La vida en la antigua Roma 8420649821, 9788420649825

Obra clásica de larga trayectoria, La vida en la antigua Roma ofrece un completo y sistematizado compendio de las activi

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Spanish; Castilian Pages 424 [416] Year 2010

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Table of contents :
Presentación
Introducción
Tratados sistemáticos
Obras enciclopédicas
Otras obras
1. La familia
2. Nombres romanos
3. Matrimonio y posición de las mujeres
4. Niños y educación
5. Dependientes. Esclavos y clientes.
Hospites
6. Casa y mobiliario
7. Vestidos y adornos personales
8. Comidas y alimentación
9. Diversiones
10. Viajes y correspondencia. Libros
11. Fuentes de ingresos y medios de vida. La vida del romano
12. Granjas y vida en el campo
13. Vida en la ciudad
14. Lugares de enterramiento y ceremonias
funerarias
15. Religion romana
16. Suministro de agua en Roma
Bibliografía
índice analítico de materias
índice
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La vida en la antigua Roma
 8420649821, 9788420649825

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b ra clásica de larga trayectoria, LA VIDA EN LA A N T IG U A R O M A ofrece un com pleto y sistem atizado com pen d io de las actividades cotidianas, m ecanism os sociales y organización de la civilización de esta sociedad. La sintética claridad y el rigor de su inform ación, su am en id ad y su fácil lectura, así com o su eficaz sistem a de referencias y sus útiles índices, hacen de esta obra de H A R O LD W H E T ST O N E JO H N S T O N -sa b ia m ezcla entre divulgación y erudición m uy poco habitual en las ob ras sobre historia a n tig u a- un in stru ­ m ento sum am en te práctico, ágil y am eno p ara todo aquel que esté interesado en aprender o dar a conocer la cultura clásica y la existencia cotidiana dentro del ám b i­ to rom ano.

El libro de bolsillo Humanidades i H isto r ia

'

Harold Whetstone Johnston

La vida en la antigua Roma

El libro de bolsillo Historia Alianza Editorial

Título original: The Prívate Life of the Romans Traductor: Joaquín Pastor

Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración de cubierta: Mosaico de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional. Nápoles

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indem ­ nizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribu­ yeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transform ación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier m edio, sin la precep­ tiva autorización.

© de la traducción: Joaquín Pastor Saco, 2010 © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2010 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléfono 91 393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-206-4982-5 Depósito legal: M. 18,099-2010 Fotocomposición e impresión: e f c a , s . a . Parque Industrial «Las M onjas» 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid) Printed in Spain

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Presentación

Harold Whetstone Johnston (1859-1912) trabajó como pro­ fesor de historia clásica y latín en la Universidad de Indiana. A lo largo de su vida publicó una recopilación de ejemplos para ilustrar las formas métricas utilizadas por Virgilio y poco antes de su muerte una selección de cartas y discursos de Cicerón. Pero el trabajo más conocido y que ha gozado de más éxito y resonancia a partir de su publicación es la obra The Private Life of the Romans que les presento en su version española. La primera edición apareció en 1903, aunque veinte años después de la m uerte del autor, en 1932, su hija M ary Johnston Scott decidió recuperar el texto revisado por ella misma para una segunda publicación. Con toda seguridad la obra mantenía su vigencia todavía entonces. Por otro lado, el interés por la vida cotidiana de los romanos y la ri­ queza del libro favorecieron su reedición treinta años des­ pués de su primera publicación. Esta versión del año 1932 es la que he utilizado como base para mi traducción, toma­ da de la página web forumromanum.org. Y la prueba de que por algunos libros clásicos no pasa el tiempo está en que después de 1932 han aparecido m ás edi7

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iOAQUÍN PASTOR

dones en 1957 y en 1972, ambas en inglés. Incluso la cono­ cida librería en la red Amazon ha presentado la última ree­ dición en el año 2002, cien años después de la primera apa­ rición de la obra. De manera que no por contar con más años un trabajo queda necesariamente anticuado o desfasado. En algunos casos, resultan más importantes la calidad y elaboración de la obra que la fecha de su publicación. Desde el momento en que la encontré por casualidad, decidí preparar la traducción de algunos capítulos que me interesaban para mis clases de latín en bachillerato. Utilicé esos textos con mis alumnos para que elaboraran breves trabajos de investigación sobre la vida cotidiana de los ro­ manos y los expusieran después en clase. Y he de decir que el resultado fue muy positivo. Ése podría ser uno de los ele­ mentos más útiles y aprovechables del libro, al tratar con todo lujo de detalles temas que pertenecen al curriculo ofi­ cial de latín en bachillerato. Pero no es ésa la única virtud del libro. Cualquier perso­ na interesada por la historia antigua o por la vida cotidiana de los romanos en general encontrará una obra de lectura muy amena y agradable. Verá cómo eran en Roma la fami­ lia, las mujeres, los niños, los esclavos, las casas, la ropa, las comidas, las diversiones, la vida en la ciudad y en el campo. Un vistazo al índice dirigirá al lector a los distintos temas que puedan suscitar su interés o su curiosidad. Las mate­ rias están estructuradas por parágrafos numerados que ha­ cen muy sencillo encontrar cada punto concreto. Se trata de un procedimiento muy habitual en algunas obras proce­ dentes del ámbito anglosajón, de manera que los conoci­ mientos quedan perfectamente acotados y ordenados. Y quizá lo más destacado sea una sabia mezcla entre divulga­ ción y erudición muy poco habitual en las obras sobre his­ toria antigua, que suelen caer en una excesiva simplifica­

PRESENTACIÓN

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ción o en una exposición más técnica dirigida a los especia­ listas universitarios. Al comienzo de cada capítulo aparecen las referencias que consultó el autor para elaborar su obra. Destacan las tres grandes enciclopedias sobre la antigüedad clásica que datan de los primeros años del siglo xx. Me refiero a las obras de Smith, Pauly-Wissowa (que todavía no estaba ter­ minada cuando Johnston publicó su libro) y DarembergSaglio. Consultó las obras de referencia en inglés, alemán y fran­ cés, de las que la Real Enciclopedia Pauly-Wissowa no ha sido superada todavía hoy. Eso para referirnos tan sólo a las obras de consulta más conocidas y destacadas. En la intro­ ducción y en la bibliografía al final del libro aparecen otras obras que también utilizó para recopilar información. Otro punto destacado es la utilización de los términos latinos específicos para cada aspecto tratado. La riqueza del vocabulario técnico aporta una información que no es fácil encontrar en obras más recientes. Cuando lo he considera­ do necesario, he ofrecido la traducción de algunos térmi­ nos o inscripciones, bien en notas a pie de página o en do­ ble columna. Y, por último, lo especial de esta obra son las continuas referencias que envían de unos parágrafos a otros. La orde­ nación ya comentada con parágrafos numerados permite una lectura lineal, de principio a fin, pero también otra lec­ tura a saltos, pasando de unas partes a otras del texto si­ guiendo las referencias cruzadas. Resulta una experiencia poco habitual y gratificante esta lectura más caprichosa y desordenada siguiendo los caminos que más nos interesen o apetezcan. Quiero hacer una última precisión relacionada con las medidas y cantidades de dinero. Las pulgadas, pies y millas del original inglés han sido sustituidos p or centímetros,

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JOAQUIN PASTOR

metros 7 kilómetros, medidas más habituales en el ámbito español. Respecto a las cantidades de dinero, dada la enor­ me dificultad para encontrar un equivalente ajustado para la actualidad, he preferido respetar las que aparecían en el original con céntimos y dólares. Debe tenerse en cuenta que dichas cantidades se refieren a 1932, año de publica­ ción de la obra. Las notas a pie de página y las traducciones con el texto original en latín son obra mía. Espero que ayuden a ilumi­ nar ciertos términos y pasajes. De la versión original sólo se han conservado las ilustra­ ciones en blanco y negro estrictamente necesarias para la comprensión del texto o las que se comentaban con mayor profusión y detalle. Joaquín Pastor

Introducción

§1. Los temas tratados en este libro están relacionados con la vida cotidiana del pueblo romano. Se considerarán elementos como la familia, los nombres romanos, las bodas y la posición de las mujeres, los niños y la educación, los esclavos, los clientes, la casa y los muebles, la ropa, las co­ m idas y la alim entación, las diversiones, los viajes y la correspondencia, la religión, las ceremonias funerarias y las formas de enterramiento. Estos temas resultan interesantes para nosotros respecto a cualquier pueblo antiguo o ex­ tranjero; pero en el caso de los romanos tienen una im por­ tancia especial, porque ayudan a explicar la poderosa in­ fluencia que ejerció ese pueblo sobre el mundo antiguo y facilitan la comprensión de por qué esa influencia se deja sentir en cierta medida hoy. §2. Antigüedades públicas y privadas. Los temas men­ cionados arriba pertenecen a las llamadas «antigüedades clásicas», y ocupan su lugar en la subdivisión de antigüeda­ des rom anas por oposición a las antigüedades griegas. A grandes rasgos se agrupan dentro de las «antigüedades del ámbito privado», frente a lo que llamamos «antigüedades del ámbito público». En este último apartado considéra­ is

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

mos al romano como ciudadano y examinamos las distin­ tas clases de ciudadanos, sus obligaciones y privilegios; es­ tudiamos sus formas de gobierno, sus magistrados y adm i­ nistración, sus procedim ientos legislativos, ejecutivos y judiciales, sus gastos e ingresos, etc. Es evidente que no se puede trazar una línea divisoria tajante entre las dos ramas de la materia; se entrecruzan en todo momento. Por ejem­ plo, a duras penas sabe uno bajo qué epígrafe situar la reli­ gión de los romanos o sus espectáculos en el circo. §3. De la misma manera, la labor diaria del esclavo, su vigilancia, sus castigos o sus recompensas se incluyen pro­ piamente en el apartado de «antigüedades privadas». Igual­ mente, un hombre podía o no ser elegido para ciertos car­ gos sacerdotales, de acuerdo con la ceremonia particular usada en la boda de sus padres. Así pues, se apreciará que el estudio de las «antigüedades privadas» no puede separarse del todo de su complementario, aunque en este libro la lí­ nea divisoria se cruzará lo menos posible. §4. Las antigüedades y la historia. Es igualmente im ­ posible fijar un límite entre las materias de las antigüedades y la historia. Es cierto que antiguamente la historia no tenía mucho que ver con la vida privada de la gente, sino que trataba casi exclusivamente del ascenso y la caída de las fa­ milias reinantes. Nos hablaba de reyes y generales, de las guerras en que combatieron, de las victorias que lograron y de las conquistas que hicieron. Después, con el transcurso del tiempo, las instituciones ocuparon el lugar de los reyes, y los partidos, el de los héroes, y la historia describió el de­ sarrollo de las grandes ideas políticas; las grandes obras de Thirlwall y Grote sobre la historia de Grecia son en gran medida historias constitucionales. Pero los cambios en las relaciones internacionales afectan a la vida privada de la gente con tanta seguridad, si no con tanta rapidez, como afectan a los sistemas de gobierno.

INTRODUCCIÓN

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§5. No se puede poner en contacto, amistosamente o no, a dos civilizaciones diferentes sin afectar a los pueblos implicados, sin alterar sus ocupaciones, sus formas de vida, sus ideas sobre la vida y sus objetivos. Estos cambios influ­ yen a su vez sobre el carácter y el temperamento de la gen­ te; afectan a su capacidad de gobernarse y al dominio sobre otros, y con el paso del tiempo oscurecen los movimientos de los que conservaron recuerdos incluso de las historias más antiguas. De ahí que nuestra historia m ás reciente conceda cada vez más espacio a la vida de la gente normal, a los temas mencionados dentro de las «antigüedades privadas» (§1-2). §6. Por otra parte, es igualmente cierto que se necesita un conocimiento de la historia política para el estudio de las antigüedades privadas. Descubriremos que los romanos abandonaron ciertas formas de vida y hábitos de pensa­ miento que parecían estables y característicos. No podría­ mos explicar en absoluto estos cambios si la historia p o­ lítica no nos informara de que antes los romanos habían trabado contacto con ideas muy diferentes y con civiliza­ ciones distintas de otros pueblos. El acontecimiento más importante de esta clase fue la difusión de la cultura griega después de la Primera Guerra Púnica, y nos habremos de referir a este hecho una y otra vez. De ahí se sigue que los estudiantes que hayan cursado la materia más elemental sobre la historia de Roma ya tienen algunos conocimientos de las antigüedades privadas, y que los que no han estudia­ do la historia de Rom a encontrarán muy útil la lectura de la más breve historia de Roma. §7. Antigüedades y filología. La materia de las antigüe­ dades clásicas siempre se ha considerado una ram a («disci­ plina» es el término técnico) de la filología clásica desde que Friedrich August Wolf (1759-1824) hizo de la filología una ciencia. Cierto es que la filología, en la acepción habi-

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

tuai de la palabra, es simplemente la ciencia del lenguaje, pero incluso aquí las antigüedades desempeñan un papel importante. Es im posible leer y comprender una oda de Horacio o un discurso de Cicerón si uno desconoce la vida social y las instituciones políticas de Roma. Pero la filología clásica es mucho más que la ciencia de entender e interpretar las lenguas clásicas. Reclama para sí misma la investigación de la vida de griegos y romanos en todos sus aspectos: social, intelectual y político (en la medi­ da en que los conocemos por la literatura conservada), los monumentos y los documentos epigráficos. Whitney lo ex­ presa así: «La filología trata del lenguaje humano y de todo aquello que revela el lenguaje tanto de la naturaleza como de la historia hum ana». Si es difícil recordar las definiciones, uno a duras penas puede olvidar el aforismo de Benoist: «La filología es la geología del mundo intelectual». Dentro de esta concepción estrictamente científica de la filología, la historia de las antigüedades ocupa de inmediato un lugar más elevado. Se convierte en el objetivo, con el medio de la lingüística, y ésa es la verdadera relación entre ellas. §8. Pero el estudio de las lenguas en las que se conser­ van los documentos de la antigüedad clásica debe ocupar en primer lugar al estudioso, y el estudio de la lengua como tal -d e su origen, desarrollo y decadencia- es en sí mismo m uy interesante y provechoso. Las lenguas de Grecia y Roma no se pueden estudiar al margen de unas literaturas de singular riqueza, hermosura e influencia, y el estudio de la literatura es uno de los más atractivos y absorbentes para los hombres cultivados. Por ello no resulta difícil entender por qué el estudio de las antigüedades no ha destacado más en relación con la formación filológica. Ese estudio era el fin hacia el que se dirigieron unos p o ­ cos. Estaba reservado, al menos de forma sistemática, para el alumno que estudiaba en la universidad. En las asignatu­

INTRODUCCIÓN

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ras de griego y latín en nuestras escuelas secundarias todo estaba lleno de las materias más obvias, pero no más im­ portantes ni interesantes, de la lingüística y la crítica litera­ ria, o como mucho se presentaba en esas asignaturas en forma de notas deslavazadas sobre los autores leídos en cla­ se o en una enumeración por orden alfabético propia de un diccionario. §9. Sin embargo, en años más recientes se está produ­ ciendo un cambio motivado por varias causas. En primer lugar, la crítica literaria que en un tiempo se enseñaba solamente en relación con los autores clásicos y que reclamaba gran parte del tiempo asignado a los estu­ dios clásicos ha encontrado un espacio en los departamen­ tos de inglés. En segundo lugar, un cambio en el foco de interés ha eli­ minado de la enseñanza secundaria una formación lingüís­ tica elemental que antes se consideraba necesaria. En tercer lugar, los últimos setenta y cinco años han visto un gran progreso en el conocimiento de las antigüedades clásicas; es posible presentar de una manera positiva y dog­ mática algunos campos en los que sólo la especulación y las conjeturas desempeñaban antes un gran papel. §10. Finalmente, las modernas teorías de la educación, que han reducido la corriente de la cultura clásica sólo para profundizar su cauce y acelerar su corriente, han hecho más hincapié en los puntos de contacto entre el mundo an­ tiguo y el moderno. El profesor de clásicas se ha dado cuen­ ta de que las obligaciones del presente con respecto al pasa­ do no se han de presentar con tanta claridad ni apreciar con tanta viveza en relación con el estudio formal del arte y la literatura como en la investigación de los grandes proble­ mas sociales, políticos y religiosos a los que se ha dedicado en todas las épocas el pensamiento de los hombres culti­ vados.

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§11. Fuentes. Ya se ha indicado (§7) que la filología clásica obtiene su conocimiento de tres fuentes: los docu­ mentos literarios, los monumentos y las inscripciones epi­ gráficas de Grecia y Roma. Es necesario desde el principio que comprendamos a qué se refieren. Por documentos lite­ rarios nos referimos a los textos formales de griegos y ro­ manos, esto es, los textos publicados que han llegado hasta nosotros. La forma de esos libros, la manera en que se pu­ blicaron y se han conservado, se tratará más adelante. Por el momento basta decir que sólo ha llegado a la actualidad una pequeña fracción de estos textos, y que las obras con­ servadas que tenemos no son originales, sino solamente co­ pias m ás o menos imperfectas. Sin embargo, es cierto que en conjunto estos textos constituyen la fuente de informa­ ción m ás im portante, sobre todo porque han sido m uy bien estudiados y analizados. §12. Por restos monumentales nos referimos a todas las construcciones y objetos de griegos y romanos que han llegado hasta nosotros. En conjunto son muy numerosos y de muchos tipos: monedas, medallas, joyas, armas, cerámi­ ca, estatuas, pinturas, puentes, acueductos, murallas, rui­ nas de ciudades, etc. Es imposible enumerarlas todas. Sobre esos restos se han conservado casi todas las inscripciones (§13). De primer orden para el estudio de la vida privada de los rom anos son las ruinas de la ciudad de Pompeya, preservadas gracias a la protección de las cenizas que la se­ pultaron con la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. §13. Por evidencias epigráficas aludimos a las palabras inscritas, incisas o acuñadas sobre materiales duros, como metal, piedra o madera, generalmente sin una finalidad li­ teraria. Van desde las palabras sueltas hasta documentos de considerable extensión, y para resumir se denominan «ins­ cripciones». El estudiante puede hacerse una buena idea de las más antiguas y curiosas hojeando unas pocas páginas

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de las obras de Ritschl, Priscae Latinitatis Monumenta Epigraphica, o de Egbert, Latin Inscriptions. Las leyendas acuñadas sobre monedas y medallas son de gran im portancia histórica; muchas de estas m onedas se pueden encontrar hoy en colecciones americanas. Por supuesto, cualquier estudiante está familiarizado con ins­ cripciones m odernas sobre m ateriales y con propósitos similares. §14. Enseguida se percibirá que la importancia de estas fuentes depende de la naturaleza del tema que estudiamos y de su estado de conservación. Por ejemplo, podemos leer en un poeta romano la descripción de un adorno llevado por una novia. La pintura de una novia llevando ese ador­ no clarificaría la descripción, pero cualquier duda quedaría aclarada si se encontrara en las ruinas de Pompeya (§12) un adorno parecido con una inscripción sobre él que ates­ tiguara su uso. En este caso las tres fuentes habrían contri­ buido a nuestro conocimiento. §15. Para otros temas, especialmente cosas intangibles, tenemos que confiar sólo en las descripciones, esto es, en las fuentes literarias. Pero puede ocurrir que ningún roma­ no pusiera por escrito una descripción del objeto concreto que estamos estudiando, o que, si lo hizo, su obra se haya perdido, de manera que nos vemos obligados a conformar nuestro conocimiento poco a poco, uniendo los fragmen­ tos de información, a veces meras alusiones, que encontra­ mos dispersas aquí y allá en las obras de autores diferentes a veces de épocas distintas. Así pues, no es difícil comprender que nuestro conoci­ miento de algunos puntos relacionados con las antigüeda­ des romanas puede ser bastante incompleto, mientras que de otros puede que no sepamos nada en absoluto. Debe re­ marcarse en relación con las fuentes literarias que, cuanto más habitual y familiar era algo para los antiguos, menor

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probabilidad hay de que encontremos una descripción en la literatura antigua. §16. Obras de referencia. La recogida y disposición de los datos procedentes de estas fuentes ha sido la tarea de los estudiosos desde tiempos muy antiguos, pero los descubri­ mientos recientes han incrementado tanto nuestro cono­ cimiento que los estudiantes deben centrarse en las obras más recientes. Una buena lista de obras de referencia en in­ glés es la obra de McDaniel, Guide for the Study of English Books on Roman Private Life. Una selección del creciente número de libros dedicados a las antigüedades romanas se encontrará en las páginas 381-386 de ese libro; al comienzo de los capítulos 1-16 hay referencias de consulta en obras generales. Los trabajos se han ordenado en dos grupos, tra­ tados sistemáticos y obras enciclopédicas, de los que hay una lista en las páginas 18-22. El estudiante que no dispon­ ga de tiempo para consultar todos esos libros debería elegir al menos uno de los mejores y más extensos de cada tipo para un estudio regular y sistemático. No debería descar­ tarse un libro solamente porque esté escrito en una lengua que no lee con fluidez; la única parte que le interesa puede ser de fácil lectura, y muchos de estos trabajos contienen ilustraciones que cuentan sus propias historias con inde­ pendencia de la letra impresa que las acompaña.

Tratados sistem áticos1 1. M a r q u a r d t , Joachim , D as Privatleben der Römer, 2.a edición de August M au (Leipzig, Hirzel, 1886). Es el séptimo volumen del Handbuch der römischen Altertü1. Entre corchetes [ ] aparece la abreviatura para la referencia a la obra en este libro.

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mer, de Joachim M arquardt y Theodor Mommsen. Es un tratado completo y autorizado con unas pocas ilus­ traciones. [Marquardt.] B l ü m n e r , Hugo, Die römischen Privataltertümer, 3.a edi­ ción (Munich, Beck, 1911). Es una parte del cuarto vo­ lumen del Handbuch der klassischen Altertumswissens­ chaft, editado por Iwan von Müllet. Es el último trabajo elaborado sobre el tema, especialmente rico en las citas de autores, y tiene algunas ilustraciones. [Blümner.] B e c k e r , Wilhelm Adolph, Gallus oder römische Scenen aus der Zeit Augusts, 2.a edición, de Hermann Göll, tres volúmenes (Berlin, Calvary, 1880, 1881, 1882). Es una obra general en form a de novela. La historia no tiene ningún interés particular, pero las notas y excursus son importantes. Hay una traducción inglesa de la 1.a edi­ ción, obra de Frederick Metcalfe, titulada Gallus, or Ro­ man Scenes o f the Time of Augustus (9.a edición, Londres, Longmans, 1888). Si se usa con cuidado, esta traduc­ ción ayudará a los que lean el alemán. [Becker-Göll: las referencias son todas del original en alemán.] F r ie d l ä n d e r , Ludwig, Darstellungen aus der Sittenges­ chichte Roms in der Zeit von August bis zum Ausgang der Antonine, en cuatro volúmenes, ediciones 9.a y 10.a, de Georg Wissowa (Leipzig, Hirzel, 1919, 1922, 1920, 1921). Es la gran autoridad para la época que trata. De hecho, ofrece la historia desde la época más antigua de todos los temas que trata. Hay una traducción inglesa de la 7.a edición, en cuatro volúmenes, con el título Ro­ man Life and Manners under the Early Empire (Nueva York, Dutton, sin fecha). Las referencias son de la tra­ ducción inglesa. [Friedländer.] S a n d ys , Sir John Edwin, A Companion to Latin Studies, 3.a edición (Cambridge University Press, 1921). Es un manual adecuado. [Sandys, Companion.]

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6. J o n es , H. Stuart, A Companion to Roman History (Ox­ ford Clarendon Press, 1912). Excelente para los puntos que expone. [Jones.] 7. C ag na t , René, y C h a p o t , V., Manuel d ’archéologie ro­ maine (Paris, Picard, volumen I, 1916; volumen II, 1920). Es un trabajo muy valioso. El volumen I trata de «monumentos, decoración de los monumentos y escul­ tura»; el volumen II, de «pintura, mosaico, instrumen­ tos de la vida pública y privada». [Cagnat-Chapot.] 8. M c D a n iel , Walton Brooks, Roman Private Life and Its Survivals, en las series tituladas «N uestra deuda con Grecia y R om a» (Boston, M arshall Jones Company, 1924; publicado ahora por Longmans, Nueva York). Es un libro compacto e interesante. [McDaniel.] 9. B l ü m n e r , Hugo, Technologie und Terminologie der Ge­ werbe und Künste bei Griechen und Römern, en cuatro volúmenes (1875-1887). El prim ero apareció en una nueva edición en 1912, obra de H. Blümner (Leipzig, Teubner). Es la m ejor descripción del arte y la tecnolo­ gía de Grecia y R om a antiguas. [Blüm ner, Techno­ logie.]

Obras enciclopédicas 1. Pauly-W issowa , Real-Encyclopädie der Classischen Alter­

tumswissenschaft. Es una obra monumental, destinada a ser durante muchos años la gran autoridad en la mate­ ria. Por desgracia, ha aparecido muy despacio y todavía no está completa en 1932 (se comenzó en 1894). Los volúmenes I-XV (primera mitad) incluyen los artículos Aal hasta Mesyros, y la segunda serie, con los volúmenes I-IV (primera mitad), con los artículos Ra hasta Sympo­ sion, han aparecido. [Pauly-Wissowa.]

INTRODUCCIÓN

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2. D a rem berg , C h arles Victor, y S a glio , E d m o n d , Diction­

naire des antiquités grecques et romaines d’après les textes et les monuments (P aris, H achette, 1 8 7 7 -1 9 1 8 ). E s u n a o b r a g e n e ra l y a u to r iz a d a c o n m u c h a s ilu stra c io n e s. [D arem b erg-S aglio .] 3. S m it h , William, A Dictionary of Greek and Roman Anti­

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quities, 3.a edición, de W. Wayte y G. E. Marindin, dos volúmenes (Londres, Murray, 1890, 1891). Es el mejor trabajo de este tipo en inglés. [Smith.] B a u m e ist e r , August, Denkmäler des Klassischen Alter­ tums, en tres volúmenes (Munich y Leipzig, Olden­ bourg, 1889). Esta obra trata de la religion, arte y costumbres de griegos y romanos. Está ricamente ilus­ trada. [Baumeister.] Harper’s Dictionary of Classical Literature and Antiqui­ ties, editado por Harry Thurston Peck, 2.a edición (Nue­ va York, American Book Company, 1897). [Harper’s.] S c h r e ib e r , T., Atlas of Classical Antiquities, editado en inglés por W. C. F. Anderson (Londres, M acm illan, 1895). Ofrece una abundante colección de ilustraciones sobre la vida de griegos y romanos, con texto explicati­ vo. [Schreiber.] R ic h , Anthony, A Dictionary of Roman and Greek Anti­ quities, 5.a edición (Londres, Longmans, 1884). Es un buen manual con muchas ilustraciones. [Rich.] W alters , H . B., A Classical Dictionary of Greek and Ro­ man Antiquities, Biography, Geography, and Mythology (Cambridge University Press, 1916). [Walters.]

Otras obras Además de los tratados sistemáticos y las obras enciclopé­ dicas, hay cinco libros que tratan sobre los descubrimientos

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

en Pompeya, cuya importancia ya se ha comentado (§12), y un libro sobre Ostia. 1. O v e r b e c k , Johannes, Pompeii, in seinen Gebäuden, Alterthümern, und Kunstwerken, 4.a edición de August M au (Leipzig, Engelmann, 1884). Es la obra clásica so­ bre el tema, bien provista de ilustraciones. [Overbeck.] 2. M a u , August, Pompeii, Its Life and Art, traducido por Francis W. Kelsey, 2.a edición (Nueva York, Macmillan, 1902). Es la mejor exposición de los tesoros de la ciudad sepultada que ha aparecido en inglés. Al mismo tiempo interesante y erudito. [Mau-Kelsey.] 3. G u s m a n , Pierre, Pompeii, the City, Its Life and Art, tra­ ducido por Florence Sim m onds y M. Jourdain (Lon­ dres, Heinemann, 1900). Ofrece la mejor colección de ilustraciones, pero no es tan fiable en el texto. [G us­ man.] 4. E n g e l m a n n , Wilhelm, Neue Führer durch Pompeii (Leipzig, Engelmann, 1925). En 1925 apareció una ver­ sión inglesa de esta obra, con el título A New Guide to Pompeii (Leipzig, Engelmann). [Engelmann.] 5. C a l z a , Guido, Ostia: Historical Guide to the M onu­ ments, traducido por R. Weeden-Cooke (Milán y Roma, Bestetti andTuminelli, 1926). [Calza.]

1. La familia

§17. La casa. Si se entiende p or nuestro térm ino «fa­ m ilia» al gru p o que incluye el m arido, la m u jer y los h ijos, p od em os convenir de inm ediato en que n o se co­ rrespon de exactam en te con nin gún sig n ificad o de la fa m ilia rom an a, com o parecen m o strar los d iccio n a­ rios. El m arido, la esp osa y los hijos no constituían ne­ cesariam ente u n a fam ilia independiente entre los ro ­ m an os y no eran necesariam ente m iem bros incluso de la m ism a fam ilia. La fam ilia rom ana, en el sentido m ás próxim o al del térm ino español «fam ilia», estaba cons­ tituida p o r aquellas personas que estaban som etidas a la autoridad del m ism o cabeza de fam ilia o p a te r fa m i­ lias. Estas personas pod ían incluir a una m ultitud: esposa, hijas solteras, hijos, hijos adoptivos, casados o no, con sus esposas, hijos e hijas solteras de éstos e incluso p a­ rientes m ás lejan o s (siem p re un id os m ed ian te lazos m asculinos). El cabeza de esa fam ilia -«c a sa » o «fam ilia» serían térm in os m uy p ró x im o s- era siem pre su i iuris, «su propio dueño, independiente», m ientras que los de­ 23

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m ás eran alieno iuri subiecti, «sujetos a la autoridad de otro, dependientes». §18. O tros significados de fam ilia. La palabra fa m i­ lia tam b ién se u sab a frecuentem ente en otro sen tido algo m ás am plio p ara englobar, adem ás de a las perso­ nas m encionadas arriba, a los esclavos y clientes y todas las propiedades reales y personales que pertenecían al pater fam ilias o que habían sido obtenidas y usadas p or las personas bajo su potestas. Tam bién se u saba sólo para los esclavos, y, raram ente, sólo para las propiedades. En un sentido aún m ás am plio e im portante, se apli­ caba a un grup o m ayor de person as em parentadas, la gens, que consistía en todas las fam iliae (en el sentido alu d id o an tes) cuya d escen dencia d erivaba p o r línea m asculina de un antepasado com ún. Este rem oto ante­ pasado, com o si su vida pudiera p erdu rar durante to ­ dos lo s sig lo s in term ed io s, sería el p a te r fa m ilia s de todas las personas incluidas en la gens y todos estarían bajo su potestas. La pertenencia a una gens se p robaba con la p osesión del nomen, el segundo de los tres n om ­ bres que todo ciudadano de la R epública tenía de form a regular. §19. En teoría esta gens en tiem pos prehistóricos h a­ bía sido una de las fam iliae cuya unión con propósitos políticos había form ado el Estado. Su pater fam ilias ha­ bría sido uno de los cabezas de fam ilia entre los que, en tiem pos de los reyes, habían sido elegidos los patres o la asam blea de ancianos (Senatus). Se pensaba que la sepa­ ración de esa prehistórica fam ilia de la form a que se ex­ plica después, un proceso repetido generación tras gene­ ración, daba razón de las n um erosas fam iliae que, en tiem pos posteriores, pretendía rem ontarse a las grandes gentes. Por supuesto, llegaron a existir gentes de origen

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posterior que im itaban la organización de las gentes m ás antiguas. La gens tenía una organización de la que se sabe poco. Sus principales funciones eran las siguientes: • A probaba resoluciones que vinculaban a sus m iem ­ bros. « Procuraba tutores para los niños pequeños que ha­ bían perdido a sus padres. • Elegía sup erv isores p ara los enferm os m entales y derrochadores. • H eredaba sus propiedades (si no se legaban p o r tes­ tam ento), cuando un m iem bro m oría sin herederos. • A dm inistraba esas propiedades p ara el beneficio co­ m ún de sus m iem bros. Estos m iem bros eran denom inados gentiles, estaban obligados a particip ar en los servicios religiosos de la gens (sacra gentilicia), tenían derecho a la propiedad co­ m ún y, si así lo querían, a ser enterrados en un espacio com ú n p a ra en terram ien tos, en caso de que la gens m antuviera uno. Finalmente, la palabra fam ilia a m enudo se aplicaba a ciertas ram as de un a gens cuyos m iem bros tuvieran el m ism o cognomen, el últim o de los tres nom bres rom a­ nos m encionados m ás adelante. Para este sentido de f a ­ milia una palabra m ás precisa es stirps. §20. P a tria potestas. La autoridad del pater fam ilias sobre sus descendientes generalm ente se den om in aba p a tria potestas, pero tam bién p a tria maiestas, patriu m ius o imperium paternum . Los rom anos la llevaron a una m ayor am plitud que cualquier otro pueblo de m anera que, en su form a original y sin m odificaciones, la patria

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potestas nos parece excesiva y cruel. Tal com o la enten­ dían, en teoría el pater fam ilias tenía poder absoluto so ­ bre sus hijos y dem ás descendientes. • D ecidía si se criaría o no al recién nacido. • C astigab a lo que con sid eraba m ala co n d u cta con penas tan severas com o la expulsión, la esclavitud o la muerte. • Sólo él p od ía poseer y alienar propiedades (todo lo que los que estaban som etidos a él ganaban o a d ­ quirían p or cualquier m edio era propiedad del pater fam ilias; de acuerdo con la letra de la ley, eran poco m ás que sus bienes). Si se discutía su derecho a ello, lo ju stificaba con el m ism o procedim iento legal que usaba para defender su derecho con una casa o un caballo. Si era robado, proce­ saba al raptor m ediante la acusación habitual p or robo; si p or cualquier m otivo deseaba enajenar a uno de ellos a una tercera persona, se realizaba con la m ism a form a de traspaso que utilizaba para vender objetos inanim a­ dos. Los juristas se jactaban de que sólo los ciudadanos rom anos disfrutaban de todos estos poderes. §21. L im itacio n es. Pero p o r m ás rígid a que fuera esta au torid ad , fue en gran m ed ida m o d ifica d a en la práctica, bajo la R epública p or la costum bre y b ajo el Im perio p o r la ley. Se decía que el rey R óm ulo había or­ denado que todos los hijos y las prim eras hijas fueran criados y que ningún niño fuera asesinado hasta su ter­ cer año, a m en os que presen tara graves deform idades físicas. Esto al m en os asegu raba la vida p a ra el niño, aunque el pater fam ilias todavía decidía si debía ser ad­ m itido en su fam ilia, con los consiguientes privilegios

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sociales y religiosos, o si era desposeído y se convertía en un proscrito. Se decía que el rey N um a había prohibido la venta com o esclavo de un hijo que hubiera contraído m atrim onio con el consentim iento de su padre. Pero de m ucha m ayor im portancia era la restricción im puesta p o r la costum bre contra los castigos arbitra­ rios y crueles. La costum bre, no la ley, obligaba al pater fam ilias a convocar una reunión de parientes y am igos (iudicium domesticum) cuando pensaba infligir u n seve­ ro castigo a sus hijos y la opinión pública le obligaba a acatar el veredicto de este tribunal. Incluso en los relati­ vam ente p o co s casos en que la tradición nos h abla de que un a con den a a m uerte fue ejecutada de hecho, a m enudo encontram os que el padre actuaba con los p o ­ deres de un m agistrado en el ejercicio de sus funciones cuando se com etía el delito o que simplemente se antici­ paban las penas de la ley ordinaria, quizá para evitar la vergüenza de un juicio o una ejecución públicos. §22. A sí tam bién respecto a la posesión de la p ro­ p ie d ad las con d icio n es no eran realm ente tan duras com o la literalidad de la ley las hace aparecer ante n oso­ tros. Era costum bre del cabeza de fam ilia asignar p ro­ pied ad es a su s h ijo s, el peculium («g an ad o p ro p io »), para que las utilizaran en su propio beneficio. M ás aún, aunque en teoría el pater fam ilias disfrutaba el derecho legal sobre todas sus adquisiciones, en la práctica todas las propiedades eran adquiridas p ara su casa com o un todo, y el pater fam ilias en realidad era poco m ás que un gestor que las m antenía o adm inistraba buscando el beneficio com ún. Esto se dem uestra por el hecho de que no h abía ofen­ sa m ás grave para la m oral pública ni m ancha m ás infa­ m ante sobre la conducta privada que m ostrarse indigno

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de esta confianza (patrim onium profundere1). A dem ás, la prolongada perm anencia de la potestas es en sí m ism a una prueba de que su rigor era m ás aparente que real. §23. M anus. El tem a del m atrim onio se considerará m ás adelante; en este punto sólo es necesario aludir al poder sobre la esposa com o posesión del m arido en su form a m ás extrema, denom inada p o r los rom an os m a­ nus. M ediante la form a m ás antigua y solem ne de m atri­ m onio, la m ujer era separada com pletam ente de la fa­ m ilia de su padre y p asaba a poder de su m arido, bajo su «m ano» (conventio in manum). Esto, p o r supuesto, da por sentado que el m arido era sui iuris, jurídicam ente independiente; si no era así, ella estaba, aunque nom inalm ente en su manus, som etida, com o él, a su pater fam ilias. C ualquier p rop ied ad que ella tu viera - y p a ra tenerla debe haber sid o in d ep en ­ diente antes del m atrim on io - pasaba al padre de su m a ­ rido sin m ás. Si no tenía nada, su pater fam ilias ofrecía una dote (dos) que com partía el m ism o destino, aunque debía ser devuelta si ella se divorciaba. Cualquier bien que consiguiera con su trabajo o de otra m anera m ien­ tras durara su m atrim on io p asab a a ser de su m arido (som etido a la p a tria potestas bajo la que vivía). De m a ­ nera que, p o r lo que se refiere a los derechos de propie­ dad, m anus no se distinguía en m od o alguno de p atria potestas: la esposa estaba in loco filiae2, y a la m uerte del m arido asum ía el m ism o papel que una h ija en su he­ rencia. §24. En otros aspectos, el m anus confería poderes m ás lim itados. El m arido estaba obligado p o r ley, y no 1. «Derrochar el patrim onio.» 2. «En el lugar de una hija»; como si fuera una hija.

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sólo obligado p or la costum bre, a denunciar un supues­ to adulterio de su esp osa en un indicium domesticum, com puesto en parte p o r fam iliares de ella. Sólo podía expulsarla de casa p or alguna ofensa grave. Se contaba que R óm ulo ordenó que, si el m arido se divorciaba de ella sin un b u en m otivo, d ebería ser castigado con la pérdida de todas sus propiedades. No la podía vender en ningún caso. En resum en, la opinión pública y la costum bre opera­ ban incluso con m ayor fuerza p ara su defensa que para la de sus hijos. Por lo tanto, debe señalarse que la princi­ pal diferencia entre m anus y p a tria potestas estriba en que el prim ero es un a relación legal basad a en el consen­ timiento de la parte m ás débil, m ientras que la segunda era una relación natural independiente de toda ley y la elección. §25. D o m in ica potestas. M ientras la autoridad del paterfam ilias sobre sus descendientes era denom inada peiría potestas, su autoridad sobre los bienes o propiedades era la dominica potestas. M ientras viviera y fuera ciuda­ dano de pleno derecho, estas prerrogativas sólo podían cesar por voluntad propia. • Podía disponer de sus propiedades p ara regalarlas o venderlas tan libremente com o hacem os ahora. • Podía «em ancipar» a sus hijos (emancipatio), proce­ dimiento m uy solemne que convertía a cada uno de ellos en cabezas de familia en una nueva casa, incluso si no tenían hijos, no estaban casados o eran niños. • Podía em ancipar a una hija soltera, que se convertía por sí m ism a en un a fam ilia independiente. • Podía entregarla en m atrim onio a otro ciudadano rom ano, acto p o r el que pasaba, de acuerdo con una

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antigua costum bre, a la fam ilia de la que era cabeza su m arido, si era sui iuris, o a la fam ilia de la que fuera m iem bro, sí aún era alieno turi subiectus3. Por otro lado, se debe indicar que el m atrim onio de un hijo no lo convertía en pater fam ilias ni lo libraba en nin­ gún caso de la patria potestas: él, su esposa y sus hijos se som etían al m ism o pater fam ilias que él tuviera antes del m atrim onio. Sin embargo, el cabeza de fam ilia no podía contar en su fam ilia a los hijos de su hija; los hijos legíti­ m os estaban bajo la m ism a patria potestas que su padre, mientras que los hijos ilegítimos eran desde el m om ento de su nacimiento una fam ilia independiente en sí m ism a. §26. El derecho del pater fam ilias a detentar la p ro ­ piedad de sus bienes (dominica potestas) era com pleto y absoluto. Esta propiedad incluía a los esclavos, así com o los objetos inanim ados, ya que los esclavos, igual que los objetos inanim ados, eran m eros bienes a los ojos de la ley. La influencia de la costum bre y la opin ión pública, en tanto que con trib uía a suavizar los h orrores de su condición, se discutirá m ás adelante. Aquí b astará con com entar que, hasta la época im perial, no había n ada a lo que pudiera apelar el esclavo contra el ju icio de su se­ ñor. Su decisión era term inante y absoluta. §27. L a división de un a casa. La em ancipación no era m uy habitual, y norm alm ente la fam ilia se disolvía sólo p o r la m uerte de su cabeza de familia. Cuando su­ cedía, se form aban tantas nuevas fam iliae com o p erso­ nas hubiera som etidas directam ente a su potestas en el m o m en to de su m uerte: esp o sa, h ijo s, h ija s solteras, nueras viudas o hijos de hijos m uertos. 3. «Sometido a otro jurídicamente.»

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Se ha de señalar que los hijos de un hijo vivo pasaban sim plemente de la potestas del abuelo a la del padre. Un hijo m enor de edad o una hija soltera eran puestos bajo el cuidado de un tutor elegido en la m ism a gens, m u y a m enudo un herm ano m ayor si lo había. El siguiente d iagram a lo m ostrará con m ayor clari­ dad: *Gaius (pater fam ilias) = 2G aia f (máter familias) >Aulus = íTullia I

Γ" ,JTitus

1 lsT¿beriua

BAppÍuef = eLicima I

i ^Quintus

i “ Sextus

TPubliua

8Terentia i »Marcus = II}Terentia Minor

j

,5Serviu3

I



j

uDecimus

Nota: El signo = significa «matrimonio»·, el signo t significa «muerto».

§28. Se supone que Gayo era un viudo con cinco hi­ jos, tres chicos y dos chicas. De los chicos, Aulo y Apio están casados y tienen dos niños, y Apio ha m uerto; de las chicas, Terencia la m enor está casada con M arco y es m adre de dos niños. A la m uerte de Gayo, Publio y Te­ rencia están solteros, y Gayo no h ab ía em an cipad o a ningún hijo. Así: 1. Los descendientes vivos de Gayo eran diez: sus hi­ jos (3, 7, 8, 10) y sus nietos (11, 12, 13, 14, 15 y 16); su hijo A pio estaba m uerto. 2. B ajo su potestas h abía nueve personas: sus hijos, nueras e hija soltera (3, 4, 6, 7 y 8); sus nietos por parte de hijos bajo su potestas (1 1 ,1 2 ,1 3 ,1 4 ). 3. Su hija Terencia la m enor ( 10) había salido de su potestas m ediante su m atrim onio con M arco, y los hijos de ésta eran los únicos de todos los deseen-

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dientes de Gayo que no habían estado som etidos a él (15, 16). 4. A su m uerte, se form aron seis fam ilias in depen­ dientes, una que consistía en cuatro m iem bros (3, 4, 11, 12) y las otras de una persona cada una (6, 7, 8, 13, 14). 5. Tito y Tiberio ( 11, 12) tan sólo salieron de la potestas de su abuelo Gayo p ara quedar bajo la de su padre Aulo. 6. Si Quinto (13) y Sexto (14), que no tienen padre, fueran m enores de edad, se n o m b raría un tutor para ellos, com o se ha explicado arriba. §29. Cancelación de la potestas. La p a tria potestas se suprim ía de varias m aneras: • Por m uerte del pater fam ilias, com o se ha explicado en §27. • Por em ancipación de un hijo o hija. • Por pérdida de la ciudadanía de un hijo o hija. • Si el hijo se convertía en Flamen D ialis o la hija en virgo vestalis. • Si el padre o el hijo eran adoptados p o r una tercera parte. • Si la h ija p asa b a p o r m atrim on io fo rm al a p od er (m anum ) de su m arido, aunque esto no alteraba en esencia su condición dependiente. • Si el h ijo era n o m b ra d o m ag istra d o p ú b lico . En este caso, la potestas se suspendía durante el p erío­ do de vigencia del cargo, pero, después de cesar, el padre p o d ía respon sabilizar al hijo p o r sus actos, públicos o privados, m ientras desem peñaba la m a­ gistratura.

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§30. A gnati. Se ha señalado (§25) que los hijos de una hija no podían incluirse en la familia del padre de ella y (§18) que la pertenencia a una organización m ás amplia conocida com o gens se lim itaba a aquellos que podían rastrear su descendencia a través de varones hasta un an­ tepasado com ún, bajo cuya potestas estarían mientras éste siguiera con vida. Todas las personas relacionadas entre sí por tal descendencia eran denom inados agnati. La agnatio era el vínculo de parentesco m ás estrecho conocido p ara los rom anos. En la lista de agnati se in­ cluían dos clases de personas que podrían parecer exclui­ das por la definición. Éstas eran la esposa, que habría p a­ sado p o r m anus a la fam ilia de su m arid o (§§23-25), convirtiéndose por ley así en su agnatus y en la agnatus de todos sus agnati, y el hijo adoptado. Por otro lado, el hijo que había sido em ancipado quedaba excluido de la agnatio con su padre y los agnati de su padre, y no podía tener agnati propios hasta que se casaba o era adoptado por otra familia. El siguiente diagram a lo aclarará:

!Gaius (pater fa m ilia e ) = 2G aia (mäier fa m ilia s) 8Aulus = 4Tullia I “ Tiberius

¡ 6Appiua =*Lieinia ’Publius 8Terentia ¡[Emancipated] j [Emancipated] I j ¡ ¡ lsQuintus «Sextus 1 j[Serviu3_adoptedby Gaius]

»Marcus -'«T eren tia Minor _ J ______________ I I »Servius “ Decimus [Emancipated]

§31. Se supone que Gayo y Gaya tienen cinco hijos (Aulo, Apio, Publio, Terencia y Terencia la m enor) y seis nietos (Tito y Tiberio, hijos de Aulo; Quinto y Sexto, hi­ jos de Apio; Servio y Décim o, hijos de Terencia la me-

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nor). Gayo ha em ancipado a dos de sus hijos, Apio y Pu­ blio, y h a adoptado a su nieto Servio, que previam ente había sido em ancipado p or su padre M arco. H ay cuatro grupos de agnati: 1. Gayo, su esposa y aquéllos de los que él es el pater fam ilias: Aulo, Tulia (esp osa de A ulo), Terencia, Tito, Tiberio y Servio, hijo p or adopción (1, 2, 3, 4, 8, 11, 12, 15). 2. Apio, su esposa y sus dos hijos (5, 6, 13, 14). . 3. Publio, que es tam bién por sí m ism o un pater f a ­ milias pero que no tiene ningún agnatus. 4. M arco, su esposa, Terencia la menor, y su hijo D é­ cim o (9, 10, 16). Obsérvese que el otro hijo, Servio (15), al haber sido em ancipado p or M arco, ya no es agnatus de su padre, m adre o herm ano, pero se ha convertido en uno de los agnati m encionados arriba p o r debajo de 1. §32. C ognati. Cognati, p or otra parte, eran lo que denom inam os parentescos de sangre, sin im portar si h a­ cían rem ontar su parentesco a través de hom bres o m u ­ jeres y sin hacer caso de qué potestas había quedado por encim a de ellos. La única barrera a los ojos de la ley era la pérdida de ciudadanía (§29), e incluso esto no siem ­ pre se consideraba. 1. Gayo, Aulo, Apio, Publio, Terencia, Terencia la m e­ nor, Tito, Tiberio, Quinto, Sexto, Servio y D écim o son todos cognati entre sí. 2. G aya tam bién lo es con to d o s los descendientes m encionados.

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3. Tulia, Tito y Tiberio; Licinia, Q uinto y Sexto; M ar­ co, Servio y D écim o tam bién lo serían. Pero m arido y m ujer (Gayo y Gaya, Aulo y Tulia, Apio y Licinia, M arco y Terencia la m enor) no son cognati en virtud de su m atrim onio, aunque eso los hace agnati. La opinión pública rechazaba con fuerza el m atrim onio de cognati en sexto grado, después en cuarto, y se decía que las personas p o r debajo de ese grado tenían ius osculi, «derecho de beso». El grado se calculaba contando desde una de las partes interesadas a través del pariente com ún hasta la otra. El asunto se puede entender a partir de esta tabla en el Diccionario de Antigüedades, obra de Smith, bajo el epígrafe cognati, o a partir de otra ofrecida en la página siguiente. Los cognati no form aban ningún cuerpo orgánico en el Estado, m ientras que los agnati form aban la gens, pero el 22 de febrero fue elegido p ara conm em orar los lazos de sangre (cara cognatio). En este día se intercambiaban regalos y probablem ente se celebraran reuniones fam ilia­ res. Sin em bargo, debe entenderse que la cognatio no confería derechos legales ni dem andas bajo la República. §33. Adfines. Las personas conectadas sólo p o r m a­ trim onio, com o una esposa con los cognati de su m arido y él con los de ella, eran llam ados adfines. N o h abía gra­ dos form ales de adfinitas, com o los h abía de cognatio. Aquellos adfines para los que eran de uso com ún térm i­ nos distintivos eran: gener (yerno) nurus (nuera)

socer (suegro) socrus (suegra)

privignus (hijastro) privigna (hijastra)

vitricus (padrastro) noverca (m adrastra)

Tabla de relaciones de parentesco.

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Si co m p aram o s estas p alab ras con los com plicados com puestos que sirven para ellas en inglés4, tendrem os una prueba m ás de la im portancia concedida por los ro­ m anos a los lazos fam iliares; dos m ujeres que se casaran con dos herm anos se llam aban ianitrices, una relación para la que en inglés ni siquiera existe una palabra5. Los térm inos de las relaciones consanguíneas cuentan la m ism a historia; un vistazo a la tabla de cognati m os­ trará la fuerza que tiene el latín aquí. Tenem os «tío», «tía» y «prim o», pero avunculus (tío m aterno) y patruus (tío paterno), matertera (tía m aterna) y am ita (tía pater­ n a), patruelis (prim o herm an o paterno) y consobrinus (prim o herm ano m aterno) sólo podem os distinguirlos m ediante frases descriptivas. Para atavus (cuarto abuelo) y tritavus (tercer abuelo)6 sim plem ente tenem os el indefinido «an tepasados». De la m ism a m anera, la lengua latina testim onia la prepon­ derancia del padre. N osotros hablam os de «m adre p a­ tria» y «lengua m aterna», pero p ara los rom anos éstas eran p atria y sermo patrius. Igual com o el pater se en­ contraba respecto al filius, lo estaban el patronus respec­ to al cliens (§175, §177-180); los patricii (patricios) res­ pecto a los plebeii (p lebeyo s); los patres (sen adores) respecto al resto de los ciudadanos, y Iuppiter (el padre Jove) respecto a los dem ás dioses. §34. Culto fam iliar. Se ha dicho (§30) que la agnatio era el vínculo m ás estrecho conocido p ara los rom anos. La im p ortan cia que concedían al grupo agn ático está am pliam ente atestiguada por sus ideas sobre la vid a fu­ 4. Suelen llevar el formante -in-law para indicar el parentesco legal y no consanguíneo. 5. En español, «concuñado/a». 6. Abuelo del abuelo del abuelo.

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tura. Ellos creían que las alm as de los hom bres tenían una existencia aparte del cuerpo, pero originalm ente no pensaban que las alm as estuvieran en un m undo de los espíritus p o r separado. Concebían las alm as com o flo­ tando cerca del lugar del enterram iento y reclam ando para su paz y felicidad que se les presentaran ofrendas de com ida y bebida con regularidad. Si las ofrendas eran discontinuas, el alm a, pensaban, dejaría de ser feliz e incluso podía convertirse en un es­ píritu dem oníaco para hacer daño a aquellos que habían descuidado los ritos apropiados. La preservación de es­ tos ritos y cerem onias correspondía de form a natural a los descendientes de generación en generación, a quie­ nes los esp íritu s a su vez guiarían y p rotegerían . El contacto con el arte etrusco y la m itología griega intro­ dujo después concepciones de un lugar de torm ento o posible felicidad com o recoge Virgilio en el libro VI de la Eneida. §35. El rom an o, pues, estab a ob ligad o a ejecutar esos actos de afecto y piedad m ientras viviera, y no esta­ ba m enos obligado a asegurar su realización después de su m uerte perpetuando su estirpe y el culto familiar. Se creía que un a m aldición pesaba sobre el hom bre sin hi­ jos. El m atrim onio, en consecuencia, era un solem ne de­ ber religioso, en el que se ingresaba sólo con la aproba­ ción de los dioses asegurada m ediante los auspicios. Al tom ar un a esposa, el rom an o la hacía partícipe de los m isterios de su familia, una obligación que no perm itía una lealtad dividida. Así pues, él la separaba com pletam ente de la fam ilia de su padre, y estaba preparado p or su parte p ara entre­ gar sin reservas a su hija al m arido, junto al que atende­ ría a otro altar (§23, §25, §62). El paterfam ilias era el sa-

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cerdote de la casa; los que estaban som etidos a su potestas le ayudaban en las oraciones y ofrendas, los sacra f a ­ miliaria. §36. Pero p od ía suceder que un m atrim on io fuera estéril o que el cabeza de fam ilia viera a sus hijos m orir antes que él. En este caso tenía que afrontar la posibili­ dad de la desaparición de su fam ilia y su propio descen­ so a la tu m ba sin n in gun a posterid ad que le ofreciera sus bendiciones. Se abrían dos posibilidades para él con tal de evitar tal desgracia: 1. Podía entregarse a sí m ism o en adopción y p asar a otra fam ilia en la que la perpetuación del culto fa­ m iliar estuviera asegurada. 2. Podía adoptar un hijo y así perpetuar su p rop ia fa­ milia. N orm alm ente seguía la segunda opción, porque ase­ guraba la paz p ara las alm as de sus antepasados n o m e­ nos que para la suya propia. §37. A d o p ció n . L a p e rso n a ad o p tad a a veces era tam bién un pater fam ilias, aunque con m ás frecuencia era un filius fam ilias. En el segundo caso, el proceso era denom inado adoptio, y era un procedim iento algo com ­ plicado por el que el pariente biológico entregaba a su hijo al adoptante, de m anera que transfería a la persona adoptada de una fam ilia a otra. La adopción de un pater fam ilias era un asunto m u­ cho m ás serio, ya que im plicaba la extinción de u n a fa­ m ilia (§36) p ara evitar la desaparición de otra. Este acto se denom inaba adrogatio y era un asunto de Estado. Te­ nía que ser sancionado por los pontífices, los m áxim os m agistrados de la religión, que posiblem ente debían ase-

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gurarse de que el adrogatus tenía suficientes herm anos p ara atender a los intereses de sus antepasados a cuyo culto estab a renu n cian do. Si los p on tífices d ab an su consentim iento, la adrogatio aún tenía que ser sanciona­ da en los com icios p or curias, ya que el acto p od ría p ri­ var a la gens de heredar la propiedad de un hom bre sin hijos (§19). Si los com icios p or curias daban su consen­ timiento, el adrogatus p asaba de la posición de cabeza de una casa a la de filius fam ilias en la fam ilia de su padre adoptivo. Si tenía esposa e hijos, pasaban con él a la nue­ va fam ilia, e igualm ente todas sus propiedades. El padre adoptivo tenía sobre él la m ism a potestas que sobre un hijo propio, y lo contem plaba com o si fuera carne de su carne y hueso de sus huesos. En el m ejor de los caso s, p o d e m o s tener sólo u n a id ea p o co clara y aproxim ada de lo que significaba la adopción p ara los rom anos.

Referencias: Marquardt, 1-6; Blümner, 301-302; Becker-Göll, II, 1-4, 6165, 187; Pauly-Wissowa, en adfmitas, agnatio, cognatio, fami­ lia, gens; Daremberg-Saglio, en adoptio, adrogatio, affinitas, agnatio, cognati, cognatio, familia, gens, patria potestas; Walters, en adoptio, cognatio; McDaniel, 23-26; Showerman, 66-68. Consúltese la palabra familia, en Harpers’ Latin Dictionary y obsérvese con atención su variedad de significados. Véanse también Sherman, II, 44-116, y el artículo «Ley romana» en la Enciclopedia Británica, 11.a edición, XXIII, 529-531, 540-542, 565, 566, 57 3 ,14.a edición, XIX, 451-452.

2. Nombres romanos

§38. Los tres nom bres. El estudiante de latín está muy fam iliarizado con el hecho de que los rom an os cuyas obras lee p or prim era vez tienen cada uno tres nom bres: Cayo Julio César, M arco Tulio Cicerón, Publio Virgilio M arón. Éste fue el sistem a que prevaleció en los m ejores días de la República, pero fue en sí m ism o un desarrollo que com enzó en tiem pos anteriores con una form a más sencilla y term inó bajo el Im perio en una com pleta con­ fusión. Las leyen das m ás an tigu as n o s m uestran n om bres sim ples: Róm ulo, Rem o, Fáustulo; pero junto a éstos en­ con tram os tam bién nom bres dobles: N u m a Pom pilio, Anco M arcio, Tulo Hostilio. Es posible que los nom bres sim ples m uestren el uso original, pero en inscripciones arcaicas encon tram os dos nom bres, el segundo de los cuales, en genitivo, representaba al padre o al cabeza de fam ilia: M arcus M arci1 Caecilia Metelli. Un p o c o m ás tarde ese genitivo iba seguido p o r la letra f (por filius o 1. Marco (hijo de) Marco.

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filia2)o por uxor5, para indicar la relación. Todavía m ás tarde, pero en época m uy antigua, sin em bargo, encon­ tram os al hom bre nacido libre en p osesión de los tres nom bres con los que estam os fam iliarizados: 1. El nomen p ara señalar la gens. 2. El cognomen para indicar la familia. 3. El praenom en p ara distinguirlo com o individuo. El orden regular de los tres nom bres praenomen, no­ men, cognomen queda alterado a m enudo en poesía para adaptar el nom bre com pleto a la métrica. §39. U na gran solem nidad requería incluso m ás de tres nom bres. En docum entos oficiales y en registros del Estado era habitual insertar entre el nomen y el cogno­ men los praenom ina de su padre, abuelo y bisabuelo, y en ocasiones incluso el nom bre de la tribu en la que es­ taba inscrito com o ciudadano. Así Cicerón p odría haber escrito su nom bre com o M . Tullius M.f. M .n. M.pr. Cor. Cicero, esto es, M arco Tulio C icerón , h ijo (filiu s) de M arco, nieto (nepos) y bisn ieto (pronepos) de M arco de la tribu Cornelia. §40. Por otro lado, incluso los tres n om bres eran dem asiado largos para el uso habitual. Los niños, escla­ vos o am igos íntim os se dirigían a su padre, señor, am i­ go o ciudadano sólo por su praenomen. En las relaciones cotidianas se utilizaba el cognomen con el praenomen de­ lante p ara un tratam iento enfático. En peticiones form a­ les tam bién en con tram os u tilizado el nomen an tep o ­ niendo a veces el praenomen o el posesivo mi. 2. Hijo/a. 3. Esposa.

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Cuando sólo se utilizan dos de los tres nom bres en las relaciones fam iliares, el orden varía. • Si uno de los dos es el praenomen, siempre se coloca en prim er lugar, excepto en poesía p or razones m é­ tricas y en unos pocos pasajes en p rosa en los que el texto no es seguro. • Si el praenomen está om itido, la disposición varía; los autores m ás antiguos colocan regularm ente el cognomen prim ero. Cicerón normalmente sigue esta práctica: Ahala Servilius (Milo 3,8) frente a C. Servi­ lius Ahala (Cat. I, 1,3). César coloca prim ero el no­ men; Horacio, Livio y Tácito siguen am bos órdenes, m ientras que Plinio el Joven se sum a al uso de César. §41. El praenom en o nom bre de pila. El núm ero de nom bres de uso real com o praenom ina nos parece ab­ surdam ente pequeño com parado con nuestros nom bres cristianos, con los que se corresponden en alguna m edi­ da. N unca hubo m uchos m ás de treinta, y en tiem pos de Sila habían quedado reducidos a dieciocho. Los siguien­ tes son todos los que se encuentran a m enudo en los au­ tores leídos en los institutos: Aulus (A) Decimus (D) Gaius (c )

Gnaeus (CN ) Kaeso (K) Lucius (L)

M anius (M ) Marcus (M ) Publius (P)

Quintus

Spurius

(Q) Servius (SER) Sextus (SEX)

Tiberius (T I) Titus (T )

(S ).

Las abreviaturas de estos nom bres varían: para Aulus encontram os regularmente A, pero tam bién AV o AVL;

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para Sextus encontram os SEXT y S, así com o SEX. Va­ riantes sim ilares se encuentran en el caso de otros prae­ nomina. §42. Pero p o r pequeña que nos pueda parecer esta lista, el conservadurism o natural de los rom anos encon­ tró ahí un a oportun idad para desplegarse, y las grandes fam ilias repetían los praenom ina de sus hijos de genera­ ción en generación de m anera que hicieron a m enudo m uy difícil la identificación de in dividuos en tiem pos m odernos. Así, los Em ilios se contentaban con siete de esos prae­ nom ina: Gaius, Gnaeus, Lucius, M anius, Marcus, Quin­ tus y Tiberius; pero usaban adem ás uno que no se en­ cuentra en n in gun a otra gens: M am ercus (M AM ). Los Claudios sólo usaban seis: Gaius, Decimus, Lucius, P u­ blius, Servius y Tiberius. Un núm ero aún m enor bastaba a la gens Julia: Gaius, Lucius y Sextus, con el praenomen Vopiscus, que desapareció del uso en tiem pos m uy anti­ guos. E incluso esas selecciones estaban sujetas a m ayores li­ m itacion es. Por ejem plo, en la gens C lau d ia sólo un a ram a (stirps) conocida com o los Claudii Nerones utiliza­ b an los praenom ina Decim us y Tiberius, y de los siete praenom ina u sad os en la gens C ornelia la ram a de los Escipiones (Cornelii Scipiones) sólo em pleaba Gnaeus, Lucius γ Publius. Incluso después de que un praenomen hubiera encontrado un lugar en una fam ilia dada, p od ía ser descartado deliberadam ente: el Senado decretó que ningún A n ton io p o d ría adoptar el praenom en M arcus después de la caída del fam oso triunviro M arco A nto­ nio. §43. D e la lista de praenom ina habitual en su fam ilia el padre le pon ía uno a su hijo en el noveno día después

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de su nacim iento, el dies lustricus4. Entonces existía la costum bre, que parece bastante natural en nuestro tiem ­ po, de que el padre le diera su propio praenomen a su p rim er h ijo n acido. El n om bre de C icerón m u estra el praenomen Marcus repetido cuatro veces. Cuando estos p raen om ina se d aban p o r p rim e ra vez, debían haber sido elegidos con el debido respeto a su significado eti­ m ológico y haber tenido alguna relación con las circuns­ tancias que acom pañaron el nacim iento del niño. §44. Así, Lucio significaba originalmente «nacido de día»; M anio, «nacido en la m añana»; Quinto, Sexto, D é­ cimo, Postum o, etc., indicaban la sucesión en la familia; Servio estaba quizá relacionado con servare5, y Gayo con gaudere6. O tros estaban asociados al nom bre de alguna divinidad, com o M arco y M am erco con Marte, o Tibe­ rio con el dios-río Tiber. Pero con el paso del tiem po es­ tos sign ificad o s fu eron olvidados tan com pletam ente com o hem os olvidado el significado de nuestros n om ­ bres cristianos, e incluso los num erales se em plearon sin referencia alguna a su sentido propio: el único herm ano de Cicerón se llam aba Quinto. §45. La abreviatura del praenomen no era cuestión de sim ple capricho, com o la escritura de las iniciales en­ tre nosotros, sino que era una costum bre establecida in­ dicando quizá la ciudadanía rom ana. El praenomen sólo se escribía com pleto cuando se usaba p o r sí m ism o o cuando pertenecía a un a persona de las clases inferiores de la sociedad. C uando se traducen los praenom ina rom anos al espa­ ñol, deberían ser escritos siem pre com pletos y pronun4. El día de la purificación. 5. «Salvar, preservar.» 6. «Disfrutar, gozar.»

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ciados así. De la m ism a m anera, cuando leem os a un au ­ tor rom ano y encontram os un praenomen abreviado, se debería pronunciar el nom bre com pleto si estam os le­ yendo en voz alta o dando una traducción. §46. El nomen o nom bre de la fam ilia. El nomen, el n om bre m ás im p o rtan te, es d en o m in ad o con m ayor precisión nomen gentile o gentilicium. El niño lo hereda­ ba, com o uno hereda ahora su apellido, y p o r ello no había ninguna elección o selección con él. El nomen ori­ ginalm ente term inaba en -ius, y este final fue conserva­ do con devoción p o r las fam ilias patricias. Las term ina­ ciones -eius, -aius, -aeus y -eüs son m eras varian tes suyas. O tras term inaciones indican el origen no latino de la gens. Los nom bres term inados en -acus (Avidiacus) son galos; en -na (Caecina), etruscos; en -enus o -tenus (Salvidienus), um bros o picentinos. §47. El nomen pertenecía p or costum bre a todos los relacionados con un a gens, tanto a las ram as plebeyas com o a las patricias, a hom bres, m ujeres, clientes y li­ bertos sin distinción. Q uizá fue el deseo natural de d is­ tinguirse de los m ás hum ildes portadores de su nomen lo que llevó a los patricios a utilizar un núm ero lim itado de praenom ina, evitando los utilizados p o r los m iem ­ bros de su gens de inferior extracción social. En cu al­ quier caso, resulta notable que las fam ilias plebeyas, en cu an to la n ob leza p o lítica y los b u sto s en su s casas (§§107, 200) les concedieron una posición p o r encim a de sus co m p añ ero s, m o straran en la selección de los nom bres p ara sus hijos la m ism a exclusividad que los p a­ tricios habían desplegado antes que ellos (§42). §48. El cognom en o so b ren o m b re. A dem ás del nom bre individual y del que indicaba su gens, los rom a­ nos a m enudo tenían un tercer nom bre llam ado cogno-

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men, que servía para indicar la fam ilia o ram a de la gens a la que uno pertenecía (§§18-19). C asi todas las gentes im portan tes estaban así divididas, algunas de ellas en num erosas ram as. La gens Cornelia, p or ejem plo, incluía a los plebeyos D olabelas, Léntulos, Cetegos y Cinnas, adem ás de a los patricios Escipiones, M aluginos, Rufi­ nos, etc. §49. C o m o en el nom bre oficial (§§38-39) el cogno­ men ib a situ ad o detrás del n om bre de la tribu , se ha pensado en general que los cognomina m ás antiguos no podían rem ontarse m ás allá de la época de división del pueblo en tribus. Tam bién se suele creer que el cogno­ men era originalm ente un apodo aplicado a causa de al­ gun a característica o p ecu liarid ad person al, a veces com o un elogio, a veces com o un a burla. Así, encontram os m uchos que indican rasgos físicos, com o Albus, B arbatus, Cincinnatus, Claudus, Longus1 (todos originalm ente adjetivos), N aso o Capitos; otros, referidos al tem p eram en to, com o Benignus, Blandus, Cato9 Serenus, Severus; al origen, com o Gallus, Ligus, S a­ binus, Siculus, Tuscus10. Estos cognomina, debe recordar­ se, pasaban de padres a hijos; com o es natural, perdían su ju stifica ció n cu an d o se sucedían h asta que con el paso del tiem po quedaban com pletam ente difum inados, igual que los praenom ina. §50. En la R epública los patricios casi sin excepción tenían este tercer nom bre o de familia; se nos habla sólo de un hom bre, Cayo M arcio, que no lo tenía. C on los plebeyos el cognomen no era tan com ún; su uso era qui­ 7. «Blanco, barbudo, rizado, cojo, largo.» 8. «Narigudo, cabezón.» 9. «Astuto.» 10. «Etrusco»; curiosamente, esta palabra ha pasado al español tosco.

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zá excepción. Las grandes fam ilias de los M arios, M um ios y Sertorio no tenían ninguno, aun que las ram as plebeyas de los Cornelios (§48), los Tulios y otras sí lo tenían. Así pues, el cognomen acabó p or ser considerado una indicación de linaje antiguo, y los individuos cuya n o­ bleza era reciente estaban an siosos p o r conseguir uno p ara tran sm itirlo a sus hijos. Por ese m otivo m uch os tom aron un cognomen p or propia elección. A lgunos de éstos les fu ero n con ced id os p o r la op in ió n p ú b lica gracias a su m érito, com o en el caso de Cneo Pompeyo, que ad op tó el cognomen de M agno. O tros cognomina eran usados com o una burla, igual que en nuestro tiem ­ po n os b u rla m o s del traje hecho p o r encargo p a ra alguien que no sabe llevarlo con elegancia. Sin em bargo, es probable que sólo los patricios se atrevieran a tom ar cognomina en la República, aunque durante el Im perio su p o se sió n fu era p o co m ás que un distin tivo de li­ bertad. §51. N om bres suplem en tarios. A dem ás de los tres nom bres ya descritos, encontram os con frecuencia, in ­ cluso en época republicana, un cuarto o un quinto. É s­ tos tam bién eran denom inados cognomina, p o r una laxa extensión de la palabra, hasta que en el siglo iv d.C. los gram áticos crearon p ara ellos el térm ino agnomina. Se pueden considerar convenientemente dentro de cuatro apartados. §52. En prim er lugar, el proceso que dividió la gens en ram as pud o continuar incluso m ás allá. Esto es, igual que la gens se hizo suficientemente grande com o para des­ ligar una stirps, con el p a so del tiem p o la stirps p u d o desligar una ram a de sí m ism a, p ara la que no hay nin­ gún nom bre m ejor que el vago fam ilia. D e hecho, esto

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su cedía con m u ch a frecuencia: la gens C o rn elia, p or ejemplo, separó la stirps de los Escipiones, y ésta a su vez la fam ilia o «casa» de los N asica. Así, encon tram os el cuádruple nom bre Publio Cornelio Escipión N asica, en el que probablem en te el cuarto nom bre era otorgado casi de la m ism a m anera que lo fue el tercero antes de que se produjera la división. §53. En segundo lugar, cuando un hom bre p asaba de una fam ilia a otra p o r adopción (§37), regularmente tom aba los tres nom bres de su padre adoptivo y añadía su propio nomen con el sufijo -anus. Así, Lucio Emilio Paulo, h ijo de Lucio E m ilio Paulo M aced ó n ico, fue adoptado p or Publio Cornelio Escipión y adoptó como nuevo nom bre Publio Cornelio Escipión Em iliano. De igual m anera, cuando Cayo Octavio Cepias fue adopta­ do p or Cayo Julio César, se convirtió en Cayo Julio Cé­ sar Octaviano, y p or ello en los libros de historia es de­ nom inado unas veces Octavio y otras Octaviano. §54. En tercer lugar, un nom bre adicional, a veces llam ado cognomen ex virtute, era a m enudo concedido por aclam ación a un gran estadista o general victorioso, y era co lo cad o detrás de su cognomen. Un con ocid o ejem plo es el nom bre Publio Cornelio Escipión Africa­ no; el título A fricano se le concedió después de su victo­ ria sobre A níbal. Igualm ente, su nieto adoptivo, el ya m encionado Publio Cornelio Escipión Em iliano (§53), recibió el m ism o título honorífico después de destruir Cartago y fue llam ado Publio Cornelio Escipión Em ilia­ no Africano. O tros ejem plos son el M acedónico, aplica­ do a Lucio Em ilio Paulo por su victoria sobre Perseo, y el título de Augusto concedido p or el Senado a Octaviano. N o se sabe con seguridad si estos nom bres pasaron o no por herencia a los descendientes de quienes los me-

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recieron originalm ente, pero es probable que estricta­ mente sólo el hijo m ayor pudiera utilizar el título h on o­ rífico de su padre. §55. En cuarto lugar, el hecho de que un hom bre hubiera heredado un sobrenom bre de sus antepasados en form a de cognomen (§49) no im pedía que recibiera otro por alguna característica propia, sobre todo cuando el cognomen heredado casi no se aplicaba, com o hem os visto (§49), a su últim o dueño. A algunos antiguos Publio Cornelio se les dio el ap o ­ do de Escipión (§49); con el transcurso del tiem po este título fue tom ado por todos sus descendientes, sin p en ­ sar en su p ro p ied ad , y se con virtió en un cognomen. D espués a uno de estos descendientes p or razones p er­ son ales se le im p u so otro ap od o, N asica, que con el tiem po perdió su individualidad y se convirtió en el nom bre de una fam ilia entera (§50); m ás tarde, exacta­ mente de la m ism a m anera un m iem bro de esta fam ilia destacó lo suficiente p ara necesitar un nom bre separado y fue llam ado Corculum ; su nom bre com pleto era Pu­ blio C orn elio E scipión N asica C orculum . Tam bién es evidente que no pod em os distinguir siem pre entre un sim ple apodo, uno aplicado sim plem ente a un in divi­ duo y que no p asó a sus descendientes, y el cognomen adicional que m arcaba la fam ilia al m argen del resto de la stirps (§19) a la que pertenecía. §56. C on fusión de nom bres. Un sistem a tan elabo­ rado com o el descrito casi con toda seguridad debía ser m alinterpretado o m al aplicado, y en los últim os días de la R epública y b ajo el Im perio encon tram os ign orad a toda la reglam entación respecto a los nom bres. La con­ fusión tenía su origen en el uso erróneo de los praeno­ m ina. A veces se encuentran d os en u n solo nom bre,

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com o Publio Elio A lieno A rquelao M arco. El fam iliar Cayo debe de haber sido un nomen en tiem pos m uy an ­ tiguos. D os nomina no eran infrecuentes, uno quizá de­ rivado de la fam ilia de la m adre; a veces se llegaban a utilizar tres o cuatro, y se encuentran catorce en el n om ­ bre de uno de los cónsules del año 169 d.C. M ediante otro cam bio, una palabra podía abandonar su uso com o praenomen y aparecía com o nomen: el ene­ m igo de Cicerón, Lucio Sergio Catilina, tenía com o no­ men Sergio, que una vez había sido un praenomen (§41). También los cognomina eran m al usados de m od o sim i­ lar. D ejaron de designar a to d a la fam ilia y p asaron a distinguir m iem bros de la m ism a fam ilia, com o origi­ nalm ente habían hecho los praenom ina: así, los tres hi­ jo s de M arco Aneo Séneca, p o r ejemplo, fueron llam a­ dos respectivam ente M arco Aneo N ovato, Lucio Aneo Séneca y Lucio Aneo Mela. D e nuevo un nom bre podía organizarse de form a diferente en épocas distintas: en las listas consulares encontram os al m ism o hom bre lla­ m ado Lucio Lucrecio Tricipitino Flavo y Lucio Lucrecio Flavo Tricipitino. §57. H ay incluso una m ayor variación en los n om ­ bres de personas que habían p asado de una fam ila a otra por adopción . A lgunos tom ab an el nom bre adicion al (§§51-55) del cognomen en vez del nomen. A lgunos usa­ ban m ás de un nomen. Finalmente, debe indicarse que en el Im perio tardío encontram os a un hom bre luchan­ do bajo el peso de cuarenta nombres. §58. N om bres de m ujeres. N o se puede ofrecer un recuento satisfacto rio de los n om bres de las m ujeres, porq u e es im p o sib le d escu brir nin gún sistem a en la elección y disposición de los que han llegado h asta no­ sotros. D ebe decirse que el triple nom bre para las m uje­

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res era desconocido en los m ejores días de la República; los praenom ina p ara las m ujeres eran escasos, y cuando se utilizaban , no estab an abreviados. M ás h ab ituales eran los adjetivos m axim a y minor, y los ordinales secun­ da y tertia. Pero éstos, a diferencia de los correspondien­ tes nom bres p ara hom bres (§44), parecen haber indica­ do siem pre el lugar de la p ortadora entre un grupo de herm anas. Era m ás habitual p ara la m ujer soltera ser lla­ m ada con el nomen de su padre en la form a fem enina, con el añadido del cognomen paterno en caso genitivo seguido después p or la letra f (filia) p ara indicar el p a ­ rentesco. Un ejem plo es Caecilia M etelli11. La hija de César se llam aba Julia, y la de Cicerón, Tulia. A veces un a m ujer utilizaba el nomen de su m adre después del de su padre. La m ujer casada, si p asab a a la m anus (§23) de su m arido p o r la antigua cerem onia p a ­ tricia, origin alm en te to m ab a su nomen, igu al que un hijo adoptivo tom aba el nom bre de la fam ilia a la que pasaba, pero no se puede dem ostrar que la regla fuera observada siem pre o incluso con frecuencia. B ajo fo r­ m as de m atrim on io posteriores la esp osa m antenía su nom bre de soltera. D urante el Im perio encontram os en general los tres nom bres para las m ujeres, con la m ism a confusión en la selección y disposición que prevaleció en el caso de los nom bres m asculinos en la m ism a época. §59. N o m b res de esclavos. Los esclavos no tenían m ás derecho a los nom bres que el que tenían p ara otra propiedad, pero tom aban los que a sus dueños les agra­ daba concederles, e incluso éstos no pasaban a sus hijos. En la vid a m ás sencilla de tiem pos antiguos el esclavo era llam ado puer, igual que la palabra «chico» se utiliza­ 11. Cecilia la hija de Metelo.

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ba en Estados Unidos en el siglo xix p ara los esclavos de cualquier edad. H asta finales de la República el esclavo era conocido sólo p or este nom bre, corrom pido en por y adosado al praenomen de su dueño en genitivo: M arci­ por (M arci puer), «el esclavo de M arco»; O lipor (Auli puer), «el esclavo de Aulo». Cuando los esclavos se hicieron num erosos, esta sen­ cilla m anera ya no bastaba para distinguirlos, y recibían nom bres individuales. Generalmente eran nom bres ex­ tran jeros, y a m en u d o señ alab an la n a cio n a lid a d del esclavo; a veces, quizá a m odo de burla, eran apelativos altisonantes de potentados orientales, com o Afer, Eleutheros o Pharnaces. Por esta época, tam bién, la palabra servus había suplantado a puer. Así pues, encontram os que h acia finales de la R epública el nom bre com pleto del esclavo consistía en su nom bre individual seguido por el nomen y el praenomen (el orden es im portante) de su dueño y p or la palabra servus: Pharnaces Egnatii Pu­ blii servus, «F arn aces el esclavo de P u blio E g n atio ». Cuando un esclavo p asaba de un dueño a otro, tom aba el nomen del nuevo propietario y le añadía el cognomen del antiguo con el sufijo -anus: cuando Anna, la esclava de M ecenas, pasó a ser propiedad de Livia, fue llam ada Anna Liviae serva M aecenatiana, «Anna la esclava de Li­ via, antes de M ecenas». §60. N om bres de libertos. Los libertos conservaban regularm ente el nom bre individual que habían tenido com o esclavos y recibían el nomen de su d u eñ o con cualquier praenomen que éste les asignara; el nom bre in­ dividual se co lo cab a desp u és com o u n a especie de cognomen. N aturalm ente, sucedía que a m enudo se im ­ ponía el praenomen del dueño, especialmente p ara el es­ clavo favorito.

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El liberto de una m ujer tom aba el nom bre de su p a ­ dre, p o r ejem plo, M aecus Livius A ugustae l Ism arus, «M eco Livio liberto de A ugusta Ism aro»; la letra «1» sig­ nificaba libertus y se insertaba en los docum entos fo r­ m ales. Por d esco n tad o, el dueño p o d ía d escu id ar la form a regular y darle al liberto cualquier nom bre que le pareciera bien. Así, cuando Cicerón m anum itió a sus es­ clavos Tirón y Dionisio, llam ó al prim ero, con un estric­ to respeto hacia la costum bre, Marcus Tullius Tiro, pero al segundo le dio su propio praenomen y el nomen de su am igo Tito Pom ponio Ático, resultando el nuevo n om ­ bre M arcus Pomponius Dionysius. Los nom bres indivi­ duales (Pharnaces, D io n y siu s...) fueron ab an d on ados por los descendientes de los libertos, que estaban, con razón, ansiosos por ocultar cualquier huella de su origen inferior. §61. N uevos ciudadanos. Cuando un extranjero re­ cibía el derecho de ciudadanía, tom aba un nuevo n o m ­ bre, creado con los m ism os principios que se han expli­ cado en los casos de los libertos. Su n om bre origin al se m antenía com o un a especie de cognomen y delante se escribían el praenom en que les gu stara y el nomen de una persona, siem pre un ciudadano rom ano, a quien le debieran su ciudadanía. El ejem plo m ás conocido es el del p oeta griego A rquias, a quien defendió Cicerón en un fam oso d iscu rso; su n om bre era A ulo Licin io A r­ quias. D urante m ucho tiem po había estado asociado a la fam ilia de los Lúculos y, cuando se convirtió en ciuda­ dano, tom ó com o su nomen el de su distinguido patro­ no Lucio Licinio Lúculo; no sabem os p o r qué eligió el praenomen Aulo. O tro ejem plo es el del galo m enciona­ do por César (Guerra de las Gaitas 1, 47), Cayo Valerio Caburo. Tom ó su nom bre de Cayo Valerio Flaco, el go-

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bernador de la Galia en el m om ento en que recibió la ciudadanía. A esa costum bre de tom ar los nom bres de los gobernadores y generales se debe la gran abundancia del nom bre Julio en la Galia, Pom peyo en H ispania y Cornelio en Sicilia.

Referencias: Marquardt, 7-27; Pauly-Wissowa, en cognomen; Smith, Daremberg-Saglio, Harper’s, Walters, en nomen; Sandys, Compa­ nion, 174-175. Véanse también Egbert, 82-113; Cagnat, Cours d’Epigraphie Latine, 37-87; Sandys, Latin Epigraphy, 207-221; Showerman, 91-92.

3. Matrimonio γ posición de las mujeres

§62. A n tigu as fo rm as de m atrim on io . La p o lig am ia n unca estuvo san cion ada en R om a y durante cinco si­ glos después de la fu n dación de la ciudad el divorcio se desco n ocía p o r com pleto. H asta los tiem p o s de la constitución serviana (la fecha tradicional era el siglo vi a .C .), lo s p a tr ic io s eran lo s ún icos c iu d a d a n o s y con traían m atrim on io sólo con p atricios o con m iem ­ b ro s de las co m u n id ad es circu n d an tes que tu v ieran u n a p o sic ió n so c ia l sem ejan te. La ú n ica fo rm a de m atrim on io con ocida p ara ellos era la llam ad a confa­ rreatio. C o n el con sen tim ien to de los d io ses, m ien tras los pontífices celebraban sus ritos solem nes, en presencia de los representantes acreditados de su gens, el patricio lle­ vaba a su esp o sa desde la fam ilia de su padre h asta la suya p ro p ia (§35) p a ra que fu era un a m ater fam ilias, para procrear hijos que debían preservar los cultos fam i­ liares, perpetuar su antigua fam ilia y extender el poder de Roma. 56

3. MATRIMONIO Y POSICION D E LAS MUJERES

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Por este procedim iento, única form a de m atrim onio legal de la época, la m ujer p asaba in manum viri1 y el m arido adquiría sobre ella casi los m ism os derechos que tendría sobre sus hijos (§§23-24) y otros m iem bros de­ pendientes de su fam ilia. Se decía que ese m atrim onio era cum conventione uxoris in manum viri1. §63. D u ran te este p eríod o, los h om bres libres no ciudadanos, los plebeyos (§§177-178), tam bién se ha­ bían o cu p ad o del m atrim on io . Sin d u d a sus un ion es habían sido tan sagradas a sus ojos, sus vínculos fam ilia­ res tan estrechos y puros com o los de los patricios, pero estas uniones no estaban consagradas p o r los dioses na­ cionales ni recon ocidas p o r la ley civil, sencillam ente porque los plebeyos no eran todavía ciudadanos de ple­ no derecho. Su form a de m atrim onio, denom inada usus, consistía esencialm ente en vivir de form a continuada en com ún com o m arido y mujer, aunque posiblem ente hu­ biera fo rm as convencionales y observancias sobre las que no sabem os absolutam ente nada. El m arido plebeyo p od ía gozar de los m ism o s dere­ chos sobre la persona y la propiedad de su esposa que el patricio, pero la form a de m atrim onio en sí m ism o no im p licab a m anus. L a esp o sa p o d ía seguir sien d o un m iem bro de la fam ilia paterna y retener la p rop ied ad que su padre le perm itiera (§2 2 ) simplemente ausentán­ dose de la casa de su m arido durante tres noches (tri­ noctium) consecutivas cada año. Si lo hacía, el m atrim o­ nio era sine conventione in manum, y el m arido n o tenía ningún control sobre las propiedades de ella; si no lo ha­ cía, el m atrim onio, igual que el de los patricios, era cum conventione in manum. 1. «Bajo la autoridad de su marido.» 2. «Con paso de la esposa a poder de su marido.»

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§64. O tra fo rm a de m atrim on io se rem on ta a los tiem pos de Servio y tam bién era plebeya, aunque no tan antigua com o el usus. Se denom inaba coemptio y consis­ tía en una venta ficticia en virtud de la cual el pater f a ­ milias de la mujer, su padre o su tutor, la entregaba a su m arido m atrim onii causa3. Debe de ser una pervivencia de la antigua costum bre de com pra y venta de esposas, pero no se sabe cuándo fue introducida entre los rom a­ nos. C onllevaba m anus y socialm ente era con siderada un procedim iento preferible al usus. A m bas coexistieron durante siglos, pero la coemptio sobrevivió al usus com o m atrim onio cum conventione in manum. §65. Ius conubii4. A unque la constitución serviana convirtió en ciudadanos a los plebeyos y legalizó así sus form as de m atrim onio, no les concedió el derecho para unirse a los p atricio s. M uchas fam ilias plebeyas eran apenas m enos antiguas que las patricias, m uchas eran ricas y p o d e ro sa s, pero no fue h asta el año 445 a.C. cuando los m atrim onios entre am bas clases fueron fo r­ m alm ente sancionados p or la ley civil. La o b jeció n p o r p arte de los p atricio s era en gran parte religiosa: los dioses del Estado eran los dioses de los patricios, los ausp icios sólo p od ían ser con sultados p o r los patricios, sólo los m atrim on io s de los p atricios eran san cion ad os p o r el cielo. Sus oradores p ro testa­ b an porque las uniones entre plebeyos no eran en ab ­ soluto m atrim on io s, no eran iustae nuptiae5 (§ 6 8 ); la esp o sa plebeya, insistían, sólo era to m ad a in m atrim o­ nium : era com o m uch o sólo una uxor, no un a m ater 3. «Para casarla con él.» 4. Derecho a contraer matrimonio. 5. Matrimonio legítimo.

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fam ilias; su prole eran «hijos de su m adre», n o p atri­ cios. §66. En esa idea había m ucha exageración de clase, pero es verdad que durante m ucho tiem po la gens no gozaba de tan elevada consideración entre los plebeyos com o entre los patricios, y que los plebeyos asignaban a los parientes ciertas obligaciones y privilegios que co­ rrespondían a los gentiles patricios. Con la extensión del ius conubii, m uchos de esos elementos diferenciales de­ saparecieron. Se fijaron nuevas condiciones p ara las iustae nuptiae; la coemptio por una especie de com prom iso se hizo la form a habitual de m atrim onio cuando una de las partes era un plebeyo; y el estigm a desapareció de la palabra matrimonium. Por otra parte, las mujeres patricias comprendieron las ventajas del m atrim onio sine conventione in manum y el m atrim onio con manus se hizo menos frecuente, la con­ sulta de los auspicios antes de la ceremonia vino a ser consi­ derada un m ero formalism o y el matrimonio comenzó a perder su carácter sacramental. Con estos cam bios llegó m ás adelante la relajación en las relaciones maritales y la libertad de divorcio, que en la época de Augusto parecía una amenaza para la propia vida del Estado. §67. Es probable que hacia tiem pos de Cicerón el m atrim onio con m anus fuera poco com ún y en conse­ cuencia la confarreatio y la coemptio hubieran quedado anticuadas. Sin em bargo, hasta cierto punto la prim era se m antuvo hasta época cristiana, porque ciertos cargos sacerdotales (los flam ines maiores y los reges sacrorum) sólo podían ser ejercidos por hijos de padres que hubie­ ran contraído m atrim onio por confarreatio (§§81-82), la form a sacram ental, y que se hubieran casado ellos m is­ m os de la m ism a m anera.

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Augusto ofreció la exención de manus para las m adres de tres h ijo s, pero esto no era suficiente, p o rq u e tan grande se hizo la resistencia de las m ujeres a som eterse al m anus que para com pletar incluso estos pocos cargos sacerdotales se hizo necesario bajo Tiberio elim inar el m anus de la cerem onia de confarreatio. §6 8 . Iustae nuptiae. H abía ciertas condiciones que debían satisfacerse antes de que se pudiera contraer un m atrim onio legal incluso p or parte de ciudadanos. Los requisitos eran los siguientes: 1. El consentim iento de am bas partes debía darse, o el de sus patres fam ilias, si uno o am bos estaban in p a tr ia potestate. C on A ugusto se estipuló que el pater fam ilias no podía negar su consentim iento a no ser que adujera razones de peso p ara ello. 2. A m bas partes debían ser puberes; n o p o d ía haber m atrim onio entre niños. Aunque no estaba fijada p o r la ley ninguna edad en concreto, es probable que los catorce y doce años fueran el lím ite m íni­ m o para el hom bre y la m ujer respectivamente. 3. El hom bre y la m ujer debían estar solteros. La p o ­ ligam ia n unca fue aceptada en R om a (§62). 4. Las p artes no p o d ían tener una relación fam iliar p róx im a. Las restriccion es en este sen tid o esta­ ban fijadas m ás p or la opin ión p úb lica que p o r la ley, y v a ria ro n m u ch o en d istin tas é p o cas, vo l­ viéndose gradualm ente m enos severas. En general, debe decirse que el m atrim on io estaba absoluta­ m en te p ro h ib id o entre ascen d ien tes y d e sce n ­ dientes, entre parientes hasta el sexto (después el cuarto) grado (§32) o entre los adfines (§33) m ás próxim os.

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Si las partes podían satisfacer estas condiciones, podían casarse legalm ente, pero todavía se hacían distinciones que afectaban al estado civil de los hijos, aunque no se arrojaban dudas sobre su legitim idad o sobre la m orali­ dad en el com portam iento de sus padres. §69. Si las condiciones m encionadas en §68 se cum ­ plían, y m arido y esposa eran am bos ciudadanos rom a­ nos, su m atrim onio era llam ado iustae nuptiae, que p o ­ d ríam o s trad u cir co m o «m atrim o n io leg ítim o ». Los hijos nacidos de esa unión eran iusti ¡iberi, y p o r naci­ m iento eran cives optimo iure, «ciudadan os con todos los derechos civiles». Si un a de las partes era un ciudadan o rom an o y la otra m iem bro de una com unidad que tuviera ius conubii pero no la ciudadanía rom ana completa, el m atrim onio era todavía denom in ado iustae nuptiae, pero lo s hijos recibían la posición civil del padre. Esto significa que, si el padre era un ciudadano y la m adre u n a extranjera, los hijos eran ciudadanos, pero si el padre era un extranjero y la m adre u n a ciudadana, los hijos eran extranjeros (pe­ regrini), com o lo era su padre. §70. E sp o n sale s. La p etición fo rm al (spon salia) com o cerem onia previa al m atrim on io se consideraba una fórm ula educada, pero no era legalmente necesaria y no conllevaba obligaciones que pudieran ser reforza­ das por la ley. En los sponsalia la novia era prom etida al hom bre com o su fu turo m arid o con u n a fó rm u la so­ lem ne. L a p ro m esa era pron u n ciad a no p or la propia novia, sino p o r su pater fam ilias o por su tutor (§27), si la novia no estaba in patria potestate. Del m ism o m odo, la p rom esa iba dirigid a al novio directam ente sólo en el caso de que él fuera sui iuris (§17); de lo contrario, se di­ rigía al cabeza de su fam ilia, que había solicitado para él

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a la novia en m atrim on io. Las p alabras de la form ula eran probablem ente algo así: Spondesne Gdiam, tuam filiam mihi (o filio meo) uxorem dari? Di bene vortant! Spondeo. Di bene vortant! ¿Prometes que Gaya, tu hija, se entrega para mí (o para mi hijo) como esposa? ¡Que los dioses os concedan la felicidad! La prometo. ¡Que los dioses nos concedan la felicidad!

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§71. En todo caso, la palabra spondeo era el térm ino técnico p ara la prom esa y la novia en lo sucesivo era la sponsa. La p e rso n a que fo rm u lab a la p ro m e sa tenía siem pre derecho a cancelarla. Esto generalmente se llevaba a cabo a través de un in ­ term ediario (nuntius); a partir de ahí, la expresión formal para rom per un com prom iso era repudium renuntiare6 o simplemente renuntiare. M ientras el contrato era com ple­ tamente unilateral, debería señalarse que un hom bre p o ­ día incurrir en infamia si contraía dos com prom isos a la vez y que no p od ía recuperar los regalos ofrecidos con vistas a un m atrim onio futuro si era él quien quebrantaba el compromiso. Estos regalos se hacían casi siempre. Aun­ que encontram os que eran habituales los artículos para uso personal, de tocador, etc., siem pre se entregaba un anillo. El anillo se llevaba en el tercer dedo de la m ano iz­ quierda, ya que se creía que un nervio o tendón unía este dedo directamente al corazón. También era habitual que la sponsa ofreciera un regalo a su prometido. 6. Comunicar ei divorcio.

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§72. D ote. E ra u n a cuestión de h onor entre los ro­ m anos, com o lo es ahora en algunos pueblos europeos, que la novia llevara a su m arido una dote (dos). En el caso de una joven in p atria potestate, ésta sería p ro p o r­ cion ada p o r el cabeza de fam ilia; en el caso de un a sui iuris, era p ro p o rcio n ad a de su p rop ia p ro p ied ad o, si no tenía nada, era ap ortad a p o r sus parientes. Parece que, si ellos se m ostraban reacios, ella pod ía obligar a sus ascendientes m ediante un proceso legal a p ro p o r­ cionarla. En tiem pos antiguos, cuando prevalecía el m atrim o­ nio cum conventione, todos los bienes aportados por la novia pasaban a ser propiedad de su m arido o del pater fam ilias de él (§23), pero en épocas posteriores, cuando la m anus era m enos com ún y especialmente después de que el divorcio se hubiera convertido en un hecho más frecuente, se hacía una distinción. Una parte de las p o ­ sesiones de la novia se reservaba para su uso exclusivo y otra parte era entregada al novio, con el nom bre técnico de dos. Las proporciones variaban, por supuesto, según las circunstancias. §73. F o rm as esenciales. E n realidad no h ab ía for­ m as legales obligatorias p ara dar solem nidad al m atri­ m on io; no existía n in gun a licencia con segu id a de las autoridades civiles; las cerem onias, sencillas o elabora­ das, no tenían que ser realizadas por personas autorizadas p o r el Estado. El único requisito necesario era el con­ sentim iento de am bas partes si eran sui iuris, o de sus pater fam ilias, si estaban in p atria potestate. Se h a seña­ lad o (§68) que el p a te r fa m ilia s sólo p o d ía n eg ar su con sen tim ien to aducien do m otivos de peso; p o r otra parte, p od ía ordenar el consentim iento de person as so­ m etidas a él. El afecto paterno y filial (pietas) h acía esta

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severidad m ucho m enos rigurosa de lo que n os parece ahora (§§21-22). §74. Pero, aunque este consentim iento era la única condición para un m atrim onio legal, debía m ostrarse con algún acto de unión personal entre las partes, esto es, no se p odía celebrar el m atrim onio p or carta, p or m ensaje­ ro o p or poderes. Ese acto público consistía en la unión de las m anos (dextrarum iunctio) en presencia de testi­ gos, en el hecho de que la novia perm itiera ser conduci­ da a casa de su m arido, nunca om itido cuando las partes tenían alguna posición social, o, en tiem pos posteriores, en la firm a del contrato m atrim onial. Para un m atrim o­ nio válido n unca era necesario que las partes vivieran juntas com o m arido y mujer, aunque, com o hem os visto (§63), esta cohabitación p or sí m ism a constituía un m a­ trim onio legal. §75. El día de la boda. H a de decirse que la supersti­ ción desem peñaba un papel im portante en los prepara­ tivos p a ra u n a b o d a hace dos m il años, com o sucede ahora. Se debían poner esfuerzos especiales p ara asegu­ rar un d ía ven turoso. Las C alen das, N on as e Idus de cada m es, y el día siguiente a cada uno de ésos, eran in­ faustos. Lo m ism o p asaba con el m es de m ayo y la p ri­ m era m itad de jun io, a causa de algunas cerem onias reli­ giosas que se celebraban en esos m eses, en m ayo las ofrendas Argeas y las Lem urias, en jun io los dies religiosi relacionados con Vesta. A dem ás de éstos, no eran propicios los dies parentales entre el 13 y el 21 de febrero, y se evitaban cuidadosa­ mente los días en que la entrada al reino de los m uertos se suponía que estaba abierta, el 24 de agosto, el 5 de o c­ tubre y el 8 de noviem bre. Un tercio del año, pues, que­ daba absolutam ente excluido. Las grandes vacaciones, y

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éstas eran legión, tam bién eran evitadas, no porque fue­ ran infaustas, sino porque estos días am igos y parientes con toda seguridad tenían otros com prom isos. Las m u­ jeres que se casaban p o r segunda vez elegían estas vaca­ ciones com pletas para que sus cerem onias llam aran m e­ nos la atención. §76. Los vestidos de la bo d a. La víspera de la boda la novia dedicaba a los Lares de la casa de su padre su bulla (§99) y la toga praetexta (§246), que no llevaban las m ujeres casadas, y tam bién, si no era m ucho mayor de los doce años, sus juguetes infantiles. Para consultar los augurios antes de ir a dorm ir se p on ía la tunica recta o tunica regilla, tejida de una sola pieza y que llegaba hasta los pies. Se decía que el nom bre de recta procedía de que había sido tejida a la m anera antigua en u n telar vertical, aunque algunos estudiosos han postulado que se llam a así porque colgaba en recto sin ceñirla con un cinturón en el centro. Esta m ism a túnica era llevada en la boda. §77. La m añana de la boda la novia era vestida para la cerem onia p or su m adre. Los poetas rom anos m ues­ tran una extraordinaria ternura al describir la solicitud de la m adre. Existen p in turas m urales reproduciendo esa escena. La p ren d a p rin cip al era la tunica recta ya m encionada (§76), atada a la cintura con una b an d a de lana m ediante el nudo de Hércules (nodus Herculaneus), posiblem ente porque Hércules era el vigilante de la vida m atrim onial. Sólo el m arido tenía el privilegio de desa­ tar ese nudo. Sobre la túnica se llevaba el velo de novia de color am arillo (flam m eum ). Tan im p o rtan te era el velo de la novia que el verbo nubere, «cubrirse con el velo», es la palabra utilizada regularmente para el m atri­ m onio de una mujer.

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§78. Se prestaba un a atención especial al peinado del cabello. C on la punta de una lanza o con un peine de esa form a se dividía el pelo en seis m echones, una p rác­ tica preservada, probablem ente, del antiguo m atrim o­ nio m ediante rapto (§86). Estos m echones, quizá tren­ zados, eran m antenidos en su posición m ediante cintas (víttae). C om o las Vestales llevaban el pelo arreglado así, debe de haber sido una form a m uy antigua, en cualquier caso. La novia tam bién llevaba una corona de flores o plantas sagradas recogidas p or ella m ism a. Por supuesto, el novio vestía la toga y llevaba una corona de flores p a ­ recida en su cabeza. Era acom pañado a casa de la novia en el m om ento oportuno por am igos, clientes y parien­ tes (§§176-180), que estaban obligados a tributarle to ­ dos los honores en el día de su boda. §79. L a cerem onia. En relación con las cerem onias m atrim oniales debe recordarse que sólo era necesario el consentim iento (§§73-74), con el acto de expresarlo, y que el resto de form as y ceremonias eran variables y su­ pletorias. Algunos detalles dependían de la form a p arti­ cular utilizada, pero m ás de la riqueza y posición social de las fam ilias im plicadas. Es probable que la m ayoría de bodas fueran bastante m ás sencillas que las que nos describen nuestras fuentes principales. La casa del padre de la novia, donde se cele­ braba la cerem onia, se cubría de flores, elementos vege­ tales, cintas de lana y tapices. Los invitados llegaban an ­ tes del amanecer, pero ya entonces se habían consultado los augurios. En la antigua cerem onia de confarreatio es­ to s au g u rio s eran con sultados p o r un au gu r público, pero m ás adelante en cualquier cerem onia los arúspices sim plem ente observaban las entrañas de un cordero que había sido sacrificado.

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§80. D espués de que los augurios habían sido favo­ rables, el novio y la novia aparecían en el atrio (§198), el salón público de la casa, y com enzaba la boda. É sta con­ sistía en dos partes: La cerem onia propiam ente dicha, que variaba según la fórm ula utilizada (confarreatio, coemptio o usus), en la que la parte esencial era el consentim iento ante testigos (§§73-74). La fiesta, que incluía el banquete en casa de la novia, el acto por el que el novio tom a en una dem ostración de fuerza a la novia de m anos de su m adre, el acom paña­ m iento de la novia a su nueva casa (la parte principal) y su recibim iento allí. §81. La cerem onia de confarreatio com enzaba con la dextrarum iunctio (§74) o unión de m anos. Los novios eran llevados juntos p o r la pronuba, una m atrona casada una sola vez y que llevaba una vida m arital intachable al lado de su m arid o. U nían sus m anos en presen cia de diez testigos que representaban las diez gentes de la cu­ ria. Este acto aparece en un antiguo sarcófago descubier­ to en N ápoles. A continuación seguían las palabras de consentim iento pronunciadas p o r la novia: Quando tu Gañís, ego Gata. Las p alab ras significan: «C uan do (y donde) tú seas Gayo, entonces (y allí) yo soy Gaya», esto es, «soy hueso de tus huesos y carne de tu carne»7. La fórm ula era inal­ terable, sin im portar los nom bres del novio y la novia, y 7. «Si tú te llamas Gayo, yo me llamo Gaya»; de ahí procede el térmi­ no tocayo en español. Con ello se relaciona el hecho de que en Estados Unidos la mujer cambie su apellido de soltera por el de su marido al contraer matrimonio.

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se rem onta a la época en que Gaius era un nomen y no praenomen (§56). Im plicaba que la novia de hecho in ­ gresaba en la gens del novio (§23, §25, §30, §35) y p o si­ blemente fue elegida p o r el significado favorable de los nom bres Gaius y Gaia. Incluso en las bodas sine conven­ tione se utilizaba esta fórm u la tradicion al, aun que su sentido se hubiera perdido con el transcurso del tiem po. D espués el novio y la novia ocupaban su lugar uno al lado del otro a la izquierda del altar y de cara a él, senta­ dos sobre sillas cubiertas con la piel del cordero degolla­ do para el sacrificio (§79). §82. El Pontifex M axim us y el Flamen D ialis presen­ taban a Júpiter un a ofrenda incruenta, que consistía en el pastelillo de sésam o (farreum libum), del que la cere­ m onia recibía el nom bre de confarreatio. D espués el p a s­ telillo era co n su m id o p o r los n ovios. C o n la ofren da a Júpiter el Flam en pronunciaba una oración dedicada a Juno com o diosa del m atrim onio, y a Tellus, Picum nus y Pilum nus, divinidades del cam po y los frutos. Los uten­ silios n ecesarios p ara la ofrenda eran llevados en un a cesta cubierta (cumera) p o r un niño llam ado camillus, cuyos padres deben estar vivos (esto es, h a de ser p atri­ mus y m atrim us). D espués venían las felicitaciones y los invitados utilizaban la palabra feliciter. §83. La coemptio com enzaba con la venta sim ulada, en presencia de cinco testigos com o m ínim o. El dinero de la com pra, representado p o r una sola m on eda, era sostenido en un a balanza por el libripens. La balanza, el pesador, la m oneda y los testigos eran todos necesarios p ara este tipo de m atrim onio. D espués seguía a la dextrarum iunctio y la fórm ula del consenti­ m iento (§81), tom ada, com o se ha dicho, de la cerem o­ nia de confarreatio. En el origen el novio le preguntaba a

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la novia an sibi mater fam ilias esse vellet, «si deseaba ser la m adre de fam ilia p ara él». Ella asentía y le form ulaba una pregunta similar, an sibi pater fam ilias esse vellet, «si él deseaba ser el padre de fam ilia p ara ella». A esto él tam bién daba una respuesta afirmativa. A continuación se pronunciaba una oración y a veces, quizá, se ofrecía un sacrificio, después del cual llegaban las felicitaciones, igual com o en la otra cerem onia m ás elaborada. §84. La tercera form a, esto es, las cerem onias pre­ lim inares al usus, posiblem ente adm itía una m ayor va­ riación que las otras, pero no n os ha llegado n inguna descripción. Se puede asegurar que las m anos se estre­ chaban, las palabras de consentim iento eran pronuncia­ das (§81) y las felicitacion es se ofrecían, pero no te­ n em os n in gú n con ocim ien to de costum bres o usos especiales. Era casi inevitable que las tres form as se hi­ cieran m ás o m enos parecidas con el p aso del tiem po, aunque el pastelillo de sésam o (§82) no podía tom arse de la cerem onia de confarreatio p o r las otras, o la balan­ za y su portador (§83) de la ceremonia de coemptio. §85. El banquete nupcial. D espués de concluir la ce­ rem onia venía el banquete nupcial (cena nuptialis), que d u rab a h asta la noche en tiem p os antiguos. N o rm al­ mente se celebraba en casa del padre de la novia, y los pocos casos en que sabem os que se celebró en casa del novio eran excepcionales y debidos a circunstancias es­ peciales que m otivarían un cam bio sim ilar hoy en día. Parece que el banquete concluía con la distribución en­ tre los invitados de trozos del pastel de bo d a (m usta­ ceum ) 8. Llegó a haber tanta extravagancia en estos ban8. Torta hecha con vino dulce y miel; se entregaba a los invitados al fi­ nal del banquete.

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quetes y en la repotia9 m encionada en §89 que Augusto se propuso lim itar su coste por ley a m il sestercios (cin­ cuenta dólares). Sin em bargo, sus esfuerzos p ara refre­ nar esos gastos excesivos resultaron infructuosos. §86. La procesión de la novia. D espués del banque­ te de boda la novia era form alm ente conducida a casa de su m arido. Esta cerem onia se denom inaba deductio, y, al ser esencial p ara la validez del m atrim onio (§74), nunca se om itía. Era un acto público, esto es, cualquiera podía participar en la procesión y participar de la felicidad que la distinguía; sabem os que algunas personas im p ortan ­ tes no sentían ninguna vergüenza de esperar en la calle p ara ver a la novia. Al caer la noche, se form aba la p ro ­ cesión ante la casa de la novia con portadores de antor­ chas y tocadores de flauta a la cabeza. Cuando todo esta­ ba preparado, se entonaba el canto nupcial (hymenaeus) y el novio tom aba a su esposa con una m uestra de fuer­ za de brazos de su madre. Los rom anos veían en esta costum bre una rem iniscen­ cia del rapto de las sabinas, pero posiblem ente se rem on­ tara aún m ás allá de la fundación de Rom a a la costum ­ bre de la bo d a p or rapto que prevalecía entre m uchos pueblos (§78). La novia entonces ocupaba su lugar en la procesión. Era asistida por tres niños patrim i y m atrim i10 (§82); dos de ellos cam inaban a su lado, cada uno soste­ niendo un a de sus m anos, m ientras el tercero portaba delante de ella la antorcha nupcial de espino blanco (spi­ na alba). Detrás de la novia se llevaba la rueca y el telar, sím bolos de la vida doméstica. En la procesión tam bién desfilaba el camillus con su cumera (§82). 9. Segundo banquete para los invitados m ás íntimos. 10. Con sus dos padres vivos.

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§87. D urante la m archa se entonaban los versos fesceninos, llenos de chistes obscenos y burlas personales. La m ultitud tam bién proclam aba el antiguo grito rom a­ no del m atrim o n io , cuyo sign ificad o n i siq u iera los rom anos conocían. Encontram os en él al m enos cinco form as, todas variantes de Talassius o Talassio, posible­ mente el nom bre de una divinidad sabina cuyas funcio­ nes son desconocidas. Livio lo hace derivar del nom bre supuesto de un senador en la época de Róm ulo. D e cam ino la novia dejaba caer una de las tres m one­ das que llevaba y se la ofrecía a los Lares Compitales, los dioses de los cruces de cam inos (§490); de las otras dos, una se la daba a su novio com o sím bolo de la dote que le entregaba y la otra a los Lares de su nueva casa. M ien­ tras tanto el novio esparcía nueces entre la gente. Catulo explica esto com o que el novio se había convertido en un h om bre y se d esh acía de objetos in fan tiles (§99, §103), pero las nueces eran m ás un sím bolo de fertili­ dad. La costum bre pervive en el acto de lanzar arroz en tiem pos m odernos. §88. Cuando la procesión llegaba a casa del novio, la novia adorn aba los dinteles de la puerta con cintas de lana, quizá com o sím bolo de su propio trab ajo com o ama de casa, y untaba la puerta con aceite y grasa com o se­ ñales de prosperidad. Al entrar era tom ada en volandas, p ara evitar, afirm an algunos, la posibilidad de un m al augurio, com o un resbalón al entrar en su casa p o r pri­ m era vez. Sin em bargo, otros ven en la costum bre otra pervivencia del m atrim on io p o r rapto (§78). D espués repetía las palabras de consentimiento: Ubi tu Ga'ius, ego Gata (§81), y se cerraban las puertas a la gente en gene­ ral; sólo los invitados entraban con la pareja de recién casados.

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§89. El m arid o recibía a su esposa en el atrio y le ofrecía fuego y agua com o sím bolo de su vid a en co­ m ún y de su participación en la casa. En el hogar ya es­ taba prep arad a la leña p ara encender el fuego; la novia lo pren día con la antorcha nupcial, que h ab ía llegado antes que ella. D espués se lanzaba la antorcha entre los invitados p ara ser disputada com o un objeto que daba buena suerte11. Entonces la novia pronunciaba una ora­ ción y la pronuba la colocaba sobre el lectus genialis12, que seguía to d a la noche de bodas en el atrio. A partir de entonces allí se quedaba sólo com o una pieza orn a­ m ental del m obiliario. Al día siguiente en la nueva casa se celebraba el segundo banquete (repotia) (§85) p ara am igos y fam iliares, y en este banquete la esp osa hacía su prim era ofrenda a los dioses com o m atrona. Seguían otros banquetes, ofrecidos en h on or de la p areja de re­ cién casados p o r personas en cuyos círculos sociales se m ovían. §90. L a p o sició n de las m ujeres. C o n el m atrim o ­ nio las m ujeres rom an as conseguían un a p o sició n no alcanzada p or las m ujeres en el m undo antiguo. N ingún otro p u e b lo m o stra b a tan elevado resp eto h acia sus m ujeres; en ningún otro lugar las m ujeres ejercían una influencia tan im portan te y beneficiosa. En su p rop ia casa la m atron a rom ana era la dueña absoluta. Dirigía su econom ía y supervisaba las tareas de su s esclavos d o ­ m ésticos, pero ella m ism a no realizaba ningún trabajo d om éstico . C u id a b a de sus h ijo s y d irigía su p rim e r aprendizaje y educación. Las hijas quedaban especial­ m ente b ajo su tutela p ara convertirse en el fu turo en 11. Ahora se arroja el ramo de bodas con ese m ismo sentido. 12. Lecho nupcial.

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dueñas de casas sim ilares y eran sus com pañ eras m ás cercanas hasta que ella en persona las vestía de novia y sus m aridos se las arrancaban de sus brazos. Ella era la ayudante de su m arid o en los n egocios, así co m o en cu estion es d o m é sticas, y a m en u d o se le co n su ltab a en asuntos de Estado. N o estaba confinada en las llam adas «habitaciones de m ujeres», com o lo estaban sus com pañeras en Grecia; toda la casa estaba abierta para ella. Recibía a los invita­ dos de su m arido y se sentaba con ellos a la m esa. Inclu­ so cuando estaba som etida al m anus de su m arido, las restricciones estaban tan atem peradas p or la ley y la cos­ tum bre (§24) que a duras penas se habría pod id o m o­ lestar p o r las cadenas forjad as con su consentim iento (§73). §91. Fuera de su casa su ropa de m atrona (stola m a­ tronalis) (§259) aseguraba a su p ortadora un profundo respeto. Los hom bres le cedían el paso en la calle; tenía un lugar en los juegos públicos, en los teatros y en las grandes cerem onias religiosas del Estado. Podía prestar testim onio en los tribunales y hasta finales de la R epú­ blica p o d ía incluso ejercer com o abogado. A m enudo adm inistraba su propiedad ella misma. Es interesante hacer notar que el prim er libro de Varrón sobre las granjas está dedicado a su m ujer y se pre­ senta com o u n a especie de guía para que ella adm inistre su propia tierra. El cum pleaños de la m atrona era obser­ vado com o un día sagrado, y todos los m iem bros de la casa hacían de él una gozosa ocasión, y el pueblo en ge­ neral celebraba las M atronalia (el «D ía de la M adre» ro ­ m ano), la gran fiesta el prim er día de m arzo; las esposas y m adres recibían regalos. Finalmente, si una m ujer p ro ­ cedía de un a fam ilia noble, al m orir p od ía recibir hono­

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res con un elogio público pronunciado desde los rostra13 del Foro (§480). §92. Hay que reconocer que la educación de las m u ­ jeres no era m uy avanzada en R om a, y que sus logros fueron escasos, y m ás útiles y dom ésticos que elegantes. Sin embargo, por cuanto concierne a eso, sus m aridos no llegaron m ucho m ás lejos. Incluso en nuestro país, en la educación básica de las m ujeres hubo al prin cipio res­ tricciones que fueron desapareciendo m uy despacio. Por ejemplo, se cuenta que en New Haven en 1684 las m uje­ res tenían prohibida la asistencia a escuelas de gram ática. §93. Se debe reconocer tam bién que en los últim os años de la República se produjo un gran cam bio. C on la relajación de la vid a fam iliar, la libertad de divorcio y la afluencia de riqueza y extravagancia, la pureza y dig­ nidad de la m atrona rom ana declinaron, igual que h a­ bían decaído antes la virilidad y fuerza de su padre y su m arido. Sin em bargo, debe recordarse que los escritores no solían explayarse en ciertos tem as que son favoritos para nosotros. Las sencillas alegrías de la infancia y la vida dom ésti­ ca, la casa, los elogios de la herm ana, la esposa y la m a­ dre puede que no hayan sido dem asiado sagrados p ara los autores rom anos, y no los hicieron un tem a suyo; d a­ ban esas m aterias p o r supuestas y no sentían ninguna necesidad de explicarlas. Puede que la m adre de H oracio haya sido una m ujer con un talento singular, pero nunca es m encionada por su hijo. Así pues, las descripciones sobre la vida fam iliar ro­ m ana que nos han llegado proceden de fuentes griegas o 13. Tribuna de los oradores adornada con los espolones de barcos to­ m ados al enemigo.

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tratan con precisión sobre esos círculos en los que la m oda, el libertinaje y la im pureza propiciaban el trabajo de los autores de sátiras. De m anera que es seguro afir­ m ar que los retratos de las m ujeres rom anas contem po­ ráneas pintados para nosotros en los versos de Catulo o Juvenal, p or ejemplo, no eran verídicos. La m ujer fuerte y pura de los días antiguos debe haber tenido m uchos m odelos p ara im itar sus virtudes en los tiem pos m ás os­ cu ros del Im p erio . H u bo entonces m ad res v irtu o sas, igual que en tiem pos de los Gracos; hubo esp osas tan virtuosas com o la de M arco Bruto.

Referencias: Marquardt, 28-80; Becker-Göll, II, 5-60; Friedländer, I, 228267; Smith, en matrimonium; Baumeister, 696-698; Harper’s, en conubium, matrimonium; Pauly-Wissowa, en coemptio, con­ farreatio, conubium; Walters, en matrimonio; Daremberg-Saglio, en matrimonium, manus, gynaeceum; Sandys, Campanion, 175-179, 184-190; McDaniel, 41-59; Showerman, 112-123. Veánse, también, Fowler, Social Life, 135-167, y Ab­ bott, Society and Politics, 41-99.

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§94. E statu s legal. La posición legal de los niños en la fam ilia ya ha sido explicada (§§20-21). Se ha expuesto que a ojos de la ley eran poco m ás que m uebles p ara el cabeza de familia. D ependía de él concederles el derecho a vivir, todo lo que adquirían era suyo, se casaban de acuerdo con sus órdenes y se m antenían bajo su potestas o pasaban a otra no m enos severa. Tam bién se ha suge­ rido que la costum bre y la pietas habían hecho esta con­ dición m enos rigurosa de lo que nos parece. §95. Susceptio. El poder del pater fam ilias se m anifes­ taba justo después del nacimiento del niño. Por una cos­ tum bre invariable era colocado en el suelo a sus pies. Si lo cogía en brazos (tollere, suscipere), lo reconocía com o hijo suyo por el acto (susceptio) y lo adm itía en todos los dere­ chos y privilegios que el ingreso en una fam ilia rom ana implicaba. Si se negaba a hacerlo, el niño se convertía en un proscrito, sin familia, sin la protección de los espíritus de los m uertos (§34), sin amigos y abandonado. El abandono del niño no exigía ninguna acción legal por flagrante asesinato, com o se contem pló en el caso de 76

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Róm ulo y Rem o y fue prohibido después por el rey R ó­ m ulo (§21). El niño sencillamente era «expuesto» (expo­ nere), esto es, era llevado por un esclavo fuera de casa y era abandonado en un cam ino para m orir o vivir. Sin embargo, no es probable que el padre rom ano se sintiera inclinado a hacer un uso real de este teórico derecho. Aunque las exposiciones y los reconocim ientos aparecen con frecuencia en la com edia rom ana, sin duda se utili­ zan allí com o un conveniente recurso dram ático copia­ do de los originales griegos m ás que com o u n a repro­ ducción de casos reales en la vida diaria. En to d o caso, no se conocen casos reales durante la República. §96. C um pleaños. Se creía que un Genio o espíritu guardián, el Genius, llegaba al m undo con el niño en su nacimiento. En el caso de una niña este espíritu se lla­ m aba Juno. Relacionada estrechamente con esta idea es­ taba la celebración del cum pleaños, com o el festival pro­ p io ded icad o al Genio. Ese día se hacían ofren das incruentas al Genio, com o flores, vino, incienso y paste­ les; se llevaba ropa fresca de color blanco, los am igos ha­ cían una visita o enviaban cartas de felicitación, se reci­ bían regalos de am igos y m iem bros de la casa y se solía celebrar un banquete. §97. D ies lustricu s. Los p rim eros ocho d ía s en la vida del niño reconocido se denom inaban primordia, y eran la ocasión de varias ceremonias religiosas. En este intervalo el niño era llam ado pupus (pupa), aunque los niños débiles recibían el praenomen poco después de na­ cer. N orm alm ente, el noveno día en el caso de los niños y el octavo en el caso de las niñas se im ponía el praeno­ men (§43) con la debida solem nidad. Se ofrecía un sa­ crificio y se realizaba una cerem onia de purificación , que daba al día su nom bre, dies lustricus, aunque tam-

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bién se denom inaba dies nominum y nominalia. Parece que estas cerem onias eran privadas, esto es, no se puede dem ostrar que en este m om ento el niño fuera llevado a un tem plo, com o lo era entre los judíos, y no había nin­ gún registro del nom bre en una lista oficial. El registro del nacim iento, que m uch os de nuestros propios países han tardado en poner en vigor, fue exigido por prim era vez en tiem pos de M arco Aurelio, cuando se ordenó que el padre debía registrar la fecha de nacim ien­ to y el nom bre de su hijo en el plazo de treinta días, en Rom a ante el praefectus aerarii, en las provincias ante los tabularii publici1. En el caso del niño el registro del n om ­ bre en la lista de ciudadanos puede que se produjera en el m om ento en que vestía la toga viril (§§125-127). §98. Sin embargo, el dies lustricus era un m om ento de. alegría y felicitaciones entre fam iliares y am igos, y éstos, junto con los esclavos dom ésticos, se presentaban ante el niño con pequeños juguetes m etálicos o adornos en for­ m a de flores, espadas y hachas en m iniatura, diferentes herram ientas y especialmente figuras con form a de m e­ dia luna (lunulae), etc. Estos objetos, llam ados en con­ junto crepundia, eran ensartados todos ju n tos y llevados alrededor del cuello o sobre el pecho. Esa cuerda de cre­ pundia se m uestra en la figura de la página siguiente. Al prin cip io se usaban com o juguetes p ara tener al niño entretenido; de ahí el nom bre «sonajeros», de crepo («reso n ar»). A dem ás protegían contra la b ru jería o el m al de ojo (fascinatio); esto era cierto sobre todo para las lunulae. Tam bién podían servir com o m edio de iden­ tificación en el caso de un niño perdido o robado, y por este m otivo Terencio los llam aba monumenta2. Ésas eran 1. Encargados del registro público.

las baratijas dejadas en ocasiones con un niño «expues­ to» (§95); su valor dependía, p or descontado, del m ate­ rial con el que estuvieran confeccionados. §99. La bulla3. Pero de mayor significación que éstos era la bulla, que colgaba el padre al cuello de su hijo este día, si no lo había hecho en el m om ento de la susceptio (§95). N orm alm ente consistía en dos piezas cóncavas de oro, sem ejantes a la caja de un reloj, unidas m ediante un ancho resorte del m ism o m etal, y contenía un amuleto com o protección contra la fascinatio (§98). Se colgaba al cuello con u n a cadena o cuerda y se llevaba sobre el pe­ cho. O riginariam ente la bulla procedía de Etruria. D urante m ucho tiem po sólo los hijos de los patricios tenían p erm itid o llevar bullae de oro; los plebeyos se conform aban con im itaciones de piel que colgaban de una correa. C on el p aso del tiem po dejó de observarse esta distinción, igual que hem os visto que tales diferen2. Recordatorios. 3. «Bolita».

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cías desaparecieron en el uso de los nom bres y las cere­ m on ias m atrim on iales, y en tiem p o de C icerón cu al­ quier hijo de un ciudadano libre p od ía llevar la bulla a u ­ rea. La elección del m aterial dependía de la riqueza y generosidad del padre m ás que de su posición social. Las niñas llevaban su bulla hasta la víspera de su boda; en ese día la abandonaba jun to con otros objetos infantiles, com o hem os visto (§76). El niño la llevaba h asta que vestía la toga viril (§127), cuando se dedicaba a los Lares de la casa y se guardaba cuidadosam ente. Si el niño se convertía en un general de éxito y alcanzaba el codiciado honor de un triunfo, siem pre llevaba su bulla en la p ro ­ cesión triunfal com o protección contra la envidia. §100. N o d rizas. La m adre era la n od riza del niño (§90), no sólo en los días de la República sino tam bién durante el Im perio; los rom an os prestaban atención a las enseñanzas de la naturaleza a este respecto durante m ás tiem po que ningún otro pueblo civilizado del m un ­ do antiguo. Por supuesto, no siem pre era posible enton­ ces, com o no lo es siem pre ahora, que una m adre am a­ m antara a sus hijos, y en ese caso su lugar era ocupado por una esclava (nutrix), a quien parece que se la llam a­ ba m ater por afecto. En el cuidado diario de los niños, la m adre era ayudada, p ero sólo ayudada, p o r esclavas. B ajo la supervisión de la m adre, un a esclava lavaba y vestía al niño, le contaba cuentos, le cantaba nanas y lo m ecía p ara dorm irlo en brazos o en una cuna. El lugar del m oderno carro de niño era ocupado p or una litera (lectica); se ha conservado una figura de terracota que representa a un niño transportado en una litera así por dos hom bres. §101. D espués de las Guerras Púnicas (§6), se hizo costum bre entre los ricos elegir p ara el cuidado del niño

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a un esclavo griego para que aprendiera la lengua griega tan bien com o la suya propia. En la literatura latina hay m uchos p asajes que dan testim onio del afecto m utuo sentido por el niño y su nodriza, afecto que se prolon ga­ b a hasta la edad adulta. Era habitual que la m ujer recién casada se llevara a su nueva casa como consejera y confi­ dente a la nodriza que la había cuidado en su infancia. La fidelidad p or parte de esos esclavos tam bién solía ser recom pensada con la m anum isión. §102. Juguetes. Se sabe com parativam ente poco so ­ bre los juguetes, m ascotas o juegos de los niños rom a­ nos, porque, com o se ha dicho (§93), la vida dom éstica no era un tem a del gusto de los autores antiguos y no se escribieron libros especialm ente p ara los jóvenes. Con todo, hay referencias aisladas en literatura p o r las que podem os saber algo, y se sabe m ás a partir de las fuentes m onum entales (§12). Estas evidencias m uestran que los juguetes eran num erosos y de m uchas clases. Ya se han m encionado las crepundia (§98); parece que estos obje­ tos y utensilios en m iniatura fueron m uy comunes. También había m uñecas, y algunas han llegado hasta nosotros, aunque no siem pre podem os distinguir entre las estatuillas y los auténticos juguetes. Algunas m uñecas estaban hechas de barro, otras de cera, e incluso se co­ nocían con brazos y piernas articulados. Quintiliano h a­ bla de letras de m arfil, para ser utilizadas por los niños com o lo son ahora las piezas con letras. Las carretillas y cochecitos eran com unes. H oracio habla de ratoncitos que tiraban de juguetes de este tipo, de juegos de cons­ trucción y de carreras sobre caballos de madera. H ay m uch as ilustracion es y descripciones de niños haciendo girar peonzas con golpes de látigo, com o en Europa hoy en día. También los aros eran de su s jugue-

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tes preferidos; se dirigían con un bastón y tenían piezas de m etal ajustadas a ellos p ara avisar a la gente de que se acercaban. Los niños cam inaban sobre zancos y jugaban con pelotas, pero, com o los hom bres disfrutaban igual­ m ente de este deporte, su explicación puede aplazarse h asta que lleguem os al tem a de las diversiones (§318). §103. M ascotas y ju egos. Las m ascotas eran incluso m ás h abituales entonces que ahora, y entonces com o ahora el perro era con diferencia el prim ero en los gus­ tos de los niños. En el siglo i d.C. com enzó a conocerse el gato dom éstico y los pájaros eran m uy habituales. Así, adem ás de las palom as y pajaritos que son fam iliares en­ tre n o so tro s, se h ab la de p atos, cuervos y codorn ices com o m ascotas de los niños. Tam bién lo eran los gan­ sos, p or extraño que nos pueda parecer, y hay una esta­ tua de un niño luchando con un ganso tan grande com o él. Se conocían los m on os, pero no pod ían haber sido frecuentes. Ya se han m encionado los ratones. Los niños practica­ ban juegos de m uchos tipos, pero sólo pod em os hacer conjeturas sobre cóm o eran la m ayoría de ellos, ya que apenas tenem os descripcion es form ales. H ab ía ju egos equivalentes a nuestro par-im par, la gallinita ciega, el es­ condite, las piedrecitas4 (§320) y el colum pio. Se usaban guijarros y nueces en juegos sem ejantes a nuestras cani­ cas, y había ju ego s de tablero. A éstos hay que añadir, para los niños, m ontar a caballo, la natación y la lucha, aunque estas actividades se tom aban dem asiado en se­ rio, quizá, p ara ser denom inados juegos y pertenecían 4. Con cinco piedrecitas, cuatro se dejan en el suelo; se lanza la otra al aire y, antes de caer, se coge una del suelo y después se recoge la lanza­ da con la m ism a mano. Después se lanzan dos al aire y así hasta reco­ ger a la vez las cinco piedras con una sola mano.

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m ás al entrenam iento de los niños para cum plir con sus obligaciones ciudadanas. §104. E d u cació n en casa. El padre o la m ad re en p e rso n a d irigían la e d u cación de los n iñ os. S e hacía m ás hincapié en el desarrollo m oral que en el intelec­ tual: la ven eración a los d ioses, el respeto a la ley, la obediencia sin rechistar a la autoridad, la sinceridad y la confianza en un o m ism o eran las lecciones m ás im ­ portan tes que un niño debía aprender. Gran parte del a d o ctrin a m ien to p ro c e d ía de la co n stan te relació n del niño con sus padres, elem ento distintivo de la edu­ cación de los rom an os respecto a la de otros pueblos antiguos. Los niños se sentaban a la m esa con sus padres y en épocas antiguas ayudaban a servir las com idas. H asta los siete años tan to n iñ os com o niñas tenían a su m adre com o m aestra. De ella aprendían a hablar correctam en­ te su lengua m aterna, los rudim entos de la lectura y la escritura y las operaciones m atem áticas m ás sencillas que niños tan jóvenes pudieran aprender. §105. A partir de los siete años, el niño p asab a a la tutela de profesores regulares, pero la niña seguía bajo supervisión de su m adre. Su escolarización era necesa­ riam ente corta, porque la joven rom ana se convertía en e sp o sa m u y joven, y m ien tras tan to h ab ía co sa s que aprender que los libros no enseñan. De su m adre apren­ dían a hilar la lana, tejer y coser; incluso Augusto llevaba ropa tejida p or su esposa. Por su m adre tam bién era ini­ ciada en todos los m isterios de la econom ía dom éstica y preparada p ara ocupar su lugar como dueña de su p ro ­ pia casa, para ser un a matrona rom ana, la posición m ás respetada a la que una m ujer pod ía aspirar en el m undo antiguo (§§90-91).

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§106. El niño, excepto durante las horas de escuela, acom pañaba siem pre a su padre. Si su padre era granje­ ro, com o lo eran todos los rom anos en los tiem pos m ás antiguos, el niño le ayudaba en los cam pos y aprendía a arar, sem brar y recoger la cosecha. Si su padre era un hom bre de elevada posición y vivía en la capital, el niño se situaba a su lado en el atrio cuando recibía a sus invi­ tados, aprendía a conocer sus caras, nom bres y rango y adquiría un conocim iento práctico de la política y los asuntos de Estado. Si su padre era senador, el niño (sólo en los prim eros tiem pos de la República) lo acom pañ a­ b a al Senado p ara escuchar los debates y a los grandes oradores del tiem po; el niño siempre pod ía ir con su p a ­ dre al Foro cuando éste era abogado o estaba im plicado en un juicio público. §107. D espués, com o cualquier rom an o varón era criado para ser un soldado, el padre entrenaba a su hijo en el uso de las arm as y en los distintos ejercicios m ilita­ res, así com o en los deportes propios de hom bres: m o n ­ tar a caballo, nadar, luchar y boxear. En estos ejercicios se tenía en cuenta la fuerza y la agilidad, m ás que la gra­ cia en los m ovim ientos o el desarrollo sim étrico de la form ación en el que los griegos pusieron tanto énfasis. En las grandes ocasiones, cuando se abrían las alace­ nas del atrio y se exponían los bustos en cera de los an­ tepasados (§200), el niño y la niña de noble cuna siem ­ pre estaban presentes y aprendían la historia de la gran fam ilia de la que form aban parte, y con ella la historia de Roma. §108. Escuelas. La verdadera educación que un p a ­ dre daba a su hijo dependía de su p rop ia educación y con suerte estaría som etida a todo tipo de interrupcio­ nes a causa de sus obligaciones públicas o los negocios

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privados. Estas dificultades se apreciaban en época muy antigua, y el pater fam ilias que casualm ente tuviera entre sus esclavos a uno capaz de ofrecerle la necesaria ins­ trucción solía descargar en él las enseñanzas de sus hi­ jos. D ebe recordarse que los esclavos capturados en la guerra eran a m enudo m ás cultos que sus señores rom a­ nos. Sin em bargo, no todas las casas disp on ían de un m aestro competente, y sólo el afortunado dueño de tal esclavo acogía en su casa a horas del día fijas a los hijos de sus am igos y vecinos p ara que recibieran las enseñan­ zas junto con el suyo. §109. A cam bio de este privilegio, p od ía cobrarles una pequeña cantidad para su propio beneficio, com o se nos dice que hizo C atón de hecho, o perm itir que el es­ clavo se quedara com o su peculium (§22, §§162-163) los pequeños regalos que le entregaban sus alum nos en vez de un pago directo. El siguiente paso, dado en tiem pos m uy an tiguos, era elegir p a ra la escuela un lu g ar m ás adecuado que una casa privada, un recinto que fuera central y fácilmente accesible, y recibir com o alum nos a todos los que pudieran pagar la pequeña cantidad que se cobraba. En estas escuelas se adm itía tanto a niños com o a ni­ ñas, pero, p o r la razón aducida en §105, las niñas tenían poco tiem po p ara estudiar algo m ás de lo que sus m a­ dres pudieran enseñarles; las que seguían con sus estu­ dios m ás tiem po solían venir de fam ilias que preferían educar a sus hijas en la privacidad de sus propias casas y se lo podían perm itir. Las excepciones a esta regla eran tan escasas que a partir de este punto podem os conside­ rar solam ente la educación de los niños. §110. M aterias enseñadas en las escuelas elem enta­ les. En las escuelas elementales las únicas m aterias que

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se enseñaban eran la lectura, la escritura y la aritm ética. En la prim era, se hacia especial hincapié en la pron un ­ ciación; los sonidos eran bastante sencillos, pero la can­ tidad era difícil de dom inar. Prim ero el m aestro p ro ­ n unciaba sílaba a sílaba, después palabras separad as y finalm ente la frase entera; los alu m n os pron u n ciaban después en voz alta y clara. En la enseñanza de la escritura se utilizaban tablillas de cera, casi iguales a las pizarras de com ienzos del si­ glo XX. Prim ero el m aestro m arcaba con el stilus5 un tra­ zo de las letras que hacían de m odelo, después guiaba la m ano del alum no con la suya hasta que el niño aprendía a escribir las letras solo. Cuando se alcanzaba un a cierta destreza, el niño aprendía a utilizar el cálam o de junco y escribir con tinta sobre un papiro. Para las prácticas se aprovechaban los reversos de h o ­ jas que ya se habían utilizado para propósitos m ás im ­ portantes. Si hubo libros en estas escuelas, los alum nos deben haberlos elaborado ellos m ism os al dictado de su m aestro. §111. En aritm ética se hacía énfasis en el cálculo mental, pero el niño aprendía a utilizar sus dedos de una form a m uy elaborada que hoy no se entiende al detalle. Las sum as mayores eran calculadas con la ayuda de la ta ­ bla de cuentas (abacus). A dem ás de todo esto, se prestaba m ucha atención al entrenam iento de la m em oria, y a cada alum no se le h a­ cía aprender de m em oria todo tipo de expresiones sa ­ bias y sentenciosas, especialmente de la Ley de las Doce Tablas. Éstas acabaron p or volverse un expediente repe­ tido en las escuelas, e incluso cuando el lenguaje en que 5. Punzón.

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fueron escritas se había quedado obsoleto, los alum nos seguían aprendiéndolas y recitándolas de m em oria. C i­ cerón las aprendió en su infancia, pero en el curso de su vida fueron abandonadas en las escuelas. §112. E scu elas de gram ática. Entre los resultados del contacto con otros pueblos que siguió a las G uerras Púnicas (§6) está la extensión de la educación en Rom a m ás allá de m aterias elementales y estrictam ente utilita­ rias. La lengua griega com enzó a ser aprendida de for­ m a general (§101) y en cierto grado se ad optaron las ideas griegas sobre educación. Se crearon escuelas en las que la tarea central era el estudio de los poetas grie­ gos; podem os llam ar a estas escuelas «escuelas de gra­ m ática», porque el principal estudio perseguido en ellas era denom in ado gram m atica (térm ino que englobaba no sólo la gram ática propiam ente dicha, sino tam bién la literatura y la crítica literaria, esta últim a en un as­ pecto b á sico ). El m aestro de esa escuela era llam ad o gram m aticus. Con m ucho, H om ero era el libro de texto universal, y los estudian tes no sólo aprendían la lengua, sin o que tam bién recibían instrucción en m aterias de geografía, m itología, antigüedades, historia y ética sugeridos por los frag m en to s de texto que leían. L a am p litu d del aprendizaje y su valoración dependían en buena m anera del m aestro, com o sucede hoy, pero con suerte eran frag­ mentarios e inconexos. N o había ningún estudio sistemá­ tico de ninguna de esas m aterias, ni siquiera de la histo­ ria, a pesar de su interés y valor práctico para un pueblo que aspiraba a dom in ar el m undo com o los rom anos. §113. Enseguida la lengua latina llegó a ser m ateria de un estudio similar, al principio en escuelas separadas. La carencia de una poesía latina para trabajar sobre ella

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(los textos en p rosa todavía no se utilizaban com o libro de texto) llevó en el siglo m a.C. a un esclavo griego, Li­ vio Andrónico, a traducir la Odisea de H om ero al latín en versos satu rn io s. D e esta traducció n , to sca com o m uestran los fragm entos conservados, data el comienzo de la literatura latina. H asta que esta literatura no fue cultivada p or poetas com o Terencio, Virgilio y Horacio, los rudos saturnios de Livio Andrónico no desaparecie­ ron de las escuelas. §114. En las escuelas de gram ática, am bas de griego y de latín, parece que se concedió gran im portancia a la elocución, hecho com prensible cu an do con sid eram os la im portan cia de la oratoria durante la R epública. El profesor hacía que los alum nos pronunciaran después de él prim ero las palabras, después las frases y finalm en­ te fragm entos completos. Los elementos de la retórica se enseñaban en algunas de estas escuelas, pero la in strucción técnica sobre la m ateria no se dio hasta el establecimiento, a com ienzos del siglo i a.C., de escuelas de retórica especializadas. En las escuelas de gram ática tam bién se enseñaba m úsica y geom etría, y éstas com pletaban la educación habitual de los niños. §115. Escuelas de retórica. Las escuelas de retórica se organizaron siguiendo líneas griegas y eran dirigidas por profesores griegos. N o form aban parte del sistem a educativo regular, sino que se correspondían m ás con nuestros institutos, al ser frecuentados p or personas que habían superado la infancia cuando sólo las clases supe­ riores podían perm itirse estudiar. En estas escuelas co­ m enzaba el estudio de los autores en prosa, y se p od ía estudiar filosofía, pero el trabajo principal se dedicaba a la práctica de la com posición.

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Ésta com enzaba p o r su form a m ás sim ple, la n arra­ ción (narratio), y seguía paso a paso hasta alcanzar la vi­ sión final, la práctica de la declam ación pública (decla­ matio ). Una form a interm edia era la suasoria, en la que un estudiante adoptaba el papel de algún personaje his­ tórico fam o so en el trance de tom ar un a d ecisió n y discutía los posibles cam inos de la acción. Otro ejercicio típico consistía en redactar un discurso para ponerlo en boca de un personaje fam oso en la leyenda o la historia. La efectividad que p o d ían alcanzar estos d iscu rsos se aprecia en los discursos insertados en las historias p or Salustio, Livio y Tácito. §116. Viajes. En el caso de personas de las fam ilias m ás ilustres y ricas, o de aquellos cuyo talento ya desde la m ás tierna infancia prom etía un futuro brillante, la enseñanza en las escuelas siem pre era com plem entada con períodos de viajes o residencias en el extranjero. Los lugares m ás visitados eran Grecia, Rodas y A sia Menor, ya fuera porque el joven rom ano sentía interés p o r las escenas de grandes acontecim ientos históricos y p or sus ricas colecciones de obras literarias y artísticas, o sólo para disfrutar de los encantos naturales y el esplendor de las lujosas y brillantes capitales orientales. Para estudios serios Atenas ofrecía los mayores atrac­ tivos, y casi p odría considerarse la universidad p ara los rom anos. Sin em bargo, debe recordarse que el rom ano que estudiaba en Atenas estaba m uy fam iliarizado con el griego y por ese m otivo estaba m ucho m ejor preparado para sacar provecho de las lecturas que oía que u n am e­ ricano m edio que estudie en Europa. §117. A diestram ien to profesional. Para la in struc­ ción en ciertas m aterias, cuyo conocim iento era esencial para una vida pública con éxito, el sistem a educativo ro­

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m ano no hizo ninguna previsión. Esas m aterias eran la ju risp ru d en c ia , la ad m in istració n , la d ip lo m a cia y la guerra. Por eso, era costum bre entre los jóvenes ciu­ dadanos acom pañar durante un tiem po a un hom bre de m ás edad , d estacad o en esos asp ectos o en algun o de ellos, p ara tener la oportun idad de observarlo y ad ­ q u irir experien cia p ráctica en el d esem p eñ o de unas obligaciones que tarde o tem prano recaerían sobre él. Así, Cicerón aprendió sobre ley rom ana con Quinto M ucio Escévola, el ju rista m ás eminente de su tiem po, y años después el joven M arco Celio Rufo hizo igualm ente de «aprendiz» voluntario (tirocinium fori) junto a Cice­ rón. Este arreglo no sólo era ventajoso p ara los jóvenes, sino que se consideraba m uy honroso p ara aquéllos bajo cuya dirección estudiaban. §118. D el m ism o m o d o los gobern adores de p ro ­ vincias y generales eran ayudados en el cam po p o r un grupo de jóvenes voluntarios (cohors), a los que habían invitado a acom pañarles a expensas del Estado p o r razo­ nes políticas o personales. Estos tirones de esta form a se fam iliarizaron con el as­ pecto práctico de la adm inistración y la guerra (tiroci­ nium militiae), m ientras al m ism o tiem po se libraban de m uchos peligros y de la dureza que sufrían otros m enos afortunados que tenían que ascender siguiendo el esca­ lafón. Era este grupo de jóvenes inexpertos los que se es­ condieron en sus tiendas o pidieron perm iso p ara m ar­ charse cu an do C ésar ib a a enfrentarse con A riovisto (César, Guerra de ¡as G alias 1, 39), aunque algunos de ellos sin d u d a llegarían a ser valerosos soldados o sabios com andantes después. §119. M atizacion es sobre las escuelas. D espués de considerar las posibilidades en la educación e in stru c­

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ción al alcance de u n os pocos m ás favorecidos, p o d e­ m os ahora volver a la escuela elem ental y la gram ática p a ra ten er u n a id ea de la au tén tica v id a esco lar del niño rom an o m edio en R om a y en los dem ás lugares (§462). A unque no eran escuelas «públicas» en nuestro sentido de la palabra, esto es, aunque no estaban finan­ ciadas o sup ervisad as p o r el Estado y la asistencia no era obligatoria, sin em bargo es cierto que al m en os los elem entos básico s de la educación estaban en general m ás extendidos entre los rom an os que entre cualquier otro pueblo del m un do antiguo. Las escuelas eran es­ p ecialm en te d e m o crátic as en este asp ecto, estab an abiertas a todas las clases, el pago era reducido p or no decir nom in al y, en cuanto a la disciplina y el trato h a­ cia los alu m n os, no se hacía ninguna distinción entre los niños de las fam ilias m ás hum ildes y los de las m ás señoriales. §120. La escuela solía estar situada en una pergula, una galería adosada a un edificio público, o en u n a habi­ tación abierta com o una tienda, con techo p ara prote­ gerlos de la lluvia o el sol, pero abierta a los lados y pro­ v ista solam en te de b an co s b asto s sin resp ald o . Los niños, pues, estaban expuestos a todas las distracciones de la ajetreada vida de la ciudad que los rodeaba y, por su parte, la gente que vivía cerca tam bién sufría las m o­ lestias de los ruidosos recitados en voz alta (§110) o los aún m ás ruidosos castigos infligidos. §121. El m aestro. El m aestro origin ariam ente era un esclavo, a m enudo un liberto. En sí m ism a la p osi­ ción no era honorable, pero p od ía llegar a serlo gracias al carácter del m aestro. Aunque los alum nos tem ían al m aestro, no parece que sintieran dem asiado respeto ha­ cia él. El p ago que recibía era un a m iseria, desde tres dó-

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lares al año p o r cada alum no p ara el m aestro de la es­ cuela elem ental (litterator, m agister litterarum ), h asta cinco o seis veces m ás p ara el gram m aticus (§112). Ade­ m ás del pago, se esperaba que los alum nos llevaran al m aestro de vez en cuan do algunos regalos, quizá un a costum bre conservada desde la época en que estos p e ­ queños regalos eran la única rem uneración que recibía (§109). Sin em bargo, el sueldo depen día de la cualificación del m aestro. A lgunos cuya reputación estaba establecida y cuyas escuelas estaban «de m oda» no cobraban nada, pero d ejab an la can tid ad p ara p agar (honorarium ) al arbitrio de la generosidad de sus patronos. N o había tí­ tu lo s p a ra los m aestro s n i requ isitos educativos p a ra ejercer la profesión . C u alq u iera que lo eligiera p o d ía m ontar una clase y buscarse los alum nos, igual que hizo Stephen D o u glas en W inchester, Illinois, don de entró cam in an do en 1833 y ab rió un a escuela d uran te tres m eses a tres dólares p o r alumno. §122. D ías de clase y de vacaciones. La clase em pe­ zaba antes del amanecer, com o cualquier otra actividad en Rom a, a causa del calor al m ediodía (§302). Los n i­ ños llevaban velas p ara estudiar hasta que se hiciera de día y el techo enseguida se ennegrecía con la suciedad y el h um o. La sesió n d u rab a h asta el m o m en to del al­ m uerzo a m ediodía y la siesta (§302). La escuela se reto­ m aba por la tarde. N o sabem os con seguridad que h u ­ biera ninguna duración fija para el año escolar. Sabem os que solía com enzar el 24 de m arzo y que había m uchas vacaciones, sobre todo las Saturnales en diciembre y las Q uincuatria (19-23 de m arzo). Los grandes festivales religiosos, especialmente los ce­ lebrados con juegos, eran observados p or las escuelas, y

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aparentemente los días de m ercado (nundinae) tam bién eran vacaciones. Antes se suponía que no había escuela desde el final de junio hasta el prim ero de noviem bre, pero esta visión se basab a en un a interpretación inco­ rrecta de ciertos pasajes de H oracio y Marcial. E n cual­ quier caso, es seguro que los hijos de padres ricos esta­ rían fuera de R om a durante la estación cálida, y esto al m enos interrum pía la asistencia a algunas escuelas y ha­ cía que cerraran todas las demás. §123. El paedagogus. El niño de buena fam ilia era siempre atendido p or un esclavo de confianza (paedago­ gus), que lo acom pañaba a la escuela, perm anecía con él durante las clases y lo devolvía sano y salvo a casa al ter­ m inar la escuela. Si el niño tenía padres ricos, p o d ía ha­ ber adem ás un o o m ás esclavos (pedisequi) p ara llevar sus tablillas y la cartera. El pedagogo solía ser u n hom ­ bre de cierta edad, elegido por su buen carácter; se espe­ raba que protegiera al niño de todo daño, tanto m oral com o físico. N o era un m aestro, a pesar del significado de la pala­ bra «pedagogo», excepto que, después de que el aprendi­ zaje del griego se hizo general, se solía elegir a un esclavo griego para el puesto, de m anera para que el niño no ol­ vidara el griego aprendido de su nodriza (§101). El ám ­ bito de las obligaciones del pedagogo se aprecia con cla­ rid ad p o r las p a la b ra s latin as utilizad as a veces en sustitución de «pedagogo»: comes, custos, monitor y rec­ tor6. El niño se dirigía a él com o dominus y parece que tenía el derecho a exigir obediencia con castigos leves. Cuando el joven vestía la toga viril sus obligaciones ter­ m inaban, pero a m enudo entre el joven y su pedagogo 6. «Acompañante, vigilante, consejero, guía.»

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pervivía el m ism o cálido afecto que entre un a m ujer y su nodriza (§101). §124. D isciplin a. La disciplina era profundam ente rom ana en su severidad, a juzgar p or las terribles refe­ rencias de Juvenal y M arcial al palo y la férula utilizada en las escuelas. H oracio le ha dado a su m aestro Orbilio una fam a im m ortal con el adjetivo p lagosus1. Por N ep o­ te sab em os que entonces, com o ahora, los m aestros a veces apelaban a la em ulación n atural entre los niños bien criados, y sabem os que tam bién se ofrecían p re­ m ios. Q uizá pensem os que la férula estaba bien m ereci­ da, cuando leem os la travesura de un colegial inm ortali­ zada p o r Persio. El pasaje (3, 44-46) merece ser citado completo: Saepe oculos, memini, tangebam parvus olivo, grandia si nollem morituri verba Catonis discere et insano multum laudanda magistro5. §125. Fin de la infancia. N o había un a cerem onia especial para m arcar el paso a la edad adulta en las m u ­ jeres, pero p ara el niño la obtención de su m ayoría de edad estaba señalada por el abandono de la toga pretex­ ta con el borde p ú rp u ra y la investidura de la toga viril totalm ente blanca. N o había una edad fija que se corres­ pondiera a nuestros dieciocho años en la que el puer se hiciera adulescens; dependía del desarrollo físico y m oral del niño, de la voluntad o el capricho de su pater fa m i­ lias, incluso de la época en que viviera. 7, «Aficionado a los golpes.» 8. A menudo, recuerdo, de pequeño me tocaba los ojos con aceite de oliva, si no quería aprender las palabras grandiosas de Catón, que iba a morir, y para ser m uy alabado por m i desequilibrado maestro.

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Sin em bargo, se puede afirm ar en general que la toga viril se vestía entre los catorce y los diecisiete años, al co­ rresponderse la últim a edad con el m om ento m ás tem ­ prano en que la ciudadanía com portaba m ás respon sa­ bilidad que en el Im perio y exigía en consecuencia una mayor m adurez. §126. En la ép oca clásica p o d em o s situar la edad requerida en los dieciséis años, y, si añadim os a ello el ti­ rocinium (§ 117), que seguía a la entrega de la pren da sím bolo de la virilidad, tendrem os los diecisiete años, después de lo cual el ciudadano era apto en tiem pos an­ tigu os p a ra d esem peñ ar sus obligacion es m ilitares. El día aún estaba m enos fijado con precisión. Esperaríam os que fuera el cum pleaños al com enzar el año decim oséptim o, aunque parece haber sido la cos­ tum bre m ás habitual, pero en ningún caso invariable, elegir p a ra la cerem onia el banquete dedicado a Líber m ás próxim o al decim oséptim o cumpleaños. Este ban­ quete se celebraba el 17 de m arzo y se denom inaba Libe­ ral ia. N o p o d ía elegirse un día m ás adecuado p a ra suge­ rir la entrada del niño en la vida m ás libre de la edad adulta. §127. Las Liberalia. Las fiestas del gran día com en­ zaban tem prano p or la m añana, cuando el niño dejaba ante los Lares de su casa la bulla (§99) y la toga praetexta (§125), llam adas conjuntam ente insignia pueritiae. Se ofrecía un sacrificio y la bulla quedaba colgada p ara no ser cogida ni llevada de nuevo excepto en alguna oca­ sión en que el hom bre que la había portado de n iñ o es­ tuviera en peligro de sufrir la envidia de hom bres o de dioses (§99). El niño entonces se p on ía la tunica recta (§76), que te­ nía una o dos bandas púrpuras si era hijo de un senador

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o un caballero (§238); sobre ésta se envolvía con cui­ dado la toga virilis. Ésta, en contraste con la prenda m ás v isto sa de la in fan cia, tam bién era d e n o m in ad a toga p u ra y, en referen cia a la lib ertad de la ed ad ad u lta, toga libera. §128. E n ton ces co m en zab a la p ro cesió n h acia el Foro. El padre h abía reunido a sus esclavos, libertos y clientes (§§177-180), lo había com unicado a parientes y am igos y había puesto en funcionam iento toda su in­ fluencia personal y política para que el séquito de su hijo fuera lo m ás num eroso e im ponente posible. Si la cere­ m onia se celebraba en las Liberalia, con to d a seguridad el Foro estaría abarrotado con procesiones parecidas de alegres am igos. A quí se daban las felicitaciones form ales y el nom bre de un nuevo ciudadano se añadía a la lista oficial. Se presentaba una ofrenda en el tem plo de Líber sobre la colina del Capitolio y el día term inaba con un banquete en casa de su padre.

Referencias: Marquardt, 80-134; Blümner, 299-340; Becker-Göll, II, 65114; Friedländer, I, 156-161, III, capítulo III, 216-281; Smith, en ludus litterarius; Harper’s, en education, 571-573; Baumeis­ ter, 237, 1588-1591; Schreiber, láminas LXXX, LXXXII, LXXXIX y XC; Sandys, Companion, 228-236; Daremberg-Saglio, en educatio; Walters, en education, ludus; Pauly-Wissowa, en Schulen; Fowler, Social Life, 168-203; McDaniel, 60-80; Showerman, 89, 111, 194-202; Gruynn; Arthur M. Gates, «Greek and Roman Pets», en The South Atlantic Quarterly, 30, 405419 (octubre, 1931).

5. Dependientes. Esclavos y clientes. Hospites

§129. Increm ento de la esclavitud. Por lo que p od e­ m os saber de la historia y la leyenda, la esclavitud fue siem pre conocida en Rom a. Sin embargo, en los prim e­ ros días de la R epública los esclavos se utilizaban sólo en las granjas. El hecho de que casi todos los rom anos fue­ ran granjeros y que sus trabajadores libres fueran llam a­ dos continuam ente de los cam pos para com batir en las batallas en defensa de su país condujo a un gradual in­ crem ento en el núm ero de esclavos, h asta que fueron m uch o m ás n u m ero so s que lo s trab ajad o res libres a sueldo. N o podem os decir cuándo se generalizó la cos­ tum bre de utilizar esclavos en el servicio dom éstico y en actividades industriales, pero fue uno de los peores m a­ les derivados de las conquistas rom anas en el exterior. En el últim o siglo de la República, no sólo casi todo el tra b ajo m an u al y las actividades com erciales sino tam bién lo que ahora llam am os «profesiones liberales» estaban en m an os de esclavos y libertos. El sueldo y las condiciones de vida del trabajador libre venían determ i­ nados por la necesidad de com petir con la m ano de obra 97

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servil. Adem ás cualquier ocupación en la que participa­ ban los esclavos era m enospreciada a ojos de los h om ­ bres libres, hasta el punto de que cualquier trabajo m a­ nual era considerado deshonroso. Las pequeñas granjas fueron cada vez m ás absorbidas por los grandes latifundios de los ricos; el vigoroso cam ­ pesinado nativo en R om a se vio reducido p or las cons­ tantes guerras y fue sustituido por población extranjera con el consiguiente incremento de la esclavitud y la fre­ cuencia de las m anum isiones (§175). Para la época de Augusto casi todos los ciudadanos nacidos libres que no eran soldados o bien eran tratantes de esclavos o form a­ ban el ocioso proletariado de las ciudades, y las clases plebeyas estaban am pliam ente constituidas p o r hom bres de origen extranjero y no italiano. §130. A dem ás de lo ruinosos que fueron los resulta­ dos económ icos de la esclavitud, los efectos m orales no resultaron m enos destructivos. A la esclavitud m ás que a ningún otro factor se debe el cam bio en el carácter de los rom anos durante el prim er siglo del Imperio. C on los esclavos llen an do sus casas, satisfacien d o su am o r al lujo, com placiendo sus apetitos, dirigiendo sus distrac­ ciones, m an ejan d o sus negocios e incluso educan do a sus hijos, no es extraño que decayeran y desaparecieran las antiguas virtudes de los rom anos: la sencillez, la fru­ galidad o la tem planza. Y con el paso de la virilidad ro­ m ana a la m olicie oriental com enzó la decadencia de la influencia de los rom anos sobre el m undo civilizado. §131. N úm ero de esclavos. Casi no tenem os ningún testim onio para contabilizar los esclavos en Italia, ni si­ quiera para establecer un a p roporción de los hom bres libres y los esclavos. Sin em bargo, tenem os datos in di­ rectos suficientes p ara hacer buenas las afirm aciones de

5. DEPENDIENTES. ESCLAVOS Y CLIENTES. HOSPITES

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los párrafos precedentes. Que los esclavos eran escasos en tiem pos antiguos se m uestra por sus nom bres (§59); si hubiera sido habitual que un señor tuviera m ás de un esclavo, n om bres com o M arcipor y Olipor no habrían sido suficientes p ara distinguirlos. U na idea del rápido aum ento en el núm ero de escla­ vos después de las Guerras Púnicas puede extraerse del núm ero de prisioneros vendidos como esclavos p o r los generales victoriosos. Se dice que Escipión Em iliano se deshizo así de unos 60.000 cartagineses, M ario de unos 140.000 cim brios, Em ilio Paulo de un os 150.000 grie­ gos, y Pom peyo y César juntos de más de un m illón de asiáticos y galos. §132. Las frecuentes insurrecciones de esclavos, por m ás que nunca tuvieran éxito, tam bién son un testim o­ nio de su enorm e núm ero. De las dos que hubo en Sici­ lia, la prim era duró desde 134 hasta 132, y la segunda, desde 102 hasta 98 a.C., a pesar del hecho de que al fina­ lizar la p rim e ra el cón sul R upilio h abía crucificado a 20 .000, a los que había capturado con vida, co m o un aviso dirigido a los dem ás para que se som etieran en si­ lencio a su servidum bre. Espartaco desafió a los ejércitos rom anos durante dos años, y en la decisiva batalla con­ tra C raso (71 a.C.) dejó 60.000 m uertos sobre el campo. Los discursos de Cicerón contra Catilina dejan a las cla­ ras que el m ayor tem or en R om a era provocado por el llam am iento de los conspiradores a las hordas de escla­ vos en su ayuda. §133. Sobre el núm ero de esclavos bajo el Im perio podem os hacernos una idea a partir de un testim onio m ás directo. H oracio insinúa que diez esclavos eran p o ­ cos para lo que un caballero incluso en circunstancias m uy m oderadas se p o d ía permitir. Él m ism o tenía dos

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en la ciudad y ocho en su pequeña granja de la Sabina, aunque era un hom bre pobre y su padre h abía sido un esclavo. Tácito nos habla de un prefecto de la ciudad que poseía 400 esclavos en su m ansión. Plinio el Viejo dice que un tal Cayo Cecilio Claudio Isodoro dejó a su m uer­ te m ás de 4.000 esclavos en herencia. Ateneo (170-230 d.C.) nos da a entender que los individuos tenían hasta 10.000 o 20.000. El hecho de que los esclavos dom ésticos a veces se dividieran en «grupos de diez» (decuriae) in­ dica lo num erosos que eran. §134. Fuentes de abastecim iento. D urante la R epú­ blica la m ayoría de esclavos traídos a R om a y puestos allí a la venta eran p risio n e ro s de guerra. Ya se h a dad o (§131) una idea de la m agnitud de esta fuente de abaste­ cimiento. Los prisioneros eran vendidos lo antes posible después de ser capturados, para que el general pudiera librarse de los problem as y peligros que sup on ían ali­ m entar y vigilar a un núm ero de hom bres tan grande en un país hostil. La venta era dirigida p or un cuestor; los com pradores era tratantes de esclavos al p or m ayor (§135) que acom ­ pañaban siem pre al ejército, jun to con otros com ercian­ tes y vendedores am bulantes. U na lanza (hasta), que era siem pre la señal de una venta dirigida bajo la supervi­ sión de una autoridad pública, era clavada en el suelo para m arcar el lugar de la venta, y los prisioneros lleva­ ban coronas sobre la cabeza, com o lo hacían las vícti­ m as ofrecidas en sacrificio. De ahí que las expresiones sub h asta venire y sub corona venire1 vin ieran a tener p rácticam en te el m ism o sig n ificad o : «ser ven d id o s com o esclavos». 1. «Llegar bajo la lanza o bajo la corona.»

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§135. Los tratantes al p o r m ayor (m angones) reu­ nían a sus esclavos com prados en almacenes adecuados y, cuando habían recogido un núm ero suficiente, se los llevaban a R om a encadenados o bajo vigilancia p ara re­ venderlos a tratantes locales o a particulares. Los escla­ vos obtenidos de esta m anera solían ser hom bres, y po­ siblem ente gozaban de un estado saludable y de fortaleza física p or la sencilla razón de que habían com ­ batido com o soldados. Por otro lado, solían ser intratables y difíciles de go­ bernar. M uchos preferían incluso el suicidio a la esclavi­ tud. Por supuesto, en ocasiones ocurría que to dos los habitantes de una aldea o de distritos enteros eran ven­ didos com o esclavos sin distinción de edad o sexo. §136. En el Im perio gran núm ero de esclavos llega­ ron a R om a com o artículos de com ercio habitual, y la ciudad se convirtió en uno de los mayores m ercados de esclavos del m undo. Llegaban desde cualquier punto del Im perio: negros desde Egipto, veloces corredores de Nu­ m idia, gram áticos desde Alejandría; los m ejores sirvien­ tes dom ésticos procedían de Cirene, chicos y chicas gua­ pos, escribas bien preparados, contables, am anuenses e incluso m aestros llegaban desde Grecia; pastores exper­ tos provenían de Epiro o Iliria; C apadocia enviaba los trabajadores m ás sufridos y resistentes. §137. Algunos de los esclavos eran cautivos captura­ dos en las pequeñas guerras que Rom a financiaba en de­ fensa de sus fronteras, pero num éricam ente eran insig­ nificantes. O tros habían sido esclavos en los países de donde venían y sim plem ente cam biaban a sus anteriores am os por otros nuevos cuando eran enviados a Roma. Sin embargo, otros eran víctim as de los cazadores de es­ clavos, que se lanzaban como aves de presa contra pue-

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blos débiles e indefensos hace dos m il años, igual que se decía que hacían los cazadores de esclavos en África. E s­ tas cacerías h um an as, aun que quizá no abiertam ente aceptadas, no fueron perseguidas p or los gobernadores rom anos. §138. U na fuente m enos im portante de esclavos era el increm ento natural en la población esclava al trabar hom bres y m ujeres relaciones estables entre ellos, llam a­ das contubernia. Este hecho sólo adquirió cierta im por­ tancia en el Im perio tardío, ya que en tiem pos anterio­ res, especialm ente durante la época de con quista, era m ás barato com prar un esclavo que criarlo. Sin em bar­ go, p ara el propietario individual el increm ento en sus esclavos de esta m anera era un asunto de tanto interés com o el aum ento en sus rebaños y piaras. Esos esclavos serían m ás valiosos en su m adurez, ya que estarían aclim atados y tendrían m enos tendencia a enferm ar, y adem ás habrían sido entrenados desde su juventud en la ejecución de las variadas tareas a las que se les destinaba. También sentirían m ás afecto hacia su casa y la fam ilia de su señor, al ser sus hijos com pañeros de juegos de los del amo. Así pues, era natural que los esclavos nacidos en el seno de una fam ilia gozaran de un a confian za y con sid eración p o r parte de su señ or de las que otros carecían, y eran proverbialm ente efi­ cientes y trabajadores. Eran llam ados vernae m ientras siguieran siendo propiedad de su prim er dueño. §139. V enta de esclavos. Los tratantes de esclavos ofrecían su m ercancía en subastas públicas. Éstas eran supervisad as p o r los ediles, que fijaban el lugar de la venta y m arcaban las reglas y regulaciones que seguirían. Sobre los esclavos im portados se aplicaba un im puesto. Se ofrecían a la venta con los pies blanqueados con tiza;

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los del este tenían sus orejas perforadas, un signo habi­ tual de esclavitud entre los pueblos orientales. Cuando se tenían que pedir ofertas por un esclavo, se le hacía su­ bir sobre una p lataform a o un a piedra para elevarlo y hacerlo visible. Llevaba colgado al cuello un letrero (ti­ tulus) donde se describía su carácter y que servía de ga­ rantía para el com prador. Si el esclavo tenía defectos que no eran com unicados en esta garantía escrita, el vende­ dor estaba obligado a recuperarlo en un plazo de seis m eses o devolver el dinero al comprador. Los principales datos en el titulus eran la edad, la pro­ cedencia del esclavo, la ausencia de defectos tan com u­ nes com o enferm edades crónicas, especialmente la epi­ lepsia, y sus tendencias al robo, la huida y el suicidio. A pesar de la garantía, el com prador se cuidaba de exam i­ nar al esclavo con la m ayor m in uciosidad posible. Por eso el com prador solía desnudarlos, hacer que se m ovie­ ran, m anosearlos con entera libertad e incluso m andar un exam en p o r parte de un médico. Si el vendedor no ofrecía ninguna garantía, en el m om ento de la venta al esclavo le ponían un som brero (pilleus), y el com prador asum ía todos los riesgos. El tratante tam bién podía ofrecer sus esclavos en una venta privada. Éste era el procedim iento seguido con es­ clavos de un valor p oco habitual y especialm ente con aquéllos dotados de un a belleza personal llamativa. Es­ tos esclavos no eran expuestos a las m iradas de la gente, sino que se exhibían sólo ante personas que fueran posi­ bles com pradores. Las ventas privadas y los intercam ­ bios entre ciudadanos sin la intervención de un tratante regular eran tan frecuentes com o las ventas de otras pro­ piedades, y no suponían ningún estigma. Sin embargo, el comercio de los mangones (§135) tenía m ala reputa­

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ción, pero era m uy lucrativo, y a m enudo se am asaron grandes fortunas de esta m anera. Los peores tratantes de todos eran los lenones, que guardaban y vendían m ujeres esclavas sólo con objetivos inm orales. §140. Precios de los esclavos. Los precios de los es­ clavos variaban, igual que los precios de otras com odi­ dades. D ependían m ucho de la época, la oferta y la de­ m anda, las características y aptitudes de un esclavo en particular y los requerim ientos del com prador. Los es­ clavos de guerra apenas alcanzaban su precio nom inal, ya que su venta solía ser en cierta m ed id a fo rzad a (§134), y porque el tratante estaba seguro de que perde­ ría un a buena parte de su venta en el largo viaje hasta R om a, por enferm edad, fatiga y, especialmente, suicidio. H ay una fam osa estatua que representa a un galo deses­ perado m atando a su esposa y después suicidándose. Se cuenta que Lúculo una vez vendió esclavos en su cam pa­ m en to a un p recio m ed io de ochen ta cén tim os cada uno. En R om a los esclavos m asculinos variaban en valor desde 100 dólares pagados p o r trabajadores com unes en época de H oracio hasta los 28.000 p agados p o r M arco Escauro p or un reputado gram m aticus (§112). Los chi­ cos guapos, bien enseñados y educados alcanzaban los 4.000 dólares. También se pagaban precios m uy elevados por chicas guapas y expertas. N os resulta extraño que los esclavos fu eran em parejados p o r su altura y color con tanto cuidado com o se hacía con los caballos, y que un a p areja de m uch ach os bien com p en etrad a tuviera m ucho m ás valor si los vendían ju n to s que p o r sep a­ rado. §141. E sclav o s p ú b lico s y p riv ad o s. L o s esclavos eran llam ados servi publici y servi privati, según fueran

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propiedad del Estado o de un particular. La situación de los prim eros se consideraba m ás deseable: no eran ven­ didos con tanta facilidad, no tenían un trabajo tan duro y no estaban expuestos a los antojos de un dueño capri­ choso. Eran utilizados en el cuidado de edificios públi­ cos y com o sirvientes de m agistrados y sacerdotes. Los cuestores y ediles tenían gran cantidad a su servicio. Al­ gunos servi publici eran seleccionados com o grup os de bom beros p ara ayudar por la noche a los triumviri noc­ turni. O tros eran em pleados com o lictores, carceleros, verdugos, etc. El núm ero de esclavos públicos era gran­ de, pero insignificante com parado con el de los destina­ dos al servicio privado. §142. Esclavos privados. Los esclavos privados eran utilizados p ara el servicio personal de su señor y su fa­ m ilia, o bien eran reservados p ara sacar beneficios. El prim er caso, conocido en general com o fam ilia urbana, se describirá m ás adelante. El segu n d o se pued e clasificar según se reservaran para alquilarlos o p ara utilizarlos en las em presas y ne­ gocios de su amo. En este últim o caso el grupo m ás an­ tiguo (§129) e im portante era el de los trabajadores en granjas (fam ilia rustica). De los otros, ocupados en todo tipo de industria, hay que decir que se consideraba más honorable utilizar a los esclavos en sus propios negocios que alq u ilarlo s p a ra otro. Sin em bargo, los esclavos siempre se podían alquilar para cualquier propósito de­ seado en R om a o en cualquier otra ciudad. §143. T rabajo in dustrial. Se ha de recordar que en tiem pos antiguos la m ayoría del trabajo que hoy se reali­ za con m áquinas se hacía a m ano. En este tipo de traba­ jo se utilizaban ejércitos de esclavos ap tos solam ente para tareas no cualificadas: porteadores para transportar

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m ateriales y m ercancías, estibadores para la carga y des­ carga de barcos, hom bres p ara utilizar palas, picos y p a­ lancas, etc. Eran hom bres de gran fuerza física y poco m ás por lo que m ereciera la pena m antenerlos. Por enci­ m a de éstos venían los artesanos, mecánicos y trabajadores cualificados de todo tipo: herreros, carpinteros, albañiles, canteros, m arineros, etc. Los comerciantes y vendedores necesitaban ayudantes, así com o los m olineros, panade­ ros, los tratantes en lana o piel, los vigilantes de casas de alquiler y posadas y todos los que ayudaban a satisfacer las incontables necesidades de una gran ciudad. In cluso las profesion es liberales, com o las llam aría­ m os nosotros, estaban ampliam ente en m anos de escla­ vos. Eran esclavos los copistas de libros, los artistas que tallaban p iedra o m adera, los que diseñaban m uebles, los que colocaban m osaicos, los que pintaban y decora­ ban las paredes y techos de edificios públicos y privados. También, com o hem os visto (§121), lo eran los m úsicos, acróbatas, actores y gladiadores que divertían al público en los juegos. E igualm ente solían ser esclavos algunos de los m aestros de escuela y los médicos. §144. Los esclavos no sólo realizaban estas variadas funciones bajo la dirección de su dueño o de quien los hubiera alquilado por un tiem po. M uchos de ellos eran m agnates de la industria. Cuando un esclavo dem ostra­ ba habilidad p ara ejecutar una tarea o el conocim iento técnico necesario, su señor solía prestarle el capital nece­ sario para que llevara de form a independiente su propio negocio o la profesión que dom inara. D e esta m anera, los esclavos a m enudo eran capataces de las fincas, di­ rectores de ban co o de em presas com erciales, trabajos que en ocasiones les llevaban fuera del alcance de su se­ ñor, incluso a países extranjeros.

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En ocasiones, se esperaba que el esclavo le p agara a su señor una cantidad fija al año p or los beneficios de su ne­ gocio; a veces se le perm itía que conservara una parte de los beneficios; otras veces tan sólo tenía que devolverle a su dueño la can tidad anticipada con el interés depen­ diendo del tiem po desde que lo recibió. En cualquier caso, sin em bargo, su laboriosidad e inteligencia eran es­ tim uladas con la esperanza de conseguir en el proyecto m edios suficientes p ara com prar su libertad o conseguir que el negocio acabara completamente en sus m anos. §145. La fa m ilia rustica. Dentro del térm ino fam ilia rustica se incluyen los esclavos utilizados en las grandes fincas o latifundios que m ucho antes de term inar la Re­ p ú b lica h ab ían com en zad o a su stitu ir las p equ eñ as granjas de épocas anteriores. El propio nom bre señala este cam bio, al im plicar que la finca ya no era la única casa de su dueño. Se había convertido en un terratenien­ te; vivía en la capital y visitaba su finca sólo ocasional­ m ente por placer o p o r negocios. Así pues, las haciendas se pueden dividir en dos clases: 1. Las casas de cam po para el placer (§448). 2. Las granjas o ranchos para extraer beneficios (§§429447). Las prim eras eran elegidas con gran cuidado, aten­ diendo el com prador a su proxim idad a la ciudad o la concurrencia de otros factores: lo saludable de la zona, la belleza natural que la envolvía... Podían alcanzar lím i­ tes realmente extravagantes. H abía villas y zonas recrea­ tivas, parques, cotos de caza, lagos o estanques artificia­ les con peces, o cualquier otro elemento que favoreciera el lujo al aire libre. Para su m antenim iento se necesita-

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ban gran cantidad de esclavos; m uchos de ellos eran es­ clavos de la m ejor categoría: decoradores de jardines, ex­ pertos en el cultivo de frutos y flores, criadores expertos de pájaros, caza o pesca, a lo que los rom anos eran espe­ cialmente aficionados. Éstos tenían ayudantes y trabaja­ dores de todo tipo a su servicio. Todos los esclavos esta­ ban som etidos a la autoridad de un superintendente o adm in istrador (vilicus), puesto a cargo de la hacienda p o r su dueño. §146. Esclavos de las granjas. Pero el térm ino fa m i­ lia rustica se aplica m ás propiam ente a los esclavos de las gran jas, ya que los esclavos utilizados en las casas de cam po estaban m ás directam ente al servicio person al del dueño y a duras penas eran m antenidos p ara conse­ guir beneficios. L a cosecha del cereal p ara el m ercado había dejado de ser rentable en Italia hacía tiem po; y d i­ ferentes explotaciones habían ocupado su lugar en las granjas. El vino y el aceite se habían convertido en los productos agrícolas m ás im portantes, y las plantaciones de viña y olivo se encontraban en cualquier lugar donde el clim a y otras condiciones fueran favorables. Se criaban ovejas y cerdos en gran cantidad, las p ri­ m eras m ás com o com plem ento y p or los productos de consum o diario que por su carne. El cerdo cocinado de va­ rias form as era el plato de carne preferido de los rom anos. Las ovejas se criaban p or la lana; tanto los ricos com o los p ob res vestían p ren das de lan a. Al no co n ocer la m antequilla, se producían grandes cantidades de queso. Igualm ente im portante era la apicultura, ya que la m iel se utilizaba com o el azúcar hoy en día. A dem ás de estos aspectos que incluso ahora solem os asociar con las granjas, había otros que ahora se consi­ deran negocios distin tos y separados. D e éstos el m ás

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im p ortan te, quizá p o r ser sin duda el m ás trab ajo so , eran las canteras de piedra. También destacaban la fabri­ cación de ladrillos y tejas, la tala de árboles p ara obtener m adera en bruto o la preparación de arena p a ra cons­ trucción. Este últim o elemento era de m ucha m ayor im ­ portancia entonces que ahora, a causa del uso extensivo del cemento en Rom a. §147. En algu n as de estas tareas, igual que sucede ahora, se requería inteligencia y habilidad, pero en m u ­ chas de ellas la cualificación m ás necesaria eran la fuerza física y la resistencia, ya que los esclavos ocupaban el lu ­ gar de m uchas m áquinas actuales. Esto era especialm en­ te cierto p ara los hom bres em pleados en las canteras, que generalmente eran de la clase m ás violenta y difícil de m anejar, y trabajaban encadenados de día y recluidos en cárceles durante la noche. §148. El vilicus. La dirección de tal granja era tam ­ bién con fiada a un vilicus (§145), que era p roverbial­ mente un capataz duro, sencillamente porque sus espe­ ranzas de libertad residían en la cantidad de beneficios que pudiera ingresar en las arcas de su dueño al final del año. N o era un trabajo fácil. Adem ás de supervisar los grupos de esclavos ya m encionados y planificar su tra­ bajo, p od ía tener a su cargo a otro cuerpo de esclavos, m enos num erosos, encargados de satisfacer las necesida­ des de los demás. En las gran d es fincas cualquier elem ento n ecesario para la granja era producido o elaborado en el m ism o lugar, a no ser que las condiciones hicieran rentable una producción altam ente especializada. Se recogía suficien­ te grano p ara la com ida, y este grano era m olido en los m olinos y cocido en los hornos de la granja p or m oline­ ros y panaderos que eran esclavos en la hacienda. Ñor-

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m alm ente el m olino giraba con la fuerza de un caballo o una m ula, pero a m enudo los esclavos tenían que m oler el grano com o castigo. La lana era cardada, hilada y tejida en form a de tela, y esta tela era convertida en ropa p or las esclavas bajo la atenta m irada de la m ujer del vilicus, la vilica. Se cons­ truían los edificios y se preparaban o arreglaban las he­ rram ientas o instrum entos necesarios p ara el trabajo en la granja. E stas tareas requerían un cierto núm ero de carpinteros, herreros y albañiles, aunque no hacía falta que fueran de la clase m ás especializada. La p ied ra de toque de un bu en vilicus era m antener a sus hom bres siem pre ocupados, y se ha de entender que los esclavos sem braban y recogían el cereal, vendim iaban y pisaban las uvas, quizá incluso picaban piedra o talaban m adera, según la época del año y el lugar donde trabajaran. §149. L a fa m ilia u rb an a. El n úm ero de esclavos m antenidos p or un rom ano rico en su casa de la ciudad se m edía no p or sus necesidades, sino p or las exigencias de la m od a o sus posibilidades. En tiem pos antiguos h a­ bía una especie de m ayordom o (atriensis), que liberaba al señor de los trabajos dom ésticos, hacía la com pra, lle­ vaba las cuentas, m antenía ordenada la casa y los m ue­ bles y vigilaba los pocos esclavos que hacían el trabajo en realidad. Pero a finales de la R ep ú b lica to d o esto cam bió. O tros esclavos, el procurator y el dispensator, ali­ viaron al atriensis de la com pra de sum inistros y la vigi­ lancia de las cuentas, y sólo le dejaron la supervisión de la casa y su m obiliario. Las obligaciones de los esclavos a su cargo, del m ism o m odo, se repartieron entre un núm ero de esclavos m a ­ yor que en tiem pos anteriores. C ada parte de la casa te­ nía su grupo de esclavos específicos, a m enudo tan nu-

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m erosos que eran divididos en decurias (§133) con un superintendente separado p ara cada decuria: un a para la cocina, otra p ara los com edores, otra p ara los dorm ito­ rios, etc. §150. La propia puerta de entrada tenía asignada un esclavo especial (ostiarius o ianitor), que estaba a veces encadenado a ella com o si fuera un perro de vigilancia, para m antenerlo literalmente en su puesto. Las obliga­ ciones de los diferentes grupos de nuevo se dividían y subdividían; cada esclavo tenía alguna función que reali­ zar, y sólo una. Los nom bres de los distintos funciona­ rios de la cocina, los com edores y los dorm itorios son dem asiado num erosos de mencionar, pero se puede dar una idea de la com plejidad del servicio a partir del n ú­ m ero de ayudantes que asistían al señor y a la señora en su aseo. El prim ero tenía su ornator, un tonsor y un calceator (que se ocupaba de sus pies); la segunda, su peluquero (ciniflo o cinerarius) y una ornatrix; adem ás de éstos, cada uno tenía no m enos de tres o cuatro para ayudarles con el baño. Tam bién los niños tenían sus propios asis­ tentes; éstos incluían, tanto p ara el chico com o para la chica, a su nutrix, y, en el caso del chico, el paedagogus y el pedisequi (§123). §151. Cuando los señores dejaban la casa, se consi­ deraba necesario un n um eroso séquito. Si ib an cam i­ nando, unos esclavos (anteambulones) iban delante para abrirles el paso, y detrás iban criados y sirvientes, llevan­ do el abrigo, el parasol o el abanico p ara la señora, y dis­ puestos a prestar cualquier pequeño servicio que fuera necesario. El señor solía ir acom pañado fuera de su casa por su nomenclator, que le apuntaba en caso de que hubiera ol-

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vidado el nom bre de cualquiera que le saludara. Si el se­ ñor no iba a pie, era llevado en una litera (lectica), sem e­ jante a un a silla de m anos. Los portadores eran hom bres fuertes, preferentemente sirios o capadocios (§136), to ­ dos cuidad osam en te igualad os en estatu ra y luciendo vistosos ropajes. Com o cada m iem bro de la casa tenía su propia litera y portadores, sólo esta categoría de esclavos supon ía un punto im portante en el presupuesto fam i­ liar. Cuando los señores se m ovían de esta m anera, los seguían los m ism os esclavos personales que cuando iban a pie. Por la noche, al no haber luz en las calles (§233), algunos esclavos debían llevar antorchas p ara ilum inar el cam ino. §152. Cuando el señor cenaba en casa de un amigo, los esclavos lo atendían al m enos hasta la puerta. A lgu­ nos perm anecían a su lado para ocuparse de sus san da­ lias, y otros (adversitores) volvían a la h ora fijada p ara llevarlo de vuelta a casa. Los viajes fuera de la ciudad eran un asunto m ás serio y requerían m ás p o m p a y ostentación. A dem ás de los caballos y m uías que tiraban de los carros de los que via­ jaban, había servidores a caballo y acém ilas cargadas con el equipaje y las provisiones. N um erosos esclavos los se­ guían a pie y ocasionalm ente los rom anos tenían incluso grupos de gladiadores p ara actuar com o escolta o guar­ dia personal. N o hace falta decir que la com itiva h abi­ tual de un viajero rico incluía docenas, quizá veintenas, de esclavos. §153. Entre la fam ilia urbana tam bién se deben con­ tar los que ofrecían diversión y entretenimiento al señor y a sus invitados, especialmente durante y después de los banquetes. H abía m úsicos, lectores y, p ara gente de gus­ tos m enos refinados, bailarines, enanos, bufones e inclu­

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so m onstruos con deform idades físicas. Durante el Im ­ perio los niños pequeños tam bién se utilizaban con el m ism o propósito. §154. Por últim o se pueden m encionar los esclavos de mayor categoría, los asistentes de confianza del señor, los am anuenses que redactaban sus cartas, los secreta­ rios que le llevaban las cuentas y los agentes m ediante los cuales recaudaban sus ingresos, auditaban los infor­ mes de sus capataces y adm inistradores, hacían sus in­ versiones y tram itab an todo tipo de asuntos de nego­ cios. Cuanto m ás lujosa y extravagante fuera la casa, m ás necesidad tendría el señor de estos hom bres cualificados y expertos p ara descargarse de ciertas preocupaciones y para facilitar m ediante su confianza y habilidad el dis­ frute de sus gustos y apetencias. §155. Por supuesto, todo ese personal, tal com o se ha descrito (§154), sólo pertenecía a un hom bre rico y que p resum iera de seguir la m oda. Las person as real­ m ente sen satas sólo tenían los esclavos que se pod ían utilizar con provecho. Ático, el am igo de C icerón, un hom bre con la suficiente riqueza y posición social para desafiar las exigencias de la m oda, sólo m antenía a su servicio vernae (§138), y los tenía tan bien enseñados que h asta el m ás hum ilde sabía leer y escribir p ara él. Por otro lado, Cicerón pensaba que no era bu en o que un esclavo realizara m ás de un tipo de trabajo, y a Cice­ rón no debe considerársele un hom bre rico. §156. E statu s legal de los esclavos. El poder del am o sobre el esclavo, la dominica potestas (§26), era absoluto. El am o p o d ía asignarle al esclavo tareas degradantes y trabajosas, castigarlo incluso hasta la m uerte si quería, venderlo o m atarlo (o abandonarlo en la calle hasta su m uerte) cuando la vejez o la enferm edad lo habían vuel-

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to inútil para desem peñar su trabajo. Los esclavos eran sim plem ente objetos a los ojos de la ley, com o los caba­ llos o los bueyes. Legalmente no podían tener propieda­ des, no podían firm ar contratos, sólo pod ían testificar en un juicio som etidos a tortura y no podían casarse. La persona libre in p atria potestate estaba en una si­ tuación un poco m ejor (§20), pero entre el hijo y el es­ clavo había dos im portantes diferencias. El hijo quedaba liberado de la potestas a la m uerte del p a te r fa m ilia s (§29), pero la m uerte del señor no hacía libre al esclavo. A dem ás, la con dición del hijo m ejorab a con la pietas (§73) y la opinión pública (§§21-22), pero no había pietas p ara el esclavo y la opinión pública sólo actuaba a su favor h asta un cierto grado. Le p erm itía que guardara sus propios ahorros (§162) y daba tam bién una especie de sanción a las uniones perm anentes entre esclavos y esclavas, llam ada contubernia (§138), pero en otros as­ pectos hacía poco en su beneficio. §157. D uran te el Im perio se ap robaron varias leyes que parecían reconocer al esclavo com o u n a p erson a y no co m o un ob jeto ; e stab a p ro h ib id o ven d erlo p a ra convertirlo en un luch ador contra fieras salvajes en el anfiteatro; se disp uso que un señor no p u d iera m atar a su esclavo sólo porque fuera dem asiado viejo o estu ­ viera enferm o p ara trabajar, y que un esclavo «exp ues­ to» (§95) se convirtiera en un hom bre libre p o r el m is­ m o acto; finalm ente, se prohibió al señ or m atar a un esclavo en nin gún caso sin el debido proceso legal. En re alid ad , estas leyes eran frecuen tem en te ig n o ra d a s, igual que lo son nuestras leyes p ara prevenir la cruel­ d ad con los an im ales, y debe decirse que só lo la in ­ fluencia del cristian ism o m ejoró al final la condición de los esclavos.

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§158. El trato a los esclavos. No había nada en el ca­ rácter severo y egoísta del rom ano que nos haga esperar de su parte am abilidad o m isericordia en el trato a sus esclavos. Al m ism o tiem po, era dem asiado inteligente y perspicaz en todas las cuestiones de los negocios com o para olvidar que un esclavo era una propiedad valiosa y correr el p eligro de perd erlo o d añ arlo con u n trato cruel. En general, dependía m ucho del carácter y tem pera­ m ento del dueño particular. El caso de Vedio Polión, en tiem pos de Augusto, que hizo arrojar a un esclavo a un estanque p ara que fuera devorado por los peces p or ha­ ber roto un a copa, se puede contrastar con el de Cice­ rón, cuyas cartas dirigidas a su esclavo Tirón dem ues­ tran un afecto auténtico y la ternura de sus sentim ientos hacia él. Si consideram os la época en la que vivieron los rom anos y dejam os de lado p o r un m om ento el tem a de los castigos, podem os afirm ar que actuaban m ás como capataces que de un a form a gratuitam ente cruel con sus esclavos. §159. En cuanto a la vida diaria del esclavo urbano, sabem os p oco excepto que su trabajo era suave y que suscitaba la envidia del esclavo de la granja. D el trato a este últim o sabem os algo p o r los escritos de C atón el Viejo (234-149 a.C.). Propugnaba que los esclavos debían estar siem pre trabajando excepto durante las horas, bas­ tante pocas en el m ejor de los casos, en que se les perm i­ tía dorm ir, y se tom aba m olestias para encontrar mucho trab ajo que hacer in cluso en las vacaciones p úb licas. A con sejaba a los g ran jero s que vendieran el gan ado poco productivo, las ovejas enferm as, las herram ientas rotas, los esclavos viejos o débiles y «otras co sas inú­ tiles».

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§160. C om id a y vestido. Los esclavos eran alim enta­ dos con com ida poco fina, pero, cuando C atón nos dice que adem ás de la asignación m ensual de grano (unos 28 kilos) sólo podían coger las olivas caídas o, si éstas esca­ seaban, un poco de pescado salado y vinagre, debem os recordar que esta ración se correspondía con la com ida habitual del rom an o pobre. Todo estudiante de C ésar sabe que el grano era la única ración de los robustos sol­ dados que ganaban las batallas p ara él. El esclavo recibía una túnica al año, y un m anto y un par de zapatos de m adera cada dos años. La ropa gastada era devuelta al vilicus p ara coser edre­ dones con los retazos sobrantes. Sabem os que el vilicus a m enudo estafaba a los esclavos escatim ando esta m od es­ ta asignación en su propio beneficio; y no podem os du­ dar de que, com o esclavo él m ism o, era probable que re­ sultara m ás brutal y cruel que el propio señor. §161. Pero totalm ente al m argen del esfuerzo, la se­ veridad y la insolencia del vigilante y, quizá, del señor, la m era privación de libertad era una tortura suficiente en sí m ism a. H abía m uy pocas posibilidades de escapar h u ­ yendo. En Grecia un esclavo p od ía esperar cruzar los lí­ m ites del pequeño Estado donde servía p ara encontrar la libertad y un refugio bajo la protección de un Estado vecino. Pero Italia ya no estaba dividida en com unidades enfrentadas y, aunque un esclavo llegara m ilagrosam en­ te al m ar o a la frontera, ningún Estado vecino se atreve­ ría a defenderlo u ocultarlo de su am o rom ano. Si intentaba huir, debía vivir la vida de un fuera de la ley, con b an d as organ izad as de cazadores de esclavos tras su pista, con una recom pensa ofrecida a su regreso y con in decibles to rtu ras esperán dole a la vuelta com o aviso para los dem ás. N o es extraño, pues, que los escla­

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vos a veces buscaran alivio a sus desgracias en el suicidio (§140). Se h a de record ar que m uch os esclavos eran hom bres nacidos libres y de buena posición en los países de donde provenían, m uchos de ellos incluso soldados capturados en el cam po de batalla em puñ an do las ar­ m as con sus m anos. §162. El peculium . H em os visto que el hom bre libre in patria potestate no p odía tener propiedades legalm en­ te, y que todo lo que adquiría pertenecía estrictam ente hablando a su pater fam ilias (§20). Sin em bargo, hem os com entado que se le perm itía tener, adm inistrar y usar com o si fuera suya propia (§22) la propiedad asignada a él por el pater fam ilias. Lo m ism o era cierto en el caso de los esclavos, y su p rop ied ad recibía el m ism o nom bre (peculium). El derecho sobre ella no p odía m antenerse legalm ente, pero estaba refrendado p o r la opinión p ú ­ blica y por una costum bre inviolable. Si el señor lo res­ petaba, existían varias m aneras con las que un esclavo trabajador y frugal p od ía ir recabando poco a poco una pequ eñ a can tid ad de dinero p ropia; la p osib ilid ad de conseguirlo dependía, por descontado, en gran m edida de la generosidad del señor y su p rop ia posición en el seno de la fam ilia. §163. Si el esclavo pertenecía a la fam ilia rustica, las oportunidades no eran tan buenas, pero podía ahorrar algo de su ración m ensual de com ida (§160) y realizar pequeños trabajos particulares en las horas asignadas al descan so o al sueño, p o r ejem plo, lab ran d o algun os m etros cu adrados de jardín en su propio beneficio. Si era un esclavo urbano, estaban, adem ás de estas oportu­ nidades, las propinas de los am igos de su señor o sus in­ vitados, o bien pequ eñ os soborn os p o r algún servicio especial o una com pensación si salía bien. Ya hem os vis-

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to que el m aestro esclavo recibía regalos de sus alu m ­ nos (§121). Y tam poco era raro, com o se ha dicho, que un señor inteligente enseñara a su esclavo a desarrollar el com er­ cio y le perm itiera guardar una parte de las ganancias que su destreza y habilidad le granjearan. Era tam bién frecuente que un señor le proporcionara el capital y le perm itiera al esclavo com enzar un negocio y quedarse con un a parte de los beneficios (§144). §164. Sin duda, era una acción provechosa p ara el señor a la larga. Estim ulaba la energía del esclavo y lo hacía m ás anim oso y m otivado. A dem ás proporcionaba un a form a de control m ás efectiva que el p eor castigo corporal, y eso sin contar con los daños físicos para su propiedad. El peculium le ofrecía al esclavo al m enos alguna p o si­ bilidad de alcanzar la libertad, ya que tenía la esperanza de ahorrar suficiente con el tiem po p ara com prársela a su dueño. Por supuesto, m uchos preferían utilizar sus ganancias p ara com prarse pequeños lujos y com odida­ des m ás que una libertad que quedaba m uy lejos. A lgu­ nos a los que sus dueños tasaban en m ucho dinero utili­ zaban su peculium p ara com prarse otros esclavos m ás baratos, a los que alquilaban a los contratistas de trab a­ jadores ya m encionados (§143). D e esta m an era esp erab an in crem en tar su riqueza m ás rápidam ente. El esclavo de esclavo se denom inaba vicarius y legalm ente pertenecía al señor de su dueño, pero la opin ión pública lo consideraba parte del pecu­ lium del esclavo. Los ahorros del esclavo sólo tenían v a­ lor durante su vida: un esclavo no p od ía tener herede­ ros, ni disponer de ellos a voluntad. Si un esclavo m oría, sus propiedades pasaban a su dueño. Uno de los m ayo­

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res privilegios de los esclavos públicos (§141) era dispo­ ner librem ente de la m itad de sus propiedades. §165. En el m ejor de los casos conseguir la su m a ne­ cesaria p ara com p rar la libertad era un a labor dura y lenta para el esclavo, sobre todo porque cuanto m ás tra­ bajador y fuerte llegara a ser, m ayor sería el precio fijado p ara su libertad (§140). N o podem os evitar sentir un gran respeto p or el hom bre que lograba su libertad a tan alto precio. Adem ás sim patizam os con los pobres escla­ vos que debían rascarse su propio bolsillo para hacer re­ galos a los m iem bros de la fam ilia de su señor en ocasio­ nes señaladas, com o la bo d a de uno de ellos, el día de poner nom bre a un niño (dies lustricus; §98) o bien el cum pleaños de la señora de la casa (§91). §166. C astigos. N o es el propósito de las próxim as secciones hacer un catálogo de las terribles torturas in­ fligidas en ocasiones a los esclavos p or sus dueños. N o eran m uy habituales, p or el m otivo explicado en §158, y no eran m ás características de los correctivos habituales a los esclavos que el lincham iento de la adm inistración de justicia en nuestros estados. Sin embargo, ciertos cas­ tigos aparecen tan tas veces en la literatura latin a que conviene explicarlos p ara que los pasajes en los que apa­ recen puedan ser com prendidos por el lector. §167. El castigo m ás frecuente p ara una negligencia en las obligaciones o un com portam iento incorrecto era un golpe con un a vara o un azote con el látigo. La vara solía ser de m ad era de olm o (ulm us); así, la vara de olm o se correspondía con la vara de abedul en Inglate­ rra y la del n ogal en A m érica, utilizada una vez libre­ mente para los latigazos. Para el látigo (scutica o lorum) solía utilizarse una especie de azote con nueve ramales, hecho de cuerdas o tiras de piel unidas.

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C uando la ofensa era m ás grave, se añadían trocitos de hueso o incluso botones m etálicos p ara rasgar la car­ ne, y el instrum ento recibía el nom bre de flagrum o fla ­ gellum. N o pudo ser m ás severo que el knut de Rusia, y podem os creer con razón que los esclavos m orían con estos golpes. Para evitar que la víctim a se resistiera, a ve­ ces ataban sus brazos a una viga e incluso colgaban p e­ sos de sus pies de m anera que no pudiera sino retorcerse bajo la tortura. §168. En la com edia rom ana hay referencias a estos castigos y los esclavos se burlan de las varas y los azotes, con m ofas o brom as sobre los golpes que han sufrido o que se merecen. Pero son m ucho m ás habituales las b u r­ las que la ejecución real de cualquier tipo de castigo en las comedias. §169. O tro castigo p ara ofensas de escasa im p o r­ tancia se parecía a los cepos usados antes en N ueva In­ glaterra. El infractor era expuesto a la burla de sus com ­ p añ eros con los m iem b ros atad o s de m an era que no pudiera m overse en absoluto, ni siquiera p a ra espantar un a m osca. U na variante de esta práctica se observa en la furca, que era tan habitual que furcifer acabó p or designar un térm ino de abuso en general. Se obligaba al delincuente a llevar sobre sus hom bros un pesada m adera con form a de horquilla y se le ataban las m anos en los extrem os de la m adera con los brazos estirados p or delante. D ebía llevar a to d as partes esta m ad era p a ra que los dem ás m iem b ros de la fam ilia lo p udieran ver y tuvieran en cuenta lo que les p odía pasar. En ocasiones, m ientras ca­ m inaba con la m adera, al castigo se le añadían latigazos. §170. M enos doloroso y degradante p or el m om en ­ to, pero incluso m ás tem ido p or el esclavo, era realizar

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tareas m ás duras de las que solía desem peñar. El peor castigo para un esclavo de ciudad con quien no funcio­ naba la vara era ser enviado al cam po, y a ello se podría añadir la odiosa tarea de hacer girar la rueda del m olino (§§148, 285) o el terrible esfuerzo de picar p iedra en las canteras. Estos últim os eran castigos p a ra los esclavos de la m ejor clase en la granja, m ientras que el tipo desespe­ rado y peligroso de esclavos que solían trabajar en las canteras p agab an sus fechorías con trab ajos fo rzad o s con azotes, llevando cadenas m ás pesadas de día y dur­ m iendo m enos horas p or la noche. Esto se puede com ­ parar con los galeotes de tiem pos posteriores. Los que eran com pletam ente incorregibles podían ser vendidos para recibir entrenam iento com o gladiadores. §171. Para autén ticos crím enes, no sólo faltas u ofensas, h abía penas m ucho m ás severas. Los esclavos eran tan num erosos (§131) y sus diferentes trabajos les perm itían un acceso tan libre a la persona de su señor que su propiedad y su propia vida estaban siem pre a su merced. De hecho incluso un am o justo y am able a ve­ ces soñ aba con un esclavo aplicando un cuchillo a su garganta. D entro de los confines de Italia no h ab ía nada tan tem ido com o un a rebelión de esclavos. Era sim ple­ m ente este obsesivo tem or lo que conducía a las inhu­ m anas torturas infligidas contra el esclavo culpable de una tentativa de asesinato contra su dueño o la destruc­ ción de su propiedad. §172. El esclavo fugitivo era un criminal; él se había robado a sí m ism o. También era culpable de dar un m al ejem plo a sus com pañeros de esclavitud; y, lo peor de todo, los esclavos huidos solían convertirse en bandidos (§161) y podían encontrar a un Espartaco para guiarlos (§132). Por eso se ofrecían recom pensas por la captura

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de fugitivi, y había hom bres que se ganaban la vida p er­ siguiéndolos y devolviéndolos a su dueño. El fugitivus era devuelto encadenado y con to d a segu­ ridad sabía que sería azotado casi hasta m orir para aca­ bar sus m iserables días picando piedra en las canteras. A dem ás, era m arcado en la frente con una f de fugitivus, Y a veces llevaba un collar m etálico al cuello. U no así, to ­ davía conservado en Rom a, tiene esta inscripción: FU GI. T EN E M E. C U M REVOCAVERIS M E D. M. ZO N IN O , ACCIPIS SO LID U M H

e h u id o .

M

arco

C ó gem e. C uando Z o n in o ,

m e d evu elvas a m i d u e ñ o

r e c ib ir á s u n a m o n e d a d e o r o .

§173. Para un intento de asesinato del señor la pena era la m uerte de la form a m ás dolorosa, p or crucifixión. Era el m ism o castigo que por tom ar parte en una insu­ rrección; pod em os recordar los 20.000 crucificados en Sicilia (§132) y las 6.000 cruces que Pompeyo plantó a lo largo de la carretera de Rom a, cada una con el cuerpo de un superviviente de la batalla final en la que cayó E spar­ tara (§132). El castigo se infligía no sólo al esclavo culpable de aca­ bar con la vida de su señor, sino tam bién a su fam ilia, si tenía m ujer (§§138, 156) e hijos. Si no se p od ía descu­ brir al culpable, el castigo se aplicaba con la crucifixión de todos los esclavos del hom bre asesinado. Tácito co­ m enta que en la época de Nerón cuatrocientos esclavos fueron ejecutados porque su dueño, Pediano Secundo, había sido asesinado p or uno de ellos que no había sido descubierto. La cruz suponía p ara el esclavo el m ayor de

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los horrores. La propia palabra crux se usaba entre ellos com o una m aldición, especialmente en la expresión i ad (m alam ) crucem («Vete a una m ala cruz»). §174. Los castigos m enores eran infligidos p o r or­ den del señor o de su representante p o r un esclavo de­ sign ado al efecto llam ad o carnifex o lorarius, aunque esto no im plica que fuera él regularmente o por costum ­ bre el elegido para esa desagradable obligación. D e he­ cho, ad m in istrar castigos a un com pañero esclavo se sen tía com o algo d egradan te, y el térm in o carnifex se aplicaba a m enudo al que lo adm inistraba y al final acabó siendo un térm ino asociado a los abusos y a los insultos. Los esclavos que discutían lo utilizaban entre ellos com o un insulto aparentemente sin ninguna rela­ ción con su significado originario, com o se utilizan hoy m uchos epítetos norm ales2. La ejecución efectiva de una pena de m uerte era llevada a cabo por uno de los servi publici (§141) en un lugar fijo p ara las ejecuciones fuera de los m uros de la ciudad. §175. M anum isión. El esclavo podía com prar su li­ bertad con sus ahorros, com o hem os visto (§164), o ser liberado com o recom pensa p or un servicio fiel o algún acto especial de devoción. En cualquier caso, sólo se re­ quería que el señor dijera en voz alta que era un hom bre libre en presencia de testigos, aunque se celebrara des­ pués un acto form al de m anum isión ante el pretor. El nuevo liberto se tocaba con el som brero de libertad (pilleus), que aparece en algunas m on edas rom an as. Era llam ado libertus en referencia a su señor o com o indivi­ duo, libertinus com o m iem bro de una clase. Su señor ya no era su dominus, sino su patronus. La relación del li2. «Carnicero», por ejemplo.

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berto con la co m u n id ad se d iscu tirá m ás adelante (§423). Señor y liberto m antenían un vínculo de m utua ayuda y cooperación. El patronus ayudaba a su liberto en los negocios, a m enudo proporcionándole los m edios para que com enzara una nueva vida. Cuando el liberto m oría prim ero, el patronus pagaba los gastos de un funeral decente y enterraba a su liberto cerca de donde descansarían sus propias cenizas. Se h a­ cía el protector de los hijos de su liberto y heredaba sus propiedades en ausencia de herederos. El liberto tenía obligación de m ostrar la deferencia y respeto debidos a su patrón en to d a ocasión, a asistirle en cerem onias p ú ­ blicas o en caso de un revés de la fortuna. En resum en, estar a su lado con la m ism a relación que la del cliente hacia el patrono de tiem pos antiguos (§176). §176. Los clientes. La palabra cliens se u sa en la h is­ toria de R om a p ara dos tipos diferentes de dependien­ tes, separados p or un considerable intervalo de tiem po y que se pueden distinguir a grandes rasgos com o anti­ guos y nuevos clientes. 1. El p rim er tip o tuvo un im p o rtan te p ap el en la época de los reyes, y especialm ente en las luchas entre patricios y plebeyos de los prim eros días de la República, pero en época de Cicerón práctica­ m ente había desaparecido. 2. El segundo tipo se escucha p or prim era vez con el Im p erio ya avanzado, y nunca tuvo im p ortan cia política. Entre los dos grupos no hay ninguna co­ nexión, y el estudiante debe tom ar bu en a n ota de que el segundo no es en absoluto ningún desarro­ llo a partir del prim ero.

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§177. L o s clientes antiguos. La clientela se rem onta m ás allá de la fundación de R om a h asta las m ás anti­ guas instituciones sociales de las com unidades italianas. Las gentes que se establecieron en las colinas que rodea­ ban el T iber (§19) tenían com o parte de sus fam iliae (§18) n um erosos sirvientes libres que se ocupaban de sus granjas, apacentaban sus ganados y prestaban a las gentes ciertos servicios personales a cam bio de protec­ ción frente a ladrones de ganado, asaltantes o enem igos abiertos. E sto s sirvien tes, aun q ue eran con sid erad os m iem bros de inferior categoría dentro de la gens a la que se habían sum ado de diferentes m aneras, gozaban de una participación en el increm ento de anim ales de los rebaños de ovejas o cerdos (peculium; §2 2 ) y reci­ bían el nom bre de la gens (§47), pero no podían con­ traer m atrim on io con personas de la clase superior ni tenían voz en el gobierno. Form aban la plebs original, m ientras que los gentiles (§19) eran el populus o el cuer­ po gobernante en Rom a. §178. La política expansiva de R om a pronto llevó a la ciudad a un tercer elemento distinto de los gentiles y los clientes. Las co m u n id ad es co n qu istadas, esp ecial­ mente las m ás peligrosas por su proxim idad, se vieron obligadas a destruir sus plazas fuertes (oppida) y trasla­ darse a Rom a. Se perm itió a los m iem bros de com uni­ dades organizadas en gentes (§19) entrar a form ar parte del populus, y éstos tam bién trajeron con ellos a sus p ro­ pios clientes. Los que no disfrutaban de esta organiza­ ción previa o bien se in co rp oraron a las gentes com o clientes, o bien se establecían aquí y allá, dentro y cerca de la ciudad, p ara vivir lo m ejor que podían. A lgunos disponían de tantos m edios de vida com o los patricios; otros eran artesanos o trabajadores, leñadores y agu ad o­

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res; pero ninguno gozaba de derechos políticos y ocupa­ ban la posición m ás baja en el nuevo estado. La expansión del territorio rom ano hizo crecer m u ­ cho su núm ero, y pronto superaron claram ente a los p a ­ tricios y sus servidores, con quienes, com o pueblo con­ quistado, no les unía ninguna sim patía ni lazos sociales. T am bién recibieron el n om bre de plebs, y la an tig u a plebs, form ada p o r los antiguos clientes, com enzó a ocu­ par una posición interm edia en el Estado, aunque políti­ cam ente se incluían en los plebeyos. M uchos clientes antiguos, quizá a causa de la desapa­ rición de las an tiguas fam ilias p atricias, p o co a p oco perdieron su relación de dependencia h acia ellas y se identificaron con los intereses del elem ento recién lle­ gado. §179. O bligaciones m utuas. N o queda m uy clara la relación entre los patronos patricios y sus clientes plebe­ yos (§177), y la solución a esta laguna no es sencilla. Sa­ bem os que era hereditaria, y las grandes casas presum ían de su núm ero de clientes y estaban siem pre dispuestas a increm entarlos de generación en generación. Sabem os que se consideraba algo particularm ente sagrado, que el cliente era p ara el patrono poco m enos que un hijo. Vir­ gilio habla del terrible castigo que espera en el reino de los m uertos a un patrono que ha defraudado la confian­ za de su cliente. Leem os tam bién ejem plos de una leal­ tad férrea de clientes hacia sus patronos, lealtad que sólo podem os com parar en tiem pos m odernos con la de los Highlanders respecto al jefe de su clan. Pero cu an d o in ten tam os h acern os u n a idea de las obligaciones recíprocas y vínculos entre clientes y patro­ nos, encontram os en nuestros autores pocos datos que las definan (§15).

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• El p atron o proporciona­ b a m edios de subsisten­ cia a su cliente y a su fa­ m ilia (§177). • Lo apoyaba con sus con­ sejos. 8 Lo ayudaba en las tran ­ sacciones con terceros, actu an d o co m o su re­ presentante en los tribu­ nales si era necesario.

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" El cliente debía hacer p ro g resar los intereses de su p atron o en todos los aspectos. • Cultivaba sus cam p os y cuidaba sus rebaños. • Le apoyaba en caso de guerra. • Le prestaba apoyo eco­ nóm ico en caso de emer­ gencia.

§180. Es evidente que el valor de la relación residía solam ente en la p osición dom inante del patron o en el Estado. Al ser los patricios los únicos con todos los dere­ chos y no tener los plebeyos ningún derecho civil, el cliente pod ía perm itirse sacrificar su independencia per­ sonal a cam bio de la protección y aprobación de un p o ­ deroso. En el caso de d isp u tas p o r la p ro p ied ad , por ejem plo, el apoyo de un patrono le aseguraría ju sticia contra un patricio, y le aseguraría m ás justicia si el con­ trario era un plebeyo sin la protección de un abogado igual. Es evidente que la relación no pod ía m antenerse después de que patricios y plebeyos se hicieran política­ mente equivalentes. D urante u n a o dos generaciones p atron o y plebeyo podían seguir jun tos frente a sus antiguos adversarios, pero tarde o tem prano el cliente ya no vería que recibie­ ra una contraprestación equivalente por el servicio que ofrecía, y sus hijos o nietos se liberarían del yugo. Por otro lado, la introducción de la esclavitud ayudó a inde­ pendizar al patrono del cliente, y, aunque no podem os

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afirm ar si su rápido aum ento (§129) fue la causa o el efecto de la decadencia de la clientela, es sin em bargo significativo que la n ueva relación p atron o -clien te (§175) señala la desaparición de la de patrono-liberto en el antiguo y m ás propio sentido del térm ino. §181. Los nuevos clientes. El asunto de los nuevos clientes no necesita que nos detengam os m ucho tiem po. Aparecieron con los nuevos ricos, que contaban con una gran cantidad de personas dependientes tan necesarios para su situación com o un nom bre largo y sonoro (§50) o una m ansión llena de esclavos (§§149, 155). Estas per­ sonas dependientes eran sim plemente hom bres y m uje­ res pobres, generalmente de clase baja, que adulaban a los ricos y poderosos en busca de las m igajas que pudie­ ran llevar a su m esa. Entre ellos p o d ía haber hom bres con talentos desaprovechados, filósofos o poetas com o M arcial y Estacio, pero en su m ayor parte eran una m ul­ titud de rastreros, aduladores, pelotas y parásitos. Es im portante comprender que no había ningún víncu­ lo personal entre el nuevo patrono y el nuevo cliente, nin­ guna relación de origen hereditario. Una llamativa dife­ rencia está en que el nuevo cliente no se ataba de por vida a un patrono para bien o para mal; a m enudo seguía a va­ rios a la vez y cam biaba de patronos en cuanto otro le ofrecía m ejores expectativas. Del m ism o m odo el patrono despachaba a un cliente cuando se había cansado de él. §182. O bligaciones y con traprestacion es. El servi­ cio requerido a los nuevos clientes era bastante sencillo: su obligación principal era la salutatio; los clientes en­ fundados en su toga, la ropa form al p ara cualquier fun ­ ción social, se reunían tem prano p or la m añ an a en el atrium del gran hom bre para saludarlo en cuanto apare­ cía. A veces a esto se reducían todas sus obligaciones a lo

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largo del día, p or lo que un cliente aún p od ía ir corrien­ do por las calles a casa de otro patrono p ara ofrecerle un hom enaje similar, o a varias, ya que algunos ricos dor­ m ían hasta tarde. Por otro lado, el patrono podía reque­ rir su presencia en casa o junto a su litera (§151), si sa­ lía, y retenerlo a su lado durante todo el día. En ese caso ya no había ocasión de esperar a un segundo patrono, sino con toda seguridad podía olvidarse de él. Y la recom pensa no era m ucho m ayor que sus servi­ cios: algunas m onedas p or un chiste ingenioso o un sa­ ludo especial, en alguna ocasión un a toga desechada, ya que una toga raída estropeaba el recibimiento, o u n a in­ vitación a cenar si el patrón era especialmente generoso. Siem pre se esperaba un a com ida al día; esto se sentía com o un derecho del cliente. Sin embargo, en ocasiones el patrono no recibía y los clientes eran despachados sin nada. Tam bién otras veces, después de todo un día de­ trás de su patrono, los ham brientos y cansados clientes eran despedidos con un poco de com ida fría repartida en una pequeña cesta (sportula), un pobre y lam entable sustituto del trato m ás agradable que esperaban. A par­ tir de esta cesta, la p ro p ia «lim osn a», com o diríam os ahora, vino a ser llam ada sportula. Con el transcurso del tiem po la com ida se vio susti­ tuida por una cantidad fija en metálico (unos 25 cénti­ m os diarios). Pero era algo necesario p ara ser aceptado en el trato fam iliar de los ricos e im portantes; siem pre se esperaba un pequeño detalle, si la adulación era hábil, e incluso la propina perm itía vivir m ás fácilmente que con el trabajo, especialm ente si uno podía presentarse ante varios patronos y recibir la lim osna de todos ellos. §183. Hospites. Finalmente llegam os a los hospites, aunque estrictam ente éstos no deberían incluirse entre

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los dependientes. Es verdad que a m enudo dependían de otros p ara conseguir protección y ayuda, pero tam bién lo es que estaban igualmente preparados y capacitados p ara ofrecer un a ayuda y protección idénticas a otros que tenían derecho a exigir de ellos su apoyo. Es im p or­ tante observar que el hospitium se diferenciaba en este aspecto de la clientela, en que las dos partes estaban de hecho en pie de igualdad. Aunque en cierto m om ento uno p od ía depender del otro p ara la com ida o el cobijo, en otra ocasión las rela­ ciones podían volverse del revés y protector y protegido cam biar sus lugares. §184. El hospitium, en sentido técnico, se rem onta a un a época en que no existían relaciones internacionales, a un tiem p o en que no h ab ía dos p alab ras diferentes para «extranjero» y «enem igo», sino que una sola p ala­ bra (hostis) se utilizaba para am bas. En este antiguo es­ tadio de la sociedad, cuando las com unidades separadas eran num erosas, se m iraba a todos los extranjeros con desconfianza, y el viajero en país extranjero tenía p ro ­ blem as p ara conseguir lo que necesitara, incluso cuando su vida no estaba en peligro. Así surgió la costum bre entre las personas que se de­ dicaban al com ercio o a cualquier otra actividad que le obligara a visitar una tierra extranjera de trabar prim ero contacto con algún ciudadano de ese país, dispuesto a recibirlo com o un amigo, satisfacer sus necesidades, ga­ rantizar sus buenas intenciones y actuar si era preciso co m o su protector. E sa relación, lla m a d a hospitium , siem pre era estrictam ente recíproca: si A estab a de acuerdo con alojar en su casa y proteger a B cuando B visitaba el país de A, entonces B estaba obligado a alojar en su casa y proteger a A si A visitaba el país de B. Las

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dos partes en un pacto de este tipo se denom inaban hos­ pites, por lo que la palabra hospes tiene dos significados, referida tanto al que recibía a otro en su casa y com o al invitado. §185. O bligaciones del hospitium. Las obligaciones im puestas p or este convenio eran de carácter m ás sagra­ do, y faltar a ellas era co n siderado un sacrilegio, que conllevaba sobre el ofensor la ira de Iuppiter Hospitalis. Cualquiera de las partes podía rom per el vínculo, pero sólo después de un anuncio público y form al de sus in­ tenciones. Por otro lado, la relación era hereditaria, y p asaba de padres a hijos, de m an era que podían ser hospites dos personas que no se hubieran visto y cuyos inm ediatos antepasados ni siquiera h ubieran tenido una relación personal. Para identificarse, las participantes iniciales intercam biaban prendas o sím bolos (tessera hospitalis), con los que ellas o sus descendientes podían reconocer­ se. Estos o b je to s eran cu id ad osam en te g u ard ad o s, y, cuando un extranjero aseguraba que les unía el hospi­ tium, debía presentar su tessera p ara su exam en. Si se dem ostraba que era auténtico, era tratado con todos los privilegios que el hospes m ejor conocido podía esperar. Éstos eran la acogida en casa m ientras perm aneciera en la ciudad de su hospes, la protección, incluso legal si era necesario, la asistencia m édica y los cuidados en caso de enferm edad, los m edios necesarios para continuar viaje y un entierro honorable si m oría entre extranjeros. Se apreciará que éstas son casi las m ism as obligaciones que recaen sobre los m iem bros de nuestras grandes socieda­ des filantrópicas actuales, cuando las invoca un h erm a­ no con problem as.

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Referencias: Marquardt, 135-212; Becker-Göll, II, 115-212; Friedländer, II, 218-221; Blümner, 277-298; Sandys, Companion, 362-365; Pauly-Wissowa, en clientes, hospitium; Daremberg-Saglio, en servi, libertus, libertinus, cliens, hospitium; Harper’s, Walters, en servus, libertus, clientes; Fowler, Social Life, 204-236; Frank, An Economic History, 326-334; McDaniel, 26-40; Showerman, 71-73, e Index, en slaves; Duff, muy minucioso.

6. Casa y mobiliario

§186. D om us. La casa de la que prim ero nos o cu p a­ m os es la residencia (domus) de una sola fam ilia en la al­ dea italiana, tan diferente de las casas de huéspedes o bloques de pisos (insulae) destinadas a dar acom odo a varias fam ilias, y la residencia, adem ás, de los ciudada­ nos ricos, p o r oposición de un lado a la m ansión del m i­ llonario y de otro a las chabolas de los pobres. Vitruvio (§187) dice que la casa se debía adecuar a la categoría del propietario, y que diferentes tipos de casa son apropiados en distintos puntos del m undo de acuer­ do con el clima. Al m ism o tiem po se debe comprender que la casa rom ana, tal com o la encontram os, no m ues­ tra tantos tipos distintos com o la actual casa americana. Los rom anos eran p o r naturaleza conservadores -p a r ti­ cularmente reticentes a introducir ideas extranjeras-, y su casa m antenía en general ciertas características que perm an ecieron esencialm ente inalteradas. La p ro p o r­ ción de éstas p odía variar con el tam año y form a de la parcela a disposición del constructor, y el núm ero de ha­ bitacion es añ ad id as depen dería de las posib ilid ad es o 133

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gustos del propietario, pero el núcleo, por así decir, era siempre el m ism o. §187. N uestras fuentes de inform ación son inusual­ m ente abundantes. Vitruvio, un arquitecto e ingeniero de la época de César y Augusto, ha dejado una obra que presenta los detalles de sus principios de construcción; los trabajos de m uchos autores rom anos contienen des­ cripciones generales de partes de casas o al m enos in di­ caciones y alusiones que son en conjunto m uy útiles; y por últim o, se han descubierto plantas de m uchas casas en R om a y otros lugares, y en Pompeya tenem os incluso las paredes de m uchas en pie (§12). Sin em bargo, a p e­ sar de lo com pleto y autorizad o de n u estras fuentes, quedan todavía m uchos puntos inciertos y discutidos en relación con la disposición y construcción de las casas rom anas (§15). §188. El desarrollo de la casa. La prim itiva casa ro­ m an a se rem onta a la sencilla vida de los granjeros en épocas antiguas, cuando todos los m iem bros de la fam i­ lia (padre, m adre, hijos y dependientes) vivían juntos en una sola habitación grande. En esta sala (atrium ), se co­ cinaba la com ida, se ponía la mesa, se realizaba todo el trabajo dom éstico y se ofrecían los sacrificios a los Lares (§490); por la noche se despejaba el espacio p ara disp o­ ner las cam as o los jergones. La casa prim itiva no tenía chim enea; el h um o salía por un agujero en el techo. N o había ventanas; toda la luz natural entraba p or el agujero del techo. Sólo había una puerta; la zona que estaba situada enfrente parece que era reservada en la m edida de lo posible p ara el p a ­ dre y la m adre. En ese lugar estaba colocado el hogar, donde la m adre preparaba la com ida, y tenía cerca los utensilios que u sab a p ara hilar y coser; aquí tenían el

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arca o baúl donde el señor guardaba los objetos valiosos y donde se colocaba su cam a a la hora de dormir. §189. La casa m ás antigua era una cabaña redonda u ovalada con el tejado apuntado, com o se representa­ ba en la tradicion al cabaña de R óm ulo (§214) en el Pa­ latino. La fo rm a circular se conservó en la fo rm a asig­ n ad a al T em plo de Vesta, cuyo culto co m en zó en el h o g ar en esas cab añ as. Las cabañ as p o ste rio res eran ovaladas. M ás tarde aún llegó la form a rectangular. La apariencia externa de esas cabañas aparece en las urnas fu nerarias etruscas, descubiertas en varios lugares de Italia. La planta era un sim ple rectángulo sin divisiones. Éste se puede considerar desde el punto de vista histórico y arquitectónico el núcleo básico de la casa rom ana. Su p ropio n om bre (atrium ), que se refería al p rin cipio a toda la casa, tam bién se conservó; aparece en los n om ­ bres de algunos edificios m uy antiguos de R om a utiliza­ dos con fines religiosos, el Atrium Vestae, el Atrium Li­ bertatis, etc. Sin em bargo, m ás adelante atrium se aplicó a una única habitación característica de la casa. El origen de la palabra atrium es todavía un misterio. La urna funeraria de Chiusi, que aparece a m enudo en ilustraciones, tiene un a abertura rectangular en el teja­ do. Esto se ha utilizado p ara m ostrar que la casa antigua de tipo rectangular tenía esa abertura en m edio del te­ jado para que pudiera salir el hum o. Sin embargo, se ha dem ostrado que esta urn a en particular ha perdido la pieza superior que com pletaba el tejado. Las urn as de este tipo tienen regularmente una puerta y a veces ven­ tanas. §190. Un rasgo de la casa posterior, tan frecuente­ m ente encontrado en conexión con el atrium que uno

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está tentado de considerarlo u n a adición antigua, es el tabünum, un am plio hueco frente a la puerta de entra­ da. El origen del tablinum y los usos a los que se desti­ naba, tanto en épocas m ás antiguas com o posteriores, son todavía m ateria de discusión. Al p rin cip io puede que sólo tuviera un a finalidad tem poral, al estar cons­ truido de tablas (tabulae), y tenía una puerta al exterior sin ninguna conexión con el atrium . En cualquier caso, no p o d ía haber sido largo, h asta que el tabique de en m edio fue traspasado. U na vez se hizo esto y su conve­ niencia quedó dem ostrada, la pared m edian era se eli­ m inó. Varrón explicaba que el tablinum era una especie de balcón o porche, utilizado com o com edor en la esta­ ción calurosa. §191. D espués el atrium recibió la luz de un a aber­ tura central en el techo, el compluvium, cuyo nom bre derivaba del hecho de que la lluvia, el aire y la luz podían entrar p o r ella. Justo debajo se excavó en el suelo una pila, el impluvium, que recogía el agua para uso dom és­ tico. Cuando se necesitó m ás espacio e intim idad, la casa se prolon gó con p equ eñ as habitaciones que se abrían fuera del atrium a los lados. El atrium al final junto al tablinum tenía toda la anchura entre las paredes exterio­ res, y los espacios adicionales o huecos, uno a cada lado, se de­ nom inaban alae. El aspecto de esa casa vista desde la p u e rta de en trada debe de haber sido m uy pare­ cido al de un a iglesia católica o anglicana. El atrium se corresPlano de una típica p o n d ía con la nave, y las dos casa romana primitiva. alae, con los transeptos, mien-

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tras que la bóveda del tablinum se parecía al presbiterio. Por lo que sab em o s, la luz llegab a a las h abitacion es exteriores sólo a través del atrium . De esta antigua casa encontram os conservado en sus sucesoras todo lo que estaba enfrente de la puerta de entrada, el atrium con sus aíae y el tablinum, el impluvium y el compluvium. Estos son los elem entos característicos de la casa ro­ m an a y debe en ten d erse así en la d e sc rip c ió n que sigue de los desarrollos posteriores p o r influencia ex­ tranjera. §192. Parece que los griegos inspiraron la idea que adoptaron después los rom anos: un patio detrás del ta­ blinum, a cielo abierto, rodeado de habitaciones y pro­ visto de flores, árboles y arbustos. Este espacio abierto tenía colum nas alrededor y a m enudo u n a fuente en el centro. Este patio recibió el nom bre de peristylium o pe­ ristylum . Segú n V itru v io (§ 1 8 7 ), debía ser un tercio m ás ancho que largo, pero no encontram os esta p ro ­ p orción o n in gu n a o tra estrictam ente o b serv ad as en n in gun a casa con ocid a p o r n osotros. El acceso al pe­ ristylum desde el atrium p od ía ser a través del tablinum, aun q ue éste p o d ía estar sep arad o de aquél p o r una puerta de dos hojas y p o r un estrecho pasillo (andron) a los lados. Éste sería norm alm ente utilizado por esclavos o personas que no tuvieran el privilegio de pasar p o r el tablinum (§201). Am bos, el pasillo y el tablinum, podían estar cerrados del lado del atrium p or puertas. La disposición de las di­ ferentes habitaciones alrededor del peristylum parece que variaba según el constructor o el propietario; no se puede ofrecer ninguna planificación concreta para ellos. Según las posibilidades del propietario, había dorm itorios, co­ medores, bibliotecas, cuartos para pintar, cocina, fregade-

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ro, arm arios, baños privados, junto a las sencillas depen­ dencias necesarias para el variable núm ero de esclavos. Pero, fueran estas habitaciones m uchas o pocas, todas m iraban al peristylum, recibiendo de él la luz y la venti­ lación, igual que las habitaciones a lo largo del atrium . A m en u do h ab ía un pequ eñ o jard ín detrás del p eris­ tylum.

Plano de una casa grecorromana (la casa original se combinaba con el peristylum).

§193. El siguiente cam bio se produjo en las casas de pueblos y ciudades solam ente, porque estaba m otivado p o r las condiciones de la vida urbana que no se daban en el cam po. Tanto en tiem pos antiguos com o m od er­ nos los negocios se iban extendiendo desde el centro de las ciudades hacia las zonas residenciales, y a m enudo era interesante p ara el propietario de una vivienda adap­ tarla a las nuevas condiciones. Esta adaptación era sen­ cilla en el caso de la casa rom ana, gracias a la d isp osi­ ción de las habitaciones. Ya se ha com entado que las habitaciones se abrían to ­ das hacia el interior de la casa, que se colocaban pocas

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ventanas en las paredes exteriores y que sólo h abía una puerta en la parte frontal. Si la casa tenía la fachada a una calle comercial, es evidente que el propietario podía construir habitaciones delante del atrium con fines co­ merciales, sin que ello afectase a la intim idad de su casa o le restase luz. Por sup uesto, se reservaba un acceso para su propia puerta, m ás o m enos ancho según las cir­ cunstancias. Si la casa ocupaba una esquina, estas habi­ tacion es su p lem en tarias p o d ía n añ ad irse delan te y a cada lado, y, com o no tenían ninguna conexión necesa­ ria con el interior de la casa, se podían alquilar como apartam en tos, igual que las h abitacion es individuales que se alquilan a m enudo en nuestras propias ciudades. Al principio estas habitaciones posiblem ente se aña­ dían de esta m anera p ara algún negocio del propietario, que pensaba desarrollar alguna em presa propia en ellas, pero incluso los hom bres de buena posición y m edios considerables no dudadan en aum entar sus ingresos al­ quilando a otros estas partes desconectadas de sus casas. Todas las casas m ás grandes descubiertas en Pom peya están organizadas de esta manera. Una que ocupa toda una m anzana y que tiene alquiladas habitaciones en tres lados se describe en §208. Este tipo de casa in d ep en ­ diente con habitaciones se llam a ínsula. §194. El vestibulum. D espués de rastrear el desarro­ llo de la casa com o un todo y describir brevemente sus partes estables y características, podem os ahora exam i­ narlas m ás en detalle y al m ism o tiem po dirigir nuestra atención a otros elementos introducidos en épocas p o s­ teriores. Será conveniente comenzar con la parte frontal de la casa. La casa de ciudad se construía sobre la línea de la ca­ lle. En las casas m ás p ob res la p uerta que se ab ría al

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atrium estaba en el m uro frontal, y estaban separadas de la calle sólo p or la anchura del um bral. En la m ejor clase de casas descritas en la últim a sección, la separación en­ tre el atrium y la calle con una fila de tiendas brin daba la oportunidad de preparar una entrada m ás im ponente. A veces se dejaba al m enos una parte de este espacio com o un patio abierto, con baldosas de gran calidad en el sue­ lo desde la calle hasta la puerta, adornado con plantas, flores e incluso estatuas y trofeos de guerra, si el dueño era rico y un general victorioso. Esta zona de acceso se llam aba vestibulum. El punto im portante que hay que destacar es que no se corresponde en absoluto con la parte de la casa m o ­ derna llam ada, p or él, el «vestíbulo». Sus usos eran los siguientes: • L o s clientes se reun ían quizá antes de am an ecer (§182) para ser recibidos en el atrium . • Recibían la sportula (§182). • Se disponía la procesión nupcial (§86). • Se form aba la escolta que acom pañaba al niño hasta el foro el día que abandonaba sus juguetes infantiles (§§127-128). Incluso en las casas m ás pobres, el m ism o nom bre se le daba al espacio entre la puerta y la zona de p aso de los peatones. §195. El ostium. La entrada a la casa se llam aba os­ tium. Ésta incluía el portal y la propia puerta, y el térm i­ no se aplica a am bos, aunque las palabras m ás precisas para la puerta son fores e ianua. En las casas m ás hum il­ des (§194), el ostium estaba directamente sobre la calle, y no cabe duda de que en origen se abría directam ente al

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atrium ; en otras palabras, el antiguo atrium estaba sepa­ rado de la calle sólo p o r su pared. El refinam iento de épocas posteriores m otivó la introducción de un a entra­ da o pasaje entre el vestibulum y el atrium, y el ostium se abría hacia esa zona de acceso y poco a poco le fue dan­ do su nom bre. La puerta estaba situ ada detrás, dejando un am plio u m bral (lim en), que a m enudo tenía la p alabra salve1 grabada en un m osaico. En ocasiones sobre la puerta se leían palab ras de bu en augurio, nihil intret m ali2, por ejem plo, o u n a fórm ula de protección contra el fuego. En las casas donde un ostiarius o ianitor (§150) estaba de servicio, su lugar estaba detrás de la puerta; a veces disponía aquí de una pequeña habitación. Dentro del ostium solía haber un perro atado con ca­ denas o en su defecto la representación de un perro en m osaico sobre el suelo con una advertencia debajo: Cave canemP. Este vestíbulo en el lado del atrium estaba cu­ bierto p o r un a cortina (velum). A través de este pasaje las personas en el atrium podían ver a los peatones que pasaban p or la calle. §196. El atrium . El atrium (§§188-189) era el ele­ m ento básico de la casa rom ana. Los rasgos m ás caracte­ rísticos del atrium eran el compluvium y el impluvium (§191). El agua recogida en el último era llevada a cis­ ternas; el hueco del techo del prim ero p o d ía cubrirse con una cortina si la luz era dem asiado intensa, com o en los actuales filtros fotográficos. Vemos que los autores rom anos (§191) utilizaban las dos p alab ras in d istin tam en te sin m uch o cu id ad o. El 1. ¡Saludos! 2. Ojalá no entre ningún mal. 3. ¡Cuidado con el perro!

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com pluvium era un elem ento tan im p o rtan te en el atrium que el atrium recibía su nom bre según la form a en que se construyera el compluvium. Vitruvio nos dice que había cuatro estilos: 1. A trium Tuscanicum («etru sco »). El tejad o estab a form ado p o r dos pares de vigas que se cruzaban en ángulo recto; el espacio interior se dejaba abierto y fo rm aba así el compluvium. Es evidente que este m étodo de construcción no se p od ía utilizar p ara habitaciones de grandes dim ensiones. 2. Atrium tetrastylon («de cuatro colum nas»). Las vi­ gas eran sostenidas en sus ju n turas p o r pilares o colum nas. 3. Atrium Corinthium («corintio»). Sólo se distinguía del segu n d o p o r tener m ás de cuatro p ilares de apoyo. 4. Atrium displuviatum («de desagüe»). En éste el te­ jado se inclinaba hacia las paredes exteriores, y el agua era evacuada al exterior m ediante desagües; el im pluvium sólo recogía el agua que realm ente caía dentro desde el cielo. Sabem os que había otro estilo de atrium , el testudina­ tum, com pletam ente cubierto p or encim a y sin implu­ vium n i compluvium. D escon ocem os cóm o entraba la luz. §197. C am b io s en el atriu m . Ya se h a descrito en §§188-189 el atrium tal com o era en los prim eros tiem ­ p o s de la R epública. La sencillez y la austerid ad de la vida fam iliar en ese período conferían a la casa con una sola h ab itación un a d ig n id ad que no h eredaron los grandiosos palacios de finales de la República y el Im p e­

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rio. En tiem pos de Cicerón el atrium había dejado de ser el centro de la vid a dom éstica; se había convertido en un pequeño salón de gala usado sólo para exhibirlo. N o conocem os los p aso s sucesivos en el proceso de cambio. Posiblemente las nuevas habitaciones a los lados del atrium fueron utilizadas com o dorm itorios p a ra una m ayor in tim idad . C u an d o se adoptó el peristylum , se debe de haber sentido la necesidad de una zona indepen­ diente para la cocina y después de un com edor (es muy posible que ese p atio fuera en un p rin cipio u n a zona para cocinar al aire libre). D espués se añadieron otras habitaciones al peristylum, y éstas fueron convertidas en dorm itorios para una intim idad aún mayor. Al final estas habitaciones se necesitaron para otros propósitos (§192) y los dorm itorios fueron trasladados de nuevo, en esta ocasión al piso superior. No sabem os cuándo se añadió esta segunda planta, pero hace pensar que por las parce­ las pequeñas y caras de la ciudad. Incluso las casas hu­ mildes de Pom peya h an conservado restos de escaleras. §198. Es entonces cuando el atrium era decorado con todo el esplendor y la m agnificencia que el propie­ tario se p od ía perm itir. La abertura del tejado se hacía m ás grande p ara recibir m ás luz, y los pilares que lo sus­ tentaban (§196) eran de m árm ol o m aderas preciosas. Entre estos pilares y en las paredes se colocaban estatuas y otras obras de arte. El impluvium se convirtió en una pila de m árm ol, con un a fuente en el centro, y a m enu­ do estaba ricamente trabajada y adornada con figuras en relieve. El suelo era de m osaico, las paredes se pintaban de co­ lores brillantes o se decoraban con bloques de m árm ol de m uchas tonalidades, y los techos se cubrían con m ar­ fil u oro. En este atrium el anfitrión recibía a sus invita-

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dos (§106), el p atro n de época im perial recibía a sus clientes (§ 182), el m arid o acogía a su esp o sa (§89) y aquí yacía el cuerpo del señor con gran p om p a cuando el orgullo de su vida había term inado. §199. Pero incluso en el atrium m ás im presionante se podían conservar recuerdos de épocas pasadas. El al­ tar dedicado a los Lares y Penates seguía a veces cerca de donde había estado el fuego del hogar, aunque los sacri­ ficios regulares se celebraban dentro de una capilla espe­ cial en el peristylum. Incluso en las mayores casas los úti­ les de hilado (§ § 8 6 ,1 0 5 ) se guardaban en el lugar donde la m atron a se había sentado en un tiem po ju n to a sus esclavas, tal com o nos cuenta Livio en la historia de Lu­ crecia. Los arm arios en la pared conservaban las m ásca­ ras de los antepasados m ás austeros y, quizá, m ás fuertes (§107), y el lecho de la bo d a seguía enfrente del ostium (por eso tam bién se llam a lectus adversus)4, donde había sido colocado en la noche de bodas (§89), aunque nadie dorm ía ya en el atrium. En el cam po el antiguo uso del atrium continuó in ­ cluso hasta los días de Augusto, y, p o r descontado, los pobres nunca se pudieron perm itir cam biar su form a de vida. En cuanto al uso de las habitaciones que rodeaban al atrium cuando dejaron de ser dorm itorios, no lo sa­ bem os; quizá sirvieran com o salas p ara conversar, salo­ nes privados o habitaciones para pintar. §200. Las alae. Ya se ha explicado (§191) la m anera en que se form aron las alae o alas; eran sim plem ente los dos esp acio s rectan gu lares a derecha e izq u ierd a del atrium cuando las habitaciones m ás pequeñas a esos la­ dos se separaron con tabiques. Se debe recordar que es­ 4. «Lecho situado enfrente.»

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tab an co m pletam en te abiertas al atriu m y fo rm ab an parte de él. Allí se guardaban las imagines (los bustos de cera de los antepasados que habían desem peñado m agistraturas curules), dispuestas en vitrinas de m anera que, con la ayuda de cuerdas que iban de un a a otra y de inscripcio­ nes debajo, quedaran claras las relaciones de los h o m ­ bres entre sí y se guardara recuerdo de sus grandes haza­ ñas. C u an d o los escritores rom an os o lo s autores m odernos hablan de las imagines del atrium, es a las alae a lo que se refieren. §201. El tablinum . Ya se h a hablado sobre el posible origen del tablinum (§190). Su nom bre p od ría derivar del m aterial (tabulae, «tablones») del colgadizo del que, quizá, se extendió. O tros piensan que la habitación reci­ bía su nom bre del hecho de que allí el señor guardaba sus libros de cuentas (tabulae), así com o todos sus d ocu­ m entos privados y de negocios. Pero esta teoría es poco probable, ya que el nom bre posiblem ente se le asignó antes del m om ento en que esta habitación se usara con este propósito. El dueño tam bién guardaba allí la caja fuerte o arcón del dinero (arca), que en tiem pos antiguos estaba enca­ denada al suelo del atrium, lo que convertía la habita­ ción de hecho en su oficina o estudio. Por su posición dom inaba toda la casa, ya que sólo se podía acceder a las habitaciones desde el atrium o el peristylum, y el tabli­ num estaba justo entre los dos. El señor podía asegurar­ se una total privacidad cerrando las puertas de dos hojas que lo separan del peristylum, el jard ín privado, o c o ­ rriendo las cortinas en la abertura que daba al atrium. Por otro lado, si el tablinum se dejaba abierto, el invi­ tado que entraba p o r el ostium debía gozar de una her-

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m o sa vista, recorriendo de un vistazo todas las partes públicas y sem ipúblicas de la casa. Incluso cuando el ta­ blinum estab a cerrado, h abía un acceso libre desde la parte delantera de la casa hacia la posterior a través de un corto pasillo (§192) a los lados hacia el peristylum. §202. El peristylium . El peristylium , o peristylum , com o h em o s visto (§ 1 9 2 ), fue co p iad o a los griego s, pero, a pesar de la form a en la que los rom anos se afe­ rraban a las costum bres de sus padres, pronto se convir­ tió en la parte m ás im portante de las dos secciones prin ­ cipales de la casa. H em os de pensar en un a zona espaciosa abierta al cie­ lo, pero rodeada de habitaciones, todas con sus puertas y ventanas enrejadas abiertas hacia él. Todas estas habita­ ciones tenían un pórtico cubierto p or el lado que queda­ b a ju n to al patio. Estos soportales, que form aban un a co lu m n ata in in terru m p id a p o r los cuatro lad o s, eran propiam en te el peristylum , aunque el n om bre llegó a aplicarse a to d a esta sección de la casa, incluyendo el p a ­ tio, la colum nata y las habitaciones circundantes. El p a tio estab a m uch o m ás abierto al sol que el atrium ; en este am plio patio florecían todo tipo de her­ m osas y raras plantas o flores, protegidas del viento frío p o r las paredes. El peristylum solía tener la apariencia de un pequeño jardín con lechos de plantas con form a geo­ m étrica y bordes de ladrillo. La cuidadosa excavación en Pom peya ha dado una idea de la plantación de arbustos y flores. Tam bién había estatuas o fuentes que adorna­ b an estos p equ eñ os jardin es; las colum nas daban un a agradable calidez o frescura en cualquier época del año o del día. D ado el gusto de los rom anos por la vida al aire libre y los encantos de la naturaleza, no es extraño que ense-

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guida hicieran del peristylum el centro de la vida dom és­ tica en todas las casas de la m ejor clase, y reservaran el atrium para funciones m ás form ales requeridas por su posición política o pública (§199). D ebe recordarse que a m enudo detrás del peristylum solía haber un jardín, y el peristylum con m ucha frecuencia tenía una conexión directa con la calle. §203. Habitaciones privadas. Las habitaciones que ro­ deaban el peristylum variaban tanto según los m edios y gustos de los propietarios de las casas que a duras penas podem os hacer poco m ás que ofrecer una lista de los men­ cionados con m ás frecuencia en la literatura. Es im portan­ te recordar que en la casa urbana todas las habitaciones re­ cibían la luz durante el día por el peristylium (§192). La prim era en im portancia era la cocina (culina), si­ tu ada a un lado del peristylium enfrente del tablinum. Estaba provista de un fuego bajo para asar y hervir, así com o de un horno parecido a los de carbón utilizados todavía en Europa. El horno solía ser de m am postería, construido contra la pared, con un lugar para el carbón debajo, p ero tam bién h ab ía h orn illos portátiles. En Pom peya se han encontrado utensilios de cocina. Las cucharas, ollas, sartenes, peroles y cubos tienen gracia en sus form as y a m enudo son de bella factura. Hay in ­ teresantes m oldes p ara pasteles. Los peroles se situaban sobre el fuego apoyados en trípodes a m odo de soporte. A lgunas ollas tenían pies. En ocasiones el pequeño altar de los dioses dom ésticos tam bién era trasladado desde el atrium hasta la cocina junto al fuego del hogar. Junto a la cocina estaba la panadería, si lo requería la casa, prov ista de su propio horno. Cerca de la cocina tam bién se situaba el baño con el obligado retrete (latri­ na), para que la cocina y el bañ o tuvieran el m ism o de­

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sagüe. Si la casa tenía un establo, tam bién se colocaba cerca de la cocina, com o en los países m editerráneos hoy en día. §204. El co m ed or (triclinium ) debe m en cion arse después. N o estaba necesariamente conectado con la co­ cina, porque, igual com o en el sur de Estados U nidos, el núm ero de esclavos hacía que su p osición fu era poco im portante p o r lo que respecta a la conveniencia. H abía costum bre de tener varios triclinia para su uso en dife­ rentes estaciones del año, con abundante sol p a ra ser caldeado en invierno o retirado a la som bra para ser fres­ co en verano. Vitruvio pensaba que debía ser el doble de largo que de ancho, pero las ruinas no m uestran p ro ­ porciones fijas. A los rom anos les gustaban tanto el aire y el cielo que el peristylum, o parte de él, debe de haber servido m u ­ chas veces com o comedor. Se ha descubierto un com e­ dor al aire libre en la llam ada C asa de Salutio en Pom pe­ ya. H oracio ofrece el encantador retrato de un señor, atendido p o r un solo esclavo, cenando a la som bra de un árbol. §205. Los dorm itorios (cubicula) no se con sidera­ ban tan im portantes para los rom anos com o lo son aho­ ra, p or la razón , posiblem en te, de que se u sab an sólo p a ra d o rm ir y no co m o salas de estar tam bién . Eran m uy pequ eñ os, y su m obiliario, escaso, incluso en las m ejores casas. Parece que algunos tenían antecám aras conectadas con los cubicula, probablem ente ocup ad as p o r los sirvientes (§150). Incluso en las casas norm ales solía haber un hueco p ara la cama. A lgunos dorm itorios se utilizaban sólo p ara dorm ir la siesta al m ed iod ía (§ 122); naturalm ente éstos esta­ ban situ ados en la zona m ás fresca del peristylum ; eran

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denom in ados cubicula diurna. El resto eran llam ados indistintam ente cubicula nocturna o dorm itoria y esta­ ban situ ados en la m edida de lo posible en la zon a oes­ te del p atio p ara recibir el sol de la m añana. Se debe re­ cordar que, finalm ente, en las m ejores casas se prefería colocar los dorm itorios en el segundo piso del peristy­ lum (§197). §206. U na biblioteca (bibliotheca) tenía su lugar en la casa de cualquier rom ano cultivado. Las colecciones de libros eran grandes y abundantes y, entonces como ahora, eran atesoradas incluso por personas a quienes no les interesaba en absoluto su contenido. Los libros o rollos, que se describirán después, se guardaban en cajas o vitrinas en las paredes. En una biblioteca descubierta en H erculano se encontró una caja rectangular m ás en el centro de la habitación. Era habitual decorar la habita­ ción con estatuas de M inerva y las M usas, y tam bién con los bustos y retratos de distinguidos hom bres de letras. Vitruvio recom ienda un a ubicación de la biblioteca m i­ rando hacia el este, posiblem ente para protegerla de la hum edad. §207. Adem ás de estas habitaciones, que se han en­ contrado en todas las casas im portantes, había otras de m enor im portancia, algunas tan raras que apenas cono­ cem os su uso. 1. El sacrariu m era una capilla p riv ad a d o n d e se guardaban las im ágenes de los dioses, se realizaban los ritos del culto y se ofrecían los sacrificios. 2. Los oeci eran salas o salones, correspondientes qui­ zá a nuestras salas para conversar o pintar y tal vez utilizadas ocasionalm ente como salones p a ra ban­ quetes.

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3. Las exedrae eran dependencias con asientos p e r­ m anentes; parece que se utilizaban p ara lecturas y otras diversiones. 4. El solarium era un lugar para tom ar el sol, a veces una terraza, a m enudo la parte llana del tejado, que era después cubierta con tierra y dispuesta com o un jardín y embellecida con flores y arbustos. 5. Tam bién había fregaderos, despensas y almacenes. 6 . Los esclavos debían tener sus h abitáculos (cellae servorum ), don de éstos se h acin aban tan ju n tos com o era posible. 7. Las bo d egas b ajo las casas eran p oco frecuentes, aunque se han encontrado algunas en Pom peya. §208. L a C asa de Pansa. Para terminar, se puede h a­ cer la descripción de una casa que existió realmente, to ­ m ando com o ilustración una que debe de haber perte­ necido a un hom bre rico e influyente, la llam ada C asa de Pansa en Pom peya. La casa o cu p ab a u n a m an zan a com pleta; estaba orien tada hacia el sudeste. La m ayor parte de estancias de delante y de los lados estaban al()

Plano de la Casa de Pansa, en Pompeya.

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quiladas p ara tiendas, alm acenes o apartam entos; en la parte posterior había un jardín. En gris aparecen las ha­ bitaciones que no pertenecían propiam ente a la casa. El vestibulum, con el núm ero 1, es un espacio abierto entre dos tiendas (§§193-194). Detrás está el ostium, con el 1’, con la figura de un perro en un m osaico (§195), abierto hacia el atrio con el núm ero 2. El atrium tenía tres habitaciones a cada lado, las alae con el 2’ en su lugar habitual, el im pluvium con el 3 en m edio, el tablinum con el 4 enfrente del ostium y el pasillo en la zona este con el 5. El atrium es de estilo Tuscanicum (§196) y está pavi­ m entado con cemento; el tablinum y el pasillo tienen un m osaico de flores. Desde éstos, unos p asos conducían al peristylum (7), que está a m enor altura que el atrium, mide 32 por 17 me­ tros y está rodeado por una columnata de 16 columnas en total. Hay dos habitaciones a los lados del atrium. U na de ellas, la 6, es llam ada la bibliotheca (§206), por haberse en­ contrado allí un manuscrito, pero su uso no es seguro; la otra, la 6’, posiblemente sea un comedor. El peristylum tie­ ne dos proyecciones, 7’, parecidas a las alae, que se han lla­ m ado las exedrae (§207). Se debe apreciar que la derecha tiene la com odidad de una salida (§202) a la calle. Las ha­ bitaciones que dan al oeste y la pequeña orientada al este no tienen un nom bre claro. La gran sala hacia el este, m ar­ cada con la T, es el comedor principal (§204); los restos de triclinios para comer están m arcados en el plano. La coci­ na está en la esquina noroeste, m arcada con el 13, con el establo adosado a su lado en el 14 (§203). Fuera de la coci­ na, en el 15, hay una zona pavim entada con una puerta que da a la calle por donde podía entrar un carro. Al este de la cocina hay un pasillo estrecho (10) que conecta el peristylum con el jardín (§202). A la derecha

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de éste, en el 9, hay dos habitaciones, la m ayor de las cuales es un a de las habitaciones m ás espectaculares, de 11 por 8 m etros de extensión, con u n a ventana grande protegida p or una balau strada baja y abierta al jardín. Posiblem ente fuera un oecus (§207). En el centro del peristylum hay una pila de m edio m e­ tro de profundidad, decorada en los bordes con figuras de plantas acuáticas y peces. A lo largo de to da la zona norte de la casa corría un a am plia zon a de p aso (16), que m iraba al jardín ( 11), donde había una especie de casa de verano (12). En la casa había un piso superior, pero las escaleras que llevaban allí están situadas en h a­ bitaciones alquiladas, lo que sugiere que la planta supe­ rior no estaba ocupada p or la fam ilia de Pansa. §209. De las habitaciones que dan a la calle se ha de señalar que una, m arcada con líneas diagonales, estaba conectada con el atrium ; probablem ente era utilizada para algún negocio dirigido p or el propio Pansa (§193), posiblem ente a través de un esclavo (§144) o un liberto (§175) encargado directam ente de él. De las dem ás, las dependencias en el lado este (A, B) parecen haber sido alquiladas com o apartam entos. El resto eran tiendas y alm acenes. Las cuatro depen den cias co n ectad as en el oeste cerca de la fachada parece que fueron una gran p a ­ nadería; la sala m arcada com o C era una tienda con un a h abitación grande que se abría hacia fu era y contenía tres m olinos (§418), una pila para hacer la m asa, un gri­ fo de agua con fregadero y un horno en una zona aparte. El uso del resto no está claro. §210. Las paredes. El m aterial utilizado p ara las p a ­ redes (parietes) variaba con el tiem po, el lugar y el coste de transporte. El prim er m aterial utilizado en Italia era la piedra y los ladrillos sin cocer (lateres crudi), com o en

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casi todas partes, m ientras que la m adera sólo se em plea­ ba en estructuras tem porales, com o el añadido (§190) de donde se desarrolló quizá el tablinum. D esde tiem pos antiguos en casas privadas y en todas las épocas en edificios públicos se levantaban de form a regular paredes de piedra pulida (opus quadratum ), ju s­ to com o en tiem pos m odernos. Al ser la tufa, la piedra volcánica fácil de conseguir en el Lacio, apagada y poco atractiva p o r su color, sobre la pared se extendía para decorarla un vistoso recubrim iento de estuco de m ár­ m ol que con fería un acab ad o de deslum bran te color blanco. Para casas con m enos pretensiones, no para edificios públicos, se hizo un uso abundante de ladrillos secados al sol (el adobe de nuestras haciendas del sudoeste), has­ ta com ienzos del siglo i a,C. Tam bién éstas se cubrían con estuco, p o r decoración y p a ra protegerlos de la in­ temperie, pero incluso el resistente estuco no ha preser­ vado las paredes de este m aterial perecedero hasta nues­ tros días. En época clásica apareció un nuevo m aterial, m ejor que el ladrillo o la piedra, m ás barato, m ás duradero, m ás fácil de trabajar y de transportar, em pleado casi en exclusiva p ara casas privadas y, a nivel general, p ara edi­ ficios públicos. Las paredes construidas a la nueva m a­ nera (opus caementicium) se denom inan con variantes «obras con cascotes» o «cem ento» en nuestros libros de referencia, p ero n in gú n térm in o es suficientem ente exacto; el opus caementicium n o se ten día en tiradas, com o nuestra obra con cascotes, m ientras que p o r otra parte se utilizaban piedras algo m ayores que en el ce­ m ento con el que se construyen las paredes de edificios hoy día.

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§211. Paries caementicius. Los materiales de la paries caementicius dependían del lugar. En R om a se utilizaba barro y cenizas volcánicas (lapis Puteolanus) con piedras como m ínim o del tam año del puño. A veces, en vez de piedra se usaban fragm entos de ladrillos y arena (§146) en lugar de la ceniza volcánica; los tiestos fragm entados en pequeños trozos eran m ejores que la arena. Cuanto m ás dura era la piedra, m ejor resultaba el cemento; el m ejor cemento se elaboraba con fragmentos de lava, el material con el que generalmente se pavim entaban las carreteras. El m étodo em pleado p or los rom anos para levantar las paredes de cemento era el m ism o que el de tiem pos ac­ tuales, y se entenderá fácilm ente exam inando la figura supra. Primero a intervalos de un m etro a am bos lados de la futura pared se fijaban postes verticales de 13-15 centí­ metros de grosor y 3-4 m etros de altura. Fuera de éstos se clavaban horizontalm ente tablas de 25-30 centím etros de anchura. En el espacio interm edio se vertía el cemen-

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to sem ilíquido, que recibía la form a de los postes y las tablas. Cuando el cem ento se había endurecido, el arm a­ zón se q uitaba y levantaba; así seguía el trabajo hasta que la pared alcanzaba la altura requerida. El grosor de las paredes así levantadas podía ir desde los 18 centím e­ tros en un tabique de un a casa norm al hasta los cinco m etros en los m uros del Panteón de A gripa. D uraban m ucho m ás que las paredes de piedra, que pod ían ser derruidas p iedra por piedra con un poco m ás de trabajo del requerido p ara ponerlas juntas; la pared de cemento era un solo bloque de piedra en toda su extensión, y se podían cortar bloques grandes sin reducir lo m ás m íni­ m o la fortaleza y resistencia del resto. §212. A pariencia externa de las paredes. Aunque es­ tas paredes eran im perm eables para el m al tiem po, so­ lían ser recubiertas con piedra o con ladrillos cocidos en el h orno (lateres cocti). La piedra utilizada solía ser la tufa blanda, que no estaba tan bien adaptada p a ra resis­ tir al aire libre com o el cemento. A. La variante m ás antigua consistía en coger trocitos de piedra con un a cara lisa pero sin un tam añ o o form a regular y colocarlos con su cara m ás lisa contra el arm azón, en cuanto se vertía el cemento; cuando se qui­ taba el arm azón, la pared se m ostraba com o en la figura A de la página 156. Esa pared se llam aba opus incertum. B. M ás adelante se utilizaron pequeños bloques de tufa con una cara lisa y una figura uniform e. U na pared con este aspecto exterior parecía como si estuviera cu­ bierta por una red, y recibía p or ello el nom bre de opus reticulatum. C. En cualquier caso, la cara exterior de la pared so­ lía recubrirse de una piedra caliza fina o con estuco de m árm ol, lo que le confería un acabado duro, suave y

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blanco. Los lad rillo s co ci­ dos tenían una form a trian­ gular, pero su disposición y ap arien cia se p u ed en en ­ tender con m ás facilidad a p artir de la ilu stració n . D ebe señalarse que ningu­ na pared estaba hecha con lateres cocti solam ente; in ­ cluso los tabiques finos te­ nían una capa de cemento. §213. Su elos y tech os. En las casas m ás m odestas el suelo (solum) de la plan ­ ta b a ja se fo rm a b a su a v i­ Apariencia externa zando la tierra entre las p a­ de las paredes. redes, cubriéndolo con una gruesa capa de pequeños trozos de piedra, ladrillos, tejas y tiestos y allanándolo todo y pisándolo con fuerza con un objeto p esado (fistuca). Este suelo se den om in aba pavimentum, pero la palabra llegó a usarse gradualm en­ te para suelos de todo tipo. En casas de m ejor clase el suelo se hacía con piezas de piedra que se ajustaban unas a otras. Las casas m ás lu jo­ sas tenían suelos de cemento hechos com o se ha descri­ to. El suelo de los pisos superiores a veces se hacía de m adera, pero tam bién se usaba aquí el cemento, vertido sobre una base tem poral de m adera. Ese suelo era m uy p esad o y requ ería sólid as paredes p a ra so p o rtarlo ; se h an conservado suelos de 45 centím etros de g rosor y seis m etros de largo. Un suelo de este tipo form aba un techo perfecto p ara el piso inferior, que sólo necesitaba un acabado de estuco. O tros techos se hacían com o aho­

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ra: se clavaban listones sobre las vigas y se recubrían con m ortero y estuco. §214. Tejados. La construcción de los tejados (tecta) se diferenciaba m uy poco del m étodo m oderno. Los te­ jados variaban tanto com o los nuestros en form a; algu­ nos eran planos, otros a dos aguas, y otros bajaban en cuatro vertientes. En los tiem pos m ás antiguos se cubría con una capa de paja, com o en la llam ada cabaña de R ó­ m ulo (casa Romuli) sobre el Palatino, conservada inclu­ so en época im perial com o una reliquia del pasado. So­ bre la p aja se colocaban guijarros, com o base p a ra las tejas. Al principio eran planas, pero después m ostraban un reborde a cada lado de m anera que la parte inferior de una se encajara en la superior de la que quedaba debajo en el tejado. Las tejas (tegulae) eran colocadas u n a junto a otra y los rebordes se cubrían con otras tejas llam adas imbrices, invertidas sobre ellas. H abía canalones a lo lar­ go del alero que conducían el agua hasta cisternas, si se necesitaba p a ra uso dom éstico. §215. Las puertas. La puerta rom ana, com o la nues­ tra, tenía cuatro partes: el um bral (limen), las d o s jam ­ bas (postes) y el dintel (limen superum). El dintel siem ­ pre era de una sola pieza de piedra y bastante aparatoso. Las puertas eran exactam ente iguales a las de tiem pos m odernos, excepto en el tem a de las bisagras, ya que, aunque los rom anos tenían bisagras com o las nuestras, no las utilizaban en sus puertas. El soporte de la puerta era en realidad un cilindro de m adera m aciza, algo más largo que la puerta y con un diám etro algo m ayor que el grosor de la puerta, que term inaba con unos pivotes en la parte superior e inferior. Estos pivotes encajaban en dos agujeros arriba en el dintel y abajo en el um bral. La

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puerta se ajustaba a este cilindro, para que el peso com ­ binado de la puerta y el cilindro recayera sobre el pivote de abajo. Las com edias rom anas están llenas de referen­ cias al chirrido de las puertas de las casas. §216. La puerta exterior se llam aba propiam ente ianua, y la interior ostium, pero am bas palabras acabaron por usarse indiscrim inadam ente, y la segunda incluso se aplicaba a to d a la entrada (§195). Las p u ertas dobles se llam aban fores; la p u erta trasera que d ab a al jard ín (§208) o al peristylum p or detrás o desde una calle late­ ra l se lla m a b a posticum . L as p u e rta s se ab rían h acia adentro, y las que daban acceso al exterior estaban p ro ­ vistas de cerrojos (pessuli) o barras (serae). N o eran des­ conocidos los cierres y llaves con los que las puertas p o ­ dían cerrarse, p ero eran m u y p esad os y toscos. E n el interior de las casas privadas las puertas eran m enos fre­ cuentes que ahora, ya que los rom anos preferían separa­ ciones m ás livianas, parecidas a nuestras cortinas (vela, aulaea). §217. Las ventanas. En las habitaciones principales de una casa privada las ventanas (fenestrae) se abrían ha­ cia el peristylum, com o se ha visto, y se puede establecer com o n orm a que en las casas privadas las habitaciones situadas en el piso superior y utilizadas p ara propósitos dom ésticos no solían tener ventanas abiertas a la calle. En los pisos superiores había ventanas exteriores en las dependencias que no tuvieran salida hacia el peristylum, com o los que estaban encim a de las habitaciones alqui­ ladas en la casa de Pansa (§208) y en las insulae (§232) en general. Las casas de cam po podían tener ventanas hacia el ex­ terior en el prim er piso. Algunas ventanas estaban p ro ­ vistas de cierres exteriores, hechos para ser deslizados de

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lado a lado en un arm azón en la parte exterior de la pa­ red. Estos cierres (foriculae, valvae) a m enudo tenían dos partes que se m ovían en direcciones opuestas; cuando se cerraban, se decía que estaban iunctae. H abía ventanas con rejas; otras estab an cubiertas con una fin a m alla para m antener fuera a ratones u otros anim ales desagra­ dables. Los rom an os del Im perio conocían el cristal, pero era dem asiado caro p ara su uso general en ventanas. Tam­ bién se utilizaba el talco y otros m ateriales translúcidos en los m arcos de las ventanas com o protección contra el frío, pero sólo en circunstancias m uy poco habituales. §218. Calefacción. Aun con el suave clima de Italia, las casas a m enudo resultaban dem asiado frías. E n algu­ nos días fríos los habitantes posiblem ente se tenían que conform ar con trasladarse a habitaciones caldeadas por los rayos directos del sol (§204) o con m ás ropa de abri­ go. En la época m ás dura en pleno invierno utilizaban foculi, estufas de carbón o braseros de todo tipo todavía usados en los países del sur de Europa. Sólo eran cajas m etálicas donde se pod ían pon er trozos de carbón ca­ liente, con patas para proteger el suelo de daños y asas con las que podían trasladarlos de una a otra habitación. Los ricos a veces tenían hornos parecidos a los nues­ tros bajo las casas; en esos casos, el calor se distribuía con tubos de barro p or toda la casa. Las separaciones y suelos entonces eran generalmente huecos, y por ahí cir­ culaba el aire caliente, que caldeaba las habitaciones sin entrar directam ente en ellas (§368). Este sistema de cale­ facción tenía sus chimeneas, pero no se utilizaba m ucho en las casas privadas de Italia. Restos de esos dispositivos de calefacción se encuentran con m ás frecuencia en las provincias septentrionales, especialm ente en Britania,

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donde la casa con hipocausto parece haber sido habitual durante la época rom ana. §219. Su m in istro de agua. Todas las ciudades im ­ portan tes de Italia y m uchas ciudades del m u n d o ro ­ m an o ten ían ab u n d an tes su m in istro s de a gu a tra íd a por acueductos desde las m ontañas, a veces a con side­ rable distancia. Los acueductos de los rom an os estaban entre sus obras de ingeniería m ás m agníficas y exitosas. El p rim er gran acued ucto (a q u a) de R om a fue co n s­ tru id o en el añ o 312 a.C. p o r el fam o so censor A pio C lau d io . D u ran te la R ep ú b lica se co n stru y ero n tres m ás y al m enos siete durante el Im perio, de m od o que la antigua R om a estaba abastecida al m enos p o r once o m ás acueductos. La R om a actual está bien surtid a con cuatro, que son las fuentes y en ocasiones los canales de tantos com o los antiguos. Las prin cipales tuberías recorrían las calles p o r el centro y el agua llegaba a las casas m ediante cañerías. En la parte superior de las ca­ sas solía haber un depósito desde el que el agua se dis­ tribu ía según las necesidades. N o solía llegar a m uchas h abitaciones, pero siem pre h abía un a fuente en el p e­ ristylum y su jardín (§ 202), y un surtidor en la casa de baños y en el retrete. Las term as tenían un aparato de calefacción indepen­ diente, que m antenía la habitación o habitaciones a la tem peratura deseada y prop orcion ab a el agua caliente necesaria. Los pobres tienen que acarrear el agua para uso dom éstico desde las fuentes públicas en las calles. D esde tiem pos antiguos se vio la necesidad de sistem as de drenaje y alcantarillado, el m ás antiguo de los cuales databa tradicionalm ente de la época de los reyes. A lgu­ nos, com o la C loaca M áxim a, han seguido en uso hasta hace poco.

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§220. D ecoración . H asta el últim o siglo de la Re­ p úb lica las casas eran pequ eñ as y sencillas, con poca decoración. El exterior de la casa solía dejarse austera­ m ente sin adorn os; los m uros sólo se cubrían con estu­ co, com o h em os visto (§212). El interior se decoraba de acuerdo con los gustos y posib ilid ad es del dueño; incluso las casas h um ildes no carecían de toques en­ cantadores. Al principio las paredes acabadas en estuco se recubrían con paneles rectangulares (abaci), pintados con vivos y bonitos colores; predom inaban los rojos y am arillos. En el centro de los paneles se pintaban figuras y el conjunto se rodeaba con arabescos brillantes. D espués llegaron elaborados cuadros, figuras, interio­ res, paisajes, etc., de gran tam año y pintados con la m a­ yor habilidad, todo directam ente sobre la pared, como en algunos edificios públicos actuales. Algo m ás adelan­ te los m uros com enzaron a recubrirse con finas losas de m árm o l con un reborde en la base y u n a cornisa. La com b in ació n de m árm o les en distin tos ton os creaba herm osos efectos, ya que los rom anos recorrieron todo el m undo buscan do colores llamativos. Finalmente lle­ garon las figuras de estuco en relieve, enriquecidas con oro y colores, y los m osaicos, principalm ente de dim i­ nutas piezas de cristales de colores, que creaban un efec­ to sem ejante a las joyas. §221. Las p u ertas y en trad as d aban o casió n a un tratam iento igualm ente artístico. Las puertas presenta­ ban ricos paneles y relieves, m arcos de bronce, o la pro­ pia puerta estaba hecha de bronce. El um bral lucía con frecuencia un m osaico (com o el descubierto en Pom pe­ ya). Los postes se recubrían de m árm ol a m enudo con elaborados diseños en relieve.

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Los suelos se cubrían con losas de m árm ol dispuestas form ando figuras geom étricas con colores que contras­ taban, m uy sem ejantes a com o lo son ahora en edificios públicos, o con m osaicos sólo m enos herm osos que los de las paredes. El m ás fam oso de éstos, «D arío en la b a ­ talla de Iso», m ide 4,5 por 2,5 m etros, pero, a pesar de su tam año, tenía m ás de 150 piezas p ara cada seis centí­ m etros cuadrados. Los techos estaban abovedados y pintados en colores brillantes, o divididos en paneles (lacus, lacunae), p er­ fectam ente u n id o s en sus in tersecciones con p e sad o s travesaños de m adera o m árm ol, y después decorados del m odo m ás elaborado con trabajos de estuco en relie­ ve, o de oro o m arfil, o con placas de bronce con un baño de oro. §222. M o b ilia rio . N u estro co n o cim ien to de los m uebles rom an os es indirecto, ya que sólo h an llegado h asta n o so tro s los ob jeto s hechos de p ied ra o m etal. Por suerte, las fuentes secundarias son buenas y abu n ­ dantes. M uchos ob jetos están descritos fortuitam en te en textos literarios, m uch os aparecen en las p in tu ras m urales m en cion adas arriba (§2 20) y algunos han sido restaurados a p artir de los m oldes descubiertos en las cenizas endurecidas de Pom peya y H erculano. En ge­ n eral p o d e m o s d ecir que lo s ro m a n o s ten ían p o c o s m uebles en sus casas, que se preocupaban m en os p or su confort, p o r no hablar de la com odidad del lujo, que por los m ateriales caros, el trab ajo fino o las fo rm as ar­ tísticas. Las m an sion es del Palatino lucían to d os los objetos saqueados en Grecia y Asia, pero se puede dudar de que hubiera m uchas cam as cóm odas dentro de los m uros de Rom a.

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§223. Principales objetos. M uchos de los objetos o com plem entos m ás habituales y utilizados hoy día eran desconocidos p ara los rom anos. N o había espejos en las paredes. N o tenían escritorios o m esas p ara escribir, ni cóm odas o cajoneras, ni vitrinas con cristaleras p ara ex­ hibir objetos curiosos, vajillas o libros, ni siquiera m an ­ teles ni perchas para som breros. Los principales objetos encontrados en las m ejores ca­ sas eran cam as o sofás, sillas, m esas y lám paras. Si aña­ dim os arcones, arm arios de m adera con puertas, algún brasero (§218) y, todavía con m enos frecuencia, un reloj de agua, tendrem os todo lo que se puede llam ar «m ue­ bles», exceptuando la vajilla, cubertería y utensilios de cocina. Sin em bargo, no se debe pensar que sus habita­ ciones presentaran un aspecto desolado ni deprimente. Cuando uno considera la decoración (§§220-221), la m ajestuosa solem nidad del atrium (§198) y la rara belle­ za del peristylum (§202), resulta evidente que m uy pocos objetos de auténtica calidad artística tenían m ás que ver con la casa rom ana que el desorden y la confusión que tenem os a veces en nuestras habitaciones. §224. Sofás. Los sofás y canapés (lectus, lectulus) se encontaban p o r todas partes en la casa rom ana; como un sofá de día, com o u n a cam a de noche. En su form a m ás sim ple consistía en un arm azón de m adera con tiras de cuero encim a sobre las que se tendía un colchón. En un extremo había un brazo, com o en el caso de nuestras chaise-longues; a veces había un brazo en cada extrem o y adem ás un respaldo. Parece que el respaldo fue u n aña­ dido de los rom anos al sofá antiguo; siempre estaba pro­ visto de cojin es y m an tas o cobertores. El colchón al principio estaba relleno de paja, pero esto dio p aso a la lana e incluso a las plum as.

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En algunos d orm itorios de Pom peya parece que no había arm azón de base; en esos casos el colchón estaba colocado sobre un sop orte con stru ido desde el suelo. Los m uebles usados com o cam a parecen haber sido m ás grandes que los que utilizam os com o sofás, y eran tan altos que hacían falta escabeles o incluso escalones para subir. El lectus com o sofá se utilizaba en la biblioteca para leer y escribir; el estudiante se apoyaba en su brazo izquierdo y sostenía el libro o los útiles de escritura con la derecha. En el com edor tenía un lugar perm anente, com o se describirá después. Ya se ha m encionado su lugar h on o­ rífico en el gran salón (§199). Se apreciará que el lectus podía tener sólo una finalidad ornam ental. Sus patas y brazos estaban tallados o hechos con costosas m aderas, o con in cru stacion es o ch apad os con cap arazon es de tortuga, m arfil o m etales preciosos. Incluso había arm a­ zones de plata m aciza. Los cobertores a m enudo estaban hechos con las m ejores telas, tin tados con los colores m ás brillantes y trabajados con figuras doradas. §225. Sillas. Entre los rom anos, com o en todas p a r­ tes, el tipo prim itivo de asiento (sedile) era el taburete o el banco con cuatro patas perpendiculares y sin respal­ do. R esulta n otab le que no diera p a so a n ad a m ejo r cuando las posibilidades económ icas lo perm itieron. El taburete (sella) era el asiento habitual de una persona, utilizado p o r hom bres y m ujeres cuando descansaban o trabajaban, y tam bién p or los niños y esclavos en sus co­ m idas. El banco (subsellium) sólo se distinguía del taburete p or acom odar a m ás de un a persona. Lo usaban los se­ nadores en la curia, los ju rad o s en los tribunales y los niños en la escuela (§ 120), así com o en casas privadas.

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Una form a especial de sella era la fam osa silla curul (se­ lla curulis), con patas curvas de marfil. La silla curul se plegaba com o nuestras sillas de cám ping para facilitar su tran spo rte y tenía tiras de cuero en la parte su p erior para soportar el cojín que form aba el asiento. §226. La prim era m ejora sobre la sella fue el solium, una silla rígida, recta, de respaldo alto y sólidos brazos; parecía com o cortado de un solo bloque de m ad era y era tan alto que un escabel era tan n ecesario p ara él com o con la cam a (§224). Los poetas representaban a los dioses y reyes sentados en ese tipo de asiento y se guardaba en el atrium para uso del patrono cuando reci­ bía a sus clientes (§§182, 198). Para terminar, encontram os la cathedra, una silla sin brazos pero con un respaldo curvo fijado a veces con una suave inclinación, lo m ás parecido a un asiento cóm odo que conocían los rom anos. Al ser considerada dem asiado lujosa para los hom bres, al principio sólo la utilizaban las mujeres, pero su uso acabó p o r generalizarse. De su uso por parte de los m aestros en las escuelas de retórica (§115) surgió la expresión ex cathedra, aplicado a m anifestaciones autoritarias de todo tipo, y del de los obispos proviene n uestra palabra «catedral». N i el so­ lium ni la cathedra estaban tapizados, pero se utilizaban cojines o cobertores con los dos igual que con los lecti, y proporcionaban oportunidades sem ejantes p ara un tra­ bajo habilidoso y un a lujosa decoración. §227. M esas. La m esa (m ensa) era el m ueble m ás im p o rtan te en la casa rom an a, ya co n sid erem o s sus m últiples usos o los precios pagados a m enudo p o r cier­ tos tipos. Las m esas variaban en form as y construcción, tanto com o las nuestras, m uchas de las cuales están co­ piadas directamente de m odelos rom anos. Se utilizaban

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toda clase de m ateriales para sus bases y partes superio­ res: piedra, m adera m aciza o chapada, m etales preciosos con u n a capa fina solam ente, etc. Las m ás caras, p or lo que sabem os, eran las m esas redondas hechas con sec­ ciones cruzadas de cedro. La m adera estaba bellamente destacada y cada pieza podía tener entre un m etro y m e­ tro y m edio de diámetro. Cicerón pagó el equivalente a 18.000 euros p or una m esa así, Asinio Polión unos 40.000 por otra y el rey Juba 47.000 por una tercera; la fam ilia de los Cetegos tenían una valorada en 55.000 euros. Algunas m esas con form as especiales tenían su n om ­ bre específico: 1. El monopodium era un a m esa con un solo pie de apoyo, utilizada sobre todo p ara poner encim a una lám para (§228) o para artículos de tocador. 2. El abacus era una m esa con la parte superior rec­ tangular y un borde que sobresalía; se usaba p ara los platos y la vajilla de oro, en el lugar de los ac­ tuales aparadores. 3. La delphica (mensa) tenía tres patas. Las m esas con frecuen cia estab an hechas con p atas aju stab les p ara que su altura pudiera cambiar. Por otro lado, las m esas perm anentes de los triclinia (§204) solían ser de sólida m am postería o cemento que subía directam ente del suelo; tenían la parte superior de piedra pulida o de m osaico. La m esa se prestaba m ás a un trabajo artístico que las sillas o los sofás, sobre todo en cuanto al tallado y las incrustaciones de las patas y la parte superior. §228. L ám p aras. La lám para rom ana (lucerna) era en esencia bastante simple: sólo un recipiente p ara con­

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tener aceite de oliva o grasa fundida con hilos unidos para form ar una m echa o varias que salían p o r uno o m ás agujeros p or la parte superior. N orm alm ente había un agujero especial p o r el que se rellenaba la lám para. La luz conseguida así debe de haber sido bastante débil e insegura. N o había cristal para m antener la llam a estable y nunca había un tubo o un refuerzo central. Sin em bargo, com o obras de arte las lám paras eran a m enudo increíblemente herm osas. Incluso las de m ate­ rial m ás barato tenían graciosas form as y proporciones, m ientras que a las hechas con un m aterial costoso la ha­ bilidad del artista en m uchos casos debe haberles confe­ rido un valor m ucho m ayor que el de las piedras raras o m etales preciosos con los que estaban hechas. Algunas de estas lám paras estaban pensadas p ara llevarse en la m ano, com o se ve p o r las velas; otras, para colgar del te­ cho m ediante cadenas; otras se m antenían sobre m esas expresam ente construidas para ellas, com o los monopo­ dia (§227), generalmente utilizados en los dorm itorios o con un trípode. Para ilum inar las salas públicas había, adem ás de és­ tas, altos candelabros, como nuestras «lám paras de pie». En algunas de éstas, se colocaban varias lám paras juntas o que colgaban a la vez. Algunas de pie se podían ajustar en altura. El nom bre de los candelabros (candelabra) in­ dica que al principio se pensaron para sostener las velas de cera o de sebo (candelae), y el hecho de que estas ve­ las fueran su stitu id as en las casas de los ricos p o r las lám paras hum eantes y malolientes es una buena prueba de que los rom anos no tenían gran habilidad en la fabri­ cación de velas. Por último, se puede hacer notar que un sum inistro de antorchas (faces) de m adera seca e infla­ m able, a m enudo hum edecidas con aceite o untadas con

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brea, se guardaba cerca de la puerta exterior p ara su uso por las calles, porque las calles no estaban ilum inadas por la noche (§§151, 233). §229. A rcones y arm arios. Todas las casas disponían de arcones (arcae) de diferentes tam años p ara guardar ropa y otros artículos no siem pre en uso, y p ara preser­ var en lugar seguro papeles, dinero y joyas. N orm alm en­ te el m aterial era la m adera; las arcae tenían refuerzos de m etal y estab an o rn am en tad as con b isag ras y cierres de bronce. Las m ás pequeñas, utilizadas com o joyeros, eran a m enudo de plata o incluso de oro. Q uizá m ás im ­ portan te era la caja fuerte colo cad a en el tablinum (§201), donde el p ater fam ilias guardaba su dinero en efectivo. Estaba hecha lo m ás sólida posible para que no pudiera ser abierta con facilidad p or la fuerza, y era tan grande y pesada que era im posible m overla del sitio de un a pieza. En ocasiones, com o m edida adicional, estaba encadenada al suelo. A m enudo, tam bién, estaba rica­ m ente tallada y engastada. §230. Los a rm a rio s (a rm a ria ) estab an d iseñ ad o s para propósitos sim ilares y hechos de m ateriales pareci­ dos. Solían estar divididos en com partim entos y siem pre estaban provistos de bisagras y cierres. D os de los usos m ás im portan tes de estos arm arios ya se han m encio­ nado: • En la biblioteca (§206) protegían los libros de los hom bres y los ratones. • En las alae guardaban las imagines, o m áscaras de cera de los difuntos. Se ha de señalar que los arm aría carecían de las con­ venientes puertas acristaladas de las vitrinas que utiliza­

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m os para los libros y objetos sem ejantes, pero igualm en­ te estaban tan bien adaptados a una finalidad decorati­ va, com o otros m uebles que han sido m encionados. §231. O tros artículos. La estufa o brasero ya se h a descrito (§218). En el m ejor de los casos era un pobre sustituto de la m ás hum ilde estufa m oderna. El lugar de nuestro reloj era ocu p ad o en el peristylum o el jardín por el reloj de sol (solarium), com o se ve a m enudo hoy en día en nuestros parques y jardines; éste m edía las h o­ ras del día a partir de la som bra de un palo o u n a barra m etálica. Fue in troducida en R om a desde Grecia en el 268 a.C. U n siglo desp u és se tom ó prestad o tam bién de los griegos el reloj de agua (clepsydra), m ás útil porque se­ ñalaba tanto las horas del día com o las de la noche y p o ­ día usarse en casa. C o n sistía básicam ente en u n reci­ piente que se llenaba de agua cada cierto tiem po y del que se podía dejar salir ésta a un cierto ritmo, de m odo que el cam bio en el nivel del líquido indicaba las h oras sobre una escala. C om o la duración de las horas rom anas de­ pendían de la estación del año, y el flujo del agua, de la tem peratura, el aparato no era dem asiado exacto. La re­ ferencia de Shakespeare en su Julio César (2, 1, 192) a las cam panadas del reloj es un anacronism o. §232. Insulae. A ntes de term in ar la R epública en R om a y otras ciudades, sólo los ricos podían perm itirse vivir en casas privadas. La m ayor parte de la población urbana de lejos vivía en bloques de apartam entos y casas de alquiler. Se llam aban insulae, una palabra aplicada al principio a las m anzanas o bloques de la ciudad. A veces tenían seis o siete pisos de altura. Augusto lim itó su al­ tura a veinte m etros; Nerón, después del gran incendio

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duran te su rein ado, fijó un lim ite de 18 m etros. Fre­ cuentem ente se construían con pobres m ateriales y de m ala calidad con propósitos especulativos; y Juvenal h a­ b la del gran peligro de fuego y los derrum bam ien tos. Debían parecerse bastante a los bloques actuales de ese tipo, excepto p or la ausencia de cristales en las ventanas. Las habitaciones exteriores recibían la luz p o r las ven­ tanas (§217). A veces había balcones (§233) sobre la ca­ lle. Éstos, com o las ventanas, se podían cerrar con con­ traventan as de m ad era. Las h ab itacion es in teriores recibían la luz de un deslunado, si es que tenían alguna ilum in ación . Las insulae estaban a veces divid idas en apartam entos de varias habitaciones, pero con frecuen­ cia eran alq u ilad as p o r h ab itacion es in d ivid u ales. En O stia se han descubierto restos de insulae en las que los apartam entos del últim o piso disponían cada uno de su propia escalera. Las plantas bajas estaban regularm ente ocup adas p o r tiendas. El vigilante del edificio, que lo cuidaba y recogía los alquileres, era un esclavo del p ro ­ pietario y se llam aba insularius. §233. La calle. Es evidente, por lo que se ha dicho, que una calle en un barrio residencial de una ciudad ro­ m an a norm al debe de haber sido llana y m on óton a en apariencia. Las casas eran casi todas del m ism o estilo, con un acabado exterior semejante de estuco (§210), las ventanas eran pocas y generalmente en los pisos superio­ res, y no había jardines ni parterres hacia la calle; en re­ sum en, no había n ada que diera variedad o agradara a la vista, excepto, quizá, las decoraciones de los vestibula (§194), algún balcón en ocasiones (maenianum; §232) o una fuente pública. En las calles comerciales las fachadas abiertas de las pequeñas tiendas, así com o los balcones y ventanas por encima, daban color y variedad durante el

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día; sin embargo, las tiendas estaban cerradas y en blanco de noche. En Pom peya algun as calles m o strab an co lu m n atas que se extendían a lo largo de las fachadas de los edifi­ cios. Éstas regalab an su so m b ra y d ab an co b ijo a los vendedores y paseantes; las paredes así protegidas esta­ ban a veces cubiertas de pinturas. En esas paredes con frecuencia había pintados anuncios, com o carteles elec­ torales y program as de luchas gladiatorias (§361). En las calles urbanas los bloques en fila de elevados edificios con apartam entos debían de dar una apariencia m uy sem ejante a la de los edificios de las m ism as ciuda­ des hoy. Los soportales y balcones estaban llenos de vida durante la estación calurosa. A m enudo había jardineras o m acetas con flores en las ventanas superiores. En R om a la m ayoría de calles eran estrechas y torcidas (§382). Juvenal en su tercera Sátira ofrece u n a vivida descripción de la incom odidad e incluso del peligro de cam inar p or R om a entre la m ultitud. Por la noche las condiciones eran aún peores por la falta de un sistema de ilum inación en las calles (§151). La propia calle esta­ ba pavim entada (§385), y provista de dos aceras a los la­ dos de 30 a 45 centímetros de altura sobre la calzada de veh ículos. E n P om peya la d ificu ltad de cru zar de u n lado a otro se ha so lu cio n ad o con piedras de p aso (§386), de la m ism a altura, bien fijadas a una distancia adecuada u n a de otra cruzando la calzada. Estas piedras de paso se situaban a intervalos adecuados en cada calle, no sólo en los cruces. Solían ser ovales, con la parte superior plana, y m e­ dían unos 90 p or 45 centímetros; el lado más largo era paralelo al sentido de la calle. El espacio entre ellas a m enudo quedaba dividido con profundas rod ad as p or

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las ruedas de los vehículos, y la distancia entre las rod a­ das m u estra que las rued as tenían una sep aración de unos 90 centímetros.

Referencias: Marquardt, 213-250, 607-645; Pauly-Wissowa, en atrium, compluvium, impluvium, Römisches Haus; Bliimner, 7-160; Smith, Harper’s, Rich, Daremberg-Saglio, Walters, en domus, mürus, tegula y otros términos latinos en el texto de este libro; Baumeister, 631, 927-933, 1364-1384; Friedländer, II, 185-210; Sandys, Companion, 217-226; Cagnat-Chapot, I, 1-39, 275299, II, 1-32, 426-438; Jones, 159-184; Mau-Kelsey, 245-354, 367-382, 456-484; Overbeck, 244-376, 520-540; Gusman, 253316; McDaniel, 3-22; Fowler, 237-244; Showerman, 76-88. Véase también «The Form of the Early Etruscan and Roman House», de Margaret Waites, en Classical Philology, 9, 113-133 (abril, 1914). Sobre materiales y técnicas de construcción ro­ manos, véase Middleton, I, 1-83.

7. Vestidos y adornos personales

§234. D esde los tiem pos m ás antiguos hasta los m ás recientes la rop a de los rom anos fue m uy sencilla, y con­ sistía norm alm ente en sólo dos o tres artículos, adem ás del calzado. Estos artículos variaban en el m aterial, el es­ tilo y el nom bre según la época, pero sus form as casi no cam biaron durante la República y comienzos del Im pe­ rio. El clim a suave de Italia (§218) y el endurecimiento de la juventud gracias al ejercicio físico (§107) hicieron innecesarias las prendas dem asiado ajustadas a las que estam os acostu m brados, m ientras que el contacto con los griegos al sur y con los etruscos al norte dio a los ro­ m anos un gusto p or la belleza que encontró su expre­ sión en la form a de llevar con gracia su ropa holgada y dinám ica. L a ropa de hom bres y m ujeres tenía m uchas m enos diferencias que en tiem pos m odernos, pero será conve­ niente describir sus prendas p o r separado. C ad a prenda fue asignada p o r los autores rom anos a una de las dos clases y llam ada, según la form a en que se llevaba, indu­ tus («que se ponen encim a») y amictus («que se envuel­ 173

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ven alrededor»). A la prim era clase pod em os llam arla «ropa interior», y a la segunda, «ropa exterior», aunque estos térm inos no representan adecuadam ente las p ala­ bras latinas. §235. Subligaculum . Sobre la piel se llevaba el subli­ gaculum, el taparrabos fam iliar para nosotros con el que aparecen los antiguos atletas y gladiadores en las pin tu­ ras, o parecidos quizá a los pantalones cortos de los ac­ tuales bañistas y atletas. Sabem os que en la época m ás antigua ésta era la única prenda interior utilizada p or los rom anos y que la fam ilia de los Cetegos adoptó esta cos­ tum bre durante la República llevando la toga inm edia­ tam ente encim a. Tam bién lo llevaban particulares que querían p osar com o los cam peones de una sencillez p a ­ sada de m oda, com o, p or ejemplo, C atón el Joven y los candidatos a puestos públicos. Sin em bargo, en los m e­ jores tiem pos el subligaculum fue llevado b ajo la túnica o sustituido p o r ella. §236. T ú n ica. La tú n ica tam bién fue ad o p tad a en época antigua y era el artículo principal del tipo descrito p or la palabra indutus. Era una cam isa lisa de lana, he­ cha con dos piezas, la anterior y la posterior, que estaban cosidas a los lados. Solía tener m angas m uy cortas, que apenas cubrían la m itad de la parte superior del brazo. Tenía la lon gitu d suficiente p ara llegar desde el cuello h asta la pantorrilla, pero si el portador deseaba una m a­ yor libertad p ara sus brazos podía acortarla estirándola con un ceñidor o un cinturón alrededor de la cintura. A finales de la R epública tam bién se conocieron túnicas con las m an gas h asta la m uñeca (tunicae m anicatae) y tú n icas que llegaban h asta el m uslo (tunicae talares), pero se consideraban afem inadas y poco propias de los hom bres.

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§237. La túnica se llevaba en casa sin ninguna pren­ da exterior y probablem ente sin cinturón; de hecho, se convirtió en la ropa de casa distintiva p o r oposición a la toga, que era la ropa reservada solam ente para las oca­ siones form ales. El ciudadano tam bién la llevaba en el trabajo (§240, §268) sin n ada m ás encima, pero ningún ciudadano con asp iracion es sociales o im p o rtan cia p olítica aparecía n unca en nin gún acto social o en lugares públicos en R om a sin llevar la toga encima; e incluso entonces, aun­ que estab a o cu lta p o r la tú n ica, las bu en as fo rm as requerían llevar con ella un cinturón. A m enudo se lle­ vaban dos túnicas (tunica interior o subucula y tunica ex­ terior), y las personas que eran frioleras, com o hacía Au­ gusto p o r ejem plo, p o d ían llevar in cluso un núm ero m ayor cuando el frío era m uy intenso. Las túnicas pen­ sadas para el invierno debían ser m ás gruesas y calientes que las de verano, aunque am bos tipos eran de lana. §238. La túnica del ciudadano de a pie tenía el color natural blan co de la lana blan ca con que se hacía, sin adornos de ningún tipo. Por otra parte, los caballeros y senadores tenían bandas de color púrpu ra (§270), estre­ chas y anchas respectivamente, desde los hom bros hasta la base de la túnica delante y detrás. Estas bandas podían estar cosidas sobre la túnica o tejidas con ella. D e ellas la túnica del caballero se denom inaba tunica angusti clavi (o angu sticlavia), y la del senador, lati clavi (o lati­ clavia)1. Algunos estudiosos piensan que el distintivo de la tú ­ nica senatorial era un a sola ban da ancha que p asaba por el centro de la pren da p or delante y p o r detrás, pero 1. Con una franja púrpura estrecha o ancha, respectivamente.

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p o r desgracia no ha llegado hasta nosotros ninguna p in ­ tu ra que zanje defin itivam ente la cu estión . Parece probable que la túnica del caballero tuviera dos bandas, una desde cada hom bro. Bajo esta túnica oficial el caba­ llero o el senador solían llevar la tunica interior. En casa dejaban la túnica exterior sin cinturón p ara m ostrar lo m ás visiblem ente posible las bandas. §239. A dem ás del subligaculum y la túnica, los ro­ m anos no tenían ninguna ropa interior regular. Los que eran débiles p or edad o enferm edad a veces llevaban so ­ bre las piern as tiras de lana (fasciae), sem ejantes a las actuales polainas, para conseguir un calor suplem enta­ rio. Según cubrieran la parte superior o inferior de la pierna, estas tiras se denom inaban fem inalia o tibialia. Las personas débiles tam bién podían utilizar envolturas sem ejantes para el cuerpo (ventralia), e incluso p ara la garganta (focalia), pero todos estos añadidos eran obser­ vados com o señales de decrepitud y senilidad, y no for­ m aban parte del vestuario habitual de los hom bres sa ­ nos. Debe hacerse notar especialmente que los rom anos no tenían n ada sem ejante a nuestros pantalones o inclu­ so calzoncillos largos. Las bracae («p an talo n es») eran una prenda de los galos que no se utilizó en R om a hasta los últim os em peradores. Nationes bracatae era en época clásica una expresión despectiva p ara los galos en p arti­ cular y los bárbaros en general. §240. Toga. La m ás antigua e im portante prenda ex­ terior era la toga (tegere)2. Se rem onta a los tiem pos m ás antiguos de los que habla la tradición, y fue la prenda característica de los rom anos durante m ás de m il años. Era un trozo de tela pesado, blanco, de lana, que envol­ 2. Significa «cubrir, tapar, proteger».

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vía todo el cuerpo y llegaba h asta los pies, in có m o d a pero de aspecto digno y elegante. Todas sus asociaciones sugerían form alidad. Cuando los antiguos rom anos tra­ bajaban en el cam po, sólo llevaban el subligaculum; en la intim idad de su casa o en el trabajo el rom ano de cual­ quier época llevaba la cóm oda tunica, sem ejante a una cam isa actual; pero en el Foro, en los comitia, en los tri­ bunales, en los juegos públicos y en cualquier lugar don­ de se observaran las convenciones sociales, aparecía y te­ nía que aparecer con la toga. Con la toga asum ía sus responsabilidades ciudadanas (§127); con la toga conducía a su esposa desde casa de su padre h asta la suya (§78); con la to ga recibía a sus clientes que tam bién iban togados (§182); con la toga desem peñaba sus deberes com o m agistrado, gobernaba su prov in cia, celebraba su triun fo; con la to g a yacía m uerto por últim a vez en el atrium (§198). N ingún otro pueblo tenía un a prenda del m ism o m a ­ terial, color y disposición; a ningún extranjero se le per­ m itía llevarla puesta, aunque viviera en Italia o incluso en la p ropia Rom a; incluso el ciudadano despojado de sus derechos dejaba su toga, con sus derechos civiles de­ trás. Virgilio dio sencillamente expresión al sentim iento nacional cuando escribió el orgulloso verso (Eneida 1, 282): Romanos, rerum dominos, gentemque togatam Los romanos, señores del mundo y gente que vestía toga. §241. F orm a y colocación. El aspecto general de la toga es bien conocido; de pocas prendas antiguas las re­ presentaciones son tan num erosas y en general tan bue­ nas. D erivan de m uchas estatuas de hom bres vestidos

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con ella, que nos han llegado desde tiem pos antiguos, y tenem os, adem ás, descripciones com pletas y detalladas de su form a y la m anera de llevarla, ofrecidas p or escri­ tores que la habían llevado ellos m ism os. El corte y la disposición de los pliegues variaban de generación en generación. En los prim eros tiem pos era m ás sencilla, m enos incóm oda y m ás ajustada al cuerpo que en épocas posteriores. Pero ya en el período clásico su disposición era tan com plicada que una persona que seguía la m od a no p od ía hacerlo sin ayuda. A quí se dis­ cutirán unas pocas form as de la toga, pero el m ejor es­ tudio es el de Wilson. §242. En su form a original la toga probablem ente era una m anta rectangular m uy parecida a la de nuestros indios, o la m an ta escocesa a cuadros de los H igh lan ­ ders, excepto p or la ausencia de color, ya que la del ciu­ dadano privado parece haber sido siem pre de lan a sin teñir. Su evolución hacia la form a típicam ente rom ana com enzó cuando un borde de la prenda se curvó en vez de seguir siendo recto. La estatua en Florencia conocida com o el «A rringatore», datada a partir del siglo m a.C., m uestra este tipo de toga, cortada o cosida de m anera que las dos esquinas inferiores están redondeadas. Esa toga p ara un hom bre que m idiera un m etro se­ tenta de altura alcanzaría los cuatro m etros y m edio de longitud p o r un m etro γ m edio de anchura. La toga se lanzaba sobre el hom bro izquierdo desde la parte delan­ tera y el extrem o de delante llegaba entre la rodilla y el tobillo. En el hom bro izquierdo algunos centím etros del borde superior se recogían en pliegues. La larga tela que quedaba se p asab a ahora p or la espalda, los pliegues se pasaban p o r debajo del brazo derecho y volvían a lan­ zarse sobre el hom bro izquierdo, y el extrem o p o r la es­

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palda colgaba algo m enos que p or delante. El hom bro y brazo derecho q uedaban libres; el izquierdo, cubierto por los pliegues. §243. Las estatuas de los siglos n i y II a.C. m uestran una to ga aún m ás grande y larga, que se llevaba m ás holgada, envuelta p o r encim a del brazo y hom bro dere­ chos en vez de p or debajo del brazo com o antes. A fina­ les de la República y com ienzos del Im perio la toga era del m ism o tam año que esa descrita, pero con alguna d i­ ferencia en la form a y el estilo de envolverse. Para un hom bre de un m etro setenta de altura alcan­ zaría unos cuatro m etros de longitud por algo m ás de m edio m etro en su parte m ás ancha. Los extrem os infe­ riores estaban redondeados com o antes. De los extrem os superiores se recortó un triángulo en cada uno. Esta toga se doblaba entonces a lo largo para que la parte inferior fuera m ás profunda que la otra. El extrem o A colgaba p o r delante, entre los pies, sin llegar al suelo. La sección AFEB se doblaba encima. El borde doblado quedaba sobre el hom bro izquierdo contra el cuello. El resto de la longitud doblada era después lleva­ da por debajo del brazo derecho y por encima del hom ­ bro izquierdo de nuevo, com o en el caso de la toga m ás

Forma de la toga larga.

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antigua. La sección superior caía form an do un a curva sobre la cadera derecha y después cruzaba el pecho en diagonal, form ando el sinus o pecho abom bado. Éste era suficientem en te p ro fu n d o com o p a ra ser utilizad o a m o d o de b o lsillo p a ra gu ard ar p equ eñ o s ob jeto s. La parte que iba desde el hom bro izquierdo hasta el suelo por delante se estiraba hacia arriba p or encim a del sinus para caer form ando un cierto em bolsam iento hacia ade­ lante. Ésta parece haber sido la toga llevada p or César o C i­ cerón. Tam bién p od ía estirarse por encim a del hom bro izquierdo, com o a la m an era m ás an tigu a de la to g a grande. Puede que la toga antigua haya estado tejida de una sola pieza, pero las form as m ás grandes deben haber sido tejidas o cortadas en dos partes, que después eran cosidas juntas. Se descubrirá que en la práctica m ucha de la gracia llevando la toga debe atribuirse al vestíplícus, que la m antenía debidam ente plegada cuando no se uti­ lizaba y colocaba cuidadosam ente cada pliegue después de que su señor se la hubiera puesto. N o se nos habla de im perdibles ni agujas para m antener la toga en su p o si­ ción correcta, pero la parte que caía desde el hom bro iz­ quierdo hasta el suelo por detrás se m antenía en su p o si­ ción por su propio peso, y este peso a veces aum entaba con el plom o cosido en el borde de la tela. §244. Está claro que con esta form a de llevarla a la m od a los m iem bros quedaban com pletam ente trabados y cualquier m ovim iento rápido, p o r no decir violento, era absolutam ente im posible. En otras palabras, la toga de los m ás m odernos en época de Cicerón era sólo apta para la vida form al, m ajestuosa o cerem onial de la ciu­ dad. Por eso, es fácil ver cóm o acabó p or convertirse en un sím bolo de paz, al ser dem asiado incóm oda para uti­

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lizarla en la guerra, y cóm o Cicerón se burlaba de los jó ­ venes de su época de llevar «velas, no togas». Podem os com prender tam bién el deseo con el que los rom anos agradecían tom arse un respiro de sus obliga­ ciones cívicas y sociales. Juvenal suspiraba por la liber­ tad del cam po, donde sólo los m uertos tenían que llevar toga. Por la m ism a razó n M arcial exaltaba la falta de convenciones en las provincias. Plinio el Joven conside­ raba com o uno de los atractivos de su villa que ningún invitado tenía que llevar toga allí. Adem ás, el coste de la prenda la hacía onerosa para los pobres, y las clases tra­ bajadoras apenas pod ían perm itirse llevarla nunca. §245. Para algunas cerem onias religiosas la toga, o m ejor el sinus, se llevaba sobre la cabeza desde la parte posterior. El cinctus Gabinus era otra form a de llevar la toga en ciertos sacrificios y ritos oficiales. Para ello el si­ nus era llevado sobre la cabeza y después el extrem o que solía colgar p o r la espalda desde el hom bro izquierdo pasaba p o r debajo del brazo izquierdo y p or detrás de la cintura para ocultarse después allí. §246. T ip os de togas. La toga del ciudadano ordina­ rio, com o la tunica (§238), era del blanco natural de la lana con la que estaba hecha y, por supuesto, su textura dependía de la calidad de aquélla. Era llam ada toga pura (o virilis, libera; §127). Otros tipos de toga eran los si­ guientes: 1. A la toga splendens o candida se le daba u n brillo deslum brante con un preparado de yeso, y era la que vestían todas las personas que aspiraban a una m agistratura, p o r la que eran llam ados candidati. 2. La toga praetexta era llevada p or los m agistrados curules, censores y dictadores; se distinguía de la

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toga ordinaria sólo p or tener una ban da «p ú rp u ­ ra» («granate»; §270). También la llevaban los n i­ ños (§127) y los principales m agistrados de ciuda­ des libres y colonias. En la p rim era to g a (§242) este borde parece haber sido tejido o cosido en el extrem o curvo. En la form a p osterio r p rob ab le­ m ente estaba sobre el borde del sinus. 3. La toga picta era toda púrpu ra cubierta con b o rd a­ dos de oro y era vestida p or el general victorioso en su procesión triunfal y después p or los em pera­ dores. 4. La toga pulla era sólo una toga oscura llevada por personas de luto o am enazadas p or alguna calam i­ dad, norm alm ente un revés en su fortuna política. Las p erso n as que la llevaban eran d en o m in ad as sordidati, y de ellas se decía que m utare vestem. Esta vestis mutatio era un a form a habitual de de­ m ostrar públicam ente su sim patía hacia un líder caído en desgracia. En ese caso los m agistrados curules se contentaban con cam biar su toga praetexta por la toga pura; sólo las clases inferiores llevaban la toga pulla. §247. L acern a. En ép oca de C icerón em p ezaba a utilizarse un m anto llam ado lacerna. Parece que prim e­ ro fue usado p or soldados y las clases inferiores, y des­ pués adoptado p or las clases superiores por su com odi­ dad. Los ciudadan os de clase alta lo llevaban prim ero sobre la toga com o protección contra el polvo o los cha­ parrones. Era un m anto de lana, corto, ligero, abierto a un lado, sin m angas, pero fijado al hom bro derecho con un broche o un a hebilla. Era tan cóm odo y fácil que co­ m enzó a ser llevado no sobre la toga, sino en lugar de

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ésta, y tan gen eral que A ugusto prom ulgó un edicto prohibiendo su uso en las asam bleas públicas de ciuda­ danos. Sin em bargo, con los últim os emperadores se volvió a poner de m oda y era la prenda exterior habitual en el tea­ tro. Estaba hecha de varios colores, oscura, naturalm en­ te, para las clases bajas, blanca para las ocasiones form a­ les, pero tam b ién de vivos colores. A veces estaba provista de un a capucha (cucullus), que el portador p o ­ día estirar sobre su cabeza com o protección o p ara ocul­ tarse. N o ha llegado hasta nosotros ninguna representa­ ción artística de la lacerna que pueda ser claram ente identificada. El m anto militar, llam ado prim ero trabea, después paludam entum y sagum, era m uy parecido a la lacerna, pero hecho de un m aterial m ás pesado. §248. Paenula. M ás antigua que la lacerna y usada p or hom bres de todo tipo y condiciones era la paenula, una tela bu rda y p esada de lana, piel o cuero, u tilizada sim plem ente p ara protegerse del frío o la lluvia, y por ello nunca fue un sustituto de la toga ni se elaboró con m ateriales finos o vivos colores. Parece que varió en lon­ gitud y anchura, pero era una ropa sin m angas, hecha principalm ente de un a pieza con un agujero en el cen­ tro, p o r el que el p o rtad o r in trod u cía su cabeza. Así pues, estaba incluida en los vestimenta clausa, o prendas cerradas, y debe de haber sido m uy parecida al m oderno poncho. Se p on ía sobre la cabeza, como una túnica o un suéter, y cubría los brazos, perm itiendo m ucha m enos libertad que la lacerna. En la paenula de cierta longitud había un corte desde la cintura hacia abajo, y ésta perm itía al portador fijar la prenda arriba sobre un hom bro, dejando un brazo bas­ tante libre, pero al m ism o tiem po expuesto a las incle-

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m encias del tiem po. La paenula se llevaba sobre la tún i­ ca o sobre la toga según las circunstancias, y era la pren­ da habitual de los ciudadanos de clase alta en sus viajes. También solían llevarla esclavos, y parece que fue sum i­ nistrada regularm ente a soldados estacionados en zonas de clim a severo. Igual que la lacerna, a veces estaba p ro ­ vista de una capucha. §249. O tras p ren d as exteriores. D e otras pren d as englobadas bajo el térm ino amictus (§234) conocem os poco m ás que los nom bres. 1. La synthesis era una prenda p ara cenar llevada en la m esa sobre la túnica por los que vestían a la últi­ m a m oda, y a veces dignificada con el nom bre es­ pecial de vestis cenatoria, o sólo cenatorium. Sólo se llevaba fuera de casa durante las Saturnales, y norm alm ente era de un color brillante. N o se sabe cuál era su form a. 2. Las laena y abolla eran capas de lana m uy pesadas; la segunda era la favorita para la gente pobre, que necesitaban un a sola prenda que les hiciera el p a ­ pel de dos o tres. Era usada especialmente p o r los filósofos profesionales, que eran proverbialm ente descuidados en su vestuario. 3. La endromis era algo parecido a los m odernos al­ bornoces, utilizada p o r hom bres después de reali­ zar un ejercicio gim nástico violento p ara evitar co­ ger frío, y a duras penas entra en el capítu lo de prendas de vestir. §250. C alzado: las soleae. Se puede establecer com o n orm a que los hom bres libres en R om a no aparecían en público con los pies desnudos, a no ser que sufrieran la

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m ás extrem a pobreza. Se usaban dos estilos de calzado: las sandalias (soleae) y los zapatos (calcei). Las sandalias consistían básicam en te en un a suela de piel o esparto atada al pie de diversas m aneras. La costum bre lim itaba su uso a la casa, e ib a de form a característica con la túni­ ca (§237), cu an do no ib a cu bierta con n in gu n a otra prenda exterior. Por extraño que nos pueda parecer, durante las com i­ das no se utilizaban. El anfitrión y sus invitados las lle­ vaban al entrar en el comedor, pero, en cuanto habían ocupado su lugar en los divanes (§224), los esclavos qui­ taban las san dalias de sus pies y se ocup aban de ellas hasta que la com ida term inaba (§152). Por eso la expre­ sión soleas poscere («pedir las sandalias») acabó signifi­ cando «prepararse p ara partir». Cuando un invitado sa­ lía a cenar en un a lectica (§151), llevaba las soleae, pero si iba cam inando, utilizaba los zapatos de calle (calcei) y un esclavo le llevaba las sandalias. §251. Calcei. De puertas afuera, cuando un hom bre iba cam inando, se llevaba siem pre el calceus, aunque era m ás pesado y m enos cóm odo que la solea. Las buenas form as im pedían llevar la toga sin los calcei. Los calcei tam bién se llevaban con todas las demás prendas inclui­ das bajo el térm ino amictus (§234). Básicam ente el cal­ ceus era nuestro zapato, de piel, hecho sobre una horm a, que protegía la parte superior del pie y la planta y se ata­ ba con tiras de cuero o cintas. Las clases superiores tenían un calzado especial pro­ pio de su rango. Los zapatos de los senadores (calceus se­ natorius) son los que se conocen m ejor; pero sólo cono­ cem os su form a, no su color. Tenían una suela gruesa, se abrían en la parte interna del tobillo y se ataban con am ­ plias tiras de cuero que iban desde la juntura de la suela

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y la parte superior, daban vueltas alrededor de la pierna y se ataban p or encim a del empeine. El mulleus3 o calceus patricius, al p rin cipio era sólo utilizado p o r patricios, pero después se extendió a todos los m agistrados curu­ les. Tenía la m ism a form a que el calzado senatorial, era de color rojo, igual que el pez del que tom aba el n om ­ bre, y tenía un adorno de plata o m arfil con form a de luna creciente (lunula) en la parte externa del tobillo. N o sabem os nada del calzado llevado p or los caballeros. Los ciu d ad an o s n orm ales llevaban zap ato s que se abrían por delante y se ataban con un a correa de cuero que partía de un lado del zapato cerca del extremo. No subía tanto en la pierna com o los de los senadores y p ro ­ bablem ente eran de piel sin pintar. Por descontado, los m ás pobres llevaban zapatos (perones) de m ateriales m ás burdos, a m enudo de piel sin curtir, y los obreros y los soldados tenían m edias botas (caligae) de la factura m ás resistente posible o llevaban zapatos de m adera. Los ro­ m anos no llevaban calcetines, pero las personas con los pies tiernos o delicados p o d ían envolverlos en fasciae (§239) para evitar las rozaduras de zapatos y botas. Un zapato bien ajustado era de gran im portancia p ara el as­ pecto externo de la persona y para la com odidad, y los autores de sátiras hablan del em barazo del cliente pobre que tenía que aparecer con zapatos rotos o rem endados. Parece que la vanidad llevó a utilizar zapatos ceñidos. §252. Prendas p a ra cubrir la cabeza. Los hom bres de las clases superiores en R om a no solían utilizar nada para cubrir sus cabezas. Cuando salían con m al tiem po, se protegían, p or supuesto, con la lacerna o la paenula; éstas, com o hem os visto (§§247-248), a veces tenían ca­ 3. Mullus: salmonete.

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puchas (cuculli). Si los hom bres eran cogidos sin capa por un chaparrón, se arreglaban lo m ejor posible esti­ rando la toga sobre su cabeza. La gente m ás m odesta, los trabajadores que estaban todo el día fuera de casa, lleva­ ban un som brero cónico de fieltro llam ado pilleus. Es probable que el pilleus sea una pervivenda de lo que en tiem pos prehistóricos fue una parte esencial del vestua­ rio rom ano, ya que se conservaba entre las insignias de los sacerdocios m ás antiguos, los Pontifices, los Flamines y los Salii, y figuraba en la cerem onia de m anum isión. Fuera de la ciudad, esto es, cuando iba de viaje o esta­ ba en el cam po, un hom bre de clase alta tam bién prote­ gía su cabeza, especialmente del sol, con un som brero de ala ancha hecho de fieltro y con origen extranjero, el causia o petasus. En la ciudad tam bién los llevaban los ancianos y los débiles, y en tiem pos posteriores todas las clases en el teatro. Por supuesto, en casa la cabeza se de­ jaba descubierta. §253. Pelo y barba. En tiem pos antiguos los rom a­ nos llevaban el pelo largo y la barba crecida, com o los pueblos bárbaros. Varrón com enta que los barberos lle­ garon a R om a por prim era vez en el año 300 a.C ., pero sabem os que m ucho antes del comienzo de esa historia los rom anos ya utilizaban la navaja y las tijeras. Plinio el V iejo cuen ta que E scip ió n el Joven (que m u rió en el 129 a.C.) fue el prim er rom ano que se afeitaba todos los días, y la historia puede que sea cierta. La gente rica y de buena posición tenía esclavos que cuidaban de su barba y cabello (§150); estos esclavos, si eran b arb ero s h ab ilid o so s, p o d ían alcanzar elevados precios en el m ercado. La gente de clase m edia ib a a bar­ berías públicas, y poco a poco las iban convirtiendo en locales de reunión p ara los ociosos y los cotillas. Pero

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en todas las épocas el hecho de dejarse crecer el pelo era señal de tristeza, y era el acom pañam iento habitual de las vestiduras de luto ya m encionadas (§246). Los m uy pobres iban norm alm ente sin afeitar ni cortar el pelo; éste era el estilo m ás fácil y barato. §254. Las m odas del pelo y la barba variaron con la edad de las personas afectadas y con la época. El pelo de los n iñ o s y n iñ as p o d ía n dejarse largo alred ed o r del cuello y los hom bros. Cuando el niño vestía la toga de adulto, se le cortaban los largos rizos, a veces con gran solem nidad, y durante el Im perio a m enudo los presen­ taban com o ofrenda a algún dios. En época clásica pare­ ce que los hom bres jóvenes llevaban la barba recortada; al m enos C icerón se bu rla de los secuaces de C atilina por llevar la barba larga, y por otra parte declara que los cóm plices que no podían m ostrar indicios de barba en la cara eran peores que los afeminados. Los hom bres m aduros llevaban el pelo corto y la cara bien afeitada. La m ayoría de los retratos que nos han lle­ gado m uestran hom bres sin barba hasta bien entrado el siglo II d.C., pero después de Adriano la barba larga se puso de m oda. §255. Joyas. Al llegar a la edad adulta (§§125-127) el único artículo de joyería que llevaba un ciudadano era el anillo, y el buen gusto lo lim itaba a uno solo. O rigi­ nalm ente era de hierro, y, aunque solía lucir una piedra preciosa, el tallado artístico de la p iedra lo hacía aún m ás valioso. Siem pre se llevaba m ás p a ra su uso que com o adorno. De hecho el anillo era en casi todos los casos un sello, con un em blem a sobre él que el portador im prim ía en cera fundida cuando deseaba certificar que algún docum ento era suyo o para asegurar los arm arios y baúles contra la curiosidad de los fisgones. El anillo de

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hierro se llevó generalm ente hasta finales del Im perio, incluso cuando el anillo de oro había dejado de ser un privilegio especial de los caballeros y ya sólo era el sím ­ bolo de un hom bre libre. También el anillo de com pro­ m iso (§71) solía ser de hierro; la piedra le confería su valor m aterial, aunque, se nos dice, a m enudo este anillo en particular era el prim er artículo de oro que poseía una joven rom ana. §256. Por su p u esto, n un ca faltaban h om bres tan dispuestos a transgredir los cánones del buen gusto en cuestión de anillos com o en la elección de la ropa o en el estilo de llevar el pelo y la barba. Así, no debe sorpren­ dernos leer de uno que llevaba dieciséis anillos y de otro con seis en cada dedo. Un conocido de Marcial tenía un anillo tan grande que el poeta le aconsejaba ponérselo en la pierna. Resulta un hecho m ás sorprendente que el anillo m uchas veces fuera llevado en la articulación del dedo, quizá p o r com odidad al usar com o sello. §257. V estido fem enino. Ya se ha señalado (§234) que la ropa de hom bres y m ujeres tenía pocas diferen­ cias tanto en tiem pos antiguos com o m odernos, y en­ contrarem os que al m enos en la época clásica los princi­ pales artículos eran prácticam ente los m ism os, p o r m ás que se distinguieran en el nom bre y, probablem ente, en la calidad de sus m ateriales. En esa época el vestuario de una m atrona consistía básicam ente en tres prendas: 1. La tunica interior. 2. La tunica exterior o stola. 3. La palla. D ebajo de la tunica interior no había nada parecido al m oderno sostén o corsé, pensado para m odificar la figu-

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ra, sino que a veces se p asaba una banda de piel suave (m am illare) alrededor del cuerpo p ara sostener los p e ­ chos p or debajo, y el subligaculum (§235) tam bién era utilizado p or las m ujeres. §258. Tunica interior. La tunica interior no se dife­ renciaba m ucho en el m aterial o la form a de la túnica de los hom bres ya descrita (§236). Q uizá ceñía m ás la figu­ ra que la del hom bre, a veces tenía m an gas y al llegar sólo hasta la rodilla no necesitaba un cinturón p ara evi­ tar que interfiriera con el uso libre de los brazos. Sin em bargo, en ocasiones se colocaba encim a un a banda de piel suave parecida a una faja (strophium), ju sto debajo de los pechos, pero sólo p ara sujetarlos; en este caso, p o ­ dem os suponer, el m amillare quedaba descartado. Para esta especie de faja se utilizan los térm inos m ás genera­ les zona o cingulum. Sólo las chicas jóvenes llevaban esta prenda sin nada m ás en casa. §259. Stola. Sobre la tunica interior se llevaba la tu­ nica exterior, o stola, la prenda distintiva de la m atrona rom ana (§91). Se diferenciaba en varios aspectos de la túnica llevada p o r los hom bres en casa. Estaba abierta a los lados p or encim a de la cintura y fijada a los hom bros con broches. Era m ás larga, llegaba hasta los pies cuan­ do no iba ceñida, y tenía un borde ancho llam ado instita en la parte inferior. Tenía otro reborde alrededor del cuello, parece que del m ism o color, quizá el púrpura. Si la tunica interior tenía m angas, la stola no las tenía, pero si la túnica no tenía m angas, la stola sí las tenía, para que el brazo siem pre estuviera protegido. Sin em bargo, las m angas, en la túnica o en la stola, estaban abiertas por delante de la parte alta del brazo y sólo se abrocha­ ban de form a holgada con botones o broches, a m enudo de gran belleza y valor.

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§260. A causa de su gran longitud, la stola siempre se llevaba con un cinturón o ceñidor (zona) por encim a de las caderas; con este cinturón la stola se estiraba hasta que el borde inferior de la instita casi tocaba el suelo. Esto daba am plitud en la cintura y se podía apreciar el corte de las m angas. Estos dobles que colgaban norm al­ mente ocultaban com pletam ente la zona. La stola era la prenda distintiva de la m atrona, com o se ha dicho, y es probable que la instita fuera su rasgo especial. §261. Palla. La p alla era una prenda parecida al ac­ tual chal para fuera de casa. Era una pieza rectangular de lana, lo m ás sim ple posible en su form a, pero llevada de form as m uy diferentes en distintas épocas. En el pe­ ríodo clásico parece que se envolvía alrededor del busto, m uy p arecid o a la to ga. Un tercio se p asab a sobre el hom bro izquierdo desde atrás y se dejaba caer h asta los pies. El resto se envolvía alrededor de la espalda y se lle­ vaba adelante p or encim a o p o r debajo del brazo dere­ cho según el gusto del portador. El trozo que sobresalía se volvía a tirar sobre el hom ­ b ro izquierdo, siguien do el estilo de la toga, co m o se m uestra en el relieve del Ara Pacis, o se dejaba colgar li­ bremente sobre el brazo izquierdo. También era posible tirar la p alla sobre la cabeza. §262. Z ap ato s y san dalias. Lo que se ha dicho del calzado m asculino (§§250-251) se aplica tam bién al fe­ m enino. En casa se llevaban sandalias (soleae), que se distinguían de las m asculinas sólo p or estar em belleci­ das lo m ás posible, a veces incluso con perlas. Para el exterior se utilizaban zapatos (calcei), y se diferencia­ ban de los de los hom bres, com o lo hacen ahora, sobre todo por estar hechos con un a piel m ás fina y suave. A m enudo eran blancos, d orados o de vivos colores; los

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p e n sa d o s p a ra el in viern o a veces ten ían la su e la de corcho. §263. C om plem entos p ara el pelo. La m ujer rom a­ na no solía llevar som brero, sino que se cubría la cabeza cuando era necesario con la palia o un velo. Se prestaba m ucha atención al cuidado del cabello, y las m odas eran tan abundantes e inconstantes com o lo son hoy. Para las chicas jóvenes el pein ado favorito, quizá, era estirarlo hacia atrás y recogerlo en un nudo (nodus) en la zona de la nuca. Las m atronas solían preferir otros peinados y se cubrían el cabello p or decoro. §264. Para m antener el pelo en su lugar se utiliza­ ban alfileres de m arfil, plata u oro, a veces m on tados so­ bre joyas. Tam bién h abía redecillas (reticulae) y lazos (vittae, taeniae, fasciolae), pero las peinetas no form aban parte del arreglo del pelo. Las rom anas que seguían la m od a no tenían problem as, si lo elegían así, en tintarse el pelo (el color rojo dorado de los griegos era m uy ad­ m irado) o en usar postizos que se habían convertido en un artículo de im portancia comercial desde com ienzos del Im perio. También deberían m encionarse las coronas de flores u hojas (coronae) y las diadem as de perlas y otras piedras preciosas utilizadas com o com plem ento p ara la belleza natural o artificial del cabello. §265. L a p elu q u era de m ujeres era u n a esclava (§150). Esta ornatrix era una experta en todos los trucos del aseo ya m encionados y, adem ás, usaba todo tipo de ungüentos, aceites y tónicos para dar brillo y suavidad al cabello y p ara conseguir que creciera en abundancia. A l­ gunos artículos habituales de tocador eran los ganchos, los espejos de m ano de m etal pulido, los peines, las cajas para potingues o los polvos.

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§266. Accesorios. La som brilla (umbraculum, umbe­ lla) era de uso com ún p ara las mujeres en R om a al m e­ nos desde finales de la República y era un artículo m uy necesario al no llevar gorros o som breros. Las som brillas solían ser llevadas p or las esclavas (§151). Sabem os por las p in tu ras v ascu lares que eran m uy p arecid as a las nuestras en form a y podían plegarse cuando no se utili­ zaban. El uso de som brillas p o r parte de hom bres era considerado propio de afeminados. El abanico (flabellum ) se u sab a desde la ép o ca m ás antigua y estaba hecho de distintas form as, a veces con plum as de pájaros, a veces con delgadas lám inas de m a­ dera con un m ango, a veces con plum as de pavo real co­ locadas de form a artística y a veces con lino extendido sobre un m arco. Estos abanicos no eran m anejados por la propia m ujer; siem pre los agitaba un sirviente, que se encargaba de la tarea de m antenerla fresca y de que las m oscas no la m olestaran. Los m ejores pañuelos (sudaria) eran de lino, eran uti­ lizados por am bos sexos, pero sólo para secarse el sudor de la cara o las m anos. Para m antener secas y frescas las m anos parece que las mujeres tam bién usaban bolas de cristal o de ám bar; las últim as, quizá, tam bién p o r su fragancia. §267. Joyas. La m ujer rom ana era una ap asion ada de las joyas y se gastaba auténticas fortunas en el ador­ no de su persona. Ya se ha hablado de anillos, broches, diadem as, botones enjoyados y coronas. Adem ás de és­ tos, las que se lo podían perm itir llevaban brazaletes, co­ llares o pendientes desde los tiem pos m ás antiguos. No sólo estaban hechos de m ateriales caros: su valor tam ­ bién aum entaba con el trabajo artístico que se p rodiga­ ba en ellos. C asi todas las piedras preciosas conocidas

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para nosotros eran fam iliares para los rom anos y se en­ contraban en el cofrecito de joyas (§229) de la m ujer rica. Sin em bargo, parece que la favorita en to d as las épocas era la perla. N o se puede ofrecer aquí una descripción adecuada de estos artículos; ninguna ilustración les puede hacer justicia. Será suficiente el hecho de que Suetonio dice que César pagó seis m illones de sestercios (casi 250.000 euros) p or una sola perla, que regaló a Servilia, la m adre de M arco Bruto; y que Lolia Paulina, la esposa del em ­ perador Caligula, tenía un solo juego de perlas y esm e­ raldas valorado según Plinio el Viejo en cuarenta m illo­ nes de sestercios (casi un m illón y m edio de euros). §268. R opa de niños y esclavos. Los niños llevaban el subligaculum y la tunica; es m uy probable que los ni­ ñ os de clase b a ja no llevaran n in gun a p ren d a m ás de ropa. A dem ás de estas prendas, los hijos de buena fam i­ lia llevaban tam bién la toga praetexta (§246), que la niña dejaba en la víspera de su bo d a (§76) y el niño cuando alcanzaba la edad viril (§127). Los esclavos recibían una túnica, zapatos de m adera y un m an to cu an do hacía m al tiem po, posiblem en te la paenula (§248). Éste debía de ser el vestuario habitual de los ciudadanos m ás pobres de las clases obreras, ya que harían poco uso de la toga, al m enos en tiem pos poste­ riores, y a duras penas se habrían podido perm itir una prenda tan cara. §269. M ateriales. L o s rom an os tenían fábricas de lana, lino, algodón y seda. Para la rop a el p rim ero en usarse fue la lana. E ra natural, ya que los prim eros h abi­ tantes del Lacio eran pastores y la ropa de lana se ade­ cuaba bien al clima. D urante la República, se utilizaba casi exclusivam ente la lana p ara la rop a de hom bres y

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mujeres, com o hem os visto, aunque el subligaculum con frecuencia y la túnica de las mujeres en ocasiones esta­ ban hechos de lino. Las m ejores lanas propias procedían de Calabria y Apulia; la de las proxim idades de Tarento era la m ás delicada. Sin embargo, la lana propia no bas­ taba para satisfacer la gran dem anda, y se im portaban grandes cantidades. Los artículos de lino se elaboraban desde antiguo en Italia, pero eran utilizados principalm ente para p rop ó si­ tos distintos de la ropa hasta la época del Im perio; sólo en el siglo iii d.C. los hom bres comenzaron a hacer un uso general de ellos. El m ejor lino procedía de Egipto, y era tan suave y transparente com o la seda. D el uso del algodón se sabe poco positivam ente, ya que la palabra carbasus, el genuino nom bre in dio para él, tam bién era aplicada por los rom anos para los artícu­ los de lino. La seda, im portada directa o indirectamente desde China, fue utilizada por prim era vez para prendas bajo Tiberio, y sólo en una m ezcla de seda y lino (vestes sericae). Su uso estaba prohibido para los hom bres en su reinado, pero la ley no tenía poder frente al gusto por el lujo. La ropa de pura seda se usó por prim era vez en el siglo ni d.C. §270. Colores. El blanco era el color dom inante en todas las prendas de vestir durante la República, en la m ayoría de casos el color natural de la lana, com o he­ m os visto (§246). Sin em bargo, las clases bajas elegían para su ropa tonos que necesitaran ser lavados con m e­ nos frecuencia, y los encontraron tam bién en la lana sin teñir. De C anusium venía una lana m arrón con un to­ que rojizo, de la Bética en H ispania una am arillo claro, de M utina un a gris o gris m ezclada con blanco, de Po­ llentia en Liguria la gris oscuro (pulla), utilizada, como

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se ha dicho (§246), en el luto público. Las lanas extran­ jeras ofrecían otros tonos, desde el rojo h asta el negro intenso. Casi el único color artificial utilizado durante la Re­ pública p ara la rop a era el purpura, que parece variaba desde lo que llam am os granate, elaborado a partir de la concha de un m olusco (bucinum o murex), h asta el au ­ téntico tinte p ú rp u ra tirio. El p rim ero era brillante y barato, pero se decoloraba. M ezclado con el purpura o s­ curo en diferentes proporciones, daba un a gran varie­ dad de tintes perm anentes. Uno de los tintes m ás p o p u ­ lares, el violeta, hacía que la lana costara diez dólares el kilo, m ien tras que el de T iro auténtico costab a com o m ínim o diez veces m ás. Probablem ente las ban das lle­ vadas por caballeros y senadores en sus túnicas y togas estaban m uch o m ás cerca de nuestro carm esí que del púrpura. Durante el Im perio la ropa de las m ujeres estaba tin­ tada de varios colores, y lo m ism o tam bién, quizás, las pren das m ascu lin as p a ra ocultarse, com o la lacerna (§247) o la synthesis (§249). Parece que la trabea del augur tenía rayas color escarlata y «púrpura», el p alu d a­ m entum del general fue en distin tas ép ocas blan co, escarlata o «pú rpura», y la capa del triumphator, «p ú r­ pura». §271. M anufactura. En tiem pos antiguos la lana era hilada en casa p o r las esclavas bajo la supervisión de la señora (§199) y se tejía la tela en el telar de la fam ilia. Algunas de las fam ilias m ás orgullosas conservaron esta costum bre duran te la R epública. A ugusto llevaba esa ropa tejida en su casa. Sin em bargo, a finales de la Repú­ blica esta costum bre ya no era general y, aunque la lana producida en casa era trabajada en granjas p or las escla­

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vas dirigidas p or la vilica, la rop a de cualquier calidad podía com prarse en el m ercado. Antes se creía que la rop a salía del telar p rep arad a para ser llevada, pero esta visión ahora se sabe que es in­ correcta. H em os visto que la tún ica estaba hecha con dos piezas independientes cosidas (§236), y que la toga tenía que ser m edida, cortada y cosida p ara ajustarse al que la llevaba (§243); incluso la basta paenula (§248) no se podía tejer de una sola pieza. Pero en los m ercados de ciudades pequeñas desde tiem pos de Catón ya se podía com prar ropa lista p ara llevar, aunque quizá sólo de la peor calidad; durante el Im perio el com ercio alcanzó grandes proporciones. H ay que destacar que, aunque en la fam ilia urbana (§§149-155) había m uchos esclavos, nunca fue habitual que la ropa sucia se lavara en casa. Los hom bres ricos enviaban to d as las pren das con huellas de haber sido usadas a los bataneros (fullones), para que las lavaran, blanquearan (o tintaran de nuevo) y plancharan. El he­ cho de que casi todas fueran de lana hacía más necesa­ rios una cierta habilidad y cuidado en su m anipulación.

Referencias: Marquardt, 475-606; Blümner, 205-277; Becker-Göll, III, 189310; Smith, Harper’s, Daremberg-Saglio, Walters, en toga, tu­ nica, stola, palla o pallium; Baumeister, 574-576, 1822-1846; Pauly-Wissowa, en calceus, clavus, lacerna, Schuh; Sandys, Companion, 190-200; Cagnat-Chapot, II, 364-408; Friedlän­ der, II, 173-185; McDaniel, 81-100; Showerman, 56-64; Wil­ son.

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§272. Condiciones naturales. Italia, por encim a de to­ dos los dem ás países de Europa central, disfruta la bendi­ ción de unas condiciones naturales que la llevan a ofrecer un a abundante y variada p roducción de alim entos. El suelo es rico y com puesto de diferentes elementos en dis­ tintas zonas del país. La lluvia es abundante y hay m u ­ chos ríos y corrientes m ás pequeñas. La línea de m ayor longitud va de noroeste a sudeste, pero el clim a depende poco de la latitud, al estar m odificado por los m ares cir­ cundantes, p or las cordilleras o p or los vientos dom inan­ tes. Estos agentes en conexión con las diferencias de altu­ ra originan unas condiciones tan distintas que dentro de los confines de Italia casi todos los cereales y frutos de la zona tem plada y subtropical encuentran el suelo y el cli­ m a m ás favorables para su crecimiento. §273. Parece que los prim eros habitantes de la p e ­ nínsula, los pueblos italianos, dejaron a los rom anos la tarea de desarrollar y m ejorar estos m edios de subsisten­ cia. La base de los pueblos poco civilizados siem pre han sido los frutos silvestres, las nueces y la carne, y así fue 198

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p a ra los p asto res que establecieron los cim ien tos de Rom a. La p ropia palabra pecunia (derivada de pecu; véa­ se peculium , §22, §§162-163) m uestra que la p rim era fuente de riqueza eran los rebaños de animales dom ésti­ cos. Pero otras palabras indican con la m ism a claridad que la agricultura fue conocida p or los rom anos desde tiem pos antiguos: los nom bres Fabius, Cicero, Piso, Cae­ pio no son m enos antiguos que Porcius, Asinius, Vite­ llius u O vidius1. Cicerón pone en boca de C atón el Viejo la afirm ación de que para el granjero la huerta era un segundo sum i­ nistro de carne, pero m ucho antes de la época de Catón la carne había dejado de ser el principal artículo de ali­ m entación. Los cereales, la uva y las aceitunas p ro p o r­ cionaban m edios de subsistencia para todos los que no vivían para comer. Éstos daban «el vino que alegra el co­ razón del hom bre, el aceite que hace que brille su piel y el pan que fortalece el corazón del hom bre». D e estos tres abundantes productos de la tierra la m asa de la p o ­ blación de Italia vivía igual que ahora. Se dirá algo de cada uno, después de considerar productos m enos im ­ portantes. §274. F ru to s. La m an zan a, la pera, la ciruela y el m em brillo eran originarios de Italia o, com o la aceituna y la uva, fueron introducidos en su territorio antes de que su h istoria com enzara. D urante m ucho tiem p o se prestó gran atención a su cultivo, y en época de Cicerón Italia estab a llena de h uertos. Todas esas fru tas eran abundantes y baratas en su estación, y eran consum idas por hom bres de todo tipo y condición. 1. Los nombres se relacionan respectivamente con faba, «haba», ctcer, «garbanzo», pistor, «molinero», caepe, «cebolla», porcus, «cerdo», asi­ nus, «asno», vitellus, «becerro» y ovis, «oveja».

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En tiem pos de Cicerón tam bién había com enzado la introducción de nuevas frutas desde tierras extranjeras y la m ejora de las variedades locales. A lgunos hom bres de Estado y generales dieron su nom bre a clases nuevas y m ejoradas de peras y m anzanas, y com petían entre sí p ara prod u cir frutas fuera de tem p orad a m ediante su cultivo en invernaderos (§145). C ada reciente extensión del territorio rom ano traía a Italia nuevas frutas y frutos secos. 1. Fru tos secos: nueces, avellanas, alm en d ras (d e s­ pués de la época de Catón) y pistacho (no in tro­ ducido hasta tiem pos de Tiberio). 2. Frutas: m elocotón (malum Persicum), albaricoque (m alum Armeniacum), granada (m alum Punicum o granatum ), cereza (cerasus, im portada p or Lúculo desde la ciudad de Cerasus en el Ponto) y lim ón (citrus, que no fue cultivado en Italia hasta el si­ glo ni d.C.). Igualm ente las frutas, cereales y verduras conocidas en casa eran llevadas por las provincias dondequiera que se establecieran los rom anos. Por ejemplo, se dice que las cerezas ya se cultivaban en Britania en el año 47 d.C., cuatro años después de su conquista. A dem ás de la in ­ troducción de frutas para su cultivo, grandes cantidades, secadas o conservadas de otra m anera, se im p ortab an para comer. Sin embargo, p or extraño que nos parezca, los rom anos no conocían la naranja. §275. P roductos de huerta. La huerta no se quedaba atrás respecto a los frutales en la abundancia y variedad de sus contribuciones al sum inistro de alim entos. Sabe­ m os de alcachofas, espárragos, habas, rem olachas, coles,

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zanahorias, achicorias, pepinos, ajos, lentejas, m elones, cebollas, guisantes, am apolas, calabazas, rábanos y na­ bos, por m encionar sólo los que tienen nom bres fam i­ liares para n osotros. Sin em bargo, se advertirá que las verduras quizá m ás apreciadas p ara nosotros, la patata y el tom ate, no eran conocidos p o r los rom anos. D e los m encionados parece que los m ás antiguos eran la haba y la cebolla, com o se aprecia p o r los nom bres Fabius y Caepio ya aludidos (§273), pero pronto se consideró a la segunda poco refinada y a la prim era una com ida dem a­ siado pesada excepto p ara personas que desem peñaran los trabajos m ás duros. Catón consideraba la col la ver­ dura m ás fina conocida, y el nabo aparece en la fam osa anécdota de M anio Curio (§299). §276. El hortelano rom ano tam bién prestaba m ucha atención al cultivo de otras verduras p ara ensalada. En­ tre éstas los tipos m encionados con m ás frecuencia son el berro y la lechuga, con los que estam os fam iliarizados, y la m alva, que ya no se utiliza p ara comer. Una gran va­ riedad de plantas se cultivaban para obtener condim en­ tos. Se com ía la sem illa de am apola con m iel com o p os­ tre, o se espolvoreaba sobre el pan antes de cocerlo. Se producía en todos lados anís, comino, hinojo, m enta y m ostaza. A dem ás de estos condim entos que se encon­ traban en cualquier huerta de la cocina, se im portaban grandes cantidades de especias desde el este, y los ricos im portaban verduras de gran tam año o m ejor calidad que las producidas en casa. Las verduras frescas, com o la fruta fresca, no podían transportarse desde grandes dis­ tancias. §277. C arnes. A dem ás del cerdo, la ternera y el cor­ dero, que todavía consum im os, el granjero rom an o te­ nía carne de cabra a su disposición; todas estas carnes se

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vendían en las ciudades. La carne de cabra era conside­ rada la m ás pobre de todas, y sólo la consum ían las cla­ ses m ás bajas. La ternera había sido consum ida p or los rom anos desde la época m ás antigua, pero era un sím ­ bolo de lujo hasta bien entrado el Imperio. D urante la República el ciudadano norm al com ía ter­ nera sólo en las grandes ocasiones, cuando había ofreci­ do un novillo o una vaca a los dioses en sacrificio. Con la carne ofrecía un banquete para su fam ilia y am igos; el corazón, el hígado y los pulm ones (llam ados colectiva­ mente exta) eran la porción del sacerdote, m ientras que algunos trozos se consum ían en el altar. Posiblemente el gran tam año del anim al tuviera que ver con las escasas ocasiones en que se sacrificaba en un tiem po en que la carne sólo se p o d ía m antener fresca en la estación m ás fría; de todas form as debem os pensar que los rom anos usaban el ganado m ás para obtener productos derivados (§281) o como complemento que para consumir su carne. §278. R icos y pobres p o r igual aprovechaban a m ­ pliam ente el cerdo, y se consideraba la carne preferida en todas las casas. La propia lengua testim onia el im p o r­ tante lugar que ocupaba el cerdo en la econom ía de la despensa, ya que ningún otro anim al tiene tantas p ala­ bras para describirlo en sus distintas funciones. Adem ás del térm ino genérico sus, encontram os porcus, porca, ve­ rres, aper, scrofa, m aialis y nefrens. En la cerem onia reli­ giosa dei suovetaurilia (sus + ovis + taurus), el cerdo, com o se aprecia, ocupa el prim er lugar. Igualm ente rico es el vocabulario que describe las partes del cerdo usadas para com er; hay palabras p ara las m ás de m edia docena de clases de salchichas, p o r ejemplo, que tienen al cerdo com o base. Tam bién leem os unas cincuenta form as di­ ferentes de cocinar el cerdo.

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§279. Aves de corral y de caza. Los rom anos consu­ m ían las aves de corral com unes -p o llos, patos, gansos, así com o p a lo m a s- y, adem ás de éstas, los ricos conse­ guían diferentes aves de caza p ara su m esa, en los cotos privados que se han m encionado (§145). Entre éstas es­ taban grullas, urogallos, perdices, agachadizas, zorzales y chochas. En tiem pos de Cicerón el pavo gozaba de la m ayor estim ación, y en el banquete ocupaba el m ism o lugar de h onor que entre nosotros; cada uno llegaba a costar unos diez dólares. En las reservas y cotos tam bién se criaban anim ales p ara su consum o: la liebre y el jabalí eran los favoritos. El segundo se servía entero sobre la m esa, com o en los tiem p os feudales. C om o contraste por su tam año, se puede m encionar el lirón (glis); era considerado un a auténtica delicia. §280. Pescado. Los ríos de Italia y los m ares circun­ dantes deben de haber ofrecido siempre un a gran varie­ dad de pescado, pero en épocas antiguas los rom anos no utilizaban tanto el pescado para comer. Sin em bargo, a finales de la República el asunto había cam biado, y nin­ gún alimento alcanzaba precios m ás altos que los tipos m ás escasos de p escad o fresco. El p escad o salad o era m uy barato, y se im portaba de m uchas m aneras desde casi todos los puertos del Mediterráneo. Especialmente un plato, el tyrotarichus, hecho con pescado salado, hue­ vos y queso, y p or ello parecido a las croquetas de baca­ lao, es citado p or Cicerón del m ism o m odo que n oso­ tros hablam os de la carne picada. El pescado fresco era siem pre m ás caro, ya que sólo p od ía ser tran sportado vivo. Por eso los ricos construían estanques en sus fincas -L u cio Licinio Craso fue el pri­ m ero en el año 92 a .C .- y se criaban tanto el pescado de agu a dulce co m o salad a p ara la m esa. Los n om bres

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de las variantes favoritas nos dicen poco, pero encontramos el salm onete (mullus) y un tipo de rodaballo (rhombus) que alcanzaban precios elevados, m ientras que las ostras (ostreae) eran tan populares com o lo son ahora. §281. Antes de p asar a los tem as m ás im portan tes del pan, el vino y el aceite, se pueden m encionar unos pocos alim entos que todavía son de uso general. Los ro­ m anos utilizaban con libertad productos lácteos, com o leche, nata, cuajada, suero y queso. Bebían la leche de oveja, cabra y vaca, y de los tres ti­ p os de leche se elaboraba queso. Se creía que el queso de oveja era m ás digestivo, aunque m enos sabroso que el elaborado a partir de leche de vaca, m ientras que el de cabra era m ás sabroso y m enos digestivo. Resulta n ota­ ble que no tuvieran conocim iento de la m antequilla ex­ cepto com o em plasto para las heridas. En la m esa y en la cocina el lugar del azúcar era ocupado p o r la m iel, ya que los rom anos sólo tenían un conocim iento botánico de la caña de azúcar. La sal se ob ten ía al p rin cip io p o r ev ap o ració n del agua de mar, pero después se crearon m inas de sal. Su produ cción era m on op o lio del gobierno, y siem pre se cuidaba de m antener los precios bajos. N o sólo se utili­ zaba com o condim ento, sino tam bién p ara conservar al­ gunos alim entos. D e la uva (§297) se elaboraba el vina­ gre. Entre los alim entos desconocidos para los rom anos estaban el té y el café, junto con la naranja, el tom ate, la patata, la m antequilla y el azúcar. §282. Cereales. La palabra frumentum era un térm i­ no general aplicado a cualquier tipo de cereal que se cul­ tivara para comer. D e los que existen ahora los rom anos conocían la cebada, la avena, el centeno y el trigo, aun ­ que el centeno no se cultivaba y la avena sólo se em plea­

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b a com o p asto p ara el ganado. Tam poco la cebada se consum ía m ucho, ya que se creía que no era m uy nutri­ tiva y por ello poco adecuada para los trabajadores. En tiem pos m uy antiguos se había cultivado extensamente otro cereal, la espelta (far), un tipo de trigo m uy duro, pero poco a poco había quedado fuera del uso excepto para el pastelillo sacrificial que le había dado su nom bre a la cerem onia m atrim onial de la confarreatio (§82). En época clásica el alimento principal cultivado para com er era el trigo, m uy sem ejante al que tenem os hoy. Solía sem brarse en otoño, aunque en algunas zonas m a­ duraba en prim avera. D espués de que dejaran de sem ­ brar cereales en el centro de Italia y la tierra se utilizara con otros fines (§146, §442), el trigo tenía que im por­ tarse de las provincias, prim ero de Sicilia, después de África y Egipto, ya que la producción interna resultó in ­ suficiente p ara las necesidades de la abundante p ob la­ ción. §283. P rep aració n del gran o. En los tiem p os m ás an tiguos el grano (far) no ten ía que ser m olid o, sino sólo m ach acado en un m ortero. D espués esa m asa se m ezclaba con agu a y fo rm ab a una especie de p ap illa (puls, de donde la palabra inglesa poultice) 2, que durante m ucho tiem po fue el plato nacional parecido a la harina de avena en Escocia. Plauto (muerto en el 184 a.C .) se re­ fiere a los hom bres de cam po con burlas del tipo «com e­ dores de gachas». Los hom bres que m achacaban el g ra­ no eran llam ados pinsitores o pistores, de donde proviene el cognom en Piso, com o se h a dicho antes (§273); en tiem pos posteriores los panaderos tam bién fueron de­ n om in ados pistores, ya que m achacaban el gran o igual 2. Español «gachas».

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com o cocían el pan. En los restos de panaderías se han descubierto m olin os con tanta regularidad com o h or­ nos. §284. En esos m olinos el grano se transform aba en harina fina. La piedra de m olino (m ola) consistía en tres partes, la m uela inferior (meta), la piedra superior (cati­ llus) y el arm azón que rodeaba y soportaba el segundo y facilitaba que girara sobre la meta. Las distintas partes se aprecian en la ilustración siguiente. L a meta, co m o sugiere el n om bre, era u n a p ie d ra de form a cónica (A) que descansaba sobre un lecho de m am postería con un borde elevado (B). Entre ese borde elevado y el borde inferior de la meta se alm acenaba la harina. En la parte superior de la m eta se encajaba una viga que term inaba por arriba con un a barra m etálica o pivote (D) del que colgaba y giraba el arm azón que so ­ portaba el catillus (E). El catillus tenía form a de reloj de

Sección de un molino.

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arena o de dos em budos unidos por su cuello. El em bu­ do superior servía com o una tolva en la que se vertía el grano; el em budo inferior se ajustaba bien sobre la meta. La distancia entre el em budo inferior y la m eta se regu­ laba con la longitud del pivote o barra, m encionado an­ tes, según la finura deseada de la harina. §285. El armazón era m uy fuerte y sólido p ara sopor­ tar el enorme peso que colgaba de él. Las barras utilizadas para hacer girar el m olino se fijaban en agujeros en la par­ te estrecha del catillus. La fuerza necesaria para la m olien­ da era proporcionada por m uías o caballos que tiraban de las barras o p or esclavos que las empujaban. Este último m étodo solía utilizarse como castigo, com o hem os visto (§§148, 170). Con la m ism a form a pero mucho m ás p e­ queños eran los molinillos manuales usados p o r los sol­ dados para m oler el frumentum que se les entregaba en sus raciones. En el Im perio aparecieron los m olinos de agua, pero son m encionados pocas veces en la literatura. §286. La transición de las gachas (§283) al p an coci­ do a la m an era actu al debe haberse p rod u cid o con el paso interm edio de los pastelillos finos cocidos en o so ­ bre el fuego. N o sabem os cuándo comenzó a consum irse el pan cocido en hornos. Los panaderos (§283) com o re­ presentativos del com ercio no se rem ontan m ás allá del 171 a.C., pero m ucho antes de este año, por supuesto, el pan de la fam ilia había sido elaborado por la m ater f a ­ milias o p o r un esclavo bajo su supervisión. U n a vez que se establecieron las panaderías públicas, se hizo cada vez m enos habitual elaborar el p an en las casas privadas de las ciudades. Sólo las casas m ás pretenciosas de la ciudad tenían h orn os propios, com o se ve en las ruinas. Por otro lado, en el cam p o siem pre se conservó la an tigua costum bre (§148). En época de T rajan o (98-

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118 d .C .) se a d o p tó la co stu m b re de h acer rep arto s diarios de p an entre la gente, en vez del gran o m en ­ sual, y los p an ad eros se organizaban en grem ios (cor­ pus, collegium ), y co m o tal co rp o ra ció n g o zab an de ciertos privilegios y exenciones. Se han descubierto las ruinas de un a pan adería pom peyan a con v ario s m o li­ n os que, p o r supuesto, eran m ovidos con la fuerza de las m anos. §287. E lab oració n del pan. D espués de que la h ari­ na recogida cerca del borde de la m eta (§284) se había cribado, se añadían agua y sal y se am asab a en un a ar­ tesa a m an o o con un a m áquin a m uy sim ple. Igual que ahora, solía añadirse la levadura y el p an se h orneaba en un h orno m uy parecido a los que aún se encuentran en partes de Europa. En la figura, en el pun to m arcado a está el h orn o propiam ente dicho, donde se encendía el fuego; se p o d ía añadir leña p or la abertu ra en d. La cám ara alrededor (b) está pensada p ara retener el calor después de que el fuego (norm alm ente de carbón) h u­ biera dejado caer las cenizas en el hueco inferior (e) y la ab ertu ra estuviera cerrada. La letra / señ ala un re­ ceptáculo p ara agua, que parece que se ha u sado p ara hum edecer el p an m ientras se cocía. Cuando el horno había al­ canzado la tem peratura ade­ cu ad a y el fu ego se h ab ía ap artad o , se in trod u cían las h ogazas de p an , se cerraban las aberturas y el p an se co ­ cía. El principio era el m ism o que el de las m odernas coci­ nas sin fuego, que utiliza disHorno para cocer pan. eos calientes de esteatita.

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§288. H abía varias calidades de p an , según el tipo de grano, el establecim iento de las piedras de m olino (§284) y la finura de la criba (§287).

1. Panis siligineus. Era el m ejor, hecho de harina pura de trigo. 2. Panis plebeius, castrensis, sordidus, rusticus. Elabo­ rado con harina gruesa o sólo con salvado. 3. Pan blanco. El preferido en el siglo i d.C., aunque se creía que el p an todo de trigo era m ás nutritivo. Las h ogazas de p an eran redondas y bastante planas -algu n as se han encontrado en las ruinas de Pom peya y tenían la superficie dividida en cuatro o más partes con líneas dibujadas desde el centro-. La pintura m ural del despach o de un a p an ad ería, tam bién en con trad a en Pompeya, da una buena idea del aspecto del pan. En es­ tas tiendas tam bién se vendían varias clases de pasteles y otras elaboraciones. §289. L a aceituna. A continuación en im portan cia después del trigo estaba la aceituna. Fue introducida en Italia desde G recia y desde Italia se ha extendido p or todos los países m editerráneos; pero en tiem pos anti­ guos las m ejores aceitunas eran las de Italia. L a aceitu­ na era un alim en to im p ortan te sólo com o fru to. Era co n su m id a tan to fresca com o conservada de diversas form as, pero encontró su lugar significativo en la eco­ n om ía dom éstica de los rom an os en form a del aceite de oliva con el que estam os fam iliarizados. El valor del aceite de oliv a es lo que favoreció la gen eralizació n del cultivo de los olivos p or el sur de Europa. Los ro­ m an os conocían m uchas variedades de la oliva; reque­ rían diferentes clim as y tierras, y se adaptaban a distin­

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tos usos. En general se puede afirm ar que el fruto m ás grande era m ás adecuado p ara consum irlo que p ara el aceite. §290. La aceituna se consum ía fresca cuando estaba m adu ra y tam bién se conservaba de varias form as. Las olivas m aduras eran m ezcladas con sal y se las dejaba re­ posar durante cinco días; después se les retiraba la sal y las olivas eran secadas al sol. También eran conservadas sin sal en m osto hervido (§296). Las olivas m edio m a­ duras eran recogidas con su pedúnculo y guardadas en jarras tapadas con el aceite de m ejor calidad; de esta m a ­ nera se dice que m antenían durante m ás de un año el sabor de la fruta fresca. Las olivas verdes se conservaban enteras en una sal­ m uera fuerte, form a en la que las conocem os ahora, o eran m achacadas form ando una m asa y conservadas con especias y vinagre. La preparación llam ada epityrum se elaboraba cogiendo olivas en cualquier estado, quitando los huesos, picando la pulpa, condim entándola con vi­ nagre, sem illas de coriandro, com ino, hinojo y m enta y cubriendo la m ezcla en tinajas con suficiente aceite para aislarla del aire. El resultado era una ensalada que se co­ m ía con queso. §291. Aceite de oliva. El aceite de oliva tenía varios usos. 1. Al principio lo usaban sobre todo los atletas para ungir su cuerpo después del baño. 2. C o m o base de los perfum es, ya que los rom anos no conocían la destilación m ediante el alcohol. 3. Se quem aba en las lám paras (§228). 4. Era un elemento prim ordial en la alim entación.

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Com o alim ento se utilizaba en su estado natural igual que ahora la m antequilla en la cocina, o en salsas o en aliños. La oliva m olida proporcionaba dos líquidos. El prim ero en fluir (am urca) era oscuro y am argo, con la densidad del agua. Se usaba am pliam ente com o fertili­ zante, pero no en la comida. El segundo, obtenido des­ pués de un prensado mayor, es el aceite (oleum, oleum olivum). El m ejor aceite se extraía de olivas que no ha­ bían m adurado del todo, pero la fruta m adura producía mayores cantidades de aceite. §292. Las olivas se recogían del árbol; las que se caían solas eran consideradas de inferior calidad (§160), y se extendían sobre plataform as en pendiente p ara que la porción de la amurca se separara por sí m ism a. A hí que­ daba la fruta hasta que tenía lugar una ligera ferm enta­ ción. Los pasos siguientes eran éstos: 1. Se som etía a la acción de una m áquina que presio­ naba las aceitunas para separar la pulpa del hueso. 2. La pulp a era triturada en un a prensa. 3. El aceite extraído era gu ard ad o en una tin aja y desde allí p asab a a un recipiente (labrum fictile) p ara que reposara; la am urca y otras im purezas se quedaban en el fondo. 4. El aceite se filtraba hacia otro recipiente y se deja­ b a reposar de nuevo; el proceso se repetía (hasta treinta veces si era necesario) hasta que se habían elim inado todas las impurezas. El m ejor aceite se hacía som etiendo al prin cipio las olivas sólo a una prensa suave. Se sacaba la p u lp a m a­ chacada, sin los huesos, y se volvía a prensar una segun­ da o incluso una tercera vez, y con cada nueva prensa el

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aceite era de peor calidad. El aceite se alm acenaba en ti­ najas que se recubrían con cera para evitar la absorción; las tapas eran aseguradas con cu idado y las tin ajas se guardaban en sótanos. §293. Uva. Las uvas se consum ían frescas cogidas de la viña y se secaban al sol com o pasas, pero su im p or­ tancia en Italia com o en todas partes provenía del vino que elaboraban con ellas. Se cree que el vino de uva no era originario de Italia sino que fue introducido posible­ mente desde Grecia en tiem pos m uy antiguos. El prim er nom bre con que los griegos conocían Italia era Oeno­ tria, un n om bre que p ued e sign ificar «la tierra del vino». Leyendas m uy antiguas atribuyen a N u m a restric­ ciones en el uso del vino. Es probable que hasta la época de los G racos el vino fuera escaso y caro. La producción creció a m edida que se reducía el cultivo de cereales (§146), pero la calidad siguió siendo bastante baja; y to d os los vin os selectos eran im portados de Grecia y del este. Sin em bargo, en época de Cicerón se prestó m ás atención a la viticultura y a una elaboración vinícola científica, y p ara el tiem po de A ugusto se elaboraban vinos que p o d ían com petir con los m ejores del extranjero. Plinio el Viejo com enta que de los ochenta vinos realmente selectos conocidos entonces p o r los rom an os dos tercios se producían en Italia; y A rriano p or la m ism a época afirm a que los vi­ nos italianos eran conocidos incluso en la India. §294. V iticultura. La uva se p od ía cultivar en casi toda Italia, pero los m ejores vinos se producían al sur de R om a en los confines del Lacio y C am pania. Las ciuda­ des de Preneste, Velitras y Form ias eran fam osas p or el vino que se producía en las laderas de los m ontes Albanos. Un poco m ás al sur, cerca de Terracina, estaba el

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ager Caecubus, donde se p rodu cía el vino cécubo, que era el m ejor de todos según Augusto. D espués venía el m onte M ásico con el ager Falernus en su vertiente sur, que producía los vinos falernos, aún m ás fam osos que el cécubo. T am bién se elaboraban bu en os vin os sobre y cerca del Vesubio, especialmente cerca de N ápoles, Pom ­ peya, C um as y Sorrento. B u en os vin os, pero m en os con ocid os que éstos, se producían en el extrem o sur, cerca de Benevento, Aulon y Tarento. D e una calidad parecida eran los producidos al este y norte de Rom a, cerca de Spoletium , Caesena, Ravenna, H ad ria y A ncona. Los del norte y oeste, en Etruria y la Galia, no eran tan buenos. §295. V iñedos. El m ejor lugar p ara el viñedo eran las laderas soleadas de las colinas. Las viñas eran sujeta­ das con palos o em parrados a la m anera m oderna, o se plantaban al pie de árboles a los que se les dejaba trepar. Para este propósito el árbol preferido era el olm o (ul­ mus), porque crecía p or todas partes, podía podarse sin poner en peligro su vida y tenía hojas que servían bien com o alim ento p a ra el gan ado cuando se arran cab an para que la luz del sol cayera sobre las viñas. Virgilio ya habla del «m atrim onio de la viña con el olm o», y H ora­ cio llam a al plátano «soltero» (platanus caelebs), porque su denso follaje lo hacía m enos apto para los viñedos. Antes de recoger las uvas la tarea principal era m antener lim pio el suelo; se rem ovía la tierra una vez al m es todos los m eses del año. Un solo hom bre p od ía cuidar adecua­ damente de unos 15.000 m etros cuadrados. §296. E laboración de vino. La vendim ia tenía lugar en septiem bre; la estación variaba con la tierra y el cli­ m a. Todo com enzaba con una fiesta, las vinalia rustica, celebrada el 19 de agosto. Quizá los rom anos no com-

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prendían del todo el significado preciso de la fiesta, pero posiblem ente intentaba propiciar un tiem po favorable para la recogida de las uvas. El proceso general en la elabo­ ración del vino difería poco del que es familiar para n oso­ tros en las historias bíblicas y que aún hoy se practica. D espués de la vendim ia, se pisaba prim ero la uva con los pies descalzos, y a continuación se p ren saba en el prelum o torcular. El líquido tal com o salía de la prensa era llam ado mustum (vinum), «vino nuevo», y solía con­ sum irse sin fermentar, com o la sidra dulce ahora. Podía m antenerse dulce hasta la siguiente cosecha sellando un recipiente untado con pez p or dentro y p or fuera y su ­ m ergiéndolo varias sem anas en agua fría o cubierto en arena húm eda. También se conservaba por evaporación sobre el fuego; cuando se había reducido a la m itad, se convertía en jalea o gelatina de uva (defrutum) y se utili­ zaba com o base p ara varias bebidas y p ara otros fines (§290). §297. El v in o ferm en tado (vinum ) se h acía reco­ giendo el m ustum en gran d es tin ajas llam ad as dolía. Eran tan grandes que dentro cabía un hom bre y m ás de cien litros. Se tapaban con pez por dentro y p or fuera, y se enterraban en parte en bodegas o sótan os (vinariae cellae), donde quedaban de form a perm anente. Cuando estaban casi llenas de mustum, se dejaban descubiertas durante el proceso de fermentación, que duraba en cir­ cunstancias norm ales unos nueve días. Solían estar bien selladas y sólo se abrían cuando el vino requería aten­ ción o para removerlo. El vino m ás barato era servido directam ente desde las dolía; pero los m ás selectos eran sacados después de un año en pequeñas jarras (amphorae), oxigenados e inclu­ so catados de varias m aneras, y al final alm acenados en

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lugares totalm ente separados de las bodegas. El lugar fa ­ vorito era u n a h abitación del p rim er piso de la casa, donde el vino envejecía con el calor que le llegaba de un horno o incluso con el hum o procedente del hogar. Las amphorae solían tener escrito el nom bre del vin o y los nom bres de los cónsules del año en que se llenaron. §298. Bebidas. Aparte del agua y la leche, el vino era la bebida habitual entre los rom anos de todas las clases. Sin em bargo, debe quedar claro que siempre lo m ezcla­ ban con agua, y con mayor proporción de agu a que de vino. Plinio el Viejo habla de un vino que p o d ía m ez­ clarse con ocho partes de agua iguales a su cantidad. Be­ ber el vino sin m ezclar era considerado propio de bárba­ ros; sólo bebían el vino así las personas disolutas en sus juergas m ás desenfrenadas. D urante el Im perio el vino de una calidad norm al era barato y pod ía venderse a tres o cuatro céntim os el cuarto de litro (§388); los m ás se­ lectos eran m uy caros, completamente fuera del alcance, nos da a entender H oracio, de un hom bre en sus cir­ cunstancias. H abía otras bebidas m enos habituales que el vino m encionadas en la literatura. 1. El m ulsum , m u y apreciado, se hacía con cuatro partes de vino y una de miel. 2. La mulsa era un a mezcla de agua y miel que se d e­ jab a fermentar. 3. La sidra y el vino de m ora o de dátiles. 4. A lgun as otras b eb id as con p lan tas aro m áticas, pero no conocían el café ni el té. §299. Estilo de vida. Los utensilios a la m esa de un pueblo dado cam bian a lo largo del tiem po con el desa­ rrollo y refinam iento de un a civilización, y dentro de la

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m ism a ép oca según las posib ilid ad es y g u stos de un a clase o un particular. Se puede decir de los rom anos que a com ienzos de la República, quizá casi hasta el siglo π a.C., no se p reocu paban dem asiado p or los placeres de la m esa. V ivían con fru galid ad y m odestia. C asi eran vegetarian o s estrictos (§ 2 7 3 ), casi to d a la co m id a se consum ía en frío y una gran sencillez era el elem ento m ás característico de la cocina y el servicio de sus co ­ m idas. Todo era preparado por la mater fam ilias o p o r escla­ vas bajo su supervisión (§90). La m esa estaba situada en el atrium (§188); el padre, la m adre y los niños se senta­ ban alrededor en taburetes o bancos (§225), pasándose los alim entos entre sí y a los invitados (§104). Los sir­ vientes com ían de la m ism a com ida, pero aparte de la familia. Los platos eran del tipo m ás sencillo, de barro o incluso de m adera, aunque un salero de plata era a m e­ nudo el adorno m ás apreciado de la m esa hum ilde. No se conocían tenedores ni cuchillos; la com ida se cortaba en porciones adecuadas antes de servirse, y las cucharas se utilizaban p ara llevarse a la b o ca lo que no se podía con los dedos. Durante esta época no había mucha elección que dife­ renciara la comida de los patricios m ás orgullosos y el m ás humilde de los clientes. Los embajadores sam nitas encon­ traron a M anio Curio, el vencedor de Pirro (275 a.C.), com iendo verdura (§275) en una fuente de barro. Un si­ glo después el poeta Plauto llam a a sus cam pesinos «una raza de com edores de puerros» (pultiphagonidae; §283), y nos da a entender que en esta época incluso los rom a­ n os m ás ricos no tenían en casa un cocinero especial­ m ente entrenado. Cuando se ofrecía un banquete fuera de lo norm al, se contrataba a un cocinero profesional,

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que llevaba consigo a la casa del anfitrión sus propios utensilios y ayudantes, com o hace un servicio de catering hoy en día. §300. Los últim os dos siglos de la R epública todo esto cam bió. La con qu ista de Grecia y las guerras en Asia M enor enseñaron a los rom anos el gusto p o r el lujo oriental y alteraron sus sencillas costum bres a la m esa, com o habían cam biado otras costum bres p or un con­ tacto sem ejante con el m undo exterior (§6, §101, §112, §192). A partir de entonces los ricos y los pobres ya no comían igual. Los segundos, constreñidos por la pobreza, vivían con fru galidad, com o los antiguos; los estudiantes de C ésar saben que los sold ad o s que vencían las batallas para él vivían del trigo (§282) que m olían en sus m oli­ nos de m an o y cocían en sus fuegos de cam paña. Por otro lado, algun os ricos im itaban el lu jo de los griegos pero carecían de su refinamiento, con lo que se convirtieron m ás en glotones que en gourmets. Saquea­ ron el m un do en bu sca de nuevos alimentos, prefiriendo lo raro y costoso a lo que era de verdad delicioso y deli­ cado. A lgunos de los cam bios son éstos: 1. Se in tro d u jo el co m ed or in dependiente (tricli­ nium), con dos o m ás en algunas casas (§204). 2. Los oeci (§207) se utilizaron para servir banquetes. 3. El taburete o ban co fue su stitu id o p or el diván (§§224, 304). 4. Los esclavos servían la com ida a los invitados recli­ nados. 5. Se creó una ropa para banquetes (§249). 6 . C ada fam ilia urbana (§149) incluía un cocinero de m ucho valor con ayudantes entrenados.

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Por sup uesto, siguió habiendo ricos com o Á tico, el am igo de Cicerón (§155), que se aferraban a las antiguas costum bres, pero poco podían hacer contra la corriente de disipación y extravagancia estúpidas. Además de éstos, deben situarse los pobres aduladores, que preferían las m igajas de su rico patrón (§§181-182) al pan conseguido de form a honesta. Entre am bos extremos había una clase m edia acom odada cuyas com idas norm ales conocem os. Estas com idas eran el ientaculum, prandium y la cena. §301. H oras de las com idas. Lo norm al entre los ro­ m anos, com o entre nosotros, eran tres com idas al día, a u n q u e a lg u n o s h ig ie n ista s en ton ces, co m o h oy en día, consideraban m ás saludables dos com idas que tres, y entonces com o ahora los grandes vividores se perm i­ tían el lujo de una com ida m ás tom ada tarde p or la n o­ che. La costum bre fijaba con m ás o m enos rigor las h o ­ ras de las com idas, aunque variaban según la época y en cierta m edida con las ocupaciones e incluso las inclina­ ciones de cada uno. En época antigua en la ciudad, y siem pre en el cam po la com ida principal (cena) se realizaba a m ediodía, pre­ cedida del desayuno (ientaculum) tem prano p o r la m a ­ ñana y seguida p o r la tarde de la cena (vesperna). En época clásica las horas de las com idas en R om a eran p a ­ recidas a las actuales en las grandes ciudades, esto es, la cena se p osp on ía hasta el fin del trabajo diario, despla­ zando así la vesperna, y el almuerzo (prandium ) ocupaba el lugar de la antigua «com ida a m ediodía». La cena tar­ día adquirió m ás o m enos una función social, ya que los invitados se presentaban y la com ida y el servicio eran los m ejores que la casa se p od ía permitir. Por el contra­ rio, el ientaculum y el prandium eran en com paración com idas m uy sencillas e informales.

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§302. D esayun o y alm uerzo. El desayuno (ientaculum o iantaculum ) se tom aba justo después de salir el sol, y la h ora variaba según la ocupación y p osición s o ­ cial de la person a. Solía consistir únicam ente en pan, seco o m ojad o en vin o o espolvoreado con sal, aunque a veces se añadían p asas, olivas o queso. Los trab ajad o ­ res con el tiem p o ju sto se lo llevaban de c a sa en la m an o p ara com érselo de cam ino al trabajo y los niños cuando iban al colegio (§122) solían parar en un a p a ­ nadería (§286) p ara com prar algún pastel o u n a torta com o rápido desayuno. C on m enos frecuencia el desa­ yuno era u n a co m id a regular: huevos ad em ás de los alim entos ya m en cion ados, y acom pañ ados con m ul­ sum (§298) y leche. Es probable que las person as que se saltaban la com ida del m ediodía tom aran este desayu­ no m ás tarde. El alm uerzo (prandium ) se hacía hacia las once. C on ­ sistía norm alm ente en una com ida fría: pan, ensalada (§276), olivas, queso, frutas, nueces y la carne fría que había sobrado de la cena en la víspera. Sin em bargo, a veces se añadían alimentos calientes y verduras, pero la com ida n un ca era m uy elaborada. C uando se tom ab a por la m añ an a era porque el desayuno se h ab ía hecho m uy tem prano o porque hacía las veces de desayuno tar­ dío al no haberse tom ado p o r la m añana. D espués del prandium venía la siesta del m ediodía (meridiatio), y no se trabajaba hasta la hora octava, excepto en el Senado y los tribunales. En verano al m enos casi todos se iban a dormir, e incluso en la capital las calles estaban tan vacías com o a m edianoche. La vesperna, desconocida en la vida urbana, ponía fin al día en las granjas. Era una cena no m uy tardía, básica­ mente con los restos del m ediodía junto con algunos ali-

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m entos no cocinados que se producían en la granja. Pa­ rece que la palabra merenda se aplicó en época antigua a esta com ida nocturna, y después a los refrigerios to m a­ dos a cualquier h ora del día. §303. C om id a form al. El ajetreo de la ciudad ense­ guida había m ovido la cena de su lugar original y la h a­ bía fijado a m edia tarde. Esta m oda pronto se extendió tam bién a los p u eb lo s y a las h acien d as del cam po (§145), de m an era que la cena tard ía (cena) era u n a práctica regular de todas las personas con cierto estatus social por toda Italia. Su función era aún m ás im portan ­ te que entre nosotros, por ser el único acto de relaciones puram ente sociales. N o había recepciones, bailes, con­ ciertos u obras de teatro; no había ninguna otra ocasión para divertirse con los am igos. Se puede asegurar, pues, que cuando el rom ano estaba en la ciudad, todas las n o ­ ches era o bien anfitrión, o bien invitado en cenas tan elaboradas com o perm itieran las posibilidades, excepto si algún negocio o asunto urgente requería su atención inm ediata o alguna circunstancia poco habitual lo h u ­ biera apartado de la sociedad. En las haciendas del cam po prevalecía la m ism a cos­ tum bre: los invitados llegaban de las haciendas vecinas o los am igos parab an inesperadam ente p ara descansar y disfrutar de la diversión durante la noche de viaje a o desde la ciudad (§388). Estas cenas form ales deben dis­ tinguirse de los extravagantes banquetes ofrecidos p or los ricos, a quienes les gustaba la ostentación. Eran com ­ pletam ente saludables, la expresión de la auténtica h o s­ pitalidad. Los invitados sólo eran algunos am igos, con un núm ero lim itado, tam bién participaban la esposa y los hijos del anfitrión y sólo se buscaba la diversión sana y las relaciones sociales.

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§304. El diván p a ra cenar. La situación del com e­ dor (triclinium ) en la casa ro m an a ya se ha descrito (§204), y se h a señalado (§300) que el taburete fue sus­ tituido por el diván o sofá en época clásica. Este diván (lectus tricliniaris) estaba hecho com o los lecti com unes (§224), pero era m ás ancho y m ás bajo, tenía un brazo sólo a un extrem o, sin respaldo y bajando desde el fren­ te hacia la parte posterior. En el extrem o con brazo se ponía un cojín o cabezal y paralelo a éste se colocaban dos m ás p ara dividir el diván en tres partes. C ad a parte era ocupada p o r una persona, de m anera que en un di­ ván se pod ían acom odar tres personas. El com edor (tri­ clinium ) se llam aba así porque estaba pensado p ara al­ bergar tres divanes (κλίνοα en griego), form an do una «u» a los tres lados de la m esa y dejando el cuarto lado libre. La disposición dependía del tam año de la habita­ ción. En una h abitación grande los divanes se colocaban com o en la figura infra, pero si la econom ía del espacio lo requ ería se d isp o n ían de o tras m an eras. A sí pues, nueve puede considerarse el límite m áxim o en u n a m esa norm al. En ocasiones especiales se utilizaba una habita­ ción m ás grande donde se preparaban dos o m ás m esas de la m ism a form a, aco­ m o d an d o cad a un a a « V ' z nueve in vitad os. En el caso de m iem bros de la m ism a fam ilia, especial­ m ente si u n o era un niño o cuando los invi­ tados eran am igos m uy íntim os, se p o d ía hacer sitio a un cuarto invitaMesa y divanes para cenar.

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do llegado de im proviso, pero esto era p oco habitual; cuando se presentaba un invitado inesperado, probable­ mente algún m iem bro de la fam ilia le cedía su sitio. A veces el anfitrión reservaba sitios p ara am igos que llega­ rían con sus invitados sin avisar. Estas personas sin h a­ ber sido invitadas se llam aban umbrae. C uando los invi­ tado s estaban presentes, la esposa solía sentarse en el extrem o del diván en vez de reclinarse, y los niños n or­ malm ente eran acom odados en sillas. §305. Lu gares de honor. El invitado se acercaba al diván p o r detrás y ocup aba su lugar, recostándose so ­ bre el lado izquierdo, de cara a la m esa, apoyado sobre su codo izquierdo, que descansaba sobre el cojín o el cabezal m encionado antes. Las flechas en la figura in ­ dican la posición del cuerpo. C ad a diván y cad a lugar tenían su nom bre según su p osición en referencia a los dem ás. Los divanes eran denom inados respectivam ente lectus sum mus, lectus medius y lectus imus; los invitados reclinados en el lectus medius tenían el lectus sum m us a la izquierda y el lectus im us a la derecha. La etiqueta asignaba el lectus sum m us y el lectus medius a los invi­ ta d o s, m ie n tra s que el lectus im us e stab a reserv ad o p ara el anfitrión, su esposa y otros fam iliares. Si no h a­ bía fam iliares y el anfitrión estaba solo, los dos lugares a su lado en el lectus imus se asignaban a los invitados m ás hum ildes. §306. Los lugares en cada diván se llam aban igual: (locus) summus, medius e imus, m arcados con los n úm e­ ros 1, 2 y 3 en la figura. El invitado del lugar 1 estaba en­ cim a (super, supra) de la persona de su derecha, el n ú­ m ero 2 estab a encim a de la p e rso n a de su derecha y debajo (infra) del de su izquierda. El lugar de h onor del lectus sum m us era el 1, y el lugar 1 del lectus imus era

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ocupado p o r el anfitrión. Sin embargo, el invitado m ás distinguido se colocaba en el lugar 3 del lectus medius y era llam ado locus consularis, porque si había un cónsul ese lugar siem pre se le asignaba a él. Estaba al lado del anfitrión y era especialmente adecuado para un m agis­ trado público; si necesitaba enviar o recibir un m ensaje durante la cena, se p o d ía com unicar con el m ensajero sólo girando su codo. A principios del Im perio se inventó un nuevo tipo de sofá para ser utilizado con una m esa redonda. Su form a sem icircular le valió el nom bre de sigma, por u n a grafía de la letra griega (C ). El cojín se curvaba por la parte in­ terna del diván, que aparentem ente servía para todos. El núm ero acom odado variaba. Los lugares de h onor esta­ ban en los extrem os; el lugar en el extremo de la derecha era llam ado locus consularis. §307. O tros m uebles. C om parados con los lecti, el resto de m uebles en el com edor desem peñaban un papel insignificante. De hecho, el único artículo im prescindi­ ble era la m esa (mensa), situada entre los tres divanes de m anera que todos fueran equidistantes y quedara el ac­ ceso libre en el cuarto lado. El espacio entre la m esa y los divanes era tan pequeño que los invitados podían alcan­ zarse la com ida. Los in v itad os no ten ían p lato s in dividu ales en la mesa; sobre la m esa se colocaban fuentes grandes en las que se servía la com ida y otros objetos form ales, como saleros (§299) o elementos necesarios p ara las ofrendas a los dioses. A sí pues, la m esa n o era m uy grande, pero siempre era un m ueble m uy caro y herm oso (§227). Al principio su belleza no se ocultaba con ningún m antel o cobertura; el m antel no llegó hasta finales del siglo i d.C. La vajilla habitual en época de Augusto era la llam ada

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«arretina», una cerám ica roja con dibujos en relieve; el valor y belleza de la vajilla sólo estaban lim itados p or las posibilidades y el gusto del propietario. A d em ás de lo s div an es y la m esa, lo s a p a ra d o re s (a b a ci) eran los ú n ico s m u eb les en el triclin ium . V ariaban desde sencillas estan terías de m ad e ra h asta m esas de diferentes form as y tam añ os, y vitrinas abier­ tas. Se colocaban sin estorbar el p aso p egados a la p a ­ red y serv ían co m o las actu ales p a ra exh ib ir co m o ahora los platos y la porcelana que no se utilizaban en la m esa. §308. Platos. En época clásica había tres partes en la cena, que se hacía elaborada sirviendo varios platos en cada parte: 1. Gustus («aperitivo»). C onsistía en alim entos p ara abrir el apetito o ayudar a la digestión: ostras y otros m oluscos frescos, pescados salados o escabe­ chados, verduras crudas, especialmente cebollas, y casi invariablem ente lechuga y huevos, todo ello con salsas picantes. C on estos aperitivos se bebía el mulsum (§298), ya que el vino era dem asiado p e­ sado con el estóm ago vacío. Por eso al gustus tam ­ bién se le llam aba promulsis; otro nom bre signifi­ cativo era antecena. 2. Cena («cena propiamente dicha»). Consistía en co­ m ida m ás sustanciosa: pescado, carne, aves de corral y verduras. En esta parte se bebía vino pero con m o ­ deración, ya que se creía que em botaba el sentido del gusto; em pezaban a beber m ás sólo cuando la cena había term inado. La cena casi siem pre consis­ tía en vario s p latos (m ensa prim a, altera, tertia, etc.). Tres no se consideraban ni pobres ni excesi-

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vos; se sabe que Augusto sólo com ía tres platos con m oderación, pero nunca m ás de seis. 3. Secunda mensa («postre»). Concluía la com ida con to d o tip o de p asteles, caram elos, nueces y fruta fresca o en conserva. C on el postre el vino corría en abundancia. Del hecho de que se com ían huevos al com enzar la com ida y m anzanas al final procede el proverbio ah ovo ad m ala («d esd e el huevo h asta las m an zan as», con el significado «de p rin cip io a fin »; in glés from soup to nuts). §309. Precios. La literatura ha conservado p a ra no­ sotros los m enús y los precios de unas pocas com idas, posiblem ente servidas realmente, típicas de un banquete de casa, de otro generoso y un últim o suntuoso o lujoso. El m ás sencillo aparece en Juvenal (60-140 d.C .): Gustus Cena Secunda mensa

Espárragos y huevos. Pollo y cabrito. Frutas.

M arcial (43-101 d.C .) m uestra otros dos m enús: Gustus Cena Secunda mensa

Lechuga, cebollas, atún y huevos en rodajas. Salchichas con puerros, coliflor fresca, panceta y judías. Peras y castañas y, con el vino, aceitunas, guisantes secos y al­ tramuces.

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Gustus

Cena

Secunda mensa

M alvas, cebollas, m enta, alcapa­ rras, anchoas con huevos en ro­ dajas y ubres de jabalí. Toda a la vez (una m ensa): cabri­ to, p ollo , ja m ó n frío, alu bias y brotes de berza. Frutas frescas, acom pañado todo con vino.

El últim o m en ú aparece en M acrobio (siglo v d.C .) referido a un banquete ofrecido p o r los pontífices d u ­ rante la R epública, un a com ida proverbial p o r su es­ plendor. Antecena dividida en dos partes:

1. Erizos de mar, ostras crudas, tres tipos de m o ­ luscos, zorzal sobre lecho de espárragos, una gallina gruesa, ostras a la sartén y m ejillones. 2. M ás m ejillones, m arisco, algas, currucas, lon ­ chas de cabrito y de cerdo, pollo fricassé, m ás currucas y dos tipos de caracoles de mar. Cena Ubres de jabalí hem bra, cabeza de jabalí, p escad o asad o, ubres de ja b alí h em b ra asadas, patos dom ésticos, patos salvajes, liebres, p ollo asado, p udin con fécula y pan. N o m enciona verduras ni postres, pero seguro que co­ rresponden al resto del banquete, y el vino que bebían los pontífices era afam ad o com o de las m ejores cose­ chas.

8. COMIDAS Y ALIMENTACION

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§310. Servicio de la cena. L a hora de la cena señala­ b a el final del trabajo, com o se h a dicho (§301), y depen­ día de la época del año y la posición social de la familia. En general se situaba entre la novena y la décim a hora (§428). La cena duraba hasta la hora de dormir, es decir, unas tres o cuatro horas al m enos, aunque los rom anos se iban a d orm ir tem pran o p ara levantarse tem pran o (§§79, 122). A veces incluso la cena norm al duraba hasta m edianoche, pero, cuando se esperaba un banquete es­ pecial m ás prolongado, se comenzaba a cenar m ás pron­ to para dejar tiem po suficiente y reposar la comida. Esos banquetes iniciados antes de la h ora novena eran llam ados tempestiva convivia; la p alab ra «an ticipad o» conllevaba el m ism o reproche que el «tardío» en las «ce­ nas hasta tarde». En las cenas familiares norm ales había conversaciones de sobrem esa, aunque en algunas casas nobles (sobre todo la de Ático; §155) un esclavo leía en voz alta p ara los invitados. En las cenas m ás form ales h ab ía o tras diversiones, co m o m úsica, baile, ju ego s m alabares, etc., ejecu tad o s p o r artistas profesion ales (§153). En cenas elaboradas a veces se repartían regalos o recuerdos. §311. Cuando los invitados estaban acom odados en el comedor, se invocaba solemnemente a los dioses, una costum bre parecida a la bendición de los alim entos en­ tre nosotros. Los invitados entonces ocupaban su lugar en los divanes (accumbere, discumbere) según habían sido asign ad os (§§305-306), se quitaban las san dalias (§250), se las llevaban sus servidores (§152) y se ofrecía agua y toallas p ara lavarse las m anos. A veces cad a invi­ tado llevaba consigo su servilleta. D espués com enzaba la cena y se servía cada plato en u n a ban d eja (ferculum ), de don de los platos p asab an

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en orden a los invitados. Al term inar los platos se retira­ ban en el ferculum, y se volvía a ofrecer agua y toallas, costum bre n ecesaria ya que se co m ía con los ded os (§299). Entre las partes principales de la com ida tam ­ bién se lim p iaba la m esa con un pañ o o un a esponja. Entre la cena y la secunda mensa se hacía una p au sa m ás larga y se guardaba silencio m ientras se ofrecía vino, sal y com ida -q u izá tam bién alim entos co m u n es- a los La­ res. Para term inar se presentaba el postre. C uando los invitados estaban preparados para dejar su lugar, pedían sus sandalias (§250) y partían justo después. §312. Com issatio. Cicerón habla de C atón el Viejo y sus vecinos sabinos dem orándose en el postre y bebien­ do vino h asta la m adrugada y les hace descubrir el en­ canto de la conversación p or la noche. Por eso C atón afirm a que la p a la b ra latin a convivium, «v id a en co ­ m ún», es m ejor p ara esas relaciones sociales que la p ala­ bra griega symposium, «bebida en com ún». Los jóvenes de la ciudad preferían la vertiente griega y continuaban la cena con una borrachera, llam ada comissatio o compo­ tatio. Era diferente de la form a aprobada p or C atón, no sólo por la cantidad de vino consum ido y p or las diver­ siones m ás criticables, sino porque seguían algunas cos­ tum bres griegas desconocidas en R om a hasta el final de la Segunda G uerra Púnica y que nunca se adoptaron en las cenas norm ales que se han descrito. Éstas eran el uso de perfum es y flores durante la fiesta, la elección de un sim posiarca y las norm as para beber. §313. Los perfum es y las flores no se utilizaban sólo por la dulzura de su arom a, por m ás que disfrutaran con ella los rom an os, sino porque los rom an os creían que esos olores evitaban, o al m enos retrasaban, la borrache­ ra. Por eso no se usaban durante to d a la com ida, sino

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que esperaban para ungir la cabeza con perfum es y co­ ronarla con flores hasta los postres y el vino final. Se ela­ boraban diferentes guirnaldas de hojas y flores (coronae convivales) según los gustos p articulares, pero la flor m ás popular y generalmente asociada con la comissatio era la rosa. Cuando los invitados tenían sus coronas (a veces tam ­ bién guirnaldas alrededor del cuello), cada uno lanzaba los dados, invocando a su enam orada o alguna divini­ dad para que les ayudara. El que obtenía mayor pun tua­ ción (§320) era nom brado rex (magister, arbiter) biben­ di. N adie dice expresamente cuáles eran sus atribuciones y privilegios, pero no cabe duda de que se encargaba de fijar la p rop o rció n de agua y vino que se con sum iría (§298), las n orm as de bebida (leges insanae, co m o las denom ina H oracio), decidía qué tenía que hacer cada invitado p ara entretener a los dem ás y determ inaba las penas y prendas p or quebrantar estas norm as. §314. El vino se m ezclaba bajo la su p erv isió n del magister en un gran recipiente (crater), las proporciones de agua y vino se m antenían estables durante la velada y desde la crater, situada a la vista de todos, los esclavos servían la beb id a en copas (pocula) a los invitados. El cazo (cyathus) tenía una capacidad de unos 50 m ililitros. El m étodo de bebida se diferenciaba de la cena regular sobre todo en esto: durante la cena cada uno m ezclaba el vino y el agua según su gusto y bebía tanto com o quería, m ientras que en la comissatio todos bebían igual sin im ­ portar las diferencias de gusto y capacidad. Parece que el vino se bebía brin dan do, pero una curiosa costum bre regulaba la cantidad de vino que se servía en las copas. Cualquier invitado p od ía proponer un brindis p o r cual­ quiera que quisiera nom brar; inm ediatam ente los escla-

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vos servían tantos cazos de vino (cyathi) com o letras te­ nía su nom bre. La copa se tenía que apurar de un solo trago. El resto de la diversión sin dud a era bastante salvaje (§310); eran frecuentes los juegos de azar y las apuestas. Cicerón en sus discursos contra Catilina m enciona prác­ ticas aún m ás depravadas. A veces los invitados pasaban la noche de una casa a otra, actuando com o anfitriones por turno y, con sus guirnaldas y coronas en la cabeza, hacían eses por la calle y arm aban jaleo p or la noche. §315. Los banquetes de los ricos vulgares. A finales de la R epública y com ienzos del Im perio aparecieron nuevos ricos (§181) que atestaban la corte del em pera­ dor. Sus banquetes eran com o los descritos antes, pero destacan p or la ostentación en los m uebles, la vajilla y la com ida. Por lo que nos ha llegado de los particulares, se­ gún los patrones actuales, eran banquetes m ás grotescos y ridículos que m agníficos: divanes de plata, vino en vez de agua p ara las m anos, 22 platos para un a sola cena, 7.000 aves servidas en otra, hígados de pescado, lenguas de flam encos, sesos de pavo real y faisanes, todo m ezcla­ do, parecen una auténtica vulgaridad propia de locos. Las cantidades derrochadas en estos banquetes no nos parecen ahora tan fabulosas com o lo fueron entonces. En nuestras grandes capitales cada estación del año ve actos sociales que superan los banquetes de Lúculo en disp en dio, en gu sto y en refinam iento. Sin em bargo, com o signos de los tiem pos, com o indicios del cam bio en las ideas, de la decadencia y degeneración, m erecie­ ron las descripciones que los historiadores y satíricos ro­ m anos hicieron de ellas.

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Referencias: Marquardt, 264-268, 300-340, 414-465; Becker-Göll, III, 311454; Blümner, 160-209, 385-419; Sandys, Companion, 71-82, 205-207; Friedländer, II, 146-173; Pauly-Wissowa, en cena, co­ missatio; Smith, Harper’s, Walters, en cena, comissatio, olea, o oleum, u oliva, vinum; Rich, en coena, comissatio; DarembergSaglio, en cibaria; Baumeister, 845-846, 2086-2088; Mau-Kelsey, 262-268, 273-276; Fowler, Social Life, 270-284; CagnatChapot, II, 229-251, 426-438; McDaniel, 120-135; Showerman, 124-136.

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§316. D espués de los juegos de los niños (§§102-103) los rom an os no pasaban, com o nosotros, a un sistem a elaborado de juegos competitivos. N o sabían n ad a de los deportes en ese sentido. Solían jugar a la pelota antes de cenar para hacer ejercicio. M ontaban a caballo, practica­ ban la esgrim a, la lucha, el lanzam iento de disco y la n a­ tación p ara conseguir habilidad y fuerza en los brazos. En el cam p o p o d ía n cazar y pescar (§ 4 5 4 ). T am bién practicaban juegos de azar p or la em oción que suscita­ ban las apuestas. Pero no existía ningún deporte n acio­ nal para los jóvenes ni distracciones sociales en las que hom bres y m ujeres participaran juntos. C onseguir que otros te divirtieran era algo caro y difí­ cil. Les gustaban m ás las farsas (m im os y pantom im as) que el teatro en sus vertientes de tragedia y com edia. Pero lo único que les atraía realm ente era la em oción que encontraban en las apuestas o en diversiones que im plicaran algún riesgo de sufrir heridas o de m orir (los juegos del circo y el anfiteatro). Prim ero describirem os los juegos en los que los propios rom anos participaban 232

9. DIVERSIONES

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directamente y después aquéllos en los que eran meros espectadores. En el prim er tipo se incluyen los deportes al aire libre y los juegos con cierto riesgo; en el segundo están los juegos públicos y privados (ludi publici et pri­ vati). §317. D eportes en el Cam pus M artius. El C am p o de Marte, a m enudo llam ado sim plemente el Campus, in­ cluía la zona llana entre el Tiber y las colinas del C apito­ lio y el Quirinal. La zona noroeste de la llanura, rodeada a am bos lados p or el Tiber, que en ese lugar gira abrup­ tamente hacia el oeste, estaba despejada de edificios pú­ blicos y privados y durante siglos fue la zona de ocio en Rom a. Allí se reunían los jóvenes para practicar los jue­ gos atléticos m encionados antes, naturalmente durante las horas m ás cálidas del día. Incluso a los hom bres m a­ yores les gustaba hacer una visita al Cam pus después del m eridiatio (§ 3 0 2 ), p a ra p rep arar el b añ o antes de la cena, m ientras que los jóvenes preferían darse un refres­ cante chapuzón en el río próxim o. Los deportes eran los que acostum bram os a agrupar como atletismo en pista y al aire libre. Los hom bres com ­ petían en carreras a pie, salto, lan zam ien to de disco, practicaban tiro con arco y entablaban com bates de lu­ cha y boxeo. Estos deportes se desarrollaban com o aho­ ra, si nos hacem os una idea por las descripciones de Vir­ gilio en el libro V de la Eneida, pero ha de hacerse una excepción con los juegos de pelota. Parece que eran m uy aburridos en com paración con los nuestros. Sin em bargo, debe recordarse (§316) que se practicaban m ás p or el aspecto de ejercicio físico salu­ dable que p or la diversión del puro juego. A lgunos per­ sonajes im portantes, com o César, Mecenas o incluso el em perador Augusto, los practicaban.

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§318. Juegos de pelota. H abía pelotas de diferentes tam años, rellenas de pelo, plum as o aire (folles), utiliza­ das para distintos juegos. La base de todos era lanzar y recoger la pelota; los palos o bates eran prácticam ente desconocidos. La form a m ás sim ple era lanzar la pelota hacia arriba lo m ás alto posible y recogerla antes de to­ car el suelo. Pero había otras variedades: 1. M alabarism os. El ju gador m antenía dos o m ás p e­ lotas en el aire, lanzándolas y recogién dolas p o r turno con otro jugador. 2. Frontón a m ano. Para ello eran necesarios una p a ­ red y un suelo liso. La pelota se golpeaba con la m ano abierta contra la pared, volvía a caer al sue­ lo, botaba y después se volvía a golpear contra la pared de la m ism a manera. El objetivo era m ante­ ner la p e lo ta con este m ovim iento duran te m ás tiem po que el contrario. Algunas casas privadas o baños públicos tenían recintos especialmente pre­ parados p ara este deporte. 3. El trigon. Tres personas se colocaban en los ángulos de un triángulo equilátero. Se utilizaban dos pelo­ tas y el objetivo era lanzar una contra el oponente que tuviera m ás dificultades p ara cogerla. C om o dos podían lanzarle la pelota al tercero en el m ism o m om ento, se tenían que utilizar las dos m anos y se requería una cierta habilidad con ambas. 4. Otros juegos, todos de lanzar y recoger, se m encio­ nan aquí y allá, pero ninguno está descrito con el de­ talle suficiente para ser comprendidos con claridad. §319. Ju egos de azar. A los rom an os les ap asio n a­ ban los ju egos de azar, y las apuestas estaban tan a so ­

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ciadas con esos ju ego s que estaban proh ib id os p o r la ley, aun cuan do no se cruzaran apuestas. Sin em bargo, en las Saturnales en diciem bre había cierta perm isivi­ dad y la opin ión p ública perm itía que los ancianos ju ­ garan en cualquier m om ento. Con todo, a veces es m uy difícil llevar a la práctica algunas leyes, y era habitual gan ar y perd er gran d es fo rtu n as en lugares p ú b lico s donde se ju g a b a o en casas privadas. D e hecho los ju e­ gos de azar con elevadas apuestas eran una de las m a­ yores atracciones en las cenas privadas, que ya h an sido m encionadas (§314). La form a de apostar m ás com ún era igual que nuestro «cara o cruz»; tam bién se utilizaban m onedas, y el m on­ to de las apuestas dependía de las posibilidades del ju ga­ dor. O tra form a habitual era el «par o im par»; cada ju ­ gador ten ía que ad ivin ar si el n úm ero de m on ed as ocultas por el oponente era par o impar, y a su vez m an­ tenía las suyas ocultas en su m ano extendida para que su oponente las adivinara de la m ism a m anera. La apuesta norm alm ente eran las m onedas que se ocultaban en la m ano, aunque en ocasiones había m ás apuestas al m ar­ gen. O tra variante consistía en adivinar el núm ero de m onedas en la m ano del oponente. Sin em bargo, resul­ taban de m ás interés los juegos de tabas y dados. §320. T abas. Las tabas (tali) de ovejas y cabras, e im itaciones en m arfil, bronce o piedra, eran usadas por los niños com o juguetes y p or los hom bres en sus jue­ gos. Los niños jugaban a lanzar cinco piedrecitas o tabas al aire y después intentaban coger las m ás posibles en el reverso de la m ano. Las tabas eran m ás largas que an­ chas, por lo que tenían cuatro lados largos y d os extre­ m os m ás cortos. Los extrem os estaban redondeados o acababan en punta, de m anera que las tabas no podían

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m antenerse en pie sobre ellos. De los cuatro lados largos dos eran m ás anchos que los otros. De estos dos lados m ás anchos uno era cóncavo y el otro convexo; de los la­ dos m ás estrechos, uno era llano y el otro dentado. Com o ninguna de las dos caras tenía la m ism a form a, las tabas no necesitaban ninguna m arca com o nuestros dados, pero p or conveniencia en ocasiones se m arcaban con los núm eros 1, 3, 4 y 6; no había núm eros 2 y 5. Se lanzaban cuatro tali a la vez al aire con la m an o o con un cubilete (fritillus); se contaba la cara sobre la que des­ cansaba cada hueso, no la superior. H abía 35 tiradas d i­ ferentes y cada una con su nom bre y valor particular. La tirada m ás baja eran cuatro unos, llam ada «el buitre»; la m ás alta, llam ada «Venus», se daba cuando to d os los tali caían de m anera diferente. Era la tirada que designaba al magister bibendi (§313). §321. D a d o s. L o s rom an os tam bién tenían dad os (tesserae) com o los de ahora. Los dados rom an os esta­ ban hechos de m arfil, de piedra o de un a m adera gran u­ lada. C ada cara estaba m arcada con puntos, del uno al seis. Se lan zaban tres d ad os a la vez con el fru tillu s o cubo, igual que las tabas, pero se com putaban las caras superiores. L a m ejor tirad a eran tres seises, y la peor, tres unos. N orm alm ente se trataba de lanzar un núm ero superior al contrario, aunque parece que tam bién había juegos de tablero con dados, sem ejantes al actual back­ gam m on, que com binaban suerte y habilidad. D e éstos se sabe poco m ás que el nom bre, pero se han conserva­ do descripciones de tableros. Si se piensa en el espacio que ocupan en nuestros periódicos los partidos de béis­ bol o de fútbol y lo im posible que resultaría p ara un a persona que no haya visto nunca un juego de pelota h a­ cerse una idea correcta de uno sólo a partir de las des­

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cripciones en los periódicos, no parecerá extraño que sepam os tan poco de los juegos rom anos. §322. Juegos públicos y privados. Este libro no trata del desarrollo histórico en los juegos públicos (§2). B as­ ta decir que estos ju egos o espectáculos públicos eran gratuitos, prim ero celebrados en honor de algún dios o dioses y a expensas del Estado. Aumentaron y se muliplicaron con p rop ó sitos p olíticos h asta que perdieron todo sentido religioso y a finales de la República se con­ virtieron en el m ayor placer en la vida de las clases infe­ riores en Rom a. De hecho Juvenal declara que el único deseo del pueblo eran el reparto gratuito de p an (§286) y los juegos en el circo (§328; panem et circenses). Aparte de ser un espectáculo gratuito, cuando se ofrecían se in­ terrum pía to d a actividad económ ica y los ciudadan os debían tom arse unas vacaciones. Estos días de vacacio­ nes se hcieron cada vez m ás y m ás num erosos. A finales de la República había juegos durante 66 días, y en época de M arco Aurelio (161-180) llegaron a ser 135 los días en que no se desarrollaban los negocios. Adem ás de estos juegos regulares, se celebraban otros juegos extraordin arios por acontecim ientos especiales, y juegos funerarios cuando m oría algún personaje im ­ portante. Estas últim as ocasiones no eran consideradas vacaciones legales. En todo caso, la distinción entre ju e­ gos públicos y privados no es im portante para nosotros. Los juegos se pueden clasificar de acuerdo con la natu­ raleza de la exhibición: 1. Ludi scaenici. Entretenim ientos dram áticos en el teatro. 2. Ludi circenses. Carreras de carros y otros núm eros en el circo.

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3. M unera g lad iato ria. Luchas de glad iad ores n o r­ m alm ente en el anfiteatro. No había ningún teatro comercial y las obras sólo se re­ presentaban en conexión con los juegos ya m encionados. §323. Espectáculos dram áticos. La historia del desa­ rrollo del teatro en R om a se inscribe en el m arco de la h istoria de la literatura latina. En época clásica h abía cuatro tipos de representaciones teatrales: P an tom im as (pantom im i) y farsas (m im i). N o rm al­ mente eran interludios o piezas de cierre, aunque goza­ ban de gran popularidad entre la gente y han sobrevivi­ do a las otras. Tragedias (tragoediae). N unca tuvieron un auténtico arraigo en Rom a. C om edias (comoediae). Sólo las m ás divertidas alcan­ zaron el favor del público. Las únicas com edias rom anas com pletas que nos han llegado son las de Plauto y Terencio, todas adaptaciones de originales griegos, m o s­ trando la vida griega y representadas con vestuario grie­ go (fabulae palliatae). Eran m ás parecidas a las operetas que a la com edia actual, con largos fragm entos recita­ dos, acom pañam iento m usical y otras cantadas m ientras los actores desarrollaban un baile. Los teatros rom an os no tenían ilum in ación , con lo que las obras sólo se representaban de día. Las prim eras se represen tab an desp u és del alm uerzo a m ed io d ía (§301), pero en ép oca de Plauto m ás p o r la m añ an a. Una com edia solía durar unas dos horas com o térm ino m edio, si tenem os en cuenta los núm eros m usicales en­ tre las escenas. §324. R ep resen tació n en escena. Las ob ras, igual que otras diversiones, eran supervisadas p or m agistra-

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dos encargados de los juegos. Contrataban p ara la p ro ­ ducción de la obra a algún director reconocido (domi­ nus gregis), generalmente un actor de probada habñidad y con una com pañía de teatro (grex) de otros actores su­ bordinados a él. Todos los actores eran esclavos (§143), y los hom bres hacían el papel de las mujeres. N o había límite fijado para el núm ero de actores, pero los apuros económ icos obligaban a utilizar el m enor núm ero p o si­ ble y un m ism o actor tenía que representar d os o m ás papeles. Los person ajes de las com edias ya m encionadas, las fabulae palliatae, llevaban un vestido griego de diario, de m an era que el vestuario era bastante barato. El único m aquillaje necesario en época de Plauto y Terencio era la pintura en la cara, sobre todo en los actores con pape­ les fem eninos, y las pelucas utilizadas p or convención para representar diferentes personajes, com o el gris para los ancianos, el negro p ara los jóvenes, el rojo p ara los esclavos, etc. Estos y los dem ás accesorios necesarios (or­ n am enta) eran ap o rtad o s p o r el dominus. Parece que tam bién pagab a una fiesta de su bolsillo sí sus esfuerzos alcanzaban un éxito poco habitual con la obra. §325. El teatro antiguo. D urante la época de las m e­ jores obras escritas p o r Plauto y Terencio (200-160 a.C.), no había m uchas com odidades para el público y los ac­ tores. El escenario sólo era un a plataform a tem p oral, m ucho m ás ancha que profanda. Se construía al pie de una colina o en una ladera cubierta de hierba. H abía p o ­ cos elem entos de los que solem os asociar con el esce­ nario: • N o había telón n i bam balinas. • N o se p od ía cam biar el escenario.

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" El actor no tenía ninguna form a de potenciar su voz. • N o se podía representar el interior de una casa. Para una com edia el escenario representaba una calle. • De fondo se m ostraba la fachada de dos o tres casas con ventanas y puertas que se podían abrir. A veces había un callejón entre dos de las casas. Com o éste era el único escenario, el autor tenía que situar allí las escenas y conversaciones que se solían p ro­ ducir de puertas adentro. En m edio del escenario había un altar p ara recordar al público el origen religioso de las represen tacion es. El p ú b lico tam p o co d isfru tab a de m ás com odidades que los actores. La gente se coloca­ b a en la colina, sentada sobre la hierba o en pie, a veces llevaban taburetes desde casa. Siem pre h abía ruid os y una cierta confusión para poder oír la voz del actor, la gente se em pujaba, se peleaba y discutía, los niños llora­ ban y en ocasiones con la obra a m edias algún suceso externo llam aba la atención del público y abandonaba la representación sin verla terminar. §326. El teatro posterior. H acia el 145 a.C. se inten­ tó m ejorar las condiciones del teatro, frente a la op osi­ ción de algunos que consideraban las obras perniciosas p ara la m oral. Ese año se erigió en R om a un teatro de m adera con asientos siguiendo las pautas de los teatros griegos, pero el Senado hizo que lo derribaran en cuanto term inaron los ju egos. Sin em bargo, se adoptó la cos­ tum bre de levantar ese teatro provisional (con asientos reservados a senadores y, m ucho después, para los caba­ lleros) cada vez que se celebraban juegos públicos hasta el año 55 a.C. Pom peyo M agno construyó el prim er teatro p erm a­ nente en Rom a. Se utilizó p iedra y los plan os de otro

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teatro que él había visto en Mitilene, y albergaba u n aforo de unas 17.000 personas. Plinio el Viejo dice que 40.000. Presentaba dos divergencias notables respecto de su m o­ delo griego: no estab a excavado en la lad era de una m ontaña, com o los teatros griegos, sino levantado sobre el suelo, concretam ente en el Cam pus M artius; así, daba una m ejor ocasión para la m agnificencia exterior. El teatro griego tenía un espacio generalmente circu­ lar llam ad o orq uestra ante la scaena; esta orquestra o zona de baile era el espacio p o r el que evolucionaba el coro en el teatro griego. En el teatro rom ano la orques­ tra no se utilizaba p ara el coro, ya que en las obras ro­ m anas pocas veces había coro. Por eso era m ás pequeña y acabó por adoptar la form a de semicírculo. Los asien­ tos m ás próxim os a la orquestra se reservaban p ara los senadores, y en los pueblos, p ara los m agistrados y fun­ cionarios m unicipales. Las prim eras catorce filas justo detrás estaban reservadas en R om a p ara los caballeros. Los últim os, p ara el resto de la gente, basado en el prin­ cipio de que los que llegaban prim ero elegían su asiento. H asta el año 13 a.C. no se construyeron dos teatros perm anentes m ás en Rom a. Se decía que el pequeño, el de Balbo, tenía capacidad p ara unos 11.000 espectado­ res; el m ayor en honor de Marcelo, el sobrino de Augus­ to, p ara 20.000. Estos edificios con m ejoras perm itían elementos espectaculares en las representaciones que no eran posibles en los rudos andam ios de los días antiguos y m ostraron la ruina y decadencia del teatro verdadero. Para dar realism o a algunas escenas de saqueo en una ciudad, Pom peyo llegó a utilizar tropas de caballería o de infantería, cientos de m uías cargadas con un botín de guerra auténtico y tres mil cuencos p ara los efectos es­ peciales. En com paración con esos tres mil cuencos, las

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avalanchas, descarrilam ientos, accidentes aéreos y esce­ nas en catedrales de tiem pos m od ern os parecen p o ca cosa. §327. La figura de abajo m uestra la apariencia gene­ ral de los teatros rom anos según los planos de Vitruvio (§187). G H es la zona posterior del escenario (proscae­ nium ); entre GH y CD está la scaena, reservada p ara los actores; m ás allá de CD está la cavea, para los espectado­ res. Frente a IKL están las tres puertas para las tres casas m en cio n ad as en §325. L as p rim eras cu atro filas de asientos m ás cerca del escenario, en la orquestra sem i­ circular CM D , están reservados para los senadores. D e­ trás, form ando círculos concéntricos, cinco pasillos for­ m an seis sectores de asien tos o cunei; igualm ente los asientos colocados encim a del pasillo sem icircular (prae­ cinctio) se dividen en doce cunei m ediante once pasillos. Para acceder a los asientos senatoriales había unos p a ­ sillos por debajo de los asientos a los lados de la escena, com o en el teatro m ás pequeño descubierto en Pom peya construido hacia el 80 a.C. Sobre el pasillo abovedado debían de estar los m ejores asientos del teatro, parecidos

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a los palcos actuales. Los de un lado estaban reservados para el em perador, si asistía al teatro, o para los m agis­ trados que supervisaban los juegos. Los del otro lado es­ taban reservad os p a ra las Vestales. Para llegar a estos palcos había unas escaleras privadas a los lados del audi­ torio. El acceso a las zonas superiores de la cavea se hacía por pasillos debajo de los asientos que subían a los co­ rredores entre los cunei. Sobre los asientos superiores había am plias colum natas p ara cobijar al público de la lluvia, y sobre éstas, palos con los que se podían exten­ der toldos (vela) para proteger a la gente del sol. La gran anchura del escenario, a veces hasta cincuenta m etros, perm itía ciertas posibilidades extrañas que hoy parecen forzadas o poco naturales, com o apartes, diálo­ gos que se escuchan en una parte del escenario y no en la otra y el tiem po que se tardaba en cruzar todo el esce­ nario. En teatros posteriores se podía cam biar el escena­ rio, aunque las obras rom anas conservadas casi n unca lo requerían. D ebe señalarse que el escenario estaba conec­ tado con el auditorio p or los asientos encim a de los pa­ sillos abovedados hasta la orquestra, y que el telón se le­ v an tab a desde el suelo p ara ocultar el escen ario, no bajaba desde arriba com o sucede con el nuestro ahora. Vitruvio recom endaba que se construyeran habitaciones y pórticos en la parte posterior del escenario, com o las colum natas ya m encionadas, p ara dar espacio a los acto­ res y los accesorios y cobijar a la gente en caso de lluvia. §328. El circo. Los juegos del circo eran los espectácu­ los m ás antiguos en R om a y siempre los m ás populares. La palabra circus significa «anillo, círculo». Los lu di cir­ censes eran, pues, cualquier espectáculo desarrollado en un escenario circular. Veremos después (§343) que ha­ bía varios tipos, pero el m ás característico, al que se hace

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referencia si no se m enciona otro específicamente, eran las carreras de carros. Para estas carreras la prim era y única condición nece­ saria era un a zona llana y am plia, com o el valle entre el Aventino y el Palatino donde se desarrolló la prim era ca­ rrera en época antiquísim a. Esta zona siguió siendo el circo, el único al que se referían cuando no se añadían otros térm inos descriptivos, aunque, cuando se constru­ yeron otros, a veces se le llam aba el Circo M áxim o para distinguirlo de los dem ás. N ingún otro se le acercaba en tam año, m agnificencia ni popularidad. §329. El segundo circo de Rom a fue el Circo Flam i­ nio, construido en el 221 a.C. p or el m ism o Cayo Fiam inio que tendió la Vía Flaminia. Estaba situado en la zona sur del C am p o de M arte (§317) y expuesto a las crecidas del Tiber, igual que el Circo M áxim o. D ad a la escasez de sus restos, no se conocen con seguridad su ta­ m año o aspecto externo, pero sin duda estaba em plaza­ do cerca de la colina Capitolina. El tercero se erigió en el siglo i d.C. y recibió su n om ­ bre de Caligula y N erón, los dos em peradores que parti­ ciparon en su con strucción . E staba situ ad o al pie del m onte Vaticano, donde hoy está la iglesia de San Pedro, y sólo se sabe que era el m ás pequeño de los tres. Aparte de los tres circos de la ciudad, había otros tres en las p ro ­ xim idades. A cinco m illas p or la Via Portuensis estaba el Circo de los herm anos Arvales. A tres millas p o r la Vía A pia estaba el Circo de M ajencio, erigido en el 309 d.C., que es el m ejor conservado de todos; una recon struc­ ción y un plano de éste se m uestran en la figura de la de­ recha. En la m ism a Vía Apia, a unos 18 kilóm etros de la ciudad, en la antigua ciudad de Bovillae, había un terce­ ro, con lo que en total había seis en la ciudad o cerca.

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§330. Plano del circo. Todos los circos tenían la m is­ m a estructura general, como se ve en el plano del Circo de M ajen ció. La zona larga y estrecha que fo rm ab a la pista de carreras (harena) estaba casi rodeada de gradas con asien tos que co rrían en d os líneas p aralelas y se unían en un sem icírculo al final. En el centro del sem i­ círculo h ab ía un a puerta, m arcada con F en el plano, p or donde salía el vencedor después de la carrera. Por eso, era llam ada porta triumphalis. En el otro extrem o de la arena estaba la zona donde se situaban los carros (AA en el plan o), llam ada carceres, «barreras», flanquea­ das por dos torres en las esquinas (II) y divididas en dos secciones iguales p o r otra p u erta (B ) llam ad a porta pompae, p or la que las procesiones entraban en el circo. Entre las to rres y los asien tos tam bién h ab ía p u ertas (HH). Las torres y barreras eran llam adas conjuntam en­ te oppidum.

§331. La arena estaba dividida en unos dos tercios de su longitud por un m uro (M M ) llam ado spina, «espi­ na dorsal». A los extrem os tenía pilares (LL) llam ados metae, que m arcaban el fin de la carrera. C uando se re­ corrían los dos lados de la spina se com pletaba u n a vuel­ ta (spatium, curriculum), y un cierto núm ero de vueltas, norm alm ente siete de una carrera, era llam ado missus.

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Sin em bargo, la últim a vuelta sólo tenía un giro, el de la meta prim a m ás cercana a la porta triumphalis. El final era una línea recta junto a la m eta (calx). Era un a línea de cal trazada sobre la arena bastante lejos de la segunda meta para que los cascos de los caballos no la borraran al girar y a cierta distancia de las carceres p ara que el a u ­ riga pudiera detener sus caballos antes de chocar contra ellas. Se supone que la línea de puntos (D N ) es el lugar de la calx. Se apreciará que los elementos im portantes en el circo desarrollado eran arena, carceres, spina, metae y los asientos, de to d o lo cual se hablará m ás en detalle en los siguientes parágrafos. §332. L a arena. La arena es el espacio llano rodeado por los asientos y las barreras. Recibe su nom bre de la arena utilizada p ara proteger los cascos sin herradura de los caballos. C on un vistazo al plano se ve que lo m ás im portante no era la velocidad. La arena, la brevedad de los tram os rectos y los giros cerrados no favorecían la velocidad precisam ente. Lo em ocionante era el peligro de la carrera. En las representaciones de carreras que nos han llegado aparecen carros rotos, caballos caídos y au ­ rigas bajo las ruedas o los cascos de los caballos. La distancia no era una m edida exacta, sino que de­ pendía de cada circo, con lo que el Circo M áxim o tenía 100 m etros m ás que el de M ajencio. Sin em bargo, parece que el núm ero de vueltas sí era fijo, siete p or carrera, con lo que se dem uestra que el riesgo era el elem ento que gozaba de m ayor popularidad. La distancia real que se recorría en el Circo de M ajencio se puede estim ar con m uch a precisión . La lon gitu d de la spina era de un os 320 m etros. Si pensam os en unos 18 m etros p ara el giro en cada meta, cada vuelta cubriría una distancia de 700 m etros, y seis vu eltas, cuatro kilóm etros. La sép tim a

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vuelta sólo tenía un giro, pero el tram o final hasta el calx quizá tenía 35 m etros m ás que los otros, pon gam os 800 m etros. Esto da un total de casi cinco kilóm etros para una carrera com pleta o missus. Jordan calcula el missus del Circo M áxim o en 8,4 kilómetros, pero parece que ha contado toda la longitud de la arena, en vez de conside­ rar solam ente la de la spina. §333. Las carceres. Las carceres eran la zona p ara ca­ rros y equipos antes de la carrera. Eran unas instalacio­ nes abovedadas y separadas entre sí por sólidos m uros y se cerraban con unas puertas p or las que entraban los carros. La parte anterior estaba form aba por unas puer­ tas dobles con barras en form a de parrilla p or las que entraba la única luz, lo que explica su nom bre de carcer. En cada cám ara cabía el carro con su equipo, en ocasio­ nes com puesto hasta p or diez caballos, de m anera que la «prisión» debe de haber sido casi cuadrada. C ad a carro tenía su zona independiente. H asta la época de D om iciano el núm ero m áxim o de carros era ocho, pero después se llegó a doce participan­ tes, con lo que se hubieron de construir doce carceres tam bién. El núm ero habitual de carros había sido cua­ tro, uno p ara cada color o equipo (§339), aunque cada equipo p od ía inscribir m ás de un carro. La m itad de car­ ceres estaban a la derecha de la porta pompae, y las otras, a la izquierda. §334. En el plano anterior se aprecia que las carceres form aban un a línea curva p ara asegurar la m ism a dis­ tancia a todos los carros hasta el extremo más próxim o de la spina, donde com enzaba la carrera realmente. No había, pues, ninguna ventaja p ara nadie en la salida, y los lugares se asignaban por sorteo. En época m ás tardía se pintó un a línea de salida (linea alba) con tiza entre la

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segunda meta y los asientos de la derecha, pero las carce­ res se m antuvieron en línea curva com o antes. En los ex­ trem os de las carceres las torres eran ocupadas p or los m úsicos. Sobre la porta pom pae estaba el palco p ara el m agis­ trado oficial que dirigía los juegos (dator ludorum) y a am bos lados de él había asientos reservados para sus am i­ gos y personas relacionadas con el espectáculo. El dator ludorum d ab a la señ al de salid a con un p añ o blan co (m appa). §335. La sp in a y las metae. La spina dividía la zona de carreras en dos m itades y establecía una distancia m í­ nim a p ara recorrer. Solía m edir unos dos tercios de la arena, aunque en la zona de la porta pom pae tenía un es­ pacio m ayor y m ás am plio que en la zona próxim a a la porta triumphalis. Aunque la spina era recta, no siem pre iba paralela a los asientos. Las metae (llam adas así por su form a; §284) eran dos colum nas a los extrem os de la spina, form ando parte de ella, aunque había un espacio entre la meta y la spina. En época republicana am bas debían de estar he­ chas de m adera y eran m óviles, para dejar espacio libre a las exhibiciones de fieras salvajes o de caballería ofreci­ das en el circo origin alm en te. C u an d o se com en zó a usar el anfiteatro, el circo quedó reservado básicam ente para las carreras y la spina se hizo perm anente. Alcanzó grandes proporciones, estaba hecha de cemento (§§210211 ) y solía adorn arse con m agníficas obras artísticas que llegaban a ocultar a carros y caballos cuando circu­ laban por la otra parte de la arena (§336). §336. Por una representación del circo conservada en un tablero de juego encontrado en Bovillae tenem os una excelente idea de la spina. Por varios relieves y m o ­

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saicos sabem os que la spina del Circo M áxim o estaba cubierta con estatuas y otras estructuras ornam entales, com o obeliscos, tem pletes, altares, colum nas con esta­ tuas encim a, trofeos y fuentes. Augusto fue el prim ero en situar un obelisco en el Circo M áxim o que ahora si­ gue en la Piazza del Popolo después de su restauración en 1589. Tiene 26 m etros de altura sin contar la base. Constancio colocó otro en el m ism o circo (ahora delan­ te de la Iglesia Luterana) de 35 metros y en la Piazza Navona se puede ver todavía el obelisco del Circo de M ajencio. Aparte de estos elementos decorativos, cada circo te­ nía un pedestal en cad a extrem o de la spina, un o con siete huevos (ova) de m árm ol y otro con siete delfines. Con cada vuelta com pleta se bajaba uno de esos delfines p a ra que la gente su p iera en todo m om en to cu án tas vueltas faltaban. En otro m osaico de Lyon se ve una spi­ na que consistía en un canal lleno de agua con un obe­ lisco en el centro. Las metae se aprecian claramente en el m osaico; eran tres pilares cónicos de piedra sobre un plinto semicircular, todo de la m ás sólida construcción. §337. L o s asientos. Los asientos del Circo M áxim o originalm ente eran de m adera, pero a causa de incen­ dios o derrum bam ientos durante el Imperio se recons­ truyeron en m árm ol, excepto quizá en las filas superio­ res. En circos m ás m o d ern o s parece que los asien tos eran de piedra desde el principio. Al pie de las filas de asientos había una plataform a de m árm ol (podium) que recorría los dos lados y el extremo de la curva. En este podium h abía palcos p ara los funcionarios y m agistra­ dos m ás im portantes de R om a y ahí situó Augusto los lugares reservados p a ra los sen adores y otros de alto rango.

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O tras clases y organizaciones tenían asientos asignados en la cavea, para separar hom bres de mujeres, que antes se sentaban juntos. Entre el podium y la pista había una protección m etálica form ando un enrejado. Cuando Cé­ sar exhibió fieras salvajes en el circo, hizo excavar un ca­ nal de 3,5 p o r 3,5 m etros p ara llenarlo de agua com o protección suplem entaria. A los asientos se accedía p or la parte posterior, donde num erosas escaleras subían hasta las praecinctiones (§327), posiblem ente tres en el Circo M áxim o. Las secciones horizontales entre las praecinctio­ nes eran llam adas maeniana. Cada una de ellas estaba di­ vidida por las escaleras en varios cunei (§327); las filas de asientos de los cunei eran denom inadas gradus. Parece que los asientos de cada fila no tenían ninguna m arca es­ pecial, igual que las actuales gradas en los cam p os de béisbol. Cuando había asientos reservados, se explicitaba indicando el núm ero de los pies en la fila correspondien­ te (gradus), de tal cuneus y sección (maenianum). §338. El núm ero de asientos dem uestra la p opu lari­ dad de las carreras. El pequeño circo de Bovillae tenía al m enos 8.000 asien tos según H uelsen; el de M ajencio, unos 23.000, y el Circo M áxim o albergaba a unas 60.000 person as en ép oca de A ugusto, aun que fue am p liad o hasta alcanzar los casi 200.000 en tiem pos de C on stan­ cio. Los asien tos descan sab an sobre arcos de só lid a m am postería. C ada tres bóvedas debajo de los asientos había una escalera, y las otras se utilizaban com o tiendas o puestos de m ercado; en la zona superior había habita­ ciones para los em pleados del circo, que debían de ser m uy num erosos. Sobre los asientos había galerías, com o en los teatros (§327), y los palcos imperiales se situaban en el lugar de honor, aun que no se ha p o d id o averiguar exactamente dónde a partir de los restos.

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§339. L as factio n es del circo. H u bo una ép oca en que cualquiera podía participar en las carreras para ex­ hibir sus caballos o su habilidad dirigiéndolos, pero a fi­ nales de la R epública ninguna persona con reputación participaba en las carreras y los tiros y aurigas eran pre­ sentados p or los equipos (factiones), que prácticam ente controlaban el m ercado por lo que se refiere a caballos y hom bres con el entren am ien to adecuado. C o n estos grupos el organizador de los juegos contrataba el núm e­ ro de carreras deseadas (en época de César eran diez o doce al día; después el núm ero se dobló e incluso fueron m ás en ocasiones especiales). Los equipos se encargaban de proveer todo lo necesa­ rio para el espectáculo. Estos equipos recibían el n om ­ bre a partir del color de sus aurigas. Primero h abía sólo dos, el rojo (russata) y el blanco (albata); probablem ente con Augusto se añadió el azul (veneta) y después el ver­ de (prasina). Al final D om iciano creó dos m ás, el p ú r­ pura y el oro. Entre estos equipos había una encarnizada rivalidad. Se gastaban enorm es fortunas en sus caballos, que im portaban de Grecia, H ispania o M auritania, e in­ cluso m ás dinero en los aurigas. Se encargaban de m an­ tener cuadras de entrenam iento tan grandiosas com o al­ gunas actuales. Un m osaico descubierto en un a de esas instalaciones en Argelia m uestra encargados del establo, m ozos, silleros, m édicos, entrenadores o correos, y se ven caballos cubiertos con m antas en sus establos. La ri­ validad se extendía p or la ciudad y cada factio tenía sus seguidores. Al térm ino de cada missus (§331), grandes cantidades de dinero p asaban de unas m anos a otras. Se utilizaba cualquier truco o tram pa posible: los caballos eran esti­ m ulados con sustancias, los aurigas de equipos rivales

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eran soborn ados e incluso envenenados cuando se resis­ tían al soborno. M ás aún, se invocaba la ayuda de m agos y bru jos p ara pronunciar un encantam iento que im p i­ diera la victoria de un equipo. §340. Los equipos. El carro utilizado en las carreras era bajo y ligero, cerrado p or delante y abierto p or de­ trás, con larg o s ejes y ru ed as b ajas p a ra d ism in u ir el riesgo de volcar. Parece que el conductor se colocaba en la parte de delante y no había lugar detrás del eje. Los ti­ ros tenían dos caballos (bigae), tres (trigae), cuatro (quadrigae) y, en tiem pos posteriores, seis (seiuges) o in ­ cluso siete (septeiuges), pero el m ás habitual era el tiro de cuatro caballos. Se uncían dos caballos juntos, uno a cada lado de la cesta, y los otros dos iban sujetos sólo m ediante correas. El caballo m ás im portante era el de la izquierda, ya que la meta estaba siempre a la izquierda, y la habilidad del auriga se apreciaba al girar lo m ás cerca posible de la meta. Cualquier descuido en ese caballo si no respondía enseguida a las órdenes de las riendas o a una palabra supon ía la rotura del carro y un aparatoso accidente al chocar contra la meta o bien perder la traza­ da interior y la subsiguiente ventaja. Tanto un o com o otro provocaban la derrota en la carrera. En algun as in scrip cion es aparece el n om bre de los cuatro caballos, pero a veces sólo se escribía el del caba­ llo principal de la izquierda. Antes de las carreras se p u ­ blicaban listas de los caballos y aurigas com o una guía para los que querían hacer sus apuestas. N o había d ocu­ m entos oficiales sobre las carreras, pero se seguía la tra­ yectoria de caballos y conductores con la m ism a pasión que hoy. Por el tipo de carrera (§332), eran im prescindi­ bles la fuerza, el valor y, sobre todo, la resistencia, m u ­ cho m ás que la velocidad. N orm alm en te los caballos

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eran sem entales, y se m encionan m uy pocas yeguas, y nunca participaban en una carrera antes de cum plir los cinco años. O bservan do la distancia de la carrera y el gran peligro de accidentes, es sorprendente lo que dura­ ban algunos caballos. N o era extraño que un caballo lo ­ grara cien victorias y recibiera el apelativo de centenañ us. El fam o so au rig a D iocles tenía un caballo que alcanzó doscientas victorias y era llam ado ducenarius. §341. L o s con ductores de carros. Los conductores llam ados agitatores o aurigae eran esclavos o libertos, y algunos habían logrado su libertad m erced a su habili­ dad y atrevim iento en las carreras. Sólo en épocas espe­ cialm ente co rru p tas del Im perio hubo ciu dad an o s de cierta p o sición social p articip an d o en las carreras. El vestuario del auriga solía ser el siguiente: • Un gorro ajustado. • Una túnica corta siem pre del color de su factio, ata­ da al cuerpo con correas de piel. • Bandas de piel alrededor de los m uslos. • Cojinetes para los hom bros. • Pesadas protecciones de piel para las piernas. Es parecido a las protecciones actuales de los futbolistas. Las riendas iban anudadas y rodeaban el cuerpo del auri­ ga. En su cinturón llevaba un cuchillo para cortarlas por si caía del carro o para cortar las correas si un caballo caía y quedaba enredado en ellas. Las carreras permitían exhibir las habilidades dirigiendo los caballos y requerían gran fuerza y valor. Se incentivaba el juego sucio, y un conduc­ tor podía dirigir su tiro contra otro equipo, intentar volcar el carro de otro o cerrarle el paso cuando lograba ocupar la trazada interior frente a un oponente m ás rápido.

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Los prem ios eran cuantiosos en proporción. Un au ri­ ga de éxito, aunque de baja extracción social, era el niño m im ado y el orgullo del público enfervorizado; durante el Im perio ricos y pobres lo seguían y felicitaban com o a un héroe. El sueldo que cobraban era exorbitante, ya que los equipos com petían duram ente p or conseguir al m ejor para su tiro de caballos. D espués de las victorias recibían regalos no sólo de sus factiones, sino de ap os­ tantes que los habían apoyado y sacado provecho de su habilidad. §342. A urigae fam o so s. C on ocem os el n om bre de fam osos vencedores p or inscripciones (§13) com puestas en su honor o en su m em oria por am igos. Entre ellos se pueden m encionar: • Publio Elio G u tta C alp u rn ian o (§59) con sigu ió 1.127 victorias en el Im perio tardío. • Cayo A puleyo D iocles fue un h isp an o que en 24 años de carrera logró 1.462 victorias y com pitió en 4.257 carreras; llegó a ganar 35.863.120 sestercios (casi un m illón y m edio de euros). • M arco Aurelio Líber obtuvo 3.000 victorias. • Flavio Escorpo logró 2.048 victorias a los veintisiete años. • Pom peyo M uscosus alcanzó 3.559 victorias. Tam bién h u b o otro au rig a llam ad o C rescen s, de quien n os ha llegado un a in scrip ción (en con trada en R om a en 1878). §343. O tro s esp e ctá cu lo s en el circo. M en os fre ­ cuentemente el circo se utilizaba p ara otros espectácu­ los. Entre éstos estab an los desultores, h om b res que m ontaban dos caballos y pasaban de uno a otro cuando

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los anim ales corrían a toda velocidad. Tam bién había caballos entrenados que realizaban núm eros sobre una especie de inestable plataform a con ruedas. Los ciuda­ danos ricos exhibían su habilidad en m aniobras de ca­ ballería dirigidos p or líderes de escuadrones. Los jóvenes de la n obleza tam bién ejecutaban los llam ad o s ludus Troiae. Este ju ego aparece descrito en el libro V de la Eneida. M ás del gusto de la gente eran las cacerías o venatio­ nes; se soltaban fieras salvajes para luchar entre sí o ser m uertas p or hom bres entrenados al efecto. Hay noticias durante la R epública de pan teras, osos, toros, leones, elefantes, h ipopótam os e incluso cocodrilos que n ada­ ban en lagos artificiales creados en la arena. En el circo tam bién se celebraban com bates de gladiadores, aunque eran m ás habituales en el anfiteatro. Uno de los espectáculos m ás brillantes era la proce­ sión o pom pa circensis que inauguraba solem nem ente al­ gunos juegos públicos. C om enzaba en el Capitolio y ter­ m inaba su recorrido en el Circo M áxim o entrando por la porta pom pae a la que daba su nom bre (§330). Des­ pués describía una vuelta com pleta por la arena. A la ca­ beza el m agistrado que los presidía conducía un carro vestido con las ropas de un general triunfante y asistido por un esclavo que m antenía una corona de oro sobre su cabeza. D espués venían los notables a caballo o a pie y la comitiva se cerraba con los carros y jinetes que iban a participar en los juegos. Los últim os eran los sacerdotes con sus colegas, los servidores que llevaban el incienso y otros instrum entos utilizados en los sacrificios y esta­ tuas de divinidades en carros bajos tirados p or m uías, caballos o elefantes, o bien portados a hom bros en lite­ ras llam adas fercula. C ada parte de la procesión iba en­

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cabezada p or m úsicos. U na reminiscencia de este acto es el desfile p o r las calles que durante m uchos años prece­ día la actuación del circo m oderno. §344. C om bates de gladiadores. Parece que las lu ­ chas de gladiadores existieron en Italia desde tiem pos antiguos. Sabem os que surgieron en C am pania y Etru­ ria. En C am pania los nobles ricos hacían luchar a los es­ clavos h asta la m uerte en sus banquetes y fiestas p ara entretener a sus invitados. En Etruria los com bates p ue­ de que se rem onten a las ofrendas hum anas en los entie­ rros de hom bres destacados, de acuerdo con la antigua creencia de que la sangre era grata p ara los m uertos. Las víctim as eran prisioneros de guerra, y se adoptó la costum bre de concederles la oportunidad de luchar p or su vida entre ellos. Se les entregaban arm as y el vencedor salvaba su vida p or el m om ento. Los rom anos tardaron en ad op tar esta costum bre. La p rim e ra exh ibición se dio en el año 264 a.C ., casi cinco siglos después de la fundación de la ciudad. El hecho de que copiaran el acto de los etruscos se aprecia en que estos espectáculos se asociaban a los ritos funerarios. Los m ás antiguos fue­ ron en h on or de Bruto Pera en el 264 a.C ., de M arco Em ilio Lépido en el 216, de M arco Valerio Levinio en el 200 y de Publio Licinio en el 183 a.C. §345. Estas exhibiciones fueron escasas durante los prim eros cien años, pero después eran m ás frecuentes y con un a elaboración creciente. Sin em bargo, durante la República sólo eran juegos privados (munera), n o públicos (ludí). N o se c e le 6 r a b a x r é ñ ^ á r ííjó s~ c i3 i_año y los p atro cin ad o res ten ían que bu scar un pretexto con la m uerte de algún pariente o am igo, p agan do los gastos de su propio bolsillo. Sólo se conoce una ocasión en que los cónsules P. Rutilio Rufo y C. M anlio en el 105 a.C.

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organizaran esas exhibiciones, y no está claro si actua­ ban con atribuciones oficiales. Incluso en el Im perio los gladiadores no luchaban en días de juegos públicos re­ gulares. Pero Augusto sufragó «juegos extraordinarios» bajo la dirección de pretores. C on D om iciano los ediles electos se encargaban de los espectáculos organizados regularm ente en diciem bre, la única fecha fija de los munera glad iatoria. Todos los dem ás son m ás regalos voluntarios ofrecidos p o r los em peradores, m agistrados o ciudadanos privados al pueblo. §346. P opularidad de los com bates. El gusto de los rom anos por los espectáculos emocionantes (§316) los hi­ cieron m uy populares. En el prim er espectáculo (§344) en honor de Bruto Pera sólo había tres parejas, pero en los tres siguientes aum entó hasta 22, 25 y 60 parejas de gladiadores. En tiem pos de Sila los políticos habían en­ contrado en los munera la form a m ás efectiva de conse­ guir el favor del pueblo y com petían entre ellos p or la frecuencia y el núm ero de parejas combatientes. Adem ás utilizaban estas ocasiones com o excusa para rodearse de ban d as de luch adores profesion ales; estos luch adores eran denom in ados gladiadores fueran destin ad os a la arena o no. C on ellos com enzaron las peleas callejeras, el sabotaje de actos públicos de rivales, las intim idaciones en los tribunales y la m anipulación de las elecciones. Cuando César se preparaba p ara ser elegido edil en el año 65 a.C., se creó tal terror en las calles que el Senado prom ulgó una ley lim itando el núm ero de gladiadores que un ciudadano privado p od ía utilizar, y sólo perm i­ tió exhibir 320 parejas. Las ban das de C lodio y M ilón realizaron auténticas m atanzas p o r la ciudad en el año 54 a.C., y no se restableció el control hasta que el año si­ guiente Pom peyo com o cónsul sine collega puso fin a la

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batalla de las p orras utilizando las espadas de sus solda­ dos. Durante el Im perio el núm ero de gladiadores supe­ ró todas las expectativas. Augusto celebró ocho muñera, en los que lucharon m ás de 10.000 hom bres, aunque re­ partidos a lo largo de todo su gobierno. Trajano presen­ tó ese núm ero sólo en cuatro m eses en el año 107 d.C., p ara celebrar su victo ria con tra los dacios. El p rim er Gordiano en el año 238 d.C. celebró munera cada m es en el año en que fue edil, y el núm ero de parejas pasó de 150 a 500. H asta el siglo v siguieron estos espectáculos. §347. Fuentes de sum inistro. Durante la República los gladiadores eran prisioneros de guerra, norm alm en­ te hom bres duchos en el uso de las arm as (§161), que preferían m orir luchando que el destino de la esclavitud que les esperaba si sobrevivían (§§135, 140). Ésa era la fuente prin cipal de gladiadores, pero se reveló in su fi­ ciente con el aum ento de la dem anda. A partir de Sila se establecieron escuelas de entrenam iento en las que los esclavos eran preparados p ara esa actividad, tuvieran o no experiencia en la lucha. Naturalm ente eran esclavos con un carácter intratable y violento (§170). A partir de Augusto los crim inales (nunca ciudadanos) eran conde­ nados a la arena (después «a los leones») p or los crím e­ nes m ás atroces, com o traición, asesinato, incendio in­ tencionado y delitos sem ejantes. En el Im perio tardío la arena se convirtió en la últim a salida para hom bres di­ solutos. Estos luchadores voluntarios eran tan num ero­ sos que su clase tenía el nom bre de auctorati. §348. C on el aum ento de los espectáculos, se hizo cada vez m ás difícil tener el núm ero suficiente de gladia­ dores necesario. Aparte de Rom a, se celebraban en m u ­ chas ciudades de provincias y en pequeñas localidades de Italia. Para satisfacer la dem anda miles de hom bres tu ­

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vieron una m uerte miserable en la arena debido a que la m ás flagrante injusticia les llevó a integrar las clases ya m encionadas. En tiem pos de Cicerón los gobernadores provinciales eran acusados de enviar provinciales in o­ centes para m orir en R om a y de obligar incluso a ciuda­ danos rom anos, oscuros y sin amigos, a luchar en los es­ pectáculos. M ás tarde, cuando el núm ero de criminales auténticos descendió, era habitual enviar a la arena a hom bres sentenciados p or las faltas m ás insignificantes, e incluso inventar cargos contra inocentes con el m ism o propósito. El motivo principal que im pulsó la persecución de los cristianos fue la dem anda de m ás gladiadores p ara la are­ na. También se difum inó la diferencia entre auténticos prisioneros de guerra y las personas que se habían rendi­ do sin resistencia. Después de la caída de Jerusalén, Tito sentenció a todos los judíos mayores de 17 años a trabajar en las m inas o a m orir en la arena. Algunas guerras fron­ terizas eran prom ovidas con la única finalidad de conse­ guir hom bres para convertirlos en gladiadores. Y a falta de hombres, se hacía luchar a mujeres o incluso a niños. §349. Escuelas de gladiadores. Las escuelas de gla­ diadores (ludi gladiatorii) ya se han m encionado. Cice­ rón habla de un a durante su consulado, y antes existían otras en C apu a y Preneste. Algunas eran creadas p o r no­ bles p ara tener sus prop ios gladiadores en los munera que pensaban celebrar. O tras eran propiedad de tratan­ tes de gladiadores que los entrenaban p ara alquilarlos. Era un negocio con tan m ala reputación como el de los lenones (§139). Durante el Im perio las escuelas de entre­ nam iento estaban subvencionadas con fondos públicos bajo la dirección de fu ncion arios estatales no sólo en Rom a, donde había cuatro escuelas por lo m enos, sino

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Plano de una escuela de gladiadores en Pompeya. tam bién en otras ciudades de Italia, e incluso en las p ro ­ vincias. El objetivo de todas las escuelas, tanto públicas com o privadas, era tener m áquinas de guerra tan bien entrenadas com o fuera posible. Los gladiadores estaban a cargo de com petentes entrenadores (lanistae); e sta­ ban som etidos a la m ás dura disciplina, su dieta era cui­ dadosam ente supervisada y tenían un a com ida especial para ellos (sagina gladiatoria). Tenían prescritos ejerci­ cios gim násticos regulares y recibían lecciones p ara usar varias arm as de expertos reconocidos (magistri, docto­ res). En sus com bates de entrenam iento utilizaban espa­ das de m adera (rudes). Los gladiadores de la m ism a es­ cuela eran llam ados una. fam ilia. §350. Las escuelas tam bién eran barracones para los gladiadores entre cada actuación, casi eran prisiones. D e la escuela de Léntulo en Capua huyó Espartaco, y los ro­

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m anos no querían que el incidente se volviera a repetir. Se han encontrado restos de una escuela así en Pompeya, aunque el edificio se erigió con otro propósito y la ad ap ­ tación al nuevo uso quizá no fuera del todo típica. U na zona central era el recinto de ejercicios, rodeado por una amplia columnata, y ésta, por edificios de dos plantas. La distribución es semejante al peristilo de una casa (§202), y la zona central tenía una extensión de 40 por 50 m etros. En los edificios circundantes hay pequeñas habitacio­ nes de unos cuatro m etros cuadrados, desconectadas y abiertas hacia la zona central. A los de la planta b aja se entra por la colum nata; a los de arriba, por un pasillo al que llevan varias escaleras. Posiblemente fueran los d o r­ m itorios de los gladiadores, y en cada uno dorm ían dos personas. En el plano están m arcados con el núm ero 7, y había setenta y un a habitaciones, de m anera que tenían capacidad p ara 142 hom bres. El uso de las habitaciones m ás grandes no está claro. Se supone que la entrada estaba en el 3, con una h ab i­ tación (15) p ara el vigilante o centinela. En el 9 debió de haber un a exedra, donde los gladiadores esperaban su turno con la panoplia p ara los ejercicios en la arena (1). H abía una celda (8) con restos de cadenas p ara vigilar o castigar a los que m ostraban una actitud incorrecta. Las cadenas sólo perm itían a los presos tum barse boca arri­ ba o sentarse en una postura m uy incóm oda. En 6 estaba la arm ería o alm acén, a juzgar por los objetos encontra­ dos allí. Cerca en una esquina había una escalera p a ra subir al piso superior. La 16 era una habitación de usos m últiples con la cocina (12) conectada con ella. La 13 era una escalera p ara subir a las habitaciones situadas sobre la cocina y la sala grande (16). Posiblemente eran los apartam entos de los entrenadores y sus ayudantes.

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§351. Lugares de exhibición. D urante la República los com bates de gladiadores se celebraban en el circo o junto a un sepulcro, pero norm alm ente se realizaban en el Foro. N inguno de estos lugares estaba bien adaptado para ese espectáculo, y la tum ba m enos que ninguno. El circo tenía suficientes asientos, pero la spina estaba en m edio (§3 3 5 ), y la arena era d em asiad o am p lia p a ra contem plar un espectáculo reducido a un sim ple punto central. Por otro lado, en el Foro se p o d ían disp on er bien los asientos, pod ían ir paralelos a los lados, se p o ­ dían aprovechar las curvas de las esquinas y sólo d eja­ ban el espacio necesario para los combatientes. El prob lem a estribaba en que los asientos se tenían que colocar antes de cada actuación y después ser retira­ dos. Su pon ía un retraso p a ra el n egocio y un peligro para la vid a de los espectadores si se colocaban con de­ m asiad a p recip itación . Por ese m otivo los ro m an o s, igual que los cam panios m edio siglo antes, buscaron un local perm anente p ara celebrar sus munera, preparado en el Foro, pero en un lugar donde no interfiriera en los negocios públicos o privados. Para estas luchas glad ia­ torias con el p aso del tiem po se reservó el^m ph ith eatrum, una p alabra con la que se designaba cualquier re­ cinto con asien tos en círculo (el circo, p o r e jem p lo ), frente al teatro, que debía reservar un espacio p a ra el escenario. §352. A n fiteatros en R om a. N o se sabe con segu ri­ d ad cu án d o se erigiero n los p rim ero s an fiteatro s en Rom a. Se habla de un o de m ad era levantado p o r César en el 46 a.C ., aunque no tenem os ninguna descripción detallada de él y debía de ser sólo una estructura tem ­ poral. Sin em bargo, en el año 29 a.C. E statilio Tauro construyó un anfiteatro, en parte al m enos de piedra,

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que se m antuvo h asta el gran desastre de la ép oca de N erón en el 64 d.C . Tam bién N erón levantó otro de m adera en el C am p o de M arte. Finalm ente, en el 80 d.C. se com pletó el llam ado am phitheatrum Flavium , después llam ad o Colosseum o Coliseum, suficientem en­ te grande y duradero com o p a ra hacer innecesario nin­ gún otro edificio de sim ilares características en la ciu­ dad. En el m undo rom ano se han encontrado restos de an ­ fiteatros en m uchas ciudades. Los de N îm es (Nem ausus) y Arles (Arelas) han sido parcialm ente restaurados y si­ guen en uso todavía, aunque con corridas de toros y no con luchas de gladiadores. El anfiteatro de Verona en el norte de Italia tam bién ha sido restaurado en parte y Buffalo Bill ofrecía sus espectáculos allí. §353. El anfiteatro de Pom peya. Las principales ca­ racterísticas de un anfiteatro se pueden observar en el de Pompeya, erigido en el año 75 a.C., casi m edio siglo an­ tes que cualquier estructura estable en Rom a (§352), y el prim ero conocido p or las fuentes literarias y m onum en­ tales. La arena y la m ayoría de asientos estaban coloca­ dos en una zona hundida excavada al efecto, de m anera que se necesitaba un m uro exterior de casi cinco m etros de altura. C on todo, al estar construido el anfiteatro en la esquina sudeste de la ciudad, dos de los lados estaban cubiertos p or las m urallas de la urbe. La form a era elíptica, con el eje largo de 150 m etrosvy el corto de 115. La arena en el centro está rodeada por 35 filas de asientos divididos en tres zonas: • La inferior (infima o im a cavea) tenía cinco filas. • La segunda (media cavea), doce. ■ La superior (sum m a cavea), dieciocho.

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A lo largo de la zona m ás alta el teatro está circunda­ do por una am plia terraza. A este corredor superior se llegaba m ediante una escalera doble al oeste y p or esca­ leras sim ples jun to a las m urallas al este y el sur. Entre la terraza y los asientos superiores había una galería o fila de palcos, cada uno de unos cuatro m etros cuadrados, posiblem ente p ara las mujeres. Por debajo de los palcos las p e rso n as p o d ía n p a sa r desde la terraza h asta los asientos. La capacidad del anfiteatro era de unos 20.000 espectadores. §354. La arena era una elipse con dos ejes de 75 y 40 m etros. A lrededor tenía un m uro de un os dos m etros sobre el que com enzaban los asientos. Com o protección p a ra los esp ectad o res cu an d o se m o strab an an im ales salvajes se colocaba un enrejado con barras de m etal so ­ bre el m uro. Para acceder a la arena y a los asientos de la cavea im a y la cavea media había dos pasajes subterrá­ neos; uno de ellos gira en ángulos rectos siguiendo la m uralla de la ciudad por el sur. D esde la arena había un tercer pasadizo largo y estrecho que llevaba a la porta L i­ bitinensis, y p or él se sacaban los cuerpos de los m uertos arrastrándolos con ganchos y cuerdas. Cerca de la entra­ da a estos pasadizos había pequeñas habitaciones o cel­ das, cuya finalidad no se conoce. El suelo de la arena es­ taba cubierto con arena, com o en el circo (§332), pero en este caso p ara secar la sangre y para dar un apoyo es­ table y firm e a los gladiadores. §355. En la zon a reservada p a ra los esp ectad o res sólo la cavea im a se apoyaba en cim ientos artificiales; los dem ás asientos se fueron añadiendo p o r secciones según las p osibilidades, y m ientras tanto la gente se si­ tu aba en las laderas igual que en los teatros an tiguos (§325). D e hecho, la cavea im a no ten ía asien tos en

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todo su contorno; un a sección considerable en el lado este y oeste tenía cuatro franjas bajas y anchas de pie­ dra, un a sobre otra; allí los m ag istrad o s m un icipales podían situ ar los asientos de h onor (bisellia) a los que su rango les daba derecho. En el centro de la sección este la repisa tenía el doble de am plitud a lo largo de unos 3,5 m etros; era el lugar reservado para el organi­ zador del espectáculo y sus am igos. En la cavea media y cavea su m m a lo s asien to s eran de p ie d ra so b re u n a base de tierra. Es probable que la zona inferior estuvie­ ra reservada enteram ente p a ra gente d istin gu ida, que los asien tos de la zon a central se vendieran a ricos y que la zona su p erior fuera gratuita p ara cualquiera. §356. El C oliseo. El Anfiteatro Flavio (§352) es el edificio m ejor conocido de la antigua R om a, porque una gran parte ha sobrevivido hasta el día de hoy. Para nues­ tro propósito no es necesario ofrecer su historia ni des­ cribir su arquitectura; bastará con com parar el Coliseo con el m ás m odesto prototipo de Pompeya. Pom peya • Fue construido en los al­ rededores de la ciu d ad , de hecho en u n a esq u i­ na de los m uros (§353). • Al interior se p o d ía ac­ ceder a través de dos p a ­ sillos y sólo tres escale­ ras. " Tenía su m ayor parte p o r debajo del nivel del suelo.

Coliseo • E staba cerca del centro de R om a, y su acceso desde todas las direccio­ nes era m ás sencillo. • H abía 80 en trad as n u ­ m eradas para que la m u­ chedumbre de R om a en­ contrara su asiento. • E staba com pletam en te sobre el nivel de la calle y sus m uros alcanzaban los 50 metros.

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Esto dio ocasión para m ostrar la m agnificencia arqui­ tectónica que d istin gu ía a los teatros rom an os de los griegos (§326). §357. La fo rm a in terior del C oliseo es u n a elipse con dos ejes de 200 y 170 m etros. El edificio ocupa unas 2,5 hectáreas de superficie. La arena tam bién form a una elipse con dos ejes de 95 y 60 m etros. Así pues, los es­ pectadores ocup aban un contorno de unos 58 m etros alrededor de la arena. Las dependencias subterráneas es­ taban bajo todo el edificio, incluida la arena. Esto conce­ día espacio p ara cientos de gladiadores, jaulas p ara fieras salvajes, la m aquin aria para transform ar la apariencia de la arena descrita p or Gibbon en el capítulo 12 de su D e­ cadencia y caída del Imperio Romano y, sobre todo, el gran núm ero de tuberías de drenaje que perm itían con­ vertir la arena en un lago en pocos m inutos y vaciarla con la m ism a rapidez. El m uro alrededor de la arena tenía 5 m etros de altu­ ra; tenía rodillos en la parte frontal y estaba protegido, com o el de Pom peya, con un enrejado o una m alla m e­ tálica encima. La zona superior del m uro estaba al m is­ m o nivel que el suelo de los asientos inferiores, llam ados podium, com o en el circo (§337), y cabían dos o com o m áxim o tres filas con asientos de m árm ol. Estaban re­ servadas para el em perador y su fam ilia, el organizador de los juegos, los m agistrados, los senadores, las vírgenes vestales, los em bajadores extranjeros y otros personajes destacados. §358. La d isp osición de los asientos con la fo rm a para llegar a ellos se m uestra en el plano de su sección. H abía tres zonas de asientos (m aeniana; §337), separa­ das p o r am p lios p asillos y cada vez m ás em p in ad as a m edida que se alejaban de la arena. Sobre ellas había

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Sección del Coliseo que muestra los pasillos abovedados que soportaron las tres zonas de asientos. una galería abierta. En el plano el podium es la A, y cua­ tro m etros p or encim a com ienza el prim er maenianum (B), con 14 filas reservadas p ara los m iem bros del orden ecuestre. D espués venía un am plio praecinctio (§327) y a continuación el segundo maenianum (C ), para los ciu­ d adan o s ordin ario s. D etrás h abía un a pared bastan te alta y por encim a el tercer m aenianum (D ), con bastos bancos de m adera p ara las clases inferiores, los extranje­ ros, esclavos y sem ejantes. Las colum nas de la sección D m olestaban la visión, y encim a aún quedaba una galería abierta (E), donde las mujeres tenían el peor sitio de todos. A m enos que tu ­ vieran la categoría necesaria p ara ocupar un sitio en el podium , no d isp o n ían de nin gún asiento m ás. En la zona superior del m uro exterior (F) había un a terraza donde se fijaban los m ástiles p ara desplegar los toldos de

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protecció n con tra el sol. En el C o liseo cabían u n o s 80.000 esp ectad o res sen tad os, y de pie aún cabían unos 20.000 m ás, pero Huelsen piensa que no p od ía te­ ner ca p acid ad p a ra m ás de cuaren ta o cincuen ta m il espectadores. §359. E stilos de lucha. Los gladiadores solían luchar por parejas, un hom bre contra otro, aunque a veces h a­ bía com bates m asivos (gregatim, catervatim). En tiem ­ p o s an tigu o s eran so ld ad o s o p risio n ero s de gu erra (§347), y luchaban con el equipam iento al que estaban aco stu m b rad o s. C u an d o aparecieron los g lad iad o res profesionales entrenados, recibieron los antiguos n o m ­ bres «sam n itas», «trac io s»... según sus arm as y form as de lucha. M ucho m ás tarde las victorias sobre pueblos lejanos eran celebradas con com bates en los que se exhi­ bían las arm as y m étodos bélicos del pueblo conquista­ do por Rom a; así, después de la conquista de Britania, los essedarii dem ostraron en la arena su táctica en la lu­ cha de carros que César había descrito varias generacio­ nes antes en sus Comentarios. A la gente le gustaba ver enfrentadas arm as y tácticas distintas, con lo que se enfrentaba a un sam nita con un tracio, las arm as p esad as contra las ligeras. Éste fue el tipo de com bate preferido durante el Imperio. Al final, cu an do la gente se h ab ía can sado de los espectáculos norm ales, se introducían innovaciones que nos parecen grotescas. Así, los luchadores iban con los ojos vendados (andabatae), con dos espadas (dimachaeri), con un lazo (laqueatores), o una red pesada (retiarii). También había com bates entre enanos y de enanos contra m ujeres. El retiarius se hizo m uy popular, con su gran red intentan­ do cazar a su oponente, siem pre un secutor (§360), al que m ataba con la daga si lograba capturarlo. Cuando

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no acertaba, se alejaba para hacer un nuevo intento; o, si había perdido su red, intentaba m antener a distancia a su opon en te con el triden te (fuscina), la ú n ica arm a ofensiva adem ás de la daga. §360. A rm as defensivas y ofensivas. El equipam ien­ to usado en estos com bates se conoce en varios lugares, por pinturas y esculturas, aunque a veces no se sabe a qué tipo de gladiador corresponde.

1. La clase m ás an tigua eran los sam nitas, con cin­ tu rón , m an ga de protección en el brazo derecho (m an icae), casco con protección (§ 3 4 5 ), grebas en la p iern a izquierda, esp ad a corta y escu do lar­ go (scutum ). D urante el Im perio dejó de usarse el térm in o «sam n ita» y fue gradualm en te su sti­ tu ido p o r hoplomachi (con arm am ento p esad o ), cuando eran enfrentados a los tracios arm ado s a la ligera, y secutores, cuan do luchaban con tra re­ tiarii. 2. Los tracios tenían casi el m ism o equipam iento que los sam n itas, au n q u e con un escudo p eq u eñ o (parm a) en vez del scutum y grebas en am bas pier­ nas para diferenciarlos. Llevaban una espada curva. 3. Los galos tam bién llevaban arm am en to p esado, pero no sabem os cóm o se distinguían de los sam ­ nitas. En tiem p o s p osterio res fueron llam ad o s murmillones, quizá por un adorno en el casco con form a de pez (mormyr). 4. Los retiarii com o arm a defensiva sólo tenían una protección de piel para el hom bre. Por desconta­ do, el m ism o luchador p od ía actuar com o sam ni­ ta, tracio u otro si estaba entranado en el uso de las distintas arm as (véase inscripción en §363).

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§361. A n un cios de los espectáculos. Los ju ego s se anunciaban con publicidad pintada en las paredes de ca­ sas públicas y privadas, o incluso en lápidas que se alinea­ ban en las proxim idades de aldeas y ciudades. Algunos están red actad o s en térm in os m u y generales y sólo m uestran el nom bre del organizador y la fecha. A · S v e t t i · C erti AEDILIS · FAMILIA * GLADIATORIA · PUGNAB * POMPEIS PR · K · ÏVNÏAS * VEN ATIO · ET · VELA · ERUNT

Los gladiadores del edil Aulo Suetio Certo lucharán en Pompeya la víspera de las Kalendas de junio (31 de mayo). Habrá lucha contra animales y toldos. CIL, IV, 1189. O tros, adem ás de los toldos, prom eten que el polvo se m antendrá en la arena regándola. Si los gladiadores eran buenos y conocidos, podían figurar sus nom bres con los em parejam ien tos, detalles sobre su equipam ien to, es­ cuela, núm ero de com bates anteriores, etc. En un a pared de Pom peya se ha encontrado al lado otra inscripción con el resultado final de los combates. U na parte de este anuncio aparece en la siguiente inscripción: MVNUS · N . .. · IV · III

V.

p.

P r id · Id u s · Id ib u s · M a is T M O T P u g n a x · N e r · III v. C y c n v s · I v l · V III M v r r a n v s · N e r · III m. A t t ic v s · I v l · X IV

Los juegos de N ... desde el doce al quince de mayo. El tracio Pugnax, de la escuela de Nerón, con tres combates, contra el mirmillón Murrano, de la misma escuela e igual número de combates. El hoplómaco Cieno, de la escuela de Julio César, con ocho combates, contra el tracio Ático de la misma escuela y con catorce combates. CIL, IV, 2508.

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Las letras delante de los gladiadores fueron añadidas después del espectáculo por algún espectador interesado y significan vicit («ven ció»), p eriit («m u rió ») y missus («vencido pero no m uerto»), A los datos ofrecidos arri­ ba algunos anuncios añadían que cada día se enfrentarían parejas diferentes; con eso se pretendía excitar la curiosi­ dad y el interés del público. §362. La lucha. La víspera de la exhibición se ofrecía un banquete (cena libera) a los gladiadores y recibían vi­ sitas de am igos y adm iradores. Los juegos se celebraban por la tarde. Cuando el editor muneris había ocupado su lugar, los gladiadores desfilaban en procesión alrededor de la arena y se detenían ante él para pronunciar el fa­ m oso saludo: M orituri te salutant. D espués se retiraban para volver p or parejas siguiendo el program a previsto. Prim ero h ab ía u n o s com b ates sim u lad o s, la prolusio, con arm as desafiladas. D espués las trom petas daban la señal p ara el com ienzo del auténtico espectáculo. Los que se resistían a salir a la arena eran obligados con lati­ gazos o hierros candentes. Cuando un luchador se veía derrotado sin haber m uerto, podía solicitar la piedad del editor levantando su dedo. La costum bre era p asar la de­ cisión al público, que podía indicar de una m anera que no conocem os que deseaban que viviera o bien decretar la m uerte del luchador con el gesto pollice verso, sacando el brazo con el pulgar hacia el suelo. El gladiador a quien no se perdonaba la vida (missio) re­ cibía el golpe de gracia de su oponente sin ofrecer resisten­ cia. Había combates en que todos luchaban hasta la muer­ te, sine missione, pero fueron prohibidos por Augusto. El cadáver del luchador era sacado por la porta Libitinensis (§354), sobre la sangre se esparcía arena o se rastrillaba, y los combates continuaban hasta terminar el espectáculo.

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§363. R ecom pensas. Antes de debutar en público, el gladiador era llam ado técnicamente un tiro. Cuando h a­ bía dem ostrado con sus victorias que era el m ejor o el segundo de su fam ilia, recibía el título de prim us (o se­ cundus) palus. Al conseguir la libertad recibía un a espa­ da de m adera (rudis). El título prim a rudis y secunda ru­ dis se ap licab a a los que despu és se con vertían en entrenadores (doctores; §349) en las escuelas. Algunos gladiadores fam osos recibían prem ios valio­ sos o en m etálico de sus dueños y adm iradores. Aunque ganaban m ás dinero los aurigae (§341), pod ían vivir lu ­ josam ente el resto de su vida. Sin em bargo, la clase de hom bres que se hacían gladiadores profesionales p o si­ blem ente encontraban su m ayor reconocim iento en la inm ediata y duradera notoriedad que su fuerza y valor les reportaban. Que no se avergonzaban p or la infam ia que se vinculaba a su vida se aprecia en el hecho de que los gladiadores nunca ocultaban su relación con el anfi­ teatro. Por el contrario, en sus tum bas se escribía el tipo y n úm ero de sus v icto rias y a m en u do h ab ía relieves m ostrando el rudis en sus m anos. D · M · e t · M e m o riae a e t e r n a e · HYLATIS DYMACHAERO · SIVE

· P · VII · RV · I ERMAIS * c o N iv x

ASSIDARIO

CONIVGI · RARISSIMO P · C · ET * s · AS · D

Para los dioses Manes y la eterna memoria de Hilas, que combatiendo con dos espadas o sobre el carro obtuvo siete victorias y llegó a entrenador jefe. Su esposa Ermais erigió este monumento a su queridísimo -

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marido y lo dedicó reservando los derechos habituales (CIL, XIII, 1997). §364. O tros espectáculos en el anfiteatro. D e otros juegos ofrecidos en ocasiones en el anfiteatro ya se h a dicho algo en relación con el circo (§343). Los m ás im ­ portantes eran las venationes, cacerías de fieras salvajes. A veces las m ataban cazadores entrenados, a veces lu ­ chaban entre sí. C om o lo atractivo era la carnicería h u ­ m ana, pronto las venationes se convirtieron en com bates de hom bres contra bestias. Las víctim as eran crim inales condenados, algun os culpables de crím enes que m ere­ cían la m uerte, otros sentenciados con cargos inventa­ dos o bien niños y m ujeres con den ados «a los leones» por m otivos políticos o convicciones religiosas. En al­ gunas ocasion es, les entregaban arm as, pero otras ve­ ces aparecían desarm ados, atados a estacas o encade­ nados. En ocasiones la ingenuidad de sus verdugos encontra­ ba torturas añadidas haciéndoles representar el papel de los héroes m itológicos que sufrían desgracias. L a arena tam bién se p od ía adaptar para m aniobras navales, cuan­ do se había inundado de agua (§357). Las batallas nava­ les (naum achiae) se celebraban con tanta desesperación y crueldad com o las batallas reales que habían cam biado la h istoria. L o s p rim ero s esp ectácu los de este tipo se ofrecieron en lagos artificiales, y tam bién se denom ina­ ban naumachiae. El prim ero de éstos fue excavado p o r César, para un solo espectáculo, en el año 46 a.C. A ugusto en el año 2 a.C. construyó una instalación permanente de 600 por 400 m etros. C u atro em p eradores m ás con struyeron otras posteriorm ente.

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§365. El b añ o d iario . En épocas an tiguas el b añ o para el rom ano era un a cuestión de decencia y salud. Se lavaba brazos y piernas cada día, ya que la ropa diaria los d e jab a d escu biertos (§ 239); se lavab a el resto del cuerpo un día a la sem ana. Lo hacía en casa con un ru­ dim entario baño cerca de la cocina (§203) p ara aprove­ char el agua que se calentaba en el horno y que era fácil de llevar a la habitación contigua. En el ú ltim o siglo de la R epúb lica to d o esto h ab ía cam biado. El baño ya se había hecho una costum bre de la vida diaria tan im portante com o la p ropia cena. Se to ­ m aba preferentemente en establecimientos de bañ os p ú ­ blicos, que en esa época operaban a gran escala en todas las partes de Rom a, en ciudades de Italia e incluso en las provincias. Solían estar construidos sobre fuentes o m a­ nantiales cálidos o de aguas minerales. Estos establecim ientos públicos ofrecían todo tipo de servicios con piscin as de distintas p rofu n did ad es, d u ­ chas y m asajes; en m uchos casos ofrecían servicios to ­ m ados de los griegos, y disponían de gim nasio, palestra para la lucha, recintos para varios juegos, salas de lectu­ ra y conversación, bibliotecas y cualquier elemento que aparece ahora en los gim nasios o zonas deportivas. Los servicios com plem entarios acabaron p or ser m ás im por­ tantes que el baño en sí y justifican hablar del bañ o bajo el epígrafe de las diversiones. En lugares donde no había baños públicos o se encontraban a m ucha distancia los ricos instalaban bañ os privados en sus casas, aunque por m uy elaborados que fueran los baños privados sólo eran instalaciones im provisadas en el m ejor de los casos. §366. Elem entos básicos de los b añ os o term as. Los restos de bañ os públicos y privados descubiertos en todo el m undo rom ano, ju n to con una descripción de los ba­

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ños por parte de Vitruvio y las num erosas alusiones lite­ rarias, ilustran con claridad la construcción y d isp osi­ ción general de los baños, pero m uestran una gran liber­ tad en cuestiones de detalle. Para unas term as com pletas y lujosas de época clásica eran im prescindibles cuatro elementos: • Una habitación cálida para em pezar sem ejante a la actual sauna. • Un baño caliente. • Un baño frío. • Los m asajes y unciones de aceite. A unque to d o s ellos cabían en una sola h ab itación , com o sucede en las casas actuales exceptuando el últi­ m o, com o m ín im o siem pre existían tres dependencias separadas en las casas privadas m ás m odestas, y a m enu­ do cinco o seis, m ientras que en los bañ os públicos este núm ero se pod ía m ultiplicar varias veces. En los baños o term as con el equipam ien to m ás com pleto se p o d ían encontrar los siguientes elementos:

1. Un vestu ario p a ra quitarse y pon erse la ropa (apodyterium), generalmente sin calefacción pero con bancos y a m enudo con com partim entos para colocar las prendas. 2. La antesala caliente (tepidarium), donde el cliente com en zaba a ab rir los p oro s y tran sp irar; así se protegía al bañ ista de p asar de golpe a la elevada tem p eratu ra de la siguiente h ab itación (cald a­ rium). 3. La habitación caliente (caldarium ) para el baño ca­ liente.

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4. La habitación fria (frigidarium ) para el baño frío. 5. La sala p ara recibir un m asaje y ser un gid o con aceite, con lo que se pon ía fin al baño (unctorium). Finalmente el cliente volvía al apodyterium y reco­ gía su ropa. §367. Los baños m ás m odestos se ahorraban habita­ ciones y no tenían apodyterium independiente, ya que el b añ ista se p o d ía cam biar de rop a en el frig id ariu m o el tepidarium según el tiem po. Tam bién se p o d ía p res­ cindir del unctorium u tilizan d o p ara su p ro p ó sito el tepidarium. Así el baño se reducía a tres o cuatro habita­ ciones. Por otro lado, los baños privados podían disp o­ ner de una sala adicional sin agua (laconicum), p ara un baño de vapor, y los baños públicos solían disponer de un a zona de ejercicio (palaestra) con una p ila al lado (piscina) p ara darse un baño frío y una habitación adya­ cente (destrictarium) para quitarse la suciedad y el sudor después del ejercicio con el strigilis o raspador. Se supon e que los bañ istas no tenían obligación de com pletar to d o el recorrido en el orden m encionado, pero eso era lo m ás habitual. Así podían saltarse el baño caliente p ara ir a sudar al laconicum o, si éste no existía, al caldarium, elim inando la transpiración con el estrígilo para después tom ar un bañ o frío (quizá u n a sim ple ducha) en el frigidarium y las friegas con pañ os de lino y la unción con aceite. Los jóvenes que cam biaban el C am pus y el río T iber (§317) p or la palestra y el baño se podían conform ar con quitarse la capa de polvo des­ pués del· ejercicio con el raspador, darse un chapuzón en la piscina abierta y después un segundo raspado y el aceite. D ependía m ucho del tiem po y los gustos de los particulares. En los baños había tam bién m édicos que

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prescribían norm as estrictas que debían seguir sus p a ­ cientes. §368. C alefacción en los bañ os. La distribución de las habitaciones dependía del m étodo de calefacción. En tiem pos antiguos se utilizaban braseros colocados en las habitaciones según las necesidades, pero a finales de la República se instalaron hornos para calentar a la vez las salas y el agua con un solo fuego. El aire caliente no lle­ gaba directam ente a las habitaciones, com o en nuestra época, sino que circulaba por debajo del suelo y entre las paredes. La tem peratura variaba según la distancia entre la h a­ bitación y el horno (§218). El laconicum se colocaba d i­ rectamente encim a del horno, con el caldarium al lado y después el tepidarium ; el frigidarium y el apodyterium no necesitaban calor y por eso eran los m ás alejados del horno y sin conexión con él. Cuando hacía falta tener dos b añ os en el m ism o edificio, com o sucedía a veces para acom odar a la vez a hom bres y mujeres, los dos cal-

Suspensura.

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daría se situaban a am bos lados del horno y las dos sec­ ciones tenían una estructura simétrica. En los extrem os estaban las dos entradas para cada sexo. El m étod o de co n ducción del aire b ajo el suelo se m uestra en la figura de la p. 277. En realidad había dos pisos; el prim ero nivelado con la parte superior del lugar donde ardía el fuego, y el segundo (suspensura) nivelado con la parte superior del horno. Entre ellos había un es­ pacio de m edio m etro p or donde pasaba el aire caliente. Sobre el horno, justo sobre el suelo del segundo nivel, había dos calderas p ara calentar el agua. U na estaba si­ tu ada m ás atrás, donde el fuego no calentaba tan to y contenía agua sólo tibia; la otra estaba directam ente so ­ bre el fuego con el agua m uy caliente; cerca de estas dos había una tercera que contenía agua fría. D esde estas tres calderas el agua circulaba p o r cañe­ rías p ara ser distribuida por las habitaciones según las necesidades. La disposición se entenderá bien después de estudiar los planos en los parágrafos §§376-378. §369. C aldarium . El baño caliente se tom aba en el caldarium (cella caldaria), que tam bién hacía las veces de sauna cuando no existía laconicum. Era una sala rec­ tangular m ás larga que ancha en una proporción de 3 a 2, según Vitruvio. Un lado estaba redondeado com o un ábside y en el otro estaba el gran depósito de agua ca­ liente (alveus), donde se bañ aban varias person as a la vez. El alveus se construía m edio m etro p or encim a del suelo, tan largo com o ancha era la habitación; en la p ar­ te superior su anchura m ínim a era de dos m etros, aun­ que en el fondo se estrechaba p ara facilitar que los b a ­ ñ istas se recostaran en los lado s. En la p arte fron tal había un am plio escalón para facilitar la entrada y en el que los bañistas podían sentarse.

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El agua llegaba caliente desde el horno y m antenía la tem peratura m ediante un calentador metálico (testudo) que se abría al alveus y seguía después p or debajo del suelo hasta la habitación de aire caliente. Cerca del bor­ de su perior h abía un desagüe p ara evitar que el agua desbordara y en el fondo del alveus había otro p ara va­ ciar el agua de la piscina sobre el suelo del caldarium y aprovecharla p ara fregar el suelo con ella. En la parte curva de la habitación había un a gran bañera m etálica (labrum, solium) para el agua tibia que se utilizaba en la ducha. En los bañ os privados la habitación solía ser rectan­ gular y el labrum se colocaba en una esquina. En la p a­ red h ab ía b an co s p o r si utilizaban la h ab itación sólo com o sauna. En todo caso, el aire del caldarium era m uy húm edo, m ientras que el del laconicum era m ás seco, de form a que el efecto era diferente en uno u otro. §370. Frigid arium y unctorium. El frigidarium (ce­ lla frigidaria) sólo tenía la piscina de agua fría, excepto si tam bién se utilizaba com o apodyterium. En ese caso ha­ bía casilleros en las paredes p ara la rop a en lo s baños públicos y bancos p ara los esclavos que la vigilaban. La gente que encontrara m uy fría el agua podía salir a la piscina al aire libre de la palaestra, m ás caliente gracias al sol. En unos baños públicos en Pompeya se h a encon­ trado una piscina con agua fría introducida en parte en el tepidarium, para los inválidos que aún encontraban dem asiado fría el agua de la piscina que había en la p a ­ laestra. El últim o proceso de raspado, m asaje y aplicación del aceite era enorm em ente im portante. N orm alm en te el cliente recibía dos sesiones, un a antes del baño caliente y otra después del frío, de las que la segunda era im pres-

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cindible. En la habitación del unctorium había bancos y divanes. Los clientes debían llevar consigo los rasp ad o­ res y aceites, junto con las toallas, generalmente p o rta­ dos en m anos de un esclavo (capsarius). El bañista podía h acerse el ra sp a d o (destringere) y un tarse el aceite (deungere) él m ism o, o podía solicitar un m asaje regular a un esclavo cu alificado. Posiblem ente en los b añ os grandes se p o d ía con tratar a o p erario s exp erto s p a ra ofrecer estos servicios, pero no tenem os ningún testim o­ nio directo sobre el tem a. Si no había unctorium p o r se­ parado, se utilizaba el tepidarium o el apodyterium. §371. U n os b añ o s priv ado s. En 1855 se descubrie­ ron lo s restos de un os b añ o s p riv ad o s en C aerw ent, M onm outhshire, Inglaterra. D atan de la época de C o n s­ tantino (306-333 d.C .) y ofrecen u n a clara idea de la distribución de las habitaciones. La entrada conduce al frigidarium , con una piscina. A la derecha del frig id a ­ rium está el apodyterium, con un extrem o curvo com o el que debería de tener el caldarium . Al lado está el te­ pidarium , curiosam ente la m ayor de tod as las depen ­ dencias. D espués viene el caldarium, con su alveus sin restos de ningún labrum, quizá porque la bañera era dem asiado pequeña com o p ara requerir ninguna base especial. Al final está el extraño laconicum, construido sobre un ex­ trem o del horno situado en los cimientos del edificio. El aire caliente circulaba y salía al exterior p or agujeros en el techo del apodyterium. Es curioso que no hubiera un paso directo desde el caldarium al frigidarium , ni una entrada diferente p ara el laconicum, y que posiblem ente el tepidarium se utilizara com o unctorium. Las dim en­ siones del bañ o de Caerwent en total eran de 10 p or 12 m etros.

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§372. B añ os públicos. Al local m ás sencillo de ba­ ños en las prim eras épocas se le aplicaba el nom bre de balneum (balineum ), generalm ente utilizado en plural por los poetas que utilizaban dáctilos, balnea, p o r con­ veniencias m étricas. Los establecim ientos m ás com ple­ jos de tiem pos posteriores eran llam ados balneae, y para los de m ayor extensión, con elementos tom ados de los gim nasios griegos (§365), se reservaba el nom bre ther­ mae. Sin em bargo, en la práctica estos térm inos se usa­ ban indistintam ente y a m enudo eran intercam biables. Los bañ os públicos aparecen después de la Segunda Guerra Púnica, aunque su núm ero creció rápidamente. En el año 33 a.C. en R om a había unas 170 instalaciones de este tipo, y llegaron a las 800 m ás tarde. Se extendie­ ron por Italia y las provincias con la m ism a rapidez, y en casi cualquier población había una al menos. E ran pú­ blicos en el sentido de que cualquier ciudadano que p a­ gara la reducida tarifa podía entrar y usarlos. Los baños gratuitos no existían, excepto cuando algún m agistrado, ciudadano generoso o candidato a cargo público corrie­ ra con el gasto de la entrada durante un tiem po pagán ­ dolo de su propio bolsillo. Así sucedió con A gripa en el año 33 a.C., cuando declaró abiertos p ara todos de for­ m a gratuita 170 b añ os de R om a. A lgunos ricos en su testam ento tam bién ofrecían la entrada a los bañ os gra­ tis durante un tiem po lim itado. §373. Funcionam iento y gestión. Los prim eros ba­ ños públicos fueron abiertos p or particulares p ara hacer negocio. O tros fueron construidos por ciudadanos ricos com o regalo p ara sus poblaciones, com o ahora se hace con hospitales o bibliotecas. De su adm inistración se en­ cargaban las autoridades m unicipales, que se ocupaban en las reparaciones y m antenim iento con el dinero que

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se recaudaba de las entradas. En otros lugares se abrie­ ron baños con fondos públicos y otros fueron sufraga­ dos por los últim os emperadores. Pero en todos los ca­ sos el funcionam iento era siem pre el m ism o. Eran arrendados durante un tiem po fijado y p or una cierta cantidad a un gerente (conductor), que costeaba los gastos y obtenía beneficios del precio de las entradas. La entrada (balneaticum) era sim bólica. En R om a parece que los h om bres p agab an un quadrans, un cu arto de céntimo. El bañista proporcionaba sus propias toallas y el aceite, com o hem os visto (§370). Parece que las m uje­ res pagaban m ás, quizá el doble, m ientras que los niños hasta cierta edad, que no conocem os, no pagaban nada. Los p recios v ariab an según el lugar. Es p rob ab le que dentro de la m ism a ciudad hubiera diferentes tarifas p or ofrecer instalaciones m ás lujosas o bien para hacer algu­ nos baños m ás exclusivos y de m od a que otros, pero no tenem os ninguna inform ación segura de que esto suce­ diera así. §374. H orarios de baños. El baño se tom aba entre la meridiatio y la cena; las variaciones eran m ínim as según las estaciones y las clases (§310). En general la h ora habi­ tual era la octava, ya que a esa hora todos los conductores tenían obligación p or contrato de tener los baños abier­ tos y todo preparado. Pero en la práctica m uchos prefe­ rían bañarse antes del prandium (§302), y algunos baños en lugares grandes al m enos estaban abiertos a esa hora. Todos seguían abiertos hasta la puesta de sol, pero en lu­ gares pequeños con m enos cantidad quizá seguían hasta m ás tarde. Así lo hacen suponer la gran cantidad de lám ­ paras descubiertas en los bañ os pom peyanos, Por otro lado, es com prensible que los conductores m antuvieran los baños abiertos m ientras resultara rentable para ellos.

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§375. A co m o d o s p a r a la s m u jere s. Las m u jeres respetables tam bién utilizaban los bañ os públicos. Era una o p o rtu n id ad p a ra encontrarse con las am igas en un am biente estrictam ente fem enino. En las ciudades grandes tenían bañ os separados p ara su uso exclusivo. En las poblaciones m ás grandes había habitaciones re­ servadas sólo p ara ellas. Ese b añ o m ixto se discute en el siguiente p arágrafo. D ebe señalarse que las salas para las m ujeres eran m ás pequeñas que las de los hom bres. Sobre los b añ os m ixtos se ha com entado algo en §368. En poblacion es m ás pequeñas los bañ os tenían un ho­ rario diferente p ara hom bres y m ujeres. Sólo bien en­ trado el Im p e rio hay n o ticias de h om bres y m ujeres

Plano de los Baños Estabianos de Pompeya.

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que se bañ an ju n tos, pero siem pre se tratab a de m u je­ res poco respetables. §376. Thermae. El plano de los Baños Estabianos de Pom peya en la figura de la p. 283 da u n a bu en a idea de unas thermae pequeñas, en las que hom bres y m uje­ res com partían las m ism as instalaciones. Las dependen­ cias sin n um erar que dan a la calle se u tilizaban p ara tiendas o alm acenes independientes de los bañ os. Las que se abrían hacia adentro eran para uso del personal que trabajaba allí o para propósitos que desconocem os. La entrada principal (1), al sur, se abría a una. palaes­ tra (2) rodeada en tres costados p o r colum nas y en la zona oeste con una bolera (3), donde se han encontrado grandes bo las de piedra. D etrás de la bolera estaba la piscina (6) al aire libre con dos habitaciones (5, 7) para tom ar una ducha y un destrictarium (4) p ara los atletas. H abía dos entradas laterales (8, 11) al noroeste con la habitación del portero (12) y la oficina del director (10) m uy accesible desde la entrada. La habitación 9 al co­ m ienzo de la bolera debía de ser utilizada p o r los ju ga­ dores. D etrás de la oficina estaba la latrina, m arcada con el núm ero 14. §377. Al este están los baños propiam ente dichos, los de los hom bres al sur. H abía dos apodyteria (24, 25) para los hom bres, cada uno con su sala de espera para los es­ clavos (26, 27); (26) tenía una puerta a la calle. A conti­ nuación venía el frigidarium (22), el tepidarium (23) y el caldarium (21). El tepidarium, contrariamente a la cos­ tum bre, tenía una bañera fría, com o se explica en §370. La principal entrada para las mujeres estaba al noreste (17), pero tenían otra al noroeste a través de un largo pasillo (15); los dos accesos se abrían al apodyterium (16), con un a bañera de agua fría en una esquina, ya que

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no había un frigidariu m separado en los b añ os de las m ujeres. D espués se seguía el orden norm al con el tepi­ darium (18) y el caldarium (19). El horno (20) estaba si­ tuado entre los dos caldaria, y se ven claramente los tres hervidores (§368). Curiosam ente, no había laconicum. Quizá en el 24 o 25 había un unctorium. Por las ruinas excavadas se sabe que la decoración era m uy artística, y con toda seguridad el equipam iento debió de ser lujoso. Las colum natas y las am plias salas de espera ofrecían un gran esp acio p ara p a sa r el rato despu és del b a ñ o en com pañía de am igos y fam iliares, elemento que los ro­ m anos tenían en gran estima. §378. Las Term as de D iocleciano. La irregularidad del plano y el desperdicio del espacio que se aprecia en las thermae pom peyanas se deben a diversas reconstruc­ ciones y añadidos posteriores en su estructura. N o hay

Las termas de Diocleciano.

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n ad a m ás sim étrico que las therm ae de em p erad ores posteriores, com o se aprecia por la figura que representa las Termas de Diocleciano inauguradas en el año 305. Se encontraban al noreste de la ciudad y eran las m ás gran ­ des y m agníficas después de las de Caracalla. Todas las salas se organizan en la línea del eje m enor del edificio. A sí la piscina descubierta (1 ), el apodyte­ rium y el frigidarium (2), com binados com o en Pom pe­ ya, el tepidarium (3) y el caldarium (4), buscan do la luz del sol. N o se conoce con seguridad el uso de todas las de­ m ás salas, pero sin d u d a dispon ían de to d os los lujos del m om ento. En el siglo xvi M iguel Ángel restauró el tepidarium com o la iglesia de Santa M aria degli Angeli, un a de las m ás grandes de Rom a. Los claustros que construyó en la zona este son ahora un m useo. U na de las entradas de los baños en la esquina cubierta con un a cúpula es aho­ ra una iglesia, y otras instituciones e iglesias ocupan hoy parte de las antiguas ruinas. U na idea de la m agnificen­ cia de la sala central se puede concebir p o r la restaura­ ción de uno de los salones de las Termas de Caracalla. Referencias: Marquardt, 269-297, 834-861, Staatsverwaltung, III, 482-566; Becker-Göll, III, 104-157, 455-480; Friedländer, II, 40-117; Pauly-Wissowa, en amphitheatrum, calx, circus, Bäder; Smith, Harper’s, Rich, Walters, Daremberg-Saglio, en balneum o bal­ neae, circus, gladiator, theatrum; Encyclopaedia Britannica, 14.a edición, en «Bath», «Amphitheatre,» «Circus,» «Theatre»; Blümner, 420-441; Baumeister, 70-73, 241-244, 694, 17301758, 2089-2111; Sandys, Companion, 204-205, 501-521; MauKelsey, 141-164, 186-211, 212-226; Cagnat-Chapot, I, 172-226, II, 204-228, 478-490; Iones, 115-141, 350-377; McDaniel, 141167; Showerman, 308-365.

10. Viajes y correspondencia. Libros

§379. Para conocer los m edios de transporte utilizados por los rom an os tenem os que confiar en fuentes indi­ rectas (§12), porque, si los rom anos escribieron algún li­ bro de viajes, n in gun o ha llegado h asta n osotros. Sin em bargo, sabem os que, aunque ninguna distan cia era dem asiado grande p ara ser recorrida o ninguna penali­ dad dem asiado dura p ara ser superada, a los rom anos no les gustaba viajar p or el sim ple placer de conocer lu­ gares nuevos, com o a nosotros ahora. N o apreciaban los encantos naturales y no solían salir dem asiado de Rom a. Una vez en la vida realizaban un gran viaje (§116) a ciudades fam osas o lugares exóticos e históricos. Pasa­ ban un año fuera alojados p or un gobernador o general (§117), pero después sólo asuntos urgentes u obligacio­ nes oficiales los obligaban a salir de Italia. E Italia signi­ fica sólo R om a y sus haciendas en el cam po (§145). Era a donde iban cuando el calor del verano clausuraba los tribunales y suspendía las sesiones del Senado. Iban re­ corriendo las diferentes casas de cam po, pero siem pre im pacientes p or volver a la vida habitual de nuevo. In287

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cluso cuando los asuntos públicos o privados los m ante­ nían lejos de Rom a, seguían en contacto con sus asuntos m ediante la correspondencia; esperaban que sus am igos les escribieran largas cartas y estaban dispuestos a devol­ ver el favor cuando las posiciones se cam biaran. D e esta m anera un procónsul estaba tan cerca de R om a com o lo perm itieran las fronteras de su provincia. §380. V ia je s p o r m ar. Los m ed io s de tra n sp o rte eran los m ism o s que utilizaban n uestros an tep asados hace un siglo. Por m ar se utilizaban barcos y raram ente b arcas p o r los ríos; p o r tierra, veh ículos tirad o s p o r m uías o caballos; en distancias cortas, sillas cubiertas o literas. Sin em bargo, h abía pocas com pañías de tran s­ porte con barcos o vehículos entre ciertos lugares d is­ puestas a tran sportar a un pasajero a cam bio de un pre­ cio siguiendo unos h orarios fijos. Un p asajero que no p o d ía co m p rar o alquilar un barco sólo p a ra él tenía que esperar en el puerto hasta que aparecía uno con el destino deseado y entonces debía discutir el precio de su pasaje. Y había otros problem as. Los barcos eran pequeños e incóm odos cuando había m ala m ar; al no conocerse la brújula, la navegación casi siem pre era de cabotaje, si­ guiendo la costa, con lo que los viajes se hacían m ás lar­ gos; en invierno, la navegación solía quedar suspendida. Así, se solía evitar la navegación en la m edida de lo p o si­ ble. Para ir desde O stia o N ápoles hasta Atenas era m ás sencillo viajar p or tierra hasta Brundisium , después p a­ sar el Adriático hasta Dyrrachium y seguir viaje p or tie­ rra. Entre Brundisium y Dyrrachium cruzaban em bar­ caciones continuam ente, y sólo había retrasos cuando hacía m al tiem po. Para recorrer esos 180 kilóm etros se solían tardar unas 24 horas.

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§381. V iajes p o r tierra. El rom ano que viajaba por tierra estaba claram ente m ejor que los am ericanos de la época de la Revolución. Aunque las posadas no eran tan buenas, los vehículos y caballos eran parecidos a los del siglo XIX, y las carreteras eran las m ejores que se han construido h asta tiem pos m uy recientes. Los rom an os no m ontaban a caballo (no existían las sillas de m ontar), pero sí disponían de vehículos, cubiertos o no, de dos o cuatro ruedas, tirados p or uno o m ás caballos. En todas las poblaciones importantes se podían alquilar fuera de las puertas, aunque no se conoce el precio. Para evitar el in ­ conveniente de cargar y descargar el equipaje, es proba­ ble que quienes recorrían grandes distancias llevaran su propio vehículo y sólo alquilaran caballos frescos cada cierta distancia. Sin em bargo, los viajeros norm ales no tenían rutas con postas ni lugares donde los caballos se cam biaran al final de etapas regulares; sólo los correos y m agistrados del gobierno tenían esa posibilidad, especialmente en las provincias. En viajes cortos, y cuando no había prisa, se utilizaba el vehículo y los caballos de uno m ism o. Sobre la p om pa que acom pañaba a viajes de ese tipo se ha di­ cho algo en §152. §382. Vehículos. Las calles de R om a eran tan estre­ chas que no se perm itía el tráfico rodado cuando la gen­ te llen ab a las calles. D esde finales de la R epública y durante un par de siglos después, las calles estaban ce­ rradas a los vehículos durante las prim eras diez horas del día. Las únicas excepciones eran los vehículos del m ercado, que podían salir vacíos de la ciudad p o r la m a­ ñana después de descargar sus m ercancías por la noche, los veh ículos (p laustra) que tran spo rtaban m ateriales para los edificios públicos, los carros de las Vestales, los

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Flamines y el rex sacrorum en el desem peño de sus fun­ ciones sacerdotales y los carros conducidos en la pom pa circensis (§343) y en las procesiones triunfales. La m ism a regulación era ob ligatoria en to d a Italia. Por eso, en época im perial dentro de la ciudad se utiliza­ ban las literas o lectica a h om bros de esclavos (§151). A dem ás de la litera, en que el p asajero ib a reclinado, tam bién eran com unes las sillas cubiertas, en las que iba sentado en posición vertical. Am bas estaban cubiertas y tapadas con cortinas. A veces se usaba la lectica en viajes cortos con m uías entre los ejes delante y detrás en susti­ tución de los seis u ocho portadores, pero no hasta épo­ ca im perial. Esta litera se denom inaba basterna. §383. C a rro s. Los m on u m en tos n o s m u estran represen tacion es p o c o elab o rad as de v ario s tip o s de veh ículos y h an llegad o h asta n o so tro s al m en o s los nom bres de ocho, aunque no es segura la asociación de nom bres y vehículos, con lo que sólo tenem os vagas n o ­ ciones sobre la form a y la construcción incluso de los m ás com unes. A lgunos son m uy antiguos y se utilizaban com o vehículos oficiales en las procesiones que se han m encionado. • El pilentum y el carpentum, am bos cubiertos, tenían dos y cuatro ruedas, respectivam ente, iban tirados p o r dos caballos y eran usados p or Vestales y sacer­ dotes. El carpentum no solía utilizarse en viajes y era un a señal de lujo. Livio com enta que Tarquinio lle­ gó de Etruria en un carpentum. • El petoritum se utilizaba en las procesiones triunfa­ les, pero sólo p ara el botín de guerra. Era básica­ m ente un carro p ara equipajes y era ocu p ad o por los sirvientes en la comitiva del viajero.

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La can u ca era una lujosa carroza de viaje que apare­ ce a finales del Imperio. Tenía dentro una cam a para reclinarse de día y dorm ir de noche.

§384. R ueda y cisium . Los vehículos de viaje m ás habituales eran la raeda y el cisium: 1. La raeda era grande y pesada, cubierta, con cuatro ruedas y estaba tirada p or dos o cuatro caballos. La utilizaban personas con su fam ilia y equipajes y se alquilaba con este propósito. Si el viaje era corto y rápido y no se llevaba m ucho equipaje ni com pa­ ñía, se prefería el cisium, con dos ruedas y descu­ bierto. Lo tiraban dos caballos, uno entre los ejes y otro atado a éste; en ocasiones podían ser tres los animales. 2. El cisium tenía un solo asiento, donde cabía tam ­ bién el conductor. Es m uy probable que el carro en un m onum ento encontrado cerca de Trêves sea un cisium, pero la identificación no es segura. Cicerón m enciona que estos carros recorrían unos 90 kiló­ m etros en diez horas, quizá con uno o m ás cam ­ bios de caballos. D urante el Im perio tam bién se usaban el essedum y el covinus, aunque no sabem os en qué se diferenciaban del cisium. Com o no tenían muelles ni amortiguadores, el viajero ponía cojines o almohadones sobre el asiento. Es curioso que ninguno de estos vehículos tenga nom bre ro­ m ano; todos son celtas excepto quizá el pilentum. De un m odo parecido, casi todos nuestros m edios de locom o­ ción tienen nom bres extranjeros, y con el autom óvil se introdujeron m uchos térm inos procedentes del francés.

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§385. C arreteras. La habilidad de la ingeniería ro ­ m ana y las enorm es inversiones de dinero hicieron que las carreteras rom an as fueran las m ejores h asta el si­ glo XIX (§386). Eran estrictam ente obras de la ingeniería militar, construidas con fines estratégicos p ara facilitar el envío de sum inistros a la frontera y la m ovilización de tropas en el m enor tiem po posible. Com enzando p or las prim eras conquistas en Italia (la Via Appia se construyó en el 312 a.C .), seguían la expansión de la República y el Im perio, de m anera que una gran red de carreteras cu­ bría todo el m undo rom ano, y todos los cam inos con­ ducían a Rom a, com o dice el proverbio. En Britania, p o r ejemplo, todas convergían en Londi­ nium y algunas siguen en uso hoy. Llegaban p o r el norte hasta el m uro de Antonino Pío y a algunos puntos de la costa. D espués de atravesar el Canal de la M ancha, la ca­ rretera seguía p o r la G alia h asta R om a. En el siglo iv d.C. había diecinueve grandes carreteras que salían des­ de R om a p o r las quince puertas del M uro de Aureliano. En Italia las carreteras se construían a expensas del Esta­ do, y en las provincias eran los habitantes de cada zona los que se encargaban de su construcción y m an ten i­ m iento, aunque bajo la supervisión de ingenieros rom a­ nos y a veces realizadas p o r las legiones cuando no había cam pañ as bélicas. Las carreteras eran tan rectas com o era posible entre las poblaciones que unían, con algunos cruces y carreteras secundarias hechas con m enos cuida­ do. El avance siem pre era fácil, porque se cortaban las colinas, los barrancos y ríos eran cruzados con arcos de piedra sólida y los valles y m arism as eran superados con viaductos del m ism o material. §386. La superficie de las carreteras era redondeada y había cunetas a los lados para desaguar el agua de llu-

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via o la nieve fundida. Los m iliarios indican la distancia desde el pun to de origen y a veces tienen inform ación sobre la distan cia a lugares im portan tes siguiendo esa carretera, así com o los nom bres de los cónsules o em pe­ radores bajo cuyo gobierno se construyó o reparó esa vía de com unicación (inscripción sobre un m iliario de la Vía Salaria, abajo). La anchura era suficiente para que se cruzaran vehículos grandes sin problem as. A los lados había un cam ino para los peatones, a veces pavim enta­ do, e incluso se construían asientos para descansar junto a los m iliarios. Los jinetes encon traban tam bién bloques de p iedra para m ontar y desm ontar sin problem as. D onde había m anantiales se construían fuentes p ara las person as o abrevaderos p ara los anim ales. Algunas de esas carrete­ ras podían estar m uchos años sin necesitar reparaciones, algunas han servido p ara el tránsito durante siglos o in­ cluso siguen en buenas condiciones hoy día. D ebe seña­ larse que en Estados Unidos sólo aparecieron buenas ca­ rreteras, m o jo n es y señales de cruce p o r el p lacer de conducir autom óviles y no con una finalidad m ilitar o económica. L · C a e c ili · Q · f M e t e l · eos CXIX R om a

Erigido por el cónsul Lucio Cecilio Metelo (117 a.C.). A ciento noventa millas de Roma. §387. C onstrucción. N uestro conocim iento sobre la construcción de carreteras militares procede de Vitruvio

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Construcción de una carretera. en su obra sobre calzadas y de los restos de algunas. La expresión latin a p a ra co n stru ir un a calzada, m unire viam representa exactam ente el proceso, ya que m uni­ re significa «construir un a pared o m uro» (m oenia); en toda su longitud, ya fuera p or encim a del nivel de la re­ gión circundante o excavada por debajo, la calzada era un sólido m uro de unos 5 m etros de ancho p or uno de alto. El m étodo em pleado se entenderá bien a partir de la figura supra. 1. Se excavaba un foso (fossa) con la anchura de la calzada p roy ectad a y la p ro fu n d id ad n ecesaria para albergar el relleno según el tipo de suelo. 2. La capa inferior (E) estaba nivelada y ap ison ad a con pesados bloques de m adera (§213). 3. Se colocaba el statumen (D), una base de piedras pequeñas que debían caber en una m ano. El gro­ sor de la base dependía de la porosidad del suelo. 4. Encim a venía el rudus (C), una capa de unos vein­ te centím etros form ada por horm igón basto o es­ com b ros (§210) hecho con trozos de p ie d ra y barro. 5. D espués estaba el nucleus (B), un lecho de quince cen tím etros de h o rm ig ó n fin o hecho con fra g ­ m entos de arcilla y barro.

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6 . Se tendía la últim a capa (A) de bloques de lava o cu alq u ierotra piedra dura que hubiera p o r los alrededores^Ésta capa (dorsum) form aba la carretera (agger viae) y se extendía con m ucho cuidado para no dejar fisuras o irregularidades p o r donde se pu­ diera colar el agua o provocar golpes en las ruedas de los vehículos. En el d iagram a las piedras se representan con la su­ perficie inferior p lan a, pero solían acabar en p u n ta o con un bord e p ara quedar bien fijadas dentro del nu­ cleus. El agger se fijaba a los lados con umbones (G, G), bordillos jun to a los que estaban los cam inos p ara pea­ tones (F, F), semitae o margines. Si el suelo era de roca, las capas inferiores eran innecesarias. En las calzad as secu n d arias de m en or uso el agger consistía en un a capa gruesa de grava (glarea), bien re­ dondeada y com pacta, en vez de los bloques de piedra. Los cruces m enos im portantes podían estar hechos con materiales aún m ás baratos. §388. P osad as. En las ciudades y pueblos de Italia había m uchas casas de huéspedes y establecim ientos de com idas, pero todas m uy m odestas, Los viajeros respe­ tables siem pre las evitaban al dispon er de lugares de parad a de su prop ied ad (deversoria) en carreteras que solían utilizar o bien p edían acom odo a am igos (§303) y hospites (§ 1 8 4 ), que con seguridad tenían en todos lado s. S ó lo un accidente, el m al tiem p o o u n a p risa anorm al los dirigían a lugares públicos (tabernae de­ versoriae, cauponae). L o s que allí acud ían eran de la m ás b aja extracción social, y los dueños que las regen­ tab an (caupones) y su s estab lecim ien to s ten ían m uy m ala reputación.

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Los viajeros recibían co m id a y cam a, y sus caballos eran acom oda­ dos b ajo el m ism o techo y a u n a proxim idad desagradable. El plano de un a p o sad a en Pom peya puede tom arse com o ejem plo de este tipo de negocios. La entrada (a) es sufi­ cientem ente ancha p ara que acce­ dan carros y p u ed an q ued ar e sta­ cionados (f); detrás está el establo Plano de una (k). En una esquina estaba el abre­ posada en vadero (l) y en la otra la latrina (i). Pompeya. A los lados de la entrada está la sala para beber vino (b, d), con la habi­ tación p ara el propretor (c) que parte de ésta. Las ha­ bitaciones pequeñ as (e, g, h) son dorm itorios, y en el piso superior había m ás a los que se accede p or una es­ calera desde la zona de carros. La escalera de delante tie­ ne su propia entrada desde la calle; daba a otras habita­ ciones que estaban al m argen de la p osada. D etrás de esta escalera h abía en la plan ta inferior un h ogar (m ) con un calentador de agua. , En el M useo de N ápoles se conserva una inscripción con la factura de uno de esos establecimientos, de pre­ cios m uy m oderados: • U na copa de vino con pan, un céntimo. • Otras com idas, dos céntim os. • Paja p ara la m uía, dos céntimos. Las esquinas de las calles, especialmente cerca de los m uros de la ciudad, eran los lugares preferidos para las tabernas y exhibían sím b olos (un elefante, un águila) com o las p osad as o tabernas actuales.

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§389. V elocidad. La falta de tran sportes p ú b licos con horarios regulares (§380) hace im posible asegurar la velocidad de los viajes. D ependía de la distancia, las co­ m odidades requeridas, la urgencia del negocio y las faci­ lidades o posibilidades de que disponía el viajero. Cice­ rón h abla de 90 k iló m etro s en diez h oras de carro (§384) com o algo poco habitual, pero en las calzadas ro­ m anas se p od ían alcanzar mayores velocidades, con ca­ ballos frescos cada cierta distancia y si el viajero podía soportar el cansancio. La m ejor referencia era el tiem p o que tard aban las cartas. N o h abía un servicio postal público, pero los ro­ m anos de buena posición tenían entre sus esclavos m en­ sajeros especiales (tabellarii), cuya función era llevar los mensajes im portantes. Recorrían cada día unos 45 kiló­ m etros a pie, y de setenta a noventa kilómetros en carro. Sabem os que u n a carta de R om a a Brundisium (unos 630 kilóm etros) tardaba un os seis días, y otros quince m ás hasta Atenas. De Sicilia a R om a un a carta p od ía tardar siete días; desde África, 21; desde Britania, 33, y desde Siria, 50. En época de W ashington una carta podía tardar de un ex­ trem o a otro de Estados Unidos un m es en invierno. §390. Envíos de cartas. Para distancias largas, sobre todo p o r m ar, utilizar m en sajeros especiales e ra m uy caro, y, excepto para asuntos m uy urgentes, se utilizaban com erciantes y viajeros que iban a ese m ism o destino. Los que se d ispon ían a viajar consideraban u n honor hacérselo saber a sus am igos p ara que tuvieran prepara­ das las cartas que querían enviar. A veces tam bién lleva­ ban cartas de desconocidos, si se lo pedían. Se corría el peligro de que la carta se perdiera o cayera en m anos equivocadas. Por eso era habitual enviar una co p ia de

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una carta im portante (litterae eodem exemplo, uno exem­ plo), o al m enos un resum en de su contenido con otra persona y, si era posible, por una ruta diferente. Tam ­ bién se pod ía falsear el m ensaje utilizando nom bres in­ ventados conocidos sólo p or los destinatarios o m edian­ te códigos cifrados regulares. Suetonio cuenta que César sim plem ente sustituía cada letra p or la que estaba tres lugares despu és en el alfabeto (D p o r A, E p o r B ...) , pero tam bién se utilizaban sistem as elaborados e intrin­ cados. §391. Redacción de u n a carta. La abundante corres­ pondencia de cualquier rom ano im portante (§379) h a­ cía im posible que él en persona se encargara de escribir de su puñ o y letra to d as las cartas. Sólo redactaba las m ás im portantes o las dirigidas a sus m ejores am igos. El lugar del taquígrafo y la m áquina de escribir actual era ocupado p or esclavos o libertos, a m enudo de un a esm e­

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rada cultura y educación (§154), que escribían a su dic­ tado. Recibían el nom bre de librarii, o m ás exactamente servi ab epistulis, servi a manu o amanuenses. Las notas o cartas breves se escribían sobre tablillas (tabellae) de m adera de abeto o m arfil de diferentes tam años, a m e­ nudo unidas entre sí con bisagras de alam bre (codicilli, pugillares). Las caras interiores form aban un ligero hue­ co que se cubría con cera, para dejar un reborde elevado hacia los extrem os, com o las viejas pizarras. Sobre la cera se inscribían las letras con un in stru ­ mento de m arfil, hueso o m etal (stilus, graphium ) con un extremo puntiagudo com o un lápiz, para escribir, y él otro plano y ancho, com o un a espátula, para alisar la cera. Con el extrem o plano se podían corregir los erro­ res o se p od ía borrar todo el m ensaje p ara volver a utili­ zar la tablilla, a m enudo para contestar a la m ism a carta. E stas tablillas no sólo se u sab an p ara las cartas, sino tam bién p ara los ejercicios escolares (§110) o p a ra do­ cumentos de negocios. Para m ensajes m ás largos los rom anos usaban el papi­ ro (papyrus), .cuya fabricación se describe en §394. Es­ cribían con plum as de junco y con un a tinta hecha con hollín m ezclado con gom as resinosas. El papel, la tinta y la plum a eran de m ala calidad, y el papiro era m u y caro, de m anera que p ara casi todo se preferían las tablillas que se podían utilizar nuevamente. Sólo las cartas más largas se escribían sobre papiro. El pergam ino sólo se hizo de uso general a partir del siglo iv d.C. §392. Sellad o y a p ertu ra de las cartas. P ara sellar una carta, era necesario el hilo (linum), la cera (cera) y un sello (signum). El sello (§255) garantizaba que la car­ ta no sería objeto de la curiosidad ajena, pero tam bién aportaba la autenticidad de las escritas por los librarii;

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parece que no se han ideado las firm as autógrafas. Las tablillas eran unidas con el texto en su interior y se co­ sían con hilo a través de unos agujeros en los costados. Todo era firm em ente atado al final. Sobre el nudo así form ado se vertía cera caliente y encim a se im prim ía el sello. Las cartas escritas en hojas de papiro (schedae) eran enrolladas longitudinalm ente y aseguradas de la m ism a m anera. En el exterior se escribía el nom bre del destina­ tario y a veces el lugar donde sería encontrado, si la carta no era llevada p o r un m ensajero especial. C u an do se abría la carta, se p on ía cu idado p a ra no rom per el sello. Para leer el contenido se cortaba el hilo. Cuando se conservaba la carta, el sello se guardaba con ella para atestiguar su autenticidad. En el capítulo quin ­ to de la tercera Catilinaria Cicerón describe el proceso de apertura de u n a carta. §393. Libros. Casi todos los materiales utilizados por los antiguos p ara recibir escritos eran conocidos y usados p o r los rom an os con un propósito u otro en distintas épocas. Sin embargo, p ara la publicación de obras litera­ rias durante la época en que se com pusieron las grandes obras clásicas sólo se conocía el papiro (papyrus), en for­ m a de rollo (volumen). El libro en la form a m oderna o códice (codex), escrito sobre pergam ino (membranum), fue im portante p ara la conservación de la literatura ro­ m ana, pero sólo se utilizó en la publicación m ucho des­ pués de que se hubiera seleccionado un canon de autores clásicos que habían m uerto m ucho antes. Los ro m a n o s a d o p ta ro n el ro llo de p a p iro de los griegos y los griegos lo habían aprendido de los egip­ cios. N o se sabe cu án do com enzaron a utilizarlos los egipcios, aunque tenem os en m useos rollos de papiro

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egipcios que fueron escritos al m enos veinticinco siglos antes de n uestra era. Los libros rom anos m ás antiguos de este tip o proceden de H erculano, aunque están car­ b o n iz a d o s y en frag m e n to s. En el m o m e n to en que quedaron sepu ltados todavía se podían leer rollos es­ critos a m an o de la época de los G raco y debían de ser com u n es las co p ias au tó g rafa s de o b ras de C icerón , Virgilio u H oracio. Pero, p or lo que sabem os, todas és­ tas han desaparecido. §394. Fabricación de papiros. El papiro tenía un ta ­ llo triangular que alcanzaba un a altura m áxim a de cua­ tro m etros y m edio con unos diez centímetros de grosor. El tallo tenía una zona blanca en el centro con la que se elaboraba el papiro m ediante un proceso que consistía sustancialm ente en lo siguiente: 1. Se cortaba el tallo horizontalm ente y se elim inaba la parte exterior. 2. El m eollo blanco central se cortaba a lo largo en ti­ ras tan iguales com o fuera posible. 3. Se colocaban las tiras verticales tan ju sta s com o fuera posible sobre una tabla para que su anchura co m b in ad a casi fuera igual a la lon gitu d de un a sola tira. 4. C ruzada con esta base se extendía otra cap a igual form an do ángulo recto con una cobertura de cola o p asta para pegarlas. 5. La h oja resultante se m etía en agua y después se co m p rim ía y se le daban golpes de m azo , h asta form ar una sustancia sem ejante a n uestro papel, llam ado por los rom anos charta. 6 . D espués de secar y blanquear las hojas (schedae) al sol, se les raspaban las partes desiguales y se recor-

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taban form an do tam años uniform es, según la lon ­ gitud de las tiras de la parte central del papiro. Cuanto m ayor era la anchura de cada tira y m enos ti­ ras form aran cada hoja, m ás com pacto era el tejido de la charta y m ejor la calidad del papel. A sí pues, se p od ía calibrar el papel p o r su tam año, y com o referencia se to­ m aba m ás la anchura de la hoja que la longitud. La m e­ jo r calidad la brindaban las hojas de unos 25 centím e­ tro s de ancho, y las h ojas m ás b aratas eran las de 15 centím etros, en las que cabía bastante p oco texto. En cada caso la longitud p od ía ser de algunos centím etros m ás. Se ha calculado que de una planta de papiro se podían elaborar unas veinte hojas, y este núm ero era la u n idad eje m edida com ercial (scapus) con la que se vendía el p a ­ pel, un idad que equivalía aproxim adam ente a nuestro cuaderno1. §395. P lum as y tinta. Generalm ente sólo se p od ía escribir sobre la cara superior form ad a p o r tiras h ori­ zontales. Estas tiras, que se veían incluso despu és del proceso de m anufactura, servían com o guía p ara escri­ bir. En los libros en los que era im portante un núm ero de líneas constante p o r h oja, estas líneas se m arcaban con un fragm en to de p lo m o circular. La p lu m a (calamus) era un junco acabado en punta y con un a hendi­ dura igual que las plum as de ave. La tinta negra (atramentum; §391) a veces se sustituía por el líquido de la sepia. La tinta roja se utilizaba m ás para encabezam ientos, adornos y cosas así, y en algunas 1. Papel en cuatro pliegos utilizado como patrón para la venta. El tér­ mino inglés utilizado es quire (lat. quaterni).

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representacion es aparecen d o s co m p artim en to s, un o para la tinta negra y otro p ara la roja. La tinta se parecía m ás a la pin tura actual que a la tinta de hoy, y cuando n o estaba seca p odía ser lim piada con un a esponja h ú ­ m eda. Incluso cuando ya estaba seca p od ía ser borrada. Lavar hojas p ara reutilizarlas p o r segunda vez era m ues­ tra de pobreza y tacañería, pero el reverso de las schedae que ya habían sido usadas se utilizaba com o papel en su ­ cio especialmente en las escuelas (§110). §396. Preparación de un rollo. Se p od ía utilizar una sola h o ja p a ra un a carta u otros d ocu m en tos breves, pero con un a finalidad literaria se podían necesitar m u ­ chas hojas. Las hojas no se unían p or un lado com o en los libro s actu ales, o eran n u m erad as y se colo caban jun tas, sin o que, cu an do ya estaban escritas, se p ega­ b an p o r los lados (no por la parte superior) form ando una tira larga y poco m anejable, con las líneas de la h oja en paralelo con la parte larga de la tira, y form ando el texto una colum na seguida. En los lados se dejaba un m argen que se pegaba y que form aba una parte gruesa en blanco, y tam bién se dis­ ponían m árgenes am plios arriba y abajo, donde el libro sufriría un m ayor desgaste que los volúmenes actuales. Cuando las hojas estaban pegadas en orden, se solía aña­ dir una vara de m adera pegada al m argen izquierdo de la prim era hoja y otra (umbilicus) pegada al m argen de­ recho al final de la últim a hoja. Es parecido a los m apas de pared actuales. C uando no se utilizaba el rollo, se en­ rollaba alrededor del umbilicus. Algunos piensan que los umbilici sólo se añadían cuando el libro com enzaba a es­ tar usado. §397. Un rollo escrito p ara una conservación p ro­ longada se term inaba con m ucho cuidado. La parte de

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arriba y la de abajo (frontes) estaban acabadas de form a uniform e, se pulían con piedra póm ez y a m enudo eran pintadas de color negro. La parte posterior del rollo se frotaba con aceite de cedro para protegerla de las polillas y de los ratones. En los extrem os del umbilicus se aña­ dían remates (cornua), a veces embellecidos o pintados en colores brillantes. En la prim era h oja aparecía una dedicatoria y al final se escribían algunas palabras sobre el contenido del rollo, o a veces se pintaba a m ano un retrato del autor p ara decorar la página. En m uchos libros el título com pleto y el nom bre del autor aparecían sólo en la últim a h oja del rollo, pero en cualquier caso en la parte superior de la últim a página se pegaba una tira de pergam ino (titulus) con el título y el nom bre del autor escritos encim a. La tira sobresalía p o r encim a del bo rd e del rollo. C ad a rollo ten ía una funda de form a cilindrica p ara guardarlo en su interior. El titulus era lo único visible. Cuando una obra tenía varios volúm enes (§398), los rollos se p on ían ju n tos en un solo conjunto (fascis) y se guardaban en una caja redonda de m adera (capsa, scri­ nium) parecida a las cajas de som breros actuales. C uan ­ do se quitaba la cobertura, se podían ver los tituli y así se podía coger el rollo deseado sin tocar los dem ás. Los rollos p o d ían guardarse en arm arios (arm aria; §230), dispuestos a lo largo con los tituli en la parte de delante. §398. Tam año de los rollos. Cuando se consultaba un volumen, se sostenía con am bas m anos y se iba de­ senrollando con la m an o derecha, m ientras con la iz­ quierda se iba enrollando la parte ya leída sobre la m a­ dera atada al m argen de la prim era h oja o alrededor del umbilicus. Al term inar la lectura, se volvía a enrollar el volum en sobre el umbilicus, a m enudo sujetándolo con

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la b arb illa y giran d o los cornua con las dos m an o s. Cuando se tratab a de un rollo largo, este proceso era lento y trabajoso, por lo que a m enudo ensuciaba y es­ tropeaba el rollo. Los p rim ero s rollos siem pre eran largos y p esados. En teoría no había lím ite p ara el núm ero de h o jas p e­ gadas ni p ara el tam añ o o longitud del rollo. Tenía la longitud n ecesaria p a ra contener la o b ra en cuestión com pleta. En el antiguo Egipto los rollos p od ían m edir m ás de 50 m etros de largo, y en época antigua en Gre­ cia y R om a h abía algunos de esa longitud. A p artir del siglo ni d.C ., sin em bargo, las obras largas solían divi­ dirse en varios volúm enes. La división en p rin cipio era arbitraria, según la conveniencia del rollo, al m argen de conservar u n a u n id ad de pensam iento o tem a. Un siglo después las divisiones ya tenían u n a razón de ser, con un a cierta u n id ad interna, com o p asó con el De F i­ nibus de Cicerón, en cinco libros y dividido en cinco rollos. Esta innovación tan conveniente y sensata enseguida se hizo una n orm a universal, e incluso algunas obras an­ tiguas, que no habían sido divididas p o r sus autores, se separaron en libros, com o las obras de H eródoto, Tucídides o Nevio. En esa m ism a época se ponían en el m er­ cado las hojas ya pegadas, hasta form ar al m enos un seap u s (§394 ). E ra m ás fácil p egar dos o tres ju n ta s, o separar la parte sin utilizar de una, que tratar con hojas p o r separad o. A dem ás, los rollos así elab o rad o s eran agrupados de form a sensata. La calidad y acabado de las h ojas (§394) eran p arecidos, y los escribas p o n ían las m ejores hojas al principio, donde sufrían un m ayor uso y desgaste, m ientras que las últim as eran m enos perfec­ tas, y podían desgajarse del bloque.

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§399. M ultiplicación o copias de libros. El proceso de publicación de un libro largo en R om a era el m ism o que el de una breve carta. C ada copia se escribía p or se­ parado, y ya fueran cien o mil, se tardaba lo m ism o que la prim era. La copia del autor se distribuía entre algunos librarii, suyos propios si era rico, com o César o Salustio, o bien de su patrón si era un hom bre pobre, com o Te­ ren d o o Virgilio. Estos librarii copiaban el texto tantas veces com o se les hubiera dem andado. Las hojas se dis­ ponían en el orden correcto, si los rollos aún no estaban usados, y estos rollos se m ontaban com o se ha explicado (§396). Al final se tenían que com probar los errores de copia, tarea m ucho m ás tediosa que la lectura actual de p rue­ bas, ya que cada un a de las copias debía ser co m p ro ba­ da p o r separado, y los errores de copia se p od ían tran s­ m itir de unos rollos a otros. Este tipo de libros casi sólo se hacían para regalo, aunque a veces se intercam biaban entre am igos o algunos p od ían incluso llegar al m erca­ do. H asta el final del siglo i a.C. no hubo un com ercio organizado de libros, ni obras publicadas con fines co­ merciales. C uando un hom bre quería un libro, en vez de com ­ prarlo pedía prestada una copia a algún am igo y encar­ gaba sus copias particulares a sus librarii. D e esta m an e­ ra Á tico hizo p a ra sí m ism o y para Cicerón copias de todas las obras griegas y rom anas que llegaban a sus m a ­ nos, y repartía las propias obras de Cicerón p o r todas partes. §400. P ublicación com ercial. La publicación de li­ bros en R om a com o n egocio com enzó en tiem pos de Cicerón. N o había derechos de autor ni otra protección para el editor o el autor. Los autores sólo recibían a ve-

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ces regalos o com pensaciones p or parte de aquellos que apoyaban su genio. El éxito de un editor se basaba en la oferta de libros nuevos que tuvieran dem anda antes de que lo hiciera la competencia, o bien en las copias de libros ya conocidos m ás exactas, elegantes y baratas. El proceso de publica­ ción comercial es el m ism o que se ha explicado, con la diferencia de que se utilizaban gran cantidad de librarii para copiar los textos. El editor se aseguraría de que un libro tuviera dem an d a suficiente, p o n d ría a la m ayor cantidad de copistas en el trab ajo y se preocu paría de que ninguna copia saliera de su establecimiento hasta que toda la tirad a de ejem plares estuviera preparada. Una vez se p on ían a la venta las copias, ya las p od ía copiar cualquiera. Las em presas im portantes ponían m ucho cuidado en que sus libros no contuvieran errores y disponían de co­ rrectores competentes p ara com probar copia a copia. A pesar de ello, los errores eran frecuentes. A lgunos auto­ res a veces corregían sus copias en persona si ib an a re­ galarlas a sus am igos. En cuanto a obras más conocidas, se contrataba a eruditos de buena reputación p a ra revi­ sar las copias y en ocasiones se pagaban alquileres eleva­ dos para poder com parar las nuevas copias con ejem pla­ res de reconocida solvencia y corrección. §401. R apidez y coste de publicación. Cicerón habla de senadores que escribían m uy rápido y podían tom ar un discurso al dictado, y los escribas entrenados debían superarlos con m uch o en velocidad. M arcial com enta que su segundo libro podía copiarse en una h ora. C on­ tiene 540 versos, de m anera que la velocidad de copia sería de unos nueve versos p or minuto. Es evidente que una pequeña edición, con no m ás de dos o tres veces el

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núm ero de escribas, se p odía poner en el m ercado m ás rápidam ente que ahora. El precio dependía de la lon gi­ tu d y el estilo del libro. El prim er libro de M arcial con 820 versos en 39 p ági­ nas de la edición de Teubner se vendía a un dólar. Su obra Xenia, con 274 versos en 14 páginas de Teubner, se vendía p or 20 céntim os, pero el precio de fábrica era de m enos de 10 céntim os. Esos precios hoy en día no se considerarían excesivos. Todo dependía de la reputación del autor y su subsiguiente dem anda. Algunos libros va­ lían m ucho dinero, com o las copias autógrafas (Gelio en el siglo II d.C. habla de un Virgilio p or cien dólares) o bien co pias cuya co rrección era g aran tizad a p o r u n a au to rid ad recon ocid a p o r to d o s alcan zaban p recios exorbitantes. §402. Bibliotecas. Sólo a finales de la R epública em ­ pieza a ser habitual la reunión de libros en grandes co­ lecciones privadas. Cicerón tenía grandes bibliotecas en su casa de R om a y en sus granjas en el cam po. Q uizá la m oda de coleccionar libros comenzó cuando llegaron a R om a las grandes bibliotecas del este y Grecia de las que se apropiaron Lúculo y Sila. En cualquier caso, a veces a los coleccionistas no les interesaba ni preocupaba el contenido de los rollos, y to ­ dos los pueblos tenían su biblioteca (§206) con volúm e­ nes bien ordenados. En esas bibliotecas solía haber bu s­ tos de los grandes autores o estatuas de las M usas. Las bibliotecas públicas datan de la época de Augusto. La prim era de R om a fue fundada por Asinio Polión, que m urió en el año 4 d.C., y estaba albergada en el Atriüm Libertatis. Augusto en persona fundó otras dos, y con sus sucesores se alcanzó el núm ero de 28 bibliotecas. La m ás m agnífica era la Bibliotheca Ulpia, fundada por Trajano.

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En ciudades m ás pequeñas tam bién había bibliotecas públicas, y así un pueblecito llam ado C om um presum ía de su biblioteca, fu ndada p or Plinio el Joven y m anteni­ da gracias a una dotación de 30.000 sestercios al año. Era frecuente que los bañ os públicos tuvieran bibliote­ cas o salas de lectura adosadas a ellos (§365).

Referencias: Marquardt, 469-474, 731-738, 799-833; Blümner, 442-474; Becker-Göll, II, 418-462, 469-474, III, 1-45; Friedländer, I, 268-428; Sandys, Companion, 208-210, 237-242, 421-435; Cagnat-Chapot, I, 246-249, 41-56, II, 285-296; Pauly-Wissowa, en carpentum, cisium, charta, Brief, Buch, Buchhandel, Bi­ bliotheken, cursus publicus; Smith, Harper’s, Rich, Walters, Daremberg-Saglio, en via, tabula o tabulae, liber, bibliotheca, y otros términos en el libro; Baumeister, 2079-2083, 354-356, 361-364; Jones, Companion, 40-51; McDaniel, 168-178. Véan­ se también, Hall, 1-21, 53-69; Johnston, 13-26, 27-47; Showerman, 485-502, 235-236; Gest, 108-169.

11. Fuentes de ingresos y medios de vida. La vida del romano

§403. Es evidente por lo que se h a dicho que se necesi­ taban gran des recursos p ara sustentar el estatus en el que cada rom ano de cierta posición vivía. Pero tam bién es interesante ver cóm o la gran m asa de gente llevaba una vida m ás m odesta a la que se veía forzada. A efectos prácticos es recom endable, aunque no del todo exacto, dividir el pueblo de R om a en tres grandes clases: los n o ­ bles, los caballeros y la plebe, tal com o la historia políti­ ca los ha distribuido. Los nobles durante la República eran los descendien­ tes de aquellos que habían desem peñado las m agistratu­ ras curules. C om o el Senado estaba com puesto p or los i hom bres que habían desem peñado las m ás elevadas m a ­ gistratu ras, los n obles y las fam ilias sen atoriales eran casi lo m ism o, y la influencia política de ese grupo hacía m uy difícil que un «hom bre nuevo» (novus homo) fuera elegido p a ra un cargo. Al m ism o tiem po, hay que recor­ dar que durante m ucho tiem po la línea divisoria entre las clases era m uy difícil de delimitar; un noble se podía asociar con los caballeros si tenía los 20.000 euros nece310

11. FUENTES DE INGRESOS Y MEDIOS DE VIDA. LA VIDA DEL ROMANO

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sarios para ingresar en esa d ase, y durante la República cualquier ciudadan o libre p o d ía aspirar a las m ayores dignidades p or m uy pobre que fuera. La separación tajante de castas hereditarias com ienza durante el Imperio bajo el gobierno de Augusto, cuando sólo los descendientes de personas que hubieran desem pe­ ñado m agistraturas curules podían presentarse a esos car­ gos. Esta regulación creó una nobleza hereditaria, y sólo se incluían nuevos m iembros si así lo quería el emperador. El emperador tam bién podía revisar las listas de los caballe­ ros y de esa m anera controlaba la admisión a ese orden. §404. O cupaciones de los nobles. Los nobles here­ daron algunas n ocion es aristocráticas de los an tiguos patricios. Este hecho lim itaba sus actividades económ i­ cas y tenía m ucho que ver con la corrupción de la vida p ú b lica duran te el últim o siglo de la R epública. L o s hom bres de esa posición debían estar al m argen de cual­ quier trabajo, ya fuera m anual o intelectual, que reportára un beneficio económico. La agricultura era la única actividad libre de asociaciones degradantes, com o ha s u ­ cedido en Inglaterra hasta épocas recientes, y las únicas tareas a las que se podían dedicar esos hom bres eran la política o la guerra. Incluso com o políticos o generales, servían a su s ciu d ad an o s sin recibir co m p en sación a cam bio, ya que ni los senadores ni los m agistrados ni los oficiales del ejército tenían salario estipulado. Este sistem a funcionó bien hasta las Guerras Púnicas, cuando to d o s los rom an os eran granjeros que p ro d u ­ cían todo lo que necesitaban para vivir y sólo dejaban sus tareas agrícolas en su juventud p ara servir en el ejér­ cito o a una edad avanzada p ara actuar com o senadores. D espués regresaban a sus cam pos, com o Cincinato, cuando sus servicios ya no eran necesarios. Sin embargo,

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con la aristocracia de tiem pos posteriores esta teoría se co­ rrom pió y perdió todo el sentido que había tenido antes. §405. A gricultura. La vida agrícola que Cicerón des­ cribe con elocuencia y adm iración en su Cato M aior era casi irreconocible para el propio Catón, y m ucho antes de que la describiera Cicerón ya era un sueño o recuer­ do del pasado. El cam pesino ya no trabajaba sus cam ­ pos, incluso teniendo esclavos p ara ayudarle. La clase de los cam p esin o s h ab ía desap arecid o de Italia casi p o r completo. Las pequeñas parcelas habían sido absorbidas por grandes latifundios de terratenientes ricos, y los m é­ todos y objetivos de la agricultura habían cam biado por completo. Esto se com enta en otra parte (§§146, 434), y bastará con recordar que en Italia ya no se producía ce­ real p a ra el m ercado, p or el sencillo m otivo de que el m ercado p od ía conseguir trigo m ás barato del exterior y llevarlo allí en barco. Las principales fuentes de riqueza entonces eran las aceitunas y la uva. Salustio y H oracio se quejan de que cada vez haya m enos tierra dedicada a esc cultivo a favor de parques y zonas de recreo (§145). Sin em bargo, la elaboración de vino y aceite bajo la supervisión de un capataz com petente (§148) debía de ser m uy rentable en Italia. M uchos nobles tam bién tenían plantaciones en las provin cias, con cuyos ingresos p od ían m an ten erse su posición social en Rom a. Adem ás había algunos nego­ cios derivados de la tierra que se consideraban adecua­ dos para un senador, com o la explotación de canteras, la fabricación de ladrillos y tejas o la alfarería (§146). §406. C argos políticos. Durante la República la p o ­ lítica era provechosa sólo para los que participaban has­ ta alcanzar los m ás altos cargos. N o h ab ía un sueldo asignado p ara los cargos, y los beneficios indirectos ob-

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tenidos en las m agistraturas inferiores apenas costeaban los gastos necesarios para conseguir el siguiente cargo en la carrera política. Gastar grandes sum as de dinero en espectáculos públicos era una form a fácil de conseguir popularidad, ya que el pueblo votaba en las elecciones. Durante el Im perio se m antuvo esta onerosa obligación, aunque la gente ya no tenía derecho a votar. Los beneficios provenían de las posesiones en las p ro ­ vincias. Se pod ía ser cuestor en una provincia y con toda seguridad el cargo de pretor y de cónsul eran seguidos por un año en el extranjero. Para los hom bres h onrados, los puestos brindaban la oportunidad de conocer inver­ siones provechosas. Un buen gobernador a m enudo era elegido por la com unidad p ara vigilar sus intereses en la capital, y eso im plicaba algunos regalos valiosos de vez en cuando. La justicia y la m oderación de Cicerón com o cuestor en Sicilia le reportaron una buena recom pensa cuando persiguió judicialm ente a Verres por saquear la provincia y cuando se encargó del sum inistro de grano durante su cargo de edil. Las provincias eran m inas de oro para los m agistrados corruptos. Se practicaba todo tipo de robo o extorsión y se supon ía que no sólo el gobernador se enriquecería, sino tam bién toda la cohors (§118) que lo acom pañaba. Catulo se queja am argam ente del egoísm o de M em io, que prevenía a sus subordinados para que no saquearan una provincia pobre. Lo que sucedió con Verres se p u e ­ de leer en cualquier historia de Rom a; se distingue de la de m uchos gobernadores sólo por el destino que su ­ frió el ladrón. Aunque durante el Im perio h ubo im por­ tantes reform as en la adm inistración de las provincias, el sueldo que recibían los gobernadores no siem pre sal­ vaba a los provinciales de la extorsión.

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§407. L a ley. M uy relacionado con la carrera políti­ ca, igual que ahora, está el tem a de la ley, siem pre un cauce p ara conseguir im portancia social o el éxito p olíti­ co y la única form a de progresar para personas sin in­ fluencia familiar. Para participar en los tribunales no h a­ bía condiciones obligatorias. Cualquiera pod ía presentar una acusación, y era habitual que algunos políticos jóve­ nes utilizaran este procedim iento p ara hacerse conoci­ dos, aun cuando sabían que no había una base real p ara las acusaciones que presentaban. Por otro lado, el ab o ­ gado tenía prohibido recibir pago p o r sus servicios. En tiem pos antiguos un cliente podía pedir consejo le­ gal a su patrono (§179) y el abogado después en teoría es­ taba al servicio de cualquiera que se dirigiera a él. Algunos personajes consideraban un honor poner sus conocim ien­ tos técnicos al servicio de sus conciudadanos. Al m ism o tiem po las norm as en relación con los pagos eran fáciles de esquivar. N o era fácil controlar que los clientes agrade­ cidos hicieran regalos valiosos, y era habitual que los abo­ gados de éxito recibieran generosas herencias. Cicerón no tenía otra fuente de ingresos, por lo que sabem os, pero, aunque no era un hom bre rico, disponía de una casa en el Palatino (§221), una docena de gran jas en el cam po (§448), vivía bien y se gastaba m ucho dinero en obras de arte, que eran su pasión, y en libros (§206). Al final los cobros de los abogados se hicieron tan h a­ bituales que el em perador Claudio acabó por fijar unas tarifas m arcadas. Los jueces corruptos (praetores) podían encontrar otras fo rm as de obtener in gresos entonces com o ahora, pero los sobornos eran m ás habituales entre los jurados (iudices) que en los jueces, quizá porque con una provincia detrás el praetor no pensaba que mereciera la pena rebajarse a recibir sobornos insignificantes.

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§408. El ejército. El botín de guerra p asab a n om i­ nalmente al tesoro del Estado. Pero en la práctica prim e­ ro pasaba p or las m an os del general en jefe, que se guar­ daba lo que quería p a ra él, sus hom bres de confianza (§118) y dem ás soldados, y después enviaba el resto a Rom a. Eran buenas oportunidades, y el general rom ano sabía aprovech arlas. A lgun os co m p o rtam ien to s eran bastante legítim os según las costum bres de esa época: el saqueo de aldeas y ciudades conquistadas, el rescate exi­ gido a los prisioneros, la venta de cautivos com o escla­ vos (§ 1 3 4 )... Pero ilegales o ilegítim as eran las fortunas conseguidas m ediante la provisión de recursos para el ejército a precios exorbitados, o el desvío de esos sum i­ nistros para fines privados. La reconstrucción del territorio conquistado tam bién ofrecía ocasiones p ara hacerse rico. Así, los eduos paga­ ron a César m uy bien a cam bio de la suprem acía de la Galia central que él les aseguró después de su victoria sobre los helvecios. Las guerras civiles que derram aron la m ejor sangre de Italia hicieron a sus vencedores in ­ m ensam ente ricos. D espués de los saqueos del tesoro público, las haciendas de los hom bres del partido con­ trario eran confiscadas y vendidas al m ejor postor. En teoría, las ganancias iban al tesoro del nuevo gobierno, pero eran ridiculas en com paración con los beneficios reales que se creaban. D espués de la dictadura de Sila se elaboraron listas de proscrip cion es con am igos y enem igos; cu an do no se ejercía una influencia pod erosa en su nom bre, se p er­ dían vidas y fortunas. Para conseguir esa influencia que los salvara debían pagar grandes cantidades. A m odo de ejemplo, la hacienda de un tal Roscio de Ameria, valora­ da en unos 300.000 dólares, fue subastada y vendida por

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100 dólares a Lucio Crisógono, un liberto de Sila, p o r­ que nadie se atrevió a pujar contra el favorito p or el dic­ tador. El establecim iento de soldados en parcelas de tierra era un buen negocio para los tres encargados de la d is­ tribución de la tierra. Las parcelas concedidas siem pre procedían de granjas que pertenecían y estaban ocu p a­ das p o r los adeptos al partido contrario, y los sobornos llegaban de los dos lados. §409. O cupaciones de los equites. La palabra «caba­ llero» (eques) ya había perdido su significado originario en tiem pos de Cicerón. Los equites se habían converti­ do en la clase de los cap italistas, que h allaban en las tran saccion es com erciales la em oción y los beneficios que encontraban los nobles en la política y la guerra. Durante el Im perio algunos puestos adm inistrativos im ­ portantes fueron a m anos de equites, y apareció un cur­ sus honorum regular de los equites, aunque continuaron constituyendo la clase de los negocios. La inm ensa escala de sus operaciones los exim ía del estigm a que recaía so ­ bre los que trab ajab an p ara ganarse la vida, igual que hoy día los directivos de grandes em presas tienep un es­ tatus superior al del comerciante de una pequeña tienda. Desde tiem pos antiguos sus agrupaciones habían fi­ nanciado y ejecutado grandes obras públicas, licitando los contratos ofrecidos por los m agistrados. A unque las «altas finanzas» nunca ejercieron en R om a el poder que se le atribuye en tiem pos m odernos, en los últim os años de la República los equites disfrutaban de una im p ortan ­ te influencia política, equilibrando la balanza del poder entre la clase senatorial y los partidos dem ocráticos. Lo único que les interesaba era lograr una legislación favo­ rable a sus intereses y asegurarse el nom bram ien to de

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gobernadores que n o in sp eccion aran d em asiad o sus transacciones allí. Porque era en las provincias donde nobles y caballeros encontraban las m ejores op o rtu n i­ dades. El principal negocio en las provincias era la re­ caudación de im puestos por contrato. Para ello se creaban em presas que pagaban al tesoro público una cantidad global fijada por el Senado, y los recaudadores se guardaban lo que eran capaces de reco­ ger en la provincia. M ientras funcionó este sistem a, los beneficios eran enorm es, y «publicano» acabó p o r ser si­ nón im o de «ex p lo tad o r». A parte de recaudar lo s im ­ puestos, los equites «financiaban» las provincias y esta­ dos aliados, ad elan tan d o el dinero necesario p a r a los gastos ordinarios y extraordinarios. Sila recaudó en Asia una contribución de 20.000 talentos (unos 16 m illones de euros), que fue adelantada p o r un grupo de capitalis­ tas rom anos. Ellos ya habían recogido seis veces esa can­ tidad, cuando Sila intervino pensando que no quedaría nada para él en el futuro. Los tronos títere de las provincias del este tenían va­ rios pretendientes para asegurarse el pago de sum as pre­ viamente prestadas p or los capitalistas. Las operaciones a nivel individual de los equites no eran tan grandes ni provechosas. Sólo gracias al dinero adelantado p o r los equites se pod ían producir el grano, la lana y los produ c­ tos de las m inas y fábricas. También entraron en em pre­ sas en el extranjero que tenían vedadas en casa, hacien­ do ellos la com pra y venta de ciertos productos y n o sólo proporcionando a otros el dinero. Aunque no gozaba de buena reputación, tam bién prestaban dinero a particu­ lares. El interés habitual era el 12%, pero M arco Bruto llegó a prestar dinero a un 48% en Cilicia e intentaba re­ coger interés com puesto tam bién. Eso fue cuando Cice­

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rón llegó allí com o gobernador en el año 51 a.C. y espe­ raba que Cicerón apoyara sus exigencias, §410. N eg o c io s y com ercio. El com ercio rom an o cubría casi todas las tierras y m ares conocidos, aunque Italia tenía poco comercio de exportación. Plinio el Vie­ jo com enta que el comercio con la India y C hina se lle­ vaba de R om a unos cuatro m illones de euros al año. El oeste enviaba m ás m aterias prim as que el este, y m enos productos elaborados. Los banqueros (argentarii) pres­ taban y cam biaban dinero. El cam bio de m oneda era ne­ cesario en una ciudad a la que llegaban las m onedas de todo el m undo conocido, y el préstam o, aunque n unca se consideró respetable del todo, era un negocio con el que algunos rom an os de gran respetabilidad conseguían grandes beneficios ocultos bajo la fachada de un liberto que se encargaba de sus negocios. Los banqueros reci­ bían depósitos, pagaban un interés y hacían p agos de ór­ denes escritas. Ayudaban a sus clientes a encontrar in ­ versiones, y con sus relaciones en el extranjero podían ofrecer cartas de crédito a los que em prendían un viaje. §411. C asi to d o el com ercio al p o r m ayor e stab a controlado p or los capitalistas (equites); los negocios al p or m enor eran dirigidos sobre todo p or libertos y ex­ tranjeros. El sum inistro de com ida p ara la ciudad debió de dar trabajo a m iles, pero el productor solía tratar d i­ rectamente con el m inorista y, en general, no había m u ­ ch os in term ed iario s. El com ercio de ro p a ya h a sid o m encionado (§271). Parece que no se desarrolló un sis­ tem a de fabricación industrial. El hilado y cosido p o si­ blemente era realizado en casa por m ujeres contratadas que entregaban su trabájo a los grandes tratantes, p or cuyas m an o s debía p asar la tela p a ra el acabad o final (§271). N o quedan huellas apenas de un sistem a regular

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de fabricación, aunque parece que se hizo algo parecido con el hierro en Puteoli, con los trabajos finos de bronce y cobre en C apua, quizá con los trabajos en p lata y vi­ drio y en R om a con los ladrillos y tejas. §412. Las operaciones de construcción se llevaban a cabo a gran escala y con un coste enorme. Los edificios públicos y m uchos otros privados im portantes se cons­ truían p o r contrato. Evidentem ente, los co n tratos de edificios públicos reportaban m uchos beneficios al m a­ gistrado que debía licitarlos, pero es cierto tam bién que el edificio estaba bien hecho. Parece que Craso hizo un negocio m onstruoso. Cuando u n edificio estaba a punto de quedar d estru id o p o r las llam as, lo co m p rab a por u n a pequ eñ a can tid ad y d espués ap agab a el incendio con grupos de esclavos entrenados al efecto. Tam bién se conseguían grandes fortunas con el com ercio de es­ clavos, au n q u e fu era un n egocio m al con sid erad o (§139). El trabajo pesado de los obreros corrientes era realizado casi enteram ente p o r esclavos (§143), y m ucho trabajo que ahora se hace con m áquinas entonces se ha­ cía a m ano. Tam bién había un negocio de publicación de libros (§400). §413. Profesiones y comercio. Las profesiones y las relaciones comerciales, que eran lo m ism o para los ro­ m an os, en los ú ltim o s años de la R epública estaban prácticam ente en m an os de libertos (libertini; §175) y extranjeros. Sobre éstos ya se h a dicho algo. A lgunos tra­ bajos eran considerados poco dignos p ara un caballero. César prohibió que contratistas y subastadores desem ­ peñaran cualquier m agistratura. La arquitectura se con­ sideraba respetable y C icerón la elevaba al nivel de la m edicina. Los m aestros estaban m al pagados y eran m i­ rados con desprecio (§121), pero Vespasiano fue el pri­

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m ero que preparó una dotación p ara los profesionales de las artes liberales. El lugar de los periódicos m oder­ nos lo ocupaban los redactores de cartas por dinero, que recogían noticias, escándalos y cotilleos p or la ciudad; después algunos esclavos hacían copias y las enviaban a personas fuera de la urbe que no querían m olestar a sus am igos (§379) y que estaban dispuestas a pagar a cam ­ bio las noticias. §414. M édicos. Algunos m édicos estaban bien p aga­ dos en época im perial, sobre todo los de la corte. D os de ellos legaron una herencia que ascendía a casi un m illón de euros, y otro recibió del em perador C laudio un esti­ pendio de 25.000 euros anuales. Su conocim iento y h a­ bilidad en la m edicina y cirugía eran parecidos a los de los m édicos del siglo x v i i i . La cirugía sólo se desarrolló para tratar heridas de guerra. Aparte de los ritos religio­ sos para pedir a los dioses la curación, la m edicina se li­ m itaba durante m ucho tiem po a rem edios caseros y m á­ gicos, com o describe Catón en su libro sobre agricultura. §415. El prim er m édico extranjero, un griego, llegó a R om a en el 219 a.C. En general, los m édicos y ciruja­ nos eran esclavos, libertos o extranjeros, especialmente griegos. La gran cantidad de térm inos m édicos griegos utilizados hoy en día atestigua la influencia griega en la historia de la m edicina. César otorgó la ciudadanía ro ­ m ana a los m édicos griegos establecidos en Rom a, y A u­ gusto les concedió algunos privilegios. En las grandes casas solía haber m édicos expertos entre sus esclavos. Podem os ju zgar los m étod o s de la m edicina y cirugía antiguas p o r obras sobre el tem a que han llegado hasta nosotros, com o la de Celso, un rom ano del siglo i d.C., o la de Galeno, el gran m édico griego que llegó a R om a en el reinado de Adriano.

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En Pom peya y en otros sitios se han encontrado ins­ trum entos quirúrgicos. Galeno distingue claram ente la cirugía (chirurgia) y la m edicina (medicina). H abía ocu­ listas, dentistas y otros especialistas, así como m édicas. En el siglo II d.C. m uchas ciudades tenían m édicos p ú ­ blicos regulares para tratar a los pobres, y disponían de habitaciones p ara su trabajo. En época de Trajano las le­ giones tenían m édicos militares regulares, y posiblem en­ te ya los había antes, aunque no sabem os m ucho al res­ pecto. N o existían escuelas de m edicina. Los m édicos tenían alum nos y perm itían que los acom pañaran en su recorrido. M arcial se queja de las m anos frías de un m é­ dico que le tom aba el pulso, cuando llegaba acom paña­ do de un tren de alum nos. §416. Soldados. Los ciudadanos libres de R om a por debajo de nobles y caballeros se dividen en dos clases: los soldados y el proletariado. Las guerras civiles los ha­ bían sacado de sus granjas o habían m ostrado su poca adecuación p ara el trabajo en el cam po. Adem ás, su or­ gullo de pueblo o la com petencia de los esclavos los ha­ bían excluido de otras actividades industriales, aunque había m uchas en la capital del m undo. Los m ejores de esos ciudadanos libres se volvieron hacia el ejército, que ya no sólo estaba form ado p o r ciudadanos-soldado, re­ clutados p ara enfrentarse a la em ergencia de u n a sola cam paña y que eran licenciados cuando ésta term inaba. Desde la época de la reorganización de M ario, a com ien­ zos del siglo i a.C., éste era el ejército regular: los solda­ dos se alistaban por un plazo de veinte años, recibían un sueldo estipulado y algunos privilegios cuando eran li­ cenciados con honores. En tiem pos de paz eran em pleados en trabajos públi­ cos (§385). La paga era escasa, quizá entre 40 y 50 dóla­

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res al año m ás las raciones de com ida en época de César, pero era parecida al sueldo que un obrero p odía recibir por el trabajo m ás duro, y el soldado alcanzaba la gloria de la guerra frente al estigm a del trabajo m anual, y a ve­ ces tenía esperanzas de recibir regalos de su general o el privilegio de ocasionales actos de pillaje y saqueo. C uan­ do habían term inado el servicio, algunos podían volver a Rom a, pero m uchos m ás habían trabado relaciones en las com unidades donde habían estado destinados y pre­ ferían ganarse la vida allí en parcelas de tierra gratuitas, un im portante instrum ento de la expansión cultural ro­ m ana. §417. Proletariado. Aparte de los perezosos y deso­ cupados que acudieron a R om a atraídos p o r el grano gratuito y otras diversiones, como sucede ahora en nues­ tras ciudades, m uchos hom bres laboriosos y frugales se vieron o b ligad o s a m archar a la ciud ad d espués de la pérdida de sus propiedades durante las guerras civiles y ante la im posibilidad de encontrar trabajo en otro sitio. N o se puede dar una cifra exacta de estos desocupados, pero se sabe que antes de la época de César estos prole­ tarios habían superado los 300.000. A unque C ésar dirigió la adm inistración rom an a d u ­ rante p o c o tiem p o , en con tró un alivio estab lecien do a 80.000 en colonias fronterizas para que se ganaran la vida de nuevo, pero eran el elemento m ás inofensivo y dispuesto a emigrar. Los peores se quedaron. A parte de la m en d icid ad y los p equ eñ o s rob os, la ú n ica fuente de ingresos p ara esas personas era la venta de sus votos, y este hecho los convertía en u n a autén tica am en aza para la República. Durante el Im perio perdieron su in ­ fluencia política, y el Estado vio la necesidad de hacer repartos de dinero en ocasiones para aliviar sus necesi-

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dades. A lgunos se convertían en clientes de nuevos ricos (§181), pero la m ayoría preferían ser alim entados por el Estado y divertirse con los espectáculos y juegos gratui­ tos (§322). §418. P eq u eñ o s com ercian tes. En la literatura no hay m ucha inform ación sobre los pequeños com ercian­ tes o los trabajadores p o r cuenta propia. Sin em bargo, p o r las excavaciones de P om peya p o d em o s h acern os una idea sobre las tiendas y los negocios que en ellas se realizaban. Ya se ha dicho que a los lados de las casas que daban a la calle pod ía haber hileras de pequeñas tiendas sin conexión con el edificio (§193, §208, § 2 0 9 ). Esas tien das solían tener u n a p eq u eñ a h ab itación con un m ostrador en la parte frontal y se cerraban con pesadas contraventanas p or la noche. El género que se vendía so­ lía elaborarse justo detrás del m ostrador. El zapatero (sutor) tenía su banco de trabajo y su caja con horm as (formae); fabricaba, vendía y rem endaba za­ patos. En algunas tabernas había agujeros para diversos peroles, don d e se p rep arab a la co m id a caliente en la tienda y se guardaba hasta su venta. En un caso se en­ contró el cam bio sobre el m ostrador, com o si lo hubie­ ran dejado allí ante la inm inencia de la erupción volcá­ nica. Los cerrajeros, orfebres y otros artesanos tenían el in strum en tal n ecesario p ara su trab ajo y ven dían sus p ropias m ercancías. T am bién había tiendas de retales donde se vendía género que se producía en otros sitios a gran escala, com o los ob jetos de vid rio rojo arretino (§307) procedentes de Arretium y Puteoli, los utensilios de bronce y cobre de C apu a y otros artículos. El tendero p od ía trabajar solo en su pequeño local de día y d o rm ir allí p o r la noche. El p lan o de la C asa de Pansa (§208) m uestra tam bién establecimientos más

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grandes con varias habitaciones, com o un a panadería, con sus m olinos para m oler el grano (§283), ya que és­ tos no existían p o r separado de la panadería. A lgunas tiendas tenían escaleras hacia un piso superior donde vi­ vía la fam ilia. Los co m p rad ores ib an recorrien d o los puestos callejeros com prando, regateando o sólo curio­ seando. M arcial describe a un caballero que va de una tienda a otra en la zona de m odas de Rom a. Exige ver las m esas que se esconden bajo los tapetes, realiza un a ins­ pección m ás detallada de las patas de m árm ol de algu­ nas m esas, critica algunas obras de arte, pero al final casi a la h ora de com er sólo com pra dos tazas baratas y se las lleva él m ism o a casa. §419. T rabajadores p or cuenta propia. La literatura ofrece p o c o s d atos sobre los trab ajad o res p o r cuenta propia. Pero las inscripciones, en especial las que tratan sobre los grem ios (§420), nos dicen m ás. A p esar del aum en to de la m an o de o b ra esclava (§131) y la dism inución de la población italiana nativa (§129), seguía habiendo trabajadores p or cuenta propia cuyo núm ero aum entaba constantemente con la m an u ­ m isión de esclavos (§175). Trabajaban en com ercios, en trabajos pesados, en las ciudades o incluso en las granjas (§434). N o tenían las ventajas de algunos esclavos o li­ bertos, ya que dependían de su propio esfuerzo y no te­ nían un patrón que los respaldara y protegiera. Es difícil saber algo de los sueldos, pero no pueden haber sido m uy elevados. Los repartos gratuitos de trigo ayudaban a los pobres de Rom a, y el resto de su dieta consistía en verdura, fru­ ta y queso. C asi siem pre podían perm itirse un vino b a­ rato p ara m ezclarlo con agua (§298). C uando estaban casados, la m ujer ayudaba hilando y cosiendo en casa

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(§411). Vivian en un bloque de pisos barato, y en ese cli­ m a cálido no hacía falta calefacción. Vestían un a túnica basta (§268), y zapatos de m adera o sandalias baratas. Los juegos públicos servían de distracción en vacaciones y los b añ os eran baratos, cuando no gratuitos (§373). Los grem ios y asociaciones funerarias les proporciona­ ban vida social (§422), y se ocupaban de un funeral de­ cente cuando m orían (§475). §420. G rem ios. Los oficios en R om a estaban organi­ zados en grem ios o cofradías (collegia), aunque su obje­ tivo origin al era determ in ar la fo rm a ad ecu ad a de desem peñar y perfeccionar un oficio. Pero no h ab ía obs­ táculos o problem as p ara un trabajador que no pertene­ ciera a un grem io, ni h abía patentes o privilegios es­ peciales p a ra llevar a cabo el trab ajo de un a m an era determ inada. Los ocho grem ios m ás antiguos eran los peleteros, zapateros, carpinteros, orfebres, herreros del cobre, alfareros, tintoreros y flautistas. Todos rem onta­ ban su origen a tiem pos de N um a. D espués se crearon m ás a m edida que avanzaba el co­ nocim iento de las artes o la división del trabajo. Igual que ahora, h ab ía b a rrio s ocu p ad os m ayoritariam ente por ciertos oficios, y Cicerón habla de una calle donde viven los que elaboran guadañas. El uso de grem ios y asociacion es con un a fin alidad política a finales de la República llevó a la supresión de la mayoría, y desde en­ tonces se lim itó cuidadosam ente la form ación de otros nuevos. Sin em bargo, parece que no hubo restricciones para la form ación de las sociedades de enterram ientos descritas en el capítulo 14. §421. La mayor parte de la inform ación relacionada con los grem ios procede de inscripciones de época im ­ perial. Estas organizaciones eran diferentes de los gre-

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m íos m edievales y de los sindicatos actuales. N o había un sistem a de aprendices, y esas organizaciones no ser­ vían para reclam ar m ejores salarios o m ejores condicio­ nes de trabajo. La com petencia de la m ano de obra ser­ vil hacía innecesarias esas dem andas y en consecuencia no había huelgas. En general, los grem ios eran organiza­ ciones sociales para unir a hom bres dedicados al m ism o tipo de trabajo. Se aprecia un intento de especialización, ya que en época antigua sólo estaba la cofradía de los za­ pateros (sutores), m ientras que después cada fabricante de un tipo de calzado tenía su grupo independiente. Así, existían los calceolarii, los solearii, y otros tipos (§§250251). §422. Los grem ios ofrecían a los pobres la oportun i­ dad de vida social y estaban abiertos a libertos o incluso esclavos, a los que concedían la posibilidad de desem pe­ ñar un oficio y llevar sus asuntos de una form a que fue­ ra de ellos se les negaba. Igual que los pueblos (§456), cada cofradía tenía sus m agistrados, decuriones y plebe. Cuando había un reparto de dinero, cada m iem bro reci­ bía su parte proporcional de acuerdo con su rango den­ tro del gremio. C ada grem io tenía su patrón elegido p or su riqueza y generosidad. Celebraban reuniones en locales prop ios p ara com ­ partir fiestas o reuniones de negocios y, si el grem io era próspero o tenía la suerte de un patrón generoso, p odía tener en p ropiedad su propio local (schola). Tenían un arca o tesoro com ún que se llenaba con cuotas, ap orta­ ciones o m ultas. En las grandes festividades organizaban procesiones con sus estandartes. C ada grem io tenía su deidad tutelar y ritos religiosos com unes. A unque no fueran a la vez un a asociación funeraria, solían tener un lugar com ún p ara enterrar a sus m iem bros.

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§423. Libertos. Ya se ha descrito el proceso de m a­ num isión y la relación entre patrón y liberto (§175). N o se puede con ocer el núm ero de libertos en cu alquier época de la historia de Rom a, pero a finales de la Repú­ blica h abía crecido tan to que resultaba ya alarm ante. Augusto p u so ciertos límites m ediante la legislación. En cierto sentido, la m anum isión tuvo efectos positivos. La perspectiva hacía a los esclavos am biciosos y laboriosos. En la práctica el núm ero de trabajadores libres creció enormemente. Por otro lado, com o los esclavos procedían de todas las zonas del m undo (§136), un a siempre creciente p o ­ blación cosm opolita se añadía al cuerpo de ciudadanos, cada vez m ás em pobrecido y debilitado por las guerras civiles. Los griegos y orientales, inteligentes y trabajado­ res, tenían m ucho éxito al adaptarse a las condiciones de esclavitud y b u scan d o el cam in o hacia la libertad. La enorm e m ezcla de orientales cam bió el carácter de la pob lación libre en m uch os aspectos, y a peor, ya que esos nuevos ciudadanos no tenían las m ism as tradicio­ nes políticas que los italianos nativos, y no conocían ni com prendían las instituciones rom anas. Los libertos copaban m uchos comercios y profesiones (§413), sobre todo los despreciados p or los hom bres li­ bres. A lgun os estab an bien educad os y eran cultos (§143); m uchos eran expertos en algún oficio o trabajo aprendido durante la esclavitud (§144); m uchos se enri­ quecieron y, aunque a veces eran generosos y útiles para sus com u n id ad es, esos h om bres hechos a sí m ism o s, vulgares y ostentosos, que presum ían de su dinero, fue­ ron pasto enseguida de los escritores de sátiras. Petronio en su Banquete de Trimalción dejó en época de Nerón una brillante descripción de los libertos ricos y vulgares.

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

De todas form as, ni los libertos ni sus hijos podían al­ canzar u n a igualdad social real con los ciudadan os li­ bres. Los libertos llegaron a ser ricos y poderosos com o m agistrados de la corte im perial durante el siglo i d.C., d e se m p eñ an d o im p o rtan tes cargos a d m in istra tiv o s que después pasaron al orden ecuestre. §424. El «servicio civil». Los hom bres libres em plea­ dos com o ayudantes de los m agistrados eran mayoritariam ente libertini. Recibían un sueldo del Estado y, aun ­ que eran elegidos sólo por un año, solían m antener sus pu estos m ien tras tuvieran un bu en co m p ortam ien to. Esto era debido a la brevedad del plazo de los m agistra­ dos regulares y a la rareza de resultar reelegido. La inex­ perien cia de los m ag istrad o s h acía m u y n ecesaria la existencia de ayudantes experim entados y bien entrena­ dos. La clase m ás elevada de estos m agistrados form aba un ordo, los scribae, con una labor m ucho m ás im p or­ tante de lo que su nom bre lleva a pensar. Estos secreta­ rio s se en cargaban de llevar los archivos, y actu ab an com o los actuales secretarios, jefes de departam ento, au­ ditores, controladores, recopiladores y contables, hasta llegar a oficinistas y copistas. Por debajo estaban otros m en os resp etad os pero tam bién n ecesarios, com o los lictores, m en sajero s... Los servidores civiles tenían luga­ res reservados en el teatro y el circo. Eran puestos m uy dem andados, com o lo son ahora en Francia, p or ejem ­ plo. Se dice que H oracio fue un oficinista del departa­ m ento del tesoro. §425. El día de un rom ano. El día de un rom ano de­ pendía de su posición y ocupación, y variaba m ucho se­ gún las personas y el día en particular. La rutina de un hom bre de clase alta, que aparece con frecuencia en tex­ tos literarios, sería m ás o m enos así.

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• Se levantaba tem prano por la m añana, antes de salir el sol. » Después de un desayuno frugal (§302), dedicaba al­ gún tiem po en casa a sus asuntos privados, supervi­ saba las cuentas, consultaba a sus secretarios, dictaba órdenes, etc. Cicerón y Plinio el Viejo consideraban estas horas p or la m añana las m ejores para su activi­ dad literaria. H oracio habla de abogados que daban consejos gratis a las tres de la m añana. • D espués de despach ar estos asun tos priv ado s, el hom bre ocupaba su lugar en el atrium (§198) para la salutatio (§182), cuando sus clientes iban a presen­ tarle sus respetos o a pedirle la ayuda o el consejo que estaba obligado a prestarles (§179). Sin em bar­ go, todos estos asuntos m atutinos podían soslayarse, si el hom bre estaba invitado a una boda (§79), pre­ senciaba el rito de im posición de un nom bre a un niño (§97) o actuaba com o testigo en el rito de paso a la edad adulta del hijo de un amigo, ya que estos actos sem ipúblicos tenían lugar por la mañana. • D esp u és de éstas, el h om bre se d irigía al Foro, acom pañado p or sus clientes y portado en un a lite­ ra (§151), con su nomenclator (§151) al lado. Con la tercera h ora com enzaban los asuntos en los tribu­ nales o el Senado, que podían continuar h asta la no­ vena o décim a hora. Las reuniones del Senado ter­ m inaban a la puesta del sol. • Excepto en ocasiones especiales, a las once de la m a­ ñana todos los asuntos estaban concluidos, y a esa hora se tom aba la com ida (§302). §426. D espués venía la siesta del m ediodía (m eridia­ tio; §302), tan general que las calles estaban tan desiertas

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com o a m edianoche. Un escritor rom ano considera ésta la hora m ás apta para las historias de fantasm as. Durante las festividades públicas no había sesiones en los tribunales ni reuniones del Senado. Esos días las h o ­ ras que se dedicaban a los negocios eran utilizadas en el teatro, el circo u otros juegos. Sin em bargo, en realidad algunos rom an os de la clase alta evitaban esas activida­ des, excepto si estaban relacion ados con ellas oficial­ mente, y m uchos preferían pasar las vacaciones visitan­ do sus fincas en el cam po. D espués de la siesta, que duraba una hora o algo m ás, el rom ano se disponía p ara su ejercicio atlético diario y para el baño, en el Cam pus (§317), en el Tiber (§317) o en algún establecimiento de baños públicos (§365). D es­ pués del baño, venía la relajación (§377) o un paseo por los edificios públicos p ara charlar con los am igos, para escuchar las últim as noticias, p ara consultar a los socios en los negocios, igual que ahora hace la gente en los b a­ res. D esp u és venía el gran acon tecim iento del día, la cena (§303) en casa o en casa de un am igo, y al term inar inm ediatam ente se iba a dormir. Incluso en los días pasados en el cam po, este p rogra­ m a apenas cam biaba, y el rom ano, en la m edida de lo posible, se llevaba a las provincias las costum bres de su vida en casa. §427. H o ras del día. Las horas de sol se dividían en doce porciones (horae); cada un a era la doceava parte del tiem po tran scurrido entre la salida y la puesta del sol, y su duración variaba según la estación del año. La siguiente tabla m uestra las posibles variaciones. El p ri­ m er núm ero indica las horas de sol (la duración de un día), y el segundo, la duración de una hora.

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11. FUENTES DE INGRESOS Y MEDIOS DE VIDA. LA VIDA DEL ROMANO

23 diciembre 25 junio 6 febrero 10 agosto 23 marzo 25 septiembre 9 mayo 9 noviembre

8 horas 54 minutos 15 horas 6 minutos 9 horas 50 minutos 14 horas 10 minutos 12 horas 00 minutos 12 horas 00 minutos 14 horas 10 minutos 9 horas 50 minutos

44 minutos 30 segundos 1 hora 15 minutos 30 segundos 49 minutos 10 segundos 1 hora 10 minutos 50 segundos 1 hora 00 minutos 00 segundos 1 hora 00 minutos 00 segundos 1 hora 10 minutos 50 segundos 49 minutos 10 segundos

§428. El 25 de ju n io y el 23 de diciem bre son los días m ás largo y m ás corto del año, de m anera que en verano e invierno queda la siguiente tabla de duración de las horas.

Estación

Verano

Invierno

Salida

4,27 horas

7,33 horas

1.a Hora 2.a Hora 3.a Hora 4.a Hora 5.a Hora 6.a Hora 7.a Hora 8.a Hora 9.a Hora 10.a Hora 11.a Hora 12.a Hora

5,42 horas 6,58 horas 8,13 horas 9,29 horas 10,44 horas 12,00 horas 13,15 horas 14,31 horas 15,46 horas 17,02 horas 18,17 horas 19,33 horas

8,17 horas 9,02 horas 9,46 horas 10,31 horas 11,15 horas 12,00 horas 12,44 horas 13,29 horas 14,13 horas 14,58 horas 15,42 horas 16,27 horas

Se pueden calcular de la m ism a m anera las h oras para cualquier día, si se conocen la duración del día y la hora del amanecer, pero en la práctica servirá la coplilla.

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

The English hour you may fix, If to the Latin you add six. La hora inglesa fijaréis, si a la latina añadís seis. Cuando la hora latina es m ayor de seis, será m ás con­ veniente restar que sum ar seis.

Referencias: Eriedländer, I, 98-206; Sabajondys, Companion, 202-208, 358362; Blümner, 372-385, 589-656; Marquardt, 607-634; Jones, 316-337; Pauly-Wissowa, en collegium; Harper’s, en commerce, collegium; Daremberg-Saglio, en collegium, mercatura; Smith, en mercatura, collegia y otros términos latinos; Mau-Kelsey, 383-404; Fowler, Social Life, 24-134, 263-284; Dill, 100-195, 251-286; Abbott, The Common People, 205-234; Waltzing; Frank, An Economic History, 219-345; Rostovtzeff, 38-74, 75100, 101-124; McDaniel, 106-140; Showerman, 137-147, 225233, 234-250, 251-266; Davis; Charlesworth; Knapp, «Roman Business Life as Seen in Horace», The Classical Journal, 3 (1907), 111-122.

12. Granjas y vida en el campo

§429. A p arte de esp o rád icas referencias literarias, nuestras fuentes de inform ación sobre la agricultura in­ cluyen tratad o s sobre la m ateria, com o el de C atón el Viejo, del siglo π a.C. D e comienzos de nuestra era da­ tan las obras de Varrón y Virgilio, y del siglo i d.C . tene­ m os los de Colum ela y Plinio el Viejo, aparte de Paladio en el siglo iv d.C. A lgunas obras artísticas reflejan los utensilios utilizados. Las excavaciones han sacad o a la luz algunas villas del m undo rom ano y se han encontra­ do fragm entos de utensilios metálicos. §430. La agricu ltu ra era la ocu p ació n de la Italia prim itiva. Su enorm e influencia se aprecia en la gran cantidad de festividades rurales. A los rom anos siempre les interesó m ás la agricultura que el comercio. L a agri­ cultura era la o cu p ació n p ro p ia de la clase sen atorial (§404). Los autores de todas las épocas siempre recorda­ ban con nostalgia la época en que un cam pesino rom a­ no cultivaba su propia parcela con uno o dos esclavos y cuando se n om brab a un dictador y tenía que dejar su arado para ir a la guerra. 333

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

§431. Ya se ha dicho algo (§272) sobre las diferentes condiciones climatológicas y geográficas de Italia y sobre la posibilidad de una producción variada. En cuanto a la producción agrícola, en el valle del Po había suelo fértil procedente de los aluviones del río. La ceniza volcánica que form aba la llanura del Lacio ofrecía un suelo rico en potasio y fosfatos, pero la capa superficial era m uy fina y enseguida se agotó. Sobre las llanuras y colinas sin árboles durante siglos crecieron grandes bosques. La tala de esos bosques favoreció la erosión y volvió baldía gran parte de esa tierra. La falta de bosques sobre las colinas para rete­ ner la hum edad afectó a las estaciones de las zonas bajas. §432. El cam pesino ideal. Catón describe la com pra de una hacienda (fundus) y aconseja que tenga estas ca­ racterísticas: • Situada al pie de u n a colina orientada hacia el sur. • En un a localidad saludable y con un buen sum inis­ tro de agua. • Con suelo bueno, rico y no dem asiado pesado. • La tierra no llana del todo, ya que eso dificultaba el drenaje. • Situada en un vecindario próspero cerca de un buen m ercado local. • C on una buena calzada, cuando no a la orilla de un río o del mar. • En buenas condiciones y con buenos edificios. • C on posibilidad de m ano de obra local para contra­ tar durante la cosecha o para trabajos suplem enta­ rios en otras épocas del año. • R eco m en d aba u n a h acien da de u n o s 240 iu gera1 apropiada p ara una explotación diversificada. 1. Una iugerum o yugada equivale a 50 fanegas o 32 hectáreas.

12. GRANJAS Y VIDA EN EL CAMPO

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Cuando Plinio el Joven habla sobre la tierra adjunta, añade adem ás: «Las haciendas son productivas, el suelo rico, el agu a abundante; se incluyen pastos, viñ ed os y m adera, p ara lograr un aprovechamiento regular duran­ te todo el añ o». C om enta el ahorro que supone la con­ centración de grandes propiedades (latifundia) en equi­ pam iento, supervisión y m ano de obra cualificada. Las fincas a pequ eñ a escala dan m en os beneficios (§434). Sin em bargo, ser el dueño de m ucha tierra en la m ism a zona supone el riesgo de los m ism os peligros clim áticos. §433. Pequeñas granjas. La vida de una granja antes del año 200 a.C. es bastante tradicional. Las prim eras granjas eran m uy pequeñas, de unos dos iugera. No es fácil que se pudiera m antener un a fam ilia con ella, a no ser que gozaran de derechos sobre la tierra com unitaria. A veces se m encionan haciendas de siete iugera, proce­ dentes de asignaciones de tierra pública en el añ o 393 a.C. Esa finca la p od ía trabajar el dueño con un hom bre contratado o con un par de esclavos. Las casas se agru­ paban en aldeas, y los hom bres salían a trab ajar cada día. Así, la vida del granjero no era tan solitaria com o al­ gunos decían. C on el trab ajo a m ano y herram ientas sencillas los rom anos explotaban las haciendas de form a intensiva y a veces cultivaban verduras. §434. Varias condiciones favorecieron la reducción en el núm ero de haciendas pequeñas y el incremento de grandes extensiones de tierra (latifundia). 1. M uchos pequeños agricultores tuvieron que aban­ donar sus tierras después de la devastación de Ita­ lia por parte de Aníbal. 2. El núm ero de m uertos hizo descender la m an o de obra libre.

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3. Los ciudadanos ricos com praron o arrendaron al Estado grandes extensiones p ara cultivarlas con es­ clavos. 4. El pequeño agricultor tenía cada vez m ás com pe­ tencia (§129) y al final la im p ortación de grano hizo que el trigo italiano no fuera rentable (§282). 5. El agotam iento del suelo en el Lacio obligó al agri­ cultor a abandonar su actividad, m ientras los ricos terratenientes p o d ían perm itirse p lan tar viñ as u olivos o dedicar grandes extensiones al pasto y es­ perar a que su inversión com enzara a dar benefi­ cios. Sin em bargo, en algunas zonas de Italia, sobre todo en zonas rem otas o m ontañosas, las granjas siguieron fun­ cionando en todas las épocas. Los latifundia eran regu­ larm ente explotados p o r esclavos bajo el m ando de un vilicus (§145). Los agricultores en arriendo (coloni) son escasos durante la República, pero aum entaron después. H oracio tenía a cinco agricultores en arriendo p ara su hacienda sabina; el resto lo trabajaba él a través de su vi­ licus. El trabajador libre no desapareció del todo, ya que en ocasiones hacía falta contratar m ano de obra extra. §435. D ren aje y vallado. La tierra se drenaba con cuidado. En suelos pesados se usaban zanjas abiertas al aire; en suelos m ás ligeros, otras cubiertas. Las zanjas cubiertas se llenaban la m itad con piedras, grava o m a ­ leza, p ara acabar siendo com pletadas h asta arriba con tierra. Por los cam pos se dejaban surcos abiertos p ara que el agua cayera en las zanjas. Un buen drenaje p ro ­ ducía cam pos fértiles en zonas que ahora son m arjales, donde la gente no puede trabajar o vivir a causa de la m alaria.

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Por otro lado, la econom ía hídrica, la construcción de acueductos, presas y cisternas, hizo productiva la tierra en África, donde se han descubierto ruinas rom anas so­ bre un desierto de arena. §436. H abía cuatro tipos de vallados: 1. Setos o líneas de estacas con arbustos entrelazados. 2. Postes con agu jeros p a ra los elem entos que los unían. 3. La «b arrera m ilitar» con una zanja y u n a eleva­ ción. 4. Paredes de piedra o ladrillo cocido o secado al sol, o de horm igón. A lo largo de las calzadas y en las líneas que lim itaban la propiedad se solían plantar árboles y tam bién vallas a veces com o cortavientos. §437. A rado y abonado. Catón considera las dos re­ glas del buen agricultor arar bien y después abonar bien. El estiércol se alm acenaba en m ontones, con el antiguo y el nuevo p o r separado. Los autores antiguos recom enda­ ban que, cuando no se guardaba el ganado, el granjero form ara un m ontón de restos orgánicos como el utiliza­ do ahora con el huerto, con las h ojas apiladas, con la m ala hierba y cosas parecidas, con las cenizas proceden­ tes de quem ar los recortes del seto u otros rastrojos que no se descom ponen con facilidad. Los rom an os cono­ cían el abono verde y, aunque desconocían las bacterias que fijan el nitrógeno, plantaban legum bres y verduras arándolas p or debajo. También sabían com probar el n i­ vel de acidez del suelo sin papel tornasol. §438. El arado (aratra) era pequeño y ligero. Algu­ nos eran de m etal y otros de m adera. Arados de m adera

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se utilizan aún hoy en Italia cuando la superficie del sue­ lo es delgada y ligera, y la tierra rocosa. A lgunos arados eran rectos y otros curvos. El trabajo m ás duro se reali­ zaba con el arado recto. El cam po recibía dos aradas, la p rim era con el arado sosten ido en recto y la segun da con el arado en oblicuo. El arado m odern o realiza los dos m ovim ientos de tierra de una sola vez. C om o tiro se utilizaban bueyes, y los 40 m etros que p od ía trabajar un buey sin descansar eran una m edida de tierra tradicio­ nal. Los surcos se trazaban próxim os entre sí, y la tierra se rem ovía h asta quedar fina y suelta. La buena arada no dejaba ninguna señal del instrum ento en la tierra. Plinio el Joven habla de cam pos que debían ser arados nueve veces. §439. Calendario. El conocim iento tradicional de la astro n o m ía era im p ortan te p ara el cam p esin o, com o base para el calendario de las operaciones. Las estacio­ nes se fijaban m ediante las posiciones de las estrellas y constelaciones, y el ascenso y descenso helíacos de algu­ nas estrellas determ inaban incluso el día exacto en que com enzaba una estación. Este hecho era especialm ente im portante p or la confusión que reinaba en el calenda­ rio hasta la regulación de César. §440. U ten silios agrícolas. Ya se ha hablado de los esclavos agrícolas (familia rustica) y de su trabajo (§§145146). En las grandes haciendas había artesanos especiali­ zados p ara cada trabajo. A veces el pequeño agricultor los alquilaba a su vecino, si hacía falta. Las herram ientas incluían azadas, rastrillos, palas y horquillas. Tam bién cuchillos de podar, hoces, guadañas y otros utensilios. Ya se h a m encionado el arado (§438), y existían form as prim itivas p a ra escarificar. En las haciendas don de se producía uva y aceitunas había tam bién prensas y gran-

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des recipientes p ara guardar el m osto com o parte del equipamiento. §441. C osech as. El cam pesin o rom an o sab ía algo de la selección de las semillas y practicaba la rotación de cultivos. Prim ero trigo, y después centeno, cebada y ave­ na. El segundo o el cuarto año pod ía plantar ju d ías o guisantes, a veces trabajando la tierra p or debajo de las verduras, com o se ha dicho (§437), o bien alfalfa. La al­ falfa (medica) estaba bien establecida en Italia antes de nuestra era. Según Plinio el Viejo, llegó desde Grecia y allí desde Asia. En ocasiones se dejaba en barbecho el se­ gundo o tercer año, o bien en el año anterior a la siem ­ bra del trigo. En ese caso la tierra se cultivaba en prim a­ vera, en verano y en otoño. §442. C atón da una lista de cosechas en orden de im portancia en su tiem po: viña, verduras, adelfas, oli­ vos, prados, cereales, m adera, huertos y roble. Es curio­ so que los cereales ocupen la sexta posición (§282). El tran spo rte tam bién era un factor im p ortan te, ya que el traslado de los cereales era difícil y caro, y resultaba m ás barato im portarlo desde las provincias por mar. Se ha descrito con detalle el cultivo de la viña, así com o el de la aceituna y los procesos asociados a ella (§§289-292, §§293-298) §443. L as verdu ras p rod u cid as p o r los ro m an o s eran im portantes en su dieta (§275). Solían producirse las m ás com unes p ara consum o interno, con hierbas se­ gún las estaciones, y para remedios caseros (§414), y flores para guirnaldas, que no se utilizaban p ara los banquetes, a no ser que la granja estuviera junto a un pueblo y se criaran para su venta. Sólo se aprovechaban p ara engala­ nar el hogar en honor de los dioses tutelares los días de fiesta (§492). Cerca de los pueblos los cultivos de huerta

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daban beneficios en el m ercado, y tam bién se producían verduras, frutas y flores. En época antigua cada casa te­ nía su jardín o huerta, y en Pompeya se han encontrado algun os in clu so en casas dentro de gran d es ciudades (§§202, 208). §444. El trigo se cosechaba en otoño (§282) y se cul­ tivaba a m an o con la azada en primavera. En la época de la cosecha se segaba a m ano. A veces los segadores lo cortaban hasta el suelo y después las gavillas se apilaban sin la espiga p ara la trilla. Otras veces cortaban las espi­ gas prim ero y después el tallo. Había un tipo sim ple de trillo tirado por un buey, pero era necesario un terreno llano. La trilla se realizaba a m ano; el trigo era pisado p or el ganado o golpeado con una m áquina. Se aventaba a m ano sacudiéndolo en cestas o mediantes palas, para que la paja se separara del trigo. §445. Las adelfas y ju n cos se plantaban en lugares húm edos. Las adelfas servían para hacer cestas, cuerdas para las viñ as u otros propósitos agrícolas. L a m adera ofrecía un fuego ráp id o y cálido en la cocina. V irgilio conocía la adelfa com o planta p ara seto, y los brotes les gustaban a las abejas. La p alab ra arbustum , trad u cid a com o «huerto», se refiere a filas regulares de árboles, ol­ m os, encinas, higueras o m oreras, que se plantaban para proteger las viñas (§295), con hierba, alfalfa o verduras entre ellas. Los cerdos com ían en las zonas con robles para alim entarse con las bellotas. §446. V arrón aco n sejab a gu ard ar el gan ad o y las aves de caza en las granjas. Los bueyes se utilizaban en el cultivo (§438), aunque era un trabajo lento, pero la cría de ganado producía leche, queso y carne (§§277, 281). Las ovejas eran útiles p o r su lana, que trab ajab an las m ujeres, así co m o p o r la leche, el queso y la carne

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(§281). C uando se producían aceitunas el ganado podía comer la hierba de los huertos. Cuando los pastos de las tierras bajas se secaban, el ganado era llevado a las coli­ nas. Las cabras daban leche. El cerdo tam bién era im ­ portante (§278), aunque los rom anos en general com ían m enos carne que ahora (§273). En la granja tam bién ha­ bía aves de corral. C atón asigna a la vilica la tarea de re­ coger sus huevos. A parte de pollos, gansos, p atos y p a­ vos, h ab ía p alo m as, zorzales, pavos reales y otras aves para el m ercado. Tam bién se criaban anim ales para la caza en las ha­ ciendas grandes (§279). Las abejas daban su m iel, utili­ zada en lugar del actual azúcar (§281). §447. Edificios en el cam po. La casa de cam po (villa rustica) se construía p a ra su uso. No sólo estaba la casa, tam bién los edificios con todo lo necesario p ara la ex­ plotación agrícola en un recinto (cohors), siguiendo ge­ neralmente un plan regular. Se han descubierto algunas en Pompeya y en otras zonas del m undo rom ano. Varia­ ban según el tam añ o y las necesidades de la granja, la ub icación y el gu sto o n ecesidades del p rop ietario. Cuando el cam pesino cultivaba su propia parcela, eran pequeñ as y sencillas. En las grandes haciendas la villa incluía alojam ien tos p ara uso del p ropietario cuan do hacía visitas de inspección o p ara descansar. C atón reco­ m ienda que el alojam iento del dueño sea cóm odo, por si el propietario p asa largas tem poradas allí, y C olum ela añade que tam bién debía ser del agrado de la señora. La habitación del vilicus debe estar cerca de la puerta, p ara que p u e d a vigilar las en trad as y salidas. A parte, tam bién h abía viviendas para los esclavos (cellae fam i­ liae), y un calabozo (ergastulum), en parte bajo tierra y con las puertas con barrotes, p o r si hubiera esclavos car­

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gados con cadenas (§170). La cocina era grande y los es­ clavos desayunaban allí por la m añana o se reunían en ese lugar después del trabajo, si acaso no había una zona exclusiva para los sirvientes, com o aconseja Varrón. Vi­ truvio dice que el baño debería estar cerca de la cocina (§203), com o sucedía en algunas villas cerca de Pom pe­ ya. La zona de la prensa y los almacenes p ara el vino de­ bían estar orientados hacia el norte, y las salas p ara el aceite, hacia el sur. H abía zonas p ara las herram ientas y para los carros, y V arrón co m en ta que algun o s cam p esin os ten ían que guardar bajo techo sus utensilios a toda prisa. También había establos, un granero y cualquier otro elem ento ne­ cesario para cada granja particular. Solía haber una p is­ cina o b alsa, y si no m an aban fuentes o m an an tiales, tam bién cisternas p ara recoger el agua de lluvia. Cuando la villa estaba bien ubicada o cerca de una calzada con abundante tránsito, una parte de ella se utilizaba com o taberna o tienda p ara vender vino. §448. C asas de cam po. Ya se ha com entado que h a­ bía casas de cam po de dos tipos: las de recreo y las gran ­ ja s p ara obtener beneficios. En el prim er caso, la casa (villa urbana, o pseudourbana), la disposición de las h a­ bitaciones y alojam ientos, su núm ero y decoración de­ pen dían com pletam en te del gusto y p o sib ilid ad es del propietario. Se han encontrado restos de ese tipo de ca­ sas en m uchos lugares, o la literatura proporciona des­ cripciones de otras, sobre todo las de dos casas de Plinio el Joven. A lgunas se erigían sobre las colinas p ara ser frescas en verano y tam bién cerca del mar. En ese caso las habitaciones se abrían hacia el agua, y en Bayas, un lugar de recreo en la costa, las villas se construían en sa­ lientes para tener vistas al mar. Cicerón, que no se consi­

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d eraba un h om bre rico, tenía seis villas en diferentes localidades. H ay que tener en cuenta que entonces no existían los hoteles com o ahora, de m an era que cuando uno quería huir de la ciudad p ara descansar de­ bía alojarse en una casa propia o en la de un am igo. §449. Vitruvio com enta que en las casas de cam po el peristilo solía estar al lado de la puerta principal. Des­ pués estaba el atrio, rodeado p or colum nas que se abrían hacia la palestra o a zonas de paseo. En esas casas había todo tipo de habitaciones para cualquier ocasión o esta­ ción del año, con bañ os, bibliotecas, paseos cubiertos, jardines y cualquier elemento que ayudara al placer. Las h abitacion es y colum n atas que se utilizaban en verano estaban orientadas hacia el norte, y las de uso en invierno estaban proyectadas para captar la luz del sol. A la h ora de distribuir las habitaciones y sus venta­ nas, se tenían en cuenta vistas o panorám icas atractivas. §450. Jardines. A com ienzos de nuestra era la nece­ sidad de grandes extensiones de terreno de recreo en las grandes haciendas y la superficie no utilizada en los cul­ tivos (§145) eran un tópico literario. Los jardines supo­ nían un a parte im portan te en las fincas en el cam po. Tenían una estructura arquitectónica, form an do líneas rectas o curvas regulares. El xystus era un parterre con grupos de flores arreglados y dispuestos form ando dise­ ños geom étricos, y rodeados p o r un reborde de boj o de romero. Las flores favoritas eran la rosa (rosa) - e n capu­ llos, adam asquinada y otras-, los lirios (lilia) y las viole­ tas (violae), aunque las violae parece que incluían los alhelíes. §451. H ab ía hippodrom us p ara con ducir carros y m ontar a caballo y gestationes para pasear o ser llevado en lectica. El árbol p ara som bra favorito era el plátano

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(§295). Las colum natas o setos recortados tam bién p ro ­ tegían del sol y el viento. En las casas de jardín se bu sca­ b an b u en as p an o rám icas e incluían triclinia (§ 204). Cuando lo p erm itía el sum inistro de agua había p isci­ nas, fuentes y canales; los jardines aterrazados en las fal­ das de las colinas perm itían utilizar el agua cuando caía de un nivel a otro. Las viñas form aban parras o cenado­ res (pergulae). La hiedra se enredaba en enrejados, pare­ des o árboles gracias al trabajo del topiarius, un experto en enredarlas en setos de bo j, m irto o ciprés. Tam bién debía saber recortar el boj en form as sim étricas o fantás­ ticas, trabajo que aún se denom ina «topiario». §452. Aunque en verano los jardines tenían m enos colorido o variedad en las flores y los arbustos que en los nuestros, causaban un m ayor efecto durante todo el año, por su cuidadoso diseño, el uso de plantas peren­ nes, el agua, las estatuas y detalles arquitectónicos per­ m anentes. El arte de la jardinería rom an a se recuperó durante el R enacim iento. Se aprecia en algun as villas italianas renacentistas, cuyos paisajes y decoración aún son im itadados hoy día p or jardineros y arquitectos. §453. V ida en el cam po. Se sabe poco sobre la vida del p equ eñ o cam pesin o. Poetas an tiguos y m od ern os han com puesto retratos literarios idílicos sobre su vida, cuando la gente aún vivía y trabajaba com o en los heroi­ cos días del pasado. Probablem ente el cam pesino traba­ jaba m ucho los siete días de la sem ana e iba al m ercado en los días establecidos (nundinae) p ara vender sus p ro ­ ductos, ver a los am igos y escuchar las noticias. Su espo­ sa cuidaba de la casa y la familia, supervisando el trabajo de los esclavos. Los festivales rurales añadían color a la vida del cam pesino, ya que la antigua religión nació y se conservó durante m ás tiem po en el campo.

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§454. La literatu ra p rop orcion a m ás in form ación sobre los propietarios de grandes haciendas. C atón hace una lista de sus obligaciones al llegar a su finca: saluda a sus dioses dom ésticos, recorre la hacienda antes de reci­ bir el inform e del vilicus, com enta lo necesario con él, da las órdenes necesarias, supervisa las cuentas y hace pla­ nes para vender su producción o cualquier posible exce­ dente en las cercanías (§159). Plinio el Joven se queja del tiem po que ha de ocupar en esos m enesteres, tiem po que no puede dedicar a la li­ teratura. A unque el ocupado hom bre de la ciudad huía al cam p o p a ra escap ar de su s obligacion es sociales (§426) o p ara descansar de su trabajo, en las villas tam ­ bién tenía su vida social, que en ocasiones tu rbaba su tranquilidad. La rutina diaria com portaba el ejercicio, el b añ o y la cena, com o en la ciudad. A dem ás ten ía que cam inar, m ontar o ir en carro p o r la finca. Él y sus invitados p o ­ dían tam bién pescar o cazar. Y los invitados eran num e­ rosos, ya que la escasez de buenas p osadas hacía de la hospitalidad una obligación constante (§338).

Referencias: Blümner, 67-89, 533-589; Sandys, Companion, 66-84, 211-217; Daremberg-Saglio, en rustica res, villa, hortus; Smith, Walters, Harper’s, en agricultura, hortus, villa; Pauly-Wissowa, en Ackerbau, Gartenbau, Gemüsebau, Getreide; Cagnat-Chapot, II, 295-308; Friedländer, II, 193-202; Mau-Kelsey, 355-366; Jones, 170-184, 304-315; Showerman, 251-266. Véanse también Heitland, 131-335; Frank, An Economic History, 1-15, 55-68, 96-107, 219-274; Rostovtzeff, 180-194; «The Crooked Plow», de Farfax Harrison, The Classical Journal, 11 (1916), 323-332. Roman Farm Management; Tänzer.

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§455. La literatura habla poco de la vida en los p ue­ blos del cam po (municipia), y es curioso porque la m a ­ yoría de los escritores no habían nacido en R om a, sino que procedían de los municipia de Italia o las provincias. La inform ación procede sobre todo de inscripciones de los ciudadanos de esas poblaciones y de las excavacio­ nes. Estos restos datan sobre todo de época im perial y se han descubierto en Italia y en las provincias. §456. G obierno de la ciudad. Las poblaciones en su m ayor parte se autogobernaban. Se han encontrado al­ gunos- estatutos o leyes locales. Los m agistrados se ele­ gían por voto popu lar y las pintadas en las paredes de Pompeya indican que todas las clases sociales m ostraban gran interés en las elecciones. Pero esto no significa que los órganos m unicipales funcionaran de form a d em o­ crática. Las clases sociales estaban separadas p o r fronte­ ras m uy claras. Los candidatos a una m agistratura debían pertenecer a un grupo elegible para los cargos en las instituçictnes m unicipales (curia); p ara ello se necesitaba una cualifi346

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cación adecuada. D ebían ser libres desde su nacim iento, gozar de buena reputación y no ocuparse en negocios deshonrosos. Los m agistrados no cobraban a cam bio de su actuación. A dem ás se supon ía que cada m agistrado pagaba una especie de cuota (honorarium) al ser elegido, y hacía regalos de cierta entidad en beneficio de sus ciu­ dadanos y p ara embellecer la ciudad. Igual que los gran­ des m agistrados de Rom a, en las ciudades tenían dere­ cho a la toga praetexta, la silla curul, la escolta de lictores y asientos especiales en los juegos públicos. §457. G obierno m unicipal. La curia, o adm inistra­ ción m un icip al, co n sistía en cien m iem bros (decurio­ nes), incluyendo los ex m agistrados. D ebían satisfacer algunos requisitos y gozaban de ciertos privilegios. R equisitos

Privilegios

• V einticinco añ os co m o m ínim o. • Poseer las p ro p ied ad es m ínim as requeridas. • Ser libres p or nacimiento.

• L o s m ejores lu gares en los juegos. • Bisellia (asiento p a ra dos personas; §355). • A gua de la ciu d ad g ra­ tuita, según parece. • Porción mayor que el res­ to de la gente en espec­ táculos públicos o distri­ bución de dinero.

Posiblem ente cuando ingresaban en la curia pagaban una cuota y se esperaba que ofrecieran generosos regalos en beneficio de su ciudad. §458. Equites. Los m iem bros del orden ecuestre for­ m aban la aristocracia en los municipia com o hacían los

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nobles en Rom a. Entre ellos destacaban los oficiales del ejército retirados, a veces tribunos, aunque m ás frecuen­ tem ente centuriones retirados con rango ecuestre, en particular los prim ipilarii, hom bres que habían llegado a ser los prim eros centuriones en sus legiones. Esos h o m ­ bres regresaban a su pueblo (patria) com o grandes hé­ roes o bien se instalaban en las provincias donde habían servido (§416). En uno u otro caso se han conservado inscripciones que recuerdan sus actos militares o los beneficios presta­ dos a su localidad de origen. §459. A ugustales. Por debajo y separados de éstos estaban los hom bres libres ricos. No podían ser elegidos para los cargos públicos y locales, pero sí tenían la oporTüñiBad de prestar servicios y m ostrar su generosidad en la institución de los Augustales, un colegio sacerdotal en­ cargado prim ero del culto a A ugusto y después de los dem ás em peradores. C a d a añ o los decuriones elegían un g ru p o de seis hom bres (seviri) para encargarse de ese período. En las cerem onias públicas que dirigían podían llevar un anillo de oro com o el de los equites y una toga con reborde. Pagaban una cantidad al ser elegidos, costeaban los sa­ crificios necesarios y los decuriones com petían sanam en­ te para ofrecer m ejores regalos a su com unidad. §460. Plebs. D esp ués estaba la plebs, los ciu d ad a­ n os que no pod ían desem peñar las m agistraturas m u ­ nicipales y p o r debajo los libertos pobres. T rabajaban en las tien das y fo rm aban los m uchos grem ios de los que se han encontrado huellas en Pom peya, al igual que debía de suceder en otras ciudades (§420). A unque su trabajo fuera duro y su sueldo escaso, su vida no se li­ m itab a sólo a ejercer su profesión . Solían interesarse

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por la política m unicipal y esperaban de los m agistra­ dos que el aceite y el p an , los dos alim en tos básico s, fueran abundantes y no dem asiado caros en los m erca­ dos; esp e rab an en treten im ien to con lo s ju e g o s en el anfiteatro o el teatro e igualm ente banquetes gratuitos. Incluso las poblacion es pequeñas tenían sus b añ o s p ú ­ blicos, siem pre m uy baratos, en ocasiones incluso gra­ tuitos durante tem p orad as gracias a la generosidad de sus ciudadan os ricos (§372). §461. Edificios públicos. C on sus baños, teatro, an­ fiteatro, foros, basílicas, calles pavim entadas, puentes, acueductos, arcos y estatuas, cada ciudad estaba hecha sobre el m odelo de Rom a. La arquitectura de cada lugar era diferente. Así, las casas rom an as de Britania y Áfri­ ca eran diferentes de las de Pompeya (§186). Pero en los edificios y ob ras p ú b licas las ciudades eran rom an as, com o se puede ver fácilmente en todos los restos. Hay llamativos ejem plos en África, donde en época im perial los rom anos organizaron ciudades prósperas en regio­ nes que ahora son desérticas (§435). El orgullo cívico y la sana rivalidad entre las p o b la­ ciones vecinas se m anifestaban de form a particular en los espléndidos edificios y obras públicas. Se h a dicho que nunca hubo en el m undo m ás ciudades herm osas que d uran te el Im p e rio ro m an o d uran te el siglo iii d.C. Pero eso no sign ifica que los im p u e sto s m un icipales fueran elevados ni que el dinero procediera de lo s in­ gresos de las tierras o de las propiedades de la ciudad. La m ayor parte de la financiación p rocedía de la gene­ ro sid a d de la clase de lo s m a g istra d o s (§ § 4 5 6 -4 5 7 ). Tanto hom bres com o m ujeres donaban dinero con li­ beralidad, y de ello hay abundantes ejem plos atestigua­ dos:

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• El anfiteatro de Pom peya (§353) fue sufragado por dos hom bres que habían desem peñado una alta m a­ gistratura en la ciudad. • U na anciana decidida y distinguida, U m idia C u a­ dradla, ofreció un tem plo y un anfiteatro en Casino. • Entre los regalos ofrecidos por Plinio el Joven a su pueblo natal h abía u n a biblioteca con dinero p ara su m antenim iento (§402). Esos edificios solían dedicarse p or el m ecenas en una fiesta ofrecida a la com unidad, donde cada uno recibía su participación con arreglo a su rango (§456). H ay m u ­ chas inscripciones que recuerdan esas donaciones. En ocasiones com o agradecim iento la curia decidía erigir una estatua en honor del ciudadano, aunque a veces era él m ism o el que la pagaba de su bolsillo. §462. E scu elas. N o h ab ía edificios tan d estacados com o hoy (§120) para las escuelas, ni había im puestos para financiar la educación. H asta época tardía la educa­ ción fue un asunto privado. A veces los ricos hacían d o ­ naciones p ara educación, o tam bién para fines caritati­ vos. G racias a la in flu en cia rom an a, p o r Italia y las provincias se fueron estableciendo escuelas de enseñan­ za prim aria. Los centros m ás avanzados sólo se pueden encontrar en poblaciones m ás grandes o en ciudades. A com ienzos del siglo ii d.C. Plinio el Joven hizo un a im portante donación para abrir una escuela en su p u e ­ blo natal, C om o, p ara que los niños no tuvieran que irse a M ediolanum (M ilán). A favor de la educación de los niños en casa utilizaba los m ism os argum entos que p ara el establecimiento de m uchos institutos hoy en pueblos pequeñ os. A lgun os n iñ os eran enviados a R om a p ara gozar de m ejores escuelas o profesores m ás fam osos de

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los que pod ían perm itirse los pueblos del cam po o las provincias. A grícola consideraba el establecim iento de escuelas en Britania una im portante ayuda para reforzar la cohesión del territorio conquistado. §463. V id a de pueblo y de ciudad. Los n acidos en R om a siem pre se creyeron superiores a la gente del pue­ blo. Los escritores de sátiras solían com parar la tranqui­ la sencillez de la gente de cam po con el alboroto y vicio de la cosm opolita Rom a, Pero a pesar de ello m uchos se­ guían prefiriendo la com plicación y estrés de u n a gran ciudad con todas sus incom odidades antes que la tran­ quilidad y confort que sus ingresos les habrían p ro p o r­ cionado en un pueblo. N o hace falta decir que la vivien da y los alquileres eran m ás baratos en las pequeñas localidades. E ra posi­ ble vivir en un a casa agradable a cam bio del dinero que costaba un m inúsculo alojam iento en u n a de las grandes insulae de la ciudad. Se podían llevar túnica y sandalias en vez de la pesada y cara toga (§240) y zapatos (calcei; §251). La am plitud de intereses en un pueblo era menor, a m enudo dem asiado localista. Pero ofrecía una salida o cauce al orgullo cívico de los ciudadanos generosos, y se aprecia la com petencia p or alcanzar honores locales has­ ta la época tardía del Imperio.

Referencias: DiE, 196-250; Reid, 436-522; Abbott, Society and Politics, 3-21; Abbott, The Common People, 145-204; Mau-Kelsey, 485-508; Friedländer, Town Life; Abbott y Johnson, 56-68, 138-151, 197-231.

14. Lugares de enterramiento y ceremonias funerarias

§464. Im p ortan cia de los entierros. La im portancia de las cerem onias funerarias en Rom a se explica p or su v i­ sión sobre la vida futura. Pensaban que el alm a del di­ funto sólo descansaba si había sido sepultado bajo tierra de form a adecuada. H asta entonces vagaba p or la casa, desdichado y llevando la desdicha a los demás. Los ritos funerarios eran un a solem ne obligación religiosa, que revertía en la vida de los m iem bros de la fam ilia que se­ guían viviendo (§34). La fórm ula en latín, iusta facere, m uestra que estas m uestras de respeto eran considera­ das un derecho del m uerto. Cuando el cuerpo se perdía en el mar, o no se recupe­ raba por otro m otivo cualquiera, las cerem onias se reali­ zaban de igual form a y en ocasiones en honor del m uer­ to se erigía una tum ba vacía (cenotaphium). El rom ano estaba obligado a cum plir con esa obligación de form a cuidadosa, si se encontraba con el cadáver insepulto de un ciudadano, ya que todos los hom bres eran m iem bros de la com unidad hum ana. Cuando el cuerpo no p od ía ser sepultado, bastaba con derram ar sobre él tres p u ñ a­ 352

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dos de polvo; eso era suficiente para la cerem onia fu­ n eraria y p a ra la felicidad y descanso del esp íritu del muerto. §465. Inhum ación y crem ación. El uso m ás antiguo entre los rom an os era la inhum ación o enterramiento. Incluso cu an do la crem ación se hizo m ás general, era necesario sep u ltar cerem onialm ente u n a parte de los restos bajo tierra, generalm ente el hueso de u n dedo. Antes de la Ley de las D oce Tablas (451 a.C.) ya se prac­ ticaba la crem ación, m encionada allí jun to a la inhum a­ ción, aunque no se sabe cuándo comenzó esta costum ­ bre. Posiblem ente m otivos higiénicos favorecieron ese cam bio, que im plicaba la existencia de ciudades de un tam año considerable. En época de Augusto casi todos los cadáveres se inci­ neraban, aunque a lo largo de la historia la inhum ación siguió en uso al ser un procedim iento m ucho m ás eco­ nóm ico que la crem ación para las clases m ás pobres. Al­ gunos ricos o de fam ilias aristocráticas tam bién prefe­ rían m antenerse fieles a la antigua costum bre funeraria. Los C orn elios, p or ejem plo, siem pre enterraron a sus m uertos h asta que el dictador Cornelio Sila exigió que su cu erpo fu era in cin erad o ante el tem or de que sus enem igos desenterraran y deshonraran sus restos, igual que él había hecho con su adversario político M ario. Los niños de m enos de 40 días eran siempre sepultados, y en general tam bién los esclavos, cuyo entierro era costeado por su señor. C o n el cristianism o se volvió m ás a la in­ hum ación, en parte a causa del aum ento en el coste de la cremación. §466. Lugares de enterram iento. La Ley de las Doce Tablas prohibía la sepultura o crem ación de un cadáver dentro de los m uros de la ciudad. Los pobres eran ente-

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rrados en pueblos o aldeas fuera de las m urallas, pareci­ dos a los actuales cementerios. Los ricos hacían sus luga­ res de enterram iento tan espectaculares com o p o d ían perm itirse, con la esperanza de que las inscripciones so ­ bre los m onum entos m antuvieran vivos el nom bre y las virtudes del difunto, com o si el m uerto aún participara de la activa vida alrededor de su tum ba. Para ello, las calzadas que partían desde R om a estaban llenas a am bos lados durante kilóm etros de filas de tu m ­ bas m uy elaboradas y de la arquitectura m ás costosa. La Vía Apia, la calzada m ás antigua (§385), exhibía los m o ­ num entos de las fam ilias m ás nobles y antiguas, aunque los había en todas la carreteras. M uchas de esas tum bas aún se conservaban en el siglo xvi y algunas siguen en pie hoy. La costum bre tam bién se siguió en ciudades m ás pequeñas, y su im portancia se aprecia en la llam ada «Calle de las Tum bas» en las afueras de Pompeya. H abía otros lugares de enterram iento m enos conocidos y caros cerca de las ciudades, y en las granjas y haciendas ta m ­ bién existían zonas p ara personas m ás hum ildes. §467. L a s tu m b a s. Las tu m b as, ya fu era p a ra un cuerpo, para cenizas o am bos, tenían diferentes tam años y construcción según el propósito con el que fueron eri­ gidas. • Individuales, com o recordatorios públicos del d i­ funto donde descansaba su cuerpo. • Fam iliares, con capacidad p ara albergar a genera­ ciones de descendientes, con sus parientes e incluso los hospites (§§183-185) que habían m uerto lejos de su hogar y los libertos (§175). • A gran escala, obra de especuladores que vendían a buen precio espacio para algunas urnas a personas

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que no tenían dinero para erigir un a tum ba propia y no gozaban del apoyo de una fam ilia o u n a socie­ dad con lugar de enterramiento asignado (§19). Im itando esas estructuras, algunas sociedades funera­ rias de artesanos u otros hom bres generosos construían siguiendo el m ism o plan m ás tum bas, igual que finan­ ciaban la con stru cción de b añ os (§373) o bibliotecas (§402) m antenidas en beneficio de to d os los ciudad a­ nos. Se com entará algo de ese tipo de tum bas después de describir los lugares públicos de enterramiento. §468. El verted ero. D u ran te la R epública la zona este del E squilin o era el lugar donde se tiraban todos aquellos desperdicios que no eran arrastrad os p o r las cloacas. Allí tam bién estaban las fosas (puticuli) donde eran enterrados los pobres. Sólo eran agujeros en el sue­ lo, de unos cuatro m etros en cuadro, sin ningún revesti­ miento. Allí eran arrojados los cadáveres de los pobres sin am igos, y sobre ellos se tiraban los cuerpos de los anim ales m uertos, junto con la porquería y basura de las calles. L as fo sa s se d ejab an abiertas, sin cu brirlas in cluso cuando se llenaban, y el hedor y la m alsan a polu ción p ro d u cid a convertían la colina en un lugar a b so lu ta­ mente inhabitable. En época de Augusto el peligro sani­ tario de infecciones p a ra la ciudad se hizo tan grande que los basureros fueron trasladados m ás lejos. Entonces el Esquilino, con sus fosas y su suelo de una profundi­ dad de unos ocho m etros, fue convertido en un parque llam ado Horti Maecenatis. §469. Sin embargo, los ciudadanos rom anos no so­ lían acabar en el vertedero del Esquilino. De los libertos fieles se ocupaban sus patronos, los trabajadores pobres

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se agru paban en sociedades cooperativas m encionadas en otros lugares (§420, §467, §475) y los p ro letario s (§417) se salvaban de ese destino gracias a los m iem bros de su clase, sus patronos (§179) o la benevolencia de al­ gunos particulares. Sólo durante epidemias de peste u otras enferm edades se arrojaban a esas fosas los cadáveres de ciudadanos, al igual que después eran quem ados en m on ­ tones por razones sanitarias en las ciudades m odernas. Los m iles enterrados en el vertedero de R om a eran la chusm a del extranjero, esclavos abandonados (§156), las víctim as que m urieron en la arena (§362), crim inales proscritos y los cuerpos no identificados que ahora son sepultados a expensas públicas. Los condenados a m uer­ te no eran enterrados y sus cuerpos eran abandonados a los buitres y otros anim ales carroñeros en el m ism o lu­ gar de la ejecución cerca de la Puerta Esquilm a. §470. Plan o de las tu m bas y cem enterios. Las tu m ­ bas presentan grandes variaciones, pero las de época clá­ sica fueron concebidas com o un hogar para el m uerto, com o si todavía m antuviera algún contacto con los vi­ vos. Por eso, fuera p ara uno o varios cadáveres, la tu m ba tenía una habitación cerrada (sepulcrum), que constituía la parte m ás im portante. Se ha señalado, ya (§189) que incluso las urnas de época antigua tenían la form a de casa con una habitación. El suelo del sepulcrum solía es­ tar por debajo del nivel de la tierra circundante y allí se bajaba con alguna escalera. Alrededor de la base de las paredes corría un a plataform a elevada (podium ; §337, §357) donde se colocaban los ataúdes de los sepultados, m ientras que las urnas podían colocarse o sobre la p la­ taform a o en nichos excavados en la pared. A m enudo había un altar o capilla, donde se dejaban las ofrendas a los M anes de los que habían m uerto. Eran

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m uy habituales las lám paras y otros artículos a m o d o de m obiliario. Las paredes, suelos y techos estaban decora­ dos con el m ism o estilo que las casas (§220). D espués del entierro se solían dejar allí objetos que habían agra­ dado al d ifun to o que h abía utilizado en vid a en sus ocupaciones ordinarias, o se quem aban junto con el ca­ dáver en la p ira funeraria. Los rom anos se esforzaban en dar un aire de vida a la sala donde descansaba el m uerto. §471. El m o n u m en to se co n stru ía en un terreno todo lo am p lio que perm itieran los m ed ios del cons­ tructor, a veces con varias áreas de extensión. A llí se pensaba en la com odidad de los m iem bros de la fam ilia que seguían vivos, que debían visitar la tum ba de sus fa­ m iliares en algunas festividades religiosas de fo rm a re­ gular (§483). Aunque la tum ba fuera pequeña, siempre h abía un asiento o a veces un banco. En las m ás lujo­ sas h ab ía zon as cu biertas, árbo les o casas de verano. Tam bién com edores donde se celebraban las fiestas de aniversario, y a m enudo se m encionan ustrinae privados (lugares p ara incinerar los cadáveres). E ra habitual que cerca hubiera jardines, parques con árboles, flores, p o ­ zos, cisternas, fuentes o incluso una casa u otros edifi­ cios para acom odar a los esclavos y libertos que se en­ cargab an de su m an ten im ien to. Un p lan o de jard ín aparece en la ilustración de la p. 358. En el centro está el area, la zona de tierra in depen ­ diente para la tum ba, con varios edificios, entre los que hay un alm acén o granero (horreum ); alrededor de la tum ba hay m acizos de rosas y violetas utilizadas en festi­ vales (§483) y en torno a las flores parras enredadas (vi­ neolae). Enfrente estaba la terraza (solarium; §207), y en la zona posterior dos piscinas (piscinae) unidas al area p o r un p eq u eñ o canal, m ien tras que en la p a rte de

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Harundinetum

detrás hay m atas de arbus­ tos (harundinetum ). N o está claro para qué servía el granero, ya que no se p ro ­ ducía cereal en la p arcela, aun que quizá sea an terior al m om ento en que se con­ sagró la tierra. U na tu m ba Bosarium Viniola rodeada de m ayores exten­ - f t siones de tierra se denom i­ naba cepotaphium. Plano del terreno que §472. E x terio r de las rodeaba una tumba. tu m b as. Las fo rm as eran m uy variad as. E ran m uy com unes los m onum entos con form a de altar o templo, pero, tam bién los arcos recordatorios y los nichos. En Pom peya aparece varias veces un ban co sem icircu lar utilizado p ara conversar fuera de las puertas, cubierto o no. N o todas las tum bas tenían la cám ara sepulcral, y a veces los restos se d ep ositab an en el suelo debajo del m on um en to. En ese caso h abía un tubo o cañ ería de metal que unía el receptáculo con la superficie y a través de él se podían verter las ofrendas de vino o leche p ara los m uertos (§§474, 483). En la zona norte del Campus M artius Augusto se hizo construir un m au soleo p ara él y su fam ilia en el año 28 a.C. Era una enorme estructura circular de horm igón con la fachada de m árm ol o estuco. Encim a tenía un tú ­ m ulo de tierra donde se plantaron árboles y flores, con una estatua de Augusto en la cima. A los lados de la entra­ da colocaron las fam osas tablillas de bronce con la ins­ cripción de las Res Gestae, recordando su labor de gobier­ no. Las prim eras cenizas que reposaron allí fueron las del

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joven M arcelo en el año 28 a.C ., y las últim as, las del em perador N erva en el año 98 d.C. El m ausoleo fue sa­ queado p o r A larico en el año 419 d.C. E n la E d ad M e­ dia se convirtió en la fortaleza de los Colonna. En 1550 los Soderini plan taron jardines colgantes. Fue u n lugar para toros y un circo, y en la actualidad es un recinto p ara conciertos. La tu m ba m ás im presionante de todas era el M ausoleo de A driano en Rom a; hoy es el Castel Sant’Angelo. §473. Los colum barios. A partir de las tum bas fam i­ liares se desarrollaron las enorm es estructuras (§467) que debían albergar gran núm ero de urnas. Aparecen en época de Augusto, cuando el precio del suelo hace im ­ posible p a ra los p ob res conseguir un terreno privado para ser sepultados. Se han descubierto ruinas de algu-

Columbario en Vigna Codini, situado en la Vía Apia de Roma.

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nas en la Via A pia y en Ostia. Por su parecido a los p alo­ m ares, eran llam ados colum baria. Solían estar parcialm ente enterrados, eran de form a rectangular, con gran cantidad de nichos tam bién llam a­ dos colu m b aria alineados en filas regulares horizontal (grad u s) o verticalm ente (ordines). En los colum barios m ás grandes cabían m ás de mil urnas. A lrededor de la pared en su base había un podium , donde se colocaban los sarcó fagos de los difun tos cuyos restos no habían sido incinerados, y en ocasiones se excavaban cám aras por debajo del nivel del suelo con el m ism o propósito. En el p od iu m tam bién había nichos, para no desaprove­ char ningún espacio. Si el edificio era suficientem ente alto, las paredes eran recorridas p o r galerías de m adera. Se accedía a la sala por una escalera donde tam bién ha­ bía nichos. La luz entraba a través de pequeñas ventanas cerca del techo, y las paredes y los suelos solían estar b e ­ llamente decorados y bien term inados. §474. Los nichos a veces eran de form a rectangular, pero con m ayor frecuencia semicirculares. A lgunos co­ lum barios tenían las filas inferiores rectangulares y las superiores en form a de arco. Solían contener dos urnas (ollae, ollae ossu ariae ) cada uno, una al lado de la otra, visibles am bas p or la parte de delante. A veces los nichos tenían la profundidad suficiente para dos parejas de ur­ nas, con las posteriores algo elevadas p or encim a de las que iban delante. Por encim a o por debajo de los nichos se colocaba un trozo de m árm ol (titulus) con el nom bre del propietario inscrito. Cuando un a persona pedía cuatro o seis nichos para su fam ilia, se acostum braba a m arcarlos por separado de los dem ás con decoraciones m urales p ara in dicar que form aban una unidad. Un procedim iento m uy habitual

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era levantar pilares a los lados para dar la apariencia del frente de un templo. Esos grupos eran denom inados ae­ diculae. El valor de los lugares dependía de su ubicación. Los de las filas superiores (grad us) eran m ás baratos que los m ás próxim os al suelo, y los situados bajo la escalera eran los peor considerados. Las urnas podían tener varias form as y a m enudo es­ taban fijadas con cem ento a la base del nicho. Las tapas se podían quitar, aunque solían sellarlas después de co­ locar las cenizas en su interior. Se dejaban pequeños ori­ ficios p a ra verter las ofren das de leche y vin o p ara el m uerto (§472). En las urnas o en sus tapas se escribía el nom bre del m uerto y a veces el día y m es de su m uer­ te, raram ente el año. Encim a de la puerta del colum ba­ rio p o r fuera se inscribían los nom bres de los propie­ tarios, la fecha de construcción y otros particulares. §475. L as socied ad es fu n erarias. A com ienzos del Im perio se fo rm aron asociacion es con la finalidad de afrontar los gastos funerarios de sus m iem bros, ya fuera para inhum ación o incineración, o p a ra construir co­ lum barios. Estas asociaciones cooperativas (collegia fu ­ n eraticia) com enzaron originalm ente entre m iem b ros del m ism o grem io (§420) o entre personas que desem ­ peñaban el m ism o oficio. Se llam aban de diversas for­ m as, cultores de su divinidad tutelar, collegia salu taria, collegia iuvenum , etc., pero su objetivo y m étodos eran prácticam ente los m ism os. H acían una provisión para sus gastos fu nerarios necesarios en el futuro pagan do una cuota com ún cada sem ana, fácil de sufragar incluso por los m iem bros m ás pobres. Cuando m oría un m iem ­ bro, se sacaba del tesoro una cantidad establecida para su funeral, un comité se encargaba de que las cerem o­ nias se realizaran correctam ente y en los m om entos del

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año fijados (§483) la sociedad presentaba ofrendas cor­ porativas a los m uertos. Si el objetivo de la sociedad era la construcción de un colum bario, prim ero se determ inaba el coste y la canti­ dad total se dividía en lo que podrían llam arse acciones (sortes viriles); cada m iem bro se quedaba con las que se p od ía perm itir y pagaba su dinero al tesoro com ún. A veces una person a benevolente y generosa p od ía hacer una contribución especial, y en ese caso se convertía en un m iem bro h onorario de la sociedad con el título de p atro n u s o p atro n a. La construcción del edificio era con­ fiada a un núm ero de curatores, elegidos p or votación, n aturalm en te los que m ás acciones habían com p rado y tenían m ayor influencia. Éstos licitaban los contratos y su p erv isab an la con stru cción , rin d ien d o cuen tas de todo el dinero gastado. El trabajo de los curatores se con­ sideraba m uy honorable, especialmente porque su n om ­ bre aparecía inscrito fuera de la construcción funeraria. Ellos por su parte m ostraban su aprecio y valoración del honor que les dispensaban pagando de su bolsillo la de­ coración interior, o proporcionando todos o parte de los tituli, ollae, etc., o construyendo en los alrededores lugares para cobijarse o comedores para uso de los m iembros. §476. D espués de term inar el m onum ento, los cu ra­ tores sorteaban los nichos entre los m iem bros. Los ni­ chos eran num erados o se fijaba su posición con el n ú­ m ero de ordo y grad u s (§473) en el que estaban situados. C om o había unos m ejor considerados que otros, los cu­ ratores los dividían en secciones tan equitativas com o fuera posible y después asignaban esas secciones (loci) por sorteo a los accionistas. El núm ero de loci estaba relacionado con el de accio­ nes, aunque podían estar separados en diferentes lugares

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del m onum ento. Los m iem bros podían disponer libre­ m ente de sus propiedades, cam biarlas, venderlas o rega­ larlas, y de hecho m uchos grandes accionistas participa­ b an en la em p resa p o r los fu turos ben eficios que obtendrían. D espués de la división o reparto, los propie­ tarios inscribían su nom bre sobre los tituli, y pod ían eri­ gir las colum nas p ara m arcar las aediculae (§474), colo­ car e statu as... si querían. A lgunos tituli m encionan, adem ás del nom bre de su dueño, el núm ero o posición de sus loci u ollae. A veces recuerdan la venta de ollae, dando el núm ero com prado y el nom bre del anterior propietario. En ocasiones los nom bres de las ollae no se corresponden con los del ni­ cho, con lo que el dueño vendería sólo una parte de sus p ropiedad es y el n uevo co m p rad or no se m o lestó en su stitu ir el titulus. Los gastos de m an ten im ien to, así com o los beneficios funerarios, debían salir de las cuotas sem anales pagadas p or los m iem bros. Éste es u n ejem ­ plo del titulus en un colum bario. L · A bvcivs · H ermes · in · hoc ORDINE · AB · IMO ■ AD · SVMMVM COLVMBARIA · IX · OLLAE · XVIII SIBI · POSTERISQVE · SVIS Lucio Abucio Hermes en esta fila desde la parte de abajo hasta la de arriba columbarias 9, urnas 18 para él y para sus parientes en el futuro. §477. C erem o n ias fu n e rarias. Tenem os in fo rm a ­ ción detallada sobre las ceremonias funerarias de perso­ nas de alta p o sición social, pero a p artir de lo s datos procedentes de otras fuentes (§ 11) se puede incurrir en

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confusiones con los usos de épocas diferentes. En todas las épocas los niños pequeños eran sepultados con sim ­ plicidad y tranquilidad (funus acerbum), y no había ce­ rem onias p ara los esclavos (§465) cuando el funeral era dirigido p o r su señor. Los ciudadanos de la clase inferior eran enterrados sin una cerem onia pública (funus plebeium). Los funerales se celebraban por la noche, excep­ to en el últim o siglo de la República y los dos prim eros del Im perio. En cualquier caso, incluso p ara personas de alta posición, m uchas veces debía haber m enos p om p a y solem n idad que en otras cerem onias descritas p o r los autores rom anos, com o las bodas (§79). §478. En la casa. Cuando un rom ano m oría en casa rodeado p or su fam ilia, el hijo m ayor tenía la obligación de inclinarse sobre él y llam arlo p or su nom bre, con la esperanza de devolverlo otra vez a la vida. Este acto for­ m al (conclamatio) se anunciaba inm ediatam ente con las palabras conclamatum est. Después se cerraban los ojos del m uerto, se lavaba el cadáver con agua caliente, se un­ gía con aceite y sus m iem bros eran estirados. Si había desem peñ ado u n a m agistratu ra curul, se to m ab a una im presión en cera de sus rasgos faciales (§§200, 230). D espués se vestía con la toga (§240), con todas las insig­ nias de los cargos que había desem peñado en vida, y se colocaba sobre el lecho fúnebre (lectus funebris) en el atrio (§198), con los pies hacia la puerta, para quedar en esa posición hasta el m om ento del funeral. El lecho fúnebre se rodeaba con flores, y se quem aba incienso a su alrededor. Ante la puerta de la casa se colo­ caban ram as de p in o o ciprés p ara avisar de que la casa estaba con tam in ad a p o r la m uerte. E stos preparativos eran ejecutados p o r parientes y esclavos, pero a veces había auténticos profesionales de funerarias (libitinarii),

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que tam bién em balsam aban el cuerpo y se encargaban de todas las dem ás ceremonias. En o casio n es se m en cion an costum bres cu rio sas, com o la de besar al m uerto cuando exhala su últim o aliento, com o si su últim o aliento pudiera ser capturado por la boca de un vivo; o cuando colocaban u n a m one­ da entre los dientes del m uerto p ara pagar el pasaje a través de la Estigia en la barca de Caronte. Pero ninguna de estas form alidades se hizo general en época clásica. §479. El cortejo fúnebre. El cortejo fúnebre de un ciudadano ordinario era bastante sencillo. Se com unica­ ba a vecinos y am igos. Rodeado por ellos, el cadáver era llevado a la tum ba a hom bros de hijos y otros parientes, quizá con u n a b a n d a de m ú sico s abrien do p aso . Por otro lado, los funerales de un personaje im portante y poderoso estaban revestidos de la m áxim a ostentación y boato. Se celebraban poco después de la m uerte, en cuanto se habían dispuesto los preparativos necesarios. Se anunciaba p or un m ensajero público, que a m odo de pregonero gritaba las palabras al m odo antiguo: Ollus Quiris leto datus. Exsequias, quibus est commodum, ire iam tempus est. Ollus ex aedibus effertur.

Un ciudadano ha sido entregado a la muerte. Para quien le interese, es ahora momento de acompañar sus restos. Ahora será sacado de su casa. El designator fijaba las cuestiones de orden y preferen­ cia. A la cabeza iban los m úsicos, después algunas perso­ nas que entonaban cantos fúnebres elogiando al difunto junto con bufones y graciosos, que divertían a los asis­ tentes e im itaban al difunto. Después venía la parte m ás

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espectacular. Las m áscaras de cera de los an tepasados del m uerto eran sacadas de las alae (§200) y utilizadas p o r actores con el vestu ario ad ecu ad o al m om en to y la consideración de los person ajes que representaban. Era com o si los antiguos difuntos volvieran a la tierra para guiar a su descendiente hacia su lugar entre ellos. Servio com enta que en el funeral de Marcelo, el sobri­ no de Augusto, se exhibieron 600 imagines. D espués se­ guían los recuerdos de las grandes gestas o hazañas de los m uertos, si había sido un general, com o si celebrara un a procesión triunfal. Y al final, el propio cadáver del m uerto, con la cara descubierta y tendido sobre un le­ cho elevado. D etrás la fam ilia, con los libertos (especial­ m ente los lib erad os p o r testam en to), los esclavos, los am igos, todos de luto (§§246, 253) y dando rienda suel­ ta a la m anifestación de su dolor, cosa que ahora se in­ tenta reprim ir en público. Com o recuerdo de la costum ­ bre de hacerlo p o r la noche, in cluso de día algun os sirvientes acom pañaban el cortejo con antorchas. §480. El elogio fúnebre. La procesión p asaba desde la casa directam ente hasta el lugar de enterram iento, ex­ cepto si el difunto tenía la im portancia suficiente p ara ser honrado p o r las autoridades públicas con un elogio fúnebre (laudatio) en el Foro. En ese caso el lecho fune­ rario se co lo caba ante los rostra, los h om bres con las m áscaras ocupaban su lugar sentados en sus sillas curu­ les (§225) alrededor, la gente form aba un sem icírculo detrás y un hijo u otro pariente pronuciaba el discurso fúnebre. A lababa las virtudes y logros del difunto y rela­ taba la historia de la fam ilia a la que pertenecía. Com o pasa ahora, el elogio contenía m uchas m entiras y exage­ raciones. El honor de un a laudatio era concedido libre­ mente m ás tarde, sobre todo a los m iem bros de la fam i­

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lia im perial, incluyendo las mujeres. D urante la Repú­ blica era m enos habitual y tenía m ás valor. Por lo que se sabe, las únicas m ujeres que lo recibieron pertenecían a la gens Iulia. Así, C ésar habló en el funeral de su tía, la viu d a de M ario, con lo que se convirtió a partir de entonces en el líder de los opositores a Sila. Cuando no se autorizaba el discurso en el Foro, en ocasiones se pronunciaba otro m ás privado junto a la tum ba o en casa. §481. En la tu m ba. Cuando el cortejo llegaba al lu ­ gar del sepelio, el procedim iento variaba según la época, pero siem pre había tres elementos obligatorios: 1. La consagración del lugar donde reposaría el cadá­ ver. 2. La acción de derram ar tierra sobre los restos. 3. La purificación de todos los contam inados por el contacto con la muerte. En época antigua el cadáver que era sepultado era co­ locado en la tum ba con la litera sobre la que lo habían llevado allí, o en un ataúd de arcilla seca o de piedra. Si el cuerpo iba a ser incinerado, se excavaba un a tum ba poco p ro fu n d a y se llenaba con m adera seca, sobre la que se colocaba el cuerpo. D espués se prendía fuego a la leña y cu an d o el cu erp o se h abía co n su m ido, se am ontonaba tierra sobre las cenizas form ando un m on­ tón (tumulus). La tu m ba en la que se quem aba el cadá­ ver era llam ada bustum, y era consagrada com o sepul­ crum regular con las cerem onias ya m encionadas. M ás tarde, cuando el cuerpo no era incinerado, se co­ locab a en un sarcó fag o ya p rep arad o en la tu m ba (§470). Si los restos debían ser quem ados, eran llevados

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a la ustrina (§471), que no form aba parte dei sepulcrum, y encim a colocaban la pila de m adera (rogus). Sobre los restos se arrojaban especias y perfum es, así com o regalos (§470) y recuerdos de los presentes. Un pariente prendía fuego a la pira con una antorcha, que desviaba la vista durante el acto. Cuando el cadáver ya se había consum i­ do, se apagaban las brasas con agua o vino y todos los asistentes pedían p or el bienestar del m uerto. D espués el agua de purificación era esparcida tres ve­ ces sobre los presentes, y todos excepto la fam ilia m ás próxim a abandonaban el lugar. Por últim o se recogían las cenizas en un trapo p ara secarlas y se enterraba el hueso cerem onial (§465), llam ado os resectum. Se ofre­ cía el sacrificio de un cerdo, con lo que el lugar de la se­ pultura se convertía en sagrado y las person as de luto com ían ju n tas la com ida fúnebre (silicernium). Hecho todo eso, volvían a casa, que purificaban con una ofren­ da a los Lares, y los ritos funerarios estaban term inados. §482. Cerem onias suplem entarias posteriores. Con el día del entierro com enzaban los «nueve días de d o ­ lor», observados rigurosam ente p or la fam ilia m ás p ró ­ xim a. Dentro de esos días, cuando las cenizas ya estaban com pletam ente secas, algunos fam iliares se dirigían en privado a la ustrina, sacaban las cenizas del trapo, las co­ locaban en una olla de barro, cristal, alabastro, bronce u otro m aterial y con los pies descalzos y los cinturones sin atar las llevaban al sepulcrum (§470). Al term inar los nueve días se ofrecía al m uerto el sa ­ crificium novendiale y se celebraba en casa la cena noven­ dialis. Ese día los h erederos recibían su herencia y se ofrecían originariam ente los ju egos funerarios (§344). Sin em bargo, el luto no term inaba ese noveno día. La fa­ m ilia m ás próxim a seguía de luto diez m eses, el antiguo

14. LUGARES DE ENTERRAMIENTO Y CEREMONIAS FUNERARIAS

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año; otros parientes m enos próxim os durante ocho m e­ ses y los niños entre tres y diez años estaban de luto tan­ tos m eses com o años contaran entonces. §483. F estiv id ad es recordatorios. La m em oria del difunto se m antenía viva m ediante «días obligatorios» de tipo público o privado. A los prim eros pertenecían las Parentalia, o dies parentales (§75), entre el 13 y el 23 de febrero, con el últim o día especialmente distinguido y conocido com o las Feralia. A las privadas pertenecía la celebración del aniversario o día del entierro de la per­ sona conm em orada y los festivales de las violetas y las rosas (Violaria, Rosaria), hacia el final de m arzo y mayo respectivamente. Entre los parientes se distribuían viole­ tas y rosas y se colocaban sobre las tum bas o se am on to­ naban sobre las urnas funerarias. En todas esas ocasiones se hacían ofrendas a los dioses en los tem plos y en las tum bas a los M anes del m uerto. Se encendían lám p aras en las tum bas (§470) y los p a ­ rientes celebraban allí una fiesta y ofrecían com ida al d i­ funto (§471).

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15. Religion romana

§484. La prim era religion de los rom anos era un sim ­ ple anim ism o, la creencia en espíritus y poderes (num i­ na) asociados con todo lo que rodeaba a los hom bres y sus actos. Estos espíritus no estaban personificados ni se concebían con form a hum ana. N o había tem plos ni es­ tatuas de,loS| dioses. Los ritos eran lim pios y sencillos, ejecu tado s con u n a exactitud escru p u lo sa que creían a g ra d a b a a los dio ses, que se m o strab an favorables cuando recibían esa veneración. Era la religión de un pueblo de sencillos agricultores. Los calendarios m ues­ tran que las antiguas festividades eran m om entos m uy im portantes a lo largo del año. Eran fiestas rurales, que señalaban el año para la gente del cam po. Sin em bargo, cuando los rom anos entraron en con ­ tacto con otros pueblos y sus religiones, y pasaron de ser una pequeña com unidad italiana a llegar a ser un Estado im perialista, su religión inevitablemente cam bió. Se im ­ p ortaro n los dioses de las com un idades con quistadas. En m o m en to s de peligro se acogieron d io ses que los ayudaran a salir de una situación apurada. Se cree que 370

15. RELIGION ROMANA

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los reyes etruscos fueron los que erigieron los prim eros tem plo s y estatu as de los dioses. El con tacto con los griegos provocó la introducción de su panteón y sus ri­ tuales, así com o la identificación entre los dioses griegos y los rom anos que m ás se parecían. La exactitud y el rigor en la ejecución de los ritos lle­ varon naturalm ente a un excesivo form alism o, con lo que a finales de la República las clases educadas se vol­ vieron h acia la filosofía. O tros p racticaron lo s cultos m ísticos y orgiásticos de Grecia y Oriente, a m edida que el elemento nativo era cada vez m ás desplazado por los orientales (§129). Durante el Imperio las religiones orien­ tales se establecieron con solidez, m ientras el culto de los em peradores se volvió un rasgo distintivo de la reli­ gión estatal. Al final un os y otros tuvieron que dejar paso al cristianism o. §485. L a lab o r de N um a. La trad ición atribuye a Num a, el segundo rey, la organización del culto y la ubi­ cación de las fiestas en su orden debido dentro del ca­ lendario. Por eso, sea cierto o no que un gran rey-sacerdote dejara su im p ro n ta p erson al en los ritos y en el calendario, la «religión de N um a» es un a expresión có­ m oda para designar la religión del prim itivo Estado ro­ m ano. Se su p on e que organ izó tam bién los p rim ero s colegios sacerdotales y que nom bró los prim eros Flam i­ nes, o sacerdotes d ed icad os a dioses p articulares. Los m ás im portantes eran el Flamen Dialis, o sacerdote de Júpiter, y los Flamines de M arte y Quirino. §486. C uando se abolió la m onarquía, los ritos de los que se había encargado el rey pasaron a la m agistra­ tura del rex sacrorum. Él, los tres Flamines m encionados antes y el colegio de los Pontifices, con el Pontifex M axi­ mus a la cabeza, constituían el cuerpo que controlaba y

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

dirigía la religion estatal. D urante el Im perio el em pera­ dor era regularmente el Pontifex M axim us. §487. C olegios sacerdotales. Los Salii, o sacerdotes danzantes, eran m iem bros de un antiguo y fam oso cole­ gio que veneraba a M arte, el dios de la guerra. O tro co­ legio sim ilar llam ado los Salii Collini estaba encargado del culto a Quirino. Los pontífices (§486) estaban a car­ go del calendario. Los augures interpretaban la voluntad de los dioses a partir de los auspicios consultados p or los m agistrados ante cualquier ocasión o actuación p ú ­ blica. O tros colegios oficiales eran los quindecemviri, en­ cargados de los fam osos Libros Sibilinos. O tros dioses tenían sus propias asociaciones o colegios sacerdotales no oficiales. En este grupo entrarían las sociedades fune­ rarias (§475), aparentem ente organizadas p ara desarro­ llar el culto a algún dios. §488. U no de los colegios m ás antiguos y conocidos era el de Vesta, de cuyo culto se encargaban seis vírgenes vestales. El fuego sagrado sobre el altar del Aedes Vestae sim bolizaba la continuidad en la vida del Estado. N o ha­ bía ninguna estatua de la diosa en el tem plo. El tem plo era redondo y con el tejado acabado en punta, y aunque después fuera em bellecido con m árm ol o bronce, nunca cam bió su form a y tam año. Siempre siguió siendo igual que la cabaña redonda hecha con arcilla y paja donde las jóvenes del pueblo m antenían el fuego cuya preserva­ ción era necesaria p ara la com unidad prim itiva. Enton­ ces encender un fuego suponía un gran trabajo frotando dos m ad eras, o m ás adelante golp ean d o un pedern al con un objeto m etálico para prender la preciosa chispa. Pero la m oderna invención del pedernal nunca se utilizó para encender el fuego sagrado. El ritual exigía el uso de la fricción.

15. RELIGION ROMANA

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§489. C ad a Vestal perm anecía en su cargo treinta años. C ualquier vacante debía ser cubierta in m ed iata­ m ente p or un a chica de buena familia, entre seis y diez años de edad, físicam ente perfecta, de carácter intacha­ ble y con sus dos padres vivos. Las Vestales tardaban diez años en aprender sus obligaciones, diez m ás en llevarlas a cabo y diez m ás en enseñárselas a las Vestales m ás jó ­ venes. A parte de cu id ar el fuego sagrado, las Vestales participaban en la m ayoría de fiestas del calendario. V i­ vían en el Atrium Vestae junto al tem plo de Vesta en el Foro. Al term inar su servicio podían volver a la vida p ri­ vada, aun que su prestigio y privilegios eran tales que esto raram ente ocurría. Una Vestal quedaba liberada de la potestas de su padre (§29). §490. L a religión fam iliar. El paterfam ilias era el sa ­ cerdote en su casa y estaba a cargo del culto familiar. Era asistido p o r su esposa e hijos (§§34-35). El L ar Fam ilia­ ris era el espíritu protector de su casa en la ciudad y en el cam po. En el cam po tam bién los Lares eran los espíri­ tus guardianes de los cam pos y eran venerados en los cruces (compita) p or los propietarios y habitantes de las tierras que allí se encontraban. En la ciudad lo s Lares Compitales eran venerados en tem plos situ ados en las esquinas en varios v id o recintos. D espués de un solo Lar durante la República, m ás tarde encontram os dos. Los tem plos dom ésticos en Pom peya (§207) m uestran abundantes ejem plos de esto. Se representan com o n i­ ños vestidos con túnicas ceñidas con cinturón, cam inan­ do suavemente com o si bailaran, con un cuenco en su m ano derecha y una jarra levantada en la izquierda. En lugar de los antiguos Penates, los espíritus protectores de la despensa, estos tem plos m uestran im ágenes de los grandes dioses que cada fam ilia elegía p ara su culto p ri­

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

vado. El Genius del pater fam ilias (§96) se representaba en esos tem pletes com o un hom bre vistiendo la toga so ­ bre su cabeza p ara su culto. Sin em bargo, en Pom peya era frecuente representar al Genius con una serpiente. En esos tem plos aparecen dos, una serpiente con barba para el Genius del padre y otra para Juno (§96) correspondiente a la esposa. Vesta era venerada en el hogar com o el espíritu del fuego necesa­ rio para la existencia hum ana. §491. El tem plo estaba originariam ente en el atrio, cuando allí se hacía la vida y el trabajo de la casa, pero después siguió al hogar hacia una cocina p o r separado (§203). Tam bién hay casos en que el tem plo se encuen­ tra en el jardín o el peristilo y en ocasiones en el atrio u otras habitaciones. §492. El devoto rezaba y realizaba sus sacrificios cada m añ an a, norm alm ente en la cena antes de la secunda mensa, cuando se hacían ofrendas a los dioses dom ésti­ cos (§311). Las calendas, nonas e idus estaban consagra­ dos a los Lares. Esos días se colgaban guirnaldas sobre el hogar, se coronaba a los Lares con guirnaldas y se hacían ofrendas sencillas. Las ofrendas solían consistir en in­ cienso y vino, y cuando era posible se sacrificaba un cer­ do. H oracio m uestra el agradable retrato del rústico Fidilo que corona sus pequeños Lares con rom ero y m irto, y les ofrece incienso, grano nuevo y un cerdo rollizo. La fam ilia tam bién tenía obligación de conservar los ritos a sus m uertos (§§34-35, §483). Cualquier ocasión desde el nacim iento hasta la m uerte se acom pañaba con los ritos propios. Este sentim iento religioso fam iliar y las fiestas del cam po siguieron siendo fuertes incluso cuan­ do la religión estatal se había vuelto rígidam ente form al y m uchos rom anos veneraban a otros dioses extranjeros.

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§493. La gens o clan al que pertenecía la fam ilia tenía sus propios ritos (§19). La preservación de estos sacra se consideraba necesaria no sólo por el bien del clan, sino tam bién p or el del Estado, que podía verse afectado p or la irritación de los dioses si los ritos eran descuidados. §494. L a religión del Estado. De los antiguos dioses, Júpiter (Iuppiter < Diovis Pater), era el padre de la luz, venerado sobre la cim a de las m on tañ as, a quien los hom bres invocaban para ser testigo de sus acuerdos. S a­ turno era el dios de las cosechas y Venus estaba relacio­ nada con los jardines. Marte se encargaba de la agricul­ tura y la guerra, ya que el cam pesino tam bién era un soldado. Vesta era el espíritu del h ogar dom éstico. El prim er tem plo en R om a fue construido por los etruscos sobre el Capitolio, consagrado a Júpiter, Juno y M inerva. M inerva h ab ía llegado de Falerii com o p atron a de los artesanos y sus grem ios, y tam bién tenía su propio tem ­ plo en el Aventino. D ian a era un espíritu de los bosqu es procedente de Aricia. Hércules llegó de Tibur como dios del comercio, y Cástor desde Túsculum . M ercurio, el dios del com er­ cio, llegó de C um as (com o indica su nom bre). Estos tres eran de origen griego, naturalizados en Italia. A causa de la h am b ru n a del añ o 493 a.C . el orácu lo de la Sibila aconsejó im portar tam bién a Baco, Ceres y Proserpina. A polo llegó de C u m as com o dios de la curación, y su tem plo se erigió en el 432 a.C. En el 293 a.C. Esculapio fue traído desde Epidauro hasta la isla del Tiber, donde aún hoy hay un hospital. §495. La M agna M ater fue im portada por el Estado desde Frigia en el 205 a.C., durante la Segunda Guerra Púnica, pero cuando se conoció la naturaleza orgiástica de su culto se exigió que sus sacerdotes n un ca fueran

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LA VIDA ΕΝ ΙΑ ANTIGUA ROMA

rom anos. Sin embargo, éste fue el com ienzo de la intro­ ducción de las religiones orientales en Rom a. §496. C om o es natural, con los nuevos dioses llega­ ron nuevas m odas de culto. Cada vez m ás dioses griegos llegaban y se identificaban con los dioses antiguos. Los artesanos griegos construyeron tem plos y erigieron esta­ tuas de dioses com o los de Grecia. El conocim iento de la mitología, literatura y arte griegos acabó por hacer la iden­ tificación completa. §497. El estudio de la filosofía griega sustituyó a la religión antigua entre las clases superiores, com o se ha com entado (§484). C om o ya no tenían interés en la reli­ gión antigua, se abandonaron algunas form as, cerem o­ n ias y sacerd o cios, especialm en te d uran te los tu rb u ­ lentos tiem pos de las guerras civiles. C u ando A ugusto restableció el orden, com o parte de su política construc­ tiva potenció un a recuperación de la religión, restauran­ do y recon struyen do an tigu o s tem p lo s y reviviendo antiguos sacerdocios. §498. La religión en la época im perial. El culto a los em peradores se desarrolló a partir de la deificación de Julio César. El m ovim iento que ayudó a esa divinización tenía su origen en Oriente. El Genius del em perador era venerado com o el Genius del padre dentro de casa (490). El culto, iniciado en el este, se estableció en las provin­ cias occidentales y finalmente en Italia. D e él se encarga­ ban los seviri Augustales (§459) en los m un icipios. El culto al e m p erad o r en vid a no estab a p e rm itid o en Rom a, pero se extendió p o r las provincias, sustituyendo a la antigua religión estatal. Eso m otivó la oposición al cristian ism o , ya que los cristian o s co n sid eraban que participar en él era una traición. La ofensa en que in cu­ rrían era política, y no religiosa (§420).

15. RELIGION ROMANA

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§499. El debilitam iento de los italianos (§129) y el constante crecimiento de los orientales en el oeste, junto a las cam pañas m ilitares en el este, favorecieron la intro­ ducción de cultos orientales y la expan sión de su in ­ fluencia. El culto a la M agna M ater encontró un gran fervor entre la gente de esa parte del m undo (§495). Las religiones m istéricas se fortalecieron, con sus ritos de p u rificación y p o r asegurar la felicidad despu és de la muerte. • El culto de Isis había llegado de A lejandría con los egipcios y se h ab ía difundido entre las clases m ás bajas. “ El m itraísm o llegó de las cam pañas en el este con los prisioneros y después con los soldados que ha­ bían servido o se habían alistado allí. Se estableció en R om a y en otras ciudades y siguió al ejército de cam pam ento en cam pam ento. • C on la abundan cia de ju d ío s en R om a su religión hizo algunos progresos. • El cristianism o apareció en Rom a prim ero entre las clases m ás pobres, sobre todo entre los orientales, y al final fue ascendiendo hasta alcanzar todos los es­ tam entos sociales.

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16. Suministro de agua en Roma

§500. La u b icación de R om a estaba bien su rtid a de agua. L o s m an an tiales eran abu n d an tes y se p o d ían abrir p o zo s sin excavar a d em asiad a p ro fu n d id ad . El agua de lluvia se recogía en cisternas y se aprovechaba el agua del Tiber. Pero estos recursos com enzaron a ser poco ad ecu ad o s y en el año 312 a.C. el cen sor A pio C laudio construyó el prim er gran acueducto (aquae), llam ado en su honor A qua Appia. Tenía 16 kilóm etros de longitud, de los que cinco no eran subterráneos. Éste y el Anio Vetus, construido cuarenta años m ás tarde, sur­ tían la parte baja de la ciudad. El prim er acueducto elevado, el M arcia, fue construi­ do por Quinto M arcio Rex para llevar agua a la cim a del Capitolio en el 140 a.C. Su agua era y sigue siendo m uy fría y saludable. El Tepula («tibia»), así llam ado p or la tem peratura del agua, y term inado en el 125 a.C., fue el últim o de la República. C on A ugusto se construyeron tres m ás, el Julia y el Virgo por Agripa, y el Alsietina por Augusto p ara su n aum aquia (§364). El Claudia, cuyos arcos aún se pueden ver cerca de Rom a, y el Anio Novus 378

16. SUMINISTRO DE AGUA EN ROMA

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fueron iniciados p or Caligula y term inados por Claudio. El Traiana fue construido por Trajano en el 109 d.C. y el último, el Alexandrina, por Alejandro Severo. Rom a entonces disponía de once acueductos. Es cu­ rioso que la R om a actual esté bien provista de agua con cuatro acueductos solam ente, utilizando a veces los ca­ nales de los antiguos. El Virgo, ahora Acqua Vergine, fue restaurado p or Pío V en 1570. Los m anantiales del Ale­ xandrina surten el Acqua Felice, construido en 1585. El A qua T raiana fue restaurado com o el Acqua Paola en 1611. El fam oso M arcia fue reconstruido en 1870 como el Acqua Pia, o M arcia-Pia. §501. Los canales de los acueductos solían estar he­ chos de m am postería, al no haber suficientes cañerías resistentes. Los rom anos no tenían cañerías m etálicas y solían em plear las de plom o, ya que el bronce habría re­ sultado dem asiado caro. Por esa carencia, y no p o r des­ conocer el principio del sifón, los acueductos con alta presión no eran construidos con tanta frecuencia. Para evitar ese exceso de p resión los acueductos de R om a aprovechaban las laderas suaves de las m ontañas y solían rodear las colinas y los valles, aunque a veces se utiliza­ ban puentes y túneles para salvar la distancia. Los gran­ des arcos, con sus im presionantes ruinas, se utilizaban m ás para distancias cortas, ya que m uchos canales iban por debajo del suelo, §502. En las ciudades el agua llegaba a depósitos de distribución (castella), de donde era dirigida a las calles. Las cañerías de plom o (fistulae) llevaban el agua a las ca­ sas. Estaban hechas con tiras de plom o con los bordes doblados ju n tos y soldados en las junturas. Por eso su form a se parecía m ás a una pera que a un círculo. Sobre las cañerías se p on ía el nom bre del p ro p ietario o del

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LA VIDA EN LA ANTIGUA ROMA

usuario, con lo que se ha podido conocer la residencia de m uchos hom bres im portantes en R om a cuyo nom bre aparece en las cañerías. En Pompeya aún se pueden ver, ya que el clim a suave hacía que se dejaran sobre el suelo al lado de las casas, sin enterrarlas com o en otras partes del país. Los pobres tenían que llevar el agua que usaban desde las fuentes públicas situadas a ciertos intervalos en las calles, donde el agua corría constantem ente p ara cual­ quiera que la quisiera coger allí.

Referencias: Encyclopaedia Britannica, 14.a edición, II, 160-161; Lanciani, Ruins, 47-58; Herschel; Cagnat-Chapot, I, 85-110; Mau-Kelsey, 230-233; Jones, 141-154; Smith, en aquae ductus; Smith, en Aquaeductus; Harper’s, Daremberg-Saglio, etc., en aqua, y otros términos latinos; Bailey, Legacy, 465-472; Gest, 62-107.

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índice analítico de materias

(Las referencias remiten a la numeración por parágrafos; las palabras en cursiva son términos latinos) «a los leones», 347, 364

447, 460; elaboración de, 290-292 actores, esclavos. 143; sólo hombres, 323, 324, 325, 327,479 acueductos, 12, 219, 435, 461, 500, 501 ad (malam) crucem, 173 adfines, 33, 68 adiestramiento profesional, 117 adopción, 31, 36, 37, 53, 57 Adriano, 254,415, 472 adrogatio, 37 adversitores, 152 Aedes Vestae, 487 aediculae, en columbaria, 474, 476

ab ovo ad mala, 308 abacus, tabla de cuentas, 111;

paneles en decoraciones murales, 220; aparador, 227, 307 abanicos, 151, 266 abejas, 445, 446 abogados, 91, 106, 180, 407, 425 _ abolla, 249 abonado, 437 abreviaturas, en nombres, 41, 45 accumbere, 311 aceite, 88, 265, 366, 367, 370, 373, 397, 478; oliva, 146, 228, 273, 281, 289, 405, 389

390

afecto, 35, 73, 138, 158; hacia las nodrizas, 100; hacia los pedagogos, 101,123 África, 137, 389; trigo de, 282; edificios públicos en, 435 agger viae, 387 agitatores; ver aurigae agnati, 30, 31, 32 agnomina, 51 agricultura, 405, 414, 494; ocupación honorable, 404; antiguamente, 273, 429, 430 Agripa, Marco, 211, 372, 500 agua, 89, 191, 196, 209, 223, 231, 280, 281, 283, 285, 287, 296, 298, 311, 313315, 336, 337, 364, 365, 387, 432, 435, 437, 478; suministro, 214, 219, 448, 451, 500, 502; para los ba­ ños, 219, 367-370, 377 ahorros, de los esclavos, 156, 164, 175 alae, 191, 200, 208, 230, 479 albaricoque, 274 alfalfa, 441, 445 alieno iuri subiectus, 17, 25 almuerzo, 122, 301, 302, 323 alveus, 369, 371 amanuenses, 136, 154, 391 amictus, 234, 249, 251 amurca, 291, 292 andabatae, 359 andron, 192 Andronico, Livio, 113

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

anfiteatro Flavio, 356 anfiteatro, 157, 322, 364; an­ tiguamente en Roma, 352; en Pompeya, 353; en N î­ mes, Arles, Verona, Canu­ sio, 352; el Coliseo, 356 anfitriones, 314 anillos, compromiso, 71; de los hombres, 255, 256, 459 anteambulones, 151 antecena, 308, 309 antigüedades, 2-9, 112 Antonio, Marco, 42 antorchas, boda, 86, 89; para iluminar, 151, 228; en fu­ nerales, 479, 481 anuncios, de espectáculos, 361; de elecciones, 233 aparador, 227, 307 apodo, ver también cogno­ men, 49, 55 apodyterium; en las termas, 366-368, 370-371, 377-378 aprendizaje, en educación, 90, 112,123 apuestas, 314, 316, 319, 340 arado, 437-438 aratra, 438 arbiter bibendi, 313, 320 arbustum, 445 arca, 188, 200, 229 Arquias, 61 arena, 362; circo, 330-332, 335, 346-348; anfiteatro (Pompeya), 353-354; Coli­ seo (Roma), 356-357

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

aritmética, en las escuelas, 110-111 armaria, 230, 397

artículos de algodón, 269 artículos de aseo, 150, 265 arúspices, 79 asientos, 207, 456; en el tea­ tro, 326-327; en el circo, 330-335, 337-338, 351; en el anfiteatro (Pompeya), 353-355; (Roma), 357-358 Asinio Polión, 227,402 asociaciones, de enterra­ miento, 419, 475, 487 ataúdes, 470, 481 Atenas, universidad para los romanos, 116, 380 Ateneo, 133 Ático, 60, 155, 300, 310, 399 atletismo, 317 atramentum, 395 atriensis, 149 atrium, 182, 190-194, 196197, 202-203, 208, 223, 226, 240, 299, 425; en la casa primitiva, 188-189; como comedor, 198-199 Atrium, Vestae, 189, 489; Li­ bertatis, 402 auctorati, 347 augures, 487 Augustales, 459, 498 Augusto, Octavio, 54, 66-68, 85,105, 129, 158, 187,199, 232, 237, 247, 271, 293204, 307-308, 317, 326,

391

336-339, 345, 364, 402403, 415, 423, 459, 465, 468,472, 479, 498, 500 aulaea, 216 Aurelio, Marco, 97 aurigae, 341-342, 363 avena, 282-283, 441 aves de corral, 279, 308, 446 ayudantes, 143, 145, 150, 299-300, 350, 424 azar, juegos de, 314, 316, 319 Baco, 494 balanza, 83-84, 409 Balbo, teatro de, 326 balcones, 232-233 balneae; ver baños balneaticum, 373 balneum; ver baños «Banquete de Trimalción», 423 banquetes, 80, 85-86, 89, 96, 126, 128, 153, 207, 277, 279, 299-300, 303, 309310, 315, 344, 362, 443, 460 baño, 150, 203, 219, 291, 317, 420, 426, 447, 449, 454, 460-461, 468; de va­ por, seco y húmedo, 367, 369-370; baños públicos y privados, 192, 318, 365366, 371- 374, 375-378 barba, 253-254, 256 barbero; barberías, 253 barcos, 143, 380

392

barreras, circo, 330, 332 basterna, 382 bebidas, 296, 298 Benoist, definición de filolo­ gía, 7 biblioteca, 192, 206, 224, 230, 365, 373,402,449, 461,467 bigae, 340 bisellia, 355, 457 bloques de pisos, 186, 232, 419 boda, 89, 99, 165, 199, 425, 477; día, 75; prendas de vestir, 76-78; ceremonia, 79-81; pastel, 85; proce­ sión, 86 bomberos, 141 borrachera, 312, 313 Bovillae, 329, 336, 338 bracae, 239 braseros, 218, 223, 231, 368 Britania, 274, 359, 389, 462; hornos en, 218; calzadas en, 385; casas, 461 Bruto, Marco, 93, 267, 344, 409 bueyes para arar, 438, 446 bufones, 153, 479 buitre, 320, 469 bulla, 76, 99,127 bustos, de los antepasados, 47,107, 200, 206 bustum, 481 caballeros, 238, 251, 255, 270, 326, 403

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

caballos, 102, 107, 152, 156, 285, 383-364, 388, 451; en carreras de carros, 331 332, 341; en otros espectá­ culos, 343 cabaña, de los primitivos ro­ manos, 189, 488; de Ró­ mulo, 214 cabello, disposición, 253, 263; de una novia, 78; mujeres, 264-265 cabeza de familia, 17, 22, 2627, 36, 38, 72, 94 Caerwent, baños en, 371 calamus (scriptorius), 395 calceator, 150 calcei, 250-251, 262,463 caldarium, 366-369, 371, 377378 calefacción, casas, 218; ba­ ños, 368 calendario, 439, 484-487 caligae, 251 Caligula, 267, 329, 500 calle, 86, 193-195, 202, 217, 420; iluminación, 302; as­ pecto, 233; cerrado para los vehículos, 382; «Calle de las Tumbas» en Pompeya, 466 calx, 331-332 cama, 188, 205, 222-224, 383, 388 camillus, 82, 86 caminos, 87, 387 Campus M artius, 317, 326, 472

In d i c e

393

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

cancelación, de potestas, 29 candelabra, 228 candidati, 246 canteras, piedra, 146-147, 170, 405 cañerías, plomo, 219, 368, 501-502 capitalistas, 409, 411 capsa, 397 capsarius, 370 cara cognatio, 32 Caracalla, Termas de, 378 carbasus, 269 carceres, 331, 333-334 carmesí, púrpura, 270 carne, primitivo alimento de los italianos, 146, 273, 446; varios tipos de, 277-278 carnifex, 174 carpentum, 383 carreras, 317; en el circo, 322, 328, 330, 332, 338; equipos de, 339-340; conductores en ,341-342 carruca, 383 cartas, 96, 154, 379, 389-392 casa Romuli, 214 casa, 27; esclavos, 138, 143, 146, 149; como vivienda, 186; fuentes de informa­ ción sobre, 187; desarrollo de, 188-207; de Pansa, 208; granja, 447-448 castigos, de escolares, 120, 123; de esclavos, 158, 166, 170,174

cathedra, 226

Catilina, L. Sergio, 56, 132, 254,314 catillus, 284-285 Catón el Joven, 235 Catón el Viejo, 109, 159, 271-275, 312, 405, 414, 429, 432, 437, 442, 446447, 454 Catulo, 87, 93, 406 cauponae, 388 caupones, 388 causia, 252 cautivos, como esclavos, 137, 408 cave canem, 195 cavea, en el teatro, 327; en el circo, 337; en el anfiteatro (Pompeya), 353-355 caza, 145,279,316,446 cazadores de esclavos, 137, 161 cebada, 282, 441 cebolla. 275, 308, 309 Celio Rufo, M., 117 cellae, servorum, 207; vinariae, 297; familiae, 447 cemento, 335, 474; amplio uso, 146, 208; fabricación, 210-213 cena, 85, 300-304, 306, 308317, 362, 365, 374 cenotaphium, 464 centenarius, 340 centeno, 282, 441 cepotaphium, 471

394

cera, 102, 107, 110, 200, 228, 230, 255, 292, 391-392, 479 cerámica arretina, 307 cerasus, 274 cerdo, 146, 177, 277-278, 309, 445-446, 481,492 cereales, para comer, 272274, 282, 442 Ceres, 494 cereza, 274 César Cayo Julio, 38, 40, 53, 58, 61, 118, 131, 160, 187, 243, 267, 300, 317, 337, 339, 346, 352, 359, 361, 364, 390, 399, 408, 413417, 439, 480, 498 Cetegos, 48, 227, 235 charta; ver papyrus Cicerón, Marco Tulio, 38-40, 43, 45, 56, 58, 60-61, 67, 99, 111, 117, 132, 155, 158, 176, 197, 227, 243-244, 254, 300, 312, 314, 349, 384, 389, 393, 398-402, 405-409, 420, 425, 448 Cincinato, 404 cinctus Gabius, 245 cingulum, 258 ciniflo, 150 ciprés, en los jardines, 451; como símbolo de la muer­ te, 478 circo, 316, 322; en Roma, 328; Flaminio, 329; Máxi­ mo, 328, 332; asientos en,

ÍNDICE ANALÍTICO DE MATERIAS

337; en Bovillae, 336, 338; de Majencio, 329, 332; pla­ no de, 330; arena, 331; spi­ na de, 336; capacidad, 351 cisium, 384 citrus, 274 ciudadanos naturalizados, nombres de, 61 clases, del pueblo romano, 65, 115, 246-247, 252, 322, 358, 403, 416, 456, 497 Claudio, Apio, 500 Claudio, emperador, 407, 414, 500 Clepsidra, 231 Clientes, 156-182, 198, 370, 407, 425 clima, de Italia, 218, 234, 419, 502 Cloaca Máxima, 219 , Cloacas, 468 cocina, 192,197, 203, 208 codex, 393 codicilli, 391 coemptio; incluyendo manus, 64; ceremonia de, 66-67, 80,83-84 cofres, 267 cognati, 32 cognomen, 48-50; ex virtute, 54; como cuarto elemento en el nombre, 57; distinto dentro de la misma fami­ lia, 55 cohors, ayudantes, 118; recin­ to, 447

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

colegios sacerdotales, 487-489 colina Capitolina, 329 colina del Esquilino, como lugar de enterramiento, 468-469 Coliseo, 356-358 collegia, 420; funeraticia, iuvenum, salutaria, 475 coloni, 434 colonias, 246, 417 colores, de la ropa, 270 columbaria, 473 Columela, 429, 447 columnatas, 377, 449, 451; en una casa, 202, 208; en las calles, 233; en el teatro, 327 combates, gladiatorios, 344346, 349, 351, 359-364 comedias, 323-324 comedor, 204, 224, 350, 300, 304, 307 comerciantes, pequeños, 418 comercio, 410-413 comida, 272-282, 301; de los esclavos, 160; de los ricos, 303; de los pobres, 160; comissatio, 312-314 compluvium, 191, 196 compotatio, 312 compromiso, matrimonio, 66,71 conclamatio, 478 condimentos, 276 conductores, en las carreras, 341

395

confarreatio, 62, 67, 79-82 confiscación, de propiedad, 408 consentimiento, necesario para el matrimonio, 68, 73-74, 79-80; fórmula de, 81, 84, 89 constitución serviana, 62, 65 construcción, 329; de una casa, 187-188, 196; de las calzadas, 385, 387 contraventanas, para las ven­ tanas, 232, 418 contubernia, 138,156 conventio, 62; in manum, 23, 63; cum conventione, 6364, 72; sine conventione, 66,81 convivia, tempestiva, 310 Cornelios, 50, 465 correspondencia, 379, 391 cosechas, 441-446 covinus, 384 Craso, Marco Licinio, 132, 412 cremación, en Roma, 465 crepundia, 98,102 Crescens, 342 cristianismo, 157, 465, 484, 498-499 cubicula, 205 cucharas, 203, 299 cuchillos y tenedores, 299 cucullus, 247 cuenco; tres mil de Pompeyo, 326

396

cultivos de huerta para el mercado, 443 culto, familiar, 34-36, 62, 108 cumera, 82, 86 cumpleaños, 96, 126 cuna, 100 cunei, 327, 337 curatores, 475-476 curia; consejo municipal, 456457, 461 Curio, Manio, 275, 299 cyathus, 314 dados, juegos con, 319-321 dator ludorum, 334 declamatio, 115 decoración, de las casas, 220221, 448; de las tumbas, 475 decurias, 149 decuriones, 422, 457, 459 deductio, 86 defrutum, 296 delphica (mensa), 227 deporte, 316; de los niños, 102, 107; del Campus, 317 desayuno, 302, 425 destrictarium, 367, 376 destringere, 370 desultores, 343 deversoriae, 388 dextrarum unctio, 74, 81, 83 día, de un romano, 425-426 días infaustos, 75 diecisiete, llegada a la edad adulta, 125-126

ÍNDICE ANALITICO DE MATERIAS

dies lustricus, 43, 97-98, 165; parentales, 75, 483; religiosi, 75

Diocleciano, Termas de, 378 Diodes, 340, 342 disciplina, en las escuelas, 124 discumbere, 311 diurna cubicula, 205 divanes; cenas, 250, 304-305, 307,311,315 diversiones, de gladiadores diversiones; deportes del Campus, 317; juegos de azar, 319-321; juegos pú­ blicos y privados, 322; re­ presentaciones dramáticas, 323-327; circo, 328-343; combates de gladiadores, 344-363; baño, 365-378 división, de una casa, 27-28 divorcio, 62, 66, 72, 93 Doce Tablas, 111, 465; men­ ciona el entierro y crema­ ción de los muertos, 466 dolia, para vino, 297 dolor, nueve días de, 482 Domiciano, 333, 339, 345 dominica potestas, 25-26 domus; ver casa dormitoria, 205 dormitorios, 149-150, 192, 197, 205, 228, 388 dote, 72, 88 drenaje, 435-436

In d i c e

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

edificio, 141, 326, 447, 461; materiales, 210, 383; ope­ raciones de construcción, 221

ediles, 139,141, 345 editor muneris, 362 educación, 104-124 ejercicio físico, 234, 317 ejército, una profesión, 408 elecciones, carteles de, 233, 361 elemento nativo, debilitado, 484 elementos básicos, para el baño,366-367 elocución, en las escuelas, 114 emancipación, 27, 29 Emilio Paulo, 53-55,131 enanos, 153, 359 endromis, 249 ensaladas, 276, 290 enterramiento; lugares, 466; tumbas, 467; asociacio­ nes, 475-476; ceremonias, 477 entrenadores, de gladiadores, 349-350, 363 envío de cartas, 390 epityrum, 290 equipos, carreras, 339-340 equites, ocupaciones de, 409; en los pueblos, 458 ergastulum, 447 escaleras, 197, 208, 327, 337, 350, 418

397

escenario, antes, 325; des­ pués, 327 Escipión el Joven, 253 esclavitud, 129-130, 139 esclavos fugitivos, 172 esclavos; nombres de, 59; nú­ mero, 131-133; fuentes de, 134-138; venta de, 139; pre­ cios, 140; empleo de, 141147; estatus legal, 156-157; trato de, 158-159; comida y vestido, 160-161; aho­ rros, 162-165; castigos, 166174 escritura, cómo se enseñaba, 110; de los libros, 224 escuelas, 108-109; elemental, 110-111; gramática, 112114; de retórica, 115; días, 122; vacaciones, 122; para gladiadores, 349-350; en los pueblos, 462 Espartaco, 132, 172-173, 350 especias, 276, 290,481 espectáculos, de gladiadores; ver muñera esponsales, 70-71 Estacio, 181 estatus legal, de los niños, 94; de los esclavos, 156157 Estigia, paso de la, 478 estilo, de vida, 299-300; de lucha, 359 estuco, 210, 212-213, 220221, 233, 472

398

estufa, para calentar, 218, 231 Etruria, influencia de, 99, 344, 383 ex cathedra, 226 exedrae, 207-208 exta, 277 extinción, de una familia, 37 fabulae palliatae, 323-324 factiones, 339

familia, significados, 17-19; rustica, 145; urbana, 149155 familiar, religión, 490-493 far, 282-283 farsas, 316, 323 fasciae, 239, 251 fascinatio, 98-99 fascis, 397 feminalia, 239 fenestrae, 217 Feralia, 483 ferculum, 311 festividades, 422, 426, 430, 471,483 fiestas, 422, 471, 485; cara cognatio, 32; M atronalia, 91; Saturnales, 122, 249, 319; Liberalia, 127; Vinalia rustica, 296; Violaria, Ro­ saria, Feralia, 483 filología, clásica, 7, 11 flagrum, 167 Flamen Dialis, 29, 82, 485 Flamines, 67, 252, 382, 485486

In d i c e

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

Flaminio, Cayo, 329 flammeum, 77

flores; en las fiestas, 78-79, 96, 98, 312; en las tumbas, 471-472, 478 foculi, 218 folies, 318 fores, 195, 216 Foro, 91, 128, 240, 351, 425, 480 frigidarium, 367-371, 377 fritillus, 320 frontes, 397 frontón a mano, 318 frumentum, 282, 285 frutas, 274, 302, 309 fuente; pública, 233 fuentes epigráficas, 11,13 fuentes literarias, 15, 353 fuentes monumentales, 12, 102

fugitivi, 172 fullones, 271

fúnebre, juegos, 483; cere­ monias, 477, 482; proce­ sión, 479; elogio, 480 furca, 169 gachas, 283 Galeno, 415 Ganado, 159, 177, 277, 282, 437, 444, 446 gansos, 103, 279, 446 Gayo, significado, 44; en la ceremonia matrimonial, 81

In d i c e

399

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

Gelio, Aulo, 401 generosidad cívica, 460 Genio, 96 gens, 19 gentiles, 19, 66; en la cere­ monia de confarreatio geometría, 114 gladiadores; de dónde se ob­ tenían, 347-348 gobierno, de la ciudad, 456; de los pueblos, 457 Gracos, 93, 293, 393 gradus, 473-474; filas de asien­ tos, 337 grammaticus, de un maestro, 112,121,140 granja, esclavos. 146-147; trabajo, 437-440; cose­ chas, 441-446; el ideal de Catón el Viejo, 159; méto­ dos y herramientas, 440; casas, 447 graphium, 391 Grecia, 90, 116, 136, 161, 222, 231, 289, 293, 300, 339, 398, 402, 442, 484, 496 gremios, 286, 420-422 griego, nodrizas, 123; ense­ ñando a los niños, 101, 112; lugar en las escuelas, 123; maestros, 115; papi­ ros, 393 guirnaldas, 313-314, 443; para el hogar, 492 gustus, 308-309

harina, 284, 288 hasta, 134 Herculano, 206, 222, 393 Hércules, 77, 494 herramientas, granja, 148, 159, 433,440,447 himeneo, 86 historia, y antigüedades, 4 historias de nodrizas, 100101 hogar, 89, 188, 199, 203, 297, 388, 443, 490 Homero, en las escuelas, 112-113 hoplomachi, 360 Horacio, 102, 122, 124, 133, 140, 204, 295, 405, 424, 434, 492 horas, para las escuelas, 106; para las comidas, 301; para los baños, 374; para todos los actos semipúblicos, 426; del día, 427 horno, 148, 203, 212, 218, 283, 297, 365, 377 Horti Maecenatis, 468 hospitalidad, 303, 454 hospites, 183-185 hospitium, 185 huerto, 274,437,442,446 humo, para fermentar el vino, 297 ianitor, 150, 195 ianua, 195, 216 ientaculum, 300-302

400

iglesia, como casa romana, 191; de Santa María de los Ángeles, 378 imagines, guardadas en las alae, 200, 230; en la proce­ siones fúnebres, 479 imbrices, 214 imperium paternum, 20 impluvium, 191,196, 198, 208 indutus, 234, 236 infamia, 71, 363 infancia; ver niños ingresos, fuentes de, 404-424 inhumación, 465 inscripciones, importancia de, 13 instita, 259-260 insula, 232; independiente, 193; bloque de apartamen­ tos, 186 insularius, 232 insurrecciones, de esclavos, 132 Italia, 161, 171, 177, 186, 210; condiciones natura­ les, 219, 272-274, 280, 282, 289, 293-294; clima, 218, 234 indicium domesticum, 21, 24 Iuppiter, 33,185, 494 -ius, 46 ius, conubii, 65-67; osculi, 32; patrium, 20 iusti liberi, 69 jabalí, 279, 309

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

jardín, 163; producción, 443; placer, 192, 201-202, 207208,216,219, 231 joyas, llevadas por hombres, 255-256; mujeres, 264, 267 judías, 309, 441 juego, violento, 328, 361 362, 364-365; de mesa, 316 juegos de tablero, 103, 321, 336 juegos, de los niños, 102-103; públicos y privados, 91, 240, 322, 345, 357; de pe­ lota para los hombres, 318, 321; de azar, 314, 319; fú­ nebres, 482 juguetes, 76, 98,102,194, 320 Juno, 82, 96, 490, 494 Júpiter, 82, 485, 494 Juvenal, Junio, D., 93, 125, 232, 244, 309, 322 1., por libertus, 60 labrum; bañera en el baño, 369, 371 lacerna, 247 laconicum; posiciones de, 368; en un baño privado, 367, 369, 371 lacunae, 221 ladrillos, 147,210-213,405,411 laena, 249 lámparas,· 228 lana, para la ropa, 88, 105, 146, 148, 233, 236, 242, 246-249, 269-271

In d i c e

401

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

lanistae, 349 lanzamiento de disco, 316317 laqueatores, 359 Lares, 76, 87, 99, 127, 199, 311; Compitales, 87, 490; dioses de los cruces, 87 lateres, crudi, 210; cocti, 212 latifundia, 432-434 latín, en las escuelas, 114 latrina, 203, 376, 388 laudatio funebris, 480 lectica, para bebés, 100; y portadores, 151; en los viajes, 382 lectura, cómo se enseñaba, 104,110 lectus, ver divanes; genialis, 89; adversus, 199; funebris, 478 Lemurias, 75 lenones, 139, 349 ley, 407; estudio, 104, 117; práctica, 465-466 Líber, 126,128 Liberalia, 127 libertad, de esclavos, 175; li­ bertad, sombrero de, 175 libertini, 175,413,424 libertos, 128, 143, 391, 423; nombres de, 60; relación con el patrono, 175, 413; con la comunidad, 129, 411,415 libertus, 60,175 libitinarii, 478

librarii, 391-392, 399-400 libros de referencia, 210 libros, 393; formas antiguas, 393; publicación, 399-400; precio, 399, 401 limen, 195, 215; superum, 215 limitaciones, de la patria po­ testas, 21-22; del manus, 23-24; de la dominica po­ testas, 29 limón, 274 limosna, de un cliente, 182 linaje, 50 linea alba, 334 lino, 266,269 litera, 100, 151, 380, 382, 425,482 litterae, ver cartas litterator, 121 Livio Andrónico, 113 Livio Tito, 40, 87, 115, 199, 383 locus, 306; consularis, 306 lorarius, 174 lucerna, 228

Lúculo, Lucio Licinio, 61, 140,274,315, 402 ludi; circenses, 322, 328; scae­ nici, 322; gladiatorii (es­ cuelas), 322, 345, 349 ludus, ver escuela; Troiae, 343 lugares, de honor en la cena, 305-306; en el teatro, 424; en el circo, 337, 424; don­ de se exhibían los gladia-

402

dores, 351; de enterra­ miento, 466 lunula, para el calzado, 98, 251 luto, signos de, 246, 253; pe­ ríodos de, 482 Macrobio, 309 madre, viste a la novia, 77; «el día de la madre», 91; de los Gracos, 93; como nodriza, 100; como maestra, 104 maeniana, 337, 358 maenianum, 233, 337, 358 maestro, 110, 112, 121, 123124, 143, 226, 413 magister, litterarum, 121; bi­ bendi, 313 Magna Mater, 495, 499 Majencio, circo de, 329-330, 332, 336, 338 malum, Armeniacum, grana­ tum, Persicum, Punicum,

274 mamillare, 257-258 mangones, 135,139 manicae, 360

mantequilla, no comida, 146, 281 manto de viaje, 247 manufactura de la ropa, 271 manumisión, 101, 175, 252, 419, 423 manus, 23-24 manzanas, 193, 208, 232, 274, 308

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

Marcelo, teatro de, 326; en­ tierro de, 472, 479 Marcial, Marco Valerio, 122, 124, 181, 244, 256, 309, 401,415, 418 Mario Cayo, 131, 416, 465, 480 Marte, 45, 317, 352, 486-487, 494 máscaras de cera, 199, 230, 479-480 mascotas, 102-103 mater familias, ver madre material, para la ropa, 269 materias, enseñadas en las es­ cuelas, 110-111 matrimonio, una obligación religiosa, 35; formas de, 73-74; ceremonias, 79-84; festividades, 85 matrimus, 82 Matronalia, 91 mausoleo, de Augusto, 472; de Adriano, 472 Máximo, Circo, 328, 329, 332, 336-338, 343, 357 medicina, 413, 414, 415 médicos, 139, 143, 339, 367, 414,415 melocotón, 274 membranum, 393 mensa, 227, 307; cena, 85, 152, 182, 204, 249, 250, 300; prim a, 307; secunda, 308, 331,335, 336 menú, 309

In d i c e

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

merenda, 302 meridiatio, 302, 317, 374, 426

403

muñecas, 102 murmillones, 360 mesa, 90, 104, 181, 188, 223, música, en las escuelas 227, 228, 249, 279, 280, mustaceum, 85 281, 299, 300, 304-307 mustum, 296-297 meta, 284 mutare vestem, 246 metae, en un circo, 331, 335, 336 nacimiento, registro de, 97 miel, 146, 276, 281, 298, 446 naranja, 274, 281 missus, siete vueltas en una narración, enseñada en las carrera, 331-332; «perdo­ escuelas, 115 nado» de un gladiador, naumachiae, batallas navales, 361 364 Mitilene, teatro en, 326 negocios al por mayor, 135, mola, 284 411 molino, para el trigo, 283Nepote, Cornelio, 124 286, 418; como castigo, Nerón, 173, 232, 329, 352, 148, 170 423 monopodium, 221 nichos, 470-476 monumenta, 98 niñas, nombres de, 97; casa­ «M orituri te salutant», 362 das en edad temprana, 99; mosaicos, 143, 195, 198, 208, educación en casa de, 104; 220-221, 336, 339 admitidas en las escuelas, muebles, 222, 307 109 mujeres, nombres de, 58; po­ niños, derechos de, ver potes­ sición de, 90-93; educa­ tas; educación, 108-109; ción de, 92; ropa de, 257propiedad de, ver pecu­ 261; en el anfiteatro, 353, lium; situación civil de, 94; 358; en los baños, 375 ropa de, 268; reconoci­ mulleus, 251 miento de, 95; abandono mulsa, 298 de, 95; juguetes, 102; jue­ mulsum, 298, 302, 308 gos de, 103; educación en munera, gladiatoria; opuesto casa, 104-107; mayoría de a ludi, 322, 345 edad, 127 municipia, 455, 458 nobles, ocupaciones de, 404; munire viam, 387 funerales de, 466

404

noche, para el entierro, 477 nodrizas; griegas preferidas, 100-101 nodus, Herculaneus; del cabe­

llo, 77, 263 nombres suplementarios, 5155 nombres; derivación de; ver también praenomen, no­ men, cognomen, 38-61 nomen, 46-47 nomenclator, 426 novendiale, 482 novia, 68-89 novio, ropa, 72, 80-88 nubere, 78 nueces, en fiestas de boda, 87; como canicas, 103; produ­ cidas en Italia, 273-274 Numa, legislación de, 495496 numerales, como praenom i­ na, 44 nundinae, 122, 453 nuptiae, iustae, 68-69 ' Obeliscos, 336 obligaciones mutuas, de pa­ trono patricio y cliente, 179-180 obras, cómicas, 215, 323-324 Octaviano, Octavio; ver Au­ gusto ocupaciones, de nobles, 404; de caballeros, 409 oeci, 207, 300

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

Oenotria, 293 ofrendas, para los Lares, 311, 470; para los muertos, 344, 474 oliva; usos de, 291; aceite, 291-292 ollae, 474-476 Ollus Quiris leto datus, 479 olmo, para las varas, 167; para las uvas, 295 oppidum, en el circo, 330 opus quadratum , caementi­ cium, 210; incertum, reti­ culatum, 212

Orb ilio, 124 ordo, scribarum, 424; in co­ lumbarium, 476 ornamenta, 324 ornator, 150 ornatrix, 150, 265 orquestra, 326-327 os resectum, 481

Ostia, 232, 380, 473 ostiarius, 150,195 ostium, 195 ostras, 280, 308-309 ova, 336 padre, ver pater fam ilias paedagogus, 123 paenula, 248 pago, de los maestros, 109, 121

Paladio, 429 palaestra, 367, 370, 376

In d i c e

405

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

Palatino, 189, 214, 222, 328, 407 palcos, en el teatro, 327; en el circo, 334; en el anfiteatro, 337-338, 353 palla , 261 paludamentum, 247, 270 palus, primus o secundus, 363 pan, 287-288 panaderías, 203, 209, 283, 286, 288,418 panaderos, 143, 148, 283, 286 panis, 288 Pansa, 208-209 Panteón, 211 pantomimas, 316, 323 pañuelos, 266 papiro, uso, 399-400; manu­ factura, 394; rollos, 396398 parasol, 151 pared o muro, de una casa, 193, 196, 202, 210; apa­ riencia externa de, 212; al­ rededor de la arena, 470; de Aureliano, 385 Parentalia, 483 parentesco; agnati, 30-32; cognati, 32; adfines, 33 pater familias, 20-29 patres, 19, 33, 68 patria maiestas, 20 patria potestas, 20 patricii, 33 patrimus, 82

patronus, 175; y cliente, 33;

de un gremio, 475 peculium, de los esclavos,

162-165 pecunia, 273 pedisequi, 123,150

pelota, juego de los niños, 102; de los hombres, 318 peras, 274, 309 perfumes, en la fiesta, 291, 312-313, 481 pergamino, 391, 393, 397 pergula, 120,451 periódicos, sustituto para, 413 peristilo, 350, 449,491 perones, 251 perro, como mascota, 103; en el vestíbulo, 195 Persio Flaco, 124 Pesca, 454 pescado, 280-281, 308 petasus, 252 petoritum, 383 piedras de molino, 284 piedras de paso, 233 piedrecitas, 103,106, 320 pietas, 73, 94,156 pilentum, 383, 384 pilleus, 139,175, 252 piscina, 365, 367, 369-371, 376, 447, 451,471 piso superior, de una casa, 197, 208, 217, 350, 388, 418 pistores, 283

406

plátano, 295, 451 platos, en las cenas, 308 plaustra, 382 Plauto, Tito Maccio, 283, 299, 323-325 plebeyos, 33, 50, 177-178; matrimonios de, 65 Plinio el Joven, 40, 244, 402, 432,438, 448, 454, 461-462 Plinio el Viejo, 133, 253, 293, 298, 326,410, 425,441 plumas, 266, 395 pobres, entierro de los, 466 pocula, 314 podium, en el circo, 337; en el anfiteatro, 357; en las tumbas, 470,473 poligamia, desconocida en Roma, 62, 68 Polión, Vedio, 158, 227, 402 Política, 106, 128, 176, 178, 202, 403-409, 460,497 pollice verso, 362 pompa circensis, 343, 382 Pompeya, 187, 193, 197, 203, 208, 233, 288, 353-355 Pompeyo Magno Cneo, 50, 61, 131, 173, 326, 346 Pontifex M axim us, 82, 486 pontífices, 37, 62, 309, 487 populus, 177-178 por, en lugar de puer en nom­ bres, 59 porta triumphalis, pompae, 330; Libitinensis, 354, 362

posadas, 381, 388

ÍNDICE ANALÍTICO DE MATERIAS

posición, de las mujeres, 90-93 postes, 215, 221 posticum, 216

postre, 276, 308-313 potestas, patria, 20; dominica,

25-26; suspensión de, 29 praecinctio, en el teatro, 327;

en el circo, 337; en el Coli­ seo, 358 praefectus aerarii, 97 praenomen, 41-45 prandium, 300-302

precio, de los esclavos, 140; casas, 198; mesas, 227; co­ midas (posadas), 309; li­ bros, 401 prendas de seda, 269 prendas para cubrir la cabe­ za, hombres; mujeres primordia, 97 prisioneros, 131, 134, 344348, 359, 408,499 privado, antigüedades, 2; es­ clavos, 142; habitaciones; juegos, 141, 322; baños en Caerwent, 371 procesión, de los novios, 8689; Liberalia, 127; circo, 343; anfiteatro, 362; fúne­ bre, 480 productos diarios, 281 profesiones, 413; en manos de libertos y extranjeros, 129, 423; de esclavos, 143 proletariado, 417 prolusio, 362

In d i c e

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

prónuba, 81, 89

propiedad, de los niños, 22; de la esposa, 23, 72; de los esclavos, 156,162 proscaenium, 327 Proserpina, 494 provincias, corrupción en, 406 provisión, 408, 475 puberes, 68 publicación, de libros, 400401 público, antigüedades, 3; opi­ nión, 156, 162, 319; escla­ vos, 141; juegos, 322; ba­ ños, 372; edificios, 461 pueblo, vida en el, 463 puertas, construcción, 215216 pugillares, 391 puls, 283 pup(us), 97 púrpura de Tiro, 270 púrpura o carmesí, 125, 127, 238, 246, 339 puticuli, 468 quadrans, 373 quadrigae, 340

queso, 146, 280-281, 290, 302, 419 Quincuatria, 122 Quintiliano, M. Fabio, 102 raeda, 384 rapidez, 372; en la escritura, 401

407

recaudación de impuestos, 409 recinto, 350, 365, 490; de la escuela, 109; de los edifi­ cios en una granja, 447 recompensas, 172; de gladia­ dores, 363 redecillas, para el pelo, 264 registro, de nacimientos, 39, 97 religión; de Numa, 485-486; colegios sacerdotales, 487489; de la familia, 490-493; de la gens; del Estado, 494497; en época imperial, 498-499 reloj, de agua, 223; de sol, 231; de arena, 284 repotia, 85, 89 representaciones teatrales, 324 repudium renuntiare, 71 Res Gestae, de Augusto, 472 retiarii, 359-360 reticula, 264 retórica, escuelas de, 115, 226 rex, sacrorum, 67, 382, 486; bibendi, 313, 320 rizos, 254 Rómulo, 24, 87, 95; cabaña de, 189,214 ropa, 234; de los hombres, 236-252; de las mujeres, 91, 257-266; de los niños, 268; colores de, 270; ma­ nufactura de, 271; limpieza de los niños; de los novios, 76-78; de los esclavos, 160,

408

268; para cenar, 249; colo­ res de, 270 Rosaria, 483 rostra, 91, 480 rudes, 249 sabinas, 86 sacra, gentilicia, 19; fam ilia­ ria, 35 sacrarium, 207

sacrificios, 188, 199, 245, 343, 459, 492 sagina gladiatoria, 349 sagum, 247 sal, 281, 287, 290, 302, 312 salero, de piata, 299 Salii, 252, 487 Salustio Crispo, Cayo, 115, 399, 405 Salustio, casa de salutatio, 182, 425 salve, 195 «samnitas», 299, 359-360 sandalias, 250,262 sarcófago, 81,473, 481 Saturnales, 122, 249, 319 Saturno, 494 scaena, 326-327 scapus, 394, 398 schedae, 392, 394-395 schola, 422 scribae, en el servicio civil, 424; como copistas, ver librarii scrinium, 397 secretarios, 154,424-425 secunda mensa, 309-311, 492

In d i c e

a n a l ít i c o d e m a t e r ia s

secutores, 360 sella, 226; curulis, 225

sellado de cartas, 392 sello, 255-256, 392 semitae, 387 senador, 33, 87, 106, 127, 225, 238, 251, 270, 327, 337, 357, 401, 404-405 Senatus, 19 Séneca, Marco Anneo, 56 señor, 108; su trato a los es­ clavos, 131, 138, 142, 144, 149-166,173-174 sepulcrum, 470, 481-482 servi, privati, 141; publici, 141, 174; a manu, 391; ab epis­ tulis, 391 servicio civil, 424 servicio de correos, 389 servicio, cena, 310-311 servilletas, 311 Servio, derivación, 44 sésamo, 82, 84 seviri Augustales, 498 Sicilia, insurrecciones en, 132; trigo llegado de, 282 sidra, 296, 298 sigma, 306 Sila, Lucio Cornelio, 41, 346347, 402, 408-409, 465, 480 silicernium, 481 silla curul, 225,456 sillas, 225-226; sillas cubier­ tas, 81, 380, 382; sillas de montar, 381 sine missione, 362

In d i c e

409

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

sinus, de la toga, 243-246 solarium, 207, 231,471

suspensura, 368 synthesis, 249, 270

soldados, 416 soleae; soleas poscere, 250 solium, silla, 226; bañera, 369 solum, 213

sombreros, 139, 175, 223, 252, 263, 266, 397 sordidati, 246 sortes viriles, 475 spatium, 331 spina alba, 86 spina, en el circo, 335-336 spondeo, 70-71 sponsa, 71 sponsalia, 70 sportula, 182, 194 statumen, 387 stilus, 110, 391 stirps, 19, 42, 52, 55 stola matronalis, 91 strigilis, 367 strophium, 258 suasoria, 115 sub hasta venire, 134 subligaculum, 235 subucula, 237 sudaria, 266 Suetonio, Tranquilo Cayo, 267, 390 sui iuris, 17, 23, 25, 70-73 suicidio, de cautivos y escla­ vos, 135,139-140,161 suministro, de gladiadores, 347-348; de agua, 219 susceptio, 95

tabas, 320 tabellae, para escribir, 391 tabellarii, 389 tabla de cuentas, 111 tabla, de parentesco, 33 tablinum, 201 tabularii publici, 97 taburetes, 299, 325 Tácito, Publio Cornelio, 40, 115, 133, 173 Talassio, 87 tali, 320 tamaño, de los libros, 398 teatro, primitivo, 325; poste­ rior, 326-327; de Pompeyo, de Balbo, de Marcelo, 326; de Vitruvio, 327; en Pompeya, 327 techo, 213 tecta, 214 tegula, 214 tejas, 146, 213 telón, en el teatro posterior, 327 templo, de los dioses domés­ ticos, 203 tenedores, 299 tepidarium, 366-371, 377-378 Terencio, Publio Afer, 98, 113, 323-325, ternera; consumida pocas ve­ ces, 277 tessera hospitalis, 185

410

testudinatum atrium, 196 testudo, 369 thermae, 376-377

Tiber, 45, 177, 317, 329, 367, 426, 494 Tiberio, 67, 269, 274 tibialia, 239 tiendas, 118, 194, 208, 232233, 288, 338, 376, 418, 460 tinta, 395 tirocinium; fori, 117; militiae, 118 tirones; de gladiadores no en­ trenados, 118 Tito, 348 titulus, de los esclavos, 139; de los libros, 397; en co­ lumbaria, 474 toga, material y uso; aspecto; en literatura; llevada por los muertos; antes; tipos de toga, 240-246 toldos 327, 358 tollere, 95 tonsor, 150 topiarius, 451 trabajadores libres, 129, 423 trabajos, 170-171 trabea, 247, 270 tracios, 359-360 tragedias, 323 Trajano, 286, 346, 402, 415, 500 trato, a los esclavos, 158-159 tribu, 49

ÍNDICE ANALÍTICO DE MATERIAS

triclinium, 204, 300, 304, 307 trigo, 282, 288-289, 405, 419, 441,444 trigon, 318 trinoctium, 63 triple nombre, 58 tufa, 210, 212 tumbas; ceremonias en, 467 tunica, recta, regilla, 76; m a­ nicata, talaris, 236; angusti clavi, lati clavi, 238; exte­

rior (de los hombres), in­ terior (de las mujeres), 237 Tuscanicum atrium, 196, 208 tutor, 27, 64 tyrotarichus, 280 ulmus, 167, 295 umbella, 266 umbilicus, 396-398 umbones, 387 umbraculum, 266 umbrae, 304 unctorium; improvisado para,

367, 370 Universidad, para los roma­ nos, 116 urnas funerarias, 189,483 ustrina, 471,481-482 usus, 63-64, 80, 84 utensilios para hilar, 188 uva; jalea de, 296 uxor, 38, 62, 65, 70 vacaciones, evitadas como días de boda, 75; escuela, 122;

In d i c e

411

a n a l ít ic o d e m a t e r ia s

numerosas, 122; pasadas en el campo, 426 vallados, 435-436 Varrón, 91, 190, 253, 429, 445, 447 Vedio Polión, 158 vegetarianos, 299 vehículos, 382 vela, toldos, 327 velas, 122, 228 velo, 77, 263 venationes, 343, 364 ventanas, 217 ventas, de cautivos; de escla­ vos, 139 ventralia, 239 Venus, 320, 494 verduras, 274-276, 302, 308, 433, 437 vernae, 138,155 Verona, 352 Verres, 278, 406 verso saturnio, 113 versos fesceninos, 87 vertedero, 468-469 Vespasiano, 413 vesperna, 301-302 Vesta, templo de, 189; culto de, 488, 494 Vestales, 78, 327, 357, 382, 488-489 vestibulum, 194 vestiplicus, 243 Vesubio, 294 Vía Apia, 329, 466, 473

Vía Flaminia, 329 Vía Salaria, 386 viajes, 116 vicarius, 164 vidrio, 411, 418 vigilantes, 143 vilica, 148 vilicus, 148 villas; de los ricos, 145, 447 vinagre, 160, 281, 290 vinalia rustica, 296 vino, 296-297 vinum, 296-297 viñedos, 295 Violaria, 483 Virgilio Marón Publio, 179, 240, 295, 317, 399,401, 429,445 virilidad, 126,130 viticultura, 294 vitrinas, 200, 206, 223, 307 Vitruvio, 186-187, 192, 204, 327, 366, 387, 449 vittae, 78, 264 volumen, 393, 398

429,

113, 393,

230, 186, 447,

Whitney, definición de filo­ logía, 7 Wolf, Friedrich August, 7 zapatos, 262 zona de paso, 194

índice

P resentación. Introducción Antigüedades públicas y privadas (§§2-3). Las anti­ güedades y la historia (§§4-6). Antigüedades y filo­ logía (§§7-10). Fuentes (§§11-15). Obras de referen­ cia (§16). Tratados sistemáticos. Obras enciclopédicas. Otras obras. Capítulo 1.

La fa m ilia ................................................

7

11

23

La casa (§17). Otros significados de familia (§§1819). Patria potestas (§20). Limitaciones (§§21-22). Manus (§§23-24). Dominica potestas (§§25-26). La di­ visión de una casa (§§27-28). Cancelación de L· po­ testas (§29). Agnati (§§30-31). Cognati (§32). Adfi­ nes (§33). Culto familiar (§§34-36). Adopción (§37). Capítulo 2.

N om bres rom an os................................

Los tres nombres (§§38-40). El praenomen o nom­ bre de pila (§§41-45). El nomen o nombre de la familia (§§46-47). El cognomen o sobrenombre 413

41

414

fNDICE

(§§48-50). Nombres suplementarios (§§51-55). Confusión de nombres (§§56-57). Nombres de m u­ jeres (§58). Nombres de esclavos (§59). Nombres de libertos (§60). Nuevos ciudadanos (§61). Capítulo 3.

M atrim onio y posición de las mujeres

56

Antiguas formas de matrimonio (§§62-64). Ius co­ nubii (§§65-67). Iustae nuptiae (§§68-69). Esponsa­ les (§§70-71). Dote (§72). Formas esenciales (§§7374). El día de la boda (§75). Los vestidos de la boda (§§76-78). La ceremonia (§§79-84). El banquete nupcial (§85). La procesión de la novia (§§86-89). La posición de las mujeres (§§90-93). Capítulo 4.

N iños y ed u cación ................................

76

Estatus legal (§94). Susceptio (§95). Cumpleaños (§96). Dies lustricus (§§97-98). La bulla (§99). No­ drizas (§§100-101). Juguetes (§102). Mascotas y jue­ gos (§103). Educación en casa (§§104-107). Escuelas (§§108-109). Materias enseñadas en las escuelas ele­ mentales (§§110-111). Escuelas de gramática (§§112-114). Escuelas de retórica (§115). Viajes (§116). Adiestramiento profesional (§§117-118). Matizaciones sobre las escuelas (§§119-120). El maestro (§121). Días de clase y de vacaciones (§122). El paedagogus (§123). Disciplina (§124). Fin de la infancia (§§125-126). Las Liberalia (§127). C ap ítu lo 5. D ependien tes. Esclavos y clientes Hospites......................................................................... Incremento de la esclavitud (§§129-130). Número de esclavos (§§131-133). Fuentes de abastecimiento (§§134-138). Venta de esclavos (§139). Precios de los esclavos (§140). Esclavos públicos y privados

97

415

In d i c e

(§141). Esclavos privados (§142). Trabajo industrial (§§143-144). La fam ilia rustica (§145). Esclavos de las granjas (§§146-147). El vilicus (§148). La fam ilia urbana (§§149-155). Estatus legal de los esclavos (§§156-157). El trato a los esclavos (§§158-159). Comida y vestido (§§160-161). 'Elpeculium (§§162165). Castigos (§§166-174). Manumisión (§175). Los clientes (§176). Los clientes antiguos (§§177178). Obligaciones mutuas (§§179-180). Los nuevos clientes (§181). Obligaciones y contraprestaciones (§182). Hospites (§§183-184). Obligaciones del hos­ pitium (§185). Capítulo 6 .

C asa y m obiliario..................................

133

Domus (§§186-187). El desarrollo de la casa (§§188193). El vestibulum (§194). El ostium (§195). El atrium (§196). Cambios en el atrium (§§197-199). Las alae (§200). El tablinum (§201). El peristylium

(§202). Habitaciones privadas (§§203-207). La Casa de Pansa (§§208-209). Las paredes (§210). Paries caementicius (§211). Apariencia externa de las pare­ des (§212). Suelos y techos (§213). Tejados (§214). Las puertas (§§215-216). Las ventanas (§217). Cale­ facción (§218). Suministro de agua (§219). Decora­ ción (§§220-221). Mobiliario (§222). Principales objetos (§223). Sofás (§224). Sillas (§§225-226). Mesas (§227). Lámparas (§228). Arcones y armarios (§§229-230). Otros artículos (§231). Insulae (§232). La calle (§233). Capítulo 7.

Vestidos y adornos p erson ales..........

Introducción (§234). Subligaculum (§235). Túnica (§§236-239). Toga (§240). Forma y colocación (§§241-245). Tipos de togas (§246). Lacerna (§247). Paenula (§248). Otras prendas exteriores (§249).

173

416

In d i c e

Calzado: las soleae (§250). Calcei (§251). Prendas para cubrir la cabeza (§252). Pelo y barba (§§253254). Joyas (§§255-256). Vestido femenino (§257). Tunica interior (§258). Stola (§§259-260). Palla (§261). Zapatos y sandalias (§262). Complementos para el pelo (§§263-265). Accesorios (§266). Joyas (§267). Ropa de niños y esclavos (§268). Materiales (§269). Colores (§270). Manufactura (§271). Capítulo 8.

C om idas y alim en tació n .....................

198

Condiciones naturales (§§272-273). Frutos (§274). Productos de huerta (§§275-276). Carnes (§§277278). Aves de corral y de caza (§279). Pescado (§§280-281). Cereales (§282). Preparación del grano (§§283-286). Elaboración del pan (§§287-288). La aceituna (§§289-290). Aceite de oliva (§§291-292). Uva (§293). Viticultura (§294). Viñedos (§295). Ela­ boración de vino (§§296-297). Bebidas (§298). Esti­ lo de vida (§§299-300). Horas de las comidas (§301). Desayuno y almuerzo (§302). Comida for­ mal (§303). El diván para cenar (§304). Lugares de honor (§§305-306). Otros muebles (§307). Platos (§308). Precios (§309). Servicio de la cena (§§310311). Comissatio (§§312-314). Los banquetes de los ricos vulgares (§315). Capítulo 9.

D iversion es............................................

Introducción (§316). Deportes en el Campus M ar­ tius (§317). Juegos de pelota (§318). Juegos de azar (§319). Tabas (§320). Dados (§321). Juegos públicos y privados (§322). Espectáculos dramáticos (§323). Representación en escena (§324). El teatro antiguo (§325). El teatro posterior (§§326-327). El circo (§§328-329). Plano del circo (§§330-331). La arena (§332). Las carceres (§§333-334). La spina y las me-

232

417

ÍNDICE

tae (§§335-336). Los asientos (§§337-338). Las fac­ tiones del circo (§339). Los equipos (§340). Los con­ ductores de carros (§341). Aurigae famosos (§342). Otros espectáculos en el circo (§343). Combates de gladiadores (§§344-345). Popularidad de los comba­ tes (§346). Fuentes de suministro (§§347-348). Es­ cuelas de gladiadores (§§349-350). Lugares de exhi­ bición (§351). Anfiteatros en Roma (§352). El anfiteatro de Pompeya (§§353-355). El Coliseo (§§356-358). Estilos de lucha (§359). Armas defensi­ vas y ofensivas (§360). Anuncios de los espectáculos (§361). La lucha (§362). Recompensas (§363). Otros espectáculos en el anfiteatro (§364). El baño diario (§365). Elementos básicos de los baños o termas (§§366-367). Calefacción en los baños (§368). Cal­ darium (§369). Frigidarium y unctorium (§370). Unos baños privados (§371). Baños públicos (§372). Funcionamiento y gestión (§373). Horarios de ba­ ños (§374). Acomodos para las mujeres (§375). Thermae (§§376-377). Las Termas de Diocleciano (§378). C a p itu ló lo .

Viajes y correspondencia. Libros....

Introducción (§379). Viajes por mar (§380). Viajes por tierra (§381). Vehículos (§382). Carros (§383). Raeda y Cisium (§384). Carreteras (§§385-386). Construcción (§387). Posadas (§388). Velocidad (§389). Envíos de cartas (§390). Redacción de una carta (§391). Sellado y apertura de las cartas (§392). Libros (§393). Fabricación de papiros (§394). Plu­ mas y tinta (§395). Preparación de un rollo (§§396397). Tamaño de los rollos (§398). Multiplicación o copias de libros (§399). Publicación comercial (§400). Rapidez y coste de la publicación (§401). Bi­ bliotecas (§402).

287

418

ÍNDICE

C apítulo 11. Fuentes de ingresos y m edios de vida. La vida del r o m a n o .........................................

310

Introducción (§403). Ocupaciones de los nobles (§404). Agricultura (§405). Cargos políticos (§406). La ley (§407). El ejército (§408). Ocupaciones de los equites (§409). Negocios y comercio (§§410-412). Profesiones y comercio (§413). Médicos (§§414415). Soldados (§416). Proletariado (§417). Peque­ ños comerciantes (§418). Trabajadores por cuenta propia (§419). Gremios (§§420-422). Libertos (§423). El «servicio civil» (§424). El día de un roma­ no (§§425-426). Horas del día (§427). Capítulo 12.

Granjas y vida en el c a m p o ..............

333

Introducción (§§429-431). El campesino ideal (§432). Pequeñas granjas (§§433-434). Drenaje y va­ llado (§§435-436). Arado y abonado (§§437-438). Calendario (§439). Utensilios agrícolas (§440). Co­ sechas (§§441-446). Edificios en el campo (§447). Casas de campo (§§448-449). Jardines (§§450-452). Vida en el campo (§§453-454). Capítulo 13.

Vida en la ciu d ad ................................

Introducción (§455). Gobierno de la ciudad Gobierno municipal (§457). Equites (§458). tales (§459). Plebs (§460). Edificios públicos Escuelas (§462). Vida de pueblo y de ciudad

346

(§456). Augus­

(§461). (§463).

Capítulo 14. Lugares de enterram iento y cere­ m onias funerarias....................................................... Importancia de los entierros (§464). Inhumación y cremación (§465). Lugares de enterramiento (§466). Las tumbas (§467). El vertedero (§§468-469). Plano

352

419

In d i c e

de las tumbas y cementerios (§§470-471). Exterior de las tumbas (§472). Los columbarios (§§473-474). Las sociedades funerarias (§§475-476). Ceremonias funerarias (§477). En la casa (§478). El cortejo fune­ bre (§479). El elogio fúnebre (§480). En la tumba (§481). Ceremonias suplementarias posteriores (§482). Festividades recordatorios (§483). Capítulo 15.

Religión ro m a n a.................................

370

Introducción (§484). La labor de Numa (§§485486). Colegios sacerdotales (§§487-489). La religión familiar (§§490-493). La religión del Estado (§§494497). La religión en la época imperial (§§498-499). Capítulo 16.

Sum inistro de agua en R o m a..........

378

B ib lio g ra fía .....................................................................

381

Obras de Alianza Editorial sobre Roma antigua........ Bibliografía de H. W. Johnston.................................... Bibliografía de publicación más reciente.....................

381 381 386

Indice analítico de m aterias.........................................

389