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Spanish Pages [377] Year 2014
COLECCIÓN LINGÜÍSTICA NUEVA SERIE Nº 10
Comité editorial Director: Manuel Casado Velarde, Universidad de Navarra Vocales: Rosalía Baena Molina, Universidad de Navarra Antonio Briz, Universidad de Valencia Patrick Duffley, Universidad Laval (Quebec) Rolf Eberenz, Universidad de Lausana (Suiza) Mª Teresa Echenique Elizondo, Universidad de Valencia José Manuel González Calvo, Universidad de Extremadura Santiago González Fernández‐Corugedo, Universidad de Oviedo Mª Victoria Escandell Vidal, UNED (Madrid) Salvador Gutiérrez Ordóñez, Universidad de León y Real Academia Española Óscar Loreda Lamas, Universidad de Heidelberg (Alemania) Francisco A. Marcos‐Marín, Universidad de Texas (San Antonio, EE. UU.) Mª Antonia Martín Zorraquino, Universidad de Zaragoza Luis Santos Río, Universidad de Salamanca Carmen Saralegui, Universidad de Navarra Secretario: Ramón González Ruiz, Universidad de Navarra
La edición de este volumen ha sido posible gracias a la ayuda del proyecto de investigación “El discurso público”, desarrollado por GRADUN en el seno del Insti‐ tuto Cultura y Sociedad (ICS, Universidad de Navarra)
LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA Y CATEGORIZACIÓN DE ENTIDADES DEL DISCURSO
ANNA LÓPEZ SAMANIEGO
EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A. PAMPLONA
COLECCIÓN LINGÜÍSTICA NUEVA SERIE N.º 9
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados pueden ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).
Primera edición: Mayo 2014 © 2014. Anne López Samaniego © Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA) © Plaza de los Sauces, 1 y 2. 31010 Barañáin (Navarra) - España © Teléfono: +34 948 25 68 50 - Fax: +34 948 25 68 54 © e-mail: [email protected] ISBN: 978-84-313-2992-1 Depósito Legal: NA 640-2014
Imprime: GRAFILIA, S.L. Boadilla del Monte (Madrid) Printed in Spain - Impreso en España
A mis padres, a Carla y a Lluís, mis puntos de referencia.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ...............................................................................
15
CAPÍTULO I: LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: HACIA UNA DEFINI‐ CIÓN INTEGRAL DEL FENÓMENO ..............................
25
1. Acercamientos teórico‐metodológicos ...........................
27
2. La heterogeneidad denominativa ...................................
33
3. Nombres que pueden funcionar como etiquetas dis‐ cursivas ...............................................................................
37
3.1. Caracterización semántico‐pragmática ..................
39
3.1.1. La capacidad denotativa: tipos de entida‐ des ....................................................................
39
3.1.2. El significado constante inespecífico ..........
43
3.1.3. Nombres abstractos contables .....................
50
3.2. Caracterización morfosintáctica .............................
53
3.2.1. Nominalizaciones ..........................................
55
3.2.2. Nombres con estructura argumental inhe‐ rente .................................................................
61
3.2.3. Nombres generales que se especifican por cláusula ...........................................................
63
3.2.4. Los nombres eventivos .................................
64
3.3. La relación entre forma y significado: las EEDD como categoría prototípica ......................................
65
4. Caracterización cognitiva .................................................
70
4.1. Delimitación conceptual ..........................................
71
4.2. Conversión de un bloque informativo en una en‐ tidad discursiva: reificación ....................................
72
4.3. Integración conceptual .............................................
75
4.4. Categorización o caracterización del contenido encapsulado ...............................................................
76
5. Una definición integral e integradora de las etiquetas discursivas ..........................................................................
78
CAPÍTULO II: EL ETIQUETAJE DISCURSIVO EN EL PANORAMA DE LAS RELACIONES DE COHESIÓN .............................
81
1. La cohesión como propiedad textual y como efecto emergente ...........................................................................
82
2. La cohesión textual: tipos y clasificaciones ....................
87
2.1. Conexión y continuidad referencial .......................
90
2.2. Cohesión léxica: reiteración y asociación ..............
92
3. La cohesión léxica reiterativa: tipos, estructura y pro‐ blemas de delimitación .....................................................
96
3.1. Repeticiones reiterativas, asociativas y casuales ..
100
3.2. Relaciones lingüísticas y relaciones discursivas ...
103
3.3. Reiteración léxica y sintagmas nominales anafó‐ ricos .............................................................................
108
3.4. Los nombres generales .............................................
110
4. El etiquetaje discursivo frente a los mecanismos de continuidad referencial ....................................................
113
4.1. Etiquetas discursivas y mecanismos gramaticales de continuidad referencial .......................................
114
4.2. Etiquetas discursivas e hiperónimos ......................
117
4.3. Etiquetas discursivas, nominalización repetitiva y nominalización sinonímica ..................................
128
5. El etiquetaje discursivo en la clasificación de los meca‐ nismos de continuidad referencial ..................................
131
CAPÍTULO III: EL
ETIQUETAJE DISCURSIVO COMO RELACIÓN ANAFÓRICA ............................................................
135
1. Relaciones anafóricas: definición y concepciones del fenómeno ............................................................................
137
1.1. Enfoques textuales ....................................................
139
1.2. Enfoques psicológico‐cognitivos: la teoría de mo‐ delos mentales ...........................................................
143
1.3. Enfoques discursivo‐cognitivos ..............................
148
1.3.1. Referente, antecedente y activador del an‐ tecedente: la propuesta de Cornish .............
149
1.3.2. Los indicadores textuales de accesibilidad
154
1.3.3. La referencia y el concepto de anclaje ...........
160
2. El valor anafórico del etiquetaje discursivo ...................
163
2.1. Nombres con valor fórico: la dependencia con‐ ceptual del contexto ..................................................
164
2.2. El antecedente: valor referencial del segmento en‐ capsulado ...................................................................
169
2.2.1. Unidades sintáctico‐discursivas encapsu‐ ladas ................................................................
171
2.2.2. Anclaje, referencia y unidades encapsula‐ das ....................................................................
178
El etiquetaje discursivo: entre la anáfora directa y la indirecta ...........................................................
183
3. La anáfora encapsuladora: de la continuidad a la cons‐ trucción del referente ........................................................
185
CAPÍTULO IV: PATRONES DE USO DE LAS ETIQUETAS DISCUR‐ SIVAS .......................................................................
189
1. Patrones léxico‐gramaticales ...........................................
190
1.1. Los patrones identificados por Schmid (2000) .......
193
1.1.1. : el hecho es que… ..............................
197
2.3.
1.1.2. : la idea de que… ......................................
202
1.1.3. : este mecanismo perverso ...................
208
1.1.4. : (esta) es una razón ............................................
210
1.2. Otros patrones ...........................................................
214
1.2.1. El patrón catafórico entre cláusulas ............
215
1.2.2. Los patrones apositivos ................................
217
1.3. Los patrones léxico‐gramaticales de uso de las EEDD: recapitulación y limitaciones ......................
222
2. Patrones discursivos .........................................................
226
2.1. La representación de los patrones discursi‐ vos ...............................................................................
227
2.2. Las EEDD y la estructura informativa ...................
231
2.2.1. La articulación tema‐rema: el patrón pre‐ sentativo y los patrones discursivos ana‐ fóricos ..............................................................
233
2.2.2. Patrones anafóricos de tema marcado: te‐ matización y marco interpretativo ..............
240
2.2.3. Las relaciones tópico‐comentario y el pa‐ trón catafórico enumerativo .........................
245
3. Etiquetas discursivas en estructuras conectivas ...........
251
4. Los patrones de uso de las etiquetas discursivas ..........
259
CAPÍTULO V: FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO .............
267
1. Funciones informativas .....................................................
270
1.1. El cambio de tópico ..................................................
273
1.1.1. La presentación de tópico .............................
274
1.1.2. La reintroducción de tópico .........................
276
1.1.3. La transición entre tópicos ...........................
279
1.1.4. El cierre de tópico ..........................................
283
1.2. La continuidad de tópico .........................................
286
2. Funciones metadiscursivas ..............................................
290
2.1. Metadiscurso y etiquetaje discursivo .....................
291
2.2. Funciones interactivas o metatextuales .................
296
2.2.1. La señalización de la estructura retórica ....
297
2.2.2. La conexión entre miembros del discurso ..
300
2.3. Funciones interaccionales o persuasivas ...............
312
2.3.1. Evaluación axiológica (valoración) .............
315
2.3.2. Evaluación epistémica (estatus) ...................
321
2.3.3. Evaluación de la informatividad (relevan‐ cia) ...................................................................
330
3. Consideraciones finales ....................................................
337
CONCLUSIONES ...............................................................................
339
BIBLIOGRAFÍA ..................................................................................
351
INTRODUCCIÓN Without the capacity for abstraction, every experience would be unique and unrelated to every other. A structured view of the world could not emerge. (Langacker 2008, 525)
Una de las habilidades cognitivas básicas que rigen nuestra comprensión del mundo consiste en clasificar las entidades en conjuntos, operación que se basa en el establecimiento de relacio‐ nes de semejanza y diferencia. Para organizar nuestra experiencia, creamos y manejamos categorías abstractas que permiten agrupar distintas entidades, así como preservarlas en la memoria y refle‐ xionar sobre ellas. Estas categorías tienen un correlato lingüístico: los nombres que seleccionamos para denominarlas. De acuerdo con la teoría de la categorización cognitiva, los hablantes seleccio‐ nan entidades del mundo (identificándolas como unidad y diferen‐ ciándolas del resto de elementos que las rodean), las categorizan en función de su conocimiento de otras entidades del mundo y les dan un nombre que se corresponde con la categoría elegida, esto es, las etiquetan. Si bien todos los nombres comunes pueden ser considerados etiquetas por cuanto permiten clasificar entidades y referirse a
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
ellas, las etiquetas discursivas sobre las que trata este libro consti‐ tuyen un caso especial, ya que son resultado de un proceso de etiquetaje más específico que el que acaba de describirse. Se trata de nombres –o, más precisamente, sintagmas nominales– que se emplean para referirse de nuevo a entidades evocadas en el dis‐ curso, esto es, para seleccionarlas como unidad, categorizarlas y darles nombre. A continuación, se ofrece un ejemplo de este meca‐ nismo discursivo, extraído de una sentencia judicial: (1) La primera y la última de las alegaciones de la recurrente –y la última del Ministerio Fiscal– niegan que implique des‐ valor para la demandante la publicación de que, no sólo no pagó los honorarios por la supuesta intervención quirúrgica, sino que incluso huyó de la clínica con los puntos puestos para evitar aquel pago. Dicha valoración no se comparte por este Tribunal. (Audien‐ cia Provincial de Barcelona, Sentencia núm. AC\1999\6197 de 9 de junio de 1999, Fundamento segundo) En la expresión destacada en cursiva en el ejemplo, la pre‐ sencia del determinante anafórico dicha invita al lector a reactivar parte del contenido del discurso previo, mientras que el nombre común categoriza dicho contenido como una valoración. La juez ponente de la sentencia citada ha seleccionado este nombre para categorizar una entidad discursiva: el contenido del párrafo pre‐ vio. Este sustantivo de significado abstracto se emplea con el fin de etiquetar o dar nombre a la información compleja presentada en un fragmento del discurso. El procedimiento discursivo ejemplificado en (1) resulta de un proceso paralelo al que siguen los procesos de categorización cog‐ nitiva que fundamentan nuestra forma de comprender y nombrar las entidades del mundo: el emisor selecciona e identifica como unidad el contenido de un segmento discursivo y lo categoriza de acuerdo con su conocimiento del mundo (y también, como se verá a lo largo de este estudio, con su propósito discursivo); por último, al darle nombre, ese contenido se singulariza como entidad del dis‐ curso. De este modo, este mecanismo nominal permite convertir
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segmentos o bloques de información presentados en el discurso, que expresan una o una serie de relaciones entre entidades indivi‐ duales, en entidades discursivas unitarias más fáciles de manejar. Al realizar esta condensación informativa, estas etiquetas discursivas facilitan, además, la retención de la información en la memoria del lector, ya que le permiten integrar el contenido del discurso que está procesando en su propia experiencia y conocimiento del mun‐ do. El fenómeno que aquí denominamos etiquetas discursivas ha recibido la atención de algunos especialistas, que se han ocupado de caracterizarlo en diversos estudios, publicados durante las últi‐ mas tres décadas. Estos trabajos de investigación han permitido es‐ tablecer algunos de los principales rasgos definitorios del fenóme‐ no, así como advertir la tendencia de los nombres que funcionan como etiquetas discursivas a aparecer en determinados contextos discursivos. Sin embargo, la mayoría de estos análisis se han lle‐ vado a cabo de forma independiente, desde disciplinas tan diver‐ sas como la lingüística textual, la lingüística cognitivo‐funcional, la lingüística contrastiva o el análisis del discurso. Ello explica que no exista consenso entre ellos en diversos aspectos, como por ejemplo, en cuanto a la denominación y la delimitación del fenómeno. Asimismo, la mayoría de las descripciones se basan en el fun‐ cionamiento de estas etiquetas discursivas en ejemplos de uso que se han considerado prototípicos, como el de (1), o bien en algunos contextos o patrones discursivos de uso muy concretos y definidos. Estos patrones permiten acotar la búsqueda de ejemplos y localizar de forma automática numerosas ocurrencias del fenómeno en grandes corpus; sin embargo, limitan las posibilidades de exami‐ nar este mecanismo en toda su complejidad, atendiendo a sus distintas manifestaciones discursivas. Como consecuencia, existen múltiples interrogantes a los que la bibliografía todavía no ha lo‐ grado dar una explicación satisfactoria o unitaria; por ejemplo, si puede considerarse anafórica la relación textual que establecen las etiquetas discursivas, qué tipo de segmentos discursivos pueden condensar, si deben aparecer necesariamente en el marco de un sintagma nominal definido o si pueden considerarse como parte de
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
las relaciones cohesivas de hiperonimia o, de lo contrario, deben diferenciarse de estas. Por lo que respecta a la bibliografía sobre el fenómeno en español, consta, por el momento, de una serie muy reducida de ar‐ tículos de investigación, la mayoría de los cuales se centran en contrastar el uso de este mecanismo en español con su empleo en otras lenguas, en géneros discursivos determinados. Sin embargo, se echa en falta un estudio de conjunto que integre las principales aportaciones realizadas desde el ámbito internacional y examine su validez para el español, a partir de la gramática descriptiva de esta lengua. El objetivo principal de las páginas que siguen es componer una definición y caracterización funcional de las etiquetas discur‐ sivas, que integre las principales aportaciones realizadas por la bi‐ bliografía previa y ahonde en el análisis de aspectos como los men‐ cionados hasta aquí, que todavía no han recibido un tratamiento unitario y que requieren ser analizados en mayor profundidad. La idea que preside este estudio es que una caracterización integral de este tipo, que permita delimitar claramente el fenómeno y deslin‐ darlo de otros mecanismos discursivos relacionados, es necesaria como estadio previo para poder abordar análisis más pormenori‐ zados sobre el funcionamiento de este mecanismo en distintos gé‐ neros y tipos de discurso en español. El libro se abre, pues, con una visión de conjunto de los tra‐ bajos que han abordado el análisis de este fenómeno, en la que se reflexiona críticamente sobre los principales puntos de coinci‐ dencia y discrepancia entre los distintos autores y se proponen explicaciones para aquellos aspectos de su descripción que han re‐ cibido menor atención. De este modo, se alcanza una definición integral e integradora del fenómeno, que funciona como punto de partida del estudio. A continuación, los capítulos 2 y 3 analizan el grado en que esta definición se ajusta a la investigación existente sobre meca‐ nismos de cohesión y sobre procedimientos anafóricos, los dos ám‐ bitos de estudio en los que suele enmarcarse la descripción de las etiquetas discursivas. En tanto que marcas léxico‐gramaticales que
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guían la comprensión del texto, las etiquetas discursivas suelen analizarse en la bibliografía como parte de la nómina de meca‐ nismos de cohesión léxica descritos por Halliday y Hasan (1976) en su estudio pionero sobre los procedimientos de cohesión en inglés. Más concretamente, las etiquetas discursivas suelen concebirse co‐ mo una evolución o redefinición de la controvertida categoría de los nombres generales propuesta por estos autores. Por este motivo, el segundo capítulo está dedicado a determinar el lugar que corres‐ ponde a las etiquetas discursivas en las clasificaciones al uso de mecanismos de cohesión léxica. Tras presentar la clasificación fun‐ dacional elaborada para el inglés, así como algunas de sus revi‐ siones posteriores y de sus adaptaciones al español, se propone ampliarla para incorporar una nueva variable descriptiva que per‐ mite diferenciar el funcionamiento de las etiquetas discursivas del que caracteriza al resto de las relaciones léxicas (repetición, sinoni‐ mia e hiperonimia). El capítulo tercero examina el tipo de relación anafórica que establecen las etiquetas discursivas con el segmento de discurso cuyo contenido recuperan. La definición de este mecanismo pre‐ senta diversos rasgos que ponen a prueba la validez de las descrip‐ ciones y clasificaciones existentes del fenómeno anafórico, que se han elaborado, fundamentalmente, a partir del análisis de los me‐ canismos anafóricos prototípicos, de tipo gramatical (pronombres) y con antecedente nominal correferencial. A partir de un enfoque cognitivo‐discursivo inspirado en el modelo de Cornish (1986, 1999) y en la gramática cognitiva de Langacker (2008), y teniendo en cuenta también el análisis de ejemplos procedentes de un cor‐ pus escrito, este capítulo caracteriza los diversos tipos de unidades discursivas que funcionan como antecedente textual de las etique‐ tas discursivas. El objetivo último del capítulo es concretar qué tipo de relación anafórica se establece entre estas unidades y la etiqueta discursiva que recupera su contenido. Finalmente, los capítulos 4 y 5 abordan la descripción del fun‐ cionamiento discursivo de las etiquetas discursivas, a partir del análisis esencialmente cualitativo de un corpus escrito. En el capí‐ tulo cuarto se identifican y describen los principales patrones de
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
uso de las etiquetas discursivas, tanto de alcance oracional como discursivo. Si bien los primeros han sido atendidos por la biblio‐ grafía existente, aunque únicamente descritos para la lengua ingle‐ sa, los segundos no han sido sistematizados hasta el momento, debido a las dificultades que plantea la representación esquemática de patrones que trascienden los límites de la sintaxis oracional. El quinto y último capítulo tiene como objetivo proponer una clasificación sistemática y fundamentada de las principales funcio‐ nes que pueden desempeñar las etiquetas discursivas en el dis‐ curso. Partiendo de las aportaciones al respecto realizadas por la bibliografía disponible y del análisis del corpus, se propone una clasificación de estas funciones que tiene en cuenta los aspectos discursivos, semánticos y cognitivos que posibilitan a las etiquetas discursivas realizar tales funciones. En cuanto a la metodología de análisis, la naturaleza léxica y funcional del objeto de estudio, las etiquetas discursivas, plantea una doble opción para la localización de ejemplos en corpus: o bien se realiza una búsqueda automática acotada a un grupo de nom‐ bres concretos o a un contexto de aparición habitual y se revisan manualmente las ocurrencias obtenidas para descartar los casos que no funcionan como etiquetas discursivas (combinando una primera búsqueda automática con el filtrado manual de los ejem‐ plos); o bien se opta directamente por una búsqueda manual, que permita observar el mayor número de entornos de aparición posibles. Si bien la mayor parte de los estudios existentes sobre el tema han seleccionado la primera de las opciones mencionadas, que permite manejar corpus más representativos, este estudio abo‐ ga por la necesidad de abordar la investigación desde un análisis cualitativo manual, es decir, defiende las ventajas de un análisis del tipo corpus‐informed (Lee 2008, 89). La motivación principal de esta elección reside, precisamente, en la voluntad de alcanzar una definición integradora y suficientemente distintiva de las etiquetas discursivas, que advierta y se plantee aspectos que no han sido descritos hasta el momento por la bibliografía existente. El único modo de identificar estos aspectos que han quedado relegados en las descripciones existentes es partir de un análisis menos condi‐
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cionado por las herramientas tecnológicas disponibles. En este sen‐ tido, el posicionamiento teórico que preside este estudio suscribe plenamente las célebres palabras de John Sinclair sobre la necesi‐ dad de confiar en los hallazgos inesperados que el texto puede ofrecer: I am advocating that we should trust the text. We should be open to what it may tell us. We should not impose our ideas on it, except perhaps just to get started. We should only apply loose and flexible frameworks until we see what the preliminary results are in order to accommodate the new information that will come from the text. We should expect that we will encounter unusual phenomena; we should accept that a large part of our linguistic behaviour is subliminal, and therefore we may find a lot of surprises. (1994, 25) Siguiendo este posicionamiento teórico, la caracterización de las etiquetas discursivas que se brinda en este estudio parte, de un lado, de la revisión crítica de las principales aportaciones de la bi‐ bliografía nacional e internacional sobre el tema y, de otro, del aná‐ lisis cualitativo manual de un corpus. Esta elección obliga, a su vez, a acotar la búsqueda a un corpus reducido. Para compensar, en parte, esta limitación de tamaño, se ha compilado un conjunto de textos lo más homogéneo posible: los 120 editoriales de prensa publicados en el periódico El País durante los meses de noviembre y diciembre de 2008, que suman un total de 54.546 palabras. El corpus, que constituye la principal fuente de los ejemplos que ilus‐ tran las explicaciones y análisis propuestos, es homogéneo en lo que respecta al género (editorial de prensa), al tipo de discurso (pe‐ riodístico), al tipo de texto (expositivo‐argumentativo), al medio (escrito), al autor (equipo editorial de El País) y al tiempo (noviembre y diciembre de 2008). Las motivaciones de la elección de este género residen, por una parte, en el propósito de analizar el uso de las etiquetas dis‐ cursivas en un lenguaje profesional no excesivamente distanciado de la lengua general; y, por otra, en la necesidad de obtener un número suficiente de ejemplos variados sobre los que trabajar. En cuanto a la variedad de lengua empleada en el tipo de discurso se‐
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
leccionado, se ha valorado el hecho de que los textos que aparecen en los medios de comunicación están dirigidos al gran público o, en concreto, a lo que Sinclair (1996) denomina un «público lego informado», que posee ciertos conocimientos sobre la actualidad informativa, pero que no es experto en ninguno de los temas trata‐ dos, por lo que su grado de especialización es bajo y el lenguaje empleado tiende a acercarse al máximo al empleo estándar de la lengua (Martínez Albertos 1998). Por lo que respecta a la obtención de un número suficiente de ejemplos diversos, cabe tener en cuenta que los editoriales de pren‐ sa presentan dos de las características que la bibliografía relaciona directamente con el empleo de etiquetas discursivas; a saber: están redactados por escritores expertos o profesionales (Beaudet 1998), que tienen como quehacer profesional principal la construcción de textos; y constituyen textos «informativamente densos» (Borre‐ guero 2006), de tipo expositivo‐argumentativo, por lo que suelen contener información abstracta y elementos valorativos, cualidades del estilo consistentes con el empleo de las etiquetas discursivas (Schmid 2000, 379). Además, la temática de los textos es heterogé‐ nea, hecho que potencia la aparición de etiquetas discursivas de significado más diverso. Por último, intervienen también en la elección del corpus mo‐ tivos de tipo práctico, como su accesibilidad o la posibilidad que este brinda de trabajar con textos completos de escasa extensión, rasgo que resulta fundamental para poder analizar aspectos del funcionamiento discursivo de este mecanismo, como la relación entre las etiquetas discursivas y la articulación informativa del dis‐ curso. El examen manual del corpus ha permitido identificar un to‐ tal de 304 ocurrencias de etiquetas discursivas, que se ajustan a la definición del concepto que se desprende del primer capítulo y que va completándose a lo largo de los capítulos sucesivos. El enfoque teórico que predomina en este estudio es ecléctico y resulta de combinar herramientas y principios propios de los acercamientos cognitivos con los de tipo funcionalista. Estos enfo‐ ques han sido los más aplicados por la bibliografía al análisis de las etiquetas discursivas. En los acercamientos funcionalistas, se
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originan conceptos fundamentales para esta investigación, como el de cohesión o estructura informativa del texto, mientras que la pers‐ pectiva teórica dominante la proporciona la lingüística cognitiva y, en especial, teorías como las de la categorización o teoría de prototipos (Rosch 1973, Kleiber 1990) o la gramática cognitiva (Langacker 1987, 1991, 2000, 2008), así como, en algunos frag‐ mentos, teorías de corte psicológico‐cognitivo, como la de los mo‐ delos mentales (Johnson‐Laird 1983). Como se irá observando en los distintos capítulos, la adopción de este enfoque implica, por ejemplo, concebir los mecanismos anafóricos como mecanismos de mantenimiento de un referente activo en la memoria; los recursos cohesivos, como elementos que guían las inferencias que va realizando el lector a lo largo del proceso de comprensión de un texto; y las etiquetas discursivas, como mecanismos discursivos cuya estructura y significado operan conjuntamente transforma‐ ciones de distinto tipo en la representación mental de un referente discursivo. No obstante, dado que, en palabras de Langacker, «la gramá‐ tica y el significado son indisociables» (2000, 19), se tienen en cuen‐ ta también algunos de los principales trabajos recientes sobre se‐ mántica y pragmática, lingüística del texto y gramática descriptiva del español, que completan el marco teórico desde el cual se abordará la caracterización del fenómeno. En ese sentido, este estu‐ dio no parte de una visión dicotómica de la distinción entre enfo‐ ques textuales y enfoques cognitivos. A nuestro modo de ver, la adopción de una perspectiva cognitivista sobre el objeto de estudio no implica necesariamente dejar de lado consideraciones de tipo sintáctico‐textual. Al contrario, optar por un posicionamiento teó‐ rico cognitivista implica atender a los rasgos formales o estructu‐ rales del texto, no como fin descriptivo en sí mismos, sino como recursos empleados por los participantes para construir y coor‐ dinar su modo de representar el universo del discurso. En estas dos últimas tareas, las etiquetas discursivas desempeñan una fun‐ ción destacada, como podrá observarse en las líneas que siguen. El contenido de este libro parte del trabajo realizado para la elaboración de mi tesis doctoral, que defendí en la Universitat de
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
Barcelona en julio de 2011. Quisiera expresar mi más sincera gra‐ titud a la Dra. Estrella Montolío, directora de la tesis, por su ex‐ haustiva tarea de revisión de aquel trabajo, por ser siempre una fuente de inspiración, así como por todo cuanto he tenido la posibilidad de aprender de ella a lo largo de los años. Agradezco, también, a los miembros del tribunal que juzgó aquel trabajo, la Dra. Mar Garachana, el Dr. José Portolés y el Dr. Luis Santos Río, los valiosísimos comentarios que me ofrecieron, que espero que vean reflejados en estas páginas. El agradecimiento se hace exten‐ sivo al Dr. Ramón González Ruiz, sin cuyo interés y cortesía acadé‐ mica este libro no habría visto la luz. Por último, aunque no menos importante, doy las gracias a mis colegas Raquel Taranilla, Pedro Gras y Rubén Ávila, con quienes he tenido la gran fortuna de po‐ der compartir trabajo, conocimientos y proyectos. En otro orden de cosas, agradezco también al Ministerio de Ciencia e Innovación la financiación del proyecto Estrategias de tex‐ tualización del discurso profesional en soportes multimodales. Análisis y propuestas de mejora (FFI2011‐28933), en el que se enmarca este es‐ tudio.
CAPÍTULO I
LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: HACIA UNA DEFINICIÓN INTEGRAL DEL FENÓMENO El estudio del mecanismo discursivo que en este libro recibe el nombre de etiquetas discursivas se origina en el famoso tratado sobre la cohesión en inglés elaborado por Halliday y Hasan en 1976. En esta obra fundacional, los autores anglosajones establecen la base teórica de los estudios posteriores tanto en lo que se refiere a la definición de la cohesión como propiedad textual, como en la clasificación de los mecanismos cohesivos, que se ha mantenido vigente, con ligeras variaciones, hasta la actualidad1. Una de las ca‐ tegorías más controvertidas de dicha clasificación es la de los me‐ canismos de cohesión léxica y, más concretamente, la clase de los nombres generales, que se definen como una serie cerrada de nom‐ bres con un significado muy general cuyo funcionamiento anafó‐ rico puede situarse a medio camino entre la cohesión léxica y la gramatical (Halliday y Hasan 1976, 274‐275). Esta primera definición ha sido objeto de múltiples revisiones a lo largo de las últimas décadas, que han dado lugar, finalmente, al fenómeno al que aquí nos referimos como etiquetas discursivas. El objetivo de este capítulo es integrar las principales aportaciones a
1. Esta clasificación se desarrollará con mayor detalle en el siguiente capítulo, dedicado al análisis de las etiquetas discursivas como mecanismos de cohesión.
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la redefinición de este mecanismo discursivo realizadas por la bibliografía internacional desde distintos enfoques y bajo distintas denominaciones en una definición integral del fenómeno. Los ejemplos que siguen, extraídos del corpus de editoriales periodís‐ ticos, permiten ilustrar las principales características del mecanis‐ mo de las etiquetas discursivas, que se mencionan de forma gene‐ ralizada en los estudios de los que parte este capítulo: (1) [A poco más de un mes de la toma de posesión de Barack Obama, que se ha comprometido a cerrar el campo para pri‐ sioneros de Guantánamo y a prohibir los traslados hacía países donde son maltratados, un comité del Senado nortea‐ mericano ha concluido tras una larga investigación que la Administración de Bush y, concretamente, el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld, aprobó la práctica de la tortura contra esos prisioneros talibanes o de Al Qaeda]. El debate suscitado en España por la aparición de documentos relacio‐ nados con tales vuelos no puede separarse de ésa y otras investigaciones que sin duda seguirán en EE UU. Sería bien paradójico que allí se esclarecieran las oscuridades de este desgraciado asunto mientras que aquí se mantuviera la opaci‐ dad. (El País, 14/12/2008, “Vuelos compartidos”) (2) Solbes insistió en su presentación en [hacer los cálculos so‐ bre las cuantías per cápita en lugar de territorializarlos para obviar el pugilato entre autonomías]. Es vital que el modelo no suponga una merma en el bienestar básico de los ciuda‐ danos, sea cual sea la riqueza del territorio, pero también que no se penalice el crecimiento de las zonas más diná‐ micas. Ante esta propuesta, varios Gobiernos autónomos del PP han mostrado una inicial satisfacción, mientras que el partido ha anunciado que no apoyará el nuevo modelo. El argumento del PP de que el nuevo sistema mermará el dinero que lle‐ gue a las familias y a las empresas es falaz, porque la gestión de los Gobiernos autónomos también está orientada a estos colectivos. (El País, 31/12/2008, “El ‘sudoku’ suena bien”)
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Las etiquetas discursivas (destacadas en cursiva en estos ejemplos y en adelante) son sintagmas nominales introducidos, con frecuencia, por un determinante demostrativo (ESTE desgraciado asunto, ESTA propuesta), que recuperan el contenido de un segmento discursivo más o menos extenso (entre corchetes en los ejemplos, en adelante). Estos sintagmas suelen construirse en torno a un nombre de significado muy general, como asunto o propuesta, que permite condensar el significado del segmento recuperado y, en ocasiones, puede contener también una interpretación o evaluación del emisor sobre el fragmento condensado (este DESGRACIADO asun‐ to). En las líneas que siguen, tras ofrecer una breve visión de con‐ junto de los principales enfoques teóricos que se han ocupado de definir este mecanismo, se discuten las distintas denominaciones que ha recibido en la bibliografía y se tratan de forma indepen‐ diente los distintos niveles descriptivos que componen la defini‐ ción de las etiquetas discursivas; a saber: el semántico‐pragmático, el morfosintáctico y el cognitivo. La consideración de todos estos niveles proporciona una mejor comprensión del fenómeno y posibilita la elaboración de una definición integral. 1. ACERCAMIENTOS TEÓRICO‐METODOLÓGICOS La caracterización teórica de las etiquetas discursivas se ha desarrollado, fundamentalmente, desde dos enfoques: los de corte funcionalista y los de corte cognitivo2. Entre los primeros destaca la lingüística sistémico‐funcional heredera de Halliday, que es la res‐ ponsable de una de las primeras definiciones del fenómeno, bajo la figura de los nombres generales (Halliday y Hasan 1976)3. Los estu‐
2. Una revisión de los múltiples puntos de encuentro entre estos dos acerca‐ mientos teóricos al fenómeno lingüístico puede leerse en Gras (2011, 79‐80). 3. Aunque este suele ser el estudio que se cita como fundacional en la mayor parte de la bibliografía, algún trabajo previo ya menciona fenómenos similares, como el de Vendler (1968, 77‐78), que pone de relieve la existencia de nombres
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dios pioneros sobre este mecanismo (Winter 1977 y 1992, Francis 1986 y 1994, Ivanič 1991, Conte 1996) identifican y describen el fenómeno en esta misma línea, a partir de su funcionamiento tex‐ tual como mecanismo de cohesión. Estos primeros estudios son los responsables de haber establecido los principales rasgos semán‐ tico‐pragmáticos y textuales de la definición de las etiquetas dis‐ cursivas. Otros estudios más recientes que también pueden vincularse a este mismo enfoque funcionalista se han realizado desde la pers‐ pectiva de la enseñanza del inglés con fines específicos y se centran en el análisis de una de las principales funciones que desempeñan estos nombres: indicar al destinatario la estructura del texto y, más concretamente, las relaciones que existen entre cláusulas (Winter 1977, 1994; Hoey 1991, 1993; Luzón Marco 1997, 1999; Flowerdew 2003a, 2003b, 2006; 2009; 2010). Estos trabajos contribuyen a com‐ pletar las primeras definiciones generales del fenómeno, profun‐ dizando en el funcionamiento discursivo de estos nombres en tex‐ tos académicos y profesionales. Por otra parte, el estudio de este mecanismo también ha des‐ pertado el interés de especialistas reconocidos en el ámbito de la lingüística cognitiva, como es el caso de Schmid. Aunque comparte presupuestos teóricos y metodología con muchos de los investi‐ gadores ya mencionados, este autor defiende en sus trabajos la necesidad de complementar el análisis funcional realizado a partir de corpus con una perspectiva cognitiva, que dé cuenta de las fun‐ ciones y procesos cognitivos asociados al empleo de estas expresio‐ nes (Schmid 2000), así como de algunas de las construcciones gra‐ maticales en las que suelen aparecer (Schmid 2007). La principal aportación de estos trabajos consiste en demostrar la utilidad de aplicar conceptos acuñados por la lingüística cognitiva y, especial‐ mente, por la gramática cognitiva a la caracterización de este meca‐ nismo discursivo4. “contenedor”, que suelen condensar el contenido de otra expresión nominal dentro de la misma oración. 4. En español, son todavía muy escasos los trabajos que describen los pro‐ cedimientos de anáfora léxica en general desde la lingüística cognitiva. Algunos de
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A partir del marco teórico establecido por los estudios men‐ cionados, algunos autores han tomado conciencia del destacado papel que desempeñan las etiquetas discursivas en la construcción del discurso y del conocimiento, y han llevado a cabo análisis que contrastan el empleo de este mecanismo en diferentes culturas discursivas, escritores o registros. Para la realización de estos aná‐ lisis de tipo aplicado han resultado fundamentales las herramien‐ tas proporcionadas por la lingüística de corpus, en especial, en el ámbito anglosajón, que cuenta con grandes bases de datos, como las desarrolladas en el marco del proyecto COBUILD de la Univer‐ sidad de Birmingham. Algunos de estos estudios aplicados analizan el empleo de las etiquetas discursivas para contrastar el estilo retórico del inglés con el de otras lenguas como el chino (Liu 2010) o el español (Moreno 2004, Mur 2004, Álvarez de Mon 2006). Las conclusiones alcanzadas por estos estudios son consistentes con las de otros estudios sobre metadiscurso que revelan la mayor tendencia del inglés a usar un estilo orientado al escritor (writer‐responsible) frente a otras lenguas que no parecen poner tanto interés en guiar la interpretación de los lectores y optan por un estilo más orientado al lector (reader‐responsible)5. La diferencia entre estos dos estilos retóricos se concreta, en el caso de las etiquetas discursivas, en la mayor tendencia del inglés a seleccionar sustantivos más precisos, o bien a incorporar más elementos valorativos o interpretativos (reforzando la responsabilidad del escritor sobre el texto), en tanto que lenguas como el chino o el español tienden a seleccionar para
ellos son el artículo de Salvador (2000), que ha aplicado este enfoque a la carac‐ terización de los procedimientos de nominalización y, en catalán, la propuesta de Ribera y Cuenca (2005), que parten de la gramática cognitiva para explicar algunos usos anómalos de diversos mecanismos de anáfora léxica en textos redactados por estudiantes. 5. Esta diferencia entre ambos estilos comunicativos fue establecida por Hinds (1987/2001) y ha sido aplicada a numerosos estudios sobre mecanismos me‐ tadiscursivos realizados en el marco de la retórica contrastiva. Una revisión general de estos estudios y de las conclusiones que han alcanzado puede leerse en Hyland (2005, 113 y ss.).
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esta función sustantivos de significado más neutro o general (dele‐ gando la responsabilidad de la interpretación en el lector)6. Otra de las dimensiones que han tenido en cuenta los análisis contrastivos de este mecanismo discursivo es el grado de exper‐ titud o especialización del emisor. Un conjunto de trabajos parten de la hipótesis de que el manejo óptimo de las etiquetas discur‐ sivas se relaciona con la escritura experta (Charles 2003), esto es, que su dominio se desarrolla de forma paralela a la adquisición de habilidades específicas relacionadas con la escritura. Estos estu‐ dios, que se centran en contrastar el uso de las etiquetas discur‐ sivas que realizan escritores expertos o nativos con su empleo por parte de escritores en formación o no nativos, parecen confirmar la hipótesis de partida al concluir que los escritores con menor do‐ minio de la lengua o de la disciplina sobre la que escriben parecen emplear menos este recurso o seleccionar expresiones nominales menos precisas (Flowerdew 2006, 2009 y 2010), o bien poseen un menor dominio de los patrones discursivos en los que este meca‐ nismo interviene (Aktas y Cortés 2008)7. Una última variable que se ha mostrado relevante a la hora de caracterizar el uso de las etiquetas discursivas es el medio o canal que funciona como soporte del acto comunicativo. Las todavía es‐ casas investigaciones que contrastan el empleo de las etiquetas discursivas en textos orales y en textos escritos hallan, por lo ge‐ neral, una mayor frecuencia y un empleo más preciso de este me‐ canismo léxico en los textos escritos (Flowerdew 2003b, Swales 2001), aspecto que resulta consistente con la correlación defendida por Halliday entre densidad léxica y discurso escrito (1985/1994, 6. Existen también algunos trabajos que contrastan el empleo de etiquetas discursivas en español y en francés, aunque desde una perspectiva más cualitativa que cuantitativa (Peña 2004, Peña y Olivares 2009). 7. En este mismo sentido apunta el interesante análisis diacrónico llevado a cabo por Borreguero y Octavio de Toledo (2007), que defiende que el desarrollo de este mecanismo discursivo puede concebirse como un proceso paralelo al nacimien‐ to y evolución de un lenguaje profesional como el periodístico. Tal como demues‐ tran estos autores, conforme los textos periodísticos analizados se acercan a la ac‐ tualidad, las etiquetas discursivas son más abundantes, precisas y valorativas, y condensan, además, segmentos de texto más extensos.
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350‐352). Además, algunos estudios indican que las etiquetas dis‐ cursivas desempeñan funciones distintas en textos orales y en tex‐ tos escritos (Yamasaki 2008). En lo que afecta al ámbito del español, el interés de los inves‐ tigadores por este mecanismo es mucho más reciente, pero ha aten‐ dido también al doble acercamiento teórico y aplicado identificado en la bibliografía internacional. Desde enfoques más teóricos, algunos autores se han centrado en caracterizar las funciones retó‐ rico‐discursivas de estos mecanismos en tanto que mecanismos de cohesión léxica anafórica (Borreguero 20068; González Ruiz 2008, 2009, 2010; Izquierdo y González Ruiz 2013b); en tanto que otros, desde una perspectiva cognitiva, han analizado procedimientos como el de las etiquetas discursivas como mecanismos que pueden representar o conceptualizar de forma metafórica el contenido del texto (Llamas 2010a, 2010b). Desde enfoques aplicados, otros in‐ vestigadores se han interesado en contrastar el uso de las etiquetas discursivas en español y en otras lenguas. En este terreno, y más concretamente en el marco de la retórica contrastiva, los especia‐ listas han puesto que de relieve el interés que revierte el estudio de las etiquetas discursivas para caracterizar distintas tradiciones lingüísticas, e incluso empiezan a ocuparse de analizar las dificul‐ tades específicas que plantea la traducción de estos mecanismos discursivos (Izquierdo y González Ruiz 2013a). El panorama de investigación sobre las etiquetas discursivas esbozado hasta aquí es amplio en cuanto a perspectivas de estudio y enfoques teóricos, a pesar de haber sido desarrollado, fundamen‐ talmente, en las dos últimas décadas. No obstante, pueden identi‐ ficarse en él algunas limitaciones. En primer lugar, en los trabajos de carácter más teórico que se ocupan de la definición de este me‐ canismo, los especialistas tienden a tratar las etiquetas discursivas como un fenómeno aislado, como un mecanismo de textualización especial o idiosincrático, que se encuentra a medio camino entre varios de los mecanismos existentes y mejor descritos. La conse‐
8. Cabe precisar que el trabajo de Borreguero (2006) está redactado en espa‐ ñol, pero maneja únicamente ejemplos en italiano.
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cuencia de estos planteamientos es que no se profundiza suficien‐ temente en el contraste y diferenciación entre las etiquetas discur‐ sivas y otros mecanismos anafóricos o de cohesión colindantes, como los pronombres neutros o, especialmente, las relaciones de hiperonimia. En segundo lugar, la mayor parte de los trabajos mencio‐ nados, y sobre todo los de tipo aplicado, caracterizan las EEDD o bien a partir del análisis de algunos nombres concretos que desem‐ peñan esta función (especialmente, los de tipo metalingüístico o metadiscursivo), o bien en determinados contextos frecuentes de aparición, como el ejemplificado en (2): anafóricos, precedidos de determinante demostrativo, en posición inicial de párrafo. La des‐ cripción del fenómeno elaborada a partir de estos ejemplos permite profundizar en algunas de las principales funciones discursivas de este mecanismo, pero no suele enmarcar estos usos en la definición amplia del fenómeno ni prestar suficiente atención al conjunto de posibilidades de funcionamiento que presenta. Pese a que proli‐ feran estos análisis de usos particulares, no queda todavía suficien‐ temente claro en la bibliografía si todos estos usos son manifes‐ taciones discursivas de un mismo mecanismo. Así, por ejemplo, tras el examen de la bibliografía, pueden plantearse dudas como si es posible considerar por igual etiquetas discursivas a las estruc‐ turas destacadas en ejemplos como los de (1) y (2) y, además, a otros ejemplos de sustantivos similares de significado general, que aparecen introducidos por un artículo definido o, incluso, indefi‐ nido, y que actúan en el interior de los márgenes de la oración, como los siguientes: (3a) El hecho de [que aumente el paro] preocupa al gobierno. (3b) [El paro ha aumentado en los últimos años]. Este es un hecho preocupante. Cabe, pues, plantearse si el principal criterio definitorio del fenómeno es interno a la categoría gramatical que lo realiza (esto es, si viene determinado por algún aspecto del tipo de nombres que lo realizan, como su significado léxico), o bien si es un criterio más bien funcional, si la definición depende de aspectos como el patrón discursivo en el que aparece este mecanismo o la función
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que desempeña. En torno a este problema de la delimitación del mecanismo, los especialistas presentan posturas divergentes, as‐ pecto que suele corresponderse con la selección de distintas deno‐ minaciones para referirse al mecanismo que aquí se denomina etiquetas discursivas. La respuesta a cuestiones como si los sintag‐ mas destacados en el ejemplo de (3), entre otros, pueden conside‐ rarse etiquetas discursivas requiere contar con una definición sig‐ nificativa del fenómeno, como la que se propondrá al final de este capítulo, así como con una caracterización discursiva de su funcio‐ namiento, como la que se compondrá a lo largo de los siguientes capítulos. 2. LA HETEROGENEIDAD DENOMINATIVA Desde los distintos enfoques mencionados en el epígrafe ante‐ rior, se han propuesto diversas denominaciones para referirse al grupo de nombres que pueden actuar como etiquetas discursivas. Ello se debe, fundamentalmente, a que cada uno de los autores ha propuesto, por lo general, su propia denominación, que varía en función de los criterios que cada uno de ellos prioriza en la delimi‐ tación del procedimiento. A grandes rasgos, pueden agruparse en tres clases: en primer lugar, denominaciones que se basan en el modo de significar, como nombres generales (Halliday y Hasan 1976) o nombres inespecíficos (Winter 1992); en segundo lugar, denomina‐ ciones que se basan en la función discursiva que desempeñan, co‐ mo nombres anafóricos (Francis 1986), nombres encapsuladores9 (Conte 1996) o nombres señaladores10 (Flowerdew 2003a); y, por último, de‐
9. Tal como explica Schmid (1998) el origen de esta denominación es la función encapsuladora descrita por Sinclair (1981), aplicada por primera vez a la caracterización de estos nombres en el trabajo de Francis (1986). 10. Aunque Flowerdew no lo afirma explícitamente, esta denominación parece ser heredera del concepto de léxico señalador (lexical signalling) propuesto por Hoey (1983, 63), que es más amplio, ya que incluye tanto nombres como adjetivos o, incluso, cláusulas, que explicitan la organización y evaluación del discurso pro‐ puesta por el emisor.
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nominaciones basadas en conceptualizaciones metafóricas de la relación entre el nombre y el segmento discursivo cuyo contenido condensa, como nombres portadores11 (Ivanič 1991), etiquetas12 (Francis 1994), nombres envoltorio13 (Schmid 1998). La heterogeneidad denominativa que acaba de presentarse se corresponde, como ya se ha indicado, con delimitaciones algo dis‐ tintas del fenómeno. No obstante, la revisión y clasificación de esta multiplicidad de denominaciones permite identificar ya algunos rasgos comunes entre los tipos de nombres a los que se refieren estos autores. Así, se trata de nombres (i) que suelen tener un signi‐ ficado muy general o poco específico, que les permite aludir a un amplio número de entidades; (ii) que realizan una función cohe‐ siva consistente en encapsular o sintetizar un segmento discursivo cuyo contenido recuperan anafóricamente; y (iii) que mantienen con este segmento una relación semántica de inclusión que, con frecuencia, se ha caracterizado mediante variaciones de la metáfora básica que concibe las palabras como contenedores (Lakoff y Johnson 1980/1986, 18)14. Las diferencias existentes en cuanto a las denominaciones y las delimitaciones del fenómeno comportan, también, algunas dife‐ rencias en cuanto a la nómina de elementos que forman parte de la
11. Ivanič toma la denominación de carrier nouns de la Gramática Sistémico‐ Funcional de Halliday, autor que emplea el término carrier para referirse al sujeto gramatical de una estructura atributiva. Ivanič selecciona este término para aludir a la función relacional de identificación entre dos cláusulas realizada tanto por estos nombres portadores como por las estructuras copulativas. 12. Etiquetas es el término propuesto por Francis en su segundo trabajo sobre este tipo de nombres y se inspira en la denominación advance labelling propuesta por Tadros (1985), que alude a un tipo más amplio de estructuras: estructuras predic‐ tivas con las que el emisor de un discurso indica el tipo de acto discursivo que va a llevar a cabo (p.e. es necesario distinguir entre x e y, o considérese la información conte‐ nida en la siguiente tabla). 13. Tomamos de Marinkovich (2005, 28) esta traducción del término original inglés shell nouns. 14. Denominaciones como contenedor, portador o envoltorio remiten la función de estos nombres por la que, gracias a su significado general, pueden “contener” o incluir información más específica y “transportarla” a otras partes del texto.
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clase de mecanismos descrita por cada autor. Así, por ejemplo, la mayor parte de los autores que manejan la denominación de encap‐ sulador, que alude a la operación de condensación del contenido de un segmento textual que pueden realizar estos nombres, incluyen en esta clase otros procedimientos cohesivos que pueden realizar la misma función encapsuladora, como los pronombres neutros. Este concepto parece emplearse, pues, de forma más amplia que el de etiqueta discursiva que se maneja aquí15. Otro caso destacable de divergencias en cuanto a la nómina de elementos incluidos en la clase es el de los nombres portadores de Ivanič (1991) y los nombres señaladores de Flowerdew (2003a). A diferencia del resto, estos dos autores incluyen en las clases mencionadas empleos exofóricos de nombres que encapsulan un contenido que no aparece explícito en el discurso, sino que debe recuperarse a partir del conocimiento del mundo del destinatario (Ivanič 1991, 105; Flowerdew 2003a, 338). Estas clases incluyen, por tanto, usos tradicionalmente consi‐ derados no cohesivos (Halliday y Hasan 1976, 18). Ante la diversidad de denominaciones y de delimitaciones del fenómeno, es necesario, por el momento, seleccionar un tér‐ mino para aludir en este trabajo a las expresiones nominales que pueden desempeñar la función encapsuladora que viene esbozan‐ dose hasta aquí. Las razones que explican la selección del término etiqueta discursiva son múltiples. En primer lugar, se trata de una de las denominaciones más empleadas en la bibliografía consultada, junto con la de encapsulador16. Dado que este último término puede utilizarse también para referirse a la función que realizan otros elementos de naturaleza pronominal como esto o ello, se ha optado por adoptar el término etiqueta, para evitar contribuir a la diver‐ sificación de términos que ya existe para aludir al fenómeno.
15. Sobre esta diferencia entre el alcance del término encapsulador y el de eti‐ queta discursiva se profundizará en el siguiente capítulo. 16. En efecto, de las denominaciones mencionadas, las que han tenido mayor repercusión en la bibliografía han sido las de encapsuladores (Sinclair 1993, Conte 1996, Goutsos 1997, Álvarez de Mon 2006, Borreguero 2006, González Ruiz 2008, Llamas 2010a) y etiquetas (Francis 1994, Halliday 1985/1994, Mur 2004, Moreno 2004, Yamasaki 2008, Liu 2010).
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En segundo lugar, la metáfora de la etiqueta parece adecuada para reflejar la operación cognitiva fundamental que realizan estos nombres en el discurso. Si una etiqueta es «un trozo de papel, car‐ tulina, etc., que se pega o sujeta de otra manera sobre alguna cosa, indicando lo que es, su contenido o cualquier información en rela‐ ción con ella» (Moliner 1966/2007, s.v. «etiqueta»), las etiquetas discursivas son nombres que sintetizan el contenido de fragmentos del discurso e indican cómo debe conceptualizarse este contenido en el marco del discurso, es decir, lo categorizan o evalúan. Estas etiquetas nominales se «pegan o sujetan» por medio de una rela‐ ción semántica de inclusión al paquete o bloque de información con el que se relacionan anafóricamente. Por último, queda justificar la necesidad de añadir a la deno‐ minación de etiquetas propuesta por Francis el modificador discur‐ sivas. Como se ha indicado en la introducción de este libro, todos los nombres comunes pueden considerarse, metafóricamente, eti‐ quetas de las entidades del mundo a las que designan; sin embar‐ go, no todos pueden emplearse para encapsular y categorizar el contenido expresado por un fragmento del discurso. De ahí la necesidad de diferenciar este tipo de etiquetas que conceptualizan segmentos del discurso de otros tipos de etiquetas o de funciones etiquetadoras que se aplican sobre otros tipos de entidades. En este libro, pues, se emplea la denominación de etiquetas discursivas (en adelante, EEDD) como término para aludir a los nombres de signi‐ ficado general que, en el marco de un sintagma nominal, se em‐ plean para recuperar información expresada en un segmento del discurso17. No obstante, para evitar imprecisiones derivadas de la heterogeneidad denominativa y de las diferencias de extensión de la clase propuesta por cada autor, también se empleará ocasional‐ mente alguna de las otras denominaciones citadas en este apartado cuando resulte necesario contrastar algún aspecto de las EEDD con una delimitación distinta de la categoría propuesta por otro autor.
17. Esta denominación fue propuesta en López Samaniego (2011) y ha sido adoptada en español por Izquierdo y González Ruiz (2013a y 2013b).
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NOMBRES QUE PUEDEN FUNCIONAR COMO ETIQUETAS DISCUR‐ SIVAS Tal como acaba de mostrarse, la mayor parte de las denomi‐ naciones que ha recibido el mecanismo de las etiquetas discursivas parecen aludir a una clase de nombres con alguna característica especial que intenta representarse mediante un adjetivo especifi‐ cativo (nombres contenedores, inespecíficos, portadores, señaladores, en‐ voltorio, etc.). Este hecho parece indicar que tales nombres pre‐ sentan realmente alguna característica distintiva que justifica el hecho de agruparlos como categoría. De hecho, los primeros auto‐ res que se aproximan al estudio del fenómeno, en torno a los años 70 y hasta la década de los 90, tienden a referirse a una serie más o menos limitada de nombres, a medio camino entre la serie abierta de los nombres y la cerrada de los pronombres (Halliday y Hasan 1976, Winter 1977 y 1992, Francis 1986, Ivanič 1991). Se trata, en opinión de estos autores, de una serie cerrada o semi‐cerrada de nombres de significado muy general que presentan un funciona‐ miento cohesivo. A partir de finales de los años 80, a medida que va introdu‐ ciéndose el análisis de corpus reales en el estudio de estos nom‐ bres, algunos lingüistas empiezan a interesarse por determinar en qué contextos discursivos aparecen estos nombres y si existe una relación directa entre su aparición en determinados patrones o entornos discursivos recurrentes y su funcionamiento discursivo. La respuesta parece ser afirmativa, a juzgar por trabajos como el de Hoey (1993) sobre el nombre razón (reason) o el de Schmid (1997) sobre el nombre idea. Además, este tipo de análisis basados en cor‐ pus demuestran que estos nombres considerados generales o ana‐ fóricos no desempeñan la misma función cohesiva en todos sus usos discursivos, sino que, tal como propone Schmid (1998), se trata de una clase funcional, más que de una clase o lista de nom‐ bres que presentan unas características peculiares y unitarias. En otros términos, lo que determina que un nombre pueda consi‐ 3.
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derarse una ED es su función discursiva y no tanto sus caracte‐ rísticas semánticas o morfosintácticas18. En efecto, si se aplican al análisis de las EEDD los principales rasgos que caracterizan a las clases abiertas y cerradas de palabras (Cann 1996), puede observarse que estas cumplen prácticamente todas las características propias de las clases abiertas, tal como se muestra en la tabla 1, en la que se destacan en cursiva los rasgos que presentan los nombres que actúan como EEDD: SERIES CERRADAS
SERIES ABIERTAS
Imposibilidad de ampliación
Posibilidad de ampliación
Pocos componentes, pueden
Muchos componentes, difíciles de listar
listarse Significado generalmente relacional
Significado conceptual
Fonológica y morfológicamente
Fonológica y morfológicamente
dependientes
independientes
Tendencia a aparecer en determinados patrones sintácticos, relacionados con
Mayor libertad distribucional
su función
Tabla 1 La clase abierta de los nombres que funcionan como etiquetas discursivas
Tal como se desprende de la tabla, las EEDD presentan más rasgos en común con las clases abiertas que con las cerradas. En primer lugar, si bien existen algunas características semánticas que incrementan las posibilidades de un nombre de funcionar como ED, el número de nombres que pueden desempeñar esta función es amplio y ampliable (Flowerdew 2010, 37). Así, por ejemplo, mu‐ chos de los nombres que funcionan como EEDD son nominaliza‐
18. Adviértase que este autor maneja el concepto de categoría funcional en un sentido distinto del empleado en semántica generativa, disciplina en la que este concepto se opone al de categoría léxica (Escandell y Leonetti 2000; Bosque y Gutiérrez‐Rexach 2009, 109).
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ciones de verbos; teniendo en cuenta que los verbos constituyen clases abiertas que presentan posibilidad de creación de neo‐ logismos, también puede considerarse que un hipotético inventario de EEDD podría ampliarse a partir de nominalizaciones de nuevos verbos. No obstante, las EEDD se distancian de las clases abiertas en algún aspecto, como el tipo de significado que expresan, que puede considerarse al mismo tiempo léxico o conceptual y, en par‐ te, relacional, ya que se interpretan necesariamente por la relación semántica que mantienen con un segmento del contexto discur‐ sivo. Otro aspecto en el que se distancian de las clases abiertas es su tendencia a aparecer en determinados patrones gramaticales, que se analizará con detalle en el capítulo cuarto. 3.1. Caracterización semántico‐pragmática El hecho de que las EEDD constituyan una clase funcional explica que resulte imposible (y, de hecho, innecesario) listar el conjunto de nombres que realizan esta función. Ahora bien, ello no quiere decir que cualquier sustantivo esté capacitado para desem‐ peñarla. Tal como han mostrado los principales autores que se han ocupado del fenómeno, existe una serie de propiedades semánticas que facilitan que un nombre pueda actuar como etiqueta discur‐ siva. 3.1.1. La capacidad denotativa: tipos de entidades Uno de los rasgos que han devenido fundamentales en la re‐ definición de la heterogénea clase de los nombres generales defi‐ nida por Halliday y Hasan (1976) es la capacidad denotativa o extensión que presentan los nombres que suelen desempeñar esta función. Así pues, a partir del trabajo de Conte (1996), son diversos los autores que acuden a las principales clasificaciones de los tipos de entidades a las que puede hacerse referencia en el discurso a fin
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de acotar las características semánticas de los nombres que actúan como etiquetas discursivas. La mayoría de estos autores se basan en la clasificación de Lyons, que ordena las entidades en función de su menor o mayor grado de abstracción en: (i) entidades de primer orden o físicas, esto es, objetos, personas y animales de los que puede decirse que existen, ya sea en un espacio real o imagi‐ nario; (ii) entidades de segundo orden o eventos, procesos, estados y actividades que tienen lugar en el tiempo; y (iii) entidades de tercer orden o conceptos y proposiciones, que se sitúan fuera del tiempo y el espacio (1977/1980, 387‐391). Tal como establece Conte (1996), las EEDD se emplean para referirse a entidades de segundo y tercer orden, esto es, a eventos y a proposiciones. Pese a que la de Lyons es la clasificación de tipos de entidades más citada en la bibliografía, algunos autores consideran también la elaborada desde la gramática funcional de Dik (1997a, 136), que propone añadir a la clasificación de Lyons dos tipos de entidades: las de orden cero, que comprenden propiedades y relaciones, y las de cuarto orden, que se reservan a los actos de habla (que Dik se‐ para del resto de entidades de tercer orden). La aportación más interesante de estas dos clasificaciones reside en poner de relieve la relación que existe entre estos tipos de entidades y las expresiones anafóricas que se emplean para aludir a cada una de ellas. Así, las entidades de primer orden constituyen el tipo de antecedente más prototípico para las expresiones anafóricas, mientras que al orden cero pertenecen únicamente expresiones anafóricas como el demostrativo tal o el pronombre adverbial así (Dik 1997b, 223‐225). El resto de las entidades, de segundo, tercer y cuarto orden, suelen expresarse en el discurso mediante expresiones complejas y abs‐ tractas, como nominalizaciones o cláusulas (Lyons 1977/1980, 389; Dik 1997b, 94). Estas son, precisamente, las entidades que pueden encapsular los nombres que actúan como etiquetas discursivas. Más concretamente, la clasificación más completa del tipo de enti‐ dades que pueden ser encapsuladas por una ED es la que propone Schmid (2000, 66‐67), a partir de la clasificación de Lyons:
LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: HACIA UNA DEFINICIÓN INTEGRAL
EVENTOS (2º orden)
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RELACIONES ABSTRACTAS (3r orden)
Actividades [+ DINÁMICAS], [+
Hechos reales o posibles
AGENTIVAS] Procesos [+ DINAMICOS], [‐
Ideas
AGENTIVOS] Estados [‐ DINÁMICOS], [‐ AGENTIVOS]
Enunciados o afirmaciones
Tabla 2 Tipos de entidades que puede denotar una ED, según Schmid (2000, 66)
Según se indica en la tabla anterior, los eventos pueden clasi‐ ficarse en tres categorías, que Schmid propone establecer a partir de la combinación de dos rasgos binarios fundamentales, inspi‐ rados en la gramática funcional de Dik: si el evento es o no es dinámico, es decir, si implica algún cambio; y si se presupone o no la existencia de un agente que realiza la acción. Además de los tipos de eventos que figuran en la tabla, la clase de las actividades incluye la subcategoría de los Logros o Consecuciones, que se caracterizan por ser, además de dinámicos y agentivos, [+ CON‐ CLUSIVOS], ya que pueden completarse o alcanzar un punto de finalización19. En conjunto, la categoría de los eventos reúne entidades que representan eventos físicamente observables que poseen una duración temporal, de ahí que puedan introducirse en expresiones como «________ tuvo lugar a las 10» (Schmid 2000,
19. Dik (1997a, 107‐109) propone algunas pruebas para identificar estos tipos de eventos. Así, por ejemplo, los eventos [+ DINÁMICOS] pueden combinarse, en general, con complementos temporales como el adverbio rápidamente (Luis aprendió rápidamente), mientras que un evento es [+ CONCLUSIVO] cuando puede combi‐ narse con complementos que implican compleción de una tarea, como (Luis se vistió en dos minutos).
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261). Por su parte, las entidades de tercer orden, más abstractas y complejas, pueden clasificarse en (i) hechos o estados de cosas reales o posibles, como los expresados por nombres como hecho, re‐ sultado o razón, que no pueden aparecer en entornos como el que emplea Schmid para clasificar los eventos; (ii) objetos mentales o del pensamiento (ideas); y (iii) enunciados o expresiones lingüís‐ ticas de ideas20. De lo anterior podría deducirse que los nombres que solo pueden designar entidades concretas o de primer orden (gato, hom‐ bre, libro…) no pueden actuar, en principio, como etiquetas discur‐ sivas. Sin embargo, tal como han indicado González Ruiz (2009, 255) y Llamas (2010a, 155), algunos nombres procedentes de cam‐ pos semánticos muy diversos pueden emplearse metafóricamente como EEDD, incluyendo algunos nombres que designan entidades concretas o de primer orden. En estos casos, el nombre seleccio‐ nado, además de funcionar como ED, «retoma el discurso prece‐ dente sirviéndose de un sintagma de carácter metafórico que […] le permite concebir –e incluso “interpretar”– una realidad sobre la base de otra» (Llamas 2010a, 149). Un ejemplo del uso metafórico de expresiones que originariamente designan entidades de primer orden para referirse a una entidad de segundo orden (un proceso) es el siguiente: (4) Las especificidades que presenta en España la crisis que golpea a la práctica totalidad de las economías desarro‐ lladas han llevado a reconocer la necesidad de [trans‐ formar el modelo de crecimiento seguido hasta ahora, des‐ ligándolo del sector de la construcción y apostando por el aumento de la productividad y de la financiación de los programas de I+D, tanto por parte del sector público como del privado].
20. Una clasificación muy similar a la de Schmid de las entidades designadas mediante nombres abstractos es la que ofrece Asher (1993, 57), que ordena también las entidades de menor grado en el espectro de abstracción (eventos) a mayor grado (relaciones abstractas y, en concreto, las que se proyectan en el lenguaje).
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Difícilmente se logrará avanzar por ese camino si, en lugar de facilitar la llegada de científicos e investigadores que complementen y estimulen la labor de sus colegas espa‐ ñoles, se mantienen unas injustificables trabas burocrá‐ ticas, como la exigencia de ciertas características en el con‐ trato de trabajo o de un determinado nivel en las retribu‐ ciones. (El País, 22/11/2008, “Ciencia con fronteras”)
En casos como el del ejemplo, un sustantivo que suele em‐ plearse para aludir a una entidad física (en este ejemplo, camino) se usa metafóricamente para designar una entidad abstracta (el proceso de transformación descrito en el segmento destacado entre corchetes). La existencia de este tipo de usos corrobora la conve‐ niencia de considerar las EEDD una clase funcional más que un tipo de nombres. Aun así, es cierto que pueden identificarse algu‐ nas características semánticas que facilitan que determinados nom‐ bres puedan funcionar como EEDD. Por ejemplo, como se ha mostrado en este apartado, tales nombres deben poseer la capa‐ cidad de denotar, de forma literal o metafórica, entidades de se‐ gundo y tercer orden. 3.1.2. El significado constante inespecífico Otra de las características semánticas que suelen relacionarse con las etiquetas discursivas, que se refleja en muchas de las deno‐ minaciones propuestas para el fenómeno (§2), es su significado inespecífico, general o conceptualmente incompleto. Tal como ha indi‐ cado Ivanič (1991, 95), estos nombres poseen dos tipos de signi‐ ficado: un significado léxico constante (constant meaning), de carác‐ ter vago o inespecífico; y un significado específico, que completa y concreta el anterior, pero que debe ser aportado por el contexto discursivo, por lo que es variable o distinto para cada texto (va‐ riable meaning). Así, un nombre como problema, que se emplea con frecuencia como ED, posee un significado denotativo estable, que se correspondería con su definición lexicográfica: ‘un estado de cosas no placentero o desagradable que se debe resolver’. No obs‐
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tante, este significado comprende un espacio vacío o esquemático inherente (Schmid 1999a, 114) que, en el caso de la unidad léxica problema, sería el ‘estado de cosas’ en cuestión, que debe concre‐ tarse y completarse en cada contexto discursivo en el que se em‐ plea el término21. A diferencia de lo que ocurre con nombres comunes como niño o perro, que denotan tipos de entidades, los nombres que fun‐ cionan como EEDD, como problema o hecho, denotan un conjunto infinito de eventos o proposiciones de muy diferente tipo que tienen en común una característica o propiedad que puede predi‐ carse de ellos: la de ‘ser perjudicial para alguien’, en el caso de problema, y la de ‘tener lugar o suceder en un determinado mo‐ mento’, en el caso de hecho. Para designar una entidad individual en el discurso, estos nombres requieren la existencia en el discurso circundante de un fragmento, formado por una o más predica‐ ciones, en el que se concrete el tipo de evento o proposición al que se está haciendo referencia. Tal como afirma Winter, se trata de nombres que, por lo general, no se especifican por identidad –esto es, aportando características que contribuyan a delimitar la entidad a la que se hace referencia–, sino «por cláusula» (1992, 155); en otros términos, como han indicado algunos autores que se han aproximado al estudio de estos nombres en español, son «nombres relativos» (Santos Río 2005, 1129; López Ferrero 2012, 431). Basándose en el tipo de significado constante que los nombres que suelen actuar como EEDD aportan al discurso, diversos auto‐ res han propuesto clasificaciones semánticas (Francis 1986 y 1994; Schmid 2000; Charles 2003), que han puesto de relieve, especial‐ mente, la abundancia de EEDD de significado lingüístico o ilocu‐ tivo que categorizan el contenido del segmento encapsulado en tanto que acto de habla, poniendo de relieve su intención comuni‐ cativa (afirmación, declaración, definición, argumento, etc.), o bien en tanto que unidad textual, con un significado claramente metalin‐
21. La explicación que proporciona Schmid sobre el significado de estos nombres se desarrollará con mayor detalle en el apartado 2.1 del cap. 3, en relación con el valor fórico de las etiquetas discursivas.
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güístico (párrafo, sección, frase, pregunta, cita, etc.). También son recurrentes los nombres que designan procesos cognitivos o men‐ tales (hipótesis, consideración, idea, interpretación, etc.), que en oca‐ siones resultan difíciles de distinguir de los anteriores (Francis 1994, 92). Un nombre como conclusión u observación, por ejemplo, puede emplearse para referirse a un proceso mental o cognitivo, pero también a su reflejo o resultado en el discurso. Aunque, como puede observarse, las clasificaciones existentes han atendido fundamentalmente a los nombres que designan entidades de tercer orden, las EEDD pueden emplearse también para encapsular entidades de segundo orden, que han recibido menor atención en estas clasificaciones22. Probablemente ello se deba a que los nombres que denominan eventos son más nume‐ rosos y diversos que los que denotan entidades de tercer orden. Una de las clasificaciones más completas, que incluye también este último tipo de nombres, es la de Schmid, que se presenta traducida en la tabla 3:
22. Una muestra del tratamiento más superficial que han recibido estos nombres es el primer trabajo de Francis (1986, 16‐17), en el que incluye algunos nombres que designan entidades de segundo orden, como proceso, en la clase de los nombres sin propietario (‘ownerless’ nouns). Los denomina así porque no se presentan como dependientes del emisor o de otros enunciadores del texto, a diferencia de lo que ocurre con los nombres de lengua o de pensamiento, que suelen asignarse a la actuación de alguna persona en concreto.
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Clases
Factual
Lingüístico
Subclases
Ejemplos
General
cosa, punto, hecho, fenómeno, aspecto
Relacional
resultado, razón, diferencia, relación
Evidencial
evidencia, prueba
De actitud
problema, ironía, ventaja, tragedia
Proposicional
noticia, argumento, historia, rumor
Ilocutivo
respuesta, sugerencia, argumento,
General
idea, teoría, posición, concepto, noción
mentira
Mental
De creencia
visión, sentimiento, impresión, ilusión
Volitivo
propósito, intención, objetivo, solución
Emotivo
esperanza, miedo, preocupación
Posibilidad epistémica Modal
Probabilidad epistémica
posibilidad, peligro, riesgo
probabilidad
Certeza epistémica
verdad, hecho, realidad
Usos deónticos
necesidad, obligación, tarea, permiso
Usos dinámicos
capacidad, oportunidad, tendencia
General
acto, proceso, evento, situación
Eventivo
Específico
intento, esfuerzo, convención, opción
De actitud
problema, dificultad, logro, error
General
situación, contexto, posición
Específico
región, momento, etapa, modo,
Circunstancial
condición
Tabla 3 Clasificación semántica de las EEDD, traducida de Schmid (2000)
La clasificación propuesta por Schmid incluye, además de subclasificaciones de cada grupo propuesto, otras clases de nom‐ bres que se añaden a los de significado lingüístico y mental; a sa‐ ber: la factual, la modal, la eventiva y la circunstancial. Ahora bien, se trata de una clasificación formada por clases difusas y no exclu‐ yentes que, además, no presentan la misma frecuencia de empleo como EEDD. Tal como afirma Schmid (2000, 298), las cuatro cate‐
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gorías principales son las de los nombres lingüísticos, los mentales, los factuales y los eventivos. Estas cuatro clases de nombres son las que funcionan como EEDD con mayor frecuencia, ya que pueden emplearse para hacer referencia a los cuatro tipos de entidades mencionadas en el apartado anterior: enunciados, ideas, hechos y eventos, respectivamente. Frente a estos, los usos circunstanciales constituyen casos marginales o periféricos, tanto por su frecuencia más baja como por el hecho de que cumplen con menos caracte‐ rísticas propias de estos nombres (Schmid 2000, cap. 12)23. Por lo que respecta a la clase modal y a la subclase de actitud que en la tabla anterior se incluye dentro de la clase factual y de la eventiva, es necesario precisar que se trata, en rigor, de dos dimen‐ siones (modal y evaluativa) que pueden presentarse de forma transversal en todas las categorías mencionadas. En efecto, una de las características de las EEDD que mejor explican su funciona‐ lidad en el discurso es la posibilidad que brindan al emisor de evaluar el contenido encapsulado (§ 2.3, cap. 5). Tal evaluación puede ser neutra (5), positiva (6) o negativa (7) y puede estar codi‐ ficada en la propia etiqueta o venir determinada por alguno de sus modificadores (6) (Francis 1994, 93), como se observa en los si‐ guientes ejemplos: (5) Más allá del orden del día oficial, la Cumbre Iberoame‐ ricana que concluyó el viernes en El Salvador tenía como hilo conductor la exigencia de participación de los países en desarrollo –América Latina en pleno– en el debate inter‐ nacional sobre el diseño de un nuevo orden económico. El bloque chavista –Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Cuba– concretaba esa reivindicación en la necesidad de [establecer un “modelo alternativo”, que, como dijo el pro‐ pio Hugo Chávez –que no estuvo en El Salvador–, reem‐ place al FMI].
23. En el apartado 3.3 se reflexiona sobre la naturaleza de esta clase y sobre el rendimiento funcional de estos nombres para actuar como EEDD.
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Y la fórmula para encarar la cuestión sería una reunión de los países en desarrollo a celebrar en el marco de la ONU. (El País, 3/11/2008, “La cumbre de la crisis”) (6) Sobre estos dos anuncios, proporcionados por la mecánica del Consejo de Ministros, el presidente volvió a tejer un mensaje optimista en su pronóstico de que [en los primeros meses del año próximo mejorará el mercado del crédito en España y aumentará la liquidez]. Esta suposición consoladora se basa en que siete entidades financieras ya están colaborando con el Instituto de Cré‐ dito Oficial para transmitir circulante a las pequeñas y me‐ dianas empresas. (El País, 27/12/2008, “Fin de año social”) (7) [Obama deberá cortar el nudo gordiano de la salida de sus tropas de Irak y liquidar Guantánamo. Tiene que atender urgentemente Afganistán y Pakistán y recomponer relacio‐ nes con el mundo islámico, que incluye Irán. Y la bomba de tiempo de Oriente Próximo, el resurgimiento imperial ruso, el desafío chino, la situación de una África creciente‐ mente insurgente o la reparación de las averiadas relacio‐ nes transatlánticas. Por encima de todo, el nuevo presidente tendrá que in‐ tentar poner orden en una crisis económica cuya enverga‐ dura nunca pudo sospechar]. Las implicaciones de esta conmoción global representan hoy el punto de inflexión de una nueva época. (El País, 5/11/2008, “Invitación a soñar”) Por lo que respecta a la dimensión modal, hay que tener en cuenta que, aparte de vincularse a los nombres que menciona Schmid, la mayoría de los cuales poseen un significado propia‐ mente modal porque provienen de un verbo o un adjetivo con este significado (realidad, posibilidad, necesidad, etc.), es posible conside‐ rarla también estrechamente relacionada con el grado de factividad que se presenta de forma transversal en los nombres que funcionan como EEDD. Tal como afirma el propio Schmid (2000, 98), todos estos nombres pueden clasificarse en función del grado de facti‐ vidad que atribuyen al segmento al que se refieren, es decir, en
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función de si sitúan el contenido de dicho segmento en el mundo real o en algún mundo posible. Así, esta dimensión permite clasi‐ ficar, también, los nombres que funcionan como EEDD en cuatro grupos (Francis 1986, 22‐26): (I) NOMBRES FACTIVOS, que presuponen la verdad de la infor‐ mación encapsulada (confesión, agradecimiento, hecho): (8) El libro fue revisado y avalado por la Casa del Rey, se‐ gún su autora, lo que no ha sido desmentido. Por tanto, ha habido un error en esa Casa: [si la Reina se expresó de la manera que figura en el libro], alguien debería ha‐ berle hecho notar lo impropio de tal decisión; y en úl‐ tima instancia, alguien con responsabilidad para ello debería haber impedido el error. (El País, 1/11/2008, “La Reina toma partido”) (II) NOMBRES NO FACTIVOS, que no presuponen la verdad de la información encapsulada (alegación, idea, hipótesis): (9) Maliki ha logrado el respaldo del Parlamento a un acuerdo con Estados Unidos sobre los términos y los plazos de la retirada de los ejércitos extranjeros de Irak. [A finales del próximo junio, los soldados esta‐ dounidenses deberían regresar a sus bases y perma‐ necer estacionados en ellas como paso previo a la defi‐ nitiva salida del país en 2011]. Los diputados iraquíes han dado su respaldo, además, a la celebración de un referéndum para ratificar este plan, que tendría lugar una vez las fuerzas norteamericanas hayan dejado de patrullar las calles. (El País, 4/12/2008, “Horizonte de retirada”) (III) NOMBRES CONTRAFACTIVOS, que presuponen que la in‐ formación encapsulada no ha ocurrido (mentira, falsedad, fantasía): (10) Pero parece que todo va a seguir igual, entretenidos los órganos disciplinarios del Consejo General del Poder Judicial en dilucidar [si mantener durante más de dos años sin ejecutar una sentencia condena‐
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toria contra un pederasta es un mero retraso o una desatención]. En este falso dilema se obvia la extrema y objetiva gravedad del hecho, sea cuál sea su encaje jurídico, así como el fuerte impacto social que pro‐ dujo el asesinato de la pequeña Mari Luz. (El País, 24/12/2008, “Todos para uno”) (IV) NOMBRES SEMIFACTIVOS, que no presuponen por sí mis‐ mos ningún grado de factividad y, en consecuencia, pue‐ den ser factivos o no factivos en función de cómo se usen (anuncio, historia, etc.): (11) La decisión de [reducir los tipos de interés] adop‐ tada por el Banco Central es sobre todo un indicio de la gravedad del diagnóstico que deben de manejar las autoridades chinas, pese al margen de maniobra que proporciona ser el mayor tenedor de reservas del mundo. Es verdad que con esta medida las autori‐ dades han tratado de aliviar la presión sobre su mo‐ neda que se venía ejerciendo principalmente desde Estados Unidos. (El País, 30/11/2008, “Diagnóstico chino”) Como puede observarse en los ejemplos, el significado del núcleo nominal de las EEDD (ejemplos 8, 9 y 11), o bien el de al‐ guno de sus modificadores, como el adjetivo falso en el ejemplo de (10) presuponen el grado de factividad de la cláusula o cláusulas encapsuladas. Se trata, por tanto, de una presuposición léxica si‐ milar a la que conlleva el empleo de algunos verbos de sentimiento (lamentar, alegrarse de, sorprenderse por…), de conocimiento (saber, darse cuenta...), de juicio (criticar, alabar, reprochar…) o de cambio de estado (descubrir, dejar de…), que presuponen la factividad de las cláusulas que los complementan (Portolés 2004, 131). 3.1.3. Nombres abstractos contables Según Schmid (1998, 1999b), el conjunto de los nombres abs‐ tractos se caracteriza por llevar a cabo las siguientes funciones cog‐
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nitivas: (i) permiten delimitar entidades conceptuales complejas (más concretamente, entidades de segundo y tercer orden), que no poseen límites intrínsecos en la realidad; (ii) atribuyen propiedades características de cosas u objetos a fragmentos de experiencia, es decir, cosifican o reifican entidades conceptuales; y (iii) otorgan a estas entidades conceptuales una representación concreta indivi‐ dualizada. Dentro de esta clase, la subclase de nombres abstractos que pueden funcionar como EEDD se caracteriza por dos rasgos fundamentales: en primer lugar, porque, a diferencia del resto de nombres abstractos, como amor o democracia, los que pueden fun‐ cionar como EEDD son contables (Ivanič 1991, 98), como demues‐ tra el hecho de que, con frecuencia, aparecen en plural; y, en se‐ gundo lugar, porque estos nombres realizan las tres operaciones mencionadas (delimitación, reificación y concreción) de forma efí‐ mera o temporal, es decir, limitada al discurso en el que aparecen (Schmid 1998; 1999b, 223). En efecto, la relación entre una etiqueta discursiva y el seg‐ mento discursivo al que se refiere no es de tipo léxico –como mu‐ chas de las relaciones de sinonimia e hiperonimia, por ejemplo–, no preexiste en el sistema de la lengua, sino que se crea en cada situación discursiva particular y tiene validez para el propósito del texto concreto en el que aparecen. Se trata, por tanto, de una rela‐ ción semántica menos estable o convencional que aquellas. Ello explica que el emisor presente un margen de elección considerable a la hora de seleccionar una ED, tal como se refleja en el siguiente ejemplo, en el que se ofrece entre paréntesis una reducida muestra de los diversos modos en los que puede etiquetarse el contenido subrayado, alternativos al seleccionado por el periodista: (12) El presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, sorprendió al anunciar una reforma constitucional durante su primer discurso sobre el estado de la nación. Ni siquiera los di‐ putados de su partido, Rusia Unida, estaban al corriente de que [Medvédev se proponía ampliar el plazo del man‐ dato presidencial de cuatro a seis años]. Tampoco fueron informados de que esta extensión (este plan / esta decisión / este problema / este fraude democrático…) afectaría, además,
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a las cámaras legislativas, que se renovarán cada cinco años y no cada cuatro como hasta hora. (El País, 22/11/2008, “Carta blanca para Putin”) Cada una de las EEDD destacadas en cursiva implica una conceptualización distinta del fragmento destacado entre cor‐ chetes, elaborada específicamente para el texto en el que aparece. En cuanto a las motivaciones del emisor para seleccionar una ED determinada, parece lógico pensar que esta elección está direc‐ tamente relacionada con el plan de estructuración del discurso diseñado por el emisor, o bien con su propósito comunicativo pre‐ dominante. En el caso del ejemplo, la ED seleccionada por el pe‐ riodista responde al deseo de establecer un paralelismo entre la extensión del plazo de mandato presidencial y el de la renovación de las cámaras legislativas, que se menciona en la oración en la que se inserta la ED. En este sentido, las operaciones de categorización discursiva funcionan del mismo modo que las operaciones de cate‐ gorización cognitiva. Según la visión experiencialista que defien‐ den Lakoff y Johnson (1980/1986, 205‐207), la categorización de una entidad no depende tanto de las propiedades inherentes al objeto categorizado como de la forma que tiene el individuo de aprehen‐ der ese objeto, el contexto concreto en el que quiere insertarlo y su propósito comunicativo, esto es, depende fundamentalmente de propiedades interaccionales. No obstante, pese al amplio margen de elección del emisor sobre las EEDD, cabe precisar que la conceptualización seleccio‐ nada debe mantener una relación hasta cierto punto convencional con el contenido encapsulado, a fin de garantizar que el destina‐ tario pueda relacionar con éxito ambos elementos del discurso. A este factor se refiere, probablemente, Francis cuando afirma que la relación entre las EEDD y el segmento discursivo que encapsulan debe ser, hasta cierto punto, estereotipada o compartida por los participantes: Labelling is a way of classifying cultural experience in ste‐ reotypical ways. (…) The relationship between a label and the clause(s) it replaces is not a random process of naming, but an
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encoding of shared, or sharable, perceptions of the world. (Francis 1994, 100) Como síntesis de la caracterización semántico‐pragmática de los nombres que pueden actuar como EEDD, se trata de nombres abstractos contables que denotan, de forma literal o metafórica, entidades de segundo o de tercer orden (eventos o proposiciones). Dado que denotan estas entidades de forma general o condensada, su significado léxico debe completarse necesariamente a partir del contexto y es, por tanto, un significado contextual, que varía en cada discurso en el que se emplea la ED. 3.2. Caracterización morfosintáctica Si bien diversos autores se han ocupado de las características semánticas de los nombres que pueden funcionar como EEDD, ha despertado mucho menor interés el análisis de sus características morfosintácticas. Es cierto que diversos autores han indicado que los nombres que actúan como EEDD suelen ser nominalizaciones de verbos y adjetivos, que requieren saturar en el contexto discur‐ sivo sus argumentos originales, pero existen también otros nom‐ bres que actúan de forma recurrente como EEDD y que no poseen una vinculación morfológica clara con categorías predicativas, como hecho, idea, aspecto, problema, entre otros. Sobre estos últimos, Schmid (2000, 79) ha defendido la hipótesis, inspirada por Lyons (1977/1980, 391), de que muchos de ellos tienen su origen etimoló‐ gico en formas verbales del griego, el latín o lenguas germánicas; no obstante, resulta ciertamente difícil postular una vinculación morfológica con verbos o adjetivos para todos estos nombres24, de modo que parece más adecuado identificar estos nombres por sus
24. A lo que parece, existe en la Universidad de Munich una investigación doctoral en curso que pretende demostrar esta hipótesis mediante un estudio diacrónico. Puede encontrarse información sobre este proyecto en el enlace http://www.anglistik.unimuenchen.de/abteilungen/sprachwissenschaft/research/ research_projects1/mantlik.pdf [Consulta 10/07/2013].
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características morfosintácticas, tal como, de hecho, han apuntado autores como Schmid (2000), que relacionan los nombres que pueden actuar como EEDD con determinados patrones discursivos en los que suelen aparecer, como o . Teniendo en cuenta la escasa atención que ha recibido la ca‐ racterización morfosintáctica de estos nombres que pueden actuar como EEDD, así como el hecho de que las referencias a ella de las que se dispone están pensadas desde la lengua inglesa, parece adecuado profundizar en este punto. Siguiendo la propuesta de Schmid mencionada, es necesario atender a los tipos de nombres que pueden ser complementados por oraciones sustantivas (o pre‐ dicados de estas) en la gramática del español. La adaptación al es‐ pañol que realiza Leonetti de la clasificación de Grimshaw (1990) elaborada para el inglés clasifica los nombres que pueden funcio‐ nar como EEDD en tres grupos principales, según sus caracterís‐ ticas gramaticales25: (I) Nominalizaciones de verbos o adjetivos, que seleccionan los mismos argumentos que los verbos o adjetivos de los que se derivan (aunque requieren la presencia de una prepo‐ sición para introducir sus argumentos): Carlos teme sus‐ pender el test → El temor [de Carlos] [a suspender el test], Aprobar el test es importante → La importancia [de aprobar el test]. 25. Este autor distingue, en rigor, cuatro clases de nombres (1999b, 2098‐2099): (i) los que no seleccionan argumentos, no pueden predicarse de una oración y, en consecuencia, no admiten sustantivas que los complementen (ej. casa); (ii) los que no seleccionan argumentos, pero pueden predicarse de una oración y solo admiten cláusulas apositivas que los complementen (ej. el hecho de que hemos ganado); (iii) los que seleccionan argumentos y se combinan con oraciones sustantivas argumentales, ya sean morfológicamente simples (ej. miedo) o derivados (ej. solución); y (iv) los que seleccionan argumentos oracionales que actúan semánticamente como aposiciones, es decir, aquellos cuyo argumento coincide con su denotación (ej. la decisión de que las clases terminen a las tres). Teniendo en cuenta que solo pueden funcionar como EEDD algunos nombres que pertenecen a los tres últimos tipos, en la clasificación propuesta aquí se ha dividido en dos el tercer grupo y se ha unificado el cuarto con el tercero.
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(II) Otros nombres no derivados, pero con estructura argumental: El “miedo” [de/a que le suspendan el test]. (III) Nombres de significado general que no tienen estructura argumental, pero pueden complementarse mediante cláu‐ sulas apositivas que especifiquen su significado: El hecho / El problema / La hipótesis / La idea [de que le suspendan el test]. Asimismo, aunque no ha sido advertido por la bibliografía general hasta el momento, existe otro grupo de nombres que no pertenecen a ninguna de las clases anteriores, pero pueden funcio‐ nar como EEDD gracias a sus propiedades gramaticales, que les permiten denotar entidades de segundo orden: los denominados nombres eventivos, que designan acontecimientos o sucesos de los que puede decirse que tienen lugar. En los epígrafes que siguen se presentan con mayor detalle las principales características que permiten a estas cuatro clases de nombres funcionar como etique‐ tas discursivas en determinados contextos discursivos. 3.2.1. Nominalizaciones Un gran número de etiquetas discursivas son nominaliza‐ ciones deverbales o, en menor medida, adjetivales. Tal es así que, en el ámbito francófono, algunos autores denominan al fenómeno de las etiquetas discursivas nominalizaciones o anáforas por nomina‐ lización (Apothéloz 1995b, Apothéloz y Chanet 1997), porque sue‐ len comportar la conversión de uno o más predicados verbales en un sintagma nominal. Teniendo en cuenta esta estrecha relación que existe entre el funcionamiento de las etiquetas discursivas y el proceso morfosintáctico de nominalización, conviene atender bre‐ vemente al tipo de transformaciones que comporta tal proceso. Una de las principales es que las nominalizaciones heredan la estructura argumental de las bases adjetivales o verbales que les dan origen (Carlos teme [suspender el test] → El temor de Carlos
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[a suspender el test] TEMA)26, pero permiten, a diferencia de lo que ocurre con los verbos y adjetivos originales, dejar implí‐ citos los argumentos correspondientes27. Esta capacidad de dejar implícita la información relativa a los complementos argumentales otorga a la nominalización un gran poder aglutinador de información (Downing 1991, 118; Albentosa y Moya 2000, 456; Borreguero 2006, 91): frente a la expresión verbal de un evento, que suele requerir la mención explícita de los parti‐ cipantes (*Carlos teme), la expresión nominalizada permite elidir esta información (este/su temor). A cambio de esta mayor autono‐ mía sintagmática de la expresión nominal, esta debe integrarse en una nueva predicación para poder expresar una idea completa (Este temor le impide concentrarse). La opción de no especificar los complementos tras una operación de nominalización puede res‐ ponder a diversos motivos: EXPERIMENTADOR
…bien porque son perfectamente deducibles del contexto lingüístico o extralingüístico […], bien porque son informativa o comunicativamente irrelevantes, bien porque al hablante le interesa por alguna razón omitirlos (Albentosa y Moya 2000, 452‐453). En el primer caso, cuando los complementos implícitos son deducibles a partir del contexto lingüístico, las nominalizaciones desempeñan una función anafórica (Casado 1987, 103; Méndez 2003, 1018; Marinkovich 2005, 27; García Negroni, Hall y Marín 2005), ya que recuperan de forma sintética el contenido de una cláusula completa. Es lo que ocurre en el siguiente ejemplo, en el 26. Tal como indica Escandell (1995/1997: 32), «todos los adjetivos tienen al menos un argumento, que es el que hace referencia a la entidad de la que el adjetivo se predica»: la importancia de aprobar el test. 27. Esta mayor independencia conceptual de las nominalizaciones con res‐ pecto a las categorías gramaticales originales (verbos y adjetivos) se debe a que, a diferencia de estas, la categoría nominal construye el significado que denota como un objeto conceptualmente autónomo (Langacker 2008, 104), como se expondrá más adelante. No obstante, como ha indicado Escandell (1995/1997, 20‐21) no todos los nombres deverbales pueden prescindir de la expresión explícita de sus argumentos (*el mantenimiento relanzará la economía).
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que el nombre deverbal colaboración condensa el contenido de la predicación subrayada, es decir, se refiere a ‘la colaboración de Toxo con Fidalgo como secretarios de acción sindical’: (13) El sindicato Comisiones Obreras (CCOO), con más de un millón de afiliados, tiene nuevo secretario general en la persona de Ignacio Fernández Toxo, por 28 votos de di‐ ferencia frente a la candidatura de José María Fidalgo. A pesar de la insistencia en que se mantendrá la línea es‐ tratégica, el cambio no deja de ser traumático. En primer lugar, porque un triunfo tan escaso sugiere que el sin‐ dicato está dividido, y no basta para conjurar esta esci‐ sión el hecho de [que Toxo haya sido secretario de acción sindical con Fidalgo]. Si acaso, esa colaboración introduce una cierta confusión sobre las diferencias programáticas de la nueva secretaría general; y exige que el nuevo res‐ ponsable realice un esfuerzo político considerable para cerrar la brecha abierta en la organización. (El País, 21/12/2008, “Cambio en plena crisis”) Tal como se observa en el ejemplo, el uso de una nomina‐ lización, que no tiene que repetir necesariamente la base léxica del verbo de la cláusula condensada, permite elidir los argumentos del verbo original, que se recuperan a partir del contexto lingüístico: el argumento externo [agente], Toxo, y el argumento interno [pa‐ ciente], Fidalgo. Además, la condensación de esta predicación en una expresión nominal convierte su contenido en un tópico discur‐ sivo (Iturrioz 2000‐2001, 34) y permite predicar nueva información del conjunto de la información contenida en la cláusula conden‐ sada. Además de este efecto en la organización del texto y, más concretamente, en la progresión temática, el proceso de nomina‐ lización desencadena otros efectos que afectan al plano estilístico y cognitivo. Los efectos estilísticos han sido puestos de relieve por la lingüística sistémico‐funcional, que concibe la nominalización co‐ mo un procedimiento de metáfora gramatical, un tipo de metáfora en la que lo que varía no es el significado de una expresión, sino el modo de expresarlo (Halliday 1985/1994, 342‐344). Esta concepción
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gramatical de la metáfora se basa en el presupuesto de que en cada lengua existe una forma típica (o seleccionada por defecto) de construir la experiencia a través del lenguaje: las formas congruen‐ tes o typical patterns of wording. En español, por ejemplo, la formulación congruente de una acción o actividad es la expresada mediante una oración con verbo en forma personal, como Laura vio un monstruo, en la que aparece respectivamente un sujeto agente, un verbo de percepción y la cosa percibida o el elemento que desempeña el papel temático de [te‐ ma]. Pero, además, el mismo contenido o experiencia puede expre‐ sarse de otro modo; por ejemplo, puede decirse La visión de un monstruo por parte de Laura; en este caso, Laura pasa a funcionar co‐ mo [paciente]. La forma de representar el mundo es distinta, pero la experiencia representada es la misma. Desde el punto de vista estilístico, estos procesos de nominalización incrementan no‐ tablemente la densidad léxica y la condensación expresiva de un texto, por lo que suelen darse con mayor frecuencia en el discurso escrito (Halliday 1985/1994, 350‐352). Desde la perspectiva cognitiva, Langacker propone, también, concebir los fenómenos de nominalización como una transfor‐ mación en el modo de presentar un significado. Teniendo en cuenta el principio básico de la gramática cognitiva según el cual la forma lingüística forma parte del significado de una expresión, Langacker defiende que categorías gramaticales como el verbo o el nombre difieren, precisamente, en el «modo de construcción men‐ tal de la realidad» (2000, 28)28. Al igual que Halliday, parte de la idea de que un mismo contenido conceptual puede concebirse o construirse mentalmente de distintas formas, en función de la categoría gramatical seleccionada para expresarlo. No obstante,
28. Este modo de construir la realidad, que forma parte del significado de una expresión junto con el contenido propiamente conceptual evocado es lo que Langacker denomina construal (2008, 55). La explicación cognitiva de las categorías gramaticales que se sintetiza a continuación ha sido desarrollada por este autor en distintos trabajos (Langacker 1987; 1991, 22‐31; 1991/2002, cap.3; 2000, 27‐40; 2008, 103‐111).
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Langacker profundiza en el tipo de conceptualización asociada a cada una de estas formas. Así, un mismo contenido –un proceso como ‘defender la tesis’, por ejemplo– puede expresarse mediante un verbo en forma activa (Pedro defendió su tesis), o bien por medio de una nomina‐ lización (la defensa). En el primer caso, con una estructura verbal, el contenido se concibe como un proceso secuencial, formado por distintas etapas que se suceden: la apertura del acto, la interven‐ ción del doctorando, el turno de preguntas del tribunal, las res‐ puestas del doctorando, la deliberación y la comunicación de la no‐ ta final. En el segundo caso, el de la nominalización, el proceso de defender la tesis se concibe de acuerdo con el esquema correspon‐ diente a la categoría de los nombres: el esquema [COSA] (thing)29. De este modo, en un proceso de nominalización, las cuali‐ dades típicas de una cosa, esto es, su carácter estable, localizable en el espacio, atemporal y con límites conceptuales claros, se trans‐ fieren a la entidad denotada, que pasa a concebirse «en bloque», como «una síntesis unificada» (Cuenca y Hilferty 1999, 84): un [PROCESO] expresado verbalmente como secuencia de acciones interconectadas pasa a concebirse de forma sumaria, de modo que todas sus fases se conceptualizan simultáneamente30. Esta ex‐ plicación cognitiva del cambio que comportan los procesos de no‐ minalización en el modo de conceptualizar un evento como el de ‘defender la tesis’ expresado verbalmente (a) o nominalmente (b) 29. Langacker emplea el término cosa en un sentido especializado como un ‘conjunto de entidades interconectadas que funcionan como una única entidad en un nivel más elevado de organización conceptual’ (2008, 107). Frente a las explica‐ ciones tradicionales de la categoría gramatical, basadas en el significado nocional, que identificaban los nombres con objetos físicos (que constituyen el significado prototípico expresado por esta categoría, aunque no el único), Langacker concibe las categorías gramaticales como esquemas o «descripciones semánticas abstractas» que se imponen a cualquier contenido conceptual para construirlo o conceptua‐ lizarlo de una forma determinada, ya sea como una [COSA] o como un [PROCESO], en el caso de la categoría verbal. 30. Casado Velarde advertía ya esta diferencia entre modos verbales y nomi‐ nales de construir un significado cuando hablaba de visión estática (sustantivo) y visión dinámica (verbo) de un significado (1978, 107).
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puede representarse visualmente como se muestra en la figura 1, tomada de Langacker (1987), en la que los círculos representan las distintas fases de las que se compone el proceso: Pedro defendió la tesis ayer.
b) La defensa de la tesis fue brillante.
Figura 1 La construcción de un evento como verbo y como nombre (Langacker 1987,73)
Los dos modos de construcción de la entidad ‘defender la tesis’ representados en la figura anterior permiten comprender por qué, al emplear un nombre para hacer referencia a un evento o un concepto abstracto, dicho concepto se percibe «como una región coherente y estable, más que como un proceso secuencial y cam‐ biante» (Schmid 2000, 366). Esta «resemantización» (Salvador 2000, 73) que se produce al transformarse la forma de concebir una entidad va unida a una serie de efectos cognitivos, que sintetiza acertadamente Azpiazu: Con la expresión nominal las ideas se conceptualizan como objetos que el hablante puede tratar y medir “desde fuera”, que puede calificar y manipular con el simple acto de nom‐ brarlos. Esto significa que el contenido se vuelve sumamente abstracto al tiempo que la expresión se condensa. Las marcas
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formales que sirven para cohesionar sintácticamente el dis‐ curso desaparecen. (2004, 20) Estos efectos cognitivos de reificación (conversión de un pro‐ ceso en un objeto), abstracción temporal y condensación expresiva vinculados al proceso de nominalización se dan, de hecho, en la mayor parte de los usos de las EEDD, por lo que se tratarán con mayor detalle en el apartado 4. 3.2.2. Nombres con estructura argumental inherente Además de los nombres que se derivan de verbos y adjetivos, que suelen heredar la estructura argumental de estos y pueden encapsularla anafóricamente, dentro de los nombres con estructura argumental pueden distinguirse una serie de nombres que no se derivan morfológicamente de verbos u adjetivos, pero que, por su significado léxico, seleccionan algún argumento que realice un determinado papel temático (Rigau 1999, 340; Leonetti 1999b, 2099). Se trata de nombres como miedo, fe o razón, que no pueden relacionarse fácilmente desde el punto de vista morfológico con ningún predicado de tipo verbal o adjetival. Por su posibilidad de seleccionar semántica y categorialmente a su complemento a partir de su significado léxico (y no por herencia, como en el caso de las nominalizaciones) pueden considerarse dentro del grupo de los que Escandell ha denominado «nombres con argumentos inhe‐ rentes» (1995/1997, 32)31. Algunos autores justifican que estos nombres puedan poseer estructura argumental postulando la existencia de un vínculo se‐ mántico entre estos y algunos verbos o adjetivos. Tal como indica Salvador, se trata con frecuencia de nombres que pueden «decir
31. Escandell (1995/1997) incluye en este grupo los nombres relacionales (padre, jefe) y los nombres de representación, como cuadro o fotografía. Sin embargo, el tipo de nombres abstractos mencionados (miedo, fe, ventaja, manía, etc.) pueden considerarse también parte de este grupo, ya que su significado léxico también implica la existencia de determinados argumentos.
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nominalmente algo que podría decirse mediante adjetivos o verbos que tienen un lexema diferente» (2000, 70). Así, por ejemplo, miedo puede relacionarse con el verbo temer, fe con creer, razón con causar, etc. Además de esta posibilidad de presentar argumentos inhe‐ rentes, nombres abstractos como los mencionados pueden em‐ plearse para denotar y, en algunos casos, evaluar eventos o enti‐ dades de tercer orden, característica que posibilita su uso como EEDD. En el ejemplo de (14) se observa cómo uno de estos nom‐ bres, tarea, que no puede vincularse morfológicamente con ningún nombre o adjetivo (aunque sí semánticamente con el verbo hacer), encapsula el contenido de un fragmento discursivo anterior (el subrayado), a partir del cual recupera anafóricamente su argumen‐ to inherente, el [tema], ‘atender a las distintas necesidades expre‐ sadas por las comunidades y a lo expresado por algunos de sus es‐ tatutos’: (14) El ministro de Economía ha presentado las bases para el nuevo modelo de financiación autonómica. Y [la solución ha de estar atenta a las distintas necesidades expresadas por las comunidades y a lo aprobado por algunos de sus estatutos]. La tarea es compleja y Solbes utilizó en una ocasión el término sudoku. (El País, 31/12/2008, “El sudoku suena bien”) Tanto estos nombres con estructura argumental inherente como los nombres deverbales y deadjetivales examinados en el epígrafe anterior pueden funcionar como EEDD cuando recuperan sus argumentos anafóricamente, a partir del contexto discursivo. Como se verá con mayor detalle en el capítulo 4, destinado a ana‐ lizar los patrones de uso de las EEDD, estos nombres con estruc‐ tura argumental solo funcionan anafóricamente cuando el argu‐ mento interno recuperado –a menudo, el [tema]– coincide con la denotación del nombre, tal como sucede en el ejemplo anterior.
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3.2.3. Nombres generales que se especifican por cláusula Como ya se ha avanzado, no solo pueden funcionar como eti‐ quetas discursivas los nombres que poseen estructura argumental, sino que también desempeñan a menudo esta función una serie de nombres que no tienen estructura argumental, como hecho, idea, asunto, situación, etc. Leonetti ha demostrado que estos nombres no seleccionan argumentos aplicando pruebas sintácticas como la incapacidad que muestran para seleccionar el modo verbal de la cláusula que los complementa (1993 y 1999b): el hecho de que has perdido / el hecho de que hayas perdido. Este autor se basa en argu‐ mentos como este para defender que, cuando estos nombres se integran en sintagmas del tipo , el com‐ plemento oracional que sigue al nombre no está seleccionado por este, sino que actúa, desde el punto de vista semántico, como una aposición. A fin de distinguir este tipo de nombres de las nominaliza‐ ciones, algunos autores han atendido fundamentalmente a su mo‐ do de significar y han empleado el término nombres generales (Halliday y Hasan 1976), hiperónimos (Borreguero 2006, 77) o paráfrasis del tipo de «sustantivos que se sitúan en un alto nivel de hiperonimia» (González Ruiz 2010, 139). Atendiendo al significado conceptual que suelen expresar, Iturrioz los ha descrito como «metasignos que comunican algo acerca de la actitud proposicional de los participantes en la comunicación» (2000‐2001, 96). Sin em‐ bargo, la característica que parece ajustarse mejor a la caracteriza‐ ción del conjunto de estos nombres es su funcionamiento sintác‐ tico: se trata de nombres que suelen aparecer junto a cláusulas que especifican la entidad que denotan. Leonetti describe la relación que estos nombres mantienen con las cláusulas que especifican su significado afirmando que tales nombres «reflejan y resumen el contenido semántico de la subordinada» (1999b, 2100); se trata, por tanto, de nombres «que determinan clases semánticas de predi‐ cados» (1993, 24). Así, este tipo de nombres cuyo contenido suele aparecer espe‐ cificado mediante una cláusula comparten con los dos grupos de
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nombres anteriores la posibilidad de nominalizar un predicado, pero esta no depende de su estructura morfológica ni de su rela‐ ción de significado con verbos u adjetivos, sino de que su signi‐ ficado conceptual les permite integrarse en procedimientos sintác‐ ticos de especificación de tipo apositivo (el hecho de que…). De he‐ cho, son diversos los autores que, desde la tradición anglosajona, han propuesto la posibilidad de insertarse en este tipo de estruc‐ turas como prueba sintáctica para identificar los nombres que pue‐ den funcionar como EEDD (Ivanič 1991, 103; Schmid 2000, 1). Sin embargo, hay que tener en cuenta que muchas de las nomina‐ lizaciones que pueden funcionar como EEDD presentan problemas para emplearse en el patrón mencionado (*la colaboración de que Toxo haya sido secretario general con Fidalgo), por lo que parece más adecuado reservar esta prueba para identificar los nombres sin estructura argumental que se especifican por cláusula que acaban de presentarse, así como los nombres con estructura argumental inherente descritos en el epígrafe anterior32. 3.2.4. Los nombres eventivos Un último grupo de nombres que pueden funcionar como EEDD son los nombres eventivos, que tampoco suelen relacionarse morfológicamente con ningún verbo, pero que se caracterizan por constituir nombres contables que pueden denotar actividades (cla‐ se, examen, ataque, etc.) o sucesos, generalmente desafortunados (éxito, accidente, catástrofe, desastre, etc.). Estos nombres constituyen una clase que se define por una serie de características grama‐ ticales, como la posibilidad de ser sujeto de verbos como tener lugar o de combinarse con el verbo durar, entre otras propiedades semánticas y sintácticas (Bosque 1999, 51‐53; Fábregas 2010). Estos 32. La segunda prueba sintáctica que proponen estos autores, la posibilidad de insertarse en el patrón copulativo , en cambio, sí parece resultar más aceptable para identificar los nombres que pueden funcionar como etiquetas discursivas (la colaboración es que Toxo ha sido secretario general con Fidalgo).
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nombres eventivos suelen emplearse como EEDD cuando se desea, no solo recuperar, sino también evaluar un evento presentado en el texto mediante una proposición, tal como ocurre en el siguiente ejemplo: (15) John McCain no ha sido el único perdedor de las eleccio‐ nes del 4 de noviembre. [Con el candidato republicano se ha desplomado también, y de qué manera, el andamiaje del predominio conservador cimentado por Ronald Reagan en los años ochenta]. La magnitud del desastre republicano anticipa la dolorosa búsqueda de una nueva alma para competir por la supremacía política en Estados Unidos. (El País, 9/11/2008, “Catarsis republicana”) Como se ha visto en este apartado, las características morfo‐ sintácticas que presentan los distintos tipos de nombres que pue‐ den actuar como EEDD están estrechamente relacionadas con el que puede considerarse como el requisito fundamental para de‐ sempeñar esta función: la capacidad para denotar entidades de se‐ gundo y tercer orden. Cabe precisar, además, que dado que los nombres que pueden funcionar como EEDD constituyen una clase funcional y, por tanto, abierta, a las cuatro clases de nombres pre‐ sentadas deben sumarse otros nombres que denotan entidades de primer orden y que pueden emplearse metafóricamente para hacer referencia a entidades de segundo y tercer orden. 3.3. La relación entre forma y significado: las EEDD como cate‐ goría prototípica Algunos autores han indicado que los nombres que pueden funcionar como EEDD conforman, además de una categoría fun‐ cional, una categoría difusa o prototípica (Ivanič 1991, 109‐111; Schmid 2000, 85‐86), en la que pueden distinguirse elementos pro‐ totípicos, que satisfacen perfectamente todas las condiciones, pero también miembros menos prototípicos y miembros periféricos, que
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mantienen solo una semejanza de familia con las etiquetas dis‐ cursivas prototípicas33. Los miembros de la clase de las EEDD se identifican en función de rasgos semánticos y formales tratados en los epígrafes anteriores, como (i) el tipo de entidades que pueden denotar (§3.1.1), (ii) el significado constante que aportan al dis‐ curso (§3.1.2), y (iii) la existencia o inexistencia de modos alter‐ nativos de construir este significado, como el verbal o el adjetival (§3.2). Estos rasgos permiten medir el rendimiento funcional que presentan los distintos tipos de nombres como EEDD, esto es, el número de contextos discursivos, mayor o menor, en los que pueden desempeñar esta función. Según Schmid (2000) los miembros más prototípicos de la cla‐ se son aquellos cuyo empleo como EEDD está más especializado, esto es, aquellos nombres que tienen como función prioritaria la de actuar como EEDD y que pueden seleccionarse para encapsular una gran diversidad de segmentos discursivos de distinto grado de complejidad. Estas EEDD prototípicas son, en concreto, los nom‐ bres que designan entidades de tercer orden (con el mayor grado de abstracción) y que no poseen correlatos verbales o adjetivales, es decir, los nombres que expresan contenidos que no pueden construirse alternativamente mediante otras categorías gramati‐ cales. Por el contrario, conforme menos rasgos prototípicos del fun‐ cionamiento de las EEDD posea un nombre, menor será su rendi‐ miento funcional como tal. En la tabla 4 se sintetiza la propuesta de Schmid para la clasificación de las EEDD en función de su grado de prototipicidad:
33. Sobre las categorías difusas que maneja la teoría de los prototipos, pueden leerse Lakoff (1987), Kleiber (1990), Cuenca y Hilferty (1999, 34‐41) o Valenzuela, Ibarretxe‐Antuñano y Hilferty (2012, 55‐58), entre otros.
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EEDD
EEDD
PROTOTÍPICAS
PROTOTÍPICAS
Encapsulan entidades de tercer orden (hechos, ideas y enunciados).
Encapsulan entidades de tercer orden (ideas, enunciados y algunos eventos con marca modal).
Encapsulan entidades de segundo orden (eventos).
Se relacionan con verbos y adjetivos, que constituyen modos de expresión alternativa.
Solo pueden encapsular cláusulas que representan eventos.
No pueden expresarse alternativamente como verbos o adjetivos.
MENOS
EEDD EVENTIVAS
EEDD PERIFÉRICAS
Encapsulan entidades circunstanciales (tiempo, espacio, modo y condición). Los espaciales no denotan entidades abstractas del mundo. Es dudoso que su significado incluya un hueco semántico inherente.
Concepto, hecho, tema, problema...
Orden, creencia, afirmación, posibilidad, intento…
Medida, reacción, situación, procedimiento…
Tiempo, etapa, lugar, área, modo, caso, condición…
Tabla 4 El grado de prototipicidad de las EEDD (a partir de Schmid 2000, 85‐86)
De acuerdo con la tabla anterior, un nombre como problema actúa como ED con mayor frecuencia que un nombre como lugar, que desempeña un mayor número de funciones diversas en el dis‐ curso; en otras palabras, el sustantivo problema está más especia‐ lizado que lugar como ED. Asimismo, el número de contextos dis‐ cursivos en los que nombres como problema pueden emplearse para encapsular segmentos discursivos es mayor. Esta diferencia de funcionamiento se debe a que, tal como han demostrado algunos autores, existen ciertas restricciones a la hora de seleccionar una
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etiqueta discursiva para encapsular un determinado contenido proposicional. La más destacada, y que subyace, de hecho, a la cla‐ sificación de Schmid, es que una proposición que perfila una enti‐ dad de segundo orden puede encapsularse mediante una ED que la categorice en tanto que entidad de segundo orden, o bien me‐ diante una ED que modifique su estatuto ontológico y la convierta en una entidad de tercer orden. En cambio, si la proposición perfila una entidad de tercer orden, la ED seleccionada para encapsularla deberá ser necesariamente de tercer orden. En otros términos, las entidades de segundo orden (eventos) pueden convertirse en entidades de tercer orden, más abstractas (proposiciones), pero no al revés34. Un nombre como situación, por ejemplo, que constituye una ED de las menos buenas o menos prototípicas, solo puede em‐ plearse para hacer referencia a una entidad de segundo orden (y de significado compatible), pero no para encapsular una entidad de tercer orden. En las dos posibles continuaciones del ejemplo de (16) se muestra la dificultad que presentan los nombres eventivos (16b) para recuperar, por sí solos, proposiciones o citas como la destacada entre corchetes, que constituyen entidades de tercer orden: (16) La versión contundente de su comparecencia tras el Con‐ sejo de Ministros la reservó Zapatero para ETA: [ʺLa de‐ mocracia ha dado tres oportunidades a ETA para que terminen su indigna aventura de crímenes sin sentido; las ha desaprovechado y ya no habrá másʺ]. (El País, 27/12/2008, “Fin de año social”) (16a) Esta afirmación debería calmar los ánimos del PP. (16b) Esta situación ¿? revela el endurecimiento de la postura del Gobierno hacia la banda. En cuanto a las EEDD más periféricas, de significado circuns‐ tancial, el propio Schmid admite que su pertenencia a esta clase
34. Schmid ya intuye esta restricción en su trabajo del año 2000 (72‐73); no obstante, estas restricciones han sido analizadas con mayor detalle recientemente por Consten, Knees y Schwarz‐Friesel (2007) y Consten y Knees (2008).
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funcional es dudosa (2000, 86 y 275). Los motivos que esgrime este autor para incluir este tipo de nombres entre los que pueden fun‐ cionar como EEDD son tres. En primer lugar, estos nombres cir‐ cunstanciales suelen aparecer complementados por cláusulas que especifican su significado (el lugar/momento en el que …). En se‐ gundo lugar, se trata de nombres cuyo significado intensional es inespecífico. Por último, los nombres que designan tiempo y espa‐ cio realizan una segmentación o delimitación de un continuo, de‐ signan porciones de tiempo y espacio, entidades que no se pre‐ sentan en la realidad de forma fragmentada, al igual que ocurre con las entidades de segundo y tercer orden y a diferencia de lo que sucede con las entidades de primer orden. Sin embargo, Schmid señala también una diferencia notable entre estos nombres y el resto de los que funcionan como EEDD: las cláusulas que complementan estos nombres son, a menudo, de relativo (2000, 278). En efecto, desde el punto de vista sintáctico, existe una diferencia relevante entre los nombres circunstanciales y el resto de los que funcionan como EEDD: las cláusulas que com‐ plementan a los nombres circunstanciales, especialmente los que expresan tiempo y espacio, no son categorialmente equivalentes a estos, ya que funcionan como adjetivos o adverbios, a diferencia de lo que ocurre entre las EEDD y las cláusulas sustantivas apositivas que las complementan. Esta diferencia acarrea otra importante: en casos en los que aparece un nombre de tiempo o lugar complemen‐ tado por una cláusula, el nombre no puede eliminarse, como sí ocurre en el caso de otras EEDD. Compárense a este efecto los siguientes pares de frases: (17a) Han acordonado EL LUGAR en el que/donde se produjo el accidente. (17b)* Han acordonado que/donde se produjo el accidente. (18a) La policía ha anunciado LA NOTICIA de que se ha producido un accidente. (18b) La policía ha anunciado que se ha producido un accidente. Ejemplos como los anteriores demuestran que las cláusulas que complementan a nombres circunstanciales como lugar depen‐
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den de tales nombres sintácticamente, a diferencia de lo que ocurre con las cláusulas que complementan a los nombres que funcionan como EEDD, que suelen relacionarse con estas a modo de aposición (§3.2.3). Así, en el ejemplo de (18), el sintagma nominal la noticia tiene la misma extensión que que se ha producido un accidente, cláusula con la que mantiene una relación de identidad o equiva‐ lencia nocional. En cambio, la relación semántica que existe entre los nombres de espacio y tiempo y las cláusulas que los acompa‐ ñan no es de equivalencia, sino de especificación: la cláusula apor‐ ta la información necesaria para identificar al referente, restrin‐ giendo la extensión del nombre35. Por los motivos expuestos, no parece adecuado considerar etiquetas discursivas los usos de nombres circunstanciales como lugar en ejemplos como el de (17). No obstante, otros nombres que Schmid considera circunstanciales, como método o condición, sí funcionan en algunos casos como EEDD, por lo que conviene excluir de la clase de los circunstanciales nombres como lugar, al menos cuando este aparece en usos como el de (17). 4. CARACTERIZACIÓN COGNITIVA En línea con las propuestas cognitivas, los trabajos de Schmid sobre el fenómeno de las EEDD parten de un intento de caracte‐ rizar las principales funciones cognitivas que los distintos tipos de nombres (propios, comunes, abstractos, etc.) desempeñan sobre las entidades del mundo que denotan (1999b). Por lo que respecta, específicamente al caso de los nombres que funcionan como EEDD, la principal aportación de este autor ha consistido en identificar las funciones cognitivas que desempeñan, muchas de las cuales com‐ parten, de hecho, con el grupo más amplio de los nombres abs‐ tractos, como la capacidad para generar la ilusión de que la enti‐
35. Winter también pone de relieve la necesidad de considerar aparte de sus nombres inespecíficos aquellos usos en los que un nombre es complementado por una cláusula de relativo (1992, 155).
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dad denotada puede concebirse como una entidad unitaria, estable y conceptualmente delimitada (hipóstasis de reificación). Los epígrafes que siguen presentan brevemente las tres ope‐ raciones cognitivas que, de acuerdo con este autor, desempeñan las EEDD sobre el contenido del segmento del discurso al que encap‐ sulan. Para definir estas fases, Schmid (2000, 376) parte de la pre‐ misa de que estos nombres permiten convertir dicho contenido, abstracto y complejo, en una «gestalt conceptual», esto es, en un concepto unitario creado a partir de los principios cognitivos bási‐ cos que la teoría psicológica de la Gestalt propugna para la percep‐ ción y categorización de entidades del mundo36. 4.1. Delimitación conceptual De acuerdo con la psicología de la Gestalt, la primera fase de la percepción de una entidad consiste en diferenciarla del fondo en el que se encuentra y perfilarla en tanto que figura. Del mismo mo‐ do, la primera fase para el empleo de una etiqueta discursiva es la fase de segmentación o delimitación conceptual (conceptual parti‐ tioning), en la cual se selecciona un determinado fragmento in‐ formativo del continuo discursivo, que expresa una o más nociones complejas, con el objetivo de considerarlo como una entidad con‐ ceptual unitaria. De este modo, se aísla del discurso una parte que constituía un continuo con el resto, para convertirla en una entidad cognitiva que se percibe como una experiencia conceptualmente completa (Schmid 1999a, 120).
36. Esta corriente interesada en la psicología de la percepción está en la base de la teoría de la categorización que propone la gramática cognitiva, especialmente en lo que respecta a los principios cognitivos que permiten percibir como un todo unitario una serie de elementos contiguos o similares (principios como el de clau‐ sura o el de contigüidad). Para más información sobre la relación entre la categori‐ zación y la teoría de la Gestalt, véase Ungerer y Schmid (1996, 35‐40).
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4.2. Conversión de un bloque informativo en una entidad discur‐ siva: reificación Como ya se ha señalado (§3.2.1), los procesos de nomina‐ lización comportan una transformación categorial por la cual un segmento que aparecía expresado como un predicado verbal o adjetival se convierte en un sintagma nominal. De acuerdo con Schmid, el empleo de una ED para condensar un segmento discur‐ sivo comporta siempre (no solo cuando la ED es morfológicamente una nominalización) un proceso de nominalización, al menos des‐ de el punto de vista cognitivo, ya que un contenido proposicional expresado en el discurso mediante una o más estructuras predi‐ cativas pasa a expresarse de forma nominal. De este cambio de categoría se deriva una transformación en el modo de conceptua‐ lizar el contenido encapsulado que recibe el nombre de reificación, ya que se trata de la conversión de un concepto abstracto en un objeto o entidad más concreta. Esta transformación suele com‐ portar los mismos efectos de abstracción espacio‐temporal y con‐ densación de contenido que se asocian a la nominalización deri‐ vativa. Por abstracción se entiende la pérdida de las marcas de tiem‐ po, modo, aspecto y persona que caracterizan al predicado expre‐ sado verbalmente, de modo que la expresión resultante se concibe independientemente del plano espacio‐temporal; se pierde, pues, la vinculación del contenido proposicional a una situación o expe‐ riencia determinada. Tal como indica Iturrioz, el proceso de no‐ minalización implica dejar de lado «toda aquella información que en las estructuras finitas remite a un contexto de habla específico, para concentrarse en los aspectos generales y objetivos» (2000/2001, 127). Por lo que respecta a la condensación, se basa en la posibi‐ lidad que presenta el nombre de sintetizar la expresión de una o más relaciones predicativas con sus respectivos argumentos en un único concepto unitario. Esta condensación de significado permite integrar el nuevo predicado nominal en un plano discursivo su‐ perior y añadir así nueva información sobre el predicado conden‐
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sado. La información proposicional, que puede llegar a ser muy extensa, se convierte así en una “pieza” del discurso que el emisor puede manejar y transportar con mayor facilidad37. En cuanto a la reificación propiamente dicha, la conversión del contenido proposicional en un objeto, puede definirse como la habilidad cognitiva básica que permite agrupar un conjunto de entidades y manipularlas como una entidad unitaria (Langacker 1987, 57), proceso que se desarrolla de forma manifiesta cuando uno o más predicados verbales se transforman o encapsulan en una expresión nominal38. Como acertadamente señala Schmid (2000, 368), en estos casos, más que convertir una entidad conceptual compleja en un objeto o entidad unitaria, lo que se crea, en rigor, es la ilusión de esta transformación, se concibe esta entidad compleja como si fuera un objeto conceptualmente delimitado. La filosofía del lenguaje ha denominado a este efecto engañoso hipóstasis, que consiste en atribuir a una entidad no tangible y no delimitable las cualidades de delimitabilidad y tangibilidad propias de un objeto (Schmid 1999b, 222). De hecho, es esta ilusión o hipóstasis la que permite que entidades complejas de naturaleza abstracta puedan concebirse como conceptos unitarios y, por tanto, recibir un nom‐ bre que les otorga cualidades equivalentes a las que poseen los objetos físicos.
37. Como contrapartida, estos conceptos compactados pueden plantear tam‐ bién problemas de comprensión a los lectores no expertos (que no son hablantes nativos, por ejemplo), tal como muestran García Negroni, Hall y Marín (2005). Estas autoras han demostrado que las nominalizaciones, además de resultar ambiguas (entre las lecturas de proceso y de resultado) y de ocultar las marcas temporales y modales de los equivalentes oracionales, difícilmente suelen percibirse como anafó‐ ricas, lo cual dificulta la comprensión cuando desempeñan esta función tan habitual en los textos académicos y profesionales. 38. En su trabajo de 1987, Langacker relaciona esta capacidad u operación con las nominalizaciones, pero en trabajos posteriores (p.e. Langacker 2000), la relaciona con toda la categoría nominal. Así, la reificación se da de forma automática al deno‐ minar objetos físicos del mundo material, mientras que en los casos de formación de elementos nominales no prototípicos, como las nominalizaciones o los nombres abstractos, se opera una transformación más evidente.
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Tal como matiza Schmid, además, la hipóstasis que subyace al empleo de los nombres abstractos en general es doble, es decir, está compuesta de dos ilusiones: en primer lugar, la de que el hecho de que exista una palabra para designar una entidad implica que esa entidad está delimitada, aunque no sea posible verla ni tocarla (delimitación conceptual) y, en segundo lugar, la ilusión de que esta entidad puede adquirir las cualidades propias de un objeto tangible –límites conceptuales claros, sustancia propia– (2000, 17). En la figura 2 se muestra gráficamente el proceso des‐ crito por Schmid con las dos fases de la ilusión que conforman la hipóstasis que caracteriza a los nombres abstractos, a partir del nombre abstracto viaje:
Figura 2 Ilusiones que conforman la hipóstasis que subyace a los nombres abstractos
El proceso representado en la figura explica que, en el caso de los nombres abstractos sea, en definitiva, el sustantivo el que crea el concepto (Schmid 1999b, 222): es el hecho de nombrar con una sola palabra (viaje) a un conjunto de experiencias diversas pero con
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rasgos en común lo que posibilita concebir tales experiencias como un concepto unitario. Esta idea se ha reflejado en la figura con los límites discontinuos que rodean este conjunto de experiencias, que indican que estas no se presentan en la realidad de forma agru‐ pada y delimitada (tales límites constituyen la primera ilusión que conforma la hipóstasis de reificación). La principal diferencia que existe entre nombres abstractos no contables como democracia que, en principio, no pueden funcionar como EEDD y los nombres que pueden emplearse como EEDD (como viaje) es que mientras que en los primeros el nombre man‐ tiene una relación estable con la experiencia que denota (la demo‐ cracia se identifica siempre con un conjunto general de experien‐ cias como la presentación de candidaturas, la votación, el recuento de votos, etc.), los nombres que funcionan como EEDD mantienen con la experiencia que reifican una relación efímera o temporal, más limitada al ámbito del discurso (Schmid 1999a, 123). Un viaje, por ejemplo, incluye distintas experiencias, participantes y relacio‐ nes específicas en cada contexto nuevo en el que se emplea esta palabra, que incluso puede aplicarse metafóricamente a un proceso que no incluya siquiera el desplazamiento físico de una entidad de un lugar a otro. Las etiquetas discursivas son, por tanto, creaciones discursivas, procesos de reificación que se producen sobre el dis‐ curso y que establecen relaciones válidas esencialmente en el dis‐ curso. 4.3. Integración conceptual La operación cognitiva que Schmid denomina integración conceptual se define como la conexión entre el significado de un contenido conceptual complejo (en concreto, el expresado en el segmento encapsulado por la etiqueta) y el de una única entidad conceptual menos compleja (la ED). Como resultado de la integra‐ ción de contenido proposicional en una entidad unitaria, esta puede emplearse para transportar el contenido proposicional a lo largo del texto, de forma que la referencia a este resulte económica
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para el emisor y más rápida y fácil de interpretar para el destina‐ tario. Asimismo, este concepto integrado es más ligero en cuanto a su almacenamiento en la memoria del destinatario, ya que com‐ prende las ideas fundamentales del contenido condensado, dejan‐ do en un segundo plano detalles menos relevantes (Schmid 1999a, 123; 2000, 373). Tal como afirma Schmid (2000, 362‐369), uno de los efectos cognitivos fundamentales que comporta esta condensación de un bloque del discurso como entidad unitaria que puede separarse de este consiste en facilitar el manejo de información compleja tanto en el proceso de producción del discurso como en la memoria que activa el destinatario durante el proceso de comprensión. Dado que esta memoria es limitada (de corto plazo), la conversión de bloques extensos de información en segmentos más reducidos, fa‐ cilita la liberación de espacio disponible en esta memoria para po‐ der incorporar nueva información (Schmid 2000, 362). 4.4. Categorización o caracterización del contenido encapsulado Además de las tres operaciones descritas por Schmid, al en‐ capsular un contenido proposicional complejo en un “molde” no‐ minal (la ED), se hace necesario, también, categorizar la nueva en‐ tidad discursiva (García Negroni, Hall y Marín 200539; González Ruiz 2008, 251), es decir, seleccionar el nombre que va a emplearse para transportar el concepto formado a través del discurso. Schmid denomina a esta operación (re)construcción conceptual (1999a, 124), aunque en su trabajo posterior la considera una función semántica y se refiere a ella como caracterización (2000, 308 y ss.). Si bien es cierto que tal operación es posible gracias al significado estable o convencional que aportan los nombres que funcionan como EEDD, lo cierto es que se trata de una operación que, como se avanzaba en 39. De hecho, estas autoras denominan categorización al propio mecanismo cohesivo consistente en emplear EEDD: «Se trata de un procedimiento cohesivo de tipo léxico y anafórico, por el cual se reúnen enunciados previos y se los condensa bajo cierto rótulo identificatorio» (García Negroni, Hall y Marín 2005).
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la introducción de este libro, puede equipararse a la operación cog‐ nitiva de categorización que se produce al emplear nombres para denominar entidades del mundo. El segmento discursivo encap‐ sulado se percibe como una gestalt o concepto unitario, al que se da un nombre, a partir de la relación que mantiene con otras enti‐ dades del mundo y del discurso. De esta categorización que permite dar un nombre al frag‐ mento encapsulado y reificado (válido en el discurso, recuérdese), pueden desprenderse dos efectos fundamentales, que afectan al estatuto conceptual40 del contenido encapsulado. Por una parte, la ED puede mantener el estatuto conceptual del contenido expre‐ sado en el segmento encapsulado, como ocurre, por ejemplo, cuan‐ do tanto la ED seleccionada, que contiene un nombre eventivo, como el segmento discursivo encapsulado designan un evento: (19) En las últimas 48 horas Jerusalén había autorizado la apertura de uno de los pasos a Gaza para permitir el tránsito de ayuda humanitaria, vituallas y combustible, pero exigía el cese total de los lanzamientos para ir más lejos. [Israel, es cierto, ha concentrado su fumigación aérea sobre edificios militares y administrativos de Hamás], pero el número desorbitado de víctimas, entre las que no faltan mujeres y niños, hace difícil sostener la voluntad meramente quirúrgica del ataque. (El País, 12/12/2008, “A la espera de Obama”) En segundo lugar, el estatuto conceptual del contenido expre‐ sado en el segmento encapsulado puede modificarse mediante la aparición de la etiqueta discursiva, como ocurre en el ejemplo de (20), donde una entidad de segundo orden, en concreto, una acción o actividad (la decisión del Banco Central chino de reducir los tipos de interés) se recupera, en primer lugar, como tal mediante el sustantivo medida y, a continuación, se convierte en una entidad de 40. Schmid distingue acertadamente entre el estatuto ontológico de una entidad, que se refiere a la entidad concreta del mundo denotada por un nombre, y el estatuto lingüístico o conceptual, que alude a la concepción mental de dicha entidad en el discurso (2000, 67).
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tercer orden mediante su integración en la ED anuncio, que trans‐ forma el estatuto conceptual de la entidad presentada en el seg‐ mento entre corchetes, conceptualizándola como un enunciado o acto de habla: (20) Según las autoridades chinas, un crecimiento que se sitúe por debajo del 7% impediría garantizar el trabajo y, por consiguiente, tendría graves efectos sobre la paz social. [La decisión de reducir los tipos de interés adoptada por el Banco Central] es sobre todo un indicio de la gravedad del diagnóstico que deben de manejar las autoridades chinas, pese al margen de maniobra que proporciona ser el mayor tenedor de reservas del mundo. Es verdad que con esta medida las autoridades han tratado de aliviar la presión sobre su moneda que se venía ejerciendo princi‐ palmente desde Estados Unidos. Pero el principal men‐ saje de este anuncio es que el Gobierno chino ha adoptado como objetivo prioritario estimular la economía. (El País, 30/11/2008, “Diagnóstico chino”) La categorización de un bloque informativo puede comportar, por tanto, que se mantenga o que se modifique el estatuto concep‐ tual de la información, así como, además, la adición de rasgos de tipo valorativo, modal o descriptivo, en función del significado conceptual que aporte la etiqueta seleccionada. Esta operación de categorización es, por tanto, la que posibilita que las EEDD puedan contribuir al avance de la información en el texto (Francis 1994, Schmid 2000), por cuanto permiten incorporar a la concepción de la entidad encapsulada una nueva perspectiva desde la que obser‐ varla, una valoración del emisor o una forma distinta de concep‐ tualizarla. 5. UNA DEFINICIÓN INTEGRAL E INTEGRADORA DE LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS El objetivo de este capítulo ha sido ofrecer una visión de con‐ junto de las aportaciones que han realizado distintos autores a la
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definición del mecanismo de las etiquetas discursivas. En el estado de la cuestión expuesto hasta aquí, se ha comprobado que el estu‐ dio de este fenómeno discursivo se centra, fundamentalmente, en el análisis de sus características semántico‐pragmáticas y, aunque algo menos, en las cognitivo‐funcionales. A lo largo de esta revi‐ sión, se han puesto de relieve los principales rasgos del meca‐ nismo. Uno de los más destacados es que se trata de una categoría funcional y no de un grupo de nombres. En efecto, si bien es cierto que la mayor parte de los nombres que pueden funcionar como etiquetas discursivas comparten algunas características semántico‐pragmáticas, como su carácter abstracto o su significado denotativo general, y morfosintácticas, como la posibilidad de relacionarse, morfológica o sintácticamente con cláusulas del discurso, lo cierto es que los rasgos más generales y que mejor permiten definir las EEDD como categoría son los que tienen que ver con su funcionamiento discursivo; a saber: la nece‐ sidad de concretar parte de su significado en el contexto (su signi‐ ficado variable); y las principales funciones cognitivas que realizan sobre el segmento del discurso con el que se relacionan, esto es, la encapsulación o condensación de un contenido conceptual complejo en una entidad unitaria (con las operaciones cognitivas de delimi‐ tación, reificación e integración que suele comportar este proceso) y la categorización del contenido del segmento encapsulado. El úni‐ co requisito que parece afectar a un nombre para poder desem‐ peñar tales funciones es que pueda denotar, de forma literal o me‐ tafórica, entidades de segundo y tercer orden, que se designan pro‐ totípicamente mediante expresiones predicativas. La definición de las etiquetas discursivas que resulta de com‐ binar los niveles de descripción atendidos a lo largo de este capí‐ tulo es que se trata de expresiones nominales de carácter abstracto que se emplean en el discurso para encapsular o condensar el con‐ tenido de una o más predicaciones, y que categorizan su contenido en tanto que entidad de segundo o tercer orden (eventos o proposi‐ ciones). Teniendo en cuenta tal definición, que refleja el carácter funcional de la categoría, parece más recomendable, en rigor, de‐ nominar el fenómeno con un término que responda mejor a esta
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naturaleza funcional y que no apunte, de forma tan clara como la mayor parte de las denominaciones propuestas hasta el momento, a una clase de nombres. La denominación seleccionada, así, puede transformarse en la de etiquetaje discursivo, que alude más clara‐ mente a una función. Teniendo en cuenta este carácter funcional del etiquetaje dis‐ cursivo, los siguientes capítulos se dedicarán a analizar distintos aspectos del funcionamiento de este mecanismo en el discurso, desde el convencimiento de que definir las EEDD implica necesa‐ riamente trascender los criterios de identificación más abordados en la bibliografía de los nombres que pueden presentar este funcio‐ namiento y ahondar, sobre todo, en las semejanzas y diferencias que mantienen con procedimientos cohesivos colindantes, así co‐ mo en el tipo de relación que estos sintagmas nominales establecen con su antecedente textual o en las funciones que desempeñan en los distintos patrones discursivos en los que aparecen. En el si‐ guiente capítulo se atiende al primero de estos aspectos.
CAPÍTULO II
EL ETIQUETAJE DISCURSIVO EN EL PANORAMA DE LAS RELACIONES DE COHESIÓN La mayor parte de los autores que se han ocupado de caracterizar el fenómeno del etiquetaje discursivo toman como punto de partida la clase de los nombres generales descrita por Halliday y Hasan y, en consecuencia, describen este mecanismo como cohesivo. Sin embargo, son pocas las clasificaciones de los mecanismos de cohesión que incluyen esta clase o las relaciones que aquí se han denominado de etiquetaje discursivo. Además, cuando las tienen en cuenta, las colocan al mismo nivel que el resto de relaciones, a pesar de que su funcionamiento discursivo es nota‐ blemente distinto del funcionamiento del resto de las relaciones de cohesión léxica. Teniendo en cuenta estas diferencias, otros autores optan por dedicar a las relaciones de etiquetaje discursivo estudios monográficos, que lo caracterizan como un mecanismo cohesivo peculiar, con características idiosincráticas, que resulta difícil de delimitar de otras relaciones cohesivas, en especial, del resto de mecanismos de cohesión léxica. El objetivo de este capítulo es proponer una clasificación de los mecanismos de cohesión léxica que permita integrar las rela‐ ciones de etiquetaje discursivo como mecanismo diferenciado. Con este propósito, tras definir el concepto de cohesión, se revisan algu‐ nas de las dificultades y revisiones que ha planteado la clasifica‐
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ción original de los mecanismos cohesivos, tanto en el ámbito an‐ glosajón como en el hispánico, con especial atención a las relacio‐ nes de cohesión léxica reiterativa, que constituyen el principal foco de interés de este capítulo. Esta revisión permite, por una parte, contrastar las principales relaciones de cohesión léxica con el etiquetaje discursivo, tal como este se ha definido en el capítulo anterior; y, por otra, atender al lugar que se reserva al etiquetaje discursivo en las clasificaciones al uso de estas relaciones. Todo ello permitirá identificar los rasgos distintivos de la definición de las etiquetas discursivas que posibi‐ litan su delimitación con respecto a otras funciones cohesivas estre‐ chamente relacionadas, como la hiperonimia. 1. LA COHESIÓN COMO PROPIEDAD TEXTUAL Y COMO EFECTO EMER‐ GENTE Como es bien sabido, el texto es, desde su significado léxico original, ‘tejido’: para que un conjunto de palabras formen un texto, es necesario que se encuentren hiladas o relacionadas entre sí. Las relaciones de sentido o de coherencia que se establecen entre las distintas ideas desarrolladas en un texto aparecen con frecuen‐ cia explícitas o marcadas en el texto mediante una serie de ele‐ mentos léxico‐gramaticales: los mecanismos de cohesión. La defi‐ nición fundacional de estos mecanismos es la que proporcionan Halliday y Hasan: Cohesion occurs where the interpretation of some element in the discourse is dependent on that of another. The one presupposes the other, in the sense that cannot be effectively decoded except by recourse to it. (1976, 4) Mantienen, por tanto, una relación cohesiva dos o más seg‐ mentos del texto cuya interpretación se encuentra directamente relacionada. Si bien resulta difícil poner en duda que existan víncu‐ los semánticos como los descritos por los autores anglosajones entre los componentes de un texto, lo que sí ha considerado discu‐ tible la bibliografía posterior es cómo concebir la función que de‐
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sempeñan en el texto estas relaciones de cohesión o cómo deter‐ minar cuál es la posición que ocupan con respecto a otras propie‐ dades del texto. En torno a la primera cuestión, Halliday y Hasan ya admiten que la cohesión no es suficiente para poder considerar un texto como tal, ya que existen otras propiedades necesarias para definir un texto, como el registro, la estructura informativa o, incluso, la «macroestructura» o modo de construir el texto, propiedades que se complementan con la de cohesión (1976, 23 y 324). No obstante, uno de los aspectos de la definición de cohesión proporcionada por estos autores que han sido más discutidos es la concepción de la cohesión como propiedad necesaria para considerar como tal a un texto (Halliday y Hasan 1976, 293 y 324). Contra esta idea se han manifestado autores como Carrell (1982) o Brown y Yule (1983, 196), entre otros, que defienden que existen textos que carecen por completo de marcas explícitas de cohesión, especialmente si se trata de textos breves. Estos autores suelen considerar que la cohe‐ rencia, tanto entre las partes del texto (coherencia interna) como entre estas y el mundo (coherencia externa), suele bastar para dotar de unidad al texto1. Estos autores que niegan la preeminencia de las relaciones de cohesión a la hora de considerar a un texto como tal suelen tomar como argumento principal la existencia de textos mínimos comuni‐ cativamente eficaces, como Peligro o Salida. Pese a que tales enun‐ ciados carecen de elementos o componentes que mantengan rela‐ ciones semánticas de presuposición o de dependencia entre sí (al estar formados por un solo elemento léxico), es indiscutible, al menos desde la perspectiva comunicativa que viene aplicándose al estudio del texto en las últimas décadas, que constituyen textos. Basándose en este argumento, son varios los autores que consi‐ deran que la coherencia es la propiedad fundamental del texto y que esta no depende de que existan marcas lingüísticas que se en‐ cuentren relacionadas entre sí, sino sobre todo de que el texto sea
1. La distinción entre coherencia externa y coherencia interna suele atribuirse en español a Vilarnovo (1990).
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coherente con el conocimiento del mundo de los interlocutores, esto es, con el contexto discursivo, el situacional o el cultural (Carrell 1982; Brown y Yule 1983, 196; Charolles 1995; Garrido 1998; Tanskanen 2006, 16)2. En efecto, textos mínimos como los mencionados no contie‐ nen elementos cohesivos que presupongan la existencia de otros elementos lingüísticos del texto, aunque sí presuponen la existen‐ cia de determinados elementos en otro contexto externo al texto: la situación comunicativa. En ese sentido, las unidades que compo‐ nen los textos mínimos mencionados no pueden interpretarse con independencia del contexto situacional en el que se encuentran, que debe proporcionar información acerca de por dónde se sale y hacia dónde, en el caso de Salida, o bien sobre en qué lugar se en‐ cuentra un peligro y en qué consiste o cómo evitarlo (Peligro). En otros términos, si bien puede considerarse que todo texto presu‐ pone algún elemento del contexto, este contexto no siempre es el discursivo, sino que puede ser también el externo al texto y, en definitiva, el que resulte más accesible en cada situación y tipo de texto3. Así pues, las relaciones cohesivas no pueden considerarse como una propiedad necesaria del texto, por cuanto se conciben exclusivamente como relaciones de tipo endofórico (Halliday y Hasan 1976, 18). Dejando aparte la cuestión de la cohesión como propiedad característica (pero no necesaria) del texto, asentada ya en la biblio‐ grafía, otro de los aspectos controvertidos sobre la cohesión afecta a su relación con otras propiedades, como la coherencia. En torno a este punto, la mayoría de los autores de finales del siglo pasado que se aproximan al texto desde una perspectiva estructural o gra‐ matical, conciben la cohesión como una serie de marcas léxico‐
2. Es en este sentido en el que diversos autores suelen localizar la coherencia en la interpretación del lector o en la colaboración entre los interlocutores más que en el propio texto (Hoey 1991, 12; Gernsbacher y Givón 1995, viii). 3. De hecho, tal como han afirmado diversos autores, la mayor o menor pre‐ sencia de elementos de cohesión en un texto depende esencialmente de las caracte‐ rísticas del género y de las condiciones contextuales en las que se recibe el texto (cfr. Myers 1991 o González Pérez 2003, 222, en español).
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gramaticales que facilitan al destinatario la comprensión de las re‐ laciones de coherencia que existen entre las distintas partes del texto (Halliday y Hasan 1976, Beaugrande y Dressler 1981, Mederos 1988, Hoey 1991 y 2001, Castellà 1992). Otros autores, en cambio, desde enfoques de corte pragmático‐cognitivo más recién‐ tes, consideran que la cohesión es un efecto o producto emergente de la existencia en los textos de relaciones de coherencia o de rele‐ vancia comunicativa. Los autores que defienden esta segunda pos‐ tura consideran que la existencia de marcas cohesivas es un efecto que depende de principios de coherencia semántica, como la unidad temática, esto es, la referencia de la mayoría de los enun‐ ciados del texto a un mismo tema del discurso (Giora 1985 y 1997) o las relaciones de sentido entre dichos enunciados (Garrido 2003, 122); o bien de aspectos pragmáticos, como el plan global que elabora el emisor en función de su intención comunicativa (Bernárdez 1982, 158) o la preservación del principio de relevancia (Sperber y Wilson 1986), que garantiza que un enunciado debe poderse interpretar como comunicativamente relevante a partir de la información proporcionada en el contexto previo disponible (Portolés 1998/2001, 29; Blakemore 2002,170). Estos dos modos de concebir la relación entre coherencia y cohesión, el textual y el pragmático‐cognitivo, repercuten en la descripción de la función principal de los mecanismos de cohesión. Desde la perspectiva textual heredera de Halliday y Hasan las marcas de cohesión suelen concebirse como expresiones que esta‐ blecen vínculos entre las distintas partes del texto a fin de dotarlo de unidad. En cambio, desde la perspectiva pragmático‐cognitiva, las marcas de cohesión se interpretan como expresiones que guían el procesamiento del discurso o que muestran explícitamente al lector las inferencias que debe realizar para obtener la interpre‐ tación más relevante del discurso. Como puede desprenderse del examen de las dos posturas sobre la cohesión expuestas, la dife‐ rencia entre ellas es, más que del modo de concebir la función de los mecanismos de cohesión en sí, de énfasis en la preeminencia de una u otra propiedad del discurso.
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En consecuencia, parecen especialmente atinadas las pro‐ puestas que analizan coherencia y cohesión como «dos aspectos de un mismo fenómeno» (Bernárdez 1982, 162), como dos perspec‐ tivas distintas desde las cuales abordar el estudio del texto. Así, privilegiando la perspectiva del emisor, la cohesión puede conside‐ rarse como producto emergente o resultado del propósito funda‐ mental de elaborar un texto coherente, ya que el emisor no persi‐ gue construir un texto cohesionado, sino un texto relevante para el destinatario. Por el contrario, desde la perspectiva del destinatario, es la coherencia el producto emergente, ya que la interpretación coherente del texto se logra a partir de las instrucciones proporcio‐ nadas por las marcas de cohesión, entre otros recursos, como la estructura informativa del texto (Bernárdez 1982, 162; Christiansen 2011, 33). Esta concepción de las marcas de cohesión como más rele‐ vantes desde el punto de vista del receptor de un texto tiene con‐ secuencias metodológicas, sobre todo a la hora de analizar las fun‐ ciones de la cohesión en el texto, ya que comporta la necesidad de atender a otras funciones distintas de la mera estructuración del texto, privilegiada por los enfoques textuales de la lingüística sistémico‐funcional. Así, desde enfoques que tienen más en cuenta la dimensión pragmática del lenguaje, la selección de las marcas de cohesión se asocia a otras funciones relacionadas con el grado de accesibilidad del elemento recuperado en el contexto (y, por tanto, con el propósito de facilitar la comprensión o reducir el esfuerzo de procesamiento), con motivaciones estilísticas como el deseo de evitar la repetición léxica o bien con la marcación de la estructura informativa o retórica de un texto. De hecho, autores como Reichler‐Béguelin consideran estas funciones de tipo pragmático como «funciones privilegiadas» por las marcas de cohesión (1995, 84). El presente trabajo se alinea con las posturas que defienden que la coherencia y cohesión no son dos propiedades claramente diferenciadas, sino que se encuentran tan relacionadas entre sí co‐ mo lo están la dimensión semántica y la dimensión pragmática del
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lenguaje (Charolles 1978, 14)4. Las dos perspectivas textual y prag‐ mático‐cognitiva no parecen ser necesariamente excluyentes, sino que privilegian diferentes puntos de vista: el del receptor del texto, en el primer caso, concibiendo la cohesión como punto de partida o guía del proceso de interpretación; y el de la producción del texto en el segundo, desde el cual la cohesión es un resultado o efecto emergente del propósito de comunicar un mensaje o contenido. Desde el punto de vista del analista, interesa poder combinar am‐ bas perspectivas, teniendo en cuenta que la cohesión no debe con‐ siderarse, en ninguna de ellas, un fin en sí mismo, sino un medio para posibilitar la comunicación eficaz entre los participantes. 2. LA COHESIÓN TEXTUAL: TIPOS Y CLASIFICACIONES Los mecanismos o marcas de cohesión han sido objeto de di‐ versas clasificaciones, la más influyente de las cuales es, sin duda, la de Halliday y Hasan (1976), que clasifican los mecanismos de cohesión textual en cinco tipos: a) Los mecanismos de referencia (reference), que incluyen pro‐ nombres, morfemas verbales y determinantes definidos con función endofórica, que se interpretan a partir de expresiones del texto circundante (previo o posterior): El profesor de matemáticas LES ha hechO un examen A SUS ESTUDIANTES. b) La sustitución (substitution) de elementos léxicos por otros elementos léxicos con los que mantienen una relación de tipo léxico‐gramatical5; función que en español realizan 4. De hecho, los propios Halliday y Hasan pueden considerarse como defen‐ sores de esta postura, ya que consideran la cohesión un tipo de coherencia o rela‐ ción semántica entre las distintas partes del texto (1976, 23). 5. Halliday y Hasan (1976, 89 y 306‐307) diferencian los elementos de refe‐ rencia y los de sustitución a partir del concepto de correferencia: mientras que los mecanismos de referencia son expresiones cuyo significado debe interpretarse a partir de un elemento del contexto que alude al mismo referente, los mecanismos de sustitución no se basan en una relación semántica, sino formal, entre dos elementos
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fundamentalmente el sustituto nominal uno o los sustitutos de cláusula no, lo o eso, así como el comparativo otro: Mi hermana se ha comprado [un Ipod] y a mí también me han rega‐ lado UNO. c) La elipsis (ellipsis) o sustitución por un elemento vacío (ø), que se da cuando no aparece explícito un elemento estruc‐ turalmente necesario, como, por ejemplo, el sujeto, en lenguas como el español: [El profesor] ha faltado a clase por‐ que [ø] estaba enfermo. d) La conexión (conjunction) o el empleo de elementos que en‐ lazan dos miembros del discurso, indicando el tipo de rela‐ ción de sentido que existe entre ellos (de adición, adversa‐ tividad, temporalidad, etc.): Me gustaría asistir al evento, PERO no puedo. e) La cohesión léxica (lexical cohesion), que se realiza mediante sintagmas nominales y comprende una serie de relaciones semánticas entre elementos léxicos, ya sean de reiteración (reiteration) o de asociación (collocation): [Mi perro] está muy mayor: EL POBRE ANIMAL ya no tiene fuerzas ni para comer. La mayor parte de los trabajos posteriores a la obra de Halliday y Hasan han incidido en la diferencia de funcionamiento que presentan los mecanismos de conexión frente al resto de los recursos enumerados en la clasificación de los autores anglosa‐ jones, que tienden a basarse en relaciones de identidad entre dos o más expresiones del texto. En consecuencia, en la bibliografía pos‐ terior es frecuente agrupar los cinco tipos de relaciones cohesivas mencionados en dos grupos: por una parte, los mecanismos de que pueden desempeñar una misma función sintáctica en el texto. En el ejemplo propuesto, el sustituto uno se emplea para referirse a una entidad distinta que la expresión un Ipod, pero ambas constituyen el objeto directo de las oraciones en las que aparecen. En inglés, los sustitutos léxicos por excelencia son one y same (nominales), do (verbal), so y not (de cláusula) (Halliday y Hasan 1976, 91). Sin em‐ bargo, tanto mismo como hacer requieren en español la presencia de un determi‐ nante (el mismo) o de un pronombre (hacerlo) para realizar la función de sustitución, por lo que, de acuerdo con los autores que ya han advertido esta diferencia para el caso del español, como Bernárdez (1982), no se han incluido en la clasificación.
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conexión, que comprenden conectores y marcadores del discurso en general; y, por otra, los mecanismos de referencia, que engloban los fenómenos de sustitución, elipsis, referencia y cohesión léxica (reiterativa)6. Sobre este último término, mecanismos de referencia, pro‐ puesto por los autores anglosajones, cabe precisar que presenta cierta ambigüedad, ya que los mecanismos de referencia son, de hecho, mucho más amplios que los mencionados por Halliday y Hasan y no siempre tienen función cohesiva; muchos de ellos de‐ signan referentes del mundo que no se han mencionado en el texto, como las expresiones referenciales no anafóricas. A fin de excluir claramente este tipo de operaciones de referencia exofórica de los mecanismos cohesivos de referencia, algunos autores emplean tér‐ minos alternativos para designar estos últimos, como «referencia cohesiva» (Christiansen 2011) o «mecanismos fóricos de refe‐ rencia» (Cuenca 2010). Para evitar limitar este tipo de relaciones a los casos de dependencia interpretativa o fórica –dependencia que, como se verá más adelante (§3.1), no es condición necesaria para que exista una relación de reiteración–, se empleará aquí el término de mecanismos de continuidad referencial, que alude en la tradición anglosajona a la función común de todos ellos, consistente en man‐ tener activa la representación mental de una entidad a lo largo del texto.
6. Algunas clasificaciones de los mecanismos de cohesión elaboradas en el ámbito hispánico añaden a los mecanismos mencionados otros relacionados con la estructura informativa del discurso (Bernárdez 1982; De Gregorio y Rébola 1992; Casado 1993, 20; Gutiérrez Ordóñez 2002, 119‐121). Pese a que mecanismos como estos también afectan al modo en que el destinatario interpreta el discurso, no pa‐ recen encajar con la definición de mecanismos de cohesión perfilada en el apartado anterior, ya que no se trata de marcas léxico‐gramaticales, sino de relaciones de sentido entre partes del texto.
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2.1. Conexión y continuidad referencial La diferencia de funcionamiento entre los dos grandes tipos de mecanismos cohesivos, de conexión y de continuidad referen‐ cial, ha sido abordada por diversos autores. Ambas clases de meca‐ nismos se distinguen, fundamentalmente, por la relación discur‐ siva que establecen: mientras que los de conexión ponen de mani‐ fiesto el tipo de relación lógico‐semántica que existe entre dos elementos discursivos A y B (sintagmas, cláusulas, oraciones o pá‐ rrafos), las relaciones de continuidad referencial se establecen entre dos unidades del discurso cuando el referente de una unidad B o expresión anafórica, se interpreta a partir del referente de una uni‐ dad A, con la que mantiene una relación de correspondencia refe‐ rencial (Castellà 1992, 158‐159; Cuenca 2010, 86). En otros términos, los mecanismos de continuidad referencial se basan en la presencia recurrente de determinadas entidades en el discurso o entity‐based coherence (Taboada y Mann 2006, 434) en tanto que los de conexión explicitan las relaciones entre las distintas cláusulas que componen un texto. La distinción entre los dos grandes grupos de mecanismos de cohesión mencionados ha marcado la evolución de los estudios sobre cohesión textual posteriores al trabajo de Halliday y Hasan, dando lugar a dos líneas de investigación: por un lado, el análisis de cómo las diferentes relaciones que pueden establecerse entre dos miembros discursivos se indican mediante marcadores del dis‐ curso, línea que ha resultado especialmente prolífica en la lingüís‐ tica hispánica (véase al respecto el estudio coordinado por Loureda y Acín 2010); por otro, el análisis del funcionamiento discursivo de los distintos mecanismos de continuidad referencial, línea conside‐ rablemente menos atendida en español, pero sí en la bibliografía internacional, como se observará en el siguiente capítulo. Semejante bifurcación en los estudios de los mecanismos de cohesión permite comprender por qué han sido, de hecho, bastante escasos los trabajos que han puesto de relieve la relación que existe entre los mecanismos de conexión y los de continuidad referencial, con la salvedad de trabajos como el de Scott y Thompson (2001),
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que inciden en la complementariedad de las funciones que realizan estos dos tipos de mecanismos: Thus, repetition as a text‐making resource highlights continuity, but contains in itself the anticipation of pro‐ gression from stage to stage. Conjunction highlights discon‐ tinuity, the difference between stages, but relies on a founda‐ tion of encapsuled meaning. (2001, 7) De acuerdo con esta concepción, las relaciones de continuidad referencial (repetition) y de conexión (conjunction) desempeñan una misma función, pautar explícitamente la progresión de la informa‐ ción en el texto, pero poniendo el acento cada una en una de las posibilidades básicas de progresión: la continuidad temática, en el primer caso, y la discontinuidad, en el segundo. Ello explica que los recursos lingüísticos que realizan ambas funciones puedan em‐ plearse, de hecho, también con el propósito contrario. Así, expre‐ siones anafóricas como los pronombres o los sintagmas nominales anafóricos posibilitan en muchos casos la conexión entre distintos segmentos textuales (Sinclair 1993, Hyde 1996; García Izquierdo 1998, 47 y 144), si bien suele tratarse de una conexión de tipo adi‐ tivo o ilativo (Renkema 1999)7. De igual modo, como ya se apunta en la cita anterior, puede considerarse que muchos conectores contienen o “encapsulan” de modo más o menos explícito un seg‐ mento previo del discurso, esto es, que poseen cierto valor fórico o deíctico (Levinson 1983, §2.2.4; Fuentes 1987, 74; Cuenca 1990; Portolés 1998/2000, 773‐774, entre otros). La dependencia interpretativa del contexto discursivo es, por tanto, el rasgo que explica que las principales relaciones de conti‐ nuidad referencial y las de conexión puedan englobarse dentro del
7. De acuerdo con este autor, la investigación sobre las relaciones de sentido entre distintas partes del texto se ha centrado en analizar los vínculos establecidos por expresiones «que tienen carga de significado», esto es, que indican desde su significado de procesamiento relaciones como causalidad, consecuencia, finalidad, etc., dejando de lado relaciones discursivas que consisten en sumar o añadir algún elemento informativo y que suelen establecerse mediante recursos integrados en la sintaxis oracional, como las oraciones de relativo (Renkema 1999, 94).
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membrete común de relaciones de cohesión, tal como ponía de re‐ lieve la definición del fenómeno propuesta por Halliday y Hasan (§1). Este rasgo común explica, además, la productividad que pre‐ senta la combinación de mecanismos de conexión con mecanismos de continuidad referencial, del tipo de gracias a estas observaciones –que constituye, de hecho, un lazo cohesivo triple, que combina conexión (gracias a), anáfora gramatical (estas) y cohesión léxica (observaciones)–. Otros ejemplos de combinación de referencia y conexión menos evidentes desde la perspectiva sincrónica, pero que subyacen a la estructura de conectores actuales pueden ras‐ trearse, por ejemplo, en procesos de gramaticalización bien cono‐ cidos, como el experimentado por el conector adversativo pero, que contiene en su origen etimológico el demostrativo latino hoc (per hoc). 2.2. Cohesión léxica: reiteración y asociación Frente al resto de los mecanismos de cohesión identificados por Halliday y Hasan, los de cohesión léxica se caracterizan por comprender los efectos cohesivos derivados de la selección léxica (1976, 274). En concreto, estos mecanismos pueden clasificarse en dos grandes grupos, en función de la relación que establecen con el elemento del discurso con el que se vinculan: los mecanismos de reiteración o repetición y los de colocación o asociación8. Mientras que los primeros comprenden relaciones léxicas de continuidad referencial, los segundos conforman la clase de mecanismos de cohesión más heterogénea y controvertida de las propuestas por los autores anglosajones (Sanders y Pander 2006, 592; Tanskanen 2006, 35; Christiansen 2011, 268), ya que comprende una serie de elementos léxicos que suelen aparecer asociados en el texto gracias 8. Pese a que Halliday y Hasan emplean el término colocación en su trabajo, parece más adecuado emplear el término asociación para referirse a estas relaciones, ya que el primero se emplea también en lexicología o en lingüística de corpus para designar relaciones de contigüidad y frecuencia de uso, en lugar de los vínculos semánticos a los que se refieren estos autores.
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a las relaciones de sentido que mantienen entre sí, que van más allá de la correferencia o la continuidad referencial. Tales relaciones pueden ser tan diversas como las de antonimia, meronimia, cohi‐ ponimia, etc., y no solo se establecen entre nombres, sino también entre verbos o adjetivos que se relacionan, en definitiva, con algún dominio común en el conocimiento del mundo de los interlocu‐ tores9. Es cierto que las relaciones de asociación léxica poseen, al igual que las de reiteración, un papel relevante en la organización y articulación del discurso. Además, la importancia de estas relaciones para la propuesta de clasificación de Halliday y Hasan radica en que se establecen puramente entre lexemas, sin nece‐ sidad de que la relación léxica venga reforzada por un mecanismo de cohesión gramatical como un determinante definido, como sí suele ocurrir con las relaciones de reiteración. Esta característica justifica, según estos autores, la consideración de la cohesión léxica como relación cohesiva independiente del resto (1976, 282). A pe‐ sar de todo ello, estas relaciones de asociación resultan franca‐ mente difíciles de delimitar como categoría unitaria, lo cual difi‐ culta, a su vez, la posibilidad de abordar su análisis de modo con‐ sistente (Hasan 1984, 202). Por este motivo, diversos autores han decidido excluirlas de sus clasificaciones o redefinirlas, prescin‐ diendo de la categoría general y considerando de forma indepen‐ diente relaciones más concretas como la antonimia o la meronimia (Hasan 1984, Hoey 1991, Martin 1992, entre otros). Por su parte, las relaciones de cohesión léxica reiterativas sue‐ len asociarse por defecto con relaciones de correferencia (Halliday
9. Algunos autores se han referido a la relación semántica en la que se basan estas relaciones de asociación recurriendo a la noción estructuralista de campo se‐ mántico, que designa la relación que mantienen una serie de lexemas que comparten algún componente semántico o sema. No obstante, de acuerdo con Bernárdez (2006, 102), parece preferible explicar estas relaciones en términos cognitivos más amplios. Según este autor, palabras como inexperiencia no comparten ningún sema con sus‐ tantivos como trabajo, pero sí forman parte de nuestro conocimiento del mundo sobre este último concepto, de modo que resulta preferible concebir estas relaciones como pertenecientes a un mismo esquema conceptual o modelo mental.
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y Hasan 1976, 278) o, en términos más amplios, de co‐significación, ya que se establecen a partir de la dependencia interpretativa entre dos expresiones del texto. Es esta característica la que explica que las relaciones de cohesión léxica se incluyan habitualmente en el grupo de los mecanismos de continuidad referencial, a pesar de que, estrictamente, solo pertenecen a este grupo las relaciones de cohesión léxica reiterativa, puesto que las relaciones de asociación solo indican, como máximo, continuidad temática. De hecho, en rigor, teniendo en cuenta su funcionamiento discursivo, y no tanto su estructura gramatical, quizás resultaría más coherente agrupar los mecanismos de cohesión léxica junto con los mecanismos de continuidad referencial de tipo gramatical (referencia, sustitución y elipsis, en la clasificación de Halliday y Hasan) que vincularlos con las relaciones de asociación, que más bien desempeñan un tercer tipo de relación cohesiva, más directa‐ mente relacionada con la progresión temática y la estructura infor‐ mativa del texto. Además, este último tipo de relación se distingue del resto en el vínculo que une las unidades cohesionadas, que es bidireccional, y no unidireccional, como ocurre con las relaciones de reiteración. Teniendo en cuenta un criterio esencialmente fun‐ cional, pues, las relaciones de cohesión podrían reorganizarse en tres grandes tipos de mecanismos, agrupados según su función cohesiva, tal como se indica en la tabla: FUNCIÓN COHESIVA Conexión [C]
Continuidad referencial
FUNCIONAMIENTO Miembro A [C] Miembro B Miembro A [MCR B]
del discurso Referencia, sustitución, elipsis, cohesión léxica
[MCR]
Continuidad temática
MECANISMOS Conectores, marcadores
reiterativa Miembro A Miembro B
Cohesión léxica asociativa
Tabla 5 Clasificación de los mecanismos de cohesión de acuerdo con su función cohesiva
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La que se refleja en la tabla es la concepción de los mecanis‐ mos de cohesión que preside el presente trabajo, que analiza las etiquetas discursivas como mecanismos de continuidad referencial, en contraste con otros mecanismos de continuidad referencial. Frente al resto de los mecanismos de este tipo, los de cohesión lé‐ xica reiterativa, en concreto, se caracterizan por constituir un in‐ ventario abierto de recursos. En efecto, a diferencia de lo que ocu‐ rre con los mecanismos de continuidad referencial de tipo grama‐ tical, las expresiones que permiten establecer relaciones de cohe‐ sión léxica no conforman una categoría gramatical cerrada, sino una categoría léxica abierta, que se define únicamente por su fun‐ ción en el discurso. Es cierto que los mecanismos de cohesión léxica suelen ser sintagmas nominales –anafóricos, en el caso de los mecanismos de reiteración10–; no obstante, esta es la única condición que puede especificarse acerca de las unidades que pueden establecer relacio‐ nes de cohesión léxica, ya que el elemento léxico que mantiene la relación semántica no pertenece a ningún tipo de nombres en con‐ creto. Tal como indican Halliday y Hasan: Every lexical item may enter into a cohesive relation, but by itself it carries no indication whether it is functioning cohesively or not. That can be established only by reference to the text. (1976, 288) Sobre la clasificación de las relaciones de cohesión léxica, hay que tener en cuenta, además, que a pesar de que únicamente pue‐ den identificarse en el discurso, reciben su nombre de las relacio‐ nes clásicas de la semántica léxica (hiperonimia, antonimia, sinoni‐ mia, meronimia, etc.), que aluden a la relación de significado que existe entre dos unidades léxicas, con independencia del contexto
10. El término sintagma nominal anafórico es una traducción del inglés anaphoric noun phrase, que designa a la construcción formada por un determinante definido (artículo, demostrativo o posesivo), un nombre y, opcionalmente, uno o más modi‐ ficadores. Pese a que este término se emplea con mayor frecuencia en la bibliografía anglosajona, en español también ha sido empleado en trabajos recientes, como el de González Ruiz (2008).
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en el que estas aparezcan. Si bien las relaciones entre unidades léxicas del sistema lingüístico estudiadas por la semántica léxica (Cruse 1986 y 2004, Murphy 2010) pueden identificarse también entre esas mismas unidades empleadas en el texto, las relaciones de cohesión léxica se establecen en el discurso y, por tanto, son mucho más amplias: deben identificarse y analizarse en el contexto de su uso en cada texto, teniendo en cuenta tanto la relación se‐ mántica, discursiva o enciclopédica que mantienen con otros ele‐ mentos como la función que desempeña este vínculo cohesivo a la hora de orientar la interpretación del lector. Como se ha mencionado y reflejado en la tabla 5, tal función puede consistir en mantener la continuidad temática, cuando los elementos léxicos están relacionados entre sí dentro del dominio de experiencia activado por el tema o temas principales del texto (relaciones de colocación en la clasificación de Halliday y Hasan 1976), o bien en mantener la continuidad referencial o la referencia a una determinada entidad del discurso (relaciones de reiteración). En adelante, la exposición se centrará en este último tipo de rela‐ ciones, ya que es el grupo al que pertenece el etiquetaje discursivo. 3. LA COHESIÓN LÉXICA REITERATIVA: TIPOS, ESTRUCTURA Y PRO‐ BLEMAS DE DELIMITACIÓN Como ya se ha avanzado, las clasificaciones de los meca‐ nismos de cohesión léxica se basan en el tipo de relación semántica y formal que se establece entre las dos unidades textuales que participan en la relación cohesiva. A partir de estos criterios, Halliday y Hasan (1976, 278) clasifican las relaciones de reiteración léxica en cuatro tipos: (i) la repetición, que se basa en una relación de identidad formal; (ii) la sinonimia o cuasi‐sinonimia, entre unidades léxicas que poseen un significado idéntico o casi idéntico; (iii) las expresiones superordinadas o hiperónimos, entre expre‐ siones que comparten algún rasgo semántico de carácter general; y (iv) el uso de nombres generales que, gracias a su inespecificidad semántica, pueden recuperar un gran número de entidades di‐
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versas. Estos autores ejemplifican todas estas posibilidades sobre un mismo ejemplo, que se traduce a continuación: (1) Reanudé entonces [el ascenso a la cima]. El ascenso [REPETICIÓN] / La escalada [SINÓNIMO] / La tarea [HIPERÓNIMO] / La cosa [NOMBRE GENERAL] fue muy fácil. (Halliday y Hasan 1976, 279) La clasificación mencionada constituye la base que mantie‐ nen, con muy ligeras variaciones, las clasificaciones posteriores de mecanismos de cohesión elaboradas tanto en el ámbito anglosajón (Hasan 1984, Hoey 1991, Martin 1992, Tanskanen 2006, Christian‐ sen 2011) como en el panorama español (Bernárdez 1982, Mederos 1988, Casado 1993, Cuenca 2000 y 2010). Sin embargo, las relacio‐ nes identificadas en esta clasificación no siempre resultan fáciles de identificar a la hora de analizar textos reales y más extensos. Con el propósito de mostrar algunas de las dificultades que plantea la aplicación de esta clasificación, que han sido objeto de revisiones y reelaboraciones en la bibliografía posterior, se ofrece un análisis de las relaciones de cohesión léxica que se establecen en uno de los editoriales del corpus analizado11:
11. El antecedente de las expresiones de cohesión léxica destacadas se señala entre corchetes. Las marcas de cohesión léxica son, únicamente, las destacadas en cursiva.
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(2) El Comité Olímpico Internacional (COI) ha decidido vender los derechos europeos de los juegos de invierno y verano de 2014 y 2016, respectivamente, a la corporación televisiva que preside Rupert Murdoch. Desde hace más de 50 años, los derechos deportivos de estos eventos [NOMBRE GENERAL] eran otorgados a la Unión Europea de Radiodifusión (UER), que agrupa unas setenta emisoras, muchas públicas, TVE entre ellas. […] Algo ha hecho mal la UER [REPETICIÓN]. De entrada, equivocarse en la cantidad económica de la puja ante un COI cuyos derechos televisivos sufragan en una parte muy importante la organización de la fiesta olímpica [¿HIPERÓNIMO/NOMBRE GRAL.?]. La UER [REPETICIÓN] ha lamentado que la autoridad olímpica [¿SINÓNIMO?] no haya valorado el espíritu olímpico de las emisoras públicas, un espíritu que, sin embargo, se ha demostrado tan asociado a los cálculos de audiencia como en otros eventos. (El País, 5/12/2008, “Murdoch olímpico”)
Tal como se observa en el ejemplo, la repetición es uno de los mecanismos de cohesión léxica más habituales y que parecen plantear menos problemas de identificación, como ocurre en (2), donde se repite la referencia a un organismo, la UER. No obstante, el análisis del resto de las relaciones que se establecen en el ejemplo puede plantear ciertas dudas. Una primera cuestión que puede plantearse es si la repetición de unidades como evento en las expresiones del texto estos eventos y otros eventos (que aparece al final del fragmento) debe identificarse como relación cohesiva reiterativa, ya que ambas expresiones presentan la misma forma, pero no designan un mismo referente. Otro punto del análisis en el que se aprecian dificultades para aplicar la clasificación de Halliday y Hasan (1976) es el que afecta a relaciones que no son estrictamente léxicas –como sí lo eran ascenso y escalada, en el ejemplo de (1)–, sino que más bien dependen del contexto del discurso o del contexto cultural, como la que existe entre la entidad institucional COI, mencionada en el texto, y la expresión nominal la autoridad olímpica. Ambas expresiones desig‐ nan una misma entidad del discurso, pero parece difícil conside‐
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rarlas equivalentes en cuanto a su significado, especialmente te‐ niendo en cuenta que una de ellas es un nombre propio (cfr. §3.1, más adelante). Todavía más, a pesar de que los mecanismos de cohesión léxica reiterativa suelen constituir dobles lazos cohesivos (double tie) formados por (i) un mecanismo de referencia, como el demos‐ trativo estos en estos eventos, que indica que ya se ha hecho referen‐ cia a una determinada entidad en el contexto previo, y (ii) un nom‐ bre (eventos) que mantiene un vínculo semántico con otra expresión previa (en este caso, de inclusión), lo cierto es que en el ejemplo de (2) aparecen repeticiones que se refieren a una misma entidad, pero se introducen mediante un determinante indefinido, como un COI cuyos derechos televisivos sufragan en una parte muy importante la organización de la fiesta olímpica. A pesar de aparecer introducido por un determinante indefinido, este sintagma contiene una repe‐ tición léxica de un nombre propio mencionado previamente, por lo que cabe plantearse si un sintagma nominal indefinido puede fun‐ cionar como mecanismo de continuidad referencial y bajo qué con‐ diciones. Por último, el ejemplo de (2) ilustra también las dudas razo‐ nables que plantea una de las relaciones de cohesión léxica más controvertidas de las descritas por Halliday y Hasan, la de los nombres generales, que estos autores definen como nombres que pertenecen a grandes clases conceptuales, como las siguientes (1976, 274): ● [humano]: persona, chica, muchacho, niño; ● [animado]: criatura; ● [inanimado concreto]: cosa, objeto; ● [inanimado abstracto]: tema, aspecto; ● [hecho]: cuestión, idea; ● [lugar]: sitio. Siguiendo la caracterización de los nombres generales reali‐ zada por estos autores, el sustantivo evento parece poder incluirse fácilmente entre los nombres de significado muy general que per‐ tenecen a la gran clase conceptual [hecho], pero no queda tan claro qué ocurre con el sustantivo fiesta en el sintagma la fiesta olímpica
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del ejemplo (2), que reactiva el mismo referente evocado por la expresión los juegos de invierno y verano de 2014 y 2016. El sustantivo fiesta posee, ciertamente, un significado más general que el conte‐ nido de este último sintagma y denota, además, de forma general un [hecho], pero posee un significado bastante más específico que nombres generales como evento o cuestión (una fiesta es un ‘evento en el que se reúnen personas para celebrar algo o para divertirse’). Así pues, la caracterización que Halliday y Hasan realizan de esta clase no permite distinguir con claridad qué nivel de generalidad se atribuye al significado de los nombres generales y cuál al de los hiperónimos. En los epígrafes que siguen se abordan por orden y de forma independiente cada uno de los problemas de aplicación de la clasi‐ ficación tradicional de los mecanismos de cohesión léxica repeti‐ tiva identificados a partir del ejemplo de (2). El interés de estos problemas reside en que han dado lugar a revisiones y modifica‐ ciones de la clasificación inicial por parte de diversos autores. 3.1. Repeticiones reiterativas, asociativas y casuales Como ya se ha comentado al hilo del ejemplo (2), uno de los mecanismos más evidentes para recuperar un elemento del texto es la repetición literal, que se caracteriza frente al resto de relaciones de cohesión reiterativa por basarse en la identidad formal entre dos expresiones del texto. No obstante, la identidad formal no es suficiente para poder considerar que una repetición desempeña una función de continuidad referencial ni siquiera para asignarle una función cohesiva. Así, por ejemplo, dos expresiones pueden presentar la misma forma y significado, pero distintos referentes, tal como ocurría en‐ tre las expresiones estos eventos y otros eventos del ejemplo (2). En casos como este, la presencia del determinante otro indica que existe identidad de sentido con otra expresión del texto, ya que se menciona una entidad del mismo tipo expresado por el nombre. Por tanto, a pesar de que autores como Halliday y Hasan consi‐
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deran que estas relaciones son de «cohesión por referencia compa‐ rativa» (1976, 313), la presencia del determinante otro excluye, de hecho, la posibilidad de que exista una relación de continuidad referencial con la mención previa de esa entidad (Francis 1986, 60; Berrendonner y Reichler‐Béguelin 1996, 476; RAE y AALE 2009, §13.10j y §13.10n), ya que este determinante se refiere necesaria‐ mente a una entidad distinta (Eguren y Sánchez 2003, 71). Ello no implica, no obstante, que el determinante otro no pue‐ da mantener una relación fórica con una expresión del texto. Ade‐ más de presuponer la mención a un elemento anterior, este deter‐ minante (al igual que otros comparativos, como semejante) puede mantener una relación catafórica con otra expresión del texto, co‐ mo ocurre en el siguiente ejemplo: (3) Se trata de dar cauce a otro aspecto del autonomismo (ade‐ más de la descentralización): [la participación de las auto‐ nomías en la conformación de la voluntad del Estado]. (El País, 6/12/2008, “Mejorar la Constitución”) En este caso, la presencia del comparativo otro presupone la mención previa de un referente distinto perteneciente al mismo tipo de entidad denotada por el sustantivo aspecto (referente que, además, se recupera en el paréntesis que sigue), pero, al mismo tiempo, avanza la aparición de la expresión subrayada, con la cual mantiene una relación de correferencia. Así pues, cuando el deter‐ minante otro se emplea con una lectura específica, puede mantener una relación de cohesión reiterativa con una expresión del texto con la que sea correferencial. En cambio, la relación comparativa que mantiene con el elemento discursivo cuya mención previa pre‐ supone, debe considerarse parte de las relaciones de cohesión léxica por asociación o colocación, no de las reiterativas. Otro tipo de repetición que conviene excluir de las relaciones de cohesión léxica reiterativa es el que se da cuando dos lexemas que presentan la misma forma se emplean en un texto con signi‐ ficados distintos, debido a fenómenos como la polisemia o la ho‐ monimia. En estos casos en los que la identidad es exclusivamente formal puede hablarse de repetición casual o no cohesiva (Hoey 1991, 56). Asimismo, también pueden presentar notable semejanza for‐
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mal, pero no de significado, las expresiones que mantienen relacio‐ nes de repetición compleja (Hoey 1991, 55) o parcial (Beaugrande y Dressler 1981, 102), que se dan cuando un lexema se repite en el texto combinado con distintos sufijos derivativos, como lingüística y lingüista. Dos expresiones como estas empleadas en un texto mantendrían una relación de repetición, pero no de identidad de significado ni, menos aún, de identidad referencial. Este tipo de repeticiones, por tanto, deberían considerarse también dentro de las relaciones de asociación de sentido o colocación. Todavía otra posibilidad de funcionamiento de la repetición es la que se da en los casos en que dos expresiones presentan identidad de forma, de sentido y de referente, pero no mantienen una relación anafórica, ya que no dependen una de otra para su interpretación. Es, por ejemplo, lo que ocurre con las repeticiones de nombres propios, ya que estos son designadores rígidos, que designan a su referente directamente y, por tanto, siempre de for‐ ma autónoma (Fernández Leborans 1999a, 93). Un ejemplo es la relación de repetición destacada en el ejemplo de (4)12: (4) El presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, sorprendió al anunciar una reforma constitucional durante su primer discurso sobre el estado de la nación. Ni siquiera los di‐ putados de su partido, Rusia Unida, estaban al corriente de que Medvédev se proponía ampliar el plazo del mandato presidencial de cuatro a seis años. (El País, 20/11/2008, “Carta blanca para Putin”) Así pues, recapitulando, no todos los casos de repetición de lexemas en un texto constituyen casos de cohesión léxica reite‐ rativa, ni siquiera de relación cohesiva. A la hora de identificar es‐ tas relaciones de repetición con la función de continuidad referen‐ cial que se atribuye a las relaciones de reiteración léxica conviene, pues, insistir en que debe existir, además de identidad formal y de sentido entre las expresiones consideradas, identidad o continui‐ 12. Ejemplos como este constituyen, de hecho, una excepción a la identifi‐ cación generalizada de las relaciones de cohesión léxica reiterativa con expresiones anafóricas.
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dad de referente, tal como ha indicado acertadamente en su clasifi‐ cación Cuenca, que, de hecho, propone separar los mecanismos de repetición de los de reiteración, que no se basan en la identidad formal (2000, 67). Por tanto, conviene descartar de las relaciones de reiteración léxica las repeticiones casuales que no mantienen una relación propiamente cohesiva, así como los casos de repetición no correferencial, en los que dos expresiones total o parcialmente iguales en forma designan referentes distintos (como lingüística y lingüista, que pueden mantener, en cambio, relaciones de asocia‐ ción de sentido). En suma, aunque la repetición es uno de los mecanismos de cohesión reiterativa aparentemente más fáciles de identificar, per‐ mite mostrar con claridad la complejidad que puede entrañar la identificación de las relaciones de reiteración léxica, cuyo análisis debe ir más allá de la mera constatación de la existencia de una relación semántica o formal entre dos lexemas del texto, para con‐ siderar también si existe una relación de correferencia o continui‐ dad referencial. 3.2. Relaciones lingüísticas y relaciones discursivas Una de las críticas habituales que ha recibido la clasificación de los mecanismos de cohesión léxica es que, al basarse fundamen‐ talmente en criterios semánticos, conforme más generales o vagos devienen estos, más difícil resulta que sean suficientemente efica‐ ces para poder delimitar con claridad las distintas relaciones (Tanskanen 2006, 35; Christiansen 2011, 268). La complejidad que entraña tal delimitación se pone de manifiesto al aplicar las clasifi‐ caciones al uso a textos reales. Una de las primeras constataciones que se imponen a partir de esta aplicación es la necesidad de trascender las relaciones meramente semánticas que se establecen entre lexemas del sistema (relaciones de semántica léxica) para tener en cuenta también relaciones discursivas más amplias, de tipo semántico‐pragmático. Así, por ejemplo, si bien dos sustan‐ tivos como escalada y ascenso, que aparecían en el ejemplo de (1),
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pueden considerarse como sinónimos o cuasi‐sinónimos en el sis‐ tema lingüístico, por compartir una serie de rasgos semánticos, y pueden funcionar como tales en una gran diversidad de contextos discursivos, no ocurre lo mismo entre los sintagmas nominales la autoridad olímpica y el COI, que se presentan como equivalentes en el ejemplo de (2). Del mismo modo que, en semántica léxica, existe una célebre controversia en torno a la existencia o no de sinónimos absolutos, con idénticos semas denotativos y connotativos que permitan in‐ tercambiarlos en un número amplio de contextos (Cruse 2004, 155; Kleiber 2009, Regueiro 2010, Murphy 2010), existe también cierta controversia entre los especialistas en cohesión léxica en torno a cuál es el aspecto decisivo a la hora de considerar sinónimas dos expresiones textuales. Un gran número de autores, por ejemplo, re‐ lacionan la identidad textual con la idea de correferencia, defen‐ diendo que son sinonímicas dos expresiones que se emplean el texto para aludir a una misma entidad (Bernárdez 1982, 104; Cuen‐ ca 2000, 68; Ribera 2012, 85). Siguiendo esta postura, los sintagmas del ejemplo (2) mencionados pueden considerarse sinónimos en el texto. A fin de diferenciar la sinonimia lingüística objeto de la se‐ mántica léxica de las relaciones de equivalencia o correspondencia referencial que se establecen en el texto (sinonimia en el texto), al‐ gunos autores han propuesto denominar este segundo tipo de rela‐ ciones «sinonimia referencial» (Gutiérrez Ordóñez 1981, 217), «si‐ nonimia retórica o estilística» (Regueiro 2010, 19) o «sinonimia dis‐ cursiva» (Ribera 2012, 84). Estas relaciones cohesivas establecidas en el discurso, que coinciden, a grandes rasgos, con las que Hasan denomina instanciales (1984, 202), se basan, a menudo, no tanto en una identidad de significado, como en la identidad de referente o de sentido entre dos expresiones en un determinado contexto13. Esta relación discursiva de identidad se deriva de aspectos prag‐ 13. Conviene recordar, en relación con este punto, la diferencia existente entre significado, como contenido de un signo codificado en el sistema lingüístico y sen‐ tido, como contenido que un signo transmite en un contexto o acto comunicativo concreto (Gutiérrez Ordóñez 1981, 118).
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máticos, como el conocimiento del mundo compartido por los in‐ terlocutores, tanto enciclopédico como sobre la situación comuni‐ cativa específica. En el siguiente ejemplo, el sintagma en negrita solo puede interpretarse como equivalente al nombre subrayado en la situación concreta en la que se emite el enunciado (diciembre de 2008)14: (5) El proyecto europeo ha vuelto a sus cauces, aunque pro‐ bablemente sea a costa de reducir su calado. [Sarkozy] ha puesto a Europa en marcha, aunque seguramente con una nueva merma de su calado. Al margen de los aspa‐ vientos y de su lenguaje triunfalista, que reclama acuer‐ dos históricos, el presidente francés y de la UE hasta fin de año ha tenido el acierto de consensuar respuestas para tres crisis simultáneas sin romper la unidad. (El País, 13/12/2008, “Europa se encarrila”) En otros casos, la relación de sentido subyacente a la sino‐ nimia discursiva se establece de forma más o menos expresa en el contexto discursivo, tal como ocurre en el ejemplo de (6), donde se hace referencia a uno de los participantes en el evento descrito por el papel que desempeña en este: (6) Un pequeño tropiezo dio lugar a una brutal paliza que reventó el corazón y mató a un joven de 18 años, [Álvaro Ussía Caballero], en la madrugada del sábado en una céntrica discoteca de moda en Madrid. Los tres guardias de seguridad que cometieron la agresión han sido dete‐ nidos y puestos a disposición judicial. Uno de los amigos de la víctima empujó a una chica en la pista de baile, que resultó ser la novia de uno de los porteros, y éstos deci‐ dieron expulsar a los que causaron el contratiempo. (El País, 16/11/2008, “Muerte en la discoteca”)
14. Como puede observarse, estas relaciones de equivalencia referencial com‐ prenden numerosos casos de anáfora pragmática, esto es, sintagmas nominales cuyo antecedente se recupera a partir del conocimiento del mundo compartido por los participantes (Conte 1996, 3).
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Cuando no son de tipo enciclopédico, como la del ejemplo (5), este tipo de relaciones discursivas se basan, tal como indica Hasan, en algún fragmento del texto en el que se establece específicamente la referencia (1984, 202), como la primera oración del ejemplo de (6), en la que el joven asesinado se identifica, mediante una rela‐ ción sintáctica de aposición, con Álvaro Ussía. No obstante, cabría plantearse si ejemplos como este, que la mayoría de los autores suelen identificar con relaciones de sinonimia discursiva, podrían concebirse, de hecho, como casos de hiperonimia discursiva, ya que víctima es un nombre que posee un significado general similar al de nombres como persona, que se concreta en una entidad parti‐ cular en cada contexto en el que se emplea. Una de las consecuencias de identificar las relaciones de cohe‐ sión léxica por sinonimia con la correferencia entre dos expresiones del texto es que, en rigor, comporta anular hasta cierto punto la diferencia entre sinonimia e hiperonimia. Si se considera que dos expresiones que designan una misma entidad se comportan dis‐ cursivamente como sinónimos (Cuenca 2000, 68; Ribera 2012, 87), entonces parece poco relevante determinar qué relación semántica o pragmática existe entre ellas. No obstante, si bien es cierto que, a efectos de la recepción del texto, lo relevante es que las relaciones de cohesión léxica reiterativa se basan en un vínculo de correfe‐ rencia o identidad de referentes15, desde la perspectiva de la pro‐ ducción (e, incluso, de la comprensión del texto) parece relevante tener en cuenta que la correferencia entre dos expresiones del texto puede venir motivada por distintos tipos de relaciones semántico‐ pragmáticas correferenciales, como la identidad, más o menos ab‐ soluta, de significado, la identidad pragmática o equivalencia ba‐ sada en el conocimiento del mundo, o las relaciones semánticas de generalización o especificación que subyacen a la relación de hiperonimia definida por la semántica léxica. La elección de un
15. De hecho, llevados por la relevancia discursiva de esta relación correfe‐ rencial, algunos autores, como Casado, han optado por evitar denominaciones liga‐ das a la semántica léxica como la de sinonimia para referirse a «correferencia entre expresiones equivalentes» (1993, 18).
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recurso u otro para recuperar un elemento previo del texto está en manos del emisor. Si se tiene en cuenta que, como ya está ampliamente aceptado en la bibliografía, el estudio de las relaciones discursivas debe trascender necesariamente las aportaciones de la semántica léxica, la sinonimia como relación cohesiva debe entenderse como la existencia en un texto de dos expresiones no solo correferenciales, sino equivalentes e intercambiables en un contexto determinado, ya sea en virtud de su semejanza de significado o por su capacidad para describir una misma entidad del mundo con un nivel similar de especificidad. Del mismo modo, las relaciones cohesivas de hi‐ peronimia deben concebirse, más que como hiperonimia semántica o relación «taxonómica» o «paradigmática» entre dos lexemas (Cruse 1986, 136 y 2004, 148; Reichler‐Béguelin 1995, 68; Kleiber 1990, 7; Murphy 2010), como relación semántica o pragmática de inclusión de sentido (y, en ese sentido, como relación asimétrica) entre dos expresiones del texto, esto es, como hiperonimia discur‐ siva o, como han propuesto algunos autores, como «repetición su‐ perordinada» (Hoey 1991, 69) o «generalización» (Tanskanen 2006, 57), denominaciones que tratan de evitar la vinculación con la hiperonimia semántica. Así pues, las relaciones cohesivas reiterativas constituyen vínculos entre expresiones correferenciales en el texto, que se fun‐ damentan en una relación semántica, discursiva o enciclopédica entre las expresiones implicadas. Esta relación puede ser de iden‐ tidad o equivalencia, cuando las dos expresiones relacionadas pre‐ sentan el mismo nivel de especificidad, como paro y desempleo o COI y autoridad olímpica, o bien puede ser de inclusión, cuando una expresión es más general que la otra, como en el caso de Álvaro Ussía y víctima. Volveremos sobre los hiperónimos discursivos más adelante (§4.2). En suma, a la hora de identificar el funcionamiento sinoní‐ mico (o hiperonímico) de una expresión nominal en un texto, de‐ ben examinarse las relaciones que se establecen en dicho texto, in‐ dependientemente de las que mantengan las unidades léxicas im‐ plicadas en el sistema lingüístico. Así, dos expresiones se emplean
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como sinónimas en el discurso cuando se emplean para designar un mismo referente, son intercambiables en el texto en el que apa‐ recen y son equivalentes, ya sea semánticamente (sinónimos lin‐ güísticos), en el discurso o en el conocimiento del mundo de los interlocutores (sinónimos discursivos). Del mismo modo, dos ex‐ presiones del texto que designan un mismo referente y mantienen una relación asimétrica de inclusión o especificación de base se‐ mántica, discursiva o enciclopédica pueden considerarse hiperó‐ nimos, lingüísticos o discursivos. En este caso, los elementos rela‐ cionados no son intercambiables en el texto, sino que el más gene‐ ral debe aparecer en segundo lugar16. 3.3. Reiteración léxica y sintagmas nominales anafóricos Como ya se ha mencionado, los mecanismos de cohesión léxica reiterativa pueden identificarse en gran medida con los pro‐ cesos de anáfora léxica, por cuanto se realizan sintácticamente me‐ diante sintagmas nominales anafóricos (en adelante, SNA)17. Un SNA está formado por un determinante definido (artículo defi‐ nido, demostrativo, posesivo), un sustantivo cuyo significado suele repetir o incluir el contenido de otro elemento del texto circun‐ dante y, en ocasiones, algún modificador que complementa al nombre (un adjetivo, un sintagma preposicional, una cláusula de 16. La aparición del término de significado más específico, el hipónimo, en se‐ gundo lugar es mucho menos habitual que el orden inverso, tal como han indicado diversos autores (Mederos 1988, 111; Hoey 1991, 70; Reichler‐Béguelin 1995, 72; RAE y AALE 2009, §14.6f). Ello se debe, probablemente, a que tal ordenación viola lo que la teoría neogriceana de Levinson ha denominado «el patrón básico de la anáfora»: el presupuesto de que las expresiones anafóricas tienen un significado más general que el del antecedente (1991, 110; 2000, 416). Cuando se viola este prin‐ cipio, con relaciones como un animal – el pájaro, el resultado por defecto es que el interlocutor interprete que las expresiones implicadas no son correferenciales. 17. Las excepciones a esta afirmación general se limitan a casos muy con‐ cretos, como las repeticiones no anafóricas, que indican continuidad referencial, pero que no mantienen entre sí relaciones de dependencia interpretativa, como la relación que se ejemplificaba en (4).
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relativo). Tal como han indicado diversos autores (Mederos 1988, 109; Figueras 2002, 57, entre otros), el determinante desempeña la función anafórica consistente en indicar que el referente es cono‐ cido, en tanto que el contenido descriptivo del SN –esto es, el signi‐ ficado del conjunto formado por el nombre y los modificadores que puedan acompañarlo (Leonetti 1996)– mantiene una relación semántica o enciclopédica con la mención previa de dicho refe‐ rente, que facilita la asignación de referente. El papel que desem‐ peña cada uno de estos elementos se refleja en la siguiente figura: SNA = determinante definido + contenido descriptivo [nombre + (modificador)]
INDICA QUE EL REFERENTE SE HA
CONTRIBUYE A IDENTIFICAR EL
MENCIONADO EN EL TEXTO
REFERENTE
(RELACIÓN REFERENCIAL)
(RELACIÓN SEMÁNTICA)
Figura 3 Estructura del sintagma nominal anafórico (SNA)
No obstante, como ya se ha avanzado, no todos los sintagmas anafóricos presentan la estructura que se refleja en la figura ante‐ rior. Es importante tener en cuenta que existen algunos sintagmas nominales indefinidos que mantienen una relación anafórica con un elemento del texto previo. Se trata de lo que Epstein denomina «indefinidos tardíos» (1994, 149‐151, citado por Leonetti 1999a, 840), como era el caso de la repetición de COI comentada en el ejemplo de (2) o del sintagma nominal anafórico destacado en el ejemplo siguiente: (7) La primera adjudicación de licencias radiofónicas reali‐ zada en España, no por un Gobierno, sino por un orga‐ nismo teóricamente independiente, el Consejo del Audio‐ visual de Cataluña (CAC), ha desembocado en [un pero‐ cupante fiasco]. Un resultado que enerva el griterío de algunos de los grupos que se sienten perjudicados, pero que también es decepcionante por el nefasto procedi‐ miento arbitrado y por la escasa independencia demos‐
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trada por algunos de los miembros del organismo. (El País, 20/11/2008, “El fiasco del CAC”) El sintagma destacado entre corchetes es correferencial con el sintagma en cursiva, es decir, alude de nuevo a un referente que ya ha aparecido en el discurso, pero lo introduce mediante un deter‐ minante indefinido. La presencia del artículo indefinido en estos casos se explica por la aparición del modificador restrictivo que acompaña al nombre, que suele ser, como en este caso, una oración de relativo especificativa. La presencia de este modificador es nece‐ saria y permite justificar el empleo del indefinido, al aportar infor‐ mación nueva que permite volver a caracterizar el referente, como si no se hubiera presentado anteriormente en el discurso (Leonetti 1999a, 840). Además de basarse en la presencia de un modificador especi‐ ficativo, como ya ha indicado la bibliografía, estos usos del deter‐ minante indefinido introducen un sustantivo que mantiene una relación de cohesión léxica reiterativa con otra expresión nominal previa del discurso y constituyen, así, una excepción a la relación directa que suele establecerse entre los mecanismos de cohesión léxica reiterativa y los sintagmas nominales definidos. Otra excep‐ ción son, por supuesto, los sintagmas nominales catafóricos, en los que un determinante indefinido presenta una entidad del discurso mediante un término de significado general que se concretará en la continuación del discurso (§1.2.1, cap. 4). 3.4. Los nombres generales En la introducción del presente apartado ya se ha puesto de relieve, a raíz del comentario del ejemplo de (2), uno de los proble‐ mas de delimitación que presenta la caracterización de la clase de los nombres generales definida por Halliday y Hasan; a saber, la difi‐ cultad de establecer qué grado de especificidad caracteriza el sig‐ nificado de estos nombres y en qué se diferencian de otros nom‐ bres de significado general, como los hiperónimos. Además de este, la caracterización de los nombres generales presenta otros
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problemas. Por una parte, parece cuestionable que constituyan, tal como indican los autores anglosajones, un grupo limitado de nom‐ bres (1976, 280), ya que más allá de referirse a su significado muy vago o general, tales autores no proponen ningún otro criterio que permita delimitar qué nombres forman parte del grupo; al contra‐ rio, reconocen que estos son difíciles de listar. Un tercer problema, advertido por autores como Cuenca (2000, 68) o Ribera (2012, 89), es la heterogeneidad de nombres que asignan Halliday y Hasan a esta clase, que incluyen nombres que denotan entidades concretas, como persona o lugar, junto con nombres abstractos, como evento o cuestión. A todo esto se suma la idiosincrasia que caracteriza esta clase frente al resto de relaciones de cohesión léxica: mientras que estas últimas suelen recibir denominaciones que apuntan a tipos de relaciones formales (como la repetición) o léxico‐semánticas (co‐ mo la sinonimia o la hiperonimia), la clase de los nombres gene‐ rales parece aludir a un tipo de nombres que comparten alguna o algunas características especiales. Como ya se avanzaba en el capítulo anterior, la heteroge‐ neidad y el carácter difuso de esta clase explican que haya sido re‐ definida en los trabajos sobre cohesión léxica posteriores al tratado de Halliday y Hasan. Por una parte, los estudios sobre mecanismos de cohesión en general suelen considerar que estos nombres constituyen un tipo especial de hiperónimos, de significado más general o abstracto, que suelen tener antecedentes complejos, de carácter proposicional (Bernárdez 1982, Hoey 1991, Martin 1992, Cuenca 2000, entre otros); en otros términos, una clase de hiperó‐ nimos especializados en el tipo de referencia que Halliday y Hasan denominan extended reference o referencia a eventos, procesos o fe‐ nómenos complejos, en lugar de a entidades participantes en el texto (1976, 52). Asimismo, en el ámbito hispánico, autores como Bernárdez (1982) o Casado (1993, 20) han tenido en cuenta la amplia capaci‐ dad denotativa de estos nombres, que aproxima notablemente su uso discursivo al de los pronombres, y han llegado a incorporar algunos de ellos en la categoría de «proformas léxicas» o «lexemas especializados en la sustitución», a la que también incorporan
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algún verbo, como hacer. No obstante, a pesar de poner de relieve la proximidad entre el funcionamiento discursivo de estos elemen‐ tos léxicos y el de las proformas gramaticales, los propios autores reconocen que el comportamiento gramatical de los primeros (que requieren la presencia de un determinante o de un elemento pro‐ nominal para desarrollar en el discurso su capacidad referencial) se asimila más al de los procedimientos de cohesión léxica que a los de sustitución gramatical. Si bien los estudios de cohesión tienden a incluir estos nom‐ bres generales en alguna posición especial dentro de otras clases cohesivas, otros autores, mencionados en el capítulo anterior, se han ocupado en las últimas décadas de redefinir la clase de los nombres generales, desde una serie de estudios monográficos sobre el fenómeno. Pese a las importantes aportaciones de estos estudios puestas de relieve en el apartado anterior, lo cierto es que no suelen incidir demasiado en las relaciones que mantiene el etiquetaje discursivo con el resto de mecanismos léxicos de conti‐ nuidad referencial ni en el lugar que les corresponde en las clasifi‐ caciones disponibles. A fin de delimitar esta relación del resto de relaciones de cohesión léxica, y de diferenciarla de la categoría pro‐ blemática de los nombres generales, los autores que han desarro‐ llado esta línea de investigación han propuesto distintas denomi‐ naciones para el fenómeno (§2, cap. 1). Como ya se ha mencionado, el principal aspecto en el que se centran estos autores para defender la necesidad de considerar estos nombres como un mecanismo discursivo distinto de los hipe‐ rónimos y del resto de relaciones de cohesión léxica es su distinto funcionamiento discursivo y, más concretamente, el tipo de refe‐ rente que estas expresiones pueden recuperar y reactivar, de natu‐ raleza abstracta (de segundo y tercer orden en la clasificación de Lyons 1977) y el tipo de antecedente textual que activa la interpre‐ tación de dicho referente, que es un segmento textual de naturaleza predicativa, como oraciones o cláusulas (frente al sintagma nomi‐ nal que suele presentar las entidades recuperadas por el resto de procedimientos de cohesión léxica).
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La definición del fenómeno del etiquetaje discursivo presen‐ tada en el capítulo anterior difiere de la caracterización de los nom‐ bres generales de Halliday y Hasan que le dan origen en dos as‐ pectos fundamentales. En primer lugar, las EEDD no constituyen una lista cerrada de nombres especiales, sino una función cohesiva que, en consecuencia, pueden desempeñar diversos tipos de sus‐ tantivos. En segundo lugar, el etiquetaje discursivo constituye una relación entre una expresión predicativa más o menos compleja y una expresión referencial que condensa el contenido de la anterior. Esta segunda característica lleva a excluir de este tipo de relación la mayor parte de los usos de algunos de los nombres generales men‐ cionados por Halliday y Hasan, como persona, criatura o cosa, que suelen emplearse para recuperar entidades de primer orden desig‐ nadas en el texto mediante un sintagma nominal18. Teniendo en cuenta estas diferencias, y la redefinición de la clase de los nombres generales que da lugar al fenómeno, mejor perfilado, del etiquetaje discursivo, parece más adecuado consi‐ derar que el uso del sustantivo fiesta en el sintagma la fiesta olímpica del ejemplo de (2), que recuperaba la referencia previa a los juegos olímpicos de 2014 y 2016, puede analizarse como un hiperónimo, ya que su antecedente se presenta bajo la forma de una expresión referencial de naturaleza nominal. 4. EL ETIQUETAJE DISCURSIVO FRENTE A LOS MECANISMOS DE CON‐ TINUIDAD REFERENCIAL Una vez revisadas las principales clasificaciones al uso de los mecanismos de cohesión y, más concretamente, de cohesión léxica, así como algunos de los problemas que plantea su aplicación al 18. Es importante destacar que, en consonancia con la primera de las dife‐ rencias señaladas, que se trata de una función y no de un tipo de nombres, se excluyen del etiquetaje discursivo la mayor parte de usos de estos nombres, pero no los nombres en sí, ya que el sustantivo cosa, por ejemplo, puede emplearse también para referirse de forma muy general a eventos o incluso a proposiciones, aunque ello no sea lo más habitual en la mayoría de los registros.
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análisis de textos reales, es el momento de abordar el contraste del etiquetaje discursivo con el resto de los mecanismos cohesivos con los que se encuentra relacionado; a saber, el resto de los meca‐ nismos de continuidad referencial, tanto de tipo léxico como de tipo gramatical. Ese contraste, que ha sido escasamente atendido de forma explícita por la bibliografía –salvo contadas excepciones (Ivanič 1991, Schmid 1998)–, permitirá, de un lado, completar la definición del etiquetaje discursivo trazada en el capítulo primero, estableciendo los criterios de su definición que resultan predomi‐ nantes a la hora de diferenciarlo del resto de recursos cohesivos con los que se encuentra relacionado; y de otro, determinar si es posible atribuir a las relaciones de etiquetaje discursivo una posi‐ ción claramente diferenciada en las clasificaciones al uso. 4.1. Etiquetas discursivas y mecanismos gramaticales de continui‐ dad referencial Desde su origen en la clase de los nombres generales, el fe‐ nómeno del etiquetaje discursivo se ha ubicado en la frontera difusa entre la cohesión gramatical y la cohesión léxica (Halliday y Hasan 1976, 274). En efecto, tal como ocurre con los mecanismos gramaticales de continuidad referencial, las etiquetas discursivas presentan un significado muy inespecífico, por lo que su interpre‐ tación depende notablemente del contexto. Además, los pronom‐ bres neutros, en concreto, presentan también, como las EEDD, la capacidad de recuperar el contenido de un segmento del discurso de naturaleza predicativa. De hecho, ambos mecanismos pueden alternarse a la hora de recuperar en un texto este tipo de informa‐ ción, como se observa en las siguientes versiones del ejemplo (8): (8) Es verdad que IU ha sido víctima de la polarización polí‐ tica durante la anterior legislatura. Pero esta explicación no basta para dar cuenta de una constante pérdida de influencia tras cada cita electoral. En los últimos años, [IU ha buscado su espacio político en las posiciones que de‐ jaba libres el obligado pragmatismo de un PSOE de nue‐
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vo en el Gobierno]. Esta última estrategia no sólo se vio obstaculizada por el voto útil que acabó desencadenando el tipo de oposición desarrollada por el PP; los dirigentes de IU no supieron elaborar un proyecto autónomo ni transmitir un mensaje coherente. (El País, 17/11/2008, “Congreso en falso”) (8bis) Es verdad que IU ha sido víctima de la polarización po‐ lítica durante la anterior legislatura. Pero esta explicación no basta para dar cuenta de una constante pérdida de influencia tras cada cita electoral. En los últimos años, IU ha buscado su espacio político en las posiciones que de‐ jaba libres el obligado pragmatismo de un PSOE de nue‐ vo en el Gobierno. Esto no sólo se vio obstaculizado por el voto útil que acabó desencadenando el tipo de oposi‐ ción desarrollada por el PP; los dirigentes de IU no su‐ pieron elaborar un proyecto autónomo ni transmitir un mensaje coherente. Las diferencias entre ambos procedimientos, que pueden ob‐ servarse en el ejemplo, se derivan de su distinta naturaleza, léxica o gramatical. Gracias a su significado conceptual, por vago que sea, las EEDD pueden categorizar o conceptualizar el segmento encap‐ sulado. Además, pueden incorporar información que contribuya a identificar el referente (como el modificador última en el ejemplo 8), o bien que revele la valoración o conceptualización del seg‐ mento encapsulado privilegiada por el emisor (como una estrategia política, en el ejemplo). En cambio, los pronombres neutros no presentan esta capaci‐ dad. Al carecer de significado léxico o conceptual, únicamente pue‐ den referirse de modo general a «lo que se acaba de decir», con frecuencia, en la cláusula inmediatamente precedente (Zulaica 2009, 59), aunque su alcance puede ser mayor. La identificación de la entidad recuperada por un pronombre neutro depende, por tan‐ to, únicamente del predicado en el que se integra la expresión ana‐ fórica (Zulaica y Gutiérrez‐Rexach 2009, 82). En la versión (8bis) del ejemplo, solo es posible determinar a qué elemento del con‐ texto previo se refiere el pronombre neutro a partir de la predica‐
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ción en la que este se integra19. Tal predicación es, también, la res‐ ponsable de restringir las inferencias que permiten seleccionar el referente del pronombre neutro destacado en (9): (9) Quince meses después de su eclosión, la crisis financiera sigue mostrando una gravedad sin precedentes. A la des‐ trucción de riqueza financiera se añade ahora una excep‐ cionalmente rápida contracción en el ritmo de creci‐ miento de las economías. Hoy por hoy, toda la OCDE está en recesión y será muy difícil que las economías abandonen ese cuadro en el próximo año. En la mayoría de los países afectados, la precaria salud de las empresas financieras y la incertidumbre sigue racionando la oferta de crédito. Y sin crédito no hay crecimiento. Las autoridades americanas han entendido esto muy bien y, tras dramáticas y variadas terapias para detener la inestabilidad bancaria y propiciar el aumento de la oferta de crédito, consideran que la economía está afectada no por obstáculos coyunturales de liquidez, (…) sino que existe una grave falta de dinero en el sistema, causada por la desaparición de la riqueza financiera. (El País, 27/11/2008, “Toque a rebato”) El pronombre esto por sí mismo no permite determinar si el emisor pretende recuperar toda la situación económica descrita en el párrafo anterior o una parte de esta. No obstante, el verbo de pensamiento entender, que acompaña al pronombre, apunta a que la entidad referida por el demostrativo neutro se concibe como una entidad mental. Esta observación lleva a considerar como antece‐ dente más factible la última oración del párrafo anterior (Y sin cré‐ dito no hay crecimiento), ya que no es, a diferencia del resto de la información expuesta en el párrafo, un evento, sino una idea. Esta serie de inferencias interpretativas no habrían sido necesarias si el emisor hubiera optado por explicitar el tipo de entidad a la que 19. Desde el estudio cognitivo de las expresiones anafóricas, algunos autores han incidido en el papel de esta predicación en la asignación de referente, propo‐ niendo para ella la denominación de phrase hôte o host predication (Cornish 1999, 69).
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aludía mediante una ED como esta idea o, incluso, esta última idea. Teniendo en cuenta esta diferencia fundamental entre las EEDD y los pronombres neutros, que no presentan la capacidad de concep‐ tualizar la entidad a la que se refieren, resulta adecuado considerar que estos últimos funcionan como «etiquetas difusas», tal como propone Moreno (2004). 4.2. Etiquetas discursivas e hiperónimos El contraste entre las etiquetas discursivas y el resto de los mecanismos léxicos de continuidad referencial plantea más dificul‐ tades que su diferenciación de los pronombres neutros. Para empe‐ zar, las EEDD presentan la misma estructura que el resto de las relaciones de cohesión léxica, esto es, un sintagma nominal anafó‐ rico, de modo que no pueden diferenciarse del resto formalmente. En cuanto a los criterios semánticos, como se verá en este apartado, tampoco resultan suficientes para diferenciar de forma inequívoca las etiquetas discursivas de otros mecanismos de cohesión léxica similares, como los hiperónimos. Como ya se ha mencionado, sobre la relación entre EEDD e hiperónimos existen posturas divergentes en la bibliografía. Por una parte, desde el análisis de mecanismos cohesivos o referen‐ ciales, algunos autores consideran que el fenómeno del etiquetaje discursivo puede considerarse como un tipo especial de hiperoni‐ mia, expresada mediante nombres de significado más general (Bernárdez 1982, 107; Cornish 1986, 20‐21; Cuenca 2010, 51). Otros autores, en cambio, adoptan la perspectiva inversa: parten del es‐ tudio del etiquetaje discursivo e indican que algunos hiperónimos pueden presentar también este funcionamiento; consideran, por tanto, que los hiperónimos constituyen un tipo de ED (Ivanič 1991, 109; Borreguero 2006, 77). Si bien estas dos posturas ponen de re‐ lieve las semejanzas que, efectivamente, existen entre ambas rela‐ ciones, la consideración de una de ellas como un “tipo especial” de la otra no contribuye a su delimitación como fenómenos diferen‐ ciados. Para alcanzar tal diferenciación, es necesario analizar las
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principales semejanzas y diferencias de funcionamiento entre estas dos relaciones discursivas. Para indicar las coincidencias que existen entre la hiperonimia y el etiquetaje discursivo, suele recurrirse a un criterio semántico: se trata, en ambos casos, de relaciones de inclusión o de genera‐ lización que se establecen entre un nombre de significado general y un segmento discursivo de significado más específico. En términos de Cornish, la principal peculiaridad semántica que caracteriza a los nombres de significado léxico muy general es que son «denota‐ tivamente heterogéneos» (1999, 136), esto es, que pueden englobar y, por tanto, aludir a diferentes tipos o, en rigor, subtipos de en‐ tidades. Esta característica explica que la interpretación de estos nombres de significado general en un discurso suela depender de otro segmento discursivo que concrete su significado, de un modo similar a lo que ocurre con las expresiones pronominales. La dependencia contextual que presentan los sintagmas no‐ minales con nombres generales, por tanto, va más allá de la mera dependencia interpretativa que se atribuye a la presencia del deter‐ minante definido que suele introducir los sintagmas nominales anafóricos que funcionan como mecanismos de cohesión léxica (§3.3) y se deriva del significado inespecífico que poseen algunos nombres que funcionan como hiperónimos (Cornish 1986, 20; von Heusinger 2007, 127) o como EEDD. Frente al resto de mecanismos de cohesión léxica reiterativa, estos dos se caracterizan por pre‐ sentar una doble dependencia del contexto: de un lado, la depen‐ dencia referencial que caracteriza a las relaciones anafóricas canó‐ nicas (§1, cap. 3) y, de otro, la que puede denominarse como depen‐ dencia conceptual, que se deriva del significado léxico general de los nombres que desempeñan estas funciones. Esta dependencia con‐ ceptual puede definirse como la relación asimétrica que existe en‐ tre una unidad léxica B, de significado vago o esquemático y un segmento textual A, que completa o especifica el significado de B en un determinado contexto discursivo (§2.1, cap. 3). Así pues, tanto el etiquetaje discursivo como las relaciones de hiperonimia se basan en la posibilidad de construir un mismo sig‐ nificado con dos grados diferentes de especificación: una expresión
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B, la ED o el hiperónimo, construye el significado de forma general o esquemática y una expresión A concreta ese significado en el contexto20. Mientras que la mayoría de las relaciones de cohesión léxica reiterativa se basan en una dependencia referencial del con‐ texto, en el caso de la hiperonimia y el etiquetaje discursivo, se suma a esta una dependencia conceptual: la necesidad de concretar en el contexto el tipo de entidad denotada por el nombre. No obstante, este mismo rasgo en común que caracteriza las relaciones de hiperonimia y de etiquetaje discursivo, unidas por el tipo de relación semántica en el que se basan, es, precisamente, el criterio que suelen emplear, también, la mayoría de los autores pa‐ ra diferenciar ambas relaciones. En efecto, como ya se ha mencio‐ nado, desde el trabajo de Halliday y Hasan (1976), diversos autores han descrito los nombres que funcionan como EEDD como de significado más inespecífico o general que los hiperónimos, de mo‐ do que su interpretación presenta una mayor dependencia del con‐ texto. Ahora bien, aunque es cierto que la gran mayoría de los nom‐ bres que suelen funcionar como EEDD suelen tener un significado más general que el de los nombres que tienden a funcionar como hiperónimos, fundamentalmente debido al carácter abstracto de aquellos frente al concreto de estos últimos, conviene recordar que la diferencia entre ambos mecanismos no puede basarse en caracte‐ rísticas propias de las unidades léxicas que desempeñan esta fun‐ ción (que pueden ser de muy distinto tipo y significado)21, sino en el funcionamiento de la relación discursiva en sí. Por este motivo, parece más adecuado atender a otros rasgos propiamente discur‐
20. Esta explicación se basa en las relaciones de especificación propuestas por Langacker como uno de los modos de construcción del significado (construal). De acuerdo con este autor, un mismo significado puede construirse esquemáticamente (A), especificando únicamente «los rasgos que tienen en común todos los miembros de una clase» (1987, 54) o bien como una instancia o ejemplar concreto de dicho esquema (B), con un grado de especificidad superior (2008, 55). 21. Recuérdese al respecto que hay nombres abstractos que no suelen fun‐ cionar como EEDD, como democracia, mientras que algunos nombres concretos pue‐ den funcionar como tales cuando adoptan un significado metafórico.
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sivos, como el tipo de entidades que las EEDD denotan cuando desempeñan esta función en el discurso. En esa línea, muchos de los autores que se han ocupado de redefinir la clase de los nombres generales descrita por Halliday y Hasan (1976) se han centrado en caracterizar el alcance referencial de estos nombres cuando desempeñan la función del etiquetaje discursivo, indicando que las EEDD se refieren a «ideas complejas» (Cuenca 2000, 68) o entidades de segundo y tercer orden, eventivas o proposicionales (Conte 1996; Schmid 1997). En cambio, las rela‐ ciones de hiperonimia suelen establecerse entre entidades de pri‐ mer orden (personas, animales o cosas) que comparten alguna ca‐ racterística general, puesta de relieve por el hiperónimo en cues‐ tión. Esta distinta capacidad denotativa se corresponde también con diferencias en el tipo de unidades sintáctico‐discursivas que intervienen en la relación cohesiva y, también, en cuanto al funcio‐ namiento discursivo‐cognitivo de ambas relaciones. En lo que respecta a las unidades sintáctico‐discursivas que pueden funcionar como antecedente en cada caso, mientras que en el caso de los hiperónimos se trata de un sintagma nominal, el an‐ tecedente de las EEDD suele ser una unidad sintáctico‐discursiva más compleja. En el fragmento de (10), la expresión nominal fuente de energía funciona como hiperónimo de carbón, entidad a la que clasifica como parte de un grupo de entidades con las que com‐ parte su función o utilidad principal: (10) [El carbón], que es el combustible fósil que más dióxido de carbono emite por unidad de energía producida, es el componente básico en la generación de electricidad en el mundo; cerca del 50% de la generada en Estados Unidos y más de un 80% de la de China provienen de esta fuente de energía. (El País, 12/12/2008, “A la espera de Obama”) En cambio, en el ejemplo de (11), el grupo nominal iniciativa parlamentaria condensa el contenido del párrafo destacado entre corchetes: (11) El Parlamento español aprobó por unanimidad [una mo‐ ción instando al Gobierno a construir un almacenamiento
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temporal centralizado (ATC) en el que depositar los residuos que, procedentes del combustible usado en Vandellòs I reprocesado en Francia, volverán a nuestro país en 2010, así como los que se encuentran actualmente en las piscinas de las plantas en operación, algunas de ellas próximas a saturarse]. Los residuos generados por el sector nuclear existen y no van a desaparecer solos. La cuestión es, por tanto, cómo gestionarlos, y todo parece indicar que un almacena‐ miento centralizado reúne mejores condiciones de segu‐ ridad que la dispersión actual; de ahí la iniciativa parla‐ mentaria y el proceso abierto desde entonces por el Go‐ bierno para seleccionar una ubicación adecuada. (El País, 10/11/2008, “Gestionar los residuos”)
Como se observa al contrastar los dos ejemplos anteriores, mientras que las relaciones de hiperonimia se establecen entre dos expresiones que designan entidades de primer orden –el carbón y esta fuente de energía–, el etiquetaje discursivo pone en relación una expresión referencial (la ED) con una predicación de estructura más o menos compleja –una oración‐párrafo, en el caso del ejemplo (11)–. En otros términos, las EEDD no recuperan una entidad in‐ dividual del discurso, sino una relación que se establece entre varias entidades mediante una o más predicaciones. En el plano discursivo‐cognitivo, los hiperónimos mantienen o reactivan una entidad en la memoria de procesamiento del lector –el carbón, en el ejemplo (10)–, clasificándola de acuerdo con alguna de las características generales que comparte con otras entidades diferentes (en el ejemplo, su función generadora de energía, que comparte con otros materiales, como el petróleo). Las EEDD, por su parte, encapsulan o condensan el contenido relacional expresado en un segmento del discurso y lo categorizan como entidad del discurso. Otra diferencia entre los hiperónimos y las EEDD que puede observarse en los ejemplos y que ha sido apuntada por algún autor es el grado de convencionalidad o estabilidad de la relación se‐ mántica que establecen con el contenido del segmento que actúa
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como antecedente. Las relaciones hiperonímicas prototípicas son más convencionales porque se basan en clasificaciones taxonó‐ micas más o menos estereotipadas basadas en una serie de carac‐ terísticas que comparten las entidades denotadas, a menudo, de carácter biológico o funcional (Ungerer y Schmid 78‐79), como en el caso del repetido ejemplo canario – pájaro, o también en función del conocimiento cultural de los hablantes acerca de esas entidades (R5 ‐ vehículo). En cambio, las relaciones de etiquetaje discursivo son más inestables o efímeras (Cornish 1986, 21), ya que su validez se limita al ámbito del discurso (Schmid 1997). Así, a pesar de que estas relaciones, como toda relación de categorización cognitiva, presentan también una cierta base convencional que garantiza que el receptor podrá interpretar con éxito el vínculo entre la ED y el segmento encapsulado (Francis 1994, 100), ofrecen al emisor un mayor margen de elección sobre dicha conceptualización, ya que el contenido de los segmentos discursivos encapsulados en las EEDD no perfila una entidad individual (a la que generalmente corres‐ ponden una serie de categorizaciones más o menos convencio‐ nales), sino una o más relaciones complejas entre entidades. Así, la relación expresada en el segmento destacado entre corchetes en (11bis), por ejemplo, puede categorizarse como un evento (iniciativa, pero también, por ejemplo, acción parlamentaria), o incluso como una entidad mental (decisión) o como un contenido proposicional (orden): (11bis) El Parlamento español aprobó por unanimidad [una moción instando al Gobierno a construir un almacena‐ miento temporal centralizado (ATC) en el que depositar los residuos que, procedentes del combustible usado en Vandellòs I reprocesado en Francia, volverán a nuestro país en 2010, así como los que se encuentran actualmente en las piscinas de las plantas en operación, algunas de ellas próximas a saturarse]. Los residuos generados por el sector nuclear existen y no van a desaparecer solos. La cuestión es, por tanto, cómo gestionarlos, y todo parece indicar que un almacena‐ miento centralizado reúne mejores condiciones de segu‐
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ridad que la dispersión actual; de ahí la iniciativa parla‐ mentaria / la acción parlamentaria / la decisión parlamentaria / la orden parlamentaria y el proceso abierto desde entonces por el Gobierno para seleccionar una ubicación ade‐ cuada. (El País, 10/11/2008, “Gestionar los residuos”) Como puede observarse, el segmento encapsulado en el ejemplo admite distintos tipos de categorización, entre los que el emisor selecciona –ya sea de forma consciente o inconsciente– el que mejor se ajusta a su propósito comunicativo, el que el emisor desea establecer de cara a la continuación del discurso. El mayor margen de elección del emisor en el caso del etiquetaje discursivo suele aprovecharse para añadir información nueva –a menudo, de carácter valorativo– sobre el referente designado (Francis 1986, 48 y 1994, 93, entre otros), en tanto que los hiperónimos tienden a funcionar como lo que Bolinger ha denominado «epítetos estéreo‐ tipados» (1977, 50), que se limitan a destacar una característica que ya posee el referente aludido, como la capacidad de generar ener‐ gía en el ejemplo (10). Sin embargo, sobre esta diferencia entre el grado de conven‐ cionalidad de ambas relaciones, cabe notar que no todos los nom‐ bres que funcionan como hiperónimos establecen una relación tan estereotipada con el segmento textual al que recuperan. Algunos nombres, llamados nombres de actitud (Schmid 1999, 219)22, pueden recuperar una entidad de primer orden aludida en el texto y, al mismo tiempo, valorarla de acuerdo con criterios subjetivos. Se trata, a menudo, de nominalizaciones de adjetivos (o de nombres que comparten su raíz léxica con adjetivos) que destacan de forma hiperbólica una propiedad de la entidad a la que se refieren sobre las demás (Wierzbicka 1988, 475). Un ejemplo serían relaciones cohesivas del tipo de Juan – el muy idiota o el tocadiscos – este trasto: pese a que denotan entidades de primer orden (una persona y una cosa), los nombres idiota y
22. Estos nombres también han recibido otras denominaciones, como axió‐ nimos (Conte 1996, 1), epítetos (Dik 1997, 221) o epítetos actitudinales (Christiansen 2011, 238).
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trasto establecen con la entidad mencionada una relación no este‐ reotipada, que se aproxima a la que establecen las EEDD, ya que incorporan rasgos semánticos a la representación del referente, como la poca inteligencia de Juan o la escasa utilidad del toca‐ discos, por ejemplo. Se trata de hiperónimos valorativos que, a di‐ ferencia de los hiperónimos convencionales, basados en relaciones léxicas, mantienen con su antecedente una relación semántico‐ pragmática establecida por el emisor para el ámbito del discurso23. Estos hiperónimos valorativos pueden considerarse, de he‐ cho, hiperónimos discursivos, en el sentido que se avanzaba en el apartado 3.2. Del mismo modo que la sinonimia que resulta signi‐ ficativa para el estudio de las relaciones cohesivas es la discursiva, basada en la relación de continuidad referencial entre dos expre‐ siones del texto intercambiables por su grado similar de especi‐ ficidad, las relaciones de hiperonimia que forman parte de las rela‐ ciones de cohesión léxica reiterativa no se limitan a las relaciones prototípicas de hiperonimia entre lexemas que reflejan taxonomías convencionales o culturales estables, sino que incorporan también relaciones hiperonímicas más efímeras o vinculadas al discurso y al propósito comunicativo del emisor. Entre estas relaciones que aquí se propone denominar de hiperonimia discursiva pueden consi‐ derarse también, además de los hiperónimos valorativos, aquellas relaciones textuales en las que a un participante del discurso se le designa mediante el rol que desempeña en la acción descrita, como ocurría en el ejemplo de (6) entre el sustantivo víctima y la persona concreta que había desempeñado ese rol en el contexto del frag‐ mento citado (Álvaro Ussía).
23. Christiansen indica otra diferencia importante, de tipo sintáctico, entre los hiperónimos convencionales y estos hiperónimos valorativos, que probablemente se explica por la capacidad de estos últimos para incorporar información nueva sobre su referente: los hiperónimos valorativos pueden aparecer en la misma oración que sus antecedentes y expresar una lectura correferencial (2011, 239), como se observa en Cuando “Juanito”1 llegó a casa, “el muy idiota”1 se dio cuenta de que se había olvidado las llaves. Los hiperónimos convencionales, en cambio, no presentan esta capacidad (Cuando “Juanito”1 llegó a casa, “el chico”2 se dio cuenta de que se había olvidado las lla‐ ves).
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Estos hiperónimos discursivos se encuentran muy cerca de las EEDD por lo que respecta al grado de estabilidad de la relación semántico‐pragmática en la que se basan, ya que una víctima es una ‘persona que ha sufrido una agresión o un delito’, persona que se concreta en un individuo distinto en cada contexto. Los hiperó‐ nimos discursivos categorizan o recategorizan la entidad recupe‐ rada (Álvaro Ussía) de acuerdo con el contexto discursivo y el pro‐ pósito comunicativo del emisor, igual que las EEDD. El grado de estabilidad de la relación semántico‐pragmática que mantienen con el antecedente no constituye, por tanto, un rasgo suficiente para diferenciar los hiperónimos de las EEDD, sino que, en este punto, también existe una continuidad gradual entre ambos fenómenos. En suma, tras analizar algunas de las diferencias entre hiperó‐ nimos y EEDD como relaciones semántico‐pragmáticas, puede concluirse que, si bien esta dimensión permite establecer diferen‐ cias graduales entre hiperónimos y EEDD –como relaciones más o menos dependientes del contexto, más o menos estables o conven‐ cionales–, es necesario diferenciar estos dos tipos de mecanismos de cohesión léxica a partir de otros criterios. El que parece facilitar más la distinción entre estos mecanismos es un criterio cognitivo‐ discursivo: el alcance referencial de la relación24. Tal como ha pues‐ to de relieve parte de la bibliografía, en tanto que las EEDD recu‐ peran entidades de segundo o tercer orden, expresadas en el texto mediante una o más predicaciones, los hiperónimos recuperan en‐ tidades de primer orden, presentadas mediante una expresión refe‐ rencial (López Samaniego, en prensa). La validez de este criterio para diferenciar estos dos procedi‐ mientos cohesivos puede comprobarse a partir de su aplicación a un ejemplo de clasificación dudosa, en el que puede entenderse que un mismo nombre funciona, en el mismo contexto, como un hiperónimo o como una etiqueta discursiva. El ejemplo procede de un famoso correo electrónico que contiene notas de parroquia con
24. La noción de alcance referencial alude, siguiendo a Christiensen, a los posi‐ bles referentes de una determinada expresión (2011, 321).
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contenido humorístico y explota la ambigüedad semántica del nombre tragedia, que posibilita su doble funcionamiento cohesivo: (12) El viernes, a las 7, los niños del Oratorio representarán la obra Hamlet de Shakespeare, en el salón de la iglesia. Se invita a toda la comunidad a formar parte en esta tragedia. (Nota de parroquia procedente de un correo electrónico de distribución colectiva) El efecto humorístico del ejemplo reside, precisamente, en la doble posibilidad de interpretación del sintagma nominal esta tra‐ gedia, cuyo referente puede ser, o bien la obra teatral Hamlet, o bien el evento expresado en la primera oración (‘la representación de la obra por parte de los niños del Oratorio’). En el primer caso, el nombre tragedia constituye un hiperónimo descriptivo que cla‐ sifica la obra Hamlet, una entidad concreta individual, en un deter‐ minado tipo de obras teatrales: (12a) El viernes, a las 7, los niños del Oratorio representarán [la obra Hamlet de Shakespeare], en el salón de la iglesia. Se invita a toda la comunidad a formar parte en esta tra‐ gedia. En la segunda lectura posible, la humorística, el nombre tra‐ gedia actúa como una etiqueta discursiva que condensa o encapsula el contenido de la oración destacada entre corchetes y categoriza el evento perfilado por esa oración, evaluándolo como una tragedia. En esta interpretación, el sustantivo tragedia es un nombre de acti‐ tud, ya que denota un suceso trágico: (12b) [El viernes, a las 7, los niños del Oratorio representarán la obra Hamlet de Shakespeare, en el salón de la iglesia]. Se invita a toda la comunidad a formar parte en esta tragedia. Los rasgos descritos hasta aquí sobre el funcionamiento del etiquetaje discursivo y de la hiperonimia como relación de cohe‐ sión léxica permiten establecer un continuo gradual entre ambos mecanismos cohesivos, con una categoría intermedia, la de los hi‐
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perónimos discursivos. En la siguiente tabla se proponen los prin‐ cipales rasgos que definen esta relación gradual: Referente
HIPERÓNIMOS
HIPERÓNIMOS
ETIQUETAS
CONVENCIONALES
DISCURSIVOS
DISCURSIVAS
Entidad de 1r orden
Entidad de 1r
Entidad de 2º o 3r
orden
orden
Categorización de
Categorización y
Operaciones
Clasificación de una
cognitivas
entidad
Relación con
Convencional,
Dependiente del
Dependiente del
el referente
taxonómica
discurso, efímera
discurso, efímera
una entidad en el discurso
encapsulación de un segmento discursivo
Tabla 6 Relación gradual entre los hiperónimos y las etiquetas discursivas
Como se refleja en la tabla y se ha comprobado al hilo del ejemplo (12), el rasgo que más claramente distingue las EEDD de los hiperónimos es el tipo de entidad a la que se refieren y, en consecuencia, la naturaleza del segmento sintáctico‐discursivo con el que se relacionan. Dado que las entidades de segundo y tercer orden suelen presentarse en el texto mediante cláusulas y otras expresiones de tipo verbal, las EEDD desempeñan una función encapsuladora (condensación de la información expresada en la es‐ tructura predicativa), que no se da en el caso de los hiperónimos, que recuperan entidades presentadas en el texto mediante expre‐ siones nominales. La encapsulación de una o más predicaciones se perfila, pues, como característica principal que distingue las EEDD de los hiperónimos.
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4.3. Etiquetas discursivas, nominalización repetitiva y nominali‐ zación sinonímica La relevancia de la capacidad encapsuladora de las EEDD puesta de manifiesto en el epígrafe anterior explica que diversos autores se hayan referido a este mecanismo cohesivo como nombres encapsuladores (Conte 1996, Borreguero 2006, González Ruiz 2008). Sin embargo, contrariamente a lo que parece desprenderse de di‐ chos trabajos, no todos los nombres que pueden encapsular un contenido predicativo funcionan exactamente como etiquetas dis‐ cursivas. Así, por ejemplo, la predicación destacada entre corchetes en el ejemplo de (13) se condensa mediante un sintagma nominal cuyo núcleo (solicitud) mantiene una relación léxica formal con el verbo núcleo de la predicación encapsulada (solicite): (13) Obama considera una prioridad actuar en Afganistán, y es muy probable [que solicite un compromiso suplemen‐ tario de los aliados presentes en aquella región]. (…) Si esa solicitud se plantea, será necesario redefinir los objeti‐ vos de la intervención que, en medio de la creciente ofen‐ siva talibán, ya no sería, o no sólo, de “reconstrucción” del devastado país. (El País, 26/11/2008, “Estrategia de se‐ guridad”) En este ejemplo, el procedimiento de encapsulación léxica destacado se aproxima más a los mecanismos cohesivos de repeti‐ ción que al etiquetaje discursivo, ya que el contenido de una es‐ tructura predicativa se condensa mediante una nominalización que repite la base léxica del verbo principal de la predicación. Como resulta habitual en los procesos de nominalización deverbal (Casado 1978, 103; Méndez 2003, 1018; Marinkovich 2005, 27; García Negroni, Hall y Marín 2005), el sustantivo solicitud “arras‐ tra” o condensa los complementos argumentales del verbo nomi‐ nalizado: el agente, Obama, y el tema, un compromiso suplementario de los aliados presentes en Afganistán. Este proceso de repetición encapsuladora, que puede denominarse de repetición nominalizada, condensa la información expresada por una predicación, pero no cumple una de las características propias de las EEDD: no cate‐
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goriza o etiqueta su contenido, sino que simplemente repite el nú‐ cleo verbal mediante lo que Casado ha denominado una «nomina‐ lización homolexemática» (1978, 109). Siguiendo el criterio ya defendido por otras autoras (Francis 1986, 31; Borreguero 2006, 85; Álvarez de Mon 2006, 26), la repetición, que incluye el proce‐ dimiento de repetición encapsuladora que acaba de ejemplificarse, debe diferenciarse del procedimiento de etiquetaje discursivo. Otro tipo de procedimiento de encapsulación léxica estre‐ chamente relacionado con este es el que se da cuando el nombre seleccionado para encapsular el contenido de una predicación es una nominalización cuya base léxica es un sinónimo del verbo principal de la predicación encapsulada. Esta relación se ejempli‐ fica en la siguiente versión alternativa del ejemplo anterior: (13bis) Obama considera una prioridad actuar en Afganistán, y es muy probable [que solicite un compromiso suple‐ mentario de los aliados presentes en aquella región]. (…) Si esa petición se plantea, será necesario redefinir los objetivos de la intervención que, en medio de la creciente ofensiva talibán, ya no sería, o no sólo, de “recons‐ trucción” del devastado país. En esta versión, el sustantivo petición también encapsula el contenido de la predicación destacada entre corchetes, pero tam‐ poco lo categoriza, sino que repite la base léxica del verbo principal de la predicación (solicite) mediante un sinónimo de esta. La relación cohesiva ejemplificada en (13bis) ha sido descrita por Mederos como «sinonimia nominalizada» (1988, 116) y consiste en recuperar el contenido de una predicación mediante la nomina‐ lización (petición) de un verbo (pedir) que es sinónimo del verbo núcleo de la predicación condensada (solicite). Esta relación cohesiva puede explicarse a partir del concepto de «relaciones triangulares» propuesto por Hoey (1991, 63), dado que se establece entre dos elementos que están relacionados de forma indirecta (de ahí la línea discontinua de la Figura 4) porque ambos se encuentran, a su vez, directamente vinculados con un tercer elemento implícito (pedir, en la figura):
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Figura 4 La sinonimia nominalizada como relación triangular (adaptado de Hoey)
Al igual que ocurría en la repetición nominalizada, en la sino‐ nimia nominalizada el emisor tampoco categoriza o conceptualiza el contenido del segmento encapsulado, sino que simplemente se‐ lecciona un sinónimo del verbo principal y lo nominaliza, tal como ilustra la figura. Teniendo en cuenta que tampoco se da en este caso una categorización o conceptualización de la entidad referida, la sinonimia nominalizada puede deslindarse también del etique‐ taje discursivo. La diferenciación establecida en este epígrafe entre los tres procedimientos de encapsulación descritos –repetición nominali‐ zada, sinonimia nominalizada y etiquetaje discursivo– no es única‐ mente de tipo léxico‐semántico, como podría parecer, sino que tiene consecuencias también en el funcionamiento anafórico de estas relaciones. A diferencia de lo que ocurre con las EEDD, que pueden encapsular una o más predicaciones e incluso bloques informativos complejos, la repetición nominalizada y la sinonimia nominalizada parecen especializadas en condensar el contenido de una predicación, ya que la estrecha relación léxica, e incluso morfo‐ lógica, que mantienen con el verbo nuclear de la predicación deli‐ mita con mayor precisión su alcance referencial (López Samaniego, en prensa). En síntesis, puede concluirse que la encapsulación de conte‐ nido predicativo es una operación discursiva que puede realizarse mediante procedimientos de encapsulación léxicos y gramaticales,
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como las etiquetas discursivas o los pronombres neutros, pero también mediante otros procedimientos léxicos no descritos por la bibliografía hasta el momento, como la repetición nominalizada y la sinonimia nominalizada, que son estructural o semánticamente más fieles que los anteriores al contenido del segmento encapsu‐ lado. Estos dos últimos mecanismos presentan un alcance referen‐ cial más limitado, pero, como contrapartida, delimitan con mayor precisión el segmento discursivo que activa la interpretación de su referente, gracias a la relación formal que mantienen con su núcleo verbal. 5. EL ETIQUETAJE DISCURSIVO EN LA CLASIFICACIÓN DE LOS MECA‐ NISMOS DE CONTINUIDAD REFERENCIAL Este capítulo se iniciaba poniendo de relieve el considerable divorcio que existe entre los estudios sobre el proceso del etique‐ taje discursivo y los estudios sobre mecanismos de cohesión léxica. Del análisis contrastivo llevado a cabo se desprende que, aunque la mayor parte de las clasificaciones de mecanismos de cohesión léxi‐ ca reiterativa consideran los procesos de etiquetaje discursivo co‐ mo un tipo especial de hiperonimia, ambas relaciones presentan un comportamiento discursivo‐cognitivo diferente. Si bien muchos de los rasgos que las caracterizan pueden diferenciarlas de modo gra‐ dual, como la mayor o menor dependencia conceptual del contexto o la mayor o menor convencionalidad de la relación semántico‐ pragmática en la que se basan, existe una característica de su fun‐ cionamiento que sí permite diferenciar de forma clara ambos pro‐ cedimientos: el alcance referencial. A diferencia de lo que ocurre con las relaciones de hiperonimia, las EEDD están especializadas en condensar un contenido proposicional más o menos complejo. La relevancia de esta función encapsuladora de las EEDD las vincula directamente con los pronombres neutros y lleva a plan‐ tearse si existen otros tipos de mecanismos léxicos que puedan desempeñar esta función encapsuladora. En efecto, mecanismos como la repetición nominalizada y la sinonimia nominalizada se
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diferencian de las EEDD por la relación que establecen con el seg‐ mento textual que encapsulan y, más concretamente, por la rela‐ ción léxica que mantienen con su núcleo verbal. Esta relación, más fiel a la formulación o al sentido original del segmento encapsu‐ lado que la que mantienen las EEDD, tiene como consecuencia que estos dos procedimientos basados en la nominalización seleccionen con mayor precisión el segmento al que se refieren, que es, en estos casos, una única predicación. Las delimitaciones de los distintos procesos de cohesión léxica reiterativa establecidas hasta aquí ponen de manifiesto la existencia de una serie de relaciones cohesivas que no habían sido tenidas en consideración hasta el momento en las clasificaciones al uso: las que relacionan un sintagma nominal anafórico con un segmento discursivo de naturaleza predicativa. Este tipo de rela‐ ción que, desde los estudios sobre procedimientos de referencia anafórica, ha recibido distintas denominaciones, entre las que des‐ taca la de encapsulación, permite incorporar a las clasificaciones de mecanismos de continuidad referencial una nueva variable: el al‐ cance referencial del sintagma nominal anafórico. La propuesta de clasificación resultante de incorporar esta variable diferencia, por una parte, los mecanismos de cohesión reiterativa, que reactivan una entidad a la que ya se ha aludido en el texto mediante una expresión nominal; y, por otra, los mecanis‐ mos cohesivos encapsuladores, que condensan el contenido de una predicación más o menos compleja. Tanto la cohesión reiterativa como la encapsuladora pueden realizarse mediante mecanismos gramaticales (pronombres) o por medio de mecanismos léxicos (sintagmas nominales anafóricos), por lo que la nueva variable del alcance referencial puede combinarse con la variable tradicional que divide la clasificación de mecanismos de cohesión anafórica en gramaticales y léxicos. El resultado de cruzar estas dos variables se muestra en la siguiente tabla:
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COHESIÓN REITERATIVA
COHESIÓN ENCAPSULADORA
GRAMATICAL
LÉXICA
Pronombres
Pronombres neutros
Repetición léxica
Repetición nominalizada
Sinonimia
Sinonimia nominalizada
Hiperonimia
Etiquetaje discursivo
Tabla 7 Propuesta de clasificación de los mecanismos de continuidad referencial
En la propuesta de clasificación que se presenta en la tabla, a cada una de las categorías de cohesión reiterativa tradicionales le corresponde una categoría de cohesión encapsuladora equivalente, pero con distinto alcance referencial. Así, en la categoría de cohe‐ sión anafórica gramatical, los pronombres neutros son las formas especializadas en la cohesión encapsuladora. En cuanto a los meca‐ nismos léxicos, procedimientos cohesivos reiterativos como la re‐ petición o la sinonimia se corresponden con los mecanismos de cohesión encapsuladora denominados nominalización repetitiva y nominalización sinonímica, en tanto que la hiperonimia, que clasifica o reclasifica el referente al que alude, tiene como correlato encap‐ sulador al etiquetaje discursivo. De la tabla se desprenden, además, dos precisiones relevantes a la definición del etiquetaje discursivo perfilada en el capítulo an‐ terior. En primer lugar, se corrobora la diferencia de alcance entre los términos encapsulador y etiqueta discursiva. Aunque diversos autores los han manejado como sinónimos, resulta más acertado considerar que las EEDD son un tipo de encapsuladores léxicos. A la hora de encapsular un contenido proposicional en un texto, el emisor puede seleccionar entre unidades léxicas que mantengan una relación más o menos evidente o literal con este, igual que ocurre cuando recupera una expresión nominal. En segundo lugar, la doble función encapsuladora y categori‐ zadora de las EEDD se erige como rasgo principal para diferen‐ ciarlas del resto de relaciones de cohesión léxica reiterativa. En la
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tabla se han sombreado las relaciones de cohesión que presentan rasgos en común con las EEDD. Por una parte, los hiperónimos permiten, también, clasificar o categorizar un elemento del dis‐ curso, pero se diferencian de las EEDD en que no son mecanismos de cohesión encapsuladora. Por otra parte, frente al resto de los mecanismos de encapsulación (pronombres neutros, repetición nominalizada y sinonimia nominalizada), las EEDD categorizan el segmento encapsulado en función del contexto discursivo y de las intenciones comunicativas del emisor. En definitiva, el etiquetaje discursivo es la única relación de cohesión léxica que permite encapsular y conceptualizar o categorizar un contenido proposi‐ cional.
CAPÍTULO III
EL ETIQUETAJE DISCURSIVO COMO RELACIÓN ANAFÓRICA A la hora de referirse a la relación de significado que se esta‐ blece entre las etiquetas discursivas y el segmento del discurso cu‐ yo contenido encapsulan, varios autores la califican de anafórica, aunque algunos manifiestan ciertas vacilaciones al respecto. Así, por ejemplo, Conte indica que este fenómeno discursivo posee «potencial anafórico», pero que no es intrínsecamente anafórico (1996, 2). De hecho, la mayor parte de los especialistas que se ocu‐ pan de este mecanismo no solo crean su propia denominación del fenómeno, como se ha expuesto en el capítulo primero, sino tam‐ bién sus propios términos para referirse a la relación entre estos sintagmas nominales y el segmento del discurso cuyo contenido encapsulan, así como para aludir a dicho segmento. Un buen ejem‐ plo de estas nuevas creaciones terminológicas puede leerse en la definición que proporciona Francis de sus etiquetas (la cursiva es nuestra): The main characteristic of what will be termed a label is that it requires lexical realization, or lexicalization, in its co‐text: it is an inherently unspecific nominal element whose specific meaning in the discourse needs to be precisely spelled out. (1994, 83)
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Francis, que en su primer trabajo de 1986 había empleado el término de «nombres anafóricos», define posteriormente sus eti‐ quetas como «expresiones nominales inherentemente inespecíficas que precisan su significado específico en el discurso». El segmento textual en el que se precisa el significado de la expresión nominal, además, no se considera su antecedente, sino su «realización léxica o lexicalización». Frente a propuestas como esta, que tienen como objetivo evi‐ tar el empleo de términos tradicionalmente vinculados a los fenó‐ menos anafóricos, otros autores han aludido más abiertamente al valor «fórico» o dependiente del contexto del etiquetaje discursivo (Flowerdew 2003a; González Ruiz 2009, 251; Cuenca 2010, 52). Ta‐ les divergencias en la consideración del fenómeno revelan que, pese a presentar un funcionamiento discursivo similar al anafórico, esta relación no posee todos los rasgos característicos de un meca‐ nismo anafórico canónico o prototípico, especialmente por lo que respecta a la naturaleza del segmento discursivo que funciona co‐ mo antecedente. De hecho, tal como ponía de relieve la clasificación de meca‐ nismos cohesivos de continuidad referencial con la que concluía el capítulo anterior, este funcionamiento anafórico no prototípico o ampliado afecta al conjunto de los mecanismos de encapsulación, tanto léxicos como gramaticales, que se caracterizan, frente a las relaciones de cohesión reiterativa, por su antecedente, que suele ser más complejo que el sintagma nominal. No obstante, la dife‐ rencia entre estas dos relaciones anafóricas (reiterativas y de en‐ capsulación) no solo se deriva de la naturaleza textual del antece‐ dente, nominal en un caso y verbal o predicativo en el otro, sino que tiene efectos, además, en el nivel cognitivo: mientras que los mecanismos de cohesión reiterativa reactivan una entidad indivi‐ dual que ya ha sido presentada como tal en la representación men‐ tal del discurso que va componiendo el destinatario durante el pro‐ ceso de lectura, los de cohesión encapsuladora condensan el con‐ tenido de un segmento del discurso que, por su naturaleza predi‐ cativa, contiene referencias a más de una entidad individual y lo conciben como entidad unitaria del discurso. La compleja (e in‐
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cluso cuestionable) naturaleza referencial de dicho fragmento es, precisamente, el rasgo que lleva a diversos autores a poner en duda el carácter anafórico de las relaciones de etiquetaje discur‐ sivo. El propósito de este capítulo es determinar si el etiquetaje discursivo puede concebirse como relación anafórica y, si es así, de qué tipo. Para ello, se ofrece una panorámica general de las princi‐ pales concepciones de la anáfora como procedimiento discursivo, con el propósito de contextualizar las aportaciones más recientes a la descripción del fenómeno realizadas desde enfoques cognitivos, que son las que se privilegiarán en este capítulo. Asimismo, se de‐ finen algunos de los conceptos básicos que se aplican a la descrip‐ ción y clasificación del fenómeno, como los de referente, antecedente o anáfora indirecta, que serán necesarios para caracterizar el funcio‐ namiento anafórico de las etiquetas discursivas. Una vez estable‐ cido el marco teórico adecuado, se analiza el valor referencial de las unidades sintáctico‐discursivas encapsuladas por las EEDD en el corpus de editoriales de prensa analizado, a fin de determinar si la relación entre ambos elementos puede considerarse anafórica. 1. RELACIONES ANAFÓRICAS: DEFINICIÓN Y CONCEPCIONES DEL FE‐ NÓMENO Desde su origen etimológico, y también en su valor como figura retórica o literaria, la noción de anáfora se asocia a la idea de ‘repetición’. En lingüística, esta noción se aplica a diversos tipos de repeticiones: de forma, de sentido, de referente, etc., que permiten, en definitiva, “transportar” una idea o un referente a lo largo del texto. La mayor parte de las definiciones lingüísticas del fenómeno coinciden también en que esta repetición o reiteración en el texto se establece de forma asimétrica, esto es, consideran como caracterís‐ tica definitoria fundamental de la anáfora su dependencia inter‐ pretativa con respecto a otra expresión del texto. Esta expresión que proporciona la interpretación puede aparecer, como es más habitual, antes de la expresión anafórica (antecedente), o bien des‐
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pués de esta (consecuente o subsecuente). A pesar de que el término anáfora designa, etimológicamente, al primer tipo de relación asi‐ métrica, está muy extendido su empleo para aludir de forma gené‐ rica a los dos tipos de relaciones, que difieren en la dirección de la dependencia, retrospectiva o prospectiva1. Si bien las definiciones de anáfora suelen estar de acuerdo en referirse a la dependencia interpretativa que acaba de mencionarse, existe menor consenso a la hora de concretar la naturaleza de tal dependencia, que algunos autores caracterizan como dependencia referencial (Cuenca 2000, 18; Bosque y Gutiérrez‐Rexach 2009, 559). Esta identificación entre los conceptos de anáfora y correferencia, que comporta definir la anáfora como expresión cuyo referente se interpreta a partir de otra expresión referencial mencionada en el texto, parte de las primeras caracterizaciones del fenómeno en la lingüística moderna, ligadas a la gramática generativista y es here‐ dada en gran parte por los enfoques textuales que se ocupan de redefinir el fenómeno a partir de los años 70 y 80. No obstante, co‐ mo ocurre con tantos conceptos teóricos, la definición de la anáfora evoluciona en paralelo con la disciplina o disciplinas que se ocupan de estudiarla. A continuación, se sintetizan las principales concepciones y redefiniciones que ha experimentado el fenómeno, que giran en torno a cuestiones fundamentales como en qué sen‐ tido dependen del contexto discursivo las expresiones anafóricas, cómo se interpretan y qué relación textual mantienen la expresión anafórica y su antecedente2. 1. Algunas denominaciones más genéricas propuestas como alternativa a la de anáfora son las de diáfora (Maillard 1974, 57), que no ha calado demasiado fuera de la bibliografía francófona, o procesos o mecanismos fóricos (Fuentes 1991, Salvador 2000, Cuenca 2000 y 2010, entre otros). Esta última, que se ha empleado más en el ámbito hispánico, comprende tanto los procesos endofóricos (anáfora y catáfora) como los exofóricos, cuyo referente se encuentra fuera del texto. Precisamente, el término endofórico, empleado por Halliday y Hasan (1976), es una de las denominaciones genéricas que mejor se ajustan al fenómeno de referencia asimé‐ trica interna al texto. 2. Dado que esta revisión pretende sentar las bases teóricas para el examen del etiquetaje discursivo como fenómeno anafórico, solo se tendrán en cuenta los enfoques que tienen como objeto de análisis la anáfora libre o discursiva. En conse‐
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1.1. Enfoques textuales Como ya se ha avanzado, la concepción de la anáfora desde los enfoques textuales parte de las caracterizaciones del fenómeno elaboradas desde la gramática generativa que se construyen, fun‐ damentalmente, a partir de las que se consideran como anáforas prototípicas; a saber, las anáforas pronominales que tienen un antecedente nominal con el que mantienen una relación semántica de correferencia y una relación morfosintáctica de concordancia de género y número. Se trata, en definitiva, de relaciones anafóricas como las que pueden funcionar dentro del seno de la oración, como la que se ejemplifica en (1): (1) A [Chávez] le urge acelerar el plan porque el precio del crudo y la pésima imagen mundial del presidente Bush ya no juegan en su favor. (El País, 8/12/2008, “Sprint al autoritarismo”) Anáforas como la ejemplificada se describen desde estos en‐ foques como relaciones entre una expresión del texto semántica‐ mente incompleta o dependiente (como el pronombre átono le) y otra expresión autónoma correferencial con aquella (Chávez), que permite interpretarla o, en términos de la filosofía del lenguaje, que la satura (Frege 1892). Desde estos enfoques tradicionales, la in‐ terpretación de la anáfora se explica como la búsqueda en el en‐ torno discursivo de un elemento textual, el antecedente correferen‐ cial, que proporcione el referente de la expresión anafórica, que a menudo se define como proforma o forma que sustituye a un ele‐ mento que ya ha aparecido en el texto. Apothéloz (1995a, 307‐310) divide los enfoques textuales en dos tipos: los sustitutivos, que identifican las expresiones ana‐ fóricas con los pronombres, que aparecen en el lugar de otra expre‐ sión con el propósito de evitar una repetición; y los antecedentistas cuencia, no se incluirán enfoques que centran su interés en la anáfora ligada o gra‐ matical, como el generativista. Una revisión reciente de la concepción de la anáfora desde este enfoque en español puede leerse en Bosque y Gutiérrez‐Rexach (2009, cap. 9).
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–o textuales (Kleiber 1994, 22)–, que consideran que las anáforas son, en general, expresiones semánticamente incompletas cuya in‐ terpretación requiere localizar un antecedente correferencial en el texto. Pese a que el segundo tipo de enfoque amplía la noción de expresión anafórica, los dos se caracterizan por la importancia que conceden a la identificación del segmento textual correferencial que proporciona la interpretación. Esta concepción textual de la anáfora predomina en los tra‐ bajos de las últimas décadas del siglo pasado tanto en el ámbito español como en el internacional (Halliday y Hasan 1976, Escavy 1987, Mederos 1988, Tyvaert 1990, Fuentes 1991, Castellà 1992, entre otros), así como también en trabajos más recientes, como los estudios sobre el procesamiento automático de la anáfora elabo‐ rados más recientemente desde la perspectiva computacional (Mitkov 2002, Strube 2006, entre otros). No obstante, presenta algu‐ nos problemas que serán resueltos por enfoques posteriores, como la ausencia de una distinción clara entre el antecedente y el refe‐ rente de la expresión anafórica. En muchos de los trabajos de los autores que se sitúan en este enfoque textual se encuentran fácil‐ mente afirmaciones como la de que la expresión anafórica se refiere a otra expresión del texto (Mederos 1988, 29), afirmaciones que no tienen en cuenta la naturaleza mental o cognitiva del referente, que ya advertía Lyons: No es, desde luego, el referente mismo lo que se encuentra en el texto o en el co‐texto. El referente está en el universo del discurso creado por el texto y tiene una estructura temporal impuesta también por el texto, estructura que se halla sujeta, por lo demás, a una continua modificación. (1977/1980, 605) Pese a que el «universo del discurso» de Lyons no se define claramente como un concepto mental o cognitivo, esta cita prefi‐ gura ya la concepción del discurso que preside los enfoques cogni‐ tivos, al hacer hincapié en la necesidad de completar la informa‐ ción proporcionada por el antecedente textual con una represen‐ tación del discurso en el que este se enmarca; representación esta que se elabora de forma acumulativa durante la lectura, tal como postularán también los modelos dinámicos de comprensión del
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discurso. La crítica de Lyons apunta ya a la insuficiencia de la ex‐ plicación tradicional de la interpretación de las expresiones anafó‐ ricas, que se describe como un retroceso en la lectura para identi‐ ficar el antecedente textual que proporciona el referente. Otra de las limitaciones que caracterizan a los enfoques tex‐ tuales, ya mencionada, es la tendencia a identificar la anáfora con las relaciones de correferencia, de modo que la explicación del fe‐ nómeno que proporcionan no puede aplicarse fácilmente a la des‐ cripción de relaciones de dependencia interpretativa no correferen‐ ciales o de anáfora indirecta (Schwarz‐Friesel 2007, 4)3. La validez de las explicaciones tradicionales empieza a ponerse en cuestión, precisamente, gracias a la extensión de los estudios basados en el análisis de corpus reales, que demuestran la existencia de relacio‐ nes anafóricas no correferenciales y, por tanto, consideradas “atí‐ picas” desde los enfoques textuales tradicionales, como la anáfora asociativa (Hawkins 1977, Escavy 1999, Kleiber 2001a, RAE y AALE 2009, §14.5), que se ejemplifica en (2): (2) Juan Sanguino da clase en un aula que tiene 18 ordena‐ dores, en los que trabajan los alumnos de dos en dos. Los pupitres no están llenos. (CREA, España, El País, 17/3/2003, “Revolución tecnológica en las aulas”) En el ejemplo, el sintagma destacado los pupitres es una aná‐ fora asociativa, ya que designa una entidad cuyo referente debe inferirse a partir de un sintagma no correferencial presente en la oración anterior (un aula), que actúa como activador o «dispa‐ rador» de la inferencia. En este fragmento, los pupitres son ‘los pu‐ pitres que están en el aula de Juan Sanguino’, interpretación que se alcanza mediante una inferencia del tipo ‘en las aulas suele haber
3. Este término se emplea en la bibliografía anglosajona para englobar aque‐ llas relaciones anafóricas que no se basan en una relación de correferencia, sino en algún otro tipo de vínculo cognitivo o inferencial. La tradición hispánica y la francófona utilizan en ocasiones con este sentido el término anáfora asociativa (Apothéloz y Reichler‐Béguelin 1999; RAE y AALE 2009, §14.5). Se prefiere aquí reservar este término para el tipo de relación anafórica indirecta que se ejemplifica en (2).
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pupitres’, basada en una relación meronímica (todo‐parte, conti‐ nente‐contenido). Otro tipo de anáfora atípica o no correferencial son las lla‐ madas anáforas por identidad de sentido (Grinder y Postal 1971), que designan un ejemplar distinto del mismo tipo de entidad presen‐ tada en una expresión anterior, como ocurre en el ejemplo de (3), en el que el pronombre en negrita no es correferencial con el sin‐ tagma subrayado, porque designa un ejemplar distinto del mismo libro (este libro – el suyo), pero sí depende de este para interpretar el tipo de entidad a la que se alude (un libro): (3) No le ofrezcas este libro; ya lo tiene. (ejemplo de Kleiber 1990) También suele englobarse dentro de la anáfora indirecta un fenómeno que ha recibido diversos nombres en la bibliografía y que se encuentra muy próximo al tipo de relación anafórica que es‐ tablecen las etiquetas discursivas: la anáfora difusa (Fernández Ramírez 1951/1987, 115; Mederos 1988, 73), anáfora de entidades abstractas (Asher 1993, 3), anáfora por nominalización (Apothéloz 1995a, 37), anáfora recapitulativa o resumitiva4 (Auricchio, Masseron y Perrin 1995; Vivero García 1997;), anáfora conceptual (Peña Mar‐ tínez 2006; Borreguero 2006; González 2008, 2009; Peña Martínez y Olivares 2009; Llamas 2010a, 2010b) o anáfora compleja (Consten, Knees y Schwarz‐Friesel 2007; Consten y Knees 2008). Se trata de expresiones anafóricas que condensan o resumen un segmento dis‐ cursivo complejo, como el subrayado en el ejemplo de (4): (4) En medio del caos callejero en Bangkok, cuyo aeropuerto permanecía ayer ocupado por las turbas, [el primer mi‐ nistro Somchai Wongsawat, elegido democráticamente, ha rechazado la inadmisible conminación del jefe del Ejér‐
4. Esta traducción al español del término francés résomptive (Maillard 1974, 57) ha sido propuesta por Peña Martínez (2006, 47). El lingüista francés propone que las diáforas (término general que designa a las anáforas y las catáforas) pueden ser de tipo segmental, cuando aluden a un solo elemento, o bien resumitivas, cuando se refieren a un evento, estado de cosas, proceso o proposición.
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cito, general Poachinda, para que dimita y convoque elecciones anticipadas]. Este escenario de golpe de Estado es el resultado de la estra‐ tegia desesperada de la extrema derecha realista, repre‐ sentada por la antigubernamental Alianza Popular para la Democracia. (El País, 27/11/2008, “Caos en Thailandia”)
Las diversas denominaciones que ha recibido este tipo de re‐ lación discursiva ponen de relieve sus principales características: tanto la capacidad de condensar información presentada en el dis‐ curso (resumitiva) como el carácter abstracto del referente (concep‐ tual, de entidades abstractas) y la difícil delimitación del antecedente (difusa, compleja); todas ellas dificultan la consideración de esta re‐ lación como anáfora correferencial y permiten identificarla con las operaciones de encapsulación mencionadas en el capítulo anterior. De hecho, la denominación de anáfora encapsuladora podría mane‐ jarse como equivalente al resto de las denominaciones menciona‐ das, ya que alude, también, a un proceso de condensación. La investigación basada en corpus reales demuestra que me‐ canismos anafóricos como los de anáfora indirecta, que no se ajus‐ tan a las definiciones tradicionales del concepto de anáfora, no solo no constituyen excepciones o desviaciones de la norma general, sino que, además, son frecuentes y comunicativamente eficaces. 1.2. Enfoques psicológico‐cognitivos: la teoría de modelos mentales A la constatación de la existencia de anáforas no correfe‐ renciales que invitan a redefinir la noción tradicional de antecedente se suma, alrededor de las décadas de los años 70 y 80, la publica‐ ción de una serie de estudios elaborados desde la psicolingüística y la psicología cognitiva, que demuestran que la explicación del proceso de interpretación de la anáfora que defienden los enfoques textuales tradicionales, basada en el retroceso en la lectura para lo‐ calizar una expresión correferencial que proporcione la interpreta‐ ción, no constituye el proceso de comprensión de las expresiones anafóricas por defecto. Se trata, fundamentalmente, de estudios
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empíricos que miden el movimiento de los ojos durante la lectura (Ehrlich 1983, Charolles y Sprenger‐Charolles 1989). Tales estudios demuestran que la regresión o vuelta atrás de la mirada única‐ mente se produce en un porcentaje muy bajo de casos, en torno al 10% de las ocasiones en las que se debe interpretar una expresión anafórica (Ehrlich 1983): en concreto, este movimiento de la mirada se produce cuando el lector se encuentra con expresiones de inter‐ pretación ambigua o problemática, como cuando existe una discor‐ dancia de género o número entre un pronombre y el candidato a antecedente más plausible (Sinclair 1994, 16; Cornish 1999, 254). Tales constataciones exigen una redefinición tanto del concepto de anáfora como de la explicación de su funcionamiento discursivo, que vendrá de la mano de los enfoques cognitivos. La mayor parte de estos enfoques basan su explicación de la interpretación de las expresiones anafóricas en la teoría de los mo‐ delos mentales desarrollada desde la psicología y las ciencias cog‐ nitivas para explicar la percepción, el razonamiento y el conoci‐ miento humano. Aplicada, en concreto, al proceso de comprensión del discurso, esta teoría defiende que ese proceso gira en torno a la construcción de representaciones mentales del contenido del discurso (los modelos mentales del discurso) por parte del lector (Johnson‐Laird 1983; Van Dijk y Kintsch 1983)5: durante la recep‐ ción de un discurso, el receptor va construyendo en línea una serie de modelos o representaciones mentales complejas que van incor‐ porando de forma sucesiva las distintas entidades y relaciones que aparecen en el discurso. Estos modelos mentales del discurso se almacenan en la memoria del lector, pero son dinámicos y acu‐ mulativos, ya que experimentan transformaciones conforme se va incorporando a ellos la nueva información que se obtiene al ir avanzando en la lectura (Garnham 2001, 22). La aplicación de esta teoría a la interpretación de las expre‐ siones anafóricas comporta tres consecuencias principales. En pri‐ mer lugar, dado que el lector almacena en la memoria represen‐
5. Una revisión de los trabajos precursores y fundacionales de esta teoría puede leerse en Johnson‐Laird (2004).
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taciones mentales de las entidades del discurso, al encontrarse una expresión anafórica, no necesita retroceder en la lectura para iden‐ tificar el segmento textual que proporciona su interpretación, sino que simplemente debe reactivar o mantener en el foco de atención la representación de la entidad correspondiente en su modelo mental del discurso. De ese modo, el grado de activación de la entidad referida en la memoria, que puede ser mayor o menor en función de diferentes factores cognitivos y discursivos6, se con‐ vierte en un aspecto decisivo a la hora de interpretar una expresión anafórica. La segunda consecuencia se deriva del hecho de que los mo‐ delos mentales del discurso elaborados por el lector durante la comprensión del texto coexisten con otros modelos mentales, alma‐ cenados también en la memoria, que contienen el conocimiento del mundo del lector. Estas representaciones del conocimiento del mundo también pueden contribuir a la interpretación del discurso y, de hecho, explican que puedan activarse en el modelo del dis‐ curso entidades que no se han mencionado explícitamente en el texto, pero que se encuentran relacionadas en el mundo con otras que sí se han mencionado; en otros términos, al incorporar, por ejemplo, la representación de un aula al modelo mental del dis‐ curso, el lector tiende a presuponer que en esa aula hay pupitres, sillas, pizarra, etc. Así, la interpretación de expresiones de anáfora asociativa como los pupitres del ejemplo de (2) puede explicarse como la invitación al lector a poner en foco entidades que ya esta‐ ban activas en su modelo mental del aula mencionada previamente en el discurso. Una tercera consecuencia de adoptar esta teoría es que, dado que los modelos mentales del discurso se construyen de forma acumulativa, la representación mental del referente que se reactiva cuando aparece en el discurso una expresión anafórica es compleja, es decir, no solo incorpora la información directamente introdu‐ cida en el modelo del discurso por el segmento textual que fun‐
6. Estos factores, también llamados indicadores de accesibilidad (entre otras de‐ nominaciones), serán tratados con mayor detalle en el apartado 1.3.2.
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ciona como antecedente, sino que incluye también la información relevante sobre dicha entidad aportada por el resto del discurso e incorporada a dicho modelo. Así pues, en la representación mental de una entidad del discurso confluyen una serie de datos sobre esa entidad proporcionados por el discurso hasta el momento en el que aparece la expresión anafórica que la reactiva; de ahí que algu‐ nos autores califiquen los referentes de estas expresiones como evo‐ lutivos (Reboul 1997) o aludan a la interpretación acumulativa del referente. La conveniencia de concebir de este modo el referente de una expresión se pone especialmente de relieve en los textos que con‐ tienen predicados de transformación de estado, como las recetas. Brown y Yule proponen un ejemplo de este tipo para demostrar la insuficiencia explicativa de la noción de correferencialidad: (5) Slice [the onion] finely, brown ø in the butter and then place ø in a small dish. (1983, 175) [Corta la cebolla a láminas finas, dórala con la mantequilla y después colócala en un plato pequeño (la traducción es nuestra)] Tal como indican estos autores, el referente de la primera ex‐ presión anafórica (una elisión en inglés y un pronombre la en español) no es solo ‘la cebolla’, sino que incorpora todo el predi‐ cado en el que esta expresión aparece, y lo mismo ocurre con la tercera referencia a esta misma entidad, de modo que la interpre‐ tación de las expresiones destacadas en el fragmento va acumu‐ lando la información proporcionada en el texto, de la siguiente ma‐ nera: Corta la cebolla [‘la cebolla que ha aparecido anteriormente en la lista de ingredientes’] a láminas finas, dórala [‘la cebolla de la lista de ingredientes, cortada a láminas finas’] con la mantequilla y después colócala [‘la cebolla de la lista de ingredientes, cor‐ tada a láminas finas y dorada con mantequilla’] en un plato pequeño.
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Lo mismo ocurre con la interpretación de los pronombres tipo‐E, así llamados por Evans, el primer autor en describirlos, cu‐ yo antecedente es un sintagma nominal introducido por un cuanti‐ ficador: (6) Few congressmen admire Kennedy and they are very junior. (Evans 1980, 339) [Pocos congresistas admiran a Kennedy y (ellos) son muy jóvenes.] La interpretación de pronombres como el destacado en la ver‐ sión inglesa del ejemplo debe incorporar necesariamente la predi‐ cación en la que aparece: they no se refiere a ‘pocos congresistas’, sino a ‘los pocos congresistas que admiran a Kennedy’. Ejemplos como los de (5) y (6) demuestran la conveniencia de concebir el referente de una expresión anafórica como una construcción men‐ tal que acumula información sobre la entidad referida presentada en el discurso previo, construcción que va más allá de la mera identificación del referente de una expresión previa del discurso. Una de las principales aportaciones de la teoría de los mo‐ delos mentales aplicada a la comprensión del discurso –y, más con‐ cretamente, al procesamiento de las expresiones anafóricas– es que permite unificar la explicación de la comprensión de las anáforas correferenciales y no correferenciales (como la anáfora asociativa), gracias a que considera que el referente de una expresión anafórica se localiza en el modelo mental del discurso, ya se haya intro‐ ducido directamente o indirectamente (por inferencia) en el dis‐ curso. Esta teoría permite, por tanto, explicar cómo puede el lector interpretar con éxito y sin dificultad expresiones anafóricas cuyo referente no se ha mencionado explícitamente en el texto7.
7. Estrechamente relacionada con la teoría de modelos mentales, le teoría de los espacios mentales de Fauconnier (1985, 1997) amplía la concepción del modelo mental del discurso para proponer que este se compone, de hecho, de una serie de espacios mentales diferentes, a los que van incorporándose nuevas entidades y relaciones. Esta teoría permite explicar que una misma entidad aludida en el dis‐ curso pueda concebirse en distintos planos temporales o, incluso, en diferentes do‐ minios cognitivos (el de la realidad, el de la creencia, el de la ficción, etc.).
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No obstante, la concepción acumulativa de la referencia ha recibido también algunas críticas, como que el hecho de concebir de este modo la referencia lleva a un «atomismo referencial» (Kleiber 2001a), esto es, a propugnar la existencia de un referente distinto para cada expresión referencial. Problemas como este se resuelven mediante la redefinición de los conceptos de referente y antecedente manejados tradicionalmente por la filosofía y por los enfoques textuales, llevada a cabo por los enfoques discursivo‐ cognitivos. 1.3. Enfoques discursivo‐cognitivos La nueva concepción de la interpretación de las anáforas a partir de los modelos dinámicos de comprensión del discurso (Johnson‐Laird 1983, Van Dijk y Kintsch 1983, Van Dijk 1993, Garnham 2001), junto con el interés por explicar relaciones anafó‐ ricas distintas de las analizadas por los enfoques tradicionales, se encuentran en la base de las teorías de corte cognitivo sobre los procedimientos anafóricos. Algunas de las principales aportacio‐ nes al estudio de las expresiones anafóricas que se han realizado desde estos enfoques, que resultan de especial interés para deter‐ minar el valor anafórico del fenómeno del etiquetaje discursivo, son (i) la redefinición de los conceptos tradicionales de referente y antecedente, que comporta una transformación en el modo de expli‐ car el funcionamiento de la anáfora y de otros procedimientos de referencia estrechamente relacionados; (ii) la descripción de los indicadores textuales de accesibilidad, que permiten predecir hasta cierto punto la selección de una determinada expresión referencial anafórica, así como ordenar los distintos tipos de expresiones disponibles en función del grado de accesibilidad del referente que codifican; y (iii) la redefinición del concepto de referencia, que com‐ porta una ampliación del concepto tradicional de expresión refe‐ rencial.
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1.3.1. Referente, antecedente y activador del antecedente: la propuesta de Cornish La propuesta de Cornish para explicar el funcionamiento dis‐ cursivo de la anáfora parte de la concepción dinámica de la com‐ prensión del discurso propuesta desde la teoría de los modelos mentales y de la interpretación acumulativa del referente que se deriva de la aceptación de esta teoría y, a partir de estos principios, propone una redefinición de los términos tradicionalmente em‐ pleados desde la lingüística para describir la referencia anafórica. Una de las aportaciones fundamentales de este autor consiste en consolidar la diferenciación entre el antecedente textual y el refe‐ rente de las expresiones anafóricas8. La principal modificación que comporta la concepción diná‐ mica del discurso sobre estos conceptos consiste, fundamental‐ mente, en que el antecedente textual que se había considerado fuente de la interpretación de las anáforas en el enfoque textual cede protagonismo al referente. Este último término, que hasta el momento se había empleado casi exclusivamente en los enfoques filosóficos para aludir a la entidad del mundo referida9, pasa a de‐ signar un concepto de naturaleza cognitiva fundamental para la interpretación de las anáforas: la representación mental de la en‐ tidad referida, localizada en el modelo mental del discurso, a la que el lector accede para interpretar una expresión anafórica. No obstante, Cornish da un paso más en la distinción entre el ele‐ mento textual que proporciona la interpretación y la interpretación de la anáfora en sí, al proponer también la naturaleza cognitiva del propio concepto de antecedente. De acuerdo con este autor, el elemento presente en el texto que activa la representación mental del referente de la anáfora (el antecedente del enfoque tradicional) es, en realidad, el «activador o
8. Diferentes aportaciones a esta propuesta pueden leerse en Cornish (1986, 1990, 1999, 2003, 2007, 2009, 2010), entre otros. 9. Sobre el concepto filosófico de referencia, véanse las tesis doctorales de Alcina (1999, 47‐66) y Ribera (2008, 47‐72).
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disparador del antecedente» (antecedent‐trigger)10. De hecho, este activador del antecedente ni siquiera tiene que ser un elemento de la superficie textual, sino que puede hallarse indistintamente en el texto o en la situación comunicativa (Cornish 1999, 42; 2006, 242), dando lugar, entonces, a la tradicionalmente llamada exófora o refe‐ rencia exofórica. La ventaja que presenta esta noción es que el acti‐ vador del antecedente puede considerarse la fuente a partir de la cual se interpreta el referente de la exófora, de la anáfora directa y también de la anáfora indirecta. Frente a este concepto, Cornish reserva la denominación de antecedente para designar la descripción completa del referente de la expresión anafórica (1999, 44), ubicada en el modelo del discur‐ so. Se trata del conjunto de información sobre la entidad referida que va acumulándose en el modelo mental del discurso a partir de la información aportada por el activador del antecedente y el resto de información sobre dicha entidad proporcionada por el contexto discursivo o activada de forma indirecta o inferencial. De este mo‐ do, este autor propone desdoblar el concepto tradicional de antece‐ dente en dos: el activador del antecedente (signo o forma, textual o situacional, que desencadena la interpretación) y el antecedente (contenido de la interpretación, de naturaleza semántica y mental). Por último, el referente es la representación en la memoria de la entidad aludida, que se diferencia del antecedente por no presen‐ tar naturaleza lingüística o semántica. Esta concepción de la interpretación de la anáfora –y, en par‐ ticular, la concepción semántico‐cognitiva del antecedente que aca‐ ba de presentarse– resuelve el problema identificado por Kleiber como «atomismo referencial» que se mencionaba con respecto a la interpretación evolutiva del referente de las expresiones anafó‐ ricas: lo que se transforma o evoluciona a lo largo de la recepción del discurso es el antecedente (esto es, la descripción discursiva del referente), no el referente en sí. La información asociada a la des‐
10. Aunque Cornish (1999, 43) niega explícitamente haber tomado el término de este autor, Hawkins (1977) había aplicado el concepto de disparador (trigger) para aludir a la expresión que desencadena la interpretación de las anáforas asociativas.
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cripción de un mismo referente (esto es, el antecedente en el modelo de Cornish) no es estática, sino que va enriqueciéndose al avanzar el discurso. La mención a una entidad como la cebolla en el ejemplo anterior de (5) funciona como activador del antecedente al activar en el modelo mental del discurso la creación de un referente discursivo, pero la descripción de este referente va completándose o enriqueciéndose con la información que se predica de este en el discurso, que queda registrada como antecedente. En síntesis, no se transforma el referente o concepto referido en sí, sino la des‐ cripción que le corresponde en el modelo del discurso (el antece‐ dente), que va modificándose a partir de la información proporcio‐ nada por el discurso, como ocurría en el ejemplo de (5) con los antecedentes ‘la cebolla’ → ‘la cebolla cortada a láminas’ → ‘la ce‐ bolla cortada a láminas y dorada con mantequilla’. Otra aportación de Cornish es que, para construir este antece‐ dente, no solo se tiene en cuenta la información que rodea al acti‐ vador del antecedente y la información proporcionada en el dis‐ curso hasta la aparición de la expresión anafórica, sino también el propio entorno en el que aparece dicha expresión: la llamada predicación huésped o host predication (Cornish 1999, 69; 2003, 8; 2007, 22). La importancia de este entorno de la expresión anafórica ra‐ dica, entre otros aspectos, en que permite identificar el orden refe‐ rencial de la entidad referida por la expresión anafórica (Cornish 1999, 82)11, rasgo especialmente importante para la interpretación de las expresiones pronominales, que no proporcionan esta infor‐ mación. La concepción discursivo‐cognitiva de la anáfora descrita por Cornish permite, por una parte, dar una explicación unitaria a la anáfora correferencial prototípica y a fenómenos anafóricos más atípicos o que resultaban más difíciles de explicar desde las teorías tradicionales, como la anáfora asociativa, ya que todos los procedi‐ mientos anafóricos se interpretan a partir de una representación mental activada (directa o indirectamente) por un elemento del
11. Primer orden (cosas, animales, personas), segundo (eventos) o tercero (proposiciones), tal como se expuso en el apartado 3.1.1 del cap. 1.
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contexto (el activador del antecedente)12. Por otra parte, la descripción de la anáfora propuesta por este autor permite distinguir entre las expresiones lingüísticas (el activador del antecedente) y su correlato cognitivo (antecedente, referente), resolviendo así las confusiones so‐ bre este punto que comportaban los enfoques anteriores, así como problemas como el de la aparente multiplicación de referentes que comportaba la concepción evolutiva de la interpretación de la aná‐ fora. Por último, esta propuesta permite explicar de forma unitaria, no solo tipos de anáfora prototípicos y atípicos, sino incluso el funcionamiento de mecanismos estrechamente relacionados, como la exófora y la deixis, que pueden concebirse así como manifesta‐ ciones distintas de un mismo fenómeno de dependencia interpreta‐ tiva; en otros términos, lo esencial de los procedimientos de refe‐ rencia no autónoma es su funcionamiento como proceso discur‐ sivo, no la localización geográfica del activador de la referencia (dentro o fuera del texto). La aplicación de la teoría de Cornish a la caracterización de las EEDD permite considerar como antecedente textual –o, en tér‐ minos de este autor, activador del antecedente– al segmento discur‐ sivo encapsulado por una ED, ya que constituye el segmento del texto que desencadena la construcción de la representación mental de la entidad referida por la etiqueta discursiva. En el modelo ex‐ plicativo de Cornish no es necesario que tal segmento sea otra expresión referencial (ni siquiera que sea una expresión lingüís‐ tica), de modo que queda eliminado el principal obstáculo para que algunos autores consideraran este segmento como antece‐ dente: la necesidad de que se tratara de una expresión correferen‐ cial (Schmid 2000, 28). Además, la teoría de Cornish permite explicar cómo el resto de información presentada en el discurso sobre el evento o proposición designados por la ED se incorpora también a la representación del referente (antecedente de Cornish), que es más completa que la mera descripción proporcionada por el 12. Esta concepción del antecedente textual como una mera marca que ofrece pautas para interpretar la expresión anafórica la comparte también la Escuela de Neuchâtel (a la que pertenecen autores como Apothéloz, Reichler‐Béguelin o Berrendonner), tal como afirma Andújar (2002, 129).
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segmento textual estricto que activa la interpretación. Así, por ejemplo, en el fragmento de (7), el activador del antecedente de la ED destacada es la unidad textual más restrictiva que proporciona la interpretación de la ED más relevante en el contexto en el que esta aparece, esto es, el segmento que aparece entre corchetes: (7) El frente soberanista pacífico que ahora defiende EA quedará inhabilitado si no es capaz de [supeditar otras consideraciones a esa esencial: la política es incompatible con la violencia]. Las otras vías serían de escape para quienes quieren eludir ese compromiso [‘el compromiso de supeditar otras consideraciones a esa esencial de que la política es incompatible con la violencia’]. Frente a este activador del antecedente, de naturaleza textual, el antecedente o descripción lingüística del referente podría represen‐ tarse, de forma más completa, como ‘el compromiso de supeditar otras consideraciones a la de que la política es incompatible con la violencia defendido por EA en el País Vasco’, incorporando infor‐ mación presente en el contexto que va más allá del segmento acti‐ vador del antecedente13. Dado que la terminología de Cornish pue‐ de resultar algo confusa desde la tradición hispánica (que todavía vincula muy estrechamente el concepto de antecedente con el texto, y no con la representación mental del discurso), se seguirán manejando en adelante los conceptos de antecedente textual y refe‐ 13. Un interrogante tan pertinente como complejo de resolver es el que plan‐ tea Garnham en la siguiente cita, que resulta especialmente adecuada al hilo de las EEDD: «From a psychological point of view, an important question is whether the antecedent is introduced into the mental model by the antecedent‐trigger, or whether it is only when the anaphor is encountered that the antecedent‐trigger is used to construct the antecedent» (2001, 51). En ejemplos como el de (7), en el que el activador del antecedente es una cláusula no finita (para la que, como se verá más adelante, resulta difícil defender un valor referencial), parece ciertamente difícil considerar que el activador del antecedente pueda introducir un referente o entidad en el modelo del discurso, como sí ocurre cuando aparece la ED. A esta capacidad de las EEDD para convertir fragmentos del discurso en entidades unitarias se re‐ fieren algunos autores, que indican que los procedimientos de encapsulación como las EEDD pueden crear entidades del discurso, tal como se desarrollará más ade‐ lante en este mismo capítulo.
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rente (cognitivo), pero concibiendo el primero como el activador del antecedente en el sentido propuesto por Cornish y el segundo como el antecedente de este autor: la descripción lingüística del referente en el modelo mental del discurso. 1.3.2. Los indicadores textuales de accesibilidad Como ya se ha avanzado en los epígrafes previos, una de las principales aportaciones de los enfoques cognitivos a la caracteri‐ zación de las expresiones anafóricas ha consistido en explicar su interpretación, no tanto a partir del texto, como habían propuesto las explicaciones tradicionales, como desde la representación o mo‐ delo mental del discurso almacenado en la memoria del destina‐ tario y construido en línea durante la recepción de un texto. Este traslado del foco de interés en el estudio de las expresiones anafó‐ ricas del texto a la memoria del receptor ha comportado que se in‐ corporen a la explicación de estas expresiones conceptos cognitivos como la atención del receptor o el grado de activación o accesibi‐ lidad del referente en la memoria, que se han convertido en as‐ pectos esenciales a la hora de explicar tanto la selección como la comprensión de las expresiones anafóricas. Las explicaciones de la comprensión del discurso desarro‐ lladas desde la psicolingüística, que están en la base de la concep‐ ción cognitiva de las relaciones anafóricas, se basan en la idea de que este proceso es, en esencia, el mismo que se aplica a la com‐ prensión del mundo, aunque con algunos rasgos peculiares. Uno de los más destacados es que la comprensión del discurso se pro‐ duce a través de la interacción de dos esquemas mentales: por una parte, una representación mental del texto en sí, de tipo propo‐ sicional, que actúa solo durante la lectura; y, por otra, un modelo mental de la situación referida por el texto, que el lector construye completando el contenido del texto con su conocimiento del mun‐ do, sus experiencias previas y sus creencias (Van Dijk y Kintsch 1983, Johnson‐Laird 1983, Garnham 2001). Cada uno de estos es‐ quemas mentales se localiza en un tipo distinto de memoria: el
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primero, la representación mental del texto, se almacena en la me‐ moria a corto plazo, que es limitada, por lo que va incorporando unos datos y desestimando otros a lo largo de la lectura; en cam‐ bio, el segundo, el modelo del discurso, solo incorpora el contenido más destacado de la representación proposicional del texto y se almacena en la memoria a largo plazo14. La diferencia entre estos dos modelos que más afecta a la interpretación de las anáforas es que mientras que las descripciones lingüísticas de los referentes (esto es, las expresiones referenciales y, en particular, los antece‐ dentes textuales) forman parte de la representación del texto, los referentes, al menos los más prominentes o relevantes, pertenecen al modelo mental del discurso (Van Dijk y Kintsch 1983, 163). Los límites de la memoria a corto plazo explican que el ha‐ blante sea capaz de retener en el foco de atención únicamente las palabras inmediatamente precedentes al punto de la comprensión del discurso en el que se encuentra, por lo que el antecedente textual de una expresión referencial anafórica debería encontrarse entre esas palabras si no se quiere obligar al lector a retroceder en el texto para recuperarlo. Existen varias teorías de base empírica sobre cuál es el promedio de palabras cuya forma puede recordar el lector de un texto, número que oscila entre cinco y nueve pa‐ labras («seven plus or minus two»), según los primeros estudios psicolingüísticos (Miller 1955); o entre ocho palabras para un lector lento y dieciséis para un lector rápido y culto, según los espe‐ cialistas en legibilidad (Richaudeau 1969/1976). Estudios psicoló‐ gicos empíricos más recientes han precisado que, dado que no to‐ dos los elementos léxicos tienen la misma importancia y dado que la estructura del discurso también parece incidir en el número de entidades retenidas en este tipo de memoria, resulta más adecuado hablar de entre tres y cinco unidades de sentido, en función de la capacidad y grado de desarrollo intelectual de la persona (Cowan 14. Tal como expone Van Dijk (1993), mientras que las representaciones men‐ tales del texto pueden incluir aspectos estilísticos concretos de la sintaxis del texto y suelen ser más o menos coincidentes en distintos lectores, los modelos mentales de la situación descrita se elaboran con la participación de las creencias y experiencias de cada individuo y son, por tanto, subjetivos.
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2010). Por unidades de sentido pueden entenderse conceptos, o bien unidades sintáctico‐discursivas más extensas, como la cláu‐ sula u oración breve, dependiendo del tipo de experimento utili‐ zado para testar la capacidad de la memoria a corto plazo. En cualquier caso, los límites que presenta este tipo de me‐ moria justifican que la comprensión del texto se conciba en los es‐ tudios cognitivos como un proceso constante de acumulación y reciclaje de información, que va acompañado de alteraciones en el grado de activación de los distintos referentes o entidades aludidas por el texto en la memoria del lector: a medida que el destinatario progresa en la lectura del texto, algunos referentes, los que son necesarios para construir el modelo del discurso, se mantienen ac‐ tivados o se reactivan, en tanto que otros, los que no son necesarios para construir este modelo, van desactivándose o suprimiéndose (Gernsbacher 1990, 87). Como consecuencia de este modelo de comprensión del dis‐ curso, la elección de las expresiones anafóricas se considera estre‐ chamente relacionada con los procesos de activación y desactiva‐ ción de referentes: las expresiones anafóricas se conciben desde la psicolingüística y, a partir de esta, desde los enfoques cognitivos en general, como elementos discursivos que permiten reactivar entidades en el modelo del discurso, a la vez que se desactivan otras, las que no son necesarias para interpretar el resto del dis‐ curso (Van den Broek 1994, 559)15. En este concepto psicológico del 15. Este modelo de interpretación resulta mucho más adecuado que el textual tradicional para explicar por qué las expresiones pronominales constituyen las se‐ leccionadas por defecto en numerosos casos, pese a la escasa información que aportan para la identificación de su referente. Emmot (1997, 210‐212) propone como ejemplo de la adecuación de esta explicación de la comprensión del discurso el empleo de pronombres “de grupo” (p.e. nosotros, ellos) en textos narrativos, en los que el antecedente puede estar diseminado en el texto previo y a larga distancia. Un modelo estrictamente textual explicaría la interpretación de estos pronombres como una búsqueda atrás en el texto, que puede llegar a resultar muy costosa y que podría remontar al lector incluso hasta el inicio del texto. En cambio, un modelo cognitivo explica más satisfactoriamente esta interpretación: el lector asigna por defecto, como referente de una de estas expresiones pronominales de grupo, a todos los participantes que están activados en su modelo mental del discurso.
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grado de activación de los referentes en la memoria del lector se basan la mayor parte de explicaciones actuales de la selección de las expresiones anafóricas elaboradas desde enfoques tan diversos como la lingüística y, sobre todo, la pragmática (Givón 1983; Levinson 1987 y 1991; Ariel 1988, 1990, 1991, 1994; Kempson 1988; Huang 1991 y 2004; Gundel, Hedberg y Zacharski 1993; Blackwell 1998, 2000, 2001 y 2003; Almor 1999 y 2000; Figueras 2002; von Heusinger 2007), la psicolingüística (Sanford y Garrod 1981; Gernsbacher 1990; McKoon, Ratcliff, Ward y Sproat 1993) o la lin‐ güística computacional (Hobbs 1979 y 1990; Grosz, Weinstein y Joshi 1995; Walker, Joshi y Prince 1998; Taboada 2008)16. Todas estas teorías, construidas en torno al concepto de grado de activación o accesibilidad del referente, suelen coincidir en al‐ gunas premisas fundamentales. En primer lugar, consideran que las expresiones referenciales anafóricas pueden diferenciarse por su grado de informatividad en dos grupos principales: las más re‐ ducidas o económicas, reduced referential devices, que son vacías o de tipo pronominal; y las léxicas o plenas, lexically full expressions (Kibrik 2011, 37)17. En segundo lugar, postulan la existencia de una correlación directa entre el grado de activación del referente en la memoria y el grado de informatividad de la expresión anafórica seleccionada para (re)activarlo: a mayor grado de activación del re‐ ferente, más reducida o informativamente económica es la expre‐ sión requerida para reactivarlo. Así, en términos muy generales, estas teorías coinciden en considerar que la estrategia óptima o por defecto para la selección de una expresión referencial anafórica es emplear una expresión reducida de naturaleza gramatical (elisión
16. Una revisión detallada de las principales teorías expuestas en todos estos trabajos puede leerse en López Samaniego (2011, cap. 3). 17. Esta distinción general entre expresiones reducidas y expresiones plenas ha sido perfilada y especificada en las llamadas escalas de accesibilidad, que han propuesto ordenar la diversidad de expresiones anafóricas disponibles de forma gradual desde las que implican una mayor accesibilidad del referente a las que sue‐ len recuperar referentes menos accesibles. Las escalas de accesibilidad más citadas en la bibliografía son las de Givón (1983), Ariel (1990) –adaptada al español por Figueras (2002)– y Gundel, Hedberg y Zacharski (1993).
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o pronombres) cuando se desea reactivar un referente que presenta un grado alto de accesibilidad en la memoria y una expresión de tipo léxico para poner en foco un referente que presenta un grado bajo de accesibilidad en la memoria del lector. Otros criterios de selección de expresiones referenciales ana‐ fóricas que no responden a este patrón pueden explicarse por fac‐ tores pragmáticos como el deseo de destacar el papel del referente en un determinado contexto (Ariel 1990, 202); la intención del emi‐ sor de comprobar que un referente accesible está realmente acti‐ vado (Ariel 2007, 285), especialmente relevante en textos de tipo instruccional (Arts, Maes, Noordman y Jansen 2011); la necesidad de incorporar nueva información enciclopédica o una evaluación subjetiva sobre el referente; o incluso propósitos de tipo informa‐ tivo como la voluntad de marcar un cambio de tópico (Vonk, Hustinx y Simons 1992). En todos los casos mencionados pueden seleccionarse expresiones altamente informativas (léxicas) para recuperar referentes que presentan un alto grado de activación o accesibilidad en la memoria, esto es, expresiones “hiperespeci‐ ficadas” (overspecified) o más informativas de lo estrictamente nece‐ sario. Las numerosas teorías de base cognitiva desarrolladas en las últimas décadas desde diferentes posiciones teóricas y mediante distintas metodologías de análisis tienen entre sus objetivos el de determinar cuáles son los indicadores textuales de accesibilidad del referente, esto es, cuáles son las condiciones textuales que de‐ terminan el grado de accesibilidad o activación de un referente en la memoria de trabajo del lector. Entre estas condiciones, algunas tienen que ver con la posición del antecedente textual en el dis‐ curso, que ha sido analizada, sobre todo, desde la psicolingüística, mediante experimentos empíricos que han demostrado que fac‐ tores como la distancia entre el antecedente textual y la expresión anafórica resultan fundamentales para la correcta interpretación de la anáfora (Ehrlich y Rayner 1983; Gernsbacher 1990, 138 y ss.). Es‐ ta distancia suele medirse en cláusulas, que se consideran, además de unidades sintácticas, unidades de procesamiento del discurso (Vázquez Rozas 2004).
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Otro factor relacionado con la posición del antecedente tex‐ tual y validado empíricamente afecta, en especial, a la interpreta‐ ción de expresiones anafóricas ambiguas y es la llamada «ventaja de la primera mención» (advantage of first mention): en los textos en los que se menciona más de una entidad participante, la que se recuerda con mayor facilidad es la que fue mencionada en primer lugar, que resulta más accesible (Gernsbacher 1990, 10; Carreiras, Gernsbacher y Villa 1995). El motivo más plausible de esta ventaja de la primera mención parece ser que las entidades que aparecen en un discurso en primer lugar constituyen los fundamentos o la base sobre la que se edifica el modelo o estructura mental del discurso, de modo que reciben mayor atención por parte del lector. También la estructura informativa del discurso parece incidir en la accesibilidad del referente de una expresión anafórica. Así, los referentes que se encuentran más directamente relacionados con el tópico del discurso resultan más accesibles (Gernsbacher 1990, 138; McKoon et al. 1993; Ariel 2001, 32). La consideración de una entidad como tópico del discurso se correlaciona directamente con aspectos como la frecuencia de aparición o la primacía de la mención que, a su vez, también constituyen índices de accesibili‐ dad del referente. Además de estas cuestiones, también la posición sintáctica que ocupan los antecedentes textuales parece incidir en el grado de accesibilidad de los referentes designados; en concreto, aspectos como la aparición de un antecedente textual en cláusulas principales (frente a su aparición en cláusulas subordinadas) o en posición de sujeto potencia la accesibilidad del referente, tal como han mostrado algunos estudios empíricos (McKoon et al. 1993). Por último, las propiedades semánticas internas de los propios re‐ ferentes también parecen determinar, en parte, su grado de accesi‐ bilidad. Así, cualidades como el carácter [+ animado] de una enti‐ dad suelen relacionarse directamente con un grado de accesibi‐ lidad elevado (Taboada 2008, para el español). Aunque estos indicadores textuales de accesibilidad han sido descritos a partir del análisis de anáforas con antecedente nominal, algunos de ellos, como la distancia en cláusulas entre el antece‐ dente textual y la expresión anafórica o la relación más o menos
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directa con el tópico general del discurso, podrían aplicarse tam‐ bién a las anáforas encapsuladoras o de antecedente complejo des‐ critas en el capítulo anterior, entre las que se encuentra el etique‐ taje discursivo. La consideración de estos factores permitiría expli‐ car o incluso predecir, hasta cierto punto, la selección de un pro‐ nombre neutro, una repetición o sinonimia nominalizada o una etiqueta discursiva a la hora de encapsular una o más predicacio‐ nes en el discurso. No obstante, no se conoce la existencia de estu‐ dios en esta línea publicados hasta el momento. 1.3.3. La referencia y el concepto de anclaje Como ya se ha mencionado, el fenómeno de la referencia se ha estudiado desde múltiples disciplinas, como la filosofía del len‐ guaje, la lingüística o la psicología cognitiva. Si en algo coinciden todas ellas, a pesar de las distintas definiciones del concepto de re‐ ferente que proponen, es en la tendencia general a identificar la referencia con las expresiones nominales, que denotan tipos de en‐ tidades y que, gracias a las marcas de determinación, pueden fun‐ cionar como expresiones referenciales que identifican una entidad concreta individualizada. Frente a estas expresiones, las de natu‐ raleza verbal o predicativa, que suelen designar relaciones entre entidades individuales, contienen expresiones referenciales, pero no constituyen por sí mismas expresiones de este tipo, a no ser que aparezcan nominalizadas y, por ende, presentadas como un refe‐ rente único, mediante nominalizaciones o metáforas gramaticales como la declaración de la guerra o la llegada del tren18. Como ya se ha avanzado al inicio de este capítulo, dado que los segmentos encapsulados por las etiquetas discursivas (y tam‐ bién por el resto de mecanismos de encapsulación) son expresiones verbales o predicativas, los autores que se ocupan del estudio de
18. El concepto de metáfora gramatical, mencionado ya en el apartado 3.2.1 del cap. 1, consiste en variar el modo de expresión de un significado, no el signi‐ ficado en sí, como ocurre con la metáfora conceptual (Halliday 1985/1994, 342).
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estos fenómenos suelen ser reticentes a tratarlos como anafóricos y, menos aún, a considerar tal relación como correferencial. No obs‐ tante, la concepción de la referencia elaborada desde la gramática cognitiva ha apuntado en los últimos años a la posibilidad de am‐ pliar el ámbito de aplicación de la referencia a entidades distintas de las entidades de primer orden y a categorías sintácticas que van más allá del sintagma nominal. En ese sentido, Langacker define la referencia, en términos cognitivos, como el proceso por el cual los participantes en un acto comunicativo establecen de forma coordinada «contacto mental» con una misma ocurrencia o instancia ti de un tipo T (1991, 91 y ss.). La condición que establece la gramática cognitiva para que una expresión pueda perfilar una instancia concreta no depende tanto, como en teorías anteriores, de marcas gramaticales como los determinantes o de categorías sintácticas como el sintagma no‐ minal, sino del concepto de anclaje. En el nivel del discurso, una expresión está anclada –y, por tanto, posee la capacidad de hacer referencia a una instancia concreta– cuando está situada con res‐ pecto al acto de habla y a los participantes (Langacker 1991). Así, los sintagmas nominales (nominales en la teoría de Langacker) perfilan una instancia concreta, anclada en el espacio, del tipo de entidad denotado por el nombre que actúa como nú‐ cleo. Del mismo modo, en el marco del paralelismo que establece la gramática cognitiva entre la estructura de los sintagmas nominales y la de la oración, Langacker apunta que también es posible consi‐ derar que las cláusulas finitas (con verbo conjugado como núcleo) perfilan una entidad concreta del tipo denotado por el verbo y pueden designar también, por tanto, referentes discursivos (2008, 270‐271). La principal diferencia entre las expresiones nominales y las verbales reside en el modo de designar o referir: mientras que los sintagmas nominales perfilan objetos (entidades de primer or‐ den, en general) y los anclan en el espacio, las cláusulas perfilan procesos o relaciones entre entidades observadas en su evolución temporal y los anclan en el tiempo (Langacker 2009, 290). Dado que las entidades individuales o de primer orden per‐ duran en el tiempo y coexisten en el espacio, la principal función
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referencial de los sintagmas nominales consiste en identificar a qué entidad concreta del tipo X se está haciendo referencia (por ejem‐ plo, a qué tipo de gato se refiere la expresión mi gato). En cambio, los procesos o eventos perfilados por cláusulas son transitorios y se suceden en el tiempo, de modo que lo relevante para poder desig‐ narlos, para anclarlos con respecto al acto de habla concreto, es de‐ terminar su existencia, esto es, establecer si han ocurrido o no y cuándo (Langacker 2009, 151). De ahí que las marcas modales y temporales desempeñen en las cláusulas una función de anclaje paralela a la que realizan los determinantes en los sintagmas nomi‐ nales: una cláusula como mi gato se ha perdido esta mañana perfila una instancia concreta del tipo de evento [perderse mi gato]: la que le ha ocurrido, efectivamente, al hablante la misma mañana del día en que habla. Además, la posibilidad de considerar que las cláusulas finitas presentan valor referencial no solo ha sido defendida desde la gra‐ mática cognitiva, sino también desde algunas posturas teóricas de los estudios gramaticales, que ofrecen argumentos notablemente similares a los de Langacker para defender el valor referencial de algunas cláusulas: Las cláusulas sustantivas de tiempo finito son propiamente referenciales: la flexión temporal que el verbo incorpora posi‐ bilita la referencia a eventos determinados, específicos, por lo que difícilmente una cláusula sustantiva puede funcionar co‐ mo expresión descriptiva. (Fernández Leborans 1999b, 2417) La concepción amplia de la referencia defendida por los auto‐ res mencionados permite replantearse el tipo de relación anafórica, directa o indirecta, que existe entre las etiquetas discursivas y su antecedente textual, en la medida en que permite atribuir valor referencial a algunas de las unidades sintáctico‐discursivas que funcionan como antecedente de las EEDD, como se trata con de‐ talle en el siguiente apartado.
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EL VALOR ANAFÓRICO DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO Como ya se ha mencionado, las reticencias que presentan algunos especialistas a la hora de referirse al etiquetaje discursivo como relación anafórica se deben, fundamentalmente, a la dificul‐ tad de considerar como expresión referencial al segmento discur‐ sivo que proporciona o activa la interpretación de la etiqueta dis‐ cursiva. De acuerdo con la definición de las relaciones anafóricas que acaba de presentarse, pueden identificarse dos criterios funda‐ mentales para considerar como anafórica una relación discursiva: de un lado, la expresión anafórica debe presentar una dependencia interpretativa del contexto; y de otro, debe existir en el contexto un elemento que proporcione o active la interpretación del referente de dicha expresión. De acuerdo con la redefinición del concepto de anáfora realizada por los enfoques psicológico‐cognitivos, este ele‐ mento del contexto que proporciona la interpretación puede ser, incluso, un elemento del contexto situacional y, en el caso de tra‐ tarse de un segmento del texto, puede activar la interpretación del referente de la expresión anafórica de forma directa (por correfe‐ rencia con este) o bien de forma indirecta, por medio de una rela‐ ción semántico‐pragmática de tipo inferencial. Por tanto, desde la concepción de la anáfora elaborada por estos enfoques, el valor referencial de un segmento textual no es un requisito para que pueda funcionar como antecedente o activador de la referencia de una expresión anafórica. En este apartado se examinan por separado los dos criterios que permiten considerar una relación discursiva como anafórica, aplicados al etiquetaje discursivo. En primer lugar, se caracteriza el valor fórico o dependiente del contexto de las etiquetas discursi‐ vas. En segundo lugar, se analiza si el segmento que funciona co‐ mo antecedente de las etiquetas discursivas puede tener valor refe‐ rencial, con el objetivo de determinar si se trata de una relación anafórica directa o indirecta. Para ello, es necesario profundizar en la caracterización sintáctico‐discursiva del tipo de segmentos dis‐ cursivos que pueden actuar como antecedentes de una etiqueta 2.
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discursiva, a partir del análisis del corpus de editoriales compilado para este estudio. 2.1. Nombres con valor fórico: la dependencia conceptual del con‐ texto Una de las principales características semánticas que definen a los nombres que pueden actuar como EEDD es la falta de espe‐ cificidad (§3.1.2, cap. 1). No obstante, es cierto que, tal como ad‐ vierte Winter (1992, 134), el significado de todos los nombres co‐ munes puede considerarse inespecífico hasta cierto punto. Un nombre como niño o perro, por ejemplo, presenta cierta inespeci‐ ficidad en el sentido en que no permite designar una entidad con‐ creta: por sí mismas, las palabras niño o perro denotan solo una clase o un tipo de entidades, la de las ‘personas de sexo masculino que tienen entre 1 y 12 años aproximadamente’ y la de los ‘ani‐ males domésticos con cuatro patas y un olfato muy fino que son fieles a sus amos’, en este caso. Como el resto de los nombres co‐ munes, para poder identificar o designar entidades concretas del mundo, ejemplares determinados pertenecientes a las clases men‐ cionadas, estos nombres necesitan combinarse con una marca de determinación (como mínimo), para integrarse en sintagmas nomi‐ nales como este niño o el perro de mi vecino. En suma, la capacidad de los nombres comunes para identificar una entidad concreta de‐ pende de ciertos elementos del contexto discursivo en el que apare‐ cen, como el determinante y los modificadores que puedan acom‐ pañarlos. El grado de inespecificidad que caracteriza a los nombres que suelen funcionar como etiquetas discursivas, como problema o he‐ cho, es mayor que el que presenta el resto de los nombres comunes, ya que no denotan un conjunto infinito de entidades que pertene‐ cen a un determinado tipo o clase, sino un número infinito de tipos de eventos o de proposiciones que pueden conceptualizarse como tales porque tienen alguna característica o propiedad en común, como, por ejemplo, la de ‘ser perjudicial para alguien’ para el caso
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de problema o la de ‘tener lugar o suceder en un determinado mo‐ mento’ para el de hecho. De ahí que la actualización de estos nom‐ bres en el discurso requiera no solo de la presencia de un deter‐ minante y algún complemento que permita interpretar a qué enti‐ dad individual se refieren, sino más bien de una o más predica‐ ciones en las que se concrete el tipo de evento o proposición al que se está haciendo referencia19. De este modo, puede afirmarse que el etiquetaje discursivo no solo se caracteriza, como las relaciones anafóricas prototípicas, por presentar una dependencia referencial del contexto, sino que también depende de este conceptualmente, para concretar el tipo de entidades a las que hace referencia. Así, por ejemplo, el significado del sustantivo problema en el ejemplo de (8) puede denotar una serie prácticamente infinita de situaciones concretas que pueden requerir una solución. El frag‐ mento subrayado en el ejemplo –y el conjunto de su contexto dis‐ cursivo– permite concretar que se trata de un problema político acerca del medio ambiente (tipo de problema o concreción concep‐ tual); en concreto, el sintagma el problema se refiere al conflicto cau‐ sado por los países desarrollados y contaminantes que, en la cum‐ bre del clima celebrada en Polonia a finales de 2008, se resistieron a reducir la emisión de gases (concreción del referente): (8) La cumbre del Clima que se celebra en Poznan (Polonia) ha dado un giro inesperado respecto a las pesimistas ex‐ pectativas dominantes. En esta cumbre se preparan las propuestas que deberán discutirse y aprobarse en la reu‐ nión que se celebrará en Copenhague a finales del año próximo y que habrán de sustituir a los acuerdos de
19. Winter (1992, 155) se refiere a esta diferencia entre el tipo de especificación discursiva que requieren los nombres comunes en general y la que requiere el grupo de nombres que pueden funcionar como EEDD con los términos de especifi‐ cación de identidad, para los primeros (el niño DE MI VECINO), y especificación por cláu‐ sula, para los segundos (el hecho de QUE NUNCA ME ESCUCHES). Cabe precisar que, tal como indica el propio Winter, las cláusulas de relativo (el niño DEL QUE TE ACABO DE HABLAR) realizan la especificación de identidad, no la especificación por cláusula, puesto que expresan características que contribuyen a especificar la entidad de la que se trata.
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Kioto a partir de 2012. La dificultad principal radicaba en [la pugna entre los países más desarrollados, y también más contaminantes, que se resistían a compromisos am‐ biciosos de reducción de gases de efecto invernadero si los países emergentes muy poblados, como China e India, no aceptaban también ciertos objetivos de re‐ ducción]. La respuesta de estos últimos era que son los países de‐ sarrollados quienes han creado el problema y aún hoy siguen emitiendo, en términos per cápita, mucho más que los emergentes. (El País, 12/12/2008, “A la espera de Obama”)
En efecto, etiquetas discursivas como el problema dependen del contexto no solo para la identificación de su referente, sino también para concretar el significado conceptual de su núcleo no‐ minal o, como ha descrito Schmid (2000, 76), para completar el espacio vacío o esquemático que existe en la estructura semántica de los nombres que desempeñan esta función discursiva. En la si‐ guiente figura se aplica al significado del nombre problema el modo en que Schmid propone representar la estructura semántica de estos nombres. En el espacio en blanco se representa la parte del significado conceptual de estos nombres que debe completarse a partir del contexto discursivo, en este caso, el tipo de proposición o situación que presenta las características mencionadas en el espa‐ cio sombreado en gris: problema
cuestión o situación
perjudicial o pendiente de solucionar
Figura 5 Estructura semántica del nombre problema (adaptado de Schmid 2000, 78)
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Como puede observarse en la figura, la mayor parte de los nombres que pueden actuar como EEDD se caracterizan por conte‐ ner, a su vez, otros nombres con las mismas características semán‐ ticas en su definición, como cuestión o situación. Un modo de signi‐ ficar muy similar se da con los nombres que tienden a actuar como hiperónimos, como por ejemplo, animal (un animal es un ‘ser vivo capaz de moverse por sí mismo’). La diferencia principal entre el modo de significar de estos últimos y el de los nombres que tien‐ den a actuar como EEDD es, como se avanzaba en (§4.2, cap. 2), de grado de dependencia conceptual del contexto. En efecto, tal como ha indicado Langacker, mientras que las entidades de primer or‐ den designadas por los hiperónimos pueden concebirse indepen‐ dientemente de los distintos tipos de eventos en los que participen, las entidades de segundo orden o eventos (y cabe esperar que también las de tercer orden) son «conceptualmente dependientes», esto es, dependen de la concepción de las entidades individuales que participan en la relación designada (2009, 151). En consecuen‐ cia, la concreción de una ED como problema en el discurso no solo implica la necesidad de indicar a qué problema concreto se hace referencia, sino también cuáles son las entidades individuales que participan en la situación problemática en cuestión. En ese sentido, la esquematicidad semántica de nombres como los que suelen funcionar como hiperónimos o como EEDD es equiparable a la que presentan algunos pronombres, cuyo signifi‐ cado incluye únicamente especificaciones del tipo de entidad a la que pueden referirse, como ‘ser animado’ (yo, tú…) o ‘macho/ hembra’ (él / ella). Es esta esquematicidad, precisamente, la que permite proponer que estos nombres presentan también cierto valor fórico, similar al de los pronombres; como ha indicado Langacker, la esquematicidad semántica de una expresión invita al destinatario a localizar en el contexto un elemento que complete su significado: One basic kind of expectation is that a schematic element evoked in the current frame will be specified in finer detail either earlier or later in the discourse. (2008, 487)
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Siguiendo este principio interpretativo que Langacker pro‐ pone para los pronombres, puede decirse que también los nombres que actúan como etiquetas discursivas transmiten al lector ins‐ trucciones de búsqueda de una especificación discursiva, gracias a su vaguedad semántica20. Además de su escaso significado con‐ ceptual, los nombres que actúan como EEDD tienen otro punto en común con los pronombres: su significado consiste principalmente en construir o “dar forma” al significado de otra parte del texto; en otras palabras, constituyen, más que elementos léxicos, “moldes” o formas de construir el significado expresado en otro segmento del texto. El significado de una expresión lingüística se compone, de acuerdo con la gramática cognitiva, de un significado conceptual y un modo de construir ese significado (construal). Las diferentes expresiones varían entre sí en cuanto a la proporción de uno u otro componente que contiene su significado. Así, por ejemplo, las expresiones de significado gramatical, como los pronombres, son, esencialmente, modos de construir el significado expresado en otro lugar del contexto: The meaning of many linguistic elements –especially those considered “grammatical”– consists primarily in the construal they impose, rather than any specific content. (Langacker 2008, 43) También los nombres que actúan como EEDD pueden conce‐ birse como expresiones esquemáticas cuyo significado consiste, sobre todo, en expresar un modo de construir un contenido o signi‐ ficado, presentado, a menudo, en otra parte del texto. De hecho, a este tipo de significado parecen aludir algunas de las denomina‐ ciones de este mecanismo discursivo, como envoltorios, encapsu‐
20. Cabe advertir que tal especificación del significado puede confiarse, tam‐ bién, al contexto externo al texto. Tal como han indicado algunos autores, el valor fórico de los nombres que actúan como EEDD pueden realizarse también de modo exofórico, cuando se confía al conocimiento del mundo del lector la concreción de su significado (Ivanič 1991, 105; Winter 1992, 133; Flowerdew 2003a, 338‐339; y en español, López Ferrero 2012, 438).
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ladores, etc., que se basan en las metáforas del contenedor y del etiquetaje, que caracterizan las EEDD como nombres que cons‐ truyen o dan forma al contenido de otras expresiones del texto. En síntesis, el etiquetaje discursivo se caracteriza, en tanto que relación anafórica, por presentar una doble dependencia interpre‐ tativa del contexto: por una parte, una dependencia referencial, que reside en el carácter definido del determinante que las intro‐ duce y que es común con la mayoría de las relaciones de cohesión léxica reiterativa (§3, cap. 2); y por otra, una dependencia semán‐ tica o conceptual (López Samaniego, 2013), que afecta al contenido descriptivo del sintagma nominal anafórico y se deriva del signi‐ ficado inespecífico de los nombres que suelen actuar como EEDD. Como ya se había avanzado, esta dependencia conceptual se pre‐ senta también, aunque en menor grado, en las relaciones cohesivas hiperonímicas (§4.2, cap. 2). 2.2. El antecedente: valor referencial del segmento encapsulado Uno de los principales obstáculos que se han aducido a la consideración de las etiquetas discursivas como mecanismos ana‐ fóricos es la naturaleza «difusa» (Fernández Ramírez 1951/1987; Halliday y Hasan 1976, 53; Mederos 1988, 73; Francis 1994, 88) y no referencial del segmento que debería funcionar como antecedente textual. Por una parte, dicho segmento resulta difícil de delimitar de forma clara, dado que suele ser estructuralmente más complejo que los sintagmas nominales que funcionan prototípicamente co‐ mo antecedentes de una expresión anafórica. Por otra parte, al tra‐ tarse de segmentos discursivos de complejidad estructural muy variable, resulta difícil considerarlos expresiones referenciales, de modo que la relación se distancia también de las anáforas correfe‐ renciales prototípicas, ya que, como acertadamente ha indicado Lyons, dos expresiones no pueden tener el mismo referente si una de ellas no es una expresión referencial (1977/1980, 188, citado por Schmid 2000, 28).
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Como ya se ha avanzado, ninguno de estos aspectos impide considerar como anafóricas las relaciones de etiquetaje discursivo, puesto que, de acuerdo con la concepción actual predominante de la anáfora, cualquier segmento del discurso puede activar la inter‐ pretación del referente de una expresión anafórica, aunque no posea valor referencial. No obstante, un examen detallado del tipo de unidades sintáctico‐discursivas que pueden actuar como eti‐ quetas discursivas y de su valor referencial podría contribuir a ca‐ racterizar el tipo de relación semántica que existe entre la ED y el segmento cuyo contenido encapsula, aspecto en el que tampoco parecen alcanzar un consenso los distintos especialistas. Por una parte, desde la tradición francófona, algunos autores asimilan la relación anafórica que establecen las EEDD –y las relaciones de encapsulación en general– con la anáfora asociativa (Apothéloz 1995a, 43; Apótheloz y Reichler‐Béguelin 1999), ya que consideran que no existe una expresión correferencial que funcione como antecedente, sino un verbo o una estructura predicativa que activa inferencialmente la interpretación. En el mismo sentido parece expresarse la Nueva Gramática de la Lengua Española (RAE y AALE 2009, §14.5g y §17.3h), obra en la que relaciones como las que mantienen las EEDD con sus antecedentes se describen como de identidad de sentido (entendida como identidad referencial no estricta) y se unifican bajo el membrete de anáfora asociativa, ya que en ambos casos intervienen inferencias del lector a la hora de construir, a partir del texto, el referente de una expresión anafórica. Por otra parte, la postura más aceptada en la bibliografía actual parece ser la de proponer un nuevo tipo de relación de iden‐ tidad estrechamente relacionada con la anáfora directa, pero no es‐ trictamente correferencial, como equivalencia de significado (Francis 1994, 85) o identidad experiencial (Schmid 1999a, 118; 2000, 29). En relación con esta última postura, algunos autores indican que este mecanismo discursivo se sitúa «en el límite entre la relación refe‐ rencial y la de sentido» (Cuenca 2000, 68). Por su parte, un último grupo de autores han descrito las re‐ laciones de encapsulación entre las que se encuentra el etiquetaje discursivo como procesos de creación de nuevas entidades discur‐
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sivas, que no habían sido presentadas en el discurso como tales (Apothéloz 1999b, 144; Conte 1996, 4; Schwarz‐Friesel, Consten y Knees 2007, 94; Consten y Knees 2008, 190), a diferencia de lo que ocurre con las relaciones anafóricas cuyo antecedente se presenta mediante una expresión nominal. Las divergencias que se observan entre los distintos autores a la hora de caracterizar el tipo de relación anafórica que establecen las EEDD justifican la conveniencia de analizar en mayor profun‐ didad dicha relación y, especialmente, la naturaleza referencial del segmento discursivo que actúa como antecedente. 2.2.1. Unidades sintáctico‐discursivas encapsuladas La principal dificultad que comporta el análisis de los tipos de unidades discursivas que pueden funcionar como antecedentes de las EEDD es, precisamente, el carácter difuso de este tipo de uni‐ dades al que ha aludido repetidamente la bibliografía. Debido a la dificultad que plantea delimitarlas, la mayor parte de los autores suelen referirse a ellas en términos generales, como «proposition‐ like pieces of information» (Schmid 2000, 4) o unidades equiva‐ lentes o superiores a la cláusula. Sin embargo, algunos autores han intentado precisar los distintos tipos de unidades que pueden de‐ sempeñar esta función: Lo particular de este mecanismo de cohesión es que, por un lado, el anáforo es un sintagma nominal definido cuyo sus‐ tantivo, que actúa como núcleo del sintagma, tiene como ante‐ cedente a un fragmento textual que puede ser de diversa extensión y complejidad conceptual (un sintagma, parte de un enunciado, un enunciado o más de uno, todo un párrafo o varios, segmentos textuales mayores, que incluso se pueden presentar discontinuamente). (González Ruiz 2009, 247) Como puede observarse en esta cita, otra de las dificultades que plantea la caracterización de estas unidades es que son tanto de tipo sintáctico (sintagma, cláusula) como de tipo discursivo o informativo (enunciado, párrafo), ya que es frecuente que el ante‐
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cedente trascienda los límites de la oración. Además, en la biblio‐ grafía sobre el etiquetaje discursivo tampoco se observa acuerdo en torno a cuál es el alcance anafórico mínimo de las EEDD, esto es, cuál es la unidad mínima que puede actuar como antecedente de una ED. Mientras que la mayoría de los autores definen esta rela‐ ción discursiva como la relación anafórica que tiene como antece‐ dente una unidad igual o superior a la cláusula u oración (Francis 1994; Schmid 2000; Borreguero 2006; Consten, Knees y Schwarz‐ Friesel 2007), algunos autores aceptan la posibilidad de que se trate de una unidad inferior (Ivanič 1991), como el sintagma nominal (Francis 1986; González Ruiz 2009). La postura de estos últimos autores parece acertada si se tiene en cuenta la existencia de casos en los que algunos sintagmas no‐ minales se comportan como cláusulas: se trata de sintagmas que poseen una estructura predicativa y expresan una relación entre entidades equiparable al significado de una proposición. Normal‐ mente, son sintagmas nominales que tienen como núcleo una no‐ minalización o un sustantivo deverbal, como ocurre en el siguiente ejemplo: (9) [El intento de entrada de la petrolera rusa Lukoil en el capital de Repsol] se ha convertido, como suele pasar en las operaciones empresariales estratégicas, en una riña política estridente. Con el transcurso de los días, la opera‐ ción ha entrado en una fase letárgica, que se explica en parte por la rectificación de los entusiasmos iniciales del Gobierno y en parte por las dificultades evidentes de fi‐ nanciar casi 9.000 millones de euros. (El País, 29/11/2008 “Expediente Lukoil”) Sintagmas nominales como el subrayado en el ejemplo pre‐ sentan una estructura predicativa equiparable a la de la cláusula, ya que el núcleo nominal deverbal entrada se presenta junto con los argumentos que selecciona: el Agente, la petrolera rusa Lukoil, y el Locativo en el capital de Repsol. Si bien las relaciones sintácticas que se establecen entre el nombre y sus argumentos difieren en diver‐ sos aspectos de las que mantiene el verbo con sus argumentos
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(Escandell 1995/1997, 22‐23), lo cierto es que las relaciones predi‐ cativas se definen por su significado relacional más que por su es‐ tructura sintáctica concreta (Cornish 1992, 168; Tamayo 2000‐2001; Bosque y Gutiérrez‐Rexach 2009, 260), por lo que puede defen‐ derse claramente el carácter predicativo de sintagmas nominales como el subrayado en el ejemplo, que expresan el mismo conte‐ nido que una predicación mediante cláusula como La petrolera Lukoil ha intentado entrar en el capital de Repsol. Además, la relación entre el segmento delimitado entre corchetes y el sintagma nomi‐ nal en cursiva es la que se ha descrito hasta aquí como etiquetaje discursivo, ya que el sintagma la operación condensa el significado tanto del nombre como de sus argumentos y categoriza la relación que se establece entre ellos. Por todos los argumentos menciona‐ dos, parece adecuado considerar que los sintagmas nominales que condensan el significado de sintagmas nominales con estructura predicativa funcionan también como etiquetas discursivas. A la hora de precisar qué otros tipos de expresiones, además de los sintagmas nominales con estructura predicativa, pueden funcionar como antecedentes de una ED, parece conveniente partir de un análisis de las unidades textuales que desempeñan esta fun‐ ción en un corpus concreto. No obstante, para poder delimitar es‐ tas unidades, es necesario adoptar primero un criterio unitario para identificar estos antecedentes difusos. En este caso, se consi‐ dera como antecedente de una ED la unidad mínima o más res‐ trictiva que proporcione la interpretación más relevante de la ED en el contexto o predicación en el que esta aparece. Para identificar esta unidad se tiene en cuenta tanto la predicación anafórica o predicación en la que aparece la ED como el significado del nom‐ bre seleccionado como etiqueta y se aplica la tradicional prueba de la sustitución de la expresión anafórica por su antecedente, siem‐ pre que resulte posible. Siguiendo este procedimiento, se han podido identificar en el corpus de estudio las siguientes unidades sintáctico‐discursivas que, junto con los sintagmas nominales de estructura predicativa, pueden actuar como antecedente de una ED:
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— Una cláusula finita dependiente u oración subordinada con verbo conjugado:
—
(10) Es verdad [que IU ha sido víctima de la polarización polí‐ tica durante la anterior legislatura]. Pero esta explicación no basta para dar cuenta de una constante pérdida de influencia tras cada cita electoral. (El País, 17/11/2008, “Congreso en falso”) Una oración simple o cláusula finita independiente21:
(11) [Maliki ha logrado el respaldo del Parlamento a un acuerdo con Estados Unidos sobre los términos y los pla‐ zos de la retirada de los ejércitos extranjeros de Irak]. A finales del próximo junio, los soldados estadounidenses deberían regresar a sus bases y permanecer estacionados en ellas como paso previo a la definitiva salida del país en 2011. (…) La iniciativa de Maliki facilita en gran parte la tarea de Barack Obama, quien se declaró contrario desde el primer mo‐ mento a la invasión de Irak y prometió durante la campaña presidencial poner fin a esta guerra. (El País, 4/12/2008, “Ho‐ rizonte de retirada”) — Una cláusula no finita u oración de infinitivo o de gerundio: (12) La forma más realista de [desalojar a la ilegalizada ANV de la alcaldía de Azpeitia] es la moción de censura. Las otras fórmulas que se están barajando no sirven a ese ob‐ jetivo porque la disolución en bloque del consistorio es imposible con la ley en la mano y la eventual reforma de la misma no podría aplicarse con carácter retroactivo. (El País, 8/12/2008, “Moción en Azpeitia”) 21. Se sigue aquí la definición de oración simple prototípica proporcionada por Cuenca, como unidad de sentido y entonación, con un sujeto y un predicado, que se organiza alrededor de un verbo conjugado, que no se encuentra inserta en ninguna otra construcción y que constituye una unidad comunicativa completa (2007, 20).
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— Una oración compleja, con dos o más verbos conjugados –y, por ende, dos o más relaciones predicativas–, unidos por coor‐ dinación o por subordinación: (13) [El líder venezolano va a poner toda la carne en el asador para ganar en febrero, lo que, por ahora, consiste en acu‐ sar absurdamente a la oposición de querer matarlo, así como en crear un clima de intimidación para que la opo‐ sición se lo piense antes de ir a votar]. Pero, con ese deses‐ perado sprint de Chávez al autoritarismo, sólo cabe desear que gane la oposición. (El País, 8/12/2008, “Sprint al auto‐ ritarismo”) — Dos o más oraciones, coordinadas o yuxtapuestas: (14) Los sucesos de Grecia no han sido los únicos. Aunque en cada caso por diferentes motivos, [el Reino Unido vivió una auténtica conmoción a raíz del caso Menezes, el joven brasileño confundido con un terrorista y tiroteado por la policía poco después de los atentados de Londres; también Italia conoció un episodio similar con ocasión de la muerte de un manifestante antiglobalización en Gé‐ nova. Con resultados menos dramáticos, Francia ha sido recientemente testigo de los abusos contra un corres‐ ponsal del diario Libération y el Reino Unido, del mal‐ trato a un diputado tory]. A esta lista habría que añadir los diversos episodios en los que se ha visto envuelta la policía autonómica catalana e, incluso, algunos casos pendientes de resolver por la justicia española, como las lesiones del etarra Igor Portu –uno de los presuntos res‐ ponsables del atentado de Barajas– producidas en el mo‐ mento de su detención en Arrasate. (El País, 15/12/2008, “Grecia como síntoma”) — Uno o más párrafos, generalmente, inmediatamente anteriores a la aparición de la ED:
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(15) [Moscú es consciente de que la energía constituye su mejor baza en relación con la Unión Europea, y no ha de‐ jado de hacer un uso estratégico de sus reservas de gas y de petróleo. También en este campo la ofensiva interna‐ cional de Rusia ha obtenido importantes resultados. En‐ tre ellos, la reciente decisión de los Veintisiete de reanu‐ dar las negociaciones sobre el acuerdo de cooperación y asociación, suspendidas tras el conflicto de Georgia. La primera reunión tendrá lugar mañana en Niza, y se abor‐ darán asuntos como la crisis financiera y la energía. La rapidez con la que la UE ha regresado a las posiciones anteriores al verano es sobre todo resultado de su depen‐ dencia energética. Y Moscú lo sabe]. Con el trasfondo de este amplio juego internacional, el vice‐ primer ministro de Rusia, Alexander Zhukov, anunció ayer el interés del gigante energético Gazprom por el 20% de Repsol puesto a la venta por Sacyr, lo que lo con‐ vertiría en el primer accionista del grupo petrolero espa‐ ñol. (El País, 13/11/2008, “Rusia a la ofensiva”) — El tema o tópico del texto o, más concretamente, una serie de segmentos del texto que desarrollan, de forma continua o dis‐ continua, aspectos directamente relacionados con el tema principal22: (16) [Apenas tres semanas después de la caída en Francia de Mikel Garikoitz Aspiazu, Txeroki, jefe de los comandos de ETA, una nueva operación conjunta de las fuerzas de seguridad francesas y la Guardia Civil ha permitido dete‐ ner en la localidad de Gerde a Aitzol Iriondo, conside‐ rado su sustituto al frente de la banda terrorista. Con él han sido apresados, además, Eneko Zarrabeitia y Aitor
22. En este último caso, los segmentos textuales concretos que proporcionan la interpretación de la ED resultan especialmente difíciles de delimitar con precisión. Es por este motivo por el que se ha seleccionado una denominación de la unidad de tipo semántico y alcance más vago (tópico del texto).
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Arteche, quienes habían acudido a una cita convocada por Iriondo para recibir instrucciones sobre futuros aten‐ tados]. Zarrabeitia está acusado, entre otros delitos, de proporcionar el coche bomba con el que se perpetró el atentado contra el cuartel de Legutiano, causando la muerte de un agente. La rapidez con que las fuerzas de seguridad han vuelto a desmantelar la cúpula dirigente de los terroristas da la medida de la importancia de estas detenciones, que no se mide sólo por la posición que Iriondo ocupaba en la je‐ rarquía de la organización ni por el hecho de que, según sospechan las fuerzas de seguridad, pudiera ser el autor material del asesinato de dos guardias civiles desarma‐ dos en Capbreton. [Tras cada golpe policial, los terroris‐ tas están encontrando crecientes dificultades para recom‐ poner sus estructuras, hasta el punto de que los nuevos dirigentes no tardan más tiempo en caer que los miem‐ bros de los comandos o los pistoleros recién reclutados]. [Txeroki fue detenido el 17 de noviembre; su sucesor, el 8 de diciembre, apenas cinco días después del último ase‐ sinato]. El momento de extrema vulnerabilidad que atra‐ viesa la banda no impide, con todo, que pueda seguir ac‐ tuando. Pero el reciente atentado que costó la vida al em‐ presario Ignacio Uría, en Azpeitia, indica que los terro‐ ristas son ya incapaces de plantearse otro objetivo que no sea demostrar que siguen existiendo. ETA asesinó a Uría sólo porque era una víctima fácil, alguien que ni se sabía amenazado ni había adoptado medidas para protegerse; luego, la banda tuvo que esforzarse en buscar razones in‐ verosímiles para justificar su crimen. Y es que en el punto en el que hoy se encuentran, los terroristas se han visto forzados a convertir los medios en fines, de manera que sólo matan para demostrar que pueden hacerlo. Los éxitos en la lucha antiterrorista de las últimas semanas son resultado de la estrategia clásica en la que se combina la eficacia de las fuerzas de seguridad, el rigor de la justicia
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y la cooperación internacional, un capítulo en el que es preciso destacar el firme compromiso de Francia. (El País, 9/12/2008, “ETA sin dirección”)23. Conviene reiterar en este punto que los segmentos delimi‐ tados entre corchetes en los ejemplos anteriores, los antecedentes textuales de las EEDD en negrita, constituyen el segmento textual mínimo a partir del cual el lector elabora la representación mental del referente discursivo activado o reactivado por la ED, represen‐ tación que a menudo se completa, como se ha indicado en los apar‐ tados anteriores, con otra información proporcionada en el con‐ texto discursivo o disponible en el conocimiento del mundo del lector. No obstante, la identificación de estas unidades mínimas que activan el referente permite ahondar en la descripción de la re‐ lación anafórica que se establece entre estas y la ED y, sobre todo, en su carácter directo o indirecto. Teniendo en cuenta la heteroge‐ neidad de las unidades que pueden actuar como antecedentes de las EEDD, parece difícil seguir explicando la relación anafórica que establecen las EEDD de forma unitaria, ya que, como se ha mos‐ trado en este apartado, este mecanismo puede emplearse para encapsular unidades de complejidad –y, esperablemente, valor re‐ ferencial– considerablemente diverso, de modo que merece la pena detenerse a analizar algunas diferencias entre ellas. 2.2.2. Anclaje, referencia y unidades encapsuladas Tal como ya se avanzaba en el apartado 1.3.3, el concepto de anclaje del que parte la gramática cognitiva para explicar la referen‐ cia permite atribuir valor referencial no únicamente a las relaciones predicativas que se presentan nominalizadas, sino también a las cláusulas finitas que expresan una entidad eventiva anclada con respecto al acto de habla y a sus participantes. Siguiendo este con‐
23. Las frecuencias concretas de aparición de cada uno de estos tipos de an‐ tecedente en el corpus, que no resultan de tanto interés en este estudio, pueden leerse en López Samaniego (2013, 181).
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cepto cognitivo de referencia, pues, es posible considerar expresio‐ nes con valor referencial a algunas de las unidades que pueden funcionar como antecedentes de las EEDD identificadas en el apar‐ tado anterior. Así, por ejemplo, los sintagmas nominales con estructura pre‐ dicativa pueden considerarse, al menos formalmente, expresiones referenciales incluso en el sentido tradicional, ya que constituyen sintagmas nominales con marcas de determinación. El único obs‐ táculo que puede aducirse a su consideración como tales es de tipo semántico: a diferencia de las expresiones referenciales prototí‐ picas, los sintagmas nominales con estructura predicativa no de‐ signan entidades concretas, sino abstractas; designan eventos o relaciones entre entidades más que entidades materiales o tangi‐ bles, de primer orden. Este significado más abstracto ha sido consi‐ derado por algunos autores como difícilmente compatible con un valor referencial, dada la dificultad de las expresiones que poseen este tipo de significados para corresponderse con entidades mate‐ riales del mundo externo o con representaciones mentales unitarias de estas (Cuenca 2000, 68; Escandell 2004, 46). Si bien es cierto que un sintagma nominal con estructura pre‐ dicativa no puede corresponderse fácilmente con una entidad tan‐ gible o con una representación mental unitaria (menos aún, de tipo figurativo), debido a que perfila, en realidad, una relación entre en‐ tidades más que una entidad individual, ello no impide necesa‐ riamente que estas relaciones puedan representarse como enti‐ dades discursivas unitarias en los modelos mentales del discurso, especialmente si se encuentran ya nominalizadas (§3.2.1, cap. 1). De hecho, son diversos los autores que han defendido en los últi‐ mos años la posibilidad de representar las entidades abstractas como entidades discursivas unitarias en los modelos mentales del discurso. Esta postura se defiende tanto mediante argumentos de tipo gramatical, como el hecho de que un evento o proposición pueden actuar como antecedentes de una expresión pronominal, generalmente demostrativa (Langacker 2008, 270; Hegarty 2003, 894), como por medio de argumentos psico‐cognitivos, como el hecho de que los eventos entran en relación con otros eventos en el
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discurso, lo que permite deducir que estos deben poder represen‐ tarse también mentalmente de forma unitaria igual que las entida‐ des individuales (Garnham 2001, 10). Asimismo, desde la semán‐ tica también se tienen en cuenta este tipo de entidades abstractas en las principales clasificaciones de órdenes referenciales, como la de Lyons (1977/1980, 387) y la de Dik (1997a, 136). Por tanto, parece adecuado atribuir valor referencial a los sintagmas nominales con estructura predicativa que actúan como antecedentes de las EEDD. Por lo que respecta a las expresiones predicativas expresadas mediante cláusulas, como ya se ha mencionado, estas han presen‐ tado tradicionalmente mayores dificultades para ser consideradas como estructuras con capacidad referencial, en este caso, sobre todo, dificultades de tipo formal o estructural: al tratarse de estruc‐ turas más complejas, presentan más dificultad para perfilar de for‐ ma conjunta una entidad unitaria. No obstante, teniendo en cuenta el concepto cognitivo de anclaje y la concepción de la referencia elaborada desde la gramática cognitiva, puede defenderse que al‐ gunas de las unidades sintáctico‐discursivas identificadas en el apartado anterior presentan la capacidad de perfilar una instancia anclada y, por ende, poseen capacidad referencial. Como ya se ha mencionado, el principal requisito para que una cláusula pueda perfilar un evento unitario es que esté anclada temporalmente con respecto al acto de habla y a los participantes, esto es, que presente las marcas modales y temporales que desempeñan en las cláusulas una función de anclaje paralela a la que realizan los determinantes en los sintagmas nominales (§1.3.3). Siguiendo este criterio, puede atribuirse también valor refe‐ rencial a las cláusulas finitas u oraciones simples como la desta‐ cada en el ejemplo anterior de (11) (Maliki ha logrado el respaldo del Parlamento a un acuerdo con Estados Unidos sobre los términos y los pla‐ zos de la retirada de los ejércitos extranjeros de Irak), que pueden per‐ filar un evento unitario, una instancia u ocurrencia del tipo de pro‐ ceso denotado por el verbo, anclada en el tiempo gracias a la fle‐ xión del verbo principal (Langacker 2008, 41‐42). En cuanto a las cláusulas finitas dependientes u oraciones subordinadas con verbo conjugado, como la destacada en (10), se les puede atribuir valor
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referencial, pero solo cuando presentan cierta autonomía con res‐ pecto del verbo de la oración principal; en otras palabras, cuanto más se aproxima una cláusula finita dependiente a una cláusula fi‐ nita prototípica, mayor es su capacidad para perfilar un evento unitario y, en consecuencia, para poseer valor referencial. Así, tal como indica Langacker (2008, 426 y ss.), estas cláusulas presentan mayor capacidad referencial cuando están ancladas en el tiempo mediante la flexión temporal del verbo y cuando poseen un sujeto propio explícito. Estas dos condiciones se daban, por ejemplo, en la cláusula delimitada por corchetes en el fragmento de (10), que perfila un proceso anclado en el tiempo por la flexión verbal e in‐ cluso mediante un complemento temporal (anterior al momento de habla) y con un sujeto propio que lo experimenta (IU): (10bis) Es verdad [que IU ha sido víctima de la polarización política durante la anterior legislatura]. Pero esta expli‐ cación no basta para dar cuenta de una constante pér‐ dida de influencia tras cada cita electoral. En este ejemplo, de hecho, el único aspecto que depende de la oración principal es el anclaje modal, ya que la oración principal (es verdad que…) presenta el evento perfilado por la cláusula subra‐ yada como verdadero para el hablante. A diferencia de lo que ocu‐ rre en el caso anterior, otras cláusulas finitas dependientes no pre‐ sentan la capacidad de perfilar un evento singularizado, sino que dependen totalmente de la oración principal para anclarse con res‐ pecto a la situación comunicativa, como es el caso del ejemplo de (17): (17) En Venezuela, el mandatario ruso firmó con el presidente Chávez un acuerdo de cooperación nuclear, que debería culminar en la construcción de una central atómica vene‐ zolana, para la producción de energía eléctrica, según asegura el líder bolivariano. Las similitudes con el caso de Irán, de quien Estados Unidos y Occidente temen [que persiga la obtención del arma nuclear], son evidentes, aunque Caracas aún no haya iniciado ese camino. (El País, 1/12/2008, “Moscú vuelve al Caribe”)
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En este ejemplo, la cláusula dependiente subrayada depende de la oración principal tanto para la interpretación de su sujeto (Irán) como para su anclaje temporal y modal (se sitúa en un futuro virtual o posible, tal como apunta el significado léxico del verbo principal temer)24. Por lo que respecta a las cláusulas no finitas, a estas les ocurre algo muy similar a lo que se observa en el último ejemplo: no pueden perfilar eventos anclados porque se constru‐ yen en torno a un verbo no flexionado. Por tanto, estas cláusulas no finitas no poseen valor referencial en ningún caso, ya que tanto su anclaje temporal como, por lo general, la interpretación de su agente dependen necesariamente de la oración en la que se in‐ sertan. Es por ese motivo por el que Langacker (2008, 438) consi‐ dera que describen un evento de forma generalizada, que denotan un tipo de predicado, como ocurría en el ejemplo de (12): (12bis) La forma más realista de [desalojar a la ilegalizada ANV de la alcaldía de Azpeitia] es la moción de cen‐ sura. Las otras fórmulas que se están barajando no sir‐ ven a ese objetivo… Por lo que respecta al resto de las unidades identificadas, to‐ das ellas superiores a la oración simple, las dificultades para consi‐ derarlas expresiones referenciales aumentan progresivamente con‐ forme se incrementa el número de predicaciones que contienen. Por su naturaleza supraoracional, estas unidades (que comprenden desde la oración compleja hasta la suma de segmentos del texto que desarrollan aspectos del tema principal) perfilan más de un evento unitario, más de una relación anclada (Langacker 2008, 416), de modo que no puede atribuírseles la capacidad de referirse de forma unitaria a una entidad anclada.
24. El carácter no anclado del segmento encapsulado de este ejemplo permite, de hecho, que la ED que lo encapsula, ese camino, se emplee como anáfora de sen‐ tido, esto es, para recuperar el sentido del antecedente, pero no el mismo ejemplar o entidad concreta (Grinder y Postal 1971): ese camino no se refiere al camino indicado anteriormente (a ‘la posible (y temible) persecución del arma nuclear por parte de Irán’), sino al tipo de camino ‘perseguir la obtención del arma nuclear’ que, en la cláusula que contiene la ED, se refiere a una acción todavía no iniciada por Caracas.
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2.3. El etiquetaje discursivo: entre la anáfora directa y la indirecta En los apartados anteriores se ha observado que, a diferencia de lo que indicaba la mayor parte de la bibliografía sobre el tema, algunas de las expresiones que funcionan como antecedente de las EEDD pueden considerarse expresiones con valor referencial, co‐ mo los sintagmas nominales con estructura predicativa, las cláu‐ sulas finitas independientes y algunas de las cláusulas finitas de‐ pendientes. En consecuencia, la postura más acertada en cuanto al carácter anafórico del etiquetaje discursivo parece ser considerar esta relación a medio camino entre la anáfora directa y la indirecta, tal como indicaba Cuenca (2000, 68). No obstante, conviene preci‐ sar esta afirmación. Más que tratarse de un tipo de relación anafó‐ rica que pueda situarse en algún punto indeterminado en lo que Schwarz‐Friesel ha descrito como el continuo entre la anáfora di‐ recta y la anáfora indirecta (2007, 3), el etiquetaje discursivo es una relación compleja que abarca todo el espectro que se encuentra entre ambas relaciones, más o menos cerca de una o de otra en función de la complejidad estructural y la capacidad de presentar valor referencial de la expresión que funcione como antecedente textual. Así, en un extremo del continuo se encuentran los casos en los que puede defenderse más claramente la existencia de una relación correferencial entre la ED y la expresión que actúa como antece‐ dente (como los casos en los que este último es un sintagma no‐ minal de naturaleza predicativa), mientras que en el extremo con‐ trario pueden situarse las ocurrencias en las que el antecedente es más complejo y difícil de delimitar, como ocurre cuando las EEDD recuperan el tema del texto, expuesto en distintos fragmentos de este, generalmente discontinuos. La distribución de las relaciones de etiquetaje discursivo en el continuo mencionado se refleja en la siguiente figura:
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Figura 6 Distribución de las relaciones de etiquetaje discursivo en el continuo entre anáfora directa y anáfora indirecta
Así pues, las EEDD pueden mantener con su antecedente una relación anafórica muy similar a la que establecen las anáforas correferenciales prototípicas, cuando el antecedente es un sintagma nominal con estructura predicativa, o bien relaciones cada vez más alejadas de la correferencialidad hasta llegar a funcionar como anáforas indirectas, cuando reactivan contenidos complejos expre‐ sados por unidades discursivas que no perfilan un referente uni‐ tario, sino más bien un conjunto de relaciones. En estos últimos ca‐ sos que se encuentran en el terreno de la anáfora indirecta, la rela‐ ción que mantienen las EEDD con sus antecedentes es distinta de las de anáfora asociativa, que suelen interpretarse por inferencia a partir de relaciones semántico‐pragmáticas de meronimia, o de las anáforas de sentido, que aluden a un mismo tipo de entidad, pero a un distinto ejemplar. La caracterización más ajustada de la rela‐ ción indirecta que subyace a gran parte de las relaciones de etique‐ taje discursivo es la que ha proporcionado Schmid: la de identidad de experiencia (2000, 29), que consiste en que tanto la expresión anafórica (esto es, la ED) como el segmento más o menos difuso o complejo cuyo contenido condensa contribuyen a formar la repre‐ sentación mental de una misma experiencia real o virtual. Sin embargo, aunque Schmid identifica este tipo de relación con todos los casos de shell nouns (denominación que acuña este
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autor para el fenómeno del etiquetaje discursivo), el análisis pre‐ sentado en este capítulo indica que es más adecuado reservar esta relación para los casos en los que el antecedente de las EEDD no perfila una entidad anclada, es decir, para los casos en los que el antecedente es una cláusula no finita, una oración compleja, un conjunto de oraciones o párrafos presentados de forma continua o discontinua o el tópico general del texto (López Samaniego, 2013, 188). 3. LA ANÁFORA ENCAPSULADORA: DE LA CONTINUIDAD A LA CONS‐ TRUCCIÓN DEL REFERENTE Como se ha visto a lo largo de este capítulo, las EEDD pueden considerarse un tipo de mecanismo discursivo que establece con el segmento discursivo que activa la referencia una relación anafórica que puede calificarse de encapsuladora (o también conceptual, resu‐ mitiva o recapitulativa). El segmento del discurso que activa –de forma directa o indirecta– la referencia funciona como antecedente textual en el sentido en que se concibe este concepto desde los en‐ foques cognitivos (esto es, como un activador del antecedente) y es variable en cuanto a su complejidad estructural y capacidad refe‐ rencial. Teniendo en cuenta tal variabilidad, las relaciones de eti‐ quetaje discursivo pueden ubicarse a lo largo del continuo que se extiende entre la anáfora directa o correferencial y la indirecta. Como se ha tratado en el apartado 1.1, este último tipo, las relacio‐ nes de anáfora indirecta, comprende distintos tipos de relaciones semántico‐pragmáticas. Cuando las relaciones de etiquetaje discur‐ sivo son indirectas, el vínculo entre la ED y su antecedente puede definirse como identidad de experiencia (Schmid 2000). El análisis de la capacidad referencial de las unidades que pueden actuar como antecedentes de las EEDD (y, previsible‐ mente, también de otros mecanismos de encapsulación, como los pronombres neutros o las nominalizaciones) permite matizar algu‐ nas de las afirmaciones que se han realizado en la bibliografía exis‐ tente sobre el fenómeno. En primer lugar, la operación cognitiva de
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reificación (reifying) que Schimd atribuye a este mecanismo (§4.2, cap. 1) no se produce en los casos en los que el antecedente es un sintagma nominal con estructura predicativa, ya que el contenido de este tipo de antecedente se presenta ya bajo una forma nominal, esto es, como entidad unitaria y delimitada25. En segundo lugar, el análisis presentado también pone en cuestión –al menos en parte– la idea defendida por algunos autores de que el etiquetaje discursivo implica, a diferencia de las expresio‐ nes anafóricas que tienen como antecedente un sintagma nominal, la creación o construcción de nuevas entidades del discurso que no habían sido presentadas como tales (§2.2.). El análisis de las uni‐ dades que pueden funcionar como antecedente de las EEDD per‐ mite distinguir, de hecho, tres tipos de funcionamiento cognitivo de las EEDD, que pueden: (i) reactivar y categorizar un referente ya presentado; (ii) reificar y categorizar un referente presentado como proceso, una proposición; o bien (iii) construir un nuevo referente discursivo que condensa y resume una serie de eventos o proposiciones presentadas en el texto (López Samaniego, 2013, 90). El primer tipo de funcionamiento cognitivo se da cuando la ED encapsula un sintagma nominal con estructura predicativa, esto es, un antecedente de contenido predicativo ya reificado. En estos casos, la ED mantiene activo el referente en la memoria del destinatario y lo categoriza, condensando toda la información aportada por el segmento discursivo que activa su representación mental (esto es, los argumentos que se expresan en el SN complejo que funciona como antecedente, principalmente). El segundo tipo de funcionamiento de las EEDD se presenta cuando estas tienen como antecedente una cláusula con valor referencial, una proposición. En estos casos, en los que el antece‐ dente es una cláusula finita independiente o bien una cláusula finita dependiente que perfila un evento o una relación predicativa 25. Es natural que este autor no haya tenido en cuenta esta salvedad, ya que no considera en su estudio los casos en los que el antecedente es un sintagma nominal. Esta posibilidad puede haberse visto descartada de los estudios de este autor a causa de que estos se basan en búsquedas automáticas de determinados patrones de uso de las EEDD en grandes corpus.
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unitaria y anclada, la ED reactiva o mantiene activo un referente introducido en el texto mediante una cláusula, lo categoriza y lo (re)construye bajo una forma nominal, como entidad unitaria del discurso, lo reifica. Además de la operación realizada en el caso an‐ terior, en este tipo de relación encapsuladora, el emisor transforma un proceso o relación predicativa en una entidad participante en el discurso. Una última posibilidad de funcionamiento cognitivo de las EEDD es la que se da cuando el antecedente no perfila un evento unitario, sino (i) un tipo de evento, presentado mediante una cláu‐ sula no finita; (ii) una serie de eventos o de ideas relacionadas, presentadas en una o más cláusulas u oraciones; o (iii) un bloque informativo complejo, como el tema de uno o más párrafos o seg‐ mentos del texto. Es únicamente en estos casos en los que puede afirmarse claramente que, además de producirse una reificación del antecedente, la ED invita al destinario a construir un nuevo referente discursivo. Más aún, únicamente cuando el antecedente está formado por más de una cláusula u oración (incluyendo cuan‐ do se trata de uno o más párrafos o bloques informativos del texto) es cuando las EEDD funcionan propiamente como lo que algunos autores han denominado anáforas recapitulativas (Vivero García 1997) o resumitivas (Maillard 1974), esto es, cuando las EEDD deli‐ mitan el contenido de una serie de eventos o entidades complejas que se presentan en el discurso de forma continua o discontinua, lo reifican y lo categorizan como entidad unitaria. En conclusión, las EEDD se perfilan como un mecanismo de encapsulación anafórica que categoriza el contenido de una o más estructuras predicativas del discurso. En función del grado de complejidad estructural y de la capacidad referencial del antece‐ dente, pueden diferenciarse tres tipos de funcionamiento cognitivo de las EEDD, que van desde la continuidad referencial (con una recategorización o reconceptualización del referente reactivado) hasta la construcción de un nuevo referente discursivo a partir de la condensación y categorización de una serie de eventos o propo‐ siciones presentados en el texto, pasando por la reactivación y reifi‐ cación de un referente proposicional. Esta diversidad de posibles
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funcionamientos demuestra la amplia capacidad denotativa que poseen algunos de los nombres que actúan como EEDD, en espe‐ cial, los nombres de significado más vago o general, como cuestión, asunto o panorama, así como los axiónimos o nombres de actitud (§4.2, cap. 2), como problema, éxito o escándalo, que son los dos tipos de nombres que se emplean con mayor frecuencia en el corpus examinado para condensar el tópico general del texto.
CAPÍTULO IV
PATRONES DE USO DE LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS Como ya se establecía en el primer capítulo de este estudio, las etiquetas discursivas no constituyen una clase de sustantivos, sino una función discursiva. De ahí que resulte incompleta cual‐ quier definición del fenómeno que no incluya, también, la caracte‐ rización de los entornos discursivos en los que determinados nom‐ bres suelen funcionar como etiquetas discursivas, esto es, los pa‐ trones de uso de este mecanismo. De hecho, algunos de los autores que se han ocupado de analizar el fenómeno del etiquetaje discur‐ sivo ya han descrito algunos de sus patrones habituales de uso, que a menudo se han empleado para realizar búsquedas automá‐ ticas de ocurrencias de EEDD en grandes corpus. No obstante, estos patrones de aparición de las EEDD se han confeccionado des‐ de la bibliografía anglosajona y, en consecuencia, para la gramática de la lengua inglesa. El objetivo de este capítulo es doble. De un lado, se parte del examen de los patrones de aparición de las EEDD identificados para el inglés a fin de adaptarlos al español y analizar su validez para explicar el funcionamiento discursivo de las EEDD en esta última lengua. De otro lado, a partir del análisis manual del corpus de editoriales manejado en este estudio, se proponen algunos
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patrones de uso de este mecanismo que no han sido descritos por la bibliografía internacional hasta el momento, especialmente por lo que respecta a patrones discursivos, que representan el funcio‐ namiento del etiquetaje discursivo más allá de los límites de la ora‐ ción. El análisis permite ahondar en la definición del fenómeno presentada en el primer capítulo, así como facilitar las búsquedas en corpus de ocurrencias de este mecanismo en trabajos futuros. 1. PATRONES LÉXICO‐GRAMATICALES Cada vez son más los enfoques de estudio lingüístico que ponen de manifiesto la profunda imbricación que existe entre lé‐ xico y sintaxis, entre el significado y la estructura gramatical. En esa línea, en las últimas décadas, disciplinas como la lingüística cognitiva y la lingüística de corpus han abordado el estudio del léxico, atendiendo a la posición que las palabras ocupan en el dis‐ curso y a los patrones o estructuras en y con los que construyen su significado. Para referirse a la aparición frecuente de determinados elementos léxicos en entornos morfosintácticos más o menos prefijados, se han manejado multitud de expresiones, como amal‐ gamas, colocaciones, gestalt sintácticas, frases lexicalizadas, etc., acu‐ ñadas desde distintas disciplinas (López Ferrero 2012, 428)1. En concreto, la lingüística de corpus y la lingüística cognitiva, desde distintos enfoques teóricos, manejan dos términos que han tenido gran repercusión en la bibliografía y que son, hasta cierto punto, equivalentes (Hunston 2008, 291; Gries 2010, 335): el de patrón lé‐ xico‐gramatical y el de construcción gramatical, respectivamente. Desde la lingüística de corpus, una de las teorías que más han profundizado en la caracterización de la relación entre los ele‐ mentos léxicos y la estructura sintáctica es la gramática de patrones 1. Es importante diferenciar el tipo de estructuras parcialmente prefijadas aludidas por estos términos de las expresiones fijas o fraseología, cuya tradición como objeto de estudio lingüístico es bastante más antigua. A diferencia de las pri‐ meras, que nos ocupan aquí, las unidades fraseológicas no dependen de los prin‐ cipios básicos de organización del lenguaje (Hunston y Francis 2000, 21).
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(Pattern Grammar) que proponen Hunston y Francis (2000). Estas autoras parten de las afirmaciones realizadas por Sinclair (1991) sobre la estrecha asociación existente entre léxico y sintaxis. De acuerdo con este autor, el patrón o contexto gramatical en el que aparece una palabra polisémica permite diferenciar sus signifi‐ cados. A su vez, tal como ha demostrado la gramática de patrones, las palabras que suelen alternarse en un mismo patrón suelen com‐ partir uno o varios tipos de significado (Hunston y Francis 2000, 3). Este vínculo entre forma y significado fundamenta el con‐ cepto de patrón gramatical o léxico‐gramatical, que designa una com‐ binación relativamente frecuente y estable de palabras y estruc‐ turas que suelen asociarse a un determinado significado: The patterns of a word can be defined as all the words and structures which are regularly associated with the word and contribute to its meaning. A pattern can be identified if a combination of words occurs relatively frequently, if it is dependent on a particular word choice, and if there is a clear meaning associated with it. (Hunston y Francis 2000, 37) Existen dos perspectivas fundamentales para el estudio de estos patrones gramaticales: la que parte del léxico y se centra en describir los patrones en los que puede aparecer un determinado nombre; y la que parte de la gramática y tiene como objetivo deter‐ minar qué tipos de nombres tienden a aparecer en un determinado patrón. Cuando se hace referencia a nombres que pueden funcionar como EEDD, tal como se ha hecho repetidamente en este trabajo, de hecho, se está aludiendo a una serie de nombres que suelen apare‐ cer en determinados patrones discursivos. Si bien resulta imposible listar todos los nombres que pueden desempeñar esta función, como también es imposible inventariar de forma exhaustiva los nombres o las palabras que pueden aparecer en un determinado patrón (Hunston y Francis 2000, 107), parece más plausible enume‐ rar los entornos discursivos en los que un nombre puede presentar este funcionamiento, ya que las formas esquemáticas de represen‐ tar los patrones de uso de determinadas unidades lingüísticas per‐ miten realizar generalizaciones. Esta posibilidad de sistematizar los entornos discursivos en los que un determinado nombre puede
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actuar como ED es una de las principales motivaciones para tener en cuenta los patrones de uso a la hora de caracterizar este meca‐ nismo discursivo. Por su parte, la lingüística cognitiva no se acerca tanto a las combinaciones léxico‐gramaticales regulares desde las búsquedas en corpus, sino más bien desde uno de sus presupuestos funda‐ mentales, según el cual todas las unidades que son objeto de des‐ cripción lingüística pueden concebirse como correspondencias entre una forma y su significado. En lugar de definirse por su fre‐ cuencia de aparición en el discurso (como ocurre con los patrones léxico‐gramaticales), estas asociaciones de forma y significado, las construcciones, se caracterizan más bien por formar parte del cono‐ cimiento lingüístico del hablante, en el que se encuentran almace‐ nadas. Una definición del concepto de construcción ampliamente manejada en la bibliografía es la siguiente2: Any linguistic pattern is recognized as a construction as long as some aspect of its form or function is not strictly pre‐ dictable from its component parts or other constructions recognized to exist. In addition, patterns are stored as cons‐ tructions even if they are fully predictable as long as they occur with sufficient frequency. (Goldberg 2003, 219) La definición de Goldberg del concepto de construcción apro‐ xima esta noción teórica todavía más a los patrones léxico‐gra‐ maticales de la lingüística de corpus, ya que no solo tiene en cuenta que se trata de asociaciones de forma y significado, sino que añade el criterio de frecuencia en el uso. En ese sentido, las construccio‐ nes sintagmáticas definidas como combinaciones frecuentes de pa‐ labras asociadas convencionalmente a un significado son equipa‐ rables a los patrones léxico‐gramaticales. A pesar de la estrecha conexión que existe entre ambos conceptos teóricos, el volumen de
2. Una exhaustiva revisión crítica del concepto de construcción gramatical, así como de las teorías construccionistas en el ámbito internacional puede leerse, en es‐ pañol, en Gras (2010). Una revisión más condensada de las principales aportaciones de la gramática de construcciones, también en español, es la de Gonzálvez‐García (2012).
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estudios que analizan los entornos de aparición de las EEDD en tanto que patrones gramaticales es claramente superior al de los trabajos que caracterizan estos entornos desde una perspectiva construccionista3. Teniendo en cuenta la estrecha relación que existe entre forma y significado según enfoques como los mencionados, las caracte‐ rísticas semánticas que comparten la mayoría de los nombres que suelen funcionar como EEDD, así como el hecho de que se trate de una categoría funcional, deberían corresponderse con una cierta especialización en cuanto a los entornos discursivos en los que tales nombres desempeñan esta función. Además, tal como han de‐ mostrado los diversos estudios de patrones gramaticales reali‐ zados, sobre todo, desde la lingüística de corpus, estos patrones suelen ir asociados a determinadas funciones pragmáticas en el discurso, ya sean retóricas, informativas o interactivas. Todo ello explica el interés de diversos autores en representar los principales patrones en los que aparecen las EEDD. 1.1. Los patrones identificados por Schmid (2000) Una de las cuestiones que suelen plantearse los autores que trabajan con patrones o construcciones es cómo representarlos, es‐ pecialmente en aquellos casos en los que las representaciones de‐ ben ser parcial o totalmente esquemáticas porque contienen posi‐ ciones abiertas, que no pueden especificarse léxicamente. En la gra‐ mática de patrones, las posiciones abiertas o variables suelen re‐ presentarse mediante etiquetas de tipo categorial, que aluden a las
3. Hasta lo que sabemos, existen muy pocos trabajos que analicen alguno de los patrones de aparición de las EEDD desde la teoría construccionista cognitiva, como los de Schmid (2001, 2007) sobre el patrón the fact is that. El resto de los trabajos que atienden a este aspecto (Francis 1986, 27‐28 y 1993, 150‐154; Hunston y Francis 2000, 184‐188; Aijmer 2007, Aktas y Cortes 2008, Yamasaki 2008, Flowerdew 2010, López Ferrero 2012), incluidos los anteriores del propio Schmid (2000), adoptan la perspectiva teórica de la lingüística de corpus y se refieren a patrones gra‐ maticales o léxico‐gramaticales.
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clases de palabras (como verbo, adjetivo, determinante, etc.) o de re‐ laciones sintagmáticas (como cláusula o grupo nominal) y se com‐ binan con unidades específicas para los elementos que ocupan po‐ siciones cerradas, como la conjunción que o la preposición de. Los principales autores anglosajones que se han ocupado de proponer patrones de aparición de las etiquetas discursivas han manejado este tipo de representaciones. En la tabla 8 se presenta una adaptación al español de los cua‐ tro patrones léxico‐gramaticales de aparición de las EEDD iden‐ tificados por Schmid (2000) para el inglés a partir de un vaciado del célebre corpus COBUILD, elaborado en la Universidad de Birmingham. En esencia, estos mismos patrones son los que se describen y perfilan en otros trabajos que han atendido a las rela‐ ciones entre la función de las EEDD y sus entornos de aparición en el discurso (Aktas y Cortes 2008, Yamasaki 2008, Flowerdew 2010). Bajo cada adaptación al español se ofrece el patrón equivalente para el inglés propuesto por Schmid (2000) –entre corchetes– y, en la columna de la derecha, un ejemplo de cada uno, procedente del corpus de editoriales de prensa elaborado para el presente estudio:
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PATRÓN LÉXICO‐GRAMATICAL
EJEMPLO
A. [Shell noun + postnominal clause]
(1) Hasta mediados de 2009, todos los indica‐ dores irán a peor, desde el paro hasta las cuen‐ tas públicas, incluida paradójicamente la infla‐ ción. El desplome del IPC por efecto del hundi‐ miento de la demanda será más un signo de la extrema debilidad de la economía que de una inexistente salud competitiva de los mercados. El problema es [que esos indicadores van a seguir socavando la confianza de las familias y, con ello, las decisiones de gasto en consumo]. (2) Lo acordado en Poznan da verosimilitud a la idea de [que de Copenhague pueda salir el año próximo un conjunto de acuerdos que mejoren sustancialmente los de Kioto]. (3) Como ya ocurrió con la vacuna de la me‐ ningitis, [el efecto vecino hace que en cuanto una comunidad decide introducir una vacuna en su calendario, condiciona a todas las demás a hacer lo mismo para evitar acusaciones de pasividad]. El hecho de que una Comunidad tan importante como la de Madrid anunciara, por ejemplo, que vacunaría contra el virus del papiloma, acordara lo que acordara el consejo interterritorial, condicionó el debate de este organismo, en lo que constituye algo más que un síntoma de este mecanismo perverso.. (4) [Los tratamientos de la recesión gozan de un amplio consenso entre las economías de uno y otro lado del Atlántico. En Estados Unidos, la nueva Administración de Barack Obama pondrá en marcha probablemente ambiciosos programas de gasto fiscal; en Europa, Reino Unido y Alemania transitan por la misma senda. Es por la que debería circular la política económica española; pero aquí la licitación pública no sólo no ha aumentado, sino que está congelada]. [Ø] Es una razón más para suponer que la recesión en España será más duradera.
B. [Shell Nphrase + be + complementing clause]
C. [Referring item + (premod) + shell noun]
D. [Referring item as subject + be + shell noun]
Tabla 8 Patrones léxico‐gramaticales de uso de las EEDD (adaptado de Schmid 2000, 22)4
4. Los ejemplos proceden de los siguientes textos del corpus de editoriales de El País: “Lo peor de la recesión”, 3/12/2008 (1); “A la espera de Obama”, 12/12/2008 (2); “Mecanismo perverso”, 21/11/2010 (3); y “Empieza la recesión”, 14/11/2008 (4).
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Igual que ocurre en inglés, los patrones ejemplificados en la tabla presentan variantes estructurales en español. Algunas de ellas se han reflejado en la propia representación de los patrones, como las formas que pueden alternarse (indicadas mediante ba‐ rras) o bien la opcionalidad de aparición de algunos componentes (entre paréntesis). Además, aunque no se refleja en la tabla, las oraciones completivas de los patrones A y B, que constituyen el an‐ tecedente textual o contenido encapsulado por la ED que los pre‐ cede (entre corchetes en la tabla), pueden ser (i) oraciones con verbo en forma personal, introducidas por la conjunción subordi‐ nante que (declarativas), por la conjunción si o por un pronombre interrogativo (interrogativas); o bien (ii) oraciones sustantivas de infinitivo. Asimismo, el determinante anafórico del patrón C pue‐ de ser un demostrativo (este, ese), un artículo definido (el), un po‐ sesivo (su), o incluso puede ser un adjetivo determinativo (otro, semejante, etc.). De acuerdo con los principios propuestos por la gramática de patrones, la estructura gramatical de estos patrones se corresponde con las relaciones semánticas de identidad y de especificación que existen entre la ED y el segmento del discurso cuyo contenido encapsula. Así, en los patrones A y D, la relación de identidad se realiza sintácticamente mediante estructuras atributivas; en el pa‐ trón B, la necesidad de concretar el significado de estos nombres se corresponde con la aparición de complementos nominales especi‐ ficativos; y en el patrón C es un determinante definido el que recu‐ pera anafóricamente el antecedente de la ED, expresado en un seg‐ mento previo del discurso. Como puede observarse, las principales diferencias entre los patrones del español y los del inglés, en lo que a su representación formal se refiere, tienen que ver con la mayor obligatoriedad de la aparición de los determinantes y con la posi‐ bilidad de elidir el sujeto en español (patrón D). Los subapartados que siguen se dedican a caracterizar por separado cada uno de es‐ tos patrones según la gramática del español.
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1.1.1. : el hecho es que… El patrón A, , forma parte de las que en español se han descrito como oraciones copulativas identificativas de tipo especificativo como la verdad es que…, ¿Cómo es que…? o lo cierto es que…, todas ellas seguidas de cláusula. Se trata de construcciones que poseen (i) sujetos elípticos o de significado muy esquemático –como las EEDD– que se re‐ lacionan necesariamente con una información o un estado de cosas que aparece en el contexto comunicativo o discursivo y (ii) una cláusula completiva que sigue al verbo copulativo y especifica el significado del sujeto, facilitando así la identificación de su refe‐ rente (Fernández Leborans 1992, 226; España 1996, 131)5. Estas ora‐ ciones copulativas han recibido el nombre de especificativas, ya que el elemento que encabeza la estructura –un pronombre o un nom‐ bre que funciona como ED– anticipa y, en el caso de que posea sig‐ nificado léxico, conceptualiza el contenido proposicional que su‐ cede al verbo copulativo. Tal como ha indicado Bosque, se trata de «construcciones de predicación catafórica», en las que «el núcleo del sujeto se recupera en el núcleo del predicado» (1993, 28). Algunos autores precisan todavía más la denominación de es‐ tas estructuras y las denominan especificativas inversas (Fernández Leborans 1991 y 1999b, 2398‐2420), poniendo de relieve otra carac‐ terística peculiar del patrón: si bien, desde el punto de vista sin‐ táctico, la cláusula principal es la inicial –la que contiene la ED y el verbo copulativo–, la carga informativa recae en la cláusula com‐ pletiva, que especifica el significado de la ED. De ahí que algunos autores hayan considerado que esta última cláusula constituye, en
5. Por razones de claridad expositiva, nos referimos aquí al sintagma que aparece en posición precopular como sujeto y a la cláusula postcopular como atributo, a pesar de que diversos autores han aportado argumentos que ponen se‐ riamente en duda que esta sea la distribución argumental de estas construcciones. Para más información sobre esta postura que considera que esta estructura presenta un sujeto posverbal y un atributo antepuesto, puede verse Fernández Leborans (1991 y 1999b, 2411) y RAE y AALE (2009, §37.5k‐37.5m).
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rigor, el sujeto lógico (pospuesto) de la construcción. De hecho, el escaso valor informativo de la cláusula principal explica que, a me‐ nudo, sea posible eliminarla sin alterar demasiado el significado de la oración, como se muestra a partir del ejemplo de (1), que se recu‐ pera a continuación: (1bis) Hasta mediados de 2009, todos los indicadores irán a peor, desde el paro hasta las cuentas públicas, incluida paradójicamente la inflación. El desplome del IPC por efecto del hundimiento de la demanda será más un sig‐ no de la extrema debilidad de la economía que de una inexistente salud competitiva de los mercados. (El pro‐ blema es que) Esos indicadores van a seguir socavando la confianza de las familias y, con ello, las decisiones de gasto en consumo. Como puede observarse en el ejemplo, no es solo que la carga informativa recaiga sobre el elemento que ocupa la posición posco‐ pular tradicionalmente reservada al atributo, sino que, además, el SN que precede al verbo copulativo y contiene la ED es, propia‐ mente, el grupo nominal que posee el valor predicativo o atribu‐ tivo (Fernández Leborans 1999b, 2398), tal como se muestra al in‐ vertir el orden de las dos estructuras nominales que componen el patrón: que esos indicadores van a seguir socavando la confianza de las familias y, con ello, las decisiones de gasto en consumo ES UN PROBLEMA. En cuanto a la posibilidad de eliminar la cláusula principal que contiene la ED, en ejemplos como el de (1bis) puede compro‐ barse que esta transformación no altera la gramaticalidad del frag‐ mento ni, a grandes rasgos, su interpretación. Ahora bien, lo ante‐ rior no es cierto del todo o no es cierto en todos los casos, ya que algunas EEDD pueden eliminarse con mayor facilidad que otras. Así, por ejemplo, EEDD con un significado conceptual muy gene‐ ral, como cosa, punto o cuestión, pueden eliminarse sin implicar prácticamente cambios de significado (Schmid 2000, 334); en cam‐ bio, la eliminación de EEDD más informativas, como el problema afecta, si no tanto al significado del fragmento, sí a la dinámica discursiva. Como se tratará con mayor detalle en el próximo capí‐ tulo (§2.2.2), algunas de las EEDD que aparecen en estos patrones
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poseen valor conectivo. Así, por ejemplo, la ED problema, en (1), permite al escritor presentar el contenido proposicional que intro‐ duce, sobre el socavamiento de la confianza de las familias, como un problema o un hecho susceptible de empeorar la grave situa‐ ción económica presentada con anterioridad. En otros términos, el segmento eliminado en la versión de (1bis) explicita al lector el modo en que debe interpretar el seg‐ mento que introduce, esto es, actúa a modo de condicionante inter‐ pretativo y, al mismo tiempo, indica qué relación mantiene el miembro que introduce con un miembro discursivo anterior. Dado que el significado que aporta este segmento es, fundamentalmente, procedimental, puede eliminarse, al igual que ocurre con gran par‐ te de los elementos de significado procedimental, como los marca‐ dores del discurso o las partículas discursivas. No obstante, su eli‐ minación comporta, igual que ocurre en los casos mencionados, un aumento del esfuerzo interpretativo por parte del lector, que debe ser capaz de interpretar la relación de sentido que existe entre la cláusula destacada en negrita y las oraciones precedentes. Además de este posible valor conectivo, la inclusión del nom‐ bre que funciona como ED ante la cláusula completiva tiene otro efecto, en este caso, en la estructura informativa del texto: permite situar toda la información contenida en la cláusula completiva en la posición posverbal, propia del foco o relieve informativo (rema en la tradición hispánica)6. En efecto, tal como ha puesto de relieve Schmid, este patrón atributivo tiene una función focalizadora, por cuanto la ED se coloca en primera posición para llamar la atención del receptor sobre el contenido de la cláusula completiva (2000, 332; 2001, 1535).
6. El concepto de foco manejado por Schmid difiere del que suele manejarse en la bibliografía hispánica, ya que se emplea como ‘foco neutro o informativo’, es decir, para aludir a la información nueva, no presupuesta o destacada, que ocupa normalmente la segunda posición de una predicación. Este es el sentido en el que este término se emplea habitualmente en la tradición funcionalista anglosajona (Hidalgo Downing 2003, 63), aunque la tradición hispánica suele preferir para este sentido la noción de rema.
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Otro aspecto derivado de esta ordenación de los componentes del patrón y relacionado con la estructura informativa es que, aun‐ que la ED anuncia catafóricamente la aparición de un nuevo refe‐ rente, aparece en posición temática e integrada en un SN definido; en consecuencia, el emisor presenta la información codificada en el nombre como accesible o presupuesta. Esta presuposición actúa en dos sentidos. Por una parte, el emisor presupone la existencia de la información proporcionada por la ED, es decir, en el ejemplo co‐ mentado, se presupone que hay un problema7. Por otra parte, se presupone, también, que la información está, de algún modo, acti‐ vada en el conocimiento de los interlocutores, esto es, en el ejemplo de (1), que los interlocutores son conscientes de que lo que va a es‐ pecificarse es un problema8. Tal como ha propuesto Schmid, ambas presuposiciones permiten al emisor introducir sus valoraciones sobre el contenido de la cláusula de forma sutil y encubierta, con cierto «efecto objetivador» (2001, 1539‐1540). Además de las dos presuposiciones mencionadas, puede identificarse, incluso, un tercer valor presuposicional no advertido por Schmid. Gracias a la presuposición de unicidad codificada en el significado procedimental del determinante definido (Prince 1981, 244), en ejemplos como el de (1), el emisor presenta al desti‐ natario el contenido que introduce no solo como un problema, sino, además, como el único problema relevante, o el más importante, en el contexto establecido por el contenido proposicional anterior. En algunos casos, pues, el valor focalizador de este patrón puede indi‐ car no solo una focalización informativa, sino incluso un foco con‐ trastivo, cuando el contenido avanzado por la ED se destaca frente 7. Las presuposiciones existenciales son aquellas que van ligadas al empleo de expresiones referenciales definidas y que «dan por sentada la existencia de lo denotado en una representación mental –no en la realidad– que se encuentra acce‐ sible en la memoria» (Portolés 2004, 131). Un ejemplo clásico es que una frase como El rey de Francia es calvo invita al destinatario a presuponer que existe un rey de Francia. 8. Schmid (2001, 1545) indica, citando el trabajo de Prince (1978, 903), que estos patrones presentan la información contenida en el nombre, más que como da‐ da en el texto (given), como conocida (known), esto es, representada como factual y como conocida y compartida por ciertas personas, incluyendo al emisor.
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a una serie de alternativas explícitas o convocadas de forma infe‐ rencial, a las que se opone (‘el problema es este (y no otro)’)9. Por último, cabe indicar que este es el único patrón de uso de las EEDD que ha sido analizado desde una perspectiva cons‐ truccionista. En concreto, Schmid (2007) ha advertido que, en al‐ gunos casos, la interpretación de estos patrones puede presentar significados no predictibles o emergentes, que no pueden expli‐ carse a partir de la suma de los significados de sus componentes. En el caso del español, algunos de los nombres que encabezan estos patrones, como hecho, también han experimentado una ate‐ nuación de su significado léxico en favor del desarrollo de un sig‐ nificado diferente. A falta de ejemplos de esta construcción en combinación con el nombre hecho en el corpus de editoriales que se viene manejando, la afirmación anterior se ilustra con un ejemplo procedente del corpus CREA, en el que la construcción destacada presenta un valor adversativo que podría parafrasearse como ‘hay que reconocer que…’: (5) Si los estadounidenses están especialmente resentidos con los dirigentes franceses, es porque consideran que, frente a una apuesta desde su punto de vista vital, París ha desempeñado activamente una campaña internacional contra ellos. (…) De pronto, incluso un hombre tan racio‐ nal y competente como Henry Kissinger acusa a Europa de querer construirse contra Estados Unidos, y no está lejos de animar, al menos implícitamente, a quienes en Washington se sienten tentados de hacer a partir de aho‐ ra del ʺdivide y vencerásʺ el eje central de la política europea de la superpotencia. Los tres países europeos más importantes ven de otra forma los acontecimientos. Dejando aparte el estilo o la táctica, el hecho es que Francia
9. Este tipo de foco ha sido descrito en la bibliografía en español por autores como Gutiérrez Ordoñez (1997/2000, 33 y ss.), Zubizarreta (1999, 4228 y ss.) o Portolés (2004, 276). Para la diferenciación entre foco contrastivo y foco informativo (rema), véase Portolés (2010, 294 y ss.).
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ha mantenido una lucha honorable por un principio: el respeto a las reglas del juego. (El País, 20/06/2003, CREA) Así pues, también en español el patrón A puede considerarse una construcción gramatical en el sentido en que estas son defi‐ nidas por Goldberg, ya que presenta, en algunos casos, signifi‐ cados emergentes que no pueden explicarse composicionalmente. No obstante, conviene precisar que, al igual que ocurre en inglés (Aijmer 2007, 45), la pérdida de significado de la ED para adquirir nuevos valores de tipo pragmático se da solo en algunas ocu‐ rrencias de este patrón, únicamente cuando aparecen determi‐ nados nombres, como hecho, ejemplificado en (5), verdad (Santos Río 2003, s.v. la verdad es que), caso o cuestión10. 1.1.2. : la idea de que… En el patrón , al igual que ocurría en el patrón descrito en el apartado anterior, la ED anuncia o anticipa de modo catafórico el contenido de una ora‐ ción completiva, que actúa, en este caso, como complemento del nombre. Al igual que sucedía con el patrón A, la ED determina el estatuto conceptual de la información contenida en el fragmento que sigue (Schmid 2000, 315‐316). Por ese motivo, también en este caso puede eliminarse la etiqueta discursiva: (2bis) Lo acordado en Poznan da verosimilitud a la idea de [que de Copenhague pueda salir el año próximo un conjunto de acuerdos que mejoren sustancialmente los de Kioto]. El significado que aporta la ED es, de nuevo, menos infor‐ mativo que el de la cláusula que introduce y actúa, igual que suce‐ día con el ejemplo comentado en el epígrafe anterior, como condi‐ 10. Fuentes ha descrito expresiones conectivas de este tipo, como el caso es que, la cuestión es que o la verdad es que como cláusulas «con valor restrictivo», «que in‐ dican un contraste o una objeción en sentido puro» (1987, 136).
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cionante interpretativo, que proporciona el sentido en el que cabe interpretar la cláusula, de significado específico, que complementa al nombre. En cambio, en este caso resulta más difícil que en el del patrón anterior atribuir la presencia de la ED a una función foca‐ lizadora, ya que este patrón B, de carácter nominal, puede aparecer tanto en posición temática como en posición remática –como en el ejemplo–. En este caso, además del deseo de guiar la interpre‐ tación, otro de los motivos que pueden aducirse para explicar la presencia de EEDD como idea es de tipo sintáctico: la tendencia general que presentan los hablantes a convertir oraciones de ca‐ rácter predicativo, pero sintácticamente sustantivas, en sintagmas nominales (Francis 1993, 154)11. En español, este patrón se ha estudiado esencialmente en relación con la alternancia del modo verbal en la subordinada com‐ pletiva. Con este objetivo, diversos autores han tratado de describir los nombres que suelen aparecer en este patrón y los tipos de relaciones, argumentales o apositivas, que estos mantienen con la cláusula que los complementa. Acerca del tipo de nombres que suelen aparecer en esta estructura, Demonte (1977, 119) los clasifica en dos, siguiendo un criterio esencialmente morfológico: por una parte, nombres «que tienen un correlato en verbos que rigen subor‐ dinadas sustantivas», que en el apartado 3.2.1, cap. 1, se han des‐ crito como nominalizaciones; y, por otra, nombres que «parecen de‐ signar una noción más o menos abstracta, resumen, quizá, del sig‐ nificado de la subordinada que sigue», grupo que parece incluir los que en el presente estudio se han clasificado, siguiendo a Leonetti (1999b), como nombres con estructura argumental inherente y nombres generales que se especifican por cláusula. Por lo que respecta a las cláusulas completivas que aparecen en la posición de complementos de estos nombres, es importante destacar que pueden presentar un doble funcionamiento, sintáctico y semántico. Tal como ha indicado Leonetti (1993, 35‐36), tales
11. De acuerdo con Leonetti (1999b, 2101), esta tendencia presenta restriccio‐ nes semánticas, ya que solo es posible nominalizar de este modo cláusulas que aparecen en predicados factivos.
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cláusulas pueden ser argumentales, cuando expresan alguno de los argumentos exigidos semánticamente por el nombre (6a); o bien pueden comportarse como aposiciones, cuando aportan informa‐ ción que no está exigida semánticamente por el nombre y mantie‐ nen con este una relación de identidad o equivalencia (6b)12: (6a) [Los altos cargos del PP] Incluso previeron las consecuen‐ cias de que alguno de los trasladados tuviera naciona‐ lidad europea. (El País, 1/12/2008, “Cómplices de la ver‐ güenza”) (6b) Incluso previeron para el caso de que alguno de los tras‐ ladados tuviera la nacionalidad europea la consecuencia de [que se le ofrecería un pasaporte falso para ocultar su identidad]. Tal como se muestra en la marcación de los ejemplos, la di‐ ferencia entre la función argumental y apositiva de la cláusula completiva es fundamental para establecer en qué ocurrencias de este patrón dicha cláusula concreta el contenido avanzado por el núcleo nominal y en cuáles introduce otro tipo de contenido. En efecto, la cláusula completiva solo especifica el significado del nombre, que funciona como ED, cuando mantiene una relación apositiva de identidad con el nombre13. En el ejemplo de (6b), construido a partir de (6a), la cláusula completiva delimitada entre corchetes funciona a modo de aposición del nombre, ya que existe una identidad o equivalencia de significado entre ambos elemen‐ tos. En cambio, en el ejemplo de (6a) no existe entre el nombre y la cláusula esta relación de identificación por especificación, sino que la cláusula completiva expresa un argumento del nombre; en este caso, la [Causa], el elemento o entidad que provoca la consecuencia mencionada. La prueba de que las dos relaciones descritas entre el nombre y la completiva presentan diferencias relevantes es que, en 12. Francis (1993, 150‐152) también ha advertido, para el inglés, la necesidad de distinguir las relaciones apositivas expresadas por las cláusulas completivas de otro tipo de relaciones que pueden expresar estas cláusulas, como las de causalidad. 13. Esta relación apositiva es indirecta, puesto que aparece mediada por la preposición de.
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el ejemplo de (6b), tal relación puede parafrasearse mediante una estructura copulativa, posibilidad que proporciona un resultado incomprensible (o, cuanto menos, distinto del significado de la fra‐ se original) en el caso de (6a): (6a) ¿? La consecuencia es que alguno de los trasladados tu‐ viera nacionalidad europea. (6b) La consecuencia es que se le ofrecería un pasaporte falso para ocultar su identidad. La prueba anterior justifica la necesidad de distinguir entre los dos tipos de relaciones comentadas que, de hecho, no son sin‐ tácticamente tan distintas entre sí. Como indica Leonetti (1993, 36), siguiendo a Grimshaw (1990), lo que suele ocurrir, en realidad, en el caso de las completivas apositivas que complementan a nombres con estructura argumental (6b) es que uno de los argumentos in‐ ternos del nombre, a menudo el de [Tema], coincide con la denota‐ ción del nombre, de modo que, en rigor, se trata de «completivas apositivas dependientes del nombre», que presentan alguna pro‐ piedad característica de las completivas argumentales, pero funcio‐ nan semánticamente como apositivas. Cabe precisar que la doble posibilidad de funcionamiento de las completivas que complementan a nominalizaciones y a nom‐ bres con estructura argumental no se presenta en el caso de los nombres generales sin estructura argumental, como hecho, que solo admiten completivas con función apositiva. Por tanto, los nombres de este segundo tipo (sin estructura argumental) funcionan siem‐ pre como EEDD cuando actúan como núcleo de estos patrones, ya que avanzan la conceptualización del contenido proposicional ex‐ presado en la oración completiva apositiva14; en cambio, los nom‐
14. La descripción de estos nombres que no seleccionan argumentos que pro‐ porcionan las gramáticas del español se aproxima, de hecho, a la caracterización del concepto de etiqueta discursiva que se ha trazado en este trabajo, dado que se presentan como nombres «que determinan clases semánticas de predicados» (Leonetti 1993, 24), que «reflejan y resumen el contenido semántico de la subor‐ dinada» (Leonetti 1999b, 2100), y que actúan como «comodín conceptual que re‐ sume la oración sustantiva» (Borrego, Gómez Asencio y Prieto 1985, 111).
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bres que tienen estructura argumental no siempre funcionan como EEDD en estos patrones15, sino únicamente cuando la cláusula que los complementa actúa, semántica o sintácticamente, como una aposición (6b), o bien cuando en otro segmento del texto (ajeno al patrón nominal aquí descrito) se concreta el significado del nom‐ bre, tal como se muestra en el ejemplo de (7): (7) La explicación de que suspendas siempre es [que no te preocupas por entender bien la asignatura]. En este ejemplo, extraído de Leonetti (1999b, 2090), la cláusula que suspendas siempre no especifica el significado del nombre expli‐ cación, sino que desarrolla uno de sus argumentos (el aspecto expli‐ cado)16, pero la explicación en sí se desarrolla por extenso más adelante, en el miembro del discurso subrayado tras la aparición del verbo ser, de modo que en este ejemplo, el nombre explicación funciona como ED enmarcada en el patrón A, descrito en el epí‐ grafe anterior. De hecho, la similitud entre el patrón B y el patrón A es no‐ table. Una muestra es que Rigau (1999, 353) denomina atributiva al tipo de relación en la que una cláusula completiva funciona como aposición de un nombre (como las ejemplificadas en (2) y en (6b)), para distinguirla de la relación predicativa que se establece entre 15. Al menos, no como EEDD cuyo contenido se desarrolla en el texto, ya que expresiones nominales como las consecuencias en el ejemplo de (6a) pueden funcio‐ nar, tal como indican algunos autores, como EEDD exofóricas. 16. Algunos autores que se han ocupado de los nombres que funcionan como EEDD han incurrido en inexactitudes derivadas de no tener en cuenta la diferencia entre los dos tipos de completivas advertida aquí. Es el caso, por ejemplo, de Flowerdew (2010, 40), que considera el siguiente un ejemplo de sus signalling nouns: a “consideration” [of the sanctity and value of human life]. A nuestro modo de ver, el segmento entre corchetes no puede considerarse el antecedente (o, en rigor, conse‐ cuente) textual del nombre en negrita, tal como indica el autor, sino que tal seg‐ mento expresa el papel temático [Tema] correspondiente al complemento directo del verbo del que deriva el nombre consideración (‘alguien considera [la santidad y el valor de la vida humana] como…’). La ausencia, en este caso, de relación apositiva de identidad se observa al tratar de establecer una relación de identidad entre el nombre y su complemento: ¿? la santidad y el valor de la vida humana ES una consi‐ deración.
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los nombres con estructura argumental y sus argumentos, como la ejemplificada en (6a) y (7). Se trata, en rigor, de una estructura atributiva presupuesta (Schmid 2001), ya que sintagmas nominales como el del ejemplo (2), la idea de que de Copenhague pueda salir el año próximo un conjunto de acuerdos que mejoren sustancialmente los de Kioto, equivalen a una estructura atributiva del tipo: Que de Copenhague pueda salir el año próximo un conjunto de acuerdos que me‐ joren sustancialmente los de Kioto ES una idea. Además de las similitudes con el patrón A, estos patrones apositivos pueden equipararse también con las estructuras de valo‐ ración enfática del tipo el tonto de Juan, como acertadamente ha in‐ dicado Gutiérrez Ordóñez (1997/2000, 38), que denomina a estas estructuras enfáticas «adyacentes nominales atributivos», dado que también presuponen una lectura atributiva (Juan ES tonto)17. En efecto, tanto en estas estructuras de valoración enfática como en el patrón B la expresión que actúa como complemento del nombre (la cláusula completiva o el sintagma preposicional de Juan) es real‐ mente el componente que aporta el contenido semántico funda‐ mental. Ambas estructuras presentan una inversión del orden sin‐ táctico esperado, ya que el nombre que actúa como ED no desem‐ peña el papel esperable de atributo (Que Juan ha suspendido es un hecho; Juan es tonto), sino de núcleo de un SN complementado por un adyacente nominal con mayor capacidad referencial (de Juan o que Juan ha suspendido). Esta inversión de posición de un primitivo atributo que pasa a ocupar una posición de sujeto se observaba también en los patrones tratados en el epígrafe anterior: el problema es que Juan ha suspendido → que Juan ha suspendido es un problema. En definitiva, el patrón mantiene un gran número de semejanzas con el patrón A (); a saber: (i) la ED y la su antecedente textual (en este caso, en rigor, su conse‐ cuente) aparecen en la misma cláusula; (ii) el nombre que actúa
17. Estas estructuras han recibido también la atención de la bibliografía his‐ pánica en trabajos como el de Fernández Leborans (2002‐2004) y los estudios allí citados, así como de la última gramática académica (RAE y AALE 2009, §43.5i‐j).
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como ED tiene, en ambos casos, un funcionamiento catafórico o prospectivo; (iii) el nombre puede eliminarse en los dos patrones sin afectar a la gramaticalidad del patrón ni, a grandes rasgos, al contenido proposicional; (iv) existe contenido presuposicional vinculado a ambas estructuras; y (v) en ambos patrones solo pue‐ den aparecer nombres que puedan predicarse de proposiciones (RAE y AALE 2009, §12.13p), esto es, nombres que pueden funcio‐ nar como etiquetas discursivas. Como diferencia entre ambos, puede mencionarse que, al tratarse de un patrón nominal, no ora‐ cional, este patrón B presenta movilidad dentro de la oración, de modo que puede aparecer tanto en posición temática como en po‐ sición remática o de relieve informativo. 1.1.3. : este mecanismo perverso El patrón C, , es el que la bibliografía coincide en proponer como ejemplo proto‐ típico de la función cohesiva de las EEDD, por su capacidad para recuperar el contenido de segmentos discursivos más complejos, situados en cláusulas, oraciones o párrafos previos. De hecho, en este patrón, la ED puede emplearse para recuperar información mencionada a cierta distancia, como se observaba en el ejemplo (3), que se repite a continuación: (3bis) Como ya ocurrió con la vacuna de la meningitis, [el ʺefecto vecinoʺ hace que en cuanto una comunidad decide introducir una vacuna en su calendario, condi‐ ciona a todas las demás a hacer lo mismo para evitar acusaciones de pasividad]. El hecho de que una Co‐ munidad tan importante como la de Madrid anuncia‐ ra, por ejemplo, que vacunaría contra el virus del pa‐ piloma, acordara lo que acordara el consejo inter‐ territorial, condicionó el debate de este organismo, en lo que constituye algo más que un síntoma de este me‐ canismo perverso.
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La posibilidad de recuperar el contenido de segmentos dis‐ cursivos distantes se explica porque este patrón contiene un doble lazo cohesivo que establece, por una parte, el determinante anafó‐ rico, y por otra, la etiqueta discursiva. En cuanto a su posición en el discurso, a pesar de que la bibliografía anglosajona ha indicado que la ED suele aparecer en posición inicial o cuasi‐inicial de ora‐ ción (Schmid 2000, 330) e incluso, a menudo, a inicio de párrafo (Francis 1986, 99), lo cierto es que también puede aparecer con cier‐ ta frecuencia en otras posiciones, como muestra el ejemplo, en el que la ED aparece en posición final de oración, desempeñando la función de complemento del nombre. Además de su capacidad cohesiva, el patrón C presenta otra característica que lleva a considerarlo como patrón prototípico de uso de las EEDD: es el patrón con el que pueden combinarse más fácilmente todos los nombres que pueden funcionar como EEDD (Schmid 2000, 310), ya que los dos patrones anteriores tienden a combinarse especialmente con determinados nombres en parti‐ cular. Este patrón C se diferencia, también, de los dos anteriores por el tipo de determinante que lo introduce: mientras que los patrones A y B suelen ir introducidos por un artículo definido o por un posesivo, los nombres que funcionan como EEDD tienden a combinarse con determinantes demostrativos, tal como ha indi‐ cado de forma recurrente la bibliografía (Francis 1986; Conte 1996, 1; Marinkovich 2005, entre otros), que se ha centrado, mayorita‐ riamente, en analizar el comportamiento de las EEDD que apa‐ recen en este patrón C. No obstante, cabe precisar que esta última afirmación raramente ha sido respaldada por análisis cuantitativos de corpus. Una última diferencia con respecto a los patrones ante‐ riores es la dirección de la referencia: si bien los patrones A y B son catafóricos, el patrón C es anafórico.
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1.1.4. : (esta) es una razón El patrón D, , puede considerarse como un patrón híbrido a medio camino entre el pa‐ trón copulativo A () y el anafórico C (), tal como los propone Schmid (2000, 23). En efecto, el patrón D consta, al igual que el patrón C, de un elemento anafórico –por lo general, demostrativo, aunque también puede tratarse de una elisión– y de un verbo copulativo, como el patrón A. Sin em‐ bargo, el patrón presenta diferencias notables con respecto de los anteriores patrones anali‐ zados, que se derivan, fundamentalmente, de dos aspectos: el pa‐ pel del demostrativo y la posición de atributo que ocupa la ED. Sobre el papel del demostrativo, cabe destacar que, en este patrón, no aparece seguido de un nombre, al menos, no directa‐ mente, por lo que cabe plantearse si funciona como determinante o como pronombre. Aunque la ausencia de un complemento nomi‐ nal parece apuntar a la segunda opción, algunos autores defienden que el nombre que actúa como ED en esta estructura complementa al demostrativo que aparece en posición inicial (Francis 1986, 27‐ 28; 1994, 97), en tanto que otros se refieren a este demostrativo co‐ mo pronombre (Schmid 2000, 23; Yamasaki 2008, 82). Los autores que optan por la primera opción parecen seguir la postura defen‐ dida por Ribera (2007, 155) consistente en considerar que, en es‐ tructuras como la representada mediante el patrón D, el demos‐ trativo actúa como determinante de un sustantivo elíptico que se interpreta a partir del SN que aparece tras el verbo copulativo (esta Øi es una razóni…). Sin embargo, esta explicación no puede soste‐ nerse para los casos en los que en español se emplea un pronombre neutro. En estos usos neutros, el demostrativo debe considerarse necesariamente pronombre, ya que no puede defenderse la exis‐ tencia de una categoría nominal elíptica, como ocurre en el siguien‐ te ejemplo:
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(8) [La fotografía se inventa casi simultáneamente en varios países]; ESTO es un indicio de su necesidad (Corpus CREA, Universo Fotográfico. Revista de Fotografía, nº 2, 05/2000) Como se observa en el ejemplo, cuando el pronombre que introduce el patrón es neutro, no puede defenderse la existencia de un nombre elíptico y tampoco la idea de que el sintagma que con‐ tiene la ED (destacado en cursiva) complementa al demostrativo, ya que este funciona necesariamente como pronombre que recu‐ pera el contenido de un segmento previo (el destacado entre cor‐ chetes). Tampoco puede defenderse en español la interpretación de que el sintagma en el que aparece la ED es un complemento nomi‐ nal del sujeto cuando este es una elisión, posibilidad que tampoco se presenta en inglés, pero que sí es habitual en la gramática del español. Un ejemplo es, precisamente, el que aparecía en la Tabla 8 como ejemplo (4): (4bis) [Los tratamientos de la recesión gozan de un amplio consenso entre las economías de uno y otro lado del Atlántico. En Estados Unidos, la nueva Administración de Barack Obama pondrá en marcha probablemente ambiciosos programas de gasto fiscal; en Europa, Reino Unido y Alemania transitan por la misma senda. Es por la que debería circular la política económica española; pero aquí la licitación pública no sólo no ha aumentado, sino que está congelada]. [Ø] Es una razón más para suponer que la recesión en España será más duradera. En español, parece previsible que lo que podríamos llamar encapsulación cero (Ø) aparezca a menudo como sujeto elíptico en este patrón. Otra posibilidad observada en el corpus de editoriales de prensa examinado es que, en lugar del verbo copulativo, apa‐ rezca el verbo tratarse en su uso pronominal (Se trata de…). Este verbo da lugar a construcciones peculiares ya que, si bien no ad‐ mite sujeto, se interpreta siempre en relación con el enunciado pre‐ vio; de ahí que algunos autores hayan defendido que posee cierto valor anafórico (Fernández Soriano y Táboas 1999, 1773).
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En suma, si bien la consideración de los demostrativos mas‐ culinos o femeninos como determinantes podría explicar por qué el que el género del demostrativo depende del SN que sigue al verbo (ESTE es UN PROBLEMA GRAVE. / ESTA es UNA EXPLICACIÓN PLAUSIBLE), el resto de las ocurrencias de este patrón, en las que el demostrativo es neutro o se encuentra elidido, no pueden expli‐ carse del mismo modo. Teniendo en cuenta que los casos de con‐ cordancia entre el demostrativo y el nombre que actúa como atri‐ buto pueden explicarse, también, por la naturaleza de las estruc‐ turas copulativas, en las que el sujeto tiende a concordar con el atributo, parece más adecuado explicar el sujeto de este patrón co‐ mo un pronombre demostrativo en todos los casos, pronombre que puede ser neutro (como le corresponde, en rigor, dado que suele encapsular una o más predicaciones anteriores), o bien concordar con el sintagma nominal que funciona como atributo18. En cuanto a la posición de atributo o remática que ocupa la ED en este patrón, este es un aspecto que resulta bastante más pro‐ blemático. Schmid (2000, 309) caracteriza la función discursiva de este patrón como el deseo de caracterizar una idea, expuesta pre‐ viamente, de un modo determinado. De ahí que la posición de atri‐ buto sea ocupada, por lo general, por nombres de significado des‐ criptivo o evaluativo, o bien por nombres que se acompañan de ad‐ jetivos que desempeñan estas funciones. Además, dado que el sin‐ tagma nominal aparece en posición remática o de foco informativo (Francis 1986, 57; Schmid 2000, 329), este patrón se considera el más explícitamente valorativo de los cuatro (Schmid 2000, 309; Yamasaki 2008, 82). Esta última diferencia entre el patrón D y el resto (su carácter abiertamente valorativo y su posición en el foco informativo de la estructura) permiten, de hecho, poner en duda que el nombre que aparece en posición de atributo en este patrón funcione como una etiqueta discursiva. Pese a que la bibliografía anglosajona ha consi‐
18. Conviene recordar, en este sentido, que las alternancias en la concordancia entre el sujeto y el atributo son habituales en las oraciones copulativas (RAE y AALE 2009, §37.6k).
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derado este patrón como entorno de aparición de las EEDD (Fran‐ cis 1986, Schmid 2000, Yamasaki 2008), lo cierto es que el elemento que lleva a cabo la función encapsuladora en este patrón es, pro‐ piamente, el pronombre demostrativo (o el sujeto elíptico). Por su parte, el sintagma nominal que aparece en la posición de atributo en ejemplos como el de (4) desempeña una función predicativa o atributiva, pero no referencial. En otros términos, dicho sintagma nominal no se emplea –co‐ mo ocurría en el resto de patrones vistos hasta aquí– para hacer referencia de forma sintética o encapsulada a un contenido que ya se ha mencionado o que se va a mencionar a continuación, sino úni‐ camente para caracterizar dicho contenido, que es recuperado me‐ diante la encapsulación cero o encapsulación pronominal que fun‐ ciona como sujeto de la estructura. La oración copulativa repre‐ sentada por este patrón D se diferencia de la especificativa o identi‐ ficadora del patrón A en que es atributiva o caracterizadora, ya que «predica del sujeto algún tipo de característica» (Fernández Lebo‐ rans 1999b, 2368). En esta estructura copulativa, pues, el sintagma nominal que actúa como atributo denota un tipo de entidad, no designa una entidad individual. De ahí que su función en estas oraciones copulativas haya sido descrita como de «identificación categorial»: La identificación que se realiza es una identificación cate‐ gorial: el objeto no se identifica en tanto que individuo, sino en tanto que ocurrencia de una categoría contable o masiva según el tipo de objeto. (Kleiber 2001b, 70‐71) En efecto, los nombres núcleo del complemento atributo del patrón D desempeñan una función categorizadora muy similar a la que se ha descrito para las EEDD en el primer capítulo del presente trabajo. Sin embargo, no encapsulan ningún segmento discursivo ni poseen valor referencial, ya que la función referencial de encap‐ sulación la realiza en esta estructura el sujeto de la oración copu‐
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lativa, que puede ser un pronombre demostrativo o una elisión19. El sintagma nominal atributo contiene, por tanto, un nombre de los que suelen funcionar como EEDD, pero que, en este patrón, se em‐ plea con valor predicativo para atribuir al referente previamente encapsulado la propiedad más destacada de la clase o categoría conceptual a la cual pertenece. Este patrón se comporta, en defi‐ nitiva, del mismo modo que otras oraciones copulativas atributivas o caracterizadoras, como Juan es un niño. El razonamiento anterior permite concluir que, si bien en el patrón Esto/este/Ø es un X suelen aparecer nombres que, en otros contextos, pueden funcionar como EEDD, esta estructura no cons‐ tituye un patrón de uso de las EEDD, ya que tales nombres desem‐ peñan en estos contextos discursivos una función diferente, predi‐ cativa o caracterizadora. En consecuencia, tal patrón no se tendrá en cuenta en adelante en el presente estudio. 1.2. Otros patrones La sistematización de los patrones propuesta por Schmid (2000) propone un modelo de representación de los entornos de aparición de las EEDD y caracteriza algunos de los patrones más frecuentes en los que un nombre de significado general puede presentar este funcionamiento discursivo. Sin embargo, presenta algunas limitaciones, principalmente relacionadas con el método de identificación de tales patrones, que se basa en el análisis auto‐ mático de un gran corpus. Como ya se ha mencionado en los pri‐ meros apartados de este estudio, este tipo de análisis, que parte de la búsqueda automática de determinadas unidades (en este caso, nombres que suelen funcionar prototípicamente como EEDD) en corpus extensos, si bien permite identificar un número elevado de ocurrencias, privilegia la identificación de determinados patrones
19. Esta posibilidad de que el sujeto sea una elisión dificulta la consideración del sujeto de esta estructura como catafórica, postura que han defendido autores co‐ mo Bosque (1993).
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de uso –los más frecuentes–, pero resulta menos exhaustivo que el que parte de una búsqueda manual del fenómeno20. En el caso de la clasificación propuesta por Schmid, la conse‐ cuencia del empleo de este método de identificación de los patro‐ nes es que se privilegian los patrones en los que la ED y su especi‐ ficación discursiva se encuentran en la misma cláusula (patrones A y B), mientras que resultan más difíciles de identificar –y también de representar– aquellos patrones en los que ambos elementos se encuentran a mayor distancia en el discurso, como es el caso del patrón C. El primer tipo de patrones, que tienen alcance oracional o se sitúan dentro de los límites de la cláusula, tienden a ser cata‐ fóricos y se caracterizan porque sus componentes se encuentran relacionados no solo desde el punto de vista semántico, sino tam‐ bién mediante un vínculo sintáctico o estructural21. En cambio, los patrones que actúan más allá de la cláusula resultan mucho más difíciles de identificar, ya que la relación entre los componentes puede establecerse a distancia y es únicamente de tipo semántico, no estructural. Por los mismos motivos, los patrones interoracio‐ nales son más difíciles de representar, como demuestra el patrón anafórico C, que refleja, en definitiva, la estructura de un sintagma nominal anafórico. 1.2.1. El patrón catafórico entre cláusulas El resto de trabajos que han abordado análisis de los patrones de uso de las EEDD han partido, como ya se ha mencionado, de los patrones identificados por Schmid y se han limitado, por lo gene‐
20. En ese mismo sentido, y con respecto a la investigación en el fenómeno del etiquetaje discursivo, se pronuncia también Flowerdew (2010). 21. A pesar de que algunos autores expresan reticencias a la hora de consi‐ derar cohesivas estas relaciones intraoracionales (Francis 1994, 83; Ribera 2008, 292‐ 293) parecen ser mayoría los autores que las consideran cohesivas, aunque no constituyan el tipo de relación cohesiva prototípica o más evidente, que es la que se da más allá de los límites de la oración (Halliday y Hasan 1976, 7‐9; Hasan 1985, 183‐184; Beaugrande y Dressler 1981/1997, 91; Cuenca 2006, 12).
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ral, a ampliarlos, proponiendo, en realidad, variantes de estos co‐ mo si se tratara de distintos patrones. Fundamentalmente, han des‐ glosado el patrón B () en función de los diferentes tipos de oración completiva con las que puede combinarse (cláusula finita, no finita, nominalizaciones, etc.), o bien han propuesto variantes del patrón anafórico C (Det. def. + (modificador) + ED + (modificador)>) que especifican los dis‐ tintos tipos de determinante definido que puede aparecer en él (demostrativo, definido, comparativo, posesivo, etc.). El único pa‐ trón añadido a estos que realmente incorpora una variable rele‐ vante es el uso catafórico entre cláusulas (Hunston y Francis 2000, 185‐188; Flowerdew 2010, 49). Se trata de casos en los que un nombre precedido por deter‐ minantes numerales (dos argumentos), artículos definidos (los argu‐ mentos), indefinidos (un argumento) o, incluso, sin determinante (argumentos) se emplea para avanzar el contenido de la siguiente oración u oraciones, o de los siguientes párrafos, como ocurre en el ejemplo de (9): (9) El esquema de financiación autonómica de Zapatero exhibe, entre otros, tres elementos sensatos. [Uno, la mejora financiera de todas las autonomías en términos absolutos, lo que es justo, porque han aumentado sus competencias y su gasto estructural. Dos, la hegemonía del criterio de población y su actualización permanente. Y tres, la nive‐ lación parcial de los recursos, como reclamaba el Estatuto de Cataluña, de modo que la igualdad de los ciudadanos en el acceso a los servicios sociales básicos no sea un igualitarismo aparente que esconda desequilibrios y cas‐ tigue a los territorios más dinámicos y poblados]. (El País, 28/12/2008, “Sumas y sumandos”) Este patrón es, en realidad, el equivalente catafórico del pa‐ trón C descrito por Schmid, , que también suele funcionar, como este, entre cláu‐ sulas. Una de las diferencias entre ambos es que, dado que el al‐
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cance de la referencia catafórica es menor que el de la referencia anafórica22, el segmento que contiene el antecedente textual –o, en rigor, consecuente– de las EEDD suele aparecer a una distancia bastante menor que en el caso del patrón C. A menudo, aparece inmediatamente después, como se observa en el ejemplo de (9). En cuanto a la representación de este patrón, esta tampoco difiere demasiado de la del patrón C, excepto en lo que atañe al determinante que, en el caso de los empleos catafóricos, puede ser definido o indefinido (o, incluso, cero), ya que este patrón presenta una entidad nueva, todavía no mencionada en el discurso. El pa‐ trón catafórico podría formalizarse, pues, siguiendo el ejemplo del anafórico, como . Co‐ mo puede observarse, el modo de representar estos dos patrones (anafórico y catafórico) propuesto por la gramática de patrones no permite explicar ni representar las diferencias entre ellos, problema del que nos ocuparemos más adelante (§2). 1.2.2. Los patrones apositivos Además de los patrones analizados hasta aquí, el análisis ma‐ nual del corpus de editoriales realizado para este estudio ha per‐ mitido identificar dos patrones léxico‐gramaticales, de alcance ora‐ cional, que no han sido identificados hasta el momento en la bi‐ bliografía sobre EEDD. Se trata de patrones menos frecuentes que 22. Las mayores restricciones de uso de la referencia catafórica tienen un fundamento cognitivo. En tanto que la referencia anafórica constituye el modo más claro y económico de recuperar información previa que posibilite el avance del discurso, la referencia catafórica obliga al lector a crear una estructura mental nueva ligada a un interrogante y esperar a completarla en la siguiente fase del procesa‐ miento del discurso (Langacker 2008, 490). En otras palabras, al encontrarse con una expresión catafórica, el lector construye una presuposición del tipo ‘existe una entidad X relevante en el contexto’, en la que se focaliza su atención hasta que la identidad de la entidad X es revelada. Debido a que la atención del lector, al igual que su memoria, es limitada, este período de incertidumbre (Beaugrande y Dressler, 1981/1997, 108‐109) no puede alargarse demasiado sin afectar a la comprensión del resto del texto.
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los anteriores, pero que mantienen cierta relación con estos. En concreto, tienen como base una relación apositiva, al igual que el patrón B (el hecho de que…), que se establece también mediante la estructura sintáctica, aunque, en este caso, está mediada por una cláusula de relativo de tipo explicativo. En la primera de estas es‐ tructuras, el segmento textual encapsulado por una ED aparece a continuación de esta, en una cláusula de relativo explicativa o apositiva. Es, de hecho, una relación muy similar a la del patrón copulativo A, pero cuyo verbo copulativo aparece inserto en una oración de relativo explicativa, como se observa en el ejemplo de (10): (10) En contra de todos los pronósticos, Maliki se está confir‐ mando como un dirigente crucial para Irak. El acuerdo parlamentario que ha propiciado constituye la más im‐ portante afirmación de la soberanía iraquí desde el inicio de la invasión, un gesto que constituye la condición nece‐ saria para la reconstrucción política del país. Falta, ade‐ más, que Maliki pueda cumplir con la condición suficiente, que no es otra que [dotar al Estado iraquí de la capacidad requerida para desmantelar los ejércitos sectarios que han proliferado bajo la ocupación norteamericana]. (El País, 4/12/2008, “Horizonte de retirada”) En este ejemplo existe una relación de identidad o equiva‐ lencia de significado entre el sintagma nominal la condición sufí‐ ciente, que avanza el contenido de la oración de relativo, y la cláu‐ sula no finita que lo desarrolla: dotar al Estado iraquí de la capacidad requerida para desmantelar los ejércitos sectarios que han proliferado bajo la ocupación norteamericana. Pese a que, habitualmente, el tipo de oraciones de relativo que contribuyen a establecer la referencia son las especificativas y no las explicativas, que tienden a introducir in‐ formación incidental o secundaria (Brucart 1999, 408), en el tipo de estructuras relativas ejemplificadas en (10), esta predicación apa‐ rentemente secundaria se emplea para identificar el referente del sintagma nominal que actúa como antecedente del pronombre relativo; en otros términos, el sintagma que funciona como ante‐
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cedente contiene una ED que encapsula y avanza el contenido de la predicación contenida en la cláusula de relativo. El elemento que permite considerar como catafórico el grupo nominal la condición suficiente en ejemplos como el anterior es, so‐ bre todo, la presencia de un nombre conceptualmente dependiente del contexto (como condición), aunque la aparición del verbo copu‐ lativo en la cláusula de relativo explicita la relación de identidad que existe entre este grupo nominal y la cláusula que concreta su significado. Lo mismo ocurría con las estructuras del tipo la idea es que… que siguen el patrón A propuesto por Schmid, que también contaban con una predicación copulativa como elemento clave que posibilitaba la catáfora (Bosque 1993, 28). De hecho, la oración de relativo explicativa que contiene este patrón apositivo catafórico reproduce, en definitiva, la estructura del patrón copulativo A (). Por lo que respecta a la representación del patrón, este puede formalizarse, siguiendo el modelo de los patrones léxico‐grama‐ ticales propuestos por Schmid, como . Se trata, al igual que los patrones A y B ya descritos, de un patrón catafórico en el nivel local u oracio‐ nal, ya que tanto la ED como su antecedente textual se encuentran en la misma oración, relacionados por un doble vínculo sintáctico de tipo apositivo y copulativo. Además del patrón catafórico apositivo que acaba de descri‐ birse, el corpus de editoriales periodísticos ha permitido identificar otro patrón apositivo, de carácter anafórico o retrospectivo. El frag‐ mento de (11) contiene un ejemplo de este segundo patrón aposi‐ tivo: (11) Nadie dice que los problemas no vayan a ser de talla para un bloque en el que [el presidente ecuatoriano Rafael Correa muestra hoy escasa disposición a honrar una deu‐ da ‐que califica de ilegítima‐ precisamente a Brasil, por cientos de millones de dólares], actitud que podría fácil‐ mente hallar émulos en la región. Pero no hay que juzgar negativamente que América Latina y el Caribe trabajen unidos. Y, menos aún, creer que España deba sentirse
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amenazada por la concurrencia de cumbres. Lo que hay que procurar, al contrario, es que valga la pena que exista un cónclave iberoamericano. (El País, 19/12/2008, “Las cumbres de Lula”) La estructura apositiva ejemplificada en (11) constituye un patrón anafórico, ya que la ED (en cursiva) encapsula y categoriza el contenido de la predicación subrayada en la cláusula anterior. Como patrón de uso de las EEDD, puede representarse de la si‐ guiente manera: . En este caso, la relación de identidad entre la primera cláusula y la introducida por la ED se refuerza mediante una rela‐ ción estructural de aposición, en tanto que la oración de relativo que complementa a la ED sirve, fundamentalmente, para añadir una predicación secundaria sobre la entidad presentada en la cláu‐ sula y recuperada por la ED. Esta estructura ha recibido diversas denominaciones en la bibliografía en español, como aposición ora‐ cional (Alcina y Blecua 1975, §7.8.6.3.) o relativa con antecedente rea‐ suntivo yuxtapuesto (Brucart 1999, 423), términos que sintetizan al‐ gunas de sus principales características. Se trata, como ponen de relieve Alcina y Blecua (1975), de una relación apositiva que no se establece, como resulta habitual, entre grupos nominales, sino entre dos cláusulas, la segunda de las cua‐ les es una oración de relativo. Desde el punto de vista sintáctico, esta cláusula de relativo es especificativa; sin embargo, su función discursiva se asimila a la de las relativas explicativas, ya que pro‐ porciona información secundaria o incidental sobre la entidad encapsulada por la ED –en el caso de (11), una posible consecuen‐ cia–. Dado que la entidad encapsulada por la ED se ha presentado ya en la primera cláusula del patrón, no requiere de más informa‐ ción que especifique su referente. La principal función de la cláu‐ sula de relativo es, por tanto, añadir información sobre dicha enti‐ dad. Esta función predicativa de toda la aposición es, de hecho, el rasgo que permite explicar la aparición de un determinante inde‐ finido –o, incluso, la omisión de este, como se observa en el ejem‐ plo anterior– ante la ED que recupera un contenido que ya se ha
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presentado en el texto. Se trata de un caso de «indefinido tardío» (§3.3, cap. 2) que, tal como lo describe Leonetti, es posible gracias a la información nueva que proporciona la relativa especificativa so‐ bre la entidad ya presentada: Esta información descriptiva nueva permite reclasificar una entidad de acuerdo con ciertos rasgos que se consideran relevantes, como si no hubiera aparecido antes en el discurso (aunque este no sea el caso, ya que el antecedente es unívo‐ camente identificable); de esta forma, el indefinido funciona de la forma habitual, como introductor de información nueva, pero no impide que el receptor infiera una relación anafórica con un antecedente discursivo al que se quiere volver a pre‐ sentar con una caracterización diferente. (1999a, 840) Precisamente, la introducción de contenido predicativo por parte de esta estructura, junto al hecho de que el nombre que en‐ cabeza la cláusula relativa no vaya precedido de un determinante definido, ha llevado a algunos autores a defender el uso predi‐ cativo (no referencial) de este nombre (Brucart 1999, 423). No obs‐ tante, aunque es cierto que toda la estructura encabezada por la ED constituye una predicación sobre la oración anterior, el elemento propiamente predicativo es el contenido de la oración de relativo, mientras que el nombre desempeña una función diferente: especi‐ ficar qué parte de la oración previa se recupera para que el lector pueda identificar de qué elemento concreto de la oración anterior se predica la información que proporciona la oración de relativo. Tal función identificativa se encuentra, en efecto, más cerca del uso referencial que del predicativo. De hecho, la presencia del sustantivo encabezando la estruc‐ tura relativa parece ser la responsable de que, a pesar de presen‐ tarse como una aposición, esta presente cierta independencia, tal como han advertido autores como Porto Dapena (1997, 22‐23) o Brucart (1999, 423). El contenido de la cláusula relativa apositiva que forma parte de este patrón podría dar lugar, incluso, a una oración independiente, expresada con un patrón del tipo C, como Esta actitud podría fácilmente hallar émulos en la región, en el ejemplo de (11). Cabe precisar, no obstante, que el nombre que encabeza el
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patrón apositivo anafórico que se está describiendo no siempre recupera el contenido de toda una predicación previa, sino que puede recuperar solo un elemento de dicha predicación, como ocu‐ rre en el siguiente ejemplo: (12) Todavía late en las relaciones hispano‐británicas [el pro‐ blema de la reivindicación de Gibraltar], problema que ya no condiciona como antaño el diálogo entre ambas nacio‐ nes. (Ejemplo de Brucart 1999, 423) Tal como muestra el ejemplo, del mismo modo que ocurre con la mayor parte de los patrones de uso de las EEDD descritos por Schmid (en concreto, con el B, el C y el D), este patrón apositivo no constituye un contexto de aparición exclusivo de las EEDD, sino un patrón de uso habitual de las relaciones de cohe‐ sión léxica. En el caso del ejemplo de (12), la relación entre el nom‐ bre que encabeza la cláusula de relativo y el grupo nominal desta‐ cado entre corchetes en la cláusula precedente es de repetición léxica. El nombre que precede a la oración de relativo en este pa‐ trón apositivo anafórico solo funciona como ED cuando encapsula y categoriza el contenido de una cláusula anterior, como ocurría en el ejemplo de (11). Recapitulando, el patrón anafórico apositivo es un patrón de uso de las EEDD. El nombre que encabeza la cláusula relativa suele fun‐ cionar como una ED, ya que encapsula y categoriza el contenido de una cláusula u oración previa. Este nombre, de hecho, puede al‐ ternar con otros mecanismos de encapsulación tanto léxicos como pronominales (lo que). Su principal función, además de la encapsu‐ ladora y categorizadora, consiste en identificar el segmento con‐ creto de la oración anterior del que se predica nueva información. 1.3. Los patrones léxico‐gramaticales de uso de las EEDD: recapi‐ tulación y limitaciones En los epígrafes anteriores se han revisado los principales patrones de uso de las EEDD descritos por Schmid (2000). Uno de
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ellos, el patrón D () ha sido descartado, ya que el nombre que supuestamente funcionaba como ED no se emplea en estos patrones con valor anafórico, sino predicativo. Por lo que respecta al resto de patrones, conviene dis‐ tinguir entre, por una parte, aquellos que contienen tanto la ED como su antecedente textual en la misma cláusula, como los pa‐ trones A y B, y los patrones apositivos identificados en este estudio (§1.2.2); y, por otra parte, aquellos patrones de alcance discursivo, en los que la ED y su antecedente aparecen, por lo general, en oraciones distintas, como el patrón anafórico C y su equivalente catafórico (§1.2.1). En otros términos, es necesario distinguir entre los patrones en los que la ED funciona dentro de los límites de la oración y los patrones de alcance textual, en los que la relación de etiquetaje discursivo se establece entre oraciones23. La importancia de esta distinción radica en que, mientras que los patrones oracionales pueden representarse de forma satisfac‐ toria mediante patrones léxico‐gramaticales, los de alcance discur‐ sivo plantean más problemas. Como ya se ha comentado, los pa‐ trones léxico‐gramaticales se emplean, esencialmente, para carac‐ terizar estructuras gramaticales cuyos constituyentes se presentan en el texto de forma continua o sucesiva y pueden representarse esquemáticamente mediante una combinación de categorías gra‐ maticales y unidades concretas. No obstante, estas unidades de re‐ presentación no resultan suficientes para representar estructuras textuales de alcance supraoracional, cuyos constituyentes pueden aparecer, además, a cierta distancia, como es el caso de los patro‐ nes anafóricos y catafóricos textuales. La representación más deta‐ llada de estas estructuras que se puede obtener mediante patrones de tipo léxico‐gramatical es, en definitiva, la representación de una estructura sintagmática ( y , respecti‐ vamente).
23. En ese mismo sentido se ha pronunciado también Flowerdew (2003, 333 y ss.), que alude a la posibilidad de este mecanismo de funcionar entre cláusulas, o bien entre componentes de estas (en el interior de la cláusula).
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La principal limitación que supone una representación abs‐ tracta del tipo , como la propuesta en estos patrones, es que posee un escaso valor explicativo, ya que no permite predecir el tipo de nombres que pueden aparecer en tal contexto ni explicar el tipo de relación que estos mantienen con el resto de los elementos del entorno en el que se usan. El hecho de indicar que el nombre funciona como ED tampoco aumenta la explicatividad del patrón, ya que este no refleja qué aspectos del entorno discursivo favorecen tal funcionamiento. Así pues, es necesario optar por otro tipo de representaciones esquemáticas distintas de las que se manejan en los patrones léxico‐gramaticales para redefinir los patrones de uso de las EEDD de alcance textual o interoracional; a saber: el patrón anafórico y el catafórico . En cambio, el modo de representación esquemática propuesto por la gramática de patrones sí se adapta al resto de los patrones de uso analizados en este apartado, que representan distintos funcionamientos del eti‐ quetaje discursivo dentro de los límites de la oración. La tabla 9 recapitula este tipo de patrones oracionales de uso de las EEDD:
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NOMBRE
DEL PA‐
REPRESENTACIÓN
EJEMPLO
Patrón atributivo especificativo (PAE)
Patrón nominal especificativo (PNE)
Patrón apositivo catafórico (PAC)
Patrón apositivo anafórico (PAA)
Hasta mediados de 2009, todos los indicadores irán a peor, desde el paro hasta las cuentas públicas, incluida pa‐ radójicamente la inflación. El desplome del IPC por efecto del hundimiento de la deman‐ da será más un signo de la extrema debilidad de la eco‐ nomía que de una inexistente salud competitiva de los mer‐ cados. El problema es [que esos indicadores van a seguir soca‐ vando la confianza de las fa‐ milias…] Lo acordado en Poznan da ve‐ rosimilitud a la idea de [que de Copenhague pueda salir el año próximo un conjunto de acuerdos que mejoren sustan‐ cialmente los de Kioto]. Falta, además, que Maliki pueda cumplir con la condición suficiente, que no es otra que [dotar al Estado iraquí de la capacidad requerida para des‐ mantelar los ejércitos sectarios que han proliferado bajo la ocupación norteamericana]. Nadie dice que los problemas no vayan a ser de talla para un bloque en el que [el presi‐ dente ecuatoriano Rafael Co‐ rrea muestra hoy escasa dis‐ posición a honrar una deuda ‐que califica de ilegítima‐ pre‐ cisamente a Brasil, por cientos de millones de dólares], acti‐ tud que podría fácilmente ha‐ llar émulos en la región.
TRÓN
Tabla 9 Patrones léxico‐gramaticales de uso de las EEDD24 24. Los ejemplos incluidos en el cuadro son los mismos que se han manejado en los apartados anteriores.
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Como se observa en la tabla, en este tipo de patrones, las EEDD tienden a aparecer en la misma oración que su antecedente o consecuente textual y la dirección de la referencia es, mayori‐ tariamente, catafórica. En ese sentido, cabe precisar que las catá‐ foras de alcance oracional introducidas por un artículo definido constituyen, tal como acertadamente ha indicado Bruti, procedi‐ mientos catafóricos en sentido amplio: a diferencia de las relacio‐ nes catafóricas destacadas mediante pronombres, en este tipo de catáforas léxicas oracionales el sintagma nominal introduce de forma vaga o general un referente en el texto, pero se trata de un referente poco definido, por lo que el lector debe esperar, también, a que este referente sea concretado en un fragmento textual poste‐ rior: All these elements are not totally empty signs and do not create real gaps in the text, but keep information indefinite to a greater or lesser extent, and delay the completion of the message. (Bruti 2004, 42) Por otra parte, al ser de alcance oracional, las relaciones de cohesión léxica representadas en todos los patrones del cuadro suelen estar reforzadas por una relación estructural, ya sea me‐ diante una oración copulativa (PAE), un complemento nominal especificativo (PNE) o una aposición (PAC y PAA). No sucede lo mismo con los patrones anafórico y catafórico que actúan entre cláusulas (descritos en los epígrafes 1.1.3 y 1.2.1, respectivamente), que representan una relación únicamente cohesiva. Por ese motivo, parece más conveniente analizar estos dos últimos patrones mediante otro método de representación que tenga en cuenta su alcance discursivo. 2. PATRONES DISCURSIVOS Como se ha concluido en el apartado anterior, los patrones léxico‐gramaticales no resultan adecuados para representar patro‐ nes de alcance textual o interoracional, como el anafórico y el cata‐ fórico que actúan entre cláusulas. Para representar este segundo
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tipo de patrones, es necesario, de entrada, partir de otro tipo de unidades básicas, más complejas que el léxico y las categorías gra‐ maticales, de carácter propiamente discursivo. Además, debe te‐ nerse en cuenta que, en este caso, los componentes del patrón pue‐ den presentarse de forma continua o discontinua y que es nece‐ sario representar, también, las relaciones pragmáticas que existen entre ellos. 2.1. La representación de los patrones discursivos Aunque pocos autores han utilizado explícitamente el tér‐ mino de patrón discursivo hasta el momento, lo cierto es que desde el análisis del discurso y la lingüística de texto se han sucedido ya diversos intentos de representar de forma esquemática las relacio‐ nes que existen entre bloques del discurso más complejos que la cláusula o la oración. Entre las primeras propuestas para repre‐ sentar la estructura u organización del discurso, todavía conside‐ rablemente ligadas a la gramática oracional, destaca la de Van Dijk para representar la estructura semántica global del texto, la ma‐ croestructura. Este autor emplea para ello unidades de tipo semán‐ tico, las macroproposiciones, que representan un conjunto de propo‐ siciones que desarrollan un mismo tópico o tema del discurso (1980, 44). Desde la escuela de Birmingham, fuertemente orientada hacia la lingüística de corpus, otros autores, como Hoey y Tadros, han propuesto también métodos para representar relaciones retóricas entre bloques del discurso de carácter supraoracional. El objetivo principal del primer autor ha sido caracterizar una serie de patro‐ nes convencionales de organización del discurso, como los patro‐ nes Problema‐Solución, General‐Particular o Pregunta‐Respuesta, entre otros (Hoey 1983 y 2001). Para representar la estructura de tales patrones, Hoey maneja unidades que designan funciones re‐ tóricas, como Planteamiento, Conclusión, Complicación, etc. La pro‐ puesta de Tadros, en cambio, tiene un alcance textual más local, ya que se centra en analizar un mecanismo retórico en concreto, la
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predicción. Dado que se trata de un mecanismo que vincula uni‐ dades textuales formadas por una o más oraciones, esta autora se ve obligada a manejar un término general para referirse a tales unidades: el de miembro. Así, el tipo de representación que propone para diferenciar los posibles funcionamientos discursivos de este mecanismo gira en torno a dos unidades de tipo funcional: el miembro predictivo (predictive member) y el miembro predicho (pre‐ dicted member), que constituyen, en ambos casos, segmentos del discurso de complejidad y extensión variable que pueden ir más allá de la oración (Tadros 1985, 7; 1994, 70). Desde el análisis de la conversación también se han tratado de representar algunas prácticas habituales en la interacción social que suelen quedar fijadas a modo de «rutinas pragmáticas». Para elaborar patrones discursivos que representen estas prácticas, sue‐ len manejarse, también, unidades funcionales similares a las em‐ pleadas por Tadros. Así, por ejemplo, en su análisis de los patrones conversacionales de evaluación (assessment), Couper‐Kuhlen y Thompson (2008) distinguen dos componentes básicos: el eva‐ luable (assessable) y el evaluador (assessor). Una última propuesta de representación de la organización del discurso que puede mencionarse como modelo para los patro‐ nes discursivos de uso de las EEDD es la de Goutsos, cuya inves‐ tigación tiene como foco de interés las estrategias para gestionar o modelar la organización y desarrollo del tópico o tema del discurso a lo largo del texto. Para representar estas estrategias, el autor ma‐ neja también unidades textuales supraoracionales, a las que alude con términos generales como unidad textual (text unit) o tramo (span). Además de estas propuestas de análisis de la estructura del discurso, elaboradas para explicar distintos objetos de investiga‐ ción y desde diversos enfoques, existe un ámbito de estudio, espe‐ cialmente prolífico en la tradición hispánica, que ha aplicado tam‐ bién patrones discursivos para analizar su objeto de estudio prin‐ cipal: el de los marcadores del discurso. En este ámbito de inves‐ tigación, diversos autores han manejado el concepto de patrón, con el objetivo de explicar cómo un tipo o subtipo de significado de
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procesamiento de un marcador o partícula discursiva se activa en un determinado contexto25. De hecho, aunque no todos los autores manejen explícitamente este concepto de patrón, muchas de las definiciones disponibles de los marcadores del discurso tratan de sistematizar los entornos discursivos recurrentes de aparición de los marcadores para definir mejor su significado. Es el caso, por ejemplo, de trabajos como los de Montolío (2001, 2003 y 2006a) así como de gran parte de las definiciones de partículas discursivas que figuran en el Diccionario de Partículas Discursivas del Español (Briz, Pons y Portolés, en línea). También desde este ámbito de investigación, suele manejarse un término general que, por su carácter neutro con respecto a su naturaleza estructural, permite designar unidades del discurso dis‐ tintas de la oración: de nuevo, el de miembro del discurso. El papel que desempeña este término en los patrones de aparición de los marcadores del discurso puede representarse a partir de (i) su fun‐ ción retórica o pragmático‐discursiva –generalmente, argumenta‐ tiva–, determinada a menudo por las instrucciones procedimen‐ tales transmitidas por el marcador o partícula discursiva en cues‐ tión (opinión contraria, argumento reforzado); (ii) su función infor‐ mativa (tema, comentario); o (iii) la relación lógico‐semántica que mantiene con otras partes del texto (causa‐consecuencia, generaliza‐ ción‐concreción). Como puede concluirse de los intentos de representar la es‐ tructura del discurso revisados hasta aquí, para elaborar patrones discursivos es necesario, por una parte, contar con un término ge‐ neral que permita aludir a bloques del discurso, independiente‐ mente de la estructura más o menos compleja que presenten (miembro, segmento, unidad textual, etc.); y, por otra parte, indicar las relaciones entre las distintas partes acudiendo a unidades funcionales de tipo retórico o pragmático‐discursivo, informativo, 25. Algunos ejemplos de autores que han empleado este concepto de patrón para explicar el funcionamiento de algunos marcadores en la conversación y en textos escritos son Portolés (1998/2001, 131), López Samaniego (2008) o Montolío (2011). Una definición teórica y una propuesta de aplicación reciente del concepto de patrón discursivo puede leerse en Taranilla (en prensa).
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cognitivo o lógico‐semántico. De hecho, no es necesario decidirse por un solo tipo de unidades, a juzgar por la siguiente afirmación de Östman sobre cómo elaborar patrones discursivos: If a discourse pattern is to be the discourse‐level notion comparable to that of construction on the sentence level, it should combine the characteristics of form, meaning and function of a text/discourse into one ‘construction/pattern’. (2005, 130) En efecto, los tipos de unidades mencionadas (estructurales, pragmático‐discursivas, cognitivas, informativas, de tipo semán‐ tico o de sentido) pueden combinarse entre sí a la hora de repre‐ sentar un patrón discursivo. No obstante, ello no implica que no resulte conveniente plantearse qué tipo de unidades discursivas se ajustan mejor a la caracterización del fenómeno discursivo en cuestión cuyo funcionamiento se pretende representar; en el caso que nos ocupa, plantearse qué tipo de unidades o relaciones resul‐ tan más adecuadas o relevantes para representar los entornos de uso de las EEDD. En torno a este aspecto, cabe considerar que diversos autores han empleado ya nociones relacionadas con la estructura informa‐ tiva del texto para explicar algunos aspectos del funcionamiento de las EEDD, como las de focalización (Schmid 1999a, 2000 y 2001) o tema‐rema (Francis 1994), aunque la estrecha vinculación entre la estructura informativa y los procesos de anáfora y catáfora ha sido puesta de relieve desde trabajos mucho más tempranos (Halliday 1967/2005, entre otros). El potencial explicativo de las nociones re‐ lacionadas con la estructura informativa también ha sido aplicado, además, a la caracterización del funcionamiento discursivo de otro mecanismo de cohesión: los marcadores del discurso. Uno de los trabajos más destacados en esta línea es el de Portolés (2010), que recopila, amplía y sistematiza los principales conceptos que resul‐ tan rentables para explicar el funcionamiento de los marcadores del discurso desde esta perspectiva. Teniendo en cuenta el ejemplo de estudios como este, así como el de los trabajos sobre EEDD propiamente, parece adecuado partir de algunas de las nociones básicas aplicadas a la descripción de la estructura informativa de
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los textos para extraer las unidades básicas que permitan repre‐ sentar los patrones de uso de las EEDD. Asimismo, es necesario también optar por una denominación general que permita aludir a los segmentos del discurso de exten‐ sión y complejidad variable que se ponen en relación mediante el mecanismo analizado, las EEDD. En este caso, optamos por man‐ tener el término miembro discursivo (MD), que ya ha sido manejado por otros autores tanto en la bibliografía internacional como en la bibliografía en español. Dado que el objeto de estudio que nos ocu‐ pa es una relación discursiva que se establece entre un miembro discursivo y un sintagma nominal, se mantiene también el uso de alguna unidad de corte gramático‐funcional, como la de ED que representa, de hecho, el sintagma nominal anafórico completo que contiene el nombre de significado general, así como sus marcas de determinación y sus modificadores. Por último, a fin de represen‐ tar las relaciones que mantienen entre sí los miembros que compo‐ nen el patrón, se emplea también otra unidad gramático‐funcional: la de predicación anafórica o catafórica, para referirse al miembro en el que aparece la ED26. Para completar la representación de la re‐ lación fórica que se establece entre la ED y su antecedente textual, se propone una última unidad cognitiva, la de activador del referente o actualizador del referente, para aludir al miembro discursivo que funciona como antecedente o consecuente textual de la ED. 2.2. Las EEDD y la estructura informativa El término estructura informativa se emplea desde la segunda mitad del siglo pasado para aludir tanto al modo de organización de la información en el texto como al estatuto cognitivo que poseen determinadas partes del discurso en la mente del emisor y, sobre todo, del destinatario. Para calificar estos estatutos cognitivos se
26. La denominación de la predicación que contiene la expresión anafórica como predicación anafórica procede de Cornish (2007), en tanto que la de predicación catafórica se acuña aquí por analogía con aquella.
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emplean nociones como las de información presupuesta, informa‐ ción dada o accesible, información nueva o foco informativo, entre otras. El estatuto cognitivo de la información contenida en un de‐ terminado segmento del discurso se encuentra estrechamente rela‐ cionado con la posición que ocupa dicho segmento en la oración en la que aparece. Así, en primera posición (tema) suele aparecer in‐ formación dada, conocida o accesible para el destinatario, en tanto que la información que aparece en segunda posición (rema) es nue‐ va, desconocida o inesperada y, en consecuencia, más relevante desde el punto de vista informativo27. Sin embargo, además de la posición y orden de la información en la cadena sintagmática, exis‐ ten otros factores que pueden alterar esta distribución por defecto de la información en la oración, como por ejemplo el énfasis prosó‐ dico (en el discurso oral), las estructuras sintácticas que alteran el orden mencionado (tematización), o bien la presencia de determi‐ nados marcadores del discurso. Mediante todos estos recursos, la organización del discurso «se acomoda» a los conocimientos de los interlocutores, tal como ha afirmado Portolés (2010, 283). Aunque son diversos los autores que limitan el ámbito de ac‐ tuación de la estructura informativa a la gramática oracional (Halliday 1967/2005; Lambrecht 1994, entre otros), centrándose en los conceptos fundamentales de tema y rema o focalización de de‐ terminados elementos de la oración, otros autores han propuesto también ampliar su aplicación al estudio de determinados aspectos de la gramática del discurso, como el análisis de la estructuración latente del discurso a modo de pregunta‐respuesta (Van Kuppevelt 1995, citado por Portolés 2010, 284) o la atención a las distintas po‐ sibilidades de organización del tópico discursivo o tema del que trata el discurso (van Dijk 1980, Goutsos 1997). Algunos de estos conceptos, fundamentalmente, los que afec‐ tan a la gramática oracional, se han aplicado ya a la caracterización 27. Conviene recordar que los conceptos de tema y rema han recibido también otros nombres, como soporte y aporte (Gutiérrez Ordóñez 1997/2000, 22) o, en la tra‐ dición anglosajona, tópico y comentario (cfr. Halliday 1967/2005, 56 o Van Dijk 1980, 94, por ejemplo), aunque estas denominaciones no se emplearán aquí en este sen‐ tido.
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de los patrones de uso de las EEDD. Es el caso de la noción de fo‐ calización, que Schmid (1999a, 2000 y 2001) ha aplicado a la carac‐ terización de su patrón oracional atributivo (PAE), para explicar cómo la anteposición de una EEDD a una cláusula completiva lla‐ ma la atención del receptor sobre el contenido de tal cláusula, que queda así en la posición propia del relieve informativo (§1.1.1). Del mismo modo, los conceptos de tema y rema han sido empleados por autores como Francis para diferenciar el funcionamiento de las EEDD prospectivas (advance labels) y las retrospectivas (retrospective labels), indicando que las primeras tienden a aparecer en posición remática, mientras que las segundas se encuentran con frecuencia en posición temática (1994, 84‐86). No obstante, otras nociones rela‐ cionadas con la organización del discurso en el nivel supraora‐ cional no han sido tenidas en cuenta hasta el momento para ana‐ lizar el funcionamiento del etiquetaje discursivo. En los siguientes epígrafes, se proponen algunos patrones dis‐ cursivos de uso de las EEDD que tienen como base algunas de las nociones relacionadas con la estructura informativa de la oración y del discurso mencionadas. Se pretende mostrar que estas nociones permiten proponer modos de representación esquemática de los patrones discursivos de uso de las EEDD, que salvan algunas de las dificultades advertidas para los modelos de representación de la gramática de patrones a la hora de esquematizar patrones de al‐ cance discursivo. 2.2.1. La articulación tema‐rema: el patrón presentativo y los patrones discursivos anafóricos Como ya se ha mencionado, Francis pone en relación la arti‐ culación entre tema y rema en el texto con la dirección de la refe‐ rencia de las EEDD (1994, 84‐86). En efecto, tal como indicaba esta autora, en los patrones catafóricos entre cláusulas que aparecen en el corpus de editoriales analizado para el presente estudio, las EEDD tienden a aparecer en posición remática. No obstante, es posible precisar más aspectos del tipo de construcción discursiva
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en la que aparecen estas EEDD catafóricas interoracionales. En todos los casos, por ejemplo, la ED aparece enmarcada en una es‐ tructura presentativa que anuncia, de forma más o menos explícita, la aparición de una entidad nueva en el discurso. Se trata de es‐ tructuras que generan en el lector la expectativa de que, poco después de la ED, va a aparecer un miembro del discurso que con‐ creta su contenido. Este miembro del discurso suele venir anun‐ ciado, más concretamente, por la presencia de un verbo existencial o «de aparición», esto es, que denota eventos que existen o que cobran existencia (López Ferrero 2008), como haber, existir, tener o suponer28. La ED aparece como complemento de dicho verbo exis‐ tencial, a menudo precedida de dos puntos, como sucede en el si‐ guiente ejemplo: (13) En el caso del 11‐M y ahora en el de la llamada Opera‐ ción Nova ‐intento de atentado contra la Audiencia Na‐ cional que no llegó a cuajar‐ la absolución por el Tribunal Supremo de una parte de los islamistas radicales conde‐ nados por la Audiencia Nacional no desvirtúa el hecho nuclear de la investigación policial y que ha quedado judicialmente probado: la existencia en ambos de una cé‐ lula yihadista fuertemente cohesionada e inspirada en Al Qaeda. Existe, sin embargo, una diferencia radical: [en el primero los terroristas consiguieron sus propósitos y en el segundo todo quedó en un intento al descubrirse a tiempo]. (El País, 9/11/2008, “‘Yihadismo’ en España”) Estos patrones suelen ser monorrémicos (Gutiérrez Ordóñez 1997/2000, 23), es decir, no suelen contener información temática explícita, aunque esta a menudo puede presuponerse, como ocurre en la oración del ejemplo en la que aparece la ED: (Entre el caso del 11‐M y la Operación Nova) existe una diferencia radical. Se trata de estructuras que introducen nuevos referentes en el discurso, «enti‐ 28. López Ferrero (2008) ha advertido ya para el español, a partir del análisis del corpus CREA, la tendencia de estos verbos a aparecer en patrones rematiza‐ dores o presentativos que, a menudo, contienen mecanismos de cohesión y, más concretamente, procesos catafóricos.
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dades no establecidas previamente cuya existencia y cantidad se aseveran» (Leonetti 1999a, 815). Estas entidades nuevas aparecen en posición remática o posverbal, aunque en muchas ocasiones desempeñen el papel de sujeto gramatical del verbo, y tienden a aparecer expresadas por una ED. En cuanto al determinante que introduce la ED, en estos casos puede tratarse de un determinante definido o, con frecuencia, indefinido (13), debido a la naturaleza remática de la información presentada por la ED29. Este patrón podría sistematizarse, por tanto, como la relación entre una predicación presentativa que suele contener un verbo existencial o de aparición (v. exist./ap.) y la ED que, por su sig‐ nificado general, anuncia el tipo de entidad que va a presentarse. Entre la ED y el miembro discursivo actualizador del referente, que concreta la referencia de la ED presentada por el verbo, suele apa‐ recer (aunque tampoco es obligatorio) un signo de puntuación que refuerza la función presentativa de la construcción: los dos puntos, que anuncian la aparición de un segmento que depende, desde el punto de vista informativo, de la unidad textual que lo precede, ya que desarrolla una cuestión anunciada por dicha unidad (Figueras 2001, 83). La información temática, como ya se ha mencionado, no suele aparecer explícita en este patrón. La estructura descrita permite concretar la representación de uno de los patrones catafó‐ ricos discursivos de aparición de las EEDD, el que proponemos de‐ nominar patrón catafórico presentativo: {(Tema) + [Rema: (v. exist./ap.) + ED]} PRED. CATAFÓRICA + (:) + {MD} ACTUALIZADOR REF. Figura 7 Patrón catafórico presentativo
29. A pesar de que Leonetti (1999a, 815) identifica estas construcciones presentativas como restricciones para la aparición del artículo definido, se dan ca‐ sos en los que este aparece en tales contextos en el corpus analizado. La posibilidad de aparición de este tipo de artículo parece derivarse de que se trata de casos en los que la ED va acompañada de modificadores que destacan la unicidad del referente (p.e., la decisión más llamativa).
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Aplicado al ejemplo de (13), este patrón discursivo permite explicar el funcionamiento de cada uno de los componentes, así co‐ mo el de la ED: (13bis) {[Entre el caso del 11‐M y la Operación Nova]TEMA IMPLÍCITO [Existe V.exist./ap., sin embargo, una diferencia radical ED]REMA}PRED. CATAFÓRICA: {en el primero los terroristas consiguieron sus propósitos y en el segundo todo quedó en un intento al descubrirse a tiempo.}MD ACTUALIZADOR REF. Como puede observarse en el ejemplo, la ED relaciona los dos miembros del discurso delimitados mediante llaves ({}): el que contiene la predicación catafórica en la que aparece la ED y el que desarrolla la actualización referencial de la ED. Este vínculo, de ca‐ rácter catafórico, se ve reforzado por elementos como el verbo exis‐ tencial o de aparición y los dos puntos, que también anuncian la aparición de información nueva o relevante en el discurso. En cuanto a los patrones discursivos anafóricos, el análisis del corpus manejado en este estudio ha reflejado tendencias algo dis‐ tintas de las indicadas por Francis (1994) o por Schmid (2000, 330), que relacionan las EEDD anafóricas con la posición temática. El patrón en el que la ED aparece en posición temática recuperando información previa, que ha sido considerado por diversos autores como entorno prototípico de uso de las EEDD y que suele copar la mayor parte de los ejemplos que proponen los autores que se aproximan al estudio del fenómeno, no es –al menos en el corpus de editoriales analizado– más frecuente que los patrones anafóri‐ cos textuales en los que la ED aparece en posición remática. No obstante, la consideración de estas unidades informativas permite concretar la representación del patrón anafórico más allá de la es‐ tructura del sintagma nominal descrito por autores como Schmid (§1.1.3) y reflejar distintos funcionamientos del etiquetaje discur‐ sivo anafórico en el discurso. En primer lugar, pueden diferenciarse aquellos casos en los que la ED aparece en posición temática, recuperando el contenido de un miembro del discurso anterior, de mayor o menor extensión. Por posición temática se entiende aquí la primera posición de la
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oración, antepuesta al verbo, tal como ha considerado habitual‐ mente la bibliografía (Gutiérrez Ordóñez 1997/2000, 30; Hidalgo Downing 2003, 43; Fernández Lorences 2010, 105); únicamente se han considerado como parte de este patrón aquellos casos en los que el tema es no marcado, es decir, en los que coincide con el su‐ jeto de la oración o ‘aquello de lo que se predica algo’ (Halliday 1967/2005, 72)30. Este patrón anafórico temático está formado por un miembro discursivo que activa la elaboración de un referente y una predicación anafórica que contiene la ED en posición temática no marcada y la información nueva que se predica de ella, en po‐ sición remática:
{MD}ACTIVADOR DEL REFERENTE + {[Tema: ED] + [Rema]} PREDICACIÓN ANAFÓRICA Figura 8 Patrón anafórico temático
El funcionamiento discursivo de este patrón se ejemplifica en el fragmento de (14), en el que la ED desempeña la función de su‐ jeto y encapsula el contenido del segmento textual previo, convir‐ tiéndolo en el punto de partida de una nueva predicación: (14) {La Audiencia Nacional viene investigando los vuelos se‐ cretos con destino a Guantánamo desde que se supo que algunos de ellos transitaron por España.} MD ACTIVADOR DEL REFERENTE {[El proceso]TEMA (E.D.) [se encontraba paralizado a falta de pruebas y documentos: ahora se han conocido pruebas de vuelos militares, diferentes a los de la CIA pero con implicaciones similares]REMA}PRED. ANAFÓRICA. (El País, 2/12/2008, “Cómplices de la vergüenza”) Obviamente, como ocurre en todos los patrones discursivos caracterizados en este apartado, este patrón puede presentar dife‐ rentes variantes en función de la extensión del miembro discursivo 30. Los casos de tema marcado, en los que un constituyente de la oración se desplaza al inicio de la cláusula para establecerse como tema o punto de partida de la oración, se tratarán en el próximo epígrafe.
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que actúa como activador del referente, así como de si media o no distancia entre este y la predicación anafórica. Además, la ED puede aparecer precedida de un artículo definido, como en el ejemplo anterior, pero también introducida por otros determi‐ nantes definidos, como demostrativos o posesivos. En el caso de (14), el artículo definido es suficiente para señalar al miembro discursivo que activa el referente del nombre, ya que este se en‐ cuentra inmediatamente adyacente y, además, la relación semán‐ tica entre este MD y la ED es muy clara: ambos perfilan una enti‐ dad dinámica del segundo orden (un proceso). Además de este patrón anafórico, que los estudios sobre EEDD suelen considerar prototípico, el examen del corpus de edi‐ toriales ha permitido identificar otro patrón anafórico discursivo que proponemos denominar, por contraste con el anterior, patrón anafórico remático. En este aparece también una ED anafórica que recupera el contenido activado por un miembro discursivo previo, pero esta aparece en posición remática, ya sea como complemento del verbo principal de la predicación anafórica (15) o de alguno de sus argumentos (16): (15) {El terror masivo (más de 100 muertos y de 300 heridos) ha llegado de nuevo a Bombay, la capital económica de India, después de golpear en los últimos meses otras ciudades del país, ante la incapacidad del Gobierno de Delhi para prevenir los atentados o descifrar su ori‐ gen.}MD ACTIVADOR DEL REFERENTE {[Una espesa niebla]TEMA [oculta el fenómeno, pese a ser India, donde han perecido más de 500 personas en los dos últimos años, una clara víctima del azote terrorista]REMA} PRED. ANAFÓRICA. (El País, 28/12/2008, “Bombay, de nuevo”) (16) {El reciente informe del Comité de Servicios Armados del Senado es, en este sentido, abrumador en su descripción de la cadena de decisiones infames adoptadas por el ex ministro de Defensa Donald Rumsfeld ‐comenzando por la autorización de ʺtécnicas agresivas de interrogatorioʺ, es decir, torturas‐ y refrendadas en otros departamentos clave, como Justicia, con Alberto Gonzales, o vicepre‐
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sidencia. Decisiones que condujeron durante años, al me‐ nos hasta 2004, al abuso y la muerte de detenidos en pri‐ siones castrenses y de los servicios de inteligencia de EE UU. Desde Abu Ghraib a Guantánamo, desde Afganistán a las cárceles secretas de la CIA, ese rosario de iniqui‐ dades estuvo amparado por la malhadada orden presi‐ dencial de 2002 en la que Bush declaraba a EE UU no vinculado legalmente, en su guerra contra el terrorismo, al cumplimiento de las Convenciones de Ginebra sobre prisioneros.}MD ACTIVADOR DEL REFERENTE {[Altos cargos sin escrú‐ pulos, en los círculos de Rumsfeld, Cheney o Gonzales, todos ellos teóricamente encargados de defender la Constitución y la reputación de EE UU en el mundo]TEMA, [se encargaron de vestir legalmente aquel despropó‐ sito]REMA} PRED. ANAFÓRICA. (El País, 26/12/2008, “Torturas bendecidas”) En los ejemplos se observa cómo una ED anafórica, que recoge el contenido de un miembro discursivo previo (el activador del referente) aparece formando parte de la información remática de la predicación anafórica. Este patrón anafórico remático puede formalizarse tal como se indica en la siguiente figura:
{MD}ACTIVADOR DEL REFERENTE + {[Tema] + [Rema: ED]} PREDICACIÓN ANAFÓRICA Figura 9 Patrón anafórico remático
La posibilidad de las EEDD anafóricas –que encapsulan infor‐ mación que ya ha aparecido en el texto previo– de aparecer en po‐ sición remática en estos patrones puede explicarse por dos moti‐ vos. En primer lugar, si bien la entidad aludida por la ED ya ha aparecido en el discurso, la relación discursiva en la que esta infor‐ mación se integra sí es nueva y contribuye a la progresión infor‐ mativa del texto. Además, en muchas de las ocurrencias de estos patrones las EEDD añaden información nueva sobre su referente, ya sea información sobre la actitud del emisor (aquel despropósito),
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como información descriptiva que contribuye a conceptualizar el contenido encapsulado (el fenómeno). Asimismo, conviene tener en cuenta que, si bien es cierto que el foco informativo de la oración suele recaer en la posición remática, no necesariamente la abarca por completo, sino que puede encontrarse en uno o más compo‐ nentes que aparecen en tal posición (Halliday 1967/2005, 62). 2.2.2. Patrones anafóricos de tema marcado: tematización y marco interpretativo De entre los patrones discursivos en los que la ED aparece en posición temática, conviene diferenciar aquellos en los que la ED funciona como tema no marcado, esto es, como sujeto oracional (tratados en el epígrafe anterior) de aquellos en los que la ED actúa como tema marcado. Estos últimos son casos en los que la ED aparece integrada en un constituyente situado en la periferia iz‐ quierda de la oración, en una posición, por lo general, externa a la predicación. Es posible diferenciar dos tipos de temas “adelan‐ tados” o antepuestos a la oración: de un lado, los que se emplean para presentar el tema de la predicación, para introducir la entidad sobre la que se va a predicar o comentar algo; de otro lado, los que funcionan a modo de «predicaciones secundarias» (Fernández Lorences 2010, 92) que, al anticiparse a la oración principal, condi‐ cionan su interpretación. El primer tipo de temas no marcados reúnen los casos de lo que tradicionalmente se ha dado en llamar tematizaciones (Hidalgo Downing 2003, Fernández Lorences 2010) o topicalizaciones (Con‐ treras 1978), procesos por los cuales ciertos componentes de la ora‐ ción –por lo general, sintagmas preposicionales o nominales– se trasladan de su lugar natural a la posición inicial característica del sujeto oracional para desempeñar la función que suele realizar este elemento: indicar «aquello de lo que trata el enunciado» (Hidalgo Downing 2003, 121). Estos componentes suelen ocupar una posi‐ ción externa a la oración (de la que a menudo se separan mediante signos de puntuación) y pueden clasificarse, a su vez, en dos tipos
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fundamentales: (i) pueden ser estructuralmente independientes de la oración a la que se anteponen, como ocurre en los casos en los que este componente viene introducido por expresiones tematiza‐ doras o topicalizadoras (en cuanto a, por lo que se refiere a, con res‐ pecto a, etc.); o bien (ii) pueden constituir complementos verbales de la oración principal que se adelantan a esta, dejando así un es‐ pacio vacío dentro de la oración, que suele ser ocupado, siempre que sea posible, por un clítico correferencial (LOS LIBROS, LOS he cogido de la biblioteca). Pese a que autores como Zubizarreta propo‐ nen diferenciar estos dos tipos de temas antepuestos, a los que de‐ nomina, respectivamente, tema vinculante y tópico dislocado (1999, 4222‐4223), a causa de su distinto comportamiento sintáctico, lo cierto es que ambos realizan la misma función informativa de cen‐ trar o anticipar el tema de la oración, por lo que ambas se conside‐ rarán aquí tematizaciones. En el corpus de editoriales analizado se han podido identi‐ ficar algunos casos en los que las EEDD aparecen en esta posición tematizada31, en especial, introducidas por alguna preposición que contribuye a identificar el lugar natural que les correspondería en la oración a la que se anteponen. A continuación, se presenta un ejemplo de estos patrones anafóricos tematizados: (17) Los sucesos de Grecia no han sido los únicos. Aunque en cada caso por diferentes motivos, {el Reino Unido vivió una auténtica conmoción a raíz del “caso Menezes”, el joven brasileño confundido con un terrorista y tiroteado por la policía poco después de los atentados de Londres; también Italia conoció un episodio similar con ocasión de la muerte de un manifestante antiglobalización en Génova. Con resultados menos dramáticos, Francia ha si‐ 31. Algunos autores, como Gutiérrez Ordóñez, se refieren a estos temas no marcados, colocados al inicio de la oración como tópicos y a la predicación a la que anteceden, como comentario o comento (1997/2000, caps. 4‐6). Dado que aquí estos términos van a emplearse en un sentido diferente (§2.2.3), para aludir a la organi‐ zación de tópicos y subtópicos del discurso (de carácter supraoracional), se ha des‐ cartado su uso para hacer referencia a los procesos de tematización que afectan al nivel oracional.
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do recientemente testigo de los abusos contra un corres‐ ponsal del diario “Libération” y el Reino Unido, del mal‐ trato a un diputado “tory”.}ACTIVADOR DEL REFERENTE {[A esta lista]EL. TEMATIZADO [habría que añadir los diversos episo‐ dios en los que se ha visto envuelta la policía autonómica catalana e, incluso, algunos casos pendientes de resolver por la justicia española, como las lesiones del etarra Igor Portu ‐uno de los presuntos responsables del atentado de Barajas‐ producidas en el momento de su detención en Arrasate]REMA}PRED. ANAFÓRICA. (El País, 15/12/2008, “Grecia como síntoma”) Como puede observarse, en el ejemplo anterior, la ED anafó‐ rica forma parte de un complemento del verbo principal de la ora‐ ción que se ha avanzado a la posición inicial porque contiene el tema del que trata dicha oración, que coincide, además, con el tema desarrollado en el miembro discursivo previo (la lista de sucesos derivados de la amenaza terrorista en Europa). La ED encapsula el contenido del miembro del discurso en el que se concretan tales sucesos y expresa, al mismo tiempo, el tópico de la oración que encabeza. Tal como se ha anotado sobre el propio ejemplo, este patrón anafórico tematizador puede representarse esquemática‐ mente como se indica en la siguiente figura:
{MD}ACT. DEL REF. + {[El. tematizado: ED] + [Rema]} PRED. ANAFÓRICA Figura 10 Patrón anafórico tematizador
Además del tipo de tematizaciones descritas hasta aquí, la periferia izquierda de la oración puede estar ocupada también por otro tipo de componentes: circunstancias temporales o espaciales y adjuntos adverbiales en posición incidental. Pese a que algunos autores consideran también como tematizaciones o topicalizacio‐ nes a este tipo de anteposiciones, lo cierto es que presentan dife‐ rencias funcionales relevantes con respecto de estas. Este tipo de circunstanciales antepuestos a la oración no avanzan el tema, como
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las tratadas hasta aquí, sino que más bien constituyen, como ya se ha mencionado, predicaciones secundarias que condicionan la in‐ terpretación del enunciado al que se anteponen. Como acertada‐ mente ha indicado Gutiérrez Ordóñez, la función informativa de estas predicaciones incidentales consiste en «acotar el marco de validez» de la predicación que sigue (1997/2000, 40). Algunos de los ejemplos que propone este autor contribuyen a comprender el funcionamiento de esta función: EN ESPAÑA, comía en la fábrica y cenaba en su casa [‘Cuando vivía en España’]; LA PRÓXIMA SEMANA, daremos clase el sábado [‘Únicamente durante la próxima semana’]. En el corpus de editoriales analizado, aparecen diversos casos en los que una ED anafórica recupera el contenido de un miembro del discurso anterior y lo integra en este tipo de adjuntos inciden‐ tales que condicionan la interpretación del enunciado que sigue, tal como se ejemplifica en el siguiente fragmento: (18) El Consejo Político de Izquierda Unida (IU) eligió el do‐ mingo a Cayo Lara, candidato del sector identificado con el partido comunista dentro de la formación, como nuevo coordinador general en sustitución de Gaspar Llama‐ zares. (…) Ciertamente, se necesita un plano para seguir el rastro de las cinco tendencias, con sus propias subtendencias, que han competido. [Esa división paraliza la intervención po‐ lítica, ya debilitada por la escasa presencia institucional, por lo que la refundación organizativa era la prioridad]. En esas condiciones, quizá tenga lógica el repliegue hacia la identidad originaria, la comunista, como núcleo más sólido del que partir. (El País, 16/12/2008, “Relevo comu‐ nista”) El elemento incidental en esas condiciones, destacado en el ejemplo, limita la validez del enunciado que introduce: la lógica del repliegue hacia la identidad comunista solo puede entenderse como tal en esas condiciones, las descritas en el miembro discursivo subrayado encapsulado por la ED. Tales condiciones no constituyen, a diferencia de lo que ocurría en el patrón tematizador represen‐
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tado en la figura 10, el tema del que se va tratar en el enunciado que sigue, sino que actúan como condicionante de la validez de este, como el marco interpretativo en el que este cobra sentido. De este modo, la predicación secundaria expresada por el sintagma que contiene la ED podría parafrasearse en este ejemplo como “te‐ niendo en cuenta esas condiciones…”. Este análisis explica que propongamos denominar a este entorno de aparición de las EEDD patrón anafórico de marco interpretativo, aludiendo a la función dis‐ cursiva desempeñada por la ED, que puede diferenciarse con cla‐ ridad de la que realizaba en el patrón anterior. Por lo que respecta a la relación entre el miembro discursivo encapsulado, la ED y la predicación que le sigue, esta puede expli‐ carse a partir de las funciones informativas de precomentario y co‐ mentario propuestas por Portolés para explicar el funcionamiento de marcadores del discurso como pues bien y así las cosas. De acuer‐ do con este autor, tales marcadores suelen ir precedidos de un precomentario o presentación de una situación como «preparación necesaria para comprender lo que se dice después» (2010, 286). Los marcadores del discurso mencionados enlazan la situación descrita en este precomentario con un nuevo comentario sobre ella. Lo mismo ocurre con las EEDD en el patrón que nos ocupa, aunque, además de enlazar el precomentario con su correspondiente co‐ mentario, las EEDD encapsulan y categorizan la situación descrita a modo de precomentario, para proponerla como marco interpre‐ tativo que hay que tener en cuenta para la validez del comentario. Este patrón puede representarse, pues, del siguiente modo:
{MDprecomentario} ACT. DEL REF. + {[M.Int.: ED]intr. de comentario + [Rema]comentario} PRED. ANAFÓRICA Figura 11 Patrón anafórico de marco interpretativo
La aplicación de este patrón al ejemplo de (18) permite com‐ probar su potencial explicativo:
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(18) (…) Ciertamente, se necesita un plano para seguir el ras‐ tro de las cinco tendencias, con sus propias subten‐ dencias, que han competido. {[Esa división paraliza la in‐ tervención política, ya debilitada por la escasa presencia institucional, por lo que la refundación organizativa era la prioridad.]precomentario}ACT. DEL REF. {[En esas condiciones,]intr. comentario [quizá tenga lógica el repliegue hacia la identidad originaria, la comunista, como núcleo más sólido del que partir.]comentario}PRED. ANAFÓRICA (El País, 16/12/2008, “Relevo comunista”) Sobre este patrón representado en la figura 11 y ejemplificado arriba cabe añadir que, a juzgar por el análisis de corpus realizado, parece presentar cierta preferencia por un tipo de EEDD de signi‐ ficado eventivo que, por su significado muy general, presentan una especial capacidad para sintetizar o recapitular la situación o estado de cosas descrita en el precomentario, como es el caso de circunstancia, condición, contexto, escenario, marco o panorama. 2.2.3. Las relaciones tópico‐comentario y el patrón catafórico enumerativo Además de las unidades informativas que actúan en el ámbito oracional, existen otras que permiten explicar la organización diná‐ mica del discurso más allá de esta unidad sintáctica. A partir del trabajo de Van Kuppevelt (1995), por ejemplo, Portolés ha pro‐ puesto emplear la oposición tópico‐comentario para explicar el funcionamiento de marcadores discursivos relacionados con ope‐ raciones textuales estructuradoras del texto, como la enumeración (1998/2001, 116 y ss.; 2010, 288‐289). Dado que, en el corpus ana‐ lizado, las operaciones de enumeración también constituyen uno de los entornos más habituales de aparición de EEDD catafóricas con alcance textual, las unidades informativas descritas por Van Kuppevelt también pueden aplicarse a la representación de patrones de uso de las EEDD.
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La propuesta de Van Kuppevelt parte de una concepción de la organización del discurso basada en una estructura del tipo pre‐ gunta‐respuesta. En concreto, este autor postula que la estructura del discurso puede explicarse a partir de una serie de preguntas que constituyen el tópico (topic‐constituting questions): preguntas explícitas o, por lo general, implícitas en el texto, derivadas del contexto lingüístico o situacional, que el emisor anticipa que se planteará el interlocutor (1995, 117). Así, cada uno de los tópicos o (sub)tópicos del discurso, establecidos por esas preguntas, se cons‐ truyen de forma sucesiva como comentarios o respuestas a cada una de esas preguntas supuestas por el emisor. De acuerdo con Portolés, esta propuesta teórica permite expli‐ car la estructura textual de las operaciones discursivas de enume‐ ración, en las que una secuencia del discurso formada por más de un subcomentario se presenta como respuesta o comentario global a una única pregunta o tópico general del discurso (1999, 166; 2010, 288). Así, el análisis de una enumeración compleja como la que contiene el ejemplo siguiente (destacada entre corchetes) puede explicarse a partir de estas unidades, tal como se ejemplifica en la tabla 10: (19) El Gobierno español eliminará el límite de 3.000 militares para misiones internacionales, como anunciaba la semana pasada en el Parlamento la ministra de Defensa, Carme Chacón, quien precisó que se podría desplegar hasta 7.700 soldados en seis operaciones distintas. (…). Y si nuestro país quiere asumir las responsabilidades de una octava potencia económica mundial, urge esa medida. [Tres son las circunstancias que hacían muy necesario ese cambio de estrategia. La más inmediata se llama Afga‐ nistán. España tiene 800 soldados que operan en ese país de Asia central, en una misión de pacificación y recons‐ trucción, bajo mandato de la ONU, pero que se parece cada día más a una guerra casi convencional contra tali‐ banes y terroristas de Al Qaeda. Y está cantado que el presidente electo norteamericano, Barack Obama, que tomará posesión el 20 de enero, pedirá a sus aliados euro‐
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peos, entre ellos España, que refuerce su presencia en Afganistán, en un esfuerzo por decantar la suerte de la guerra. Va a ser muy difícil decirle que no, sobre todo cuando tanto se desea en Madrid que todo sea recon‐ ciliación con Washington. La segunda ocasión se dará en primavera, cuando haya que enviar fuerzas aeronavales ‐ unos 200 efectivos‐ a aguas de Somalia para sumarse a las patrullas de la UE contra la piratería. Incluso un aumento tan pequeño como ése pondría a punto de quiebra el te‐ cho de los 3.000 soldados. Y la tercera es la de que España participó en la pasada reunión del G‐20 en Washington y, legítimamente, pre‐ tende asistir también a la próxima cumbre en Londres, entrando, así, a formar parte como miembro de pleno de‐ recho del grupo, que actúa como inspirador y orientador de la lucha contra la crisis económica mundial.] (El País, 15/12/2008, “Las tropas y el G‐20”)
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TÓPICO SUBCOMENTARIO 1
SUBCOMENTARIO 2
SUBCOMENTARIO 3
¿Qué circunstancias hacían necesario el cambio de es‐ trategia? La más inmediata se llama Afganistán. España tiene 800 soldados que operan en ese país de Asia central, en una misión de pacificación y recons‐ trucción, bajo mandato de la ONU, pero que se parece cada día más a una guerra casi conven‐ cional contra talibanes y terroristas de Al Qaeda. Y está cantado que el presidente electo norteame‐ ricano, Barack Obama, que tomará posesión el 20 de enero, pedirá a sus aliados europeos, entre ellos España, que refuerce su presencia en Afganistán, en un esfuerzo por decantar la suerte de la guerra. Va a ser muy difícil decirle que no, sobre todo cuando tanto se desea en Madrid que todo sea re‐ conciliación con Washington. La segunda ocasión se dará en primavera, cuando haya que enviar fuerzas aeronavales ‐unos 200 efectivos‐ a aguas de Somalia para sumarse a las patrullas de la UE contra la piratería. Incluso un aumento tan pequeño como ése pondría a punto de quiebra el techo de los 3.000 soldados. Y la tercera es la de que España participó en la pasada reunión del G‐20 en Washington y, legíti‐ mamente, pretende asistir también a la próxima cumbre en Londres, entrando, así, a formar parte como miembro de pleno derecho del grupo, que actúa como inspirador y orientador de la lucha contra la crisis económica mundial.
Tabla 10 Análisis de la estructura informativa del ejemplo de (19)
La pregunta que constituye el tópico del fragmento analizado se explicita, en este caso, en el texto, aunque no aparezca en forma de pregunta, mientras que los tres subcomentarios constituyen, a
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su vez, un comentario unitario que responde a dicha pregunta o que desarrolla ese tópico. En el patrón enumerativo catafórico que subyace a ejemplos como el de (19), la ED desempeña, precisa‐ mente, la función de explicitar el tópico discursivo del segmento enumerativo, esto es, el contenido principal de la pregunta a la que van a responder los miembros del discurso enumerados; en el caso de (19), las circunstancias que hacían muy necesario ese cambio de es‐ trategia. La ED aparece en estos patrones en el marco predictivo de la enumeración (MPE), esto es, en la expresión que anuncia el tipo y, a menudo, también la cantidad de elementos que van a enumerarse a continuación (Tadros 1985, 14‐15; Montolío 2006b, 254; López Samaniego 2006, 73). Aunque los estudios sobre enumeración ma‐ nejados no lo indican, los nombres de significado general que cons‐ tituyen el núcleo de estos MPE y que anticipan el tipo conceptual de los elementos enumerados funcionan como EEDD o como hipe‐ rónimos, dependiendo de la complejidad y extensión de las expre‐ siones enumeradas. Cuando estas son segmentos textuales de na‐ turaleza predicativa y extensión variable, como se observaba en el ejemplo (19), el núcleo del MPE es una etiqueta discursiva en plural. El patrón catafórico enumerativo que subyace a ejemplos co‐ mo el anterior puede concebirse, de hecho, como una variante del patrón catafórico presentativo que se presentaba en la figura 7. Este patrón enumerativo consta, en concreto, de (i) una predicación catafórica, que anuncia la enumeración de forma similar a la es‐ tructura presentativa del patrón descrito en §4.2.2.1, pero mediante un marco predictivo de la enumeración (MPE), formado por una ED en plural y, a menudo –aunque no necesariamente–, un un‐ meral cardinal; y (ii) un miembro discursivo complejo formado por más de una predicación, que presenta de forma sucesiva los dis‐ tintos miembros del discurso enumerados. La predicación catafó‐ rica explicita el tópico que va a exponerse, mientras que los ele‐ mentos enumerados conforman los diferentes subcomentarios (sc), de extensión variable, que desarrollan conjuntamente ese tópico. El patrón enumerativo descrito puede representarse del siguiente modo:
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{(Tema) + [Rema: MPE (Det.) + EDpl.] tópico} PRED. CATAF. + {[MD]sc1 [MD]sc2 [MD]scn}ACT. DEL REF. Figura 12 Patrón catafórico enumerativo
El potencial explicativo de este patrón puede observarse al aplicarlo al análisis del ejemplo de (19): (19) {[Tres son las circunstancias que hacían muy necesario ese cambio de estrategia.MPE]TÓPICO}PRED. CATAFÓRICA {[La más inmediata se llama Afganistán. España tiene 800 solda‐ dos que operan en ese país de Asia central, en una misión de pacificación y reconstrucción, bajo mandato de la ONU, pero que se parece cada día más a una guerra casi convencional contra talibanes y terroristas de Al Qaeda. Y está cantado que el presidente electo norteamericano, Barack Obama, que tomará posesión el 20 de enero, pe‐ dirá a sus aliados europeos, entre ellos España, que re‐ fuerce su presencia en Afganistán, en un esfuerzo por decantar la suerte de la guerra. Va a ser muy difícil de‐ cirle que no, sobre todo cuando tanto se desea en Madrid que todo sea reconciliación con Washington.] SUBCO‐ MENTARIO 1 [La segunda ocasión se dará en primavera, cuando haya que enviar fuerzas aeronavales ‐unos 200 efectivos‐ a aguas de Somalia para sumarse a las pa‐ trullas de la UE contra la piratería. Incluso un aumento tan pequeño como ése pondría a punto de quiebra el techo de los 3.000 soldados.]SUBCOMENTARIO 2 [Y la tercera es la de que España participó en la pasada reunión del G‐20 en Washington y, legítimamente, pre‐ tende asistir también a la próxima cumbre en Londres, entrando, así, a formar parte como miembro de pleno de‐ recho del grupo, que actúa como inspirador y orientador de la lucha contra la crisis económica mun‐ dial.]SUBCOMENTARIO 3}ACT. DEL REF. (El País, 15/12/2008, “Las tropas y el G‐20”)
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Cabe añadir que, cuando los miembros discursivos enume‐ rados (delimitados por corchetes y marcados como subcomentarios en el ejemplo) presentan cierta extensión, como ocurre en el caso de (19), suelen ir precedidos por algún tipo de ordenador del discurso32, numeral o expresión que los relaciona con el marco predictivo de la enumeración y los marca como subcomentarios. En el caso del ejemplo, este papel está desempeñado por expre‐ siones integradas en la redacción del texto como la más inmediata (que recupera mediante elipsis la ED que aparece en el MPE), la segunda ocasión (que contiene un nombre que funciona como sinó‐ nimo de la ED circunstancias) y y la tercera (que contiene una nueva referencia elíptica a la ED núcleo del MPE). 3. ETIQUETAS DISCURSIVAS EN ESTRUCTURAS CONECTIVAS Un último entorno discursivo de uso de las EEDD que ha podido identificarse en el corpus de editoriales son los casos en los que este mecanismo opera en el interior de una serie de expre‐ siones con función conectiva que presentan, por lo general, cierto grado de fijación. Desde los estudios sobre conectores y marca‐ dores del discurso, varios autores han advertido que muchas de estas expresiones conectivas contienen entre sus formantes habi‐ tuales nombres de significado general y abstracto (Cuenca 1998, 519; Martín Zorraquino 2010, 163‐164), como los que, a menudo, actúan como EEDD (en CONSECUENCIA, por este MOTIVO, en todo CASO, etc.). Sin embargo, la bibliografía sobre EEDD no ha prestado atención, por el momento, a la relación que existe entre este mecanismo y los marcadores del discurso y ello a pesar de que el análisis de la relación entre estos dos mecanismos resulta de inte‐ 32. Sobre los ordenadores del discurso y la enumeración, pueden consultarse en español, además del estudio de Portolés (1999) ya citado, los múltiples trabajos de descripción sincrónica de estos marcadores elaborados por Garcés, condensados y revisados en una publicación monográfica (Garcés 2008). Sobre el funcionamiento de estos marcadores del discurso en textos profesionales, véanse López Samaniego (2006) y Montolío (2006b).
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rés para la caracterización de ambos: para los marcadores del dis‐ curso, porque permite profundizar en la definición de los límites de esta categoría heterogénea, de carácter pragmático; y para las EEDD, porque cualquier análisis de corpus de estos nombres debe hacer frente a la disyuntiva de determinar si un nombre de signi‐ ficado general que aparece enmarcado en una de estas expresiones funciona o no como etiqueta discursiva. Para decidir qué postura adoptar ante esta disyuntiva, es necesario analizar previamente los tipos de expresiones conectivas en las que aparecen nombres que suelen funcionar como EEDD, atendiendo, fundamentalmente, al distinto grado de fijación formal que pueden presentar. La mayor parte de los estudios que componen la ingente bi‐ bliografía sobre los marcadores del discurso han tratado de acotar el alcance de esta categoría pragmática a partir de tres propiedades fundamentales: (i) su significado procedimental; (ii) su invariabi‐ lidad o fijación morfológica; y (iii) su independencia con respecto a la estructura sintáctica de la oración, también llamada posición marginal o periférica33. No obstante, tal como se ha demostrado me‐ diante la descripción de las múltiples expresiones que componen esta categoría, no todos los marcadores del discurso cumplen estas tres propiedades o las presentan en el mismo grado. Así, diversos marcadores del discurso conservan parte de su significado conceptual original, incluso cuando funcionan como tales (Portolés 1998/2001, 23‐25; Murillo 2010, 256‐257), hasta tal punto que, de hecho, resulta más adecuado referirse a ellos como unidades que tienen «un significado más procedimental que con‐ ceptual» (Briz, en línea), ya que no existe ninguna razón para considerar que ambos tipos de significado deban concebirse como excluyentes. Por lo que respecta a su invariabilidad, se trata de una de las propiedades más cuestionadas: la bibliografía más reciente aboga por flexibilizar este criterio para poder incorporar a la categoría expresiones o locuciones conectivas que no se encuentran
33. En la lingüística hispánica estas características han sido establecidas por los trabajos fundacionales de Portolés (1998/2001, 48) y Martín Zorraquino y Por‐ tolés (1999, 4057).
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todavía plenamente gramaticalizadas o fijadas formalmente, como es el caso de muchos de los marcadores de reformulación, por ejemplo (Cuenca 1998 y 2006, 85‐90; Montolío 2001, 116; Martín Zorraquino 2010, 106; Fernández del Viso 2012). En cuanto a la posición periférica o marginal que ocupan los marcadores del dis‐ curso, este es el criterio que muchos de los autores suelen adoptar como fundamental para delimitar la categoría (Portolés 1998/2001; Briz, Pons y Portolés 2008). Sin embargo, también existen estudios que proponen distinguir entre los conectores parentéticos, que pre‐ sentan el mismo funcionamiento incidental de los marcadores del discurso, y otros conectores integrados en la estructura oracional, los conectores integrados o conjunciones (Montolío 2000 y 2001; Cuenca 2001, 2006 y 2010; Martín Zorraquino 2010)34. Estas reservas con respecto a las propiedades consideradas como definitorias de los marcadores del discurso explican que al‐ gunos autores, como Pons (1998) o Cuenca (2001), hayan decidido considerar la de los marcadores del discurso –o, más concreta‐ mente, los conectores– como una categoría difusa, que cuenta con elementos prototípicos que cumplen con todos los criterios defini‐ torios de la categoría y con elementos que se encuentran en la peri‐ feria porque no cumplen alguno o algunos de estos criterios. Cuenca (2001) propone como prototipo de esta categoría los co‐ nectores parentéticos. A partir de este centro categorial, el resto de las expresiones que presentan semejanzas de familia con los conec‐ tores parentéticos se ordenan en función de su grado de gramati‐ calización: cuanto más gramaticalizadas estén, mayor fijación estructural y significado procedimental poseerán y, por tanto, más cerca estarán del prototipo; por el contrario, cuanto menos grama‐ ticalizadas, esto es, más variables morfológicamente y con mayor
34. En términos generales, la denominación de conectores tiende a incluir las conjunciones y locuciones conjuntivas integradas en la oración, mientras que los autores que manejan el término de marcadores del discurso se refieren, por lo general, a las unidades con carácter periférico o parentético. Una revisión reciente sobre la diversidad terminológica en torno a los elementos que pautan la interpretación del discurso puede verse en el preámbulo de Loureda y Acín (2010).
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significado conceptual, más periférica será la posición que ocupen con respecto del prototipo (Cuenca 2001; 2006, 89). Así pues, siguiendo el criterio propuesto por Cuenca, el grado de gramaticalización de una estructura conectiva permite determi‐ nar si resulta o no adecuado considerarla un marcador del dis‐ curso. Este mismo criterio puede aplicarse para determinar si los nombres que contienen determinadas expresiones conectivas fun‐ cionan como EEDD o si, por el contrario, se encuentran fijados o fosilizados como formantes de un marcador del discurso35. De este modo, si una expresión conectiva se encuentra fijada formalmente y ha perdido parte de su significado conceptual original (o todo), ya no puede considerarse que el formante nominal que contiene funcione como ED, ya que, al gramaticalizarse, este nombre pierde gran parte de su significado conceptual y, por tanto, de su poten‐ cial categorizador de un miembro del discurso. Es lo que ocurre, por ejemplo, en casos como el del marcador consecutivo en conse‐ cuencia. Si bien podría entenderse que, en este marcador, el sustantivo consecuencia anticipa la categorización o conceptualización de la in‐ formación que sigue, existen varios rasgos que explican que resulte más adecuado concebir esta estructura como un marcador del dis‐ curso gramaticalizado que como un mecanismo de cohesión léxica (ED). En primer lugar, el nombre no acepta modificadores, ni de‐ terminantes (*en la consecuencia, *en tal consecuencia), ni comple‐ mentos del nombre (*en consecuencia directa, *en consecuencia de lo expuesto); asimismo, el nombre no puede alternar con cualquier otro nombre de significado equivalente, sino solo con alguno (*en resultado, en conclusión), ya que su significado conceptual se ha debilitado a favor del procedimental. Todos estos rasgos, que apuntan a un grado avanzado de fijación formal del marcador, explican, además, el bloqueo de una de las características definito‐ 35. La gramaticalización de los marcadores del discurso es una fructífera línea de investigación en la lingüística hispánica actual. Sin ningún ánimo de exhaus‐ tividad, baste citar aquí, como ejemplo, uno de los trabajos pioneros en esta línea en español, Garachana (1998) y uno de los más recientes, que ofrece una visión de conjunto de esta investigación en los últimos años: el de Pons (2010).
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rias de las EEDD: en estas expresiones conectivas, el emisor no selecciona un nombre para categorizar un segmento discursivo de acuerdo con su intención comunicativa o con su plan del discurso, sino que la selección léxica está fijada en la estructura del mar‐ cador. Tampoco puede defenderse que estos nombres presenten ya el valor anafórico encapsulador propio de las EEDD, ya que no poseen valor referencial, como puede derivarse de la posición mar‐ ginal o periférica que ocupan en el discurso o de la ausencia de determinante para introducirlos. El debilitamiento del valor refe‐ rencial es otro de los indicadores del grado avanzado de grama‐ ticalización de un marcador (Cuenca 2006, 84). Otros ejemplos de marcadores del discurso cuyo proceso de gramaticalización puede considerarse como completado o muy avanzado y que contienen nombres que originariamente (en un estadio previo a la gramati‐ calización) podrían haber funcionado como EEDD, pero que ya no desempeñan esta función son por EJEMPLO, en RESUMEN o de todas MANERAS36. Un caso algo distinto es el de una serie de estructuras co‐ nectivas que presentan cierto grado de fijación formal, aunque la mayoría de los autores las consideran fuera de la categoría de los conectores y marcadores del discurso. Se trata de una serie de locuciones que suelen seguir el esquema y que desempeñan una función de ad‐ junto desde una posición parentética, como por ese motivo. A dife‐ rencia del caso anterior, se trata de estructuras (i) en las que el nombre aparece precedido por un determinante definido; (ii) que conservan, en gran parte, su significado conceptual; (iii) que pre‐ sentan variabilidad tanto flexiva (por esos motivos) como paradig‐ mática (por este / aquel motivo); (iv) que aceptan, en muchos casos, modificadores (por ese absurdo / mismo motivo); y (v) que suelen pre‐ sentar variación sinonímica (por esa razón / causa). Tanto la pre‐ 36. Sobre este último, puede leerse el análisis diacrónico de Pons y Ruiz (2001), en el que se demuestra como el debilitamiento del valor anafórico original de nombres como manera, forma o modo ha corrido paralelo a la pérdida del artículo que, en muchos casos, precedía a los nombres de significado general en estadios anteriores de la evolución del marcador (de todas las maneras).
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sencia de un determinante como la conservación del significado conceptual y el menor grado de fijación que presentan estas es‐ tructuras permiten asignar cierto valor referencial a los grupos no‐ minales que contienen, motivo que explica por qué la mayor parte de los autores excluyen estas estructuras de la nómina de conec‐ tores y marcadores del discurso37 (Fuentes 1987, 74; Portolés 1993, 14938; Martín Zorraquino y Portolés 1999, 4060; Cuenca 2006 y 2010, 85). Sin embargo, también es cierto que la selección del nombre en estas estructuras no es totalmente libre o abierta (#por ese argumento, #por esa motivación/justificación), así como que la po‐ sición periférica que suelen ocupar y la función semántico‐pragmá‐ tica que desempeñan estas locuciones las aproxima notablemente a los conectores parentéticos. Esta similitud con el funcionamiento discursivo de los conectores parentéticos ha llevado a algunos autores a considerar estas estructuras como conectores en proceso de gramaticalización (Montolío 2001, 119). El presente estudio se inclina por considerar estas estructuras como estructuras conectivas que incluyen EEDD que conservan su valor anafórico encapsulador, atendiendo a criterios ya expuestos como la relativa variación sinonímica que admite el nombre, la presencia de un determinante definido o el considerable grado de variabilidad morfológica que presentan. Todos estos rasgos per‐ miten defender una preservación del valor anafórico del grupo nominal contenido en estructuras conectivas causales, como las atendidas hasta aquí, así como por otras estructuras conectivas, a nuestro juicio, similares, como con el fin de… o con este fin, que no 37. Cabe indicar, sin embargo, que otros estudios que parten de una defini‐ ción menos restrictiva de las estructuras conectivas, como los diccionarios de par‐ tículas discursivas, sí incluyen algunas de estas expresiones (Santos 2003; Briz, Pons y Portolés en línea). 38. En efecto, en este trabajo, uno de los primeros en español sobre conectores y marcadores del discurso, Portolés excluye estructuras del tipo por eso/ello, por este/ese motivo, por esta/esa causa/razón de la nómina de conectores. Sin embargo, sí incluye como conectores otras estructuras similares con un grado algo mayor de fijación, como en ese caso (1993, 151), que, a diferencia del anterior, parece haber per‐ dido su valor anafórico, ya que su núcleo nominal no puede alternar con un pro‐ nombre neutro (por eso / *en eso).
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aparecen en la bibliografía sobre conectores y marcadores del discurso, pero sí en el corpus analizado. Un último caso de estructuras conectivas que incorporan nombres de significado general, notablemente distinto de los ante‐ riores, es el de los nombres que aparecen complementando a co‐ nectores integrados en la oración, en el marco de un sintagma no‐ minal anafórico. En estos casos, la selección léxica es libre y el valor anafórico encapsulador del grupo nominal es evidente. Se trata de estructuras del tipo de gracias a este fenómeno, como consecuencia de estos hechos, a pesar de estos cambios o además de estas observaciones. Aunque no se han localizado ejemplos de estas estructuras en el corpus analizado, es importante incluirlas como parte de las es‐ tructuras conectivas que contienen nombres de significado general, ya que constituyen el extremo más claro en el que tales nombres funcionan como EEDD. A pesar de que autores como Halliday y Hasan proponen considerar estas estructuras conjuntivas complejas como conjuncio‐ nes, para evitar la incoherencia que supondría clasificar expresio‐ nes prácticamente idénticas, como además y además de o como con‐ secuencia y como consecuencia de, en categorías cohesivas diferentes, estos autores reconocen el valor referencial claro que poseen estas expresiones (1976, 230‐231). En la bibliografía hispánica, en cam‐ bio, otras autoras se han inclinado por una postura más conci‐ liadora, consistente en considerar estas estructuras como com‐ binaciones de un mecanismo de conexión y uno anafórico (Mon‐ tolío 2001, 61‐62; en prensa), que puede presentarse en forma de pronombre neutro (a pesar de ello/eso/esto), o bien como un sintagma nominal (a pesar de estas objeciones). En el segundo caso, Cuenca propone referirse a tales estructuras como conectores léxicos, que funcionan discursivamente como un conector parentético, pero a partir de su significado léxico, que se combina con el procedimen‐ tal (2006, 85). Entre estos conectores que pueden combinarse con EEDD, cabe distinguir, a su vez, dos casos. Por una parte, pueden identi‐ ficarse una serie de conectores integrados, como a causa de, debido a, gracias a, a pesar de, pese a, etc., que se combinan necesariamente con
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un constituyente nominal que puede ser un pronombre o un mecanismo encapsulador de cohesión léxica, a menudo, una eti‐ queta discursiva. Por otra parte, existe otro grupo de conectores, que presentan un estado de gramaticalización más avanzado, que pueden prescindir de esta encapsulación y actuar también de forma aislada como conectores parentéticos. Presentan este doble funcionamiento, integrado o parentético, conectores como los si‐ guientes: como consecuencia de esta observación –como consecuencia, además de estos factores– además, aparte de estos rasgos –aparte39, etc. No obstante, esta diferenciación es relevante solo desde el punto de vista de la teoría de los marcadores del discurso y de los conec‐ tores, ya que en ambos casos los sintagmas nominales que siguen a estos conectores integrados funcionan plenamente como encapsu‐ laciones léxicas (ya sean EEDD, nominalizaciones repetitivas o sinonímicas). En resumen, pues, pueden establecerse tres tipos de estruc‐ turas conectivas que se combinan con nombres de significado ge‐ neral, en función del grado de gramaticalización que presentan: A) Marcadores del discurso que contienen nombres que actua‐ ban como EEDD, pero se han gramaticalizado: por ejemplo, en resumen, en conclusión, en consecuencia, en síntesis… B) Locuciones preposicionales en proceso de gramaticalización del tipo : por esta razón/motivo, con el fin / objetivo / propósito de… C) Conectores integrados con una ED como término: como con‐ secuencia de esta observación, a causa/consecuencia de este fenó‐ meno, gracias a tal aportación, a pesar de los últimos sucesos, etc.
39. Como indican Martín Zorraquino y Portolés, estos conectores solo fun‐ cionan como marcadores del discurso cuando no llevan complemento, ya que, cuando lo llevan, pierden «su capacidad de conexión entre dos miembros del discurso, ya que el elemento al que se hacía referencia anafóricamente con el mar‐ cador es el que aparece ahora en el complemento» (1999, 406). Estas estructuras conectivas con complemento nominal funcionan, por tanto, como conectores inte‐ grados, igual que los mencionados a causa de, a pesar de, etc.
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De estas tres (y desde la perspectiva sincrónica), las es‐ tructuras conectivas que pueden contener EEDD en su seno son únicamente las dos últimas. A diferencia de lo que ocurre con las estructuras del tipo C, en las del tipo B, el nombre general funciona como lo que podrían denominarse etiquetas discursivas parcialmente predeterminadas, ya que, en estas locuciones conectivas, la elección léxica no es tan libre como corresponde a los casos más prototí‐ picos de etiquetaje discursivo. De hecho, tales estructuras consti‐ tuyen marcadores del discurso periféricos que contienen EEDD periféricas, ya que se trata de mecanismos de cohesión que se en‐ cuentran a medio camino entre ambos tipos de procedimiento (re‐ ferencia y cohesión). 4. LOS PATRONES DE USO DE LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS El objetivo de este capítulo ha sido adaptar al español los principales patrones de uso de las EEDD descritos desde la biblio‐ grafía anglosajona e identificar, a partir del análisis manual de corpus, otros contextos de aparición de este mecanismo en el dis‐ curso. Tal como se ha defendido en el primer apartado, la revisión crítica de los patrones descritos para el inglés ha llevado a des‐ cartar uno de ellos como entorno de aparición de las EEDD: en concreto, el patrón copulativo descrito por Schmid (2000), que no contiene, de hecho, una ED, sino un nombre de significado general que se emplea para atribuir determinadas propiedades al contenido de un miembro del discurso encapsulado por el sujeto (cero o pronominal) de la estructura. El hecho de que tal estructura se haya considerado co‐ mo un patrón de aparición de las EEDD en la bibliografía anglosa‐ jona se explica porque se trata de una construcción en la que tien‐ den a aparecer nombres que suelen funcionar como EEDD. Sin em‐ bargo, tal consideración no tiene en cuenta que el etiquetaje dis‐ cursivo es una función discursiva, no un tipo de nombres: para que un nombre actúe como ED no solo debe encapsular y categorizar un miembro del discurso, sino, además, presentar valor referencial,
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no atributivo. Como se ha comprobado a partir de la discusión de este patrón, el análisis crítico de los patrones de uso de las EEDD aporta criterios para considerar si un nombre funciona o no como tal en un determinado contexto, contribuyendo así a perfilar la definición del fenómeno. El análisis del resto de los patrones descritos por la biblio‐ grafía anglosajona ha mostrado, por una parte, que las relaciones de etiquetaje discursivo pueden ser, al igual que las relaciones de conexión establecidas por los conectores o las que existen entre los pronombres y sus antecedentes, de tipo oracional o discursivo. En el primer caso, la relación entre la ED y su antecedente textual se explicita en la sintaxis oracional; en el segundo caso, el vínculo en‐ tre ambos miembros del discurso se debe exclusivamente a la rela‐ ción cohesiva. Por otra parte, el análisis de estos patrones ha pues‐ to de relieve, también, que los patrones léxico‐gramaticales que se han empleado para representar los entornos discursivos de apari‐ ción de las EEDD resultan insuficientes para representar de forma sistemática y explicativa el funcionamiento de las EEDD de alcance textual, más allá de reflejar el tipo de estructura sintáctica en la que aparecen tales EEDD (el sintagma nominal). A fin de salvar algunas de las dificultades que presentan los patrones léxico‐gramaticales para representar relaciones discur‐ sivas, se ha propuesto sistematizar los patrones discursivos de apa‐ rición de las EEDD a partir de unidades de tipo cognitivo‐funcio‐ nal, en combinación con unidades estructurales de carácter muy general, como las de predicación anafórica o predicación catafórica y la de miembro del discurso. Esta última unidad se caracteriza, funda‐ mentalmente, por su unidad temática (presenta o activa el refe‐ rente complejo recuperado por la ED), pero puede ser muy va‐ riable en cuanto a su estructura y composición, incluyendo una o más predicaciones. Por su parte, las unidades cognitivas (activador del referente y actualizador del referente) permiten representar el fun‐ cionamiento anafórico o catafórico de las EEDD, en tanto que las unidades informativas reflejan la función discursiva principal que desempeñan las EEDD en la progresión temática del discurso.
PATRONES DE USO DE LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS
261
Los patrones propuestos siguiendo este esquema de repre‐ sentación permiten explicar y formalizar algunos aspectos del funcionamiento del etiquetaje discursivo entre cláusulas, oraciones o párrafos, así como relacionar el uso de este mecanismo encap‐ sulador con operaciones discursivas como la enumeración com‐ pleja o los procesos de tematización. Los patrones identificados por la bibliografía y los propuestos en este capítulo se recogen en la siguiente tabla, en la que se indica también su frecuencia de apa‐ rición en el corpus analizado, en los porcentajes que aparecen entre paréntesis, que son el resultado de dividir el número de ocurren‐ cias de cada patrón entre el total de EEDD identificadas:
262
LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
Discursivos
Oracionales
ANAFÓRICOS
CATAFÓRICOS
PATRÓN APOSITIVO (2,3%):
PATRÓN APOSITIVO (1,3%):
P. ATRIBUTIVO ESP. (13,5%):
P. NOMINAL ESP. (27,3%):
PATRÓN TEMÁTICO (13,5%): {MD}ACT. DEL REF. + {[T: ED] + [R]}PRED. ANAF.
PATRÓN PRESENTATIVO (6,3%): {(T) + [R:(v.exist./ap.)+ED]} PRED. CAT. + (:) + {MD}ACT. DEL REF.
PATRÓN REMÁTICO (22,4%): {MD}ACT. DEL REF. + {[T] + [R: ED]} PRED. ANAF.
PATRÓN ENUMERATIVO (2,6%): {(T) + [R:MPE EDpl.] tópico}P. CAT. +{[MD]sc1 [MD]sc2 [MD]scn}A.REF.
PATRÓN TEMATIZADOR (2,6%): {MD}ACT. DEL REF. + {[E. tematizado: ED] + [R]}PRED. ANAF.
Conect.
LOCUCIONES PREPOSICIONALES EN PROCESO DE GRAMATICALIZACIÓN (2%):
Otros
P. MARCO INTERP. (4,9%): {MDprecomentario}ACT. DEL REF. + {[M.Int.: ED]intr. de comentario + [R]comentario}PRED. ANAF.
OCURRENCIAS QUE NO PUEDEN ENGLOBARSE EN EL RESTO DE LOS PATRONES IDENTIFICADOS (1,3%) Tabla 11 Patrones de uso de las EEDD identificados en el corpus de editoriales
PATRONES DE USO DE LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS
263
Los patrones representados en la tabla presentan un pano‐ rama de los distintos tipos de funcionamiento discursivo que pue‐ den presentar las EEDD, aunque no necesariamente exhaustivo. Dado que han sido identificados a partir de un corpus reducido y homogéneo (formado por un solo género discursivo), no debe excluirse la posibilidad de identificar otros patrones no incluidos aquí a partir del análisis de corpus más amplios o diversos. De hecho, esta es una posibilidad bastante plausible, ya que ha sido necesario reservar una categoría Otros para incluir aquellos casos en los que se ha identificado un uso del etiquetaje discursivo, pero este no ha podido clasificarse en ninguno de los once patrones descritos ni en un nuevo patrón diferente. Dado que solo 4 de las 304 ocurrencias identificadas han presentado este problema, se ha optado por incluirlas en esta categoría heterogénea, ya que el corpus no proporcionaba suficientes datos para determinar si los entornos en los que aparecía cada una de estas cuatro EEDD po‐ dían considerarse patrones rutinizados o, hasta cierto punto, recu‐ rrentes. Igualmente, como se observa en la tabla, el número de ocu‐ rrencias de algunos de los nuevos patrones identificados en este análisis es muy bajo, de modo que también será necesario corro‐ borar si se trata de patrones de aparición frecuente de las EEDD ampliando el análisis a corpus más amplios y variados. Debido a las limitaciones del corpus referidas, las frecuencias de uso de cada patrón tampoco permiten realizar generalizaciones sobre el funcionamiento del etiquetaje discursivo, pero se presen‐ tan aquí porque corroboran que, en efecto, los patrones más fre‐ cuentes en nuestro corpus son, precisamente, los identificados por la bibliografía anglosajona; a saber: el patrón atributivo especifi‐ cativo, el patrón nominal especificativo y los patrones anafóricos (que aparecen desglosados aquí en temático, remático, tematizador y de marco interpretativo). Estos datos muestran, también, una tendencia de las EEDD anafóricas a aparecer en patrones de al‐ cance discursivo, mientras que las catafóricas presentan una clara preferencia por los patrones oracionales, diferencia que es consis‐ tente con el distinto funcionamiento cognitivo y alcance textual que implican estos dos tipos de referencia (anafórica y catafórica).
264
LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
Sin embargo, las frecuencias obtenidas en nuestro análisis no permiten corroborar otra afirmación sostenida por parte de la bi‐ bliografía anglosajona, como es la tendencia de las EEDD ana‐ fóricas a aparecer en posición temática. En el corpus analizado el número de ocurrencias de EEDD anafóricas en posición temática no supera la frecuencia de las EEDD anafóricas en posición remá‐ tica ni aun sumando los patrones en los que las EEDD aparecen en posición temática marcada y no marcada. En cuanto al valor explicativo de los patrones propuestos aquí, estos reflejan el tipo de relación –sintáctica (en el caso de los oracionales) o discursiva, anafórica o catafórica– que se establece entre la ED y su antecedente textual, así como entre estas unidades y el resto de componentes del patrón. Además, tales patrones – muchos de los cuales no constituyen, de hecho, entornos exclu‐ sivos de aparición de las EEDD, sino que pueden extrapolarse a otros tipos de relaciones cohesivas anafóricas– ponen de relieve la relación que existe entre el etiquetaje discursivo y otros tipos de relaciones sintácticas o discursivas, como (i) las operaciones de especificación (presentación de un tipo de entidad seguida de la concreción discursiva de la entidad a la que quiere referirse el ha‐ blante), que pueden realizarse sintácticamente mediante comple‐ mentos nominales apositivos (el hecho de [que llegues tarde]), ora‐ ciones copulativas (el hecho es [que llegas tarde]) o aposiciones (ese hecho, [que llegues tarde]; [llegas tarde], hecho que…); (ii) las opera‐ ciones de enumeración compleja; (iii) la presentación de nuevas entidades en el discurso; (iv) la tematización o colocación en la periferia izquierda oracional de temas marcados; o incluso (v) la conexión entre bloques del discurso, mediante la participación de EEDD en estructuras conectivas con un grado bajo de fijación for‐ mal. Tal como ha demostrado la gramática de patrones, teoría a la que se hacía referencia al inicio de este capítulo, una de las prin‐ cipales motivaciones para identificar los patrones de uso de una determinada estructura o unidad es que estos condicionan las fun‐ ciones que tal estructura o unidad puede desempeñar en el dis‐ curso. La medida en que los patrones de uso de las EEDD identi‐
PATRONES DE USO DE LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS
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ficados se encuentran ligados a determinadas funciones discur‐ sivas se abordará en el siguiente capítulo.
CAPÍTULO V
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO Además de las funciones cognitivas básicas asociadas a la de‐ finición del procedimiento cohesivo del etiquetaje discursivo –la encapsulación y la categorización de predicaciones del discurso–, la bibliografía ha identificado otras funciones de este mecanismo que dependen de su empleo discursivo. Gracias a su capacidad para encapsular y categorizar entidades presentadas en el discurso, las EEDD desempeñan la doble función cohesiva (textual y cog‐ nitiva) a la que se hacía referencia en el capítulo segundo; a saber: poner en relación dos partes del texto que mantienen una relación de equivalencia (el miembro encapsulado y el encapsulador) y, al mismo tiempo, guiar al interlocutor sobre el modo en que debe interpretar el miembro encapsulado. Ahora bien, estas funciones cohesivas generales dan lugar a funciones discursivas más especí‐ ficas, que dependen de factores como el significado constante de la ED seleccionada por el emisor (incluidos los modificadores que la acompañan) o el patrón discursivo en el que esta aparece. Además del significado léxico y del contexto discursivo, otro factor que puede condicionar el tipo de funciones desempeñadas por las EEDD en el discurso –o, al menos, la frecuencia con que estas desempeñan tales funciones– son las características propias del texto en el que aparecen las EEDD. En efecto, algunas caracte‐
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
rísticas de la situación comunicativa, como el tema o campo, el canal o medio y el tenor o propósito comunicativo, tradicional‐ mente relacionadas con el concepto de registro (Halliday y Hasan 1976, 22), parecen condicionar el tipo de expresiones referenciales seleccionadas o empleadas con mayor frecuencia (Ariel 2008, 62 y ss.)1 y, más concretamente, la selección y frecuencia de aparición de las EEDD (Flowerdew 2003b). Por ese motivo, cabe esperar, también, que estos rasgos del registro influyan en el tipo de funcio‐ nes que desempeñan las EEDD. En ese sentido, conviene tener en cuenta que el etiquetaje discursivo ha sido analizado, hasta el momento, en textos escritos de carácter expositivo o expositivo‐argumentativo y, más concreta‐ mente, en géneros periodísticos y académicos, como la noticia (Borreguero 2006; González Ruiz 2008, 2009 y 2010; Llamas 2010a y 2010b) y el editorial (López Samaniego 2011 y en prensa; Izquierdo y González Ruiz 2013b)2, o el artículo de investigación (Peña Martínez 2004, Mur Dueñas 2004, Moreno 2004, Swales 2001, Aktas y Cortés 2008 o Gray 2010) y la tesis doctoral (Charles 2003). Así pues, hay que tener en cuenta que las funciones del etiquetaje dis‐ cursivo en otros tipos de texto, como el narrativo, o en otros me‐
1. De hecho, como indica esta autora, el tipo de influencia que estos rasgos propios del registro ejercen sobre la selección de las expresiones referenciales no es directa, sino indirecta: la selección de unas u otras viene determinada, sobre todo, por las funciones de dichas expresiones codificadas en la gramática, que explican, a su vez, la mayor o menor frecuencia de una determinada expresión en un texto concreto, en función de las necesidades expresivas de dicho texto. En palabras de Ariel, «if some register is mainly associated with (encoded) discourse functions, the register will tend to have a disproportionate number of a specific referring expression, just because the expression is appropriate for the type of entity commonly referred to» (2008, 63). 2. A todos estos ejemplos de estudios que manejan corpus periodísticos cabe añadir los diversos trabajos que manejan el gran corpus Bank of English, compilado desde la Universidad de Birmingham, como los de Francis (1994) y Schmid (2000), ya que los documentos de tipo periodístico copan aproximadamente dos tercios de este corpus (Schmid 2000, 43).
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO
269
dios, como el discurso oral o el discurso profesional, se encuentran todavía pendientes de estudio, salvo contadas excepciones3. Estudios como los mencionados han abordado, a partir del análisis cualitativo y cuantitativo de corpus, algunas de las fun‐ ciones específicas que las EEDD pueden desempeñar en el dis‐ curso. La revisión de las principales aportaciones de dichos estu‐ dios muestra una tendencia general a incidir en dos grandes tipos de funciones discursivas de este procedimiento cohesivo: de un lado, las funciones relacionadas con la organización del discurso y, de otro, las funciones persuasivas, interaccionales o argumenta‐ tivas, derivadas de la evaluación del contenido del miembro dis‐ cursivo encapsulado, que han recibido mayor atención que las pri‐ meras, con referencias más o menos exhaustivas en la mayor parte de los trabajos4. En cambio, las funciones relacionadas con la orga‐ nización del discurso han sido menos analizadas y, a menudo, se han tratado de forma conjunta y poco diferenciada funciones rela‐ cionadas, estrictamente, con la estructura informativa del texto, como el enlace, la presentación o el cambio de tópico discursivo, y funciones metadiscursivas de tipo textual, más relacionadas con la coherencia local del discurso y que no dependen de la articulación del tópico discursivo. Además de las funciones relacionadas con la organización del texto, otro aspecto que ha sido escasamente atendido por la biblio‐ grafía disponible es la estrecha relación que existe entre los patro‐ nes discursivos de uso de las EEDD y las funciones que estas de‐ sempeñan, que únicamente ha sido examinada de forma siste‐ mática por autores como Schmid (2000, §III) y Yamasaki (2008). El 3. Algunas de estas excepciones son los estudios de Ribera (2007, 2012) sobre el uso de los mecanismos cohesivos en general en textos narrativos breves, el aná‐ lisis del uso de los mecanismos de referencia en la sentencia judicial elaborado por López Samaniego (2010) o el análisis de las EEDD en intervenciones orales en el Parlamento Europeo llevado a cabo por Izquierdo y González Ruiz (2013a). 4. Véanse, por ejemplo, las referencias a la capacidad de las EEDD para evaluar contenidos en Halliday y Hasan (1976, 276), Francis (1986, 37 y 1994, 93‐94), Conte (1996, 6), Schmid (2000, 308 y 327), Charles (2003, 321‐323) o García Negroni, Hall y Marín (2005, 258), así como análisis más detallados de estas funciones en los estudios de Yamasaki (2008) o Izquierdo y González Ruiz (2013b).
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
resto de los autores que caracterizan algunas de las funciones del etiquetaje discursivo tienden a centrarse en la selección léxica del nombre que funciona como ED y de los modificadores que lo acompañan, y en cómo este aspecto determina el tipo de funciones que las EEDD desempeñan en el discurso. El objetivo de este capítulo es partir de las principales fun‐ ciones discursivas de las EEDD identificadas en la bibliografía, así como del marco teórico proporcionado por enfoques de estudio del discurso consolidados, como el análisis de la distribución del tó‐ pico discursivo o el de los procedimientos metadiscursivos y los mecanismos de evaluación, para elaborar una clasificación siste‐ mática de las funciones discursivas que pueden desempeñar las EEDD. Asimismo, se pretende caracterizar los condicionantes dis‐ cursivos que posibilitan tales funciones, como los patrones de uso o el significado de la ED seleccionada. La clasificación de funciones de las EEDD que se propone aquí parte de la distinción de dos grandes grupos: por una parte, las funciones de articulación de la estructura informativa del texto y, más concretamente, de organización del tópico discursivo (fun‐ ciones informativas); y, por otra, las funciones metadiscursivas, en las que las EEDD actúan como marcas lingüísticas que indican el modo en que el emisor concibe su discurso (funciones metadiscur‐ sivas textuales o interactivas), así como la relación que este establece con el destinatario (funciones metadiscursivas persuasivas o interaccio‐ nales). El criterio que justifica esta distinción es, precisamente, la existencia de diferentes condicionantes discursivos para cada uno de los dos tipos de funciones. 1. FUNCIONES INFORMATIVAS Como ya se ha mencionado, la descripción de las funciones del etiquetaje discursivo disponible en la bibliografía tiende a pre‐ sentar de forma poco diferenciada una serie de funciones de este mecanismo relacionadas con la organización del discurso, que han recibido denominaciones como unión o enlace (linking), señali‐
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO
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zación (signposting) o cambio de tópico (topic‐shifting). El problema radica en que tales denominaciones no siempre reflejan con cla‐ ridad en qué casos las EEDD desempeñan estas funciones o a qué dimensión del discurso afectan (estructura informativa, estructura retórica, relación entre cláusulas, etc.). Por ese motivo, en este estudio se propone tratar de forma independiente aquellas funcio‐ nes organizativas que dependen de la posición del discurso en la que aparece la ED y que contribuyen a gestionar el desarrollo del tópico discursivo: las funciones informativas del etiquetaje discur‐ sivo. En el capítulo anterior se ha puesto de relieve la utilidad de las nociones que se emplean para caracterizar la estructura infor‐ mativa de la oración (tema‐rema) y de determinados bloques del discurso (tópico‐comentario) a la hora de confeccionar patrones que representen el empleo discursivo de las EEDD. Para analizar las funciones informativas que las EEDD pueden desempeñar en el discurso, es necesario tener en cuenta otro concepto, que afecta a la coherencia global del texto: el de tópico discursivo o el asunto del que se trata en un texto o en un segmento de este (Van Dijk 1980, 41; Goutsos 1997, 1; Hidalgo Downing 2003, 40). El tópico o asunto global del discurso suele reflejarse en el título y en el nivel superior de la macroestructura o estructura temática del texto (Van Dijk 1978 y 1980), aunque también es posible identificar otras unidades informativas menores, que versan sobre los principales bloques temáticos o etapas de desarrollo del tópico global del discurso: lo que Van Dijk ha denominado las macroproposiciones (1978, 221) o tópicos del discurso. Estos bloques temáticos se relacionan secuen‐ cialmente en el texto mediante dos operaciones básicas que regulan la progresión informativa: la continuidad de tópico y el cambio de tópico (Givón 1983; Goutsos 1997, 46; Hidalgo Downing 2003, 96). La primera de estas operaciones, la continuidad de tópico, es la relación de progresión informativa por defecto, la no marcada, ya que se da entre las proposiciones que desarrollan un mismo tó‐ pico del discurso. En cambio, la operación de cambio de tópico presenta carácter marcado: solo se da cuando se inicia una nueva unidad informativa. En consecuencia, los cambios de tópico en el
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
discurso tienden a marcarse de forma explícita, en tanto que la continuidad de tópico puede establecerse meramente mediante re‐ laciones semánticas de coherencia, sin necesidad de que aparezcan marcas lingüísticas que la indiquen (Goutsos 1997, 46). Esta diferencia explica que los análisis sobre la articulación informativa del discurso suelan centrarse en las operaciones de cambio de tó‐ pico. Tanto desde estos análisis sobre la articulación informativa del texto (Goutsos 1997, 54) como desde el estudio de las EEDD (Francis 1986, 99 y 1994, 86‐87; Schmid 2000, 350; Borreguero 2006, 92), diversos autores han llamado la atención sobre la capacidad de este mecanismo de encapsulación para llevar a cabo la función de cambio de tópico. A diferencia de los encapsuladores pronomi‐ nales, los de carácter léxico no solo permiten sintetizar y reactivar el contenido de unidades textuales complejas, sino también añadir información que avance un nuevo enfoque o una reorientación informativa. Sin embargo, solo algunas de las operaciones de cam‐ bio de tópico que pueden realizar las EEDD han sido atendidas en la bibliografía. Además, como se ha podido comprobar en el cor‐ pus de editoriales analizado, las EEDD pueden incluso desempe‐ ñar funciones de continuidad de tópico. Este apartado se propone, precisamente, analizar las regulari‐ dades de funcionamiento que presentan algunos de los patrones de aparición de las EEDD caracterizados en el capítulo anterior para señalar determinadas operaciones en el desarrollo del tópico del discurso. Para ello, se tiene en cuenta el patrón de uso de la ED, así como la posición que este ocupa en una de las unidades textuales que se relacionan más directamente con la delimitación de las distintas etapas de la organización del tópico discursivo: el párrafo (Goutsos 1997, 48). A pesar de las distintas motivaciones que pue‐ den llevar a un escritor a cambiar de párrafo (Hofmann 1989, 240), incluidas las meramente estéticas o estilísticas, lo cierto es que esta unidad tiende a corresponderse con una unidad temática o de sen‐ tido (Grimes 1975). Este es el motivo por el que las operaciones de articulación del tópico discursivo se analizarán aquí teniendo en cuenta este nivel de organización global del discurso.
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO
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Pese a no compartir esta unidad de análisis fundamental (el párrafo) con autores como Goutsos, que analiza la articulación del discurso desde un nivel más local –el de las relaciones secuenciales entre oraciones–, la clasificación de funciones discusivas informa‐ tivas de las EEDD que se presenta a continuación está inspirada en la propuesta de este autor (1997, 47 y ss.), que distingue, además de la estrategia de continuidad de tópico, tres estrategias de cam‐ bio de tópico: la introducción (topic introduction), el marco (topic framing) y el cierre de tópico (topic closure). Las dos primeras se adaptarán y redefinirán a continuación como presentación de tópico, reintroducción de tópico y transición de tópico, a fin de ajustarlas a las funciones realizadas por las EEDD y al nivel más global de la arti‐ culación del tópico discursivo manejado en este análisis. 1.1. El cambio de tópico El cambio de tópico, como operación marcada de la progre‐ sión informativa, puede desglosarse en cuatro subfunciones, rela‐ cionadas con movimientos prospectivos y retrospectivos en el dis‐ curso, que en este estudio recibirán las siguientes denominaciones: presentación de tópico, reintroducción de tópico, transición entre tópicos y cierre de tópico. Estas subfunciones pueden combinarse entre sí, ya que cada una focaliza una fase del cambio: la presen‐ tación de tópico anuncia la introducción de una nueva unidad infor‐ mativa en el discurso; la reintroducción de tópico constituye el relan‐ zamiento o recuperación de un tópico del discurso ya desarrollado, pero temporalmente relegado por una digresión o cambio de tópico; el cierre de tópico indica el final inminente de la unidad in‐ formativa; y, por último, la transición entre tópicos combina o com‐ prende simultáneamente dos de las operaciones anteriores, esto es, cierra un tópico y, al mismo tiempo, anuncia el siguiente, de modo que facilita un cambio de tópico gradual o progresivo.
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
1.1.1. La presentación de tópico La presentación de tópico consiste en el anuncio o anticipa‐ ción del tópico que va a desarrollarse en una nueva unidad infor‐ mativa. Cabe destacar que la operación de presentación de tópico que se describe aquí es distinta de la de introducción de tópico propuesta por Goutsos (1997, 56)5, ya que se trata de un movi‐ miento discursivo de carácter prospectivo o predictivo, es decir, del anuncio de la introducción de un nuevo tópico más que de la introducción de este en sí (de ahí la selección del nombre pre‐ sentación de tópico)6. Uno de los patrones que parece especializado en desempeñar esta función es el catafórico enumerativo (§1.2.1, cap. 4), ya que en estos patrones las EEDD presentan o avanzan un tópico que se desarrollará en el párrafo o los párrafos que siguen, tal como ocu‐ rre en el siguiente ejemplo: (1) Lukoil es una pésima solución para Repsol por varias ra‐ zones. [Supone un factor de riesgo para el principal criterio de la política energética española, que es la garan‐ tía de suministro de petróleo y gas, puesto que, por más que se llame privada, responde directamente a los intere‐ ses del Gobierno ruso. Y éstos pueden chocar hoy, ma‐ ñana o pasado con los intereses del Gobierno español.] [Pero es que la empresa rusa tampoco es una garantía de estabilidad accionarial para Repsol. Su reputación finan‐ 5. En este sentido, nuestra presentación de tópico coincide notablemente con la función de marco propuesta por Hidalgo (2003, 101), aunque se ha preferido evitar aquí esta denominación, que Goutsos (1997, 48 y ss.) emplea en un sentido algo diferente, más próximo a la transición entre tópicos, en su análisis de textos escritos. 6. Se considera conveniente aquí, por tanto, diferenciar la presentación o anuncio de tópico, como movimiento discursivo de tipo predictivo (Tadros 1985, 1994), de la introducción de tópico en sí, que constituye, tal como ha indicado Goutsos, la única «técnica secuencial obligatoria para el cambio de tema» (1997, 56). Dado que las EEDD poseen siempre valor prospectivo o retrospectivo, no suelen desempeñar esta operación de mera inserción directa de un tópico en el discurso, a no ser que se trate, como se verá en el siguiente epígrafe, de una reintroducción de un tópico ya desarrollado.
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO
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ciera es discutible y su gestión económica e industrial más bien deficiente. Su permanencia en el accionariado de Repsol sería, en el mejor de los casos, tan volátil como la de Sacyr]. (El País, 29/11/2008, “Expediente Lukoil”) La ED destacada desempeña en el fragmento la función infor‐ mativa de anunciar o presentar explícitamente el tópico que se de‐ sarrolla en el párrafo, que podría parafrasearse como ‘Razones por las que Lukoil es una mala opción para Repsol’. Las razones se desarrollan en los dos segmentos delimitados entre corchetes en el ejemplo, que contienen dos comentarios sobre el tópico: la posibi‐ lidad de choque de los intereses rusos y españoles, y la inesta‐ bilidad de Lukoil. Al presentar de forma explícita el tópico, la eti‐ queta discursiva proporciona el marco cognitivo que permite inter‐ pretar ambos comentarios o subtópicos como parte de una misma estructura enumerativa o tópico del discurso7. Además de este patrón catafórico, las EEDD también pueden presentar o anunciar un nuevo tópico del discurso cuando apare‐ cen en un patrón catafórico presentativo (§2.2.1, cap. 4). En este patrón, las etiquetas discursivas avanzan de forma sintética la apa‐ rición de un nuevo tópico en el discurso, tal como se observa en el ejemplo que sigue: (2) El nuevo sistema supone, además, un cambio en la forma de enseñar: [la docencia universitaria no ha de limitarse a unas clases magistrales que el profesor imparte y el alumno toma pasivamente, sino que exigirá una implica‐ ción tanto por parte del profesor como del estudiante]. Y no es cierto que Bolonia prime los estudios técnicos o 7. Cabe insistir en que este análisis de la articulación del tópico en las opera‐ ciones de enumeración difiere del propuesto por otros autores, como Goutsos (1997, 55) que, desde su enfoque secuencial basado en la unidad oración, considera la expresión predictiva de la enumeración como una operación de enmarcado de tópico y cada uno de los miembros enumerados, como sucesivas introducciones de tópico. El análisis que se propone aquí presenta un alcance menos local: considera que los miembros enumerados desarrollan subtópicos que componen un mismo tópico del discurso, presentado mediante la expresión predictiva que contiene la ED (§2.2.3, cap. 4).
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científicos por encima de los sociales y humanísticos. Tan importante es para una sociedad crear ciencia como crear significado. Lo que no tiene sentido es malbaratar el tiempo o los recursos, ni en ciencia ni en humanidades. (El País, 30/11/2008, “Errores sobre Bolonia”) En el ejemplo anterior, la ED catafórica destacada avanza o anuncia la introducción del tópico que se va a desarrollar en el párrafo: el cambio en el método educativo que representa el siste‐ ma de Bolonia. En rigor, este tipo de funciones informativas no las lleva a cabo únicamente la ED, sino todo el patrón en el que aparece, incluyendo, en este ejemplo, el verbo de aparición supone, que introduce una estructura presentativa. Por su parte, la ED avanza la caracterización del tópico que va a introducirse a conti‐ nuación, indicándole al lector cómo debe interpretarlo. Así pues, las EEDD pueden anunciar el tópico que va a desa‐ rrollarse en una nueva unidad informativa, actuando, además, co‐ mo marco cognitivo que proporciona la clave para interpretar la continuación del discurso. De este modo, advierten al lector de que va a introducirse un nuevo tópico y, al mismo tiempo, a menudo, garantizan que el lector podrá interpretar la unidad informativa que introducen del modo en que pretende el emisor (§2). Las eti‐ quetas discursivas desempeñan estas funciones de presentación de tópico, fundamentalmente, cuando aparecen en patrones catafó‐ ricos, como los enumerativos o los presentativos. 1.1.2. La reintroducción de tópico Las operaciones de presentación de tópico descritas en el epí‐ grafe anterior suelen ir seguidas de operaciones de introducción de tópico (Goutsos 1997, 56 y ss.) que constituyen, de hecho, la estra‐ tegia más directa para cambiar de tópico en un discurso, ya que consiste, propiamente, en la inserción de un nuevo tema en el dis‐ curso, vaya o no acompañada de un anuncio previo. Debido al valor retrospectivo y prospectivo que suelen presentar las EEDD, no constituyen mecanismos adecuados para la mera inserción de
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tópicos, aunque sí para una operación estrechamente relacionada con esta: la regresión (Taranilla 2008), relanzamiento o reintro‐ ducción de tópico8. Se trata de una operación que consiste en retomar o recuperar un tópico que ya ha aparecido en el texto, pero que se ha desarrollado en un segmento textual distante. Las EEDD, como mecanismos anafóricos de carácter léxico, constituyen meca‐ nismos discursivos muy adecuados para desempeñar esta función, en especial, cuando aparecen en patrones anafóricos temáticos y en posición inicial de párrafo. En el ejemplo de (3), el emisor aprovecha el potencial infor‐ mativo que ofrece este mecanismo léxico de encapsulación para recuperar y relanzar el tema que se había presentado en el primer párrafo: (3) [El Comité Olímpico Internacional (COI) ha decidido vender los derechos europeos de los juegos de invierno y verano de 2014 y 2016, respectivamente, a la corporación televisiva que preside Rupert Murdoch. Desde hace más de 50 años, los derechos deportivos de estos eventos eran otorgados a la Unión Europea de Radiodifusión (UER), que agrupa unas setenta emisoras, muchas públicas, TVE entre ellas. Ante la perplejidad de la UER, el argumento suministrado por el COI para explicar esta decisión, y a falta de conocer los detalles contractuales, es la recauda‐ toria. Murdoch ha ofrecido más dinero, consumando así la ruptura entre las televisiones públicas europeas y el aparato olímpico. Ya hace años que los aspectos angélicos del movimiento olímpico se mezclan, inevitable y lógica‐ mente, con el “show‐business”].
8. En la gramática funcional de Dik (1997a, 325) esta función de restablecer una entidad o un tópico que ya ha aparecido en un discurso, pero que no se ha vuelto a mencionar durante un espacio de discurso considerable, recibe el nombre de recuperación de tópico. Por su parte, Hidalgo Downing (2003, 104) la ha descrito para la conversación en español como reintroducción de un tema relegado temporal‐ mente.
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Algo ha hecho mal la UER. De entrada, equivocarse en la cantidad económica de la puja ante un COI cuyos dere‐ chos televisivos sufragan en una parte muy importante la organización de la fiesta olímpica. La UER ha lamentado que la autoridad olímpica no haya valorado el espíritu olímpico de las emisoras públicas, un espíritu que, sin embargo, se ha demostrado tan asociado a los cálculos de audiencia como en otros eventos. Y si no, cómo explicar los racaneos de TVE ante la cita paralímpica. Este llamativo cambio en la cartera olímpica del audiovisual europeo pone en evidencia la globalización del mercado televisivo. El hecho de que en algunos países, determi‐ nadas citas deportivas sean consideradas como de “inte‐ rés general”, concepto engordado políticamente por el Gobierno de Aznar, supone que Murdoch se encontrará con la obligación de revender algunos derechos regiona‐ les que esta semana ha conseguido u ofrecerlos en abierto aunque disponga de canales de pago. (El País, 5/12/2008, “Murdoch olímpico”) En el primer párrafo del ejemplo, se introduce el tópico ‘La venta de derechos de los juegos de invierno’ y se describe en qué contexto se ha producido. En el segundo, se valoran las causas que han motivado el cambio, del que se responsabiliza a la UER (tó‐ pico: ‘Errores en el comportamiento de la UER’). La ED que da inicio al tercer párrafo reintroduce o relanza el tópico del primer párrafo, la venta de derechos, y vuelve a centrar en ella el discurso para exponer sus posibles consecuencias o repercusiones. A fin de salvar la distancia a la que se presenta el desarrollo de este tópico, la ED –que ya aporta, de por sí, mayor información que un en‐ capsulador pronominal– se combina, además, con un modificador restrictivo (en la cartera olímpica del audiovisual europeo). Al mismo tiempo, la selección del sustantivo cambio anticipa, de hecho, la mo‐ tivación para el relanzamiento del tópico: la intención del emisor de abordar la venta de derechos en tanto que ‘transformación’. Así, la ED recoge el tópico del primer párrafo, lo reintroduce en el
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discurso tras una digresión o relegación temporal (segundo pá‐ rrafo) y lo reinterpreta para introducirlo de nuevo en el discurso. Así pues, las EEDD no suelen emplearse para introducir di‐ rectamente un tópico nuevo en el discurso, pero sí para reintroducir o relanzar un tópico ya desarrollado a una cierta distancia. Realizan esta función informativa las EEDD que aparecen en patrones ana‐ fóricos temáticos que dan inicio a un párrafo y reintroducen un tópico que se había desarrollado en una etapa del discurso ante‐ rior, no inmediatamente precedente. 1.1.3. La transición entre tópicos La operación informativa de transición entre tópicos se da cuando se cierra un tópico y, al mismo tiempo, se prepara al lector para la introducción de uno nuevo, haciendo hincapié, a menudo, en el vínculo temático que relaciona ambos tópicos. A diferencia de las operaciones de presentación o anuncio de tópico ya descritas, la de transición entre tópicos comporta un doble movimiento tanto retrospectivo como prospectivo, que permite enlazar dos tópicos del discurso. Las etiquetas discursivas constituyen un mecanismo especialmente adecuado para desempeñar esta función, ya que su significado esquemático les permite condensar grandes cantidades de información previa y su significado conceptual las convierte, además, en un recurso para categorizar o conceptualizar dicha in‐ formación de acuerdo con el plan de ejecución del discurso elabo‐ rado por el emisor. De este modo, las EEDD pueden sintetizar y cerrar un tópico o una línea expositiva y, a la vez, indicar la rela‐ ción que esta mantiene con la siguiente, de modo que el cambio de tema no resulte abrupto, sino gradual. Tal como ha indicado Borreguero, las EEDD funcionan en estos casos a modo de «bisagra
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lingüística» (2006, 91), ya que aúnan información conocida e infor‐ mación nueva, para suavizar un cambio de tópico en el discurso9. Esta función la desempeñan las EEDD que aparecen en patro‐ nes temáticos discursivos –como el patrón anafórico temático, el tematizador y el de marco interpretativo–, sobre todo cuando estos ocupan la posición inicial o cuasi‐inicial de párrafo. De hecho, da‐ do que el cambio de párrafo es uno de los principales indicadores de cambio de tópico10, la función que realiza la ED consiste en in‐ dicar la relación que existe entre ambos párrafos, para facilitar la transición entre los tópicos que desarrolla cada uno de ellos. En el siguiente ejemplo, la ED destacada indica la relación entre el párrafo precedente y el que encabeza, gracias a su posición inicial de párrafo y al significado conceptual que aporta: (4) El Gobierno ha dado luz verde a un anteproyecto de re‐ forma de la Ley de Extranjería que, cualesquiera que sean sus aciertos, eleva de 40 a 60 días el periodo legal de retención del inmigrante sin papeles en los centros de internamiento. (…) [El nuevo marco normativo está justificado por el fuerte impacto que la crisis económica está ya produciendo en el mundo de la inmigración. La nueva situación augura, 9. Esta capacidad de las EEDD para indicar, al mismo tiempo, continuidad temática y cambio de tópico ha sido identificada también por autoras como Francis (1986, 66) y Conte (1996, 5). 10. Además de constituir una unidad visual y de sentido, el párrafo es, tam‐ bién, una unidad de procesamiento (Hofmann 1989), ya que da lugar a un proceso cognitivo de reciclaje de información: tras el cambio de párrafo, el lector almacena en la memoria a largo plazo la información más general y relevante proporcionada hasta el momento y elimina el resto de la información que había quedado almace‐ nada en la memoria de trabajo. Por ese motivo, los párrafos constituyen, en muchos casos, «barreras que bloquean la referencia anafórica», especialmente la realizada por pronombres, que proporcionan muy poca información para identificar a sus referentes. No obstante, existen otros mecanismos anafóricos que presentan la capa‐ cidad de quebrar la barrera interparagráfica: son los mecanismos de anáfora léxica que aparecen a inicio de párrafo y que recuperan el tema (o un tema) del párrafo anterior (Hofmann 1989, 245), por ejemplo, las EEDD que operan una transición entre tópicos.
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por una parte, problemas de supervivencia a los inmi‐ grantes residentes en España y, por otra, un retraimiento de los flujos migratorios, compatible sin embargo con un posible recrudecimiento de la inmigración irregular. Y se agravará el reto que supone atender a la formación y capacitación profesional de los cientos de miles de traba‐ jadores inmigrantes en paro y a la integración de sus fa‐ milias, lo que sin duda constituye el mejor antídoto con‐ tra eventuales brotes xenófobos en el futuro]. En este escenario se enmarca la primera reforma en pro‐ fundidad ‐medio centenar de sus 71 artículos‐ de la vi‐ gente Ley de Extranjería impulsada por el Gobierno de Aznar en 2001. Es una reforma necesaria. No sólo por haberse quedado desfasada respecto de las nuevas direc‐ tivas europeas sobre la materia y por desconocer la reite‐ rada jurisprudencia del Tribunal Constitucional sobre el reconocimiento de derechos al inmigrante irregular, sino por su falta de realismo, que sus patrocinadores inten‐ taron corregir con tres sucesivas y arrebatadas reformas. (El País, 20/12/2008, “Otra inmigración, otra ley”)
En el ejemplo, los efectos de la crisis en la inmigración, tópico del párrafo destacado entre corchetes, se encapsulan de forma sin‐ tética en la ED que introduce el tercer párrafo, y se reinterpretan como escenario o ‘contexto de fondo de una acción importante’. Este significado conceptual que aporta la etiqueta seleccionada, además de conceptualizar el tópico del párrafo previo como ‘contexto’, activa en el lector expectativas de que va a hablarse so‐ bre una acción importante que se produce en dicho contexto. Así, la ED este escenario cierra el tópico anterior al recuperarlo de forma sintética y, al mismo tiempo, desencadena expectativas sobre el tópico que desarrollará el nuevo párrafo que introduce, que se pre‐ senta a continuación mediante la introducción del tópico la primera reforma en profundidad de la vigente Ley de Extranjería. Esta es, de hecho, la acción que debe interpretarse en el marco del escenario descrito.
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Mediante estos dos movimientos simultáneos, retrospectivo y prospectivo, la ED indica, además, la relación temática entre ambos tópicos: el anterior es el contexto o escenario en el que se genera o debe interpretarse el suceso introducido por el siguiente. Esta ope‐ ración de transición entre tópicos se realiza gracias al doble signi‐ ficado, constante y variable, que aporta la ED, así como al patrón discursivo en el que aparece, tal como se representa en la siguiente figura:
Figura 13 La función de transición entre tópicos
Aunque la figura representa aquellos casos en los que la ED desempeña un papel más activo en la transición progresiva entre tópicos, la operación de cambio de tópico puede realizarse también cuando el significado de la ED alude más claramente al segmento precedente, sin avanzar tan claramente el tópico del párrafo que introduce. En estos casos, la ED cierra, por su significado, el tópico del párrafo anterior y es, sobre todo, su aparición en el párrafo si‐ guiente el aspecto que anuncia el cambio de tópico. En el ejemplo de (5), el tópico del primer párrafo, la iniciativa de Maliki, se incluye, mediante la ED destacada, en el siguiente párrafo, que desarrolla los posibles efectos de esta iniciativa en la futura política esta‐ dounidense. En este caso, la ED no avanza tan claramente el tópico del párrafo que introduce, pero al insertar en el nuevo párrafo el tópico del anterior, refuerza la relación entre ambos y suaviza, así, el cambio de tema anunciado por el punto y aparte: (5) El primer ministro Nuri al Maliki está logrando encauzar el avispero iraquí justo cuando el responsable de la in‐
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vasión, George Bush, a punto ya de abandonar la Casa Blanca, ha reconocido la escasa experiencia con que em‐ prendió esta guerra y los errores cometidos antes y du‐ rante su desarrollo. [Maliki ha logrado el respaldo del Parlamento a un acuerdo con Estados Unidos sobre los términos y los plazos de la retirada de los ejércitos ex‐ tranjeros de Irak. A finales del próximo junio, los solda‐ dos estadounidenses deberían regresar a sus bases y per‐ manecer estacionados en ellas como paso previo a la de‐ finitiva salida del país en 2011]. Los diputados iraquíes han dado su respaldo, además, a la celebración de un referéndum para ratificar este plan, que tendría lugar una vez las fuerzas norteamericanas hayan dejado de patru‐ llar las calles. La iniciativa de Maliki facilita en gran parte la tarea de Barack Obama, quien se declaró contrario desde el pri‐ mer momento a la invasión de Irak y prometió durante la campaña presidencial poner fin a esta guerra. El plan iraquí retrasa un año el calendario prometido por Obama para llevar a cabo la retirada de las tropas. No parece, sin embargo, que sea un obstáculo mayor para el acuerdo con Maliki. (El País, 4/12/2008, “Horizonte de retirada”) Así pues, cuando las EEDD aparecen en patrones anafóricos temáticos a inicio de párrafo permiten atenuar un cambio de tó‐ pico, haciendo más progresiva la transición, ya sea gracias a su significado, que combina información dada con información nueva que anticipa la orientación del nuevo párrafo, como se observaba en el ejemplo de (4), o bien gracias a la combinación de su valor anafórico encapsulador con el cambio de párrafo que anuncia una nueva unidad temática, como ocurría en (5). 1.1.4. El cierre de tópico Una última operación de cambio de tópico que pueden rea‐ lizar las EEDD es el cierre de tópico. La posibilidad de realizar esta
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función está ligada al valor encapsulador o recapitulativo de este tipo de expresiones anafóricas y se da cuando estas se emplean, fundamentalmente, con valor retrospectivo o anafórico para resu‐ mir el comentario o los comentarios que el emisor ha realizado so‐ bre un tópico. De ahí que las EEDD que suelen desempeñar esta función informativa sean las anafóricas o retrospectivas que apare‐ cen en posición final o cuasifinal de párrafo, como la destacada en el siguiente ejemplo: (6) El Gobierno español eliminará el límite de 3.000 militares para misiones internacionales, como anunciaba la semana pasada en el Parlamento la ministra de Defensa, Carme Chacón, quien precisó que se podría desplegar hasta 7.700 soldados en seis operaciones distintas. Hay tropas desplegadas en Líbano, Bosnia, Kosovo, Chad y Afga‐ nistán, número de frentes que obliga a estirar esa cifra como un chicle. La ministra pedirá al Gobierno que le‐ vante la limitación antes del 31 de diciembre, cuando debía revisarse el asunto. Y si nuestro país quiere asumir las responsabilidades de una octava potencia económica mundial, urge esa medida. Tres son las circunstancias que hacían muy necesario ese cambio de estrategia. (…) (El País, 15/12/2008, “Las tropas y el G‐20”) El ejemplo anterior resulta particularmente útil para observar la relevancia del papel que desempeñan las EEDD en la estructu‐ ración del tópico discursivo. Además de la ED destacada, que sin‐ tetiza y clausura el tópico del primer párrafo –con la ayuda de otro mecanismo de cierre de tópico, el punto y aparte–, el siguiente párrafo se inicia con dos EEDD más, circunstancias y cambio de es‐ trategia, que introducen el tópico que se desarrollará en el siguiente párrafo, avanzándolo (circunstancias) y destacando su relación con el anterior (cambio de estrategia). En este ejemplo, de hecho, apare‐ cen tres EEDD que desempeñan tres de las funciones de cambio de tópico descritas hasta aquí: introducción (circunstancias), tránsito (cambio de estrategia) y cierre (medida).
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Además de indicar la clausura de un tópico del discurso, los patrones anafóricos en los que aparecen las EEDD retrospectivas pueden señalar el cierre definitivo del discurso, cuando aparecen al final del último párrafo del texto, como ocurre en el ejemplo de (7): (7) El presidente venezolano, Hugo Chávez, está de los ner‐ vios. El 23 de noviembre, en elecciones a gobernadores y alcaldes, aunque ganó el oficialismo, la oposición obtuvo notables éxitos en las grandes ciudades; en diciembre de 2007, su primera tentativa de reforma constitucional para presentarse a la reelección indefinida fue derrotada en referéndum; y este fin de semana, cuando cumplía 10 años de mandato, se proclamaba, a modo de desafío a la oposición, precandidato a las presidenciales de 2013, lo que la Constitución prohíbe. (…) A Chávez le urge acelerar el plan porque el precio del crudo y la pésima imagen mundial del presidente Bush ya no juegan en su favor. El barril de petróleo venezo‐ lano, que en julio rebasó los 132 dólares, apenas llega hoy a 40. Y el presupuesto para 2009 se hizo sobre la base del barril a 60 dólares, con una deuda externa de más de 60.000 millones, lo que hace que la política de prodiga‐ lidad petrolera en que ha basado su socialismo boliva‐ riano difícilmente podrá mantenerse; e, igualmente, no va a ser tan agradecido apostrofar, con la conocida riqueza léxica del venezolano, al próximo presidente de EE UU Barack Obama, como lo fue a Bush. A la vista de las últimas justas electorales, Chávez teme justificada‐ mente que la opinión pueda abandonarle. El líder venezolano va a poner toda la carne en el asador para ganar en febrero, lo que, por ahora, consiste en acu‐ sar absurdamente a la oposición de querer matarlo, así como en crear un clima de intimidación para que la opo‐ sición se lo piense antes de ir a votar. Pero, con ese deses‐
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perado sprint de Chávez al autoritarismo, sólo cabe desear que gane la oposición. (El País, 8/12/2008, “Sprint al auto‐ ritarismo”) Con la ED marcada en cursiva, el autor de este editorial eva‐ lúa (desesperado) e interpreta metafóricamente (sprint) el tópico del último párrafo que, en realidad, constituye una interpretación glo‐ bal de todo el texto, tal como demuestra el hecho de que esta eti‐ queta discursiva final también da título al editorial. De hecho, tal como ha indicado Schmid, es habitual que, en el último párrafo de los artículos de prensa en general, aparezcan EEDD que recapitu‐ lan el tema o evento principal descrito en el discurso para añadir los comentarios o evaluación final del periodista (2000, 353). 1.2. La continuidad de tópico Como ha indicado Goutsos, la continuidad de tópico es la operación que sigue necesariamente a la introducción de tópico. Se trata, por tanto, como esta, de una operación obligatoria en la pro‐ gresión informativa del texto, aunque no necesariamente deba aparecer marcada como tal, ya que se trata de la estrategia de progresión informativa del discurso por defecto (1997, 64). Aunque las EEDD parecen estar especializadas en diversas funciones de cambio de tópico –a diferencia de otros mecanismos anafóricos de alcance más local como los pronombres (Goutsos 1997, 67), más especializados en la continuidad o cierre de tópico–, uno de sus patrones de uso puede indicar continuidad de tópico: el patrón atributivo especificativo (§1.1.1, cap. 4). En este patrón, la ED que aparece co‐ mo sujeto introduce un nuevo referente que se especificará a conti‐ nuación y que se encuentra informativamente subordinado al con‐ tenido de la oración u oraciones anteriores, tal como se ilustra en el siguiente ejemplo: (8) Hay antecedentes que invitan a desconfiar, pero ahora [EA y Aralar] han dado el paso de dejar en minoría a ANV, lo que no hicieron antes. Lo lógico es apostar por
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esa vía, que es además la más clara políticamente. No es lo mismo desalojar de la alcaldía a ANV por acuerdo de los partidos que se oponen a la violencia, y que repre‐ sentan a la mayoría de los vecinos (11 de los 17 conce‐ jales), que hacerlo por un decreto de disolución del ayun‐ tamiento, como en el caso de Marbella, por ejemplo. En primer lugar, porque daría una imagen falsa de la rea‐ lidad: no es cierto que la mayoría de los vecinos o de sus representantes apoyen a ETA. La prueba es que la mayoría de éstos votó la condena. Disolver la corporación porque una minoría de sus concejales no lo ha hecho sería un contrasentido. Afectaría a los derechos de quienes sí han condenado. Para disolver un ayuntamiento debería ser la corporación como tal la que hubiera vulnerado la ley. (El País, 8/12/2008, “Moción en Azpeitia”)
La etiqueta discursiva destacada en este fragmento, y todo el patrón en el que esta aparece, indica que va a introducirse informa‐ ción que demuestra la afirmación anterior, de modo que se señala continuidad dentro del mismo tópico, que podría parafrasearse como ‘la postura del ayuntamiento ante los partidos que apoyan a ETA’. Pese a que la continuidad de tópico no suele marcarse de forma explícita en el discurso, la estructura encabezada por la ED contribuye a «desarrollar un tema que potencialmente podría que‐ dar concluido o abandonado» (Hidalgo Downing 2003, 109), intro‐ duciendo nueva información sobre este. La continuidad de tópico viene dada, fundamentalmente, por la asociación implícita de la ED con el cotexto previo: la prueba es la prueba (de que la mayoría de los vecinos o de sus representantes apoyan a ETA). En el apartado 2.2.2 se caracterizará la función conectiva que desempeña este patrón y se profundizará en la naturaleza de su dependencia informativa con respecto a la oración anterior. Por el momento, baste indicar que este patrón indica continuidad de tópico entre las dos oracio‐ nes que pone en relación. En la tabla 12 se recopilan las funciones informativas de las EEDD descritas en este apartado 1. Las cuatro primeras funciones son operaciones de cambio de tópico, en las que este mecanismo
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parece estar especializado, mientras que la última es una operación de continuidad de tópico. En la segunda columna de la tabla se es‐ pecifican los principales factores que, de acuerdo con el análisis de corpus realizado, favorecen que las EEDD desempeñen cada una de las funciones descritas. Como se ha visto a lo largo de los epí‐ grafes precedentes, cada una de las funciones informativas suelen relacionarse con alguno o algunos de los patrones de uso de las EEDD identificados en el capítulo anterior; además, la posición aproximada que el patrón ocupa en el párrafo en el que aparece es también un condicionante importante para que una ED pueda realizar una determinada función informativa. En la última co‐ lumna se repite total o parcialmente el ejemplo propuesto para cada función y se propone una representación esquemática de las estructuras informativas en las que las EEDD desempeñan cada función. El cambio de párrafo, que se emplea también para deli‐ mitar las fronteras entre las distintas unidades del texto, se ha señalizado mediante una doble barra (//):
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FUNCIÓN
CONDICIONANTES
Presentación de tópico
Patrones catafóricos Posición inicial de párrafo o final (si anuncia el tópico del siguiente)
Reintroducción de tópico
Patrones anafóricos textuales Posición inicial de párrafo, tras una digresión
Transición entre tópicos
Patrones anafóricos textuales Posición inicial de párrafo
ESTRUCTURA Y EJEMPLO Anuncio del tópico (//) Tópico Lukoil es una pésima solución para Repsol por varias razones. [Supone un factor de riesgo para el principal criterio de la política energética es‐ pañola, que es la garantía de sumi‐ nistro de petróleo y gas, (…).] [Pero es que la empresa rusa tampoco es una garantía de estabilidad acciona‐ rial para Repsol. (…).] Tópico 1 // Tópico 2 // Tópico n // Relanzamiento del tópico 1 [El Comité Olímpico Internacional (COI) ha decidido vender los dere‐ chos europeos de los juegos de in‐ vierno y verano de 2014 y 2016, res‐ pectivamente, a la corporación tele‐ visiva que preside Rupert Murdoch]. (…) Algo ha hecho mal la UER. De en‐ trada, equivocarse en la cantidad económica de la puja ante un COI (…). Este llamativo cambio en la cartera olímpica del audiovisual europeo pone en evidencia la globalización del mercado televisivo. Tópico 1 // ED que resume el T1 + Tópico 2 [El nuevo marco normativo está jus‐ tificado por el fuerte impacto que la crisis económica está ya producien‐ do en el mundo de la inmigración. La nueva situación augura] (…). En este escenario se enmarca la pri‐ mera reforma en profundidad –me‐ dio centenar de sus 71 artículos‐ de la vigente Ley de Extranjería impul‐ sada por el Gobierno de Aznar en 2001. Es una reforma necesaria.
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Cierre de tópico o de discurso
Patrones anafóricos textuales Posición final de párrafo o final de texto
Continuidad de tópico
Patrón atributivo especificativo (PAE) Posición inicial, interior o final de párrafo
Tópicon + ED que resume el Tópicon // [El Gobierno español eliminará el límite de 3.000 militares para misio‐ nes internacionales, como anunciaba la semana pasada en el Parlamento la ministra de Defensa, Carme Chacón, quien precisó que se podría desplegar hasta 7.700 soldados en seis operaciones distintas]. (…) Y si nuestro país quiere asumir las res‐ ponsabilidades de una octava poten‐ cia económica mundial, urge esa medida. Tópico 1 {Comentario 1 + PAE + Comentario 2} No es lo mismo desalojar de la alcaldía a ANV por acuerdo de los partidos que se oponen a la violen‐ cia, y que representan a la mayoría de los vecinos (11 de los 17 con‐ cejales), que hacerlo por un decreto de disolución del ayuntamiento, co‐ mo en el caso de Marbella, por ejem‐ plo. En primer lugar, porque daría una imagen falsa de la realidad: no es cierto que la mayoría de los vecinos o de sus representantes apoyen a ETA. La prueba es [que la mayoría de éstos votó la condena].
Tabla 12 Funciones informativas de las etiquetas discursivas 2. FUNCIONES METADISCURSIVAS Al hilo de las funciones informativas caracterizadas en el apartado anterior, se ha mostrado que algunas de las funciones discursivas que pueden desempeñar las EEDD están determinadas por aspectos como la posición que estas ocupan en el discurso (y,
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sobre todo, en la unidad párrafo), así como por el patrón dis‐ cursivo en el que aparecen. Otro tipo de funciones, que pueden combinarse con las informativas, son las que se tratarán en este apartado, que dependen, sobre todo, del significado léxico apor‐ tado por la ED seleccionada, esto es, del modo en que esta catego‐ riza el contenido encapsulado. En muchos casos, tal categorización posibilita que las EEDD funcionen como mecanismos metadis‐ cursivos, indicando al lector el modo en que debe interpretar o valorar el contenido de un determinado miembro del discurso. En concreto, las EEDD pueden señalar al destinatario qué papel desempeña un miembro del discurso en la organización global del texto, con una función organizativa que puede diferenciarse clara‐ mente de las funciones informativas tratadas en el apartado ante‐ rior, o bien pueden realizar una función persuasiva o argumen‐ tativa, relacionada con la evaluación del contenido del discurso. Ambos tipos de funciones se consideran metadiscursivas, de acuerdo con la definición amplia del término que se adoptará aquí. 2.1. Metadiscurso y etiquetaje discursivo Las diferentes definiciones del fenómeno del metadiscurso aportadas por los autores que se han aproximado a su estudio pue‐ den agruparse en dos tipos de acercamiento: de una parte, el lla‐ mado enfoque reflexivo, más restrictivo y ligado a las posiciones más tradicionales y al significado etimológico del término; y, de otra parte, el enfoque integrativo o interaccional, más amplio y que incor‐ pora una visión más social o interactiva del fenómeno11. El primero de estos enfoques, el más restrictivo, considera la reflexividad, en‐ tendida como la referencia explícita al texto que se está constru‐ yendo, como un requisito para considerar metadiscursivo un determinado mecanismo. En consecuencia, este enfoque excluye del concepto a los mecanismos mediante los cuales el escritor ex‐
11. Esta clasificación en dos enfoques corresponde a Mauranen (1993) y ha sido desarrollada en diversos trabajos por Ädel (2005, 155; 2006, 167‐179; 2010, 70).
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presa su propia actitud o juicio personal hacia el contenido de su texto y solo considera metadiscursivos los mecanismos propia‐ mente metatextuales o metalingüísticos, que comentan el texto en tanto que mensaje o producción lingüística. Como máximo, incluye también las menciones a los participantes en el proceso comuni‐ cativo (escritor y lector), como propone Ädel: Metadiscourse is defined here as reflexive linguistic expressions referring to the evolving discourse itself or its linguistic form, including references to the writer‐speaker qua writer‐speaker and the (imagined or actual) audience qua audience of the current discourse. (2010, 75) Siguiendo estrictamente este enfoque, solo pueden concebirse como mecanismos metadiscursivos aquellas expresiones que, en definitiva, contienen palabras que tradicionalmente se han descrito como expresiones metalingüísticas12 (palabra, afirmación, queja, pre‐ gunta, etc.), siempre que se empleen para referirse al proceso co‐ municativo que se está llevando a cabo. Así pues, en este enfoque, el criterio semántico (esto es, el significado metalingüístico o meta‐ textual de las expresiones) parece tener igual o mayor peso que el uso o función discursiva a la hora de identificar los elementos metadiscursivos. El enfoque integrativo, en cambio, parte, como criterio funda‐ mental, de la función discursiva que desempeñan ciertos mecanis‐ mos lingüísticos. Este enfoque, representado por autores como Hyland (1998a, 2005, 2010) o Hyland y Tse (2004)13, comporta la ampliación de la nómina y el tipo de expresiones metadiscursivas, ya que considera metadiscursivos todos los mecanismos que tienen como función general orientar al destinatario sobre cómo debe
12. Cabe recordar que el adjetivo metalingüístico suele emplearse con un sen‐ tido más restringido que metadiscursivo, ya que se aplica específicamente al uso de expresiones que poseen significado lingüístico (palabra, término, oración, decir, etc.) que se emplean para referirse a la propia lengua (Loureda 2009). 13. A juzgar por las clasificaciones que proponen, también parecen partir de esta concepción más amplia del metadiscurso otros autores anteriores, como Vande Kopple (1985) o Crismore (1989).
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interpretar un determinado texto. Por lo tanto, incluye tanto los mecanismos metatextuales y metacomunicativos que consideraba el enfoque reflexivo, como también todos aquellos que indican la actitud o punto de vista del escritor sobre el contenido expresado en distintos fragmentos de su texto. De este modo, el enfoque integrativo incorpora a los estudios del metadiscurso la perspec‐ tiva interpersonal, ya que se define como el repertorio de meca‐ nismos lingüísticos que despliega el emisor de un texto para rela‐ cionarse con el lector, ya sea indicándole cuál es la organización del discurso para facilitarle su comprensión o bien compartiendo con él su valoración o actitud personal hacia este. Si bien esta concepción amplia del metadiscurso permite ya considerar como metadiscursivos un gran número de empleos de las EEDD (y no únicamente aquellas que poseen significado meta‐ lingüístico), todavía existen algunos rasgos que suelen conside‐ rarse propios del metadiscurso que no pueden aplicarse de forma clara a las EEDD. En concreto, estos mecanismos de encapsulación presentan dificultades para cumplir los requisitos de (i) expresar una relación interna al discurso y de (ii) referirse de forma explícita al discurso, requisitos que tienen en cuenta de forma más o menos estricta la mayor parte de los analistas del metadiscurso. En cuanto al primer requisito, la expresión de relaciones internas al discurso, hay algunos usos de las EEDD en los que re‐ sulta difícil determinar si una ED conceptualiza el segmento al que se refiere en tanto que entidad del mundo (relación externa) o en tanto que entidad del discurso (relación interna)14. La duda resulta particularmente relevante en el caso de las EEDD que encapsulan fragmentos discursivos categorizándolos como eventos o entidades de segundo orden (cambio, movimiento, situación, etc.), ya que en estos casos resulta difícil discernir si el escritor está clasificando directamente la situación del mundo evocada por el texto o más bien el contenido eventivo expresado en un segmento del texto. 14. Las diferencias entre las relaciones externas al texto (esto es, entre enti‐ dades del mundo) y las internas al texto han resultado ser muy relevantes en la caracterización del funcionamiento de los conectores y los marcadores del discurso y tienen su origen en el trabajo de Halliday y Hasan (1976, 290‐291).
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Desde la gramática, se han aportado algunas descripciones que facilitan la respuesta a esta pregunta, basándose en la natu‐ raleza del determinante que acompaña a la ED. Tal como afirma Lenz (2007, 71), por ejemplo, mientras que la deixis discursiva señala a entidades lingüísticas o discursivas como tales, esto es, es reflexiva, la anáfora, en cambio, alude al mismo referente (extralin‐ güístico) que una expresión anterior, por lo que no constituye una expresión reflexiva. De acuerdo con esta postura, que han defen‐ dido también otros autores, como Levinson (1983/1989, 77), las EEDD introducidas por un determinante demostrativo, que tiene valor deíctico discursivo, señalan a la entidad a la que se refieren como entidad discursiva, en tanto que las introducidas por un de‐ terminante definido (anafóricas) se refieren a la misma entidad del mundo mencionada previa o posteriormente. Ello significa que etiquetas como la situación o la operación, que encapsulan eventos aludidos previamente en el discurso, se encuentran en la frontera que separa las relaciones internas al discurso (metadiscursivas) de las externas. Por lo que respecta al segundo de los requisitos para conside‐ rar una determinada expresión como metadiscursiva, el de la refe‐ rencia explícita al discurso, este plantea otro problema con res‐ pecto a las EEDD. La mayor parte de las expresiones que se consi‐ deran como metadiscursivas en la mayoría de las clasificaciones al uso son expresiones fijas o semifijas que ocupan posiciones extra‐ predicativas, como (i) marcadores del discurso (en resumen, por este motivo, en primer lugar); (ii) cláusulas o expresiones fijas que fun‐ cionan como adjuntos y aparecen en los márgenes de la oración (para acotar el tema, como se mencionó en x, a modo de introducción, dicho con otras palabras); u (iii) oraciones independientes que co‐ mentan el contenido proposicional (en el siguiente apartado se abor‐ dará…, este es un argumento interesante). A diferencia de las ante‐ riores, las EEDD no constituyen comentarios explícitos al margen sobre el contenido proposicional, sino que son sintagmas nomi‐ nales integrados en la sintaxis oracional, por lo que su función de etiquetaje textual podría considerarse menos explícita que la que desempeñan la mayor parte de los mecanismos que suelen califi‐
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carse como metadiscursivos. Esta es, probablemente, la causa que explica que pocos autores incluyan específicamente el etiquetaje discursivo entre sus inventarios de recursos metadiscursivos y que, cuando lo hacen, suelan incluir en esta categoría expresiones más complejas que estos mecanismos de encapsulación nominal15. No obstante, este distinto grado de explicitud de las EEDD no tiene por qué representar un obstáculo importante para considerar metadiscursivo este mecanismo, ya que la explicitud se entiende como un concepto gradual en la mayor parte de los modelos de metadiscurso actuales (Mauranen 1993; Hyland 2005; Ädel 2006). De hecho, existen otros tipos de expresiones que los estudios coin‐ ciden en considerar metadiscursivas que tampoco funcionan estric‐ tamente como comentarios explícitos acerca del contenido del texto, como es el caso de la mayoría de los marcadores del discurso (Mauranen 1993, 185). En suma, existen algunos rasgos que dificultan la considera‐ ción de las EEDD como mecanismos metadiscursivos prototípicos, como su baja explicitud como comentarios acerca del contenido del discurso o el carácter no reflexivo de algunas EEDD, como las de significado eventivo o las que aparecen introducidas por un artícu‐ lo definido. Sin embargo, las EEDD presentan un funcionamiento y una función discursiva muy similares a los de estos mecanismos, ya que (i) categorizan el contenido proposicional expresado en un segmento del texto; (ii) orientan el proceso de lectura, indicándole al lector cómo interpretar ese contenido; y (iii) responden a una selección del escritor, que puede optar entre distintos tipos de etiquetas para categorizar un mismo contenido, en función de su propósito discursivo. Por todo ello, parece acertado considerar que las EEDD, en tanto que mecanismos que regulan la interacción entre el escritor, el lector y el texto, pueden desempeñar una serie de funciones metadiscursivas16, que se detallan a continuación. 15. Véanse, por ejemplo, las categorías de discourse labels (Mauranen 1993), explicit labels (Hyland 2005, 120) o labelling items (Aguilar 2009, 224). 16. También han considerado como metadiscursivo el etiquetaje discursivo autores como Francis (1986, 3), Winter (1992), Schmid (2001, 1531‐1532) o Moreno (2004).
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Siguiendo el modelo propuesto por Hyland (2005), las fun‐ ciones metadiscursivas de las EEDD se clasifican en los epígrafes que siguen en dos grandes grupos: funciones interactivas o metatex‐ tuales, en las que el escritor indica al lector cómo debe interpretar las relaciones entre distintas partes del texto; y funciones interaccionales o persuasivas, en las que el escritor comunica al lector su actitud personal sobre el contenido del texto, generalmente para persuadirle e incitarle a evaluarlo de una determinada manera17. 2.2. Funciones interactivas o metatextuales Las funciones metadiscursivas interactivas son, de acuerdo con Hyland, aquellas que se derivan de la necesidad del escritor de tener en cuenta los conocimientos y habilidades interpretativas del lector a la hora de organizar el discurso (2005, 49 y 2010, 128). Para adaptarse a estas y asegurar la correcta comprensión del discurso, el escritor emplea una serie de mecanismos que indican explícita‐ mente el modo en que se estructura el texto y, de esta manera, guían o pautan la comprensión de su contenido. Se trata, por tanto, a diferencia de las funciones informativas descritas en el apartado anterior, de mecanismos que explicitan la función discursiva que desempeñan las distintas partes del texto, de un modo similar a como lo hacen los marcadores del discurso, en los que se ha cen‐ trado el interés investigador en las últimas décadas. En efecto, las EEDD también pueden emplearse para mostrar al lector la estructura del discurso. Algunos autores que se han ocupado de analizar este tipo de nombres se han referido a su capacidad para señalizar o hacer visible la estructura del texto (signalling), así como para enlazar o unir distintas partes del dis‐ curso (linking). A continuación, se profundiza en la caracterización de estas funciones y en el tipo de etiquetas discursivas que las rea‐ lizan.
17. Hyland toma las denominaciones en las que se basa su clasificación del trabajo de Thompson y Thetela (1995, 104).
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2.2.1. La señalización de la estructura retórica Uno de los primeros autores en advertir el potencial estructu‐ rador del texto que presentan, no solo cierto tipo de nombres, sino también algunos elementos pertenecientes a las principales catego‐ rías léxicas (adverbios y locuciones, verbos y adjetivos) es Winter, que ya en 1977 llama la atención sobre un tipo de vocabulario, el que denomina Vocabulario 3, que se emplea para expresar o expli‐ citar las relaciones que existen entre las cláusulas del texto18. Desde ese momento, algunos autores, muchos de ellos pertenecientes a la escuela de Birmingham, han desarrollado la idea de que algunas expresiones léxicas, y especialmente los nombres, pueden funcio‐ nar como señales de balizamiento (signposts) que muestran la es‐ tructura del discurso. Por lo que respecta al caso concreto de las EEDD, algunos autores se han referido, también, a la función señalizadora de estos nombres. No obstante, las funciones a las que estos autores se re‐ fieren con el término no son, estrictamente, de tipo metatextual, sino que se solapan considerablemente con las que aquí se han descrito como funciones informativas (§1). Schmid (2000, 349 y ss.), por ejemplo, incluye como muestras de la función señalizadora casos en los que sus nombres envoltorio actúan entre párrafos seña‐ lando un cambio de tópico, así como algunos empleos catafóricos en los que estos nombres anuncian el tópico que va a desarrollarse en un determinado bloque discursivo19. Francis, por su parte, se refiere también a la función de suavizar un cambio de tema como función señalizadora y a la función que aquí se ha denominado de transición entre tópicos como conectiva (1994, 87). Tal como se ha
18. La razón de la denominación seleccionada por este autor responde al propósito de enumerar los tipos de palabras que pueden desempeñar la función de indicar las relaciones de significado que se establecen entre cláusulas. Así, Winter (1977) advierte que estas relaciones pueden señalarse mediante elementos subordinantes (Vocabulario 1), mediante conectores (Vocabulario 2) o por medio de determinados elementos léxicos (Vocabulario 3). 19. Se trata, respectivamente, de las funciones de transición entre tópicos y presentación de tópico descritas en §1.1.3 y §1.1.1.
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defendido aquí, las funciones identificadas por esta autora depen‐ den, fundamentalmente, de la estructura informativa global del discurso, por lo que resulta más adecuado definirlas en estos tér‐ minos. Sin embargo, además de aparecer en posiciones destacadas de la progresión informativa global del discurso, las EEDD pueden realizar una función organizadora que sí depende de su signi‐ ficado léxico, y que consiste en señalizar o etiquetar como tales las distintas partes de la estructura textual estereotipada a la que responde el texto. El tipo de señalización que aquí se considera metatextual o interactiva está relacionada, más que con la estructura informativa, con los patrones textuales o esquemas comunes de estructuración retórica del texto. Esta función señalizadora coin‐ cide, por tanto, con la que han identificado autores como Swales (1990), McCarthy y Carter (1994, 104‐106), Francis y Hunston (2000) o Hoey (2001), que consideran señaladores los nombres o expresiones léxicas que revelan la estructura retórica del texto o, en términos de Hoey (2001), los patrones textuales que lo vertebran. Tal función consiste en indicar al lector de un texto que se encuentra ante una parte concreta de estas estructuras retóricas o patrones textuales estereotipados (Hoey 1983, 63‐64; 1993; 2001, 27‐ 29; Winter 1994). Dado que, en el capítulo anterior, ya se ha empleado el concepto de patrón con otro sentido20, esta función se denominará aquí señalización de la estructura retórica del texto. Un ejemplo de cómo las EEDD pueden desempeñar esta función es el siguiente, en el que las dos EEDD destacadas (catafórica y anafó‐
20. El concepto de patrón textual es un tipo de patrón distinto de los léxico‐ gramaticales y los discursivos que se describían en el capítulo 4. Con él, Hoey se refiere a patrones de organización del texto que constituyen, en realidad, estruc‐ turas retóricas estereotipadas (2001, 122). Estas estructuras, a medio camino entre abstracciones de macroestructuras habituales y superestructuras, ponen de relieve la similitud que presentan distintos tipos de textos en cuanto a las unidades estruc‐ turales que suelen contener. Dos ejemplos son el patrón Problema‐Solución y el de Objetivo‐Consecución, que subyacen a un gran número de tipos de texto y géneros discursivos (Hoey 1983, 1994 y 2001; Winter 1994).
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rica, respectivamente) identifican distintas partes del patrón tex‐ tual clásico Problema‐Solución21, que vertebra el texto: (9) La cumbre del Clima que se celebra en Poznan (Polonia) ha dado un giro inesperado respecto a las pesimistas ex‐ pectativas dominantes. En esta cumbre se preparan las propuestas que deberán discutirse y aprobarse en la reu‐ nión que se celebrará en Copenhague a finales del año próximo y que habrán de sustituir a los acuerdos de Kioto a partir de 2012. [La dificultad principal radicaba en la pugna entre los países más desarrollados, y también más contaminantes, que se resistían a compromisos ambiciosos de reducción de gases de efecto invernadero si los países emergentes muy poblados, como China e India, no aceptaban también ciertos objetivos de re‐ ducción]. La respuesta de estos últimos era que [son los países desa‐ rrollados quienes han creado el problema y aún hoy si‐ guen emitiendo, en términos per cápita, mucho más que los emergentes]. El giro inesperado se ha producido con la aceptación por China e India de un compromiso para 2020 que cifra entre un 15% y un 20% de reducción sobre el aumento las emisiones que se producirían en ese pe‐ riodo de seguir la tendencia actual. (El País, 12/12/2008, “A la espera de Obama”) En suma, las EEDD pueden desempeñar las dos funciones se‐ ñalizadoras mencionadas: tanto la de señalizar la estructura infor‐ mativa global del texto, que aquí se ha desglosado en distintas fun‐ ciones informativas (§1), como la señalizadora de la estructura retórica, ejemplificada en (9). A pesar de que ambas funciones sue‐ len incluirse en el concepto de lexical signalling manejado en la bi‐ bliografía anglosajona, parece conveniente diferenciarlas, ya que 21. Se trata de uno de los patrones más analizados, que subyace a textos tan diversos como las narraciones o los artículos de investigación y se compone, nor‐ malmente, de cuatro elementos o movimientos retóricos: situación, problema, respuesta y evaluación (Winter 1992; Hoey 1994).
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vienen condicionadas por distintos factores. En la función señaliza‐ dora de la estructura retórica del texto descrita en este epígrafe, lo determinante no es tanto la posición que ocupa la ED en el texto como el significado que aportan los nombres que la llevan a cabo, que designan los distintos movimientos retóricos (Swales 1990) que realizan los bloques de un texto, explicitando el propósito co‐ municativo que con ellos persigue el emisor, por ejemplo, pregunta, conclusión, respuesta, aclaración, introducción, argumento, contraste, comparación, etc. Se trata, pues, de nombres metalingüísticos o que designan procesos mentales que forman parte de la construcción del discurso (razonamiento, propósito, etc.), que etiquetan un frag‐ mento del discurso indicando la función que desempeña en la es‐ tructuración el texto. En este tipo de función señalizadora de la estructura retórica del discurso pueden incluirse, también, las fun‐ ciones del etiquetaje discursivo para introducir y señalar explícita‐ mente las distintas etapas de un texto argumentativo, como las premisas o las conclusiones (Moreno 2004). 2.2.2. La conexión entre miembros del discurso Otra función organizadora de las EEDD que, en algunos tra‐ bajos, se diferencia muy poco de la anterior es la que algunos autores –como Francis (1994, 87), Schmid (2000, 339‐348) o Borreguero (2006, 91)– denominan «de enlace» (linking), nombre con el que se refieren, de hecho, a una de las que aquí hemos considerado como funciones informativas: la de transición entre tópicos (§1.1.3). No obstante, las EEDD pueden desempeñar tam‐ bién una función conectiva de distinto tipo, similar a la que rea‐ lizan mecanismos metadiscursivos como los marcadores del dis‐ curso, que explicitan las relaciones lógicas o pragmáticas que se es‐ tablecen entre dos miembros del discurso. La capacidad de algu‐ nos de los nombres que actúan como EEDD para realizar esta fun‐ ción ha sido advertida ya por algunos autores, como Conte (1996, 8) o, en español, Santos Río (2005).
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A pesar de que se trata, propiamente, de mecanismos de refe‐ rencia, algunas EEDD pueden realizar una función conectiva, espe‐ cialmente cuando aparecen en determinadas construcciones gra‐ maticales. Se trata de EEDD que indican el vínculo semántico‐ pragmático que existe entre el segmento textual que encapsulan y la oración en la que aparecen, aunque, a diferencia de la mayor parte de los mecanismos de conexión, lo hacen desde una posición integrada en la sintaxis de la oración. El tipo de vínculo que une ambos segmentos del discurso suele explicitarse mediante el sig‐ nificado conceptual de la ED, pero también es posible que lo pro‐ porcione un significado emergente del patrón gramatical en el que esta aparece, tal como ocurre con expresiones como el hecho es que…, en las que el sustantivo hecho adquiere un valor adversativo. Es, precisamente, en el marco de este patrón atributivo especifi‐ cativo (§1.1.1, cap. 4) en el que las EEDD desempeñan una función conectiva. En los últimos años, varios autores han defendido la exis‐ tencia de expresiones que realizan funciones conectivas, a pesar de quedar fuera de la categoría clásica de los conectores y los marca‐ dores del discurso. Se trata de expresiones que presentan un menor grado de fijación formal que estos22 o que se encuentran integradas en la sintaxis de la oración. En este contexto de investigación sobre otras formas de conexión alternativas, cabe plantearse la posibili‐ dad de que la función de conectar dos miembros del discurso pue‐ da realizarse, también, mediante procedimientos léxicos, tal como han apuntado ya algunos autores (Winter 1977 y 1992; Sinclair 1993 o Hyde 1996 y 2009; y, en español, Iturrioz 2000‐2001 y Azpiazu 2004, 67).
22. Entre estas estructuras de conexión alternativas con un menor grado de fijación formal, se encuentran, por ejemplo, algunas estructuras independientes con marcas de subordinación que se emplean en el español conversacional (como o , entre otras) que, a pesar de presentar en su estructura posiciones abiertas, «articulan el contenido proposicional que introducen con el contexto precedente», tal como ha demostrado recientemente Gras (2011, 486 y ss.).
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Así, autores como Cuenca (1998; 2006, 85‐89 y 203) han defen‐ dido la existencia de una serie de «conectores léxicos» que, frente a los conectores prototípicos, presentan un grado menor de fijación estructural, como es el caso de los marcadores de reformulación. En concreto, esta autora atribuye a estos conectores léxicos las si‐ guientes características: (i) Son sintagmas preposicionales (por poner un ejemplo, en otras palabras), cláusulas de participio (planteado en otros términos), cláusulas no completamente fijadas o gramati‐ calizadas (si puede decirse así) u oraciones con verbos con‐ jugados que conservan su significado (quiero decir que, para empezar nuestra argumentación). (ii) Desempeñan, además de la función conectiva, una fun‐ ción sintáctica en la oración, como complementos ad‐ juntos y se realizan, por lo general, como incisos, igual que los conectores parentéticos. (iii) Presentan un grado intermedio de fijación: solo admiten la lectura conectiva en ciertas configuraciones estruc‐ turales. (iv) Poseen un significado que puede interpretarse compo‐ sicionalmente (esto es, sumando los significados de cada una de sus partes), aunque convocan una inferencia invi‐ tada que permite interpretar un significado conectivo conjunto. A diferencia de estos conectores léxicos parentéticos pro‐ puestos por Cuenca como mecanismos de conexión periféricos23, las EEDD que se abordarán en este epígrafe actúan a modo de conectores léxicos integrados. Se trata de sintagmas nominales que 23. Desde la teoría cognitiva de los prototipos, Cuenca (2006, 205) destaca que los conectores léxicos mantienen con los conectores prototípicos una relación de semejanza de familia y equivalencia funcional, pero no presentan el grado de fija‐ ción gramatical que caracteriza a los miembros prototípicos de esta categoría. Otros autores habían propuesto eliminar estos conectores léxicos de la categoría de los conectores por este mismo motivo (Fuentes 1987; Portolés 1993; citados en Cuenca 2006, 201).
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(i) se enmarcan en determinados patrones léxico‐gramaticales; (ii) desempeñan una función sintáctica integrada en la oración; (iii) presentan un grado bajo de fijación, aunque es cierto que solo admiten la lectura conectiva en ciertas estructuras o patrones; y (iv) poseen un significado que suele interpretarse de forma composi‐ cional, aunque en algunos casos, como el de ya mencionado, pueda defenderse también la existen‐ cia de una inferencia invitada que se deriva del conjunto de la construcción. Así pues, tal como han indicado autores como Hyde (1996, 2009)24, parece posible defender la existencia de mecanismos léxicos de conexión parentéticos e integrados en la sintaxis ora‐ cional, al igual que ocurre con los conectores ya gramaticalizados (cfr. Montolío 2000, 113 y 2001, 35‐40; Cuenca 2001; 2006, 76)25. A fin de determinar cuándo y qué tipo de patrones de uso de las EEDD pueden presentar una función conectiva, resulta funda‐ mental la observación de Winter (1992) de que algunos nombres de significado inespecífico no requieren una, sino dos cláusulas para completar su significado, como es el caso de resultado (que requiere una acción y su resultado) o consecuencia (que implica una causa y la consecuencia que provoca). Se trata, de hecho, de nombres que expresan mediante recursos léxicos el mismo tipo de relaciones que algunos conectores, lo cual les permite dar lugar a estructuras conectivas, como la que se observa en el siguiente ejemplo: (10) A los 30 años de la aprobación en referéndum de la Cons‐ titución de 1978, ¿es el momento de introducir las refor‐ mas de las que se viene hablando? Durante bastantes años la posición favorable a la reforma (inicialmente de‐ fendida por Alianza Popular) fue minoritaria entre los políticos, especialmente los socialistas, y también entre los expertos constitucionalistas. La razón era [que, una 24. «The existence of these alternative expressions allows us to distinguish between integrated expressions of ISR’s [intersentential relations] on the one hand and peripheral expressions on the other.» (Hyde 1996, 79). 25. Estas autoras distinguen, dentro de la categoría de los conectores, entre las conjunciones o conectores integrados y los conectores parentéticos, que ocupan una po‐ sición extrapredicativa.
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vez abierto el proceso de reforma, cada partido propon‐ dría cambiar cosas diferentes, o las mismas en sentido diferente, y ello pondría en riesgo el consenso alcanzado en su momento en torno al texto vigente]. (El País, 6/12/2008, “Mejorar la Constitución”) Para completar el significado de la palabra razón, que actúa en el ejemplo como ED, son necesarios dos segmentos discursivos di‐ ferentes: por una parte, la razón en sí, entre corchetes en el ejemplo y anticipada catafóricamente por la etiqueta; y, por otra, el efecto de dicha causa, que se expresa en la oración anterior. La presencia del nombre razón explicita el vínculo que existe entre el miembro discursivo precedente y el introducido por este nombre de un mo‐ do similar a un conector convencional26. Además, al igual que ocurre con los conectores, la expresión la razón era… no constituye un componente necesario de la oración en la que aparece, ya que puede eliminarse sin alterar el contenido proposicional del texto ni la gramaticalidad de la oración. Como ya se ha indicado, no es solo la ED en sí la que realiza la función conectiva, sino más bien la aparición de esta en un pa‐ trón atributivo especificativo, que constituye, en muchos casos, una construcción gramatical con un significado conectivo emer‐
26. Esperablemente, si existen diferentes mecanismos de expresar la conexión entre dos miembros del discurso es porque presentan funciones distintas. Así, Hoey (1993, 68) indica, a partir de la idea original de Winter (1977), que nombres como razón pueden unir dos cláusulas de forma incluso más estrecha que las estructuras equivalentes con conector causal, ya que pueden conectar fragmentos extensos de texto en una única estructura gramatical. Además, a diferencia de los conectores, las EEDD con función conectiva parecen constituir recursos especialmente útiles para conectar oraciones y párrafos. De hecho, construcciones conectivas como se encuentran entre los escasísimos recursos de los que dispone el español en la lengua escrita para introducir explícitamente la causa de un fenómeno en una oración independiente. Estas construcciones pueden concebirse, de hecho, como la estructura equivalente en la lengua escrita a la construcción justificativa propia de la lengua oral , que también constituye uno de los únicos recursos del español oral para introducir en una oración independiente la causa –en este caso, en rigor, más bien un pretexto– del contenido expresado en la oración anterior (Santiago 2000).
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gente. En otros casos, como el de la razón era que… el significado de la estructura puede interpretarse, todavía, composicionalmente, de modo que la función conectiva se basa, sobre todo, en el signifi‐ cado conceptual del nombre, que exige ser completado mediante dos miembros del discurso. Además del tipo de nombre seleccio‐ nado, existe un aspecto del patrón que también facilita el desem‐ peño de esta función conectiva y que, hasta lo que sabemos, no ha sido puesto de relieve por la bibliografía hasta el momento: la relación anafórica asociativa que el patrón establece con el miem‐ bro discursivo precedente. En efecto, a pesar de que los patrones atributivos especi‐ ficativos suelen basarse en una relación catafórica entre la ED y la cláusula que introduce, lo cierto es que la ED mantiene también una relación discursiva con el contenido de la oración anterior. Esta relación presenta varias semejanzas con la anáfora asociativa prototípica descrita por Kleiber (2001a), que se caracteriza por los siguientes rasgos: a)
b)
c)
La expresión anafórica asociativa (EAA) introduce un nuevo referente que se presenta como conocido (por ejemplo, la película en Ayer fuimos al cine pero la película no nos gustó mucho). En el discurso previo se ha mencionado un referente distinto que proporciona la interpretación de la EAA: la fuente o disparador de la referencia (DR), como el cine en el caso del ejemplo mencionado. Existe una relación asociativa entre la EAA y el DR, que no se circunscribe al discurso o al contexto, sino que se deriva de un conocimiento estereotípico o convencional asociado a estos elementos: por ejemplo, ‘en el cine se proyectan películas’.
Al igual que ocurre con la anáfora asociativa prototípica, en el patrón atributivo especificativo, aparece un sintagma nominal anafórico que introduce un nuevo referente (la razón en el ejemplo), que puede interpretarse a partir de un elemento del discurso pre‐ vio. Así, la razón es ‘la razón de lo dicho anteriormente’; en el
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ejemplo concreto de (10), la razón de que la postura contraria a la reforma de la Constitución fuera minoritaria. Sin embargo, el elemento con el que se relaciona esta expresión anafórica en el caso del patrón atributivo especificativo no es un sintagma nominal, como en la anáfora asociativa prototípica, sino un contenido proposi‐ cional de complejidad variable expresado en la cláusula, oración o párrafo anteriores27. Otra diferencia entre la relación asociativa prototípica y la que subyace a ejemplos como el de (10) es que esta última relación no se basa en un vínculo semántico propiamente meronímico, del tipo todo‐parte (cine‐película), sino más bien en una relación de perte‐ nencia en sentido amplio o, más concretamente, en una relación de implicación lógica. En efecto, si la anáfora asociativa, entendida en un sentido amplio, permite indicar la contigüidad o presencia habitual conjunta de dos elementos dentro de un mismo marco de referencia (Peña y Olivares 2008, 140), parece razonable extender esta relación asociativa meronímica a relaciones lógicas de conti‐ güidad secuencial que se presentan de forma recurrente en el mun‐ do del discurso, del tipo o 28. Una última diferencia tiene que ver con la dirección en la que se establece la relación asociativa. Si bien en la anáfora asociativa prototípica el disparador del referente (el elemento más general de la asociación, que actúa como marco cognitivo que incluye el ele‐ mento asociado) aparece en primer lugar (el cine‐la película), en el patrón atributivo especificativo la expresión que dispara la inter‐ pretación de la referencia es la ED la razón, que aparece después del miembro discursivo con cuya interpretación se asocia. No 27. En este sentido, el tipo de anáfora asociativa que se está describiendo se asimila a las que Kleiber (2001a) denomina anáforas asociativas agentivas (actan‐ cielles), en las que el DR es un predicado, un verbo o un SN con nombre eventivo. 28. La nueva gramática académica incluye, también, ocurrencias de este pa‐ trón, como la consecuencia es que…, entre los ejemplos de anáfora asociativa en sentido amplio, aportando la siguiente justificación: Los mecanismos de anáfora asociativa facilitan el progreso argumentativo sin que sea necesario reiterar la mención de una entidad cada vez que se introduce un nuevo elemento que mantiene una relación léxica o pragmática con ella. (RAE y AALE 2009, §14.5k)
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obstante, esta inversión de papeles de los elementos de la relación anafórica asociativa está prevista en la bibliografía, que acepta también como asociativas aquellas relaciones parte‐todo o de catá‐ fora asociativa (Kleiber 2001a, 191), del tipo de EL PREFACIO era atractivo, de modo que Alberto compró EL LIBRO29. El carácter asociativo de la relación entre el patrón atributivo especificativo y el miembro del discurso precedente justificado hasta aquí permite explicar, por una parte, por qué el determinante que introduce la ED de este patrón no puede ser un demostrativo (#esta razón era que…), ya que la introducción de un nuevo referente que implican las relaciones de anáfora asociativa no es compatible con este tipo de determinantes (Kleiber 2001a, 80)30. Asimismo, tal relación permite explicar el funcionamiento conectivo del patrón cuando se combina con EEDD del tipo de consecuencia, causa, razón o resultado. Este se debe a que la ED que encabeza el patrón (la razón en el ejemplo) mantiene simultáneamente dos relaciones de dependencia con respecto al contexto discursivo en el que aparece: por una parte, anuncia el contenido de la cláusula que sigue, que especifica el referente de la etiqueta, pero, al mismo tiempo, gra‐ cias a su significado léxico y a la relación anafórica asociativa, esta ED obliga a reinterpretar el miembro anterior del discurso como un efecto. Así pues, la ED la razón es la expresión que activa la interpre‐ tación anafórica asociativa con el miembro precedente y es, tam‐ bién, el elemento que proporciona el marco cognitivo que permite interpretar la conexión semántica que existe entre los dos miem‐ bros discursivos conectados. En la figura que sigue se representa el funcionamiento conectivo de la construcción descrita: 29. Para otros trabajos que cuestionan la direccionalidad de la inferencia que permite interpretar los casos de anáfora asociativa, véanse Haviland y Clark (1974) o Garnham (2001, 23‐24). 30. La presencia de un demostrativo en este patrón solo sería posible si en el texto previo se hubiera mencionado ya una razón, lo cual no suele ocurrir en este patrón que, como se ha visto en el capítulo anterior, suele tener carácter catafórico.
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CATÁFORA ENCAPSULADORA (ED)
[MIEMBRO 1].
[La razón era + MIEMBRO 2].
ANÁFORA ASOCIATIVA (la razón de 1)
Figura 14 El funcionamiento conectivo del patrón atributivo especificativo
Como se observa en la figura, es toda la estructura mencio‐ nada, que combina la anáfora asociativa con la catáfora encapsula‐ dora, la que posibilita la función conectiva, con la etiqueta discur‐ siva (razón, causa, motivo, consecuencia, efecto, resultado, etc.) como núcleo léxico que especifica la naturaleza de la relación lógico‐ argumentativa que se establece entre los miembros conectados. Una variante del patrón atributivo especificativo descrito que merece comentario aparte son aquellos casos en los que el patrón aparece introducido por el adjetivo determinativo otro/a, que re‐ fuerza el valor a la vez prospectivo y retrospectivo de la cons‐ trucción (Francis 1986, 60 y 1994, 98; Schmid 2000, 348). La pre‐ sencia de este adjetivo permite conectar dos orciones, aun cuando el nombre seleccionado como ED no implica la aparición de dos miembros del discurso que concreten su significado. Cuando este adjetivo comparativo precede a una ED, esta indica el tipo de entidad a la que pertenecen los dos miembros que relaciona, con la consecuencia de que, a menudo, debe tratarse de un nombre de significado muy esquemático o general, tal como sucede en el si‐ guiente ejemplo: (11) La declaración del testigo y las explicaciones de Mora‐ tinos coincidieron en que el Gobierno de Aznar concedió autorización para que aviones norteamericanos sobrevo‐ laran o hicieran escala en territorio español, a sabiendas de que podían transportar prisioneros a los que las auto‐
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ridades de Estados Unidos no aplicaban las Conven‐ ciones de Ginebra. También coincidieron al afirmar que, pese a la autorización, ningún vuelo con prisioneros hizo escala en aeropuertos españoles. A espera de lo que estime el juez, lo primero parece probado; otra cosa es [que pueda encajar en algún tipo delictivo]. En cuanto a lo se‐ gundo, serán las investigaciones las que determinen si EE UU hizo uso o no de la autorización. (El País, 19/12/2008, “Vuelos ante el juez”) La relación establecida por la construcción destacada en el ejemplo es parafraseable, en este caso, como una relación de tipo adversativo, expresada mediante la combinación de conectores y elementos léxicos: lo primero parece probado, aunque no está claro que pueda encajar en algún tipo delictivo. Como se observa en esta pará‐ frasis del valor conectivo de la expresión otra cosa es, cuando la relación entre dos oraciones se expresa mediante un procedimiento léxico integrado sintácticamente en uno de los miembros, la mar‐ cación de la relación conectiva no es tan evidente como en el caso de las relaciones indicadas mediante elementos periféricos, como los conectores parentéticos y los marcadores del discurso (Hyde 1996, 79). A cambio, la integración en la gramática de la oración que presentan estas expresiones conectivas permite indicar, ade‐ más de la mera conexión lógica, la actitud subjetiva del emisor ha‐ cia los enunciados que está poniendo en relación (evaluación) o el sentido en el que deben interpretarse los miembros del discurso relacionados, como ocurre en el siguiente ejemplo: (12) Este cambio es seguramente un efecto derivado de las expectativas abiertas por la próxima presidencia de Obama, que ha adelantado una política de impulso eco‐ nómico en parte apoyada en el desarrollo de energías alternativas. El siguiente o simultáneo paso, que se decide en buena medida hoy mismo, es [que la cumbre de la UE consiga compaginar los intereses no coincidentes de sus 27 socios, con muy diferentes niveles de desarrollo y de necesidades energéticas]. (El País, 12/12/2008, “A la es‐ pera de Obama”)
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En este ejemplo, la estructura el siguiente o simultáneo paso es conceptualiza tanto el miembro anterior como el siguiente en tér‐ minos temporales, como pasos o fases de un proceso, y desempeña, así, una función muy similar a la de un conector temporal del tipo de a continuación. La función conectiva viene dada, al igual que en el ejemplo de (11), no tanto por el significado del nombre como por la construcción en la que aparece y, en este caso, por la presencia del modificador siguiente, que presenta un valor deíctico textual. En suma, pese a que las construcciones conectivas con EEDD desempeñan una función sintáctica en la oración en la que apare‐ cen integradas, presentan semejanzas con los conectores léxicos periféricos propuestos por Cuenca. Estas construcciones conectivas con EEDD poseen cierto grado de fijación estructural y un signifi‐ cado conectivo equivalente, a grandes rasgos, al de algunos conec‐ tores prototípicos, como se ha visto a partir de los ejemplos pro‐ puestos. El tipo de relación que establecen estas construcciones co‐ nectivas coincide con la que Hyde ha descrito como «conexión explícita integrada», que se da cuando el elemento lingüístico que conecta dos oraciones es una de las categorías centrales de la ora‐ ción (1996, 79), como un nombre o un verbo (como en el caso de ello implica que). Aplicando los rasgos distintivos de la conexión frente a la re‐ ferencia propuestos por Cuenca (2010, 86), puede observarse cómo el patrón analizado en este epígrafe puede desempeñar, efectiva‐ mente, una función conectiva. De acuerdo con esta autora, la cone‐ xión se define por las siguientes características: (i) Un conector une las unidades A y B. (ii) La relación entre A y B se hace explícita por la presencia del conector. (iii) El conector es una marca formal de relación entre las uni‐ dades de sentido del texto. (iv) A y B son unidades intraoracionales (sintagmas, partes de sintagma o cláusulas), oraciones o párrafos. (v) El conector gramatical está fuera de la estructura básica de la oración (sujeto‐verbo‐complementos).
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO
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(iv) El conector manifiesta una relación sintáctica de compo‐ sición oracional y una relación semántica que, en el caso de la conexión textual, corresponde a la adición, la dis‐ yunción, el contraste o la consecuencia. Las tres primeras condiciones se cumplen en el caso del pa‐ trón conectivo con EEDD, tal como mostraba la figura 14. Mientras que las relaciones de referencia son binarias (entre una expresión y su antecedente o consecuente), las conectivas constan de tres ele‐ mentos: los dos miembros conectados y el conector que los pone en relación (Cuenca 2006, 15). Aplicada al ejemplo de (10), esta rela‐ ción tripartita se establece del siguiente modo: MIEMBRO 1
EXPRESIÓN CONECTIVA
MIEMBRO 2
Durante bastantes años la
… una vez abierto el
posición favorable a la
proceso de reforma,
reforma (inicialmente
cada partido
defendida por Alianza
propondría cambiar
Popular) fue minoritaria
cosas diferentes, o las
entre los políticos, especialmente los
La razón era que
mismas en sentido diferente, y ello pondría
socialistas, y también entre
en riesgo el consenso
los expertos
alcanzado en su
constitucionalistas.
momento en torno al texto vigente.
Tabla 13 Análisis del funcionamiento de la expresión conectiva
Con respecto a los miembros relacionados (cuarto rasgo de la relación de conexión según Cuenca), se trata de unidades iguales o superiores a la cláusula, sobre todo, oraciones. La quinta propie‐ dad definitoria de los conectores es la que aleja más claramente las construcciones conectivas con EEDD de los conectores prototí‐ picos, ya que estas, dado su valor léxico, sí están integradas en la
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
oración y se encuentran, además, entre sus componentes princi‐ pales. Por lo que respecta al tipo de relaciones semánticas entre cláusulas que pueden expresar estos conectores, sexta propiedad de los conectores señalada por Cuenca, en este epígrafe se han mostrado casos de conexión causa‐consecuencia (ejemplo 10), de tipo adversativo‐concesivo (ejemplo 11) e incluso de tipo aditivo‐ temporal (ejemplo 12)31. En conclusión, algunos de los patrones atributivos con EEDD funcionan como conectores léxicos integrados: si bien no pueden considerarse conectores prototípicos, por su integración en la sin‐ taxis oracional, está claro que desempeñan una función conectiva equivalente, en un gran número de rasgos, a la que desempeñan muchos conectores prototípicos. 2.3. Funciones interaccionales o persuasivas En distintos puntos a lo largo de este estudio se ha hecho ya referencia a que la categorización de entidades del discurso que realizan las EEDD gracias a su significado conceptual comprende, con cierta frecuencia, valoraciones subjetivas del emisor o escritor sobre el contenido proposicional encapsulado. Esta característica permite situar las EEDD dentro del conjunto de mecanismos que tienen como función indicar la actitud, opinión, valoración o emo‐ ciones del emisor sobre las entidades o proposiciones contenidas en el texto. Este grupo de mecanismos ha recibido en la bibliografía anglosajona clasificaciones y denominaciones muy diversas, entre las que destacan las de evaluation (Hunston 1994, Thompson y Hunston 2000, Hunston 2011), appraisal (Martin 2000, Martin y White 2005, White 2011), stance (Biber y Finegan 1988 y 1989, 31. Las relaciones temporales han sido considerablemente relegadas en los es‐ tudios sobre conectores a favor de los valores más netamente argumentativos y de los conectores que han experimentado un proceso de gramaticalización. No obs‐ tante, el trabajo fundacional de Halliday y Hasan (1976, §5.7.) y otros, como el de Beaugrande y Dressler (1981/1997, 125), las incluyen entre sus procedimientos conjuntivos.
FUNCIONES DEL ETIQUETAJE DISCURSIVO
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Hyland and Tse 2005, du Bois 2007) o, en el análisis de la conver‐ sación, assessment (Couper‐Kuhlen y Thompson 2008)32. También el concepto de metadiscurso incluye este tipo de me‐ canismos, pero solo en su enfoque integrativo o interactivo, ya que el enfoque reflexivo suele excluirlos con el argumento de que indi‐ can relaciones externas al texto, que se establecen entre el emisor y las entidades del mundo evaluadas (Ädel 2005, 158). A fin de sal‐ var este obstáculo, Hyland establece una distinción relevante entre el léxico evaluativo (evaluative lexis), que permite al emisor valorar una entidad individual mencionada en el discurso y los marca‐ dores de actitud (stance markers), mecanismos que expresan la acti‐ tud del emisor sobre el contenido proposicional del discurso que está elaborando, evaluando el contenido de una o más proposi‐ ciones (2005, 31). Esta diferenciación permite a Hyland considerar como metadiscursivos este segundo tipo de recursos: aquellos mediante los cuales el emisor valora una o más proposiciones de su propio discurso, tal como habían hecho ya otros investigadores en sus clasificaciones de recursos metadiscursivos (Vande Kopple 1985; Crismore, Markkanen y Steffensen 1993, 47‐54). Como ya se ha avanzado, Hyland denomina a este tipo de funciones interaccionales (2005). Se trata de expresiones que indican la opinión del emisor hacia el contenido del texto y que, al mismo tiempo, se proponen orientar el modo en que el lector lo interpreta. Mediante este tipo de funciones, el emisor muestra al lector su actitud o valoración sobre el texto, con el fin de que este se alinee con su postura sobre el tema del discurso, esto es, que asuma sus opiniones como propias. Tal como ha indicado Hunston, los meca‐ nismos de evaluación desempeñan en el discurso una función cla‐ ramente intersubjetiva, destinada a construir una ideología o siste‐
32. Se incluyen aquí, únicamente, algunas referencias fundamentales de la amplia bibliografía que se ha generado en torno al estudio de la evaluación en el ámbito anglosajón en las últimas tres décadas. Conviene tener en cuenta, no obs‐ tante, que, tal como recuerda Englebretson (2007, 16), estos estudios tienen sus raí‐ ces en los estudios sobre la subjetividad y la modalidad liderados a mediados del siglo pasado por la lingüística francófona y, más concretamente, por la teoría de la enunciación (Johansson y Suomela‐Salmi 2011).
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
ma de valores en el que puedan situarse los interlocutores (2011, 13). Por lo que respecta a las EEDD, su funcionamiento encapsu‐ lador permite considerarlas dentro del grupo de expresiones meta‐ discursivas que, de acuerdo con el enfoque integrativo, indican la actitud u opinión del emisor sobre un contenido proposicional del texto. En concreto, al encapsular y categorizar un miembro del dis‐ curso, constituyen un recurso eficaz para incorporar valoraciones o puntos de vista sobre el miembro encapsulado, a la vez que lo reactivan o construyen en la representación mental del discurso confeccionada por el lector. Aunque esta evaluación no se dé en todos los usos de las EEDD, ya que muchas de ellas pueden consi‐ derarse descriptivas o evaluativamente neutras, sí parece tratarse de una función habitual, a juzgar por la atención que han dedicado a estas funciones diversos autores33. En este último apartado se analizan y clasifican las funciones metadiscursivas interaccionales de las EEDD, que aquí se denomi‐ nan también persuasivas, ya que no solo presentan una valoración del emisor sobre el texto, sino que, además, buscan el consenso o alineación ideológica (alignment) del lector. El término de persua‐ sivas parece más adecuado que el de funciones argumentativas em‐ pleado por algunos autores porque este segundo término alude normalmente al modo en que el emisor construye su discurso a fin de convencer al destinatario de una o varias ideas, aportando, por lo general, argumentos racionales. En cambio, en el tipo de funcio‐ nes que van a presentarse aquí, el emisor simplemente busca in‐ fluir en el sistema de creencias del destinatario, sin justificar su postura y llegando incluso a imponer de forma encubierta su pro‐ pio punto de vista sobre las proposiciones evaluadas. Entre las diversas funciones interaccionales descritas por Hyland (2005, 2010), las EEDD pueden realizar, sobre todo, la de marcadores de actitud (attitude markers), que son los que más clara‐
33. A pesar de su tamaño reducido, en nuestro corpus han podido identi‐ ficarse 114 EEDD evaluativas, que representan casi el 40% del total de etiquetas identificadas (el 37,5%, exactamente).
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mente coinciden con los procedimientos de evaluación o valora‐ ción descritos en la bibliografía anglosajona34. Los autores que se dedican al estudio de los mecanismos evaluativos han propuesto diversas clasificaciones de tipos (o subfunciones) de evaluación. Tras realizar un análisis del corpus, las principales funciones per‐ suasivas de las EEDD se clasificarán aquí siguiendo el modelo de Hunston (1994), que desglosa la evaluación en tres grandes fun‐ ciones: (i) la valoración (value), que valora una entidad o proposi‐ ción en la escala bueno‐malo; (ii) el estatuto epistémico (status), que evalúa en la escala de certeza; y (iii) la informatividad (relevance), que evalúa un contenido en la escala de importancia para la orga‐ nización y distribución de la información en el texto. 2.3.1. Evaluación axiológica (valoración) La valoración o evaluación axiológica, que ubica el objeto eva‐ luado en la escala bueno‐malo o positivo‐negativo, constituye el modo de evaluación más común o habitual (Hunston 1994, 196). Aunque no siempre resulta fácil discernir entre los recursos de evaluación positiva y los de evaluación negativa, ya que la distin‐ ción entre ambas puede variar en función del contexto, suele inter‐ pretarse como bueno o positivo aquello que es deseable o conduce a una consecuencia deseable y como malo o negativo, aquello que no es deseable o que conduce a consecuencias no deseables, siem‐ pre de acuerdo con el sistema de valores en el que se sitúa el emi‐ sor. Tal como han indicado autores como Thompson y Hunston, la mayor o menor presencia de los diferentes tipos de evaluación en los textos se encuentra condicionada por factores como el gé‐ nero al que pertenece el texto (2000, 24) y, más concretamente, por su propósito discursivo. Teniendo en cuenta que el principal obje‐ 34. Como indica Hunston (2011, 24), no obstante, casi todos los otros recursos incluidos en la clasificación de mecanismos metadiscursivos propuesta por Hyland han sido, también, incorporados en alguna de las taxonomías de mecanismos de evaluación elaboradas por los distintos autores.
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tivo del editorial de prensa es expresar la opinión o valoración del periódico sobre algún hecho de actualidad, resulta esperable en‐ contrar muestras de este tipo de evaluación en este género perio‐ dístico. De hecho, en un trabajo reciente sobre la evaluación a tra‐ vés de EEDD en los editoriales, Izquierdo y González Ruiz (2013b) han puesto de relieve la tendencia de las EEDD a expresar valora‐ ciones de polaridad negativa en este género, tendencia que parece corroborarse en nuestro corpus, donde han podido identificarse 51 EEDD evaluativas con polaridad negativa, frente a únicamente 6 con polaridad positiva. A continuación, se muestran tres ejemplos de EEDD con polaridad negativa: (13) Aznar hizo de la lucha contra el terrorismo la bandera de su presidencia, e insistió en que, para vencerlo, no valían los atajos. Pero era un principio cuya validez dependía de las circunstancias. Si todos los terrorismos le parecían iguales, como no cesó de repetir para justificar la partici‐ pación española en Irak, también deberían parecérselo to‐ dos los episodios de guerra sucia. Y, sin embargo, [no consta que pusiera ningún reparo a la hora de convertir a nuestro país en una pieza del engranaje que facilitó la tortura de decenas de acusados de terrorismo, invocando la seguridad, la libertad y la democracia]. Todavía hoy lo sigue haciendo, para desgracia de la actual dirección de su partido, que intenta evitar verse salpicada por este nuevo escándalo. (El País, 2/12/2008, “Cómplices de la ver‐ güenza”) (14) [El desempleo está creciendo en España a un ritmo temi‐ ble, como demostración inapelable de la gravedad de la recesión económica que se dispone a sufrir la economía española, al menos durante 2009. En noviembre, el paro registrado en las oficinas del Instituto Nacional de Em‐ pleo (INEM) aumentó en 171.000 personas respecto al mes de octubre y sitúa el número de parados en casi tres millones de personas. Es el segundo peor registro men‐ sual de la historia del desempleo y se produce después de ocho meses seguidos de subidas del paro. Todos los
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sectores, encabezados por los servicios y la construcción, han contribuido al aumento del paro]; y, para redondear el tétrico panorama laboral, la Seguridad Social perdió más de 197.000 afiliados el mes pasado. (El País, 3/12/2008, “Lo peor de la recesión”) (15) Las especificidades que presenta en España la crisis que golpea a la práctica totalidad de las economías desarro‐ lladas han llevado a reconocer la necesidad de transfor‐ mar el modelo de crecimiento seguido hasta ahora, desli‐ gándolo del sector de la construcción y apostando por el aumento de la productividad y de la financiación de los programas de I+D, tanto por parte del sector público co‐ mo del privado. Difícilmente se logrará avanzar por ese camino si, [en lugar de facilitar la llegada de científicos e investigadores que complementen y estimulen la labor de sus colegas españoles, se mantienen unas injustifi‐ cables trabas burocráticas, como la exigencia de ciertas características en el contrato de trabajo o de un determi‐ nado nivel en las retribuciones. Y todo ello por no hablar de las dificultades muchas veces kafkianas para recono‐ cer las titulaciones de otros países y permitir que los pro‐ fesionales extranjeros participen en los procesos de se‐ lección para puestos en España]. Tampoco encaja esta fal‐ ta de diligencia en la transposición de la directiva y el pa‐ pel que se pretende asignar a las universidades, sobre todo a partir del proceso de Bolonia. (El País, 22/11/2008, “Ciencia con fronteras”) Como se observa en los ejemplos, las EEDD pueden reflejar la opinión del emisor sobre el contenido encapsulado, tanto por me‐ dio de las connotaciones semánticas asociadas al sustantivo que ca‐ tegoriza el miembro encapsulado (como el nombre eventivo escán‐ dalo en el primer ejemplo), como mediante los modificadores que lo acompañan (como el adjetivo tétrico en el segundo ejemplo), o bien por la combinación de ambos componentes (falta de diligencia). De acuerdo con los datos que manejan Izquierdo y González Ruiz (2013b), en nuestro corpus también es habitual que la polaridad
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negativa se exprese únicamente mediante el nombre35, que suele ser un nombre eventivo (§3.2.4, cap. 1), como tragedia, error, drama o desastre, o bien un adjetivo nominalizado, como dificultad, agravante o incertidumbre. Con respecto a los casos en los que el adjetivo es el elemento que expresa la evaluación, destacan dos ocurrencias en las que la presencia de modificadores evaluativos de polaridad negativa logra invertir la polaridad positiva de un nombre evalua‐ tivo: dudoso honor y penoso mérito. En cuanto a los casos de polaridad positiva, muy escasos en el corpus analizado, la evaluación puede realizarse también mediante nombres, como los eventivos éxito o ventaja, o bien a través de los modificadores, como en el caso del ejemplo que sigue: (16) El mejor colofón para el caso De Juana, tras la conmoción social causada por su inminente excarcelación hace poco más de tres años y la batalla judicial desencadenada para impedirla, incluidos episodios de huelga de hambre del propio etarra, sería [que permaneciera lo más lejos posi‐ ble del país donde tanto dolor ha provocado]. (El País, 12/11/2008, “Otra vez De Juana”) Algunos autores, como Martin y White en su teoría de la valo‐ ración (appraisal), han propuesto, a su vez, subdividir la evaluación axiológica o las valoraciones de actitud en el texto en diferentes categorías, determinadas fundamentalmente por el tipo de sujeto al que se atribuye la valoración (individual o institucional), así co‐ mo por el baremo en el cual se evalúa una entidad. Así, estos autores distinguen entre los marcadores de afecto (affect), que transmiten emociones o sentimientos de un sujeto hacia la entidad evaluada; los de juicio (judgment), que expresan la valoración insti‐ tucional de un determinado comportamiento, de acuerdo con las reglas de funcionamiento de la sociedad; y, por último, los de apre‐ ciación (appreciation), que también constituyen valoraciones institu‐ cionales o respaldadas en el colectivo, pero según un criterio dife‐ 35. En el 53% de los casos, frente al 33,3% que representan las evaluaciones llevadas a cabo por adjetivos y el 13,7% que representan las evaluaciones llevadas a cabo por la combinación de nombre y adjetivo(s).
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rente del social o moral, por ejemplo, el estético (Martin 2000,148‐ 164; Martin y White 2005, 35‐36; White 2011, 19). Los ejemplos de evaluación mediante EEDD vistos hasta aquí pueden clasificarse de acuerdo con las categorías establecidas por estos autores, del siguiente modo: la evaluación expresada por el adjetivo tétrico en (14) pertenece al ámbito del afecto, ya que valora el panorama laboral encapsulado como muy triste, expresando una reacción emocional del sujeto que se pretende compartir con los lectores; en los ejemplos (13) y (15) aparecen evaluaciones de juicio sobre las situaciones encapsuladas –que se juzgan moralmente como escandalosa y falta de diligencia, respectivamente–, ya que en ambos se cuestiona la honestidad o la profesionalidad de diferen‐ tes actuaciones del gobierno; por último, el ejemplo de (16) consti‐ tuye una apreciación sobre una acción hipotética de un preso, que se valora en términos cualitativos (mejor colofón), como una acción que agradaría al conjunto de la sociedad. Además del tipo de evaluación que pueden expresar, las EEDD, al igual que el resto de los recursos evaluativos, pueden va‐ lorar un miembro del discurso de forma más o menos explícita. Tal como ha demostrado Yamasaki (2008), uno de los factores que más inciden en el carácter más o menos explícito de la evaluación rea‐ lizada por EEDD es la posición que estas ocupan en la estructura informativa del texto36. De acuerdo con esta autora, las EEDD que no aparecen en posiciones de foco informativo –esto es, las que aparecen en posiciones temáticas– son las que realizan funciones evaluativas de forma implícita. En efecto, en estos casos, el valor axiológico (o evaluativo, en general) de la ED seleccionada puede pasar más desapercibido al lector, que centra su atención, prefe‐ rentemente, en el foco informativo y tiende a asumir como dada o accesible la información que aparece en posición temática. Un ejemplo de estas evaluaciones más implícitas serían los ejemplos anteriores de (14), (15) o (16), frente al de (13), en el que la ED ocupa la posición de foco informativo y expresa, por tanto, una
36. En el mismo sentido se manifiestan Hyland y Tse (2005, 56) con respecto a las estructuras evaluativas con cláusulas completivas encabezadas por that.
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evaluación más explícita o evidente. En ejemplos como los de (14) a (16), la presentación de las EEDD evaluativas como información dada o conocida –ya sea inserta en una expresión anafórica que recupera lo dicho (14‐15) o bien presentada como punto de partida de un enunciado (16)– comporta, además, un efecto objetivador que se deriva del carácter implícito de la valoración: al presentarse la evaluación como información temática o dada, el emisor se aho‐ rra la necesidad de justificarla, de modo que se trata de evalua‐ ciones que buscan la adhesión casi inconsciente del lector. Obviamente, el valor más o menos velado de la evaluación expresada por una ED depende, también, del grado de connota‐ ción semántica asociado a esta. Si bien en los ejemplos manejados hasta aquí los nombres y modificadores evaluativos tendían a asociar propiedades positivas o negativas al miembro encapsulado en grados elevados (tétrico, falta de diligencia) o extremos (mejor, escándalo), existen otras EEDD cuya carga evaluativa se presenta de forma más atenuada, más aún si aparece en posiciones temáticas, como es el caso de las ocurrencias de la ED problema en patrones atributivos especificativos como el siguiente: (17) Hasta mediados de 2009, todos los indicadores irán a peor, desde el paro hasta las cuentas públicas, incluida paradójicamente la inflación. El desplome del IPC por efecto del hundimiento de la de‐ manda será más un signo de la extrema debilidad de la economía que de una inexistente salud competitiva de los mercados. El problema es [que esos indicadores van a se‐ guir socavando la confianza de las familias y, con ello, las decisiones de gasto en consumo, realimentando la espiral recesiva]. (El País, 3/12/2008, “Lo peor de la recesión”) La aparición de la ED destacada en el ejemplo en el marco de un sintagma nominal definido en posición temática acarrea infor‐ mación presuposicional que evalúa negativamente los dos miem‐ bros del discurso que relaciona. Tal información presuposicional podría explicitarse como: ‘la situación anterior plantea un proble‐ ma’ y ‘este problema es que los indicadores mencionados soca‐
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varán la confianza de las familias y reducirán su consumo’. Dado que esta evaluación de la situación como un problema forma parte de una presuposición determinada por la estructura gramatical (el sintagma nominal definido), no solo resulta difícil de desenmas‐ carar, sino también difícil de discutir, como bien ha puesto de relieve Schmid (2001, 1539), ya que se presenta como una valora‐ ción aceptada de antemano. 2.3.2. Evaluación epistémica (estatus) La mayor parte de las teorías sobre la evaluación, y también sobre el metadiscurso, suelen incluir una categoría (como mínimo) que engloba aquellos recursos mediante los cuales el emisor indica cuál es el estatuto epistémico de uno o más contenidos proposicio‐ nales del texto. Esta función la realizan una serie de recursos, entre los que destacan las expresiones con significado modal o las estruc‐ turas de cita, que se incluyen en categorías como los marcadores de certeza y las atribuciones de Crismore et al. (1993); el estatus de Hunston (1994, 2011); el compromiso (engagement) de Martin (2000), Martin y White (2005) o Hyland (2005, 2010)37; la valoración epistémica (epistemic stance) de Conrad y Biber (2000); o los intensi‐ ficadores y atenuadores (boosters, hedges)38 de Hyland (2005, 2010).
37. Cabe señalar que la categoría de compromiso de Hyland, que comprende, fundamentalmente, las marcas deícticas que apuntan al emisor y al receptor de un texto, difiere de la propuesta por la teoría de Martin y White, mucho más amplia, que incluye, también, los intensificadores y atenuadores de la clasificación de Hyland, que evalúan el mayor o menor grado de certeza de un miembro del dis‐ curso, así como los recursos para atribuir proposiciones del texto a otras voces distintas de la del emisor. 38. El origen del concepto de hedge o atenuador suele atribuirse a Lakoff (1972), que lo aplica a expresiones que permiten convertir en más o menos difuso el significado de las palabras. Este concepto ha sido redefinido por Hyland (1998b) para adoptar el sentido epistémico en que se emplea en la actualidad, para aludir a los recursos que permiten graduar (y, sobre todo, atenuar) el grado de compromiso que asume el escritor con la validez de sus enunciados.
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A pesar de las diferencias de alcance que presentan entre sí estas categorías, todas ellas incluyen recursos que permiten al es‐ critor de un texto señalar hasta qué punto se compromete con la certeza o validez del contenido de su discurso, ya sea indicando el grado de credibilidad que puede concedérsele o especificando a qué persona o ente se atribuye la responsabilidad de la certeza del enunciado39. Como ha indicado Hunston, cada proposición de un texto posee un estatuto epistémico determinado, esto es, una orien‐ tación concreta con respecto al mundo real o conocido, aunque, a efectos del análisis de la evaluación, interesan sobre todo aquellos casos en los que tal estatuto se hace explícito mediante alguna mar‐ ca lingüística (2000, 185). El primer paso necesario para evaluar el estatuto epistémico de una afirmación o aseveración del texto es encapsularla o con‐ vertirla en objeto –reificarla– para, posteriormente, poder evaluarla como entidad (Hunston 2000, 186). De ahí que las EEDD, como en‐ capsuladores léxicos nominales, constituyan recursos tan eficaces y económicos para realizar este tipo de valoración. Además, en fun‐ ción del significado estable o constante que aportan al texto, las EEDD pueden categorizar el miembro encapsulado en tanto que «nombres epistémicos» (Hyland 1998b, 103), como mecanismos lé‐ xicos de intensificación o atenuación epistémica. Desempeñan esta función, por lo general, nombres que expresan significados moda‐ les o factivos, ya sea por su significado léxico propio (hecho) o por su vinculación morfológica con verbos o adjetivos modales (obliga‐ ción, necesidad, posibilidad, etc.). Si bien la evaluación del estatuto epistémico es especialmente importante en géneros como los académicos o de construcción del conocimiento (Hunston 1994, 2011; Hyland 1998; Thompson y Hunston 2000, 24), en los que resulta fundamental determinar el grado en que los métodos, conceptos o teorías se ajustan a la reali‐ dad o permiten explicarla, está presente también en textos más cla‐
39. Estos dos modos de indicar el grado de compromiso del emisor con lo que dice se corresponden, respectivamente, con los dominios tradicionales de la moda‐ lidad epistémica (Palmer 1986) y la evidencialidad (Chafe y Nichols 1986).
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ramente persuasivos y de opinión, como el editorial periodístico. En este tipo de textos, también resulta importante diferenciar la información sobre hechos que efectivamente han ocurrido de su interpretación o de la previsión de posibles desarrollos futuros, así como reforzar la credibilidad de la información y de la línea editorial adoptada por el medio40. De este modo, se encuentran en estos textos tanto EEDD que indican que el contenido encapsulado refleja con certeza el mundo real (18), como EEDD que lo catego‐ rizan como parte de un mundo posible, indicando que una deter‐ minada información no puede considerarse todavía como cierta o real (19)41: (18) El capítulo dista de estar cerrado. Y desborda los estrictos límites de la polémica acerca de Educación para la Ciuda‐ danía, en la que tantos excesos se han cometido desde algunos Ejecutivos autonómicos del Partido Popular y algunos sectores sociales, entre los que destaca la Iglesia católica. La realidad de lo que ha sucedido en Valencia es [que una decisión del Gobierno autónomo ha privado a los alumnos de la comunidad de la enseñanza de una asigna‐ tura que forma parte de su currículo]. (El País, 18/12/2008, “Fin del esperpento”) (19) La hipótesis de [que la compañía petrolera rusa Lukoil adquiera hasta el 30% del capital de Repsol] vuelve a po‐ ner sobre el tapete el temor de Europa al agobiante domi‐ nio del gas y el petróleo de Rusia sobre los mercados energéticos europeos, y las debilidades de la política energética española, que ha dilapidado varios años de tranquilidad corporativa sin que se hayan podido conso‐ lidar los controles de capital español sobre las empresas 40. Las etiquetas discursivas que evalúan el estatuto epistémico del miembro encapsulado representan el 36,8% del total de etiquetas con función evaluativa identificadas en el corpus. 41. Esta clasificación bipartita de las marcas de evaluación del estatuto epis‐ témico corresponde a Hunston (2000, 2011, 32), que se refiere a mecanismos de creación de mundos (world‐creating) y mecanismos que reflejan el mundo (world‐ reflecting).
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estratégicas de la energía. (El País, 21/11/2008, “Presión rusa”) En el primero de los dos ejemplos anteriores, la etiqueta destacada indica que el miembro que sigue se corresponde con la realidad, es decir, que refleja con certeza lo ocurrido en el mundo. De este modo, intensifica el grado de compromiso del emisor con la información encapsulada y refuerza la credibilidad del miembro que se presenta a continuación, que expresa una interpretación o punto de vista acerca de la decisión del gobierno valenciano de incluir en el currículo de los estudiantes de secundaria la materia de Educación para la Ciudadanía. En el segundo ejemplo, en cam‐ bio, el escritor emplea la ED en negrita para atribuir a la informa‐ ción que introduce el estatuto de información posible, pero todavía no cierta, es decir, para atenuar la credibilidad de tal información o evitar responsabilizarse de su validez. Como puede observarse, además de nombres epistémicos, re‐ lacionados con verbos o adjetivos (real) que expresan esta modali‐ dad, también pueden indicar el grado de confianza del emisor en la verdad del contenido encapsulado las EEDD que presentan la información condensada como un sentimiento o un estado mental (hipótesis, sensación, impresión, etc.). Si bien este segundo tipo de nombres presentan la información como una experiencia personal y subjetiva, como una idea del emisor, no por ello atenúan siempre el grado de credibilidad de la información que encapsulan, como cabría esperar. Al contrario, la capacidad objetivadora de las EEDD frente a otros recursos léxicos de evaluación les permite, de hecho, generalizar o extender una creencia del emisor al conjunto de la sociedad, como se muestra en el ejemplo que sigue: (20) Desde estas bases, no hay elementos de juicio para anti‐ cipar una recuperación en un plazo razonable. Y tampoco es muy alentadora, en un entorno internacional desfavo‐ rable, la sensación de [que nuestras autoridades económicas se están tomando con excesiva tranquilidad la adopción de deci‐ siones destinadas a frenar la inercia de deterioro en que estamos inmersos]. (El País, 1/11/2008, “Recesión en ciernes”)
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La presentación del contenido encapsulado como una sensa‐ ción que no se atribuye al emisor ni a otro locutor (por medio de la presencia del posesivo que suele acompañar a estos nombres), sino que se generaliza al conjunto de la sociedad gracias a la presencia de un artículo definido puede considerarse, incluso, una estrategia de manipulación, ya que la opinión del emisor se presenta como extendida o compartida por los lectores42. De hecho, como muy acertadamente puntualiza Schmid (2001, 1545), las estrategias de manipulación que permiten realizar las EEDD son tan sutiles que pueden pasar desapercibidas incluso para el propio emisor, ya que resulta difícil determinar hasta qué punto este es consciente del efecto que comporta la selección de uno u otro nombre o de la conceptualización de la información que lleva a cabo al elegir una determinada ED. Sin embargo, el carácter, en algunos casos, in‐ consciente de tal operación no le resta potencial persuasivo o in‐ cluso manipulador, ya que la presencia de una u otra etiqueta (o incluso su presentación en uno u otro patrón discursivo) condi‐ ciona la interpretación del lector, que solo podrá cuestionar la cate‐ gorización del miembro encapsulado si advierte que responde a una elección del escritor. La capacidad de las EEDD de contener evaluaciones más o menos veladas sobre el discurso, que ha sido considerada por al‐ gunos autores como una de las principales motivaciones para el uso de este mecanismo encapsulador frente a otros pronominales equivalentes (Francis 1986, 48), puede percibirse de forma más cla‐ ra cuando una ED se emplea para encapsular y, a menudo, juzgar o valorar enunciados que se atribuyen a otras fuentes distintas del emisor. En su uso intertextual o en contextos de reproducción del discurso ajeno, la categorización del miembro encapsulado reali‐ zada por una etiqueta discursiva –con frecuencia, de significado
42. La manipulación se ha descrito, particularmente desde el Análisis Crítico del Discurso, como una estrategia de persuasión ilegítima que pretende influir ideológicamente en el destinatario mediante técnicas comunicativas engañosas. Para más información sobre este concepto, véanse Van Dijk (2006) y Chilton (2011).
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metalingüístico43– permite dotar de credibilidad o restar credibili‐ dad al discurso de otro enunciador44, tal como se observa en los si‐ guientes ejemplos: (21) El mal comportamiento de los bancos en los mercados de acciones no se debe a que los gobiernos puedan obli‐ garles a dar crédito, sino a la razonable presunción de [que una recesión prolongada forzará, en el mejor de los casos, el adelgazamiento de todos ellos tras el reconocimiento de la pérdida de calidad de las inversiones del pasado]. (El País, 29/12/2008, “Colapso crediticio”) (22) El caso del juez Tirado o el caso de la pequeña Mari Luz ‐ tanto da pues ambos están inexorablemente unidos‐ de‐ berían haber marcado un antes y un después en el funcio‐ namiento del sistema judicial y muy particularmente en la asunción de responsabilidades por parte de los jueces. Pero parece que todo va a seguir igual, entretenidos los órganos disciplinarios del Consejo General del Poder Ju‐ dicial en dilucidar [si mantener durante más de dos años sin ejecutar una sentencia condenatoria contra un pede‐ rasta es un mero retraso o una desatención]. En este falso dilema se obvia la extrema y objetiva gravedad del hecho, sea cuál sea su encaje jurídico, así como el fuerte impacto social que produjo el asesinato de la pequeña Mari Luz. (El País, 24/12/2008, “Todos para uno”) En el primero de estos ejemplos, el emisor atribuye a los ban‐ cos una afirmación que presenta como conjetura o presunción, pero 43. De acuerdo con Francis, las EEDD de significado metalingüístico engloban los nombres con significado ilocutivo, los que designan actividades de lengua, los de procesos mentales y los que aluden a la estructura formal del discurso (1994, 90‐ 92). 44. En español, Llamas (2010b) se ha ocupado de analizar este valor polémico de las EEDD, centrándose en aquellas que se emplean en discursos como el pe‐ riodístico para calificar metafóricamente las afirmaciones de enunciadores distintos del periodista. Así, por ejemplo, a una etiqueta como este contraataque verbal (ejem‐ plo identificado por la autora) subyace la conocida metáfora que concibe el discurso político como una guerra.
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se alinea con ella gracias a la aparición del modificador razonable, que indica que él mismo comparte esa hipótesis. En cambio, en el ejemplo de (22), el escritor desacredita, de nuevo por medio del modificador que acompaña al núcleo de la ED –de claro signifi‐ cado epistémico (falso)–, la discusión atribuida al CGPJ en el con‐ texto precedente. Tal como se ha observado ya sobre la evaluación axiológica, la del estatuto epistémico puede realizarse, también, mediante el nombre núcleo de la etiqueta discursiva, por medio de alguno de los modificadores que lo acompañan (falso) o a través de la combinación de ambos elementos (razonable presunción). La manipulación del estatuto informativo de afirmaciones de otros enunciadores que pueden desempeñar las EEDD en entornos polifónicos o intertextuales, ejemplificada en (21) y (22), se funda‐ menta en rutinas comunicativas motivadas culturalmente, como la occidental, que tiende a reforzar la línea argumentativa propia (como ocurría en el ejemplo de 20) y a desacreditar o atenuar la del adversario, tal como ha indicado Schmid: In rationalist Western societies, facts, truths, verified knowledge and strong statements are rated much more highly tan ideas, beliefs, feelings or weak claims. As a consequence, speakers try –especially when they are engaged in arguments and controversial debates– to portray their own ideas and positions as facts, truths, certainties and safe knowledge, and the ideas of their opponents as hypotheses, claims, theories and impressions. (2000, 316‐317) Un ejemplo más claro que los vistos hasta aquí del modo en que las EEDD pueden emplearse para (i) restar credibilidad al discurso de un oponente y/o (ii) reforzar o dotar de credibilidad al discurso propio puede observarse en aquellos discursos en los que se establece una negociación evidente de significados entre los participantes, como es el caso, por ejemplo, del interrogatorio judi‐ cial. En este género oral, los representantes de las partes y del Esta‐ do «llevan a cabo un papel activo en la configuración de la narra‐ tiva de los hechos» (Taranilla 2012, 170), pues tratan de establecer como hechos unos determinados acontecimientos, al tiempo que
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conceptualizan como virtuales o meras posibilidades otros, en fun‐ ción de la postura que les corresponda defender en la causa. A fin de mostrar el funcionamiento y la eficacia del etiquetaje discursivo en contextos polémicos en los que se negocia la versión creíble o verosímil de unos acontecimientos, se ofrece, a continua‐ ción, un ejemplo extraído de la transcripción de la declaración ante el juez de Jordi Montull, ex director administrativo del Palau de la Música e imputado por el caso de desvío de fondos de la Fundació Orfeó Català y del Palau de la Música45. En el fragmento seleccio‐ nado, el abogado de la acusación por parte de la Fundació Palau de la Música (A) interroga a Montull (M) sobre dos puntos concretos que aparecían en su carta de confesión: (i) que el Palau se veía en ocasiones en la necesidad de pagar en efectivo a algunos coros que daban recitales en el Palau; y (ii) que esos pagos en efectivo a me‐ nudo no podían contabilizarse o registrarse en las cuentas del Palau. El abogado intenta demostrar que el segundo punto no se deriva del primero, es decir, que aunque fuera cierto que existía la necesidad de pagar a algunos artistas en efectivo, eso no implica (ni justifica) que dichos pagos no pudieran quedar registrados en la contabilidad del Palau. Lo que pretende es, por tanto, demostrar que esas salidas de dinero no estaban registradas y que no existe justificación para ello. En última instancia, y de modo indirecto, pretende establecer que los imputados podrían haberse apropiado el dinero de forma indebida. En el fragmento seleccionado en (23) puede observarse cómo el abogado conceptualiza la afirmación de que los coros querían cobrar en efectivo (justificación aportada por Montull) como una posibilidad, mientras que presenta como un hecho la información
45. Se trata del caso por el cual se imputaba a Fèlix Millet y a Jordi Montull, respectivamente ex presidente y ex director administrativo del Palau de la Música Catalana, por la desaparición de 2,3 millones de euros de las arcas del Palau du‐ rante los años 2003 y 2004. En octubre de 2009, en el marco del proceso de ins‐ trucción del caso, el juez instructor del sumario citó a declarar a los imputados para interrogarles acerca de los hechos narrados en la querella inicial del fiscal y en sendas cartas públicas de confesión en las que ambos imputados admitían parte de los hechos. El fragmento citado pertenece a estas declaraciones.
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que pretende establecer como versión de los hechos, que los pagos no se reflejaban en la contabilidad del Palau: (23) A. A ver, en la confesión que el señor Millet presenta y que usted hace suya, se habla de determinados pagos en efectivo dirigidos principalmente a Coros, etc. Con carác‐ ter previo, lo que querría es, conceptualmente estamos hablando de pagos de demasiados activos como si éstos no pudieran ser contabilizados. Es decir, que mi pregunta es: cuando hablamos de estos pagos en efectivo de los que ustedes hablan, nos referimos a pagos no oficiales, a dinero en negro, no reflejados contablemente. M. Estaban reflejadas las salidas, pero no teníamos ni re‐ cibos ni facturas. A. Perfecto. Por lo que yo puedo entender, por las carac‐ terísticas del Palau en aquella época o lo que sea, [si ve‐ nía determinado Coro quería cobrar en efectivo]. Admi‐ tiendo esta posibilidad, el tema no es que estos pagos no se reflejaban. Le pregunto: ¿el hecho de [que estos pagos no se reflejaran] era la forma de actuar del Palau? (Declara‐ ción íntegra de Jordi Montull (29/10/2009) ante el juez, publicada en la página web de Elpais.com [Consulta 30/10/2009]) El ejemplo ilustra cómo el abogado emplea de forma intere‐ sada las EEDD de significado modal posibilidad, para poner en du‐ da la versión defendida por el interrogado, y hecho, con el objetivo de fijar como probados unos acontecimientos que trata de negar el interrogado46. En este fragmento puede observarse claramente el
46. La función persuasiva desempeñada por las EEDD en este ejemplo puede explicarse en términos cognitivos: las EEDD destacadas crean dos espacios mentales diferentes (Fauconnier 1985/1994, 1997), el de lo posible y el de lo factual o real, res‐ pectivamente, en los que se incluye el miembro encapsulado por cada una de ellas. Como ha señalado Langacker, el espacio mental en el que se incluye un referente determina que se le confiera carácter real o virtual (2008, 271), por lo que la decisión de incluir la información encapsulada en un espacio factual o en un espacio
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potencial persuasivo y manipulador –en este caso, claramente in‐ tencional– de esta función estratégica de las etiquetas discursivas. 2.3.3. Evaluación de la informatividad (relevancia) De los tres parámetros de evaluación inicialmente identifi‐ cados por Hunston (1994), el de la relevancia ha sido el menos atendido por los estudios sucesivos (Hunston 2011, 22). Este pará‐ metro comprende aquellas evaluaciones de un elemento en fun‐ ción del grado de importancia que le concede el emisor. En ese sen‐ tido, este parámetro se distingue de los dos anteriores en que, en tanto que aquellos evalúan aspectos relacionados con la experien‐ cia del mundo, este se orienta, fundamentalmente, a indicar al lec‐ tor qué fragmentos del texto resultan más importantes para la construcción de la coherencia del discurso (Thompson y Hunston 2000, 24). Como norma general, el lector atribuye cierto grado de relevancia a toda la información proporcionada por un texto, por el mero hecho de que el emisor ha considerado necesario incluirla; no obstante, la marcación explícita de un fragmento o proposición del texto como relevante por parte del emisor condiciona la interpre‐ tación de dicho fragmento que realiza el lector, ya que lo invita a prestarle especial atención o a asignarle un lugar destacado en la representación mental del discurso que construye durante la lec‐ tura. Aunque es cierto que es el tipo de evaluación menos frecuente en el corpus de editoriales analizado47, las EEDD también pueden desempeñar este tipo de evaluación, como muestran ejemplos co‐ mo el siguiente: (24) Las reformas anunciadas por Medvédev vienen a subra‐ yar en el plano interno los rasgos más inquietantes del
hipotético comporta una adición o sustracción de credibilidad con respecto de tal información. 47. Las EEDD que evalúan la informatividad del texto representan el 13,1% del total de EEDD evaluativas identificadas en el corpus, con 15 ocurrencias.
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peculiar régimen político ruso. Refuerzan el papel del Ejecutivo y hacen mínimas concesiones al Legislativo, manteniendo un aparente equilibrio que, en realidad, no pasa de ser una frágil carcasa democrática. En Rusia se celebran elecciones, pero resulta materialmente imposible que la oposición llegue al poder. En estas condiciones, parecería irrelevante un cambio en el plazo de los mandatos. Y, sin embargo, el anuncio de Medvédev contiene entre líneas un trascendental mensaje político: [nada puede impedir por el momento que Putin y su partido actúen a cara cada vez más descubierta]. (El País, 22/11/2008, “Carta blanca para Putin”)
En este ejemplo puede observarse una de las características más destacadas de este tipo de evaluación, según Hunston: su tendencia a aparecer en posiciones destacadas de las principales unidades del discurso (1994, 198); en este caso, a final de párrafo y de texto, introduciendo la interpretación final del escritor sobre el hecho noticioso del que trata el editorial. Además, en este ejemplo aparece otro rasgo que puede apuntarse como tendencia pese a las escasas ocurrencias de este tipo de evaluación en el corpus: la eva‐ luación de la relevancia suele realizarse a través de los modifica‐ dores que acompañan al nombre encapsulador, como trascendental, principal o relevante. El motivo de la selección del término evaluación de la infor‐ matividad para esta función de las EEDD radica en la intención de incluir, junto con la evaluación de relevancia tratada hasta aquí, un parámetro nuevo que incorporan Thompson y Hunston (2000), estrechamente relacionado con este: el de expectatividad (expec‐ tedness), que evalúa el grado en que una información se presenta como obvia o esperable o, por el contrario, como sorprendente o inesperada para el destinatario. Un ejemplo de evaluación en esta escala de expectatividad es el siguiente: (25) La Generalitat valenciana ha tenido que rendirse a la evi‐ dencia: [impartir la asignatura de Educación para la Ciu‐ dadanía en inglés era una decisión extravagante]. La mo‐
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vilización de profesores, padres y alumnos ha obligado al Gobierno de Camps a volver sobre sus pasos, poniendo fin al esperpento de una materia impartida mano a mano entre un profesor y un traductor. (El País, 18/12/2008, “Fin del esperpento”) La ED destacada en el ejemplo permite al emisor del texto presentar la valoración negativa que encapsula sobre la imparti‐ ción de la asignatura de Educación para la Ciudadanía como evi‐ dente, es decir, como obvia o escasamente sorprendente. A través de esta última valoración, el emisor logra dos efectos: en primer lugar, presentar su propia opinión sobre la asignatura como cohe‐ rente con el conocimiento del mundo del lector y, en segundo lu‐ gar, dar por sentado el consenso con el lector en tal visión, ya que se presenta como obvia o clara para cualquiera. Thompson y Hunston han afirmado que las valoraciones en estos dos parámetros, de relevancia y de expectatividad, suelen inclinarse siempre hacia uno de los polos de ambas escalas: el de lo importante o relevante y el de lo esperable, respectivamente. Ello se debe a que ambos polos permiten al emisor evaluar su texto en términos positivos: lo deseable es que el contenido de un texto sea significativo para el lector y coherente con lo que este sabe. Sin embargo, el enfoque procedimental sobre el texto defendido por autores como Beaugrande y Dressler (1981/1997, cap. VII) permite matizar tales afirmaciones, en especial por lo que respecta al pará‐ metro de expectatividad. Si bien es cierto que el éxito de la com‐ prensión del discurso se basa en que la información que contiene resulte relevante para el lector (Sperber y Wilson 1986) –por lo que marcar una información como irrelevante parecería perjudicar el desarrollo de la comunicación–48, el hecho de que un discurso re‐ sulte coherente con el mundo conocido (su expectatividad) no siempre juega a favor de la comprensión óptima del discurso. Más bien al contrario: tal como indican Beaugrande y Dressler, el texto resulta más informativo cuanto más novedosa, sorprendente o 48. A no ser que ello responda, claro está, a un propósito estratégico, como podría ser el de calificar como irrelevante parte del discurso de un oponente.
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inesperada es la información que aporta al destinatario (1981/1997, 43 y 208)49. Así pues, aunque es cierto que lo deseable es que el contenido de un texto resulte coherente o acorde con las expecta‐ tivas del lector, como señalan Thompson y Hunston (2000, 25), re‐ sulta fundamental que también contenga información nueva e, in‐ cluso, sorprendente, que potencie el interés del lector y atraiga su atención; de ahí que en el corpus de editoriales se hayan podido encontrar, también, evaluaciones que indican la baja expectati‐ vidad de la información que contiene el segmento encapsulado, como la destacada en el ejemplo: (26) El otro gran asunto de la reunión ha sido el del narco‐ tráfico. Todos los participantes suscribieron una declara‐ ción para combatirlo, pero la decisión más llamativa se to‐ mó fuera de la cumbre: [la suspensión definitiva de la presencia de la Agencia Antidroga de EE UU, la DEA, en territorio boliviano, anunciada el sábado por Evo Mora‐ les]. (El País, 3/11/2008, “La cumbre de la crisis”) En este caso, es, de nuevo, el modificador (llamativa) el ele‐ mento responsable de la evaluación, que presenta la decisión anun‐ ciada como sorprendente o inesperada, incrementando así el inte‐ rés del lector hacia el miembro discursivo que se anuncia en este patrón catafórico. Otro ejemplo de modificadores que evalúan el contenido encapsulado en esta dirección es el sintagma preposi‐ cional sin precedentes: (27) La Reserva Federal de Estados Unidos (FED) tomó ayer una decisión sin precedentes. [Bajó el tipo de interés de re‐ ferencia, situado en el 1%, hasta una banda de entre el 0% y el 0,25%]. (El País, 17/12/2008, “Quemar las naves”) Aunque, como ya se ha comentado, no es muy frecuente en el corpus examinado, conviene recordar que la valoración positiva de lo sorprendente o inesperado no solo es comprensible o explicable
49. En el mismo sentido, desde la teoría de la relevancia, Sperber y Wilson indican que una información ya conocida o presentada es irrelevante a priori, ya que no produce efectos contextuales (1986, 154).
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desde el funcionamiento pragmático de la comunicación, sino tam‐ bién, específicamente, desde la teoría del discurso periodístico, en el que la novedad constituye uno de los principales factores de in‐ terés o propiedades que convierten un hecho en noticia (Díaz Rojo 2009). El principal punto de contacto que existe entre el parámetro de expectabilidad y el de relevancia, por tanto, es su papel en la in‐ terpretación del discurso y el hecho de que ambos pueden conce‐ birse como manifestaciones de la evaluación de la informatividad de un determinado miembro discursivo. Como se ha visto en los ejemplos comentados, en ocasiones, el emisor de un texto puede decidir advertir de forma explícita al lector que se encuentra ante información máximamente informativa, ya sea porque se trata de información destacada o importante (evaluación de relevancia), o bien porque constituye información novedosa o inesperada (evaluación de expectatividad). A juzgar por el análisis realizado, las evaluaciones más deseables según la naturaleza de la comuni‐ cación y del discurso –y, por tanto, esperablemente, las más fre‐ cuentes– son las de relevancia e inexpectatividad, respectivamente, aunque la evaluación de una entidad del discurso como irrelevante o como esperable puede responder a objetivos estratégicos, como desacreditar un discurso ajeno o crear consenso con el lector. Otra tendencia interesante que arroja el análisis del corpus, observable en los ejemplos citados en este epígrafe, es que todos los ejemplos identificados de evaluación de la informatividad se dan en patrones catafóricos, tendencia que, si se corroborara con análisis de corpus de mayores dimensiones, podría perfilar la eva‐ luación de la informatividad como un movimiento discursivo de orientación prospectiva. De hecho, tal orientación es consistente con la naturaleza del tipo de evaluación expresada, que pretende preparar al lector para que dirija su atención hacia un contenido del discurso destacable. Las funciones metatextuales y persuasivas descritas en este apartado 2, se resumen en las siguientes tablas, en las que, al igual que en la tabla 12 (sobre las funciones informativas), se especifican
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las condiciones discursivas en las que se realiza cada función, así como uno de los ejemplos presentados para cada una: FUNCIÓN
Señaliza‐ ción de la estructura retórica
Conexión entre miembros del discurso
CONDICIONANTES Significado de la ED: indica el rol que desempeña en el texto el contenido encapsulado Relación con la estructura retórica del texto (patrones textuales)
Significado de la ED: relación lógico‐ argumentativa. Patrón atributivo especificativo que relaciona dos oraciones.
EJEMPLO En esta cumbre se preparan las pro‐ puestas que deberán discutirse y apro‐ barse en la reunión que se celebrará en Copenhague (…). La dificultad princi‐ pal radicaba en [la pugna entre los países más desarrollados, (…), que se resistían a compromisos ambiciosos de reducción de gases de efecto inverna‐ dero si los países emergentes (…) no aceptaban también ciertos objetivos de reducción]. La respuesta de estos últimos era que [son los países desarrollados quienes han creado el problema y aún hoy si‐ guen emitiendo, (…) mucho más que los emergentes]. Durante bastantes años la posición favorable a la reforma (…) fue mino‐ ritaria entre los políticos, (…). La razón era [que, una vez abierto el proceso de reforma, cada partido propondría cambiar cosas diferentes, o las mismas en sentido diferente, y ello pondría en riesgo el consenso alcanzado en su momento en torno al texto vigente].
Tabla 14 Funciones metadiscursivas metatextuales de las etiquetas discursivas
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FUNCIÓN Evaluación axiológica
Evaluación epistémica
Evaluación de la informa‐ tividad
CONDICIONANTES Significado de la ED: connotada subjetivamente en términos axiológicos (el nombre o su modificador) La ED valora positiva o negativamente el contenido encapsulado
Significado de la ED: modal epistémico (el nombre o su modificador) o factivo La ED refuerza o atenúa la credibilidad que el emisor concede al miembro encapsulado
ED con modificador que evalúa la importancia o expectatividad La ED valora la relevancia o la expectatividad que el emisor atribuye al miembro encapsulado
EJEMPLO Aznar hizo de la lucha contra el te‐ rrorismo la bandera de su presi‐ dencia. (…) Y, sin embargo, [no consta que pusiera ningún reparo a la hora de convertir a nuestro país en una pieza del engranaje que facilitó la tortura de decenas de acusados de terrorismo, invo‐ cando la seguridad, la libertad y la democracia]. Todavía hoy lo sigue haciendo, para desgracia de la ac‐ tual dirección de su partido, que intenta evitar verse salpicada por este nuevo escándalo. La realidad de lo que ha sucedido en Valencia es [que una decisión del Gobierno autónomo ha privado a los alumnos de la comunidad de la enseñanza de una asignatura que forma parte de su currículo]. La hipótesis de [que la compañía petrolera rusa Lukoil adquiera hasta el 30% del capital de Repsol] vuelve a poner sobre el tapete el temor de Europa al agobiante dominio del gas y el petróleo de Rusia. Y, sin embargo, el anuncio de Medvédev contiene entre líneas un trascendental mensaje político: [nada puede impedir por el momento que Putin y su partido actúen a ca‐ ra cada vez más descubierta]. Todos los participantes suscribie‐ ron una declaración para comba‐ tirlo, pero la decisión más llamativa se tomó fuera de la cumbre: [la sus‐ pensión definitiva de la presencia de la Agencia Antidroga de EE UU, la DEA, en territorio boliviano, anun‐ ciada el sábado por Evo Morales].
Tabla 15 Funciones metadiscursivas persuasivas de las etiquetas discursivas
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CONSIDERACIONES FINALES El etiquetaje discursivo puede desempeñar funciones discur‐ sivas de distinto tipo, que se derivan de su capacidad para encap‐ sular y categorizar entidades del discurso. Algunas de estas funcio‐ nes, como las relacionadas con la articulación informativa del dis‐ curso, dependen, además, del patrón en el que aparece la ED y de la posición que esta ocupa en la principal unidad de organización del tópico en el discurso: el párrafo. Otras, como las funciones me‐ tadiscursivas, dependen fundamentalmente del significado léxico constante que aporta la ED y se encuentran, por tanto, más direc‐ tamente relacionadas con la operación cognitiva de categorización de entidades del discurso realizada por este mecanismo. La carac‐ terización de estos dos grandes tipos de funciones confeccionada en este capítulo, así como su vinculación con distintos rasgos del funcionamiento de las EEDD y con diferentes condicionantes dis‐ cursivos, permite explicar por qué ambos tipos de funciones pue‐ den combinarse y presentarse simultáneamente en un mismo uso del etiquetaje discursivo. Por lo que respecta a la relación entre los patrones de apa‐ rición de las EEDD descritos en el capítulo anterior y las funciones discursivas que estas pueden desempeñar, puede concluirse que tales patrones se asocian, sobre todo, a determinadas funciones in‐ formativas, aunque, más que el patrón en concreto, lo más deter‐ minante parece ser, sobre todo, la dirección de la referencia, retros‐ pectiva (patrones anafóricos) o prospectiva (patrones catafóricos). Sin embargo, a diferencia de los patrones discursivos, alguno de los patrones oracionales o léxico‐gramaticales sí puede relacionarse con determinadas funciones, en especial, el patrón atributivo espe‐ cificativo. Este patrón parece especializado en desempeñar funcio‐ nes conectivas, ya sea de tipo informativo (continuidad de tópico) o de tipo metadiscursivo (conexión lógico‐argumentativa). El etiquetaje discursivo constituye, en suma, mucho más que un mecanismo de cohesión o encapsulación: un mecanismo eficaz para gestionar la articulación del tópico discursivo en la organiza‐ ción global del texto (funciones informativas); un recurso para se‐ 3.
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LAS ETIQUETAS DISCURSIVAS: COHESIÓN ANAFÓRICA
ñalizar las relaciones entre las distintas partes del texto, en un nivel más local (funciones metatextuales); y un mecanismo estratégico para orientar la interpretación del texto por parte del lector (fun‐ ciones persuasivas). Aunque el resto de los recursos de encapsula‐ ción descritos en el segundo capítulo de este estudio pueden al‐ ternar con las EEDD en algunas de estas funciones, otras son exclusivas del etiquetaje discursivo. Un ejemplo claro es el caso de las funciones persuasivas, que dependen, en esencia, de la catego‐ rización de miembros del discurso que solo puede realizar este tipo de encapsuladores léxicos.
CONCLUSIONES
No importa qué objeto, tomado como pregunta de un problema…, y la respuesta exacta, encontrada por la búsqueda del objeto secretamente unido al primero…, dan, reunidos, un conocimiento nuevo. (R. Magritte, “Lección de cosas”, 1962, Escritos, Síntesis, p. 247)
El principal objetivo de este estudio ha sido ofrecer una defi‐ nición completa y precisa de un mecanismo cohesivo encapsulador que ha llamado la atención de algunos especialistas por sus peculiaridades o dificultades para acomodarse a las concepciones tradicionales de los tipos de procedimiento en los que puede en‐ marcarse. Dado que definir es, etimológicamente, ‘poner límites’, nuestro interés fundamental se ha centrado en establecer algunas fronteras entre el objeto definido, el etiquetaje discursivo, y el resto de relaciones discursivas con las que presenta aspectos en común. A partir de una revisión crítica e integradora de la bibliogra‐ fía, el etiquetaje discursivo se ha definido como un doble proceso de encapsulación y categorización del contenido de una o más predicaciones del texto, que se realiza mediante un sintagma no‐ minal de significado abstracto. Tal como refleja esta definición de consenso, que unifica la diversidad de criterios de descripción del etiquetaje discursivo manejados por los diferentes autores que se han aproximado a su estudio, se trata de una categoría funcional, de una función discursiva. Sin embargo, la mayor parte de los di‐
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versos términos que se han propuesto para designar el fenómeno resultan poco precisos o equívocos con respecto a este punto, ya que siguen la tendencia iniciada por Haliday y Hasan en la defini‐ ción inicial de sus nombres generales y apuntan, en definitiva, a una clase de nombres (nombres anafóricos, nombres inespecíficos, nombres envoltorio, etiquetas, etc.). Aunque es cierto que muchos de los nom‐ bres que suelen funcionar como etiquetas discursivas tienen ciertas características semánticas en común, como su significado abstracto e inespecífico o su capacidad para denotar entidades de segundo y tercer orden, estos no conforman una clase cerrada: es imposible listar todos los nombres que pueden desempeñar esta función. Por ese motivo, el objetivo de los estudios sobre el fenómeno no debe centrarse en la caracterización de un tipo de nombres, sino en de‐ limitar y caracterizar la función que aquí se ha propuesto denomi‐ nar etiquetaje discursivo. Esta relación discursiva se ha analizado tradicionalmente en el marco de los estudios sobre la cohesión léxica, de modo que de‐ finirla implica establecer los rasgos que la diferencian del resto de relaciones que pertenecen a este grupo. Como se ha expuesto en el segundo capítulo, la principal diferencia radica en que el etiquetaje discursivo no se establece entre dos unidades léxicas, sino entre un sintagma nominal encapsulador y un miembro discursivo formado por una o más predicaciones. Sin embargo, esta diferencia no es exclusiva del etiquetaje discursivo, sino que se presenta en otros mecanismos de cohesión, como los pronombres neutros, que tam‐ bién pueden recuperar el contenido de una o más predicaciones complejas del discurso. Además, existen otros procedimientos léxi‐ cos distintos del etiquetaje discursivo que también pueden funcio‐ nar como encapsuladores, como la nominalización repetitiva y la nominalización sinonímica, que se caracterizan por ser estructural o semánticamente más fieles a la formulación de su antecedente textual. Todos estos recursos pueden considerarse procedimientos cohesivos de encapsulación. Por tanto, el término encapsulación em‐ pleado por algunos autores designa, en realidad, una función cohe‐ siva anafórica más amplia que la descrita en este trabajo; dicho de otro modo, el etiquetaje discursivo es un tipo de encapsulación.
CONCLUSIONES
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La función encapsuladora es, precisamente, el rasgo distintivo principal entre el etiquetaje discursivo y otro tipo de relaciones cohesivas con las que este fenómeno se encuentra estrechamente relacionado: las de hiperonimia. En el panorama de mecanismos de cohesión anafórica que plantea la distinción entre cohesión rei‐ terativa y encapsuladora propuesta al final del capítulo 2, el etique‐ taje discursivo y la hiperonimia se caracterizan por constituir rela‐ ciones discursivas de generalización, pero mientras que la primera categoriza o clasifica un contenido proposicional más o menos complejo, la hiperonimia clasifica una entidad individual del dis‐ curso, presentada mediante un sintagma nominal. De este modo, su doble capacidad encapsuladora y categorizadora permite con‐ cebir el etiquetaje discursivo como relación independiente y dife‐ renciada del resto de las relaciones cohesivas. Otro tipo de relaciones discursivas en las que puede enmar‐ carse el fenómeno del etiquetaje discursivo son las anafóricas, que se basan en una dependencia interpretativa del contexto. En el caso del etiquetaje discursivo (y también, aunque en menor medida, de la hiperonimia), esta dependencia interpretativa es doble: de un lado, en la mayor parte de sus usos, existe una dependencia refe‐ rencial común con el resto de las expresiones anafóricas que se deriva de la presencia del determinante definido que suele enca‐ bezar la ED; y, de otro, el etiquetaje discursivo presenta una depen‐ dencia conceptual del contexto, en el que debe concretarse el signi‐ ficado abstracto y general del nombre que funciona como núcleo de la etiqueta. Tal nombre puede concebirse como un elemento de significado esquemático que –al igual que otras unidades de signi‐ ficado esquemático, como los pronombres– transmite al lector la instrucción de localizar en el contexto discursivo la actualización o especificación de su significado. A pesar del elevado grado de dependencia interpretativa del contexto que presenta este mecanismo, muchos especialistas han mostrado reticencias y vacilaciones a la hora de referirse al eti‐ quetaje discursivo como anafórico. Estas se deben, precisamente, a que se trata de un recurso de anáfora encapsuladora o conceptual, con un antecedente textual formado por una o más predicaciones,
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que difiere del antecedente nominal de las relaciones anafóricas que todavía se consideran prototípicas y que fundamentan la defi‐ nición del fenómeno. No obstante, como se ha mostrado en el capí‐ tulo 3, el miembro del discurso encapsulado por una etiqueta dis‐ cursiva puede considerarse como antecedente en el sentido más amplio del término desarrollado desde enfoques cognitivos; en concreto, como segmento textual que dispara o activa la represen‐ tación mental del antecedente. Este tipo de antecedente proposicional dificulta, también, la consideración del etiquetaje discursivo (y de las relaciones de en‐ capsulación en general) como procedimiento de continuidad o mantenimiento referencial. Dado que un contenido proposicional designa una relación entre entidades, y no una entidad individual del discurso, resulta complejo atribuirle valor referencial, menos aún si el antecedente es un conjunto de predicaciones. No obstante, una concepción amplia del concepto de referencia, como la propor‐ cionada por la gramática cognitiva a partir del concepto de anclaje, permite asignar valor referencial a algunas de las unidades sintác‐ tico‐discursivas que pueden expresar el contenido encapsulado por las EEDD, como los sintagmas nominales de estructura predicativa o las cláusulas finitas independientes. La consecuencia de este análisis es que el etiquetaje discursivo puede ubicarse a lo largo del continuo que va de la anáfora directa a la anáfora indirecta, en función del valor referencial que pueda atribuírsele a su antecedente textual. Cuando es un sintagma nomi‐ nal de naturaleza predicativa, la relación entre este y la ED que lo condensa se aproxima notablemente a la anáfora directa o correfe‐ rencial, puesto que se establece entre dos grupos nominales, expre‐ siones referenciales por excelencia; en cambio, conforme más di‐ fuso es el antecedente textual (y, por ende, su valor referencial), más indirecta es la relación anafórica y más importante es el papel que desempeña la ED para construir o elaborar su referente como entidad individual del discurso. El caso más claro de relación ana‐ fórica indirecta se da en los casos en los que el antecedente textual es el tema o tópico general del texto.
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Cuando el etiquetaje discursivo constituye una relación ana‐ fórica indirecta, el tipo de vínculo en el que se basa no es de ca‐ rácter asociativo o inferencial, propiamente, sino de identidad de experiencia: tanto la ED como su antecedente textual (Schmid 1999a, 118; 2000, 29) contribuyen a formar la representación mental de una misma experiencia, real o virtual. Aunque Schmid atribuye esta relación semántica a todos los usos de sus shell nouns, lo cierto es que entre estos pueden identificarse también relaciones de correferencia, como se ha mostrado mediante el análisis realizado en el capítulo 3. Los resultados de ese análisis de las unidades que funcionan como antecedente textual de las EEDD muestran que el etiquetaje discursivo no debe concebirse como un fenómeno anafó‐ rico homogéneo, sino que abarca distintos tipos de relación ana‐ fórica. Tampoco las operaciones cognitivas que Schmid atribuye al fenómeno del etiquetaje discursivo en su conjunto (de delimitación conceptual, reificación e integración conceptual) pueden aplicarse a todos los usos de las etiquetas discursivas. A partir del análisis realizado en el capítulo 3, se concluye que las operaciones cogni‐ tivas o transformaciones en la concepción del referente realizadas por el etiquetaje discursivo pueden ser de tres tipos. En primer lugar, cuando el etiquetaje discursivo encapsula el contenido de un sintagma nominal con naturaleza predicativa (esto es, una estruc‐ tura nominal ya reificada), su labor principal consiste en mantener activo el referente introducido por ese grupo nominal y catego‐ rizarlo. En segundo lugar, cuando el antecedente textual de una ED es una cláusula a la que puede atribuirse un valor referencial, el etiquetaje discursivo, de nuevo, mantiene activo el referente y lo categoriza, pero, además, lo reifica o construye como entidad uni‐ taria del discurso. Por último, cuando el antecedente textual de una ED no posee un valor referencial unitario, el etiquetaje dis‐ cursivo despliega su máximo potencial como mecanismo de en‐ capsulación, ya que reifica y categoriza un contenido complejo y heterogéneo del discurso, delimitándolo como unidad y constru‐ yéndolo como nuevo referente discursivo. Además, en este último caso, si el antecedente comprende más de una cláusula u oración,
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la ED funciona como una anáfora recapitulativa (Vivero García 1997) o resumitiva (Maillard 1974), que sintetiza un conjunto de re‐ laciones presentadas en el discurso. Con la caracterización del valor cohesivo y el valor anafórico del etiquetaje discursivo se completa la definición del fenómeno, así como su delimitación o acotación como objeto teórico. No obs‐ tante, dado que el etiquetaje discursivo se define por su funciona‐ miento en el discurso más que por las características intrínsecas que presentan las unidades que lo realizan, su descripción debe completarse con una caracterización de su funcionamiento discur‐ sivo. Esta caracterización ha de tener en cuenta los contextos dis‐ cursivos o patrones de uso en los que un nombre puede actuar co‐ mo ED, así como las funciones que puede desempeñar en el dis‐ curso, a partir de las funciones cognitivas básicas de encapsulación y categorización que lo definen. Dado que la caracterización funcional del etiquetaje discursivo debe realizarse, necesariamente, a partir de la observación empírica de datos procedentes de usos reales del mecanismo en un corpus concreto, su validez se limita, consecuentemente, al tipo de corpus en el que se basa el análisis. En este caso, los patrones de uso y las funciones discursivas iden‐ tificadas en los dos últimos capítulos de este libro se han identifi‐ cado a partir del corpus de editoriales de prensa expresamente compilado para este estudio. Como se ha podido comprobar a lo largo del cuarto capítulo de este trabajo, los patrones de uso de las EEDD reproducen es‐ tructuralmente muchos de los principales rasgos definitorios del fenómeno. Muchos de ellos (en especial, los léxico‐gramaticales) contienen relaciones sintácticas o discursivas de especificación, aposición o atribución que favorecen que un nombre pueda fun‐ cionar como ED, ya que establecen entre las unidades que los com‐ ponen el mismo tipo de relaciones semánticas de identidad y de generalización que fundamentan el etiquetaje discursivo. Los pa‐ trones de uso de alcance oracional son los que se encuentran mejor definidos en la bibliografía anglosajona, aunque ha sido necesario proponer algunas modificaciones para adaptarlos a la gramática del español; la más importante es la que afecta a los patrones del
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tipo de (este) es un problema grave (). Estos patrones atributivos se han descartado aquí como entornos de uso de las EEDD, ya que los nombres que aparecen en tales estructuras no presentan un uso referencial, sino atributivo: se trata de nombres que no conceptualizan o categori‐ zan el segmento discursivo al que se refieren, sino que predican una propiedad de este. Además, en este patrón, la expresión que encapsula el segmento textual previo no es el nombre, sino el pro‐ nombre demostrativo o una encapsulación cero (elisión). Los nom‐ bres que aparecen en este patrón, por tanto, no funcionan como etiquetas discursivas en ese contexto. Asimismo, el análisis ha permitido identificar nuevos patro‐ nes oracionales de uso de las EEDD que no habían sido descritos hasta el momento, como los patrones apositivos con cláusulas de relativo. Aunque su frecuencia de aparición en el corpus reducido manejado es baja, se trata de estructuras que ya han sido descritas para la gramática del español y que son consistentes con el funcio‐ namiento del etiquetaje discursivo, pues contienen una posición nominal que puede ser ocupada por un nombre que funcione co‐ mo ED. No obstante, no se trata de entornos exclusivos de apari‐ ción de este mecanismo, sino que pueden comprender también otros tipos de relaciones cohesivas. El mayor reto que plantea al investigador el análisis de los patrones de uso de las EEDD es que muchos de ellos son discur‐ sivos, de modo que no pueden representarse esquemáticamente mediante patrones léxico‐gramaticales, especializados en repre‐ sentar la sintaxis oracional. Para poder representar la diversidad de patrones discursivos de uso de las EEDD es necesario contar con unidades discursivas generales o poco definidas estructural‐ mente, como la de miembro del discurso o predicación anafórica, así como con unidades de tipo cognitivo como las de activador del re‐ ferente y actualizador del referente y unidades funcionales de tipo informativo, como tema, rema, tópico y comentario. La combinación de estos tres tipos de unidades ha permitido proponer representa‐ ciones esquemáticas para seis patrones discursivos de uso de las EEDD, que ponen de relieve la relación que existe entre el eti‐
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quetaje discursivo y determinadas operaciones discursivas, como la enumeración o la presentación de entidades del discurso, y que establecen las bases para poder caracterizar algunas de las princi‐ pales funciones informativas que puede desempeñar el etiquetaje discursivo. Las funciones discursivas del etiquetaje discursivo pueden clasificarse en dos grandes grupos, como se ha argumentado en el último capítulo de este estudio: las funciones informativas, rela‐ cionadas con la articulación del tópico discursivo, que gira en tor‐ no a las dos operaciones básicas de continuidad y cambio de tó‐ pico; y las funciones metadiscursivas, que pueden ser, a su vez, de dos tipos, según si permiten mostrar al destinatario cómo está or‐ ganizado el texto (metatextuales), o bien si le indican en qué sentido debe interpretarlo o evaluarlo (persuasivas). El valor explicativo de esta distinción radica en que ambos tipos de funciones dependen de condicionantes discursivos de distinto tipo, por lo que pueden presentarse simultáneamente en un mismo uso de las EEDD. En concreto, las funciones discursivas dependen del patrón en el que aparece la ED y de la posición que este ocupa en la principal uni‐ dad de organización temática del discurso: el párrafo. En cambio, las funciones metadiscursivas dependen del significado conceptual que aporta la ED, esto es, de la categorización que esta realiza so‐ bre el miembro del discurso encapsulado. Estas últimas funciones entroncan con la dimensión más interactiva o interpersonal del etiquetaje discursivo, que no solo transmite al lector la instrucción de identificar un contenido o entidad abstracta que actualice su significado en la representación mental del discurso que construye durante la lectura, sino que, además, indica al lector cómo inter‐ pretar tal contenido o entidad en adelante. Las conclusiones generales alcanzadas en este estudio, que acaban de recapitularse en las líneas anteriores, proporcionan una delimitación del etiquetaje discursivo y una caracterización de su funcionamiento en el discurso que sienta las bases para diversas posibles vías de investigación futura. En primer lugar, la definición del fenómeno, así como su delimitación frente al resto de las rela‐ ciones de cohesión léxica y la caracterización de los principales
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patrones de aparición de las etiquetas discursivas, facilitan consi‐ derablemente el desarrollo de análisis empíricos del fenómeno en corpus de distintos tamaños, tipologías textuales e, incluso, modos. Tales análisis resultan necesarios para corroborar y, probablemen‐ te, ampliar la clasificación de patrones y de funciones discursivas propuesta a partir de nuestro corpus periodístico. En segundo lugar, el análisis de objetos de estudio complejos, que ocupan posiciones fronterizas o periféricas en los diversos ám‐ bitos teóricos en los que se enmarcan, como es el caso de las EEDD, obliga al investigador a poner a prueba la validez o capacidad ex‐ plicativa de los conceptos teóricos y las clasificaciones tradicionales desarrolladas para tales ámbitos. Ello suele revertir en la amplia‐ ción de la capacidad explicativa y del ámbito de aplicación de tales conceptos o clasificaciones. En ese sentido, el análisis del etiquetaje discursivo como mecanismo de cohesión ha puesto de relieve la existencia de una serie de recursos de encapsulación que presentan propiedades similares a las de los mecanismos tradicionales de cohesión léxica, pero que también se diferencian de estos por su ca‐ pacidad para poner en relación segmentos del discurso más com‐ plejos. En este estudio se han esbozado algunas de las distintas po‐ sibilidades de funcionamiento discursivo que presentan los diver‐ sos tipos de mecanismos de encapsulación identificados, tanto léxicos como gramaticales, pero resultaría interesante poder corro‐ borar mediante estudios empíricos las diferencias entre estos meca‐ nismos apuntadas aquí y profundizar en las condiciones que deter‐ minan la selección de uno u otro recurso para encapsular un deter‐ minado miembro del discurso. En relación con este punto, otra línea de investigación de gran interés sería la destinada a examinar los principios de accesibilidad que orientan la selección óptima de los mecanismos de anáfora encapsuladora o conceptual. A partir del análisis de las distintas unidades que pueden funcionar como antecedentes textuales de las EEDD realizado en el capítulo 3 –que podría aplicarse, de forma similar, al resto de los mecanismos de encapsulación léxicos y gra‐ maticales– y en combinación con experimentos psicolingüísticos que permitieran explicar cómo interpretan los hablantes las aná‐
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foras encapsuladoras, podrían identificarse los indicadores tex‐ tuales de accesibilidad que resultan relevantes para este tipo de re‐ laciones anafóricas que, previsiblemente, difieren de los tradicio‐ nalmente descritos para los procedimientos anafóricos más proto‐ típicos, que se establecen entre sintagmas nominales. Otro aspecto esbozado en este trabajo y que convendría desa‐ rrollar en el futuro es el análisis de la relación que existe entre el etiquetaje discursivo y los mecanismos de conexión. Por una parte, la aplicación del concepto de etiqueta discursiva al estudio de los marcadores del discurso puede contribuir a la identificación de distintos grados de gramaticalización entre las expresiones semi‐ fijas que están en vías de convertirse en marcadores. Por otra, el análisis de las funciones conectivas del etiquetaje discursivo abre un ámbito de estudio que hasta el momento ha sido muy poco explorado por la bibliografía internacional: el de los mecanismos léxicos de conexión. Es esperable que este tipo de mecanismos, que difieren en muchos aspectos de los marcadores del discurso y de los conectores tradicionales, ofrezcan posibilidades de conexión del discurso no previstas para estos últimos. Ya para terminar, en el plano aplicado, la capacidad del eti‐ quetaje discursivo para organizar el discurso y, sobre todo, para persuadir o, incluso, manipular al lector, que se ha puesto de mani‐ fiesto en el análisis de sus funciones metadiscursivas, puede em‐ plearse con propósitos estratégicos si el escritor que utiliza este recurso es consciente de su potencial. Por ese motivo, diferentes ti‐ pos de profesionales que se enfrentan diariamente a la elaboración de textos informativamente densos o a la necesidad de persuadir a otros mediante el lenguaje podrían beneficiarse, sin duda, de traba‐ jos de carácter divulgativo que les permitieran tomar conciencia de las posibilidades que ofrece el uso estratégico del etiquetaje discur‐ sivo. Para este tipo de escritores profesionales, pueden resultar de gran utilidad trabajos que incidan en el análisis cualitativo del uso del etiquetaje discursivo en diferentes géneros y comunidades dis‐ cursivas, que muestren de qué modo la selección adecuada de un
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concepto para etiquetar un segmento del discurso no solo facilita la comprensión del discurso, sino que también puede orientar y enri‐ quecer su interpretación.
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LINGÜÍSTICA
Pulche, Bene, Recte. Estudios en homenaje al prof. Fernando González Ollé Varios autores Los nombres de los tipos de texto Óscar Loureda Lamas Metáfora y creación léxica Carmen Llamas Saíz Diversidad léxica del español y destrezas del profesor de ELE Carmen Blanco Lenguaje y discurso Eugenio Coseriu y Óscar Loureda Lamas Gramaticalización en español americano. La perífrasis concomitante norperuana Carlos Arrizabalaga Lizarraga Gramática y discurso. Nuevas aportaciones sobre partículas discursivas del español Ramón González Ruiz y Carmen Llamas Saíz (eds.) Por seso e por maestría. Homenaje a la profesora Carmen Saralegui Concepción Martínez Pasamar y Cristina Taberno Sala (eds.) Continuidad histórica ininterrumpida de la forma –ra indicativo. Tradiciones discursivas y sintaxis. Fernando González Ollé Las etiquetas discursivas: cohesión anafórica y categorización de entidades del discurso. Anna López Samaniego