La locura adolescente : psicoanalisis de una edad en crisis.
 9789506025199, 9506025193

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D idier Lauru

LA LOCURA ADOLESCENTE P sico an álisis de u n a e d a d en crisis

E d ic io n e s N u e v a V isión B u e n o s A ires

Lauru. Didier La locura adolescente. Psicoanálisis de una edad en crisis - 1 “ ed. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2005. 176 p., 20x14 cm - (Freud 0 Lacan) Traducción de Heber Cardoso I.S.B.N. 950-602-519-3 1. Psicoanálisis. I. Cardoso. Heber, trad. II. Título CDD 150.195

T ítu lo d e l o rig in a l e n fra n c é s: L a fo lie a d o le sce n te. P sy c h a n a ly s e d u n áge en crise © 2004, by É d itio n s D enoél

T ra d u cc ió n d e H e b e r C a rd o so

© 2 0 0 5 p o r E d ic io n e s N u e v a V is ió n S A IC . T u c u m á n 3 7 4 8 . (1 1 8 9 ) B u e n o s A ir e s , R e p ú b lic a A r g e n tin a . Q u e d a h e c h o el d e p ó s ito q u e m a r c a la le y 1 1 .7 2 3 . I m p re s o e n la A r g e n tin a / P r i n t e d in A r g e n tin a

A A le x a n d re , K lo ria n y M a ily s, p o r lo q u e m e e n s e ñ a ro n y p o r lo q u e c o m p a rtim o s

¿Q u é sé d e m i v id a ? Y tú , ¿ q u é co n o ces d e la tu y a ? Y é l, ¿ a c a s o é l co n o ce la su y a ? Raym ond Q u en e a u ,

C hine et chien

Q u ie n v iv e s in lo c u ra n o e s t a n s e n s a ­ to com o cree. L a ROCHEFOUCAULD,

M áxim es.

INTRODUCCIÓN

La adolescencia ocupa un lu g ar central en n u e stra s sociedades posm odernas, en la encrucijada de los cam inos cu ltu rales y socia­ les. En la actualidad, g racias a num erosos trabajos, la especificidad de la clínica adolescente parece haber sido establecida, pese a las reticencias que m anifiestan algunos clínicos o an a lista s con indu­ dables dificultades p ara ap reh en d er el fenómeno adolescente o tem erosos de abordar la clínica de estos sujetos en movimiento, en devenir. F reud se interesó en las conmociones de la pu b ertad y en las consecuencias psicodinám icas de la adolescencia, como lo prueba la edad de los principales casos que expone: Dora (18 años), la joven homosexual (16 años), Anna O. el H om bre de las ra ta s (21 años)... Su aporte teórico re su lta esencial en cuanto a la construc­ ción de la novela fam iliar y a la im portancia de las representacio­ nes en la vida sexual de los adolescentes, quienes sólo pueden, en un prim er momento, “en treg arse a fan tasm as”. La lectura freudiana fue retom ada en u n a perspectiva p articu ­ larm ente pertinen te, allí donde d istin g u e la pu b ertad del púber, su v ertiente psíquica. Sin em bargo, concebir la adolescencia como u na sim ple repetición de la neurosis infantil re su lta reduccionista. P a ra identificar m ejor las m etam orfosis adolescentes, es necesa­ rio in terro g arse con m ayor profundidad. La sexualización del fanta sm a en el curso de la adolescencia, asiblc en la práctica, en carn a una de las transform aciones m ayores del psiquism o. Lacan renovó la lectura de cam pos que h ab ía n sido desbrozados

por Freud, los do la identificación, de la sexuación y de la relación preem inente con el falo, perm itiendo así un acercam iento a las problem áticas adolescentes en los registros de lo im aginario, de lo simbólico y de lo real. D esplegarem os esos conceptos, articulándo­ los con ejemplos clínicos. Con el transcurso del tiempo, num erosos autores fueron abrien­ do otros surcos, que perm itieron una cosecha en d istin tas direccio­ nes. Se elaboraron teorías que destacan el aspecto del paso del tiempo adolescente y la dim ensión estru ctu ral de ese mom ento fundador de la personalidad. Se tr a ta de un lapso crucial p ara el devenir del sujeto, cuya lógica in tern a es valorizada, poniendo siem pre el acento en el reconocimiento de una operación adoles­ cente. Por mi parte, aun siendo sensible a ese enfoque, temo que el mismo se encierre en un a visión dem asiado e stru ctu ralista, dem a­ siado apegada a problem áticas adolescentes que son an te todo dinám icas, según u n a cinética que les es propia. Les falta una dim ensión esencial: la aparición del sentim iento amoroso, el r e­ nacim iento de un antiguo am or, que no obstante resu lta nuevo, pues tam bién es el tiem po de la sexualización del pensam iento y de la relación con el Otro. Considero a la adolescencia no como una e stru c tu ra p asaje ra , sino como un pasaje en la e s tru c tu ra . La adolescencia p resenta modelos de pasaje en tre m undo interno, de los que dan testim onio los estados psicóticos tran sito rio s, y m undo externo, modos de pasaje culturales del universo adolescente hacia el universo adulto. Nos proponemos describir ese pasaje, esté o no ritualizado, desde el estado de dependencia al de independencia, tan to en el plano psíquico e individual como en su s consecuencias relacióna­ les y sociales. P ara nosotros, el objetivo consiste en testim oniar sus modalidades. La adolescencia sería un síntom a social, pero sobre todo el eslabón débil, frágil, de la transm isión de la cultu ra y de los valores de cada sociedad. Esc cruce del vado no se realiza sin des­ garram ientos, an g u stias o síntom as que a veces persisten mucho m ás allá de la época de la adolescencia. Los pasajes nunca se realizan sin riesgos ni peligros. El acto es preem inente en un cortocircuito del pensam iento que tiene dificultades p ara producirse y p ara ser reconocido por el propio adolescente, en tan to éste es transform ado. Su acercam ien­ to al O tro resu lta radicalm ente conmocionado en su posiciona-

m iento personal, en su identidad y en su s nuevas capacidades identificatorias. Es preciso in a u g u ra rle una in éd ita relación con­ sigo mismo, ya que el otro se en cu en tra entonces n atu ralm en te colocado en un lugar que no puede m odificar su economía de deseos. E s la época de las inclinaciones por el am or, de la difícil elección de los objetos de su s deseos, ta n delicados p ara la negociación, como en todo comienzo. La adolescencia es la época de los prim eros besos y de los prim eros am ores, de los prim eros m om entos de lo­ cu ra am orosa, de la enam oración.* En la clínica observam os u n a evolución del m aterial que apor­ ta n los discursos de los pacientes. ¿Asistim os en la actualidad a u n a m utación, a una modificación de la locura adolescente o se tra ta de la m ism a de siem pre, que se p resen ta bajo un aspecto diferente? El histérico, con su plasticidad, sabe ad ap tarse, al igual que el adolescente, a los nuevos aspectos de la sociedad. Lo mismo ocurre con los contenidos y con los tem as de los delirios en el caso de los psicóticos. Por o tra parte, resu lta in teresan te observar el empleo particu lar de la p ala b ra “delirio” por p arte de los adoles­ centes de hoy, p ara quienes significa una buena brom a, un gran placer, a m enudo com partido, “D eliram os bien”. En cuanto a la clínica del acto, tam bién evoluciona, pues la estru c tu ra perversa resu lta ta n escasam ente legible allí como en los m anuales. La frontera e n tre psicosis y perversión se p resen ta con menos claridad de lo que parece, lo que no deja de p la n tear serias preguntas e stru c tu ra le s. ¿Esa clínica de los confines sería acaso una nueva forma de locura? T ratarem o s de d esarro llar tam bién este punto. Indudablem ente, la clínica del adolescente ha evolucionado duran teestas últim as décadas, pero, ¿aquel ha cam bia­ do tan to en sus problem áticas? La estru ctu ra del adolescente, su recorrido por los desfiladeros de la castración (recup eración del Edipo in fan til), su en fren ta­ m iento con las transform aciones de la p u b ertad y con la sexuali1 Al comienzo del capitulo 4, en la Segunda p arte de esta obro, el a u to r dice: ‘ M ediante este significante [énamoration] pretendem os d a r cuenta del involueram iento del sujeto en el proceso q ue lo lleva a enam orarse. E sta expresión, poco em pleada en nuestros días, da cuenta bien de la clínica de los estados de enam oram iento adolescentes". E n consecuencia, em pleam os la expresión ena­ moración todas las veces que el a u to r dice énam oration (N. del T.)

zación de* su cuerpo siguen siendo los mismos, así como las con­ secuencias de esas modificaciones en el pensam iento, en el modo de relación con los objetos y en la relación con el Otro. Los adolescentes de hoy tienen que abrirse cam inos singulares para la localización de los significantes fundam entales en torno a los que se funda y se com pleta su posición de sujeto. Las modifica­ ciones del entorno fam iliar, cultural y social han desplazado notablem ente esos puntos de referencia fálicos en torno a los cuales van a construirse e in te n ta r asu m ir su devenir. El e sta tu s de la adolescencia, siem pre idealizado, en estos últimos tiem pos ha adquirido una consistencia muy particular. Rasgos inéditos parecen d ib u jarse en n u estras sociedades, a la búsqueda de nuevos ideales, en una era de constantes conmocio­ nes y huidas hacia delante. Los progresos de la ciencia han hecho retroceder ciertos lím ites de lo biológico, tales como los signos del envejecim iento o la prolongación de la esperanza de vida. El fantasm a de la ju v entud o de la vida etern a se ha fortalecido y, con la nostalgia de los prim eros tiem pos, se han sobrevalorado los comienzos y la adoles­ cencia La moda del for everyoung (“joven por siempre^) es uno de los rasgos de esa locura" Al adolescente eterno -h o m b re o m ujer provisto de cualidades im aginarias: ju v en tu d , belleza, in telig en cia- se le ab re todo el campo de lo posible, am ores, fortuna y goces. En sum a, un porvenir ra d ia n te y un futuro que nunca decepcionará. Adulado, encarna la falta de ser de una sociedad cuyo hilo ético, que la m an ten ía dentro del encadenam iento n atu ra l de las generaciones, en el ciclo in in te­ rrum pido de la vida y la m uerte, se ha perdido. De e sta m anera, la m uerte resu lta negada. Y el “joven por siem pre” participa de ese rechazo a acep tar el últim o lím ite del ser. S ea como fuere, el adolescente, con su entorno, ju n to a los padres, a los m aestro sy a u n a sociedad en movimiento, encontrará un camino singular a los efectos de com pletar su e stru c tu ra de sujeto del inconsciente. Ese pasaje por problem áticas adolescen­ tes no dejará de en fren tar ciertos incidentes: ¿acaso es el pasaje hacia una nueva locura adolescente?

E L ID E A L A D O L E SC E N T E Y E L D U E LO IM P O S IB L E

APASIONAM IENTO DE LA JU V E N T U D , APASIONAM IENTO POR LA JU V EN TU D

El adolescente, el niño, el adulto son sujetos por completo diferen­ tes. E n tan to se r en devenir, el niño debe recorrer un cam ino que lo lleva a com pletar y a ad q u irir plenam ente ese esta tu s en la adolescencia. El interés por el sujeto adolescente no es m ás que un reflejo de problem áticas vinculadas con m últiples procesos sim ultáneos que describirem os m ás adelante: modificaciones del narcisism o, recu­ peración de m ecanism os identificatoríos y estabilización de la po­ sición en lasexuación. El sujeto va a co n stitu irse construyendo su fan ta sm a . Entonces se fijarán de m an era d eterm in an te, incluso irreversible, síntom as y modos de gozar. La historia de Ju le s se desarrolla en sucesivas reb an ad as de u n a infancia caótica, cuyo ritm o lo p au tab an los viajes de los padres. La m uerte de la m adre, al comienzo de su adolescencia, lo sum erge sin transición en el m undo adulto. La seguridad de base que prodigaba la m adre d u ra n te la p rim era infancia no basta para a p u n ta la r su personalidad frágil, narcísica. E s en tu sia sta , y siem ­ pre está dispuesto para sum ergirse en una nueva pasión, ya sea un ídolo, un deporte o un video ganie. Su padre quiere u n a opinión, pues está preocupado. Cuando Ju le s no se entrega a su s pasiones, m anifiesta gestos repetitivos, irregulares, que reproduce de m an era incontenible. Desde los quince años, tiene una visión del m undo m uy p articu lar. Describe las relaciones hu m an as como muy estan d ard izad as, au to m atiza­ das, salvo las que establece él mismo. En ese caso, el m undo se transform a, se vuelve rico, fuera de lo común. Los superlativos

proliferan: “genial", “sú p er”, “e x tra ”, “híper”, etc. El gris del mundo adulto tom a color como por encantam iento, se convierte en un universo alegre y vivo. El discurso del padre confirm a la paradoja. El hom bre es m anifiestam ente depresivo y sólo ha realizado un duelo muy parcial tra s la m uerte de su m ujer. Ha in ten tad o m an ten er una vida social, invita a amigos de la m ujer, pero sin gusto ni convic­ ción ni, m enos aun, deseo. Se siente desbordado por ese hijo en ebullición, que salta alegrem ente de u n a pasión a o tra, de un ídolo de la canción a un futbolista célebre, de un “com pañero genial” a un “l o f t e u r El padre de Ju le s experim enta sufrim iento an te la m era ta re a de existir. No en tiende a su hijo ni su s síntom as, que invalidan y em bridan su existencia. Cuando lo veo a solas, tra s una fachada jovial, Ju le s deja asom ar o tra faceta de sí mismo. Lucha contra una m asiva invasión depresiva. M ás allá del duelo por la m adre, que h a s ta entonces nunca había podido abordar en verdad, lo que lo preocupa sobre todo es la tristeza y la falta de im pulso vital del padre. No entiende por qué realiza todos esos gestos inútiles, a los que considera ridículos. Tam bién cuenta series, grupos de cifras del derecho y del revés, de 0 a 105, contando de 7 en 7. E sto le ocupa b u en a p arte del tiempo, medio día m ás o menos. Acepta venir a verme, pues piensa que su s gestos le impiden soltura en las relaciones con las chicas. Se anticipa al develamiento de una verdad h asta entonces bien en cubierta por la represión. Su posición edípica e stá articu lad a por significantes que le son singulares. En el tran scu rso de una sesión surge un lapsus que le abre el camino. Al evocar recuerdos en los que la madre le m anifes­ taba te rn u ra , quiere trad u cir su preocupación y dice: “Eso me m astu rba". C om pletam ente desconcertado, se rectifica con rapidez, preci­ sando lo que ha querido decir: “Eso me p ertu rb a ”. Y no “la otra p alab ra”, agrega. L a su stitución del significante “per"(¿padre?) de p ertu rb a.p or el “m as” rem ite con claridad a lo m a tern o. Sólo el radical “tu rb a ” sigue siendo el eje en tre la padre-turbación del hijo 1 Expresión referida a chicos que han participado en esos program as de TV en los que se reúne a un grupo de jóvenes d u ran te días en un am biente cerrado, m ientras se filma ininterrum pidam ente las relaciones que m antienen en esc ám bito Luego de acabado el reality show, el destino de los particip an tes es siem pre problemático. (N. del T.)

por el padre, a la m as-turbación del hijo por la m adre, al menos en su lógica fan tasn iática. Poco después, el a n a lista localiza un significante curioso, que reaparece en sus tem as. Ju les re la ta que acaba de ad h erir a una nueva pasión: la g u itarra. “Me entrego con todo el cuerpo, perdi­ d am en te-' a la m úsica. El a n alista in tervien e p ara p reg u n tarle a quién pertenece ese cuerno perdido. P asada la sorpresa vinculada con la incongruencia de la p reg u n ta, perm anece un mom ento desestabilizado y luego estalla en carcajadas: “N unca h ab ía visto las cosas así, pero es mi m adre, ta n to m ás cuanto era ella quien tocaba la g u ita rra cuando yo era pequeño”. Ese significante “con todo el cuerpo, perdidam ente” da cuenta de u n a parte de la sobredeterm inación de sus aficiones y, por otra parte, de lo que lo vincula con la m adre, con ese cuerpo perdido p a ra siem pre. En el plano real, se tr a ta de la desaparición de esas zonas de som bra que poco después se ilum inan. En el plano fantasm ático, es el cuerpo m aterno de sus ensoñaciones m astu rb ato ­ rias, como lo había revelado su lapsus. Cuerpo simbólico, pues es del padre (padre del), y e stá prohibido que lo merodee, s alvo en su fantasm a. La lógica de su fan tasm a y de su síntom a em pieza a entenderse. La condensación en torno a esa expresión significante, a trav és de su s distintos sentidos, el am or por su m adre, lo au toriza entonces a un prim er despegue, a un comienzo de duelo que finalm ente pue­ de efectuarse. Se tran sfo rm a progresivam ente. Se vuelve menos alegre y expansivo, p asa por fases de depresión que lo preocupan. En form a paralela, los sín to m as m ás acusados se esfu m an . Por su p a rte , el padre de J u le s sa le de la depresión y se e n tre g a a una av en tu ra am orosa de dim ensiones adolescentes, que en un p rim er mom ento lo colma. M ás adelante, Ju le s se resitú a subjetivam ente en un desfasaje con respecto a sí mismo menos excesivo que antes. Se acerca a una chica, en una relación que progresivam ente se tran sfo rm a en relación amorosa. Pero la dim ensión pasional ya no tiene la in ­ tensidad de sus aficiones an terio res. E stabilizado por la realiza­ ción de su duelo y la superación de los sentim ientos depresivos, parece h aber m adurado, luce m ás sensato. Esto le perm ite final­ m ente abordar u n a experiencia de aiiior, enam orarse.

I*;i a p a sio n a m ien to , la id ea liza ció n de los a d o le sc e n te s Los adolescentes son idealistas apasionados. No se tr a ta de un hecho que tenga que ver con la estru ctu ra, sino con movimientos tran sito rio s que pueden cam biar de objeto o tran sfo rm arse rá p i­ dam ente en aversión. Tienen ap titu d p ara apasionarse, p ara idealizar y p ara am ar tan pronto abandonan un objeto de investim iento libidinal, sea cual fuere. Esa m asiva e inm ediata caída en u n a dependencia del objeto es un intento, repetido y a m enudo infructuoso, de encon­ tr a r el objeto menos inadecuado. Pues el adolescente se encu en tra a la búsqueda de sí mismo; dicho de o tra m anera, de su s propios objetos de goce, que ya no se en cu en tran en dependencia dem asía.do e strecha con respecto a los objetos p aren tales. Se le hace u r­ gente desprenderse de u n a relación con el ot ro, con el Otro g ran d e, que entonces se h a t ornado m olesta. Las flaquezas del O tro grande, que el sujeto comienza a percibir en la adolescencia, se vuelven insoportables. Sin la g aran tía del límite del goce del sujeto que encarna al otro, esta tom a de con­ ciencia volvería incontrolable la pulsión. Su dem anda tiene así posibilidades de ser enten d id a por el sujeto en la m edida en que esté referida a la pulsión. Esc núcleo estru ctu ral resu lta muy delicado de m anejar, pues el que resurge es todo el proceso de lo simbólico, p ara condensarse en torno de ese pasaje adolescente, por lo general bueno, aunque en la clínica veam os las diferentes figuras que adoptan los malos pasajes.

La ju v e n tu d y la cu ltu ra El fenómeno de la adolescencia puede ser aprehendido desde el plano colectivo. Ese apasionam iento de toda u n a sociedad por la juventud y lo que la concierne puede ser interrogado como un síntom a. Síntom a de u n a cu ltu ra y de u n a civilización que han perdido referencias identificatorias tan to a nivel individual como colectivo: negación del envejecimiento, n egación de la m u e rte ... sueño o fan tasm a de la ju v en tu d e terna, ilustrado m agnfficam ente por el Fausto de Goethe. Sin em bargo, la sociedad es am bivalente. F rente a la ligereza de

la adolescencia, el adulto se siente pesado cuando se esfuerza por o rien tar su vida forjándose certezas, m ien tras que el adolescente se afana por d em ostrar que, p ara él, esos valores son ilusorios e irrisorios, y se ríe de ellos. Ese m ovim iento de deconstrucción, a veces radical, en absoluto tran q u ilizad o r p ara el adulto, lo es aún menos para el adolescente, quien debe entonces volverse hacia ideales nuevos e identificaciones inéditas. Una vez que comienza el trabajo de deconstrucción, se en cu en tra en medio del cruce de un v a do, en un pun to de no retorno, presa de vacilaciones y am bi­ valencias. ¿Hacia dónde dirigirse ahora: reg resar hacia el Edipo, que se ha convertido en lu g ar de peligro incestuoso reactivado por los fantasm as? ¿O av an zar por un cam ino sin g u lar hacia la salida de la adolescencia? Todo el trabajo de las problem áticas adolescen­ te s se encuentra en m archa y el adolescente debe con stru ir su cam ino a través de sus nuevas identificaciones.2 de su posición en la sexuacíóiT,T de la modificación de su narcisism o 1 y de la construcción de su fantasm a. El fan tasm a inconsciente d eterm ina el modo de relación~y sobre todo el modo de goce del su jeto. Es el lazo e n tre el sujeto y sus objetos de am or, y deja su m arca en cada u n o m edíante un sello singu lar. El registro de la frustración le im pide contener su energía pulsional desbordante, se en cu e n tra frenado, incluso impedido en sus aspiraciones de gozar de su s objetos de m an era inm ediata. La b a rre ra de la prohibición es al mismo tiem po lo que busca el adolescente y lo que tem e, puesto que le im pide el acceso a un goce desenfrenado (literalm ente, sin freno). El lím ite en carn a un polo de e stru c tu ración del fan tasm a en torno al cual el ad olescente in te n ta co n stru irse. Sus significantes iniciales se ponen a prueFa, se confrontan contra lo real de la existencia. C iertas situaciones de la vida pueden rem itir al adoles­ cente a la im posibilidad de sim bolizar o de asu m ir una posición fálica que sostendría su posición de sujeto. El encuentro de significantes fálicos (em blem as de poder, de * Inicial lazo inconsciente, por el cual el sujeto se atrib u y e un rasgo del otro y lo integra en su psiquismo. D esarrollarem os este tem a en el capitulo siguiente. 1 Son las modificaciones psíquicas por las que todo sujeto debe p asar para construirse u na identidad de m ujer u hombre, y situ arse en su sexualidad. 4 El narcisism o es el am or a si mismo, que perm ite luego el am or a los otros. En la adolescencia se produce u n a profunda modificación del narcisism o, la que abordarem os en la segunda p arte de este libro.

fuerza o de acceso a u n a sexualidad sin freno) produce entonces la confusión de las referencias de la realidad, enfrentando al sujeto con los lim ites de ío real. Estos se deberán reto m ar en el trabajo analítico si se quiere in te n ta r llevarlo hacia una posible búsqueda de sus sentidos.

La som b ra d e la c a str a c ió n D etrás de ese lím ite se perfila la som bra de la castración. E stá en juego la ley, m ás allá de las reglas, de la cu ltu ra o de las in stitu ­ ciones, es la ley del lenguaje. E s una de las razones por las cuales los adolescentes experim entan la necesidad de crearse nuevos lenguajes. Lo prohibido m arca, p ara cada sujeto, los puntos de equilibrio hacia donde tienden los movimientos del deseo, en ten ­ didos aquí como efectos de discursos, y circunscribe asi el campo de lo deseable. El adolescente experim enta una apetencia p articu lar por la transgresión. Transgresión que debe tom arse como un intento de salir del universo del discurso, de escapar a la em presa de la castración y. al mismo tiempo, de recuperar el eje central de lo deseable. El apasionam iento de los adolescentes participa de ese movimiento: en su pasaje adolescente, cada sujeto busca sus propias m arcas, los significantes singulares que lo caracterizan. Es cierto que muchos de ellos deben p asar por una ruidosa interrogación, ya que necesitan de ese recurso p ara la tran sg re­ sión. Freud definió con claridad la diferencia en tre la prohibición y el rechazo: “[P ara fijar los térm inos], llam arem os rechazo al hecho de que una pulsión no pueda se r satisfecha, y prohibición a la disposición que establece ese rechazo, y privación al estado que de ello resu lta”.5 En o tra p arte precisa e l carácter universal de las tres prohibiciones que fundan la cu ltu ra: incesto, asesin ato y canibalism o. L a prohibición del incesto conserva un lu g ar estru c­ tural fundam ental que regula la economía del deseo del sujeto, la que desde entonces queda arraig ad a en el lenguaje. Es el punto de anclaje del odio a la cu ltu ra que encontram os en todas las expre­ siones de rebelión o de inhibición vinculadas con la neurosis. S. Freud. ¡.'avenir d ’une tllusw n. PUF. 1972.

René, de dieciocho años, se negaba am able pero obstinadam en­ te a tra b a ja r en el plano escolar. H abía tenido una prim era in­ fancia sin preocupaciones, bajo la som bra de una m adre am an te y pródiga en atenciones, tal vez en dem asía. Ella lo estim ulaba en todo, leía mil revistas y libros, tra ta b a de criar a los hijos del mejor modo posible o de ser una b u en a m adre. Las prim eras oposiciones de Rene, h a sta entonces un chico “fácil”, coinciden con las prim e­ ra s m anifestaciones de la pubertad: ruidosas rab ietas, pilosidad naciente y, sobre todo, un cambio del carácter. Su docilidad da lugar a u n a placidez y a una oposición pasiva. No desea hacer nada y lo asum e, en medio de una pasividad que irrita a los p ad resy que le procura algunas delicias: ver cómo sus p ad res se desesperan por causa suya. Lo que René interroga, sin saberlo, es algo no dicho acerca de una depresión que la m adre experim entó poco después del nacim iento del chico, la que se prolongó d u ra n te varios meses. Ella había perdido a su m adre en la adolescencia y por entonces a rra s tra b a un duelo parcialm ente elaborado. De esa m an era, me­ diante su síntom a de pasividad y de rechazo al saber, la rem itía a lo insoportable de la depresión y al abandono m aterno, dejándola Hilflosieg/uet,GEso no-dicho, esa prohibición de sab er acerca del síntom a de su m adre, se proyectaba así a todo sab er libresco, im pidiéndole el acceso a la cultu ra. Un largo trab ajo de an álisis le perm itió reenco n trar progresivam ente los cam inos del conoci­ m iento. En forma paralela, la m adre em prendió una terap ia, para apoderarse de sus propias dificultades, perm itiéndole de este mo­ do a René desprenderse de su em presa inconsciente. La pulsión está d estin ad a a no ser satisfecha nunca y observa­ mos en el sujeto una reserv a que perm ite su reaparición periódica y, según Freud, la conservación de su energía. Es u n a tesis que F reud desarrolla ya desde “L’E squisseV La prohibición del incesto m arca una frontera para el reencuen­ tro siem pre faltan te en tre los sexos. Ahora bien, el adolescente se en cu e n tra a la búsqueda de su alm a gem ela, en un inten to por reen co n trar en el otro la incom pletitud que lo h ab ita. Con una 8 Expresión em pleada por F reud. muy difícil de tra d u c ir al francés. Podría corresponder a un estado de an g u stia, a un a depresión profunda o a un infinito abandono. 7 S. F reud, "L’Esquisse’1, en Naisaancc de lo psychanalyse, op cit.

pulsionalidad a flor de piel, se lanza a la búsqueda desenfrenada del otro de la relación amorosa.

La ela c ió n am orosa

La elación experim entada a p artir de un estado de enam oramiento encubre una connotación de expansión del humor y de liviandad del ser que recuerda el establecimiento de las defensas maníacas. Las sensaciones de euforia» de idealización de la felicidad, la proximidad del sentimiento oceánico, la impresión de fusión o de comunión in­ tensa con el otro son otras ta n tas figuras de lo imaginario que participan en la negación de la realidad. La elación m aníaca articu­ lada en fases de enam oram iento sería, parafraseando a Gérard de Nerval, la facultad de ver las cosas tal como no son. La inicial privación perm ite d ar cu en ta de ella. U na p arte del narcisism o del sujeto que se en cu en tra en dicho estado se desplaza hacia el otro, en lo que los poetas llam an im pulso del corazón. El sujeto eleva al objeto sexual al rango de ideal, incluso de ideal del yo. Ese derrum be narcísico es la condición necesaria p a ra que sobrevenga el enam oram iento. La situación de transferencia será la que ponga en evidencia estos procesos, incluidos los vuelcos del am or en odio. P ara afin ar y precisar su papel, tom arem os en cuenta los ele­ m entos que componen las defensas del estado maníaco, com parán­ dolas con las características patológicas descriptas por F reud en los procesos de enam oram iento. En esos estados de elación am o­ rosa debemos distinguir lo que es un reflejo p uram ente identitario y defensivo de una búsqueda de originalidad por el atajo de la creación de nuevos modos de expresión, verbales o m usicales, por ejemplo. A p artir de lo que se origina en un movimiento individual e inconsciente h a s ta que se tran sfo rm a en el modo de expresión de una generación, se crean nuevos significantes que presentan en ­ tonces la p articu lan d ad de a rraig arse en la cultu ra dom inante, aunque distinguiéndose claram ente de ella. Se tra ta de la conjun­ ción de varias trayectorias individuales que in ten tan articularse en tre sí p a ra abrirse nuevas vías de expresión situ ad as en el cam ­

po creativo y artístico an tes que en el de la reivindicación social o política. A unque no sea m ás que u n a sim ple comprobación pun­ tu al, Mayo del 68 tiene ya m ás de tre in ta y cinco años.

A p a sio n a m ien to por la ju v e n tu d

El m undo contem poráneo espera de la ju v en tu d que é sta venga a colm ar sus fallas narcísicas y que detenga la hem orragia de su vitalidad. Vemos al m undo inflam ado por la adolescencia perdida. Se produce entonces un a insidiosa brecha en tre lo que se espera de la adolescencia y las expectativas propias de los adolescentes. E n el espejo que les ofrece la cultu ra, les resu lta difícil recono­ cerse. Se enfren tan dos lógicas y dos apasionam ientos radicalm en­ te opuestos: por un lado, u n a cu ltu ra o rien tad a hacia lo juvenil, cautivada por la im agen de la filosofía lib ertaria y hedonista de la ju v en tu d en tan to clase sociológica o grupo de edad específica; por el otro, un individuo, un sujeto por entero a p a rte que tr a ta de cons­ tru irse m ás allá de las im ágenes y expectativas que se han proyectado en él. El adolescente no puede reencontrarse en lo que la sociedad espera o tem e, no puede identificarse con eso. Y, por el contrario, la rebelión adolescente -cu an d o o cu rre - no es bien tolerada por la sociedad. La oposición en tre esos dos polos llega al máximo de tensión con la violencia y lo sexual, elem entos am bos que son sostenidos por una m ism a pulsionalidad. Llegamos aquí al lím ite de lo que el socius adm ite y de aquello con lo que puede identificarse. De esta m anera, este movimiento de locura del que hablarem os m ás ade­ lante escapa en lo fundam ental a las referencias que la cultu ra había intentado establecer h a s ta entonces. Esa escapatoria es precisam ente el m ovim iento m ediante el cual el adolescente tiene la posibilidad de reen co n trarse o de construirse, lejos de los objetos incestuosos propuestos por la generación de sus padres. P eter P an. F austo, los m itos de la fuente de Juvencia, de la etern a juv en tu d , en carn an las figuras de la negación o del rechazo a la idea de la m uerte, esa suprem a castración. Es un juego a n á ­

logo ;il que viven los adolescentes con respecto a la sexualidad, la sexualidad que los implica en la gran rueda del tiem po y en la sucesión de las generaciones, es decir, en un destino forzosam ente mortal. Existe un rechazo generalizado al goce en el enfrentam iento con esa falta radical del otro frente a la situación sin salida favorable, a lo imposible de la relación sexual. El apasionam iento de los adolescentes por abism arse en la sexualidad es una m an era de en fren tarse con sus im passes y, en particu lar, con esa diferencia radical con el otro en el centro mismo de la relación amorosa.

LA IDENTIFICACIÓN

El sujeto se construye al cabo de diversos procesos combinados e n tre sí. Los diferentes planos de la identificación ap o rtan las prim eras bases de su pensam iento y de la estru ctu ració n de su inconsciente. A p a rtir de las elaboraciones de Freud, propondré un regreso crítico a las teorías sobre la identificación. ¿En qué esclarecen, en p articu lar, la frecuencia de las eclosiones psicóticas en la adolescencia? ¿Qué apuestas vuelven a ju g a rse en el plano narcísico, así como en los modos de goce del objeto? D urante la adolescencia - la clínica lo d e m u e stra -, la dinám ica identificatoria se efectúa según m odalidades singulares, regidas por la estru ctu ra de cada sujeto. T area difícil la de a b rir ese cuestionam iento v o luntariam ente situado en la encrucijada de dos campos, el de la clínica, que cons­ tituye lo cotidiano de las prácticas, y el de la teoría. Por otra parte, sería necesario especificar de qué teo rías de la identificación se tra ta , pues las m ism as son m últiples y complejas. No las tom aré a todas; sólo me ocuparé de las de F reud y de Lacan. El adolescente-tam b ién é l- e s objeto, si es que así puedo expre­ sarlo, de num erosas elaboraciones teóricas que, por supuesto, no desarrollaré. Com enzaré el tem a con u n a preg u n ta: ¿cómo identi­ ficamos a un adolescente? En o tras p alab ras, ¿cómo es que un sujeto puede se r calificado como adolescente? Identificar viene del latín , identificare, cu va raíz es id em . el mismo. Las variaciones sem ánticas reflejan dos acepciones de la palabra:

-e n sentido transitivo, corresponde al verbo identificar -e n sentido reflexivo, al verbo identificarse. [.aplanche y Pontalis proponen esta definición: - “Reconocer como idéntico; ya sea num érica, ya n a tu ra l­ m ente, cuando se reconoce un objeto como perteneciente a una cierta clase [... 1, o tam bién cuando se reconoce una clase de hechos como asim ilable a o tra ”. - “Acto por el cual un individuo se vuelve idéntico a otro, o por el cual dos seres se vuelven idénticos (en pensam iento o en hecho)”. E sta s dos acepciones del concepto se ree n c u e n tra n en n u m e­ rosos tex to s de F reu d , el tra b a jo del sueño, por ejem plo, con su “como si”, con su su stitu c ió n de u n a im agen por o tra. Pero, por lo g en eral, en el cam po an alítico se em plea en el sen tid o de identificarse.

Las id e n tific a c io n e s

La historia de Noémie proporciona un p articu lar esclarecim iento acerca de los modos de identificación inconscientes. Síntom as m uy invalidantes de bulim ia y anorexia la han llevado a ser hospitali­ zada a los dieciséis años. Como consecuencia, comienza u n análisis sin convicción ni dem anda caracterizada; en ta n to joven inteligen­ te e inform ada, se declara in teresad a en el procedimiento. Los p ri­ meros tiem pos del trabajo se dedican a la m inuciosa descripción del horror de los síntom as y del desagrado que siente por sí mism a. Muy bonita, abandona los estudios p ara consagrase a la actividad de m annequin y luego de actriz. A p esar de te n e r un físico que es apreciado por todos, se considera a sí m ism a horrible, fea y literalm ente poco “am able”. M ientras aborda la relación con su m adre, se da cuenta de que no hace m ás que rep etir paso a paso, a su vez, los com portam ientos alim entarios inducidos por su m adre: después de largos períodos de restricciones, le ofrecía fes­ tines con todos los alim entos que ella prefería. A quellas “orgias" de la alim entación, gratificaciones concedidas por una m adre de la

que descubrirá su pasado anoréxico, term in ab an en asco y vómi­ tos. Esc prim er plano identificatorio se superpone a un segundo, más arduo de descifrar. E n u n a fase transferencia! im portante en la que el an alista se encontraba estrech am en te ligado con la im a­ gen paterna, Noémié rela ta un sueño. El mismo escenifica una figura m asculina y un im pedim ento del deseo. E nuncia, en un la p su s , que cualquier relación con los hom bres la “p erd u ra”, cuando en realidad q uería decir que la “pe rtu rb a ”. De la p ertu rb a­ ción a la “padre-duración”, la figura del padre, seductor y al que adm ira, incluso enam orado de su hija, em erge de su discurso y la cuestiona. Apenas ella se instaló en su prim era adolescencia, el se lo reprochaba, in stau rán d o se como “g u ard ia de la línea”. Por su parte, ella repetía su s acciones in tru siv as y su apetencia alcohó­ lica, com portándose con la alim entación igual que su padre con la bebida: altern ab a restricción y exceso, todo acom pañado por vó­ mitos. De esa m an era proseguía con su búsqueda imposible: satisfacer la m irada de ese padre que la p ertu rb ab a h a sta lo más intimo de sus relaciones con los hombres. El fin de la cura perm ite descubrir u n a tercera figura identificatoria, u n a tía patern a, personaje olvidado, reprim ido. Esa tía que ella no conoció le h a sido descripta, con m edias palabras, como una anoréxica grave, pero tam bién e x tra ñ a, probablem ente psicó­ tica, m u e rta en condiciones m isteriosas cuando ten ía unos tre in ta años. Un trabajo de rem em oración centrado en recuerdos de con­ versaciones y significantes ocultos resurge en la transferencia. A c tin g ’OUt: interrupciones de la cura, ausencias, casi “d esap ari­ ciones”, van pautando esta fase, que concluirá en u n a liquidación de la transferencia. E sas tres identificaciones com portaban polos reales, simbólicos e im aginarios y concurrían p ara ese sufrim iento subjetivo. Al haber podido, en la tran sferen cia, atra v e sa r el plano de esas diferentes identificaciones alien an tes, Noémie accedió a u n a vida afectiva satisfactoria y abandonó los oficios de la imagen que la encerraban en sus identificaciones especulares. De esa m an era, quedaba ap resad a en el deseo de corresponder a la im agen que los otros ten ían de ella, en d iferentes niveles. H asta entonces aceptaba ser tom ada por o tra y recién al cabo de su a n álisis aprenderá a conocerse y a en fren tarse con su im agen, au nque ésta no corresponda con su ideal...

“La identificación es conocida por el psicoanálisis como la expre­ sión inicial de un lazo afectivo con otra persona’ .1 E sta frase de Freud es como para subrayar: condensa m agnífi­ cam ente sus puntos de vista sobre la identi ficación y será el punto de partid a de nuestro trab ajo sobre la identificación y el adolescen­ te. Prosigue con una observación que encubre m últiples conse­ cuencias metapsicológicas: “ILa identificación! desem peña un papel en la prehistoria del complejo de Kdipo”. Freud recuerda por p rim era vez la identificación a propósito de u n a joven -h o y diríam o s de u n a a d o lesc en te- que te n ía la fobia de recoger llores u hongos por una identificación con su m adre. D eterm ina que esa identificación form a el contenido principal de la neurosis de dicha joven.* Sostiene que la formación de síntom as por medio de la identi­ ficación está vinculada con los fantasm as, es decir, con la rep re­ sión de estos en el inconsciente. Freud desarrolla el concepto de identificación en el sueño, cuyo ejemplo princeps es el sueño del deseo de la “hermosa carnicera”, que Lacan reinterpretará en uno de sus seminarios.3

El id eal d el yo Freud desarrolla este concepto en tre s textos esenciales* y ofrece u n a síntesis de conjunto en “El yo y el ello”.5 Sostiene que el niño tom a a su padre como ideal. Ese elem ento m ayor tam bién prepara al sujeto p ara el complejo de Edipo. Pero de forma paralela encarna o tra ap u esta p a ra el sujetó que vendrá: “S im u ltá n e a m e n te con esa identificación con el padre, tal vez desde an tes, el muchacho ha comenzado a 1S. Freud, “P.sychologiecollective e t an a ly se d u moi", un Essais d epsychanaly se, Petite Hibliotiieque Payot, 1983, pág 167. •’ S. Freud. Naissance de la psychanalyse. PUF, 1984, pág. 175. 1 J Lacan, Le dcsir et son intcrprélalion, Sém inaire, 1962/63, inédito. 4S. Freud, T o u r in troduire le narcissism e", en La Vie sexuelle, PUF. 1977. S. Freud, “Deuil e t m élancolie”, en Métapsychologie, G allim ard. 1968. S Freud. “Psychologie des foules e t analyse du moi", en Essais de psychanayse. op. cit. 5 S. Freud, “Le Moi e t le Qa". en Essais de psychanalyse, op. cit.

efectuar un verdadero investim iento objeta! de la m adre según el tipo por ap un talam ien to .” Hay que vincular esto con lo que había escrito en “Pour introduire le narcissism e”: “Preferimos formular la hipótesis de que las dos vías que llevan a la opción de objeto (apuntalam iento y narcísica) están abiertas para cada ser humano. Decimos que el ser humano tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo v la m uier que le ofrece sus cuidados’’. Supone un narcisismo prim ario en todo ser hum ano que se expresa de m anera dom inante en su opción de objeto. Vemos así perfilarse u n a continuidad e n tre los diferentes tipos de opción de objeto posibles y los m ecanism os precoces de identi­ ficación. Sin em bargo, F reu d vuelve sobre esa identificación pre­ coz con el padre en “El voy el ello”. En estos térm inos evoca el ideal del Yo en su relación con la identificación con el padre en la p reh isto ria personal: “Los efectos de las p rim eras identificaciones que tienen lugar en la p rim era edad conservarán un carácter p erd u rab le”. Señalem os de paso el carácter perdurable, a lo largo de toda la vida, de esas prim eras identificaciones. Freud nos lleva al nacim iento del ideal del Yo, tra s el cual se oculta la prim era y m ás im portante identificación del individuo: la identificación con el p ad re en la prehistoria personal. Esc significante prim ordial, ese padre de la prehistoria personal, ¿es acaso la prem isa de lo que luego va a convertirse en el N om bre-del-Padre? Esto parece paradójico, pues esa identificación prim aria no es consecutiva a un investimiento de objeto; es descripto como una identificación directa. Cito a Freud de nuevo, pues esa apon a es, en un plano teórico, difícilmente soslayable: “Ante todo, éste no parece ser el resultado de la salida de un investimiento de objeto; es una identificación directa, inm ediata, más precoz que cualquier investi­ m iento de objeto de identificación prim aria”. F reud adm ite que la com plejidad de la descripción de los fe­ nómenos e stá ligada p o ru ñ a p arte con la disposición tria n g u la r de la relación edípica y, por la otra, con la constitución bisexual de cada uno. El ejemplo propuesto es el de la génesis de la hom osexualidad de un adolescente.0 U n joven ha hecho una fijación en su m adre, en vez de cam biar de objeto sexual: “No abandona a su m adre, sino que se identifica con ella, se tran sfo rm a en ella y busca ahora 4 S. Freud, “Psychologie des foules et analyse du moi”, op. cit.

objetos que puedan reem plazar p ara el a su propio yo". A su vez, podrá am ar y acariciar, tal como lo había experim entado gracias a su m adre. Freud d esarro llará esa tesis en su ensayo sobre Leonardo da Vinci.7 En la relación con su m adre, se identifica con ella y se da a la búsqueda de objetos susceptibles de reem plazarla para 61. Esa identificación tran sfo rm a el Yo, en sus caracteres sexuales, según el modelo del objeto am ado. Y en un punto a mi juicio mayor, Freud observa que el objeto es al mismo tiempo abandonado. Dicho de o tra m anera, la identificación se hace con el objeto abandonado o perdido, en tan to su stitu to de éste.

Id en tifica ció n p rim aria La noción de identificación p rim aria se debe relacionar con la formación de la represión original, tal como F reud la describe en su Métapsychologie. ¿Cómp es que la división del sujeto se origina en torno a la formación de la represión que perm ite el advenim ien­ to del inconsciente? Represión que eventualm ente rem ite al signi­ ficante prim ordial -sig n ificante del deseo de la m ad re-, y que m arca aquí la presencia del significante fálico. De hecho, todos los diferentes significantes prim ordiales están relacionados con el de­ seo de la madre. Volvamos a los enunciados freudianos. En MDeuil e t Mélancolie", las identificaciones p rim arias se abordan de otro modo. Freud evoca los fenómenos de incorporación, es decir, de ingestión oral, global, de la libido, buscando por el lado de ]a_ devoración o d el canibalism o. En ese mismo texto,8 indica: “La identificación es el estadio prelim in a r de la opción de objeto y la p rim era m anera, am bivalente en su expresión, según la cual el yo elige un objeto. Q uisiera incorporar ese objeto y esto conforme con la fase oral o caníbal del desarrollo de la libido, por medio de la devoración”. Esa identificación prim aria es de una gran complejidad y en verdad tales formulaciones resultan enigm áticas. Podría te n er un valor mítico. Algunos au to res8han destacado de m anera pertinen7 S Freud, Un souvcnir d'enfance de Léonard de Vinci, G allim ard, col. Idées, 1977. * S. Freud, “Deuil et mélancolie”, en Métapsychologie, op. cit. 9 J.-L Donnet y J.-P . Pinel, "Le probléme de l’identification chez F reu d ”, L ’Inconscient, n° 7, PUF. 1968.

te que este fenómeno es independiente de cualquier investim iento pulsional, de natu raleza filogenética. incluso etológica, “que evoca la captación del otro m ediante la im agen”. Según ellos, nos encon­ tram os aquí en la raíz de la teoría lacaniana de la identificación. M ás adelante, al evocar el canibalism o,10 F reud retom a una formulación cercana: “Por otra parte, la identificación es am bivalente desde el co­ mienzo: puede orien tarse ta n to hacia la expresión de la te rn u ra como hacia el deseo de evicción. Se com porta como un retoño de la fase oral de la organización libidinal en la que uno se incorpora comiendo el objeto codiciadoy apreciado, y al hacer esto lo aniquila en ta n to tal; es, como se sabe, lo que le g u sta al caníbal”. Su devenir a m enudo se pierde de vista. Pero consideremos ahora las opciones edípicas de la identificación. Existe una gran diferencia en tre la identificación con el padre a través del cortejo edípico y la elección del padre como objeto. En el prim er caso, lo que se q u erría ser es el p adre; en el segundo, es lo que se desea ría te n e r. La diferencia reside en el hecho de que el vínculo lleva tan to al sujeto como al objeto del yo: de e sta m anera, la id en tificación tiende a volver al Yo idéntico al otro, al que se ha tom ado como modelo. En la práctica clínica observam os, en efecto, que muchos niños y adolescentes evocan, en su s merodeos fantasm áticos o en su problem ática, esos aspectos de devoración. Los m ism os rem iten a procesos o representaciones p rim arias no en cu b iertas por id en ti­ ficaciones m ás estables. La contradicción en tre las identificacio­ nes con los objetos edípicos y las an g u stias vinculadas con los fantasm as de incorporación evoluciona hacia la destructividad. Comienzo una psicoterapia con A uguste cuando tiene 8 años, m om ento en que p resen ta n u m erosas inhibiciones en el plano de las relaciones y en el escolar. El chico me en treg a un im presionan­ te ca tá logo de tem ores de devoración por p a rte de toda clase de a n im ale s reales -p e rro s , tig re s, caballos, g a to s - e im ag in ario s -d ra g o n e s , c ria tu ra s de los dibujos anim ados de terro r, dinosau­ rios “tiránicos”- . Se tra ta b a de o tras ta n ta s im ágenes simbólicas de la castración, que estab an asociadas con u n a im agen m atern a fálica que había su p lantado al padre en la realidad. En cada sesión com parecían la devoración, la m ordedura, el despedazam iento, la 10 S. Freud, Essais de psychanalyse, op. cit., pág. 168.

fragm entación de cuerpos. En contra de mi opinión, el trabajo iniciado fue interrum pido. Volví a ver a Augusto, tímido e in te ­ ligente. cuando te n ía diecisiete años y p resen tab a im portantes inhibiciones intelectuales. Me sorprendió en principio el modo en que se había fijado la simbólica del tem or a la devoración, la que esta vez se proyectaba directam ente hacia la relación con la m a­ dre. pero tam bién se m anifestaba en el mom ento del acercam iento a las chicas. El desenm arañam iento de una problem ática edípica consolidada se h a rá lentam ente, al cabo de la tran sferen cia y de la recuperación de sus identificaciones, que literalm ente le “comían la vida”, según sus propias palabras. Cuando un deseo identifica torio se opone a una imposición identificante proveniente del exterior o del propio sujeto, p ara enco n trar una solución al conflicto el sujeto puede llegar h a sta la disociación psicótica. Ese cam inoesunadelasm odalidadesdela p ér­ dida de autonom ía psíquica y corporal, en un logrado sacrificio del pensam iento y de la unidad de la e stru c tu ra del sujeto. De esa m anera, se puede acordar en sostener que la identifica­ ción p rim aria es la p arte común en tre el investim iento narcísicoy el investim iento de objeto: constituye su m atriz organizadora. Origen del sujeto —► investim iento narcísico —» investim iento de objeto Por o tra p a rte ,11Freud insiste en el hecho de que el investim ien­ to de objeto y la identificación quizá no puedan distinguirse. Más en general, la identificación p rim aria ayuda a la p re p a ra ­ ción del complejo de Edipo; resu lta, pues, d istin ta de la identifica­ ción secundaria, post edípica, la que asegura la formación del superyó. “El niño pequeño m uestra un interés p articu lar en su padre, quisiera ser como él. convertirse en él, to m ar su lu g ar en todo. Digámoslo con tran q u ilid ad (!), tom a a su padre como ideal”. En verdad, F reud no puede concebir un apego o, m ás bien, una identificación prim itiva con la m adre, pues eso sería la identifica­ ción con una carencia. Esto es lo que retom a Lacan al h ab lar de la falta d e y itk re n la^Tnadre y de la identificación del niño pequeño con el deseo de la m adre, es decir, con el falo. La identificación prim aria se produce en las dem andas m ás arcaicas. La que no sólo " S. Freud. “Le M oi et le Qa’\ op. vil.

suspende el aparato significante an te la satisfacción de las nece­ sidades, sino que las fragm enta, las filtra, las modela según la natu raleza del significante. Es, de hecho, la prim era p u esta en acción, en un estadio muy prim itivo, de la triangulación. Se tra ta de u n a form a de prefigura­ ción de lo que, en un a fase posterior, va a convertirse en el complejo de Edipo. De este modo podemos a d e la n ta r que la h isto ria psíquica de los padres form a p arte de la p rehistoria personal del sujeto. Es. a nuestro juicio, fuente de enseñanza clínica y de indicaciones a tom ar en cuenta en la práctica, en p articu la r con los adolescentes. Esos períodos pueden com pararse con las fases muy precoces del estadio del espejo en tan to identificación con la im agen, en una dim ensión de captación m ediante la im agen. E sa relación im agi­ n aria sólo pide ser sim bolizada. Identificación con esa im agen en el espejo, fascinación del niño por la im agen del otro: según Lacan, en esto el Yo resu lta una e stru c tu ra im aginaria. El deseo del niño muy rápidam ente logra identificarse con la falta de ser de la madre, a lo que ella mism a fue introducida por la ley simbólica. Indudablemente, es así como se perpetúan las estructuras elem entales del parentesco en el imaginario, m ientras que en forma paralela el falo se transm ite en el registro simbólico. El Yo es un Ideal-Ich: constituye la m atriz, la cepa de todas las identificaciones posteriores. Del estadio del espejo tam bién p a rti­ rá la fu tu ra elaboración de la teoría que se apoya en los tre s re­ gistros, de lo Real, de lo Simbólico y de lo Im aginario. El niño debe fran q u ear la prim era e ta p a de lo pre especular, a n te el espejo, donde la relación con el otro se establece sobre el modo del ser. Fran^oise Dolto ha señalado que a l comienzo el niño no tiene objeto: él es el objeto, pues el objeto perdido es el sujeto. O dia al objeto, en este caso sin juego de p alab ras. Sólo a p a rtir de la experiencia del espejo el sujeto se convierte en un Yo p ara ti, en un Yo contigo. ¿E x istirían acaso corresponden­ cias con los m ecanism os de identificación secundarios y su recupe­ ración d u ra n te la adolescencia en el m arco de la modificación pulsional propia de esa fase de la vida? F reud describe las identificaciones secu n d arias como u n a suce­ sión de identificaciones con los objetos queridos que le h an perm i­ tido tom ar forma al Yo. De esa m anera ocurre en la identificación

histérica, donde la “identificación tom a el lu g ar de la elección de objeto, m ientras éste se retro trae h a sta la identificación’’ en la formación del síntom a -dicho de otra m anera, cuando se produce represión-, la opción de objeto vuelve a ser la identificación y, por tanto, el Yo se apropia de las cualidades del objeto.

El Yo e s com o una ceb o lla P a ra L acan,12 el Yo es un objeto constituido como una cebolla. Si se lo pelara, se vería la sucesión de identificaciones que lo han formado. T am bién insiste en la reversión del deseo a la form a (a la im agen) y de la form a al deseo. El deseo en tan to objeto parcial al objeto am ado, en tan to que el sujeto se pierde en él. F reud realiza e sta preciosa observación p ara la clínica: el Yo “copia” una vez a la persona am ada y otra a la persona no am ada. Y, lo que es aun m ás im portante, en ambos casos la identificación es “parcial, extrem adam ente lim itada y tom a un solo rasgo de la persona am ad a”. Es el E inZiger Z u g freudiano, que Lacan tradujo como “trazo u nario” y que le sirve de referencia p ara desplegar sus avanzadas teóricas. Los procesos de identificación son en gran p arte inconscientes. Se efectúan desde la p rim era infancia y son constitutivos de la estru ctu ra de la personalidad. Es un proceso que sin em bargo continúa funcionado d u ran te la infancia, con una reviviscencia im portante de estos m ecanism os en la adolescencia. En efecto, la adolescencia es el tiem po de las reorganizaciones. Es el tiem po de la oscilación de las identificaciones, lo que le per­ mite al sujeto d u ran te la adolescencia abandonar sus bases identificatorias infantiles. P asa luego por un camino largo y difícil de destitución de las identificaciones p arentales. Luego, de forma paralela, deberá en co n trar otras. Es entonces el tiem po en que el Otro, el que va a ser abordado, falla.

12 J. Lacan, Les écriís teckniques de Freud, Le Sém inaire. Livre I, Le Seuil, 1981, pág. 194.

IDENTIFICACIÓN CON LA ADOLESCENCIA

La vida de A naka, frágil y pálida adolescente de diecisiete años, se transform ó poco después de que me en co n trara con ella. La habían traído unos padres que se sen tían superados, que “ya no podían re­ conocerla”. Éstos la habían llevado (en realidad, la hab ían a rra s ­ trado) inicialm ente a consulta en el sector psiquiátrico, la que pronto resultó ser muy breve. Casi de en tra d a , ella decretó que no deseaba esa consulta y perm anecía sin h ab lar frente a un psiquia­ tra que tam bién se quedaba en silencio. Poco después, un episodio de alcoholismo agudo la lleva a po­ nerse en peligro, al deam bular en medio de u n a avenida populosa, bailando en medio del trá n sito autom otor. Este pasaje al acto es una encarnación “elocuente” del vagabundeo subjetivo en el que se siente ta n mal. Los padres se quejan de su actitu d opositora y agresiva para con ellos, del consumo de hachís, cuyas consecuencias m iden en el poco interés que dem uestra hacia el estudio. Un acceso de an gustia vinculado con un exceso en el consumo de hachís en ocasión de una fiesta (inhalación asociada a la ingestión de space caite1) incita a que A naka acepte venir a verme. C áustica y fina, critica con violencia a unos pad res que, según se la escucha, acum ulan u n a serie im presionante de defectos, en tre los cuales los principales son: cobardes, m entirosos, m alva­ dos, violentos, estúpidam ente rígidos, etc. Al p reg u n tarle si siem1 "Pastel del espacio'-: contiene cannabis, lo que ocasiona efectos im p o rtan tes y perdurables.

prc* los lia visto de esa m anera, reflexiona y luego dice: “Debí h ab er estado ciega, pero no los veía tal como eran". E sa frase me parece condensar la destitución de las im ágenes p arentales y tam bién u n a de las características del a m o r-e n este caso am or p aren tal-, que es la ilusión. Los padres que recibo no corresponden en absoluto a la descrip­ ción de la chica. T ratan de en ten d er, están muy a la expectativa de A naka y de sus deseos. A ceptan todos sus pedidos p ara salir, com­ prar. viajar y, más recientem ente, ta tu a rs e y hacerse un piercing encima de u n a ceja. C uando les pregunto qué piensan de las m arcas en el cuerpo de la hija, indican con claridad el desagrado y el horror que eso les inspira, pero no saben cómo lim itar las m últiples reivindicaciones de la hija. Tem en reacciones violentas de su parte. A naka acepta volver a verm e, pues detecté un punto que la intriga. Le recordé el silencio de sus p alab ras y los silencios que in stau ra, los que pueden ser elocuentes. Me h ab la de sus ídolos, los nuevos iconos de la m odernidad. Me hace in g resar a m undos abigarrados. Los can tan tes underground, “cuervos" vestidos de negro que aúllan ante el micrófono, los grupos “m etal” -so b re todo los heavy (“pesados”}- que expresan un m alestar parecido al suyo. Por lo menos, tr a ta de reconocerse en ellos. Solam ente esos ídolos son adm itidos en su panteón, así como una mejor am iga: “Con ella, es un balazo”. A veces la m adre se av en tu ra en su habitación, cuando A naka escucha m úsica “al m ango” (a fondo). Recordemos que sus orejas están perforadas por una serie de varios aros. N inguna relación am orosa viene a p e rtu rb a r ese frágil equili­ brio. “No quiero, me h a ría m al”. En el transcurso de las sesiones la chica recuerda las figuras fam iliares. Esto le perm ite retom ar con su s padres una historia fam iliar compleja, de la que h a s ta entonces había tenido un conocimiento muy parcelado. Así se fueron explicitando cosas no dichas, silencios largam ente preservados acerca de una tía anoréxica m u erta después de m eses de caquexia, un prim o m anifies­ tam en te psicótico que se había suicidado arrojándose bajo un camión. O tros secretos m anchaban la histo ria personal de los padres, por ejemplo con relaciones ex tra conyugales iterativ as de la madre.

Sin em bargo, una vez que se expresaron esas prim eras posicio­ nes defensivas y que q u ed ara establecida una cierta tran sferen ­ cia, ella podrá lib erar alg u n as ensoñaciones en torno a un joven con el que se ha cruzado. El mismo posee u n a sorprendente lista de cualidades. Al detallarlas, éstas corresponden rasgo por rasgo, en forma opuesta, a todos los defectos atribuidos a los padres. Mi reserva me indicó no hacérselo notar, ya que no estaba lista p ara escucharlo en ese momento de la transferencia. Su relación se transform ó n atu ral­ m ente en sentimientos amorosos y la llevó a evolucionar a una pa­ cificación de la relación con los demás. Seguía siendo frágil, pero se reapropió de los significantes familiares, de los que era portadora sin saberlo. A falta de ecuaciones simbólicas comprensibles, actuaba afectos y su sufrimiento narcísico a flor de piel. El ta tu a je que se había hecho p racticar en la espalda rep resen ­ tab a una rosa... C uando esa flor dejó de en carn arla, se la hizo borrar. El repliegue narcísico caracteriza la posición central de la adolescencia. Tam bién es producido por el retroceso de los inves­ tim ientos en los padres. El retorno de los investim ientos objétales se p resen ta e sta vez de un modo genital. El descubrim iento de la genitalidad rep resen ­ ta el cambio radical de la adolescencia. Ese esquem a, clásico si los hay, tien e el m érito de ser com pren­ sible y, por lo tanto, fácilm ente m anejable. Puede desdoblarse en u n a posición m ás radical según las identificaciones de los adoles­ centes: - l a p rim era identificación con el p ad re, por su incorporación existe en una relación de privación simbólica; - la segunda identificación con el “t r a z o u ñ a r í a ” del otro designa un punto elegido desde donde el sujeto puede reconocerse como am able (am or narcísico): - la tercera identificación, con el objeto del deseo, corresponde de hecho a la identificación h istérica del Yo con el propio objeto del deseo (identificación fantasm ática). ¿Qué es loque im pulsa a un niño a e n tra re n el m undo simbólico, de hecho, a hablar? C laude Conté2 h a desarrollado este interro2 C. Conté. Le réel et le Sexucl, P oint Hors Ligne, 1992.

gante en un articulo acerca de la función simbólica. Concluye que se tr a ta de un acto cargado de consecuencias puesto que, al e n tra r en lo simbólico, el niño pierde p ara siem pre la esencia de lo que h abría podido ser: ya no volverá a encontrar de su ser m ás que ese efecto de caída que se llam a objeto pulsional o, p ara Lacan, el objeto a. T endrá su ley en el O tro y sus deseos se inscribirán en la dependencia del deseo de m uerte. A propósito de la psicosis, Lacan se inclina por el discurso de la m adre y el lugar que ella reserva al padre simbólico en tan to agente de la ley. M inim iza considerablem ente la del padre de la realidad: “Queremos insistir en que no es únicam ente de la m an era en que la m adre dispone de la persona del padre que convendría ocuparse, sino del caso que ella hace de su p alab ra -d ig am o s la voz-, de su autoridad; dicho de otra m anera, del lugar que ella reserva al Nom bre-del-Padre en la promoción de la Ley”.3

Los a d o le s c e n te s y el lím ite Estos elem entos teóricos constituyen referencias útiles en la clí­ nica de adolescentes con gran dificultad psíquica. Ciertos adolescentes se inscriben en una e stru c tu ra de persona­ lidad de tipo psicótico, con u n a sintom atología que no com porta ni delirio ni disociación, sino m om entos persecutorios o en m ascara­ miento de rasgos obsesivos abigarrados. Su característica sería la rápida fluctuación de esa patología en el tiempo. La práctica m u estra que cuanto m ás se acerca un paciente a su espacio corporal, más se fortalece esa sintom atología. El adolescente rep resen ta el pasaje de un “ya no del todo niño” a un “todavía no un verdadero adulto”. E n tre am bos se en cu en tra la espinosa cuestión del acceso a la sexualización, el en fren ta­ m iento con el otro en su característica sexuada, el enfrentam iento con el significante fálico. Es allí donde radica, a mi juicio, la falla de la simbolización. Lo real del sexo rem ite al adolescente a sus dificultades simbólicas, a sus carencias estru ctu rales. ' J . Lacan, "Question p rélim inaire á to u t tra ite m e n t possible de la psychose", en Écrits, Le Seuil, 1966.

Los episodios psicóticos agudos se desarrollan más particularm en­ te en ese tiempo, cuando el sujeto debe hacer frente a la imposición de situarse en forma fálica. Dicho de otra m anera, cuando deba en­ fren tar las pruebas de la realidad que lo conminan a posicionarse en relación con la instancia paterna, ya se tra te de una decisión o de una sexualidad genital a la que le es preciso actuar. ¿Hay continuidad o discontinuidad de los procesos psicóticos de la infancia h asta la edad adu lta? ¿O bien un acontecim iento, algo nuevo, se inscribiría en torno a la adolescencia? La diferencia con la infancia consiste en que la resexualización del pensam iento y de sus procesos se hace en un cuerpo genital m ente apto, m aduro p ara la sexualidad adulta.

C on tin u id ad En lo que a mí respecta, considero que no hay proceso de continuidad evidente en una estructura psicótica entre el niñoy el adolescente, así como entre el adolescente y el adulto, sino que existe una potencia­ lidad psicotizante intrínseca al proceso adolescente. Lo que m arca el advenimiento de experiencias psicóticas que sim ultáneam ente ven­ drían a revelar la estructura psicótica del sujeto y a autentificar el fracaso de los mecanismos de las defensas neuróticas. La experiencia clínica lleva sin embargo a distinguir con claridad las experiencias psicóticas de la cronicidad psicótica en la adolescencia que signarían la entrada en la esquizofrenia. ¿Cómo an u d ar esos dos térm inos, identificación y adolescencia? La clínica de adolescentes que fracasa en la identificación podría ilum inar esa problem ática. Volver a pensar las cosas a p a rtir del estadio del espejo tal vez nos dé motivos p ara la reflexión. P ues el espejo sep ara dos m undos: el del objeto y el de los significantes. Las consecuencias de ello son, por una parte, la alienación en el otro y, por la otra, un nuevo medio de expresarse, que va del grito al lenguaje articulado. P a ra que el sujeto sea anim ado por el significante fálico, le es preciso despegarse de él m ediante o tra operación lógica. La que, m ediante la comprobación de la castración de la m adre y del com­ plejo de castración, lo introduce en la estru ctu ra edípica. Queda aún una tarea mayor: activar sus propios significantes p ara darles

sentido. Eso intento, por supuesto que de registro imaginario, en­ cuentra sus propios callejones sin salida en la adolescencia, cuando el cuerpo term ina por desbordar la imagen del yo. El adolescente debe reapropiarse de los elem entos de la m adre, que son la m irada y la voz, definidos como objetos pequeño a.ADebe hacerlo, aunque esa reapropiación genere conflictos, que se expre­ san de modo reivindicatorío, con los padres. La nueva im agen que se da a sí mismo induce u n “m írate" y un modo de interpelación, un fono diferente: “No me hables con ese tono”.’ El vínculo con el objeto sigue en tensión y sólo se m antiene al precio de contorsiones que dan cuenta de la riqueza y la frecuencia de las perturbaciones del comportamiento. El adolescente debe asum ir una especie de segunda pérdida del objeto, así como una nueva simboli­ zación de su pérdida. E sta operación no ocurre sin choques ni per­ juicios simbólicos o sintomáticos. La simbolización o resimbolización de los objetos reaviva, incluso reactualiza la fase del espejo. D eesa m anera, el sujeto es llevado a recap itu lar los procesos de identificación, m ientras deja ver una apariencia de regresión. Los in ten to s de identificación con significantes o ideales fuertes se situ a rán del lado del significante fálico y constituyen la ap u esta mayor. Les es preciso producir sus propios significantes: “Será ne­ cesario que adquieras eso que has heredado”, nos recuerda Freud, y esa frase no deja de ten er resonancia en lo que nos ocupa. De ese modo debe reapropiarse de los objetos que se han desprendido desprendido del o tro - y, m ás específicam ente, la m irada y la voz. Solos no se en cu en tran seguros y el plano de las identificaciones será puesto a du ra prueba. Si bien, en efecto, se puede decir que la identificación prim aria resiste y no experim enta modificacio­ nes, ¿qué ocurre con las identificaciones secundarias? Más bien convendría h ablar aquí de identificación con el síntoma, puesto que, en los adolescentes, prevalece la marca de la identifica­ ción histérica. En la “generación ufa”,6 los modelos de lenguaje evolucionan tan rápidam ente como las modas en la vestimenta. 'O bjeto a: con la voz y la m irada, el seno y las heces son definidos como objetos o. que caen del sujeto y que causan su deseo. I \ H uerre, L. Delpierre, Arréte de me p a d e r su r ce ton, Albín Michel, 2004. * R of générution, en francés. B o f tien e un valor interjectivo sim ilar al Ufa o Bah castellanos. B o f genération alude a la actual generación de adolescentes y jóvenes, desinteresada de los grandes problem as y preocupaciones propios de la generación mayor

Ahora bien, tras lo que muy a menudo se califica como m alestar existencial7se ocultan connotaciones depresivas, incluso una patolo­ gía más pesada si el registro de la queja invade el discurso del sujeto. El síntom a que se encontraba, m ientras era niño, en el discurso de los padres, ahora debe apropiárselo, asum iendo la responsabili­ dad de su cuerpo sexuado, apto para las relaciones sexuales adultas genitalizadas. Es un precio real y simbólico muy elevado que los adolescentes tienen que pagar para llevar “a buen puerto" su existen­ cia como sujetos a través de los cortejos de la identificación, donde los esperan dificultades y tram pas de toda clase, con lasque tenemos que tra b a ja re n las instituciones o en los gabinetes de analistas. Las identificaciones son de una labilidad extrem a en el adoles­ cente. El duelo de las identificaciones de la infancia representa un prim er tiem po lógico. En clínica, no va de sí. Ese tiem po descripto por A nna F reud como esencial su scita la an g u stia, pues desesta­ biliza sus referencias reales, im ag in arias y sim bólicas. El adoles­ cente in te n ta aferrarse a un soporte o p an talla identificatoria que esté a su alcance. Y es precisam ente en el abandono posible o im­ posible de sus identificaciones donde va a in sta la rse la patología. El sujeto no em plea todas las posibilidades identincatorias. El mismo se ve enfrentado a su s propios im posibles, o a sus propios lím ites, los que d eterm in arán que sus ideales se tam baleen y que m erm e su im aginario inflacionista. El adolescente es atraíd o , incluso fascinado, por todo lo que está en movimiento, de hecho por todo lo que puede funcionar como soporte de identificación. Es tam bién reflejo del esfuerzo por desp ren d erse de los ejes de las identificaciones p aren tales originales. O scila en tre esos dos polos, duelo y nuevo espejo identificatorio. Y es precisam ente en la altern an cia de esas posibilidades de modificaciones sucesivas que se va a dibujar la salida posible de ese proceso identificatorio, de esa crisis. Jean-Jacques Rassial8 recuerda la gran im portancia que hay que acordar a la "elección del trabajo", puesto que muy a menudo “lo que se espera no tiene estrictam ente ninguna relación con lo que los adultos suponen como determinación". Esta indicación invita a entender las aspiraciones o los deseos de trabajo como apetencia de proyección im aginaria e intento de un proceso identificatorio. : P. Male, Psychothérapie des adolesccnts, Payot, 1970. E ste au to r desarrolló el concepto de morosidad a J.-J. R assial, L'adolescent rt le psychanalyste, Rivages, 1990.

La nat uraleza im aginaria del yo es zarandeada, “puesta p atas para arrib a” por la tensión radical de las conmociones identificato n as. Lo que se desprende de u n a desorganización, por cierto tem poraria, pero in q u ietan te de la estru ctu ra simbólica. El acceso a la sexualidad genitalizada obliga al adolescente a posicionarse de m anera diferente en la linea fam iliar, lo im pulsa a reivindicar un lugar diferente que lo enfrente con el lim ite mortal de las generaciones. De esta m an era es llevado a reorgani­ zar de m anera notable sus representaciones identificatorias en la novela fam iliar que, a m enos que cam bie de título, deberá ser modificada en su contenido. Freud no da indicaciones particulares acerca de los procesos de identificación en la adolescencia, pero lo que la clínica m anifiesta, y que num erosos autores han destacado, es la reaparición de esos procesos de un modo p articu la r que ahora precisarem os. Un sujeto adolescente es el producto nunca acabado de las d is­ tin ta s figuras simbólicas e identificatorias que lo h an constituido. La modificación pulsional reaviva las posiciones identificatorias estrecham ente asociadas con las fijaciones edípicas, que h a sta entonces hab ían perm anecido en suspenso. Ese estado de suspensión sin em bargo no significaba e s ta r en barbecho. El sujeto continuaba construyéndose d u ran te la latencia. Pero lo que resu lta sorprendente es la repetición consistente en volver a activar procesos identificatorios en relación con los de la prim era infancia. En este fenómeno de reactivación y rep eti­ ción, el adolescente tr a ta r á de subjetivar el origen como si debiera reapropiarse de sus propios significantes, los que lo han fundado en ta n to sujeto. Lo que e stá en juego esta vez es la m adurez del adulto y, sobre todo, el posicionam iento en la sexualidad. A esta problem ática -q u e está lejos de se r re s u e lta - de la identificación y de la adolescencia la sucede u n a fase estru ctu ral que el sujeto debe abordar a continuación: el duelo de las id en ti­ ficaciones. Esa construcción subjetiva procede, en efecto, m ed ian ­ te mecanismos de idas y vueltas, en tre mecanismos de identifica­ ción y duelo de la identificación.

EL DUELO DE AMOR

D u elo de las id e n tific a c io n e s

A p a rtir de su prim era relación sexual, Alice había desarrollado u n a fobia m ayor que se condensaba en to m o de su tem or a q u ed ar em barazada. Todos los indicios de la realidad contradecían esa fobia, pero su inteligencia vivaz se m ostraba im potente p ara tr a n ­ quilizarla. Un significante vinculado con la h isto ria personal de su m adre pude ser localizado a p a rtir del hecho de su insistencia en la tra n s ­ ferencia: varios nom bres propios de personajes públicos con los que estab a vinculado el significante “m or” o “m u erte”. Un ejemplo podía se r Amelio M auresm o, la ju g ad o ra de tennis, o el can tan te Darío Moreno. La m adre de Alice no estaba “allí”, se había m anifestado au ­ sente como consecuencia del hecho de una depresión grave y prolongada. Algo que no se decía se focalizaba en sus ausencias, pues el episodio depresivo inaugural de su m adre era consecutivo a la pérdida de un hijo que h ab ía m uerto in-utero, a los ocho meses de em barazo. Ese hecho im pensado se trad u c ía en un tratam ien to por com portam ientos repetitivos, bajo la form a de ausencias a las sesiones. De esa m anera, m ediante u n a serie de sin g u lares ecua­ ciones simbólicas que la caracterizaban, Alice había asociado los significantes del sexo con los de la m uerte. Tem ía h a s ta el m enor encuentro m asculino susceptible de des­ p e rta r su deseo, lo que im plicaba la irrupción de an g u stias m asi­ vas.

Fue? necesario un largo trabajo h a s ta consiguir se p a ra r ciertos significantes de significaciones fijadas y generadoras de síntom as. I .uego, al cabo del tiem po, relata una escena que la conmociona. 1 labia sentido una profunda emoción frente a Paul, a quien había encontrado en las vacaciones. Lo que la sorprende es la fuerza de su deseo y, sobre todo, la ausencia de an gustia. Con la m ayor natu ralid ad del mundo se establece un idilio que la lleva a las orillas del placer sexual. La adolescencia es un proceso de transform ación, cam ino difícil que, en el plano psíquico, raram en te tra n sc u rre sin obstáculos, sin sobresaltos, sin altern an cia de tensión y descarga de la tensión, según la Métapsychologie de Freud. La identificación ocupa un lugar cen tral, circunstancia que la clínica ilu stra cotidianam ente. La fase adolescente, sin duda m ás que otras, puede en ca rn ar u n a de las fases visibles de los procesos de identificación, en sus aspectos m ás conscientes. A m enudo los procesos fracasan y van a lim itar al adolescente atrap ad o en las redes de la psicosis. Los procesos de identificación presentan un cierto núm ero de características en las estru ctu ras neuróticas y psicóticas. En la psicosis, la asunción del plano de la identificación se h a rá según un ordenam iento particular. La cuestión del duelo de las identifica­ ciones debe considerarse, pues, con atención, an tes de afirm ar que un proceso real puede o no efectuarse. Nos es preciso, entonces, desplegar esa afirm ación y volver a las nociones de base que vinculan a am bos conceptos, identificación y problem ática del duelo. M ás específicam ente, en la adolescencia esas consideraciones se en cu en tran en resonancia con la clínica de la estru ctu ra psicótica. El duelo de las identificaciones infantiles tiene que ceder el paso a identificaciones características de la asunción de una identificación fálica. Pero tam bién es necesario que eso sea posible, es decir, que sea perm itido por la estru ctu ra. Lo que rem ite a un problem a teórico: p ara que pueda hacerse el duelo de un objeto es necesario que haya “creació n ” previa, en el sentido winnicotiano, de un objeto de suficiente consistencia. Ahora bien, la clínica de la psicosis con adolescentes m u e stra que muy a m enudo la separación del objeto prim itivo, la m adre, no se ha realizado en absoluto. Se tr a ta entonces de ev alu ar las posibi-

lidades transfercnciales del adolescente a los efectos de en trev er las condiciones de un eventual despegue, incluso parcial, del ob­ jeto y la potencialidad de in g resar a un trabajo de movilización de las identificaciones in fan tiles y alejarse de él. P a ra esto, un trabajo de duelo debe realizarse y efectuarse en el sentido de un franqueo del plano de la identificación. Loque puede ser difícil en la estru ctu ra, pues rem ite al sujeto a la fragilidad de su s bases narcísicas.

La rela ció n con el fa lo Todo ser hum ano, desde el m om ento que se com prom ete con el lenguaje, se encuen tra inscripto en el proceso de la dem anda y del deseo. Puede identificarse gracias a la dem anda y a la exigencia pulsional. Según Freud, la represión procede en dos tiempos: el de la pulsión y de la significación fálica, an te todo, y luego en el de los significantes del complejo de Edipo. El Nombre del Padre, que encarna al segundo, constituye así m etáfo ra de la significación del falo, que es el primero. Si se produce u n a forclusión del Nombre del P adre, el sujeto sólo podrá desprenderse de la significación fálica m ediante una larga lucha, que rem ite a lo que F reu d ha definido como el negativism o. A p a rtir de ese “en m enos” del negativism o, el sujeto elaborará su delirio. Ese intento, forzosam ente fracasado, de reco n stru ir p ara sí un psiquism o busca reco n stru ir u n a identificación que final­ m ente resista. Es así que puede desplegarse todo el im aginario psicótico, cuyas im ágenes vemos desarrollarse en el discursode los pacientes. Más en general, al d escu b rir la sexualidad, la adolescente se encuentra enfrentad a con un significante fálico mayor que tiene dificultad p ara asum ir: se r m adre o convertirse en m adre. El ap re­ ndizaje de la sexualidad pone al sujeto b ru talm en te en situación de tom ar posición en relación con el falo. Pues, a falta de un ap u n talam ien to narcísico adecuado, corre el nesgo de oscilar h a ­ cia el delirio p a ra tr a ta r do m a n ten er una consistencia suficiente a su e stru c tu ra de sujeto. S ería preciso, adem ás, d iferenciar los lugares y los espacios de cada uno, pues ser padre o m adre no im plica las m ism as dificulta­ des ni tampoco rem ite a térm inos idénticos. La “C uestión prelimi-

nnr n cualquier tratam ien to posible de la psicosis”1 nos da una indicación preciosa: el orden de la Ley depende principalm ente del lugar que la m adre reserve al padre en su discurso. ¿Oficia como g aran te de la referencia simbólica? ¿Se sitú a en el discurso de la m adre como agente separador? Las cu ras individuales con los psicóticos son posibles en la práctica privada, pero a veces es necesario que el paciente pueda contar con un apoyo institucional, incluso, cuando parezca necesa­ rio, con un tiempo de hospitalización. Lo esencial, a mi juicio, es la p articu lar n atu raleza de la transferencia. F reud rechazó las indi­ caciones de análisis p ara los psicóticos, m ien tras que p ara Lacan los an alistas no deben retroceder an te la psicosis. La cura, sea individual o institucional, sólo podrá efectuarse luego de u n a precisa identificación de la tran sferen cia en toda su extrañ eza y singularidad.2 La tra n sferen cia en la p sic o sis Su m anejo es delicado. P u es, ad em ás de la tra n sfe re n c ia con el a n a lis ta , tam b ién existe la tran sferen c ia con la in stitu ció n , cuando el paciente es tra ta d o allí. E n ese caso, se debe descom ­ poner un mosaico de tra n sfe re n c ia s que com prenda a cada uno de los que p articip a n en la cu ra. El p aciente p ro y ectará d ife re n ­ te s p a rte s de sí m ism o, d iferen tes facetas de su pro b lem ática sobre las p a rte s de q u ien es lo atien d en , q u ien es a sí re s u lta rá n in terp elad o s. En o tra s p alab ras, los sig n ifican tes se re p a rtirá n con d is tin ta s reso n an cias sobre qu ien es lo atie n d e n en la in s ti­ tución. Sin em bargo, su b siste u n a dificultad que afecta a la tensión relacional, la conexión a re a liz a r e n tre q u ien es lo cu i­ dan p ara in te n ta r re a rtic u la r e n tre ellos los sig n ifican te s d e s­ articu lad o s. La posibilidad de cuidados en una institución depende de la posibilidad de establecer m uletas simbólicas, redes de su stitu to s a la m etáfora vacilante del Nombre del Padre. El establecim iento ' J. Lacan. "Question prélim inaire á to u t tra ite m e n t possible de la psychose”, en Écrits, op. cit. 1 D L auru (bajo la dirección de), ¿ c Transferí adolescente, Eres, Toulouse, 2002.

de la transferencia p resen ta precisam ente el riesgo de fran q u ear el plano de la identificación. El psicoanalista sabe bien que cada vez que se franquea un nuevo plano, el sujeto se en cu en tra en peligro. Como en la fase del duelo, cuando la som bra del objeto de la pulsión cae sobre el yo. L a clínica de la psicosis m u estra que las identificaciones son de u n a gran precariedad y fragilidad. La colocación en el otro no es en absoluto estab le y la regresión a un estadio an terio r al espejo se puede producir en cualquier momen­ to. La travesía del espejo se efectúa entonces como la que pudo hacer Alicia. Pero en este caso no hay m aravillas p ara descubrir. Esa travesía va acom pañada por un episodio de despersonaliza­ ción o por un delirio agudo que tr a ta de hacer existir al otro, re ­ creándolo. En la neurosis, la pérdida de una identificación va acom pañada, en el m ejor de los casos, por la sustitución por o tra, con o tra im agen o con otro significante. M ien tras que en la psicosis, la movilidad no se pone ta n fácilm ente en acción. P or eso podemos identificar un pensam iento en negativo, un pensam iento en el vacío, cuya tr a ­ ducción a veces se hace en la alucinación negativa del espejo, donde el sujeto, literalm ente, no se ve. Es el famoso signo del espejo de la psiq uiatría clásica. C uando se produce una forclusión del N om bre del Padre, el sujeto sólo se desprende de la significa­ ción fálica m ediante u n a lucha p erm anente, la del negativism o. Negación necesaria p ara que reconstruya u n a nueva realidad a trav és del delirio, que debe se r escuchado -n o s dice F re u d - como un in ten to por curarse. Se tr a ta de un punto esencial, pues sobre esas bases, gracias y a p a rtir de ese nuevo don delirante, será cuestión finalm ente de co n stru ir una identificación soportable. Todos los registros de la persecución pueden igualm ente ap are­ cer en esa dificultad ex trem a p ara sim bolizar la relación con el otro, p ara hacerla que se m ediatice a trav é s de un tercero que proteja al sujeto del puro capricho, del puro deseo del otro origina­ rio, a saber, la m adre. El riesgo en el psicótico -escrib e G érard P o m m ier- no es tan to el franqueo del plano de una identificación sino “del plano de la identificación, porque dicho acontecim iento im plica el riesgo de dejar aislado, al menos por un momento, al objeto pulsional y sin recuperación tran sferen cial”/1Pista observación es de g ran pertiG. Pommier, L'am our á l’envers, PUF. 1995.

nrnciu clínica para nosotros, que vemos a estos pacientes en déficit de cualquier esencia transferencia!, incapaces de cristalizarse en objetos transferenciales lo suficientem ente consistentes como pa­ ra conservar en ellos la sensación de existir. Entonces el riesgo de suicidio es muy im portante.

G aspard G aspard me es derivado porque m anifiesta síntom as que preocu­ pan a su entorno. P a sa largas horas an te el espejo, parece tenso, ansioso y se niega a sa lir de su casa. Tiene la im presión de que lo m iran o de que lo vigilan. Con m ucha di ficultad, se resuelve a venir a las sesiones, donde te rm in a por expresar la dolorosa situación interm edia en la que se encuentra. H a descubierto las poco glo­ riosas, ocultas, caras de su s padres. En p articu lar que su m adre tiene un am an te y que su padre tiene un pasado delictivo. Su mejor amigo acaba de birlarle la joven que él deseaba am orosam ente, en secreto, desde hacía meses. En esa convergencia de destituciones de sus im ágenes de referencia, ya no sabe dónde situarse: se e n ­ cuentra despersonalizado. Un día que acude a la sesión con el rostro arañado, me explica que se h a m irado d u ra n te largo rato al espejo. E xpresa una construcción gram atical que me resuena en los oídos. Me dice: “Me veía m al”. Sorprendente sesgo de la frase, que condensa ser mal visto y el hecho de que ten ía dificultad p ara reconocerse en el espejo. “Me veía m al” signa aquí su dificultad p ara situ a rse subjetivam ente, para sab er situ a rse, p ara se r.1 Se convierte así en su propio persecutor, lacerándose el rostro. ¿Cómo hacer el duelo prem aturo de identificaciones que h a sta entonces parecían resistir, m ientras que al mismo tiem po 110 podía su sti­ tu irla s por otras? Ese déficit tran sito rio del otro que sea g a ra n te de su p alabra y de su identidad e s ta rá p resen te d u ra n te largos m eses an tes de que un comienzo de reestructuración le perm ita enunciar un “Yo” consistente. En la psicosis existe u n a forclusión de la simbolización del Nom­ bre del P adre susceptible de im plicar una im aginaria identifica­ ción con el falo. Se produce lo que Freud denom ina regresión y Lacan una “regresión tópica al estadio del espejo”. El riesgo ' Juego de palabras intraducibie en el original: “...ó savoir se situar (si tu os)."

consiste en que, a p a rtir de la trav esía del plano de las identifica­ ciones, se produzcan ru p tu ra s transferenciales. C ada pasaje im ­ plica, como en el duelo, que algo caiga y que “la som bra del objeto caiga sobre el yo”/* Pero la caída de una identificación hace su rg ir otra, h a sta el punto en que precisam ente, al revelarse difícil el duelo, incluso imposible, se produce un detenim iento, una fractu­ ra. El objeto pulsional continúa siendo, ya sin asidero o localiza­ ción transferencial posible. M ás en general, ¿cómo im aginar que los adolescentes puedan h acer el duelo de sus identificaciones infantiles? I>os propios ad u l­ tos muy a m enudo recu rren a ellas p ara llen ar las “faltas en se r” que sobrevienen en la precaria continuidad de la sensación de existir. Las pistas identificatorias resu ltan confusas y el duelo ta n to m ás delicado en la negociación. El duelo ten d ría que ver con u n a m u erte psíquica tom ada en el sentido de sentirse m al, luego, de m orir, de ciertos significantes que ya no acum ulan el sujeto del inconsciente en el Otro. R etom ar una m uerte psíquica como m uerte sim bólica constitu­ ye un trab ajo de refundación. Esc trabajo e stá por hacerse en su totalidad, pues debemos a p u n ta la r al sujeto en su m ovimiento de reconstrucción de bases nareísicas. Esto ocurre en paralelo con la melancolía, donde se ha erigido igualm ente al nuevo vo, pero sin ideal y sobre la base de un investim iento de objeto que h a quedado vacante. Estos tem as fueron objeto de intercam bios epistolares en tre F reud y Fercnczi. El 27 de octubre de 1918, F reud escribe a Ferenczi que "lo im por ta n te en el plano teórico sería ju sta m e n te que, sobre la base de un investim iento de objeto libidinal, se d esarro llara un nuevo Yo, que debe ser desplazado por el Yo anterior: u n a lucha en el Yo, en vez de una lucha en tre el Yo y la libido, aunque en lo fundam ental es lo mism o’ .6 ¿Cómo d a r cuenta en térm inos metapsicológicos del duelo normal de la identificación? Es preferible que se apoye en bases narcísicas lo suficientem ente estables p ara que, al salir de ese duelo, puedan ad­ ju n tarse a otras identificaciones, esta vez sexuadas. 5 S. Freud, “Deuil e t mélancolie”, en \iétapsychologic'‘, op. cit r' S. F reud y S. Ferenczi, Corresponda/ice, t II. Calm ann-Lévy, 1997.

Los significantes de la identificación eran an tes de n atu raleza edípica; surge ahora, con el regreso de lo pulsional vehiculizado por la pubertad, lo biológico. En torno a este significante se efectúa un trabajo de desprendim iento, de duelo. Después de esa prim era fase hay u n a resexualización del significante, un reinvestim iento de su carga pulsional. El sujeto se la reapropia bajo u n a nueva forma, la subjetiva, aceptando la castración im plícita en esa alie­ nación con el significante. ¿Cómo puede hacer todos esos duelos infantiles el adolescente o, m ás bien, su s duelos de lo infantil, en p articu lar cuando se sum e en el m agm a pulsional donde las referencias y los cam inos identificatorios se confunden? Recurrir a intentos de identificaciones grupales o fuertes puede, al menos por u n tiem po, se rv ir de relevo o de p au sa en ese deseo de encubrir lo originario fragilizado por el desnudam iento del sujeto. Pues lo que está en juego en la hilera neurótica es un reacom odam iento de los signi ficantes en una cadena significativa. El psicótico se debate contra la desagregación de su s cadenas significantes, como testigo posible de un desenm arañam iento pulsional que lo dejaría al desnudo, sin defensas suficientem ente consistentes como p a ra m an ten er estable la estru c tu ra del sujeto. Su derrum be puede hacerlo oscilar hacia la disociación o el delirio.

O b serv a cio n es so b re el lu gar d el a n a lista en el d isc u r so En su transferencia al analizante, el an alista es llevado a reinterrogar los significantes de su propia trav esía por la adolescencia. Enfrentado a adolescentes, no tiene por qué creerse obligado a seducirlos para establecer una relación o una transferencia a cual­ quier precio. ¿No debe acaso el análisis com enzar m ás bien por una transferencia negativa, que perm ita al adolescente proyectar sobre el an alista sus p artes m ás crudas, las más inconfesables? La psicosis, ¿es la consecuencia lógica de u n a crisis de adoles­ cencia que h ab ría “evolucionado m al”? ¿O bien de u n a crisis no efectuada a p a rtir del hecho de la fragilidad de las identificacio­ nes? En su propio movimiento, ¿la adolescencia es u n a fase crítica, duran te la cual una decodificación de la búsqueda del ideal pasaría

por el rechazo de los modelos p aren tales? ¿Aun a riesgo de pro­ vocar u n a crisis por la reactivación de la om nipotencia infantil frente a las transform aciones an g u stian tes del cuerpo, a p a rtir de entonces claram ente sexuado? La búsqueda de nuev as identificaciones m archa ju n to con el desam paro o el duelo de las identificaciones previas. Existe, pues, en la fase adolescente u n a reorganización b ru tal de las identifica­ ciones, e insisto en el plural. No debe descuidarse el lu g ar de los padres. Se observa en ellos u n a reviviscencia de su pulsionalidad y de su sexualidad, que con­ cu rre en espejo con lo que se produce en sus hijos. El pasaje de la relación padre-hijo a u n a relación adulto-adulto no podría efec­ tu a rse sin una profunda modificación de los lugares de cada uno y, en consecuencia, de las identificaciones p aren tales.7 A los padres les queda por realizar un duelo im portante, ta n to en el plano narcísico como sobre el de su ideal del yo parental. El desenlace m ediante la problem ática del duelo no está com­ p letam ente term inado: vam os a encararlo ahora en su relación con el objeto. Pues el duelo es largo y doloroso, pero depende en lo esencial de la n atu ra leza del objeto y de su lu g ar en los modos de goce del sujeto.

7 D. L auru, “Problém atiques adolescentes h l’épreuve du tem ps", en P arents/ adolescents. Interactions au fil du tem ps, Collection Enfances& Psy, Eres, 2001

EL DOLOR DE PE R D E R

D el d u e lo d el ob jeto al o b jeto d el d u elo La queja de N atacha se vuelca esencialm ente, en su discurso, so­ bre el hecho de que no puede en co n trar interlocutor válido a quien hablarle. H ab lar de su s sufrim ientos, de su dolor de existir, de su piel, a la que to rtu ra de d istin ta s m aneras: rascado por lesiones producto del acné, escarificaciones, h eridas, cortes que se inflige. Su búsqueda del otro me recuerda la búsqueda del G rial, o la búsqueda de un absoluto que se en cu e n tra en figuras m íticas tales como Antígona. . D espués de un estado de gracia inicial vinculado con los prim e­ ros efectos de la tran sferen cia, no demoro en encontrarm e en la posición del otro faltante. O tro por siem pre faltan te, que no puede venir a colm ar, en la tran sferen cia, su apetencia de ser com pletada por el otro. La resp u esta en la realidad no se hace esperar: a u ­ sencias, inopinada interrupción de las sesiones, ponerse de pie y d a r un portazo. Pero la personalidad de N atach a encubre algunas particularidades: vuelve luego de esas conductas tran sferen ciales p ara colm arm e de reproches. En su discurso reaparecen in sisten ­ tem ente significados vinculados con la separación, el corte, la in­ terrupción, incluso el do la m uerte. Dado que su verdadero nom bre era N atacha, esta circunstancia podía a p o rta r significantes en torno a a p a rta r, sep arar, a ta r, vincular, c o rta r...1 1 Juego de palab ras intraducibie: "N atacha... détacha, attncha, raltacha, con p a ...”. (N. del T.)

La m u erte y la separación imposibles de sim bolizar obstaculi­ zaron d u ra n te largo tiem po la transferencia y luego de la in te rru p ­ ción de las sesiones por motivo de las vacaciones, que sin duda le resultó dem asiado insoportable a su narcisism o claudicante, puso fin al tratam ien to A su modo, m arcaba la huella de un duelo no sim bolizable del pasaje de su adolescencia hacia un devenir adulto dem asiado im probable. P ara poder funcionar de m anera adecuada, el objeto debe ser perdido. Las m odalidades de esa pérdida prim ordial es lo que cada analizante, a sem ejanza de N atacha, va a interrogar. Así como el an alista es interrogado por su parte, por ese deseo que lo aterraja, el deseo del analista. El objeto sólo comienza a existir realm ente a p a rtir del momen­ to en que puede au sen ta rse en la representación, es decir, cuando está perdido. Adopta entonces su sentido y su función en la eco­ nomía subjetiva del sujeto. La pérdida del objeto prim ordial se efectúa según modalidades singulares p a ra cada sujeto. Se tr a ta de ev alu ar la función del duelo en la adolescencia como un tiem po o un intento de reapro­ piación de ese objeto perdido, de imposible recuperación. Los incidentes en el desarrollo de la cura resu ltan p aten tes en el adolescente atrapado en ese proceso. Ya se tra te de la función del duelo en un caso o de los efectos de la an g u stia en otro, las tran sferen cias tienen la p articularidad de que tropiezan con due­ los imposibles, a los que a m enudo ponen en acción. Ese tipo de problem ática da cuenta, por una parte, de las frecuentes in terru p ­ ciones de las curas o, por lo menos, de su discontinuidad. El infans es colocado an te el espejo por un adulto. A p a rtir de esa fase de construcción del sujeto que vendrá, el corte en tre sí mismo y el otro o, m ás precisam ente, en tre sí mismo y la imagen del otro, aún 110 ha tenido lugar. Se efectúa de m an era sincrónica. Esa operación estru ctu ral induce la distinción en tre realidad y representación, diferenciación en tre sí mismo y el otro. Pero el principal beneficio de ese proceso subjetivo es el acceso a la ins­ tancia de la representación, es decir, a la vía de adquisición de la dim ensión simbólica. En el “Esbozo”, Freud escribe, a propósito de la represión en la h isteria, que en todos los casos se observa que un recuerdo repri mido sólo se transform a en trau m a con posterioridad. La causa

de ello es el desfasaje de la pubertad en relación con el conjunto del desarrollo del individuo. La no ritualización del duelo de los ideales infantiles y el en ­ frentam iento con la sexualidad infantil llevan al adolescente a ese duelo que siem pre está por hacerse. A m enudo la realidad hace irrupción con un extrem o fulgor. Los efectos son inm ediatos y pueden re su lta r m últiples: desde la descompensación según las m odalidades estru ctu rales del sujeto, que va desde el surgim iento de la an g u stia que señ ala la separación dolorosa con el objeto a la precipitación de las defensas neuróticas, h a s ta la forclusión del Nom bre-del-Padre. Los duelos reales provocan m ovim ientos de oscilación, con el riesgo p a ra el sujeto, si el objeto es potencialm ente peligroso, de ser aspirado por él. Pero el regreso se hace hacia ese punto de origen que vio al objeto tom ar consistencia, en el propio m ovimiento por el cual el sujeto se fundaba, con u n a pérdida inalienable cuya huella es el significante. Algo de la m u erte m erodea; el sujeto, literalm ente absorbido por el duelo, puede perderse en el objeto del duelo, por u n a forma de coalescencia en la que y a no consigue distinguirse. El duelo inicial no hecho se sitú a en el deseo de la m adre, donde el sujeto ha efectuado sus p rim eras identificaciones y se ha es­ tru ctu rad o en una alienación en el otro. De e sta s operaciones psí­ quicas van a depender las posibilidades de deslizam iento y la flexibilidad de funcionam iento de la cadena significante. La pul­ sación atem poral del duelo no elaborado resurge y falta p ara siem pre en la estructuración del sujeto que vendrá. En las m odalidades e stru ctu rales psicóticas se produce un quiebre de las posibilidades de movilidad de las identificaciones. Esto va acom pañado por u n derrum be de la e stru c tu ra im aginaria que aseguraba la estabilidad de la e stru c tu ra del sujeto. A p esar de sus líneas psicóticas, puede co n tin u ar “resistiendo” gracias a las m uletas simbólicas que perm iten m an ten er redes de reem pla­ zo a la forclusión del Nombre del Padre. Se puede p la n te a r de nuevo aquí la cuestión de la forclusión parcial o de las forclusiones del Nombre del Padre. E n análisis puede ocu rrir que en ciertos m om entos un psicótico

sea enfrentado con esa pérdida susceptible de hacerlo oscilar al otro lado del espejo, donde nadie puede oficiar de G ran O tro que resiste.

En la a d o le sc e n c ia hay u n d u elo p o ste r io r q u e d eb e e fe c tu a r se La repetición enfrenta al adolescente con la problem ática estru c­ tu ral de elaborar un duelo de las identificaciones y de crear o tras nuevas, es decir, de renovar los deslizam ientos posibles en la ca­ dena significante. Tiempo de duelo, tiem po del apabullam iento de los significan­ tes que han modelado al sujeto, la adolescencia es tam bién el tiem ­ po de la reorganización profunda en que la pérdida y la falta de ser son convocadas al proceso de la genitalización de las pul-siones sexuales. C ualquier situación de distanciam iento del objeto im aginario puede im plicar a posteriori una descompensación. La problem ática es doble: -L a adolescencia es el período privilegiado de los duelos por hacer, m ientras que la infancia es el de los ideales p arentales. Es asim ism o el tiem po de los duelos identificatorios, a veces ta n do­ lorosos como ruidosos. Duelo de.la sexualidad infantil y de las posiciones im aginarias frente a ese nuevo cuerpo sexuado, que vuelve al adolescente potencial m ente apto p ara p racticar una sexualidad “ad u lta ”, genitalizada. -L o s duelos reales pasados o p resentes conmueven b ru talm en ­ te la estru ctu ra del sujeto. A unque haya resultado poco fragilizada, incluso poco dism inuida por duelos anteriores, el im pacto del duelo en la adolescencia corre el riesgo de a c a rre a r el mismo tipo de consecuencias: el borrado de los significantes propios del sujeto ante la tu m u ltu o sa ola de lo real del duelo. El inconsciente está dotado de una estru c tu ra tem poral que Lacan definió en los tres tiem pos lógicos.- El proceso del duelo tiene una tem poralidad específica que yo vincularía con los aguje­ ros negros descriptos por los astrofísicos:3el espacio-tiempo es u n a • .1 Lacan, "L’instance de la Lcttre", en Écrits, op. cit ' J -P Lum inet, Ia 'x trous noirs, I.e Seuil. 11)92.

especie de red cuyo en tram ad o se achica o se expande en ciertos lugares, sobre todo donde la m a teria es densa. En el universo circula la luz. En medio de los agujeros negros, la m a teria tiene u n a densidad tal que se deglute a sí m ism a. El tiem po se encu en tra atra p ad o allí. Desde el exterior, el rayo lum inoso em plea un tiem ­ po infinito en fran q u ear el borde, pero en el in terio r puede ser contado, pues se h a enlentccido considerablem ente. No ha sido abolido, sino absorbido en el agujero negro an tes de retom ar su curso. ¿No resu lta esto sin g u larm en te evocador del modo en que tra n sc u rre el tiempo en el trab ajo de duelo? La noción de tiem po introduce la de la repetición: el hallazgo que produce el surgim iento del inconsciente es siem pre, p ara el sujeto, un re-encuentro. R eencuentro que se sitú a precisam ente después del encuentro con el objeto y después que la pulsión h a efectuado un segundo giro. La pulsión sólo puede rodear a su objeto, m arrándolo siem pre, pues la satisfacción inicial no vuelve a en contrarse nunca. Ese circuito es engendrado por la compulsión de repetición. El im perativo de repetir, propio del funcionam iento del inconsciente, plantea la cuestión de lo uno, del trazo único como constitutivo del sujeto; el trazo unario que implica que el sujeto tenga que rehacer siem pre el mismo circuito, el que inicial­ m ente fundó su estru ctu ra. En “Psychologic des foules e t analyse du moi”,4 Freud recuerda tre s tipos de identificación, de los cuales el segundo se caracteriza por el hecho de tom ar regresivam ente el lu g ar del objeto am ado o del objeto elegido, que en ta n to precisam ente se h a perdido. E n ­ tonces -escribe F re u d - “la identificación es una identificación parcial, altam e n te lim itada, que se lim ita a to m ar del objeto uno solo de sus rasgos”. Se tra ta de la introducción al E inziger Z ug, esc concepto esen ­ cial que C laude Conté5 h a puesto en evidencia al reto m ar y profundizar la noción lacan ian a de trazo unario. La traducción de E inziger Z u g significa y subraya que no se tra ta de Uno unificante, sino -p re c isa C o n té- “del uno contable, en sí mismo dividido en su punto inaugural". La función del trazo un ario consiste en la puesta 4 S. F reud, "Psychologie des foules e t analyse du moi", en Essais de psychanalysc, op. cit. 1C. Conté, “l.e chvafie du sujet e t son identification", Le R iel ct le Sexuel, op.

en juego más elem ental, la m ás puntual del significante. Sin embargo, no debe en tenderse como u n a repetición de lo mismo a lo idéntico, sino más bien como lo inicial de una serie que va a in s­ ta u ra rse tra s ese prim er uno, es decir, lo que vendrá a en carn ar el hilo rojo de la construcción del sujeto. Ese sujeto m aterializa la pérdida de este prim er significante original, en tan to prim ero en haber dejado huella, huella única y original, prim era huella del sujeto en el inconsciente. El inconsciente -n o s dice F re u d - busca la identidad de percepción, precisam ente esa prim era percepción sin em bargo irrem ediablem ente perdida. En el hueco de esa a u ­ sencia, el significante puede inscribirse en la continuación de la serie in au g u rad a por el trazo unario. El significante va a ten er una inserción en lo real e inscribirá la diferencia, lo distinto, allí donde, al comienzo, todo era idéntico. El D asD ing freudiano del que habla Lacan en L ’E thique,6 sería esa especie de secuela de lo m aterno original, secuela de la “m ism idad” prim era. La dim ensión de la pérdida inaugural merece que articulem os ese mecanismo en el origen de la constitución del sujeto p arlan te con lo que nos ocupa, a saber, el duelo del objeto. P ara existir correlativa mente con el sujeto, el objeto ante todo debe ser perdido. De hecho sólo existe la presencia de un hueco, de un vacío que no importa qué objeto pueda ocupar, nos dice Freud. Es el objeto al que Lacan califica como pequeño a y que define7 como “el prim er objeto, el objeto del que no se tiene idea”. No se encuentra en el origen de la pulsión oral, sino que está vinculado con ella: ningún alimento conseguirá satisfacerlo nunca y sólo podrá dar vueltas por siempre en tom o al objeto eternam ente faltante. ¿Es legítimo h ablar de duelo del objeto a propósito de esa p ér­ dida inaugural e inicial del sujeto, en el sentido de que h a rá existir ese prim er objeto que inscribe al sujeto en sus prim eros significan­ tes, inicio de lo que será el comienzo del encadenam iento de significantes? La etimología de la palabra duelo resu lta esclarecedora. Viene del latín d u el, en plural dueus, que en principio significa dolor, pena, y luego, m ás precisam ente, “aflicción cau sa­ da por la pérdida de una persona am ad a”. En el latín del siglo m, dolus es el sustantivo verbal de dolore, ten er dolor, acepción que ‘ J. Lacan, L'Éthique de la psychanalyse, Le Sém inaire, Libro VII. Le Scuil, 1986. 1 J Lacan, “La Troisiéme”, en A utres écrits, Le Seuil, 2001.

conserva en todas las lenguas rom ánicas. E n alem án posee el doble significado de duelo y de tristeza, de dolor experim entado luego de una pérdida. El duelo es la m anera en que cada uno resu lta modelado por el trabajo de lo simbólico, la m an era en que es inscripto en el Otro, la m anera en que se aliena en el Otro. C ada sujeto lleva una m arca, huella indirecta que se puede observar en la lengua m aterna, según cómo se haya ap artad o de ella y haya subjetivado su relación con el lenguaje. El sujeto que desea está constituido, pues, por el producto de esa pérdida. El devenir de u n niño, p articu larm en te en la adolescen­ cia, se re-actualiza en la pérdida p resen te y lo introduce en el re­ conocimiento de la pérdida inicial, de la que conserva la huella en su cuerpo y en su lenguaje. Es el proceso de simbolización el que se reactualiza. El Sym b u lo n era una ta b leta de arcilla que se quebraba en dos p arte s y cuya q u eb rad u ra, sin g u lar y única, servía como medio de reconocimiento. En griego, la palab ra sig­ nifica la partición, el acto de re-unión en el sentido de signo de re­ conocimiento. El sujeto así fundado por la estructuración específica del orde­ nam iento de sus prim eros significantes sólo podrá efectuar en lo sucesivo -cu an d o se enfrente a é l- un trabajo de duelo en función de m odalidades preestablecidas en esa prim era relación con el objeto. La n atu ra leza de ese duelo original o rien tará estru c tu ra l­ m ente todos los duelos que vengan. E n sum a, se tra ta de una estru c tu ra com parable con la m etáfora del cristal, em pleada por Freud. La m ism a rem ite a la estructuración del sujeto en su relación con su prim er objeto, el que pred eterm in a su s posibilida­ des de elaboración de un trab ajo de duelo. El duelo se efectúa en función de las líneas de fragilidad ya inscriptas en el cristal del sujeto, huella de la falta inicial, del prim er duelo, imposible de realizar, por el objeto radicalm ente perdido. L a ta b leta de arcilla h a dejado en su e stru c tu ra cicatrices singulares que se reab rirán con cada pérdida, provocando el dolor del duelo. El duelo es un trabajo regido por su propia tem poralidad, pero que depende fundam entalm ente de la experiencia original de odio y de am or que cada sujeto tuvo con el objeto perdido y por el cual debe h acer el duelo. La relación con el objeto perdido en aquel

mom ento se h ará según el modelo de la relación inaugural con el prim er objeto, perdido en el propio tiempo en el que tom aba con­ sistencia. ¿El dolor intervenía en aquel mom ento y a qué correspondía? Según Freud, es concom itante con un trabajo de desvinculación, pero tam bién de vinculación con las representaciones del objeto amado. En el a d dendum a Inhibition, Sym ptóm e, Angoisse*se in terro ­ ga de nuevo acerca de la relación en tre el duelo y el dolor. La pérdida del objeto, trau m ática para el sujeto en estado de necesi­ dad. es peligrosa si la necesidad no es actual, en un tiem po en que la falta de percepción del objeto equivale a su desaparición. Freud postula que la vivencia de la pérdida de am or será dolorosa y subraya que ese carácter doloroso es un rasgo que perm anece im penetrable. Escribe: “¿Cuándo la separación del objeto produce angustia, cuándo produce duelo y cuándo acaso produce solam en­ te dolor?” Como elem entos p ara la resp u esta propone: -e l dolor es la reacción a la pérdida del objeto; - la an g u stia es la reacción al peligro de la propia pérdida del objeto. El duelo aparece bajo la influencia de la prueba de la realidad de la pérdida. A p a rtir de entonces, su trabajo consiste en desinv erstir al objeto h asta entonces investido. U na vez más, subraya la articulación en tre el dolor y las situaciones de desvinculación con el objeto. La clínica, en p articu lar la de adolescentes, m uestra que el mom ento m ás doloroso no es la fase de desvinculación, sino más bien la del duelo, que Freud describe como un período de reinves­ tim iento del objeto perdido, esa especie de sobre investim iento que precede a la fase de desinvestim iento. El sujeto debe despegarse de la representación del objeto perdido, es decir, de los significan­ tes que lo representan. En el tran scu rso de e sta fase debe sobre investir sus representaciones cuando precisam ente el objeto am a­ do ha desparecido. En su sem inario sobre la A ngustia,1*Lacan enuncia que “esta" S. Freud. Inhibition, Sym ptóm e, Angotsse, PUF. 1978. * J . Lacan, L’Angoisse, Le Sém inaire. Libro X. 1962/63, inédito.

mos en duelo por aquel p a ra quien hem os estado, sin saberlo, en el lugar de su falta”. Es el O tro im aginario, especularizado, que estab a en lugar de lo faltantc. Se tra ta de ocupar ese sitio vacío, denom inado por Lacan como lugar vacío, que puede esta r, según la ocasión, habi­ tado por personas o por cosas. M ás fundam entalm ente, el duelo es sobre todo el duelo por aquel que había sido investido im aginariam ente por el sujeto. La im portancia de los ritu a le s en el trabajo de duelo debe destacarse tanto por las transform aciones en el adolescente como por el duelo vinculado con la pérdida de un objeto real. La tragedia de H am let10 resulta, en esto, ejem plar: la tra m a dram ática está b asada en el hecho de que 110 tuvo tiem po de e n te rra r a su padre. No pudo dejar que el tiem po hiciera su trabajo de duelo, aunque m ás no fuera comprobando que el extinto está bien “m uerto y en terrad o ’', según la expresión clásica. Sea como fuere, hablando con propiedad, el duelo in au g u ral del objeto es imposible de realizar. En efecto, ¿cómo hacer el duelo de algo o, m ás exactam ente, de la cosa perdida? ¿El papel del psi­ coanalista no es acaso el de p erm itir que el analizando haga el duelo de esc objeto perdido que es el am or de la m adre o de la lengua m atern a? La e stru c tu ra del sujeto im plica e s ta r en duelo por un objeto siem pre ya perdido, precio del sacrificio simbólico necesario p a ra acceder precisam ente al e sta tu s de sujeto. Las bases del sujeto se apoyan en su narcisism o, elem ento in dispensa­ ble para el am or de sí mismo, pero que p refig u rará los ejes del am or hacia el otro. ¿Cómo a m a r al otro si 110 se am a a sí mismo? Vamos a in te n ta r desbrozar el campo delicado del narcisism o a los efectos de identificar los cam inos posibles de la enamoración. El sujeto se construye gracias a u n a reorganización narcísica, pero tam bién por interm edio de u n a etap a fundam ental: el en ­ cuentro con el otro en la relación am orosa.

10 W. S hakespeare, H am let, La Pléiade, G allim ard, 1992.

S e g u n d a p a rte EL NARCISISM O Y LA ENAMORA CIÓ N

1. NARCÍSICO, FORZOSAM ENTE NARCÍSICO

Hijo de la ninfa Liríope y del río Cefiso, N arciso era un joven de gran herm osura, pero insensible a los encantos y a las solicitacio­ nes de las m ujeres. La ninfa Eco, que experim entaba por él un intenso sentim iento amoroso, recibió ta n mal su rechazo, su des­ precio y su desdén que murió. Indignadas, sus h erm a n as fueron a quejarse a la diosa N ém esis, quien decidió vengar a las doncellas desdeñadas. El adivino T iresias había anunciado que Narciso viviría h a s ta tan to viera su propia im agen, lo que dio a N ém esis la idea p ara su plan: en el curso de u n a jo rn ad a de cacería, incitó a Narciso p ara que bebiera en u n a fuente. N arciso vio su im agen en el agua y se enam oró de ella h a sta el extrem o de olvidar poco a poco el deseo de beber y comer, arraigando al borde del agua y tran sfo r­ m ándose progresivam ente en la flor que lleva su nombre, el narciso, la que se refleja en el ag u a d u ran te la prim avera h a sta que m uere en otoño. Según o tra versión del mito. Eco ten ía la costum bre de d istra e r a Mera m ediante ch arlas incesantes cada vez q u e Zeus, su marido, la en g añ ab a solazándose con herm osas m ortales. T ras com pren­ der la estratag em a, H era castigó a Eco augurándole un “Siem pre te n d rá s la últim a palabra, pero nunca d irás la prim era". H abién­ dose enam orado de Narciso, Eco sólo podía rep etir las ultim as p alab ras del joven, quien se cansó y la abandonó. Se sintió tan desdichada que dejó de com ery beber. Adelgazó ta n to que term inó siendo ta n solo una voz que hacía eco en las m o n tañ as a lo que se dijera. Esa versión ate n ú a curiosam ente las actitudes narcísicas... de Narciso.

I .o h poctiis tam bién lian aportado su contribución a la p ersisten ­ cia y vitalidad del mito. El poema Narciso d c R a in e rM a ria R ilk e ,1 maravilloso y potente, nos perm ite s itu a r las fuentes de las que hablam os aquí: Narciso se disipaba. De su herm osura alzábase incesantem ente la proxim idad de su ser, concentrada como perfum e de heliotropo. Pero a él le había sido im puesto contem plarse. Se em briagaba con lo que de él salía, y dejaba de e s ta r contenido en el viento, y cerraba, extasiado, el círculo de las formas, y se anulaba, y ya no podía ser más. No existe una visión de conjunto que p erm ita com prender los diferentes destinos del narcisism o cuando es retom ado en la fase adolescente. El “forzosam ente narcísico” es el eco a las ap u estas particulares de la fase púber. La existencia de una fase narcísica es, en una prim era lectura, un pasaje necesario. Hemos reseñado las patologías narcísicas cuya eclosión o m ani­ festación se ven ta n a m enudo en esa edad. El concepto aparece en algunos escritos an terio res al texto p r in ­ ceps “Pour introduire le N arcissism e”.2 A nte todo en los Trois essais,3 donde F reud tr a ta de d a r cuenta de la elección de objeto en los hom osexuales que “se tom an a sí mismos como objeto sexual: p arten del narcisism o y buscan jóve­ nes que se les parezcan, a los que puedan a m a r como su s m adres los am aron a ellos mismos”. Sobre todo a p a rtir de su “S chreber”,4 F reud elabora un prim er desarrollo teórico. Propone un estadio de evolución situado en tre el auto erotismo y el am or del objeto, del que es ejemplo el in­ dividuo que comienza “por tom arse a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor". E sa experiencia perm ite una p rim era unión de las pulsiones, teoría que retom a en Tótem y ta b ú } 1 R. M. Rilke, Oeuvres complétes, La Pléiade, G allim ard, 1997, pág 866. : S. Freud, “Pour introduire le N arcissism e”, en La vie scxuelle, op. cit. 1S. Freud, Trois essais su r la théorie de la sexualitc, G allim ard, 1983. * S Freud. Cinq psychanalyses, PUF. 1985. ' S Freud, Tótem y tabú, P etite Bibliothéque Payot, 1979.

¿P or q u é Freud q u ie r e in tr o d u c ir el N a rcisism o ? Freud lo introduce al mismo tiem po por razones teóricas -e n efecto, otorga a ese concepto un lu g ar c e n tra l- y por razones coy u n tu rales. E n sus estudios sobre las psicosis, Ju n g , cuyas teorías encarnan un distanciam iento notable del edificio freudiano, am ­ plía h a sta tal punto la noción de libido que é sta te rm in a perdiendo su carácter sexual. Freud in siste en reafirm ar la preem inencia de las pulsiones sexuales. El narcisism o prim ario, relativ am en te controvertido, es un es­ tadio hipotético. Las pulsiones, por entonces parciales, tra ta n de satisfacerse de m an era independiente y los objetos investidos por ellas lo son sobre el propio cuerpo. El yo aú n no se h a constituido. P ara Freud, existe u n a distinción en tre auto erotism o y narci­ sismo. El yo -p re c is a - no se constituye de en tra d a; es preciso que se ejerza u n a “nueva acción psíquica" que lo haga ir hacia el n a r­ cisismo. En ese preciso punto, Lacan propone su hipótesis sobre el estadio del espejo,6 que todas las corrientes del psicoanálisis' parecen h aber integrado en la actualidad. E n ese pasaje desde el prim ero al segundo estadio del narcisis­ mo, se efectúa, según u n a lectura lacaniana, un pasaje desde el yo im aginario al yo, que es de orden simbólico. P rim er tiempo: el niño hace su en tra d a al m undo del deseo articulándose progresivam ente sobre el deseo del otro prim ero, la m adre, que se constituye así como único objeto de su deseo. Segundo tiempo: el niño asum e su propia falta en ser. Acepta reconocer en la m adre esa falta que él no consigue colm ar, que no le es dado colmar. La experiencia del espejo resu lta, entonces, edificante para su narcisism o, porque, en el espejo, su propia im agen es la del niño, en ta n to es reconocido por el otro que lo apoya y deposita sobre él una m irada de am or y de aprecio.

J. Lacan. “Le S tade du M iroir", en Écriis, qp. r.it. ' Desde la prim era edición del Vocabulario del psicoanálisis, Laplanche y P ontalis le dedican un articulo. Es uno de los únicos conceptos lacanianos que se citan.

En esa perspectiva, el yo es estru ctu rad o por su inserción en la im agen del otro. Es, pues, de n atu raleza especular e im aginaria. El narcisism o prim ario no es un estadio en el que toda relación intersubjetiva esté ausente. Se tra ta de la interiorización de una relación. La introducción del segundo tópico lleva a Freud a elaborar una segunda teoría del narcisism o. En “Le Moi et le Qñn,é supone un prim er estadio narcísico anobjectal sometido a una ausencia casi total de la relación con el objeto, con una indiferenciación en tre el yo y el ello. De hecho, estaría encarnado por la vida in trau terin a. El narcisism o contem poráneo de la identificación con los dem ás perm anece: es el narcisism o secundario. El narcisism o de los padres perm ite atrib u ir al niño las cualida­ des que ellos mismos habían deseado te n e r y a las que debieron renunciar. El advenim iento de H is m ajesty the Baby es quien re a ­ liza -escribe F re u d - “los sueños de deseo que los padres no llevaron a cabo". El niño va a construirse y a consolidar sus bases narcísicas en torno a ese narcisism o p arcn tal y a su evolución. En la adolescen­ cia, ese narcisism o tam b alea debido al distanciam iento que surge entre el niño ideal o idealizado de los p ad res y la realidad de aquello en lo que el adolescente se ha convertido. Él mismo ya no puede ab rev ar en ese capital de narcisism o y debe, por tanto, en co n trar en o tra p arte fuentes de identificación y de reaseguro narcísico. La aplicación clínica de Freud puede se r esquem atizada así: el neurótico m antiene una relación libidinal con los objetos, mien­ tra s que el psicótico h a “retirado realm ente su libido de las per­ sonas y del m undo exterior”. P ara ev itar cualquier confusión, debe señalarse que Freud siem pre se inclinó a denom inar neurosis narcísica a la esquizofrenia. En esas dos enferm edades narcísicas se produce un repliegue de la libido con la que el objeto había sido investido. P ara Freud, el neurótico abandona asim ism o una p arte de su relación con la realidad, pese a que su libido perm anece, a tra v é s del fantasm a, apegada a ciertas p arte s del objeto: “H a reem plazado los objetos ' S. Freud. “Le Moi e t le Qa", en E ssais d e psychanalyse, op. cit.

reales im aginarios de su recuerdo o bien ha mezclado unos con otros”. Después de su aporte con el estadio del espejo, Lacan profundi­ za y modifica sus posiciones sobre el narcisism o, en p articu la r en sus dos prim eros sem inarios.9 A p a rtir del hecho de la identificación narcísica con el otro -e l niño re su lta fascinado, captado por la im agen del o tro -, el deseo pasa an te todo por la proyección con el exterior. El deseo origina­ rio, en su confusión, se expresa m ediante vagidos. P ara que haya una relación con el objeto del deseo, es preciso que exista u n a relación narcísica del yo con el otro. El narcisism o resu lta así la condición p ara que los deseos o los significantes se inscriban. P a ra cada sujeto existe u n a serie de significantes p ri­ vilegiados (S2) donde se inscribe el deseo por el Otro, significantes que van a revelársele en la relación im aginaria con el prójimo. Como se sabe, se llam a tran sferen cia al im pulso de la libido h a­ cia el analista. Es preciso -escrib e F re u d - que su b sistan “fuerzas m otrices vivas que favorezcan el trab ajo y el cambio”. De hecho, se tra ta de un am or que implica siem pre una p arte de narcisism o. En sus últim as teorizaciones, Lacan insiste en la im portancia del apoyo de la im agen p ara que el deseo circule. La presencia corporal del an alista se convierte en un lugar de anclaje necesario.

El d e v e n ir d el n a rcisism o en la a d o le sc e n c ia Las pulsiones se genitalizan an te el em puje de la p u bertad y de las transform aciones corporales. Las identificaciones com ienzan a vacilar. Se plantea entonces la cuestión de h acer que resista la estru c tu ra y de que pueda an clarse sobre bases sólidas que no cuestionen el plano del narcisism o. En el medio, el niño que ya h a dejado de serlo y el adulto que sólo lo será m ás tard e, el adolescen­ te, se en cu en tra en el no m a n ’s la n d de las identificaciones. Se en cu en tra en pleno déficit de identificaciones, en déficit del Otro. Sus vacilantes identificaciones lo dejan al descubierto, desnudo. J L acan, Les écrits techñiques de Freud. Le Sém inaire, Libro I, Le Seuil, 1985 y Le M oi d a n s la ihéorie de F reud et daña la íechnique de la psychanalyse. Le Sém inaire, Libre II, le Seuil. 1987

Esto rem ito a la herm osa m etáfora de Franfoise Dolto al recordar el caparazón del cangrejo.10 P ara h ilar en esa m etáfora, d iría que las identificaciones son el caparazón; queda entonces en carne viva el plano narcísico, con su fragilidad m anifiesta. Si é sta ta m ­ balea, el adolescente se encu en tra peligrosam ente am enazado por el lado del ordenam iento de sus significantes prim eros o, en otras palabras, de lo que lo funda en tan to sujeto. E xiste el peligro de u n a caída en la psicosis; la clínica lo confirma.

Las p a to lo g ía s n a r c ísic a s C arina se había sentido herida y había quedado m arcada por una precoz falta de am or m aterno. No paraba de interrogarse acerca de la realidad del am or de su padre, quien nunca se lo había expre­ sado. É ste mezclaba una rigidez extrem a con convicciones religio­ sas tam bién extrem as. En m ateria de amor, su s únicas referencias eran, literalm ente, ex tra terrestre s. A su juicio, n inguna en carn a­ ción te rre stre te n ía gracia. C a n n a había tenido que construirse en tre esos escollos, al precio de algunos síntom as b astan te invali­ dantes en su vida de relación. D esarrollaba un narcisism o literal­ m ente “a flor de piel”. U na palabra, una frase m al entendida podía d ar Iugar a una disputa, a insultos, a una crisis, incluso a una riña con actos de violencia. D esarrollaba accesos de eczema desde muy niña, cuando un conflicto se atascaba sin encontrar solución. “H a­ cía crisis”, según su expresión, en todas las circunstancias. Las pocas sesiones espaciadas a las que venía no frenaban la inexora­ ble progresión hacia u n a “desescolaridad" total, a fugas y vaga­ bundeos inquietantes. El consumo de hachís, excesivo como todas sus dem ás cosas, la desm otivaba, aportándole una relativa seda­ ción a sus angustias. No volví a saber de ella d u ra n te algunos años, hasta que recibí u n a carta em otiva y patética en la que me an u n ­ ciaba que finalm ente había anclado en un hogar. Un hogar m ater­ no, donde residía con su bebé, a quien quería crearle un m undo “de am or, de felicidad y de lib ertad ”, lo que ella no había conocido nunca. Esa expresión inscribía la huella de un vínculo tran sferen ­ cial. tenso pero suficiente como p ara servirle de referencia, al que ella quería testim o n iar los progresos de su vida. !f F Dolto, Paroles pour ados ou Le complexo du homard, Livre de pocho, 4331, 1999.

¿Qué se entiende clínica y teóricam ente por patologías narcísicas? La discontinuidad de los vínculos precoces m adre-niño no pue­ de asegurarle al sujeto una continuidad narcísica lo suficiente­ m ente estable. Esa discontinuidad rem ite a los modos de investi­ m iento narcísico de los padres que condicionan la constitución del sujeto de m anera arm oniosa y satisfactoria. La tram p a del narcisism o tiene que ver con que poseemos una im agen en la que nos reconocen los otros y en la que nos reconoce­ mos. N u estras im ágenes nos hablan y nos dicen quiénes somos. De esa m anera, prestam os n u estra im agen a lo que funciona en lo social: carrera, títulos, belleza son m ediadores y se convierten en el lugar de la m entira. El adolescente tra ta de colm ar el estupor de la falta en el otro. El reconocimiento de esa ausencia es una prueba terrible. El adolescente percibe de pronto que le es preciso ren u n ciar al in ­ tento de colmarlo, lo que equivale a rep resen tarse su propia fal-ta. Se refiere entonces a identificaciones im aginarias, en particu lar al falo. En la adolescencia es cuando se producen con m ás facilidad los actos delictivos. La noción de destiem po confiere un significado psíquico dife­ rente a un fenómeno. “Todo adolescente conserva huellas mnésicas que sólo pueden se r com prendidas por él después de que so­ brevengan las sensaciones propiam ente sexuales”.11 F reud in tro ­ duce una observación clínica de gran alcance: “La aparición ta rd ía de la pubertad hace posible los procesos prim arios postum os”. Se tra ta de u n a elim inación, a destiem po, de los afectos y los tra u m a s acum ulados. La adolescencia es un tiem po de heroísm o e idealism o. El ideal del yo, designado como heredero del pasaje pubertario, e stá m ar­ cado por el sello del futuro y del proyecto. Sin em bargo, el ado­ lescente se ve obligado a m odificar sus fuentes de aportes narcísicos, apoyándose en los grupos de pares. Es la edad de los mejores am igos o de las bandas. Puede caer entonces en conductas riesgosas, a veces en adiccio­ nes toxicóm anas y exposiciones al peligro a tra v é s de com porta­ m ientos que incurren en ordalías. Los cambios son asim ism o sostenidos por pasajes, sobre los que es preciso preguntarse si no ofician como ritos de iniciación. Van ” S. Freud, Nuissance de la psychanalyse, op. cit.. pag. 367.

G e n n e p p ,a quien le* corresponde el m érito de haber hecho un estudio com parativo de los mismos, h a encontrado tres in v arian ­ tes: separación, m argi nación, luego agregación. Para Philippe Jeam m et,l3"los ritos preservan sus bases narcísicas (las de los adolescentes) m ientras ofrecen una posibilidad de expre­ sión o de descarga a los afectos subyacentes, gracias a su extraordi­ nario poder de condensación. En esto se acercan a la función del síntom a histérico”. Numerosos trabajos les lian sido dedicados, pero la lectura directa de Van Gennepp permite relativizarlos. Provisoriam ente, podríam os concluir con que la adolescencia es un mom ento simbolígeno. D eberían refinarse las distinciones psicopatológicas en tre p er­ sonalidad narcísica y patología narcísica, a la que de buena gana se califica como psicopatía. En cuanto a la decadencia de la función p atern a, que va de la m ano con los Nombres del Padre, convendría precisar la real natu raleza, simbólica o im aginaria, de sus caren ­ cias. Sin embargo, es posible caracterizar a esas patologías por su relación con la carencia y con la ley. La negación es un mecanismo psíquico esencial, pero el rasgo que predom ina es el goce en el Otro, la búsqueda de alguna m anera desenfrenada de im poner el propio goce sin ten er en cuenta el del otro. Las flaquezas del narcisism o llevan n atu ralm en te al sujeto a p a sa r por el cortocircuito del acto, eludiendo o soslayando la fun­ ción de la palabra y las v irtudes simbólicas que le son propias. La preem inencia del ac tu a r en n u estras sociedades contem poráneas sólo puede llevar a interrogarnos, im pulsando así a los an alistas a afin a r una clínica y u n a teoría del acto. Desde las carencias del narcisism o h asta el acto no hay m ás que un paso. Los adolescentes se inscriben reg u larm en te en el acto, en diferentes tipos de acción. Las perturbaciones del com portam ien­ to, la asunción de riesgos en el caso de los varones, las p ertu rb a ­ ciones del com portam iento alim entario en el caso de las chicas: la acción es p arte in teg ran te de la adolescencia. Esto nos perm ite introducir una propuesta: el adolescente se en cu en tra en el acto.

A. Van Gennepp. í.es Hites de passage, É ditions Picard, 1981. " P. Jeam m et, “Du fam iliar á l’étranger", NouveUe recue de psychanalyse, n" ‘12, G allim ard, 1990.

E L A D O L E SC E N T E EN E L ACTO

En e l c o m ie n zo era e l neto". G o e th e

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Clovis apareció en el consultorio del an a lista de m anera inopina­ da. La prim era cita había sido concertada para la sem ana an terior, pero no concurrió. Un ininterrum pido caudal de palab ras in au g u ­ ra la sesión. E ntreg a su s preocupaciones in m ed iatas, sus inquie­ tudes del momento. No m enciona la en tre v ista a la que no concu­ rrió, sino sus problem as con las horas y con las reglas, sobre todo con las del hogar donde reside desde unos m eses an tes. Tiene dificultad p ara explicar las razones de su presencia en ese aloja­ m iento y de las motivaciones de un juez que h ab la en nom bre de los otros, pero que sin em bargo no tiene ningún derecho sobre él. Clovis quiere sen tirse libre, sin atad u ras, y tr a ta de verse como intocable, por p arte de los otros, de los afectos y de las leyes. Recuerda sus fugas y su s accesos de violencia desde u n a curiosa distancia. Parece protegerse en el discurso gracias a un caparazón im perm eable a las emociones. Escucho el relato de un héroe sin alm a, que vence al mal todas la s veces. Al cabo del tiem po me habla de su fam ilia, de la m adre, enferm a de cáncer, luego de su m uerte, que había ocurrido algunos m eses antes. Su amigo, con el que vivía, se h ab ía hecho m a ta r en un b a r poco después de la m uerte de la m adre, en u n a riñ a con a rm a blanca. Las emociones se apoderan de él entonces. Se pone ex u ltan te, me dice que todo aquello e ra asqueroso, que yo lo obligaba a h ab lar de

eso para hacerlo llorar "expreso" La tran sferen cia se anuda de m anera agresiva, pero se teje una vinculación. H abla del padre, al que nunca vio, quien h ab ría vuelto a su país de origen. Se centra entonces en el fallecimiento de la m adre; “ése es mi problema*’, term in a diciendo. No me habla de lo que te rm in a rá por venírsele encima, los diferentes juicios por extorsión, agresión y robos. Tie­ ne una verdadera pasión por las “riñoneras”, esas ex tra ñ a s bolsitas que se llevan alrededor de la cin tu ra. Prefiere esos curiosos atrib u to s fálicos cuando son de m arca, sobre todo los de una que tiene un cocodrilo. Entonces no puede resistir, a tra e al portador de la “riñonera” codiciada y se la roba. ¿Y si éste se defiende? “E stá en su derecho, pero siem pre soy el m ás fuerte”. Se niega a dejarse g an ar por cualquier idea de culpabilidad. En eso es categórico: es culpa del otro ten er algo que él quiere tener. No conserva las “riño n eras”, sino que las revende, cosa de ten er con qué aten d er sus gastos. Se produce entonces un vuelco transferencia!. Se quejaba de una relación muy conflictiva con su docente de referencia. La aprecia, pero no sabe por qué experim enta la necesidad de provo­ carla y negarse a hacer lo que ella le pide. R ecientem ente la ha insultado v, en un im pulso de cólera, golpeó con violencia a un chico que hablaba con esa docente. H asta entonces yo me había ubicado en una posición de escucha, con m ucha reserva, m ás aún porque él, en su c a ta ra ta verbal, no dejaba espacio p ara una intervención. Entonces le pregunto por qué provoca precisam ente a quien m ás aprecia. Q ueda perplejo y se pone a asociarlo con rasgos de ella que lo irrita n . En medio de un verdadero sufrim iento que le produce esa ta re a de p en sar confiesa que le recuerda a su m adre, por ejemplo cuando le pide que se lave o que arregle su habitación. Es la prim era vez que habla de ella desde el momento en que recordó su desaparición, y es la prim era vez que la asocia con un afecto. Advierto una tonalidad depresiva en su discurso. No lo veo en la siguiente sesión. Vuelve p ara d a r cuenta de una mejoría en la relación con la docente. Pero, por el contrario, se m uestra enojado conmigo. Esto se expresa en su tono vehem ente y tam bién en su s acusaciones y, más directam ente, en los repro­ ches. “Por causa suya duerm o mal, incluso soñé con mi m adre. Pienso en ella todos los días.” E xpresa aquí una cuestión insopor­ table. Todo afecto le es insoportable, lo obliga a se n tir el dolor de pensar y tam bién el dolor del afecto. La tran sferen cia 110 se ha

establecido con solidez. No soporta esa situación de conflictividad in tern a que hace su rg ir la an g u stia. Poco después, al llegar con una hora de retraso a la sesión, no soporta que no acepte recibirlo de inm ediato ni que lo invite a volver en la próxim a sesión. Se las tom a con un asiento de la sala de espera, insu lta a la paciente que esperaba e incluso a mi, y me dice a los gritos: “De todos modos, no eres mi padre”. De ese modo reivindicatorío pone fin a un vínculo que se había vuelto dem asiado estrecho y que lo h a b ría llevado a la realidad del abandono y de la pérdida. Prefirió nom brar la transferencia y tam bién la b a rre ra infranqueable de la vincula­ ción. Optó por la ru p tu ra del lazo, nom brando mi lugar de padre supuesto en la transferencia. El acto reem plazó claram ente aquí al pensam iento. A p esar de mis intentos y de la insistencia del hogar, jam ás volvió a verme. ¿Existe un pasaje narcísico norm al en la época de la adolescen­ cia p ara el caso de una personalidad “norm alm ente” narcísica? En su franqueo, en su pasaje, ¿el acto es un m om ento norm al? ¿Qué significa pasaje al acto? El pasaje al acto debe tom arse como algo pleno de sentido y no como algo vacío de sentido, pero debe ser decodificado. Toda la dificultad consiste en hacer escuchar a aquel que no había podido h ab lar lo que q u ería decir, como en el caso de Clovis. El adolescente lucha co ntra u n a an g u stia intensa, enfrentado como e stá a una de las paradojas m ás bru tales de la vida, a saber, que en el um bral de u n a nueva vida, de la vida ad u lta, se perfila la am enaza de m uerte. La revalorización narcísica es u n a ap u esta que se plantea con u n a agudeza muy p articular. ¿Qué pasa con la especularidad del objeto? El adolescente efectúa u n a sim boliza­ ción parcial en el otro, que no puede acceder a una problematización lo suficientem ente in ten sa de la im agen del cuerpo. Cuerpo en m ovimiento, en transform ación. La propia e s tru c tu ra de la evolución de la p u b e rta d im plica un d istan ciam ien to que puede lle g a r h a s ta la disociación e n tre el d esarro llo físico ligado al im pulso p u b e rta rio y la m aduración psicológica. El adolescente debe te n d e r h acia un reacondiciona­ m iento esta b le de las in s ta n c ia s p síq u icas que integ re m ás o m enos arm ónicam en te las ex ig en cias de la satisfacción pulsio-

nal, la sexualidad a d u lta y una posición estable de sujeto sometido a la represión. Su cuerpo ex p erim en ta n u m ero sas im posiciones y tra n s fo r­ m aciones pro v en ien tes del in terio r. S us p ro p ias tran sfo rm acio ­ nes, sobre todo físicas au n q u e tam b ién psicológicas, lo preocu­ pan. Es la fase de las la rg a s p erm an en cias in te rro g a tiv a s an te el espejo, de los pelos y de los gran o s que crecen, de los órganos gen itales que se tra n sfo rm a n y se vuelven ta n m olestos como excitantes. ¿Acaso el adolescente no es narcísico por esencia? ¿Acaso no asistim os o u n a fase, tran sito ria pero efectiva, de un movimiento narcísico que no se inscribiría en el registro de? la personalidad o de la estru ctu ra, sino en el del m argen, del pasaje, al ser la propia adolescencia una fase del pasaje, con o sin ritos del mismo nombre, en el sentido de Van Gennepp?

¿E xiste u n a a d o le sc e n c ia n o rm a lm en te n a rcísica ? Me inclino por esa hipótesis y voy a tr a ta r de exponer su estatu s metapsicológico. Dejaré de lado la posición m uy específica de aquel al que se califica como psicópata o delincuente. Ya se encu en tra atrapado, encerrado, atenazado a la estru c tu ra perversa y a las carencias mayores del narcisism o, lo que deja poco lugar a cualquier plasti­ cidad y movilidad identificatoria propia de la fase adolescente. El delincuente me parece ser el prototipo del lím ite de esas patologías narcísicas de la adolescencia. Tam bién aquí la etimolo­ gía resu lta esclarecedoia: Linquc.ro. es dejar algo o a alguien en el lugar de uno. El prefijo “d e” m arca la separación o el distanciamiento. El delincuente es, entonces, aquel que desaloja los ob­ jetos y que se desaloja de su propio lu g ar y del que el socius le ha asignado. La adolescencia es un período en el que cada uno se busca un m aestro cuyo discurso resu lta finalm ente resisten te, designa lo verdadero, nom bra al sujeto. Esa búsqueda identificatoria surge, por supuesto, de su n atu raleza ad iestrada, del registro im agina­ rio. Y, sin embargo, el plano narcísico no deja de ser convocado d u ran te el proceso de esas identificaciones.

E. K estem berg1ev o cad en m arañ am ien to e n tre la libido objetal y la libido narcísica, que caracterizan al adolescente. La adolescencia es un m om ento en que el narcisism o resulta p articularm ente exacerbado. M omento estru ctu ral, que encarna el tiempo del pasaje a la adultez.

¿Por q u é p a sa r por el acto? ¿Qué es lo que im pulsa al adolescente a p a sa r al acto? Ese acto,¿lo funda en tanto sujeto o m arca su lím ite, incluso su castración? El adolescente, ¿puede decir algo al respecto? P arece ría que no en la m ayoría de los casos, pero esto m erece un a observación clínica. La práctica dem uestra que el adolescente no puede decir m ás sobre su acto que lo que dice el propio acto. No o b stante, si en ese momento se le abre un espacio p ara la palab ra, el adolescente se apoderará de él p ara evocar lo que lo atrav iesa, los tem as abordados, que a veces no tienen relación ap a re n te con el acto por el cual h a pasado. Entonces puede d esarro llar u n a problem ática que va a ilum inar, a su debido momento, u n a m otivación inconsciente, incluso un sentido que h a s ta entonces no resu ltab a claro. Por eso es que un adolescente pudo alguna vez decirm e que “es m ás difícil decirlo que hacerlo”. Sin em bargo, o m itía señ alar que no sabía en realidad qué te n ía p ara decir. Ignoraba que no sabemos qué decimos cuando hablamos. Pero sin duda tampoco sabemos qué hacemos cuando actuam os. Es preciso ca p ta r los aspectos de m a­ duración, su intento por sep ararse de esa frágil im agen narcísica de si mismo, existentes en ese desfasaje del acto. El efecto de desfasaje y el b ien estar que le sigue son sim ilares a la sedación de la agitación que se observa después de un p asaje al acto efectuado en el marco de un episodio delirante. El pasaje por el acto sería así contem poráneo del narcisism o obligado del pasaje por la adolescencia. M arcaría la regresión a la preponderancia del acto de los orígenes, como esa frase de Goethe, que Freud pone como exordio de su Tótem y ta b ú : “En el comienzo era el acto”. Regreso a una fase en la que se opera un regreso h acia el 1E. Kestem berg, “Identification e t id e n tité ;i l'adolescunce", en Psychiatrie de l’enfant, V. 2, 1962.

narcisism o original. Ese regreso hacia los orígenes de la estru ctu ­ ra del sujeto no se efectúa sin modificaciones identificatorias im portantes, que ponen en aprietos al narcisism o de la adolescen­ cia. El duelo de las identificaciones infantiles es un movimiento doloroso y peligroso, si no va acom pañado por una búsqueda identificatoria que aporte al sujeto nuevas certezas, las que, por otra parte, tam bién ten d rán un tiem po de duración. La problem ática narcísica del adolescente es un paradigm a que ilustra, de m an era exacerbada, la problem ática narcísica en su relación con el pasaje al acto. U lteriores investigaciones centradas en la clínica de adolescentes deberían enseñarnos m ás acerca de las personalidades o e s tru c tu ra s narcísicas.

L ectu ra d el acto, le c tu r a d el p asaje El acto, sea cual fuere, siem pre está destinado a alguien; nunca es gratuito. Por eso insisto en su lectura. Los actos con los que te ­ nemos que vérnoslas nos están destinados. Ya sea en el consulto­ rio o en la institución, el acto nos habla, nos interpela. H abría que especificar acting-out, pues ese acto se inscribe en la transferencia a un an alista, a alguien que atiende o a una institución. El mom ento elegido tampoco nunca es casual. El acto habla así de lo que no se habla, de lo que no se formula, m ás que de lo no formidable, que se en co n traría del lado de lo reprim ido. Todo cuestionam iento de la im agen narcísica, cualquier frus­ tración, tiene el poder de desencadenar un cuestionam iento de la identidad del sujeto y, por supuesto, de las identificaciones narcí­ sicas. Es la pendiente hacia la regresión a ese tipo de identificacio­ nes en la que el sujeto se extravía. El adolescente habla en el acto de lo que no podría satisfacerse, pero en la tran sferen cia no hace m ás que re p e tir lo que no ha podido se r simbolizado. De esa m anera, el adolescente va a a u ­ sentarse, m arcando ese no-lugar del pensam iento que lo habita. La tendencia a actuar, el incesante riesgo de expulsión fuera de losignificadoen lasrep resen tacio n esy losafectosexperim entados como traum áticos, por no decir persecutores, muy a m enudo nos obligan a escucharlos o a in te n ta r e n tra r en contacto con ellos en el campo al que nos llevan: el acto.

El espacio de la cu ra en la institución rep resen ta u n a especie de contenedor del narcisism o de los adolescentes. U na modificación del orden simbólico corre el riesgo de p e rtu rb a r el precario equi­ librio que rige el espacio o la institución terap éu tica. La ins­ titución se convierte en el territo rio del acto. En los m om entos en que los clínicos modifican su m anera de p en sar y, sobre todo, de tra b a ja r, y cuando su s referencias sim bólicas, en p articular, je rá r­ quicas, cam bian, la institución se vuelve m enos contenedora y, por lo tanto, m ás vulnerable a la patología y a la destructividad de los adolescentes. N adine fue derivada a u n a institución terap éu tica como conse­ cuencia de un pasaje al acto: había intentado e stra n g u la r a uno de sus profesores en el colegio. Se requirió la intervención de varias personas p ara conseguir que desistiera de su em presa. Acude al hospital d u ran te el día, con u n a cinta que le ciñe la frente sobre la que luce un peinado afro. Se cruza con un docente en un pasillo y éste le dice: “Hoy sí que tienes u n súper look y de verdad me haces p e n s a re n Jim m y H endrix”, p alab ras a priori com pletam ente tr i­ viales. Pero la reacción de la adolescente no lo es tanto. E n tra en un ataq u e de furia terrible, tom a un largo y puntiagudo cuchillo y se echa a gritar: “¡Voy a desollarlo!” D urante m ás de u n a hora se procura establecer un diálogo b astan te delicado e n tre la adolescente y el docente. M ientras tanto, acuchilla