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M A N U E L F. G A L I A N O
LA TRANSCRIPCION CASTELLANA DE LOS
NOMBRES PROPIOS GRIEGOS S E G U N D A E D ICIÓ N
M ADRID 19 69
è
SOCIEDAD ESPAÑOLA D E ESTUDIOS CLÁSICOS. Duque de Medinaceli, 4. Madrid (España); 1969;
Depósito Legal: M. 4160- 1969. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 83, Madrid, 1969, — 32S3.
INTRODUCCIÓN
I. La Sociedad Española de Estudios Clásicos, en una reunión de su Junta Directiva, acordó, en la línea de sus esfuerzos por fo mentar el mayor y mejor cultivo de las Letras clásicas en España, trabajar en la preparación de instrucciones pormenorizadas sobre un tema tal mal conocido y, sin embargo, tan discutido con escasa competencia casi siempre, como es el de la forma en que los vocablos de origen griego deban ser empleados, ya en cuanto a acento, ya en cuanto a la fonética o morfología mismas, cuando se esté hablando ó escribiendo en nuestra lengua. : II. ;E n este sentido, se imponía y sé sigue imponiendo una labor magna, como es la de establecer un corpus de doctrina coherente y sistemática, que, : de ser generalmente aceptada, sentaría precedente para varios siglos, contribuyendo así a introducir un factor de esta bilización en nuestro idioma, no demasiado quieto en estos tiempos de evolución rápida en todo. Ahora bien, la tarea ingente podía, en opinión del que! suscribe, ser compartimentadá y reducida, por tanto, a menor complicación si se la dividiera, al menos, en dos estadios claramente delimitados, del primero dé los cuáles pretende ser la culipmáción;estér iibrejo. III, íDe vüna parte,: se debía, como aquí se intenta, establecer ftormás en el modo de incorporar al castellano los nombres propios griegos (onomásticos y topónimos en su inmensa mayoría), bien se trate, como casi siempre, de nombre de la Antigüedad empleados én libros, artículos, conferencias ó conversaciones referentes al mundo clásico y a su influencia, bien, como en un pequeño número de casos, de supervivencias áctuales, ¿n nombres de varón o de mujer usuales o nombres de lugares geográficos de la Grecia moderna,
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de aquel pasado tan lejano como glorioso de que ningún hombre culto puede permanecer apartado. IV. Pero a esta primera labor habrá de seguir la todavía más : espinosa y necesaria : la de poner también orden y regularidad en los millares de nombres comunes, heredados o neologismos, que, cada vez con mayor frecuencia, vienen esmaltando, muchas veces en forma ; indebida, nuestras conversaciones y textos, a partir, sobre todo, del extraordinario auge de la técnica en nuestro tiempo. A cualquiera se le representará en seguida la inmensa dificultad de esta labor, que, sin embargo, puede ser emprendida si se cuenta con las necesarias colaboraciones de orden científico. No nos parece imposible que, con la' ayuda· de los médicos, ingenieros, especialistas en Física y Quí mica, etc. (la Srta. M.a C. Morales, trabajando bajo mi dirección en ese sentido, ha presentado en Madrid, 1967 una memoria de Licen ciatura sobre Los helenismos de tipo médico en la lengua española), se pudiera llegar algún día a trazar normas seguras que respeten en lo posible lo establecido, pero tampoco toleren ese enorme flore cimiento de barbarismos cacofónicos que anárquicamente pulula en los libros de ciencia. ' ’ v:V.· Mas repetimos que nuestro trabajo no es más que un humilde prolegómeno, base y guía de lo que esto otro habrá de constituir con ayuda o por obra de nuestra Sociedad. Lo que presentamos no pretende ser más que una serie de normas para especialistas o semiespecialistas en Humanidades a quienes todavía ahora vemos dudar en estas delicadas cuestiones de la transcripción y que en el índice general de nombres griegos encontrarán la manera de llegar a prác ticamente todos los topónimos, étnicos u onomásticos de la época clásica que tengan algún relieve; una ayuda también para quienes, enfrentados con nombres transcritos en libros de esta clase, deseen remontarse a los diccionarios helénicos como pueden hacer valién dose del segundo índice de nombres ; y, en fin, un indicador para el profano en griego que, en la duda acerca de si el nombre de deter minado personaje o lugar de los textos clásicos debe escribirse de tal o cual manera, podrá también servirse de dicho segundo índice para encontrar con escasa dificultad lo que busque. VI. No carece, claro está, de defectos nuestra obra, y vamos a facilitar-fila tarea de las eventuales reseñas o críticas señalándolos
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nosotros mismos. En primer lugar, nace modestamente, confesando, como arriba lo hemos hecho, no ser más que un embrión de lo que en realidad necesitan los estudios humanísticos como nuestra Socie dad ha visto claramente. Por otra parte, durante su confección nos ha atormentado mucho el temor de reproches de subjetivismo o arbi trariedad. Está claro que, puesto que recabamos casi siempre inde pendencia frente a la Academia (que rara vez tiene ocasión de opinar en punto a nombres propios), cualquier norma que demos tiene que fluctuar fatalmente entre la aceptación incondicional de lo gene ralmente dicho, con lo cual nos convertiríamos en autores de un mero registro de nombres sin gran valor, o la formulación a rajatabla de reglas rígidas e inmutables cuya única directriz responsable sería la de un criterio todo lo docto que se quiera, pero al final personal. En esta continua lucha espiritual entre tan peligrosas Escila y Caribdis hemos procurado movernos con ágil flexibilidad, sin encasti llarnos en la “ortodoxia” ni entregarnos al vulgo ignaro: no cabe duda de que con frecuencia nos habremos equivocado, pero la tínica tranquilidad que nos queda es la de que casi nunca el supuesto contradictor podrá alegar, frente a una decisión caprichosa nuestra, más que una objeción suya no basada tampoco sino en una pura divergencia de gusto personal. Ahora bien, ansiamos firmemente que tales discrepancias se den y que sean expuestas : así es como este folleto puede empezar a funcionar como pieza preparatoria de un futuro sistema más amplio. VII. Otra acusación que se puede esgrimir contra nosotros es la de un excesivo dogmatismo en las afirmaciones ; pero esto nos preocupa mucho menos, pues en seguida se comprenderá que a ello nos forzaba la obligada concisión de la obra, cuyo apretado texto no nos podía tolerar en modo alguno la tentación, a duras penas reprimida en ocasiones, de extendernos en explayar las razones más o menos subjetivas por que en uno u otro caso defendamos tal o cual sistema de transcripción. VIII. Se nos criticará también el cierto desorden que con frecuen cia se echa de ver en la ordenación de los ejemplos. Nos referimos, verbi gratia, al caso de que, arbitrariamente al parecer, cierta palabra comenzada en Ί α - aparezca separada de las demás de tal tipo y empleada para documentar el tratamiento acentual de los nombres provistos de -ou- en su penúltima; o bien, a la inconsecuencia
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cometida al adelantar un onomástico incluyéndolo no en el capítulo final, sino en el correspondiente al suñjo con que esté formado. Pedimos perdón de antemano por esta pequeña irregularidad que era largo y molesto corregir a posteriori·, lo importante, hemos pensado al hacer la revisión final, es que, se halle donde se halle la palabra, el lector sea capaz de encontrarla en el léxico con la referencia que le permita localizarla bien. : IX. Y, en fin, procuraremos curarnos también en salud ante otros dos reproches que pudieran hacérsenos, Si aparecen algunos nombres persas, asirios, cartagineses, etc,, es porque, si bien en un principio habíamos decidido excluir despiadadamente todo lo no puramente helénico, a última hora nos pareció que no estorbaba la inclusión, sin carácter sistemático alguno, de ciertos nombres orien tales de los más conocidos y usados por los clásicos. Y si menudean más de lo necesario algunos términos griegos (designaciones de oficios o cargos, títulos de obras literarias, elementos de la nomenclatura métrica, etc.) que sólo con abusivo concepto de lo que son nombres propios pueden entrar en esta categoría (y la prueba está en la minúscula que muchos de ellos llevan) es porque, con miras a la mayor utilidad para principiantes de este repertorio, nos daba pena, ante cada caso, llevar nuestra consecuencia al extremo sacrificando el tratamiento de palabras que, después de todo, o estaban relacio nadas con nombres propios o rozaban casi siempre, en lo muy con creto y peculiar de cada designación, la esfera de tal tipo de elementos nominales. Lo mismo ocurre con las muchas palabras españolas más o menos emparentadas con onomásticos o topónimos griegos: en realidad sobraban aquí, pero esperamos que el lector no será tan severo que nos lleve a mal su siempre instructiva inclusión; X. Unos párrafos finales dedicados a la bibliografía. Sobre trans literaciones en general (cf. el trabajo de la Srta. I. Vérsiani Galery Problemas de adaptagño de um alfabeto, en Kriterion XIV 1961, 114-125) se ha escrito bastante desde nuestra primera edición. El método transliterativo a que se hace referencia en los capítulos 6-8 batía sido expuesto en porménor por nosotros en el artículo Sobré un proyecto de transliteración del griego clásico (Ά ντίδω ρον Hugoñi Henrico Paoli oblatum, Génová, 1956, 124-136), que tenía su origeii en otro sistema patrocinado por André Martinet en A Project of Transliteration of Classical Greek, en Word IX 1953, 152-161. Des-
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pués hemos vuelto a describirlo en Sobre la transliteración del griego y el ruso (Filología Moderna VIII 1968, 277-292). Allí hemos podido utilizar artículos como los de las Srtas. M.a M. Barroso de Albu querque y M.a L. Flor de Oliveira (La translittéfation des caractères grecs, en Euphrosyne III 1961, 249-252), H. Leclercq (Note concer nant la translittération en caractères latins des noms de personne attestés par les sources grecques, en Orbis X III 1964, 299-308) y J. Lasso de la Vega (Las transliteraciones del cirílico, hebreo, árabe y griego y la romanización del chino y del japonés, en Rev. Inst. Ración. Trab. XVIII 1965, 97-120). Del griego moderno en particu lar, que presenta problemas espinosos, nos ocupábamos también en nuestro segundo trabajo recogiendo los resultados de J. Alsina y G. Miralles (en n. de págs. 411-412 de Bosquejo histórico de la litera tura griega moderna, en Est. Cl. IX 1965, 411-437) y la Srta. R. Dostálová (Transliterace novofeitiny do latinky, en Zpr. Jedn. Kl. Filol. III 1961, 146-150); y posteriormente hemos vuelto a presentar un cuadro general en Sobre el sistema de transliteración de nombres griegos utilizado en este número (Est. Cl. X II 1968, 3-5).No son, naturalmente y volviendo al griego antiguo, el sistema de Martinet ni el nuestro las únicas posibilidades en este campo:véase, por ejemplo, el método empleado por M. Rabanal en Safo (Odas y frag mentos), León, 1944, o el que en varios libros (cf., p. ej., pág. 5 de L ’ “aspect” en grec attique, París, 1958) ha utilizado P. Roussel. Este último, por cierto, ha pretendido aproximarse, en la recitación de un disco, al ideal que declaramos irrealizable en 14: cf. A. Wartelle, Un disque de textes poétiques grecs et latins (Bull. Λ ίί. Guill. Budé 1966, 133-139); XI. El sistema a que nos referimos en 12 es el defendido en sus trabajos científicos por nuestro amigo y colega A. García y Bellido, método del cual se hace la apología, por ejemplo, en págs. 19-22 de España y los españoles hace dos mil años (Madrid, 1945). En cuanto al otro de que en 13 hablaba nuestra primera edición, con referencia a la n. 5 de pág. 10 de la edición de las Seis Filípicas de Demóstenés del P. D. Mayor, S. I. (Santander, 1944), mantuvimos una amistosa polémica con dicho editor (reseña de la primera edición de este libro publicada en Humanidades X III 1961, 127; n. 10, ën pág. 126, de nuestro artículo Los neologismos de base clásica én la lengua caste llana, en Las ciencias XXVI 1961, 121-133; D; Mayor, Sobre trans literación del griego: errata y rectificación, én Humanidades XIII
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1961, 387) de la que resulta que el sistema es abandonado por su autor, como, en efecto, vemos en la tercera edición de Cuatro Filí picas (Santander, 1962), por lo que aquí hemos modificado el texto refiriéndolo a conceptos más generales. XII. Por lo que toca a las normas generalmente seguidas por nosotros, han sido ya expuestas varias veces, aunque nunca con tanta extensión. Pueden consultarse, por ejemplo, nuestro capítulo Helenismos, en págs. 51-77 del vol. II de la Enciclopedia Lingüistica Hispánica (Madrid, 1967); las págs. 8-15 del Diccionario etimológico de helenismos españoles del P. Crisóstomo Eseverri (Burgos, 1945); las págs. 743-744 de la versión de la Descripción de Grecia de Pausa nias publicada por A. Tovar (Valladolid, 1946); las págs. XIV-XVIII del tomo I del Diccionario del mundo clásico del P. I. Errandonea, S. I. (Barcelona, 1954); y las págs. 123-156 del Manual de la lengua griega del P. R. Mendizábal, S. I. (Madrid, 19562). También hay ediciones de clásicos y obras filológicas provistas de índices de nom bres españoles en que se hallan las correctas equivalencias de muchos centenares de topónimos, étnicos y onomásticos: recuérdense, por ejemplo, los índices de la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides traducida por F. Rodríguez Adrados (en págs. 335-343 del III tomo, Madrid, 1955); de La litada de Homero vertida por D. Ruiz Bueno (en págs. 235-285 del III tomo, Madrid, 1956); de la Primera antología griega en que colaboraron el citado Sr. Rodrí guez Adrados y el autor de estas líneas (Madrid, 19663, págs. 319343); del fascículo VI del Vocabulario básico de Heródoto de M.a E. Martínez-Fresneda (Madrid, 1966); y de la Historia de la Litera tura griega de A. Lesky traducida por J. M.a Díaz-Regañón y B, Romero (Madrid, 1968, págs. 931-999). = XIII. Nos han sido también muy útiles los textos normativos como son la Gramática de la lengua española de la Real Academia (Madrid, 1931) y las Nuevas normas de prosodia y ortografía (Ma drid, 1952) con los comentarios de J. Casares titulados La Academia y las “Nuevas normas” (Bol. R. Ac. Esp. XXXIV 1954, 7-23), Las “Nuevas normas de prosodia y ortografía” y su repercusión en A m é rica (ibid. XXXV 1955, 321-346) y Las “Nuevas normas de prosodia y ortografía” (ibid. XXXVIII 1958, 331-348); así como algunos pá rrafos del Manual de Gramática histórica española de R. Menéndez Pidal (Madrid, 19295) y, en muchos capítulos por lo que toca a la
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etimología, el impagable Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana de J. Corominas (Madrid, 1954-1957). XIV. Cuando se continúe la labor aquí esbozada con las normas referentes a nombres comunes, se hará preciso un previo e intenso acopio de bibliografía hoy desperdigada. En nuestra primera edición citábamos como básicos la obra de T. Cadavid Restrepo Raíces griegas y latinas. Etimologías médicas y biológicas (Bogotá, 1942); los discursos de entrada en la R. A. E. de D. Esteban Terradas (Neologismos, arcaísmos y sinónimos en plática de ingenieros, Ma drid, 1946) y del padre de quien esto escribe, D. Emilio Fernández Galiano (Algunas reflexiones sobre el lenguaje biológico, Madrid, 1948), así como el artículo (En torno al lenguaje biológico) que el último publicó en Arbor XVI 1950, 415-421 ; el trabajo de G. Moldenhauer titulado Aportaciones al estudio lingüístico de los helenismos españoles, especialmente de la terminología médica y publicado en págs. 217-246 del vol. II del Homenaje a Fritz Kruger (Mendoza, 1954); y el de Pedro Lain que lleva por título el de Patología del lenguaje médico y apareció sucesivamente en el número 299 de Medi camenta (29-XII-1956) y en An. Fac. Med. Univ. S. Marcos de Lima XL 1957, 936-949. También mencionábamos la carta abierta al di rector de Insula que, escrita por nosotros, publicó dicha revista el 15-XII-1947, a la que podría sumarse otra Sobre “pedanterías foné ticaí ” que, procedente también de nuestra pluma, vio la luz en el mismo lugar el 15-III-1955. Cabria también aducir algún libro anti guo allí omitido, como las Etimologías griegas del español de A. Mateos (México, 19497). Pero nos cabe la satisfacción de que, a partir de la primera edición de esta obra y probablemente sin rela ción con ella en muchos casos, se haya producido una verdadera floración de escritos que, en general, defienden briosamente la mayor corrección y casticismo en nuestro tratamiento de las palabras extran jeras o clásicas en particular. Citemos, por ejemplo, las muchas y, en general, elogiosas reseñas de nuestra primera edición (D. Mayor o. c. ; Pal. Lat. XXXI 1961, 234; Enseñanza Media, núms. 89-91, noviembre 1961, 1684; A. González Laso, Arbor XLIX 1961, 132133; P. I. Rodríguez, Helmantica X II 1961, 404-405; J. L. Vázquez Dodero, Blanco y Negro, 10-VI-1961; A. Diez Escanciano, Perficit, num. 155, junio 1961; M. Rabanal, Est. Cl. VI 1961-1962, 609-615; Euphrosyne III 1961, 360; J. Pallx, Rev. Filol. Esp. XLIV 1961, 173-174; M. Dolç, Las provincias, 7-X-1962; M. Dolç, Universidad
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XL 1963, 177-178; A. d’Ors, Labeo X 1964, 123; M. Muñoz Cortés, Madrid, 5-IV-Í966; etc.). El que suscribe creyó oportuno comentar algunas objeciones u observaciones hechas por ciertos reseñantes en el· artículo citado en X l y en las notas Sobre transcripciones (Est. Ù . VI 1961-1962, 598-599) y Sobre transcripciones, etc. (ibid. VII 19621963, 377). Algo más tarde aparecía nuestro artículo Lengua griega y lengua española (ibid. VIII 1964, 184-204 y Ens. Med. núm. 156, junio-sept. 1965, 1467-1482); y no mucho después intervinimos Sobre traducciones, transcripciones y transliteraciones (Rev. 'Occ. XV 1966, 95-106, núm. 43) en un intercambio de impresiones habido entre S. de Madariaga (¿Vamos a Kahlahtahyood?, ibid. XII 1966, 365-373’, núm. 36); Glosa sobre Kahlahtahyood, ibid. XIV 1966, 81-83, núm. 40) y R. Lapesa (“’Kahlahtahyood”. Madariaga ha puesto el dedo en la llaga, ibid. XII 373-380, núm. 36). Alguna objeción, la de no ocupar nos suficientemente de los extranjerismos en materia económica, nos hizo J. Velarde, ¿Un economista en la Real Academia de la Lengua?, en el núm. 233-234 de índice (julio-agosto de 1968). Mencionaremos también las aportaciones de F. Restrepo, Elementos populares griegos en la lengua castellana (Univ. Pontif. Bolivariana, XXVIII 1966, 194213), M.a E. Martínez-Fresneda en carta al director de Ya (18-11-1967) y M. Rabanal, Helenismos del español (A B C , 3-XII-1967), así como la memoria de Licenciatura Palabras griegas en español moderno, de M.a T. Cabetas (Madrid, 1960), y el trabajo de C. Pemán Sobre la traducción de la onomástica personal griega (Estudios dedicados a Menéndez Pidal VI, Madrid, 1956, 105-110). XV. Señalaremos a continuación algunas aportaciones hechas con posterioridad a la primera edición de nuestro libro sobre puntos concretos y que, salvo casos muy especiales, suelen resolverse, en los reseñantes, por una mayor rigidez que nosotros en la tolerancia o no de formas anómalas. No afectan a nombres propios, pero pueden ser útiles, la alusión (cf. 34) a necesarias “excepciones” en paidología, etcétera (Serrano Anguita, Maárid del 4-XI-1960) y nuestro beneplá cito (cf. 35) a una forma similar caleidoscopio en la reseña (Atlántida III 1965, 428-432) de la segunda edición (Madrid, 1964) del Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco. Sobre Titio y no Ticio (cf. 98), Rabanal en su citada reseña. Aunque no atañe mucho a los nombres propios, no queremos dejar nos en el tintero (cf. 101) una fugaz referencia al ya famoso proble ma de la supresión de la p- en psicología y afines (cf. nuestra nota
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Psicología o sicología, en Est. Cl. V 1959-1960, 433-436, reproducida en la Rev. Filos. Univ. Costa Rica III 1961, 121-122; nuestro artículo citado en X I y las dos notas de Est. Cl. mencionadàs en XIV), donde, à la ilustre nómina de defensores de lá conservación de la grafía' (Juan Antonio Cabezas, José M.a Castroviejo, Sebastián Cirac, P. "Gabriel del Estai, Pedro Font y Puig, Dionisio Gamallo Fierros, Julián Marías, José Pemartín, Felipe Sassone, marqués de Villárreai dé Álava) hay que añadir a dos reseñantes de mi libro (P. Isidoro Rodríguez y Manuel Rabanal; cf. de este último las págs. 279-280 de E l lenguaje y su duende, Madrid, 1967), a D. Ángel Valbuena (fe de erratas de su Literatura española en sus relaciones con la universal, Madrid, 1965) y a Silverio Palafox (¿“Sicojarmas" o “psicojármacos”?, en Medicamenta, núm. 445', 15-XI-1967), mientras que hay que hacer notar, en lo que respecta al discurso académico de José M.“ Pemán en honor de santa Teresa reseñado en A B C del 18-1-1966, que precisamente la diferencia entre el ilesia teresiano y el sicología con que él lo pone en parangón estriba en que la primera de las formas fracasó sin duda por falta de una Academia que la patrocinara. Sobre la confusión, no relacionada con nombres propios, que produce nuestro sistema transcriptivo en las dos acepciones espa ñolas de escatología (cf. 125),‘ pueden verse las págs; 289-292 del citado libro de Rabanal. Sobre la acentuación galicista acmé (cf. 139), los rechazables acrotera y acrótera (cf. 145), los “incorregibles” díatribá'frente a diátriba (cf. 148) y metopa frente a rnétopa (cf. 151), nuestra reseña del libro de Seco. Sobre afrodisíaco e Iliada (cf. 144), Érébo (cf. 145), Némea (cf. 147), la reseña de Rabanal. XVI. Anotemos también mucha bibliografía en tomo al acento de acrobacia, Ifigenia, etc. (cf. 73-74, 150, 162): un artículo de M. Rabanal (“Acrobacia” y “acrobacia”, novísimo duelo acentual, en Ya de 18-IX-1964); una alusión nuestra en la reseña de Seco; una pequeña polémica (Madrid, 11 y 18-III y 4 y 14-1V-1967) entre el conde de ' Guadalhorce y el autor de estas líneas ; preferencia por Ifigenia én la reseña del P. Mayor; preferencia por Ifigenia en una nota de A. Ruiz de Elvira (Humanismo ÿ sobrehumanismo, Madrid, 1955, 317-318, n. 148) que apoya en general las formas vulgarizadas ; etcétera (en “incorrección” cae también un neologismo nuestro, cf. el artículo de A. de Miguel, Teorometría, publicado en Hoja del Lunes de Madrid, 19-VIII-1968). Sobre Etíope y' Calíope (cf. 153), nuestra reseña de Seco sobre exegesis y exégeta frente a exegesis y exegeta). v J■ *
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(cf. 152), positivamente Diez Escanciano (cf. Pap. Son Armadans XXIX 1963, 319). A favor de Ésquilo (cf. 154), la reseña del P. Ro dríguez, y en contra, Ruiz de Elvira. Diez Escanciano y Dolç, con razón, contra nuestro erróneo Éufrates (cf. 155 y 272) que aquí su primimos (cf, nuestra reseña de Seco). En torno también a 155, Ruiz de Elvira tolera Eléata (cf. 254); y, en torno a 157 y 238, R a banal rechaza duramente íberos y defiende Arquímedes (cf. nuestra reseña de Seco sobre exégesis y exégeta frente a exegesis y exegeta). Sobre 160 y 163, Ruiz de Elvira admite Ferécides, Hipérides y Heráclito, mientras que Rabanal tolera solamente Heraclito. Y, en rela ción con 168, puede verse lo que decimos en la reseña de Seco sobre Sófocles, etc., la defensa de Pericles por Ruiz de Elvira y la de Pátroclo por la reseña del P. Mayor. XVII. Nuestra observación (cf. 176) sobre Ctbele frente a Cibe les llamó la atención de Rabanal, que tituló un artículo general sobre nuestra obra Por qué debería ser “Cíbele” la Cibeles madrileña (A B C , 23-IX-1961, reproducido en su libro, págs. 284-289, con otra nota en págs. 279-280 sobre Psique y no Psiquis, cf. 101), lo cual provocó comentarios jocosos de F. Serrano Anguita (Madrid, 28-IX y 23-X-1961). Otro intercambio de notas entre Serrano Anguita y el que suscribe puede hallarse en el mismo periódico del 8, 11, 12 y 21-ΠΙ-1963 sobre nefelíbata y Pátiida (cf. 181). Sobre hispanizaciones exageradas como Mnásea frente a Mnáseas (cf. 181), Lemno y Taso (cf. 190) y Ero (cf. 283), que pueden hallarse en la revisión póstuma del libro de Ángel Alvarez de Miranda Las religiones mistéricas (Madrid, 1961), cf. nuestra reseña en Est. Cl. VI 1961-1962, 627-628 (también, por cierto, se lee aquí Cíbelé). Con nuestro párrafo 189 se relacionan el artículo de M. Rabanal La “s" de Makarios (Ya, 22LX-1964) y el alegato de Diez Escanciano (cf. también 157) en pro Je Nicodemus. Con galicismos como el citado en 193, nuestros co mentarios en la reseña de Seco a rapsodo, etc. y epodo (cf., ya hace tiempo, E. Echauri, Consultorio filológico, en Helmantíca II 1951, 341-350 y III 1952, 441-452 y, más recientemente, A. Rosenblat, Cultismos masculinos con a” antietimológica, en Filología V 1959, 35-46). Con los femeninos de la segunda (cf. 196), como cátodo y tantos otros, nuestra reseña al libro de E. Lorenzo El español de hoy, lengua en ebullición, Madrid, 1966 (en Atlántida V 1967, 534538); sobre los neutros del tipo de amníón (cf. 200), la misma reseña y la del libro de Seco ; sobre femeninos en -ide o -ida como Fócide,
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etcétera (cf. 216), esta última reseña; sobre un Demeter (cf. 237 y 278) que hemos retirado en esta edición, la reseña de Rabanal; en pro de Radamanto y contra Radamantis (cf. 249), el P. I. Rodríguez; y sobre El nombre de Suidas (cf. 287), nuestra nota en Est. Cl. VII 1962-1963, 378. XVIII. Y también cabría redondear el estudio de la cuestión con los problemas planteados en el mismo orden de cosas por la lengua portuguesa; si así fuera, no se olviden los artículos de J. Lazzarini Júnior (Aportuguesamento de a!guns nomes gregos no Diccio nario Etimológico do Prof. Antenor Nascentes, en Rev. de Historia VIII 1954, 211-218), M. Cerqueira (Acentuaçâo dos termos prove nientes do grego. Regra geral, en Gazeta Literaria V 1957, 51-53) y C. Bueno de Sequeira (Conservaçào do acento tónico de palavras gregas por influéncia da Igreja, en Kriterion XV 1962, 273-286). También hemos anotado, sobre el inglés, un trabajo de G. F. Else CThe Pronunciation of Classical Names and Words in English, en Class. Journ. LXII 1967, 210-214).
GENERALIDADES
1. Cuando se trata de reproducir nombres propios griegos en textos escritos en español, caben cuatro procedimientos : dejar la palabra en griego, transliterarla, transcribirla y traducirla. 2. L a traducción de nombres propios es totalmente inadecuada: sería grotesco que se intentara reproducir Τηλέμαχος = Telé/naco con algo así como E l que lucha desde lejos, o Πολύδωρος = Polidoro con E l de muchos regalos o cosa parecida. Únicamente podemos tolerar un tal sistema en algunos apelativos divinos (Zeus Libera dor = Ζεύς ’Ε λευθέριος, Atenea Virgen = ’Αθηνδ Παρθένος) o en nombres de lugares geográficos que resulten de transcripción in cómoda por ser compuestos y además nos obligen a respetar lo que pueda haber en ellos de pintoresquismo o precisión topográfica: así, Fuerte Nuevo y no Neonticos = Νέον Τείχος, Las Cien Islas y no Hecatonese = 'Εκατόν Νήσοι, Los Nueve Caminos y no Eneaho d e= ’Ε ννέα Ό δ α ί, y aun, si se quiere, Los Ríos de la Cabra en vez de Egospótamos = Α ίγός -ποταμοί. 3. El dejar el vocablo en griego se impone cuando sea citado o comentado en sí con fines lingüísticos o filológicos; por ejemplo, Tucídides no usa θ ε ττα λ ο ΐ, sino θεα ο α λο ί o los códices dan en este pasaje Ποτείδαια. También se hará preciso este sistema en la mayor parte de los casos en que la palabra sea no helénica transcrita al alfabeto griego (p, ej., el monte Κρώψι de Egipto) ; o cuando la transcripción pueda despertar resonancias ridiculas o resultar de masiado exótica (p. ej., el demo de Οϊη que habría que transcribir Ee); o, finalmente, cuando, por ser equívoca la forma transcrita, haya de ser completada, si se cree necesario, por su equivalencia entre paréntesis: así Tetis (θέτις), nombre de la madre de Aquiles, frente a Tetis (Τηθύς), esposa de Océano. Si no se da ninguno de estos casos, puede decirse en general que es pedantería el conservar en su grafía griega los nombres propios.
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4. Poco hay que decir sobre este primer procedimiento a que acabamos de referirnos: que conviene evitar las feísimas erratas pro ducidas frecuentemente en España, no por culpa de los impresores, que en general poseen los tipos más usuales e importantes, sino a causa de deficiencias en la corrección; que se atenderá escrupulosa mente a los acentos y espíritus ; que se prescindirá en todo lo posible de la diéresis, suprimiéndola, por ejemplo, en casos como Ό ικλεΙδας donde basta la situación del espíritu para indicar el hiato; y que no se conservará el anticuadísimo uso de la pp con pareja de espíritus (p. ej., Πόρρος, no Πύρρος). 5. La transliteración se hace forzosa por razones prácticas cuan do no existen tipos griegos (caso hoy día rarísimo) o el costo de la impresión (todavía ahora menos en España que en otros países) hace prohibitivo el empleo de los alfabetos no latinos. Se trata, claro está, de un procedimiento a duras penas admisible, pero poco recomen dable, no sólo por la pérdida de valores sentimentales que se produce al abandonar el viejo e ilustre alfabeto, sino también por las dificul tades que, sobre todo en textos largos, surgen ante el nuevo aspecto extraño de los signos a que menos que nadie estamos acostumbrados los helenistas. 6. De todos modos, en último caso puede aceptarse este sistema que consiste en sustituir cada letra griega por su equivalencia del abecedario latino y poner las palabras en cursiva para indicar que no pertenecen propiamente al texto castellano de la mayor parte del libro. Si se prescinde de espíritus y acentos, el establecimiento de tales equivalencias es simple : α β δ ε ζ θ ι κ λ μ ν ξ ο π ρ σ τ φ ψ serán reproducidas por a b d e z th i k l m n x o p r s t ph ps; η ω por ë δ con los tradicionales signos de larga; υ por u o bien y (o por la primera en diptongo y la segunda en función vocálica); X por ch o kh; y y por g siempre o excepto ante gutural, caso en que su equivalencia sería n. 7. Si se aspira a un mayor rigor, habrá que señalar el espíritu áspero con H- (Hômëros ~ "Ομηρος) o con -h- tras de R- (Rhéa = 'Ρ έα) dejando la falta de ella (Aktís = Ά κ τίς) como equivalente del suave; marcar los acentos agudo, grave (Illyrio¡ = Ίλ λ υ ρ ιο Ι) y circunflejo (Athënâ — Ά θηνδ) dando a éste la forma del del francés moderno; resolver los problemas que se plantean en la coexistencia del acento grave o agudo con el signo de larga (el circunflejo, como en Kós = Κως, se bastará sólo para indicar las dos cosas) pospo niendo la marca acentual (Hë'bë = "Ηβη o Marathô'n = Μαραθών) ;
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posponer también el acento a las mayúsculas (E^lis = τ Ηλις o A'bdëra = ‘Άβδηρσ.) cuando así lo exijan las dificultades tipográ ficas ; adscribir la i suscrita incluso tras minúscula (Me'ion = Μήων o Acheloios = Ά χ ε λ φ ο ς ) escribiendo en tal caso el signo de larga sobre la a (Thm ’iké = Θράκη); posponer igualmente el acento a las vocales con diéresis (Sai'tës = Σαίτης); etc. 8. Este sistema de transliteración, que hemos expuesto prescin diendo de menudencias y que no consideramos como único ni aun quizá como el mejor, tiene el inconveniente de no ser absolutamente automático ni reversible (es decir, Psámmis puede ser interpretado como ΓΤσάμμις, Philippos como Π 'ίλιππος, Elea como Ελέα, Ptôion como Πτώιον, Krónos como Κρόνοσ por gentes muy indoctas en griego); este defecto es obviado con un sistema que hemos propuesto en otro lugar, pero cuya exposición aquí no procede. 9. En cuanto al tercer procedimiento, llamamos transcribir no ya solamente a dar una equivalencia de cada letra por otra de nuestro alfabeto, sino a incorporar el caudal onomástico y toponímico griego a los sistemas fonético y morfológico de nuestra lengua, haciendo en lo posible que cada palabra adquiera, con el uso, carta de ciuda danía en ella con el mínimo necesario de adaptaciones. En este sentido, creemos que se hace una verdadera labor cultural ■ —de cul tura popular— al lograr que, cada vez en mayor grado, los nombres propios de renombre mundial vayan siendo considerados como igual mente españoles, en cuanto a grafía y estructura lingüística, que los desde hace siglos incorporados a nuestro idioma. 10. En esto nos ayuda sumamente el tratarse, en el caso del griego, de una lengua emparentada con el latín y español, de modo que, dada la similitud de esquemas gramaticales, no es difícil hallar para la mayor parte de los nombres una forma que, sin hacer irre cognoscible el vocablo primitivo, lo encaje eufónica y castizamente en uno u otro de nuestros moldes estructurales. Con ello no se hará ya preciso intercalar en cursiva, como elementos extraños, las formas griegas, sino tratarlas con la familiaridad de aquel a quien le son propias. 11. Pero, además, al obrar así estamos, más o menos incons cientemente, actuando dentro de una tradicional tendencia de nuestra lengua —frente a otras más apegadas a las ortografías primitivas— a asimilar ágil y decididamente una gran cantidad de nombres ex tranjeros de cualesquiera idiomas. Muchas veces se ha hecho notar que precisamente la época de mayor vitalidad y expansión de nuestro
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pueblo coincidió con el momento en que más se españolizaban los nombres cotidianamente empleados como Gante — Gand, Lutero = Luther, Lila = Lille, Gualtero Rale o hasta El Guatarral = Walter Ralegh y, en tiempos más modernos, Mambrú = Marlborough y Belintón — Wellington. Y no hablemos de otros nombres procedentes de idiomas más exóticos, pues en este campo las grafías casticistas como Almanzor, Buda y Confucio se han impuesto desde hace mu chos siglos. Sería, pues, anómalo que, tratándose precisamente del griego, lengua que tantos nombres comunes ha dado a la nuestra, nos limitáramos a la simple transliteración que, por otra parte, se presta o a graves inconsecuencias de criterio o a exageraciones como, situados en posición absurda de puro rígida, llegar a retroceder ridiculamente, como se ha apuntado con acierto, desde cisma a schísma o desde cristal a krÿstallos. Aparte de que el criterio habría de ser ampliado al latín para ser enteramente consecuentes, de modo que, en último término, los pedantescos Horatius = Horacio y Martialis = Marcial nos pondrían en peligro de desintegración una lengua en que mesa y leño recabarían su derecho a reconvertirse en mensam y lignum. 12. No obstante lo expuesto, hay en ciertos medios una tenden cia, probablemente inspirada en modelos alemanes, a confundir trans literación con transcripción, negando la posibilidad de ésta y diciendo, por ejemplo, estaba Teúkros en Salamis de Kypros o Strábon, si guiendo a Homeros, cita a Menélaos. Esta teoría, evidentemente, tiene la única ventaja pedagógica de hacer más fácil la consulta de listas y diccionarios —-siempre que se conozca bien la grafía original— y, en general, permitir la más precisa identificación de los nombres evitando enojosas dualidades, pero, por otra parte, nos resulta, al menos a nosotros, rechazable por las razones que nos hemos antici pado a apuntar y no menos por el hirsuto y exótico aspecto que la proliferación de haches, equis y kaes da a ciertos libros científicos. Pero, en todo caso, no nos negamos en redondo a que se adopte, con la condición de que se conozca perfectamente la lengua griega, teniendo cuidado exquisito en no cometer incoherencias de grafía o acento como Oeneus o Diómedes·, se llegue a las últimas conse cuencias en cuanto a notación de acentos, cantidades, etc., según lo arriba indicado; se tenga la necesaria flexibilidad, aun dentro del riguroso sistema, para no escribir chocantemente los vasos áttikos, el colono kretense o las autoridades de Athénai en casos totalmente incorporados no ya sólo al habla del español culto, sino incluso a
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la del vulgo; y en fin, se adopte el procedimiento como un simple expediente pedagógico apto para obras de estudio o investigación, sin pretender generalizar un tal uso en traducciones divulgatorias de autores ni en los textos que tengan las más mínimas pretensiones estilísticas o literarias. 13. Pero todavía nos parecería peor cualquier sistema en que se tendiera a adoptar la pronunciación del griego en nuestra ense ñanza escolar, que no corresponde sino, todo lo más y aun no enteramente, a una determinada época de la historia de la lengua griega que no es precisamente la clásica. 14. En efecto, para que pudiéramos llegar a escribir los nom bres griegos en su auténtica pronunciación de la época clásica (que parece la más importante y digna de imitación) sería menester, en primer lugar, no dar a las letras de la transcripción sus valores españoles, pues Arjílojos en vez de ’Α ρχίλοχος sólo tendría sentido para un compatriota nuestro y causaría perplejidad o risa en otros países. Convendría, pues, utilizar, por ejemplo, los signos del alfa beto fonético internacional, y aun así, nuestro remedo de la fonética griega sería imperfectísimo, pues ni sabríamos en modo alguno re producir la cadencia tonal de los acentos hoy perdida por nosotros, ni acertaríamos a dar a las vocales su auténtica cantidad larga o breve cuya matización también ha desaparecido, ni sabemos a ciencia cierta cómo se pronunciaba la ζ, ni serían admisibles la j (χ del alfabeto fonético) para la χ clásica (que no es fricativa velar sorda, sino kh o ch, esto es, oclusiva palatal sorda más h aspirada como en el ingl. inkhorn), la ζ (Θ) para la Θ clásica (tampoco fricativa interdental sorda, sino th, es decir, oclusiva dental sorda más h aspi rada como en el ingl. at home) y la / para la (ph, oclusiva labial sorda más h como en el ingl uphill), ni la y, sino la ü del alfabeto fonético para la u, ni ei, ou para los falsos diptongos ει, ou proce dentes de contracción o alargamiento por compensación, que en rea lidad más bien debían de ser ë, δ, esto es, e y o larga cerrada res pectivamente. En una palabra, el intento sería vano y grotesco. 15. Tanto como lo sería, en el otro extremo, el adoptar, como tal vez pretendan los helenos actuales, la fonética del griego moderno. Es cierto que ello al menos tendría la ventaja de permitir una mayor coherencia al acogerse a un idioma realmente hablado y no a una mera abstracción heterogénea; pero ni los griegos de hoy, aunque cueste trabajo decirlo, tienen suficiente importancia cultural e idio-
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mática para que nos basemos en ellos a la hora de ocuparnos de los nombres de sus remotos antepasados, ni las grandes transformaciones sufridas por los sonidos hasta el punto de hacer casi inidentiflcables las formas como Viotí = Βοιωτοί, Eyéon (transcribimos imperfecta mente) = Α ίγαϊον y Pireéfs = Π εψαιεύς permiten considerar como recomendable este procedimiento. 16. Podrá, pues, deducirse por exclusión que preconizamos el modo de transcripción tradicional en España, es decir, incluso en los casos en que la equivalencia del nombre propio no esté documentada en latín, la adaptación, como en los nombres comunes, a través de esta última lengua, pero precisamente con arreglo a la pronunciación también tradicional del latín en España, que viene a ser la que hasta hace muy poco fue exclusiva en la Santa Misa, es decir, aquella cuyas normas fonéticas imponen pronunciaciones como Zezilia = Caecilia, Zetas = Cephas, Lúzia = Lucia, Jeorjius = Georgius, Kintinus = Quintinus, Ignazius = Ignatius, Erodes — Herodes, Marcelinus — Marcellinus, Dábid = David, Názaret = Nazareth, Cristus = Christus, Tomas = Thomas, Sintiques — Syntyches, Yoanes — loannes y Fénix = Phoenix y respetan los fonemas originales en Torquatus y Agnes. 17. Ahora bien, entiéndase que lo que ahora va a exponerse no es ni una colección de normas legislativas ni tampoco un mero re gistro de usos lingüísticos. Lo primero sería inútil oposición a una evolución tal vez anárquica e inconsecuente en ocasiones, pero legí tima como un paso más en la marcha histórica de las comentes idiomáticas que ninguna codificación ha logrado jamás detener; pero lo segundo constituiría ilícita renuncia a lo que el deber impone a un especialista frente al público de carácter general: el intento de lim piar y mejorar en lo posible los usos lingüísticos, evitando el extran jerismo, el barbarismo o la desorientadora irregularidad no basada sino en ignorancia del verdadero estado de cosas. 18. Nuestras normas oscilarán, por lo tanto, de manera constante entre lo que pudiéramos llamar “ortodoxia” del sistema elegido y las libertades que, casi siempre con dudas, toleraremos ante las situa ciones ya creadas en el habla vulgar. La frontera entre una y otra tendencia quedará generalmente indecisa; y siendo, como es, de carácter predominantemente subjetivo lo que en cada caso podamos opinar, damos por descontado que la mayor parte de nuestras afirma ciones serán discutidas o desacatadas en lo que puedan tener de recomendación. Pero bastará con que una pequeña porción de lo
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aquí sembrado florezca poderosa y castizamente, sin ultracultismos ni solecismos intolerables, en la frondosa selva del patrio idioma para que nuestro empeño pueda considerarse como no enteramente fallido.
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19. La δ se transcribe por a, como en Ásine = ’Ασίνη. 20. La cc, también por a, como en Caco = Κακός, Lago = Λ αγός, Laso == Λασος, Pan = Πάν (de donde pánico). 21. L a