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Spanish Pages 242 [249] Year 2021
LEIGH PHILLIPS & MICHAL ROZWORSKI
LA REPÚBLICA POPULAR DE WALMART CÓMO LAS CORPORACIONES MÁS GRANDES DEL MUNDO ESTÁN DEJANDO EL FUNDAMENTO PARA EL SOCIALISMO
La República Popular de Walmart Leigh Phillips & Michal Rozworski Publicado en 2019 Traducido y digitalizado en octubre de 2021 Primera Edición
Chemok, ¿editor?
CONTENIDO AGRADECIMIENTOS.......................................................................................................................... 1 INTRODUCCIÓN .................................................................................................................................. 3 ¿Y SI WALMART FUESE UN PLAN SOCIALISTA SECRETO? ................................................ 19 El debate del cálculo económico en el Socialismo ............................................................... 22 La planificación en la práctica .................................................................................................. 31 La distopía Randiana de Sears .................................................................................................. 40 LAS ISLAS DE LA TIRANÍA ............................................................................................................ 47 Ronald Coase pregunta por ahí… .............................................................................................. 48 El debate del cálculo continuó .................................................................................................. 53 La respuesta de Hayek ................................................................................................................ 57 Todos hemos estado mal informados ..................................................................................... 61 Ya que hablamos acerca de hacer que la gente haga cosas… ............................................ 64 Hazte con la máquina, antes de que ella se haga contigo .................................................. 69 Abriendo las puertas al futuro................................................................................................... 73 MAPEANDO EL AMAZON(AS)....................................................................................................... 76 Lo que Amazon planifica ............................................................................................................ 77 La estructura en medio del caos ............................................................................................... 82 Trabajadores perdidos en el Amazon(as) ............................................................................... 87 Tecnologías amazónicas más allá de Amazon ..................................................................... 92 FONDOS INDEXADOS COMO AGENTES ADORMECIDOS DE LA PLANIFICACIÓN.......... 100 Banqueros centrales, planificadores centrales ................................................................... 103 ¿Comunismo por fondo indexado? ......................................................................................... 107 ¡Incentiva esto! ............................................................................................................................ 111 El Estado innovador .................................................................................................................. 115 LA NACIONALIZACIÓN NO ES SUFICIENTE ........................................................................... 125 El doctor sabe lo que hace ........................................................................................................ 129 ¿Cómo planificaba la NHS? ...................................................................................................... 134 En contra del mercado .............................................................................................................. 141 La alternativa planificada y democrática ............................................................................ 145 ¿EXISTIÓ UNA PLANIFICACIÓN EN LA UNIÓN SOVIÉTICA? ............................................. 148 Haciéndolo sobre la marcha .................................................................................................... 149
El Gosplán y el Gulag ................................................................................................................. 159 La paradoja del campesinado .................................................................................................. 172 COMUNISMO ESPACIAL DIFÍCILMENTE AUTOMATIZADO ............................................... 181 3, 2, 1… ¡Despegue!........................................................................................................................ 181 Todo lo que entra tiene que salir ............................................................................................ 188 La centrífuga yugoslava ........................................................................................................... 194 La planificación en la práctica (de nuevo) ........................................................................... 200 EL INTERNET SOCIALISTA DE ALLENDE................................................................................ 210 La cibernética es como el pastoreo de gatos ........................................................................ 211 Huelga cibernética ..................................................................................................................... 221 PLANIFICANDO EL BUEN ANTROPOCENO ............................................................................. 228 Pensemos en grande ................................................................................................................. 230 El límite regulatorio ................................................................................................................... 232 El Antropoceno Socialista ........................................................................................................ 234 CONCLUSIÓN: LA PLANIFICACIÓN FUNCIONA ...................................................................... 237
AGRADECIMIENTOS La idea de este libro nació de una que otra cerveza en un bar desaliñado de Gastown cuando apenas comenzábamos a ser amigos. Compartiendo nuestras frustraciones acerca de la ausencia de una planificación democrática en el debate político nos dimos cuenta rápidamente que ambos estábamos pensando en escribir exactamente el mismo libro. Sin embargo, un millón de planes se forjan de noche en la taberna, solamente para desvanecerse en a la mañana siguiente. Esta vez, sin embargo, y sorpresivamente para ambos, tal intriga en realidad tuvo resultados. Debido a lo que ha sucedido, estamos en deuda en particular con Bhaskar Sunkara, editor de la revista Jacobin, quien ayudó a modelar nuestra tosca idea en el libro que estás sosteniendo en tus manos, defendiendo el proyecto durante todo el camino. Agradecemos cálidamente también a Ben Mabie, Andy Hsiao y a Duncan Ranslem, nuestros considerados editores de Verso. Además, deberíamos agradecer a Cory Doctorow, Ross Duncan, Gemma Galdon, Sam Gindin, Scott Kilpatrick, Ken MacLeod, James Meadway, Derrick O’Keefe, Nick Srnicek, Nathan Tankus, Tadeusz Tietze y a J. W. Mason por sus sugerencias durante las diversas fases de desarrollo. Hubiese sido un trabajo mucho más pobre sin el generoso regalo de su tiempo y sus acertados comentarios. Cualquier error que haya permanecido, o lagunas que quedaron desapercibidas son, en consecuencia, culpa de los autores. A Leigh le gustaría agradecer a los trabajadores de los establecimientos de bebidas Habit, Oto y Cenote, donde mucha de su escritura tuvo lugar, indiferente a las pistas de que él en serio debería haber comprado otra cosa, teniendo en cuenta lo mucho que tardó tipeando mientras bebía a sorbos aquel café que a esas alturas estaba tibio. 1
Los agradecimientos más grandes de Michal van para su brillante esposa Karolina, sin cuyo ánimo y paciencia este libro no se habría escrito, y quien tuvo que descubrir cómo se siente tener a alguien en la casa escribiendo un libro mientras tú estás tratando de terminar una disertación, o peor, intentando tener unas vacaciones. Además, quisiéramos agradecer a todos nuestros camaradas y amigos quienes ofrecieron apoyo, crítica y ayuda en las diferentes etapas; ningún libro es un esfuerzo individual, sin importar cuán meticulosa haya sido su planificación.
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I INTRODUCCIÓN «Así que estás escribiendo un libro celebrando a Walmart, ¿eh?». «Eh… no. No exactamente. O, bueno, sí, de una forma. Verás, la maravilla logística que es Walmart nos gusta un poco. Pero es mucho más complicado que eso». «Es un tema un poco extraño para un par de socialistas. ¿Cómo es que puedes defender a Walmart, con toda su destrucción de sindicatos, bajos salarios y destrucción de comunidades? ¿No son ellos una de las compañías más malvadas del mundo?». «No estamos defendiendo a Walmart, y tampoco la destrucción de sindicatos. Simplemente estamos intrigados acerca de cómo este epítome del Capitalismo es, además, paradójicamente, una vasta economía planificada. Bastante intrigados». Variaciones de este tema de conversación se han repetido a sí mismas desde que comenzamos a escribir este libro. Entre amigos progresistas nuestros, y de forma invariable, se han levantado cejas preocupadas o sospechosas. Entonces permítannos ser claros desde el principio: Walmart es una compañía execrable, siniestra, villana en el peor sentido. Lamentablemente, la palabra “flagitious”1 —que significa “horriblemente criminal o perverso”, pero que también comparte una raíz con la palabra “flagelar” o látigo, y el término latino La traducción correcta sería «azotador». No se traduce debido a que esto perjudicaría el flujo del análisis etimológico (N. del T.). 1
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flagitium, significando “cosa que avergüenza”— no es común estos días; siendo, al mismo tiempo, apropiada para una empresa tan socialmente delincuente de forma flagrante, solamente permite expresar el odio punzante y feroz que nosotros sentimos hacia Walmart. Como cualquier firma, Walmart es forzada por la competencia en el mercado a reducir costos, principalmente costos de mano de obra —la porción más flexible y reducible de los gastos de una empresa. Mientras que nada de esto es bastante agradable, difícilmente podríamos ser justos al describir a Walmart solamente como algo malvado. Claro, paga salarios de miseria, depende de los talleres de explotación laboral asiáticos, además del trabajo infantil y carcelario, y eviscera las calles comerciales con el mismo gozo e ímpetu de los torturadores de Sal Elmo en siglo III. ¿Pero quién no lo hace estos días? Sin embargo, muy pocas corporaciones parecen llevar a cabo la humillación de sus trabajadores y prácticas antisindicales de forma tal celosa y magistral; Walmart presenta la destrucción de sindicatos no solamente como una característica necesaria de su negocio, sino que lo sitúa en el mismísimo corazón de su modelo de negocios. «Yo pago salarios bajos», dijo su fundador, Sam Walton. «Yo puedo tomar ventaja de eso. Vamos a ser exitosos, pero la base es un salario bajo, un modelo de beneficios bajos a los empleados». Entonces nadie debería concluir, antes de leer una palabra de lo que decimos (o después de haber leído cada palabra, pero malinterpretando todo lo que decimos), que este libro intenta ser una forma de apología moderada a Walmart, o Amazon, o el Pentágono, o para cualquiera de los otros negocios cuyas operaciones de planificación y logística investigamos. Ese no es nuestro propósito. Walmart no debería ofrecer ninguna inspiración a los progresistas. Una vez hecha esa clarificación, y ahora que todos están contentos debido a que no tenemos amor por Walmart, deseamos 4
hablar acerca de cómo nosotros, por otro lado, tenemos admiración por Walmart, tanto como un epidemiólogo concede un genio irrefutable a la perversa destreza evolutiva de una tuberculosis resistente a los fármacos; o de la forma en que Milton encuentra a Satán, antes que a Jesús, como un personaje más interesante; o de la forma en la cual Sherlock Holmes puede vilipendiar y admirar las intrincadas y astutas estratagemas del maligno y sabio Profesor Moriarty. ¡Si tan solo la eficiencia operacional de Walmart, su genio logístico, su arquitectura de planificación económica ágil pudiese ser capturada y transformada por aquellos que aspiran a una sociedad más equitativa y liberadora! Pero, ¿por qué a alguien debería importarle un tema tan árido como lo es, en efecto, la discusión acerca de la toma de decisiones empresariales, acerca de la asignación óptima de bienes y servicios? ¿Por qué deberíamos favorecer la planificación democrática por encima del libre mercado? ¿El final de la Guerra Fría y el colapso de la Unión Soviética no pusieron fin a la idea de que el Socialismo es viable? ¿No es reducir los excesos del libre mercado lo mejor que podemos hacer? Librerías enteras se han escrito acerca de las injusticias y las contradicciones del Capitalismo, no menos acerca de la ineludible expansión de la desigualdad (incluso si la pobreza pudiese reducirse —los extremos de esta ciertamente lo han hecho en los últimos 300 años y tal, como un resultado de la presión de los sindicatos y de la izquierda ampliamente concebida para compartir la riqueza, remontándose hacia atrás, hasta sus orígenes en la Revolución Francesa), el cercamiento de la democracia, la creación perenne de crisis económicas y por lo tanto de desempleo e incluso guerra, pero nosotros no tenemos el deseo de retomar estos argumentos aquí. Entonces, permítannos restringirnos a nosotros mismos para aterrizar sobre lo que posiblemente sea su desventura principal. 5
Definitivamente hay una superposición entre el grupo de todos los bienes y servicios que son útiles para la humanidad, por una parte, y todo el grupo de bienes y servicios que son rentables, por otra. A lo mejor encuentras que la ropa interior es un producto útil (aunque no sea tan seguro para los comandos); The Gap, mientras tanto, encuentra rentable producir dicho producto —una feliz coincidencia, de las cuales hay muchas. Pero el conjunto de todas las cosas útiles y el conjunto de todas las cosas rentables no se encuentran correspondidos perfectamente. Si algo es rentable, incluso si no es útil o es incluso nocivo, alguien continuará produciéndolo en tanto el mercado sea abandonado a sus mecanismos. Los combustibles fósiles son un ejemplo contemporáneo de esta falla crítica e irremediable. Por más maravillosos que hayan sido dada su densidad energética y portabilidad —librándonos energéticamente de los caprichos de la Madre Naturaleza, la cual puede o no soplar molinos de viento o mover turbinas cuando deseamos que lo haga— nosotros ahora sabemos que los gases de invernadero emitidos por la combustión de combustibles fósiles cambiarán rápidamente la temperatura del planeta lejos de un promedio que ha permanecido óptimo para el florecimiento de la humanidad desde la última glaciación. Mientras los gobiernos no intervengan para reducir el uso de combustibles fósiles y construir (o por lo menos incentivar la construcción) de la infraestructura de energía eléctrica limpia que se necesita para reemplazarlos, el mercado continuará produciéndolos. De igual forma, no fue el mercado el que cesó la producción de clorofluorocarburos que estaban destruyendo la capa de ozono; en cambio fue la intervención reguladora —una especie de planificación— la cual nos forzó a utilizar otros químicos para nuestras refrigeradoras y espráis de pelo, permitiendo que esa parte de la estratosfera (que es hogar de altas concentraciones de moléculas de oxígeno tripartitas desviadoras de rayos ultravioletas) pueda recuperarse de forma considerable. 6
Podríamos mencionar historias similares acerca de cómo los problemas de la contaminación del aire urbano en la mayoría de las ciudades occidentales o lluvia ácida sobre los Grandes Lagos fueron solucionados, o cómo las tasas de mortalidad de accidentes automovilísticos o choques aéreos se han reducido: mediante la intervención estatal activa en el mercado para frenar o transformar la producción de bienes y servicios nocivos —pero rentables. Los estándares impresionantes de salud y seguridad para la mayoría de operaciones mineras modernas en los países occidentales fueron alcanzadas no como un resultado de una pulsión noble por parte de los dueños de las compañías, sino a disgusto suyo, como una concesión que siguió a su derrota por los sindicatos militantes. En cambio, si algo es útil pero no es rentable, no será producido. En los Estados Unidos, por ejemplo, donde no hay un sistema de salud pública universal, un sistema de salud pública podría ser maravillosamente útil. Pero debido a que no es rentable, no es producido. El internet de alta velocidad en las áreas rurales no es rentable, entonces las compañías de telecomunicaciones aborrecen proveerlo ahí, prefiriendo, en cambio, escoger a conveniencia vecindarios rentables densos en población Y en medio de una crisis global de resistencia a antibióticos, en la cual la evolución de los microbios está superando antibiótico tras antibiótico y se incrementa el número de pacientes muertos por infecciones rutinarias, las empresas farmacéuticas han abandonado la investigación de nuevas familias de medicamentos que podrían salvar vidas, simplemente porque no son lo suficientemente rentables. Que la amputación o la cirugía para extraer áreas infectadas pueda volverse una práctica médica común no es una idea agradable. Pero este curso de acción fue el último que quedó a los doctores del joven de 19 años David Ricci de Seattle cuando tuvieron que remover en una cirugía parte de su pierna, la cual tenía repetidas 7
infecciones de bacterias resistentes a los antibióticos — adquiridas en un accidente de tren en la India— que no podían ser tratadas, incluso con antibióticos de último recurso altamente tóxicos. Cada vez que la infección regresaba, más y más de la pierna tenía que ser extirpada. Mientras que Ricci se ha recuperado, él vive con el miedo constante de la reaparición de bichos que no pueden ser combatidos. Como decía una investigación de 2008 que hacía un «llamado a las armas» por parte de la Infectious Diseases Society of America (IDSA): «[Los antibióticos] son menos deseables a las compañías farmacéuticas e inversores capitalistas porque son mucho más efectivos que otros medicamentos». Los antibióticos son efectivos si matan una infección, hasta el punto —días o semanas, o a lo muchos meses después— en que el paciente deja de tomar el medicamento. Por otro lado, en el caso de las enfermedades catastróficas, los pacientes deben tomar su medicina cada día, a veces por el resto de su vida. Entonces, la investigación concluyó que son los tratamientos de larga duración —no las curas— las que llaman el interés en el desarrollo de medicamentos. Las políticas propuestas por organismos como la IDSA, la Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea equivalen a mendigar y sobornar a las compañías farmacéuticas a levantar un dedo; pero incluso aquí, por menos ambicioso que sea el enfoque, sigue siendo externo al mercado. (La socialización de la industria farmacéutica podría ser una aproximación más barata, rápida y eficaz, pero muchos expertillos la consideran muy radical, emitiendo demasiado olor a Socialismo). Más allá de este sector específico, podríamos identificar que la investigación básica en cualquier campo —ese cielo abierto, donde los científicos son impulsados simplemente por su curiosidad y no tienen expectativas de producir ningún producto mercantilizable, y que es la base de la tecnología y la medicina que luego terminan siendo, de hecho, bastante rentables— simplemente no podría ser realizada por el sector privado. Este 8
tipo de investigaciones son extremadamente costosas, pero no producen ninguna garantía alguna de retorno de dicha inversión. Ese tipo de investigaciones entonces es un fenómeno totalmente característico de las instituciones públicas u organizaciones benéficas privadas en lugar de actores del mercado. De forma similar, no fue el mercado el que nos llevó a la luna, sino una empresa enorme del sector público llamada NASA. Hoy en día, si queremos ser honestos, debemos reconocer que dada la enorme cantidad de costos asociados a una colonia viable en Marte como la que propone la SpaceX de Elon Musk (incluso si el costo de escapar la gravedad de la Tierra se redujera significativamente, por ejemplo, a través del uso de cohetes reutilizables), todavía debería haber alguna mercancía rentable resultante de esa colonia que pueda ser vendida en la Tierra. Si es que hay alguna, bien por él. Caso contrario, sus inversores rápidamente lo abandonarán. Así que la colonización de Marte deberá ser un esfuerzo del sector público o no sucederá. Pero para muchos progresistas, la historia de la logística y la planificación parece mohosa y vieja. ¿No hay argumentos frescos como para convencer de que es necesario montar barricadas, historias olvidadas de una miserable opresión aún por contar? Es verdad que hay poco drama o romance en la historia de la planificación —unas pocas historias de heroísmo egoísta, valiente sufrimiento o furia por justicia (y no unos pocos episodios de derrota angustiosa, fracaso y ruina). Pero, en esencia, la historia de la injusticia y su corrección es una crónica de esfuerzos a través del tiempo para reducir la inequidad de todos los tipos: de los que tienen y los que no tienen, de los que trabajan y los que descansan, de los que tienen voz y quienes no. Y la inequidad es, a fin de cuentas, una cuestión de asignación injusta o de las cosas que como tales son el resultado de dicha asignación injusta. En otras palabras, a una persona pobre no se le han asignado las mismas cosas (o la habilidad para comprarlas) que 9
una persona rica tiene. Las necesidades de los ricos y los pobres se satisfacen y no se satisfacen de formas tremendamente diferentes: el potencial de articular su humanidad de manera plena se corta de raíz para unos, mientras que otros tienen garantizado espacio para florecer. La inequidad limita lo que una persona, y de hecho una sociedad, podría hacer; delimita nuestra libertad. Generaciones pasadas han peleado para expandir el reino de la libertad —para asegurar que todos los humanos adultos tengan los mismos derechos y para asegurarse de que cualquier nueva capacidad que venga de la mano de los avances tecnológicos esté disponible para todos. Y si debemos continuar esta batalla para corregir la titánica y manifiesta injusticia de cómo son las cosas, debemos, entonces, librar una lucha acerca de qué método de asignación de las cosas queremos como sociedad. Entonces, cuando preguntamos si otro mundo es posible, además estamos preguntando: ¿hay un método alternativo para asignar las cosas? ¿Cómo podemos distribuir las cosas de forma diferente? ¿Y quién debería decidir cómo son distribuidas? ¿Los planes que los capitalistas utilizan cada día para llevar bienes y servicios a las manos de aquellos que pueden pagar por ellos podrían transformarse para asegurar que lo que producimos llegue a aquellos que lo necesitan más? ¿Y en el camino de transformar cómo distribuimos las cosas, podríamos además comenzar a transformar todo lo demás de la economía —desde qué cosas producimos y cómo, hasta quién trabaja y por cuánto tiempo? Una vez tenemos identificadas formas alternativas de distribuir cosas, la planificación en todas partes alrededor nuestro podría comunicarnos aspectos de otro modo de producción. Más urgente, tal planificación podría además sugerir características de etapas transitorias en el camino a una transformación integral de nuestra economía.
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Bajo el Capitalismo, nuestro actual modo de producción (en esencia, la forma en la que nuestra sociedad organiza la economía), el método principal utilizado para distribuir cosas es el libre mercado. En nuestro mundo los precios por los bienes y servicios están, en principio, determinados en respuesta a la oferta y la demanda. Los apologetas del libre mercado dicen que esto lleva a una situación en la cual la cantidad de cosas demandadas por los compradores se iguala a la cantidad de cosas ofrecidas por los productores: una condición que ellos describen como «equilibrio económico». Para que un modo de producción sea llamado capitalista no es suficiente que exista un libre mercado; hay, después de todo, otras características esenciales del Capitalismo, incluyendo la explotación en el lugar de trabajo y la necesidad de vender el trabajo propio para poder sobrevivir. Sin embargo, el libre2 mercado es una condición necesaria para el Capitalismo —una que, como método de distribución, lleva a una inequidad creciente a través de disparidades en la distribución del ingreso. Las interacciones en el mercado inevitablemente producen ganadores y perdedores, llevando a concentraciones de riqueza. En el tiempo, estas disparidades crecen como un producto de estas mismas interacciones de mercado. Este libre mercado «perfecto» solamente existe en las mentes de sus defensores más recalcitrantes y entre las páginas de libros de introducción a la Economía. Los mercados reales están lejos de este cuento de hadas idealizado: las compañías coluden con regularidad para mantener afuera a sus competidores, grandes corporaciones constantemente hacen lobby para obtener subsidios del gobierno, y es una norma que un pequeño grupo de jugadores dominan categorías enteras de productos y fijan precios. Un mercado en particular —el mercado de trabajo— necesitó siglos de coerción y desposesión para En el texto original se encuentra el sufijo -ish. Lo cual significa que no se habla de un libre mercado puro, sino de aproximaciones al mismo (N. del T.). 2
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convertir campesinos y granjeros en trabajadores dispuestos a vender su trabajo por un salario. Frecuentemente oferta y demanda no alcanzan el equilibrio; como resultado, el sistema de mercado regularmente conduce a crisis de sobreproducción, las cuales provocan recesiones y depresiones, con consecuencias desgarradoras para millones de personas. Los mecanismos competitivos inherentes al mercado catalizan, toman ventaja de, y exacerban un rango de prejuicios de desigualdad basados en la identidad (raza, género, sexualidad, y así); llevan a la disrupción de servicios del ecosistema de los cuales los humanos dependen; y lleva a las naciones a rivalidades militares que propician colonización, da lugar al surgimiento del imperialismo y a fin de cuentas genera guerras. Mientras que el mundo real es por lo general uno de desordenado desequilibrio, de precios creados a conveniencia en lugar de emerger del éter competitivo —y, como veremos, uno configurado por capitalistas que planifican—, permanece como uno en el cual los mercados determinan mucho de nuestra vida económica, y, por lo tanto, nuestra vida social. Por lo general, las críticas a la forma en la que hacemos las cosas en este momento proponen que el mercado sea reemplazado, o al menos puesto un freno. Pero si la distribución no sucede a través del mercado, entonces esto ocurrirá mediante la planificación económica, también denominada «distribución directa» —llevada a cabo no por la «mano invisible» sino por humanos bastante visibles. Precisamente, esta forma de distribución planificada ya tiene lugar de manera amplia en nuestro sistema actual, de parte de individuos electos como no electos por igual, tanto por empresas públicas como privadas, y de formas centralizadas y descentralizadas. Incluso los archicapitalistas Estados Unidos son hogar no solo de Walmart y Amazon, sino también del Pentágono; a pesar de ser increíblemente destructivo, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos es el empleador más grande del mundo, y una operación centralmente planificada del sector público. De hecho, 12
casi todos los países son economías mixtas que incluyen diversas combinaciones de mercados y planificación. Precisamente, la planificación ha acompañado a las sociedades humanas desde que han existido. Miles de años atrás, las civilizaciones de la antigua Mesopotamia habían creado un nexo de instituciones económicas que conectaban los talleres de trabajo y los templos de las ciudades hasta la producción agrícola campesina en el campo. La Tercera Dinastía de Ur (Ur III), la cual floreció alrededor de los ríos Tigris y Éufrates cerca del tercer milenio a.C. fue uno de los primeros en hacer el gran avance de mantener registros permanentes y generalizados. Algunas tabletas de arcilla de Ur III incluyen predicciones del crecimiento de los cultivos basadas en promedios de la calidad del suelo derivada de años de mantenimiento de registros. Incluso si la economía estaba todavía a merced de un clima incontrolable, esta podía ser manejada a un nivel rudimentario. Con el advenimiento de la contabilidad detallada, expectativas y aproximaciones —ambas cruciales para la planificación— se convirtieron en características de la vida económica. Contrario a la economía local de intercambio-regalo de la prehistoria, la antigua Mesopotamia vio sistemas de redistribución centralizada que se parecieron los Estados del bienestar modernos: impuestos y gravámenes entran, transferencias de bienes y servicios salen. A la par de la escritura y las matemáticas, bloques de construcción de la civilización que se desarrollaron en relación con el registro económico, los antiguos también desarrollaron el dinero —solamente que no de la forma en que algunos economistas imaginan. En un pasaje comúnmente repetido de La Riqueza de las Naciones, Adam Smith escribió que «la propensión de trocar, permutar e intercambiar una cosa por otra» llevó a la división del trabajo, la invención de la moneda y una mayor complejidad económica. Este pedacito de pretensión del conocimiento ha sido pasado por siglos y todavía puede 13
encontrarse en la mayoría de libros introductorios de Economía. El problema con esta intrigante historia es que es falsa. La especialización se desarrolló dentro de grandes complejos domésticos donde no había intercambio interno; las cabezas de hogar distribuían la producción total del hogar entre los miembros —ellos planificaban. El dinero, por otro lado, emergió de forma generalizada como una herramienta para los comerciantes, mercenarios y otros que tenían deudas con los antiguos templos. A medida que la complejidad económica crecía, el dinero fue adoptado más como un medio para hacer un seguimiento de los impuestos y otras transacciones importantes. Algunos precios fluctuaban en situaciones extraordinarias: por ejemplo, el precio del grano durante una muy mala cosecha. Sin embargo, la mayoría del tiempo los precios estaban muy estandarizados. La primitiva planificación y el primitivo dinero trabajaban en sinergia. En Babilonia, por ejemplo, una mina de plata era dividida en sesenta shekels, correspondiendo a una gur de cebada dividida en sesenta kur. Cada kur era la ración de comida dada a los trabajadores a la mitad del día. Entonces un gur era una ración mensual que valía una mina (bajo un calendario estandarizado con meses de treinta días, con un festival de año nuevo que duraba unos pocos días para realinearse al año solar). Este tipo de equivalencias fáciles simplificaban llevar las cuentas y planificar. El incremento de la complejidad de los registros económicos, la contabilidad y las instituciones sociales, todo apunta a que las antiguas civilizaciones produjeron algo que no podría sino ser descrito como un cálculo económico y planificación. Esto no es para decir que existió algún tipo de Arcadia de la planificación central en aquel tiempo, lo cual es igual de acertado que describir a las sociedades cazadoras recolectoras como algún tipo de Edén igualitario. La planificación de los antiguos no era solamente rudimentaria y parcial; estaba 14
además lejos de ser una vía racional para asegurar el beneficio compartido para todos. Por supuesto, la planificación antigua estaba al servicio de un sistema económico creado para el beneficio de una pequeña élite que estaban motivados a mantener su riqueza y poder. ¿Suena familiar? A pesar de las persistentes inequidades que se extienden hacia atrás en el mundo antiguo, sin duda hay razones para tener esperanza hoy en día, incluyendo los millones cuya curiosidad ha sido picada por referencias al Socialismo por el senador de Vermont Bernie Sanders durante la primaria presidencial del 2016, y más recientemente por una serie de competidores por puestos políticos en los Estados Unidos. En el Reino Unido igual, hasta la escritura de este libro, un desvergonzado socialista, Jeremy Corbyn, dirige Her Majesty’s Loyal Opposition. A medida que el debate político se vuelve más polarizado, gente joven entre el todo, incluso en el centro del orden capitalista angloamericano, ahora ven al Socialismo de forma más favorable de lo que ven al Capitalismo. En Europa, partidos de extrema izquierda que profesan una retórica que abraza el Socialismo, o al menos alguna otra forma de hacer las cosas en vez del Capitalismo de toda la vida —desde Syriza en Grecia hasta Die Linke en Alemania y Podemos en España— están alcanzando a los partidos socialdemócratas tradicionales y en algunos casos los están eclipsando, aunque con éxito variable. Y mientras que en América Latina la izquierda ha experimentado recientemente pérdidas electorales, izquierdistas en ese continente han estado experimentando con ideas socialistas nuevas y viejas, tanto dentro como fuera del gobierno. No solamente está la necesidad que clama para que hablemos acerca de cómo debería ser una alternativa al mercado, sino una gran cantidad de confusión acerca de qué es la planificación y su historia. Para tomar un ejemplo: China parece ser el último hombre en pie en la economía global; su tasa de crecimiento, incluso si se ha reducido recientemente de algo que 15
salta a la vista a algo simplemente asombroso, se ha logrado a través de una mezcla entre mecanismos de libre mercado y un pastoreo muy pesado por parte de planificadores centrales autoritarios. Parecería que incluso algunos miembros de la emergente burguesía en aquel país creen que la planificación económica de Mao fue más prematura que desacertada. Un artículo de 2018 del Financial Times describe a Jack Ma, fundador del coloso chino de e-commerce Alibaba Group, como parte de un movimiento creciente en la República Popular que argumentan que «el error fatal de la planificación estatal es simplemente que los planificadores no tienen suficiente información para tomar buenas decisiones». Él y sus coidearios creen que el big data puede resolver este problema. ¿Pero es de esto de lo que hablamos cuando discutimos acerca de una alternativa? Incluso si ha pasado más de un cuarto de siglo desde el final de la Guerra Fría, cualquiera que cuestione los resultados del libre mercado es inmediatamente catalogado como un apologista de la Unión Soviética y de sus [naciones] satélites —fallidos regímenes autoritarios que fueron precisamente economías planificadas. ¿Su colapso, seguido de décadas de decadencia económica no enseñan que la planificación no funciona? Esas preguntas están lejos de ser académicas. En tiempos tan volátiles, no se puede descartar que un candidato o partido socialista pueda formar un gobierno en el corazón del Capitalismo. Si ellos no se toman la molestia de bosquejar en el tiempo lo que una alternativa al mercado podría ser, aquellos involucrados van a caer de forma inevitable en versiones de lo que ellos ya conocen. El gusano capitalista-realista, tal y como la anguila Ceti en Viaje a las estrellas II: la ira de Khan, permanece envuelto alrededor de nuestra corteza cerebral, impidiendo la posibilidad de transformación incluso en el momento de su realización.
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El momento, entonces, está tan maduro como aguacates sobre una tostada para destapar una conversación bastante vieja: una discusión larga pero olvidada sobre la cuestión de la planificación. Nuestro objetivo no es ofrecer un estudio comprensivo y definitivo para esta discusión de casi un siglo, a la cual los economistas se refieren como «el debate del cálculo económico» (o «el debate del cálculo en el Socialismo») —si es matemática y físicamente posible planificar una economía, y si sería deseable hacerlo—, sino proveer una introducción en lenguaje simple, ojalá disfrutable para los no iniciados. En general, aquí apuntamos a unir y hacer más comprensibles ideas y descubrimientos que han sido olvidados o que se encuentran llenos de jerga matemática u orientada a la informática, o que se encuentran enterradas en las páginas de investigaciones de operaciones o de revistas de gestión empresarial poco leídas. Por lo tanto, nos apoyamos mucho en el trabajo de historiadores económicos, informáticos y académicos de comercio. Al escribir una cartilla con respecto a la planificación, y al desafío de la logística y el cálculo económico, esperamos tomar este vital debate desde las estanterías de la academia y reintroducirlo en el campo del combate político. Sobre todo, nuestro objetivo con este breve texto es simplemente resaltar un hecho raramente reconocido, pero obvio, que hasta cierto punto hace del «debate del cálculo» algo anacrónico: de hecho, ya es el caso de que grandes secciones de la economía global existen fuera en el mercado y son planificadas. Walmart es un excelente ejemplo. Entonces la pregunta acerca de si la planificación puede existir a gran escala sin ineficiencias económicas incapacitantes está fuera de lugar. La cuestión es que aquellos proyectos vastos y centralmente planificados —y son tan vastos que en realidad deberíamos llamarlos economías centralmente planificadas— no son planificados de forma democrática.
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Aunque no suene sexy, nuestro argumento es el siguiente: cuando nosotros decimos que queremos una sociedad equitativa, por lo que luchamos es por la planificación democrática. No existe una máquina que simplemente pueda ser tomada y manejada por nuevos operadores pero que por lo demás no tenga cambios; pero existe un fundamento para la planificación que una sociedad más justa podría tomar y hacerla propia. Este no es tanto un libro sobre una sociedad futura, sino uno acerca de la nuestra. Nosotros planificamos. Y funciona.
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II ¿Y SI WALMART FUESE UN PLAN SOCIALISTA SECRETO? ¿Podría ser Walmart un plan socialista secreto? Esta es, en efecto, la pregunta que Frederic Jameson, crítico literario estadounidense, teórico político marxista y diablillo descarado colocó en un pie de página de su volumen de 2005 Archeologies of the Future, una discusión acerca de la naturaleza de la utopía en la era de la globalización. Desde el declive del optimismo tecnológico de la posguerra en los 70s, Jameson identifica que la robusta tradición del pensamiento utopista había menguado considerablemente; el puñado de utopías frescas que él identifica que habían emergido —sean estas la estética cyberpunk o los fanáticos de la globalización a mano de las corporaciones— carecían de imaginación si las comparamos con sus predecesoras prometeicas y modernistas, las cuales no se contentaban solamente con transformar el reino de la comunicación y la información de la forma en que lo hacen las utopías contemporáneas. Él dice que estas son apenas preocupaciones sectoriales, en lugar de ambiciones más grandes, a nivel social; no son utopías propiamente dichas. Las utopías contemporáneas supuestamente distantes toman muy poca ventaja de lo genuinamente nuevo, a lo que Jameson llama «propiamente utópico», es decir, los recursos disponibles hoy en día. Pedacitos de un mundo mejor que podríamos utilizar están floreciendo y tal parece que nadie se ha dado cuenta. En un breve pie de página, hurgando alegremente en el consenso progresista que identifica a Walmart como una cadena de supermercados mayoristas mundial, el Galactus del Capitalismo, el ideal —posiblemente incluso más que Goldman Sachs— de todo lo que está mal en todo lo que está mal, Jameson
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se pregunta si existe la posibilidad de que nosotros nos estemos perdiendo un detalle acerca de esta maravilla transcontinental de planificación y logística:
Los utopistas literarios apenas han logrado alcanzar a los hombres de negocios en el proceso de imaginar y construir (…) ignorando el despliegue de infraestructura en el cual, desde esta perspectiva un poco diferente, el Walmart conmemorado por Friedman se convierte en el prototipo anticipatorio de una nueva forma de Socialismo por la cual el reproche a la centralización ahora está probado como algo históricamente fuera de sitio e irrelevante. Es sin duda alguna una reorganización revolucionaria de producción capitalista, y una nueva identificación como «Waltonismo» o «Walmartismo» podría ser un nombre más apropiado para esta nueva etapa.3
Pero más allá de estos comentarios, la provocación no está completamente desarrollada. Él deja el consejo ahí colgado hasta la publicación del ensayo titulado Walmart as Utopia cinco años después. Aquí él insiste, clamando a todo pulmón, que Walmart no es solamente una institución útil de la cual «luego de la revolución» los progresistas podrían (como decía Lenin) «amputar lo que mutila de forma capitalista a este excelente aparato». No es un residuo de la vieja sociedad, dice él, sino algo verdaderamente emergente de la nueva que está por nacer. Walmart es «la figura de una utopía futura apareciendo entre la niebla, la cual deberíamos apropiarnos como una oportunidad para ejercer la imaginación utópica de manera plena, en lugar de realizar juicios morales o tener una nostalgia regresiva»4.
Jameson, F. (2005). Archeologies of the future. Pág. 154. Londres: Verso. Jameson, F. (2016). Wal-Mart as Utopia. Recuperado de https://www.versobooks.com/blogs/2774-fredric-jameson-wal-mart-asutopia. 3
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Este no es un susurro edgy5 dicho solamente por las risas; Jameson está genuinamente fascinado por el advenimiento de esta entidad insólita que se resiste a una categorización sencilla. Él la compara con el descubrimiento de una nueva especie de organismo, o un nuevo tipo de virus. Él se deleita con la aparente contradicción acerca de cómo la compañía más grande del mundo, incluso en todo su espectro de dominio —precisamente debido a su omnipotencia— es descrita por escritores de negocios con admiración y horror como un boa constrictor que estrangula al Capitalismo de mercado de manera lenta e inexorable. Pero incluso aquí, Jameson todavía está más interesado en utilizar a Walmart como un experimento mental —una demostración del «carácter dialéctico de la nueva realidad», y un ejemplo de la noción en la dialéctica como la unidad de contrarios: la firma como «la expresión más pura de cómo el Capitalismo se devora a sí mismo, que abole el mercado por los medios del mercado mismo»6. Dichos arabescos filosóficos son dignos de mención, pero nosotros tenemos curiosidad acerca de algo quizás más concreto. Nosotros deseamos utilizar la provocación de Jameson más allá de un pie de página o un experimento mental y, a la luz de lo que nosotros conocemos acerca de las operaciones de Walmart, volver a visitar una discusión casi centenaria entre aquellos que defendían al Socialismo y aquellos que presentaban al Capitalismo como el mejor de todos los mundos posibles. Más allá del trillado cliché que reza que el Socialismo «está bien en la teoría, pero es imposible en la práctica», existen, de hecho, planteamientos acerca de la planificación económica y acerca de cómo calcular una distribución igualitaria de bienes y servicios sin la necesidad de mercados. Además, la apariencia de que estos planteamientos han sido destruidos con la caída de la Neologismo que describe las actitudes de una persona que intentan ser provocativas. Por lo general su uso es peyorativo (N. del T.). 6 Ibidem. 5
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antidemocrática Unión Soviética y sus satélites es meramente superficial. Y por más contraintuitivo que pueda parecer en un inicio, la no menos antidemocrática Walmart, y un puñado de otros ejemplos que vamos a considerar ofrecen un incentivo poderoso para la hipótesis socialista de que una economía planificada —esta vez democráticamente coordinada por gente trabajadora ordinaria en lugar de burócratas o jefes— no es solamente factible, sino incluso más eficiente que el mercado. Pero antes de comenzar a explicar cómo Walmart es la respuesta, primero nos gustaría preguntar: ¿Cuál es la pregunta?
El debate del cálculo económico en el Socialismo Desde la revolución neoliberal de los 70s y su aceleración siguiendo el fin de la Guerra Fría, la planificación económica a escala ha sido ridiculizada desde la derecha hasta la centroizquierda, y proyectos planificados tales como el sistema de salud pública han sido puestos bajo ataque por medio de la mercantilización en la mayoría de los países. En muchas jurisdicciones, los sistemas eléctricos que alguna vez estuvieron en manos del sector público hace tiempo que han sido privatizados; por lo tanto, los gobiernos comprometidos en reducir el consumo de carbón de las compañías eléctricas han tenido pocas opciones más allá de emplear mecanismos de mercado como el comercio de derechos de emisión o impuestos sobre el carbono, en lugar de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a través de la vía democrática —que simplemente es ordenar al proveedor de electricidad a cambiarse a energías libres de emisiones. Casi en todo lugar, transporte, comunicación, educación, prisiones, policía e incluso los servicios de emergencia están siendo retirados enteramente o en parte del sector público y se proveen por actores de mercado. Solamente las fuerzas armadas permanecen como un monopolio 22
del Estado, y aquí solamente hasta cierto punto, dado el incremento de multinacionales de seguridad privada tales como la notoria G4S o Blackwater (cuyo nombre es Academi desde 2011). El puñado de partidos socialdemócratas y liberales7 que todavía defienden la salud y educación públicas lo hacen mientras aseguran de manera vaga que «el Gobierno tiene un tol que cumplir», o que «el Gobierno puede ser una fuerza para el bien». Pero en realidad no dicen por qué; y en todo caso, esto es defender más al Estado que a la planificación per se, incluso si «el Estado» y la «planificación» están lejos de ser sinónimos. Los socialdemócratas hoy en día pelearían por una economía mixta, o por una mezcla entre planificación estatal y libre mercado — pero, nuevamente, ellos lo hacen sin decir el por qué. Si la planificación es superior, ¿entonces por qué no planificamos todo? Pero si algunos bienes y servicios son mejor producidos por el mercado que mediante la planificación, ¿entonces cuáles son los atributos de estos bienes y servicios particulares que los hace tales? Toda esta discusión carente de argumentos refleja una serie de políticas que se rinden ante un indómito status quo, cuyos arquitectos solamente intentan transformar dicha capitulación de forma retroactiva en una ideología coherente. Para gran parte de la socialdemocracia del siglo XXI, las creencias surgen de la política, en lugar surgir la política de las creencias. Y mientras esos centristas y conservadores celebran un mundo donde todo se distribuye a través de los mercados, ellos todavía no ofrecen argumentos explicando el porqué de su preferencia a una mezcla de mercado y planificación como algo superior. Cuando son confrontados, ellos simplemente recurren al estado actual de las cosas: «Ninguna economía es completamente planificada o completamente basada en el mercado». Bueno, dolorosamente esto es cierto. Pero,
En el sentido anglosajón de la palabra. Una traducción contextual podría ser «progresistas» (N. del T.). 7
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nuevamente, esto no ofrece ninguna explicación acerca de por qué su configuración favorita es óptima. A lo mejor esto es entendible. Los esfuerzos que tuvieron como epítome la planificación —aquellos como la Unión Soviética y sus satélites— colapsaron en medio de una oposición popular, estancamiento económico, un rival geopolítico militarmente superior y un liderazgo que prácticamente había dejado de creer en su propio sistema. El otro gran poder estalinista, la República Popular de China, se alejó de la propiedad estatal, liberalizó su economía y ahora es la segunda superpotencia del mundo, mientras que lo que queda de otros Estados Comunistas-con-Cmayúscula tales como Vietnam o Cuba están siguiendo el camino de China. Parecería, a primera vista que el mercado ganó la Guerra Fría y que la planificación perdió. Incluso si el mercado es de manera concluyente, inexpugnable e incontestable el mecanismo óptimo para la distribución de bienes y servicios, ¿entonces por qué las economías de los países occidentales siguen experimentando desbalances entre lo que se produce y lo que se necesita — desbalances que han llevado a severas recesiones y crisis casi catastróficas desde 1991? ¿Por qué la economía global se salvó por los pelos (y parecería que temporalmente) de un colapso (casi una depresión) con respecto a las inversiones en 2008, no por mecanismos de mercado, sino como resultado de una (modesta) intervención keynesiana? ¿Cuál es el origen del estancamiento económico desde la Gran Recesión? ¿Por qué luego de tres décadas de reducción sostenida de la desigualdad en Occidente desde el período de posguerra hasta los 70s, la desigualdad se ha incrementado en los países desarrollados durante los últimos cuarenta años, disparando una explosión de rabia popular, junto con una reacción de extrema derecha de un país a otro? ¿Por qué la infraestructura se está desmoronando y la innovación se ha estancado? ¿Por qué el mercado no es capaz de resolver lo que podría ser la amenaza más grande para la modernidad, la 24
resistencia microbiana a los antibióticos —una situación que podría enviar a la medicina atrás hacía la era Victoriana—, mientras que el gobierno podría hacerlo? ¿Y por qué el mercado no puede, abandonado a sus propios mecanismos, enfrentarse al desafío civilizatorio existencial del cambio climático? Entonces, la pregunta de mercado contra planificación debería aparecer sin resolución como nunca antes. En las últimas décadas del siglo pasado, la pregunta de que si el mercado o la planificación eran el mecanismo óptimo para la distribución de bienes y servicios fue aceptada como una discusión sin respuesta. En las décadas de 1920 y 1930 economistas de izquierda influenciados por el marxismo, por un lado, y economistas de derecha de la Escuela Austriaca, por el otro, estaban envueltos en una discusión enérgica — subsecuentemente conocida como «el problema del cálculo económico» o «el debate del cálculo en el Socialismo»— acerca de que si la economía planificada a escala era factible. En ese momento, los neoclásicos no estaban discutiendo desde una posición de hegemonía ideológica. La Unión Soviética apenas se había establecido y los esfuerzos bélicos tanto de los aliados como de las potencias centrales eran ejercicios inmensos de planificación centralizada. Para el año 1930, los bolcheviques habían logrado transformar rápidamente una Rusia feudal en una industria moderna, electrificada, mientras pocos afuera del país estaban enterados de la extensión de los crímenes de Stalin, haciendo que aquellos economistas que deseaban criticar la planificación tendrían que hacerlo frente a lo que parecía ser una evidencia sustancial en su contra. Como resultado, partidarios de ambos lados tomaron la idea de la planificación de manera seria, y los austriacos tenían que trabajar duro para intentar probar sus puntos, para mostrar cómo la planificación económica era una imposibilidad. El matemático, filósofo positivista y economista político vienés Otto Neurath instigó el «debate sobre el cálculo» en una 25
serie de artículos resultado de sus experiencias como cabeza del Departamento de Economía de Guerra en el Ministerio de Guerra del Imperio Alemán. Un polímata que había estudiado matemáticas, física, filosofía e historia, cuyo doctorado había sido acerca de la historia de la Economía, apoyándose en particular en la economía no-monetaria del antiguo Egipto. Una investigación de las Guerras de los Balcanes que tuvo lugar entre 1912 y 1913 lo llevó a concluir que las economías de guerra eran «economías en especie», o como las llamó, «economías naturales». Economías naturales eran aquellas en las cuales el dinero y los mercados no juegan un rol en la distribución de bienes; ahí no hay una unidad común de cálculo, no hay precios, y la contabilidad toma lugar en términos de la utilidad de los bienes y servicios, siendo la magnitud de sus propiedades físicas descritas frente a frente. Neurath además estuvo sorprendido por el uso de planificación extensivo por parte del ministerio durante la Gran Guerra. Durante la revolución socialista de noviembre de 1918, la cual podría haber logrado derrocar al Imperio Alemán, Neurath ayudó a desarrollar un plan de socialización de la economía de Sajonia. Aunque nunca fue un teórico prominente del Partido Socialdemócrata Austriaco, él creyó que la agitación le daría la posibilidad de intentar una aplicación práctica de sus ideas. Él realizó discursos acerca de sus conceptos a masas de mineros en el sur de Alemania, discursos descritos por su amigo y colaborador Wolfgang Schumann como «procesiones triunfales». Mientras que para este tiempo varios grupos políticos de izquierda buscaban el poder alrededor de Europa, pocos de ellos, incluyendo a los Bolcheviques en Rusia, habían desarrollado algún plan para la construcción de una sociedad socialista más allá de eslóganes llamando a la destitución de los jefes y la asociación libre de productores. Ahora que los jefes se habían ido, ¿cómo debería funcionar esta nueva asociación libre? Muchos clamaban por Socialismo, pero pocos podían describir en detalle cómo eso debería ser. Neurath, por otro lado, comenzó a 26
aventurarse más allá de los eslóganes y anhelos para dar una forma concreta al Socialismo. Como resultado de la impresión que Neurath había dejado, el presidente socialdemócrata de Baviera, Johannes Hoffman, le preguntó para crear e implementar una oficina de planificación centralizada para su región también. A su llegada, encontró poco más que caos: sin personal, sin oficina, ni siquiera una máquina de escribir. De todas formas, Neurath y sus colaboradores lograron crear las primeras unidades de planificación económica operacionales, junto con algunos folletos y conferencias para popularizar los conceptos. Poco después, los revolucionarios declararon a Baviera como una república soviética (o «consejo»), pero el experimento tuvo una vida corta. En mayo de 1919, los mercenarios de derecha de los Freikorps —unos precursores de los nazis— entraron a Múnich y destruyeron el gobierno del consejo, matando a más de 1.000 personas en un feroz combate callejero y a otros 700 mediante ejecuciones. Neurath fue arrestado y condenado a dieciocho meses de prisión en Alemania, pero fue perdonado al final en un arreglo con el gobierno Austriaco, orquestado por el (entonces) socialdemócrata y secretario de asuntos exteriores (y teórico marxista) Otto Bauer. Neurath continuó siendo un actor importante en la política socialista vienesa mucho después de la derrota del Soviet de Baviera, participando en el desarrollo de educación para adultos y el famoso y exitoso experimento de la ciudad referente a las residencias sociales. Pero últimamente se ha hecho más conocido debido a que fue el cofundador del Círculo de Viena, un grupo de científicos y filósofos afines que contribuyeron al movimiento filosófico del positivismo lógico —en esencia una actualización al positivismo del siglo XIX (el planteamiento de que todo conocimiento confiable es el producto de la experiencia sensorial interpretada a través de la razón) que defendía una «concepción científica del mundo». Además, se volvió conocido por un concepto que él denominó «unidad de la ciencia»: la idea 27
de que leyes científicas se aplican en todos lados y en todos los niveles de organización incluyendo el social e incluso el artístico. Pero este llamado a la conciliación entre diferentes áreas del conocimiento no fue un alejamiento derrotista del plano político, y mucho menos de sus nociones de economía socialista planificada. Los planes de completa socialización de Neurath se habían construido sobre teorías de las economías naturales (no monetarias) y tenían el objetivo de coordinar diferentes tipos de conocimiento con el objetivo de entender y predecir las complejidades del mundo social. «Sociología empírica», como él la describía. Con el objetivo de lograr la eficiencia económica mientras se evitaba la inequidad social, la estructura organizativa de la nueva sociedad tendría que ser rigurosamente científica en sus predicciones de las interacciones socioeconómicas. En otras palabras, la lucha de Neurath por la «unidad de la ciencia» surgieron de su percepción de la necesidad de información de las economías no de mercado. Pero mientras las ideas económicas de Neurath hoy en día permanecen prácticamente olvidadas, Ludwig von Mises, economista de la Escuela Austriaca y héroe de los neoliberales modernos, se las tomó como algo bastante serio, y haciéndolo publicó el primer contraataque del debate del cálculo. En su ensayo de 1920 titulado «El cálculo económico en la comunidad socialista» Mises fue más allá de lo que en este período era una larga discusión ética contra el Socialismo: que en este sistema no habría incentivos para trabajar y por lo tanto no llevaría a la excelencia. En este corto texto, Mises, por otro lado, propuso las siguientes preguntas: En cualquier economía más grande que la primitiva de nivel familiar, cómo podría la planificación socialista identificar: ¿qué productos producir?, ¿cuánto de cada cosa debería producirse, qué materia prima utilizar y cuánta de la misma debería ser utilizada? ¿Dónde debería establecerse la producción, y qué proceso de producción era el más eficiente? ¿Cómo harían ellos para obtener y calcular este enorme cúmulo 28
de información, y cómo debería transmitirse a todos los actores de la economía? La respuesta, dijo, es que la inmensa cantidad de información necesitada —por los productores, consumidores y cada actor intermedio, y en cada fase y localización de la producción de la multitud de productos necesitados por una sociedad— está más allá de la capacidad de tales juntas de planificación. No es posible que algún proceso humano esté en capacidad de recolectar todos los datos necesarios, evaluarlos en tiempo real y producir planes que describan de manera acertada la oferta y la demanda entre todos los sectores. Por lo tanto, cualquier economía del tamaño de un país entero que intente reemplazar las numerosas decisiones de una multitud de consumidores soberanos con planes burocráticos que trabajan con datos defectuosos producirían con regularidad desbalances enormes (tan grandes como un abismo) entre lo que es demandado y lo que es ofertado. Estas ineficiencias resultarían en una barbarie social y económica de dimensiones tales — desabastecimiento, hambrunas, frustración y caos— que incluso si uno aceptara las inevitables desigualdades y los no pocos horrores del Capitalismo, el mercado todavía aparecería benigno en comparación. Mientras tanto, Mises argumentaba que el extraordinariamente simple mecanismo de precios en el mercado, reflejando la oferta y la demanda de recursos, ya contenía toda esta información. Cada aspecto de la producción — desde el costo de todos los inputs en todos los tiempos, hasta la localización de los inputs y los productos, y la cambiante demanda y gusto de los compradores— está implícitamente capturado en el precio. Pero si los precios en el mercado son mucho más simples, requieren menos esfuerzo y es más sencillo manejarlos, ¿entonces por qué no nos apegamos a ellos? Los argumentos de Mises de su ensayo de 1920 luego se desarrollaron en una serie de libros que son descritos hoy en día 29
por sus acólitos como su obra maestra. Y no lo dicen sin razón: es quizás el argumento más fuerte jamás planteado contra la idea de Socialismo. ¿Cómo, de hecho, vamos a reemplazar a los precios con juntas de planificación? ¿Y no es el Socialismo supuestamente el dominio directo de los trabajadores en lugar de un reemplazo de jefes no elegidos por un grupo de burócratas? Si es centralizado por burócratas, ¿cómo se va a obtener toda esa información? Y si es descentralizado, ¿cómo podrían esos millones (y a nivel global, miles de millones) de trabajadores coordinar democráticamente las decisiones de producción? Neurath, por su parte, insistió en que los precios en el mercado, como descriptores del comportamiento en una economía, no están menos corrompidos por esta falta de fidelidad porque ellos fallan en capturar suficiente información acerca de las circunstancias materiales de los ciudadanos y fallan en describir adecuadamente todos los costos o beneficios de las acciones. En un sistema donde los servicios de salud están provistos por el mercado, por lo tanto, el precio no describe la información de la incapacidad de acceder a los servicios de salud, tal y como el precio no refleja el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero en la temperatura promedio del planeta. Hay mucho más alrededor del debate del cálculo, y nosotros apenas resaltaremos algunos de sus aspectos matemáticos y computacionales luego, por ahora este repaso teórico debería ser suficiente. Es suficiente conocer que, como resultado de esta discusión, dependiendo de nuestra orientación política, tenemos que optar o por la información imperfecta del mercado, o por la información imperfecta de la planificación, sin nunca resolver el debate. Este punto muerto incluso puede ser twitteado en menos de 140 caracteres: «¿Qué hay de la imperfección de los datos llevando a escasez?», «Ah, ¿sí? ¿Qué hay de la imperfección de los datos llevando a injusticias?».
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Estamos, por lo tanto, en un punto muerto. O al menos así parecía durante mucho tiempo.
La planificación en la práctica Mises parecía haber puesto de cabeza incluso el aforismo que reza que «el Socialismo funciona en teoría, pero no en la práctica». Él convenció a muchos que la planificación ni siquiera funciona en la teoría. El problema del cálculo parecía ser el talón de Aquiles de la teoría socialista. Si algo funciona en teoría, pero no en la práctica, entonces debe haber algo malo con la teoría. Pero si es igual de cierto que algo no funciona en la teoría, pero en la práctica sí funciona, entonces, nuevamente, algo malo debe tener la teoría. Y aquí es donde la malvada Walmart entra en nuestra historia. Walmart es quizá la mejor evidencia que tenemos de que si bien parecería que la planificación no parece funcionar en la teoría de Mises, ciertamente funciona en la práctica. Y algo más. El fundador, Sam Walton, abrió su primera tienda, Wal-Mart Discount City, el 2 de julio de 1962 en la ciudad de Rogers, Arkansas, con una población de 5.700 personas. Desde aquel origen humilde y cliché, Walmart se ha convertido en una de las compañías más grandes del mundo, disfrutando de unas emocionantes tasas de crecimiento iguales a las de la República Popular China, rondando el 8% durante sus cinco décadas y media de existencia. Hoy en día, emplea a más trabajadores que ninguna otra empresa privada; si nosotros incluimos empresas estatales en nuestro ranking, es la tercera contratadora más grande del mundo luego del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y el Ejército Popular de Liberación8. Si fuera un país —vamos a llamarlo la República Popular de Walmart—, el 8
Las fuerzas armadas de la República Popular China (N. del T.).
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tamaño de su economía sería casi igual a la de Suecia o Suiza. Utilizando los datos de PIB por paridad de poder adquisitivo del Banco Mundial en el año 2015, podríamos colocarla en el puesto número 38 entre las economías más grandes del mundo. Sin embargo, mientras la compañía opera dentro del mercado, internamente (como cualquier otra empresa) todo está planificado. No hay un mercado interno. Los diferentes departamentos, tiendas, camiones y proveedores no compiten uno contra el otro en un mercado; todo está coordinado. Walmart no es meramente una economía planificada, sino una economía planificada con un tamaño similar al de la URSS durante la Guerra Fría (en 1970 el PIB soviético se posicionó en aproximadamente 800 miles de millones de dólares actuales, siendo en aquel momento la segunda economía más grande del mundo; los ingresos de Walmart en 2017 fueron de 485 miles de millones de dólares). Como veremos más adelante, los proveedores de Walmart no pueden ser considerados en realidad entidades externas, así que la extensión de su economía planificada es todavía más grande. De acuerdo a Supply Chain Digest, aquel periódico ambientado a los negocios y la administración más fascinante que el artículo de Vice acerca de los hábitos pornográficos de los líderes de ISIS alrededor del fetiche furry, Walmart tiene stock de productos provenientes de más de setenta naciones, operando cerca de 11.000 tiendas en veintisiete países. TradeGecko, una empresa dedicada a la creación de software de control de inventarios, describe el sistema de Walmart como uno de los «proyectos de logística y éxito operacional más grandes de la historia». No están equivocados. Como una economía planificada, está venciendo a la Unión Soviética en sus mejores momentos antes del estancamiento. Si Mises y sus amigos tuvieran razón, Walmart no debería existir. La empresa debería haberse estrellado contra la pared desde hace mucho tiempo debido a la cantidad de cálculos que se 32
deben hacer. Además, Walmart no es única; hay cientos de compañías multinacionales cuyo tamaño es parecida al Behemot de Sam Walton, y todas ellas también son —al menos internamente— economías planificadas. Los redactores de negocios, asombrados por la compañía, dicen que el éxito logístico es a fin de cuentas producto de la obsesión de Sam Walton (aparentemente un tacaño empedernido) con la reducción de costos, incluso con aquellos insignificantes; y el aprovechamiento de la ventaja de tener precios bajos y grandes volúmenes, que permiten incluso mayor reducción de costos al expandir las economías de escala. Mientras que dichas reducciones de costos son necesarias para todas las compañías, tal vez la determinación de Walton con respecto a eso jugó un papel más allá de lo habitual. Lo que podemos decir es que la compañía dio un giro hacia la logística moderna mucho antes que otro montón de empresas gigantes, y que ha sido la pionera en innovaciones logísticas que faciliten la reducción de costos. En 1970, la compañía abrió su primer centro de distribución, y cinco años después, la compañía había arrendado un sistema computacional IBM 370/134 para coordinar el control de stocks, convirtiéndola en una de las primeras empresas en enlazar de manera electrónica tiendas e inventarios de almacenes. Nos parecerá extraño ahora, pero antes en las tiendas el stock era supervisado directamente por los vendedores y mayoristas, en lugar de utilizar distribuidores. Grandes mayoristas venden miles de productos de miles de vendedores. Pero el abastecimiento directo —enviar cada producto directamente a cada tienda— era profundamente ineficiente, teniendo como consecuencia el exceso o falta de stock. Incluso los mayoristas pequeños, que no pueden costear sus propios centros de distribución, hoy en día encuentran mucho más eficiente subcontratar las funciones de distribución a empresas logísticas que proveen este servicio a varias compañías. 33
Imagínate que estás yendo a tu tienda favorita de discos de vinilo indie, y el asistente de la tienda dice de manera repentina que no tienen un disco en particular porque su distribuidor no les ha abastecido, y tú piensas para ti mismo «pero yo sé que este disco está disponible; ¡salió apenas el mes pasado en Hello Kitty Pencil Case Records!» —es por eso que la subcontratación de logística tiene lugar. Sería mucho más costoso en términos de mano de obra para una pequeña tienda el mantener una relación comercial con miles de sellos discográficos, y viceversa; pero esa tienda puede tener una relación con, supongamos, cinco distribuidores, cada uno de los cuales tiene una relación con cien sellos. El uso de distribuidores además minimiza los costos de inventario mientras que maximiza la variedad que una tienda tiene para ofrecer al mismo tiempo que ofrece a todos dentro de la cadena de suministro un conocimiento más acertado de la demanda. Por lo tanto, mientras tu tienda local no traiga álbumes desde Hello Kitty Pencil Case Records a través de la magia banal de los distribuidores, tu pequeña tienda local tendrá que mantener una relación con más sellos discográficos de los que debería. En 1988 el gigante de detergentes y artículos de aseo Procter & Gamble introdujo la técnica de almacenamiento de reaprovisionamiento continuo9, haciendo alianzas en un inicio con Schnuck Markets, una cadena de tiendas de San Luis. Su siguiente paso era encontrar una empresa grande que adoptara la idea, y en un inicio presentaron la propuesta a Kmart, a la que no pudieron convencer. Walmart, por otro lado, adoptó el concepto, y fue debido a eso que el camino a la dominación mundial de la empresa inició realmente. «Reabastecimiento continuo» es un nombre equivocado, debido a que el sistema en realidad aporta un reabastecimiento muy poco frecuente (desde el proveedor, hasta el distribuidor y de 9
En inglés «stocking technique of continuous replenishment» (N. del T.).
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allí al minorista) en el cual la decisión acerca de la cantidad y el tiempo de reabastecimiento recae sobre el distribuidor, no el minorista. Nuevamente, te estarás preguntando, ¿cómo es esto una innovación, y por qué hace tanta diferencia? (A lo mejor te preguntas también: ¿por qué parecería que estoy leyendo una triste revista de negocios sacada de un aeropuerto que le hace una mamada al Capitalismo? Sopórtalo. El Socialismo se trata enteramente de logística, camarada). La técnica, un tipo de inventario manejado por el vendedor, funciona para minimizar lo que en negocios se conoce como efecto látigo10, el hermano librecambista del estalinismo en lo que a escasez se refiere. Identificado por primera vez en 1961, el efecto látigo describe un fenómeno: la tendencia cada vez mayor, conforme uno avanza en la cadena de suministro, del surgimiento desbalances entre los inventarios frente al producto demandado, lo cual se extiende hasta el productor y en última instancia hasta la extracción de materia prima de la compañía. En esto, cualquier cambio minúsculo en la demanda del consumidor revela diferencias entre lo que la tienda tiene y lo que los consumidores desean, lo cual significa que hay demasiado o muy poco stock. Para ilustrar el efecto látigo, consideremos el caso de tener «muy poco» (pese a que el fenómeno ocurre de forma idéntica en el otro escenario). La tienda reajusta sus órdenes al distribuidor para satisfacer el incremento en la demanda del consumidor. Para este punto, el distribuidor ya ha comprado una cierta cantidad de suministros al mayorista, por lo que tendrá que reajustar sus propias órdenes —y esto sigue, pasando por el fabricante hasta el productor de materias primas. Debido a que la demanda del consumidor tiende a ser variable y su predicción es inexacta, los negocios deben tener un inventario de reserva llamado stock de seguridad. Moviéndonos arriba en la cadena, 10
En inglés «bullwhip effect» (N. del T.).
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cada nodo observará fluctuaciones más grandes, y por lo tanto mayores requerimientos de stock de seguridad. Un análisis realizado en 1990 identificó que la escala del problema era considerable: una fluctuación por parte del consumidor de solamente el 5% (hacia arriba o hacia abajo) será interpretado por los otros participantes de la cadena de suministro como un cambio en la demanda de hasta un 40%. Al igual que la ola que atraviesa un látigo de verdad luego de un pequeño movimiento de la muñeca, un pequeño cambio de comportamiento en un punto resulta en oscilaciones inmensas en el otro. Los datos en el sistema dejan de ser fieles a la demanda del mundo real, y mientras más te alejas del consumidor, la demanda se vuelve más impredecible. Esta impredecibilidad en cualquier dirección es un factor que contribuye de forma importante a las crisis económicas, debido a que las compañías tienen problemas (o fallan) al lidiar con situaciones de sobreproducción, habiendo producido mucho más de lo que ellos habían predicho que sería demandado, y siendo incapaces de vender por encima de su costo lo que ellos habían producido. Un inventario insuficiente puede ser igual de disruptivo que uno excesivo, llevando a compras de pánico, una reducción de la confianza de los consumidores, castigos contractuales, incremento de los costos como consecuencia de entrenamientos y despidos (debido a contratación y despidos innecesarios), y finalmente pérdida de contratos, lo cual puede hundir a una compañía. Mientras que las crisis son un tema mucho más amplio y no se reducen solamente al efecto látigo puede ser una causa clave, atravesando el sistema y produciendo inestabilidad en otros sectores. Incluso con casos modestos de efecto látigo, una prevención de dichas distorsiones permiten reducir el inventario, reducir los costos de administración, mejorar el servicio al cliente y aumentar su lealtad («¡El producto que desea está justo aquí, señora! ¡No hay necesidad de revisar en otras tiendas! Siempre podrá confiar en que nosotros tendremos lo que 36
necesita. ¡Asegúrese de venir con nosotros primero la próxima vez!»), que a fin de cuentas resulta en mayores beneficios. Pero hay una trampa —una grande para aquellos que deseen defender al mercado como el mecanismo óptimo para la distribución de recursos. El efecto látigo es, en principio, eliminado si todas las órdenes se corresponden con la demanda de forma perfecta en cualquier período. Y mientras mayor sea la transparencia en la información a través de la cadena de suministro, más cerca se está de alcanzar este objetivo. Por lo tanto, la planificación, y sobre todo la confianza, apertura y cooperación en la cadena de suministro —en lugar de la competencia— son fundamentales para lograr el reabastecimiento continuo. Este no es el análisis fantasioso de dos escritores socialistas; incluso los más apasionados investigadores de negocios y directores de compañías argumentan que un prerrequisito para una cadena de suministro exitosa es que todos los participantes de la cadena reconozcan que todos ganarán más cooperando como un todo confiable, con intercambios de información, que como competidores. Por supuesto que el vendedor, por ejemplo, le cuenta al comprador cuánto éste va a comprar. El mayorista tiene que confiar en el proveedor en lo referente a decisiones de reabastecimiento. Los fabricantes son responsables de manejar los inventarios en los almacenes de Walmart. Walmart y sus proveedores tienen que estar de acuerdo acerca de cuándo las promociones van a suceder, y por cuánto tiempo, de manera que el incremento de las ventas sea reconocido como el efecto de una campaña de marketing, y no necesariamente como un incremento brusco de la demanda. Y todos los participantes de la cadena de suministros tienen que implementar tecnologías que faciliten el intercambio de información que permitan un flujo real de datos de ventas, los envíos de los centros de distribución y otra información logística, de manera que todos los que están en la cadena puedan realizar sus ajustes ágilmente. 37
Hemos escuchado bastante acerca de cómo Walmart presiona a los proveedores a vender a un precio particular, dado que la compañía es tan vasta que desde la perspectiva del proveedor es conveniente tener el producto en las perchas de la tienda. Y esto es verdad: Walmart se dedica a lo que denominan abastecimiento estratégico11 para identificar quién puede proveer al Behemot el volumen y precio necesitados. Pero una vez un proveedor está en el club, hay ventajas significativas (a lo mejor «en el club» es una descripción equivocada; «una vez que un proveedor es asimilado por Walmart-Borg12» podría ser más adecuado). Una es que la compañía establece acuerdos estratégicos de larga duración y gran volumen con la mayoría de proveedores. La transparencia de datos resultante y la planificación a través de la cadena reduce los gastos en comercialización, inventario, logísticas y transporte para todos los participantes de la cadena de suministros, no solo para Walmart. Mientras que evidentemente hay transacciones financieras dentro de la cadena de suministros, la asignación de recursos dentro de la vasta red de proveedores mundiales de Walmart, los almacenes y las tiendas minoristas es descrito por analistas de negocios con regularidad como algo parecido a comportarse como una sola empresa. Dándole la vuelta a todo esto, Hau Lee, un profesor de ingeniería y administración de Stanford, describe cómo lo contrario puede suceder dentro de una misma empresa, con resultados desastrosos. En una ocasión Volvo estaba atascado con un exceso de autos verdes, así que el departamento de marketing salió con una campaña publicitaria que tuvo éxito y provocó que se incrementaran las ventas y se redujera el exceso En inglés «Strategic sourcing» (N. del T.). Los Borg son una civilización ficticia del universo de Star Trek que se caracteriza por unir lo orgánico con lo sintético, además de tener una mentalidad de colmena. Su objetivo principal es «asimilar» —que significa transformar a otros seres vivos en Borg— y gracias a esto ir mejorando con las características de las especies asimiladas (N. del T.). 11
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de inventario. Pero nunca le notificaron al fabricante, y éste al ver el incremento repentino de ventas, pensó que hubo un incremento en la demanda de autos verdes e incrementó la producción precisamente de lo que el departamento de ventas estaba intentando despachar. Éste fenómeno ocurre de la misma manera tanto en minoristas como en fabricantes (de todos modos, la fabricación es apenas otro enlace dentro de la cadena de suministro de la tienda minorista), siendo Toyota una de las primeras empresas en implementar una forma de dar visibilidad a la información tanto dentro como fuera de la empresa a través de su sistema «Kanban», parecido al sistema de Walmart, aunque el origen de esta estrategia se remonta hacia la década de 1940. Mientras Walmart fue fundamental para el desarrollo de la gestión de la cadena de suministros, hay unas pocas compañías grandes que no han copiado sus prácticas, sino que utilizan algún método de visibilidad y planificación que cruza a través de las cadenas de suministro, extendiendo la planificación que sucede dentro de una empresa a lo largo y ancho del «mercado» capitalista. No obstante, Walmart podría ser una de las seguidoras más dedicadas de esta «empresarización» de las cadenas de suministros. En la década de 1980 la compañía comenzó a lidiar directamente con los fabricantes para reducir el número de intermediarios y para vigilar de forma más eficiente la cadena de suministros. En 1995 Walmart fortaleció su aproximación de cadenas de suministro colaborativas bajo el nombre de Planificación Colaborativa, Previsión y Reabastecimiento13 (PCPR), en la cual todos los nodos de la cadena colaborativa sincronizan sus previsiones y actividades. A medida que la tecnología ha avanzado, la compañía ha utilizado PCPR para fortalecer más la cooperación de la cadena de suministros, desde ser la primera en implementar el uso de barra de código universal Que en inglés sería Collaborative Planing, Forecasting and Replenisment (CPFR) (N. del T.). 13
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de producto en toda la empresa hasta su relación más complicada con la identificación por radiofrecuencia. Su gigantesca base de datos conectada por satélite conecta las previsiones de la demanda con los proveedores y distribuye datos de las ventas a tiempo real desde las cajas registradoras a lo largo y ancho de la cadena de suministros. Analistas describen cómo el inventario y la manufactura son «jalados»14, casi momento a momento, por el consumidor, en lugar de «empujados»15 por la compañía hacia las estanterías. Todo esto muestra cómo se está realizando una planificación económica a gran escala en la práctica, con la ayuda de los avances tecnológicos, incluso cuando supuestamente era imposible —de acuerdo a Mises y sus coidearios en el debate del cálculo— el manejo de estos datos infinitos.
La distopía Randiana de Sears Es una gran ironía que uno de los principales competidores de Walmart, la venerable y antigua Sears, Roebuck & Company, fundada hace más de 120 años, se haya destruido a sí misma al adoptar exactamente lo opuesto a la galopante socialización de la producción y la distribución llevada a cabo por Walmart. Al instituir un mercado interno. Sears Holdings Corporation reportó pérdidas de 2 miles de millones de dólares en 2016, y un total de 10.4 miles de millones de dólares desde 2011, el último año que la empresa tuvo utilidades. Durante la primavera de 2017 estuvo al borde de cerrar, además de las 2.125 tiendas que ya había cerrado desde 2010 — más de la mitad de sus tiendas— otras 150 tiendas, y había admitido públicamente una «duda sustancial» con respecto a su capacidad de mantener sus puertas abiertas por más tiempo. Las 14 15
En inglés «pull» (N. del T.). En inglés «push» (N. del T.)
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tiendas que permanecieron abiertas, por lo general escondidas detrás de ventanas tapiadas, tenían un triste aire de desolación similar a las tiendas soviéticas de los 80s: techos con goteras, ascensores fuera de servicio, acres de estanterías vacías y pasillos con cajas de cartón medio vacías con mercadería colocada a capricho. Un zapato negro de talla 9 completamente nuevo reposa solitario sin su caja en el suelo, su par no estaba ni en la estantería ni en el depósito. Los empleados que todavía quedan se han dedicado a cubrir con sábanas las secciones abandonadas para que los clientes no puedan verlas. Por supuesto que la compañía ha sufrido, al igual que muchas otras tiendas físicas16, por el surgimiento de tiendas de descuento como Walmart y distribuidores online como Amazon. Pero el consenso tanto de la prensa de negocios como de docenas de exejecutivos amargados es que la causa principal del malestar de Sears fue la desastrosa decisión del [antiguo]17 presidente y CEO de la compañía, Edward Lampert, de desagregar las diferentes divisiones de la compañía en unidades competidoras para crear un mercado interno. Desde una perspectiva capitalista el movimiento parecería tener sentido. Como los gerentes de los negocios nunca se cansan de decirnos, el libre mercado es la fuente de toda la riqueza en la sociedad moderna. La competencia entre compañías privadas es el motor principal de la innovación, la productividad y el crecimiento. La avaricia es buena, según la frase atribuida a Gordon Gekko, de la película Wall Street. Entonces uno debe ser excusado de preguntarse por qué si el mercado es, de hecho, tan poderosamente eficiente y productivo como ellos dicen, las compañías no lo han adoptado como un modelo interno desde hace tanto tiempo.
En inglés «Brick-and-mortar outlets» (N. del T.). A la fecha de la publicación de esta versión en español, Eddie Lampert ya no es CEO de Sears (N. del T.). 16 17
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Lampert, libertario y un fan del egotismo laissez-faire de la novelista rusa-estadounidense Ayn Rand, había labrado su camino desde trabajar en almacenes de adolescente, a controlar un fondo de inversión de 15 miles de millones de dólares a la edad de 41 años, gracias a un conjuro de Goldman Sachs. El niño prodigio era alabado como el Steve Jobs del mundo de las inversiones. En 2003 el fondo que administraba, ESL Investments, se hizo cargo de la cadena Kmart (abierta el mismo año que Walmart). Un año después, él aprovechó esto con la compra de una Sears estancada (pero que no se encontraba mal de ninguna manera) por 12 miles de millones de dólares. En un principio, la estrategia popular de reducción de costos y despidos despiadados luego de la adquisición logró cambiar la suerte de la fusión Kmart-Sears, ahora operando como Sears Holdings. Pero las ambiciones de Lampert fueron más allá de las historias simplonas de desmantelamiento de activos y el uso de las operaciones de la empresa como un medio para generar dinero para invertirlo en otra parte. Lampert tenía la intención de utilizar a Sears como un enorme experimento de libre mercado para mostrar que la mano invisible podría superar la planificación centralizada típica de cualquier otra empresa. Reestructuró las operaciones de forma radical, dividió a la compañía en treinta, y luego cuarenta unidades diferentes que debían competir una contra otra. En lugar de cooperar, como en una empresa normal, existían divisiones tales como vestimenta, herramientas, electrodomésticos, recursos humanos, tecnologías de la información y branding que debían, en esencia, trabajar como negocios autónomos. Cada uno con su propio presidente, mesa de directivos, gerente de marketing y un estado de resultados de pérdidas y ganancias. Una serie de sorprendentes entrevistas llevadas a cabo en 2013 por Bloomberg Businessweek, de la mano de la periodista Mina Kimes, a unos cuarenta exejecutivos describía el cálculo randiano de Lampert: «Si se les dice a los líderes de la compañía que trabajen de forma egoísta, 42
dijo, ellos dirigirán sus divisiones incrementando el desempeño total».
de
forma
racional,
Él además creía que la nueva estructura, llamada Sears Holdings Organization, Actions and Responsabilities, o SOAR, incrementaría la calidad de los datos internos, y en el proceso le daría a la empresa una precisión similar a la del estadístico Paul Podesta, que utilizó mediciones poco convencionales en el equipo de baseball de los Oakland Athletics (que se hizo famoso por el libro, y luego la película protagonizada por Brad Pitt, Moneyball). Lampert colocaría a Podesta en la mesa de directivos de Sears y contrataría a Steven Levitt, coautor del bestseller de economía neoliberal Freakonomics, como un asesor. Lampert era un verdadero creyente del laissez-faire. Parece que nunca le llegó el memo que clarificaba que la omnipotencia del libre mercado solamente era una fábula que se contaba a los niños para asustarlos, y no debería ser tomada en serio por ningún ejecutivo de empresa. Entonces, si el departamento de vestimenta quería utilizar los servicios del departamento de tecnologías de la información o de recursos humanos, ellos tenían que firmar un contrato, o utilizar contratistas externos si eso les permitía mejorar el desempeño financiero de la unidad —sin importar si eso mejoraba el desempeño de la compañía como un todo. Kimes cuenta la historia de cómo la popular marca de electrodomésticos Kenmore18 se había dividido entre la división de electrodomésticos y la división de branding. Los primeros tenían que pagar tarifas a los segundos por cualquier transacción. Pero vender electrodomésticos cuyas marcas no pertenecieran a Sears era más rentable para la división de electrodomésticos, por lo que comenzaron a ofrecer un sitio más prominente a los productos rivales de Kenmore, destruyendo la rentabilidad total. Su marca de herramientas para el hogar, Craftsman19 —una marca 18 19
Una marca interna de Sears (N. del T.). Otra marca interna de Sears (N. del T.).
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estadounidense tan ubicua que tiene un rol protagónico en el bestseller de ciencia ficción de Neal Stephenson, Seveneves, 5.000 años en el futuro— se negó a pagar regalías adicionales a la marca de baterías DieHard20, así que fueron con un proveedor externo, nuevamente, indiferentes de lo que esto significaba para la compañía como un todo. Los ejecutivos ponían protectores de pantalla a sus laptops durante las reuniones para evitar que sus colegas se enterasen de sus actividades. Las unidades se peleaban por el espacio del piso y del techo para sus productos. Competencias de gritos entre los gerentes de marketing de las diferentes divisiones eran comunes en reuniones cuyo objetivo era quedar de acuerdo acerca del contenido de los catálogos publicitarios de la semana. Luchaban por el posicionamiento ideal, buscando optimizar las ganancias de su unidad particular, incluso a expensas de otra unidad, en ocasiones con resultados hilarantes. Kimes describe desarmadores siendo expuestos alado de lencería, y cómo el departamento de bienes deportivos logró vencer y puso la minimoto Doodle Bug para niños pequeños como la portada de la edición del catálogo del día de las madres. Con respecto a las diferentes divisiones tragándose menores ganancias e incluso pérdidas debido a los descuentos en bienes con el objetivo de atraer a los compradores a otros artículos, ni te cuento. Un ejecutivo citado en la investigación de Bloomberg describió la situación como «la disfuncionalidad en su nivel más elevado». A medida que las utilidades se desplomaban, las divisiones comenzaban a portarse más agresivas unas con otras, raspando las pocas reservas de dinero que quedaban. Algo que aplastó más las ganancias fue la duplicación de trabajo, particularmente una repetición cada vez más pesada de las funciones ejecutivas por parte de las unidades no competidoras, que ya no tenían interés en compartir los costos de las operaciones. Con una falta de 20
Nuevamente, una marca interna de Sears (N. del T.)-
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interés a nivel de toda la compañía de mantener la infraestructura de la tienda, algo que cada división veía como un costo impuesto de forma externa por parte de las otras divisiones, las inversiones en bienes de capital de Sears cayeron a menos del 1% de sus ingresos, una proporción mucho menor que la de sus competidores. Al final, las diferentes unidades decidieron simplemente prestar atención a sus propias ganancias, mientras la compañía como un todo estaba condenada. Un antiguo ejecutivo, Shaunak Dave, describió una cultura de «guerra tribal» y una eliminación de la cooperación y la colaboración. Una revista de negocios describió el régimen de Lampert como «dirigir a Sears como al Coliseo [Romano]». Kimes, por su parte, escribió que si existía algún libro que describiera acertadamente el modelo, éste era más Los Juegos del Hambre que La Rebelión de Atlas. En consecuencia, muchos de los que abandonaron la embarcación describen los delirios librecambistas atolondrados del hombre al que llaman «Crazy Eddie» como un experimento fallido por una razón por sobre todas las demás: el modelo destruye la cooperación. De acuerdo a la cabeza de la unidad de baterías DieHard, Erik Rosenstrauch «las organizaciones requieren de una estrategia holística». Por supuesto que lo requieren. ¿Pero no es la sociedad como un todo una organización? ¿Esta lección es menos verdadera para la economía global de lo que lo fue para Sears? Para tomar solamente un ejemplo: la combustión continua de carbón, aceite y gasolina podría ser desastrosa para nuestra especie como un todo, pero mientras siga siendo rentable para algunas de las «divisiones» de Eddie, aquellos responsables de extraer y procesar combustibles fósiles continuarán haciéndolo mientras eso sirva a sus intereses particulares, el resto de la compañía —en este caso, el resto de la sociedad— estará condenada.
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Sin embargo, frente a toda esta evidencia Lampert proclama sin arrepentimiento que «los sistemas y las estructuras descentralizadas funcionan mejor que las centralizadas porque producen mejor información en el tiempo». Para él, las batallas entre divisiones dentro de Sears solo podían ser algo positivo. De acuerdo al portavoz Steve Braithwaite, «los conflictos por recursos son un producto de la competencia y la amenaza, cosas que faltaban hace mucho y faltan en las economías socialistas». Él y aquellos que se están apegando al plan parecen creer que el modelo convencional de la empresa a través de la planificación nos lleva al comunismo. No están equivocados del todo. Curiosamente, la creación de SOAR no era la primera vez que la compañía había intentado tener un mercado interno. Bajo un liderazgo anterior, la compañía experimentó algo similar en la década de 1990, pero el proyecto fue abandonado rápidamente luego de que solamente produjera peleas internas y confusión en los consumidores. Existe un puñado de compañías que también experimentan alguna versión de mercado interno, pero en general, de acuerdo al antiguo vicepresidente de Sears, Gary Schettino, «no es una estrategia de administración que se emplee en muchos lugares». Podemos concluir que los defensores más recalcitrantes del libre mercado —los capitanes de la industria— prefieren no emplear una distribución basada en el mercado dentro de sus propias organizaciones. El porqué de esto es una paradoja que la Economía conservadora ha establecido desde la década de 1930 —una explicación que sus adherentes piensan que es a prueba de balas. Pero como veremos en el próximo capítulo, llevada a su conclusión lógica, su explicación de este fenómeno que reside en el corazón mismo del Capitalismo, una vez más apoya el argumento de que se debería planificar toda la economía.
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III LAS ISLAS DE LA TIRANÍA Poco antes de las visiones utópicas basadas en la planificación interna de Walmart del crítico marxista Frederic Jameson, una figura mucho más mainstream, el economista Herbert Simon, tuvo una idea similar. Simon, un polímata, ganador tanto del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel (que se describe comúnmente, y de manera errónea, como el «Premio Nobel de Economía»), además del Premio Turing (descrito comúnmente — y de forma más acertada— como el «Premio Nobel de Computación»), ofreció en 1991 el siguiente experimento mental —uno que podría parecer fuera de lugar a los lectores del prestigioso pero ortodoxo Journal of Economic Perspectives:
Supongamos que [un marciano imaginario que viene a visitarnos] se acerca a la Tierra desde el espacio, equipado con un telescopio que revela las estructuras sociales. Las empresas se presentan a sí mismas, digamos, como sólidas áreas verdes, con tenues contornos interiores que marcan las divisiones y los departamentos. Las transacciones de mercado se muestran como líneas rojas conectando a las empresas, formando una red en el espacio entre ellas. Dentro de las empresas (y a lo mejor incluso entre ellas) el visitante ve unas tenues líneas azules, las líneas de autoridad que conectan jefes y varios niveles de trabajadores. A medida que nuestro visitante mira de manera más minuciosa la escena debajo de él, podría ver cómo una de las masas verdes se divide, a medida que una empresa se deshace de una de sus divisiones. O podría ver un objeto verde absorber a otro. A esta distancia no serían visibles los contratos blindados21. No importa si nuestro visitante se acercó a los Estados Unidos, a la Unión Soviética, a la China urbana o a la Comunidad Europea, la mayor parte del espacio estaría ocupado por
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Paracaídas de oro (N. del T.).
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áreas verdes, debido a que prácticamente todos los habitantes serían empleados y estarían, en consecuencia, dentro de los límites de la empresa. Las organizaciones serían la característica predominante del paisaje. Un mensaje enviado a su hogar describiendo la escena hablaría de «inmensas áreas verdes, interconectadas por líneas rojas» en lugar de «una red de líneas rojas conectando puntos verdes»22.
El objetivo de la historia de este visitante marciano era dar una leve reprimenda a sus colegas economistas por ignorar cuán generalizadas son las relaciones de poder autoritarias y la planificación en el Capitalismo. La planificación estaba, de hecho, en todas partes, pese a que la disciplina económica ha relatado incontables veces aquella historia incluso más fantasiosa que la visita de un OVNI a la Tierra: el cuento de hadas de una harmoniosa y autoregulada economía de mercado. Sin embargo, siempre ha habido una minoría de economistas, como Simon, que no la han aceptado, y reconocen la omnipresencia, algunos incluso la promesa, de la planificación.
Ronald Coase pregunta por ahí… Durante la depresión de 1931, un estudiante de Economía británico de 20 años había llegado a Chicago para llevar a cabo un proyecto de investigación poco usual. Él estaba ahí para estudiar algo que a primera vista parecía obvio; pero en realidad era todo lo contrario. Ronald Coase fue a los Estados Unidos a hacer algo que, para el momento, a muy pocos estudiosos en la todavía joven disciplina de Economía les había importado: investigar cómo las empresas, la caja negra del corazón de la economía, operaban en realidad.
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Simon, H. A. (1991). Organizations and Markets. Journal of Economic
Perspectives, 5(2), 27.
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La pregunta de Coase era bastante simple, pero además era una pregunta para la cual la Economía que le habían enseñado todavía no tenía una respuesta: «¿Por qué existen estas “islas de poder consciente”? (…) Si la producción está regulada por los movimientos de los precios [y] la producción podría llevarse a cabo sin ninguna organización en absoluto, a lo mejor podríamos preguntarnos: ¿por qué hay organización?». En otras palabras, si el mercado es la panacea de toda interacción humana, entonces incluso las tareas más simples —desde «arreglar este librero» hasta «formatea esta hoja de cálculo»— podrían, teóricamente, estar direccionadas por precios en los mercados en lugar de por gerentes dando órdenes. De forma un poco inocente, Coase preguntó: ¿por qué no se vende y compra todo en su propio mercado pequeño? ¿Por qué muchas veces hay más Walmarts que Sears? ¿Por qué las empresas —desde negocios familiares hasta los Behemots corporativos— existen siquiera? Noam Chomsky, el gran lingüista y crítico eterno de la política externa estadounidense dio una respuesta concisa: Las «islas de poder consciente» de Coase son también «islas de la tiranía». Por lo tanto, los economistas no tienen la intención de abrir la caja negra de la empresa porque en ella está el sucio secreto del Capitalismo. La economía de mercado no solo está inundada de planificación, sino además de una planificación autoritaria que concentra la toma de decisiones económicas en las manos de sus opulentos dueños, y mantiene a los trabajadores a raya. Las compañías planifican todo desde cómo el dinero es distribuido entre los departamentos hasta la cantidad exacta que debería tomar ensamblar una hamburguesa —y en cada caso, ellos planifican qué trabajador individual realiza qué tarea, cuándo, dónde y cómo. Cuando inicia la jornada, lo que el jefe diga se hace. Sin embargo, abre cualquier libro introductorio de Economía y el mundo se presenta como un reino de elecciones casi ilimitado. Entre los himnos a la libertad y a la eficiencia 49
espontánea de los mercados se encuentran apenas unas pocas palabras acerca de la planificación que se lleva a cabo día a día dentro de las cuatro paredes de la empresa. Y tampoco ven la coerción en medio de todo aquello. La planificación dentro del Capitalismo trata de hacer que la gente haga cosas —sin su aporte y no necesariamente de acorde a sus intereses. En el mejor de los casos, los economistas hablarán de la planificación solamente para ridiculizarla, fallando, o incluso negándose a identificar su centralidad incluso en un sistema de mercado. Las preguntas aparentemente ingenuas nos inician en un camino en dirección a un correctivo. Sin embargo, Coase no era un camarada. Mientras que él incluso llego a coquetear con ideas socialistas en su juventud, su educación económica rápidamente lo llevó hacia la derecha (lamentablemente, un fenómeno que es bastante común). Coase argumentó que las compañías hacen toda esta aparente imitación de la Unión Soviética dentro de sí mismas debido simplemente a que el costo de dejar a los mercados cada decisión y coordinación es extremadamente elevado. Esta era una explicación bastante ingeniosa para la disonancia entre una copiosa planificación corporativa dentro y a través del sistema de libre mercado. A los economistas les agrada la frase que dice que «todo tiene un costo». Coase aplicó esto a los mercados como tales. Los mercados contienen toda una red de lo que llamamos «costos de transacción». Escribir un contrato, crear un mercado o encontrar el mejor precio necesita de recursos y tiempo. Mientras que el costo de hacer todo esto sea más barato dentro de la empresa que en el mercado (y lo era), solamente era racional mantenerlo dentro de la empresa. ¡Así que el «libre» mercado tampoco es que sea tan libre!23 Coase argumentó que tenía sentido Juego de palabras que no se puede traducir de manera satisfactoria al español. La frase original era «so the “free” market isn’t really free either!», haciendo referencia a que la palabra free en inglés significa tanto «libre» como «gratis» (N. del T.). 23
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que algunas decisiones deberían delegarse a la planificación — donde se toma una decisión, y eso se hace. La planificación es más eficiente (pero para Coase, hasta cierto punto). Habiendo completado su tour por los negocios estadounidenses y observado su funcionamiento interno, luego de su regreso a Inglaterra, él compiló sus pensamientos en una charla dada en 1932 a los estudiantes de la University of Dundee, un poco menores que él, aunque faltarían cinco años para que publicase sus resultados. El artículo resultante, La naturaleza de la empresa, contiene una cita del economista Dennis Robertson —un colaborador cercano del famoso macroeconomista británico John Maynard Keynes, y el creador del concepto de la trampa de liquidez— en el cual Robertson habla acerca de lo curiosa que es la existencia misma de las compañías, describiéndolas de forma poco halagadora como «islas de poder consciente en este océano de cooperación inconsciente, como trozos de mantequilla coagulada en un cazo con leche cortada»24. Pero donde Roberston apenas había realizado un comentario acerca del misterio, Coase explicó: «Hay quienes objetan la planificación económica sobre la base de que el problema se resuelve a través de movimientos de precios. A estos se puede responder que hay una planificación dentro de nuestro sistema económico que es por completo diferente de la planificación individual antes mencionada, y que es similar a lo que se denomina planificación económica»25. Él fue ignorado por su perspectiva. Al día de hoy, mientras que se reconoce a Coase, y mientras que la planificación es claramente ubicua y toma lugar a escalas inimaginables, la mayoría de economistas hablan muy poco al respecto. Los libros de Economía por lo general brindan explicaciones a profundidad acerca de los mercados de bienes de consumo, del mercado de Coase, R.H. (1994). La empresa, el mercado y la ley. Pág. 35. Madrid: Alianza Economía. 25 Ibidem, págs. 34-35. 24
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trabajo, del mercado de divisas o incluso la economía en su conjunto como un gran mercado, pero poco o nada acerca de la planificación dentro de las empresas. A lo más, los economistas mencionarán de manera breve a la planificación, y solamente para ridiculizarla. En gran parte de la Economía convencional26, la empresa es solamente una ecuación matemática que consume inputs y produce outputs. El cómo hace esto se pregunta muy poco; su funcionamiento interno no es lo suficientemente interesante. O lo suficientemente vergonzoso. El desprecio deliberado a la realidad de la planificación es bastante común. Adam Smith, el escocés del siglo XVIII ahora considerado el padre de la Economía, es famoso por introducir [el concepto de] la «mano invisible» del mercado. Con esto él no se refiere a una fuerza mística, sino a la idea de que mientras los individuos toman decisiones ya sea para vender o para comprar en la búsqueda de su interés individual, ellos están siendo guiados por «una mano invisible [que] lo[s] conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos»27 —una sociedad de bienestar construida a través de un sistema de mercado. La mano de Smith aparece con regularidad en los libros de Economía como una prueba de que los mercados producen, sin ningún tipo de planificación, el mejor resultado posible. Sin embargo, el mismo Smith entendía que las economías reales involucraban todo tipo de interacciones no de mercado —incluso la frase «mano invisible» no aparece más de una vez en la Riqueza de las Naciones. Smith, por ejemplo, asumía que los dueños de las fábricas se coordinarían —es decir, planificarían— para mantener bajos los salarios. Los economistas que le siguieron solamente se concentrarían en la primera mitad de su historia: que el sistema de mercado produce orden en el caos, todo por sí solo. También denominada mainstream economics o Economía mainstream (N. del T.). 27 Smith, A. (1994). La riqueza de las naciones. Pág. 554. Madrid: Alianza Editorial. 26
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Sin embargo, la visión de una economía de mercado ordenada, pero sin ninguna planificación, no es más que una fantasía. La planificación existe en el sistema de mercado y a una escala verdaderamente enorme. Hoy en día el volumen de transacciones llevadas a cabo dentro de las empresas es tan vasto como las que se realizan entre ellas. Los gerentes siempre han estado bastante preocupados con la planificación, pero solamente podemos aprender acerca de su extensión dentro del Capitalismo al introducirnos profundamente en textos prácticos de gestión. Los economistas lo han ocultado detrás de una maraña de aparente desorden. Aun así, la fortaleza construida por los economistas mainstream durante el siglo veinte no es tan monolítica como para excluir cualquier duda. Las semillas de una crítica del mundo no planificado yacen dentro de sus propias paredes. Ciertamente, Coase no estaba abogando por una planificación a gran escala. Él simplemente fue un economista mainstream que buscaba ver al mundo honestamente, y darse cuenta del papel central que jugaba la planificación y el control dentro de las empresas capitalistas.
El debate del cálculo continuó Al mismo tiempo que Coase estaba viajando, preguntando a los gerentes corporativos por qué ellos no tenían mercados que movieran productos de un extremo del almacén a otro, economistas en otro lado todavía estaban ocupados discutiendo si era necesario tener mercados en absoluto. Como se mencionó anteriormente, Ludwig von Mises argumentó en 1920 que la planificación socialista de una economía en su conjunto era imposible porque las complejas economías que tenemos actualmente necesitan tanto de mercados como de precios. Desde su perspectiva, los mercados descentralizaban bastas cantidades 53
de información que un único planificador no podría recoger y calcular. Los precios, por otro lado, hacen que sea posible comparar una vasta variedad de cosas; sin ellos, él razonaba, ¿cómo sabrían los planificadores el valor relativo de cosas tan dispares como una fábrica de automóviles y un bolígrafo, y finalmente decidir cuánto de cada uno debería haber? El contraargumento que respondió mejor estas inquietudes, al menos por un tiempo, llegó finalmente en 1937 a manos del economista polaco Oskar Lange. La vida y trabajo de Lange estuvieron llenas de contradicciones. Lange, un eterno socialista y economista marxista, se sentía en casa tanto dentro de las minucias de la economía neoclásica mainsteam como en los pies de página de El Capital de Marx. Pese a que terminó enseñando en la Warsaw Higher School of Planning and Statistics durante la era del dogmatismo estalinista de posguerra, Lange también pasó tiempo en Harvard en la década de 1930 y enseñó en el departamento de Economía de la University of Chicago de 1938 a 1945, precisamente cuando la última se estaba convirtiendo en el bastión de la ortodoxia librecambista. Y a pesar de ser un defensor del Socialismo de mercado, Lange sirvió al Estado polaco incluso en su encarnación estalinista —primero como un embajador a los Estados Unidos, y luego como un representante a las Naciones Unidas, y finalmente como un miembro del Consejo de Estado. Estas contradicciones, aunque improbables, funcionaron a favor de Lange en lo que respecta al debate del cálculo. Lange había leído a los economistas neoclásicos. Sin embargo, él creía que sus modelos de la economía capitalista podrían ser incautados y reutilizados para la planificación socialista. En el Capitalismo, cuando H&H hace demasiados pantalones entubados de color púrpura, sus tiendas eventualmente reducen el precio para seducir a las personas para que las compren. La demanda se encuentra con la oferta cuando 54
el precio cae —al menos eso es lo que sucede en teoría. En realidad, los pantalones extra pueden terminar en la basura y la producción para la próxima temporada de H&M puede terminar moviéndose a otro lugar donde los salarios sean más bajos para reducir aún más el precio. Utilizando las ecuaciones de León Walras, uno de los fundadores de la escuela neoclásica, Lange escribió un panfleto en 1937 que imaginaba una economía planificada, que imitaba a los mercados sin estas desventajas. Los planificadores socialistas ficticios de Lange podrían manipular «precios sombra» en papel, en lugar de esperar que los precios reales filtren desde las cajas registradoras hacia las decisiones de producción. Tal y como una luz ultravioleta en una escena del crimen, la planificación socialista podría hacer explícita toda la matemática que solamente sucedía en el fondo de los modelos del Capitalismo. Lange respondió al desafío de Mises —acerca de que los precios y los mercados eran necesarios para cualquier racionalidad económica— al incorporarlos dentro de un modelo de Socialismo de mercado. La clave era identificar cómo los planificadores se darían cuenta de qué precios sobra eran los correctos —aquellos que asegurasen que la economía socialista estuviera produciendo lo suficiente, no demasiado, de lo que sea. Para esto, Lange reutilizó otra idea de Walras: tatonnement. En francés, la lengua nativa de Walras, la palabra significa «a tientas hacia». Walras imaginó que los mercados tanteaban hacia los precios correctos hasta que encontraban el santo grial de la Economía: el equilibrio general, donde todos los mercados están en balance y la cantidad ofertada de cada bien o servicio es exactamente igual a la cantidad demandada. Agrega más matemática, y los economistas mainstream te dirían que ellos han probado que todo el mundo es tan feliz como podrían serlo, viviendo en el mejor de los mundos posibles. Lange, por otro lado, se dio cuenta que los planificadores podrían, de hecho, realizar este tanteo mejor que los mercados. En 55
lugar de la economía natural de Otto Neurath, la gente dentro del Socialismo de mercado de Lange todavía iría a tiendas (dirigidas por el Estado) para comprar bienes de consumo, indicando a los planificadores qué es lo que ellos querían que fuera producido. Los productores —todos, además, propiedad pública— aspirarían a producir lo que los planificadores tradujeran de la demanda de los consumidores tan eficientemente como fuese posible, sin necesidad de dejar espacio para un beneficio luego de cubrir los costos. A medida que la economía produjera cosas y los consumidores las compraran, los planificadores podrían correr ecuaciones, identificar cuándo había demasiado o muy poco, y ajustar los «precios sombra» hasta que todo se encontrara sincronizado. Incluso sin tener toda la información correcta disponible en el momento, Lange esperaba que sus planificadores tantearan hacia el equilibrio tal y como lo hacían los mercados en el Capitalismo, solamente que mejor y más rápido. Y solamente sería cuestión de tiempo antes de que las computadoras fueran lo suficientemente potentes como para hacer los procesos todavía más rápidos. Lange pasó sus últimos años fascinado por la ciencia computacional y la cibernética. En uno de sus últimos artículos escribió: «el proceso de mercado, con sus incómodas tientas, parece anticuado. Precisamente, podría ser considerado como un mecanismo computacional de la era preelectrónica»28. Casi al mismo tiempo que Lange desarrollaba su teoría de la planificación, el economista estadounidense Abba Lerner estaba trabajando en su propia versión de un Socialismo de mercado. Los dos pensadores se complementaron el uno al otro tan bien que la idea de que la planificación socialista podría replicar la eficiencia capitalista llegó a llamarse el teorema de LangeLerner. Imitando partes de la teoría del Capitalismo, Lange y Lerner querían mostrar que la planificación podría igualar e
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Lange, O. (1967). The Computer and the Market.
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incluso exceder a los propios medios capitalistas para exprimir la mayor satisfacción humana a los recursos escasos. Para el momento en que la Segunda Guerra Mundial inició, muchos economistas clásicos admitieron a regañadientes que los argumentos de Lange funcionaban —al menos en teoría. Si el sistema de planificación socialista que Lange y otros describieron era teóricamente posible, entonces la única pregunta que quedaba era si aquello era factible. Pese a que los planificadores corporativos y militares (aversos al Socialismo pero intrigados por el poder de incluso el cálculo matemático más simple para la administración y control de recursos) estaban apenas comenzando a utilizar versiones rudimentarias de herramientas formales de planificación, era difícil imaginar cuándo —o si alguna vez— estaría disponible el poder computacional requerido por los planificadores para poder resolver las ecuaciones de Lange en un tiempo razonable y a una escala que englobara al total de la economía. Con propuestas aparentemente difusas de aplicaciones viables, no había razón para pregonar el hecho de que los socialistas podrían tener la razón.
La respuesta de Hayek Tal derrotismo alarmó a otro economista austriaco, Friedrich Von Hayek, quien siguiendo los pasos de Mises estaba determinado en probar que Lange estaba equivocado. Hayek es más conocido actualmente como el padrino del neoliberalismo, la ideología pro-mercado que ha logrado dominar la política pública alrededor de gran parte del mundo, cuya primera encarnación se ve ejemplificada por las administraciones de Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en los Estados Unidos durante la década de 1980. Hayek era explícito acerca de buscar un cambio en el régimen ideológico. La tregua 57
entre capital y trabajo del Estado de bienestar de la posguerra apenas se había establecido cuando Hayek se unió a un pequeño grupo de radicales de derecha para fundar la Mont Pelerin Society en 1944 —un think tank pro libre mercado adelantado a su tiempo. Un punto central de su actividad era remodelar la ideología que tenían para tener lista una reprimenda a Lange, Lerner y a los otros socialistas que parecían tener la delantera. Para alguien que creía de forma tan ferviente en el Capitalismo, Hayek brindó una descripción bastante honesta del sistema. A lo mejor era precisamente porque estaba tan comprometido ideológicamente con el Capitalismo que él podía hablar acerca de sus defectos —todas las maneras en que se desviaba de las fantasías de los economistas neoclásicos, con sus humanos perfectos, mercados perfectos e información perfecta. Hayek cuestionó estas suposiciones centrales. La gente no es hiperracional —tenemos ideas incompletas e imperfectas acerca del mundo. Los mercados nunca están del todo sincronizados: siempre hay demasiado o muy poco de algo. El Capitalismo es dinámico, un proceso de constante cambio en lugar de un estado de equilibrio. En este punto final, Hayek se remonta hacia Marx y Smith. Pero, como veremos, le tomaría algunas décadas a la Economía mainstream adoptar dichas nociones. Debemos admitir que Hayek estaba en lo correcto al rechazar las fantasías mainstream. De hecho, era Lange el que subestimó los problemas que heredó de la Economía de su tiempo. Aquí, él difiere de Marx. Mientras que Marx emprendió una crítica exhaustiva de la escuela clásica, que dominaba cuando él estaba escribiendo, Lange intentó primero reemplazar variables «capitalistas» en las ecuaciones de la Economía neoclásica dominante por variables «socialistas». En el proceso de hacer eso, él tomó todos los supuestos fallidos del modelo mainstream. Esto incluía todo desde un Homo economicus imposiblemente racional, hasta un eventual equilibrio general, hasta la «completitud» de los mercados —lo cual significa que hay 58
un mercado para toda cosa posible, en todo tiempo posible, presente y futuro. (En la práctica, la completitud significaría que podrías aceptar comprar —hoy, a un precio fijo— una unidad de stock de Amazon, un corte de cabello, o incluso un bloque de cheddar añejado para que sea entregado en cualquier punto preciso en el futuro, así tome dos semanas y tres horas a partir de hoy —¡o incluso cincuenta años!). Estos supuestos no son solo evidentemente falsos incluso en las variantes más extremas del Capitalismo; también serían desafiados —de forma lenta y cautelosa— incluso por los economistas neoclásicos. Sin este bagaje, Hayek tomó un camino diferente de la silenciosa aceptación a regañadientes del mainstream. Él rechazó rotundamente el caso de Lange. Hayek argumentó que los mercados —incompletos, permanentemente en desequilibrio, llena de humanos falibles— no solamente agregan y calculan información. Los mercados son productores de información y conocimiento. Incluso si el Socialismo de mercado de Lange permitía a los planificadores calcular de forma mejor y más eficiente de lo que podían hacerlo los mercados libres, la planificación todavía sería imposible debido a que los planificadores no tendrían la información creada por las interacciones de mercado para utilizarla en sus cálculos. Comprar y vender a lo mejor no generaba conocimiento científico y técnico, pero sí creaba todo ese conocimiento de «tiempo y lugar» que es fundamental para la toma de decisiones eficientes de producción y distribución. Hayek argumentó que el problema para los planificadores no era el «cómo» —las ecuaciones que se debían emplear— sino el «qué» —los datos que van dentro de las ecuaciones. La copiosa información que los planificadores necesitan no está disponible hasta que los mercados hagan su magia. La descentralización crea coordinación: solamente el mercado puede aglutinar la información que normalmente está aislada en la cabeza de los diferentes individuos.
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Sin embargo, Hayek estaba escribiendo antes del advenimiento del big data, que está probando los límites acerca de cuánta información granular puede ser recolectada. Parecería que además escribió en feliz ignorancia de Coase, que había demostrado cuán endeble es realmente el barniz de la toma de decisiones descentralizadas, incluso en los mercados capitalistas. Si bien Hayek suena como un demócrata radical, dicha afinidad es puramente superficial. Lo que él persigue no es libertad para la gente, sino libertad para la información y el dinero —esos dos lubricantes centrales de la actividad mercantil. Los seres humanos, después de todo, no son capaces de coordinar de forma democrática sistemas complejos, así que deben someterse a los dictámenes del mercado, incorporando sus decisiones anónimas sin importar cuán profundos sean los costos sociales que genere. El argumento en contra de la planificación depende de forma clara de la entrega ideológica de Hayek. Por extraño que parezca, pese a que las ideas de Hayek confrontaban frontalmente a los socialistas de mercado, estas fueron ignoradas en un inicio, a lo mejor porque estas eran críticas no solamente a la izquierda, sino también a la opinión económica dominante. En aquel momento, cuando incluso Richard Nixon decía que «ahora todos somos keynesianos», ¿cómo podría estar fuera de sintonía su retórica maximalista? El debate del problema cálculo siguió desarrollándose en las páginas de revistas económicas de difícil acceso. El mundo, por otro lado, seguía girando. Pero poco después de la sorprendente declaración de lealtad de Nixon, las ortodoxias económicas existentes a ambos lados del Muro de Berlín fueron cuestionadas de forma violenta. En la década de 1970 el «Socialismo real» estaba sumido en una crisis económica y sus grietas comenzaban a mostrarse. El «mundo libre» también estaba atribulado, experimentando su crisis 60
económica más severa del período de posguerra. Las élites políticas y económicas vieron en la crisis una oportunidad para deshacer su compromiso de posguerra con los trabajadores, un pacto que no surgió por amor, sino por miedo a la revolución. Fue en este contexto que la nueva heterodoxia defendida por Hayek se volvió eficaz por fin fuera de los muros de la academia.
Todos hemos estado mal informados Algo increíble sucedió en la disciplina de la Economía en la década de 1970: los profesores descubrieron de forma súbita que los seres humanos no eran el equivalente a calculadoras andantes. A la par de esta revelación, muchas de las más aclamadas creencias económicas habían sido puestas en duda. Gran parte de todo el proyecto de la Economía mainstream desde finales del siglo XIX se había construido sobre la base de seres humanos perfectamente racionales. Los modelos de mercados que trabajaban en conjunto en una aparente harmonía, así como aquellos argumentos que postulaban que el sistema de mercado producía los mejores resultados estaban sostenidos sobre el supuesto fantasioso de que cada uno de nosotros tenía toda la información permanentemente en la punta de nuestros dedos. A medida que algunos economistas comenzaron a cuestionar la noción de humanos hiperracionales, ellos encontraron en la noción de Coase sobre los costos de transacción un concepto útil que podría salvar al resto de la disciplina. El nuevo campo de la Economía con costos de transacción transformó la perspectiva de Coase acerca de la planificación dentro del Capitalismo en una fábula acerca de una humanidad fallida. Si nuestro mundo difería de uno poblado por seres perfectamente racionales, entonces algunas transacciones no de mercado podían ser admitidas a regañadientes dentro del sistema de mercado —siempre que nuestras imperfecciones 61
fuesen más costosas que los beneficios que podríamos obtener de los mercados. ¡Incluso nuestras imperfecciones podrían ser incorporadas al mismo cuento que reza que el Capitalismo es el mejor de los mundos posibles! Sin embargo, una vez se ha abierto la Caja de Pandora de la humanidad fallida, esta es difícil de cerrar. Joseph Stiglitz, otro ganador del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, el cual la izquierda a veces utiliza para brindar credibilidad a las políticas de antiausteridad, primero se hizo conocido al profundizar la crítica al supuesto de la racionalidad humana mientras seguía defendiendo a los mercados. Contrario a la mitología anterior de un Homo economicus perfectamente racional —que no se encontraba en ningún lado en realidad, pero que era adorado por los economistas—, la Economía de la Información que Stiglitz ayudó a despegar comenzó desde la idea aparentemente obvia de que obtener y utilizar información es usualmente costoso, y a veces imposible. Un ejemplo que a los economistas les encanta utilizar es el mercado de los seguros de salud privados. Una aseguradora no puede hacer demasiado para saber si una persona que compra un seguro está relativamente sana. Desarrollar una imagen cada vez mejor cuesta cada vez más. En cierto punto, los costos hacen que la posterior adquisición de información deje de tener sentido. De la misma forma, contratar a un mecánico para que desarme e inspeccione el motor de un carro usado para identificar si se trata de un «limón»29 puede costar más que el auto como tal. Los mercados pueden fallar: algunas personas terminarán pagando de más por seguros de salud, mientras otras no estarán aseguradas. El pintoresco concesionario de automóviles usados
En el inglés estadounidense, un lemon o «limón» es un automóvil que no deja de presentar problemas tras su compra (N. del T.). 29
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de tu localidad a lo mejor no es el primer lugar en el que piensas cuando hablamos de un mercado que funciona correctamente. Más allá de los mercados individuales, Stiglitz y otros estaban buscando respuesta a una pregunta más grande: ¿Qué pasa si la economía en su conjunto es algo así como una concesionaria de automóviles usados? Una vez que se acumulan suficientes ejemplos de mercados fallidos, toda la eficiencia y la justicia del sistema pueden ser puestas en duda. En pocas palabras, la Economía de la Información en última instancia desafía al argumento de que el Capitalismo, a pesar de sus fallas, es el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, en lugar de ver a los problemas de información como una razón para explorar alternativas de toma de decisiones colectivas y democráticas que pudiesen acercar a la gente y a la información, los economistas se pusieron manos a la obra para hacer que la teoría de mercado funcione a pesar de las imperfecciones humanas. Desde la década de los 70s, la Economía de la Información ha generado cada vez más ideas ingeniosas para incentivar a la gente o a las organizaciones a hacer cosas —todo, por supuesto, dentro de los límites del Capitalismo de mercado. El diseño de mecanismos es una idea de este tipo. Este rincón oscuro de la Economía que los economistas construyeron significa obligar a la gente o a las compañías a revelar información que de otro modo estaría mantenida en secreto. Un nuevo formato de subasta creado por un grupo de economistas en la década de 1990 con el objetivo de ayudar al gobierno de los Estados Unidos a vender frecuencias telefónicas a empresas de telecomunicaciones es un caso ejemplar. La subasta tenía reglas diseñadas para obligar a las empresas a revelar cuántos derechos sobre las frecuencias en realidad necesitaban —el mentir haría que perdieran derechos frente a sus competidores. El diseño benefició al gobierno con cientos de millones de dólares más de lo esperado y ahora es un estándar en el mundo entero.
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El diseño de mecanismos es un tipo de planificación, aunque uno bastante indirecto. La toma de decisiones económicas de cualquier tipo —ya sea una planificación como tal o un mercado «diseñado»— necesita la recolección de unidades y piezas de información que se encuentran dispersas entre la gente. Pero los problemas de información no imposibilitan otras formas de llevar a cabo las cosas. En lugar de crear procesos complejos que en última instancia beneficia a unos pocos grandes jugadores, los gobiernos podrían escoger correr un sistema de telefonía móvil público, el cual se podría constituir como un paso más hacia una mayor socialización. Sin embargo, en la otra perspectiva, los gobiernos obtienen algo de dinero en la subasta, pero entregan el control sobre un recurso valioso. Esto deja un mercado dominado por un pequeño grupo de grandes jugadores que pueden cobrar precios exagerados respaldados por un servicio al cliente mediocre. Otros mecanismos «alinean incentivos» —por ejemplo, al intentar asegurarse de que los trabajadores internalicen y actúen de acuerdo a los objetivos de la administración, o asegurarse que los gerentes internalicen los objetivos de los accionistas y actúen de acuerdo a ellos. El diseño de mecanismos es solo un ejemplo más de que incluso el libre mercado debe ser planificado. Los mercados del mundo real deben ser construidos y reconstruidos de manera consciente.
Ya que hablamos acerca de hacer que la gente haga cosas… Lo que hace tan importantes a la teoría de Coase y a la Economía de la Información es que nos muestran por qué la planificación capitalista que toma lugar a nuestro alrededor es un punto ciego no solamente en Economía, sino en el día a día de todo el mundo.
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La Economía mainstream ignora la naturaleza disciplinaria de los negocios. Tiene mucho que decir acerca de la competencia entre empresas, pero pasa por alto cuestiones acerca del poder dentro de ellas. Las explicaciones intrincadas para reunir a los trabajadores en las empresas rodean un problema fundamental: hay un abismo separando a la libertad formal de los trabajadores para dejar su trabajo, si no les gusta, del hecho de que tenemos que trabajar para sobrevivir, y por lo tanto no tenemos en realidad esa de libertad en absoluto. Los trabajadores son organizados bajo el mandato literalmente despótico de los gerentes dentro de las empresas (una empresa no es una democracia) porque, fundamentalmente, no tienen otra alternativa. Incluso en aquellos lugares de trabajo donde la gerencia ofrece a los trabajadores un poco de control en la toma de decisiones, afuera de una representación sindical fuerte, este don de libertad y democracia es ofrecido (y retirado) a gusto de la gerencia. Esto es la definición de autoritarismo, lo cual es el gobierno antidemocrático —las «islas de la tiranía» de Chomsky. Muchas veces confundimos la violencia de los déspotas con aquello que hace que el despotismo esté mal. Pero mucha de esta violencia es una herramienta grotesca para obligar a la sumisión. Es esta falta de libertad —el control incuestionable de un humano sobre otro— lo que se constituye como el peor crimen. Bajo el Capitalismo, las empresas compran el tiempo y la energía de los trabajadores, y durante ese tiempo, ellos pueden disponer de los trabajadores como deseen (dentro de los límites de las leyes de la física y los límites legales o sindicales que son resultado de la lucha de clases). Uno de los pocos economistas que indagó dentro de la caja negra que son las empresas antes de Coase fue Karl Marx. Marx identificaba a la empresa como un instrumento para extraer beneficios de las espaldas de los trabajadores. Él partió de un hecho simple: a los trabajadores se les paga un salario por su tiempo, no por lo que producen. El beneficio viene de la diferencia entre lo que una empresa pueda 65
pagar a sus trabajadores (además del costo de los materiales, los cuales fueron extraídos de la tierra por otros trabajadores) y el valor que estos mismos trabajadores están en capacidad de producir. Coase pensó que las empresas planificaban simplemente para reducir costos. Para Marx, lo que sucedía dentro de las empresas era mucho más importante: esto determinaba cómo todo lo que producimos es repartido entre nosotros. Cómo producimos los bienes y servicios está íntimamente relacionado con la manera en que se distribuye lo producido, qué va a quién. En el Capitalismo la clase de los propietarios (gente de negocios o accionistas) reciben mucho más en relación a lo que recibe la clase de productores (los trabajadores). El ejercicio de planificación centralizada que ejerce el gerente de forma tiránica dentro de su pequeña provincia es, por lo tanto, no solamente un medio para un fin más efectivo, como pensaba Coase, sino un reflejo de cómo la economía funcionaba en la realidad. La relación adversa entre los jefes y los trabajadores que el Capitalismo engendra no es un accidente resultado de la simple introducción de los costos de transacción por los mercados, que son evitados de mejor manera a través de la planificación. Sin embargo, para los economistas mainstream, la disputa entre los trabajadores y los gerentes solamente aparece en el contexto del «shirking»30. El GPS instalado dentro del tractor del conductor, el rastreador que monitorea los descansos para ir al baño o las aplicaciones de los trabajadores de cuello blanco que registran su historial de búsqueda en internet son solamente los azotes necesarios para que uno haga lo que se le pide; los beneficios son como las zanahorias en un palo. Sin embargo, el holgazaneo es una respuesta bastante racional de alguien que tiene poco o nada que decir sobre su La tendencia del trabajador a realizar menos trabajo del acordado. De aquí en adelante se traducirá como «holgazaneo» (N. del T.). 30
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trabajo, que por lo general no tiene un profundo sentido de responsabilidad colectiva y que conoce que el beneficio de lo que hace termina en el bolsillo de otra persona. La holgazanería no es una tendencia innata hacia la pereza, sino la forma en que las personas se comportan en el Capitalismo. Toda sociedad compleja tendrá gente con intereses diferentes y a veces conflictivos que necesitan cooperar hacia objetivos comunes. Los humanos se han aventurado y han logrado proyectos en conjunto, desde aquellas cosas mundanas hasta lo espectacularmente ambicioso, mucho antes del advenimiento del Capitalismo y de su sutilmente coercitivo mercado laboral — precisamente, a veces involucrando una coerción mucho más explícita. Sin embargo, a través de la historia, la gente además ha encontrado formas para planificar y actuar en conjunto sin jefes que les digan qué es lo que debían hacer. En respuesta a cualquier mención de una cooperación humana duradera que no estuviese mediada por los mercados, en particular aquellas desvinculadas de los incentivos brindados por el mercado de trabajo —que básicamente sería trabajar o morir—, los defensores del sistema de mercado a menudo sacan a discusión el tema de la «tragedia de los comunes». La frase, acuñada por el ecologista Garrett Hardin en un artículo de la revista Science publicado en 1968, se refiere a que un recurso compartido se agota inevitablemente como consecuencia de la sobreexplotación de los individuos actuando en busca de su interés personal. Los comunes prototípicos empleados para ilustrar esto son, por ejemplo, una tierra de pastoreo abierta y compartida por una aldea. Si los granjeros solamente supervisan las vacas que les pertenecen, en lugar de la totalidad del ganado, cada uno permitirá que sus vacas se sobrealimenten, y la tierra compartida en conjunto rápidamente se convertiría en desierto. En el transcurso de su larga carrera, Elinor Ostrom, la única mujer en ganar el premio «no en realidad Nobel» de Economía en sus cincuenta años de existencia, trabajó mucho para refutar esta 67
historia grotesca. Ella compiló evidencia de grupos gestionando recursos comunes e identificó que en muchos casos los comunes no solamente sobrevivían, sino que prosperaban. En lugar de ser arrasados por un interés egoísta irreflexivo, los recursos compartidos eran en realidad administrados por complejos conjuntos de reglas sociales establecidas en el tiempo. Ostrom estudió la tierra de pastoreo de las aldeas de los Alpes suizos y descubrió que habían sido preservadas para uso común por más de 500 años. Basada en esto y otros estudios de caso, Ostrom fue más allá e identificó las condiciones que ayudaban a que los recursos comunes fuesen protegidos —por nombrar algunos: participación en la toma de decisiones de los usuarios con respecto a los recursos, la capacidad de monitorear el uso, sanciones socialmente significativas y mecanismos de solución de conflictos. Descubrimientos que cuestionen la tragedia de los comunes, al igual que la idea de la planificación como tal, podrían ser en un inicio polémicos. Es una creencia implícita de nuestra era que los únicos incentivos reales son los monetarios —que el despotismo es una parte necesaria del trabajo, y que es en gran medida debido al miedo de perder sus ingresos que la gente trabaja hacia objetivos comunes. Sin embargo, esta no es una realidad humana, sino una realidad capitalista. Mientras que siempre habrá trabajo que necesite hacerse, también habrá muchas formas de organizar dicho trabajo —para planificarlo y asegurarse de que se llegue a hacer. En la práctica, los comunes no son necesariamente trágicos. Incluso dentro del Capitalismo, estudios han demostrado que una jerarquía más horizontal lleva a un mejor trabajo en equipo y a una mayor productividad. De forma similar, incluso delegar todas las decisiones de operación diarias a los trabajadores, mientras que se deja solamente las decisiones estratégicas a los gerentes, puede incrementar la productividad. ¡Es increíble lo que puede lograr el darle a la gente mayor poder 68
de decisión sobre su proceso de trabajo! Una economía socializada y verdaderamente democratizada —ya sea a través de representantes laborales, concejos comunitarios o formas más directas de democracia— puede ofrecer un autogobierno significativo sin la necesidad del poder ilegítimo de un humano sobre otro. Por el momento, simplemente extender la membresía de un sindicato empuja en contra de las islas de la tiranía, dando a los trabajadores al menos unos niveles mínimos de condiciones laborales hoy, y cimentando el camino para una mejor democracia en el futuro.
Hazte con la máquina, antes de que ella se haga contigo Hoy en día, décadas después de que las reformas inspiradas en Hayek fuesen discutidas y aprobadas en los parlamentos, y las numerosas campañas de evidente intimidación en los puestos de trabajo, la membresía de los sindicatos está estancada o en declive, mientras que la democracia en el lugar de trabajo permanece como un sueño distante, hoy más que nunca. Se nos dice que celebremos un trabajo más «flexible», que nos regocijemos en la nueva libertad de cambiar de trabajo de forma más frecuente. Sin embargo, pese a las transformaciones que trajeron el outsourcing y la desagregación de las cadenas de abastecimiento en piezas pequeñas, la mayoría de gente permanece en trabajos estables, pero bastante malos, en los cuales tienen poco qué decir acerca de cómo se desarrolla dicho trabajo. A pesar de todo el entusiasmo alrededor de los mercados y la elección, la planificación continúa siendo el modus operandi de las empresas. Lo que ha cambiado es que con el advenimiento de la era de las tecnologías de la información es posible capturar enormes cantidades de información. ¿Qué es lo que hacen Facebook y Google? Nos instan, de forma gentil y bajo nuestro 69
consentimiento a revelar información de nosotros mismos. Su modelo de negocio es la Economía de la Información traída a la vida. Por ahora, ellos utilizan estos datos acumulados para vender espacios de publicidad —¿Quién diría que el epítome de la alta tecnología sería hacer que la gente indicada viese anuncios de camisetas pintorescas con la frase «tengo un esposo polaco y conozco cómo utilizarlo»?—, pero las posibilidades son mucho más amplias. Uber y otros amores mediáticos de la «economía colaborativa» combinan la extracción de información con encontrar nuevas maneras de reducir los costes de transacción. Como buenos capitalistas que son, ellos lo están haciendo a expensas de los trabajadores y la democracia (y otros capitalistas, por ejemplo, los financistas que siguen arriesgándose a inyectar dinero a un negocio como Uber a pesar de que hasta ahora no ha logrado generar utilidades). La extensión tan rápida de los tentáculos de Uber se debe en parte a su ejército de lobistas con excelente paga, que engatusan y amenazan a los gobiernos de las ciudades a puerta cerrada para que reduzcan las regulaciones sobre los monopolios de taxis. Los conductores de Uber, por un lado, son «colaboradores» mal pagados. Ya no son clasificados como trabajadores (excepto en el Reino Unido donde los juzgados restauraron sus derechos como trabajadores), ellos pueden obtener un ingreso menor al mínimo y tienen menos derechos laborales. Tal y como muchos otros trabajadores en otros sectores, ellos están bajo una constante vigilancia a través de los datos, algo casi panóptico. Uber utiliza un sistema de calificación de cinco estrellas en el cual los conductores deben tener un puntaje promedio de 4.6 estrellas para continuar trabajando para la compañía. Uber puede «sugerir» ciertas normas para que sus conductores las sigan (cuánto sonreír, qué tipo de servicios extra ofrecer, etcétera), pero en realidad es el riesgo de tener solamente una mala calificación lo que los obliga a mantenerse alineados. Sin embargo, no hay 70
una regla de arriba hacia abajo; cuando los negocios se encuentran recolectando datos constantemente y analizando información, una administración estricta surge de abajo hacia arriba. El modelo de negocio de Uber es utilizar la Economía de la Información para hacer mucho más que solo vender espacios publicitarios. La habilidad de la compañía de hacer que la gente se comporte de determinada manera sin decírselo explícitamente no es algo único y no es otra cosa que el refinamiento de la habilidad del Capitalismo de hacer que la gente sea cómplice de su propia falta de libertad —un refinamiento posible debido a un control cada vez más grande de una información cada vez más vasta. Por otro lado, en lugar de ser el heraldo de un lugar de trabajo distópico en todas partes, Uber también podría ser un candidato natural para ser una cooperativa de trabajadores. Todo lo que Uber provee, después de todo, es una aplicación; la compañía no es nada más que un intermediario. Una red de propiedad comunitaria de conductores utilizando una aplicación similar podría establecer tarifas y reglas de trabajo de manera democrática, aquí y ahora. Una cooperativa de conductores podría ser bastante superior al Behemot alimentado por capitales riesgosos que tenemos hoy en día, incluso si se tratase de una forma de empresa que, mientras que introduce una democracia en el trabajo mayor a la que es normalmente posible en el Capitalismo en el corto plazo, además está sujeta a los mismos imperativos de búsqueda de ganancia, tal y como cualquier otra empresa en el Capitalismo —imperativos que promueven la autoexplotación con el objetivo de competir con otras empresas, y por lo tanto destruyendo estos mismos impulsos democráticos. Redes sociales similares podrían ser administradas como servicios públicos en lugar de monopolios privados —recuerda que creamos la electricidad pública o los servicios de agua potable luego del fracaso del Capitalismo de los robber barons en el siglo XIX. Una de las grandes preguntas del siglo XXI será: ¿de 71
quién son y quién controla los datos que se están convirtiendo cada vez más en un recurso económico clave? ¿Serán estos el combustible para una planificación democrática o por el contrario para un nuevo Capitalismo autoritario? Buscar una respuesta a estas preguntas requiere que nosotros reconozcamos los inmensos desafíos que nos presenta el Capitalismo de los datos del siglo XXI: ¿Cómo podríamos nacionalizar corporaciones multinacionales que rebasan e irrespetan las fronteras nacionales, y a menudo juegan con las jurisdicciones? ¿Cómo podemos asegurar la privacidad con tantísimos datos bajo control colectivo o estatal? Los datos, que por el momento se encuentran en manos de empresas privadas, están haciendo posible una producción más eficiente, pero al mismo tiempo está permitiendo una supervisión mucho más cercana, y la planificación corporativa moderna apenas está comenzando a tomar ventaja de esta nueva información disponible. Un resultado es una libertad ilusoria de los trabajadores. Si constantemente producimos información tanto dentro como fuera del trabajo, nosotros no tenemos la necesidad de estar supervisados de forma tan directa —pero el jefe todavía está observando, y lo hace de una forma tan cercana como nunca antes podría haber sido posible. Los datos y la medición hablan por sí mismos: los gerentes pueden ver cuántas partes produce un trabajador por minuto, o cuántos paquetes entrega un repartidor por hora. El incremento del autogobierno en el trabajo — aparentemente sin gerentes, pero todavía vigilados de manera minuciosa— es apenas un síntoma de aquellos grandes cambios que se avecinan. A medida que los salarios, tanto en los Estados Unidos como en gran parte del hemisferio norte, se han incrementado a paso de tortuga, o directamente se han estancado desde la década de 1970, los trabajadores han contraído más y más deuda personal solamente para sobrevivir. Al mismo tiempo los gobiernos han recortado los beneficios públicos, dejando a los 72
trabajadores más vulnerables cuando son despedidos o están enfermos o lastimados. Incluso Alan Greenspan, el expresidente del Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos, calificó de «traumatizados» a los trabajadores de hoy en día. Traducido, esto significa que las presiones para comportarse de forma disciplinada ahora existen por fuera de las jerarquías verticales. El Capitalismo está atascado con la planificación incluso si transforma con regularidad sus técnicas de planificación. Hoy en día, la planificación capitalista existe tanto en el antiguo sentido jerárquico que estudió Coase, así como en formas nuevas y más indirectas, que toman inspiración en la Economía de la Información.
Abriendo las puertas al futuro Existe una vieja broma entre los historiadores de la Economía que dice que un libro de texto de microeconomía a nivel de doctorado de la década de 1960 podría confundirse con un libro de texto del departamento de planificación de una universidad de La Habana. En el libro de microeconomía, el libre mercado genera los precios que dictan cuánto de todo se produce y de qué manera las cosas son distribuidas; en el libro de planificación, un planificador resuelve las mismas ecuaciones generando las proporciones equivalentes de producción y distribución. La versión del Socialismo de Oskar Lange y la ortodoxia económica del siglo XX compartían los mismos supuestos erróneos. Con el tiempo, como se describe en este capítulo, muchos hicieron añicos a estos supuestos: Los mercados son costosos, dijo Coase. Los seres humanos no son calculadoras infinitamente poderosas y que lo saben todo, argumentó Stiglitz. Incluso Hayek estaba en lo correcto: el Capitalismo es dinámico, no estático, y rara vez se encuentra en
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una situación de equilibrio como la que imaginaban Lange y la Economía convencional. Pero la Economía de la Información además desafía el contraargumento que planteó Hayek a Lange, de que el mercado es el único medio por medio del cual podemos producir toda la información que un planificador requeriría en primer lugar. Debido a que los mercados a veces fallan en descubrir la información precisa, y eso que revelan podría ser falsa. Además, el enorme cúmulo de actividades económicas que siguen teniendo lugar fuera del mercado —dentro de las cajas negras que llamamos Walmart, o Amazon, o General Motors— son evidencia en contra de Hayek. Al mismo tiempo, el desarrollo de las tecnologías de la información nos muestra solamente cuánta información es posible tener en la punta de los dedos. Hayek describe los precios como «un sistema de telecomunicaciones»; hoy en día tenemos telecomunicaciones mucho más precisas y poderosas que pueden comunicar información directamente sin la necesidad de estar mediadas por los precios. Los argumentos de Hayek podrían haber tenido utilidad para desarmar algunas de las visiones de Lange acerca de la planificación, pero no deberían detener a los socialistas contemporáneos de defender una planificación democrática que además es un proceso de descubrimiento. La Economía, si es que va a ser utilizada por aquellos que desean una sociedad igualitaria, necesita dejar atrás sus mundos de fantasía. Paul Samuelson, el economista mainstream que alguna vez fue el más influyente de la era de posguerra, y el autor del libro de Economía utilizado en la mayoría de programas de pregrado desde la década de 1950 hasta finales de la década de 1970, observó que en la visión idealizada que animaba a ambos lados del debate del cálculo, no importaba si era el capital el que contrataba al trabajo, o el trabajo el que contrataba al capital. La densa red de abstracciones completamente oscurece lo que significa ser un jefe o un trabajador, un dueño de recursos o un 74
dueño de un cuerpo y una mente que pueden ponerse a trabajar por un salario. El economista Duncan Foley describe esta laguna en el debate del cálculo: «la verdadera importancia de la elección histórica entre en Socialismo y el Capitalismo es precisamente lo que queda fuera del debate del cálculo en el Socialismo: las relaciones sociales a través de las cuales la gente se organiza para producir». Cuando decimos que estamos interesados en la forma en que las cosas se distribuyen, nos referimos a que estamos interesados en cómo la sociedad está organizada. ¿Quién da las órdenes, quién las obedece? ¿Qué se considera como «trabajo», y qué es lo que se considera como tareas del hogar? ¿Quién cría a los niños, y quién lava los platos? Estas son apenas unas pocas de las grandes preguntas que cualquier Economía de la equidad tendría de responder. La planificación no solamente es posible, sino que se encuentra a nuestro alrededor, pero de formas jerárquicas y antidemocráticas. Cómo se vería una planificación diferente y democrática es una pregunta que una nueva generación de economistas progresistas debería comenzar a discutir, debatir y probar a través de la modelización de forma urgente. Pero a la pregunta de que si la información debería ser descubierta y creada a través de un sistema que de forma inevitable genera inmensa desigualdad social mientras priva a la mayoría de la gente de decidir cómo trabajan, o por otro lado debería crearse mediante una reflexión democrática que fomente la equidad, la respuesta debería ser obvia.
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IV MAPEANDO EL AMAZON(AS) Amazon está en camino de desarrollar poderes psíquicos. O al menos esa es la fantasía que uno se podría imaginar luego de leer la columna llena de fantasía y adrenalina que fue publicada en 2014 en un periódico luego de que la tienda de libros convertida en una tienda mayorista registró una patente para un nuevo proceso denominado «envío anticipado». Amazon podría conocer qué es lo que quieres comprar antes de que tú mismo lo sepas. Para el momento en ordenaste la última novela para adultos de John Green, otra jarra de frijoles artesanales o esa maravillosa olla de presión que cocina el cerdo más rápido que la velocidad de la luz, el paquete posiblemente esté ya en camino. Pese al tremendo clickbait hiperbólico que generaron los periodistas en aquel momento, lo que esta patente describe fue en realidad un pequeño avance de algo que Amazon ya está haciendo. Es una pequeña extensión del tipo de datos que la compañía ya está recolectando y de la logística colosal y tentacular que ya articula. Amazon, que ha construido su posición de mercado mayorista en la espalda de la revolución de la internet, es la compañía de tecnología más grande en utilizar tecnologías de la información para distribuir bienes de consumo. En resumen, Amazon es un maestro planificador. Son este tipo de innovaciones logísticas y algorítmicas las que desmienten el viejo argumento librecambista de que incluso si la planificación puede ofrecer grandes cosas como las fundidoras de acero, los ferrocarriles y la atención médica, tropezaría al primer intento de planificación de artículos de consumo. A fortiori, Amazon ofrece técnicas de producción y distribución que están esperando ser expropiadas y reutilizadas.
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Lo que Amazon planifica Desde su inicio a finales de los noventas, cuando vendía solamente libros, Amazon se ha expandido potencialmente, hasta satisfacer gran parte del consumo diario de los hogares [estadounidenses]. Haciendo eco de la integración horizontal de Walmart, la compañía incluso ha comenzado a incorporar productores de las cosas que vende a su propia red de distribuidores, colocando sus propios trabajadores en las fábricas y almacenes de sus proveedores clave. Bajo lo que la compañía denomina su programa «Vendor Flex», el número de tiritas/curitas que Johnson & Johnson produce, por ejemplo, puede depender en parte de las necesidades de Amazon. Este brinda al Behemoth mayorista un rol en la administración de la producción que se extiende más allá de sus propias fronteras corporativas. Más allá de simplemente distribuir productos, Amazon está, tal y como Walmart, «jalando» la demanda. De hecho, en sus inicios, Amazon contrató tantos gerentes de alto nivel de Walmart para su desarrollo logístico que los Waltons le plantaron una demanda. Los miles de millones de gigabytes de información del consumidor que Amazon recolecta y los maravillosos algoritmos que utiliza para analizar estos datos le brindan una imagen increíblemente detallada de qué es lo que la gente quiere comprar, y cuándo. Mientras tanto, la integración de las operaciones con los productores asegura que los productos puedan estar listos en suficiente cantidad. Aquí también, dada la escala real de su economía, podemos ver los ajustes y arranques de un modelo de producción más integrado y una planificación de la distribución, por más jerárquico y servil que pueda ser para con sus jefes. Podríamos describir a Jeff Bezos como el Stalin calvo y sin bigote del mayoreo online. Sin embargo, en el fondo Amazon sigue siendo (por el momento) una red gigantesca de distribución de bienes de 77
consumo. La era del internet ha permitido el surgimiento de un nuevo tipo de modelo de mayoreo para movilizar bienes desde los productores hacia los consumidores, y Amazon tomó ventaja de esta posibilidad mejor de lo que cualquiera de sus rivales podría haberlo hecho. Amazon ahora controla casi la mitad de las ventas online en los Estados Unidos. Así que cuando Amazon planifica, planifica a lo grande. Algunos de los problemas de planificación de Amazon son los mismos que experimentaron otras enormes redes de distribución; otros problemas son completamente nuevos. Sin embargo, en esencia, la historia de Amazon es otra anécdota de lograr una planificación adecuada —en otras palabras, hacer que las cosas vayan del punto A al punto B tan barato como sea posible. Mientras esta tarea es aparentemente simple, necesita planes para todo desde la ubicación y la organización de los productos en los almacenes, hasta minimizar los costos de entrega de paquetes a los consumidores y acortar las rutas de entrega. La revista Wired describe a la compañía como «un motor vasto e inteligente para satisfacer los deseos de los consumidores». Debemos agregar esto al hecho de que Amazon, tal como cualquier otra compañía de internet, recolecta incontables cantidades de datos de sus consumidores. Una tienda física común no sabe qué productos miras, cuánto tiempos pasas mirándolos, cuáles colocaste en tu carrito y luego volviste a colocar en el estante antes de llegar a la caja registradora, o incluso cuáles «desearías» tener. Pero Amazon lo sabe. Este tsunami de datos no solamente involucra información del consumidor, sino que se extiende a lo largo de la cadena de suministro, y la compañía utiliza estos datos a su favor siempre que puede. Su problema de planificación ya no es la optimización del espacio para el tránsito, que presentaba un desafío para cualquier compañía grande antes de la era del internet, sino la optimización del big data —cantidades de información que son producidas en volúmenes, variedades y velocidades tan colosales 78
que las técnicas y software tradicionales de procesamiento de datos resultan insuficientes. El tamaño de Amazon —su ambición de convertirse en la «tienda para todo»— introduce problemas significativos para sus sistemas de tecnologías de la información. Una cosa es entregar miles de productos a cientos o incluso miles de tiendas minoristas, tal y como lo haría un vendedor tradicional. Otra cosa es entregar millones de productos a millones de consumidores. Los problemas que Amazon debe solucionar para ser más eficiente pueden ser muy complicados, incluso si no parecen serlo a simple vista. Los problemas de almacenamiento y transporte mencionados anteriormente son una clase particular de desafíos matemáticos conocidos como «problemas de optimización». En un problema de optimización, nuestro objetivo es hacer algo de la mejor manera posible, sujeto a un número de límites a nuestra acción, o incluso «restricciones». Digamos, dadas tres rutas posibles diferentes a través de una ciudad para entregar un paquete, ¿cuál es la más rápida dado el número de semáforos y calles en un solo sentido? O de forma más realista para Amazon, al entregar un cierto número de paquetes al día, la compañía está limitada por el horario de vuelos de reparto, la velocidad de los aviones, la disponibilidad de camiones de reparto y una serie limitaciones adicionales, además del tráfico de la ciudad. Existen además eventos aleatorios, tales como un mal clima, que pueden cerrar aeropuertos —y mientras que estos son esporádicos, también son más frecuentes en algunos lugares en determinadas fechas que en otros. Cada día que te movilizas al trabajo, estás resolviendo un problema de optimización relativamente simple. Pero la matemática detrás de la optimización es bastante compleja para problemas con más de un puñado de restricciones. Dada una cantidad suficiente de variables (condiciones que pueden cambiar) a ser optimizadas y suficientes restricciones, incluso la 79
supercomputadora más poderosa que podemos construir en la actualidad, armada con el mejor algoritmo que seamos capaces de diseñar, sería incapaz de resolver algunos de estos problemas en lo que nos queda de vida, e incluso en lo que queda de vida al universo. Muchos de los problemas de Amazon caen de lleno en dichas categorías. Así que mientras que las patentes para la entrega con drones reciben toda la atención mediática, las verdaderas maravillas en el corazón de sus operaciones son en realidad técnicas matemáticas esotéricas que le ayudan a manejar y simplificar estos problemas de optimización. Para dar un ejemplo, estas patentes clave ayudan a Amazon a planificar cómo mover de mejor manera los artículos entre los estantes de los almacenes y las puertas de los consumidores. La solución de estos problemas involucra en parte «balance de carga»: de la misma forma en que tu computadora distribuye las tareas para no colapsar el sistema, Amazon decide dónde construir sus inmensos almacenes y cómo distribuir los productos entre ellos para asegurarse que ninguna parte de su sistema sobrepase su capacidad. Para ser claros, los métodos de planificación de Amazon no son soluciones completas a problemas de optimización que para poder ser resueltos requerirían más tiempo que la existencia misma del universo, sino que son simplemente las mejores aproximaciones para evitar la explosiva complejidad matemática. Sin embargo, Amazon todavía prefiere planificar en lugar de dejar la optimización a las señales de precios en el mercado. Los ingenieros de Amazon rompen problemas en pedazos más pequeños, simplificándolas o encontrando otras formas de dar a una computadora la posibilidad de resolverlas en segundos, en lugar de eones. Lo que Amazon busca es la simplificación; el objetivo es hacer que los problemas sean simples en lugar de resolverlos con absoluta precisión.
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De nuevo, tomemos el ejemplo de entregar órdenes al menor costo. Incluso el cálculo de esta pregunta aparentemente simple para encontrar el método de entrega más barato para las órdenes de un solo día podría salirse de nuestras manos rápidamente. No hay una sola forma correcta para enviar una orden dentro de las miles o millones que se entreguen en un día determinado, porque el costo de cada orden depende de todas las otras. ¿Será que el avión del aeropuerto de Louisville, Kentucky a Phoenix estará lleno? ¿El vecino de abajo ordenó su cepillo de dientes eléctrico utilizando express shipping, o se le puede entregar el cepillo junto a tu libro el día de mañana? La complejidad aumenta todavía más cuando Amazon considera no solamente todas las rutas alternativas posibles —las cuales controla—, sino que además las ajusta a la posibilidad de eventos aleatorios tales como un clima severo, e intenta predecir las órdenes del día siguiente. Este problema de optimización de «asignación de órdenes» tiene cientos de millones de variables, y no una solución sencilla. El problema es tan complejo que no existen aproximaciones que permitan tomar en cuenta cada aspecto del problema. Pero pese a tales problemas, el proceso de planificación dentro de Amazon no se cae a pedazos. Mientras que Amazon depende de condiciones laborales horribles, bajos impuestos y salarios de miseria, a fin de cuentas, funciona. Los problemas de planificación a los que se enfrentan corporaciones individuales bajo el Capitalismo tienen soluciones «bastante buenas». Tal y como este libro argumenta reiteradamente, la planificación existe a una escala enorme dentro de la caja negra de la corporación —incluso si se trata de algo «bastante bueno» en lugar de perfecto. Esa es la clave: encontrar las mejores aproximaciones posibles, incluso si son parciales. Los modeladores de Amazon trabajan para reducir el tamaño de problemas complejos e intratables, para construir planes que no se extiendan al tiempo infinito, ni respondan a todos aquellos posibles eventos 81
aleatorios que podrían suceder en cada paso, pero eso simplemente funciona. Esto significa acercarse lo más que se pueda a la verdadera respuesta de una pregunta de planificación en un marco de tiempo realista y haciendo uso del poder computacional disponible. Incluso si fuese imposible utilizar un «algoritmo de algoritmos» para encontrar de forma mecánica el algoritmo que mejor se aproxima al problema original, la creatividad entra en juego. A medida que el poder computacional se incrementa y la ciencia matemática avanza, nuestras soluciones a los problemas de optimización mejoran constantemente. El problema de la planificación no es uno de una precisión del 100%, sino uno de eficiencia en el uso del poder computacional disponible para obtener el 80% o 95% de precisión en el camino. Y recuerda que el mercado tampoco es 100% preciso; los precios están en constante cambio, y la economía se ajusta constantemente. Lejos de la fantasía de la «Economía básica» del equilibrio económico, el mercado jamás se encuentra ni cerca de una perfecta sincronización entre lo que deseamos y lo que se produce.
La estructura en medio del caos Describir a Amazon como una inmensa máquina de planificación no se alinea demasiado a la imagen que se ha construido como el ícono de la disrupción de la «nueva economía». Incluso antes de que Silicon Valley se convirtiese en el antro del Capitalismo global, la planificación se encontraba bien escondida detrás de la fachada de la competencia. Hoy en día, esa fachada se ha convertido en algo más ornamental: todo lo que ves es un sitio web y luego el paquete en tu puerta. Atrás del escenario, sin embargo, Amazon se presenta como un revoltijo caótico de los artículos más variados viajando entre almacenes, proveedores y destinatarios finales. En realidad, 82
Amazon se especializa en el manejo de un caos inmenso. Dos de los mejores ejemplos de esto son el sistema de «almacenamiento caótico» que Amazon utiliza en sus almacenes, y el sistema de recomendaciones que zumba en el fondo de su sitio web, diciéndote en qué libros o implementos de jardín podrías estar interesado. El sistema de recomendaciones de Amazon es la piedra angular del éxito de la compañía. Este sistema integra aquellos artículos usualmente útiles que aparecen en la sección «los clientes que compraron esto también compraron…» del sitio web (aunque en ocasiones las recomendaciones pueden parecer bastante cómicas: «comprados juntos con frecuencia: bate de béisbol + pasamontañas negro»). Los sistemas de recomendaciones resuelven algunos de los problemas de información que históricamente han sido asociados a la planificación. Son una innovación crucial para aquellos que sueñan con economías planificadas que además estén en capacidad de satisfacer lo que los consumidores desean, históricamente la ruina de los sistemas estalinistas. El caos de los gustos y opiniones individuales se condensan en algo más o menos útil. Un universo de las calificaciones y reseñas más disparatadas —siempre parciales y en ocasiones contradictorias— pueden, si son analizadas correctamente, proveer información bastante útil y lucrativa. Amazon además utiliza un sistema al que llama «filtración colaborativa artículo-a-artículo»31. La empresa hizo un gran avance cuando ideó su algoritmo de recomendaciones, logrando evitar errores comunes que afectaron a los primeros motores de recomendaciones. El sistema de Amazon no busca similitudes entre la gente; aquellos sistemas no solamente se vuelven más lentos a medida que millones de personas son identificadas, sino que reportan cruces significativos entre gente cuyos gustos son 31
En inglés item-to-item collaborative filtering (N. del T.).
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de hecho bastante diferentes (por ejemplo, los hípsters y los boomers que compran los mismos bestsellers). Amazon tampoco agrupa a la gente en «segmentos» —algo que con regularidad termina simplificando de más las recomendaciones, al ignorar la complejidad de los gustos individuales. Finalmente, las recomendaciones de Amazon no están basadas en simples similitudes, tales como libros, palabras clave, autores o géneros. En su lugar, el algoritmo de recomendación de Amazon encuentra vínculos entre los artículos basados en la actividad de las personas. Por ejemplo, un manual de reparación de bicicletas podría ser comprado, evidentemente, junto a una caja de herramientas que tenga herramientas útiles para reparar bicicletas, pese a que dicho set no se comercialice como tal. Las dos cosas a lo mejor no están relacionadas de forma obvia, pero es suficiente que algunas personas las compren o las busquen juntas. Al combinar millones de interacciones entre gente y cosas, el algoritmo de Amazon crea un mapa virtual de su catálogo que se adapta bastante bien a la nueva información, incluso ahorrando precioso poder computacional cuando es comparado con otras alternativas —sistemas de recomendaciones engorrosos que intentan identificar usuarios similares o encontrar similitudes abstractas. Así es cómo los investigadores de los laboratorios de la IBM describen a las recomendaciones de Amazon: «cuando toma en cuenta el comportamiento de otros usuarios, la filtración colaborativa utiliza el conocimiento grupal para formar recomendaciones basadas en usuarios afines»32. Este filtrado es una buena réplica, basada en tecnologías de la información, a una de las críticas que Hayek dirigió en contra de sus adversarios socialistas en el debate sobre el cálculo en la década de 1930: que solo los mercados pueden agrupar y utilizar la información dispersa en la sociedad. La era del big data está probando que Jones, M. (2013). Recommender systems, Part 1: Introduction to approaches and algorithms. Pág. 2. 32
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Hayek estaba equivocado. Los sistemas de tecnologías de la información actuales y deliberadamente planificados están comenzando a crear «conocimiento grupal» (inteligencia colectiva, o información compartida que solo emerge de las interacciones dentro o entre grupos de gente) a partir de necesidades y deseos individuales. Y Amazon no solamente rastrea las transacciones de mercado. Más allá de lo que compras, la compañía recoge datos acerca de lo que buscas, los caminos que tomas entre artículos, cuánto tiempo pasas en la página de cada artículo que buscas, qué colocas en tu carrito solamente para retirarlo luego, y mucho más. Hayek no podría haber imaginado la vasta cantidad de datos que hoy en día puede ser almacenada y manipulada por afuera de las interacciones de mercado (y para ser justos, incluso muchos marxistas asumieron que la miríada de variables caprichosas asociadas en particular con los artículos de consumo excluye su capacidad de socialización), pese a que él ciertamente habría admirado a capitalistas como Bezos, que son dueños de los datos y los utilizan para incrementar sus obscenas fortunas. Es una deliciosa ironía que el big data, el productor y descubridor de tantísimo conocimiento nuevo, podría algún día facilitar aquello que Hayek pensaba que solo los mercados eran capaces de hacer. Enserio, no hay un paso demasiado grande entre un buen sistema de recomendaciones y la patente de Amazon para el «envío anticipado». Tiene una viabilidad que supera cualquier bombardeo publicitario de Silicon Valley, cualquier charla TED o cualquier artículo de tecnología entusiasta. La razón de que este fenómeno distributivo aparentemente psíquico, pero genuinamente convincente, pueda funcionar en realidad no es resultado de algún truco psicológico, publicidad subliminal, o poder de sugestión de algún hipnotizador, sino de algo mucho más simple: estimación de la demanda. Que no es más que inmensos cúmulos de datos que miden las relaciones entre productos y gente; Amazon ya es bastante exitosa en la 85
identificación de la demanda para productos particulares, hasta un nivel inimaginable de detalle. La gran pregunta para los igualitaristas es: ¿la demanda de quién cuenta, y por cuánto? En el Capitalismo, se trata de un dólar, un voto: aquellos con las billeteras más gordas tienen mucha más influencia en lo que la sociedad produce simplemente porque tienen un poder de compra mucho mayor. Tenemos unos pocos super yates en lugar de una sobreabundancia de viviendas para todos; y podríamos decir lo mismo cuando se trata de artículos que consumo a los que damos prioridad para su producción y distribución. En nuestro sistema irracional, el propósito definitivo de la recomendación de productos es brindar ventas y utilidades para Amazon. Los científicos de datos han identificado que, en lugar de inmensas cantidades de reseñas de consumidores, que en realidad tienen poco impacto, son las recomendaciones las que disparan las ventas de Amazon. Las recomendaciones ayudan a vender no solamente artículos de nicho menos populares —donde es complicado recolectar información solo es necesaria una recomendación para influir en nosotros— y bestsellers que constantemente aparecen cuando estamos navegando. Al alejarnos de los intereses corporativos de Amazon, el sistema de recomendaciones se presenta como una forma de administrar e integrar grandes cúmulos de trabajo social. Muchos de nosotros dedicamos tiempo a escribir reseñas y dar estrellas a productos de forma libre, sin la esperanza de ningún beneficio, o solamente navegamos sin complicarnos demasiado en Amazon y otras plataformas de tecnología. Este es un trabajo del que nosotros y otros se benefician. Incluso en el transcurso de un día, nosotros podríamos trabajar sin paga de forma repetitiva al calificar todo: desde lo relativamente inocuo, como la calidad de una llamada en Skype, hasta lo más serio, tal como publicaciones, comentarios y vínculos en Facebook y Twitter, hasta aquello que potencialmente podría impactar en la vida de 86
otras personas, como la «calidad» de los conductores de Uber. En el Capitalismo, el trabajo social de muchos se transforma en ganancias para unos pocos: la filtración podrá ser «colaborativa», pero los intereses a los que sirve son competitivos y bastante privados.
Trabajadores perdidos en el Amazon(as) Mientras que muchos de nosotros podríamos terminar empleando nuestro tiempo libre en realizar el trabajo social que permite a Amazon perfeccionar su sistema de recomendaciones, los almacenes de Amazon funcionan utilizando trabajo asalariado que se encuentra sin sindicalización y que se desenvuelve con regularidad bajo pésimas condiciones laborales. Antes de prestar atención al trabajo como tal, repasemos rápidamente el lugar de trabajo. Los puntos focales de la red de distribución de Amazon son sus almacenes, a los cuales la compañía llama «centros de reabastecimiento»33. Estos casi siempre utilizan el mismo espacio que varias canchas de fútbol americano, por lo general repleto de estanterías. Amazon utiliza una forma peculiar de organización llamada «almacenamiento caótico», en el cual los bienes no están en realidad organizados: no hay una sección para los libros o una subsección para la ficción o el misterio. Todo está amontonado. Puedes encontrar un libro infantil compartiendo lugar con un juguete sexual, caviar junto a alimento para perros. Una vez más, la poderosa planificación es la que le permite ahorrar a Amazon en lo que resulta ser una inexistente organización del almacén. A cada artículo que entra al centro de reabastecimiento se le asigna un código de barras único. Una vez dentro del almacén, los artículos van en contenedores, los cuales también tienen un código individual y único. El software de 33
En inglés, fulfillment centers (N. del T.).
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Amazon sigue la pista tanto de los artículos como de los contenedores a medida que se mueven por el almacén. El software siempre sabe qué artículo se encuentra dentro de qué contenedor y dónde se encuentra dicho contenedor. Dado que los artículos se pueden encontrar fácilmente, las entregas de los proveedores pueden ser descargadas donde sea más conveniente, en lugar de ser metódicamente organizadas y reorganizadas. El almacenamiento caótico de Amazon podría ser una metáfora al sistema de libre mercado: a primera vista, parecería que el caos se organiza a sí mismo. Órdenes y paquetes se acercan a través del sistema y los clientes obtienen lo que desean. Pero al igual que con el libre mercado, una inspección más próxima nos permite ver indicios de una planificación deliberada en cada paso. Sistemas de tecnologías de la información altamente refinados dan sentido al almacenamiento caótico, siguen la pista de los artículos desde el momento en que llegan al almacén hasta el momento en que salen, y se aseguran de que todo quede en su sitio de forma aparentemente sobrenatural. Todo ordenado, coordinado, planificado, y ningún mercado a la vista que realice ninguna de estas miles de millones de decisiones de distribución. Además, la planificación está presente en los detalles más minuciosos de la jornada laboral de los obreros en el almacén. Aparatos de escaneo portátiles les dicen a los trabajadores a dónde ir para recoger artículos y órdenes. Los trabajadores son apéndices de las máquinas que indican de forma precisa qué rutas seguir entre estanterías y cuánto tiempo debería tomar hacerlo: «Somos máquinas, somos robots; conectamos nuestro escáner, lo sostenemos en nuestras manos, hasta podríamos conectarlo a nosotros mismos»34. Un importante investigador británico especializado en estrés en el lugar de trabajo que fue contactado por la BBC aseguró que las condiciones de trabajo en BBC. (2013). Amazon workers face 'increased risk of mental illness' . Recuperado de https://www.bbc.com/news/business-25034598. 34
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los almacenes de Amazon podrían generar terribles daños físicos y mentales. A principios de esta década, la alta gerencia de operaciones de Amazon concluyó que sus almacenes todavía eran muy ineficientes, así que fueron de compras por algo mejor. En 2012 Amazon compró Kiva Systems, una empresa de robótica, y ahora utiliza sus robots para poner todo el sistema de estanterías en funcionamiento. Los centros de reabastecimiento actualizados y automatizados de Amazon ahora tienen estanterías que se mueven y humanos que permanecen en su lugar —lo opuesto a lo que normalmente se ve en un almacén. Robots planos, similares a aspiradoras automáticas, recorren el suelo del almacén a través de caminos previamente asignados. Pueden levantar estanterías enteras del suelo y llevarlas por los mismos caminos hasta «estaciones de selección». Estas son pequeñas áreas designadas donde los seleccionadores de órdenes humanos se paran, toman los artículos de los contenedores y los ponen en otros contenedores a medida que las unidades de almacenamiento vienen y van. El costo social, físico y mental de entregar las cosas correctas a la gente correcta recae a fin de cuentas en los trabajadores que hacen que la máquina funcione —sin importar si los trabajadores son conducidos dentro de un laberinto de estanterías con un escáner manual, o si recogen órdenes en un lugar mientras los robots se acercan y se alejan de ellos. Los reporteros chupamedias de la revista Wired están asombrados por la subyugación de los Chaplins de estos Tiempos Modernos del siglo XXI: «las estaciones de empaque son un torbellino de actividad donde los algoritmos ponen a prueba la resistencia humana»35.
Wholsen, M. (2014). A Rare Peek Inside Amazon's Massive Wish-Fulfilling Machine. Recuperado de https://www.wired.com/2014/06/inside-amazonwarehouse/. 35
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Otro artículo más crítico ha sido menos amable con Amazon al exponer lo que estas pruebas de resistencia implican. En 2011, el periódico local de Lehigh Valley, Pennsylvania, el Morning Call, investigó el centro de reabastecimiento de Amazon de la zona. Los trabajadores dijeron que se enfrentaban a cuotas imposibles de lograr, calor sofocante y constantes amenazas de despido. En los días más calurosos del año, Amazon tenía paramédicos a la mano fuera del almacén para tratar a los trabajadores agotados por el calor —una solución barata como una curita/bandita para Amazon, que deja en claro su poca estima de la salud y la seguridad; aparentemente condiciones de trabajo humanas no son una de las restricciones de sus algoritmos de optimización. Fue solo después de que esta historia estallara en los medios nacionales, dañando la imagen de la compañía, que Amazon comenzó a adecuar algunos de sus almacenes con aire acondicionado. De hecho, solamente uno de aquellos veinte trabajadores entrevistados en la historia de Morning Call dijo que Amazon era un buen lugar para trabajar. Los trabajadores investigados por la prensa reportan con regularidad un sentimiento de estrés constante debido a la supervisión. Ser demasiado lento para seleccionar o empacar un artículo, o incluso tomar un descanso demasiado largo para ir al baño resulta en la acumulación de puntos. Obtener una cantidad suficiente de estos puntos podría terminar en un despido. Pronto, este sentimiento de vigilancia constante podría volverse mucho más visceral: en febrero de 2018, Amazon patentó una muñequera que monitorea cada movimiento de la mano de un trabajador en tiempo real. Y Amazon presiona a los trabajadores no solo contra el reloj, sino contra otros trabajadores. Los almacenes de Amazon están administrados por una mezcla de trabajadores temporales contratados por subcontratistas y trabajadores permanentes contratados por Amazon. Las posiciones permanentes son pocas, pero llevan consigo un poco de seguridad, una paga un poco mayor y beneficios limitados; son como la zanahoria en un palo 90
para los trabajadores temporales, alentando la competición y el trabajo excesivo, generando un ambiente de incertidumbre y miedo. Con la ayuda de los robots, el tiempo promedio de llenar una orden en un almacén automatizado por la tecnología de Kiva se ha reducido drásticamente de noventa minutos a quince. Las condiciones de trabajo, sin embargo, no han mejorado: el trabajo continúa siendo tan aburrido y agotador somo siempre, los almacenes siguen calientes, y el ritmo de trabajo puede ser absurdamente rápido, sin importar el nivel de automatización. Mientras que los trabajadores en los almacenes automatizados de Amazon permanecen en pie todo el día para intentar llevar el ritmo a los robots que se aproximan, los trabajadores de los almacenes sin automatización podrían terminar caminando casi el doble de distancia de lo que podría caminar un repartidor de correos o un típico cartero. Incluso las pequeñas cosas como la distancia a las salas de descanso pueden ser un obstáculo —en ocasiones el camino de ida y vuelta puede consumir la mayoría del descanso. Largas horas por poca paga son la norma en un almacén de Amazon, pero los trabajadores de cuello blanco relativamente bien remunerados de la empresa también se enfrentan a un ambiente de trabajo agotador. Un artículo del New York Times de 2015 reveló un ambiente de excesivo trabajo y «darwinismo flagrante» que los empuja hasta el límite de sus capacidades físicas y emocionales. Incluso si el motor de Amazon es la planificación sofisticada, esta está siendo implementada dentro de los límites de una ideología dominante de cruenta competencia que quiebra a los trabajadores de cuello blanco y azul de diferentes maneras. Dicho de otra manera, Amazon está haciendo exactamente lo que Marx describe en un pasaje del Manifiesto Comunista: «la burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción, es decir, las condiciones de producción, o sea, todas las relaciones 91
sociales»36. Nuestra tarea debería ser separar lo bueno que nos ha traído esta tecnología, de los tentáculos de un sistema que degrada a los trabajadores e impide una planificación más racional.
Tecnologías amazónicas más allá de Amazon Pese a ser el modelo del nuevo y disruptivo Capitalismo dependiente de la internet, Amazon sigue teniendo un aparato de planificación parecido al que han tenido desde siempre otras compañías. En otras palabras, Amazon es una inmensa máquina planificada para distribuir los bienes. Es un mecanismo de estimación, manejo y satisfacción de demanda para una amplia gama de cosas que deseamos y necesitamos. Es una colección de miles de sistemas de optimización que trabajan apilados uno sobre el otro para llevar a cabo la tarea aparentemente simple de mover los objetos desde los productores hacia los consumidores. En lugar de una anarquía del mercado, una vez entramos a Amazon entramos a un mecanismo de planificación sofisticado, uno que nos ofrece no solamente las claves de cómo deberíamos manejar la demanda y la oferta de bienes de consumo en una sociedad no basada en la ganancia, sino además advertencias a los que podrían constituirse como planificadores públicos. Un periodista especializado en asuntos económicos, el británico Paul Mason, sugiere algo parecido en su libro Postcapitalismo, donde imagina un futuro donde los datos acumulados por Amazon y otras grandes empresas son utilizados para regular la producción. Se imagina una planificación comprensiva que tiene la labor de separar y satisfacer la oferta y la demanda. Para Mason, la tecnología capitalista será eventualmente el medio que nos permita ir más Marx, K. & Engels F. (1948). Manifiesto Comunista (Edición del Centenario). Pág. 9. Santiago de Chile: Babel. 36
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allá del sistema que las creó. La construcción del Socialismo, sin embargo, no es tan simple. En lugar de optimizar la satisfacción de nuestras necesidades y deseos, además de las condiciones de trabajo de los obreros y los vecindarios, los planes de Amazon están encaminados hacia la maximización de las utilidades de sus accionistas —o futuras utilidades, puesto que Amazon continúa destinando dinero de sus ventas a investigación, tecnologías de la información e infraestructura física para ahogar a sus competidores. Planificar en búsqueda de ganancias es de hecho un ejemplo de la red capitalista de ineficiencias de distribución. Las tecnologías de planificación con las que sueñan los ingenieros de Amazon son una forma de satisfacer un grupo de necesidades sociales —aquellas que terminan enriqueciendo a unos pocos, empleando de mala manera el trabajo social gratuito que se le brinda y degradando a los trabajadores. Una economía democratizada para el beneficio de todos necesitaría de instituciones que aprendan acerca de los intereses y deseos de la gente, y optimicen y planifiquen complejas redes de distribución a través de sistemas de tecnologías de la información; pero también podría verse diferente, quizás como de otro mundo comparada a los sistemas que tenemos hoy en día, y se esforzarían en alcanzar objetivos diferentes. Hay tres desafíos que deberían hacernos reflexionar antes de cantar victoria y declarar que el problema de la planificación democrática ha sido solucionado. Primero, ¿existe una factibilidad técnica a gran escala? La dificultad de planificar y optimizar incluso tareas tales como la entrega de los paquetes de Amazon demuestran que designar sistemas para la planificación de una economía en su conjunto sería todo menos trivial. Los algoritmos que ponen en marcha todo, desde el sistema de recomendaciones de Amazon hasta el motor de búsqueda de Google todavía están en pañales —son relativamente simples, haciendo lo mejor que pueden para estimar deducciones, y tienden a fallar. Los algoritmos se 93
enfrentan a problemas sistémicos tales como el uso compartido de dispositivos por personas pobres y de clase trabajadora, además de personas que no dominan el inglés; ante estos problemas, su capacidad de «leer» matrices es limitada. Nos vemos en la necesidad de enfrentarnos tanto las barricadas como los problemas de optimización. En segundo lugar, la planificación llevada a cabo por Amazon y otros todavía depende considerablemente de los precios en las interacciones que tienen lugar por fuera de las fronteras de la empresa como tal. Amazon compra sus inputs — desde la inmensa cantidad de artículos que almacena, hasta los contenedores en los que se encuentran, hasta los servidores que corren su base de datos— en el mercado; mientras tanto, los consumidores también tienen a consideración los costos relativos de los artículos cuando deciden si añadirlos a su carrito de compras virtual. Esto significa que no se trata simplemente de reutilizar las tecnologías existentes, expulsando a los jefes y manteniendo todo lo demás igual. Pese a que existe una planificación sin mercado dentro de las corporaciones, es una forma jerárquica y antidemocrática de planificación que es necesaria para poder sobrevivir y prosperar en el mercado. Muchos elementos de este aparato de planificación, su propia forma y propósito, están condicionados por esa jerarquía antidemocrática. Un sistema de planificación democrático construido desde el principio se vería bastante diferente. Para poder tener una ligera impresión o pronóstico de cómo se vería un mundo sin mercado, comparemos la sección de libros de Amazon con un catálogo en línea de una librería pública37. El catálogo de la librería también contiene una inmensa red de libros interconectados —pero ni un solo precio. Y sería posible almacenar mucha más información de la que está contenida en un catálogo en línea: por ejemplo, ¿cuánto tiempo la 37
O con Library Genesis
(N. del T.).
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gente gasta mirando un libro? ¿cuántas páginas en realidad leyeron (de algún libro digital)? ¿hicieron clic para ver si el libro se encuentra disponible en su vecindario? ¿Están dispuestos a reservarlo (y, por lo tanto, hacerlo incluso si hay otras diez personas en espera por delante de ellos)? Y finalmente ¿qué recorrido siguen a través del catálogo en línea? Este ejemplo de un catálogo expandido de una librería nos indica que nosotros podríamos construir no solo herramientas de recomendación, sino también modelos de intereses, demandas y necesidades que son independientes de los precios. Y en último lugar: mientras que el big data recolectado y procesado por Amazon es precisamente el tipo de herramienta que podría permitir superar estos obstáculos del cálculo económico a gran escala —y de hecho ya está siendo utilizado de esta forma por los Amazons y los Walmarts (ni hablar de los Facebooks y los Googles) del mundo—, debemos reconocer que la inmensa cantidad de datos que son propiedad tanto de corporaciones y Estados a la par de un potencial liberador también traen consigo una capacidad potencial de restringir la libertad. La historia de Target enviando promociones acerca de pañales y comida para bebés a un montón de futuras madres que todavía no sabían que estaban embarazadas basándose en datos minados de patrones de compras individuales podría parecernos pintoresco en la actualidad. Hoy en día estamos a una sola búsqueda en Google con las palabras «mal sueño» para que durante meses se nos bombardee con publicidad de almohadas en cada red social a la que entremos. Existen ejemplos más reveladores: en 2012 la aplicación «Girls Around Me»38 utilizaba una combinación de localización geográfica y datos de redes sociales para permitir que individuos encuentren todo tipo de detalles personales acerca de las mujeres en su vecindario que 38
Chicas cerca de mí (N. del T.).
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habían utilizado el servicio «check-in» de Facebook o Foursquare. El diario británico Daily Mail le puso como apodo «la aplicación para stalkear mujeres», mientras que el autor de ciencia ficción Charles Stross imaginó un futuro próximo donde podrían existir otras combinaciones mucho más repugnantes —¿Podrían crear los antisemitas una aplicación que busque «judíos cerca de mí»? Más allá del sector privado, Estados alrededor del mundo también están incrementando el uso y mal uso del big data. Departamentos de policía en los Estados Unidos han comenzado a experimentar con algo llamado «vigilancia predictiva» para predecir delincuentes, víctimas, identidades y lugares de los crímenes. Es la llegada al mundo real del «pre-crimen» que describió Philip K. Dick en su libro Minority Report39. De forma similar, la Integrated Joint Operations Platform de China combina los datos de múltiples fuentes, incluyendo el rastreo online y el reconocimiento facial con ayuda de cámaras de seguridad, así como registros de salud, legales y bancarios para poder identificar a posibles disidentes políticos. En Xinjiang, un territorio en disputa que es hogar de un longevo conflicto entre la mayoría étnica china Han y la minoría musulmana Uyghur, los sospechosos son investigados, visitados por la policía, detenidos sin ningún juicio ni sentencia e incluso enviados a «centros de educación política». Activistas por los derechos humanos están preocupados de que la gente de Xinjiang no esté en capacidad de resistir o combatir este nivel de vigilancia tecnológica. Y todo esto también es planificación. Todo esto basta para que los progresistas tomen en serio la declaración que el Tío Ben hizo a Peter Parker: que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. ¿En el momento en que logremos tomar el poder, seremos capaces de actuar de mejor manera que los gobiernos estadounidense y chino?
Un concepto similar lo maneja la serie de anime japonesa Psycho-Pass (N. del T.). 39
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Hay quienes declaran alegremente que para poder utilizar el big data para la planificación, todo lo que tendremos que hacer es anonimizar los datos, o «des-identificarlos» —lo que significa arrancar de forma irreversible cualquier identificador que contengan. Google y Facebook dicen que ellos hacen precisamente esto cuando emplean sus anuncios dirigidos por comportamiento; los sujetos de investigación humanos en medicina u otras pruebas científicas son «des-identificados» para proteger su privacidad; e identificadores de pacientes tales como nombre, fecha de nacimiento, número telefónico, dirección, etc. son borrados de los registros electrónicos de salud antes de ser utilizados por las autoridades o investigadores. Todo parece bastante simple. Sin embargo, hay una dificultad clave: un número cada vez mayor de científicos computacionales considera que una des-identificación permanente puede ser imposible, no solamente tecnológicamente, sino en principio. Esto porque sin importar cuán riguroso haya sido el proceso para anonimizar los conjuntos de datos, siempre existe la posibilidad de que en algún punto en el futuro pueda ser comparada con otro grupo de datos que sea publicado (o filtrado) de forma que la re-identifique. En una conversación privada que sostuvimos, Cory Doctorow, autor de ciencia ficción y activista por los derechos digitales, nos explicó cómo puede suceder esto:
Imagina que el Servicio Nacional de Salud británico (NHS) publica datos de prescripción que contengan el doctor, la fecha y el lugar, pero no los nombres de los pacientes. Entonces imagina que Uber o Transport for London tienen una filtración que revela un enorme conjunto de viajes. Al correlacionar esos viajes con las prescripciones podrías, probablemente, re-identificar a un gran número de personas de los datos «anonimizados» del NHS. (…) Las bases de datos que tienen empresas como Amazon contienen la semilla de la destrucción de la imagen de millones de personas —todo tipo de cosas, desde dilatadores anales, hasta remedio para hongos, hasta libros acerca de Socialismo o ateísmo, hasta lencería. La
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publicación de dichas bases de datos tiene el poder de causar inmenso daño, y no deberíamos ser joviales y hospitalarios con eso.
Pero dichos escenarios no son resultado de una ficción especulativa. En 2017 Strava, la popular aplicación de teléfonos móviles ambientada a llevar registro de las rutas de fitness publicó cerca de 13 billones de puntos de GPS de sus usuarios — su «mapa de actividad global»—, un registro público, pero desidentificado, de 700 millones de viajes realizados en bicicleta, corriendo, trotando y nadando, 1.4 billones de puntos de latitud y longitud, y una distancia total de 16 miles de millones de kilómetros que cubrían la grabación de una actividad equivalente a 100.000 años. La compañía estaba bastante orgullosa de lo que describió como «la base de datos más grande, rica y bella de su tipo. Es una visualización de dos años de datos de entrenamiento de la red mundial de atletas de Strava»40. Un par de meses después, Nathan Ruser, un analista del Australian Strategic Policy Institute, un think tank del sector de la seguridad, expuso en Twitter que debido a que tanto soldados, como marineros y aviadores formaban parte del extenso grupo de atletas que utilizaban con regularidad Strava, los datos publicados también revelaron accidentalmente localizaciones «claramente identificables y mapeables» de bases militares estadounidenses, rusas, australianas y turcas, algunas de las cuales se habían mantenido hasta entonces en secreto. La localización de bases operacionales en la Provincia de Helmand, en Afganistán, estaban ahí para que cualquiera pudiese verlas. Ruser incluso identificó puntos de GPS en la Antártica que no correspondían a ninguna instalación de investigaciones. «¿Podría tratarse de una base secreta?», comentó de forma jocosa.
Robb, D. (2017). Building the Global Heatmap. Recuperado de https://medium.com/strava-engineering/the-global-heatmap-now-6xhotter-23fc01d301de. 40
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¿Podemos superar la dicotomía entre Capitalismo de vigilancia contra Comunismo de vigilancia? ¿Podría un gran distribuidor de bienes como Amazon o una red social como Facebook ser construida como una cooperativa internacional sin fines de lucro, democráticamente controlada por una sociedad independiente tanto del mercado como del Estado? Debemos admitir que estas son preguntas difíciles para las cuales no tenemos respuesta. Pero todos deberíamos comenzar a plantearnos cuáles podrían ser las respuestas. Ha llegado el momento de concretar, en lugar de abstraer, propuestas para la democratización de la gobernanza, la economía y la planificación globales, incluyendo aquellos problemas de geolocalización, redes sociales, búsqueda, minería de datos, machine learning y computación ubicua. Porque sucede lo siguiente: el monstruo del big data ha sido desatado. Ya están aquí tanto la vigilancia ubicua de las corporaciones como la vigilancia ubicua del Estado. Necesitamos una tercera opción — una que vaya más allá de la dicotomía Estado contra mercado.
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V FONDOS INDEXADOS COMO AGENTES ADORMECIDOS DE LA PLANIFICACIÓN Incluso si los apologetas del libre mercado más perceptivos podrían estar prestos a aceptar que la planificación a gran escala ocurre dentro de las empresas capitalistas, se mantendrían insistentes en que la innovación y la asignación racional de inversiones a nivel de toda la economía son obstáculos insuperables para cualquier intento de planificación. Regresarían a su argumento original: que el mercado es simplemente un asignador más eficiente, la única forma de garantizar los incentivos «correctos» para invertir o innovar. Sin embargo, al igual que con la gigantesca planificación de la producción y distribución que tiene lugar tras bambalinas en los gigantes corporativos como Walmart y Amazon, también se da el caso de que la inversión y la innovación ocurren fuera de los mecanismos del mercado mucho más de lo que los defensores del mercado están dispuestos a admitir; o tal vez, ni siquiera se han dado cuenta de aquello. Empecemos por la inversión. Invertir es, en el fondo, el acto de destinar una parte de la actividad económica de hoy a la capacidad de producir más en el futuro. Aquí también, más allá de la producción y distribución actuales, las empresas deben hacer planes para asignar aquellos bienes y servicios que producirán aún más bienes y servicios en el futuro. En resumen, deben planificar la inversión: construir las fábricas que fabricarán los aparatos del mañana, los hospitales que albergarán a los pacientes del mañana, las vías del tren que transportarán el comercio del mañana y los molinos de viento, represas o reactores que los alimentarán a todos.
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La inversión se presenta a menudo como un sacrificio y, como resultado, está imbuida de moralismo. En dicha historia, los inversores son ahorradores, y no solo eso, sino ahorradores heroicos que anteponen el bien futuro a la gratificación momentánea. En realidad, son propietarios de una parte desproporcionada de los recursos comunes de la sociedad, producidos no por ellos mismos sino por sus trabajadores; a través del robo diario del valor producido por los trabajadores, tienen un poder desproporcionado sobre cómo se organiza la vida social. No somos los primeros en señalar esto. En el Capitalismo, los trabajadores reciben menos en salarios que el valor de la fuerza de trabajo que proporcionan para producir los bienes y servicios que consumirá la sociedad; esta diferencia es la ganancia, parte de la cual se destina a la inversión y alimenta el crecimiento capitalista. Es por eso que la inversión no es un sacrificio, como mucho es el sacrificio del valor producido por otras personas. Yendo más allá, es un error común pensar que el mercado de valores es la principal fuente de fondos de inversión. De hecho, la mayor parte de la inversión de capital estadounidense proviene de las ganancias, no del mercado de valores. Cuando los tiempos son buenos y llueven las ganancias, la creencia de que las cosas solo pueden mejorar aflora con demasiada facilidad entre los ricos y poderosos. Se incrementan las inversiones. El malvado dinero busca ahora hacer el bien, se desarrolla el exceso de capacidad y la sobreproducción —y eventualmente hay un crash a medida que los inversores se dan cuenta de que no todos podrán sacar provecho de la situación. Hay dos reglas mutuamente excluyentes de las crisis capitalistas: «¡que no cunda el pánico!» y «¡sálvese quien pueda!». Es por eso que las caídas siguen inevitablemente a los auges, y el sistema pasa por ciclos recurrentes a un costo humano significativo.
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Las recesiones, que aumentan el desempleo y la pobreza, disciplinan a los trabajadores; el saqueo, tal como describió el economista polaco Michal Kalecki, es el dispositivo disciplinario clave del Capitalismo, y quizás una posesión aún más importante para los dueños de los negocios que las ganancias. Esto es debido a que el poder de dejar a los trabajadores sin trabajo es lo que le da a un propietario el poder sobre otros seres humanos, no solamente la riqueza y las ganancias. Aquello entrega al jefe (al menos durante las horas de trabajo) nada menos que un látigo parecido al que tenía el esclavista. Le da al jefe la habilidad de utilizar a los seres humanos como herramientas a su voluntad — como una brocha, un martillo o una hoz. Es un recordatorio de cómo funciona el sistema en el nivel más básico. Las recesiones también disciplinan al capital, imponen un cambio de guardia y crean las condiciones para nuevos episodios de acumulación. El sistema en su conjunto se regenera y refina a sí mismo, nuevas formas que esconden las mismas relaciones sociales. Sin embargo, estos ciclos de auge y caída no son pura anarquía. El Capitalismo también tiene algo parecido a un planificador central de toda la economía: el sistema financiero — el caballo que tira de la carreta, que regula los ánimos y raciona las inversiones. El economista J. W. Mason, quien desarrolló la idea de [podemos identificar a] las finanzas como planificadoras en una serie de artículos en la revista Jacobin, escribe: «el excedente lo asignan los bancos y otras instituciones financieras, cuyas actividades son coordinadas por planificadores, no por los mercados. (…) Los bancos son, en palabras de Schumpeter, los equivalentes privados al Gosplán41. Sus decisiones referentes a los préstamos determinan qué nuevos proyectos obtendrán una parte de los recursos de la sociedad»42. Los bancos deciden Fue en su momento el comité para la planificación económica de la Unión Soviética (N. del T.). 42 Mason, J. W. (2016). Socialize Finance. Recuperado de https://www.jacobinmag.com/2016/11/finance-banks-capitalism-marketssocialism-planning. 41
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cuándo una empresa obtendrá un préstamo para construir una nueva planta, cuándo una familia obtendrá una hipoteca, o cuándo un estudiante obtendrá un crédito para sus gastos de matrícula y manutención —y los términos en los cuales cada préstamo será pagado. Cada crédito es una cosa abstracta que cubre algo bastante concreto: trabajo para los trabajadores, un techo sobre la cabeza de alguien o la educación de alguien. Al direccionar la inversión, el sistema financiero sirve fundamental para gestionar las expectativas sobre el futuro — conectando el hoy con el mañana. Las tasas de interés, las regulaciones del sector financiero y las decisiones de préstamos son la forma en que el Capitalismo elige entre diferentes planes económicos posibles. La inversión de hoy está destinada a generar beneficios mañana. La regulación define los términos mismos de cómo se contabilizan los recursos: qué constituye una ganancia o cómo funciona la cartera de préstamos de un banco. Las mejores conjeturas del sistema financiero sobre la rentabilidad futura, en última instancia, incognoscible, gobiernan cómo se destinan los recursos concretos. Tan sencillo como eso. Sin embargo, incluso aquí, comenzamos a ver cómo la economía capitalista no es tan anárquica como nos quieren hacer creer los defensores del libre mercado.
Banqueros centrales, planificadores centrales En el núcleo de cualquier sistema financiero contemporáneo se encuentra el banco central, el banquero de banqueros. Por lo general, los banqueros centrales son más visibles durante las crisis, cuando intervienen para apuntalar el sistema financiero ofreciendo préstamos cuando el pánico se apodera de todos. Sin embargo, incluso en tiempos «normales», los bancos centrales, a través de la regulación y la política monetaria, ayudan a establecer el ritmo general de creación de 103
crédito y, en última instancia, de actividad económica en general. A menudo presentados como responsables y neutrales políticos, los bancos centrales son de hecho seres políticos con objetivos políticos, estrechamente integrados con el resto del sistema financiero privado. Tomemos, por ejemplo, a la Reserva Federal de los Estados Unidos. Su liderazgo ha estado muy preocupado por la rapidez con que crecen los salarios, lo que están haciendo los sindicatos y cómo está cambiando el equilibrio de poder dentro de los lugares de trabajo —aquello a lo que los socialistas llamarían «el estado actual de la lucha de clases». A menudo, en términos muy explícitos, la Reserva Federal se interesa bastante en la relación entre empleados y empleadores, trabajo y capital, tanto como cualquier organizador sindical. Los archivos de actas de reuniones que datan de la década de 1950 revelan que los banqueros centrales hablaban con franqueza y conocimiento de causa sobre qué sindicatos estuvieron negociando en el momento y su fuerza relativa. Se prestó especial atención a los sectores automovilístico y del acero; los dirigentes de la Fed podrían haber estado incluso más interesados en la estrategia de United Steelworkers (USW) o United Auto Workers (UAW) que en el representante sindical promedio. Esto fue cierto durante la Edad de Oro del crecimiento capitalista de posguerra. Estas son las opiniones del gobernador C. Canby Balderston, tal como se describen en las actas de la reunión del Comité Federal de Mercado Abierto de la Reserva Federal el 3 de marzo de 1956:
Las acciones del Sistema [de la Reserva Federal] deberían ser lo suficientemente decisivas como para hacer que los empresarios se den cuenta del peligro de una espiral de precios y salarios, y no abdiquen (cuando frenen las negociaciones salariales esta primavera y verano) de la forma en que lo harían si sintieran que simplemente podrían aumentar sus precios y seguir vendiendo bienes. Él
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(Balderston) esperaba que los sindicatos comprendieran los peligros de una espiral de precios y salarios.43
Aquel verano, la Fed terminó tomando medidas decisivas, elevando las tasas de interés, ya que una huelga siderúrgica exitosa empujó a los banqueros centrales al bando de Balderston. Durante los años 1957 y 1958 se experimentó una breve recesión propiciada en parte por estas tasas más elevadas. Pero los gobernadores de la Fed fueron explícitos en cuanto a que habían aplicado deliberadamente un freno a la economía, alterando los costos de inversión, para cambiar el clima en el cual el capital negociaba con los trabajadores. Planificaron para anular lo que hubiese resultado si el mercado (de trabajo) hubiese funcionado libre de cualquier intervención. Sucedió algo parecido durante los primeros ocho meses de la recesión provocada por el impacto del petróleo entre 1973 y 1974; las tasas de interés continuaron aumentando, coincidiendo muy bien con la negociación de la UAW con los tres fabricantes de automóviles más grandes. Cuando la Fed bajó las tasas para estimular la inversión y contrarrestar la caída, los dirigentes de la Fed alegaron que, a diferencia de la política fiscal expansiva llevada a cabo por el Congreso y el presidente, presumiblemente a expensas de la voluntad democrática, sus acciones independientes serían mucho más fáciles de deshacer cuando la economía volviese a «recalentarse» y los trabajadores empezaran a exigir más cosas. Y fueron desechas, bastante rápido: como se sabe, en 1980, bajo el liderazgo de Paul Volcker en la Reserva Federal de la administración Carter, el organismo utilizó tasas de interés altísimas para lanzar un asalto, no solo (o principalmente) a la inflación, sino sobre todo al poder restante de los trabajadores organizados. Y en la década que siguió a la crisis financiera de Balderston, C. FOMC Minutes, 3 March 1956, pp. 26-7. Citado en Dickens, E. (2016). The Political Economy of U.S. Monetary Policy. New York: Routledge. Pág. 68. 43
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2008, la política monetaria liderada por la Fed jugó un papel sobredimensionado; de hecho, la desconfianza por el gasto estatal se ha consolidado como un sentido común desde el advenimiento del llamado «neoliberalismo» en la década de 1970. Para gestionar el estancamiento en curso, los bancos centrales del Norte Global han realizado compras masivas de bonos, hipotecas y otros tipos de acciones, lo que aumenta su poder regulatorio y de fijación de tipos. La ironía aquí es que aquel departamento irresponsable y antidemocrático dentro del Estado, los bancos centrales, ha intervenido en la economía a pesar del consenso de la élite en contra de la intervención estatal en la economía. Por supuesto, el camino nunca está completamente alineado entre las acciones de los bancos (tanto centrales como privados) y lo que sucede en la economía en general. Algunas intervenciones fallan. Y los objetivos y las tácticas cambiarán para reflejar el equilibrio de poder en la economía: en principio, la planificación llevada a cabo por el sistema financiero podría respaldar con la misma facilidad, por un lado, una economía de alta productividad que distribuya de manera más uniforme el crecimiento (como sucedió en la década de 1950), o por otro, una economía de cortoplacismo corporativo y transferencias ascendentes de riqueza (como ha sucedido desde la década de 1980). Los administradores financieros de la economía global —la gran mayoría trabajan en bancos privados en lugar de bancos centrales u otros bancos públicos— forman parte de una clase, no de una sala de control. Comparten mucho en términos de riqueza, posiciones de poder, educación y almuerzos en Davos. Pero, como individuos, tienen sus propias historias, inclinaciones ideológicas y visiones sobre la mejor manera de estabilizar al capital. La planificación a gran escala es algo común, tecnocrático y sistémico, no una conspiración. Las redes de poder e ideología se replican sin la necesidad de una maquinación 106
evidente. La planificación de toda la economía en el Capitalismo es tan difusa que muchas cosas pueden interponerse incluso en los planes mejor trazados, sin importar la inevitable pero impredecible dinámica de crisis del propio sistema. Y así, a medida que el Capitalismo avanza entre auges y caídas, sus administradores cambian de planes de prosperidad a planes de supervivencia frente a la crisis, todos ellos elaborados e implementados de forma imperfecta.
¿Comunismo por fondo indexado? El Capitalismo contemporáneo está cada vez más integrado a través del sistema financiero. ¿Qué entendemos por integración? Bueno, por ejemplo, la probabilidad de que dos empresas del inmenso índice S&P 1500 del mercado de valores de los Estados Unidos tengan un propietario común que posea al menos el 5% de las acciones de ambas es hoy en día un sorprendente 90%. Hace apenas veinte años, la posibilidad de encontrar este tipo de propiedad común era de alrededor del 20%. Y los fondos indexados (que invierten dinero de forma pasiva), los fondos de pensiones, los fondos soberanos y otros fondos gigantescos de capital unen a los actores económicos aún más estrechamente entre sí a través de sus enormes fondos monetarios. La gestión pasiva de dichos fondos es una estrategia de inversión relativamente novedosa, que implica la retención de una amplia franja de activos que replica un índice existente que a su vez apunta a replicar un mercado completo; en este modelo, limitar la compra y la venta todavía ofrece una diversificación robusta, pero con costos de transacción limitados y tarifas de administración bajas. La gestión pasiva es cada vez más común, no solo dentro de los mercados de valores, sino entre otros tipos de inversión, y está desplazando a la norma histórica (pero costosa) de las estrategias de gestión activa, que utilizan administradores de fondos y corredores para comprar y vender 107
acciones y otros vehículos de inversión, desplegando su investigación y conocimiento para intentar superar al mercado. Este cambio de la inversión activa a la pasiva en los últimos años no es novedad. Pero sus implicaciones son sistémicas y profundas para la noción misma de un mercado competitivo. Un inversionista que tiene participaciones en una aerolínea o empresa de telecomunicaciones desea que estas superen a las demás para incrementar sus utilidades a expensas de otros, así sea de forma temporal. Pero un inversionista que tiene una pequeña parte de cada aerolínea o empresa de telecomunicaciones, de la forma en que sucede con los fondos índice gestionados de forma pasiva, tiene objetivos radicalmente diferentes. La competitividad ya no importa; el objetivo primordial ahora es exprimir lo más que se pueda a los clientes y trabajadores de toda una industria —no importa qué empresa lo haga. En principio, la competencia capitalista debería tender a reducir las ganancias totales en un sector, en última instancia, a cero. Esto se debe a que, aunque cada empresa aspira individualmente a obtener el mayor beneficio posible, hacerlo significa encontrar formas de socavar a los competidores y, en consecuencia, reducir las oportunidades de beneficios en todo el sector. Los grandes inversores institucionales y fondos de inversión pasiva, por otro lado, movilizan a sectores enteros hacia un tipo de concentración que se parece más a un monopolio —con jugosas utilidades, debido a que las empresas tienen menos motivos para socavarse unas a otras. El resultado es un tipo de planificación bastante capitalista. Esta curiosa situación llevó al columnista de negocios de la revista Bloomberg, Matt Levine, a preguntarse en el título de un importante artículo de 2016: «¿Son los fondos índice comunistas?». Levine se imagina una transición lenta desde los fondos índice actuales, que utilizan estrategias de inversión simples, hacia un futuro donde los algoritmos de inversión mejoren cada vez más y más, hasta que «en el largo plazo, los 108
mercados financieros tenderán hacia el conocimiento perfecto, una especie de planificación central —realizada por el mejor Robot Asignador de Capitales»44. Para él, el Capitalismo terminaría creando su propio sepulturero —excepto que estos serían los algoritmos, no los trabajadores. Esta idea, que las finanzas en sí mismas socializarán la producción, puede parecer clickbait, pero en realidad no es algo tan novedoso. Los escritores de izquierda lo han dicho con frecuencia desde hace más de un siglo, sobre todo el economista marxista Rudolf Hilferding, cuyo Das Finanzkapital, publicado en 1910, ya postulaba un cambio del Capitalismo competitivo que Marx había analizado a algo mucho más centralizado, con tendencia hacia un monopolio manejado por las finanzas y un Estado bajo su control. El mismo debate ha resurgido incontables veces desde entonces: desde la escuela del «capital monopolista» liderada por los economistas marxistas Paul Baran y Paul Sweezy en la década de 1950 (que fue bastante influyente en algunos sectores de izquierda durante algún tiempo), hasta debates más desconocidos sobre el control bancario en los años setenta y ochenta. La noción resurgió con el economista de izquierda Doug Henwood en su libro Wall Street, que analiza el sistema financiero estadounidense y su papel en la organización de la actividad económica. Publicado en 1997, en pleno apogeo de la era Clinton en los Estados Unidos, el libro es notablemente profético, presagiando la mezcla tóxica que vemos hoy en día entre la creciente desigualdad, ingresos estancados para la clase trabajadora y crisis impulsadas por la especulación, la cual se basa sobre todo en la ingeniería financiera —no se trata de una imagen color de rosa de las finanzas comiéndose a ellas mismas, sino más bien una en la cual las finanzas nos están digiriendo lentamente a todos nosotros. Levine, M. (2016). Are Index Funds Communist?. Recuperado de https://www.bloomberg.com/opinion/articles/2016-08-24/are-indexfunds-communist. 44
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Si bien en términos prácticos puede ser más fácil transferir a propiedad común un fideicomiso de ingresos de bienes raíces que posee el título de cientos de viviendas que apoderarse de cientos de viviendas directamente —o hacerse cargo de un solo fondo indexado que posee millones de acciones que apoderarse de cientos de fábricas—, políticamente la tarea no es menos complicada. Mover ceros y unos en una transacción electrónica requiere tanto poder de clase como asaltar las barricadas. Los agentes progresistas del cambio —aquellos que podrían impulsar y llevar a cabo una socialización radical de la inversión— están muy lejos de los centros del Capitalismo financiero. Por sí solo, un algoritmo de inversión no puede cavar la tumba del Capitalismo hoy más que un telar mecánico en el siglo XIX. Ambas son herramientas inanimadas creadas por el Capitalismo, que abren nuevas posibilidades para los socialistas que desean transformar al mundo a favor de las mayorías, pero estas herramientas no son nada sin fuerzas políticas organizadas dispuestas a reutilizarlas de forma más útil. ¿Qué tipo de demandas de transición podrían hacer tales fuerzas para acelerar la futura socialización? Hay pasos relativamente pequeños, pero significativos, como la creación de un sistema de pagos público —para asegurarse de que cada vez que utilices tu tarjeta de crédito o débito, no sea una empresa privada la que establezca los términos—, o una agencia de calificación crediticia pública —para desplazar a empresas como Moody’s o Standard & Poor’s, que desempeñan un papel clave en la determinación de cómo se distribuye la inversión entre distintos proyectos, y recientemente ayudaron a desviar una parte considerable de ella hacia hipotecas basura que casi colapsaron a la economía mundial. Luego están los proyectos más grandes del sector público, como un aumento masivo en la construcción de viviendas públicas —que coloca la tierra en propiedad común, saca a la vivienda del mercado y destruye su papel como activo de inversión—, y su corolario, un sistema de 110
pensión pública ampliada. En cuanto a quienes tienen el poder financiero, qué mejor manera de desempoderarlos que de forma directa, a través de propuestas para gravar las grandes concentraciones de riqueza o disminuir el rol que los accionistas y el mercado de valores tienen sobre el sector corporativo —en última instancia empoderando a los trabajadores que producen los bienes y los servicios, y a las comunidades que los utilizan. Todas estas reformas sirven para hacer a la planificación algo público y explícito, en lugar de algo oculto y privado, como lo es hoy en día. En palabras de J. W. Mason:
Una sociedad que se sometiera completamente a la lógica del intercambio mercantil se haría pedazos, pero la planificación consciente que restringe los resultados del mercado dentro de límites tolerables debe ocultarse del público porque si se reconociera el papel de la planificación esto deslegitimaría la idea de que los mercados son naturales y espontáneos, y abre camino a la posibilidad de una planificación consciente con otros fines.45
La cuestión no es si la economía se planificará en su conjunto, o no se planificará en absoluto. En cambio, la pregunta es si los actuales administradores del dinero continuarán como los planificadores capitalistas del siglo XXI, o si nosotros, la gente común, comenzaremos a rehacer nuestras instituciones económicas, introduciendo a la democracia en su núcleo, y haremos que la planificación, que ya existe, deje de estar oculta.
¡Incentiva esto!
Mason, J. W. (2016). The Fed Doesn’t Work For You. Recuperado de https://www.jacobinmag.com/2016/01/federal-reserve-interest-rateincrease-janet-yellen-inflation-unemployment/. 45
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Hasta este punto es probable que los defensores del mercado se retiren a otra línea de defensa: los incentivos. Incluso si los capitalistas ya planifican aquí y allá (o incluso en prácticamente todas partes, como hemos mostrado), solamente los mercados pueden garantizar la eficiencia que proviene de tener los incentivos adecuados. Los administradores socialistas simplemente desperdiciarán fondos de inversión como resultado de «restricciones presupuestarias blandas»46 —la noción de que los administradores siempre pueden obtener más recursos—, creando ciclos viciosos de asunción de riesgos excesivos y reportes falsos. Sin embargo, los incentivos son simplemente otra forma de responder a la pregunta: «¿Cómo hacemos que las personas hagan cosas sin decirles directamente que lo hagan?». El mayor incentivo en el Capitalismo es que sin un trabajo, un obrero perderá su hogar, sus pertenencias y finalmente morirá de hambre. Este es el azote que disciplina al «trabajador libre», el terror que obliga a un trabajador a quitarse la gorra ante cada capataz o gerente. Este dispositivo se encuentra en el corazón mismo del sistema, sin embargo, no se menciona en ningún llamado a «obtener los incentivos correctos» de los periodistas de negocios o los reformadores neoliberales. La lista de incentivos socialmente dañinos es mucho más larga. Hay incentivos para pagar salarios de pobreza, mantener condiciones de trabajo precarias, expulsar a los pobres de sus vecindarios, producir bombas y utilizarlas. Incluso los precios de las acciones, supuestamente los precios más precios que existen, reflejan más bien apuestas en lugar de fundamentos económicos. La otra cara de la moneda son todo tipo de sanciones ajenas al mercado que existen y han existido a lo largo de la historia de la humanidad. Los mercados no son la única, ni siquiera remotamente la mejor manera de llevar a cabo proyectos 46
En inglés soft Budget constraints (N. del T.).
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comunes que requieran comprometer a personas y recursos en el tiempo y en el espacio. Lo que temen los defensores del Capitalismo no es la planificación, sino la democratización. Friedrich von Hayek —quizás el defensor más honesto del mercado, cuya honestidad lo llevó a pasar por alto los cuentos de hadas del equilibrio y la eficiencia que postulaban los teóricos mainstream, y a apoyar abiertamente a dictadores de derecha como Pinochet— enmarcó la funcionalidad de incentivo de los mercados y los precios de dos formas. Primero, postuló que los precios recolectan información dispersa, conectándola con decisiones sobre recursos concretos, especialmente su uso futuro. Incluso ignorando que el sistema de precios está inevitablemente ligado a la producción de desigualdades y explotación, la tesis de Hayek de que solo los precios pueden facilitar la «acción social a distancia» es cada vez menos plausible en la actualidad. Redes de cables, torres y ondas de radio atraviesan la Tierra con el único propósito de entregar flujos de información cada vez más abundantes. Hay miles de miles de millones de datos —de todo, desde cómo utilizamos las cosas hasta qué pensamos de ellas, hasta qué recursos fueron necesarios para su fabricación— que podrían formar la información base de la toma de decisiones ajenas al mercado acerca del uso a futuro de los recursos. El segundo argumento de Hayek, que los precios también son indispensables para el descubrimiento de nueva información, ha sido analizado recientemente por los economistas socialistas griegos John Milios, Dimitris Sotiropoulos y Spyros Lapatsioras. El trío escribe:
Con el establecimiento de la planificación central no habrá un «proceso de descubrimiento» por parte de los administradores, por lo tanto, no habrá un comportamiento capitalista adecuado y, por lo tanto, no habrá eficiencia en términos capitalistas. Al final, toda restricción seria de los mercados de capitales amenaza la
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reproducción del espíritu capitalista. (…) El desencadenamiento de las finanzas no solo canaliza el ahorro hacia la inversión de una manera particular, sino que también establece una forma particular de organización de la sociedad capitalista.47
En resumen, Hayek podría tener razón en que los precios ayudan al descubrimiento bajo el Capitalismo; sin embargo, esa idea no se puede generalizar a todos los sistemas socioeconómicos, incluso el que podría reemplazar al Capitalismo. Las instituciones capitalistas afectan nuestro comportamiento de múltiples maneras, desde lo que hacemos hoy hasta lo que queremos —o tenemos que hacer— mañana. El Capitalismo no es solo un medio para distribuir bienes y servicios —aunque también lo es. Es una forma de estructurar a la sociedad. La planificación que ocurre todavía está incrustada y oculta bajo la fachada de los mercados. Entonces, en cierto modo, es de vital importancia «conseguir los incentivos adecuados» para mantener estas instituciones sociales y económicas. La amenaza de desinversión es una fuerza disciplinaria para el capital y sus administradores, tanto como el desempleo es una fuerza disciplinaria para los trabajadores. Los proyectos se aceptarán si y solo si se piensa que son rentables, un criterio que ha producido una letanía de maravillas tecnológicas junto a una letanía igualmente grande de miseria humana. Si la planificación democrática tiene la capacidad de transformar la economía, es probable que también nos transforme a nosotros. Somos criaturas muy maleables — sistemas biológicos restringidos y moldeados por nuestro entorno y entre nosotros. Creamos sociedad, pero la sociedad también nos crea a nosotros; uno de los éxitos del Capitalismo, y Sotiropoulos, D., Milios, J. & Lapatsioras, S. (2013). A Political Economy of Contemporary Capitalism and its Crisis. Pág. 102. Nueva York: Routledge. 47
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especialmente su variante neoliberal más reciente, ha sido inculcar la competencia en cada vez más aspectos de la vida. Lo contrario también ha sucedido aquí y allá: por ejemplo, unas pocas décadas de socialdemocracia nórdica lograron producir ciudadanos más dispuestos a cooperar. Los científicos sociales han entendido desde hace mucho tiempo que la construcción de instituciones diferentes también nos convertirá en personas diferentes. ¿Seguiremos necesitando incentivos? En el sentido más amplio de estar motivados para hacer cosas, por supuesto que lo haremos. Pero es una teoría pobre de la vida social la que dice que la creación o la innovación solo pueden tener lugar con la perspectiva de una ganancia monetaria personal. Como desarrollamos anteriormente, el conjunto de todos los bienes y servicios que son rentables puede superponerse con el conjunto de bienes y servicios que son útiles para la sociedad, pero no coinciden perfectamente. Si algo no es rentable, como hemos podido observar con los nuevos tipos de antibióticos, no importa cuán beneficioso sea, no será producido. Mientras tanto, si algo es rentable, no importa cuán dañino sea, seguirá produciéndose, tal como sucede con los combustibles fósiles. El problema es generalizar al comportamiento en el Capitalismo como la totalidad del comportamiento humano. Las inversiones —es decir, la toma de decisiones acerca de cómo dividimos nuestros recursos entre nuestras necesidades presentes y futuras— podrían planificarse de manera que respondan a las necesidades humanas en lugar de a las necesidades de ganancia de los inversores.
El Estado innovador Pero incluso si la inversión —destinar recursos para su uso futuro— puede ser planificada, ¿qué hay de la innovación, el descubrimiento de esos nuevos usos? A primera vista, la 115
innovación no parece algo que seamos capaces de planificar. Pero, tal y como la inversión, que ya está sujeta a una conspicua y copiosa planificación, gran parte, si no toda la innovación hoy en día sucede por fuera del mercado. La historia que se cuenta regularmente da demasiado crédito a los individuos, al destello de genialidad del inventor. Pero la mayoría de la innovación es social. Procede en pasos pequeños, y la mayoría de las veces no se da como consecuencia de las señales de los precios sino a pesar de ellas: innumerables descubrimientos se hacen cada día por trabajadores en líneas de ensamblaje o computadoras de escritorio que no reciben reconocimiento, al igual que sucedió con los grandes descubrimientos que fueron producidos en laboratorios de investigación que no solamente estuvieron financiados sino dirigidos por el Estado. Steve Jobs no inventó el iPhone; tal y como señala de forma brillante la economista ítaloestadounidense Mariana Mazzucato, casi la mayor parte de sus componentes son producto de la innovación estatal. En su libro The entrepreneurial state, Mazzucato resalta que si bien la miríada de ejemplos de actividad emprendedora del sector privado no se puede negar, no se trata de la única historia de innovación y dinamismo. Ella se pregunta:
¿Cuánta gente sabe que el algoritmo que hizo a Google tan exitoso fue financiado por un ente del sector público, la National Science Foundation; o que los anticuerpos moleculares que proporcionaron la base para la biotecnología (antes de que el capital de riesgo se aventurara en el sector) se descubrieron en los laboratorios públicos de la Medical Research Council en el Reino Unido?48
Mazzucato, M. (2013). The entrepreneurial state: debunking public vs. private sector myths. Pág. 27. Nueva York: PublicAffairs. 48
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Lejos del prejuicio de que el Estado es lento y burocrático, y el mito del ágil sector privado, ella señala que, de hecho, las empresas son inevitablemente reacias al riesgo, debido a la necesidad de un retorno de la inversión en un plazo relativamente corto. En cambio, la realidad es que el Estado, desde Internet y computadoras personales hasta teléfonos móviles y nanotecnología, ha guiado proactivamente a nuevos sectores fuera de sus períodos más inciertos e imprevisibles —y en muchos casos incluso hasta la comercialización. Y este no es un caso en el que el Estado llene los vacíos del sector privado, corrigiendo las fallas del mercado. El Estado era fundamental:
Ninguna de estas revoluciones tecnológicas se habría producido sin el papel protagónico del Estado. Se trata de admitir que, en muchos casos, ha sido el Estado, no el sector privado, quien ha tenido la visión de un cambio estratégico, atreviéndose a pensar — contra viento y marea— en lo “imposible”49
En los Estados Unidos, aparentemente el país más capitalista de todos, este proceso se ha ocultado tanto debido a que gran parte de él ha ocurrido bajo la dirección del Pentágono, esa parte del gobierno donde incluso el más ferviente republicano defensor del libre mercado se permite a sí mismo disfrutar los placeres de la planificación central. De hecho, la guerra y la planificación económica tienen una larga historia juntas, y el siglo XX, lleno de conflictos, requirió el impulso público a gran escala de la planificación y la innovación. La Segunda Guerra Mundial —una forma nueva y más terrible de la guerra total— dio lugar a un régimen de planificación integral en tiempos de guerra, incluso en el corazón capitalista. En 1942, en los Estados Unidos, se crea la Junta de
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Mazzucato, M. (2011). The entrepreneurial state. Pág. 20. Londres: Demos.
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Producción de Guerra50 (WPB). Su accionar fue muy amplio, abarcando todo, desde la fijación de cuotas de producción hasta la distribución de recursos y la fijación de precios. El WPB, el gran experimento nacional de Estados Unidos en planificación económica, fue responsable de convertir las industrias [que funcionaron] en tiempos de paz a la producción de guerra, asignando y priorizando la distribución de materiales, racionando artículos esenciales como gasolina, caucho y papel, y suprimiendo la producción no esencial. Tuvo sus éxitos —los aliados lograron salir victoriosos—, pero su corta existencia se vio comprometida por luchas internas entre el personal civil y militar, y socavada por negocios que siempre veían por sus propios intereses, compitiendo para salir de la guerra con mayor fuerza. Pero la planificación en tiempos de guerra surgió más allá del WPB. Una agencia más pequeña llamada Defense Plant Corporation fue responsable de más de una cuarta parte de la inversión total durante la guerra en nuevas plantas y equipos; con ella, el gobierno terminó construyendo y controlando algunas de las instalaciones de fabricación más modernas de los Estados Unidos en aquel momento. Más allá del esfuerzo de guerra inmediato, el gobierno financió y planificó la investigación básica que condujo a grandes avances. El Proyecto Manhattan, que finalmente desarrolló la bomba atómica, es bastante conocido, pero hubo otros avances, resultado de tales esfuerzos, que fueron indiscutiblemente buenos desde el punto de vista social, entre los que se encuentra la producción en masa del primer antibiótico, la penicilina. Antes del advenimiento de los antibióticos, a menos que se sometiera a una cirugía, la mortalidad por neumonía era del 30%, y por apendicitis o ruptura del intestino, del 100%. Antes del descubrimiento fortuito de la penicilina por Alexander Fleming, 50
En inglés, War Production Board (N. del T.).
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los pacientes con envenenamiento en la sangre producido por un pequeño corte o rasguño llenaban los hospitales, pese a que los doctores no podían hacer prácticamente nada por ellos. La primera persona a la que se le suministró penicilina, el agente de policía de Oxford de cuarenta y tres años, Albert Alexander, se había rasguñado un costado de la boca mientras podaba rosas. Los rasguños evolucionaron en una infección potencialmente mortal, con grandes abscesos que cubrían su cabeza y afectaban sus pulmones. Fue necesario extirpar uno de sus ojos. El descubrimiento de la penicilina podrá haber sido obra de un escocés, pero en 1941, cuando gran parte de la industria química británica estaba inclinada hacia el esfuerzo bélico y la derrota de Londres a manos de Hitler como una posibilidad real, estaba claro que la producción a gran escala de penicilina tendría que ser trasladada a los Estados Unidos. Se colocó a dirección de la División de Fermentación del Departamento de Agricultura de la Northern Regional Research Laboratory (NRRL), en Peoria, Illinois, un programa de alta prioridad que buscaba incrementar el rendimiento de la penicilina; una medida que resultó vital para las innovaciones que hicieron que la producción a gran escala de penicilina fuese posible. Howard Florey, el farmacólogo australiano quien junto con el bioquímico británico de origen alemán Ernst Chain y Alexander Fleming ganaría el Premio Nobel de Medicina de 1945 por el desarrollo de la penicilina, visitó varias compañías farmacéuticas para intentar generar interés en el medicamento, pero se decepcionó con los resultados. El Comité de Investigación Médica (CMR) de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico (OSRD) —creada en junio de 1941 para garantizar que la atención adecuada se dirigiera a la investigación científica y médica relacionada a la defensa nacional a medida que se acercaba la guerra— convocó a una reunión a los dirigentes de cuatro empresas farmacéuticas para recalcarles lo urgente que era su participación y para asegurarles la asistencia del gobierno. 119
La respuesta, sin embargo, fue pesimista. Sólo durante la segunda conferencia de este tipo, diez días después del ataque a Pearl Harbor, se ganó la discusión. Fundamentalmente, el gobierno obtuvo un acuerdo para compartir la investigación entre los diferentes actores a través del CMR —un desarrollo cooperativo que resultó decisivo en el incremento de la producción, ya que cada empresa resolvió diferentes aspectos del problema general, cada uno en sí mismo un problema infernal. Como lo describió John L. Smith de Pfizer: «el moho es tan temperamental como un cantante de ópera, los rendimientos son bajos, el aislamiento es difícil, la extracción es un asesinato, la purificación invita al desastre y el ensayo no es satisfactorio»51. A pesar de los éxitos de la producción inicial bajo los auspicios de la OSRD, la utilidad manifiesta de este medicamento maravilloso para el esfuerzo de guerra, antes de la invasión de la Europa ocupada, llevó a la Junta de Producción de Guerra en 1943 a asumir la responsabilidad directa de aumentar la producción. La Junta ordenó a veintiún empresas que participaran en la expansión agresiva de la producción de penicilina, cada una de las cuales recibió prioridad en materiales y suministros de construcción. En tiempos de guerra, los líderes gubernamentales no confiaban en que el sector privado estuviese a la altura: el suministro de toda la penicilina que se producía estaba controlado por la WPB, que la distribuía a las fuerzas armadas y al Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos. La producción se disparó de 21 mil millones de unidades en 1943 a 1,7 billones de unidades en 1944 (justo a tiempo para el desembarco de Normandía, el Día D), hasta 6,8 billones de unidades a finales de la guerra. Una vez finalizó la guerra en 1945, la planificación se abandonó rápidamente, los departamentos se cerraron y las Programa de Lugares Emblemáticos Internacionales de la Historia de la Química de la ACS. (2021). Descubrimiento y desarrollo de la penicilina. Recuperado de http://www.acs.org/content/acs/en/education/whatischemistry/landmark s/historia-quimica/descubrimiento-desarrollo-penicilina.html. 51
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plantas gubernamentales se vendieron a la industria privada. Sin embargo, paradójicamente, las corporaciones estadounidenses terminaron la guerra más fuertes de lo que la comenzaron. Los gigantescos contratos del gobierno, los apoyos de precios y las leyes antimonopolio relajadas funcionaron para impulsar las ganancias y hacer crecer a las corporaciones. El régimen de planificación en tiempos de guerra necesitaba hacer que las empresas subieran abordo, por lo que, durante la guerra, mientras los burócratas del gobierno tomaban algunas de las decisiones de alto nivel, las empresas seguían controlando la producción. En última instancia, la guerra permitió una versión de planificación favorable al capital: la producción seguía siendo realizada principalmente por grandes empresas pertenecientes a cárteles aún más grandes, aunque con una dosis significativa de racionamiento gubernamental. Al mismo tiempo, aumentó el alcance de la planificación económica realizada dentro de las corporaciones. La combinación de un gobierno más grande y corporaciones más grandes que surgieron de la Segunda Guerra Mundial llevó incluso a la derecha a cuestionar si el Capitalismo daría paso a alguna forma de planificación económica. Joseph Schumpeter, compañero de viaje de Hayek, pensó que la sustitución del Capitalismo por alguna forma de planificación colectivista era inevitable. Ferviente antisocialista, Schumpeter, sin embargo, vio cómo el Capitalismo de su época estaba coordinando a la producción y creando instituciones cada vez más grandes —no solo empresas, sino agencias gubernamentales— que planificaban internamente a escalas mayores. Pensó que era solo cuestión de tiempo antes de que la planificación burocrática superara, por su peso, al dinamismo del mercado. El surgimiento de la gestión económica keynesiana y la experiencia de la planificación en tiempos de guerra convencieron a Schumpeter de que la transición al Socialismo que tanto despreciaba era inevitable, sino inminente. 121
En cambio, el inicio de la Guerra Fría después de 1945 produjo un ferviente anticomunismo por parte del gobierno, junto con una visión estrecha y tecnocrática de la gestión económica. El gobierno veía como algo positivo el aumento de la productividad, e incluso la coordinación entre empresas; pero como algo negativo a cualquier movimiento para extender la democracia a la economía. La preocupación de las élites por una creciente militancia, tanto entre los soldados de base que todavía estaban en Europa como entre los trabajadores en los Estados Unidos, provocó que incluso cuando la retórica oficial exaltaba en voz alta las virtudes del Capitalismo de libre mercado, en la práctica, el Estado de Bienestar estadounidense se expandió. Al igual que con el Estado de Bienestar emergente de Europa Occidental, las élites aceptaron a regañadientes la reforma social como el mal menor ante la amenaza inmediata de la revolución social. Las empresas llegaron a un acuerdo: el gobierno jugaría un papel más importante en la economía, apoyando la innovación básica y asegurando que los productos y servicios finales producidos por las empresas encontraran mercados, mientras que al mismo tiempo profesarían un apoyo inquebrantable al libre mercado. El principal semillero de la innovación planeada con fondos públicos fue en Pentágono de posguerra, que coordinaba agencias gubernamentales que serían responsables del desarrollo inicial de computadoras, aviones de reacción, energía nuclear, láseres y, en la actualidad, gran parte de la biotecnología. Su enfoque se basó en el método de asociación entre el gobierno y la ciencia para la investigación básica y aplicada que fue iniciado por el Proyecto Manhattan de los Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá durante la Segunda Guerra Mundial. Con el lanzamiento soviético del Sputnik en 1957, como sostiene Mariana Mazzucato, los altos cargos de Washington estaban petrificados de que se estaban quedando atrás tecnológicamente. Su respuesta inmediata fue la creación, al año siguiente, de la Agencia de 122
Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA), una agencia que —junto con agencias aliadas que el Pentágono consideraba vitales para la seguridad nacional (incluida la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos y la NASA)— apoyaría la investigación del espacio, algo que podría no producir resultados durante décadas. La DARPA supervisó la creación de departamentos de informática a lo largo de la década de 1960 y, en la década siguiente, cubrió los altos costos de fabricación de prototipos de chips de computadora en un laboratorio de la University of Southern California. Mazzucato enumera doce tecnologías cruciales que hacen «inteligentes» a los teléfonos inteligentes: (1) microprocesadores; (2) chips de memoria; (3) discos duros sólidos; (4) pantallas de cristal líquido (LCD); (5) baterías a base de litio; (6) transformada rápida de Fourier; (7) el internet; (8) protocolos HTTP y HTML; (9) redes de celdas (o redes celulares); (10) sistemas de posicionamiento global (GPS); (11) pantallas táctiles; y (12) reconocimiento de voz. Todas estas fueron apoyadas por el sector público durante etapas clave de su desarrollo. Vemos un fenómeno similar dentro del sector farmacéutico, pero esta vez con respecto al papel crucial que juegan los laboratorios gubernamentales y las universidades públicas en el desarrollo de nuevos fármacos radicales, conocidos como «nuevas entidades moleculares» (NME) —particularmente aquellas a las que se les da una clasificación «prioritaria» (P)—, en contraposición a los medicamentos «me too», más económicos de desarrollar y, por lo tanto, más rentables (tratamientos existentes con fórmulas ligeramente modificadas, que son favorecidas por las grandes farmacéuticas). Mazzucato cita a Marcia Angell, exeditora del New England Journal of Medicine, quien argumentó en 2004 que si bien las grandes compañías farmacéuticas culpan de los altos precios de los medicamentos a los costos exorbitantes de investigación y desarrollo, la realidad es que fueron los laboratorios financiados por el gobierno los 123
responsables de alrededor de dos tercios de las NMEs descubiertas durante la década anterior. Hay que ir más allá de la concesión de que las empresas farmacéuticas privadas han sido improductivas y declarar que en la guerra contra las enfermedades han estado ausentes sin permiso durante décadas. Todo esto nos recuerda la admiración y condena simultáneas que tenía Karl Marx para con el Capitalismo del siglo XIX. Le ponía furioso que un sistema tan increíble, más productivo que el feudalismo o la esclavitud o cualquier otra estructura económica anterior, también pudiera ser tan inexorablemente restringido, tan acotado, tan perezoso con respecto a lo que podía producir. Todas estas cosas que posiblemente podrían beneficiar a la humanidad (sean estas conocidas, conocidas desconocidas o desconocidas desconocidas de Rumsfeld) podrían no ser producidas jamás en tanto no sean rentables, ¡o incluso lo suficientemente rentables! A esto es a lo que se refería Marx cuando rabiaba en contra de la «traba de la producción»52. El progreso humano, la expansión de nuestra libertad, se ha visto frenado hasta ahora por este sistema irracional.
«Al alcanzar cierto grado de desarrollo, [este modo de producción] genera los medios materiales de su propia destrucción. A partir de ese instante, en las entrañas de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten trabadas por ese modo de producción». Marx, K. (2011). El Capital. Tomo I. Vol. 3. Pág. 952. México D.F.: Siglo XXI Editores. 52
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VI LA NACIONALIZACIÓN NO ES SUFICIENTE El 5 de julio de 1948 entró en vigor en el Reino Unido la Ley del Servicio Nacional de Salud, que establece el primer sistema de salud pública universal y gratuita del mundo. A pesar de la aprobación de la ley por el gobierno laborista dos años atrás, la creación formal del NHS siguió siendo profundamente incierta y una fuente de debate conflictivo hasta el momento de su llegada. En un discurso ante el parlamento el 9 de febrero de 1948 el ministro de Salud, Aneurin Bevan, exhortó a sus colegas:
Creo que es una triste reflexión que este gran acto, al que todas las partes han contribuido, en el que todos los sectores de la comunidad están interesados, haya tenido un nacimiento tan tormentoso. (…) Debemos enorgullecernos de que a pesar de nuestras ansiedades financieras y económicas todavía podemos hacer la cosa más civilizada del mundo: anteponer el bienestar de los enfermos a cualquier otra consideración.53
Sin embargo, la historia del NHS británico es mucho más que una historia sobre el cuidado de los enfermos. Es una saga de un siglo de lucha por alguna forma de planificación controlada democráticamente bajo el Capitalismo, una de las principales razones de la tempestad de su nacimiento y los conflictos que sigue generando. El NHS (bastante radical, pero no revolucionario) señaló el potencial de una lenta erosión del mercado en una esfera importante de la vida. Planteó la posibilidad de una planificación democrática que inicialmente Bevan, A. NHS Historic Hansard, 9 February 1948. Recuperado de: https://api.parliament.uk/historichansard/commons/1948/feb/09/national-health-service. 53
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coexiste con el Capitalismo, un embrión del nuevo mundo que se desarrolla dentro de los confines del viejo y cansado mundo. Pero, así como ya hemos visto cómo el simple acto de planificar, incluso a gran escala como lo hacen Walmart o Amazon, no es suficiente, resulta que simplemente poner la planificación en manos del Estado es igualmente insuficiente para que esta semilla florezca realmente. «Nye» Bevan, como llamaron sus simpatizantes al carismático líder de izquierda del Partido Laborista que tenía la tarea de establecer el NHS tras la aplastante victoria electoral del laborismo en julio de 1945, dijo que «el NHS es Socialismo». Antes de su creación y a lo largo de su historia, muchos de los oponentes del NHS también lo han visto de esta manera y han actuado consecuentemente. Si bien el NHS es hoy en día el cuarto empleador más grande del mundo, empleando directamente a 1,4 millones de personas y superando a todas las demás instituciones —incluyendo a la monarquía—, lamentablemente también es, entre los británicos, una prueba viviente de cómo el sueño de un servicio público universal se ha visto amenazado, reducido a un lío entorpecido de instituciones públicas y privadas atravesadas por los mercados. Es un ejemplo del bloqueo de un inmenso potencial. Sin embargo, incluso en su mejor momento —y pese a toda la compasión que encarna, y las vidas que ha mejorado y salvado— el NHS no alcanzó el horizonte de la posibilidad democrática. Una breve historia de cómo llegó a ser esta expresión institucional imperfecta de la decencia humana, esta democracia real pero incompleta, y cómo se planeó, ofrece mucho más que una combinación abstracta de ideas entre las visiones libertaria y estatista del Socialismo. La historia del NHS no comienza en los pasillos del Parlamento británico en Westminster, sino en las aldeas mineras y las ciudades industriales nacidas del sudor humano que impulsó la Revolución Industrial. Antes del NHS, la atención 126
médica era en gran medida un lujo. Los ricos contrataban médicos personales; el resto simplemente prescindió o dependió del mínimo de alivio proporcionado por las iglesias o el Estado. Los gobiernos locales establecieron hospitales rudimentarios para los pobres, pero en el mejor de los casos eran insuficientes y, en el peor, más parecidos a las cárceles. A menudo, mantenían a los enfermos y a los débiles separados del resto de la sociedad, en lugar de curarlos —metiendo a los desempleados e incontratables bajo una alfombra escuálida y fétida, llamándolo caridad. Para contrarrestar esta injusticia, las organizaciones de la clase trabajadora de todo tipo comenzaron a experimentar con la ayuda mutua. Los trabajadores formaron «sociedades amigas», uniendo pequeñas cuotas mensuales de trabajadores individuales para pagar a los médicos y administrar clínicas gratuitas ocasionales. A medida que crecían, algunas sociedades podían contratar médicos a tiempo completo e incluso construir sus propias clínicas, ofreciendo atención a familias enteras, en lugar de solo a los trabajadores (en su mayoría hombres). La atención médica de esta gente fue más avanzada en los valles mineros del sur de Gales, donde prosperó la cultura de la clase trabajadora. A principios del siglo XX, incluso pequeños hospitales caseros estaban surgiendo junto a los pozos negros. Fue este espíritu de ayuda mutua lo que permitió a las comunidades sobrevivir a las recesiones económicas. Se puso a los mineros desempleados a trabajar realizando tareas administrativas como la recaudación de tarifas —que a su vez se redujeron en esos momentos—, y los médicos también se vieron obligados a aceptar un recorte salarial en proporción a los ingresos más bajos de la sociedad. Esta simple solidaridad mantuvo intactos los servicios, incluso cuando escaseaba el dinero. Las clínicas dirigidas por trabajadores en Gales y en todo el Reino Unido se encontraban entre los primeros planes de seguros a gran escala para la atención médica, anteriores tanto al seguro público nacional (como en Canadá o Francia) y al seguro 127
privado (como en los Estados Unidos). La clase trabajadora se organizó a sí misma para lidiar de forma colectiva con un problema que afectaba a cada individuo, pero con el que ningún individuo podía lidiar por sí mismo. Fue la semilla de la medicina socializada. A medida que los trabajadores se organizaron más, estas clínicas financiadas por ayuda mutua crecieron aún más en escala y número. La membresía se abrió a comunidades enteras, más allá de los mineros y sus familias. A su vez, y a través de los sindicatos, los trabajadores exigieron a sus patrones no solo mejores condiciones laborales, sino también al gobierno una redistribución radical de los recursos, incluido el establecimiento de la atención médica como un derecho. En esencia, se trataría de un sistema sanitario público: el mismo fenómeno de ayuda mutua se extiende a toda la sociedad y, fundamentalmente, requiere que quienes tienen mayores medios paguen una mayor parte de la financiación. Empujado a actuar para contener demandas más amplias y la difusión de ideas socialistas, el gobierno del Reino Unido creó, en 1911, un plan de seguro nacional limitado. Este primer intento de atención médica financiada con fondos públicos, sin embargo, estuvo lejos de ser integral: incluso después de dos décadas, el Seguro Nacional cubría solamente al 43% de la población, la mayoría de ellos hombres en edad de trabajar. Hoy en día los médicos pueden ser algunos de los defensores más firmes de la salud pública, ayudándonos a reconocer, por ejemplo, que las vacunas no brindarán la defensa crucial de la inmunidad colectiva a menos que se vacune a toda una comunidad. Pero en ese momento, no eran solo los ricos, como podría suponerse, sino también la mayoría de los médicos los que se oponían al establecimiento de la atención médica pública. El primero no quería cargar con nuevos impuestos para pagar servicios universales que beneficiarían de manera desproporcionada a la mayoría pobre y trabajadora; estos últimos 128
temían que un plan nacional no solo reduciría sus ingresos, sino que también desafiaría su control administrativo sobre el aspecto de la atención médica. Ambos temores estaban justificados. A medida que se expandieron, los esquemas dirigidos por los trabajadores comenzaron a desafiar el poder absoluto de los médicos sobre la atención médica. Las sociedades de trabajadores no se enfocaban tanto en las decisiones clínicas individuales, más bien, querían tener voz en la planificación, en cómo se asignaban los recursos. ¿Se invertirían los nuevos ingresos en la construcción de clínicas y la contratación de enfermeras, o se dirigirían a las cuentas de ahorro de los médicos? Las sociedades más progresistas abogaban por que los médicos se convirtieran en trabajadores asalariados en lugar de contratistas. La gente, entonces, invirtió en la expansión de la práctica médica en lugar del incremento de las fortunas personales. Como en cualquier otro sector, la medicina tiene sus propias especificaciones logísticas. Se deben tomar decisiones acerca de dónde se colocarán las clínicas, cómo dividir las tareas entre las enfermeras y los doctores, qué afecciones deben tener prioridad, etc. Poder opinar sobre estas cosas va más allá de la simple redistribución de recursos; más bien, los trabajadores británicos estaban exigiendo la democratización de todo un sector de la economía.
El doctor sabe lo que hace Los aspectos a cambiar eran formidables. La atención médica fue (y a menudo sigue siendo) en gran medida paternalista: el médico sabe lo que hace y los pacientes deben hacer lo que se les diga. Los médicos también suelen ser pequeños empresarios, y no solo en el Reino Unido. Deciden mucho más que la receta que prescriben; tienen influencia sobre dónde se establecen las clínicas, qué tecnología médica utilizar y 129
qué cuenta como una necesidad de salud legítima y cuál no. Por supuesto, dentro de los confines de la sala de operaciones o exámenes, los médicos son expertos con legitimidad. Tienen habilidades y conocimientos especializados que son el resultado de años de formación médica. Contrario a las afirmaciones de ciertos charlatanes de hoy en día, el advenimiento de la ciencia médica representó incuestionablemente un salto cualitativo más allá del pensamiento mágico y la credulidad que lo precedieron. La teoría medieval que postulaba que un desequilibrio de los cuatro humores era lo que causaba cierta enfermedad no puede competir con la teoría microbiana de la enfermedad. Como dice la letra de «La Internacional», el famoso himno socialista: «¡Atruena la razón en marcha, / es el fin de la opresión! / ¡Legión servil en pie de lucha, / dejad atrás la superstición!»54. Pese a eso, los médicos no son los únicos expertos en medicina. Aunque las enfermeras fueron clave para la prestación de cuidados en el Reino Unido de principios del siglo XX, la enfermería se consideró menos valiosa porque estaba asociada a la feminidad y a la escasa habilidad. Subyugadas en la sociedad como mujeres, las enfermeras desempeñaron durante mucho tiempo un papel subordinado en los hospitales y tenían poca participación en la configuración de un sistema que se paralizaría rápidamente sin ellas. Como mínimo, la democratización tendría que abarcar a todos los trabajadores involucrados en la producción de la atención médica. Sin embargo, la salud y la enfermedad se extienden mucho más allá de las cuatro paredes de una clínica u hospital, y más allá del conocimiento médico de los participantes de la salud; no son un compartimento aislado de nuestras vidas. Por ejemplo, si alguien contrae una enfermedad pulmonar puede depender tanto de la contaminación como de las respuestas del sistema de salud, Traducción contextual de la letra de The Internationale en inglés. La letra original en español sería: «Arriba, parias de la Tierra. / En pie, famélica legión. / Atruena la razón en marcha, / es el fin de la opresión» (N. del T.). 54
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como los epidemiólogos serán los primeros en recordar. La enfermedad crónica durante la vejez depende de toda una historia de vida, que se remonta a la calidad de la integración social como adulto hasta la nutrición infantil y la educación primaria. Las lesiones relacionadas con el trabajo dependen en gran medida del tipo de trabajo que hacemos y los tipos de protecciones de seguridad que tenemos, desde las reglas contra el asbesto hasta la voluntad de los sindicatos de luchar por ellas. Los investigadores de la salud hoy en día los denominan «determinantes sociales de la salud». Si bien la medicina puede ser un campo de especialización limitado, la atención médica abarca todo lo que hacemos. No es solo una responsabilidad individual, sino que se ve profundamente afectada por el aspecto de la sociedad y el nivel de su toma de decisiones colectivas. Por ejemplo, ¿qué se considera un problema de salud legítimo y qué se puede descartar? ¿Estás deprimido porque esa es tu personalidad o porque tienes dos trabajos con remuneración mínima que te aturden la mente? ¿Eres tú o es el Capitalismo? Estas preguntas van al corazón de cómo se ve la planificación democrática en la práctica en cualquier lugar, no solo con respecto a la atención médica. Porque si queremos un sistema más igualitario para aplicar lo mejor del conocimiento técnico humano de manera más efectiva, sin tener que sentarnos en reuniones interminables o emitir una serie interminable de votos, entonces tendremos que renunciar a cierto poder en la toma de decisiones —para delegarlo ya sea a expertos, gerentes (electos) o representantes. Al mismo tiempo, si bien la atención médica debe ser brindada por expertos, no debería ser administrada exclusivamente por ellos. La cuestión de si las personas deberían ser consumidores pasivos de medicamentos o, en cambio, sus co-creadores activos es un tema común a lo largo de la historia de la salud pública, dondequiera que haya surgido. El médico británico Julian Tudor-Hart describe las semillas de la transformación que más adelante serían desarrolladas por el 131
NHS: «Esta nueva economía que está brotando en el corazón del NHS depende del crecimiento de un elemento que siempre ha existido, pero que apenas se está reconociendo de forma lenta y reciente: el poder y la necesidad de los pacientes como coproductores. (…) Una vez liberados de la diferencia, las expectativas públicas se convierten en una fuerza irresistible, proporcionando elementos iniciales de responsabilidad democrática que se pueden retener y ampliar rápidamente». Este es un llamado a un nuevo sistema, uno basado en la responsabilidad mutua, el control democrático de los recursos y la participación de todos los afectados en la toma de decisiones, una lucha que ya habían asumido los trabajadores británicos a inicios del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial lo cambió todo, sobre todo las perspectivas de una verdadera asistencia sanitaria pública. Cuando la guerra se apoderó de Europa, el gobierno británico introdujo la planificación en los principales sectores de la Economía. Había límites en los mercados, incluido el mercado de la asistencia sanitaria. La ganancia, aunque siempre presente, estaba al menos dentro de ciertos límites, temporalmente secundaria al objetivo de ganar la guerra. En aquellos tiempos oscuros —esta «medianoche del siglo», como describió al período el socialista libertario Victor Serge— el susurro de nuevas instituciones más planificadas democráticamente era una señal de lo que era posible. El Servicio Médico de Emergencia (EMS) administrado por el gobierno demostró a la gente común que la provisión médica podía asignarse de acuerdo con las necesidades humanas —incluso el conjunto limitado y sesgado de necesidades dictadas por las condiciones de la guerra—, en lugar del beneficio privado. La clase trabajadora británica salió de la guerra envalentonada. La planificación había funcionado. Los capitalistas se vieron obligados a sacrificar ganancias para ganar la guerra y el sistema no colapsó. El país necesitaba una 132
reconstrucción, y la guerra también había demostrado que con suficiente intervención en la economía todos los que necesitaban un trabajo podían conseguirlo. Esta sensación potencial impulsó al Partido Laborista a una victoria aplastante en las elecciones celebradas al final de la guerra. El programa laborista era reformista pero arrollador: las instituciones de un nuevo y extenso Estado de Bienestar quedarían atrapadas en el mercado. Aunque no sería hasta 1948 cuando se estableció oficialmente el nuevo Servicio Nacional de Salud, su creación fue el mayor logro del gobierno de la posguerra. La atención médica se hizo gratuita en el punto de servicio, se pagó gracias al cobro de impuestos y estuvo disponible universalmente. A diferencia de otros sistemas públicos de salud, los hospitales no solo se financiaron con fondos públicos, sino que se nacionalizaron. Los médicos, encabezados por la Asociación Médica Británica (BMA) protestaron ferozmente contra el sistema público que se avecinaba, temiendo perder sus privilegios. Dijeron que Bevan era un «fürer médico» y que el NHS era un «nazismo progresivo». Amenazaron con paralizar el nuevo sistema. Pero como la medicina seguía siendo una profesión lucrativa, y la opinión pública se opuso firmemente a ellos, las amenazas de los médicos eran en su mayoría huecas. Nye Bevan, que había experimentado de primera mano el sistema de ayuda médica mutua en Tredegar, el pueblo minero galés donde nació, declaró: «¡Te vamos a tredegarizar!». Sin embargo, la BMA tenía razón en algo. El laborismo había resucitado la vieja exigencia de las sociedades amigas —que los médicos se convirtieran en servidores públicos asalariados, en lugar de pequeños empresarios independientes que eran contratados por el Estado—, pero la BMA insistió en que los médicos deberían seguir teniendo un poder independiente, formalmente más allá del mandato de la dirección democrática inmediata. Ante la feroz oposición de la BMA, Bevan finalmente admitió que los médicos de familia, a diferencia de los de los 133
hospitales nacionalizados, seguirían siendo contratistas independientes —o como diría él, «llenándose la boca con oro». A los pocos meses de la creación del NHS, la gran mayoría de los médicos, aunque de mala gana, se inscribieron. La planificación pública venció a los intereses privados.
¿Cómo planificaba la NHS? La primera tarea del nuevo NHS fue convertir un mosaico inadecuado de clínicas, hospitales y otros servicios en un sistema de salud pública universal que funcione correctamente. La planificación inicial fue rudimentaria. En 1948, mientras el Reino Unido, como gran parte de Europa todavía se estaba recuperando de los bombardeos, demoliciones y ruina de la guerra, las estadísticas detalladas eran prácticamente inexistentes. El primer dispositivo informático verdaderamente universal del mundo, la Small-Scale Experimental Machine (SSEM) de la Universidad de Manchester, ejecutó su primer programa el 21 de junio de ese año. A fines de 1949, el mundo albergaba un total de cuatro dispositivos similares, y estos estaban funcionando de forma tentativa. Todavía faltaban décadas para el uso generalizado de las computadoras. El Ministerio de Salud estableció presupuestos y prioridades, pero no planeó mucho más. Los presupuestos anuales para los hospitales eran muy simples: tome las cifras del año anterior y auméntelas en la medida en que aumenta todo el presupuesto del NHS. El NHS creció, pero este método de aumentos anuales proporcionales encerró y perpetuó las desigualdades que existían en vísperas de su creación. Al igual que en la actualidad, donde las regiones menos pobladas sufren una falta de internet de alta velocidad porque las empresas de telecomunicaciones seleccionan las áreas más rentables para atender (y dejan que el resto del país se pudra, no 134
les importa demasiado), gran parte del país entró en la era del NHS sin hospitales, o en el mejor de los casos con hospitales en mal estado, una situación que no se corregiría durante años. La primera gran iniciativa seria de planificación a cualquier escala no llegaría hasta la década de 1960. Su objetivo era precisamente abordar estas desigualdades mediante la construcción de más y mejores hospitales, especialmente en las zonas más pobres. El Plan Hospitalario de 1962 del entonces gobierno conservador fue una gran promesa, pero casi de inmediato se encontró con una insuficiencia crónica de fondos, lo que presagia gran parte de la historia futura del NHS. Sin embargo, una década más tarde, bajo otro gobierno laborista, la planificación efectiva parecía estar en el horizonte. En los documentos de política pública, el objetivo al que aspiraba el NHS ahora era «equilibrar las necesidades y prioridades de manera racional, y planificar y proporcionar la combinación correcta de servicios para el beneficio de la ciudadanía». En la práctica, tres cambios señalaron la posibilidad de una planificación democrática más exhaustiva. Primero, el NHS expandió los horizontes de la salud. Una reorganización en 1974 creó las «Autoridades de Salud del Área» (AHAs), cuyos límites coincidían perfectamente con los de los gobiernos locales. Las AHAs estaban destinadas a integrar mejor la atención médica en la planificación local de otros tipos, ya sea que se trate de alcantarillas, carreteras, centros comunitarios o escuelas. El potencial era, en principio, inmenso: la atención médica podría ser más que una simple reacción a la enfermedad y comenzar a influir en los determinantes sociales de la salud más amplios. La misma reforma de 1974 cambió la forma en que se administraba la atención médica. Los nuevos equipos de gestión local integraron las tres partes del NHS que se habían gestionado de forma independiente desde 1948: hospitales, clínicas médicas familiares y centros de salud comunitarios para ancianos y 135
personas con graves dificultades de salud mental. Para bien o para mal, estos equipos tomaban decisiones por consenso (ampliando algo que había sido parte del NHS desde su fundación en las juntas de consenso de tres personas, compuesto por un médico, un gerente y una enfermera, que dirigían hospitales individuales). Trabajando junto a estos equipos de gestión de consenso estaban los «Consejos de Salud Comunitarios» (CHC). A las organizaciones locales que representaban a las personas mayores o discapacitadas se les otorgó el derecho a elegir un tercio de los miembros de cada CHC. Cuando se crearon, los CHC no tenían autoridad directa para la toma de decisiones, pero tenían una promesa genuina de transformar democráticamente el NHS. Con la representación de la comunidad, los CHC demostraron que era posible abrir la opaca jerarquía del NHS a las voces de los pacientes y los ciudadanos de abajo hacia arriba. Finalmente, en 1976, el NHS se comprometió a distribuir los recursos de acuerdo con las necesidades de salud, una transformación potencialmente radical. Teniendo en cuenta las diferencias regionales de edad y morbilidad, el Grupo de Trabajo de Asignación de Recursos (RAWP) amplió enormemente los esfuerzos para corregir las desigualdades inherentes a la era anterior al NHS. Las regiones con mayores necesidades (que a menudo eran las más pobres) ahora recibirían mayores presupuestos. El documento de Prioridades para la Salud y el Servicio Social del mismo año incorporó el racionamiento y las prioridades en los presupuestos establecidos por el NHS central. Al identificar áreas clave de gasto, los políticos y gerentes que administraban el servicio finalmente pudieron destetar a los médicos de parte de su poder heredado de una manera que Nye Bevan solo podría haber soñado. Las reformas de la década de 1970 mantuvieron una fe ingenua en los tecnócratas de arriba hacia abajo, reforzando la noción paternalista de que la experiencia puede anular la democracia, la cual había animado en parte la creación del NHS 136
—una noción compartida por políticos laboristas y conservadores. Muchas de estas reformas simplemente crearon nuevas capas de burocracia poco democrática y con fobia a los ciudadanos. Pero estas reformas también llevaron en ellas las semillas de una reestructuración más radical del NHS. En lugar de planificar solamente la cantidad de atención médica que era necesaria y su ubicación —las preguntas importantes que los planificadores de la década de 1960 tuvieron que abordar primero—, estas reformas también podrían haber sentado las bases para una planificación que abordara cómo se producía la atención médica y, lo más importante, quién participaba en la toma de decisiones. Sin embargo, en lugar de aumentar la democracia dentro del sistema, la mayoría de las reformas de los años setenta fracasaron ante la crisis económica que se estaba gestando. La crisis del petróleo de principios de la década de 1970 vio cómo los precios y el desempleo se disparaban a la vez —algo que los economistas de todas las corrientes mainstream habían dicho que se suponía que ya no iba a suceder. Se suponía que el régimen de auge y caída fue resuelto por el keynesianismo, que fue resultado del compromiso de posguerra entre el capital y el trabajo. En respuesta a la nueva crisis, a lo largo de la década de 1970 y principios de la de 1980, las élites del Reino Unido (como en los Estados Unidos y gran parte de Occidente) lanzaron un asalto al acuerdo económico de posguerra que había garantizado salarios más altos y servicios públicos para los trabajadores a cambio de altas tasas de crecimiento y altas ganancias para los negocios. Con las ganancias amenazadas, el incremento de los salarios y la expansión de los servicios públicos fueron atacados por la derecha en el Reino Unido y en todo el Norte Global. Los sindicatos del Reino Unido lanzaron una última gran ola de huelgas, que alcanzó su punto álgido en 1979. No fue suficiente. Las expectativas de los trabajadores de mejores condiciones estaban en la mira cuando el gobierno conservador más 137
derechista desde la guerra, encabezado por Margaret Thatcher, llegó al poder ese mismo año. La marea se había vuelto contra el Estado de bienestar; el capital había decidido que era hora de romper el pacto de posguerra con el trabajo. Las reformas de la década de 1970 cayeron, una a una, en la visión de la derecha para la atención médica. Norman Fowler, el ministro de salud de Thatcher, eliminó a las autoridades de salud del área en 1982, incluso antes de que tuvieran la oportunidad de integrarse con los gobiernos locales. Un año después, Fowler eliminó la administración por consenso y restableció la responsabilidad individual de los gerentes, una política a la que llamó «administración general». Los consejos comunitarios de salud sobrevivieron dos décadas más que las AHAs — desaparecieron en 2003— pero incluso cuando se les permitió seguir cojeando, siguieron siendo, más que nada, un cuerpo débil de protesta. El sistema de los RAWP se mantuvo, pero los principios detrás de ellos pronto fueron transformados, esta vez por el Nuevo Laborismo en lugar de los conservadores. Bajo el primer ministro laborista Tony Blair, las métricas que habían servido de ayuda en la planificación se transformaron lentamente en objetivos de desempeño para los gerentes. En la década de 1980, un espíritu empresarial se infiltró en el NHS. No surgió de la nada: los ideólogos que alguna vez fueron marginales de la derecha culparon durante mucho tiempo de todas las deficiencias del NHS a los presupuestos mal gastados y a la falta de «elección» por parte de los pacientes. Si bien los problemas de los servicios deficientes y los largos tiempos de espera eran reales, los temores sobre presupuestos «fuera de control» fueron en gran medida un bulo. El NHS de hecho carecía de los fondos suficientes. El gasto en salud como porcentaje del PIB había comenzado en un mísero 3% del PIB en 1948, creciendo solo a alrededor del 6% hasta la década de 1980. En ese momento, Francia gastaba alrededor del 9% del PIB en atención médica, y
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Alemania el 8%; por lo tanto, el NHS fue y sigue siendo un timo en relación a otros países. Incluso en 2014, el Reino Unido gastó poco más del 9% del PIB en atención médica, todavía por debajo del promedio de los países del Norte global. En comparación, el sistema basado en el mercado en los Estados Unidos abarca casi el doble de esa cifra, el 17% del PIB, mientras sigue negando atención a millones —un modelo de ineficiencia económica. El contraargumento de la derecha —que cualquier presupuesto, por grande que sea, nunca será suficiente— se estrella contra el suelo. Los presupuestos de salud se han mantenido relativamente estables, excepto en el único país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que mantiene un sistema mayoritariamente privado. Pero incluso el 6% del PIB sigue siendo una gran parte de la economía que permite relativamente pocas oportunidades de obtener ganancias. Las protestas de la derecha sobre el control de costos proporcionaron cobertura a las corporaciones de atención médica que se beneficiarían incluso si solo se vendiera una parte del NHS. Aquello que frenó la privatización fue que el NHS regularmente encabezaba las encuestas de las instituciones más confiables entre el electorado británico. Es bastante conocido que incluso la revolucionaria neoliberal de Margaret Thatcher tuvo que prometer durante un discurso en su propia convención del Partido Conservador en 1982 que «el NHS está seguro en nuestras manos». Pero para 1988, momento en que Thatcher anunció una importante reforma del NHS, estas palabras quedaron vacías luego de casi una década de un gobierno de extrema derecha y una batalla mucho más prolongada contra el Estado de Bienestar. Tres años después, el primer ministro sucesor de Thatcher, John Major, introdujo la mayor reforma en la historia del NHS: el «mercado interno». Aunque los conservadores no pudieron poner al NHS en el mercado, encontraron una manera de poner al
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mercado en el NHS, con un resultado final que no fue ni chicha ni limonada. El gran cambio se denominó «división compradorproveedor». Antes de esta reforma, un médico remitía a un paciente a un hospital o clínica local para cualquier otro servicio, como un análisis de sangre, un reemplazo de cadera o un trasplante de hígado. El NHS pagaba al médico y financiaba al hospital, por lo que ningún dinero cambiaba de manos de forma explícita entre los dos. En el mercado interno, similar a la debacle de Sears descrita anteriormente en el libro, los hospitales y las clínicas de atención comunitaria «vendían» servicios. Ellos eran los proveedores. Los médicos, las autoridades sanitarias locales u otras agencias del NHS eran compradores que, a su vez, «compraban» estos servicios en nombre de sus pacientes. En el transcurso de la década de 1990, un consenso entre los laboristas y conservadores en torno a la eficiencia de asignación de los mercados y la competencia reemplazó al consenso de posguerra en torno a la planificación y el servicio público. Margaret Thatcher dijo que Tony Blair —elegido en 1997 como primer ministro, el primer laborista desde la década de 1970— fue su mayor logro. Autodenominado de centro izquierda, su gobierno del Nuevo Laborismo, favorable al mercado y favorable a las empresas, trabajó para expandir la reforma de mercado de los conservadores (aunque en este punto solo dentro del NHS en Inglaterra, ya que Escocia, Gales e Irlanda del Norte obtuvieron más autonomía, y en gran medida se alejaron de la reforma de mercado). En el NHS inglés, los compradores, ahora llamados «comisionados», se volvieron completamente independientes de la jerarquía del NHS, atenuando así la responsabilidad de los votantes. Junto con más mercados, los nuevos laboristas también crearon nuevas instituciones, como el Monitor y la Comisión de Calidad de la Atención, para actuar como reguladores de mercado. En casi todos los casos, estos organismos independientes de «expertos» eran formalmente 140
burocracias públicas, en lugar de actores de mercado —al igual que los bancos centrales independientes o la Comisión Europea— , sin embargo, disminuían cada vez más la responsabilidad para los votantes, a pesar de su ubicación dentro del Estado. Una vez más, el diagrama de Venn del conjunto de agentes estatales y el conjunto de agentes democráticos muestra superposición, pero no coincidencia, entre los dos. La propiedad pública no significa en sí misma propiedad democrática; y, como muestran las reformas de mercado del NHS, la propiedad pública puede que ni siquiera signifique desmercantilización. El Estado ahora supervisó un sistema fragmentado en lugar de uno planificado que estaba más unificado. Una vez la puerta hacia una amplia transformación de mercado estuvo agrietada, la coalición de Conservadores y Liberal-Demócratas de David Cameron después de 2010 la abrió de par en par. Su Ley de Salud y Atención Social de 2012 amplió el acceso a proveedores explícitamente con fines de lucro e introdujo la competencia sobre los contratos de comisionamiento —un contrato que asigna quién puede firmar otros contratos. En ese momento, incluso la Asociación Médica Británica —la misma organización de médicos que inicialmente había luchado contra Bevan para mantener el espacio para los negocios privados y los privilegios profesionales— estaba haciendo frente a las reformas que serían una puerta de entrada para que las corporaciones de la salud primero se hicieran cargo de algunos espacios y luego acapararan grandes sectores de la NHS. En los años posteriores a esta revisión, más del 10% del gasto total del NHS ya se destinó a proveedores con fines de lucro.
En contra del mercado La historia del NHS desde la década de 1990 no es solamente una de un conflicto entre la planificación y los mercados; 141
también es un recordatorio de que los mercados deben construirse y mantenerse, un punto que los neoliberales entendieron bien, ya que se propusieron hacer precisamente eso. Los mercados son creaciones humanas; de hecho, la prehistoria que planteó Adam Smith donde los valientes humanos neolíticos se las arreglaban a través de «trocar, cambiar y permutar» es tan inexacta como el Edén creacionista donde los humanos montaban dinosaurios. En lugar de ser naturales e inevitables, los mercados son una institución planificada. El NHS es el ejemplo perfecto de ese esfuerzo consciente en la creación de algo que en última instancia es antidemocrático —donde la fuerza de tu voz es el tamaño de tu billetera—, anárquico y, a menudo, irracional. Tres décadas después, el NHS central es cada vez más un vehículo sin timón para repartir dinero, a medida que la planificación de todo el sistema se ha ido erosionando. Se suponía que la competencia haría que el NHS fuera más eficiente, aumentaría la calidad de los servicios y daría voz a los pacientes. Sin embargo, en todos los aspectos, ha hecho poco; y, en cambio, ha socavado los valores básicos del NHS —que la atención médica sea universal, accesible y gratuita. Las reformas del mercado introdujeron muchos costos nuevos. Pese a que su objetivo fue la reducción de la burocracia gubernamental, la densa jungla de contratos entre proveedores y compradores de hecho requirió muchísimos nuevos burócratas. Para 1994, tres años desde que se implementó mercado interno, el NHS había contratado a 10.000 nuevos administradores. Si bien los costos de administración representaron solo el 5% del presupuesto total del NHS en la década de 1980, en 2005 casi se había triplicado, hasta el 14% del total. Con esto nos debería quedar claro que la planificación fue más eficiente que el mercado en varias ocasiones. Un informe de 2014 del Centro para la Salud y el Interés Público del Reino Unido calculó el costo de administrar el mercado interno en un estimado de £ 4,5 mil
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millones por año55 —suficiente para pagar docenas de nuevos hospitales. Un servicio de salud público y universal puede amalgamar costos. En este sistema, los hospitales no tienen que cobrar por procedimientos individuales (o sus componentes, como la anestesia); en cambio, los costos se absorben en un presupuesto común a partir del cual se contratan cirujanos y se compran los suministros. El control de los recursos también puede ocurrir sin la mediación de precios internos: por ejemplo, a través de una simple priorización de servicios. La complejidad de la medicina moderna (y el aumento de la atención preventiva) significa que aislar los costos no solo es difícil, sino en gran medida arbitrario. Pero a pesar de que es difícil trazar una línea recta entre los pequeños gastos en salud y los resultados de dichos gastos, el mercado interno requiere que los servicios se dividan en tales «productos» para tener un precio. Administrar la red de contratos resultante no solo es ineficiente; va en contra de las tendencias socializadoras de la sanidad pública. Los mercados dentro del servicio de salud no solo son costosos, sino que también están lejos de los simples modelos descritos en los libros de texto de Economía. Lo que los economistas llaman «barreras/costos de entrada» son muy elevadas: la construcción de nuevos hospitales es una opción disponible solo para el Estado o para las pocas grandes corporaciones de salud. Y sin el Estado, estas corporaciones terminan dominando el mercado, lo que lleva a una escasa competencia, además de un desperdicio y duplicación generalizados. Los consultores y los comercializadores, por ejemplo, han florecido en el mercado interno del NHS. Los socialistas han señalado durante mucho tiempo que el marketing es un gran desperdicio de recursos y energía humana bajo el Capitalismo, pero además no está acorde a la atención médica: 55
En promedio, 7,41 miles de millones de dólares de la época (N. del T.).
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los recursos que podrían destinarse a salvar vidas o curar enfermedades se desperdician en atraer a los médicos para que elijan una clínica en lugar de otra para una remisión. ¿Todos estos costos adicionales han generado nuevos beneficios? En el mejor de los casos, es difícil de decir. Cada paciente llega al tratamiento con su propio registro personal, incluidos todos los determinantes sociales de la salud, lo que dificulta enormemente la comparación. A nivel agregado, recuerde que a medida que Inglaterra avanzaba en la senda del mercado, Escocia decidió a fines de la década de 1990 volver a un NHS más público, donde los pacientes no son solo consumidores de atención médica, sino propietarios del propio servicio. Desde entonces, el NHS escocés ha mejorado con mayor velocidad en indicadores importantes, como el tiempo de espera para una cama de hospital o una ambulancia. En otras medidas, como la esperanza de vida, la brecha entre la Escocia relativamente más pobre y su prima del sur se mantiene estable. Las dificultades para medir la calidad no han impedido que los impulsores del mercado pretendan que es simple. Como parte de sus reformas, los nuevos laboristas incluso crearon un sistema de calificación de tres estrellas, como las reseñas de conductores de Uber, pero para hospitales. Como era de esperar esto salió extremadamente mal. Por ejemplo, bajo el sistema de estrellas, los cirujanos cardíacos en los hospitales de Londres estaban menos dispuestos a realizar operaciones de alto riesgo pero que salvan vidas porque podrían dañar la calificación de su hospital. Los fanáticos del libre mercado, que se quejaban de que los incentivos perversos dejaban languidecer la calidad bajo la planificación, crearon sus propias perversiones. Entonces, si la competencia no puede pretender ser más eficiente o brindar mayor calidad, ¿puede al menos dar a los pacientes esa "voz"? De hecho, resulta que tener varios proveedores médicos para escoger no es una prioridad para los usuarios. En una encuesta reciente del Reino Unido, el 63% de las 144
personas clasificaron la justicia como su valor más importante en la atención médica. La elección de quién brinda el servicio, sin embargo, fue la última. Es más, donde las condiciones se vuelven más peligrosas para la vida y los tratamientos son tecnológicamente más avanzados, las personas demuestran aún menos deseo de participar en las decisiones médicas. Y las encuestas también han encontrado que las personas prefieren tener más voz sobre el tipo de tratamiento que reciben que sobre quién lo ofrece. La gente claramente desea tener voz en la toma de decisiones de atención médica, pero darse cuenta de esto requiere una democratización diferente y más profunda que la proporcionada por el mercado. Involucrar a los pacientes tratándolos como si fueran consumidores que eligen el champú en la farmacia es muy diferente a brindarles a los pacientes una autonomía más informada sobre su propia salud.
La alternativa planificada y democrática Hoy, después de casi tres décadas de las reformas de mercado, cada año el NHS administra más la competencia que la atención médica. Planifica por poder. Menos espacio para la planificación estratégica significa que las decisiones las toman unidades independientes más pequeñas que están enredadas en redes de contratos cada vez más grandes. Por supuesto, antes de la década de 1990 el NHS todavía planificaba muy poco y la planificación no era lo suficientemente democrática. Y también estaba crónicamente subfinanciado. La lenta expansión del mercado interno —el dicho de Margaret Thatcher de que «no hay alternativa»— a la atención médica fue una forma de salir del impasse de finales de la década de 1970 —antidemocrático e ineficiente para el sistema, pero lucrativo para los proveedores privados.
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Pero había, y hay alternativas. En el lugar de los tecnócratas de antes y los comisionados de hoy, podemos imaginar consejos de salud comunitarios que combinan representantes elegidos del público en general, miembros de grupos locales de defensa de la salud y expertos en ciencia médica y provisión de medicina, así como representantes elegidos por los propios trabajadores médicos. Las personas elegidas de la comunidad podrían recibir una formación básica en política sanitaria y ciencias de la salud. Podríamos imaginar un consejo de consejos, que pudiera manejar cuestiones de prioridades, de salud preventiva y de racionamiento en todo el sistema. En algunos asuntos donde el conocimiento técnico es más importante, los votos podrían ponderarse. También hay espacio para una participación genuina en la toma de decisiones para el paciente en el consultorio del médico. Los resultados de la encuesta de pacientes antes mencionada muestran que las personas no quieren servicios de atención médica específicos de proveedores específicos, sino simplemente estar saludables. Un sistema de salud que cuente con recursos suficientes y los distribuya de manera equitativa podría emprender este camino, al menos dando a los médicos más tiempo con los pacientes, alentando así a que las relaciones sean menos paternalistas. Más adelante, la salud podría integrarse en la planificación fuera del sistema de salud (planes para vecindarios y lugares de trabajo) integrando la atención de salud formal con la planificación democrática en torno a los determinantes sociales de la salud. Una planificación más profunda y democrática uniría a los trabajadores sanitarios con los pacientes y comunidades enteras como coproductores activos de la salud y propietarios colectivos de un servicio sanitario. La idea misma de un NHS, incluso cuando está siendo socavada y parcialmente desmantelada, representa la posibilidad de esta nueva economía. Un sistema público universal —gratuito en el punto de servicio y pagado con impuestos (como era el objetivo de Bevan), pero que encarna la 146
democracia humanista, de abajo hacia arriba, en lugar de la caridad estatal tecnocrática y paternalista— es además uno que construye su propia circunscripción y crea un nuevo tipo de persona —más dispuestos a cooperar y a ver sus propios destinos vinculados cooperativamente con los de los demás. Los capitalistas «librecambistas», como hemos visto, terminan planificando más de lo que creemos. El ejemplo del NHS nos demuestra que incluso los grandes proyectos de planificación estatales no son siempre completamente democráticos —y, en la medida en que existen, están siempre bajo constante amenaza de privatización. Por lo tanto, la desmercantilización (la eliminación del aprovisionamiento mediante el mercado de bienes y servicios) es solamente una condición necesaria para la democratización de la Economía; pero no es una condición suficiente. La semilla de una planificación racional, democrática y emancipatoria de los servicios públicos ciertamente fue sembrada en el NHS. Sin embargo, tanto para la salud como para cualquier otro sector, la nacionalización no es suficiente.
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VII ¿EXISTIÓ UNA PLANIFICACIÓN EN LA UNIÓN SOVIÉTICA? «Todo este asunto acerca de Walmart y Amazon, incluso el NHS parece bastante bueno y positivo», nos imaginamos que dices entre dientes. «Pero existía esta cosa llamada Unión Soviética. ¿A lo mejor oyeron hablar de ella? Bastante desagradable. Gulags. Policía secreta. Millones de muertos. Los pantalones no tenían bragueta. No había piñas ni Elvis. Y el colapso de la URSS como que demostró de forma irrefutable la imposibilidad de la planificación, ¿no les parece?». Los críticos de izquierda de la Unión Soviética suelen encontrar la explicación de su fracaso en la naturaleza atrasada y esencialmente feudal de la economía prerrevolucionaria, en la presión continua de la amenaza militar de Occidente, en las supuestas lagunas democráticas de las estructuras organizativas leninistas, o en los intereses de clase de los antiguos burócratas zaristas de los que el Estado obrero inexperto no tenía más remedio que depender. Estas explicaciones de izquierda sobre el ascenso del estalinismo no son necesariamente incorrectas. Pero aquí nos interesa específicamente la teoría elaborada por los conservadores, para quienes el totalitarismo se relaciona directamente con una economía planificada. Igualmente, nos interesa cómo el público en general se convenció de esta explicación: que la Unión Soviética demostró no solo que la planificación no funciona, sino que es inherentemente autoritaria. Nuestro argumento es que, si bien la sustitución del mercado por la planificación es una condición necesaria para una sociedad igualitaria, no es una condición suficiente. La 148
planificación debe ser democrática. Mises y Hayek lo entendieron al revés: no es que la degradación de la información económica que es resultado de la planificación conduzca al autoritarismo, sino que el autoritarismo impulsa la degradación de la información, lo que socava la planificación. Se ha escrito una biblioteca entera de libros sobre el fracaso del experimento bolchevique, y ensayar estos argumentos sería tan tedioso para nosotros como fastidioso para nuestro lector. Sin embargo, cualquier libro que discuta la planificación no puede ignorar lo que fue el intento más grande de la historia —o al menos, el intento más grande antes de Walmart. Nos guste o no, la historia de la Unión Soviética transcurre a través de ideologías económicas en todo el espectro político. Nuestro objetivo, entonces, es brindar una narrativa lo más concisa posible, libre de los peores ejemplos de escolasticismo y sectarismo del siglo pasado sobre el tema, que ubique el lugar de la planificación —y la falta de ésta— en la tragedia soviética.
Haciéndolo sobre la marcha Es extraño que pese a que los bolcheviques se embarcaron en el experimento económico más radical del siglo pasado en realidad no llegaron al poder con una estrategia económica específica. No tenían planos por ahí que ilustraran cómo se podría implementar el Socialismo. Karl Marx y Friedrich Engels pueden haber descrito de manera magistral la economía política del modo de producción capitalista, pero dejaron pocas descripciones específicas de cómo sería el reemplazo que esperaban. Al regresar a Petrogrado en abril de 1917 luego de su exilio en Suiza, Vladimir Lenin también desarrolló no más que los trazos más amplios de un programa económico. Sus «Tesis de abril», un par de discursos dirigidos a sus compañeros 149
bolcheviques, enumeran la necesidad de poner fin de inmediato a la guerra, confiscar las grandes haciendas y transferir la totalidad del poder estatal a los soviets —los consejos que representan directamente a los trabajadores que habían surgido en el transcurso de la revolución que derrocó a la dinastía Romanov. Esto incluiría la unión inmediata de todos los bancos en un único banco nacional controlado por el Soviet de Petrogrado. Pero eso es todo. Y la octava tesis advierte: «No [tenemos la] “implantación” del Socialismo como nuestra tarea inmediata, sino pasar únicamente a la instauración inmediata del control de la producción social y de la distribución de los productos por los Soviets de diputados obreros»56. A diferencia de la detallada teorización de Neurath sobre cómo deberían organizarse las industrias socialistas, Lenin y otros bolcheviques habían prestado poca atención a cómo se dirigiría la economía después de la toma del poder. En su discurso de junio al primer congreso de todos los soviets de todo el país, Lenin declaró que el programa de respuesta a la crisis económica que asolaba el país era hacer públicas las ganancias de los capitalistas, «detener a cincuenta o cien de los millonarios más ricos», y pasar el «control» a los trabajadores57. En su historia económica de la URSS de 1969, el economista ruso-escocés Alec Nove señala, sin embargo, que la palabra rusa «kontrol» no significa «toma de control» per se, sino que tiene más un sentido de inspección y verificación similar al francés «contrôle des billets»: «El énfasis [de Lenin] estaba en la prevención del sabotaje y el fraude por parte de los capitalistas. Sin embargo, de vez en cuando, “kontrol” se convertía en control, convirtiéndose en una regulación completa de la producción y Illich, V. (1917). Las tareas del proletariado en la presente revolución (“Tesis de abril”). Recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/abril.htm. 56
Illich, V. (1961). I Congreso de los Soviets de diputados obreros y soldados de toda Rusia. Obras Escogidas (Tomo II). Pág. 83. Moscú: Progreso. 57
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distribución por parte de los trabajadores, en la “organización nacional” del intercambio de granos por productos manufacturados, etc. Pero cómo iba a suceder esto… no estaba definido»58. A medida que avanzaba 1917, a medida que los ferrocarriles se derrumbaban, los empleadores saboteaban la producción, la hambruna amenazaba y una desorganización general hacía metástasis, la cuestión de qué se entiende por «control» de los trabajadores comenzó a imponerse de manera menos abstracta. Era cada vez más claro que se requería de algún tipo de coordinación de la producción y la distribución —ya fuera realizada por el Estado o por los trabajadores— para superar el caos que se extendía rápidamente. En vísperas de la Revolución de Octubre, Lenin escribió que el Capitalismo ya había creado en sí mismo un excelente mecanismo de coordinación cuya «deformación capitalista» podría simplemente extirparse: un útil aparato contable parecido al de los bancos, los «sindicatos» (efectivamente grupos de empresas) y el servicio postal. Este aparato podría ser tomarse «ya formado del Capitalismo»59. Comenzamos a ver cómo Lenin se apoya en la misma necesidad de planificación económica que había propuesto Otto Neurath: «Un banco único del Estado, el más grande de los grandes, con sucursales en cada distrito, en cada fábrica, supone ya nueve décimas partes del aparato socialista. Supone una contabilidad nacional, un cálculo nacional de la producción y distribución de los productos; es, por decirlo así, como el esqueleto de la sociedad socialista»60. Sin embargo, los bolcheviques no llegaron al poder en octubre y luego nacionalizaron la totalidad de la economía al día Nove, A. (1992). An economic history of the USSR 1917-1991 (3rd edition). Pág. 34. Londres: Penguin Books. 59 Illich, V. (1961). ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? Obras Escogidas (Tomo II). Pág. 214. Moscú: Progreso. 60 Ibidem. 58
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siguiente. La planificación centralizada llegó a cuentagotas, sobre una base ad hoc —a menudo como reacción a la interrupción o el colapso de las relaciones de mercado normales y la escasez agudizada a medida que la guerra civil se extendía por todo el país— en lugar de mediante el despliegue gradual de una estrategia integral para reemplazar el mercado. El invierno de 1917 fue severo. Cuando los trabajadores abandonaron la ciudad en busca de alimentos, las fábricas tuvieron que cerrar debido a la escasez de mano de obra, lo que agravó aún más la escasez, mientras que el gobierno intentó racionar los alimentos y otros artículos esenciales a través del Estado o las cooperativas. Fue la necesidad, no la ideología, lo que impulsó la prohibición del comercio privado de artículos de consumo. A medida que se agotaron los suministros, no solo de las necesidades del consumidor, sino también de materias primas y combustible, se produjo, según Nove, «una escalada fatalmente lógica del grado de control estatal, la operación estatal y finalmente también la propiedad estatal»61. El 27 de noviembre, el Congreso de los Soviets emitió un decreto sobre el control de los trabajadores, otorgando mayores poderes a los comités de fábrica. Ahora podían «interferir activamente» en todos los aspectos de la producción y la distribución, y sus decisiones condicionaban a los propietarios de las fábricas. Sin embargo, el decreto no fue tanto una luz verde para que los comités de fábrica se hicieran cargo de la producción, sino un imprimátur legal de lo que ya había estado sucediendo desde hace meses. Como se pregunta Nove, ¿era esto kontrol o control? La escala y el calendario en el que se realizaría la nacionalización eran igualmente inciertos. Los académicos soviéticos de la época no están de acuerdo con si el partido tenía
Nove, A. (1992). An economic history of the USSR 1917-1991 (3rd edition). Pág. 49. Londres: Penguin Books. 61
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siquiera un plan básico para la nacionalización de todos los principales sectores industriales. Sin embargo, en diciembre de 1917, se estableció el Consejo Supremo de Economía Nacional, o VSNJ (Vesenjá), para elaborar las normas generales de regulación de la vida económica del país. Tenía el derecho de requisar y efectuar la «sindicación» obligatoria de varias ramas de la industria. En estos primeros días, varias secciones de Vesenjá incluso incluían gerentes y propietarios, a menudo superpuestos con los sindicatos comerciales sectoriales (asociaciones comerciales) que habían existido antes de la revolución. Como señala Nove, incluso las oficinas y gran parte del personal siguieron siendo los mismos62. Si la esencia del Socialismo es la generalización del principio democrático a todas las áreas económicas que actualmente están supervisadas por los propietarios no electos de empresas privadas, entonces, ¿qué diferencia hay para los trabajadores, o incluso para cualquier persona de la sociedad, si las decisiones económicas las toman burócratas no electos en lugar de jefes no electos? La democracia es el corazón palpitante del Socialismo y, como veremos, es el freno crucial contra la ineficiencia económica. Entonces, en la época de la Revolución de Octubre, es probable que hubiera al menos algunas corrientes que reconocieron que si bien la nacionalización era una medida necesaria, no se suponía que representara el objetivo final. Este fue ciertamente el caso entre los elementos socialistas más libertarios, incluso cuando otros argumentaron que una extinción inmediata del Estado era una ilusión ultraizquierdista. Si bien la totalidad de la flota mercante fue nacionalizada formalmente en enero de 1918, algunas nacionalizaciones se debieron incluso a la negativa de los empleadores a aceptar el
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Ibidem, pág. 46.
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gobierno de los consejos de trabajadores y a su preferencia por la toma de control estatal como la opción menos intolerable. El caos y el alcance de la nacionalización no autorizada de la industria desconcertaron a las autoridades centrales; ese mismo año, decretaron que ninguna expropiación podría ocurrir sin el consentimiento del Vesenjá. En junio, sin embargo, se produjo una reversión total del esfuerzo por aplicar los frenos con la adopción de un decreto que nacionalizaba todas las fábricas, inaugurando el período comúnmente llamado «Comunismo de guerra». El comercio exterior, la distribución urbana de alimentos y otros artículos quedó bajo la dirección del Estado, mientras que la requisición de alimentos a los campesinos (que resultaría ser brutal) se introdujo en un intento de enfrentar la amenaza de la hambruna. Se tomaron estas medidas no en apoyo de una nacionalización desde abajo, o para promover la causa de la democracia socialista, sino para imponer algo de orden a las condiciones caóticas de un contexto de creciente guerra civil, la cual se había esparcido por gran parte de Rusia entre el Ejército Rojo Bolchevique y los «Blancos» —monarquistas, conservadores y fuerzas proto-fascistas que eran respaldadas por Gran Bretaña, Francia, los Estados Unidos, Japón y otros diez ejércitos extranjeros—, además de varios socialistas no-bolcheviques. Se interrumpieron el suministro de materiales y alimentos y las comunicaciones, lo que agravó la crisis a medida que la escasez se hacía cada vez más aguda. Además de todo esto, en marzo, los términos impuestos por Alemania en el Tratado de Brest-Litovsk para poner fin a la Gran Guerra en el Frente Oriental habían sido punitivos, con Rusia perdiendo grandes extensiones de tierra cultivable e industrias productivas a manos de las potencias centrales, y las naciones occidentales en su conjunto estaban imponiendo un bloqueo naval contra el gobierno obrero naciente. Entre el comienzo de la Gran Guerra entre 1914 y 1921, la producción bruta de toda la industria se desplomó en dos tercios; la producción de carbón disminuyó en dos tercios y la generación 154
de acero y electricidad (la que existía) en aproximadamente cuatro quintos, mientras que las importaciones se desplomaron en un 85% y las exportaciones en un poco menos de 99%. La restauración del orden no solo era imperativa, sino también popular. Y, de hecho, vemos repetidamente a lo largo de la historia cómo los Estados capitalistas en condiciones de guerra total también se han involucrado en una nacionalización generalizada —o al menos en la centralización de las decisiones de inversión, el racionamiento y un control estatal de la economía mucho mayor que el que normalmente se obtiene bajo el Capitalismo en una época de paz. Para los bolcheviques, como Roosevelt o Churchill unas dos décadas después, ganar la guerra entraba en conflicto con las ineficiencias del mercado. Había una necesidad terrible de extender el control estatal. Hubo figuras de la Oposición de Izquierda como Nikolái Bujarin y Karl Radek que se opusieron a las inclinaciones de Lenin hacia la disciplina y la autoridad gerencial, e incluso aquellas hacia los incentivos materiales, el trabajo a destajo y el pago de salarios más altos a los especialistas que a otros trabajadores. Gran parte de lo que estaba ocurriendo parecía una refutación de los objetivos democráticos e igualitarios del marxismo y, sobre todo, de su deseo de trascender la dominación en favor de un nuevo reino de libertad. Pero al mismo tiempo, la derrota en la guerra civil podría significar la pérdida del primer gobierno obrero del mundo. Objetivos tan nobles como los que el mismo Lenin había articulado anteriormente tendrían que esperar. Rusia estaba desesperadamente subdesarrollada, su economía aplastada. Lo mejor que se podía hacer era que los bolcheviques resistieran tanto como pudieran con la esperanza de que la revolución mundial prometida se extendiera a naciones más industrializadas como Alemania o Gran Bretaña, lugares en los que Marx y otros socialistas esperaban que surgiese dicha revolución mundial, en lugar de un pantano económico todavía en gran parte feudal como Rusia. 155
Después del colapso del rublo y de que el gasto público se financió mediante la impresión de dinero, los gastos corrientes de gran parte de la economía comenzaron a salirse del presupuesto; como resultado, los pagos en efectivo comenzaron a valer cada vez menos. Los consejos económicos locales resolvieron que las empresas industriales estatales debían entregar sus productos a otras empresas siguiendo las instrucciones del Vesenjá sin necesidad de pago, y que debían recibir los materiales y servicios que necesitaban de la misma manera. Los ferrocarriles y la flota mercante también deberían transportar mercancías de forma gratuita. Posteriormente, a los trabajadores del sector estatal, y más tarde a otros trabajadores urbanos e incluso a algunos residentes rurales, ya no se les cobraba por su miserable ración de alimentos («raciones gratis, cuando había algo para racionar»63, escribe Nove), mientras que el correo, el transporte y otros servicios municipales eran gratuitos y los salarios se pagaban principalmente en especie. Los gastos se convirtieron más en una práctica de contabilidad que en un intercambio. Como describe Nove: «El dinero perdió su función efectiva dentro del sector estatal de la economía»64. A fines de 1918 un nuevo organismo, llamado Comisión de Utilización, encargado únicamente de la cuestión de la distribución, comenzó a redactar balances de materiales, el germen de lo que se convertiría luego de algunas décadas en sistemas soviéticos de planificación mucho más sofisticados. El deseo ideológico de una sociedad sin dinero se fusionó con las exigencias de una economía en crisis. Para 1919, el borrador del programa del Partido Comunista establecía que el comercio debía ser reemplazado sin desviaciones por una «distribución de productos planificada y organizada por el gobierno», mientras que debían hacerse preparativos para «la abolición del dinero». Algunos incluso teorizaron que era el caos de las revoluciones 63 64
Ibidem, pág. 68. Ibidem, pág. 58.
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mismas lo que produciría la rápida desaparición de las relaciones capitalistas, como el intercambio de dinero y mercancías en el mercado. Al principio, en medio del colapso, lo mejor que pudo hacer Vesenjá fue más una mitigación del desastre que una planificación centralizada. Ordenó lo que había que producir, distribuyó lo que se podía distribuir e intentó introducir la coordinación entre los sectores económicos. No obstante, en septiembre de 1919, Bujarin estimó que entre el 80 y el 90% de las industrias más grandes habían sido nacionalizadas. La expropiación de empresas más pequeñas, sin embargo, se descartó como algo que estaba «absolutamente fuera de lugar», ya que sería imposible organizar esa producción y distribución a pequeña escala. Un decreto a principios de ese año prohibió la nacionalización de talleres con menos de cinco empleados, aunque sí se produjeron grandes nacionalizaciones ad hoc de empresas de este tamaño, pero sin ningún plan coherente, ya que las autoridades (donde existían) se precipitaban «de cuello de botella en cuello de botella»65. Mientras tanto, una vasta economía sumergida exacerbó la escasez y la inflación, y extrajo recursos lejos de las prioridades de la guerra. Y así, en noviembre de 1920, a pesar de la absoluta incapacidad y clara falta de deseo de los administradores, con su embrionaria capacidad de planificación para manejar decenas de miles de operaciones minúsculas, un decreto anunció la nacionalización de toda la pequeña industria. Mientras que Lenin al final se salió con la suya al reinstalar la administración unipersonal en los lugares de trabajo, esto tomó varias formas. En algunos lugares esto significó tener a un trabajador a cargo, con un especialista —lo que en esencia era un administrador antes de la revolución— que lo aconsejaba. En otros lugares esto significó que un especialista estaba a cargo, con 65
Ibidem, pág. 64.
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un comisario-trabajador que en ocasiones podía aconsejar, pero no tenía autoridad sobre él. Algunos, que se posicionaban políticamente dentro de los Bolcheviques y se los denominó la Oposición Obrera, deseaban que el sindicato se hiciese cargo de la economía, mientras que León Trotsky, comandante del Ejército Rojo y prácticamente el arquitecto de la victoria bolchevique en la guerra civil, abogaba por la completa militarización del trabajo. Él creía que la urgencia del cataclismo justificaba el establecimiento temporal de un «ejército laboral» que operara bajo disciplina militar. Sin embargo, sería una simplificación absurda el identificar dichas discusiones como algo que tenía lugar entre una tendencia derechista, centralizadora y más autoritaria, por un lado, y una tendencia más izquierdista y libertaria por el otro. Las discusiones fueron feroces, y figuras claves vacilaron entre varias posiciones a medida que las condiciones cambiaban. Lenin, por su parte —mientras que apoyaba una estricta disciplina y una organización más centralizada en beneficio del interés general, e incluso la militarización del trabajo de vez en cuando— pensó que Trotsky había ido demasiado lejos. Él creía que los sindicatos debían mantener su importante función como una representación sectorial de los trabajadores. Precisamente debido a que la situación en aquel momento demandaba tal distorsión burocrática y centralizadora de los objetivos socialistas, él creía en la necesidad de mantener la habilidad independiente de los sindicatos para luchar por los intereses de sus miembros en tal o cual fábrica. El control sindical de la economía en efecto transformaría a los sindicatos en los brazos gerenciales del Vesenjá, representando el interés de la gerencia con respecto a los trabajadores, lo cual entraría en conflicto con su rol histórico de representar el interés de los trabajadores con respecto a la gerencia. Sin embargo, el esfuerzo de lograr establecer una mayor disciplina desembocó en un mayor control del partido por sobre los sindicatos (en algunos casos con complicidad, debido a que el personal involucrado era frecuentemente miembro de los dos), y 158
luego, a medida que la democracia soviética estaba siendo estrangulada, el Estado saldría victorioso de esta disputa.
El Gosplán y el Gulag Como dijimos anteriormente, no es necesario que nosotros añadamos algo a la extensa literatura que describe las purgas que exterminaron a la mayoría de los antiguos bolcheviques que habían realizado la revolución, la gran hambruna que fue responsable de la muerte de cerca de 12 millones de personas (en mayor parte ucranianos), el sabotaje de la Revolución Española, el gulag, la represión de los levantamientos obreros en Hungría y Checoslovaquia, o la invasión de Afganistán. Sin embargo, nosotros estamos interesados en considerar los factores económicos del deterioro, y en particular deseamos identificar si es que la planificación es una causa del (o contribuye al) aumento del autoritarismo —tal y como Nove, el socialista de mercado, y prácticamente la mayoría de los socialdemócratas, liberales y conservadores han argumentado—, o, por el contrario: si es que es de hecho es el autoritarismo aquello que destruye la planificación. Inmediatamente en octubre, los campesinos habían comenzado a distribuir la mayor parte de la tierra y a dividirla entre ellos. Mientras que la distribución de la tierra estaba alineada a los objetivos de la revolución y estaba siendo impulsada por el gobierno emergente, el proceso pronto resultó en la imprevista incapacidad de alimentar a las masas urbanas, una crisis que resultó en un profundo antagonismo entre las ciudades y el campo, que solo podría ser resuelto a través de una brutalidad que podría considerarse como uno de los más grandes crímenes de la historia. La reorganización de las granjas y de los inmensos Estados, por supuesto, había tenido un impacto tremendo en la producción 159
agrícola, sobre todo a medida que los campesinos tenían luchas internas con respecto a cómo la tierra debería ser distribuida. Existían campesinos ricos y pobres. Algunos deseaban poner un freno a la distribución, mientras que otros apoyaban la colectivización de la producción. Pero el hambre que acechaba a las ciudades no fue resultado de estos enfrentamientos, sino resultado de una contradicción entre los intereses inmediatos de los trabajadores urbanos y de los campesinos, sin embargo, se había hecho mucho daño a la unidad de aquellos que empuñaban el martillo en la fábrica y aquellos que blandían la hoz en los campos. Gran parte del campesinado no eran trabajadores agrícolas contratados por un jefe, sino algo más parecido a los siervos feudales, pese a que la servidumbre había sido abolida formalmente en 1861, siendo los nobles o el Estado mismo aquellos que expropiaban un porcentaje de lo que era producido y entonces lo vendían en el mercado. El origen de la riqueza en Rusia, al igual que en todos los otros países antes del surgimiento del Capitalismo, era este robo estacionario directo a los campesinos. El incentivo del campesino para producir cualquier excedente estaba entonces impulsado por su necesidad de sobrevivir, de asegurarse de que hubiese suficiente remanente para comer luego de que el terrateniente hubiese tomado su porción. Las raciones de pan en Petrogrado eran tan ínfimas que los trabajadores —muchos de los cuales habían sido, apenas una generación atrás, campesinos— comenzaron a regresar a sus pueblos para poder alimentarse; algunas fábricas incluso tuvieron que cerrar sus puertas debido a la muerte de los trabajadores. El nuevo gobierno estaba entre la espada y la pared. La mejor opción podría ser producir un grupo de bienes industriales ligeros y bienes de consumo que los campesinos podrían desear, por lo tanto, incentivando al campesinado — muchos de ellos se habían limitado a producir para su subsistencia en pequeños terruños redistribuidos— a producir 160
suficiente excedente para lograr comprar dichos artículos. El desorden y el caos resultantes de la revolución y la guerra civil ya habían hecho de esta una tarea bastante difícil, pero el problema se agudizaba debido a la necesidad de generar la producción industrial pesada necesaria para producir las armas y los vehículos necesarios para ganar la guerra. Incluso cuando, a sorpresa de muchos, la guerra civil comenzó a estar a favor de los bolcheviques en 1920, los revolucionarios comenzaron a temer que ejércitos extranjeros, mucho más ricos y tecnológicamente avanzados, podrían volver a invadir en cualquier momento. Los bolcheviques se enfrentaban a una paradoja: un giro a la producción industrial ligera podría resultar en la destrucción de la revolución desde afuera; pero si no realizaban ese giro hacia la producción industrial ligera, la revolución podría destruirse desde dentro. En resumen, los soviéticos sufrían debido a un sector agrícola que todavía debía ser integrado al Capitalismo. De haber tenido un emergente Capitalismo a nivel nacional que hubiese convertido a estos campesinos en trabajadores agrícolas, como había venido pasando desde hace bastantes décadas en Europa Occidental, estos trabajadores podrían haber tenido un interés común con los trabajadores industriales de las ciudades y los pueblos a favor de la colectivización de la producción. Pero en su lugar, la revolución había liberado a los campesinos y los había transformado en pequeños propietarios. La escasez de alimentos generó acumulación, especulación y por lo tanto inflación, y estos generaban aún más escasez. Durante los años 1918 y 1919 cerca del 60% del consumo urbano tenía lugar gracias al mercado negro. Tal y como venía sucediendo con otras áreas de la producción, distribución y mercados rotos, las autoridades centrales comenzaron a implementar mecanismos mucho más agresivos de distribución.
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En mayo de 1918 se había dado poderes al Comisariado del Pueblo de Alimentos (Narkomprod) para obtener alimentos a la fuerza. Sus oficiales, junto a regimientos de trabajadores armados y la policía secreta (Checa) expropió las reservas de aquellos que fueron acusados de acumular, mientras que se arrasaba a los campesinos pobres a través de una campaña de confiscación de granos a los denominados «kulaks» (también denominados «campesinos ricos»). Estas confiscaciones de alimentos luego de un tiempo se convertirían en la «Prodrazvyorstka»66, un sistema regularizado de compra forzosa por un precio fijo —pero poco atractivo— parecido a los programas de confiscación de granos llevados adelante por el zar durante la Primera Guerra Mundial. Los precios eran, en ocasiones, tan bajos que la compra bien podría haberse llamado confiscación, y poco podía comprarse con tan ínfima suma. Como se puede entender, los campesinos se opusieron, sobre todo porque la comida que quedaba luego de que los agentes de la Prodrazvyorstka se habían ido no era suficiente como para alimentarlos a ellos mismos. Los levantamientos no fueron algo extraño. El programa solamente había profundizado el desabastecimiento y la especulación debido a que los campesinos escondían sus granos, los vendían en el mercado negro, o simplemente no enseñaban las semillas —¿por qué razón habrías de trabajar si la totalidad del fruto de tu trabajo sería robada eventualmente? A medida que las cuotas crecieron hasta más del triple, la producción colapsó. La guerra civil, la Prodrazvyorstka y una sequía severa en el este y sureste resultaron en una cosecha de grano en 1921 que apenas llegó a dos quintos del promedio de preguerra, generando una hambruna, acompañada con una epidemia de tifus, en la cual millones murieron a pesar de las medidas de emergencia y la reducción de los impuestos alimenticios en las regiones afectadas.
66
Literalmente «reparto de alimentos» (N. del T.).
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Incluso hasta este punto, debido al temor que tenían los campesinos al retorno de los terratenientes, ellos permanecieron leales a los bolcheviques para asegurar su victoria en la guerra civil para 1922. Mientras tanto, debido a toda la furia que sentían en contra de los campesinos «egoístas» que no tenían la habilidad de producir para el interés del bien común, Lenin, Trotsky, Bujarin y otros líderes bolcheviques comenzaron a plantear que las requisas de emergencia no eran una solución de largo plazo a la contradicción entre los intereses de los trabajadores urbanos y el campesinado. Un impulso de la producción agrícola sería imposible sin algún tipo de incentivo al campesinado. Una vez se había logrado una frágil tregua, los líderes consideraron la escala del desastre del «Comunismo de Guerra» y estaban convencidos de la necesidad de retroceder en aquello en lo que otros creían que era un avance galopante hacia el Socialismo. El gobierno no se enfrentaba solamente a revueltas campesinas: trabajadores en Petrogrado también comenzaron a realizar huelgas en contra de las ínfimas raciones de pan; la Prodrazvyorstka fue reemplazada gradualmente por un impuesto de alimentos significativamente menor que las cuotas de producción [anteriores]; poco después, una revuelta de marineros en Kronstadt, hogar de la Flota del Báltico, había cimentado para finales de la guerra civil esta perspectiva de la necesidad de dar un paso atrás. Ya para 1923 el área cultivada había regresado a 90% de los niveles anteriores a la guerra, y mientras que las cosechas todavía eran inferiores a 1913, la escasez no era tan desesperante como antes. Una aproximación más cautelosa que reintrodujo elementos de mercado con el objetivo de desarrollar principalmente la agricultura privada y un sector industrial ligero ahora sería el objetivo de la Nueva Política Económica (NEP) —una concesión que los bolcheviques pensaron que sería necesaria durante un largo período de tiempo. Lenin tenía la esperanza de que su duración no superase los veinticinco años; otros pensaron que eso era el mínimo necesario. 163
La legalización del comercio privado por parte de la NEP resultó rápidamente en un éxito, particularmente en lo que respecta a artículos de consumo en el campo. Pequeñas fábricas que habían sido nacionalizadas ahora estaban en manos de emprendedores y cooperativas, mientras que el Estado se aferró a la industria pesada, a las finanzas y el comercio exterior. El discurso de la abolición del dinero desapareció a medida que las empresas estatales comenzaron a verse en la necesidad de operar con lo básico de la contabilidad comercial. Los recursos necesarios para la producción, principalmente el combustible, ahora debían ser pagados con fondos obtenidos de las ventas en lugar de crédito. A su vez, se volvió a pagar los salarios en dinero, e impuestos para los servicios municipales se volvieron a implementar. Las fábricas ahora operaban autónomamente, comportándose como unidades competitivas en búsqueda de beneficios y evitando las pérdidas. Concesiones petroleras y madereras fueron entregadas a capitalistas extranjeros, con la esperanza de que ellos introdujeran esa maquinaria moderna que se necesitaba. Dada la considerable distribución de bienes a través del mercado que fue reintroducida durante la NEP, es difícil para nosotros decir cuánta planificación estaba teniendo lugar. Sectores estratégicos de la industria pesada estaban siendo cuidadosamente dirigidos por su respectiva división de la Vesenjá con respecto a qué producir, y cuándo, mientras que las industrias de bienes de consumo tuvieron libertad de producir sus propios planes productivos, tomando como referencia al mercado. Una vez más, citando a Nove: «La palabra “planificación” tenía un significado bastante distinto entre 1923 y 1926 con respecto a lo que luego se identificó con aquella palabra. No existía un programa de producción y distribución completamente planificado, no existía una “economía planificada”»67. Lo que surgió en lugar de una planificación 67
Ibidem, pág. 96.
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operacional fueron predicciones, recomendaciones y guías que facilitaban a los superiores la discusión de prioridades para las decisiones de inversión estratégica. En muchos aspectos, lo que se estaba obteniendo hasta este punto no era radicalmente diferente a algunas de las economías occidentales más estatistas del período de posguerra, debido a que gran parte de la economía, particularmente el carbón y el acero, estaban en manos públicas —pese a que a lo mejor esto tenía un carácter más esporádico, debido a que el nuevo Estado desorganizado todavía se estaba estableciendo. Simultáneamente a todo esto, la guerra civil había coartado las libertades civiles y había atrofiado la democracia soviética. Millones de trabajadores, incluyendo a los más políticamente activos, murieron en combate. Aquellos que habían sobrevivido lo habían hecho al regresar a sus pueblos a raspar lo suficiente como para comer, inmiscuyéndose en actividades de mercado negro, o a través de la adhesión a los nuevos aparatos del Estado. El funcionamiento diario del gobierno dependía de los que alguna vez fueron burócratas zaristas, y todo el discurso de la extinción del proletariado fue apenas una exageración. Los soviets habían dejado de ser órganos de gobierno de los trabajadores, y se convirtieron en su lugar en algo para los trabajadores —o incluso por y para los burócratas. Ya no existía ningún ejercicio de poder real por parte de los soviets. La restricción de las libertades civiles, además de una guerra total contra enemigos en todos los frentes, nunca cesó —incluso cuando aquella frágil victoria fue lograda. Pese a que la mayor parte de los partidos políticos se oponían a la revolución antes de octubre, para el final de la guerra civil los bolcheviques fueron el único partido efectivo que quedaba. Era a partir de fraccionamientos dentro del partido, no entre partidos, que el descontento político era expresado. Pero en 1921, enervados por el eco de las ideas de la Oposición de Izquierda dentro del Partido Comunista, además de la Rebelión de Kronstadt —además de la cantidad de miembros del Partido 165
Comunista que se habían sumado a la revuelta— el liderazgo cometió lo que podría considerarse su error más grave, dejando el camino libre a lo que sería el proceso de estalinización posterior: se legisló la prohibición de facciones dentro de los bolcheviques. Si bien su intención era ser una medida temporal hasta que las cosas se calmaran, incluso aquellos que apoyaban la medida temían lo que podría generar como resultado. Durante la década de 1920, y pese a la prohibición formal de las facciones, las discusiones acerca de qué es lo que se debía hacer eran omnipresentes, y el debate se volvía cada vez más duro. Luego de la muerte de Lenin en 1924, Joseph Stalin, líder de la facción «de centro» bolchevique que se había posicionado en medio de los dos extremos entre continuar con la NEP y recolectivizar la agricultura en nombre de la rápida expansión de la industria pesada, emergió hasta una posición de poder. Las reuniones en las que se realizaban las discusiones por lo general se enfrentaban a cuadrillas de matones estalinistas que los interrumpían con insultos, jergas y provocaciones, incluso golpes. El hooliganismo estuvo acompañado de un inquietante dominio de la policía secreta, el Directorio Político Unificado del Estado (OGPU). A partir de mediados de 1926 y en adelante, la mayor parte de las figuras de oposición, tanto de izquierda como de derecha, fueron expulsadas de posiciones de influencia. Los oposicionistas (o aquellos que alguien sospechaba que fueran de oposición) eran arrastrados desde sus camas en la noche y luego presos o exiliados sin ningún cargo. En 1928, Trotsky y sus colaboradores fueron exiliados a partes remotas de la unión; entonces, en 1929, con la izquierda derrotada, Stalin centró su atención en los últimos remanentes de la extraña crítica autoritaria, entre ellos Bujarin. Bujarin confesó tener «errores ideológicos» y fue brevemente y parcialmente rehabilitado, pero luego de algunos años se uniría a sus antiguos camaradas bolcheviques que habían hecho la revolución, asesinado de una forma u otra en la Gran Purga. 166
Luego de la guerra civil, el crecimiento económico fue rápido, pero sin reactivar, reparar o renovar la capacidad existente, reparar las vías de tren averiadas o reabsorber trabajo en las fábricas. El output industrial —secuestrado por una falta de capital y la pérdida de trabajadores habilidosos en la guerra— siguió siendo minúsculo. La paradoja urbano/rural en el corazón de los horrores de la confiscación del comunismo de guerra no desapareció, incluso cuando la economía estaba reviviendo. A finales de 1928 el arado de madera y las hoces manuales siguieron siendo la tecnología agrícola más común para millones de pequeños propietarios. Para ir más allá de la restauración de la situación que existía antes de la guerra se debía realizar mucha más inversión. Una vez se logró superar la mitad de la década y se llegó a los últimos años, el período de la NEP no había terminado, sino que había sido eclipsado. Se realizaron experimentos de controles de precios en una gran cantidad de bienes de consumo, lo cual impulsó a los empresarios a limitar la producción, una vez más produciendo escasez en una amplia gama de productos. Por lo tanto, la elección que podían tomar las autoridades eran: por un lado, relajar dichas políticas de fijación de precios y esencialmente dejar en manos del mercado la distribución de bienes bajo la NEP, o por otro lado un control más sistemático de la producción y la distribución de las mercancías clave. Ciertamente la última tenía más atracción ideológica para muchos, pero podría generar desabastecimiento y cuellos de botella, en lugar de renovar el fervor por el Socialismo, lo cual desembocó en el incremento de los controles administrativos y finalmente la adopción de una planificación más centralizada. Al final, el país se enfrentó al mismo problema de desarrollo al que se han enfrentado todos los países en desarrollo: ¿Qué persona de la sociedad debería llevar el peso de la necesidad de acumulación de capital para la inversión necesaria? A partir de 1926 una rápida industrialización tuvo lugar, además de un 167
crecimiento lento que dependía de la expansión de la agricultura privada y la industria ligera; todo esto estuvo respaldado por una hostilidad en contra del campesinado que haría parecer benignas en comparación a todas las requisas del Comunismo de Guerra. En otoño de ese año, una conferencia del partido respaldó el fortalecimiento de la industria pesada en el sector estatal sobre otros sectores, con el objetivo de alcanzar rápidamente —y luego superar— a las naciones más avanzadas industrialmente. Para orquestar esto se debía realizar un plan de largo plazo. La tarea recayó a un subcomité gubernamental bastante secreto, el Comité Estatal de Planificación, o «Gosplán». Establecido en febrero de 1921, el Gosplán tuvo la tarea de crear un solo plan económico para todo el país, el cual sería recomendado a los superiores para su toma de decisiones en el Consejo de Trabajo y Defensa, un gabinete económico-militar establecido para mover a Rusia más allá del acercamiento ad hoc a la planificación necesario durante la guerra civil. El Gosplán debía, además, desarrollar el presupuesto e investigar opciones para la moneda, crédito y banco. Bajo la NEP, el Gosplán involucró a contadores, muchos de los cuales eran expertos que no eran miembros de los bolcheviques, los cuales crearon lo que podría decirse que fue el primer sistema nacional de contabilidad en la historia —una contabilidad completa de la actividad de un país: los agregados de su producción, ingreso y gasto. Un puñado de naciones occidentales comenzarían a adoptar dichas prácticas en las décadas de los 30s y los 40, haciéndolo mucho más luego de la Segunda Guerra Mundial. Luego de 1926 el rol de la Gosplán se endureció. Para 1927 el trabajo preliminar para el primer plan quimestral estaba en marcha, entre una creciente presión política para adoptar objetivos de crecimiento más ambiciosos; una versión inicial sería reemplazada luego por una versión optimizada, y luego reemplazada nuevamente por una versión con objetivos mucho más realistas. Debido a que era una tarea colosal, la puesta en 168
marcha del plan requería más información y estadísticas de todos los diferentes sectores de la que podía estar disponible en aquel momento. En septiembre de 1928, Bujarin tachó a las tasas de crecimiento esperadas como algo excesivo y desbalanceado. Durante la primera exposición, mantenida aquel año, se desacreditó a todos aquellos que llamaban a tener cuidado como «saboteadores» pagados por gobiernos extranjeros. Aquellos expertos que presentaban análisis que no eran lo suficientemente optimistas perdieron rápidamente sus puestos. No sabemos si sea prudente decir que hubo una «planificación» en lugar de una carrera caótica de cuello de botella en cuello de botella, sin embargo, el primer plan quinquenal, de 1928 a 1932, requirió de una reorganización —una sistematización de los procesos, con reiterados desbalances. La intersección de funciones entre el Vesenjá y el Gosplán fue resuelta al final mediante la delegación de funciones de la primera a la segunda. El crédito y el banco fueron de igual manera reformados. Los trusts habían tenido hasta este punto la capacidad de ofrecerse crédito entre ellos, pero esto resultó en inversiones que ocurrían de forma que no se mantenían apegadas al plan quimestral. Por eso en 1930 los préstamos interempresariales fueron prohibidos, y reemplazados por préstamos directos a través del banco estatal y el desarrollo de un «plan financiero unificado» que cubría todas las decisiones de inversión. Lo que luego se llegó a conocer internacionalmente como la «economía planificada» emergió a tropezones durante lo que faltaba de la década. Las empresas estatales fueron puestas bajo dirección del Comisariado del Pueblo —lo que en la mayoría de países hoy en día se denominaría un ministerio o un departamento— con el director de cada empresa siguiendo las órdenes directas de cada Comisariado. Cada uno producía planes para sus empresas alineándose a los objetivos de política generales establecidos por la Gosplán y, luego, compararían el 169
rango de consecuencias de los diferentes planes y trabajaban para reconciliarlos a través de un sistema de «balances materiales» —en esencia una hoja de balance no de ganancias o pérdidas, sino de output material de todos los sectores y la presunta utilización y las necesidades de todos los sectores. A medida que procedían la producción y la distribución —a veces alcanzando, no alcanzando o excediendo las proyecciones— miles de cambios eran realizados en los balances materiales, tal y como sucede con cualquier empresa capitalista en Occidente. Y, como veremos más adelante, la experiencia soviética dio origen a las técnicas de planificación, de logística y de contabilidad que luego fueron adoptadas por las empresas capitalistas y que permanecen en el núcleo de su planificación interna hasta hoy. En este sentido, un plan quimestral no era uno operacional, sino uno estratégico; los planes operacionales, en contraste, debían proyectarse a un año, o menos. Y, tal y como ocurre dentro de la mayoría de departamentos de las empresas capitalistas occidentales, el uso de precios era bastante limitado. Todo esto requería planes de producción y distribución y por lo tanto información detallada de cada empresa, con el nivel de detalle más granular posible. Para el momento en que inició la Segunda Guerra Mundial existían veintiún Comisariados Industriales del Pueblo. Uno podría decir que la URSS comenzó a operar como una sola fábrica, un pueblo-compañía que se extendía a través de un sexto del mundo. A inicios de la década de 1930 la oposición política había desaparecido. A medida que la represión se convertía cada vez más en el procedimiento operativo del partido, los cientos de burócratas involucrados en la producción de los planes, además de los administradores de cada fábrica, mina o riel temían por sus trabajos, sus familias e incluso sus vidas. El partido purgó a 400.000 de sus miembros en 1933. Víctor Serge, novelista belga-ruso y socialista libertario cuyas novelas fueron censuradas en la URSS, describe en sus 170
memorias cómo durante ese año cuando había salido una fría mañana en busca de medicina para su esposa enferma él se dio cuenta de que alguien lo estaba siguiendo. Esto era bastante normal, pero esta vez sus seguidores lo estaban siguiendo más cerca de lo normal. «Investigaciones criminales. Sírvase seguirnos, ciudadano, para verificar su identidad»68. En un minuto se encontraba en una celda sin ventanas de la prisión de Lubianka; un conductor del Dirección Política de Estado (GPU)69 —arrestado por escuchar a unos amigos leyendo en voz alta un panfleto contrarrevolucionario sin denunciarlos a todos ellos inmediatamente— le dijo que este era el lugar donde los prisioneros eran llevados para ser ejecutados. Un compañero de celda les explicó que él había sido arrestado por supuestamente registrar a una comisión la venta de una máquina de escribir de un oficial por otro. Un par de agrónomos explican que los directores del Comisariado del Pueblo para la Agricultura habían sido detenidos por el GPU, treintaiocho en total. Su crimen había sido sugerir brindar una mayor autonomía a las granjas. Una importante revista académica los había acusado de ser agentes enemigos y saboteadores, y de «infectar a los caballos con meningitis». Una noche, Serge descubre que todos ellos habían sido ejecutados. Cualquier persona con cierta habilidad estaba bajo sospecha, incluso cuando Stalin demandaba un mayor entrenamiento de la caballería. Dentro de la misma Gosplán, aquellos economistas que solicitaban ser más cautelosos también fueron acusados de ser saboteadores. Los objetivos «modestos» de inicios del plan quimestral fueron denunciados por ser parte del «deliberado pesimismo» de los «planificadoressaboteadores» burgueses. Pero todos ellos estaban condenados si es que lo hacían, y condenados si es que no lo hacían. Los planes Serge, V. (2019). Memorias de un revolucionario. Pág. 377. Madrid: Traficantes de Sueños. 69 Fue la policía del Estado Soviético entre los años 1922 y 1934 (N, del. T.). 68
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que eran excesivamente ambiciosos también eran atacados como un sabotaje intencionado. El sabotaje además estaba especificado como un crimen en el código penal de la era estalinista. Luego, durante la misma década, a medida que la Gran Purga estaba en pleno auge, incluso los organizadores del censo de 1937 fueron enviados a campos por el crimen de sabotaje, debido a que los resultados mostraban que Rusia tenía 8 millones de ciudadanos menos de lo que se tenía previsto —una refutación empírica de la proclamación pública de Stalin de que el modelo soviético había sido tan efectivo que había resultado en el incremento de 3 millones de ciudadanos cada año.
La paradoja del campesinado De alguna manera, pese a las tragedias y a los intentos, la URSS se convirtió en la segunda superpotencia del mundo —la primera nación en poner a un ser humano en el espacio—, cuyo único rival económico fue los Estados Unidos. ¿Cómo se logró este gran salto adelante? La respuesta la podemos encontrar en las decisiones de aquellos que deseaban resolver «la paradoja del campesinado» a la fuerza, y veían en las libertades civiles un privilegio inalcanzable de la burguesía, en el mejor de los casos, o un plan maléfico por parte de los opositores de clase con el objetivo de frenar la construcción del Socialismo, en el peor. Durante mucho tiempo se estuvo de acuerdo en que la producción agrícola solamente podría avanzar de manera sustancial a través de la concentración de tierras y la eliminación de la agricultura de subsistencia, como había ocurrido en la mayoría de los países capitalistas avanzados. Durante un tiempo, los fracasos y los excesos del Comunismo de Guerra habían producido un nuevo sentido común alrededor de que dicha transición debía lograrse a través de incentivos cuidadosos y lentos en lugar de una 172
revolución desde arriba. Aquel delicado consenso no duró demasiado. A lo mejor debido a la hambruna, a la escasez de productos, y a los bajos precios de los granos, además de las cosechas de 1927 que resultaron menores que las del año anterior, la paciencia del régimen se había agotado. Las confiscaciones no fueron suficientes para alimentar a las ciudades y al ejército, y mucho menos para entregar suficientes insumos a la industria. Por otro lado, el clima, y por lo tanto la cosecha, habían sido decentes aquel año; de hecho, en los Urales y la Siberia occidental había sido bastante buena. Algunas personas del liderazgo de los bolcheviques presionaban por un incremento en los precios del grano, y por lo tanto una reducción en los fondos que deberían gastarse en la industrialización, pero Stalin y sus simpatizantes, ahora en el poder, fueron al ataque. ¡Los campesinos ricos deben estar acumulando! Por primera vez, utilizando lo que se conocería después como el «Método de los Urales-Siberia», se tomaron acciones directas sin siquiera asegurarse de que existiese un consenso en lo que quedaba de las estructuras formales de toma de decisiones. Stalin envió a una tropa de oficiales y a la policía a cerrar mercados, expulsar a los vendedores privados y ordenó a los campesinos a entregar el grano bajo amenaza de arresto. Stalin solicitó a los oficiales locales la expropiación de grano a los kulaks y a los «especuladores». Otros oficiales de alto mando comenzaron a copiar el método en otras regiones, incluso pese a que varios miembros del Politburó se opusieron. Bujarin, antes de ser llevado a juicio por traición y ser ejecutado, denunció la extracción de tributo militar-feudal que estaba teniendo lugar, muy al estilo de Genghis Khan, pero solamente lo hizo en privado. En una conversación con su camarada oposicionista Lev Kámenev dijo en 1928: «Stalin es un instigador maleducado que subordina todo a la preservación de su propio poder. Él ha hecho
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concesiones ahora, solamente para poder cortar cabezas en un futuro. El resultado de esto será una policía estatal». Pese a todas estas medidas coercitivas, las campañas de expropiación lograron recolectar menos granos que el año pasado. Stalin anunció que él estaba convencido de que la colectivización forzosa —además de asegurarse de que los campesinos pagaran un sobreprecio por los bienes manufacturados y fuesen remunerados insuficientemente— podría producir los ingresos necesarios para industrializar el país. Las expropiaciones podrían, además, facilitarse si las 25 millones de pequeñas granjas fuesen grupadas en unas pocas (pero inmensas) granjas. Las cuotas de recolección de grano anteriores, aunque crueles, habían dado poder a los soviets locales a demandar o encarcelar a los hogares que no habían entregado la cantidad demandada. Ahora dichas cuotas eran impuestas sobre pueblos enteros, con el objetivo de imponer presión colectiva sobre los que ellos denominaron como «elementos kulak», la primera ola de lo que terminaría siendo la «liquidación de los kulaks como clase». Durante el año 1929 hubo, como era de esperarse, un incremento del 49% en las adquisiciones de grano estatales en relación al año anterior, lo cual podría haber empujado a Stalin a acelerar lo que él llamó la «Gran Ruptura» en un artículo de noviembre de ese año. Para el 20 de febrero de 1930 se había anunciado que la mitad de los campesinos se había incorporado a las granjas colectivas, algunos incluso semanas después de que la Gran Ruptura se hubiese puesto en marcha formalmente. Los kulaks y cualquiera que fuese acusado de ser un kulak no podían ingresar a los nuevos colectivos, sino que eran arrestados y deportados. Stalin le dijo al Comité Central que los kulaks se estaban alistando para destruir al régimen soviético, pero materialmente, el proceso de «dekulakización» tenía como fin aleccionar al resto para que se uniesen a los colectivos, para 174
acelerar el proceso. El caos, la oposición y la resistencia eran resultados previsibles, acompañados de una aguda reducción de las cosechas. Asumiendo que sus reservas vitales les serían retiradas, los campesinos comenzaron a asesinar a los animales a gran escala. Mientras tanto los animales de las nuevas granjas colectivas murieron por negligencia, debido a que no tenían experiencia en la cría de animales en masa, además, los activistas del partido que fueron enviados a dirigir el proceso no tenían conocimiento alguno respecto de sus actividades. En Kazajstán la población ovina se redujo en más de cuatro quintos. Una ola de suicidios empujados por el pánico inundó a los campesinos bien acomodados. En muchas regiones, un inmenso grupo de campesinos, los «kolkhoz», simplemente se retiraron de las granjas colectivas. A lo mejor la parte más irónica de todo este terrible proceso fue que muchos de esos fugitivos de hecho formaron cooperativas mucho más simples para poder sobrevivir. Nove dice con tristeza que «una de las grandes tragedias de este período es que estas y otras formas de cooperación genuina fueron arrasadas con rapidez»70. Muchos otros campesinos huyeron hacia las ciudades. El gobierno respondió al rápido crecimiento de la población urbana extrayendo mucho más grano, pese a que las cosechas habían sido pobres. En 1931, las expropiaciones fueron de tal magnitud que el grano que quedó [a los campesinos] no fue suficiente como para comer. Pese a que se relajaron más medidas en medio del caos, en 1932 una gran hambruna azotó a todas las regiones productoras de grano del país, resultando en la muerte de entre 3 y 7 millones de personas. Es en este período que escuchamos historias de canibalismo entre los sobrevivientes del Holomodor ucraniano, o la «plaga del hambre».
Nove, A. (1992). An economic history of the USSR 1917-1991 (3rd edition). Pág. 172. Londres: Penguin Books. 70
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Entre todos estos horrores, una vez más descubrimos que lejos de aquella idea de que la planificación generó información pobre y por lo tanto escasez, lo cual a su vez generó autoritarismo, lo que sucedió fue todo lo contrario: es el autoritarismo lo que merma la calidad de la información en el sistema. Tal vez el mejor ejemplo acerca de cómo la autoridad ilegítima merma la información ocurrió durante el proceso de colectivización. El gobierno, evidentemente, motivó la utilización de tractores por parte de los campesinos para incrementar la productividad. Por lo cual los «departamentos políticos» del servicio de tractores estatales envió a voluntarios especialmente seleccionados y políticamente confiables a los pueblos para desarrollar la capacidad de utilizar dicha maquinaria agrícola, para introducir algo de orden en el caos, además de ser un mecanismo de supervisión política a los campesinos. En circunstancias normales, alejados de esta sobre-politización, podríamos describir el primer elemento de este proceso como «extensión agrícola»: extender el conocimiento técnico y científico desde la academia hacia la granja, una práctica común entre los países occidentales desarrollados. En pocas palabras, es la educación de los campesinos a través de la práctica. Pero durante el proceso de colectivización, cuando estos voluntarios llegaron al lugar, ocurrió lo contrario: fueron los expertos los que aprendieron de los campesinos. Estos voluntarios hablaron con los campesinos y se dieron cuenta de lo que había pasado. Ellos se dieron cuenta de la inmediata necesidad de reducir las cuotas requeridas y de introducir incentivos positivos a los campesinos. Pero en respuesta a estos descubrimientos, el liderazgo estatal concluyó que se debía purgar a las granjas colectivas de «saboteadores» entre aquellos que llevaban las cuentas, los agrónomos y los distribuidores —destruyendo, en el proceso, la información más importante en la base de la economía. No podemos subestimar el impacto profundo y desestabilizador que tuvo la Gran Purga entre 1936 y 1938 en la 176
economía, en la cual cerca de 700.000 individuos fueron ejecutados y más de 1,5 millones fueron detenidos, de acuerdo a los registros desclasificados después del fin de la Guerra Fría. En los Tribunales de Moscú, la mayor parte del antiguo liderazgo bolchevique fue obligado a confesar su conspiración en contra del régimen, por lo cual fueron ejecutados o encarcelados. Para 1938, de los 1.966 delegados al último congreso del partido en 1934, 1.108 habían sido arrestados; asimismo 98 de los 139 antiguos miembros del Comité Central. En la muerte o en el gulag, a estos antiguos bolcheviques se les sumaron ingenieros, técnicos, estadísticos, administradores, ejércitos de servidores civiles y figuras claves responsables de la planificación, incluyendo al ministro de finanzas. Aquellos que lograban escapar de la represión fueron completamente intimidados, siguiendo órdenes mecánicamente y evitando cualquier responsabilidad o iniciativa en el más mínimo error. Ese deterioro de la información ocurrió en todos los niveles de la sociedad, en todos los sectores, debido a que los guardianes de los datos cruciales eran encarcelados o asesinados, ellos se volvieron demasiado temerosos de reportar datos certeros, o en otros casos fueron reemplazados por incompetentes políticamente confiables que eran incapaces de obtener, transformar y entregar información precisa. Si la recolección de datos de forma diligente, cuidadosa y precisa es el fundamento de la planificación, entonces la Unión Soviética en la era de Stalin podría considerarse una parodia de economía planificada. Pero si este fuese el caso —si Rusia fue en realidad un caso perdido en materia económica de tal magnitud—, dicen los defensores de Stalin: ¿Cómo es posible que el país fuese capaz de producir el material necesario para ganar la Segunda Guerra Mundial? (Porque, si somos honestos, fue la URSS la que ganó la guerra contra los Nazis, con el Reino Unido y los Estados unidos jugando solamente un papel secundario). ¿Cómo fue posible que luego de la guerra Rusia estuvo en capacidad de poner el primer 177
satélite, y al primer humano en el espacio? ¿Y cómo fue posible que Moscú brindara seguridad social gratuita a todos sus ciudadanos y transformara una población de campesinos iletrados en una población completamente alfabetizada, extendiese la educación segundaria y tuviese varios de los más grandes logros y descubrimientos en ciencia y tecnología aparte de los Estados Unidos? Primero debemos recordar que todos esos logros fueron experimentados solamente por aquellos que sobrevivieron a las purgas y a la Gran Hambruna. Una ligera mejora en la calidad de vida significa poco si no estás vivo. Segundo, si estamos en capacidad de entender que los faraones pudiesen construir las pirámides y las esfinges, y que los capitalistas están en capacidad de construir vías ferroviarias y cohetes espaciales, podríamos también considerar que los déspotas están en la capacidad de construir flotas de tanques y centrales hidroeléctricas. Sin embargo, la pregunta es si este es el método más igualitario y eficiente de hacer las cosas —y si es que es sustentable. Tal fue la situación caótica y desmoralizadora en la que la URSS se encontraba en medio de la Segunda Guerra Mundial. Es considerable que el país tuviese la capacidad de ganar la guerra. Pero en lo que respecta a la desorganización y al declive económico al final de la década, la centralización de toda la planificación de los recursos durante la última década ayudó bastante. A medida que la guerra continuaba, las decisiones referentes a la inversión y colocación de recursos de igual forma fue cada vez más centralizada en los Estados Unidos, el Reino Unido y la Alemania Nazi. Tal parece que las guerras totales tienen poca paciencia al letargo de los actores de mercado privados, sin importar si es que son socialistas o capitalistas los que tienen el timón del país. Rusia, por su parte, comenzó a intensificar la planificación, produciendo planes cada cuatro meses y luego planes mensuales, con mucho más detalle que antes de la guerra. 178
El período inicial de posguerra al final de la década de gobierno estalinista estuvo consumido por la reconstrucción y recuperación de una economía arrasada por la guerra. Ahora que la guerra se había acabado, en lugar de una relajación de la gobernabilidad totalitaria lo que aconteció fue un período de mayores restricciones, incluido el abandono de las pretensiones de gobernabilidad democrática: los congresos del partido no tenían lugar, y las reuniones del Comité Central eran poco frecuentes. La planificación se convirtió cada vez más en una prisionera del capricho estalinista, debido a que muchas preguntas importantes eran decididas por él sin ninguna participación de los trabajadores, los economistas o los especialistas. La cabeza del Gosplán fue despedida en 1949 y al final fue fusilado. Lenin escribió en 192371 en referencia al tamaño del desafío que se presentaba ante ellos: «Tenemos conocimiento de Socialismo, pero no tenemos conocimientos de organización en escala de millones de personas, conocimientos de organización y distribución de los productos, etc. Los viejos dirigentes bolcheviques no nos enseñaron esto. (…) No hay folletos bolcheviques sobre ello, y en los folletos mencheviques tampoco se menciona el problema en absoluto»72. Precisamente podríamos decir que el deterioro de la situación en la temprana Unión Soviética se debió en parte a estos vacíos en el marxismo clásico del cual los arquitectos del nuevo sistema dependían. Lejos de ser la planificación económica la causante del autoritarismo durante el período estalinista, identificamos que el período estaba inundado de arbitrariedades a medida que la dirigencia estalinista saltaba de capricho en capricho. A esto no se le puede dar el nombre de democratización de la toma de Fe de erratas. La frase la dijo durante un discurso que dio en la Reunión del CEC de Toda Rusia, el 29 de abril de 1918 (N. del T.). 72 Illich, V. (1979). Informe sobre las tareas inmediatas del poder soviético. Obras Completas (Tomo XXIX). Págs. 53-54. Madrid: Akal. 71
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decisiones, de ninguna manera. Dadas las sospechas que recaían sobre los expertos, tampoco podría ser descrito como tecnocracia. Todos los niveles de la sociedad, pero especialmente aquellos que tenían roles administrativos o predictivos, vivían en constante temor de la policía secreta, el gulag, el paredón de fusilamiento, y quedaban petrificados al pensar en entregar resultados equivocados o datos erróneos a sus superiores, o incluso tomar responsabilidad por sus decisiones. En tales circunstancias, es evidente que dicho autoritarismo destruiría la calidad de la información necesaria para una planificación efectiva. Por lo que cuando preguntamos por qué la planificación a escala de la economía en la Unión Soviética podría triunfar en la forma de Walmart pero fracasar en las manos de Stalin, la respuesta yace en la pregunta como tal. La planificación sin-mercado estuvo lejos de ser sinónimo de bolchevismo, y tal y como varias perspectivas ahistóricas de la derecha tendrían en mente hasta este punto, los incipientes soviets no entraron pateando la puerta conociendo mucho acerca del tipo de economía que deseaban construir. Fue un desastre que solamente comenzaría a solucionarse durante el breve liderazgo del líder de posguerra Nikita Jrushchov —una época que, como podemos ver, dio inicio a las innovaciones en planificación y matemática que desembocaría, irónicamente, en los sistemas que hoy en día han sido ampliamente adoptados por las corporaciones, y, a fin de cuentas, en los algoritmos que «dominan el mundo».
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VIII COMUNISMO ESPACIAL DIFÍCILMENTE AUTOMATIZADO Si la planificación soviética era tan pobre durante sus primeras décadas, es difícil para nosotros llamar a aquel fenómeno planificación. ¿Cómo, entonces, es que el país se levantó hasta convertirse en un superpoder, la segunda economía más grande del mundo luego de los Estados Unidos? ¿Cómo logró la URSS pasar de una condición a la que Marx llamó «idiotez rural» a construir un fuerte Estado de Bienestar junto a una sociedad lo suficientemente avanzada como para lograr un Sputnik o un Yuri Gagarin? Estas contradicciones se resuelven si nos alejamos de la noción de que para encontrar utilidad en algo de la Unión Soviética debemos defender al sistema como un todo. Las empresas más grandes de occidente jamás simpatizarían con el comunismo; muy al contrario. Sin embargo, estas empresas capitalistas adoptan felizmente los métodos de programación lineal que fueron desarrollados en parte por la Unión Soviética para coordinar internamente sus propios esfuerzos. Hoy en día, podemos hacer lo mismo: ver qué lecciones podemos aprender e identificar qué fue lo que salió mal.
3, 2, 1… ¡Despegue! La presidencia de Nikita Jrushchov de 1952 hasta 1964 estuvo caracterizada por la liberación de inmensas cantidades de prisioneros políticos, el destierro de los estalinistas, una aguda reducción de los poderes policiales, una reducción de la censura, la apertura al contacto con el extranjero, la transformación 181
cultural, un manejo certero de las distorsiones estadísticas, una relativa descentralización de la toma de decisiones y sobre todo un increíble crecimiento económico. No sería correcto describir a la Unión Soviética como un Estado no totalitario, apenas unos meses después del «discurso secreto» —en el que denunciaba a Stalin y el culto alrededor de su personalidad— de Jrushchov en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética fue que los tanques invadieron Hungría. Fueron enviados para reprimir un levantamiento obrero que había sido inspirado por eventos similares en Polonia: una rebelión, posiblemente hasta una revolución que no se diferenciaba de lo que había ocurrido en Octubre de 1917 en Rusia: colapso del gobierno, surgimiento de consejos obreros y alistamiento de miles de milicias populares que luchaban juntos en contra de la policía estatal de la URSS. Uno podría decir que Jrushchov fue presionado a actuar de esta forma tan represiva precisamente para preservar su «primavera» antiestalinista en contra de los simpatizantes de Stalin que de otro modo lo hubieran derrocado (y que finalmente hicieron precisamente eso). Pero deberíamos dar crédito de que, pese a todas sus diferencias, Jrushchov fue tanto un producto como el arquitecto de aquel mismo sistema autoritario y estalinista. Sin embargo, ocurrió, por casi una década, una innegable liberalización. Lo que luego se conoció como el «Deshielo de Jrushchov» les dio la capacidad a las repúblicas de manejar sus propias economías. Se realizaron conferencias de especialistas con el objetivo de aprender del extranjero las mejores prácticas, mientras que los directores, oficiales y lideres sindicales eran agrupados en discusiones consultativas para desarrollar los planes quinquenales. Jrushchov solucionó en parte el flujo de valor entre el campo y la ciudad a través de la condonación de deudas, la reducción de cuotas y el incremento en inversión en maquinaria agrícola, electrificación, fertilizante y muchas otras medidas cruciales. Los kolkhoz podían ahora notificar al centro 182
qué es lo que iban a producir, en lugar de que fuese al revés, y fue el trabajo de la Gosplán el reconciliar estos «planes de acción desde las bases» entre los productores y los objetivos a nivel nacional. El crecimiento en la década de 1950 fue rápido. Un inmenso programa inmobiliario coincidió con una enorme ola migratoria de los campesinos hacia las ciudades a medida que las transformaciones tecnológicas del agro redujeron radicalmente la necesidad de trabajo. Algunos avances en educación y entrenamiento estuvieron entre los más grandes logros de la época, junto a un impresionante programa de seguridad social y la elevación del estatus de la mujer, a medida que muchas mujeres se convertían en ingenieras, técnicas y juezas muchísimo tiempo antes de que dichos logros fuesen alcanzados en otros lugares. Esta fue la edad de oro de la Unión Soviética. Vio el lanzamiento del Sputnik en 1957; el primer ser humano enviado al espacio, Yuri Gagarin, en 1961; la primera mujer en el espacio, Valentina Tereshkova, en 1963 (un logro que los Estados Unidos no conseguiría hasta 1983, siendo aquella la tercera mujer en el espacio); y, de acuerdo a los análisis de los historiadores con acceso a los archivos soviéticos luego de la Guerra Fría, un crecimiento económico que fue superado solamente por Japón. Hoy en día, cuando pensamos en la URSS lo primero que nos viene a la mente es el terror del gulag en la década de 1930 y el escenario postapocalíptico de las estanterías vacías de los supermercados en la década de los 80s. Pero, como Francis Spufford nos recuerda en Red Plenty, su novela histórica publicada en 2010 y que trata precisamente de este período, y donde el protagonista no es un personaje individual, sino la idea misma de planificación económica, esta fue una era —en el apogeo del boom de posguerra de Europa y Estados Unidos— en la cual el éxito económico soviético, así como la destreza tecnológica y científica [de la URSS] tuvo a redactores de 183
periódicos occidentales, cabecillas de grupos de expertos y asesores presidenciales con la preocupación y hasta la convicción de que, tarde o temprano, serían superados por la superpotencia comunista. Como escribe Spufford en The Guardian describiendo las ideas clave de su novela:
No era el país revolucionario en el que pensaba la gente, lleno de banderas rojas y discursos ardientes, representados a través de la iconografía de las películas de Eisenstein; ni la Unión Soviética estalinista de movilización de masas, terror y un fervor totalitarista y austero. Este era, de repente, un lugar fruncido pero gerencial, un lugar civil y tecnológico, todo lleno de laboratorios y rascacielos, que estaba haciendo el mismo tipo de cosas que Occidente, pero intimidando a todos —durante un tiempo— al parecer que podría hacerlo mejor. (…) Parecería que nos hemos olvidado de aquella era en la cual el lugar se veía [a la URSS] en un estado de madurez confiada, desafiante y expansiva.73
Jrushchov confiaba tanto en la prosperidad en crecimiento de su país que había predicho que la URSS superaría económicamente a los Estados Unidos para 1970, y habría alcanzado ciertos aspectos de aquella sociedad post-escasez plenamente igualitaria, con abundantes lujos y con cada vez menos necesidad de trabajar que fue prometida por Marx —de cada uno de acuerdo a su capacidad, para cada uno de acuerdo a su necesidad— para 1980. Sin embargo, todos sabemos que no sucedió absolutamente nada de esto. Entonces, ¿qué fue lo que frenó a la Unión Soviética?
Spufford, F. (2010). Red plenty: lessons from the Soviet dream. Recuperado y traducido de https://www.theguardian.com/books/2010/aug/07/redplenty-francis-spufford-ussr. 73
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El economista Alec Nove, al cual hemos citado anteriormente en este libro, sostiene que la planificación conduce inevitablemente al autoritarismo. Spufford, más comprensivo que Nove con este período de la historia soviética, muestra más matices, pero su conclusión, como la de Nove y la de muchos otros autores, sigue siendo que [el autoritarismo] fue una consecuencia del intento de coordinar una economía sin el uso de las señales de los precios en el mercado. Un episodio central del libro de Spufford describe la destrucción de una máquina utilizada en la producción de rayón, una fibra semisintética, y las dificultades para obtener un reemplazo. El suceso inesperado generó una revisión de las proyecciones y los cronogramas de la fábrica que produce las máquinas de rayón, y esto a su vez forzó la alteración de las proyecciones y los cronogramas de todas las fábricas que producían las partes que formaban la máquina, y en consecuencia de la materia prima que era necesaria para hacer aquellas piezas. Las olas de impacto se extienden por toda la economía en lo que un crítico llamó una «explosión combinatoria de pesadilla». El episodio está ahí solamente para ilustrar lo que ocurre, momento a momento, con cada una de las miles de millones de mercancías de la economía. Todo afecta a todo. ¿Cómo era posible identificar todas esas variables? E incluso si pudiésemos rastrear todo esto, utilizando miles de las supercomputadoras más modernas del siglo con la capacidad de procesamiento del siglo XXI, ¿cómo podríamos calcular todo aquello, y los constantes cambios que tenían lugar diariamente o minuto a minuto? A pesar de todo el triunfo del Sputnik y el aumento de los bienes de consumo duraderos, persistieron deficiencias críticas repetidas, y los productos con regularidad no cumplían con las necesidades de los usuarios. A medida que la economía crecía, los requisitos de información solo aumentaron, al igual que la complejidad de los planes, junto con la necesidad de que las 185
personas redactaran los planes y los reconciliaran permanentemente con los resultados. Peor aún, la prioridad bajo Stalin había sido la industria pesada, con su gama limitada de productos. En gran parte el sistema de planificación había sido eficaz con respecto a las decisiones crudas y a gran escala que necesitaban las industrias básicas como la minería, la producción de acero, la industria pesada y la generación de electricidad. Pero una vez que los artículos de consumo se convirtieron en el centro de atención, la cantidad de productos se disparó naturalmente, junto con la complejidad de rastrear, evaluar y conciliar todos los factores de producción, y con esto la probabilidad de error también se incrementó. En The Economics of Feasible Socialism, Nove evaluó que había unos 12 millones de productos identificables diferentes, desde zapatos marrones hasta cojinetes de bolas y diferentes patrones de tela, producidos por casi 50.000 fábricas diferentes, sin contar las diversas granjas, estructuras de transporte y venta al por mayor y puntos de venta. Las interdependencias de todas estas cadenas de suministro deben optimizarse de acuerdo con un rango de variables, incorporando factores como reparación, reemplazo, innovación tecnológica, cambio de gusto, pagos al presupuesto estatal, reducción de costos, productividad y, por supuesto, tiempo. Como dice una broma soviética de la época: «los matemáticos han calculado que para redactar un plan preciso y completamente integrado para el suministro de material solo para Ucrania durante un año se requiere el trabajo de toda la población del mundo durante 10 millones de años». Frente a estos problemas tan recurrentes, el liderazgo se involucró en repetidos experimentos de reorganización de las instituciones administrativas y de planificación, pero no tuvieron demasiado éxito. Tales reformas constantes en sí mismas comenzaron a perturbar a la planificación. El Deshielo de Jrushchov, sin embargo, también permitió una repentina libertad de discusión y crítica, y por lo tanto un resurgimiento del 186
debate económico. Muchos planificadores y economistas eran conscientes del problema: datos fundamentalmente insuficientes, de mala calidad y la incapacidad de procesar lo que tenían. Surgieron dos respuestas a este inconveniente. La primera buscaba aumentar el papel del afán de lucro y la libertad de las diferentes empresas para contratar entre sí; en otras palabras, una restauración, en mayor o menor grado, de las relaciones de mercado, incluso si las empresas seguían siendo propiedad del Estado. La segunda, personificada por el matemático Leonid Kantoróvich, el único ciudadano soviético que ganó el Premio de Ciencias Económicas del Banco Nacional de Suecia en memoria de Alfred Nobel. Junto a sus compañeros del Instituto de Economía Matemática de Moscú, Kantoróvich creía que se encontraría una solución mediante el uso de las nuevas computadoras electrónicas para mejorar la optimización. Pero incluso aquí no había forma de que pudieran imaginar computadoras capaces de manejar los vastos flujos de información de millones de productos, por lo que esto tenía que combinarse con cierta flexibilidad a nivel de empresa. En una atmósfera de mayor libertad y debate, el desafío atrajo a algunas de las mejores mentes matemáticas que jamás había producido el país. Pero para considerar sus respuestas a la crisis y evaluar si Nove y otros estaban en lo cierto para concluir que la planificación a gran escala es simplemente imposible, es decir, responder a la pregunta de si podría haber alguna otra conclusión que el colapso de la Unión Soviética a fines de la década de 1980, tendremos que saltar a través del Atlántico hacia los Estados Unidos de la década de 1940, así como retroceder el reloj y volver a algunos de los argumentos presentados en el debate del cálculo económico en el Socialismo.
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Todo lo que entra tiene que salir El término «análisis de insumo-producto»74, que marca una de las ramas más importantes de la Economía, fue concebido durante la Segunda Guerra Mundial para describir el trabajo del economista de Harvard de origen ruso Wassily Leontief y la Oficina de Estadísticas Laborales, trabajo por el cual Leontief más tarde ganaría un Premio Nobel de Economía (algo así). Una tabla de insumo-producto ofrece una representación simplificada de los flujos de insumos y productos entre las industrias y, en última instancia, los consumidores. En efecto, es una hoja de cálculo: cada fina horizontal representa cómo el output de una industria en particular es utilizado como input por otra industria y consumidores, mientras que cada columna vertical representa todas las entradas utilizadas por cualquier industria. La tabla demuestra cuantitativamente la dependencia de cada industria de todas las demás industrias. Un aumento en la producción de Legos requiere un aumento en la entrada de plástico, y, por lo tanto, un aumento en la producción de plástico. Esas tablas son utilizadas por empresas y departamentos dentro de las empresas para planificar la producción, para cumplir con los objetivos de producción y para analizar cuáles serían los efectos en las salidas con cambios en varios insumos (y viceversa). La tabla permite calcular la cantidad de un producto A en particular que se requiere para producir una unidad de producto B. Leontief describió su trabajo de esta manera: «Cuando se hace pan, se necesitan huevos, harina y leche. Y si quieres más pan, debes usar más huevos. Hay recetas de cocina para todas las industrias de la economía». Aunque publicó la primera tabla input-output en un artículo de 1936, el propio Leontief dijo que el economista León Walras 74
También llamado «análisis input-output» (N. del T.).
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había producido versiones más rudimentarias de tales tablas en el siglo XIX, o incluso por François Quesnay el siglo XVIII (su Tableau économique) —y, por supuesto, también lo hizo Marx. Uno de los mayores avances de Leontief fue convertir las ecuaciones de Walras en álgebra lineal. Este avance es lo que impulsó la adopción del análisis de insumo-producto después de la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos y, posteriormente, a nivel internacional. Parecido a la batalla a veces tonta entre Newton y Leibniz sobre quién había sido el que inventó el cálculo (respuesta: ambos), durante la Guerra Fría, y después, se dedicó una gran cantidad de esfuerzo a evaluar los orígenes del análisis inputoutput para decidir si fue una innovación estadounidense o soviética (¡e incluso dentro de la URSS si fue una innovación bolchevique o menchevique!). Sin embargo, es interesante que fueron los primeros esfuerzos de la Unión Soviética para «andar a tientas en la oscuridad», hablando en términos de Mises, lo que dejó una impresión en un joven Leontief —como sugiere una investigación posterior a la Guerra Fría. En 1925 una veintena de economistas soviéticos bajo la dirección de P. I. Popov desarrollaron un balance contable económico nacional bastante rudimentario —centrándose en seis ramas principales de la economía y un puñado de subsectores— similar a cómo los contadores preparan un balance. La innovación aquí es el salto mental de ver la economía nacional como una especie de gigantesca empresa única. Aquel mismo año, Leontief publicó una revisión del trabajo sobre balances nacionales de Popov y sus colegas. Incluso antes, el economista Alexander Bogdánov había propuesto un procedimiento iterativo para aumentar constantemente la granularidad de las tablas económicas nacionales, y Nikolái Bujarin, a quien ya conocemos, se basó en el trabajo de Bogdánov para idear una formalización matemática de las tablas económicas de Marx para una
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reproducción ampliada que a su vez sentó las bases para Popov y su equipo. Pero, como hemos visto, el terror de Stalin significó que en la Gosplán se desarrolló poco más que estos equilibrios materiales nacionales. De hecho, como sostiene la historiadora económica Amana Akhabbar, la mayoría de los economistas de la década de 1920 permanecían ignotos o sin enseñanza en las universidades hasta su resurgimiento durante el Deshielo de Jrushchov. A finales de los años 50 el análisis input-output, que a los economistas les pareció una técnica estadística rigurosa en medio del Deshielo, con pronósticos considerablemente más precisos que los toscos esquemas económicos de los que habían dependido hasta entonces, fue «importado» de América de regreso a Rusia de la mano del economista y matemático soviético Vasily Nemchinov. A Nemchinov se le atribuye la introducción de métodos matemáticos a la planificación central, y el establecimiento, en 1958, del primer grupo del país para estudiar Economía matemática, que más tarde se convertiría en el Instituto Matemático Económico Central. Sin embargo, durante su carrera en los Estados Unidos, Leontief decía insistentemente que su trabajo no se basaba realmente en la economía soviética. Teniendo en cuenta que era un refugiado de la Rusia estalinista, esto es más que comprensible. Después de la Segunda Guerra Mundial, Leontief perdió rápidamente los apoyos financieros gubernamentales y del ejército de los Estados Unidos tras las acusaciones de que se estaban utilizando fondos federales para desarrollar «tecnología comunista», todo en el marco del McCarthysmo. Es irónico que fue solamente gracias al interés de las empresas privadas — principalmente Westinghouse Electric Corporation, que vio utilidad en esta técnica— que fue capaz de continuar con sus investigaciones. Este teatro de Guerra Fría de disfrazar la economía estadounidense con ropajes soviéticos y viceversa, incluso hasta 190
el punto en que gran parte del conglomerado estadounidense había rescatado técnicas económicas soviéticas es una característica que veremos repetirse una y otra vez. El desarrollo inicial de la programación lineal, una rama de las matemáticas disponible en la actualidad para un estudiante universitario en cualquier disciplina con un par de años de matemáticas, estuvo fuertemente influenciado por el análisis de input-output. En pocas palabras, la programación lineal explora métodos para encontrar el mejor resultado dada una serie de restricciones. Pasaría a ser adoptado ampliamente dentro de la Microeconomía y dentro de las corporaciones en Occidente para planificar la producción, el transporte, la tecnología y de hecho cualquier tarea que involucre múltiples variables y que apunte a maximizar las ganancias mientras se minimizan los costos y recursos. Las empresas utilizan habitualmente herramientas de programación lineal para resolver problemas complejos de decisión relacionados con la logística de la cadena de suministro, la programación de la producción, el transporte o cualquier forma de asignación de recursos. Desarrollado en la Unión Soviética por Leonid Kantorovich, y publicado en un folleto de 1939 con el nombre de Métodos matemáticos para la organización y la producción, el descubrimiento de la programación lineal siguió a una solicitud de una fábrica de madera contrachapada que quería optimizar su producción. La técnica, al tomar datos de matrices de entrada insumo-producto, ofreció una forma de resolver toda una clase de acertijos similares. Se aplicó por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial para resolver problemas de suministro militar, pero posteriormente fue olvidado, o más bien reprimido. El principal problema, entre muchos, fue que Kantorovich contrapuso la «Economía Matemática» a la «Economía Política» soviética convencional. Sus oponentes detectaron el aroma de algo no marxista. En un bosquejo matemático-biográfico de 2007 de 191
Kantorovich realizado por su alumno A. M. Vershik, éste habla de un «veto interno» —una autocensura no solo de los asuntos económicos, sino incluso de los aspectos matemáticos que la gente se imponía a sí misma— que duró hasta 1956. La «desclasificación» del tema llegó con la nueva esperanza que presentaba el Deshielo de Jrushchov. El matemático y economista holandés-estadounidense Tjalling Koopmans, alguien bastante alejado de Kantoróvich, ideó un método similar para el análisis de la asignación óptima de recursos. Ambos recibirían otro Nobel de Economía en 1975 por su descubrimiento conjunto. Un tercer individuo, el matemático estadounidense George Dantzing, nuevamente independientemente de los otros dos, pero un poco más tarde, justo después de la guerra, desarrolló una formulación de programación lineal para resolver problemas de planificación para la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. En 1947 ideó el «método simplex», también denominado algoritmo simplex dentro de la programación lineal. Las industrias lo adoptarían rápidamente para su planificación interna y sigue utilizándose en la actualidad; La revista New Scientist calificó recientemente este giro estadounidense sobre la cuestión de la optimización soviética como el «algoritmo que gobierna el mundo». Tal y como los archicapitalistas estadounidenses salvaron la obra de Leontief, en la Unión Soviética fueron los especialistas militares los primeros en ahondar en la programación lineal, ya que eran los únicos con acceso a textos extranjeros sobre el tema, traducidos al ruso, aunque no publicados a nivel nacional. Su interés no era la cuestión más amplia de la planificación económica, sino el control de sistemas, en sí mismo un subconjunto del tema de la distribución de recursos, que es al final, evidentemente, el alta y el omega de la Economía. Ni un coronel ni un solo general habían oído hablar de Kantoróvich. Vershik recuerda haber visitado un instituto de investigación del Ministerio de Defensa en Moscú en 1957 y contarles sobre el 192
trabajo de su mentor Kantórovich. «Para ellos, que acababan de comenzar a estudiar la literatura estadounidense sobre la programación lineal, esto fue una revelación»75. En ese momento se estaba produciendo una readecuación más amplia de la cibernética y había aumentado la urgencia de introducir computadoras en el ejército. Kantórovich fue invitado a dar una conferencia pública sobre su tema favorito. Los especialistas militares, que hasta aquel momento solamente habían estado utilizando fuentes estadounidenses obtenidas a través de canales secretos, se emocionaron al descubrir que era uno de los suyos el que había sido pionero en este campo. Kantoróvich escribió:
Descubrí que una gama de problemas del carácter más diverso relacionados con la organización científica de la producción (cuestiones sobre la distribución óptima del trabajo de máquinas y mecanismos, la minimización de la chatarra, la mejor utilización de materias primas y materiales locales, combustible, transporte, etc.) conducen a la formulación de un solo grupo de problemas matemáticos (problemas extremos). (…) Pero el proceso de resolverlos es prácticamente inutilizable, ya que requiere la solución de decenas de miles o incluso millones de sistemas de ecuaciones para completarlos.76
La idea de Kantoróvich era que los planificadores evaluaran los precios óptimos, un esquema en el que las valoraciones determinadas objetivamente o los «precios sombra» —un número teórico asignado a los artículos en lugar de un precio— se calcularían a partir de los costos de oportunidad sin la necesidad del «total conocimiento de la información» que personas como Vershik, A. (2007). L. V. Kantorovich and linear programming. Pág. 6. Kantoróvich, L. V. (1960). Methods of Organizing and Planning Production. Management Science, 6(4), 368. 75
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Mises y Hayek dijeron que era indispensable para planificar el trabajo. Al igual que Lange, Kantoróvich demostró que el cálculo económico racional fuera del mecanismo del mercado era, en principio, una posibilidad. Recuerde que la planificación económica puede ser útil tanto para las empresas capitalistas como para las economías socialistas. Internamente, las empresas son economías planificadas no diferentes de la Unión Soviética: economías planificadas jerárquicas y antidemocráticas, sin duda, pero economías planificadas de todos modos. La diferencia radica en su función objetivo (la meta) y cómo se determina. En la empresa capitalista, la técnica se pone al servicio de maximizar las ganancias en beneficio de los propietarios y, de hecho, la mayoría de los libros de texto y manuales de software de programación lineal asumen la ganancia como objetivo. En la sociedad socialista, la función objetivo puede seguir siendo un aumento de la riqueza, pero de la sociedad en su conjunto; es decir, matemáticamente similar a la maximización de beneficio, pero socialmente determinada. La expansión constante del tiempo libre podría ser otra función objetiva, al igual que la maximización de los servicios de los ecosistemas y la minimización de su interrupción. De esta manera, vemos cómo si bien la sustitución de la asignación de mercado por la planificación económica puede ser una condición necesaria para la realización del Socialismo, no es una condición suficiente: debe estar atada a la democracia.
La centrífuga yugoslava Los partisanos de la noción del Socialismo de mercado sostienen que existe una forma simple de conciliar ambos elementos. El Capitalismo utiliza los mercados para asignar
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recursos; por lo tanto, no puede existir Capitalismo sin mercado. Pero puede existir mercado sin Capitalismo. Tenga en cuenta que el Socialismo de mercado es distinto de la socialdemocracia. Podemos describir la socialdemocracia como una filosofía que acepta la insuperableidad del mercado al tiempo que reconoce sus inevitables desigualdades, apuntando así a una economía mixta que equilibre la asignación de mercado y no de mercado entre el Estado y el sector privado, al tiempo que promueve derechos laborales sólidos. En una sociedad socialdemócrata, el sector público conserva la responsabilidad de los bienes y servicios esenciales como la atención médica, la educación y los servicios de emergencia; monopolios naturales como la generación de electricidad, la gestión del agua y los ferrocarriles; e industrias de importancia estratégica como la siderurgia, la silvicultura, el petróleo y la minería. (Aunque en la mayoría de los países, desde la década de 1970, pocos servicios públicos —la vigilancia policial, necesaria para la protección imparcial de los derechos de propiedad de los que depende el mercado, y las fuerzas armadas, necesarias para el mantenimiento de la integridad del Estado— siguen siendo desmercantilizados, la mayoría las empresas de servicios públicos se han privatizado y casi no existe propiedad pública de la industria). El Socialismo de mercado, sin embargo, es algo completamente diferente. Bajo el Socialismo de mercado no hay propiedad privada de la industria, pero la asignación de bienes y servicios todavía ocurre a través del mercado. Los trabajadores son dueños de sus propias empresas, en forma de cooperativas, que en competencia entre sí venden sus productos y sobreviven, se expanden o fracasan en función de la demanda. Debido a los caprichos del mercado, como en la socialdemocracia, algunos sectores clave, como el de la salud, aún pueden estar en manos del sector público, pero sigue siendo una sociedad de mercado. Un sistema así se beneficia de la supuesta asignación eficiente 195
del mercado, evitando la esclerosis burocrática y eliminando la «clase propietaria», la burguesía. Además, no hay jefes y el lugar de trabajo se gestiona democráticamente. Pero los partidarios del Socialismo de mercado tienen que dejar de lado la realidad de que los bienes y servicios producidos en los mercados, incluso los mercados socialistas, seguirán siendo solo aquellos que puedan generar ganancias. Y, como hemos comentado, el conjunto de cosas que son beneficiosas se superpone solo en parte con el conjunto de cosas que son rentables. Los nuevos tipos de antibióticos, el internet rural de alta velocidad y los vuelos espaciales tripulados serían tan difíciles de entregar en un mercado socialista como en uno capitalista, sin una intervención significativa y planificada en el mercado. Mientras tanto, es probable que se sigan produciendo artículos que son rentables, pero activamente dañinos, como los combustibles fósiles. La anarquía del mercado también sufre inevitablemente de duplicación y sobreproducción, y en consecuencia la producción de crisis económicas. Así como sucede con los mercados capitalistas que funcionan con ganancias —la diferencia entre cuánto cuesta producir algo, incluidos los salarios pagados a los trabajadores, y cuánto se puede vender el producto—, bajo el Socialismo de mercado, el uso de la señal de precios también generaría un exceso de ingresos para las empresas más eficientes (incluso si se transforman en cooperativas de trabajadores) y pérdidas para las desafortunadas. Los socialistas de mercado, entonces, tienen que explicar cómo este sistema redistribuiría las «ganancias» de manera equitativa entre la población. Más importante aún, ¿cómo garantizaría su solución que el afán de lucro, uno que exprime más trabajo de los trabajadores y crea incentivos para producir en exceso, no resurja? Ampliado, el mercado y el afán de lucro crean ciclos de auge y caída en toda la economía que perjudican a las personas y desperdician recursos. Por su propia naturaleza, los mercados 196
producen desigualdades —desigualdades que, mientras exista un mercado, sólo son mejorables, no erradicables. Y ha sido sistemáticamente la desigualdad lo que ha provocado conflictos económicos a lo largo de la historia. Esta no es una discusión abstracta. Después de la Segunda Guerra Mundial, Yugoslavia bajo el mariscal Tito adoptó una variación del Socialismo de mercado. La escisión de Stalin y Tito de 1948 envió a los líderes de la joven república multinacional a buscar un camino alternativo al modelo burocrático soviético para la construcción del Socialismo, lo que los llevó a experimentar con lo que llamaron «autogestión de los trabajadores» o radničko samoupravljanje. Bajo este sistema, mientras las fábricas permanecían formalmente bajo propiedad estatal, los trabajadores dirigían la producción (nuevamente, es cierto que no con control total) en su lugar de trabajo, las mercancías producidas se vendían en el mercado y luego los trabajadores de una empresa en particular se quedaban con los ingresos excedentes. A medida que el papel de las fuerzas del mercado se expandió bajo Tito, particularmente con la abolición de la determinación de los salarios por parte del gobierno y el advenimiento de una dependencia al éxito o fracaso de una empresa en particular para asegurar el ingreso personal, la competencia entre empresas aumentó y la desigualdad entre trabajadores, categorías de habilidades, lugares de trabajo, sectores y lo que es más inquietante, regiones, también se incrementó. Inevitablemente, algunas fábricas serán superiores a otras en la producción de mercancías, o tendrán la suerte de estar ubicadas en una región más desarrollada, con mayores niveles de educación, mejor infraestructura de transporte o cualquier cantidad de ventajas. El Estado trató de equilibrar esto a través de la redistribución: políticas preferenciales regionales como la imposición de impuestos a las empresas más rentables para financiar la industrialización de las regiones menos 197
desarrolladas o para apoyar las áreas agrícolas. Pero esto, a su vez, provocó una impugnación de políticas y decisiones de inversión basadas en la región. El historiador económico de la Universidad de Glasgow, Vladimir Unkovski-Korica, ha argumentado que los lugares de trabajo particulares tendían a identificarse menos con la política en su conjunto que con los intereses de la gestión empresarial o de su gobierno regional. La primera huelga laboral en el joven país ocurrió ya en 1958, en una mina en la rica república de Eslovenia, impulsada por un resentimiento a la canalización de lo que los trabajadores veían como su riqueza hacia la mejora de la desigualdad regional. Pero esto no se debió simplemente a que los trabajadores en mejor situación se veían perjudicados por los altos impuestos; cualquier esfuerzo por equilibrar la desigualdad, necesariamente un esfuerzo centralizado, corría el riesgo de ser visto como un retorno de la hegemonía serbia. Como si no fuera suficiente estar atrapado entre un centralismo igualitario visto como chovinismo serbio, por un lado, y un resurgimiento del nacionalismo regional, por el otro, Yugoslavia también enfrentó el desafío de un creciente déficit en la balanza comercial, hasta el punto en que hasta un tercio de la inversión interna dependía del exterior. Peor aún, mientras que inicialmente esta ayuda había llegado en forma de subvenciones, en los años 60 estas subvenciones se habían convertido en préstamos. El gobierno respondió con una mayor orientación hacia las exportaciones, lo que a su vez benefició a algunas fábricas y regiones más que a otras. La estrategia de desarrollo integrado de todo el país fue finalmente abandonada en 1963 a través de la disolución del Fondo Federal de Inversiones bajo presión regionalista; sus fondos fueron distribuidos a los bancos locales, lo que solo aceleró la centrifugación de Yugoslavia al tiempo que socavaba las economías de escala y una división del trabajo racional y apropiada para la región. Como era de esperar, la lógica de mercado de empresas que compiten entre sí impulsó 198
el restablecimiento de las jerarquías en el lugar de trabajo, así como un énfasis cada vez mayor en las travesuras financieras y las estrategias de marketing —históricamente visto por los socialistas como un tumor derrochador que desperdicia recursos útiles— a expensas de la producción. Proliferaron las inversiones derrochadoras y los préstamos insostenibles a medida que las empresas de bajo rendimiento intentaban mejorar su posición en el mercado. Para servir estas onerosas deudas, la jerarquía gerencial restablecida, ayudada por un aparato de autogestión debilitado, hizo lo que hace cualquier gerente capitalista normal: precarizar los salarios y las condiciones laborales. El desempleo volvió. Y todo esto antes de las crisis económicas mundiales y los shocks petroleros de la década de 1970. ¿Significa esto que no hay lugar para el Socialismo de mercado o las cooperativas en ninguna concepción de una sociedad justa? Depende del marco de tiempo que consideremos. Abandonemos la visión del Socialismo de mercado y la planificación democrática como rivales. En cambio, veamos a las cooperativas y al Socialismo de mercado (o elementos del mismo) como mecanismos de puente hacia la desmercantilización y la planificación, como un medio para generar confianza en la gente común de su propia capacidad para gobernar un lugar de trabajo sin jefes —y en última instancia para gobernar la totalidad de la economía. También puede haber determinados productos básicos o sectores que sean más difíciles de desmercantilizar que otros. Como vimos en los inicios de la Unión Soviética y la China de Mao, mientras que gran parte de la industria pesada era relativamente fácil de desmercantilizar (al menos tan fácil como fue su desmercantilización en cualquier Estado capitalista, como para la producción de acero y carbón en la Europa occidental de posguerra), los intentos de desmercantilizar la agricultura subyacen a las barbaridades por las que estos dos regímenes son más conocidos: el Holodomor y el Gran Salto Adelante. 199
Una de las lecciones clave de la historia del «Socialismo realmente existente», es decir, la variedad estalinista, maoísta o titoísta, es que debemos mantener la mente abierta en cuanto a lo que funciona, experimentar con diferentes formas económicas y sentirnos cómodos con el cambio, abandonando ciertas hipótesis ante nuevas evidencias.
La planificación en la práctica (de nuevo) Entonces, ¿qué salió mal en la Unión Soviética? La novela de Francis Spufford, Red Plenty es, al menos en parte, la historia de cómo Kantoróvich fracasó en sus esfuerzos para que se adoptara su plan, pero sin embargo estaba tan convencido de la estrategia que, como señala Spufford, todavía estaba escribiendo cartas presionando al Politburó hasta su muerte en 1986. El desafío fue la necesidad de ir más allá de «en principio», hacia «la práctica». El algoritmo práctico que Kantoróvich ofreció en un apéndice de su trabajo de 1960 sobre el tema podía resolverse con papel y lápiz, pero solo era manejable para problemas de escala limitada. Cuando se trataba de resolver problemas más complejos, Kantoróvich recomendó una técnica aproximada de agregar procesos de producción similares y tratarlos como un solo proceso. En aquel momento tanto en la URSS como en los Estados Unidos tales ejercicios fueron realizados en gran parte por «computadoras» humanas (demostrado en la película Hidden Figures de 2016, sobre las mujeres «computadoras» que hicieron posibles las primeras misiones espaciales de la NASA). Si bien las ideas de Kantoróvich fueron recibidas con distintos niveles de entusiasmo, la capacidad de computación en ese momento era demasiado limitada para emplear la técnica de planificación detallada de toda la economía y, en cambio, se utilizó para
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elaborar planes para empresas particulares, o como máximo, sectores. El campo de la cibernética había sido un tabú ideológico, condenado oficialmente como un mecanismo estadounidense de neutralización del control de los trabajadores. Con Jrushchov, se había producido un cambio: la Academia de Ciencias publicaba ahora la revista Cybernetics in the Service of Communism, y Moscú había ordenado la construcción de fábricas de ordenadores. Víktor Glushkov, el fundador de la cibernética soviética, incluso recibió luz verde para desarrollar una red informática descentralizada, una Internet soviética, pero nunca se completó. Era muy pequeño, demasiado tarde. Cuando el Deshielo llegó a su fin, con el golpe de Estado derrocando a Jrushchov y el regreso de los estalinistas en 1964, la informática soviética estaba muy por detrás de sus contrapartes occidentales. No existía un estándar común y las computadoras y los periféricos eran frecuentemente incompatibles. La potencia informática limitada del país fue la razón principal del fracaso de su programa lunar tripulado y, a principios de la década de 1970, los líderes soviéticos decidieron abandonar el desarrollo de una industria informática nacional y optaron por piratear las computadoras occidentales. Sumado a este abandono de la computación, el autoritarismo no desapareció y fue revivido bajo Brézhnev, una vez más socavando la calidad de la información necesaria para participar en la planificación. Y una vez que se descubrió el gran colchón económico del petróleo en Siberia, los cibernéticos, informáticos y reformadores económicos que todavía estaban comprometidos con la planificación parecieron dejar de ser necesarios. La próxima versión de los reformadores económicos, en los años 80, sería una variedad más orientada al mercado, que casi había renunciado a la idea de planificación y al Socialismo. Después de la caída de la Unión Soviética, el debate se convirtió naturalmente en algo así como una discusión 201
académica, más que una controversia viva, y ciertamente un discurso que se perdió para aquellos comprometidos en la lucha por la justicia social del día a día. Pero en la década de 1990, dos científicos informáticos progresistas, Paul Cockshott de la Universidad de Glasgow y su colaborador, la economista Allin Cottrell de la Universidad de Wake Forest, comenzaron a argumentar en una serie de artículos académicos que las técnicas algorítmicas mejoradas habían vuelto a hacer que valiera la pena explorar la cuestión. En su libro de 1993, Towards a New Socialism, un texto que en algunos lugares parece más una polémica de izquierda que un libro de texto de programación universitaria, Cockshott y Cottrell argumentan en contra de la idea de que la planificación está destinada al fracaso, empleando nuevos conocimientos del mundo de las ciencias de la computación: «Los desarrollos modernos en la tecnología de la información abren la posibilidad de un sistema de planificación que podría superar al mercado en términos de eficiencia (en la satisfacción de las necesidades humanas) y equidad»77. Las computadoras son mejores que los mercados —así era el argumento. Todas las preocupaciones de Mises y Pareto —que, si bien en teoría, el cálculo económico socialista no es diferente del cálculo del mercado, sigue siendo poco práctico— se estaban volviendo irrelevantes por el cambio tecnológico. Sin embargo, sostienen, si bien el proyecto se ve facilitado por cierto nivel de sofisticación técnica, no es tanto la disponibilidad de computadoras centrales ultrarrápidas lo que ha sido la principal limitación. Sería suficiente una red de planificación distribuida de computadoras personales bastante modestas, conectadas por un sistema de telecomunicaciones para toda la economía y Cockshott, P. & Cottrell, A. (1994). Information and Economics: A Critique of Hayek. Recuperado de http://www.dcs.gla.ac.uk/~wpc/reports/hayek/hayek.html. 77
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empleando un sistema estandarizado de identificación de productos y bases de datos informáticas. Sin embargo, requeriría el acceso universal a las computadoras y el libre flujo de información. Dada una nueva oportunidad de vida por el advenimiento de las nuevas tecnologías, el debate ha continuado en la década del 2000. Una réplica de 2002 a la perspectiva de CockshottCottrell del lógico polaco Witold Marciszewski de la Universidad de Varsovia argumentó que la planificación socialista requeriría lo que se llaman súper máquinas de Turing, o hipercomputadoras, computadoras teóricas que van más allá de la computabilidad de las computadoras estándar, que algunos afirman no solo son físicamente imposibles de construir, sino que son lógicamente imposibles de diseñar. Y en 2006, Robert Murphy, un joven economista de la Escuela Austriaca del Pacific Research Institute, un grupo de expertos de libre mercado de California, empleó el argumento diagonal del teórico de escenarios Georg Cantor para afirmar que la lista de precios en la matriz de cualquier junta de planificación debería contener no simplemente miles de millones o billones de precios, sino —como con el conjunto de todos los números reales o el conjunto de todos los subconjuntos de enteros— un número infinito incontable de ellos, lo que hace imposible el cálculo socialista de toda la economía en principio, no solo en la práctica, [sino hasta en teoría], porque la lista completa de todos los precios nunca podría aparecer. Piénselo de esta manera: sin importar cuán grande sea el conjunto de números enteros, extendiéndose hasta el infinito (0, 1, 2, 3… ∞), dada una cantidad infinita de tiempo, podría contarlos simplemente enumerándolos uno tras otro. Pero la infinidad de números reales que se ajustan entre 0 y 1 es aún mayor, ¡y contiene un número infinito de infinitas cadenas de números enteros! Y por eso nunca, ni siquiera con una cantidad infinita de tiempo, podría contarse. Dice Murphy que este segundo tipo —un infinito incontable— describe el conjunto 203
completo de planificación.
precios
necesarios
para
participar
en
la
Esencialmente, Cockshott, Cottrell, Marciszewski, Murphy y un puñado de otros habían revivido el debate sobre el cálculo latente durante mucho tiempo, pero lo reformularon como un problema para el campo de la teoría de la complejidad computacional, una rama de la informática teórica que busca clasificar la dificultad inherente de la teoría de la complejidad computacional, diferentes tipos de problemas y los recursos necesarios para resolverlos. De la misma manera que los neurocientíficos en las últimas décadas han robado los debates sobre la teoría de la mente a los filósofos, los teóricos de la complejidad y los científicos de la computación están robando este debate a los economistas y a los politólogos. Sin embargo, la discusión aún permanece en gran parte oculta dentro del ámbito de las revistas científicas, e incluso allí, para muchos, se ha convertido en una especie de juego de salón matemático. No hay una audiencia activa fuera de una pequeña pizca de académicos. Una vez más, es el realismo capitalista: «Es evidente que una economía no de mercado es absurda, Jim, pero solamente como un ejercicio para mis estudiantes…». Publicada apenas dos años después de la crisis financiera de 2008, la novela de Francis Spufford sobre planificación económica, Red Plenty, provocó una explosión de respuestas, particularmente en internet. Quizás el más interesante de ellos fue un ensayo extenso del estadístico Cosma Shalizi de la Carnegie Mellon University, autodenominado «vagamente izquierdista», quien «aprendió programación lineal en las rodillas de su padre cuando era niño». En él, argumenta en contra de la esperanza de Spufford de que a medida que mejore la capacidad de procesamiento, la idea de planificación pueda regresar. Muestra cómo el cálculo de una lista de precios óptimos por parte de los planificadores resulta tan complejo como el cálculo del plan óptimo en sí, debido a la interdependencia de todas las 204
variables posibles dentro de una economía. Hablando en términos generales, está presentando un argumento similar a los de Murphy y Marciszewski, aunque al menos admite que, en lugar de ser completamente imposible, el problema podría volverse técnicamente manejable después de un siglo de la ley de Moore (que postula que la potencia de la computación se duplica aproximadamente cada dos años), si la ley se mantiene. Pero esto sitúa la planificación óptima en el ámbito de la ciencia ficción, más que en el de las opciones serias que se pueden considerar hoy. Recurrimos a la posición deprimente de que los precios en el mercado no son otra cosa que el mejor mecanismo para el procesamiento de toda la información necesaria para asignar los recursos de manera eficiente. ¿Por qué gastar tanta energía en la construcción de lo que de otro modo sería inmanente en el intercambio de mercado? «Necesitamos (…) alguna forma sistemática para que los ciudadanos proporcionen retroalimentación sobre el plan, a medida que se realiza»78, escribe Shalizi. «Hay muchas, muchas cosas que decir en contra del sistema de mercado, pero es un mecanismo para proporcionar retroalimentación de los usuarios a los productores y para propagar esa retroalimentación por toda la economía, sin que nadie tenga que rastrear explícitamente esa información»79. Ahora, a diferencia de Murphy y Marciszewski, Shalizi no es un defensor del libre mercado. Reconoce, y está horrorizado por, lo que producen los mercados: «En el extremo, el mercado literalmente mata de hambre a la gente, porque alimentarlos es un uso menos “eficiente" de los alimentos que ayudar a los ricos a comer más»80.
Shalizi, C. (2012). In Soviet Union, Optimization Problem Solves You . Recuperado de https://crookedtimber.org/2012/05/30/in-soviet-unionoptimization-problem-solves-you/. 79 Ibidem. 80 Ibidem. 78
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Reconoce que en muchas áreas (al menos en algunos países) —como educación, salud, vigilancia, bomberos, búsqueda y rescate y respuesta a desastres— la planificación se utiliza para asignar recursos, y hace un mejor trabajo que el mercado. Entonces, al igual que Nove, aboga por una economía mixta en la que algunos bienes y servicios se eliminan de la asignación del mercado. Pero esto es una chapuza. Si el argumento de la asignación de mercado es correcto, debería serlo también para estos ámbitos. ¿Por qué deberían funcionar tan bien la sanidad, la educación y los bomberos si la teoría muestra que deberían conllevar monstruosas ineficiencias? (De hecho, los libertarios hacen exactamente este argumento: que también debería haber un mercado no solo en la salud y la educación, sino también en la policía, los servicios de bomberos y las fuerzas armadas). En otra inversión del viejo engaño de la derecha de que «el comunismo funciona en teoría, pero no en la práctica», el comunismo parece funcionar de nuevo en la práctica, pero no en teoría. Pero entre las grandes ineficiencias en la asignación de recursos y la optimización absolutamente perfecta e inmaculada, está la realidad: el lugar donde realmente vive la gente. Aquí hay una serie de confusiones que se relacionan con la complejidad de llegar a una solución algebraica exacta de un problema, en lugar de obtener una respuesta económica aceptable a un problema. Según Cockshott, si se toma una economía grande y se utilizan técnicas estándar de insumo-producto —el método desarrollado por el economista ruso-estadounidense Wassily Leontief para representar relaciones económicas entrelazadas, que se usa comúnmente en la actualidad para calcular el PIB—, se puede representar como una matriz enorme, con columnas para cada industria y filas para la cantidad de cada producto de otra industria que consumirá. Entonces, para, digamos, la columna de la industria del acero, en la parte inferior dirá cuánto acero se
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produce, mientras que las filas indicarán cuánto carbón, cuánto mineral de hierro o cuánta piedra caliza se utiliza. Ahora, en principio, el número de pasos en este cálculo de matriz para alcanzar una cierta mezcla de producción final crecerá como el cubo del tamaño de su matriz; de modo que, si tiene una matriz con, digamos, 10 millones de entradas, parecerá que, para obtener una respuesta, el número de pasos necesarios será de 10 millones elevado a tres. Pero esto es solo si elige escribirlo como una matriz, porque si lo hiciera, encontraría que casi todas las entradas en la matriz serían cero, ya que no usa, digamos, piedra caliza para hacer un libro. La mayoría de las cosas no se utilizan en otros procesos. Por lo tanto, la mayoría de los productos requieren solo una pequeña cantidad de insumos. «La concepción de que todo afecta a todo no es cierta. Usted puede desagregar muchos aspectos de la economía», dice Cockshott. A través de la experimentación, Cockshott y sus colegas sugieren que esta desagregación permite que el número de pasos crezca logarítmicamente en lugar de exponencialmente, simplificando enormemente la complejidad del problema. En esencia, esto significa que al principio hay un rápido aumento en el número de pasos, seguido de un período en el que el crecimiento se ralentiza. Sin embargo, el crecimiento continúa, a diferencia de un caso en el que el número de pasos comienza lentamente y luego aumenta muy rápidamente a medida que avanza. Cockshott explica: «Usted dice: “Solo quiero obtener una respuesta a tres cifras significativas, porque ¿cuántas empresas realmente pueden planificar su producción para más que esto?”. Porque no desea una solución exacta, sino una aproximación a un cierto número de cifras significativas». Este requisito más estricto para el cálculo también limita el número de pasos de iteración que debe ejecutar en el algoritmo. «Entonces, cuando lo miras en términos de un problema práctico en términos de cómo los datos están realmente estructurados, lo que exige el mundo 207
real, te das cuenta de que estás tratando con algo mucho más simple de lo que sugiere el álgebra abstracta». Esto es algo que ahora es relativamente conocido en informática. Hay muchos algoritmos que atacan problemas que, en principio, son intratables, pero en la práctica podemos usarlos para resolver muchos problemas porque solo son intratables para ciertos rangos de números. Cockshott ha llevado el debate del ámbito de la teoría a la experimentación. Es muy difícil hacer una investigación práctica en planificación por razones obvias, pero después de probar sus ideas con una computadora departamental modestamente avanzada que cuesta alrededor de 5.000 libras afirma haber resuelto tales ecuaciones de optimización para una economía aproximadamente del tamaño de Suecia en aproximadamente dos minutos. Él proyecta que si hubiera usado el tipo de computadoras que usa el departamento de física de su universidad o cualquier centro de pronóstico del tiempo, entonces sería una cuestión muy simple para economías más grandes, con el tiempo de ciclo para el cálculo en el orden de horas, en lugar de meses, o años, o millones de años. «Es relativamente fácil demostrar que estos algoritmos son manejables. Son polinomios o subpolinomios. Están en la mejor clase de manejabilidad. Se adaptan fácilmente a las economías de escala industrial con una fracción del poder de procesamiento que tiene Google». La pregunta, entonces, pasa a la recopilación de la información correcta. Pero esto también se está volviendo más fácil, ya que los productos se rastrean cada vez más mediante códigos de barras, y los compradores y proveedores comparten vastas bases de datos que contienen información que monitorea todos los aspectos de la producción, el pedido de componentes, el cálculo de costos, etc.
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Ahora, todo esto es una aseveración extraordinaria. La metodología y los resultados de Cockshott deben ser cuestionados y replicados por otros investigadores. Pero algo de esta réplica ya ha sucedido justo delante de nuestras narices. Las colosales corporaciones multinacionales e instituciones financieras ya se dedican a la planificación interna, pero a escala mundial, coordinando actividades económicas en continentes separados. Cockshott señala al transporte aéreo como la primera industria en estar sujeta a una planificación computarizada integral, bajo el sistema de reserva de aerolíneas Boadicea, que se lanzó en la década de 1960. Los empleados de envíos también son cosa del pasado. Para ser claros: una economía sin mercado no es una cuestión de planificadores centrales que no rinden cuentas, o programadores igualmente irresponsables o sus algoritmos que toman las decisiones por el resto de nosotros. Sin la participación democrática de los consumidores y productores, la experiencia diaria de los millones de participantes vivos en la economía, la planificación no puede funcionar. La democracia no es un ideal abstracto atado a todo esto, sino la piedra angular del proceso. Y lo más importante, la toma de decisiones económicas democráticas, descentralizadas y asistidas por computadora no surgirá como un conjunto de reformas tecnocráticas del sistema que puedan simplemente imponerse. Primero debe haber una transformación fundamental de las relaciones y estructuras de la sociedad, incluida la confección de nuevas redes de interdependencia, marcos por los que las masas populares tendrán que luchar, construir y, en última instancia, sostener. Si bien dicho sistema puede y debe construirse desde cero, para alcanzar la escala de lo que se requiere de manera realista tanto para construir una economía justa como para hacer frente a la crisis ecológica, este sistema tendrá que ser global y completo en sus demandas de liberación humana y avance tecnológico.
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IX EL INTERNET SOCIALISTA DE ALLENDE La historia de Salvador Allende —presidente de la primera administración marxista elegida democráticamente, que murió cuando el general Augusto Pinochet derrocó a su administración de apenas tres años en un golpe de Estado respaldado por Estados Unidos el 11 de septiembre de 1973— es bien conocida y lamentada entre progresistas. Para gran parte de la izquierda, el aplastamiento del gobierno de Allende representa un camino revolucionario no tomado, un Socialismo diferente al de la Unión Soviética o China, comprometido con la democracia constitucional, el Estado de Derecho y las libertades civiles, incluso frente al terror de los paramilitares fascistas. La letanía de los horrores de los derechos humanos cometidos bajo Pinochet y las historias de «los desaparecidos» —un eufemismo para las más de 2.000 víctimas secuestradas en secreto por Pinochet cuyo destino el Estado se negó a clarificar— eclipsaron un experimento audaz y pionero en la planificación económica cibernética que se inició bajo Allende. El proyecto, llamado Cybersyn en inglés y Proyecto Synco en español, fue un esfuerzo ambicioso (quizás demasiado ambicioso) para conectar la economía y, de hecho, la sociedad. Se ha descrito en The Guardian, no sin razón, como una «Internet socialista» —un proyecto que se adelantó décadas a su tiempo. En gran parte desconocido durante décadas, finalmente ha recibido reconocimiento. Alrededor del cuadragésimo aniversario del golpe de Pinochet, apareció una serie de artículos en los principales medios de comunicación, desde el New Yorker hasta el popular podcast 99% Invisible, muchos basados en una extensa investigación y entrevistas con los arquitectos de Cybersyn realizadas por un ingeniero eléctrico y la historiadora 210
de tecnología Eden Medina para producir su texto sobre los triunfos y tribulaciones del equipo Cybersyn, Cybernetic Revolutionaries. La razón de la oleada de interés en Cybersyn hoy, y de la recuperación de su historia, se debe en parte a su notable paralelo con la Red de Agencias de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPANET) del ejército de los EE. UU., la precursora de Internet, y la revelación, como algo salido de un universo alternativo, que una estructura similar a Internet puede haber sido desarrollada por primera vez en el Sur Global. La atracción por la historia de la Internet socialista de Chile probablemente también se deba a la gran cantidad de lecciones para hoy que ofrece este artefacto de la revolución democrática de Allende —«aromatizado con vino tinto y empanadas», como él dijo— sobre privacidad y big data, el peligros y beneficios de Internet de las Cosas, y la aparición de la regulación algorítmica. Nuestro interés aquí, sin embargo, es principalmente considerar Cybersyn en términos de su éxito, o como un instrumento de planificación económica no centralizada. Liberados de las limitaciones de la Guerra Fría, hoy podemos considerar Cybersyn de manera más objetiva y preguntarnos si podría servir como modelo para superar tanto al libre mercado como a la planificación centralizada.
La cibernética es como el pastoreo de gatos En 1970, el recién elegido gobierno de coalición de Unidad Popular de Salvador Allende se convirtió en el coordinador de un revoltijo desordenado de fábricas, minas y otros lugares de trabajo que en algunos lugares habían sido administrados por el Estado desde hacía mucho tiempo, en otros estaban siendo recién nacionalizados, mientras que algunos estaban bajo ocupación de los trabajadores, y otros aún permanecían bajo el control de sus gerentes o propietarios. La anterior administración centrista del 211
demócrata cristiano Eduardo Frei ya había nacionalizado parcialmente las minas de cobre, el producto de mayor exportación del país. El gobierno de Frei también había desarrollado un programa masivo de construcción de viviendas públicas y amplió significativamente la educación pública, todo con una asistencia sustancial de los Estados Unidos. Washington estaba preocupado de que, si no pagaba por las reformas sociales, sería testigo de la revolución social dentro del hemisferio que consideraba propio. Por lo tanto, secciones sustanciales relativamente pequeñas de la economía de Chile ya estaban en el sector público cuando los socialistas asumieron el control, llevando la capacidad de gestión de la burocracia al límite. Se requería una estrategia de coordinación más eficiente. El jefe de la Corporación de Fomento de la Producción de Chile, que en aquel momento tenía 29 años, Fernando Flores, responsable de la gestión de la coordinación entre las empresas nacionalizadas y el Estado, había quedado impresionado con los prolíficos escritos sobre cibernética de gestión de un científico británico de investigación de operaciones y asesor de administración llamado Stafford Beer. Flores había estudiado ingeniería industrial en la Universidad Católica, pero al hacerlo también se había formado en investigación de operaciones, esa rama de las matemáticas aplicadas en busca de soluciones óptimas a problemas complejos de toma de decisiones. Es una disciplina que más bien parece un revoltijo, que se basa en el modelado, el análisis estadístico, la ingeniería industrial, la econometría, la gestión de operaciones, la ciencia de la decisión, la informática, la teoría de la información e incluso la psicología. En el curso de sus estudios y sus primeros trabajos para los ferrocarriles chilenos, Flores se había encontrado con los textos de Beer sobre cibernética. Mientras que el trabajo de Beer, por el cual había ganado una reputación internacional sustancial, se enfocaba en técnicas de gestión más eficientes, según las entrevistas de Medina con Flores, este último estaba cautivado 212
por cómo la «base filosófica conectiva» de la cibernética de gestión de Beer podía servir a la visión de Allende de un Socialismo democrático antiburocrático en el que los trabajadores participaran en la gestión, y que defendiera las libertades civiles individuales. La cibernética de la gestión, razonó Flores, podría ayudar al joven gobierno a «pastorear los gatos» de los sectores público y cooperativo. El término «cibernética» hoy tiene algo de un aura ingenuamente tecnoutopista, o incluso un terror distópico. Pero en su fundamento, el campo de la cibernética simplemente investiga cómo diferentes sistemas —biológicos, mecánicos, sociales— manejan de manera adaptativa la comunicación, la toma de decisiones y la acción. La primera edición del libro de Beer de 1959 sobre el tema, Cybernetics and Management, ni siquiera hace referencia a las computadoras y, como Medina desea enfatizar, el propio Beer fue un crítico intransigente de cómo las empresas y el gobierno desplegaban las computadoras. La cibernética no se gestiona mediante algoritmos. No es el taylorismo digital. Durante la Segunda Guerra Mundial, el matemático del MIT Norbert Wiener y su colega de ingeniería Julian Bigelow se encargaron de desarrollar formas de mejorar la orientación de los aviones enemigos. Tras consultar con uno de los primeros neuropsicólogos, los dos desarrollaron un aparato que automáticamente ayudaba al artillero humano a corregir su puntería a través de lo que llamaron retroalimentación, un método circular de control mediante el cual las reglas que gobiernan un proceso se modifican en respuesta a sus resultados o efectos. Hoy en día, esto puede parecer obvio (y su misma obviedad es probablemente un producto de cuán influyentes se han vuelto las nociones cibernéticas en nuestra cultura; de aquí proviene la palabra «retroalimentación»), pero en aquel momento, esta fue una revelación en un contexto en el cual los sistemas de control causales dominaban («si sucede esto, 213
entonces pasa aquello»). Como relata Richard Barbrook en su historia de 2007 sobre los albores de la era de la informática, Imaginary Futures, a pesar de que el origen de la disciplina fuese militar, Wiener tomaría una posición radical frente a la Guerra Fría y la carrera armamentista, no solo declarando que los científicos tenían la responsabilidad de negarse a participar en la investigación militar, sino afirmando la necesidad de una interpretación socialista de la cibernética. «Las grandes corporaciones dependían de una casta especializada de burócratas para dirigir sus organizaciones»81, señala Barbrook. «Dirigieron el “Panóptico” gerencial que aseguró que los empleados obedecieran las órdenes impuestas desde arriba. Supervisaron el financiamiento, la fabricación, la comercialización y la distribución de los productos de la corporación»82. Wiener primero, y Beer un poco más tarde, concibieron la cibernética como un mecanismo de prevención de la dominación: un desafío importante al que se enfrentan los administradores de cualquier sistema suficientemente complejo, según Beer, es que tales sistemas son «indescriptibles en detalle». Haciendo eco de esta preocupación, tres años antes de que los tanques soviéticos aplastaran el levantamiento de trabajadores y estudiantes en la primavera de Praga en 1968, dos autores checoslovacos, Oldrich Kýn y Pavel Pelikán, publicaron Kybernetika v Ekonomii, un libro que desafiaba el sistema de planificación central de arriba hacia abajo. En él, se centraron en el papel clave de la información veraz en la coordinación de las actividades económicas, ya sea a través del mercado o mediante la planificación, argumentando que la capacidad humana para recibir y procesar información es inherentemente limitada. Un alto grado de jerarquía centralizadora requiere que los tomadores de decisiones de alto nivel tengan una gran capacidad de procesamiento de información. Al mismo tiempo, además de la 81 82
Barbrook, R. (2007). Imaginary Futures. Pág. 57. Londres: Plato Press. Ibidem.
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mala calidad de la toma de decisiones resultante de la incapacidad de un individuo o incluso un pequeño grupo de humanos para procesar más de una cierta cantidad de información, la sobrecentralización también puede resultar en el aumento de los costos de transmisión y procesamiento de la información, siendo «muchas veces superior a las estimaciones más pesimistas de pérdidas que podrían ocurrir con una reducción efectiva de la información y una descentralización de gran parte de la toma de decisiones»83. En cambio, Kýn y Pelikán propusieron que la cantidad de información se reduzca gradualmente a lo largo de la jerarquía, con cada lugar en la jerarquía disfrutando de un cierto grado de libertad para tomar decisiones independientes: «No toda la información recopilada a continuación puede llegar a los lugares más altos. El problema, por supuesto, es cómo reducir la información sin perder lo esencial para la toma de decisiones»84. Por otro lado, como Beer sabía, demasiada descentralización y autonomía podría producir resultados caóticos que socaven el bienestar del sistema en su conjunto, produciendo una sobreproducción debilitante o escasez. Por lo tanto, su modelo tenía como objetivo promover un máximo de autoorganización entre los componentes a través de redes de comunicación redundantes, laterales y de múltiples nodos, al tiempo que conservaba algunos canales de control vertical para mantener la estabilidad sistémica y la planificación a largo plazo. En lugar de la dicotomía abstracta de centralización versus descentralización, preguntó: ¿Cuál es el grado máximo de descentralización que aún permite que el sistema prospere? Allende se sintió atraído por la idea de una industria dirigida racionalmente y, por recomendación de Flores, se Kyn, O. & Pelikan, P. (1965). Cybernetics in Economics. Czechoslovak Economic Papers, 5, 14. 84 Ibidem. 83
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contrató a Beer para asesorar al gobierno. Beer, por su parte, frustrado por ver solo una implementación parcial de sus ideas por parte de las empresas a las que asesoraba, se sintió atraído por la posibilidad de poner en práctica su visión completa, y en una escala mucho más amplia de lo que había intentado hasta ahora. Y esa visión implicaría la vinculación de una red de comunicación en tiempo real, conectando fábrica con fábrica, y hacia arriba a la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), despachando rápidamente datos tanto lateral como verticalmente y, por lo tanto, permitiendo respuestas rápidas en todos los puntos de la red frente al cambio de condiciones en el sistema. Los datos recopilados también serían procesados por una computadora central para producir proyecciones estadísticas sobre el comportamiento económico futuro. Además, el sistema involucraría una simulación por computadora de la economía chilena en su conjunto, que Beer y sus colegas denominaron «CHECO» (CHilean ECOnomy). Sin embargo, en su primera visita a Chile, Beer se enfrentó a la realidad de los limitados recursos informáticos del país: solo cuatro mainframes de rango bajo a medio que eran propiedad de la Empresa de Computación e Informática de Chile (ECOM), que ya estaban en gran parte saturados con otras tareas. A lo sumo, ECOM podría ofrecer tiempo de procesamiento en uno de esos dispositivos, un IBM 360/50. Como dice Medina, Beer estuvo construyendo una red informática de una sola computadora. Pero la clave era la red, no el tipo de máquina que hacía la red. Entonces, como solución, Beer sugirió conectar a la única computadora central de IBM una red de comunicaciones de máquinas de télex —esos dispositivos que parecen máquinas de escribir automáticas de los 70 que se ven en Todos los hombres del presidente, descendientes directos del sistema de telégrafo y fabricados por primera vez en la década de 1930—, que eran bastante comunes en Chile y en aquel momento eran incluso más 216
confiables que los teléfonos. Inicialmente, Beer pensó que estaba trabajando en un proyecto para desarrollar un sistema de control y comunicaciones más responsable y receptivo entre los gerentes de fábrica designados por el gobierno, o «interventores», para usar la terminología chilena de la época, y CORFO. Previó que los interventores de cada empresa utilizarían las máquinas de télex para transmitir datos de producción a la máquina de télex de la Empresa de Computación e Informática de Chile. Los operadores informáticos allí traducirían esta información en tarjetas perforadas que se introducirían en el mainframe, que a su vez utilizaría software estadístico para comparar los datos actuales con el rendimiento pasado, en busca de anomalías. Si se descubriera tal anomalía, los operadores serían notificados y luego notificarían tanto al interventor en cuestión como a CORFO. CORFO entonces le daría al interventor un breve período para resolver la anomalía por sí mismo, ofreciendo a la empresa un cierto grado de autonomía de la toma de decisiones más alta, y al mismo tiempo, aislando a los tomadores de decisiones del gobierno de lo que de otra manera podría ser un tsunami de datos al transmitir solo lo que era crucial. Solo si el interventor no pudiera resolver el problema intervendría CORFO. De esta manera, en lugar de que todas las decisiones de producción se tomen de manera centralizada de arriba hacia abajo, habría un proceso iterativo de «acumulación», como Beer lo describió, con políticas transmitidas hacia abajo a las fábricas y las necesidades de las fábricas transmitidas hacia arriba al gobierno, adaptándose continuamente a las nuevas condiciones. Beer, un severo crítico de la burocracia soviética, también creía que las comparaciones estadísticas producidas centralmente reducirían la capacidad de los gerentes de fábrica para producir cifras de producción falsas, como sucedió en la URSS, y permitirían un descubrimiento mucho más rápido de cuellos de botella y otros problemas. El objetivo era el control económico en tiempo real — que para entonces, socialista o no, era una ambición asombrosa— , o lo más cercano posible. Hasta aquel momento, los métodos 217
convencionales de presentación de informes económicos de Chile incluían extensos documentos impresos que detallaban la información recopilada mensualmente, o incluso anualmente. Paul Cockshott, el informático que conocimos antes, que ha escrito extensamente sobre la posibilidad de una planificación postcapitalista con la ayuda del poder de procesamiento contemporáneo, es un gran admirador de Cybersyn: «El gran avance de los experimentos de Stafford Beer con Cybersyn es que fue diseñado para ser un sistema en tiempo real en lugar de un sistema que, como lo habían intentado los soviéticos, era esencialmente un sistema por lotes en el que se tomaban decisiones cada cinco años». Allende, también, tan pronto como se familiarizó con cómo funcionaba el sistema, empujó a Beer aún más para expandir sus posibilidades de «descentralización, participación de los trabajadores y antiburocracia». El deseo de Allende de que el Proyecto Synco no fuera una respuesta tecnocrática a la planificación económica según las líneas soviéticas, sino una herramienta en manos de los trabajadores en el taller para participar ellos mismos en la toma de decisiones, impresionó a Beer, e insinuó una aplicación mucho más amplia del sistema que solo el sector nacionalizado. Para entonces Beer también se estaba radicalizando con los acontecimientos del país, más allá del trabajo de consultoría que realizaba para CORFO. Allende estaba trabajando en terreno fértil. Incluso antes de la elección del gobierno de coalición de seis partidos de la Unidad Popular de Allende, Estados Unidos había gastado millones en esfuerzos de propaganda contra la izquierda y para apoyar a los demócratas cristianos. Tras la nacionalización de la industria del cobre (incluso con el apoyo unánime de la oposición democristiana), principal exportación de Chile, Estados Unidos cortó los créditos y las empresas multinacionales que habían sido propietarias de las minas trabajaron para bloquear las exportaciones. Los propietarios de 218
fábricas y tierras acudieron a los tribunales para tratar de bloquear las reformas, y sectores de la derecha llamaron abiertamente a un golpe militar, una opción apoyada por la CIA. Si bien los aumentos salariales sustanciales para los trabajadores manuales y de cuello blanco inicialmente habían reducido drásticamente el desempleo y contribuido a un fuerte crecimiento económico del 8% al año, este bloqueo de facto pronto paralizó la economía y limitó la disponibilidad de artículos de consumo. Con los aumentos salariales persiguiendo menos artículos, apareció la escasez y la inflación paralizante, lo que a su vez provocó acusaciones de acaparamiento de la clase media. El gobierno de Unidad Popular de Allende —que la clase trabajadora consideraba su gobierno— estaba siendo amenazado a nivel nacional e internacional. Los obreros y campesinos se estaban radicalizando; la sociedad en su conjunto se estaba polarizando. Las circunstancias de un gobierno amenazado obligaron al equipo de Beer a trabajar con un cronograma de choque. El proyecto fue desafiado en varios frentes que no fueron aliviados por la aceleración del cronograma, pero las dificultades fueron menos tecnológicas que sociales. Los científicos de investigación operativa tenían que realizar estudios de cada empresa nacionalizada y establecer qué indicadores de producción necesitaría rastrear el software y cuáles debería ignorar. Esta no fue una tarea sencilla, incluso para un modelo simplificado que no pretendía representar toda la complejidad de la economía chilena, sino simplemente descubrir los factores clave que tenían el mayor impacto en los productos. Sin embargo, el modelo CHECO debía ir más allá de los factores de producción — productividad y demanda— para considerar la oferta monetaria —inversión e inflación. Pero el equipo estaba teniendo dificultades para obtener la información necesaria para probar el modelo. Los datos de minería tenían dos años de retraso. Los datos agrícolas fueron escasos. En algunas empresas, los 219
procesos avanzados de recopilación de información ni siquiera existían. Al final, si bien CHECO pudo ejecutar modelos experimentales que exploraban la inflación, el tipo de cambio y el ingreso nacional, así como modelos simplificados de toda la economía y de un puñado de sectores, el equipo vio estos esfuerzos solo como un experimento, no para ser utilizado para desarrollar políticas. Además, a pesar del deseo de Beer y Flores, y la insistencia de Allende de que el proyecto logre un sistema participativo, descentralizador y antiburocrático, el papel de los trabajadores en la fábrica era a veces insignificante, y los ingenieros de Cybersyn tendían a hablar primero con la alta dirección de la empresa, luego a los mandos intermedios, y finalmente a los ingenieros de producción en la fábrica. La historia del proyecto de Medina tiene cuidado de no romantizar los resultados. Los ingenieros consultaron con los comités de trabajadores, pero no de forma regular. Además de esto, para poder modelar fábricas individuales, necesitaban capacitación postsecundaria en investigación de operaciones, y Chile en ese momento tenía un grupo muy limitado de graduados que habían recibido esa capacitación. El equipo enfrentó la resistencia de los gerentes de fábrica, cuya posición de clase los hizo menos comprensivos con el proyecto, o que simplemente no entendían cuál era su propósito. A pesar de las instrucciones a los ingenieros de fábrica de que trabajaran con los comités de trabajadores, nuevamente las divisiones de clases plantearon una barrera: los ingenieros, en cambio, eran condescendientes con los trabajadores y preferían hablar con la gerencia. Medina, en su investigación, encontró muy poca evidencia de que los trabajadores de base desempeñaron un papel importante en la configuración del proceso de modelado. Pero también uno se puede imaginar que el mismo sistema pueda ser utilizado de una manera muy diferente, armando en lugar de desarmando a los trabajadores. De hecho, incluso en 220
forma embrionaria, la red de comunicaciones Cybersyn ayudó a grupos de trabajadores a autoorganizar la producción y la distribución durante lo que de otro modo habría sido una huelga de camiones paralizante, montada por intereses comerciales conservadores y respaldada por la CIA, en 1972. Al hacerlo, ofreció al gobierno de Allende, en apuros, un breve período de acción.
Huelga cibernética Fue durante la huelga que Cybersyn se puso en ejecución. La red podría permitir al gobierno obtener información inmediata sobre dónde la escasez es más extrema y dónde se encuentran los conductores que no participan en el boicot, y movilizar o redirigir sus propios activos de transporte para mantener las mercancías en movimiento. Pero esta no fue una simple operación de arriba hacia abajo, dirigida desde el Palacio de La Moneda por el presidente y sus ministros. La huelga había obligado a las operaciones del sector público cercanas entre sí a trabajar juntas en «cordones industriales» —literalmente, “cinturones industriales”»— para coordinar el flujo de materias primas y productos manufacturados. Los cordones, a su vez, trabajaron con organizaciones comunitarias locales, como grupos de madres, para ayudar con la distribución. El funcionamiento autónomo de estos cordones refleja formas de autodirección espontánea de los trabajadores y la comunidad que parecen surgir con regularidad durante tiempos de agitación revolucionaria, o de otra manera en tiempos de crisis o desastres naturales, ya sea que los llamemos «consejos», «comités d’entreprises» (Francia), «soviets» (Rusia), «szovjeteket» (Hungría) o «shorai» (Irán). Rebecca Solnit, comentarista progresista, describe en su historia social de las comunidades extraordinarias que surgen en momentos tan extremos, A Paradise Built in Hell, cómo lejos de la caótica y hobbesiana guerra de todos contra todos que imagina la élite, es una 221
organización tranquila y decidida la que prevalece. En repetidas ocasiones descubrió cómo los comentarios de quienes intentaban sobrevivir a través de terremotos, grandes incendios, epidemias, inundaciones e incluso ataques terroristas a pesar de los horrores experimentados reflejaron cuán verdaderamente vivos, llenos de propósito común e incluso alegres se sentían. No es de extrañar que una corriente rica y longeva de pensamiento socialista libertario, que recorre los escritos de personas como Rosa Luxemburgo, Anton Pannekoek y Paul Mattick, enfatice aquella organización, tales «consejos», como la base de la sociedad libre que desearon construir. El gran desafío es la ampliación de esa organización democrática y sin mercado. Ésta es la versión destilada del debate sobre el cálculo económico: las jerarquías relativamente planas parecen perfectamente capaces de coordinar democráticamente la producción y distribución para un número limitado de bienes y servicios, para un número reducido de personas y en una geografía limitada. Pero, ¿cómo podrían los innumerables productos que necesita una economía moderna, nacional (o incluso global), con su compleja red de cadenas de suministro entrecruzadas, miles de empresas y millones de habitantes (miles de millones, si consideramos el caso global), producirse sin enormes burocracias ineficientes y metastatizadoras? ¿Cómo se integran armoniosamente los intereses del nodo de producción local con los intereses de la sociedad en su conjunto? Lo que puede ser de interés para una empresa local puede no ser de interés para el país. Lo que sucedió en Chile en octubre de 1972 puede que no sea la respuesta definitiva a estas preguntas, pero abre la puerta a algunas posibilidades. El 15 de octubre, Flores sugirió al director del proyecto CHECO que aplicaran lo que habían aprendido de su experimentación para combatir la huelga. Establecieron un centro de comando central en el palacio presidencial, conectado a través de las máquinas de télex a una serie de unidades 222
operativas especializadas que se centraron en diferentes sectores clave: transporte, industria, energía, banca, suministro de bienes, etc. Esta red permitió al gobierno recibir actualizaciones de estado minuto a minuto directamente desde ubicaciones en todo el país, y luego responder con la misma rapidez, enviando pedidos a través de la misma red. Un equipo en el palacio analizó los datos que llegaban y los recopiló en informes, de los que los líderes gubernamentales dependían para tomar decisiones. Si a una fábrica le faltaba combustible, repuestos, materias primas u otros recursos, estos datos fluían a través de la red a otra empresa que podía ayudar. También se compartió información sobre qué carreteras estaban libres de opositores, lo que permitió que los camiones que permanecían bajo control público se reorientaran y evitaran bloqueos. Medina observa cómo algunos historiadores enfatizan, en cambio, el papel de la movilización popular desde abajo para romper la huelga, pero ella argumenta que esta es una dicotomía innecesaria. Si bien no eliminó la jerarquía vertical, la red conectó el centro de comando del gobierno con las actividades horizontales en el terreno. Medina escribe: «La red ofreció una infraestructura de comunicaciones para vincular la revolución desde arriba, liderada por Allende, con la revolución desde abajo, liderada por trabajadores chilenos y miembros de organizaciones de base, y ayudó a coordinar las actividades de ambos en tiempos de crisis»85. Ella sostiene que Cybersyn simplemente se desvaneció en un segundo plano, «como suele ocurrir con la infraestructura»86. El sistema no les dijo a los trabajadores qué hacer; los trabajadores y sus representantes en el gobierno simplemente utilizaron el sistema como una herramienta para ayudarlos a hacer lo que querían hacer. La realidad de los chilenos, que lograron dirigir una tecnología en lugar de lo contrario debería mitigar las Medina, E. (2011). Cybernetic Revolutionaries. Pág. 150. Londres: The MIT Press. 86 Íbid, pág. 151. 85
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preocupaciones potenciales de que nuestra hipótesis —que la potencia de procesamiento y las redes de telecomunicaciones contemporáneas pueden funcionar para superar el desafío del cálculo económico— es una solución tecnocrática; que estamos argumentando que relegamos la responsabilidad de construir la sociedad democrática y sin mercado a un algoritmo. Es completamente lo contrario. Mientras tanto, la estrategia de Flores resultó ser un éxito, reduciendo la escasez. Los datos del gobierno mostraron que los suministros de alimentos se mantuvieron entre el 50% y el 70% de lo normal. La distribución de materias primas continuó con normalidad en el 95% de las empresas cruciales para la economía, y la distribución de combustible en el 90% de lo normal. Los informes económicos ahora se basaban en datos que se habían recopilado y entregado en todo el país solo tres días antes, donde anteriormente tales evaluaciones gubernamentales habían tardado hasta seis meses en producirse. A finales de mes, la huelga estaba prácticamente interrumpida y claramente no había logrado su objetivo de paralizar el país. Chile todavía funcionaba. Un ministro le dijo a Beer que si no hubiera sido por Cybersyn, el gobierno se habría derrumbado la noche del 17 de octubre. El resultado inspiró a Beer a imaginar aplicaciones aún más amplias de la cibernética para apoyar la participación de los trabajadores. Este exconsultor de negocios internacionales se había movido en una dirección casi anarcosindicalista (el anarcosindicalismo es la filosofía política que defiende una sociedad sin gobierno coordinada directamente por los trabajadores a través de sus sindicatos): «La respuesta básica de la cibernética a la pregunta de cómo el sistema debe organizarse es que debe organizarse a sí mismo». La ciencia y la tecnología podrían ser herramientas utilizadas por los trabajadores para ayudar a coordinar democráticamente la sociedad, de abajo hacia arriba, superando de una vez por todas la dicotomía 224
centralización/descentralización. En lugar de que los ingenieros e investigadores de operaciones elaboren los modelos de las fábricas, los programadores estarían bajo la dirección de los trabajadores, incorporando su profundo conocimiento de los procesos de producción en el software. En lugar del modelo soviético de enviar grandes cantidades de datos a un punto de comando central, la red distribuiría, vertical y horizontalmente, solo la cantidad de información necesaria para la toma de decisiones. Para Beer, escribe Medina, Cybersyn ofreció «una nueva forma de control descentralizado y adaptativo que respetaba la libertad individual sin sacrificar el bien colectivo»87. Pero nosotros, más de cuatro décadas después, tenemos algunas preguntas pendientes, una de las cuales es si un sistema utilizado en condiciones de emergencia, cercanas a una guerra civil en un solo país —que cubre un número limitado de empresas y, ciertamente, solo logra mejorar parcialmente una situación desesperada— se puede aplicar en tiempos de paz y a escala mundial. Después de la huelga el gobierno siguió usando la red, y tenía planes de extenderla, pero nunca sabremos si todo habría funcionado. El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas armadas chilenas finalmente iniciaron el golpe de Estado contra Allende que Estados Unidos había buscado durante tanto tiempo. Según la mayoría de las evaluaciones, incluido un informe del año 2000 sobre el asunto de la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos, los conspiradores procedieron con un asentimiento implícito de Washington. A las siete de la mañana de aquel día, la Armada de Chile se rebeló y tomó el puerto marítimo de Valparaíso. Dos horas después, las fuerzas armadas controlaban la mayor parte del país. Al mediodía, el general del ejército, Gustavo Leigh, ordenó a los aviones Hawker Hunter bombardear el palacio presidencial, mientras los tanques atacaban desde 87
Íbid, pág. 173.
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tierra. Cuando Allende se enteró de que habían tomado el primer piso de La Moneda, ordenó a todo el personal que saliera del edificio. Formaron una cola desde el segundo piso, bajaron las escaleras y se dirigieron a la puerta que daba a la calle. El presidente avanzó a lo largo de la línea, estrechando las manos y agradeciendo a todos personalmente. El presidente Salvador Allende luego caminó hasta el Salón Independencia en el lado noreste del palacio, se sentó y colocó un rifle que le había dado Fidel Castro entre sus piernas, colocando el cañón debajo de su barbilla. Dos disparos le arrancaron la coronilla. El régimen militar del general Augusto Pinochet detuvo inmediatamente el trabajo del Proyecto Cybersyn, destruyendo físicamente gran parte de lo que se había construido, aunque la documentación más importante sobrevivió debido a las rápidas acciones de las figuras clave involucradas. Para 1975, además de asesinar, desaparecer y torturar a miles, obligando a miles de personas a huir como refugiados políticos a lugares como Canadá, la junta también había implementado el primer experimento del mundo en lo que se conocería como neoliberalismo, prescrito por economistas, la mayoría de los cuales había estudiado en la Universidad de Chicago con Milton Friedman, quien luego asesoraría al presidente republicano de los Estados Unidos, Ronald Reagan, y a la primera ministra conservadora del Reino Unido, Margaret Thatcher. La junta siguió al pie de la letra las recomendaciones de estos «Chicago Boys»: privatización de gran parte del sector público, reducción del gasto público, despidos masivos de funcionarios públicos, congelación de salarios y desregulación de toda la economía. Desde entonces, casi todos los gobiernos del mundo han adoptado variaciones sobre este modelo neoliberal, con diversos grados de celo o desgana, produciendo una enorme desigualdad en gran parte de Occidente —es cierto que no siempre acompañada de escuadrones de la muerte entrenados por la CIA 226
que empujan a sindicalistas fuera de helicópteros en pleno vuelo, o cortando los dedos y la lengua de los cantantes de folk de izquierda que tocaban la guitarra. Reavivar el sueño de planificar de abajo hacia arriba hoy significa deshacer primero los daños, incluso en el mundo de las ideas, del medio siglo neoliberal.
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X PLANIFICANDO EL BUEN ANTROPOCENO Lo que es rentable no siempre es útil y lo que es útil no siempre es rentable. Éste, uno de los temas principales de este libro, se aplica tanto a pequeña como a gran escala. Como hemos visto, no importa cuán beneficiosas puedan ser las nuevas clases de antibióticos, no son lo suficientemente rentables, por lo que no se producirán. Mientras tanto, muchos otros productos básicos, como los combustibles fósiles, que socavan el florecimiento humano o incluso amenazan nuestra existencia, siguen siendo rentables y, por lo tanto, sin intervención regulatoria, las empresas seguirán produciéndolos. El afán de lucro del mercado, no el crecimiento o la civilización industrial, como han argumentado algunos ambientalistas, causó nuestra calamidad climática y la biocrisis más grande que ha existido. El mercado es amoral, no inmoral. No tiene dirección, sino su propia lógica interna que es independiente del comando humano. Sería muy útil reducir la combustión de combustibles fósiles de nuestra especie, responsable de aproximadamente dos tercios de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. También sería útil aumentar la eficiencia de los insumos en la agricultura, que, junto con la deforestación y el cambio de uso de la tierra, es responsable de la mayor parte del tercio restante. Sabemos cómo hacer esto. Una gran cantidad de electricidad producida en plantas nucleares e hidroeléctricas, respaldada por tecnologías de energía renovable más variables como la eólica y la solar, podría reemplazar casi todos los combustibles fósiles en poco tiempo, limpiando la red y entregando suficiente generación limpia para electrificar el transporte, la calefacción y la industria. La descarbonización de 228
la agricultura es más complicada y aún necesitamos una mejor tecnología, pero comprendemos qué camino debemos tomar. Desafortunadamente, siempre que estas prácticas no generen ganancias o no generen suficientes ganancias, las empresas no las implementarán. Escuchamos informes regulares que afirman que la inversión en energía renovable ahora está superando la inversión en combustibles fósiles. Esto es bueno, aunque a menudo es el resultado de los subsidios para los actores del mercado, que generalmente se derivan de los aumentos en el precio de la electricidad que afectan a las comunidades de la clase trabajadora, más que de los impuestos a los ricos. Incluso si, en términos relativos, se destina más dinero a la energía eólica y solar que al carbón, el aumento absoluto de la combustión de India y China, entre otras naciones, probablemente nos empujará más allá del límite de dos grados Celsius que la mayoría de los gobiernos han acordado que es necesario para evitar un cambio climático peligroso. En pocas palabras, el mercado no está generando suficiente electricidad limpia, ni está abandonando suficiente energía sucia, ni tampoco lo hace con la suficiente rapidez. La directiva relativamente simple de «limpiar la red y electrificar todo» que resuelve la parte de la ecuación de los combustibles fósiles no funciona para la agricultura, que requerirá un conjunto de soluciones mucho más complejas. También en este caso, mientras una práctica en particular genere ganancias, el mercado no la abandonará sin regulación o reemplazo del sector público. Los liberales y los verdes argumentan que deberíamos incluir los impactos negativos de la quema de combustibles fósiles (y sus corolarios agrícolas, algunos sugieren un impuesto al nitrógeno) en los precios de los combustibles. Según sus estimaciones, una vez que estas externalidades aumenten el precio del carbono a 200 o 300 dólares por tonelada (o hasta 1000 dólares por tonelada, según la Asociación Nacional de 229
Fabricantes de EE. UU.) el mercado, ese asignador eficiente de todos los bienes y servicios, resolverá el problema. Dejando de lado las grotescas desigualdades que resultarían de aumentar constantemente los impuestos a toda la población, incluso cuando la clase trabajadora y la gente pobre gasta una mayor proporción de sus ingresos en combustible, los defensores de los impuestos al carbono han olvidado que su solución al cambio climático, el mercado, es la misma causa del problema.
Pensemos en grande ¿Cómo es que un precio del carbono podría crear una red de estaciones de carga rápida de vehículos eléctricos? Tesla solo los construye en aquellas áreas en las que puede depender de las ganancias. Al igual que una empresa de autobuses privada o un proveedor de servicios de Internet, Elon Musk no proporcionará un servicio que no genere dinero (o al menos, uno que no convenza a los inversores de que algún día ganará dinero; Tesla actualmente funciona en pérdidas, es un agujero negro para el capital de riesgo). El mercado deja que el sector público cubra el vacío. Este no es un argumento abstracto. Noruega ofrece estacionamiento y carga eléctrica gratuita a vehículos eléctricos, permite que estos automóviles usen carriles para autobuses y recientemente decidió construir una red de carga a nivel nacional. Gracias a su política intervencionista, los vehículos eléctricos en el país a enero de 2018 representaron más del 50% del total de ventas nuevas, más que en cualquier otro lugar. En comparación, apenas el 3% de los automóviles en California son eléctricos. Los costos iniciales de algunos de estos cambios representan un obstáculo importante. Tomemos, por ejemplo, la 230
energía nuclear. Desde una perspectiva de todo el sistema, la energía nuclear convencional sigue siendo la opción más barata gracias a su enorme densidad energética; también cuenta con una menor cantidad de muertes por teravatio/hora y una huella de carbono más baja. La única fuente de energía con una menor huella de carbono es la eólica terrestre. Pero, al igual que los proyectos hidroeléctricos a gran escala, los costos de construcción son considerables. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático señala que, si bien la energía nuclear es limpia y no intermitente, y tiene una pequeña huella en la tierra, «sin el apoyo de los gobiernos, las inversiones en nuevas (...) plantas no son económicamente atractivas en los mercados liberalizados»88. Las empresas privadas se niegan a iniciar la construcción sin subsidios o garantías públicas. Esto explica por qué el esfuerzo de descarbonización más rápido hasta ahora ocurrió antes de que la liberalización del mercado europeo envolviera sus dedos alrededor del cuello de las economías de sus Estados miembros. El gobierno francés pasó aproximadamente una década construyendo su flota nuclear, que ahora cubre casi el 40% de las necesidades energéticas del país. De manera similar, para integrar las energías renovables intermitentes a su máximo potencial, necesitaríamos construir «superredes» de transmisión inteligente con balanceo de carga, voltaje ultra alto y que abarquen continentes o incluso todo el mundo para reducir tanto como sea posible sus oscilaciones volátiles. Si bien es posible que el viento no sople y el sol no brille en una región, siempre hay otro lugar del planeta donde el viento y el sol están haciendo lo que queremos que hagan cuando queremos que lo hagan. Necesitamos planificar este proyecto sobre la base de la confiabilidad del sistema, es decir, la 88
IPCC; Bruckner T, et al. (2014). Energy systems. Climate Change 2014:
Mitigation of Climate Change. Contribution of Working Group III to the Fifth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate. Pág. 542. Cambridge: Cambridge Univ Press.
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necesidad. Un mosaico de empresas privadas de energía solo construirá lo que sea rentable. Y los costos iniciales aquí son inmensos. China tiene sus ojos puestos precisamente en esto a través de su iniciativa Global Energy Interconnection. ¿El precio de una red eléctrica mundial? 50 billones de dólares.
El límite regulatorio Muchos verdes exigen un retiro de la gran escala, un regreso a lo pequeño y local. Pero esto también diagnostica erróneamente la fuente del problema. Reemplazar a todas las multinacionales por mil millones de pequeñas empresas no eliminaría el incentivo del mercado para alterar los servicios de los ecosistemas. De hecho, dadas las grandes deseconomías de escala de las pequeñas empresas, la disrupción solo se intensificaría. Como mínimo, necesitamos regulación, ese ejercicio de zambullirse en la planificación económica. Una política gubernamental que requiera que todas las empresas que fabrican un producto en particular utilicen un proceso de producción no contaminante socavaría las ventajas obtenidas por los altos contaminantes. Esta es la opción socialdemócrata y tiene mucho que ofrecer. De hecho, debemos recordar cuán fructífera ha sido la regulación desde que adquirimos una comprensión más profunda de nuestros desafíos ecológicos globales. Remendamos nuestra deteriorada capa de ozono; devolvimos las poblaciones de lobos y los bosques a Europa central; relegamos a la ficción la infame niebla londinense de Dickens, Holmes y Hitchcock, aunque las partículas de carbón todavía asfixian a Beijing y Shanghái. De hecho, gran parte del desafío climático que enfrentamos proviene de un Sur global subdesarrollado que busca con razón ponerse al día.
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Por lo tanto, solo una economía global y democráticamente planificada puede matar completamente de hambre a la bestia. Pero esta propuesta plantea algunas preguntas básicas: ¿Podemos imponer una planificación democrática global de una sola vez, en todos los países y en todos los sectores? Fuera de la revolución mundial, esto parece poco probable. Pero podemos, no obstante, mantener ese ideal como estrella polar, como algo por lo que trabajar durante algunas generaciones, extendiendo constantemente el dominio de la planificación democrática sobre el mercado. Además, ¿deberíamos eliminar por completo el mercado? ¿No reemplazaría eso simplemente la regla del mercado con la regla del burócrata? La propiedad pública no es suficiente para la justicia social ni para la optimización ambiental, y el miedo a la burocracia y su pariente cercano, el estatismo, es racional. Pero la planificación democrática no tiene por qué implicar la propiedad estatal. A menos que crean que la democracia tiene un límite superior, incluso los anarquistas clásicos deberían ser capaces de imaginar una economía global, sin Estado, pero planificada. Ya sea administrado por el Estado o de otro modo, debemos asegurarnos de que cualquier modo de gobernanza global que no sea de mercado se adhiera a principios genuinamente democráticos. Sin duda, deberíamos debatir el papel y el tamaño del sector público. ¿Podríamos aprovechar las potencias logísticas y de planificación, los Walmart y las Amazon del mundo, y reutilizarlas para una civilización igualitaria y ecológicamente racional? ¿Podríamos convertir estos sistemas en un «Cybersyn» global, el sueño de Salvador Allende de un Socialismo computacional democrático? Analicemos primero si eso es posible y deseable; luego, averigüemos cómo asegurarnos de que gobernamos los algoritmos y que ellos no nos gobiernan a nosotros.
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El cambio climático y la biocrisis más amplia revelan que múltiples estructuras de toma de decisiones locales, regionales o continentales son obsoletas. Ninguna jurisdicción puede descarbonizar su economía a menos que otras también lo hagan. Porque incluso si un país descubre cómo capturar y almacenar carbono, el resto del mundo seguirá enfrentándose a un océano que se acidifica. Verdades similares son válidas para los flujos de nitrógeno y fósforo, el cierre de los circuitos de entrada de nutrientes, la pérdida de biodiversidad y la gestión del agua dulce. Más allá de las cuestiones ambientales, podríamos decir lo mismo sobre la resistencia a los antibióticos, las enfermedades pandémicas o los asteroides cercanos a la Tierra. Incluso en áreas de políticas menos existenciales, como la manufactura, el comercio y la migración, demasiados nodos interconectados unen a nuestra sociedad verdaderamente planetaria. Una de las grandes contradicciones del Capitalismo es que aumenta las conexiones reales entre las personas al mismo tiempo que nos anima a vernos como individuos monádicos. Todo esto demuestra tanto el horror como la maravilla del Antropoceno. La humanidad controla tan plenamente los recursos que nos rodean que hemos transformado el planeta en meras décadas, a una escala que los titánicos procesos biogeofísicos tardaron millones de años en lograr. Pero una capacidad tan asombrosa se está ejerciendo a ciegas, sin intención, al servicio de las ganancias, en lugar de las necesidades humanas.
El Antropoceno Socialista Los investigadores del clima a veces hablan de un «buen Antropoceno» y un «mal Antropoceno». Este último describe la intensificación, y quizás la aceleración, de la alteración involuntaria de los ecosistemas de los que dependemos los seres 234
humanos. El primero, sin embargo, nombra una situación en la que aceptamos nuestro papel como soberanos colectivos de la tierra y comenzamos a influir y coordinar los procesos planetarios con propósito y dirección, promoviendo el florecimiento humano. Tal intento de dominar el sistema terrestre puede parecer, a primera vista, lo último en arrogancia antropocéntrica; pero esto es precisamente lo que argumentamos cuando decimos que queremos detener el cambio climático, incluso si no nos damos cuenta de que es lo que estamos diciendo. Porque, ¿por qué le habría de importar al planeta Tierra la temperatura particular que predominó durante la mayor parte de los últimos siglos, un período muy inusual de estabilidad de la temperatura global? La vida en esta roca, desde que emergió por primera vez hace cuatro mil quinientos millones de años, ha experimentado temperaturas globales promedio mucho más altas que incluso las peores proyecciones de calentamiento global antropogénico. El fallecido paleontólogo, socialista y ambientalista comprometido Stephen Jay Gould una vez rechazó todas las sugerencias de que necesitamos «salvar el planeta». «¡Deberíamos ser así de poderosos!» el respondió. «La tierra estará perfectamente bien. ¡Es la humanidad la que necesita ser salvada!». Incluso haciendo declaraciones muy simples e inobjetables como «el calentamiento global aumentará los fenómenos meteorológicos extremos y, por tanto, debemos tratar de evitarlo», estamos adoptando ineludiblemente una postura antropocéntrica: nuestro objetivo es estabilizar una temperatura óptima por el bien de la humanidad. No podemos alcanzar este digno objetivo sin una planificación democrática y una superación constante del mercado. La escala de lo que debemos hacer (los procesos biogeofísicos que debemos comprender, rastrear y dominar para prevenir el cambio climático peligroso y las amenazas asociadas) es casi insondable en su complejidad. No podemos confiar en el 235
mercado irracional y no planificado con sus incentivos perversos para coordinar los ecosistemas de la tierra. Contrarrestar el cambio climático y planificar la economía son proyectos de ambición comparable: si podemos gestionar el sistema terrestre, con todas sus variables y miríadas de procesos, también podemos gestionar una economía global. Una vez eliminada la señal de los precios, tendremos que realizar conscientemente la contabilidad que, en el mercado, está implícitamente contenida en los precios. La planificación deberá tener en cuenta los servicios de los ecosistemas incluidos implícitamente en los precios, así como aquellos que el mercado ignora. Por lo tanto, cualquier planificación democrática de la economía humana es al mismo tiempo una planificación democrática del sistema terrestre. La planificación democrática global no es meramente necesaria para el buen Antropoceno; es el buen Antropoceno.
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XI CONCLUSIÓN: LA PLANIFICACIÓN FUNCIONA La planificación existe a nuestro alrededor y claramente funciona; de lo contrario, los capitalistas no harían un uso tan amplio de esta. Ese es el mensaje simple de este libro, uno que golpea el corazón del dogma de que «no hay alternativa». Hoy, este lema thatcherista ya se está marchitando bajo la presión de su propio éxito. Ha creado un pacto antisocial: un mundo de creciente desigualdad y estancamiento generalizados. Pero también está bajo ataque desde dentro. Desde los almacenes de Amazon hasta las fábricas de Foxconn, y las principales ramas de la industria, el sistema capitalista opera sin señales de precios ni mercados. Planifica, y planifica bien. Sin embargo, si la buena noticia es que la planificación funciona, la mala noticia es precisamente que actualmente funciona dentro de los confines de un sistema de ganancias que restringe lo que se puede producir a lo que es rentable; y mientras sea rentable, el sistema permite que se siga produciendo lo dañino. Las ganancias empujan a la planificación capitalista a lograr eficiencias notables en el uso de recursos y el trabajo humano. Pero nada impide que las largas horas con salarios de pobreza, los métodos de producción que destruyen el clima y el transporte con combustibles fósiles sean insumos para los planes; de hecho, una serie de incentivos económicos fomentan precisamente esto. Amazon es al mismo tiempo un mecanismo de planificación extremadamente complejo basado en el ingenio humano como un lugar inhumano para trabajar. Unos 150 años después, tenemos la misma reacción de asombro y terror ante las contradicciones del Capitalismo del siglo XXI que tuvo Marx frente a su antecedente victoriano.
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Nuestro mundo, por supuesto, es muy diferente al suyo — uno en el que una búsqueda fortuita de ganancias fue impulsada por la energía de vapor y la expansión colonial. El nuestro es un mundo de computación ubicua y algoritmos predictivos cada vez más sofisticados, superpuestos a siglos de acelerado cambio tecnológico y social. Y, en este caso, Thatcher se equivocó en otro aspecto. No solo dijo que «no había alternativa», sino que fue más allá y afirmó que «no existe la sociedad». Los lemas de Silicon Valley sobre unir a la gente pueden parecer cursis, pero en ese grano se esconde una pizca de verdad que refuta este segundo dicho thatcherista. El Capitalismo nos acerca, ahora más que nunca. Nuestras acciones individuales se basan en cadenas de actividades de otros que abarcan todo el mundo. Se necesitan cientos, si no miles de trabajadores para fabricar un dispositivo y todos sus componentes. Muchos de estos vínculos son invisibles para nosotros: desde los mineros en África que desentierran metales de tierras raras hasta los trabajadores en Vietnam que fabrican pantallas OLED, y los millones que ensamblan teléfonos en las fábricas de Foxconn que se asemejan a pequeñas ciudades, gran parte de su trabajo se realiza en condiciones poco diferentes a las de los molinos y minas de la Gran Bretaña del siglo XIX, que fueron peligrosas, superpobladas y exigían un ritmo de trabajo inhumano. Y todo ese trabajo se basa en una segunda economía de producción doméstica, aún más oculta, cuyo peso no compensado sigue recayendo en gran parte en las mujeres. Todo lo que vemos es ese último individuo anónimo, aunque también indispensable, a menudo un trabajador minorista con salario mínimo que entrega una caja. La precisión de un resultado de búsqueda de Google o de un producto recomendado en Amazon se basa en el trabajo no remunerado de millones de personas en todo el mundo, haciendo clic y dando me gusta, enviando un número incalculable de
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pequeños paquetes de información —ese supuesto obstáculo para la planificación a gran escala— al rededor del mundo. Los destellos de esperanza de una forma diferente de hacer las cosas se presagian en la sofisticada planificación económica y la intensa cooperación a larga distancia que ya está ocurriendo bajo el Capitalismo. Si el sistema económico actual puede planificar al nivel de una empresa más grande que muchas economías nacionales y producir la información que hace que dicha planificación sea cada vez más eficiente, entonces la tarea para el futuro es obvia: debemos democratizar y expandir este ámbito de planificación —es decir, difundirlo al nivel de economías enteras, incluso de todo el mundo. En muchos aspectos ya se han sentado las bases de este modo de producción alternativo; ya llevamos, en nuestros bolsillos, acceso a más información y poder de cómputo de lo que cualquiera de los protagonistas de aquellos debates pasados sobre las posibilidades de la planificación hubiera soñado. Al mismo tiempo, no podemos subestimar el potencial de abuso que se deriva de la gran cantidad de información que la planificación requiere y libera. Los desafíos profundos para la expansión de la democracia y la planificación son inherentes a este avance tecnológico, incluida la protección de la libertad y la privacidad individuales, y sería peligroso e irresponsable minimizarlos. No basta con decir: «¡Exprópiese!». Tenemos que pensar mucho sobre cómo asegurarnos de que las ya enormes cantidades de información controladas por grandes burocracias corporativas irresponsables no se conviertan en la base de nuevas burocracias irresponsables (estatales o no). Como muestran los dos gemelos de la planificación antidemocrática, la Unión Soviética y Walmart, la planificación por sí sola no es sinónimo de Socialismo. Es la condición previa, sin duda, pero no es una condición suficiente. Esto significa que necesitamos tener conversaciones duras sobre el Estado y la nacionalización. La nacionalización desmercantiliza, pero ¿democratiza? Friedrich 239
Engels, en Del Socialismo utópico al Socialismo científico, advirtió en contra de la noción de que la nacionalización por sí sola es la panacea:
Pero recientemente, desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso Socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de Socialismo, sumiso y servil que en todo acto de nacionalización, hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese Socialismo, habría que incluir entre los fundadores del Socialismo a Napoleón y a Metternich. Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas. De otro modo, habría que clasificar también entre las instituciones socialistas a la Real Compañía de Comercio Marítimo, la Real Manufactura de Porcelanas, y hasta los sastres de compañía del ejército, sin olvidar la nacionalización de los prostíbulos propuesta muy en serio, allá por el año treinta y tantos, bajo Federico Guillermo III, por un hombre muy listo.89
En cualquier caso, para muchas de las empresas transnacionales actuales, desde Walmart y Amazon hasta Google y Shell, ¿qué Estado haría la nacionalización? ¿Las Naciones Unidas? Tal vez algún día, pero a día de hoy sigue siendo una mesa de conferencias intergubernamental, no una democracia. Engels, F. (2006). Del Socialismo utópico al Socialismo científico (Primera ed.). Pág. 79. Madrid: Fundación Federico Engels. 89
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No deberíamos sugerir que la planificación es simplemente una cuestión de «hacerse cargo de la máquina»; menos aún «el gobierno» asumiendo el control y dejando la máquina como está. Dado que gran parte de nuestro mundo social —nuestras reglas y costumbres, hábitos y preconceptos, estos mismos sistemas de planificación— han sido influenciados por la lógica del mercado, no es simplemente un mundo que debe ser tomado, sino uno que debe ser transformado. Del mismo modo, no podemos dejar de preocuparnos por la libertad humana de todas las formas de dominación. La economía capitalista ya es un reino de «falta de libertad» —un término utilizado por el economista marxista Gerry Cohen para incluir las coacciones más básicas del Capitalismo, como la incapacidad de la gran mayoría de negarse a trabajar por un salario. Sin una democratización completa de cualquier aparato de planificación postcapitalista corremos el riesgo de crear nuevas coacciones. Por lo tanto, en lugar de una sociedad dirigida por planificadores tecnocráticos, queremos una sociedad democratizada de planificadores ciudadanos. ¿Cómo construimos precisamente una democracia así, una más completa que nuestra actual cosecha de parlamentos? Ese sería otro libro en sí mismo. Durante gran parte de la historia de la izquierda, sus grandes batallones procedían abrumadoramente de las clases trabajadoras. Sin embargo, durante las dos últimas generaciones, una gran cantidad de pensadores progresistas (aunque ciertamente no todos) han venido de la academia, en particular de las humanidades —historia, derecho, filosofía, literatura— y de las ciencias sociales —sociología, antropología, economía, ciencias políticas. Cualquier izquierda futura que se tome en serio la cuestión de la planificación también tendrá que depender en gran medida de los talentos de la informática, la investigación de operaciones, la combinatoria y la teoría de grafos, la teoría de la complejidad, la teoría de la información y campos afines. Y la transformación necesaria para que sea 241
democrática, en lugar de tecnocrática, tendrá que ser dirigida por (no en nombre de) los trabajadores de Walmart, Amazon, Facebook y otras transnacionales. Los seres humanos han confiado durante mucho tiempo en la planificación, desde la simple distribución llevada a cabo por las primeras civilizaciones asentadas, hasta los complejos cálculos que sustentan a los gigantes corporativos de hoy, pasando por esos raros casos, como la guerra o el desastre, cuando las reglas de la compleja economía actual se suspenden temporalmente y la planificación se hace cargo en las escalas más grandiosas. Tenemos la esperanza de que la izquierda, y de hecho la sociedad en su conjunto, pueda recuperar la ambición de hacer de esa planificación un modelo para su visión a largo plazo. Para hacerlo, necesitamos estudiar cómo funciona hoy, diseñar demandas de transición para expandir su alcance y soñar con transformar su funcionamiento por completo para ofrecer un reino futuro de verdadera libertad. La planificación ya está en todas partes, pero en lugar de funcionar como un componente básico de una economía racional basada en la necesidad, está entretejida en un sistema irracional de fuerzas del mercado impulsadas por las ganancias. La planificación funciona, pero no para nosotros.
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