Libreros de viejo de la Ciudad de México. [1/1, 1 ed.] 9788417975876

En 2016, gracias a la colaboración de la Secretaría de Cultura y la Editorial Acapulco, publicamos Libreros. Crónica de

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Libreros de viejo de la Ciudad de México. [1/1, 1 ed.]
 9788417975876

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LIBREROS DE VIEJO ENLA

CIUDAD DE

MÉXICO

LIBREROS DE VIEJO ENLA

CIUDAD DE MÉXICO

CRÓNICA DELA

COMPRAVENTA DE LIBROS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX, CONTADA POR ALGUNOS DE SUS

PROTAGONISTAS Entrevistados por MERCURIO LÓPEZ CASILLAS

MÉXICO

EDITORIAL RM

MMXXIII

Contenido

6 Prólogo. Mercurio L6pez Casillas 10 Introducción. Mercurio L6pez Casillas l. PRESENTACIÓN

16 20 24 26 30 34 36 40 44

Los libreros de viejo. Rubén M. Campos "·El paraíso colonial". Genaro Estrada La conversación en México. Artemio de Valle-Arizpe Nueva grandeza mexicana. Salvador Novo "El librero de viejo". Ricardo Cortés Tamayo "Garambullo". Ricardo Cortés Tamayo Las librerías de viejo. Andrés Henestrosa El oro de los libros. Andrés Henestrosa La cacería bibliográfica. Andrés Henestrosa 11. LIBREROS

48 52 58 64 72

76 82 86 92

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Ramón Nava y Nava Delfino Casillas Gómez Femando Villanueva Sánchez Enrique Fuentes Castilla Julio Hemández Campos Víctor Daniel García Colín Olvera Salvador Álvarez García Jorge Sanabria Gerardo Zapata Aguilar Martín Morales Salas

102 108 114 120 122 128 134 140 144 150 152 158 162 166 174 178 186 192 196 200 202

Francisco Orduña Bustamante Víctor Manuel Poletti Bazán Agustín Jiménez Sánchez María Dolores Francisca Romero Trejo Antonio Salazar Osornio César Sánchez Obregón Alejandro Avante Serrano Ricardo Mora Sánchez Juan Páez Fonseca Margarita Angélica Mora Sánchez Javier Rosas Flores David Ayala Becerra Judith Medina Ayala Jesús Medina Ayala Óscar Marcelino Rentería Pinzón Maximino Ramos Jesús Medina Anaya Carlos Casillas Garduño Reina Elizabeth Nava Flores José Ángel Gorostieta Medina Miguel Ángel Gorostieta Medina III. APÉNDICE

206 Clientes asiduos al tianguis de la Lagunilla y a las librerías de viejo. Fernando Villanueva 212 Librerías y libreros en locales, zaguanes, puestos callejeros y de "la legua". Fernando Villanueva

Prólogo

de la Secretaría de Cultura y la Editorial Acapulco, publicamos Libreros. Crónica de la compraventa de libros en la Ciudad de México. Ubaldo López Barrientos y sucesores. En esa ocasión, no tuvimos la intención de cubrir todo el espectro comercial y nos ocupamos sólo de un librero, su prole y familiares que continuaron en el oficio. Ahora en Libreros de viejo en la Ciudad de México, completamos la crónica con treinta y un relatos autobiográficos de personajes que han dedicado una buena parte de su vida a comprar y vender libros. Desde que era un niño y hasta la fecha he visto desfilar decenas de libreros sin tener la prudencia de entablar una plática sobre su vida y los libros, situación que sinceramente lamento porque no pude conservar un testimonio de colegas que han fallecido, como Jorge Denegre, Nicolás Casillas, Clarita Bazán, Fernando Rodríguez, Chucho Medina, Fernando Rentería, Rubén Montero, Lalo Flores, Roberto Páez y otros. La pérdida y la ausencia de la memoria escrita de tan notables personajes me impulsó a trabajar en la presente recopilación, que dejará una huella documental de los libreros y de su importante labor cultural. Por falta de espacio y tiempo en Libreros de viejo en la Ciudad de México no están todos los que comercian con los libros usados en la capital; por eso, la presente selección limitamos el grupo a un solo requisito: tener más de veinte años en el oficio. Con dicho corte buscamos a los protagonistas, pero no pudimos localizar a todos porque no coincidimos en tiempo y lugar, nos dieron excusas o simplemente no consideraron el EN 2016, GRACIAS A LA COLABORACIÓN

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producto relevante. Con todo, logramos una muestra significativa de testimonios de los principales ·promotores del libro usado, quienes comercian desde el suelo, en puestos callejeros y en locales establecidos. A todos los libreros los entrevistamos en sus lugares de tra, bajo y les realizamos las mismas preguntas; a la hora de transcribir los audios optamos por eliminar las interrogantes y dejar las palabras de cada personaje sin interrupción, para conformar pequeños relatos autobiográficos. No limitamos el espacio de las respuestas, cada personaje pudo extenderse según su preferencia y personalidad; como resultado cada quien habló el tiempo que quiso y esto marcó la diferencia de extensión de cada entrevista. Cada uno de los treinta y un relatos muestran a los libreros desde su primer contacto con los libros hasta su desempeño actual. Se trata de historias libreras cargadas de amor y pasión por los impresos, cuyas descripciones que se complementan de manera precisa con los retratos fotográficos que captan la expresión justa de cada librero. · Para la presentación recuperamos textos de antiguos conocedores de libreros y visitantes habituales de los expendios de libros de antaño, escritos publicados con anterioridad por notables bibliófilos como Rubén M. Campos, Genaro Estrada, Artemio de Valle-Arizpe, Salvador Novo, Ricardo Cortés Tamayo y Andrés Henestrosa.

Mercurio L6pez Casillas

EL ANTIGUO MERCADO_ DEL VOLADOR

El-deloteotudlan... 7 1 bibll6filoa 1nodestoe.

Introducción

POR DEFINICIÓN, UN LIBRERO ES quien tiene por oficio comprar y vender libros; entre ellos, por un lado están quienes

venden libros recién salidos de la imprenta, y, por el otro, los libreros de viejo y anticuarios. En el caso del presente trabajo sólo nos ocupamos de los segundos. Entre lo poco escrito sobre la historia de los libreros está el breve texto de Yolanda Mercader Martínez, quien apunta: A finales del siglo XIX aparecen los primeros libreros anticuarios de México, que de alguna manera han estado trabajando, pero sin gran organización, y a los que se denomina libreros de viejo. Estos libreros vendían todo tipo de libros usados, se ubican originalmente en el portal de Mercaderes, frente a Palacio Nacional, más tarde en el Baratillo y en las cadenas de la Catedral, posteriormente en el mercado del Volador, predio que ahora ocupa la Suprema Corte de Justicia. En el mercado del Volador, a finales del siglo XIX, los libreros se ubicaban en el costado de la calle Corregidora [ ... ]. 1

La historia continuó en el siglo xx, cuando a finales de la década de 1920 desaparece el mercado del Volador y los libreros de viejo se dispersan por las calles de Seminario, República de Guatemala, Justo Sierra y otras, y también por distintos mercados de la ciudad; entonces ocupan zaguanes, pequeñas accesorias y muchos metros de suelo. Cabe mencionar que a quienes comercian en la calle no se les llama vendedores ambulantes, 1 El librero anticuario en México, s/e, 1989, pág. 10.

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se les identifica como pequeños comerciantes. Poco a poco, los libreros se congregan en tomo al viejo mercado de la Lagunilla y exponen su mercancía todos los días en las calles República de Paraguay, República de Argentina y República de Haití; al mismo tiempo, los que tienen más posibilidades económicas rentan pequeños locales sobre avenida Hidalgo, desde la calle de Santa María la Redonda hasta Guerrero; mientras los que no tienen puesto ni local recorren las calles caminando en busca de clientes para sus libros, a ellos Fernando Villanueva les llama atinadamente libreros "de la legua". En 1957 reubican a libreros y chachareros localizados en la vieja Lagunilla, los instalan ahora en la amplia calle de Rayón, junto al nuevo mercado de ropa. Durante el gobierno de Adolfo López Mateos deciden ampliar el Paseo de la Reforma hacia la colonia Peralvillo, con la inevitable demolición de varias manzanas de la colonia Guerrero; el cambio afecta a la avenida Hidalgo y algunos libreros pierden su espacio. A pesar de la ruptura la arteria continúa como la principal para adquirir libros viejos, en tanto que en la calle 5 de Mayo se 'concentra buena parte de las librerías de libros nuevos; pero no son vías exclusivas, en calles paralelas y perpendiculares a ellas, los libreros de viejo proliferan en modestos locales. A mediados de la década de 1960 algunos libreros dejan el centro de la ciudad y se instalan en las colonias Doctores, cerca de los Tribunales, y en la Roma, sobre avenida Cuauhtémoc y en la calle de Durango; sin embargo, el principal comercio de libro usado se congrega los domingos en el tianguis de la Lagunilla. Con los años el tianguis sufre cambios debido a la separación de chachareros y libreros, la construcción del eje vial, el temblor de 1985 y la ruptura de la Unión de Libreros; circunstancias que paulatinamente alejaron a la clientela y mermaron el ánimo de los libreros. En consecuencia, surgieron nuevos espacios con venta de libros como el tianguis del Chopo, la calle de Balderas, el callejón de la Condesa y la Plaia del Ángel, donde una nueva generación de libreros tiene un papel fundamental. Los nuevos libreros se reúnen y establecen puntos para la venta de libros en sitios importantes como las plazas de Santo Domingo yTolsá, el jardín Centenario, la glorieta de Insurgentes

Y el Zócalo; además, organizan ferias del libro en edificios emblemáticos como la Casa Talavera, el Museo Nacional de Arte, el Club de Periodistas, el Edificio del Santo Oficio, la Casa Lamm, el Palacio Nacional, la Biblioteca Lerdo de Tejada, junto a la Alameda Central y en el auditorio Jaime Torres Bodet del Instituto Politécnico Nacional, entre otros. Con el siglo XXI la calle de las librerías de viejo ahora es Donceles, y los libreros se diseminan por delegaciones como Xochimilco, lztapalapa, Benito Juárez, Gustavo A. Madero y Coyoacán. Las librerías de la colonia Roma se amplían hacia las colonias vecinas, como la Condesa y la Juárez, y los libreros de viejo se mantienen en la Lagunilla, pero se extienden hasta Paseo de la Reforma y continúan en el callejón de la Condesa, en la Plaza del Ángel, en la calle de Balderas y en el jardín Doctor Chávez. Y hasta ahí la historia. El presente grupo de treinta y una entrevistas reúne a varias generaciones de libreros que abarcan ochenta años de actividad libresca, desde finales de la década de 1930 hasta la fecha; un recorrido que inicia con Ramón Nava, librero de "la legua" nacido en 1921, y culmina con Miguel Gorostieta, que nació en 1986 y es bisnieto de Jesús Medina San Vicente. En el conjunto sólo hay tres libreras, porque sin duda el oficio ha sido casi monopolizado por los hombres; sin embargo, la figura femenina ha estado presente con mujeres distinguidas como Clarita Bazán, Raquel Millán, Teresa Montes, Rosa Casillas, Silvia López y la decana de las libreras, Martha Casillas. Los libreros y libreras aquí reunidos tienen en común el amor por los libros, una memoria fuera de serie y la satisfacción de haber vivido de y para los libros durante más de veinte años, con un ingreso suficiente para mantener a sus familias. La mayoría nació en la Ciudad de México en las colonias Morelos, Peralvillo, Centro, Tacuba, Moctezuma, Portales, Roma, Nativitas, Taxqueña, San Ángel, Tacubaya, 20 de Noviembre, Condesa, Buenavista, Coyoacán y Escandón; el resto proviene de los estados de Guerrero, Coahuila, Nuevo León, Michoacán, Querétaro y Puebla. Un poco menos de la mitad ingresa al oficio por un vínculo familiar, llámese padre, esposo, abuelo o bisabuelo, quienes ya se desempeñaban como libreros; la otra parte tiene distintos motivos, a saber: necesidad laboral, opción temporal, búsqueda después de estudiar una carrera, gusto

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por la lectura, un complemento y una oportunidad de trabajo independiente con negocio propio. En este grupo heterogéneq, hermanado por la bibliofilia, predomina el trato personal con los clientes; pero su forma de trabajar es diversa: están los que carecen de un lugar fijo, se tienden en el suelo, trabajan en casa y venden a través de Internet, tienen un puesto semifijo, un pequeño local y laboran sólo en ferias del libro, y los que conservan locales grandes y con ~arios trabajadores. Las treinta y una historias se complementan muy bien con las dos listas elaboradas por Fernando Villanueva, que incluyen nóminas de clientes y libreros que completan el panorama de los protagonistas de la compraventa de libros en la Ciudad de México. Realicé esta serie de entrevistas antes de la pandemia por - la covid-19. Desde entonces a la fecha, el panorama de los libreros y las librerías de viejo ha cambiado, dejando vacíos imposibles de llenar: cerraron alrededor de diez locales, algunos con treinta años de tradición; fallecieron Ramón Nava, Delfina Casillas, Julio Hernán~ez y Enrique Fuentes, quienes afortunadamerite dejaron aquí su testimonio; los. libreros de Balderas fueron reubicados en una calle paralela; nuevas generaciones de libreros proliferan y aprovechan los medios de comunicación digital, donde se promocionan y compiten en el mercado. Estos cambios merecen a futuro una revisión detallada. De igual forma, queda como asignatura pendiente el encuentro con queridos compañeros como Jorge Bazán, Juan Chacón, Raúl Valdovinos, Gabriel Islas, Ramón Barbosa, Jorge Gutiérrez, Alexander Bruck y todos los libreros de viejo que se mantienen de manera aguerrida en los distintos estados de la república mexicana. M. L. C.

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PRESENTACIÓN

Los libreros de ·viejo

RUBÉN M. CAMPOS

Rubén M. Campos, El folklore literario de México. México: Secretaría de Educación Pública, Talleres Gráficos de la Nación, 1929, págs. 651-653.

EVOCACIÓN GRATA PARA los que nos hemos quemado las pestañas sobre infolios, es la de los viejos libreros que pasaron su vida vigilando sus pequeñas bibliotecas ambulantes, pues sus libros corrían de mano en mano, y frecuentemente volvían a caer en los puestos de libros viejos. No había en aquellos tiempos la prodigalidad de librerías que hoy, y famosa fue la Librería de Rosa y Bouret, decana de las que hoy inundan la capital. Antaño era una noble profesión la de librero, pues exigía una dedicación absoluta la tienda de libros, una vida consagrada a la lectura, ya que no tenía que atender sino a contadas personas, y el resto del tiempo engolfábase en provechosas lecturas de libros raros y curiosos que le enteraban proijjamente de muchas cosas. La zona de libros viejos circunscribíase a los alrededores de la Catedral y los puestos más populares eran los de las Cadenas, sobre las amplias aceras que rodean la Catedral y el Sagrario, donde subsistieron hasta hace poco que se determinó construir una fuente en el lugar en que se habían refugiado los últimos libreros. La calle de las Escalerillas era característica por las tiendas de libreros y editores que había en ella. La más antigua era la Librería de Abadiano, que era un bazar de antiguallas y libros cuando yo iba en 1896 a oír contar a Fidel sus interminables y sabrosas charlas pintorescas, evocación viva y rauda de su vida matusalénica. En aquellas pláticas aprendí a amar muchas cosas nuestras que ya no existen sino en la memoria de los viejos que poco a poco van desapareciendo de entre los vivos. Fidel llegaba conducido por un muchacho, a menudo por Luis González Obregón, saludaba al entrar sin ningún miramiento, y sentábase cómodamente en un amplio sillón de brazos que Eufemio

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y Pancho Abadiano habían puesto exprofeso para que se sentara. Quitábase el sombrero de anchas alas planas que usaba, en cuyo fondo había un paliacate, y quedábase con una especie de solideo que lo guardaba del aire; y enfrascábase en su charla que siempre iba a dar a nuestra patria, a nuestra historia secular vivida por él. Tenía una memoria vívida, y desfilaban tipos descritos y acontecimientos evocados en el lenguaje sabroso de que la prosa de sus Memorias de mis tiempos es fiel imagen. Sus pequeños ojos vivos tras de las antiparras paseábanse de uno a otro oyente, con júbilo manifiesto de ver el embelesamiento con que los escuchábamos en torno suyo. Cinco años antes, todavía la calle de las Escalerillas era el pequeño mundo editorial de México. El Universal, precursor del de hoy, estaba instalado en ella, antes de pasar a la calle de la Palma, y muchas imprentas y librerías daban un aspecto típico a la famosa calle. Aún alcancé a ver la vida patriarcal de los libreros de viejo, los corrillos de los bibliófilos que pasaban horas enteras en su visita cotidiana a los libros, embaucando a los libreros atentos· a su palabra como a un oráculo. Otros pasaban el ti,em¡:>o jugando ajajrez, en un silencio prpfundo, rodeados de mirones interesado en el juego. Otro grupo de libreros de viejo existía desde antaño en el Volador, donde fueron a refugiarse los lanzados de las Cadenas. No había entonces la pluralidad de industrias comerciales que han hecho del Volador y sus contornos una holgazanería reforzada hoy con centenares de checos, polacos, sirios, judíos cosmopolitas que inundan plazas y calles, principalmente de esa zona, pregonando baratijas y desbancando a los buhoneros mexicanos. Entonces el Volador era una plaza en la que se vendía toda suerte de verduras y frutas. Era prolongación de la Merced, en pie desde que las trajineras de la región lacustre de horticultores y floreros, entraban en la ciudad por la calle de la Acequia y seguían su curso dejando flores y frutas en los portales que alcancé a ver justificando su nombre de las Flores y de la Fruta. Los pobres libreros de viejo han vegetado siempre entre peregrinaciones y . lanzamientos. Apenas se les admite en una zona, cuando se les expulsa inexorablemente con su tienda ambulante de zíngaros de la intelectualidad, mientras extrañas gentes se instalan definitivamente en las grandes avenidas y medran con librerías atiborradas de una literatura para la exportación, pornográfica y huera.

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que llegué a vender libros de cincuenta centavos y de a peso, cuando eran los salarios de veinte o veintiún pesos; .por ejemplo, cuando trabajé para la Editorial Antorcha me dijo Ornar, el dueño, que sus libros los pretendía subir a cuatro pesos, le dije: "¿sabes qué?, no cuentes conmigo, de tres pesos a cuatro pesos ya no se van a vender". ¿Quién iba a pensar que el libro se iba a colocar sobre el salario? El principal problema fue que el libro subió por encima del salario, luego vino la computadora y demás, desde entonces nos están dejando fuera del mercado. En ocasiones no sale el costo de los servicios, son muy caros, porque hay que pagar contador, hay que pagar y pagar; no hay semana en que no te desangres y entonces se vuelve una constante. Además, la zona está muy afectada por las movilizaciones en Paseo de la Reforma, casi no hay día que no haya manifestaciones, circula poca gente y vendemos menos; esto a la larga nos hace trabajar con déficit. Finalmente nosotros somos auxiliares de los investigadores, aunque no nos den crédito trabajamos en sus pesquisas; hay gente que tiene suficiente conocimiento en el mundo del libro para informarte, pero no la mayoría de los que comienzan a hacer investigaciones para poderse recibir; ellos necesitan que los libreros les demos alguna aportación. Aparte la Librería In Tlilli In Tlapalli tiene una sociedad cultural, donde damos

clases de lenguas autóctonas, de historia de México, un club de ajedrez y un periodiquito que se llama El Guerrero Solar, que va a cumplir veintiocho años; esto es nuestro aporte. Me decía un amigo: "¿Qué se necesita para llenar un costal?, tenerlo vacío". ¿Qué voy a hacer con mis libros? Al final no sé si tengo dinero, pero sólo sé que el trabajo de cerca de cuarenta años está acumulado en libros; líquido no tengo, está en libros y ese es el problema. Me dice mi hermano que hago mal en meter a mi hija en esta aventura de los libros cuando los libros van en picada, pero lo único que va a heredar son libros. A nosotros nos tocó una época que de menos a más se iba superando la sociedad, a partir de Miguel de la Madrid comenzó la liquidación de los salarios, el fin del país; decía don Andrés Molina Enríquez: "Los indios y los mestizos perdemos en las elecciones lo que ganamos en las revoluciones"; cuando los políticos hablaron de democracia en realidad hablaron de robarse el ahorro público de nuestros abuelos y padres, de nosotros mismos. ¿oe dónde surgieron capitales como los de Carlos Slim?, surgieron del despojo a la nación; teniendo descendientes, nadie puede aceptarlo.

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Salvador Álvarez García ]iquilpan, Michoacán, 1949

TIANGUIS SABATINO EN LA PLAZA DEL ÁNGEL

Londres n.º 161, cólonia Juárez

DESDE QUE ESTABA EN LA SECUNDARIA LEÍA, ahí me nació

el gusto por leer sobre historia de México. Cuando llegué a la Ciudad de México para estudiar, lo que ahorraba lo gastaba en comprar libros, me fui superando, desde abajo hacia arriba. Estudié para Químico Bacteriólogo y Parasitólogo en el Instituto Politécnico Nacional, durante la carrera alternaba los libros de mi área con los de historia y literatura, y así inicié mi pequeña biblioteca. Conforme pasó el tiempo, el interés y el acervo de libros se fue incrementando a tal grado que se duplicaban, y entonces aquellos a los que les compraba les empecé a vender; como adquiría mis libros en la Lagunilla, les comenté a los libreros que yo quería vender parte de mi acervo porque ya tenía repetidos, más otros que había leído y no quería conservar, y me dijeron: "Oye, si quieres aquí te abro un espacio y aquí véndelos tú", eso fue como al final de 1985, después del temblor. Así comencé en la Lagunilla mi etapa de librero, me apasionaba encontrar buenas obras y primeras ediciones. Sin dejar mi trabajo de químico, los fines de semana me dedicaba a los libros; esto pasó de un hobby a un noble negocio. Este amor por los libros me llevó a seleccionar algunos para mi biblioteca y otros los vendía o intercambiaba con otros libreros de viejo, entre ellos estaban grandes hombres conocedores del oficio, como el señor Ubaldo, el señor Ortega, el señor Poletti y muchos más de quienes aprendimos varios compañeros. Tiempo después, un cliente asiduo, el señor Salvador Castillo, organizó un tianguis de libros, él me comentó: "Oye Salvador, qué te parece, ¿si tú estás relacionado con esto, por qué no juntamos a libreros?; tú conoces el perfil de cada uno de ellos

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y hacemos esa asociación, yo me encargo de los trámites y tú de la selección". Y dije: "Órale". De ahí se originó un grupo selecto que conformó la Asociación de Libreros Anticuarios de la Plaza del Ángel, iniciándose en 1987; estábamos Orso Arreola, Salvador Castillo, Miguel García, Rubén Valenzuela, Manuel Miranda, Arturo Ortega, Jorge Sanabria, Filiberto Urbina, el señor Vega y yo. Vino el abad de la Basílica a la inauguración del tianguis y Carlos Monsiváis concluyó el evento. Después se incorporaron Mayagoitia y el arquitecto Antuñano. Pronto la plaza empezó a depurarse de los libreros por política, por grilla; actualmente sólo quedamos Sanabria y yo. Hemos ayudado a formar bibliotecas a varias personas; durante más de tres décadas han pasado por la Plaza del Ángel personalidades tales como expresidentes, políticos, pintores, intelectuales, escritores: Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Pedro Ramírez Vázquez, Alfredo Harp Helú, Rafael Barajas, el Fisgón, Miguel de la Madrid, por mencionar algunos. Normalmente vendo los sábados en la Plaza del Ángel y para comprar tengo gente que se dedica a la venta de casas, me llaman y dicen: "En tal lado va haber una venta de libros", entonces voy ahí al domicilio y compro los libros; me invitan como especial, como librero. También compro a los mismos compañeros y a los clientes que dicen: "No pues tengo unos libros, quiero vendérselos"; compro ya sea de bibliotecas, y así los libros de donde quiera salen. Bueno, veo el panorama del comercio totalmente diferente, aquellos tiempos eran mejores en todo, había mercancía, buenos libros y buen precio. Ahorita ha decaído bastante y están muy bajas las ventas, también por la situación del país, de la economía, y las nuevas generaciones ya no compran, ya no conocen este tipo de libros. Está decayendo "algo", no se compara con lo anterior, donde se agarraban muy buenas bibliotecas a precios accesibles, ahora todo se ha acabado. También soy coleccionista y siempre he querido, en la biblioteca que tengo, los mejores libros como primeras ediciones. Tengo mi biblioteca privada y he de conservar como seis mil libros de historia de México, arte mexicano, arte prehispánico, arquitectura moderna y de todo un poco; de estos ejemplares sí no me desprendo, ya a futuro quién sabe, pero por el momento no.

Claro que sí he aportado a la cultura, bastante, para diferentes generaciones, seguro que lo he hecho. Me gusta mi contribución, por lo mismo que me apasiona ser librero, porque conoces a todo tipo de gente, de niveles socioeconómicos regulares, altos, bajos y de todo; además, es un negocio noble porque es mercancía que no se te echa a perder si la cuidas, y que no pasa de moda. Este oficio ha sido y seguirá siendo una labor generosa, de enseñanza y enriquecedora, ya que contribuimos a rescatar obras que se creían perdidas; proporcionamos a las viejas y nuevas generaciones acceso a la historia, arte, filosofía y literatura en libros que difícilmente encontrarán en otro lado. 85

Jorge Sanabria Colonia Tacuba, Ciudad de México, 1951

LIBRERÍA LA ESTAMPA-GRÁFICA LIBROS

Plaza del Ángel, Londres n. 0 161-1A, colonia Juárez

CUANDO ESTÁS ENTRE LA SECUNDARIA y la preparatoria te

inquieta la cuestión de tener amigos que lean; entonces tenía acceso a la poesía y me entusiasmaba. Aungue estudié Electrónica en el Instituto Politécnico Nacional, siempre llevaba mis libros de literatura, a pesar de que los ingenieros no toleran o no soportan mucho verte con libros que no son de ciencias o de matemáticas. Después estudiamos en la UNAM un poco de sociología, como no sé escribir o me cuesta mucho trabajo renuncié como al sexto semestre, y por fin me decidí a entrar a La Esmeralda, que es la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado, ahí sí terminamos. Creo que tardas en ocasiones en encontrar tu camino, y el de los libros lo encontré por Manuel Miranda, un maestro del Colegio de Ciencias y Humanidades, que ahora está como olvidado pero que inició esta nueva faceta de mirar los libros de manera diferente a como los había manejado una generación anterior, como la de Ubaldo López Barrientos, Guisa y Azevedo, Polo Duarte y los Medina del Volador. Manuel renuncia a ser maestro, empieza a poner un puesto de libros, nutrido de todos estos viejos libreros. Como amigo y compañero de él lo observé, y dije: "No pues maneja de todo, mucha folletería selecta", y como me inclinaba por el arte dije: "Voy a manejar los libros de esta temática y la estampa", porque tenía acceso a la gráfica a través de talleres de impresión, donde me influyó Francisco Moreno Capdevila. Entonces pude entender que los libros ilustrados son otra categoría dentro de los libros antiguos. Comencé por todos los mercados y creo que mi hallazgo fue descubrir no que me gustaban los libros, sino que me gustaba

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ser comerciante; porque esa es la diferencia, te pueden gustar los libros, pero si no eres comerciante o no lo confirmas no vas a poder llegar a eso. El comercio del libro es maravilloso, te da el contacto y tiene una facultad que te iguala, que sin esto del socialismo o el comunismo te permite acceder en el trato a personajes que se supone tienen una gran jerarquía sobre de ti. Eso es lo que me fascina de los libros, que te permiten estar cerca de intelectuales, de políticos, de artistas, de talleres. En la Lagunilla duré como veinte años, creo que llegué por el año 1980 y duré hasta como por el 2000, cerca de donde se ponía Manuel Miranda; le compraba a todos los libreros, el que más tenía estirpe era Ubaldo López Barrientos, del cual todos aprendíamos de alguna manera. Al principio empecé a comprarle a los Navarro, de la antigua librería, que supuestamente había quedado limpia después de que Guillermo Tovar y de Teresa llegó cuando murió este librero; pero no, fui constante ahí y encontré cosas maravillosas, era como nueva y.yo también, tenía" ese asombr(). Cuando llegaba a la Lagunilla, con libros, con documentos, con cartas de Maximiliano y Zapata~ ya estaban esperándome ahí las gentes para comprar, porque era una novedad cómo trataba de encontrar estas maravillas, que al final no le sacas gran provecho más que la experiencia. Creo que lo mejor que he hecho es elegir un tema que los demás no miran, lo empiezo a trabajar mucho antes, para tener cierto margen y poder comprar algunas cosas que se van a revalorar con el tiempo; empecé con la litografía, porque había mucha del XIX. Todos querían los libros de los siglos XVI, XVII y XVIII, pero era novedosa la litografía mexicana, y me parece memorable haber tenido el periódico La Orquesta completo, que le vendí a Mario Menéndez, periodista yucateco. En este caso, creo que tuve un grupo de gentes en torno a la Librería La Estampa-Gráfica, que ya tiene veinte años; ese grupo que se forma aquí, que de alguna manera es Ricardo Pérez Escamilla, Carlos Monsiváis, Rafael Barajas, el Fisgón, Ramón Reverté y Arturo Saucedo, viene y empieza a hacer eco de su afición. Creo que esto va a derivar finalmente en la propuesta del Museo del Estanquillo, que es mucho un producto de la inquietud de Monsiváis, nutrida por este grupo de amigos que vienen a la Plaza del Ángel.

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Hay perfiles de libreros en la Ciudad de México, no pertenezco al tipo de librero que gusta de tener grandes espacios llenos de libros, mi perfil es ser un conocedor del tema que manejo; en mi caso me ha ayudado que venga de La Esmeralda. Me emocionó tener contacto con Capdevila, quien me enseñó El coyote, y le dije: "¿Cómo es posible que los dibujos de usted sean tan parecidos a los de Fernández Ledesma?", y dijo: "Pues porque era el alumno y tenía que disciplinarme al maestro, a Fernández Ledesma". Éste finalmente ya no tiene la paciencia y le cede el trabajo de las ilustraciones para el libro La ilustre familia, le dice: "Se lo dejo a usted. Usted trátelos, usted hágalo". Capdevila me platicó cómo hizo El coyote, de ir al campo, hacer apuntes, platicar con el autor y regresarse a trabajar; ahí comprendí mucho lo que son los libros ilustrados. Ahora, a raíz de la muerte de Monsiváis, de que el mercado cambia, del internet y todo esto, uno tiene que reacomodar de nuevo las cosas. También se han agotado los clientes que venían de manera frecuente o que ya empiezan a tener todo. Me fijo en que tenemos que salir de un chauvinismo, de sólo

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lo mexicano, que es muy encomiable pero que está nutrido de la parte externa, y que la mayoría de los artistas y los editores están atentos a lo que ocurre fuera de nosotros. Sí hay una modernidad en México siempre latente y aportamos a esa propuesta o vanguardia lo nuestro, que eso también es una gran oportunidad para mí de quitarnos este traumatismo de la Conquista, de que somos de quinta, de tercera; sería mejor si quitáramos esas categorías. Creo que somos una gran potencia cultural que todo mundo reconoce. A mí no me toca decir si he aportado a la cultura. Al principio yo quería tener una librería muy grande como las de Gandhi o El Parnaso, pero como no me alcanzó vine a la Plaza del Ángel; en este espado que ec;. pequeño me b.e a.d:a\)t:ad.o 'J creo que no necesito uno mucho mayor. Es un lugar como un cruce de caminos, aquí vienen todos los que están inquietos por toda la cuestión de la gráfica; si no me compran, sí vienen y se informan. Un día, les dije a mis hijas: "Ustedes tienen que entender que este lugar es un clásico, que lo v~n a conocer en Londres, en Nueva York, en París, en Madrid, y que va a ser una referenda". Creo es lo que se ha logrado, que es como un punto de partida para incursionar en todo lo que es la Ciudad de México, en este mundo de libros que es mucho más vasto de lo que creemos. Creo que hay gran cantidad de gente dedicada a veneft:r };_ bros antiguos, viejos, y que ahora hay más libro viejo que antiguo; se esfuerzan por entender un mercado que es muy noble, porque a la mayoría que se dedica a esto le va bien; quizás no haga fortuna. Hay muchas personas dedicadas al libro que lo tocan pero no profundizan en él, se quedan en el costo, en que pueden ganar o doblar o triplicar el precio; lo importante es cuando encuentras unos libros y dices: "Este va a ser para determinada gente", cuando viene le das el libro y le dices que es el ejemplar que debe de comprar; se va muy satisfecha y muy contenta. Entonces esa es mi labor, más allá de si ha sido exitosa económicamente, pero es una manera de vivir y no la voy a cambiar, son treinta y tantos años de estar en esto. Hay esta idea de que el Internet sustituye a los libros, que los muchachos están por las frases nada más; leer en la pantalla a mí me cuesta mucho trabajo, habría que preguntarle mejor a esta generación de jóvenes que ahorita tienen acceso al dinero,

con edad dentro de los 20 y 40 años, que son los que consumen, ellos cómo ven, si compran o no libros, si les provoca o les emociona una lectura. Creo que lo noble del libro es que te hace gozar de muchas maneras, con la imaginación de los escritores, y no sé si los jóvenes ya lo descubrieron, no podría hablar por ellos. Veo el futuro del libro difícil, se ha vuelto complicado vender libros; aunque la gente los mira con cierta admiración, los mira así, como a una cierta distancia, y antes no; hace veinticinco años querías comprar, comprar y comparar y tener una biblioteca pequeña o grande. Otra de las cosas que quiero decir, finalmente, es que ese estilo de comprar por montones de libros me enoja y los desmerece. La idea de que las gentes compren libros no debería ser esa, sería mejor que adquirieran sólo los que necesitan; no hace falta comprar mil o dos mil para decir: "Ay mira, compré tres mil a doscientos pesos, me los regalaron", eso no habla de dignidad o de nobleza en los libros; creo que están más allá de una expresión de ese tipo.

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Gerardo Zapata Aguilar Monterrey, Nuevo León, 1952

LIBRERO EN MEDIOS ELECTRÓNICOS

CUANDO TENÍA COMO SEIS AÑOS falleció mi abuelita, que era de Durango, y entre sus pertenencias, que mandaron a Monterrey, llegó un veliz retacado de libros religiosos; mis hermanos ni le hicieron caso y yo me quedé con él. Casi acababa de entrar a la primaria y ahí empecé a leer, bueno, no tanto a leerlos, aunque sí a ver las ilustraciones; entonces inicié mi primera colección. Eran religiosos y ni sabía de qué eran, no tenía noción de qué era la religión; aun así me gustaban y entretenían mucho los grabados, inclusive venía una Biblia de esas pequeñas de Torres Amat, del siglo XIX, pero no leía el texto. De ahí crecí y junté más libros, empecé a leer a Hermann Hesse ya cuando estaba en la secundaria por iniciativa propia, porque no tuve formación así como discípulo de alguien que me enseñara literatura, nada de eso. Vine a la Ciudad de México de paseo y conocí a mi esposa -que ya falleció-, entonces iba para Monterrey y regresaba. Empecé a coleccionar libros aquí poco a poco. Un día, leyendo a fray Bernardino de Sahagún, Las cosas de la Nueva España, edición de Porrúa, como me gustaron mucho las anotaciones de Ángel María Garibay para la edición, se me ocurrió buscarlo. Él vivía en la colonia Industrial, pero cuando llegué ya tenía poco de haber fallecido, unos dos, tres meses; me atendió su hermana y aún tenía ahí libros y le dije: "Pues lo quería conocer y charlar con él"; entonces no era librero, era un lector. Estuve platicando con ella y me dijo: "Oiga, llévese varios libros que quedaron aquí, porque el resto de esos libros de la biblioteca se los llevó la UNAM"; ella se quejaba porque en la Universidad los tenían rezagados, toda la biblioteca sin

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clasificar, y como dejaron ahí apilados muchos libros, me los obsequió y me los traje; venía, por ejemplo, Al filo del agua de Agustín Yáñez dedicado a María Garibay, algunos con autógrafos y otros más normales. Recuerdo que con todos esos libros, precisamente aquí, empecé a formar mi biblioteca, en todos los cuartos. Poco después ya no cabía tanto libro, y dije: "No pues voy a tener que vender unos", y se me ocurrió ir a la Lagunilla, donde conocí a libreros como Ubaldo López Barrientos, hace casi treinta y siete años; como me gustaba mucho la historia de México empecé a vender en la Lagunilla lo de literatura y la biblioteca de Ángel María Garibay, pero no todo, nada más lo que tenía repetido. Me puse en el suelo, al lado del mercado, y los mismos libreros me empezaron a comprar porque no sabía mucho del negocio. Al principio agarraba los libros de Porrúa y con ellos poco a poco armé mi biblioteca; después empecé a discernir cuáles libros eran los que valían la pena y cuáles no, las reediciones definitivamente no, entonces dije: "Voy por las primera ediciones"; así fue como empecé a hacerme de una

mejor biblioteca. Pero claro que sí vendía libros para comprar otros y los iba intercambiando. La primera biblioteca que vendí fue cuando mi hija no alcanzó a salir de la secundaria, y le dije: "No pues te vas a una particular", pero ahí ya exigían la cuota y tuve que ceder mi biblioteca de historia de México, sólo puro libro seleccionado y algunas cosas del siglo XIX; se la vendí al Archivo General del Estado de Nuevo León, en total le vendí dos bibliotecas, con la segunda compré este departamentito en Tlatelolco. Posteriormente dejé de comprar libros porque me quedé sin biblioteca, sin nada. Me gustaba mucho la bibliografía mexicana del siglo XVI, me encantaba, y cómo batallé para conseguir el libro Nueva bibliografía mexicana del siglo XVI de Enrique Wagner, que lo sacó la Editorial Polis. Recuerdo a su editor, don Jesús Guisa y Azevedo, que tenía mal genio y siempre tenía dicha bibliografía en la vitrina de su librería La Taberna Libraria, en el Pasaje de Iturbide; ahí lo conocí y me contaba que en su local se reunían Salvador Novo y Artemio de Valle-Arizpe con él; siempre quise ese libro, pero lo tenía súper carísimo para esa época y nunca lo pude conseguir. Poco tiempo después falleció don Jesús Guisa y Azevedo, y uno de sus hijos me ofreció la librería como rentada, le dije: "Yo te vendo tus libros pero llevo los míos, también los vendo, de ahí pago la renta y te doy la comisión de tus libros"; así le hice, me llevé todos mis libros, lo poquito que tenía; posteriormente la dejé, porque empezaron a haber problemas con la renta y con todo el edificio, empezaron a pedir los locales, no había baños. Pues ahí me encontré todavía la Nueva bibliografía mexicana del siglo XVI, todo lo que quería estaba ahí y hasta en ejemplares repetidos. Por 1982 se fundó la Plaza del Ángel y empecé a vender ahí, también en los callejones y afuera del Palacio de Minería. Vendía al mismo tiempo en el Pasaje Iturbide, en la Lagunilla, en la Plaza del Ángel y en Minería, y todo empezó a cambiar. Pero sí junté toda mi biblioteca; después tuve otra en la colonia Guerrero, donde nació Cantinflas, y la vendí; he formado y vendido tres bibliotecas, todo de historia de México, historia regional de Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León, Texas; eran bibliotecas especializadas. Fui alternando el oficio porque empecé a trabajar en el Archivo General de la Nación, como investigador, allá por 1997. Después trabajé en Nuevo México para un

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museo del hotel Camino Real, pero como asesor de la historia de esa región, de las expediciones del siglo XVI. Regreso a México, empiezo a escribir y finalmente publiqué el libro Bibliotecas antiguas de Nuevo León; lo ofrecí a la Universidad Autónoma de Nuevo León y me compraron el trabajo, pero además me contrataron como investigador en un área que se llama algo así como Centro de Investigaciones Históricas Regionales de Nuevo León y Coahuila, donde estuve trabajando varios años; sí alternaba comprando y vendiendo libros. Posteriormente comencé a buscar trabajo en los municipios como cronista, por ejemplo, esperaba a que un municipio cumpliera años, centenario, segundo centenario de haber sido fundado y todo eso, les presentaba un proyecto y les decía: "Mira, yo te puedo ofrecer este trabajo de tantas páginas, con estas ilustraciones, con estos textos", mandaba imprimir un prototipo, se los ofrecía y sí les gustaba. Era como una forma de vivir. Sí logré editar varios libros para diversos municipios de Nuevo León; el último que publiqué fue un problema'de tierras en.el estado, un problema entre dos municipios, un conflicto territorial. Pero los habitantes no querfan meterse en pleitos porque había que ir al Congreso y meter escrituras, y aunque elaboré toda la investigación referente a que a un municipio le correspondían tres mil quinientas hectáreas como territorio, no quisieron hacer nada, ni publicarme el libro, y lo saqué por mi cuenta. Sin embargo, tuvo muy mala suerte, muy poca gente lo compró a pesar de que les decía: "Usted puede reclamar tierras, tres mil quinientas hectáreas y les llevo decretos, mapas, las concesiones de tierras, copia de las escrituras"; aun así no quisieron, hasta la fecha, cayó en el olvido. Lo que sucede en el panorama actual es que hay otros mercados como el Internet y las subastas, con quienes ya no puedes competir debido a que ellos van marcando, tasando un libro o una obra, entonces no puedes elevar más tus precios porque te van a decir: "No pues acá me sale más barato"; así es difícil el mercado, porque aparecen tres, cuatro ejemplares al mismo tiempo; antes no había ese tipo de comunicación como hoy con el Internet. El mercado se va transformando poco a poco y la clientela también. Me adapto y sigo vendiendo, pero ahora por Internet, por la edad avanzada ya no tienes la misma fuerza, las personas que

me ayudaban ya no trabajan conmigo, y pues sí vendo unos libros; hay personas que me piden así uno especial del siglo XIX, sí lo consigo y lo vendo. Tengo clientes y modo de conseguir lo que buscan, pero ya sólo trabajo sobre pedido. Ahorita estoy trabajando lo que son biblias antiguas, he alcanzado unas de los siglos XVII y XVIII, otras las tengo en préstamo; en el futuro posiblemente las venda o las mande a una casa de subastas, pero no en México mejor en Europa, donde más se cotiza este tipo de libros, porque aquí no hay mucha demanda. Además, tengo una bodega en la colonia Guerrero, donde conservo todo lo de Pedro Robredo, ediciones mexicanas del siglo XX de historia y bibliografía de México; son como unos tres mil libros, pero es todo selecto. Actualmente ya nada más voy a las ferias a comprar libros, ya que afortunadamente mis compañeros por amistad me guardan algunos o me hablan por teléfono, "tengo tal libro" y pues "sí te lo compro", casi nos les regateo; o sea, todos estos libros me los han pasado libreros.

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Martín Morales Salas Colonia Moctezuma, Ciudad de México, 1954

EN FERIAS DEL LIBRO

MI ABUELO FUE el librero José Guadalupe Trinidad Morales,

nacido en 1899, a quien le decían Moralitos o Don Lupe; tuvo su librería Los Ceros en la calle del Carmen número 22; el nombre de la tienda lo tomó del libro Los Ceros, escrito por Vicente Riva Palacio, pero todo mundo se preguntaba: "Bueno, ¿por qué Los Ceros?" y nadie sabía la historia, ni nada de nada. Mi padre siguió con la línea del abuelo de vender libros, pero también aprendió encuadernación; entonces combinaba la encuadernación con la venta de libro. No se me olvida, lo tengo aquí en la mente el primer libro que tuve en las manos; mi abuelo en la librería tenía la Divina Comedia de Dante ilustrada por Gustave Doré, la edición grande de la editorial española Montaner y Simón, tenía no sé cuatro o cinco años y me gustaba hojearla, me acuerdo bien de las láminas porque decía: "Así me voy a ir al infierno"; no sabía leer, pero me llamó la atención las láminas; te imaginabas un mundo de cosas, ese libro como que me abrió las puertas. Después, cuando tenía como unos 14 años, mi abuelo me dijo: "A ver, a ver si es cierto que sabes, ten, vete a esta dirección y compra los libros que venden ahí"; fue mi primera compra, allá en la colonia Roma. Cuando llegué estaban unos viejitos como de 70 años y les dije: "No pues que vengo a comprar unos libros", me contestaron: "ffú?", y digo: "Sí, me mandó mi abuelo, de parte del señor que arregla pianos", me dijeron: "Bueno, a ver, pásale niño"; y mi primera gran sorpresa fue que estaban todas las colecciones de la editorial de Saturnino Calleja, ltodasl, desde las chiquitas, las medianas, hasta las grandes; pregunté cuánto querían: "No pues a ver cuánto nos

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puedes dar tú", les ofrecí cien pesos y me dijeron: "No, ¿cómo crees?", total les di ciento cincuenta pesos; me traje todas las colecciones y llegué con mi abuelo: "A ver abuelo, ahí está lo que compré". "¿Cuánto diste?". "Ciento cincuenta". "Ah, estuvo bien". Agarra y me dice mi abuelo: "Ten", eran cincuenta pesos para mí; a quién se los vendió quién sabe, no sé qué hizo con esos libros, al tianguis nunca fueron. A la Lagunilla me llevaba, desde que tenía un año, mi mamá en brazos; como hasta los cuatro años me soltó y entonces iba con rrii abuelo; él se encargaba de llevarme a mí y a Cuitláhuac, mi hermano; como a los 17 años fue cuando me dijo mi abuelo: "Voy a darte un metro y medio del puesto, aquí en la Lagunilla, para que empieces"; así inicié en ese metro y medio hasta que se murió mi abuelo y me quedé con los cinco lugares que eran suyos. Tiempo después tuve la librería La Historia, en la calle de Luis González Obregón. Después que hicieron el Eje Vial 1 Norte, en la·calle de Rayón, continué por dos años y adiós Lagunilla, porque ya no· se vendía, se cayó totalmente; en otro tiempo vivía sólo de la venta en el tianguis, no vendía éasi nada en la sematla, aunque tenía la librería de mi papá, mi abuelo o la mía; las librerías las abría para comprar o recibir, la venta era el domingo, pues un día en la Lagunilla era fabuloso porque sacabas para toda la semana, sacabas para todo: para mantener a la familia, para la renta, para el cuete también, para todo había y salía; andabas feliz, para mí era fabuloso . Actualmente ando en las ferias del libro por toda la república, es que ya no me dio para poner una librería; cuando tenía la librería La Hi.storia ya andaba en ferias, me iba, dejaba al empleado, llegaba y no vendía nada, nada más sacaba para su sueldo y para comer; luego y yo qué nada, no pues no. Más o menos voy como a diez ferias al año, seguro voy Morelia y Uruapan, a esta última ya tengo más de veinticinco años de ir; a la de Guanajuato fui muchos años, pero cuando la cambiaron de la Plaza de San Femando dejé de ir; fa primera feria que se hizo en Guanajuato la organizó mi abuelo y el licenciado Villaseñor en 1960, tenía seis años, me llevó mi abuelo y la hicieron en el Jardín de la Unión. Me acuerdo que era bastante buena y mi abuelo andaba bien