LA RELATIVIDAD LINGUISTICA : (VARIACIONES FILOSOFICAS) 9788446049524, 844604952X


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Cubierta
AKAL / lingüística
La relatividadlingüística(Variaciones filosóficas)
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Agradecimientos
Preludio
1. Primer esbozo
1.1. El impacto cognitivo del lenguaje (ICL)
1.2. La diversidad lingüística (DL)
1.3. El argumento a favor de la relatividad lingüística(RL)
1.4. La radicalidad de RL: sus posibles corolarios
1.4.1. Corolario 1: imposibilidad de traducir
1.4.2. Corolario 2: imposibilidad de aprender una nueva lengua
1.4.3. Corolario 3: alienación lingüística
1.4.4. Corolario 4: vínculo entre lenguaje y poder (corolario deOrwell)
1.4.5. Corolario 5: relativismo ontológico
1.4.6. Corolario 6: relativismo de los valores
1.4.7. Corolario 7: vínculo entre lengua y nación
1.4.8. Corolario 8: relativismo filosófico y científico
1.5. ¿Un debate de mala fe?
1.5.1. Estirar o encoger los conceptos
1.5.2. Trivializar o dramatizar los resultados
1.5.3. Otras estrategias
1.6. Problemas metodológicos
2. El impacto cognitivo del lenguaje
2.1. Una tesis no trivial
2.2. Antecedentes de ICL en la época clásica
Efectos «perniciosos» del lenguaje sobre el pensamiento
2.3. Versiones fuertes y débiles de ICL
2.3.1. La identificación del pensamiento con el lenguaje
2.3.1.1. El medio o vehículo del pensamiento
2.3.1.2. La hipótesis del mentalés
2.3.1.3. Conexionismo
2.3.1.4. La apelación a la introspección
2.3.1.5. Balance de la discusión
2.3.1.6. Versiones constitutivistas y no constitutivistas de ICL-F
2.3.2. El determinismo atribuido a Sapir y a Whorf
2.3.3. Versiones débiles de ICL
2.4. Versiones globales y parciales de ICL
2.4.1. El maximalismo de Charles Darwin
2.4.2. Subdominios (y sub-subdominios, etcétera)
2.4.3. Independencia de intensidad/alcance
2.4.4. Determinismo global (DG)
2.5. Ejemplos de defensa de ICL sin defensa de RL
2.5.1. Jackendoff (1996) y la tesis de que el lenguaje nos ayuda apensar
2.5.2. Carruthers (2002) y la constitución lingüística del pensamientono modular
2.5.3. Clark (1998): aumento de capacidades cognitivas y metacognición
2.6. Lenguaje y visión del mundo
2.6.1. Dos paradigmas
2.6.2. La interpretación de Frege por parte de M. Dummett
2.6.3. Un problema para el nuevo paradigma: el origen del lenguajey de las lenguas
2.7. Mala terminología
2.8. Los mecanismos lingüísticos
3. La diversidad lingüística
3.1. Diversidad lingüística y relatividad lingüística
3.2. Una diversidad de diversidades
3.3. Formulación general de modalidades y dl
3.3.1. Formulación general
3.3.2. Versiones radicales y moderadas de DL
3.3.3. Versiones parciales y globales de DL
3.3.4. Versiones ultrarradicales: diversidad sin límites
3.4. Diversidad lingüística potencial versus real
3.5. El universalismo lingüístico
3.5.1. El argumento de la pobreza del estímulo
3.5.2. Universales semánticos
3.5.3. Situando a Chomsky en nuestras coordenadas
3.5.4. Los rasgos de diseño de Hockett
3.6. El caso de la lengua pirahã
4. La relatividad lingüística
4.1. Formulación de RL
4.2. Una convención para representar versiones de RL
4.3. Universalismos y autonomismos
4.3.1. Universalismos
Universalismo de lo mental
Universalismo lingüístico
Universalismo mental lingüísticamente inducido
Universalismo mental autonomista [Boas; Pinker]
Universalismo lingüístico mentalmente inducido
Universalismo lingüístico autonomista
4.3.2. Autonomismos
Autonomismo cognitivo total
Autonomismo cognitivo parcial
4.4. Una variedad de tesis neowhorfianas
Oscilación terminológica
4.4.1. Hábitos lingüísticos, hábitos cognitivos
4.4.2. ¿Es la experiencia prelingüística un flujo caleidoscópico?
4.4.3. El poder de las metáforas lingüísticas
4.4.4. Impacto holístico
4.4.5. Impacto dialéctico (y el tercer factor)
4.4.6. Impacto del habla
4.4.7. Neoboasianismo
4.4.7.1. El «problema de Boas»
4.4.7.2. Pensar para hablar
4.4.7.3. Excursus: ¿circularidad en la argumentación?
4.4.8. Impacto del reparto de trabajo internivel
4.4.8.1. Impacto cognitivo de la diversidad en el reparto de trabajo léxico/gramática
4.4.8.2. Impacto cognitivo de la diversidad en el reparto del trabajo entre lo codificado y lo inferido
4.4.9. El impacto de la escritura: relativismo de modalidad
4.5. Un ejemplo: la relatividad del pensamientoespacial
5. Lenguaje, pensamiento y metáfora
5.1. El neowhorfismo y la teoría conceptual de lametáfora
5.2. Diversidad metafórica y neowhorfismo
5.2.1. Diversidad metafórica intralingüística e impacto del habla
5.2.2. Diversidad metafórica interlingüística e impacto de la lengua
5.3. El carácter cognitivo de las metáforas: argumentos
5.3.1. El argumento desde la sistematicidad metafórica
5.3.2. El argumento desde el pensamiento metafórico sin expresiónmetafórica
5.3.3. El argumento desde la creatividad metafórica
5.4. Neowhorfismo y teoría cognitiva: enemigoscomunes
5.4.1 Las metáforas no son exclusivamente lingüísticas
5.4.2. Nuestro acceso al mundo no es «directo» u «objetivo»
5.5. El impacto cognitivo del lenguaje metafórico
5.5.1. El argumento ontogenético: la enculturación a través demetáforas lingüísticas
5.5.2. Argumento orwelliano (o argumento a partir del hábito)
5.5.3. La no trivialidad del impacto del lenguaje metafórico
5.6. ¿Qué se entiende por «lenguaje metafórico»?
5.7. Relatividad lingüística moderada y metáfora
6. Dos variaciones externistas
6.1. Internismo y externismo: definiciones y variedades
Definiciones provisionales I:
1.ª pregunta: ¿con respecto a qué nos declaramos internistas oexternistas?
2.ª pregunta: ¿dónde ponemos la frontera entre lo interno y loexterno?
Definiciones provisionales II:
3.ª pregunta: ¿qué aspectos del entorno externo se consideranrelevantes?
Doble flexibilidad del externismo frente al internismo
6.2. Contenidos externistas y relatividad lingüística
6.2.2. El argumento de Burge
Primer paso: tesis empírica sobre la práctica ordinaria de atribuir estadosmentales
Segundo paso: situación contrafáctica (Gedankenexperiment)
Tercer paso: diagnóstico
6.2.3. Una versión externista del argumento a favor de la relatividadlingüística del contenido mental
6.2.4. Aplicación: diversidad del léxico de color y diversidad decontenidos cromáticos
6.2.5. El contraataque individualista: la individuación por poderescausales
6.3. Mente extendida y relatividad lingüística
6.3.1. ¿Externismo «pasivo» vs. «activo»?
6.3.2. Lenguaje y mente extendida
6.3.3. Pero, entonces, ¿pensamos (a veces, o en parte) con palabras?
Coda
Da capo e fine
Referencias bibliográficas
Lingüística
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LA RELATIVIDAD LINGUISTICA : (VARIACIONES FILOSOFICAS)
 9788446049524, 844604952X

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AKAL / lingüística Directores M. V. Escandell Vidal y Manuel Leonetti

antonio Blanco Salgueiro

La relatividad lingüística (Variaciones filosóficas)

Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

© Antonio Blanco Salgueiro, 2017 © Ediciones Akal, S. A., 2020 Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid - España Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4952-4

Un home chámalle Pullex irritans a unha simple pulga. Vós podedes decir que este home é un sabio. E velahí… (Castelao, Cincuenta homes por dez reás)

A mi familia. A Roxiña, virtuosa del pensamiento gatuno.

Agradecimientos

Sin duda, quienes más me ayudaron a ordenar las palabras y las ideas que aparecen en estas páginas fueron las sucesivas oleadas de alumnas y alumnos de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense, en las asignaturas de Grado «Filosofía del Lenguaje» (I y II) y «Lenguaje y pensamiento», así como en la asignatura «Lenguaje y mente» del Máster de Epistemología de las Ciencias Naturales y Sociales. Una parte fue presentada en junio de 2015 en la Universidad de Łódź (Polonia), gracias a una beca Erasmus para profesores y a la invitación del profesor Janusz Maciascek. Un último impulso lo recibí de un seminario de doctorado que impartí en la Facultat de Filosofía de la Universitat de València en enero de 2016, al que también asistieron Jordi Valor y Edgar Maraguat. Confío en que la necesidad de hacerme entender por tantas personas, así como sus muchas dudas y comentarios, hayan dejado un rastro profundo en el estilo, de modo que el libro sea accesible a un público amplio. Desde luego, ha sido escrito con esa intención. A Javier Vilanova Arias le debo un par de excursiones campestres en las que discrepamos acaloradamente (y no solo por efecto de la caminata) sobre cuestiones metodológicas. A Alicia Escalonilla le debo una implacable lectura «naturalista» de un borrador de los tres primeros capítulos, que destapó una buena cantidad de problemas. A Patricia García Rodríguez, una prueba de inteligibilidad del último borrador. A Antonio Duarte Calvo, una lectura de última hora en la que adoptó el papel de «lector modelo». Al universalismo de Luis Villegas Forero, mucho de lo que de moderado pueda haber en mis planteamientos actuales. A Carlos Pereda, su insistencia en que debía escribir un nuevo libro, aunque no sé si uno como este. A Sara Sánchez Ezquerra, un par de útiles consejos. A Guillermo Álvarez Ropero y a Montserrat Fernández, una mirada inteligente de lectores legos en la materia. Como se ve, me persiguen los acreedores.

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La relatividad lingüística Durante la elaboración de este libro participé en dos proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Economía y Competitividad, con referencias FFI2013-41415-P y FFI2014-52244-P. Algunos apar­ tados expanden ideas publicadas en Blanco Salgueiro (2007), (2009), (2012) y (2016), pero la mayor parte de los contenidos aparecen aquí por primera vez.

Preludio

[…] no son las cosas, son los filósofos los que son simples. (J. L. Austin, 1954: 231)

Este libro consiste en un esfuerzo por aclarar cómo se relacionan el lenguaje y el pensamiento humanos. El foco de atención principal recaerá sobre el problema de la relatividad lingüística, que caracterizaré de modo preliminar y vago como el problema de dilucidar la plausibilidad de la hipótesis de que la diversidad lingüística (esto es, las diferentes concreciones o manifestaciones del lenguaje humano) acarrea una correlativa diversidad cognitiva (esto es, diferencias en los modos de pensar de los seres humanos). Un afán que recorre el libro obsesivamente es tratar de no caer en la que, según el filósofo inglés John L. Austin, es la enfermedad profesional de los filósofos: la tendencia a simplificar en exceso los asuntos de los que se ocupan. El diagnóstico de Austin puede sorprender al gran público, ya que el achaque que se suele suponer que más aqueja al filósofo es, por el contrario, el de complicarse la vida con sutilezas innecesarias. Aunque trataré de no sucumbir tampoco ante esa otra grave dolencia del intelecto, el malestar que da origen a todo lo que viene a continuación es la aguda sensación de que estamos ante un asunto muy enmarañado cuyo desenredo exige un minucioso trabajo de aclaración y la elaboración de un buen número de distinciones que pueden resultar pedantes a ciertas sensibilidades. Sirva eso a modo de advertencia. El libro se presenta como unas variaciones filosóficas sobre el tema central de la relatividad lingüística. La clave es filosófica porque, aunque se dialoga constantemente con las disciplinas empíricas, la meta es, ante todo, aclaratoria y la perspectiva es, en lo fundamental, la de un filósofo del lenguaje orientado hacia las cuestiones pragmáticas. El subtítulo quiere sugerir una analogía con la técnica de las variaciones,

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La relatividad lingüística forma musical en la que un tema se repite un cierto número de veces con alteraciones o elaboraciones de diversa índole. De un modo parecido, en cada una de las variaciones filosóficas que componen este libro se busca desarrollar el tema de la relatividad lingüística en una determinada dirección o contemplarlo desde un cierto ángulo, revelando algunas de las maneras en las que resulta difícil de aclarar y filosóficamente desafiante. Algunas de las variaciones muestran cómo la controversia sobre la relatividad lingüística puede plantearse indirectamente a través de una discusión acerca de la plausibilidad de los que se suelen considerar sus corolarios. Es común extraer múltiples consecuencias de la hipótesis relativista, a menudo para tratar de refutarla mediante una estrategia de reducción al absurdo: si de la hipótesis se desprenden cosas inverosímiles, entonces ella misma quedará cuestionada. La parte más larga del Capítulo 1 se dedica a presentar variaciones del tema que se derivan de poner el foco en lo que se supone que se sigue de la hipótesis de la relatividad lingüística, más que en la hipótesis propiamente dicha. Toda esa parte puede ser releída con mayor provecho después de leer todo lo demás. El resto del Capítulo 1 ofrece una visión preliminar de las cuestiones que se explorarán en los siguientes capítulos y señala algunos problemas metodológicos. Los Capítulos 2 y 3 dividen el tema principal en dos partes y hacen variaciones sobre cada una de ellas. Esos subtemas son las premisas básicas en mi reconstrucción del argumento general a favor de la relatividad lingüística: la tesis del impacto cognitivo del lenguaje y la tesis de la diversidad lingüística. Tratar ambas premisas por separado y comprobar que las dos pueden defenderse con muy diversos matices y distintos grados de radicalidad permite explicar por qué el asunto de la relatividad lingüística es tan espinoso: las dos premisas que conducen a la conclusión relativista son susceptibles de adoptar múltiples formas, por lo que la conclusión recibe gran parte de su complejidad y carácter multiforme por dos vías, cada una de ellas con sus propias ramificaciones. Por ese motivo, es problemático argumentar simplemente a favor o en contra de la idea de la relatividad lingüística. Existen versiones diferentes de la hipótesis, muchas relatividades lingüísticas, y no todas tienen la misma plausibilidad (o implausibilidad). Partidarios y detractores de la relatividad lingüística deben perseguirla a través de sus metamorfosis. El Capítulo 4 trata de profundizar en la hipótesis e insiste una vez más en la necesidad de considerar variantes, distinguiendo hasta nueve ideas relativistas distintas y mutuamente compatibles entre sí que, a mi juicio, pueden ser reivindicadas como interesantes y plausibles, frente a algunas otras que, aunque también necesitan ser aclaradas, tal vez resulten poco interesantes por su trivialidad, o poco plausibles y hasta puede que descabelladas por su excesiva radicalidad. Los dos últimos capítulos varían el tema a través de su conexión con otros dos importantes debates contemporáneos. Con ello se quiere mostrar que la cuestión de la relatividad lingüística adquiere su mayor in-

Preludio

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terés filosófico cuando se vincula con otros asuntos, más que cuando se plantea aisladamente. El Capítulo 5 («variación metafórica») afronta el problema de la relación entre el lenguaje metafórico (y su diversidad) y el pensamiento metafórico (y su diversidad), en diálogo con la teoría conceptual de la metáfora fundada por Lakoff & Johnson. El Capítulo 6 («dos variaciones externistas») explora un par de variaciones sobre el tema que se generan cuando se concibe el pensamiento de acuerdo con los planteamientos de algunos enfoques contemporáneos que desafían la concepción internista clásica de la mente (de sus contenidos y procesos). Aunque los temas que se abordan a lo largo del libro están muy entrelazados, incluyo muchas referencias cruzadas con el fin de que los lectores interesados solo en ciertos asuntos puedan saltarse algunos apartados, o incluso algún capítulo, y buscar las oportunas aclaraciones cuando las necesiten. El problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento se plantea, por su propia naturaleza, en la porosa frontera entre la filosofía y las ciencias del lenguaje y la filosofía y las ciencias de la mente, lo que requiere tener siempre un pie en cada terreno. El carácter interdisciplinar del dominio siembra de obstáculos el camino para su estudio serio, que he intentado saltar, o al menos rodear, como mejor he podido. Como afirma un destacado relativista lingüístico (que no incluye en el paquete básico las destrezas filosóficas), por una parte, hay que saber cómo funcionan las lenguas, lo que supone conocimientos de lingüística y de campos auxiliares como la antropología, los estudios del folclore o la literatura comparada, y, por otra, hay que tener un buen conocimiento de distintos dominios del pensamiento, tanto de sus contenidos (tal como los estudian los antropólogos culturales o los historiadores) como de los procesos del pensar (atender, recordar, razonar, etc.) que ocupan a los psicólogos cognitivistas (Lucy, 1992b: 3). La dificultad intrínseca de aclarar el problema y de tratar de darle una solución razonable se combina con la importancia de los conceptos implicados. Lenguaje y pensamiento son conceptos filosóficamente centrales porque aclararlos y aclarar su vínculo es en gran medida aclarar qué nos hace humanos y cómo. Eso puede explicar el fondo retórico de algunas de las controversias. Parece este un tema especialmente difícil de tratar sin prejuicios, sin considerar de antemano tan obvia una de las posturas en liza que se vea como casi deshonesto cualquier intento de argumentar en sentido contrario. Aparte de las aportaciones filosóficas al debate en forma de propuestas teóricas sustantivas, como posiblemente distintas de las ofrecidas por las ciencias del lenguaje y de la mente, hay una tarea preliminar de aclaración que es ineludible (la hagan o no los filósofos), dada la complejidad del problema. Las opciones en disputa no siempre se distinguen con claridad, abundando la vaguedad y la imprecisión. Existe incluso un riesgo de parálisis inicial, pues no es fácil ponerse de acuerdo acerca de cómo afrontar la cuestión, acerca del tipo de consideraciones que pueden resultar decisivas o incluso pertinentes. Además, debi-

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La relatividad lingüística do al carácter holístico de la filosofía, el planteamiento filosófico de este problema lleva de modo inevitable a problemas epistemológicos y ontológicos. Existe también una marcada tendencia a plantear las cuestiones de forma radical, sin contemplar o incluso despreciando los matices, las posibilidades intermedias o las tesis moderadas, adoptando planteamientos cortantes, del tipo todo-o-nada: o bien se acepta la absoluta independencia del pensamiento con respecto al lenguaje y a las lenguas, o bien se defiende que el pensamiento está supeditado totalmente al lenguaje (o más bien a una lengua concreta), sin dejar resquicio alguno de autonomía para el pensar. Frente a lo anterior, desearía ser capaz de plantear las preguntas pertinentes de un modo no simplificado, ofrecer amplias gamas de posibles respuestas a las mismas y articular los argumentos principales a favor o en contra de las tesis o hipótesis en juego. Intentaré extraer las reglas implícitas del debate, elaborar un mapa que nos guíe por el accidentado territorio de la relatividad lingüística, aunque sin aspirar a dar soluciones definitivas a los problemas ni pretender que sean las únicas reglas o el único mapa posibles (una pretensión que sería bastante poco relativista). Las cuestiones que voy a examinar están abiertas y son objeto de encendidos debates en la actualidad. Me propongo hacer un considerable número de distinciones que quieren ser aclaratorias, convencido de que es la única forma de paliar hasta cierto punto la confusión inicial. No obstante, conviene poner las cartas sobre la mesa desde el principio, para que no parezca que únicamente voy a regodearme en la manía típicamente analítica por las distinciones supuestamente sutiles. Considero que ambos extremos (esto es, creer que el pensamiento es totalmente autónomo con respecto al lenguaje, o creerlo impregnado de lenguaje y férreamente sometido a las particularidades de una lengua) son implausibles y que el reto está en averiguar en qué lugar intermedio se encuentra el punto de vista más o menos correcto o verosímil. Por eso, no busco solo presentar espacios lógicos de posibles posturas sino, ante todo, delimitar zonas de plausibilidad en tales espacios. Para ello es vital afinar en lo conceptual, pues la formulación de posturas matizadas requiere de herramientas capaces de recoger los matices. Eso no quiere decir que mi postura vaya a ser neutral o centrada. Con todos los matices que se irán introduciendo, defenderé la plausibilidad y la relevancia filosófica de algunas versiones de la controvertida hipótesis de la relatividad lingüística. Quedará claro sobre la marcha que sostengo, al menos como conjeturas altamente verosímiles, que el lenguaje está involucrado de un modo importante en el pensamiento humano, que la diversidad lingüística puede acarrear una significativa diversidad cognitiva o que la relación entre el lenguaje y el pensamiento es, en realidad, una relación de doble sentido, una interacción en la que, además de ellos, intervienen factores adicionales como la cultura. Por otra parte, al menos un motivo valorativo sobrevolará mi aproximación al problema fáctico y conceptual de averiguar cuál es la relación del lenguaje y de las lenguas con el pensamiento. Frente a una

Preludio

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tendencia por parte de los defensores de la autonomía del pensamiento a sugerir que la perspectiva contraria ofrece una imagen alienada del ser humano, como un prisionero atrapado en la cárcel del lenguaje o en la celda todavía más estrecha de una lengua particular, insistiré en el potencial liberador o emancipador de al menos algunas de las ideas más plausibles acerca del impacto del lenguaje y de las lenguas sobre el pensamiento. Admito de entrada que mi autoimagen es la de alguien condicionado y escindido de mil maneras, que considero ingenua la autoimagen contraria del librepensador sin trabas y que concibo la emancipación del pensamiento más como una idea regulativa que como un fin plenamente alcanzable. Pero, a la vez, una de las conclusiones principales del libro será que posiblemente una gran parte del margen de autonomía y de libertad de pensamiento y acción que tenemos o que podamos llegar a alcanzar los humanos se lo debamos, en formas que trataré de dilucidar, precisamente al lenguaje y a la diversidad lingüística.

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Primer esbozo

1.1. El impacto cognitivo del lenguaje (ICL) Parte de las dificultades en el planteamiento del problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento provienen de que en realidad no se trata de un solo problema, sino de varios enlazados. Dividiré el planteamiento general del asunto en tres momentos principales, que se resumen en los apartados 1.1, 1.2 y 1.3. En una primera fase, obviaré las cuestiones más polémicas sobre la diversidad lingüística y la relatividad lingüística para abordar la cuestión de hasta qué punto el lenguaje en general tiene un impacto más o menos importante, o más o menos global, sobre el pensamiento, sin entrar en detalles acerca de lenguas particulares u otras formas de diversidad lingüística. John Lucy llama relatividad semiótica a la tesis de que el lenguaje humano, como sistema semiótico especial, produce efectos distintivos sobre el pensamiento de los seres verbales1: Al explorar el impacto potencial del [lenguaje] sobre el pensamiento, emergen […] dos niveles del problema. El primer nivel, más general, concierne a la importancia para el pensamiento humano de tener una lengua cualquiera. Aquí nos preguntamos cuándo en el desarrollo, en qué contextos y de qué manera el pensamiento se vuelve sensible al lenguaje o dependiente de él. El segundo nivel, más específico, concierne a la importancia para los hablantes de tener una lengua particular. Por supuesto, esos dos niveles están entrelazados. Los mecanismos generales 1

De modo parecido se expresa Antoni Gomila: Aunque también atenderemos a los efectos cognitivos de hablar una lengua versus hablar otra, daremos énfasis a los efectos de ser verbal versus no ser verbal como el aspecto crucial que hay que considerar para una comprensión adecuada de la «mente verbal» y su arquitectura. (Gomila, 2012: 4)

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La relatividad lingüística siempre operan a través de estructuras específicas, y esas estructuras específicas, a su vez, efectúan sus efectos a través de mecanismos generales. (Lucy, 2010: 273)

Algunos autores desean permanecer para siempre en el primer nivel de reflexión (general-universalista), en tanto que otros quieren avanzar enseguida hacia la hipótesis relativista. En mi opinión, conviene demorarse en el nivel «semiótico», ya que, mientras permanecemos en él, algunas de las cuestiones más polémicas pueden dejarse de lado, lo que permite enfriar el debate a la vez que se aclara y afianza una de las premisas que los defensores de la relatividad lingüística emplean en su argumentación. El Capítulo 2 se centra en este primer momento del debate, que aquí examinaré de modo preliminar. Hace algunos años me encontré por casualidad en internet con una encuesta bastante tonta acerca de la relación entre el lenguaje y el pensamiento que planteaba una única pregunta a la que había que responder sin matices, con un «sí» o un «no». No recuerdo cuál era la pregunta, pero la versión de la encuesta que presento a continuación es aproximadamente igual de poco rigurosa: El pensamiento es autónomo con respecto al lenguaje. El lenguaje determina el pensamiento. No sabe / No contesta.

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Un modo de resumir mi postura sobre la cuestión de la relación entre el lenguaje y el pensamiento sería decir que, ante una encuesta así, yo tendría que votar «No sabe / No contesta» por falta de opciones que caigan dentro de lo que considero la zona de plausibilidad del espacio de posibilidades que pretendo reconstruir. Cuando presento esa encuesta a alumnos de Filosofía el primer día de clase, se suelen producir unos resultados bastante favorables a la determinación lingüística del pensamiento, con un porcentaje también alto de «No sabe / No contesta». Esos resultados pueden deberse a lo simplista de la encuesta o a la sesgada muestra de humanos que responden a ella (en la encuesta original los resultados eran muy parejos). Para compensar las intuiciones de partida, añado otra cuestión, a la que la mayor parte de los alumnos, incluidos los proclives a la determinación, contesta afirmativamente: Los animales piensan.

¨

Esos resultados apuntan a que las intuiciones preteóricas no están demasiado claras y a que las palabras clave («lenguaje», «pensamiento» o «determinación») son demasiado escurridizas, con lo que las respuestas son igualmente imprecisas o confusas, lo que se confirma cuando se pide una justificación detallada de las mismas. En contextos más serios, el problema que nos ocupa se formula de muy distintas formas, más o menos vagas y más o menos equivalentes. Presentaré algunas de las posibles, antes de sugerir la que considero más clara y productiva. Se pregunta a veces si el pensamiento está constitutivamente enredado, enlazado o vinculado con el lenguaje, o si es mol-

Primer esbozo

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deado, configurado o conformado (shaped) de acuerdo con el lenguaje, o si es canalizado o encauzado por el lenguaje, o si es dependiente del lenguaje, o si el lenguaje está implicado o involucrado (involved) en el pen­ samiento. O, por el contrario, si el pensamiento es independiente del lenguaje, o si es autónomo con respecto al lenguaje, e incluso si se da la relación inversa: si es el lenguaje el que está totalmente supeditado al pensamiento individual de los hablantes, siendo un mero reflejo (tal vez incluso un pálido reflejo) del mismo. El siguiente cuadro recoge una parte de la abundante terminología que atraviesa el debate: El pensamiento está enredado (vinculado, El pensamiento es independiente entreverado) con el lenguaje del lenguaje depende del es autónomo con respecto al es moldeado (conformado, versus lenguaje configurado) por el El lenguaje canaliza (encauza) El lenguaje está supeditado al el pensamiento pensamiento

La dificultad para plantear la cuestión con claridad se presenta ya de entrada, pues no siempre resulta claro a qué apuntan las etiquetas «lenguaje» y «pensamiento», con lo que tampoco es siempre evidente qué es lo que se defiende en realidad. Las concepciones sobre ambos varían históricamente y difieren bastante entre los enfoques contemporáneos, con lo que no es fácil contraponer posturas sin caer en peligrosas equivocidades. Es posible (y sucede a menudo) que quien dice que existe un vínculo estrecho y quien afirma que son ámbitos independientes no entiendan lo mismo por «lenguaje» y/o «pensamiento». Ahí se aprecia una de las formas en las que el lenguaje puede afectar al pensamiento, en especial al teórico, y contra la que debemos estar prevenidos, el «embrujo» del pensamiento por el lenguaje que se produce al razonar así: dado que usan aparentemente las mismas palabras, los distintos autores deben de estar hablando siempre sobre los mismos asuntos. Este problema «semántico», que parece solamente preliminar, puede ser un obstáculo difícil de salvar a la hora de plantear con claridad, y no digamos ya de resolver, los problemas que nos saldrán al paso. A menudo, al exponer las ideas de tal o cual autor, no habrá más remedio que asumir de modo provisional sus modelos del lenguaje y de la mente, pero no debemos olvidar que hay modelos alternativos del uno y de la otra. En resumidas cuentas, no parece posible la posición ideal en la cual primero se definen con claridad los relata («lenguaje» y «pensamiento») y luego se procede a evaluar las distintas hipótesis, enfoques o teorías acerca de su relación. Aclarar la relación entre el lenguaje y el pensamiento y aclarar los conceptos de lenguaje y pensamiento no son dos proyectos filosóficos independientes. Se puede adoptar una postura tan revisionista sobre el lenguaje o el pensamiento que el propio problema de plantear su relación desaparezca. Así, un conductista puede querer eliminar por completo el lenguaje mentalista y las entidades «fantasmales» a las que supuestamente refiere, negándose a dar por sentado que exista algo como la mente o el pensa-

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La relatividad lingüística miento que pueda entrar en relación con el lenguaje o con cualquier otra cosa. En el mapa del territorio debemos dejar un lugar, al menos de entrada, para ese tipo de enmiendas a la totalidad, que digan que no hay tal problema de la relación lenguaje-pensamiento porque al menos uno de los relata no existe o por alguna otra razón2. Pero contrastaré, ante todo, posturas que, aunque puedan discrepar en cuanto a sus nociones de lenguaje y pensamiento, no sean eliminativistas con respecto a ninguno de los dos ámbitos. Dejaré de lado las posiciones que acabarían muy pronto diciendo: el lenguaje y la mente no son nada, así que todo el supuesto debate es un pseudodebate. Un modo de orillar algunas de esas posturas escépticas es eludir, cuando sea posible, las resbaladizas palabras «lenguaje» y «pensamiento», y emplear otras que den su valor efectivo en cada contexto relevante. Así: Usted no cree que haya tal cosa como el pensamiento o la mente, pero ¿qué pasa con la percepción, la memoria, la atención o el razonamiento? O bien: Usted no cree que existan el lenguaje o las lenguas, pero ¿cree que existe la sintaxis, o la fonología, y sistemas fonológicos distintos, usados por gentes distintas? ¿Acepta que el artículo determinado en castellano codifica el género y el número, mientras que en inglés es neutral en esos dos aspectos? En definitiva, a menudo será conveniente prescindir de las palabras «lenguaje» y «pensamiento» precisamente para plantear de un modo más efectivo el problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento. Cuando se especifica de antemano qué se entiende por «pensamiento» o por «lenguaje», lo defendido puede acabar resultando más moderado de lo que parecía antes de tal especificación. Así, Max Müller, un autor alemán afincado en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo xix, citado por Darwin en El origen del hombre por su discontinuismo hombre-animal, frente al continuismo del propio Darwin, presenta su tesis de que el pensamiento depende del lenguaje del siguiente modo: […] el pensamiento, en un sentido de la palabra, i. e. en el de razonar, es imposible sin lenguaje […] que no se entienda que estoy negando aquí la realidad del pensamiento o de la actividad mental en los animales. Los animales y los niños sin lenguaje carecen también de razón, siendo la gran diferencia entre ellos que el niño posee los sanos gérmenes del habla y de la razón, solo que todavía no desarrollados en un habla y una razón efectivos, mientras que el animal no posee tales gérmenes o facultades capaces de desarrollo en su actual estado de existencia. Debemos conceder a los animales sensación, percepción, memoria, voluntad y juicio, 2   El enfoque del lenguaje de Richard Rorty, que surge de su lectura del segundo Wittgenstein y de Davidson, implica que «no nos sentiremos inclinados a plantear» ciertas cuestiones tradicionales, entre ellas «¿Cuál es la relación entre lenguaje y pensamiento?» (Rorty, 1989: 32). Sin embargo, ese enfoque lleva a planteamientos similares a los defendidos por los partidarios radicales de la relatividad lingüística. Según él, el léxico empleado por alguien en un juego de lenguaje particular determina no el pensamiento concebido al modo clásico, pero sí sus prácticas, los problemas y respuestas a los mismos que le resultan interesantes, las cosas que puede hacer, etcétera. Las reticencias de Rorty se deben a que el debate clásico suele asumir una concepción representacionalista del lenguaje y del pensamiento, que él cuestiona.

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pero no debemos reconocerles ni rastro de lo que los griegos llamaron logos. (Müller, 1861: 62)

Cabe preguntarse si, tras conceder tanto al defensor del pensamiento sin lenguaje (sensación, percepción, memoria, voluntad y juicio), tiene mucho sentido insistir en que los animales u otros seres sin lenguaje no piensan. Muchos defensores de la implicación del lenguaje en el pensamiento parecen manejar un sentido restringido e hiperbólico de pensamiento, que cubre solo el pensamiento «verdadero», «genuino», o específicamente humano, en el que incluyen una variedad de cosas, no siempre las mismas: pensamiento conceptual, abstracto (alejado de la experiencia inmediata), crítico, analítico, articulado o proposicional (saber-qué más que saber-cómo), diferido (desligado del aquí y ahora), lógico, activo, voluntario o auto­rregulado (determinado interna más que externamente), consciente, de segundo orden (capacidad de pensar sobre el pensar), etcétera. Retomaré esta cuestión cuando distinga entre versiones parciales y globales de la idea del impacto cognitivo del lenguaje. De momento, es importante advertir que no es lo mismo señalar vagamente que el lenguaje afecta al pensamiento que sostener tal postura desde una más clara delimitación de los ámbitos que cubren las etiquetas «pensamiento» y «lenguaje». A veces el problema se plantea como el de si existe pensamiento sin palabras. Si se responde que no, cabe preguntar qué pasa con las conductas de animales superiores, de niños preverbales, de homínidos prelingüísticos o de adultos que han perdido o no han adquirido habilidades lingüísticas pero que parecen tener capacidades cognitivas, o que poseen habilidades lingüísticas pero carecen de ciertas capacidades cognitivas. Todo eso parece exigir que se postulen formas elaboradas de pensamiento sin lenguaje. Algunos participantes en el debate actual sobre el origen del lenguaje retoman la idea de la discontinuidad humano-animal basada en la capacidad humana para el lenguaje (Bickerton, 1990, 1995 y 2009). Mientras que Descartes sostuvo que el lenguaje solo puede darse en almas inmateriales, ahora se vería como una discontinuidad biológica. Esa discontinuidad implicaría que existe una diferencia cualitativa entre el lenguaje y los sistemas de comunicación animal, o, como mínimo, en cómo el lenguaje y esos otros sistemas transforman las respectivas mentes. Bickerton postula que el lenguaje hizo surgir todos los rasgos mentales distintivamente humanos. Con respecto al pensamiento animal, se puede adoptar lo que Bermúdez (2003) llama un enfoque minimalista (que él rechaza), según el cual los animales poseerían solo formas primitivas de pensamiento (habilidades, destrezas, formas de saber-cómo), o un enfoque maximalista que afirme que los animales son capaces de todos los tipos de pensamiento de los que son capaces los humanos con lenguaje (Darwin se aproxima a esa postura). Las posturas intermedias (como la de Bermúdez) afirman que algunas formas de pensamiento no necesitan del lenguaje, pero que otras sí, con más o menos concesiones al pensamiento animal3. 3   Otras obras dedicadas al pensamiento animal son Grifin (1984), Weiskrantz (1988) y Hauser (2000). Un enfoque que conecta con nuestro problema se basa en los intentos de enseñar a hablar

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La relatividad lingüística El defensor del impacto cognitivo del lenguaje no necesita adoptar un enfoque minimalista con respecto al pensamiento animal, pero a veces parece hacerlo por usar «pensamiento» hiperbólicamente. Importa resaltar este punto porque algunos partidarios de la autonomía del pensamiento construyen un enemigo imaginario que afirma que el pen­ samiento en su totalidad se ve afectado por el lenguaje. De ahí la frecuente estrategia de dar ejemplos de ámbitos cognitivos que parecen ser autónomos, como las imágenes mentales o ciertos conceptos, lo que demostraría que el pensamiento no depende en esencia del lenguaje. El fallo en el argumento no puede ser más obvio: se pasa de que algunos fenómenos mentales son autónomos con respecto al lenguaje a que todos lo son, a la total independencia del pensamiento con respecto al lenguaje. La cuestión no se resuelve señalando que algunos tipos de pensamiento son posibles sin palabras, pues eso es compatible con que el lenguaje intervenga de modo importante en otros tipos de pensamiento. Lo que afirma un defensor sensato del impacto cognitivo del lenguaje es que ciertos rasgos cognitivos que distinguen nuestra mente de la de otros animales (o al menos la manifestación distintivamente humana de ciertos rasgos cognitivos), dependen del lenguaje. Müller y Bermúdez llegan a esa posición desde direcciones opuestas. Uno parte de que no hay pensamiento sin lenguaje para acabar concediendo que hay formas autónomas de pensamiento; el otro comienza señalando que el pensamiento no requiere del lenguaje para acabar admitiendo que algunas formas de pensamiento sí lo requieren. Otras veces la cuestión del vínculo entre el lenguaje y el pensamiento se plantea en términos de prioridad relativa, como la pregunta sobre qué es primordial, anterior o más básico, el lenguaje, el pensamiento o, como tercera posibilidad, ninguno de ellos: hay dependencia recíproca, o distintas formas de prioridad en direcciones opuestas. En realidad, como apunta Davies (1998), las posibilidades básicas son cuatro. Si se define «Y tiene prioridad sobre X» como «X depende de Y e Y no depende de X», entonces […] cualquier cuestión acerca de la prioridad relativa de X e Y tiene cuatro respuestas posibles: (i) X tiene prioridad; (ii) Y tiene prioridad; (iii) X e Y son mutuamente dependientes; (iv) X e Y son independientes. (Davies, 1998: 226)

Funciones supracomunicativas y concepción cognitiva del lenguaje La forma de plantear inicialmente la cuestión de la relación entre el lenguaje y el pensamiento que me parece más clara y productiva es la siguiente: ¿posee el lenguaje solo una función comunicativa o sirve además para pensar? Esto es, ¿es el lenguaje un mero instrumento para a otros primates y en cómo sus logros lingüísticos podrían inducir logros cognitivos (Kurczaj & Hendry, 2003).

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la expresión de un pensamiento autónomo, o posee también (no se trata de negarle la función comunicativa, se considere o no la básica) alguna función cognitiva, ejecutiva o supracomunicativa? Los defensores de esta última idea podrían agruparse dentro de la concepción cognitiva del lenguaje, frente a quienes adoptan la concepción comunicativa del mismo. Sin embargo, el autor del que tomo esa expresión, Peter Carruthers, la quiere reservar para una versión más fuerte de la tesis del impacto cognitivo del lenguaje. Carruthers piensa que algunas posturas que postulan una gama de efectos del lenguaje, que resume en la idea del lenguaje como herramienta cognitiva, son demasiado débiles y triviales para merecer la inclusión bajo esa rúbrica. Carruthers & Boucher (1998: 1) afirman que una cosa es defender que el lenguaje se requiere (es condición necesaria) para ciertos tipos de pensamiento, y otra más fuerte es sostener que ciertas formas de pensamiento están constituidas lingüísticamente, porque el lenguaje está directamente implicado en ellas o es el medio en que discurren; distinguen así entre una requirement-thesis y una constitution-thesis, reservando la etiqueta «concepción cognitiva», en contraste con «concepción comunicativa», para la tesis fuerte, afirmando además que las que únicamente afirman que el lenguaje es necesario para ciertas formas de pensamiento sin que intervenga directamente en ellas no resultan teóricamente interesantes. Aunque debe tenerse en cuenta que esas denominaciones están en uso, creo preferible usar «concepción cognitiva» de modo que incluya a todas las formas no triviales de la idea de que el lenguaje no solo sirve para comunicar, sino que afecta al propio pensar, o al menos ayuda a pensar a los animales verbales. Por lo demás, qué debamos considerar aquí un efecto trivial no es en absoluto un asunto trivial, y parece claro que las formas débiles en las que el lenguaje influya sobre el pensamiento pueden tener un gran interés teórico por estar íntimamente conectadas con lo que nos hace plenamente humanos. También se puede usar «concepción supracomunicativa» para denominar cualquier forma de la tesis de que el lenguaje tiene un impacto cognitivo, y reservar la etiqueta «concepción cognitiva» o «constitutivista» para los enfoques que postulen que el lenguaje está implicado directamente en ciertas formas de cognición. La tesis más general que voy a examinar en primer lugar (en el Capítulo 2) es la que afirma que el lenguaje afecta, del modo que sea, al pensamiento. Para evitar problemas con la terminología, la llamaré simplemente Tesis del Impacto Cognitivo del Lenguaje (en adelante, ICL). Distinguiré múltiples versiones más o menos radicales, según una variedad de dimensiones, de la idea de que existen efectos no triviales del lenguaje sobre el pensamiento, que rebasan su capacidad para expresarlo. Su despliegue permitirá introducir complejidad y matices en el debate, así como las ideas de algunos de los principales protagonistas contemporáneos en el mismo. En ese primer momento, obviaré tanto la cuestión de la diversidad lingüística (simplificando, el grado en que las lenguas difieren entre sí) como la de la relatividad lingüística (si las lenguas afectan diferente-

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La relatividad lingüística mente al pensamiento de sus respectivos hablantes) y me centraré en los posibles efectos cognitivos universales del lenguaje. Lo que persigo es mostrar la autonomía de la cuestión de las funciones supracomunicativas del lenguaje con respecto a tesis más controvertidas que se suelen asociar con el problema de la relación del pensamiento con el lenguaje. Por supuesto, que existan efectos semióticos no excluye que existan otros efectos que sean específicos de cada lengua, o que los efectos que, considerados en un nivel más general, son comunes se manifiesten de modos diversos cuando se tiene en cuenta la diversidad lingüística. Por ejemplo, antes de plantear si la diversidad lingüística acarrea que los hablantes respectivos posean distintos conceptos abstractos, será conveniente plantear la cuestión genérica de qué tiene que ver el lenguaje en general con la conceptualización abstracta. Obras como Clark (1998), Jackendoff (1996), Carruthers (1996, 2002) o Bickerton (1990, 2009) son ejemplos de cómo se pueden defender tesis interesantes sobre el impacto cognitivo del lenguaje sin asumir por ello ninguna forma de relatividad lingüística e incluso oponiéndose frontalmente a ella. En la actualidad hay un creciente interés en la filosofía de la mente por las funciones cognitivas del lenguaje, que es bastante ajeno a las cuestiones relacionadas con la diversidad lingüística y con la relatividad lingúística. Así, esos temas son poco centrales en Carruthers & Boucher (eds.) (1998), Language and Thought. Interdisciplinary Themes. Pero, por otro lado, existe también un renovado interés entre lingüistas y otros estudiosos por las cuestiones de la diversidad y la relatividad lingüísticas. Compárese el título anterior con Gumperz & Levinson (eds.) (1996), Rethinking Linguistic Relativity. Los propios títulos sirven para recalcar lo que quiero hacer en el Capítulo 2: se puede plantear la cuestión de la relación lenguaje-pensamiento dejando de lado, en un primer momento, la cuestión de repensar la relatividad lingüística, aunque el objetivo final sea ese último repensar.

La imagen heredada sobre el pensamiento y el lenguaje Una imagen filosófica tradicional da por supuesto que el pensamiento es algo interno e inaccesible excepto para su portador, mientras que el lenguaje es externo y observable públicamente. Pero ese tópico es muy discutible. La imagen clásica asume que la función del lenguaje es precisamente la de hacer externo lo interno, exteriorizar lo mental, que se concibe como algo separable y autónomo con respecto a sus modos de expresión lingüísticos. Conlleva, por lo tanto, una concepción comunicativa o expresiva del lenguaje. Wittgenstein (1953) pone el dedo en la llaga de la concepción heredada, al sacudir el tópico de que lo que pensamos para expresarlo lingüísticamente podríamos simplemente y sin ningún esfuerzo pensarlo abandonando las palabras con las que supuestamente solo revestimos contingentemente los pensamientos. No parece que una imagen mental pueda recoger el pensamiento implicado en casos como el siguiente:

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Di estas palabras: «La pluma está muy roma. Ya, ya funciona». Una vez pensándolo; luego sin pensar; luego piensa solo el pensamiento pero sin las palabras. (Wittgenstein, 1953, § 330)

Whorf (1940b) llama «lógica natural» a la concepción preteórica o de sentido común acerca de la relación entre el lenguaje y el pensamiento, y la considera un rasgo universal que se deriva del monolingüismo del hablante típico. Dado que un hablante monolingüe no experimenta lo que sería hablar y pensar de acuerdo con un marco lingüístico diferente del suyo, da por sentado que no hay diferencias mentales debidas al hecho de hablar lenguas diversas y que la única función del lenguaje es comunicar un pensamiento alingüístico, lógico y racional accesible a cualquier humano, con independencia de la lengua que hable. Según Whorf, el mejor situado para desafiar la lógica natural sería un lingüista capaz de pasar consciente y deliberadamente de una lengua a otra y de experimentar los cambios mentales que, según la hipótesis de la relatividad lingüística, se producen con el tránsito: La lógica natural dice que el habla es más bien un proceso incidental preocupado estrictamente por la comunicación, pero no con la formulación de ideas. Se supone que el habla, o la utilización del lenguaje, únicamente «expresa» lo que ya ha sido esencialmente formulado de una manera no lingüística. La formulación es un proceso independiente, llamado pensamiento, y se supone que este es bastante indiferente a la naturaleza de cada lengua. Las lenguas tienen gramáticas, sobre las que se piensa que se trata de simples normas de corrección convencional y social, pero, por otra parte, supone que la utilización del lenguaje no está dirigida tanto por esas normas como por el PENSAMIENTO correcto, racional e inteligente. (Whorf, 1940b: 235; las mayúsculas son de Whorf)

Sin embargo, no es algo obvio que el sentido común sustente la imagen clásica. Jackendoff (1996) afirma que la plausibilidad teórica de la idea popular (según él, falsa) del carácter lingüístico del pensamiento proviene de que tendemos a creer ingenuamente que pensamos en nuestra lengua porque los pensamientos revestidos lingüísticamente se nos hacen conscientes, mientras que los que tienen un formato no lingüístico, que según Jackendoff son la inmensa mayoría, son inconscientes y por ello nos pasan inadvertidos. De un modo parecido, Carruthers (1996) destaca el fundamento introspectivo de la tesis de que pensamos con palabras (él afirma que sentimos directamente que lo hacemos), aunque en su caso para reivindicar teóricamente esa intuición preteórica. En resumen, no hay consenso tampoco acerca de cuál sea la imagen intuitiva o de sentido común que podría servirnos como punto de partida, ya fuese para reivindicarla, ya para criticarla. Por otra parte, el supuesto del monolingüismo generalizado es falso; según Crystal (2000: 59), la mitad de la especie humana es, al menos, bilingüe y la condición natural de los humanos es ser multilingüe. Bickerton señala que, al revés que los estadounidenses, los africanos no

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La relatividad lingüística consideran el monolingüismo un estado natural, sino que esperan tener que usar varias lenguas en el curso de sus vidas, y que, en Ghana, el criado de su casa hablaba seis lenguas (dos europeas y cuatro africanas) y que eso no era extraordinario (Bickerton, 2008: 163). Parece plausible que el multilingüe típico no sea consciente de las diferencias entre sus lenguas ni de si le afectan o no al pensar, ya que el paso de una a otra suele ser irreflexivo. Sin embargo, a veces se afirma que para los multilingües la tesis de la relatividad lingüística resulta obvia intuitivamente y que la viven directamente como una experiencia personal (Leavitt, 2011: 10).

Desafíos a la imagen tradicional Una primera aproximación a la diversidad de modelos sobre el lenguaje y el pensamiento puede hacerse a través de un breve recorrido por algunos posibles desafíos a la figura clásica del pensamiento como algo interno y del lenguaje como algo externo. Ni el pensamiento es algo obviamente interno que emerja solo de lo que ocurre en el cerebro, ni el lenguaje es algo obviamente externo que no necesite de procesos mentales o cerebrales individuales. Ambas nociones corrientes se redefinen dentro de marcos teóricos específicos, a menudo sin excesivo respeto por el significado ordinario de los términos. Una dificultad ya señalada, y que nos asaltará recurrentemente, se deriva de que no contamos con caracterizaciones iniciales unívocas o no problemáticas de las dos nociones principales cuya relación queremos explorar, a pesar de tratarse de nociones centrales para la reflexión filosófica y para la comprensión del ser humano. Empezando por el lenguaje, muchos lingüistas lo tratan como un componente interno de la mente. Noam Chomsky piensa que hay que estudiar el lenguaje desde una perspectiva internista, que busca dar cuenta de los estados internos de un organismo (Chomsky, 1998: 193). Para él, la lingüística es una parte de la psicología que trata de describir y explicar un sistema cognitivo entre otros. Una lengua no sería sino un estado del componente lingüístico asentado en el cerebro de cada hablante-oyente com­pe­ tente, y en la comprensión y producción lingüísticas la parte fundamental de los procesos discurriría internamente. Por supuesto, no niega el lado social del lenguaje, sino que distingue entre lenguaje interno (Lenguaje-I) y lenguaje externo (Lenguaje-E), y afirma que solo el primero puede delimitarse claramente y convertirse en objeto de estudio para la ciencia. Los aspectos pragmáticos, ligados al uso del lenguaje (e incluso los aspectos semánticos), serían científicamente intratables, «misterios» más que «problemas», pues no sabemos qué forma tendría una explicación satisfactoria de los mismos en forma de teoría, ya que no contamos con conceptos que permitan formularla con rigor, ni cree que podamos llegar a forjarlos jamás (cfr. Chomsky, 1975, cap. 4: «Problemas y misterios en el estudio del lenguaje humano»). Para él, el lenguaje es, literalmente, un órgano de la mente; la tradición racionalista lo consideró una facultad humana. Muchos filósofos de la mente y científicos

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cognitivos afirman que es un módulo interno de la mente. Los modularistas masivos, como Pinker (1997), piensan que la mente es un sistema de módulos. Los modularistas parciales, como Fodor (1983, 2000), sostienen que algunos procesos mentales internos no son modulares sino globales u holísticos. Aunque una cierta autonomía es esencial a la idea de módulo, existe un debate sobre el grado de apertura de los sistemas considerados modulares4. Carruthers (2002) argumenta que el modularismo es compatible con la concepción cognitiva del lenguaje. Su idea es que el lenguaje, a la vez que es producto de un módulo, proporciona una especie de lingua franca que integra los productos de otros módulos e interviene en la irrupción de la conciencia. También señala que la idea de modularidad suele ligarse (equivocadamente, según él) al rechazo del impacto cognitivo del lenguaje, ya que se supone que los demás módulos tienen sus propios sistemas de representación y modos de funcionamiento autónomos. Cuanto más abiertos se consideren los módulos, más fácil será admitir el impacto de unos sobre otros. En general, los modelos más holísticos (menos modulares) de lo mental son más proclives a aceptar el impacto cognitivo del lenguaje. Los enfoques internistas del lenguaje contrastan con los que lo contemplan como un ámbito constitutivamente público, cultural-social, intersubjetivo y normativo, una praxis entrelazada con las formas de vida de sus usuarios (Wittgenstein, 1953) o basada en convenciones para hacer cosas con palabras en el seno de prácticas o instituciones so­ ciales (Austin, 1962). Algunos lingüistas lo contemplan actualmente desde ese ángulo (cfr. Bernárdez, 2008; Everett, 2013). La antropología lingüística tiende también a concebir las lenguas como «constructos humanos que son síntoma y parte de las vidas de los pueblos, a la vez que instrumentos de comunicación y representación del mundo», centrándose «en el estudio de los usos lingüísticos en el seno de la vida social» (Duranti, 1997: 8). Yo mismo me inclino a adoptar posturas externistas bastante fuertes en la filosofía del lenguaje (cfr. Blanco Salgueiro, 2004). En cuanto al pensamiento, aunque muchos filósofos de la mente y científicos cognitivos siguen asumiendo la visión internista clásica del mismo, usualmente en su versión materialista (como algo que ocurre en el interior del cráneo) existen importantes desafíos al presupuesto de que no pueda y deba ser estudiado desde una perspectiva externista, como la que ofrecen el antiindividualismo (o externismo de los contenidos mentales) de Tyler Burge (Burge, 2007) o la teoría de la mente extendida introducida por Clark y Chalmers (1998). En la ac4   La idea original de módulo mental se establece en Fodor (1983). Los módulos fodorianos, que incluyen los distintos sistemas perceptivos, además del lenguaje, tienen una serie de características que enfatizan su carácter especializado, innato, cerrado («informativamente encapsulado») y autónomo. Otros modularistas, como Carruthers (2006), apuestan por unos módulos mentales más flexibles y permeables. Para una crítica al modularismo, sobre todo al «masivo», véase Gomila (2012), apdo. 2.3. Sus principales objeciones se basan en que parece incompatible con la plasticidad humana y con la diversidad cultural.

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La relatividad lingüística tualidad hay un intenso debate acerca de los límites de lo mental. Dedicaré el Capítulo 6 a plantear la cuestión del vínculo entre el lenguaje y el pensamiento cuando se adoptan modelos externistas de lo mental.

1.2. La diversidad lingüística (DL) En un segundo momento (en el Capítulo 3) abordaré el problema de la diversidad lingüística (en adelante, DL), contrastando algunas posturas que resaltan las diferencias entre las lenguas (Evans & Levinson, 2009 y 2010; Everett, 2008 y 2013) con otras que las minimizan. El tema fue central en el Romanticismo y pasa a las ciencias sociales de la mano de la etnolingüística. El interés por la diversidad lingüística decae con el auge de la lingüística chomskiana, pero resurge con fuerza en las dos últimas décadas. Hay que separar la cuestión de la diversidad de la de la relatividad lingüística. La primera solo es relevante para evaluar la segunda si se supone un vínculo estrecho entre lenguaje y pensamiento, esto es, alguna versión de la Tesis del Impacto Cognitivo del Lenguaje. La diversidad lingüística es una tesis sobre el lenguaje y su concreción en lenguas y variantes lingüísticas de diversos tipos, mientras que la relatividad lingüística es acerca de si esa diversidad lingüística repercute de algún modo sobre el pensamiento. Algunos autonomistas cognitivos admiten un grado elevado de diversidad lingüística, pero consideran que es posible bloquear el paso crucial hacia una correlativa diversidad cognitiva (cfr. Introducción a Malt & Wolff [eds.], 2010; Papafragou, 2005). Para empezar, es necesario distinguir entre lenguaje, lengua y habla, aunque no es sencillo proporcionar definiciones no controvertidas y teóricamente neutrales de esos términos. Aquí haré solo una primera aproximación a esas nociones. La palabra «lenguaje» tiene distintas acepciones. En su uso teórico principal (por ejemplo, en la etiqueta «Filosofía del Lenguaje»), no admite el plural, ya que designa un fenómeno o capacidad humana universal, o «algo que está por encima o por debajo de las lenguas y que se concreta y realiza en cada una de las habladas por los hombres a lo largo de su historia» (Rojo, 1986: 23)5. Los chomskianos insisten en que se trata de una capacidad específicamente humana, cualitativamente diferente de los sistemas de comunicación animal, estando la

5   Cabe insistir en la diversidad lingüística hasta el punto de negar que exista absolutamente nada común a todas las lenguas o usos lingüísticos, con lo que se cuestionaría la existencia de algo como el lenguaje humano, más allá de las lenguas, los idiolectos o los «juegos de lenguaje» que vienen y van; cabe leer así el antiesencialismo con respecto al lenguaje de Wittgenstein (1953, § 23). Para una versión radical de esta idea, véase Mauther (1911). No importa si esa postura parece extrema a algunos lectores, ya que trato de explorar todas las posibilidades, incluidas las que pueden parecer implausibles de entrada.

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diferencia principal en la sintaxis y en la correlativa capacidad de hacer un uso infinito de medios finitos gracias a la recursividad de las reglas6. Pero «lenguaje» se usa, con posibilidad de formar el plural, en un sentido más laxo, que cubre cualquier sistema semiótico: lenguajes animales (de las abejas, los delfines, etc.), de las banderas, de la lógica, matemáticos o informáticos, etcétera. En inglés se usa «language» para referirse al lenguaje, pero también a una lengua particular («The Spanish language»), y «languages» para referirse a varias lenguas, a pesar de que disponen de «tongue(s)», traducible como «lengua(s)» o «idioma(s)», término que usan ocasionalmente los lingüistas (raras veces los filósofos del lenguaje) de habla inglesa. Aunque una práctica similar se ha extendido entre los filósofos (y entre los traductores) de habla hispana, considero mucho más idiomático usar «lenguas» para referirse a los distintos idiomas (inglés, gallego, sánscrito o náhuatl). En este libro se usará «lenguaje» únicamente en singular. Dentro del lenguaje (esto es, en principio para cualquier lengua humana), se suelen distinguir varios dominios o niveles: fonético, fonológico, léxico, morfológico, sintáctico, semántico, pragmático y a veces otros. Las lenguas pertenecen a comunidades particulares, pero no siempre es posible individualizarlas usando criterios precisos, más allá de vagos criterios sociopolíticos o históricos. En muchos casos, decidir si estamos ante una lengua o ante un dialecto (u otra variedad) es arbitrario. En su uso común, «lengua» adopta una carga de prestigio y oficialidad, mientras que «dialecto» tiene una connotación despectiva. Sin embargo, al hablar de diversidad lingüística, restringir el interés a las lenguas sin contemplar las diferencias internas a una lengua (variedades lingüísticas), limitándonos a considerar la «variedad estándar», cuando existe, supone estrechar arbitrariamente la exploración de cuán diversas pueden ser las realizaciones concretas de eso que llamamos «lenguaje» (véase el apdo. 3.2). La diversidad lingüística entre grupos sociales es la base del interés en la relación entre el lenguaje y el pensamiento para la sociolingüística, y es el posible fundamento de la relación del lenguaje con la ideología (de clase, de género, etcétera). También podemos distinguir entre la lengua como sistema abstracto o ideal, y el habla como el conjunto de sus realizaciones concretas (ámbito de la pragmática), de emisiones o proferencias. La comunicación humana no se realiza a través de oraciones, sintagmas o palabras, sino a través de usos de esos recursos en el habla (parole, speech), en la realización efectiva de actos de habla, relatos, discursos o textos. La distinción de Chomsky entre competencia y actuación tiene un alcance 6   Así, afirman que «ninguna especie aparte de los humanos tiene una capacidad comparable para recombinar unidades significantes en una variedad ilimitada de estructuras mayores, cada una de significado sistemáticamente diferente» (Hauser, Chomsky & Fitch, 2002: 1576). No todos los universalistas lingüísticos resaltan lo mismo. Bickerton (2009) incide en otra propiedad de las lenguas, el desplazamiento de los signos lingüísticos frente a los estímulos presentes, de la que carecerían los sistemas de llamada de algunos primates.

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La relatividad lingüística similar. La actuación consiste en la realización de actos de habla socialmente situados por parte de hablantes de carne y hueso. Para Chomsky sería la puesta en práctica del conocimiento lingüístico que está de algún modo incorporado en la mente-cerebro de un hablante competente. Tampoco aquí los usos comunes son claros. A veces se usa «habla» como sinónimo de «dialecto» o de «lengua»; en gallego, «a nosa fala» se refiere más bien a la lengua; en el occidente asturiano se llama «fala» al gallego-asturiano. La cuestión del uso es importante para nuestro debate porque, aunque la atención teórica suele recaer sobre el uso comunicativo o social del lenguaje, el asunto del impacto cognitivo del lenguaje o de las lenguas puede plantearse precisamente como el de su posible uso cognitivo, no interindividual sino intraindividual: […] aunque la función primaria y presumiblemente «inicial» del lenguaje es la comunicación, puede adquirir otros usos, no menos importantes, pero gobernados por principios que difieren de los comunicativos. Un caso destacado es el uso en los procesos mentales, cuya investigación es tarea de una rama separada de la pragmática que he propuesto denominar psicopragmática, en contraste con la sociopragmática, cuyo asunto es el uso comunicativo del lenguaje. (Dascal, 2003: 27)

Las anteriores distinciones pertenecen a la ontología de la lingüística. Para un enemigo de las entidades abstractas, las nociones de lenguaje y lengua son ficciones (tal vez útiles o imprescindibles), y solo los sucesos concretos del habla son reales en un sentido estricto. Pero puede ser que la facultad del lenguaje (si existe) esté programada en los genes y que la competencia lingüística esté realizada físicamente en el cerebro de los hablantes o en algún otro lado, con lo que ambas poseerán una existencia concreta. En cuanto a la lengua, parece una abstracción a partir de una masa de dialectos y otras variantes, pero puede cobrar concreta realidad social a través de una serie de procesos de estandarización, por medio de las academias de la lengua, la escolarización, la alfabetización, la literatura, los medios de comunicación de masas, etcétera. También hay que distinguir entre lenguaje oral y escritura. Un problema viejo, que se remonta al Fedro de Platón, es dilucidar la relación que existe entre ambos. La distinción es relevante para la cuestión del vínculo del pensamiento con el lenguaje, por ejemplo en lo que afecta al posible impacto del lenguaje sobre la memoria, pues no es obvio que el vínculo del pensamiento con la lengua oral sea equiparable al que mantiene con la escritura (Humboldt, 1824; Gilson, 1969; Luria, 1976; Goody, 1977; Ong, 1982; Salgado, 2014). Se podría dar aquí un relativismo de modalidad (oral vs. escrita), esto es, que cada modalidad tuviese un impacto cognitivo distintivo (véase el apdo. 4.4.9). En resumen, al hablar de la relación entre el lenguaje y el pensamiento tocamos un ámbito «semiótico», de consideraciones generales. El tratamiento de la diversidad lingüística es lo que permite descender

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a asuntos más específicos, que pueden llevar a plantearse si existe relatividad lingüística. Aunque la diversidad más explorada es la interlingüística, hay otras. Las lenguas no son homogéneas y hay variedades intralingüísticas de diversas clases. Además, un usuario del lenguaje (de una lengua) suele albergar dentro de sí una rica diversidad intraindividual de herramientas o recursos lingüísticos que le permiten, por ejemplo, describir de maneras alternativas cualquier situación con la que se encuentre, algo a lo que en su momento daré relieve.

1.3. El argumento a favor de la relatividad lingüística (RL) El tercer momento en el debate corresponde a una cuestión conectada con las anteriores pero distinta de ambas, la de la relatividad lingüística (en adelante, RL). RL se conoce como Hipótesis de Sapir-Whorf, y podría llamarse también Hipótesis de Hamann-Herder-Humboldt, en honor a los filósofos alemanes que la formularon a finales del siglo xviii y comienzos del xix como parte de una crítica a la filosofía universalista de Kant7. De modo informal y vago (que habrá que precisar), la relatividad lingüística es la idea de que las personas que hablan lenguas o variedades diferentes piensan y actúan, como resultado de ello, de modos distintos, que se correlacionan con las respectivas pautas lingüísticas. Como se verá, existe una amplia familia de tesis o hipótesis relacionadas, unas radicales, otras más moderadas, que cabe incluir dentro de RL. En capítulos venideros trataré de ordenar un territorio en el que a menudo es difícil apreciar qué es lo que se defiende, con qué grado de radicalidad y a partir de qué premisas. Esa es una labor que han tratado de realizar bastantes otros8, pero ninguno de los mapas que conozco me parece lo suficientemente detallado como para captar todos los matices importantes del debate. Por otra parte, hay un punto en el que las distinciones pueden volverse alambicadas en exceso y embrollar las cosas más de lo que las aclaran. Espero rehuir ese peligro, pero creo preferible hacer distinciones de más que de menos. La hipótesis de la relatividad lingüística surge como el resultado de combinar dos tesis distintas e independientes, ninguna de las cuales implica por sí misma RL. Esas tesis fueron esbozadas en los dos apartados anteriores: la Tesis del Impacto Cognitivo del Lenguaje (ICL) y 7   Reynoso (2014) otorga el (para él dudoso) honor de la prioridad a Johan David Michaelis (1717-1791). Dependiendo de cómo se formule la hipótesis de la relatividad lingüística, se pueden buscar precedentes en Étienne Bonnot de Condillac (1714-1780), Giambattista Vico (1668-1744) o Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716), e incluso en John Locke (1632-1704) o en Francis Bacon (1561-1626). 8   Fishman (1960), Penn (1972), Kay & Kempton (1984), Introducción a Gumperz & Levinson (eds.) (1996), Lucy (1992b, 1997 y 2016), Boroditsky (2001), Levinson (2003a), García Suárez (2011), Leavitt (2011), Deutscher (2010), Acero (2013), Reynoso (2014), Casasanto (2008, 2016).

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La relatividad lingüística la Tesis de la Diversidad Lingüística (DL). La forma general del argumento a favor de la relatividad lingüística, que se concreta de mil formas más específicas en la literatura sobre el tema, sería entonces la siguiente: Premisa 1 (ICL) El lenguaje (sea cual sea la lengua que uno hable) afecta de modo no trivial al pensamiento (a cómo uno piensa y actúa). Premisa 2 (DL) (Pero) Las lenguas difieren entre sí en aspectos no superficiales. Conclusión (RL) (Luego) Existen diferencias de pensamiento (y de conducta) entre los hablantes de lenguas diferentes.

Esa formulación del argumento es insatisfactoria por varios motivos, pero nos servirá como punto de partida. Al comienzo del Capítulo 4 ofreceré una reconstrucción más precisa, que recoja las principales aclaraciones que se harán en los Capítulos 2 y 3 para paliar la vaguedad de las premisas, vaguedad que se transmite a la conclusión.

1.4. La radicalidad de RL: sus posibles corolarios La relatividad lingüística se presenta a menudo como una idea controvertida y radical, incluso peligrosa, debido a lo que parecen ser sus consecuencias o corolarios más o menos inmediatos, que pueden resultar incómodos o indeseables para todo aquel que conserve algún rastro, por pequeño que sea, de espíritu ilustrado. La literatura de ficción ha explorado algunos de esos corolarios, llevándolos hasta el extremo, lo que da mucho juego literario, por ejemplo a la hora de construir distopías políticas. Así de desolador presenta el panorama un simpatizante de la hipótesis relativista (imaginemos cómo lo verán sus detractores), al hablar de la fascinación que esta ejerce: La fascinación […] se compone […] tanto de encantos como de horrores. El primero es el horror de la impotencia […] estamos impotentemente atrapados por la lengua que hablamos. No podemos huir de ella y, aunque pudiéramos hacerlo, ¿a dónde iríamos sino a alguna otra lengua con sus propias anteojeras y su propio círculo vicioso que encierra lo que pensamos, lo que percibimos y lo que decimos? El segundo es el horror de la desesperanza, pues ¿qué esperanza puede haber para la humanidad?, ¿qué esperanza de que alguna vez un grupo pueda llegar a entender al otro?, ¿qué esperanza de que una nación llegue alguna vez a comunicarse plenamente con otra? (Fishman, 1960: 176)

Conviene distinguir con claridad la hipótesis misma de sus corolarios atribuidos. Para apreciar la dinámica del debate cuando se invocan las consecuencias aparentes de RL, se puede contrastar el estatuto que

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les conceden los contendientes, en especial los ubicados en los extremos más distantes del espectro. Los autonomistas y universalistas cognitivos tienden a afirmar que todos los corolarios son obviamente falsos, lo que daría lugar a una múltiple reductio ad absurdum de la hipótesis. Mientras, en el bando relativista se razona a veces desde los corolarios, que se dan por ciertos, hasta RL como la hipótesis que mejor los explicaría y a la que por esa razón aportarían evidencia no demostrativa, en lo que sería un argumento de la mejor explicación. Así, lo que para unos es una refutación automática de la hipótesis, para otros es un buen argumento abductivo a su favor. Por otro lado, en una reproducción del debate general ahora en el nivel de los supuestos corolarios, las consecuencias se derivan de un modo más o menos inmediato de las versiones más fuertes de la hipótesis de la relatividad lingüística, pero no parecen seguirse tan claramente o con la misma implausibilidad de las versiones más moderadas, siendo este uno de los motivos por los que urge aclarar los matices en la defensa de RL, para evitar fabricar monigotes ultrarradicales, sin negar, por supuesto, que existen relativistas lingüísticos extremistas que no dudan en extraer consecuencias también extremas. A mi juicio, de las versiones más plausibles de RL se siguen, en todo caso, versiones también suficientemente plausibles de los corolarios, por lo que esas versiones de la hipótesis salen fortalecidas del debate. A continuación, presento hasta ocho posibles corolarios de RL, que no parecen del todo independientes entre sí.

1.4.1. Corolario 1: imposibilidad de traducir El argumento de la traducción empuja en direcciones contrapuestas. Lo suelen usar los detractores de la hipótesis de la relatividad lingüística para inferir que las lenguas son más o menos equivalentes entre sí, puesto que la traducción es siempre posible en lo fundamental. Estaríamos ante una suerte de argumento trascendental que iría desde el hecho en apariencia incontestable de la traducción hasta la previa existencia de un pensamiento independiente de sus revestimientos lingüísticos y la unidad primordial de la mente humana, como sus condiciones de posibilidad. Se puede aducir, por ejemplo, que todas las lenguas son capaces de expresar el contenido de la Biblia, como muestra el hecho de que haya sido en efecto traducida total o parcialmente a cientos de lenguas (totalmente a al menos 319 lenguas y parcialmente a 2018, según Zabaltza, 2006: 117). Un ejemplo típico de este tipo de razonamiento es el siguiente: El objetivo de la traducción […] es preservar el pensamiento tras la expresión. Si distintas lenguas pueden expresar el mismo pensamiento, entonces los pensamientos no pueden estar embalsamados en la forma de una lengua cualquiera: deben ser neutrales con relación a la lengua en la que se expresan. […] el mismo pensamiento puede expresarse en inglés, donde el verbo precede al objeto directo, y en japonés, donde el verbo

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La relatividad lingüística sigue al objeto directo. Por tanto, la forma de los pensamientos no puede depender del orden de las palabras. (Jackendoff, 1996: 6)

Pinker (1994) acusa a Whorf de forzar las traducciones del hopi al inglés para que parezcan más exóticas e inexactas de lo que podrían ser, algo parecido a parafrasear «He walks» como «As solitary masculinity leggedness proceeds». Pero encontramos también el reproche contrario al traductor de proyectar los esquemas lingüísticos propios sobre la lengua traducida, haciendo que la traducción parezca natural y no problemática (cfr. Quine, 1960). Los partidarios más radicales de la relatividad lingüística concluyen que las traducciones son, en el mejor de los casos, interpretaciones o aproximaciones a los textos originales y, en el peor, tergiversaciones, de acuerdo con el proverbio italiano traduttore, traditore. Si cada lengua representa un modo de pensar inconmensurable con los demás, entonces la traducción no será más que una quimera: La posición «monadista» más intransigente –adoptada por los grandes poetas– lleva a pensar, en buena lógica, que la traducción es imposible. Lo que consideramos traducción no pasa de ser un conjunto convencional de analogías aproximadas, un esbozo de reproducción apenas tolerable cuando las dos lenguas o culturas tienen algún parentesco, pero francamente espurio cuando están en juego dos idiomas remotos y dos sensibilidades tan distintas como distantes. (Steiner, 1975: 94)

Wittgenstein (1953, § 23) incluye la traducción como un juego de lenguaje más. La legitimidad de la traducción de una palabra de la lengua de una tribu a otra de nuestra lengua dependería para él de la coincidencia o parecido suficiente en las formas de vida globales en el seno de las cuales las respectivas palabras tienen un papel: Es decir, el que una palabra de la lengua de nuestra tribu esté traducida correctamente por una palabra del idioma español depende del papel que juegue esta palabra en la vida total de la tribu: las ocasiones en que se usa, las expresiones de emoción que la acompañan generalmente, las ideas que despierta generalmente o que impulsan a decirla, etc., etc. (Wittgenstein, 1958: 139)

El argumento de la traducción puede impulsar también posiciones intermedias o moderadas que aduzcan que una traducción casi siempre es posible en lo fundamental (al menos, para cualquier propósito práctico), lo que limita las pretensiones relativistas, pero que muy a menudo es ardua y se topa con obstáculos difíciles de salvar, o requiere de una «negociación» entre el texto de partida (en la lengua A) y el de llegada (en la lengua B), lo que permite aspirar al menos a «decir casi lo mismo» (Eco, 2003). Los ejemplos que se ofrecen para justificar una u otra postura no son inocentes. En el aducido por Jackendoff parece intuitivo que nada demasiado importante depende del orden en el que aparecen el verbo y el objeto directo de una oración. Pero lo común es que haya que hacer maniobras más o menos complicadas en la traducción. Si digo «Juan

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está en su casa con una amiga», la traducción «Juan is at home with a friend» puede echar a perder el mensaje, a menos que el contexto permita inferir el género de la persona que está con Juan. En general, se puede defender a partir de la práctica real de la traducción que, como mínimo, las traducciones «no pueden evitar añadir o eliminar matices según las características de la lengua en cuestión» (Slobin, 1996: 76).

1.4.2. Corolario 2: imposibilidad de aprender una nueva lengua Se alega también que las formas radicales de relatividad lingüística implican que uno está aprisionado en la propia lengua, lo que acarrearía la imposibilidad de aprender nuevas lenguas. Es común que este corolario se tome como una reducción al absurdo de RL, o que se trate de desbaratar por medio de un nuevo argumento trascendental que va desde el supuesto hecho obvio de la capacidad humana para aprender otras lenguas hasta la autonomía del pensamiento como su condición de posibilidad: Si la versión fuerte [de la relatividad lingüística] fuese cierta, sería imposible, o próximo a lo imposible, aprender una lengua nueva. Seríamos prisioneros en la «cárcel de nuestra propia lengua». Pero mucha gente aprende lenguas extranjeras, a veces varias, y a menudo adquieren competencia nativa o casi nativa. (Kövecsecs, 2006: 34)

De nuevo, puede aceptarse el argumento hasta cierto punto, añadiendo el matiz de que casi nunca llegamos a dominar bien en una lengua nueva aquellos aspectos que son radicalmente ajenos a las características de nuestra lengua nativa. Además, al menos en la etapa adulta, adquirir nuevas lenguas no es algo que la mayoría de los humanos hagamos con facilidad. Casi siempre se logra con esfuerzo, y casi nunca plenamente. Wotjak (2006) señala que quienes aprenden una lengua extranjera hacen transferencias de significado en muchos casos en los que la coincidencia semántica es solo parcial («falsos amigos»). Alternativamente, puede alegarse que algunos de los mecanismos de aprendizaje lingüístico están presentes a lo largo de toda la vida, después del llamado «periodo crítico» de adquisición primaria del lenguaje, por lo que es siempre posible adquirir nuevas formas de lenguaje que condicionen nuevas formas de pensamiento. Por ejemplo, aprendemos a menudo nuevas palabras o nuevas metáforas lingüísticas. Por otro lado, deben evitarse las caricaturas. Al menos Whorf, que pasa por ser el relativista lingüístico por antonomasia, no puede haber previsto este corolario, ya que él mismo promovió el multilingüismo precisamente como un modo de lograr nuevos y más diversos modos de hablar-pensar, entre los que poder elegir. Luego se trata más bien de un corolario que desean extraer sus enemigos, para mostrar las supuestas debilidades obvias de RL y lo fácil que es desembarazarse de ella. Sin embargo, es cierto que el relativista lingüístico debería poder explicar desde su marco el innegable carácter dinámico y cambiante de la relación entre el lenguaje y el pensamiento, esto es, cómo pueden ser compatibles la relatividad lingüística y la flexibilidad cognitiva.

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La relatividad lingüística

1.4.3. Corolario 3: alienación lingüística La idea más general que respalda los corolarios anteriores es la de que pensamos bajo fuertes constreñimientos lingüísticos y que, por lo tanto, no pensamos libremente. Llevada al extremo, la hipótesis de la relatividad lingüística parece implicar que es la lengua la que piensa por nosotros, de un modo parecido a como el diablo piensa y habla por boca de la niña de El exorcista. Así lo sintió Victor Klemperer, en relación con el alemán durante el apogeo del nazismo: No, el efecto más potente no lo conseguían ni los discursos, ni los artículos, ni las octavillas, ni los carteles, ni las banderas, no lo conseguía nada que se captase mediante el pensamiento o el sentimiento conscientes. El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponía repitiéndolas millones de veces y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente. El dístico de Schiller sobre la «lengua culta que crea y piensa por ti» se suele interpretar de manera puramente estética y, por así decirlo, inofensiva. Un verso logrado en una «lengua culta» no demuestra el talento poético de quien ha dado con él; no resulta muy difícil darse aires de poeta y pensador en una lengua altamente cultivada. Pero el lenguaje no solo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él. ¿Y si la lengua se ha formado a partir de elementos tóxicos? (Klemperer, 1947: 31)

Ese tema se explota en distopías de ficción como Orwell (1949), Vance (1958) o Delany (1966). En ocasiones, Whorf parece sugerir que la lengua genera canales obligatorios, lo que parece exagerado. Lo que los partidarios de la relatividad lingüística suelen destacar es que la sensación de total libertad y de falta de condicionamiento en el pensar es una forma muy generalizada de autoengaño. El defensor típico de la relatividad lingüística afirma que la lengua ejerce su influjo, como señala Klemperer, en un nivel inconsciente, por lo que ese influjo pasa desapercibido a quienes lo sufren. Pero los más moderados, aunque aceptan que el lenguaje influye en los modos de pensar habituales de las personas y en que puede ser usado para manipularlas, dejan resquicios por los que huir del condicionamiento de la lengua. Para Whorf, adquiriendo un control consciente de las pautas lingüísticas que afectan inconscientemente al pensamiento habitual. Ya Humboldt (1836) sostuvo que lo que se da es una dialéctica entre la libertad individual de expresión y la coerción impuesta al pensamiento por la lengua nativa. Por su parte, Gadamer cree poder evitar este posible corolario de la hipótesis: La lingüisticidad de la experiencia humana del mundo proporciona un horizonte más amplio a nuestro análisis de la experiencia hermenéutica. Aquí se confirma lo que ya habíamos mostrado con el ejemplo de la tra-

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ducción y con las posibilidades de entenderse más allá de los límites de la propia lengua: el mundo lingüístico propio en el que se vive no es una barrera que impide todo conocimiento del ser en sí, sino que abarca por principio todo aquello hacia lo cual puede expandirse y elevarse nuestra percepción. Por supuesto que los que se han criado en una determinada tradición lingüística y cultural ven el mundo de una manera distinta a como lo ven los que pertenecen a otras tradiciones. […] los «mundos» históricos, que se resuelven los unos en los otros en el curso de la historia, son distintos entre sí y también distintos del mundo actual. Y sin embargo lo que se representa es siempre un mundo humano, esto es, constituido lin­ güísticamente, lo haga en la tradición que lo haga. Como constituido lingüís­ ticamente cada mundo está abierto por sí mismo a toda posible percepción y, por lo tanto, a todo género de ampliaciones; por la misma razón se mantiene accesible a otros. (Gadamer, 1975: 536)

Una versión de la idea de la relatividad lingüística como esa no implica el inexorable encierro en el mundo constituido por la lengua nativa, al postular vías de apertura y de «fusión de horizontes» que permiten rebasar o expandir la lingüisticidad particular de nuestra experiencia del mundo, aunque se considera ineludible pensar desde dentro de algún marco lingüístico. La versión más extrema de la hipótesis relativista implica que las lenguas son sistemas cerrados, sin plasticidad para admitir modos alternativos de hablar y pensar. Pero pocas versiones de la hipótesis llevan el condicionamiento lingüístico del pensar hasta el extremo de la determinación alienante. Es razonable conceder al pensamiento individual un margen amplio de flexibilidad o de libertad para encontrar su propia voz más allá de las restricciones de la lengua nativa y de otros factores condicionantes. Este es uno de los corolarios que producen mayor rechazo hacia la hipótesis relativista por parte de la gente común. Emily A. Schultz atribuye a este motivo la fuerte resistencia en los Estados Unidos a aceptar las ideas de Whorf sobre el supuesto control del pensamiento por la lengua. Sus comentarios se aplican en mayor o menor medida a las democracias occidentales y puede que apunten a aspiraciones humanas universales. Después de todo, ¿a quién le puede agradar la sospecha de estar condicionado sin darse cuenta de ello? La autora señala de ese modo algunos de los obstáculos ideológicos que dificultan una investigación desapasionada de la influencia que la lengua ejerce realmente sobre el pensamiento, con independencia de que aspiremos a librarnos de ella o a controlarla: En EEUU, la gente es libre de expresarse: ese es el núcleo de la imagen popular estadounidense del lenguaje. […] La ideología de la libertad de palabra fomenta el sentido de que nosotros controlamos el lenguaje, y no al contrario; de hecho, que cada uno controla su propia lengua y la somete a sus propósitos. […] El sentido común en EEUU ha supuesto siempre que los individuos son seres autónomos plenamente formados que van por el mundo dirigidos por las elecciones de una conciencia interior totalmente transparente para sí misma. […] se resisten fuerte-

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La relatividad lingüística mente a la idea de que la etnicidad o la pertenencia de clase, por ejemplo, afecten o deban afectar a algo. […] Incluso más en época de Whorf que hoy en día, la diversidad lingüística se veía como un problema que resolver. El lema parecía ser: vuélvete monoglótico en la lengua dominante y sé libre. […] De hecho, el monolingüismo satisfecho estadounidense es quizá el factor de fondo más potente que explica el impacto de los textos de Whorf en audiencias estadounidenses, en especial el de aquellos en los que los refinamientos gramaticales de una lengua americana nativa eran celebrados y considerados superiores a los del inglés. […] En EEUU existe un sentido de que quien usa las formas estándar de la lengua común puede decir libremente lo que quiere decir y querer decir lo que dice. (Shultz, 1990: 22-24)

Ante ese tipo de resistencias, Lakoff propone una separación interesante, aunque tal vez poco realista, entre aceptar o rechazar RL como resultado de una argumentación convincente o de evidencias empíricas concluyentes, y valorarla en términos positivos o negativos, por ejemplo, como algo que hay que promocionar o tratar de contrarrestar: Uno podría decidir, con base en la observación empírica, que hay sistemas conceptuales alternativos, pero creer que son algo malo –conducen al error, al malentendido, al conflicto, etc.–. Por otro lado, uno podría tener la impresión de que todo el mundo piensa del mismo modo, pero desear que no fuera así. (Lakoff, 1987: 324)

En continuidad con los comentarios de Klemperer, podemos ilustrar el margen de maniobra que, de hecho, parece haber para paliar los condicionamientos de la lengua, a través de los siguientes comentarios de Paul Celan, un poeta judío que decide escribir en alemán a pesar de sentir que esa lengua está contaminada por su uso durante el nazismo: Algo sobrevivió en medio de las ruinas. Algo accesible y cercano: el lenguaje. Sin embargo, el lenguaje mismo tuvo que abrirse paso a través de su propio desconcierto, salvar los espacios donde quedó mudo de horror, cruzar por las mil tinieblas que mortifican el discurso. En este idioma, el alemán, procuré escribir poesía. Solo para hablar, orientarme, inquirir, imaginar la realidad. (Discurso pronunciado al recibir el Premio de Literatura de la ciudad de Bremen en 1958; cit. en Kraus, 2012.)

1.4.4. Corolario 4: vínculo entre lenguaje y poder (corolario de Orwell) Este corolario constituye la versión política del anterior. Parece seguirse de la tesis de la relatividad lingüística una conexión entre lenguaje e ideología (de clase, de género, etc.), donde la dirección de la influencia sería lenguaje → ideología. Otra idea popular muy afín es que «el po-

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der» manipula la mente de las masas mediante el uso torticero e interesado del lenguaje9. Una versión del corolario que periódicamente suscita revuelo mediático afirma que el lenguaje de género legitima y ayuda a sostener una relación de poder de género. En 2012, un informe firmado por Ignacio Bosque y otros 25 académicos de la RAE, titulado «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer», provocó un debate que aún colea con numerosos pronunciamientos a favor y en contra. El informe defendía que la lengua española no es machista, aunque la sociedad o la cultura puedan serlo10. En general, los defensores de la autonomía del pensamiento con respecto al lenguaje afirman que las lenguas son ideológicamente neutrales, que las ideologías son construcciones mentales o culturales que se expresan pero no se inducen a través de las lenguas. Una versión sensata de RL debe tener en cuenta que las lenguas tienen recursos para expresar y cuestionar una gran variedad de ideologías políticas, religiosas, etc., con lo que no parece que sean ideológicamente monolíticas, armónicas o unidireccionales. Klemperer (1947) describe un caso real («la lengua del Tercer Reich») en el que la lengua se quiere cortar de forma planificada a la medida de las necesidades ideológicas de un cierto régimen político, al modo de la neolengua orwel­ liana. La teoría marxista del lenguaje se centra en el lenguaje y la ideología de clase. Simplificando, lo que determina la ideología para Marx son las relaciones materiales de producción. Cabe suponer entonces que en ese marco teórico la lengua forma parte de la superestructura determinada por las condiciones económicas y que, por tanto, no es ella misma un factor activo. La ortodoxia estaba representada al comienzo de la era soviética por el lingüista Nikolái Marr, quien sostuvo que la lengua de un proletario ruso y la de un proletario alemán se parecían más que la lengua de un proletario alemán y la de un burgués alemán (cfr. Lähteenmäki, 2006). La cosa cambia cuando en 1949-1950 se produce un debate en el que interviene el propio Stalin, quien defiende que una lengua no es una superestructura que varíe en función de los intereses de clase, sino un vehículo de comunicación transversal a las clases. Para justificarlo, aduce que, aunque existen diferencias en cómo hablan los grupos sociales, estas suponen solo ligeras variantes de una lengua nacional básicamente común11. Contra eso podría alegarse que la clase dominan-

  Para el caso de la manipulación en tiempos de guerra, cfr. Collins & Glover (eds.) (2002).   Es interesante contrastar ese informe con distintas guías de lenguaje no sexista: la de la UNED (portal.uned.es/pls/portal/url/ITEM/B6A5AD3E05E8884CE04660A3470666D), la de Intermon Oxfam (campuseducativo.santafe.gob.ar/wp-content/uploads/lenguaje_no-sexista-1.pdf) o la de la Universidad de Granada (https://www.ugr.es/pages/media/guiadellenguajenosexista/1). Véanse también Haden Elguin (1993) o Moure (2005a). Dentro de la lingüística ficción feminista, véanse Haden Elgin (1984) y (1987). 11   Sin embargo, Stalin no es un autonomista con respecto al pensamiento, ya que defiende el «materialismo idiomático», según el cual los humanos dotados de lenguaje no tienen ideas desnudas, sino ideas ligadas al material del idioma, frente al «idealismo» de Nikolái Marr (Stalin, 1977: 124). 9

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La relatividad lingüística te («el poder») impone sus modos de hablar interesados e impide que la dominada forje una lengua que refleje eficazmente sus intereses o permita articular un contradiscurso, proceso al que Sánchez Carrión (1999) llama «apropiación de la lengua por el poder» o «control de la palabra social», y que es el objetivo último de la neolengua. Teniendo en cuenta el carácter dialéctico del marxismo, se podría afirmar la interdependencia entre una lengua y las formas de vida en las que transpira, y de ambas con el pensamiento individual. La filosofía del lenguaje del Círcu­lo de Bajtín suele ir en esa dirección (cfr. Voloshinov, 1929), destacando el papel mediador de los signos en la relación estructura-superestructura y concibiendo esa relación en términos dialécticos: La ideología es expresión de las relaciones histórico-materiales de los hombres, pero «expresión» no significa solamente interpretación o re-presentación, sino también organización, regulación de esas relaciones. […] [Bajtín y Voloshinov] se muestran contrarios a interpretar la relación entre estructura económico-social y superestructuras ideológicas en términos de causalidad mecánica. (Ponzio, 1997: 105).

De particular interés para nosotros es la psicología soviética representada por Vygotski (1934, 1979) y su discípulo Luria (1974, 1976, 1984). A pesar del énfasis que estos autores ponen en el papel activo del lenguaje en lo que denominan «procesos psicológicos superiores» (conciencia, pensamiento lógico, planificación, abstracción, imaginación creativa, etc.), conservan el énfasis marxista en las formas de vida socio-históricas, en especial las que tienen que ver con las condiciones económicas. Esto se aprecia bien en Luria (1976), que incide en la «conformación socio-histórica de los procesos mentales» (Luria, 1976: 12) y estudia los cambios psicológicos que se producen al comienzo de la era socialista en comunidades que pasan muy rápidamente de una forma de vida a otra muy distinta. La dirección principal de la influencia sería entonces sociedad→lengua→pensamiento. Sin embargo, hay que señalar que, al menos en el caso estudiado por Luria, ocurren también cambios importantes en la relación de los individuos con la lengua, ya que se produce el paso desde una población de gentes analfabetas a una población instruida y familiarizada con la escritura. Se puede introducir entonces una opción que no ha sido señalada hasta ahora: que haya un tercer factor del que dependan el pensamiento, el lenguaje o ambos. Los neowhorfianos Gumperz & Levinson (1996: 1) definen la relatividad lingüística como la tesis de que la cultura, a través del lenguaje, afecta al pensamiento. Según eso, los genuinos condicionantes del pensamiento serían de carácter social, aunque la lengua ejercería el papel de mediador privilegiado entre la base social y el pensamiento individual. Esa postura es bastante común entre los neowhorfianos12, pero no siempre es fácil apreciarlo, ya 12   Así, por ejemplo: «La metáfora que una cultura elige para cualquier área determina, a través de la lengua, lo que ocurrirá en esa área» (Haden Elgin, 2000: 94).

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que a menudo se concentran en el vínculo lenguaje-pensamiento, sin considerar apenas otros posibles factores involucrados. Algunos autonomistas y anticulturalistas como Pinker (2007) prefieren aceptar que el pensamiento está condicionado en alguna medida por la cultura antes que admitir que el condicionante sea la lengua. Everett (2013) distingue de modo explícito entre el posible impacto cognitivo de la cultura y el de la lengua, atribuyendo la responsabilidad, en unos casos, a la una y, en otros, a la otra, aunque la cultura es para él el factor más decisivo, ya que determinaría la propia gramática. Así que, en principio, debemos distinguir entre la idea de que la cultura actúa directamente sobre el pensamiento individual y la de que la lengua actúa como un intermediario necesario o por su propia cuenta. Por un lado, el relativismo sociocultural afirma que tanto el pensamiento individual como la lengua comunitaria reflejan las formas de vida colectivas (por ejemplo, económicas). Por otro, la relatividad lingüística establece que la lengua afecta de modo directo al pensamiento individual, aunque ella misma pueda ser, al menos en parte, un producto cultural. La distinción depende de distinguir entre lengua y cultura, lo que no es fácil desde un marco que afirme que hablar una lengua es tomar parte en una forma de vida (Wittgenstein, 1953), o desde uno que defina la cultura como una serie de actos comunicativos (Goody, 1977: 48). Lo que sostuvo Whorf, al menos en Whorf (1939b), fue la interdependencia asimétrica entre lengua y cultura: ambas se influirían mutuamente y la lengua no sería para él más que un producto cultural, pero al menos sincrónicamente la influencia de la lengua sobre la cultura sería mayor que la inversa, y la influencia de la lengua sobre el pensamiento individual sería mayor que la que la lengua ejerce sobre la cultura (véase el apdo. 4.4.5).

1.4.5. Corolario 5: relativismo ontológico RL se presenta a menudo como una tesis sobre el vínculo entre el lenguaje, el pensamiento y la realidad, que implica no ya o solo el relativismo cognitivo sino, ante todo, el relativismo ontológico: cada lengua constituiría o «abriría» un mundo y, como afirma Steiner, cuando muere una lengua, con ella moriría un mundo. La relatividad lingüística se suele plantear como una cuestión de visiones de la realidad alternativas, ninguna de las cuales puede aspirar a la objetividad o, al menos en una versión «pura» de la hipótesis, a postularse como más adecuada que las demás. Whorf sostuvo que la metafísica implícita en las distintas lenguas es variable y que conceptos como tiempo, espacio, sustancia o forma no son universales sino específicos de las lenguas europeas. También aquí es posible que las versiones más moderadas de la hipótesis suavicen este relativismo ontológico de base lingüística. Aunque los neowhorfianos actuales inciden en el impacto cognitivo de las lenguas, los ámbitos de los que se ocupan tienen una clara dimensión óntica. Así, Lucy (1997) o Boroditsky (2001) mantienen que la hipótesis de la relatividad lingüística involucra los tres polos del triángulo clási-

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La relatividad lingüística co. Básicamente, se trata de ver si la lengua influye en cómo uno piensa acerca de la realidad. Otra cosa es que algunos relativistas parezcan asumir que hay una única realidad objetiva que las lenguas interpretan de modos diversos, mientras que otros apuesten por distintas realidades o mundos creados o construidos por las distintas lenguas, en lo que vendría a ser una especie de idealismo lingüístico. Este tema será ampliado en el apartado 2.6.

1.4.6. Corolario 6: relativismo de los valores Algunas versiones de la hipótesis relativista destacan no solo la influencia de la lengua sobre la visión teórica del mundo, sino también su impacto sobre las actitudes prácticas, los valores y la conducta de sus hablantes. Este corolario está incorporado en la idea popular de que ciertas expresiones están «cargadas» positiva o negativamente. Klemperer (1947) destaca la influencia de la lengua del Tercer Reich en las actitudes prácticas y en los valores de las personas sometidas a su influjo. Habla de la «toxicidad de la lengua», de cómo esta puede «envenenar» el pensamiento de sus hablantes. El proceso se daría, por ejemplo, a través de cambios semánticos en las palabras, por su uso continuo en ciertos contextos. Así, narra cómo «fanático» se transforma en la Alemania nazi desde un uso peyorativo basado en valores ilustrados hasta otro positivo basado en la idea de fidelidad al líder. Lakoff (1987) separa el relativismo ético del conceptual y sugiere que Whorf defendió solo el segundo. Pero un motivo recurrente en Whorf es que el multilingüismo y la conciencia de la relatividad lingüística tendrían consecuencias ético-políticas positivas al revelarnos que hay visiones del mundo alternativas a las nuestras e igualmente válidas, lo que cree que sería un antídoto eficaz contra las actitudes etnocéntricas impulsadas por el monolingüismo y una ruta hacia la fraternidad entre los humanos. Este aspecto emancipador del whorfismo es resaltado en ocasiones por sus partidarios: […] beneficios del pluralismo lingüístico: el mundo sería un lugar mejor y la humanidad tendría más éxito en la resolución de sus problemas más serios si todos dominásemos más (y más diferentes) lenguas, porque entonces podríamos compartir perspectivas y cambiar de perspectiva más apropiadamente. La cumbre de la racionalidad, para Whorf, es la habilidad para seleccionar entre muchas perspectivas lingüísticamente dependientes y combinarlas productivamente. (Fishman, 1980: 27)

1.4.7. Corolario 7: vínculo entre lengua y nación Un tópico romántico es que cada lengua conlleva e inocula en sus hablantes la visión del mundo teórica y práctica propia de un pueblo o nación (cfr. Brown, 1967). El corolario se hace más polémico cuando no se defiende un mero relativismo (que las lenguas-naciones son simplemente diversas) sino la excelencia relativa de las lenguas, lo que

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acarrearía la excelencia relativa de las naciones13. Una relatividad lingüística «pura», que afirme que las diferentes lenguas suponen diferentes modos de pensar sin implicar que unos sean mejores o peores que otros, se enfrenta a dos enemigos, a su vez irreconciliables, pues ese relativismo «perturba tanto nuestro orgullo grupal etnocéntrico como nuestro anti-etnocentrismo universalista» (Fishman, 1960: 165). El primero se niega a admitir que el modo de hablar-pensar ajeno sea simplemente alternativo, y no inferior, al nuestro. El segundo rechaza que puedan existir diferencias profundas en el hablar o en el pensar humanos. Sin embargo, Humboldt afirmó que la facultad del lenguaje es universal y que todas las lenguas realizan, en diversos grados, el impulso universal del hombre hacia el lenguaje. Ese motivo ilustrado modera el también presente impulso particularista romántico, dando pie a que un universalista como Chomsky lo considere el principal impulsor de la «lingüística cartesiana» (Chomsky, 1966). El siguiente pasaje es uno de los muchos en los que Humboldt contempla las lenguas bajo un prisma valorativo, en términos de mayor o menor perfección, sin que estén siempre claros cuáles son sus criterios de excelencia: ¡Qué inmenso abismo separa una lengua semejante [la huasteca] de la más perfecta y más cultivada conocida por nosotros, la lengua griega! En la estructura de estos periodos, regulados por un arte maravilloso, la disposición de unas formas gramaticales respecto a otras forma un conjunto completo y armonioso que aumenta la fuerza de las ideas y que, en sí mismo, satisface al espíritu por la belleza de su disposición y de su ritmo. (Humboldt, 1822-23: 17)

La tradición etnolingüística que parte de Franz Boas sobrerreacciona contra la antropología evolucionista, que consideraba que las lenguas y pueblos estudiados eran primitivos, y transmite la idea de que las lenguas de los nativos americanos son incluso superiores a las lenguas europeas (más complejas estructuralmente o mejor orientadas en lo ontológico), dando lugar a una curiosa vuelta de tuerca antietnocéntrica a la relatividad lingüística impura. El tema de la imperfección de las lenguas y la discusión sobre la lengua perfecta son muy antiguos (cfr. Eco, 1993; Rossi, 1983). Y el chovinismo lingüístico (creer que la propia lengua es mejor que las demás) está al orden del día entre los hablantes de muchas lenguas, aunque, si conviven dos lenguas y una acapara todo el prestigio social, los hablantes de la otra pueden acabar asumiendo sin fundamento su inferioridad. En Sapir y en Whorf hallamos, junto al énfasis en la diversidad lingüística y cognitiva, el motivo de la fraternidad universal impulsada por el lenguaje. Sapir abogó por promocionar una lengua de comunica-

13   Olender (1989) examina el vínculo entre el estudio comparativo de las lenguas y la cuestión ario-semita en el siglo xix, y muestra cómo el antisemitismo y la exaltación de lo ario se justificaron desde la filología.

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La relatividad lingüística ción internacional distinta de cualquier lengua nacional (en particular, del inglés) y «mejor» que todas ellas (Sapir, 1931). Y ya he dicho que Whorf sostuvo que la conciencia de que otras lenguas incorporan visiones del mundo alternativas a la propia promueve el respeto y la tolerancia. Haden Elgin (2000: 45-46) señala que los «nómadas globales» (por ejemplo, los hijos de diplomáticos), que generalmente son multilingües, no suelen percibirse a sí mismos como ciudadanos de nación alguna y tienen una cultura cosmopolita e internacionalista. El argumento de fondo es similar al que maneja Whorf: la diversidad de lenguas que dominan les permite oscilar entre marcos culturales y evitar los sesgos de habitar una sola lengua-cultura. ¿Qué hay de extraño en que quien cree en el diferente impacto cognitivo de las lenguas quiera, precisamente por ello, vivir en un país multilingüe y que le parezca nefasto vivir en uno en el que se fomente el uso de una sola lengua, cualquiera que sea? No creo que los multilingües estén muy descontentos con su condición, o que la vean solo como una ventaja práctica para la comunicación que no enriquece de otras formas sus vidas. Otra cosa es que, desde un punto de vista sociolingüístico, las «lenguas en contacto» casi nunca estén en pie de igualdad sino en estado de diglosia, en el que una funciona como lengua de prestigio y otra como lengua de andar por casa, lo cual podría tener un reflejo cognitivo en lo que respecta a qué ámbitos cognitivos se ven influidos y de qué modo por cada una de ellas. Por otra parte, la defensa de la idea de «un Estado-una lengua» es a menudo impulsada por los defensores de la concepción exclusivamente comunicativa del lenguaje: si la lengua no es más que un medio convencional para la comunicación, entonces se puede argumentar que es preferible disponer de una sola14.

1.4.8. Corolario 8: relativismo filosófico y científico Un posible corolario de la hipótesis de la relatividad lingüística es, como afirma con ironía la canción «Lingua», de Caetano Veloso, dedicada a la lengua portuguesa, que «Está provado que só é possivel filosofar em alemão». Más en serio, se ha dicho de mil formas que la filoso­fía o la ciencia que uno practica depende de la lengua que uno habla. Humboldt liga la polémica cuestión de la excelencia de las lenguas a su adecuación para el pensamiento teórico: […] la nación que utiliza esta lengua puede, bajo muchos aspectos, ser inteligente, hábil, llena de sentido práctico para las cosas de la vida; pero el libre y puro desarrollo de las ideas, el placer por el pensamiento abstracto, no podrían surgir de una lengua semejante. (Humboldt, 18221823: 16)

14  Para una panorámica histórica del vínculo entre las lenguas y los nacionalismos, véase Zabaltza (2006). El autor sostiene que la mayor parte de los nacionalismos históricos no se han basado en la lengua, sino en otros factores como la religión, el territorio o la historia. También es interesante Tovar (1984), que se centra en el caso vasco.

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Esta idea está presente en los primeros antropólogos (como LevyBrühl), que pensaron que las lenguas «primitivas» carecían de palabras abstractas, por lo que no eran aptas para fines científicos o filosóficos. Entre nosotros, Unamuno afirmó que «lo más de la filosofía no es sino filología […]. Y es que cada lengua tiene su filosofía, por lo que cada filosofía tiene su lengua. Es la lengua la que piensa universalmente en nosotros» (Unamuno, 1991, II: 333-335). Son controvertidas (por decir algo) sus ideas sobre la ineptitud del vasco y otras lenguas peninsulares distintas del castellano para expresar los modos de pensar filosóficos o científicos modernos. Como reacción a esta clase de etnocentrismo, Whorf sostuvo que la lengua de los hopi los capacitaría para desarrollar de modo natural, si se dieran las condiciones institucionales para ello, formas sofisticadas del pensamiento teórico, como una filosofía bergsoniana del tiempo o una física relativista, que los hablantes de las lenguas europeas solo serían capaces de captar a costa de un gran esfuerzo o teniendo que forjar una jerga especial apropiada para ello. Se puede extraer un corolario similar de ciertas formas de «filosofía lingüística» que parten de las distinciones sedimentadas en el lenguaje corriente. A los llamados «filósofos del lenguaje ordinario» se les ha acusado de hacer filosofía del inglés, más que filosofía del lenguaje, por haber sido sus principales practicantes angloparlantes. Un ejemplo, a mi entender plausible, de influencia de la lengua sobre la filosofía del lenguaje es el análisis que hace Paul Grice del concepto de significado en términos de ciertas intenciones complejas del hablante individual. Al comienzo de Grice (1957), el autor realiza un recorrido por las acepciones del término problemático en su lengua. En inglés existe, antes de cualquier proyecto de construir una teoría del significado, una constelación de acepciones de «meaning»/«mean» que apuntan a lo deliberado, lo intencionado, lo pretendido o lo hecho a propósito, que están por completo ausentes en castellano (John Lennon: «I never meant to cause you sorrow or pain»; Leonard Cohen: «I don't mean to suggest that I love you the best»; etcétera.). Esto puede haber tenido mucho que ver con la plausibilidad inicial de su tesis teórica fundamental de que el concepto básico de significado está conectado esencialmente con ciertas intenciones del emisor. Al hacer filosofía del lenguaje en castellano, la tentación de unir teóricamente significado e intención es mucho menor. De hecho, lo que Grice considera el uso teóricamente más básico de «meaning» ni siquiera se corresponde con un uso no forzado de «significado» en castellano, sino que lo traduciríamos como «querer decir». Lo anterior no implica que un hispanohablante no pueda adoptar, o al menos entender sin excesivos problemas, una teoría intencional del significado. Eso parece mostrar que el sesgo lingüístico inicial que haya podido haber no equivale en absoluto a un determinismo lingüístico. En el caso paradigmático de John L. Austin, la figura más emblemática de la filosofía del lenguaje ordinario de Oxford, la idea es que el filósofo debe partir de las sutiles distinciones sedimentadas en la lengua común, las cuales, al revés de las forjadas por los filósofos, han pasado

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La relatividad lingüística la prueba práctica de servir a una comunidad para lidiar con los difíciles problemas que presenta la vida cotidiana (Principio de la Primera Palabra; Austin, 1956-1957). Pero si esas distinciones varían de lengua a lengua, entonces las distintas lenguas podrían encaminarnos por derroteros filosóficos divergentes. Austin debilita el impacto de la lengua al afirmar que el filósofo puede hacer distinciones que modifiquen, eliminen o suplementen las del lenguaje común, el cual tiene para él la primera palabra, pero ni mucho menos la última, y puede contener distinciones que resulten desatinadas o inadecuadas para ciertos propósitos teóricos. Por tanto, nuestra filosofía no vendría determinada por la lengua en la que se hace, sino en todo caso sesgada, influida o inspirada por ella. Es decir, esta postura vendría respaldada por una tesis de la relatividad lingüística débil o moderada, no por una fuerte o determinista15. Sin embargo, en mi opinión tendría una moraleja interesante. Si la filosofía que se hace depende en alguna medida de la lengua en la que se expresa, aunque únicamente sea porque esta aporta la primera palabra inspiradora, deberíamos, en beneficio de la propia actividad filosófica, aprovecharnos de todas las lenguas, esto es, hacer filosofía en el mayor número posible de ellas y no en una sola (precisamente la de Austin), como parece que se tiende cada vez más a hacer. Por su parte, el último Wittgenstein sostuvo que los problemas filosóficos surgen de enredos conceptuales que el filósofo-terapeuta debe desenredar y que están basados en ciertas analogías inscritas en la propia lengua, o en la tentación de hacer preguntas demasiado generales que nunca surgen en la vida ordinaria y para las que por ello no hay prevista respuesta ordinaria alguna. Esto parece implicar que las distintas lenguas o familias de lenguas fomentan distintas preguntas filosóficas o enredos filosóficos, que precisan de distintas terapias: Una y otra vez se oye la observación de que la filosofía no hace en realidad ningún progreso, de que nos ocupan todavía los mismos problemas que ocuparon a los griegos […] la razón [es que] nuestro lenguaje ha permanecido igual a sí mismo y nos desvía siempre hacia las mismas preguntas. (Wittgenstein, 1977a, aforismo 75)

Por su parte, los partidarios del análisis lógico, aunque estaban imbuidos de un espíritu universalista, promovieron una campaña antimetafísica bajo el supuesto de que las lenguas naturales están plagadas de trampas, por no reflejar en la forma superficial de sus oraciones la subyacente forma lógica que corresponde al pensamiento expresado y/o a la realidad representada, lo que conduciría de forma casi inevitable a una mala filosofía y a aberraciones ontológicas, a postular extra15   De forma más radical, se sostiene que, aunque Aristóteles en sus Categorías quiso establecer categorías ontológicas absolutas, acabó reproduciendo las categorías semánticas del griego, o que toda la metafísica occidental está marcada por la pluralidad de usos del verbo «ser» en las lenguas indoeuropeas, que no tiene equivalente en lenguas como el ewe de Togo, donde esos usos (o similares) se reparten entre varios verbos (Benveniste, 1966: 63-74). De modo similar, al comienzo de Barthes (1970), se afirma que el griego fuerza los conceptos aristotélicos.

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ñas pseudoentidades que el análisis hace desaparecer de un plumazo. La teoría de las descripciones de Russell es un paradigma de ese modo de disolver entidades sospechosas gracias a la claridad cognitiva que nos otorgaría una lengua lógicamente bien diseñada. En el lado contrario, Feuer (1953) cuestiona la idea de la relatividad lingüística en general y el corolario del influjo de la lengua sobre el pensamiento filosófico en particular. En realidad, lo que él refuta es algo más fuerte, la determinación lingüística del pensamiento teórico; deja intacta la posibilidad de que se produzca un impacto más débil, algún sesgo o influencia. Feuer carga sobre todo contra Russell, como promotor de la idea de que la lengua que se habla condiciona fuertemente el tipo de filosofía que se practica, alegando para ello el doble argumento de que es posible hacer la misma filosofía en lenguas diferentes y de que es posible hacer filosofías muy distintas en la misma lengua16: […] la misma metafísica ha surgido entre gentes con lenguas radicalmente diferentes, y […] los más diversos tipos de filosofía han surgido entre hombres que usaban la misma lengua. Descartes, Comte y Bergson usaron la misma lengua con la misma estructura gramatical. Sus modos de pensamiento son diversos, pero cada uno pudo enunciar su filosofía con lucidez en la misma sintaxis. (Feuer, 1953: 86-87)

Aceptar el corolario de la relatividad lingüística del pensamiento teórico puede llevar fácilmente a cuestionar la objetividad y validez universal del mismo, ya que parece conllevar que estaría siempre sesgado (en la versión más fuerte de RL, determinado) por la lengua de quien lo practica. Esto da lugar a una típica paradoja reflexiva, pues quien postula la relatividad lingüística parece que debe admitir que su posición no pretende una validez absoluta, sino solo en relación con un cierto modo de hablar-pensar. En relación con esto, el neowhorfiano J. A. Lucy nos advierte de las potenciales consecuencias epistemológicas de la idea de la relatividad lingüística: Si existe relatividad lingüística, puede crear dilemas reales para el curso de la investigación, ya que los investigadores mismos no están exentos de las influencias lingüísticas. No solo podría haber dificultades a la hora de entender o caracterizar las formas de pensamiento de los que hablan otras lenguas, sino que la generalidad y validez de nuestras propias teorías formuladas lingüísticamente quedarían cuestionadas. La re-

16   El mismo argumento se halla en Rossi-Landi (1972). Reynoso cambia el ejemplo al alemán y señala que las concepciones contrapuestas del mundo de Hempel y Feyerabend, de Schreber y Einstein, o de Marx y Hitler fueron todas expresadas en esa lengua (Reynoso, 2014: 144). La defensa de las lenguas minoritarias se puede hacer desde el universalismo, contra quienes las tachan de lenguas no aptas para temas serios; así, en una obra que quiere mostrar que se puede hacer una obra teórica en bable sobre el bable se afirma: «(t)oes les llingües puen comunicar les mesmos contenius. […] Una llingua gracies al bon deprendimientu y cultivu pue ser tan atopaíza como otra cualquiera» (García Arias, 1976: 74).

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La relatividad lingüística latividad lingüística […] no caerá solamente ahí afuera en el objeto investigado, sino que penetrará dentro del proceso mismo de investigación. Esta «reflexividad» es un problema general de las ciencias sociales. […] el problema se solapa con la cuestión más general del desarrollo de una metodología […] adecuada para las metas de la investigación en las ciencias sociales. Así, la hipótesis de la relatividad lingüística desafía presupuestos que residen en el corazón de muchos estudios de la moderna ciencia social y del comportamiento – esto es, su afirmación de estar descubriendo leyes generales y de ser realmente científica. Esta es también la razón por la que el tema suscita controversia e incluso hostilidad […]. (Lucy, 1992b: 2-3)

Por tanto, la hipótesis de la relatividad lingüística puede aplicarse al propio estudio del problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento. ¿Acaso puede ocurrir que en una cierta lengua la hipótesis relativista resulte verosímil y que, cuando cambiamos de lengua, la hipótesis se vuelva implausible o incluso informulable? Los griegos solo disponían de la palabra logos para nuestros usos centrales de «lenguaje», «razón» o «pensamiento», lo que ha dado pie a sostener que el problema surge entre nosotros (hablantes de inglés, alemán, español, etc.) porque somos llevados a subrayar una dicotomía lingüística contingente debido al embrujo del pensar teórico por nuestras lenguas nativas, que incluyen esa dicotomía como una parte más del léxico. Así, Max Müller, asumiendo la tesis de que el pensamiento depende del lenguaje y partiendo de que la palabra griega logos cubre nuestros usos principales de «lenguaje» y «razón», afirma que las lenguas que tienen dos palabras acentúan de modo inadecuado las diferencias entre lo que, en esencia, es un fenómeno único, con una parte interior y otra exterior. Las reticencias de muchos filósofos a aceptarlo se deberían, según él, a la influencia de sus lenguas, que los conduce a suponer que hay una diferencia sustantiva donde no hay más que una diferencia formal (Mül­ler, 1861: 69; cfr. también Borgmann, 1974). En resumen, los presuntos corolarios de la hipótesis de la relatividad lingüística, al menos en su versión más cruda, que implica un impacto máximo del lenguaje y una amplia diversidad entre las lenguas humanas, son muchos y de gran calado filosófico. Sin embargo, entre los neowhorfianos actuales es un tópico que las versiones radicales de la hipótesis son insostenibles, y se suele apostar por una versión moderada que es de suponer que eluda los corolarios o que reduzca su fuerza hasta hacerlos más asumibles. Los relativistas moderados también suelen hacer una lectura moderada de los pioneros en la defensa de la relatividad lingüística: Humboldt, Sapir o Whorf. Es preciso, por tanto, elaborar los matices en un debate que, al menos entre los filósofos, tiende a polarizarse, como si solo fuesen sostenibles las versiones más extremas de la hipótesis (y de sus corolarios) y de su negación, o como si solo se pudiese responder con un «sí» o un «no» rotundos a la pregunta de si el lenguaje afecta al pensamiento y a si lo hace de un modo diferenciado para cada lengua. Al contrario, existe un amplio abanico

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de posibilidades intermedias, muchas zonas habitables en el espacio lógico, y las posturas más extremas no parece que sean las más plausibles. De hecho, a mi entender son claramente falsas e incluso próximas al absurdo, al menos como afirmaciones acerca del tipo de híbrido biológico-lingüístico-cultural que somos los humanos. La prioridad en los próximos capítulos será identificar las fuentes que hacen de la defensa de la hipótesis de la relatividad lingüística una postura más o menos radical o moderada.

1.5. ¿Un debate de mala fe? En las tácticas argumentativas empleadas por los participantes en los debates acerca del impacto cognitivo del lenguaje, la diversidad lingüística y la relatividad lingüística se detecta un molesto exceso de golpes bajos, de malas artes y de recursos retóricos dudosos o simplemente falaces. La adscripción a un bando parece a veces visceral, lo que conduce a maximizar el desacuerdo, a deformar o simplificar la postura ajena, o a desechar de antemano las opciones moderadas. Cada contendiente parece pensar que el otro tiene una agenda oculta (por ejemplo, ética o política) que pervierte sus argumentos de raíz. Algunos detractores de la relatividad lingüística no se conforman con declararla falsa, sino que quieren hacerla pasar por disparatada, por no respetable intelectualmente. Dos formas de argumentar contra las que hay que estar prevenidos son las que llamaré «estirar o encoger los conceptos» y «trivializar o dramatizar los resultados».

1.5.1. Estirar o encoger los conceptos Antes de que se las someta a revisión teórica, «lenguaje» y «pensamiento» son palabras ordinarias con sentidos ordinarios. Una estrategia retórica común entre los que niegan el impacto cognitivo del lenguaje consiste en estrechar el concepto de lenguaje (palabra, expresión, etc.) hasta considerar que se agota en el mero sonido o en las meras letras. Esta estrategia está detrás de la anécdota con la que Pinker (2007) prepara el terreno para su crítica a lo que él llama «determinismo lingüístico». La anécdota no es más que una versión prolija del célebre comentario de Julieta, en el Romeo y Julieta de Shakespeare, según el cual lo que llamamos «rosa» exhalaría el mismo grato perfume con cualquier otra denominación (solo que, por razones de sobra conocidas, en realidad a Julieta no le da igual que Romeo se apellide «Montesco» o de alguna otra forma): En el cuento infantil Cuentos de la aldea de Chelm, de Isaac Bashevis Singer, […] los ancianos se las ven con una escasez de nata agria que pone en peligro la celebración de una próxima fiesta en la que se come una especie de crepes […] hasta que a uno de ellos se le ocurrió una idea: «Dictemos una ley por la que al agua se la llame nata agria, y a la nata

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La relatividad lingüística agria se la llame agua. Ya que disponemos de muchísima agua en los pozos de Chelm, todas las amas de casa tendrán un barril lleno de nata agria». El narrador observa que, como consecuencia de esa ley, no había escasez de «nata agria» en Chelm, pero algunas amas de casa se quejaban de que faltaba «agua». Pero esto era un problema totalmente nuevo, que se resolvería pasada la fiesta. (Pinker, 2007: 175)

El truco, en esa tendenciosa ilustración de lo indiferentes que son las palabras para el pensamiento y la realidad expresados por ellas, es que muy pocas veces el defensor del impacto cognitivo del lenguaje pone el acento en el sonido, por lo que lo que se está alentando aquí es la construcción y refutación de un oponente imaginario. Para ser justos, la posibilidad de un impacto de la fonética o la fonología sobre el pensamiento no se descarta. En la novela de ciencia ficción Las lenguas de Pao (Vance, 1958) se plantea la posibilidad de emprender un vasto proyecto de ingeniería social basado en la invención de lenguas especiales para varios subgrupos sociales del planeta Pao. Una de las lenguas ideadas por el lingüista que está a cargo del proyecto, la lengua de los guerreros, apuesta en gran medida (aunque no solamente) por los sonidos, ya que se supone que esa lengua debe forjar el carácter de sus usuarios, y por ello debe sonar dura, con muchas erres, sonidos guturales y cosas así. Algo similar parece seguirse de las ideas de Leibniz (1765) y de toda la tradición que parte del Crátilo de Platón. También Humboldt dijo algo (muy dudoso) sobre la importancia de la nitidez del sonido para la nitidez del pensamiento. Y quienes postulan un impacto cognitivo diferente de la escritura frente a la oralidad tienen especialmente en cuenta la parte más material del lenguaje. Pero, en general, los defensores del impacto cognitivo del lenguaje y de la relatividad lingüística apuntan a aspectos más profundos de una lengua, como la estructura gramatical o la codificación semántica. Un caso clásico lo tenemos en el debate sobre el impacto del léxico del color. Lo que hay que dilucidar es la relevancia para la cognición cromática de las diferencias en la codificación del color. La pregunta no es si influiría en algo que una lengua llamase «rojo» a nuestro verde y «verde» a nuestro rojo (que yo sepa, nadie defiende algo así), sino si influye el que las etiquetas, cualesquiera que sean, no cubran exactamente la misma gama cromática, o que no tengan las mismas muestras paradigmáticas, esto es, los mismos «focos». Afirmaciones de ese tipo son sin duda controvertidas, pero no son ridículas o descartables de antemano sin una mayor argumentación, como parece seguirse de la parábola recogida por Pinker.

1.5.2. Trivializar o dramatizar los resultados En ocasiones, los partidarios de la hipótesis de la relatividad lingüística resaltan retóricamente la fuerza y el alcance del impacto de las lenguas, de forma que la tesis defendida parece más polémica, radical o «sexy» de lo que resulta cuando se lee la letra pequeña. El afán por dramatizar incluye la propia afirmación de neowhorfianos como Boroditsky, Lucy

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o Levinson de que las diferencias en el impacto cognitivo de las lenguas son dramáticas. La evidencia aportada en sus trabajos apunta, en muchos de los casos, a efectos distintivos no triviales o interesantes. Pero calificarlos de «dramáticos» es una forma de exagerar en busca de un efecto retórico. Pasa lo contrario con las críticas recientes de Pinker a los relativistas lingüísticos. Pinker (1994) los despacha de modo displicente, como anticuados y poco informados acerca de los avances de la lingüística y de la psicología de la época. Pero en 2007 las cosas han cambiado considerablemente, ya que no solo muchos filósofos siguen erre que erre con la idea del condicionamiento lingüístico del pensamiento, sino que una buena cantidad de lingüistas y psicólogos profesionales defienden con fuerza, por la vía empírica, versiones renovadas de la hipótesis relativista. La nueva y sutil estrategia pinkeriana pasa por tratar de trivializar el impacto, o por estrechar la vía intermedia que los relativistas moderados querrían transitar. De acuerdo con el nuevo Pinker, los efectos de las lenguas que serían relevantes teóricamente se ha demostrado con bastante certeza que no existen, mientras que los efectos que se detectan empíricamente son más bien banales y poco dignos de suscitar la atención teórica (Pinker, 2007: 177-178; cfr. también McWhorter, 2014: xiv). De ese modo, persigue desacreditar el relativismo lingüístico a base de construir lo que parecen ser caricaturas ultramontanas del mismo, a la vez que «desdramatiza» lo que parecen ser serias evidencias recientes en contra del autonomismo de lo mental: El lenguaje se conecta con el pensamiento de muchas formas, algunas banales, otras radicales. Dado que las versiones radicales son las que apasionan a las personas, pero que las aburridas son las que concuerdan con los descubrimientos, es fundamental distinguir las unas de las otras. (Pinker, 2007: 177-178)

1.5.3. Otras estrategias Parte del debate sobre el vínculo entre el lenguaje y el pensamiento versa sobre el modo supuestamente falaz de argumentar del rival. Desde el autonomismo cognitivo hay varias acusaciones recurrentes de ese tipo. Un reproche temprano (formulado ya en Lenneberg, 1953), dirigido en primer lugar contra Whorf, es el de circularidad en la argumentación: pasar muy rápidamente de constatar que las personas hablan de formas diferentes a afirmar que piensan, como resultado de ello, de for­ mas igualmente distintas, alegando como única evidencia el hecho de que hablan de modo diferente (véase el apdo. 4.4.7.3). Otro reproche es el de pasar muy alegremente de constatar una correlación entre fenómenos lingüísticos y cognitivos (o de otra clase, por ejemplo culturales) a sostener que la explicación de esa correlación debe fundarse en una influencia causal en la dirección lenguaje→pensamiento, cuando la causalidad podría ir en la dirección inversa, esto es, que fuese el pensamiento el que moldease el lenguaje a su medida.

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La relatividad lingüística Por su parte, los defensores de la diversidad lingüística (que, como vimos, es una premisa necesaria para alcanzar RL) acusan a los universalistas de no querer ver la diversidad real, de ser lingüistas monolingües de despacho que se aferran a sus modelos teóricos ajustando los datos a ellos de modo que se vuelven casi invulnerables. En el documental El código de la Amazonia. La gramática de la felicidad se presenta tendenciosamente a un Noam Chomsky en su despacho del MIT, casi enterrado por pilas de libros, frente a un Daniel Everett (reciente exaltador de la diversidad lingüística) en plena selva, volcado en el estudio de las lenguas y las formas de vida de sus hablantes y víctima del boicot académico por parte de sus dogmáticos y malignos rivales universalistas (https://www.youtube.com.watch?v=4KD9YG52.Jic). Pe­ ro estos últimos contraatacan acusando a los defensores de la diversidad lingüística de fijarse solo en diferencias superficiales, de no buscar la universalidad en un nivel más abstracto o más profundo, de carecer de un modelo teórico sólido y de adoptar un descriptivismo ingenuo. O, lo que es más grave, de inventarse la evidencia, como ocurre, según ellos, en el célebre caso de las múltiples palabras para la nieve en esquimal. El título de Pullum (1991) tacha de «estafa» la afirmación de que existe un léxico muy rico para la nieve en las lenguas esquimales o yupik-inuit. Más que de un hecho empírico, se trataría de una leyenda urbana que se exagera más cada vez que se cuenta, pero sin base fáctica. Pinker (1994: 66; véase la cita en el apdo. 3.3) incide en este punto para transmitir la idea de que, en general, se tiende a sobreestimar la diversidad lingüística real. En particular, afirma que en inglés hay un número de palabras para la nieve similar al que existe entre los esquimales. Pero esa descalificación, seguramente justa, del caso de la nieve esquimal difumina algo evidente: que las diferencias en algunos dominios léxicos pueden ser grandes. Por ejemplo, un hablante típico del castellano tiene en su vocabulario decenas de nombres de marcas de coche. ¿Debería haber un número similar de palabras de ese tipo en cualquier otra lengua? Parece disparatado. Tampoco es mítica la diversidad en el léxico del color. Existe una amplia variación en este ámbito, que va desde los 2 hasta los 22 términos básicos, según Roberson & Hanley (2010). Además, es raro que términos de lenguas distintas cubran exactamente la misma gama cromática. Creo que sería mejor aceptar la diversidad léxica potencial (al menos, en ciertos dominios) y concentrarse en explicar cómo surge y en dilucidar su relevancia o irrelevancia para el pensamiento individual. Esas zancadillas intelectuales pueden tener un paradójico efecto saludable, fomentando la adopción de metodologías más rigurosas o favoreciendo formulaciones más cautelosas de las tesis defendidas para anticiparse a las deformaciones interesadas. Los universalistas lingüísticos admiten con frecuencia que, para confirmar sus modelos, se debe obtener evidencia de muchas lenguas. Por su parte, los neowhorfianos ponen un cuidado especial en que no se les pueda reprochar que se inventan la evidencia sobre la diversidad lingüística, presentándose como lingüistas contrastivos bien entrenados, frente al célebre amateurismo

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de Whorf. Así, Evans & Levinson (2009), un trabajo muy radical en la defensa de la diversidad lingüística, incluye un cuadro en el que se resalta que ambos autores han realizado múltiples trabajos de campo, el primero con numerosas lenguas de Australia y de Papua Nueva Guinea, el segundo con lenguas de la India, Australia, México y Papua Nueva Guinea. Además, se ha hecho bastante común que, cuando se contrastan dos lenguas y sus posibles efectos cognitivos diferenciales, el artícu­lo venga firmado por hablantes nativos de cada una de ellas. Así, por ejemplo, Bowerman & Choi (2003) investigan la posible influencia de la codificación de las relaciones espaciales en las preposiciones del inglés y del coreano. Por su parte, Aksu-Koç & Slobin (1986) sostienen el diferente impacto cognitivo de una lengua evidencial como el turco frente a una lengua no evidencial como el inglés17. Y se ha vuelto casi una obsesión que la evidencia a favor de la relatividad lingüística proceda especialmente de tareas no verbales, de modo que se evite la circularidad en la argumentación. Pero no es probable que las tácticas retóricas desaparezcan, ya que tras ellas late la hostilidad o la propensión hacia corolarios como los examinados. Una obra reciente, extremadamente crítica con la hipótesis de la relatividad lingüística, subraya la cantidad de antiiluministas, reaccionarios, monárquicos, ultranacionalistas, irracionalistas, anticientíficos, oscurantistas, creacionistas, pastores fundamentalistas y simpatizantes documentados del nazismo que encontramos entre los partidarios de la hipótesis (Reynoso, 2014: 50)18. Esto se adereza señalando el compromiso de un universalista como Chomsky con las causas del antiimperialismo y los derechos humanos. Desde el lado opuesto, se acusa a los universalistas de querer imponer una visión del mundo particular y contingente (la occidental) haciéndola pasar por universal, de favorecer el pensamiento único, de abuso de poder académico, etcétera. Un buen ejemplo de crítica desabrida al universalismo chomskiano es Wolfe (2016). Algunos de esos argumentos, por parte de ambos bandos, son muy claramente ad hominen, por lo que no considero que merezcan que les prestemos demasiada atención. En lo que sigue, trataré de que las estrategias aclaratorias y argumentativas prevalezcan sobre las marrullerías.

17   Una lengua evidencial codifica en la morfología verbal (y de modo obligatorio) la justificación o las credenciales epistémicas del emisor, por ejemplo, si lo que afirma lo conoce «de oídas», si fue testigo directo de ello o si lo ha inferido a partir de indicios. 18   McWhorter (2014: xix) señala al «prusófilo, xenófobo y antisemita» historiador Heinrich von Treitschke. Olender (1989) examina los motivos eurocéntricos, religiosos o racistas que inspiran el relativismo lingüístico de filólogos decimonónicos como Ernest Renan, Max Müller o Adolphe Pictet.

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La relatividad lingüística

1.6. Problemas metodológicos Lo más arduo, a veces, es arrancar. Cuando discuto con colegas filósofos el tema de la relación entre el lenguaje (y las lenguas) y el pensamiento, el debate suele encallar en cuestiones metodológicas supuestamente preliminares acerca de cómo debe atacarse el asunto. Me detendré brevemente en este aspecto del problema y, en el resto del libro, intentaré demostrar el movimiento (mi modo de abordarlo) andando (abordándolo). En esas discusiones me veo, por un lado, afirmando que, si tenemos un problema aquí, es en gran medida porque el terreno está plagado de malentendidos que embarullan el debate; por otro, me veo defendiendo que no se trata de un problema puramente filosófico que se pueda resolver mediante simples estrategias aclaratorias, sino de un problema empírico sobre el vínculo efectivo entre el lenguaje y la mente humanos, sobre cuán permeable o flexible es la mente humana al influjo del lenguaje y a su dispersión en miles de lenguas; en suma, sobre el tipo de híbrido bio-lingüístico-cultural que somos los humanos. Otros filósofos que se enfrentaron al problema, como Adam Schaff (Schaff, 1964), también pensaron que estamos ante tesis sintéticas que no se dilucidan mediante la sola reflexión sobre los conceptos de lenguaje y pensamiento, o sobre la gramática de «lenguaje» y «pensamiento». Ya Humboldt optó por una combinación de reflexión filosófica y saber empírico sobre muchas lenguas efectivas, en una «síntesis de reflexión filosófico-trascendental e investigación empírica», frente al cientificismo comparatista de los hermanos Schlegel o de Bopp (Di Cesare, 1993: 6). Tiendo a oponerme, pues, a dos posturas contrapuestas. La primera afirma que este es un debate netamente filosófico sobre los conceptos (o correspondientes palabras) lenguaje y pensamiento. La ejemplifica el filósofo francés Étienne Gilson, que sostiene que el problema les pertenece en exclusiva a los filósofos y que, al abordarlo el lingüista u otro científico, están invadiendo un terreno ajeno (como ejemplo de intrusismo cita al lingüista Émile Benveniste): Afirmar que no puede existir pensamiento sin lenguaje es enunciar una proposición que la mayoría de la gente tendrá por verdadera, pero no es una proposición lingüística. Esto es enunciar una proposición filosófica, exactamente igual que lo sería enunciar la proposición contraria. […] Si un lingüista me dice que es nuestra lengua la que modela el mundo antes de que nosotros pensemos, sé que no me está hablando como lingüista, sino como filósofo que se permite darme alguna justificación filosófica de su opinión. (Gilson, 1969: 51 y 56)

Puede haber buenas razones para reivindicar el carácter filosófico del problema o de algunas de sus dimensiones. Una razón, apuntada al final del apdo. 1.4.8, podría ser la inevitable reflexividad de la defensa de una tesis como RL, que parece implicar que ella misma es relativa a un

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cierto marco lingüístico. Pero esa postura debe ser muy bien argumentada, si no quiere parecer simplemente dogmática o un desesperado intento de poner puertas al campo. La segunda postura reivindica el carácter empírico más que conceptual del problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento, desde una perspectiva naturalista. La sostiene de modo paradigmático el filósofo de la mente Peter Carruthers, quien afirma que la cuestión central consiste en decidir si hay vínculos contingentes de tipo causal entre el lenguaje y el pensamiento: La mayoría de los debates entre filósofos se han centrado en una supuesta independencia o implicación conceptual. Así, los defensores de la independencia del pensamiento […] han solido afirmar que cabe concebir criaturas con pensamientos pero sin lenguaje, y que se pueden establecer las condiciones de identidad para los pensamientos sin mencionar el lenguaje. Por el contrario, los defensores de la implicación del lenguaje en el pensamiento han solido afirmar que es inconcebible que criaturas sin lenguaje puedan tener pensamientos en sentido pleno y que la propia noción de «pensamiento» precisa ser explicada recurriendo a conceptos insertos en el discurso sobre el lenguaje natural. En contraste con esa tradición, yo me centraré en cuestiones de independencia o implicación natural. [… defiendo] que es naturalmente necesario que gran parte del pensar humano consciente involucre la lengua natural. […] Argumentaré contra cualquier implicación conceptualmente necesaria del lenguaje en el pensamiento. (Carruthers, 1996: 10-11)

Un posible modo de armonizar las posturas pasa por distinguir tipos de vínculo. Davies (1998) distingue entre dependencia o independencia ontológica, epistemológica y analítica. La primera (que Carruthers llama «natural») es la que aquí más nos interesa, y concierne a la cuestión de si puede haber pensamiento (de ciertos tipos) sin lenguaje. Pero las otras dos son las más claramente perseguidas dentro de la «filosofía analítica». La cuestión es si se puede conocer el pensamiento con independencia del conocimiento del lenguaje, o si se pueden analizar los conceptos mentales sin emplear conceptos lingüísticos, o viceversa. Serían posibles, por tanto, distintos tipos de investigación, todos ellos legítimos. Es importante subrayar que el pensamiento podría tener prioridad ontológica (en el orden del ser) pero no epistemológica (en el orden del conocer). Ese es el sentido del subtítulo de Pinker (2007): «Language as a window into human nature», y es también la postura que se suele atribuir al Tractatus de Wittgenstein. La idea es que la mejor o incluso la única vía para conocer el pensamiento es mediante el examen de su manifestación lingüística. Pero, a la vez, Pinker (y el Tractatus) defiende la autonomía y prioridad ontológica del pensamiento con respecto al lenguaje: el lenguaje es como es porque expresa un pensamiento que es como es. Por mi parte, asumiré que las cuestiones conceptuales y las empíricas se enredan de modo inextricable, por lo que es desaconsejable emprender en este ámbito una investigación puramente filosófica o

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La relatividad lingüística puramente empírica. Se me ocurren dos fuertes objeciones contra una estrategia exclusivamente conceptual. En primer lugar, casi siempre se apela, en realidad, a evidencia empírica informal, aunque los hechos que se invocan no suelen ser nuevos y recónditos, sino hechos corrientes, acerca de la diversidad lingüística, la práctica de la traducción, la sensación de pensar en palabras (o sin ellas) o la constatación de que en lenguas como el castellano existen dos palabras, «lenguaje» y «pensamiento», con ciertos significados o usos ordinarios (la filosofía concebida como una especie de lexicografía). En segundo lugar, cuando se adopta una metodología más sistemática o constructiva, como la que se apoya en experimentos mentales19, puede ocurrir que las posibilidades imaginadas sean demasiado amplias, como se aprecia de un modo evidente en la ciencia ficción. La lingüista y escritora Susette Haden Elgin posee una fe a mi juicio exagerada en los experimentos mentales, en particular en los construidos dentro de la ciencia ficción (la lingüística ficción), que ella equipara a experimentos reales: Debido a que la mayoría de los experimentos acerca del lenguaje no pueden ser hechos en el mundo real –por razones éticas–, tenemos suerte de contar con la ciencia ficción. La cf nos proporciona un laboratorio de «experimentos mentales» en el que tanto el escritor como el lector pueden probar cosas con amplitud y observar qué es lo que pasa. (Hagen Elgin, 2004)

Es lícito preguntar si esa es una buena metodología, ya sea filosófica o científica, cuando nos enfrentamos al problema del vínculo entre el lenguaje y el pensamiento. ¿Por qué es importante, o incluso pertinente, imaginar posibilidades en lo que al pensamiento, al lenguaje y a su relación se refiere? ¿Sirve de algo, de mucho, o tal vez sea la clave, imaginar, como algo distinto de constatar a través de estudios contrastivos, cosas como la siguiente?: Podríamos imaginar seres humanos que, por así decir, pensaran de modo mucho más preciso que nosotros y que usaran varias palabras donde nosotros solo usamos una. (Wittgenstein, 1953, Parte II, ix)

Un problema con la estrategia de imaginar posibilidades indiscriminadamente es que a veces la imaginación llega demasiado lejos. El cuento «La historia de tu vida» (2002), de Ted Chiang, en el que se basa la película de Denis Villeneuve Arrival (2016), plantea un escenario en el que una lingüista terrestre, tras aprender una lengua alienígena, «recuerda» el futuro (la narradora se dirige a una hija que aún no ha tenido). La historia es excelente, lo que cuenta es perfectamente 19   Strawson (1958) afirma que, además de exponer sistemáticamente cómo funcionan nuestros conceptos y erradicar las confusiones conceptuales, existen dos formas imaginativas de la actividad filosófica, que llama «explicativa» e «inventiva». La primera trata de ver cómo funcionan nuestros conceptos imaginando cómo tendrían que ajustarse si las circunstancias mundanas fueran distintas de como son. La segunda lo hace imaginando que las circunstancias fueran las mismas pero que nuestros conceptos cambiasen.

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imaginable (pero improbable), y tal vez ayude a aclarar la gramática de los términos clave, «lenguaje» y «pensamiento» (y «recordar»), mostrando que las versiones más radicales de la hipótesis relativista son al menos conceptualmente coherentes. Pero un aspecto central del problema ni siquiera se roza. Desde el sillón, o desde el laboratorio de la ciencia ficción, podemos imaginar posibilidades atractivas pero muy alejadas de cómo de hecho somos los humanos. Es posible concebir seres muy distintos de nosotros que se comunican telepáticamente, que piensan solo en imágenes o que usan sistemas semióticos distintos de cualquier lengua humana, que se conectan de modos impactantes con sus procesos mentales. La ciencia ficción sobre el lenguaje y su vínculo con el pensamiento ha explorado hasta el límite y más allá lo imaginable con respecto a los alienígenas y también con respecto a nosotros mismos. Esos experimentos resultan útiles para poner a prueba nuestras intuiciones o para contemplar posibilidades y descartar algunas por paradójicas o inconsistentes, pero no parece que resuelvan por sí mismos las cuestiones básicas. Precisamente, algunos defensores de la autonomía del pensamiento con respecto al lenguaje han acusado a los partidarios del impacto cognitivo diferencial de las lenguas (en particular, a Whorf) de tener demasiada imaginación y escaso rigor científico. La ciencia ficción ha contribuido a promover lo que de leyenda urbana haya en la defensa de la diversidad lingüística, como premisa en la defensa de la hipótesis de la relatividad lingüística. Veamos un ejemplo, extraído de la novela La mano izquierda de la oscuridad (1969), de Ursula Le Guin. Hay en el pasaje ecos obvios del controvertido caso de los múltiples nombres para la nieve en esquimal, pero el caso se radicaliza y se independiza de la cuestión empírica sobre la diversidad léxica efectiva entre las lenguas humanas, ya que en la historia de ficción se trata de lenguas no humanas, aunque humanoides: Nieve caída, nieve recién caída, nieve de hace tiempo, nieve que precede a la lluvia, nieve escarchada... El orgota y el karhidi tienen una palabra para cada una de estas nieves. En karhidi […] he contado por lo menos sesenta y dos palabras para las distintas clases, estados, edades y cualidades de la nieve, es decir, la nieve caída. Hay otra serie de palabras para las variedades de nieve que cae; otras para el hielo, y unas veinte más que indican la temperatura, la fuerza del viento y la clase de precipitación de ese momento, todo junto. (Le Guin, 1969: 154)

Podemos explicar así por qué lo que Pullum (1991) llama «la estafa» de los nombres de la nieve en esquimal no se lo parecería a algunos filósofos: si la cuestión es más conceptual que empírica, entonces no importa tanto cuántos nombres para la nieve existan en una cierta lengua, sino cuántos podemos imaginar que existen y cómo nos afectaría a nosotros tener más de los que tenemos. Aunque en la cita se enfatiza la diversidad lingüística (en este caso, léxica), lo que se sugiere es que esa diversidad conllevaría una correlativa diversidad cognitiva. La idea es que los hablantes de esas lenguas exóticas ima-

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La relatividad lingüística ginadas y los hablantes de lenguas como la del lector (el inglés, en el original) diferirían en lo que respecta a la capacidad de discriminar tipos de nieve. Otras veces ocurre lo contrario, que la imaginación se queda corta porque la realidad supera a la ficción. Siguiendo con la diversidad lingüística, algunas lenguas khoisan, del sudoeste de África, poseen cerca de 150 fonemas, muchos de ellos «clics» o chasquidos. Si no hubiera lenguas como esas, sería difícil concebirlas desde nuestros cómodos sillones eurocéntricos. En la ciencia ficción, a veces se inventan lenguas aparentemente exóticas, por incorporar rasgos supuestamente ajenos a cualquier lengua humana posible, lo que, si se acepta la hipótesis de la relatividad lingüística, daría lugar a formas de pensamiento igualmente exóticas. Pero lo hacen desde una perspectiva anglocéntrica que tiende a igualar lo que ocurre en el inglés con lo que ocurre en el lenguaje humano en general. Esto es lo que sucede en el cuento de Larry Niven «Three Vignettes: Grammar Lesson»: Durante una conversación con un grupo de alienígenas, el narrador protagonista dice: «The leg of your chair has pinned my pants» […]. La construcción sintáctica provoca grandes carcajadas a los Chipsithra y posteriormente explican la razón de tal regocijo: «Your pardon for my rudeness. You used intrinsic ‘your’ and ‘my’, instead of extrinsic. As if your pants are part of you and my chair a part of me. I was taken by surprise» […]. Los alienígenas […] disponen de varias formas para los pronombres posesivos en función del tipo de objeto que se posee o de la persona implicada en la relación, pero desconocían que dicha posibilidad también se diera en las lenguas humanas: «And all your languages seem to use one possessive for all purposes. ‘My arm, my husband, my mother’, using the intrinsic ‘my’ for the arm, the ‘my’ of property for the husband, and the ‘my’ of relationship for the mother» […]. Esta diferencia morfológica es clave para frenar la invasión y conquista de la Tierra, pues […] el valor intrínseco de los posesivos llevaría a los humanos incluso a morir por defender sus pertenencias, tan íntimamente marcadas por el lenguaje. Indudablemente, L. Niven no conoce que en otras lenguas, por ejemplo el latín, se diferencia gramaticalmente entre posesión alienable e inalienable […]. (Galán, 2009: 167)

Que no se crea que el patinazo de Niven se debe a que es un escritor de ciencia ficción y no un lingüista profesional. En el debate entre Pinker & Jackendoff (2009) y Evans & Levinson sobre lo que estos llaman «el mito de los universales lingüísticos», los primeros inventan una serie de lenguas para mostrar que las lenguas humanas tienen restricciones derivadas de la facultad humana para el lenguaje y que excluyen ciertas posibilidades que son imaginables. Evans & Levinson replican que, aunque algunas de las lenguas ideadas no existen por razones funcionales, como la falta de productividad o de expresividad (por ejemplo, admiten que seguramente ninguna lengua carece de expresiones deícticas, cuya referencia dependa del contexto), otras de las lenguas imaginadas por Pinker y Jackendoff como no posiblemente

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humanas (por ejemplo, lenguas de signos sin doble articulación o lenguas musicales) sí que existen de hecho. Añadiré todavía un último caso que ilustra la necesidad de hacer consideraciones fácticas para abordar algunos de los problemas que nos interesan, en este caso el de los límites de la diversidad lingüística. Bickerton (2008) narra su frustrada tentativa de conseguir financiación para reproducir una suerte de versión sofisticada del experimento del faraón Psamético, luego repetido por otros bizarros soberanos, quien aisló a dos bebés para comprobar qué lengua se arrancaban a hablar espontáneamente. En este caso la idea es menos extravagante. Se trata de ver cómo se fragua una lengua criolla en una sola generación a partir de niños cuyos padres no comparten una lengua y se tienen que comunicar en una lengua simplificada (una lengua macarrónica o pidgin), sin apenas estructura sintáctica y con un vocabulario tomado de aquí y de allá, o de la lengua del esclavista de turno. Para ello, Bickerton pretendía aislar a una serie de familias en una isla durante los años que hiciera falta. El presupuesto de fondo es que las lenguas criollas, que son lenguas tan complejas como cualquier otra, incorporan de modo claro los rasgos biológicamente determinados de la facultad humana del lenguaje, y que una lengua plenamente humana surge a pesar de la degradación de los estímulos lingüísticos que reciben los niños que la adquieren (argumento de la pobreza del estímulo; véase el apdo. 3.5). Es evidente que un experimento mental no serviría para los propósitos teóricos planteados, pues cabe imaginar cualquier resultado. La solicitud de financiación fue rechazada por razones éticas, aparte de las también poderosas razones económicas. Ambos tipos de razones desaparecerían si, como sugiere Haden Elgin, el experimento pudiera hacerse en el inocuo y barato laboratorio de la ciencia ficción20. En resumen, la respuesta a algunas preguntas con interés filosófico acerca del lenguaje y el pensamiento humanos y sobre su relación depende de hechos contingentes acerca del tipo de híbrido bio-culturallingüístico que somos. Además, sería de una soberbia inusitada ignorar el trabajo empírico reciente sobre el impacto cognitivo del lenguaje y de las lenguas, como el ejemplificado en compilaciones como Gumperz & Levinson (eds.) (1996), Carruthers & Boucher (eds.) (1998), Niemeier & Dirven (eds.) (2000), Pütz & Verspoor (eds.) (2000), Gentner & Goldin-Meadow (eds.) (2003) o Malt & Wolff (eds.) (2010). Por ese motivo, huiré del extremo de rechazar cualquier consideración empírica como no pertinente, aunque permaneceré neutral en relación con la cuestión del naturalismo en filosofía, es decir, sobre si la filosofía debe estar en continuidad con la ciencia, en este caso, las ciencias de la mente y del lenguaje (como piensa Devitt, 1994, para el caso de la semánti20   En realidad, el paso de un pidgin a una lengua criolla se ha dado múltiples veces en la realidad, por lo que no se necesita un experimento, real o mental, para comprobarlo. El experimento propuesto por Bickerton tenía más bien el objetivo de comprobar de modo controlado los detalles del proceso.

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La relatividad lingüística ca), o debe ser algo totalmente distinto, por encima o por debajo de las ciencias (como pensó Wittgenstein, en sus dos épocas). Aunque simpatizo con el naturalismo, considero que se pueden realizar contribuciones valiosas al problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento desde diversos modos de concebir la filosofía, e incluso tiendo a pensar que hay aspectos, por ejemplo casi todos los relacionados con el debate sobre el internismo versus externismo en la filosofía del lenguaje y en la filosofía de la mente, cuyo tratamiento exige una reflexión irreductiblemente filosófica y donde tienen un papel fundamental los experimentos mentales y la elucidación conceptual. Pero resulta casi obligado reflexionar críticamente sobre las aportaciones de los lingüistas, psicólogos, antropólogos, sociólogos, etólogos, biólogos evolucionistas, neurólogos, etc., aunque solo sea porque abordan de hecho la cuestión, discrepando mucho entre ellos y sin pedir permiso a los filósofos. Lo anterior no equivale a aceptar que hechos brutos desvelarán la realidad de la relación entre el lenguaje (y las lenguas) y el pensamiento, o que el problema no sea en gran medida conceptual. Para empezar, la cuestión es lo bastante enrevesada como para merecer un minucioso examen de los conceptos implicados, y los términos se usan tan diversamente, dada la variedad de modelos sobre el lenguaje y el pensamiento, que difícilmente podemos comparar posturas a favor o en contra de una forma de relación entre ellos sin caer en confundentes equivocidades. Como ya he señalado, si alguien afirma que el pensamiento está totalmente supeditado al lenguaje, y otro dice que el pensamien­to es absolutamente autónomo y que el lenguaje tiene solamente una función comunicativa, es probable que buena parte del desacuerdo sea conceptual o semántico, no empírico. Como se verá, hay una diversidad de hipótesis o tesis en juego que es urgente distinguir, argumentos implícitos que se pueden reconstruir, falacias típicas que se cometen, etcétera. El argumento a favor de la tesis de la relatividad lingüística que he esbozado en el apartado 1.3 surge de combinar dos premisas (la Tesis del Impacto Cognitivo del Lenguaje y la Tesis de la Diversidad Lingüística) que parecen empíricas. Pero, a la vez, su formulación exige un fino trabajo de aclaración sin el cual es imposible saber siquiera qué es lo que hay que buscar. Además, algunas cuestiones filosóficas clásicas están detrás del interés filosófico por el tema y no tienen por qué ser relegadas a un segundo plano por la insistencia en las conexiones empíricas. La adopción de un pluralismo metodológico estratégico permite explorar toda una gama de tesis matizadas y evita deslizarnos prematuramente hacia posturas de todo-o-nada, mirando con recelo o desdén a las posturas menos radicales. Es probable que el asunto que nos ocupa no sea nada simple y que requiera respuestas que respondan a esa complejidad. Hoy en día se exploran por la vía empírica casi todas las posibilidades del espacio lógico del problema, lo que permite lanzar una mirada más amplia al asunto. Carruthers (1996) señala que abundan los argumentos puramente conceptuales (de los cuales quiere distanciarse) a favor de la dependen-

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cia o de la independencia del pensamiento con respecto al lenguaje A favor de la dependencia se suelen citar las ideas de Wittgenstein en sus dos épocas. La sentencia «Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo» (Tractatus, 5.6) suele tomarse como expresión paradigmática del «giro lingüístico» de la filosofía analítica, aunque la teoría figurativa tractariana da prioridad ontológica al pensamiento sobre el lenguaje. Wittgenstein (1953) trata el tema de modo especial en § 318 y siguientes, como una cuestión sobre la gramática de las expresiones «pensamiento» y «lenguaje», de anotaciones acerca de cómo se usan esas palabras y de los malentendidos que surgen aquí al hacer filosofía. Davidson (1984) argumenta, a partir de un marco filosófico en el que es central la noción de interpretación radical, que existe una interdependencia entre lenguaje y pensamiento, dado que no habría modo de dar cuenta de la intencionalidad de lo mental o del significado lingüístico sin hacerlo también del otro miembro del par; en particular, Davidson cree que no podemos atribuir pensamientos complejos a seres a los que no atribuyamos una lengua con recursos para expresar significados igual de complejos. Carruthers cita también a Michael Dummett y a John McDowell. También se podría citar a Martin Heidegger, Hans-Georg Gadamer, Karl Otto Apel, Jürgen Habermas y toda la tradición (post-)estructuralista (por ejemplo, Roland Barthes o Michel Foucault), aunque obviamente es precipitado meter a autores tan diferentes en un mismo saco. Burge (1979) ofrece un argumento a favor de una conexión entre el lenguaje y el pensamiento que se puede calificar de «conceptual» (aunque se apoya en una premisa empírica acerca de cómo hablamos de hecho sobre las mentes ajenas), que explota el método de los experimentos mentales. Su argumento, que presentaré en el Capítulo 6, me parece esencialmente correcto, así que pienso que al menos algunas consideraciones a priori a favor de la conexión o falta de conexión entre el pensamiento y el lenguaje, o entre nuestros conceptos de pensamiento y de lenguaje, no deberían descartarse de antemano. En cuanto a los argumentos puramente filosóficos a favor de la autonomía del pensamiento, existe una extendida interpretación del análisis del significado de Paul Grice según la cual las intenciones y otros estados mentales tienen prioridad al menos analítica, aunque a menudo se interpreta que también ontológica, sobre el significado de las expresiones lingüísticas (cfr. Grice, 1989). A menudo es difícil distinguir las teorías empíricas de las reflexiones filosóficas, ya sea porque los filósofos asumen como obvias ciertas premisas fácticas, ya porque los científicos hacen incursiones filosóficas o no pueden dejar de abordar problemas conceptuales. En mi opinión, lo aconsejable es avanzar en un doble frente, de aclaración y reflexión filosófica, por un lado, y de evaluación de la evidencia empírica, por otro.

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El impacto cognitivo del lenguaje

2.1. Una tesis no trivial En el Capítulo 1 vimos que son varias las cuestiones básicas que entran en juego en el debate acerca de la relación entre el lenguaje (y las lenguas) y el pensamiento. Examinaré, en primer lugar, la tesis que Lucy (1996) denomina «relatividad semiótica» y que actúa como primera premisa en el argumento más general a favor de RL. Según esa tesis, el lenguaje (obviando de momento la cuestión de la diversidad lingüística), actúa de algún modo o modos, que habrá que precisar, sobre el pensamiento individual. En realidad, son las lenguas (o su uso) las que se suele suponer que estarían directamente implicadas en el proceso, pero de momento se pone el foco en lo que es transversal a ellas. La formulación general de la tesis semiótica será entonces la siguiente: ICL El lenguaje AFECTA al pensamiento, produce EFECTOS sobre él.

En esa formulación, «afecta» y «efectos» quieren ser neutrales y cubrir cualquier impacto del lenguaje (de cualquier lengua), desde formas muy leves de influencia hasta la determinación, desde efectos masivos hasta otros muy localizados; preferentemente consideraré los posibles efectos causales-naturales, pero sin descartar que existan nexos conceptuales. Además, los términos «lenguaje» y «pensamiento» son vagos y tienen que ser aclarados. Pese a su neutralidad, ICL establece una dirección en la relación lenguaje-pensamiento, más allá de la correlación entre ambos. Cualquier paralelismo entre cómo hablamos y cómo pensamos puede explicarse, dejando aparte la posibilidad de que sea un mero accidente, de tres modos: 1) porque el lenguaje afecte al pensamiento (L→P); 2) porque el pensamiento afecte al lenguaje (P→L); 3) porque ambos sean afectados por un tercer factor, como la

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La relatividad lingüística cultura o las formas de vida (algunas posturas trasnochadas invocaron aquí a la raza) (3.er factor→L & 3.er factor→P; o 3.er factor→L→P; o 3.er factor→P→L). Debe recordarse también la posibilidad de una interdependencia (L↔P). Pinker acusa a los defensores del impacto cognitivo del lenguaje de pasar con mucha rápidez de constatar una correlación a inferir que el lenguaje es el responsable de ella, mientras que él sostiene que la dirección general de la causación es la inversa. Ello no implica que para Pinker la correlación entre lenguaje y pensamiento no tenga ningún interés teórico. El subtítulo de Pinker (2007) sugiere que ese paralelismo permite que el lenguaje sea una ventana abierta hacia la mente humana, esto es, que el lenguaje revele o evidencie cómo y qué pensamos. Esa es una tesis epistemológica, que combina con un tajante rechazo de la tesis ontológica de la prioridad del lenguaje sobre el pensamiento, según la cual el segundo depende o está supeditado de alguna forma al primero. Con la hipótesis del impacto cognitivo del lenguaje se introduce la idea de las funciones supracomunicativas o cognitivas del lenguaje, la de que hay un vínculo más estrecho entre el pensamiento y el lenguaje que el derivado de que el segundo sirva para comunicar el primero. Sin embargo, la formulación inicial es tan poco comprometedora que debería ser aceptada por cualquier persona sensata. De hecho, si no se matiza, la tesis se vuelve trivialmente verdadera. Algunos efectos cognitivos del lenguaje son demasiado obvios como para resultar de interés en el debate, aunque en sí mismos son de importancia capital para los seres humanos. Por ejemplo, los efectos derivados de la comprensión de las palabras ajenas son precisamente los que resaltan quienes creen que el lenguaje tiene una función únicamente comunicativa. Incluso quien sostiene que la función básica del lenguaje es la expresión de contenidos no lingüísticos ha de admitir que muchas de nuestras creencias son el resultado de interacciones lingüísticas con otros miembros de la comunidad y que esto nos diferencia de los animales no humanos. Así, llego a creer que Javier está en su despacho como resultado de la emisión de Duarte: «Javier está en su despacho». Gran parte de la información, los valores y las actitudes que adquiero y que acaban conformando mi manera de ser, de pensar y de actuar me llega a través de las palabras de los demás. La enculturación, la educación formal e informal, el aprendizaje de gran parte de lo que llegamos a saber, a apreciar y a ser capaces de hacer, se valen esencialmente de vehículos lingüísticos. Esta es la primera forma «indirecta» en la que, según Jackendoff (1996), el lenguaje nos ayuda a pensar: La primera forma en la que el lenguaje nos ayuda a pensar es bastante obvia [… permite] comunicar el pensamiento de un modo imposible para organismos sin lenguaje. […] permite tener historia, ley, ciencia y cotilleo. El rango de cosas sobre las que podemos pensar no se limita a lo que podamos idear por nuestra cuenta; podemos echar mano de toda la cultura pasada y presente. Esto es, el lenguaje permite una mejora enorme en el rango de cosas sobre las que se pueden aplicar los procesos

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mentales, aunque esos procesos pueden seguir siendo los mismos. (Jackendoff, 1996: 16)

Pero el tránsito desde lo trivial a lo ya no tan trivial no es abrupto. A renglón seguido, Jackendoff especula que el lenguaje puede haber influido en la filogénesis del pensamiento humano, al crear una presión evolutiva para manejar la abundancia de información que él mismo permite. Y eso ya no es en absoluto una hipótesis trivial: Si la posesión de la capacidad del lenguaje hace posible un conocimiento mucho más colectivo y acumulativo, entonces es concebible que cree una presión evolutiva a favor de procesos mejor adaptados para tratar con esa abundancia –quizá mayor rapidez o eficiencia y mayor memoria a corto plazo para facilitar el pensamiento en línea, o más memoria a largo plazo para facilitar la acumulación de conocimientos. (Ibid.:17)

Además, incluso si la capacidad de tener conceptos no dependiese del lenguaje, seguramente los humanos adquirimos de hecho muchos de nuestros conceptos por la vía lingüística, en el curso de la adquisición y el uso de la lengua, y difícilmente podrían adquirirse y sostenerse de otro modo. Por otro lado, aparte de la comprensión de lo que se dice y de lo que se implica con una emisión, hay que contar con los efectos «perlocucionarios» que un acto de habla puede tener sobre la mente del oyente, como convencerlo, disuadirlo, deprimirlo o alegrarlo, o los efectos sobre el propio hablante, como desahogarse o disfrutar hablando. Todos esos son efectos del habla, muy ligados a la función comunicativa, y por eso resultan muy poco sorprendentes. Típicamente, los efectos que se consideran relevantes en el debate surgirían con el aprendizaje o adquisición del lenguaje (de una o varias lenguas) en la infancia, o resultarían de una habituación debida al uso continuado de una lengua concreta, y se supone que tienen un impacto permanente o a largo plazo. Pero no todos los efectos del habla sobre el pensamiento parecen triviales, o no merecedores de atención y estudio (véase el apdo. 4.4.6). Por ejemplo, el contexto puede hacer que activemos una u otra metáfora convencional («esta clase es muy larga» vs. «estoy malgastando la mañana»), pero entonces la metáfora seleccionada puede influir en cómo pensemos en ese contexto, por ejemplo en qué inferencias hagamos. En cualquier caso, nos interesan solo las versiones de ICL con respecto a las cuales se pueda discrepar razonablemente, esto es, que no sean obviamente verdaderas o falsas. Consideraré triviales las versiones de la hipótesis que se siguen automáticamente de la consideración de la función comunicativa del lenguaje, aunque no es fácil definir «trivial» en este ámbito y a veces la palabra se usa de un modo retórico para tratar de desarmar a los defensores de las formas más moderadas de ICL. A este respecto, Carruthers (2002) hace una triple distinción dentro de las versiones de la tesis de que el lenguaje está involucrado en el pensamiento humano, con el fin de descartar las dos primeras:

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La relatividad lingüística 1. Implausiblemente fuertes: «El lenguaje es conceptualmente necesario para el pensamiento»; «El lenguaje es, de facto, el medio de todo el pensamiento conceptual humano». La primera, que atribuye a Davidson, es una tesis típicamente filosófica (dependencia detectable a priori); la segunda, que atribuye a Dennett y a Bickerton, es una tesis empírica que cree que sería fácil de rebatir apelando a hechos muy evidentes. 2. No interesantes por demasiado débiles: «El lenguaje es necesario para adquirir muchos conceptos»; «El lenguaje sirve de apoyo a algunos procesos mentales humanos» (concepción del lenguaje como una herramienta cognitiva). 3. A la vez plausibles e interesantes: «El lenguaje es el medio de gran parte del pensamiento proposicional consciente»; «es el medio en el que se integran los resultados de los sistemas cognitivos específicos de dominio o módulos». Carruthers se coloca a sí mismo en el tercer grupo e incluye en 2) ideas que a mi juicio merecen ser exploradas, como las defendidas por Clark (1998), que apuntan a que el lenguaje facilita tareas mentales, aumenta capacidades cognitivas como la memoria o la atención, o, en general, es una herramienta que ayuda a pensar (Jackendoff, 1996). Llamar a esos efectos «triviales» forma parte de la retórica del debate. En cuanto a las tesis «implausiblemente fuertes», han tenido y todavía tienen defensores. Partidarios contemporáneos de la autonomía del pensamiento con respecto al lenguaje, como Pinker (2007), matizan actualmente su postura diciendo que los efectos del lenguaje, si los hay, no son «dramáticos» sino triviales, minimizando así la opción 3 de Carruthers. Después de afirmar que las formas radicales y excitantes de posible conexión entre lenguaje y pensamiento son falsas, mientras que las formas más sosas son las únicas plausibles, señala cinco versiones que considera banales de la «hipótesis del vínculo» (Pinker, 2007: 178-181). Las presento resumidas a continuación. En mi opinión no son en absoluto banales (excepto la primera), por lo que reaparecerán más adelante: 1. Obtenemos una gran parte de nuestro conocimiento y de nuestros conceptos a través de la lectura y la conversación. Se trata del primer efecto señalado por Jackendoff (1996). 2.  Una oración puede enmarcar un acontecimiento, afectando al modo en que la gente lo construye mentalmente: proelección vs. provida en el caso del aborto, redistribución vs. confiscación en el caso de los impuestos, invadir vs. liberar en el caso de la intervención en Iraq, etc. Alude aquí a la noción de enmarcado de Lakoff (2004); es dudoso que este efecto pueda calificarse de trivial, como argumentaré en el apdo. 4.4.6. 3. El inventario de palabras de una lengua refleja los tipos de cosas con los que tratan en sus vidas los hablantes y, por eso, sobre los que piensan (dirección: cultura→lengua, o pensamiento→lengua). Pretende desbaratar la importancia de la diversidad léxica, comúnmente aludida a través del célebre caso de los nombres para

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la nieve en esquimal. Incluso los defensores de RL suelen limitar la importancia del léxico; pero cabe replicar que, aunque el léxico sea un reflejo de la cultura, una vez que está ahí y es adquirido por los nuevos miembros focaliza la atención, permite «anclar» ciertos conceptos, etcétera. 4. Los significados son mentales. Dependiendo de cómo lo sean, esto será o no trivial. Pinker asume que la semántica coincide con el plano de los conceptos en general. Pero si las lenguas codifican distintos conceptos, ello podría acarrear diversidad cognitiva. 5. Cuando la gente piensa acerca de una entidad, entre los muchos atributos suyos en los que puede pensar está su nombre. Esa sería la única razón de que considere semejantes las cosas que se llaman igual. Según él, esto es todo lo que ocurre en el caso clásico de la relación entre las diferencias en el léxico de color y los juicios de similitud cromática. A continuación, Pinker admite como de pasada algunos posibles efectos menos obvios del lenguaje sobre la memoria y la atención, y pasa a argumentar detenidamente contra los efectos «dramáticos» postulados en la actualidad por los que él denomina «deterministas lingüísticos» y que aquí se llamarán «neowhorfianos».

2.2. Antecedentes de ICL en la época clásica A la hora de buscar antecedentes históricos de la defensa de la idea del impacto cognitivo del lenguaje (y de RL), todo depende de si se contemplan solo las versiones fuertes o se da cabida a las moderadas. Versiones nada triviales de la hipótesis fueron asumidas por filósofos clásicos que pensaron que los principales efectos se daban en la dirección contraria, es decir, que es el pensamiento el que afecta de modo fundamental al lenguaje. Las encontramos en autores considerados habitualmente como defensores típicos de la autonomía y prioridad del pensamiento, para los que la función básica del lenguaje es la de ser un instrumento para comunicar o exteriorizar pensamientos que no están conformados lingüísticamente en sus aspectos esenciales. Es el caso del filósofo empirista John Locke, cuyo Libro III de An Essay Concerning Human Understanding (1690) constituye, según Krezmann (1968), el tratado más importante sobre el lenguaje de la época clásica. La tesis semántica central de Locke es que las palabras, en su significación primaria, no significan otra cosa que ideas en la mente de quien las usa, lo que se suele considerar una formulación paradigmática de la tesis de la independencia del pensamiento con respecto a la lengua en la que se expresa. Ahora bien, aunque el uso público del lenguaje, por el cual hacemos perceptibles nuestras ideas a los demás, es para Locke el fundamental, admite que a veces usamos palabras para registrar nuestras propias ideas para un uso privado. En ambos casos, la función del lenguaje es expresiva, pero en el segundo uso el lenguaje viene en auxilio

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La relatividad lingüística de una función mental como es la memoria, lo que supone una irrupción de ICL, que tal vez puede parecer débil, pero que no es nada trivial y que podría resultar falsa empíricamente. Además de esos efectos aumentativos sobre la memoria, Locke sostuvo que las palabras son precisas para la formación y, sobre todo, para la permanencia en la mente de ciertas ideas complejas, como las «ideas de modos mixtos». Los «nombres de modos mixtos» significan, según él, ideas complejas sin modelos en la naturaleza, que fácilmente se dispersarían si no les asociásemos un nombre que las mantuviese «atadas». La metáfora del nudo es de Locke; hoy se usa otra parecida: la del «anclaje» lingüístico de ciertos conceptos. En el Libro II (xvi.5) afirma que las ideas numéricas dependen de un sistema de numerales adecuado que no existe en todas las lenguas1. Con anterioridad (1651), Hobbes señala en su Leviatán (cap. 4: «Del lenguaje») una serie de efectos del lenguaje sobre la mente, como el aumento de la memoria o el surgimiento de capacidades como la abstracción, el razonamiento y el pensamiento diferido, desligado de la inmediatez del aquí y ahora2. Quien a veces se considera un epígono de Locke, Étienne Bonot de Condillac, ya en la segunda mitad del siglo xviii, radicaliza esta línea temática. En su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos (1746), Condillac resalta el papel del lenguaje en el pensamiento activo o voluntario. Frente a un modelo más bien pasivo del pensamiento en Locke, supeditado a recibir las ideas desde fuera, sostiene que el lenguaje permite hacer presentes las ideas (previamente vinculadas a sonidos) en ausencia de los objetos que comúnmente las provocan. Pero la conexión más importante que introduce es la que se daría entre el lenguaje y el pensamiento analítico o conceptual. En La Logique (1780) formula la hipótesis de un protolenguaje de acción natural o innato, en el que el pensamiento se expresaría entero a la vez y sin sucesión (de un modo holístico), a partir del cual surgirían las diversas lenguas como otros tantos métodos analíticos más o menos defectuosos inventados por los hombres: […] pensamos únicamente con la ayuda de las palabras […] el arte de raciocinar se ha iniciado con las lenguas. […] Cada uno de los hombres observará […] que nunca comprende mejor a los demás que después de haber descompuesto su acción; y, por tanto, podrá advertir también que, para hacerse comprender, necesita descomponer la suya. Entonces se ha­ bituará, poco a poco, a repetir uno después de otro los movimientos que la Naturaleza le ha hecho realizar a un tiempo, y el lenguaje de acción se convertirá para él en un método analítico. […] Descomponiendo su acción […] descompone su pensamiento para sí mismo y para los demás;

1   El tema tiene continuidad entre los neowhorfianos: «la carencia de palabras numéricas en una lengua llevaría a los hablantes de la lengua a ser incapaces de conceptualizar la idea de numerosidad exacta» (Gordon, 2010: 202). Al parecer, los humanos y otros animales poseen conceptos numéricos prelingüísticos exactos hasta 3 o 4, y luego detectan numerosidades aproximadas. 2   Dascal (1992: 28-30) destaca a Hobbes y a Leibniz como defensores en el siglo xvii del papel sustancial del lenguaje en el pensamiento, frente al autonomismo de Descartes y sus seguidores.

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analiza y se hace entender, porque él mismo se comprende. […] El lenguaje que se llama innato es un lenguaje que no hemos aprendido, porque es el lenguaje natural e inmediato de nuestra configuración. Dice todo lo que sentimos de una vez; por tanto, no es un método analítico; no nos da ideas. Cuando se ha convertido en un método analítico, entonces descompone las sensaciones y nos da ideas; pero como tal método se aprende y, por tanto, […] no es innato. […] si es el análisis el que nos da las ideas, estas son adquiridas, puesto que el análisis se aprende; […] nuestras lenguas son otros tantos métodos analíticos […] solo analizamos por ellas, y […] les debemos todos nuestros conocimientos. […] El análisis no se hace ni puede hacerse más que por medio de signos. […] Las lenguas son únicamente métodos analíticos. (Condillac, 1780, caps. 2-3, Parte II)

Efectos «perniciosos» del lenguaje sobre el pensamiento Otro tema que atraviesa la tradición empirista es el del impacto negativo que los defectos de diseño de la lengua corriente (o su abuso) provocan en el pensamiento y, puesto que la cuestión se plantea en un contexto epistemológico, en el avance del conocimiento. La desconfianza hacia el lenguaje se remonta a Platón (hacia el lenguaje en general en Crátilo, hacia la escritura en Fedro). Los filósofos se acercan a veces al lenguaje desde un ángulo prescriptivo más que descriptivo, considerándolo imperfecto, repleto de trampas que embrujan el pensamiento y que conducen al filósofo a plantearse pseudoproblemas o a caer en una mala metafísica. Habría, pues, que cuidar y cuidarse del lenguaje, desconfiar de él. Locke dedica tres capítulos del Libro III del Essay a esos temas: IX: «De la imperfección de las palabras»; X: «Del abuso de las palabras»; XI: «De los remedios que hay contra las imperfecciones y los abusos antes citados», y argumenta que tales defectos acarrean efectos perniciosos sobre el curso de nuestras ideas y el avance del conocimiento. La cuestión se liga a la defensa de la nueva ciencia contra la escolástica, considerada como filosofía meramente verbal, como cháchara que no se interesa por la experiencia y el verdadero conocimiento. Es recurrente el tema de las disputas verbales. Según Locke, cuando los hombres discrepan sobre cuestiones que parecen de hecho, a menudo sucede que no dan el mismo significado a las palabras y, si solo se pusieran de acuerdo al respecto, la discrepancia desaparecería. Son estos temas muy vinculados al empirismo inglés desde Francis Bacon, para quien muchas falsas ideas, prejuicios o ídolos (los del foro) se imponen al intelecto por medio del lenguaje3. Esta idea de la distorsión del pensamiento por el lenguaje es un precedente de la idea de la conexión lenguaje-ideología. Destacan los §§ 43, 59 y 60 del Libro I de los aforismos del Novum Organum (1690). Tres ideas importantes aparecen en § 59: 3   La teoría de los ídolos abarca, además de los ídolos del foro, inducidos por el lenguaje, los de la tribu, derivados de peculiaridades de la naturaleza humana común, los de la caverna, debidos a la naturaleza idiosincrásica de los individuos, y los del teatro, que vienen de los sistemas filosóficos.

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La relatividad lingüística 1. La lengua común divide la naturaleza arbitrariamente, lo que recuerda la idea de la «disección» lingüística de la realidad que hallamos en Whorf (véase apdo. 2.3.2) y que fue popularizada por el estructuralismo. 2. Las lenguas son creadas por hombres vulgares y corrientes, no por sabios, por poetas, o por el mismísimo Dios, como se creía en la Antigüedad. 3. La influencia del lenguaje no es notada por quienes la sufren, lo que la hace más pertinaz: Pero los más molestos de todos son los Ídolos del Foro, los cuales se han deslizado en el entendimiento a partir de la asociación de palabras y nombres. Los hombres creen que su razón es dueña de las palabras, pero ocurre también que las palabras devuelven y reflejan su fuerza sobre el entendimiento […] Además, las palabras reciben su significado en la mayoría de los casos de las opiniones del vulgo y cortan las cosas a partir de las líneas más patentes para el entendimiento vulgar, y, cuando un entendimiento más agudo o una observación más diligente quieren modificar esas líneas para hacerlas más consonantes con la naturaleza, las palabras se oponen. Esta es la causa de que grandes y solemnes disputas de hombres doctos terminen muchas veces en controversias acerca de palabras y nombres. (Bacon, 1690, § 59)

Es cierto que el ideal de los autores de esta tradición es recuperar la autonomía del pensamiento, amenazada por el lenguaje, liberar al pensamiento de la tiranía, las trampas o los embrujos de la lengua. Los filósofos empiristas y racionalistas clásicos consideran la posibilidad de un rico mundo mental independiente del lenguaje, ya que tanto la fuente de las ideas (la experiencia, para los empiristas; la propia mente, para los racionalistas) como la dinámica de las ideas (en Locke, las operaciones de separar o abstraer, combinar y comparar ideas) son, en principio, independientes del lenguaje. De ahí el ideal baconiano, que tendrá continuidad en la Royal Society, de una lengua artificial perfecta, una lengua filosófica que se corresponda con el pensamiento (y/o con la realidad de las cosas), de modo que no lo entorpezca (Rossi, 1983: 182-183). El ideal utópico es el de un pensamiento libre de la esclavitud de las palabras, aunque luego se encuentren con que, como afirma Locke (1690, III.i.6), el lenguaje puede tener que ver con nuestro conocimiento y nuestras ideas mucho más que lo que comúnmente se piensa. Lo anterior contrasta con la idea de que el lenguaje es «irrebasable» (de que no podemos pensar sin él), que hallamos en Hamann o Herder y luego en filósofos de tendencia hermenéutica. Pero la utopía de una lengua filosófica no se liga solo al afán de desembarazarse de los estorbos y engaños que provocan las imperfectas lenguas naturales, sino también a la facilitación de las tareas mentales. La obsesión es que el pensamiento tiende a extraviarse con suma facilidad y que una lengua bien construida lo mantendría bien encarrilado y orientado hacia lo real. Así, el lenguaje podría ayudar al pensamiento a recuperar su autonomía y a maximizar sus potencialidades epistémicas. Halla-

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mos variaciones de este tema típicamente inglés en el ensayo de Orwell «Politics and the English Language» (1946). En los primeros filósofos analíticos, de tendencia logicista, perdura el ideal de regimentación del lenguaje; para ellos la forma gramatical superficial de las oraciones de las lenguas naturales no coincide con la forma lógica subyacente, lo que conduce a toda clase de confusiones y malentendidos filosóficos. La lógica pretende aportar un formalismo en el que la forma superficial se corresponda al máximo con la forma lógica. En cuanto al último Wittgenstein, para él los problemas filosóficos surgen también de seducciones o encantamientos lingüísticos, aunque ahora debidos a no prestar la suficiente atención a los «juegos de lenguaje» ordinarios en los que es legítimo o tiene sentido emplear tales o cuales expresiones. En resumen, según Locke y otros supuestos defensores a ultranza de la básica función comunicativa del lenguaje y de la absoluta prioridad de lo mental, el lenguaje afecta al pensamiento de forma moderada pero en absoluto trivial, tanto para bien, permitiendo o potenciando fenómenos como la memoria, la abstraccción, las relaciones entre ideas o el razonamiento, como para mal, perturbando la dinámica cognitiva y llenando de errores y ficciones nuestras mentes. Aunque es frecuente presentar a los filósofos del siglo xvii y gran parte del siglo xviii (Kant incluido) como defensores de la prioridad y autonomía del pensamiento, y a los románticos como iniciadores de la defensa de la lingüisticidad del pensamiento y de su supeditación al lenguaje, esto no es exacto. Debe evitarse la tentación de dividir a los autores bruscamente entre defensores sin fisuras de la autonomía del pensamiento y defensores de su completa supeditación al lenguaje. Como acabamos de ver, muchos de los clásicos admiten efectos interesantes del lenguaje sobre el pensamiento. Por su parte, los románticos suelen ofrecer una visión dialéctica del asunto, postulando influencias mutuas entre el lenguaje y el pensamiento.

2.3. Versiones fuertes y débiles de ICL ICL es una tesis muy general que puede concretarse de modos diversos, según una gama de dimensiones que vamos a explorar. Distinguiré, en primer lugar, entre una versión fuerte o determinista y una versión débil o influencista de la hipótesis. Esta distinción apunta a la intensidad de los presuntos efectos, ligada a su permanencia, irreversibilidad, definitividad, coercitividad u obligatoriedad. Puesto que la intensidad admite grados, podría ser más adecuado hablar de grados de radicalidad en la defensa de ICL, con lo que se trataría de presentar un continuo más que de dar una clasificación categórica. La etiqueta «determinismo» cubriría las posturas más próximas al extremo de mayor intensidad dentro del continuo. Sin embargo, algunas distinciones ulteriores permitirán formular la distinción, al menos para algunos usos, de

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La relatividad lingüística un modo más cortante. La terminología empleada es en parte propia. Más adelante (en el apdo. 2.7) señalaré algunas confusiones terminológicas bastante asentadas en la literatura. VERSIÓN FUERTE: DETERMINISMO LINGÜÍSTICO ICL-F El lenguaje DETERMINA el pensamiento. VERSIÓN DÉBIL: INFLUENCISMO LINGÜÍSTICO ICL-D El lenguaje INFLUYE sobre el pensamiento.

La intensidad de los posibles efectos cognitivos del lenguaje se conecta con su reversibilidad, es decir, con la facilidad o, al menos, la posibilidad de contrarrestar el impacto, ya sea puntual, ya permanentemente. De modo paralelo, cabe preguntar con qué facilidad se generan los efectos cognitivos en cuestión, gracias a la adopción de nuevas for­ mas de expresión (mediante la adquisición de nuevo léxico, nuevas construcciones, nuevas metáforas, etcétera.). En relación con los presuntos efectos ya específicos de cada lengua sobre el pensamiento, un whorfiano señala lo siguiente: Hasta ahora no se ha estudiado en forma directa si […] los comportamientos predichos sobre la base de la relatividad lingüística pueden contrarrestarse, ya sea (a) simplemente haciendo conscientes a los [sujetos] de que sus predisposiciones lingüísticas afectan a su pensamiento, ya (b) enseñando activamente a los [sujetos] a contrarrestar estas preferencias. (Fishman, 1960: 178)

ICL-D sugiere que es posible adoptar una posición crítica con respecto a los esquemas lingüísticos adquiridos, mientras que ICL-F favorece la conclusión de que estamos mentalmente encerrados de modo inexorable y definitivo en la cárcel del lenguaje y, si añadimos la diversidad lingüística, en la celda de cada lengua particular.

2.3.1. La identificación del pensamiento con el lenguaje Algunas formas de determinismo lingüístico llegan a identificar el pensamiento con la lengua, en lo que podemos llamar la Tesis del Pensamiento como Lenguaje (en general, como habla interna). La idea puede remontarse hasta el Teeteto de Platón, donde se describe el pensamiento como un diálogo del alma consigo misma, y está presente en Hamann, Herder y Humboldt, como la «tesis de la identidad entre pensamiento y lenguaje proveniente de la inseparable síntesis que constituyen las palabras y los conceptos, y del subsiguiente carácter inmanentemente lingüístico de los mismos» (Lafont, 1993: 35)4. El segundo Wittgenstein formula su propia versión del siguiente modo:

4   Las posturas son a menudo ambiguas. En el siguiente pasaje, Herder parte de la idea de que pensamos con palabras, pero a continuación sugiere que el lenguaje afecta al pensamiento sin

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Cuando pienso con el lenguaje, no me vienen a las mientes «significados» además de la expresión verbal; sino que el lenguaje mismo es el vehículo del pensamiento. (Wittgenstein, 1953, § 329)

La idea aparece ocasionalmente en Whorf, que llega a decir que el pensamiento humano se lleva a cabo en una lengua, «ya sea esta el inglés, el sánscrito o el chino» (Whorf, 1942: 283). Incluso al «moderado Boas» se le escapa el comentario de que, cuando pensamos con claridad en absoluto, pensamos con palabras (Boas, 1911: 67). La crítica a la tesis de que el lenguaje está involucrado en el pensamiento se dirige a veces contra la identificación del pensamiento con habla interna (cfr. Keller & Keller, 1996), pero esto es precipitado, ya que esa tesis no es sino una versión especialmente fuerte y controvertida de ICL (cfr. Casasanto, 2008). 2.3.1.1. El medio o vehículo del pensamiento

En la actualidad, existen defensas de la tesis de que el vehículo del pensamiento es el lenguaje, de que pensamos, al menos en parte, en el medio que proporciona la lengua, en forma de habla interna. Un filósofo de la mente que postula el carácter constitutivo del lenguaje, asociándolo con lo que para él es propiamente la «concepción cognitiva del lenguaje», es Peter Carruthers. Según Carruthers (1996), las creencias, los deseos y otros estados mentales proposicionales (con contenido) conscientes discurren a través de representaciones lingüísticas, aunque no niega que otros tipos de pensamiento estén vehiculizados en otros formatos. Uno de sus argumentos apela a la introspección. Constantemente, nos encontramos sosteniendo un diálogo interior en nuestra lengua mientras realizamos actividades cotidianas como preparar el desayuno o aparcar un coche; y, al aprender una lengua, nos parece, a partir de un momento, que somos capaces de pensar e incluso de soñar en la nueva lengua. Esta impresión está sedimentada en expresiones metafóricas como «leer la mente» o «pensar en voz alta» vs. «en voz baja». Por supuesto, no se debe exagerar el valor de la metodología introspectiva, que además no parece muy congruente con el naturalismo de Carruthers, como señala Skidelski (2009). En todo caso, el argumento introspectivo no es el único que aporta Carruthers (1996); otro

llegar a constituirlo. Además, la tesis del lenguaje como espejo del entendimiento no parece muy distinta de la idea del lenguaje como ventana al pensamiento, una tesis de dependencia epistemológica, no ontológica: […] el alma humana piensa con palabras. Mediante el lenguaje no solo se exterioriza, sino que se caracteriza a sí misma y sus pensamientos. El lenguaje –afirma Leibniz– es el espejo del entendimiento humano, y […] una fuente de sus conceptos, un instrumento de su razón, no solo habitual sino imprescindible. A través del lenguaje aprendemos a pensar, aislamos y entrelazamos conceptos, a menudo en gran cantidad. […] Cuando se trata de un concepto, nunca debemos avergonzarnos de su heraldo y representante, de la palabra que lo designa. Esta suele indicarnos cómo hemos llegado al concepto, qué significa y qué es lo que le falta. (Herder, 1771: 372-373)

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La relatividad lingüística de sus argumentos se basa en un principio de economía cognitiva; alega que sería más efectivo evolutivamente pensar en el mismo medio en el que hablamos que pensar en un medio y luego traducirlo a otro con fines comunicativos (cfr. también Carruthers, 1998). Para Jackendoff (1996) la sensación de que pensamos en palabras es ilusoria y se debe a que el pensamiento es en general inconsciente, mientras que su manifestación lingüística interna en forma de imágenes de palabras u oraciones es consciente, lo que lleva de un modo natural a tomar la una por el otro. El objetivo de Jackendoff es identificar formas interesantes y no específicas de lenguas particulares en las que el lenguaje nos ayuda a pensar, cuando se rechaza la idea de que nuestro pensamiento discurre en el medio de la lengua nativa. En cuando al vehículo, opta por la teoría representacional-computacional de la mente, cuyo principal fundamentador filosófico es Jerry A. Fodor. 2.3.1.2. La hipótesis del mentalés

La tesis del pensamiento como lenguaje se opone a quienes creen que pensamos en un medio lingüiforme pero no en una lengua pública, sino en una especie de lingua mentis de carácter innato, el mentalés o lenguaje del pensamiento (Fodor, 1975, 2008). La hipótesis es vieja, no siendo sino la forma contemporánea del representacionalismo. Además, es compatible con que exista pensamiento animal, esto es, con que los animales tengan sus propios dialectos del mentalés. Fodor la ofrece inicialmente como un presupuesto ontológico de la Ciencia Cognitiva clásica (de los años setenta del siglo xx). La hipótesis es la base de la teoría representacional-computacional de la mente, cuyas dos tesis básicas son que los estados mentales son relaciones de un sujeto con fórmulas del mentalés y que los procesos mentales se basan solo en las propiedades formales de esos estados mentales. Tratar el razonamiento como inferencia basada en la forma se considera un modo de naturalizarlo a través de la metáfora del ordenador (el mentalés sería algo así como nuestro lenguaje-máquina). Mostraría por primera vez, según Fodor, cómo se puede realizar físicamente un sistema racional. Aunque la hipótesis del mentalés implica una íntima conexión entre el lenguaje y el pensamiento, puesto que el medio (formato o vehículo) del pensamiento sería lingüiforme («oraciones» de mentalés realizadas en el cerebro), en realidad supone una renovada defensa de la prioridad e independencia del pensamiento con respecto a cualquier lengua pública. La función de las lenguas sería solamente la de expresar pensamientos accesibles a cualquier humano y realizados en mentalés. Esa postura es reivindicada por Pinker (1994, cap. 3: «Mentalés») y por muchos filósofos cognitivistas. Para la cuestión que nos ocupa, es importante distinguir entre el innatismo extremo de Fodor, según el cual prácticamente todos los conceptos (o «palabras» del mentalés) son innatos, y el más moderado de Pinker, que sostiene que hay una rica base de conceptos innatos a partir de la cual se construyen conceptos complejos como los expresados por la mayoría de las palabras de las len-

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guas públicas (cfr. Pinker, 2007, cap. 3). La razón por la que considero importante esta distinción es que la segunda opción, a mi juicio y en contra de lo que el propio Pinker parece pensar, es compatible con formas no triviales de impacto cognitivo del lenguaje (y de relatividad lingüística), como la hipótesis del «anclaje» lingüístico de ciertos conceptos, que sostiene que es el lenguaje el que les da estabilidad cognitiva o incluso el que les permite llegar a constituirse. El principal argumento (no demostrativo sino abductivo) a favor del mentalés es el siguiente (cfr. Fodor & Pylyshyn, 1998; Fodor & McLaughlin, 1990; Fodor, 2001): Premisa 1 La estructura composicional y recursiva del lenguaje (en la que tanto insisten los chomskianos; véanse los apdos. 3.5 y 3.6) explica su carácter sistemático y productivo (generativo, infinito). Premisa 2 El pensamiento también es sistemático y productivo. Conclusión La mejor explicación de esas características del pensamiento es que también él discurre en un medio composicional y recursivo, con análogos a las palabras –clásicamente, conceptos o ideas– que se combinan mediante reglas para producir análogos de oraciones, y no en un medio holístico como el postulado por las arquitecturas conexionistas.

Ese argumento, por sí solo, no excluye la posibilidad de que la lengua sea el medio del pensamiento; de hecho, se puede argumentar en la dirección contraria, afirmando que es el carácter composicional-estructurado de las lenguas públicas lo que hace que el pensamiento posea, de modo derivado, esas características. Muchos partidarios del mentalés piensan que existen diversos «dialectos» del mismo que conviven en nuestra mente, puesto que la actividad mental se da en distintas modalidades (lenguaje, imaginería, representación, emoción, etc., según la lista inicial de Keller & Keller, 1996), que corresponden a los distintos módulos mentales. Con independencia de la hipótesis de la modularidad de la mente, es posible que la actividad mental se realice en varios formatos, por ejemplo, que se manejen tanto imágenes de las diversas modalidades sensoriales (visuales, sonoras, olfativas, etc.) como conceptos o representaciones simbólicas de diversos tipos, incluyendo las lingüísticas. 2.3.1.3. Conexionismo

Frente a la hipótesis del mentalés, el conexionismo defiende que los estados y procesos mentales no se asemejan a oraciones e inferencias lingüísticas. Como veremos, aunque Andy Clark defiende el impacto cognitivo del lenguaje, rechaza que el vehículo interno sea lingüiforme. El funcionamiento interno de la mente se explica siguiendo el modelo de las redes neuronales (Clark, 1989 y 1993). Aunque el conexionismo

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La relatividad lingüística puede verse como una alternativa a la idea de que el lenguaje es el medio del pensamiento o incluso a la idea de que pensamos de acuerdo con pautas lingüísticas, en realidad es compatible con ellas. La razón es que se puede sostener que nos movemos en niveles distintos de abstracción. Las redes conexionistas son flexibles y aprenden a partir de los estímulos externos. Si entre esos estímulos otorgamos un valor especial a las pautas codificadas en una lengua, llegamos a la conclusión de que las dis­tintas lenguas pueden generar distintas pautas, de modo que es como si pensáramos en una u otra lengua. El conexionismo es la versión naturalista contemporánea de la idea de que nuestra mente es flexible o plástica y está poco condicionada de antemano por factores innatos. Si a eso se le añade que un factor clave que contribuye a la configuración final es la lengua (como hace Dennett, 1991, cap. 8), obtenemos una versión de ICL (y de RL), cuya fuerza dependerá de cuán flexibles o definitivas se consideren las pautas generadas por la lengua. El énfasis de muchos relativistas lingüísticos (empezando por Whorf) en el hábito, en que la lengua condiciona sobre todo el pensamiento habitual, parece muy afín al conexionismo (véase el apdo. 4.4.1). 2.3.1.4. La apelación a la introspección

Podemos contrastar la postura de los que creen que el lenguaje y el pensamiento están tan próximos entre sí que se confunden con la de quienes piensan que el lenguaje es para el pensamiento más bien «un cuerpo extraño al que al pensamiento le cuesta trabajo acomodarse» (Gilson, 1969: 173). Vicente & Martínez Manrique (2003a, 2003b) argumentan que el medio del pensamiento debe ser distinto de cualquier lengua pública aportando evidencia introspectiva con la que pretenden contrarrestar la alegada por Carruthers (1996): […] muchas veces tenemos la impresión de estar pensando algo […] sin palabras ni imágenes […] «en bruto». También nos ocurre […] que somos incapaces de poner en palabras un cierto pensamiento: tenemos claro lo que estamos pensando, o al menos así lo sentimos, y sin embargo no sabemos cómo expresarlo. Se trata, sin duda, de algo que no debería pasar si estuviéramos pensando en palabras. Un caso específico de este sentimiento es la sensación de «tener algo en la punta de la lengua»: en este caso, el pensamiento se nos aparece diáfano, pero nos falta la palabra que lo describe. ¿Cómo puede explicarse esto si nuestro pensamiento es lingüístico? Por fin, nuestra experiencia habitual es de tener pensamientos precisos, […] cuyo contenido es explícito, completo. Cabe preguntarse, sin embargo, cómo puede serlo, teniendo en cuenta que el lenguaje está plagado de ambigüedades y sus oraciones son típicamente incompletas. (Vicente & Martínez Manrique, 2003b: 148-149)

En el mismo sentido, Pinker (1994) cita a científicos como Einstein que relatan haber ejecutado procesos mentales conscientes ajenos por completo a su lengua nativa. Gilson (1969) ofrece ejemplos similares, como el del escritor que no sabe por dónde empezar. Algunas «impresio-

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nes» de los autores son polémicas. ¿Tenemos alguna vez la impresión de pensar en bruto, sin palabras ni imágenes? Mi introspección no les sigue. Lo que a mí me parece tener es un flujo constante de palabras, sensaciones, emociones, imágenes, etcétera. En la última parte, los autores entienden por «lenguaje» los aspectos del significado codificados formalmente, pero, si vemos el habla interna como emisiones interpretadas y ya situadas contextualmente, los pensamientos podrían ser tan precisos como las emisiones externas correspondientes5. Si acudo a la introspección, cuando pienso algo como Yo odio a ese tipo, por mi cabeza no rondan imágenes acústicas sin interpretar, sino verdaderas muestras de emisiones lingüísticas, dotadas de todas sus propiedades fónicas, morfológicas, sintácticas, semánticas y pragmáticas. Por ejemplo, con los ejemplares de «yo» y «ese tipo» en mi discurso mental me refiero a personas concretas. Mi impresión es que fijo contextualmente la referencia de las expresiones deícticas de mi habla interna. Una crítica complementaria puede encontrarse en Gomila (2012), que afirma que, si se entiende por «pensamientos» entidades mentales más que entidades abstractas, entonces es del todo probable que los contenidos mentales sean tan indeterminados y contextualmente dependientes como los de las correlativas emisiones lingüísticas, y que «no hay razón por la que los vehículos del pensamiento deban tener contenidos completamente explícitos y determinados, carentes de elementos deícticos y de expresiones sinónimas» (Gomila, 2012: 12). También Wittgenstein (1953) rechaza ese tipo de consideraciones introspectivas como ilusorias: ¿Qué sucede cuando –al escribir una carta, pongamos por caso– nos esforzamos por hallar la expresión justa de nuestros pensamientos? – Este giro idiomático compara el proceso con uno de traducir o describir: los pensamientos están ahí (quizá ya de antemano) y buscamos solo su expresión. Esta figura se ajusta más o menos a diversos casos. –¡Pero qué no puede suceder aquí! –Me abandono a un estado de ánimo y la expresión viene. O: me viene a las mientes una figura que trato de describir. O: se me ocurre una expresión inglesa y trato de acordarme de la correspondiente alemana. O hago un gesto y me pregunto: «¿Cuáles son las palabras que corresponden a este gesto?» Etcétera. Si ahora preguntara «¿Tienes el pensamiento antes de tener la expresión?», ¿qué se habría de responder? ¿Y qué a la pregunta: «En qué consiste el pensamiento tal como estaba presente antes de la expresión»? (Wittgenstein, 1953: 263)

Además, el argumento presupone que el defensor del carácter constitutivo del lenguaje tiene que afirmar que todo el pensamiento es lin-

5   Como veremos, Carruthers (2002) afirma que el lenguaje hace parte de su trabajo antes de que intervenga la fonología y, por ello, antes de que surja la conciencia. Eso podría explicar los fenómenos aducidos por Vicente & Martínez Manrique. Lo que ocurriría es que no encontramos los sonidos para un pensamiento que, según Carruthers, ya discurre a través de representaciones lingüísticas (sintácticas).

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La relatividad lingüística güístico, de ahí la estrategia de buscar ejemplos de pensamiento sin lenguaje. Pero incluso un defensor de ICL-F puede afirmar que solo algunas formas de pensamiento están determinadas lingüísticamente. En algunas discusiones de café (por ejemplo, sobre el lenguaje sexista), a veces se apela abiertamente a la introspección: «No tengo la impresión, al usar mi lengua, de sufrir ningún sesgo». Pero lo que el defensor del impacto cognitivo del lenguaje suele afirmar es que ese impacto no es transparente para quien lo sufre, por lo que las evidencias del mismo son, en todo caso, indirectas. De modo característico, Whorf pensó que la actitud intuitiva ante la lengua es que no interviene en los estados y procesos mentales, sino que es solo un medio para su expresión externa. Por su parte, las hipótesis de que pensamos en redes conexionistas o en mentalés se plantean como hipótesis empíricas acerca del nivel «subpersonal» de la arquitectura mental, con independencia de la introspección. 2.3.1.5. Balance de la discusión

Resumiendo, en este punto de la discusión, tocamos el corazón de algunas polémicas de la filosofía de la mente contemporánea. Con respecto a la pregunta sobre cuáles son los vehículos del pensamiento, se ofrecen al menos tres respuestas6: 1. Hipótesis del pensamiento como habla interna: pensamos en una u otra lengua. 2. Hipótesis del lenguaje del pensamiento: pensamos en mentalés. 3. Hipótesis conexionista: pensamos a través de redes neuronales. Por último, se puede cuestionar el supuesto común a esos enfoques de que todos los vehículos del pensamiento sean internos, el cual implica una visión internista de lo mental. La Teoría de la Mente Extendida (Clark & Chalmers, 1998) sostiene que el pensamiento no es, en muchos casos, meramente una cuestión de procesos internos, como sea que se conciban, sino que está constitutivamente vinculado con el entorno y con el cuerpo, con lo que la gama de posibles vehículos que posibilitan el pensar se ensancha. Cuando se habla de «vehículos» del pensamiento y se baraja la hipótesis de que la lengua sea el vehículo principal, se suele presuponer un modelo internista según el cual los procesos mentales se desarrollan enteramente dentro de los límites del cráneo, por lo que lo que se busca son vehículos lingüísticos intracraneales. Pero el lenguaje tiene realizaciones externas (acústicas o gráficas), y es posible sostener que esas realizaciones intervienen esencialmente en ciertos procesos mentales concebidos de un modo no completamente

6   Podemos añadir: 4) Pensamos en imágenes (Block, 1983; Kosslyn, 1980; Keller & Keller, 1996). De hecho, 1) puede verse como una versión de 4): pensamos en imágenes de expresiones lingüísticas. Las repuestas no son necesariamente incompatibles entre sí, ya que podríamos pensar en distintos medios. Por ejemplo, algunos tipos de pensamiento podrían discurrir en un medio y otros tipos en un medio distinto. Skidelsky (2009) es una buena aproximación al debate entre las opciones 1) y 2).

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intracraneal. Esta es la postura de Clark. Como defensor del conexionismo, afirma que los vehículos internos de los procesos mentales son redes neuronales. Pero, como defensor de la idea de la mente extendida, afirma que partes del entorno extracraneal forman parte constitutiva de los procesos mentales humanos y que el lenguaje es la extensión más importante (aunque no la única) de nuestra mente. Como veremos en 2.5.3, cuando habla del lenguaje, lo concibe fundamentalmente como un andamiaje externo que potencia y complementa los procesos internos sin transformarlos sustancialmente, esto es, sin convertirlos en lenguaje o en algo de carácter lingüiforme. 2.3.1.6. Versiones constitutivistas y no constitutivistas de ICL-F

Para apuntalar la discusión anterior, distinguiré dos versiones de ICL-F: la tesis de que el lenguaje está fuertemente implicado en el pensamiento pero no lo constituye en el sentido de ser el medio o vehícu­lo en el que discurre, y la que va un paso más allá y afirma que el pensamiento se desenvuelve, al menos en parte, en la lengua pública que uno habla, bien consistiendo en una suerte de habla interna, bien formando parte de un sistema extendido cerebro-más-lengua. Cuando distingamos entre versiones parciales y globales de ICL, se verá que el constitutivismo puede debilitarse a través de la idea de que solo algunos procesos mentales humanos transcurren en el medio de la lengua. ICL-F NO CONSTITUTIVISTA: El lenguaje DETERMINA el pensamiento SIN CONSTITUIRLO (No pensamos con palabras) ICL-F CONSTITUTIVISTA [Carruthers: concepción cognitiva del lenguaje]: El lenguaje CONSTITUYE el pensamiento (Pensamos con palabras; versión internista: el pensamiento es habla interna)

No todas las versiones fuertes de ICL asumen que el formato del pensamiento sea la propia lengua. La cuestión que importa es si la lengua actúa poderosamente sobre el medio en el que pensamos y en los procesos que se llevan a cabo, modificándolos de un modo sustancial. Esa posibilidad es clara en el caso del conexionismo, y parece la postura de Dennett (1991). La idea es que el aprendizaje de una lengua modifica la infraestructura conexionista de forma que esta acaba imitando las pautas lingüísticas. Por supuesto, las propuestas pueden ser híbridas. Cabe sostener que el lenguaje constituye parcialmente el pensamiento, o ciertos tipos de pensamiento, que pensamos en una mezcla de formatos, o que el lenguaje proporciona plantillas básicas que han de ser enriquecidas en cada contexto para alcanzar genuinos estados psicológicos. Muchos neowhor-

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La relatividad lingüística fianos no defienden que pensemos en palabras, sino que el lenguaje afecta a otros sistemas cognitivos, condicionándolos ocasional o permanentemente, o generando hábitos de procesamiento isomorfos con las pautas lingüísticas. Por otra parte, dada la equivocidad del término «lenguaje», habrá una correspondiente equivocidad en las posturas constitutivistas; ya he señalado que algunos autores manejan una noción muy restringida de lenguaje, reduciéndolo a sus propiedades más superficiales, acústicas o, en todo caso, formales; pero lo típico, cuando se proclama el carácter constitutivamente lingüístico del pensamiento, es que se esté pensando en aspectos más «profundos» de la lengua, como su estructura gramatical abstracta o su configuración semántica.

2.3.2. El determinismo atribuido a Sapir y a Whorf Algunas reflexiones de Sapir y de Whorf (previamente, de Hamann, Herder y Humboldt; luego, de hermeneutas y estructuralistas) parecen apuntar a una repercusión cognitiva muy radical del lenguaje: ciertos rasgos importantes del pensamiento humano surgirían con y gracias al lenguaje, y serían modelados a su imagen y semejanza7. De ahí se deriva un sentido no gradual de «determinar»: esos rasgos no serían solamente afectados por el lenguaje pero preexistentes al mismo, sino que su propia existencia dependería del lenguaje. Es cierto, sin embargo, que los defensores clásicos de ICL y de RL oscilan en sus textos en cuanto a la radicalidad de sus afirmaciones, lo que da pie tanto a lecturas radicales de sus obras (y a la construcción de caricaturas ultrarradicales) como a interpretaciones más moderadas, según interese al crítico o al defensor de turno. De momento, nos interesa fijarnos en la intensidad del supuesto impacto, aunque Sapir y Whorf introducen simultáneamente otras tesis que examinaremos más adelante. En algunos de los pasajes más citados por sus críticos hablan de «estar a merced» de la lengua, o de que la lengua es el «programa y guía de la actividad mental» del individuo. Hay que reconocer que eso suena a determinismo puro y duro. Sin embargo, Sapir suele añadir múltiples expresiones de cautela («very much», «quite», «to a large extent», «very largely») que lo hacen parecer menos radical que Whorf (que, sin embargo, en el texto que cito más abajo también usa dos veces la palabra «largely»). Eso suscita molestas dudas acerca de si lo que se defiende es un efecto unilateral del lenguaje sobre el pensamiento o más bien una influencia recíproca, o una influencia combinada del lenguaje y de otros factores no lingüísticos (por ejemplo, culturales), o de esos otros factores por medio del lenguaje. Esas expresiones de cautela, si no son meros recursos estilísticos, sugieren que los autores no se sitúan en el extremo más radical en cuanto a la intensidad de los efectos postulados; estar muy a merced del lenguaje no es estarlo completamente. Veamos dos de los pasajes 7   Según Leavitt (2011), el determinismo solo puede atribuirse a la corriente europea que participa de la tradición humboldtiana, pero no a la corriente americana que parte de Boas.

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radicales (o que suelen pasar por tales) más conocidos, el primero de Sapir, el segundo de Whorf: Los seres humanos no viven solo en el mundo objetivo, ni solo en el mundo de la actividad social tal como se entiende ordinariamente, sino que están muy a merced de la lengua particular que se ha convertido en el medio de expresión para su sociedad. Es en cierto modo una ilusión imaginarse que uno se ajusta a la realidad esencialmente sin el uso del lenguaje y que el lenguaje es meramente un modo incidental de resolver problemas específicos de comunicación o reflexión. Lo que en realidad ocurre es que el «mundo real» en gran medida se construye sobre los hábitos lingüísticos del grupo. No hay dos lenguas suficientemente familiares como para que se considere que representan la misma realidad social. Los mundos en los que viven distintas sociedades son mundos distintos, no meramente el mismo mundo al que se le pegan distintas etiquetas. […] Vemos y oímos, y experimentamos en general, como lo hacemos, en gran medida, porque los hábitos lingüísticos de nuestra comunidad predisponen ciertas decisiones de interpretación. (Sapir, 1929: 69)

Nótese que Sapir pone el énfasis en la dimensión ontológica, que examinaremos en 2.6. Los hablantes de lenguas diferentes viven, según él, en mundos distintos. En cuanto al texto de Whorf, parece contener dos ideas importantes. La primera, en la que insiste un crítico temprano como Black (1959), es que la experiencia antes del lenguaje es amorfa (un «flujo caleidoscópico»), lo que parece implicar que no habría conceptos sin palabras. La segunda, que está detrás de la común atribución a Whorf de una postura determinista, es la idea de obligatoriedad, de la que parece seguirse que el lenguaje no deja opción alguna al pensamiento y nos vuelve cognitivamente inflexibles: […] el sistema lingüístico de fondo (en otras palabras, la gramática) de cada lengua no es simplemente un instrumento que reproduce las ideas, sino que más bien es en sí mismo el formador de las ideas, el programa y guía de la actividad mental del individuo que es utilizado para el análisis de sus impresiones y para la síntesis de todo el almacenamiento mental con el que trabaja. La formulación de las ideas no es un proceso independiente, estrictamente racional en el antiguo sentido, sino que forma parte de una gramática particular y difiere, desde muy poco a mucho, entre las diferentes gramáticas. Diseccionamos la naturaleza siguiendo líneas que nos vienen indicadas por nuestras lenguas nativas. No encontramos allí las categorías y tipos que aislamos del mundo de los fenómenos porque cada observador las tiene delante de sí mismo; antes al contrario, el mundo es presentado en un flujo caleidoscópico de impresiones que tiene que ser organizado por nuestras mentes –y esto significa, en gran medida, por los sistemas lingüísticos en nuestra mente. Dividimos la naturaleza, la organizamos en conceptos y adscribimos significados como lo hacemos en gran medida porque hemos llegado al acuerdo de hacerlo así; un acuerdo que se mantiene a través de nuestra

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La relatividad lingüística comunidad de habla y que está codificado en las pautas de nuestra lengua. Naturalmente, este acuerdo es implícito y no queda expresado, PERO SUS TÉRMINOS SON ABSOLUTAMENTE OBLIGATORIOS; no podemos hablar sin adscribirnos a la organización y clasificación de los datos que decreta el acuerdo. […] Así pues, nos vemos introducidos en un nuevo principio de relatividad que afirma que todos los observadores no son dirigidos por la misma evidencia física hacia la misma imagen del universo, a menos que sus trasfondos lingüísticos sean similares, o puedan ser calibrados de algún modo. (Whorf, 1940b: 241; las mayúsculas son de Whorf)

La determinación lingüística del pensamiento se asume con fines literarios en el proyecto imaginario (parodia del lenguaje estalinista) de Newspeak en 1984 de Orwell (Apéndice: «Principios de Neolengua»). Según esto, el lenguaje permea, invade, guía, domina, encauza y aprisiona el pensamiento, lo conforma, lo moldea o lo canaliza en una cierta dirección, sin dejarle ningún margen de maniobra. La literatura de ciencia ficción ha contribuido a popularizar las versiones más fuertes de ICL, lo que estimula el regocijo del lector, aunque no tanto el rigor teórico. En su vena de ensayista, Orwell es mucho más moderado, aproximándose a una defensa de ICL-D (cfr. Orwell, 1946). En el Capítulo 4 retomaré las ideas de Whorf, examinando otros textos en los que se muestra más moderado, de los que se desprenden tesis matizadas y a mi juicio más plausibles, susceptibles de ser reivindicadas por el neowhorfismo contemporáneo. Pero con independencia de cuál haya sido la postura de Sapir y de Whorf, el determinismo lingüístico se arriesga a caer en la paradoja, al menos cuando se adopta como premisa en apoyo de la relatividad lingüística. Si primero se argumenta que la mente humana es lo bastante flexible como para admitir sesgos diferentes provenientes de haber asimilado una lengua u otra, es extraño defender luego que esas mismas mentes se vuelven inflexibles una vez adquiridos tales sesgos y que estos resultan irreversibles y no contrarrestables. ¿Cómo explicar entonces que el ataque universalista-autonomista se dirija tan a menudo hacia la variante determinista de RL? Parte de la razón puede estar en que los enemigos de RL suelen pensar ellos mismos en términos deterministas. Si la postura propia es que el pensamiento humano está determinado por la biología, es fácil asumir que el rival es alguien que defiende que está determinado por algún otro factor, como la cultura o la lengua. Pero el relativista que acepte estos términos se pone en una posición difícil, ya que el que algo esté determinado a ser de cierto modo no encaja bien con la idea de que podría ser de otro modo. Un influencismo suficientemente sólido, como el que afirma que la lengua fomenta hábitos cognitivos específicos (véase apdo. 4.4.1), resulta más afín conceptualmente a la idea de diversidad cognitiva que está en el corazón de la hipótesis relativista, y además es compatible con que los factores biológicos limiten las posibilidades de diversificación. Si podemos ser de diversas formas, entonces parece razonable sostener que nada, tampoco la lengua, nos aboca

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a ser de una vez para siempre y de modo ineluctable de la forma en que contingentemente somos de hecho.

2.3.3. Versiones débiles de ICL Dentro del influencismo cabe incluir a Jackendoff (1996) y a Clark (1998), que además no avanzan hacia el relativismo, sino que se ciñen a efectos transversales a las lenguas (véase el apdo. 2.5). La mayoría de los neowhorfianos también suscriben alguna versión de ICL-D y rescatan pasajes de Sapir y de Whorf en los que se expresan de forma moderada, frente a los pasajes más citados por sus críticos. Así, Lucy habla siempre de la influencia de las lenguas, de sesgos, preferencias o hábitos cognitivos derivados de la estructura de una lengua, rechazando explícitamente la determinación, y lo mismo hacen Boroditsky, Levinson y otros. En vez de imponer a la mente modos obligatorios de clasificar la realidad, la hipótesis es que la lengua produce sobre la masa de sus hablantes efectos estadísticos en sus inclinaciones o modos preferidos de clasificar esa realidad y de actuar frente a ella. Según Lucy (1992a), como resultado de diferencias gramaticales entre el inglés y el maya yucateco en lo concerniente a las pautas para marcar el número8, los hablantes del inglés exhiben en ciertas tareas experimentales una preferencia por las clasificaciones de objetos basadas en la forma, mientras que los mayas muestran una preferencia por las clasificaciones basadas en los materiales. Eso no sería determinismo, ya que los hablantes de las lenguas en cuestión pueden también clasificar, si se les orienta adecuadamente, de la manera no preferida; es decir, los efectos postulados serían contrarrestables. Además, las diferencias se darían, sobre todo, cuando los objetos que hay que clasificar no tienen una forma bien definida, mientras que, si la forma es más definida, aumenta la tendencia de los mayas a clasificar por la forma, y cabe suponer que, si es muy indefinida, los angloparlantes tiendan a preferir la agrupación en términos de materiales. A pesar de su moderación, esas posturas no son nada triviales. Después de todo, en algunas derivaciones de la polémica (por ejemplo, las referidas a la conexión entre lenguaje e ideología) se busca descubrir algún sesgo lingüístico, más que alguna forma de compulsión a pensar de uno u otro modo. Por ejemplo, cuando se habla de «invisibilidad de la mujer» debido al sexis­mo en la lengua, no hace falta tomarse lo de la invisibilidad en un sentido literal. Basta con postular que se produce una menor visibilidad (los miopes entenderán bien este matíz). Ante la pregunta de por qué unos experimentos parecen aportar evidencia a favor y otros en contra de la Hipótesis de Sapir-Whorf, Julia

8   Diferencias en los modos de indicar el singular-plural, de enumerar los objetos, etcétera; simplificando, es como si en el maya todos los nombres fueran nombres de masa e hiciera falta recurrir siempre a palabras especiales para individualizar los objetos, como «trozo», «pieza», «barra», etcétera.

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La relatividad lingüística Penn conjetura que se evalúan tesis distintas, de modo que quienes consideran que la hipótesis es «el lenguaje determina el pensamiento» concluyen con evidencia contraria, mientras que los que buscan probar la hipótesis más moderada concluyen con evidencia confirmatoria (Penn, 1972: 16-17). Por supuesto, hay otras posibilidades, como que los investigadores no sean honestos al evaluar la evidencia o que no usen una metodología adecuada. Un ejemplo de postura influencista lo tenemos en Franz Boas. Boas fue maestro de Sapir y Sapir lo fue de Whorf. Aunque Boas es el principal responsable de introducir el interés por el lenguaje en los estudios antropológicos y de defender el carácter no primitivo sino altamente complejo de las lenguas de los nativos americanos, frente a la tradición evolucionista que presuponía una lengua primitiva como correlato de un pensamiento y un modo de vida primitivos, y aunque destaca la diversidad lingüística, sostuvo la básica autonomía del pensamiento o, si acaso, una versión débil de RL, derivada de adoptar una versión débil de ICL. Para nuestro espacio lógico su postura es interesante, al mostrar que se puede defender una versión fuerte de la segunda premisa del argumento a favor de RL pero una versión débil de la primera. Para Boas (1911) las lenguas, a lo sumo, sesgan la visión de la realidad debido a que sus distintas categorías gramaticales obligan a los hablantes a atender a dis­ tintos rasgos de una imagen mental prelingüística que es la misma o muy semejante para todos los humanos, aunque no aclara si eso sucede porque está inscrita en la propia realidad, porque se deriva de cómo los humanos se representan universalmente la realidad o por una combinación de ambas cosas. A partir de la postura de Boas se puede desarrollar la idea de que lenguas diferentes inducen distintas configuraciones figura-fondo en el pensamiento, al diferir en los aspectos de la realidad representada que el hablante y el oyente se ven impulsados a destacar y en aquellos a otros a los que no necesitan prestar atención. Posturas así tienen partidarios actualmente (cfr. introd. a Malt y Wolff, 2010). De modo similar, el «neoboasiano» Dan Slobin (Slobin, 1987, 1996, 2000, 2003) defiende que el lenguaje tiene un papel relevante en lo que llama «pensar para hablar» («thinking for speaking»), en el pensamiento «en línea» que se expresa mediante el lenguaje y tal vez, como resultado de ello, en otras clases de pensamiento. Dado que las lenguas codifican aspectos diferentes de la realidad, o codifican con mayor o menor finura un cierto dominio de la realidad, el pensamiento que se expresa en una lengua particular debe atender sobre todo a esos aspectos, sintonizarse con ellos, o estructurarse de acuerdo con ellos. Una forma de avanzar hacia una influencia más fuerte sin llegar al determinismo podría basarse en la probable habituación mental (especialmente en los hablantes monolingües) que resultaría de la constante necesidad de adaptar los modos del pensamiento propio a los esquemas de una lengua, teniendo en cuenta que los seres humanos suelen pasar una buena parte de su tiempo pensando para hablar, o inmersos en otras formas de pensamiento en las que la lengua está presente de uno u otro modo. Slobin considera también posibles efectos similares de la lengua en los procesos de «escuchar para

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comprender», «recordar para hablar», etcétera. En el apartado 4.4.7 retomaré las ideas de Boas y Slobin, y formularé una versión específica de la hipótesis de la relatividad lingüística basada en ellas. La consideración de la tradición etnolingüística nos ha llevado a introducir tesis (DL y RL) que se aclararán más adelante. Pero hay que insistir en que ICL no implica RL. En 2.5 veremos que tanto las formas fuertes como las débiles de impacto cognitivo son compatibles con el universalismo lingüístico y mental. Se puede defender que existe una facultad innata para el lenguaje que se concreta en forma de universales lingüísticos y que limita severamente la diversidad lingüística hasta hacerla irrelevante, y aceptar empero que el lenguaje afecta a ciertos procesos mentales, o incluso los hace posibles o los constituye. Según este punto de vista, las diferencias cognitivas inducidas por el lenguaje se situarían al nivel de la especie, con lo que el lenguaje distinguiría nuestra mente de la de otras especies. Esto es relatividad semiótica, no relatividad lingüística.

2.4. Versiones globales y parciales de ICL Una formulación inteligible de ICL depende de que podamos paliar hasta cierto punto la vaguedad de los términos en liza. Centrándonos en el término «pensamiento», se trata de una palabra muy genérica que cubre un conjunto conectado pero heterogéneo de capacidades, y en los debates no siempre se apunta a los mismos fenómenos. Por eso, es preciso distinguir entre versiones de ICL de acuerdo con el alcance (y ya no la intensidad) que se le supone a esa tesis. La cuestión del alcance se puede plantear de un modo más amplio, como el impacto de los fenómenos lingüísticos en fenómenos no lingüísticos, como hace Greenberg (1954: 3), quien apunta a la posible influencia del lenguaje en los fenómenos culturales, y no solamente en el pensamiento y la conducta individuales. La distinción de dominios no implica aceptar una teoría modular de la mente. Los modularistas suelen resaltar la autonomía de los dominios cognitivos (más o menos relativa, ya que no todos los modularismos son igual de radicales). En cambio, los enfoques holísticos resaltan su integración y tienden a ver los dominios como no autónomos, lo que puede hacer que se deslicen más fácilmente de postular efectos del lenguaje en un dominio a postular efectos en otros. Esta distinción es vital para evitar dos tipos de argumentación que embrollan el debate. Uno de ellos, que tienta a algunos partidarios de ICL, consiste en sostener que el lenguaje afecta a todo el pensamiento, porque lo que no se vea afectado no merecerá ser llamado «pensamiento». El segundo, típico de los autonomistas, pasa muy rápido de la posible autonomía de algún dominio que creen que cae bajo la rúbrica «pensamiento» a que el pensamiento en general es independiente del lenguaje. Surge de ese modo el tipo de desencuentro que Bacon llamó

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La relatividad lingüística «controversia acerca de palabras y nombres»: unos no quieren llamar «pensamiento» a lo que otros consideran una prueba irrefutable de la autonomía del pensamiento frente al lenguaje. De acuerdo con la dimensión del alcance, cabe distinguir entre una versión global y toda una gama de versiones parciales de ICL. Aunque debe tenerse en cuenta que algunos autores usan «pensamiento» de un modo más restringido, aquí se entenderá de un modo máximamente comprensivo, que incluya cualquier tipo de fenómeno o manifestación psíquica. VERSIÓN GLOBAL ICL-G  El lenguaje afecta a (influye en/determina) TODOS los dominios (aspectos, rasgos, capacidades) cognitivos: sensación-percepción (subdominios: color, olor, sabor, etc.)9, atención, conceptos abstractos (subdominios: espacio, tiempo, formas y sustancias, identidad personal, conceptos numéricos, etc.), memoria, procesos mentales (razonamiento, inferencia), imaginación, emoción, intencionalidad, conciencia, metacognición, teoría de la mente, aprendizaje…; se suele incluir aquí también la acción o comportamiento. VERSIÓN PARCIAL ICL-P  El lenguaje afecta a (influye en/determina) ALGUNOS aspectos del pensamiento (pero no a todos).

La versión parcial puede ser más o menos abarcadora y, por tanto, estar más o menos cerca de la global. Aunque resulta cómodo presentar contrastes nítidos, tanto la intensidad como el alcance admiten grados, por lo que estamos ante dos continuos, más que ante dos clasificaciones categóricas. Incluso si se defiende una postura muy global, parece conveniente (y así se hace en los estudios empíricos contemporáneos) presentar evidencia detallada y controlada para dominios específicos, en lugar de apostar de entrada por formulaciones muy ambiciosas pero vagas y difíciles de corroborar. Mi enumeración de dominios mentales no aspira a ser exhaustiva. Lucy ofrece la siguiente lista de dominios posiblemente influidos por el lenguaje de un modo relativo a cada lengua: percepción, atención, sistemas de clasificación, inferencia, memoria, juicio estético y creatividad (Lucy, 2000: x). A veces se abarcan dominios exóticos como la sexualidad, como hace Steiner en «los idiomas de Eros», que quiere

9   En cuanto a la percepción (y/o experiencia), la cuestión puede plantearse en dos fases: 1. di­ lucidar si es o no conceptual (si no es conceptual, parece plausible que no se verá lingüísticamente afectada); 2. en caso de que sea conceptual, la cuestión es si los conceptos que intervienen en ella se ven o no afectados lingüísticamente. Para una introducción al debate sobre el contenido no conceptual, véase Toribio (2009).

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explorar la relación entre lenguaje y eros estudiando la estructura semántica de la sexualidad, «su dinámica lingüística» (Steiner, 2008: 77). Tampoco quiero sugerir que los dominios no se solapen o se conecten de diversos modos. Al contrario, los efectos en unos dominios podrían contagiarse a otros. Por ejemplo, aunque atención y memoria son fenómenos mentales diferentes, es plausible que se recuerde mejor lo que capta más la atención.

2.4.1. El maximalismo de Charles Darwin Entre quienes se acercan a la negación incluso de ICL-P está Darwin (1871). En el Capítulo 3 («Comparación entre las facultades mentales del hombre y las de los animales inferiores») sostiene que los demás animales tienen las mismas intuiciones, sensaciones, pasiones, afecciones y emociones que los humanos, incluyendo celotipia, sospecha, emulación, gratitud, magnanimidad, humor, espíritu lúdico, ánimo vengativo, sentido del ridículo, admiración y curiosidad; además, pueden engañar, imitar, atender, deliberar, elegir, recordar, imaginar, asociar ideas y razonar, siendo la diferencia con los humanos de grado (Darwin, 1981: 104). Añade la capacidad de aprender y progresar, el uso de utensilios, la idea de propiedad, la facultad de abstraer o formar conceptos generales, la autoconciencia, el gusto estético y el sentido moral. Para complicar las cosas, minimiza las diferencias entre el lenguaje y las formas de comunicación animal10. Frente a lo que Bermúdez (2003) llama concepción minimalista del pensamiento animal, Darwin es un maximalista. Al tratar del lenguaje cita a Max Müller, quien, en línea con las ideas románticas del siglo xix, sostiene que existe un estrecho vínculo entre el pensamiento humano y el lenguaje. Por un momento, Darwin admite un efecto importante del lenguaje sobre el pensamiento entendido como razonamiento complejo, esto es, como la capacidad de encadenar largas series de pensamientos, e incluso sobre los pensamientos que intervienen en tales procesos de razonamiento, pero enseguida rectifica y vuelve a la idea de que tampoco la razón depende del lenguaje: En verdad, no es […] más factible conservar en la mente una larga serie de pensamientos sin el auxilio de palabras, habladas o no, que verificar un cálculo sin echar mano de las figuras geométricas o de los

10   Los autonomistas suelen defender no solo la autonomía de los conceptos con respecto al lenguaje, sino su autonomía con respecto a cualquier sistema de comunicación:

Una amplia variedad de estudios indican que los mamíferos no humanos y los pájaros tienen ricas representaciones conceptuales. Sorprendentemente, sin embargo, hay una falta de correspondencia entre las capacidades conceptuales de los animales y el contenido comunicativo de sus señales vocales y visuales. Por ejemplo, aunque una amplia variedad de primates no humanos tienen acceso a un rico conocimiento de quién es pariente de quién, así como de quién es dominante y quién subordinado, sus vocalizaciones expresan muy burdamente todas esas complejidades. (Hauser, Chomsky & Fitch, 2002: 1575)

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La relatividad lingüística signos algebraicos. Parece también que cualquier serie de pensamientos, por ordinarios que sean, requiere alguna forma de lenguaje, o al menos esta hace que aquellos hallen al constituirse más facilidad; […] mas a pesar de todo esto, según podemos inferir de los movimientos que los perros hacen mientras sueñan, parece que sin auxilio de forma alguna de lenguaje puede pasar por la mente una larga sucesión de ideas muy vivas y conexionadas entre sí. Ya hemos visto que sin el auxilio del lenguaje pueden manifiestamente los animales ejercer esa especie de facultad que, por su analogía con la que al hombre distingue, nos hemos atrevido a llamar razón. (Darwin, 1871: 117).

2.4.2. Subdominios (y sub-subdominios, etcétera) Es posible distinguir subdominios dentro de algunos de los dominios generales enumerados. Así, uno no tiene por qué aceptar ICL (o la misma versión de ICL) para el dominio de la percepción en general. Tal vez existan efectos relevantes del lenguaje en el campo de la visión (en particular, en la discriminación y memoria del color), sin que existan tales efectos o sin que sean tan marcados en otros subdominios de la percepción como el olfato o el sabor. Un conocido grupo en la investigación del color, que empezó sosteniendo tesis universalistas fuertes y cuya principal figura es Paul Kay, sostiene en la actualidad una tesis en apariencia barroca como la de que en el subdominio de la percepción cromática existe un impacto del lenguaje en el campo visual derecho, pero no en el izquierdo, debido a la lateralización del cerebro y a que el hemisferio cerebral izquierdo está especialmente involucrado en el procesamiento del lenguaje11. Otros trabajos buscan establecer diferencias lingüísticamente inducidas entre los hablantes de distintas lenguas en cuanto al pensamiento espacial (Levinson, 1996 y 2003b; Levinson & Wilkins [eds.], 2006), el pensamiento temporal (Boroditsky, 2001), el pensamiento sobre formas y sustancias (Lucy, 1992a), el pensamiento acerca del movimiento a través del espacio (Slobin, 2000 y 2003), la teoría de la mente12, el pensamiento numérico (Gordon, 2010), etcétera. Candau (2003) rechaza el impacto en el subdominio de la experiencia olfativa, pero admite una posible influencia más decisiva del lenguaje en el ámbito de la experiencia del color. Boroditsky (2001), en cambio, sostiene, en una línea más acorde con la del propio Whorf, que 11  Gilbert et al. (2006): «Whorf hypothesis is supported in the right visual field but not the left». Esa influencia no sería transparente y solo se detectaría experimentalmente, pues no parece revelarse en la fenomenología de la visión de los hablantes normales. Más recientemente, se defiende esta «hipótesis de Whorf lateralizada» en Regier et al., (2010). Sin embargo, el grupo de Kay trata de mantenerse todo lo que puede del lado universalista-autonomista (cfr. Kay & Kempton, 1984; Kay & Regier, 2006). 12   De Villiers & De Villiers (2003). Los artículos de Gómez, Carruthers y Segal en Carruthers & Boucher (eds.) (1998) exploran la idea de que los pensamientos con estados mentales como contenidos involucren constitutivamente a la lengua natural, lo cual no es nada obvio (cfr. Tomasello, 2008).

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existe evidencia a favor de la universalidad e independencia con respecto al lenguaje en el dominio general de la percepción (en particular, en el de la percepción del color), pero defiende en cambio el impacto del lenguaje en dominios conceptuales abstractos como el del pensamiento temporal. Como se ve, las posibilidades se multiplican y casi todo el espacio lógico está habitado.

2.4.3. Independencia de intensidad/alcance Es posible adoptar una postura radical en cuanto al alcance de ICL, esto es, en lo tocante a los dominios en los que se postula un impacto cognitivo del lenguaje, pero ser moderado en cuanto a la intensidad de los efectos; o al revés, ser radical en lo referido a la intensidad y muy moderado en lo concerniente al alcance. El último es el caso de Carruthers, que es radical en cuanto a la implicación del lenguaje en ciertos dominios cognitivos, en particular en el pensamiento consciente, hasta el punto de considerar que para gran parte de esa forma de pensamiento el lenguaje es constitutivo, que pensamos en la propia lengua, pero admite que otras formas de pensamiento son independientes del lenguaje y se desarrollan en mentalés o en otros medios no lingüísticos, como las imágenes procedentes de los distintos sistemas perceptivos. Más recientemente, destaca el posible papel esencial del lenguaje en el pensamiento no específico de dominio. Otro ejemplo ilustrativo es Bechtel (2008), quien, aunque defiende un enfoque sobre los «mecanismos mentales» según el cual estos funcionan según principios no lingüísticos, cuando llega al dominio de la identidad personal (the self), el concepto de nosotros mismos, «nuestra representación del agente adaptativo autónomo por el que nos tenemos», dice que «solo criaturas lingüísticas podrían crear tal concepto» (Bechtel, 2008: 261). Habría un dominio, pues, pequeño pero importante, ya que Bechtel lo liga a la libertad y a la dignidad humanas, en el que irrumpe con toda su fuerza ICL-F13. Otra cosa que puede pasar es que sea correcta una versión de ICL en lo tocante a la intensidad para algunos dominios y una versión distinta para otros. Veremos que esa postura es defendida por Clark (1998), quien defiende versiones de ICL-D para toda una serie de dominios cognitivos, pero adopta una versión fuerte y constitutivista en el dominio especial de la metacognición (pensar sobre el pensar), que, según él, solo surge gracias al lenguaje. Como ya he dicho, Candau (2003) sugiere que puede haber efectos significativos del lenguaje sobre la 13   En obras de ficción como Babel-17 (Delany, 1966) o Tiempo de cambios (Silverberg, 1971), el sentido del yo se liga a la existencia en la lengua de expedientes que codifiquen la primera persona del singular. El tema es común en las distopías del siglo xx, al ligarse al funcionamiento de sociedades totalitarias que pretenden disolver al individuo en lo colectivo, como Zamiátin (1920), significativamente titulado Nosotros, que inspira el clásico de Orwell, 1984. De un modo bastante distinto, Marani (1996) trata también el problema de la relación entre lengua nacional e identidad personal.

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La relatividad lingüística experiencia cromática, pero en cambio sostiene que en el caso de la ex­ periencia olfativa el impacto sería leve o prácticamente inexistente.

2.4.4. Determinismo global (DG) Combinando la radicalidad de ICL-F y la de ICL-G obtenemos un determinismo global, según el cual el pensamiento se halla lingüísticamente determinado en todos sus detalles. Creo que el DG no tiene muchos defensores reales serios, al menos cuando se examinan los detalles de incluso las propuestas que parecen más radicales, pero puede aparecer como enemigo imaginario en algunas refutaciones de ICL o de RL, y desde luego merece un lugar en el espacio lógico de posibilidades, aunque fuera de la zona de plausibilidad. A veces, lo que produce la impresión de que se defiende DG es el empleo restringido o vago de la palabra «pensamiento» para referirse a dominios mentales especiales, o la tendencia retórica a dramatizar el impacto cognitivo del lenguaje.

2.5. Ejemplos de defensa de ICL sin defensa de RL En la filosofía de la mente contemporánea existe un creciente interés por las funciones cognitivas del lenguaje junto a un extendido rechazo de cualquier forma de relatividad lingüística, debido a su alianza estratégica con una ciencia cognitiva que busca, ante todo, establecer leyes válidas para todos los humanos. Eso muestra por sí mismo que se puede estar interesado en dilucidar la plausibilidad de la hipótesis del impacto cognitivo del lenguaje sin estarlo en avanzar hacia el estudio de la relatividad lingüística. Por otra parte, incluso los relativistas tienen buenas razones metodológicas para plantear la cuestión primero desde un ángulo semiótico, considerando el lenguaje más que las lenguas, ya que es de suponer que estas generen sus posibles efectos específicos a través de mecanismos lingüísticos generales que es preciso caracterizar. La versión semiótica de ICL puede optar por un enfoque sincrónico o plantearse desde una óptica temporal, ya sea ontogenética, buscando establecer cómo el lenguaje y el pensamiento se vinculan en el desarrollo del niño, ya filogenética, indagando en cómo el lenguaje y el pensamiento se vincularon a lo largo de la evolución de nuestra especie. Un protagonista en el debate sobre el origen del lenguaje, Derek Bickerton, sostiene que este intervino de un modo esencial en la aparición de todas las formas de pensamiento específicamente humanas, en particu­lar en nuestra capacidad para forjar pensamientos articulados, que no consistan en una mera colección de elementos sueltos. Pero lo hace desde una perspectiva universalista, basada en que el lenguaje es un rasgo de la especie y en que las diferencias entre las lenguas son muy poco significativas (Bickerton, 1990, 1995). Desde esa misma perspectiva semiótica, defiende que la aparición de la propiedad del desplazamiento en el léxico (esto es, la capacidad para aplicar los signos en ausencia de sus denotaciones) fue lo que permitió la correlativa aparición del pensamiento desplazado en nuestros ancestros (Bickerton, 2009).

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Si Bickerton representa la postura semiótica desde la perspectiva filogenética, Vygostski lo hace desde la perspectiva ontogenética, que subraya el rol del lenguaje, sin mencionar lengua particular alguna, en la «organización de las funciones psicológicas superiores» (Vygotski, 1979: 45). Así resume el papel del lenguaje en el desarrollo del pensamiento en el niño (nótese la formulación universalista de la tesis): La capacidad específicamente humana de desarrollar el lenguaje ayuda al niño a proveerse de instrumentos auxiliares para la resolución de tareas difíciles, a vencer la acción impulsiva, a planear una solución al problema antes de su ejecución y a dominar la propia conducta. (Vygotski, 1979: 53)

A continuación, me detendré en tres ejemplos de defensa estrictamente semiótica de ICL que, por razones ligeramente diferentes, se pueden considerar paradigmáticos.

2.5.1. Jackendoff (1996) y la tesis de que el lenguaje nos ayuda a pensar La postura de Jackendoff se presenta como muy moderada, ya que acepta la básica autonomía del pensamiento (cfr. el apdo. 3: «Language is not thought, and vice versa»). Los argumentos que ofrece para ello son los típicos en la literatura, similares a los que aduce Pinker (1994): el hecho de la traducción mostraría que se puede preservar el pensamiento detrás de las diferentes formas de expresarlo; los hablantes bilingües piensan igual (según asume) al hablar en una u otra lengua; los niños con síndrome de Williams tienen un severo retardo mental pero destacan por sus habilidades lingüísticas; por otra parte, piensa que existen casos claros de pensamiento complejo sin lenguaje: los de genios como Beethoven o Picasso, los que rigen la inteligencia motora ordinaria o los que explican el razonamiento en primates no humanos. Además, despacha la posibilidad de que existan «efectos whorfianos» en una breve nota. La idea general es que el lenguaje, con toda su diversidad de lenguas, es un epifenómeno de algo universal y más fundamental, aunque inaccesible a la introspección, el pensamiento. Sin embargo, a pesar de esa simpatía hacia el autonomismo, está dispuesto a ensanchar la rendija que Pinker quiere encoger, aquella por la que se cuelan los efectos a la vez plausibles y no triviales del lenguaje sobre el pensamiento. Aunque rechaza la tesis de que el medio del pensamiento sea la lengua, optando por el modelo computacional clásico, argumenta que el lenguaje tiene tres importantes clases de efectos indirectos sobre el pensamiento que justificarían la tesis general de que el lenguaje nos ayuda a pensar: 1. La comunicación lingüística permite, por su eficacia y versatilidad, una acumulación de conocimiento colectivo que resulta fácil de adquirir para los nuevos individuos.

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La relatividad lingüística 2. Al hacer conscientes la forma relacional del pensamiento y sus rasgos abstractos, el lenguaje permite focalizar la atención sobre ellos, lo que a su vez permite un mayor poder de procesamiento, el «anclaje» de ciertos conceptos y el almacenamiento recuperable (memoria) de elementos que de otro modo no serían notados. 3. El lenguaje es la única modalidad de la conciencia que trae las evaluaciones de los perceptos (objetos de la percepción) a la conciencia como elementos independientes, permitiendo que puedan ser enfocados y cuestionados. Además, como las emisiones lingüísticas y sus evaluaciones también son perceptos, poseer el lenguaje permite construir pensamientos sobre pensamientos (en esta idea se inspirará Clark, 1998). Una posibilidad interesante que se desprende del texto de Jackendoff es que el lenguaje sea un intermediario necesario en la conexión de algunos dominios mentales entre sí. Así, sostiene que únicamente plasmándolos en un medio lingüístico es posible experimentar conscientemente los rasgos de cualquier tipo de pensamiento abstracto (Jackendoff, 1996: 19). Esto es, habría según él pensamiento abstracto (no conectado directamente con la percepción) sin lenguaje, lo que cree que sucede en animales no humanos como ciertos primates, que parecen tener el concepto de familiar (y el pensamiento de que Z es familiar de Y) o el concepto de revancha (ibid.: 18). Y también habría experiencias (emociones o imágenes) conscientes no abstractas sin lenguaje, algo que también atribuye a los animales no humanos. Pero no cree que puedan existir pensamientos a la vez abstractos y conscientes sin lenguaje: «Solo a través del lenguaje pueden tales conceptos formar parte de la experiencia, en lugar de ser solamente la fuente de urgencias intuitivas» (ibid.: 23). A continuación, establece un vínculo íntimo entre conciencia y atención (ibid.: 19), y luego entre atención y memoria: haciendo conscientes nuestros pensamientos abstractos podemos atender a sus detalles y, gracias a ello, podemos recordarlos mejor en el futuro, así como evaluarlos y regularlos, aumentando nuestro control deliberado sobre ellos (con lo que surgiría la metacognición). Al final, y casi sin querer, acaba reconociendo un impacto en cascada del lenguaje sobre una amplia variedad de dominios cognitivos importantes. También es ilustrativa la postura de Jackendoff sobre los conceptos abstractos. Según él, algunos conceptos, como semana, no estarían disponibles para nosotros sin la ayuda del lenguaje. Para tener ese concepto necesitamos otros conceptos, como día (y siete). Tras vacilar con respecto a si un organismo no verbal podría poseer el concepto de día, concluye que, aunque ciertos organismos no lingüísticos podrían desarrollar ese concepto, «nunca obtendrán el concepto de semana» (ibid.: 24), ya que para ello es necesario el «anclaje lingüístico» (linguistic anchoring), esto es, reunir los conceptos componentes bajo una etiqueta lingüística. Esto significaría que el lenguaje no sería necesario para la po­sesión de conceptos abstractos en general, sino únicamente para la posesión de conceptos abstractos complejos, el subdominio de los conceptos abs-

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tractos que contienen a su vez otros conceptos abstractos como componentes. La idea no está muy lejos de lo que Locke defendió para las «ideas de modos mixtos» o para las ideas numéricas. Un innatista no radical como Pinker (2007) podría aceptar esta idea. Si muchos o la mayoría de los conceptos expresados por las unidades léxicas de una lengua no son atómicos, al contrario de lo que defiende Fodor, sino que son construcciones que tienen como partes conceptos más básicos (estos sí, de carácter innato, según Pinker), una hipótesis plausible es que esos conceptos complejos necesiten del anclaje lingüístico. Además, admitir esto sería un paso hacia una correlativa relatividad lingüística moderada (pero no trivial), pues todo parece indicar que distintas lenguas pueden anclar lingüísticamente distintos conceptos complejos. El artículo concluye dando algunas razones por las que el lenguaje, aunque nos ayuda a pensar, no expresa adecuadamente la estructura de nuestro pensamiento y, por tanto, no es una herramienta cognitiva tan buena como a veces se considera (este es un tema clásico ya examinado en 2.2: el de los efectos perniciosos del lenguaje sobre el pensamiento). Por ejemplo, el uso de la misma palabra invita a presumir que tratamos con el mismo concepto cada vez que la usamos o la escuchamos, lo que a menudo no es así, según él (en mi opinión, eso sucede con las palabras «lenguaje» y «pensamiento»). Además, se tiende a ignorar o restar legitimidad a los conceptos para los que no existen palabras suficientemente precisas en la lengua (aquí se podría hablar de un efecto relativista, ya que esas palabras podrían existir en otra lengua). Por último, tendemos a tratar todas las palabras como si tuvieran referentes en el mundo real (reificación), cuando en muchos casos eso no es así. Todos esos desfases, piensa Jackendoff, no se producirían si el lenguaje fuera realmente la forma misma del pensamiento y no algo que se conecta con él de modo bastante superficial y sin modificarlo sustancialmente.

2.5.2. Carruthers (2002) y la constitución lingüística del pensamiento no modular Carruthers piensa que son demasiado débiles las propuestas no constitutivistas (como la de Jackendoff), que resume en la idea del lenguaje como una herramienta del pensamiento. Para él, la concepción cognitiva del lenguaje propiamente dicha sostiene que este está implicado directamente en ciertas formas de cognición. A la vez, considera demasiado radicales (por demasiado «globales») propuestas como las de Dennett o Bickerton, según las cuales el lenguaje es constitutivo de la práctica totalidad del pensamiento humano (combina así ICL-F con ICL-P). Para esto último se basa en los estudios sobre las capacidades cognitivas sofisticadas no dependientes del lenguaje de primates no humanos y de homínidos prelingüísticos; además, se apoya en estudios acerca de la modularidad de la mente, que mostrarían que muchas de las capacidades cognitivas de los humanos se desarrollan de acuerdo con sus propias representaciones y principios de procesamiento, ajenos a la estructura y el procesamiento del lenguaje:

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La relatividad lingüística […] evidencia de organización modular […] De acuerdo con este enfoque, además de varios módulos de entrada y salida (incluyendo, e. g., la visión temprana, el reconocimiento de caras y el lenguaje), la mente contiene una serie de módulos conceptuales encauzados innatamente sobre dominios particulares. […] Candidatos plausibles a tales módulos podrían incluir un sistema naíf de física […], una psicología naíf o sistema de «lectura de la mente» […], un sistema de biología folk […], un sistema numérico intuitivo […], un sistema geométrico para orientarse y navegar por entornos inusuales […], y un sistema para procesar y seguir el cumplimiento de los contratos sociales. (Carruthers, 2002: 663)

Carruthers admite que la ortodoxia modularista en las ciencias cognitivas ha sido una barrera para el reconocimiento del papel cognitivo del lenguaje, ya que el lenguaje suele considerarse como un módulo prototípico, lo que invita a aislar su funcionamiento dentro de la mente. La originalidad de su propuesta radica en tratar de conjugar una visión masivamente modular de la mente con la concepción cognitiva del lenguaje. Con anterioridad, argumenta a favor de un vínculo constitutivo entre lenguaje y conciencia (Carruthers, 1996). Ahora, sin negar lo anterior, va más lejos. Parece moverlo algo como el argumento de Jackendoff según el cual seguramente gran parte del pensamiento humano es no consciente, lo que limitaría mucho el alcance de la concepción cognitiva y acaso la haría casi trivial, si sucede que todo lo que podemos pensar conscientemente gracias al lenguaje podemos pensarlo ya inconscientemente sin él. La tesis central ahora es que el lenguaje está esencialmente conectado con nuestras capacidades no específicas de dominio, por ejemplo con la capacidad de integrar propiedades geométricas y cromáticas en un único pensamiento o recuerdo, como el pensamiento que se expresaría mediante un enunciado como «hay que girar a la derecha al final de la pared roja». Su idea es apoyarse en ideas chomskianas acerca del nivel de la forma lógica, como algo que, a la vez que es producto del módulo del lenguaje, permite integrar información que proviene de cualquier otro módulo, por lo que acaba funcionando como un formato que permite el pensamiento no específico de dominio o no modular. Ese nivel de integración cognitiva funcionaría de modo inconsciente, pero, cuando es dotado de interpretación fonológica, el pensamiento correspondiente se haría consciente, de lo que resultaría una forma de pensamiento nueva que es a la vez no específica de dominio y consciente, algo de lo que, según este argumento, solo serían capaces los humanos con lenguaje: […] la lengua natural es el medio del pensamiento y la inferencia no específicos de dominio […] no es solo que nuestro pensar proposicional consciente involucre el lenguaje […] sino que todo el razonamiento no específico de dominio […] discurre en el lenguaje. En cuanto a qué sería un ejemplar no consciente de una oración […] sería una representación despojada de sus rasgos fonológico-imaginísticos [la «forma lógica» (FL) de Chomsky]. Podemos afirmar, pues, que todo pensar que cruza módulos consiste en la formación y manipulación de esas representacio-

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nes de FL. La hipótesis es que todo pensar de ese tipo opera accediendo a esas representaciones de la facultad del lenguaje y manipulándolas. Cuando esas representaciones están solo en FL, los pensamientos en juego serán no conscientes. Pero si la representación en FL se usa para generar una representación fonológica completa (una oración imaginada), el pensamiento usualmente será consciente. […] la hipótesis es que la facultad del lenguaje tiene acceso a los resultados de los distintos módulos de procesamiento central, de modo que puede construir representaciones en FL que combinan información de diversos dominios. […] el lenguaje es el vehículo del pensar conceptual no modular, no específico de dominio, que integra los resultados del pensar modular. (Carruthers, 2002: 665-666)

El «Open peer commentary» a Carruthers (2002) incluye críticas de Bickerton y de Clark que, estando de acuerdo con la idea básica del papel cognitivo del lenguaje, le reprochan su modularismo, desde enfoques más holísticos acerca del funcionamiento de la mente. Esta discrepancia ilustra que son posibles defensas nada triviales de ICL desde enfoques bastante distintos acerca de la arquitectura general de la mente humana.

2.5.3. Clark (1998): aumento de capacidades cognitivas y metacognición Este trabajo permite ilustrar varios puntos del espacio lógico en lo que concierne a la hipótesis del impacto cognitivo del lenguaje (ICL). Por un lado, elude por completo la cuestión de la relatividad lingüística, como también lo hacen los autores con los que discute. De hecho, no alude a lengua particular alguna, por lo que todos los efectos cognitivos del lenguaje que señala se supone que son universales o transversales a las lenguas, aunque, a mi juicio, algunas de sus ideas podrían desarrollarse en una línea relativista. Por otro lado, Clark examina una variedad de modos en los que el lenguaje aumenta, potencia, complementa o facilita las capacidades cognitivas humanas, pero sin suscribir la tesis de Carruthers de que pensamos una parte importante de nuestros pensamientos en la lengua pública, o la idea de Dennett (1991) de que el lenguaje hace aparecer sistemas computacionales completamente nuevos en nuestras mentes. Clark piensa que el medio básico en el que transcurre el pensamiento es conexionista: redes de neuronas funcionando masivamente en paralelo. El contraste con Dennett lo resume así: [Dennett] sugiere «que las mentes humanas conscientes son […] máquinas seriales virtuales implementadas de modo ineficiente en el soporte paralelo que nos dio la evolución». [...] que el bombardeo de […] cerebros conexionistas […] por parte (entre otras cosas) de textos y oraciones de la lengua pública […] da lugar a una reorganización cognitiva afín a la que ocurre cuando un sistema de ordenador simula a otro. […] Donde Dennett considera que la lengua pública produce una reorganización profunda aunque sutil del cerebro, yo me inclino a verla como […] un recurso externo que complementa –pero no altera profun-

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La relatividad lingüística damente– los modos básicos de representación y computación del cerebro. Es decir, veo los cambios como relativamente superficiales [...] el lenguaje como un artefacto externo diseñado para complementar, más que para recapitular o transfigurar, el perfil básico de procesamiento que compartimos con otros animales. (Clark, 1998: 166-169)

Clark defiende una versión moderada de ICL, según la cual el lenguaje posee funciones supracomunicativas, además de su consabida función comunicativa; pero cree que el medio en el cual el cerebro biológico representa la realidad y la dinámica de ese medio: a) es distinto de cualquier lengua y b) tiene rasgos diferentes a los de cualquier lengua; en eso se aleja de Fodor, para quien el mentalés, pese a ser distinto de cualquier lengua pública, posee rasgos lingüiformes, como estar compuesto de símbolos primitivos o estar regido por reglas de composición similares a las reglas gramaticales. Su modelo básico de lo mental (en su parte interna) es un modelo conexionista. Pero inserta ese modelo en el marco teórico de la Teoría de la Mente Extendida, según la cual la mente humana rebasa el ámbito del cerebro, usando recursos externos para procesar información (volveré sobre ello en el apartado 6.3). La idea es, entonces, que la mente integra los artefactos lingüísticos para pensar más y mejor. En Clark (1996) emplea la analogía entre el lenguaje y un artefacto típico como las tijeras, el cual, aunque no altera apenas al usuario, permite crear el sistema extendido nosotrosmás-las-tijeras capaz de resolver problemas nuevos, como hacer cortes rectos en un papel (Clark, 1996: 100). En el apdo. 2 («Language and Computation: The 6 Ways»), Clark examina seis modos (a mi juicio, muy solapados) en los que los artefactos lingüísticos complementan la actividad del cerebro biológico humano. En primer lugar, las capacidades lingüísticas permitirían aumentar la memoria mediante textos, diarios, agendas, listas de la compra, notas pegadas al espejo, etc., que serían medios lingüísticos para «almacenar sistemáticamente cuerpos de datos grandes y a menudo complejos» (Clark, 1998: 169). Sus ejemplos son todos de signos externos y mayormente escritos. La conexión lenguaje-memoria es común en autores de la época clásica, y la conexión escritura-memoria se evalúa ya en el Fedro, aunque ahí Sócrates defiende que, en realidad, la escritura no nos hace más memoriosos, sino al contrario, ya que produce recordatorios inertes que suplantan a la verdadera memoria viva. A veces se enfatiza el efecto de los signos lingüísticos interiorizados, pero ya he señalado que Clark piensa que los procesos mentales internos no tienen características lingüísticas. El lenguaje sería para él un artefacto mnemotécnico primariamente externo, por lo que la modalidad escrita, dada su permanencia, cobra una especial importancia en su enfoque. En segundo lugar, apunta a la simplificación del entorno a través de conceptos abstractos, alejados de lo que aparece en la experiencia más inmediata, gracias al uso de etiquetas como «guardarropa», «bar» o «centro de la ciudad», «que proporcionan pistas perceptualmente simples que nos ayudan a enfrentarnos a entornos complejos» (ibid.: 170).

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El truco estaría en imponer sobre el medio propiedades estables que disminuyan las cargas computacionales y la exigencia de hacer inferencias, lo que crea un entorno de aprendizaje simplificado que facilita el aprendizaje de categorías. Además, considera probable que los conceptos muy abstractos, como caridad, extorsión o agujero negro (como vimos, Jackendoff elige semana), solo puedan adquirirse gracias a la mediación del lenguaje, al estar demasiado alejados de la percepción inmediata. Este punto podría desarrollarse en una línea relativista, ya que las distintas lenguas podrían aportar distintos modos de simplificar la realidad categorizándola, esto es, podrían «anclar» distintos conceptos abstractos generando de ese modo sesgos cognitivos diferenciados. Más recientemente (Clark, 2011, apdo. 3.2), hace reflexiones similares bajo la rúbrica «aumentar la realidad». La idea es que el acto de etiquetar el mundo abre nuevas oportunidades y fomenta el hallazgo de nuevos patrones abstractos en la naturaleza. Para ello, invoca estudios con chimpancés entrenados en el uso de símbolos numéricos. Cuando Sheba ve dos platos de golosinas, apunta al que tiene más y el entrenador se lo da a Sarah. Eso produce la frustración de Sheba, que, sin embargo, en sucesivos intentos no es capaz de cambiar de estrategia (apuntar al plato con menos golosinas para quedarse con el que más tiene). Pero cuando las golosinas vienen en botes con una tapa que lleva pintado un número, Sheba es capaz de señalar el número menor y así obtener más cantidad. Según Clark, la explicación reside en que los símbolos materiales, por el hecho de ser simples y estar despojados de toda pista física de las golosinas, permiten a los chimpancés evitar que su conducta caiga en subrutinas ecológicamente específicas y rápidas. El símbolo material actuaría como un substituto manipulable y superficialmente interpretado capaz de aflojar los lazos entre la percepción y la acción. Señala, además, que la presencia del símbolo material impacta sobre la conducta, en general, «no en virtud de ser la clave para una rica representación mental interna […], sino por sí mismo, qua símbolo material, proporcionando un nuevo objetivo para la atención selectiva y un nuevo fulcro para el control de la acción» (Clark, 2011: 45). En casos como este, la habilidad para producir o manejar signos, esto es, «objetos perceptivos simples y de afecto reducido», explicaría la mayor potencia cognitiva conseguida. En tercer lugar (coordinación y reducción de la deliberación en línea) apunta a mejoras en la planificación, coordinación, cognición colectiva y eficiencia, debidas al lenguaje (Clark, 1998: 170-171). El lenguaje permite hacer planes explícitos, tanto individuales como con los demás. Esto último permite coordinar las acciones y resolver problemas colaborando. En el caso individual, ofrece una estructura externa de control disponible para guiar las acciones futuras y para no despilfarrar recursos cognitivos reevaluando continuamente las decisiones, excepto si ello proporciona alguna ganancia. En cuarto lugar, cree que el lenguaje facilita el aprendizaje secuenciado: «Ciertas ideas solamente pueden ser entendidas cuando otras ya están en su lugar» (ibid.: 171). El lenguaje permite planes y programas

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La relatividad lingüística de estudio. De nuevo, liga esto con que el lenguaje público es lo que permite que la cognición humana sea colectiva. En quinto lugar, señala el poder del lenguaje para potenciar la atención y mejorar la distribución de recursos (ibid.: 172-173). La formulación lingüística ayuda a enfocar, supervisar y controlar la acción, por ejemplo, en la repetición mental de instrucciones. Esta idea es central en los estudios de Vygotski y Luria sobre el lenguaje egocéntrico del niño y su posterior transformación en lenguaje interiorizado. En sexto y último lugar, apunta al papel del lenguaje en la manipulación y representación de datos. Aquí se manifiesta de la manera más clara la idea de mente extendida o externismo de los procesos mentales, pues la idea es que el razonamiento complejo se vería potenciado gracias a la ayuda de textos: Este último beneficio se relaciona de modo directo con el texto efectivo. A medida que construyo este capítulo, por ejemplo, estoy continuamente creando, poniendo a un lado y reorganizando trozos de texto. Tengo un archivo que contiene todo tipo de esbozos y fragmentos, almacenados a través de un largo periodo de tiempo, que pueden venir a cuento en la discusión. Tengo textos fuente y artículos llenos de notas y apuntes. A medida que (literalmente, físicamente) muevo esas cosas, interactuando primero con una, luego con otra, haciendo nuevas notas, apuntes y planes, la forma intelectual del capítulo crece y se solidifica. Es una forma que no emerge totalmente desarrollada a partir de cogitaciones internas. En vez de eso, es el producto de una secuencia sostenida e iterada de interacciones entre mi cerebro y una variedad de artilugios externos. En esos casos, quisiera decir, una buena parte del pensar efectivo involucra giros y circuitos que van por fuera de la cabeza y a través del entorno local. (Clark, 1998: 173)

Aquí se acaba la enumeración de funciones supracognitivas del lenguaje que ilustran la tesis de que el lenguaje, como norma general, aumenta, potencia, facilita o complementa las capacidades cognitivas humanas, pero no las hace surgir y ni siquiera las reconfigura notablemente. Sin embargo, Clark hace una importante concesión a versiones más fuertes de ICL según las cuales ciertos rasgos cognitivos aparecen con el lenguaje, dependen esencialmente del mismo y se producen en el medio de la lengua, gracias a que esta está directamente implicada en el asunto, pasando a lo que Carruthers llama la «concepción cognitiva» del lenguaje. Se trata de la metacognición, la capacidad característicamente humana de pensar sobre el pensar, que incluye «reconocer un fallo en nuestro plan o argumento, y dedicar ulteriores esfuerzos cognitivos a remediarlo; reflexionar sobre la poca fiabilidad de nuestros juicios iniciales en ciertos tipos de situación y proceder con especial precaución como resultado; llegar a ver cómo hemos llegado a una conclusión concreta examinando las transiciones lógicas en nuestro propio pensamiento; pensar bajo qué condiciones pensamos mejor e intentar provocarlas» (ibid.: 177). Ofrece además el esbozo de un mecanismo explicativo de cómo el lenguaje podría afectar (en este caso, determinar) ese dominio mental. Con frecuencia, aunque se apunta a

El impacto cognitivo del lenguaje

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ciertos rasgos de la lengua como inductores de efectos cognitivos, no se aporta una hipótesis acerca de los supuestos mecanismos que median en la producción de tales efectos. El objetivo se reduce a construir una situación experimental donde la variable independiente es un rasgo lingüístico (posiblemente contrastante entre dos lenguas) y la variable dependiente es un rasgo cognitivo o conductual. Los mecanismos mediadores se sitúan en una caja negra cuyo contenido se supone que será desvelado por estudios de un nivel más básico. Aunque Clark apunta que tanto el lenguaje oral como el escrito proporcionan bases para la metacognición, parece que, dada su explicación, la escritura debería servir mejor que el lenguaje oral para propósitos metacognitivos14: Es fácil ver, en líneas generales, cómo esto podría suceder. Ya que tan pronto como formulamos un pensamiento en palabras (o en papel), se convierte en un objeto tanto para nosotros como para otros. En tanto que objeto, es el tipo de cosa sobre la que podemos tener pensamientos. Al crear el objeto, no necesitamos tener pensamientos acerca de pensamientos, pero, una vez que está ahí, surge inmediatamente la oportunidad de prestarle atención como a un objeto en sí mismo. El proceso de formulación lingüística crea así la estructura estable a la cual se dirigen pensamientos subsecuentes. (Ibid.: 177)

En este punto, Clark emplea una buena analogía con el desarrollo de un manglar. Habitualmente, la vegetación (el lenguaje) depende de que previamente exista un suelo (el pensamiento) sobre el que crecer. Pero en el caso de los manglares se invierten los términos. Semillas flotantes lanzan sus raíces al fondo marino, tras lo cual van siendo atrapados los detritus flotantes hasta formar una verdadera isla. Aquí la vegetación (el lenguaje) crea literalmente su propio suelo estable (el pensamiento metacognitivo). Este aspecto del pensamiento humano será vital cuando volvamos a Whorf y discutamos la plausibilidad de sus ideas. Whorf entiende la capacidad metacognitiva como la habilidad para comparar esquemas procedentes de lenguas distintas gracias a la experiencia consciente del multilingüismo. Esta sería, para él, la forma básica a través de la cual los efectos relativistas pueden contrarrestarse y por la cual el pensamiento, al menos en cierta medida, puede liberarse de la coerción que sobre él ejerce la lengua nativa. La idea de Clark es más amplia, al aplicarse también al hablante monolingüe. Las consideraciones de Clark sugieren una nueva distinción, esta vez entre versiones cuantitativas y cualitativas de la hipótesis del impacto cognitivo del lenguaje: ICLCUANT: El lenguaje AUMENTA algunas capacidades cognitivas humanas.

14   Un estudio sobre la metacognición que, a pesar de considerarla un fenómeno mental complejo en el que intervienen distintos sistemas cognitivos, no hace mención al papel del lenguaje y que, por tanto, la trata como un fenómeno autónomo con respecto al mismo, es Efklides (2008).

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La relatividad lingüística ICLCUAL: El lenguaje RECONFIGURA / HACE SURGIR algunas capacidades cognitivas humanas.

ICLCUANT parece una tesis débil (pero no trivial), ya que solo habla de potenciar ciertas capacidades que existen con independencia del lenguaje, aunque desde luego esa potenciación puede ser más o menos intensa. Se puede argumentar que las formas más intensas de ICLCUANT merecen la calificación de «fuertes», ya que pueden conllevar que los efectos en cuestión sean irreversibles. Por su parte, ICLCUANT parece una tesis fuerte y nada trivial, al afirmar que el lenguaje transforma el pensamiento, si bien el cambio puede ser más o menos sustancial. Aunque las ideas de Clark (1998) son afines a las de Vygotski, el primero incide en los aspectos cuantitativos del cambio, mientras que el segundo afirma explícitamente que «el lenguaje introduce cambios cualitativos» en el pensamiento (Vygotski, 1979: 57). Dentro de ICLCUANT se puede distinguir entre sostener que el lenguaje altera o reconfigura unas capacidades que existen antes del lenguaje, una postura que parece más bien influencista, y afirmar que el lenguaje hace surgir capacidades cognitivas nuevas, una tesis de claro sabor determinista, aunque todo depende de la importancia de las novedades para la dinámica cognitiva. Puesto que la idea central de Clark es que el lenguaje es una herramienta del pensamiento, podemos pensar la distinción anterior en términos de esa metáfora: un artefacto puede aumentar las capacidades humanas previas (pensemos en un telescopio, o en un microscopio), transformarlas de diferentes modos o hacer surgir capacidades totalmente novedosas. Por lo tanto, al distinguir entre ICL-F y ICL-D, deberían haberse distinguido, en rigor, tres cuestiones relacionadas con la intensidad del impacto cognitivo del lenguaje: a) La intensidad con la que el lenguaje aumenta (complementa, facilita, extiende, etc.) nuestras capacidades cognitivas prelingüísticas, sin modificarlas sustancialmente. b) La medida en la que el lenguaje altera o reconfigura dichas capacidades. c) La medida en la que el lenguaje es responsable de la aparición de nuevas formas de cognición. La postura de Vygotski podría encuadrarse en b). Así, no piensa que el lenguaje haga surgir la percepción (según él, habría formas naturales prelingüísticas de percepción), sino que las «formas superiores de la percepción humana» son lenguaje-dependientes (Vygotski, 1979: 58). A partir de la forma holística de la percepción inmediata, en el primer estadio (rotular las cosas con nombres) el lenguaje permitiría separar objetos de la situación percibida total (algo parecido a lo que sostuvo Condillac); en un segundo estadio, la función sintetizadora del lenguaje permitiría formas más complejas de percepción cognoscitiva, gracias a la estructura de frase. En el Capítulo III sostiene algo similar para la memoria; existirían dos tipos: uno natural (memoria inmediata) y otro que surge con el uso de signos (por ejemplo, palos con muescas, nudos o escritura).

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2.6. Lenguaje y visión del mundo 2.6.1. Dos paradigmas La versión de ICL (y de RL) más clásica y polémica destaca el impacto del lenguaje (y, sobre todo, de las lenguas particulares) sobre la visión del mundo: sobre la experiencia, la percepción, la categorización, la conceptualización, la representación o la ontología (los compromisos ontológicos) de los seres verbales, postulando, desde la perspectiva semiótica, una suerte de interpretación o incluso de construcción lingüística de la realidad que, cuando se pone el énfasis en lo que distingue a las lenguas, acarrearía una relatividad ontológica inducida por la diversidad lingüística15. Hasta ahora he supuesto que ICL es una tesis acerca de la relación binaria lenguaje-pensamiento. Sin embargo, según Lucy (1997), todas las propuestas sobre la relatividad lingüística (y lo mismo valdría para ICL) tienen en común el considerar tres elementos clave: lengua, pensamiento y realidad, ligados por dos relaciones: la lengua interpreta la realidad y a la vez influye en cómo se piensa acerca de esa realidad (Lucy defiende ICL-D; para ser neutrales usaré en los esquemas que siguen «afecta», que abarca a «influye» y a «determina»). El inicio de Boroditsky (2001) es paradigmático al respecto: «¿La lengua que uno habla afecta a cómo uno piensa acerca de la realidad?». Es importante incorporar los tres vértices del triángulo simbólico (Ogden & Richards, 1923: 11) en el debate sobre el impacto cognitivo del lenguaje, pues ello permite contrastar el triángulo clásico, con su momento fundacional en el De interpretatione y su expresión paradigmática en el Essay de Locke, con el que tiende a proponer el defensor de ICL (y, sobre todo, el defensor de la relatividad lingüística). Es significativo que Lucy aluda solo a las relaciones lenguaje-pensamiento y lenguaje-realidad, y que ni siquiera mencione la relación pensamiento-realidad. Esto supone un contraste casi perfecto con el comienzo del De interpretatione, donde la relación no mencionada (según algunos exegetas, porque se concibe como no originaria) es la que se da entre el lenguaje y la realidad. Conviene explicitar los esquemas de ambos triángulos:

triángulo clásico



p ensam iento

expresa



triángulo del «giro lingüístico»

lenguaje

p ensam iento

representa afecta realidad

lenguaje



es interpretada por realidad

15   Dentro de la filosofía analítica, Quine (1969) sostiene la relatividad ontológica de base lingüística.

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La relatividad lingüística Según el modelo clásico, el pensamiento representa la realidad, en tanto que pensable por nosotros, de un modo autónomo con respecto al lenguaje, el cual solo proporciona un instrumento convencional para expresar dicho pensamiento autónomo. En Locke, tanto el origen de las ideas (la sensación o la reflexión) como su dinámica (procesos mentales concebidos como operaciones sobre ideas, tales como combinarlas, compararlas o producir ideas más generales a partir de otras mediante la abstracción) son, en principio, independientes del lenguaje16. Por eso, la relación entre el lenguaje y la realidad (la de referir o designar) aparece, en ese modelo, como secundaria o derivada, como una composición de las relaciones que el lenguaje y la realidad guardan por separado con el pensamiento, el cual ejerce de elemento clave o bisagra. En cambio, en el segundo modelo es el lenguaje el que incorpora una cosmovisión o interpretación de la realidad, que es inducida (fomentada, si uno es influencista; impuesta, si uno es determinista) en la mente individual debido a que esta se ve afectada por el lenguaje. De ese modo, ahora es la relación entre el pensamiento y la realidad la que se considera secundaria o derivada, un subproducto de las relaciones de interpretar (entre el lenguaje y la realidad) y de afectar (entre el lenguaje y el pensamiento). Una expresión filosófica de esa idea afirma que la función fundamental del lenguaje es la de apertura del mundo, lo que implicaría el rechazo de «cualquier teoría que se niegue a aceptar la unidad interna de palabra y cosa» (Gadamer, 1975: 484). Para apreciar mejor el carácter derivado atribuido a la relación pensamientorealidad, empleo en el segundo triángulo la conversa de la relación de interpretar, la relación de ser interpretado por. Parece evidente que nos hallamos ante paradigmas diferentes acerca de la relación lenguajepensamiento-realidad. El primero atraviesa la historia de la filosofía desde Aristóteles hasta Kant y domina la filosofía de la mente y las ciencias cognitivas contemporáneas. El segundo, en su versión relativista17, tiene su momento inaugural en el giro lingüístico de la filosofía alemana poskantiana. Frente al trascendentalismo de Kant, la experiencia se considera ahora constituida por el lenguaje: «Hamann y Herder reprochan a Kant que se aferre a una razón “pura”, independiente del lenguaje» (Lafont, 1993: 25; cfr. también Dascal, 1992). Bickerton (1990, 2009) asume la versión semiótica de esta idea. El título de Wotjak (2006), Las lenguas, ventanas que dan al mundo, emplea una metáfora que atribuye a Cervantes: la lengua como una ventana. La metáfora sugiere ligeros cambios de perspectiva, según veamos el paisaje desde una u otra ventana, pero puede reforzarse de varios modos. Así, a veces lo que se ve desde una ventana no se ve 16   Aunque no totalmente; en el apdo. 2.2 vimos que muchos autores de esta tradición creen que el lenguaje tiene efectos tanto potenciadores como distorsionadores sobre nuestras ideas, lo que supone una irrupción del otro triángulo. Los triángulos describen tipos puros, más que propuestas históricas efectivas. 17   Como afirma John Lucy, el énfasis crucial para el relativista está en que «cada lengua involucra una interpretación particular, no una común, universal» (Lucy, 2000: x).

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desde otra, desde las ventanas más altas se ve más lejos, la vista desde algunas ventanas puede toparse con obstáculos, como edificios o árboles, que se disipan cuando nos asomamos a otras, unas ventanas dan hacia un lado y otras hacia otro, lo que cambia radicalmente el paisaje observado, etcétera. La metáfora, por otro lado, da por sentado que la realidad observada no es dependiente de la propia lengua, algo que muchos defensores del impacto cognitivo del lenguaje no estarían dispuestos a aceptar. Una versión más radical del triángulo cambiaría «interpretar» por «construir». Gadamer considera que no se debe entender que el mundo es independiente de la lengua y que esta se limita a interpretar una realidad objetiva previa. El mundo constituido por el lenguaje sería distinto del entorno en el que viven los animales. Este planteamiento suscita dudas acerca de si los animales viven, a diferencia de nosotros, en el mundo real, o acerca de si el mundo de las amebas es distinto del mundo de los elefantes, teniendo en cuenta que sus respectivas capacidades cognitivas son seguramente muy diferentes. Existe una notable ambigüedad en el debate en lo que afecta a las repercusiones ontológicas de la doctrina de la relatividad lingüística, que se deriva de cómo hay que entender la idea del impacto del lenguaje sobre la visión del mundo. La vaguedad de «mundo» se suma a las ya resaltadas de «pensamiento» y «lenguaje». En particular, aquí se le puede reprochar a Whorf una falta de sofisticación filosófica (cfr. García Suárez, 2011). Me limitaré a esbozar las opciones principales que se pueden adoptar, en la medida en que un relativista lingüístico no quiera permanecer neutral a este respecto, alegando que no desea entrar en jardines filosóficos. Desde el punto de vista semiótico, se podría afirmar que el lenguaje (esto es, cualquier lengua) crea el mundo a partir de la materia amorfa de la experiencia, con lo que estaríamos ante una suerte de idealismo lingüístico. Esta posible deriva antirrealista de ICL explica en gran medida la hostilidad de muchos filósofos hacia las formas de relatividad lingüística que parecen asumirla, ya que es el tipo de beligerancia que el realista suele mostrar contra el antirrealista. En el polo correspondiente del triángulo tendríamos entonces un mundo proyectado por el lenguaje, no un mundo independiente y prelingüístico. Pero también podría dejarse ahí el mundo real y autónomo, e insistir en que el lenguaje lo interpreta a su modo y manera, con sus categorías o modos de clasificarlo, que no necesariamente o siempre coinciden con las objetivas o naturales. Cuando avanzamos hasta la hipótesis relativista (tras añadir que las lenguas difieren «dramáticamente» en sus sistemas de clasificación), lo anterior se muestra en la ambigüedad de la idea de pluralidad de mundos. Cuando Sapir dice que quienes hablan lenguas distintas viven en mundos distintos, o cuando Steiner dice que cuando muere una lengua con ella muere un mundo, parece que se comprometen con un idealismo lingüístico relativizado a cada lengua. Sin embargo, la postura de Whorf es más oscilante y confusa. Como veremos en el apdo. 4.4.2, Whorf no parece asumir sin más una visión idealista de su doctrina, al menos no siempre. En muchos pasajes inclu-

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La relatividad lingüística so parece aceptar un realismo científico bastante ingenuo, según el cual las buenas teorías científicas son capaces de describir el mundo real tal cual es. Como mínimo, parece desprenderse de su obra una dicotomía entre la realidad objetiva e independiente de los seres humanos y de sus lenguas, y un mundo entendido como una construcción lingüística derivada de una cierta interpretación de esa realidad, en la que las categorías básicas de lo mundano son dictadas por la lengua. Diríase que la mayor parte de los neowhorfianos son agnósticos sobre este tema típicamente filosófico, y a menudo el filósofo cree detectar en ellos la misma falta de claridad que encuentra en Whorf. Resumiendo, desde un punto de vista ontológico, puede leerse ICL de un modo idealista que enfatice la idea de construcción del mundo, o de un modo realista que enfatice la idea de interpretación de la realidad objetiva. Y cuando se añade la premisa de que existe diversidad entre las lenguas en lo que concierne a esa construcción o interpretación, pasamos a las versiones relativistas de cada una de esas opciones, que subrayarían respectivamente la pluralidad de mundos o la pluralidad de interpretaciones. Pero es importante señalar que es posible sostener versiones universalistas de ambas ideas, que sostengan que, aunque las lenguas construyen el mundo o interpretan la realidad (o contribuyen a ello), lo hacen todas del mismo modo, porque todas se parecen.

2.6.2. La interpretación de Frege por parte de M. Dummett La interpretación de Dummett (1973) de las ideas de Frege lo presenta como un determinista lingüístico, al menos en lo que concierne al lado lenguaje-realidad del triángulo (además, un hablante competente incorporará en su mente las propiedades semánticas de su lengua). Según Dummett, la ontología básica fregeana, que consta de objetos y funciones, se justifica solo por criterios gramaticales (algo análogo subyace a la idea de «concepto formal» de Wittgenstein, 1922). Esas dos clases de entidades no serían más que trasuntos o reflejos en el plano referencial de las dos clases básicas de expresiones para Frege, los nombres y las expresiones funcionales. Como los primeros son expresiones completas, saturadas o sin huecos, y las segundas son expresiones incomple­tas, insaturadas o con huecos, los correspondientes referentes se considerarán del mismo modo como saturados (técnicamente, objetos) o insaturados (técnicamente, funciones) (Frege, 1891: 160). Algunas curiosidades de la ontología fregeana, como el tratamiento de lo verdadero y lo falso como objetos que constituyen la referencia de los enunciados asertivos, ilustran esa estrategia proyectiva: los enunciados no tienen huecos, luego sus referentes, sean lo que sean, cuentan automáticamente como objetos. Es curioso cómo Whorf defiende algo muy similar, aunque desde una perspectiva relativista y no universalista (cfr. también Benveniste, 1966): […] para nosotros un acontecimiento significa «lo que nuestra lengua clasifica como un verbo» o algo análogo. […] no es posible definir «acontecimiento, cosa, objeto, relación», etc., por medio de la naturale-

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za, y […] al definir estos conceptos siempre quedamos envueltos en un circuito que vuelve a las categorías gramaticales de la lengua que habla quien trata de definir los conceptos. (Whorf, 1940a: 244)

Pero sería disparatado considerar a Frege como un relativista lingüístico. Frege niega la relevancia de la diversidad lingüística, ya que las categorías semánticas de «nombre» y «expresión funcional» son lógicas y sirven para el análisis de cualquier lengua, natural o artificial, por lo que, si las categorías lingüísticas inducen una ontología de objetos y funciones, y en los hablantes una visión del mundo en esos mismos términos, lo hacen de un modo igualmente universal. Frege hace una concesión a la diversidad lingüística, al admitir un plano semántico formado por imágenes o reverberaciones mentales que denomina «color» (Färbung) y que incluye aspectos idiosincrásicos de cada lengua particular y, por ello, de difícil traducción. Pero los planos fundamentales del sentido y la referencia son intersubjetivos, translingüísticos y transmisibles sin pérdida en la traducción. Además, según Frege, las lenguas artificiales de la ciencia tratan de eliminar los efectos de color que son vitales en la poesía o en la elocuencia, razón por la cual considera que, cuanto más científico sea un discurso, más difícil será reconocer la nacionalidad de su autor.

2.6.3. Un problema para el nuevo paradigma: el origen del lenguaje y de las lenguas Un reto difícil al que se enfrentan los modelos que asumen el triángulo del giro lingüístico es explicar de un modo plausible cómo incorpora, en primer lugar, el lenguaje (en la versión semiótica del triángulo) y, en segundo lugar, las lenguas (en la versión relativista del mismo) la interpretación o interpretaciones alternativas de la realidad que a continuación adoptan los hablantes afectados. Si se dice que son ciertos humanos los que inventan las lenguas, ya sean humanos corrientes o individuos especiales, como sabios o poetas, se corre el riesgo de recaer en el viejo modelo, al menos para explicar su origen: algunos humanos decidirían inicialmente expresar en sonidos ciertas ideas forjadas previamente en sus mentes sin la ayuda del lenguaje, aunque los que heredan las palabras aceptarían de un modo pasivo las decisiones originales. Según Penn (1972), ante el problema del origen del lenguaje y de las lenguas sucumbieron primero Hamann, Herder y Humboldt, y luego Sapir y Whorf (en realidad, estos últimos no le prestaron mucha atención al problema). Si no se quiere recaer en el triángulo clásico, parece que hay que negar que el lenguaje (o una lengua concreta) pueda haber sido creado por una conciencia individual capaz de pensar primero lo que después decide expresar mediante palabras. Sin embargo, la explicación alternativa que sostiene que son el lenguaje o las lenguas antes que los individuos los intérpretes (o «constructores») de la realidad parece implicar una extravagante personificación del lenguaje o de las lenguas, atribuyéndoles la capacidad de interpretar (o construir) la realidad por iniciativa propia.

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La relatividad lingüística Apoyándose en la metáfora orgánica, los románticos tendieron a pensar que el lenguaje se desarrolla autónomamente y fueron contrarios a los intentos de mejorar las lenguas (en particular, la alemana) basados en el presupuesto ilustrado del poder de la razón para la mejora del ser humano, en especial del instrumento básico para la expresión de la razón. Brown (1967: 24) afirma que las teorías expresivistas sobre el origen espontáneo del lenguaje, frente a las que, como Locke al comienzo del Libro III del Essay, consideran que este es una creación deliberada de la razón humana, pusieron las bases de la concepción romántica sobre el origen del lenguaje18. En el caso de Humboldt, este se opuso tanto a la tesis del origen divino del lenguaje como a la de su origen humano por decisión arbitraria e intencional. Su alternativa es una teoría del origen natural, según la cual el lenguaje sería un instinto intelectual de la razón (Navarro, 1996: 196). El debate sobre el origen del lenguaje es complejo y solo puedo traerlo aquí a colación tangencialmente. Hasta hace no mucho tiempo el tema fue proscrito en círculos académicos porque se creyó que era irresoluble por falta de evidencias empíricas, pero hoy en día es un fértil campo de investigación y de controversia, donde abundan las teorías alternativas19. En ocasiones se argumenta que el problema del origen de las codificaciones lingüísticas es más tratable dentro del modelo clásico, que sostiene que una condición de posibilidad para poder expresar algo con palabras es ser capaz de pensarlo ya antes sin ellas. De modo típico, Candau (2003) critica el modelo del «triángulo del giro lingüístico» por su incapacidad para dar cuenta del origen del lenguaje. Si bien Candau se ciñe al ámbito concreto del léxico del color, su argumento podría generalizarse para sostener la prioridad del pensamiento en el origen de cualquier otra clase de palabras: […] la hipótesis por la que las categorías de color estarían determinadas por categorías lingüísticas no explica el origen de estas categorías lingüísticas, con respecto al cual cabe pensar –una simple cuestión de sano

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  Tras citar a varios autores del siglo xviii , Brown afirma lo siguiente: Así como las teorías románticas de la producción literaria enfatizan […] el desbordamiento sin control del artista genial, las teorías expresivistas del origen del lenguaje implican la visión de que el lenguaje no solo fue originariamente instintivo e involuntariamente expresivo, sino que permanece así, [… que posee un] carácter emocional, irracional y ajeno al control de la Razón […]. Desde la creencia de que el lenguaje retenía algo de su naturaleza involuntaria […] no era difícil transitar al punto de vista de que el lenguaje mismo, más que los procesos afectivos que él expresa, estaba dotado de una vida propia sobre la que los poderes racionales del hombre tenían poca jurisdicción. Tal visión era fomentada por la analogía entre la lengua y un organismo biológico. […] Además, era bastante fácil pasar de la creencia de que la lengua expresa las emociones individuales a la creencia de que las lenguas expresan las características colectivas de las naciones. (Brown, 1967: 39)

19   Fitch (2010) es un estudio panorámico desde la lingüística evolutiva. Keneally (2007) es una introducción divulgativa a los debates actuales. Véanse también Bickerton (1990), (1995) y (2009), o Tomasello (2008).

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juicio– que estas no han caído de un cielo platónico: han sido necesariamente inducidas por percepciones y categorizaciones previas de las que la teoría evolucionista de la percepción de los colores da una explicación plenamente convincente. (Candau, 2003: 247)

Candau da a entender que el modelo clásico del lenguaje como una invención deliberada es el único plausible (una «cuestión de sano juicio») y que cualquier otra explicación de su origen cae necesariamente en el misterio o en el disparate. Ciertamente, las teorías románticas parecen hoy muy insatisfactorias. Para Hamann, el lenguaje es un Urfaktum, algo dado de modo primitivo (Penn, 1972: 50), e incluso juega con la idea del origen divino, lo que implicaría que los hombres se encontrarían ya hecho el trabajo de interpretación o construcción lingüística de la realidad y que Adán no habría tenido que molestarse en inventar la lengua adánica. Para las diversas lenguas, algunos románticos apelaron al no menos mítico Geist nacional. Los defensores de la prioridad del lenguaje reaccionan a veces a la defensiva, argumentando que el problema del origen es espurio. Según Gadamer, la lingüisticidad de la experiencia humana del mundo es inevitable, por lo que no podemos ni siquiera plantearnos cómo sería una situación ajena al lenguaje, lo que supone una vuelta a la idea del Urfaktum. Según él, como los humanos estamos ya siempre en el lenguaje, nuestros rasgos mentales no preexisten al mismo como algo que permitiría crearlo. Así, mantiene que plantear la cuestión del origen del lenguaje presupone ya el marco clásico, con un mundo prelingüístico dado de antemano que luego se describe lingüísticamente y la correlativa posibilidad de estudiar el lenguaje como un simple hecho susceptible de investigación empírica, objetivable y del que puede dar cuenta una ciencia del lenguaje (Gadamer, 1975: 536). A pesar de que ese tipo de respuestas me parecen inadecuadas por eludir el problema, hay algo en ellas que, a mi juicio, es rescatable. Aunque puede haber una importante dimensión filogenética del problema del impacto cognitivo del lenguaje y de las lenguas, acerca de cómo el pensamiento y el lenguaje humanos evolucionaron de un modo conjunto, para la mayor parte de las cuestiones que quiero plantear puede darse por sentado que existe algo como el lenguaje humano que se realiza en miles de lenguas humanas. Se trata, sobre todo, de dilucidar el impacto de ciertas facticidades actuales (el lenguaje y las distintas lenguas) sobre el pensamiento presente, con independencia de cómo hayan llegado a aparecer esas facticidades. Sin embargo, algo debe decirse sobre este asunto. Para empezar, esos problemas surgen para aquellos que quieran otorgar una prioridad absoluta al lenguaje, pero esto no es obligatorio ni, seguramente, aconsejable. La idea de la interdependencia lenguaje↔pensamiento vale también para la explicación del origen de ambos. La iniciativa de ciertas mentes individuales puede desempeñar un papel importante, al menos en lo que concierne a la cuestión del origen. A mi juicio, hay dos formas plausibles y bastante poco misteriosas de concebir, por un lado, el origen del lenguaje y, por otro, el de las

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La relatividad lingüística lenguas, de un modo compatible con el impacto cognitivo del lenguaje y con la relatividad lingüística. En ambos casos, se reivindica la idea de que al menos los humanos individuales actuales se encuentran con un lenguaje y unas lenguas ya hechos y, por lo tanto, no tienen que inventarlos por su cuenta ni, de hecho, tienen que tomar apenas decisión alguna al respecto. En primer lugar, si los defensores contemporáneos del carácter en gran medida innato del lenguaje tienen algo de razón (dejando de lado las diferencias entre ellos), al menos una parte de las lenguas no tiene que inventarla nadie, sino que viene preinscrita en la naturaleza humana. Eso explicaría, al menos, los aspectos universales del triángulo del «giro lingüístico». Como indiqué brevemente al comienzo de 2.5, Derek Bickerton defiende, desde la biología evolutiva, una versión de dicho triángulo según la cual hay un importante vínculo filogenético entre el lenguaje y el pensamiento humanos acerca de la realidad. De acuerdo con Bickerton, el lenguaje es un medio de representación antes que un instrumento para la comunicación. Frente al evolucionismo ortodoxo, que supone la continuidad hombre-animal, defiende sobre bases naturalistas y no teológicas una discontinuidad basada en la aparición del lenguaje en los humanos, el cual sería «lo que hace nuestros pensamientos significativos, lo que construye nuestras ideas en forma de todos estructurados», ya que, «incluso cuando creemos pensar en imágenes, el lenguaje es lo que reúne esas imágenes para hacer todos significativos, más que revoltijos desordenados» (Bickerton, 2009: 3-4). El planteamiento de Bickerton es estrictamente semiótico. Sería la especie en su conjunto la poseedora de los rasgos cognitivos que confiere el lenguaje. La sintaxis no solamente permitiría oraciones cuyas partes están conectadas entre sí por relaciones complejas, sino que lo mismo se transmite a los pensamientos correspondientes que, de ese modo, adquieren su carácter articu­ lado. En cuanto a las palabras, como tienen la propiedad del desplazamiento (la capacidad de referirse a lo no presente), transmiten esa misma característica a nuestros conceptos. Esta postura ilustra, por tanto, cómo la historicidad y la facticidad del lenguaje, e incluso la de la propia conexión del lenguaje con el pensamiento, podrían ser una historicidad y una facticidad evolutivas, y no las que resultan de las historias particulares de las naciones o las comunidades lingüísticas. En este marco, el lenguaje se concibe como un rasgo biológico más que cultural y por eso no tuvo que inventarse, sino que de algún modo evolucionó, en interacción con el resto del pensamiento. En realidad, Bickerton no se aleja demasiado del modelo clásico para explicar algunos aspectos del origen del lenguaje, aunque sí para explicar nuestra relación actual con el mismo. En Bickerton (2009) el paso de los sistemas de comunicación animal de nuestros ancestros al protolenguaje, donde habría análogos de palabras pero no sintaxis, se hace depender de que las capacidades cognitivas de algunos de tales ancestros fuesen capaces de responder, aunque fuera de un modo rudimentario, a la presión evolutiva conjeturada por él, la necesidad de acceder a la carne de la megafauna muerta por causa de la sequía, lo que

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haría necesario el reclutamiento de un gran número de individuos que pudiesen enfrentarse colectivamente (a pedrada limpia, según él) a carroñeros más poderosos, para lo cual era a su vez necesario utilizar signos, al principio de carácter improvisado, que representaran y comunicaran a los demás algo que no estaba presente de un modo inmediato para ellos. Bickerton sostiene que en un escenario así se puede esperar que los descendientes contasen pronto con cerebros mejor preparados para el protolenguaje desplazado y, como consecuencia, para el pensamiento desplazado, liberado de la tiranía de lo presente a la percepción. Lo que postula entonces es una interacción o dialéctica pensamiento↔len­ guaje en la filogénesis (el subtítulo de Bickerton, 2009 es: «cómo los humanos hicieron el lenguaje, cómo el lenguaje hizo a los humanos»), en la que se requiere cierta capacidad rudimentaria previa de pensar lo no presente para inventar signos con los que comunicar situaciones no presentes, aunque en la ontogénesis de los humanos modernos prevalecería una dependencia mucho más unilateral en la dirección lengua­ je→pen­samiento, esto es, una facilidad natural para movernos, gracias al lenguaje, en mundos nocionales o imaginarios. Por otra parte, en las teorías contemporáneas sobre el origen del lenguaje suele subrayarse que este es un sistema complejo, compuesto de múltiples componentes o aspectos que muy posiblemente no aparecieron todos de golpe y que tuvieron que integrarse a lo largo de nuestra historia evolutiva para dar lugar a lo que hoy tenemos: Todas las modernas teorías de la evolución del lenguaje proponen uno o más sistemas intermedios o «protolenguajes», que representan precursores evolutivos del lenguaje en su sentido completo, moderno. La mayoría de los estudios contemporáneos coinciden sobre la necesidad explicativa del protolenguaje: el lenguaje no irrumpió en el ser todo a la vez, como Atenea de la frente de Zeus, sino que se desarrolló en etapas, cada una de ellas sirviendo a alguna función propia. (Fitch, 2010: 9)

Eso en cuanto a cómo pudieron surgir los posibles aspectos innatos del lenguaje. Pero, en segundo lugar, hay que ser capaces de explicar cómo las lenguas se diferencian a través de sus historias particulares, sin apelar a la magia o a lo divino, o a un mítico espíritu de las naciones. Una opción obvia es que una lengua sea, al menos en parte, una obra colectiva en la que se decantan las prácticas históricas de muchas generaciones, de modo que cada nuevo individuo que la asimila accede, en efecto, a una realidad ya interpretada, adquiere ciertos prejuicios que pasan a constituir una segunda naturaleza, sin que esa interpretación sea impuesta o inventada, toda ella, por ningún individuo en particular, ni por la decisión premeditada de ningún grupo concreto de hablantes previos. El énfasis se pondría ahora en la socialización a través del aprendizaje de la lengua y en la conexión de esta con las formas de vida culturales. Podría ocurrir que el pensamiento individual tuviera el protagonismo diacrónicamente, ya que alguien tiene que inau­gurar un procedimiento y «salirse con la suya» (Austin, 1962: 72), esto es, usar las palabras de cierta manera por primera vez, lo que se-

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La relatividad lingüística guramente exige creatividad, iniciativa, esfuerzo, motivación o atención especiales, mientras que la lengua pública llevara las riendas sincrónicamente, puesto que los individuos reciben una lengua que no han creado y sobre la que tienen poca capacidad de innovación personal. En síntesis, existe bastante margen de maniobra para la defensa del modelo del giro lingüístico, tanto en su versión universalista como en la relativista. La postura de Candau está, en cierto modo, más alejada de las teorías contemporáneas sobre el origen del lenguaje que las que asumen la relatividad lingüística. Candau sigue la línea clásica según la cual los humanos crean artificial y deliberadamente las lenguas con propósitos prácticos relacionados con la vida en sociedad, gracias a que previamente cuentan con capacidades cognitivas autónomas bien establecidas que les permiten emprender tamaña empresa. La idea contraria, que tiene una versión innatista y otra culturalista, es que el individuo se relaciona con el lenguaje o con una lengua como con facticidades, ya sea la facticidad de la evolución del lenguaje, ya la de la historia social de las lenguas. Además, en ambas versiones se conjetura que lo que el individuo recibe no se forma entero y de golpe, sino que tiene una historia evolutiva o cultural. Reuniendo las dos explicaciones esbozadas de cómo puede surgir una interpretación lingüística de la realidad sin la intervención deliberada y consciente de nadie en particular, se podría postular una base instintiva o innata como soporte universal del lenguaje, y atribuir las diferencias entre las lenguas y variantes lingüísticas a factores contingentes, como los modos de vida concretos, el medio ambiente o incluso el mero azar. Por supuesto, un innatista radical insistirá en que lo fundamental del lenguaje depende de la biología, y un antiinnatista en que casi todo depende de contingencias culturales o históricas. El margen de libertad que esa situación deja al individuo para interpretar la realidad a su manera, o el grado de alienación lingüística que implica, es algo que merece la pena investigar.

2.7. Mala terminología Un modo de expresión inadecuado es un medio seguro de quedar atascado en una confusión. Echa, por así decir, el cerrojo a su salida. (Wittgenstein, 1953, § 339)

Podemos aplicar ahora algunas de las ideas que hemos discutido, a la vez que evaluamos la pertinencia de cierta terminología que se ha hecho común en el debate sobre la relación lenguaje-pensamiento. Una mala terminología puede ser el resultado de haber conceptualizado mal un problema (hablamos mal porque pensamos mal), pero puede tener también el efecto perverso de dificultar el avance de una investigación (una modalidad de impacto cognitivo del lenguaje: pensamos mal porque hablamos mal). Este tema es una constante de la reflexión filosófica, la preocupación por los efectos perturbadores del lenguaje sobre el

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pensamiento teórico, en forma de generación de pseudoproblemas, falsas teorías o embrujos del lenguaje (véase el apdo. 2.2). Es frecuente encontrar, en los estudios contemporáneos sobre la Hipótesis de Sapir-Whorf, una distinción similar a la formulada en el apdo. 2.3, en función de la intensidad del impacto cognitivo de las lenguas. Los neowhorfianos suelen defender que el impacto de las lenguases es de una intensidad menor que la prevista por Sapir y por Whorf (según las interpretaciones más radicales de esos autores). En mi terminología serían entonces, con respecto a la cuestión del impacto cognitivo del lenguaje, influencistas lingüísticos, y algunos argumentan que, correctamente interpretados, o en sus momentos más moderados y sensatos, Sapir y Whorf también lo fueron. Por otra parte, he venido defendiendo que ICL es solo un componente de RL o, si se quiere, una premisa necesaria en los argumentos a favor de la relatividad lingüística. Autores como Clark, Jackendoff, Bickerton o Carruthers defienden versiones más o menos moderadas de ICL, pero rechazan RL o son indiferentes con respecto a esa otra hipótesis. Por eso, parece equivocada la extendida práctica (que parece remontarse a Lenneberg, 1953) de usar la etiqueta «determinismo lingüístico» como nombre de la versión fuerte de la Hipótesis de Sapir-Whorf y «relatividad lingüística» para la versión débil, práctica contra la que seguramente es inútil luchar desde aquí, pero que es de esperar que desaparezca por sí sola a medida que los problemas se esclarezcan. Repitámoslo: se puede defender que el lenguaje determina o incluso constituye el pensamiento o algunos de sus aspectos y ser un universalista (por tanto, un antiwhorfiano) en lo cognitivo, esto es, rechazar de plano que el pensamiento así determinado sea relativo a cada lengua. Esa forma de determinismo lingüístico implica únicamente que el pensamiento es relativo al lenguaje en tanto que capacidad humana universal, esto es, la tesis de la relatividad semiótica. Propongo usar «determinismo lingüístico» e «influencismo lingüístico» (etiqueta no usada habitualmente) como nombres de las versiones fuerte y débil, respectivamente, de ICL, con total neutralidad en relación con la cuestión de la diversidad cognitiva (y de la diversidad lingüística). A la vez, propongo usar «relatividad lingüística» para la idea de que el impacto cognitivo varía de lengua a lengua, de un modo neutral ahora con respecto a la intensidad del impacto, permitiendo distintos grados de radicalidad en la defensa de RL. La práctica terminológica usual mezcla dos problemas que son completamente distintos: el de la intensidad de los supuestos efectos cognitivos del lenguaje (determinismo vs. influencismo vs. autonomismo) y el de si esos efectos, con independencia de cuál sea su intensidad, varían de una lengua a otra (relatividad lingüística vs. impacto semiótico). La falta de claridad terminológica se arregla a medias por medio de las etiquetas «fuerte» y «débil», pero no del todo, ya que, como estamos viendo, hay una variedad de dimensiones diferentes que hacen más o menos radical o moderada una defensa de la tesis de que existe una conexión interesante entre el lenguaje y el pensamiento. Por otra parte, un exce-

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La relatividad lingüística so de terminología donde no es necesario puede resultar un estorbo, y seguramente sería prudente no multiplicar los términos y las distinciones sin necesidad. En todo caso, parece mejor contar con más distinciones de las necesarias que con menos. Y, sin duda, lo peor de todo es tener que enfrentarse a un problema difícil armados con malas distinciones. Las que aquí se proponen pueden resumirse del modo siguiente (dejando de lado cuestiones como la globalidad vs. parcialidad, el carácter cuantitativo vs. cualitativo, el carácter unilateral vs. dialéctico, o el carácter constitutivo vs. no constitutivo del impacto del lenguaje):

+ Diversidad lingüística = Determinismo relativista Determinismo lingüístico – Diversidad lingüística = Determinismo universalista



Influencismo lingüístico

+ Diversidad lingüística = Influencismo relativista – Diversidad lingüística = Influencismo universalista

2.8. Los mecanismos lingüísticos También se puede plantear desde una perspectiva semiótica (esto es, transversal a las lenguas particulares) la cuestión de los aspectos del lenguaje que hay que postular como posibles inductores de tal o cual impacto cognitivo. Conviene preguntar, ante una determinada postura a favor o en contra de ICL, qué se entiende por «lenguaje», teniendo en cuenta que el término no se usa del mismo modo por parte de todos los participantes en el debate. Algunos autores poseen un modelo teórico que decide qué es el lenguaje, cuáles son sus componentes y cómo se relacionan entre sí. Otros no asumen un modelo muy definido. Algunos lo tratan como un dominio separable de otros ámbitos, como el pensamiento y la cultura, e incluso como un dominio divisible a su vez en subsistemas independientes, «cada uno con una función diferente, un sustrato neural y genético diferente, y, potencialmente, una historia evolutiva diferente», en una «aproximación multicomponente al lenguaje» (Fitch, 2010: 17-18). En cambio, Lucy (2010) ve el lenguaje como un todo integrado y defiende que hay que contemplar de un modo global la influencia de una lengua sobre el pensamiento, idea que atribuye a Whorf y a Vygotski. Su hipótesis es que los factores sistémicos son los que provocan un mayor impacto cognitivo (Lucy, 2010: 271272). Ocurre aquí algo similar a lo que ocurría con el pensamiento, donde hay enfoques más modulares y otros más holísticos. Por otro lado, puede verse el lenguaje (los «juegos de lenguaje») como algo no

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autónomo, inseparable de las formas de vida de una comunidad (Wittgenstein, 1953), o imbricado en la cultura de sus hablantes (Everett, 2005: 622). Una dificultad relacionada reside en que no hay acuerdo acerca de dónde acaba el lenguaje y empieza el pensamiento. Ya he dicho que a veces el autonomismo estrecha el concepto de lenguaje hasta reducirlo a su dimensión fonética, dejando el significado como parte del pensamiento e identificándolo con el sistema conceptual, aunque lo tradicional (y más dentro de la tradición filosófica) es considerar el significado como una parte esencial del lenguaje, como la dimensión semántica del mismo. Como quiero cartografiar una amplia región del espacio lógico, no trataré de delimitar de antemano a qué debe llamarse «lenguaje», ni qué subdominios lingüísticos se deben distinguir. Los debates clásicos apuntan al léxico o a la gramática, en estrecha relación con la codificación semántica, pero se puede explorar cualquier aspecto del lenguaje, en busca de efectos cognitivos causados por factores fonológicos, léxicos, sintácticos, semánticos, pragmáticos e incluso discursivos, retóricos o estilísticos, lo que da lugar a distintas versiones de ICL20. También se han señalado efectos cognitivos específicos de la escritura (véase el apdo. 4.4.9). Y dedicaré el Capítulo 5 a un dominio que a veces se sitúa dentro de la semántica y otras veces dentro de la pragmática, el de las metáforas lingüísticas. Las distintas posibilidades no son excluyentes, ya que puede darse una combinación de efectos cognitivos provenientes de diversos dominios, niveles o modalidades del lenguaje. Por otra parte, no parece que estemos ante dominios homogéneos, sino que, de modo análogo a lo que ocurría con los dominios mentales, es posible distinguir subdominios lingüísticos. Por ejemplo, lo habitual no es plantear si hay en general una influencia del léxico sobre la percepción del color, sino si existe específicamente una influencia del léxico del color sobre la cognición cromática. Lo anterior se refiere a las causas lingüísticas últimas de los efectos cognitivos postulados. Ahora bien, no basta con señalar los aspectos del lenguaje que se consideran inductores de posibles efectos cognitivos. Debería ser posible reconstruir los detalles de los mecanismos que explican el cómo de la conexión, de modo que esta deje de aparecer como misteriosa. Ya vimos cómo Clark esboza al menos una explicación para el caso de la metacognición, o cómo Carruthers postula un cierto mecanismo para el pensamiento no específico de dominio. Pero en buena parte de la literatura existe un vacío en este punto fundamental. Se apela como evidencia a juicios de similitud, tiempos de reacción ante

20  Para Lucy «[l]as propiedades del lenguaje en cuestión son usualmente morfosintácticas (pero pueden ser fonológicas o pragmáticas)» (Lucy, 2000: x). Pero el nivel morfosintáctico se imbrica, para él, con el semántico: «configuraciones morfosintácticas de significado». En cuanto a la postura más clásica, aunque Whorf a veces apela al léxico, incide sobre todo en los aspectos estructurales, esto es, gramaticales (Fishman, 1960: 171).

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La relatividad lingüística ciertos estímulos, efectos sobre la memoria, etc., que serían indicios de que cierto dominio lingüístico afecta (no se sabe bien de qué modo) a cierto dominio mental. Distintos mecanismos pueden abocarnos a una versión más fuerte o más débil de ICL. Para el caso clásico del impacto del léxico de color sobre la percepción del color, podemos ver, en primer lugar, la postura de autores de vocación universalista que quieren hacer mínimas concesiones a la idea del impacto lingüístico: Kay y Kempton […] hallan un efecto del lenguaje sobre la cognición del color. Comparan los juicios de similitud de hablantes del inglés, que tiene palabras distintas para «green» y «blue», y del tarahumara, que […tiene] un único nombre para una categoría más amplia […]. Hallan un aumento de la disimilitud de color en la frontera verde/azul en los hablantes de inglés, pero no en los tarahumaras, lo que sugiere que las distinciones lingüísticas pueden acentuar las diferencias perceptivas. ¿Cómo podría ocurrir esto? Una opción es la «estrategia nominativa». La vista de un color activa el nombre que se usa ordinariamente para etiquetar ese color […] y entonces, al comparar dos colores, se compararían también sus nombres. Colores con distintos nombres parecerían más diferentes que colores con el mismo nombre, debido a que los nombres intervienen en el proceso de comparación. Nótese que este sería un efecto en línea. La influencia ocurriría durante el acto de percepción. Otra posibilidad, más acorde con la propuesta original de Whorf, es que el uso habitual de una lengua cambie de modo permanente nuestro aparato perceptivo: las distinciones del lenguaje quedarían «grabadas» en la maquinaria perceptiva […] y sería mediante esos cambios permanentes […] como el lenguaje afectaría a la percepción. (Regier et al., 2010: 174)

Ahí se sugiere que es implausible que el lenguaje altere la percepción en sus niveles más primarios o físicos. En esa idea se apoya Pinker (2007) para argumentar que en casos como este nos encontramos ante efectos poco interesantes (véase el quinto de los efectos «banales» señalados en 2.1). La idea es que la única razón por la que a un hablante que tiene dos nombres le parecen menos semejantes dos colores que a uno que tiene un solo nombre para ambos sería que el primero no les llama igual, aunque no detecta ninguna otra diferencia. Pero se puede replicar que en dominios cognitivos más profundos de la cognición cromática, como la categorización del color o la memoria del color, es posible postular mecanismos plausibles que expliquen cómo se produce un impacto significativo del léxico, como hace un declarado neo­ whorfiano: En el caso del color […] distinción importante sobre los tipos de efectos lingüísticos que cabría esperar que afecten a la cognición. Si el lenguaje tiene un efecto, será probablemente en la codificación categorial de la experiencia o en el almacenamiento de tales categorías. La percepción directa de nivel inferior es menos probable que se vea afectada. Tener palabras para rojo, azul y verde es improbable que afecte a

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los procesos neurales que envían señales desde los receptores de color de la retina hacia las áreas del córtex visual que procesan esas señales para la percepción del color. Sin embargo, la organización del color en la memoria bien podría verse afectada. Podemos imaginar fácilmente efectos de la nominación del color sobre el procesamiento neural de la categorización del color. (Gordon, 2010: 202)

Como ilustración anecdótica de los distintos mecanismos lingüísticos que se pueden postular para explicar un cierto efecto cognitivo, se puede contrastar, dentro de la literatura de ciencia ficción, Babel-17 (1966), de Samuel Delany, con Tiempo de cambios (1971), de Robert Silverberg. En ambos casos se relaciona el concepto de yo (o la identidad personal) con el uso de mecanismos lingüísticos que señalan al hablante. Pero, en el primer caso, el pronombre y otras formas de codificar la primera persona están ausentes de la gramática de la lengua del personaje, y con ellas, según se supone en la novela, el concepto de yo, mientras que, en el segundo caso, existen recursos convencionales, pero su uso queda proscrito en casi cualquier contexto por descortés y obsceno (una forma pecaminosa de exhibicionismo que debe ser purgada ritualmente), esto es, por razones pragmáticas, asumiendo que las máximas de cortesía son parte de la pragmática. Por lo tanto, tendríamos un parecido efecto postulado (aunque de distinta intensidad: la ausencia vs. la atenuación de la idea del yo), pero un distinto mecanismo lingüístico considerado responsable. Así como antes distinguí entre versiones globales y parciales en relación con los dominios cognitivos posiblemente afectados por el lenguaje, distinguiré ahora entre versiones totales y parciales en relación con los dominios del lenguaje supuestamente implicados en la producción de los efectos. La idea de una influencia holística del lenguaje sobre el pensamiento puede concebirse como una forma particular de ICTOT. ICTOT:

ICPAR:

Todos los (sub)componentes del lenguaje afectan al pensamiento. Algunos (sub)componentes del lenguaje afectan al pensamiento.

Variantes: fonética [ICFON] fonológica [ICFONOL], escritural [ICESC], léxica [ICLEX], gramatical [ICGRA], semántica [ICSEM], pragmática [ICPRAG], metafórica [ICMET], estilística [ICEST], etcétera.

La distinción de versiones de ICL según el alcance (los dominios cognitivos afectados) quiere paliar la equivocidad de «pensamiento», mientras que la distinción de acuerdo con los mecanismos lingüísticos involucrados quiere hacer lo propio con la vaguedad de «lenguaje». Las hipótesis más manejables serán aquellas en las que esté claro cuáles son los relata. Un caso paradigmático es el de Carruthers (2002), quien, al hablar de «concepción cognitiva del lenguaje», defiende una versión específica en la que por «lenguaje» entiende el nivel sintáctico de la forma lógica (y luego la fonología) y por «cognición», el pensamiento no específico de dominio (y luego la conciencia).

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La relatividad lingüística Lo más común es apostar por mecanismos gramaticales, hasta el punto de que la relatividad lingüística clásica podría llamarse Hipótesis de la Relatividad Gramatical, pero otras posibilidades son exploradas actualmente en la literatura especializada. Algunos mecanismos lingüísticos parecen, en principio, marginales de cara a plantear un impacto cognitivo no trivial. Así, Greenberg afirma que la fonología es el aspecto más autónomo y autocontenido del lenguaje, y por ello el más difícil de correlacionar con otros fenómenos. Así, pregunta retóricamente «¿Con qué hechos culturales o de otra clase estaría conectado el contraste entre consonantes aspiradas y no aspiradas en una lengua?» (Greenberg, 1954: 5). Pero a continuación él mismo cita un intento de relacionar los caracteres francés y alemán con los sistemas de sonido de las lenguas respectivas21. En una línea afín al neowhorfismo se ha sugerido, por ejemplo, que los hablantes de lenguas que poseen vocales cortas y largas podrían determinar la duración del tiempo con más exactitud que los de lenguas en las que la duración vocálica no tiene valor fonémico (Shaff, 1964: 130). Como transición al Capítulo 3, podemos tratar brevemente aquí la cuestión de la relación entre el posible impacto semiótico de los mecanismos generales y el derivado de su diversificación, en un dominio no muy problemático como el de la fonología. Aquí la diversidad lingüística es destacable, tanto cuantitativa como cualitativamente. Con respecto a lo primero, el rango de sonidos distintivos, según Crystal (2000), va desde los 11 del rotokas hablado en Papua Nueva Guinea a los 112 del !xoo hablado en Botsuana. Levinson (2003a) eleva el máximo hasta 141. En cuanto a la diversidad cualitativa, el caso más impactante es el de las lenguas koishan (o «joisanas», como las llama Moreno Cabrera, 1990) del sur de África, que hacen uso masivo de clics o chasquidos. La lengua !xu posee hasta 48 sonidos clic distintos, lo que resulta asombroso desde nuestro punto de vista: «Si las lenguas khoisan se hubiesen extinguido antes de que los lingüistas las hubiesen analizado, es improbable que hubiésemos adivinado alguna vez que los seres humanos utilizan un rasgo aparentemente menor del sistema fonológico para producir efectos tan complejos» (Crystal, 2000: 71-72). Más radicalmente, Evans & Levinson (2009: 430) señalan que las 121 lenguas de signos documentadas del mundo no usan sonidos en absoluto, sin que ello les impida ser lenguas perfectamente viables. Además, aunque admiten que puede haber restricciones debidas al tracto vocal y al sistema auditivo en los sonidos que forman parte de los sistemas fonológicos de las lenguas humanas, subrayan la diversidad cualitativa que de hecho existe, y cuestionan incluso que haya una base universal

21   Bally (1944). La célebre frase atribuida a Carlos V parece basarse en la fonología (hay varias versiones de ella): «Uno debe hablar español con Dios, italiano con la amiga, francés con el amigo, alemán con los soldados, inglés con los patos y bohemio con el diablo». Rousseau (1781) defendió que la lengua italiana era más apta para expresar los afectos que la francesa, gracias a su mayor musicalidad.

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por debajo de esa diversidad aparente, apostando por un modelo en el cual las lenguas pueden reclutar para sus sistemas de sonido detalles fonéticos que varían de modos casi ilimitados. Aun ignorando esa postura ultrarradical y aceptando que la fonología es un ámbito en el que a la superficial diversidad subyace la universalidad de ciertos parámetros generales, el margen de variación parece lo suficientemente grande como para resultar destacable, si tuviese alguna repercusión cognitiva. Pero se podría replicar que lo importante es, en realidad, que el medio o modalidad fundamental de las lenguas humanas sea la oralidad, o incluso algo todavía más abstracto, como que todas proporcionen recursos para hacer «sensoperceptible» el pensamiento (Wittgenstein, 1922, proposición 3.1). Como vimos en el apartado 2.5, Jackendoff, Carruthers y Clark apelan, cada uno a su modo, a la interpretación fonológica como base del impacto del lenguaje sobre la conciencia, con posibles repercusiones ulteriores en otros dominios cognitivos. Sin embargo, se trataría de un impacto semiótico, esto es, transversal a las lenguas, a toda la diversidad de sistemas de sonido. Por tanto, incluso aunque Greenberg (1954) tuviera razón al sugerir que no es de esperar que la diversidad en los sistemas de sonido produzca un impacto cognitivo diferencial digno de estudio, no es tan seguro que lo mismo se pueda decir con respecto al impacto cognitivo universal o semiótico del nivel fonológico, que es el tipo de impacto que se ha tratado de aclarar en este capítulo.

3

La diversidad lingüística

3.1. Diversidad lingüística y relatividad lingüística Nos enfrentamos ahora con la Premisa 2 del argumento general a favor de la relatividad lingüística esbozado en el apartado 1.3. La tesis de la diversidad lingüística (DL) versa acerca del lenguaje, aunque sus partidarios radicales tienden a minimizar el hecho-lenguaje y a resaltar lo variado de sus manifestaciones. En cambio, la hipótesis de la relatividad lingüística (RL) versa sobre la relación entre la diversidad lingüística y la diversidad cognitiva, y sostiene que hablar de modos diferentes conduce a pensar de modos también distintos. Resulta metodológicamente conveniente separar con claridad DL de RL (y de ICL), ya que se puede creer que existe una gran diversidad potencial entre las lenguas humanas negando a la vez que haya efectos cognitivos del lenguaje dignos de ser resaltados, ya sean universales o específicos de cada lengua. Por ejemplo, la diversidad lingüística podría ser un efecto y no una causa de la diversidad cultural o cognitiva. Existen dos rutas para bloquear el argumento relativista: atacando la primera premisa (ICL) o atacando la segunda (DL). Algunos detractores de la relatividad lingüística disparan a ambas indiscriminadamente, lo que produce bastante confusión. Dicho lo anterior, aquí la diversidad lingüística no importa tanto por sí misma como por su posible repercusión sobre otras diversidades, en el plano cognitivo, de la acción y de la cultura, por lo que será casi inevitable deslizarse desde la cuestión de la diversidad lingüística a la pregunta por la plausibilidad de la hipótesis de la relatividad lingüística. Para la teoría de la traducción es distinto asumir la diversidad lingüística o la relatividad lingüística como trasfondo. En el primer caso, el problema reside en explicar cómo se puede vencer una diversidad en el modo de expresar un pensamiento que es potencialmente compartible

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La relatividad lingüística y autónomo o no constituido lingüísticamente. Pero aceptar la relatividad lingüística podría significar arrostrar una dificultad mayor: la de cómo aproximar dos sistemas de pensamiento diferentes que dependen constitutivamente de la propia lengua en la que se expresan. Una teoría de la traducción basada solamente en la diversidad lingüística podría tratar de compensar las diferencias expresivas entre la lengua fuente y la lengua destino sin la mala conciencia de estar tratando con sistemas de pensamiento que tal vez son inconmensurables en principio. La traición a la que se alude en el lema traduttore traditore sería mucho más grave en el segundo caso. El debate sobre la diversidad lingüística no parece susceptible de ser abordado a priori o desde una perspectiva puramente filosófica, aunque para algunos propósitos puede ser relevante inventar casos de diversidad, como ocurre en la ciencia ficción o en la filosofía del lenguaje, donde es usual imaginar expresiones cuyo significado contrasta de algún modo con el de las nuestras. Se trata de un tema polémico, que continúa provocando sonados desencuentros entre los lingüistas. La investigación empírica no ha dicho la última palabra en este campo, entre otras cosas porque, frente a lo que podría creerse, la mayoría de las lenguas carece de descripciones sistemáticas; según Evans & Le­ vinson, solo el 10 por 100 de ellas posee descripciones en forma de diccionarios y gramáticas. Además, la consideración de la diversidad lingüística para fines ulteriores (filosóficos o psicológicos) se ve dificultada por el carácter técnico de la literatura y por la pluralidad de modelos y métodos en lingüística. El problema básico reside en que el lenguaje es complejo y en que no contamos con una teoría consensuada, o incluso un esbozo de tal teoría, sobre todos sus aspectos o niveles que sirva como marco de referencia desde el que proceder de un modo neutral a la comparación. Hay incluso quien duda de que un marco general sea factible y sugiere que cada lengua debe ser descrita en sus propios términos. Por su parte, algunos de los enfoques teóricos que defienden la similitud de las lenguas asumen que muchas diferencias aparentes se resuelven en uniformidades en un nivel más profundo o abstracto, lo que hace difícil demostrar empíricamente la diversidad lingüística de un modo claro y definitivo1. Crystal (2000: 69-79) ofrece una amplia gama de ejemplos de diversidad lingüística, en una visión panorámica orientada a contrastar las lenguas europeas con lenguas «exóticas», bajo el supuesto más o menos plausible de que así se revelarán las diferencias más profundas. También Evans & Levinson (2009) afirman que las lenguas de la misma familia son estructuralmente «primas cercanas». Y Whorf 1   El considerar la unidad del lenguaje humano o la diversidad lingüística como algo obvio puede ser la consecuencia de seguir una cierta metodología. Lo primero puede resultar de adoptar, como Chomsky, un «enfoque deductivo», que va del lenguaje a las lenguas; lo segundo puede surgir de adoptar, como Boas o Evans & Levinson, un «enfoque inductivo», que va de las lenguas al lenguaje (Mendívil, 2011: 5). Moure (2001) resalta las dificultades metodológicas del estudio comparativo de las lenguas.

La diversidad lingüística

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introduce el problemático concepto de lengua SAE (Standard Average European), como si todas las lenguas europeas fuesen equivalentes. Pero también puede ser interesante para el debate ulterior acerca de la relatividad lingüística contrastar lenguas próximas histórica, cultural y genéticamente, como el español y el alemán, o el español y el inglés, que contienen préstamos mutuos, así como préstamos de las mismas otras lenguas (el latín, el griego, el francés o el inglés), y en dominios lingüísticos que parecen relativamente fáciles de comparar como el léxico (cfr. Wotjak, 2006, Parte II, cap. 3: «Coincidencias, convergencias y divergencias en el léxico entre el español y el alemán»). A mi entender, aunque se han ofrecido argumentos bastante potentes a favor de la existencia de universales lingüísticos no triviales, o de restricciones a la diversidad lingüística derivadas de factores biológicos, la acumulación de estudios que comparan lenguas según una variedad de dimensiones (a veces con el fin último de demostrar la relatividad lingüística) apunta con plausibilidad creciente a que las lenguas humanas difieren de modo notable en aspectos que podrían ser relevantes para la cuestión de la relatividad lingüística. Sin embargo, esta cuestión sigue siendo muy controvertida, y son muchos los lingüistas que siguen minimizando las diferencias entre las lenguas hasta considerarlas irrelevantes, como también son muchos los que maximizan las diferencias hasta el extremo de no admitir que haya algo común o transversal a todas las lenguas. La mejor forma de mostrar que se pueden separar las cuestiones de la diversidad lingüística y de la relatividad lingüística es señalar que fueron separadas efectivamente en textos influyentes como el De interpretatione de Aristóteles, momento fundacional en el que se esboza el triángulo lenguaje-pensamiento-realidad (cfr. Kretzmann, 1974): […] los sonidos vocales son símbolos de las afecciones del alma, y las letras lo son de los sonidos vocales. Y, así como la escritura no es la misma para todos, tampoco los sonidos vocales son los mismos. Pero aquello de lo que estos son primariamente signos, las afecciones del alma, son las mismas para todos, y aquello de lo que estas son imágenes, las cosas reales, son también las mismas. (Aristóteles, 1999: 155)

En ese breve fragmento se formulan, en rápida sucesión, ocho tesis, cuatro sobre las relaciones entre los factores implicados (letras, sonidos, afecciones del alma y cosas reales) y cuatro sobre la universalidad o diversidad de esos factores: si son o no iguales para todos los individuos o pueblos. Es destacable que Aristóteles separe la cuestión de la diversidad lingüística, que asume al menos para la parte más externa del lenguaje (los sonidos y las letras), de las tesis de la diversidad mental y de la diversidad ontológica, que rechaza de plano como parte de su campaña antisofística. Y, aunque establece que la relación entre las palabras y las afecciones del alma es convencional, funda en una relación no arbitraria ni dependiente en modo alguno del lenguaje, la semejanza, el vínculo entre lo mental y lo real. El texto sugiere un argumen-

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La relatividad lingüística to basado en la diversidad lingüística, a favor del vínculo convencional entre las palabras y sus significados, que tendrá fortuna histórica y que se formula de un modo más explícito en Locke (1690)2: P1. S  i hubiera un vínculo natural entre sonidos e ideas, todos los humanos hablarían la misma lengua (no habría diversidad lingüística). P2. P  ero no es cierto que todos los humanos hablen la misma lengua (existe DL). C. L  uego (por modus tollens) no existe un vínculo natural entre sonidos e ideas.

El vínculo entre las palabras y las ideas se considera arbitrario, lo que implica la irrelevancia de las palabras para la dinámica mental: la diversidad lingüística no tendría un impacto diferencial sobre la mente de los respectivos hablantes, ni provocaría diferencias en sus visiones del mundo. El tránsito desde DL hasta RL discurre a través de ICL. Incluso si se demuestra que existe mucha diversidad lingüística, eso solo tendrá consecuencias para la cuestión ulterior de la relatividad lingüística cuando se combina con alguna versión de la idea del impacto cognitivo del lenguaje, ya que se puede sostener que las lenguas difieren entre ellas, pero que eso no tiene repercusiones cognitivas importantes. En una concepción instrumental del lenguaje que resalte su función comunicativa e ignore cualquier otra función, puede aceptarse la diversidad lingüística precisamente para descartar que haya una conexión más fuerte entre el lenguaje y el pensamiento (y entre el lenguaje y la realidad) que la derivada de que el primero sea un medio convencional para expresar el segundo. Bajo ese prisma, la diversidad lingüística tendría un cierto interés para los lingüistas o para los coleccionistas de curiosidades, pero para la filosofía y las ciencias cognitivas no tendría una especial importancia3. Eso no quiere decir que los detractores de la relatividad lingüística no puedan intentar bloquear el argumento a su favor esbozado en el apartado 1.3 en la Premisa 2. Si no hay diversi-

2   Se suele presentar a Aristóteles y a Locke como representantes prototípicos, respectivamente, del paradigma ontológico y del paradigma de la conciencia, anteriores al giro lingüístico de la filosofía. Existen diferencias importantes entre el triángulo aristotélico (sonidos-afecciones del almacosas) y el lockeano (palabras-ideas-cosas). Aristóteles no problematiza la objetividad del vínculo por semejanza afecciones-cosas y da por sentada la intersubjetividad del lenguaje, mientras que la relación ideas-cosas es sumamente problemática en Locke: «las palabras, en su significación primaria o inmediata, no están sino por las ideas en la mente de aquel que las usa, por imperfecta o descuidadamente que estas ideas se hayan recogido a partir de las cosas que se supone que representan» (Locke, 1690, II.ii.2); también resulta problemático en Locke que distintos hablantes asocien las mismas ideas a los mismos sonidos; el lenguaje para él, en un sentido estricto, es privado, aunque en la práctica logramos coordinarnos gracias a él. 3   Aunque podría conservar cierta relevancia. Para Evans & Levinson, la diversidad lingüística muestra la «extraordinaria plasticidad de las destrezas humanas superiores». Por ese motivo, se convierte para ellos en «el dato crucial para la ciencia cognitiva: somos la única especie con un sistema de comunicación que es fundamentalmente variable en todos los niveles» (Evans & Le­ vinson, 2009: 429).

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dad lingüística, entonces, o bien no hay efectos del lenguaje sobre el pensamiento (y si existe diversidad cognitiva, se deberá a otras causas), o bien los efectos serán universales, esto es, habrá relatividad semiótica.

3.2. Una diversidad de diversidades Rom anones (se encoge de hombros).– ¡Lo mismo me da que sea idioma que dialecto! ¡Lo que quiera Su Señoría! (Alfonso Sastre, El camarada oscuro)

La siguiente serie de citas forma una especie de rampa resbaladiza que va desde lo más general o abstracto hasta lo más particular o concreto: lenguaje→lengua→variedad→idiolecto→diversidad lingüística intraindividual: A. Podemos estar bastante seguros de que los distintos estados que se alcanzan mediante la facultad del lenguaje solo difieren de un modo superficial y de que cada uno de ellos está en gran medida determinado por la común facultad del lenguaje. (Chomsky, 2000: 6) B. […] nadie habla «el lenguaje en general» sino siempre una lengua particular con su propia estructura de significado. (Lucy, 1996: 41) C. Cuanto más descubrimos sobre las lenguas, más diversidad encontramos. (Evans & Levinson, 2009: 436) D. En puridad, nadie habla una lengua; todos hablamos una variedad lingüística. (Moreno Cabrera, 2000: 47) E. No hay dos personas que hablen exactamente igual. Incluso una persona no habla igual a lo largo de toda su vida, ni en momentos distintos del mismo día. (Bernárdez, 1999: 26)

En A) tenemos la típica minimización chomskiana de la diversidad lingüística, que examinaremos detenidamente en el apartado 3.5. Como respuesta a quienes ponen el énfasis en las lenguas, su idea es que la lingüística debe, ante todo, dar cuenta de la facultad del lenguaje, de la que las lenguas, concebidas como sistemas de conocimiento internos a la mente, no son sino realizaciones o estados no muy diferentes entre sí debido a las severas restricciones impuestas por esa facultad del lenguaje específica de los humanos y a otros factores generales de diseño. En B) un neowhorfiano apunta a algo que puede parecer innegable, pero que la primera afirmación quiere hacer más o menos irrelevante: que la gente habla una u otra lengua (o varias, si es multilingüe), no el lenguaje mismo. Lucy insinúa que el lenguaje es una abstracción teórica (lo que no implica que no sea útil o necesaria) y que lo que existe realmente son las lenguas concretas. Además, se compromete con una

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La relatividad lingüística amplia diversidad en las codificaciones semánticas contenidas en las distintas lenguas. En C) se va un paso más allá, al poner en duda que haya algo que sea transversal a todas las lenguas humanas, lo que podría cuesionar la utilidad teórica de la propia noción de lenguaje. El artículo sostiene que los universales lingüísticos, en los que tanto ha insistido la corriente dominante de la lingüística, no son más que un mito que los estudios contrastivos contemporáneos desbaratan por completo. En D) se afirma que incluso las lenguas son abstracciones y que lo que hablamos cada uno de nosotros es alguna variedad (o variedades), dentro de lo que en el apartado 1.2 se llamó diversidad intralingüística. Por último, en E) se lleva la idea dos pasos más allá, al subrayar, en primer lugar, que cada individuo habla, en realidad, su propio y único idiolecto y, en segundo lugar, que existe lo que podemos llamar diversidad intraindividual o intraidiolectal, ya que un individuo (incluso uno monolingüe y, si fuera posible, «monovarietal») puede albergar dentro de sí una pluralidad de recursos lingüísticos que no son necesariamente armónicos o mutuamente coherentes entre sí. No es fácil establecer el número exacto de lenguas habladas en el mundo, debido a la vaguedad de la distinción dialecto-lengua. A veces se usa como criterio impreciso (pues la comprensión es cuestión de grado y, además, se apoya en factores pragmáticos) que las lenguas son realizaciones de la capacidad humana para el lenguaje que, a diferencia de los dialectos de una lengua, «habitualmente no son intercomprensibles» (Rojo, 1986: 27). Al menos en ese sentido, las lenguas son diversas, como se hace penosamente evidente cuando tratamos de comunicarnos con alguien que no habla nuestro idioma. La vaguedad se extiende a la distinción más general entre la diversidad de lenguas (interlingüística) y la diversidad de variedades dentro de una lengua (intralingüística). Esta última parece asegurada, ya que, aunque la escolarización y los medios de masas fomenten la estandarización, la diversificación intralingüística resurge de forma espontánea4. En cualquier caso, la dialéctica unidad-diversidad no se agota en el par lenguaje-lenguas, que es la que se tiene en cuenta en las citas A-C. Las lenguas despliegan variedades internas de varios tipos, como se apunta en D: diacrónicas (terreno de la lingüística histórica); geográficas o diatópicas (territorio de la dialectología), por ejemplo las que distinguen el castellano peninsular del hablado en hispanoamérica, que, aunque di4  Al comienzo de Las aventuras de Huckleberry Finn, Mark Twain enumera los dialectos usados en el libro, que el traductor dice no poder evitar que se pierdan en la traducción: «el dialecto negro de Misuri, la versión más acusada del dialecto de las zonas más apartadas del suroeste, el dialecto habitual del condado de Pike y cuatro variantes modificadas de este último». Justifica su explicación diciendo que «sin ella, imaginarían muchos lectores que todos estos personajes trataban de hablar igual, sin conseguirlo» (Twain, 20011: 7). Sastre (1980) explora de un modo original las variantes del castellano ligadas a la marginación y la delincuencia. Crystal (2004, cap. 1) examina la diversificación interna de la lengua inglesa (o «lenguas inglesas») en la actualidad, debida precisamente a su posición como lengua mundial.

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fieren «en muy variados aspectos de fonética, morfología, sintaxis y léxico», permiten «que sus hablantes respectivos se entiendan mutuamente sin excesivas dificultades» (ibid.: 32); diastráticas, que reflejan la existencia de diferencias culturales, sociales, profesionales, económicas, etc. (ibid.: 32), y que pueden resultar importantes para la relación entre lenguaje e ideología: lenguaje de clase, de género, etc. (terreno de la sociolingüística), y diafásicas (de registros o estilos), «relacionadas con el tipo de comunicación deseada por el hablante o la situación en que se encuentra» (ibid.: 32), que incluyen la variedad formal y la coloquial (campo de la estilística). En ocasiones existe una variedad estándar, que es una variedad como las demás pero que ha sido socialmente potenciada por alguna razón. En último término (como se dice en E), tenemos variantes individuales o idiolectos, esto es, «el conjunto de hábitos lingüísticos de un individuo» (ibid.: 38), con lo que nos situamos casi al final de nuestra rampa. Según Schulz (1990), la idea de Bajtín de heteroglosia (incorporación individual de múltiples voces) sitúa la diversidad lingüística en el interior de cada individuo, que tiene así un gran margen de libertad para encontrar su propia voz entre la variedad lingüística a su disposición, la cual, una vez asimilada, le permite acercarse a la realidad de múltiples formas alternativas, a la vez que consolidar una identidad propia (Bajtín, 1989: 81). También Lakoff (1987) señala el carácter no monolítico de los sistemas conceptuales que incorporan las lenguas y que asimilan sus hablantes individuales. Como veremos, esta diversidad intraindividual, intraidiolectal o heteroglósica puede servir de premisa para formas plausibles de relatividad lingüística que desafían el tópico de que la hipótesis relativista implica necesariamente una imagen alienada del pensamiento, que se expresa en la metáfora de la cárcel del lenguaje. Steiner (1975) está entre los que (como Mauthner, 1911) piensan que las lenguas son ficciones y que a ellas se les aplica de modo paradigmático el principio heraclíteo del movimiento perpetuo. Más recientemente afirma lo siguiente: La bendición de la variedad creativa se obtiene no solo […] «interlingualmente». Actúa profusamente dentro de cualquier lengua determinada, «intralingualmente». […] El uso léxico y gramatical está en perpetuo movimiento y fisión. Se escinde en dialectos locales y regionales. Los factores de diferenciación funcionan entre clases sociales, ideologías explícitas o sumergidas, credos, profesiones. La jerga puede variar de un barrio de la ciudad a otro, de una aldea a otra. […] la lengua es moldeada por el género. Muchas veces, hombres y mujeres no quieren decir lo mismo cuando pronuncian o escriben la misma palabra. No entender «no» como una contestación es un indicador simbólico. Los cambios en significado e intención dentro de una generación y entre una y otra son constantes. En ciertos momentos […] pueden tornarse espectaculares. Esto parece ser así en nuestro acelerado presente […] diferentes niveles de la sociedad, diferentes localizaciones geográficas, géneros y grupos de edad pueden llegar a estar al borde de la mutua incomprensión. La

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La relatividad lingüística pluma estilográfica no habla con el iPod. […] todos […] los intercambios semánticos, aunque se hagan en la misma lengua e incluso entre íntimos –quizá más marcadamente aquí–, comportan un proceso más o menos consciente, más o menos elaborado, de traducción. (Steiner, 2008: 83-84)

Aparte de las esbozadas, otras diversidades lingüísticas pueden ser relevantes para nuestros fines. Así, se puede hablar de una diversidad de modalidad (oral/escrita), que podría llevar a una relatividad de modalidad (véase el apdo. 4.4.9). La relación oralidad-pensamiento puede ser bastante distinta de la relación escritura-pensamiento. Aunque vivimos en una época de gran alfabetización, incluso después de la invención de la escritura la mayor parte de los hablantes de todas las lenguas han sido analfabetos, y parece claro que, digamos lo que digamos de la modalidad oral, al menos la escritura es sin ninguna duda un artefacto cultural. Además, la diversidad oral y la escrita no tienen por qué ir siempre en paralelo. El croata y el serbio son prácticamente la misma lengua oral, pero usan el alfabeto latino y el cirílico respectivamente. En otros casos, hablantes que comparten la escritura (la china o la árabe clásica) no pueden entenderse oralmente. Además, la lengua oral no es la única modalidad «natural» del lenguaje, ya que existen muchas lenguas de signos surgidas de modo espontáneo en comunidades de sordos, como el célebre Idioma de Señas de Nicaragua. El debate sobre la relatividad lingüística suele centrarse casi en exclusiva en la cuestión del posible impacto cognitivo de la diversidad interlingüística, que es también la forma de diversidad más debatida dentro de la lingüística teórica. Por ese motivo, ese será el foco de atención principal en los apartados que siguen. Pero otras formas de diversidad lingüística, como la intraindividual, tendrán su protagonismo más adelante.

3.3. Formulación general de modalidades y dl 3.3.1. Formulación general Formularé inicialmente la hipótesis de la diversidad lingüística de un modo que quiere ser poco controvertido: DL Las lenguas (y variantes) difieren real o potencialmente en aspectos no triviales (fonéticos, fonológicos, de escritura, léxicos, morfosintácticos, semánticos, pragmáticos, retóricos, narrativos, discursivos, estilísticos, metafóricos...).

Añado «no triviales» para no banalizar de entrada la hipótesis de la diversidad lingüística. Hasta el universalista más acérrimo debe admitir que las lenguas difieren al menos en apariencia y que apenas es posible la comunicación –más allá de mensajes rudimentarios– entre quienes no hablan el mismo idioma. La intención es dejar fuera a aquellos que defienden que todas las lenguas (al menos en una visión restringida de

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lo que constituye el núcleo básico de una lengua) están hechas a partir del mismo molde básico. Lo más común es plantear la cuestión de la diversidad lingüística de un modo más restringido, desde una noción más estrecha de lengua. Incluso Evans & Levinson (2009), que postulan una diversidad lingüística extrema, tratando de mostrar cuán distintamente pueden estar estructuradas las lenguas «a cualquier nivel», limitan su consideración a los niveles fonético, fonológico, morfológico, sintáctico y semántico, dejando al margen el nivel pragmático. Además, Levinson es un universalista en ese ámbito, autor de importantes obras en línea griceana (cfr. Levinson, 2000). Puesto que hay distintos modelos del lenguaje, conviene dejar abierto en la definición cuántos niveles hay que distinguir, así como la naturaleza exacta de la relación entre ellos. A menudo se asume la distinción entre una lengua y su uso, y que los niveles que siguen al semántico (y tal vez incluso este) no pertenecen a la lengua en un sentido estricto. En mi opinión, esto es arbitrario, pero no cambia demasiado las cosas (siempre que sepamos de qué estamos hablando en cada caso), ya que resulta interesante y controvertida la cuestión de la diversidad en esos otros niveles, como quiera que se los denomine, así como la cuestión de la posible repercusión cognitiva de esa diversidad. ¿Cómo se puede explicar el origen de las diferencias lingüísticas? Ya vimos en el apartado 2.6 cómo los románticos oscilaron entre considerarlas un hecho primitivo, ligarlas a un misterioso espíritu o carácter nacional, o remitirlas a la historia cultural de los pueblos, con lo que no serían primitivas diacrónicamente. Harrison (2007: 23) afirma que el «genio» de una lengua es el producto de la adaptación a través del tiempo a una forma de vida y a un nicho ecológico. Evans & Levinson (2009) las remiten a que el lenguaje es un «híbrido bio-cultural» en el que el factor cultura tendría un peso decisivo. Everett (2013) las liga más directamente a la idea de que una lengua es una herramienta cultural más que el producto de una capacidad biológica. De modo análogo, Wittgenstein (1953) las asocia a la multiplicidad de formas de vida con las que se enredan nuestros juegos de lenguaje, aunque estos se enraízan en reacciones instintivas humanas. Por su parte, los enfoques «biolingüísticos» suelen minimizarlas como más aparentes que reales, a la vez que desafían la idea de que las lenguas sean productos culturales. En principio, debería ser posible separar la cuestión sincrónica de cuán diferentes son las lenguas (algo que la lingüística contrastiva busca dilucidar) de la cuestión del origen de esas diferencias.

3.3.2. Versiones radicales y moderadas de DL Como la diversidad admite grados (A puede ser más o menos distinto de B), son posibles versiones más o menos fuertes de la tesis de la diversidad lingüística. Distinguiré una postura radical, que afirme que las lenguas pueden diferir entre ellas mucho o incluso sin límites, de otra moderada, que afirme que pueden diferir en cierta medida o incluso bastante, pero que poseen un núcleo común. Ambas se oponen a un

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La relatividad lingüística universalismo radical que afirme que las lenguas son idénticas en lo fundamental, siendo sus diferencias solamente superficiales o aparentes. Pero únicamente la primera postura se opone a un universalismo moderado que admita algún grado de diversidad lingüística no trivial dentro de ciertos límites o restricciones universales. Tenemos aquí un continuo, con múltiples puntos intermedios entre los que parecen igualmente poco plausibles extremos: «pueden diferir en todo» y «no difieren en nada»: DLRAD

 as lenguas pueden diferir (y difieren, de hecho) mucho/sin límites L entre sí.

DLMOD [implica el universalismo lingüístico moderado ULMOD]: Las lenguas pueden diferir (y difieren) poco/moderadamente entre sí.

Ambas se oponen al universalismo lingüístico radical: ULRAD  Todas las lenguas están hechas a partir del mismo molde básico. Solamente difieren en aspectos superficiales o poco importantes.

Además, cabe preguntar por el estatuto de los supuestos universales lingüísticos: si son absolutos (todas las lenguas tienen un cierto rasgo) o estadísticos (las lenguas tienden a tener tal o cual rasgo), y, en cada caso, si son o no condicionales (si una lengua tiene tal rasgo, tendrá/ tenderá a tener tal otro). Las tres posibilidades son compatibles con que haya factores biológicos que restrinjan la variación interlingüística.

3.3.3. Versiones parciales y globales de DL La cuestión de la diversidad lingüística se puede plantear para cada dominio, plano, nivel, dimensión, mecanismo o modalidad de lo que llamemos «lenguaje» o «lengua». Existen distintas fuentes potenciales de variación translingüística, con posible repercusión cognitiva. Se pueden distinguir así versiones de la hipótesis de la diversidad lingüística que corresponden a los distintos dominios y subdominios señalados en 2.8. Cada una de ellas es una defensa de DLPAR (parcial). Una versión global (DLTOT) afirma que existe diversidad en todos y cada uno de los dominios del lenguaje: DLTOT  Existe diversidad lingüística en cada dominio (aspecto, nivel) del lenguaje. DLPAR  Existe diversidad lingüística en algunos dominios lingüísticos.

Variedades DLFON, DLFONOL, DLLEX, DLMORF, DLSINT, DLSEM, DLPRAG, DLESCR, DLMET, etcétera.

También son posibles versiones de la hipótesis de la diversidad lingüística que incidan en la interacción entre los distintos niveles o subniveles. Así, por ejemplo, DLLEX/GRAM afirmaría que las lenguas pueden distinguirse en cómo dividen el trabajo de la codificación semántica entre el léxico y la gramática, y DLSEM/PRAG afirmaría que las lenguas

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pueden diferir en cómo reparten el trabajo de comunicar un mensaje entre los mecanismos de codificación semántica y las estrategias de inferencia pragmática. En el apartado 4.4.8 examinaré algunas formas de relatividad lingüística que podrían usar como premisa alguna de estas formas de diversidad lingüística «internivel». Los criterios de radicalidad y de globalidad se pueden combinar. La postura más inmoderada sostendrá que existe una gran diversidad en cada dominio lingüístico, la radical diversidad total (Evans & Levinson se acercan a esta postura) frente a la moderada diversidad total, a la radical diversidad parcial y a la moderada diversidad parcial. En el otro extremo, el universalismo radical total no admite ni la más ligera diferencia en ningún dominio. Dentro de un marco teórico como el chomskiano, el universalismo se postula para un cierto núcleo responsable de ciertos aspectos de la sintaxis, como la recursión. Desde la perspectiva que propongo, esto sería un ejemplo de negación de DLSINT. Pero, como a veces los autores de esa tradición usan «lenguaje» en un sentido sintacticocéntrico, parecen negar la diversidad lingüística en general. Lo habitual es que quien defiende la relatividad lingüística para un dominio o subdominio cognitivo enfatice la diversidad lingüística solo en un cierto dominio o subdominio lingüístico que supone que es el más relevante para sus objetivos inmediatos. Por ejemplo, Gordon (2010) defiende una versión de la hipótesis relativista para el dominio del pensamiento numérico. Para ello, usa como premisa una versión de DLPAR: [...] hay una variación significativa a través de las culturas del mundo en la forma y extensión de los sistemas numéricos en la lengua. (Gordon, 2010: 204)

Otros autores, como Lucy (2010), consideran que es inapropiado aislar los dominios lingüísticos (para plantear la cuestión ulterior de la relatividad lingüística), ya que piensan que una lengua es un todo integrado del que emergen ciertas «formas de hablar» (Whorf: fashions of speaking) transversales a los distintos niveles que se suelen considerar en el análisis lingüístico tradicional (léxico, morfología y sintaxis). Debido a la hegemonía casi absoluta del chomskismo en la lingüística teórica, a partir de mediados de los años cincuenta del siglo xx y hasta hace relativamente poco tiempo incluso los defensores de la diversidad lingüística tendieron a huir de las versiones excesivamente fuertes de esa tesis. Una versión débil típica se puede extraer de la pregunta retórica que se hace el filósofo marxista polaco Adam Schaff: […] ¿qué se opone a la afirmación simultánea de que existen fenómenos y leyes que son comunes a todas las lenguas, y que en cada lengua –o grupo lingüístico– aparecen fenómenos y características que le son propios? (Schaff, 1964: 134)

Si se contesta «nada», se estará aceptando que puede haber aspectos universales o comunes y a la vez aspectos distintivos en cada dominio

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La relatividad lingüística lingüístico, o tal vez aspectos más bien universales en unos dominios y aspectos más bien diversos en otros. Seguiría siendo urgente dilucidar la proporción e importancia de los elementos universales frente a los particulares. La importancia, para nuestros fines, podría medirse por la eficacia de los aspectos universales frente a los diferenciales como mecanismos afectadores del pensamiento, lo que daría lugar respectivamente a efectos cognitivos semióticos o relativistas y, si se muestra la ineficacia, a la ausencia de cualquier impacto cognitivo de tal o cual aspecto del lenguaje. Esta postura no es nueva. Humboldt insiste, por un lado, en la diversidad lingüística, en el genio particular de cada lengua, y por eso puede ser reivindicado por los partidarios contemporáneos de DL y de RL; pero también subraya que existe una disposición para el lenguaje común a la humanidad que toda lengua realiza en alguna medida, lo que da pie a que Chomsky lo considere el representante máximo de la tradición «cartesiana» en lingüística (Chomsky, 1966). Abundan las posturas que tratan de conciliar lo común y lo diverso. Por ejemplo, se dice que «la variabilidad que muestran las lenguas tiene lugar en el interior de un territorio muy amplio, pero limitado», lo que hace improbable «que las lenguas puedan mostrar divergencias entre sí en cualquier aspecto y en cualquier grado» (Rojo, 1986: 28), o que «la unitaria facultad del lenguaje se realiza en una amplia variedad de lenguas» (Moure, 2001: 62). También Crystal (2000) destaca lo diverso en todos los niveles de organización lingüística, sin rechazar que pueda haber algo transversal a las lenguas: En cada lengua se manifiesta una nueva conjunción de sonidos, gramática y vocabulario que configuran un sistema de comunicación que es a la vez una evidencia de una serie de principios universales de organización y estructura, un evento sin precedentes y una manifestación única de una cosmovisión. (Crystal, 2000: 69)

En cambio, los defensores del universalismo, al menos en la época de máximo apogeo de esa tendencia dentro de la lingüística, se muestran reacios a ceder terreno alguno a los defensores de la diversidad lingüística. Pinker (1994) representa tal vez el más conocido rechazo universalista a las ideas populares sobre la existencia de una gran diversidad entre las lenguas, que, según sugiere, estarían basadas en leyendas urbanas más que en estudios contrastivos rigurosos. Alega como caso paradigmático lo que considera el «mito» sobre los múltiples nombres para la nieve en las lenguas de los esquimales (se basa en Pullum, 1991, cuyo título tacha de «estafa» la idea del gran vocabulario esquimal). Acepta, además, la hipótesis fodoriana del mentalés como vehículo universal en el que discurre el pensamiento humano y que de una forma u otra encuentra vías de expresión lingüística, cualquiera que sea la lengua de que se trate: En contra de la creencia popular, los esquimales no tienen más palabras para la nieve que los hablantes del inglés. No es cierto que tengan cuatrocientas palabras para la nieve, como se ha publicado, ni doscien-

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tas, ni cien, ni cuarenta y ocho, ni siquiera nueve. Un diccionario da la cifra de dos, pero, siendo generosos, los expertos podrían llegar a la docena. Sin embargo, según este recuento, el inglés no se quedaría atrás, con snow, sleet, slush, blizzard, avalanche, hail, hardpack, powder, furry, dusting […] ¿De dónde viene este mito? […] creció como una leyenda urbana que se exageraba más y más cada vez que se contaba. En 1911, Franz Boas mencionó casualmente que los esquimales usaban cuatro raíces diferentes para la nieve. Whorf aumentó la cuenta a siete e insinuó que había más. Su artículo se reimprimió a menudo y fue citado en libros de texto y de divulgación sobre el lenguaje, lo que hizo crecer las estimaciones en artículos y libros de texto posteriores, así como en noticias sobre hechos insólitos. (Pinker, 1994: 64, vers. orig.)

Crystal toma buena nota de esta acusación de hinchar retóricamente la evidencia empírica a favor de la diversidad lingüística y advierte de que hay que ser rigurosos y separar la realidad del mito, antes de pasar a ofrecer múltiples ejemplos de diversidad en cada nivel del lenguaje, extraídos de una buena cantidad de lenguas del mundo. No parece que a los neowhorfianos actuales se les pueda reprochar, en general, una especial falta de rigor en este punto. Por ejemplo, es improbable que en el Capítulo 2 de Lucy (1992a), titulado «Comparison of grammatical categories: nominal number in English and Yucatec», se inventen o se exageren los datos sobre el tratamiento del número en dos lenguas muy alejadas entre sí. En cuanto a algunos de los paladines actuales de la diversidad, como Evans & Levinson (2009), se trata de lingüistas bien entrenados, con amplia experiencia de campo en el estudio de lenguas no europeas.

3.3.4. Versiones ultrarradicales: diversidad sin límites Las versiones más radicales de la tesis de la diversidad lingüística minimizan los universales no triviales en cualquier dominio lingüístico, llegando a afirmar que no hay límites a la diversidad entre las lenguas humanas, o que, dadas dos lenguas alejadas, se puede hallar variación en prácticamente cualquier aspecto. La tradición estructuralista apostó por una gran diversidad entre las lenguas al insistir en la idea de arbitrariedad, en que «toda lengua selecciona sus propios contenidos a partir de un continuum amorfo de la realidad» (Moure, 2001: 20). La irrupción del chomskismo supuso un súbito volantazo en la lingüística oficial hacia un universalismo lingüístico no menos radical: En 1957, Martin Joos hizo una revisión de las tres décadas anteriores en investigación psicolingüística y concluyó que las lenguas difieren unas de otras sin límite alguno y de modo impredecible […] que no hay restricciones en las formas de las gramáticas. Para desgracia de Joos, sus declaraciones se harían famosas por ser contrarias a todo lo que, a partir de entonces, predicaría la lingüística, porque ese mismo año aparece la obra de Noam Chomsky Estructuras sintácticas, donde se aventura que, si un marciano visitase la Tierra, llegaría a la conclusión de que, al mar-

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La relatividad lingüística gen de la diversidad del léxico usado en cada comunidad, todos los terrícolas hablamos una y la misma lengua. (Moure, 2001: 27-28)

También Whorf (1940b: 247) resalta el «increíble grado de diversidad» de los sistemas lingüísticos que se extienden por el mundo, aunque en el complejo whorfiano de ideas tal vez haya un hueco para los universales lingüísticos y cognitivos, en particular experienciales (cfr. Lee, 1996). Boas (1911) y Sapir (1956) fueron asimismo bastante radicales en este punto. Otro ejemplo extremo es Steiner, quien afirma que su libro After Babel «se sustenta en el fracaso de [las gramáticas generativas] para brindar ejemplos sustantivos de “universales” en las lenguas naturales» (Steiner 1975: 16). Entre los neowhorfianos, lo más común es combinar una versión bastante débil (influencista) de ICL con una insistencia mucho menos moderada en la existencia de diferencias sustanciales o «dramáticas» entre las lenguas humanas (Lucy, 2010: 267). Un ejemplo paradigmático es el comienzo de Boroditsky (2003): Los humanos se comunican entre sí usando una increíble serie de lenguas, y cada lengua difiere de la siguiente de modos innumerables (desde diferencias obvias en la pronunciación y en el vocabulario hasta diferencias más sutiles en la gramática). (Boroditsky, 2003: 917)

Leavitt afirma que la diversidad lingüística tiene límites, pero que la que existe es «tremenda» (Leavitt, 2001: 4). En cuanto a Levinson, frente a la extendida idea en las ciencias cognitivas de que el lenguaje es esencialmente innato, tanto en lo que se refiere a su sintaxis (Choms­ ky) como en lo tocante a su semántica (Fodor), defiende un rango amplio de variación en los parámetros lingüísticos básicos: vocal-auditivo, sintáctico y semántico. Frente a posturas universalistas que afirman que «las gramáticas y los lexicones de todas las lenguas son ampliamente similares» (Li & Gleitman, 2002: 266), replica que no hay ningún sentido de «amplio» en el que tal afirmación resulte justificada, y que, si lo hubiera, «los lingüistas podrían ofrecer un gran rango de universales lingüísticos absolutos» que no fuesen triviales (como «Todas las lenguas habladas tienen vocales»), cosa que no son capaces de hacer (Levinson, 2003a: 28). La historia de las ideas sobre la diversidad lingüística ha sufrido un movimiento pendular en lo que respecta a la postura dominante. Al universalismo de la Ilustración le sigue una exaltación romántica de la diversidad (aunque el comparativismo implicó la búsqueda de parecidos), que impregna también los enfoques de la primera mitad del siglo xx, seguida de un giro hacia el universalismo lingüístico con el advenimiento del paradigma generativista, que se debilita progresivamente hasta un nuevo énfasis en la diversidad por parte de algunas posturas recientes como las de Evans & Levinson o Everett. La situación actual es compleja, ya que conviven quienes siguen afirmando la básica uniformidad de todas las lenguas con quienes prácticamente niegan cualquier restricción universalista. Pero estos últimos ya no son unos apestados o acadé-

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micamente marginales, como lo fueron durante las décadas de auge universalista. Hace apenas unos años, cualquier defensor de la diversidad lingüística tenía que explicitar que no negaba la existencia de universales. Hoy encontramos posturas mucho menos conciliadoras: Una extendida suposición […] proveniente de la tradición generativista […] es que todas las lenguas son como el inglés, con distintos sistemas de sonido y vocabularios. La imagen real es muy distinta: las lenguas difieren tan fundamentalmente entre ellas en cada nivel de descripción (sonido, gramática, léxico, significado) que es muy difícil encontrar una sola propiedad estructural que compartan. […] Las diferencias […] deben aceptarse por lo que son, e integrarse en un nuevo enfoque sobre el lenguaje y la cognición que sitúe la diversidad en el centro de la escena. (Evans & Levinson, 2009: 429)

En el debate que sigue a Evans & Levinson (2009), que consta de una serie de comentarios y críticas y de la respuesta de los autores («With diversity in mind: Freeing the language sciences from Universal Grammar»), estos matizan la idea de variación sin límites que parece desprenderse de su tesis de que no existen universales lingüísticos. Admiten que es posible que los diseños de las lenguas posibles sean más amplios que los que las lenguas humanas efectivas exploran, pero no aceptan que ello se deba a restricciones innatas. En primer lugar, afirman de modo polémico que ha habido poco tiempo para la diversificación lingüística (200.000 años, y solamente 100.000 fuera de África), asumiendo que las lenguas cambian sus estructuras con lentitud y la hipótesis de una única lengua ancestral o monogenismo, lo que implicaría que las lenguas del mundo no son experimentos independientes. En su comentario a Evans & Levinson (2009), Pinker & Jackendoff los acusan de dejar de lado un rico conjunto de universales funcionales no triviales alegando que son definitorios del lenguaje. Así, basándose en que toda lengua tiene que servir para la interacción en transacciones sociales situadas, Evans & Levinson reconocen que todas las lenguas deben poseer deícticos, expresiones cuya referencia dependa de rasgos específicos del contexto de habla. También excluyen de su campaña contra la existencia de universales absolutos muchos de los rasgos de diseño propuestos en Hockett (1960) (véase el apdo. 3.5.4). Por otra parte, asumen que la base fisiológica del habla y los principios pragmáticos, que hacen que lo que se transmite vaya casi siempre más allá de lo que se explicita o codifica, son universales: […] existe una infraestructura biológica para el lenguaje, que es distinta de sus propiedades estructurales. Consta de dos elementos clave: el aparato vocal y la capacidad de aprendizaje vocal por un lado (ambas propiedades biológicas son únicas en nuestra familia biológica inmediata […]), y un rico conjunto de universales pragmáticos (el principal de los cuales es el reconocimiento de la intención comunicativa) por otro. Esa es la plataforma a partir de la cual surgen las lenguas mediante la evolución cultural. (Evans & Levinson, 2009: 477)

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La relatividad lingüística Por lo tanto, incluso Evans & Levinson admiten que existen ciertas restricciones a la variabilidad lingüística, aunque no aceptan que estén basadas en una facultad específica del lenguaje que determine un buen número de propiedades estructurales de las lenguas con independencia de su función. Por otra parte, si incluyesen desde el principio el nivel pragmático en sus consideraciones sobre el «mito de los universales lingüísticos», se les desbarataría bastante la tesis de que las lenguas humanas varían sin límites en todos los niveles fundamentales de organización. La filosofía del lenguaje contemporánea ha puesto de relieve cada vez con mayor fuerza la importancia de los factores pragmáticos en la comunicación humana. Si estos factores fuesen transversales a las lenguas (lo que también podría ponerse en duda, como hace Ochs, 1976), una importante fuente de universalidad, aunque muy distinta de la que postulan los lingüistas chomskianos, quedaría preservada.

3.4. Diversidad lingüística potencial versus real Deixamos morrer a fala, Esquecemos o pasado. E hai quen di que Galiza Moito leva progresado! (Manuel María)

Una cosa es la diversidad potencial, esto es, el grado en que las lenguas pueden diferir entre sí, y otra es la diversidad real o efectiva, esto es, el grado en el que las lenguas existentes difieren de hecho. La cuestión teóricamente importante es la primera, pero no parece evaluable si no es por referencia a la segunda. Para un hablante monolingüe es difícil imaginar que otras lenguas funcionen de un modo distinto de como lo hace la propia. Nos sorprende averiguar que el turco no codifica el género o que no incorpora la distinción entre artículos determinados e indeterminados. O que el tzeltal carezca de términos para codificar un marco de referencia espacial egocéntrico, equivalentes a «izquierda», «derecha», «delante» o «detrás», y que sus hablantes codifiquen el espacio usando un marco absoluto de referencia, similar a nuestras coordenadas geográficas; y todavía nos sorprende más que eso no sea una curiosidad, sino que ocurra en muchas lenguas del mundo (véase el apdo. 4.5). A la vez, nos sorprende que lenguas como el turco y muchas otras incorporen un sistema obligatorio de morfemas verbales evidenciales que especifican, por ejemplo, si el hablante fue testigo o no del hecho descrito (Aksu-Koç & Slobin, 1986). Aquí, al menos, resulta claro que nosotros podemos pensar y expresar esos aspectos, por más que no estén gramaticalizados en nuestros sistemas verbales. Tampoco los lingüistas parecen mejor dotados de imaginación, y pueden estar sesgados por sus lenguas nativas, o por categorías teóricas

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creadas para explicar cómo funcionan las lenguas europeas, que proyectan sobre las lenguas «exóticas» creando una falsa impresión de semejanza. Los universalistas parecen pensar que este se desprende a priori de los presupuestos de una aproximación naturalista al lenguaje, de la búsqueda de leyes y principios generales en este ámbito como en cualquier otro. Los partidarios de la diversidad replican que eso fomenta la ceguera ante la diversidad real5. A pesar de que las cuestiones metodológicas involucradas son complejas, no parece plausible que los estudios contrastivos sean prescindibles a la hora de establecer los límites de la diversidad lingüística. Cualquier cantidad de especulación es insuficiente y debe ser abandonada ante la prueba palpable de una diversidad de hecho que no pueda ser explicada por una homogeneidad a un nivel más profundo o abstracto (ese «detalle» complica bastante las cosas)6. La actual pérdida acelerada de diversidad real puede convertirse en un obstáculo insalvable para dirimir empíricamente este problema, ya que es probable que las lenguas y familias de lenguas que corren más peligro inminente de desaparecer sean las que más ayudarían a dilucidar la cuestión, por pertenecer a comunidades desarrolladas con un menor contacto con las lenguas y culturas dominantes. Las lenguas que sobrevivan podrían constituir una muestra sesgada, y su parecido podría ser contingente y engañoso (Crystal, 2000: 70).

5   Comentando las ideas de Everett que serán examinadas en el apdo. 3.6, Michael Tomasello afirma que los universalistas adoptan una metodología que tiende a convertir la hipótesis de la Gramática Universal en un concepto infalsificable:

Según mi experiencia, lo que ocurre normalmente cuando los partidarios de la gramática universal oyen informes como el de Everett es que simplemente no se los creen. Las estructuras oracionales sin incrustación de las que se informa, por ejemplo, en realidad tienen incrustación, dirán; solo que está en un nivel subyacente donde no podemos verla. La evidencia para esta afirmación es que podemos traducir esas estructuras no incrustadas a estructuras incrustadas, por ejemplo del inglés. Pero esa es la «falacia del latín». Hace mucho que la gente sensata dejó de analizar otras lenguas europeas por analogía con el latín, y ahora nosotros debemos dejar de analizar la estructura de las lenguas no europeas por analogía con las lenguas europeas. (Tomasello, 2005: 640) 6

Así plantea el asunto Harrison (2007): El urarina, hablado por menos de 3000 personas en la selva amazónica de Perú, tiene un orden de palabras inusual. Una oración del urarina que contenga tres elementos en el orden siguiente: bolsa de Kinkajou + robar + mono araña, se entiende como «El mono araña roba la bolsa de Kinkajou». El inglés usa el orden sujeto-verbo-objeto (S-V-O), pero esa no es la única posibilidad. El turco y el alemán ponen el verbo al final, usando sujeto-objeto-verbo (S-O-V). El galés usa V-S-O […] Pero el orden de palabras O-V-S […] es increíblemente raro entre las lenguas del mundo. Si no fuera por el urarina y unas pocas lenguas amazónicas más, los científicos podrían no sospechar que fuese posible. Serían libres de conjeturar –falsamente– que el orden O-V-S era cognitivamente imposible, que el cerebro humano no podía procesarlo. (Harrison, 2007: 19)

Claro que el universalista puede alegar que lo universal es algo más abstracto, como que las lenguas usen el orden para distinguir entre sujeto, verbo y objeto, o que en todas las lenguas hallemos esas tres categorías, algo que Evans & Levinson (2009) también cuestionan.

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La relatividad lingüística Aunque podría pensarse que la estrategia comparativa es común a todos los que investigan la cuestión de la diversidad lingüística, a los universalistas se les reprocha que sustituyan el examen comparativo minucioso de lenguas reales por evidencias más generales sacadas de la teoría de la adquisición del lenguaje, de la teoría del origen del lenguaje, de la comparación entre el lenguaje humano y los sistemas de comunicación animal, de las anomalías del lenguaje en humanos, del nacimiento de lenguas criollas a partir de lenguas macarrónicas, etcétera. Como de costumbre, el principal paladín del universalismo lingüístico se ha mostrado provocador y polémico en este punto: No he dudado en proponer un principio general de estructura lingüística sobre la base de observar una sola lengua. La inferencia es legítima, bajo el supuesto de que los humanos no están adaptados específicamente para aprender una lengua humana más que otra. […] Si se asume que la facultad del lenguaje determinada genéticamente es una posesión humana común, cabe concluir que un principio del lenguaje es universal si tenemos que postularlo como «precondición» para la adquisición de una sola lengua. (Chomsky, 1980: 48)

Con independencia de lo que ocurra con la diversidad potencial, parece que la real disminuye rápidamente, ya que de las 6000 lenguas o más que todavía se hablan en el mundo, el 90 por 100 están en peligro de desaparecer, según los cálculos más pesimistas («solo» el 40 por 100, según Harrison, 2007), debido a su escaso número de hablantes y a otras razones sociopolíticas, y no parece que la creación de nuevas lenguas vaya a paliar sustancialmente esa pérdida de diversidad. Los números que presenta Harrison (2007) son elocuentes: mientras que el 50 por 100 de los humanos usan una de las 10 lenguas más habladas, y el 80 por 100 una de las 83 más habladas, la mitad de las lenguas (unas 3500) las habla un 0,2 por 100 de la población mundial, con 204 lenguas habladas por menos de 10 personas, y otras 344 habladas por entre 10 y 99 (en 2005). Casi el 10 por 100 de las lenguas del mundo (548) tienen menos de 99 hablantes. Harrison se pregunta cómo debe ser hablar una lengua con menos de 10 hablantes7. Crystal señala que hay una variedad de factores (aparte del escaso número de hablantes) que pueden hacer peligrar una lengua, lo que hace difícil evaluar cuántas están en riesgo de extinción. En el futuro podría ocurrir que se hablase una sola lengua. Se trata de un viejo ideal ilustrado: la lengua universal para la humanidad (Moure, 2005b), que supere la maldición de Babel, aunque para los amantes de la diversidad la «auténtica catástrofe de Babel no es la dispersión de lenguas, sino la reducción del habla humana a unas cuantas lenguas planetarias “multinacionales”» (Steiner, 2008: 82).

7   La novela El último vostiaco, de Diego Marani (Marani, 2000), versa sobre el último hablante de una lengua siberiana (y, sobre todo, de las guerras entre lingüistas).

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Pinker (1994) da la cifra de 6000 lenguas actuales, pero las estimaciones varían bastante de autor a autor. Levinson (2003a) estima que hay unas 4000; Ruhlen (1991) contabiliza 4794, pertenecientes a 17 familias; Harrison (2007) dice que son 6912; Crystal (2000) propone un margen entre 5000 y 7000, y afirma que se trata de una pequeña proporción de las que han existido en la historia de la humanidad, que los estudiosos estiman entre 31.000 y 600.000 (un margen de error diríase que excesivo). Evans & Levinson (2009) hablan de un abanico de entre 5.000 y 8.000 lenguas, conjeturan que hace 500 años, antes de la expansión del colonialismo occidental, había probablemente el doble, afirman que mueren al ritmo de una cada dos semanas, y agrupan las lenguas actuales en unas 300 familias y otras 100 lenguas aisladas. Por otro lado, la distribución mundial de la diversidad es muy heterogénea. Harrison (2007: 11) señala que en el archipiélago de Vanuatu en Oceanía (65 islas habitadas, con unos 205.000 habitantes) hay más lenguas (109, con comparable diversidad) que en toda Europa Occidental, y que hay partes del mundo donde la cifra es enorme, como en Indonesia (737 lenguas) o en Papua Nueva Guinea (820 lenguas). El tema de las lenguas en peligro ha cobrado vigor en los últimos tiempos, con una proliferación de estudios (Robins & Uhlenbeck [eds.], 1991; Grenoble & Whalley [eds.], 1998; Crystal, 2000; Harrison, 2007; Uranga & Maraña, [eds.], 2008; Evans, 2009; Moreira, 2014). Harrison plantea la cuestión de un modo suficientemente dramático, que puede ayudar a explicar ese reciente interés: la mitad de las lenguas del mundo están siendo habladas en la actualidad por sus últimos hablantes (Harrison, 2007: 3). La muerte masiva de lenguas no parece preocupar demasiado a mucha gente. Un motivo para esa indiferencia puede residir en la prevalencia del modelo comunicativo. Si una lengua no fuese sino un medio arbitrario para la comunicación, lo mismo daría usar una que otra, y tal vez sería mejor que nos pusiéramos de acuerdo para hablar una sola, ya fuese el esperanto o el inglés. Otra razón puede estar en la falta de imaginación de los hablantes monolingües, la tendencia a pensar que las lenguas son más parecidas entre sí de lo que son, avalada por el universalismo en la lingüística. Además, mucha gente piensa que las lenguas o variantes en peligro no son objetos valiosos, sino lenguas inferiores, o desviaciones de la lengua estándar y, por ello, formas de «hablar mal»8. Muchas lenguas en peligro son habladas por pocas personas, que pertenecen a grupos marginados o en franca descomposición debido a guerras, desastres, colonialismo, migraciones, etcétera. Incluso hay quien piensa que las lenguas minoritarias son solo un es-

8   Darwin (1871) participa de la idea de que las lenguas de los pueblos «salvajes» son menos perfectas que las «civilizadas», y defiende la selección natural de las lenguas más aptas. Este «darwinismo lingüístico» sobrevive en la extendida actitud despectiva hacia las lenguas minoritarias, que se consideran no funcionales en un mundo globalizado (cfr. Moreno Cabrera, 2000).

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La relatividad lingüística torbo para el acceso de sus hablantes a la modernidad, por lo que es mejor dejarlas morir en paz (cfr. Malik, 2000). Los propios defensores de la pluralidad de lenguas admiten que no saben qué se pierde exactamente con la desaparición de una lengua (Harrison, 2007: 9). Por otro lado, a menudo es difícil la convivencia de las «lenguas en contacto», las cuales casi nunca están en pie de igualdad. Además, el chovinismo lingüístico expansionista es muy común. Es típico que a un hispanohablante le parezca bien la expansión de su lengua (e inmoral la política del English only), pero olvida que una lengua avanza a menudo a costa del retroceso de otras minoritarias, y que una lengua suele desaparecer porque las nuevas generaciones perciben que es mejor hablar otra por razones políticas o socioeconómicas. También es frecuente que el hablante de una lengua mayoritaria vea la defensa o incluso el uso de cualquier otra lengua como una provinciana afirmación de identidad, y que escuche hablar al otro con recelo. Por último, a algunos les parece que la pérdida de lenguas no es trágica porque no se pierde la capacidad humana para el lenguaje y fácilmente aparecerán nuevas lenguas si se dan las circunstancias propicias. Los universalistas creen que el núcleo del lenguaje está bien resguardado en la dotación genética de la especie, lo que permite recrearlo con suma facilidad. La importancia que Bickerton (2008) le concede al estudio de las lenguas criollas reside en que se supone que surgen en una sola generación a partir de un pidgin. Sin embargo, él mismo admite que las condiciones de aparición de una lengua criolla no son muy comunes. La desaparición masiva de lenguas puede verse como un desastre o como algo anecdótico, sobre todo, cuando se la conecta con otras cuestiones. No es lo mismo suponer que se pierden medios convencionales de comunicación que pensar que se extinguen visiones del mundo irreemplazables, lo que provoca lamentos enfáticos como el ya mencionado de Steiner: «Cuando un idioma muere, con él muere un mundo» (Steiner, 1975: 15). Sin tanto énfasis, Evans & Levinson (2009) sostienen que la diversidad lingüística es central para la ciencia cognitiva por su conexión con la diversidad cognitiva. Más modestamente, se afirma que con las lenguas desaparecen sedimentaciones milenarias de la historia y la cultura de los pueblos en su trato con el entorno. Esa «perspectiva ecológica» se adopta en Crystal (2000) y Harrison (2007). Aunque estos autores resaltan que una lengua es un objeto irreemplazable y único, tienden a eludir las cuestiones más espinosas sobre la relatividad lingüística y destacan los aspectos de las lenguas que se conforman tras largos procesos de decantación a partir de la interacción de una comunidad con su medio, o de las necesidades ligadas a modos de vida diversos. Lo máximo que llega a decir Harrison es que la desaparición de las lenguas conlleva la erosión o la extinción de ideas, de modos de conocimiento y de maneras de hablar sobre el mundo y sobre la experiencia humana, o que cada lengua supone un modo único de «empaquetar» el conocimiento (Harrison, 2007: 16). Esas obras destacan el papel de las lenguas en la transmisión y canalización de la cultura. Crystal defiende las bondades de la diversidad lingüística sin lle-

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gar a sostener ninguna forma de impacto cognitivo del lenguaje que pudiera conducir a la idea de relatividad lingüística. Entre las funciones de una lengua que enumera, están las de incorporar la historia, mitos, leyendas, creencias espirituales y rituales de una comunidad y transmitirlos a las nuevas generaciones, expresar la red de relaciones sociales o codificar la observación colectiva y el modo de interacción de una comunidad con su medio, de modo que un investigador foráneo que se interesa por la ganadería, la agricultura, la botánica o la medicina puede obtener más del examen de la lengua local que de los métodos tradicionales de observación empírica (Crystal, 2000: 63-64). Resumiendo lo dicho en los dos últimos apartados, aunque cabe la posibilidad de que algunos partidarios entusiastas de la relatividad lingüística hayan sobrevalorado la diversidad lingüística sin mucho fundamento empírico, fomentando «el mito de la diversidad lingüística», no creo que eso se pueda aplicar, en general, a los lingüistas contrastivos o a los neowhorfianos actuales. Por su parte, los defensores de la diversidad lingüística lanzan contra sus detractores universalistas la acusación contraria de falta de conocimiento de lenguas no europeas y de asumir el universalismo como un supuesto a priori de su aproximación al estudio del lenguaje, no basado en la descripción y comparación de lenguas tipológicamente distintas (Evans & Levinson, 2009: 430). En principio, la cuestión del grado de diversidad lingüística (obviando el problema de la pérdida de diversidad real) debería poder ser dilucidado empíricamente, pase lo que pase con la cuestión ulterior de la relevancia cognitiva de tal diversidad. Crystal lamenta que los estudios sobre la diversidad lingüística se desalentaran durante el periodo de ortodoxia universalista. De ese modo, se habría propagado un mito universalista que los hechos parecen desmentir. En ese sentido, es significativo el título de Evans & Levinson (2009): «The myth of language universals». Tras un amplio recorrido por ejemplos de diversidad lingüística en cada uno de los dominios del lenguaje, Crystal concluye que la búsqueda de universales supuso durante muchos años un enorme gasto de energía en el estudio de las semejanzas reales o imaginarias que subyacen a las lenguas, en contraste con la poca energía dedicada a identificar las diferencias lingüísticas. Como resultado, hoy en día «es posible realizar una exitosa carrera en Lingüística sin haber llevado a cabo nunca un trabajo descriptivo de una lengua y, menos todavía, de una en peligro de extinción» (Crystal, 2000: 80). Tomasello (2009), Evans (2014) y muchos otros comparten esta visión de la universalidad lingüística como un mito que ha condicionado la lingüística durante la segunda mitad del siglo xx pero que ha entrado en crisis. Ante la abrumadora avalancha de ejemplos de diversidad que suelen presentar los defensores más radicales de DL, ¿qué alega el universalista en su defensa? A continuación, me detendré en los argumentos más conocidos a favor de la idea de que existen severas restricciones de carácter biológico a la diversidad lingüística.

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3.5. El universalismo lingüístico —¿Así que hablas japonés antes de hablar francés? —No. Es lo mismo. Para mí no existían idiomas, sino una única e inmensa lengua de la cual uno podía elegir las variantes japonesa o francesa, según. Nunca había oído una lengua que no entendiese. —Si es lo mismo, ¿cómo te explicas que yo no hable francés? —No lo sé. (Amelie Nothomb, Metafísica de los tubos)

A partir de la revolución chomskiana de finales de los años cincuenta del siglo xx, y hasta hace un par de décadas, predominó en las ciencias del lenguaje y de la mente la idea de que hay poca diversidad lingüística, de que existen severos límites innatos a la diversidad derivados de una facultad del lenguaje común a la especie que determina una Gramática Universal que subyace a todas las lenguas humanas posibles y que guía a los niños en el aprendizaje de su lengua nativa. En esa línea, se afirma que las lenguas son estructuras diferentes producidas por principios básicos idénticos (Lenneberg, 1967: 405), o que el lenguaje es un instinto humano (Pinker, 1994). Bickerton sostiene que el lenguaje es un fenómeno biológico más que cultural y habla de un bioprograma, «el plan universal para construir una lengua con el que nace todo niño normal» (Bickerton, 2008: 201). Durante mucho tiempo, Chomsky apenas prestó atención a la cuestión del origen del lenguaje. Los innatistas actuales suelen adoptar un enfoque evolucionista, aunque difieren en el modo de concebir la evolución del lenguaje. Pinker defiende una postura gradualista según la cual incluso el postulado núcleo básico del lenguaje, la sintaxis, se desarrolló progresivamente en la filogénesis gracias a las ventajas que proporcionó en la comunicación9. Bickerton apuesta por un modelo evolutivo en dos fases: el protolenguaje, donde se produce la aparición y la expansión gradual del léxico propiamente humano, y el lenguaje en un sentido pleno, gracias a la aparición de la sintaxis. Este segundo paso se habría dado de modo bastante súbito. Chomsky también conjetura que se debió de producir un repentino big bang para la parte fundamental del lenguaje, la sintaxis. Otros apuestan por un modelo con varios saltos bruscos en los que habrían aparecido distintos aspectos de la facultad humana del lenguaje, entre los cuales habría habido periodos de evolución lenta (Escalonilla, 2015). En cualquier caso, para todos esos autores el lenguaje sería, en lo fundamental y con distintos matices y énfasis, una capacidad biológica específicamente humana.

9   Hay una famosa polémica que enfrenta a Pinker y otros contra Chomsky y otros acerca de este asunto, que puede rastrearse a través de la secuencia: Pinker & Bloom (1990), Hauser, Chomsky & Fitch (2002), Pinker & Jackendoff (2005), Fitch, Hauser & Chomsky (2005) y Jackendoff & Pinker (2005).

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3.5.1. El argumento de la pobreza del estímulo Un célebre argumento de Chomsky a favor del carácter innato y universal del lenguaje es el que denomina argumento de Platón o de la pobreza del estímulo, que se basa en hechos aparentemente obvios sobre el aprendizaje de la lengua en la niñez. El argumento discurre así10: 1.º una lengua es un sistema de conocimiento que debe ser adquirido por un niño normal; 2.º los niños adquieren ese sistema en un lapso breve de tiempo, con facilidad, sin cometer apenas errores y sin instrucción explícita, en contraste con el tiempo y el esfuerzo necesarios para adquirir estructuras de complejidad similar o incluso menor. La conclusión es que los niños tienen que poner mucho de su parte al aprender su lengua nativa, que han de poseer innatamente esas estructuras o que estas deben desarrollarse como maduran los órganos en general11, si bien tienen su periodo crítico de desarrollo unos años después del nacimiento y precisan de estímulos externos que desencadenen los procesos innatamente programados. Incluso propone renunciar a hablar aquí de «aprendizaje» para resaltar que la adquisición del lenguaje es algo que le ocurre o le crece a un niño, como ocurre con el desarrollo de otros órganos, y no algo que hace el niño. Una versión del argumento enfatiza la «infradeterminación» de la capacidad resultante (la competencia lingüística) a partir de los datos escasos y dispersos a los que, según se supone, se ve expuesto el aprendiz de una lengua: Un niño está expuesto solo a una pequeña proporción de oraciones en su lengua, lo que limita su base de datos para construir una versión más general de ella en su mente-cerebro. […] existen en principio indefinidamente muchos sistemas diana (lenguas-I potenciales) consistentes con los datos de la experiencia, y a menos que el espacio de búsqueda y los mecanismos de adquisición se constriñan, sería imposible seleccionar entre ellos. […] La dificultad del problema lleva a la hipótesis de que cualquiera que sea el sistema responsable debe de estar sesgado o constreñido de ciertos modos. Esas constricciones se han denominado históricamente «disposiciones innatas», y las que subyacen al lenguaje, «gramática universal». (Hauser, Chomsky & Fitch, 2002: 1577)

En ese tipo de argumentos importa menos la diversidad lingüística observada en estudios contrastivos que las condiciones de posibilidad supuestamente obvias para la adquisición de cualquier lengua12. El

10   Laurence & Margolis (2001) es una clarificación de la estructura, el contenido y la base evidencial del argumento, y una defensa del mismo contra las críticas filosóficas. Bickerton (2008) aplica un argumento similar al estudio de las lenguas criollas. Lorenzo (2001) es una introducción a las ideas de Chomsky. Pinker (1994) expone una amplia gama de argumentos a favor del carácter innato del lenguaje. 11  Para una discusión de la idea del lenguaje como órgano mental, cfr. Balari & Lorenzo (2015). 12   Para ser justos, los chomskianos admiten a menudo que, para corroborar el innatismo lingüístico, se debe obtener evidencia del mayor número posible de lenguas (Ezcurdia, 2013: 19).

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La relatividad lingüística primer Chomsky parte de una tensión entre dos requisitos empíricos: por un lado, dar cuenta de las lenguas y de su diversidad (requisito de adecuación descriptiva); por otro, explicar la adquisición del lenguaje (requisito de adecuación explicativa). Sin embargo, esta tensión no se resuelve en su enfoque, como podría esperarse, mediante un compromiso que busque un equilibrio entre lo universal y lo diverso, sino sacrificando casi del todo la aparente diversidad y asumiendo la tarea de encontrar los principios generales de la facultad del lenguaje («del lenguaje como tal») que muestren que el residuo diferencial es mucho menos complejo y variado de lo que parece, por lo que, a pesar de las apariencias, «las lenguas deben ser extremadamente simples y muy parecidas entre sí, o no podríamos adquirir ninguna de ellas» (Choms­ ky, 2000: 13)13. Como repite a menudo, todas las lenguas deben estar hechas, «en sus propiedades esenciales, e incluso en los detalles sutiles», a partir del mismo molde, por lo que, si un científico marciano nos observase, debería concluir que «existe una sola lengua humana, con diferencias meramente marginales» (Chomsky, 1988: 72-73). ¿Cómo explica ese tipo de universalismo la diversidad lingüística «residual» que hace que los humanos no hablemos una sola lengua? Una explicación clásica de la diversidad dentro de los límites de la Gramática Universal se basa en distinguir entre principios universales, transversales a las lenguas, y parámetros que se pueden activar de una u otra forma, según la experiencia que aporte la lengua a la que se expone el niño durante el periodo crítico de maduración. La variedad está así prefijada de antemano por los posibles modos de fijar esos parámetros. Los principios universales y las variantes paramétricas nos darían acceso al espacio total de diseño para el conjunto de las lenguas humanas posibles, del que las lenguas existentes serían un subconjunto. Eso explicaría, además, que la tipología lingüística no tenga por qué coincidir con la genética: Los principios de la gramática universal no tienen excepciones, ya que constituyen la facultad misma del lenguaje, un marco para cualquier lengua humana determinada […]. Pero las lenguas evidentemente difieren. […] los principios […] tienen ciertos parámetros que pueden ser fijados por la experiencia de una u otra manera. Podemos imaginar la facultad del lenguaje como una red compleja e intrincada dotada de un conmutador consistente en una serie de interruptores que pueden estar en una de dos posiciones. […] La red constante es el sistema de principios

13   En obras recientes, Chomsky defiende que las lenguas-I (los estados maduros del componente de la mente que sería la facultad del lenguaje) son el resultado de tres factores: el equipamiento genético que está detrás de la Gramática Universal, la experiencia, que hace que se adquiera una u otra lengua, y un tercer factor consistente en principios independientes del lenguaje y comunes a otros sistemas cognitivos humanos y animales, como principios generales de análisis de datos, principios de arquitectura estructural o principios de eficiencia computacional (cfr. Chomsky, 2005). Tanto el primer factor como el tercero sirven para limitar la diversidad y pueden ser usados para apuntalar el universalismo lingüístico.

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de la gramática universal; los interruptores son los parámetros que serán fijados por la experiencia. Los datos presentados al niño que aprende la lengua deben bastar para colocar los interruptores de una u otra forma. [...] Cada uno de los conjuntos permisibles de posiciones de interruptores determina una lengua concreta. La adquisición de una lengua es el proceso […] de fijar los valores de los parámetros. [...] Puede suceder que el cambio de unos pocos parámetros, o incluso de uno, produzca una lengua que parezca ser de carácter bastante distinto de la original. […] len­guas que históricamente no se relacionan pueden ser bastante parecidas si por casualidad los parámetros están colocados de la misma manera. (Chomsky, 1988: 57-58)

A pesar de que Chomsky supone que nadie que aborde sin prejuicios el tema del aprendizaje o la «adquisición» de una lengua puede escapar a la fuerza inexorable del argumento de Platón, existen desafíos al mismo que proceden de los estudios empíricos sobre el desarrollo del lenguaje en la ontogénesis. Siguiendo la tradición de Vygotski o Piaget14, algunos enfoques actuales contemplan las evidencias a las que suelen apelar los universalistas (por ejemplo, las derivadas de las enfermedades relacionadas con el lenguaje o las que se siguen de los nuevos métodos de exploración cerebral), pero vuelven a sostener que esas evidencias sustentan la idea más conciliadora de que la experiencia (incluyendo la prenatal) tiene tanta o más importancia que los factores innatamente programados: […] el cerebro infantil no empieza con unos circuitos dedicados en exclusiva a procesar el lenguaje, sino que acaba con unos circuitos especializados en función de la experiencia. Por tanto, nuestro punto de vista considera que el conocimiento del lenguaje es el producto complejo de la interacción entre unas predisposiciones iniciales relevantes para el dominio (no específicas del dominio) y la rica estructura de las entradas lingüísticas. Así pues, no es una cuestión de naturaleza o educación, sino, más bien, de la intrincada interacción entre las dos. (Karmiloff & Karmiloff-Smith, 2001: 21)

El último Chomsky apunta a la recursión, que sería la responsable de la infinitud discreta o carácter productivo del lenguaje, como la propiedad básica que es común a todas las lenguas. Hauser, Chomsky & Fitch (2002), en línea con los postulados de la última teoría de Chomsky, el «programa minimalista» (Chomsky, 1995), hacen una distinción entre la facultad del lenguaje en un sentido amplio (FLA), que incluiría según ellos un sistema senso-motor, un sistema conceptual-intencional y los mecanismos computacionales necesarios para la recursión, y la facultad del lenguaje en un sentido restringido (FLR), que no incluiría 14   Vygotski (1934) y (1978); Luria (1974) y (1979); Bruner (1984). En el debate entre Chomsky y Piaget, Piatelli-Palmarini (ed.) (1979) es una obra clásica. Los neowhorfianos también abordan desde la ontogénesis la cuestión del impacto cognitivo de las lenguas (véase Bowerman & Levinson, 2001).

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La relatividad lingüística más que los mecanismos sintácticos involucrados en la recursión y las interfaces que sirven para intercambiar información con los otros subsistemas de la FLA. Su hipótesis es que tales mecanismos evolucionaron por razones ajenas a la actual función comunicativa del lenguaje, en contra de lo que defienden otros universalistas, como Pinker & Bloom (1990). No me detendré en los difíciles detalles de las distintas teorías abrazadas por Chomsky a lo largo de su larga trayectoria. Autores de esta tradición que se han alejado de las ideas recientes de Chomsky, como Pinker y Jackendoff, afirman que el minimalismo reduce mucho lo que cabe considerar la facultad del lenguaje en un sentido estricto, esto es, la parte del lenguaje que se puede considerar exclusivamente humana y común a todas las lenguas. Prácticamente la facultad del lenguaje en sentido restringido (la que abarca la recursión) constaría de una única operación denominada «merge» («fusión») que une de modo recursivo elementos (palabras o frases) en un árbol binario que lleva la etiqueta de uno de ellos15. Si el minimalismo sugiere un mayor margen de variación interlingüística potencial, eso ayudaría a explicar el auge de los estudios actuales que ponen en un primer plano la diversidad lingüística como derivado, al menos en parte, del propio debilitamiento del universalismo chomskiano. Como afirman Pinker & Jackendoff, «[e]l Programa Minimalista parece parsimonioso y elegante, eludiendo los barrocos mecanismos y principios que emergían en las encarnaciones previas de la gramática generativa […] las implicaciones para la evolución del lenguaje son claras. Si el lenguaje per se no consiste en gran cosa, entonces no mucho tiene que evolucionar para que lo tengamos: fusión sería lo único que habría que añadir a los sistemas auditivos, vocales y conceptuales preexistentes» (Pinker & Jackendoff, 2005: 2009)16. Sin embargo, la retórica universalista de los textos insertos en el minimalismo sigue siendo tan radical como siempre. La razón es que Chomsky parece querer situar la fuente básica de la diversidad lingüística en la interfaz senso-motora (donde se «borran» y se «desplazan» algunas piezas), mientras que las representaciones lingüísticas centrales producidas por ese núcleo computacional compartido serían uniformes y transversales a las lenguas17. 15   Esa es la caracterización que hacen Pinker & Jackendoff (2005: 219). En el glosario de Berwick et al. (2013) se define «merge» del siguiente modo: «en el lenguaje humano, mecanismo computacional que construye nuevos objetos Z (e. g. ‘ate the apples’) a partir de objetos sintácticos ya construidos X (‘ate’), Y (‘the apples’)». 16   En realidad, lo que quiere mostrar Chomsky es que la mayor parte de la «tecnología específica del lenguaje» que le pareció necesario postular en anteriores etapas es «reducible a explicaciones basadas en principios generales no específicos del lenguaje» (Chomsky, 2005: 11). Esta nueva postura no abre la puerta a una mayor diversidad lingüística, sino solo a una posición universalista que pone un peso menor en los factores específicamente lingüísticos constitutivos del lenguaje, y más peso en factores que, aunque no son específicos del lenguaje, también constriñen universalmente el resultado final. 17   La idea se resume bien en el siguiente pasaje:

[…] mucha de la aparente complejidad del lenguaje fluye de la exteriorización, correspondiendo la variación de una lengua a otra a soluciones diferentes al modo en que las representacio-

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3.5.2. Universales semánticos Mientras que Chomsky incide en la universalidad de la sintaxis, Pinker y otros universalistas destacan también la de lo semántico. Así, Pinker (2007) ofrece una lista de expresiones básicas del mentalés o sistema representacional supuestamente innato y común a los humanos, que hallarían de algún modo expresión en la gramática de toda lengua, y que conformarían nuestra comprensión básica de los mundos físico y social. En su lista, según él «bastante breve», aparecen varios de los conceptos de la «metafísica implícita» que para Whorf son relativos a cada lengua. Esta lista constaría de una serie de conceptos básicos (suceso, estado, cosa, trayectoria, lugar, propiedad, modo), un conjunto de relaciones que vinculan esos conceptos entre sí (actuar, ir, ser, tener), una taxonomía de entidades (humano vs. no humano, animado vs. inanimado, objeto vs. material, individuo vs. colección, flexible vs. rígido, unidimensional vs. bidimensional vs. tridimensional), un sistema de conceptos espaciales para definir los lugares y las trayectorias, como los significados de «sobre», «en», «dentro», «a» y «bajo», una línea temporal que ordena los sucesos y que distingue puntos instantáneos, intervalos limitados y regiones indefinidas, una familia de relaciones causales (causar, permitir, capacitar, impedir, fomentar) y el concepto de meta y la distinción medios-fines (Pinker, 2007: 81). Este tipo de autonomismo conceptual se opone de modo directo a los enfoques neowhorfianos contemporáneos, aunque ya he señalado que es menos radical que el de Fodor, quien postula miles de conceptos innatos. Volviendo a la «brevedad» de la lista de Pinker, ciertamente los universalistas en este ámbito suelen ampliar el repertorio conceptual innato. En el apartado de Berwick et al. (2013) dedicado al léxico se usa el argumento de Platón también para este aspecto del lenguaje. Así, citan un ejemplo de Gleitman, el de la palabra «justo», en expresiones como «Eso no es justo», que los niños con hermanos utilizan enseguida como una forma de autodefensa, sin que se necesite adiestrarlos en su uso y a pesar de su carácter abstracto y altamente complejo. Al generalizar esta idea, los autores se acercan peligrosamente a la idea de Fodor ridiculizada por Pinker (2007, cap. 3) de que tenemos 50.000 conceptos innatos, es decir, prácticamente todos: No ocurre solo que los significados de las palabras son intrincados, mucho más allá de la evidencia disponible por el niño, sino que además son aprendidos con sorprendente rapidez, aproximadamente uno por cada hora de vigilia en el periodo cumbre de la adquisición del lenguaje. (Berwick et al., 2013: 93)

nes sintácticas internas «emergen a la superficie» como oraciones. Esos son precisamente los aspectos del lenguaje fácilmente susceptibles de variación y de cambio histórico. (Berwick et al., 2013)

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3.5.3. Situando a Chomsky en nuestras coordenadas ¿Qué lugar ocupa un universalismo lingüístico con pocas concesiones como el de Chomsky en el espacio lógico que estoy tratando de cartografiar? En primer lugar, es perfectamente compatible con la versión semiótica de la tesis del impacto cognitivo del lenguaje. Algunos de los auto­ res examinados en el Capítulo 2 (Bickerton, Carruthers o Jackendoff) aceptan el enfoque chomskiano o están próximos al mismo. Al menos, coinciden en que el lenguaje es un fenómeno biológicamente determinado en sus aspectos básicos, más que un fenómeno cultural, lo que no les impide defender toda una gama de efectos nada triviales del lenguaje sobre distintos aspectos del pensamiento. Además, aunque no se posiciona al respecto con especial claridad, Chomsky mismo no parece un autonomista cognitivo. El impacto semiótico del lenguaje es la consecuencia que extrae de cuestionar, contra la intuición y la opinión de muchos teóricos, incluidos algunos universalistas como Pinker y Jackendoff, que la comunicación sea la función primaria del lenguaje. De ahí infiere que, «más bien, el lenguaje sirve primariamente como un “instrumento de pensamiento” interno» (Berwick et al., 2013: 91), que intervendría en tareas como el razonamiento o la planificación. Por otro lado, aunque hay un cierto margen para la diversidad lingüística en un modelo como este, el Chomsky más reciente parece querer situarla en un lugar (la interfaz senso-motora) que por su superficialidad evita toda tentación de pasar a una correlativa relatividad lingüística. Pero desde un enfoque biolingüístico de inspiración chomskiana se puede estar en contra de posturas ultrarradicales como la de Evans & Le­ vinson (2009), argumentando que alimentan el «mito de la diversidad lingüística», pero admitir que la diversidad entre las lenguas humanas es «notable» (Mendívil, 2011: 2). Eso corresponde a lo que en el apartado 3.3 llamé DLMOD (diversidad lingüística moderada), una postura que es compatible con un universalismo lingüístico moderado (ULMOD). Algunas heterodoxias como la semántica no transformacional de Culicover & Jackendoff (2005), que cambian el énfasis desde la sintaxis al léxico (el cual incluiría ya la información sintáctica relacionada con los ítems léxicos), parecen compatibles con un grado bastante elevado de diversidad lingüística que podría dar lugar a consecuencias relativistas. Sin embargo, entrar en los detalles de estos complejos modelos teóricos en lingüística nos alejaría de nuestros objetivos principales18. Es también posible que algunas diferencias lingüísticas que desde la perspectiva teórica de un cierto tipo de lingüística naturalista e internista pueden ser calificadas de «superficiales» o «poco relevantes», el resultado de la decisión de estudiar el lenguaje como un fenómeno social y externo,

18   Algunas obras de lingüística ficción, como Watson (1973) o Haden Elgin (1984) y (1987), asumen como trasfondo el marco chomskiano (en la versión de la época), pero a la vez presuponen una versión de la hipótesis de la relatividad lingüística, usando como Premisa 2 la hipótesis de una diversidad lingüística considerable, pero bajo las restricciones de la Gramática Universal.

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más que como un fenómeno mental e interno, sean de importancia capital cuando de lo que se trata es de evaluar la cuestión de su impacto sobre la diversidad cognitiva humana. En mi caracterización inicial de la diversidad lingüística (véase el comienzo del apdo. 3.3.1) se incluyen dominios bastante alejados de lo que los chomskianos quieren preservar como transversal a todas las lenguas humanas (la sintaxis y, en particular, la recursión). Por ejemplo, en el Capítulo 5 evaluaré el posible impacto cognitivo de la diversidad en las metáforas lingüísticas codificadas en una lengua. También aquí se podría tratar de cortar el paso hacia la relatividad lingüística de varios modos, ya que es posible defender: 1) a un nivel general o abstracto, que las metáforas convencionales son un fenómeno presente en todas las lenguas, por lo que el principal impacto cognitivo aquí sería, en todo caso, semiótico: hablar metafóricamente nos permitiría a todos los humanos pensar metafóricamente; 2) a un nivel más concreto, que muchas metáforas son transversales a las lenguas por lo que, de nuevo, el impacto cognitivo sería, como mucho, semiótico; 3) que en este dominio es el pensamiento y no el lenguaje el que lleva la iniciativa (la dirección causal sería pensamiento → lenguaje), lo que cuestionaría ICL (esto es, la Premisa 1 en el argumento a favor de la relatividad lingüística). Trataré de demostrar que la hipótesis relativista puede encontrar aquí una Premisa 2 (una versión de la tesis de la diversidad lingüística: DLMET) suficientemente sólida como para justificar ese paso del argumento. También los tipos de diversidad lingüística señalados en el apartado 3.2 como distintos de la diversidad interlingüística (en particular, la diversidad intralingüística) pueden parecerle demasiado específicos a quien se mueve en un cierto nivel de abstracción, pero están especialmente involucrados en los debates sobre el tipo de relatividad lingüística que podría dar lugar a algunos de los polémicos corolarios examinados en el Capítulo 1, por lo que a mi entender es perfectamente legítimo resaltarlos.

3.5.4. Los rasgos de diseño de Hockett Aunque el universalismo chomskiano es el más popular, Moure (2001) señala que hay dos tradiciones universalistas bastante diferentes. La primera, el generativismo, suele prescindir de la minuciosa comparación de lenguas (o es objeto frecuentemente de tal acusación), favoreciendo otro tipo de argumentos y evidencias. Por contra, la tradición de la tipología lingüística, ligada a nombres como J. Greenberg o C. H. Hockett (cfr. Greenberg, 1963; Hockett, 1960 y 1963), se basa en la generalización a partir del estudio comparativo de un número cuanto más elevado mejor de lenguas. Tomando como paradigma a Hockett (1960), nos encontramos ahora ante un universalismo moderado, que deja espacio para amplios márgenes de variación entre lenguas. Su objetivo es construir un marco de referencia que permita separar el lenguaje de cualquier otro sistema de comunicación animal, un marco que incluya los rasgos básicos de diseño definitorios del lenguaje (un conjunto mínimo de condiciones necesarias y suficientes), que es de esperar que estén presentes en cualquier

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La relatividad lingüística lengua, como realización concreta del lenguaje. Hockett presenta trece rasgos como universales absolutos, en la medida en que cree que hay evidencia de que todas las lenguas del mundo los incorporan (Hockett, 1960: 6). No todos mostrarían la especificidad del lenguaje humano, ya que los cuatro primeros los atribuye a otros mamíferos terrestres, los rasgos 6, 7 y 8 los observa en los sistemas de llamada de algunos primates no humanos, los rasgos 8 y 12 los sitúa en homínidos anteriores a nosotros, y solamente los rasgos 10, 11 y 13 son considerados por él como exclusivos de las lenguas humanas: 1. Canal vocal-auditivo. Evans & Levinson (2009) rechazan la universalidad de este rasgo, al resaltar la cantidad de lenguas naturales que utilizan la modalidad gestual-visual. Puede añadirse que muchas lenguas tienen una modalidad escrita-leída. 2.  Rápido desvanecimiento de las señales (esto no se aplicaría a la modalidad escrita). 3.  Transmisión difusa de la señal (cualquiera en el radio de escucha puede detectarla) y recepción direccional de la misma (el emisor es fácilmente identificable). 4.  Intercambiabilidad: se puede reproducir cualquier mensaje que se pueda entender. 5.  Retroalimentación total: el hablante oye todo lo que es relevante lingüísticamente en lo que él mismo dice. Liga este rasgo con lo que he llamado ICL-constitutivista, ya que, según él, sería lo que «permite la interiorización de la conducta comunicativa que constituye al menos gran parte del pensamiento» (Hockett, 1960: 6). 6.  Especialización: las señales del lenguaje no tienen más función que la de ser señales. 7.  Semanticidad: existencia de asociaciones relativamente fijas entre elementos del mensaje (por ejemplo, palabras) y rasgos recurrentes del entorno. Este rasgo estaría presente también en las llamadas de algunos primates. 8.  Arbitrariedad, por oposición a conexión motivada (por causación o semejanza). 9.  Carácter discreto (vs. continuo): las lenguas usan solo un conjunto de rangos de sonido y las diferencias entre ellos son funcionalmente absolutas. 10. Desplazamiento: capacidad para tratar de cosas espacial o temporalmente remotas en relación con la situación de habla. 11. Productividad: capacidad de decir cosas que nunca han sido dichas u oídas antes y, aun así, ser entendido por otros hablantes de la lengua. La explicación del carácter productivo la remite a la posibilidad de colocar juntas piezas lingüísticas familiares mediante patrones de disposición (podríamos decir «reglas») también familiares. 12. Transmisión tradicional. Aquí Hockett enfatiza el peso de la cultura, aunque sin renunciar a los factores innatos, ineludibles en un trabajo que adopta un marco evolucionista ortodoxo: «los genes portan la capacidad para adquirir una lengua, y probablemente

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también un fuerte impulso hacia tal adquisición, pero las convenciones detalladas de cualquier lengua se transmiten extragenéticamente mediante la enseñanza-aprendizaje» (ibid.: 6). Esta postura abre la posibilidad de una gran diversidad lingüística, si suponemos que la predisposición innata hacia el lenguaje determina solamente los demás rasgos de la lista, pero no otros rasgos universales más específicos. 13. Dualidad de patrón (doble articulación): los elementos significativos (morfemas) son numerosos, pero son representados mediante disposiciones de un conjunto pequeño de sonidos distinguibles que no son significativos por sí mismos. A pesar de la aparente debilidad del universalismo de Hockett, que sugiere incluso que algunos de sus rasgos son triviales (aunque no aparecen en todo sistema de comunicación), una postura como la suya permite conservar el concepto de lenguaje como algo que abarca a todas las lenguas y moderar así la idea de variación interlingüística sin límites. Sin embargo, ni Evans & Levinson ni, como veremos a continuación, Daniel Everett aceptan todos esos rasgos como condiciones necesarias que se encuentran ejemplificadas en cualquier lengua. En particular, Everett cuestiona que el rasgo en el que más insisten los chomskianos (la recursión, que asocian a la productividad del lenguaje) pueda ser considerado un universal lingüístico absoluto19.

3.6. El caso de la lengua pirahã Una controversia bastante reciente en torno a la cuestión de la diversidad lingüística y a la Gramática Universal surge a partir de las afirmaciones del lingüista Daniel Everett sobre la lengua amazónica pirahã20. Everett no defiende solo una gran diversidad potencial entre las lenguas humanas en distintos dominios y subdominios del lenguaje, sino que ofrece una hipótesis culturalista para explicar esa diversidad, lo que desafía la tesis de la autonomía de la gramática, central a la tradición generativista. La hipótesis general de Everett es que la cultura constriñe fuertemente la lengua, en particular la gramática. Si una lengua es un fenómeno constreñido más cultural que biológicamente, entonces, como las culturas son mucho más variadas e impredecibles que la biología humana, cabe esperar un amplio margen de variación interlin19   Puede ser que el concepto de lenguaje sea borroso en el sentido de Wittgenstein (1953) y que la lista de Hockett apunte a rasgos prototípicos y no a condiciones absolutamente necesarias. 20   La polémica arranca con Everett (2005). Everett (2008) es una exposición más amplia que tiene mucho de autobiografía. Una beligerante crítica desde el bando universalista se produce en Nevins, Pesetsky y Rodrigues (2009a). Everett (2009) es una contrarréplica, y Nevins, Pesetsky y Rodrigues (2009b) es la contracontrarréplica. Las ideas de Everett acerca del lenguaje como «herramienta cultural» se exponen de modo más amplio en Everett (2013). Wolfe (2016) es un relato de la controversia desde una posición afín a la de Everett y ultracrítica con la ortodoxia chomskiana.

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La relatividad lingüística güística. En realidad, Everett admite que es posible que haya semejanzas interlingüísticas de un nivel general o abstracto, pero cree que se deben a que todas las lenguas deben resolver los mismos problemas, por ejemplo el de la comunicación (Everett, 2013: 87)21. Sin embargo, en lo que concierne a la conexión entre la diversidad lingüística y la diversidad cognitiva, Everett es muy reacio a argumentar en una línea neowhorfiana. Su énfasis es, sobre todo, en el impacto de la cultura sobre la estructura de la lengua. Es cierto que el título de Everett (2005) apunta al impacto de la cultura no solo sobre la lengua, sino también sobre la cognición individual, pero Everett considera ina­ decuada la insistencia neowhorfiana en el impacto en la dirección lengua→pensamiento: […] contra la idea whorfiana simple de que la relatividad o el determinismo lingüísticos por sí solos puedan explicar los hechos bajo consideración. […] la unidireccionalidad inherente a la relatividad lingüística ofrece una herramienta insuficiente para las conexiones lenguaje-cognición más en general, porque no reconoce el papel fundamental de la cultura en la configuración del lenguaje. (Everett, 2005: 622)

La posición de Everett (2005) frente al neowhorfismo se elabora hacia el final del artículo. Aunque pone el énfasis principal en explicar cómo la cultura constriñe la gramática, cuando pasa a considerar la cognición sostiene que la hipótesis más plausible es que sigue siendo la cultura la que lleva las riendas causales, la que produce, por un lado, un gran impacto sobre la lengua y, por otro (parece que de modo independiente), sobre el pensamiento de los pirahã. Everett (2013) adopta una postura más compleja acerca de las relaciones entre el lenguaje, el pensamiento y la cultura. Influido tal vez por un neowhorfiano que ha estudiado el pensamiento numérico entre los pirahã (cfr. Gordon, 2004 y 2010), admite ahora que la lengua puede ser un factor causal clave en dominios como el de la cognición numérica, en el sentido de que las palabras serían necesarias como vehículos de tales pensamientos22. Sin

21   Tomasello también cree que «los aspectos más netamente lingüísticos del lenguaje, incluidos los gramaticales», aparecen como «construcciones culturales transmitidas por comunidades lingüísticas individuales» (Tomasello, 2008: 19), mientras que los fundamentos propiamente biológicos de la comunicación humana residen en las adaptaciones para la cooperación y la interacción social en general. 22   En Frank, Everett, Fedorenko & Gibson (2008) la postura es más sutil. Se defiende que, aunque el pirahã no tiene recursos para expresar cantidades exactas, ni siquiera para «uno» (Gordon cree que tienen un sistema uno-dos-muchos), los pirahã muestran tener el concepto de cantidad exacta en tareas de emparejamiento de objetos, lo que se opondría a lo que llaman «whorfismo fuerte» (yo diría que rechazan RL en el dominio de los conceptos aritméticos). Sin embargo, fallan en tareas que requieren la memoria de cantidades exactas. La tesis es que el lenguaje numérico es una «tecnología cognitiva para seguir el rastro de la cardinalidad exacta de conjuntos grandes a través del tiempo, el espacio y los cambios de modalidad» (Frank et al, 2008: 819), algo que los pirahã serían incapaces de hacer por no contar con adecuadas herramientas lingüísticas. Según los autores, eso implica una forma más débil de whorfismo (yo diría que aceptan RL en dominios cognitivos como la memoria numérica). Al final del artículo afirman que algo similar se da en los dominios cognitivos del color

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embargo, se reafirma en que, en general, el factor más determinante es la cultura y, lo que resulta más sorprendente, sostiene que a menudo ni siquiera hay una correlación entre la lengua y el pensamiento de sus hablantes. Y esto ocurriría precisamente en lo que afecta al aspecto más polémico de las afirmaciones de Everett: la supuesta ausencia de cualquier forma de recursión en el pirahã, que haría que esta lengua careciese de la posibilidad de producir oraciones potenciales de longitud infinita. De acuerdo con Everett, aunque los pirahã no pueden hablar recursivamente, en cambio sí que pueden pensar de modo recursivo, lo que se muestra en su capacidad de narrar y entender historias que requieren formas complejas de combinar pensamientos, con pensamientos subordinados a otros, subtramas, personajes y todo tipo de relaciones entre esos elementos (Everett, 2008: 287). Esto es, según él, la cultura constriñe la lengua, pero no del mismo modo la cognición individual de sus hablantes, la cual sí manifiesta un carácter recursivo23. Esta idea se opone claramente a la línea argumental neowhorfiana básica (en concreto, a ICL, la primera premisa en el argumento a favor de RL). La alianza más obvia con el neowhorfismo reside en la defensa de la diversidad lingüística y en el común rechazo de la idea de una Gramática Universal autónoma e innata. Everett participa en la revuelta antiuniversalista que tiene en Evans & Levinson a sus defensores paradigmáticos. De un modo que recuerda a la idea de Wittgenstein (1953) de que hablar una lengua implica participar en una forma de vida, considera que la gramática no es un instinto, o un órgano que le crece simplemente al niño o que se desarrolla de una forma autónoma, sino que, puesto que la cultura está «implicada causalmente en las formas gramaticales» (Everett, 2005: 633), uno debe aprender la correspondiente cultura para aprender una cierta gramática. La polémica tesis central de Everett (2005) es que existe un principio cultural que permea toda la forma de vida pirahã y que produce una serie de consecuencias en la gramática de la lengua, el principio de inmediatez de la experiencia, según el cual la comunicación se restringe a la experiencia inmediata de los interlocutores. La noción de inmediatez de Everett no implica algo tan radical como ceñirse al momento presente, sino que «una experiencia es inmediata en pirahã si ha sido vista o relatada como vista por una persona viva en el momento del relato» (Everett, 2005: 622). Se trataría, por tanto, de una inmediatez relativa. Everett es consciente del peligro que corre de recaer en la vieja idea de lengua primitiva, por lo que se desmarca explícitamente de ella y señala una serie de aspectos en los que el pirahã es más complejo que las lenguas euroy de la navegación espacial. La idea general es que la lengua no altera las representaciones prelingüísticas en ninguno de esos dominios, sino que proporciona un método ulterior de representación para codificar información de modo eficiente. Gordon (2010) reivindica una postura más «fuerte» (más ortodoxamente neowhorfiana) según la cual la lengua tiene un rol causal en la determinación del contenido conceptual de la cognición numérica, aunque admite la compleja interacción que se da entre la cultura, la lengua y la cognición (Gordon, 2010: 199). 23   La idea de recursión mental la toma Everett (2013) de Corbalis (2011).

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La relatividad lingüística peas: «(p)osee la morfología verbal más compleja que conozco y un sistema prosódico extremadamente complejo» (Everett, 2005: 621). Pero el énfasis se pone en lo que esa lengua no tiene, en los «huecos» que la cultura pirahã acaba produciendo en la morfosintaxis de la lengua pirahã (y en otros ámbitos de la forma de vida pirahã), lo que da pie a la acusación de recaer en la idea del primitivismo: según Everett el pirahã no tiene números ni otros recursos para contar, ni términos para cuantificar (parecidos a «todo», «cada», «la mayoría de», «algunos» o «pocos»), ni términos fijos de color (la única lengua, según Everett que no los posee), ni recursión24, ni tiempos relativos o perfectos, ni mitos de creación, ni ficción, ni memoria colectiva más allá de dos generaciones, ni pintura u otras formas de arte, y tiene un sistema de pronombres y un sistema de términos de parentesco extremadamente simples. En Everett (2008) añade algunas otras carencias chocantes, como la ausencia de recursos para la comunicación de contacto o «fática» (palabras para «hola», «adiós», «gracias» o «por favor»). La fuerza de ese principio cultural explicaría que los pirahã continúen siendo monolingües después de 200 años de contactos con hablantes de otras lenguas; la idea es que las gramáticas de esas otras lenguas son incompatibles con la cultura o forma de vida pirahã y por ello son sistemáticamente rechazadas. Por el mismo motivo, rechazan la religión cristiana, la cual requiere confiar en testimonios que se remontan a épocas remotas25. El argumento fundamental para considerar la cultura como el factor dominante es que hay muchas características únicas o raras de la lengua pirahã que formalmente son muy distintas, pero que según Everett se pueden conectar y explicar mediante el único principio cultural mencionado. Así, la hipótesis de Everett equivale a la idea de que la cultura ejerce un impacto holístico sobre la lengua, manifestándose en múltiples aspectos de ella como una manera coherente de hablar acorde con dicho principio, algo parecido a lo que Whorf denomina «fashion of speaking». Según Everett, la restricción debe ser cultural, «porque, mientras que no parece haber nada lingüístico o cognitivo en común entre los ítems, hay un valor cultural que todos comparten, esto es, el valor de referirse solo a la experiencia inmediata» (Everett, 2005: 626)26.

24   Según Everett, el pirahã «(e)s la única lengua conocida sin incrustación (poner una frase en el interior de otra del mismo tipo o inferior, e. g., frases nominales dentro de frases nominales, oraciones dentro de oraciones, etcétera)» (ibid.: 622). Algunos críticos afirman que no es la única lengua en la que sucede algo así, de modo que no está claro que esta ausencia esté ligada a un principio cultural específico de los pirahã. 25   Esta restricción de la epistemología del testimonio no es tan exótica como podría parecer. Al menos, no se lo parece a Huckleberry Finn:

Después de la cena, ella sacaba su libro y me enseñaba cosas de Moisés y los juncos y yo estaba muy preocupado por saberlo todo sobre él. Pero enseguida soltó que Moisés llevaba muchísimo tiempo muerto, así que ya dejó de interesarme porque no me importan nada los muertos. (Twain, 2011: 10) 26  Una objeción de Nevins, Pesetsky & Rodrigues (2005) es que todas esas características aparecen en otras lenguas que pertenecen a comunidades culturalmente muy distintas de los pirahã.

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Con respecto a algunas de las características de la lengua pirahã, por ejemplo, la ausencia de términos de parentesco para referirse a personas que vivieron antes que cualquiera de los hablantes potenciales, es más plausible su fundamento en el principio de inmediatez de la experiencia. En otros casos, la conexión es bastante menos evidente. Por ejemplo, Kay (2005) le replica a Everett que el color forma parte de la experiencia inmediata, con lo cual no se infiere del hipotético principio cultural que no deba existir un léxico de color, sino más bien todo lo contrario, como de hecho parece seguirse, según Kay, de algunos de los datos aportados por el propio Everett. La respuesta de este es que los pirahã hablan de la experiencia cromática inmediata usando expresiones equivalentes a «como la sangre», pero que el principio de inmediatez de la experiencia bloquea la creación de palabras abstractas que pudieran generalizar las experiencias cromáticas y que permitirían decir cosas como «mi color favorito es el rojo». En Everett (2013: 256) habla de un «tabú cultural contra las generalizaciones innecesarias más allá del aquí y ahora». La respuesta no me parece demasiado convincente, teniendo en cuenta que Everett admite que la cultura pirahã no prohíbe otras generalizaciones y abstracciones, sino que, como cualquier otra lengua, posee palabras (nombres) para una gran cantidad de tipos o categorías de cosas. En particular, señala que los pirahã tienen un exhaustivo conocimiento enciclopédico, sedimentado en el léxico, acerca de la fauna y la flora del entorno en el que habitan. Las conclusiones de Everett no suponen únicamente un desafío al universalismo de Chomsky (a la idea de Gramática Universal o a la idea de un núcleo innegociable de toda lengua humana que incluiría el mecanismo de la recursión), sino el a veces considerado más moderado universalismo de Hockett, que también incluye la productividad como uno de los rasgos de diseño del lenguaje humano. Everett (2005) afirma que los rasgos de intercambiabilidad, desplazamiento y productividad no se dan en la lengua pirahã, por lo que, en realidad, no estaríamos ante rasgos lingüísticos universales. El rasgo de intercambiabilidad, a mi modo de ver, es entendido por Everett de un modo distinto al definido por Hockett, como le reprocha Pawley (2005). Hockett parece darle un alcance intralingüístico, según el cual cualquiera que pueda entender un mensaje dentro de una lengua también puede producirlo en esa misma lengua. En este sentido, el pirahã posee este rasgo, como cualquier otra lengua. En cambio, Everett le da un alcance interlingüístico, equivalente a intertraducibilidad o al concepto de completa funcionalidad de una lengua de Sapir (1933), según el cual, si un hablante de una lengua puede producir o entender un mensaje en su lengua, entonces ese mensaje debe ser expresable en cualquier otra lengua. La idea es que en pirahã no se pueden expresar mensajes expresables en otras lenguas, por ejemplo todo lo que tiene que ver con los números y el contar, o con los colores. Pero para esto no hace falta irse a la lengua pirahã, ya que son muchos los que han defendido que existen límites a la traducibilidad entre lenguas, incluso entre lenguas cercanas. La postura de Everett en este punto, sin embargo, no

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La relatividad lingüística es trivial, ya que, como vimos en el Capítulo 1, muchos universalistas insisten en que la traducción es siempre posible en lo fundamental. El rasgo del desplazamiento es el queda más claramente comprometido por el principio de inmediatez de la experiencia, al implicar precisamente que las lenguas no se limitan a la comunicación sobre lo que está al alcance de la experiencia inmediata. Aun así, Everett aclara que los pirahã «pueden por supuesto hablar de cosas que están ausentes del contexto en el momento en que se habla de ellas» (Everett, 2005: 633), pero que eso es un grado mínimo de desplazamiento y que son incapaces de hablar de cosas alejadas de la experiencia personal, en particular de las abstracciones del tipo que implican los números y el contar, la cuantificación, los colores, las genealogías de muchas generaciones o las relaciones de parentesco complejas. Además, la ausencia de mitos de creación o de cualquier conocimiento de genealogías que vayan más allá de la experiencia de los hablantes vivos parece una severa limitación al desplazamiento. El desplazamiento es uno de los rasgos favoritos de Bickerton, central en su concepto de protolenguaje, por lo que, según él, formaría parte del bioprograma lingüístico innato desde una fase muy anterior a la aparición de la recursión (posiblemente desde el Homo habilis). Aunque la reacción más virulenta a las ideas de Everett ha venido del bando chomskiano debido al cuestionamiento de la universalidad de la recursión, el desafío a la universalidad del desplazamiento podría ser también polémico. Sin embargo, Everett admite que los pirahã pueden hablar de lo no presente en el contexto de habla, que es todo lo que se necesita para hablar de desplazamiento, por mucho que la cultura pueda limitar el alcance de este rasgo27. En cambio, el desafío a la recursión es absoluto, ya que Everett afirma que el pirahã no muestra ni el menor rastro de esa propiedad. La afirmación más polémica de Everett es la referida a la recursión, el reducto intocable del universalismo chomskiano (pero, hay que señalar, no el de otros lingüistas universalistas, como Pinker o Jackendoff). La hipótesis culturalista everettiana afirma que la inmediatez de la experiencia se refleja en la inmediatez de la codificación de la información: un evento por emisión, de modo que «múltiples eventos no son expresados en una única emisión/oración» (Everett, 2005: 622). Según Everett, en pirahã no hay ningún recurso que pueda generar expresiones de longitud ilimitada, nada similar a la conjunción, la disyunción, las cláusulas de relativo, etcétera. Por eso, su gramática es finita, en el sentido de que «habría un límite máximo para el número de oraciones que puede generar» (Everett, 2008: 286-287). Sin embargo, la productividad en el sentido hockettiano de capacidad para decir cosas nunca dichas u oídas previamente, se logra a través de las historias, gracias a

27   Tomasello sostiene que la referencia a entidades desplazadas en el espacio y en el tiempo no depende del lenguaje y surge ya «en la comunicación cooperativa humana por medio de gestos simples», pero admite que «el lenguaje es el medio más productivo para lograr este fin» (Tomasello, 2008: 67).

La diversidad lingüística

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las cuales los pirahã comunican mensajes complejos e indefinidamente largos, y también, como afirma al comienzo de su respuesta a Nevins, Pesetsky & Rodrigues (2009a), gracias a la inferencia pragmática, el apoyo en rasgos del contexto de habla. Everett (2008) da una explicación algo más detallada de cómo el principio de inmediatez de la experiencia bloquea la aparición de la recursión en la gramática, señalando que la recursión (por ejemplo, en las cláusulas subordinadas) sirve típicamente para introducir una afirmación no aseverada sino presupuesta como ya sabida, algo que los pirahã se negarían a hacer por razones culturales. Nada, por tanto, de «Hey, Paitá, trae algunos de los clavos que compró Dan» (lo que presupondría como ya sabido que Dan compró unos clavos), sino una pequeña historia en su lugar: «Hey, Paitá, trae unos clavos. Dan compró esos mismos clavos. Son los mismos» («Ko Paitá, tapoá xigaboopaáti. Xoogiai hi goo tapoá xoáboi. Xaisigíai») (Everett, 2008: 272). El título del Capítulo 11 de Everett (2013) es un buen ejemplo de la capacidad de transmitir mensajes complejos mediante historias, sin el uso de oraciones complejas: «You drink. You drive. You go to jail». La postura de Everett ha encontrado, por supuesto, una fuerte oposición del lado de los partidarios de la Gramática Universal. La previsible estrategia general de la réplica es la de no tomar en serio las conclusiones de Everett y afirmar, por ejemplo, que las oraciones del pirahã que él mismo aporta tienen, en realidad, incrustación, «solo que en un nivel subyacente donde no podemos verlas» (Tomasello, 2005: 640). En efecto, Nevins, Pesetsky & Rodrigues (2009a) argumentan que Everett ha analizado mal sus propios datos y que el pirahã es una lengua como cualquier otra y, en particular, que tiene recursión. Estoy de acuerdo con Tomasello en que esa estrategia, si no se argumenta muy bien, corre el riesgo de hacer de la hipótesis de la Gramática Universal un postulado inmune a la falsificación. Un efecto positivo del debate ha sido aclarar el concepto mismo de recursión, distinguiéndolo de conceptos afines, como el de iteración. Recientemente, Zwart (2011) defiende que el pirahã tiene recursión, definida de un cierto modo, como «derivación en capas», lo que implica la idea de un proceso que toma como entrada el producto de una derivación anterior (en las sucesivas derivaciones podría intervenir solo la minimalista operación fusión). En castellano, este tipo de recursión se manifiesta en oraciones como «El hombre golpeó el balón», donde se supone que el sujeto («El hombre») ha sido producido con anterioridad al proceso de construir la oración completa (incrustación de rama izquierda), o en oraciones como «El perro que el gato mordió ladró» (incrustación central), en la que, de nuevo, se supone que la oración incrustada ha tenido que ser derivada con anterioridad, de modo que interviene como un todo en el siguiente paso derivacional. Según Zwart, ciertos fenómenos, como los sujetos complejos o los verbos complejos del pirahã, tal como los describe el propio Everett, manifiestan ese tipo de recursión, con lo cual el reducto chomskiano de la Gramática Universal quedaría salvaguardado. En las conclusiones, sin

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La relatividad lingüística embargo, admite que lo que puede faltar en pirahã, tal vez debido a fuerzas culturales, es la incrustación de rama derecha por mera iteración (oraciones similares a «Telmo cree que Minerva piensa que Bastián oyó que Nora dijo que no pasaba nada»), que es lo que daría lugar a procesos productivos en el sentido de potencialmente infinitos. El énfasis de Everett está fundamentalmente en que las oraciones del pirahã poseen un único verbo y en que no hay recursos formales (conjunciones, disyunciones, cláusulas subordinadas, etc.) que permitan hacer un uso infinito de medios finitos, por lo que tal vez sus ideas son compatibles con lo que dice Zwart. Sin embargo, parece que Everett negaría la interpretación que Zwart hace de sus datos, ya que llega a afirmar que «parece posible interpretar todas las oraciones en pirahã como las cuentas de un collar, sin necesidad de una estructura más complicada» (Everett, 2008: 283), esto es, sin postular que algunas de las cuentas sean complejas y que han tenido que ser montadas en algún proceso derivacional previo. Nada, pues, de capas derivadas, incrustación de rama izquierda o incrustación central. Independientemente de cómo acabe esta polémica acerca de si hay o no hay recursión (y de qué tipo) en pirahã u otras lenguas, podemos preguntarnos cómo afecta esta cuestión al debate general sobre la cuestión de la relatividad lingüística. Yo diría que no tan sustancialmente como podría parecer. En realidad, para un neowhorfiano, la admisión de un universalismo débil como el hockettiano, o incluso de uno no tan débil, es una postura cómoda, ya que le permite, por un lado, disponer de un concepto relativamente sólido de lenguaje y, por otro, estudiar las formas en las que encontramos diversidad entre las distintas lenguas (o variantes lingüísticas) y proponer hipótesis acerca del impacto cognitivo diferencial de esa diversidad. Además, los ámbitos del lenguaje en los que se ha concentrado el grueso de la investigación neowhorfiana en compilaciones clásicas como Gumperz & Levinson (eds.) (1993) o Gentner & Goldin-Meadow (eds.) (2003) no afectan apenas al tema de la recursión, por lo que, por todo lo que ellos dicen, este podría ser perfectamente un rasgo de diseño transversal a las lenguas. El desafío podría ser mayor para ciertas versiones semióticas de la tesis del impacto cognitivo del lenguaje, como la de Bickerton, que afirma que el carácter articulado del pensamiento es lenguaje-dependiente, ya que, si se demuestra que los pirahã pueden pensar recursivamente a pesar de que su lengua no permite expresar la recursión, al menos este hipotético impacto cognitivo transversal a las lenguas se vería seriamente comprometido. Por supuesto, la posición de Everett sugiere una nueva dirección (que el propio Everett no sigue) en la que se podría perseguir la hipótesis neowhorfiana: tratar de demostrar que las diferencias en el tipo de recursión lingüística, o la ausencia vs. presencia de cualquier forma de recursión en una lengua, podrían tener algún tipo de impacto cognitivo relativo a las distintas lenguas.

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La relatividad lingüística

4.1. Formulación de RL Las reflexiones de los Capítulos 2 y 3 se han basado en el supuesto de que, para concluir que existe alguna forma de relatividad lingüística, hay que combinar de modo coordinado, a modo de premisas independientes ninguna de las cuales implica por sí sola la hipótesis relativista, alguna versión de la tesis del impacto cognitivo del lenguaje (ICL) con al­ guna versión de la tesis de la diversidad lingüística (DL). Ahora es posible reconstruir el argumento general a favor de la relatividad lingüística de forma que queden incluidos en las premisas la mayor parte de los matices introducidos hasta aquí. Entre corchetes se señalan los distintos factores que pueden dar lugar a variantes: Premisa 1 (ICL) El lenguaje [esto es, tales o cuales mecanismos, rasgos, aspectos o niveles de una lengua cualquiera] tiene efectos [más o menos fuertes, cuantitativos o cualitativos] sobre el pensamiento [en tales o cuales dominios cognitivos; en la versión más clásica, sobre la visión, interpretación o construcción de la realidad] y sobre la conducta. Premisa 2 (DL) Pero las distintas lenguas [y/o variantes lingüísticas] difieren entre ellas [mucho o poco], en [todos o algunos de] los aspectos que generan esos efectos cognitivos y conductuales. Conclusión (RL) Luego existen diferencias cognitivas y conductuales entre los hablantes de lenguas [y/o variantes lingüísticas] diferentes.

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La relatividad lingüística El argumento y/o su conclusión se formulan de un modo más o menos explícito en muchas defensas reales de la hipótesis relativista, si bien casi siempre en una forma más específica: influencista o determinista, circunscrita a ciertos dominios mentales, apuntando a ciertos mecanismos lingüísticos como los responsables del impacto, etcétera. También es bastante común invertir el orden de las premisas, pero, a mi juicio, esto no es aconsejable, porque ello supone poner la cuestión de la diversidad por delante, lo que invita a pensar que cualquier impacto cognitivo del lenguaje será relativo a cada lengua, mientras que, como vimos en el Capítulo 2, la versión semiótica de ICL tiene bastante recorrido y es muy debatida dentro de la filosofía de la mente contemporánea. A continuación, ofrezco una pequeña muestra de formulaciones concretas del argumento cuya forma esquemática acabo de presentar. La caracterización que hace George Steiner de la posición de Whorf combina el determinismo lingüístico, los dominios cognitivos de la percepción, la visión del mundo y las «reacciones», el énfasis en el léxico y la sintaxis, y una formulación vaga de DL, según la cual las lenguas varían «ampliamente», aunque en otros lugares Steiner pone en duda incluso la existencia de cualesquiera universales lingüísticos: Las estructuras lingüísticas determinan lo que el individuo percibe de su universo y cómo lo piensa. Y como dichas estructuras, visibles en la sintaxis y en los recursos léxicos de una lengua, varían ampliamente, también los modos de percepción, de pensamiento, las reacciones de los grupos humanos que practican diversos sistemas lingüísticos serán muy diferentes entre sí. Nacen de allí imágenes del mundo fundamentalmente dispares. (Steiner, 1975: 107)

La siguiente formulación opta, como es corriente entre los neowhorfianos, por el influencismo lingüístico. Además, incide en la diversidad semántica, aunque en eso no difiere mucho de la anterior, pues lo más común, con respecto a la segunda premisa, es apelar a la diversidad semántica en tanto que codificada formalmente. Es neutral sobre cuánto pueden variar las lenguas entre ellas, y sitúa el impacto cognitivo en la percepción y en la comprensión del mundo. Las premisas aparecen en orden inverso al que he propuesto: […] la hipótesis de Sapir-Whorf, establece que (1) las lenguas varían en su partición semántica del mundo; (2) la estructura de la lengua propia influye en la manera en que uno percibe y entiende el mundo; (3) por tanto, los hablantes de lenguas diferentes percibirán el mundo de modos diferentes. (Gentner & Goldin-Meadow, 2003: 4)

La siguiente reconstrucción de la postura de Humboldt se ajusta a la forma escueta del argumento, prescindiendo de casi todos los detalles: «Las lenguas difieren de una a otra; pensamiento y lenguaje son inseparables; luego cada comunidad incorpora una visión del mundo distinta» (Slobin, 1996: 70). Otra formulación concisa es la siguiente: «el lenguaje moldea el pensamiento; como resultado, los hablantes de lenguas diferentes pueden pensar de modo diferente, de formas predecibles» (Casasanto, 2016: 158).

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A veces, el argumento se presenta de un modo menos explícito. En el siguiente pasaje se parte de una versión de DL, lo que lleva a preguntarse si es correcto avanzar hasta RL, mientras que ICL aparece casi de contrabando en ese «afecta». En la última parte, se alude a que la evidencia a favor de RL debe ser no circular, a que el impacto diferencial de las lenguas debe revelarse en tareas no verbales que requieren pensar: Las lenguas del planeta varían en cómo clasifican la experiencia. ¿Afectan tales variaciones en la clasificación al modo en que los hablantes consideran sus mundos, incluso cuando no están hablando? (GoldinMeadow & Zheng, 1998: 26)

Otra formulación en la que hay que reconstruir el argumento añadiendo DL, que parece presuponerse (nótese la apuesta por el influencismo y por un impacto holístico), presenta la relatividad lingüística como la «tesis según la cual la estructura global de una lengua influye en el pensamiento y en la visión del mundo de quien la habla» (RossiLandi, 1972: 7). Una definición concisa (ya mencionada) de la relatividad lingüística, interesante por incorporar la cultura como tercer factor involucrado, propone entenderla como la afirmación de que «la cultura, a través del lenguaje, afecta al modo en que pensamos, especialmente quizás a nuestra clasificación del mundo experimentado» (Gumperz & Levinson, 1996: 23-24). En respuesta a las críticas de Everett al neowhorfismo, Levinson admite que una lengua es una parte de una cultura adaptada al resto de la misma, pero replica que los neowhorfianos se interesan por cómo la cultura se introduce en la cabeza, y es ahí donde hacen intervenir a la lengua como el factor causal clave que explica las uniformidades en el estilo cognitivo, puesto que esta «se aprende bastante antes que la mayor parte de los demás aspectos de la cultura, es el conjunto de destrezas culturales que más se practica, y es un sistema de representación que es a la vez público y privado, cultural y mental» (Levinson, 2005: 638). La apelación a la cultura como principal responsable de la diversidad lingüística está implícita en muchas defensas de la hipótesis relativista, aunque con frecuencia no aparece expresada de modo explícito. Puesto que las dos premisas del argumento pueden ser más o menos moderadas o inmoderadas según varias dimensiones, existen dos raíces principales (con sus raíces secundarias) de la radicalidad intuitiva que se aprecia en las formulaciones sin matices de la hipótesis relativista: lo radical puede provenir, o bien de la premisa 1, o bien de la premisa 2. Paralelamente, existen dos formas de atemperar esa radicalidad; se puede tratar de minimizar el impacto cognitivo del lenguaje (su intensidad, su alcance o los mecanismos lingüísticos que lo provocan) o se puede tratar de minimizar la diversidad lingüística (su grado o los niveles lingüísticos en los que supuestamente se manifiesta). Si se minimiza solo ICL, DL se vuelve algo cognitivamente irrelevante o poco relevante (dependiendo de cuán débil se suponga que es el impacto), y desaparecen o se desdibujan los corolarios que hacen de la relatividad

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La relatividad lingüística lingüística una hipótesis filosóficamente desafiante. Si se minimiza solo DL, los efectos del lenguaje seguirían siendo interesantes como parte de una caracterización universalista de los poderes cognitivos de nuestra especie (de los seres verbales), dentro de lo que Lucy llama «relatividad semiótica», pero de nuevo se esfuman los corolarios más impactantes, como el «corolario de Orwell» de la dominación política a través de la manipulación lingüística, el de la imposibilidad de la traducción o el de que solo se puede filosofar en alemán. En todo caso, los humanos vendríamos alienados lingüísticamente «de serie», y no como resultado de haber asimilado una lengua particular u otra. Por otra parte, cabe la posibilidad de que una pequeña diversidad lingüística tenga consecuencias cognitivas destacadas, por ejemplo si fuese cierto, como se asume en algunas obras de ciencia ficción o en Benveniste (1966, cap. 14), que el concepto de identidad personal depende de que la gramática marque la primera persona del singular o identifique al hablante (y quizás también al oyente, como su contraparte).

4.2. Una convención para representar versiones de RL Las múltiples versiones posibles de las dos premisas del argumento a favor de RL implican que no existe una sola relatividad lingüística, sino muchas relatividades lingüísticas diferentes. Como vimos, ICL se puede postular en muy diversos dominios cognitivos. De modo paralelo, al hablar de DL se distinguió entre versiones totales y parciales de la tesis, esto es, en relación con diversos aspectos del lenguaje. Dejando de lado la cuestión de la intensidad, ambas distinciones afectan a la amplitud de la hipótesis relativista, que puede ser mayor o menor en dos dimensiones: 1) el alcance de la influencia de las lenguas sobre (más o menos) dominios cognitivos; 2) la influencia de (más o menos) dominios lingüísticos sobre el pensamiento. Teniendo en cuenta lo anterior, se puede representar la hipótesis general de la relatividad lingüística de esta manera: ICL + DL ➯ RL. Entonces, podemos representar una tesis relativista específica que trate de mostrar que tal o cual diferencia lingüística produce tal o cual efecto relativista sobre el pensamiento de los respectivos hablantes del modo siguiente [léase: el impacto del dominio lingüístico y sobre el dominio cognitivo x, cuando se le añade la diversidad en el dominio lingüístico y, conduce a la relatividad (diversidad cognitiva) de x con respecto a y]: ICxLy + DLy ➯ RxLy

Así, la tesis de que el léxico del color afecta a la experiencia del color podría ser representada (en su versión influencista) del siguiente modo [INFEXP-color / LEX-color se lee como «influencia del léxico del color sobre la experiencia del color»; represento la dimensión intensidad del impacto relativista mediante los subíndices «inf» y «det»):

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INFEXP-color / LEX-color + DLEX-color ➯ Rinf EXP-color / LEX-color

Lo anterior vale para representar las posturas que asuman que es posible modularizar de algún modo el problema. Quienes defiendan que las lenguas afectan al pensamiento de un modo holístico, esto es, que es la lengua-como-un-todo la que actúa sobre el pensamiento-comoun-todo, se atendrán al esquema inicial: ICL + DL ➯ RL.

4.3. Universalismos y autonomismos El mapa del territorio que estoy tratando de cartografiar estaría incompleto si no se explicitaran algunas distinciones importantes que, en general, se siguen de lo ya dicho, dentro de la gama de posiciones que se pueden calificar genéricamente de «universalistas» o de «autonomistas». Señalo, en cada caso, algunos protagonistas de los debates que parecen encajar bien en las definiciones propuestas.

4.3.1. Universalismos Cabe distinguir, en primer lugar, entre una versión psicológica (o «epistémica») y una versión lingüística del universalismo: Universalismo de lo mental UM Todos los humanos pensamos fundamentalmente del mismo modo. [Boas (1911): misma imagen mental de la realidad.] Universalismo lingüístico UL Todos los humanos hablamos fundamentalmente del mismo modo. [Chomsky, Pinker, Bickerton. Boas lo rechaza, lo que muestra que es posible separar UM de UL.]

UL se opone a DL y, siendo DL un componente de RL, también a esta última. UM afirma la unidad psíquica básica de la especie humana, frente a la afirmación de que hay diferencias cognitivas importantes entre los humanos, o a la de que los distintos pueblos o individuos se hacen imágenes distintas e incluso inconmensurables de la realidad. Ahora bien, UM tiene dos variantes: Universalismo mental lingüísticamente inducido UM-LI El lenguaje afecta al pensamiento, pero, dado UL, lo afecta de un modo homogéneo para todos los humanos. O también: existen rasgos cognitivos universales que son efectos de rasgos lingüísticos universales.

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La relatividad lingüística [Clark: efectos cognitivos aumentativos del lenguaje y aparición de la metacognición. Carruthers: conciencia e integración cognitiva. Bickerton: articulación del pensamiento y desplazamiento. Jackendoff: conciencia de lo abstracto, atención, memoria, autoevaluación.] Universalismo mental autonomista [Boas; Pinker] UM-A T  odos los seres humanos piensan del mismo modo por razones que nada tienen que ver con el lenguaje, sino con una biología-fisiologíacorporalidad comunes, la posesión de los mismos módulos mentales innatos, etcétera.

El rechazo de RL no lleva al universalismo mental de modo automático, pues los seres humanos (individual o grupalmente considerados) podrían pensar de modos fundamentalmente diferentes por razones que no tienen nada que ver con las lenguas. Por ejemplo, se puede defender, sobre bases no lingüísticas, el relativismo sociocultural, el determinismo economicista de la conciencia individual o la versión individualista del homo mensura protagórico. En otras palabras, además de la relatividad lingüística, hay otros posibles relativismos que incluso pueden oponerse a ella (cfr. Swoyer, 2015). Por otra parte, los posibles rasgos universales del pensamiento podrían reflejarse en rasgos universales del lenguaje, lo que estaría en clara sintonía con el clásico modelo comunicativo del lenguaje: Universalismo lingüístico mentalmente inducido UL-MI E  xisten rasgos lingüísticos universales que son efectos de rasgos cognitivos universales.

Una versión de esta tesis está basada en la hipótesis de Fodor de un mentalés o lenguaje del pensamiento innato que constituiría el formato básico de nuestros estados y procesos mentales. La idea es que las expresiones del mentalés tienen intencionalidad o contenido original y que las expresiones lingüísticas que las expresan heredan tal contenido como su significado derivado. Además, se supone que el mentalés tiene un carácter composicional, lo que daría cuenta del carácter productivo (infinito, novedoso) y sistemático del pensamiento (si alguien puede pensar que Juan ama a María, podrá pensar también que María ama a Juan), lo que a su vez explicaría que las lenguas públicas sean también, de modo derivado, composicionales, productivas y sistemáticas. También se puede sostener que ciertos rasgos universales del lenguaje son autónomos con respecto al pensamiento (con excepción de los mecanismos mentales responsables del aprendizaje y el procesamiento del propio lenguaje). Esta es la postura de quienes defienden que existe un módulo mental del lenguaje que determina al menos sus rasgos formales fundamentales (Fodor, 1983; Carruthers, 2002):

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Universalismo lingüístico autonomista  os (o ciertos) rasgos universales del lenguaje son autónomos con UL-A L respecto al (resto del) pensamiento.

Cerrando el círculo, los rasgos autónomos del lenguaje podrían reflejarse en ciertos rasgos universales del pensamiento (vuelta a UM-LI).

4.3.2. Autonomismos El universalismo cognitivo debe distinguirse del autonomismo cognitivo, aunque a veces actúen como aliados. Por un lado, la autonomía del pensamiento humano con respecto al lenguaje es compatible con que dicho pensamiento se diversifique por motivos extralingüísticos; esto es, se puede ser autonomista sin ser universalista. Por otro lado, las versiones estrictamente semióticas de ICL suponen que hay rasgos cognitivos universales que no son autónomos, sino que dependen de rasgos del lenguaje transversales a las lenguas; esto es, se puede ser universalista sin ser autonomista. Conviene distinguir (de modo paralelo a la distinción entre las versiones totales y parciales de ICL) dos versiones de la tesis de que el pensamiento es autónomo con respecto al lenguaje y a las lenguas, con independencia de su posible afectación por otras vías (por su parte, el universalismo también puede ser total o parcial): Autonomismo cognitivo total AC-T N  ingún rasgo o capacidad cognitiva se ve afectado (de modo no trivial) por el lenguaje / las lenguas. Autonomismo cognitivo parcial AC-P E  xisten rasgos o capacidades cognitivas que no se ven afectados (de modo no trivial) por el lenguaje / las lenguas.

La distinción entre un autonomismo parcial y otro total permite poner en su justo lugar a los argumentos que quieren pasar demasiado rápidamente de la demostración de que algunos fenómenos cognitivos no dependen del lenguaje o de las lenguas al rechazo total de ICL o de RL. Ese paso es falaz, ya que el autonomismo parcial es compatible con la mayor parte de las posturas de quienes defienden versiones no triviales de ICL o de RL, que en general las argumentan para ámbitos cognitivos muy concretos, aunque es cierto que los neowhorfianos son proclives a sugerir que su postura abarca una parte considerable de lo que se suele llamar «pensamiento». Las discrepancias interesantes y conceptualmente inteligibles son aquellas en las que uno de los contendientes defiende que tal o cual dominio es autónomo con respecto al lenguaje y a las lenguas, mientras que el otro dice que ese mismo dominio se ve afectado por el lenguaje o por las lenguas.

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4.4. Una variedad de tesis neowhorfianas En este apartado trataré de ilustrar algunas sutilezas de las posibles defensas de la hipótesis de la relatividad lingüística a través de una interpretación de las ideas del autor que pasa por ser el principal inspirador del relativismo lingüístico contemporáneo, Benjamin Lee Whorf (1897-1941). Considero que esa es una buena vía para presentar el espíritu del neowhorfismo actual y sus variaciones. En su momento, haré referencia a algunas de las principales líneas neowhorfianas contemporáneas de investigación. Los neowhorfianos suelen defender versiones moderadas de la tesis de que las lenguas tienen un impacto cognitivo diferencial, y tienden a ofrecer lecturas también moderadas de Whorf, aunque discrepan en las interpretaciones de su obra1. Es común afirmar que las exégesis previas del autor están basadas en sobreinterpretaciones, lecturas parciales o malentendidos, antes de presentar una nueva lectura dispuesta a eludir tales defectos hermenéuticos. La obra de Whorf es compleja, fragmentaria, solo en parte publicada (al parecer, los inéditos incluyen excéntricas ideas paracientíficas) e interrumpida por su muerte prematura. Eso hace difícil extraer de ella una formulación consistente que refleje con fidelidad lo que Whorf «realmente» dijo o quiso decir, lo que anima a sus críticos a crear espantajos, reconstrucciones de sus ideas que las hacen parecer tan radicales y próximas al absurdo que tornan casi innecesaria la refutación2. Por otro lado, la autoproclamada moderación de las actuales propuestas neowhorfianas favorece interpretaciones e in-

1   Schultz (1990), Lucy (1992b) y Lee (1996) ofrecen lecturas amplias y bastante diferentes de la obra de Whorf. Antes de la irrupción del chomskismo, cabe destacar Hoijer (ed.) (1954) como intento colectivo de aclarar sus ideas. Lecturas más breves son Black (1959), Fishmann (1960) y (1980), Alford (1978), Casasanto (2008) o García Suárez (2011). Puede datarse el comienzo del neowhorfismo en las ciencias cognitivas con Hunt & Agnoli (1991), aunque ello tiene algo de arbitrario (deja fuera obras pioneras como Bloom, 1981). Reynoso (2014) clarifica el panorama histórico, señalando las distintas oleadas neowhorfianas previas a la actual. 2  Algo similar sucede con los pioneros alemanes (Hamann, Herder o Humboldt) y con los fundadores de la etnolingüística (Boas y Sapir). Todos ellos parecen abogar en algún punto por posiciones extremas (Penn, 1972: 15), lo que cabe ilustrar mediante citas bien elegidas. Sin embargo, distintos intérpretes sostienen que Whorf no defendió nunca la tesis radical que a menudo se le atribuye (Alford, 1978: 489-490; Schultz, 1990: 14). Lee (1996) recalca que las teorías de Whorf fueron emergentes más que completamente desarrolladas. En el prefacio a Hoijer (ed.) (1954), el editor comenta que en el congreso que dio origen al libro hubo poco acuerdo entre los participantes acerca de qué fue lo que dijo Whorf realmente. Obras como Feuer (1953) o Black (1959), que sientan el tono de muchas críticas posteriores, exageran tácticamente las ideas de Whorf con fines refutatorios. Lee señala a Pinker (1994) como crítico prototípico que da la impresión de conocer a Whorf solo a través de fuentes secundarias. También algunos relativistas actuales (como Slobin, 1996) hacen una lectura radical de Whorf, aunque en ese caso no para rechazar la tesis del impacto cognitivo diferencial de las lenguas, sino para ofrecer una versión más débil y plausible de ella. Pero lo habitual es adoptar posturas como la del neowhorfiano Peter Gordon, quien, refiriéndose a Sapir y a Whorf, afirma que ninguno de ellos quiso defender que el pensamiento estaba totalmente determinado por el lenguaje o que el lenguaje fuese el medio en el que pensamos (Gordon, 2010: 199).

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tentos de fácil refutación en el otro extremo, que sugieran que el impacto de las lenguas sobre el pensamiento y la conducta de sus hablantes es tan trivial y dependiente de la propia función comunicativa del lenguaje que el universalista o el defensor de la autonomía del pensamiento con respecto al lenguaje no tienen nada que temer. La viabilidad del neowhorfismo depende, por lo tanto, de formular hipótesis acerca del impacto cognitivo del lenguaje y de las lenguas que sean, en primer lugar, plausibles, esto es, que, aunque pueda acabar demostrándose que son falsas, no se dejen refutar demasiado fácilmente, sino que posean al menos alguna evidencia prima facie a su favor. En segundo lugar, las hipótesis deben ser interesantes, esto es, a pesar de su moderación han de apuntar a efectos sorprendentes, que no se sigan de un modo obvio de la función comunicativa de las lenguas. Consideraré que esas dos aspiraciones básicas son rasgos definitorios del neowhorfismo contemporáneo. Sin embargo, entre los muchos desacuerdos en el debate hay que incluir el concerniente a qué cabe considerar un efecto cognitivo interesante o banal. La moderación puede beber de tres fuentes que ya han sido examinadas. (1) La débil intensidad y la posible reversibilidad de los postulados efectos, que ilustrarían la influencia de la lengua, frente al determinismo frecuentemente atribuido a Whorf. (2) El alcance del impacto, que puede limitarse a ciertos dominios, frente a la tesis de un efecto cognitivo global. Esas dos vías de moderación atenúan cada uno de los factores del determinismo global que constituye la caricatura más popular de Whorf. (3) La posible universalidad de algunos efectos, que lo serían así del lenguaje, más que de las distintas lenguas. Esas varias formas de moderación pueden parecer pusilánimes al relativista convencido y aún muy radicales al universalista, con lo que se arriesgan a no contentar a nadie, pero a mi juicio ayudan a delimitar la zona de plausibilidad dentro del espacio de respuestas posibles al complejo problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento. Mi revisión de Whorf asume que su obra no apunta en una dirección única, sino que contiene el embrión de una gama de hipótesis independientes pero complementarias acerca del impacto cognitivo de las lenguas que resultan plausibles prima facie e interesantes, esto es, que permiten reconstruir a un Whorf neowhorfiano en el sentido recién definido. Y también apunta a algunas hipótesis que tal vez no sean demasiado plausibles. Para ilustrar todo lo anterior, me centraré en uno de sus textos más célebres, «The relation of habitual thought and behavior to language», escrito en 1939 para un libro de homenaje a Sapir, aunque me ayudaré de otros de sus escritos3. Mi objetivo no es tanto explicitar lo que 3   Algunos de los últimos trabajos de Whorf se dirigen a no lingüistas, al contrario que Whorf (1939b). «Linguistics as an Exact Science» (1940a), «Science and Linguistics» (1940b) y «Languages and Logic» (1941) se publicaron en la Technology Review del MIT; «Language, Mind and Reality» (1942) apareció en una revista india de teosofía. En la introducción a Whorf (1972), J. B. Carroll señala que esos artículos iban dirigidos a audiencias de no expertos. Los destinatarios de los tres primeros eran científicos duros y su objetivo era promocionar la lingüística como

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La relatividad lingüística Whorf defendió (probablemente no elaboró una postura acabada), sino usar selectivamente parte de lo que dijo para plantear hipótesis sobre la relación entre la diversidad lingüística y la diversidad cognitiva que todavía merecen ser investigadas. Por lo tanto, la fidelidad a Whorf se supedita aquí al interés de las hipótesis inspiradas en su obra para los debates contemporáneos. Mi retrato de Whorf puede parecer demasiado favorable. Seguramente son justas algunas críticas a sus ideas, basadas en lecturas radicales más o menos legítimas de su obra. Ciertas interpretaciones, sin embargo, parecen lastradas en exceso por un afán de rápida descalificación de sus doctrinas. Por otro lado, no quisiera presentar a un Whorf descafeinado que no resulte desafiante a cierto tipo de filósofo, de lingüista o de persona. El interés filosófico de sus escritos reside en que ofrecen una imagen del ser humano como condicionado de forma no trivial por su lengua nativa. Una razón por la que Whorf parece amenazador a muchos y que hace que el debate sobre la relatividad lingüística se plantee a veces con un tono agrio es la creencia popular de que su enfoque implica que somos marionetas en manos de nuestras lenguas, negando toda autonomía o control sobre lo que pensamos y queremos decir, nuestra autoimagen como sujetos que piensan y se expresan con libertad. Esa imagen late en un paradigma popular dentro de la filosofía del lenguaje, el intencionalismo del significado, que tiene su origen en las ideas de Paul Grice y que hoy se ha radicalizado y ramificado en diversas heterodoxias. La tesis de que la noción de significado es analizable en términos de ciertas intenciones complejas del hablante fomenta la idea de la absoluta prioridad y total autonomía del pensamiento y de sus contenidos (del «significado del hablante») con respecto a las expresiones lingüísticas. El whorfismo implica la no total autonomía de nuestro querer decir, su carácter al menos en parte condicionado lingüísticamente. Pero esa idea podría usarse como antídoto contra un autonomismo mentalista radical que a mi juicio resulta muy problemático (cfr. Habermas, 1984, caps. 6 y 7). Un diálogo entre el neowhorfismo y la pragmática posgriceana podría ser beneficioso para ambos. Por un lado, se puede presentar al hablante normal como alguien que puede esforzarse por encontrar «su propia voz», por expresar sus intenciones comunicativas y decidir qué quiere decir al hablar como lo hace. Una crítica justa a Whorf es que les da a los hopis una voz grupal, pero apenas le concede una voz propia al hopi individual. También los hablantes de lenguas europeas, tal como Whorf los presenta, hablan con una misma y sola voz, lo cual, como bien sabemos por experiencia propia, se aleja bastante de la realidad, ya que discrepamos ampliamenciencia, destacando la necesidad de nuevas formas lingüísticas para expresar las ideas de las novedosas teorías físicas y cómo el estudio de lenguas exóticas podría favorecer la ampliación de los horizontes expresivos e intelectuales de la humanidad. Lee (1996) reivindica la relevancia de los artículos escritos para no lingüistas, así como la de los documentos inéditos depositados en la Uni­ versidad de Yale, e incluye como apéndice un texto no publicado hasta entonces (Whorf & Trager, 1938), que considera el documento fundacional del relativismo whorfiano.

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te entre nosotros con respecto a prácticamente cualquier asunto (incluida la cuestión de la relatividad lingüística). Por otra parte, se trata de presentar al hablante común como alguien habituado a hablar y a pensar por las vías sugeridas por su lengua nativa, y que tiene que hacer un esfuerzo, a veces grande, para forjar intenciones comunicativas y otros estados mentales difíciles de expresar en ella4.

Oscilación terminológica Algo que llega a resultar exasperante es la cantidad de términos no sinónimos y no equivalentes en cuanto a radicalidad que Whorf usa para referirse a la relación entre una lengua y el pensamiento, la conducta y la cultura de sus hablantes. El término más recurrente en Whorf (1939b) es «influencia», expresión que emplean los neowhorfianos para marcar su moderación frente al determinismo comúnmente atribuido a Whorf. Otras veces usa el neutral «afecta», que cubre tanto la determinación como la influencia. En obras dirigidas al gran público, la terminología es más homogéneamente radical, lo que no excluye frecuentes vacilaciones. Cuando usa expresiones como «compulsión», «determinación», «condicionamiento», «dependencia», «gobernar»5 o «controlar»6, no es raro que las atenúe diciendo, por ejemplo, que el pensamiento está en parte o en gran medida determinado por la lengua, lo que, o es de nuevo algo más débil (una influencia o sesgo), o implica que hay más factores en liza que también condicionan en parte (la parte restante) el pensamiento, o apunta a una visión en la cual la lengua a la vez afecta y es afectada por el pensamiento. Otras veces habla de «correlación» entre la lengua y la cultura, o de «afinidades» entre ambas, empleando términos neutrales con respecto a qué factor es el responsable del paralelismo. A veces esas oscilaciones se producen en la misma página. La ambigüedad que refleja esa inconsistencia terminológica se puede resolver de distintos modos y ha dado pie al tópico simplista de distinguir dos versiones, «débil» y «fuerte», del whorfismo. Pueden barajarse tres hipótesis interpretativas no excluyentes, que corresponden a formas neowhorfianas de moderación. La primera, central en la interpretación de Lucy (1992b), rebaja la intensidad del impacto, lo que permite hablar de pensamiento y lenguaje como ámbitos que se influyen mutuamente. La segunda, clave en la lectura de Lee (1996), apunta al alcance de la relación; parte de lo que llamamos «pensamiento» sería independiente del lenguaje (habría pensamiento sin lenguaje), pero otra parte se configuraría lingüísticamente, lo que no

4   La idea de que la lengua afecta no tanto a lo que se puede decir cuanto a lo que se puede decir fácilmente y a lo que se puede expresar solo con dificultad se encuentra en Hockett (1954). 5   «[…] el análisis de la naturaleza y la clasificación de los acontecimientos como similares o en la misma categoría (lógica) están gobernados por la gramática» (Whorf, 1941: 265). 6   «[…] las formas de los pensamientos de una persona son controladas por inexorables leyes de patrones (inexorable laws of pattern), de las que ella es inconsciente» (Whorf, 1942: 283).

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La relatividad lingüística implica que el pensamiento consista en habla interna7. Incluso puede darse una lectura que admita la universalidad de algunos efectos del lenguaje. Cuando Whorf afirma que el pensamiento está condicionado en parte (o en gran parte) por una lengua particular, abre la puerta a que otra parte sea autónoma o a que algunos de los efectos sean semióticos, efectos del lenguaje más que de lenguas particulares. Si aparcamos los problemas terminológicos y examinamos más detenidamente los textos, las cosas se aclaran hasta cierto punto, pero no se disipan todas las dudas acerca del grado de radicalidad de la postura final de Whorf y acerca de la dirección principal en la que deberían desarrollarse los matices para alcanzar una interpretación no extremista pero suficientemente interesante de sus ideas. Lo que sigue son algunas sugerencias tentativas en esa dirección.

4.4.1. Hábitos lingüísticos, hábitos cognitivos ¡Lo que puede soportar el hombre! A mi entender, su mejor definición es la de un ser que se acostumbra a todo. (F. Dostoievski, Recuerdos de la casa de los muertos)

La tesis dominante en Whorf (1939b), desde el mismo título, es que la lengua afecta al pensamiento y a la acción habituales, acostumbrados, cotidianos u ordinarios. Según eso, la adquisición y la práctica o uso continuado de una lengua generan hábitos cognitivos (y de conducta), esto es, los hábitos lingüísticos fomentan hábitos cognitivos. Ello no implica necesariamente que la exposición a una lengua sea la única forma de adquirir tales hábitos, aunque Whorf tiende a asumir que la lingüística es la vía principal de habituación cognitiva. Esta posición, sin ser trivial, no resulta ultrarradical, sino que goza de bastante plausibilidad prima facie. Encaja con una visión del ser humano como la formulada por Dostoievski en la cita que encabeza este apartado, cuando le sumamos el hecho evidente de que la mayor parte de los humanos pasamos una gran parte de nuestro tiempo hablando, escuchando hablar a otros o haciendo otras actividades en las que está presente nuestra lengua nativa. No parece controvertida la idea de que existen hábitos, a veces inveterados o difíciles de abandonar. Algunos se consideran perniciosos (vicios), pero, en general, los hábitos nos facilitan la vida y los apreciamos como positivos, por lo que a menudo incluso nos entrenamos para adquirirlos y mejorarlos8. Conceptualmente, la noción de hábito conlleva la de algo que es en principio superable, la de una posible deshabituación (lo que no exclu7   Según Lee, para Whorf pensamiento y lengua se solapan en el dominio de ciertos conceptos, formando el pensamiento lingüístico, lo que no implica que este consista en habla silenciosa (véase también Casasanto, 2008). La clave estaría en la configuración (patternment) lingüística del pensamiento, que Lee interpreta en una línea conexionista de la que Whorf habría sido precursor. 8   Véase el cap. 5 de Noë (2010), titulado «Hábitos». Según Noë, «solo un ser con costumbres puede tener una mente como la nuestra» (Noë, 2010: 128).

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ye el riesgo de recaída), o la posibilidad de librarse de su influjo en momentos puntuales, prestando más atención a lo que hacemos o pensamos, u obligándonos (o siendo obligados por las circunstancias del caso) a considerar el asunto de un modo totalmente no habitual. Esto es, detrás de la afirmación de que lo que produce una lengua son hábitos late la idea de la reversibilidad del posible impacto cognitivo, la cual se opone a la idea de su carácter definitivo y obligatorio, que es el presupuesto de algunos de los hipotéticos y polémicos corolarios de la hipótesis de la relatividad lingüística. Sin embargo, lo que es igual de importante, detrás de la noción de hábito late también la idea de resistencia al cambio, que es la que resaltan y exageran muchos críticos de Whorf, pero que bien entendida también resulta plausible, ya que no es fácil abandonar nuestros hábitos de la noche a la mañana. Incluso la versión ontológica de RL, que apunta a la construcción lingüística de la realidad, puede plantearse desde esta óptica. En ocasiones, Whorf plantea la cuestión de la influencia de una lengua sobre la visión del mundo de sus hablantes en términos de la resistencia a adoptar puntos de vista divergentes (Whorf, 1942: 278). De nuevo, una resistencia es, por definición, algo que se puede vencer. Esto vale para la visión del mundo supuestamente promocionada por la lengua nativa. Whorf habla explícitamente de mundos habituales de pensamiento9, lo que abre la posibilidad de que podamos introducirnos, con algún esfuerzo, en mundos no habituales, y permite que la realización de esa posibilidad sea contemplada como algo deseable. Esto explicaría que Whorf se considere capaz de penetrar en el mundo «abierto» por la lengua hopi y que presuponga que puede hacerlo accesible también a sus lectores, a pesar de que él mismo parte de su «anglomundo» habitual. Una acusación común entre los que construyen un Whorf radical es que su enfoque no tiene recursos para responder a la pregunta: «¿cómo ha escapado el relativista de su propio a priori lingüístico para conocer, por ejemplo, los detalles del a priori hopi?» (Feuer, 1953: 96). Whorf (1936b) proporciona un ejemplo accesible de cómo es posible comprender una nueva pauta lingüística, la distinción hopi entre los aspectos «puntual» y «segmentativo» que, simplificando, implica la distinción entre un suceso aislado y un suceso recurrente. La explicación que da invita a imaginar estrategias similares en pseudoespañol que, uno pensaría, podrían volverse fácilmente habituales y que, sin duda, no es difícil entender prestando un mínimo de atención. Por ejemplo, pensemos en una regla que dijese que duplicando la última sílaba de un verbo lo convertimos en un verbo de proceso recurrente. Podríamos entonces tener: «salté»: di un salto / «salteté»: di botes; «mordí»: di un mordisco / «mordidí»: mastiqué. En definitiva, no parece muy difícil aprender la pauta hopi o una más o menos similar, y

9   Whorf (1939b): 147 de la versión original. La versión española ignora el matiz que deseo resaltar. En otras citas de Whorf se repite el problema, por lo que traduciré directamente del original.

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La relatividad lingüística empezar a utilizarla productivamente con un poco de práctica hasta hacerla nuestra. En esta misma línea, se explicaría que los científicos sean capaces de adquirir nuevos modos de hablar que se ajusten a visiones novedosas (no habituales, impensadas hasta entonces) del universo. Aunque Whorf insiste en que la ciencia occidental es un desarrollo de las lenguas SAE (Standard Average European), lo que dificulta formular ideas científicas potencialmente valiosas, argumenta que el estudio de otras lenguas o la adopción de nuevas formas de expresión puede ayudar a romper los viejos hábitos de pensamiento y a adoptar nuevos paradigmas: «La ciencia ha adoptado nuevas formulaciones lingüísticas de los viejos hechos, y, ahora que ya nos encontramos a gusto con el nuevo dialecto, ya no nos sentimos ligados a ciertos aspectos del viejo» (Whorf, 1940a: 251). En general, esta línea de argumentación protege a Whorf de reproches a los que difícilmente pueden responder las versiones más radicales de RL y que sus críticos lanzan contra su caricatura: ¿cómo es posible el cambio lingüístico, si el pensamiento está encerrado de una vez por todas en los esquemas de una lengua concreta?; ¿cómo podemos llegar a entender a quienes hablan una lengua distinta de la nuestra, esto es, aprender nuevas lenguas?; ¿cómo se forjan en primer lugar los esquemas lingüísticos que afectan al pensamiento, esto es, cómo se originan las lenguas y, en particular, las diferencias entre ellas?, etcétera. La respuesta podría ser, en todos los casos, similar: con empeño, motivación, esfuerzo mental, imaginación y práctica, los que se necesitan para vencer, pero también para adquirir, hábitos y destrezas, o para crear ideas que se salgan de los caminos trillados y que con el tiempo pueden volverse corrientes o habituales; o para responder a nuevas necesidades y circunstancias que desafían o hacen inútiles los viejos hábitos, a la vez que las viejas palabras. El énfasis en los hábitos puede ayudar a superar el que tal vez sea el mayor reto al que se enfrenta el defensor de la relatividad lingüística: el de explicar cómo las lenguas afectan al pensamiento de sus hablantes respectivos. El mecanismo del hábito no parece especialmente misterioso o problemático. Por supuesto, es posible que intervengan otros mecanismos (recuérdese la explicación de Clark para el caso de la metacognición). Además, la explicación de los hábitos cognitivos, de su dependencia de los hábitos lingüísticos o de la pervivencia de la capacidad de adquirir conceptos nuevos y de abandonar los antiguos exige un modelo de la arquitectura mental humana que proporcione mecanismos de grano fino capaces de dar cuenta de todo eso. Muchos estudios contrastivos neowhorfianos ofrecen sus resultados en términos estadísticos, lo que implica que una minoría de los hablantes de una lengua responde a las tareas propuestas como la mayoría de los de la otra y viceversa. Eso corrobora que la influencia de la lengua, de existir, no equivale a una determinación, sino más bien al fomento de hábitos. Por ejemplo, Slobin (1987) contrasta el español, el inglés, el alemán y el hebreo en cuanto a las marcas verbales del aspecto, y presenta un cuadro con datos acerca de cómo los hablantes de cada una de

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esas lenguas describen ilustraciones en las que un niño aparece tirado de espaldas tras caer de un árbol, mientras un perro es perseguido por unas avispas. En este caso, el español puede marcar el aspecto puntual versus durativo (o perfectivo vs. imperfectivo), en oraciones como «Se cayó el niño y le perseguían al perro las avispas» (empleada por un niño de 5 años). Pero algunos hablantes del alemán y del hebreo, en más o menos un cuarto de las ocasiones, tratan de hacer la distinción, a pesar de que no está prevista gramaticalmente en sus lenguas. Por ejemplo, algunos hablantes hebreos usan la distinción pasado-presente para marcar el contraste completo/en marcha (algo como «El niño cayó… y el perro corre»). Y algún hablante ocurrente del alemán marca la duración del segundo evento mediante la frase Der Hund rennt rennt rennt («El perro corre, corre, corre»). Por otra parte, a veces los hablantes del español o del inglés no hacen el contraste, lo que muestra que un hablante no tiene por qué usar todas las distinciones fácilmente disponibles en su lengua. Slobin señala que, puesto que el español y el inglés invitan a codificar gramaticalmente el contraste en cuestión, mientras que el alemán y el hebreo no lo prevén, una postura determinista implicaría, por un lado, que ningún español o inglés dejara de marcar la diferencia y, por otro, que ningún alemán o hebreo la marcase. Como esto no es lo que encontramos, la conclusión que cabe extraer de los datos estadísticos es más bien que el pensamiento se ve condicionado por la lengua sin perder por completo su autonomía. Lo que Slobin considera destacable en los datos es más bien que los hablantes usen tan raramente opciones que difieren de la norma lingüística pública (Slobin, 1987: 439). La hipótesis del hábito no es trivial, y la idea es controvertida incluso dentro del neowhorfismo. Hay un debate en la psicología del desarrollo acerca de si el impacto cognitivo de una lengua es inmediato a su adquisición o se fortalece con su uso (Slobin, 1985; Goldin-Meadow & Zheng, 1998). Boroditsky (2001) afirma que un rápido aprendizaje de una metáfora vertical para hablar sobre el tiempo (que sitúa el pasado arriba y el futuro abajo) puede generar efectos cognitivos en un hablante del inglés similares a los que se aprecian en un hablante adulto del chino mandarín (donde la metáfora es convencional y está codificada en la lengua), que ha adquirido la metáfora en su infancia y la ha practicado durante toda su vida, lo que implicaría la relativa irrelevancia del hábito. La idea ordinaria de hábito conlleva la de algo que se refuerza con la repetición, lo que descartaría que la influencia de la lengua pueda ser indiferente a la práctica o uso continuado de la misma. Sin embargo, considero que no se debe forzar en exceso la noción ordinaria. Para los fines presentes, pueden estipularse como centrales las características de reversibilidad y resistencia al cambio, que apuntan respectivamente a la flexibilidad del pensamiento y a su condicionamiento lingüístico. El caso de las metáforas puede resultar excepcional, ya que parece especialmente fácil hablar y pensar en términos de una nueva metáfora. Aun así, no está tan claro que sea igual de fácil desembarazarse de las metáforas que nos han acompañado a lo largo de toda la vida. Tomemos la

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La relatividad lingüística metáfora EL TIEMPO ES DINERO (algo que se pierde, se gasta, se malgasta, se invierte, se presta, se gana, se ahorra, se acaba, se roba, etc.). La usamos todos los días en múltiples ocasiones al hablar y al pensar. ¿Podríamos desecharla de la noche a la mañana? Es muy posible que no, debido a la inercia del hábito y porque, además, está demasiado entreverada con nuestra forma de vida cultural, en particular con la organización capitalista del trabajo en nuestras sociedades. La hipótesis del hábito es interesante por sí misma, con independencia de si fue o no defendida por Whorf, pero como lectura de su obra puede apuntalarse de varias formas. En primer lugar, Whorf sostiene que la lengua afecta, ante todo, al pensamiento inconsciente, que actúa en el nivel del trasfondo indiscutido de presupuestos implícitos de las personas. Los hábitos suelen operar fuera del control consciente, aunque pueden fomentarse de modo consciente. Tenemos además su afirmación, no exenta de elitismo intelectual, de que la lengua «representa la mente de la masa» (Whorf, 1939b: 156, vers. orig.), la del hombre medio, «Mr. Everyman» (Whorf, 1941: 233, vers. orig.), que se supone que es la más acomodada o la más conservadora, la menos consciente de sus sesgos y la menos dispuesta a admitir que existen formas alternativas e igualmente válidas de hablar-pensar. Por último, se pueden señalar sus frecuentes alusiones a los beneficios cognitivos que conllevaría una mayor conciencia de los esquemas lingüísticos propios a través del contacto con los ajenos y a la libertad de pensamiento que tal conciencia promovería; el aumento de la conciencia sobre nuestros hábitos lingüístico-cognitivos permitiría adquirir un control crítico sobre ellos y modificarlos si fuera preciso. Aparece aquí una conexión con el principal efecto semiótico de entre los señalados en Clark (1998), el relacionado con la capacidad humana de pensar sobre el pensar o metacognición, que es lo que permitiría el surgimiento de la autorregulación cognitiva. De ser cierta la hipótesis de Whorf sobre la expansión del pensamiento metacognitivo a través del multilingüismo, la propia posibilidad de contrarrestar los efectos cognitivos de las lenguas particulares podría depender en parte de la capacidad que nos proporciona la vivencia de la diversidad lingüística para pensar acerca de cómo pensamos (de cómo acostumbramos a pensar) y promover cambios de perspectiva. Frente al temor a que el whorfismo conlleve un particularismo autosatisfecho y excluyente, o a que fomente actitudes etnocéntricas, hay que resaltar que el tono general de los textos de Whorf acentúa, sobre todo, las vías de deshabituación y que jamás sugiere la conveniencia de reposar en los hábitos ya adquiridos. De hecho, su propósito parece ser más bien que se conmuevan los hábitos de sus potenciales lectores, viniendo a decir que el hablante monolingüe se ha vuelto (cognitivamente) un comodón. Se trata entonces de ampliar los horizontes intelectuales propios al confrontarlos con otros gracias a la experiencia del multilingüismo consciente, no de cerrarlos, como parecen sospechar sus críticos. El no ser conscientes de que no son los únicos modos posibles de hablar-pensar sería lo que nos encierra y nos limita cognitivamente. Por tanto, el suyo quiere ser un proyecto para emancipar el

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pensamiento en la medida de lo posible y para desvelar el autoengaño de pensar que ya está mucho más emancipado de lo que en realidad está. Esa parece ser la principal implicación ético-política pretendida de su enfoque. De un modo similar, Orwell (1946) invita a sus lectores anglohablantes a liberarse de ciertos hábitos lingüísticos para poder «pensar con mayor claridad», lo que considera «un primer paso hacia la regeneración política» (Orwell, 1946: 657). Contra esta lectura influencista de Whorf podría alegarse su uso frecuente del término «obligatorio», que aparece destacado en mayúsculas en el célebre pasaje citado en 2.3.2, donde afirma que los términos del acuerdo implícito codificado en las pautas de una lengua SON ABSOLUTAMENTE OBLIGATORIOS (Whorf, 1940b: 241). La noción de hábito parece excluir la idea de obligación, que sugiere un determinismo. Pero, a mi juicio, ese uso tiende a magnificarse o a malinterpretarse. Tiene su origen en la idea de Boas de que las lenguas difieren en los rasgos que obligan a codificar y en cuáles se codifican opcionalmente, y a veces con dificultad10. Pero la obligatoriedad de ciertas opciones lingüísticas podría generar solo hábitos cognitivos y no esquemas obligatorios de pensamiento. Considérense otros hábitos. Si se nos obliga a ir siempre por un camino, acabaremos habituándonos a esa ruta, de modo que nuestros pasos nos llevarán al destino automáticamente y sin apenas conciencia de lo que hacemos. Pero eso no significa que no podamos imaginar rutas alternativas, o discutir las ventajas de unas u otras según varios criterios de valoración. O que, si recobramos la libertad de escoger nuestro camino, no podamos cambiar de ruta y habituarnos a la nueva. Por otro lado, la idea de absoluta obligatoriedad en la expresión es problemática, ya que casi siempre hay modos de no codificar lo que no se desea codificar, o de recurrir a la vía pragmática o a la creatividad para transmitir contenidos sin expresarlos explícitamente. En resumidas cuentas, esta versión influencista de la tesis de la relatividad lingüística, ligada a la idea de hábito, puede formularse del modo siguiente: RL1 Una lengua fomenta en sus hablantes nativos ciertos hábitos cognitivos y conductuales no universales (esto es, distintivos de cada lengua par­ ticular).

RL1 está presente en muchos estudios neowhorfianos, ligada a la idea de que la codificación lingüística dirige constantemente la atención 10   Podemos dar una ilustración sencilla. En español, la forma habitual de agradecer es mediante la expresión «gracias». En portugués usan una fórmula que obliga a codificar el género del hablante: «obrigada/o». ¿Cómo expresar en español lo que el portugués codifica de modo simple, directo y obligatorio? Tal vez así: «Como hablante del género masculino, gracias», pero suena largo, forzado y ridículo. Es incluso más difícil no expresar el género en portugués, aunque se puede encontrar una fórmula forzada o no convencional. Por supuesto, el ejemplo es simplista, pues ambas lenguas codifican el género en general y de formas muy similares. Los casos interesantes son aquellos en los que la distinción entre codificación obligatoria versus opcional es sistemática en las lenguas que se comparan.

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La relatividad lingüística hacia ciertos rasgos, lo que a la larga podría producir hábitos cognitivos que siguen funcionando cuando pensamos en contextos en los que el lenguaje ya no está presente. Un ejemplo típico asocia ciertos hábitos epistemológicos con la morfología evidencial de muchas lenguas: Al relatar un suceso, a los hablantes del turco su lengua les exige indicar si ellos mismos lo presenciaron […]. Por supuesto, un hablante sabe si presenció un suceso. Sin embargo, puede que no le interese transmitir esa pieza de información al oyente. Los hablantes del inglés tienen la opción (que a menudo ejercen) de omitir si presenciaron de verdad el suceso que están relatando, los hablantes del turco no. Después de muchos años de marcar rutinariamente si presenciaron un suceso, puede que los turcos tiendan a codificar si un suceso ha sido presenciado, estén o no hablando. Esto es, los hablantes turcos pueden atender habitualmente a este rasgo del mundo mucho más que los del inglés. En otras palabras, su visión del mundo puede haber sido alterada simplemente por ser hablantes del turco en lugar del inglés. Este es el tipo de razonamiento que subyace a la hipótesis whorfiana. (Gentner & GoldinMeadow, 2003: 4)

4.4.2. ¿Es la experiencia prelingüística un flujo caleidoscópico? En un célebre pasaje (citado en 2.3.2), Whorf afirma que nuestra experiencia prelingüística del mundo consiste en un «flujo caleidoscópico de impresiones». Tal afirmación parece implicar el carácter indiferenciado del pensamiento antes de que el lenguaje actúe sobre él, como un caos que «tiene que ser organizado por nuestras mentes, y esto significa en gran medida por los sistemas lingüísticos en nuestras mentes» (Whorf, 1940b: 241). Esta postura parece implicar que las mentes de los animales o las de los niños preverbales son amorfas, lo que resulta muy implausible. Sin embargo, es difícil compaginar una lectura de Whorf basada en ese pasaje (como la de Black, 1959) con lo que se desprende de trabajos como Whorf (1939b), en los que alude repetidamente al carácter estructurado y común a todos los humanos de la experiencia previa al lenguaje11, sobre la que actuarían las lenguas para generar en sus hablantes experiencias habituales del mundo alternativas y sesgadas lingüísticamente. Así, al hablar de que las lenguas europeas o SAE usan el plural tanto para «plurales reales» («agregados espaciales potencialmente perceptibles») como para plurales metafóricos o imaginarios («mentalmente construidos»), que incluyen de modo especial los que 11   Eso supone conceder mucho al universalismo, pues, como afirma Lakoff (1987), aunque muchas experiencias prelingüísticas pueden ser tomadas razonablemente como universales, otras varían con el entorno físico y cultural. No toda diversidad cognitiva tiene por qué ser consecuencia de una correlativa diversidad lingüística. Sin embargo, Lakoff y la lingüística cognitiva en general han ido subrayando cada vez más la común experiencia corporal como base universal de la cognición humana.

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implican cuantificar lo cíclico, afirma que un parecido de lo cíclico con los agregados no está dado inequívocamente por la experiencia previa al lenguaje (Whorf, 1939b: 161). Sobre el contraste entre las visiones hopi y SAE del tiempo, dice que nuestra conciencia del tiempo y de lo cíclico contiene algo «inmediato y subjetivo», el sentido básico de «hacerse más tarde» (becoming later), que es «la esencia del tiempo» (Whorf, 1939b: 140, vers. orig.). Al contrastar las visiones hopi y SAE sobre cómo la mente actúa sobre la realidad, habla de una «experiencia más básica que el lenguaje» según la cual cuando se gasta energía (en especial, psíquica) se producen efectos, lo que parece implicar que existe un protoconcepto prelingüístico de causa (ibid.: 172). Y al comentar la distinción en las lenguas europeas entre nombres individuales que denotan cuerpos con límites definidos y nombres de masa que denotan continuos homogéneos sin implicación de límites, señala que la distinción está más extendida en la lengua que en la apariencia observable de las cosas, ya que «pocas ocurrencias naturales se presentan como extensiones sin límites» (ibid.: 141, vers. orig). La disonancia entre los conceptos codificados lingüísticamente y la experiencia primaria es un tema recurrente en Whorf por una polémica razón que no suelen admitir los neowhorfianos. Existe en el complejo de ideas whorfiano un motivo que lo aleja de un relativismo puro que afirme que ninguna lengua ofrece una visión privilegiada del mundo. Whorf no busca solo hacer accesible a sus lectores la metafísica implícita en la lengua hopi, sino que la presenta como en ciertos aspectos mejor que la europea y no meramente como distinta de ella, lo que invita a preguntar: ¿cuál es aquí el patrón de excelencia? Su respuesta es que la cosmovisión lingüística hopi refleja la experiencia básica o la realidad mismas12, mientras que las lenguas SAE realizan tal elaboración estructural sobre la experiencia que la distorsionan recubriéndola con algo distinto hasta perder el contacto con ella. En el caso del tiempo, frente al sistema SAE, basado en la división pasado-presente-futuro, cree que un sistema de dos tiempos («earlier»-«later») se alinea mejor con el sentido del durar tal como se experimenta primariamente. Algo similar ocurriría con otros conceptos codificados en las lenguas SAE, como el caso ya mencionado de los plurales imaginarios; según Whorf, el hopi solo permite pluralizar si se trata de agregados que pueden formar grupos perceptivos, como piedras o casas, mientras que una lengua europea permite contar y pluralizar cualquier cosa, sea real o imaginada, presente o traída de la memoria, con lo que confundiría «dos situaciones diferentes, para las que solo tiene un modelo» (ibid.: 161). Por usar la célebre fórmula del Fedro, que las lenguas diseccio  Lo segundo aparece de modo especialmente claro en el siguiente pasaje:

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Nosotros decimos «mira esa ola», el mismo patrón que «mira esa casa». Pero sin la proyección del lenguaje nadie vería nunca una sola ola. Lo que vemos es una superficie que se encuentra en un movimiento ondulatorio siempre cambiante. Algunas lenguas no pueden decir «una ola»; y, en este aspecto, se encuentran más cerca de la realidad. (Whorf, 1942: 294)

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La relatividad lingüística nen la realidad de modos distintos es compatible, para Whorf, con que unas acierten más que otras a la hora de hacerlo por sus junturas13. Obviando la dudosa plausibilidad de sus contrastes lingüísticos o la de sus ideas sobre la superioridad de las lenguas americanas sobre las europeas (se supone que los lingüistas de campo actuales son más rigurosos, aunque para bien o para mal la imaginación y la creatividad de los análisis lingüísticos de Whorf son difíciles de superar), estaríamos ante una nueva versión matizada de la hipótesis relativista, que es compatible con formas moderadas de universalismo y de autonomismo conceptual: RL2 La lengua que uno habla contribuye (en mayor o menor medida) a alterar, elaborar, reconfigurar o complementar la estructura prelingüística universal de la experiencia humana (o del sistema conceptual humano).

Este punto se desarrolla en Whorf (1939a) o en Whorf & Trager (1938). Ahí se incide en el carácter alingüístico y universal de las situaciones a partir de las cuales las lenguas hacen sus elaboraciones, y se lo remite a las leyes de la psicología de la Gestalt: Para comparar las formas en las que diferentes lenguas «segmentan» de modo diferente la misma situación de experiencia, es deseable poder analizar o «segmentar» la experiencia, primero, de una forma independiente de toda lengua o inventario lingüístico, que sea la misma para todos los observadores. […] Un descubrimiento de la moderna psicología configurativa de la Gestalt nos da un canon de referencia para todos los observadores, sin importar sus lenguas o jergas científicas, por el cual descomponer y describir todas las situaciones observables visualmente, y también muchas otras. Este es el descubrimiento de que la percepción visual es básicamente la misma para todas las personas normales una vez pasada la infancia y se conforma a leyes definidas, un gran número de las cuales se conoce bastante bien. (Whorf, 1939a: 162-163, vers. orig.).

La importancia de ese hipotético nivel universal y alingüístico de representación es grande, ya que en él parece fundar Whorf la posibilidad de comparar lenguas desde un punto de vista neutral, sin presuponer el marco conceptual implícito en una de ellas, la del propio lingüista14. El mismo presupuesto está detrás de los dibujos con los que Whorf acompaña sus más famosos contrastes entre las lenguas SAE y las americanas, precisamente en los artículos dirigidos al gran público, y en particular en los dibujos de Whorf (1940b), a pesar de su comentario sobre el flujo caleidoscópico de la experiencia sin lenguaje. Las situa13   También en este punto hay vacilación en Whorf. Whorf & Trager (1938) sostienen que las lenguas incorporan distintas metafísicas implícitas, sin implicar que unas sean más adecuadas que otras. Lakoff (1987) critica la tendencia de Whorf al «objetivismo», por lo que entiende el postulado de un mundo objetivo único que las lenguas conceptualizan de modos diferentes. 14   Según Lucy (2016), más adelante Whorf consideró que la tipología lingüística proporcionaba ese marco teórico desde el que contrastar lenguas sin presuponer los esquemas de ninguna de ellas.

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ciones dibujadas, que las lenguas respectivas describen de modos diversos, distan de aparecer como un revoltijo. De nuevo, los dibujos apelan a un marco de experiencia neutral que permite la comparación, a la pervivencia en los hablantes de una capacidad para el pensamiento figurativo transversal a las lenguas que facilita la penetración en los modos alternativos de describir una misma situación. Parece entonces que Whorf cree encontrar aquí una base para contrastar «trasfondos lingüísticos», que permite, como dice él, «calibrarlos» hasta cierto punto (Whorf, 1940b: 241). RL2 es una tesis general que deja abierta la posibilidad de que los relativistas discrepen entre ellos con respecto a los ámbitos del pensamiento que se postulan como autónomos. Por supuesto, la visión de Whorf sobre qué conceptos pueden variar debido a diferencias lingüísticas podría andar descaminada. Conceptos que tradicionalmente se han considerado universales, como tiempo, espacio, causa, movimiento o materia, son considerados por él como específicos, en realidad, de la «metafísica implícita» de las lenguas europeas. El caso es que en esos mismos conceptos se concentra una buena parte de la investigación neowhorfiana actual, por lo que en este aspecto el proyecto general de Whorf sigue vigente. Puede compararse esa lista con la propuesta en Pinker (2007: 81-82; véase el apdo. 3.5.2), que incluye como universales y transversales a las lenguas todos esos conceptos, además de bastantes otros. Pero, al mismo tiempo, el misticismo de Whorf (que también subrayan muchos de sus críticos, para sugerir que el autor era un «rarito» al que no hay que tomar en serio) lo lleva a tomar por universales o «supralingüísticas» partes de la mentalidad humana como el pensamiento ético, estético y religioso, con respecto a cuyo carácter universal uno se puede permitir dudar (Whorf & Trager, 1938: 272). Lo importante, más que las hipótesis específicas acerca de la universalidad o variabilidad y dependencia lingüística de ciertos conceptos concretos, es la hipótesis general, que la investigación empírica podría confirmar o refutar, de que muchos de nuestros conceptos, en especial los más básicos, transversales o sistémicos, varían debido a diferencias lingüísticas, algo que es muy distinto de la afirmación que se suele asociar con Whorf de que la imagen del mundo es en todos sus detalles una elaboración lingüística, o la de que la realidad objetiva y/o la naturaleza humana común (incluida la experiencia corporizada primaria en la que tanto insisten los actuales lingüistas cognitivos) no imponen fuertes restricciones a los poderes de las lenguas para moldear diversamente el pensamiento conceptual de sus respectivos hablantes. Por otra parte, mucho depende aquí de cómo se individualicen los conceptos. Como veremos en 2.4.4, Whorf defiende una individuación holística de acuerdo con la cual un concepto depende constitutivamente de sus conexiones con muchos otros, lo que lleva de modo casi inevi­ table al relativismo conceptual, pero a la vez admite una base de experiencia común a la que remiten los conceptos codificados por cualquier lengua. Así, las lenguas no europeas podrían no incluir nuestros conceptos de tiempo o espacio, pero seguramente hallaremos en ellas

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La relatividad lingüística conceptos afines, fundados en análogas experiencias prelingüísticas. Existe una ambigüedad en la forma de hablar de Whorf que lo hace parecer más radical de la cuenta. A veces dice que el hopi es una lengua sin tiempo (Whorf, 1940b: 242). Pero eso no cuadra con su afirmación de que esa lengua recoge mejor que las lenguas SAE la esencia del tiempo. La idea parece ser más bien que el hopi no tiene el mismo concepto que nosotros, sino el suyo propio. De hecho, Whorf (1939b) afirma que el concepto de tiempo hopi se parece al europeo menos que el de espacio, aunque, como veremos, estrictamente tampoco el segundo es idéntico al nuestro para él, debido a sus relaciones sistémicas con otros conceptos (su participación en varias metáforas, incluidas las que conceptualizan el tiempo en términos de espacio). Si la moderación de RL1 concernía a la intensidad del impacto, la de RL2 concierne más bien a su alcance. Parte de la aparente radicalidad de Whorf proviene de considerar que usa «pensamiento» de un modo muy genérico que abarcaría cualquier manifestación psíquica, lo que no parece que sea cierto15.

4.4.3. El poder de las metáforas lingüísticas Whorf (1939b) sostiene que el impacto del lenguaje se produce, en gran medida, a través de analogías o metáforas lingüísticas, de un modo que recuerda y tal vez inspira las ideas de Lakoff & Johnson sobre las metáforas convencionales «a través de las cuales vivimos» (pensamos y actuamos). No obstante, en línea con parte de la tradición filosófica, Whorf asume el poder distorsionador de las metáforas, mientras que Lakoff & Johnson valoran positivamente el pensamiento metafórico y lo consideran el medio principal para conceptualizar dominios abstractos, alejados de las experiencias básicas derivadas de nuestro estar en el mundo como animales con cuerpos de una cierta clase16. Según Whorf, el tiempo occidental se piensa habitualmente según metáforas espaciales que están ausentes en la lengua hopi. Ademas, sugiere que las metáforas pueden ser los únicos modos disponibles en una lengua para hablar de un cierto dominio temático. Si esa fuera la vía principal

15   Whorf (1936a) hace una afirmación muy modesta del alcance de su tesis. Al comentar una distinción de Jung entre cuatro funciones psíquicas, sostiene que solo el pensamiento está vinculado con el lenguaje de un modo esencial, mientras que el sentimiento es «mainly nonlinguistic» y las «funciones irracionales», sensación e intuición, son «nonlinguistic». Esa ya es una restricción importante de ICL, pero añade que el pensar es la función que es «to a large extent linguistic», y se distancia de psicólogos (como Watson) y lingüistas que afirman que «thinking is entirely linguistic». En otros lugares admite el pensamiento animal: «Las bestias pueden pensar, pero no hablan» (Whorf, 1940b: 220, vers. orig.). 16   Frente al neowhorfismo, Lakoff & Johnson defienden el carácter cognitivo más que lingüístico de las metáforas. Sin embargo, como argumentaré en el próximo capítulo, sus metáforas convencionales están sedimentadas en la lengua y se adquieren a través de su aprendizaje, con lo que esta desempeña un papel clave en la génesis y en el mantenimiento del pensar metafórico individual. Además, Lakoff & Johnson (1980) insisten bastante en la diversidad interlingüística de las metáforas.

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por la cual la lengua afecta al pensamiento, pero también, aunque con menor generalidad, si fuera un mecanismo afectador entre muchos otros17, estaríamos ante otra tesis bastante débil, ya que no parece difícil cambiar de metáforas (esto es, habituarnos a usar nuevas metáforas) o ampliar nuestro repertorio metafórico, dejándonos guiar por metáforas novedosas que permitan pensar un dominio gracias a conceptos diseñados, en principio, para organizar un dominio temático diferente. Podemos formular entonces una nueva tesis moderada de inspiración whorfiana: RL3 L  as metáforas que se emplean (de un modo habitual y sin ser conscientes de su carácter metafórico) para hablar de ciertos dominios varían de lengua a lengua y, con ellas, los modos de pensar en esos mismos dominios.

Según Whorf, la lengua hopi evita las metáforas en dominios importantes como el tiempo, de modo que, en lugar de usar conceptos tomados prestados de otros dominios, esa lengua codificaría directamente («en sus propios términos») los conceptos mediante los cuales se organiza la experiencia en los dominios originarios. Así, la tesis anterior debe ser matizada: las lenguas (y los modos asociados de pensamiento) podrían diferir no solamente en las metáforas empleadas, sino en que en una lengua se hable (y sus hablantes piensen) metafóricamente allí donde en otra no se usan metáforas18. El desarrollo de esta idea puede servir para paliar un aspecto problemático del whorfismo. La clave es que cada lengua ya incorpora en su seno esquemas conceptuales alternativos, mientras que Whorf presupone que esa situación solo se da al comparar lenguas diferentes. Así, una lengua puede contener varios complejos metafóricos que destaquen u oculten distintos aspectos de un cierto dominio, de modo que este podrá ser conceptualizado de modos distintos sin tener que cambiar de lengua. Shultz (1990) hace sugerencias similares apelando a la noción

17   Pinker (2007, cap. 5) minimiza el papel cognitivo de las metáforas, frente a la tesis de Lakoff & Johnson (1980) de que el sistema conceptual humano es de naturaleza fundamentalmente metafórica. 18  El caso del tiempo es controvertido, pues es probable que todas las lenguas contengan metáforas convencionales para hablar de él, debido a que los humanos encontramos difícil hablar del tiempo «en sus propios términos». Según Malotki (1983), contra lo afirmado por Whorf, el hopi dispone de múltiples metáforas para el tiempo. Cabe añadir que las lenguas SAE poseen formas no metafóricas para hablar del tiempo, como «pronto», «tarde», «temprano», «ahora», «todavía», «aún», «ya», «hoy», «ayer», «mañana», etc., por no hablar de los morfemas verbales. Pero es posible encontrar ejemplos menos polémicos. Hockett (1954: 117), contrastando el inglés y el chino, afirma que en inglés los verbos de movimiento se usan libremente para expresar la localización constante de un objeto o el cambio de una relación espacial, como ocurre en el crecimiento: «fall» (‘A man fell from the top of a building’; ‘The land falls about ten feet behind the house’; ‘The cake fell’); «run» (‘He ran around the lake’; ‘The road runs around the lake’; ‘They ran the road around the lake’); «split» (‘His lip (was) split in the fight’; ‘The treetrunk splits into three large branches close to the ground’). En cambio, los verbos chinos con un significado central de movimiento no son usados, según él, en esos sentidos extendidos.

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La relatividad lingüística bajtiana de heteroglosia. La idea de una conversación larga y la de malgastar el tiempo, por ejemplo, pueden aplicarse a una misma situación, en este caso de modo complementario19. Así pues, las lenguas pueden concebirse no como marcos cerrados o como totalidades monolíticas y perfectamente consistentes, sino como incorporando la posibilidad de variar los conceptos con los que sus hablantes dan sentido al mundo que les rodea según parezca requerirlo la ocasión. El reconocimiento de esta flexibilidad y adaptabilidad a las intenciones del hablante de las distinciones contenidas en una lengua permite desembarazarse de la idea popular de que aceptar el impacto cognitivo de las lenguas implica encerrar a los hablantes en sus respectivas cárceles lingüísticas y tirar la llave. De esta forma, uno podría tratar de ser «griceano» (esto es, considerar que existe una importante conexión entre la noción de significado y la de intención o querer decir) y neowhorfiano al mismo tiempo20. En el Capítulo 5 se explorarán algunas líneas neowhorfianas de investigación que inciden en la conexión entre el lenguaje metafórico y el pensamiento metafórico.

4.4.4. Impacto holístico Desde el comienzo vengo insistiendo en que una parte de la falta de claridad en el planteamiento del problema de la relación entre el lenguaje y el pensamiento se debe a que no es fácil delimitar los relata con precisión. ¿Qué fenómenos debemos considerar mentales y de qué otros diremos que conforman el ámbito de lo lingüístico? La forma más directa de eliminar la vaguedad sería afinando en cada caso la tesis que se quiere sostener distinguiendo, por un lado, dominios y subdominios 19   El mismo Whorf señala que las lenguas SAE usan también para el tiempo la metáfora del recipiente y su contenido (lo que Lakoff & Johnson, 1980, llaman una «metáfora ontológica», frente a la metáfora «orientacional» «el tiempo es espacio»): «“un momento de tiempo, un segundo de tiempo, un año de tiempo” […] el modelo es simplemente el de “una botella de leche” o el de “un trozo de queso”. Así se nos ayuda a imaginar que “un verano” contiene o consiste en realidad en tal y tal cantidad de tiempo» (Whorf, 1939b: 165). 20   A ese «griceanismo neowhorfiano» se le plantea el problema clásico de eludir la circularidad en el análisis del significado del hablante, ya que lo que aquí se sostiene es que muchos de los contenidos de las intenciones comunicativas (en general, de los estados mentales) no son puros, en el sentido de totalmente independientes del significado público de las expresiones y estructuras de la lengua del emisor. La interpretación más popular de las ideas de Grice considera que quiso reducir el significado lingüístico al significado del hablante, definido a su vez en términos de cierta clase compleja de estados mentales, las «intenciones comunicativas». Eso haría circular cualquier intento de reintroducir el significado lingüístico en la explicación del contenido de las intenciones constitutivas del significado del hablante. Sin embargo, la interpretación «conectiva» (por oposición a «reductiva») de Grice (Avramides, 1989), según la cual habría una interdependencia entre el significado del hablante y el significado lingüístico, encaja con la propuesta esbozada. Por ejemplo, podría haber una dependencia «diacrónica» de los contenidos mentales con respecto a la lengua, basada en la adquisición y uso constante de dicha lengua, a pesar de que «sincrónicamente», en un momento dado de tiempo, el significado lingüístico no fuese sino un reflejo del contenido mental del hablante (públicamente atribuible; véase el apdo. 6.2). Por otra parte, la prioridad de las intenciones sobre el significado lingüístico en Grice parece analítica antes que ontológica.

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de lo mental y, por otro, los aspectos del lenguaje que se postulan como responsables concretos de un supuesto impacto cognitivo. Tal planteamiento resulta plausible bajo el supuesto de una gran autonomía de los dominios cognitivos afectados y de los mecanismos lingüísticos implicados. Sin embargo, Whorf concibe de un modo holístico tanto el lenguaje como el pensamiento, así como la relación entre ellos, y algunos neowhorfianos reivindican esa idea como válida (cfr. Lucy, 2010). Así, cuando contrasta el tratamiento del tiempo en las lenguas SAE con el que le otorga la lengua hopi, uno pensaría que va a comparar los respectivos sistemas verbales, donde parece producirse principalmente la codificación de esa cuestión, al menos en las lenguas europeas (por lo que dice Whorf, el verbo hopi no codifica el tiempo, sino la evidencia). Pero Whorf empieza buscando la diferencia en el distinto modo de usar el plural. Según su análisis, los hopi nunca lo emplean para hablar del tiempo o de los fenómenos cíclicos, y el hacerlo (como ocurre en las lenguas SAE) implicaría para él una objetivación del tiempo, esto es, implicaría tratarlo de un modo metafórico, aplicándole el modelo de los objetos físicos, de lo que resultaría una concepción del tiempo como una serie de unidades homogéneas y medibles. En general, defiende que es la lengua como un todo integrado, y no aspectos parciales de la misma, la responsable de los efectos cognitivos diferenciales. La importante noción teórica de «forma de hablar» (fashion of speaking) que introduce está diseñada para resaltar este carácter holístico del impacto de la lengua: […] los conceptos de «tiempo» y «materia» no vienen dados sustancialmente en la misma forma por la experiencia a todos los hombres, sino que dependen de la naturaleza de la lengua o lenguas a través de cuyo uso se hayan desarrollado. No dependen tanto de UN SISTEMA CUALQUIERA incluido en la gramática (e. g., tiempo verbal, o nombres), como de los modos de analizar e informar sobre la experiencia que han quedado fijados en la lengua como «formas de hablar» integradas y que cruzan las clasificaciones gramaticales típicas, de modo que una «forma» tal puede incluir medios léxicos, morfológicos, sintácticos, y otros medios sistémicamente diversos coordinados en un cierto marco de consistencia. (Whorf, 1939b: 158, vers. orig.)

De modo paralelo, sostiene la tesis complementaria de que, puesto que el pensamiento también es un todo integrado, la influencia de la lengua en un dominio mental se extiende típicamente a otros. Esto ocurriría incluso en dominios como el del espacio, en los que le parece que las lenguas comparadas siguen la senda marcada por la experiencia prelingüística, o en los que ambas lenguas parecen otorgar a un dominio un tratamiento lingüístico similar (la cita ilustra también la tesis que he denominado RL2): No hay una diferencia tan chocante entre el hopi y las lenguas SAE acerca del espacio como acerca del tiempo, y probablemente la aprehensión del espacio viene dada sustancialmente en la misma forma por la

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La relatividad lingüística experiencia sin que importe la lengua. […] Pero el CONCEPTO DE ESPACIO variará de algún modo con la lengua, porque, como herramienta intelectual, está estrechamente unido con el empleo concomitante de otras herramientas intelectuales, del orden del «tiempo» y la «materia», que sí están condicionadas lingüísticamente. Vemos las cosas con nuestros ojos en las mismas formas espaciales en que las ve el hopi, pero nuestra idea de espacio también tiene la propiedad de actuar como un sustituto de relaciones no espaciales como tiempo, intensidad, tendencia […]. El espacio, según es sentido por el hopi, no estaría conectado mentalmente con tales sustitutos, sino que sería comparativamente «puro» y no se encontraría mezclado con nociones extrañas. (ibid.: 158-159, vers. orig.)

De nuevo, nos interesa extraer la tesis holística general que está detrás del razonamiento de Whorf, más que su aplicación específica a los conceptos concretos de tiempo y espacio. En el apartado 4.5 veremos que algunos neowhorfianos van más lejos que Whorf en este asunto, siendo la relatividad lingüística de la cognición espacial una de las áreas más activas dentro de los estudios neowhorfianos recientes21. Para Whorf, aquí la experiencia prelingüística lleva la iniciativa y, si hay una diferencia entre el concepto incorporado en las lenguas europeas y el concepto del hopi, se debe a motivos sistémicos concernientes al uso del espacio por parte de las primeras para conceptualizar metafóricamente otros diversos dominios. De las reflexiones de Whorf se sigue entonces una nueva hipótesis relativista (en este caso, es posible que no tan moderada como las anteriores) como la siguiente: RL4 La lengua como un todo (un cierto estilo o forma de hablar) influye en el pensamiento como un todo (en un cierto estilo o forma de pensar).

Esta hipótesis, a mi juicio, es la que resulta más problemática de todo el conjunto, ya que parece implicar algunos de los polémicos corolarios examinados en el Capítulo 1, relacionados con la falta de flexibilidad cognitiva que supuestamente se seguiría de la relatividad lingüística. Llevado a su extremo, el holismo puede conducir a posturas muy fuertes e implausibles, a presentar a las lenguas como todos monolíticos y armónicos que permiten una única conceptualización de cada realidad, y, en efecto, Whorf y otros relativistas clásicos insisten mucho en el carácter armonioso de la imagen del mundo incorporada en cada lengua, lo que se derivaría del carácter sistémico que otorga a los conceptos codificados lingüísticamente22. Pero es bastante evidente que las

21   El siguiente es un resumen de la postura neowhorfiana típica con respecto a la cognición espacial:

El pensamiento espacial humano es de hecho bastante variable, basado a veces en sistemas conceptuales inconmensurables (Levinson & Wilkins, 2006a: 2).

22   En realidad, esta tesis es muy radical en cuanto al alcance (es muy global), pero puede no serlo en absoluto en cuanto a la intensidad del impacto. Así, aunque Lucy defiende que existe ese tipo de impacto holístico de la lengua, se aleja del determinismo lingüístico y opta por el influencismo.

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lenguas son flexibles y que permiten describir el entorno de muy distintas formas, en particular, de acuerdo con diversas metáforas convencionales, que a menudo se oponen entre sí o que resaltan y ocultan aspectos diversos de una situación dada. Una visión de la lengua y de su impacto como algo menos integrado ayudaría a explicar el margen de elección que tiene un hablante para decidir acerca de cómo hablar de la realidad y para adoptar una postura crítica con respecto a ciertos modos de hablar acerca de ella, así como el hecho obvio de que no todos los hablantes de una lengua piensan igual. Pueden defenderse, no obstante, formas más moderadas de individuación de los conceptos que, no obstante, mantengan su carácter sistémico. La propia teoría de Lakoff & Johnson subraya que metáforas convencionales como EL TIEMPO ES MOVIMIENTO A TRAVÉS DEL ESPACIO atraviesan la mayor parte de los mecanismos gramaticales de una lengua, lo que sugiere un uso menos holístico de la noción de fashion of speaking. En lugar de una noción tan abarcadora como la manejada por Whorf, podríamos adoptar la noción de microforma de hablar, que se aplicaría de modo paradigmático a las metáforas. Así, el castellano contiene tanto una microforma (o, como veremos, varias) de hablar del tiempo como espacio, como otra microforma independiente de hablar del tiempo como dinero o recurso valioso. En el Capítulo 5 abundaré en esta idea de la gran autonomía de las metáforas que conviven en una lengua. Por otra parte, cabe la posibilidad de que algunos de los efectos de las lenguas sobre el pensamiento sean holísticos, mientras que otros se deriven de aspectos lingüísticos más específicos o locales. Por poner un ejemplo trivial, pero importante para muchas personas, el tantas veces invocado sentimiento de pertenencia a una comunidad que produce hablar una cierta lengua parece ser un efecto holístico, producido por la lengua como un todo, como vehículo básico de las relaciones sociales. En cualquier caso, la relatividad lingüística debe dejar espacio suficiente para explicar el desacuerdo entre hablantes de una misma lengua, el cambio de opinión de un hablante monolingüe o las dudas que pueden surgirle a un hablante acerca de si describir una situación así o asá. Lo que Whorf sostiene para el caso del multilingüismo, la libertad que proporciona a la mente para cambiar flexiblemente de marco conceptual, para describir una situación de modos alternativos según parezca convenir, lo hallamos ya en el interior de cada lengua, aunque el multilingüismo podría aumentar esa libertad. Lo que principalmente hace implausible la postura de Whorf es la aparente implicación de que uno debe representar cada situación de un único modo muy determinado. Parece claro que una lengua permite codificar una multitud de aspectos de cualquier situación y que los mecanismos pragmáticos proporcionan recursos adicionales para aumentar las ya múltiples posibilidades semánticas. Si se abandona la idea de que la diversidad lingüística es solo diversidad interlingüística y se admite la diversidad intralingüística (de variedades dentro de una misma lengua) y, sobre todo, que esa

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La relatividad lingüística diversidad intralingüística puede ser absorbida por un hablante individual dando lugar a una correlativa diversidad lingüística intraidiolectal, esto es, a una típica riqueza de recursos a disposición de un hablante típico, incluso si es monolingüe, se amplía enormemente la posible base lingüística de la flexibilidad cognitiva. Lo que hace, sin embargo, plausible la postura de Whorf, a mi juicio, es que esa libertad para decir lo que se quiere decir y para querer decir lo que se dice no parece ser total. También llevaría razón al resaltar un aspecto ilusorio de la actitud natural hacia la relación entre el lenguaje y el pensamiento: la sensación que suelen tener los hablantes comunes de que su libertad expresiva es total y puede darse por sentada. Vistas así las cosas, la idea detrás del whorfismo no sería tanto la de la falta de libertad a la hora de pensar (en general, o a la hora de pensar para hablar), sino más bien la de los márgenes de esa libertad, la de sus limitaciones, la de las dificultades para ejercerla plenamente. El holismo está presente también en la postura de Everett sobre la lengua pirahã, aunque él lo remite a un principio cultural más que propiamente lingüístico (el principio de inmediatez de la experiencia), el cual sería responsable de diversas manifestaciones en la gramática que desde un punto de vista formal no tienen nada en común.

4.4.5. Impacto dialéctico (y el tercer factor) La ansiedad, como cualquier psiquiatra caro le diría a uno, viene causada por la depresión; pero la depresión, como el mismo psiquiatra informaría en una segunda consulta por unos honorarios adicionales, está originada por la ansiedad. (Truman Capote, Ataúdes tallados a mano)

Las críticas a Whorf y, en general, a la hipótesis de la relatividad lingüística se basan muy a menudo en una visión demasiado unidireccional del posible impacto de las lenguas sobre el pensamiento de sus respectivos hablantes, así como en el supuesto de que no entran en juego factores ulteriores, como la cultura o la experiencia corporal, que interactúan de un modo complejo con el lenguaje y con el pensamiento. Es probable que un impacto unidireccional sea más fácil de demostrar o de refutar que un impacto interactivo, que seguramente requiere mucha más habilidad para pasar de constatar una correlación entre fenómenos lingüísticos y fenómenos cognitivos a hacer plausible que la lengua (y no algún otro factor) sea, al menos en parte, la responsable de la misma. ¿Qué dice Whorf acerca de ese tercer factor, la cultura, al que Everett da el peso máximo y que Gumperz & Levinson (1996) incluyen dentro de la propia definición de la relatividad lingüística? Hacia el final de Whorf (1939b) se debilita la intensidad del impacto de la lengua sobre la cultura, comparado con el poder que se supone que ejerce sobre el pensamiento y sobre el comportamiento de los hablantes individuales. Parece extraño que la lengua pueda afectar fuertemente al pensamiento y a la conducta de los individuos sin afectar al núcleo de la cultura a la

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que esos individuos pertenecen. Es probable que detrás de la reticencia de Whorf a ver una conexión íntima entre la lengua y la cultura esté la influencia de Boas (1911/38), quien argumenta que raza, lengua y cultura varían de modo independiente, en particular, que culturas diferentes pueden usar la misma lengua y que la misma cultura puede ser vehiculizada a través de lenguas muy diferentes, algo que es muy poco «everettiano». En una línea similar, Whorf sostiene que pueblos con modos de vida simples pueden hablar lenguas muy complejas: «Las lenguas algonkinas son habladas por gentes muy simples, indios cazadores y pescadores, pero son maravillas de análisis y síntesis» (Whorf, 1942: 297). Por otra parte, Whorf subraya en ocasiones el carácter interactivo o bilateral de las relaciones entre la lengua y la cultura, mientras que la influencia de la lengua sobre el pensamiento individual suele presentarla como más unilateral, minimizando la autonomía del pensamiento. Esto puede ser lo que inspira la definición de la relatividad lingüística de Gumperz & Levinson como la idea de que la cultura a través de la lengua, afecta al modo en que pensamos, que alía el relativismo cultural con el propiamente lingüístico, donde la cultura desempeña el papel dominante y la lengua ejerce de mediador entre ella y la mente individual. La postura de Whorf (1939b), de nuevo, es matizada, admitiendo efectos en todas las direcciones. Aunque no se suele expresar muy claramente en este punto (el factor cultura rara vez aparece como tal en sus reflexiones), Whorf sugiere que las pautas incorporadas en la lengua surgen diacrónicamente como productos culturales (al modo de Everett), pero que luego esas pautas producen efectos sincrónicos retroactivos sobre el pensamiento y la conservación de las propias pautas culturales, aunque la lengua es más conservadora que la cultura, por lo que la cultura puede experimentar cambios que no se reflejen de un modo inmediato en la lengua; eso acarrearía correspondientes inercias cognitivas no sintonizadas con las pautas culturales. La visión dialéctica del asunto puede extenderse a la relación de la lengua con el pensamiento individual, ya que, como vimos en 4.4.2, Whorf admite que el pensamiento prelingüístico ejerce presión sobre las elaboraciones lingüísticas y nunca es bloqueado del todo por ellas. Pero la postura final de Whorf no es la de una dialéctica entre iguales, ni en lo tocante a la relación entre la cultura y la lengua ni, sobre todo, en lo referido a la relación entre el pensamiento individual y la lengua pública, sino lo que podemos llamar una «dialéctica asimétrica», de factores que interactúan y se afectan mutuamente, pero en la que uno de los factores (la lengua) tiene más fuerza que los demás. La postura de Whorf se revela aquí, de nuevo, como bastante moderada pero no trivial: RL5 La lengua no solo afecta al pensamiento y a la cultura, sino que es a su vez afectada por ellos, pero la influencia de la lengua sobre esos otros factores es mayor que la que estos ejercen sobre la lengua.

Para la relación lengua-cultura, esta postura es muy explícita en Whorf (1939b):

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La relatividad lingüística ¿Qué aparecieron primero: las pautas lingüísticas o las normas culturales? Básicamente, ambas crecieron juntas, influyéndose constante y mutuamente. Pero en este emparejamiento la naturaleza de la lengua es el factor que limita la libre plasticidad y vuelve rígidos los canales de desarrollo del modo más autocrático. (Whorf, 1939b: 180).

De nuevo, la hipótesis de una interdependencia asimétrica podría andar mal encaminada, incluso si se acepta que el pensamiento individual resulta de la interacción entre las tendencias innatas o autónomas, las influencias culturales y las influencias lingüísticas. El balance podría ser distinto del previsto por Whorf y la asimetría podría revertirse a favor de la cultura o a favor de una mayor autonomía de lo mental. Algunos desacuerdos en el debate, que parecen implicar concepciones opuestas del vínculo entre el lenguaje, el pensamiento y la cultura, podrían deberse a diferencias en el énfasis en alguno de los factores implicados. Lo importante aquí es señalar que no es perentoria una lectura unilateralista de Whorf y que, con independencia de su elusiva postura «real», es bastante plausible que sea preciso adoptar un enfoque interactivo compatible con asimetrías en las relaciones entre los factores que entran en juego. Está claro que un neowhorfiano tenderá a poner mucho peso en el lenguaje y en la diversidad lingüística, para que su postura resulte interesante. De ahí la sutilidad de preguntas como la siguiente: «¿Podemos encontrar casos en los que las diferencias interlingüísticas den cuenta de diferencias conceptuales que no reflejen simplemente las diferencias culturales?» (Gordon, 2010: 203). Gordon cree que en dominios como la cognición numérica o la del color la respuesta es afirmativa. Por otra parte, en la tradición universalista, la distinción entre la lengua y la cultura y el énfasis en la autonomía de la lengua son más o menos naturales, pero en disciplinas como la antropología se suele considerar que ambas se entrelazan de un modo íntimo, incluso que la lengua no es sino una parte integral e inseparable de la cultura, como afirma Everett (2005: 622). Un ejemplo interesante de postura dialéctica que tira hacia el autonomismo de lo mental es la que defienden Kay & Regier (2006) para el caso del color23. Según dicen, existen importantes restricciones cognitivas autónomas (no inducidas lingüísticamente) en la percepción del color derivadas de la fisiología de base tricolor del aparato visual que se reflejan en las distintas lenguas, las cuales no interpretan de modo arbitrario y sin restricciones la realidad cromática. Pero, al mismo tiempo, admiten

23   Kay es un conocido defensor del universalismo con respecto a la experiencia y al lenguaje cromáticos. El clásico Berlin & Kay (1969) defiende que existen restricciones en la percepción del color que dependen de la fisiología humana, la cual se refleja en forma de universales condicionales en el dominio léxico, como «si en una lengua hay un término para el color x, también habrá un término para el color y». En obras más recientes defiende que, en lenguas con igual número de términos básicos de color, estos coincidirán al menos en el foco (las muestras paradigmáticas), aunque puede que no en la periferia. Sin embargo, en sus últimos artículos (escritos con colaboradores) hace concesiones al relativismo.

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grandes diferencias entre las lenguas en lo que al vocabulario de color se refiere, que afectan de un modo leve a los modos de pensar en el color por parte de los respectivos hablantes (por ejemplo, a sus juicios de similitud), lo que sería una concesión a la relatividad lingüística. Esto es, tendríamos un impacto influencista relativo a cada lengua, pero atemperado por una base cognitiva universalista, lo que supone que, aunque el léxico de color influya en el pensamiento cromático no llega ni mucho menos a determinarlo. En suma, según ellos «[e]xisten restricciones universales sobre los nombres de color, pero al mismo tiempo, las diferencias entre lenguas en los nombres de color causan diferencias en la cognición y/o en la percepción del color» (Kay & Regier, 2006: 53). Generalizando, cabe la posibilidad de que exista un condicionamiento recíproco entre la lengua y el pensamiento, y no una simple dependencia en una única dirección (lengua→pensamiento, o pensamien­to→len­ gua). Muchos autores (empezando por Humboldt o Vygotski) postulan una relación dialéctica como alternativa a defender una influencia unilateral en uno u otro sentido. La defensa de la reciprocidad del impacto es común entre los partidarios de la relatividad lingüística, que pocas veces adoptan un enfoque abiertamente unilateralista en la dirección lengua→pensamiento. A Sapir, e incluso a Whorf, se les suele escapar un «en buena medida», que apunta a una cierta resistencia del pensamiento a dejarse moldear por la lengua. Para subrayar el carácter no unilateral del impacto pernicioso (según él) de la lengua inglesa sobre el pensamiento de sus hablantes, Orwell (1946: 657) emplea la analogía con un hombre que se da a la bebida porque se siente fracasado y que fracasa más aún porque bebe, entrando así en un círculo vicioso basado en la influencia dialéctica que ejercen entre sí el lenguaje y el pensamiento. Ahora bien, una vez admitida la influencia mutua, surge la cuestión de qué factor en un dominio dado tiene mayor peso, generando toda clase de posibles posturas intermedias entre los extremos que otorgan todo el peso al lenguaje o al pensamiento.

4.4.6. Impacto del habla Seguramente las páginas que abren Whorf (1939b) son las más célebres del autor. Ahí Whorf apela a evidencias tomadas de su experiencia como técnico en seguros contra incendios (su verdadera profesión) y afirma que los modos de describir ciertas situaciones (por ejemplo, describir unos bidones con residuos de gas como «vacíos») contribuyeron de modo decisivo a inducir las acciones que provocaron los accidentes (como fumar despreocupadamente cerca de los bidones). En esos casos parece apuntarse a una tesis distinta de RL, entendida como la idea de que la lengua como tal (su asimilación o uso continuado por parte de un hablante) afecta al pensamiento individual. Algunas ideas populares sobre el impacto cognitivo del lenguaje, o sobre la ideología transmitida lingüísticamente, como las que aluden al uso tendencioso o eufemístico de las palabras, parecen señalar a efectos del uso (o abuso) de la lengua más que de la lengua misma. No hay nada en el castellano

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La relatividad lingüística que impida describir los efectos de una intervención militar como «crimen de guerra» o como «genocidio» en lugar de aceptar pasivamente una descripción como «daños colaterales»; u obliga a tratar una acción militar como «liberación» de un país o como una «intervención humanitaria» en lugar de tratarla como «invasión» o «neocolonialismo»; o lleva a considerar unas medidas económicas como «ajustes» mejor que como «recortes»; o, para volver al ejemplo de Whorf, hace necesario describir unos barriles como «vacíos» en lugar de describirlos como «llenos de gas inflamable». Incluso ocurre que expresiones eufemísticas que se introducen para presentar un fenómeno bajo una luz favorable, como «limpieza étnica», acaban cargándose negativamente porque la realidad mentada es tan terrible que termina impregnando cualquier denominación. En otros casos, el eufemismo es tan zafio que pierde toda eficacia, como al llamar «movilidad exterior» a la «emigración económica». Esos ejemplos muestran que un mismo suceso puede ser descrito de modos alternativos empleando recursos lingüísticos ordinarios al alcance de cualquier hablante competente de una única lengua. Por esa razón, Pinker (2007) considera que el posible impacto que tendríamos aquí sería trivial, esto es, se derivaría de la propia función comunicativa del lenguaje, no de alguna ulterior función cognitiva, e incluso que va más en contra que a favor de la hipótesis relativista, mostrando la básica autonomía de lo mental. Sin embargo, a mi juicio, los efectos del uso de la lengua son relevantes y deben ser localizados en el mapa del territorio. El impacto del habla dista de ser banal cuando se liga con la primera tesis neowhorfiana examinada (RL1), según la cual la adquisición de hábitos lingüísticos favorece la adquisición de hábitos cognitivos. Esos hábitos podrían fomentarse tanto si una lengua proporcionase ciertas formas de hablar y excluyese otras como si, de hecho, algunas potencialidades de la lengua se privilegiasen y otras no fuesen usadas casi nunca, como ocurre con esas palabras que están en el diccionario pero que casi ningún hablante emplea. Por mucho que una lengua posea múltiples modos de hablar de un cierto tipo de situaciones, si la costumbre es hablar casi siempre de un modo y se descartan, en la práctica, otros modos posibles, eso podría producir hábitos cognitivos similares a los que se producirían si la lengua careciera de recursos expresivos para describir esas situaciones de modos alternativos, aunque seguramente esos hábitos serían más fáciles de contrarrestar usando la atención y la competencia general en la lengua. En Whorf & Trager (1938) se explicita que lo que importa son los modos usuales o preferidos, y no tanto los modos posibles de hablar sobre el entorno (las potencialidades de una lengua). Serían los primeros los que pueden fomentar «una conducta deficiente o mal dirigida en relación con las necesidades reales de la situación –incluyendo lo que se llama “descuido” o “pasar por alto”» (Whorf & Trager, 1938: 270), como ocurre en los casos de «accidentes por causas lingüísticas» que se aducen en Whorf (1939b). La versión de la hipótesis relativista que está en juego aquí puede formularse así:

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RL6 E  l modo en que hablamos o nos hablan habitualmente de una situación (o tipo de situación) afecta a cómo tendemos a pensarla, en particular, a los aspectos a los que atendemos preferentemente y a aquellos que nos pasan más desapercibidos.

La estrategia detrás del eufemismo tendencioso y de otras formas de discurso manipulador se basa en la idea de que, al ocultar o al resaltar un cierto aspecto en la descripción de un suceso, o al tergiversar, distorsionar, deformar, minimizar o exagerar las cosas en una determinada dirección, se fomentan representaciones interesadas de la realidad en la audiencia, sobre todo cuando esta no tiene un acceso directo a los sucesos en cuestión y solo puede acceder a ellos a través de las descripciones de otros, como suele ocurrir con las noticias que se reciben a través de los medios de comunicación ideologizados, que más que informarnos nos desinforman. Algunas ideas sobre el sexismo lingüístico apuntan en una dirección similar. La Guía de lenguaje no sexista de la UNED enfatiza, por un lado, que el objetivo final es «replantearnos nuestros hábitos lingüísticos» para que respondan a los requisitos de una sociedad igualitaria. Pero, por otro, sostiene que la lengua misma (el castellano) no es sexista, ya que ofrece posibilidades para que no se produzca la discriminación en su uso. Todas las sugerencias se orientan a cambiar las estrategias de uso. Las estrategias discursivas se pueden concebir como parte de una lengua considerada de un modo amplio. En cualquier caso, la idea de fondo es que el léxico y la gramática son lo suficientemente flexibles o no monolíticos como para permitir (a veces con dificultad o mediante incómodas perífrasis) tanto los usos que discriminan como los que no lo hacen. En definitiva, si se trata de habituarse a hablar de ciertas formas para habituarse a pensar de ciertas formas, el que las lenguas sean en general flexibles y adaptables permite precisamente tomar el control sobre el propio proceso de habituación cognitiva. La cosa cambia con la idea orwelliana original de neolengua, que implicaría la desaparición de la lengua de todas las formas de expresión incómodas para el poder, con lo que las representaciones o imágenes mentales que esas expresiones suscitan, según se supone, también desapa­recerían (en realidad, bastaría con que se volvieran más difíciles de evocar). Esta idea reposa en la tesis del necesario «anclaje» lingüístico de las ideas o conceptos humanos. Aquí, al contrario de lo que ocurre en el eufemismo interesado, la lengua no permitiría hablar de otra forma, con lo que se volvería no apta para la lucha ideológica, suponiendo que la pragmática o la creatividad lingüística individual no puedan compensar de algún modo la falta de expresividad semántica. Una noción clave aquí es la de codificación: la idea es que si algo encuentra una forma cómoda y breve de expresión puede penetrar más fácilmente en la mente que si precisa de una expresión compleja y poco eufónica. De ahí la importancia en política de que las ideas clave estén bien codificadas y sean fácilmente accesibles en el discurso. También

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La relatividad lingüística pasamos al nivel de la lengua cuando la lucha política se desarrolla en el nivel semántico, como cuando se discrepa ideológicamente sobre el significado efectivo o deseable de palabras como «matrimonio» o «democracia» («Lo llaman "democracia" y no lo es»), o cuando se cambia una palabra muy cargada como «imputado» por otra como «investigado» que, aunque menta la misma realidad legal, no está todavía asociada a ciertos casos sonados de corrupción política. Hay casos de transición entre atribuir el impacto a la lengua o a su uso en el habla o en la comprensión24. Los defensores del impacto de la lengua insisten en que fuerza o al menos fomenta o promueve ciertas elecciones sobre los actos de habla concretos de sus hablantes. Desde Boas, se resalta que las lenguas difieren en lo que es obligatorio codificar frente a lo que queda a la decisión del hablante explicitar o no basándose en las exigencias del contexto, y que las lenguas difieren en lo que es fácil o automático codificar frente a lo que solo puede ser expresado con dificultad, mediante paráfrasis, metáforas o giros poco idiomáticos. Un autor que ha teorizado sobre estas cuestiones en su aplicación a la política es el lingüista George Lakoff. Un concepto clave en Lakoff (2004) es el de enmarcado de una cuestión. En principio, La­ koff defiende que las ideas (realizadas en las sinapsis del cerebro) y no las palabras son lo prioritario. Pero admite que esas ideas son evocadas, fortalecidas y hasta forjadas por las palabras, por lo que la relación entre lenguaje y pensamiento parece concebirse de un modo interactivo. Según Lakoff, los republicanos (de la época) han estado invirtiendo ingentes cantidades de dinero en grupos de expertos (think tanks) dedicados a enmarcar de acuerdo con valores conservadores las principales cuestiones candentes de la política estadounidense. Los demócratas, en cambio, se apoyan en viejas ideas ilustradas según las cuales basta con señalar «los hechos» y las mentiras de la derecha («La verdad os hará libres»), lo que tiene como resultado que los republicanos acaben imponiendo sus marcos ideológicos, por ser su modo de hablar más efectivo. A menudo, los demócratas se ven obligados a usar el lenguaje del enemigo, o un lenguaje ineficiente e incapaz de evocar los valores progresistas. Así sucede cuando se vuelve corriente hablar de «alivio fiscal», para referirse a la bajada de impuestos (un ejemplo similar sería hablar de la «rigidez» del mercado laboral). Difícilmente se podrá argumentar a favor de los impuestos si se ha extendido el hábito de hablar de ellos (y de pensarlos) como algo cuya rebaja produce alivio en los ciudadanos (¿y quién quiere pasar por rígido?). Veamos algunos fragmentos especialmente relevantes para nuestro problema:

24   Collins & Glover (eds.) (2002: 20-22) ligan este punto a la historicidad del significado. Se llegaría a un significado aparentemente natural de palabras como «libertad», «justicia», «terrorismo» o «maldad», gracias a la reiteración de ciertos usos políticamente interesados de las palabras en cuestión.

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Los marcos son estructuras mentales que conforman nuestra manera de ver el mundo […] conocemos los marcos a través del lenguaje. Todas las palabras se definen en relación a marcos conceptuales. […] Puesto que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente. […] Cuando negamos un marco, evocamos el marco. […] un principio básico del enmarcado para cuando hay que discutir con el adversario: no utilices su lenguaje. […] El enmarcado tiene que ver con elegir el lenguaje que encaja en tu visión del mundo. Pero no tiene que ver solo con el lenguaje. Lo primero son las ideas. Y el lenguaje transmite esas ideas, evoca esas ideas. […] La verdad, para ser aceptada, tiene que encajar en los marcos de la gente. Si los hechos no encajan en un determinado marco, el marco se mantiene y los hechos rebotan. […] los conservadores utilizan solamente dos palabras: alivio fiscal, mientras que los progresistas se enfrascan en una larga parrafada para plantear su punto de vista. Los conservadores pueden apelar a un marco establecido: por ejemplo, que los impuestos son una desgracia o una carga, lo cual les permite decir esa frase de dos palabras: alivio fiscal. Pero en el otro lado no hay ningún marco establecido. Se puede hablar de ello, pero supone un cierto esfuerzo […] El ala derecha ha utilizado durante mucho tiempo la estrategia de repetir continuamente frases que evocan sus marcos y que definen las cuestiones importantes a su manera. Tal repetición consigue que su lenguaje parezca normal. […] Los marcos, una vez que se atrincheran, es difícil que se desvanezcan. (Lakoff, 2004)

La idea de enmarcado encaja con las estrategias discursivas de la lucha política en nuestras sociedades, y la neolengua no es más que el sueño de un marco único e incuestionable. Constantemente asistimos a la práctica de usar ciertas expresiones y evitar otras como un intento de resaltar ciertos rasgos de la realidad o de evitar que la atención se dirija hacia otros, esto es, de ocultarlos o enmascararlos. Por otra parte, Lakoff destaca que el enmarcado de cuestiones no tiene por qué ser una forma de manipulación. Si sucede que pensamos inevitablemente a través de marcos, estos son necesarios también y más que nunca cuando pensamos las cuestiones honestamente. Lakoff reserva el nombre de «lenguaje orwelliano» para la estrategia de usar, con fines de manipulación de la audiencia, una descripción que se sabe torcida de los hechos, como llamar a una ley que permite aumentar las emisiones contaminantes «Ley de los Cielos Limpios», a una que permite talas agresivas «Ley de los Bosques Sanos» o (entre nosotros) a una ley que amnistía construcciones ilegales y disminuye la protección de la costa «Ley de Protección y Uso Sostenible del Litoral». Toda la reflexión de Lakoff (2004) discurre dentro de una única lengua (el inglés), con lo que tendíamos aquí una tesis acerca del impacto cognitivo de la diversidad intralingüística, esto es, de ciertas microvariantes lingüísticas que pueden afectar diferencialmente al hablante monolingüe. Retomaré las ideas de Lakoff en el Capítulo 5, en conexión con la cuestión del valor cognitivo de las metáforas sedimentadas en la lengua.

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4.4.7. Neoboasianismo Las variaciones de RL que siguen están menos directamente vinculadas a lo que Whorf dijo, pero pueden ser incluidas como otras tantas formas interesantes y plausibles de la hipótesis. Examinaré, en primer lugar, una hipótesis que puede remontarse a Franz Boas, fundador de la antropología estadounidense, cuya obra influyó sobre Sapir y Whorf. Boas sostuvo una versión bastante radical de DL, según la cual las lenguas codifican cosas muy distintas, a la vez que expresa en un pasaje muy citado de Boas (1911) su adhesión a un universalismo cognitivo básico según el cual los humanos se hacen todos una imagen semejante de la realidad (en otros lugares, Boas se expresa de un modo más «whorfiano»). Las lenguas harían una selección de los rasgos de esa imagen común que codifican o explicitan. A menudo, la selección sería obligatoria, esto es, el hablante no podría dejar de codificar un cierto rasgo. Pero Boas sugiere que la imagen más global es la realmente comunicada, por medio de lo que hoy llamaríamos «estrategias pragmáticas». El principal impacto de la diversidad lingüística tendría que ver con los sesgos atencionales que produce la codificación, bajo el supuesto de que aquello que se explicita recibe una mayor atención, con posibles repercusiones en otros dominios cognitivos como la memoria, que aquello que no se codifica y se transmite, en todo caso, de modo implícito. Cabe formular entonces la siguiente versión moderada de la hipótesis de la relatividad lingüística: RL7 Las lenguas afectan diferencialmente a cuáles son los rasgos de (nuestra imagen de) la realidad a los que prestamos más atención y a cuáles son los rasgos a los que atendemos menos.

Esta forma de impacto cognitivo diferencial de las lenguas podría atraer a muchos universalistas, ya que parece diseñada para evitar el relativismo ontológico, según el cual las lenguas incorporan visiones de la realidad o metafísicas implícitas irreconciliables. La salida boasiana parece permitir toda la diversidad lingüística que se quiera, pero manteniendo la idea de la básica unidad psíquica de la humanidad, e incluso la de que todos vivimos en el mismo mundo (de hecho, en el «mundo real»), a la vez que se admiten leves efectos cognitivos propios de cada lengua. 4.4.7.1. El «problema de Boas»

Sin embargo, esta estrategia basada en una lectura moderada de las ideas de Boas presenta un serio problema, al menos desde la perspectiva neowhorfiana típica. En ciertos casos, los rasgos gramaticales no parecen estar ligados a rasgos ontológicos prelingüísticos o a representaciones universales de tales rasgos, sino que parecen generar los propios esquemas ontológicos, si es que codifican algo. Tomemos el caso del género gramatical. Este rasgo varía bastante incluso entre lenguas próximas como el español y el gallego, sin que ello vaya ligado a una

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diferencia ontológica aparente, fenomenológicamente detectable por un hablante competente en ambas. En cientos de casos, el género cambia de femenino a masculino: la cárcel/o cárcere; la costumbre/o costume; la cumbre/o cumio; la labor/o labor; la nariz/o nariz; la miel/o mel; la leche/o leite; la sangre/o sangue; la rodilla/o xeonllo; etcétera. En otros cientos de casos, el género cambia de masculino a femenino: el viaje/a viaxe; el análisis/a análise; el puente/a ponte; el calor/a calor; el or­ den/a orde; el canal/a canle; el dolor/a dor; el color/a cor; el origen/a orixe. El género cambia de masculino a femenino en casi todos los árboles frutales (y también en el árbol/a árbore): el peral/a pereira; el manzano/a maceira; el cerezo/a cerdeira; el ciruelo/a ameixeira; el oli­ vo/a oliveira; el nogal/a nogueira, el avellano/a abeleira. Una hipótesis posible es que tenemos aquí meros rasgos formales ontológicamente neutrales, como afirman algunos lingüistas implicados en la polémica sobre el sexismo en el lenguaje. Pero los neowhorfianos han postulado también en este dominio la relevancia de la diversidad lingüística para las categorías ontológicas y la visión del mundo. Así, Boroditsky, Schmidt & Phillips (2003) sostienen que existe un impacto del género gramatical sobre el pensamiento acerca de los objetos sin género biológico, comparando a los hablantes del español con los del alemán, y a ambos con los del inglés, lengua que no obliga a codificar el género en los casos considerados problemáticos. Según estos autores, los hablantes de lenguas con género obligatorio tienden a asociar distintos rasgos estereotípicos culturalmente ligados con lo masculino o con lo femenino a los objetos que caen bajo los respectivos términos cuando estos difieren en género gramatical, mientras que lenguas con género neutro son a su vez neutrales al respecto, en tríadas como «el puente»/«die Brücke»/«the bridge» o «la luna»/«der Mond»/«the moon». Esas ontologías aparentemente distintas parecen ir contra la plausibilidad de RL7, al cuestionar que exista una representación prelingüística común a partir de la cual las lenguas se limitan a codificar unos rasgos mejor que otros. Parece que ahí habría auténticas decisiones ontológicas, esto es, construcciones lingüísticas alternativas de la realidad asociadas con el género25. El asunto no sería grave si el fenómeno fuera excepcional, pero lo típico es que el neowhorfiano sostenga que algo similar ocurre con el modo de representar el tiempo, el espacio, el número, etcétera. No es que las lenguas codifiquen rasgos distintos de un sistema conceptual o de una realidad objetiva únicos, sino que las lenguas promueven o permiten distintas construcciones de esas nociones. Cabe pensar, prima 25   En la novela Lengua materna, de S. Haden Elgin, se supone que una lengua es «masculina» si permite codificar fácilmente percepciones e intereses típicamente masculinos, mientras que los femeninos solo se pueden expresar mediante dificultosas paráfrasis, debido a carencias en el código. De ese modo, presupone que hay percepciones prelingüísticas típicamente masculinas y femeninas, que la codificación lingüística solo haría más visibles. La elaboración del láadan, «una lengua construida por las mujeres para expresar las percepciones de las mujeres», tiene el objetivo de crear las codificaciones que faltan.

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La relatividad lingüística facie, que un rasgo morfológico codifica un rasgo ontológico (o de otro tipo, como la evidencia). ¿Por qué pensar que el número gramatical codifica un rasgo ontológico, pero que el género gramatical no lo hace cuando no hay género biológico de por medio? El «problema de Boas» es, por lo tanto, general. Con respecto al plural, Whorf afirma que la categoría de plural en hopi no es la misma que en inglés, francés o alemán, porque ciertas cosas que en esas lenguas son plurales resultan ser singulares en hopi (Whorf, 1939b: 160). La idea es que las lenguas construyen algo como singular o como plural, a veces forzando mucho la individuación, como en el caso de las olas, no que atiendan o dejen de atender a una singularidad o a una pluralidad que ya residían de antemano y de forma no problemática en el mundo o en su representación prelingüística. Una salida neoboasiana, para el caso del género gramatical, sería sostener que este resalta o hace sobresalir los rasgos de los objetos denotados que la cultura considera estereotípicamente masculinos o femeninos, objetos que normalmente tendrán rasgos «objetivos» de ambas clases que los hablantes de las lenguas respectivas serán capaces de apreciar a poco que se fijen, como la fuerza de un puente frente a su elegancia o a su belleza. Más que ontologías incompatibles, se generarían distintos efectos figura-fondo, haciéndose más visibles unos rasgos de la realidad y relativamente poco visibles otros. Pese a su aparente debilidad excesiva, RL7 podría bastar para sustentar algunas populares ideas feministas sobre la lengua de género y la invisibilidad de la mujer, que sería para el neoboasiano más bien una sistemática falta de atención a la mujer. Curiosamente, el primer Sapir, antes de lo que algunos intérpretes consideran una radicalización de sus ideas debido a su contacto con Whorf, ofrece una solución diferente al «problema de Boas», en una línea no relativista. Su propuesta es que ciertos rasgos gramaticales actuales están desligados casi por completo de cualquier contenido conceptual que hayan podido tener en su origen, por lo que no poseen apenas ningún impacto psicológico sobre los hablantes (algo similar defiende Hoijer, 1954: 97-98): […] una persona […] no tiene en su consciencia ninguna idea definida de sexo cuando habla de un árbol (masculino) o de una manzana (femenino). […] los conceptos indicados de manera ostensible están ahora tan vagamente precisados, que lo que nos fuerza a elegir esta o aquella forma no es la necesidad de la expresión concreta de estos conceptos, sino la tiranía del uso. Si el proceso de atenuación continúa […] podrá ser que, algún día, no nos quede en las manos sino un esquema de formas de las cuales habrá desaparecido todo color vital y que solo persisten por inercia, duplicándose mutuamente, con interminable prodigalidad, sus funciones sintácticas secundarias. […] la forma vive más que su contenido conceptual. […] La forma irracional, la forma por la forma –o como se quiera llamar a esta tendencia a aferrarse a las distinciones formales una vez que han tenido existencia […] Es como si en un periodo del

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pasado el inconsciente de la raza hubiera hecho un precipitado inventario de la experiencia, lanzándose a una clasificación prematura que luego no toleró revisión, y hubiera dejado a los herederos de su idioma embarcados en una ciencia a la cual ya no otorgan el menor crédito y que al mismo tiempo no tienen fuerzas para destronar. […] Las categorías lingüísticas constituyen un sistema de dogma creado en otra época: dogma del inconsciente. Muchas veces solo tienen una semi-realidad en cuanto conceptos; su vida tiende a arrastrarse lánguidamente, a convertirse en forma por la forma. (Sapir, 1921: 114ss.)

Una vez más, RL7 tiene un interés general, con independencia de su posible aplicación al controvertido caso de la relación entre el género gramatical y el género ontológico. Sin embargo, para un neowhorfiano típico, es demasiado débil en lo que respecta al tema clásico de la construcción lingüística de la realidad o impacto de la lengua sobre la visión del mundo, de ahí mi elección del término «neoboasianismo». En realidad, el neowhorfiano suele aceptar que las lenguas dirigen la atención, lo que influye en la memoria, pero suele ir más lejos para afirmar que los propios conceptos con los que ordenamos la realidad (y, en una versión más radical, la realidad misma) son reconfigurados de un modo sustancial por la asimilación de una lengua particular. 4.4.7.2. Pensar para hablar

Dentro de las aproximaciones contemporáneas a la relación entre la diversidad lingüística y la diversidad cognitiva, uno de los enfoques más destacados es el que propone Dan Slobin (Slobin 1987, 1996, 2000, 2003), que llama «pensar para hablar» (thinking for speaking). Este enfoque, con algún matiz, podría ser calificado de «neoboasiano». El uso por parte de Slobin de los verbos «pensar» y «hablar» en vez de los sustantivos «lenguaje» y «pensamiento» quiere resaltar el carácter dinámico que para él tiene la relación. Según Slobin, las lenguas producen efectos cognitivos, sobre todo y en primer lugar, en la medida en que obligan a «sintonizar» en tiempo real el pensamiento que va a ser expresado con las codificaciones obligatorias (o al menos típicas) de una lengua particular. La idea general es que los efectos de una lengua se manifiestan de un modo nada trivial en el pensamiento ligado a la producción, a la comprensión, incluso al pensar con palabras, pero que, cuando la lengua no está directamente presente en una tarea, el pensamiento requerido para ejecutarla recupera en gran medida su autonomía. Sin embargo, Slobin admite algunos efectos cognitivos a más largo plazo, más allá de las situaciones comunicativas inmediatas. En primer lugar, existirían efectos anticipatorios derivados de que los seres humanos pasan gran parte del tiempo relatando sucesos (o escuchando tales relatos), y ocurre que en algunas lenguas es casi imposible hablar de un cierto tipo de suceso sin codificar ciertos rasgos, como las credenciales epistémicas en una lengua evidencial o la forma del movimiento en

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La relatividad lingüística lenguas como el inglés. Eso implica que un hablante debe prestar especial atención a los rasgos de los acontecimientos en los que insiste su lengua e incorporarlos a sus recuerdos, previendo que posiblemente acabe teniendo que relatar esos acontecimientos. Slobin conjetura que tales rasgos acaban siendo destacados también cognitivamente, de modo permanente e incluso cuando alguien ya no piensa para hablar, sino para cualquier otra cosa. En segundo lugar, reaparece en Slobin el tema de la importancia de los hábitos cognitivos. En el dominio de la codificación lingüística del movimiento humano, ciertas lenguas, por ejemplo el inglés, suelen codificar en el verbo principal la manera del movimiento (lo que se manifiesta en una gran abundancia léxica de verbos de manera como walk, run, sneak, jump, etc.) y dejan la trayectoria a partículas satélite como in, out, up, down, along, etcétera. En cambio, otras lenguas, co­ mo el español, se centran más bien en la trayectoria (con verbos como «entrar», «salir», etcétera). El resultado sería la generación de «diferentes estilos habituales de descripción de sucesos» para los hablantes respectivos (Slobin, 2003: 184), que implican prestar mayor o menor atención al hablar (y, por tanto, al pensar para hablar) a ciertos aspectos de las situaciones descritas. Los hablantes del inglés estarían «habituados a hacer frecuentes decisiones en línea acerca del tipo de manera involucrado en los eventos donde hay movimiento» (ibid.: 175), algo a lo que no estarían habituados o tan habituados los hispanohablantes, lo que hipotéticamente resultaría en que ese aspecto de la realidad quedaría globalmente más destacado y diferenciado para los primeros. Podemos concluir que la postura de Slobin no es trivial, aunque puede calificarse de «neoboasiana», ya que los dominios cognitivos más afectados serían la atención y la memoria, mientras que la conceptualización no se vería afectada, o se vería afectada de un modo que no llevaría a la inconmensurabilidad conceptual. Un efecto conceptual a largo plazo del mayor énfasis de una lengua en un cierto dominio sería el desarrollo de distinciones estables más finas, ligadas a un léxico más abundante. Slobin afirma que un estudio sobre 115 verbos ingleses de manera del movimiento halló solo 79 contrapartes en francés (Slobin, 2003: 163). Su hipótesis es que en esos casos los hablantes acaban teniendo también conceptos permanentes o estables más o menos finos en sus mentes. 4.4.7.3. Excursus: ¿circularidad en la argumentación?

Una frecuente crítica metodológica a la defensa de la hipótesis de la relatividad lingüística es que cae inevitablemente en alguna forma de circularidad argumentativa, porque toda la evidencia alegada estaría basada en que la gente habla de modo diferente y no en una fuente evidencial independiente de tipo no lingüístico (cfr., por ejemplo, Gleitman & Papafragou, 2013). Este reproche (que a mi juicio es injusto incluso en el caso de Whorf, quien también apela a evidencias com-

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portamentales y culturales) ha sido interiorizado por los neowhorfianos hasta un punto exagerado, es posible que por una falta de claridad sobre la noción de circularidad, que tal vez podrían ayudar a paliar los filósofos (cfr. Vilanova, 2015, cap. 5). Para empezar, ese reproche lo hacen a menudo quienes quieren demostrar que la hipótesis es falsa, y no solo indemostrable porque cualquier intento de demostrarla implique necesariamente asumir de antemano lo que se quiere demostrar. Pero es extraño que insistan en este punto quienes creen que se trata de una hipótesis que se puede refutar mediante evidencias empíricas. Si la evidencia a la que apelan los críticos es realmente empírica, entonces no se puede dilucidar a priori que vaya a ir en contra y no a favor de la hipótesis de la relatividad lingüística. Por otra parte, inferir cómo alguien piensa a partir de cómo habla no es más que una consecuencia de asumir que el lenguaje tiene al menos una función comunicativa, de lo cual hay evidencia empírica suficiente. En la vida ordinaria, si dos personas hablan de modo muy distinto, concluimos que piensan de modo muy distinto, y, si hablan de modo parecido, concluimos que piensan de modo parecido. Obviamente, podemos estar equivocados, por ejemplo, si una de las personas nos ha estado mintiendo todo el rato. Pero es difícil negar que cómo alguien habla es evidencia prima facie de cómo piensa, por mucho que a veces busquemos evidencia adicional, por ejemplo en su conducta. Hay una manera más sibilina en la que la fobia a la circularidad embrolla el debate sobre la relatividad lingüística. La reacción de algunos neowhorfianos consiste en rechazar cualquier forma de la hipótesis relativista que implique que el lenguaje está involucrado directamente en ciertas formas de pensamiento (cfr. Casasanto, 2016). Esto descartaría de antemano cualquier forma de RL que asuma como premisa lo que en el Capítulo 2 llamé ICL-CONSTITUTIVISTA. La tesis del pensar para hablar de Slobin puede considerarse una versión de esa idea, pues, aunque no afirma que pensemos con palabras, la idea central es que el pensamiento se ajusta en tiempo real a la lengua en la que se expresa o se comprende, con lo cual la lengua estaría constitutivamente presente en esa forma de pensamiento. Pero también quedarían descartadas tesis como la de Carruthers (2002), que afirma que ciertas representaciones lingüísticas vehiculizan el pensamiento no específico de dominio, o la tesis de Clark (1998) de que el pensamiento metacognitivo necesita de una plataforma lingüística. En todos esos casos, aunque la tesis es que el impacto cognitivo del lenguaje se detecta en tareas en las que el lenguaje está presente, es posible buscar evidencias indirectas que la confirmen o disconfirmen. Por ejemplo, si encontramos que una rata puede combinar información geométrica y cromática en un único recuerdo para encontrar su ruta en un laberinto, entonces estará claro que no se necesita del lenguaje para el pensamiento no modular. O se puede tratar de averiguar si alguien con problemas de lenguaje tiene problemas con el pensamiento no modular. En el caso específico de Slobin, algunos partidarios han tratado de aportar evidencia empírica de los efectos de pensar para hablar en una cierta lengua. Así, Oh

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La relatividad lingüística (2003) afirma que los hablantes de una lengua como el inglés, que tiende a codificar la manera del movimiento (correr, volar, rodar, etc.) en el verbo principal, recuerdan mejor en una prueba sorpresa los detalles acerca de la manera del movimiento que los hablantes de una lengua como el coreano, que tiende a codificar la trayectoria pero no la manera del movimiento. En cambio, algunos críticos de Slobin han cuestionado su tesis alegando evidencia empírica en sentido contrario (Genari et al., 2002; Melt et al., 2003). Lo anterior no quiere decir que no sea legítimo defender versiones de RL que asuman que la lengua afecta causalmente al pensamiento de tal modo que los efectos se manifiesten incluso cuando la lengua no está presente en absoluto. Los defensores de esa idea tratarán de idear diseños experimentales en los que se compruebe que, aunque el sujeto ya no maneja representaciones lingüísticas, el impacto de la lengua permanece, porque la lengua ha dejado su huella en dominios cognitivos ajenos al lenguaje. Pero eso no implica que las versiones constitituvistas de RL sean necesariamente circulares.

4.4.8. Impacto del reparto de trabajo internivel Como sugerí en el apartado 3.3.1, la diversidad lingüística puede darse no solo en cada uno de los dominios, niveles o mecanismos lingüísticos que distingamos, sino también en cómo estos se relacionan a su vez entre sí, lo que inspira una nueva hipótesis neowhorfiana, no muy investigada, pero a mi juicio interesante y bastante plausible: RL8 Algunos de los efectos cognitivos diferenciales de las lenguas se derivan de las diferencias en el reparto del trabajo entre distintos mecanismos lingüísticos.

Podría ubicarse aquí la tesis de Whorf (que Malotki, 1983, rebate en lo referido al contraste entre el hopi y las lenguas SAE), según la cual unas lenguas usan metáforas para un cierto dominio (por ejemplo, el tiempo), mientras que otras lo conceptualizan «en sus propios términos» (no metafóricamente), lo que causaría que los respectivos hablantes pensasen de modos diferentes en ese dominio. Ese sería un posible efecto de la diversidad en el reparto de trabajo entre lo literal y lo metafórico. Otras dos formas de concretar RL8 se basan en el posible impacto cognitivo del diferente reparto del trabajo a la hora de transmitir significado entre el léxico y la gramática, por un lado, y entre la semántica y la pragmática, por otro. La potencial moderación de esta tesis (que podría hacerla parecer trivial o próxima a ello) reside en que sugiere que siempre es posible la compensación, en primer lugar, lingüística y, en segundo lugar, cognitiva; esto es, que lo que cualquier lengua hace de un cierto modo, cualquier otra puede hacerlo también, aunque tal vez de un modo distinto, y que algo parecido ocurriría con las mentes de los respectivos hablantes. El problema, como dice Eco (2003: 13) al tratar el asunto de la traducción, es que no sabemos muy bien qué es ese «lo que».

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4.4.8.1. Impacto cognitivo de la diversidad en el reparto de trabajo léxico/ gramática

Una idea sostenida por whorfianos tempranos como Hoijer (1954) es que existe diversidad interlingüística en el reparto del trabajo entre los mecanismos formales responsables de la codificación semántica. Así, unas lenguas gramaticalizan en la morfología o en tipos de construcción lo que otras lenguas lexicalizan. Algunos lingüistas de tendencia universalista sugieren que siempre se gramaticaliza lo mismo y/o que hay cosas que nunca se gramaticalizan. Pero hay ejemplos claros de aspectos que se gramaticalizan solo en algunas lenguas; un caso paradigmático es el de las lenguas evidenciales, que gramaticalizan en un sistema de inflexiones verbales las credenciales epistémicas del hablante, que en lenguas como el castellano se expresan mediante frases o locuciones adverbiales y que en gallego se expresan en parte mediante expresiones evidenciales especializadas como «disque», que indica que el hablante tiene conocimiento de oídas, o «seica», que indica conocimiento por evidencias indirectas. Esta idea se defiende en el Capítulo 18 de Lakoff (1987) (aunque Lakoff no se considera a sí mismo un neowhorfiano). Ahí Lakoff sostiene que la diferencia entre los elementos lexicalizados y los gramaticalizados tiene un reflejo cognitivo. Una primera diferencia tendría que ver con que los aspectos léxicos suelen estar aislados dentro del sistema lingüístico global, mientras que los aspectos gramaticales tienen un carácter transversal o sistémico, por lo que su impacto cognitivo, de darse, sería más holístico. Aquí desbarata el popular énfasis en la relevancia de la supuesta abundancia de nombres para la nieve en ciertas lenguas, ya que ese tipo de diversidad lingüística generaría, en todo caso, diferencias cognitivas muy locales. En segundo lugar, conjetura que un concepto que se manifiesta lingüísticamente en el léxico se procesa mentalmente de forma muy distinta a como se procesa un elemento que se manifiesta en la gramática; el modo de procesar los conceptos asociados a los elementos gramaticalizados, a los que atribuye los rasgos de ser usados, automáticos, inconscientes, no esforzados, fijos y convencionales, sería distinto del modo de procesar los conceptos que corresponden a elementos lexicalizados, que en contraste serían ponderados, controlados, conscientes, esforzados, novedosos y personales. Además, remite la idea al propio Whorf: Las gramáticas de las lenguas se usan de modo automático, fácil, inconsciente y casi continuo –en tanto que uno está hablando, escuchando o incluso soñando en la lengua–. Los conceptos correspondientes a los elementos de la gramática se usan igual. En inglés, la palabra in es parte de la gramática y se usa de ese modo. In tiene un estatuto muy distinto en nuestro sistema conceptual al de la palabra relativism, que aquí estamos ponderando, examinando, clarificando, etc. –y que nunca usaremos del modo en que usamos in–. Eso es lo que Whorf sostuvo en su ensayo clásico «Los aspectos puntual y segmentativo de los verbos en hopi» […]. (Lakoff, 1987: 319)

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La relatividad lingüística Aunque Lakoff resalta la complejidad gramatical de los morfemas verbales del hopi, que al parecer codifican muy finamente los fenómenos vibratorios, con sutiles distinciones entre ondear vs. balancear vs. aletear vs. agitar vs. girar, etc., lo que afirma Whorf es que la prevalencia gramatical de una familia de conceptos podría impulsar también la riqueza léxica, esto es, la búsqueda de nombres para clasificar los fenómenos en cuestión. La explicación es que la gramaticalización de un concepto implica su transversalidad o sistemática aparición en el uso de la lengua y, por tanto (en términos de Slobin), en un particular estilo cognitivo en el «pensar para hablar». Lo que se gramaticaliza impregna la lengua y, dado que esta es para Whorf un todo integrado, genera formas de hablar que resaltan e inciden en ciertos ámbitos de la experiencia. El léxico puede sufrir, entonces, un contagio de los énfasis impresos en la gramática. En este caso, el léxico contribuiría también a codificar un ámbito de la experiencia de un modo más detallado, con potenciales consecuencias cognitivas. 4.4.8.2. Impacto cognitivo de la diversidad en el reparto del trabajo entre lo codificado y lo inferido

En el debate actual sobre la relatividad lingüística, en ocasiones se introducen consideraciones pragmáticas26. Así, Slobin sugiere que existe una diferencia entre el inglés y el español en sus estilos discursivos y, como consecuencia, en los procesos de pensar para hablar de sus respectivos hablantes. La diferencia tendría que ver con cómo se reparte en cada lengua el trabajo entre lo que se dice (que clásicamente se asocia con la semántica, aunque hoy se tiende a asumir que usualmente exige procesos pragmáticos de ajuste contextual) y lo que se sugiere o implica en virtud del contexto y de ciertas máximas pragmáticas. Mientras que la estrategia básica en inglés, cuando se describen eventos en los que existe movimiento corporal, consistiría en explicitar la trayectoria (y también la manera del movimiento), como en «The boy climbed the tree», e implicar el estado final (en el que el niño está todavía en el árbol), en español la estrategia consistiría en afirmar el estado final («El niño está subido en el árbol») e implicar la trayectoria (y el modo en que se llegó a tal estado)27. Nótese que Slobin habla de tendencias, preferencias o hábitos discursivos, no de estricta obligatoriedad:

26   Existe en la actualidad un candente debate acerca de la división semántica-pragmática, al que solo aludiré de pasada (cfr. Lepore & Capelen, 2005; Borg, 2012; Carston, 2002; Recanati, 2010). 27   La comparación de Levinson (1996) entre las descripciones locativas del tzeltal y las del inglés va en una línea similar. El tzeltal dispone de unos 300 predicados que especifican la forma geométrica de la figura (por ejemplo, de una taza), pero el «fondo» (por ejemplo, la mesa) y su relación con la figura (como «estar sobre») suelen quedar sin especificar, aunque se supone que el contexto lo dejará claro. El inglés, en cambio, especifica el fondo y la relación, pero deja sin especificar la forma de la figura. Esto reflejaría dos estrategias para la referencia exitosa: «(e)l inglés lo hace diciéndote dónde mirar, el tzeltal diciéndote qué es lo que hay que mirar» (Levinson, 1996: 185).

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El inglés tiende a aseverar trayectorias, dejando que los estados locativos resultantes se infieran; el español tiende a aseverar localizaciones y direcciones, dejando que las trayectorias se infieran. Esa diferencia sistemática tiene efectos sobre la gramática del discurso. Un efecto […] es el uso en español de cláusulas locativas de relativo. Otro es el uso de participios en español, que son frecuentes en edades tempranas. Hay incluso cláusulas en las que el único verbo léxico es un participio. Por ejemplo, donde los ingleses tienden a decir «The boy climbed the tree», dejando implícito el estado final del niño, los hablantes de español a menudo dicen el intraducible El niño está subido en el árbol. (Slobin, 1996: 84)

Según Schultz (1990), algo similar se plantea en la filosofía del lenguaje del Círculo de Bajtín, que asume un reparto de trabajo entre el significado codificado gramaticalmente y el estilo del discurso, o los recursos paralingüísticos: Voloshinov comienza, de manera típicamente whorfiana, describiendo cómo las formas pronominales de lenguas como el japonés permiten al hablante especificar de modo preciso su posición social y la de la persona a la que se dirige. Sin embargo, lejos de permitir que sus lectores extraigan la conclusión (como habría hecho Whorf) de que los hablantes rusos se ven impedidos en su esfuerzo por hacer esas distinciones sociales debido a la carencia de formas pronominales, Voloshinov da un giro distinto. En las lenguas europeas, esas interrelaciones y otras similares entre los hablantes no tienen una expresión gramatical especial […] Sin embargo, las interrelaciones entre los hablantes hallan expresión –y de la mayor sutileza y diversidad– en esas lenguas en el estilo y la entonación de las emisiones. (Schultz, 1990: 32-33)

Todo eso parece respaldar alguna forma de autonomismo conceptual. Sperber & Wilson (1997) afirman que no existe una relación unoa-uno entre las palabras públicas y los conceptos estables en la mente y, en particular, que tenemos más conceptos que palabras con un significado específico. De hecho, sostienen que el caso en el que la comunicación humana consiste únicamente en codificación-descodificación (nivel de la semántica) es un caso límite, y que lo habitual es transmitir pensamientos que contienen conceptos no codificables en la lengua pública empleada. Los autores admiten que existe diversidad lingüística aquí, ya que lo que no es codificable en una lengua pero puede comunicarse en esa lengua por la vía inferencial, podría ser codificable en otra lengua que posea los recursos convencionales para ello (Sperber & Wilson, 1997: 9). A partir de consideraciones como las anteriores, el universalista o autonomista podría querer librar una nueva batalla, sosteniendo que muestran que cualesquiera dos lenguas son capaces de expresar lo mismo, aunque puede que empleando distintas estrategias comunicativas. Incluso podría argumentarse que el reparto de trabajo entre niveles solo demuestra lo superficial de las diferencias entre las lenguas. El partida-

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La relatividad lingüística rio del mentalés podría sentirse reivindicado aquí y postular que lo que se transmite es siempre un pensamiento compuesto por elementos independientes de cualquier lengua. En el ejemplo de Slobin, lo transmitido podría expresarse como: «El niño trepó al árbol y, como resultado, aún está subido en él». Según una imagen extendida en la filosofía del lenguaje contemporánea, las emisiones lingüísticas suelen codificar solo una parte de lo que Grice (1989: 41) llamó el significado ocasional total (lo que un hablante, en una ocasión dada, significa), dejando el resto del trabajo a los procesos pragmáticos. Los planteamientos más clásicos dan por sentado que lo que no encuentra una vía explícita de transmisión a través del código de la lengua no forma parte del mensaje comunicado (modelo del código). Sin embargo, los enfoques pragmáticos proponen mecanismos que permiten ampliar los contenidos transmitidos (modelo inferencial de la comunicación). Las distintas estrategias comunicativas que, según Slobin, prevalecen en inglés y en castellano podrían resultar cognitivamente equivalentes, o generar solamente tenues efectos figura-fondo, a la hora de transmitir significados ocasionales. Sin embargo, de nuevo no está claro que el autonomista tenga aquí las de ganar, ya que no parece que las estrategias sean cognitivamente equivalentes, al menos para la forma de pensamiento que Slobin denomina «pensar para hablar». Es probable que la mente no funcione del mismo modo cuando codifica o descodifica información que cuando esta se transmite implícitamente y el oyente tiene que inferirla. Lo primero implica a menudo la obligación de considerar rasgos de la situación por motivos extrapragmáticos, sea o no relevante introducir esos rasgos en el contexto comunicativo que se considere. En cambio, la inferencia pragmática depende de sopesar globalmente la situación concreta de habla y decidir cuáles son las probables capacidades de razonar del receptor o (en el otro lado) las probables intenciones comunicativas del emisor. Además, al menos en lo que concierne a las implicaturas pragmáticas, los contenidos inferidos son cancelables, lo que puede tener su importancia cognitiva. El hablante del inglés puede anular la implicación de que el niño está en el árbol añadiendo algo al efecto de que bajó enseguida y que, por tanto, ya no está allí. Y el hablante del español puede añadir algo al efecto de que el niño no trepó al árbol por sí mismo, sino que fue puesto allí por un adulto o bajó al árbol desde una ventana. La hipótesis neowhorfiana (o más bien neoboasiana) aquí podría ser que la información codificada, frente a la que se infiere, tiene efectos cognitivos especiales como producir sesgos atencionales, reforzar el recuerdo o, a la larga, fomentar hábitos de pensamiento. Slobin señala que las diferentes estrategias pueden repercutir en la complejidad o riqueza de los propios niveles. Así, la estrategia inglesa que consiste en codificar de modo habitual la manera del movimiento acaba desembocando, según el autor, en una mayor riqueza léxica en el número y finura de verbos de movimiento, que es innecesaria cuando la manera del movimiento es algo que habitualmente hay que inferir (se

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supone que las representaciones mentales que sostienen la inferencia no implican, a su vez, a la lengua natural). Por su parte, la gramática española introduce un uso del participio («está subido») que, según Slobin, es intraducible al inglés, aunque él lo parafrasea mediante el poco idiomático circunloquio «is in a state of having climbed». Esto es, el léxico o la gramática de una lengua podrían especializarse como resultado de una cierta estrategia comunicativa que implica un determinado reparto del trabajo entre niveles. La diversidad lingüística en el reparto del trabajo entre la semántica y la pragmática es compatible con que el nivel pragmático sea universal en el sentido de que las máximas pragmáticas o lo que sea que medie la relación entre lo codificado y lo realmente dicho e implicado no varíe de lengua a lengua o incluso esté enraizado en profundos principios cognitivos humanos, como un principio general de relevancia. Así, Levinson es, por un lado, un conocido neowhorfiano y, por otro, un no menos conocido impulsor de una pragmática universalista de raíz griceana (cfr. Levinson, 2000). En esta segunda vena, Levinson (1996) sostiene que una lengua como el castellano no necesita, además de los cuantificadores «todos» y «algunos», un cuantificador que signifique algo como algunos pero no todos, ya que el uso de «algunos» en vez de «todos» ya conllevará en un contexto normal (gracias a la máxima de cantidad) la implicatura pragmática de que se quiere decir algunos pero no todos, aunque se diga «algunos», que es semánticamente compatible con «todos». Sin embargo, no debe sacarse la consecuencia de que la pragmática compensa cualquier hueco semántico. Es posible inferir en ciertos contextos «algunos pero no todos» gracias a que contamos con «algunos» y «todos» (lo que según Everett no sucede en pirahã, que, en su opinión, carece por completo de cuantificadores). En el mismo artículo, Levinson defiende que los hablantes del tzeltal, debido a características de la codificación del espacio en esa lengua y a pesar de que son muy diestros en otras distinciones espaciales codificadas en la misma, tienen severas dificultades a la hora de percibir diferencias en las imágenes especulares, por ejemplo, entre una «b» y una «d» (véase el apdo. 4.5). En cuanto a la idea de Sperber & Wilson (1997) de que existen conceptos para los que no tenemos palabras, creo que es compatible con todas las ideas neowhorfianas desplegadas. Recuérdese que una forma de moderación de ICL reivindica su carácter parcial, lo que podría implicar que solo una parte del sistema conceptual del hablante se viese afectado por su lengua. Sigue en pie la hipótesis de que la codificación genere que algunos conceptos o protoconceptos tengan mayor protagonismo cognitivo (un vínculo especial con la atención, la metacognición o la memoria), o la hipótesis de que ciertos conceptos como semana o yo precisen del anclaje lingüístico para existir o ser estables. Además, según Sperber y Wilson, en la comunicación inferencial el resultado final (los conceptos realmente expresados o comprendidos) se suele obtener (excepto en casos de comunicación improvisada) mediante procesos que parten de ideas codificadas en una lengua. Si los humanos

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La relatividad lingüística se comunican preferentemente usando codificaciones de alguna lengua, de las cuales parten los procesos pragmáticos para obtener los significados que finalmente se comunican, es plausible que esos procesos continuos de codificación sean un factor clave en la generación de hábitos de pensamiento o de conceptos estables distintivos de cada lengua. Sperber & Wilson admiten que las ideas lingüísticamente codificadas que desencadenan o «disparan» los procesos inferenciales que dan lugar al mensaje finalmente comunicado suelen ser un fragmento, o una versión esquemática incompleta, del mensaje que ha de comunicarse: La idea activada y el mensaje inferido son normalmente muy diferentes. La idea es meramente un disparador para el descubrimiento del mensaje. A menudo, la idea disparadora es un fragmento, o una versión esquemática incompleta, del mensaje que ha de ser comunicado. El proceso inferencial consiste entonces en complementar o rellenar la idea disparadora. (Sperber & Wilson, 1997: 8)

Eso parece compatible al menos con la idea «neoboasiana» de Slobin de que el pensar para hablar tiene que sintonizarse con los esquemas obligatorios específicos de una lengua particular y que, por lo tanto, no es completamente autónomo.

4.4.9. El impacto de la escritura: relativismo de modalidad Algunos autores se concentran en el impacto cognitivo de la modalidad escrita de una lengua, que tal vez variará de acuerdo con los distintos sistemas de escritura. A veces se sostiene que los efectos cognitivos que ya se detectan en la modalidad oral se hacen más patentes cuando pasamos a la escrita. Otras veces, se apuesta por un impacto cualitativamente distinto de la escritura y se tiende a incluir como efectos específicos de la misma algunos de los efectos que los relativistas lingüísticos suelen atribuir ya a la oralidad. En cualquiera de los casos, se puede formular lo que llamaré un «relativismo de modalidad», que podría extenderse para cubrir la modalidad gestual-visual propia de las lenguas de signos, así como la reciente modalidad electrónica (cfr. Crystal, 2001): RL9 La escritura (cuando existe) produce sobre el pensamiento humano un impacto distinto del que produce la modalidad oral (o la gestual) de la lengua.

Una línea interesante de investigación en este sentido puede retrotraerse a la obra del colaborador de Vygotski, Alexander Luria, quien estudió los efectos cognitivos de la alfabetización en comunidades previamente analfabetas de la URSS al comienzo de la era soviética. Luria (1976) es la principal influencia de Ong (1982), que a la vez inspira a Salgado (2014). Este último, desde un enfoque ontogenético, afirma que la familiaridad con la lengua escrita promueve toda una serie de capacidades en el niño, como el pensamiento crítico (lo que se conecta

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con el asunto de la metacognición), el pensamiento abstracto (Luria subraya la dificultad de la gente iletrada para formar categorías abstractas) o el pensamiento articulado complejo, que se correspondería con las sutiles relaciones (causales, temporales, de subordinación, etc.) entre los elementos componentes, relaciones que son preeminentes en la modalidad escrita de la lengua, pero que son más escasas en la lengua oral, donde dichos elementos tienden simplemente a yuxtaponerse. En general, la escritura se considera no como un simple registro de la articulación oral espontánea, sino como «una herramienta que puede ir forjando ciertas estructuras de pensamiento, ciertos tipos de juicios o abstracciones, y puede promover determinadas funciones y posibilidades de análisis que difícilmente pudieran ser llevadas a cabo desde la articulación oral del lenguaje» (Salgado, 2013: 18). Ong liga el «pensamiento moldeado por la escritura» con el rasgo que Hockett denomina «desplazamiento», mientras que el «pensamiento de condición oral» tendría una mayor dificultad para distanciarse de las situaciones inmediatas. Por otro lado, Salgado incorpora la mayor parte de los rasgos de moderación que he examinado. En particular, su visión de la relación entre el lenguaje (oral o escrito) y el pensamiento es dinámica, pues «ambos factores interactúan dialécticamente» (Salgado, 2014: 13). Los rasgos especiales de la escritura (en particular, su permanencia) permiten que la cuestión del cómo, de los mecanismos que permiten o facilitan ciertas formas de pensamiento, no sea en este caso especialmente misteriosa. A ellos apela Goody (1977) en su defensa de que el surgimiento de la escritura conlleva cambios en el contenido y el proceso de la cognición humana. El discurso escrito puede ser escrutado de un modo distinto que el oral, lo que favorece el incremento de la perspectiva en la actividad crítica y, en consecuencia, de la racionalidad, el escepticismo y la lógica. El mecanismo es el mismo que postula Clark (1998) para explicar el surgimiento de la metacognición: la creación de objetos que a la vez que expresan un pensamiento tienen las características adecuadas para ser repensados (una y otra vez). Goody también vuelve al tema clásico de la memoria, señalando que tras la invención de la escritura «(n)unca más el problema de almacenar recuerdos dominó la vida intelectual del hombre» (Goody, 1977: 48). Como veremos en el Capítulo 6, la Teoría de la Mente Extendida, fundada por Clark & Chalmers (1998), hace especial hincapié en la escritura como uno de los vehículos extracraneales fundamentales del pensamiento humano complejo.

4.5. Un ejemplo: la relatividad del pensamiento espacial Este apartado tiene un doble objetivo. En primer lugar, presentar un ejemplo paradigmático de investigación neowhorfiana actual, en el dominio de la cognición espacial, impulsado principalmente por Ste-

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La relatividad lingüística phen C. Levinson (Brown & Levinson, 1993; Levinson, 1996, 1997, 2003b, 2006; Levinson & Wilkins [eds.], 2006). El segundo de los objetivos es preparar el terreno para la presentación en el Capítulo 5 de otro ejemplo de investigación neowhorfiana, cuya cabeza más visible es Lera Boroditsky, en el dominio de la cognición temporal, que sigue la sugerencia de Whorf de que muchas lenguas tratan el tiempo a través de metáforas espaciales. La idea es que, si las lenguas no tratan todas el espacio del mismo modo, entonces habrá una correspondiente diversificación lingüística (y, si se demuestra la relatividad lingüística en este ámbito, también cognitiva) en la metáfora convencional, presente en multitud de lenguas (es posible que en todas), EL TIEMPO ES (MOVIMIENTO A TRAVÉS DEL) ESPACIO. La posición de Levinson es bastante típica dentro del neowhorfismo, tal como ha sido caracterizado en apartados anteriores. Si acaso, destaca su énfasis en el origen cultural de la diversidad lingüística que, a su vez, sería responsable de la diversidad cognitiva entre los humanos. De acuerdo con RL2, Levinson (1996) admite que existen restricciones o filtros de varios tipos que constriñen la diversidad cognitiva en un cierto dominio: la estructura intrínseca del dominio en relación con nuestro uso de él (lo que supone conceder bastante al realismo), las propensiones perceptivas y cognitivas humanas, y ciertas restricciones estructurales lingüísticas y comunicativas, incluidas las restricciones pragmáticas. Pero todas esas limitaciones dejarían un amplio margen a la diversidad, en primer lugar, cultural y lingüística, y, en segundo lugar, cognitiva. Frente a la mayor radicalidad de Evans & Levinson (2009), Levinson & Wilkins enfatizan la diversidad lingüística y la correspondiente diversidad cognitiva, pero bajo el lema de una «considerable variación bajo restricciones universales abstractas» (Levinson & Wilkins, 2006b: 551). Un rasgo de esta investigación, a diferencia de la emprendida por Daniel Everett, quien solo considera una lengua que además prácticamente solo él (aparte de los pirahã y un par de misioneros) conoce, es que se basa en el contraste de un gran número de lenguas. Levinson & Wilkins (eds.) (2006) parece diseñado para evitar la acusación de falta de rigor en la estimación de la diversidad lingüística efectiva. Ahí, un numeroso equipo de lingüistas de campo que se han puesto previamente de acuerdo sobre los métodos y los objetivos, estudian la codificación lingüística del espacio en 12 lenguas no relacionadas entre sí: el arrernte, el jaminjung, el warrwa (tres lenguas de Australia), el yelî dnye, el kilivila (ambas de Papua Nueva Guinea), el tzeltal, el maya yucateco (las dos de México), el tiriyó (del Caribe), el ewe (de África occidental), el tamil (de la India), el japonés y el holandés. Los editores afirman, además, que la muestra estudiada, de la que el libro incluye una selección, es bastante mayor (hasta 40 lenguas). El ámbito escogido, el espacio, es importante, ya que no se trata de una parte marginal del pensamiento o de la lengua (como ocurre con el célebre caso de la nieve), sino de algo que tiene que ver con los modos más fundamentales de organizar la experiencia para una especie como

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la nuestra que se mueve por un territorio. Aquí se mostraría la falta de imaginación de un universalismo precipitado que prescinde de la comparación. Tanto en la psicología como en la filosofía se suele asumir que las restricciones preculturales y prelingüísticas derivadas, bien de nuestro mentalés innato, bien de nuestro estar en un mundo con cierta gravedad y con un cuerpo de cierta clase, dan lugar a un sistema de conceptos espaciales común a los humanos que debería reflejarse en la semántica de cualquier lengua. Como vimos en el apartado 4.4.4, el propio Whorf se muestra muy timorato en este dominio, afirmando que es probable que todos los humanos piensen el espacio y hablen de él en términos muy similares. Sin embargo, los estudios incluidos en Levinson & Wilkins (eds.) (2006) constatan una gran diversidad en el modo en que las lenguas tratan el espacio. Además, el espacio es un dominio complejo, que los autores subdividen (sin pretender cubrirlo todo) en tres bloques básicos que denominan «topología», «movimiento» y «marcos de referencia». La discusión es, por momentos, bastante técnica. Nos interesa, sobre todo, el último de los subdominios señalados (los marcos de referencia espacial), por ser el más relevante para las ideas que serán desarrolladas en el próximo capítulo. En cuanto al tipo de diversidad lingüística considerada, el énfasis se pone en la diversidad semántica. Una conclusión de los diversos estudios es que las lenguas no organizan el espacio del mismo modo en sus codificaciones del mismo. Es cierto que se detallan diversidades más formales, en los muy diferentes mecanismos gramaticales que incorporan las lenguas examinadas para permitir hablar del espacio; de hecho, el capítulo escrito por el propio Levinson (Levinson, 2006) incluye una compleja descripción de la morfología y la sintaxis de la lengua yelî dnye. Pero los editores sugieren que, cuando hay tendencias semánticas que se extienden por un área que comprende varias lenguas, por ejemplo en Australia, los parecidos patrones semánticos pueden realizarse de modos que son bastante diversos gramaticalmente. Así, la tesis neowhorfiana de fondo es que la diversidad semántica en las lenguas (DLSEM) induce en los hablantes una correspondiente diversidad cognitiva en la conceptualización del espacio (Rconcepto de espacio / codificación semántica del espacio). También se alude a veces a consideraciones pragmáticas (que abundan en Levinson, 2006), pero lo que se sostiene es que la pragmática no tanto iguala las lenguas, compensando en el nivel pragmático lo que tal o cual lengua no codifica en el nivel semántico, como complementa las diferencias en el estilo descriptivo y cognitivo a la hora de constituir formas de hablar del espacio y de pensar acerca del mismo que varían interlingüísticamente. La topología concierne a la «descripción de situaciones en las que figura y fondo están en continuidad o en proximidad cercana» (Levinson & Wilkins, 2006b: 514), para lo cual en lenguas como el inglés tienen un papel central preposiciones como «in», «on», «at», «into», etcétera. Los autores subrayan la gran diversidad en este aspecto entre las lenguas estudiadas. Entre las muchas diferencias entre el inglés y el yelî dnye, Levinson (2006: 167-168) encuentra unas 13 contrapartes

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La relatividad lingüística traduccionales de «in» y «on», en forma de posposiciones que codifican sutiles detalles de la relación espacial entre la figura y el fondo. Sin embargo, Levinson & Wilkins ofrecen una tipología que muestra que la variación no es desordenada o arbitraria. De hecho, aunque niegan que el concepto codificado, por ejemplo, por la preposición inglesa on sea universal, admiten que puede haber conceptos componentes más básicos, como contacto, relación vertical o apoyo horizontal, que sí lo sean, lo que parece una versión de RL2. Bowerman & Choi (2003) es una defensa de la relatividad lingüística en este subdominio, basada en la comparación de las preposiciones del inglés y del coreano. La conceptualización del movimiento muestra también variación interlingüística, así como una considerable complejidad, en la que intervienen cosas como la trayectoria, la manera del movimiento, el cambio de localización, etcétera. Este dominio ha sido estudiado por Slobin (véase el apdo. 4.3.7), quien popularizó una historia en dibujos que sirve (como los dibujos de Whorf) de estímulo uniforme que permite ver cómo las lenguas lo codifican de modos muy distintos: «es como si la codificación de un estímulo visual en una representación lingüística particular hiciese invisibles algunos aspectos del suceso, hiciese prominentes otros y forzase la interpolación de algunas escenas que no están visualmente representadas en absoluto» (ibid.: 537). Por último, el subdominio espacial que más nos interesa lo constituyen los marcos de referencia, que son «sistemas de coordenadas cuya función es designar ángulos o direcciones en los que una figura puede encontrarse con respecto a un fondo, donde ambos están separados en el espacio» (ibid.: 541). La tipología semántica que proponen distingue tres tipos de marco de referencia espacial: relativo, intrínseco y absoluto. El universalista suele asumir que el marco básico es uno en el que el hablante (ego) es el centro relativo de un sistema universal de coordenadas por referencia al cual los otros objetos se sitúan como a la derecha o a la izquierda, delante o detrás, arriba o abajo, con respecto al ego (marco relativo). También suele asumir que ese sistema se proyecta secundariamente a otros objetos distintos del ego a los que se les atribuye intrínsecamente una derecha, una izquierda, un delante y un detrás, de acuerdo con diversas consideraciones (así, en una casa, el frente es el lado en el que está la puerta principal). De ese modo, podemos hablar-pensar de un objeto (el árbol) como estando a la derecha de otro (la casa) (marco intrínseco). Contra esos prejuicios universalistas, Levinson cree que «la naturaleza intrínseca de la organización espacial y nuestras propias habilidades perceptivas y cognitivas subdeterminan grandemente las soluciones al problema de la concepción y descripción del espacio. […] no hay nada en el mundo o en la mente que haga un concepto como ‘en frente de’ natural o esencial» (Levinson, 1996: 181). En contra de lo que podría pensar un hablante de una lengua euro­ pea, un número elevado de lenguas del mundo no tiene recursos para codificar semánticamente un sistema relativo de orientación espacial, sino que sus hablantes usan de modo dominante un marco absoluto de coordenadas (a veces de modo exclusivo, otras junto a un sistema in-

La relatividad lingüística

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trínseco), similar a nuestro sistema cardinal de direcciones, aunque hay mucha variedad en las marcas del entorno que una comunidad puede usar para describir la orientación absoluta. Solo que para ellos el marco absoluto es el ordinario y lo emplean a cualquier escala, también cuando están en un espacio cerrado como una habitación, o para describir lo que ocurre encima de una mesa. Donde nosotros diríamos algo como «El tenedor está a la izquierda del plato» usando un marco relativo (o un marco intrínseco), otras lenguas dirían cosas que podríamos parafrasear como «El tenedor está al oeste del plato» o «El tenedor está río abajo del plato». No todas las lenguas codifican los tres marcos de referencia, y las que incluyen varios marcos no los emplean en todas las escalas o para los mismos propósitos (por ejemplo, tanto para describir lo estático como para describir el movimiento). Además, un marco suele ser el dominante. Por otra parte, no es cierto que el marco relativo sea universal, ya que en algunas lenguas no hay ni rastro de él y, en otras, aparece solo de forma marginal, como ocurre en la lengua yelî dnye (Levinson, 2006: 189). Al parecer, es el marco intrínseco y no el relativo el que se encuentra más extendido, hasta el punto de ser cuasi-universal. Sin embargo, Levinson (1997) afirma que hay lenguas, como el guugu yimithirr, en las que el marco absoluto es el único disponible para cualquier contexto. En la muestra examinada en Levinson & Wilkins (eds.) (2006), en el discurso ordinario 5 lenguas usan los tres marcos (aunque no de modo igualitario), otras 5 usan el absoluto y el intrínseco, y dos (el japonés y el holandés) usan el relativo y el intrínseco. A la vez, los tipos generales apuntan a un nivel abstracto de clasificación, ya que los tres marcos de referencia pueden instanciarse de modos muy diversos, con lo que la diversidad lingüística en este dominio se multiplica28. La hipótesis neowhorfiana que estos autores defienden es que las distintas formas de hablar del espacio tienen un fuerte impacto cognitivo en la forma de pensar el espacio, de almacenar los recuerdos espaciales, de razonar espacialmente, etcétera. Los hablantes de lenguas en las que predomina un marco absoluto desarrollan, según los autores, un estilo cognitivo distintivo. Para empezar, un hablante de esas lenguas ha de estar orientado de modo absoluto permanentemente, en previsión de que lo necesite para hablar. Esto equivale a decir que el hábito de la   Un ejemplo de diversificación, para el caso de los marcos absolutos, sería el siguiente:

28

[…] el yelî dnye […] tiene […] un sistema […] basado primariamente en los prevalecientes vientos del este […] Como eje adicional, usan un eje hacia las montañas vs. hacia el mar. Ese pueblo vive en una isla relativamente pequeña, con una alta cordillera central, de modo que, a medida que uno rodea la isla, los dos ejes cambian su ángulo en relación con el otro, demostrando así que no hay nada esencial en los ejes ortogonales para la imaginación geométrica humana. (Levinson & Wilkins, 2006b: 542)

Para el caso intrínseco hallamos múltiples variantes. En el mian de Papua Nueva Guinea, la parte trasera de un árbol (que permite decir algo como «Estás detrás del árbol») es la cara que se inclina hacia el suelo, pero en el chamus de Kenia la cara inclinada es el frente (Fedden & Boroditsky, 2012: 2).

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La relatividad lingüística orientación absoluta es imprescindible para hablar una lengua así. Por su parte, los hablantes del tzeltal, que usan un sistema absoluto que distingue colina arriba, colina abajo y a través, tienen, según Levinson, una tendencia a confundir las inversiones izquierda-derecha o las imágenes especulares, y muestran una ausencia de asimetrías relacionadas en su cultura material (Levinson, 1996: 182). La causa lingüística se supone que reside en ese «a través» que iguala las direcciones opuestas que atraviesan la línea colina arriba-colina abajo, lo que conspira para hacer la distinción entre imágenes especulares como «d» y «b» «no sobresalientes hasta el punto de que para la mayoría de los tenejapaneses la oposición no está conceptualmente disponible». Según los autores, las inversiones izquierda-derecha parecían ser literalmente invisibles para sus informantes (ibid.: 191). Un célebre experimento para tratar de demostrar que los hablantes memorizan las disposiciones espaciales y razonan a partir de sus recuerdos empleando el mismo marco de referencia espacial que está implantado en su lengua, consiste en rotar 180º a un hablante (por ejemplo, situarlo al otro lado de una mesa) y pedirle que vuelva a colocar una serie de objetos en el mismo orden en el que estaban cuando se observaban desde el otro lado (en Levinson & Wilkins [eds.], 2003, se diseñan pruebas bastante más sofisticadas con el fin de controlar las variables que pueden intervenir). La idea, que el experimento parece confirmar, es que un hablante de una lengua con un marco absoluto dominante los volverá a colocar por referencia a ciertas coordenadas externamente determinadas, por ejemplo, según la dirección en la que fluye un río local, mientras que un hablante de una lengua que codifica un marco relativo dominante los recolocará de un modo relativo a su ego corporizado. Habría, por tanto, diferencias conductuales (en efecto, los objetos se recolocan de modos diferentes) derivadas de las diferentes maneras de recordar un estado de cosas espacial. Por otra parte, se supone que la tarea que se plantea en el experimento es no lingüística, ya que los sujetos que participan en él no tienen que decir nada, sino recordar, razonar y organizar objetos en el espacio, con el objetivo metodológico de que la evidencia a favor de la relatividad lingüística sea convenientemente no circular. Li & Gleitman (2002) es una revisión crítica de este tipo de experimentos, que ilustra lo compleja que puede resultar la demostración empírica de RL. Según ellas, los hablantes del inglés, al igual que los niños prelingüísticos y que muchos animales, usan sin problemas un marco absoluto cuando el contexto lo requiere. Sin embargo, queda por demostrar que los hablantes de lenguas con marcos absolutos únicos puedan resolver con facilidad problemas espaciales de un modo egocéntrico. A mi juicio, este tipo de críticas solo mostraría que en este subdominio cognitivo la mente es bastante flexible y que las preferencias o hábitos mentales generados por una lengua son reversibles, lo que está de acuerdo con RL1. Un dominio en el que los relativistas apuestan por una postura más determinista, de modo que sin lengua no hay pensamiento de esa clase, es el de la cognición numérica (cfr. Casasanto, 2016, apdo. 4.4).

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Lenguaje, pensamiento y metáfora

Porque o tempo non acelera nin se detén. Marcha sempre ó mesmo paso. E asegún o que percuremos detrás del, pode parecernos que bule ou que demora. (Xosé Neira Vilas, Memorias dun neno labrego)

5.1. El neowhorfismo y la teoría conceptual de la metáfora En este capítulo se despliega la hipótesis que en el anterior se presentó como RL3, la cual busca demostrar un impacto cognitivo relativista basado en la diversidad en las metáforas convencionales sedimentadas en una lengua (DLMET): RL3 Las metáforas que se utilizan (de un modo habitual y sin ser conscientes de su carácter metafórico) para hablar de ciertos dominios varían de lengua a lengua y, con ellas, los modos de pensar en esos mismos dominios.

El enfoque general sobre la metáfora que asumiré será la teoría «cognitiva» o «conceptual» de la metáfora, fundada por George Lakoff y Mark Johnson (en adelante, L&J)1. Sin embargo, mi uso de la teoría cognitiva resulta problemático, ya que los principales impulsores de este enfoque manifiestan un abierto rechazo hacia la idea del impacto

1  La obra fundacional es Lakoff & Johnson (1980). El enfoque se desarrolla en Johnson (1987), Lakoff (1987), Lakoff & Turner (1989), Lakoff (1993), Lakoff & Johnson (1999), Lakoff & Núñez (2000), Johnson & Lakoff (2002) o Lakoff (2008). Véanse también Kövecses (2000), (2005) y (2006). Usaré la etiqueta «L&J» para referirme, en general, a los defensores de la teoría cognitiva de la metáfora.

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La relatividad lingüística cognitivo del lenguaje y, por tanto, hacia cualquier forma de neowhorfismo. En efecto, L&J repiten como un mantra la idea de que la metáfora es un fenómeno primariamente cognitivo y solo derivadamente lingüístico. Las siguientes son solamente algunas muestras de ese Leitmotiv: «El lugar de la metáfora no está en el lenguaje en absoluto, sino en el modo en que conceptualizamos un dominio mental en términos de otro» (Lakoff, 1993: 203); «La metáfora no es solo una cuestión de lenguaje, sino de pensamiento y de razón. El lenguaje es secundario» (ibid.: 208); «Lejos de ser una cuestión de palabras, la metáfora es una cuestión de pensamiento» (Lakoff & Turner, 1989: xi); «[…] la metáfora reside en el pensamiento, no solo en las palabras» (ibid.: 2); «La comprensión metafórica no es un mero juego de palabras; es de naturaleza endémicamente conceptual» (ibid.: 49-50); «Podemos establecer la naturaleza de la relación entre las metáforas conceptuales y las expresiones lingüísticas metafóricas del modo siguiente: las expresiones lingüísticas (i. e., formas de hablar) hacen explícitas o son manifestaciones de las metáforas conceptuales (i. e., formas de pensar)» (Kö­vecses, 2002: 5-6). Las citas de ese tenor podrían continuar indefinidamente. Una expresión metafórica no es, para L&J, sino el reflejo de un pensamiento que ya es metafórico prelingüísticamente, la realización superficial de un contenido cuya naturaleza es de carácter cognitivo o conceptual (Lakoff, 1993: 203). Frente a algunos enfoques clásicos que ven en las metáforas solamente un mecanismo expresivo o que les otorgan un valor meramente estético, para ellos las metáforas resuelven, ante todo, problemas de conceptualización y de razonamiento, y no problemas de expresión de algo difícil de formular en sus propios y supuestamente literales términos. A pesar de sus grandilocuentes afirmaciones de ir en contra de la ortodoxia de todo el pensamiento occidental (cfr. Lakoff & Johnson, 1999: 3), al menos este aspecto de su modelo resulta de lo más tradicional, al reivindicar la prioridad y autonomía del pensamiento y la función exclusivamente comunicativa del lenguaje, en contraste con los modelos que otorgan al lenguaje ulteriores funciones «supracomunicativas» (Clark, 1998) o «cognitivas» (Carruthers, 2002). En cambio, como hemos visto, el neowhorfismo adopta como premisa indispensable la hipótesis de que el lenguaje tiene un impacto sobre el pensamiento, más allá de su consabida capacidad para contribuir a expresarlo. El editor de una reciente colección de ensayos sobre metáfora y pensamiento (The Cambridge Handbook of Metaphor and Thought) señala que la investigación contemporánea sobre la metáfora reconoce los modos complejos en los que esta «surge de la interacción entre cerebros, cuerpos, lenguaje y cultura» (Gibbs [ed.], 2008: 4). Esa caracterización apunta a una perspectiva plurifactorial e interactiva, y parece lejos de un enfoque puramente mentalista o internista. Por un lado, más factores, además del lenguaje y el pensamiento, son tenidos en cuenta; por otro, el énfasis se pone en la interacción entre factores, no en dependencias unilaterales o en la absoluta prioridad de algún factor sobre

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el resto. ¿Hay que concluir, entonces, que Gibbs trata de excluir de su especificación el enfoque de L&J? Al contrario, parece que lo considera paradigmático de la investigación contemporánea, y la obra incluye sendos artículos de Lakoff y de Johnson. En cuanto a la plurifactorialidad, L&J no tienen inconveniente en reconocer el papel del cuerpo y de la experiencia corporal en la base de las metáforas, en admitir que dicha experiencia se da en entornos socioculturales diversos y en aceptar la diversidad cultural y lingüística de muchas metáforas. ¿Por qué insisten entonces tanto en que su enfoque es cognitivo y en que la lengua no afecta de modo relevante a la cognición metafórica? A continuación voy a sostener que, más allá de su retórica mentalista, la perspectiva global de L&J encaja bien en la caracterización de Gibbs y que, en realidad, pueden ser calificados de «neowhorfianos» (que no han salido del armario), esto es, de defensores de un impacto significativo de las lenguas sobre el pensamiento humano. De hecho, L&J admiten implícitamente formas plausibles e interesantes de impacto en la dirección lenguaje metafórico → pensamiento metafórico. Recuérdese la tesis RL5 (apdo. 4.4.5), acerca de la influencia mutua o interacción entre la lengua, el pensamiento y la cultura, con posibles asimetrías en el peso de los factores involucrados. No puedo ofrecer aquí una explicación detallada de la teoría de la metáfora de L&J. Únicamente voy a esbozar algunas de las ideas que me parecen especialmente relevantes para el debate acerca de la relatividad lingüística. A. Definición y alcance. Una metáfora se concibe como una proyección (mapping) general entre dominios conceptuales (Lakoff, 1993: 203). En una metáfora, un dominio origen (source domain) se proyecta sobre un dominio destino (target domain). Dicho de un modo más informal, en una metáfora se trata de un asunto (se piensa y se habla de él) en términos de otro, por ejemplo, del amor (o de la vida) en términos de un viaje, del tiempo en términos de movimiento en el espacio (o en términos de dinero), de las teorías en términos de edificios, de las ideas en términos de comida, etcétera. Algunas teorías de la metáfora son «modestas» en el sentido de que le otorgan un papel marginal en el lenguaje y apenas alguno en el pensamiento. La de L&J, en cambio, pone la metáfora en un lugar teórico central. La tesis es que tanto nuestro pensamiento como nuestras lenguas están atravesados por miles de metáforas de ese tipo. Como el foco se pone en el sistema conceptual en términos del cual pensamos y actuamos, la idea central viene a ser que el pensamiento humano –y, como consecuencia, también el lenguaje– es de naturaleza fundamentalmente metafórica (Lakoff & Johnson, 1980: 3). B. Sistematicidad. Una metáfora se despliega en múltiples correspondencias más específicas, que conectan elementos del dominio origen con elementos del dominio destino. En EL AMOR ES UN VIAJE, los amantes son viajeros, los objetivos vitales son destinos,

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La relatividad lingüística los obstáculos son dificultades en la relación, la relación puede verse como un vehículo, etcétera. Eso hace que múltiples expresiones metafóricas que parecen realizar distintas metáforas sean, en realidad, manifestaciones de una única metáfora conceptual. C. Carácter convencional. La mayoría de las metáforas se usan habitualmente por todos los miembros de una comunidad o de un grupo social, y pueden diferir entre culturas o grupos. No obstante, hay margen para la creatividad individual. Es posible extender, elaborar, cuestionar o componer las metáforas cotidianas, lo que prueba su eficacia qua metáforas, esto es, que no están «muertas» o «fosilizadas». Un buen ejemplo de Lakoff es la letra de una canción: «We’re driving in the fast lane on the freeway of love», donde la metáfora involucrada es EL AMOR ES UN VIAJE. Cuando uno viaja de esa manera, se avanza mucho en poco tiempo, lo que resulta excitante pero peligroso para el vehículo y sus pasajeros. Metafóricamente, la excitación es sexual y el peligro es para la relación, que puede no durar, o para los amantes, que pueden sufrir daños emocionales. La letra se comprende inmediatamente porque no hace más que explotar las correspondencias metafóricas que ya eran parte de nuestro sistema conceptual (Lakoff, 1993: 210). También cabe inventar nuevas metáforas, aunque eso, según L&J, es excepcional. La tesis central de Lakoff & Turner (1989) es que incluso los poetas (si exceptuamos algunas vanguardias) usan en lo fundamental las mismas metáforas que la gente corriente. D. Funcionamiento inconsciente y automático. Las metáforas no funcionan casi nunca en un nivel consciente y deliberado, por lo que su uso pasa desapercibido y no requiere ningún esfuerzo. Eso hace que parezcan naturales e inevitables a sus usuarios, y que estos crean que hablan y piensan no metafóricamente, esto es, que están tratando del asunto (del amor, del tiempo o de lo que sea) en sus propios términos (literalmente). E. Pluralismo metafórico. Un concepto abstracto típico (como vida, tiempo, amor, etc.) se estructura a través de varias metáforas que resaltan y ocultan distintos aspectos del dominio destino (compárese, por ejemplo, EL TIEMPO ES DINERO con EL TIEMPO ES MOVIMIENTO EN EL ESPACIO). Esas metáforas suelen ser coherentes entre sí, pero, como veremos en el apartado 5.2, algunas veces producen inferencias en conflicto. F. Parcialidad. La estructuración metafórica es parcial, esto es, una parte del concepto no es metafórica. Pero, al menos en los conceptos abstractos, esa parte es típicamente pobre, esto es, tiene poco potencial inferencial, por lo que no permite por sí misma realizar razonamientos muy elaborados sobre el dominio en cuestión. Así, apenas podríamos razonar acerca del amor si nos empeñásemos en tratarlo no metafóricamente o «en sus propios términos». Un concepto abstracto, antes de que sea estructurado metafóricamente, no es amorfo o caleidoscópico, pero tiene poca organización interna.

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G. Base experiencial. Al menos en las metáforas «primarias», existe una motivación en la experiencia preconceptual. Lakoff & John­ son (1999: 50-54) ofrecen hasta 24 ejemplos de tales metáforas, acompañados de la hipotética experiencia primaria que las sustenta. Así, EL AFECTO ES CALIDEZ se basaría en la experiencia de sentir calor cuando se es abrazado con cariño; IMPORTANTE ES GRANDE se fundamentaría en que un niño siente «que las cosas grandes, e. g., los padres, son importantes y pueden ejercer sobre él grandes fuerzas y dominar su experiencia visual»; CONTROL ES ARRIBA se basaría en que «es más fácil controlar a otra persona o ejercer fuerza sobre un objeto desde arriba, con la ayuda de la gravedad», y así, de modo similar, con INTIMIDAD ES CERCANÍA, MALO ES APESTOSO, LAS DIFICULTADES SON CARGAS, MÁS ES ARRIBA, LAS CATEGORÍAS SON CONTENEDORES, LA SIMILITUD ES CERCANÍA, etcétera. El carácter organizado de la experiencia básica permite explicar la dirección de las metáforas. Hablamos, por ejemplo, del afecto en términos de calidez, pero no al revés. La razón es que una proyección metafórica exporta estructura y poder inferencial desde un dominio en el que abundan hasta otro en el que se necesitan.

5.2. Diversidad metafórica y neowhorfismo Una potente línea neowhorfiana de investigación pone el acento en el impacto de las metáforas lingüísticas sobre la cognición, y su concepción de la metáfora está muy próxima a la de L&J, de hecho, está directamente inspirada en sus ideas: se acepta que los dominios más abstractos o alejados de la experiencia inmediata se entienden (esto es, se expresan y se piensan) a través de otros más basados en experiencias primarias. Por supuesto, los neowhorfianos destacan mucho más la diversidad en el dominio de las metáforas lingüísticas, como parte de la Premisa 2 en el argumento general a favor de la hipótesis de la relatividad lingüística. En cuanto a L&J, al menos en Lakoff & Johnson (1980) ponen mucho énfasis en la diversidad intercultural e interlingüística de las metáforas. En Occidente usamos EL TIEMPO ES DINERO y EL DISCURSO ES UN HILO. Pero no todas las culturas tienen dinero o familiaridad con el hilado, así que no todas podrán tratar el tiempo en términos de dinero, como algo que se gasta o malgasta, se invierte, se presta, se ahorra, se pierde, se roba, se gana, se acaba, se tiene en abundancia, etcétera, o el discurso en términos de un hilo que se sigue, se pierde, se corta, se enreda, se hilvana, se teje, se lía, se trama, se tira de él, etcétera2. El primer

2   En la introducción a la edición en castellano de Lakoff & Johnson (1980), Millán & Narotzky trazan el origen histórico-cultural de la metáfora del hilado. Como dominio origen, duran-

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La relatividad lingüística ejemplo en esa obra, UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA (ARGUMENT IS WAR), se ofrece como una metáfora a través de la cual vivimos en una cultura como la occidental (Lakoff & Johnson, 1980: 4). L&J nos piden imaginar cómo se viviría un intercambio argumental en una cultura distinta, en la que la práctica del diálogo fuese tratada de un modo diferente, por ejemplo como una danza. Por otro lado, L&J sostienen que hay importantes restricciones a la diversidad metafórica, que se manifiestan en que muchas de las metáforas ordinarias están muy extendidas interculturalmente. La principal garantía de esa universalidad provendría, para ellos, de la semejanza de nuestros cuerpos y de la experiencia corporal en entornos similares. Ese sería el fundamento último de los dominios origen y de su conexión primaria con los dominios destino más abstractos a los que exportan su estructura. Esta base experiencial explicaría no solo que a menudo coincidan interculturalmente las metáforas, sino también que, cuando no lo hacen, haya al menos una ruta preparada que hace posible, en principio, la comprensión y el préstamo intercultural, o el fácil adiestramiento en las metáforas convencionales de otras lenguas. Kö­vecses (2005) señala la tendencia dentro de la lingüística cognitiva a destacar en exceso la universalidad en la conceptualización, debido a un progresivo énfasis en la idea de cognición corporizada3. Según la teoría cognitiva que se ha convertido en estándar, las «experiencias primarias» producen metáforas primarias universales, y solo las metáforas complejas o compuestas variarían interculturalmente. Con anterioridad, el mismo Kövecses asume un universalismo metafórico que deja poco espacio para la variación cultural y lingüística. Así, señala que la metáfora LA IRA ES UN LÍQUIDO CALIENTE EN UN CONTENEDOR aparece en muchas lenguas no relacionadas entre sí: inglés, húngaro, japonés, chino, zulú, polaco, wolof y tahitiano (Kövecses, 2002: 165). Podría añadirse a la lista el castellano, cuyos hablantes enojados se calientan, echan humo por las orejas, explotan, estallan y les hierve la sangre. En cambio, Kövecses (2006) hace muchos guiños al neowhorfismo, reconociendo la gran diversidad cultural y lingüística en el dominio de las metáforas y su impacto sobre el pensamiento individual.

te siglos la actividad de hilar y tejer fue cotidiana y doméstica, presta a ser usada para entender otros dominios (Millán & Narotzky, 2007: 20). También sugieren que, como ha dejado de serlo, esa metáfora está en retroceso, pero surgen otras, como las basadas en la conducción de vehículos; así, en la actualidad se puede frenar, aparcar o poner en marcha una ley. 3   La irrelevancia cognitiva de las diferencias corporales y de los hábitos de interacción del cuerpo con el ambiente también ha sido puesta en entredicho. Daniel Casasanto sostiene que existe relatividad corporal (por ejemplo, diferencias cognitivas entre zurdos y diestros) en varios dominios de la cognición humana, basándose en que, «en la medida en que el contenido de la mente dependa de nuestras interacciones con el entorno, las personas con diferentes tipos de cuerpo –que interactúan con el entorno en formas sistemáticamente diferentes− deberían tender a formarse representaciones neurales y cognitivas correspondientemente diferentes» (Casasanto, 2014: 108). Esta relatividad corporal sería, para él, compatible con que también existiese relatividad lingüística.

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Una discrepancia entre cognitivistas y neowhorfianos concierne al grado de universalidad que debe suponerse a la base no metafórica de las metáforas, esto es, a los dominios origen últimos que, si se quiere evitar un regreso al infinito, no pueden estar ellos mismos estructurados metafóricamente. En el ámbito clásico del pensamiento y el lenguaje espaciales, los lingüistas cognitivos suelen asumir que la experiencia corporal humana produce esquemas espaciales mentales similares que las lenguas se limitan a recoger, por ejemplo en forma de preposiciones (Lakoff & Turner, 1989: 97-98)4. Pero, como vimos en 4.5, puede haber mucha diversidad lingüística y cognitiva en los subdominios de las relaciones topológicas, el movimiento y los marcos de referencia. El uso de metáforas espaciales para el tiempo está muy extendido a través de las lenguas, pero, si es cierto que las lenguas tratan el espacio de formas diferentes, resultará que parten de dominios origen diferentemente estructurados para la metáfora EL TIEMPO ES MOVIMIENTO A TRAVÉS DEL ESPACIO (alternativamente, las proyecciones pueden seleccionar aspectos distintos del mismo dominio origen). Eso permite, por ejemplo, que el futuro pueda estar delante (en inglés o en castellano), detrás (en aymara; Núñez & Sweetser, 2006), debajo (en chino mandarín; Boroditsky, 2001), hacia el oeste (en pormpuraaw, de Australia; Boroditsky & Gaby, 2010), colina arriba (en yupno, de Papua Nueva Guinea; Núñez, Cooperrider & Wassmann, 2012), río abajo (en mian, de Papua Nueva Guinea; Fedden & Boroditsky, 2012), etcétera, lo que a su vez puede llevar a razonar de modos distintos acerca del futuro. En este punto, el enfoque cognitivo podría, sin mucho trastorno, acercarse más al neowhorfismo, dado que admite que la experiencia humana se da en entornos culturales y físicos diversos, con pocas restricciones innatas. Que las metáforas sean proyecciones entre dominios no obliga a poner tanto peso en la autonomía con respecto a las distintas lenguas y culturas de los dominios origen básicos. Este punto se concede a veces. Así, Lakoff afirma que «experiencias preconceptuales altamente estructuradas pueden ser diferentes» (Lakoff, 1987: 310), precisamente en el dominio espacial, debido, por ejemplo, a rasgos específicos de la orografía local «que impactan constantemente sobre la experiencia, se convencionalizan y acaban incorporados a la gramática», aunque más adelante afirma que se puede asumir que muchas experiencias básicas (en particular, las espaciales) se pueden tomar como universales (ibid.: 312). Por otra parte, incluso los neowhorfianos admiten a menudo que sin una base conceptual prelingüística (por ejemplo, un sentido prelingüístico de la duración) difícilmente podrían afianzarse las proyecciones metafóricas (por ejemplo, las metáforas

4   Desde el neowhorfismo, Bowerman & Choi (2003) comparan las preposiciones del inglés y el coreano, y hallan que codifican aspectos topológicos distintos, lo que influye en la cognición espacial de los hablantes adultos y en la adquisición temprana de conceptos espaciales por parte de los niños.

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La relatividad lingüística espaciales para el tiempo) que pueden acabar convencionalizadas en la lengua (cfr. Casasanto, 2008: 73-74). Esto sería una versión de lo que en el Capítulo 4 llamé RL2.

5.2.1. Diversidad metafórica intralingüística e impacto del habla El rasgo E) de la caracterización de la Teoría Conceptual de la Metáfora (esto es, el pluralismo metafórico) se conecta directamente con las formas de diversidad a las que en el Capítulo 3 denominé diversidad intralingüística y diversidad intraindividual, que fueron destacadas en el Capítulo 4 como posibles premisas para modalidades de RL que permiten dar cuenta de la flexibilidad cognitiva de los hablantes monolingües. Lakoff (1993) ofrece una ilustración de cómo el pluralismo metafórico puede provocar conflictos entre las metáforas que estructuran un concepto abstracto, en este caso el de tiempo. Esta sería una manifestación extrema de la relativa autonomía de los diversos marcos que usamos para hablar-pensar en un cierto dominio. La estructura del dominio origen, cuando se proyecta sobre el dominio destino, nos permite razonar de ciertos modos sobre este último. Pero nada garantiza que las inferencias que las distintas metáforas permiten no vayan en direcciones opuestas. En el caso del tiempo, además de otras metáforas como EL TIEMPO ES DINERO, tenemos, en lenguas como el inglés o el castellano, la metáfora EL TIEMPO ES MOVIMIENTO EN EL ESPACIO. Pero esa metáfora se concreta en dos submetáforas con distintas potencialidades inferenciales. Según la primera (tiempo-móvil), nosotros estamos parados y es el tiempo el que se mueve; el futuro está delante y se va moviendo hacia nosotros, de modo que los tiempos futuros (minutos, días, meses, años, etc.), concebidos metafóricamente como objetos, forman una secuencia que avanza hacia nosotros; el presente está donde está el ego, y el pasado se va situando detrás, alejándose progresivamente del ego; encarnan esa primera submetáfora expresiones como «el mal rato ya pasó», «llega el verano», «el tiempo corre» (o «vuela»), «se acerca el fin de semana» o «eso queda lejos, pasó hace años». Según la segunda submetáfora (ego-móvil), el tiempo es un camino o línea sobre la cual nosotros avanzamos. El futuro sigue delante, el presente donde está el ego y el pasado detrás del ego; esas inferencias son comunes a ambas submetáforas. Pero ahora nosotros nos movemos hacia el futuro y vamos dejando atrás el pasado; la encarnan expresiones como «nos acercamos a mayo», «hemos dejado atrás los días felices» o «avanzamos deprisa hacia el verano». Todo esto lo encontramos dentro de una misma lengua, no al contrastar lenguas; y un hablante típico incorpora ambos esquemas en su repertorio, pudiendo aplicarlos según las circunstancias hagan que se active uno u otro. Algunas expresiones en castellano están vinculadas convencionalmente y diríase que de modo arbitrario a alguna de las dos submetáforas, de tal modo que disparan automáticamente la correspondiente interpretación. Así, si digo que hemos «adelantado» dos días la fecha de

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un evento previsto para el miércoles, se inferirá que la nueva fecha es el lunes (tiempo-móvil), pero si digo el evento se ha dejado para dos días «más adelante», se supondrá que la nueva fecha es el viernes (egomóvil). Sin embargo, algunas oraciones como «El evento se movió dos días hacia el frente» resultan ambiguas entre ambas interpretaciones, y la inferencia que se haga dependerá de cuál de las dos submetáforas se active, lo cual puede depender de factores contextuales. La primera nos llevará a inferir que la nueva fecha es el lunes, mientras que la segunda nos llevará a inferir que el evento tendrá lugar el viernes. En algunos casos, no se sabe qué submetáfora aplicar. En una noticia publicada en el periódico asturiano La Nueva España (29 de enero de 2017), se informa de que unos arqueólogos han refutado la historiografía oficial, según la cual la ciudad de Oviedo se fundó en el año 761, y de que «retrasan» en 300 años la existencia de una verdadera sociedad urbana. Al menos en mi propio caso, la primera inferencia que extraigo es que la nueva fecha es el año 461, aplicando la metáfora ego-móvil, que sitúa el año 461 detrás del año 761. Pero lo que los arqueólogos quieren decir es que la ciudad fue fundada hacia el año 1061, lo que tiene sentido si se aplica la metáfora tiempo-móvil, que sitúa el año 1061 detrás del año 761. Por la misma razón, a veces la gente se lía con el cambio de hora. Cuando al comienzo de la primavera se anuncia que a las 2:00 se «adelantará» una hora el reloj, casi todos entienden que a las 2:00 serán las 3:00, aplicando la metáfora ego-móvil, pero algunos creen que será la 1:00, aplicando la metáfora tiempo-móvil. En realidad, ambas respuestas son correctas, en el sentido de que se siguen de metáforas convencionales perfectamente establecidas en castellano. El lector podrá apreciarlo con facilidad haciendo unos simples dibujos esquemáticos. Los neowhorfianos tratan de demostrar que el contexto (lingüístico o de otro tipo) favorece que se active una u otra metáfora, por ejemplo, a la hora de interpretar oraciones ambiguas como la mencionada. Así, Boroditsky y sus colaboradores han tratado de mostrar que un sujeto que ha estado moviéndose o pensando en el movimiento, por ejemplo viajando o pensando en viajar en un tren (es decir, que tiene activo el dominio origen de la metáfora ego-móvil), tiende a pensar el tiempo en términos de la metáfora ego-móvil (Boroditsky, 2000; Gentner et al., 2002; Boroditsky & Ramscar, 2002). Otro ámbito investigado es el de la activación de distintas metáforas para conceptualizar el crimen: EL CRIMEN ES UNA BESTIA vs. EL CRIMEN ES UN VIRUS. En este caso, la idea es que el uso continuado de expresiones que ejemplifican una u otra de esas metáforas produce efectos estadísticos significativos en una población que incorpora en sus repertorios ambas metáforas, a la hora de apoyar unas u otras medidas contra el crimen (políticas de castigo frente a políticas de reforma social) (Thibodeau & Boroditsky, 2011 y 2015). La activación de las metáforas, en los casos estudiados, no depende de una decisión deliberada y consciente, sino que es automática e inconsciente. Son aplicables aquí las ideas de Lakoff (2004) sobre la eficacia política del enmarcado metafórico de las cuestiones. Pero, en cualquier caso, estos estudios muestran que una lengua no es

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La relatividad lingüística un todo armonioso que permita una única forma de describir la realidad, como tampoco lo sería el sistema conceptual de sus hablantes. Por otro lado, el énfasis en el papel de las expresiones metafóricas en el pensamiento metafórico se podría conectar con la idea del control metacognitivo del pensamiento a través del potencial que proporciona la propia lengua para que sus hablantes cobren conciencia de los esquemas semánticos o conceptuales incorporados en ella. La idea es que las expresiones metafóricas pueden ser repensadas y, de ese modo, cuestionadas.

5.2.2. Diversidad metafórica interlingüística e impacto de la lengua La diversidad metafórica potencial se hace más evidente cuando pasamos al contraste interlingüístico. Incluso cuando el espacio se conceptualiza de modo similar al nuestro (por ejemplo, cuando se usa un marco de referencia relativo), la metáfora EL TIEMPO ES MOVIMIENTO EN EL ESPACIO puede diversificarse. Un caso espectacular es el del aymara, que sitúa el futuro detrás y el pasado delante (Núñez & Sweeter, 2006). Núñez & Sweeter encuentran una base experiencial para esa metáfora, reforzada por un énfasis cultural en la visión como fuente de conocimiento: lo que ha ocurrido se puede ver, como lo que está delante, mientras que lo que aún no ha ocurrido no se puede ver, como lo que está detrás5. Una serie de estudios neowhorfianos (Boroditsky, 2001, 2011; Boroditsky et al., 2010; Fuhrman et al., 2011; Tzuyin Lai & Boroditsky, 2013) examinan un caso similar. Los autores comparan las metáforas horizontales (izquierda-derecha y delante-detrás) para el tiempo en inglés con las metáforas tanto horizontales (delante-detrás) como verticales (arriba-abajo) del chino mandarín, e intentan demostrar que, como sugieren las pautas lingüísticas, es más probable que los hablantes chinos piensen el tiempo verticalmente, con los tiempos tempranos más arriba y los tardíos más abajo. También comparan la organización izquierda-a-derecha del tiempo en inglés con la organización derecha-a-izquierda en hebreo (aquí tendría un papel causal la escritura) (Fuhrman & Boroditsky, 2010), o se argumenta que los ciegos que leen con sus manos organizan sus representaciones mentales del tiempo, que no pueden estar basadas en representaciones visuales, en la dirección de la lectura (Hendricks & Boroditsky, 2015). Casasanto (2008) compara la «prevalencia relativa» de las metáforas de distancia (un tiempo largo o corto) con las metáforas de cantidad (mucho o poco tiempo) en inglés, que da preferencia a las metáforas de distancia, y en griego, que fomenta las metáforas de cantidad, y trata

5   Núñez y sus colaboradores se mueven en la órbita de la lingüística cognitiva y manifiestan las usuales reticencias con respecto al neowhorfismo; la diversidad para ellos es, en primer lugar y ante todo, cultural (cfr. Núñez & Sweeter, 2006: 38). Pero también Boroditsky y sus colaboradores suelen subrayar que otros factores culturales, además de la lengua, condicionan el pensamiento.

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de encontrar tareas no lingüísticas en las que se demuestre que esa diferencia lingüística acarrea un impacto cognitivo correspondiente. Por ejemplo, se trata de ver cómo influye en el cálculo del tiempo transcurrido la visión simultánea de un móvil que se desplaza más o menos en el espacio o de un recipiente que se llena mucho o poco. La hipótesis es que lo primero interferirá más con el cálculo de un inglés y que lo segundo interferirá más con el cálculo de un griego. Nótese que, al menos en este caso, ambas lenguas poseen tanto metáforas de distancia como metáforas de cantidad para la duración, y que la diferencia está en la importancia relativa de cada una de ellas. De nuevo podemos apreciar la sutilidad que puede tener la hipótesis relativista, ya que lo que cabe esperar aquí no es una cuestión de todo-o-nada, sino una preferencia cognitiva correlativa a la prevalencia lingüística de uno u otro tipo de metáforas. Casos más radicales surgen de la aplicación de las ideas de Levinson y sus colaboradores sobre las lenguas con marcos de referencia absolutos a las metáforas espaciales para el tiempo (Boroditsky & Gaby, 2010; Fedden & Boroditsky, 2012; Núñez & Cornejo, 2012; Núñez et al., 2012). Por ejemplo, Fedden & Boroditsky (2012) argumentan que los hablantes de la lengua papuana mian, en tareas no lingüísticas que exigen ordenaciones temporales, como disponer sobre el suelo fotografías de un hombre a distintas edades, se apoyan en un marco espacial absoluto, que es el dominante en esa lengua en lo que a la organización espacial propiamente dicha concierne. En este caso, el marco absoluto está asociado al curso de dos ríos locales que fluyen paralelamente. Cuando se proyecta ese marco sobre el tiempo, los sucesos se ordenan como situándose, desde los más tempranos a los más tardíos, río abajo. El estudio también muestra cómo los hablantes más jóvenes, que cursan estudios desde los 3 hasta los 12 años enteramente en inglés, tienden a dejar de pensar el tiempo según las metáforas del mian y a adoptar las del inglés6. Como buenos neowhorfianos, los autores minimizan otros factores que también podrían explicar las diferencias cognitivas encontradas. Así, señalan que las representaciones espaciales absolutas del tiempo están extendidas en el mundo, entre comunidades que habitan entornos muy diferentes o que tienen estilos de vida culturales muy distintos. ¿Qué explicación queda? Según ellos, que en las comunidades en cuestión se hablan lenguas que se apoyan fuertemente en marcos de referencia espacial absoluta cuando hablan acerca del espacio, por lo que esos marcos tienden a ser los proyectados cuando de lo que se trata es de hablar del tiempo en términos espaciales. 6   Simplifico las cosas, tratando de transmitir la idea general. Lo que los autores hallan es una variedad de estrategias entre los hablantes del mian a la hora de representar el tiempo espacialmente, esto es, una considerable diversidad intralingüística. Unos usan un marco de referencia absoluto, otros un marco relativo de izquierda-a-derecha (como los hablantes del inglés), y otros un marco relativo sagital en el que los sucesos más tempranos están más lejos del cuerpo y los más tardíos más cerca, lo que parece relacionado con la extensión metafórica al espacio personal del marco río arriba-río abajo.

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La relatividad lingüística

5.3. El carácter cognitivo de las metáforas: argumentos L&J alegan diversos argumentos a favor del carácter primariamente cognitivo y solo derivadamente lingüístico de las metáforas. Expondré y rechazaré los que parecen los tres principales. Es importante demorarse en este punto, ya que esos argumentos podrían generalizarse como argumentos de mayor alcance a favor de la prioridad del pensamiento sobre el lenguaje y de la función meramente expresiva de este último.

5.3.1. El argumento desde la sistematicidad metafórica Un primer argumento aduce que una sola metáfora respalda una multitud de expresiones metafóricas. Así, «vamos demasiado rápido», «estamos en un callejón sin salida», «ya no hay vuelta atrás», «nuestros caminos se separan», «estamos encallados», etc., expresan una única metáfora en la que el amor es conceptualizado como un viaje, y «esa forma unificada de conceptualizar metafóricamente el amor se realiza en muchas expresiones lingüísticas» (Lakoff, 1993: 209). El argumento tiene forma de modus tollens: si las metáforas fuesen lingüísticas, distintas expresiones metafóricas contarían como distintas metáforas; pero es falso que distintas expresiones metafóricas cuenten siempre como distintas metáforas; luego es falso que las metáforas sean lingüísticas. Una aportación importante de L&J a la teoría de la metáfora ha sido resaltar la sistematicidad metafórica, frente a la tendencia por parte de los enfoques tradicionales a asumir que cada expresión metafórica funciona de un modo autónomo. Pero se puede replicar al argumento basado en la sistematicidad que la realización múltiple también se aplica al pensamiento metafórico. La metáfora EL AMOR ES UN VIAJE permite pensar múltiples detalles de una relación amorosa. Los pensamientos metafóricos son al menos tan variados como sus correspondientes expresiones lingüísticas. Ahora bien, si el hecho de que una única metáfora respalde muchos pensamientos metafóricos no implica su carácter no cognitivo, ¿por qué el hecho de respaldar muchas expresiones metafóricas debe implicar su carácter no lingüístico? A mi juicio, solamente porque se ha decidido a priori definir «metáfora» como proyección entre dominios cognitivos. El problema está en asumir que el factor unificador no pertenece al lenguaje. Por analogía, el argumento implicaría que como «soltero» y «hombre nunca casado» son expresiones diferentes, su sinonimia es un hecho cognitivo que el lenguaje únicamente refleja. Lakoff afirma que la metáfora es central a la semántica de una lengua natural (Lakoff, 1993: 203). Pero los significados pueden estar constituidos de un modo no atómico. Cabe distinguir tres clases de enfoques semánticos, de acuerdo con el grado de sistematicidad atribuido al significado de las expresiones: atomistas (las expresio-

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nes tienen su significado de una en una), molecularistas (el significado de una expresión depende de vínculos con algunas otras) y holísticos (el significado de una expresión depende de vínculos con todas las demás) (cfr. Fodor & Lepore, 1992). El argumento supone que una teoría lingüística de la metáfora solo podría ser del primer tipo, pero el fenómeno de la sistematicidad metafórica sugiere que es necesario adoptar una teoría del segundo tipo. EL AMOR ES UN VIAJE podría concebirse como una generalización o regla semántica como: «En español, las expresiones sobre viajes se aplican sistemáticamente al amor». Las múltiples expresiones metafóricas mencionadas podrían estar constitutivamente unidas en cuanto a su significado metafórico, y la proyección metafórica global podría concebirse como un constructo semántico. El hallazgo de que distintas expresiones metafóricas realizan una misma metáfora podría verse como una aportación a la teoría del lenguaje (a la Semántica). Por tanto, el carácter sistemático de la metáfora no decide por sí mismo su carácter cognitivo, lingüístico o interactivo. El argumento no aporta un apoyo independiente para la tesis de que, si expresiones distintas (metafóricas o no) están vinculadas, ese vínculo no debe ser considerado como parte integral de una lengua. En resumen, si tanto el pensamiento como el lenguaje metafóricos son sistemáticos, la cuestión acerca de en qué dominio se instaura originariamente la sistematicidad tiene todavía que ser decidida. Como vimos en 4.4.4, Whorf resalta el carácter sistémico de las lenguas y sostiene que es la lengua como un todo la que afecta al pensamiento de sus hablantes individuales. En el caso de las metáforas, no es plausible una postura tan holística, pero puede defenderse (de acuerdo con la idea del pluralismo metafórico) que una lengua contiene «microformas de hablar» metafóricas alternativas que al ser asimiladas por sus hablantes originan «microformas de pensar» de carácter metafórico.

5.3.2. El argumento desde el pensamiento metafórico sin expresión metafórica Un segundo argumento de L&J se basa en que usamos conceptos metafóricos y razonamos metafóricamente también en contextos extracomunicativos, en los que no estamos pensando para hablar. Si hay pensamiento metafórico sin lenguaje metafórico, pero no viceversa, parece que cabe concluir que el pensamiento es lo más fundamental. Sin embargo, se puede replicar que los neowhorfianos típicos defienden que la lengua afecta al pensamiento también cuando realizamos tareas no verbales, y a menudo ligan esa cuestión con el requisito metodológico de evitar el razonamiento circular (una excepción es Slobin, que defiende que la lengua afecta al pensamiento, sobre todo cuando pensamos para hablar, o tesis del Thinking for Speaking). Si es eso lo que los neowhorfianos quieren demostrar, y lo que críticos como Pinker niegan que logren demostrar, no se puede tomar como prueba automática de la autonomía del pensamiento metafórico con respecto al lenguaje metafórico.

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La relatividad lingüística Además, el argumento no tiene en cuenta algunas distinciones importantes en el debate sobre la relación pensamiento-lenguaje. En primer lugar, no distingue entre un impacto global y uno parcial. Como vimos en 2.4, la palabra «pensamiento» engloba múltiples dominios: percepción, conceptos, razonamiento, metacognición, memoria, atención, etcétera. Y la autonomía de un dominio no implica la de otros. Por tanto, algún grado de pensamiento metafórico autónomo es compatible con el impacto cognitivo del lenguaje metafórico. En segundo lugar, el argumento no distingue entre las versiones constitutivistas y las no constitutivistas de ICL. Las primeras afirman que el lenguaje está directamente implicado en ciertos tipos de pensamiento como el medio en el que discurren, como una suerte de habla interna. El argumento no contempla ni siquiera esa versión fuerte, que sostiene que el pensamiento es literalmente lingüístico incluso en contextos no comunicativos, en los que no se piensa para hablar. Pero, además, los neowhorfianos suelen adoptar formas de impacto más débiles (no constitutivistas) que también desafían el argumento. Una idea extendida (bautizada como RL1) es que el lenguaje habitual afecta al pensamiento habitual, lo que implica que los hábitos cognitivos que genera una lengua persisten en tareas no verbales.

5.3.3. El argumento desde la creatividad metafórica Un tercer argumento alega que los hablantes amplían y elaboran las metáforas convencionales, y a veces inventan o comprenden metáforas nuevas. Al hacerlo, sus pensamientos van más allá de lo codificado lingüísticamente o previsto por su lengua, luego (se concluye) la metáfora no es una cuestión lingüística sino cognitiva (Lakoff & Turner, 1989: 90). Esbozaré a continuación dos posibles líneas contraargumentales. En primer lugar, el argumento afecta solo a lo no prefijado convencionalmente en las metáforas. Pero basta sostener que el lenguaje metafórico tiene algún impacto en la cognición metafórica, por ejemplo en la irreflexiva y habitual, para poder ser calificado de «neowhorfiano». Por tanto, basta mostrar que el pensamiento metafórico es afectado en lo que tiene de convencional o estable por el lenguaje metafórico. Recuérdese la posibilidad de defender versiones parciales de ICP y, por tanto, de RL. En segundo lugar, el argumento depende de la decisión de excluir del lenguaje y de tomarlo como un fenómeno cognitivo autónomo todo lo que exceda la codificación lingüística o deba decidirse en ocasiones particulares. Pero eso implicaría que hasta la referencia de palabras como «tú» o «esto» fuese una cuestión no lingüística, puesto que las palabras mismas, sin consideración del contexto, no la determinan. Como veremos, para rechazar el carácter lingüístico de las metáforas, los teóricos cognitivos están dispuestos a entender por «palabras» los meros sonidos, excluyendo no ya la dimensión pragmática sino incluso la semántica. La prioridad del pensamiento tiene entonces el elevado

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coste de encoger arbitrariamente la definición de «lenguaje» y de incluir de modo estipulativo como «cognitivo» cualquier aspecto que explique el funcionamiento de las metáforas. En lo tocante a la extensión metafórica, es una posibilidad abierta que los modelos pragmáticos den cuenta de su funcionamiento. En este segundo aspecto, la fuerza del argumento depende de considerar los principios, máximas o procesos pragmáticos como específicamente lingüísticos o como más generalmente cognitivos.

5.4. Neowhorfismo y teoría cognitiva: enemigos comunes La etiqueta «cognitivo» no es asociada siempre por L&J con la prioridad del pensamiento sobre el lenguaje. En ocasiones, la defensa de la naturaleza cognitiva de la metáfora se dirige contra enemigos que también lo son del neowhorfismo, lo que hace de ambas partes aliados, al menos en algunos frentes importantes.

5.4.1 Las metáforas no son exclusivamente lingüísticas A menudo, lo que L&J afirman es que la metáfora no es una cuestión solamente lingüística, sino también cognitiva, un asunto tanto de lenguaje como de pensamiento, lo que sugiere que el verdadero enemigo es la concepción exclusivamente lingüística de la metáfora, la idea de que la metáfora es un mecanismo para expresar pensamientos que no son ellos mismos metafóricos, pero que por alguna razón no se expresan o no pueden expresarse a través de medios literales. El objetivo crítico de L&J serían, pues, los enfoques lingüísticos que quieren eliminar lo metafórico de la mente, al afirmar que el pensamiento nunca es él mismo metafórico7. Pero afirmar que el pensamiento es en parte metafórico es compatible con la defensa del impacto cognitivo del lenguaje metafórico. Una crítica clásica a Whorf le reprocha pasar muy rápidamente de lo que sucede en una lengua a lo que podría ocurrir en la mente de sus hablantes. Whorf afirma que conceptos como el tiempo son tratados en ciertas lenguas de acuerdo con metáforas espaciales ausentes en otras. La idea es que las metáforas lingüísticas causan que los hablantes correspondientes piensen según esas mismas metáforas. Y la crítica clásica es que esto no se sigue necesariamente, pues los hablantes podrían hablar metafóricamente pero pensar no metafóricamente. Así pues, Whorf defiende (al igual que muchos neowhorfianos):

7   Paralelamente, L&J se oponen a quienes piensan que el lenguaje ordinario es siempre literal. Para ellos, los significados convencionales de muchas expresiones son en parte metafóricos.

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La relatividad lingüística 1. Como L&J, que tanto el lenguaje como el pensamiento humano son, en alguna medida, metafóricos; en esto son aliados. También coinciden en sostener que las metáforas funcionan de un modo inconsciente, automático y sin esfuerzo, lo que no impide, sino que fortalece, su eficacia cognitiva. Una diferencia reside en que L&J insisten en la omnipresencia de las metáforas en el lenguaje y el pensamiento humanos, mientras que Whorf tiende a tratarlas como un aspecto secundario de ambos. 2. En contraste con L&J, que las metáforas lingüísticas son prioritarias con respecto a las cognitivas. Es importante, por tanto, mantener separadas la cuestión de la metaforicidad del pensamiento y la cuestión de la prioridad del pensamiento metafórico. De hecho, un whorfiano puede argumentar que el lenguaje metafórico es lo que explica tanto la riqueza como la diversidad del pensamiento metafórico humano, así como su uso compartido y normativo.

5.4.2. Nuestro acceso al mundo no es «directo» u «objetivo» Otras veces, el término «cognitivo» quiere marcar un contraste con enfoques objetivistas en semántica y en epistemología. L&J rechazan que los significados sean rasgos objetivos del mundo o que tengamos acceso a una realidad mind-free. Al hablar de «modelos cognitivos», desean «destacar su naturaleza mental y distinguirlos de cualquier afirmación de que representen la realidad científica» (Lakoff & Turner, 1989: 67). Una idea recurrente es que nuestro acceso a la realidad está mediado por marcos, modelos o conceptos, en gran medida metafóricos, que no son inevitables o neutrales. Las metáforas ocultan, resaltan y construyen aspectos de los dominios destino. En este punto hallamos de nuevo una básica afinidad con la hipótesis de la relatividad lingüística, de la que suele extraerse el corolario de que las lenguas incorporan distintas e inconmensurables visiones del mundo, ninguna de las cuales puede aspirar a la objetividad8. De nuevo, la diferencia reside en otorgar una prioridad absoluta a la mente o concederle una parte del protagonismo a la lengua en esa supuesta «construcción metafórica de la realidad», dentro de un acercamiento interactivo y plurifactorial al estudio de la metáfora. Resumiendo, L&J asocian tres tesis con el carácter «cognitivo» de su enfoque: T1 La metáfora es un fenómeno primariamente mental y solo derivadamente lingüístico. 8   Como vimos en el Capítulo 4 existe un sesgo objetivista en Whorf, ligado a una tradicional visión negativa de las metáforas como distorsionadoras de la realidad. Whorf creyó que lenguas como el hopi representan el tiempo mejor que las europeas por no usar metáforas espaciales, lo que Malotki (1983) ha probado ser falso. L&J reivindican las metáforas y creen que apenas podríamos pensar y hablar de temas abstractos sin su ayuda. En este punto, los neowhorfianos están más cerca del constructivismo de L&J.

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T2 La metáfora es un fenómeno a la vez cognitivo y lingüístico (no es solo lingüístico). T3 Las metáforas contribuyen a la «construcción» o conceptualización de la realidad.

T2 se sigue de T1, pero es más débil y es compatible tanto con la prioridad del pensamiento como con la del lenguaje. En cambio, T3 no se sigue ni de T1 ni de T2, ya que en principio se puede defender que las metáforas representan aspectos objetivos de la realidad, adoptando lo que Pinker (2007) denomina una «interpretación realista» de la metáfora conceptual. Pero T3 es común a L&J y a muchos neowhorfianos. Solo T1 se opone a ICL (y a RL). Por tanto, en la medida en que L&J tengan en mente T2 o T3, no son enemigos, sino más bien aliados del neowhorfismo.

5.5. El impacto cognitivo del lenguaje metafórico De la obra de L&J podemos extraer varios argumentos, más o menos implícitos, a favor de influencias en la dirección lenguaje metafórico→pen­ samiento metafórico. Esto mostraría que su postura puede ser reconstruida, tal vez con algunos ajustes, como una variante del neowhorfismo. Las afirmaciones que parecen cuestionarlo revelan, en mi opinión, una concepción deficiente del espacio lógico de posibles posturas en el debate acerca de la relación entre el pensamiento y el lenguaje. En este apartado reconstruiré dos líneas de argumentación que podrían calificarse de «neowhorfianas». La primera apela a consideraciones ontogenéticas. La segunda hace intervenir las ideas de Lakoff acerca del lenguaje orwelliano y su relación con la ideología política.

5.5.1. El argumento ontogenético: la enculturación a través de metáforas lingüísticas ¿Cómo adquieren los miembros de un grupo esas proyecciones entre dominios que son las metáforas convencionales? Aquí y allá, L&J afirman que lo hacen a través de su experiencia en entornos sociales, si bien insisten también en la importancia de la experiencia corporal. Se aprecia así que el enfoque es multifactorial: el factor social interviene en la explicación. A veces reducen la convencionalidad a la estabilidad de las correspondencias metafóricas: «La proyección es convencional, esto es, es una parte fija de nuestro sistema conceptual» (Lakoff, 1993: 208). Pero creo que puede asumirse que las metáforas cotidianas son un asunto intersubjetivo y no privado (puede invocarse aquí el argumento de Wittgenstein, 1953, contra la posibilidad de un lenguaje privado). Ahora bien, ¿cómo se consigue esa enculturación en las metáforas colectivas? Es aquí donde los neowhorfianos resaltan el papel activo de las lenguas en el proceso:

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La relatividad lingüística El hallazgo central, que proporciona el contexto teórico de la misma relatividad lingüística, es que gran parte del pensamiento humano es de carácter lingüístico. Es un producto de la socialización – de la enculturación lingüística. (Lee, 1996: xiv)

El rol del lenguaje en la socialización puede entenderse de varios modos. El más wittgensteiniano consiste en concebir hablar una lengua como parte de una actividad o de una forma de vida (Wittgenstein, 1953, § 23), de forma que serían esas estructuras holísticas (los «juegos de lenguaje») las que afectarían al pensamiento. El adoptado por muchos neowhorfianos ve el lenguaje como mediador entre la praxis social y la mente individual, según el esquema cultura→lengua→pen­samiento (recuérdese que, en un modelo interactivo, las influencias en una dirección no excluyen influencias, incluso mayores, en la otra). Una posibilidad neowhorfiana interesante es que la influencia social en la génesis del pensamiento metafórico se produzca a través de la transmisión lingüística de las metáforas colectivas, lo que daría lugar a que cada miembro individual pensase de modo habitual según esas mismas metáforas. La idea básica es que es difícil que una gran parte de nuestro sistema conceptual metafórico sea a la vez estable, compartido y normativo (susceptible de corrección o error) sin la intermediación de un lenguaje metafórico público. Tal vez no sea ese el único mecanismo, pero es posible que sea el más importante y el más efectivo. Si añadimos que existe diversidad lingüística metafórica (DLMET), tendremos una versión ontogenética del argumento a favor de RL: ICLMET El aprendizaje del lenguaje metafórico afecta al pensamiento metafórico. DLMET Las lenguas difieren en las metáforas convencionales que incorporan. RLMET El impacto cognitivo del lenguaje metafórico varía de lengua a lengua.

5.5.2. Argumento orwelliano (o argumento a partir del hábito) La aplicación de la teoría cognitiva de la metáfora a la política resalta que la modificación del pensamiento metafórico es también un asunto básicamente social y lingüísticamente mediado. Los efectos orwellianos discutidos no parecen explicables sin apelar al enmarcado lingüístico de las cuestiones y al «bombardeo» lingüístico de las masas. El mantra del carácter prioritariamente lingüístico de la metáfora se repite en obras como Lakoff (2004) o Lakoff & Wehling (2012)9, pero a la hora de la verdad, es el lenguaje el que cobra un protagonismo más destacado en la explicación. ¿Cómo logran los republicanos ganar las

9   «Producir mensajes tiene que ver con el pensamiento, no solo con el lenguaje. Para que tu lenguaje ande bien, tienes que entender el pensamiento que este invoca» (Lakoff & Wehling, 2012: 2). Por su parte, los marcos se consideran estructuras de ideas que se usan para entender el mundo (ibid.: 4). Serían, por lo tanto, para L&J, primariamente cognitivos y solo derivadamente lingüísticos.

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elecciones? A través de la machacona repetición de un discurso público que consigue afectar a las mentes de un número suficiente de votantes potenciales, especialmente a las de los indecisos (Lakoff & Wehling, 2012: 7) ¿Qué deben hacer los demócratas para contrarrestar esa estrategia? Difundir, mediante el lenguaje apropiado, marcos alternativos que incorporen los valores de los progresistas. Contribuir a forjar y a pulir ese lenguaje efectivo es el objetivo declarado de los autores. Lakoff & Wheling (2012) otorgan al lenguaje, en especial al metafórico, al menos tres funciones que exceden en mucho su rol puramente comunicativo-expresivo: 1. Activadora. La mayoría de la gente alberga en sus mentes múltiples esquemas o marcos (lo que sería una extensión de la idea del pluralismo metafórico), y el uso del lenguaje decide en un gran número de ocasiones cuáles son los activados o evocados. 2. Reforzadora. Los marcos que no se activan tienden a permanecer latentes, a no ser usados. Como los marcos poseen una base neural, la activación a través del lenguaje contribuye a reforzarlos y la no activación los debilita hasta hacerlos desaparecer. 3. Conformadora. El lenguaje posibilita el aprendizaje de nuevos marcos, en particular de nuevas metáforas. En ámbitos complejos como el de la política, la mayor parte de nuestras ideas solo pueden ser adquiridas o modificadas a través del discurso público. Como vimos, una idea central en Whorf (1939b) es que los hábitos lingüísticos promueven hábitos cognitivos (RL1), y algunos neowhorfianos afirman que sus tesis se aplican sobre todo al pensamiento habitual10. Ese es un modo de moderar la hipótesis del impacto cognitivo del lenguaje, pues la idea de hábito implica tanto la resistencia al cambio como la posibilidad del mismo (deshabituación), o al menos la posibilidad de conducirse ocasionalmente (no sin esfuerzo) de forma no habitual. Las consideraciones anteriores llevan implícita una versión específica de esta idea para el caso metafórico. Las conexiones metafóricas consiguen su estabilidad cognitiva, en gran medida, gracias al hábito de escuchar y producir sus correlatos lingüísticos una y otra vez.

5.5.3. La no trivialidad del impacto del lenguaje metafórico Una posible objeción a la anterior línea de razonamiento es que las mencionadas influencias de las lenguas sobre el pensamiento son demasiado triviales para justificar la aplicación de la etiqueta «neowhorfismo» al enfoque de L&J. A menudo se piensa que la relatividad lingüística es una hipótesis radical y polémica. Ya sabemos que Pinker (2007), en su evaluación de la literatura neowhorfiana

10  «[…] la obra se centra en el pensamiento habitual […] modos cotidianos rutinarios de atender a objetos y sucesos, categorizarlos, recordarlos e incluso reflexionar sobre ellos» (Lucy, 1992: 7).

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La relatividad lingüística reciente, sostiene que las formas radicales e interesantes de la tesis han sido refutadas empíricamente y que las plausibles son demasiado débiles como para merecer un gran interés teórico. Sin embargo, lo que quepa considerar trivial en este terreno no es nada trivial, y el neowhorfismo consiste precisamente en la defensa de versiones matizadas de la hipótesis relativista. Centrándonos en la Premisa 1 del argumento a favor de la relatividad lingüística, podemos tomar las ideas de Jackendoff (1996) o las de Clark (1998), examinadas en el Capítulo 2, como una base mínima para la admisión de formas no radicales pero tampoco triviales de impacto del lenguaje en el dominio de la cognición metafórica. Jackendoff defiende que, aunque no pensamos con palabras y aunque la dirección principal de la influencia causal es pensamiento→len­ guaje, existen varias formas en las que el lenguaje nos ayuda a pensar. Todo lo que dice se aplica a la relación entre el lenguaje metafórico y el pensamiento metafórico: el lenguaje metafórico nos ayuda a pensar metafóricamente. Una de las formas en las que, según Jackendoff, el lenguaje ayuda a pensar concierne al vínculo lenguaje-conciencia. Sostiene que, aunque la mayor parte del pensamiento humano es inconsciente (en esto coincide con L&J) y aunque el pensamiento abstracto no depende del lenguaje, el pensamiento abstracto consciente sí que precisa del lenguaje. Además, la conciencia permite atender selectivamente a aspectos de un asunto, lo que también afecta a la memoria. Por tanto, varios dominios cognitivos se ven afectados «en cascada». Esta forma de impacto se relaciona con la más sobresaliente de entre las señaladas por Clark (1998), la que concierne al fenómeno de la metacognición. Aquí el lenguaje toma la iniciativa hasta el punto de crear una nueva forma de pensamiento: el pensar acerca del pensar. Clark sostiene que la metacognición sería imposible sin el lenguaje y que este está directamente involucrado en los procesos metacognitivos. Una posible forma de neowhorfismo inspirada en esta idea sostendría que al menos el pensamiento metafórico deliberado, consciente y reflexivo depende constitutivamente de la lengua. Eso explicaría por qué hay expertos en think tanks fraguando metáforas para fines políticos. El mensaje de Lakoff a los demócratas es que deben hacerse más conscientes de su uso de expresiones metafóricas (atendiendo a sus detalles) para recobrar el control de su pensamiento. Es plausible que se puedan cambiar las metáforas de los otros a través de un adiestramiento inconsciente por medio del bombardeo lingüístico. Pero también es plausible que se puedan cambiar o cuestionar las metáforas propias atendiendo a su manifestación lingüística. Como vimos, aparte de la metacognición, Clark señala otras seis funciones supracomunicativas del lenguaje, relacionadas con el aumento de memoria, la atención, la manipulación de datos complejos, etcétera. En conjunto, apuntan a un impacto cognitivo del lenguaje nada trivial. Todas sus consideraciones se aplican al lenguaje metafórico.

Lenguaje, pensamiento y metáfora

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5.6. ¿Qué se entiende por «lenguaje metafórico»? He subrayado a menudo con anterioridad que algunas de las discrepancias en el debate sobre la relación entre el lenguaje y el pensamiento se deben a oscilaciones acerca de qué se entiende por «lenguaje» y/o «pensamiento». Por eso, a menudo ayuda concentrarse en el valor efectivo de las etiquetas empleadas: ¿por «pensamiento» se entiende «percepción», «razonamiento», «memoria», «atención» o qué otra cosa?; ¿por «lenguaje» se entiende «fonología», «léxico», «gramática» o qué exactamente?; ¿solo los aspectos formales, o se incluye la semántica?; ¿es la pragmática parte del lenguaje? Una afirmación recurrente dentro del enfoque cognitivo es que, al contrario que los enfoques tradicionales, se basa en evidencias empíricas, no en definiciones (Lakoff, 1993: 202; Lakoff & Turner, 1989: 137-138). Sin embargo, eso es bastante dudoso. Las cuestiones conceptuales son ineludibles e inseparables de las empíricas. En ocasiones, el énfasis en el carácter cognitivo más que lingüístico de las metáforas se desprende de una concepción demasiado estrecha del lenguaje por parte de estos autores, lo que hace sospechar que la discrepancia entre el enfoque cognitivo y el neowhorfismo es más terminológica que de fondo. Un buen ejemplo lo tenemos en el siguiente pasaje: «Esa es una proferencia autocontradictoria.» Hablando estrictamente, lo que uno profiere son secuencias de sonidos. Las secuencias de sonidos, en sí mismas, no tienen propiedades lógicas y, por tanto, no pueden ser autocontradictorias. Pero por metonimia entendemos «proferencia» como refiriéndose al contenido conceptual expresado por la proferencia, y es de ese contenido conceptual de lo que se está afirmando que es autocontradictorio. De modo similar, en una oración como «Esas palabras son tontas», las palabras se toman como refiriéndose, vía metonimia, al concepto expresado por las palabras, que son llamadas tontas. […] Las palabras son secuencias de sonidos que expresan convencionalmente conceptos que están dentro de esquemas conceptuales. […] Lo que es significativo no son las palabras, las meras secuencias de sonido pronunciadas o las secuencias de letras en una página, sino el contenido conceptual que las palabras evocan. Los significados están así en las mentes de la gente, no en las palabras sobre la página. (Lakoff & Turner: 108-109)

Ahí no solo se reivindica un ya de por sí polémico mentalismo semántico internista, esto es, la idea de que el significado reside en la mente individual aislada, sino un modo revisionista e implausible de individualizar las palabras. Si las palabras fuesen «meras secuencias de sonidos o secuencias de letras en la página», tendríamos la misma palabra en los usos normales de «Me senté en un banco» y «Saqué mi dinero del banco» y no, como parece, palabras homóninas distintas. Los autores adoptan una definición de «palabra» según la cual el significado no es un rasgo individualizador o constitutivo, sino una propiedad inesencial de

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La relatividad lingüística las palabras. Es cierto que decimos que una palabra expresa un significado, pero no implicamos que la relación de expresar sea externa, que tendríamos la misma palabra aunque expresara un significado diferente. De una mera secuencia de sonidos no se dice que es una palabra (aunque tenemos la expresión «palabras vacías»). Y cuando decimos que las palabras de alguien son tontas o que una emisión es autocontradictoria, nos estamos refiriendo a las palabras en tanto que individualizadas en parte por sus propiedades semánticas, no a los conceptos en su mente. Podemos remontar este enredo conceptual a un momento fundacional de la reflexión occidental sobre el lenguaje. Como vimos en el apartado 3.1, al comienzo del De interpretatione Aristóteles esboza una teoría triangular cuyos vértices son los sonidos vocales (y las marcas escritas), las afecciones del alma y las cosas reales. Pero eso no quiere decir que los sonidos puedan ser tomados como palabras con independencia de su pertenencia al triángulo. Al contrario, solo se pueden considerar auténticas palabras en tanto que forman parte de un entramado semiótico. La afirmación de que la metáfora no es un asunto primariamente lingüístico sería, en efecto, trivial si de antemano le arrebatásemos al lenguaje su dimensión semántica. Que yo sepa, nadie ha defendido un enfoque puramente fonológico de la metáfora, que esta sea un asunto de meros sonidos o, en el caso de la escritura, de mera ortografía. En la medida en que ese sea el rival de los defensores del enfoque cognitivo, se trata claramente de un espantajo. Tanto Whorf como el neowhorfiano típico sostienen que el impacto cognitivo de la lengua se produce, sobre todo, a través de la codificación semántica, asumiendo que el significado es una propiedad constitutiva o esencial de las palabras y que las pautas semánticas varían de lengua a lengua. Así, Lucy (1992b) afirma que su investigación se va a centrar en «la estructuración formal del significado en la lengua» y que no se va ocupar en absoluto del nivel fonológico y «solo indirectamente de los usos sociales del lenguaje» (Lucy, 1992b: 7). Por otro lado, la controvertida concepción internista del significado no supone una diferencia fundamental entre L&J y el neowhorfiano típico. Aunque la lengua es pública, se asume que cada hablante la incorpora de algún modo en su mente-cerebro. Después de todo, muchos neowhorfianos son psicolingüistas que piensan que, cuando la lengua ha hecho su trabajo en la ontogénesis o, aceptando que nunca cesa de fomentar hábitos de pensamiento, si se hace un corte temporal, se puede decir que lo que las palabras expresan está en la mente individual, cualquiera que sea su formato. Por eso, en cuanto a la tendencia a desplazar lo semántico a la mente, ambos enfoques se pueden llamar «cognitivos». Sin embargo, sigue en pie la cuestión que más interesa a los neowhorfianos y que ellos asocian con una forma de supeditación del pensamiento al lenguaje: en qué medida los modos de pensar individuales dependen de la adquisición y el uso continuado de las codificaciones semánticas de una lengua pública. Los partidarios del enfoque cognitivo no siempre adoptan una visión tan estrecha de las palabras. A veces aceptan que una expresión tiene su

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significado convencional literal esencialmente, pero solo el que concierne al dominio origen. Cuando la expresión se usa metafóricamente, intervendría ya el pensamiento (Lakoff & Turner, 1989: 138). De nuevo, eso parece arbitrario. Por ejemplo, en la medida en que una metáfora como LA VIDA ES UN DÍA (encarnada en expresiones como «El maestro está en el ocaso de sus días») es convencional, puede considerarse que forma parte del castellano, y solo como resultado de ello llega a formar parte también de las mentes de sus hablantes.

5.7. Relatividad lingüística moderada y metáfora En este capítulo he tratado de mostrar que la llamada teoría «cognitiva» de la metáfora no es tan cognitiva como la pintan sus principales promotores. Un examen atento muestra no solamente su básica compatibilidad con el neowhorfismo, sino su potencial para colaborar en la causa de defender el impacto de las lenguas y de su diversidad sobre al menos algunos dominios cognitivos. En el apartado 5.2 vimos que algunos neowhorfianos resaltan el impacto de la diversidad lingüística metafórica sobre la cognición metafórica, adoptando un enfoque sobre la metáfora basado en el de L&J, obviando las declaraciones de estos a favor de la prioridad y autonomía del pensamiento con respecto al lenguaje. Globalmente, el enfoque de L&J parece más un aliado que un enemigo del neowhorfismo, ya que no solo comparten ambos ideas importantes, sino que se enfrentan a los mismos enemigos principales. De hecho, teniendo en cuenta que, al menos implícitamente, L&J admiten efectos en la dirección lengua→pensamiento, su enfoque puede verse de un modo natural como una variante del neowhorfismo contemporáneo, que pone las metáforas en el corazón del debate sobre el posible impacto del lenguaje y de las lenguas sobre el pensamiento humano. La compatibilidad no es, claro está, con la tesis fuerte de que el pensamiento metafórico está determinado por el lenguaje metafórico, que sería la versión radical de ICL, aplicada a la metáfora. Tanto la teoría cognitiva como el neowhorfismo defienden aproximaciones dinámicas o interactivas al lenguaje y al pensamiento, con la posible inclusión de otros factores relevantes como la cultura o la experiencia corporal. Por supuesto, es posible admitir que son varios los factores que intervienen y argumentar que existe una asimetría en cuanto al peso relativo de cada factor. Los neowhorfianos otorgan un gran peso al lenguaje, a la diversidad lingüística y a la base cultural de esta última, mientras que L&J suelen destacar mucho más los papeles del cuerpo y del cerebro. Por tanto, la diferencia parece ser de grado o de énfasis, no de principio. No creo que el peso real de los diferentes factores pueda ser decidido a priori. Pese a lo enredoso de las cuestiones conceptuales que hay que aclarar, o al alcance de las cuestiones filosóficas involucradas, la relación entre la diversidad lingüística y la diversidad cognitiva pa-

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La relatividad lingüística rece una cuestión en buena medida empírica o contingente, inserta en una cuestión más amplia sobre el tipo de híbrido biológico-lingüísticocultural que son los seres humanos. De hecho, una ventaja de considerar la teoría de la metáfora de L&J como una variante moderada del neowhorfismo es que ello permite usarla como antídoto contra un aspecto polémico del whorfismo clásico, o al menos de su caricatura popular, el determinismo lingüístico. Desde el comienzo vengo insistiendo en que la relatividad lingüística, a la vez que pone el foco en una posible fuente importante de condicionamiento cognitivo, puede matizarse de diversos modos para ofrecer una imagen no alienada, sino emancipadora, del pensamiento humano. Podemos ahora recopilar todos esos modos de moderación, concretándolos en un dominio como el de las metáforas en el que se manifiestan de un modo especialmente claro. El pluralismo cognitivo. La tesis de que un concepto típico es estructurado por varias metáforas que permiten hacer inferencias distintas y a veces hasta en conflicto permite incorporar al caso monolingüe lo que Whorf, debido a una concepción excesivamente holística de la lengua y de su impacto cognitivo, postuló como alcanzable solo gracias al multilingüismo: la idea de que existen rutas para la emancipación del pensamiento con respecto a los esquemas lingüísticos particulares. Si, como afirman L&J, el concepto amor es bastante informe o caleidoscópico considerado «en sus propios términos», pero se estructura en inglés gracias a más de una docena de metáforas entre las que es posible elegir, entonces, incluso si fuera imposible pensar sin lenguaje, un hablante del inglés no estaría obligado por su lengua a pensar un asunto amoroso de cierta forma, pues tampoco está obligado a hablar de él de una sola forma. El pluralismo metafórico en tanto que fenómeno lingüístico puede verse como un caso particular de lo que en el apartado 3.2 llamé «diversidad intralingüística». Las diversas metáforas convencionales en un dominio pueden verse como variantes (a veces ideológicamente interesadas) o microformas alternativas de hablar. Lo importante cognitivamente es que un hablante competente normal absorbe esas múltiples variantes en su repertorio individual, produciéndose una correspondiente diversidad lingüística intraindividual que podría tener como impacto una correlativa diversificación en los conceptos con los que un individuo puede pensar y razonar acerca de un cierto dominio. El fundamento experiencial de las metáforas. L&J inciden en la fundamentación de las metáforas en la experiencia corporal prelingüística como garantía de un alto grado de universalidad, al constreñir fuertemente esa experiencia la diversidad del lenguaje y el pensamiento metafóricos en un dominio. De acuerdo con ellos, una parte importante de nuestro equipamiento conceptual se deriva casi inevitablemente de nuestra naturaleza común. Eso no implicaría que fuese «objetivo» con respecto al mundo, pero sí un alto grado de intersubjetividad que permitiría tender puentes entre lenguas y culturas. Por supuesto, los

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neowhorfianos ponen un énfasis mucho menor en los factores universales y destacan en cambio lo diverso en el lenguaje y el pensamiento humanos, pero en el apartado 4.4.2 vimos que Whorf mismo admitió un nivel gestáltico de estructuración prelingüística universal de la experiencia. Estamos aquí ante una versión de RL2 a la que, si acaso, algunos neowhorfianos pueden reprocharle un exceso de insistencia en la parte del pensamiento que se supone que es autónoma con respecto al lenguaje. La eficacia casi inmediata de las metáforas. La insistencia de L&J en el carácter estable o convencional de la mayoría de las metáforas que usamos para pensar parece poner límites a la flexibilidad cognitiva. Pero cabe destacar la facilidad con la que adoptamos algunas metáforas. Haden Elgin (2000) ofrece distintos ejemplos de metáforas que funcionan eficazmente casi al instante. Así, señala que ella misma dejó de considerar negativamente a la gente que no apagaba el televisor cuando recibía visitas en cuanto escuchó a alguien emplear la metáfora: EL TELEVISOR ES LA MODERNA CHIMENEA; o que ayuda a entender el fundamento de la medicina china cambiar nuestra metáfora convencional EL CUERPO ES UNA MÁQUINA (Y EL MÉDICO ES UN MECÁNICO) por la metáfora EL CUERPO ES UN JARDÍN (Y EL MÉDICO ES UN JARDINERO). Por supuesto, no se trata de negar la inercia de los modos de hablar-pensar metafóricamente. Es posible adoptar un compromiso entre la fuerza del hábito, que se manifiesta en la resistencia a abandonar nuestras viejas metáforas, y la relativa facilidad para enriquecer nuestro repertorio metafórico. Los efectos orwellianos examinados en el apartado 5.5.2 implican tanto la resistencia al cambio como que este es casi siempre posible. Con respecto al lenguaje metafórico, las lenguas pueden influirnos, pero no estamos (como se sugiere en Sapir, 1929) «a su merced». La creatividad metafórica. El énfasis en la convencionalidad o estabilidad de las metáforas aproxima el enfoque de L&J al de Whorf (1939b), quien sugiere que el impacto cognitivo de la lengua se produce en buena medida a través de metáforas incrustadas en la lengua. Sin embargo, un rasgo del enfoque de L&J implica mayor flexibilidad. Una vez que una proyección metafórica está ahí, cualquier hablante normal puede ampliarla por su cuenta, estableciendo correspondencias nuevas e imprevistas entre los dominios fuente y diana. La metáfora convencional EL TIEMPO ES DINERO, por ejemplo, permite inventar expresiones como «banco de tiempo», que pueden acabar convirtiéndose en moneda corriente y cambiando el modo de pensar y de vivir de mucha gente. En general, la creatividad metafórica (extensión, elaboración, cuestionamiento y composición de metáforas; cfr. Lakoff & Turner, 1989) permite una enorme flexibilidad cognitiva. Un grado de flexibilidad ulterior puede plantearse cuando se resalta la permanente posibilidad de adoptar metáforas completamente nuevas a través del préstamo cultural-lingüístico o mediante actos de creación individual.

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La relatividad lingüística Conciencia y metacognición. Por último, si se extiende a los conceptos estructurados metafóricamente la idea de Jackendoff de que el lenguaje es lo que hace conscientes nuestros conceptos abstractos, permitiendo prestar atención selectiva a sus detalles, y la idea relacionada de Clark según la cual el lenguaje (incluyendo el metafórico) crea una nueva forma de pensamiento, el pensamiento metacognitivo o pensar acerca del pensar, se abriría paso la hipótesis de que el lenguaje metafórico es lo que permite adquirir un cierto control cognitivo sobre las metáforas que usamos para pensar, desechando alguna de ellas en ciertos contextos, eligiendo deliberadamente en una ocasión el uso de una de las que componen nuestro amplio repertorio, extendiendo una de ellas en una cierta dirección para obtener nuevas inferencias que nos permitan apuntalar nuestros puntos de vista en un argumento o fundamentar nuestros valores, etcétera. En definitiva, encontramos en la teoría de la metáfora de L&J distintas rutas para la defensa del neowhorfismo, entendido como la tesis de que existen efectos cognitivos diferenciales de las lenguas que son al mismo tiempo plausibles e interesantes. A la vez, este enfoque nos permite compaginar con la hipótesis de la relatividad lingüística la idea de que la mente humana tiene un alto grado de flexibilidad y de adaptabilidad.

6

Dos variaciones externistas

6.1. Internismo y externismo: definiciones y variedades En este capítulo introduciré algunas ideas filosóficas que considero relevantes para enriquecer el debate sobre la relación entre el lenguaje y el pensamiento. Desde el comienzo nos viene asaltando la dificultad de delimitar de modo no problemático los relata debido a la pluralidad de enfoques existentes. Aquí trataré de aclarar la cuestión a través de la distinción entre modelos internistas y externistas del lenguaje y de la mente. En varias disciplinas filosóficas se viene usando desde mediados de los años setenta del siglo xx la dicotomía internismo-externismo para distinguir entre enfoques acerca de los conceptos clave de esas disciplinas. En la filosofía del lenguaje se emplea para clasificar enfoques sobre el significado y la determinación de la referencia. El tópico es que la semántica tradicional fue internista y que autores como Saul Kripke o Hilary Putnam cambiaron la ortodoxia a favor de una perspectiva externista alternativa, sin que falten en la actualidad internistas militantes como John Searle (cfr. Searle, 1983: 289). En la filosofía de la mente se usa la distinción para clasificar enfoques sobre los estados mentales, en particular sobre el contenido de estados como las creencias o los deseos. Burge (1979) es fundacional en la defensa del externismo sobre la naturaleza de los contenidos mentales. La Teoría de la Mente Extendida, inaugurada por Clark & Chalmers (1998), es un tipo de externismo psicológico más reciente, acerca de los vehículos de los estados y procesos mentales. Puesto que este libro versa sobre el lenguaje, el pensamiento y su relación, esos son los debates que más nos interesan. Pero también en la epistemología se usa con frecuencia la

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La relatividad lingüística dicotomía para clasificar enfoques sobre el conocimiento o la justificación de las creencias1. A pesar del éxito y la transversalidad de la dicotomía, no debemos olvidar que se basa en una metáfora espacial (lo interno y lo externo; lo de adentro y lo de afuera), a través de la cual se trata de explicar fenómenos abstractos y difíciles de entender en sus propios términos. En realidad, lo que se suele suponer que determina esos fenómenos, en los enfoques internistas, es algo que está literalmente dentro de contenedores como el cráneo o el cuerpo. Sin embargo, expresiones corrientes como «abrir la mente», «ser estrecho de mente» o «darle vueltas a una idea» son claramente metafóricas. Podemos aceptar, con Lakoff & John­ son, que las metáforas no son necesariamente dañinas en filosofía, ya que el pensamiento abstracto en general se apoya en metáforas y tratar de filosofar sin ellas sería empobrecedor o incluso imposible. Al menos, en los debates actuales no se trata de etiquetas puestas desde afuera, sino que son en general asumidas por los propios protagonistas para ubicar sus enfoques frente a los rivales. Sin embargo, también son aplicadas a autores clásicos como Descartes o Locke, que se consideran internistas paradigmáticos, para los cuales son heterodenominaciones, esto es, etiquetas que ellos nunca pensaron en autoaplicarse. Las nociones de internismo y externismo no son categorías de la razón pura que permitan ordenar parcelas de la reflexión filosófica desde un punto de vista neutral y objetivo, sino más bien herramientas para tratar de entender fenómenos complejos y elusivos. Concibo esas nociones como recursos analíticos provisionales que deben usarse con precaución y en tanto que nos ayuden a comprender los asuntos de que se trate, que pueden ser cuestionados y que debemos abandonar en cuanto percibamos que no dan más de sí. Además, las metáforas pueden sufrir un desgaste por el uso que les quita parte de su poder de seducción filosófica. Tampoco es evidente que en todas las áreas en las que la dicotomía ha parecido aplicable se haya aplicado del mismo modo, aunque los debates comparten un aire de familia. La distinción se ha mostrado productiva en áreas muy diversas, pero no es fácil dar definiciones generales no controvertidas de los términos en liza. Grimaltos & Iranzo (2009: 33) incluso afirman que no existen definiciones generales de «externismo» e «internismo», sino que la distinción debe ajustarse a cada ámbito en el que se aplique. A mi juicio, se pueden dar definiciones generales, pero es cierto que cabe ser internista o externista en un ámbito sin que ello obligue, en general, a adoptar la misma postura en otro ámbito. Trataré de aproximarme a definiciones precisas a través de la consideración crítica de algunas definiciones establecidas que no me parecen lo bastante buenas, pero que señalan el camino, y a través de algunas preguntas que pueden ayudar a distinguir especies dentro de los

1   Según Grimaltos & Iranzo (2009), este debate se centra en la justificación de las creencias y gira en torno a si lo que determina la justificación está al alcance del sujeto por introspección o reflexión.

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géneros internismo y externismo. Comienzo con una definición que tiene el inconveniente de oscilar entre usar términos ónticos, como «dependencia» o «determinación», y usar términos lingüísticos, como «ca­rac­ terizar» o «especificar»2: Kripke, Putnam y […] Burge mantienen una posición externista. De acuerdo con el externismo semántico, los significados de las palabras y los contenidos de los pensamientos dependen de factores externos al sujeto, de factores que no pueden ser caracterizados sin mención del entorno en el que el sujeto está inserto. Para el externista, lo que yo creo es intrínsecamente dependiente de mi entorno en el sentido de que mis creencias no podrían existir y tener el contenido que tienen si sus objetos en el entorno no existiesen. A esta posición se opone el internismo: para el internismo, los pensamientos y los significados deben ser caracterizados sin hacer referencia a tales factores externos al sujeto. Los contenidos de nuestras actitudes proposicionales y los significados de nuestras palabras pueden especificarse de maneras que no requieren la existencia de ningún objeto o rasgo del entorno. (García Suárez, 1997: 129-130)

Aunque esa definición no es lo bastante general, muestra ya que uno puede ser internista o externista con respecto a varias cosas: el significado de las palabras y el contenido mental. El autor usa el término «semántico» para cubrir tanto la tesis acerca del significado (en la filosofía del lenguaje) como la tesis acerca del contenido mental (en la filosofía de la mente), pero creo que es mejor reservarlo para las tesis acerca del significado lingüístico y usar «del contenido» para las tesis sobre el contenido mental. Puesto que se puede ser internista o externista con respecto a distintas cosas (más de las que señala García Suárez), conviene tener definiciones generales y consistentemente ónticas que no hagan referencia a ámbito alguno3. El siguiente es mi primer intento.

Definiciones provisionales I: EXTx [externismo sobre x] De acuerdo con el externismo con respecto a un fenómeno x, x depende constitutivamente de (o está al menos en parte determinado por) factores del entorno en el que el sujeto está inserto.

2   Un fregeano diría que para caracterizar la referencia de «Aristóteles» hay que mencionar el objeto real Aristóteles, pero que la referencia está determinada solo por las descripciones que el hablante tiene en su cabeza. Debemos distinguir, pues, entre decir que algo está dentro de la cabeza (ni la referencia ni el sentido lo están para Frege) y decir que está determinado por lo que sucede dentro de la cabeza. 3   La caracterización de Fodor (1990) deja claro que los debates versan sobre cuestiones ónticas (sobre qué es x o en qué consiste ser x) más que epistémicas. Según el externista, incluso un ser omnisciente debería considerar factores externos para averiguar cuál es el contenido de un estado mental:

«Ni siquiera Dios podría decir, mirando solamente en tu cabeza, cuál es el contenido intencional de tus estados neurales.» Ese es un modo de resumir el enfoque «externista» del contenido. (Fodor, 1990: 124).

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La relatividad lingüística INTx [ internismo sobre x] De acuerdo con el internismo con respecto a x, x no depende constitutivamente de los factores del entorno externo en cuestión.

Un primer criterio para establecer especies surge así de contestar a la pregunta:

1.ª pregunta: ¿con respecto a qué nos declaramos internistas o externistas? De responder a esa pregunta surgen el internismo-externismo semántico (sobre el sentido o la referencia), el psicológico (sobre el contenido, los procesos mentales o la conciencia), el epistemológico (sobre la justificación), etcétera. García Suárez parece asumir que la respuesta en un ámbito se traslada automáticamente a cualquier otro en el que se plantee el debate, pero esto es falso incluso si nos circunscribimos a los ámbitos que él considera; se puede ser externista semántico y, en cambio, internista psicológico (esa parece la postura de Putnam, 1975). De hecho, cuando multiplicamos los ámbitos es más probable que uno se declare internista en algunos y externista en otros. En la filosofía del lenguaje se puede ser externista con respecto a algunos tipos de expresión e internista con respecto a otros. En la filosofía de la mente casi todo el mundo es internista con respecto a la conciencia, incluidos muchos externistas del contenido y de los procesos. Pero algunos defensores de un externismo psicológico más radical lo sostienen también para los estados mentales conscientes (Noë, 2010; Rowlands, 2010a). Históricamente, el debate se inicia en la filosofía del lenguaje a principios de los años setenta del siglo xx. Se suele aceptar que la semántica tradicional es internista, con Locke como representante clásico, Frege y Russell como figuras fundadoras del internismo contemporáneo y Searle como un promotor en las décadas sesenta-ochenta del siglo xx. El caso de Frege es especial, dado su antipsicologismo, la idea de que las representaciones privadas no constituyen el significado de las palabras, sino solo su «color». ¿En qué sentido puede decirse entonces que Frege fue un internista? La clave reside en la noción de determinación, que es, con la de dependencia, la más usada en la caracterización del internismo. Frege defendió explícitamente que el sentido determina la referencia: dos expresiones con el mismo sentido tendrán la misma referencia, pero no viceversa. Si se añade que el sentido debe ser «captado» por un hablante para que este pueda considerarse un usuario competente de una expresión, y se liga la captación a la psicología del hablante, como suelen hacer los fregeanos, entonces tanto el sentido como la referencia, aunque no estén en la cabeza del hablante individual, estarán determinados por lo que sucede dentro de ella. La variabilidad representacional de uno a otro hablante, o en un mismo hablante a través del tiempo, no es obstáculo para ello, en la medida en que permanezca constante la capacidad de captar el sentido adecuado.

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El externismo semántico es una postura más reciente, con Kripke (1972/1980) y Putnam (1975) como textos inaugurales. En ambos se percibe una de las formas en las que el externismo suele ser parcial, incluso cuando nos circunscribimos al ámbito de la semántica. Los dos lo defienden para ciertos tipos de expresiones, en particular para los nombres propios y para los términos de clase natural, y presuponen que no todas las expresiones tienen una semántica externista; esa es la base de afirmaciones como la de que el significado de «agua» no es equivalente al de la descripción definida «el líquido transparente, inodoro e insípido que calma la sed»; o la de que «Aristóteles» no es semánticamente equivalente a ninguna descripción definida no circular que pueda forjarse en el interior de la mente de un hablante competente en el uso de «Aristóteles». Tomemos un segundo par de definiciones, de Carlos Moya. Ahora el contexto es el de una introducción a la filosofía de la mente, por lo que la primera pregunta está respondida de antemano: se quiere caracterizar el internismo y el externismo psicológicos. Las definiciones son todavía más restringidas, ya que no las aplica a cualquier ámbito mental, sino específicamente al contenido de los estados mentales4. Por otro lado, se establecen en términos claramente ónticos, de determinación o dependencia: El internismo con respecto al contenido de los estados mentales es la tesis según la cual dicho contenido viene determinado exclusivamente por factores internos al individuo, bien internos a su mente, bien, si se es materialista y se acepta que las propiedades mentales son propiedades físicas o sobrevienen a ellas, por factores internos al cuerpo del individuo, en especial por las propiedades de su cerebro. (El externismo, por su parte, es la negación del internismo: según el externismo, el contenido no viene determinado exclusivamente por factores internos al individuo.) Para el internismo, pues, el contenido de los estados mentales es constitutivamente independiente de factores de carácter físico, social o de otro tipo, externos a la mente o al cerebro del individuo. El internismo se conoce también con el nombre de individualismo. (Moya, 2004: 153)

En esas definiciones se aprecia una dificultad para hacer valer la metáfora de lo interno y lo externo, que podemos formular a través de una segunda pregunta:

2.ª pregunta: ¿dónde ponemos la frontera entre lo interno y lo externo? Algunos autores (como Lakoff & Johnson) que pretenden defender un modelo de la mente que desafía los presupuestos tradicionales, sitúan

4   Moya (2004, caps. 8 y 9) y Acero (1995) son dos aproximaciones panorámicas al debate internismo-externismo sobre el contenido de los estados mentales.

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La relatividad lingüística la frontera en los límites del cerebro y afirman que el pensamiento humano está corporizado y debe ser estudiado teniendo en cuenta el tipo de cuerpo que tenemos. Contarían entonces como internistas si ponemos la frontera que decide la cuestión en la piel del individuo (aunque resaltan la interacción del cuerpo con el medio). En todo caso, los desafíos más fuertes al marco internista tradicional vienen de afirmar que los fenómenos bajo consideración dependen de factores externos también al límite corporal, o combinan la relevancia del cuerpo y del entorno como parte de un ataque a modelos que ponen el énfasis en el cerebro. Los debates filosóficos oscilan entre tomar como frontera decisiva el cuerpo o el cerebro. Las cosas se complican si incluimos versiones dualistas del internismo, lo que suele hacerse debido a las raíces cartesianas del mismo. Definiciones como la de Moya o la de Sam Guttemplan (Guttemplan, 1994: 289) corren el riesgo de inconsistencia o de petición de principio, al afirmar que el internismo no materialista sostiene que el contenido depende de factores internos a la mente. Precisamente, se trata de decidir cuál es la naturaleza de lo mental, si la mente (o ciertos aspectos de ella) depende o no de ciertos factores, así que no debemos aceptar de entrada, en las propias definiciones, que existe una mente internista indiscutida. Las definiciones generales ganarían en precisión si se renunciara a la neutralidad en el debate sobre el materialismo, considerando que pocos filósofos de la mente apelan hoy a un alma inmaterial. Pero lo habitual es apostar por definiciones neutrales de los términos. Burge prefiere las etiquetas «individualismo» y «antiindividualismo», porque la metáfora de lo interno y lo externo no permite integrar las versiones materialistas y no materialistas de lo que llama «individualismo». Sus denominaciones se basan en la distinción supuestamente más intuitiva y menos metafórica entre el individuo y los factores no individuales (físicos o sociales) en la caracterización de un cierto fenómeno (Burge, 2006: 154). Pero el problema resurge porque un externista no tiene por qué asumir de entrada que los límites de un individuo son los tradicionales, sino que puede sostener, por el contrario, que los individuos están constituidos en parte por sus relaciones con los demás y con su medio. En las definiciones de Burge se aprecian los malabarismos para cubrir en una definición general a los internismos materialistas y a los no materialistas, en particular a Descartes: El individualismo es la postura de que los tipos de estados y sucesos mentales de una persona o animal –incluyendo los tipos intencionales o representacionales del individuo– pueden individuarse en principio con total independencia de las naturalezas de los objetos, propiedades o relaciones empíricas (exceptuando las que se dan en el propio cuerpo del individuo, en enfoques materialistas y funcionalistas) – y similarmente no dependen de las naturalezas de las mentes o actividades de otros individuos (no divinos). Las naturalezas mentales de todos los estados y sucesos mentales de un individuo son tales que no hay una relación individuativa necesaria o profunda entre que el individuo esté en estados o

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en sucesos en curso con esas naturalezas y la naturaleza de los entornos físico y social del individuo. (Burge, 1986a: 193)

Reformularé las definiciones, dejando la cuestión de la frontera o límite interno-externo como algo que hay que decidir en cada caso; f es una variable para fronteras:

Definiciones provisionales II: EXTxf D  e acuerdo con el externismof sobre x, x depende constitutivamente de (o está al menos en parte determinado por) factores externos a f (x no podría ser lo que es en ausencia de tales factores). INTxf De acuerdo con el internismof sobre x, x no depende constitutivamente de factores externos a f (x podría seguir siendo lo que es con independencia de tales factores; x depende exclusivamente de factores internos a f).

Podemos distinguir, dentro del materialismo, entre la dicotomía internismocerebro vs. externismocerebro y la dicotomía internismocuerpo vs. externismocuerpo. Resultará que el internismocuerpo es una especie de externismocerebro, ya que la frontera corporal es más externa. También es posible alejarse del internismocerebro cruzando sucesivas fronteras. Los defensores de la idea de la cognición extendida afirman que a veces los vehículos del pensamiento incluyen elementos corporales extracerebrales, como al contar con los dedos, y otras incluyen elementos extracorporales, como al contar con lápiz y papel. Otro aspecto central de los debates puede plasmarse en forma de una nueva pregunta:

3.ª pregunta: ¿qué aspectos del entorno externo se consideran relevantes? La palabra «entorno» es vaga. Al decir que x depende del entorno se suele estar pensando en rasgos concretos del mismo. En los debates habituales, se evalúan dos tipos de factores: 1) factores del entorno social, como la presencia de expertos; 2) factores del entorno natural, incluida la interacción causal con ciertas sustancias. Se distingue así entre dos especies de externismo: social y natural. Una vez más, aquí uno no tiene por qué ser externista a secas. Aunque tanto Putnam como Burge se declaran externistas tanto sociales como naturales, los argumentos para una y otra especie son distintos y difieren en cuanto a su plausibilidad y a sus presupuestos filosóficos. El externismo natural parece obligar a compromisos metafísicos (como el esencialismo acerca de los géneros naturales), con respecto a los cuales el externismo social puede permanecer neutral. Otro factor que a veces se considera es el histórico. Las defensas del externismo suelen incluir un elemento temporal. En el caso de Kripke, la cadena histórico-causal que se remonta hasta el bautizo de cierto individuo se considera un factor deter-

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La relatividad lingüística minante de la referencia de los usos actuales de «Aristóteles». Para Putnam, el hecho de que «agua» tenga como extensión las muestras de H2O está en parte determinado por los encuentros anteriores de miembros de una comunidad con muestras de esa y no de otra sustancia. Podemos poner guiones para caracterizar tipos de externismo que combinan varios factores: externismo histórico-social, externismo histórico-natural, etcétera. En resumen: no se caracteriza a una postura como internista o externista en general, sino solamente en relación con al menos tres variables: — U  n ámbito: una postura con respecto a x no implica otra con respecto a y. — Una frontera: una postura en relación a la frontera f no implica otra en relación a f’. — Un factor del entorno: una postura con respecto a e no implica otra con respecto a e’. Las definiciones generales que recogen todo lo anterior son las siguientes: EXTxfe D  e acuerdo con el externismof de tipo e sobre x, x depende constitutivamente de (o está al menos en parte determinado por) factores de tipo e externos a f (x no podría ser lo que es en ausencia de tales factores). INTxfe D  e acuerdo con el internismof de tipo e sobre x, x no depende constitutivamente de factores de tipo e externos a f (x podría ser lo que es con independencia de tales factores; x depende exclusivamente de factores internos a f). [INTxf: x no depende de ningún factor externo e.]

Doble flexibilidad del externismo frente al internismo Las formulaciones más comunes del externismo adoptan una cierta «modestia» estratégica que lo haría más débil y flexible que el internismo, en un doble sentido: a. El externismo es sobre algunos x, el internismo es sobre todos los x de un dominio X. Como vimos, el externismo con respecto a un cierto ámbito puede ser parcial en el sentido de no aplicarse más que a algunas entidades de ese ámbito. Kripke y Putnam defienden posturas externistas acerca del significado o la referencia de ciertas clases de expresiones, pero admiten que el significado o la referencia de otras sí están determinados por factores internos. Sin embargo, tal como se suelen establecer las reglas del juego, se supone que el internista está comprometido con la tesis de que todas las expresiones tienen un significado determinado exclusivamente por factores internos. Eso explica por qué los argumentos de Kripke o Putnam están basados en casos particulares. Basta con

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abrir una brecha en el marco internista para que el externista pueda defender su causa, mientras que esas reglas del juego obligan al internista a defender la tesis general. b. El externismo apela a lo interno y a lo externo; el internismo solo a lo interno. Una segunda forma en la que el externista puede ser modesto y gozar de mayor flexibilidad explicativa tiene que ver con cómo interpretar el célebre eslogan de Putnam: Los significados no están en la cabeza. El eslogan parece sugerir que el externista tiene que afirmar que los significados (o lo que se esté considerando) no tienen nada que ver con lo que pasa dentro de la cabeza, que están completamente fuera de la cabeza, una tesis que solo un externista extremo, por ejemplo un conductista que negase la existencia de lo interno, estaría dispuesto a aceptar. El externista suele defender una tesis más débil, de interacción entre lo interno y lo externo, o de individuación mixta de los fenómenos en disputa, que se recoge mejor, aunque con menor fuerza y eufonía, en el eslogan: Los significados (o lo que sea) no están enteramente en la cabeza, o determinados por lo que sucede en el interior de la cabeza, o de la frontera f que se considere pertinente. El tipo usual de externista afirma que para explicar el fenómeno x es preciso apelar tanto a factores internos como a factores externos, o a la interacción de ambos. Seguiré ese modo de ver las cosas, pero en principio podría haberse considerado que una postura que sostiene que en la determinación de x intervienen tanto factores internos como externos es mixta o híbrida. Recuérdese que esta opción terminológica es convencional, y que podría haberse considerado que el externismo es una postura que apela solamente a factores externos, al igual que el internismo apela solamente a fac­ tores internos. Ambas formas de flexibilidad del externismo son destacadas por Hurley (2010) para el caso particular del externismo psicológico: El internismo pretende caracterizar todos los estados mentales y el externismo niega que esa pretensión se sostenga sin pretender a su vez caracterizar todos los estados mentales. El externismo tiene así una menor carga de la prueba que el internismo: el externismo se reivindica proporcionando contraejemplos contra el internismo, pero el internismo no se reivindica proporcionando contraejemplos contra el externismo. […] Este presupuesto se aplica a todas las variedades consideradas. El externismo tiene también una carga menor de la prueba que el internismo de una segunda forma. Las explicaciones internistas pueden apelar solo a factores internos. Pero las explicaciones externistas pueden apelar a factores tanto internos como externos; típicamente son externistas en virtud de extender el explanans para incluir factores externos que interactúan con factores internos. (Hurley, 2010: 147)

Una obra prototíptica del internismo sobre los estados y procesos mentales en la filosofía de la mente es Fodor (1980). El siguiente pasa-

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La relatividad lingüística je resume el trasfondo filosófico asumido por la Ciencia Cognitiva «ortodoxa» de los años setenta-ochenta del siglo xx: […] la teoría computacional de la mente […] exige que dos pensamientos puedan ser distintos en contenido solo si pueden ser identificados con representaciones formalmente distintas. […] la condición de formalidad […] equivale a una especie de solipsismo metodológico. Si los procesos mentales son formales, entonces solo tienen acceso a las propiedades formales de las representaciones del entorno que los sentidos proveen. Por tanto, no tienen acceso a las propiedades semánticas de tales representaciones, incluyendo la de ser verdaderas, la de tener referentes o, de hecho, la de ser representaciones del entorno. […] se permite que las representaciones mentales afecten a la conducta en virtud de su contenido, pero se mantiene que las representaciones mentales son distintas en contenido solo si son también diferentes en forma. (Fodor, 1980: 227ss.)

Fodor se inspira en la sección de Putnam (1975) titulada «“Estado psicológico” y solipsismo metodológico». Ahí Putnam acepta, para los propósitos del argumento, un modelo de lo mental que retrotrae a Descartes según el cual ningún estado psicológico propiamente dicho presupone la existencia de otro individuo que no sea aquel al que se atribuye el estado. En realidad, afirma que el solipsismo psicológico es un supuesto de la psicología tradicional y sugiere que él mismo no lo aceptaría, por formar parte de un programa restrictivo «que limita de forma deliberada el alcance y la naturaleza de la psicología para cuadrar con ciertas ideas mentalistas preconcebidas», o incluso «con una reconstrucción idealista del conocimiento y del mundo» (Putnam, 1975: 137). Acuña entonces una distinción entre estados psicológicos en sentido estrecho, acordes con el supuesto solipsista, y en sentido amplio. Fodor y otros hablarán de contenidos estrechos y amplios. A pesar de que no se compromete él mismo con una filosofía de la mente que adopte ese supuesto, Putnam procede a argumentar como si fuese legítimo y como si el marco tradicional pudiese ser atacado solamente en el plano del lenguaje, dejando intacta la visión solipsista de la mente. Puesto que argumenta que el significado de ciertas expresiones sí que presupone la existencia de otras cosas en el entorno del hablante, incluidos otros individuos, cabe resumir la diferencia entre la concepción tradicional y la suya de este modo: tradicionalmente, tanto los estados mentales como los significados de las palabras se caracterizan de modo internista, mientras que Putnam separa las cosas, aceptando de modo provisional el internismo de lo mental o supuesto del solipsismo metodológico, a la vez que rechaza de plano el internismo semántico5. Sus experimentos mentales se basan precisamente en equiparar los estados psicológicos de los duplicados o gemelos molécula-a-molécula que nos pide imaginar, variar entonces las circunstancias externas y 5   Con posterioridad, en parte debido a las críticas de Burge, Putnam defenderá el externismo tanto para el contenido mental como para el significado lingüístico (cfr. Putnam, 1994: 511).

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argumentar que los significados de las palabras que usan son diferentes, esto es, que, a pesar de su equivalencia psicológica o interna, los hablantes no son equivalentes semánticamente. La principal diferencia entre Putnam (1975) y Burge (1979) reside en el ámbito en el que plantean el debate primariamente. Burge (1979) es un texto clave para explicar el tránsito en los años ochenta del siglo xx de plantear el problema como una cuestión que atañe exclusivamente al significado y que, por eso, interesa a la filosofía del lenguaje, a plantearlo también como una cuestión sobre la naturaleza de los estados mentales y sus contenidos, relevante para la filosofía de la mente. Cabe resumir las diferencias entre el enfoque tradicional, el que se asume en Putnam (1975) y el de Burge en términos de la respuesta a dos preguntas: 1) ¿Se acepta la tesis del reflejo, según la cual los significados lingüísticos sirven exclusivamente para expresar los contenidos de los estados mentales de los hablantes, de modo que la postura (internista o externista) adoptada para los contenidos se traslada automáticamente a la postura que adoptemos para los significados? 2) ¿Se acepta el internismo de lo mental o presupuesto del solipsismo metodológico? El internismo mentalista tradicional responde afirmativamente a 1) y a 2): se refleja en el SIGNIFICADO CONTENIDO MENTAL LINGÜÍSTICO no depende del no depende del ENTORNO (social, natural, histórico-biográfico…)

El externismo solamente semántico desvincula las condiciones constitutivas del contenido mental de las del significado, lo que implica renunciar a la tesis del reflejo: CONTENIDO MENTAL no depende del

SIGNIFICADO LINGÜÍSTICO depende del

ENTORNO

Eso no implica que lo interno no tenga nada que ver con el significado de las expresiones lingüísticas. Para Putnam determina el estereotipo, esto es, lo que un hablante competente está obligado a conocer sobre el significado de las palabras que emplea. Lo que implica es que el significado depende también de factores externos: la comunidad a la que uno pertenece (en la que existe una división del trabajo lingüístico, de modo que solo un subgrupo de hablantes conoce las condiciones de aplicación de ciertas palabras) y el entorno natural en el que la comunidad habita.

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La relatividad lingüística Burge sugiere un cuestionamiento más radical del marco internista tradicional. En vez de responder «Sí» a 2) y «No» a 1), como hace Putnam, responde «No» a 2) y «Sí» a 1), esto es, niega el internismo de lo mental, apostando por una postura externista tanto en la filosofía del lenguaje como en la filosofía de la mente, pero cuya base, a través de la tesis del reflejo, se halla en la segunda: los significados de las expresiones tienen una naturaleza externista de modo derivado, porque expresan estados mentales que tienen de modo original condiciones de individuación externistas. El esquema sería: CONTENIDO se refleja en el SIGNIFICADO MENTAL LINGÜÍSTICO depende del depende del ENTORNO

Es importante destacar que la mayoría de las posturas examinadas en capítulos anteriores adoptan un «internismo acerca del resultado final». La principal diferencia entre los defensores de ICL y de RL y sus detractores tiene que ver con el papel del lenguaje y de la diversidad lingüística en que el pensamiento individual internamente considerado haya llegado a ser como es. Para el neowhorfiano típico, aunque la lengua pública afecta al desarrollo de la cognición individual, el resultado del impacto equivale a un internismo sincrónico, acerca de qué determina los estados o procesos mentales aquí y ahora, con independencia de las influencias externas previas sobre los mecanismos subyacentes. Lo que suele defender el neowhorfiano es que la lengua hace su labor moldeadora del pensamiento, bien en un momento temprano del desarrollo cognitivo, bien a lo largo de toda la vida, reforzando o debilitando hábitos de pensamiento a través del fomento o inhibición de hábitos lingüísticos. Pero, una vez hecho el trabajo, suponen que el pensamiento resultante posee sus potencialidades de un modo internista. Por el contrario, los dos tipos de externismo que examinaremos a continuación son, ante todo, externismos desde el punto de vista del resultado final.

6.2. Contenidos externistas y relatividad lingüística Ninguna persona es una isla. (John Donne [1572-1631])

6.2.1. La práctica de atribuir contenidos mentales Burge (1979) desarrolla un argumento básico, con múltiples ejemplificaciones, a favor del externismo social sobre los contenidos mentales. El término con el que bautiza su postura, «antiindividualismo», quiere resaltar el papel de «los factores sociales en las descripciones de los fenómenos mentales individuales» (Burge, 1979: 312).

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En apariencia, como muestra el último esquema del apartado anterior, Burge se compromete con la prioridad del pensamiento sobre el lenguaje a través de la tesis del reflejo. Pero al menos en esta obra considera que la lengua pública es el factor externo principal que afecta a los estados mentales individuales que luego se expresan o reflejan en las proferencias de los hablantes, con lo que cabe hablar de un impacto cognitivo del lenguaje que varía de lengua a lengua. En otros términos, podemos extraer de esta obra un argumento a favor de una versión externista de la hipótesis de la relatividad lingüística. Conceptualmente, este hallazgo es importante, puesto que en los debates habituales acerca de la relatividad lingüística se asume como presupuesto común a los contendientes que la tesis relativista a favor o en contra de la que se argumenta es una tesis internista del estado final, esto es, que, si aislamos en el instante t a dos hablantes-pensantes idénticos de piel hacia adentro, sus capacidades cognitivas en t no variarán. La lectura de Burge (1979) se hace difícil por las muchas herramientas técnicas que emplea. Sin embargo, su apoyo principal reside en las intuiciones derivadas del discurso mentalista ordinario. Burge sostiene que los contenidos de los estados mentales que nos atribuimos los unos a los otros no están determinados solo por lo que se supone que ocurre dentro de la cabeza de aquellos a los que atribuimos tales estados. Según él, la explicación mentalista ordinaria no apela a estados mentales estrictos, sino a estados mentales amplios. Burge (1986b) argumenta, además, que no hay razones para pensar que la psicología científica deba alejarse en esto de la práctica común, postulando estados cuyo contenido sea acorde con el presupuesto del solipsismo metodológico. Burge se ciñe a estados mentales (creencias, deseos, intenciones, esperanzas, etc.) que se atribuyen típicamente de cierta forma. Deja fuera estados como los dolores, las sensaciones o los cosquilleos. Algunos ejemplos de atribuciones ordinarias serían: «Antonio cree que tiene artritis en su mano derecha». «Claudia desea que Pedro firme el contrato». «Nora desea que Bastián le lleve un vaso de agua».

En esas atribuciones se pueden distinguir tres partes: i. La referencia a un sujeto de la atribución. ii. La presencia de un verbo psicológico (de actitud proposicional). iii. Una cláusula de contenido o cláusula-que, mediante la cual se especifica el contenido del estado mental que se atribuye. Cada una de las partes apunta a una forma distinta en la que distinguimos entre estados mentales: por el portador, por el tipo de estado y por el contenido. Las tres cosas varían independientemente. Lo que le interesa a Burge es la práctica de atribución de contenidos. Quiere permanecer neutral en lo que no afecte directamente a su argumento a favor

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La relatividad lingüística de la importancia de lo social en la caracterización de lo mental, en particular con respecto a la pregunta: ¿qué son los contenidos? Lo único que le importa es su papel en las explicaciones mentalistas. Sean lo que sean, asume que una condición suficiente para distinguirlos es que posean diferente extensión: que se apliquen a cosas diferentes. En los casos que examina hay cambio de extensión, por lo que los contenidos deben ser distintos. Usa «noción» con la misma pretensión de neutralidad para referirse a una parte de un contenido mental: «Así como las cláusulas completas que comienzan con “que” proporcionan el contenido de la actitud de una persona, los componentes semánticamente pertinentes de dicha cláusula indicarán las nociones que intervienen en la actitud (o en el contenido de la actitud)» (Burge, 1979: 315). Comprender o dominar una noción será una idea intuitiva central en su argumentación. Una clase de casos problemáticos examinada en Frege (1892) son las oraciones que incluyen verbos psicológicos seguidos de «que», creando contextos en los que falla el principio de sustituibilidad salva veritate de expresiones correferenciales: puede ser verdad que x crea que Héspero está deshabitado y falso que x crea que Fósforo está deshabitado, aunque «Héspero» y «Fósforo» sean ambos nombres del planeta Venus. La razón intuitiva del fallo es que en esos contextos las distintas expresiones «aluden a elementos distinguibles en las vidas cognitivas de las personas» (Burge, 1979: 314) o tienen lo que Frege llama «distinto valor cognitivo». Eso no ocurre en toda atribución mentalista ordinaria. Por ejemplo (obviando que el ejemplo es de ficción, lo que puede suscitar ulteriores problemas ontológicos), si vemos a Lois Lane con Superman vestido de Clark Kent, se puede decir sin que suene anómalo: «Lois Lane cree que Superman es torpe», o incluso: «Lois Lane cree que Superman no es Superman». En esas atribuciones ordinarias (o, más bien, para algunas partes de las cláusulas de contenido) no interesa el punto de vista de Lois Lane, sino el nuestro, o se presupone que las cosas son de cierto modo en realidad, con independencia de cómo las vea ella. Por tener en cuenta aspectos ónticos más que epistémicos se denominan atribuciones de re, y a los estados mentales correspondientes, actitudes de re. En esos casos sí se aplica el principio de sustituibilidad salva veritate de expresiones con la misma referencia. Si la atribución es de re, cabe la paráfrasis «Lois Lane cree de Superman que es torpe». Es tentador montar un argumento externista sobre este tipo de atribuciones en las que el contenido depende de la existencia de objetos mundanos y no de la perspectiva del sujeto al que se atribuye el estado mental. No es esa la estrategia de Burge. Según él, esas atribuciones no dicen nada importante sobre la naturaleza de lo mental, porque se despreocupan de la mente del sujeto de la atribución. Él se centrará en el tipo de atribución que genera el problema para Frege, las atribuciones de dicto, así llamadas por caracterizar los dicta de alguien, aquello a lo que asentiría si se le preguntase. Si la atribución es de dicto, «Lois Lane cree que Superman es torpe» es falsa, mientras que «Lois Lane

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cree que Clark Kent es torpe» es verdadera. Lois Lane asentiría (si se le propusiera en inglés) a «Clark Kent es torpe», pero no a «Superman es torpe». Si un término aparece dentro de una cláusula de contenido que quiere caracterizar un estado mental de dicto, se dice que lo hace en figuración oblicua, mientras que, si aparece en una atribución de re, lo hace en figuración transparente. Son las expresiones que figuran oblicuamente dentro de las cláusulas-contenido las que «se encargan de proporcionar el contenido de los estados o sucesos mentales y de caracterizar a la persona» (ibid.: 316). Puesto que la atribución de actitudes de dicto pretende caracterizar el punto de vista del sujeto de la atribución, podría parecer obvio que esas actitudes apuntan a contenidos internistas. Ese es el punto clave que se cuestionará. Según Burge, el entorno social influye en los contenidos de los estados mentales atribuidos de dicto, mediante los que se caracteriza la perspectiva de los otros. Concede que «Clark Kent» y «Superman», o «Héspero» y «Fósforo», caracterizan contenidos mentales distintos, a pesar de su correferencialidad, pues se presuponen como diferentes en las atribuciones mentalistas ordinarias. Cuando un hablante normal quiere caracterizar el punto de vista de Lois Lane, no le da igual utilizar una cláusula de contenido en la que aparezca «Superman» que una en la que aparezca «Clark Kent». Y si la atribución es de dicto, dirá que una atribución es correcta y que la otra no lo es. Así pues, la tesis de Burge es que incluso los contenidos caracterizados por términos en figuración oblicua se ven afectados por el entorno social en el que transpiran. Resume su postura haciéndose eco de una metáfora de John Donne que hizo famosa Ernest Hemingway en Por quién doblan las campanas: El contexto social infecta inclusive los rasgos distintivamente mentales de las atribuciones mentalistas. Ningún fenómeno mental intencional de nadie es insular. Todo hombre es parte del continente social, parte de la tierra firme social. (Ibid.: 334)

Además de la señalada en 6.1, hay otras diferencias entre Putnam y Burge. El primer argumento de Putnam (1975), basado en la división del trabajo lingüístico, se apoya en la existencia de expertos que conocen las condiciones de aplicación de cierta clase de palabras (términos de clase natural, como «oro»), condiciones que un hablante normal ignora. Por esa razón, no lo aplica a palabras como «silla», cuyos criterios de aplicación los conoce cualquier hablante normal. Aunque Burge asume la importancia de los expertos, para él la relevancia del entorno social no depende esencialmente de su existencia. Uno de sus ejemplos se basa precisamente en la noción que expresamos con la palabra «sofá» cuando decimos cosas como «Juan cree que el sofá de María es feo». Su argumento se aplica a la práctica totalidad del léxico de cualquier lengua. Lo único que requiere es que el medio social establezca criterios para la correcta utilización de una palabra. En términos de Wittgenstein (1953), lo que se requiere es abandonar la idea de que el lenguaje es privado. Basta con que exista un acuerdo general o so-

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La relatividad lingüística cialmente extendido sobre la aplicación convencional de una palabra. Por eso, el argumento se adapta a toda clase de contenidos, esto es, a toda clase de expresiones que aparecen en el interior de cláusulas-que. Burge afirma que podría haber escogido un término de artefacto como «carburador», una palabra de clase natural como «aluminio», un adjetivo de color como «rojo», un nombre de un rol social como «catedrático», un término para un estilo histórico como «barroco», un sustantivo abstracto como «piedad», un verbo de acción como «donar» o cualquier otra palabra. Además, Burge no necesita asumir el esencialismo sobre los géneros naturales. No es preciso pensar que la función de los expertos sea descubrir esencias naturales, esto es, la verdadera naturaleza, independiente de los seres humanos y de sus capacidades cognoscitivas, del agua, los tigres, el aluminio, etcétera. Existen muchas palabras que no son de género natural para las que, sin embargo, se cumple que el usuario medio tiene un conocimiento muy precario acerca de su correcta aplicación: «contrato», «sonata», «carburador», «soneto», etcétera.

6.2.2. El argumento de Burge El argumento-tipo de Burge, que aplica a múltiples casos, consta de tres pasos. Primer paso: tesis empírica sobre la práctica ordinaria de atribuir estados mentales

Imaginamos (aunque en este paso no hace falta imaginar nada, pues el fenómeno es cotidiano) un hablante no especialmente anómalo, sino bastante normal, con una comprensión, o bien incompleta, o bien parcialmente errónea o desviada de la noción convencionalmente asociada con una palabra en la lengua del que hace la atribución (y, en los casos centrales, de la persona a la que se atribuye el estado). Por ejemplo, piensa que la artritis puede afectar al muslo, cuando en realidad es una enfermedad específica de las articulaciones. O cree que los contratos deben ser por escrito, cuando el sistema legal admite contratos verbales. O piensa que ciertos sillones anchos son sofás, cuando un sofá ha de tener dos o más plazas, etcétera. En todos esos casos, la práctica común permite atribuirle estados mentales mediante cláusulas-que que contengan en posición oblicua los términos que él entiende mal o parcialmente, que especifican el contenido de sus estados mentales o pretenden caracterizar su perspectiva epistémica sobre el mundo. Esto ocurre tanto cuando se especifican sus creencias no problemáticas (S cree que su padre sufrió de artritis o que tener artritis es menos grave que tener cáncer de hígado; S cree que fue un error firmar un contrato con Y; S cree que su sofá de tres plazas es muy confortable), como cuando se especifican sus creencias erróneas, en particular aquellas que caracterizan su mala comprensión de la noción (S cree que tiene artritis en el muslo; S cree que los acuerdos verbales nunca

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son contratos; S cree que el mueble de María es un sofá). Es importante, en el primer paso, que la noción que se entiende mal o de modo parcial se entienda en buena medida, esto es, que la desviación no sea extravagante (S no cree que la artritis sea una especie de culebra, o algo por el estilo). En este primer paso se apela a la práctica ordinaria de atribución mentalista. Un aspecto central de esta práctica es que los hablantes adquieren un agudo sentido de la responsabilidad hacia los usos lingüísticos colectivos, esto es, adoptan una actitud normativa hacia las palabras: consideran que hay usos correctos e incorrectos de ellas. Cuando el tipo que cree que tiene artritis en el muslo se lo cuenta al doctor, es corregido y él acepta la corrección. No reacciona a lo Humpty Dumpty diciendo: «Eso será lo que “artritis” significa para usted; para mí significa otra cosa, así que no tiene usted derecho a corregirme». Lo mismo sucede cuando un experto (un abogado) le informa de que los contratos verbales existen, o cuando varios hablantes insisten en que los sillones de una plaza nunca son sofás. El hablante normal sabe que lo que a él le parece un uso correcto puede no coincidir con lo que en realidad es correcto (cfr. Wittgenstein, 1953, § 158). Resumen del primer paso, para el caso de «artritis» (Burge, 1982): Berta tiene una variedad de pensamientos describibles con cláusulasque que contienen «artritis» en posición oblicua. A la vez, cree equivocadamente que tiene artritis en el muslo, debido a un entendimiento incompleto o en parte erróneo de la noción. Entonces es corregida por la comunidad, en este caso por un experto, aunque eso no es esencial al experimento. Segundo paso: situación contrafáctica (Gedankenexperiment)

El segundo paso del argumento consiste en construir un caso contrafáctico por medio de un experimento mental. Se nos pide imaginar a un individuo contrafáctico C indistinguible de S en todos los aspectos internos o no relacionales. Burge pone mucho esmero en detallar todos esos aspectos, incluyendo tanto los aspectos físicos internos como la corriente de conciencia fenomenológica privada: Tiene la misma historia fisiológica, las mismas enfermedades, los mismos sucesos internos físicos. Tiene los mismos movimientos, se comporta de la misma manera, tiene las mismas entradas sensoriales (fisiológicamente descritas). Sus disposiciones a responder a los estímulos se explican en la teoría física como efectos de las mismas causas próximas. Todo esto se extiende a su interacción con las expresiones lingüísticas. Dice y escucha las mismas palabras (formas de palabras) en los mismos momentos que ahora. Desarrolla su disposición a asentir a «La artritis puede afectar al muslo» y «Yo tengo artritis en el muslo» como resultado de las mismas causas próximas físicamente descritas. […] Además, […] la experiencia fenoménica no intencional del paciente es la misma. Tiene

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La relatividad lingüística los mismos dolores, campos visuales, imágenes y discursos verbales internos. (Burge, 1979: 318-319)

Se trata de garantizar que todo es tipo-idéntico desde la difusa frontera f (cuerpo-cerebro-conciencia) hacia dentro. Lo único que cambia en la situación contrafáctica es que el individuo contrafáctico C está situado en un entorno social en el que términos homónimos de los que S entiende mal aquí, significan allí exactamente lo que C cree que significan: «artritis» se aplica a dolores reumatoides, incluidos ciertos dolores musculares, y por eso el médico contrafáctico no lo corrige cuando le cuenta que cree que su artritis se le ha extendido al muslo; «contrato» se aplica allí solo a acuerdos escritos; «sofá» se aplica allí a ciertos sillones de una sola plaza, etcétera. Esto es, la comunidad lingüística hacia la que C se siente obligado es distinta en algunos aspectos de la comunidad hacia la que S se siente obligado. Nótese que solo varía el entorno social, en concreto las convenciones semánticas; las enfermedades «reales», los muebles «reales» e incluso los acuerdos legales «reales» pueden permanecer constantes. Resumen del segundo paso (Burge, 1982): Bertac es idéntica a Berta en cuanto a cualesquiera tipos individualistas hasta el instante t, en el que Berta es corregida por su médico. La comunidadc no ha aislado la artritis para ningún uso especial. Ellos aplican «artritis» a una variedad de achaques reumatoides que incluyen ciertas dolencias de músculos y tendones. Bertac no es corregida en t, sino que sus temores son confirmados. Tercer paso: diagnóstico

El tercer paso consiste en un diagnóstico que Burge considera plausible: nuestros términos públicos no son usables para caracterizar los estados mentales de C mediante cláusulas que incluyan esos términos en figuración oblicua. El paciente contrafáctico «difícilmente pudo haber adquirido la noción de artritis» (Burge, 1979: 320), puesto que no la usa nadie en su comunidad, ni existe allí una palabra que la exprese y que él haya tenido la oportunidad de aprender. Por simetría, los miembros de la comunidad contrafáctica no podrían usar sus términos homónimos para atribuir estados a S. De hecho, lo que C cree no puede decirse en castellano. Los contenidos mentales especificables públicamente de S y C son distintos. Resumen del tercer paso (Burge, 1982): Bertac carece de actitudes describibles con «artritis» en posición oblicua. Al decir «Tengo artritis en el muslo» expresa una creencia verdadera, mientras que Berta expresa una creencia falsa. Por lo tanto, sus creencias ni siquiera comparten el valor de verdad, o las condiciones de verdad. Podemos ver ahora por qué el argumento de Burge se generaliza a todo tipo de palabras de una lengua: se basa solo en la posibilidad de que alguien tenga una comprensión en parte errónea de una palabra de su lengua. Y esa situación es común, basta abrir un diccionario para comprobarlo (Burge, 1979: 321-322). Además, el carácter social de las

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atribuciones mentalistas se manifiesta incluso en los casos en los que un sujeto comprende bien una noción, ya que el punto clave es que la buena comprensión se define socialmente: la comprensión perfecta es siempre contingente, depende de que de hecho coincida con la noción pública. Por eso el experimento funciona también si es el individuo real el que está bien situado con respecto al uso común y es el individuo contrafáctico quien sufre de comprensión errónea. Tampoco podríamos atribuirle nuestra noción a C, y por razones paralelas.

6.2.3. Una versión externista del argumento a favor de la relatividad lingüística del contenido mental ¿Qué tiene que ver todo eso con la tesis de la relatividad lingüística? Aunque el propósito oficial de Burge es demostrar que los factores sociales determinan en parte o contribuyen a la individuación de los contenidos mentales que son atribuibles mediante cláusulas-que en las explicaciones mentalistas ordinarias, los únicos factores sociales que considera Burge (1979) conciernen al significado público de toda clase de términos pertenecientes a la lengua de quien hace la atribución y, en el caso normal, del sujeto de la atribución. Burge se cuida, en sus experimentos mentales, de mantener constantes los siguientes elementos, cuando se mueve desde el caso real al caso contrafáctico: a) Los factores individualistas-internistas. Los individuos real y contrafáctico son indistinguibles en fisiología, disposiciones internas y corriente fenomenológica; esto es, son gemelos exactos cuando se consideran aislados de sus entornos respectivos. b) Los factores externos del ambiente físico y las instituciones extralingüísticas. En el caso de «artritis», las mismas enfermedades reales existen en ambos entornos; en el caso de «contrato», los mismos acuerdos son válidos, pero en la otra comunidad «contrato» no se usa para los acuerdos verbales (se usa otro nombre). En el caso de «sofá», puede suponerse que hay muebles idénticos en ambas situaciones, aunque no se agrupan igual. Por tanto, la única diferencia es no solamente social sino específicamente semántica: las nociones asociadas con las palabras son diferentes en las respectivas comunidades. No hay más cambios en los entornos que los que produce la diversidad semántica. Podemos construir entonces una versión externista del argumento a favor de la relatividad lingüística del contenido (amplio), inspirada en las ideas de Burge (1979): ICSEM El significado de los términos de una lengua pública afecta al contenido de los estados mentales que son atribuibles mediante cláusulas-que que contienen esos términos en posición oblicua. DSEM Existe diversidad semántica en el léxico de las lenguas (reales o posibles), incluso si las diferencias no se muestran en aspectos individualistas de algunos de los respectivos hablantes normales.

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La relatividad lingüística RCONT Luego existe diversidad cognitiva entre hablantes de diferentes lenguas en el contenido de los estados mentales públicamente atribuibles a esos hablantes.

En cuanto al impacto cognitivo, el nivel lingüístico responsable es, en este caso, léxico-semántico. En las atribuciones ordinarias se usan términos de una lengua pública con su significado público, lo que limita el contenido de los estados atribuibles. El «afecta» de la primera premisa no apunta a un efecto causal, sino que remite a una cuestión conceptual relacionada con cómo se individúan los contenidos en las prácticas ordinarias de atribución. En términos de Carruthers (1996), estamos ante una tesis de implicación conceptual más que natural del lenguaje en el pensamiento. Debido a esa indiferencia con respecto a lo causal, resulta que la lengua puede cambiar nuestros contenidos mentales sin cambiarnos por dentro, solo porque hay una cierta comunidad lingüística ahí fuera a la que pertenecemos y que decide las condiciones de aplicación correcta de nuestras palabras y, con ello, de nuestos conceptos. Esta es la razón por la que Clark & Chalmers (1998) califican el externismo de Burge de «pasivo»: las diferencias entre los sujetos comparados no parecen afectar a sus poderes causales. Enseguida desarrollaré esta línea de crítica. De momento, cabe señalar que ese impacto conceptual externista es compatible con que la lengua modifique también de un modo natural-causal los rasgos individualistas de una persona al modo neowhorfiano típico. La segunda premisa parece también más conceptual que empírica, ya que no está basada en contrastar lenguas reales, sino una lengua real con otra imaginada. Es poco probable que encontremos en el mundo el tipo de diversidad lingüística en el que se basa el argumento de Burge: lenguas con expresiones homónimas que significan cosas ligeramente diferentes, aunque algo así sucede con los «falsos amigos», expresiones de lenguas distintas que suenan parecido pero que no significan exactamente lo mismo. Sin embargo, como se verá a continuación, los estudios contrastivos aportan formas de diversidad semántica que tienen consecuencias similares, con lo que el tipo de relatividad lingüística que tenemos aquí es de un tipo que haría que los hablantes de las distintas lenguas del mundo tuviesen, en efecto, distintos contenidos mentales de cierto tipo (los atribuibles públicamente). Al menos filosóficamente se trata de una versión interesante de RL, ya que se desprende directamente de la idea de que no hablamos una lengua privada, sino que nuestras palabras poseen condiciones de aplicación normativas de carácter esencialmente público que determinan sus usos correctos e incorrectos.

6.2.4. Aplicación: diversidad del léxico de color y diversidad de contenidos cromáticos En el debate clásico sobre el léxico y la cognición del color, autonomistas y relativistas asumen por igual un marco internista con respecto al resultado final: la cognición cromática dependería de capacidades que

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sobrevienen de la fisiología del individuo, del estado actual de su sistema visual y de la parte del cerebro responsable de procesar el color, hayan sido o no influidas con anterioridad esas capacidades a través de la adquisición o uso continuado de una lengua concreta. Por eso, el neowhorfiano a menudo aísla a sus sujetos experimentales para tratar de mostrar en el laboratorio que se comportan así o asá debido a rasgos interiorizados de su lengua. La controversia gira en torno a si la cognición del color sufre el impacto del léxico del color, el cual varía mucho entre lenguas, aunque Berlin & Kay (1969) propusieron en este dominio una serie de universales condicionales que son invocados con frecuencia por los autonomistas. Más recientemente, Kay y su grupo postulan focos universales de color que determinan las muestras paradigmáticas y que constriñen sustancialmente la diversidad léxica. Pinker (1994) se demora en el caso del color en su campaña a favor del autonomismo cognitivo, considerando absurda la idea de que la lengua afecta a la fisiología del color humana innatamente determinada. Pero la defensa de la relatividad lingüística de la cognición cromática resurge con fuerza en los últimos tiempos (cfr. Deutscher, 2010). Una muestra del auge relativista en el debate reciente sobre el color es la siguiente: […] el rango de colores visible por los humanos es grande (aproximadamente 2 millones de diferencias apreciables), pero el rango de términos de color disponibles para describirlos suele ser pequeño (las lenguas contienen entre 2 y 22 términos básicos). No solo hay grandes diferencias de terminología entre lenguas (e. g., el uso de un término único para referirse a todo lo que un hablante del inglés llamaría blue, green o purple), sino que incluso en lenguas con vocabularios de color similares hay ligeras variaciones en el rango de estímulos que cubre un cierto término (e. g., los diferentes rangos que cubren el término inglés «blue» y el italiano «blu»). […] no hay un conjunto único de colores prototípicos privilegiado cognitivamente de modo universal. […] la percepción categórica (PC) del color […] se refiere al corte agudo en la discriminación relativa de colores que cruzan un límite categorial, comparada con la discriminación dentro de una categoría de color […] diferencias cuantitativas continuas en un continuum son percibidas como cambios cualitativos discretos en los límites de una categoría. […] todos los grupos mostraron PC, pero solo en los límites de color que estaban explícitamente marcados en su lengua. (Roberson & Hanley, 2010: 183 y 187)

En Observaciones sobre los colores, Wittgenstein no reduce la cuestión del «juego de lenguaje» cromático a la del léxico básico, sino que quiere desplegar toda su complejidad lógica. No niega que los humanos normales tengan reacciones primitivas comunes ante el color, como las tienen ante el dolor. Precisamente eso es lo que permite el adiestramiento en los juegos de lenguaje del color culturalmente diversos y lo que impide que algunos individuos, como los daltónicos, puedan ser adiestrados en algunos de nuestros juegos de lenguaje cromáticos o en partes de esos juegos. Para Wittgenstein, importa no perder de vista cómo se aprende el significado de los nombres de colores y a usar ex-

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La relatividad lingüística presiones complejas como «rojo amarillento» o «verde transparente». Lo central, para decidir que alguien domina nuestros conceptos de color, es que pueda participar en las prácticas sociales, por ejemplo, que me traiga la chaqueta roja clara si se la pido: «quien no puede jugar este juego no tiene este concepto» (Wittgenstein, 1977b, § 115). El argumento de Burge va incluso más allá: puesto que los criterios para aplicar los términos son sociales más que individuales, las personas que no juegan bien del todo debido a una mala comprensión parcial, en virtud de su responsabilidad hacia las prácticas sociales, pueden participar en el juego de lenguaje de las atribuciones mentalistas, incluyendo aquellas en las que aparecen términos cromáticos en posición oblicua. Por ejemplo, aunque Juan usa «amarillo» de modo algo desviado con relación a la praxis colectiva, podemos especificar un estado mental suyo así: «Juan cree que mi camisa es amarilla», a pesar de que la mayoría de nosotros diríamos que es naranja. Podemos reconstruir el argumento general de modo que se aplique al léxico del color y al contenido cromático. De hecho, Burge alude brevemente a esa posibilidad. Los pasos del argumento transcurrirían así: 1. Empezamos con alguien que tiene una comprensión parcialmente errónea de un término de color. 2. Imaginamos una situación contrafáctica en la que una comunidad aplica el término convencionalmente tal como lo aplica el individuo anómalo real. Robeson & Hanley (2010) señalan un caso real de falsos amigos en el dominio del léxico cromático: el término inglés «blue» frente al italiano «blu». 3. Diagnóstico: podemos utilizar nuestro término para caracterizar la mente del individuo de nuestra comunidad, incluso para especificar su error, pero no podemos usarlo para caracterizar la mente de un sujeto de la comunidad contrafáctica. Burge le da una vuelta de tuerca al argumento general al plantear que algo parecido al segundo paso lo hallamos en la real y no ya contrafáctica diversidad lingüística en lo referente al rango de aplicación de los colores en las lenguas humanas, si obviamos que en ese caso los términos comparados no son, salvo improbable accidente, homónimos: A veces las personas cometen errores sobre los rangos de los colores. Pueden aplicar correctamente un término de color, pero también aplicarlo incorrectamente a ciertos matices de un color colindante. Cuando se les pide que expliquen el término de color, citan los casos típicos (para «rojo», el color de la sangre, de los carros de bomberos, etc.). Pero aplican el término más allá de su rango convencionalmente establecido –más allá de sus vagos límites. […] Una segunda mirada no cambia sus opiniones, aunque se rendirían cuando otros hablantes, con aplomo, los corrigieran al unísono. […] El error es lingüístico o conceptual […] No es un error empírico ordinario. […] Manteniendo constantes sus experiencias fenoménicas no intencionales, su historia física y sus disposiciones a la conducta, podemos imaginar que «rojo» se aplicara como ellos

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equivocadamente lo aplican. En este caso, ya no adscribiríamos cláusulas contenido que contuvieran el término rojo en posición oblicua. La atribución de las creencias correctas sobre los carros de bomberos y las rosas no se vería menos afectada que las atribuciones de creencia que, en el caso real, exhiben la aplicación equivocada. Los casos que confirman esto último son comunes en los informes antropológicos sobre comunidades en las que los términos de color no corresponden a los nuestros. (Burge, 1979: 326-327)

En algunas ocasiones ordinarias se comprueba que existen diferencias entre los hablantes de una misma lengua (y no solo entre los de lenguas distintas) en cuanto a la aplicación exacta de los términos de color; por ejemplo, lo que un hablante considera amarillo, otro lo considera naranja, aunque las diferencias no alcanzan a las muestras paradigmáticas: los tomates maduros son rojos y el cielo despejado es azul para cualquier hablante normal del castellano. Algunos hablantes aplican las palabras de color fuera de los límites convencionalmente establecidos, por mucho que esos límites sean vagos. Las diferencias y la comprensión precaria aumentan si se incluyen colores «no básicos» o extraños. En mi propio caso, al consultar un trabajo sobre colores en castellano (Vila, 2003), compruebo que mi comprensión de palabras como «magenta», «añil», «ocre», «cobalto», etc., deja mucho que desear, y que estoy más descolocado con respecto a ellas que el paciente artrítico con respecto a su dolencia. Sin embargo, el argumento de Burge implica que esos términos de color pueden ser usados para caracterizar estados mentales cromáticos de cualquier miembro de la comunidad que desarrolle una responsabilidad hacia los usos colectivos, como es desde luego mi caso. Típicamente, si un número amplio de hablantes competentes insiste en que algo es naranja, el hablante que pensaba que era amarillo lo aceptará y no se refugiará en que él lo llama «amarillo» porque eso es parte de lo que «amarillo» significa para él. Podemos avanzar hacia el segundo paso: imaginemos una comunidad lingüística en la que tienen un término (homónimo o no) que se aplica públicamente precisamente a los casos en los que nuestro hablante aplica «naranja». Algo así se admite en el debate empírico sobre el color: las lenguas pueden tener distinto número de palabras básicas de color y, cuando contienen el mismo número, no suelen incluir los mismos matices. El debate entre el grupo de Kay y el de Roberson se centra en si coinciden universalmente los focos de color de los términos, las muestras que los hablantes consideran típicas. Si el diagnóstico se sostiene, los estados mentales del hablante anómalo de mi comunidad pueden ser caracterizados usando los términos públicos de color porque es responsable hacia las prácticas lingüísticas comunitarias, lo que le otorga normatividad a su noción (la convierte en incorrecta). De hecho, se pueden usar los términos de color públicos para caracterizar su error (sus creencias falsas). Pero la misma cláusula no podría ser usada para caracterizar un estado mental cromático de un hablante normal de la otra comunidad, porque su contenido sería diferente: su creencia es verda-

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La relatividad lingüística dera, la de nuestro individuo es falsa, se aplican distintos criterios normativos. Nuestra lengua no tiene recursos para especificar sus contenidos. Esto sería verdad incluso en el caso improbable de que los hablantes fuesen gemelos individualistas, esto es, aunque tuviesen las mismas experiencias privadas, iguales estados físicos internos, etcétera. La posición de Burge sobre la cuestión de la relatividad lingüística no es fácil de extraer. En un pasaje sostiene que la práctica de atribuir contenidos se extiende para caracterizar los estados mentales de quienes hablan lenguas distintas de aquella en la que se hace la atribución, lo que parece cierto como tesis sobre nuestras prácticas de atribución y traducción. Pero también dice que en casos así se presupone que los sujetos de la atribución poseen en sus propias lenguas términos sinónimos de los usados en las descripciones de sus estados. Eso es plausible cuando se atribuyen en español creencias sobre la artritis, los contratos o los sofás a hablantes del inglés o el alemán. Pero, cuando existe diversidad semántica, sostener que podemos usar nuestros propios términos para caracterizar los contenidos mentales de los hablantes de otras lenguas colisionaría con el diagnóstico para los casos contrafácticos, ya que el hablante de esas lenguas tampoco tiene responsabilidad hacia los usos de mi comunidad, sino solo hacia los de la suya. Burge prevé que la mayor resistencia a su argumento vendrá de quienes piensen que, en el primer paso, los contenidos de los sujetos deben reinterpretarse de acuerdo con criterios internistas: el contenido mental del paciente no es el que atribuiríamos normalmente con una cláusulaque en la que figure «artritis», ya que el paciente no tiene pensamientos sobre la artritis, sino solo sobre su propia noción idiosincrásica. Según esa línea, deberíamos negar que alguien tenga cualquier actitud cuyos contenidos comprenda de manera incompleta, con lo que se establecería una conexión estricta entre tener un estado mental y entender cabalmente su contenido (Burge, 1979: 337). La respuesta de Burge es doble. En primer lugar, en casos de mala comprensión grave, como ocurre con los niños pequeños, los extranjeros que desconocen el idioma, las variantes dialectales, los deslices verbales o las desviaciones extravagantes de la noción pública, la práctica ordinaria opta, en efecto, por la reinterpretación Esos son casos radicales en los que alguien emite algo sin comprenderlo en absoluto: «no hay dominio de la lengua ni se ha desarrollado la responsabilidad con sus preceptos; y la atribución de contenido mental basada en el significado de las palabras emitidas suele estar excluida» (ibid.: 338). Varios factores pueden activar una reinterpretación: la competencia lingüística global de alguien, su adhesión a los parámetros comunitarios y su responsabilidad hacia ellos, el grado, fuente y tipo de malentendido, o el propósito de la atribución (ibid.: 341). Pero sostiene que su argumento solo requiere aceptar que hay numerosos casos claros en los que el entendimiento inadecuado de una noción no obliga a reinterpretar las expresiones que describen los estados mentales de alguien. En segundo lugar, nuestra práctica mantiene las atribuciones incluso ante casos bastante graves de malentendido. Y hay una buena razón

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para hacerlo, ya que se trata de una práctica pública y normativa que necesita de contenidos suficientemente estables. La plausibilidad intuitiva del enfoque de Burge depende de la segunda forma de flexibilidad apuntada del externismo con respecto al internismo, ya que asume que el contenido mental depende de una combinación de factores internos y externos. El hablante individual puede tener un entendimiento incompleto o incorrecto, pero hay cosas en su cabeza que son necesarias para que se le considere un sujeto apropiado para las atribuciones ordinarias. Esto es, el entorno social no es suficiente por sí solo para que tengamos un contenido mental, aunque determina aspectos importantes del mismo, como su carácter normativo. Se necesita también una aportación que resida en la cabeza del hablante individual competente y que incluya al menos dos componentes. En primer lugar, una actitud de responsabilidad hacia su comunidad lingüística, hacia los criterios públicos de aplicación de las palabras, lo que excluye la idea de un lenguaje privado. Además, se exige algún entendimiento individual de la noción, una comprensión mínima sobre qué clase de cosas son la artritis, los contratos, los sofás, etc., que garantice que las desviaciones de la noción pública no sean muy extravagantes.

6.2.5. El contraataque individualista: la individuación por poderes causales Una crítica frecuente al argumento de Burge alega que, para que los contenidos mentales atribuidos mediante cláusulas-que puedan servir para explicar la conducta de las personas a las que se les atribuyen, deben individuarse por sus poderes causales, y parece que las conductas de los gemelos internistas, o del sujeto real y del contrafáctico, son idénticas, por lo que debemos considerar que sus estados mentales pertenecen a los mismos tipos psicológicos. Según esta línea argumental, con independencia de cómo se individualicen los contenidos en las explicaciones ordinarias, la psicología científica debe individualizar los estados mentales por sus poderes causales, y así agrupar los estados mentales de los duplicados internistas como equivalentes, estados con el mismo contenido (Fodor, 1987, cap. 2). Fodor ilustra con una historia divertida la objeción a aceptar condiciones constitutivas del contenido mental dependientes del entorno. Define dos propiedades: ser una cara-partícula (ser una partícula cuando esta moneda está con la cara hacia arriba) y ser una cruz-partícula (ser una partícula cuando esta moneda está con la cara hacia abajo). Podemos imaginar a un egomaníaco que disfruta cambiando el estado de todas las partículas del universo gracias a su moneda: «Ahora el universo se compone solo de carapartículas»; «ahora solo de cruz-partículas»; «ahora de nuevo de cara-partículas». La idea es que, aunque esas propiedades están perfectamente definidas, son causalmente irrelevantes: una cara-partícula tiene los mismos poderes causales que una cruz-partícula. Según Fodor, esto es análogo a lo que ocurre con los cambios en el entorno que no afectan a los aspectos individualistas de los sujetos de las atribuciones mentalis-

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La relatividad lingüística tas: podemos insistir en que sus contenidos mentales son distintos de acuerdo con el concepto ordinario, pero las diferencias no afectan a sus poderes causales y por ello no deben ser tenidas en cuenta en una explicación psicológica sistemática. Podría aceptarse que las atribuciones ordinarias atribuyen estados mentales con contenido amplio o externista, pero que la psicología científica debe ser revisionista y atribuir estados mentales con contenido estrecho o internista. Sin embargo, Burge contraargumenta que la psicología científica necesita también estados mentales con condiciones constitutivas no individualistas y que de hecho se compromete con ellos en su práctica real (Burge, 1986b). En mi opinión, esos estados mentales son precisos, ante todo, para describir a los seres humanos como seres sociales y normativos, con independencia de las necesidades de un cierto tipo de psicología. Pero, como veremos a continuación, argumentos parecidos a los de Fodor son aceptados por Clark & Chalmers (1998), y son la base de su calificación del externismo de Putnam y Burge como «pasivo» frente al suyo, que consideran «activo» precisamente porque los aspectos del entorno que tienen en cuenta cambian los poderes causales de los sistemas cognitivos. Su tesis central es que el sistema extendido que es mi cerebro más tal o cual aspecto del entorno es capaz de hacer cosas que mi cerebro por sí solo no sería capaz de hacer.

6.3. Mente extendida y relatividad lingüística En 1998 aparece «The extended mind», de Clark & Chalmers (C&C), donde se defiende una variedad de externismo psicológico no centrado en el contenido mental, sino en la base material o en los vehículos de los estados (por ejemplo, de las creencias) y de los procesos mentales. La idea básica es que la mente no está encerrada en los límites del cráneo, o incluso en los del cuerpo, sino que se extiende más allá de ellos gracias a su acoplamiento (coupling) con distintos tipos de cosas que residen más allá de esas fronteras. En los años siguientes se produjo un debate dentro de la filosofía de la mente en torno a la plausibilidad de la Teoría de la Mente Extendida (TME). No podemos detenernos en los detalles de ese debate6. Me interesa resaltar los aspectos del mismo que

6   El debate sobre la mente extendida ha producido bastante literatura (véase la Bibliografía de García & Calvo, 2011). Una importante compilación es Menary (ed.) (2010). Adams & Aizawa (2001 y 2010) y Rupert (2004, 2009 y 2010) plantean serias objeciones a la tesis. Clark (2010b) y (2011) se enfrenta a esas objeciones. Rowlands (2010b) distingue una familia de enfoques que desafían la imagen internista de la mente, que liga con las etiquetas embodied (los procesos mentales están constituidos en parte por estructuras y procesos corporales), embedded (los procesos mentales fueron diseñados para funcionar de modo óptimo en tándem con cierto andamiaje externo), enacted (los procesos mentales no están hechos solo de procesos neurales sino también por cómo un organismo actúa en el mundo y el mundo vuelve a actuar sobre él) y extended (los procesos mentales no están localizados exclusivamente en la cabeza del individuo, sino que se extienden hacia el entorno). También es interesante Noë (2010).

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son más relevantes para la cuestión del impacto del lenguaje y de las lenguas sobre el pensamiento humano y su diversidad. El ejemplo más paradigmático de entre los que presentan C&C es el caso de Otto o, más bien, del sistema acoplado Otto-más-su-bloc: Considérese, en primer lugar, un caso normal de una creencia retenida en la memoria. Inga oye por una amiga que hay una exposición en el Museo de Arte Moderno, y decide ir a verla. Tras pensarlo un momento, recuerda que el museo está en la calle 53, por lo que camina hasta la calle 53 y entra en el museo. Parece claro que Inga cree que el museo está en la calle 53, y que lo creía antes incluso de consultar su memoria. […] Considérese ahora a Otto. Otto padece la enfermedad de Alzheimer […] dondequiera que va Otto lleva consigo un bloc de notas. Cuando aprende información nueva, la apunta en el bloc. Cuando necesita información antigua, la busca en el bloc. El bloc de notas de Otto desempeña el papel reservado normalmente a la memoria biológica. Un día, Otto se entera de la exposición en el Museo de Arte Moderno y decide ir a verla. Consulta su bloc de notas, que dice que el museo está en la calle 53, por lo que camina hasta la calle 53 y entra en el museo. […] parece razonable decir que Otto creía que el museo estaba en la calle 53 antes incluso de consultar su bloc de notas. Es así porque en los sentidos relevantes los ejemplos son completamente análogos: el bloc de notas desempeña para Otto el mismo papel que la memoria desempeña para Inga. La información contenida en el bloc de notas funciona exactamente como la información que constituye una creencia ordinaria no-efectiva. Lo único que pasa es que aquella información se halla más allá de la piel. (C&C, 1998: 77-78)

El argumento principal a favor de la TME apela a la paridad funcional entre sistemas extendidos y no extendidos, y alega que, si un proceso en el mundo funciona de tal modo que, si sucediera dentro de la cabeza, lo consideraríamos un proceso cognitivo, entonces debemos considerarlo un proceso cognitivo suceda donde suceda (C&C, 1998: 65). La teoría asume así el funcionalismo, que surgió en los años setenta del siglo xx como una forma de internismo y que afirma que los estados mentales se individúan por su rol causal (por lo que hacen) más que por sus características intrínsecas. Si resulta que soportes materiales internistas distintos, por ejemplo cerebros y máquinas, pueden sostener los mismos estados mentales-tipo, ¿por qué no añadir a la lista los sistemas extendidos? No hacerlo supondría adoptar un prejuicio intracranealista. Ese argumento se complementa con un argumento metodológico basado en la explicación psicológica exitosa, que conlleva el desideratum de unificar explananda distintos en explicaciones unitarias (por ejemplo, de los casos de Otto y de Inga). El segundo argumento se aplica, en primer lugar, a las explicaciones mentalistas ordinarias, basadas en la atribución de estados como creencias y deseos. En cuanto a las explicaciones psicológicas científicas, se puede objetar que estas tienen en cuenta cuestiones de grano más fino que permiten distinguir entre los sistemas internos y los extendidos. La respuesta de los defensores de la TME es que también aquí importan las similitudes

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La relatividad lingüística que pueden ser capturadas funcionalmente (cfr. la respuesta de Clark, 2010a, a Adams & Aizawa, 2010).

6.3.1. ¿Externismo «pasivo» vs. «activo»? El apartado 3 de C&C (1998) afronta la cuestión de la relación entre la TME y el externismo más clásico de Putnam o Burge. Una diferencia obvia es que son tesis acerca de ámbitos distintos: la TME no es acerca de los contenidos mentales o acerca de los significados, sino acerca de los vehículos materiales de la cognición. Pero, según ellos, la diferencia principal se relaciona con el argumento basado en los poderes causales que vimos al final del apartado 6.2. Por un lado, C&C quieren igualar psicológicamente a Inga con el sistema extendido Otto-más-su-bloc porque sus poderes causales relevantes son iguales desde la perspectiva de una explicación mentalista de sus respectivas conductas. Por otro, parece claro que los poderes causales de Otto-más-su-bloc son distintos de los poderes causales de Otto por sí solo (o, podemos añadir, de Otto más un bloc que contenga información errónea sobre la ubicación del museo). En cambio, los gemelos en los experimentos mentales de Burge o de Putnam se comportan del mismo modo, según se dice7, por lo que tienen los mismos poderes causales. Para indicar su compromiso con la individuación por poderes causales de los tipos psicológicos, C&C llaman a su externismo «activo» y al clásico lo califican (o descalifican) de «pasivo». Esa denominación me parece impropia. C&C afirman que los factores externos que Putnam y Burge resaltan son históricos y que, por ello, no actúan en el presente, mientras que los rasgos del entorno que ellos tienen en cuenta son sincrónicos, actúan aquí y ahora. En efecto, las posturas externistas clásicas incorporan a menudo un elemento histórico (en el caso de Kripke, una cadena comunicativo-causal que se remonta al «bautizo» del referente), pero ese no es el único tipo de factor invocado, y a veces no tiene ningún papel. Para el externismo social lo relevante son los vínculos actuales entre el individuo y su comunidad. En el argumento de Burge (1979), lo único que importa es la responsabilidad actual de un hablante con los usos actuales de las palabras en su comunidad. En el argumento de Putnam (1975) basado en la división del trabajo lingüístico, lo que importa es la presencia actual de expertos que deciden cuál es la correcta aplicación de una cierta clase de términos, y la deferencia que los otros hablantes hacen de sus derechos lingüísticos. El énfasis de C&C es en que las causas invocadas por Burge y Putnam son «distales», demasiado lejanas para influir en las conductas presentes de los agentes, lo que justificaría el

7   En realidad, esto no es cierto si sus conductas se individúan de modo externista como, a juicio de Burge, debe hacerse: S le dice al doctor que cree que tiene artritis en el muslo, C le dice al doctorc que tiene una enfermedad distinta, aunque se pronuncie igual. Luego no dicen lo mismo.

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uso del término «pasivo» para nombrar el externismo clásico. Pero ni siquiera esto me parece justo. La idea de Putnam (1975) de que la comunidad lingüística funciona como una fábrica en la que cada individuo desempeña su papel es plenamente activa, solo que no es individualista. Además, el compromiso individual con la comunidad puede ser muy activo. En el argumento de Burge, la responsabilidad hacia una u otra comunidad establece una diferencia causal potencial entre los gemelos individualistas, ya que el doctor corrige a S, mientras que el doctorc confirma a C en sus temores. Por tanto, podemos decir que los poderes causales de S-más-su-comunidad son distintos de los de Cmás-su-comunidad. A mi juicio, la razón principal por la que nos encontramos ante especies distintas de externismo es, sobre todo, la primera señalada, de la que se derivan otras: en cada caso se defienden tesis acerca de ámbitos diferentes, por lo que me parecen preferibles para distinguirlas etiquetas como externismo del contenido vs. externismo de los vehículos. García & Calvo (2011) sugieren, a partir de este énfasis en los poderes causales, que puede verse la TME como una especie de internismo en el que se sitúa el límite o frontera f en un lugar poco usual y variable. Al menos el caso de Otto admite esta interpretación: la frontera se pone donde se acaban el cuerpo y el cuaderno de Otto, y se considera todo lo demás, también el resto de la sociedad, como no relevante para la explicación de su conducta. Lo que importa, en los ejemplos ilustrativos centrales, sigue residiendo en el interior de una frontera relativamente local. En 6.1 señalé que se puede ser externista con respecto a f e internista con respecto a f’. La idea de que los factores determinantes para Burge o Putnam son menos locales que los invocados por los teóricos de la mente extendida podría entonces remitirse a esta cuestión de hasta dónde estamos dispuestos a expandir las fronteras. Putnam y Burge las extienden hasta abarcar toda la sociedad y el medio natural. En el caso de C&C, las extensiones son en general muy locales, como muestra paradigmáticamente el caso de Otto. Además, consideran un problema que la mente acabe «desparramada» por el entorno, por lo que tratan a toda costa de formular criterios que restrinjan las relaciones causales con elementos del entorno que dan lugar a genuinos acoplamientos, una cuestión que retomaremos enseguida. Pero las cosas están menos claras cuando llegamos a la afirmación central para nosotros de que la lengua es el recurso principal para extender la mente, ya que en ese caso se invoca un factor muy expandido, que pertenece al conjunto de la comunidad.

6.3.2. Lenguaje y mente extendida De hecho, pienso con la pluma, pues a menudo mi cabeza no sabe lo que mi mano escribe. (Wittgenstein, 1977a, aforismo 87)

Los defensores de la TME afirman que el lenguaje es la vía principal, aunque no la única, por la cual la mente humana deviene extendida

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La relatividad lingüística (C&C, 1998: 75-76 y 95; Noë, 2010: 116ss.)8. Esta deriva de la idea general abre las puertas a plantear las cuestiones del impacto cognitivo del lenguaje y de la diversidad cognitiva debida a la diversidad lingüística de modo original, dentro de un modelo extendido de la mente. La vía que quiero explorar puede resumirse en un nuevo esquema del argumento a favor de la hipótesis de la relatividad lingüística, adaptado a la hipótesis de la mente extendida (el subíndice «E» hace referencia a la idea de Lenguaje-E o lenguaje externo): Versión extendida del argumento a favor de la RL de los estados y procesos mentales ICLE El lenguajeE extiende la cognición humana (los estados y procesos mentales). DLE Las lenguas públicas difieren en aspectos no triviales. RLE Luego existen diferencias cognitivas entre mentes extendidas a través de lenguas públicas diferentes.

Aunque RLE es parcial, ya que existen extensiones no lingüísticas, y no se dice nada acerca de si la lengua afecta también a la parte interna de algunos procesos cognitivos, no es una tesis nada trivial cuando se añade que la vía del lenguaje es la más importante en la extensión mental. ICLE podría fortalecerse para incorporar este matiz: el lenguaje es la vía principal para la extensión de la cognición humana. La idea del papel del lenguaje en la extensión mental aparece por primera vez en C&C (1998) de un modo bastante vago, a través de la analogía con el nadar de los peces, que, al parecer, se apoya en los vórtices del medio acuático, de modo que no depende solo de las capacidades natatorias internas del propio animal, sino que el medio externo participa causalmente en el proceso. El sistema acoplado pez-másvórtices es lo que permite explicar por qué el pez nada tan bien como lo hace. De modo similar, dicen C&C, nosotros nadamos en un mar de palabras, ya que el entorno lingüístico nos acompaña desde la cuna (C&C, 1998: 75). Esto no aclara mucho cómo consigue el lenguaje extender la mente. Para que la idea tenga sentido, los defensores de la mente extendida tienen que concebir el lenguaje como algo externo al cerebro individual, no como un Lenguaje-I al modo de Chomsky (como un sistema de conocimiento instalado en el cerebro de un hablante competente individual). Por supuesto, no se necesita negar que en el cerebro de un hablante haya estructuras dedicadas a procesar el lenguaje realizadas en la infraestructura biológica interna. Pero, cuando sostienen que el lenguaje extiende la mente, están pensando más bien en el Lenguaje-E, en el lenguaje en tanto que está, al menos en parte, fuera de la cabeza. Noë, por ejemplo, afirma que lo que extiende la 8   Contar con los dedos, o girar físicamente una pieza del Tetris para facilitar el encaje con la parte de abajo, serían ejemplos de extensión –corporal y extracorporal− independiente del lenguaje.

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mente individual es el apoyo en «un andamio sociolingüístico compartido» (Noë, 2010: 117). En realidad, hay una continuidad de casos entre utilizar el lenguaje (o más bien la lengua) como un andamio interno y usarlo como un andamio externo. El tránsito del que habla Vygotski entre el lenguaje egocéntrico, que se articula en voz alta, y el lenguaje interiorizado, que ya no se vocaliza, podría verse como el paso de una mente extendida (podemos imaginar que el niño necesita oír las palabras, con lo que hay un bucle externo que involucra ondas sonoras) a una mente no extendida, aunque en el segundo caso sigue usándose la lengua pública con sus criterios de corrección públicos, por lo que el apoyo en un andamio sociolingüístico compartido sigue existiendo. Vygotski reivindica esa idea de la socialización del pensamiento a través de la lengua. Más adelante, C&C (1998) ligan la extensión de la mente individual a través del lenguaje con la idea de cognición colectiva, un aspecto destacado de la cognición humana. Lo que permite que dos personas se acoplen cognitivamente o, en términos ordinarios, que dos cabezas piensen mejor que una, es, en la mayor parte de los casos, que exista una lengua pública que medie entre ellos y les permita coordinarse. Este fenómeno les sirve de palanca para insistir, hacia el final del artícu­lo, en la conclusión general de que el lenguaje tiene un papel clave en la cognición extendida: […] el peso mayor del acoplamiento entre agentes depende del lenguaje. Sin lenguaje, podríamos parecernos mucho más a mentes cartesianas «internas» y separadas, en las que la cognición de alto nivel descansa principalmente sobre recursos internos. Pero la llegada del lenguaje nos ha permitido extender este peso por el mundo. Visto así, el lenguaje no es un reflejo de nuestros estados internos, sino un complemento suyo. Sirve como una herramienta cuya función es extender la cognición en maneras en que los dispositivos internos no pueden hacerlo. De hecho, quizás la explosión intelectual de la última etapa de la evolución se deba tanto a la extensión de la cognición que el lenguaje ha hecho posible como a cualquier desarrollo independiente de nuestros recursos cognitivos internos. (C&C, 1998: 92)

La idea que sirve para establecer la Premisa 1 del argumento (ICLE) es, por tanto, que el sistema extendido formado por el cerebro biológico más la lengua pública es capaz de hacer cosas que el cerebro por sí solo no sería capaz de hacer. Los casos más obvios en los que el andamio lingüístico es externo son aquellos en los que el papel fundamental lo tiene la escritura, que son los favoritos de los promotores de la TME, aunque en el caso de la cognición colectiva el papel preponderante lo tiene la oralidad. La creencia de Otto-extendido usa un andamio de escritura sobre un soporte de papel9. Esta manera de conectar el lengua9   Puede leerse el mito del Fedro en clave del paradigma de la mente extendida. El dios Theuth le ofrece al rey Thamus el invento de la escritura como un modo de extender la memoria de los

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La relatividad lingüística je y el pensamiento puede verse como una más entre las que inciden en el impacto cognitivo del lenguaje como tesis semiótica, esto es, sin contemplar el impacto diferencial de las lenguas y la consiguiente diversidad cognitiva. Pero los ejemplos aportados por los defensores de la TME pueden desarrollarse en una dirección relativista, añadiendo algo que funcione como Premisa 2. A continuación, propongo dos tipos de variaciones del experimento de Otto, con el fin de introducir en escena las cuestiones acerca de la diversidad lingüística y de la relatividad lingüística. Primer tipo de caso. Dejemos a Otto tal como lo presentan C&C, e imaginemos a un Otto contrafáctico gemelo al que su amigo bromista Willy le ha borrado del bloc el número correcto de la calle y ha escrito en su lugar el número 33. La única diferencia entre Otto-más-su-bloc y Ottoc-más-su-blocc reside en lo que hay escrito en los blocs. Sin embargo, las creencias respectivas, según los postulados de la TME, habrán cambiado (para empezar, la primera es verdadera, mientras que la segunda es falsa), y con ellas habrán cambiado también los poderes causales de los respectivos sistemas acoplados, por lo que uno se dirige a la calle 53 y el otro a la calle 33. En este caso no ha habido cambio de lengua, sino que tenemos algo parecido a los efectos orwellianos que e­xaminamos en el apartado 4.4.6 (tesis RL6). De hecho, es posible que Willy el bromista quiera manipular a Ottoc en beneficio propio, ya que de­sea encontrarse a solas con Inga en el museo. También podemos imaginar que Otto escribe en su bloc: «la exposición prevista para el miércoles se ha adelantado dos días», mientras que Ottoc escribe: «la exposición prevista para el miércoles se ha cambiado para dos días más adelante», lo que no les impide ser gemelos internistas en t, pues ambos se han olvidado de lo que escribieron. Eso causa que en el primero se active la metáfora tiempo-móvil y acuda el lunes, mientras que en el se­gundo se active la metáfora ego-móvil y acuda el viernes (véase el apdo. 5.2.1). Segundo tipo de caso. Otto es un hablante monolingüe del español y Ottoc es un hablante monolingüe de una lengua que solo cuenta con un marco espacial absoluto. Es difícil concebirlos como gemelos internistas, pero esto no afecta mucho al argumento. Un día se los somete a un experimento de rotación como los diseñados por Levinson (véase el final del apdo. 4.5). Cuando están a un lado de la mesa, Otto apunta en su bloc: «El cochecito está a la derecha del camioncito», y Ottoc apunta algo que podemos parafrasear como: «El cochecito está río arriba del camioncito». Si transcurre el tiempo suficiente, ninguno de los Ottos podrá apoyarse en su memoria biológica para recolocar los juguetes desde el otro lado de la mesa. Pero pueden consultar sus blocs, por lo

egipcios. Pero el rey lo rechaza debido a lo que podemos considerar prejuicios internistas: el verdadero recuerdo se inscribe en el alma, y la escritura solo produce un recordatorio defectuoso (Platón, 2010: 123 ss.).

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que colocarán sus juguetes de acuerdo con el modo sugerido por sus respectivas lenguas: el uno relativamente a su ego, el otro usando la dirección del río como referencia absoluta. También podemos imaginar a un Otto-bilingüe que a veces apunta las cosas en su bloc en una lengua y a veces las apunta en la otra. Si apunta en una lengua que el cochecito está a la derecha del camioncito, los recolocará de una forma; si apunta en la otra lengua que el cochecito está río arriba del camioncito, los recolocará de la otra forma. El primer tipo de caso ilustra la versión extendida de la tesis del impacto cognitivo de la diversidad intralingüística e intraindividual, esto es, de las variantes lingüísticas en tanto que asimiladas como parte del repertorio lingüístico de un hablante, o del uso de la lengua, de cómo los modos en los que describimos o nos describen una situación afectan a cómo la pensamos. El segundo tipo de caso ilustra la versión extendida de la idea neowhorfiana clásica del impacto cognitivo de la diversidad interlingüística. De nuevo, RLE es compatible con las formas clásicas (esto es, internistas) de relatividad lingüística. Con independencia de si el lenguaje público-externo tiene un impacto sobre el pensamiento también gracias a su capacidad para formar un sistema acoplado con el cerebro-cuerpo biológicos, se puede estudiar si afecta de modo puntual o permanente a la parte interna del proceso, por ejemplo, si algunas formas de pensamiento son vehiculizadas por el habla interna, o si el uso continuado de una lengua produce hábitos cognitivos internos. Por otro lado, debe recordarse que se aplican a la teoría de la mente extendida las dos formas de debilidad que rigen para las posturas externistas en general. En primer lugar, no se afirma que todos los procesos cognitivos humanos requieran la extensión (lingüística o de otra clase), solo que algunos la implican. Los defensores de la TME no niegan que a menudo la cognición proceda intracraneal o intracorporalmente, como sucede en el caso de Inga. Es más, el «argumento de la paridad funcional» se basa en considerar como cognitivamente equivalentes procesos que suceden intracranealmente, como hacer una suma en la cabeza, y otros que se extienden por el entorno, como hacer la misma suma ayudándose de lápiz y papel, o de los dedos. Además, C&C (pero no otros defensores de la extensión mental) excluyen los fenómenos cognitivos conscientes del alcance de su tesis. En segundo lugar, tampoco se afirma que la cognición humana pueda no depender de lo que pasa dentro de la cabeza o en el sistema nervioso, sino que a veces la cognición depende en parte de factores extracraneales, que en algunos procesos mentales «parte del proceso mental –pero nunca todo– está hecha de factores que ocurren fuera del cerebro del sujeto» (Rowlands, 2010b: 13). Por ejemplo, se dice que, «cuando usamos lápiz y papel para realizar alguna compleja operación aritmética, el circuito material que sustenta el éxito cognitivo en esa ocasión está formado por elementos neuronales, elementos corporales (la mano que sostiene el lápiz) y objetos del mundo (el lápiz y el papel), relacionados adecuadamente

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La relatividad lingüística entre sí en un bucle explicativo que incluye complejas interacciones causales» (García & Calvo: 13-14). La postura concreta de Clark depende de su visión del procesamiento interno, enmarcada dentro del enfoque conexionista. Una idea clave del conexionismo es que la dinámica de los procesos mentales internos (procesamiento holístico en paralelo) no se parece al manejo de oraciones y a la inferencia lógica, que requiere premisas con forma oracional. Clark quiere conciliar un modelo no lingüístico de lo intracraneal con el papel central del lenguaje en la extensión del pensamiento, al postular que el lenguaje no modifica los modos básicos de funcionamiento del cerebro biológico, sino que cerebro y lenguaje se acoplan para formar un sistema extendido. Por eso, Clark (1998) opone su postura a la de filósofos de la mente como Carruthers o Dennett que, de formas bastante diferentes, argumentan que el lenguaje transforma la dinámica de funcionamiento de los cerebros mismos. La posición de Clark implica que, mientras que en el caso de Inga el lenguaje no tiene ningún papel en los procesos mentales que explican su conducta, dado que su memoria biológica no es lingüística, en el caso de Otto el lenguaje externo tiene un papel esencial. No es casual que Clark prefiera usar ejemplos que involucran la escritura, modalidad del lenguaje más claramente externa o usable como un recurso estable que la modalidad oral, que, aunque también tiene su lado externo, es efímera. En cuanto a si el conexionismo nos aboca a una postura según la cual el lenguaje no transforma o reconfigura de un modo profundo los modos básicos de procesamiento del cerebro biológico, sino que se acopla con él de un modo extrínseco, cabe señalar que Lee (1996) interpreta a Whorf como un pionero de ese paradigma, suponiendo algo así como una red neural holística que sostiene un campo semántico y que puede ser adiestrada para que se conforme a pautas lingüísticas, lo que justificaría hablar de pensamiento lingüístico interno. Este énfasis en lo semántico es vital para contrarrestar la presuposición, común entre los críticos de ICL y de RL, de que, al discutir el posible impacto del lenguaje o de las lenguas sobre el pensamiento, por «lenguaje» tenemos que entender aspectos superficiales, como las propiedades acústicas o, en general, formales. La idea de Whorf sería que son aspectos más «profundos», como las pautas semánticas específicas de una lengua pública (las formas de hablar sobre un cierto ámbito), los que deben ser tenidos en cuenta a la hora de evaluar su impacto cognitivo interno.

6.3.3. Pero, entonces, ¿pensamos (a veces, o en parte) con palabras? El modo «extendido» de replantear la cuestión de la relación entre el lenguaje y el pensamiento permite acceder a un territorio conceptual poco explorado. Sin embargo, hay que andar con cuidado a la hora de ubicar la TME al lado de otras posturas más clásicas que defienden el impacto cognitivo de las lenguas, la mayor parte de las cuales se mueven en un marco internista, aunque algunas sugieren ya algo que se aproxima a un modelo extendido de lo mental.

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La TME es una tesis acerca de lo que constituye los procesos o estados mentales y la propia mente, no meramente acerca de lo que afecta causalmente a tales procesos o estados. Pero no toda relación causal entre un sistema biológico y su entorno cuenta para los defensores de la tesis como una extensión del sistema, sino que los vínculos que posibilitan el acoplamiento deben poseer ciertas características especiales. En el caso de las extensiones lingüísticas, la idea es que la lengua pública a veces forma parte de los procesos cognitivos individuales y no solo los pone en marcha (por ejemplo, en la comprensión lingüística) o es el resultado de ellos (por ejemplo, en la producción lingüística). Estaríamos entonces ante una versión externista de lo que en el apartado 2.3.2 llamé ICL-CONSTITUTIVISTA, la tesis de que el lenguaje vehiculiza, al menos en parte, algunos procesos cognitivos humanos: es el medio en el que transcurren, o uno de los medios. Clark (2011, apdo. 3.4) habla de «pensamientos híbridos», en los que se combinan varios formatos, uno de los cuales es el que proporciona la propia lengua. Pero puede no ser conveniente vincular en exceso la cuestión del papel de la lengua externa en el pensamiento humano con una tesis metafísica controvertida sobre la naturaleza de lo mental como la TME. Uno de los puntos más discutidos en el debate sobre la mente extendida es precisamente el de las características del acoplamiento. En la Introducción a Menary (ed.) (2010), el editor señala una ambigüedad, entre la tesis débil de que algunos rasgos externos interactúan causalmente con procesos cognitivos que transcurren enteramente dentro del cráneo, y la tesis fuerte de que ciertos rasgos externos son una parte constitutiva de algunos procesos cognitivos. A mi juicio, ambas tesis son pertinentes para la cuestión conceptualmente central del impacto cognitivo del lenguaje, pues ambas aceptan la premisa de que, si mantenemos la estructura interna pero variamos la naturaleza del entorno, «nuestras conductas y competencias podrían alterarse radicalmente» (Menary, 2010: 3). Si la tesis fuerte se sostuviera, tendríamos una versión interesante de la idea de que pensamos al menos en parte con palabras, diferente de las versiones más clásicas, que suelen estar pensando en que los vehículos lingüísticos de la cognición tienen forma de habla interna más que externa. Pero si se sostiene solo la tesis más débil, tendríamos también una versión interesante de la idea del impacto cognitivo de la lengua externa, solo que sería una versión no constitutivista. En otras palabras, todos los participantes en el debate sobre la mente extendida parecen dispuestos a admitir que la lengua externa posee funciones supracomunicativas no triviales. Los críticos admiten, como mínimo, que es un andamio o una herramienta cognitiva que nos ayuda a pensar. Los defensores van más allá, al sostener que es una parte integrante esencial de algunos procesos y estados mentales. Algunos detractores de la TME, como Adams & Aizawa o Rupert, argumentan que los ejemplos aportados por C&C solo apoyan la tesis débil, esto es, que la mente se apoya en herramientas externas que le permiten realizar tareas que no podría realizar sin ellas, pero que los ejemplos no aportan evidencia a favor de que la mente y sus procesos

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La relatividad lingüística se ubiquen más allá de los límites internistas clásicos. En el caso de Otto, tendríamos una mente internista que se apoya en un bloc, no una mente extendida que contiene un bloc como una parte suya. Pero esto es compatible con considerar que la lengua pública es un factor moldeador de la mente a largo plazo, o que proporciona un andamio que transforma sustancialmente aquí y ahora nuestras capacidades cognitivas. Postular un impacto cognitivo no trivial de la lengua no obliga a aceptar que las palabras (habladas, escritas o imaginadas) sean parte constitutiva de nuestra cognición. Para los problemas que nos interesan en este libro, tal vez esta cuestión sea solo terminológica. Podríamos reservar los términos «mente», «cognitivo», etc. para lo que sucede intracranealmente, a la vez que reconocemos que esa mente internista se apoya en el cuerpo y en el entorno externo, incluida la lengua, para desarrollar muchas de sus actividades. Sin embargo, los promotores de la TME insisten en que ellos defienden la tesis fuerte. Aunque simpatizo con la idea central de la TME y con la sugerencia de que la lengua externa es la principal vía para la expansión de la mente humana, algunas de las objeciones que se le han hecho me parece que tienen fuerza. En ausencia de un criterio claro que separe las relaciones causales pertinentes de las que no cuentan, se corre el riesgo de pasar de una mente extendida a una mente «desparramada», diseminada por el entorno, así como también el riesgo de acabar con una mente «de estira y afloja», que se va acoplando y desacoplando continuamente a todo tipo de recursos externos. Noë (2010) acepta alegremente estas consecuencias y sugiere que lo único que nos impide aceptarlas es un prejuicio basado en una concepción tradicional del Yo. Estas cuestiones están directamente conectadas con los desarrollos tecnológicos actuales, ya que es más que probable que los humanos funcionemos cada vez más como sistemas conectados a todo tipo de dispositivos externos. ¿Está la mente de alguien que cree todo lo que dice la Wikipedia extendida por la red? ¿Forma mi móvil parte de mi mente? Por analogía con Otto, los números de teléfono que contiene formarían parte de mi memoria extendida. En el artículo original, C&C ligan la idea de sistema acoplado con el requisito de que exista una interacción de doble sentido entre el organismo y una entidad externa (C&C, 1998: 65), y ofrecen una batería de criterios para distinguir entre conexiones causales que generan sistemas extendidos y aquellas otras que no, como la fiabilidad del acoplamiento, su permanencia o la confianza, dependencia y accesibilidad en relación con el recurso externo (ibid.: 91). Clark (2010) sostiene que los recursos externos en cuestión deben estar «disponibles de modo fiable y ser invocados de modo típico», que la información que proporcionan debe aceptarse automáticamente, y que debe ser fácilmente accesible cuando se la necesita (Clark, 2010: 46). Clark (2011) apela a la idea de causación recíproca continua y la ilustra mediante el baile en pareja, donde los estados neurales y los movimientos de un danzante están modificando y siendo modificados continuamente por los del otro (Clark, 2011: 24). Menary lo llama «integración cognitiva», que expli-

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ca diciendo que, para hablar de un único sistema, lo importante es que haya una interacción rica entre lo interno y lo externo, de modo que conjuntamente gobiernen la conducta futura (Menary, 2010: 4). Ahora bien, ¿cumplen los ejemplos que se alegan con esos criterios para el acoplamiento? En general, dejan bastante que desear al respecto. En algunos casos, como cuando uso para sumar un lápiz y un papel que luego desecho, la parte del entorno que interviene tiene una conexión puntual y poco prolongada con el agente biológico. Esto da pie a la crítica de Rupert (2004) de que la TME desafía la idea de un sistema cognitivo único que persiste a lo largo del tiempo, a favor de sis­ temas cognitivos que varían según la naturaleza de la tarea cognitiva: unas veces, sujeto-más-lápiz-y-papel; otras, Otto-más-su-bloc, etcétera (García & Calvo, 2011: 31). Eso haría imposible seguir el rastro de sistemas cognitivos persistentes que evolucionan en el tiempo, como ocurre con el desarrollo cognitivo de un niño a través de sucesivas etapas. Clark responde que lo que él defiende es una «hipótesis de la cognición centrada en el organismo», según la cual la parte biológica es el elemento nuclear y más activo en los sistemas acoplados en los que el organismo participa (Clark, 2011: 139). Según él, esto permite retener dentro de la TME la idea de un elemento que persiste en el tiempo. La cuestión podría estar más clara si la circunscribimos a la forma que más nos concierne, la que incide en que el lenguaje es lo que principalmente extiende nuestras mentes. Si la conexión es con la lengua pública, entonces está claro que una persona normal dispone permanentemente de ella desde su niñez hasta su muerte. Obviamente, hay cambios en la competencia lingüística, pero esto ocurre también con muchas otras capacidades cognitivas. No parece extravagante afirmar que la capacidad permanente de usar una lengua oralmente y la capacidad casi permanente de escribir o de hacer cuentas sobre papel son partes constitutivas de lo que somos cognitivamente. Aquí no estamos intermitentemente transmutándonos de un sistema nosotros-sin-el-lenguaje a otro acoplado nosotros-más-el-lenguaje, sino que llevamos nuestra lengua con nosotros todo el tiempo y confiamos en poder usarla siempre que la necesitemos. Sin embargo, los criterios que se proponen para el acoplamiento se vuelven más problemáticos cuando se trata de usos específicos del lenguaje para producir muestras orales o escritas. Tomemos el criterio de confianza, central en el caso de Otto-más-su-bloc, para que lo que allí aparece escrito cuente como una creencia suya y para excluir como parte de mi mente todo lo que aparece en internet o en mi biblioteca. Comparémoslo con el siguiente caso imaginario: Ilich, marxista convencido, lleva siempre consigo el libro de Adolf Hitler Mein Kampf porque ello le permite refinar sus argumentos antinazis y así lucirse ante sus camaradas. Tener siempre a mano pensamientos opuestos a los suyos le permite, por contraste, tener pensamientos propios mejor fundamentados y articulados. Podemos imaginar que los pensamientos de Ilich serían mucho más toscos sin su constante repaso del libro de Hitler, pero que cada día está más convencido, y por mejores razones, de

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La relatividad lingüística la falsedad del contenido de Mein Kampf. Ahí parece haber toda la integración cognitiva que se quiera, y el libro incluso podría incorporarse a su cráneo por medio de un implante, pero no hay ninguna confianza en su contenido, sino la más grande de las desconfianzas, aunque las intuiciones que sostienen la TME siguen en pie, ya que el libro tiene para Ilich un papel similar al que tienen para mí las ideas internas que solamente contemplo sin adoptarlas, como hipótesis o en el curso de un argumento por reducción al absurdo. Ni en un caso ni en el otro se trataría de creencias, pero, si invocamos el principio de paridad funcional en ambos casos, tendríamos pensamientos que forman parte de procesos cognitivos más globales. Por otra parte, no veo con claridad, en casos como el de Otto-mássu-bloc, que haya una verdadera interacción, integración cognitiva o causación recíproca continua con el lenguaje. Otto es activo con respecto a su bloc, pero me resulta escurridiza la idea de que el bloc sea también activo con respecto a Otto, o que el lápiz y el papel sean activos con respecto a alguien que hace cuentas con su ayuda. Más que a una pareja de baile, estos casos se parecen al de alguien que baila con un maniquí. Por último, en el caso de la cognición colectiva existe sin duda interacción o bidireccionalidad, pero solo en casos muy especiales, como el de alguien que confía ciegamente en un amigo, uno acepta confiada y automáticamente lo que otro le dice. Algo parecido al caso de Ilich ocurre en el plano de la cognición colectiva con esos amigos cuyo juicio apreciamos precisamente porque no suelen estar de acuerdo con nosotros y que, a menudo, aunque incómodos, son los que más valoramos, porque hacen que se nos ocurran ideas mucho mejores. Además, los otros no suelen estar siempre a nuestra disposición, sino que se «acoplan» y «desacoplan» continuamente. Sin embargo, sea o no una especie de extensión mental, el fenómeno de pensar de modo coordinado gracias a la mediación lingüística, al auténtico diálogo, parece importante para evaluar el papel de la lengua pública en la cognición, con independencia de si cumple o no con los criterios que se les ocurran a los ideólogos de la mente extendida para hablar de genuino acoplamiento, esto es, de casos en los que las palabras, habladas o escritas, se pueden considerar como parte integrante del proceso mismo de pensar.

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La principal conclusión que se impone al final de este largo recorrido es que existe una enorme variedad de formas que puede adoptar la hipótesis de la relatividad lingüística, con toda seguridad bastantes más de las que he conseguido identificar aquí. Por eso, resulta simplificador y engañoso preguntarse por la relación del lenguaje o las lenguas con el pensamiento humano. El vínculo entre esos factores clave, y entre ellos y otros que se puedan añadir, como la cultura, la acción o la experiencia corporal, es sin duda complejo, y lo que tenemos que considerar son distintas posibles relaciones que inspiran toda una proteica gama de hipótesis acerca del modo en que las lenguas o las variedades lingüísticas podrían afectar de modos distintos a cómo piensan sus hablantes. Como sugiere el título de Leavitt (2011), lo que en realidad tenemos que dilucidar es la plausibilidad de diferentes relatividades lingüísticas. En algunos casos, esas formas de posible impacto diferencial se contradicen entre sí, como sucede con las variedades constitutivas y las no constitutivas, o con las modalidades fuertes y las débiles, o con las versiones totales y las parciales, que surgen de emplear en el argumento a favor de la relatividad lingüística alguna versión de la premisa del impacto cognitivo del lenguaje. Pero en los casos más interesantes las hipótesis relativistas son mutuamente compatibles entre sí e incluso se complementan, generando una pluralidad de vías entrecruzadas a través de las cuales la diversidad lingüística podría conducirnos a una correlativa diversidad cognitiva. Por otra parte, aunque he tratado de hilar muy fino con las palabras «lenguaje» y «pensamiento», no he querido imponer de un modo dogmático o definitivo ninguna caracterización última de esos términos, algo que habría hecho casi ininteligibles las posturas de muchos de los protagonistas en el debate, sino que he procurado formular las cuestiones aclarando en cada contexto qué es lo que se quería decir. Teniendo

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La relatividad lingüística en cuenta la complejidad de la cuestión de la relación entre el lenguaje y el pensamiento, la filosofía debería poder contribuir, al menos, a aclarar el espacio lógico de posibilidades. Sin embargo, muchos filósofos tienden a situarse en las posiciones autonomistas o relativistas más extremas y pierden rápidamente el interés cuando se les señala que existe una infinidad de posturas matizadas cuya plausibilidad puede ser reivindicada. Por ejemplo, que solo una parte del pensamiento podría verse afectada por la lengua, o que algunos de los efectos son tal vez leves y reversibles, o que las distintas partes del pensamiento afectadas pueden serlo de distintos modos, o con distinta intensidad, o que unos efectos pueden ser cuantitativos, como el aumento de la atención o de la memoria, y otros cualitativos, como la aparición del pensamiento de segundo orden, o que unos efectos pueden ser transversales a las lenguas, esto es, semióticos, y otros específicos de cada lengua, esto es, relativistas. En el Capítulo 4 sostuve que, con independencia de cuál haya sido la posición exacta de Benjamin Lee Whorf, algo bastante complicado de determinar y tal vez no demasiado interesante en sí mismo, su obra sugiere diferentes hipótesis moderadas pero nada triviales que deberían ser, en primer lugar, convenientemente aclaradas y, en segundo lugar, investigadas y confirmadas o refutadas empíricamente empleando la metodología más rigurosa que fuera posible. Por supuesto, no he pretendido agotar todas las tesis de inspiración whorfiana dignas de ser exploradas en el futuro, ni sugerir que debamos limitarnos a explorar hoy en día las hipótesis prefiguradas por Whorf hace ochenta años. Al contrario, he buscado ensanchar al máximo el espacio de posibilidades y, sobre todo, el de «plausibilidades» que se pueden considerar. En el Capítulo 6 he tratado de plantear el debate de modo novedoso, desde el examen de algunos modelos externistas contemporáneos del lenguaje y el pensamiento. Es posible que para quienes sean proclives al internismo todo lo que ahí se plantea esté viciado de raíz. Sin embargo, el problema del vínculo entre el lenguaje o las lenguas y el pensamiento puede y debe reformularse de modo que dé cabida también a los enfoques externistas. En todo caso, los tipos de relatividad lingüística externista examinados son compatibles con los más clásicos, ya que, con independencia de si una lengua pública tiene un impacto en la constitución de los contenidos mentales amplios de sus hablantes o en los poderes causales que resultan de la capacidad de formar un sistema extendido cerebro-lengua, el uso de la lengua podría afectar a la parte interna de la cognición, por ejemplo, vehiculizando ciertos procesos mentales en forma de habla interna o generando hábitos cognitivos internos. Una vez señalados todos los posibles vínculos entre el lenguaje y el pensamiento humanos, debería investigarse cómo esos vínculos se relacionan a su vez entre ellos, ya que las hipótesis examinadas en el Capítulo 4 no parecen ser del todo independientes. Por ejemplo, la idea de que una parte de la influencia de la lengua sobre el pensamiento se canaliza a través de las metáforas lingüísticas convencionales y siste-

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máticas (RL3) puede contribuir a explicar por qué el impacto adopta la forma de hábitos reversibles (RL1) y no genera marcos mentales inflexibles: las metáforas no parecen excesivamente difíciles de aprender, de abandonar, de combinar, de extender o incluso de inventar. Además, las metáforas convencionales proporcionan buenos ejemplos de cómo una sola lengua, y no ya lenguas distintas, permite conceptualizar de modos alternativos una misma situación, contribuyendo así a moderar los excesos del holismo whorfiano (RL4) y la sugerencia concomitante de que la visión de la realidad que una lengua promociona es armónica y no tiene fisuras. Y el hecho de que, según afirman Lakoff & Johnson, las metáforas se apoyen en conceptos extraídos de nuestras experiencias primarias (RL2), para conceptualizar dominios abstractos que son difíciles de pensar en términos directos y no metafóricos, explicaría por qué hallamos relatividad especialmente en el dominio de la conceptualización abstracta, pero también por qué subsisten en los hablantes (incluso en los monolingües) rutas experienciales hacia la comprensión del otro que saltan por encima de las barreras lingüísticas. La reversibilidad de los hábitos cognitivos inducidos lingüísticamente podría explicarse también si surgieran en parte gracias al habla o al uso de la lengua (RL6), ya que en ese caso podrían contrarrestarse, en muchas ocasiones, usando recursos que ya están disponibles en la propia lengua. Por otro lado, la presión que ejerce la experiencia prelingüística y la capacidad metacognitiva de controlar conscientemente los sesgos fomentados por la lengua podrían complementarse a la hora de establecer límites (podemos denominarlos «inferior» y «superior») a la influencia de una lengua sobre el pensamiento. El hecho de que la lengua guíe la atención (RL7), a la vez que implica un sesgo cognitivo diferencial (las lenguas podrían resaltar y ocultar aspectos diferentes), se puede conectar con la posibilidad de revertir los hábitos cognitivos lingüísticamente inducidos a través de la ruta metacognitiva, ya que aquello a lo que podemos atender de modo deliberado gracias a la objetivación lingüística del pensamiento y a la consciencia derivada de ello, puede ser controlado más fácilmente que aquello que nos condiciona pero que nos pasa más desapercibido. Además, cada una de las demás tesis sirve de apoyo a la tesis de que la lengua y el pensamiento se influyen mutuamente, de un modo dinámico o interactivo (RL5). Por ejemplo, la persistencia de una capacidad autónoma para experimentar figurativamente el mundo (RL2) puede ayudar a explicar que, con algún esfuerzo, seamos capaces de contrarrestar o de modificar los hábitos cognitivos fomentados por nuestra lengua. Teniendo en cuenta todo lo anterior, me parece preferible contemplar la lengua de acuerdo con la metáfora de una casa en la que nuestro pensamiento habita, un hogar con las puertas y las ventanas abiertas, y abandonar la metáfora de la lengua como una cárcel en la que nuestro pensamiento malvive. El cuadro global es compatible, al menos hasta cierto punto, con la intuición de que al hablar expresamos nuestras intenciones comunicativas individuales y no somos zombies lingüísticos o marionetas movi-

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La relatividad lingüística das a su antojo por nuestras lenguas, intuición reforzada por la idea de que hay modos de compensar en alguna medida los énfasis de la lengua (RL8). Las lenguas son mecanismos lo suficientemente flexibles y adaptativos como para que sea posible (es más, para que resulte inevitable) elegir entre una amplia gama de formas alternativas de usar sus recursos para dar sentido a una situación dada, y la inferencia pragmática permite ir más allá de lo codificable. La distinción entre diversas formas en las que el pensamiento es condicionado en parte por la lengua debe servir para pasar de la afirmación vaga de que no todas las intenciones comunicativas son alingüísticas o plenamente autónomas y transversales a las lenguas, a afirmaciones más concretas acerca de cuáles son los mecanismos mediante los cuales la lengua limita los contenidos de esas intenciones o da preeminencia a unos contenidos frente a otros. La plausibilidad de la imagen global se confirma en la medida en que de ella se sigan versiones también plausibles de los corolarios examinados en el apartado 1.4, de modo que esos corolarios no se puedan esgrimir como fáciles reducciones al absurdo de la hipótesis relativista. No de desprende, por ejemplo, de las variedades de la relatividad lingüística que he presentado como no triviales y plausibles, que la traducción o el aprendizaje de nuevas lenguas sean imposibles, sino, en todo caso, que esas tareas serán en muchos casos especialmente arduas, problemáticas e imperfectas. Tampoco se puede concluir que el pensamiento o la conducta estén determinados de un modo inexorable y alienante por la asimilación de una lengua o forma de hablar, aunque sí se sigue que las particularidades lingüísticas podrían influirnos de un modo que debe ser tenido en cuenta, aunque solo sea para tratar de contrarrestar la influencia. Ni se puede inferir que una lengua imponga automáticamente una visión del mundo o un carácter nacionales, pero sí que la lengua se enreda de un modo complejo con las formas de vida sociales, las absorbe y contribuye a fijarlas en las siguientes generaciones, siendo el principal instrumento de la aculturación. Por último, no parece que la lengua nativa determine la ciencia y la filosofía que uno practica, lo que le permitiría al presente autor eludir demasiado fácilmente la responsabilidad por todo lo que ha escrito hasta aquí, pero no es en absoluto descartable una versión relativista del principio de la primera palabra de Austin, de acuerdo con la cual la lengua nativa nos inspira y nos embruja una y otra vez cuando tratamos de pensar teóricamente, también cuando de lo que se trata es de pensar acerca de la relación entre el lenguaje y el pensamiento. Da capo e fine

Para acabar, creo oportuno repetir, ahora a modo de excusa por todo lo que no he sido capaz de aclarar, la cita de John L. Austin que encabezó el comienzo de este libro: «No son las cosas, son los filósofos los que son simples».

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