ressorgiment durante la guerra civil española. Los “catalanes de América” de Buenos Aires y la defensa de la II República desde el exilio (1936-1939) ...................................................................... 233 Marcela Lucci Los exiliados gallegos y sus vínculos con el asociacionismo hispánico de Buenos Aires. El caso de Manuel García Gerpe................................................................ 279 Laura Fasano Francisco Fernández del Riego como interlocutor del exilio gallego en Buenos Aires ................................................ 317 Nadia De Cristóforis
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Presentación NADIA DE CRISTÓFORIS
La presencia española en el Río de la Plata se remonta a la etapa del dominio colonial peninsular. Sin embargo, el crecimiento más notable de la comunidad hispánica en el territorio argentino se produjo entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, al compás de la llegada de miles de migrantes, quienes se movilizaron principalmente atraídos por las condiciones socioeconómicas de la nación sudamericana, y por la existencia de redes de parientes y paisanos que pudieron facilitar los procesos de traslado transoceánico (Moya, 2004). A los migrantes propiamente dichos, se les sumó la oleada de exiliados republicanos que produjo la guerra civil española (1936-1939), muchos de los cuales arribaron a la Argentina a partir de los primeros meses de la contienda, conformando una corriente que, con distintas características, se mantuvo incluso luego del fin de los enfrentamientos bélicos en la península (Ortuño Martínez, 2018; Schwarzstein, 2001). La Ciudad de Buenos Aires y sus áreas colindantes se convirtieron en los principales espacios de acogida de los flujos humanos mencionados. Hacia 1914 se contabilizaban en la capital argentina unos 306 850 españoles, que equivalían al 20 % de la población total allí asentada (Tercer Censo Nacional, 1916: 148-149). Para 1936 esa cifra se había elevado a 324 650, correspondiendo al 13,4 % de la población total (Cuarto Censo General de la Ciudad de Buenos Aires, 1939: 16). Para mediados de la década del treinta del siglo XX, los peninsulares se habían convertido en el principal grupo de extranjeros radicado en la ciudad porteña, por
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delante incluso de los italianos, quienes habían constituido el grupo inmigratorio europeo más numeroso en la Argentina, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Este libro se propone abordar el período en el cual la comunidad española, entendida como el entramado de instituciones y cuadros dirigentes de origen peninsular establecidos en el país austral, se comenzó a desarrollar y se afianzó dentro del ámbito de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, siempre teniendo en cuenta que, en realidad, los orígenes del movimiento asociativo hispánico se remontan a mediados del siglo XIX. El hecho de que los estudios sobre las migraciones españolas en la Argentina haya comenzado tardíamente –recién se visibilizaron producciones académicas desde comienzos de la década de los noventa (véase Clementi, 1991; Fernández y Moya, 1999; Marquiegui, 1993; Moya, 1998; Sánchez Alonso, 1992, entre otros)– generó condiciones para que muchas de las preguntas e hipótesis de indagación de los investigadores siguieran o fueran similares a las formuladas para el caso del grupo que había despertado un más temprano interés dentro del campo de los estudios migratorios: los italianos. Sin embargo, la historiografía sobre los españoles rápidamente amplió sus preocupaciones, para contemplar una gran cantidad de temas, entre los que podríamos mencionar: los factores que impulsaron las salidas desde la península; el perfil sociodemográfico de los emigrantes; las condiciones y mecanismos de los traslados transoceánicos; las vinculaciones comerciales entre España y la comunidad hispánica en Buenos Aires; la actuación de los liderazgos “étnicos” dentro del movimiento asociativo y los rasgos de este último; los alcances de la prensa generada por los migrantes en el país austral; los procesos de integración de los recién llegados en los ámbitos de acogida, especialmente a partir del examen de los indicadores más clásicos utilizados en los estudios migratorios con una perspectiva histórica –las pautas residenciales, matrimoniales o el asociacionismo–; o las características de las migraciones
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peninsulares hacia la Argentina antes y después de la etapa reconocida como de desplazamientos “masivos” (Da Orden, 2004; De Cristóforis, 2009, 2014; De Cristóforis y Tato, 2014; Devoto, 1998; Devoto y Fernández, 1990; Díaz, 2007; Farías Iglesias, 2010; Fernández, 2004; Fernández Vicente, 2005; Garabedian, 2017; Irianni, 2010; Lanciotti, 2006; Lucci, 2009; Núñez Seixas, 2000, 2001). De este modo, entre fines del siglo XX y comienzos del XXI, las indagaciones sobre los flujos y la comunidad española en la Argentina lograron notables avances, que han permitido constatar un conjunto importante de fenómenos sociohistóricos, algunos de los cuales enumeraremos a continuación: en primer lugar, la gran diversidad de ciclos migratorios involucrados en los desplazamientos de los peninsulares hacia la América del Sur (tanto a nivel temporal como desde el punto de vista de la procedencia regional o parroquial de los flujos); en segundo lugar, la heterogeneidad de la composición sociodemográfica de las corrientes (por estructura de edad, sexo, estado civil o profesión-oficio), en función de los mencionados ciclos migratorios; en tercer lugar, los limitados efectos de las políticas migratorias puestas en marcha por el Estado peninsular y argentino, tendientes a restringir, controlar o promover las corrientes migratorias desde uno u otro lado del océano Atlántico, y el importante grado de autonomía alcanzado por estas en el largo plazo; y en cuarto lugar, las similitudes existentes en los problemas y desafíos por superar por parte de los migrantes y exiliados, antes, durante y luego de los desplazamientos ultramarinos (sin dejar de tomar en consideración el componente más traumático y forzoso involucrado en los exilios). Partiendo de este importante conjunto de comprobaciones, este libro intenta ir un poco más allá de las líneas de investigación ya exploradas con resultados favorables. Por ello, y partiendo de una perspectiva de análisis sociopolítica y sociocultural, buscará presentar un conjunto de estudios que indagan el activismo político de los españoles (tanto de
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migrantes como de exiliados, de ambos sexos) y sus procesos de inserción sociocultural en Buenos Aires. Ello involucrará algunos presupuestos: en primer término, la concepción de dichos fenómenos de activismo y de inserción no como producto de modelos únicos, universales y atemporales, aplicables a distintos grupos migratorios, sino como procesos históricos particulares, signados por el tiempo, el espacio y las redes sociales en los cuales tuvieron lugar. En segundo término, el análisis de ambos procesos históricos como mutuamente influyentes entre sí: la inserción en determinado medio pudo propiciar un activismo político creciente, así como este último pudo favorecer la inserción en ciertos círculos sociales de la sociedad receptora o de partida. En tercer término, la consideración del espacio migratorio y del exilio como circulares, entendiendo que dentro de estos no solo se pudieron configurar trayectorias personales no lineales (caracterizadas por desplazamientos en distintas direcciones), sino que además surgieron y se reprodujeron ideas, representaciones, imágenes y estereotipos que fueron apropiados y recreados por sujetos de ambos lados del océano Atlántico, con variables resultados. Creemos que los distintos capítulos que conforman esta obra abrevan y terminan confirmando las mencionadas presunciones. Se trata de trabajos desarrollados en el marco de un proyecto UBACyT de la Universidad de Buenos Aires1 (los de Denise Ganza, Hernán Díaz, Alejandra Ferreyra, Laura Fasano y Nadia De Cristóforis, en orden de aparición) y otros que fueron incorporados en razón de su alta pertinencia temática y para complementar a los primeros (los de Marcelo Garabedian, Ángeles Castro Montero, Silvina Montenegro-Mariano Rodríguez Otero y Marcela Lucci, también en orden de aparición). Una versión 1
Proyecto UBACyT titulado: “Los españoles en Buenos Aires: estrategias de integración socio-cultural y (re)configuraciones identitarias (1914-1960)” (Código: 20020150100063BA), bajo la dirección de Nadia De Cristóforis; categoría: Modalidad I; con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
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preliminar de estos fue presentada y discutida en el seminario de discusión “Inmigrantes y exiliados españoles: trayectorias y formas de integración socio-cultural en la Argentina contemporánea”, que tuvo lugar los días 21 y 22 de junio de 2018, en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires) y en el Instituto de Historia de España “Dr. Claudio Sánchez-Albornoz” (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires)2. La lectura de los distintos capítulos permite descubrir un conjunto variado de personalidades, periódicos e instituciones pertenecientes al mundo hispánico de Buenos Aires. El adecuado y profundo análisis de las fuentes históricas que los autores llevan a cabo conduce a destacar las fuertes vinculaciones políticas, ideológicas y culturales que existieron entre las sociedades española y argentina entre 1870 y 1960, relaciones que por supuesto no se han agotado en el año que oficia de cierre a los estudios incluidos en este libro, sino que se han prolongado hasta nuestros días con nuevos contenidos y finalidades. Para empezar, el capítulo de Marcelo Garabedian se concentra en el análisis de un periódico étnico en particular, El Correo Español, en la etapa comprendida entre 1870 y 1910. A lo largo de estos años, el surgimiento y la difusión de este órgano de prensa estuvieron condicionados por los procesos de crecimiento demográfico y económico que experimentó el área rioplatense, al compás de la expansión del modelo agroexportador. Preocupado por los alcances espaciales y socioculturales del periódico en cuestión, Garabedian reconstruyó el universo de sus lectores, haciendo énfasis en el examen minucioso de la localización
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Dicho evento estuvo organizado por el Grupo de Estudios sobre Población, Migración y Desarrollo (IIGG, FSOC, UBA), el Seminario Permanente de Migraciones (IIGG, FSOC, UBA), el Instituto de Historia de España “Dr. Claudio Sánchez-Albornoz” (FFyL, UBA), y los proyectos de investigación UBACyT 20020150100063BA (IIGG, FSOC, UBA) y PIP 2017-2019 11220170100149CO (CONICET-IIGG, FSOC, UBA), este último también bajo la dirección de Nadia De Cristóforis.
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geográfica y composición ocupacional de estos dentro de la Ciudad de Buenos Aires. Este estudio lo condujo a conocer el área urbana donde El Correo Español fue más demandado y tuvo mayores impactos. Dicho órgano de prensa se dirigía a un público amplio, constituido mayoritariamente por trabajadores de sectores medios, entre los cuales buscaba consolidar su legitimidad como representante de la comunidad española en su conjunto. A través de su indagación, Garabedian termina demostrando que la prensa hispánica en Buenos Aires constituyó una vía de inserción de los españoles en la sociedad porteña y, a su vez, un ámbito desde el cual los directores y redactores disputaron espacios de poder con la élite local y con la inmigrada que ya estaba consolidada dentro del ámbito sudamericano. Pero más allá de crear y reproducir un importante y variado universo de publicaciones de diferentes características, finalidades y grados de continuidad, los españoles en Buenos Aires, así como en el resto del país, fundaron una gran cantidad de instituciones con distintos objetivos (políticos, económicos, mutuales, recreativos, asistenciales, religiosos, culturales, entre otros), muchas de las cuales aún perviven, con mayor o menor vitalidad (De Cristóforis, 2018). Este tejido institucional se amplió notablemente entre las postrimerías del siglo XIX y fines de la década de los treinta, siendo mucho más nutrido en las áreas que recibieron la mayor cantidad de inmigrantes peninsulares dentro de la Argentina. Así, la Ciudad de Buenos Aires y su provincia homónima fueron escenarios predilectos para la aparición de un movimiento asociativo que logró satisfacer distintas necesidades de sus miembros, algunas de ellas de vital importancia, como la atención a la salud, en momentos en los cuales las iniciativas y acciones de los distintos niveles de gobierno en la materia se hallaban casi ausentes. El trabajo de Denise Ganza examina la participación de los inmigrantes españoles en una entidad mutualista de destacada trayectoria dentro de la localidad bonaerense de Valentín Alsina: la Sociedad Cosmopolita de Socorros
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Mutuos. Además de contextualizar el peso y significado de esta última institución dentro del tejido asociativo de la zona, la autora pone al descubierto con gran precisión el perfil sociodemográfico de los socios peninsulares y su destacado grado de permanencia y capacidad de liderazgo dentro de la entidad. Además, Ganza logra demostrar cómo prominentes empresarios españoles del área, como el dueño de la fábrica textil Campomar y su familia, mantuvieron importantes vínculos con la sociedad cosmopolita analizada, tanto a nivel simbólico como material, contribuyendo al desarrollo de esta. De la institución en consideración, surgieron otras tres entidades étnicas: una italiana y dos españolas (la Sociedad Española en 1919 y el Centro Gallego en 1925). Estas últimas promovieron, junto a la sociedad cosmopolita, una tendencia a la unidad del movimiento mutualista en Valentín Alsina digna de consideración, dado que intentaba superar creativamente los desafíos económicos que se imponían a las entidades de su tipo en la época. Además de la participación en periódicos y asociaciones, los españoles también actuaron dentro del movimiento obrero argentino, como nos recuerda el estudio de Hernán Díaz. Este último examina el problema de la integración de los migrantes desde el prisma analítico de una historia de vida particular, la del gallego Ramón Suárez Picallo, quien residió por primera vez en la Argentina entre 1911-1912 y 1931. La indagación de Díaz se concentra en esta etapa de juventud de Suárez Picallo, con el fin de develar sus estrategias de integración en la sociedad de acogida, el grado de autonomía o dependencia de estas a factores sociohistóricos contextuales y los resultados, deseados o no, de su puesta en marcha. El acento está colocado en plano de actuación política de Suárez Picallo, y pone al descubierto las contradicciones y vaivenes de su paso por ámbitos laborales, o pertenecientes al movimiento obrero argentino y al asociacionismo étnico galleguista. El estudio de Díaz, además de aportar rica y original información sobre la trayectoria de este militante oriundo de Sada (A Coruña), nos
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conduce a repensar el concepto de “integración” a la luz de un derrotero vital particular, signado por la debilidad de los vínculos familiares capaces de amortiguar los efectos más negativos del proceso migratorio, la importante capacidad de adaptación y supervivencia del joven gallego, sus habilidades vinculadas con el liderazgo político, y su activismo de cara al galleguismo rioplatense en expansión. En el entrecruzamiento de estos y otros factores condicionantes, Díaz logra complejizar la noción de integración, a partir de un caso de estudio de gran interés histórico para comprender la evolución de la sociedad argentina y la gallega en la primera mitad del siglo XX. El capítulo de Ángeles Castro Montero se concentra en otra trayectoria política: la del embajador de España en la Argentina Ramiro de Maeztu, entre 1928 y 1930. A partir de su exhaustivo conocimiento de la biografía y obra de este representante del gobierno peninsular en el país sudamericano, la autora revela la concepción de “embajada cultural” que buscó desarrollar a lo largo de su gestión diplomática. Dicha noción involucraba su actuación como mediador cultural entre la España primorriverista y la comunidad hispánica en el Río de la Plata, al tiempo que lo posicionaba como intérprete de las necesidades y demandas de la última. Para demostrar estas presunciones, Castro Montero se detiene, entre otras cuestiones, en el viaje que Maeztu realizó a la Patagonia argentina en su calidad de embajador, dando cuenta tanto de su labor a lo largo de su recorrido, como del entusiasmo que despertó su visita entre sus connacionales. Su diálogo con los inmigrantes españoles y sus asociaciones durante esta y otras actividades, y la comprensión de sus problemas, formaban parte de su propósito de convertirlos en destinatarios predilectos de sus proyectos de unidad cultural hispanoamericana, fundados en los vínculos históricos y lingüísticos compartidos. Dentro del arco temporal que abarca el presente libro, la guerra civil española ocupa un lugar singular, por sus fuertes y amplias repercusiones, que alcanzaron una dimen-
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sión internacional (Rein y Thomàs, 2016). Dicha contienda generó múltiples efectos en la sociedad argentina, motivando posicionamientos complejos (que no necesariamente decantaron en un apoyo abierto e incondicional a uno u otro bando beligerante) dentro del Gobierno, la Iglesia católica, las instituciones de la comunidad hispánica o la población local en general (Quijada Mauriño, 1991). El estudio de Alejandra Ferreyra focaliza el movimiento de solidaridad que se gestó desde Buenos Aires con el bando sublevado en la guerra civil y los avatares de la movilización política surgida en dicho contexto, tras el fin de la contienda. Para ello, se concentra en las emisiones radiales a favor del franquismo y en una figura femenina central de estas: la joven española María Teresa Casanova, residente en la ciudad porteña. De este modo, Ferreyra revela no solo las características generales que desarrollaron los programas radiales en apoyo a los nacionales (en el marco de los controles y restricciones ejercidos por el Gobierno nacional argentino), sino también los discursos e ideas de una de las principales artífices de dichos programas, la citada Casanova. Fue ella quien se ocupó de difundir el discurso franquista sobre el rol social de la mujer, durante y luego de la guerra civil, diferenciando una cierta aceptación de su participación en la arena pública y política durante la contienda, y un llamamiento a su retorno a la reclusión del hogar y las preocupaciones domésticas, al término de los enfrentamientos. El estudio permite corroborar el destacado papel adquirido por la radio como instrumento de propaganda política entre quienes simpatizaron y militaron a favor del franquismo, así como su apropiación y manipulación una vez finalizada la guerra civil, aunque con nuevos contenidos tendientes a morigerar las tensiones sociales y a consolidar el concepto de “hispanidad” dentro de España y de los países americanos que habían formado parte de su imperio colonial.
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El trabajo de Silvina Montenegro y Mariano Rodríguez Otero analiza la trayectoria de vida de un jurista, político y último representante de la II República Española en la Argentina: Ángel Ossorio y Gallardo. Los autores buscan poner de relieve su actuación en los años que transcurrieron entre su llegada a Buenos Aires como diplomático (junio de 1938) y su muerte (mayo de 1946), dando cuenta así de su pasaje de embajador a exiliado político, tras el abandono forzado de la sede diplomática a manos del representante de Franco en la Argentina, en febrero de 1939. Pero, antes de profundizar en esta etapa, Montenegro y Rodríguez Otero ponen al descubierto las ideas y características personales de Ossorio y Gallardo en el período previo a su arribo a la capital argentina. Según los autores, dichos pensamientos y rasgos subjetivos condicionaron su actuación como referente de la comunidad española y de los exiliados republicanos que se refugiaron en el Río de la Plata en los últimos meses de la II República y durante el primer franquismo. Además, y más allá del examen del desempeño y compromiso político de Ossorio y Gallardo, se destaca su continua y prolífica labor intelectual, que dio como resultado una amplia producción escrita, destinada a iluminar y problematizar aspectos jurídicos, culturales y sociales de su época. Pero sabido es que los ideales republicanos en la Argentina no solo se encarnaron en los representantes de la II República en dicho país, sino en sectores mayoritarios de la comunidad española y de la sociedad local del ámbito rioplatense. El estudio de Marcela Lucci está encaminado a poner de relieve la vitalidad y profundo arraigo de dicha ideología dentro del sector catalanista de la comunidad catalana de Buenos Aires, a través de una publicación que la expresó con gran fuerza y continuidad: la revista Ressorgiment. Esta última apareció mensualmente en la ciudad porteña entre 1916 y 1972, y actuó como vocera del grupo conocido como los “Catalanes de América” de Buenos Aires. La convicción republicana, que se plasmó en
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dicho órgano de prensa desde su surgimiento, se consolidó durante la guerra civil española, nutriéndose de nuevos contenidos, esta vez ligados al antifascismo europeo, que permitía enfrentar al franquismo desde marcos y contextos más amplios, al asimilarlo a las fuerzas de Mussolini y Hitler en expansión, durante el período de entreguerras. Entre otras cuestiones, el análisis de Lucci también se detiene en la producción escrita de Hipòlit Nadal, periodista y escritor catalán que se exilió en Buenos Aires en 1912 y que fue uno de los fundadores de la revista Ressorgiment. A partir de sus editoriales publicados en este último medio de difusión, y de otras fuentes complementarias, la autora rescata su importante rol como opositor de las dictaduras de Primo de Rivera y Franco, y su activismo político de cara a influir en la comunidad catalana en el Río de la Plata y en su sociedad de nacimiento. El republicanismo, en sus diversas vertientes políticas, también fue postulado y defendido por los exiliados de la guerra civil, que comenzaron a huir de la represión franquista desde 1936 y durante los años subsiguientes. Laura Fasano analiza los derroteros de un refugiado gallego en la Argentina, Manuel García Gerpe, focalizando especialmente su inserción en dos ámbitos asociativos de importante vitalidad para la época: la Federación de Sociedades Gallegas y el Centro Republicano Español. El acento está puesto en examinar comparativamente el activismo políticocultural del mencionado refugiado oriundo de Ordes, A Coruña, en las publicaciones de dichas entidades y en sus tejidos institucionales o relacionales. Sin llegar a integrar los cuadros dirigentes de la Federación de Sociedades Gallegas o del Centro Republicano Español, García Gerpe desplegó dentro de ellos una profusa labor como escritor y político afiliado a Izquierda Republicana, fomentando la solidaridad con los refugiados de la guerra civil desde el Río de la Plata, así como la reflexión sobre los problemas políticos y socioeconómicos que aquejaban a España. Como pone de relieve Fasano, su acción militante se desenvolvió
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de cara a su sociedad de origen, tanto durante la contienda como luego del fin de ella. Ello profundizó su sociabilidad con el conjunto de exiliados en Buenos Aires de modo casi exclusivo, y en términos no siempre armoniosos. Pero si el alzamiento de Franco sorprendió a García Gerpe en Madrid, también afectó temprana y más masivamente a muchos militantes y simpatizantes republicanos que se encontraban en Galicia. Tal es el caso de Luis Seoane, intelectual, político y artista polifacético que se vio obligado a huir rápidamente por Lisboa para refugiarse en Buenos Aires, donde permaneció ininterrumpidamente hasta 1963, para luego alternar su radicación entre dicha ciudad y A Coruña. El capítulo de Nadia De Cristóforis se concentra en una etapa particular del exilio de Seoane en la ciudad porteña: aquella abierta tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, con el objeto de examinar los vínculos que el refugiado estableció con distintos interlocutores en Galicia, especialmente con el escritor, intelectual y político Francisco Fernández del Riego. Este último no solo se convirtió en referente de Seoane y de una parte importante de la comunidad emigrada, sino que también se transformó en corresponsal de una de las principales publicaciones de los oriundos del noroeste hispánico en la Argentina: Galicia. Revista del Centro Gallego de Buenos Aires. La autora indaga la correspondencia que Seoane mantuvo con Fernández del Riego a partir de 1947 y los trabajos que este último publicó en Galicia. Revista del Centro Gallego de Buenos Aires y en Galicia Emigrante, con el fin de poner de manifiesto las características y alcances de los proyectos culturales compartidos, a lo largo de los años de mutuo acercamiento. Como puede advertirse a partir de este breve recorrido por los contenidos de los distintos capítulos, el estudio del activismo político e inserción sociocultural de los españoles presenta múltiples aristas para ser desarrolladas, que no quedan agotadas con la presente obra. Además de demostrar la potencialidad del tema en el caso español, este libro intenta aportar algunas reflexiones para pensar y
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analizar otros grupos migratorios en la Argentina, tomando en cuenta distintos ejes de indagación posibles, como por ejemplo: los grados variables en que las comunidades de migrantes o exiliados permanecen vinculadas a sus sociedades de partida; la manera y las condiciones bajo las cuales una determinada sociedad de acogida favorece o limita los márgenes de activismo político de un grupo extranjero, o sus oportunidades de inserción sociocultural (o socioeconómica, por ejemplo); el impacto que genera el momento de llegada de un grupo de migrantes o de exiliados a una determinada sociedad, en función de la existencia o no de congéneres (u otros grupos de extranjeros) ya establecidos dentro de esta; las formas en que operan las redes comunitarias preexistentes (institucionales o no) sobre los recién llegados; o el tipo de vínculo que generan los nuevos migrantes o exiliados con los congéneres ya instalados en la sociedad de destino, tanto a nivel generacional como intergeneracional, entre muchos otros. Por último, y no menos importante, quisiéramos expresar nuestro más sincero agradecimiento a quienes hicieron posible esta obra: a las y los autores de los distintos capítulos, por su interés y compromiso con la propuesta; a los directores del Instituto de Investigaciones Gino Germani y del Instituto de Historia de España “Dr. Claudio Sánchez-Albornoz” (la Dra. Carolina Mera y el Dr. Mariano Rodríguez Otero, respectivamente), quienes apoyaron el proyecto de investigación UBACyT mencionado y la iniciativa de realización del seminario de discusión “Inmigrantes y exiliados españoles: trayectorias y formas de integración socio-cultural en la Argentina contemporánea”; a la Universidad de Buenos Aires, que financió al equipo que impulsó la parte central de las indagaciones que aquí se incluyen; y finalmente, a la Dra. Susana Novick, quien no solo participó activamente en el evento académico aludido, sino que también contribuyó generosamente a la publicación de este libro.
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Lectores y periódicos españoles en la Ciudad de Buenos Aires (1870-1910) MARCELO GARABEDIAN
La práctica de la lectura en la ciudad porteña Este capítulo tratará de analizar el desarrollo de la prensa española publicada en Buenos Aires por inmigrantes que buscaron ocupar un “sitial” en el mundo de la prensa porteña. Para ello será necesario indagar cómo fue creciendo el espacio de la prensa y sus lectores, dentro de una ciudad que comenzó a experimentar cambios urbanísticos y demográficos trascendentales durante el último cuarto del siglo XIX. Adolfo Prieto es, al respecto, una referencia insoslayable. En su libro El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna (Prieto, 1988), dedica una buena parte del texto a la “configuración de los campos de lectura”, objeto del primer capítulo1. Si aceptamos la hipótesis de que la lectura de la prensa periódica debe entenderse dentro de un sistema vivo de relaciones, entonces la clave del análisis debe partir, tal como lo concibió Prieto (1988: 13), por comprender la magnitud, y también el recorte, del campo a estudiar. A partir de la década de 1870, el mundo de la prensa periódica porteña inició una “onda expansiva casi
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Es interesante señalar que hay una serie de libros contemporáneos que tuvieron como objeto la prensa periódica. Se trata de las siguientes obras: Halperín Donghi (1985), Verdevoye (1994) y Sarlo (1988). Todos ellos conforman, cada uno con sus características, una unidad temática en torno al estudio de la prensa.
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sin paralelo en el mundo contemporáneo, y por sus huellas materiales es posible, siquiera con una gruesa aproximación, inferir el techo de lectura real de la comunidad a la que servía” (Prieto, 1988: 14). A más de veinte años del trabajo de Prieto, otro autor, William Acree (2013), rescata las mismas líneas de interpretación al afirmar que para él: […] la cultura impresa se forma a través de los vínculos que conectan los públicos lectores, tanto alfabetos como analfabetos, con los medios impresos y los textos, lo que a menudo va más allá de la esfera de la palabra escrita. Más específicamente, concierne a las relaciones entre las prácticas de lectura y escritura por un lado, y las conductas sociales, los valores individuales y colectivos, las transacciones económicas, las decisiones políticas, las instituciones estatales y las ideologías por el otro (Acree, 2013: 16).
Haciendo nuestras también estas ideas de una “comunidad de lectores interrelacionados y una relación viva en cuanto al mundo de la lectura cotidiana”, nos dedicamos a observar una dimensión cuantitativa del mundo de la prensa periódica. En un aspecto más general, una mirada de largo plazo nos indica el crecimiento que, junto con la ciudad y la población, experimentó la prensa periódica, elemento que distinguió a la Argentina sobre sus pares de Iberoamérica. En el año 1877, con una población de poco más de dos millones de habitantes, circulaban 148 periódicos, cifra que aumentó rápidamente para el año 1881 con 165 periódicos, para subir en 1882 y con una población estimada de tres millones de habitantes, a 224 diarios y revistas, y a 407 cuatro años más tarde. Para comienzos del siglo XX, con una población estimada en los cuatro millones de habitantes y con una Capital Federal que largamente superaba el millón de habitantes, los diarios de aparición matutina, sumados a las revistas, poseían una tirada diaria de 200 000 ejemplares. Solo el diario La Prensa llegó a tener tiradas extraordinarias de 70 000 ejemplares en un día, cuando en 1869, año de su fundación, editó 700 ejemplares. Los diarios más importantes de la época fueron La Nación, La Prensa, La Tribuna, El Nacional, El Diario,
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entre otros. Estas cifras hicieron verosímil la voz de uno de los personajes de la obra De Paseo en Buenos Aires (Justo López de Gomara, 1888), quien afirmaba: Don Diego: Qué retahíla, ¡vive Dios! ¡Qué cantidad de periódicos! Vendedor: Y esto es al salir el sol, Que lo que es hasta ocultarse Salen hasta veintidós. Conde: ¿Entonces se leerá mucho? Vendedor: Se lee mucho, sí señor (Justo López de Gomara, 1888: 5).
Esta información asistemática y fragmentada, muchas veces tendenciosa y casi siempre incompleta, ha sido concebida con las escasas estadísticas que surgían desde los censos oficiales, o bien desde las producciones que algunos hombres vinculados a las “letras” y al “periodismo”, como Zeballos, Navarro Viola o Ernesto Quesada, fueron dejando en distintas publicaciones, tratando de indagar este fenómeno particular de la prensa en la ciudad, la gran cantidad de periódicos y a su vez de lectores, que llamó la atención de no pocos viajeros que visitaban la ciudad. Fue Ernesto Quesada quien dedicó algunos escritos para estudiar la emergencia de este fenómeno. Quien fuera director de la Biblioteca Pública de Buenos Aires publicó dos notas en el diario La Nación, con un intervalo de un año aproximadamente entre una y otra. La primera de ellas, “Estadística de la Prensa periódica de la ciudad de Buenos Aires” (Quesada, 1877: 4), se conoció el 19 de agosto de 1877, y la segunda, “El Periodismo en la República Argentina I” (Quesada, 1878: 2), el 31 de agosto de 1878. En la primera de las notas señaladas, afirmaba, no sin cierto orgullo, que una ciudad como Buenos Aires, que contaba en ese entonces con 300 000 habitantes, sostenía 44 publicaciones (20 diarios y 24 periódicos). De los veinte diarios, catorce eran nacionales y solo seis eran representantes de los inmigrantes (El Correo Español; Le Courrier del Plata; Die
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Heimath; L´Operario Italiano; The Southern Cross; The Standard). En la segunda de las colaboraciones, que el mismo autor ofrece como una continuación directa de la del año anterior, elabora con base en cálculos y comparaciones la relación entre población y número de periódicos de cada país, para llegar a la conclusión de que la Argentina, con sus 16 700 personas por ejemplar, se encontraba en el quinto lugar mundial, detrás de Estados Unidos, Suiza, Bélgica y Holanda, pero por encima de países culturalmente dominantes, como Inglaterra y Francia, o Prusia, Italia y Austria. En su esquema, en aquellas naciones donde predominaban la libertad y los valores republicanos, la aparición de una prensa periódica potente y diversa podía evolucionar favorablemente. Por el contrario, en aquellos países sin libertades civiles ni políticas, tales los casos de Rusia y Turquía, la relación entre población y periódicos era altísima, contando para el primero 530 000 personas por cada ejemplar y, para el segundo, 300 000 por ejemplar. En el año 1883, Quesada publicó un nuevo artículo en la Nueva Revista de Buenos Aires sobre la prensa de la Argentina, comparando las cifras de 1877 con las del año 1882. Para este último año analizado, sobre una población de poco más de tres millones de personas, dividida por los 224 periódicos registrados, se llegaba a la cantidad de 13 509 habitantes por periódico. Esta proporción colocaba a la Argentina en el tercer lugar, solo detrás de los Estados Unidos y Suiza. Para colorear estos datos, el autor manifestaba: […] aquí todo el mundo lee los diarios, no uno, sino varios, desde el más encumbrado personaje hasta el más humilde changador, todos leen gacetas. Por la mañana, todos los tienen en sus casas y en las primeras horas del día difícilmente se encuentra una persona sin su diario (Quesada, 1883: 75).
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El C Corr orreeo E Español spañol y “sus” lectores El 29 de julio de 1872 apareció por primera vez en la ciudad un ejemplar “prospecto” de El Correo Español (en adelante, ECE). El diario de Romero Jiménez fue el periódico más importante de la colonia española en Buenos Aires durante el último cuarto del siglo XIX. Pero no fue el único. Otros emprendimientos periodísticos que tuvieron participación en el debate de la prensa rioplatense de este período fueron: El Eco Español (1860); Imparcial Español (1865); La España (1866); La Razón española (1867); La Libertad Española (1870); El Diario Español (1871); El Correo de España (1874); El Español (1874-1875); El Diario Español (1877-1890); La España Moderna (1880); La Nación Española (1881-1883); La Prensa española (1885); El Centinela Español (1887); La Bandera Española (1889); El Diario Español (1890); La Iberia (1890); El Pabellón Español (1891); La Nación Española (1892); España y América (1896); El Legitimista Español (1898); La República Española (1903); El Correo de España (1909) y La Raza (1912)2. También existieron, por supuesto, periódicos regionales; La Baskonia, La voz de Covadonga, El Gallego, L´ Aureneta. El que más se destacó dentro de este tipo de publicaciones regionales fue El Eco de Galicia3, órgano de la comunidad gallega de Buenos Aires, que se editó desde 1878 hasta 19004. También hubo periódicos españoles en las provincias: El Eco de España en Rosario; Confraternidad en la ciudad de Saladillo (Provincia de Buenos Aires); El Español en Mendoza; Hispano en Bahía Blanca5.
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Estelistadonopretendesercompleto.Sehancitadoaquellosperiódicosexistentes en los catálogos de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, más aquellas publicaciones que han sido mencionadas en ECE y cuya existencia se conoce a travésdealgúnintercambioenelescenario delperiodismo porteño. Para ver en detalle el desarrollo de la prensa gallega en Buenos Aires, ver: Molinos, 1995; VieitesTorreiro,1989. Para una primera aproximación al estudio de la prensa española en general, en la Argentina, verTeijeiroMartínez,1919. PartedelainformaciónfuecomplementadaconlaautobiografíadeRafaelCalzada (1928: 183-186).
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Nosotros centraremos nuestra atención en el diario ECE. Durante los primeros tiempos, ECE fijó domicilio de su Administración y Redacción en la calle San Martín n.° 103 (era a su vez el domicilio particular que ocupaba Romero Jiménez en esos primeros años). El precio por la suscripción mensual era de $ 30 m/n y el periódico aparecía con la leyenda “Diario político y de noticias, mercantil, industrial y agrícola”, mientras que él figuraba como director Enrique Romero Jiménez. Como vemos, la ciudad ya contaba con antecedentes en lo que se refiere a la presencia de la prensa española. Este elemento, sumado al número de peninsulares residentes en la ciudad6, puede explicar el “éxito” que alcanzó ECE al momento de su lanzamiento en julio de 1872. En nuestro caso puntual, el estudio del ECE y sus lectores representarán sin duda un desafío, en parte por un límite que nos ha marcado la inexistencia de los archivos del periódico. Esta ausencia sensible en el trazado del plan de trabajo nos impuso la necesidad de la reconstrucción a través de la triangulación de fuentes, y a veces, tomando los testimonios que emanaban desde las mismas páginas del diario, como veremos a continuación. Transcurrido el primer mes de la publicación, apareció el 5 de agosto de 1872 una columna titulada “¡¡Mil!!”, en donde se agradecía por la acogida que había recibido por parte de los españoles. Decía lo siguiente: ¡¡Mil!!, este es el número de ejemplares de nuestro periódico que se vendieron en la mañana de ayer por los muchachos que recorrieron las calles de la ciudad. No podía esperarse menos, visto la acogida con que han sido recibido por
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El Censo Nacional de 1869 estimaba en 14 600 la cantidad de españoles, lo cual constituía el 7,8 % de la población total de la Ciudad de Buenos Aires, mientras que la nota publicada por ECE en el año 1872 afirmaba que residían alrededor de 34 070 españoles en todo el país y 28 500 en la ciudad, siempre sumando hombres y mujeres (“Importancia de los españoles en la Argentina”, 1872: 1).
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el público nuestros primeros números y la interesante carta que publicamos ayer, debida a nuestro director, en contestación a la publicada en El Americano por Héctor Varela (“¡¡Mil!!”, 1872: 2).
Esta evidencia estadística deja entrever la importancia y la llegada del periódico entre los españoles del Río de la Plata. ECE decía ser “el fiel representante de la colonia española rioplatense”, y así lo reflejaba el 10 de agosto de 1872, al publicar una nota con el título de “Gratitud” (1872): Si hay una compensación digna a la penosa tarea que nos hemos impuesto de mantener incólume el honor de nuestra querida patria en las columnas de El Correo Español, indudablemente es la que debe hacer dos días vienen demostrándonos nuestros compatriotas sin distinción de clases ni de opiniones políticas. Desde el alto al más pequeño, desde el pobre al más acaudalado capitalista, son muchísimas las personas que han tenido a bien felicitarnos por nuestra carta del miércoles y esta manifestación espontánea del sentimiento español nos obliga a hacer pública la gratitud que hacia todos experimentamos, y el propósito de continuar mereciendo sus simpatías y protección como hasta el presente. ¿Por qué ocultarlo? La colonia española de Buenos Aires y de la campaña ha correspondido apresuradamente a nuestras esperanzas. El Correo Español se lisonjea de hoy más en ser el representante de la prensa de sus compatriotas (p. 1).
Nuestro periódico también fue detrás de estos españoles que comenzaron a instalarse, cada vez en mayor número, en los nuevos poblados. Ya para el año 1872 y a los pocos meses de su aparición, ECE colocaba en sus páginas la lista de sus agentes en los principales pueblos del interior, seguramente aprovechando los antiguos circuitos de los periódicos que lo precedieron.
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Figura 01: Cuadro de los agentes de ECE fuera de la Ciudad de Buenos Aires
Fuente: “Agentes del Correo Español” (1872: 2).
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Como observamos en la columna del diario, este tenía agentes en los principales puntos del Interior bonaerense y siguiendo los cursos de los ríos Paraná y Uruguay, para internarse en las principales ciudades puerto, lo que reproducía en cierta forma los patrones productivos y mercantiles de la Argentina de las últimas décadas del siglo XIX. El 8 de julio de 1883, ECE anunciaba el surgimiento de una nueva agencia en la ciudad de Montevideo, corroborando que la extensión del diario ocupaba todo el espacio rioplatense (“Agentes del Correo Español”, 1872: 2). Al igual que los otros periódicos bonaerenses de la época, ECE buscó consolidarse territorialmente a lo largo del país, a partir del dominio de la plaza porteña y su puerto, fuente de entrada y salida de todas las informaciones que llegaban desde Europa. En el año 1874, desde el diario se lanzó una suscripción popular para ayudar a las víctimas de la guerra civil. Según afirmaba ECE, dos años después de su aparición, la cantidad de españoles en la Argentina ya era de 50 000 (“Auxilios”, 1874: 1). Guy Bourdé (1978) afirmó en su libro que hasta el año 1885 el ingreso promedio de españoles al país fue de aproximadamente 3 000 por año, siempre tomando en cuenta que se contabilizaba a quienes ingresaban en la categoría “ultramar”, es decir, a los barcos llegados desde Europa (Bourdé, 1978: 136). La categoría “cabotaje”, es decir, desplazamientos desde países vecinos, como por ejemplo el Uruguay, no ingresaba dentro de estas cifras, por lo que podemos suponer que la cantidad podía ser mayor. Habría que esperar hasta 1878 para tener más información sobre este aspecto de la vida del diario. Ese año fue muy duro dado que remataron su imprenta por deudas impagas. La respuesta de Romero Jiménez fue interpelar a los peninsulares para una suscripción en donde se reuniera el dinero para comprar una nueva imprenta y donarla a ECE. En una de las reuniones que se convocaron, el director propietario de ECE manifestó que este, en mayo de 1878, tenía alrededor de 480 a 500 suscriptores y que, “por fuera de los suscriptores y la campaña, posee una tirada de 2 000
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ejemplares” (“Asamblea”, 1878: 1). O sea que podemos inferir, también por información que publicó el mismo diario en abril de 1878, que “no podía satisfacer la demanda de ejemplares” (“Circulación”, 1878a: 1; “Circulación”, 1878b: 1), por lo que creemos que la tirada para mediados de 1878 se ubicaría, con cálculos conservadores, en 3 000 ejemplares. Romero afirmó en mayo de 1878 que ECE le producía una renta mensual de entre $ 10 000 y 12 000 (“Asamblea”, 1878: 1) y que el periódico contaba con un personal permanente que oscilaba entre las 4 y las 5 personas, incluyendo al director. Para dimensionar estos ingresos netos de Romero Jiménez, podemos decir que la imprenta del diario se remató en febrero de 1878 en la suma de $ 28 650 m/ n. En julio de 1878, un mes antes de dar por terminada la suscripción para la imprenta, se habían recaudado en todo el país alrededor de $ 60 000 (“El Correo Español”, 1878a: 1; “El Correo Español”, 1878b: 1). Para cerrar, López de Gomara se inició en ECE en el año 1880 con un sueldo de $ 1 300 m/n, lo que él consideró, ya en una edad madura, un gran sueldo para vivir muy confortablemente (“Recuerdos de antaño”, 1922: 2). Los números de la circulación de ECE, aunque siempre aleatorios y a partir de datos fragmentarios, pueden corroborarse consultando otro tipo de fuente. El Sr. Pérez Ruano, encargado de negocios de España en Buenos Aires, tuvo una serie de enfrentamientos con ECE y su director. En la larga lista de comunicaciones oficiales realizadas desde 1874 hasta 1877 por parte de la Legación al Sr. ministro de Ultramar, pueden inferirse varios indicios. El primero de ellos es la gran cantidad de comunicaciones que les destina a Romero Jiménez y a ECE, denunciando su comportamiento en el ámbito porteño. El segundo, que se deriva de lo anterior, es el arraigo que Romero Jiménez poseía entre buena parte de los inmigrantes españoles más humildes. Al respecto, el encargado de negocios afirmaba:
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[…] tomados, al acaso de los últimos números, los suscriptores y lectores habituales de “El Correo Español” pertenecen en su mayoría a la ínfima clase de la colonia española, tanto de la capital como de las provincias, gentes de carácter levantisco, refugiados muchos de ellos en estos países por haber tomado una parte activa en los diferentes movimientos políticos que han tenido lugar en España en los últimos tiempos. Y propensos siempre a aplaudir (“Despacho N° 11”, 1876).
A fines del año 1880, ECE publicó una nota titulada “Los enemigos de El Correo Español”, con motivo de la aparición de una publicación competidora titulada La Nación Española, en la que se afirmaba que la cantidad de españoles en Argentina ya estaría rondando los 100 000 individuos, mostrando un crecimiento muy importante de los residentes (“Los enemigos”, 1880: 1). En este marco, la tirada del diario venía en ascenso. Con motivo de su noveno aniversario, ECE afirmó que vendía más de 1 000 ejemplares, además de las suscripciones, y a los pocos días sostuvo que había aumentado su tirada diaria (“Noveno aniversario”, 1880: 1; “Boletín”, 1880: 1). En el año 1883, El Diario, matutino porteño de gran relevancia, saludó a ECE por un nuevo aniversario, manifestando que la publicación que ya dirigía López de Gomara, luego del fallecimiento de Romero Jiménez, poseía una tirada diaria de 4 000 ejemplares (“Noticias varias”, 1883: 2). El dato extraoficial publicado por el diario se vio corroborado por el primer censo municipal de la Ciudad de Buenos Aires de 1887, que registró el número de periódicos y revistas que se editaban en la ciudad junto a la tirada diaria (Ciudad de Buenos Aires, 1889: 269)7. Allí se dio cuenta de que ECE tenía una edición de 4 000 ejemplares diarios, a pesar de estar muy por debajo de los principales diarios
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Esta es la primera verificación oficial que se posee de la tirada del periódico, y contribuye, a manera de parámetro, a corroborar las presunciones que vamos generando a partir de los datos que de forma asistemática obtenemos de sus propias páginas.
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nacionales (La Nación y La Prensa tenían una tirada diaria de 18 000 ejemplares diarios) e incluso de los italianos (La Patria Italiana del periodista Basilio Cittadini tenía una tirada de 11 000 ejemplares, L’Operario Italiano de Aníbal Blosi, 6 000 ejemplares, La Nazione Italiana de Ángel Rigoni Stern tenía una tirada de 3 000, y L’Amico del Popolo rondaba los 1 500)8; esta cantidad de ejemplares era muy importante teniendo en cuenta el tamaño de la colonia española en la ciudad para ese momento (Ciudad de Buenos Aires, 1889: 545-546). El mismo censo municipal de 1887 registraba un total de 39 600 españoles residentes en la urbe porteña (Ciudad de Buenos Aires, 1889: 25-26); teniendo en cuenta este dato y también la tirada diaria del periódico (4 000 ejemplares diarios), nos da un total de 9,9 habitantes por ejemplar. Esta proporción expresa claramente la llegada que poseía el periódico entre la colonia española de la ciudad. Pero si a su vez descontamos del total de habitantes aquellas personas analfabetas o semianalfabetas, el alcance del periódico es aún mayor; según el Segundo Censo Nacional de 1895 (República Argentina, 1898: 583), el porcentaje de españoles alfabetos alcanzaba aproximadamente el 75 % de la colonia (tomando hombres y mujeres). Este porcentaje, si bien corresponde a un censo que se realizó ocho años después, puede darnos una pauta aproximada: calculando los 4 000 ejemplares diarios sobre los 29 700 habitantes españoles alfabetos de la ciudad, nos da un total de 7,4 habitantes por ejemplar. En el año 1895 residían en Argentina unos 663 854 españoles, y en la ciudad se contabilizaban 80 352. Como consecuencia de los sucesos de la Guerra de Cuba, en 1898, el diario informó que debió aumentar su tirada diaria a 15 000 ejemplares, dada la gran demanda durante los meses del conflicto bélico (“Ecos”, 1898: 1). Habrá que esperar hasta su transformación en sociedad anónima para que se 8
Para un estudio detallado acerca de la prensa italiana en Buenos Aires, ver Cibotti (1995).
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publicaran sus balances y tomaran un estado público. En el año 1903 se publicó el primer balance del diario, y, si bien no se informaba sobre la tirada de ejemplares, sí se daba a conocer la estructura de los ingresos del diario, que el Directorio estimaba de $ 11 000 netos, pero se sostenía también que, con una administración más eficiente y con el aumento de la publicidad, podían alcanzarse los $ 18 000 fácilmente (“Sociedad Anónima”, 1902: 1). Analizando el balance presentado en esta misma nota de abril de 1903, se detalla la estructura ordinaria de ingresos y egresos del periódico9. Entre los ingresos, en el primer trimestre del año, se contabilizaron $ 17 806 m/n en concepto de suscripciones y $ 1 584 m/n por venta de diarios. Los avisos sumaban $ 10 700 m/n; las ventas unitarias de los “agentes”, $ 2 020 m/n; y completaban la lista de ingresos un concepto denominado “departamento de obras” (los trabajos del taller de imprenta), por $ 1 508 m/n, y la venta de los ejemplares de la “Galería de los Españoles Ilustres”, por $ 124 m/n. Un último ítem lo completaba el renglón denominado “efectos inútiles” por $ 157 m/n. La suma total de ingresos fue de $ 33 899. Realizando un análisis de los ítems del mencionado balance, y teniendo en cuenta que el precio de venta unitario del periódico era de $ 0,14 y que en el punto “venta de diarios” se declararon $ 1 584, nos arroja la cantidad de 11 300 periódicos vendidos en el período comprendido entre el 1 de enero hasta el 30 de marzo de 1903, una cifra cercana a los 3 700 ejemplares mensuales. El rubro “suscripciones”, suponiendo que la totalidad de las suscripciones se realizaron en la ciudad, a un costo de $ 3 m/n cada una, implicaría un número de 5 900 suscriptores, lo que daría aproximadamente 2 000 suscriptores al mes. A eso habría que agregarle los importes remitidos por los agentes en concepto de ventas individuales, aunque no nos fue posible calcularlo en 9
Recordemos que para el año 1904, y según la obra de Bourdé (1978: 85), residían en la ciudad 105 206 españoles, y en el país la cifra era de 950 000.
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términos de ejemplares. Tenemos entonces un total de alrededor de 6 000 lectores diarios de ECE que efectivamente compraban el periódico (“Sociedad Anónima”, 1903: 4). De todas maneras, podemos imaginar que cada ejemplar era leído por más de un individuo, máxime teniendo en cuenta las suscripciones de los clubs e instituciones españolas, con centenares de asociados, lo que amplificaba claramente la influencia del diario.
La dimensión del espacio en la circulación del periódico La relación directa entre la tirada diaria de ECE y el número de inmigrantes fue una constante, pero no fue la única explicación en relación con la influencia de dicho órgano sobre la colonia. Un aspecto a tener en cuenta cuando hablamos del impacto de ECE sobre el conjunto de españoles estuvo dado por el área de influencia geográfica dentro de la cual se extendió el diario, y por la repercusión de estas opiniones en un ámbito acotado. En este sentido, será necesario reconstruir el entramado geográfico que los inmigrantes fueron generando a medida que fueron instalándose en la ciudad. Sabemos que el grueso de los inmigrantes españoles se ubicó en San Cristóbal, San Telmo y Barracas, y que hacia fines del siglo XIX tuvieron una nutrida presencia en la zona del Centro, de forma que crearon allí un microclima en donde la circulación del diario fue muy potente (Bourdé, 1978: 165). De esta manera, la voz del periódico se ampliaba en un escenario de la ciudad a escala reducida, y las reverberaciones de su palabra generaban un oleaje entre los lectores peninsulares que residían en esta zona de la urbe, cuya delimitación intentaremos reconstruir a partir de una fuente muy especial: La Guía General de los Españoles en la Argentina (ECE, 1884), publicada en el año 1884 por el entonces director de ECE, Justo S. López de Gomara. Junto a esta fuente utilizaremos la información que nos brinda el propio periódico sobre las direcciones
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de las distintas oficinas que supo ocupar ECE, la dirección del encargado de negocios, las de los principales anunciantes, las instituciones, y el público que se censó en la guía. En este sentido, y para alcanzar estos objetivos, nos basaremos en el análisis de José Moya (2012: 162-216) sobre los patrones de asentamiento de los españoles en la ciudad. Estudio que también desarrolló Guy Bourdé (1978: 165) algunas décadas antes, pero para todos los grupos nacionales. Ambos autores coincidieron en señalar las mismas zonas de asentamiento de los españoles dentro de la ciudad. Adoptaremos la noción de “asentamiento” tal como la ha utilizado Moya. En los términos de este último historiador, “la palabra asentamiento denota un medio más abierto en el cual los inmigrantes interactuaban con el resto de la sociedad y otros grupos étnicos, y en el cual la movilidad espacial era moneda corriente” (Moya, 2012: 142). A lo largo de este capítulo, también nos formularemos otras preguntas: ¿existió una opinión pública de los españoles en este sector delimitado de la ciudad?; si existió, ¿cuáles fueron sus bases de materialidad y circulación? Creemos que las tiradas de ECE fueron solo un factor en la construcción de esta opinión pública. Otros elementos fueron la circulación por un escenario con márgenes definidos y, sobre todo, que el diario y sus noticias formaron parte de un debate que no se clausuraba hasta la próxima aparición del diario. Los temas de las columnas de ECE continuaban comentándose en los salones del club; en las veredas, entre los comerciantes de la zona de influencia, en las movilizaciones políticas y culturales que se realizaban por las calles, y en las fiestas que se organizaban por las noches, auspiciadas por las asociaciones regionales y españolas. Se difundían en la plaza Euskara y en el Paseo de Julio, y sobre todo debido a que sus redactores y directores (Enrique Romero Jiménez, López de Gomara, Rafael Calzada, Fernando López Benedito) fueron forjándose un espacio dentro de esta sociabilidad. De esta manera, la opinión del diario era escuchada y esperada por sus lectores, quienes fueron a su vez sus vecinos, sus clientes y sus compañeros de salón. El diario no relataba noti-
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cias alejadas de la vida de sus lectores, por el contrario, estos eran a su vez protagonistas de las narraciones, al formar parte de ellas. El diario construyó así un contrato de lectura, que podría considerarse comunitario, colocándole nombre y apellido a los protagonistas. Esta identificación redujo las distancias, puesto que todos los lectores conocían al director y a los redactores, que circulaban también por las mismas calles, y a su vez el director y su equipo de colaboradores también conocían a “sus” lectores. Es indispensable reconstruir esta relación, para que la hipótesis de una “opinión pública” cobre veracidad y rigurosidad. Estos análisis se comprenderán mucho más a través de una “cartografía” de los potenciales lectores de ECE en la ciudad. Como dijimos anteriormente, La Guía General de los Españoles de la República Argentina (ECE, 1884) será nuestra principal fuente en esta tarea10. Los fundamentos para esta decisión son numerosos y de distinta índole. En primer lugar, por ser esta fuente una producción íntegra de la Dirección de ECE. Fue suya la iniciativa, la comunicación a través de las páginas del diario, el trabajo de recopilación de las cartas que fue recibiendo a lo largo de tres meses y, luego, la edición y publicación de esta. Por lo tanto, creemos, casi con seguridad, que los 4 000 inscriptos de la ciudad –recordemos que se inscribieron en todo el país alrededor de 7 000 españoles– eran lectores del diario con cierta frecuencia. Si bien no podemos afirmar con certeza que todos compraban el diario o estaban suscriptos a él, estaríamos en condiciones de sostener que estaban familiarizados con él, y que además había una aceptación de su presencia, dada la decisión de estos miles de españoles de enviar sus datos por correo hasta la administración del periódico. Tengamos presente que, como observamos en este mismo capítulo, según el Censo de la Ciudad de 1887, ECE poseía una tirada diaria de 4 000 ejemplares; por lo tanto, son verosímiles estos supuestos con que nos manejamos. 10
SepuedeconsultarenlaBibliotecaNacionaldeEspaña,SecciónHemeroteca,pero noestádisponible enformatodigital.
Los españoles en Buenos Aires • 41
Hemos procedido a incluir y examinar los datos de dirección y ocupación de 1 650 españoles de la capital, alcanzando el 41,2 % del total de los inscriptos en la ciudad. Se avanzó con el análisis hasta llegar a un principio de “saturación de la fuente”, evidenciado por la repetición de las calles y ocupaciones. Al respecto, se diagramó un cuadro con las residencias de los españoles, para luego volcar dicha información a un mapa y, de esta forma, generar una “cartografía” de los lectores de ECE. Cuadro 01: Cantidad de españoles localizados en calles de la Ciudad de Buenos Aires, inscriptos en la Guía G Gener eneral al de los Españoles de la Repúblic epúblicaa Ar Arggen entina tina (1884) Nombre delacalle
Nºde Nombre españoles delacalle
Nºde Nombre españoles delacalle
Nºde Nombre españoles delacalle
Nºde españoles
Rivadavia
116
Artes
18
Pozos
6
Pasco
1
Victoria
99
S. del Estero
17
Caseros
6
Ombú
1
Buen Orden
73
San José
16
Zeballos
6
Matheu
1
Lima
57
Reconquista
15
Riobamba
5
Saavedra
1
Belgrano
54
EE. UU.
15
Sarandí
5
Destilería
1
Defensa
52
Cuyo
15
Juncal
5
Misiones
1
Piedad
52
Arenales
15
Viamonte
5
Bella Vista
1
Piedras
50
San Juan
15
Centro América
4
Garay
1
Moreno
48
Salta
15
San Lorenzo
4
Sta. Lucía
1
Venezuela
48
Maipú
15
Garantías
4
Jujuy
1
Alsina
47
Europa
14
Temple
4
Alberti
1
42 • Los españoles en Buenos Aires
Tacuarí
44
Suipacha
14
Azcuénaga
4
Chacabuco
43
Cochabamba
13
Paraná
3
Perú
42
Esmeralda
13
Rincón
3
Tucumán
40
Solís
12
Carmen
3
Cangallo
39
Santa Fe
12
Junín
3
Bolívar
36
25 de Mayo
12
Callao
3
Chile
36
Cerrito
11
Ayacucho
3
Méjico
34
Paseo de Colón
11
Caridad
3
Independencia
29
Charcas
10
Bcas. Norte
3
Comercio
29
Libertad
8
Bcas. Sud
2
SanMartin
29
Montevideo
8
Luján
2
Balcarce
27
Lorea
8
Mercado V.
2
Florida
27
Córdoba
7
Montes de Oca
2
Corrientes
26
Entre Ríos
7
Constitución
2
Paseo de Julio
24
Paraguay
7
Pasaje Argentino
1
Lavalle
21
Talcahuano
7
Progreso
1
Fuente: elaboración propia sobre la base de ECE, 1884.
Los españoles en Buenos Aires • 43
Mapa 1: Lectores de El C Corr orreeo E Español spañol en la Ciudad de Buenos Aires
Fuente: elaboración propia sobre la base de ECE, 1884.
44 • Los españoles en Buenos Aires
Como muestra el mapa 1, el registro cartográfico de los lectores no deja lugar a dudas sobre dónde se ubicó el núcleo duro (señalado en color rojo) de los lectores de ECE. Estos estuvieron localizados entre las calles Piedad al norte, Venezuela al sur, Paseo de Julio y Defensa al oeste y la calle Buen Orden al este. En este conglomerado de manzanas, encontramos el 50,7 % del total de casos examinados, es decir, 837 casos. Las calles Piedad, Rivadavia y Victoria, calles paralelas que marcaban claramente el norte y el sur de la ciudad, tenían 52, 116 y 99 casos respectivamente. La calle Venezuela mostró claramente un “límite” del núcleo duro con 48 inscriptos. Al oeste, las calles Paseo de Julio y Balcarce poseían 24 y 27 casos respectivamente. Sin embargo, fue la calle Defensa la que mostró el mayor número de inscriptos, con 52 casos. El lado este marcó su “límite” en la calle Buen Orden, con 73 casos. El mapa 2 exhibe las direcciones de las instituciones que se encontraban ubicadas dentro de este registro geográfico. El segundo espacio de lectura, según la cantidad de inscriptos (en color azul), fue el área comprendida entre las calles Méjico al sur, hasta Garay. En el oeste sirvió de límite la calle Buen Orden hasta Balcarce. En esta área el total de inscriptos ascendió a 299 (18,1 % del total). Los extremos entre norte y sur en esta área son muy sensibles: Méjico tenía 34 inscriptos, mientras que Garay (extremo sur), solamente 1. El tercer espacio de lectura (de color naranja) fue el de menor densidad de lectores, lo cual muestra también que no hubo una gran concentración de españoles residentes. El total de casos comprendidos entre Lima y Catamarca (hacia el oeste) fue de 264 (el 16 % del total), teniendo la calle Lima 57 casos y la calle Catamarca–Nueva Granada ningún registro. Lo mismo que con el agrupamiento anterior (color azul), se realizó una ponderación sobre la base de las numeraciones; de esta forma, a las calles que cortaban transversalmente a la calle Artes (Cangallo, Cuyo, Corrientes, Córdoba, Charcas, Santa Fe, Arenales y Juncal) se las ponderó en un 30 % del total de casos.
Los españoles en Buenos Aires • 45
La última área en densidad de lectores (color amarillo) estuvo localizada en el lado norte de la ciudad, cruzando la calle Piedad y comenzando, según nosotros, en la calle Cangallo. Esta zona se extendió desde Cangallo hasta Juncal, hacia el norte, y desde Artes hasta 25 de Mayo, de este a oeste. En este espacio el total de inscriptos alcanzó la cifra de 238 (14,4 % del total). La calle Cangallo tuvo 23 casos, mientras que Juncal solamente 3. La calle Artes sumó 18 casos y la calle 25 de Mayo, 12 inscripciones. Esta cartografía se complementó con el registro de las “ocupaciones” de los 721 inscriptos relevados. Al igual que con los patrones de residencia, en este caso también se relevaron los registros hasta alcanzar el principio de saturación. Como lo demuestra el gráfico, se constataron 91 ocupaciones. Debemos aclarar, porque lo entendemos necesario, que las inscripciones no poseían la misma información. En la mayoría de los casos, estaba la dirección y el apellido, pero no así la ocupación, año de llegada al país, lugar de nacimiento. De manera que, a igual cantidad de casos relevados para las residencias, solo 721 registros poseían la información sobre la “ocupación” de los inscriptos. Otra aclaración necesaria será la de advertir al lector que se transcribieron sin alteraciones las ocupaciones declaradas, tratando de conservar de esta forma los imaginarios que sobre las ocupaciones pudieran existir. En este sentido, llamó la atención que solamente hubiéramos constatado la inscripción de tres casos en donde las personas se reconocieron como “changadores”, o diez casos en que se identificaron como “peones”. Estos datos pueden tener múltiples explicaciones posibles, pero cuando analizamos el ítem “jornalero” con 103 casos, es probable que muchos “changadores” y “peones” se hallasen comprendidos allí. También es posible que, dado el lugar de la pirámide ocupacional en cuanto a ingresos, este tipo de trabajadores no constituyeran el grueso de los lectores de ECE. Las causas pueden ser múltiples: los ingresos, el nivel de alfabetización alcanzado, o simplemente que optaran por leer prensa anarquista o periódicos regionales, etc.
46 • Los españoles en Buenos Aires
Realizando un desglosamiento de los casos, encontramos un arco de oficios y ocupaciones verdaderamente amplio. Tomamos un criterio simple para su análisis. Decidimos diferenciar aquellos inscriptos que se declaraban como propietarios o dueños de fábricas de aquellos que ingresaron al mercado laboral solo con su fuerza de trabajo y su “saber específico”, pero sin una posición de “dueño”. En este orden, encontramos 66 casos de dueños de comercio (tiendas, talleres, depósitos, mayoristas de comestibles e introductores de paños, etc.); 12 casos de “industriales” (figuraban como “muebleros”, “fábrica de prendas”, “fábrica de instrumentos musicales”, etc.); en 6 casos se declararon “propietarios”, lo que nosotros entendemos como dueños de casas/habitaciones de alquiler; y solo 2 oportunidades en que se declararon estancieros. Todo este primer conglomerado dio la suma de 86 casos, es decir, el 11,9 % del total, pero claramente dominado por los dueños de comercio, con 66 casos, en sintonía con la bibliografía especializada, que ubicó al contingente español como un grupo muy fuerte dentro del ámbito comercial de la ciudad. En el resto de los casos, decidimos realizar una subdivisión: por un lado, separamos a los que se declararon profesionales, esto es, aquellos que tenían una titulación académica que los diferenciaba educativa, económica y socialmente del conjunto de trabajadores que no eran “dueños”. En este primer subgrupo, encontramos 24 casos (3,3 % del total) con un predominio de aquellos vinculados a la “docencia” en todas sus formas. La salvedad para este sector es que lo encontramos residiendo en su mayoría en la zona norte de la ciudad, o sea el último grupo de los asentamientos registrados en el mapa 1. El segundo subgrupo estuvo conformado por los trabajadores que declararon poseer un “oficio”. Allí el total de inscriptos ascendió a 341 casos, por lo cual era el agrupamiento más numeroso. En este grupo se destacaron los “panaderos”, con 32 casos, los “cigarreros”, con 28, los “carpinteros”, con 27, y los “sastres”, con 25. Estos cuatro “oficios” sumaron 112 casos, o sea, el 32 % del total de los “oficios” registrados. El último subgrupo fueron los “trabajadores” que no poseían una calificación laboral o profesional, con-
Los españoles en Buenos Aires • 47
formado por “jornaleros” (103 casos), “empleados de comercio” (90), “dependientes” (64), “peón” (10) y “changador” (3). Este último conjunto sumó 270 casos, 37,4 % del total. Es de destacar que en el total de ocupaciones no se encontraron clérigos ni militares, lo cual marca también un cierto perfil ideológico del periódico. Gracias a este tipo de análisis, podremos comprender mejor que el grupo más numeroso de lectores fue un público con una calificación laboral “media”. Si bien contó con un número no insignificante de “comerciantes dueños”, lo que hizo que poseyera un discurso “armónico y policlasista”, su mirada sobre los derechos sociales del trabajador y la modernización social se explicó, en parte, y a la luz de sus potenciales lectores, como una postura en consonancia con el grueso de los lectores vinculados al mundo del trabajo de la ciudad, en calidad de “fuerza de trabajo” ofrecida en el mercado laboral. Cuadro 02: Ocupaciones de los españoles de la Ciudad de Buenos Aires inscriptos en la Guía G Gener eneral al de los Españoles de la Repúblic epúblicaa Ar Arggen entina tina (1884) Oficio
Nº de casos
Oficio
Nº de casos
Oficio
Nº de casos
Primergrupo Copropietarios
66
Maquinistas
4
Cortador
1
Industriales
12
Vigilantes
4
Calderero
1
Propietarios
6
Carniceros
3
Jardinero
1
Estancieros
2
Encuadernadores
3
Ajustador
1
Changadores
3
Pintor
1
Segundogrupo Jornaleros
103
Mayorales
3
Viajante de comercio
1
Empleados de comercio
90
Procuradores
3
Rayador
1
Dependientes
64
Estudiantes
3
Camarero
1
48 • Los españoles en Buenos Aires
Panaderos
32
Litógrafos
3
Reconocedor de frutos
1
Cigarreros
28
Cirujanos
3
Relojero
1
Carpinteros
27
Peluqueros
2
Tipógrafo
1
Sastres
25
Aserradores
2
Ingeniero industrial
1
Carreros
18
Taquígrafos
2
Hortelano
1
Zapateros
17
Fondistas
2
Pastelero
1
Marinos
15
Talabarteros
2
Calígrafo
1
Empleados públicos
15
Toneleros
2
Carbonero
1
Sirvientes
15
Chocolateros
2
Escribano
1
Cocineros
12
Escribientes
2
Decorador
1
Cocheros
12
Periodistas
2
Librero
1
Peones
10
Farmacéuticos
2
Regente
1
Docentes
9
Vendedores ambulantes
2
Broncista
1
Carteros
8
Cobradores
2
Guarda de tren
1
Alpargateros
6
Puntilleros
2
Dr. en Leyes
1
Aguadores
6
Apuntadores
2
Curtidor
1
Confiteros
6
Foguistas
2
Aparador
1
Fundidores
5
Plateros
2
Semolero
1
Corredores
5
Joyeros
2
Modelista
1
Albañiles
5
Colchoneros
2
Militar
1
Herreros
5
Guitarrero
1
Tenedores de libros
5
Fotógrafo
1
Fuente: elaboración propia sobre la base de ECE, 1884.
Los españoles en Buenos Aires • 49
La “opinión pública” española La prensa también fue utilizada como “arma” de combate por los partidos y bandos políticos, tanto a nivel de los grandes partidos nacionales, como de aquellos de influencias regionales. El periódico se tornó entonces un espacio ineludible de la política y de las presiones. La influencia sobre la población era clara e indiscutible. En el artículo “Prensa feroz”, un periódico competidor y enfrentado con ECE, llamado La Nación Española, afirmaba: […] la prensa es un arma indudablemente; un arma terrible en manos de aquel que la sabe esgrimir. La punta de una aguja habría hecho brincar al mismo Cid; una frase, un adjetivo feliz, un apodo, uno de esos rasgos agudos de la pluma, intensos como el perfil de una caricatura, bastan para labrar un espíritu y dejar muchas veces clavado al adversario frente a frente del ridículo (“La libertad”, 1881: 1).
Estas mismas cualidades poseían los periódicos españoles dentro del área de influencia que diagramamos en el mapa de la ciudad. ECE presentaba también esta potencialidad. El encargado de negocios de España en Buenos Aires no desconocía la influencia de ECE en el seno de esta comunidad constituida en la ciudad porteña. Por este motivo, escribía a su superioridad para tratar de anticipar todo tipo de acciones desestabilizadoras en su contra, al tiempo que apoyaba periódicos que fuesen competidores de ECE. Al respecto, escribía a sus superiores diciendo: El Correo Español califica de tibia mi protección a favor de la colonia española y de paciente mi representación y es de presumir según mis noticias que no esté lejos el día en que V.E. reciba la indispensable expansión de que no escapa ningún representante español en estos países suscrita por multitud de firmas pidiendo al gobierno de SM el Rey (q. d. g.) mi inmediata destitución (“Despacho N° 11”, 1876).
50 • Los españoles en Buenos Aires
Del mismo modo, Antonio Aguayo, en un folleto publicado también en el seno de la comunidad española (“La colonia española del Río de la Plata”, Buenos Aires, Imprenta Rivadavia, 1877), escribió luego de su expulsión del Club Español que Romero Jiménez era “el Dictador” de la colonia y que, por intermedio de su periódico y su “capataz” (entendemos que se trató de José de Olaso, comerciante de la zona y auspiciante de ECE), dominaba esa comunidad peninsular de Buenos Aires. Estas afirmaciones fueron a su vez ratificadas por Rafael Calzada en su autobiografía. El abogado asturiano dejó en claro que la palabra de Romero Jiménez y las páginas de ECE poseían un peso específico dentro de la “opinión pública” española, y que estas traían consecuencias. Calzada recordaba lo siguiente: […] entre los que fueron objeto de las iras de Romero Jiménez, que solían ser implacables, figuró igualmente entonces don Antonio Aguayo, como él, ex sacerdote, que había sido su compañero y casi socio en la publicación de El Correo Español. Dieron lugar aquellos ataques a un grande escándalo. Consiguió Romero con ellos, que Aguayo fuese expulsado del Club Español (Calzada, 1929: 162-163).
La influencia de ECE en el medio local queda fuera de dudas a lo largo de toda la autobiografía de Calzada. No solo porque dicho periódico está citado en casi todas las acciones que el autor emprendió, buenas o malas, sino que además le reconoció un poderío que era imposible contrarrestar. Pérez Ruano, Aguayo y Calzada coincidieron por distintas vías en que ECE poseía una gran influencia sobre los españoles residentes en Buenos Aires. Como segundo punto, también coincidieron en señalar que Romero Jiménez utilizaba esta influencia para posicionarse a sí mismo y a su periódico en un espacio de visibilidad, lo que podría traducirse en influencia social y política y, en consecuencia, abriría las puertas también a negocios económicos. Los límites a estas ambiciones eran claramente las pretensiones
Los españoles en Buenos Aires • 51
de los demás. Miembros encumbrados de la élite (Calzada), políticos y representantes (Pérez Ruano) y periodistas en busca de su propio camino (Aguayo y otros) se enfrentaron al director de ECE y a su diario. El cuadro rojo en el mapa 1 es bien explícito en cuanto al porcentaje de españoles, que suponemos como potenciales lectores de ECE. En ese ámbito, la información del diario circuló masivamente, y también las conversaciones y opiniones que se repetían a lo largo del día, en los lugares de trabajo, comercios, calles y conventillos de la zona. Otro ámbito en donde nosotros creemos que la influencia del diario se amplificaba fue en las instituciones españolas. Como vemos en el mapa 2, la mayoría de estas entidades se encontraban, para el año 1884, emplazadas dentro de los márgenes que asignamos al primer segmento en cuanto a densidad de españoles, entre las calles Venezuela, Buen Orden, Balcarce y Piedad. Revisando diversas fuentes y testimonios, para este momento las sociedades contaban en promedio con 200 socios por cada institución, salvedad hecha para la Asociación Española de Socorros Mutuos, que perseguía otros fines. Para ejemplificar estas afirmaciones, observamos que, en la Revista Laurak Bat de mayo de 1878, se ofreció el listado completo de asociados, que ascendía a alrededor de 300 miembros (“Listado de socios”, 1878). El Club Español tenía para esta fecha aproximadamente 124 socios, según sus registros societarios (“Libro de registro”, 1894). Esta cercanía y proximidad comunitaria, amplificada por las instituciones y sus actividades festivas y recreativas, sin duda aumentó la potencia del discurso del periódico. También generó polémicas y enfrentamientos, dentro de un período y un colectivo en donde la violencia estuvo estrechamente ligada a la honorabilidad personal.
52 • Los españoles en Buenos Aires
Mapa 2: Ubicación de las sociedades españolas en la Ciudad de Buenos Aires (1884)
Listado de sociedades: 1. Diario La Nación Española, Moreno 174. 2. Consulado General de España, Esmeralda 349. 3. Banco Español, Piedad 55. 4. Diario El Correo Español, Piedras 126. 5. Club Español, Victoria 139. 6. Sociedad Española de Beneficencia, Victoria 139. 7. Sociedad Española de Socorros Mutuos, Moreno 373. 8. Montepío de Montserrat, Buen Orden 151. 9. Centro Gallego, Rivadavia 366. 10. Laurak Bat / Plaza Euskara, Buen Orden 102. 11. Sociedad La Marina, Rivadavia 235. 12. Orfeón Español, Belgrano y Salta. 13. La Aurora, Victoria 359. 14. La Iberia, Cuyo 523. Fuente: elaboración propia sobre la base de ECE, 1884. Excepción hecha para la dirección de La Nación Española, extraída del propio periódico en el último número correspondiente al año 1883 (LNE, 22 de octubre de 1883: 1).
Los españoles en Buenos Aires • 53
Observando el mapa 2, la proximidad entre las sociedades y el emplazamiento del mayor número de lectores, dentro del cuadrante rojo del mapa 1, nos sugiere que la información del periódico circulaba por allí. En este sentido, las iniciativas del periódico se esparcían por fuera de sus paredes y recorrían las calles, los comercios, las casas de inquilinato y las plazas en las áreas con fuerte presencia de españoles. Como lo creía el propio diario: […] hoy en día nuestros lectores, sirviendo al interés común, es nuestro propagandista acérrimo y se afana por extender la circulación del diario, comprendiendo que es el vínculo de unión entre los españoles que habitan los diferentes puntos de la república, a la vez más sólido y más sencillo, más eficaz y más apropiado para llevar la voz y la noticia de los unos a los otros y hacer efectiva la relación entre los miembros dispersos de nuestra colonia (“Nuestro décimo cuarto aniversario”, 1884: 1).
Otro ámbito en donde se pudo observar la influencia del diario fue en la presencia de los directores y redactores del periódico en las fiestas de las sociedades. Generalmente ofrecían discursos y leían poemas en eventos literarios. Algunos, además, eran miembros y socios de las instituciones, como fue el caso del propio Calzada, Méndez Calzada, Salvador Alfonso, Juan José García Velloso, por citar solo algunos11. Durante los sucesos de la guerra de Cuba, la Sociedad Centro Orfeón Asturiano resolvió en su sesión de CD:
11
Rafael Calzada fue presidente del Club Español, entre otros cargos relevantes del asociacionismo español. Méndez Calzada también ocupó cargos en el Club Español. Salvador Alfonso fue un periodista que se desempeñó en la prensa española desde la época de Benito Hortelano en 1870. Cerró su trayectoria convirtiéndose en el último director de ECE, en 1905. Fue presidente del Círculo Valenciano. Juan José García Velloso fue redactor de ECE, hacia el año 1887 fundó su propio periódico llamado El Centinela Español, de corta vida. Ocupó la Secretaría de la Cámara Española de Comercio y también participó en el Club Español.
54 • Los españoles en Buenos Aires
Se acordó por unanimidad ofrecer un palco al señor Emilio E. De la Morena siendo solicitado la víspera de cualquier función que celebre nuestra asociación en vista de los muchos servicios prestados a la misma en El Correo Español (“Libro de Actas”, 1897)12.
Es en este punto en donde el gran tema de la época dominó también las columnas de la prensa porteña y puntualmente las de ECE. ¿Había una opinión pública de los españoles en la ciudad? Si existía, ¿quiénes formaban parte de este fenómeno? ¿Cómo se influía sobre ella? Todas preguntas que deben ser respondidas desde el propio periódico. El gran proyecto del diario fue “representar la opinión” e “influir” sobre ella, para, de esta manera, dirimir cuestiones al interior de las instituciones españolas y lograr prestigio social y político entre sus miembros.
A modo de cierre Concluiremos este capítulo intentando señalar dos miradas y criterios sobre lo que se entendía como “opinión pública de los españoles” en el mundo del periodismo ibérico en la Ciudad de Buenos Aires. Creemos que claramente se diferenciaron dos posturas: la primera era la pretendida por ECE, sobre todo por Romero Jiménez y su continuador López de Gomara, y la otra estuvo corporizada por los redactores de LNE, en la pluma de Ignacio Firmat, Felipe Solá y Manuel Barros. Gonzalo Capellán de Miguel nos ilustra respecto de las nociones de “opinión pública” que existían hacia finales del siglo XIX. En la primera y más clásica, de mediados de siglo, se concebía como “verdadera” opinión pública a un sector muy exiguo, comprendido sobre todo por clases 12
Emilio de la Morena, así como Rosendo Ballesteros de la Torre, fueron redactores de ECE durante los sucesos de la guerra de Cuba.
Los españoles en Buenos Aires • 55
medias urbanas. El segundo concepto se basaba en criterios más amplios, y por este motivo incluía otras formas de participación, como las movilizaciones “espasmódicas y tumultuarias” con finalidades publicitarias o electorales (Capellán de Miguel, 2008: 30). ECE prefirió la segunda modalidad, aquella más vinculada a la movilización de los individuos, en sintonía con las prácticas políticas y sociales de la época. Para Romero Jiménez y López de Gomara, la “opinión pública” abarcaba no solo a quienes leían el periódico, sino también a todos aquellos que se preocupaban por el futuro de las asociaciones españolas y sus problemáticas, así como por campañas de solidaridad o de defensa del “buen nombre español”. En este caso, ECE no buscó intermediarios en su relación con los peninsulares, sino que los interpeló directamente buscando su apoyo y lealtad como “defensores y favorecedores” del diario. Allí había un “capital político” que, una vez logrado, era menester defenderlo de posibles competidores. Estas posiciones se reforzaron constantemente desde las páginas del periódico, pero se ponían de relieve especialmente en ocasión de las notas aniversario de su fundación. Para ECE había una necesidad de un “representante” de los españoles en la prensa, alguien que defendiera el prestigio español y también a sus paisanos. Esta tarea fue asumida por el director en sus manos, movilizando clientelas y favoreciendo la creación de instituciones. En su décimo cuarto aniversario, ya bajo la dirección de López de Gomara, una columna decía: Sostenido por la colectividad, EL CORREO ESPAÑOL ha gozado siempre de popularidad verdadera; no representa los sacrificios de un individuo ni la ayuda de un partido, sino algo que vale mucho más y que da mayor y envidiable importancia a una publicación de este género: el apoyo sin reserva de la generalidad de los españoles que tanto valen y suponen (“Nuestro décimo cuarto aniversario”, 1884: 1. El énfasis es del diario).
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Y es que, en los tiempos de la política de los “personalismos” y los “caudillos”, conseguir la adhesión de un buen número de lectores confirmaba la importancia e influencia del director, quien, al no ser un miembro de la elite, buscaba un lugar con base en su “popularidad” en el medio en donde interactuaba. De este modo, entendemos que a la escritura de un diario le agregaba además su presencia física en el medio geográfico, circulando y participando de las actividades políticas y comunitarias. Por ello mismo, se encargó de colocar límites a la influencia de las instituciones más destacadas de los españoles, como por ejemplo el Club Español. Si bien no negaba su importancia y trascendencia, quedaba claro también que no estaba dispuesto a subsumirse a ella, esto es, colocarse por debajo de los personajes de la elite española porteña; expresándolo de modo categórico: “No nos ciegan las personalidades al extremo de no dar al Cesar lo que es del César” (“El Club Español”, 1880: 1). Esta opinión sobre el Club Español y su comisión estuvo basada en la contundente afirmación que Romero Jiménez emitió desde su diario. En estas líneas se encierra la distancia entre el periódico y la elite, y la puja por liderar a la masa de los españoles. Para cerrar la nota, Jiménez sostenía: El Club Español no ha sido hasta hoy otra cosa que un centro recreativo para un centenar de compatriotas, muy dignos sin duda, pero de muy reducido espíritu para saber dar a esa notable institución toda la amplitud que debiera tener (“El Club Español”, 1880: 1).
Romero afirmaba que el Club no era una referencia política institucional para los españoles en su tarea de “unirlos”, ni tampoco en su representación ante las otras colectividades, el Estado nacional y sus elites. En la vereda opuesta, La Nación Española, un periódico que nació de la oposición con Romero Jiménez y sus seguidores –como vimos–, fue impulsado y dirigido por
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miembros de la elite, entre ellos Ignacio Firmat y Felipe Solá. Para ellos la opinión pública española emanaba de los miembros más ilustrados de la colonia, y la representación de los peninsulares estaba, sin dudas, en sus instituciones, es decir, en manos de los miembros de las elites. En la columna “La representación de los españoles”, los redactores de LNE tuvieron conceptos durísimos contra ECE y sus redactores, así como con la trayectoria de Romero Jiménez. Allí LNE manifestaba: La colectividad española, o la colonia española, como con gran impropiedad se dice, no puede ser representada por ningún diario a cuyo fundador, o fundadores, plazca darle un título español; porque nada es más fácil para un individuo, que caer en la ilusión de creer que la ambición propia, sus interesadas aspiraciones, sus pasiones mismas, son el reflejo de la ambición, de las aspiraciones y aun de las pasiones de la colectividad cuya representación usurpa (“La representación”, 1881: 1).
Este hilo argumental y conceptual conduce a profundizar los puntos de la oposición entre ECE y LNE. Estos últimos estaban vinculados sin duda con las prácticas de construcción política que uno y otro estilo perseguían. Firmat claramente le atribuía a Romero el estilo caudillesco de la política, y por ende, de las masas o vulgo, poco racional en opinión del notable. LNE afirmaba lo siguiente: […] el caciquismo electoral, sin duda el de vida más tenaz, hállase ya en el estertor de la agonía en nuestra patria, vencido y aplastado por los progresos de la ilustración, que da a cada ciudadano la conciencia de sus deberes y sus derechos, y con ella, el culto de su dignidad, hasta hace poco rebajada por la sumisión inconsciente a ajenas sugestiones: la suma de la razón individual, va formando el criterio y la norma de conducta para todos (“La representación”; 1881: 1).
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La contraposición estaba clara: para Firmat y Solá, eran los sectores medios más ilustrados quienes, en cuanto individuos, ya no podían ser objeto de las maniobras de los liderazgos caudillistas, rémora de una época violenta e irracional. En esta dirección, si había alguna otra representación al margen de la oficial –esta última encarnada en la Delegación diplomática–, debía estar encarnada en “las sociedades españolas que con distintos objetos [han] fundado en esta nueva patria”. La legitimidad estaría dada, según Firmat, en el origen democrático de la elección de sus comisiones por los socios, y, en ese sentido, abarcaría al conjunto de los peninsulares. Observamos en estas opiniones, sin duda, algunas de las falacias del razonamiento. En primer lugar, debido al bajo nivel de asociados de las instituciones, y, en segundo, por la limitada participación de los socios en los procesos electivos, lo que dejaría abierto el espacio solamente para aquellos miembros de las elites, que acaudillasen mayor número de voluntades. Sin embargo, para Firmat el esquema debía estar en consonancia con el orden social piramidal impulsado por las elites. La propuesta de organización política e institucional para los españoles residía entonces en “la representación genuina de la colectividad española sin participación ni división alguna con ninguna otra entidad absurda”: Y el diario que se honre con un nombre español, debe reconocerlo así y secundarlas en cuanto se propongan que revista carácter general, sin aspirar a otro honor que el de reflejar sus sentimientos, que son y deben ser los de la colectividad en ellas condensadas. El diario ha de reflejar la opinión general, si quiere tener razón de ser, más cuando se pretende imponer desde sus columnas una opinión personal, o de otro modo, cuando se intenta modelar en el troquel de la propia la opinión de la colectividad (“La representación”, 1881: 1).
Como tratamos de demostrar, los periódicos españoles en la Ciudad de Buenos Aires no solo respondieron a diferencias ideológicas que pudieran existir en cuanto a la
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organización política y económica en la sociedad española, sino que también fueron empleados como medios privilegiados para disputar espacios de poder con la elite local porteña. De este modo, creemos que estudiar las prácticas y los discursos de los periódicos y sus redactores puede llevarnos también a comprender más cabalmente sus estrategias de incorporación en la sociedad local.
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Los inmigrantes españoles y el asociacionismo local bonaerense en la primera mitad del siglo XX El caso de la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina DENISE GANZA
El presente capítulo pretenderá contribuir al conocimiento de la integración de los inmigrantes españoles en un ámbito local de la Provincia de Buenos Aires: Valentín Alsina. Para ello, analizaremos los vínculos que establecieron a lo largo de la primera mitad del siglo XX con la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina, institución pionera de nuestro espacio de estudio, creada en el año 1901. El interés por las modalidades de organización adoptadas por la sociedad civil es un punto de contacto ineludible entre las preocupaciones de las distintas disciplinas que conforman el espectro de las ciencias sociales. En el campo de la historia social, esta temática irrumpió por medio de la difusión del concepto de “sociabilidad”, consolidando el interés por la historia de las asociaciones en sus formas más diversas (Agulhon, 2009; Agulhon y otros, 1992). En la historiografía argentina en particular, fue la coyuntura histórica de la transición democrática la que ofreció un momento propicio para el afianzamiento del interés por el asociacionismo. En el artículo titulado “¿Dónde anida la democracia?”, elaborado por los integrantes del Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA), Ricardo González, Leandro Gutié-
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rrez, Hilda Sábato, Juan Carlos Korol, Luis Alberto Romero y Miriam Trumper, propusieron la hipótesis según la cual un análisis de los avatares sufridos por la democracia argentina desde el punto de vista de los sectores populares demostraría que fue en los denominados “nidos” (organizaciones primarias de la sociedad civil) donde se inició y se refugió la experiencia de la participación popular, inclusive cuando esta se vio interrumpida en el marco de la vida política nacional (PEHESA, 1982: 6). A partir de ese punto, el asociacionismo ha sido objeto de numerosos análisis historiográficos que señalaron su vital importancia en relación con cuestiones variadas, como la construcción de una esfera pública en la Argentina, la integración de los inmigrantes en la sociedad de acogida, y la configuración del sistema de salud y protección social (González Bernaldo de Quirós, 2013: 160). Las asociaciones de carácter mutual comenzaron a proliferar en el ámbito rioplatense a mediados del siglo XIX, y fueron las más importantes y las de mayor expansión numérica en las primeras dos décadas del siglo XX. Ofrecer asistencia a los asociados ante las situaciones de enfermedad o muerte, por medio de los recursos obtenidos del cobro de las cuotas sociales, fue su principal objetivo y función (Sábato, 2002: 107). De este modo, tendieron a suplir, por medio de la autogestión, la falta de un sistema de salud en manos del Estado que ofreciera dichos servicios a los sectores de menores recursos (Belmartino, 2005: 32). Entre estas entidades, se distinguieron dos grupos principales: las establecidas por afinidad de origen (nacional o regional) y las integradas por individuos que ejercían el mismo oficio o profesión. Un tercer grupo resultó conformado por las denominadas “sociedades cosmopolitas” (Sábato, 2002: 107). Con vistas a los objetivos del presente trabajo, es importante señalar que el conocimiento sobre las sociedades cosmopolitas es considerablemente menor que el que poseemos, por ejemplo, sobre las asociaciones de base
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étnica. Alejandro Fernández (2001: 160) advirtió sobre esta cuestión, señalando que el estudio de las entidades cosmopolitas y la realización de análisis comparativos podrían permitir una mejor comprensión de las organizaciones basadas en la afinidad de origen. A la hora de definir las particularidades de las sociedades cosmopolitas, contamos con escasas certezas. Sabemos que estas entidades tendieron a adquirir importancia en los albores del siglo XX, momento en el que las asociaciones gremiales ganaban en especificidad y se alejaban de la provisión de servicios mutuales (Sábato, 2002: 147-148). Las instituciones cosmopolitas se propusieron un reclutamiento en términos más amplios, que las condujo a reunir a sujetos de diversos orígenes nacionales y profesionales. Sin embargo, distintos autores coincidieron en indicar que podría haber existido un peso considerable de los obreros en su interior, al mismo tiempo que una posible vinculación con sectores políticos de identidad socialista (Belmartino, 2005: 32-33; Devoto, 1985: 145; Fernández, 2001: 160). Este aspecto resulta de suma importancia en la medida en que podría tratarse de una especificidad de las sociedades cosmopolitas, un rasgo diferenciador respecto del conjunto de las asociaciones mutuales, y particularmente de las basadas en la afinidad de origen, cuya masa societaria fue calificada por diversos autores como heterogénea desde el punto de vista socioprofesional (Devoto, 1985: 145; Fernández, 2001: 146-147; Gandolfo, 1992: 312; Otero, 2010: 134; Prislei, 1987: 38; Sábato, 2002: 107, 147-148). Por último, es pertinente recordar algunos otros aspectos: por un lado, cabe señalar que el término “cosmopolita” fue incluido ocasionalmente en los nombres de sociedades gremiales y de resistencia, así como en la denominación de entidades empresariales (Sábato, 2002: 134-137, 153); por el otro, y en estrecha relación con nuestro objeto de estudio, hay que destacar que no se conoce cuál es la proporción de inmigrantes que pudieron elegir participar de una entidad
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de tipo cosmopolita (González Bernaldo de Quirós, 2013: 164), razón por la cual se torna necesaria la realización de estudios de caso. En virtud de lo que señalamos hasta aquí, nuestro trabajo se propondrá ofrecer, por una parte, una síntesis acerca de los vínculos entre el desarrollo local y las características de la institución que nos ocupa, dando visibilidad a un caso de estudio contextualizado en un espacio escasamente transitado por la historiografía, el de las localidades del Gran Buenos Aires. Por otra parte, desarrollaremos un análisis de los lazos establecidos por los inmigrantes españoles de la localidad con la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina. En primer lugar, procuraremos observar el peso numérico y las características sociodemográficas y socioprofesionales de los asociados de dicho origen. Por otra parte, evidenciaremos la existencia de estrechas relaciones entre el emprendimiento mutual y las actividades económicas de los españoles de la localidad. Finalmente, nos ocuparemos de estudiar las relaciones establecidas por la Sociedad Cosmopolita y otros emprendimientos asociativos pertenecientes a la colectividad hispánica de la zona. En definitiva, a través del acceso a una gama variada de fuentes institucionales (como estatutos, fichas de ingreso de socios, libros conmemorativos y publicaciones periódicas), podremos aproximarnos al conocimiento del protagonismo de los españoles en el marco de la institución de nuestro interés y en la vida pública de la localidad en general, tanto por su peso numérico como por la intensidad de su involucramiento en diversas actividades.
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Valentín Alsina y la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos Valentín Alsina es una localidad de la Provincia de Buenos Aires, emplazada en el área ribereña del Riachuelo, dentro de la jurisdicción del partido de Lanús1. Se encuentra unida a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por el popularmente denominado Puente Alsina, a través del cual se comunica con el barrio porteño de Nueva Pompeya. No obstante, hasta la concreción de la autonomía de Lanús en 1944, Valentín Alsina integró el partido de Avellaneda, previamente denominado Barracas al Sud. Sobre su evolución histórica, De Paula, Gutiérrez y Viñuales (1974) destacaron que Valentín Alsina tuvo un desarrollo independiente y similar al de la cabecera del partido de Barracas al Sud, lo cual distinguió a esta localidad de otras del mismo distrito, también surgidas al calor de los loteos de las décadas de 1870 y 1880 en el área del actual partido de Lanús. Señalaron: […] su evolución urbana posterior presenta analogías con la de Barracas al Sud; ésta debe su desarrollo al Puente de Gálvez (Puente Pueyrredón) a la avenida Mitre y a los saladeros, aquélla lo debe al Puente Alsina (Puente Uriburu) a la avenida Remedios de Escalada y a los saladeros y posteriores fuentes de trabajo (p. 132).
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Con el fin de referirnos a la evolución histórica del área de nuestro interés, utilizaremos el término “localidad” con el sentido que se le da a la palabra en el uso corriente, en cuanto lugar o pueblo, definido sobre la base de la tradición y el conocimiento de los vecinos. Esta condición es habitualmente refrendada por las legislaturas de los partidos (INDEC, s./f.: 5).
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Figura 1: Plano del pueblo Valentín Alsina (1875)
Fuente: “Plano del pueblo Valentín Alsina”, 1875.
El llamado Puente Alsina era el único que unía el partido de Lanús con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires2. Un puente de madera fue erigido en 1859 y bautizado Valentín Alsina en honor al reciente gobernador de la Provincia de Buenos Aires, quien se encontraba presente en el evento de inauguración (Álvarez, 1993; Ochoa, 1938, 7-10). Haciendo extensivo el nombre del puente, el “Pueblo Alsina” fue creado oficialmente en el año 1875 a partir de un área de 101 manzanas, como parte de una secuencia de loteos que se efectuó durante esa década en territorios de la provincia (De Paula et al., 1974: 123-125, 138-149). El propietario de estos terrenos era Daniel Solier, quien en 1874 solicitó la aprobación de las autoridades bonaerenses para subdividir su propiedad en lotes, al tiempo que sugería la posibilidad
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Esta situación se ha visto modificada recientemente tras la inauguración (en el mes de septiembre de 2018) del Puente Lacarra, que conecta el partido de Lanús con el barrio porteño de Villa Soldati.
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de constituir una municipalidad independiente3. El decreto n.° 2864 del Gobierno provincial, expedido por el gobernador Carlos Casares el 6 de septiembre, autorizó la realización de la traza del pueblo (De Paula et al., 1974: 132-133; Fernández Larrain, 1986: 142-143). Este se ubicaría en la zona delimitada por el Camino Real al Puente Alsina (avenida Remedios de Escalada), el camino al saladero de Anderson (calles Coronel Luna y República Argentina) y el camino de Barracas (avenida Rivadavia). Figura 2: Avisos de los remates de terrenos en Valentín Alsina (1875)
Fuente: La Nación, 10 de noviembre de 1875: 2; La Prensa, 11 de diciembre de 1875: 2.
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Daniel Solier fue un militar y político de origen francés. Participó activamente de la guerra de Paraguay, donde fue malherido en la batalla de Curupaytí. Por esa razón, la nomenclatura de las calles de Valentín Alsina recuerda mayoritariamente eventos de dicha contienda (Álvarez, 2015: 4).
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Una serie de más de media docena de remates se llevó a cabo en Valentín Alsina entre octubre y diciembre de 1875 (La Nación, 10 de noviembre de 1875: 2; La Nación, 11 de noviembre de 1875: 2; La Prensa, 22 de octubre de 1875: 2; La Prensa, 29 de octubre de 1875: 2; La Prensa, 30 de octubre de 1875: 2; La Prensa, 31 de octubre de 1875: 2; La Prensa, 5 de noviembre de 1875: 2; La Prensa, 28 de noviembre de 1875: 2; La Prensa, 2 de diciembre de 1875: 2; La Prensa, 16 de diciembre de 1875; La Prensa, 24 de diciembre de 1875: 2; 28 de diciembre de 1875: 2). Los avisos en la prensa nacional recurrían a la promoción de las bondades del flamante pueblo, tales como su cercanía respecto del Riachuelo y del centro de la Ciudad de Buenos Aires, o las facilidades de pago ofrecidas, al tiempo que se invitaba a las grandes fiestas que coincidirían con la ejecución de los remates. Las ventajas de accesibilidad de Valentín Alsina, asunto de importancia central para el desarrollo de las comunidades suburbanas (Scobie, 1977), fueron ampliándose progresivamente, en la medida en que se multiplicaron los servicios tranviarios y se inauguró el trayecto del Ferrocarril Midland (actual línea Metropolitana del Ferrocarril General Belgrano) desde Puente Alsina hasta Carhué, entre 1908 y 1909 (Fernández Larrain, s./f.: 3; Ippoliti, 1983: 61-64; Pesado Palmieri, 1987: 25-52). En lo que refiere a las fuentes de trabajo disponibles, la zona se vio afectada por la interrupción de la actividad de los saladeros en 1871 (Cutolo, 1998: 93), pero más tarde abrirían sus puertas dos emprendimientos industriales de vital relevancia para la localidad. En 1883 fue el turno de la fábrica de ponchos, mantas y frazadas Campomar Hnos., la cual se convertiría en fuente de empleo por excelencia de numerosos vecinos de la zona. Fundada por iniciativa del español Juan Campomar, pasó a formar parte de un conjunto de establecimientos de la firma Campomar & Soulas, que comprendía también la fábrica de paños y casimires emplazada en el barrio porteño de Belgrano, y la hilandería
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de lanas peinadas ubicada en Avellaneda (Álbum Argentino, 1910: 55). Campomar fue la primera de otras industrias textiles que se radicaron en Valentín Alsina. Durante el período de entreguerras, cuatro de las más de veinte empresas más representativas del ramo en la Argentina se situaban allí. Además de Campomar, la nómina incluía el emprendimiento de Félix Giardino, el de Giacomone y Ricardo, y Algodonera Flandria –que se trasladó a Jáuregui, en las inmediaciones de Luján, hacia 1927– (Ceva, 2010: 55-56, 89). El otro hito en el desarrollo industrial de la localidad fue la apertura del Frigorífico Argentino en el año 1905 (Álvarez, 2018). Una compañía liderada por importantes propietarios rurales y presidida por el encumbrado industrial Antonio Devoto lo emplazó en los terrenos donde anteriormente funcionaba el saladero de Anderson (Álbum Argentino, 1910: 171; Barbero, 2009). Algún tiempo después, la propiedad del frigorífico mudaría de manos, tras lo cual pasó a ser popularmente conocido como Frigorífico Wilson. Tras la creación oficial del pueblo, y al compás del aumento del nivel de industrialización de la zona, comenzarían a acontecer otros avances de diverso tipo: demográficos, urbanísticos e institucionales. En relación con lo primero, cabe destacar que existen serias dificultades para conocer la evolución poblacional de Valentín Alsina, ya que tanto las estadísticas nacionales como las provinciales suelen carecer de datos acerca de los parámetros demográficos para la escala estrictamente local. Algunas referencias indirectas indican que hacia fines del siglo XIX esta área era la única que, a diferencia del resto del territorio del actual partido de Lanús, no era eminentemente rural (Scaltritti, s./f.: 2). En 1908, Valentín Alsina habría contado con unos 5 000 habitantes y una edificación modesta, de alrededor de un centenar de viviendas precarias (De Paula et al., 1974: 133). No obstante, solamente dos años después, la localidad era señalada como el tercer centro poblado del partido de Avellaneda por su desarrollo e importancia
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(Álbum Argentino, 1910: 122). Según los datos calculados por la Dirección General de Estadística de la Provincia de Buenos Aires (1926: 51), en 1924 la población alcanzaba una cantidad similar a la del año 1908, con unos 5 313 habitantes. Sin embargo, la cifra resulta más abultada y se acerca a las 7 000 personas, si sumamos los datos correspondientes a Puente Alsina (290) y Parada Diamante (1 025), núcleos linderos generalmente asociados a la localidad de nuestro interés. Inclusive, en el marco de los debates por la autonomía de Lanús ocasionados en los albores de la década de 1920, un artículo del diario avellanedense La Libertad le atribuía una población más numerosa, de aproximadamente 12 000 personas (“Valentín Alsina”, 5 de agosto de 1919: 5). Ya en 1944, un artículo publicado en la revista social de la entidad que nos ocupará en las próximas páginas indicaba que la localidad de Valentín Alsina se encontraba habitada por unos 60 000 individuos (Brey, 1944: 15). Con vistas a nuestro objeto de estudio, es preciso subrayar que, recién comenzado el siglo XX, haría su aparición en escena la primera institución de relevancia de la comunidad: la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos, punto de inicio de una rica vida asociativa, animada por nativos e inmigrantes, que se extiende hasta la actualidad. La mencionada entidad fue creada el 11 de marzo de 1901, por iniciativa de un grupo de vecinos que se reunía en un café de Valentín Alsina, cuando allí “no existía nada más que una escuela elemental y dos o tres comercios de almacén y bebida” (“11 de marzo de 1901”, 1964). Por aquellos años, el normal desenvolvimiento de la vida en la localidad se veía continuamente alterado por los problemas derivados de las inclemencias climáticas y la falta de pavimentos, al mismo tiempo que los vecinos percibían un cierto aislamiento de otros centros urbanos (“Las bodas de oro”, 10 de marzo de 1951). El día de la fundación de la Sociedad Cosmopolita, se reunieron más de veinte personas, y se constituyeron en socios fundadores de la entidad. Varios de estos hombres,
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además, pasaron a conformar la primera comisión directiva de la institución y contaron para su emprendimiento con el apoyo de una comisión honoraria que prestó colaboración económica. Según sus estatutos, la asociación se propuso como objetivo principal el socorro mutuo y el fomento de la confraternidad entre los asociados, excluyendo cualquier tipo de identificación política o religiosa. No obstante, esto no le impidió participar activamente en diversas esferas de la vida local, tales como las exigencias de mejoramiento de las condiciones de habitabilidad, la organización de actividades recreativas o la pronunciación respecto de temas de interés para la comunidad. Entre los beneficios ofrecidos a los socios, se establecía la asistencia por enfermedad, tanto en lo que respecta a la atención médica, como a la provisión de medicamentos, con excepción de las enfermedades atribuidas a “causas voluntarias” (como por ejemplo las enfermedades venéreas y las derivadas del abuso del alcohol) o contraídas en el contexto de “epidemias o calamidades públicas”. También se preveía la asistencia frente a la internación y el entierro. En lo que respecta a las mujeres, en el año 1943 se indicaba que, si bien percibirían un monto de dinero en caso de parto natural, no podrían ser asistidas por cuenta de la entidad en los partos, interrupciones del embarazo o enfermedades resultantes del puerperio. Los hijos menores de doce años de los asociados tenían derecho a la asistencia médica en consultorio, aunque no así a los medicamentos (“Estatuto y reglamento”, 1943: 3, 8-11). Según el estatuto de 1943, los socios de la entidad se dividían en cuatro categorías: honorarios, protectores, fundadores y activos. En el primer caso, se establecía la necesidad de ser postulado y aclamado en el contexto de una Asamblea General Ordinaria, con motivo de haber prestado servicios relevantes a la entidad. Por su parte, los socios protectores eran designados de entre quienes colaboraban materialmente con el fomento de la asociación. En ambos
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casos se trataba de un nombramiento honorífico que no implicaba el acceso a los beneficios de la mutualidad y les otorgaba voz pero no voto en las asambleas. La tercera clase de socios se reducía a quienes hubieran estado presentes en la reunión que dio origen a la Sociedad Cosmopolita. Mientras tanto, los socios activos debían cumplir una serie de requisitos para acceder a los servicios acordados por la institución. Entre ellos, su edad debía situarse entre los 12 y los 50 años, debían gozar de buena salud, y ser presentados por dos socios de la entidad. Vivir por fuera del radio establecido (cuarenta cuadras de la sede social) implicaba la exclusión del servicio de médico a domicilio y la obligación de acercarse a la institución para abonar la cuota social (“Estatuto y reglamento”, 1943: 5-8). A lo largo de su evolución hasta nuestros días, la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina debió hacer frente a múltiples desafíos. El primero de ellos, la consecución de un edificio social. En 1906 se concretó la construcción del primer inmueble ubicado en la calle Portela 2989 (actual Pallares). Pocos años después, en 1910, la entidad se vería afectada por un incendio en la sala de teatro que poseía y atravesó tiempos de crisis económica. Ya más tarde, en 1935, se efectuaría la inauguración del edificio social definitivo, sito en Valentín Alsina 2032/2038 (actual calle Pres. Tte. Gral. Juan Domingo Perón). Allí, la asociación nuevamente contaría con una sala teatral, denominada Carlos Gardel, también en pleno funcionamiento hasta la actualidad. Sería en esta sede donde se ubicarían los consultorios sociales, en los que progresivamente atendieron médicos de variadas especialidades (Cosmopolita, 1938: 1; “Las bodas de oro”, 10 de marzo de 1951). Además de los servicios mutuales anteriormente descriptos, los fundadores de la entidad se propusieron algunos objetivos secundarios, tales como la edición de una publicación mensual, el funcionamiento de una biblioteca social y una banda musical (“Estatuto y reglamento”, 1943: 24-25). Lo primero fue logrado en marzo del año 1929, cuando se
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concretó la salida del primer número de la revista social Cosmopolita (“Una institución mutualista”, 14 de marzo de 1951: 3). Por su parte, la biblioteca fue inaugurada en los primeros meses del año 1931. Esta funcionaba de lunes a viernes en horario vespertino, de 19:30 a 21:00 horas, y contaba con la colaboración de diversos socios, tanto en lo que refiere a la donación de libros, como a las tareas de organización y ejercicio del rol de bibliotecarios (“Memoria”, 1931: 7). Por último, aclararemos que no contamos con información que permita aseverar que la banda musical instituida en el estatuto fuera finalmente organizada. En lo que refiere a la evolución de la masa societaria de la Sociedad Cosmopolita, sabemos que hacia 1926 contaba con poco más de 400 socios (República Argentina, s./f. a: 30). Los socios activos eran 404 y lo socios protectores, apenas 7. Todos eran varones, razón por la cual es dable pensar que la posibilidad de que se asociaran hombres y mujeres sin distinciones fue establecida más tardíamente e incorporada al estatuto con el que contamos para estas reflexiones. Los últimos años de la década de 1920 parecen haber sido de gran crecimiento para la asociación, puesto que en 1931 la publicación oficial de la entidad daba cuenta de un número de 750 asociados (“Memoria”, 1931: 6). Es posible observar un aumento considerable de esta cifra más de una década después, en 1944, cuando alcanzó el monto de mil socios (“Memoria”, 1944: 5). En este aspecto, es preciso destacar que en la revista Cosmopolita correspondiente a dicha fecha es la primera vez que se constata la presencia de mujeres como socias de la entidad. Se trataba de 176 socias frente a 734 varones asociados. Posteriormente, el monto total de socios se mantuvo bastante estable. El único dato relevante es el descenso registrado hacia 1964, cuando el número era de 845 socios (“Movimiento de socios”, 1964). Esta cifra resulta de interés, sobre todo si tenemos en cuenta que la asociación mantuvo su vida independiente hasta 1962, cuando se llevó a cabo la fusión con la Sociedad Italiana Unione e Fratellanza, lo que dio origen así a
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la Sociedad Cosmopolita e Italiana de Socorros Mutuos de Valentín Alsina, forma que permanece hasta la actualidad (“Asamblea General constitutiva”, 1964).
Los españoles en el asociacionismo local: breve descripción de su perfil sociodemográfico Anteriormente nos referimos a las dificultades existentes para acceder a una caracterización de los rasgos de la población de Valentín Alsina en general. En este punto cabe señalar que, por las mismas razones, nos enfrentamos a serias limitaciones a la hora de describir en términos sociodemográficos al conjunto de españoles que se radicaron en la localidad. Sin embargo, a los fines de contextualizar la exposición sobre su participación en el asociacionismo local, consideramos que es preciso recordar sucintamente algunos de los rasgos propios del colectivo español en el aglomerado urbano Avellaneda-Lanús4, según los datos ofrecidos por las fuentes censales. En primer lugar, es importante señalar que la zona mencionada fue de amplia concentración de inmigrantes, lo cual puede observarse en el hecho de que el porcentaje de extranjeros residente en los partidos de Avellaneda y Lanús fue siempre mayor a los registrados en los niveles nacional y provincial. Este superó el 45 % en 1895 y 1914, y se colocó por sobre el 23 % en 1947 y 1960 (República Argentina, 1898: 63, 65; República Argentina, 1916a: 202; República Argentina, 1916b: 5; República Argentina, s./f. b: 4, 8; República Argentina, s./f. c: 12, 39; República
4
El partido de Lanús fue creado en 1944 bajo la denominación Cuatro de Junio. Hemos optado por tratar sus datos conjuntamente con los de Avellaneda en función de nuestra intención de observar la evolución demográfica a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX. A tal fin elegimos la denominación “conglomerado urbano Avellaneda/Lanús” propuesta por Matías Bisso (2015: 325).
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Argentina, s./f. d: 90-93). Este proceso se encontró asociado a la opción de los inmigrantes por el establecimiento en zonas periféricas, lugares que garantizaban menores costos residenciales. Esta situación se expresó fundamentalmente durante el período de entreguerras, cuando la movilidad laboral de los inmigrantes en los ámbitos comercial e industrial coincidió con una movilidad espacial caracterizada por los desplazamientos hacia nuevos barrios, en la misma Ciudad de Buenos Aires o fuera de sus límites. En definitiva, se produjeron un crecimiento de la conurbación (que siguió los ejes sur y oeste, a lo largo de las líneas férreas del Roca y del Sarmiento, predominantemente) y un incremento de la inserción urbana de los inmigrantes (Devoto, 2003: 295, 365-366, 371, 409, 421-422). En lo que respecta concretamente a los inmigrantes de origen español, la comparación entre los datos ofrecidos por los censos nacionales de población de 1895 y 1914 pone de manifiesto su lugar destacado en el aglomerado urbano Avellaneda-Lanús. Si bien la preponderancia de los italianos, tras los cuales se ubicaban los españoles y los franceses en ese orden, se mantuvo en 1895, en 1914 ya es posible detectar un importante crecimiento de la colectividad española (21,8 %), que superaba a la italiana (16,5 %) en su proporción respecto a la población total (República Argentina, 1898: 85; República Argentina, 1916b: 153-154). La situación anterior se confirma con la importancia adquirida, entre 1895 y 1914, por el grupo español en el ámbito de la propiedad de bienes raíces. Es interesante observar que los italianos y los españoles lideraron el número de propietarios en el ámbito municipal tanto en 1895 como en 1914. No obstante, es sugerente que, mientras en la primera ocasión los italianos duplicaban el número de propietarios españoles (534 y 238 por mil respectivamente), en 1914 se habían ubicado en una situación de virtual paridad (6 635 y 6 198 respectivamente) (República Argentina, 1898: 111; República Argentina, 1916c: 7).
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Por otra parte, como veremos luego, los españoles tenían una importante participación en la vida asociativa de los ámbitos municipal y local. Para la descripción del perfil de los asociados de la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina, contamos con las fichas confeccionadas al momento del ingreso de estos, entre los años 1902 y 1960 (“Fichas de ingreso”, 1902-1960). No se trata de una serie continua. Por el contrario, es de suponer que pertenecen a aquellos socios con mayor permanencia, cuyas fichas se conservaron aun después de la fusión de la institución de nuestro interés con la Sociedad Italiana Unione e Fratellanza. El total de socios cuyas fichas se conservan es de 210, 122 varones (58,1 %) y 88 mujeres (41,9 %). Su análisis muestra que el ingreso de mujeres a la entidad se podría haber iniciado alrededor de 1930 y, aunque nunca superó al de varones, rápidamente registró una cierta paridad. En cuanto a la nacionalidad de los socios, las fichas conservadas corresponden a una amplia mayoría de argentinos (163 socios sobre los 208 de los que poseemos datos, 78,4 %). Sin embargo, podemos observar una considerable variedad de orígenes entre los socios extranjeros. Los hay árabes, griegos, italianos, norteamericanos, polacos, uruguayos y, por supuesto, españoles. Para estas reflexiones hemos considerado también como extranjeros a dos socios naturalizados; en uno de los dos casos, sabemos que se trató de un individuo de origen español. A pesar de haberse conservado apenas algo más de veinte fichas de asociados provenientes de España (17 varones y 5 mujeres), estos constituyen el grupo extranjero más abultado. Alcanzan el 10,5 % del total de socios y el 48,9 % de los socios extranjeros. Este grupo es seguido por el de origen italiano, que reúne la misma cantidad de mujeres, pero apenas poco más de la mitad de varones (9 socios). Es de destacar que los socios más antiguos con cuyos datos contamos son españoles. Las fichas de ingreso conservadas correspondientes al período 1902-1910 son todas de asociados de dicha procedencia, lo que hace suponer cierto protagonismo
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de los oriundos de la península en los orígenes de la institución, así como una importante estabilidad en ella a lo largo de los años. En relación con ello, también es importante destacar que casi una tercera parte (5 socios) de los socios españoles varones cuyas fichas se conservan ejerció cargos en la institución. A modo comparativo, podemos señalar que solo uno de los socios italianos considerados ocupó un puesto en la comisión directiva, al mismo tiempo que los españoles igualaron en términos absolutos a los socios argentinos que así lo hicieron, también cinco en total. A continuación, presentaremos algunas reflexiones breves sobre el perfil de los socios españoles cuyas fichas se conservan. Dada la escasez de estas, procuraremos siempre establecer comparaciones con otros grupos. Tendremos en cuenta aspectos sociodemográficos, ocupacionales, residenciales y de uso de los servicios ofrecidos por la entidad. En primer lugar, la mayoría de los españoles considerados se incorporó a la sociedad contando con una edad comprendida entre los 30 y los 44 años (13 casos), seguidos por aquellos que contaban entre 15 y 29 (8 casos), lo cual resulta coherente con el fuerte predominio de los varones en edades activas que conformaron los flujos migratorios hasta bien avanzado el siglo XX (Massé, 2001). Este comportamiento se repite en el resto de los grupos extranjeros y contrasta con el de los socios argentinos, la mayoría de los cuales ingresaron a la sociedad entre los 15 y los 29 años (92 casos), al mismo tiempo que una importante cantidad lo hizo en la etapa anterior, fundamentalmente a partir de los 12 años (38 casos). La conducta de los españoles y los argentinos también resulta contrastante en lo que respecta al estado civil de los asociados considerados. Mientras que entre los primeros los casados eran una muy acentuada mayoría (apenas contamos con los datos de una mujer y un varón solteros), entre los argentinos los solteros eran el grupo mayoritario (55,3 %; 94 casos). En lo que refiere al perfil socioprofesional, es preciso señalar que el análisis de las ocupaciones de un conjunto de individuos siempre supone algunas dificultades. Fundamentalmente,
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las derivadas de intentar adaptar una realidad variada a una serie de categorías ocupacionales preestablecidas (De Cristóforis, 2010: 1172-1173). En este caso, adoptaremos la clasificación propuesta por Barbero y Cacopardo (1991: 309) para el análisis de la última oleada inmigratoria europea de la segunda posguerra. Esta codificación, basada en la Clasificación Ocupacional para el Censo de América de 1960 (COTA-1960), nos ha resultado acorde a la información con la que contamos para este estudio y ha requerido mínimas modificaciones5. Tabla 1: Perfil ocupacional de los asociados españoles Sector
Varones
Mujeres
N.°
%
N.°
%
Empleados de oficina y afines
0
0
1
20
Vendedores y afines
1
5,9
0
0
Artesanos y operarios
8
47, 1
0
0
Obreros y jornaleros
6
35,3
0
0
Labores
0
0
3
60
Sin datos
2
11,8
1
20
Totales
17
100*
5
100
*La suma no es igual a 100 por efecto del redondeo. Cabe señalar que uno de los socios sobre los que se carece de datos, figura como “textil”, haciéndose imposible determinar a qué categoría pertenece. Fuente: elaboración propia a partir de los datos contenidos en “Fichas de ingreso”, 1902-1960.
5
Fue omitida la categoría “otros artesanos y operarios”, considerada redundante para nuestra aproximación. Asimismo, hemos agregado las categorías “labores” y “estudiantes” a los fines de dar cuenta de la situación particular de mujeres y jóvenes.
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La tabla 1 evidencia un predominio de las categorías correspondientes a artesanos y operarios, y obreros y jornaleros entre los socios españoles varones, las cuales sumaban más del 80 % (14 casos). Entre las mujeres solo una de las cinco se desempeñaba fuera del ámbito del hogar, como empleada. Es interesante observar que, si comparamos con el caso de los socios italianos, la situación se reproduce de una manera muy similar entre los varones, pero no así entre las socias mujeres. Mientras que los primeros conservan la concentración en las categorías antes mencionadas (88,9 %; 8 casos), entre las socias italianas solamente una ejercía tareas en el ámbito doméstico. Por el contrario, entre las cuatro restantes, tres se ocupaban como obreras especializadas en el ámbito de la industria textil y una como jornalera. En este punto, cabe señalar que los empleos asociados a la industria textil fueron muy frecuentes en el conjunto de los asociados considerados, dadas las características de Valentín Alsina en relación con esta actividad. No obstante, también es preciso subrayar que el perfil ocupacional de los socios argentinos de la entidad era más variado, destacándose la presencia de profesionales, estudiantes y empleados en proporciones más considerables. Con respecto a las pautas residenciales de los socios españoles de la Sociedad Cosmopolita, comentaremos brevemente que aproximadamente la mitad de los domicilios consignados (14 en total, teniendo en cuenta también aquellos casos en los que las fichas registran mudanzas) se ubicaban en la propia localidad de Valentín Alsina, a no más de doce cuadras de las sedes de la entidad en cuestión. Mientras tanto, los restantes se distribuían entre las localidades vecinas de Villa Diamante, Villa Caraza y Lanús Oeste (13 casos en total). Un último dato interesante que ofrecen las fichas refiere al uso que los asociados de distintos orígenes hicieron de los servicios ofrecidos por la entidad mutual. Esta información refleja una amplia utilización de estos beneficios
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en todas las nacionalidades, incluida la española: solamente dos socios varones peninsulares prescindieron de la atención médica y otras ayudas ofrecidas por la institución. Antes de finalizar este apartado, nos parece muy relevante resaltar que, más allá de los asociados, la Sociedad Cosmopolita mantenía vínculos sólidos con otras personas de origen español. En el contexto del importante perfil industrial de la zona y de los lazos que mantuvo con importantes industrias, nos interesa destacar los establecidos con la empresa Campomar, pionera de la industria nacional. Las fuentes de las que disponemos nos permiten subrayar algunos momentos específicos de esta larga relación entre la empresa y la entidad mutual. Por ejemplo, ya hemos mencionado que, en el contexto de la fundación de la Sociedad Cosmopolita, se contó con el apoyo de una comisión honoraria que prestó colaboración económica. En ella, se destacaba la presencia de Melchor Campomar, miembro de la familia vinculada a la industria textil (“11 de marzo de 1901”, 1964). Además, cabe recordar que María Scasso, la esposa de Juan Campomar –iniciador de la actividad de la empresa en la zona–, colaboró ampliamente con la Sociedad Cosmopolita, al punto de convertirse en la madrina de la institución y participar del acto de colocación de la piedra fundamental del primitivo edificio social a principios del siglo XX (Cumini, 1947: 25). Sobre aquellos años, un antiguo socio de la institución también recordaba la profunda imbricación entre la vida cotidiana de la localidad, la fábrica Campomar y la entidad mutual. A propósito de ello, sostuvo que “en aquellos años cuando la Sociedad realizaba festivales duraban una semana, el pueblo estaba de fiesta, que ni la fábrica Campomar trabajaba” (“Una vida”, 1939: 19). Más tarde, este vínculo quedó ilustrado por la invitación especial remitida por la institución a Miguel Campomar, encargado de la fábrica local, con motivo de contarse entre los “simpatizantes de la obra” de la Sociedad Cosmopolita, al banquete organizado para el festejo de las bodas de oro
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de la institución mutual. No obstante, el señor Campomar se excusó por su ausencia a través de un telegrama (“Libro Conmemorativo Bodas de Oro”, 1951). Finalmente, son de destacar las contribuciones económicas que Campomar realizó a la Sociedad Cosmopolita, siempre altamente valoradas en el marco de las continuas dificultades para hacer frente a los gastos ocasionados por la labor mutual. La realización por parte de la institución de colectas anuales entre sus socios honorarios, protectores y simpatizantes redundó en una continua participación de la empresa Campomar y de distintos miembros de la familia a título personal –tal es el caso de María S. de Campomar, Miguel y Eduardo–, los cuales, además, se ubicaron siempre entre quienes realizaron contribuciones más abultadas (“Colecta anual”, 1933: 3; “Colecta anual”, 1938: 27; “Colecta anual”, 1939: 32; “Colecta anual”, 1944: 34; “Colecta anual”, 1946: 31; “Colecta anual 1944”, 1945: 37). Asimismo, participaron del plan de construcción del nuevo edificio social a través de la compra de bonos, cuyos intereses donaron a la entidad en algunas ocasiones (“Importe de intereses”, 1944: 37; “Importes de intereses”, 1938: 31; “Importes pagados”, 1938: 7).
Mutualismo y nacionalidad: las relaciones intersocietarias y el desafío de la integración Es preciso tomar en consideración que la existencia de una entidad de las características de la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina no supone un hecho aislado. Por el contrario, el censo nacional de 1914 puso en evidencia la gran extensión del fenómeno asociativo en la Argentina (República Argentina, 1917: 240-309). A través de los datos ofrecidos por la citada fuente, podemos conocer que había en todo el país un total de 1 202 asociaciones mutuales. El 46 % (553) de ellas estaban asentadas
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en la Provincia de Buenos Aires, cifra con la cual superaba ampliamente al resto de los distritos. Como ha señalado Pilar González Bernaldo (2013), a fines de 1913 “dos de cada tres mutuales se encuentran en la ciudad y provincia de Buenos Aires. Si agregamos la zona sur de la vecina provincia de Santa Fe […] cuatro de cada cinco SSM [sociedades de socorros mutuos] funcionan en esta región del litoral atlántico” (González Bernaldo, 2013: 162). Las entidades bonaerenses se distribuían según la nacionalidad de sus asociados, tal como indica el gráfico 1. Allí es posible observar que las asociaciones de base étnica superaban con creces a la denominadas “cosmopolitas” (3 %; 46 entidades). Las mayoritarias eran las asociaciones italianas (38 %; 208 entidades), seguidas por las españolas (24 %; 135 entidades). Como es lógico, esta situación se reproducía en la consideración de la cantidad de socios y la magnitud del capital social. Gráfico 1: Clasificación de las Sociedades de Socorros Mutuos de la provincia de Buenos Aires (1914)
Fuente: elaboración propia a partir de los datos contenidos en República Argentina, 1917: 298.
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En el partido de Avellaneda había catorce asociaciones de socorros mutuos, fundadas entre 1887 y el momento de realización del censo. De ellas, nueve eran instituciones de base étnica, italianas o españolas. Estas últimas eran un total de cinco. Finalmente, tres de las entidades –una italiana, una española y una cosmopolita– se ubicaban en la localidad de nuestro interés: Valentín Alsina. Por su parte, el censo de mutualidades de 1926 muestra la existencia de 1 009 mutualidades en todo el país, número menor al observado en la década anterior (República Argentina, s./f. a: VII). Es dable pensar que esta situación se deba a cambios en la modalidad de relevamiento, fundamentalmente si tomamos en consideración que en el censo de 1914 fueron contabilizadas como instituciones de este tipo entidades que, como se indicaba en la tabla provista, no distribuían ningún tipo de socorro. Gráfico 2: Clasificación de las Sociedades de Socorros Mutuos de la provincia de Buenos Aires (1926)
Fuente: elaboración propia a partir de los datos contenidos en República Argentina, s./f. a: 4-10.
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Del total de las entidades, 499 se ubicaban en la Provincia de Buenos Aires, cifra muy superior a las registradas en Santa Fe (158), Córdoba (84) y la Capital Federal (77) (República Argentina, s./f. a: VII). Como ilustra el gráfico 2, las mutualidades bonaerenses conservaban una distribución semejante en cuanto a la nacionalidad. Aun cuando las entidades cosmopolitas eran ahora el 14 % (71 entidades), continuaban presentando un carácter minoritario frente a las asociaciones extranjeras, entre las cuales las italianas representaban el 34 % (171 entidades) del total de las mutuales, las españolas alcanzaban el 28 % (139 entidades) y las francesas, el 11 % (53 instituciones). Por último, las sociedades argentinas registradas alcanzaban el número de 19 (4 %) (República Argentina, s./f. a: 4-10). No obstante, cabe señalar que esta drástica disminución y el aumento de la categoría “Otras” están relacionados con el hecho de que en este censo fueron consideradas separadamente instituciones tales como las gremiales y ferroviarias. En el ámbito del partido de Avellaneda, se contaban ahora nueve mutualidades. Si bien es posible que algunas entidades hubieran desaparecido, o inclusive cambiado de denominación, también se evidencian las modificaciones en los criterios establecidos por el censo. Es posible notarlo en la ausencia de instituciones no estrictamente mutuales, que sí fueron consideradas en el relevamiento anterior. Tal es el caso de la entidad Bomberos Voluntarios y de Primeros Auxilios, o el Centro Comercial e Industrial (República Argentina, s./f. a: 30-45). Las nueve asociaciones registradas se distribuían según la nacionalidad del siguiente modo: tres eran italianas, dos españolas, dos israelitas y dos cosmopolitas. De ellas, tres se ubicaban en Valentín Alsina, las mismas registradas por el censo de 1914. Más específicamente, el desarrollo de la Sociedad Cosmopolita puede inscribirse en el contexto de la expansión de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, con el consecuente surgimiento de asociaciones de tipo barrial o local (Prislei, 1987; Recalde, 2016).
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En su análisis de la Asociación Española de Socorros Mutuos de San José de Flores, fundada en 1896, Alejandro Fernández (1992) puso en evidencia que la provisión de servicios de salud por parte de las entidades mutuales resultaba fundamental para aquellos barrios donde las condiciones de vida eran precarias. Si bien el autor focalizó su análisis en un barrio de la Capital Federal, su descripción tiene puntos de contacto notables con el contexto que aquí nos ocupa: En primer lugar, no existe en Flores hospital alguno […] En segundo lugar, la falta de desagües, el deficiente drenaje de las calles y la abundancia de pantanos […] El tercer aspecto del problema lo constituían las epidemias (viruela, difteria, cólera, fiebre amarilla) […] Finalmente, a las malas condiciones higiénicas se unían las materias en descomposición de algunas industrias (como las curtiembres y faenas de reses) (Fernández, 1992: 158-159)6.
La extensión de la provisión de aquellos servicios sanitarios hizo que la necesidad de expandir el número de asociados y las dificultades económicas de la asociación fueran temas recurrentes a lo largo de la evolución de la Sociedad Cosmopolita, lo cual la colocó en una situación semejante a la del conjunto de las asociaciones mutuales (Belmartino, 2005: 35, 72-77). Distintas circunstancias así lo demuestran. Por un lado, el monto de las cuotas fue aumentando progresivamente. En septiembre de 1944, esta acción fue justificada por la comisión directiva arguyendo el considerable incremento de los precios de los medicamentos, los
6
Cabe mencionar, a modo de ejemplo, que el Hospital Interzonal General de Agudos Pedro Fiorito, primer establecimiento de salud del partido de Avellaneda, recién fue inaugurado en 1913 (Asociación Cooperadora del Hospital Fiorito, s./f.). Mientras tanto, los vecinos de la zona de Lanús tendrían que esperar a los progresos en materia sanitaria de las décadas posteriores, entre los que se destaca la inauguración en 1952 del Hospital Interzonal General de Agudos Evita (“El hospital Evita…”, 3 de septiembre de 2012).
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importantes beneficios reportados por la institución a sus asociados y las pérdidas ocasionadas por la atención sanitaria (“Aumento”, 1945: 3-5). Además, se realizaron campañas para aumentar el número de asociados, que incluyeron el otorgamiento de una medalla de oro al socio que presentara un mayor número de nuevos integrantes potenciales (“Contribuya”, 1931: 10), y fue frecuente la exposición de información acerca de los gastos producidos por la actividad mutual, en ocasiones atribuyéndolos al mal uso realizado por los asociados (Majo, 1939: 43). A principios de la década de 1950, se llegó a suprimir uno de los servicios, el de aplicación de inyectables a domicilio, ante la imposibilidad de conceder un aumento de salario a los enfermeros encargados de ello (“Memoria”, s./f.). Entre las alternativas para hacer frente a estas circunstancias, podemos mencionar la promoción de las actividades de proyección cinematográfica en la sala Carlos Gardel o la realización de rifas (“Memoria”, 1939: 5) y colectas anuales, a las que ya nos hemos referido. En el caso del cine, los beneficios obtenidos serían destinados a pagar las deudas generadas por la construcción del salón social (“Cine”, 1938: 15). Sin embargo, en las próximas páginas nos ocuparemos de reflexionar acerca de una alternativa particular que comenzó a perfilarse hacia 1933: la de la fusión con el resto de las entidades mutuales de Valentín Alsina. Nos ocuparemos particularmente de esta cuestión dado que involucra tanto a la Sociedad Cosmopolita como a instituciones representativas de la colectividad italiana de la localidad y –específicamente en lo que hace a nuestro objeto de estudio– de la colectividad española. La descripción del devenir de estos planes nos permitirá observar la interacción entre estas instituciones, y las implicancias de la cuestión nacional y regional en relación con la posibilidad de fusión en pos de un mejoramiento del alcance de los servicios para el conjunto de los vecinos de Valentín Alsina.
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Es preciso recordar que la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos fue la primera institución de relevancia en la zona y de la que surgieron, a través de sucesivos desprendimientos, las otras tres asociaciones involucradas en estos intentos de integración: la Sociedad Italiana en 1907, la Sociedad Española en 1919 y el Centro Gallego en 1925 (“Orientación mutualista”, 1964). Por esta razón, a la Sociedad Cosmopolita le fueron atribuidos “los títulos de ‘madre’ y ‘abuela’ de sociedades, y el justo orgullo de haber sido cuna del Mutualismo en Valentín Alsina” (Serra, 1947: 21). En 1933, un artículo titulado “Asociación y auxilio mutuo” (Bruno, 1933: 10-11) llamaba por primera vez a la realización de un “Congreso de sociedades locales” con la finalidad de contribuir a la unión de las instituciones mutuales de Valentín Alsina. Con la intención de justificar la necesidad de esta reunión, se remitía a los orígenes de la Sociedad Cosmopolita, ocasión en la que habían participado socios de diversos orígenes. Tras dicha publicación, distintos autores harían sus aportes en el marco de la revista social, a los fines de argumentar a favor de la fusión de las entidades mutuales. Así, realizaban profundas críticas a la actitud de quienes se manifestaban contrarios al proyecto y atribuían esta oposición al problema de la nacionalidad. La principal explicación a favor de la constitución de una única entidad mutual en la localidad giraba en torno a la posibilidad de satisfacer con mayor amplitud las necesidades de la población de la zona (García, 1933: 12). A propósito de ello, el presidente de la Sociedad Cosmopolita en 1944, Alfonso Brey (1944: 15), hacía referencia a una posible extensión de los beneficios para los asociados, con la incorporación de una farmacia propia, ambulancia, internación y maternidad. Inclusive se mencionó la alternativa de construir un hospital vecinal (Bianchettin, 1944: 16). En contraposición, según las opiniones vertidas por quienes eran favorables a la fusión, la principal limitación para la consolidación del proyecto era la dispersión
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ocasionada por la diversidad de orígenes nacionales y regionales de los socios de las instituciones involucradas. En este sentido, se trataba de combatir este impedimento haciendo hincapié en la preponderancia del ideal mutual y la igualdad de los hombres ante las situaciones desafortunadas de la vida, por sobre las lealtades o los privilegios basados en el origen nacional o regional. Se afirmaba, por ejemplo, que “la enfermedad, cuando se apodera del organismo de una persona, no pregunta si es argentino, español o italiano” (García, 1933: 12), o que “ante el dolor no existen patrias ni religión” (“Una vida”, 1939: 21). Al mismo tiempo, se condenaba la existencia de “los intereses regionales que hoy son trabas para la acción de tan grandiosa obra benéfica” (Brey, 1944: 15). Las gestiones para la concreción de la integración mutual se dinamizaron hacia 1943, cuando se llevaron a cabo algunas reuniones entre los presidentes de las cuatro asociaciones y los delegados asignados para tal fin, por iniciativa de la Sociedad Cosmopolita (“Memoria”, 1944: 7). Tras estos encuentros, solamente tres de las asociaciones, con la exclusión de la Sociedad Italiana –que adujo necesitar la autorización de una asamblea–, se comprometieron en el estudio del proyecto. Los presidentes de cada una de las cuatro instituciones ofrecieron sus argumentos acerca de la fusión. Allí se puede observar claramente la postura diferenciada de la entidad italiana, cuyo presidente, Celestino Lampo, afirmaba creer en “la fusión del mutualismo y no de las entidades mutuales” (Lampo, 1944: 11) y consideraba necesario el cumplimiento de una serie de requisitos antes de avanzar en las conversaciones acerca de la integración: observar los balances de cada institución, analizar sus estatutos y convocar a una Asamblea General Extraordinaria para obtener la legitimidad del conjunto de los socios. Por el contrario, existía un total acuerdo entre la Sociedad Cosmopolita y las entidades representativas del colectivo español, la Sociedad Española y el Centro Gallego de Valentín Alsina, en cuanto a la inmediata necesidad de
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concretar la fusión. No obstante, mientras el presidente de la entidad española, Juan Grovas (1944: 9), se mostraba partidario de una integración total, Manuel Chouza, presidente del Centro Gallego, propuso la conservación individual de un pequeño porcentaje del capital social para mantener otras actividades, fundamentalmente de tipo cultural y recreativo (“Memoria”, 1944: 7). Asimismo, reconocía en su artículo la preponderancia de la Sociedad Cosmopolita (Chouza, 1944: 12). A pesar de esta cercanía entre las posturas de los líderes de la Sociedad Cosmopolita y los de las asociaciones pertenecientes al colectivo español de Valentín Alsina al comienzo de las negociaciones, un cambio abrupto se produjo entre 1944 y 1946. Durante el año 1945, la entidad de nuestro interés y la Sociedad Española se habían abocado a la confección de un proyecto conjunto, cuyo resultado fue su aprobación por parte de la primera durante una asamblea celebrada el 30 de diciembre del mismo año (“Memoria”, 1946: 4). No obstante, en la memoria correspondiente al ejercicio 1945 publicada en los primeros meses del año siguiente, la comisión directiva acusaba a algunos asociados de la Sociedad Española de haber emitido comentarios desprestigiantes acerca de la Sociedad Cosmopolita, “fincados sus espíritus en antiguas normas degeneradas en egoísmo regionalista y sordos al deseo popular de coordinación mutual” (“Memoria”, 1946: 3). En respuesta a ellos, se manifestaba que: La Sociedad Cosmopolita tiene el honor de haber sido la primer (SIC) institución que organizó en su perímetro de acción la humana obra de AYUDA AL SEMEJANTE. Fue el primer organismo que puso de relieve, con hechos, la imperiosa necesidad de asociarse para un mayor éxito en los principios del socorro mutuo. Bajo esos principios se crearon nuevas entidades. Sus estatutos fueron punto básico para aquellas creaciones. Nadie puede negar a la COSMOPOLITA
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la propiedad de HABER NARCADO RUMBOS EN MATERIA MUTUALISTA, ni restarle el significativo y merecido nombre de MADRE DEL MUTUALISMO LOCAL. La administración de la sociedad COSMOPOLITA lo ha sido siempre a puertas abiertas. Mal está, entonces, atribuirnos “Oscura administración”. Sus resoluciones lo fueron en todo momento acariciando el progreso social y el mejoramiento sanitario de la localidad. Jamás con la idea de SUPER DOMINACIÓN sobre las demás instituciones similares (“Memoria”, 1946: 3; énfasis original).
Además, se agregaba que la Sociedad Cosmopolita carecía de problemas económicos serios y que siempre atendía a la ampliación de los beneficios para su masa societaria, por ejemplo a través de la reciente incorporación de especialistas para la atención en sus consultorios (“Memoria,” 1946: 3). Tras este episodio, la información acerca de los intentos de fusión se discontinúa. Solo sabemos que las relaciones posteriores fueron cordiales. Especialmente, con motivo de la celebración de las bodas de oro de la Sociedad Cosmopolita. El banquete a tal fin fue desarrollado el 11 de marzo de 1951 en el salón del Centro Gallego de Valentín Alsina (“Libro Conmemorativo Bodas de Oro”, 1951). Es de destacar también que, cuando la Sociedad Cosmopolita se vio involucrada en una fusión, hacia 1962, no fue con las asociaciones de origen español, con las que había mantenido una mayor cercanía, sino con la entidad italiana. Por su parte, la Sociedad Española continuó con su vida independiente hasta su disolución, y el Centro Gallego de la localidad se convirtió en un anexo del de la Capital Federal, condición que mantiene en nuestros días.
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Reflexiones finales A lo largo del presente capítulo, hemos procurado contribuir al conocimiento de la integración de los españoles residentes en Valentín Alsina a través del análisis de sus vínculos con una institución local. Sin pretender agotar el tema, a continuación expondremos algunas de nuestras principales conclusiones. En primer lugar, hemos podido observar la importancia de la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Valentín Alsina en el contexto del desarrollo de la localidad y la consolidación de su perfil industrial. Por otra parte, el análisis de las fichas de socios, aun con sus limitaciones, nos permitió tomar conocimiento, para nuestro caso de estudio, de una de las características propias de las sociedades cosmopolitas: el amplio reclutamiento en términos de origen nacional. En cuanto al perfil ocupacional, la variedad de ocupaciones fue más considerable entre los socios argentinos, mientras que entre los extranjeros fue más evidente un perfil obrero. No obstante, hasta el momento, no hemos podido comprobar la existencia de vínculos entre la entidad y sectores socialistas, como han indicado algunos autores. Este aspecto podría ser profundizado a través del análisis de nuevas fuentes que den cuenta más acabadamente de las trayectorias de los líderes de la asociación. En cuanto a los socios españoles en particular, hemos visto que podrían haberse constituido en el grupo más numeroso dentro del conjunto de los extranjeros. Además, fue posible evidenciar que un alto porcentaje de los socios cuyas fichas se conservan mantuvieron una importante permanencia en la institución y ejercieron cargos directivos. En otro orden cosas, hicimos evidente la relación ente la entidad mutual y la vida económica de los españoles en la localidad, a través del análisis de los lazos con la industria textil Campomar y, sobre todo, las contribuciones económicas de esta última respecto de la Sociedad Cosmopolita.
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Finalmente, la exposición del derrotero de los planes de fusión de las décadas de 1930 y 1940 nos mostró la cercanía entre la asociación cosmopolita, la entidad española y la sociedad gallega de la localidad. Pero, al mismo tiempo, las opiniones vertidas en la publicación oficial de la Sociedad Cosmopolita y el fracaso del proyecto mostraron la importancia del factor étnico en ese contexto. Hasta aquí, una primera aproximación al rol de los inmigrantes españoles de Valentín Alsina a través de sus vínculos con una entidad mutual de carácter local. En el futuro, la incorporación de nuevas fuentes y la profundización de la comparación con otros grupos nacionales nos darán una idea más acabada de su importancia en la vida de la localidad.
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Estrategias de integración de un militante político gallego en la Argentina Ramón Suárez Picallo durante los Gobiernos de Yrigoyen y Alvear HERNÁN DÍAZ
En este trabajo se intentará abordar la trayectoria juvenil de Ramón Suárez Picallo en la Argentina, desde su llegada en 1911 o 1912 hasta su regreso a Galicia en 1931, considerando su derrotero político y sindical como una serie de estrategias de integración, alternativamente en el ámbito laboral, en el movimiento obrero argentino y en el asociacionismo étnico. Sus diferentes intentos por insertarse en uno u otro ambiente estarán determinados no solamente por sus éxitos y fracasos en cada oportunidad, sino también por las circunstancias políticas nacionales e internacionales que influyeron en el estado de ánimo de los trabajadores y que llevaron a adoptar y a abandonar sucesivamente diferentes vías de acción. De una significación mayúscula en la vida gallega de la Segunda República española (1931-1936), donde fue elegido dos veces diputado a Cortes, y en la guerra civil española, donde secundó a Alfonso Castelao, el trayecto juvenil de Suárez Picallo por la Argentina solo era conocido por los relatos del propio protagonista, casi todos producidos muchos años después de los hechos, imprecisos, a veces exagerados y con no pocos errores de
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importancia en detalles de su vida militante. Esos relatos autobiográficos fueron la única fuente utilizada durante mucho tiempo por los estudiosos tanto de Galicia como de Argentina, repitiendo las inexactitudes originales, que se acumulaban y magnificaban en cada estudio. Las investigaciones sobre inmigración, profesionalizadas desde hace treinta años, pudieron corregir en parte esos desvíos y lograron un primer acercamiento a la militancia galleguista de Suárez Picallo en Buenos Aires, sobre todo en las obras de Xosé M. Núñez Seixas (1992, 1995). En 2008 hemos aportado significativos avances en el conocimiento preciso de su militancia juvenil, en un libro que además rescataba una treintena de textos de su autoría, dispersos en publicaciones porteñas (Díaz, 2008). Paralelamente, hemos hecho otras investigaciones, que permitieron precisar algunos aspectos particulares de su vida (Díaz, 2007, 2009, 2014, 2015b). En esta oportunidad, nuestra intención será interpretar los derroteros de Suárez Picallo como parte de una estrategia de integración en sus ámbitos de actuación. Los veinte años que median entre la llegada de Ramón Suárez a Buenos Aires y su regreso a Galicia para ser elegido diputado a las Cortes implican una transformación, una trayectoria y una serie de estrategias de sobrevivencia y de integración. Las preguntas que nos interesa responder son las siguientes: ¿Cómo se ha producido esa transformación? ¿Qué estrategias de vida se dio Ramón Suárez que lo llevó de un punto a otro de la trayectoria? ¿Fueron sus estrategias determinantes para su destino, o actuó limitado por las circunstancias de la historia de la Argentina? En definitiva, ¿de qué manera se integró a la sociedad de recepción y hasta qué punto esa integración no pudo llevarse a término?
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Qué es “integración” Se puede hablar de “integración” en dos sentidos, no contrapuestos pero diferenciados en sus usos. Por un lado, puede referirse al grado de cohesión al interior de un país, de una comunidad, de una institución. Por el otro, puede aludir al grado de asimilación de un grupo minoritario (típicamente, un grupo migratorio) a las pautas morales, culturales, económicas, etc., de un grupo más amplio (típicamente, la sociedad de recepción). En rigor, no se trata de dos tipos diferentes de integración, pero sí se hace referencia a dos procesos diversos en cuanto a su dinámica y sus protagonistas. En el primer caso, el análisis intenta medir el grado de cohesión de una comunidad observando la totalidad de sus componentes y las leyes que regulan su interrelación. En el segundo uso, que es el que retomamos en este trabajo, implica reconocer el paulatino acercamiento de un grupo étnico determinado a los patrones de conducta del nuevo entorno en el que se instala, lo cual no excluye una interrelación concreta donde es también el nuevo inmigrante el que influye y modifica las pautas de conducta de la sociedad de recepción, e incluso de los otros grupos migratorios con los que convive. Es necesario distinguir, también, entre el ángulo político y el ángulo descriptivo de la integración. Como afirma la socióloga Dominique Schnapper (2007: 21): El riesgo de confusión entre el sentido político y el sentido sociológico, presente en todas las investigaciones, es particularmente elevado en nuestro caso. Conviene entonces distinguir claramente las políticas de integración […] y el hecho sociológico del proceso de integración.
En ese sentido, es útil insistir en el hecho de que la integración, como dice Schnapper, es un proceso y no un resultado acabado en un momento cualquiera. Concebir la integración como un resultado (es decir, un posible o hipotético
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“estado perfecto” de integración, en un momento dado) es inescindible de una concepción de la sociedad como un mecanismo coherente, donde todos sus miembros se relacionan entre sí de manera diferenciada pero igualmente satisfactoria. Preferimos entender la integración como un proceso paulatino de acercamiento entre pautas culturales y económicas de diferentes grupos, que van arribando a una síntesis donde se juegan tanto las diversas estrategias personales como las restricciones estatales, y donde el peso (simbólico o material) de cada grupo prevalece por encima de la “racionalidad” de las diferentes alternativas. Y ese proceso convoca no solamente tiempos diferentes según el parámetro que investiguemos (la integración económica puede ser casi inmediata, mientras que la integración lingüística puede demorar años), sino que además implica poner en juego diversas estrategias y capacidades personales por parte de cada uno de los protagonistas. Ante todo, creemos que se debe evitar la idea de que los grupos inmigrantes, supuestamente homogéneos en sus proyectos, ideologías y capacidades, buscan integrarse a un colectivo mayoritario también homogéneo. La multiplicidad de perspectivas y estrategias del grupo inmigrante se ve potenciada por la heterogeneidad radical de la sociedad que lo recibe. No solamente hay que tener en cuenta la evidente diversidad de perspectivas de los migrantes, sino también tomar en consideración que la sociedad receptora carece de homogeneidad, tanto en el aspecto económico como en los culturales, ideológicos, etc. En ese marco, ¿qué puede significar “integración”? Entendemos esta como un proceso múltiple donde se ponen en juego las estrategias individuales para lograr una serie de resultados satisfactorios, pero siempre teniendo presente que esas estrategias dependen en gran medida de los factores sociohistóricos que las determinan. En el caso que nos ocupa, los avatares de Ramón Suárez Picallo en la Argentina, nos encontramos con una estrategia inicial de integración individual no a un “país” en
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su generalidad, sino, más particularmente, al movimiento obrero de ese país, en conflicto casi permanente con el Estado y con la clase patronal. Destino individual de Ramón Suárez que comparte, a la vez, con miles y miles de inmigrantes similares, o con nativos de la Argentina (a su vez muchos de ellos hijos de inmigrantes), que sentían que en la “integración” de la Argentina no les correspondía un lugar que coincidiera con el grado de esfuerzo que se les exigía. Pero esa integración tuvo sus inconvenientes y las estrategias debieron modificarse. La historia de ese proceso es lo que tratamos de realizar en este trabajo.
Perspectivas laborales Ramón Suárez llegó a Buenos Aires, presumiblemente, el 1 de octubre de 1911, en el vapor Gotha, un mes antes de cumplir los 17 años.1 Había nacido en Sada (A Coruña, Galicia), el 4 de noviembre de 1894. Era el mayor de once hermanos (algunos nacieron después de su emigración) y fue a una escuela de su aldea durante tres años. Tanto su maestro como su familia materna lo alentaron en la lectura, aunque rara vez hizo referencias precisas a lo que llegó a leer en su infancia y juventud. En la adolescencia cumplió tareas como labrador y como pescador, oficio que también desempeñara su padre. En ninguno de sus recuerdos se 1
Los principales datos biográficos figuran en las “Notas autobiográficas” que recopilan y comentan Manuel Pérez Lorenzo y Francisco Pita Fernández (2008: 17-36) y en nuestra “Introducción” a Años de formación política (Díaz, 2008: 11-51). Muchas de las informaciones que provee el mismo Suárez Picallo en recuerdos de su madurez son discutibles o erradas, y han sido reevaluadas por nosotros a la luz de documentos más confiables en el último texto citado. Por ejemplo, afirma sin dudar que llegó a Buenos Aires el 12 de marzo de 1912, pero no hemos podido encontrarlo como pasajero ni en los libros de inmigración ni en los partes consulares de esos meses. En cambio, sí hay una persona que coincide con sus datos arribada a Buenos Aires en octubre de 1911. En varios otros casos hemos debido corregir datos erróneos, para lo cual remitimos a la bibliografía citada.
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hace mención a la decisión de emigración, ni a la manera de conseguir el dinero del pasaje, ni a la aceptación o no de sus padres con respecto a su propósito. Era común que los jóvenes españoles emigraran para evitar el llamado al servicio militar, pero Ramón Suárez tomó esa decisión a los 16 años, bastante antes de ser movilizado. Solo sabemos que marchó a Buenos Aires tras los pasos de un amigo de Sada, pero, cuando llegó al domicilio indicado, se enteró de que aquel se había marchado a Bahía Blanca. La precariedad de las comunicaciones y de los vínculos dejó a Ramón Suárez solo, a merced de los consejos azarosos de las personas con las que se cruzaba. Los primeros dos años en Buenos Aires fueron de adaptación: el primer trabajo que consiguió, al día siguiente de su llegada (según sus recuerdos), fue en una farmacia de un italiano que prefería contratar ayudantes gallegos. La farmacia se llamaba Baralis y todavía hoy existe con el nombre de Farmacia Magistral, en la avenida Entre Ríos al 400. Después de unos meses, desempeñó otros trabajos: vendedor de artículos de goma, vendedor ambulante de alfajores cordobeses, cobrador de una casa mayorista, incluso realizó tareas en una oficina donde aprendió a escribir a máquina. El joven pescador se adaptó a los múltiples oficios urbanos, y aparentemente no tuvo grandes dificultades para conseguir trabajo. Pero resulta claro que se rehusaba a las tareas rurales, algo generalizado en la inmigración gallega, que conocía las labores del campo como fatigosas y embrutecedoras. Ramón Suárez quería conocer las variadas posibilidades que ofrecía una ciudad de un tamaño como no existía en Galicia, y cambiaba de un trabajo a otro según su conveniencia. Pero, al año de llegar, comenzó un período de confusión y caída. “Joven, con dinero, con poco trabajo, sin una mano que me guiara, hice una vida poco regular; dejé el empleo y empezó un via crucis. Se acabó el dinero y los amigos” (cit. por Franco Montero, 1931). Cayó enfermo “de tifus y otras complicaciones”, afirma (cit. por Franco
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Montero, 1931), por lo cual debió ser internado en un hospital durante varios meses. El inmigrante joven se perdió en la gran ciudad: demasiados estímulos, demasiadas novedades para un niño pescador de aldea trasplantado a una ciudad de un millón y medio de habitantes. Tenía suerte con el salario o tenía habilidades en el trato con la gente, por lo cual consiguió ese trabajo de cobrador que le insumía poco esfuerzo y dinero suficiente para transitar un camino que terminó llevándolo al hospital. El tifus es una enfermedad infecciosa transmitida por piojos y otros insectos, causada fundamentalmente por la falta de higiene. ¿Y a qué remitirían las “otras complicaciones”? El inmigrante estaba perdido, no sabía cómo conducir su vida y la ciudad rebosante de posibilidades lo mareaba. En el punto más bajo de su caída, internado en el hospital, Ramón Suárez vivió un momento de epifanía, y encontró en el compromiso político un timón para llegar a buen puerto. Otro enfermo, un gallego al que le habían tenido que amputar las dos piernas por una enfermedad contraída en Brasil, lo inició en las ideas del anarquismo filosófico de León Tolstoi. El idealismo libertario se compaginaba muy bien con un lenguaje utopista y de redención de la humanidad que Ramón Suárez conservaría en toda su carrera política, seguramente en correspondencia con las enseñanzas religiosas de su infancia. Se puede decir que el mensaje cristianizante de Tolstoi y su crítica social desde un humanismo naturalista durante décadas fue parte de la base subyacente del pensamiento político de este inmigrante gallego, aun cuando se inclinara rápidamente por otro pensamiento político, supuestamente más realista y más combativo. Por otra parte, no hay que pasar por alto que quien logró hacerlo reflexionar fue otro gallego, como si fuera la propia infancia la que lo convocó a retomar el rumbo de la reconexión social. Desde ese momento las referencias sobre las ocupaciones laborales de Ramón Suárez se volvieron más imprecisas, hasta que se integró a la Marina Mercante hacia
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1916. Sabemos, por sus propios recuerdos, que trabajó en la Compañía Nacional de Tabacos (conocida como el Trust de Tabacos) en la sección de publicidad, como redactor de anuncios, y que fue despedido por adherir al paro del 1.º de mayo, aunque no queda claro de qué año. Frecuentó la Universidad Popular Luz, animada por el Partido Socialista, y estudió allí “francés, italiano y algo de inglés” (cit. por Franco Montero, 1931). Luego empezó a desempeñarse en tareas de menor calificación, seguramente con la intención de desarrollar un trabajo político y no para mejorar su situación económica personal. Así lo vemos formando parte de la naciente Federación de Empleados de Comercio (en la que se jactaba de ser el afiliado número 14) y finalmente, recordando sus antecedentes marinos, pasó a trabajar como lavacopas y como cocinero en los barcos de transporte de cabotaje de la Argentina, durante varios años. Con estos trabajos que desempeñó durante su militancia política, Ramón Suárez dejó a un lado, en cierta manera, las habilidades intelectuales que estaba adquiriendo. Estas habilidades las utilizaría en su actividad política, ya que no solamente actuaría como uno de los oradores más destacados en los diferentes ámbitos en que participó, sino que, además, sería un cronista muy importante en los periódicos del socialismo, del comunismo y de sus ámbitos sindicales. Pero sus trabajos como asalariado exigirán poca calificación intelectual. A mediados de la década del 20, cuando empezó a abandonar su carrera política en ámbitos proletarios, trabajó como periodista en diversos diarios de la capital argentina, también fue secretario de la delegación argentina a una reunión en Ginebra de la Organización Internacional del Trabajo, e incluso fue bibliotecario en una institución española. Pero, mientras militaba en partidos de izquierda, Ramón Suárez prefería los ámbitos laborales masivos, relevantes desde el punto de vista sindical, pero carentes de exigencias intelectuales para su desempeño.
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Al rememorar sus inicios laborales en Buenos Aires, Ramón Suárez le otorgaba un lugar significativo al momento en que aceptó un trabajo que incluía conocimientos de máquina de escribir, instrumento que desconocía completamente. Si le daba un lugar en su recuerdo, seguramente era porque se convirtió en un momento valioso para su futuro laboral. Tanto en sus actividades intelectuales de la militancia política y sindical, como en sus futuras tareas periodísticas, la máquina de escribir se convertiría en el pasaporte a empleos donde podía lucir sus conocimientos, sus lecturas y su capacidad discursiva. Pero la principal arma que utilizaría en sus años de militancia de izquierda sería su voz, grave, poderosa y hasta cierto punto discordante con su cuerpo delgado. Una voz que todavía mantenía en sus últimos años, pero que debió ser en sus primeras décadas lo suficientemente atronadora como para poder hacerse escuchar por cientos de personas sin altavoces ni reproductor alguno. A puro pulmón, Ramón Suárez se destacó permanentemente por su oratoria potente.
Trayectoria política y sindical En noviembre de 1913, encontramos la primera referencia escrita de la participación de Ramón Suárez en los círculos afines al socialismo marxista: es en el pequeño periódico Palabra Socialista (Díaz, 2015a y 2015b), en el que entre 1912 y 1914 editó un grupo de jóvenes, críticos con la dirección reformista del partido de Juan B. Justo. Allí figura el nombre de Ramón Suárez en una colecta que se realizó en Buenos Aires para construir un mausoleo en memoria de un socialista español. Aun en el marco de una ideología internacionalista como es el socialismo, Ramón Suárez reaccionó en solidaridad con un coterráneo, un político que actuaba no en su Galicia natal, sino en la capital de una región vecina: Asturias. En la lista de aportantes, todos los apellidos
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que figuraban eran de origen español, lo que da a entender que se había realizado la colecta apuntando a la solidaridad de los connacionales. El periódico donde se organizaba la suscripción estaba dirigido por los que serían compañeros políticos de Ramón Suárez durante diez años (como Juan Ferlini, Pedro Zibecchi, Amadeo Zeme y otros), y en la misma lista de aportantes figuraba Luis Miranda, uno de los principales oradores del socialismo y luego del comunismo argentino. La importancia de esta breve referencia es crucial, ya que indica la temprana vinculación de Ramón Suárez con el socialismo marxista de Buenos Aires, corriente a la que estaría ligado de una u otra manera hasta 1924. Con el estallido de la guerra y, sobre todo, a partir del nuevo ascenso del movimiento sindical en 1916, Suárez se involucró cada vez más en el movimiento socialista, participando del sector disidente marxista que animó primero el periódico Palabra Socialista, luego la revista Adelante! (órgano de las juventudes socialistas, de 1916 a 1918), el Centro de Estudios Carlos Marx y el Comité de Propaganda Gremial, al que Suárez llega a recordar en sus fragmentos autobiográficos. También fue un militante muy activo en el Centro Socialista Adelante (que no hay que confundir con la revista homónima), que funcionó en el barrio de San Telmo en los dos últimos años de la guerra. Las juventudes socialistas, a instancias del grupo marxista disidente, desarrollarían una intensa campaña contra el militarismo. Esto significaba oponerse a la guerra europea en curso, a la posible guerra de la Argentina con Chile y, en general, a que los jóvenes sean sacrificados en aras de la defensa de unas fronteras que los socialistas no reconocían. Para Ramón Suárez también significaba oponerse al servicio militar en España, país donde la milicia implicaba ser enviado a guerras sangrientas en el norte de África. Su sensibilidad hacia el problema del militarismo en la juventud se hizo patente en la aparición de su primer artículo firmado, titulado “Movimiento juvenil socialista”, en la revista Adelante! del 5 de febrero de 1917, donde hace un relato detallado de
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la organización juvenil socialista en Europa, en los últimos treinta años, contra el servicio militar y la guerra. Aunque no se dice de manera explícita, las referencias constantes a la prensa socialista belga y la reproducción de sus textos en castellano dejan entender que es el mismo Suárez quien los había leído y traducido. Hacia 1917 se produjo un enfrentamiento mayor entre la fracción marxista y la dirección del Partido Socialista, que terminó con una escisión hacia finales de ese año y con la creación, en enero de 1918, del Partido Socialista Internacional (PSI). En los primeros puestos de la nueva organización, se encontraba Ramón Suárez, que ya se había destacado como orador y conferencista, y era un reconocido activista en diversos ambientes sindicales, particularmente del puerto. El nuevo partido organizó una serie de conferencias propagandísticas en diversas esquinas de la Ciudad de Buenos Aires, y entre los oradores se destacó varias veces a Ramón Suárez. Además, en las elecciones para el Concejo Deliberante de la ciudad de octubre de 1918, apareció su nombre en el puesto 21 de 30. Sería candidato nuevamente en 1920 y en 1922. En enero de 1922 sería propuesto para ocupar un lugar en el comité central del partido y su nombre sería el más votado, seguido por Rodolfo Ghioldi (y mucho más atrás Alberto Palcos, Cayetano Oriolo o Vittorio Codovilla), lo cual demuestra la popularidad de este inmigrante gallego en el ámbito en que se desempeñaba. La candidatura de Ramón Suárez, tanto a concejal como a diputado o senador, implica que en los años previos había debido realizar un juicio para adquirir la nacionalidad argentina, cuestión que le traería problemas en 1931, en España, cuando una asamblea galleguista lo propusiera como candidato a diputado. En esa oportunidad, resolvió ese problema mediante un pago que cubría la multa por no hacer el servicio militar. Lo importante para nosotros, en cuanto a su militancia juvenil, consiste en ver que la nacionalidad argentina fue adquirida como un trámite más,
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en consonancia con la política del Partido Socialista de que todos sus afiliados se naturalizaran para participar en las elecciones, aunque más no fuera como elector. Ramón Suárez se alejó silenciosamente del Partido Comunista a mediados de 1922: “Del comunismo me retiré para reingresar al socialismo, cuando el PC se escindió en cuatro grupos” (en Franco Montero, 1931). Las polémicas internas del partido fueron uno de los motivos por los cuales Suárez dejó esta militancia, pero también hay que tomar en consideración que el ascenso revolucionario, tanto mundial como en la Argentina, conoció en esa época un retroceso importante, que se observa en la represión de la Semana Trágica de enero de 1919, en la derrota de los obreros de la Patagonia (1921 y 1922) y en la matanza de Gualeguaychú del 1.º de mayo de 1921, ciudad donde Suárez había tenido (y tuvo todavía hasta 1924) un papel relevante en la organización sindical. Pero su reingreso al socialismo, tal como señala en el reportaje reproducido de 1931, no tiene las mismas características que su militancia en el comunismo: ya no actuaba internamente en el partido de Juan B. Justo, sino que adoptaba una ideología socialista genérica, actuando sindicalmente (en la Federación Obrera Marítima) muy cercano a los sindicalistas revolucionarios y más adelante en la Federación de Sociedades Gallegas, liderando a un sector que combinaba galleguismo y socialismo, pero opuesto a los socialistas “puros”, que rechazaban toda referencia nacionalista a Galicia (Díaz, 2007). Paralelamente a todo este proceso, en su actuación sindical Ramón Suárez tenía una actividad destacada en diversos ámbitos. Como militante de la fracción marxista del PS, colaboraba con el Comité de Propaganda Gremial en los años de guerra, ayudando a poner en pie sindicatos y cuerpos de delegados. Más adelante, militó en los gremios del puerto de Buenos Aires: la Unión Obreros de la Dirección General de Puertos y, luego, el Sindicato de Cocineros y Mozos de a Bordo, integrado a la Federación de Obreros
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Marítimos (FOM). El Sindicato de Mozos era relativamente pequeño, comparado con los otros gremios de la FOM que agrupaban al personal de máquina y al de cubierta, visualizados como el núcleo laboral más importante para que los barcos funcionaran. Sin embargo, el Sindicato de Mozos contaba con 1 000 afiliados sobre 9 100 de la FOM en 1918, y a través de Ramón Suárez se convirtió en el punto central de trabajo del naciente PSI. De su pequeño sindicato de mozos, Suárez se proyectó a un trabajo nacional. Como los barcos donde trabajaba lo llevaban a diferentes puntos de la Argentina, aprovechaba para desarrollar una labor política y sindical en su destino. En 1919 actuaba como secretario rentado en la sede Concepción del Uruguay de la FOM. Entre septiembre y diciembre de ese mismo año, estuvo en Gualeguaychú (Entre Ríos), enviado por la FORA, para dirigir un conflicto generalizado entre obreros y patrones. Suárez organizó las fuerzas sindicales y fue quien se entrevistó con el intendente para explicitar los reclamos proletarios, que terminaron siendo aceptados. Durante varios meses de 1920, realizó giras propagandísticas enviado por la FORA por el interior de la provincia de Entre Ríos, en las que incluso llegó a visitar alrededor de 25 pueblos, y llevó a cabo desde actos pequeños en locales hasta actos de varios cientos de personas en teatros, canchas de fútbol o en la plaza central del pueblo, o arengó a los obreros en su despedida desde la escalerilla del tren que lo llevó a otro destino (Díaz, 2014). A fines de 1921, la FORA IX Congreso creó una comisión de cinco miembros para lograr la unidad de todas las federaciones obreras. Como representante de la FOM fue elegido Ramón Suárez, quien, aunque debió soportar el rechazo de algunos integrantes de la asamblea en su carácter de comunista, fue apoyado y defendido por Francisco J. García, dirigente histórico de la entidad adscripto al sindicalismo revolucionario.2
2
Francisco García era el dirigente de la Federación de Obreros Marítimos desde 1910. Originalmente anarquista, fue uno de los pilares del sindicalismo revolucionario y de la FORA del IX Congreso desde 1915. En 1922 se apartó de la dirección
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El congreso de unidad se realizó en enero de 1922, y allí se disolvió la FORA y se creó la nueva central: Unión Sindical Argentina (USA). Ramón Suárez, en 1923 y 1924, figuraría en las direcciones nacionales tanto de la USA como de la FOM. Incluso llegaría a entrevistarse con el presidente Marcelo T. de Alvear como parte de una delegación obrera en busca de soluciones a un conflicto. Estando en la cima de su carrera sindical, en 1924 sería protagonista de una huelga marítima de seis meses que, al ser derrotada, implicó su alejamiento del sindicato y del trabajo en los barcos. Paralelamente, la actitud de la USA con respecto a una huelga contra la ley de jubilaciones en mayo de 1924 llevó a una renovación de la dirección de esa central que también dejó afuera a Ramón Suárez. A partir de ese doble fracaso, Suárez se apartó definitivamente de la vida sindical y política de la izquierda argentina, y comenzó a activar el asociacionismo gallego de Buenos Aires. Había llegado a ocupar lugares en el primer nivel de la izquierda política y gremial, pero los sucesivos desencantos lo llevaron a adoptar otros caminos, que en cierta manera podemos ver que están ya prediseñados en su historia de esos últimos diez años.
Nuevos trabajos, nueva militancia Suárez empezó a trabajar como periodista antes de la gran huelga marítima que dirigió, quizás desde principios de 1924, en el diario La Argentina, propiedad del diputado radical por Santa Fe Romeo Saccone. Un par de años después, pasó al diario La República, donde desarrolló una prolongada campaña contra las agencias de empleo, “antros de explotación de carne emigrante”, según sus palabras (cit. en Franco Montero, 1931). De mayo a julio de 1926, Suárez Picallo viajó junto a la delegación argentina a una reunión de la FOM por diferencias en la conducción y retornó a ella tras la derrota de 1924, tras lo cual permaneció al frente del sindicato hasta su muerte en 1930. Véase su biografía enTroncoso(1983).
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de la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra, en carácter de secretario: por unos días logró visitar Galicia y aprovechó para establecer vínculos políticos. Más allá de lo que pudo representar monetariamente, que debía ser significativo, el viaje le permitió a Suárez Picallo retomar contacto con su familia de origen, a la que no veía hacía catorce años, y confirmar su pertenencia política al galleguismo, que en Sada, su ciudad natal, le ofreció un banquete de homenaje. Otra vez en Buenos Aires, Suárez Picallo dirigió fugazmente el diario Libertad, órgano del naciente Partido Socialista Independiente, surgido a mediados de 1927. En esta publicación, no figuraba el nombre de ningún director ni redactor, y es probable que Suárez Picallo no durara mucho tiempo en su tarea, ya que ningún lazo político pareció acercarlo a la ideología del partido de Antonio de Tomaso. Estuvo al frente también de la revista Céltiga y dirigió, junto a Eduardo Blanco Amor, el periódico de la Federación de Sociedades Gallegas (Galicia), en los períodos en que el sector galleguista lograba la mayoría de la Junta Ejecutiva. En los ambientes de la colectividad gallega, empezó a utilizar desde 1925 su segundo apellido, Picallo. Una interpretación posible es pensar que el apellido materno reapareció cuando él volvió a conectarse con la tierra de sus orígenes. Otra posible explicación consiste en ver que tanto Ramón como Suárez eran muy comunes en Buenos Aires, y él habrá preferido distinguirse con un segundo apellido no tan usual. Por otra parte, si en su época de militancia era mejor pasar desapercibido para precaverse de las persecuciones policiales, ahora buscaba ser reconocido de otra manera por su nuevo ambiente.3 3
En nuestro trabajo sobre la Federación de Sociedades Gallega (Díaz, 2007), hemos señalado que la enorme mayoría de gallegos que aparecen en el asociacionismo étnico utilizan un solo apellido, y no dos como es usual e incluso obligatorio en la España desde fines del siglo XX. Los casos de doble apellido son contados y no parece obedecer a factores regionales, ideológicos, generacionales u otros.
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El trabajo periodístico es en cierta manera una continuidad de las habilidades que debió ejercer en su militancia política, como si la actividad intelectual que implica participar en partidos o sindicatos le hubiera permitido, más tarde, disfrutar de un trabajo donde se pusieran en juego habilidades más discursivas y menos manuales. Suárez retomó así esas capacidades que habían empezado a vislumbrarse en los primeros años de su estadía en Buenos Aires, desde el momento en que tuvo acceso a ese pasaporte que era la máquina de escribir, capacidades que, por otra parte, no habían quedado anuladas, sino que habían sido aplicadas a actividades donde no se las valoraba económicamente sino solo desde el punto de vista de la capacidad de liderazgo: la facilidad de palabra y la competencia en la escritura. Pero, si en los años de la guerra mundial esas habilidades empezaban a manifestarse, los años de intensa propaganda política y sindical habían perfeccionado y pulido esa destreza, hasta convertirlo en un escritor asiduo en las publicaciones de la izquierda y en un orador de gran importancia. No solamente en los aspectos laborales se observa este cambio de ambiente de Suárez Picallo. Además se acercó a los círculos intelectuales de tertulias y cafés literarios de Buenos Aires. En el café La Armonía de la Avenida de Mayo, por ejemplo, conoció a Eduardo Blanco Amor hacia 1923. Con su amigo no solamente se adentraron en las internas políticas de la inmigración gallega, sino que accedieron también a ciertas amistades literarias, en la época de las disputas entre el grupo de Boedo y el grupo de Florida, tomando partido por los primeros. En 1925 había querido incursionar en el teatro, ámbito privilegiado para los aspirantes a literatos de la época cuando querían hacer carrera rentable, y estrenó el dramón simbólico Marola, del que solo se conserva un fragmento, pero no volvió a animarse a la literatura de creación.
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La compleja integración a una sociedad pluriétnica En los escritos de Suárez Picallo, no hemos encontrado registro de conflictos o de problemas de identidad con respecto a su origen étnico. Él era un español en un país donde habitaban 900 000 personas nacidas en España, que representaban más del 12 % de la población total, y a todas ellas, como es sabido, se les adjudica el genérico “gallegos”. El acento propio de los peninsulares se escuchaba habitualmente en las reuniones, en los cafés y en las asambleas de Buenos Aires. En los ambientes políticos frecuentados por Ramón Suárez en sus primeros diez años en la Argentina, la convivencia de los diferentes grupos étnicos era relativamente armónica, aunque cada uno de los partidos o grupos que militaban en el movimiento obrero tenía una estrategia diferente para esa situación. Como señala Ricardo Falcón (1992), los anarquistas fueron bastante permeables a la conservación de identidades culturales diversas y a la existencia de publicaciones de los diferentes grupos idiomáticos del país: en ese espacio se podían escuchar conferencias o leer publicaciones en italiano, en ruso, en yidis. Por supuesto, esa multiplicación de culturas no implicaba una identidad nacionalista, sino que era la expresión de la diversidad dentro de un cosmopolitismo efectivo. El sindicalismo revolucionario, que hacía eje en el sindicato como escuela para los obreros y germen de la futura sociedad, fue siempre prescindente con respecto a los particularismos y las identidades étnicas: el obrero se identificaba con su oficio y con su sindicato, cualquiera fuera su origen. El socialismo, por su parte, exigía de sus afiliados extranjeros la naturalización no solamente para poder votar en las elecciones, sino incluso para poder acceder a puestos de jerarquía al interior de la organización, resolución que implicó no pocos conflictos y alejamientos en las primeras décadas de vida. Pero no siempre fue así en ese espacio político: el Partido Socialista Obrero Argentino se constituyó
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en 1896 con base en tres agrupamientos previos de franceses, italianos y alemanes, que editaban sus órganos respectivos Les Égaux, Fascio dei Lavoratori y Vorwärts, sin preocuparse por una integración mayor hacia la sociedad argentina. Pero, una vez consolidada la dirección de Juan B. Justo, a comienzos del siglo XX, el partido caracterizó la participación electoral como el eje de su actividad política y empezó a exigir la ciudadanización de todos sus integrantes. Ramón Suárez Picallo vivió varias de estas experiencias políticas. Como afiliado y militante del Partido Socialista, entre 1913 y 1918, fue impulsado a naturalizarse, y por eso pudo ser candidato en la escisión de 1918 del Partido Socialista Internacional. Siendo miembro del comité central del Partido Comunista en 1922, fue elegido para dirigir los grupos idiomáticos (es decir, italianos, rusos e israelitas), pero antes de hacerse cargo de ese comité se desafilió al partido (Díaz, 2008: 22). Como dirigente de la Federación Obrera Marítima, integrado a una dirección donde prevalecía el sindicalismo revolucionario, participó de un congreso de la Unión Sindical Argentina en 1924 y allí tuvo una intervención sobre el tema migratorio, planteando que era un deber de cada sindicato organizar a los extranjeros que llegaban a la Argentina “corridos por el hambre” que imperaba en Europa. En contra de los que proponían organizar comisiones específicas para estudiar el problema migratorio, afirmó que el deber de cada gremio era organizar a los inmigrantes en igualdad de condiciones, para evitar que actuaran como rompehuelgas (Marotta, 1970: 129). Pero, aunque en diversos ámbitos políticos se encontraban diferentes soluciones o propuestas para la integración étnica, no se observan mayores conflictos o discriminaciones que afectaran las relaciones entre trabajadores. Tanto la indiferencia cosmopolita de los anarquistas, como la exigencia de naturalización de los socialistas o la organización de los extranjeros en secciones nacionales (tanto
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en los sindicatos como en el Partido Comunista) se ejercían sin confrontar con la identidad política o lingüística de los adherentes. ¿Mantuvo Suárez Picallo su identidad gallega en esos doce años de “internacionalismo”, o más bien la recuperó al cabo de un ciclo de derrotas y decepciones? Hemos visto ya que el primer vínculo registrado de su integración a la izquierda se produjo en 1913, en ocasión de una suscripción por un socialista español. La recolección de dinero se hacía por un connacional y todo indica que los interpelados por ese homenaje eran en su mayoría españoles. Trabajando en los barcos y militando para la federación marítima, también estaba en contacto permanente con españoles, y especialmente con gallegos. En la célula comunista del sindicato de Mozos de a Bordo encontramos a los gallegos Juan Calvo y José Agudín, en la dirección de la FOM estaba Edelmiro Bernárdez, gallego y comunista, que quedó al frente de la federación marítima junto a Ramón Suárez en la larga huelga de 1924. También en el comunismo Ramón Suárez coincidió con Domingo Cubeiro y con Israel y Samuel Mallo López, ambos dibujantes y pintores. Cubeiro, ya alejado del PC, tendría una larga militancia en la Federación de Sociedades Gallegas hasta su muerte en 1968; Israel Mallo López figuraría en la dirección del PC desde la segunda mitad de los años 20, y su hermano Samuel seguiría vinculado a los ambientes gallegos, realizando un retrato de Alexandre Bóveda (fusilado por el franquismo en 1936) que se conserva aún hoy en la sede de la federación gallega. El testimonio más interesante de los que nos dejó Ramón Suárez es el de su relación con Edelmiro Bernárdez. Después de compartir con él varios años de militancia comunista en el seno de la FOM, Suárez se alejó del PC en 1922, pero siguió al frente del Sindicato de Mozos de a Bordo. En 1924, por diversas circunstancias, fueron ellos dos los que prácticamente dirigieron una enorme huelga marítima que duró seis meses, hasta que fue claramente derrotada en el mes de octubre, lo que acarreó el desplazamiento
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de la dirección nacional. Bernárdez seguió militando en el PC, pero murió repentinamente en 1926, antes de cumplir los 40 años. En una necrológica que Suárez Picallo escribió para el periódico de la Federación de Sociedades Gallegas (Suárez Picallo, 17 de diciembre de 1926), afirma que Bernárdez, por haber nacido en Vigo y haber tenido una educación obrera y cosmopolita, se apartó “de los problemas vitales de Galicia que no comprendió nunca, ni intentó comprenderlos, ni estudiarlos”. Y se refiere también de manera imprecisa a discusiones agudas que tuvo Suárez con él, incluso “compartiendo teóricamente sus postulados”, lo cual permite vislumbrar que la identificación o no con Galicia fue un tema de discusión entre Suárez y Bernárdez. La alusión a “los problemas vitales de Galicia”, que los enfrentó a ambos, nos muestra sin lugar a dudas que Suárez Picallo mantenía una gran preocupación, más allá de su militancia comunista, por los problemas políticos, económicos y culturales de Galicia, y que debió reflexionar sobre sus características específicas, lo cual no se contraponía a una visión de conjunto de la sociedad o de la misma España. También es interesante observar que Suárez Picallo adjudicaba el desinterés de Bernárdez por los problemas gallegos al hecho de haber nacido en Vigo, ciudad gallega pero industrial, y por eso obrera y cosmopolita. La “verdadera” Galicia, pareciera decir Suárez Picallo, se encontraba en sus campesinos y en sus marineros, en la aldea y no en la ciudad castellanizada. Todo esto nos lleva a pensar que, aun durante su militancia socialista y comunista, Ramón Suárez seguía manteniendo una cierta identidad gallega y una preocupación constante por los problemas de su país de nacimiento.
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Algunas reflexiones finales Ramón Suárez se integró sin mayores inconvenientes a la vida política de la Argentina, en la cual ocupó un lugar dirigencial en diferentes partidos de izquierda y en el movimiento sindical. Otros aspectos que suelen ser tenidos en cuenta en los estudios sobre inmigración también pueden ser evaluados. Pareciera obvio pensar que no había inconvenientes en la integración lingüística, pero deben hacerse algunas observaciones. A pesar de haber nacido en un ambiente gallego hablante, su familia de origen practicaba en el día a día la lengua castellana. El acento español, por otra parte, formaba parte del abanico de posibilidades presentes en la vida cotidiana y sobre todo en la vida sindical de la Argentina de esos años. Nombraremos a Bartolomé Senra Pacheco (sindicalista), Enrique del Valle Iberlucea (socialista) o Diego Abad de Santillán (anarquista) como ejemplos de dirigentes de origen español que tenían una presencia frecuente en las tribunas porteñas. ¿Mantuvo Ramón Suárez su acento español en esos años, o se adaptó a la variedad rioplatense de pronunciación? No podemos saberlo, pero sí se ha constatado que los españoles en la Argentina, en términos generales, no perdían su pronunciación característica aun pasados muchos años de residencia. En los estudios migratorios suele tomarse también como parámetro las pautas matrimoniales para examinar el grado de integración de un grupo en la cultura dominante. Ramón Suárez permaneció soltero toda su vida, pero, desde mediados de los años 20, formó pareja con Eduardo Blanco Amor, español y gallego como él.4 Este tipo de integración, fuera de la legalidad vigente, pocas veces queda registrada
4
La relación homosexual de Ramón Suárez Picallo y Eduardo Blanco Amor no es mencionada en forma escrita por ninguno de los dos protagonistas, aunque se pueden encontrar mútliples alusiones a ello. Para el principal biógrafo de Blanco Amor, Gonzalo Allegue (1993), la relación está fuera de
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en la investigación histórica. Por otro lado, igualando su situación con los matrimonios heterosexuales, podemos ver que la elección de ambos ha sido endogámica, lo cual también nos habla ya del regreso de Ramón Suárez a los ambientes referidos a su patria de origen. El principal ámbito de integración de Ramón Suárez, en su paso juvenil y de primera adultez por la Argentina, fue la actuación política y sindical, el trabajo periodístico y, finalmente, el asociacionismo gallego. No estuvo solo en ninguno de esos ámbitos: miles de españoles y de gallegos compartían las mismas actividades, aunque sin la figuración social que tuvo Suárez Picallo. En el caso de la integración en la política de izquierda y sindical, ¿se trata de “integración” en el sentido que se le suele dar en los estudios históricos o sociológicos? Por esa razón, insistimos al principio en cuanto a que la integración a una cultura dominante parece considerar, sin hacerlo explícito, que esa cultura es un todo homogéneo, sin variaciones, sin fisuras. Incluso la integración política generalmente es considerada solo en lo que respecta a la práctica del sufragio, que se caracteriza justamente por igualar a los habitantes o ciudadanos de un país en una compulsa que, por más que implique una competencia entre rivales, no deja de constituir un marco homogéneo donde todos comparten una serie de valores y de hábitos. La integración política y la actuación sindical nos habla, en este caso, de la incorporación de un individuo, o una serie de individuos, a una práctica conflictiva y enfrentada a la cultura política dominante, y en ese sentido implica, hasta cierto punto, una “desintegración” con respecto al régimen político y económico vigente. Ramón Suárez demostró que, al igual que él, muchos extranjeros llegaban como trabajadores, pero no se les daba en la política, y menos en las empresas, el lugar
duda. Esperanza Mariño (1999), que trabajó con la correspondencia entre ambos gallegos, también da por sentado que tuvieron una relación amorosa durante varios años.
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que les correspondía según el esfuerzo que realizaban. La naturalización o la práctica del sufragio no era una solución, porque los argentinos nativos sufrían el mismo tipo de alejamiento de las instancias de poder. En definitiva, podemos apreciar que los dos tipos de integración a los que se refería Dominique Schnapper (la cohesión cultural de un país o el acomodamiento de una minoría a la cultura dominante) remiten a una misma situación: la integración de una minoría será siempre conflictiva porque el país de llegada está tironeado por conflictos estructurales. La idea misma de integración está pensada como una inmersión cultural indolora, donde el inmigrante va paulatinamente perdiendo sus características culturales originales para adoptar las de la cultura del país de arribo, sin que eso implique desconocer que muchos rasgos culturales de las minorías étnicas pueden impregnar también a la cultura de llegada. En la trayectoria de Ramón Suárez, en las vacilaciones de sus estrategias de integración, en sus logros y en sus fracasos, se observa un derrotero particular pero no opuesto al camino que emprendieron cientos de miles de migrantes llegados desde Europa. Durante un período más corto o más largo, en posiciones de liderazgo o confundidos en la masa, muchos inmigrantes participaron de los numerosos movimientos políticos, sindicales o reivindicativos que marcaban una fractura en la integración y en la cohesión de la Argentina como totalidad. La inclusión de un grupo migratorio no podía quedar al margen de los desacomodamientos y los quiebres que recorrían la cultura política del país de recepción.
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Diplomacia cultural y unidad de los españoles en la Argentina La misión de Ramiro de Maeztu, embajador de España (1928-1930) ÁNGELES CASTRO MONTERO
Cuando Maeztu desembarcó como embajador de España en el puerto de Buenos Aires el 19 de febrero de 1928, había llegado el momento de hacer política a través de la acción diplomática. Suspendió sus corresponsalías con La Prensa, pero su acción intelectual con proyección decididamente política se canalizó a través de su palabra frente a diversos auditorios en Argentina, Montevideo, Asunción y en algunas ciudades del interior del país. Maeztu convirtió la visita a la Patagonia en material periodístico cuando regresó a sus columnas, al concluir su misión diplomática en febrero de 1930 tras la caída de Primo de Rivera. La embajada de Maeztu en la Argentina ha sido abordada principalmente a partir del estudio de sus conceptos tradicionalistas y de las redes intelectuales que tejió con los representantes del nacionalismo y del catolicismo argentino (Devoto, 2002; González Cuevas, 2003; Figallo, 1988; Ocio, 1999; Queipo de Llano, 1987; Zuleta Álvarez, 2010). En este capítulo se analizará su concepción de una embajada cultural y precisamente el vínculo entre un célebre intelectual con las asociaciones de inmigrantes españoles. Maeztu tuvo una recepción dispar en la Argentina. Interesa, pues, indagar en las publicaciones de algunas de
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las instituciones fundadas por inmigrantes españoles que han sido menos analizadas y en los canales intelectuales que Maeztu procuró construir con ellas. Conferencias, discursos y viajes por el país fueron los vehículos que empleó Maeztu para la transmisión de sus ideas de acuñación más reciente que condensaban su labor intelectual, volcada en La Prensa. Interesa preguntarse cómo entendía el intelectual su nueva misión política en la Argentina y cómo se ordenaba su labor diplomática para alcanzar los objetivos trazados en su proyecto políticocultural y los del gobierno que representaba. Se analizará en perspectiva comparada las propuestas ideológicas presentadas en La Prensa y el contenido de esas disertaciones que ofreció, en las continuidades y modulaciones que introdujo de acuerdo a los diferentes espacios de sociabilidad por donde circuló. Dentro del conjunto de conferencias que pronunció, seleccionaremos las que dictó en Bahía Blanca, un viaje de Maeztu no explorado aún en los estudios de su itinerario intelectual: tomó contacto con autoridades y representantes locales, regionales y específicamente con las asociaciones mutuales españolas. Hispano, La Nueva Provincia, El Atlántico, La Mañana dejaron crónicas de esa breve e intensa visita y permiten abordar también la recepción que realizaron instituciones oficiales argentinas y mutuales españolas al embajador intelectual en una ciudad provincial. Este viaje patagónico hizo recorrer por regiones poco exploradas a su lector argentino, con quien se reencontraba tras una ausencia de dos años en la cita habitual en las páginas de La Prensa.
Maeztu y la diplomacia cultural de Primo de Rivera Pereira Castañares define el hispanoamericanismo como la tendencia a estrechar vinculaciones amplias y profundas entre España y las naciones hispanoamericanas (Pereira
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Castañares, 1986: 147) que comienza a convertirse en un principio constante de las relaciones exteriores españolas a partir del restablecimiento de la práctica diplomática con cada una de las repúblicas (Martínez de Velasco, 1977: 789-790). La cultura y las emigraciones fueron las dos vías de vinculación principal, y, en una de esas sendas, Maeztu ya tenía su lugar asignado como colaborador destacado en La Prensa. El nacimiento de la Institución Cultural Española (ICE), de origen inmigratorio, en 1914 fue fundamental en las relaciones científicas e intelectuales en estrecha relación con la Junta Para la Ampliación de Estudios (JAE). Por su parte, casi como líneas paralelas, la representación oficial de España en América estaba a cargo de legaciones, y en 1917 se produjo la elevación de la Legación de Buenos Aires a Embajada, la primera de España en Hispanoamérica. La llegada al poder de Primo de Rivera transformó las relaciones exteriores con América Latina: siguieron la ruta cultural ya abierta por la JAE y la ICE y hubo una presencia más activa de la diplomacia en forma simultánea que abrió una variedad de actividades culturales. Se manifestó de manera evidente, con un sesgo más pragmático, una articulación de la política exterior con un plan de expansión cultural y de propaganda política, a los que habría que agregar los intereses económicos catalanes (Delgado GómezEscalonilla, 1992: 27). Para estos fines político-culturales, el Gobierno dictatorial también decidió una mayor dotación presupuestaria que sirvió también para la compra de nuevos edificios destinados al cambio de imagen que España quería realizar. Para Primo de Rivera, la embajada de Argentina fue el centro principal de la actuación española en Hispanoamérica, pero las actividades del embajador Duque de Amalfi causaron una serie de inconvenientes por sus juicios desacertados: no era el representante más adecuado para la política diplomática primorriverista.
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La designación de Maeztu llegó en diciembre de 1927, su compromiso con el régimen había avanzado desde 1923 y se desempeñaba como uno de los principales artífices de la reforma constitucional impulsada por el dictador (Maeztu, 1927). Aceptaba el nombramiento de un cargo para el que no tenía preparación profesional, pero cumplía con el requisito de expandir la acción cultural española en Argentina. Maeztu representaba esa vinculación entre saber y poder: su saber letrado, sus discursos y conocimiento sobre el país de recepción, tras su presencia cotidiana en la opinión pública argentina. A partir de sus lecturas, adquirió un conocimiento del país austral evidenciado en los artículos que escribía por encargo expreso del diario, o en temas que consideraba de interés para sus lejanos lectores. La serie de artículos más recientes dedicados a la cuestión del capitalismo norteamericano y la decidida intención de incentivarlo con un sentido moral en las antiguas colonias españolas reflejan ese interés. A través de La Prensa, trató a Ricardo Rojas, Enrique Larreta, Luis María Drago y Honorio Pueyrredón, y de manera epistolar a Ezequiel Paz. La empresa periodística fue la gran plataforma de entrada de Maeztu en Argentina y en el continente; desde Perú, Mariátegui (1927) le dedicó ácidos artículos en los que, no obstante, reconocía las características diferenciales de su periodismo. Era el momento de conocer “prácticamente ese país que ama[ba] fuertemente a través de los libros y de sus estudios” (Maeztu, 1928a), y en otras ocasiones expresó que estaba familiarizado con los problemas hispanoamericanos en su condición de hijo de cubano. Maeztu resignificaba algunos encargos periodísticos especiales como labores diplomáticas: Ya había sido diplomático en cierto modo, puesto que las representaciones que LA PRENSA me otorgara en la conferencia de la paz en La Haya, en la exposición de Gotemburgo, en la conferencia de la paz de París y en la asamblea
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de Ginebra, tenían todo el valor y el carácter de embajadas, por la alta delegación de que me investían, y por la altura y nobleza de las instrucciones que recibía (Maeztu, 1928a).
El Gobierno español esperaba con la designación de Maeztu la transferencia de un prestigio personal ganado en el diario argentino a las labores diplomáticas, y, por su parte, el periodista alcanzaba un reconocimiento político, cimentado en su producción periodística, en aquello que había hecho toda su vida pública y que ahora echaría de menos, como reveló a La Nación madrileña: “Hace treinta y tres años que no hago en esta vida más que artículos de periódicos, y nunca pensé hacer otra cosa”. Y agregaba: “Se me ha encomendado otra tarea, y he de poner en ella toda mi alma, como la he puesto en ésta que abandono. De espectador he de pasar a actor y a gestor” (Maeztu, 1928a). Antes de partir hacia Argentina, en sus declaraciones emergen dos aspectos de la concepción de su desempeño diplomático. En primer lugar, se destaca un fuerte carácter providencialista que asignaba a su misión un discurso que no había asomado en sus corresponsalías para La Prensa: El programa de España en los países hispanoamericanos está trazado por Dios y por la Historia. La intervención de los hombres consiste solo en leer acertadamente cuanto está escrito en letras más firmes y duraderas que cuantas pueda trazar la mano humana” (“Hicieron ayer la presentación oficial”, 1928).
En segundo lugar, Maeztu interpretaba su embajada como una continuidad con su labor periodística: “Concretamente mi situación en la Argentina será idéntica a la realizada en el periodismo durante los veinticinco años que trabajo en el diario La Prensa, es decir ser intérprete del amor entre ambos países” (Hicieron ayer la presentación oficial”, 1928). Desde el primer momento, Maeztu se asignó el rol de traductor entre dos espacios, con la diferencia de que hacia 1905 su interpretación consistió en poner
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en presencia el mundo anglosajón para el lector argentino. Se trataba de una doble continuidad, de su propia acción intelectual “una continuación, nunca una innovación” de la política del gobierno que representaba (“Hicieron ayer la presentación oficial”, 1928). Maeztu expresó antes de su llegada que “aceptaba el cargo en espíritu de obediencia hacia el jefe de Estado”; se trataba de una clara posición de subordinación a un proyecto y a una figura política, actitud que se trasluce como una constante en los informes y pedidos de instrucciones que Maeztu enviaba a Primo de Rivera (“Dice Ramiro de Maeztu”, 1927). La preocupación por las tensiones en la colectividad española estaba muy presente, así como la conciencia de sus divisiones entre sus asociaciones. Maeztu pretendía ser el embajador de España, por encima de esa fragmentación (“El nuevo embajador español en la Argentina”, 1928). La búsqueda de la unidad de los españoles era un leit motiv que se ampliaba al proyecto de una unidad hispanoamericana. Fundada en los vínculos históricos y lingüísticos, era la hora de recuperar la potencia de una entidad de fraternidad hispano-americana por medio del desarrollo de una conciencia común y de la pujanza económica, un aspecto no menor entre sus objetivos. Había que proseguir con una gran obra iniciada por España y era hora de recuperar esa potencia mediante la conquista del capital y de la técnica, un nuevo elemento que agregaba a sus argumentos ya presentados en sus colaboraciones, muy en consonancia con la teoría de Herf (1996), una modernidad reaccionaria: Lo que nos hace falta es comprender que, a fuerza de pensar y querer hacer cosas excelsas, hemos descuidado los medios de la acción, como la técnica y el dinero, y todas las virtudes que se exigen para conquistar estos dos seres misteriosos, estos genios de los nuevos tiempos. Pero conquistaremos esas virtudes, domeñaremos la técnica y venceremos al dinero, y una y otro serán nuestros. Y con ellos, los fines de esta gran comunidad de naciones (“Se encuentra desde ayer”, 1928).
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De una lectura comparativa de sus artículos y de estos discursos ya como embajador, las novedades residen en primer lugar en enfatizar la unidad hispanoamericana, la incorporación de la técnica y de un sentido providencialista a la misión de España en América.
Una recepción dispar Fue extraordinaria la bienvenida que le tributó la colectividad española y el público en la Dársena Norte: No ya simplemente de afecto y de admiración, como a los que se ha hecho acreedor el eminente escritor sino emocionante y magnífica, ha sido la acogida que esperaba al embajador español, al punto de que –y bien se echó de ver– no pudo aquél contener lágrimas de honda emoción al desembarcar. Todos, miembros de las delegaciones y amigos o admiradores suyos, querían exteriorizar el sentimiento activo de satisfacción y de esperanza que ha hecho repercutir su nombramiento aquí. Varios centenares de personas, entre las cuales se hallaban las figuras más representativas de la colectividad hispana y algunos caballeros argentinos, llenaban desde mucho antes de la hora anunciada para el arribo del buque el muelle de desembarco de la Dársena Norte. A las 17, el “Reina Victoria Eugenia” […] y poco después la concurrencia […] descubrió la silueta del señor De Maeztu en el puente superior del barco. Estalló en ese momento una calurosa y prolongada ovación, que el viajero respondió con afectuosos saludos, y desde ese momento hasta el del amarre atronadores aplausos y vítores cruzaron continuamente el aire, en medio de una animación extraordinaria. Al atracar el buque, el público que aguardaba al embajador se precipitó hacia la escala, apenas contenido por las autoridades portuarias (“Se encuentra desde ayer”, 1928).
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Maeztu informó a Primo de Rivera sus impresiones, interpretó las muestras de afecto recibidas como tributos a España y expresó la emoción que lo embargó, como también que su sensación de conjunto era “altamente agradable” (Maeztu, 1928b). La llegada de Maeztu ocupó diferentes espacios y significaciones en algunas de las revistas y periódicos de las diversas asociaciones españolas, donde era imposible la aprobación unánime. El Diario Español, además de resaltar las características intelectuales de Maeztu y de su conocimiento de la realidad hispanoamericana, comentaba la labor de unidad que tenía que afrontar Maeztu “ante nuestra colectividad, totalmente anarquizada y desorientada”, situación que este periódico responsabilizaba a las dirigencias de las asociaciones (“La representación diplomática patria”, 1928). Una lectura de la prensa de los inmigrantes españoles muestra una disparidad de opiniones con respecto a su llegada. La colectividad gallega expresó un amplio arco de apreciaciones, desde el entusiasmo, la mesura, la distancia hasta la descalificación burlona. El Despertar Gallego recibió a Maeztu como “pluma mercenaria”, auguraba el rechazo de la intelectualidad argentina de vanguardia y comparaba su figura a la del “Leopoldo Lugones español” por el “cambio de chaqueta”, para sentenciar: “La Argentina no quiere a Don Ramiro”, especialmente porque la sociedad argentina no deseaba dictaduras como la italiana, la española ni la chilena (“El embajador”, 1928: 1). En el número siguiente, agregaba: “¿Recordáis ‘La Gloria de Don Ramiro’, la novela en tiempos de Felipe II? No tardaremos en tener tema para escribir: ‘La derrota de don Ramiro’ de los tiempos de Alfonso XIII” (“El embajador”, 1928: 1). La revista Céltiga hacía dos “leales” advertencias al embajador: “No eran devotos de aquel general que dicta, ordena y manda allá en nuestra tierra”, y que “no se fiara mucho de los aplausos”. Seca y escuetamente la revista quedaba a la espera de su “elevada gestión” (Baladía, 1928: 14).
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El Heraldo Gallego resaltaba la innovación que suponía el nombramiento de Maeztu planteando una paradoja, “un camino de democracia en plena dictadura”, ya que se prescindía del “diplomático de salón para dar paso al talento y al saber, sin cuyos factores no hay diplomacia que valga” (“En plena dictadura”, 1928: 1). En la misma vía de señalar la novedad de romper viejos moldes diplomáticos, El Correo de Galicia ponía distancia entre las ideas y la manera de Maeztu de encarar el presente y el porvenir de España, pero consideraba “torpe” y de “inferior obcecación” no reconocer sus dotes intelectuales y la sinceridad de sus propósitos, actitud que este periódico comprendía en el marco de “las evoluciones que ha experimentado su espíritu a través de los tiempos y de las circunstancias” (“El nuevo embajador”, 1928: 1). La Revista del Centro Gallego de Montevideo lo calificó de “acierto del gobierno español” y un “nuevo triunfo del hispanoamericanismo· (“Acierto”, 1928: 4). La revista de la Asociación Patriótica Española siguió los pasos del embajador y reproducía sus antiguos artículos o las invitaciones de Maeztu a realizar donaciones para la construcción de la Ciudad Universitaria (“Donativos”, 1929). La Institución Cultural Española detalló en sus Anales un completo itinerario discursivo, presentaba extractos de considerable longitud de esas conferencias e interpretó su designación como una “nueva prueba de predilección con que España ha distinguido siempre a este país” debido al sólido prestigio intelectual que gozaba Maeztu tanto en la península como en el país (“Don Ramiro de Maeztu”, 1928: 9-10).
Las estrategias de la diplomacia cultural Este panorama de la recepción que tuvo Maeztu en Buenos Aires se articula con su producción discursiva antes de transformarse en embajador y con las nuevas enunciaciones
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que fue presentando en la Argentina. Del conjunto de conferencias pronunciadas en el país, interesa distinguir dos espacios de sociabilidad que frecuentó: el de “las mentalidades rectoras”, intelectuales y económicas, y el de los salones de los centros sociales de la colectividad española (Devoto, 2003: 160-161). El Jockey Club, la Sociedad de Beneficencia, el Club Español, la Asociación Patriótica Española, el Centro Gallego, el Círculo Celta y otras asociaciones de La Plata, Rosario, Montevideo y Bahía Blanca fueron algunos lugares que recibieron la palabra de Maeztu. En esos espacios eligió disertar con dos grandes ejes discursivos, el primero articula los mitos literarios, la función del arte, los valores tradicionales de España que se concatenaban con la acción misionera católica y conformaban el tema central de la unidad hispanoamericana; el segundo eje discurre sobre el sentido reverencial del dinero que apuntalaba ese proyecto de unidad, coincidente con el hispanismo primorriverista que venía dando sus pasos y para el cual la embajada de Maeztu significaba un gran impulso. Si se compara la producción periodística de La Prensa con estos discursos pronunciados en la Argentina, se observan algunas continuidades y modificaciones. Si bien las conferencias se nutren de ideas y de expresiones muy reconocibles en sus artículos, la conferencia era la ocasión de afirmar su propuesta; no se tratan de meras reproducciones de sus artículos, Maeztu era consciente de que hablaba a un público que lo había leído, y enriquecía algunas de ellas con giros eruditos. No se puede establecer una clasificación de los temas según los espacios de sociabilidad de las elites argentinas o de las colectividades, Maeztu se dirigió con este abanico de asuntos que en realidad confluían en uno que lo condensaba: la recuperación de la grandeza de España y América en el mundo, afianzada en una cultura potente que necesitaba un fuerte arraigo en un desarrollo capitalista propio de esta entidad única. El fracaso de la empresa en el siglo XVII enseñaba, según Maeztu, y de eso se trataba la lección del
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Quijote, a no salir de nuevo por el mundo “sin asegurarnos de que contamos con recursos para llevarla a feliz término” (“Don Ramiro de Maeztu”, 1928: 17). Era necesario un cambio de mentalidad que permeara a la sociedad desde arriba hacia abajo. “Lo que tenemos que inculcarnos bien en la mente es que el dinero es una herramienta de trabajo”, decía en su conferencia en la Sociedad de Beneficencia, y comentaba a Primo de Rivera con beneplácito e ilusión la recepción que había tenido “en el sector más aristocrático de la sociedad argentina que la oyó” (“Buenos Aires”, 1928). Maeztu creía que podía convencer a “las mentalidades directoras del pensamiento argentino que medit[aran] acerca de la conveniencia de desarrollar todo lo posible un capitalismo propio, a fin de emancipar el país de su actual dependencia del capitalismo extranjero y más especialmente del norteamericano”. Se trataba de una invitación pública a sectores vinculados a la producción ganadera del país y a las colectividades, motores insoslayables de la riqueza argentina e insustituibles en la promoción educativa en España al financiar escuelas en sus lugares de origen, donaciones que Maeztu había elogiado en sus artículos (“Buenos Aires”, 1928). Como embajador articulaba su discurso sobre los fines de un capitalismo ético y social con su labor diplomática: recurrió a su influencia en las colectividades españolas para instarlas a contribuir económicamente para la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid (López Campillo, 2006: 106-107). La asistencia a actos, inauguraciones y festividades fue una práctica muy frecuente en el despliegue de la diplomacia cultural. El 12 de octubre, día en que asumió Yrigoyen por segunda vez la presidencia y que coincidió con la conmemoración del Día de la Raza, fue una celebración a la que se le pretendió dar mayor brillo con la permanencia del buque escuela Sebastián Elcano. La fiesta de la “Raza” era una celebración particular que buscaba afianzar la amistad entre España y Argentina (Marcilhacy, 2013: 509), y la Conmemoración del Descubrimiento de América
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era un símbolo de civilización que se prolongaba con la emigración, un legado compartido y aceptado por las diferentes filiaciones políticas que enfrentaban a las comunidades peninsulares en la Argentina (García Sebastiani, 2013: 469-470). Maeztu realizó intensas gestiones ante Primo de Rivera para retrasar la partida del buque hasta el 12 de octubre, ante la insistencia tenaz de la dirigencia de las colectividades que le pedían al embajador que mediara con el ministro de Estado (“Despacho N° 108”, 1928a; “Despacho N° 108”, 1928b). Ya había informado anteriormente sobre la popularidad que gozaba Yrigoyen entre la colectividad por haber instituido en 1917 el Día de la Raza como fiesta patria. Para convencer al dictador, utilizó como argumento esa simpatía inmensa del presidente electo entre los integrantes de las colectividades –no así de sus dirigencias– y temía que la partida del buque disgustara a “un fuerte hispanófilo que siempre ha atendido benévolamente los deseos de las colectividades españolas” (“Despacho N° 108”, 1928b). Ese 12 de octubre de 1928, con la participación de la Armada Argentina, hubo múltiples celebraciones hispano-argentinas, a tono con los fines de propaganda de unión de España con su antigua colonia, de las colectividades entre sí y de homenaje a los marinos españoles. Las asociaciones se esmeraron para exaltar patrióticamente los valores hispánicos (Centro Valencia, 1928; “Despacho N° 108”, 1928b; Nueva Casa de Galicia, 1928).
La visita a la Patagonia: un encuentro con la colectividad española y la Argentina austral Las instrucciones de favorecer la unión de la colectividad y la unión con los argentinos no quedaron reducidas al espacio porteño. Maeztu llevó su mensaje de unidad hispanoamericana a Bahía Blanca y a la Patagonia en los veranos
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de 1929 y 1930. No se consideraba solamente embajador de España en Argentina, sino que sus viajes a Asunción, a Montevideo y al sur chileno los concebía como parte de su misión diplomática de enlazar las colectividades españolas dispersas en América del Sur (“Telegrama”, 1928). La colectividad española de Bahía Blanca se mostró muy interesada en que el embajador se detuviera un par de días. Confluyeron en esta visita los intereses de Maeztu con el entusiasmo de la colonia española por agasajar al embajador. En abril de 1928, la ciudad celebró el centenario de su fundación y fue la ocasión para la exhibición de la vitalidad de la colonia española, encabezada por su cónsul, en la que se mostrara la relevancia que habían tenido los españoles en el crecimiento de la urbe. La manifestación de esa aspiración ascensional de los españoles alcanzó un momento culminante cuando fue electo intendente Florentino Ayestarán, abogado español, candidato por el partido conservador, quien derrotó al radicalismo en una ciudad considerada un bastión de ese partido (Cernadas de Bulnes, 2007: s./p.). La correspondencia de la embajada dio cuenta con agrado también de la participación activa de las asociaciones españolas en las ceremonias de entrega en Ingeniero White de dos buques comprados a España y rebautizados “Cervantes” y “Garay”, entendidas como acontecimientos patrióticos y relevantes en el afianzamiento de las relaciones hispano-argentinas y ocasiones propicias para unir a las enfrentadas comunidades locales (“Telegrama”, 1928). La llegada de Maeztu se transformó en un gran suceso regional porque era la primera vez que el embajador de España visitaba la ciudad, el carácter que le imprimía el antiguo corresponsal de La Prensa a su labor diplomática era muy diferente al de su antecesor, y por la acción de cuatro principales actores que se encargaron de que la circunstancia tuviera un carácter festivo extraordinario e inolvidable. Se movilizaron el cónsul español, las múltiples asociaciones españolas de Bahía y de las ciudades del sur de la provincia, y la prensa local y comunitaria, y el intendente designó al
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embajador huésped de honor y ordenó el abanderamiento y alumbramiento de los edificios públicos y calles. Se sumaron la Escuela Normal y la Escuela de Comercio, que también invitaban a concurrir a las conferencias. Maeztu envió su mensaje-fórmula al director del diario La Mañana: “Le agradeceré que diga a mis compatriotas de Bahía Blanca que con toda mi alma les deseo la prosperidad individual y la unión entre sí y con los argentinos para la mayor gloria de Dios y de España” (“Bienvenido excelentísimo”, 1929). Estaba claro que en este viaje le interesaba el acercamiento con la colectividad. La prensa local y los semanarios cumplieron un papel decisivo en informar detalladamente cada paso del intenso programa que se tenía previsto y procuraron que no decayera el entusiasmo ni la asistencia masiva para recibir, acompañar y despedir al embajador. El Hispano se destacó en el montaje de la red organizativa y en informar a su lector las ideas de Maeztu que quería rescatar. En primer lugar, envió a las sociedades y a los diarios de Cañuelas, Las Flores, Azul y Olavarría la información de la llegada de Maeztu para que se concurriera a la estación para saludarlo al paso del tren. Por lo que registra la crónica periodística, se puede inferir que tuvo éxito ya que, a unos pocos instantes en que el tren se detuvo en la estación de Coronel Pringles, el embajador se contactó con los principales representantes de la vida de las asociaciones españolas y se interesó por sus actividades económicas, y en Las Flores fue recibido con bombas de estruendo, banda musical y nutridos aplausos en el andén (“D. Ramiro de Maeztu recibió”, 1929). El Hispano puso a sus lectores en el clima de las ideas de Maeztu con la reproducción de algunos artículos de La Prensa. Esta operación anticipaba parte de los temas de sus conferencias, pero principalmente colaboraba con los ejes discursivos de Maeztu más dominantes del último tiempo y hacía un especial hincapié en destacar el protagonismo de los inmigrantes en la producción de riqueza, en
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el sentido funcional y “reverencial de ese dinero” que se orientaría positivamente hacia la construcción de la Ciudad Universitaria. Este periódico estimaba que su propia política de favorecer la unidad de la colectividad española se fortalecía con la prédica del diplomático, a quien sugerían vías concretas para formar una Confederación Española en la Argentina (“El embajador de España y la organización colectiva”, 1929). El coro de voces entusiastas de La Nueva Provincia, El Hispano y La Mañana con los grandes titulares que hablaban de una “ciudad vestida de fiesta”, fotografías y las abundantes columnas que reseñaban su trayectoria (“El Ilustre Huésped”, 1929; “Estada del señor Maeztu”, 1929; “Gratos recuerdos”, 1929) se impusieron sobre las de desagrado que se expresaron en El Régimen (“La visita”, 1929) con una sátira –no tanto dirigida al visitante sino a figuras notables de la comunidad española– y en El Atlántico, que tomó un discreto distanciamiento de las posiciones políticas de Maeztu por ser “republicanos y demócratas a macha martillo”; sin embargo, admiraban su enorme bagaje intelectual, que se encontraba en “las admirables correspondencias enviadas durante años al gran diario La Prensa” (“Llegará hoy”, 1929). De la lectura de La Nueva Provincia, El Hispano, El Atlántico, La Mañana y El Censor, surge que el conocimiento que poseían estos medios de Maeztu era principalmente a partir de su labor periodística en La Prensa; en segundo lugar, aparecen sus libros y casi no hay menciones a sus actividades más recientes como embajador, salvo en La Mañana, que resaltaba su incansable trabajo en cada detalle y en tantas obras. Era para esos medios de prensa “el embajador de la cultura española”, “el intelectual”, “el maestro, el gran periodista por todos conocido” que analizaba los problemas del momento, “un vigía de los fenómenos humanos” que había mantenido a España en contacto con el exterior, elementos que conceptuaban a Maeztu como el mediador cultural que era al poner en contacto diferentes culturas y hacer circular ideas.
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Esos periódicos constituyen un espejo donde se puede ver reflejada en parte la recepción de su obra. En los datos biográficos, se prefirió esconder su duro pasado juvenil como trabajador en Cuba, aspecto que Maeztu sí rescataba para lograr empatía con sus oyentes y lectores inmigrantes que un día, como él, debieron subir a un barco y sentir la emoción en la garganta y la soledad en América, imagen que el orador Maeztu utilizó frecuentemente. Pocos medios tenían en cuenta su etapa inglesa o su labor como corresponsal en la Gran Guerra, porque la mayoría se enfocaba en sus producciones de los últimos años 20. Aquí se evidencia una operación de retroproyectar esa actitud de Maeztu de mayor acercamiento e interés hacia América y extender ese hispanoamericanismo hacia los veintitrés años de su colaboración con La Prensa, una operación que comenzó en este tiempo y se prolongó en la consolidación en Argentina de una imagen de Maeztu fuertemente asociada a la unidad hispanoamericana y a la reacción autoritaria. Las conferencias protagonizaron la visita y Maeztu acudió a múltiples agasajos en la municipalidad y los centros de las sociedades españolas. Entre las actividades diferentes y que salían del programa de discursos acompañados de lunch, tés, vermouth y banquetes, Maeztu quiso conocer las actividades económicas de la zona y conversar con los productores. La crónica periodística resaltaba que el embajador se mezclaba con sus connacionales, comportamiento poco esperable de un diplomático de su tiempo, y que se preferían sus cualidades intelectuales específicas para las relaciones hispanoamericanas a las de otros diplomáticos protocolares. Maeztu se dedicó principalmente a atender y a interpelar a la colonia española con dos conferencias que tuvieron gran concurrencia. En el Club Español habló extensamente de la situación política de aquel momento de España (“Buenos Aires”, 1929), y este contenido netamente político era propaganda explícita que estaba dirigida a los españoles de la diáspora (De Cristóforis y Cócaro, 2011). Maeztu
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manifestaba que venía a satisfacer la saudade de los españoles que como él deseaban saber algo de la patria lejana, la dictadura enlazaba la tradición y recuperaba la senda perdida en pos de la modernización de España (“Don Ramiro de Maeztu en Bahía Blanca”, 1929). La segunda conferencia, a sala plena en el teatro municipal, estuvo más abierta a la comunidad argentina y trató el humanismo de los pueblos hispanos, rescatando la importancia del concepto de igualdad de todos los hombres que llevó adelante España, diferenciándose de otras concepciones vigentes; otra modalidad de hacer propaganda política sobre la actuación del imperio español en el continente. La prensa local y la correspondencia oficial enviada por el cónsul de Bahía Blanca al Gobierno español registraron la satisfacción por los resultados de la visita de Maeztu. El Atlántico la calificó como un gran acontecimiento que, “en los anales de la historia de la ciudad, marcará con piedra blanca” (“Visita del embajador”, 1929); tanto fue así que días posteriores aparecían noticias tituladas “Ecos de la visita de Don Ramiro de Maeztu” (1929), y La Nueva Provincia recordó con una nota en 1979 el cincuentenario de la visita de Maeztu (“Hace cincuenta años”, 1979). Para el cónsul consistió en una ocasión en que se pudieron reunir diversas asociaciones en “fraternal banquete”, “ofreciendo un conjunto lleno de disciplina colectiva” (“Buenos Aires”, 1929), como un primer paso para poner en contacto directo a las colectividades dispersas, al mismo tiempo que destacaba la personalidad de Maeztu como artífice fundamental para llevar adelante esa política. De las impresiones directas de Maeztu de esta experiencia, no se conservan registros, solamente lo que recogía la prensa local. En el verano siguiente, Maeztu viajó hasta Tierra del Fuego, esa experiencia que luego transformó en crónica periodística cuando volvió a La Prensa. “Por tierras patagónicas” apareció consecutivamente en mayo de 1930 (Maeztu, 1930a, 1930b, 1930c). Si se espera encontrar en esos artículos múltiples referencias a sus vivencias durante
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dos años en Argentina, el resultado es decepcionante: no hizo ninguna mención directa en este material que entregó a La Prensa, pero asoman dos asuntos recurrentes: la valoración del inmigrante español y el impulso de un capitalismo argentino. Maeztu creía en la gran contribución que habían hecho los españoles al desarrollo nacional, abriendo “para la civilización un gran país” (Maeztu, 1930a), y destacando que algunos de ellos, gracias a su impulso laborioso, habían cambiado su condición de aldeanos a la de importantes capitalistas. Observó los inmensos recursos naturales patagónicos que podían ser transformados con inmigrantes, técnica y capital. Reconocía la participación de YPF como empresa estatal y sus posibilidades a futuro para evitar que el negocio del petróleo quedara en manos de capitales foráneos y traía una advertencia: había que formar recursos humanos competentes, y en esa dirección iba la reciente fundación del instituto del petróleo para ingenieros. Insistía en la necesidad de formar un capitalismo nacional basado en el trabajo y en el ahorro: “La Patagonia necesitará ingentes capitales, estatales, privados, pequeños para que la Patagonia llegue a ser, andando el tiempo, lo que puede […]” (Maeztu, 1930c). En su reencuentro con su público lector volvió a ofrecer un programa para un desarrollo del capitalismo argentino.
El abrupto retorno de Maeztu Su salida por su propia elección y vinculada con el derrumbe de Primo de Rivera tuvo otra tonalidad más sombría y protocolar. Ricardo Rojas recordaba ese momento en que Maeztu le dijo: “Él me ha nombrado y no puedo, decorosamente, retener el puesto un día más. Salgo en el primer barco. Lo que allá me espera no lo sé, ni quiero saberlo. Voy a cumplir con mi deber” (Rojas, 1938: 7).
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La Prensa le dedicó menos espacio a las noticias de los banquetes de despedida, lo mismo que los Anales de la ICE (“Mañana emprenderá su viaje”, 1930: 47-48). En cambio, la Asociación Patriótica Española manifestó su pesar y quiso darle a esta despedida el fasto que creía que Maeztu merecía. Rápidamente se movilizó para que llegaran a Buenos Aires representantes de las asociaciones mutuales de Rosario, Bahía Blanca, La Plata y de distantes provincias del país, como San Juan y Salta, que, según la revista y sus fotos ilustrativas, colmaron los salones. El discurso del presidente de la asociación revela las dos claves de lo que significó para esta importante entidad una representación diplomática diferente: por el carácter eminentemente cultural, pero también por el papel que Maeztu había desempeñado entre los españoles de la diáspora, destacando su cercanía, su trato afable y la dedicación (“Un homenaje”, 1930: 3). Por su parte, el embajador, además de repetir su fórmula exhortativa hacia la unidad, enunció que la experiencia diplomática le enseñaba que la unidad hispanoamericana era un hecho.
Conclusiones Maeztu desempeñó una embajada de fuerte tono cultural y de propaganda política en la Argentina en la que coincidió su proyecto ideológico de recuperar la comunidad cultural que había fundado España en América –donde un desarrollo capitalista autóctono tuviera un protagonismo decisivo– con la política exterior de Primo de Rivera. El régimen intentó consolidarse en el continente a través del arraigo de Maeztu en la sociedad argentina, posición construida a través de veintitrés años de colaboraciones frecuentes en el diario La Prensa. Su recepción fue dispar, hubo rechazos declarados tanto a sus ideas como al régimen que representaba, pero simultáneamente, por esas mismas razones,
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fue objeto de efusivas demostraciones de aceptación por las asociaciones y medios de prensa de las colectividades españolas.
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D. Ramiro de Maeztu recibió un agasajo en C. Pringles. Se aprovechó para ello los pocos minutos en que el tren en que viajaba permaneció allí (16 de enero de 1929). La Nueva Provincia. De Cristóforis, Nadia y Cócaro, Patricio (2011). A Dirección Xeral de Inmigración e o ingreso dos exiliados españois na Arxentina. En Nadia de Cristóforis (Coord.), Baixo o signo do franquismo: emigrantes e exiliados galegos na Arxentina (pp. 79-109). Santiago de Compostela: Sotelo Blanco Edicións. De las sociedades hermanas. Centro Gallego. Visita del Presidente Dr. Alvear (abril de1928). Revista de la Asociación Patriótica Española, I(4), s/p. Delgado Gómez-Escalonilla, Lorenzo (1992). Imperio de papel. Acción cultural y política exterior durante el primer franquismo. Madrid: CSIC. Desde ayer es huésped de honor de nuestra ciudad el excelentísimo señor embajador de España, don Ramiro de Maeztu. Cordial, afectuoso y entusiasta fue el recibimiento que se tributó al distinguido visitante a su arribo a Bahía Blanca (14 de enero de 1929). La Mañana. Diario regional del Sur. Despacho N° 108 (28 de agosto de 1928a). Archivo General de la Administración (Leg. 467, Exp. Nº 9197, Embajada a ministro de Estado, Buenos Aires), Alcalá de Henares. Despacho N° 108 (1.° de octubre de 1928b). Archivo General de la Administración (Leg. 54, Exp. Nº 9198, Embajada a Ministro de Estado, Buenos Aires), Alcalá de Henares. Devoto, Fernando (2002). Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. Devoto, Fernando (2003). Historia de la inmigración en la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana.
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Dice Ramiro de Maeztu que su nombramiento como embajador español en la Argentina no implica un programa nuevo, pues no cambia con las personas (15 de diciembre de 1927). La Prensa. Don Ramiro de Maeztu en Bahía Blanca. Homenajes que le tributaron ayer las autoridades, la colectividad española y pueblo (15 de enero de 1929). La Nueva Provincia. Don Ramiro de Maeztu, embajador de España y de su cultura (1953). Anales de la Institución Cultural Española, III, 9-10. Donativos para la Ciudad Universitaria (1929). Revista de la Asociación Patriótica Española, II(15), s/p. Ecos de la visita de Don Ramiro de Maeztu (18 de enero de 1929). La Nueva Provincia. El embajador de España y la organización colectiva (27 de enero de 1929). El Hispano. El embajador (10 de febrero de 1928). El Despertar Gallego: órgano mensual de la federación de Sociedades gallegas, agrarias y culturales en la República Argentina, p. 1. El embajador (4 de marzo de 1928). El Despertar Gallego: órgano mensual de la federación de Sociedades gallegas, agrarias y culturales en la República Argentina, p. 1. El Ilustre Huésped Don Ramiro de Maeztu. Don Ramiro de Maeztu. Bienvenido sea a nuestra ciudad el representante de España (13 de enero de 1929). La Nueva Provincia. El nuevo embajador de España en este país (4 de marzo de 1928). El Correo de Galicia: órgano de la colectividad gallega en la República Argentina, p. 1. El nuevo embajador español en la Argentina, de Maeztu, fue en Madrid objeto de un homenaje (16 de enero de 1928). La Prensa. En plena dictadura se desechan los protocolos (18 de diciembre de 1927). El Heraldo Gallego. Órgano de las colectividades gallegas en el Plata, p. 1.
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Es recibido afectuosamente en nuestra ciudad el embajador de España Don Ramiro de Maeztu. En su honor y en el de su digna esposa se están efectuando diversos agasajos (14 de enero de 1929). El Censor. Estada del señor Maeztu (16 de enero de 1929). La Nueva Provincia. Figallo, Beatriz (1988). Ramiro de Maeztu y la Argentina. Res Gesta, 24, 73-93. Figallo, Beatriz (1992). La Argentina y el régimen primorriverista. Res Gesta, 31, 99-113. García Sebastiani, Marcela (2013). España fuera de España. El patriotismo español en la emigración argentina. Una aproximación. Hispania, LXXIII(244), 469-500. González Cuevas, Pedro C. (2003). Maeztu. Biografía de un nacionalista español. Madrid: Marcial Pons. Gratos recuerdos dejó la visita del señor embajador de España (20 de enero de 1929). El Hispano. Hace cincuenta años llegó a la ciudad el lúcido pensador Ramiro de Maeztu (13 de enero de 1979). La Nueva Provincia. Herf, Jeffrey (1996). El modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en Weimar y el Tercer Reich. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Hicieron ayer la presentación oficial el embajador español en la Argentina. Está a punto de embarcarse (25 de enero de 1928). La Prensa. La ciudad vestida de fiesta, rindió ayer al embajador de España un cálido homenaje de cariño y afecto reiterado en cada uno de los diversos actos realizados en su honor (15 de febrero de 1929). La Mañana. La conferencia de Maeztu en el Club Español y el magnífico banquete en el Hotel Atlántico (15 de enero de 1929). La Nueva Provincia. La representación diplomática patria. Solidaridad y comprensión (18 de febrero de 1928). El Diario Español. La visita a nuestra ciudad del Embajador de España, Señor Ramiro de Maeztu (15 de enero de 1929). El Censor.
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La visita de un vizconde. Tuvo el lunes en convulsión a un núcleo de vecinos y miembros de la colectividad española (15 de enero de 1929). El Régimen. Llegará hoy a nuestra ciudad el embajador de España (13 de enero de 1929). El Atlántico. López Campillo, Evelyne (2006). La escuela y la enseñanza. En Carlos Serrano y Serge Salaün (Eds.), Los felices años veinte. España, crisis y modernidad (pp. 91-112). Madrid: Marcial Pons. Maeztu, Ramiro (15 de diciembre de 1927). La Constitución española. La Reforma probable. Su estudio por la Asamblea. La Prensa. Maeztu, Ramiro (31 de enero de 1928a). De un periodista. Madrid: La Nación. Maeztu, Ramiro (20 de febrero de 1928b). [Carta para Marqués de Estella]. Archivo General de la Administración (Leg. 54, Exp. Nº 9201), Alcalá de Henares. Maeztu, Ramiro (1929). El humanismo de los pueblos hispanos. En Asociación Bernardino Rivadavia Biblioteca Popular. Memoria Balance General correspondientes al año 1929 (pp. 10-11). Bahía Blanca. Maeztu, Ramiro (10 de mayo de 1930a). Por tierras patagónicas: paisajes y gentes. La Prensa. Maeztu, Ramiro (12 de mayo de 1930b) Por tierras patagónicas: la obra hecha. La Prensa. Maeztu, Ramiro (13 de mayo de 1930c). Por tierras patagónicas: técnica y capital. La Prensa. Mañana emprenderá viaje a su país el embajador de España Ramiro de Maeztu (18 de febrero de 1930). La Prensa. Marcilhacy, David (2013). América como vector de regeneración y cohesión para una España plural: ‘La Raza’ y el 12 de octubre, cimientos de una identidad compuesta. Hispania, LXXIII(244), 501-524. Mariátegui, Juan Carlos (28 de mayo de 1927). Ramiro de Maeztu y la dictadura española. Variedades. Recuperado de https://bit.ly/2SzcXTW.
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Las voces a favor de Franco Las audiciones radiales de los nacionalistas españoles en Buenos Aires (1936-1945) ALEJANDRA FERREYRA
Las campañas propagandísticas que se desplegaron en Buenos Aires en el contexto de la guerra civil española fueron diversas y constantes; ambos bandos contendientes utilizaron una variada gama de recursos para irradiar sus ideas y promover el apoyo de la población tanto dentro como fuera de España. Si bien las expresiones de solidaridad en favor de la II República fueron mayoritarias entre la sociedad argentina y la numerosa comunidad española emigrada que allí habitaba,1 los simpatizantes del ejército rebelde también se movilizaron activamente y organizaron distintos emprendimientos propagandísticos con el fin de convocar la adhesión a la revuelta militar en la península (Velasco Martínez, 2011: 39-54). Entre los medios de difusión masiva que más trascendencia tuvieron para la divulgación de la propaganda en el marco de la contienda bélica, sin dudas se debe consignar a la radio. Los dos bandos reconocieron rápidamente la importancia que tenía monopolizar esta herramienta de comunicación no solo con fines informativos, sino
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Según el Cuarto Censo General de la Ciudad de Buenos Aires realizado el 22 de octubre de 1936, cerca del 13 % del total de la población que habitaba en la capital argentina había nacido en España. El total de la población de la Ciudad de Buenos Aires ascendía a 2 420 142 personas, de las cuales 324 650 habían nacido en España, mientras que 298 654 lo había hecho en Italia (Cuarto Censo General de la Ciudad de Buenos Aires, 1939).
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fundamentalmente propagandísticos. En la Argentina, los sectores que apoyaron sin reservas la sublevación en España financiaron una gran variedad de emisiones radiales con la intención de dar a conocer sus contenidos. En este capítulo nos proponemos analizar con detenimiento las características que adquirieron estos emprendimientos patrocinados por los simpatizantes del franquismo en Buenos Aires en el marco de la guerra y la inmediata posguerra civil en la península. Asimismo, nos interesa examinar especialmente la labor de una singular exponente del mundo del periodismo femenino frente a los micrófonos: María Teresa Casanova. Desde el inicio de la contienda peninsular, esta joven española se dedicó a difundir incesantemente argumentos a favor de la sublevación militar. Para ello, articuló su labor propagandística tanto en el periodismo escrito como en la radiodifusión, y se focalizó en las mujeres como las principales receptoras de su mensaje de captación. Para abordar estas cuestiones, utilizaremos como fuente principal la prensa escrita a favor del golpe de Estado en la península que se editaba en la Ciudad de Buenos Aires en el período por analizar, esto es, 1936-1945: El Diario Español, Acción Española, Correo de Galicia y Juan Español, y aquellas revistas especializadas en la radiodifusión argentina, o sea, Antena. Semanario de radio para el hogar y Sintonía. La lectura de estas publicaciones nos permitirá aproximarnos a las características distintivas que adquirieron las distintas emisiones radiales a favor de los sublevados españoles que se fundaron en la capital argentina. A su vez, el seguimiento de la abundante producción escrita que dejó Casanova a través de su faceta periodística nos servirá para seguir su crecimiento profesional en los medios de comunicación en los que participó, y también para analizar los rasgos fundamentales que adquirió su discurso sobre el rol de la mujer y su definición de la “femineidad” a lo largo de la guerra y la posguerra civil.
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Las audiciones radiales de los nacionalistas españoles En la Argentina de entreguerras, el moderno fenómeno de la radiodifusión despertó el creciente interés de los oyentes, de las empresas y del Estado nacional. Desde mediados de la década de 1920, el poder político comenzó a intervenir en el ámbito radiofónico como entidad reguladora, ya que consideraba a la radiofonía como un servicio público sobre el cual debía ejercerse algún tipo de control gubernamental (Agusti y Mastrini, 2005: 29-51). Algunos sectores católicos y de la derecha política argentina intentaron instrumentalizar la radio como una herramienta educativa, cultural y moralizante para los sectores populares. Estos propósitos se transmitieron a las primeras normas que implementó el Estado argentino en esta materia (Matallana, 2006a: 97; Matallana, 2006b: 158). Hacia 1938 se contabilizaba un promedio de 800 000 aparatos de radio que funcionaban en el país (Comisión de Reorganización de los Servicios de Radiodifusión, 1939: 451). Según las estimaciones realizadas por Andrea Matallana, cerca del 60 % de la programación radial que se emitía en la Ciudad de Buenos Aires era musical. Los noticieros e informativos representaban el 11 % de las emisiones y los radioteatros, el 9 %, mientras que los programas pertenecientes a las colectividades de inmigrantes ocupaban el 6 % de la grilla (Matallana, 2006a: 97). En mayo de 1937, de las cuarenta audiciones radiales de extranjeros que se emitían en la Argentina, diez de ellas eran españolas, cinco alemanas, cinco italianas y cuatro francesas (“Audiciones regionales y extranjeras”, 22 de mayo de 1937: 6). Teniendo en cuenta estos últimos datos, y siguiendo la hipótesis de Matthew Karush, es posible reconocer el lugar destacado que ocupaban esos espacios de difusión para estos grupos migratorios. La comunicación a través de las ondas era crucial tanto para la propagación de ideas y debates, como para el fomento de la recreación colectiva; por ello, podía contribuir a la construcción de las identidades, valores y
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aspiraciones de los inmigrantes y, de la misma forma, convertirse en la base para llevar a cabo acciones políticas concretas (Karush, 2013: 22). En este marco, cobra relevancia la existencia de audiciones radiales en la Ciudad de Buenos Aires que mantuvieron un marcado perfil propagandístico asociado a la defensa de alguno de los bandos contendientes durante la guerra civil en España. Del lado republicano, la Oficina de Prensa y Propaganda de la Embajada española en la Argentina financió los inicios de la audición: “Habla Madrid” en diciembre de 1937. Este programa logró un gran éxito de oyentes y auspiciantes y contó con la participación de columnistas destacados, tales como: Juan González Olmedilla, redactor de Crítica y España Republicana, el cónsul Eduardo Blanco Amor, y el encargado de la oficina de propaganda, José Venegas, entre muchos otros. Asimismo, la central de propaganda republicana en la Argentina (Prensa Hispánica) comunicó diariamente sus informaciones a través de Radio Stentor, y el Comité de Ayuda al Gobierno Español del Frente Popular emitió con regularidad la audición “Nueva España” a cargo del periodista Jorge Pérez Jordana, a través de Radio Mitre (Quijada, 1991: 224). En lo que respecta a la propaganda a favor del Gobierno de Burgos en la Argentina, desde diciembre de 1936 se encontraba en el país en calidad de representante oficioso del general Francisco Franco el joven diplomático Juan Pablo de Lojendio. Este emisario cumplió funciones extraoficiales relacionadas con la coordinación del envío de la ayuda material y con la difusión de una propaganda favorable al naciente régimen dictatorial hasta diciembre de 1939 inclusive (Ferreyra, 2016). Para llevar a cabo su tarea, contó con el auxilio de José Ignacio Ramos, quien arribó a la Argentina en marzo de 1937 designado como encargado de Prensa y Propaganda de la Representación oficiosa del bando sublevado en España. Rápidamente, ambos propagandistas le adjudicaron un destacado rol a la radio como elemento clave para la divulgación de la propaganda
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a favor de la revuelta militar en la península. Gracias al espacio diario de una hora que el propietario de Radio Excélsior, Alfred McDougall, le cedía diariamente a Ramos, este podía “dar cuenta de la marcha de las operaciones y los temas concomitantes con aquella guerra” (Ramos, 1984: 229) a través de las ondas. Asimismo, el encargado de Prensa se valió de un aparato de radio marca Scott ubicado en su domicilio para captar diariamente los partes de guerra que desde Marruecos transmitía Radio Tetuán por sistema morse; dicha información era utilizada como materia prima para proveer de noticias a las publicaciones afines (Ramos, 1984: 229). Esta relevancia de la radio también se observó en la península en el contexto de la contienda bélica, ya que tanto nacionales como republicanos reconocieron prontamente la importancia que tenía monopolizar esta eficaz herramienta de divulgación (Cervera Gil, 1998: 263-293; Sevillano Calero, 1998: 104). Una prueba de ello fue la solicitud expresa que Ramón Serrano Suñer le hizo llegar a Soledad Alonso de Drysdale2 para que colaborara con la colecta destinada a la compra de una “radio emisora extra corta”, con el fin de agilizar la fluidez del contacto radial con América (“Correspondencia enviada”, 25 de mayo de 1938: 5). La respuesta de la benefactora local fue rápida: en octubre de 1938, se envió a la península, “para servicio de la campaña” del general Franco, un automóvil Chevrolet con una estación de radio de onda corta (con alcance de hasta 3 000 kilómetros) instalada en la carrocería y provisto de antenas, baterías, motor de carga y demás accesorios necesarios para su funcionamiento (véase la imagen 1) (“Instalación de radiotelefonía”, 5 de octubre de 1938: 4).
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Alonso de Drysdale fue la fundadora y directora de Legionarios Civiles de Franco, una agrupación benéfica creada en abril de 1937 con el objeto de construir y sostener orfanatos que albergaran a los huérfanos españoles que iba dejando la contienda (Saborido, 2006: 71-82).
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Imagen 1: Instalación de radiotelefonía portátil enviada al general Franco por Soledad Alonso de Drysdale
Fuente: “Instalación portátil de radiotelefonía”, 5 de octubre de 1938: 4.
Los emprendimientos radiales a favor de los sublevados españoles en Buenos Aires se iniciaron tempranamente. En septiembre de 1936, el Centro Acción Española, entidad católico/monárquica fundada en 1933, financió la salida del programa Habla España por Radio Mayo (Antena. Semanario de radio para el hogar, 12 de septiembre de 1936: 16). El encargado de esta audición fue el presidente del Centro, Isidro Villota, en calidad de director hasta septiembre de 1937, cuando fue reemplazado por quien tomaría la dirección de este y otros tantos proyectos radiales a favor de los nacionalistas españoles en la capital argentina: María Teresa Casanova, sobre cuya actuación ahondaremos más adelante. Parte del equipo que acompañó a la locutora estrella en estas audiciones también se mantuvo con regularidad a pesar del paso del tiempo y la diversidad de programas. De ese modo, integraron en calidad de comentaristas y columnistas muchas de estas transmisiones Rafael Fontenla y Antonio Madueño, más conocido como
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Juan Español.3 Asimismo, la audición del Centro Acción Española contó con la colaboración del diario porteño La Razón, el cual ponía a su disposición la información cablegráfica que recibía de Europa (“Al diario La Razón”, 4 de septiembre de 1937: 3). Desde sus inicios, Habla España se presentó como un “grito de la hispanidad” (Acción Española, 4 de junio de 1937: 4) dedicado a revalorizar la cultura española en la Argentina, algo que posteriormente derivó en la inclusión de la frase “Arte, cultura y publicidad” en el nombre del programa a partir de junio de 1937 (imagen 2). Entre sus secciones se contaban repasos por la historia, el arte y la poesía española, y, por supuesto, la música tenía un lugar relevante con la presentación de orquestas, pianistas y cuartetos vocales (Acción Española, 16 de enero de 1937: 4). A pesar de las apariencias culturales, los comentarios sobre la actualidad bélica en España en el marco de esta emisión radial fueron frecuentes y siempre trasmitieron una mirada favorable a los sublevados en la península. Al poco tiempo, surgieron otros proyectos radiofónicos que reforzaron la presencia de estas voces adherentes a la rebelión militar española en la Ciudad de Buenos Aires. En mayo de 1937, los Legionarios Civiles de Franco patrocinaron la salida de una audición radial con ese nombre bajo la dirección del periodista español Carlos Micó y España, todos los miércoles por Radio Excélsior. En este, era frecuente el desfile de invitados adeptos a la causa nacionalista, quienes manifestaban públicamente su apoyo a la obra
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Este personaje alcanzó cierta popularidad entre los medios afectos a la sublevación militar en España, de tal forma que en 1938 comenzó a editarse en Buenos Aires un órgano de prensa también llamado Juan Español que respondía a los requerimientos de la Oficina de Prensa y Propaganda de la Representación oficiosa de España en Buenos Aires (“Al aparecer”, 1 de octubre de 1938: 1).
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benéfica de la entidad.4 Y en diciembre de 1937, la Oficina de Prensa y Propaganda de la Representación oficiosa de España (OPYPRE) financió la aparición de Orientación española por Radio Ultra. Imagen 2: Publicidad de la emisión radial Habla E España spaña
Fuente: Acción Española, 4 de junio de 1937: 4.
En el marco de la contienda, este tipo de audiciones tanto a favor como en contra del gobierno republicano en España se convirtieron en verdaderos focos de la propaganda y proselitismo en la Argentina. Por ello, fueron cuestionadas por la Dirección General de Correos y Telégrafos en diversas oportunidades. Este organismo estatal era el encargado de controlar los contenidos de las emisiones radiales, y desde 1934, a través de la Resolución n.º 21.585, establecía claramente la prohibición de “difundir himnos, marchas o canciones extranjeras que simbolicen, representen o exterioricen tendencias o sistemas políticos o sociales determinados, cualquiera sea su importancia en los
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Desde mayo de 1937, los micrófonos de Radio Excélsior recibieron a Soledad Alonso de Drysdale, Eduardo Marquina, Juan Pablo de Lojendio, Germán Fernández Fraga, Margarita Aguirre, Mario Alegría, Rafael Duyos, Maruchi Fresno, Luis V. Nieto, Delfina Bunge de Gálvez, Gloria de Nevares, Alfredo Cabanillas, entre otros.
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respectivos países” (Matallana, 2006a: 47).5 Esta normativa se complementaba con un sistema de censura previa que reglamentaba la obligatoriedad de presentar con ocho días de anticipación los contenidos de los programas que se emitirían al aire. El propósito de esta reglamentación era prohibir la realización de conferencias y disertaciones que pudieran tener carácter político, dado que las voces opositoras al Gobierno no podían tener lugar en las grillas radiales (Agusti y Mastrini, 2005: 41-42; Matallana, 2006b: 158). Por los recaudos que se debía tener a la hora de organizar los contenidos de los programas que se emitían, el periodista Joaquín Tellechea se quejó públicamente a través de las páginas de Acción Española acerca de las “mutilaciones” que había sufrido una de sus disertaciones ante los micrófonos de Habla España (“Escribe Joaquín Tellechea”, 18 de febrero de 1937: 1). No obstante, por las reiteradas trasgresiones a las normativas antes citadas, y debido al estado de agitación pública que generaba la guerra civil española, en enero de 1938 la Dirección de Correos y Telégrafos dictó una resolución por la cual prohibía expresamente “la transmisión por radiodifusión de todo comentario, propaganda o información tendenciosa, relacionada con la lucha en España” (“Resolución N° 2318 DT/938”, 1938). Según esta disposición, la radiodifusión debía necesariamente “elevar el nivel cultural del oyente, promoviendo en su espíritu sugestiones que edifi[caran] su carácter, acrecentando su comprensión de las cosas buenas y bellas”. En cambio, los comentarios que se producían sobre la situación bélica en la península “perturba[ban] la tranquilidad pública y convivencia social y da[ban] lugar a incidencias y violencias verbales y de hecho” (“Resolución N° 2318 DT/ 938”, 1938). La propagación de tales expresiones corría el
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Esta medida volvió a reiterarse en mayo de 1938 bajo la gestión de Adrián C. Escobar como Director General de Correos y Telégrafos, con el objeto de prohibir la reproducción de los himnos y canciones patrias con fines comerciales (“Prohibir la propalación del Himno Nacional”, 7 de mayo de 1938: 3).
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riesgo de afectar la relación con otros países y hacía inevitable el posicionamiento político de quienes las comunicaban, dado que “por la naturaleza misma de los comentarios [era] imposible exponer sobre la situación reinante en España, sin embanderarse en alguna de las partes en lucha, lo que constitu[ía] una infracción”(“Resolución N° 2318 DT/ 938”, 1938). La reacción a esta norma de censura no se hizo esperar y tuvo como vocero principal a la Federación de Organismos de Ayuda a la República Española, la cual solicitó al ministro del Interior se dejara sin efecto la aplicación de esta normativa, argumentando que colocaba en pie de igualdad las expresiones de solidaridad a favor de un Gobierno constituido legalmente con el cual la Nación argentina mantenía relaciones diplomáticas cordiales y las de “los elementos facciosos que [habían] tratado infructuosamente de derrocarlo” (Setaro, 1938). A su vez, el propietario de la emisora radial Excélsior, quien cedía con gusto el espacio en su programación para la audición de los Legionarios Civiles de Franco y conferencias de la Falange Española, también se manifestó contrariado por la resolución de la Dirección General de Correos y Telégrafos, a la que calificó de “injusta, arbitraria y contraproducente”. No obstante, para Alfred McDougall, la esencia del problema radicaba en la competencia desleal que la prensa escrita articulaba en contra de la radiodifusión: Las Estaciones de Broadcasting ya han llegado a su mayoría de edad y no es posible coartarles su libertad de acción, restándoles autoridad e importancia. Ello no hace sino favorecer al periodismo, que hace lo indecible para combatir la Radiotelefonía, porque ve que la Radio es un instrumento mucho más valioso, de mucha mayor eficacia, de mucha mayor difusión y de mejor actualidad que el mejor diario del mundo. Por ello, con una unanimidad que no enternece ni sorprende, los diarios aplauden la medida coercitiva, y muy particularmente
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los diarios de izquierda. Por ello, repito con tanta autoridad como respeto, que considero esta medida injusta y poco democrática (McDougall, 1938).
Finalmente, el Poder Ejecutivo nacional expidió un decreto para confirmar la pertinencia de la resolución adoptada por la Dirección General de Correos y Telégrafos y no dio lugar a las reclamaciones interpuestas por los agentes involucrados antes citados (“Decreto”, 1938). La aplicación de esta nueva normativa derivó en algunas modificaciones de forma y contenido en las emisiones radiales a favor de la sublevación militar en la península. En principio, la audición Habla España cambió definitivamente su nombre a Arte y cultura de España intentando, de esa manera, ocultar sus reminiscencias políticas y tornarse en un espacio de mera expresión cultural. A pesar de que no estamos completamente seguros sobre su fecha de finalización, los graves problemas económicos por los que atravesaba (y que motivaron la realización de una colecta específica en agosto de 1937) son indicativos de la corta vida que logró este proyecto (“Recaudación de Habla España”, 4 de septiembre de 1937: 7). Por otra parte, en mayo de 1938 surgió una nueva emisión radial a favor de los nacionalistas españoles en Buenos Aires. La periodista María Teresa Casanova y su equipo volvieron a colocarse al frente del espacio radiofónico ahora titulado Madre Patria. Esta audición fue desvinculada formalmente del Centro Acción Española y se asoció al espacio informativo que mantenía diariamente El Diario Español en Radio Callao. La primera salida de este programa coincidió con el festejo del 2 de mayo español y contó con la presencia de Arturo Berenguer Carisomo, escritor argentino “íntimamente identificado con España” y de un variado repertorio de cuadros artísticos y musicales (“Fue todo un éxito”, 4 de mayo de 1938: 4).
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Las advertencias sobre la imposibilidad de emitir opiniones relativas a la guerra civil española no fueron respetadas con rigurosidad por los organizadores de la audición, como lo demuestra la visita que realizó a Madre Patria el jefe regional de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS en Buenos Aires, Rafael Duyos, en febrero de 1939. En su disertación, el referente falangista pronunció palabras de gran “exaltación patriótica” con motivo del ingreso de las tropas franquistas a Cataluña, discurso que finalizó con la interpretación de la marcha militar “Soldadito Español” (“El Jefe de la Falange”, 17 de febrero de 1939: 4). Por este tipo de irregularidades y por la efectiva aplicación del Decreto del Poder Ejecutivo nacional n.º 31.321 del 15 de mayo de 1939, que limitaba la propaganda política en las asociaciones extranjeras radicadas en la Argentina,6 la Dirección General de Correos y Telégrafos suspendió la salida al aire del programa Madre Patria en agosto de 1939. La respuesta de los responsables del programa suspendido dejó traslucir cierta indignación, pero no asombro, ya que conocían perfectamente la existencia de las disposiciones que prohibían la difusión de contenidos asociados a la propaganda de grupos políticos extranjeros en el país: “Faltaríamos a la verdad si dijéramos que nos tomó de sorpresa tan arbitraria como injusta disposición” (Juan Español, 24 de agosto de 1939: 2). No obstante, tanto María Teresa Casanova como Antonio Madueño, alias Juan Español, adjudicaron la aplicación de la medida de censura a la reciente salida en el diario La Prensa de un artículo crítico
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En el contexto de la proliferación de acusaciones de espionaje y actuación encubierta del nazismo y el fascismo en América, se multiplicaron las reacciones de la opinión pública y de un sector de la oposición política argentina contra lo que se consideraba era la excesiva intromisión de las filiales de partidos extranjeros en el país. Como resultado de ello, en mayo de 1939 entró en vigencia un decreto del Poder Ejecutivo nacional por el cual se intentaba controlar la actuación de todas las asociaciones extranjeras en el territorio nacional (Anales de legislación Argentina, 1920-1940, 1953: 1192).
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del exiliado antifascista Francisco Nitti.7 En dicho escrito, el autor reprobaba el uso de los medios de propaganda que hacían los regímenes dictatoriales europeos en América y llamaba la atención sobre la necesidad de poner límites a la divulgación de las doctrinas foráneas en ese territorio: […] América y hablo de todos los países desde los Estados Unidos hasta la Argentina, tiene no solo intereses y obligación, sino también necesidad de impedir en su territorio, con todos los medios, las propagandas europeas que tienden a subvertir sus propias condiciones de existencia. Bolchevismo, fascismo, nazismo, en forma diversa transportados a América son causas de disolución. No se puede soportar que partidos políticos americanos sean dirigidos por gobiernos extranjeros; ni que agentes extranjeros hagan propaganda de subversión. En este sentido, cualquier represión no solo es legítima, sino obligatoria (Nitti, 5 de agosto de 1939: 11).
A pesar del excesivo impacto que los responsables del programa suspendido le adjudicaron a la aparición del artículo de Nitti en la prensa local, no se puede pasar por alto que la Dirección General de Correos y Telégrafos (a cargo de quien luego sería nombrado embajador argentino en España, Adrián C. Escobar) no hizo más que aplicar la reglamentación vigente. Esta actitud generó un obvio rechazo por parte de la periodista María Teresa Casanova: […] declaro y sostengo ante el señor Director de Radiocomunicaciones, que si el honrar a su patria de origen y a su patria de adopción divulgando el lema de ‘Religión, Patria, Familia’ con el agregado de ‘Orden y Trabajo, Paz’ y unión entre los hombres, es ‘divulgar doctrinas exóticas’, como reza el decreto, no renuncio a tan alto honor […] (Casanova, 24 de agosto de 1939: 3).
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Nació en 1869 y falleció en 1953. Fue un político y economista italiano que se exilió en Francia y en Suiza tras el ascenso del fascismo.
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Un destino semejante pudo haber sufrido la audición Orientación española, que debió ser “reinaugurada” en mayo de 1939 con la presencia del entonces encargado de negocios de España en la Argentina, Juan Pablo de Lojendio (“Inauguración de ‘Orientación Española’”, 7 de mayo de 1939: 2). De igual modo, Madre Patria volvió a tener su espacio en las grillas radiales, pero recién a partir de mayo de 1941, aunque en esta oportunidad comenzó a emitirse regularmente por Radio Prieto (“Reaparición de Madre Patria”, 2 de mayo de 1941: 4). En líneas generales, es posible identificar dos rasgos fundamentales en los diversos proyectos radiales que emprendieron los adherentes a la sublevación militar en España desde Buenos Aires. En primer lugar, estas audiciones tenían una extensión de tiempo limitada y se emitían con una frecuencia semanal. La duración media de un programa oscilaba entre los quince y los treinta minutos en total, algo que seguramente respondía a los elevados costos de alquiler de los espacios radiales. En segundo lugar, era un mismo equipo de locutores, periodistas y comentaristas alrededor de una figura central femenina, la periodista María Teresa Casanova, el que se encargaba de la dirección, producción y la realización de los programas. Desde que Casanova asumió la dirección de Habla España en septiembre de 1937, continuó ocupando este puesto de responsabilidad en todas las audiciones radiales a favor de los nacionalistas españoles que se fundaron con posterioridad: se encargó la dirección de Orientación española y de Madre Patria en sus dos emisiones (antes y después de la suspensión dictaminada por la Dirección General de Correos y Telégrafos). Y más adelante, se encargó de dirigir Nuevas carabelas, un programa radial que se emitía dos veces por semana y que con ese sugestivo título comenzó a salir por Radio Prieto a partir de noviembre de 1941. El dueño de esta emisora, Teodoro Prieto, manifestaba una profunda
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cercanía con la España nacionalista y favorecía la presencia de dos audiciones financiadas por la OPYPRE en su grilla de programación (imagen 3).8 Además de ello, Prieto estuvo presente en la inauguración de “Nuevas carabelas” en compañía del Agregado de Prensa y Propaganda de la Embajada española, José Ignacio Ramos, y a través de un discurso de ocasión explicitó el contenido simbólico del nuevo programa como un puente para la reconexión de los vínculos filiales entre España e Hispanoamérica (“En Radio Prieto se inauguró”, 5 de noviembre de 1941: 6). Esta nueva iniciativa propagandística local se asociaba a la dinámica de acercamiento no solo espiritual, sino también cultural y diplomático, que en materia de relaciones exteriores comenzó a llevar adelante el Estado español con respecto a América Latina en el marco de la Segunda Guerra Mundial (Delgado GómezEscalonilla, 1994: 276-277). A esta política de mayor proximidad, respondió entonces la invitación que realizaba Nuevas carabelas a diplomáticos y representantes de diversos países de la América de habla de hispana para que emitieran palabras alusivas frente a los micrófonos de la audición.9
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El especial vínculo de cercanía que Teodoro Prieto manifestaba para con España ya se había expresado en 1938, en el festejo del 2 de mayo organizado por esta emisora (“Homenaje a España de Radio Prieto”, 14 de mayo de 1938: 29). Por ejemplo, visitó los micrófonos de “Nuevas carabelas” el cónsul de Panamá, Salomón Ribera, a la vez que se anunciaba la próxima visita del cónsul de Costa Rica, Rubén Ezequiel de la Guardia (“Audición “Nuevas carabelas”, 5 de diciembre de 1941: 3).
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Imagen 3: Publicidad de Radio Prieto
Fuente: Juan Español (5 de enero de 1942), p. 8.
No obstante, los mayores esfuerzos de contacto radial con sus excolonias provinieron de la península, en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. En junio de 1945, se fundaron las llamadas “Emisiones especiales para América” por iniciativa de la Vicesecretaría de Educación Popular.10 Estas emisiones fueron inauguradas con un discurso especial del general Franco dedicado a los españoles radicados en el continente americano, el cual se escuchó con claridad en Buenos Aires, según lo confirmó el Agregado de Prensa y Propaganda de la Embajada española (“Su Excelencia el Jefe de Estado”, 21 de junio de 1945: 15). Este contacto radiofónico con España se mantuvo diariamente por espacio de dos horas y media en el horario central de la grilla radial (20:30 a 23 horas), gracias a la transmisión que se emitía desde la estación de onda corta de Arganda (“Control de Buenos Aires”, 21 de junio de 1945: 16; “Eco de la voz de España en América”, 30 de septiembre de 1945: 13). Según José 10
Este organismo, creado en mayo de 1941 bajo la dirección de la Falange Española, buscaba controlar todos los medios de comunicación social y difusión pública para propagar las directrices y el modelo ideológico del partido único en España (Bermejo Sánchez, 1991: 73-96).
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Ignacio Ramos: “Nunca [fueron] tan necesarias como ahora audiciones dirigidas a América, a una hora determinada y previamente anunciadas” (Ramos, 1944). De la misma forma, para Gabriel Arias-Salgado, vicesecretario de Educación Popular de España, la necesidad de instrumentar este servicio de radiodifusión diaria hacia América tenía que ver con la intención de “establecer un nexo que fuera diálogo de Hispanidad entre los países que hablan nuestra lengua, tienen nuestra religión y por sus venas corre alborozada sangre ibérica” (“Eco de la voz de España en América”, 30 de septiembre de 1945: 13), aunque, por supuesto, la finalidad más acuciante era la de tratar de frenar las campañas propagandísticas en contra de la dictadura franquista al finalizar la segunda contienda bélica mundial. Pero volviendo a la trayectoria radial de una figura clave del período como la de María Teresa Casanova, es posible advertir el destacado lugar que fue adquiriendo su labor propagandística para el naciente régimen dictatorial español. Su trabajo constante como vocera en defensa de la causa de los militares sediciosos en la península fue reconocido con celebraciones de homenajes y palabras de alabanza: Merece destacarse el esfuerzo que supone mantener una audición de radio en un ambiente de indiferencia y sin más estímulo que el beneplácito expresivo de nuestra colectividad, que en todo momento le dispensó el interés a que es acreedora por su auténtica campaña nacionalista. Al frente de la audición Madre Patria se destaca una interesante figura femenina, de gran cultura y exquisita sensibilidad, la popular escritora y comentarista Srta. María Teresa Casanova, que supo mantener sin decaimiento el entusiasmo de sus colaboradores, desarrollando una importante labor de propaganda que repercutió de forma auspiciosa no solo en Capital Federal y en el interior de la República sino en los países vecinos, como lo atestiguan centenares de cartas que llegan a la audición desde los más apartados rincones del continente americano (“Celebra hoy su primer aniversario”, 2 de mayo de 1939: 14).
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Pero este reconocimiento no se limitó a la esfera local, sus dotes como oradora, que le valieron el mote de la “pequeña García Sachíz” (“Radio Nacional dedica”, 12 de octubre de 1947: 5), también le permitieron realizar un viaje de instrucción hacia la España franquista (que duró poco menos de un año) como invitada especial del Instituto Superior de Cultura Hispánica, entidad que sucedió en sus propósitos de difusión cultural al filo falangista Consejo de la Hispanidad creado en 1940.11 Su estadía en la península incluyó un recorrido por diversas ciudades en las que dictó conferencias, un encuentro con Pilar Primo de Rivera, una alocución especial en Radio Nacional de España (“La escritora hispanoargentina”, 3 de enero de 1948: s/p) y nada menos que la posibilidad de entrevistarse personalmente con el general Franco (“En el Palacio de El Pardo”, 15 de abril de 1948: 3). La carrera ascendente de María Teresa Casanova es un exponente claro del importante rol que jugó la radiodifusión para los sublevados españoles en las campañas de propaganda que se dirimían al otro lado del Océano Atlántico no solo en el marco de la guerra civil, sino también de la Segunda Guerra Mundial. En lo que sigue, nos acercaremos a las principales directrices discursivas que sostuvo Casanova a lo largo de la contienda y la inmediata posguerra civil a través de su faceta periodística en el ámbito radial y escrito.
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El Instituto de Cultura Hispánica se fundó en septiembre de 1946 y reemplazó en sus propósitos de vinculación cultural con Hispanoamérica al Consejo de la Hispanidad. Esta última entidad se encontraba íntimamente asociada a la labor propagandística de la Falange Española durante la Segunda Guerra Mundial, y por ello mismo, al finalizar la contienda cayó en un grave desprestigio a nivel internacional. Para ampliar sobre el Instituto de Cultura Hispánica (Escudero, 1994).
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Una voz femenina en apoyo de Franco: María Teresa Casanova La demanda femenina por una mayor conquista de derechos políticos y sociales tuvo un gran auge a nivel internacional al finalizar la Primera Guerra Mundial. La enorme contribución de las mujeres al esfuerzo bélico generó un amplio replanteo del lugar que ocupaban en el espacio económico, político y social. De este modo, el período signado por las dos guerras mundiales se caracterizó por una serie de profundas transformaciones en este aspecto. En muchos países, las mujeres accedieron al sufragio, se insertaron en el ámbito laboral y educativo, y acompañaron las nuevas modas y consumos propios de una sociedad de masas en expansión (Lida, 2013: 139). Estos cambios, además, afectaron a los tradicionales comportamientos morales y religiosos que regían en las sociedades occidentales de preguerra. Si bien el espectro católico reaccionó mayoritariamente con rigidez, y en muchos casos con abierto rechazo a estas trasformaciones (Acha, 2001: 141-173), también se observó un renovado esfuerzo proveniente desde estos núcleos por reconfigurar el rol de la mujer cristiana en el marco de una sociedad cambiante y moderna (Mauro, 2014: 235-262). Muchos investigadores coinciden en señalar que la extensa movilización que generó la guerra civil española contribuyó a la politización creciente de las labores femeninas y a otorgarles cada vez mayores espacios de participación a las mujeres en el ámbito público (Cenarro, 2006: 159-182). Este mismo efecto puede trasladarse hacia la Argentina, en donde la intervención femenina fue fundamental en los comités y las agrupaciones de solidaridad que se organizaban en todo el territorio a favor de los contendientes (Casas, 2013). En paralelo a lo que ocurría en España, en donde se desarrollaba el reclutamiento de miles de mujeres españolas en las retaguardias de ambos frentes,
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en la Ciudad de Buenos Aires muchas damas se embarcaron en la ardua tarea de acompañar e incluso de liderar las labores de cooperación y propaganda. En esta sección, nos detendremos en el análisis de una figura insigne de la propaganda a favor del bando rebelde en la península, desde Buenos Aires, en el marco de la contienda civil española: María Teresa Casanova. Además de su accionar ante los micrófonos radiales, esta joven escritora publicó con asiduidad sus contribuciones en Acción Española y ejerció como “secretaria de redacción” y articulista, tanto en El Diario Español como en el semanario Juan Español. Sus colaboraciones no se restringieron a la prensa inmigratoria. A medida que iba ganando reconocimiento, también participó del equipo de redacción de La Razón, Estampa, Aquí Está y Maribel y editó un libro centrado en la biografía de la reina Isabel la Católica en 1944 (Casanova, 1944). Asimismo, utilizó sus dotes de oratoria para dictar diversas conferencias y disertaciones sobre temas vinculados al rol de la mujer en la sociedad de la época y su papel en el marco de la guerra civil (“La mujer navarra”, 23 de enero de 1937: 2). Por su faena incansable en la defensa de la causa, los núcleos de adherentes y hasta el mismo régimen dictatorial español en la península la hicieron objeto de variados homenajes y agasajos (“María Teresa Casanova será objeto de un homenaje”, 4 de junio de 1939: 4). La prolífica producción escrita que dejó Casanova a través de su faceta periodística nos permitió analizar con detenimiento los rasgos fundamentales que fue adquiriendo su discurso sobre la femineidad a lo largo de su carrera. Esta concepción, que fue clave en toda su línea argumental, se vinculaba estrechamente con los lineamientos políticos, sociales y morales que dictaminaban la religión católica y el régimen franquista para España y su retaguardia en América Latina. Esta construcción de la femineidad cristiana confrontaba directamente con el “feminismo laico” que en
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el período de la II República había logrado notables avances en cuestiones de emancipación y acceso a derechos políticos y sociales (Arce Pinedo, 2005: 264). El discurso de Casanova se orientaba especialmente a las mujeres americanas y españolas que comulgaban con el alzamiento rebelde en la península, no tanto por consideraciones dogmáticas de tipo político, sino más bien por cuestiones de índole moral y emocional. La escritora hispana les hablaba genéricamente a las mujeres en tanto “madres” y las instaba a desarrollar con abnegación una ferviente tarea de protección sobre la “patria” y la “nación” en peligro. Por ello, les solicitaba un compromiso “patriótico” activo que las ausentaba momentáneamente del hogar para responder a las demandas de socorro y contención que requería la contienda. Este llamado retórico se acompañó de la difusión continua de las tareas benéficas que desarrollaban los Legionarios Civiles de Franco y la “Cruzada rojigualda para la infancia española” (CRIEN) que apadrinaba el Centro Acción Española de Buenos Aires (Casanova, 4 de junio de 1937: 5). Si bien es cierto que este discurso maternalista se encontraba presente en la convocatoria femenina de ambos movimientos de solidaridad (Casas, 2013: s/p), del lado nacionalista la mujer debió asumir aún mayores responsabilidades por el estrago de la guerra. Según Casanova, las mujeres tenían una buena cuota de “culpa” en el desencadenamiento de la contienda civil en la península por haber descuidado sus tareas en el hogar y haberse sumado sin reparos a la “embriaguez de libertad” que caracterizó a la primera posguerra: Esto es lo que no debiéramos olvidar nunca, para saber la parte de responsabilidad que nos concierne, cuando un acontecimiento extraño convulsiona al país. Ahí tenemos el ejemplo de la guerra civil española, ese odio entre hermanos, esa falta de cariño a la tierra en que se ha nacido, echando por tierra su pasado y sus más gloriosas tradiciones y atentando abiertamente contra sus creencias religiosas, no es todo culpa
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de los hombres, porque el amor al propio suelo y los sentimiento religiosos se aprenden en el hogar, y el reino del hogar pertenece a las mujeres ¿es que no han sabido éstas educar a sus hijos? (Casanova, 2 de julio de 1937: 4).
De todos los flagelos posibles, la crisis que se vivía en el orden espiritual era el más grave de afrontar para la escritora española, y por ello consideraba necesaria la propaganda activa con el fin de revertir ese estado de “degeneración moral” en el que habían caído las integrantes del mundo femenino, desviadas de su “senda natural” y atraídas por “espejismos y torpes sugestiones” que acabaron desequilibrando a la sociedad (Casanova, 4 de septiembre de 1937: 6). En este sentido, el pensamiento de Casanova reproducía sin matices el principio básico de la tradición católica sobre el género: existía desigualdad y complementariedad entre los sexos a la vez que subordinación de la mujer al marido dentro del matrimonio, todo ello derivado de una concepción organicista de la sociedad (Ortega López, 2010: 215-216). No obstante, su visión sobre las transformaciones del mundo moderno no llegó a ser completamente negativa, ya que reconocía con entusiasmo el derecho que asistía a las mujeres para desenvolverse en el ámbito educativo e intelectual (Casanova, 7 de febrero de 1937: 3). Según la periodista, el principal problema radicaba en el abandono de las labores y el cuidado del hogar, allí en donde debían ser las “reinas”, y en el acercamiento al terreno de la política: […] porque mal que nos pese, nuestro triunfo radica en nuestra feminidad: el hogar es por excelencia nuestro reino y el único sitio donde el hombre llega a ser nuestro vasallo. El arte y las ciencias abren sus puertas a la mujer moderna, que entre en sus recintos sin temores, su sensibilidad es casi una garantía de éxito y el arte y las ciencias tendrán en ella una gentil colaboradora, pero que huya instintivamente del terreno, harto árido de la política […] (Casanova, 7 de febrero de 1937: 3).
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La divulgación insistente y sistematizada de las directrices de comportamiento femenino que hacía Casanova en el contexto bélico español fue cambiando progresivamente a medida que en España también se modificaba la situación política y el nuevo régimen dictatorial requería otro tipo de esfuerzos por parte de las mujeres hispanas. En la inmediata posguerra civil, al deber maternal se le añadió una responsabilidad de mayor envergadura: la perpetuación de las “virtudes de la raza” (Casanova, 2 de mayo de 1940: 6; Casanova, 2 de mayo de 1941: 6). Retomando una elaboración teórica ya presente en el arco discursivo de las derechas españolas de entreguerras, las “verdaderas mujeres de España”, es decir, las católicas y antirrepublicanas, comenzaron a ver exaltadas toda una serie de virtudes femeninas “propias de su sexo”: obediencia, discreción, delicadeza, decencia, devoción y orden (Ortega López, 2010: 217-218). Según Casanova, estas cualidades formaban parte de un arquetipo femenino presente en la historia española desde hacía siglos. Las mujeres peninsulares, abnegadas pero valientes y siempre dispuestas al sacrificio, salían del hogar cada vez que se las necesitaba para desarrollar su tarea crucial en la “regeneración” de la patria española (Casanova, 2 de mayo de 1942: 8). Los exponentes más notorios de estas cualidades femeninas fueron: la reina Isabel, Santa Teresa de Jesús y Agustina de Aragón, entre otras: La mujer española que mira desde las puertas del hogar deslizarse la existencia, aparece en la historia, cuando siente el imperioso llamamiento de una voz que viene del más allá misterioso, donde se elabora la savia de la raza. Entonces, la mujer se transfigura, y sin perder su personalidad se agiganta, nada le arredra, ni el temor a lo desconocido, ni el miedo al fracaso, ni la magnitud del esfuerzo, y es que pesa las acciones con la balanza del corazón (Casanova, 2 de mayo de 1941: 6).
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Sin embargo, una vez concluida esta trascendental labor, las mujeres debían retornar a su lugar de origen y “colaborar en este renacer de España, apuntalando con base firme el santuario del hogar, para que el Estado pueda desarrollar con éxito su obra constructiva” (Casanova, 2 de mayo de 1942: 8). Este cambio de tono fue fomentado desde la península por las agrupaciones católicas y la Sección Femenina de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS –bajo la dirección de Pilar Primo de Rivera–, las cuales instaron a las mujeres a alejarse del espacio público y a retornar a sus labores en el seno familiar, pero siempre tuteladas bajo un rígido encuadramiento ideológico y formativo (Arce Pinedo, 2005: 270-272). Siguiendo estas directrices, Casanova adhirió a esta progresiva despolitización del género femenino luego de años de movilización y participación activa en el espacio público con motivo de la guerra. Su discurso comenzó a despojarse de los componentes combativos y las referencias explícitas a la contienda civil y sus efectos en España. Los periódicos en los que publicaba con asiduidad iniciaron bajo su pluma una serie de secciones femeninas de tono trivial y hogareño. En El Diario Español, desde septiembre de 1939 se encargó de la página “Para mujeres solamente”, que en enero de 1940 se convirtió en “La moda, la mujer y el hogar”. En Juan Español, escribió en las secciones: “Temas femeninos” (1941), “Cuentas de mi rosario” (1942), “Páginas femeninas” (1943) y “Páginas del hogar” (1944). En todas ellas, llevó adelante una escritura liviana y carente de contenido político, sus temas discurrían en cuestiones relativas a la moda, el maquillaje, la crianza de los hijos, la “psicología femenina” y el cuidado del hogar (imagen 4).
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Imagen 4: Sección “Páginas femeninas” de María Teresa Casanova
Fuente: “Páginas femeninas…”, 16 de agosto de 1943, p. 4.
Sin embargo, en paralelo a la producción de este tipo de artículos, la escritora española comenzó a polemizar abiertamente con otras congéneres a través de sus “cartas abiertas” (Casanova, 23 de junio de 1946: 3; Casanova, 18 de noviembre de 1946: 3; Casanova, junio de 1947: 4). Estas misivas publicadas en el periódico Juan Español estaban orientadas a desestimar el posicionamiento y la opinión de mujeres que representaban un concepto de femineidad distinto al suyo. Un ejemplo elocuente de este tipo de operación fue el de la carta remitida públicamente a la abogada y jurista Clara Campoamor en noviembre de 1940, quien se encontraba exiliada en la Argentina desde 1938. Campoamor fue una de las primeras diputadas en el Parlamento español durante la II República y una destacada militante a
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favor del sufragio femenino (Álvarez-Uría, 2013: 629-646). Casanova le dedicó una carta abierta a la exdiputada hispana en la que le cuestionó la propagación, a través de conferencias radiales, de una serie de ideas sobre la femineidad que promovían la continuidad de la lucha en pro de los derechos políticos de las mujeres en la Argentina: […] yo no soy “doctora” ni “intelectual”, lo que bien mirado no deja de tener sus ventajas, porque no se habla de otros tópicos que aquellos familiares a todas las mujeres, que aún tienen el buen gusto y la inteligencia de conservar intacto el preciado don de la feminidad. Enseñad a las muchachitas de hoy a respetarse a sí mismas; preparadlas para ser útiles a la sociedad, hablándoles del amor sin gazmoñería, sin falsos prejuicios, pero sin fomentar la pasión del instinto que bestializa al hombre. Haced obra pacifista, fecunda, cristiana, que no lleva consigo la semilla del odio ni las sombras de rencor, y todo ello hará que nos resulte menos agresivo vuestro título de doctora (Casanova, 15 de noviembre de 1940: 4).
Para Casanova, en consonancia con el retroceso hacia medidas legislativas de tipo patriarcal que se producían en España durante el franquismo, la conquista del sufragio y la emancipación femenina ya no tenían razón de ser: “¿De qué te vale la conquista de tantos derechos por los que abogaste con ruda tenacidad, si no te sirven para mantener el equilibrio de las sociedades y la armonía de los pueblos?” (Casanova, 25 de febrero de 1944: 4). Además de este tipo de artículos, la producción escrita de la periodista española también incorporó nuevas líneas de desarrollo. Al compás de la difusión de la noción de la “hispanidad” que tanto promovía el régimen dictatorial español como mecanismo de acercamiento hacia América, la escritora se sumó a ese esfuerzo teórico por darle cierta coherencia y continuidad al legado histórico y cultural de España en el continente americano: “La hispanidad de América es obra del esfuerzo de los españoles emigrados,
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en quienes se aúnan el espíritu de amor a la patria lejana, con el del trabajo y el afecto a la tierra adoptiva” (Casanova, 28 de marzo de 1941: 3). En esta línea, y aprovechando su designación como corresponsal para cubrir la celebración del “Primer Congreso de Cultura Hispanoamericana” celebrado en la ciudad de Salta en 1942, comenzó a recorrer distintas provincias del país y a publicar una serie de contribuciones de temática cultural en las que intentaba rescatar la herencia colonial hispana presente en el norte argentino (Casanova, 28 de agosto de 1942: 4; Casanova, 12 de octubre de 1942: 2). De este modo, Casanova procuró reconfigurar su rol de mujer española en la retaguardia americana, en primer lugar, contribuyendo a la difusión de un arquetipo de femineidad que, por un lado, se ajustaba a los lineamientos doctrinarios y tradicionales del catolicismo y, por el otro, desarticulaba la mayoría de los logros obtenidos en materia de avances por la emancipación femenina durante la II República. En segundo lugar, colocaba al servicio del nuevo régimen dictatorial español una retórica reivindicatoria de la condición femenina hispana que aplacaba la movilización y la creciente politización femenina conseguida durante los años que duró la contienda civil, intentando recluir nuevamente a las mujeres en el ámbito doméstico. Y, en tercer lugar, se abocaba a contribuir con la construcción española del discurso de la “hispanidad”, a través de la búsqueda de la herencia cultural hispana dejada en la Argentina. Una estrategia discursiva que se orientaba a unir a España, en cuanto “madre”, con sus “hijas legítimas”, las naciones hispanoamericanas.
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Conclusiones En el contexto de la formación de la cultura de masas y la sociedad de consumo del Buenos Aires de entreguerras, el conflicto bélico español permeó distintos aspectos de la vida cotidiana de sus habitantes. De tal forma que era usual no solamente ver cómo se organizaba el vasto movimiento de solidaridad y cómo la prensa seguía con vivo interés el desarrollo de la guerra civil española, sino que además era posible hallar por doquier libros, carteles, emisiones de radio y frecuentes invitaciones a eventos públicos en los que la referencia a la guerra en la península era el elemento central. Ambos bandos se interesaron por dar publicidad al material de propaganda favorable a su causa en la capital argentina. No solo los republicanos tuvieron la intención de movilizar masivamente a sus adherentes, sino que los simpatizantes de la rebelión militar en España también desplegaron una gran variedad de recursos a la hora de difundir su propaganda en la Ciudad de Buenos Aires. Como pudimos advertir a lo largo de este trabajo, el Gobierno del general Franco en España contó con diversas voces de apoyo en la capital argentina. Un buen número de emisiones radiales se crearon en el contexto de la contienda bélica y acompañaron la causa de los rebeldes en la península. Sobre esta cuestión hemos podido advertir el importante papel que adquirió la radiodifusión para la campaña de propaganda de los nacionalistas españoles tanto en la península como en América, en el contexto de la guerra civil. Algunas instituciones profranquistas de la Ciudad de Buenos Aires mantuvieron un espacio propio de difusión radial, como el Centro Acción Española, los Legionarios Civiles de Franco o la Falange Española a través de Radio Excélsior. No obstante, de los distintos programas radiales que se crearon en la Ciudad de Buenos Aires a favor de los sublevados en España, se destaca la presencia prolongada en el tiempo de un mismo equipo de comentaristas y locutores integrado
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por Rafael Fontenla y Antonio Madueño, alias Juan Español, bajo la dirección de una singular exponente femenina, la periodista y locutora María Teresa Casanova. A diferencia de la libertad de acción que observamos para la difusión de las distintas doctrinas políticas en la prensa de la época, el Estado nacional intervino con mayor rigor sobre la propaganda que se emitía a través de las ondas. Al respecto, la Dirección General de Correos y Telégrafos llegó a prohibir expresamente cualquier tipo de mención sobre los sucesos bélicos en la península, intentando de esa forma evitar la intromisión de consignas políticas extranjeras en las audiciones radiales propagadas en el país. La severidad de esta medida fue ratificada por el presidente de la Nación a través de un decreto del Poder Ejecutivo nacional en el que confirmaba su pertinencia, a pesar de los reclamos cursados por la Federación de Organismos de Ayuda a la República Española y el dueño de Radio Excélsior. Como consecuencia de la normativa impuesta, se produjeron algunos cambios superficiales en las audiciones radiales de los nacionalistas españoles, pero ello no impidió que en agosto de 1939 la Dirección General de Correos y Telégrafos decidiera suspender las emisiones de la audición Madre Patria por incumplir las disposiciones antes citadas. Con respecto a la labor de la periodista María Teresa Casanova, sabemos que fue la directora de la mayoría de los proyectos radiales que adherían al Gobierno de Burgos durante la guerra civil. Casanova inició su recorrido ante los micrófonos nacionalistas con la audición Habla España patrocinada por el Centro Acción Española, pero pronto pasó a dirigir los proyectos financiados por la Oficina de Prensa y Propaganda de la Representación oficiosa de Buenos Aires: Madre Patria, Orientación española y Nuevas carabelas. El periplo de su carrera ascendente resulta un exponente claro de lo apreciada que fue su labor propagandística en la radio porteña. El trabajo constante de esta publicista femenina fue recompensado con el reconocimiento de las autoridades de la península a través de una beca del Instituto de
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Cultura Hispánica, que la llevó a recorrer España en 1948 y a tener la oportunidad de pronunciar un discurso por Radio Nacional España y de entrevistarse personalmente con Pilar Primo de Rivera y el general Franco. A través de la voz y la pluma de esta periodista de origen español, las mujeres argentinas y españolas también fueron objeto de un discurso propagandístico especialmente dirigido a ellas. En el contexto de la contienda bélica, la mujer adquirió un rol cada vez más destacado en el espacio público, contribuyendo desde la retaguardia americana a sostener las diversas iniciativas de solidaridad que se organizaron en ambos bandos. Casanova participó de esta arenga a favor de la movilización femenina que caracterizó a los años de la guerra. No obstante, este llamado se producía desde un lugar circunstancial de reivindicación de la función maternal y moral de la mujer en ese momento de crisis. Al finalizar la guerra, su discurso también se transformó, en la medida en que el régimen dictatorial ahora requería otro tipo de esfuerzos por parte del género femenino. Acompañando la desmovilización política y social de la posguerra, así como también la nueva reclusión de la mujer en el ámbito doméstico, Casanova comenzó a despojar su discurso de los contenidos combativos que la caracterizaron para pasar a reproducir artículos de tono trivial y hogareño en los medios en los que publicaba. De este modo, la periodista siguió las líneas directivas del nuevo adoctrinamiento femenino en la península, el cual pugnaba por el regreso de la mujer al hogar y su sometimiento a la voluntad del marido. La tónica y el contenido de su discurso se amoldaron a ello, de tal forma que contribuyó a la difusión de un nuevo sentido de la femineidad hispana que se asoció al ejercicio de las virtudes cristianas (abnegación, obediencia, docilidad y sacrificio), identificadas en las vidas ejemplares de las grandes féminas que caracterizaron a la historia española, como la reina Isabel la Católica y Santa Teresa de Jesús, entre otras. En paralelo a este cambio de registro discursivo, vacío ya de cualquier contenido político, Casanova también
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se propuso contribuir a la construcción del argumento de la “hispanidad” a partir de la búsqueda de la herencia colonial española dejada en la arquitectura, el arte, las costumbres o la cocina regional del territorio argentino.
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Una dignidad en juego Ángel Ossorio y Gallardo, postrer embajador de la República Española en la Argentina SILVINA MONTENEGRO Y MARIANO RODRÍGUEZ OTERO
La cosa ya no tiene remedio. Soy un hombre que se ha pasado la vida en un descansillo de escalera llamando a la puerta de la derecha y a quien han abierto siempre la de la izquierda. En menos palabras: la labor de toda mi vida no ha servido absolutamente para nada (Ossorio y Gallardo, 1946: 133).
En este trabajo nos proponemos analizar la trayectoria del jurista, político y diplomático español Ángel Ossorio y Gallardo (Madrid, 1873-Buenos Aires, 1946), quien fue el último embajador de la República Española ante la Argentina y que, a partir de la entrega de la embajada a los representantes de los “nacionales” en febrero de 1939, permaneció en ese país como exiliado hasta su muerte. Desde su llegada a Buenos Aires en junio de 1938 hasta su fallecimiento ocho años más tarde, Ossorio desempeñó un papel fundamental. Primero, como articulador del movimiento de solidaridad con los republicanos españoles que se había gestado en la Argentina –en continua expansión durante los meses posteriores–, dentro del cual operó como importante moderador de los conflictos cruzados al interior de ese campo. Más tarde, como exiliado, se constituyó en un destacado nexo entre los emigrados republicanos y la sociedad argentina que los recibió.
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Embajador o exiliado, ambas etapas de su vida nos parecen inescindibles, pues fue precisamente durante su breve pero intenso período como embajador cuando se tejieron las redes que permitirían la inserción de los exiliados de 1939. Su propia personalidad y sus acciones en períodos anteriores –que por ello aquí creemos importante reseñar– también consolidaron esa posibilidad de prestigio. Este trabajo, cabe anotarlo, es una aproximación a la figura de Ángel Ossorio y Gallardo. En alguna medida, nuestra intención es rescatar algunos rasgos de su trayectoria e inscribirla tanto en su contexto de época, como en una perspectiva actual que le brinde renovada vigencia. Para ello, nos basamos en un relevamiento inicial que se detiene en varios tipos de fuentes y testimonios diversos. Nuestro objetivo es destacar cierta continuidad, más allá de los avatares puntuales de la política de cada momento. Es por eso por lo que vemos unos hilos a través de los cuales se puede ligar su itinerario político, en especial la última etapa de su vida –en la cual se centra este trabajo–, que es la que lleva a este tránsito de embajador a exiliado. Es un tránsito de dignidades tan distantes en lo formal que solo pueden hallar un común denominador en el ámbito de las concepciones que sostuvo Ossorio y Gallardo durante su vida pública, más allá de circunstanciales cambios de abanderamiento político. Por todo ello, y aprovechando los ricos sentidos que nos da la palabra, escogimos titular este escorzo biográfico como los avatares de una dignidad, asumiendo el múltiple contenido de calidad de digno, realce, decoro en el comportamiento y también de cargo o empleo de autoridad, que debió conllevar el de ser el último embajador del legítimo Gobierno español y republicano en esta parte del mundo en unos años justamente aciagos para la dignidad propiamente dicha.
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Sus primeras lides políticas Ángel Ossorio y Gallardo nació en Madrid el 20 de junio de 1873 en el seno de una familia acomodada, hijo de Manuela Gallardo y Rodríguez y del escritor, respetado periodista y traductor Manuel Ossorio y Bernard (1839-1904)1. Desde muy joven, hizo sus primeras armas en el periodismo como redactor de la Revista de los Tribunales y del periódico El Día. A los 17 años escribió, junto con su hermano Carlos –periodista, nueve años mayor–, y en tono satírico, el Manual del perfecto periodista. Graduado en Derecho en 1894 en la Universidad Central de Madrid, comenzó su ejercicio profesional como abogado de pobres y más tarde como fiscal sustituto. En 1896 publicó Legislación mercantil terrestre, un año después El divorcio en el matrimonio civil, y cuatro años más tarde, Comentarios a la Ley de Accidentes de Trabajo. Se afilió al Partido Conservador y acompañó fielmente a Antonio Maura cuando este se escindió de la agrupación en 1913 (ver su trabajo “Un discurso y tres artículos”). Su fascinación por Maura, como explica el propio Ossorio, tiene que ver con su honradez y capacidad para ser a la vez católico y liberal, cualidades que admira pues en ellas se ve reflejado él mismo: Maura fue el liberal más puro, más tenaz, más incorruptible que yo he conocido en toda mi vida. Habrán oído decir generalmente que fue un reaccionario tremebundo y recalcitrante. No hagan caso y créanme a mí. […] Maura es profundamente católico, pero profundamente liberal. Y lo explica: Hay quien halla contradicción fundamental entre la sinceridad con que se tiene la lealtad de reconocer que profeso y practico las [sic] ideales liberales y mi ferviente fe católica, que se manifiesta en muchas frases mías y en todos mis actos. No veo en esto discrepancia ni desacuerdo alguno, porque, para mí,
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Un apunte biográfico sobre su padre se encuentra en las Obras escogidas de Manuel Ossorio y Bernard, publicado en 1928 por Ángel y su hermana [María de] Atocha, quien también fuera periodista.
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el Derecho público no es católico ni protestante. Dentro de las leyes no cabe semejante distinción (Ossorio y Gallardo, 1946: 65-67).
Bien leída la referencia, y al saber, por ejemplo, que más adelante se interesaría por Don Sturzo, lo que tenemos en Ossorio es el esbozo de un protodemócrata cristiano, que está muy por delante de las intenciones que en esa época podía apoyar el mismo Vaticano. Cabe recordar que Roma aún no daba aires a una renovación que asumiera plenamente los postulados democráticos manteniendo una posición sibilina y ambivalente de la que pasadas décadas sería víctima este católico y liberal al frente de la legación republicana en el Buenos Aires de los años treinta (por ello Tusell [1986] no estaba nada desacertado al ubicar a Ossorio en un capítulo titulado, precisamente, “Los solitarios”). La cita, por todo lo que tiene de autorreferencial, no deja de explicarlo a Ossorio mismo, y con este modelo en mente su parábola ideológica es entendible, ubicándolo a comienzos de la centuria en el conglomerado de conservadores reformistas españoles con eco internacional –por ejemplo en la Argentina, como ha señalado Natalio Botana (1986)–. Por otro lado, cabe consignar que los tiempos que vendrían –más precisamente nos referimos a los de la posguerra de la Primera Guerra Mundial– fueron de un gran trasvase ideológico de figuras y que tal circulación no se puede explicar, simplemente, como un mero transfuguismo. No es casual entonces que por esos años iniciales el liberal y republicano gijonés Melquíades Álvarez pareciera estar en las antípodas, pero, con sus avatares específicos, cuando llegara la hora definitiva de la guerra civil española, los halláramos diametralmente cruzados en bandos irreconciliables, a pesar de ellos mismos. Con este bagaje a cuestas, Ossorio fue concejal y teniente de alcalde de Madrid por la Sociedad de Fomento de las Artes (asociación de la que era secretario) y diputado a Cortes a lo largo de varias legislaturas, entre 1903 y
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1923. En sus Memorias, se describe como un parlamentario “oscuro y sin gusto”, pues: “Hizo falta la República para que en mí se me despertase la fe parlamentaria” (Ossorio y Gallardo, 1946: 14). En esta primera etapa, Ossorio publicó una serie de obras: algunas conferencias que se transformaron en folletos u obras breves, textos políticos y jurídicos cercanos a su profesión y estudios históricos centrados en cuestiones regionales, en especial catalanistas. Estos escritos, que poseen la capacidad de ir delineándonoslo, fueron el fruto de su experiencia como gobernador civil de Barcelona. Ocupó el cargo por ruego de Maura entre 1907 y 1909 y dimitió cuando la llamada Junta de Autoridades sucumbió a las autoridades militares y, contra su parecer civilista de sujeción de las tropas a su autoridad, declaró el estado de guerra, durante los sucesos de la Semana Trágica barcelonesa.2
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Nos legó la transcripción del acta de esta Junta en la que deslinda responsabilidad y posteriormente presenta su renuncia al cargo de gobernador civil (Ossorio y Gallardo, 1946: 89-90). Para no esquivar el bulto terrible del fusilamiento Francisco Ferrer y Guardia, hará alusión a su ausencia en funciones políticas al llevarse a cabo el aciago proceso contra el libre pensador y “pedagogo” de la “Escuela Moderna” (Ossorio y Gallardo, 1946: 91-92). Para que todo sea dicho en otra de sus obras autobiográficas –La España de mi vida (1941a)–, intentó alguna defensa en este particular de su mentor Maura, quien quedaría ligado para siempre a este hecho de sangre. Su sofisticada explicación es más atribuible a su lealtad sin baza al político mallorquín que a otra razón de peso: “El dilema es inexorable. ¿La sentencia de muerte fue justa? Pues entonces no hay que extrañarse de que el Gobierno [gabinete Maura] no indultara. ¿La sentencia fue injusta? En tal caso hay que combatir al Tribunal militar que la dictó. Pero excluir la responsabilidad de los Jueces porque tienen sable y concentrar la ira contra Maura porque era un caballero particular que no podía defenderse, ni es contingente...ni es heroico” (Ossorio y Gallardo, 1941a: 55). Para una versión nada personal de los acontecimientos de Barcelona, de cómo se fraguaron y del importante contexto sociopolítico regional, vale la referencia al ya clásico trabajo académico de Joaquín Romero Maura (1974). En él, y merced a los ricos archivos de correspondencia de las familias Maura, Cambó y La Cierva, no queda tan pulcramente ubicado nuestro biografiado. Resulta fundamental tener en cuenta la triple división entre catalanis-
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Un año más tarde, publicó en Madrid el folleto Barcelona, Julio de 1909, declaración de un testigo, donde explica su actuación en esa coyuntura, y Conversación sobre el catalanismo. De 1913 data la Historia del pensamiento político catalán durante la guerra de España con la República Francesa (1793-1795) (hay reedición en Madrid en 1931, que es la que consultamos y citamos). Señalemos cómo el tema catalán y su especificidad diferencial ya no lo abandonaría en sus preocupaciones3 y, después de la guerra civil española, se plasmaría como un compromiso en otras obras que también contribuyeron a resaltar sus ideales: Vida y sacrificio de Companys,4 de carácter apologético hacia su amigo admirado y trágicamente desaparecido, y un ensayo previo y más general, La Guerra de España y los catalanes (editado en Buenos Aires en 1942).
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tas, populistas republicanos (seguidores del controvertido Alejandro Lerroux) y anarquistas, y a su vez las relaciones con el fraudulento sistema político central. La inequívoca ligazón entre esta ardua etapa y su fervor catalanista queda comprobada al declarar en 1941a: “Para la liquidación de mi conducta como Gobernador de Barcelona, sólo me resta apuntar un dato. Treinta y dos años han pasado desde que salí de allí. Desde tan lejano momento hasta el día en que perdimos la guerra (momento en que he quedado totalmente incomunicado con España) catalana ha sido una gran parte de mis amistades; mi bufete se ha nutrido, lo menos en un tercio; con pleitos de Cataluña, he sido colaborador de La Vanguardia, he dado conferencias a porrillo en todo el territorio catalán, eran muy compenetrados conmigo los hombres de la Liga Regionalista [forma diagonal de aludir al influyente Francesc Cambó] lo han sido luego los gobernantes republicanos de la Generalidad, he defendido en el Parlamento y en los Tribunales el Estatuto de Cataluña, he sido abogado del Presidente Companys en su memorable proceso, he dado fiestas a los catalanes, me han llevado ellos a las suyas... Estoy contento de haber sido Gobernador de Barcelona” (Ossorio y Gallardo, 1946: 55). Editada en Buenos Aires en 1943, hay una oportuna reedición en Cataluña de los años de la transición posfranquista. Apuntemos que el vínculo de Ossorio con Companys se soldó definitivamente cuando nuestro jurista aceptó gustoso ser el letrado defensor del dirigente catalán acusado por la rebelión de 1934, en su región (ver referencia en nota anterior). En ese proceso, teñido de revanchismo reaccionario, coincidió con otros letrados de prestigio, a quienes reencontraría un lustro después en el Buenos Aires del exilio. Ellos eran Augusto Barcia y Luis Jiménez de Asúa, defensor de Santiago Casares Quiroga (Ossorio y Gallardo, 1946: 219).
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Según su declaración –y vista en clave retrospectiva–, la empresa catalana fue esencial en una revelación determinante de su acción política, perdurable hasta sus últimos días de servidor público: Quizás la confesión no me honre mucho, pero me repugna ocultarla. Hasta aquella fecha (cumplí yo en 1907, 34 años) ni tuve concepto cabal de la patria ni me hice cargo de lo que era un patriota. ¡La patria! Todos decimos, desde niños, que la sentimos, y no es verdad. Lo cierto es que queremos sentirla, pero nada se hace para que nuestra tendencia llegue a convicción y nuestra simpatía se convierta en amor. En la infancia y en la adolescencia, formamos sobre la patria una idea de bandera y charanga, a lo sumo de griterío callejero o de oda retumbante por efecto de consonantes rotundo. Hay quien se muere sin haber llevado su concepción patriótica más allá. Y sin embargo, con la patria ocurre lo que con todas las sublimaciones del alma humana: no se llega a ellas sino por el camino del dolor. […] Esto explica que yo no hubiera medido lo que la patria tiene de profundo y de amplio hasta que de cerca presencié el riesgo en que se hallaba (Ossorio y Gallardo, 1931: XI).
En 1919 –entre el 15 de abril y el 20 de julio–, Ossorio se desempeñó como ministro de Fomento del gabinete de Maura. En 1922 participó de la creación del Partido Social Popular, malogrado con el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera. Sin perder de vista a su reverenciado Maura, Ossorio nos dirá de la dictadura –que en esencia hace derivar directamente del ánimo golpista del rey Alfonso XIII, o más precisamente de Miguel Primo de Rivera–: Sin la majadería de Primo de Rivera, la vida de España también habría sido enteramente distinta. Al advenir la dictadura advertí (como había advertido Maura) que ella derribaría a la Corona. Acertamos. (Ossorio y Gallardo, 1946: 71-72).
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Pero es necesario considerar también que esta es su sintética apreciación retrospectiva, que no es sorprendente si recordamos su papel central en la iniciativa formadora del Partido Social Popular (con la materia de unos jóvenes mauristas y, por tanto, reformistas de base cristiana)5. La ramplonería autoritaria del militar y la desafiante crítica del tribuno los haría definitivamente irreconciliables, enorgulleciéndose Ossorio (1946: 126) de que “había deslizado en los comienzos que le iba hablar de varón a varón” (extractado por él mismo, del artículo que publicara en El Liberal de Madrid, un par de días después del pronunciamiento –subrayado en el original–). Aun después de la catástrofe de la guerra civil –con un sorprendente criterio de calificación comparativa–, al referirse a este período y emitir su juicio dirá: La enumeración de acusaciones, propósitos de enmienda, halagüeñas promesas, presagios de rosicler, todo, todo, quedó en el vacío y en el engaño. Después de cerca de siete años de ejercer un Gobierno de casta con las manos libres y en impunidad verdadera, no quedaron sino barbaridades, indecentadas, desafueros sin límite, cacicadas, atropellos y un agotamiento del Código penal, desde los más grandes delitos hasta las faltas minúsculas. […] Aquel fenómeno dictatorial, el más lamentable de la historia de España, porque si otros la llenaron de sangre, éste hizo algo peor para un pueblo: cubrirle de ridículo (Ossorio y Gallardo, 1946: 122-123).
Pese a tan severa adversidad política, fue una época fecunda no solo en demostraciones de bizarría, sino en su apreciada función de editor. En los últimos años de la
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Aunque de nuevo es Tusell (1986: 112) el que, a la vez de identificarlo claramente como un opositor al dictador, no ahorra explayarse sobre la coincidente posibilidad de acción "quirúrgica" que los ponía a ambos personajes demasiado cerca uno de otro. Igualmente, más allá de sus arengas, Ossorio no sucumbió a esa tentación y desempeñó un arriesgado papel de crítico desde los albores del nuevo Gobierno, lo que le valió incomodidades, pero luego le redituó en prestigio bien ganado.
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década, dejando atrás –por escindido y perseguido– su vinculación con el Partido Social Popular, encaró la dirección de la “Sociedad de estudios políticos, sociales y económicos”, que como sello editorial dio cabida a obras que a su vez signaron una tendencia6. De ese conjunto dará razones Ossorio en algunas páginas de sus Memorias: El primer intento [el Partido] tuvo escaso éxito, porque siendo su finalidad política, claro es que habíamos de ser perseguidos por todas partes. Lo segundo [el emprendimiento editorial] fue más hacedero, porque como no nos proponíamos sino publicar libros, el Gobierno tuvo menos alcance para atajar nuestras intenciones. Los libros y folletos que llegamos a dar a estampa, […] [tenían] […] el propósito de ir formando una educación administrativa y política… (Ossorio y Gallardo, 1946: 132).
A renglón seguido, será Ossorio quien, con total transparencia, explique los motivos al advertirnos de la razón por la que él reseñó el libro de Sturzo: Claro es que los libros de mayor intención política eran los míos, pues evidentemente al glosar los ataques del abate Sturzo contra Mussolini, lo que yo hacía era reproducirlos contra Primo de Rivera, y al tratar de la justicia censuraba la vida de un país donde la justicia había sido suprimida, y al examinar lo que debía ser el Parlamento y el Gobierno, combatía el antiparlamentarismo del dictador; pero la verdad es que cosa muy semejante hacía el padre Romero Otazo al estudiar el
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N, por Blas Vives; Un libro del abate Sturzo, por Ángel Ossorio; El conflicto entre el comunismo y la reforma social, por Carlos Ruiz del Castillo; Antonio Maura, por Ángel Ossorio; Bases para la reorganización judicial, por Ángel Ossorio; Las realidades, las posibilidades y las necesidades forestales de España, por Antonio Lleó; Balmes. La libertad y la constitución, por José María Ruiz Manent; Civilidad, por Ángel Ossorio; Los problemas previos a la estabilización de la peseta, por Blas Vives; Incompatibilidad, por Ángel Ossorio; Sentido democrático de la doctrina política de Santo Tomás, por Romero Otazo; Gobierno y parlamento, por Ángel Ossorio; La reforma agraria, por Pascual Carrión; Una posición conservadora ante la República, por Ángel Ossorio (Ossorio y Gallardo, 1946: 132).
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sentido democrático de Santo Tomás o el ingeniero Pascual Carrión al volver la vista a los derechos del pueblo sobre la tierra (Ossorio y Gallardo, 1928: 132-133).
Llega la Segunda República Luego de tantos posicionamientos y de anuncios de autonomía, tal que su gráfica descripción de “un monárquico sin rey” –que debía ser representativa de un sentir compartido por sectores más amplios como para alcanzar tal trascendencia–, llegó el período de la Segunda República. Su opinión quedó plasmada, delineando una futura capacidad de abstracción ante los extremos, en análisis de gran nitidez: [Tras el resultado de las elecciones de junio de 1931] que España marcha hacia la izquierda en cuanto al fondo de los problemas y hacia la derecha en los procedimientos; quiere acabar lo viejo, pero por medios ordenados y jurídicos (Ossorio y Gallardo, 1946: 133).
La integración de Ossorio al régimen no podía ser más pautada. Al comenzar, fue su acción en las Cortes Constituyentes poniendo su énfasis por mantener el equilibrio y hacer primar un criterio de juridicidad, opuesto a todo exceso protorrevolucionario. Los manejos del presidente Alcalá Zamora, desestimando la acción de las comisiones que integrara, especialmente la que estudiaba –bajo fuertes presiones– la relación entre la Iglesia y el Estado, lo llevaron a renunciar. En rigor de verdad, su alejamiento no consiguió distanciarlo de la defensa de la Constitución de 1931 ante los embates de sectores cada vez más radicalizados de la derecha. Pero no solo no se apartó, sino que lentamente se fue encolumnando en el apoyo a la República, poniéndose de ese lado legalista y constituido, por ejemplo, cuando
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se produjo la Sanjurjada,7 para luego solicitar y obtener el indulto contra la pena capital dictada contra el militar. Así, Ossorio fue consolidando la prédica de la conciliación –por encima de las banderías partidarias–, posición en la que nos lo encontraremos durante la guerra civil. Pero su ubicación centrista y defensora al menos de la intención y acción de los constituyentes fue pasada por alto. Mas luego condenará los intentos revanchistas de reforma constitucional por abusivos, durante el bienio derechista. Va completándose de este modo el esbozo de las acciones y el perfil con que encontraremos a Ossorio en los comienzos de la guerra civil. Y así, con el pronunciamiento golpista devenido en conflicto fratricida, le tocó encargarse de algunos destinos diplomáticos riesgosos y que lo requirieron en su doble –y apreciada– condición de conservador democrático y de católico reconocido8. Sin embargo, sus misiones diplomáticas en Ginebra, Bruselas y París estuvieron lejos de ser exitosas. En el primer caso, a pedido del ministro de Asuntos Exteriores Álvarez del Vayo, Ossorio partió como delegado a la Sociedad de las Naciones en setiembre de 1936 y de allí prosiguió viaje para hacerse cargo de la embajada en Bruselas.
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Rebelión monárquica iniciada en Sevilla el 10 de agosto de 1932 por el entonces jefe de carabineros general José Sanjurjo Sacanell, apodado por sus acciones coloniales el León del Rif. Condenado a la pena capital, fue indultado y se instaló en Portugal. Desde allí, tramó permanentemente contra el Gobierno legítimo y por ello era considerado el jefe natural del golpe de julio de 1936. Su muerte en accidente de aviación el 20 de julio dejó el camino libre para que Franco incrementara su predominio. A un Sanjurjo hastiado por los melindres de Franco, se le atribuye la polisémica exclamación de que el pronunciamiento militar se haría “con Franquito o sin Franquito” (aquí, y en general en el resto del trabajo, los detalles biográficos han sido tomados de Manuel Rubio Cabeza [1987]). Vaya como una muestra de la insidia el título de uno de los folletos del “Gobierno de Burgos” editado en torno a 1937: “Ni somos iguales ni hacemos lo mismo con la presentación del ‘embajador’ soviético, el exdemócrata acatólico Ossorio y Gallardo” (Colección The Herbert Rutledge Southworth Collection on the Spanish Civil War, 1937).
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La experiencia de la vida en Ginebra y los debates que sobre la guerra civil española se dieron en el seno de la Sociedad de las Naciones fueron una decepción. Aunque es lógico pensar que su visión de los hechos en un libro escrito cinco años después esté opacada por el hecho irrefutable de que la República, efectivamente, perdió la guerra y por el sentimiento de impotencia ante la Guerra Mundial en curso, también es cierto que la sensación de inutilidad de los organismos internacionales se respiraba en el aire desde mucho antes: Aquello era una inmunda farsa. Mientras había que abordar cuestiones de segundo orden, todo iba bien. […] Pero en cuanto apuntaban los temas candentes, todo era hipocresía, cobardía, disimulo, engaño, impudicia. […] No era lícito decir una palabra clara. Todo eran rodeos, circunloquios, perífrasis, atenuaciones. […] Por doquier se advertía el desvío que nos cercaba y que había de acabar asfixiándonos. […] No escuché otras palabras de justicia sino las de los Delegados de Rusia y Méjico. […] Recuerdo todo aquello con repugnancia (Ossorio y Gallardo, 1941a).
Siguiendo con el recuento, tampoco es bueno el recuerdo de la misión diplomática en Bruselas: El ambiente era hostil. Sólo tuve al lado de España, al patriarca del socialismo Emilio Valverde y a su esposa, bravísimos luchadores por nuestra causa […] y a diez o doce intelectuales comprensivos y paremos de contar. Todo lo demás, del Rey para abajo, era cerrilmente hostil (Ossorio y Gallardo, 1941a: 153).
En ese contexto tan adverso a los republicanos españoles, poco se podía hacer. Ossorio, sin embargo, no se dejó ganar por el desánimo y pronto se abocó a iniciar las tareas de propaganda, escribiendo artículos, publicando folletos, organizando conferencias y colaborando con diversos periódicos europeos. Todo ello sería amplificado en tierra francesa.
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Su siguiente destino, la embajada española en París, fue una etapa intensa y compleja. Mientras que las fuerzas conservadoras eran –como en todas partes– hostiles a la República Española, un nutrido grupo de intelectuales y militantes sindicales celebraban actos callejeros u organizaban colectas en su favor. Los socialistas estaban divididos entre quienes los apoyaban abiertamente y quienes se mostraban temerosos de verse involucrados en una nueva guerra: “Y, en fin, quienes nos ayudaban a cara descubierta, sin temor ni recelo, eran los comunistas; lo cual, más nos perjudicaba que nos favorecía” (Ossorio y Gallardo, 1941a: 160). El gobierno del Frente Popular francés, presidido por León Blum: […] vertía muchas lágrimas, pero procedía como nuestro mayor enemigo. […] ¿Por qué esta política insensata? Sencillamente, porque el Gobierno francés estaba rendido, humillado ante el inglés y le obedecía ciegamente y sin rechistar (Ossorio y Gallardo, 1941a: 161).
Sus tareas en Francia, como antes en Bélgica, excedieron con mucho a las usuales de un diplomático. Allí se abocó a la actividad como editor de obras, a veces escritas por encargo, otras llegadas a sus manos por iniciativa de los autores. La idea de que la palabra tiene un poder sobre las acciones es muy clara en Ossorio. Recordemos que las publicaciones y ese afán distintivo por la difusión de las ideas a través de la prensa y el libro eran una característica de Ossorio tan propia de su acción que, aunque expresara desilusiones terribles –como las que transcribimos más abajo–, lo marcaron durante todas las etapas de su vida. Afinando la perspectiva, no sería difícil filiarla en una raíz propiamente ilustrada, lo que además consagra una idea de respeto por las reglas y una confianza en el valor de las reformas. Al inclinarse por la idea fuerza de iluminar, la asocia a la confianza en un futuro suficientemente calmo y ecuánime. Si, más adelante, Ossorio
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llegó a posicionarse como antifascista es también en lo que esas expresiones totalitarias tienen de adversarios de los valores autonómicos –de raíz kantiana– que conlleva la Ilustración9: Claro que no habíamos de ganar la guerra con letras de imprenta, pero sobre que la labor sirvió para iluminar muchas conciencias, todas esas publicaciones, pletóricas de datos indisputables han quedado para iluminar la Historia cuando la Historia se pueda hacer (Ossorio y Gallardo, 1941a: 171).
Muchas de las obras entonces presentadas a orillas del Sena luego fueron reimpresas en sus siguientes ediciones en Buenos Aires, con visos de una difusión en el Cono Sur. Sin descartar otras, nos referimos en concreto a Doy Fe…, un año de actuación en la España nacionalista, de Antonio Ruiz Vilaplana (huido secretario judicial de Burgos),10 o a Así asesina Falange, una celda de condenados a muerte en un cuartelillo de Falange Española de San Sebastián, del doctor Manuel Garabain.11
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No es nada alambicada la filiación a un común impulso ilustrado si se toman en cuenta detalles tales como que Jean Sarrailh, celebre hispanista y dieciochista francés, escogiera a este “editor de emergencia” para dar a prensa su Le pronouncement de 18 juillet de 1936.. En 1954, ya rector de La Sorbonne, Sarrailh se consagraría con un libro tan rupturista como significativo en su temática. L’Espagne éclairée de la seconde moitié du XVIIIe siecle,, que, como no podía ser de otra manera, traduciría y publicaría en castellano el Fondo de Cultura Económica de México. Editado en París, por Ediciones Imprimerie Coopérative Étoile, con hasta una tercera edición fechada en 1938. También –y en eso basamos nuestra afirmación de vinculación– puede localizarse una segunda edición en Buenos Aires fechada en 1937, Colección La Nueva España, sello editorial y periódico homónimo del Comité de Ayuda al Gobierno Español del Frente Popular, con domicilio en Piedras 80 de la Ciudad de Buenos Aires. Publicado originalmente París, según declara (Ossorio y Gallardo, 1941a: 171), junto con la extensa y pormenorizada nómina de la que extraemos los casos apuntados. En 1938, la Editorial Pampa, de Buenos Aires, publicó una segunda edición que llevaba precios para nuestro país, Chile y Perú, en una visión hemisférica del asunto de la difusión.
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Sondear algunas bibliotecas de exiliados republicanos en la Argentina debería permitir detectar más obras de este período de Ossorio como “embajador-editor” en París, y más aún si ellas se formaron desde nuestra orilla.12 Este material, por lo tanto fácil de hallar en la Argentina, pretendía minar el naciente franquismo, desprestigiándolo en su mitomanía. Estas encomiables tareas como editor y como propagandista en contacto con el mundo intelectual no lo liberaba, sin embargo, de las labores propias de su función. Muy a su pesar, debía cumplir con las fiestas, reuniones y banquetes, para evitar la imagen de decadencia, abatimiento o derrota, tareas a las que no renunciaría, aun cuando su condición política y la del gobierno del Frente Popular al que representaba parecían inexorablemente perdidas: Minuto tras minuto esperábamos el telegrama anunciándonos que alguno de nuestros hijos estaba herido o muerto. Era lo verosímil. Y con las almas afligidas teníamos que hacer la comedia del mundo diplomático. La Embajada no podía aminorar su ostentación en aquellas circunstancias trágicas, precisamente, por ser trágicas. […] Había que recibir, festejar, bromear, dar a las gentes los ánimos que nos faltaban a nosotros, y exhibirse para que no cundiese la especie de que éramos, como buenos rojos, unos desarrapados sin educación y sin hábito de comer a manteles. […] Yo era España y España no podía estar triste porque se estaba llenando de gloria y, además, iba camino del triunfo. ¡Qué nadie pudiese inferir cosa en contrario por la vida que en la Embajada se llevase o por los rostros del Embajador y su familia! (Ossorio y Gallardo, 1941a: 172).
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Es el caso de la frondosa exbiblioteca de Leandro Pita Romero, en la que localizamos otro de los títulos de esta casa parisina Ediciones Imprimerie Coopérative Étoile, el que precedía a la obra de Vilaplana declarado por Ossorio: Yo he creído en Franco, Proceso de una gran desilusión (dos meses en la cárcel de Sevilla) de Francisco Gonzálbez Ruiz, París, 1937.
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Años después, cuando relató al gran público los causales de su traslado, no fue muy claro, pero deslizó unas suspicacias ligeramente antisoviéticas que habrían podido desincriminarlo retrospectivamente ante sus lectores (acompañados de algunos comentarios sobre su buena estrella también evocativa ante la tragedia de Companys)13: Tampoco supe nunca por qué me sacaron de París y me enviaron a Buenos Aires. Supongo que algo tuvo que ver con aquello la simpatía de nuestra República con la política rusa y la ayuda que ésta nos había prestado, así como el carácter comunista o comunizante de nuestro embajador en el país de los soviets, doctor Marcelino Pascua. No sé si me pasaré de mal pensado. Pero mi opinión fue ésa y a ella consagré mi juicio desde que partí de Francia para América. En realidad ésta fue mi salvación, porque si me llegan a dejar en París a estas horas habría sido yo preso y fusilado como mi desventurado amigo Luis Companys. Por fortuna no fue así, y tranquilamente pude ir embarcado a Nueva York, y de esta capital a la Argentina (Ossorio y Gallardo, 1946: 216).
La anteúltima pelea: la dignidad institucional en Buenos Aires Desde que se le comunicó la noticia de su nuevo destino en Buenos Aires, Ossorio advirtió las dificultades de medios que le esperaban, y de ello dejó testimonio en la
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Por permanecer en Francia al tiempo de la invasión alemana, fue capturado por la Gestapo, remitido a París y posteriormente entregado inerme a los servicios franquistas en Madrid. Luego de interrogatorios en la Dirección General de Seguridad, se lo remitió a Barcelona. Allí fue procesado por un consejo de guerra en juicio sumarísimo el 14 de octubre de 1940 bajo la acusación –no poco irónica por lo refleja– de “adhesión a la rebelión militar” y fusilado al amanecer del día siguiente en los emblemáticos fosos del castillo de Montjuïc (tal que tres décadas antes lo fuera Ferrer y Guardia).
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correspondencia oficial de carácter reservado a sus superiores en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en la que su crudeza dista mucho del tono que destilan sus recuerdos o memorias: Es sabido en el Ministerio que la Embajada de Buenos Aires está sin acabar de arreglar, pues tiene vacío el piso destinado, precisamente a recibir, o sea el salón y el comedor grandes. Muy mal efecto haría en cualquier parte y peor aún en aquel país, preocupado con exceso de las cosas accidentales, esta muestra de impotencia económica o de descuido burocrático. […] Allí no hay ropa de cama, de mesa ni vajilla, ni cristalería, ni cubiertos. […] Ruego a V. también vigile el modo de que yo esté enterado allí de lo que pasa en España. No sé cómo atienden ahí este servicio pero yo tengo la preocupación de que quien se va a América es como si cayera en un pozo. Quisiera equivocarme (Ossorio y Gallardo, 1938a).
Esta sensación de aislamiento en que lo colocó su nuevo y lejano destino se confirmó a pocos días de su llegada, cuando se mostraba preocupado por la falta de noticias confiables: Sólo sé lo que dice la prensa y aquí, con V. sabe sobradamente, sobre ser apasionadísima para un lado y para otro, suele estar hecha de manera disparatada. Especialmente los periódicos de nuestro lado, son magníficos en lealtad y bravura, pero hacen unas informaciones absurdas, llenas de vaciedades e inexactitudes (Ossorio y Gallardo, 1938b).
Al conocerse la noticia de su próxima llegada a Buenos Aires, el periódico España Republicana trazó para sus lectores, tanto españoles como argentinos, una semblanza de la personalidad del nuevo embajador: Don Ángel Ossorio Gallardo ha sido designado embajador de España en la Argentina. Es un hecho que nos provee vivísima satisfacción por múltiples conceptos. Don Ángel Ossorio Gallardo es una de las personalidades más prominentes de
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nuestro país. Abogado insigne […] a pesar de sus grandes éxitos forenses, don Ángel Ossorio no ha hecho fortuna en el ejercicio de la profesión, es pobre. Con esto basta para decir cómo ha ejercido la abogacía. Más que una profesión hizo de ella un sacerdocio, poniendo su ciencia jurídica al verdadero servicio de la justicia. […] Orador y escritor ilustre, su palabra hablada y escrita muestra la luminosidad de su entendimiento. […] Ideológicamente, don Ángel Ossorio Gallardo es conservador, pero un conservador inteligente que no ignora que el mundo evoluciona todos los días y que el empeño en detenerle en su evolución conduce a la catástrofe. […] Al producirse el levantamiento del 18 de julio se puso incondicionalmente al servicio de la República, que era tanto como ponerse al servicio de la legalidad y de la Nación. […] Formó parte de la delegación española a la Liga de las Naciones en septiembre del 36 y tuvo en Ginebra intervenciones destacadas. Ocupó después la embajada de España en Bruselas […] pasó luego a la de París […] Católico, encabezó en España el movimiento cristiano que agrupa a los más inteligentes españoles de ideas católicas […] todos ellos afectos a la República y enemigos de la entrega de la patria a los países totalitarios que la han invadido. […] Estamos seguros de que don Ángel Ossorio será en la Argentina la expresión acabada de la República: humana, generosa y progresiva, abierta a todos los progresos sociales y respetuosa con las normas jurídicas que ella misma trazó interpretando los anhelos del pueblo (España Republicana, 30 de abril de 1938).
Ossorio llegó el 4 de junio de 1938 a Buenos Aires, donde una multitud se agolpaba en el puerto para darle la bienvenida: El traslado a la Argentina fue mi liberación. Cuando me vi en el puerto me pareció que renacía. Volver a hablar en español, encontrarme entre millares de compatriotas, y cerciorarme de que todos ellos juntamente con una masa enorme de argentinos piensan como yo […] (Ossorio y Gallardo, 1941a: 177).
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En la amplia y mayoritaria coincidencia, se explaya desde otro fragmento, destacando el peso popular de la causa republicana: Bien puede decirse la casi totalidad de la colonia española era republicana y que se puso al lado de nuestro Gobierno en los términos más calurosos. […] Buenos Aires no pudo tener duda de cuál era el sentimiento político español para con su República. En el jardín de la Embajada hizo un magno discurso mi malogrado amigo Mario Bravo, al cual hube yo de contestar. Después se celebraron otros actos grandiosos y por todas partes cundieron las manifestaciones más cariñosas y lisonjeras (Ossorio y Gallardo, 1946: 216).
Sobre estas bases tan bien percibidas de consonancia y consubstanciación, actuaría el nuevo embajador como nexo entre los republicanos españoles y sus partidarios vernáculos. Nadie dentro de la ancha franja del progresismo argentino quedaba fuera de esta amplia red que tuvo a Ossorio como centro y nexo: podía escribir tanto para una publicación comunista, como para Hechos e Ideas, una revista de opinión de los intelectuales afines a la Unión Cívica Radical. Tengamos en cuenta también su vinculación creciente con el mundo editorial donde sus compatriotas iban acrecentando influencias, mundo al que Ossorio, una vez despojado de su dignidad diplomática, se vería forzado a apelar.14
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“Los exiliados españoles con quienes más asiduamente trató en Buenos Aires fueron don Augusto Barcia, don Claudio Sánchez Albornoz, los dos Jiménez de Asua (Luis y Francisco), Rafael Alberti, Blasco Garzón y el procesalista Sentis Melendo, que le ayudó desde la Editorial EJEA. Ésta y las Editoriales Atlántida y Losada, fueron las que más asiduamente publicaron sus obras en Argentina” (Martínez Val, 1993: 115). Fue Losada quien le reeditó uno de sus libros clásicos: nos referimos a El Alma de la Toga, Buenos Aires, varias ediciones.
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En julio de 1938, Ossorio presentó sus credenciales al presidente argentino Roberto M. Ortiz. En su discurso expuso las ideas que tenía sobre las obligaciones de la Argentina para con la España que él representaba, y así supo expresarlo: El honor que cualquier Embajador experimentaría siempre al representar a mi patria, lo encuentro multiplicado en mí, porque lo hago en momentos dramáticos, cuando España, defendiendo su libertad moral y la independencia de su suelo, está triplemente aureolada por su dolor, por su heroísmo y por la incomprensión ajena. Mas también por este motivo es ilusionante llegar a un pueblo como el argentino que se constituyó para afianzar la justicia, asegurando los beneficios de la libertad a todos los hombres del mundo y que acaba de prestar, mediando entre pueblos vecinos, un valioso servicio a la causa de la paz [mediación del canciller Carlos Saavedra Lamas en la guerra del Chaco]. Los viejos vínculos que por tantas razones unen a nuestros pueblos, quedarán más afianzados en la terrible crisis que el mundo atraviesa; porque, contra lo que pueda creerse por apariencias trágicas, son los valores espirituales los que prevalecerán en definitiva; y para defenderlos se hallarán siempre unidas nuestras dos Repúblicas” (Ossorio y Gallardo, 1941a: 178).
El acto sobresalía del protocolo, pues varios miles de personas ocuparon la Plaza de Mayo para manifestar su adhesión al representante de la República Española. Estos vítores y aplausos movieron al presidente Ortiz a salir a saludar al balcón (España Republicana, 23 de julio de 1938). El ánimo de Ossorio descansó por primera vez desde sus destinos anteriores: Por primera vez me hallé bien recibido. El Presidente Ortiz no era frío y grosero como el Rey Leopoldo, ni estrictamente protocolario como Lebrun. Era sencillo, atento y afectuoso, tanto como se puede ser en casos tales. Recuerdo que me preguntó cuál era mi opinión sobre el comunismo en España. Yo le respondí con un desenfado ciertamente poco diplomático:
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-No se preocupe, señor Presidente. En España no puede cuajar el comunismo por la sencilla razón de que allí somos todos anarquistas, incluso los Embajadores (Ossorio y Gallardo, 1941a: 178).
Durante su etapa como embajador en Buenos Aires, Ossorio era el orador estrella de los actos de solidaridad con la República Española y el referente obligado, indiscutido e indiscutible de la colectividad española residente en la Argentina. A pesar del clima de división reinante en el interior de los militantes prorrepublicanos en ese país, el embajador era una figura (tal vez la única) querida y respetada por todos, desde los liberales hasta los socialistas, pasando por los anarquistas y comunistas. Mérito de sus dotes para navegar en esa tormenta de pasiones: […] me dediqué a establecer contactos con los millones de españoles que constituyen nuestra colonia. Hablé en Bahía Blanca, y en los teatros de Rosario, Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Resistencia, Presidente Sáenz Peña, Mendoza, Tucumán, Santiago del Estero. Comparecí en un mitin formidable en Luna Park. No estoy seguro de que al Gobierno argentino le hiciera mucha gracia todo esto pero yo lo creí de mi deber y ahora me alegro de haberlo hecho (Ossorio y Gallardo, 1941a: 179).
Ossorio mantuvo siempre el tono correcto en su relación con las autoridades argentinas, pero, ante los avances de la “diplomacia franquista paralela”, no dudó en dejar en claro al ministro de Relaciones Exteriores argentino cuál era su posición y, en definitiva, la del país que representaba: V. E. comprenderá mi inexcusable obligación de subrayar que yo no soy el representante de ningún bando sino de la Nación española, legítimamente acreditada ante S.E. el Sr. Presidente de la Argentina. […] Ni reclamaciones, ni protestas, ni actitud ninguna que pueda parecer de agravio ni siquiera de duda en relación con el Gobierno federal al cual proclamo enteramente ajeno a tan desagradables episodios [Se refiere a la recepción
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que el Gobierno de la provincia de Salta ofreció a Juan Pablo Lojendio, represente del llamado “Gobierno de Burgos” en la Argentina] (Ossorio y Gallardo, 1938c).
A fines de 1938, Ossorio recorrió el interior del país, visitando las provincias del centro y noroeste argentinos: Chaco, Tucumán, Santiago del Estero y Mendoza, donde fue recibido por las figuras prominentes del arco progresista provincial y local. Así, se fue ampliando la red de izquierda democrática que sirvió de sostén al movimiento de ayuda a la República Española. En algunos casos, esas conferencias en salones o esos discursos en actos públicos se transformaron en textos editados y difundidos, que alcanzaron cierta repercusión. Fueron continuas las muestras de admiración y afecto que cosechó Ossorio durante su estancia en la Argentina, y así lo informaban los voceros periodísticos más próximos a su posición: El embajador español, señor Ossorio y Gallardo, sigue recibiendo muestras inequívocas de simpatía, respeto y admiración de parte de la opinión argentina. Va en ello implícita, desde luego, la fervorosa adhesión a la República Española, acrecentada por el trance por que pasa el pueblo español (España Republicana, 3 de septiembre de 1938).
Con la caída de Barcelona en poder de los nacionales (noche del 25 al 26 de enero de 1939), el embajador publicó una carta, que sin duda se podía inscribir en esa posición que aludimos de respeto y defensa de Cataluña –de ser catalanista sin ser catalán– y de búsqueda de una convivencia armónica entre las partes del Estado español: Españoles: Es muy legítimo que para calmar vuestra ansiedad en estas horas difíciles queráis conocer el juicio de vuestro Embajador. Os lo diré con toda lealtad.
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Fuera de la caída de Barcelona, que parece ya indiscutible aunque el Gobierno no la ha comunicado, nada sabemos de lo que ocurre en España. […] Las circunstancias adversas para nuestra República, lejos de poner término a nuestros deberes los multiplican y exaltan. Ahora mismo tenéis que derrochar vuestra enérgica actividad para amparar a los cientos de miles de personas que huyen de Cataluña […]. Pero después de cumplir esta obligación tendréis que seguir luchando, trabajando, gastando dinero y aplicando actividad para defender el sentimiento de la libertad, no sólo librando el mañana de España sino también formando el baluarte de esa defensa en el pueblo donde vivís y que fraternalmente os acoge. La causa de la libertad es universal. Defendedla para España y para la Argentina. Uníos respetuosamente al Gobierno legítimamente constituido. Luchad por los derechos del hombre y del ciudadano. Luchad por la independencia de las tierras. Luchad por los fueros del espíritu. Os pido, pues, que mantengáis vivos y ardorosos vuestros Centros, que sigáis concurriendo a las suscripciones, que meditéis sobre las necesidades del porvenir y, en suma, que os juzguéis como combatientes en un estado de guerra que ya es universal y que no dejará a nadie disfrutar de una paz egoísta. Hoy, como ayer y como siempre, vuestros gritos deben ser: ¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Viva la Libertad! (España Republicana, 28 de enero de 1938).
Pocos días después de escribir estas líneas, el Gobierno argentino –siguiendo la iniciativa trazada por la diplomacia británica y francesa– decidió reconocer a Franco como el gobernante de facto de España. Ossorio se vio obligado a dejar la embajada a las autoridades argentinas, quienes, a su vez, la entregaron a Juan Pablo Lojendio, hasta entonces representante oficioso de Franco en la Argentina. Así terminaba un rosario de
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deserciones que involucró a muchos de sus colaboradores decididos a procurarse una mejor posición ante los flamantes amos.15 Plenamente asumidas la soledad y la incomprensión que lo fueron cercando, quedaron plasmadas en uno de los relatos de la entrega de la sede diplomática: Las cosas de la guerra fueron de mal en peor. Italia y Alemania nos atacaron. Pero las que nos mataron fueron Francia e Inglaterra. Consumada la derrota tuve que entregar la Embajada y no pudiendo hacerlo decorosamente al representante de Franco, lo hice al Secretario general del Ministerio quien, juntamente con otros funcionarios, me prodigaron deferencias y atenciones discretísimas. A la salida, en un taxímetro, un hombre se acercó a la ventanilla y me gritó: – ¡Atorrante! Era un sacerdote. No pude menos de reconocer la legitimidad de su acto. En aquel momento obraba como un representante perfecto del espíritu de la Iglesia para con España (Ossorio y Gallardo, 1941a: 179).
El embajador exiliado, la última batalla Tras abandonar la embajada en febrero de 1939, su labor como conferencista y polígrafo continuó y se amplió, pues, como ha señalado,16 su facilidad con la pluma y la palabra fueron las que le permitieron sobrevivir tanto a él mismo
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No fue el caso del secretario de la Embajada Francisco Madrid (1900-1952), periodista catalán, que hubo de exiliarse en la Argentina al concluir la guerra, donde falleció. “Yo no tengo una peseta. Trabajo ardua y penosamente todos los días y sólo entra en mi bolsillo el dinero que gano con mi esfuerzo. Día y noche sujeto a mi mesa y atiendo a mis gastos únicamente con mi palabra y mi pluma” (Ossorio y Gallardo, 1946: 222).
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como a su numerosa familia (esposa, hijos, nueras, nietos y hasta tías), cuyos integrantes llegaron como exiliados a Buenos Aires con el fin de la guerra.17 Aunque pueda parecer paradójico, sería este período de aparente debilidad el que lo reconciliaría con su entorno argentino: La buena sociedad bonaerense se mantuvo, como en todas partes, de espaldas. Para ella nosotros no éramos un Gobierno legítimo, sino una pandilla de comunistas. Por fortuna, cuando perdimos la guerra, las cosas cambiaron en absoluto y entonces la República modificó un tanto su actitud. Lejos de empujarme con la punta del pie, como suele ocurrirle a todo el que se ve vencido, cambió su trato y no sólo el mundo intelectual, en el que yo me movía, sino muchas gentes distinguidas y señoriles me abrieron las puertas de su casa y me trataron con suma deferencia. Por lo visto, el comunista ya había pasado y sólo quedaba el viejo abogado y escritor español que había venido a representar, legítimamente, un país corriente como cualquier otro. La situación varió completamente. Sólo lo diplomático y lo oficial han seguido siendo hostiles para mí. Aislado en mi casa y entregado a mis escritos, guardo relación con un mundo medio, especialmente con el intelectual. Literatos y profesores, editores y periodistas, son los que me rodean, y con orgullo puedo decir que constituyen
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“Cuando al terminar la guerra española tiene que cesar en la Embajada en Buenos Aires, forma su familia allí mismo con su esposa, doña Rosalía Florit, su hija Josefina; sus hijos Francisco, con su mujer y tres hijos, Álvaro con la suya y un hijo, además de una cuñada, hermana de su esposa, llamada Matilde. Pero pronto se le une su hijo mayor, Manuel, con su esposa y otros dos hijos. Lo primero, para hacer frente a la nueva situación, es reagrupar a la familia que ha de buscar puestos de trabajo. Él mismo dice que al día siguiente de su cese, su hija buscó un modesto empleo para ayudar a la familia. Para tan numeroso grupo (16 personas) encontró una casa muy grande en la calle Huemes [sic, por Güemes, ¿error en la transcripción de la grabación?]. Cuando ya los hijos se fueron situando con sus familias se trasladó a la calle Riobamba, esquina a Arenas [sic, por Arenales] que es donde falleció acompañado por su mujer, su cuñada, su hija y un matrimonio de servicio doméstico” (Martínez Val, 1993: 115).
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una sociedad pletórica de encantos y cortesías. Si a algún otro mundo se parecen –fuera de las identidades españolases al de París, con él guarda notables semejanzas (Ossorio y Gallardo, 1946: 216-217).
En su nueva situación de exiliado, Ossorio se vio forzado a vivir algo por debajo del nivel económico al que había estado acostumbrado, pero sin llegar a situaciones de extrema necesidad, sin que fuera óbice para que declarara con sinceridad que: [Al salir rumbo a Ginebra] No llevábamos más que las ropas de nuestro uso indispensable. Ni dinero, ni libros, ni cubiertos, ni obras de arte, nada. Esto explica que al llegar la catástrofe final, yo haya perdido cuanto tenía y me haya encontrado en medio del arroyo (Ossorio y Gallardo, 1941a: 150).
Pese a la leyenda que este auspiciara, no parece cierto que se viera totalmente imposibilitado de retomar en Buenos Aires su carrera jurídica por no haber convalidado su título de abogado en su momento.18 Quizás el impedimento deba situarse en algún engorroso trámite de reválida que no buscó eludir. Otros hombres del foro español en idéntica condición de refugiados sí retomaron la práctica judicial al revalidar sus títulos. Una de las casas de altos estudios preferidas era la Universidad de La Plata, al conjugarse la tradicional vinculación con la Extensión Universitaria ovetense
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“No tengo habilitado mi título para ejercer la profesión con la cual gané siempre mi vida porque habiéndolo traído de Madrid sin cuidarme de legalizarle, claro es que podía intentar hacerlo ahora, porque en España les sería mucho más fácil y agradable fusilarme que facilitarme un medio para luchar por la existencia” (Ossorio y Gallardo, 1946: 223). Muy por el contrario, y como pudo constatar Martínez Val (1993: 109), al revisar el titulo original facilitado por la familia, aparecen los correspondientes sellos y una diligencia manuscrita que dice: “Presentado en este Consulado General a los fines de V°. B°. Para su legalización, lo que se lleva a efecto por cuanto el documento presente ofrece innegablemente los signos de autenticidad. Buenos Aires, 30 de diciembre de 1938. El Cónsul General, Aremendia, [rubricado]”.
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(viajes de Posadas y Altamira, figura de J. V. González) con un costo sensiblemente menor en la tramitación.19 Pero, quizás oculto detrás de esta excusa, se vislumbraba un prurito mucho mayor que en perspectiva adquirió su plena fuerza: el fantasma temible del peronismo. Sospecha Martínez Val, y se apoya en sus conversaciones con Álvaro Ossorio Florit, que: […] de quererlo de verdad, Ossorio y Gallardo hubiera podido ejercer la Abogacía en Argentina. Me inclino a creer que no lo hizo por discrepar, en principio, de las formas procesales allí imperantes y hasta del usus fori y después por el rechazo total al régimen peronista. La implantación de éste llegó a producirle una depresión psíquica. El rechazo lo sintetizó con esta frase: “Es un coronel y eso me basta…” (Martínez Val, XXX: 109).
Cinco años exactos se habían cumplido entre el 4 de junio en que llegó al Plata y el día del golpe del GOU y la perspectiva de este civilista republicano no podía ser más trágica en lo referente al futuro quehacer político. Como en otras partes del globo, muchos empezaban a quedar de lado en las coordenadas de los nuevos tiempos y veían defraudados sus anhelos de libertad. Su labor incansable en la prensa lo llevó a ser colaborador en varios periódicos, tanto en la Argentina como en otros lugares de América, y así lo declaraba: He colaborado aquí en Crítica, Noticias Gráficas, Ahora, Argentina Libre, La Ley y otras revistas y diarios. Fuera de aquí escribo habitualmente en La Nación de Santiago de Chile, El Día de Montevideo, El Nacional de México, El Tiempo de Bogotá, Revista de Indias de la misma capital,
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Sígase –de nuevo– la huella de Leandro Pita Romero, que desde la sede platense pudo revalidar su título y desempeñar una larga y provechosa carrera de laboralista. ¿No hallarían así un mejor contexto las conferencias que Ossorio dictara en La Plata en 1942 y de las cuales informamos más abajo?
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Pueblo de La Habana, Universidad de la misma ciudad, El Universal de Caracas, Cultura de Asunción y en otras muchas publicaciones de todas partes de América. Si a esto se añade la colección innumerable de folletos, revistas, semanarios a dónde van los frutos de mi pluma, sin exageración, puede calificárseme de escritor incansable. Los que se cansarán serán mis lectores (Ossorio y Gallardo, 1946: 224).
Debemos agregar en la nómina de publicaciones periódicas la revista libro El Mundo de la Postguerra,20 publicación ad hoc, similar a Selecciones del Reader’s Digest, dirigida por José Mora Guarnido y publicada por Editorial Mundo Atlántico de Buenos Aires. En ella compartió plana con otros republicanos connotados, como el general Vicente Rojo, Luis Jiménez de Asúa, Guillermo Díaz Doin o Niceto Alcalá Zamora. Otro de sus “colegas” fue Alberto Gerchunoff.21
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Localizamos hasta tres números de esta publicación entre 1944 y 1945. Es en el primero de ellos (Buenos Aires, mayo de 1944) en el que colaboró Ossorio con un artículo titulado “Hacia un nuevo Derecho civil” y allí coincidió con Rojo (“La seguridad colectiva”) y Gerchunoff (“Perspectivas del pueblo judío”). En septiembre del mismo año, el número II contaba con un artículo de Jiménez de Asúa (“El derecho penal del futuro”) y otro de Díaz Doin (“Los estados soberanos y la paz”); en el número III (junio de 1945) las coincidencias eran con Alcalá Zamora (“Regresión jurídica en el siglo XX”) y con Eduard Benes (“Hacia una paz duradera”). Tal que liberal tolerante y esclarecido laico (independiente de los dictámenes bamboleantes de la jerarquía eclesiástica), su vinculación con los sectores más representativos de la comunidad judía argentina lo llevó a merecer el artero ataque de los sectores nacionalistas y hasta clericales, como era de uso en la época. La patraña llevaba en sí la huella de una obsesión peninsular: se lo acusó de ser el jefe de los sefarditas en el Río de la Plata (Ossorio y Gallardo, 1946: 222). Más argumentos habrán podido tener cuando, en homenaje póstumo, la DAIA le dedicara un volumen conmemorativo: Ángel Ossorio y Gallardo, un gran español que luchó por el pueblo judío (1946).
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Pese a tales sombras, en estrecha y fiel relación con la derrotada República Española fue ministro sin cartera del Gobierno de Giral en el exilio.22 Obviamente, su compromiso fue coherente con su trayectoria, y no debe sorprender entonces cómo buscó servir sus dos perpetuas lealtades: católico y republicano. En ese contexto, volvió a su preciado tema político de la democracia cristiana con su contribución de 1942 a los Cuadernos de Cultura Española. El titulo nos descarga de toda duda: La guerra de España y los católicos. Esta serie de publicaciones del Patronato Hispano-Argentino de Cultura, con sede en Bartolomé Mitre 950, lo cruzó de nuevo con figuras graneadas del republicanismo: Casona, Alberti, Barcia, Manuel Serra Moret, Francisco Madrid (su antiguo colaborador en la Embajada), Jiménez de Asúa, Díaz Doin, Martínez Barrio, Guillermo de Torre, Luis Méndez Calzada, C. Sánchez Albornoz, María Teresa León.23 Los precios –un peso, luego un peso y medio– dirigían la colección a un público verdaderamente amplio, con la posibilidad de suscripciones aún más ventajosas. A través de la Editorial Americalee, en 1944 profundizó la línea de exposición doctrinaria pues presentó en la serie “Los Fundamentos” su Los fundamentos de la democra22
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“Tuvo también alguna relación mientras residió en Buenos Aires con Niceto Alcalá-Zamora, hijo, pero ninguna con el padre, aunque antes de la República habían sido cordiales amigos y fue su defensor en el Consejo de Guerra. [...] Mantuvo alguna correspondencia con Martínez Barrio, que llegó a designarlo también ministro de alguno de los Gobiernos en el exilio, y con Indalecio Prieto. Nunca con Negrín” (Martínez Val, 1993: 115). Demos algunos títulos en respectiva correspondencia con los autores arriba nombrados: Casona, Una misión pedagógico-social en Sanabria; Alberti, El poeta en la España de 1931; M. Serra Moret, La reconstrucción económica de España (ensayo especulativo sobre un futuro probable); F. Madrid, Las últimas veinticuatro horas de Francisco Layret; Jiménez de Asua, Anécdotas de las Constituyentes; Díaz Doin, El pensamiento político de Azaña; Martínez Barrio, Orígenes del Frente Popular; de Torre, Menéndez Pelayo y las dos Españas; Méndez Calzada, Joaquín Costa, precursor doctrinario de la República Española; Sánchez Albornoz, Frente al mañana; M. T. León, La historia tiene la Palabra –Noticia sobre el salvamento del tesoro artístico de España-. Quedaban en prensa obras de Indalecio Prieto, lo que en una visión panorámica nos muestra un abanico amplio y representativo de todas las fuerzas republicanas.
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cia cristiana, que formaba parte de una lista de manuales sobre temas de actualidad que buscaban “soluciones que se ofrecen al mundo desorientado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial”. La intención era una respetuosa ampliación de la encíclica rerum novarum, como piedra basal de la moderna participación política de los católicos. La experiencia de la II República exigía una definición de principios que le diera solidez y atractivo en un momento de desasosiego internacional. Ossorio y Gallardo es recordado aun entre quienes lo trataron por su destreza como conferenciante, actividad a la que le supo dedicar tiempo, pues se constituyó en una redituable entrada económica de la familia. El predicador consciente se mezclaba con el orador, y de muchas de esas sesiones quedaron testimonios o guías de exposición que lo descubren como un docente desde tan variadas cátedras. En sus memorias es explícito: Así, pues, hube de ponerme a hablar y a escribir. Por generosidad de los bonaerenses, se me abrieron las tribunas de todas partes y he hablado en multitud de academias, ateneos, universidades, institutos y casinos. He cultivado los temas más varios y he tratado asuntos de mi país, de mi profesión y de orden general. Ello me ha permitido, de paso, conocer regularmente la Argentina y apreciar sus virtudes (Ossorio y Gallardo, 1946: 223).
Sin tener que profundizar mucho en el rubro, se pueden encontrar algunos ejemplos que nos exponen lo abigarrado de su trabajo. En abril y mayo de 1940, dictó una serie encadenada de conferencias en el Teatro del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y en la Universidad Popular de La Plata, y que fue recogida en texto ampliado en su libro Orígenes próximos de la España actual (de Carlos IV a
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Franco).24 Casi de seguido –entre julio, agosto y septiembre–, lo encontramos dictando, bajo el patrocinio de la Asociación de Abogados de Buenos Aires y en los salones del Instituto Libre de Segunda Enseñanza, otra tanda de conferencias tituladas “La reforma del código civil argentino”.25 Tienen igualmente su origen en unas conferencias universitarias platenses de 1942 el manual de deontología profesional publicado bajo el título de El Abogado26 en dos tomos por la editorial EJEA, de su amigo Santiago Sentís Melendo, que vieron la luz de la imprenta en conjunto a diez años del fallecimiento del autor y conferenciante, dada la demanda del público joven. Podemos apreciar que tan variadas actividades no lo apartaron totalmente del foro, aun cuando escogió no ejercer de forma plena. Algunas de sus conferencias volvían sobre el asunto judicial, pero su prestigio como jurista más allá de la península y la República Argentina era tal que, en aquellos años, se lo convocó para redactar el Anteproyecto de Código Civil boliviano (1943),27 por encargo del Gobierno de Bolivia. 24
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Son seis secciones, originadas en respectivas conferencias de tema histórico español. Sus títulos buscan deliberadamente el impacto y hallan su razón en el presente del autor: “El Pueblo traicionado”, “El Pueblo abatido”, “El Pueblo desorientado”, “El Pueblo anestesiado” “Resurrección y asesinato”. Publicado ese mismo año de 1940, en el mes de agosto por vía del editor Aniceto López, vinculado a las ediciones de la Universidad de Buenos Aires. Fue acompañado de “varios apéndices históricos” que no eran otros que los folletos de su período político peninsular previo a la proclamación de la II República, de cierto valor histórico. Nuevamente las publicó López, en Buenos Aires, al año siguiente, 1941, con el subtítulo aclaratorio “Comentarios al proyecto que se estudia sobre la materia”. Son dos tomos, la casa editorial era EJEA (Ediciones Jurídicas Europa–América), y recopilan guiones de conferencias que dictara en 1942 en la Universidad de La Plata. El primer tomo transcribe con adaptaciones al ámbito americano su clásico El alma de la toga, en la sexta edición. Llevan un pequeño prólogo de su hijo Manuel Ossorio y Florit. Cabe apuntar, para demostrar la capacidad de adaptación regional de Ossorio, el importante aparato comparativo de este proyecto con sus similares latinoamericanos, y más aún el voto firme sobre el valor social de la propiedad, tomado igualmente de las constituciones más actualizadas de la época.
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Entre otras obras publicadas a partir de su estancia porteña, y de este rubro, se encuentran: El contrato de opción (1939);28 Cuestiones Jurídicas de la Argentina; La trilogía Nociones de Derecho político; Nociones de Derecho internacional y Nociones de Derecho Civil. En La Habana se publicó Matrimonio, divorcio y concubinato. Como no podía ser de otra manera, la editorial Claridad, en su “Biblioteca del Autodidacto”, publicó de nuestro hombre Los derechos del hombre, del ciudadano y el Estado (Ossorio y Gallardo, 1941b). En la línea didáctica y divulgativa del campo del derecho, podemos reparar en las Cartas a una señora sobre temas de derecho político, que reeditó Losada en su afamada colección “Cristal del Tiempo”29 (serie en la que se publicó La velada de Benicarló, diálogo sobre la guerra de España (1939), de Manuel Azaña, y que homenajea a Ossorio como un personaje dentro de la trama del diálogo). Justo a caballo de la didáctica y la oratoria del conferencista, Ossorio nos legó otros textos30 que son muestra de su estilo y de su personal preocupación historiográfica.31 Espiguemos, a guisa de ejemplo, en títulos como El pensamiento vivo de Fray Francisco de Vitoria (1943). El autor escoge glosar en una cincuentena de páginas la vida, obra y contexto de un pensador reiteradas veces invocado para justificar –en última instancia– la independencia continental desde una tradición tomista y fundamentalmente española. 28 29
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Había una antigua edición en España, del año 1915. En España, antes de 1931, había editado otras Cartas a una muchacha sobre temas de Derecho civil. Hallaremos un curioso antecedente de este camino de cartas ficticias en el elogiado libro de su padre Cartas a un niño sobre Economía política (Ossorio y Gallardo, 1941a: 184). Quedan desperdigadas otras obras de las que da cuenta la nómina no exhaustiva que confeccionara en los capítulos finales de su autobiografía (Ossorio y Gallardo, 1946: 223-224). Son ellas: Agua Pasada (Discursos y escritos de guerra), El mundo que yo deseo, Mujeres (Libro que no deben leer las mujeres), La gracia (publicación humorística), La palabra y otros tanteos literarios, y Diálogos femeninos. Otro título que demuestra cómo fue aquerenciándose en estas tierras fue Rivadavia visto por un español (Estudio biográfico del prócer argentino).
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A continuación, luego de dar precisiones bibliográficas y nóminas de obras del clérigo, se presenta una antología de textos en un formato accesible. Esa era la intención de los Losada cuando encararon la llamada “Biblioteca del Pensamiento Vivo”: dar ubicación y transcripciones (o traducciones desde fuentes prístinas) de autores del pensamiento universal. Así Romain Rolland escribió sobre Rousseau; Maurois lo haría sobre Voltaire; Gide sobre Montaigne; Trotski se encargó de Marx; Zweig de Tolstoi; si Heinrich Mann repasó a Nietzsche, Thomas lo hizo con Schopenhauer. El toque oriental –precursor del “dialogo de las culturas”– lo daba A. Doeblin explayándose sobre Confucio. La colección, en su versión original probablemente francesa, se hispanizaba con Ossorio y su Vitoria, con Francisco Ayala y su exposición sobre Saavedra Fajardo, y la de Felipe Jiménez de Asúa sobre Cajal. Sería Ricardo Rojas el encargado de realizar lo propio con nuestro Sarmiento. La idea de una “polifonía” cultural de los pueblos por ser escuchada y, lo que en concreto era más importante, por ser ejecutada por referentes intelectuales supuestamente equidistantes, antifascistas y progresistas preanunciaba los esfuerzos de organizaciones como la Unesco, que bien podrían haber acogido al inquieto Ossorio si la muerte no se hubiera adelantado. De un orden muy semejante, pero de ámbito menor, fue el compromiso con sus paisanos peninsulares en el reconocimiento a figuras indiscutidas; como ese que lo llevó a participar del homenaje a Gaspar Melchor de Jovellanos,32 al cumplirse el bicentenario de su nacimiento (1744-1944). El Centro Asturiano de Buenos Aires, al que se 32
La vida y la obra del gijonés Jovellanos dio siempre posibilidades para interpretaciones reivindicativas de lo más variopintas. Vaya como muestra la pareja exaltación que mereciera de parte de Manuel Fraga Iribarne y de sus adversarios socialistas, por el sencillo expediente de recortar la parte afín de un hombre moderado y patriota, reformista y, por tanto, muy alejado de todo cambio violento.
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plegaron los de La Habana y México, organizó una serie de actividades culturales que reunieron a destacadas firmas del momento, exiliados unos y amigos de ellos, otros. Ossorio volvió a cruzarse con Méndez Calzada, que, pese a ser jurista y profesor de la Facultad de Derecho, se encargó de glosar la vida del tribuno, dejándole precisamente a Ossorio la posibilidad de explayarse sobre “Jovellanos Jurista”, después de que Augusto Barcia Trelles lo enfocara como “Jovellanos Político”. Claudio Sánchez Albornoz lo examinó en su relación con la disciplina histórica, y nuestro compatriota Julio V. González, desde su posición socialista y académica, lo encaró en el texto “Influencia de las ideas de Jovellanos en la gesta emancipadora argentina”. Como aclarara la comisión organizadora del evento, al comienzo del lujoso volumen que reunió la docena de trabajos, eran […] hombres que como él han tenido que conocer las penalidades del exilio, se adentraron en ella para interpretar las páginas más dignas de la época que le tocó vivir, y decir a sus contemporáneos lo mucho y bueno que Don Gaspar Melchor hizo por una España mejor y por una España más digna (AAVV, 1945: XXXX).
La posibilidad de verse reflejado en el personaje que un jurista como Ossorio podía hallar fue aprovechada por el exembajador para disertar largamente sobre la pluma literaria de Jovellanos y los ejemplos e intríngulis de su obra teatral “El delincuente honrado”. Ángel Ossorio y Gallardo podía explayarse al coincidir en mettier y en caminos literarios de difusión de sendas posturas legalistas; el espejo era evidente y reversible, y, si no, reparemos en un párrafo del cierre de su intervención en el cual describe la genealogía de su propia y laberíntica posición de conservador reformista, filiándola al fin en Jovellanos:
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Por todas partes de la nota que comento, brotan pensamientos e ilustraciones que hacen de este hombre singular un verdadero liberal-conservador, como acabaron llamándose los conservadores españoles después de 1868. En todo fue un vidente y un precursor (Ossorio y Gallardo, 1945: 162).
En la veta historiográfica de la difusión básica, y siendo uno de los últimos trabajos publicados en vida, presentó a través de la editorial Mundo Atlántico su Diccionario político español, histórico y biográfico (desde Carlos IV hasta 1936). La obra pertenecía a la colección “Diccionarios de Nuestro Tiempo” que dirigiera el doctor Guillermo Díaz Doin,33 su conocido de El Mundo de la Postguerra (y antes, de los Cuadernos de cultura española). En esta obra, con cierto gracejo e ironía, volcó su fichero personal de personajes y hechos de ese siglo y tercio de historia contemporánea española, como algo había adelantado en las conferencias que conformaron en 1940 su Orígenes próximos de la España actual. La muerte no tardaría en llegarle, en una República Argentina que, para su desencanto final, y como recordaría su hijo, empezaba a estar regida por “un coronel”. Un presidente que haría gala extrema –en esos años iniciales de mandato– de una tan exhibida como engañosa lealtad a la España de Franco. El 19 de mayo de 1946, a causa del
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Díaz Doin, además de dirigir esta colección, publicó en ella un Diccionario político de nuestro tiempo. En la misma editorial Mundo Atlántico, había publicado 236 Biografías sintéticas –políticos y militares–, y Madrid – Londres – Moscú, (Las tres resistencias). El tercero de los diccionarios publicados en 1945, en este caso un Diccionario económico, lo había compilado el economista Profesor Manuel Serra Moret (también de los Cuadernos de cultura española) y se preparaba un Diccionario de ideas e ideales católicos, de A. Redín. Otras obras de Díaz Doin las había publicado un impresor frecuente del círculo de republicanos exiliados, el ya citado Aniceto López (en el caso de Díaz Doin fueron: Cómo llego Falange al poder. Análisis de un proceso contrarrevolucionario y Entre dos fuegos. Inglaterra, Rusia, Hitler, ambos libros aparecidos en Buenos Aires y de tono abiertamente aliadófilo, aún lejos del espectro de la Guerra Fría).
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agravamiento de su diabetes crónica, moría en Buenos Aires Ángel Ossorio y Gallardo, último embajador de la República Española en nuestro país.
Palabras finales Para entender la inserción de Ossorio y otros exiliados en la Argentina, es necesario conocer la existencia y operatividad de una serie de redes, algunas de las cuales pueden fecharse a partir de los años veinte,34 que posibilitaron el diálogo político, intelectual y personal entre ambas orillas. Pero fue sin duda el movimiento de solidaridad que se formó durante los años de la guerra civil el que abrió los canales para la posguerra. Aun así, y pese a las continuas muestras de afecto que recibió en este país, Ossorio pasó los últimos años de su vida con el desasosiego propio de los españoles de su generación, con una sensación de haber hecho una labor estéril y, en definitiva, con una gran soledad: Sin embargo, estos empeños político-sociales míos fueron fracasando uno tras otro y mis sueños de esta especie jamás llegaron a tener realidad. Fracasó ante el maurismo, fracasaron mis reacciones contra la dictadura, fracasó mi actuación contra la mal llamada guerra civil, fracasaron todos mis conatos en busca de una esencial libertad política, de unos procedimientos conservadores y de un diáfano avance social. La razón resultó clara. Mis compañeros en todas las empresas coincidían totalmente conmigo en los ideales sociológicos, y no eran ellos ciertamente más remisos ni más cobardes que
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Y que en algunos casos, como el del asturiano Rafael [Fernández] Calzada –tío de Luis Méndez Calzada–, pueden llegar a las postrimerías del siglo XIX. Estudio aparte merece otro viejo conocido de Ossorio, de sinuosa vida política, como Francesc Cambó, con tantos intereses (políticos, crematísticos, “culturales”, etc.) en el Plata, contradictoriamente también exilado y fallecido en 1947.
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yo; pero en lo político eran más atrasados y su conservatismo no era liberal como el mío, sino que tenían puntos reaccionarios (Ossorio y Gallardo, 1946: 133).
Esta reivindicación de las posiciones intermedias, de la ecuanimidad por encima de las banderías partidistas, se encolumnaba en principios no coyunturales en Ossorio, ni restringidos al conflicto civil español. En sus Memorias recuerda los enfrentamientos que empujaron su salida del Decanato del Colegio de Abogados de Madrid: En una Junta general, el joven letrado José Antonio Primo de Rivera, iniciador entonces del grupo político “Falange Española”, cuyos frutos bien conoce España, se resolvió a iniciar una campaña contra mi criterio y mis obras como decano, porque yo representaba un sentido liberal bien definido y perseverante contra el totalitarismo que él venía a encarnar. […] Convoqué una junta formal general en solicitud de un voto de confianza. Lo obtuve […] pero inmediatamente presenté mi dimisión, pues estimé que mi presencia en el cargo entrañaba un problema político y quitaba a la corporación su verdadero carácter. […] Haber dedicado toda mi vida a la defensa de la abogacía para acabar siendo el representante de un partido frente a otro y el personero de una opinión luchando con otra, era el fracaso de toda mi vida (Ossorio y Gallardo, 1946: 196-197).
En esta cala en el asunto y la densa problemática que encarnaba Ossorio y Gallardo, podemos tomarnos circunstancialmente la libertad de dejar al personaje en ese candente Madrid de los años treinta y volver a verlo en el Buenos Aires de los años cuarenta. Allí la parábola de su vida dio un vuelco terrible que, en su carácter íntimo, no puede obviarse pues, en definitiva –y como tantos otros intelectuales que sufren exilios–, se vio despojado de una nacionalidad que lo amparara cabalmente. Pero en su caso el pasaje fue más rotundo al dejar en 1939 la sede de la embajada que le fue confiada. Al cesar abruptamente en sus funciones, pasó sin reparos –y conste
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que escogió no procúraselos– desde la más alta dignidad hasta la casi condición de paria internacional (sin poner en juego su dignidad personal, sin arriesgar ni un ápice de su dignidad personal). Bajo ningún aspecto debió ser una experiencia fácil de digerir para un hombre acostumbrado a tomar opciones con el reaseguro de su posición (académica, social y de respeto) y unas reglas claras o tácitamente aceptadas. Queda a la vista que su condición vivencial de exponente de un estilo político (y de una pautada cortesía) estaba siendo desbordada por unas maneras desaforadas (con toda la fuerza etimológica del término). De alguna manera, el estilo que representó un personaje como Ossorio y Gallardo entraba en cuarteles de invierno. La situación política de la Argentina de los años siguientes corrió una suerte similar, y otros políticos nativos quedaron fuera de foco en las antagónicas y terminantes oscilaciones ideológicas. Pero si en los años de la preguerra mundial, y después en plena Guerra Fría, esas maneras mesuradas y esos posicionamientos medios y conciliadores ya no parecían tener la más mínima cabida, hoy pasados –que no superados– tales violentos momentos estamos en la obligación de recuperar tales memorias como ejemplos de convivencia progresista, más allá de cualquier filiación política de salida. Es por ello por lo que estudiar los avatares de la vida política e intelectual de Ángel Ossorio y Gallardo, con sus condimentos humanos, es, además de una tarea académica o profesional, una forma de brindarle nuestro homenaje y llamar la atención sobre aspectos de su ejemplaridad que bien nos convendría recordar ahora. Debido a que no le damos la razón, ni consideramos justo su propio veredicto, es mejor espigar otro recuerdo suyo en el cual, aun aludiendo a otras personas, sabemos que se refiere a él mismo: Alego esto con orgullo porque la vida de los refugiados republicanos españoles es igual a la mía. Todos viven con igual ejemplar modestia, todos trabajan de la misma manera. Si
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a alguno puedo envidiar es a un teniente coronel que vive hoy dedicado con fortuna a la confección de ropas hechas. Arbitrios semejantes son los que hacen todos los demás. Pasarán los tiempos. Se desvanecerán las leyendas. Se borrarán los cuentos imaginativos. Y cuando las pasiones se hayan calmado (si es que se calman alguna vez) quedará establecida la verdad de que los republicanos españoles que vivimos aquí refugiados fuimos un puñado de hombres de bien que dejamos patente el ejemplo de nuestra limpia conducta y nuestra honradez inmaculada (Ossorio y Gallardo, 1946: 224).
Referencias bibliográficas AA.VV. (1945). Jovellanos, su vida y su obra, Homenaje del Centro Asturiano de Buenos Aires en el bicentenario de su nacimiento, con la adhesión de los Centros Asturianos de La Habana y México. Buenos Aires: Centro Asturiano de Buenos Aires. Anteproyecto del Código Civil Boliviano. (1943). Buenos Aires. Azaña, Manuel (1939). La velada de Benicarló dialogo sobre la guerra de España. Buenos Aires: Losada. Botana, Natalio (1986). El orden conservador. Buenos Aires: Editorial Hyspamérica. Colección The Herbert Rutledge Southworth Collection on the Spanish Civil War (1937). Serie microfilmada, reel 1, item 44. Bx 1585, n.º 52. San Diego: University of California. DAIA (1946). Ángel Ossorio y Gallardo, un gran español que luchó por el pueblo judío. Buenos Aires: DAIA. Martínez Val, José María (1993). Galería de grandes juristas. S./l.: Bosch. Ossorio y Gallardo, Ángel (1913/1931). Mis memorias. Madrid: 1913/1931: s./ed. Ossorio y Gallardo, Ángel (1928). Un libro del Abate Sturzo. Madrid: Estudios Políticos, Sociales y Económicos.
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Ossorio y Gallardo, Ángel (10 de mayo de 1938a). [Correspondencia enviada a José Quero Molares, París]. Archivo Ministerio de Asuntos Exteriores de España (AMAE), Madrid. Ossorio y Gallardo, Ángel (24 de junio de 1938b). [Correspondencia enviada a Julio Álvarez del Vayo, Buenos Aires]. AMAE (Legajo R 1070, Exp. 54), Madrid. Ossorio y Gallardo, Ángel (6 de septiembre de 1938). [Correspondencia enviada a José María Cantilo, Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Argentina, Buenos Aires]. AMAE (Legajo R 1070, Exp. 46), Madrid. Ossorio y Gallardo, Ángel (1939). El contrato de opción. Buenos Aires: UTEHA. Ossorio y Gallardo, Ángel (1941a). La España de mi vida, autobiografía. Buenos Aires: Losada. Ossorio y Gallardo, Ángel (1941b). Los derechos del hombre, del ciudadano y del Estado. Buenos Aires: Claridad. Ossorio y Gallardo, Ángel (1942). Cuestiones jurídicas de la Argentina. Buenos Aires: s/ed. Ossorio y Gallardo, Ángel (1943). El pensamiento vivo de Fray Francisco de Vitoria. Biblioteca Pensamiento Vivo. Buenos Aires: Losada. Ossorio y Gallardo, Ángel (1945). Jovellanos jurista. En AAVV, Jovellanos, su vida y su obra, Homenaje del Centro Asturiano de Buenos Aires en el bicentenario de su nacimiento, con la adhesión de los Centros Asturianos de La Habana y México (pp. 135-162). Buenos Aires: Centro Asturiano de Buenos Aires. Ossorio y Gallardo, Ángel (1946). Mis memorias. Buenos Aires: Losada. Romero Maura, Joaquín (1974). “La Rosa de Fuego”, El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909. Barcelona: Grijalbo. Rubio Cabeza, Manuel (1987). Diccionario de la Guerra Civil Española. Barcelona: Planeta. Tusell, Javier (1986). Historia de la democracia cristiana en España. Madrid: Sarpe.
El “sen seny” y” y la “raux auxaa” de la revista Ressor essorgimen gimentt durante la guerra civil española1 Los “catalanes de América” de Buenos Aires y la defensa de la II República desde el exilio (1936-1939) MARCELA LUCCI
El presente trabajo analiza el discurso de la revista Ressorgiment de Buenos Aires respecto del sistema de gobierno republicano. Dirigida por uno de sus fundadores, Hipòlit Nadal i Mallol, es la revista escrita en lengua catalana de más duración en América, ya que se publicó mensualmente en Buenos Aires entre 1916 y 1972. Foro literario y artístico de la colectividad (Blaya y Giralt, 1925: 91), desde los ideales culturales y políticos del catalanismo devino la vocera del grupo conocido como los “Catalanes de América” de Buenos Aires, el sector del colectivo que adhirió a lo que hemos denominado “catalanísimo separatista radical de ultramar”, debido a su ideología tributaria del catalanismo interior y a su consideración de la independencia como la única vía para zanjar la relación histórica entre España y Cataluña (Lucci, 2016: 2). Con el término “catalanismo”, nos referimos al movimiento surgido hacia mediados del siglo XIX que propugnaba el reconocimiento de la personalidad 1
“Seny i rauxa” (en castellano “juicio y arrebato”) son considerados los polos identitarios dialécticos –ligados a la dicotomía entre prudencia y coraje, entre reflexión e impulso– característicos de la personalidad catalana (Vicens Vives, 2013; Ros Marbá, 2005: 152).
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política catalana, cuyo objetivo primordial era defender y afirmar la lengua, la tradición y las costumbres catalanas. De esta base cristalizó, durante el último tercio del 1800, la vertiente política que, someramente, puede definirse como el complejo acervo de doctrinas y movimientos sociales y corrientes de pensamiento (de absoluta vigencia en la actualidad) que reivindicaba la personalidad política de Cataluña (Duran Solà, 2009; Gabriel, 2000). El análisis de distintos aspectos de la línea editorial de Ressorgiment comporta la profundización de la integración de las fuentes hemerográficas a las pautas metodológicas de la ciencia histórica, una práctica cuyo prestigio se ha afianzado durante las últimas décadas: La prensa en general y las revistas en particular han transitado un camino de ser únicamente vistas como fuentes documentales, y por lo tanto como medios, para ser consideradas un objeto de estudio en sí mismo. El cambio ha corrido a la par de una mayor profundización del análisis, lo cual a su vez ha generado un resultado abrumador: el mundo de las publicaciones es tan amplio que puede ser abordado desde distintas perspectivas y aun así parece no agotar su riqueza (Pita y Grillo, 2015).
Respecto de las publicaciones españolas en América, durante las últimas décadas del siglo pasado la historiografía iberoamericana ha dedicado trabajos que, desde distintas perspectivas, encaraban en su gran mayoría el análisis de las revistas surgidas en el contexto del exilio republicano de 1939 (Manent, 1992; Lucci, 2006). Ya en el siglo XXI, más allá de nuestros trabajos pioneros –que abrieron la vía de estudios socioculturales de la colectividad catalana en Argentina desde el punto de vista del separatismo porteño (Lucci, 2005, 2006, 2008, 2009, 2010, 2011, 2014a, 2014b, 2015, 2016a, 2016b)–, hemos podido constatar un interés creciente en las prácticas culturales de ese espectro de las migraciones españolas contemporáneas (Fernández, 2011, 2016; Casas, 2013; Irurzun, 2015). En este contexto
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historiográfico, el estudio de las fuentes hemerográficas del separatismo de Buenos Aires profundiza en el examen de las consecuencias de la debacle colonial española de 1898, que, aun al otro lado del Atlántico, condicionaron la reproducción de una identidad nacional hispana que integrara las distintas cosmovisiones locales y regionales del territorio español (Núñez Seixas, 2017: 403). La sólida línea editorial de Ressorgiment permite evaluar el tipo de influencia que la percepción de la nación y el Estado españoles como un “fracaso histórico” (Núñez Seixas, 2017: 411) supuso en la cristalización del imaginario identitario de los Catalanes de América. La cosmovisión del grupo respecto de Cataluña reivindicaba posiciones que se acercaban a lo que Xosé Manoel Núñez Seixas (2017: 411) define como “etnonacionalismo”, pues defendía la idea de que “sus territorios eran naciones dotadas de soberanía, y definidas de forma primordial por factores orgánico historicistas”. En nuestro artículo analizamos el discurso de Ressorgiment para, desde los postulados teórico-metodológicos de la ciencia histórica, profundizar nuestra contribución a la historiografía iberoamericana sobre el tema del exilio desde una perspectiva cultural. Así, efectuaremos una aportación inédita al estudio de la dialéctica que marcó el imaginario de un sector de la colectividad catalana radicada en tierras americanas, con el fin de superar las perspectivas que vinculan el flujo de población española hacia América en la etapa contemporánea a experiencias relacionadas con vectores exclusivamente económicos o con el análisis del exilio republicano. Consideramos la problemática del separatismo ultramarino como un caso de exilio contemporáneo español previo a la guerra civil a partir de las valoraciones de Encarnación Lemus, que pone énfasis en las causas y no en la cantidad de individuos involucrados en las experiencias exiliares:
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Entendemos el exilio como la situación de tener que dejar la patria por sufrir persecución, y también peligro de cárcel o muerte, a causa de las ideas políticas –podríamos añadir religiosas, o dejarlo en ideas, sean cuales fueran– o por la imposibilidad del desenvolvimiento pacífico y normal de la vida al faltar el derecho a la libertad de opinión (Lemus, 2002: 11).
Esta necesidad de abandonar el país de procedencia sin que medie obligatoriamente una legislación específica también ha sido considerada como exilio por la historiografía catalana: Utilizamos la palabra “exiliado/exiliada” para referirnos a aquellas personas que, voluntariamente o por fuerza (ascenso de gobiernos contrarios o medidas de gobiernos propios), viven (buscan refugio) en otro país por miedo a ser represaliadas por motivos políticos, religiosos o culturales, de una manera coyuntural, o al menos así lo creen (Arnabat Mata, 2008: 138).2
Si bien no fueron objeto de persecución generalizada, muchos de los integrantes de los Catalanes de América percibieron su migración como un desplazamiento forzado a causa de las trabas que se ponía a su militancia política3 y la obligatoriedad de acatar el marco legal del Estado español en aspectos sobre los que disentían, como, por ejemplo, la Ley de Jurisdicciones o la leva militar durante la guerra de Marruecos.4 2
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Traducción de la autora. Todas las citas extraídas de Ressorgiment, de documentación de archivo, y de bibliografía en catalán utilizadas en el presente artículo han sido traducidas por la autora. Esta percepción de los Catalanes de América como exiliados permanece en la actualidad, ya que puede verificarse en el Índex de Ressorgiment que publica la Biblioteca de Catalunya en su página web (“Índex Ressorgiment”). La Ley de Jurisdicciones, aprobada en 1906, permitía juzgar por el fuero militar los insultos al Estado español o al Ejército. Fue promovida después del ataque a la redacción de la revista política barcelonesa Cu-Cut el 25 de noviembre de 1905 a causa de que publicó una viñeta de humor gráfico en la que se ponía en duda la valentía del Ejército (Durán Solà, 2009: 109-112; Cagiao Vila, 1997; Lucci, 2010: 40).
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Esta representación definió la identidad del grupo aun en las generaciones siguientes, aunque su predisposición inclusiva exhortó a participar de sus actividades a cualquier miembro de la colectividad que lo deseara (Comité Llibertat de Buenos Aires, 1924). En ese contexto, como ya hemos puntualizado en trabajos previos (Lucci, 2014c, 2016c), la manera en que Nadal se vinculó con la colectividad catalana porteña, argentina y americana y su interés por favorecer el contacto del catalanismo ultramarino con la arena política catalana constituyen vectores fundamentales para profundizar, por un lado, en los estudios sobre la transnacionalidad –esto es, de las prácticas sociales, culturales y políticas no institucionales (Moctezuma, 2008: 41)– de los Catalanes de América de Buenos Aires en el contexto del flujo migratorio en el espacio iberoamericano durante el siglo XX. Por otro lado, y de manera vinculada a este aspecto, el caso testigo del grupo porteño permite continuar indagando en las cuestiones relacionadas con el transnacionalismo, entendido como las “relaciones de identidad y pertenencia” (Moctezuma, 2008: 41) que tienen lugar durante las experiencias tanto migratorias cuanto exiliares. En esta oportunidad, nos centraremos en la manera en que el imaginario de los Catalanes de América de Buenos Aires concibió al sistema republicano, con el fin de evaluar la capacidad del grupo para ajustar su discurso a situaciones específicas. Este análisis nos permitirá, además de percibir la manera en que la distancia y la coyuntura del país de acogida impactaron en su basamento teórico, explorar si la convicción ideológica pudo equilibrar el arrebato (o rauxa) y la reflexión (el seny) –dos componentes considerados los polos identitarios dialécticos de la personalidad catalana ligados a la dicotomía entre prudencia y coraje, entre reflexión e impulso (Vicens Vives, 2013 y Ros Marbà, 2005)–, en ese aspecto específico del discurso político y cultural que el grupo difundió desde Ressorgiment. En ese sentido, estudiaremos la manera en que el entorno argentino
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galvanizó la identidad del grupo, fomentó la preservación de su cultura y legitimó la continuidad de sus lazos con la vida política catalana. Esta perspectiva nos facilita acometer un estudio versátil y abarcador al permitir contextualizar debidamente las aristas sociales, económicas y políticas de la actuación de los Catalanes de América durante la guerra civil española. La posibilidad de acercarnos parte de esta documentación nos permitirá integrar el conjunto de la actuación del grupo durante la conflagración, alejándonos de concepciones rígidas sobre hechos y procesos históricos. Por esa razón, centraremos el análisis en las diferentes experiencias y prácticas sociales que llevaron a cabo y evidenciar su variedad: “En definitiva, importa mucho la forma en que los seres humanos se apropian del universo social que condiciona sus vidas y la manera en que constantemente lo transforman” (Ruiz Torres, 2002: 69). De este modo, será posible rastrear la relación de estos exiliados con la realidad catalana a través de la ligazón absoluta que existió entre su cultura y la oposición efectiva al levantamiento franquista. Esta particularidad permitirá evaluar el grado de compromiso del grupo con lo que acontecía en Europa y examinar su consonancia ideológica con el pensamiento humanista de entreguerras que se opuso al afianzamiento del fascismo y del nazismo en ese continente. Consideramos al proyecto político que Franco instauró en España acabada la guerra civil como un régimen fascista. La cuestión de si esta posición es adecuada constituye un tema fundamental en las historiografías española y catalana de las últimas décadas. El debate exhaustivo de este tema escapa a los objetivos de este capítulo, pero, debido a la presencia central de esta cuestión en el discurso de Ressorgiment durante la década del treinta y a la forma en que consideraron a la dictadura franquista desde su comienzo, creemos necesario precisar brevemente el contexto teórico que sostiene nuestras referencias al franquismo.
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Diferentes posiciones han sido desarrolladas respecto de si debe considerarse a la dictadura de Franco, sobre todo al primer franquismo, como un exponente del fascismo. Una de las corrientes se distancia de una asociación estrecha entre los dos regímenes.5 Sin embargo, la insoslayable influencia del fascismo sobre el pensamiento y la organización institucional del régimen franquista entre 1936 y 1945 ha provocado que historiadores como Paul Preston, Carme Molinero, Pere Ysàs, Ferran Gallego, Francisco Morente o Giuliana Di Febo, entre otros, se acerquen a una visión que relaciona estrechamente al franquismo con el fascismo, que ya había expuesto Luciano Casali (1990). Este enfoque hace hincapié en que la realidad española de finales de la década del treinta no puede considerarse aislada, sino inmersa en la coyuntura cultural, social, económica, ideológica y política de la Europa de entreguerras. Esta posición, que mantiene abierto y profundiza el debate historiográfico y es a la que adscribimos, pone énfasis en las particularidades que caracterizan a estos regímenes políticos (Molinero e Ysàs, 2008). A partir de la historia cultural o de la historia comparada, analiza diferentes puntos de contacto ideológicos y culturales: la reivindicación del nacionalismo y del imperialismo, el culto al líder, la creencia en una comunidad nacional armónica y un antiliberalismo y antisocialismo recalcitrantes (Preston, 2007; Gallego, 2005; Molinero e Ysàs, 2008). También señala, entre otras, similitudes en su funcionamiento: en la instauración del sistema de partido único como
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Gabriel Jackson, entre otros, se ha decantado por la acepción más estricta de “fascismo”, utilizándolo para referirse al movimiento creado en Italia por Benito Mussolini a comienzos de los años veinte. Para Javier Tusell, el franquismo no es fascismo. Para Ismael Saz, el franquismo es un régimen “fascistizado”, ya que, por sí sola, la ideología fascista no logra descubrir su especificidad. Stanley G. Payne fragmenta el espectro de regímenes en la Europa de entreguerras al definir siete tipos de movimientos fascistas diferentes, entre los cuales España forma parte del cuarto, como un exponente de gobiernos dirigidos por militares apoyados por elementos nacionalistas y con un gran componente fascista (Borejsza, 2002; Jackson, 1997; Saz Campos, 2004; Tusell, 1988).
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instrumento básico para el asentamiento del poder territorial, en la articulación y control de una administración política afecta, en la regulación del trabajo o en el papel que desempeñó la Iglesia en la organización de la adhesión al régimen (Marín Corbera, 2005, Di Febo y Molinero, 2005; Di Febo y Moro, 2005; Andreassi Cieri, 2005). Finalmente, utilizaremos el término en el sentido histórico, de modo tal de poder integrar la visión que los Catalanes de América tuvieron de la proyección política de Franco y que los llevó a considerar su victoria en la guerra civil como el peligro de la implantación en España de un régimen fascista: “Los coetáneos llamaron ‘fascistas’ a estas nuevas dictaduras porque ‘fascista’ era la auto denominación utilizada por el primero de estos proyectos que triunfó en la conquista del gobierno de un Estado (Marín Corbera, 2005: 15)”. Así, examinaremos la línea editorial de la revista para rastrear su orientación respecto del sistema republicano durante el período de entreguerras y, especialmente, en los años de la guerra civil española. En primer lugar, valoraremos el peso de la convicción republicana como elemento de continuidad de los vínculos existentes entre la política peninsular y los catalanes de Buenos Aires desde principios del siglo XX. En segundo término, analizaremos la manera en que los ideales republicanos fueron considerados por el separatismo porteño desde antes del comienzo de la guerra civil española. Por otra parte, en el marco del análisis de las publicaciones periódicas aparecidas en América, estudiaremos cómo, desde 1936 hasta 1939, la revista Ressorgiment se ocupó del alzamiento franquista y el modo en que el sistema democrático en general y la II República Española en particular influyeron en su posición durante el conflicto armado. Finalmente, explicaremos cómo la lucha antifascista actuó como galvanizador de los exiliados en favor de la República Española en el difícil contexto peninsular y europeo de la década del treinta.
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Para desarrollar nuestro trabajo, efectuaremos tres recortes que determinarán el análisis. El primero se refiere a las fuentes utilizadas: trabajaremos con los artículos de la revista Ressorgiment aparecidos entre 1936 y 1939, los que cruzaremos con fuentes primarias y contextualizaremos con bibliografía específica. El segundo recorte centra la perspectiva de análisis en el discurso de los Catalanes de América a favor de los ideales republicanos en el contexto de la guerra civil española, exclusivamente durante su transcurso. El tercero remite al campo de investigación que se centra en los trabajos de uno de los intelectuales6 más productivos de la colectividad catalana arraigada en Buenos Aires desde principios del siglo XX, Hipòlit Nadal i Mallol (1891-1978). Periodista y escritor catalán que ya en la península militaba en el catalanismo, se exilió en Buenos Aires en 1912 debido a que se negó a efectuar el servicio militar a que lo obligaban las leyes españolas (Lucci, 2010, 2016c). En una colectividad como la porteña, en la que, como en el resto de América, había desarrollado una sostenida vida cultural a partir de actividades musicales, poéticas, teatrales, históricas, periodísticas, editoriales y literarias (Lucci, 2014d; Irurzun, 2015), Nadal se integró a un grupo de intelectuales como Antoni de P. Aleu, Gràcia B. de Llorenç, Ricardo Monner Sanz o Josep Lleonart i Nart, quienes se interesaron, durante las primeras décadas del siglo XX, por el ideario catalanista. El periodista y editor aprovechó su experiencia previa en el periodismo de Barcelona (Lucci, 2010) para ensayar algunos proyectos editoriales, como Catalunya Nova, que, aunque de vida efímera,
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Etimológicamente se utiliza la definición de “intelectual” que se conforma en Europa a fines del siglo XIX a partir del Caso Dreyfus, que permitió la cristalización definitiva de un colectivo bajo la denominación de “intelectuales”. Emilio Zolá, a través de sus artículos periodísticos “Yo Acuso” y “Protesta”, este último firmado por académicos, hombres de letras, artistas, periodistas y estudiantes, pedía la revisión del proceso al capitán Dreyfus. Este artículo tomó el nombre definitivo de “Manifiesto de los Intelectuales” en un trabajo posterior de Maurice Barres (Charle, 2000).
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le permitieron tomar contacto con la opinión pública de la colectividad porteña y, junto con sus consocios del Casal Català de Buenos Aires, concebir la aparición de Ressorgiment. Desde esa publicación, que fundó junto a Pius Arias, Manel Cairol y Francesc Colomer, y su participación activa en el Casal y en el Comité Llibertat –el brazo político del Casal fundado por Pere Seras Isern en 1922 y la segunda entidad catalanista que surgió en América con fines específicamente políticos (Lucci, 2010)–, colaboró en la oposición a las dictaduras de los generales Primo de Rivera y Francisco Franco (Manent, 1992: 171, Tomo III; Lucci, 2016c). La posibilidad de constatar la intrínseca relación entre cultura, identidad nacional y acción política que caracterizó al separatismo ultramarino en general y al porteño en especial permite, desde la perspectiva cultural de los estudios migratorios, profundizar diversos aspectos de los movimientos de población de España hacia América. En primer lugar, nos facultan para estudiar la problemática del exilio en el contexto de los procesos de larga duración de la historia española. Al reparar en los exilios previos al republicano, la necesidad de dejar la tierra natal –no la voluntad de hacerlo por aspiraciones exclusivamente individuales vinculadas con el progreso económico– se reafirma como un hecho que sobrepasa el plano coyuntural, y que está conformado también por patrones individuales y colectivos. Se evidencia, además, como un problema estructural del devenir histórico hispano: Por este camino se llega también en un proceso insensible, pero al mismo tiempo lógico, a la reiteración de exilios, producto inexorable de una ortodoxia oficial que no admite la discrepancia. El discrepante deja de ser un hereje […] se convierte en adversario político (Abellán, 2001: 24).
Esta visión incorpora al análisis de la guerra civil la actuación de aquellos que habían abandonado España antes de la contienda, pero que se involucraron en ella desde el
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exterior. Esta “España fuera de España” (Soldevilla Oria, 2001: 9) que constituyen los exiliados es fundamental para efectuar nuestro estudio desde posiciones que reparen en la diversidad cultural hispana y faciliten la incorporación de hechos y sujetos históricos soslayados por concepciones maniqueístas de homogeneidad que presentaron al nacionalismo como “una especie de religión secularizada, encargada de establecer una concepción ortodoxa de la nación como categoría de identidad fundamental de la ciudadanía” (Núñez Seixas y Molina Aparicio, 2011: 2). Así, la incorporación de este tipo de fuentes sitúa la actuación de estos intelectuales catalanes que adhirieron al bando republicano en los prolegómenos del antifranquismo, entendido como conjunto de fuerzas individuales o colectivas, organizadas o no, que lucharon de diversas formas contra la dictadura franquista una vez derrotada la II República (Molinero e Ysàs, 1999; 2003). La observación atenta de esta producción intelectual coadyuva a superar generalizaciones y a acercarse a una realidad compleja y diversa de modo tal de plantear nuevos interrogantes desde los cuales analizar la historia española. La indagación histórica desde esta perspectiva permite extender el campo de análisis e intentar comprender desde una concepción identitaria –considerada como heterodoxa y “disidente”7 en la percepción de unicidad que todavía determinaba la identidad nacional española de comienzos del siglo XX– no solo cómo los Catalanes de América se insertaron en la lucha, sino también establecer cómo redefinieron su postura respecto de la II República Española, frente al alzamiento franquista y al peligro fascista que amenazaba a toda Europa.
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“Porque el nacionalismo, al arrogarse el derecho a discernir el bien del mal en materia de nación, se encarga de definir la normalidad de la anormalidad, convirtiendo la heterodoxia en disidencia” (Núñez Seixas y Molina Aparicio, 2011: 3; énfasis original).
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El republicanismo y la II República Para Hipòlit Nadal, el hecho de no estar en España en el momento de la asonada franquista no le impidió involucrarse activamente para promover su ataque desde tierras americanas a través de su actividad intelectual (Lucci, 2010). En los meses previos a la guerra civil, su compromiso intelectual con el catalanismo continuaba, como en los años anteriores (Lucci, 2010), dirigido a trabajar en relación con los ideales independentistas de Cataluña: “Hasta ahora los ‘catalanes de América’ nos hemos limitado a propagar la buena doctrina patriótica y a contribuir, moral y materialmente, a incrementar el ideal de libertad y de cultura catalanas, estrictamente catalanas” (Nadal i Mallol, 1936a: 3755). A pesar de que el grupo de Buenos Aires despertaba dudas e incomodidades en algunos círculos políticos catalanes –el caso paradigmático es el de Francesc Cambó, intelectual y empresario por excelencia del hispanoamericanismo y líder del partido Lliga Regionalista de Catalunya, desde el que propugnaba una solución de concordia para el problema catalán (Cambó, 1927; Dalla Corte, 2005; De Riquer, 2013)–, era reconocido tanto en este continente como en España, antes y durante el conflicto armado, como lo demuestra un mensaje del presidente de la Generalitat de Catalunya, Lluís Companys, que publicó Ressorgiment: Vemos con cordial simpatía la labor patriótica constante de nuestros hermanos exiliados. Comprendemos la importancia cabal que tienen para el triunfo de los ideales de libertad de nuestro pueblo la existencia de casi dos millones de catalanes e hijos de catalanes en tierras americanas (Companys, 1937: 4040).
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La simpatía de Ressorgiment por el régimen republicano de gobierno ya se había hecho palmaria durante el período de entreguerras. En ese sentido, al menos tres factores acercaban a los Catalanes de América porteños a una imagen positiva de la experiencia republicana. Por un lado, la identidad nacional que reivindicaban, ya que reconocían como antecedente histórico a la efímera declaración de república catalana que en 1641, en el contexto de la guerra franco-española, había proclamado la Junta de Braços8 a propuesta de Pau Claris (Florensa i Soler, 2004: 102-103), presidente de la Diputación General del Principado de Cataluña (Solà i Vilanova, 1934: 3436). En segundo término, la percepción del agotamiento del proyecto monárquico español, que –agravado por la dictadura de Primo de Rivera, hacia la cual el grupo sentía “aversión” (Nadal i Mallol, 1930: 2615) debido a su acción represiva en Cataluña (Navarra Ordoño, 2012: 175)– según su opinión había favorecido sistemáticamente políticas centralistas: “¿No siente Cataluña el mismo repudio por las dictaduras ahora, que en su momento por la monarquía?” (Nadal i Mallol, 1936b: 3851). Finalmente, las jóvenes repúblicas americanas, que constituían un ejemplo a seguir: Y es que en nuestra condición de exiliados […] en esta inmensa tierra americana donde se debate todo tipo de ideas y encuentran cordial refugio los luchadores de todos los países […] forzosamente nuestra conciencia se abre a un conjunto de enseñanzas que influyen en el pensamiento y en el espíritu de una manera decisiva (Nadal i Mallol, 1922: s/nº).
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Institución que convocaba la Diputación del General de Cataluña de manera excepcional en casos de emergencia o urgencia extrema (Puig, 2014: 127).
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El grupo pensaba, en concordancia con la posición del político Francesc Macià9 –cuya posición en favor de la soberanía plena catalana ya había manifestado como diputado por Solidaritat Catalana en las Cortes en 1919 (Macià, 1919: 5205)–, que había que dar prioridad a la obtención de la independencia (Durán i Lleida, 2005) y que la elección del sistema de gobierno podía decidirse en una etapa posterior. No obstante, la convicción de que solo en un entorno republicano las reclamaciones catalanistas podrían ser discutidas en un ambiente de diversidad fructífero llevó a la revista de Nadal a adherir, en 1922, a los postulados
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Francesc Macià (1859-1933): político, militar y empresario español, nacido en Borges Blanques, Cataluña. Vinculado al partido Lliga Regionalista de Catalunya, que lideraba Francesc Cambó, fue diputado a Cortes en 1910. No obstante, su ideología y su acción política se decantaron paulatinamente hacia el catalanismo de tendencia separatista. Fundó en 1922 Estat Català, movimiento político catalán de carácter separatista que tuvo una gran penetración en las asociaciones catalanistas americanas. Tras el fracaso de la incursión armada para liberar Cataluña, durante la dictadura del Primo de Rivera en 1926, fue detenido y procesado en París, hecho que lo convirtió en símbolo de las reivindicaciones catalanas a nivel internacional. Condenado a dos meses de prisión, que ya había cumplido, pasó a Bélgica y, desde allí, se embarcó al Uruguay, donde llegó a principios de 1928. Entró clandestinamente a Argentina y el Comitè Llibertat de Buenos Aires lo ayudó a tramitar su residencia legal mediante un sonado pleito ante la Corte Suprema de Justicia que llevaron a cabo Alfredo Palacios y el abogado Carlos Caminos. A partir de allí, realizó una gira americana que tuvo su punto culminante en La Habana (Cuba), donde participó en la Asamblea que habían organizado Josep Carner i Ribalta, Josep Conangla en la capital cubana y él mismo durante su estadía en Argentina, y que aprobó durante sus sesiones una Constitución para una futura república catalana. Retornó a Cataluña en 1930, donde fundó el partido Esquerra Republicana de Catalunya, el cual triunfó en las elecciones municipales. Luego del establecimiento de la efímera República Catalana en abril de 1931, Macià proclamó el Estado Catalán integrado en la Federación de Repúblicas Ibéricas. Tres días más tarde, aceptó reconvertir el gobierno de Cataluña en el Gobierno de la Generalitat de Catalunya. Participó en la elaboración del Estatuto de Autonomía catalana de 1932. Fue reelegido presidente de la Generalitat y murió en el ejercicio de su cargo en 1933 (Palacios y Caminos, 1929; Arrufat, 2007; Lucci, 2010; Lucci, 2017).
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de la Conferència Nacional Catalana10, que declaraba sobre la forma republicana: “[…] sería la más avenida a las actuales características de nuestra tierra” (“Conclusions”, 1922: 1159). En este sentido, el seny y la rauxa, la reflexión y el apasionamiento característicos de la personalidad catalana apuntaban en la misma dirección y convergían en el mismo propósito. En el contexto de las reclamaciones de los pueblos sin Estado europeos luego de la Gran Guerra, el catalanismo porteño vio en el sistema republicano la posibilidad de que las futuras naciones –entre las que esperaban que se encontrara Cataluña– se integraran a la nueva conformación geopolítica europea dotadas de parámetros de convivencia que descansaran en pautas sociales, culturales, económicas y políticas más igualitarias (Fabregat, 1930: 2697). Por lo tanto, desde 1924 y a partir de sus postulados de prescindencia política, que implicaban colaborar táctica y económicamente con las formaciones políticas catalanas que incluyeran en su programa la independencia, aunque sin asociarse oficialmente para conservar su capacidad de acción y decisión (Macià, 1924), apoyaron y subvencionaron al proyecto para instaurar una república catalana que desde el movimiento Estat Català promovió Francesc Macià (Lucci, 2017) y que cristalizó en lo que se conoce como los Sucesos de Prats de Mollò (Faura i Homedes, 1991). Durante la primera mitad de los años treinta, sin embargo, tanto el optimismo cuanto el descontento marcaron la perspectiva de los Catalanes de América de Buenos Aires respecto de la gestión de la II República. El 14 de abril de 1931, a raíz de las elecciones municipales celebradas en España dos días antes, Macià declaró la República Catalana “como estado integrante
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Asamblea política que se llevó a cabo los días 4 y 5 de junio de 1922, promovida por intelectuales catalanistas y disidentes del partido Unión Federal Nacionalista Republicana. Esta reunión promovió la creación del partido Acción Catalana (“Conferencia Nacional Catalana”).
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de la Federación Ibérica” (Roglan, 2006: 13). Aunque esa república fue sustituida desde el 17 de abril por la reinstauración de la Generalitat de Catalunya como Gobierno autónomo catalán, significó la vía libre para la confección de un nuevo Estatuto de Autonomía (Roglan, 2006: 18). Estos beneficios políticos fueron vistos con optimismo por el grupo porteño, ya que, a pesar de que la efímera república catalana no había llegado a cristalizar, la caída de la monarquía española y el final de la dictadura de Primo de Rivera reforzaban la convicción de que en una España republicana aumentaban las posibilidades de efectuar planteamientos de autonomía en un ambiente más receptivo (Nadal i Mallol, 1931: 2855). Desde sus artículos, Ressorgiment respaldó la decisión de Macià del restablecimiento de la Generalitat, persuadida de que el momento político no le dejaba al caudillo otra opción viable, tal cual indica la correspondencia que recibía su director: Os escribo en el sexto día de la República española. No ver la monárquica bandera nefasta en las calles y la total eliminación borbónica bien vale unas palabras de júbilo. Pero temo que este movimiento no dejará bien definida la personalidad indiscutible de Cataluña. Macià es un hombre de buena fe, un poeta de la política, y me parece que su sueño de toda la vida no tendrá la bella realidad que todos anhelamos (Tharrats, 1931).
La revista consideró que desde esa porción de libertad que les confería la autonomía y el futuro Estatut se podía trabajar por nuevos objetivos que mantuvieran vigentes los ideales separatistas (Nadal i Mallol, 1933a: 3191). Sin embargo, esta posición no coartó el análisis crítico de Ressorgiment sobre la gestión gubernamental de Madrid y sobre la arena política catalana, cuando consideró que favorecía al juego político español (Nadal i Mallol, 1933b: 3207). Estas opiniones, que se
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transmitían a los lectores, reflejaban las preocupaciones que se sentían en Cataluña y que llegaban a Buenos Aires en la correspondencia habitual de Nadal.11 Por lo tanto, la aportación más importante de Ressorgiment en esos primeros años de la década del treinta fue su intento de llevar a la opinión pública un producto periodístico que no descansara solamente en el elogio fácil, sino que mantuviera el balance entre el equilibrio y la euforia, entre el seny y la rauxa. Los comentarios sobre el gobierno de la Generalitat abandonaron con perspicacia la crónica para explorar las cada vez más evidentes tensiones entre Madrid y Barcelona. Con el paso de los meses, la publicación se hizo eco de “las incertidumbres y los temores” (De Reig, 1931: 2879) del momento político que se vivía, sobre todo respecto del proceso de redacción y aprobación del Estatut d’Autonomia.12 Si bien el grupo instó a los catalanes exiliados y emigrados a apoyar a las autoridades constituidas
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Al respecto, el doctor Leandre Cervera, miembro del Institut d’Estudis Catalans y colaborador habitual de Ressorgiment durante las décadas de 1920 y 1930, afirmaba en 1932 en correspondencia a Nadal: “Es francamente espeluznante el espectáculo que ofreció a nuestra visión patriótica la Cataluña actual. Ya vemos como el Estatuto […] ha ido debilitándose a consecuencia de los batacazos de los diputados españoles y de la absoluta necedad de los diputados catalanes” (Cervera, 1932). Estatut de Núria: Proyecto de Estatuto de Autonomía catalana que se redactó una vez instaurada el 17 de abril de 1931 la Generalitat de Catalunya. Luego de que los Gobiernos español y catalán introdujeran modificaciones al texto original, el Estatuto se sometió al plebiscito popular el 2 de agosto de 1931. La participación en la consulta legal fue del 75 % del censo catalán, y el voto afirmativo llegó al 99 %. Aunque inhabilitadas todavía para votar, las mujeres reunieron unas 400 mil firmas de adhesión a la proyectada ley. El Estatut de Núria establecía una estructura federal para España, la creación de un gobierno para los Países Catalanes integrado en una federación española, el reconocimiento de rango oficial exclusivo para el idioma catalán en toda Cataluña y definía las competencias de la II República y de la Generalitat. La letra de la Constitución española de 1931 limitó estos lineamientos autonomistas ya que indicaba que el Estatuto presentado en Madrid era solo un anteproyecto, razón por la cual estaba en posición de ser modificado por las Cortes españolas y limitando toda su eficacia jurídica. El Estatut d'Autonomia definitivo que se aprobó en 1932, a pesar de que con-
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(Nadal i Mallol, 1931: 2855), con el correr de los meses la posición respecto de la convivencia con España dentro de un mismo Estado fue mirada con frustración (Nadal i Mallol, 1932a: 3127). El grupo expresó su disconformidad por tener que someter a la aprobación del Gobierno de Madrid el texto que se había aprobado en el plebiscito del 2 de agosto de 1931, ya que consideraba que era “rebajarse ante los españoles, el permitirles revisar la declaración de los derechos de la nación catalana” (Llorenç i Bassa, 1931: 2924). En ese sentido, los Catalanes de América se hicieron eco de la posición que tomaron en la península políticos catalanistas, como Nicolau d’Olwer: “Si el Estatut nos viniera recortado, entonces la voluntad de Cataluña no habría sido respetada y, por lo tanto, Cataluña no se sentiría ligada [a España] por un pacto” (D’Olwer, 1932: 3041). La aprobación del texto definitivo del Estatut ese mismo año por las Cortes españolas, que contenía importantes modificaciones respecto al aprobado por el plebiscito, también fue tomada en Buenos Aires como una muestra de la poca predisposición de Madrid hacia Cataluña. Por lo tanto, y a pesar de que el catalanismo porteño intentaba minimizar polémicas y luchas internas para privilegiar la lealtad a las autoridades catalanas entre la opinión pública de la colectividad (Nadal i Mallol, 1932b: 3143), el espíritu crítico y la decepción se hicieron evidentes. La correspondencia con correligionarios que habían retornado a la península y la extensa red de corresponsales que había desarrollado en las décadas anteriores contribuyeron a conformar su visión pesimista de la viabilidad de las reclamaciones separatistas catalanas durante la II República (Bassa, 1936a). Por lo tanto, las aspiraciones de independencia continuaron marcando la relación del grupo con la República Española y señalaron un distanciamiento respecto del
servaba algunos de los puntos del Estatut de Núria, definía a Cataluña como una región autónoma del Estado español, instauraba el bilingüismo y reducía las competencias legislativas catalanas (Gerpe, 1977).
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Gobierno madrileño entre 1932 y 1936. Los Catalanes de América, entre ellos los de Buenos Aires, continuaron con su labor catalanista. Los objetivos de autonomía integral se mantuvieron en su discurso, y durante la presidencia de Francesc Macià en la Generalitat –que se prolongó desde abril de 1931 hasta su muerte en el cargo, en diciembre de 1933–, el catalanismo americano logró un espacio institucional de envergadura continental en el gobierno autonómico (Lucci, 2010). En el Departament de Cultura comenzó a funcionar la Oficina d’Informació i Relacions amb els Catalans d’Amèrica, la dependencia dedicada a concentrar el enlace con los distintos grupos americanos (Oficina d’Informació, 1933). En 1936 se dio un paso más en la integración institucional cuando la Generalitat puso bajo su patrocinio la Biblioteca del Casal Català de Buenos Aires, juntamente con las de otras tres entidades señeras del catalanismo exterior: el Centre Català de Mendoza (Argentina), el Centre Català de Santiago (Chile) y el Centre Català de La Havana (Cuba) (Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya, 1936). La información de la revista, a mediados de 1935, muestra que el grupo no estaba decepcionado respecto del sistema republicano, pero que descreía cada vez más del rumbo catalán en el contexto de la II República. La creciente tensión política desbordó el espacio reservado a los editoriales y determinó el contenido político y cultural de la revista con un doble propósito: tener al tanto de los avatares políticos a la opinión pública y sopesar los límites que el catalanismo ultramarino percibía sobre la autonomía catalana en esa coyuntura: La nueva decepción, el nuevo desengaño sufrido ante la actitud de España, creemos que debe aleccionar lo suficiente a los catalanes para convencerlos de una vez por todas de lo que venimos proclamando nosotros desde hace muchos años: que con España no iremos a ninguna parte (Nadal i Mallol, 1935: 3679).
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Esa diferenciación entre sistema republicano y República Española se revirtió con el levantamiento faccioso de Franco. La reflexión, el seny catalán, permitió un ejercicio de pragmatismo ideológico y estratégico que promovió la revisión del discurso y de los objetivos de los Catalanes de América. Durante los años siguientes, el apasionamiento, la rauxa del catalanismo ultramarino, se volcó en un apoyo convencido a la II República.
Contra el enemigo común Debido al agravamiento de los problemas que atravesaba el gobierno republicano (Casanova, 2014a, 2014b), desde el comienzo del año 1936 Nadal reforzó en los editoriales de Ressorgiment el análisis de los sucesos que acontecían en la península. Como desde hacía ya dos décadas –la revista cumpliría veinte años de aparición ininterrumpida en agosto de 1936, unos días después del levantamiento franquista del 18 de julio–, la información que corresponsales y correligionarios en Cataluña enviaban por correspondencia al despacho del director (Lucci, 2010, 2017) lo había mantenido al tanto del agravamiento de la situación política española (Bassa: 1933). En esos meses, el correo daba cuenta de la creciente percepción del peligro de la ruptura institucional: “Estamos sobre un volcán, cuyo carácter y situación exacta todavía desconocemos. No sabemos, aunque todos los deseamos, cuál será el final. No obstante todo el mundo se hace cargo de que el porvenir sería horroroso si ganaran ellos…” (Bassa, 1936b: 1). Desde el número de septiembre de 1936, los sucesos de la guerra civil fueron un tema preponderante, hasta que se convirtieron en excluyentes. Inmediatamente después del alzamiento, Ressorgiment informaba sobre la sensación de peligro e inseguridad que traía aparejado un posible triunfo de Franco:
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Los catalanes, por consiguiente, nos encontramos amenazados por todos los peligros y abusos imaginables. Nuestros derechos, nuestras instituciones, nuestras propias vidas están amenazadas de muerte. Toda la prole españolera, comenzando por los militares y acabando por los de la flamante Falange, se aprestan a comenzar la batalla, la gran batalla que determinará nuestro futuro (Nadal i Mallol, 1936f: 3927).
Como el resto de la colectividad española residente en Argentina –país que siguió de cerca y se involucró en la coyuntura hispana tanto desde lo social cuanto en lo político (Quijada, 1991; Montenegro, 2002)–, la catalana experimentó una rápida y manifiesta polarización respecto del alzamiento del bando nacional (Lucci, 2010; Jensen, 2014). Mientras que instituciones como el Centre Català de Buenos Aires viraron su posición hacia el reconocimiento de la autoridad de Franco, las entidades que contaban entre sus asociados a los Catalanes de América expresaron su fidelidad a las autoridades emanadas de la legalidad institucional peninsular. Los tres referentes más importantes del grupo porteño, el Casal Català, el Comitè Llibertat y la revista Ressorgiment, actuaron a partir de un inmediato y explícito rechazo intelectual y efectivo al bando rebelde: La lucha es violenta, cruel y a muerte. Hay en juego intereses vitales que, según quien sea el vencedor, nuestra tierra puede llegar a obtener un grado de libertad política tan alto que roce la soberanía o, incluso, la independencia completa; o bien confinada del todo al yugo de una dictadura militar, fascista, que como ya han adelantado los insurgentes, trabajará para hacer desaparecer hasta el nombre de nuestra patria […] (Nadal i Mallol, 1936c: 3916).
De esta manera, desde el comienzo de la guerra el grupo llevó a cabo una reconversión integral de su militancia: suspendió la acción política y dirigió sus energías al apoyo de los ideales democráticos y a las autoridades republicanas.
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Además, se centró en la divulgación del catalanismo como justificación cultural del apoyo a las autoridades legítimas españolas y catalanas, así como al socorro humanitario: Se ha hecho un llamado a los afiliados del Comitè Llibertat con el propósito de recoger libros argentinos y americanos para enviar a la Conselleria de Sanitat i Assistència Social, ya que solicita material de lectura para los heridos y enfermos de los hospitales. Las filiales de Chile han enviado una gran cantidad de libros de autores de ese país (“Activitats”, 1937: 4098).
Para el grupo separatista, el periodismo continuó siendo una herramienta de difusión y adoctrinamiento durante la guerra civil, y la revista de Nadal se comprometió a fondo con el bando republicano. Desde su posición antimonárquica habitual (Nadal i Mallol, 1936b: 3851) y desde la reivindicación de sus ideales de independencia (Fort, 1937: 4042), el apoyo a las instituciones democráticas en España se plasmó claramente en los editoriales de Ressorgiment y reafirmó en la esfera pública el compromiso de Nadal con los ideales republicanos: La casta militar española no quiso concretarse a ejercer las funciones de su injerencia sino que, más allá de su ámbito profesional, quería imponer a la república un criterio político tiránico que no corresponde a un régimen de democracia como el que el Estado español se había dado (Nadal i Mallol, 1937a: 4071).
Su postura antimonárquica se refleja en el editorial de julio de 1936 cuando analiza la grave situación política española inmediatamente anterior al alzamiento franquista (Nadal i Mallol, 1936b: 3851). Así, desde el comienzo de las hostilidades, Ressorgiment se alineó con el gobierno republicano. En ese sentido, no se aprecian vacilaciones: la posición de la revista sería la misma hasta el final de la guerra.
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Sin embargo, es necesario remarcar que el discurso de Nadal experimentó modificaciones que se plasmaron en los editoriales de la revista. El seny o prudencia de la personalidad catalana se tradujo en una ampliación de la perspectiva política de la línea editorial de Ressorgiment, que redirigió la rauxa o apasionamiento de su discurso desde la defensa casi exclusiva de los ideales republicanos en el contexto de una posible independencia catalana hacia la difusión de los ideales republicanos como fuente de libertad, justicia e igualdad. Así, la derrota de Franco era necesaria para legitimar la asociación de los intereses españoles y catalanes en defensa del Gobierno legal y legítimo republicano y, además, para la pervivencia de la vida democrática en sí misma. Efectivamente, en los editoriales del primer año de la guerra Ressorgiment respaldó el envío de efectivos catalanes para engrosar las filas de las fuerzas republicanas del Estado español que no luchaban en territorio catalán (Nadal i Mallol, 1936d: 3911). La publicación remarcaba que la misión de los catalanismos interior y ultramarino era colaborar en la lucha contra los militares que atentaban contra el Gobierno legítimo en España. Pero, a pesar de esta convergencia de objetivos, también recordaba la diferenciación de los intereses catalanes y españoles para la posguerra: “[…] la trágica locura desencadenada por los militares este año, ¿no puede traernos, por ventura, la soñada independencia?” (Nadal i Mallol, 1936d: 3911). La derrota del bando sublevado era necesaria para la pervivencia de la vida democrática, pero la postura editorial de la publicación la justificaba desde los ideales republicanos catalanes que solo coyunturalmente estaban asociados a los españoles: La naturaleza de la lucha ha hecho que nuestra suerte estuviera ligada a la suerte de la república española. Eso no quiere decir, sin embargo, que en un momento dado no nos encontremos solos delante del mismo enemigo que ahora tenemos en común (Nadal i Mallol, 1936e: 3943).
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En esta etapa, la revista vocera del separatismo ultramarino se preocupó por conjugar las representaciones tradicionales del catalanismo cultural y político con una posición más integral de apoyo a los ideales republicanos, que comprometió a su publicación con el objetivo de involucrarse con la coyuntura de la guerra: Los que estamos alejados de la patria tenemos también deberes que cumplir. También, desde aquí, podemos ayudar a su triunfo [el de la república española] por pequeño que sea nuestro esfuerzo comparado con el de los hermanos que allí ofrecen sus vidas. Más allá de la ayuda material para las víctimas de la lucha, nuestro aporte moral se hace imprescindible y no debe faltarle a los combatientes (Nadal i Mallol, 1936f: 3927).
En agosto de 1937, la revista apremió a los catalanes en el exterior a permanecer al lado de la II República: “Cataluña, a pesar de sus ideales, a pesar de sus ansias de libertad y de independencia, acude a la defensa de España con la misma decisión que si se tratase de su propia existencia” (Nadal i Mallol, 1937b: 4087). Para la revista, la guerra en la que estaba envuelta Cataluña era responsabilidad de los militares españoles y del fascismo internacional (Nadal i Mallol, 1937c: 4119) y, por esa razón, la solidaridad catalanista debía decantarse por respaldar la causa leal, que era “la causa del pueblo” (Nadal i Mallol, 1937c: 4119). En el primer aniversario del comienzo de la guerra, el editorial de agosto recordaba que los objetivos del alzamiento atacaban la continuidad constitucional y jaqueaban las aspiraciones democráticas de todos los que convivían en el Estado español (Nadal i Mallol, 1937a: 4071). En ese contexto, en el que la participación en la coyuntura bélica era percibida como una obligación patriótica para la colectividad catalana en general, una posible neutralidad quedaba excluida. El llamamiento a abandonar cualquier postura equívoca contra el Gobierno madrileño y a reforzar la acción desde el exterior constituyó otra de las
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características de esta primera etapa de apoyo a la facción republicana. En noviembre de 1936, los Catalanes de América suscribieron una declaración de adhesión al Gobierno y al pueblo catalán que urgía a renunciar al neutralismo y a trabajar en favor de las autoridades legítimas: Basta de reparos y subterfugios. Ahora más que nunca es necesario dar la cara sin temer las consecuencias […]. No podemos entender que ningún catalán con un mínimo de espíritu de catalanidad pueda abandonar en estos momentos el lugar que le corresponde (“Manifest”, 1936: 3937).
Por esa razón, el respaldo a la causa republicana era la única actitud posible tanto para aquellos catalanes que vivían en Cataluña, cuanto para los que estaban lejos de la patria: La neutralidad no puede existir frente a la lucha actual. Si sois catalanes por sobre todas las cosas, no podéis tener ninguna duda: habéis de abominar de aquellos que se han lanzado contra el pueblo indefenso; de aquellos que han desencadenado la guerra civil para imponernos un régimen de tiranía reñido con las corrientes democráticas y liberales del mundo […] (Nadal i Mallol, 1937d: 4151).
Si bien en los objetivos del separatismo porteño las reivindicaciones catalanas no claudicaban, el respaldo a la II República apareció a partir del primer año de la guerra, cada vez más libre de condicionantes políticos o históricos que pudieran comprometer su defensa: Por encima de las diferencias que separan a españoles y catalanes, el hecho es que ahora combaten codo a codo contra el fascismo español e internacional, aliados. La defensa de las instituciones democráticas amenazadas de muerte ha exigido que se hiciera un alto, que se abriera un paréntesis en la lucha secular que sostenemos con España por la reivindicación de nuestros derechos nacionales (Nadal i Mallol, 1937e: 4039).
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Así, a partir de una aproximación humanista y una rechazo visceral al fascismo, Ressorgiment expuso no solo el apoyo palmario de la revista a la legitimidad del gobierno republicano, sino también dejó sentado su propio rol y el de la prensa en general en momentos de guerra: Y si las publicaciones de fuera de Cataluña, en tiempos de guerra o de paz, deben ser siempre reflejo de lo que en ella sucede, es natural que ahora que hay guerra dediquen todo el espacio que sea conveniente con el fin de ayudar en lo que se pueda a sostener la verdad y la justicia que defiende nuestra patria (Nadal i Mallol, 1938a: 4279).
A medida que avanzaba la guerra, el contenido de los editoriales de Ressorgiment apoyó la legitimidad de la causa de la República Española también a través de la conmemoración del pasado republicano catalán. En el mes de abril de 1938, el editorial de Ressorgiment conmemoraba el 7.º aniversario de la declaración de la efímera república catalana que había pronunciado Macià en 1931. Lejos de introducir un espacio de conflicto con la causa del Gobierno de Madrid, estas efemérides se convirtieron en un vehículo para recordar que el “régimen democrático descansa en el pueblo” (Nadal i Mallol, 1938b: 4215) y, por lo tanto, congregar la participación de los catalanes en el exterior en la lucha contra Franco. A través de la transcripción de un discurso del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, la revista reafirmó esta postura editorial: ¡Catalanes! Nosotros estamos aquí dispuestos a luchar hasta vencer, dispuestos a luchar hasta el último momento. Con nuestras armas, con las nuestras y con las que tengamos a mano, y cuando se acaben las armas y los cartuchos, lo haremos con las mismas armas que teníamos en 1936: con cuchillos y escopetas viejas, y cuando no tengamos ni eso, con los dientes […] (Companys, 1938: 4215).
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Pero si para el catalanismo separatista porteño era imperioso defender la causa republicana de cara a la política interior española, también era fundamental ser consciente del contexto político europeo, ya que la escalada fascista era cada vez más preocupante: He aquí sintetizada la obligación del antifascista catalán, como el de todo el pueblo ibérico, como el de todos los pueblos del mundo: ayudar en todo momento al combatiente del frente. Con el pensamiento, con el corazón, con la entrega de uno mismo. Sacrificarse cada día por él. Privarse cada día de un gusto para que el soldado del frente –que ofrece su sangre para que no tengamos que ofrecer la nuestra–, lo pueda disfrutar (Llorens de Serra, 1938: 4280).
Contra Franco y contra el fascismo El cambio más destacable de la postura editorial de Ressorgiment tiene que ver con la integración del problema catalán y de la conflagración española en la conflictiva situación europea, debido a que reencauzó el temple y el apasionamiento del catalanismo ultramarino, el seny y la rauxa, contra el avance del fascismo en Europa. Esto condujo a una segunda etapa respecto del análisis periodístico de la guerra civil, fruto de una nueva ampliación de su discurso respecto de los ideales republicanos. Con el correr de los meses, los editoriales, además de profundizar su análisis de la política española, marcaron el comienzo de su vinculación con el pensamiento europeo de entreguerras. Esta perspectiva, en la que humanismo y antifascismo fueron dos soportes ideológicos centrales, significó una nueva redefinición de los objetivos editoriales de la revista, que se irían perfilando casi con exclusividad hacia la participación efectiva en la lucha contra los “nacionales” como un paso necesario para derrotar al fascismo a escala europea.
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La incorporación del discurso antifascista marcó el análisis político y cultural de la guerra civil por parte de Ressorgiment. Para los Catalanes de América, la coyuntura española imponía a Cataluña luchar junto al ejército republicano, pues centraba el interés colectivo en derrotar al bando nacional para evitar una dictadura militar de corte pro fascista que reprimiría las libertades políticas (Nadal i Mallol, 1936c: 3916). Por esa razón, el patriotismo debía apoyar las decisiones de las autoridades legítimas españolas. Solo de esta manera podría Cataluña integrarse en el futuro a un contexto geopolítico de naciones democráticas. Para reforzar esta posición, Ressorgiment reprodujo un mensaje del político Carles Pi i Sunyer, alcalde de Barcelona, a los catalanes ausentes de la patria: “Hermanos míos que me escuchan en la distancia, en la intimidad de vuestros hogares catalanes. Pasará la hora tempestuosa y Cataluña rejuvenecida y plena de coraje recompondrá su alma densa y tibia de humanidad y abierta al porvenir” (Pi i Sunyer, 1936; 3945). Al cumplirse el primer año de la guerra, la vocera de los Catalanes de América porteños recordaba que los propósitos del alzamiento comprometían por igual la vida democrática de españoles y catalanes contra los militares alzados: Unitarismo y clericalismo constituían su bandera; unitarismo que no se reducía a hacer de la república un cuerpo uniforme, hermético, insensible a las necesidades de lo que ellos llamaban “regiones”, sino que conspiraba contra la misma seguridad del régimen, debido a que está inspirado por el deseo de reinstalar la nefasta monarquía borbónica. Un odio concentrado contra la república y contra Cataluña, fue lo que determinó la sublevación (Nadal i Mallol, 1937a: 4071).
Unos meses después, aun aclarando que las aspiraciones separatistas catalanas no estaban olvidadas, sino soslayadas hasta que acabara la contienda, Nadal instaba a permanecer fieles a las instituciones republicanas españolas y a recordar que existía una relación vinculante entre el ejército
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sublevado y el fascismo: “El panorama de la guerra que por causa de los militares españoles y el fascismo internacional sufre nuestra patria ha variado mucho en estos últimos tiempos, a favor de la causa leal, que es la causa del pueblo” (Nadal i Mallol, 1937c: 4119). Así, en su línea editorial se produjo la síntesis ideológica que enlazó la problemática republicana española con la del continente europeo. Desde una catalanidad que promovía un compromiso activo, la defensa del republicanismo aparecía intrínsecamente ligada a la oposición y el ataque al fascismo. Hasta ese momento, las referencias a los avances de las derechas en Alemania e Italia habían permitido denunciar la evidente colaboración de las fuerzas castrenses italiana y alemana con el bando nacional. En una carta que Nadal publicó en el editorial de Ressorgiment de agosto de 1937, se informaba a los lectores de la ayuda alemana en el bombardeo de Barcelona, el 29 de mayo de ese año: “Esta mañana a las 3:20, se han presentado en nuestra ciudad 7 aviones alemanes que han sembrado la muerte y la destrucción entre los ciudadanos indefensos […]” (Vilaró i Guillemí, 1937: 4087). A partir del año 1938, este enfoque se profundizó y la situación española fue una herramienta más para denunciar los peligros del fascismo y convocar enfáticamente a su defenestración desde el exterior: “Todos podemos contribuir al triunfo de la gran causa y es necesario que lo hagamos sin desfallecimiento, sin dilación y con completo desinterés” (Nadal i Mallol, 1938a: 4279). En efecto, a partir de los editoriales del año 1938, la coyuntura española fue leída en consonancia con los problemas por los que atravesaba Europa e integrada a ellos. A causa de la preocupación por la guerra española, el enrarecimiento de la política europea se hizo insoslayable y los editoriales de Ressorgiment recogieron esta preocupación. La posición de la revista respecto de los ideales republicanos sobrepasó las cuestiones inherentes a Cataluña y a España para incorporar, en esta etapa, la reivindicación del sistema republicano como la forma de gobierno más justa a que
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podía aspirar la cultura occidental: “Europa ha perdido la brújula que le señalaba las rutas del derecho y de la justicia, pero España y Cataluña, con su sacrificio, le marcan el camino a seguir para evitar el terrible y definitivo derrumbe” (Nadal i Mallol, 1938c: 4247). Desde esa perspectiva, la preocupación por la escalada fascista trascendió las fronteras españolas y comprometió definitivamente a la publicación. A partir del seny, de la reflexión, Ressorgiment buscó encauzar la rauxa, el apasionamiento, en contra del fascismo denunciando la situación de otras repúblicas europeas que habían perdido la soberanía. En el editorial “Abbisínia, Àustria, Txecoslovàquia…”, de octubre de 1938, Nadal afirmaba: Como seres humanos nos sentimos avergonzados de haber nacido en una época en que tenemos que presenciar monstruosidades tan grandes como las que se cometieron en poco tiempo contra los pueblos cuyos nombres utilizamos como título de este artículo. El zarpazo italiano contra Abisinia hizo tambalear las bases de la civilización. El mundo contempló azorado el gesto de Mussolini y la pasividad con que la Sociedad de Naciones contempló la agresión y la ocupación de uno de sus estados miembros, al que debía salvaguardar […] (Nadal i Mallol, 1938d: 4311).
En 1938 otras dos coyunturas específicas fueron denunciadas en Ressorgiment: el Anschluss austríaco, por el cual Hitler anexionó Austria sin encontrar resistencia armada, y la crisis de los Sudetes, que le permitió a Alemania incorporar el territorio checoslovaco (Hobsbawm, 1998). Durante los años treinta, esta nueva perspectiva ideológica que nutrió al separatismo ultramarino acercó a la revista a una posición que estaba en consonancia directa con la que estaba afianzándose en el campo intelectual de Europa y los Estados Unidos de América. A partir de la llegada de Hitler al poder y de la cada vez más extrema política italiana, el antifascismo del campo intelectual occidental se expresaría, en los años previos a la Segunda Guerra
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Mundial, a través de la pluma de, entre otros, Jean Paul Sartre, Heinrich y Thomas Mann, Stefan Zweig, Bertolt Brecht, como así también de la actividad de la Escuela de Fráncfort. El discurso de estos intelectuales otorgaba al antifascismo una legitimación cultural y ética: […] en todo humanismo hay un componente de debilidad, que nace de su repugnancia al fanatismo, de su tolerancia, de su inclinación a la indulgencia, de su bondad natural. Hoy en día tenemos necesidad de un humanismo militante, de un humanismo que afirme su virilidad, que esté convencido de que el principio de la libertad, de la tolerancia, del libre albedrío, tiene derecho también a no dejarse explotar por el fanatismo sin escrúpulos de sus enemigos” (Mann, 1938: 57).
Por su mensaje y envergadura, el discurso antifascista de Ressorgiment se insertó con voz propia en el panorama cultural de entreguerras y se convirtió en el catalizador de su discurso pro republicano. Al cumplirse el segundo año de lucha en España, el editorial de julio de 1938 se expresó de forma meridiana respecto de la defensa de la forma de gobierno republicana: […] el pueblo está al lado del régimen democrático. […] defiende las instituciones republicanas porque sabe que únicamente dentro de un régimen de democracia se podrá mover con libertad y vivir una vida digna, una vida noble, una vida humanizada (Nadal i Mallol, 1938e: 4263).
Esta posición, junto con la reivindicación constante de la cultura catalana como esencia de la identidad nacional, le permitió defender la justicia de la causa republicana en concordancia con la denuncia antifascista que será distintiva de la actividad intelectual de la década del treinta: “Los pueblos ibéricos luchan como titanes por sus libertades, para conservar esas libertades de las que el fascismo quiere desposeerlos” (Nadal i Mallol, 1938c: 4247). Es desde la afirmación de la diversidad cultural, y no desde la unicidad
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de la identidad española declamada por el franquismo con su España “una, grande y libre” (Primo de Rivera, 1936), desde lo que Nadal construyó su posición en contra del fascismo. La vinculación ideológica, militar y política entre Franco, Hitler y Mussolini se expuso de manera explícita en los editoriales de la revista, de modo tal de situar inequívocamente a los nacionalistas españoles enfrentados a los lectores: “[…] ambos países –Italia y Alemania– apoyan a Franco, lo ayudan con armas, técnicos y cuerpos de ejército, y exigen que se otorgue a los insurrectos españoles los derechos de beligerancia” (Nadal i Mallol, 1938f: 4327). La amenaza de los ideales humanitarios a manos del fascismo y la perspectiva de la derrota de la II República fue analizada desde una óptica catalana que se reconocía distintiva, pero que aparecía integrada en un contexto europeo que la contenía y la comprometía al mismo tiempo: El mundo ha enloquecido, se diría; se ha contaminado de la locura de los generales españoles, de los Hitler y Mussolini empeñados en la empresa monstruosa de detener el curso progresivo de la humanidad y hacerlo retroceder a los tiempos primitivos de la barbarie en los que imperaba la fuerza bruta y los instintos más desbordados de la bestia humana (Nadal i Mallol, 1938f: 4327).
Para el catalanismo separatista radical de ultramar, tal cual expresa la publicación de Nadal, la derrota de Franco era el propio fascismo al que se había acercado. Por un lado, porque no había logrado que el pueblo abandonara sin luchar la causa del gobierno republicano, y, por el otro, porque debía la victoria militar a la intervención evidente de Alemania e Italia: Se proponían derrocar al régimen republicano porque decían que el pueblo no lo sentía […] y el heroísmo con que el pueblo ha sabido y sabe defenderlo desmiente con culpable elocuencia aquellos falsos supuestos de la facción […] Como militares, ni sería necesario hablar […] un ejército en masa que se
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alza contra las instituciones juradas […] Unos militares traidores que viéndose impotentes de dominar al pueblo, buscan la ayuda extranjera […] ¿Dónde está entonces la victoria de Franco y sus secuaces? (Nadal i Mallol, 1938f: 4327).
Para Ressorgiment, la confianza en la conciencia de los pueblos, que permanecía independiente de las aspiraciones políticas de sus líderes, comulgaba tanto con el catalanismo cuanto con los presupuestos del antifascismo de entreguerras, y era la clave para recuperar la legalidad institucional: Podrá ser vencido este pueblo si así lo dispone Hitler con la complicidad de las democracias europeas, pero, así y todo, no será derrotado. Su conciencia permanecerá inalterable, fiel a los ideales básicos de su resistencia (Nadal i Mallol, 1938f: 4327).
A pesar de que las diferencias políticas con el Gobierno central español no dejaron de mencionarse durante la guerra civil, la revista, aunando la ideología catalanista y el pensamiento antifascista, continuó promoviendo de manera consistente la defensa de la república y de los ideales democráticos que propugnaba dentro y fuera de España, pues garantizaban “una evolución que en todo el mundo hace a los hombres más hermanos ya que los acerca a una más justa, más humana y más equitativa distribución de derechos y deberes recíprocos” (Nadal i Mallol, 1938e: 4263).
Conclusión La corriente radical del catalanismo separatista no constituyó una expresión política e ideológica exclusivamente europea. Las reivindicaciones del radicalismo catalán, restringidas en la península durante las décadas previas al estallido de la guerra civil española, experimentaron durante ese período su etapa de expansión más significativa en el
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entorno democrático americano. Al otro lado del Atlántico, sometidos a las fricciones y tensiones propias de la coyuntura continental, pero coadyuvado por un entorno que también favorecía la diversidad, fomentó sus bases ideológicas y organizó su militancia. La voluntad de los Catalanes de América de conseguir un espacio y un rol específico en la vida catalana otorgó al grupo porteño una relevancia diferenciada en la política peninsular durante la primera mitad del siglo XX. Nuestra propuesta ha profundizado una mirada compleja sobre la evolución ideológica del sector separatista de la colectividad catalana en la Argentina, a partir de la dialéctica de su discurso y de su activismo intelectual. Estudiamos la manera en que el entorno del país de acogida actuó como un factor de cohesión identitaria y preservó las raíces culturales del grupo, pero también favoreció la reformulación de la idea de república con el fin de legitimar ideológicamente su injerencia en la vida catalana. Este análisis específico nos ha permitido reconstruir la manera en que su particular forma de concebir la experiencia del desarraigo fomentó los ideales separatistas en el Río de la Plata. Asimismo, nos ha facilitado establecer la influencia de la distancia en la redefinición teórica del pensamiento del grupo y la forma en que determinó los rasgos distintivos de su activismo cultural y político. Hemos establecido, en primer lugar, la multiplicidad de factores que promovieron el interés de los Catalanes de América de Buenos Aires por el sistema republicano. Señalamos así que tanto el acervo tradicional del grupo, cuanto la experiencia política americana y la percepción del agotamiento del sistema monárquico español contribuyeron a centrar la atención del grupo en la idea de república como la opción política idónea para una futura Cataluña independiente que pudiera vincularse en un plano de igualdad al entorno democrático europeo. En segundo lugar, comprobamos la importancia de la defensa de la república como reaseguro de la vida democrática en el discurso del catalanismo separatista radical
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de Buenos Aires. En ese sentido, rastreamos la posición de la vocera de los Catalanes de América, la revista Ressorgiment, respecto del sistema republicano durante el período de entreguerras. Esta línea de análisis nos ha permitido relacionarla con el espectro separatista del catalanismo interior desde finales de la Primera Guerra Mundial, para reafirmar desde una nueva perspectiva el papel del compromiso individual y colectivo que el grupo otorgaba a la construcción de la identidad nacional como prolegómeno de la plasmación de un Estado catalán soberano. Pero, además, ha sido importante para resaltar la convicción del catalanismo ultramarino de que la “democratización política” (De Riquer, 2000: 229) era central para cristalizar un proyecto nacional durante el período de entreguerras, ya que permitiría conectar los preceptos catalanistas de secularización de los valores sociales y de la renovación de la cultura ciudadana con la incorporación de pautas de comportamiento social provenientes de la arena política europea. Respecto del apoyo a las convicciones republicanas de Ressorgiment durante la guerra civil española, establecimos la adhesión a los presupuestos republicanos como elemento de continuidad de los arraigados lazos existentes entre Cataluña y los catalanes exiliados en Buenos Aires desde principios del siglo veinte, en el marco del análisis de las publicaciones periódicas peninsulares aparecidas en América. La experiencia catalanista de ultramar, que debe considerarse el parágrafo latinoamericano de la historia catalana, nos ha permitido, además, al estudiar específicamente la manera en que se acercaron a la idea de república, hacer hincapié en la capacidad del grupo para adaptar su discurso a una coyuntura determinada. Efectivamente, la posición del grupo una vez declarada la guerra civil ha hecho posible aquilatar su posición respecto de la II República y establecer el modo en que el levantamiento franquista influyó en sus estrategias asociativas, marcó su vinculación con la política catalana del período e impuso la modificación de su discurso respecto del Gobierno español. El pragmatismo del
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grupo porteño aparece, al estudiar su pensamiento durante la guerra civil, directamente relacionado con la perspectiva que otorgaba la distancia, que reforzó su visión positiva del sistema republicano como forma de gobierno y promovió su inclusión en el conjunto de ideas y valores históricos y contingentes que diseñaron su cosmovisión. Desde ese enfoque, ha sido posible comprobar cómo, durante la guerra civil, Ressorgiment se preocupó de manera excluyente de la lucha contra el alzamiento franquista y cómo la resistencia antifascista se convirtió en una factor de defensa de los ideales republicanos que actuó como galvanizador de una épica de la defensa de los ideales republicanos insertando a los exiliados políticamente activos en el difícil contexto europeo de mediados de los años treinta. Así ha sido posible asistir a una dignificación de las convicciones republicanas que abarca desde la reivindicación de las aspiraciones catalanas, pasando por el apoyo incondicional al gobierno republicano contra el alzamiento franquista, hasta llegar la reivindicación de la república como un sistema de gobierno deseable (Nadal i Mallol, 1938g: 4295). De esta manera, el repaso de Ressorgiment nos ha permitido, desde una perspectiva metodológica que centra su atención en las fuentes hemerográficas como un corpus documental con validez científica probada para el estudio de los procesos históricos, profundizar nuestro estudio de las características de las prácticas sociales, culturales y políticas de los Catalanes de América. Este trabajo, por descontado, no agota el punto de vista dialéctico escogido para estudiar el discurso teórico del separatismo ultramarino, que deberá seguir indagándose respecto de la categoría de república y de otras que conforman su forma de ver el mundo. El asociacionismo catalanista, en el contexto de las prácticas que llevó a cabo la colectividad catalana en general, debe continuar investigándose, pues constituye una vía de análisis necesaria para promover la expansión de los estudios socioculturales de los procesos migratorios que centren su atención en grupos, individuos, ideas y
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comportamientos que todavía no han sido suficientemente examinados. También deberá seguir profundizándose la vertiente cultural sobre el periodismo catalán y catalanista en América para incluir, de manera cada vez más sistemática y rigurosa, aquellas publicaciones previas a la guerra civil que conformaron el sólido antecedente que permitió el anclaje y el florecimiento de ese sector durante el exilio republicano. A partir de ahondar en la construcción de la cosmovisión del catalanismo separatista radical de ultramar, confirmamos la necesidad de promover el sostenido interés académico en la evolución del asociacionismo español no solo respecto de sus aspectos recreativos y asistenciales, sino de vías de estudio que hagan hincapié en sus otras aristas menos conocidas.
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Los exiliados gallegos y sus vínculos con el asociacionismo hispánico de Buenos Aires El caso de Manuel García Gerpe LAURA FASANO
Los republicanos españoles que se exiliaron en la Argentina tras la guerra civil se vincularon con una numerosa comunidad hispánica, producto de la extensa tradición migratoria procedente de España, y con un profuso marco asociativo étnico. Desde el campo de la historiografía, el asociacionismo hispánico ha sido estudiado por numerosos trabajos en el período correspondiente a la primera oleada de inmigración masiva (1880-1914) (Bernasconi y Frid, 2006; Fernández y Moya, 1999; Núñez Seixas, 1998, 2001); sin embargo, la etapa posterior a la guerra civil ha sido explorada en menor grado. Un aspecto relevante que sería interesante profundizar es la vinculación entablada entre los exiliados republicanos y las entidades de la colectividad radicada en el país. Cabe destacar que, en relación con la orientación político-ideológica de los exiliados gallegos en particular, existe cierto desequilibrio en el campo historiográfico entre la atención recibida por los nacionalistas gallegos (Beramendi y Núñez Seixas, 1996; Núñez Seixas y Cagiao Vila, 2006) y los que adscribían a la izquierda política (socialismo, comunismo, anarquismo, entre otras); en efecto, el accionar de estos últimos todavía es bastante desconocido.
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En este sentido, el presente capítulo se propone indagar algunos aspectos relevantes de la inserción de los recién llegados en el ámbito de la colectividad hispánica de Buenos Aires, a partir de un caso particular: Manuel García Gerpe, oriundo de Galicia, abogado y periodista, afiliado a Izquierda Republicana. En particular, nos centraremos en el accionar político y cultural desplegado por este último en dos entidades: la Federación de Sociedades Gallegas y el Centro Republicano Español, examinando los vínculos entablados con los cuadros dirigentes, entre otras cuestiones. De este modo, a partir de un estudio de caso, el trabajo profundizará el análisis de las relaciones establecidas entre los exiliados republicanos y los cuadros dirigentes de las entidades hispánicas en los años cuarenta. La experiencia de García Gerpe es sumamente rica para esta indagación, ya que permite profundizar diversos aspectos del éxodo republicano: por ejemplo, la experiencia en los campos de refugiados en Francia, o bien las tensiones político-ideológicas e identitarias surgidas en el marco del asociacionismo hispánico de Buenos Aires.
La experiencia bélica y la reclusión en los campos de refugiados de Francia El alzamiento militar de julio de 1936 sorprendió al abogado y periodista Manuel García Gerpe (1908-1949) fuera del territorio galaico. En efecto, se hallaba en Madrid desempeñando cargos académicos y culturales. Nacido en Ordes, A Coruña, estudió Derecho en Santiago de Compostela (especializándose en todo lo ligado con temas laborales) y llegó a desempeñarse como inspector provincial del Trabajo. Por otro lado, la afiliación de García Gerpe a Izquierda Republicana y el hecho de haber ejercido el cargo de alcalde de
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Ordes evidencian un alto compromiso político de su parte (“Fichas de inscripción”, 1940; Núñez Seixas y Cagiao Vila, 2001: 205). Al igual que otros “exiliados por azar geográfico”, es decir, aquellos gallegos que por diversos motivos se hallaban fuera del territorio galaico y luego del inicio de la guerra no pudieron retornar (Núñez Seixas, 2006: 250), García Gerpe llevó adelante la lucha a favor de la República desde diversos frentes. Por un lado, emprendiendo una importante labor cultural, a través del dictado de conferencias organizadas por el Ateneo de Madrid y por el Frente Popular madrileño en Unión Radio Madrid. Y por el otro, a través del ingreso voluntario a las Milicias Populares, como así también por su participación en el Tribunal de Justicia militar de la 44.º División (que operaba en los frentes del Ebro) y en el Cuerpo Jurídico Militar del Ejército Republicano (“Homenaje a M. García Gerpe”, 1942: 5). Luego de la toma de Cataluña por parte de las tropas franquistas (en febrero de 1939), García Gerpe formó parte del éxodo masivo hacia Francia. Sus vivencias reflejan, en líneas generales, aquellas transitadas por los miles de republicanos españoles que cruzaron los Pirineos hacia el país galo. En general, el traslado fue una experiencia muy ardua y traumática, como pone de manifiesto el siguiente testimonio de García Gerpe: […] Caminando por los vericuetos accidentados y escondrijos repletos de maleza de la cordillera Pirenaica, arribábamos a Francia dos días después, famélicos, agotados. Aún resonaban en nuestros oídos el retumbar de los cañones, el tabletazo de las ametralladoras y el rumor de los himnos guerreros con tanta fe y entusiasmo entonados… llegábamos a Francia, la insensible…. (García Gerpe, 1940: 1, 3).
Una vez en suelo francés, la mayoría de los republicanos fueron recluidos en los campos de concentración para refugiados, que habían sido creados en 1938, próximos a la frontera. Las condiciones de vida en dichos campos eran
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lamentables, muchos consistían en terrenos alambrados, a la intemperie, y la ración diaria de comida era ínfima (Schwarzstein, 2001: 5, 11). La descripción realizada por García Gerpe (1941a) del campo de concentración de SaintLaurent de Cerdans, en su obra Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia, ofrece un panorama desalentador: […] Una enfangada pradera de 300 metros cuadrados fue nuestro nuevo hogar […] Allí, entre el frío, la humedad, la nieve, el hambre, la persecución, el abandono y la tristeza, luchamos con la muerte. Muchos cayeron en esta terrible lucha: algún día ascendió a cincuenta el número de muertos […]. La comida era insuficiente. Hacíamos una comida al día. Formando interminable cola recogíamos lo que diariamente se nos tenía asignado: doscientos cincuenta gramos de pan, y, para cada tres, una lata de sardinas en conserva, ¡dos sardinas al día por persona! La operación comenzaba a las once horas y daba fin a las cuatro o cinco de la tarde […] (García Gerpe, 1941a: 11, 22).
Ciertamente, el Gobierno francés no adoptó una actitud hospitalaria y favorable hacia el éxodo republicano. Entre las medidas claramente contrarias hacia los refugiados españoles, cabe destacar, por un lado, el decreto de abril de 1939 según el cual estos últimos debían cumplir, en tiempos de paz, un período de servicio en la Legión Extranjera francesa. Por otro lado, la política de repatriación hacia España, que condujo a la muerte segura de muchos republicanos. La situación de los exiliados se hizo aún más dramática luego del inicio de la Segunda Guerra Mundial, en especial tras la invasión de Francia por Alemania en mayojunio de 1940. Muchos españoles fueron alistados en las filas del Ejército francés, obligados a proseguir la lucha esta vez en defensa de un país ajeno (Pla Brugat, 2007: 243-245; Schwarzstein, 2001: 26). En general, aquellos refugiados establecidos en la zona ocupada por los alemanes fueron entregados por las autoridades francesas a la Gestapo y
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conducidos a los campos de concentración nazis. Aproximadamente más de cien refugiados gallegos perecieron en el campo de Mauthausen, en Austria (Alted Vigil, 2002: 143; Fernández Santander, 1985: 71-76; Núñez Seixas y Cagiao Vila, 2001; Senkman, 1997: 224). Por otro lado, muchos de los republicanos detenidos por la Gestapo fueron entregados, a su vez, a las autoridades españoles y sometidos a los Tribunales Militares (entre ellos, el dirigente de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), Juan Peiró, el presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluis Companys y el ministro republicano Julián Zugazagoitia) (Juliá y Di Febo, 2005: 33). Los españoles que se hallaban en la zona no ocupada, la Francia colaboracionista, pudieron afrontar mejor la salida del territorio francés. Además, contaron con la ayuda oficial procedente de México, consistente en reiterados pedidos al Gobierno de Vichy, solicitando el respeto del derecho de asilo para los refugiados y la no repatriación de estos. Desde los diversos centros de confinamiento, los exiliados republicanos intentaron buscar refugio en diversos países de Europa y de América. Para ello, recibieron la asistencia de los organismos de ayuda creados por la dirigencia republicana exiliada: el Servicio de Emigración de Refugiados Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). El primer organismo mencionado fue creado en febrero de 1939 por iniciativa del jefe de Gobierno, Juan Negrín. En su organización interna, tenía gran influencia el PCE. Frente a este, la Diputación Permanente de las Cortes Republicanas constituyó, en julio del mismo año, la JARE, con exclusión de los comunistas (Caudet, 1997: 251-253, 267; Pla Brugat, 2007: 244; Schwarzstein, 2001: 33-41). El caso particular de García Gerpe brinda un ejemplo de los contactos entablados entre los refugiados españoles en suelo francés y los organismos oficiales de la dirigencia peninsular exiliada. En efecto, tal como relata en su obra Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración
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de Francia (García Gerpe: 1941a), debió sortear numerosos obstáculos antes de lograr salir del territorio galo. Una vez establecidos los contactos con el SERE, obtuvo la ayuda de este último (el pago de su pasaje a América) y de la Legación de República Dominicana (primer país de destino en América del mencionado refugiado). No obstante, sufrió un último inconveniente antes de abandonar Francia: fue detenido por la Policía, tras el hallazgo de su pasaporte en las pesquisas realizadas al local del SERE. De modo que debió soportar un interrogatorio sobre los motivos de su estadía en París y sobre su filiación comunista o anarquista. Además, según relata, lo intimaron a optar entre ingresar a la Legión Extranjera o regresar a España. Finalmente, quedó en libertad y pudo embarcarse el 27 de diciembre de 1939 hacia República Dominicana en el vapor Cuba, a cuyas costas arribó el 11 de enero de 1940 (García Gerpe, 1941a: 185-191; Núñez Seixas y Cagiao Vila, 2001: 205). Poco después, emprendió nuevamente la travesía por América, tras lo cual ingresó a la Argentina en los primeros meses de 1940. En suma, la experiencia de Manuel García Gerpe durante los años bélicos en la península y su posterior éxodo a Francia permite ilustrar el derrotero de muchos de los republicanos españoles antes de su arribo al exilio americano.
Exilio en Buenos Aires: participación en el ámbito del asociacionismo hispánico y galaico en particular Dentro del conjunto de países de América del Sur, la Argentina fue (junto con Chile) uno de los destinos principales del exilio español. Los refugiados que se dirigieron allí debieron sortear una serie de obstáculos para ingresar al territorio austral. En efecto, la actitud oficial argentina durante los gobiernos conservadores de los años treinta, respecto de los republicanos españoles, fue restrictiva y selectiva. Esto
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se debía, en gran parte, al temor de los grupos dirigentes frente a las ideologías socialistas, comunistas y anarquistas defendidas por muchos de esos refugiados, considerados políticamente peligrosos e “indeseables” para la nación (Schwarzstein, 2001: 52). Sin embargo, pese al marco restrictivo oficial, la llegada de exiliados gallegos al Río de la Plata fue particularmente numerosa, entre otras razones, debido a la comunidad galaica allí establecida (De Cristóforis y Cócaro, 2011). Ciertamente, la existencia de un importante marco asociativo de la colectividad en la ciudad porteña facilitó el proceso de inserción de los exiliados en el país de acogida. Una vez arribados, contaron con el apoyo moral y material del asociacionismo hispánico, el cual desplegó numerosas campañas de ayuda tendientes a subsanar la crítica situación de quienes atravesaban el destierro. No obstante, recordemos que los republicanos gallegos que ingresaron a la Argentina durante la guerra civil y los años subsiguientes no conformaban un grupo homogéneo a nivel laboral: por un lado, un alto porcentaje de los recién llegados estaba integrado por profesionales calificados (médicos, abogados, periodistas, maestros y profesores), intelectuales, artistas y políticos, y por otro lado, un número relevante de refugiados se había desempeñado en actividades primarias y secundarias: muchos eran marineros, labradores, artesanos, comerciantes, entre otros. Esto último permitiría revisar la sobredimensionada “figura mítica” del exiliado, asociado al mundo político y cultural y la consideración “elitista” del éxodo republicano (Núñez Seixas y Cagiao Vila, 2001; Schwarzstein, 2001: 144). Los recién llegados que contaban con trayectorias políticas, artísticas y profesionales reconocidas fueron ampliamente homenajeados en el seno del asociacionismo peninsular. En las páginas siguientes, indagaremos algunos aspectos relevantes del proceso de inserción de los exiliados en el ámbito institucional hispánico, a partir del caso particular escogido: el accionar de Manuel García Gerpe.
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Los vínculos con la Federación, en los primeros años cuarenta Con respecto a los detalles del ingreso al país de García Gerpe, este se habría efectuado por vía terrestre, desde Chile, según deja entrever el exiliado en su obra escrita (García Gerpe, 1941a: 190). Si bien este dato no ha podido ser corroborado aun a partir de la documentación oficial, sí estaríamos en condiciones de descartar la entrada a través del puerto de Buenos Aires, dado que su nombre no fue hallado en el exhaustivo relevamiento de los Libros de Desembarco y las Actas de Inspección Marítimas correspondientes al año del arribo del mencionado exiliado (1940). Al igual que gran parte del éxodo republicano, una vez arribado al país, entabló contactos con el asociacionismo hispánico, y gallego en particular, de la ciudad portuaria. En virtud de su trayectoria en el ámbito político y cultural, García Gerpe fue agasajado por la FSG a través de un banquete realizado por la Sociedad Hijos de Ordenes, entidad federada a la cual se había afiliado el mencionado exiliado (“Actas de reuniones”, 1941: Nº 222; Núñez Seixas y Cagiao Vila, 2001: 205; R. A., 1941). Fundada en 1921 por sectores republicanos de la comunidad gallega emigrada, la FSG reunía en su seno a un relevante número de sociedades de nivel microterritorial (cuyo marco de referencia consistía en unidades territoriales inferiores a la provincia: la comarca, la parroquia o bien el municipio). De carácter político (y no mutual), la FSG constituía un ámbito de gran raigambre institucional y fuertes liderazgos étnico-políticos vinculados a la emigración anterior (H. Díaz, 2007: 67-68). Los lazos generados por García Gerpe con la FSG fueron estrechos en los primeros años cuarenta, si bien no estuvieron exentos de tensiones, como veremos más adelante. Al igual que muchos de los recién llegados que participaron en la FSG, García Gerpe asistió a diversas reuniones federales: banquetes, conferencias, o bien festejos conmemorativos, como por ejemplo, los aniversarios
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de la proclamación de la Segunda República (14 de abril) y la fundación de la FSG (24 de septiembre). En general, en dichas ocasiones los exiliados se referían a sus experiencias durante el Gobierno republicano y la guerra civil española, como así también en los campos de refugiados. En 1942, a dos años de su arribo al país, la FSG organizó nuevamente un homenaje al mencionado exiliado gallego. En dicha ocasión se destacó su trayectoria política y cultural en España durante los años republicanos y bélicos: su labor como alcalde de Ordes (A Coruña), su accionar en la campaña autonomista gallega, su intervención en el “ciclo de conferencias” organizado por el Frente Popular madrileño en Unión Radio Madrid y en el Ateneo de Madrid, su participación en las Milicias Populares, como así también en el Cuerpo Jurídico Militar del Ejército Republicano (“Homenaje a M. García Gerpe”, 1942: 5). Por otra parte, García Gerpe fue invitado por la Comisión de Cultura de la FSG para disertar en la entidad galaica, al igual que otros políticos, intelectuales y profesionales gallegos recién arribados (entre ellos, el líder galleguista Alfonso Rodríguez Castelao, el periodista Arturo Cuadrado Moure, los exdiputados Manuel Cordero Pérez, Elpidio Villaverde Rey y Antonio Alonso Ríos, y el escritor Rafael Dieste) (“Actas de reuniones”, 1941: Nº 224, Nº 225, Nº 226; G. Díaz, 1942b; “Informe”, 1941; “Nuestra Comisión”, 1941: 3; “Una Conferencia”, 1941: 3). En general, los ejes temáticos de las conferencias brindadas conferían a los exiliados el rol de portavoces de los avatares políticos sufridos en España, de cara a la colectividad emigrada de Buenos Aires. Así, García Gerpe encabezó una serie de charlas sobre los problemas sociales y políticos en España, algunas de las cuales se titularon “Consideraciones del trabajo en la República Española de 1931”, “Federalismo”, entre otras. A su vez, la prensa federal constituyó un espacio proclive para la inserción de los recién llegados. En efecto, a partir de 1940 y en los años sucesivos, la entidad convocó a varios exiliados pertenecientes al ámbito político, artístico
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y profesional para formar parte de la Comisión de Prensa del semanario Galicia. Entre ellos, García Gerpe, quien, a partir de 1941, fue nombrado colaborador selecto, cargo que desempeñó junto con los exiliados Luis Seoane, Alfonso Camín y Arturo Cuadrado Moure (este último ejerció como secretario de redacción) (“Actas de reuniones”, 1941: Nº 233, Nº 237; “Integrantes de la Comisión”, 1941: 11)1. Por otro lado, dentro del conjunto de recién llegados, algunos se vincularon con el semanario federal de manera “informal”, es decir, mediante el envío de artículos para su publicación, pero sin integrar el comité redactor. Entre ellos, Castelao, Alonso Ríos, Cordero Pérez, Ramón Suárez Picallo, José Núñez Búa, Lorenzo Varela, Gumersindo Sánchez Guisande, Alfonso Gayoso Frías, Manuel Porrúa y Manuel Celso Garrido. Los dos últimos enviaban sus trabajos desde Chile, país de residencia en el exilio (“Actas de la Central Gallega”, 1939: N° 24, N° 26). Durante la inmediata posguerra de la guerra civil española, los trabajos escritos de García Gerpe en Galicia se referían, prioritariamente, a las vivencias sufridas en los campos de refugiados de Francia. Así, realizó una exposición testimonial de su experiencia, en algunos artículos que anticiparon el contenido de su obra Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia, en la cual condensó sus vivencias en el país galo, como así también su mirada crítica al Gobierno francés (García Gerpe, 1940: 1, 3). En tales relatos, hacía hincapié en aquellos republicanos que aún padecían las condiciones de reclusión en el país galo, destacando la necesidad de brindarles ayuda solidaria. Al igual que otros exiliados que habían sufrido el encierro, García Gerpe procuraba concientizar (desde su posición de testigo directo) a la colectividad gallega y española residente en la Argentina sobre la imperiosa necesidad de ayudarlos, de aunar los esfuerzos de las campañas organizadas 1
El poeta asturiano Alfonso Camín se había exiliado en México y desde allí enviaba sus colaboraciones escritas para la prensa étnica.
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por la colectividad en pro de los refugiados (García Gerpe, 1941d: 10). En consonancia con esto último, esgrimió críticas hacia la inacción del Centro Gallego de Buenos Aires, denunciando que “su directiva nada quiso hacer para aliviar [su] inmenso dolor” (García Gerpe, 1941c: 3). Con respecto al posicionamiento político del Centro Gallego durante la guerra civil española, recordemos que este esgrimió una postura neutral ante el conflicto, si bien se produjo un cambio de actitud tras la victoria de la tendencia republicanademocrática, en las elecciones institucionales de 1938. Un número relevante de exiliados gallegos (entre los cuales no figuró García Gerpe) participó en Galicia. Revista del Centro Gallego, órgano oficial del Centro Gallego (De Cristóforis, 2016: 26-29). Por otro lado, en algunos de sus artículos, el exiliado en consideración hacía referencia a su experiencia política y cultural durante el período republicano y los años bélicos en la península. Por ejemplo, expuso su labor en el Ateneo de Madrid durante la guerra civil, mediante la publicación en Galicia de las conferencias por él brindadas en dicho ámbito intelectual peninsular. Así, la disertación dictada en la capital española durante 1937, titulada “Los sindicatos en España”, fue publicada íntegramente en el semanario federal, dividida en varios números (García Gerpe, 1941f: 2). A su vez, sus escritos en Galicia abordaron diversas cuestiones de índole política, por ejemplo, el origen del sindicalismo y el socialismo en España. El posicionamiento político del exiliado en consideración (afiliado a IR) se advierte en cada uno de sus escritos. Por ejemplo, al referirse a la lucha de clases y su contemporaneidad, se pronunciaba claramente a favor del interés de la clase obrera, lo cual da cuenta de un análisis comprometido ideológicamente (García Gerpe, 1941e: 3). El centro de interés de sus trabajos también versó sobre la Segunda Guerra Mundial. Ciertamente, el conflicto bélico iniciado pocos meses después de concluida la guerra civil española fue objeto de numerosos debates en la prensa
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hispánica de Buenos Aires. En efecto, dicha contienda fue vivida por la colectividad española en el exterior como una continuación de aquella desarrollada previamente en la península, suscitando esperanzas dentro del grupo republicano, en estrecha vinculación con la derrota del Eje y la subsiguiente caída del régimen franquista (Schwarzstein, 2001: 204-205). En los escritos de García Gerpe se hacía hincapié en la actitud de los líderes aliados con respecto a España y en su indiferencia con aquellos republicanos recluidos en campos de refugiados en las colonias francesas del norte de África, principalmente Túnez y Argelia. Se cuestionaba duramente el hecho de “pedir permiso” a los Gobiernos norteamericano y británico para el restablecimiento de la República española (García Gerpe, 1943a: 1): […] ¿No hemos conquistado, acaso, el derecho a regirnos por nosotros mismos, en la ejemplar y heroica lucha de cerca de tres años? ¿O es que tendremos que ir sempiternamente a remolque de quienes nos dejaron morir en el más cruel de los abandonos y cometieron con nosotros monstruoso crimen de lesa humanidad? Porque yo no echo en el olvido la máxima de los penalistas: “hay dos clases de delitos: por acción y por omisión” (García Gerpe, 1943b: 2. El resaltado es nuestro).
Por último, la participación de García Gerpe en los debates federales generados en torno a la “identidad galaica” amerita un análisis más exhaustivo del marco políticoideológico institucional. Cabe destacar, con respecto a este último, que los cuadros dirigentes federales no constituían un bloque homogéneo a nivel ideológico, sino que en el seno de la entidad convivían (no sin fricciones) un sector de izquierda que se identificaba con filiaciones ideológicas socialistas y comunistas (a pesar de no adherir, necesariamente, a alguna agrupación partidaria) y otro que priorizaba el nacionalismo galaico. La presencia de dos grupos enfrentados políticamente impactó fuertemente en la entidad, produciendo la escisión institucional durante el período 1929-1936 y suscitando numerosos conflictos
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intersocietarios tras la reunificación federal en los años de la posguerra de la guerra civil española (H. Díaz, 2007: 49-51, 84, 225). Como hemos adelantado, durante los primeros años cuarenta, se generaron discusiones alrededor de la “identidad gallega” entre el sector dirigente de izquierda y los federados galleguistas (ajenos a la conducción), vinculadas con los intentos por definir sus rasgos característicos. Por un lado, el sector nacionalista de la FSG concebía a Galicia como una nación, estableciendo sus atributos intrínsecos a partir de la lengua, la historia, la etnografía, entre otros aspectos. Desde dichas posturas, la Junta Ejecutiva liderada por Gerardo Díaz era acusada de antigalleguista, merced al posicionamiento político de sus integrantes, cercano a la izquierda. En este sentido, se alertaba a la masa federal sobre el peligro que representaban aquellos que se autodenominaban “comunistas” y “galleguistas” (identificaciones consideradas antagónicas, desde la visión de los sectores denunciantes) (A. D., 1941: 2; Rodríguez, 1941: 15). Por otro lado, frente a tales acusaciones, las autoridades federales aclaraban la postura política que guiaba el accionar de la entidad bajo su gobierno: demócrata (en relación con los temas universales), republicana (en lo vinculado con España) y autonomista (en relación con Galicia) (“Nuestra presentación”, 1941: 1). En este sentido, defendían y afirmaban el carácter galaico de la Junta Ejecutiva federal a la vez que postulaban la convivencia con otros posicionamientos político-ideológicos (negando de este modo el antagonismo entre internacionalismo y el nacionalismo galaico) (“¿Qué clase de galleguismo…?”, 1942: 1; G. Díaz, 1942a: 14). Como anticipamos, García Gerpe participó activamente de los debates, tomando posición por las posturas expresadas por el grupo dirigente federal de izquierda. De este modo, manifestó fuertes críticas a las ideas de los sectores galleguistas, por ejemplo, aquellas sostenidas por el federado Rodolfo Prada, quien sostuvo que los orígenes del sojuzgamiento de Galicia se remontaban a los reyes católicos,
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aduciendo una espiritualidad castellana, absolutista e imperialista que oprimía a la región del noroeste hispánico. Calificando dicha noción de “ancestral miopía”, García Gerpe sostenía la existencia de una “hermandad” republicana, que englobaba tanto a Madrid como a los particularismos regionales (y las disputas subyacentes a ellos). Dicho “republicanismo hispánico”, argumentaba, se había manifestado durante la guerra civil, adoptando un carácter internacional (tras la participación de los brigadistas extranjeros): […] ¿Es que por los campos de España no hemos luchado, codo con codo, gallegos y castellanos, castellanos y gallegos, vascos y catalanes, andaluces y valencianos […] españoles y polacos, rusos e italianos, alemanes e ingleses, americanos y checoslovacos, ensamblados todos en el común vínculo de un sustratum social, ideológico, político y económico que surge del concepto libertad? (García Gerpe, 1941b: 1).
Desde la perspectiva del exiliado en consideración, los males que aquejaban a la región galaica obedecían a factores “universales”: la explotación de las clases subordinadas. Por lo tanto, concluía, la defensa de Galicia se combinaba con la lucha, también internacional, de los desposeídos, no restringiéndose a ideologías “sectaristas” (“Reflexiones de un autonomista”, 1942: 9. Resaltado por el autor). Por otro lado, la idea esgrimida por García Gerpe, según la cual su experiencia en la guerra civil lo colocaba en una posición ventajosa (frente a la comunidad emigrada) para interpretar los procesos político-ideológicos de la península, despertó ciertas fricciones entre algunos federados. Estos adujeron estar más interiorizados de las luchas campesinas de Galicia que aquellos “centralistas”, que desconocían los sucesos de “la periferia” del Estado español (“Una ofensiva”, 1941: 1). A raíz de tales pronunciamientos, García Gerpe fue acusado por los sectores nacionalistas federales de emprender un ataque contra la “galleguidad”, desde una postura centralista. Esta postura se expresaba, desde la perspectiva de aquellos, en su afiliación a una estructura partidaria
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de alcance nacional, como IR española, en detrimento del Partido Galeguista. Sin embargo, cabe aclarar que la mencionada agrupación hispánica (liderada por Manuel Azaña) había sido creada en 1934 tras la fusión de Acción Republicana, radicales socialistas independientes y el Partido Republicano Gallego. La presencia de este último permite vislumbrar un claro entendimiento con el “nacionalismo galaico” (formalizado tras el pacto con el Partido Galeguista, en noviembre de 1935) (Casanova, 2007: 123; Townson, 2002: 43, 275). Por otro lado, cabe destacar que García Gerpe se expresó en los salones federales a favor del federalismo, al referirse al tema de la autonomía de Galicia, sosteniendo que un gobierno unitario no era posible frente a “pueblos tan diferentes como Galicia y Cataluña” (“Temas federales”, 1941: 3). A pesar de las tensiones suscitadas entre García Gerpe y los sectores federales galleguistas en virtud de algunos de sus escritos, el vínculo con la entidad perduró en los años subsiguientes. En 1943, durante el gobierno institucional liderado por la lista Republicana de Izquierda, García Gerpe participó activamente en la creación del Ateneo federal Curros Enríquez. Tras ser designado presidente de la nueva sección federal (junto con el exiliado Antonio Alonso Ríos como vicepresidente), desarrolló una intensa campaña de difusión, notificando la constitución del Ateneo y el accionar llevado a cabo a través de la prensa étnica hispánica, como también de diversas publicaciones nacionales. A partir de la documentación institucional relevada, hemos podido contrastar el activo rol desempeñado por García Gerpe y el secretario general, Souto Rey (mediante el envío de invitaciones, notificaciones, agradecimientos, etc.), en contraposición con el llevado a cabo por el vicepresidente Alonso Ríos. La desvinculación de este último se cristalizó tras la renuncia presentada al cargo en consideración, en septiembre de 1943. El motivo explicitado se basó en la imposibilidad de llevar a cabo las actividades de la vicepresidencia del Ateneo, por no disponer de tiempo suficiente:
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Alonso Ríos ocupaba, en dicho momento, la presidencia de Irmandade Galega, organización de orientación galleguista pero suprapartidaria, constituida en diciembre de 1941 y cuya sede se hallaba en el Centro Orensano de Buenos Aires (“Actas de reuniones”, 1943: N° 345; Beramendi y Núñez Seixas, 1996: 176; Alonso Ríos, 1943a, 1943b; Núñez Seixas, 2004: 115). El objetivo del Ateneo consistía en llevar a cabo una relevante labor cultural, artística y científica a partir de la realización de ciclos de conferencias, cursos de especialización, y de la reorganización y ampliación de la biblioteca federal (García Gerpe colaboró con esta última, donándole su obra Alambradas. Mis nueve meses por los campos de concentración de Francia), entre otros. Una de las principales actividades de la nueva sección federal consistió, en los primeros años, en el dictado de conferencias. Sin embargo, la organización de estas no estuvo exenta de tensiones entre el presidente del Ateneo y la Junta Ejecutiva federal. En el caso de la disertación inaugural, fue anunciada en Galicia: a cargo de García Gerpe y titulada “Los sistemas sociales”, estaba prevista para el día 12 de junio (“Ateneo Curros Enríquez”, 1943: 8). Las autoridades de la FSG solicitaron permiso a la Policía Federal para realizarla, cumpliendo los requisitos indispensables vigentes: la inclusión, en el pedido de autorización, del nombre del orador, el título de la conferencia y el detalle de los ítems por ser desarrollados. En el caso de la conferencia de García Gerpe, los ítems eran los siguientes: 1. 2. 3. 4.
el problema social, los sistemas de tipo individualista, los sistemas de tipo colectivista, la llamada “unidad” y el respeto a los credos libertadores, 5. la posguerra y la cuestión social, y 6. las conclusiones (G. Díaz, 1943a).
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La tramitación solía ser infructuosa, y en dicha ocasión no fue concedida la autorización policial. Las entidades de las colectividades emigradas en el país se hallaban supeditadas a cierto control por parte del Gobierno argentino: existían restricciones oficiales en torno a las actividades y las temáticas políticas desarrolladas en el ámbito institucional étnico. En relación con este propósito, el Poder Ejecutivo nacional firmó un decreto en mayo de 1939, que regulaba las actividades del asociacionismo étnico en el país, particularmente aquellas de carácter político (“El decreto sobre asociaciones”, 1939: 1). La Junta Ejecutiva, al ser notificada del hecho, anunció la suspensión de la conferencia a través del semanario oficial. Ante el empeño de García Gerpe en llevar a cabo su disertación, se suscitaron tensiones en la FSG. Las autoridades federales convocaron su presencia a una reunión de la Junta Ejecutiva, a fin de resolver el asunto. A partir del acta labrada de dicho encuentro, hemos podido recuperar algunas de las expresiones en él vertidas. Por un lado, el presidente del Ateneo federal apuntó: “Si el asunto tomó tal carácter, fue debido a la actitud del secretario general, puesto que la suspensión de la conferencia fue en forma inconsulta, no obstante habérsele dicho en el Departamento de Policía que está autorizada”. Por otro lado, Díaz replicó: “Si él dio orden de la suspensión, por intermedio del periódico, fue después de habérsele llamado al Departamento de Policía a efectos de que firmara la denegación del permiso” (“Actas de reuniones”, 1943: Nº 329). La disputa en consideración giraba en torno a las cuotas de poder de la sección cultural en la toma de decisiones que afectaban el marco institucional. El Ateneo cultural se hallaba bajo el control de las autoridades federales, pero poseía un carácter autónomo en cuanto a decisiones (“Nuevo Estatuto Federal”, 1942: 6-9). Si bien la Carta Orgánica federal adolecía de cierta precisión en este punto, las autoridades federales dejaron sentada su postura al respecto, al expresar en Galicia:
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Para la buena marcha de la Federación, es necesario en todo momento una perfecta unión de acción en el orden federal, recordando, sobre todo, que para cualquier gestión oficial ha de tenerse en cuenta siempre la autoridad de la J. E. (“Acuerdos de la Junta”, 1943: 7. El resaltado es nuestro).
Finalmente, el ciclo de conferencias del Ateneo Curros Enríquez se inauguró con la oratoria de su vicepresidente, Alonso Ríos, cuyo tema versó sobre el problema agrario en Galicia (García Gerpe y Souto Rey, 1943). García Gerpe, en calidad de máxima autoridad de la sección cultural, brindó unas palabras preliminares ante la apertura oficial de las actividades, refiriéndose brevemente a las desavenencias suscitadas con la Junta Ejecutiva de la FSG: […] En realidad este ciclo que comienza con la conferencia de Alonso Ríos, debía comenzar por la anunciada anteriormente a pronunciar por el que os habla, pero las circunstancias públicas que son del dominio general lo han impedido. En nuestro afán de no entorpecer la labor anunciamos esta conferencia sin perjuicio de que la suspendida sea pronunciada oportunamente (“En el Ateneo Curros Enríquez”, 1943: 3).
Más allá de los inconvenientes legales que obstaculizaban las actividades diseñadas por el Ateneo, existían otros de carácter presupuestario, ligados al sostén económico de este. Si bien disponía del porcentaje de ingresos que la FSG dedicaba al plan cultural, su asignación fue motivo de una asidua correspondencia entre García Gerpe y el secretario general, Gerardo Díaz. Por ejemplo, el presidente del Ateneo reiteró varias veces a este último el pedido del mobiliario necesario para la instalación de la biblioteca federal (G. Díaz, 1943b; García Gerpe, 1943d). Las contrariedades de índole material fueron puestas de relieve públicamente por García Gerpe en la conferencia inaugural de la sección cultural:
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[…] El Ateneo como organismo joven e incipiente carece en absoluto de recursos. Ahí tenéis reciente un tropiezo de la labor. El Ateneo consideró a mi inspiración la compra de un mapa de Galicia para colocar en esta sala (es inconcebible que en esta casa de los gallegos no haya un mapa de Galicia) y por falta de recursos la idea quedó en proyecto. El Ateneo acordó la creación de la Biblioteca Federal, la Gran Biblioteca que necesita la Federación, y por las mismas razones –por carecer de medios para adquirir el mueble en que ha de materializarse- la realización de esta idea sufrirá un retraso lamentable (“En el Ateneo Curros Enríquez”, 1943: 3).
Las fricciones suscitadas entre García Gerpe y las autoridades federales persistieron en los meses subsiguientes. En agosto de 1943, se generó un conflicto que derivaría en la cesantía de su cargo como presidente del Ateneo cultural. El conflicto en cuestión se originó a raíz de ciertas declaraciones ofensivas hacia los miembros de la Junta Ejecutiva, publicadas en la página “Crisol Gallego” del periódico Sábado, la cual era dirigida por García Gerpe. Este último fue citado por las autoridades federales, junto con el exiliado Tobío Mayo, quien ejercía el cargo de codirector de la mencionada sección. En dicha reunión, se acusó gravemente a García Gerpe de pretender provocar, con su actitud, “un golpe de estado en la Federación” (“Actas de reuniones”, 1943: Nº 335, Nº 336, Nº 337). No obstante, este último manifestó, en su defensa, no concordar con la interpretación dada por la Junta Ejecutiva al artículo en consideración. Luego de un intenso intercambio verbal de pareceres y de impresiones de diversos federados allí presentes (entre ellos, Alonso Ríos, quien lamentaba la implementación de medidas punitivas, invitando a la buena armonía federal), la Junta Ejecutiva resolvió la suspensión de los acusados por el plazo de un año, según lo acordado en el Estatuto Federal concerniente a la disciplina institucional (también se procedió a la suspensión federal del autor del artículo
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en cuestión, Abelardo Lago, quien se desempeñaba como bibliotecario del Ateneo Curros Enríquez) (G. Díaz, 1943c; Junta Ejecutiva, 1943a, 1943b, 1943c; Souto Rey, 1943): […] Todo federado que en Asambleas, Reuniones, Actos Federales, publicaciones o escritos cometiera falta grave contra otro federado o entidad adherida, y una vez comprobada su culpabilidad no hiciere rectificación por escrito, será inhibido para ocupar cargo federal alguno, ni aún aquellas funciones que proceden del mandato de su sociedad, por el término de un año (“Nuevo Estatuto Federal”, 1942: 6-9).
Luego de la decisión de las autoridades federales, se produjo el alejamiento de García Gerpe del espacio institucional. Ello implicó también su salida del comité redactor de Galicia, pese a su reciente nombramiento como subdirector del semanario federal (G. Díaz, 1942c; García Gerpe, 1943c).
La participación política y cultural en el Centro Republicano Español Tras su distanciamiento de la FSG, se estrecharon los vínculos entre García Gerpe y el Centro Republicano Español, entidad de suma relevancia en el seno de la colectividad hispánica de Buenos Aires, y a la cual el mencionado exiliado se había afiliado en 1940. Si bien el carácter republicano del CRE constituía un motivo aglutinante de adhesión para los recién llegados, el centralismo vigente en la entidad hispánica incidió en una escasa participación de los galleguistas en dicho ámbito institucional, a la vez que su postura anticomunista desalentó la proximidad de aquellos exiliados afiliados o simpatizantes del PCE. Destacadas figuras del republicanismo español entablaron lazos con el CRE: asistieron a banquetes, fueron protagonistas de homenajes, o bien brindaron discursos en la sede social (entre ellos, Felipe Jiménez de Asúa, Manuel Blasco Garzón, Ángel Ossorio y Gallardo, Luis Jiménez de Asúa, Manuel Serra
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Moret, Vicente Rojo, por mencionar algunos) (“Memoria y Balance”, 1938: 5, 15-16; “Memoria y Balance”, 1941-1942: 9-10; “Memoria y Balance”, 1943-1944: 10-11). A su vez, un alto porcentaje de los recién llegados se asoció a la entidad tras su arribo al país. Las solicitudes de inscripción a la entidad hispánica constituyen fuentes nominativas muy ricas para el análisis de los exiliados republicanos. Por ejemplo, la ficha de García Gerpe proporciona datos relevantes de este último: su actuación previa en otros centros republicanos, o el hecho de consignar “Galicia” como su país de origen, entre otros (“Fichas de inscripción”, 1940). Tal como hemos mencionado, la integración de García Gerpe en el CRE se consolidó en la segunda mitad de la década de 1940. A través de la prensa institucional, advertimos su presencia en eventos exclusivos, organizados por la entidad para sus más allegados colaboradores (“Comida íntima”, 1948: 12). Por otra parte, el exiliado gallego disertó en varias oportunidades en el Ateneo Pi y Margall, llegando a ocupar el cargo de secretario de la sección cultural (“En el ateneo”, 1948: 8; “Memoria y Balance”, 1949-1950: 7). La relación cordial y afectuosa entablada entre García Gerpe y los cuadros dirigentes del CRE se puede advertir a partir de las palabras expresadas por las autoridades, en referencia a una conferencia brindada por el refugiado gallego en cuestión: “El público que siguió con atención esta conferencia, interrumpió con entusiastas aplausos varios de sus pasajes y coronó su final con una prolongada ovación. El Dr. García Gerpe fue efusiva y cariñosamente felicitado por la selecta y numerosa concurrencia” (“En el Ateneo ‘Pi y Margall’”, 1947: 10). A su vez, cabe señalar un número relevante de artículos de su autoría en el órgano oficial del CRE, España Republicana. Este era un semanario de carácter político, en el cual predominaban los análisis sobre la situación española, las denuncias del régimen franquista, como también el examen del devenir bélico mundial y más tarde el contexto internacional de la segunda posguerra. En sus artículos, García
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Gerpe examinó cuestiones ligadas al régimen español imperante en la península y a la Segunda Guerra Mundial, así como también esbozó algunos análisis sobre el orden posbélico mundial (García Gerpe, 1945: 10): […] Entramos en una nueva era. Será preciso amparar y colocar por encima de todo al hombre; pero la sociedad, el Estado, podrá intervenir en defensa de los derechos llamados sociales […] la fórmula política de mañana es la del socialismo liberal (García Gerpe, 1944: 4).
Por otro lado, en sus escritos referidos a la guerra civil, se advierte cierta postura centralista, ya esbozada en sus trabajos en Galicia, y que había motivado (entre otras razones) su desvinculación con la FSG: “Porque Madrid es España, y la España combatiente y peregrina es hoy una heroica prolongación geográfica de la gesta madrileña” (García Gerpe, 1946: 10; García Gerpe, 1949: 10). Sin embargo, el lenguaje clasista, al que hicimos alusión al examinar sus artículos en Galicia, se vio moderado en España Republicana. Posiblemente, la tendencia anticomunista de esta última influyó en dicho sentido. Entre sus análisis políticos, subrayaremos, por último, aquel que examina el desarrollo del republicanismo en España, remarcando su larga tradición: “El sentimiento republicano en España, no es una expansión sentimental de 1873, una eclosión popular de 1931 o una cosa improvisada. Republicanos en España lo hay en tiempos de Carlos IV” (García Gerpe, 1947: 26). Asimismo, los vínculos de García Gerpe y la entidad hispánica se reforzaron a partir de su actuación en la “Agrupación de exiliados gallegos afiliados a IR” (en adelante, Agrupación IR), que tuvo como sede las instalaciones del CRE. Dicho programa de unidad partidaria fue organizado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en respuesta a la conformación del Consello de Galiza, en noviembre de 1944 por iniciativa del líder galleguista Alfonso Castelao y del galleguismo militante agrupado en Irmandade Galega.
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Recordemos que hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, ante la consideración de una caída inminente de Franco, se procedió a la reorganización de las instituciones republicanas que se hallaban atomizadas en el exilio, proceso que afectó también a los Gobiernos autonómicos de Euzkadi y Cataluña. En el caso de Galicia, la ausencia de una estructura gubernativa prebélica (debido a que el alzamiento rebelde había impedido la aprobación del Estatuto de Autonomía plebiscitado) conllevó un terreno más propicio para los debates en torno a la legitimidad de los diversos proyectos que se establecieron en el destierro. El Consello de Galiza fue concebido en cuanto gobierno provisional representativo de la región en el exilio. Su legitimidad radicaba, esencialmente, en la presencia de los cuatro diputados gallegos electos en febrero de 1936, tres de ellos pertenecientes al PG: Castelao (que asumió la presidencia del organismo), Antonio Alonso Ríos y Ramón Suárez Picallo y uno afiliado a IR, Elpidio Villaverde Rey (Castro, 2000: 84 y 86; Beramendi y Núñez Seixas, 1996: 177; Núñez Seixas, 2004: 116). La oposición al Consello de Galiza en Buenos Aires abarcó algunos emprendimientos político-ideológicos de diverso tenor entre los refugiados gallegos, por ejemplo, la mencionada Agrupación IR. En agosto de 1945, García Gerpe, junto con los exiliados Severino Iglesias Siso y Luciano Vidán Freyría (integrantes de la comisión organizadora del grupo) realizó una convocatoria pública, a través de la prensa étnica, extensible a todos aquellos gallegos afiliados a IR, exiliados en la Argentina. Un mes más tarde, se conformó la Agrupación IR, cuyo cargo de secretario ocupó García Gerpe (“Actividades de IR”, 1945: 2-3; “Izquierda Republicana”, 1946: 12). La finalidad del mencionado grupo consistía en actuar de manera coordinada y orgánica en un contexto internacional que presagiaba el fin del régimen franquista (“Actividades de IR”, 1945: 2-3). Ahora bien, con respecto a la futura organización política en la península, su posicionamiento difería de aquel sostenido por el Consello
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de Galiza. En este sentido, se concedía prioridad a la restauración del sistema republicano vigente hasta el fin de la guerra civil, postergando a futuro la sanción de una nueva Carta Orgánica, de tipo federal: […] Constitución de 1931 y régimen autonómico como punto de partida, y, como aspiración, la estructura de una República de base federativa, que […] coloque en plano de potencial igualdad a las infraestructuras superiores, tanto las nacionales, como las regionales que no tienen jerarquía nacional (“El núcleo de gallegos”, 1945: 1-3).
Si bien la FSG operó, en un primer momento, como punto de contacto entre los gallegos afiliados a IR en el país, en un segundo momento dicho rol fue ocupado por el CRE. En efecto, rápidamente se suscitaron algunas fricciones de índole político-ideológicas con los sectores federales galleguistas, debido a la postura contraria hacia el Consello de Galiza, que sostenía la Agrupación IR. Así, el federado Avelino Díaz (integrante de la Comisión de Prensa del órgano oficial) emitió duros reproches hacia esta, cuestionando su origen galaico, frente a lo que él consideraba un ataque al Consello de Galiza, a Castelao y al galleguismo en su conjunto. El autor realizó una crítica muy dura hacia aquellos exiliados oriundos del noroeste hispánico que adscribían y priorizaban estructuras político-partidarias de carácter nacional, llegando a afirmar: “Al parecer, todo lo que tienen de gallegos se les diluyó en el partido español a que pertenecen” (A. Díaz, 1946: 3). Provocativos términos fueron utilizados para referirse a la posición de los gallegos afiliados a IR: “traición”, “antipatriota”, “campaña antigallega”, entre otros. La respuesta de IR no tardó en emitirse, esta vez a cargo de la pluma de Luciano Vidán Freiría, vocal de la Agrupación IR y miembro de la Comisión de Prensa de Galicia, cargo al cual renunció ante la publicación del artículo de Avelino Díaz. En efecto, a través de una carta enviada al comité redactor y publicada luego en el semanario federal,
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rebatió las acusaciones esgrimidas por su compañero de redacción, las cuales denotaban, según él, un “sentimiento antiespañol” (“Contestando a una aclaración”, 1946: 3). El mencionado exiliado consideraba erróneo el antagonismo planteado entre el interés nacional y el regional. Según él, la prioridad concedida a la lucha por la restauración de la República en España no generaba contradicción con el deseo de obtener la autonomía de Galicia, ya que la primera era condición indispensable de la segunda. Por otra parte, Vidán Freiría consideró que el artículo de Avelino Díaz empleaba el término exiliado con una connotación peyorativa (a partir del uso del entrecomillado), razón por la cual subrayó: […] Nuestra condición de EXILADOS –título que por sí sólo constituye toda una concepción de valores éticos, de desinterés, abnegación y dolor incruento– no debe servir de menosprecio a quienes se dicen defensores de la Democracia y de la República Española, ni ningún órgano periodístico de tal orientación, debe tolerar su publicación (“Contestando a una aclaración”, 1946: 3).
A raíz de tales enfrentamientos, la dirección gallega de IR se distanció de la FSG y se vinculó más estrechamente con el CRE, cuyos salones oficiaron como centro para sus reuniones (“Movimiento político”, 1945: 10). De este modo, podemos advertir una extensión de aquellos conflictos suscitados entre la entidad galaica y García Gerpe (en virtud de fricciones político-ideológicas e identitarias), al resto de los integrantes de la Agrupación IR. En el mes de octubre de 1945, en la sede social del CRE se celebró un banquete para todos los exiliados adscriptos a IR. Entre los presentes se encontraban las autoridades de la Agrupación IR, algunas de las cuales pronunciaron palabras para el público allí congregado. En dicha ocasión, se entablaron conversaciones tendientes a conformar una organización del partido de carácter nacional, subsumiendo la regional/galaica (hecho que se concretó en 1947) (“Actitud de los partidos”,
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1947: 4; “Agrupación de exiliados”, 1945: 3). En los años subsiguientes, España Republicana difundió el accionar de la Agrupación IR en el país, como también aquel desplegado por la sección partidaria de IR en Francia (“En París”, 1950: 5; “Izquierda Republicana en Francia”, 1952: 1; “Izquierda Republicana”, 1946: 12). A partir de todo lo expuesto, podemos afirmar que Manuel García Gerpe llevó a cabo un intenso accionar político, periodístico y cultural en el ámbito institucional hispano, durante su exilio rioplatense. En julio de 1949, falleció en Buenos Aires, sin haber podido retornar nunca a España. Las autoridades del CRE destacaron en las páginas del semanario su trayectoria en el exilio y, particularmente, se subrayó su labor en el CRE, “hogar y refugio de nuestros grandes hombres políticos” (“El Republicano Gallego”, 1948: 4; “Memoria y Balance”, 1949-1950: 7; Núñez Seixas, 2004: 123; “Sensible pérdida”, 1949: 2). […] El 4 de julio dejó de existir el doctor Manuel García Gerpe, secretario del Ateneo “Pi y Margall”. Correligionario entusiasta y eficacísimo colaborador, su fallecimiento causó sincero pesar en nuestras filas en las que se admiraban las dotes de cultura, laboriosidad y modestia del finado. Había publicado varias obras, recuerdos de sus experiencias de refugiado unas, estudios jurídicos y políticos otras, y desde la tribuna de la entidad cuya secretaría desempeñaba demostró, juntamente con sus entrañables sentimientos republicanos, su sólida preparación. En las páginas de España Republicana aparecieron asimismo testimonios de su talento y su calidad de comentarista (“Memoria y Balance”, 1949-1950: 24).
Por otra parte, pese al distanciamiento evidenciado entre García Gerpe y la FSG, el secretario general de esta última dedicó sentidas palabras a quien había integrado la “España peregrina” (“Manuel García Gerpe”, 1949: 2).
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A modo de balance A partir de la experiencia del exiliado Manuel García Gerpe en el marco asociativo hispánico, y gallego en particular, de la Ciudad de Buenos Aires, podemos afirmar que este constituyó, en diverso grado, un ámbito de socialización política y cultural para los gallegos en el exilio. En general, el accionar en la prensa étnica adquiría un gran valor para aquellos intelectuales exiliados debido al ambiente político predominante en el país de acogida, el cual no facilitaba la inserción de los refugiados en otros ámbitos periodísticos locales. En las páginas de los periódicos hispánicos, hallaron un ámbito propicio para la expresión de sus experiencias y de sus marcos ideológicos de referencia durante su exilio en Buenos Aires. El caso particular escogido permitió profundizar el análisis de las modalidades de inserción de los exiliados políticos y profesionales gallegos, en el ámbito asociativo de la comunidad hispánica de Buenos Aires: el grado de participación de los recién llegados, los vínculos con los cuadros dirigentes institucionales, las tensiones político-ideológicas e identitarias suscitadas, entre otras cuestiones. En primer lugar, el accionar de García Gerpe se limitó a los ámbitos culturales y periodísticos de las entidades analizadas, no extendiéndose, por ejemplo, a los cuadros dirigentes. Dicha evolución comparte algunos puntos en común con la integración del resto de los exiliados gallegos, que arribaron al país durante la inmediata posguerra de la guerra civil española. En el caso de la FSG, ello se comprende, por un lado, debido a la presencia de fuertes dirigencias étnicas, ligadas a la emigración anterior a la guerra civil. A su vez, las dirigencias no constituían un bloque homogéneo a nivel ideológico, por lo que los recortes políticos impedían la llegada al poder de exiliados de determinada orientación ideológica. Por otra parte, los recién llegados probablemente estaban interesados en ocupar esos espacios institucionales ligados a la cultura, desde los cuales se podían generar
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y propagar discursos e ideas a favor de la República y en pos de los cambios sociales que buscaban llevar a cabo en su tierra natal. Por último, el hecho de que García Gerpe y los exiliados en general no hubieran accedido a los cuadros dirigentes institucionales estuvo condicionado por la fuerte expectativa del retorno por parte de aquellos y la creencia de que la inserción en el ámbito asociativo sería transitoria. Esto último probablemente impulsó que los refugiados trabajaran mirando a la península, soslayando la atención brindada a la comunidad emigrada y, más aún, a la sociedad de acogida. El CRE representó un espacio político y cultural propicio para el accionar del conjunto de los exiliados españoles. Ahora bien, la participación galaica en la entidad hispánica (tanto en la prensa como en el Ateneo) no se caracterizó por ser asidua o relevante. Es decir, muchos de los refugiados oriundos de Galicia que arribaron a la Argentina se vincularon con instituciones de carácter regional, en las cuales probablemente obtenían un margen de actuación y de reconocimiento más elevado que el adquirido en espacios de sociabilidad más amplios, de carácter hispánico. Cabe destacar que, a diferencia de lo expuesto, García Gerpe sí tejió fuertes lazos con la entidad hispánica, y llegó a ejercer cargos de responsabilidad en las esferas culturales institucionales. En segundo lugar, con respecto al análisis de los vínculos entablados entre los recién llegados y los cuadros dirigentes del marco asociativo de la colectividad, la inserción de García Gerpe en la FSG denota un rápido y vertiginoso ascenso, no carente de debilidades, como hemos puesto de relieve. En efecto, su accionar en la sección cultural federal no se consolidó en el mediano plazo. El alejamiento de García Gerpe de la FSG se produjo a partir de los particulares vínculos establecidos con las dirigencias previas de la FSG, no exentos de fricciones a nivel político-ideológico. Como hemos visto, las ideas expresadas por el exiliado en consideración en el órgano oficial federal generaron tensiones
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con los federados galleguistas, a la vez que su presencia y accionar en el Ateneo suscitaron roces con los cuadros dirigentes, expresados en la posterior suspensión federal de García Gerpe. Durante la segunda mitad del decenio 1940, este último forjó un estrecho vínculo con el CRE y sus cuadros dirigentes. Su participación cobró notoriedad en las esferas cultural y periodística de la entidad hispánica, durante los años en que participó en ella. Por último, con respecto a los distintos posicionamientos político-ideológicos e identitarios hemos advertido, a partir del caso escogido, que estos condicionaron el proceso de inserción de los recién llegados en el ámbito institucional gallego, e hispánico en general. Es interesante señalar, a través del análisis de la experiencia de García Gerpe, el carácter contradictorio y ambivalente del proceso de construcción de la identidad de los sujetos. Por un lado, durante su exilio en la Argentina, el mencionado refugiado participó asiduamente de entidades y emprendimientos de carácter regional/galaico (entre ellos, su accionar en la FSG, como también la dirección del periódico El Republicano Gallego). Por otro lado, en sus escritos periodísticos publicados en la prensa étnica (particularmente en España Republicana), esgrimía puntos de vista que podrían ser calificados de “centralistas”. A su vez, recordemos su activa participación en la agrupación de refugiados gallegos adheridos a Izquierda Republicana española en Buenos Aires, que se enfrentó al Consello de Galiza, dirigido por los sectores galleguistas. Si bien esta inicialmente concilió el origen regional (gallego) y la adscripción partidaria nacional de sus integrantes, en un segundo momento concedió prioridad a esta última. A partir de tales ejemplos, vemos cómo los diversos criterios identitarios son permanentemente negociados y/o redefinidos por el individuo. Por lo tanto, aquellos no serían excluyentes ni incompatibles entre sí, sino que, por el contrario, coexistieron dentro del grupo de exiliados gallegos.
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En suma, si bien las instituciones de la colectividad hispánica de Buenos Aires representaron un ámbito de socialización, de difusión de las ideas y los marcos ideológicos de referencia de los recién llegados, el proceso de inserción de estos últimos fue complejo. Los ejes analizados en el presente trabajo (entre ellos, el tipo de participación de los recién llegados, las esferas institucionales de acción, y los vínculos con los cuadros dirigentes de las entidades, como también las tensiones suscitadas en función de las identificaciones político-ideológicas e identitarias) permiten advertir la presencia de fricciones de diversa índole en la integración de los exiliados gallegos en el marco asociativo hispánico y galaico en particular de la Ciudad de Buenos Aires.
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Francisco Fernández del Riego como interlocutor del exilio gallego en Buenos Aires NADIA DE CRISTÓFORIS
El exilio gallego hacia Buenos Aires se inició tempranamente, a los pocos días del estallido de la guerra civil española, y estuvo condicionado por la existencia de una amplia comunidad del noroeste hispánico en dicha ciudad. Paisanos, familiares y un gran número de instituciones de distinto tipo (con finalidades médicas, mutuales, recreativas, culturales, políticas, entre otras) habían ido configurando desde el siglo XIX un denso entramado social. Este último, sensible a los avatares políticos de la península y a sus efectos negativos sobre los gallegos comprometidos con la República, no tardó en favorecer de distintos modos los procesos de traslado e integración de los que huían del avance de las fuerzas sublevadas, con resultados variables (De Cristóforis y Cócaro, 2011; Núñez Seixas, 2006: 36-38, 2012: 144-145). Algunos de los exiliados gallegos ya habían estado temporalmente en el Río de la Plata, o incluso habían nacido en la Argentina. Tal es el caso de Luis Seoane, quien era oriundo de Buenos Aires, procedente de un hogar de inmigrantes gallegos, pero había pasado sus años de juventud y de formación académica en Galicia. Percibido y autoconcebido como “gallego” (Seoane, 1953a), este exiliado huyó tempranamente de la represión del bando nacional por Lisboa, para refugiarse en Buenos Aires, ciudad a la que arribó en octubre de 1936 y en la que permaneció de modo permanente hasta 1963. A partir de este último año, su
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vida se desarrolló entre la capital argentina y A Coruña, donde finalmente falleció el 5 de abril de 1979 (González Fernández, 1994). Si en la primera etapa de su exilio las esperanzas del retorno a Galicia permanecieron vívidas en su mente y condicionaron su práctica militante, así como la de muchos otros exiliados, a partir de mediados del siglo XX esas expectativas se fueron desvaneciendo, dado que el contexto internacional, en especial el accionar de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, no coadyuvaba para la caída o el debilitamiento de Franco, sino todo lo contrario, favorecía su progresiva rehabilitación en el concierto mundial de naciones. En este capítulo nos concentraremos en el período abierto tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, para examinar cómo a partir de dicha coyuntura un representante indiscutido del exilio gallego en Buenos Aires, Luis Seoane, comenzó a reestablecer sus vinculaciones con distintos interlocutores en Galicia, especialmente con el escritor, intelectual y político Francisco Fernández del Riego. Este último no solo se convirtió en referente del primero y de una parte importante de la comunidad emigrada, sino que también se transformó en corresponsal de una de las principales publicaciones de los oriundos del noroeste hispánico en la Argentina: Galicia. Revista del Centro Gallego de Buenos Aires. De allí que en este análisis nos concentraremos en la correspondencia que Seoane mantuvo con Fernández del Riego a partir de 1947 y en los trabajos que este último publicó en Galicia. Revista del Centro Gallego de Buenos Aires y en Galicia Emigrante, con el objeto de poner de manifiesto las características y alcances de los proyectos culturales compartidos, a lo largo de estos años de mutuo acercamiento.
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Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial: una nueva etapa para el exilio gallego La victoria de Franco en 1939 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que en su primera fase conllevó un avance victorioso del fascismo en Europa, produjeron un importante desaliento en las comunidades exiliadas de la guerra civil española. Estas habían confiado en un relativamente rápido retorno a su tierra natal, pero esta esperanza se vio desvanecida durante 1939 y 1940, al compás del inicio de la consolidación del franquismo en la península. Sin embargo, a partir de la movilización de la Unión Soviética contra el III Reich (a fines de junio de 1941) y el ingreso de Estados Unidos en la guerra del lado de los Aliados (diciembre de 1941), los exiliados comenzaron a imaginar una posible victoria de los últimos, lo que habría podido generar condiciones para su regreso a España. Consideraban que, en caso de triunfar las fuerzas antifascistas, Franco habría tenido “sus días contados”, pues, si bien España había adoptado una política inicial de “neutralidad” frente a la Segunda Guerra Mundial, esta habría perjudicado a los Aliados, quienes habrían tenido entonces razones para aislar y/o favorecer la caída del régimen represivo peninsular. Sin embargo, ello no ocurrió. Luego de 1945, las potencias occidentales triunfantes abandonaron progresivamente su postura de condena al franquismo y, como es sabido, posteriormente colaboraron con su rehabilitación internacional (Schwarzstein, 2001: 163-183). Por otra parte, el Gobierno peronista llegado al poder en la Argentina en 1946 estrechó sus vínculos políticos, económicos y culturales con el régimen dictatorial español, dispensando una importante ayuda económica a la “Madre Patria” (concretada en el envío de granos) y ganando protagonismo como casi único interlocutor del franquismo en el exterior, en la inmediata segunda posguerra (Rein, 2003). La suscripción de acuerdos en materia comercial y migratoria entre ambos países sellaba a nivel formal un
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renovado acercamiento que se materializaría en la circulación de mercancías y personas, en función de las necesidades de desarrollo económico-social de ambas naciones. Pero la idea de retornar para integrarse o convivir con el primer franquismo era inviable para los exiliados, máxime cuando en España no estaban dadas las condiciones para que se reeditara en un futuro próximo el proyecto político instalado por la Constitución de 1931 y las fuerzas actuantes hasta 1936 (Villares, 2012: 67). De este modo, a mediados de la década del cuarenta, el panorama para los exiliados en la Argentina se tornó bastante negativo: ni la coyuntura internacional, ni la española ni la local permitían pensar en el retorno. Era hora de “deshacer las maletas”, con el aditivo de que el reencuentro con la tierra de origen parecía cada vez más lejano e imposible. Veamos cómo estas circunstancias afectaron la subjetividad de los refugiados en la América del Sur, en la voz del mismo Seoane: Al principio creíamos que el régimen de Franco duraría unos meses. El inicio de la guerra mundial y el pacto de Hitler con los rusos enfrió nuestras ilusiones, aunque volvieron a renacer cuando se rompió dicho pacto en junio del 41 y Estados Unidos acabaron entrando en guerra a favor de las potencias aliadas. Todos los años, por navidad, nos reuníamos en casa de Dieste y brindábamos porque el año próximo estaríamos ya en España. Muchos ni habíamos comprado muebles, vivíamos en pisos alquilados, siempre con las maletas preparadas […]. En 1945, el fin de la guerra mundial y el triunfo de los aliados nos produce una gran alegría y una justificada esperanza. “Franco tiene los días contados”, dice la mayoría. Se produce el cerco diplomático, el racionamiento: oímos todos los días las noticias que tren las radios de Europa, pero el momento no llega; aún más, el comienzo de la guerra fría hace que los Estados Unidos, especialmente desde la llegada del general Eisenhower al poder, consideren a Franco como un mal menor […] (citado por Alonso Montero, 2002: 44-45).
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¿Qué actitud adoptó entonces Seoane, en una Argentina modelada por un Gobierno que, en la visión de los exiliados, se asemejaba a los fascismos y frente a una comunidad emigrada que parecía más preocupada por sus asuntos particulares y su progreso material que por las cuestiones de índole colectiva? ¿Dónde encontraría sus interlocutores? Además de mantener sus relaciones con sus antiguos compañeros exiliados, con quienes seguiría llevando a cabo distintas empresas o actividades culturales (aunque algunos de ellos –Dieste, Espasandín, Colmeiro– fueran abandonando la Argentina), a partir de la segunda mitad de la década de 1940 y a lo largo de la de 1950 Seoane reactivó sus vínculos con el exilio interior (Villares, 2012: 70-75), lo que estimuló su labor en pro de Galicia, desde Buenos Aires. Hasta 1946 el contacto epistolar con quienes fueran sus amigos y compañeros de proyectos políticos y culturales en Galicia se había casi interrumpido y, luego de dicho año, comenzó lentamente a revitalizarse, para beneplácito de Seoane, quien de este modo lograba tender un puente con la tierra con la cual se identificaba y a la cual dedicaba su labor desde su destierro (Alonso Montero, 2002: 126). La interacción con la Galicia interior o territorial le permitió a Seoane desarrollar con mayor convicción y firmeza su tarea de promoción de la cultura gallega, acción que en su opinión no lograría el apoyo de los emigrados del noroeste hispánico en Buenos Aires. Seoane (1950a) sostenía que no se podía contar con ellos para generar un “impulso colectivo”, ni para lograr una “mayor intervención del emigrado en la vida cultural de Galicia”. También creía que él y los otros intelectuales y artistas refugiados debían luchar contra “un porcentaje enorme de gente indiferente a Galicia y que desen[volvían] su vida exclusivamente atendiendo a sus intereses personales” (Seoane, 1950a). Esos emigrados ya no anhelaban retornar a su tierra natal, pues, como observara el embajador de España en la Argentina entre 1947 y 1949, José María de Areilza (1984: 41-42), se habían ido integrando a la sociedad de acogida, fenómeno
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al que había contribuido la educación pública del país sudamericano, tendiente a generar un sentimiento de patriotismo local, en detrimento de la identificación con España. ¿Quiénes podían ser los interlocutores de Seoane en Galicia? Carlos Maside, Domingo García-Sabell, Ramón Piñeiro, Ángel Fole, entre otros. Maside, pintor y antiguo amigo del intelectual y artista, afín a él ideológicamente, recibió una carta de Seoane en julio de 1947, que fue respondida rápidamente, en agosto del mismo año. La primera misiva fechada de Seoane a Domingo García-Sabell data de enero de 1953. A ella le siguió la respuesta del último el 8 de junio de 1953, en vísperas de su viaje a Buenos Aires, con motivo de su participación como conferencista en el Centro Gallego de la ciudad porteña. La primera carta fechada de Ramón Piñeiro a Seoane se remite al 17 de diciembre de 1949. Por su parte, el 12 de enero de 1953 Ángel Fole también inició su correspondencia con el exiliado en la capital argentina (Consello da Cultura Galega, 2019a). Pero el intercambio epistolar más intenso y largo fue con el galleguista Francisco Fernández del Riego. La amistad de Seoane con Fernández del Riego se remontaba a los años en que ambos eran alumnos de la Facultad de Derecho, en la Universidad de Santiago de Compostela. Esa época de amistad y camaradería les permitió compartir actividades culturales y galleguistas. Como comentó el mismo Fernández del Riego: […] Fomos compañeiros non só de formación xurídica, senón tamén nas loitas universitarias. Fraguouse daquela a que sería longa, ininterrunpida, amistade. Compartimos inquietudes culturais nas tertulias santiaguesas do Café Español e do Derby, no Comité de Cooperación Intelectual, nas cotiás visitas ao obradoiro da editorial Nós […] (Fernández del Riego, 1994: 71).
Los años de la guerra civil separaron a estos dos amigos, hasta que el 10 de mayo de 1946 Fernández del Riego (1946) envió una carta a Seoane desde Vigo, consultándolo
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sobre si le había llegado un libro suyo (titulado Cos ollos do noso esprito) para un concurso literario organizado por la Federación de Sociedades Gallegas. Seoane respondió con cierta dilación, pues la misiva había arribado a un domicilio equivocado, pero esta primera carta significó el inicio de una asidua correspondencia entre ambos intelectuales, que alimentó el espíritu de cada uno en coyunturas adversas o desmoralizantes.
Las cartas de Seoane a Fernández del Riego En 1947 Seoane se encontraba ávido de recibir noticias de Galicia y de recuperar su vínculo con su mundo cultural. En este contexto, le pidió a Fernández del Riego que mantuviera una activa correspondencia con él. A partir del año mencionado, el galleguista se convirtió en el corresponsal más asiduo de Seoane en Galicia: entre 1947 y 1979 el último le escribió unas 122 cartas. La mayor parte de ellas son anteriores a 1968 y casi todas fueron escritas en Buenos Aires. En algunos casos, las expresiones de carácter político de Seoane plasmadas en estas misivas eran moderadas, por la existencia del control policial al llegar a suelo español (Alonso Montero, 2002: 6). Pero más allá de esta cuestión, en esas cartas pueden apreciarse las visiones del exiliado sobre la comunidad gallega de Buenos Aires, Galicia y la cultura argentina (en especial, la porteña), así como también sus sueños y sus decepciones frente al debilitamiento del activismo del exilio gallego. Pero principalmente, la correspondencia en cuestión permite descubrir el intenso ritmo de las actividades de Seoane, en los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial, pese al desánimo o desilusión que muchas veces lo embargaba. Las cartas enviadas a Fernández del Riego ponen al descubierto sus múltiples e incansables tareas como pintor, grabador, ilustrador, narrador, poeta, autor
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teatral y de ensayo, entre muchas otras facetas. Para Seoane (1947a), el trabajo era un “narcótico” contra la soledad del destierro: “Todos [los exiliados gallegos] trabajamos lo que podemos, es el único modo de ir matando la nostalgia que nos corroe y el deseo de regresar”. En el período del Gobierno peronista, esos deseos de retornar a la Galicia de la juventud fueron muy fuertes, se reiteraban en una y otra carta, como en aquella que rezaba: […] Tengo muchas ganas de regresar a esa [Galicia] para estar con todos vosotros, para pintar, para poder volver a ver todo aquello que no nos importaba porque lo teníamos demasiado cerca de nuestra visita y de nuestras manos y que adquirió con el tiempo y la distancia todo su valor. Cuando regrese espero que será [sic] para no salir nunca más de ahí […] (Seoane, 1947b).
Esa valorización o mitificación del pasado lo conducía a imaginar un retorno definitivo, en algún momento indefinido. Este propósito de volver a Galicia encontraba distintas motivaciones: el objetivo de recrear junto a sus seres queridos –familiares y amigos– la etapa de juventud añorada y perdida, pero también el interés por abandonar la situación de soledad en la que vivía y desenvolvía sus actividades, en el contexto de una comunidad emigrante ajena a la cultura gallega: “Aquí estamos al margen del mundo, en un afortunado campo de concentración para comerciantes del que Dieste, Colmeiro y yo queremos huir sin encontrar el modo” (Seoane, 1948a). “Actuamos como Robinsones, aislados en islas lejanas”, diría con tono de impotencia a Fernández del Riego en otra carta (Seoane, 1950b). Esta sensación de soledad se profundizaba en la medida en que algunos de sus más estimados compañeros de exilio partían de Buenos Aires hacia otros destinos. Esta dispersión lo hacía sentir más “solo e inútil” (Seoane, 1950b). En la misiva con la cual retomó la comunicación con Fole daba cuenta de este fenómeno:
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[…] En un momento, algunos años, coincidimos en ésta Dieste, Espasandín, Colmeiro, Cuadrado, Varela y yo. Luego Dieste marchó a Cambridge y ahora está en Monterrey (Méjico). Espasandín está en Pensylvania, Colmeiro en Francia y Cuadrado, Varela y yo continuamos en ésta pero pensando siempre en marchar no sabemos a dónde. Todos, solo estaríamos con gusto ahí […] (Seoane, 1953b).
La vida en la ciudad porteña no era de su total agrado: estaba allí porque había tenido que huir rápidamente del noroeste peninsular, sin poder reflexionar demasiado sobre otras alternativas y debido a que, después de todo, pudo aprovechar su condición de argentino para ingresar al país austral, como muchos otros refugiados. En un viaje que realizó a París a mediados de 1949 y a una distancia prudencial del Río de la Plata, llegaría a confesar: […] Estoy harto de aquella vida de Buenos Aires y de aquel clima y de las gentes de esa ciudad. He trabajado allí como no lo había hecho antes y no volveré a hacerlo quizá y creo que me estiman en general en los medios intelectuales de Sudamérica, pero todo aquello es insoportable. Insoportable la mentalidad de aquella gente, insoportable el carácter comercial de todo, insoportable el clima etc. Aquí por lo menos creo haber vuelto a encontrar en el rostro de las gentes de París las caras de las gentes de ahí, pues los gallegos de Bs. As. ni siquiera conservan sus características raciales […] (Seoane, 1949).
Además de poner de manifiesto apreciaciones de índole racial que en cierto punto cimentaban su nacionalismo gallego, Seoane daba a entender que había logrado el reconocimiento del público argentino y de los medios intelectuales del ámbito sudamericano. Pero su preocupación principal era que su labor impactara en Galicia. Como le aclaraba a Fernández del Riego y a otros antiguos compañeros y amigos de sus años de juventud, la obra que estaba realizando en Buenos Aires estaba dedicada a Galicia, y su temor era que esta, surgida en medio de la indiferencia del
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resto de la colectividad gallega, no tuviera en el Río de la Plata el acogimiento debido, que sí podría haber conquistado en tierras del noroeste hispánico (Seoane, 1948b). En este proceso de reconstrucción y revalorización de la cultura gallega, apelaba a la colaboración de los amigos que le habían quedado en Galicia y también disputaba con otros representantes de la comunidad gallega en Buenos Aires el liderazgo por encarnar el puente con Galicia. La correspondencia con Fernández del Riego deja traslucir las tensiones surgidas en relación con el control de la representación de la comunidad gallega, de cara a los intelectuales y artistas activos en Galicia, nucleados en la década del cincuenta en torno a la Editorial Galaxia, surgida el 25 de julio de 1950 en Santiago de Compostela. En especial, Seoane (1951a) buscaba demostrar algunos falsos “mecenazgos”, como el de Puente, quien se atribuía iniciativas culturales en Buenos Aires, que al parecer no le pertenecían. Como sostuvo Villares (2012), los intercambios epistolares entre Seoane y los gallegos del Interior fueron sucedidos por contactos personales, algunos de los cuales tuvieron lugar cuando esos intelectuales gallegos viajaron a la ciudad porteña, convocados a distintas actividades. En el Centro Gallego de Buenos Aires y por iniciativa de su secretario, Rodolfo Prada, y Seoane, empezaron a celebrarse unas “jornadas patrióticas” centradas en el 25 de julio. En el año 1947, para el primero de los festejos de esta índole, se invitó a Ramón Otero Pedrayo y luego a muchos otros gallegos que residían en la península: García-Sabell, Fernández del Riego, Bouza-Brey, Paz-Andrade, entre otros (Villares, 2012: 71). Fernández del Riego viajó a la capital argentina en julio de 1954 para las mencionadas jornadas y luego se trasladó a Montevideo. En abril de 1954, Seoane le escribió una interesante carta a su domicilio en Vigo, donde le brindaba algunos consejos para su estancia en Buenos Aires. Allí dejó plasmada su opinión acerca de cuál debía ser la estrategia para revalorizar la cultura gallega. Como ya advertimos,
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Seoane consideraba que la mayor parte de la colectividad del noroeste hispánico en el Río de la Plata vivía al margen de la vida intelectual y artística gallega, de allí que insistiera en que no se podía contar con ellos para su proyecto de reivindicación cultural galaica. En cambio, hacía hincapié en el rol que podrían jugar los hijos de los gallegos: Creo que el objetivo más importante para Galicia en América es ganarse a los hijos de gallegos que son una cantidad abrumadora y que están situados como es natural en los puestos más destacados en los países donde nuestra emigración fue constante. Ellos pueden ser útiles a Galicia, los padres solamente de manera muy relativa. En todo caso pueden serlo como lo fueron ya para levantar un puente, editar un libro, hacer una escuela y nada más. A la enorme masa de hijos de gallegos hay que tratar de despertarles el orgullo de su origen, como supieron hacerlo otras colectividades y esa es labor vuestra y nuestra y tu viaje puede ser de enorme utilidad en ese sentido […] (Seoane, 1954).
A casi ya veinte años de su llegada a la Argentina, Seoane había ideado una nueva modalidad para lograr la expansión y consolidación de la cultura gallega: no solo creía en su propio poder de intervención en el ámbito del noroeste peninsular o dentro de la sociedad argentina, sino que apostaba a sostener su proyecto con otros intermediadores: los hijos de los inmigrantes gallegos que, habiendo demostrado su importante capacidad de adaptación y progreso dentro del espacio rioplatense, podrían asumir la tarea de ser portadores y defensores de esa cultura gallega, al tiempo que sus difusores dentro de las instituciones y los círculos intelectuales y artísticos argentinos. Seoane creía que la progenie de los inmigrantes tendría la fuerza y visión necesarias para llevar a cabo el propósito de reivindicación de la nación gallega en Sudamérica. Serían ellos quienes podrían encarnar las ideas del galleguismo del otro lado del océano Atlántico. Según el polifacético artista, sus padres habían demostrado falta de capacidad para la consecución
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de dichos objetivos, al preocuparse únicamente por su progreso material y su supervivencia económica. Creemos que, de algún modo, con este argumento Seoane estaba cuestionando el “neutralismo”, así como también el solapado o más abierto profranquismo de una buena parte de la comunidad emigrada que, ajena a los avatares de la guerra civil o comprometida directamente con el bando sublevado, legitimaba silenciosa o más explícitamente la consolidación del régimen dictatorial en la península.
Fernández del Riego como referente para la comunidad gallega emigrada Seoane confiaba en Fernández del Riego como representante y articulador de la cultura gallega no solo en Galicia, sino dentro del ámbito rioplatense. De allí que lo fuera introduciendo en tareas que permitían conocer la historia y la producción artística de Galicia dentro de la comunidad emigrada en la Argentina, e incluso dentro de un público argentino más amplio. Esta estrategia, que se inició en 1947 y se prolongó hasta 1959, aproximadamente, coincidió con el interés de Fernández del Riego de reorganizar el galleguismo dentro y fuera de Galicia, ya sea apelando a movimientos clandestinos en el ámbito del noroeste hispánico o más abiertamente en las comunidades emigradas en América. En su calidad de director de Galicia. Revista del Centro Gallego (entre 1939 y 1957), Seoane le pidió a Fernández del Riego que aceptase una invitación del Centro para enviar una colaboración para dicho órgano de prensa, sobre la pintura gallega de ese momento y la precedente. La solicitud fue cursada en una carta del 26 de mayo de 1947 y el trabajo se publicó al año siguiente, precedido por una presentación halagüeña del autor, presumimos que escrita por el mismo Seoane:
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El autor de este ensayo, Francisco Fernández del Riego, es uno de los más jóvenes y autorizados ensayistas de la Galicia contemporánea. Con sus apellidos, y con seudónimo de Salvador de Lorenzana, ha publicado en revistas literarias de nuestra tierra, y en sus diarios, numerosos artículos y ensayos, sobre problemas literarios y artísticos de Galicia, muchos de los cuales son considerados como indispensables para el conocimiento de esos problemas (Fernández del Riego, 1948: 14).
No se trataba de la primera intervención de Fernández del Riego en la prensa gallega de la emigración, dado que entre 1932 y 1934 ya había colaborado con el periódico Galicia (órgano de la Federación de Sociedades Gallegas) y A Fouce (ambos de Buenos Aires) y en 1935 con O Irmandiño (de Montevideo), entre otros medios (Consello da Cultura Gallega, 2019b). Luego de la publicación del trabajo sobre pintura gallega, Fernández del Riego se inició como colaborador regular de Galicia. Revista del Centro Gallego, y fue designado a partir de 1949 como corresponsal literario en su tierra natal para dicho órgano de prensa. Su contribución, que estaba dedicada a brindar noticias generales y culturales de Galicia, se denominaba “Galicia cada treinta días”. Esta columna era semejante en título y contenido a la que aparecía en Galicia, la revista del Centro Gallego de Caracas, que se reconoció como “30 días de vida gallega” (Consello da Cultura Gallega, 2019b). A partir de 1955, las noticias del galleguista sobre Galicia se espaciaron en poco más en la revista del Centro Gallego de Buenos Aires, por lo que la colaboración pasó a denominarse “Galicia cada sesenta días”, y más adelante “Noticiario Gallego”. El panorama que Fernández del Riego, con el seudónimo de Salvador Lorenzana, ofrecía en esa columna era muy exhaustivo: involucraba de manera minuciosa y equilibrada novedades sobre música, literatura, pintura, vida universitaria, investigación, arquitectura, entre muchos otros temas. En esos textos aparecían los nombres de las personalidades
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que contribuían a consolidar la cultura gallega, sus obras y sus formas de difusión. Se trataba de una especie de noticiero cultural donde se exponían las novedades en materia artística e intelectual, en un intento de mostrar a la comunidad emigrada en Buenos Aires los adelantos del pueblo gallego, pese a la existencia de un régimen dictatorial en la península. En el marco de dichas colaboraciones, resulta de gran interés un inusual apartado sobre la emigración y su valoración, que apareció en 1950 en uno de los textos de Fernández de Riego, bajo el subtítulo “El tema de la emigración”. Allí se planteaba la cuestión con el recurso de una supuesta entrevista llevada a cabo a una personalidad prestigiosa de Galicia (no se especificaba su nombre en el texto), a quien se le preguntaba qué opinaba sobre la emigración a América. El interpelado brindaba opiniones positivas y reivindicatorias del proceso emigratorio, de cara a la consolidación del nacionalismo gallego en el exterior: “Una Galicia enérgica, y también inspirada, se formó más allá del Atlántico. Cada día se une con más fuerza al tronco materno” (Lorenzana, 1950: 17). Una de las armas fundamentales para consolidar la cultura gallega era, en opinión de Fernández del Riego, el libro. Pero no cualquier tipo de libro, sino aquel que se ocupara de las “cosas gallegas” y, de preferencia, escrito en gallego. A mediados de la década del cincuenta, explicaba cómo se venía dando una deseable recuperación del libro gallego, de uno y otro lado del Atlántico: Es, pues, el momento para el libro de Galicia; el momento de su difusión y de su incremento. En este empeño trabajan hoy diversas editoriales del país y a él responden también las publicaciones que, meritoriamente, vienen apareciendo en el exterior; “Galaxia”, “Bibliófilos Gallegos”, “Monterrey”, “Xistral”, “Porto”, “Benito Soto”, “Alba”, “Moret”, son otras tantas editoriales que, en Galicia, vienen lanzando a la avidez pública libros sobre nuestras cosas o en nuestro idioma. Y fuera de aquí, aparte de la extraordinaria labor realizada en
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Buenos Aires, y la que en México lleva a cabo el Patronato de la Cultura Gallega, surge ahora el magnífico esfuerzo desarrollado en París por la Editorial “Monte Medulio” (Lorenzana, 1955: 12).
La centralidad que Fernández del Riego le otorgaba al libro gallego, como vehículo de la cultura gallega, quedaba también plasmada en la otra publicación en la que colaboró desde su primer número (en 1954) hasta 1959, la revista Galicia Emigrante, dirigida por Seoane. Allí asignaba a la lengua y a la literatura gallegas un rol fundamental en la definición y mantenimiento del nacionalismo gallego, que, para Fernández del Riego y otros colegas de Galicia, era concebido desde un punto de vista cultural: El libro es, en efecto, índice de la cultura de un pueblo. Lo único que en un país se salva de la ruina y del olvido, es el alma, gracias a su providencial instrumento de expresión: la lengua, la literatura. Nada podría transmitirse de un pueblo que no dejara monumentos literarios; testimonios escritos de su espiritualidad, de sus costumbres, de su idiosincrasia (Barreiros, 1954: 16).
De allí que Fernández del Riego participara en distintas actividades que tenían al libro como actor central: ya sea enviando sus obras originales a concursos literarios, como los organizados por el Centro Gallego de Buenos Aires; integrándose a la Editorial Galaxia en calidad de secretario del Comité de Gerencia (encargado de la dirección de la revista en la práctica, y del estudio y gestión de los trabajos); o planteando la necesidad de difundir el libro gallego, en las colaboraciones en distintas publicaciones, entre otras acciones. A mediados de la década del cincuenta, Fernández del Riego reivindicaba el rol que habían tenido las editoriales fundadas por emigrantes y/o exiliados gallegos establecidos en América (Emecé, Nova, Botella al Mar, Galicia, Anxel Casal, Alborada, Nós, por ejemplo), y principalmente por
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aquellos instalados en Buenos Aires, en la preservación de las producciones de autores gallegos comprometidos con la cultura e historia de su tierra de origen, en un contexto político que impedía que ese mismo tipo de emprendimientos tuviera lugar dentro de España (Barreiros, 1954: 16). En su visión, el esfuerzo de esa “Galicia ultramarina” había sido fundamental para dar continuidad a una tradición intelectual que la guerra civil y el franquismo habían vedado en la práctica. Sin embargo, la valoración de Seoane sobre ese aporte de la Galicia emigrada y exiliada hacia 1951 era mucho más negativa. En una carta a Fernández del Riego, afirmaba: En cierto modo, estamos envidiosos de la labor que realizáis ahí con las Ediciones Galaxia, Benito Soto, Bibliófilos Gallegos y las revistas de poesía. Es este un ejemplo que aquí no saben entenderlo y que en el fondo desdeñan. Es la labor que habíamos emprendido Cuadrado y yo hace años con el afán de convertir esta ciudad en un gran centro editorial gallego y en la que fracasamos después de publicar unos 60 libros gallegos por falta del más mínimo apoyo de las gentes que en cambio realizan banquetes culturales (Seoane, 1951b).
Esta idea del fracaso en conquistar a la comunidad gallega de Argentina lo conduciría a apostar a los hijos de los emigrantes, en su proyecto en pro de la consolidación de la cultura gallega, como ya señalamos. La autoría de Fernández del Riego en Galicia Emigrante se reconocía con los seudónimos de Salvador Lorenzana y Cosme Barreiros. En esta importante revista cultural, Fernández del Riego publicó, entre otros tipos de notas, distintas entrevistas a personalidades destacadas de la cultura gallega que residían en Galicia y que conformaban un núcleo intelectual y artístico ligado a distintos emprendimientos culturales, como por ejemplo, la editorial Galaxia. De este modo, con un formato similar (que incluía una breve presentación del entrevistado por parte de Fernández del Riego, una serie de preguntas tendientes a poner de
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relieve las personalidades, las obras y eventos más salientes de la cultura gallega pasada y contemporánea, y un cierre de carácter reflexivo por parte de Fernández del Riego), distintas figuras de la Galicia interior se dieron a conocer al público, conformado este último principalmente por emigrados y exiliados en Buenos Aires. En orden de aparición, los entrevistados por el galleguista en la revista en cuestión fueron: Ramón Piñeiro, Ramón Otero Pedrayo, Gala Murguía de Castro (quien habló sobre su padre, Manuel Murguía), Ricardo Carballo Calero, Domingo García-Sabell, Xohán Ledo, Florentino López Cuevillas, Armando Cotarelo Valledor, Fermín Bouza Brey, Celestino Fernández de la Vega, Carlos Maside, Daniel Cortezón Álvarez, Xesús Ferro Couselo, Ramón María Aller, Xosé Ramón e FernándezOxea, Fermín Penzol-Labandera, Manuel Gómez Román, Ramón Lugrís, Manuel Rodrigues Lapa, Ánxel Fole, Sebastián Martínez-Risco e Macías, Xosé Luis Franco Grande, Francisco Río Barja, Plácido Castro, Isidro Parga Pondal, Cesáreo Saco, Xohana Torres y Ramón Cabanillas Enríquez. Como vemos, se trataba de un grupo muy amplio y diverso de personas, de distintas edades y formación, que pasaban a formar parte de un colectivo que, en la percepción de Fernández del Riego, estaba destinado a reflexionar sobre la cultura gallega y a promocionarla dentro y fuera de Galicia. No casualmente, este propósito se coronaba con el hecho de que todas estas entrevistas fueran publicadas en idioma gallego, siendo la revista de carácter bilingüe. Pero la vinculación de este grupo de intelectuales, artistas y destacados profesionales al servicio de la cultura gallega con la Galicia ultramarina porteña, y especialmente con Seoane, se iría diluyendo hacia fines de la década de los cincuenta. Como ha sostenido Villares (2012: 74): “Los problemas aparecieron en la segunda mitad de los 50 y las relaciones, sin romperse de forma abrupta en el plano colectivo (en lo personal nunca sucedería), no recuperaron la sinceridad y entusiasmo de los primeros años”. Intrigas, disensos y polémicas en torno a distintas iniciativas culturales
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fueron debilitando la confianza que la Galicia “peregrina” tenía sobre la “cautiva”, y viceversa. Fernández del Riego y el grupo Galaxia habían perdido su rol protagónico como interlocutores del exilio gallego en Buenos Aires, y, principalmente, habían dejado de ser los referentes indiscutidos para Seoane. Sin embargo, este último se esforzaría por mantener la amistad y el vínculo profesional con Fernández del Riego durante muchos años más (su última carta al galleguista data del 2 de marzo de 1979). Así le expresaba en 1957 su voluntad de preservar la relación con él, pese a quienes supuestamente intentaban desestabilizarla: Recibí tu carta y un sobre con las colaboraciones todo lo cual te agradezco mucho. No tengo a mano aquella, pues estoy fuera de Buenos Aires, pero recuerdo que escribías sobre si alguien me había hablado mal de tí, o de tí, para crear entre nosotros dificultades y tengo que decirte que no, que nadie me habló de esa manera y que yo además no lo hubiese tolerado. Sé cuánto haces tu por todo cuanto nos es común y estimo profundamente tu valiosa amistad como para tolerarlo. Te ruego, pues, que no pienses en eso. Creo que no solo yo, de los que estamos aquí, piensan lo mismo, sino también otros. Trabajaste sólo cuando nadie lo hacía y eso nos basta. Todos los demás, para nosotros, vinieron después y el tiempo dirá cuando pase hasta qué punto fue fecunda y útil tu labor. Esto es todo y va unido, en tu caso, a una amistad que nació hace muchos años, un cuarto de siglo, y para mí esto pesa de un modo entrañable (Seoane, 1957).
Reflexiones finales Creemos que el restablecimiento del vínculo entre Seoane y Fernández del Riego a partir de 1947 se fundó en dos motivaciones principales: por un lado, la necesidad del primero de encontrar interlocutores para su proyección cultural en Galicia, basada en la recuperación de su rica tradición artística e histórica, y en la libertad y autonomía de su pueblo;
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y, por otro lado, el propósito del segundo de hallar destinatarios para los mensajes intelectuales y artísticos que partían del grupo de gallegos que habían permanecido en la península, pero con un fuerte interés en configurar un futuro diferente al impuesto allí por el franquismo. El diálogo entre ambas orillas del océano Atlántico no podía realizarse en clave política, por la existencia de un régimen dictatorial en España, que controlaba las expresiones ideológicas hasta en el seno mismo de las comunidades hispánicas emigradas. Por ello la interacción entre la Galicia “ultramarina” porteña y la “cautiva” (y viceversa) se entabló inicialmente en términos culturales, y con ese carácter pervivió durante más de dos décadas, pese a que las condiciones represivas más duras del régimen franquista se fueron debilitando progresivamente con el correr de los años. Esta vinculación viabilizada por Seoane y Fernández del Riego permitió generar un amplio y original campo cultural que se nutrió de libros, periódicos y pinturas, entre sus elementos principales. Limitado fue su impacto sobre la comunidad emigrada en la Argentina, pues esta última se encontraba más preocupada por su progreso material dentro del país sudamericano que por consolidar un proyecto cultural en Galicia y para los gallegos. Sin embargo, la acción de Seoane y Fernández del Riego como mediadores culturales fue fructífera al enriquecer la cultura argentina y al permitir crear un puente crítico y creativo entre ambos lados del Atlántico, en momentos en que el franquismo apuntaba al aislamiento y enraizamiento de la cultura española en valores conservadores.
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