Lingüística, interacción comunicativa y proceso psicoanalítico [2]

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David Uberrr.nrr

Lingüistica, nteracción comunicativa y proceso psicoanaliticc

E0& O O M Co+iot*

Vis*r»n

© 197] por Ediciones N ueva Visión S. A. I. C. Viamonte 494, Buenos Aires, R epública Argentina Q ueda hecho el depósito que previene la ley 11.7 Im preso en la Argentina. Printed in Argentina

Capítulo V UN COTEJO DE MIS HIPÓTESIS FSICOANAUTICAS CON LAS DE ALGUNOS COLEGAS DE MI COMUNIDAD CIENTÍFICA

1. Consideraciones introductorias

H asta este momento he desarrollado una exposición que por momentos, sin duda alguna, es com plicada. Como dem anda un gran esfuerzo adicional al lector psicoanalítico, considero que es indispensable justificar m i línea de desarrollo. A m i modo de ver, puede beneficiar al analista y al análisis en su teoría y su práctica, puesto 'que perm ite una interacción continua entre ambas. Insisto en que este esfuerzo debe ser justificado, y ésa es la razón por la que me voy a ocupar a continuación de realizar un cotejo entre mis ideas y las de algunos colegas d e la comunidad científica a la cual pertenezco. Con este cotejo intento lograr dos objetivos. Por un lado, trato de m ostrar que esta tentativa que realizo surge, en parte, de un conjunto de inquietudes que comparto con otros autores. Pero ( y éste es el segundo objetivo que me propongo alcan zar), según pienso y trataré de mostrarlo, m is’colegas, si bien han entrevisto-estos problemas, no se dedicaron a acometerlos y por ello sus enunciados corren peligro de perder los aspectos que pueden trascender, y de quedar en cambio como dogmas otros que sí deben ser dejados de lado y sustituidos. Es a superar los obs­ táculos que im piden que este estado de cosas Se modifique a lo que dedico buena parte del presente libro. Si logro este doble objetivo dentro del contexto de justifica­ ción, me sentiré más apoyado en el intento de profundizar en los presentes desarrollos. En últim a instancia, lo que busco es una m ayor aproximación entre lo que hacemos con nuestros pacientes durante las sesiones y lo que pensamos acerca de lo que hacemos durante la sesión, pero m uy en especial cómo se lo hacemos saber a los demás, para que toda una labor desa­

i-rollada no se pierda. Si lo que yo propongo en este libro puede servir para que los aciertos y errores sean sistematizados, enton­ ces sí considero justificado el esfuerzo que solicito. Esta razón me ha conducido al examen del estado actual de cosas en el pensamiento analítico argentino. Este capítulo es necesariam ente y por definición de naturaleza polémica. La motivación del mismo tiene sus rajces en ‘ la m a­ nera como los analistas argentinos acostumbramos a tom ar as­ pectos parciales en los cuales pueden encontrarse puntos de contacto. Yo quiero romper con este precedente y considero que la mejor manera de valorizar la labor de mis colegas es m anifes­ tar acuerdos y tam bién desacuerdos. Un punto en donde encuentro que existe un desacuerdo con ruis colegas y conmigo en escritos anteriores consiste en la forma como se utilizan y sistem atizan los datos de observación sin establecer generalizaciones em píricas a parí ir de los mismos. El error consiste en hacer enunciados y luego presentar el o los casos que “ilustran” o “dem uestran” lo que se sustenta. Con­ sidero que hay que invertir el orden de la exposición, jerarquizar el segmento de proceso que se quiere estudiar y a partir de esto sentar enunciados psicoanalíticos. Además, hasta ahora siem ­ pre me ha encontrado con que se emiten hipótesis que muchas veces no están claram ente dem arcadas de otras, se acuñan tér­ minos sin cuestionarse si es necesario o no hacerlo, y/o, por último, como ya he dicho, se suele term inar la exposición con una serie de casos que aparecen tom o meras ejem plificaciones o bien como corroboraciones de la teoría desarrollada. En mi experiencia como supervisor, algunos colegas lian re­ currido a mí para controlar la evolución de un caso clínico que pretendían usar como ejemplo de algún desarrollo teórico que procuraban efectuar. En estos casos yo solía sugerirles una labor inversa, consistente no en term inar un desarrollo teórico con un ejemplo clínico, sino term inar un estudio clínico con el desarrollo teórico atingente a lo que los datos suministrados por la evolución del paciente podían ofrecer. De esta m anera lográ­ bamos form ular hipótesis que cum plían am pliam ente con el re­ quisito de observabilidad. Aun, a riesgo de equivocarm e por omisión o por una supuesta m ala comprensión, prefiero realizar la presente confrontación para que se establezca el carácter distintivo de esta exposición psicoan&lítica que, de ser tomada en cuenta, podrá dar lu gar a que un conjunto de enunciados psicoanalíticos, al ser reformula-

dos desde el punto de partida de la experiencia, aparentem ente parezcan decir mucho menos, aunque de fondo dicen mucho más y de una manera más precisa. En mi libro anterior, en donde trato la transferencia, la te­ rapéutica y las teorías psicoanalíticas, puse de m anifiesto que había llam ado mi atención que L agache (2 0 ), en su exhaustiva revisión sobre transferencia, cite sólo al pasar la fa lta de in­ clusión, en la evolución de la transferencia, de las intervenciones del terapeuta y su propia persona incidiendo sobre dicha evo­ lución (2 3 ), Sin embargo, puedo afirnjar que es difícil que este aspecto no haya estado presente en m ayor o menor grado en las p ub li­ caciones mías y de mis colegas argentinos (1 ) (2 ) (1 3 ) (17 ) (24 ) (4 ) (38 ) (1 2 d ) (3 6 ) (31 d ); y esto constituye para mí un fundamento de por qué me interesó este punto de una m a­ nera tan específica, a lo largo del presente libro. Pero para que lo que antecedió y lo que seguirá tenga cohesión debo m anifes­ tar d e qué manera pienso que la introducción de este cambio, que considero un cam bio de fondo, es un avance y no un obs­ táculo. A ello me dedicaré en los apartados siguientes, en donde expongo los resultados de un cotejo íre los principios que sustentan mis ideas y los de mis colegas. Antes de comenzar el cotejo ya mencionado, quisiera decir que considero fundam entalm ente los siguientes vectores en los cuales esta confrontación puede realizarse: la falta de un eslabo­ namiento coherente entre los d#tos de observación y los términos teóricos que, en algunos casos, me lleva a plantear la nece­ sidad de reformulaciones y én otros casos, desacuerdos de acti­ tudes; el acuñamiento de prescindibles nuevos términos psicoanalíticos o bien la falta de una clara explicitación del lu g ar que ocupan las hipótesis correspondientes dentro del conjunto de hipótesis psicoanalíticas.

2.

Un examen crítico de la formulación de las hipótesis transíerenciales en trabajos psieoanalíticos argentinos

Voy a exponer a continuación los resultados de un cotejo en­ tre los' diversos trabajos argentinos en donde las hipótesis transferenciales constituyeron el tem a central y tam bién algunos otros

trabajos en donde, por la índole del tem a, se evidencian im plí­ citam ente hipótesis acerca de la transferencia psicoanalítica. En términos generales podría decir que, realizado este cotejo, he comprobado que, junto con distintas m aneras de establecer hipótesis sobre la transferencia, existe en forma indudable un común denominador entre los analistas argentinos, que consiste en lo siguiente: todos nosotros, aunque tengamos disenciones en diversos puntos del psicoanálisis, coincidimos ( y no sé si alguien lo planteó en estos térm inos) en que la evolución de la trans­ ferencia durante el transcurso del tratam iento está en función de la m anera en que el paciente ha sido abordado. Tam bién es una característica de los trabajos clínicos que se presentaron en la Asociación Psicoanalítica A rgentina tener en cuenta cómo inciden las interpretaciones transferencíales sobre la evolución del paciente en las sesiones. L a m ayoría de las veces, tal como lo acabo de afirm ar, esto aparece encarado de una m anera ex­ plícita en trabajos clínicos; cuando se trata de otro tipo de investigaciones, perduran aquellos trabajos en los cuales las hipótesis acerca de la interacción (interpretación-respuesta in­ m ediata y m ed iata) son m uy tom adas en cuenta. Todas las veces en que esto no ocurrió, caímos en dogm atis­ mos (o en autodogm atism os) que nos condujeron a realizar un Simposio sobre “Relaciones entre analistas”. También, y esta crítica la formulo desde la perspectiva de hoy, siem pre se omitió dejar claram ente explícitas cuáles fueron (a l evaluar la evolu­ ción de un historial clínico) las opciones estratégicas descartadas. Otra crítica que puedo hacer en la actualid ad a nuestras pre­ sentaciones de m aterial clínico, es que se omitió mostrar las aproximaciones tácticas y las verificaciones estratégicas y tam bién aquellas interpretaciones o fragmentos de ellas en las que el “aquí-ahora y conmigo” aún no está explícito. Sin embargo, el m aterial inm ediatam ente precedente a una interpretación que se sabe que será aceptada por nuestra com unidad científica, perm ite inferir que estos pasos previos han sido efectuados. P arecería como si en los trabajos publicados tam bién existiese un cierto prejuicio y se desestim ase la mención de estos pasos previos, y, como consecuencia, queda enfatizada, a veces de una manera sum am ente desproporcionada; la interpretación en donde aparecen incluidos el paciente, el terapeuta y el significado que el analizando le adscribe al encuadre, en una transcripción textual

del momento en que se logra la máxim a comprensión, prescin­ diendo de los pasos previos. M uchas veces se pueden inferir los pasos previos a través de interpretaciones centradas en el analista en relación con m aterial en donde el terapeuta y e l tratam iento aparecen representados en forma latente con una determ inada significación. Como consecuencia de la omisión de las interpretaciones tentativas previas, quien lee o escucha queda fuertem ente im ­ presionado porque de la presentación em ana que poseemos pa­ cientes tan ideales que los factores terapéuticos del método psi­ coanalítico y las hipótesis de la teoría de la técnica em piezan y concluyen sim plem ente con ocuparse de la forma, el contenido, la cantidad y la oportunidad en la emisión de las interpre­ taciones. Además, en los últimos años se ha impuesto un método que consiste en dar preem inencia al m aterial onírico para transm itir al lector los efectos de la interacción en el proceso analítico, al tom ar en cuenta la evolución de los sueños a lo largo de un tratam iento. El método en sí resulta m uy digno de ser tomado en cuenta, siempre y cuando no sólo se busquen corroboraciones sino tam bién refutaciones (por ejemplo, sueños repetidos). A de­ más, h ay veces que el referente no es el tratam iento y la sesión sino otra situación v ital presente del paciente, que es la que ha cam biado de significado a raíz del tratam iento. Considero"'que h ay que poner en evidencia que los analistas aprendemos a rectificarnos cuando nos equivocamos, y que eso lo hacemos cada vez que el propio paciente nos orienta con la emisión de mensajes inadvertidos p ara él, pero que nosotros captamos en las señales conscientemente incluidas en sus respuestas. Si se sobreestima el valor de los sueños como respuesta puede ocurrir que su producción sea el efecto de un poder sugestivo •sobre-el—paciente; entonces nos encontramos con una hiperproducción de rem iniscencias oníricas en las sesiones cuya finalidad consiste en corroborar las interpretaciones y hacer que el ana­ lista “hable mucho”. De tanto en tanto el analista es quien entra en crisis frente a la entropía (ver C apítulos I y IV ) del proceso analítico. Se produce en el analista un replanteo de base y entonces, ante un cam bio de enfoque, obtenemos un cúmulo de datos que revelan aspectos insospechados d el paciente. Esto se explica porque el analizando se confía más, porque el terapeuta pasa a ser un in­

terlocutor más confiable; entonces es coherente esperar que el nivel de participación del analizando resulte de mayor jerarquía. Pero sólo en contadas excepciones se exponen en forma clara y sistem ática los progresos del terapeuta en la comprensión del paciente. C ada vez que lo he observado, pude comprobar cómo esto m otivaba la capacidad del paciente de responder a su vez en la sesión con frases en donde están contenidas las mejores hipótesis descriptivas y/o descriptivo-causales que perm iten que los analistas utilicemos estas aportaciones. Pero, para ser justos con nosotros mismos ( me estoy refiriendo a los analistas argentinos), es digno de reconocer que mostramos o intentamos mostrar nuestras m aneras de trabajar. En las pu­ blicaciones del exterior se ven con mucha mayor evidencia los efectos nocivos de la atomización ya m encionada entre, “investi­ gaciones m etapsicológicas”, “evolución de personas co n , deter­ minados rótulos psicopatológieos” y “enunciados sobre aspectos de la teoría de la técn ica”. Afortunadam ente aquí no padecemos tal estatismo. Quizá hasta podría decir que me hubiese resul­ tado imposible hacer los replanteos que mencioné y los que voy a desarrollar, de no pertenecer al grupo psiconalítico argentino en este momento de la evolución. Considero que la petición de dejar explícitos los cambios de enfoque con nuestros pacientes todas las veces que liemos re­ visado nuestros esquemas de trabajos y realizam os algunas nue­ vas aperturas en nuestra forma de interpretar, es un resultado de una continuación de lo q u e bien o mal hemos realizado ya, muchas veces sin darle importancia. Tras este planteo general acerca de la forma de encarar la formulación de hipótesis transferencíales en los trabajos de p si­ coanalistas argentinos, quisiera realizar un cotejo más explícito con algunos de los autores que tienen puntos en común con los planteos que estoy haciendo. A ello -d ed icaré los próximos apartados.

3. Una visión de conjunto del cotejo de las ideas de diversos autores argentinos Una advertencia inicial: necesito decir que, de no ser por todo lo que los analistas argentinos hemos hecho previam ente, me

hubiese sido imposible plantear estas reform ulaciones. Al no ha­ ber formulaciones de m ayor o menor grado de coherencia y sistem atización, nunca hubiese podido yo realizar esto que para mí es un nuevo desarrollo dentro del contexto de una ciencia y un movimiento analíticos que Jñen o mal evolucionan, pero de ninguna manera se han estancado y por lo tanto estarían en vías de extinción. Esto lo digo en mi calidad de integrante del grupo de colegas argentinos contemporáneos que se interesan porque el análisis, al igual que toda ciencia, vaya evolucionando con el tiempo. Pero, como ya dije, intento aquí, dentro del contexto de jus­ tificación, no señalar sólo mis acuerdos, sino sobre lodo mostrar cómo la carencia de una clara metodología expositiva y de inves­ tigación (caren cia que he tratado de subsanar en lo que va de este libro) ha dificultado o a veces malogrado algunas posibi­ lidades incluidas en promisorias ideas psicoanalíticas. Según lo he afirm ado poco antes, los vectores fundam entales, aun qu e quizá no los únicos, para plantear la siguiente confron­ tación son: A ) la falta de un eslabonamiento coherente entre los datos de observación y los términos teóricos que, a ) en algunos casos, me llevan a plantear referm ulaciones y, b ) en otros, des­ acuerdos de actitud, y B ) el acuñamiento de prescindibles nuevos términos teóricos, o bien la falta de una clara explicitación del lu g a í que ocupan las hipótesis correspondientes dentro del con­ junto de hipótesis psicoanalíticas. M i confrontación, puede dividirse, en - dos partes, siguiendo la anterior enumeración. A su vez, la prim era parte puéde. ser subdividida en dos, tomando en cuenta lo recién desarrollado. Sin em bargo, podrá verse que esta división es bastante laxa, puesto que, por momentos, las objeciones pueden ser de distintos ■Upos. He procurado considerar las ideas de los autores que tie ­ nen elementos en común conmigo, aunque sin pretender realizar una selección exhaustiva. Sin embargo, quiero hacer una adverten­ cia: dado el carácter de este libro, no trataré de aq u ilatar el con­ junto de las obras de un autor, sino más bien señalar cómo y poi­ qué los desarrollos efectuados corren el riesgo de perder parte de la riqueza explicativa que r e a l' o potencialm ente contienen. Entre los autores a los que objetaría A a) la falta de un eslabonamiento coherente entre los datos de observación y los términos teóricos que me llevan a plantear reform ulaciones, se encuentran: H. Racker, L. G. de Álvarez de Toledo, M. Langer, L. Grinberg, E. Rodrigué, E. H. Rolla y }. Zac.

Entre los autores a los que objetaría A b) la falta de un esla­ bonamiento coherente entre los datos de observación y los tér­ minos teóricos; que me llevan a plantear desacuerdos de actitud, están: A. Garma, A. Rascovsky y F. R. Cesio. Entre los autores a los que objetaría B ) el acuñam iento de prescindibles nuevos términos teóricos, o bien una falta de la explicitación del lu g ar que ocupan las hipótesis correspondientes dentro del conjunto de la teoría psicoanalítíca, están J. B leger y M. y W . Baranger. R ealizaré prim ero una exposición resum ida de lo que pienso sobre las ideas de cada autor, para dedicarm e luego a ellas con mayor detalle.

A a) Falta de eslabonamiento coherente entre datos de obser­ vación y términos teóricos, que plantea la necesidad de refor-> mutaciones. En términos generales podría decir, en cuanto a H. Racker, que la concepción interaccional entre terapeuta y paciente hace que precisam ente en sus escritos uno y otro estén comprome­ tidos de alguna m anera. Quizá hoy en día, con las aportaciones de la comunicación y la sem iótica, sus enunciados sobre trans­ ferencia, resistencia, contratransferencia y contrarresisteneia p ue­ dan ser reformulados. Para ello hab ría que abrir, como lo plantée en el capítulo I, un nuevo circuito y tomar a las sesiones como objeto de indagación. L . G . de Álvar,e% de Toledo .puede ser considerada como una' antecesora de todo este desarrollo actual que realizo, pero los enunciados expuestos en su trabajo, ,si bien su lectura nos hace elaborar por nuestra cuenta determ inados segmentos de trata­ mientos psicoanalíticos, solam ente actúan como, un estímulo motivador. Como no presenta hipótesis bien dem arcadas con algunos puntos posibles de “observabilidad” sólo puedo m en­ cionarla como una persona que tuvo las mismas inquietudes que yo y que lam entablem ente no fue afinando sus formulaciones como lo hubiesen merecido por su importancia. Una prueba de ello es que fueron m uy tom adas en cuenta por todos aquellos que justam ente describieron evoluciones de pacientes en análisis. Esto quiere decir que las formulaciones de dicha autora estaban m uy cercanas a los datos empíricos, y lam entablem ente no hizo

ana labor de sistematización ulterior sobre la base de los dis­ tintos conocimientos recientes acerca de la comunicación humana. M. "Langer se basa, para explicitar sus ideas, en su am plia experiencia clínica, pero parece no adjudicarle a esta el valor de datos iniciales a p artir de los cuales se pueden desarrollar gene­ ralizaciones em píricas, p ara pasar luego a hipótesis de más alto nivel. E staría en el extremo opuesto de los autores que luego con­ sideraré en Ab, que realizan generalizaciones dem asiado taxa­ tivas que corren el riesgo de convertirse én dogma. Con L. Grinberg concuerdo en que la diferenciación entre los términos contraidentificación y contratransferencia resulta útil. Pero yo considero, tal como lo dije al comienzo, que para que exista un repetir, h ay que pensar en términos dél diálogo y de la m utua interacción. Así evitamos alejarnos de la base em pírica con un término que lleva una hipótesis im plícita acerca de un acontecim iento (respuesta por contraidentificación) que el estu­ dio d e las estructuras sem ánticas y la patología de la pragm ática del analizando, posibilita que sea superado y visto desde la vertiente de la transferencia de manera tal que el analista siente lo que él mismo está provocando a su paciente sin saber que lo provoca. Las consideraciones que E. Rodrigué hizo sobre el contexto del descubrim iento y sus estudios sobre la prim era palabra de un niño autista y la prim era p alab ra de H. ICeller, despertaron mi interés porque convergen con m i forma de enfocar el trata­ miento psicoanalítico como el aprendizaje de un habla m aterna que nunca pudo term inar de ser aprendida. Pese a los muchos puntos en contacto que tengo con este autor, su últim o trabajo, donde se refiere a la oposición metapsicología-teoría clínica, me parece que corre el riesgo de paralizar el conocimiento en la misma m edida en que lo paraliza, tal como él lo afirm a, la existencia de una m etapsicología dogm ática. E\. H. Rolla, 'a lo largo de su producción, tam bién mostró un interés por los modelos, que yo em pecé a utilizar en forma explícita en mi libro anterior, basándome en los trabajos de Maclcellar, entre otros. El inconveniente que encontré en su últim a publicación sobre el tem a, es que enuncia modelizaciones y luego sum inistra datos y enunciados de un caso, con lo cual desvirtúa el valor que tiene un segmento dado de un proceso analítico como punto de partida para utilizar en forma instru­ m ental los modelos en su más am plia acepción.

Sin proponérselo explícitam ente, J. Zac, con quien considero que tengo inquietudes comunes, en el trabajo sobre fin de se­ m ana y acting ottf, realizó enunciados del tipo de las genera­ lizaciones em píricas. Sin embargo, no siempre fue coherente con esta metodología de indagación científica. A b) Falta de eslabonamiento, coherente entre ciatos de obser­ vación y términos teóricos que planteen un desacuerdo de actitud. A. Garma se preocupó por el problema de si la acción de la técnica interpretativa redunda en beneficio o perjuicio del ana­ lizando. Estoy de acuerdo con este tipo de afirm aciones, aunque no en cuanto a la m anera taxativa como él lo ha enunciado. Considero que en estas afirm aciones no se incluyen los datos iniciales y las inferencias deductivas extraídas de los- aciertos y desaciertos del analista si cum ple con las sugerencias de Gar­ ma. Por ello, me resulta imposible confrontarlas en un lenguaje teórico adecuado, aunque sí comparto su criterio en la práctica. En un artículo reciente A. Rascovsky retomó el aspecto interaccional de la transferencia con especial referencia a los estados maníacos. Las actuaciones denigratorias de estos pacientes, se­ gún mi entender, serían las que pasarían a constituir una am enaza constante a la persistencia del circuito necesario para llevar ad e­ lanté' Un tratam iento psicoanalítico. .Sin em bargo, rjre .p arece objetable la postulación de una “posición man'íaéa’V’p ára sustentar.» la cual no se sum inistran datos extraídos de las sesiones. Otros trabajos de este autor, en cambio, a pesar de que no presentan datos empíricos explícitos, evocan claram ente situaciones vistas en los análisis. F. R. Cesio, al referirse al letargo y a la transferencia y contra­ transferencia, términos que pueden conducir a un contacto es­ trecho con los datos iniciales, ha desarrollado sus hipótesis en un nivél alejado de los mismos, hecho que dificulta las posi­ bilidades de refutación o validación. B ) Acuñamiento de prescindibles nuevos términos teóricos o-, bien falta de explicitación del lugar que ocupan las, hipótesis correspondientes dentro del conjunto de la teoría psicoanalítica. En prim er lugar, es importante destacar que fitie J. Bleger

quien señaló el valor de la sesión psicoanalítíca como un medio para diferenciar entre el acontecer de la sesión y el enfoque histórico genético. Basándose en exposiciones de Pichón Riviére, B leger delinjitó la sesión en términos de una totalidad o confi­ guración dinám ica, en la cual cualquier m odificación de uno de sus elementos altera la estructura total el el campo, puesto que todos ellos son interdependíei^tes y lo que em erge es algo ori­ ginal de la situación dada y no algo previam ente presente en el psiquismo del paciente. Según mi parecer, éste es el punto de la obra de B leger que presenta más partes en común con los desarrollos que yo hice. Posteriormente, sus estudios sobre el “núcleo aglutinado” y la introducción del concepto de am bigüedad, en donde su vasta información bibliográfica lo sobrepasa, hacen que se esfum e el valor que realm ente poseen sus primeros trabajos. Además, dicha información bibliográfica oscurece las posibilidades de efectuar los desarrollos partiendo de datos iniciales a través de genera­ lizaciones em píricas inferidas por deducción a p artir del diálogo analítico. Con¡ M. y W . Baranger tengo muchos puntos en común, pero más cuando hablamos que cuando leo sus trabajos. Además, la utilización de lenguaje metafórico ( “quiste”, “encapsulam iento”, “b aluarte” ) cierra el camino para ver si estos términos sustituyen o no a otros em pleados en psicoanálisis, y, de no ser así, en qué lu gar de la teoría incluirlos;! en relación con qué aspectos ,feórieos, técnicos o* clínicos:'Además, su compromiso nominal con la teoría del campo de K. Lew in d ificulta la comprensión de su propia teoría del campo psicoanalítico. Tras esta revisión general, me dedicaré a considerar con más detalle algunas ideas de todos estos autores.

4. Un cotejo detallado de las ideas de diversos autores argentinos '.¡i. fbacker

En su estudio II titulado: “Sobre técnica clásica y técnicas ac­ túales del psicoanálisis” 1 31b ), este autor sníqtiza que se debe

tom ar m uy en cuenta una serie de constelaciones del analista que están comprometidas en su técnica y como consecuencia en la evolución de la transferencia. Así es que R acker considera: a ) la am plitud de los conocimientos psicoanalíticos; b ) el modo en que inciden en un momento dado en la evolución del an a­ lista y por ende, en sus interpretaciones, ideas de otros colegas aceptadas o rechazadas; c) las características individuales y d ) por último, la genealogía del psicoanalista, y a formado. Creo que este enfoque se remonta en el pensamiento argentino a la tradición oral que provino dé Enrique Pichón Riviére, que pertenece a la prim era generación del movimiento psicoanalítico. El valor de este tipo de enunciados reside en. el hecho de que al quedar explícita esta constelación de factores, resulta posible confrontar nuestra m anera de trabajar con la forma como cree­ mos que lo hacemos. Al tener por lo menos en claro que estos factores existen, tomamos más en cuenta que una interpretación está m últiplem ente determ inada. Se nos facilita así la compren­ sión y la explicación de la génesis de una interpretación en un momento dado del contexto de la sesión. Si no se estipula, sino que en cam bio se desestim a esto, no se puede efectuar una prueba satisfactoria de validación de la interpretación. Yo he tratado de diagram ar, en parte, está labor de la génesis de una interpretación ( lim itándola a la génesis de una J interpretación ad ecu ad a), al establecer (v er cap, III) ios “Criterios para inter­ pretar y el nivel de regresión” logrado por el analizando. Es m uy fácil caer en una actitud dogm ática, si no se tiene consciencia de todo esto, cuando queremos estudiar la influencia de la técnica. eiV-^a' evolución del paciente. Es tam bién fácil sucum bir a la tentación de eludir este proble­ ma. Para esa sólo basta con escribir que en las interpretaciones, formuladas se incluyeron tales y cuales elementos y luego poner un par de sueños y recuerdos que corroboran lo bien que lie ­ mos trabajado. El único camino viable para superar este estado de cosas con­ siste en arbitrar todos los medios posibles para inform ar al lector psicoanalítico del estilo, que incluye una estructuración del con­ tenido y la forma de la interpretación, y cómo la misma ha estado articulada en las secuencias del diálogo. .Q uizá m is exigencias resulten un tanto rigurosas. P ara acer­ carme un poco más a la posibilidad de satisfacedlas, en el C a­ pítulo VI voy a proponer un sistema de notación en ¡.dond^ estén

codificados todos los elementos preverbales que rodean al “ha­ bla” del diálogo psicoanalítico *. Cuando R acker escribió sus trabajos técnicos, esto que he dicho sobre la notación fonológica del “h ab la”,, así como la dife­ renciación entre distintos estilos de comportamiento com unica­ tivo del paciente y el terapeuta, estaban muy lejos de ser plan­ teados; adem ás, confieso que no tengo una clara idea de cuántos de mis colegas consideran pertinente estas sugerencias. Aún en la actualidad, cuando se habla de técnica, se piensa en prim er lu gar en forma, contenido y tim ing de la interpre­ tación. Cuando yo considero que conviene abordar al diálogo categorizando estilos, más o menos definidos por las características del “habla” de los participantes del diálogo analítico, busco p re­ cisam ente articular clínica, técnica e hipótesis sobre la evolución del proceso psicoanalítico, y librarnos del lastre que constituye el hecho de m antener en campos diferentes la teoría de la téc­ nica, la clasificación del estado psicopatológico del paciente, y una m etapsicología que se han desarrollado en forma aislada y desigual, desde Freud hasta nuestros días. L. G. de Álvarez de Toledo El trabajo de Liuisa G. de Álvarez de Toledo sobre “E l an á­ lisis del ‘asociar’, del ‘interpretar’ y de ‘las p alabras’ ” (1 ) toca bastante de cerca temas que yo estoy tratando en este libro, aunque la forma en que están desarrollados y la exclusión de los aportes de la lingüística estructural y de la gram ática gene­ rativa, establecen diferencias notorias. Deseo citarlo con detalle parji mostrar lo que he señalado. Para Álvarez de Toledo, el “lenguaje emocional” del analizando , puede justificarse o no desde el punto de vista del contenido. Considera que las reacciones contratransferenciales, a nivel emo­ cional, indican que el paciente repite y recrea con el analista y en la situación an alítica, situaciones pasadas de su vida y más profundamente sus fantasías prim arias. Cuando en el capítulo anterior me referí al factor fuente y a la función emotiva del m ensaje verbal, estuve tocando precisajtnente este punto, aunque yo lo enfoco de una manera * Un buen ejemplo de esto es la ía b p r.q u e han hecho R. Pittenger, Ch. Hockett y J . Danehv ( 3 0 ) ..

distinta, más cercana a los datos de la base em pírica, y puede ser cotejada tomando en cuenta el análisis de las estructuras sintácticas simples, las que perm iten detectar que el paciente se siente sujeto y objeto de una emoción que puede ser expre­ sada, por ejemplo, como un “icono” (ruidos bucales equiparados a flatos, por ejem plo) o bien como una emisión verbal consis­ tente en una oración simple, tal como un “¡U ia!”, que expresa el dolor por reconocer un olvido. Cuando tal suceso ocurre, sea como lo dice Á lvafcz.de Toledo o tam b ién G rinberg, en términos de. contraindicación proyectiva, 3o único que se hace es afirm ar de otra manera que la “com­ pulsión a la repetición” en la transferencia ocurrirá “si y sólo si” se dan determ inadas, condiciones estímulos que por sus caracte­ rísticas disposicionales, no perm iten pensar en términos de “re­ petir un pasado” sino en términos de una estructura com unicativa que hace que el paciente desarrolle un sistema determ inado de estímulos que a su vez inadvertidam ente provocan en el tera­ peuta determ inadas respuestas. El analizando no tiene conoci­ miento de que él ha sido agente causal de dicha respuesta, y es por esto que tal paciente encuentra constantemente en la vida, personas que siempre Reaccionan -de una forma parecida, por más diversas que sean ellas o las circunstancias en cuestión. La evolución en el curso del análisis hace, según la autora, que la figura del an alista sea incorporada como figura real. Esto la llevó a ocuparse del “hab lar y la p alab ra” en el contexto del tratamiento. En relación con este punto sostuvo lo siguiente: “El hablar como actuación y fuera del cqntenido realiza la sa­ tisfacción dé impulsos libidinosos 'orales, anales, fálicdfe y geni­ tales. El hablar, la p alabra, como forma de contacto,* suple, reem plaza y realiza en el acto de hablar la prim era forma de contacto con el objeto que es mamar, chupar. En esos primeros días las fantasías inconscientes, carecen de representaciones vi­ suales y están representadas por im ágenes sensorio-motoras en las que se integra la función, el órgano y el objeto de la función,” Reformuladas sus ideas en los esquemas conceptuales q u e es­ * (N ota al pie de la au tora): “ Está implícito en ‘E l chiste y su rela­ ción con el inconsciente’ el valor de acto que tiene el,h ab lar. Acto desti­ nado a la realización de deseos libidinosos, eróticos y destructivos, que reemplazan al contacto sexual y a la agresión física. De Ja psicogénesis del chiste podemos deducir que el niño primero toca y luego mira. Más tarde se ,e x h ib e para ser admirado, y por últim o había, como una forma de entrar en contacto ' sexual con el objeto am ado.”

toy utilizando, considero que dicha autora, cuando se refiere a la contratransferencia, alude a una de las funciones del men­ saje verbal: la función conativa cuando el receptor del mismo, o sea el factor destino, prevalece sobre los demás. El segundo enunciado se refiere a la función-pática y al factor-canal. ' A continuación, tomando el punto de vista genético evolutivo, hace una referencia a las estructuraciones que se van estable­ ciendo a p artir del nacimiento. Este compromiso con la metapsicología hace que la autora tenga que efectuar un salto en el nivel expositivo. pntQnees tiene que injertar en el contexto del diálogo analítico, sobre el cual versa su trabajo, el contexto de la lactancia, que pertenece al punto de vista genético evolu­ tivo, por lo cual abandona la línea expositiva que siguió hasta ese momento. Pero luego la misma naturaleza del tema que está tratando la conduce nuevam ente a tratar enunciados del diálogo psicoanalí­ tico. En relación con esto dice que: “Al análizarse e l asociar y el interpretar en sí, surge la primitiva identidad de acto, imagen y objeto y se realiza en el acto de hablar y de escuchar al analista. El aspecto concreto somático de los símbolos, que estaba repri­ mido, se liace consciente y las im ágenes verbales adquieren la emoción y el ■contenido correspondientes. ‘‘Cuando se han analizado e interpretado las fantasías orales, se comprueba que, al hablar, se realizan tam bién fantasías anales, uretrales y genitales. El hab lar perm ite, entonces, llegar a las fantasías correspondientes a estas etapas del desarrollo de la libido. ”A1 analizarse el asociar y el interpretar, fuera de sus conte­ nidos, se. comprueba que el acto que simboliza es para el incoascíente del analizando un hecho consumado. Si el hablar en ese momento independientem ente del contenido tenía el sentido de morder y destruir al analista, este hecho para el inconsciente del analizando se ha consumado. De la misma m anera la inter­ pretación del analista tiene fuera de su contenido el valor de un acto que éste consuma con el analizando, siendo estos actos la realización de las fantasías inconscientes del paciente. ”E1 hab lar es un acto donde intervienen y se integran todos los niveles estructurales del hombre, y la palabra es la resultante de la síntesis afecto-acto-im agen, por medio de la cual el in­ dividuo se proyecta en el, mundo externo y se conecta con los ob jfetós.’* ■ L a autora considera a la verbalización como una “actividad

simbólica”. Afirma que Ja palabra como símbolo en general y las expresiones simbólicas en particular se reconectan, al anali­ zarse el hablar, con las cargas libidinosas correspondientes a la actividad que realizan y al objeto que simbolizan. En términos de zonas erógenas y fantasías inconscientes, Ál­ varez de Toledo dice que el hablar constituye una actuación integrada por impulsos orales —chupar, morder, tragar, masti­ car— que se satisfacen en la actividad verbal. El objeto de esta actuación es el analista, vivido profundamente como pecho que el paciente desea incorporar. Dejando de lado la utilización de los términos “símbolo” y “simbolización”, cuyo uso, dentro del sistema expositivo que es­ toy efectuando, se vuelve ambiguo, en las partes siguientes de su trabajo existe un punto de sumo interés, que considero un antecedente de las ideas centrales de mi libro. Este punto con­ siste en que aparecen referencias a datos iniciales empíricos, a los que yo voy a hacer especial referencia cuando me dedique a la fonología semántica. Dice la autora: “Al analizarse el hablar, tanto en el asociar como en el inter­ pretar, se deshace el proceso de simbolización que determinó la formación del lenguaje, se liberan los impulsos instintivos y se actualizan las fantasías primarias y los mecanismos de identifi­ cación proyectiva e introyectiva con el analista, con las demás personas y las cosas. Se vivencia la primitiva relación simbólica con los objetos y con el mundo.” Más adelante la autora dice: “La voz, sonido articulado, y la palabra como objeto es un objeto que entra y sale a la vista. El oído como aparato sensorial, como orificio de comunicación con el mundo exterior, es una puerta de entrada continuamente abier­ ta a los estímulos placenteros o displacenteros. Son un hecho de observación común las reacciones emocionales que provocan en los primeros meses de vida los ruidos, las voces que, de acuerdo a su tonalidad, muchas veces llevan al llanto (voces compasivas y quejumbrosas, coléricas, canto agudo, etcétera). Los térmi­ nos que se utilizan para describir cualidades en la voz deben de estar en relación con esta primitiva significación oral y táctil (tacto bucal). Se habla de voces cálidas, dulces, suaves, ásperas. El valor concreto y material de la voz, como objeto físico que puede actuar físicamente sobre el sujeto, se expresa en términos como voz hiriente, irritante, que destroza los oídos; en imágenes, como que llena la cabeza y aturde; voces que acarician, que calman como bálsamo, que curan las heridas”. . .

En su forma cíe abordar el tema hay puntos en común con lo que Ella Sharpe (37) escribió sobre la metáfora y también con lo que Fliess ( 1 1 ) enunció sobre tipología de lenguaje según la cualidad del impulso libidinoso predominante. Las aportaciones de Álvarez de Toledo son muy importantes. Quizá hubiesen resultado de mayor trascendencia si los datos iniciales hubiesen estado plenamente explícitos. Sus enunciados me impresionan más como conclusiones de una vasta labor pre­ via; de allí que muchas de sus ideas, afines con las que sustento, carezcan de nexos para ser contrastadas con las mías. M. Langer Muchas veces tendemos a reprimir las mejores cosas que nos­ otros mismos hemos creado. Tal es el caso de una comunica­ ción muy breve de M. Langer, “Una sesión psicoanalítíca” (21), en donde expuso cómo, en una de las primeras sesiones, una analizanda, sin conocer conscientemente su verdadero problema, verbalizó los conflictos inconscientes y las vicisitudes de las relaciones con los padres. M. Langer desarrolló esto en un grá­ fico en donde se puede ver a una persona expresando las dis­ posiciones que luego irá desarrollando en el curso del análisis. Sin embargo, la doctora Langer no aquilató el valor de esta aportación; tanto es así que, cuando expuso en forma sumaria el contenido de su trabajo, consideró que no decía nada nuevo, que aludía a una situación típica conocida por todo analista, pero que la exposición se justificaba para que el lego y el estu­ diante de psicoanálisis visualizasen con qué riqueza y secuencia lógica afluyo el material inconsciente, aunque se exprese a tra­ vés de asociaciones aparentemente incoherentes y sin sentido. L Grhiberg

Otra manera de correlacionar la interacción que terapeuta y analista mantienen durante el tratamiento la desarrolló Grinberg en su trabajo sobre “Aspectos mágicos en la transferencia y en la contratransferencia; sus implicaciones técnicas” (1 4). En estetrabajo continúa con una línea comenzada con “Sobre algunos problemas de técnica psicoanalítíca determinados por la identi­ ficación y la con ti a identificación proyectivas” (13). En ambas publicaciones existe uu común denominador, junto con diferen-

cias que son características de nuestro modo de pensar. Puesto que ambos trabajos están correlacionados entre sí, los voy a con­ siderar de una manera conjunta. G rinberg enfatizó un aspecto parcial y específico de la res­ puesta contratransferencial del analista ante la excesiva u tili­ zación de la identificación proyectiva por parte del paciente; para este fenómeno propuso el término de “contraidentificación proyectiva”. Consideró que, en ese p articular contexto no es suficiente señalar que el analista es el receptor pasivo de las reiteradas proyecciones del analizando o que reacciona frente a las mismas influido por sus remanentes neuróticos. Destacó, en especia], otra particular forma jde reítcción provocada exclusiva o predom inantemente por lo que ha sido proyectado y “ubicado” en él. El analista se ve “llevadcy pasivam ente a desem peñar dis-» tintos papeles contenido^ en dichas proyecciones. Estudió la inevitable repercusión que esto produce en la situación analítica, a los efectos de su valoración y aplicabilidad en la técnica. Esto lo llevó, en la-s. conclusiones ele su trabajo sobre pertur­ baciones en la interpretación •( 16), a considerar lo siguiente: “F e­ nómenos como los descriptos ocurren con frecuencia en el análisis, y son denominados por el analista con expresiones como: ‘entrar en el juego del paciente’, caer bajo su control’, ‘alianza con su resistencia’, ‘sentirse m anejado’, etcétera, denotando así la fun­ ción activa asignada al pacientg en estos procesos. Por encontrar­ se bajo los efectos de la proyección masiva de los papeles y funciones inherentes a los conflictos del paciente, el analista in­ terpretará de acuerdo a los sentimientos y reacciones, específicas que éstos le determ inan y desprovistos transitoriam ente de las mínimas condiciones de percepción objetiva indispensable para formular una interpretación correcta y oportuna”. Las aportaciones de Grinberg tienen mucho en común con las mías por el hecho de que siempre se basó en el m aterial del diálogo analítico. Sin embargo, faltan en sus enunciados niveles o hipótesis intermedios a los que hice mención antes y que le hubiesen hecho sentir menos compromiso con términos teóricos que en­ cierran hipótesis que no pueden ser a su vez testeadas. Para realizar un testeo clínico es necesario ver las alteraciones en las estructuras semánticas del analizando que utiliza los tér­ minos, tal como las emisiones verbales, con una entonación y sentidos tan idiosincráticos que todas las dem ás personas reac­ cionen de una manera determ inada. Esto se debe a que en de­

terminados momentos le falla el universo común del discurso que perm ite que el diálogo de cualquier tipo sea desarrollado corrigiendo los malos entendidos que surgen de tanto en tanto. A quí hay un esbozo de dómo podrían ser operaeionalizados, en términos del diálogo analítico, enunciados de nivel intermedió que abarquen, en un extremo, los datos iniciales y en el otro algunos aspectos del len guaje teórico (L t ). Las hipótesis de la identificación y la contraidentificación pro­ yectiva no cum plen con el requisito de cbservabiliclad; pertene­ cen al o derivan del lenguaje teórico kieiniano y están en condi­ ciones de disposición, la que podrá darse o no “si y sólo si” ocurren determ inados eventos en la sesión, q u e a su vez pueden ser investigados tomando la sesión como objeto de indagación. E. Rodrigué Con las ideas de E. Rodrigué poseo diversos acuerdos, en es­ pecial cuando se refiere al contexto del descubrim iento y a la verbalización inicial de H. K eller y de un niño autista (3 5 ). Sin em bargo, quisiera hacerle a este autor dos objeciones, de carácter m uy diferente. Una de ellas se refiere a su estilo general de exposición que pjirece tener dos finalidades: desa­ rrollar una teoría científica e ünpactar estéticam ente al lector. M e planteo hasta qué punto una y otra finalidad no se inter­ fieren y dificultan la •comprensión ele un qonjunto de hipótesis que deben ser sujetas a prueba d e validación, o bien la cap-, tación dé un conjunto de im ágenes verbales con un grado de calidad literaria, en cuyo caso, suprimiendo los términos téc­ nicos e incluido en una revista literaria seguram ente podría ser considerado una obra de una persona que capitaliza sus experien­ cias vitales como terapeuta al servicio de la creación estética. La otra objeción se refiere a su trabajo último (3 4 ), donde plantea la oposición m etapsicología-teoría clínica. Dice el au ­ tor ( “The F ifty Thousand Hour Patient”, Int. Jo., 1969, I, 4, págs. 607-609): “G. Klein en su trabajo ‘Perspectivas de cambio en la teoría psicoanalítica’ declara que, como disciplina, esta­ mos en la posición única de contar con dos teorías que se ap li­ can al mismo tema. Lo cito en detalle: ‘Al remontarse al se­ gundo nivel (e l nivel de un Sistema energético cuasite.rmodinám ico), Freud creía, y esta creencia es com partida por la m ayoría d e los teorizadores contemporáneos, que se encon­

traba en un nivel de explicación más fundam ental. Así, las p ar­ ticularidades de la situación clínica son dejadas de lado y en­ tramos en el dominio de una hipotética cantidad energética y decimos que los fenómenos que estamos explicando mues­ tran esta o aquella vicisitud de la energía instintiva en un es­ tado de fusión, defusión o neutralización (añ adido de Hartm ann), y de que los restos mnemónicos son investidos con esta cantidad energética’. Este trabajo debería ser leído junto con el de W. Baranger. Para mí el trabajo de B aranger fue importante. Por lo pronto me convenció: yo antes sostenía vagam ente que ló económico era im portante y me di cuenta de que m i con­ vicción tenía m uy poco de pensamiento personal elaborado”. Luego prosigue: “Estos analistas —siguiendo a Klein— a veces parecen estar diciendo que los conceptos clínicos, por hallarse más cerca de la situación an alítica, son menos teóricos y más descriptivos. Este es un grave error, y tan perjudicial p ara el desarrollo del psicoanálisis como el creer que se trata de una teoría menos jerarquizada. Los conceptos clínicos no son ni menos abstractos ni menos teóricos que la m etapsicología. T ie­ nen un aspecto, sin embargo, que ios distingue: sus términos están más próximos a las actividades de la observación clínica y al foco de la intencionalidad del analista y es dab le suponer, optimistamente, que pueden ser más sensibles a las presiones que se derivan de los datos. Potencíalm ente, son más capaces de una modificación sistem ática. "Estoy totalm ente de acuerdo con el punto central de Klein. Creo que existe una confusión, al nivel conceptual, acerca de qué constituye úna teoría an alítica viable. Coincido con el au ­ tor, adem ás, en que trab ajar hacia una teoría clínica es una em presa respetable y más promisoria en aperturas que el fas­ cinante juego m etapsicológico”.° A ello agrega: “Es obvio e inevitable que todos nuestros conceptos clínicos estén m echados por pociones metapsicológicas y ello se ap lica a la teoría de la psicosexualidad, a la teoría de la angustia, a la teoría del narcisismo o a cualquier teoría especial del psicoanálisis. El hecho es que no contamos con una * (N ota al pie de E . R od rigu é): “ E l lógico en m í tiene una pequeña objeción: no creo que la teoría clínica sea menos abstracta que la metapsicológica, por la razón de que, en el sentido lógico del término, tal como me lo enseñó Susan l^anger, ninguna de las dos son abstracciones. Yo aquí habforía de generalización.”

teoría clínica por oponer como en tid ad 'fren te a una teoría metapsicológica. Y estoy seguro de que G. Klein cqncuerda en que no existe una teoría clínica coherente e instrumentable hoy en día. L a tarea es construir una, partiendo de la reformulación de 'principios clínicos’ y de una revaluación de nuestro trabajo junto al diván”. Luego postula, refiriéndose a las hipótesis de M. Klein: “La obra de M elaine Klein m erece un estudio crítico serio (y la idea es desde adentro y con altu ra) que nunca ha tenido. Yo d iría que la parte más estim ulante de la teoría kleiniana se da cuando describe la naturaleza, la función y la extensión de la fantasía: la parte menos estim ulante se centra en torno al ins­ tinto de muerte, la envidia innata y a una excesiva preocupación por lo genético precoz. “No sé si cabe hab lar de una metapsicología kleiniana que tiene efectos inhibidores sim ilares a los ya consignados con res­ pecto a la m etapsicología general discutida más arriba. En cierto sentido creo que no, y a que no h ay una estrategia deli­ berada de crear una teoría para hablar de otra teoría. Pero existe una gran dogm atización de supuestos básicos. Por ejem­ plo, todos los ldeinianos creen que la posición esquizoparanoide existe como algo m uy concreto”. F inaliza sus :consideraciones respecto al tem a afirm ando: “Existe el riesgo de hacer de la metapsicología el chivo emisa­ rio de todas las contradicciones internas del psicoanálisis, pero es de los presuntos sospechoísos el que máscara de culpable tiene. Ello sucede sobre todo, cuando la ‘B ruja’, como Freud llamó a la m etapsicología, se vuelve dogma. Y aq u í es donde tengo una idea pesim ista: puede ser que cualquier progreso en psicología se degrade con la repetición y que todo insight se deteriore irrem ediablem ente en dogma. En realidad, mi crí­ tica número uno a la teoría kleiniana es su dogmatismo. Algo pasa cuando Klein pasa a ser Kleiniano y luego kleiniano. ”E1 efecto inhibidor de la metapsicología puede ser estudiado en m ayor detalle y debe serlo. El trabajo de Baranger, en ese sentido, es un modelo de algo que necesitamos hacer. Para mis fines actuales, yo d iría que la ‘B ruja’ es particularm ente m alé­ fica en am pliar la brecha entre lo que hacemos y lo que deci­ mos. Nos urge estrechar la distancia entre el análisis real y el escrito. Muchos analistas creen que lo que escriben es más psicoanalítico que lo que hacen en sus consultorios; creo que es_ptecisam cnte á l revés. Es en nuestro contexto de justifica­

ción donde nuestra jerga técnica se vuelve artificial, cleshumanizada, dogm ática, desprovista de todo el sabor natural de la aventura clín ica”. De esta m anera, al oponer am bas teorías, la clínica y la metapsicológica, y adjudicarle a esta últim a la responsabilidad de la existencia de dogmas, Rodrigué realiza un planteo erróneo, que finalm ente lo lleva a un ataque a la m etapsicología como forma de elim inar la “brecha”. Yo considero que lo expuesto en los tres primeros capítulos del presente libro (acerca de la relación entre Lt y Lo a través de lo$ conceptos disposicionales y acerca de las generalizaciones em p íricas), así como lo d e­ sarrollado en el C apítulo IV al referirm e a la reformulación de concepto de aparato psíquico, constituye una nueva manera de superar esa brecha tan tem ible entre conceptos metapsicológicos y clínicos. Una cosa es la tarea del psicoanalista como científico em pírico y otra distinta la existencia de dogmas. Es­ tos no van a d ejar de existir si se prescinde de la m etapsicología; el único modo de elim inarlos es poner a prueba de validación o refutación las. hipótesis que se sustentan. Yo creo haber encontrado y superado el camino del dogma y del antidogm a. Cuando un enunciado puede ser considerado como analítico, en la construcción del mismo intervienen algún elemento procedente de la situación y/o del encuadre psicoana­ lítico y/o de algún rasgo personal del terapeuta o del mobi­ liario de la habitación en donde éste trata de captar lo que el analizando como emisor no sabe que está evidenciando. En dicho enunciado aparecen tam bién incluidas hipótesis em itidas por el propio analizando acerca de determ inadas cualidades--de él mismo, en las que de una manera im plícita están contenidas las hipótesis subyacentes a un conjunto dado de interpretacio­ nes que han sido elaboradas muy lejos del nivel de la conciencia. De esta manera, dichos enunciados incluyen a la propia persona que pasó por un estado dado y que luego lo captó desde otra persona que lo comprendió con otro enfoque. Entonces surgen las auténticas hipótesis psicoanalíticas, en las cuales no p ue­ den no figurar ambos participantes, un método, un diálogo asi­ métrico y los contextos inclusivos ya mencionados, en donde es posible detectar un indicio dado (q u e es tanto más fuerte si proviene de la persona del analizando ). Este ■indicio perm ite formular una serie de enunciados que incluyen nexos de su­ bordinación y que son posibles debido a que se híj aplicado un método que faculta al paciente a poner en función su pen-

Sarniento ém itiendo frases. Siem pre en dichas frases subsiste un grado de invariancia dentro del enriquecim iento semántico, puesto que se trata de una terap ia psicoanalítica que exige co­ rno prerrequisito el desarrollo de la propia identidad, que no varía pero que se enriquece por las transformaciones que sí son aportes de ese diálogo asim étrico que es e] tratam iento psicoanalítico. Esto rebalsa por mucho la oposición hipótesis clínica versus m etapsicología, que hace a esta últim a la Bruja, según', dicho enfrentamiento, que a juicio mío complica el planteo y no tratí soluciones. E. II. Rolla Rolla, al igual que otros de nosotros, se ha ocupado de los aspectos específicos del psicoanálisis de las psicosis. Comparto muchas de sus ideas sobre este tema, pero es tan vasto que prefiero dejarlo de lado. En cambio prefiero comentar otras ideas en que considero que disentimos, por lo menos en parte. En su trabajo sobre “Los modelos m entales en el proceso de diferenciación”, Rolla (3 6 ) se ocupa precisam ente de la necesi­ dad de efectuar una revisión de los postulados psicoanalíticos que hasta ahora han dividido a nuestra ciencia como instru­ mento de investigación y de terapia y se refiere a las “crisis vitales” de una ciencia, que “pueden conducir a nuevas inte­ graciones como a detenciones y retrocesos en su desarrollo”. Consídéro Ijüe su'escrito, es una aproximación que hubiera cum ­ plido con su cometido si en lugar de considerar el m aterial clínico como una ilustración, lo hubiese tomado como punto de partida. D e esa manera, muchos de sus enunciados hubiesen adquirido una m ayor significación. Para m i enfoque de la ex­ posición psicoanalítica, los datos iniciales de una sesión son el punto de partida, tal como las modificaciones en las estructuras sem ánticas y sintácticas; según este modo de ver las cosas, la inclusión de “un caso que ilustra . .. etcétera”, carece de sentido. Más aún, esto complica en lugar de ayud ar a sistem atizar nues­ tras ideas psicoanalíticas, que deben basarse en la lógica de­ ductiva y la generalización em pírica. /. Zac El orden en que voy desarrollando las consideraciones sobre

el tema de 3a transferencia, en términos de interacción, hace que sea oportuno que me refiera a algunas formulaciones desa­ rrolladas por Joel Zac. Las aportaciones de Zac (3 8 ) (3 9 ) al estudio de la transfe­ rencia están bastante em parentadas con los puntos específicos que interesaron a Bleger. Zac se ocupó de establecer las carac­ terísticas de la transferencia del “Yo” del psicópata. Distinguió tres tipos de vínculos que denominó: confusíonal (psicótico), psicopático encapsulado y neurótico. En el prim er caso dijo que los núcleos autistas pueden determ inar desinte­ graciones en el Yo; en. el segundo, se re firió , a una patología en donde el descontrol y la violenta irrupción en el objeto y en las partes del Yo, de los objetos y las partes del Yo m asiva­ mente destructivos, hacen pensar que estos pacientes presentan en la transferencia técnicas m aníacas y epíleptoídes. En el ter­ cer caso, que él denominó neurótico, enfatizó que la pertur­ bación básica se localizaba en, el proceso de simbolización y que podía exteriorizarse en el psicópata que utiliza en la trans­ ferencia (a m i modo de ver) técnicas histéricas, fóbicas y ob­ sesivas con un déficit de adecuación a la realidad. Estipuló que cuando los objetos se instauran en el Yo, por medio de un víncu­ lo con un pecho nutricio, se encuentra un conflicto entre cuáles de las partes del Yo gozarán del pecho alim enticio idealizado. Como a su vez hizo una confrontación con las ideas de M eltzer y Joseph quiero transcribir las partes finales de este trabajo de Zac ya que im plican un intento de cotejar esquem as teóricos propios y de dos analistas discípulos de M. Klein que difieren en su m anera de teorizar', “Esta perturbación ocurre de modo típico en la estructura psicopática donde alternan las áreas, psicótica, psicopática y neurótica, con un predominio del área II que determ ina la p ato lo gía' característica de estos cua­ dros nosográficos: la actuación como estéreotipia. Ante la am e­ naza de frustración, cuyo um bral es mínimo, una parte del Yo asume bruscam ente el lid erazg o ’, según M eltzer. Esto su­ cede,por medio de la identificación proyectiva en un movimiento que, traslada el centro de gravedad. Esta situación básica condi­ cionará en el período inicial’ de la psicopatía el equilibrio intrapsíquico inestable ( ‘balance’ de B. Joseph). Sí el incremento de las frustraciones moviliza el área psicopática encapsulada, -aparece la psicopatía en su 'período de estado’, surgiendo la relación específica de las partes del Yo ‘instigador perverso’ 1con la s ‘partes del ‘Yo ésclavo’ y los'objetos dañados', que ctm téc­

nicas oral-anal-sádicas son identificadas ( intrapsíquicam ente) en esta parte del, Yo. ”L a am enaza destructiva al Yo determ ina la necesidad de identificar proyectivam ente, en forma masiva y violenta, en la pareja externa (sim b ió tica), el área neurótica y la parte ‘es­ clava’ del Yo psicopático, con sus objetos dañados incluidos, que son controlados en el depositario externo con técnicas histéricas, fóbicas u obsesivas. En un segundo paso, aparece la defensa hipocondríaca. Si estas técnicas psicopáticas no res­ tablecen el equilibrio previo, el Yo se desintegra. ”De acuerdo con el predominio respectivo de la patología de las áreas descritas, la desintegración del Yo puede llevar a la psicosis, al crimen o al suicidio”. En estos enunciados se pueden distinguir entre diferentes "clases” de comportamientos en relación con estados psicopá­ ticos. L a principal objeción que cabe hacer a este tipo de enunciados, es la utilización de determ inados giros (núcleospartes esclavas) y la ausencia de algunos datos que reúnan las condiciones de “observabilidad”, a las cuales me he referido en el C apítulo III, cuando aludí a la metodología de C arnap y a la necesidad de mejorar nuestra m anera de sistem atizar e in­ tercam biar experiencias. La contribución que es de m ayor interés, y que sí reúne los requisitos que he mencionado antes, es el trabajo de Zac sobre la relación sem ana-fin de sem ana y el acting out (3 8 ). Este último trabajo, donde Zac realiza una verdadera generalización em pírica, puede ser utilizado, como ejemplo contrastante con el trabajo anterior del mismo autor. A. Gorma, A. Garma (1 2 b ), al referirse a la actitud del psicoanalista y el paciente en el tratamiento psicoanalítico, dice que hay que evitar los contactos mutuos fuera de la sesión. De esta manera, el analizando, al no saber nada de la vida real del analista, lo toma a éste sólo como un espejo o pan talla donde puede verse reflejado con m ucha claridad. Tam bién expresa que el psicoana­ lista debe intervenir exclusivam ente con interpretaciones, sin añadir normas de comportamiento al pnfermo; que las técnicas “m aravillosas” y a sea con hipnosis, drogas o ácido lisérgico, no sólo no ayudan al enfermo sino que empeoran el trata­ miento. Luego agrega que sólo el control del tratam iento del

psicoanalista con otro de mayor experiencia, puede ayudar a la comprensión del caso a través del mejoramiento de la técnica. En este punto puedo encontrar una cierta correlación con mi id ea acerca de las dos m aneras de investigar en análisis, y a que la supervisión es una de las m aneras de com plem entar la ind’á gación psicoanalítica en la sesión. En relación con el acierto o error en la interpretación, Garma se refiere a los efectos de la misma. Dice que no basta que una interpretación sea acertada, sino que debe ofrecer una salida óptima, partiendo del reconocimiento de los logros..«ac±uales del paciente. Pero m ientras éste no esté curado, en dichas realiza­ ciones habrá elementos perjudiciales. Garma cuestiona que si sólo se enfatiza esto último pueden ocurrir efectos nocivos. Tam ­ bién destaca el destino de la culpa en lo que él denomina una interpretación “liberadora”, que en lu gar de provocar un in­ cremento de la culpa hará que el paciente perciba sus deseos de m uerte y el dolor frente a ello. D istingue los efectos de estas interpretaciones de todas aquellas que increm entan el do­ lor del arrepentim iento. Considera erróneas las interpretaciones er>. las que se explieitan sólo la agresión y los deseos de muerte. Los efectos de la interpretación en estos casos provocan en el paciente un sentimiento de ser abandonado por padres malos en mal estado. Si bien menciona que la envidia puede provocar dichos deseos, los considera angustiantes. Si bien es cierto que resulta introgéaica una intervención del analista en donde textualm ente se le dice al paciente ( que “se siente culpable por . . no me parece oportuno, em plear el estilo taxativo con que Garma formula estas hipótesis sobre teo­ ría de la técnica. Esto, a su vez, m alogra sus aciertos al enfocar im plícitam ente en términos operacionales y de interacción en el diálogo analítico la interpretación del sentimiento de culpa­ bilidad inconsciente. Si lo hacemos en términos operacionales, con enunciados explícitos acerca de pares complejos de estí­ mulos y respuestas, en los que se incluye algún elemento de la situación an alítica, sí es factible form ular interpretaciones que perm itan el pasaje de comportamientos inconscientes motivados por la culpa hacia formulaciones en donde el analizando m ues­ tra poseer el ingrediente de responsabilidad que a él le corres­ ponde en dicho evento de culpa y castigo sin consciencia de la agresión, que puede ser connotada en el contexto del diálogo analítico. De allí que, según sea el estilo con el cual se emita una interpretación que informe al paciente de su sentimiento

de culpabilidad inconsciente y tam bién de su necesidad de castigo, el analizando podrá o no captarla y aprovecharla pare tener una consciencia más clara de que él es responsable, sin saberlo, de agravios, frustraciones o agresiones a los demás, y que luego sufre los efectos de lo que él ha realizado con ellos. Los enunciados taxativos en donde no se connota de qué manera no deben ser interpretadas la culpa y la agresión caen fácilm ente en el dogma y por ende '1110 pueden ser confrontados. Aunque estos enunciados de Garma derivan de las experien­ cias de la interacción analizando-analista, esto se pierde al p a­ sar al plano de las hipótesis sobre la teoría de la técnica. De haberse conservado este espíritu al pasar de las inferencias clí­ nicas a los enunciados explícitos de Ja teoría de la técnica re­ ferentes a las connotaciones distintas en que pueden ser detec­ tadas la agresión y la culpa y por ende form uladas en una in ­ terpretación, no hubiesen ocurrido discusiones que no tienen sentido en psicoanálisis acerca de si “hay o no que interpretar la culpa o la agresión”. Además, si Garma hubiese adscripto al término teórico k le i­ niano “en vidia” el significado contextúa! de “desdicha y dolor experimentados pasivam ente frente a otra persona presente, que es percibida como dichosa y gozosa”, seguram ente hubiese podido correlacionar esta hipótesis sobre la envidia prim aria con sus primeros trabajos, en donde ya nos hablaba de un Superyó sádico al cual el Yo se sometía m asoquistam ente. Con respecto a dos^efecto.s acertados o desacertados de la inr íerpretáción!, y ál momento én que dicha interpretación es for­ m ulada al paciente, ya me he ocupado extensam ente de estu­ diarlos cuando establecí, en el C apítulo primero, sección 4, que la realim entación positiva o negativa dependen, a su vez, del predominio de la transferencia positiva o negativa. Todos a q u e ­ llos pacientes en transferencia negativa realim entan positivam en­ te nuestros desaciertos y negativam ente nuestros aciertos; lo in ­ verso ocurre,, por supuesto, cuando el paciente está en trans­ ferencia positiva. A. Rciscovslaj En el trabajo “Fundamentos de la posición;, m aníaca’’ (3 2 ) es interesante señalar una m anera contrastante de escribir psicoanalítieam ente, consistente en la utilización de lenguaje teórico (L t) o cuasi teórico. Yo no descarto la posibilidad de que un

estudio como el que hice en el capítulo anterior perm ita esta­ blecer hipótesis de nivel interm edio, en el cual el vocabulario teórico empleado por el autor adquiera significación dentro de la manera como considero que debe reform ularse el psicoaná­ lisis en la actualidad. Pero este nivel interm edio es precisa­ mente el nexo (entre Lt y L o ) del que carece dicho trabajo de A. Rascovsky. Veamos esto en un ejemplo, referido al añ a­ dido de una posición m aníaca, en una tríada con las otras dos posiciones que fueron desarrolladas por M. Klein, m uy en es­ pecial por su experiencia con los análisis tempranos. La introducción de una nueva "posición”, en la teoría de A. Rascovsky, significa jerarquizar las técnicas defensivas m anía­ cas que aparecen en una y otra posición kleiniana con sus res­ pectivas dos ansiedades. Yo considero que hablar de posición m aníaca puede crear una confusión con im plicaciones técnicas de bastante peso. Así, por ejemplo, una cosa es un analizando que destruye m aníacam ente por miedo a ser destruido, y otra cosa es un análizando que se siente durante la sesión llevado por una tendencia a “efectuar un buen análisis”. M ientras en el prim er caso se puede decir que la “posición m aníaca” es una identificación con el perseguidor que am enaza al Yo con an i­ quilarlo (posición esquizo-paranoide de M. K lein), en el se­ gundo caso tenemos una “posición m aníaca” que es en realidad una tentativa frustrada de reparación (reparación m aníaca de la posición depresiva de M. Klein, como defensa frente a la cu lp a). El autor no connota a qué se refiere (L o ) cuando habla teóricam ente (L t ) de este tema. R esulta interesante destacar, dentro del estilo de A. Rascovs­ ky, que cuando hace referencias a temas tales como filicidio o consecuencias del aborto, y prescinde de términos teóricos pu­ ros, sus descripciones están m uy cerca de la base em pírica, pues­ to que con m ucha frecuencia evocan situaciones vistas en los análisis, y adem ás, personalm ente me resultaron útiles puesto que me hicieron más receptivo a estos dos problemas que desa­ rrolló con otro lenguaje. Así ocurre, por ejemplo, en el siguiente fragm ento (3 3 ): . “Ereud consideró el desarrollo de Edipo rey como un pro­ ceso'que- puéde ser comparado con el trabajo psicoanalítico’. Nosotros tratarem os la historia de Edipo cqmO la de un caso, 'puesto qiue.. eoptamos con suficiente m aterial hereditario, his­ tórico y actual para esclarecer las bases del acting out y la conducta psicopática resultantes de la exacerbación persecuto-

ría y de la activación de los mecanismos defensivos, anteriores a la represión. ”Nos proponemos señalar que el filicidio es el factor causal fundam ental en la génesis de ambos fenómenos y que consti­ tuye, adem ás, el contenido latente que, subyace tras el parri­ cidio y el incesto. El filicidio incluye una am plia gam a de actuaciones y, p ara comprender cómo se configuran dentro del niño las características persecutorias que involucran a la madre real internalizada, deben incluirse las graves y comunes injurias inferidas tem pranam ente al lactante, tales como las vicisitudes traum áticas del embarazo y parto, la circuncisión, las pertur­ baciones en la lactan cia natural o artificial y, especialm ente, las micro y macro variaciones cualitativas y cuantitativas del aban­ dono, etcétera. Estos factores increm entan el acum ulo agresivo inicial y la envidia innata y, consecuentemente, la configuración exagerada de la posición paranoide esquizoide del lactante”. F. R. Cesio Las contribuciones de Cesio, m uy especialm ente las relaciona­ das con la técnica psicoanalítica y con la reacción terapéutica negativa (7 ) , (8 ) , (9 ) , utilizan el término “letargo” con una de­ notación tal que, por su extensión excesivamente abarcativa, impo­ sibilita toda confrontación. Este autor parece enfatizar, por encima de la experiencia clínica, el valor de las hipótesis teóricas, que perm iten, según él, desarrollar nuevos descubrim ientos. Así parece afirm arlo (9 ) cuando dice: “L a teoría y la técnica psicoanalítica son dos manifestaciones de una misma hipótesi?. L a teoría, en un sen­ tido, lleva ventajas,, atesorando así conocimientos que esperan ser integrados en la técnica par'a alcanzar todas sus dimensio­ nes. En la obra de Freud encontramos ‘tesoros’ de conocimien­ tos que perm anecen estáticos, a la espera de ser ‘descubiertos’ ”. Concuerdo con Cesio en que existen en la obra de Freud “tesoros” de conocimientos aún no utilizados, pero yo los ub i­ caría en sus trabajos clínicos y no en sus trabajos teóricos y menos aún en los técnicos, que no se adecuaron a la evolución de su experiencia clínica. J. ¡Bleger Considero que lo másf valioso de las ideas de J. Bleger consiste

en algunos desarrollos efectuados en su libro Psicoanálisis y dia­ léctica materialista (5 ). En especial, pienso que son impor­ tantes sus consideraciones cuando afirm a, influido por Pichón Riviére, que “gradualm ente en el desarrollo de la praxis psicoanalítica * se va produciendo un cierto divorcio o alejam iento entre la práctica y la teoría”. Jerarquiza el valor de las sesiones p ara superar este alejam iento .y afirm a: “En la actualidad p asa­ mos a considerar sistem áticam ente la sesión psicoanalítíca como una relación bipersonal, en la cual la conducta de cada uno de sus integrantes está en relación con las características presentes de la situación0 *, ”En esa relación bipersonal interviene no sólo lo que se ex­ presa verbalm ente, sino la conducta total del analista y del paciente. La conducta de éste es captada por el analista en función de la situación actual que están integrando ambos y, especialmente, en función de su esquema referencia! # . Lo mis­ mo ocurre con el analizando ante la conducta del analista. "Cuando el analista interpreta, surge en el analizando un emergente original que es propio del aquí-ahora-conm igo, el cual es a su vez aprehendido por el analista, constituyéndose de esta manera una espiral que se desarrolla perm anentem ente y que consta de tres momentos visibles: el. m aterial del paciente (exis­ tente ), la interpretación y un nuevo em ergente ( nuevo existente). ”E1 contenido manifiesto de la relación se integra con un contenido latente en un proceso dialéctico en el cual el em er­ gente del analizando y la interpretación del analista son, -am* (Ñ o la al pie de J. B le g e r): “ Praxis es el proceso del . conocer, en el que coinciden el pensamiento y la acción, la teoría y la práctica, y en el qüe hay una superación de la antítesis entre —como decía H egel— la 'unilateralidad de la subjetividad y la unilateralidad de la objetividad’. (V éase R. Mondolfo, E l m aterialismo histórico en Federico E ngels, R osa­ rio, 1 9 4 0 .)” * * (N ota al pie de J. B le ge r): “ K. Lewin distinguió el plano de la causalidad histórica y el de la causalidad sistemática o dinámica. E sta última busca la explicación de los fenómenos de la conducta, en las múlti­ ples interacciones que se producen entre los elementos de una situación determinada y nunca en la ‘naturaleza’ de cada uno de, los elementos separadamente considerados, (Sobre el conjunto de las teorías de Lewin, véase Cirod, R., Actitudes colectivas t/ relaciones hum anas, Barcelona, 1956; artículos de K. Lewin, en H ijm ant Relations, . 1, 1, 1947, y en tomo 3 dé Psi/chologie de l’enfant, de E. C arm ichael.) ” 0