La literatura en la época de los Reyes Católicos 9783865279620

Abarca estudios sobre el teatro, las universidades, la latinidad y la educación, el mecenazgo de las jerarquías religios

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Spanish; Castilian Pages 304 Year 2008

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Table of contents :
ÍNDICE
Para abrir boca
El teatro en la época de los Reyes Católicos
Del viejo mundo al nuevo mundo: nuevas perspectivas de algunas historias de los Reyes Católicos
Escocia, Macedonia, Castilla: cortes ficticias y corte auténtica en la ficción sentimental
Las Universidades en la época de los Reyes Católicos
El mecenazgo de los jerarcas eclesiásticos en la época de los Reyes Católicos
Maestros de latinidad en la corte de los Reyes Católicos: ¿un ideal de vida o una vida frustrada?
La educación de Fernando de Aragón, duque de Calabria, durante su infancia y juventud (1488-1502)
La producción historiográfica de mosén Diego de Valera en la época de los Reyes Católicos
El mecenazgo nobiliario en la literatura de la época de los Reyes Católicos. Primera aproximación
Los Reyes Católicos e Italia: los humanistas italianos y su relación con España
Caballeros y prelados biografiados por Fernando de Pulgar
Los Reyes Católicos en el teatro de Lope de Vega
El divorcio del príncipe don Enrique de Castilla y doña Blanca de Navarra (1453)
Las mujeres escritoras en la época de Isabel I de Castilla
Celestina en la corte de los Reyes Católicos
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La literatura en la época de los Reyes Católicos
 9783865279620

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Dirección de Ignacio Arellano, con la colaboración de Christoph Strosetzki y Marc Vitse Secretario ejecutivo: Juan Manuel Escudero

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LA LITERATURA EN LA ÉPOCA DE LOS REYES CATÓLICOS

NICASIO SALVADOR MIGUEL CRISTINA MOYA GARCÍA (EDS.)

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2008

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Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek. Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbibliografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.ddb.de

Este libro se publica con una subvención del Vicerrectorado de la Universidad Complutense de Madrid, con fondos del Proyecto HUM 2004-02841/Filo (Ministerio de Educación y Ciencia) y con ayudas del Decanato y del Departamento de Filología española II de la misma Universidad. Asimismo, forma parte de las indagaciones del citado Proyecto de Investigación dirigido por el profesor Nicasio Salvador Miguel. Agradecemos al GRISO, de la Universidad de Navarra, la acogida del libro en su prestigiosa colección.

Reservados todos los derechos © Iberoamericana, 2008 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2008 Elisabethenstr. 3-9 – D-60594 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net ISBN 978-84-8489-356-1 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-404-5 (Vervuert) Depósito Legal: Cubierta: Cruz Larrañeta Impreso en España

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ÍNDICE

Para abrir boca .....................................................................................

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Álvaro Alonso El teatro en la época de los Reyes Católicos ..................................

11

Dominique de Courcelles Del viejo mundo al nuevo mundo: nuevas perspectivas de algunas historias de los Reyes Católicos..........................................

33

Alan Deyermond Escocia, Macedonia, Castilla: cortes ficticias y corte auténtica en la ficción sentimental .................................................................

45

Ángel Gómez Moreno Las Universidades en la época de los Reyes Católicos ....................

59

Ainara Herrán Martínez de San Vicente El mecenazgo de los jerarcas eclesiásticos en la época de los Reyes Católicos .........................................................................

79

Teresa Jiménez Calvente Maestros de latinidad en la corte de los Reyes Católicos: ¿un ideal de vida o una vida frustrada? ........................................... 103 Santiago López-Ríos La educación de Fernando de Aragón, duque de Calabria, durante su infancia y juventud (1488-1502).................................... 127 Cristina Moya García La producción historiográfica de mosén Diego de Valera en la época de los Reyes Católicos................................................. 145

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Marina Núñez Bespalova El mecenazgo nobiliario en la literatura de la época de los Reyes Católicos. Primera aproximación .......................................... 167 Devid Paolini Los Reyes Católicos e Italia: los humanistas italianos y su relación con España ........................................................................ 189 Miguel Ángel Pérez Priego Caballeros y prelados biografiados por Fernando de Pulgar ............ 207 Maria Grazia Profeti Los Reyes Católicos en el teatro de Lope de Vega.......................... 229 Nicasio Salvador Miguel El divorcio del príncipe don Enrique de Castilla y doña Blanca de Navarra (1453) ............................................................... 249 Cristina Segura Graíño Las mujeres escritoras en la época de Isabel I de Castilla................ 275 Joseph T. Snow Celestina en la corte de los Reyes Católicos.................................... 293

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PARA ABRIR BOCA

Como bien saben quienes siguen mis trabajos (tres o cuatro, por lo menos), el siglo XV se ha encontrado siempre entre mis predilecciones investigadoras, lo que no me ha impedido recalar de vez en vez (con ediciones críticas y modernizadas y con estudios eruditos o de alta divulgación) en otros asuntos, desde el Poema de mio Cid hasta los albores del Renacimiento, con especial incidencia en algunos temas atinentes a la conexión de los judíos con la creación literaria medieval, los bestiarios, La Celestina o los rescoldos que de la Edad Media han pervivido en la literatura cercana (de la novela rosa a la novela histórica, pongo por caso). Siempre, con todo, mi actividad ha estado presidida por una metodología plural en la que el binomio de filología e historia se me ha antojado indisociable. En el año 2003, próximo el centenario de la muerte de Isabel la Católica, la figura de la reina y su entorno comenzaron a despertar en mí un interés muy superior al que me habían inspirado hasta el momento y, según me sumergía en la oceánica bibliografía sobre su persona, me parecía comprobar que quedaban no pocas oquedades que llenar y no pocas idées reçues que repensar, sobre todo mediante la aplicación rigurosa del binomio indagador mencionado. Fruto de ese convencimiento fue la deriva de mi equipo de investigación, cuya última labor conjunta fructificó en el colectivo Fantasía y literatura en la Edad Media y los Siglos de Oro (Iberoamericana/Vervuert, Universidad de Navarra, 2004), hacia la etapa del gobierno de los Reyes Católicos. Por mi parte, me he impuesto, en el último trienio, una profunda revisión de la figura de Isabel desde su educación infantil y los sucesos que la rodearon en sus primeros años a aspectos como el mecenazgo o el entorno cultural de la soberana, cuyos frutos, diseminados en misceláneas de diverso tipo e incluso en catálogos de exposiciones, podrán verse reunidos con no pocas adiciones en un volumen que aparecerá por las mismas fechas que el presente (Isabel la Católica. Educación, mecenazgo y entorno literario), lo que no constituye sino los prolegómenos de un trabajo en proceso. El doctor Santiago López-Ríos, por su lado, se ha centrado, sobre todo, en la figura del duque de Calabria y su conexión con Fernando el Católico; y Cristina Moya García ha culminado con la máxima califi-

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cación su tesis doctoral sobre la Crónica de España de Diego de Valera, cuya inmediata edición nos permitirá contar con un texto muy conocido de oídas y apenas leído, además de aclarar no pocos puntos confusos sobre la obra. El interés de doña Isabel por todo tipo de expresiones culturales y artísticas, que contaba con el magnífico precedente de su padre, Juan II, y el relativo de su hermanastro, Enrique IV, constituyó un modelo a imitar para otros estamentos de la época, sin cuyo rastreo queda muy aminorado el panorama de lo acaecido: a rellenar ese hueco contribuirán las tesis doctorales que, con sendas becas concedidas por el Ministerio de Educación y Ciencia, preparan respectivamente Ainara Herrán Martínez de San Vicente y Marina Núñez Bespalova sobre El mecenazgo literario de la jerarquía eclesiástica y El mecenazgo literario de la nobleza en el reinado de Fernando e Isabel. Los cuatro han adelantado ya muestras de sus pesquisas en diversos artículos y los cinco hemos llevado a cabo con comodidad nuestro trabajo gracias a la generosa subvención otorgada por el Ministerio de Educación y Ciencia (Proyecto de Investigación HUM 200402841/Filo). Los cinco también hemos podido incrementar nuestros estudios y hacer partícipes de los mismos a colegas y estudiantes no solo de España sino también de fuera; lo segundo, gracias a diversas estancias en centros extranjeros. Así, yo mismo, gracias a una Beca de movilidad del Profesorado, otorgada por el Ministerio de Educación y Ciencia, pude pasar el verano de 2006 adscrito a la Universidad La Sapienza de Roma, acogido por la siempre cariñosa amistad de Patrizia Botta, indagando en el Archivo Secreto Vaticano y en la Biblioteca Nazionale, además de adelantar resultados de mis rastreos en múltiples lugares. Santiago López-Ríos, por su parte, desempeñó, con ayuda económica de la Universidad Complutense, tareas de investigador visitante en la École Nationale de Chartres (París), durante la primavera de 2006. Asimismo, con financiación del Ministerio de Educación y Ciencia, Cristina Moya García realizó estancias de investigación en la Universidad de California-Berkeley junto al profesor Charles Faulhaber, en la Universidad de La Sapienza (Roma) junto a la profesora Botta, y en el Queen Mary College de la Universidad de Londres bajo la supervisión del profesor Alan Deyermond, quien también tuteló otra estancia en el mismo centro de Marina Núñez Bespalova durante los meses de junio a agosto de 2006. Mientras Cristina Moya se encuentra incorporada en la citada Universidad romana con una beca postdoctoral del citado Ministerio, Marina Núñez recaló en el mismo centro durante el últi-

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mo trimestre de 2007 y Ainará Herrán lo hizo en la City University of New York, al lado del profesor Ottavio di Camillo. Con estos presupuestos y con el propósito de poner al día algunos puntos complementarios a los que hasta ahora hemos tratado los miembros del equipo, organizamos un Seminario Internacional Complutense, bajo el título La literatura en la época de los Reyes Católicos, que se celebró en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense, el 24 y 25 de mayo de 2007, con la ayuda económica del Vicerrectorado de Relaciones Exteriores. Reputados especialistas nacionales (de la misma Universidad Complutense, de la de Alcalá y de la UNED) e internacionales (de Francia, Inglaterra, Estados Unidos) nos ilustraron sobre distintos puntos del reinado, cuyos rendimientos presentamos aquí. Asimismo, aunque empleando fracciones económicas provenientes del Decanato de la Facultad de Filología y del Departamento de Filología española II, ha correspondido al Vicerrectorado de Investigación de la Universidad Complutense proporcionar la parte del león para que este libro viera la luz. A todos los responsables de esas instituciones expreso mi más veraz gratitud. El camino a recorrer se presenta todavía largo y erizado de dificultades, pues no son pocos ni leves los asuntos a los que falta por hincar el diente. Pero no abandonamos ni la esperanza ni el espíritu de trabajo y esperamos continuar en los próximos años por la senda emprendida, haciendo camino al machadiano modo. Que, con Celso (De medicina, 1, 1), se me hace que «ignavia corpus hebetat, labor firmat; illa maturam senectutem, hic longa adulescentiam reddit» (la inactividad debilita el cuerpo, el trabajo lo endurece; aquélla produce una vejez madura, éste una larga juventud). Nicasio Salvador Miguel Las Rozas de Madrid, 30 de diciembre de 2007

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EL TEATRO EN LA ÉPOCA DE LOS REYES CATÓLICOS

Álvaro Alonso Universidad Complutense de Madrid

Probablemente la principal dificultad con la que tropieza el estudio del teatro medieval —y, por extensión, el de la época de los Reyes Católicos— es la delimitación misma del objeto de análisis. ¿En qué medida es legítimo proyectar sobre el pasado nuestra actual concepción del teatro? Y, por consiguiente, ¿qué debe contar como teatro y qué no debe contar como tal en los siglos XV y XVI? Las respuestas ofrecidas a esta pregunta difieren unas de otras y orientan la investigación por caminos muy dispares. No obstante, y al margen del debate teórico, es indudable el interés que tienen para la historia literaria los espectáculos y los géneros parateatrales. En lo que sigue, por tanto, tendré en cuenta esos fenómenos, aunque subordinándolos siempre a lo propiamente teatral. Mi intención es trazar un panorama del teatro castellano entre 1475, año del comienzo del reinado de Isabel y Fernando, y 1516, fecha de la muerte del Rey. Puesto que tal panorama habrá de ser necesariamente incompleto, he preferido centrarme en la bibliografía posterior a 1995. Prescindo de la Celestina, a la que se dedica un estudio en este mismo volumen, y de Gil Vicente, ya que buena parte de su obra, acaso la más conocida, es posterior a la época de los Reyes Católicos. Son varios los trabajos recientes sobre el teatro medieval y renacentista que contienen páginas muy valiosas sobre el reinado que nos interesa1. Como ya he apuntado, esos estudios obedecen a concepcio-

1

García-Bermejo Giner, 1996; Stern, 1996; Pérez Priego, 1997a y 2004a; Gómez Moreno y Sanmartín Bastida, 2002.

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nes teóricas distintas: y así, mientras que Charlotte Stern utiliza el concepto de teatro en un sentido muy amplio, Pérez Priego se muestra mucho más cauteloso a la hora de reconocer categoría teatral a ciertas fiestas, procesiones o ceremonias litúrgicas2.

ESPECTÁCULOS

PARATEATRALES

La mayoría de los espectáculos relacionados con el calendario litúrgico sigue girando en torno a tres fechas clave del año cristiano: la Navidad (Officium pastorum, canto de la Sibila, Ordo stellae); la Pasión con la Resurrección; y el Corpus Christi. Varios trabajos ofrecen no sólo valiosas visiones de conjunto, sino también materiales e interpretaciones nuevas3. De esa forma tenemos constancia de la existencia en varias ciudades del occidente peninsular de fiestas como la del obispillo, o de representaciones relacionadas con vidas de santos y con los momentos clave de la historia de la Salvación. Sin embargo, un importante trabajo de Mateos Royo dedicado a Zaragoza muestra cómo, precisamente durante el reinado de los Reyes Católicos, los entremeses se van independizando cada vez más de la procesión del Corpus: en 1468, las escenificaciones tienen lugar durante la procesión misma en siete lugares diferentes; en 1472, sólo en cinco; en 1488, el pregón permite el desarrollo de los entremeses sólo una vez finalizada la procesión. En el límite de esa evolución, las representaciones dejan de vincularse, al menos oficialmente, al día de la fiesta. En 1489 el Concejo decide no organizar entremeses para conmemorar la festividad, y en 1511 reconoce que esas obras llevan ya varios años sin representarse en la ciudad4. También en Daroca, en 1484, el Concejo local decide deshacer los carros del Corpus5. Naturalmente, conviene no olvidar que los datos de Mateos Royo se refieren a la Corona de Aragón, y que la situación parece haber sido diferente en Castilla. No obstante, convendría revisar de nuevo la documentación con objeto de ver si hay indicios de una evolución semejante. 2

Stern, 1996; Pérez Priego, 1997a y 2004b. Menéndez Peláez, 1998-1999; Alvar, 1999; Gómez Moreno, 2000; Labandeira, 2001. 4 Mateos Royo, 2001. 5 Mateos Royo, 1996. 3

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Por lo que se refiere a las fiestas cortesanas, cabe remitir a algunos de los estudios recogidos en las líneas anteriores6. Sin duda, los entretenimientos palaciegos mejor conocidos son los momos: una suerte de bailes de disfraces, que se pusieron de moda desde mediados del siglo XV y que podían ir acompañados de un texto breve. Conservamos dos de ellos, uno de Gómez Manrique, ligeramente anterior al reinado de los Reyes Católicos, y otro, la Momería de Moner, que suele fecharse hacia 1495. También ciertos acontecimientos excepcionales —bodas, nacimientos o visitas de los reyes a una ciudad— iban acompañados de festejos que podían tener un carácter parateatral. La financiación de estos espectáculos corresponde no sólo a la Iglesia o los municipios, sino también a la iniciativa privada: por ejemplo, en Calatayud, con motivo de la entrada de Isabel la Católica, los gastos corren a cargo de un jurista, quien además estipula mediante contrato lo que ha de pagarse a los autores de los tres entremeses7. El trabajo de Díez Garretas describe las fiestas que tuvieron lugar en Sevilla en 1491 con motivo del matrimonio de la hija de los Reyes, la infanta doña Isabel, y el hijo de Juan II de Portugal8. Carrasco Manchado recoge otros espectáculos de esta naturaleza y reflexiona sobre su contenido político y propagandístico9.

EL TEATRO Y

OTROS GÉNEROS LITERARIOS

Varios géneros literarios presentan indudables elementos parateatrales. En la línea de los estudios clásicos de Cátedra10, algunos trabajos recientes vuelven a plantear las relaciones entre predicación y teatralidad11. Recogiendo también sugerencias anteriores, pero añadiendo otras muchas de su propia cosecha, el brillante libro de Cortijo muestra cómo la ficción sentimental es un género experimental que tiende a desbordar sus límites e invadir territorios vecinos: entre ellos, los del teatro12. 6

Alvar, 1999; Gómez Moreno y Sanmartín Bastida, 2002. Mateos Royo, 1997. 8 Díez Garretas, 1999. 9 Carrasco Manchado, 2006. 10 Cátedra, 1989. 11 Por ejemplo, Sanmartín Bastida, 2003. 12 Cortijo Ocaña, 2001. 7

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Pero el género más cercano a lo teatral es el de la lírica cancioneril. Desde siempre los críticos han llamado la atención sobre las posibilidades teatrales de obras e incluso de géneros enteros. Para el reinado de los Reyes Católicos, los dos textos de mayor interés son el Diálogo entre el Amor y un viejo, de Rodrigo Cota, sobre el que volveré, y las Coplas de Puertocarrero. Un trabajo de Roger Boase identifica al autor de éstas últimas, el aristócrata Luis Fernández de Puertocarrero, séptimo señor de Palma del Río13. Manuel Moreno recoge esa identificación, aunque sugiere que el Puertocarrero de las Coplas podría ser el hijo de don Luis14. Además de analizar el carácter paródico de la obra, en la que el poeta cancioneril se burla de sí mismo, Moreno defiende el carácter plenamente teatral del texto, más evidente en la versión que edita, la de LB1, menos conocida que la del Cancionero general15. Con mucha cautela, el crítico sugiere que el autor de los retoques que dan mayor viveza dramática a la obra bien pudiera ser Juan del Encina. La nómina de estos textos de difícil adscripción genérica se ha vista ampliada gracias a otros trabajos recientes. Ana Rodado estudia las posibilidades dramáticas de varios poemas de cancionero, entre los que destaca, en los años finales de siglo, el diálogo del poeta Pedro de Cartagena con el dios de amor16. Trabajando de forma independiente, lo que da mayor valor a la coincidencia de sus conclusiones, Cortijo Ocaña y Puerto Moro, se detienen en dos composiciones centradas en la figura de las comadres, es decir, el personaje de la vecina chismosa, murmuradora y, con frecuencia, borracha. Cortijo se ocupa del Convite burlesco de Jorge Manrique a su madrastra, en tanto que Puerto analiza las Coplas de las comadres de Rodrigo de Reinosa17. De las dos obras, la más teatral es sin duda la segunda, formada por un ‘monólogo juglaresco’ y dos largos fragmentos dialogados: cómo se besan las comadres cuando se encuentran por la calle, y lo que dicen las comadres cuando van a ver a una recién parida. Por lo demás, los dos trabajos relacionan los versos con un mismo contexto festivo, el del jueves de comadres, inmediatamente anterior al martes de Carnaval. 13 14 15 16 17

Boase, 1998. Moreno, 2000. Moreno, 2001. Rodado Ruiz, 1995. Cortijo Ocaña, 2003; Puerto Moro, 2005.

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La celebración incluía una merienda de las vecinas, lo que explica la referencia al convite en el poema manriqueño. Pero el carácter carnavalesco de la fiesta no debe hacer pensar en una celebración de tipo popular: tanto el Convite como las Coplas están vinculados a entretenimientos cortesanos, ya que constituyen el guión o el resumen de una representación palaciega. Por lo que se refiere a las composiciones religiosas, las Coplas de Vita Christi o la Pasión trovada de Diego de San Pedro presentan indudables marcas teatrales o para-teatrales. Lo mismo cabe decir del diálogo pastoril que edita Marcos Álvarez y que corresponde a la segunda mitad del siglo XV18. Se trata de una obra de tema navideño, aunque con claras referencias de tipo político y social, en la línea de las Coplas de Mingo Revulgo. Las Danzas de la Muerte no son, obviamente, una obra de la época de los Reyes Católicos, pero puesto que siguieron vivas durante todo el siglo XV, y puesto que la versión impresa castellana es de 1520, vale la pena recordar dos estudios importantes: el exhaustivo trabajo de Víctor Infantes, y el artículo de María Morrás y Michelle Hamilton19. Éste último da cuenta del hallazgo en la Biblioteca Palatina de Parma de una versión castellana de las Danzas más antigua que todas las conocidas hasta el momento. Varios aspectos deben ser destacados en esa versión: en primer lugar, se trata de un texto aljamiado hebreo, lo que parece reforzar la idea de que las Danzas tuvieron un éxito especial entre moriscos y judíos; en segundo lugar, la lengua presenta abundantes aragonesismos, probablemente porque el género entró en el occidente peninsular desde Cataluña; en fin, la versión de Parma es más teatral que cualquiera de las posteriores, de manera que no puede ser ignorada en el viejo debate sobre la adscripción genérica de esta clase de textos. Al borde mismo de lo teatral debemos colocar la comedia humanística y los autos de amores. Como se sabe, la primera corresponde a los ambientes universitarios, está escrita en latín y concebida para la lectura, no para la representación. No tenemos constancia de ninguna obra de estas características escrita en España, e incluso las procedentes de Italia no parecen haber tenido un éxito excesivo en nuestro

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Marcos Álvarez, 1999. Infantes, 1997; Morrás y Hamilton, 2000.

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país20. No puede excluirse que existieran comedias humanísticas en castellano, pero, si hubo alguna, no ha llegado hasta nosotros: salvo que se considere como tal el acto primero de la Celestina. Los autos de amores son un misterioso género literario al que se alude en varios textos de la época. Peter Cocozzella analiza varias obras que, a su modo de ver, entrarían dentro de ese género: la Querella ante el dios de amor del Comendador Escrivá, La noche de Moner, y el Diálogo entre el amor y un viejo de Rodrigo Cota. Todos ellos son fácilmente representables y despliegan una análoga concepción moralista de los peligros del amor21.

Teatro: al margen de Juan del Encina Aunque alguno de los textos que he mencionado hasta aquí podría considerarse ya propiamente teatral, conviene detenerse ahora en los que lo son de manera más clara. Gómez Manrique es autor de dos obras que se sitúan en el comienzo del periodo que nos ocupa: las Lamentaciones fechas por Semana Santa, y la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor que suele fecharse hacia 1476. En un trabajo que tiene ya casi cuarto de siglo, Ronald Surtz observó que la Representación de Manrique, al igual que el Auto de la huida a Egipto, estaban vinculados a conventos franciscanos. A partir de ahí, y de la comparación con lo que ocurría en otros lugares de Europa, dedujo que la Orden de San Francisco debió de jugar un papel fundamental en el desarrollo del teatro en Castilla durante el siglo XV22. Un reciente libro de Pedro Cátedra, anunciado por varios articulos previos, concreta y profundiza esa idea, pues se centra, sobre todo, en los conventos femeninos de la Orden23. El punto de partida es el hallazgo de un pequeño cancionero de once poemas, la mayoría navideños, en el convento de Santa Clara de Astudillo. El análisis de los textos; sus relaciones con géneros europeos que se orientan claramente

20 Di Camillo, 2005. Agradezco a Devid Paolini el haber llamado mi atención sobre este trabajo. 21 Cocozzella, 2005. 22 Surtz, 1983. 23 Cátedra, 2000 y 2005.

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hacia lo teatral (por ejemplo, la lauda italiana); el hecho mismo de que el cancionerillo aparezca encuadernado junto con un procesional latino: todo induce a pensar que esos poemas eran el núcleo de representaciones parateatrales, frecuentes entre las monjas de Astudillo y, por extensión, en otros conventos de clarisas. Ahora bien, las composiciones del nuevo cancionero deben fecharse no después de 1450. Desde el punto de vista de la época de los Reyes Católicos, lo que más interesa es la comparación que establece el propio Cátedra entre esos textos relativamente tempranos y la producción del último tercio de siglo, en la que destaca, obviamente, la Representación de Manrique. De ese comparación se deduce que en los años finales del Cuatrocientos se produce una renovación teatral, acorde con las nuevas orientaciones espirituales de la época: a una religiosidad más intimista y afectiva corresponde un nuevo teatro, menos pintoresco pero más denso doctrinalmente que el de la etapa anterior. El trabajo de Cátedra, por tanto, no sólo ofrece un sugestivo panorama del teatro conventual del siglo XV, sino que además obliga a considerar bajo una nueva luz la pieza de Manrique. Ésta se nos aparece ahora como testimonio de una corriente innovadora en el teatro de claustro, más inclinada a la contemplación de los misterios que a su celebración ruidosa. A la Representación de Manrique se dedica también prioritariamente un trabajo de Alan Deyermond24. Ya en 1992 Deyermond había subrayado cómo la obra resume en menos de doscientos versos toda la historia de la Salvación, gracias a la técnica alegórica de la figura y la profecía25. Ahora el autor vuelve sobre esa idea, pero proyecta sus observaciones sobre un escenario europeo, de manera que los pasajes clave de Manrique se ponen en relación con textos paralelos de la literatura francesa, italiana o inglesa. La otra obra correspondiente a la ‘conexión franciscana’ es el Auto de la huida a Egipto, vinculado a las clarisas de Santa María de la Bretonera. Es difícil datar con precisión la obra, pero parece que corresponde a los años finales del siglo XV, es decir, al pleno reinado de Isabel y Fernando. Un estudio de Isabel Uría muestra que la breve pieza es más coherente dramáticamente, y más rica desde el punto de vista doctrinal, de lo que parece a simple vista26. El autor (o la auto24 25 26

Deyermond, 2002 Deyermond, 1992. Uría, 2005.

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ra, pues no puede excluirse que se tratara de una monja) muestra conocer no sólo los Evangelios canónicos y apócrifos, sino también a San Jerónimo o San Juan Crisóstomo. El uso que hace del pensamiento de esos escritores le permite armonizar —en el plano conceptual, más que en el de la intriga— las tres líneas argumentales del texto: la que se centra en la Sagrada Familia, la que corresponde a San Juan Bautista y la del misterioso Peregrino. A los mismos años finales de siglo, y al ámbito de la literatura religiosa, corresponde también el Auto de la Pasión de Alonso del Campo. Pero aquí no estamos ya en la ‘tradición cerrada’ del teatro conventual, sino ante una pieza destinada a las celebraciones populares del Corpus en Toledo. Alberto Blecua mostró ya cómo Alonso del Campo construye la obra entrelazando textos de distinta procedencia y estratos cronológicos muy dispares: desde una primitiva representación del siglo XIII o XIV a largas tiradas de la Pasión trovada de Diego de San Pedro27. El trabajo de Pedro Cátedra permite contextualizar la obra en el panorama de la literatura española y europea de la Pasión28. Grande Quejigo la vincula con la liturgia y el teatro litúrgico de los siglos anteriores, en tanto que Leyva analiza cómo el autor modifica los versos de Diego de San Pedro para acomodarlos a las exigencias de la representación29. El anónimo Diálogo entre el viejo, el Amor y la mujer hermosa se relaciona con el conocido diálogo de Rodrigo Cota, aunque intensifica sus rasgos teatrales. Si, como parece probable, el anónimo adapta la obra de Cota, deberá ser posterior a 1460-1480, fecha de su supuesto modelo. Pérez Priego relaciona la pieza con la práctica carnavalesca del charivari, es decir, la ceremonia que hace burla de unas segundas nupcias o del matrimonio de un viejo y una mujer joven. Pero lo más importante del trabajo es que precisa lo que la Celestina debe al anónimo y lo que deriva del Diálogo de Cota. Del minucioso cotejo se deduce que el anónimo influye en la Comedia y no en la Tragicomedia, es decir, que Rojas contó con el texto para la primera redacción de su obra, pero no para la segunda30. El trabajo de Barry Taylor se refiere al diálogo de Cota, pero sus conclusiones pueden generalizarse al diálogo 27 28 29 30

Blecua, 1988. Cátedra, 2001. Grande Quejigo, 2002; Leyva, 1996. Pérez Priego, 1997.

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anónimo. Estudiando las imágenes, Taylor observa que las referidas al Amor presentan rasgos demoníacos, en tanto que las que se refieren al viejo guardan parecido con las de los santos ermitaños. A partir de ahí propone leer el Diálogo como una versión secularizada de las tentaciones de San Antonio31. A esos textos habría que añadir aún dos églogas alegóricas de sentido político: la Égloga de Francisco de Madrid y la Égloga sobre el molino de Vascalón. En total tendríamos, por tanto, una decena escasa de textos, aunque esos pocos conservados remiten a un panorama teatral más rico: es claro que el Auto de la Pasión, por ejemplo, no es más que una de las numerosas piezas relacionadas con el Corpus toledano.

Juan del Encina Pero incluso admitiendo la existencia de ese teatro sumergido, no puede negarse que algo nuevo comienza con la obra de Juan del Encina. Los textos de Encina pueden leerse ahora en la excelente edición de Alberto del Río32. Para el estudio de la obra enciniana disponemos además de la utilísima bibliografía de Strathatos33. De las catorce piezas teatrales del autor, ocho aparecen recogidas en el Cancionero de 1496, que se cierra precisamente con esa producción dramática. Beltrán atribuye esa colocación a una jerarquía de los géneros: en su condición de églogas, las piezas de Encina corresponden al estilo bajo y deben ir, por tanto, al final del volumen34. Valdría la pena analizar si ese criterio no ha sido tomado de fuentes italianas, como lo será luego en los cancioneros líricos del siglo XVI. Las seis piezas restantes fueron escritas y editadas con posterioridad a 1496: algunas cuando el autor todavía estaba en España, aunque había abandonado ya el servicio de los Duques de Alba; otras, durante su estancia en Roma. Dos trabajos proponen adelantar la datación de la Égloga de Plácida y Vitoriano, habitualmente considerada la última obra del autor y situada en 1513. Françoise Maurizi sugiere que

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Taylor, 1997. Río, 2001. 33 Stathatos, 2003. 34 Beltrán, 1999. 32

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el texto pudo tener dos redacciones, una más breve, poco posterior a 1503, y otra más larga, que sería la que se representó en 1513 ante el Cardenal Arborea35. Eugenia Fosalba duda de que la obra representada ante Arborea fuera Plácida y Vitoriano y cuestiona, por consiguiente, la datación tradicional36. El teatro de Encina se ha explicado como el cruce de distintas tradiciones culturales y literarias: las representaciones litúrgicas y paralitúrgicas, las fiestas cortesanas, las tradiciones populares, la poesía de cancionero, las églogas de Virgilio, la tradición italiana.Varios trabajos recientes vuelven a considerar esas fuentes de inspiración. Por lo que se refiere a los modelos italianos, Maurizi observa que su influencia se deja sentir ya en las obras posteriores a 1496, pero anteriores a 1500: es decir, no hay que esperar a que el poeta se instale en Roma para percibir en Encina huellas de Italia37. Más radical aún es la propuesta de Antonio Gargano que, aunque no referida explícitamente a Encina, tiene indudables consecuencias para su obra. Cuando se habla de la égloga italiana en España se piensa en la égloga florentina de la década de 1460, pero se olvida la égloga de los treinta primeros años del siglo. La propuesta de Gargano es que es muy posible que esos autores tempranos hayan ejercido una influencia sobre la producción pastoril española (en la que Encina, sin duda, ocupa el lugar más destacado)38. Varios trabajos estudian otras influencias que se ejercen sobre el teatro del salmantino. Alan Deyermond analiza la Égloga de las grandes lluvias y ve en ella un eco (una ‘retrofigura’) del Diluvio Universal39. García-Bermejo constata la frecuencia con la que aparece el concepto de ‘contemplación’ en la obra enciniana sobre la Pasión, y deduce a partir de ahí la influencia que tuvieron sobre este teatro las nuevas orientaciones espirituales de la época40. Kidd analiza la presencia en la Égloga de Plácida y Vitoriano de un subtexto habitualmente olvidado, la fábula ovidiana de Píramo y Tisbe41. En fin, el importante trabajo de Jeremy Lawrance, aunque referido a la traducción de las Bucólicas, invita a considerar el 35 36 37 38 39 40 41

Maurizi, 1998. Fosalba, 1995-1996, pp. 422-423. Maurizi, 1999a. Gargano, 2001. Deyermond, 1999. García-Bermejo Giner, 1999. Kidd, 1997.

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teatro de Juan del Encina en relación con la égloga latina de la Edad Media y el Humanismo. Ésta se caracteriza por un planteamiento alegórico, frecuentemente con implicaciones políticas, exactamente igual que varias de las piezas de Encina42. Naturalmente, la figura central del teatro enciniano es la del pastor.Varios trabajos tienden a situar al personaje dentro de un contexto cultural y literario más amplio.Alberto del Río insiste en el carácter marginal de los pastores, situados en los límites de la sociedad, cuando no de la humanidad. Ese rasgo es compartido por otros personajes que no son ajenos al teatro de la época: el salvaje y el ermitaño43. Alfredo Hermenegildo proyecta la figura sobre un fondo antropológico todavía mas amplio, y concibe al pastor como una de las encarnaciones históricas del loco o bufón carnavalesco, encarnación de todo lo bajo corporal: de ahí su afición a la comida y la bebida, su violencia física y verbal, su propensión al sueño44. En fin, Wertheimer ve en el pastor una encarnación del cristiano viejo, objeto de burla del dramaturgo, representante de la mentalidad cristiano nueva. No obstante, Wertheimer advierte la naturaleza bifronte del pastor, que puede actuar como alter ego del propio Encina, quien a través del personaje dirige sus súplicas y, más tarde, sus quejas al Duque de Alba45. Se recupera así la vieja imagen de Andrews46, para quien Encina es un ambicioso burgués que intenta asegurar su posición en los medios aristocráticos a través de la creación artística. Sin duda hay algo innovador en la dignificación del personaje que proponen, sobre todo, las últimas églogas. El pastor deja de ser el rústico tosco de las composiciones iniciales para convertirse en protagonista de un sentimiento, el amor, tradicionalmente reservado a la aristocracia. Del Río insiste, no obstante, en el suicidio de la Égloga de los tres pastores: tragedia final que ilustra una idea del amor como destrucción, muy cercana a ciertas orientaciones de la lírica cancioneril y de la novela sentimental47 (y, cabría añadir, los ‘autos de amores’ tal y como los concibe Cocozzella). 42

Lawrance, 1999. Río, 1999. 44 Hermenegildo, 1995 y 2005. 45 Wertheimer, 2003. 46 Andrews, 1959. 47 Río, 2001. 43

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El trabajo de Marta Haro propone una ampliación de la obra dramática del escritor. Los villancicos pastoriles del cancionero de 1496 son, en su mayor parte, dialogados y tres de ellos presentan claras marcas teatrales. Haro sugiere incluso una posible forma de representar los textos, que serían un anticipo o una etapa preparatoria de los empeños teatrales más maduros de su autor48.

LAS

DOS ORIENTACIONES DE LA ÉGLOGA

Varios trabajos de Pérez Priego analizan la evolución de la égloga durante los años iniciales del siglo XVI. El magisterio de Encina es innegable y se percibe en la doble orientación de los textos49. Por una parte, algunas obras esconden, bajo el disfraz pastoril, alusiones de tipo histórico y político, o apuntan a un claro propósito encomiástico. Pero ‘el grupo más característico y compacto’ de églogas dramáticas es el de las églogas amorosas: una decena de textos que tienden a inspirarse en la Égloga de los tres pastores de la que toman varios elementos: la figura del pastor enamorado y doliente; la insensiblidad del pastor rústico, incapaz de comprender los sufrimientos de su amigo; la voluntad de suicidio y —rasgo diferencial con respecto al modelo de Encina— el final feliz. Entre los cultivadores de este tipo de églogas destaca el noble aragonés Pedro Manuel Jiménez de Urrea, a quien ha dedicado varios trabajos José Maire Bobes50. Maire destaca el desdén con el que Urrea presenta la figura del pastor, encarnación no sólo de los grupos sociales más bajos, sino también de la burguesía, a la que el aristócrata apunta con condescendiente humorismo. En el elenco de los personajes, que el crítico estudia con cierto detalle, sobresale la figura del intermediario, honesto (casamentero) o deshonesto (alcahueta). De hecho, en la obra de Jiménez de Urrea confluyen la influencia de la égloga y la de Celestina, cuyo acto primero versificó en la Égloga de la Tragicomedia de Calisto y Melibea.

48 49 50

Haro Cortés, 2003. Pérez Priego, 1999, 2002 y 2004a. Por ejemplo, Maire Bobes, 1998.

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LUCAS FERNÁNDEZ Para Lucas Fernández contamos ahora con la edición de Valero Moreno y la bibliografía de Stathatos51. Las seis obras del dramaturgo (tres profanas y tres religiosas) aparecieron en Salamanca en 1514 bajo el título de Farsas y églogas al modo y estilo pastoril y castellano. Si el término ‘égloga’ tiene prestigiosos precedentes literarios, no ocurre lo mismo con ‘farsa’, sobre el que ha vuelto en un perceptivo estudio García-Bermejo Giner52. Como ocurre en el teatro de Juan del Encina, también en el de Lucas Fernández el pastor ocupa un lugar destacado. Hermenegildo insiste en el carácter bufonesco del personaje, pero advierte cómo sus ridículas pretensiones aristocráticas pueden terminar volviéndose contra la aristocracia misma53.Wertheimer, por su parte, vuelve sobre el pastor como representante de la más rancia mentalidad cristiano vieja54.Ambos investigadores prestan especial atención a una de las novedades del teatro de Lucas Fernández, la cómica genealogía ‘aristocrática’ de la que se vanagloria el pastor en la Comedia de Bras Gil y Beringuella. Maurizi destaca la importancia que tiene en el dramaturgo la figura del mal ermitaño, y señala sus raíces no sólo en las églogas encinianas sino también en las representaciones toledanas del Corpus55. La misma investigadora se ocupa de la forma en la que Lucas Fernández incorpora la lírica cancioneril y popular a su producción profana. Se trata, casi siempre, de textos fácilmente reconocibles por el espectador cortesano, que de esa forma se siente más próximo a la acción de la obra56. La obra maestra de Lucas Fernández, el Auto de la Pasión, queda ahora mejor encuadrada en la tradición poética y litúrgica gracias a los estudios ya mencionados de Cátedra y Grande Quejigo57. Valero Moreno, por su parte, prefiere destacar la novedad de la obra y su calado teatral, bastante mayor que el de sus modelos58. El libro de

51

Stathatos, 2000;Valero Moreno, 2002-2004. García-Bermejo Giner, 1997. 53 Hermenegildo, 1995; 2005. 54 Wertheimer, 2003. 55 Maurizi, 1999b. 56 Maurizi, 2004. 57 Cátedra, 2001; Grande Quejigo, 2002. 58 Valero Moreno, 2003. 52

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Hermenegildo recoge y reestructura varios artículos anteriores. Dos de ellos se centran en Lucas Fernández y, más concretamente, en su uso de las didascalias. La conclusión es que el Auto de la Pasión es más sobrio que las restantes obras del dramaturgo por lo que se refiere a la caracterización física de los personajes y a la presencia icónica de los objetos. Pero, frente a la opinión tradicional, el texto va dirigido al público de siempre: sus receptores no son los fieles reunidos en una catedral, sino el selecto grupo de cortesanos para los que habitualmente escribe su autor59.

TORRES NAHARRO Al igual que para Encina y Lucas Fernández, disponemos de una reciente bibliografía sobre Torres Naharro, obra de Stathatos60. La mayor parte de las obras de Torres Naharro aparece recogida en la Propalladia, publicada en Salamanca en 1517, es decir, un año después de la muerte de Fernando el Católico. De hecho, la obra del extremeño marca el fin de una época y el comienzo de otra diferente en el teatro español: probablemente por influencia italiana,Torres Naharro rompe con la tradición pastoril y cultiva un nuevo tipo de comedia de ambientación urbana e intriga bastante más compleja que la de sus predecesores. Igualmente relevante es la madurez que alcanzan sus reflexiones teóricas, expresadas en el prólogo de la Propalladia. Los trabajos de Vega Ramos y Fosalba permiten comprender mejor las bases sobre las que se asienta la teoría del dramaturgo: textos de Aristóteles, Donato, Badio Ascensio y los humanistas italianos61. Desde una óptica diferente, Cortijo Ocaña observa que los dos términos con los que Torres Naharro califica sus obras (‘comedias a noticia’ y ‘comedias a fantasía’) proceden de las artes de la memoria: para el dramaturgo, por tanto, el teatro es una suerte de archivo de las cosas dignas de recuerdo y está tan cargado de valores éticos y cívicos como el trabajo del historiador62.

59 60 61 62

Hermenegildo, 2001. Stathatos, 2004. Fosalba, 1995-1996;Vega Ramos, 1995. Cortijo Ocaña, 2004.

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El estudio de Canet muestra, a través de la primera interlocución, lo que el teatro de Torres Naharro debe todavía a la tradición anterior y las novedades que aporta. Así, los introitos aparecen puestos todavía en boca de un pastor que se dirige a los espectadores en una lengua deliberadamente rústica. El primer acto (y con frecuencia también los posteriores) se abre con un monólogo que define al personaje o resume la acción anterior. Pero a medida que avanzamos cronológicamente en la producción del dramaturgo es más frecuente que los actos se inicien con un diálogo: prueba de la creciente madurez dramática de estos textos63. El inteligente trabajo de Oleza concibe el teatro de Torres Naharro como una suerte de réplica a la Celestina. Con frecuencia sus obras bordean la tragedia, pero a diferencia de lo que hacen los personajes de Rojas, y prescribe la tradición cortés, sus protagonistas no excluyen el matrimonio por amor. Esa novedad permite dar un giro a la acción y evitar el desastre64. Su teatro, por tanto, inaugura una tradición dramática que asocia el matrimonio como objetivo y el final feliz como desenlace: una fórmula cuyo éxito en el teatro posterior no es preciso recordar.

BIBLIOGRAFÍA Recojo aquí algunos estudios aparecidos desde 1995. Señalo con un asterisco los pocos trabajos que menciono anteriores a esa fecha. ALVAR, C., «Espectáculos de la fiesta. Edad Media», en Historia de los espectáculos en España, ed. A. Amorós y J. Mª. Díez Borque, Madrid, Castalia, 1999, pp. 177-206. *ANDREWS, J. R., Juan del Encina. Prometheus in Search of Prestige, BerkeleyLos Ángeles, University of California Press, 1959. BELTRÁN, V., «Tipología y génesis de los cancioneros. El Cancionero de Juan del Encina y los cancioneros de autor», en Humanismo y literatura en tiempos de Juan del Encina, ed. J. Guijarro Ceballos, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1999, pp. 27-53.

63 64

Canet, 2001. Oleza, 1995.

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Dominique de Courcelles Centre National de la Recherche Scientifique, París

A partir de la segunda mitad del siglo XV y, en especial, a partir de los Reyes Católicos, los acontecimientos de la Península Ibérica determinan un pensamiento nuevo y una realidad nueva de la historiografía de España. Las obras de muy famosos cronistas e historiadores como Alonso de Cartagena, Rodrigo Sánchez de Arévalo, Alonso de Palencia, Andrés Bernáldez o Fernando del Pulgar (secretario de los Reyes Católicos y cronista oficial, íntimamente ligado a la política de los monarcas)1, todos humanistas, impulsan, cada uno a su manera, una nueva conciencia a la vez historiográfica, política y crítica. Esto lo hacen sin dejar de afirmar la dignidad y la grandeza política y moral del poder real de España y de los Reyes Católicos, que acaban entonces de reconquistar toda la Península Ibérica. Mi tesis es la siguiente: a partir de los Reyes Católicos, la historia la escriben no solamente los cronistas o historiadores, sino también los autores de prosa de ficción. Lo que me interesa aquí es la historia que se elabora al margen de la historia oficial, una historia que intenta decir más y tratar más libremente de los dramáticos y nuevos acontecimientos, de los cambios históricos, sociales e ideológicos; una historia al margen que pretende algunas veces proponer soluciones; una historia, en definitiva, consciente de sí misma.

1

Cf. Gonzalo Pontón, 2002, p. 61-84.

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Así, presentaré primero la teoría de la historia de Garci Rodríguez de Montalvo, autor del Amadís de Gaula, novela caballeresca publicada en Zaragoza en 1508, y luego trataré de algunos significados de la muy famosa novela del final del siglo XV, Tirant lo Blanc, escrita en lengua valenciana y publicada en castellano en Valladolid en 1511, que se tradujo de inmediato a varias lenguas europeas.

I. AMADÍS

DE

GAULA Y

LA TEORÍA DE LA HISTORIA

Es notable que, en contrapunto de la historia de lo que vimos, aparecen, en el transcurso de los siglos XIV y XV, obras de ficción, que se colocan en el acto en la doble huella del relato ‘verdadero’ hispánico de conquista y de la novela francesa de aventuras2. En lengua castellana las más célebres son el Libro del Caballero Zifar y el Amadís de Gaula. La celebración de la proeza caballeresca está muy presente en dichas obras, es cierto, mas estas mismas se interrogan también, a la zaga de los relatos de sabiduría, sobre las apuestas morales de cualquier historia y reivindican su contribución en la búsqueda del bien social y moral. Contienen edificantes enxemplos, y, por eso mismo, reivindican su participación en la verdad de los historiadores. Los cronistas anteriores habían sabido desarrollar algunas anécdotas significativas, averiguar las causas, utilizar las reglas retóricas con el fin de ‘historiar la materia’, según la expresión del cronista francés Froissart en el siglo XIV. La «historia del caballero de Dios que se llamó Zifar y que, por sus actos virtuosos y sus grandes proezas, fue rey de Mentón», como la designa su propio preámbulo, no es una relación caballeresca común. Es un libro de aventuras, un manual de educación para los príncipes. Su prólogo evoca unos hechos que tuvieron lugar en 1300, y todo el texto se inspira en fuentes hagiográficas, como la leyenda de san Eustaquio, expresamente mencionada. Los personajes cuentan enxemplos, sacados de colecciones de apólogos, como la Disciplina Clericalis, la leyenda de origen indio Barlaam e Josafat o Calila e Dimna.

2

Nos referimos aquí a los análisis de Roubaud, 2000; en particular el capítulo intitulado «La véracité du roman fondée sur une source unique», pp. 129138.

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Los temas pueden ser los deberes de la amistad, la fuerza del destino, la venalidad de los jueces o la injusticia3. Amadís de Gaula, escrito lleno de rica y sutil fantasía, es conocido y muy valorado en Castilla hacia 1350. Se ignoran las circunstancias de su redacción o de sus sucesivas redacciones en francés, en portugués y en castellano. Como es bien sabido, además, lo que nos llegó es una refundición elaborada a fines del siglo XV por un hidalgo de Medina del Campo, Garci Rodríguez de Montalvo (h. 1450–h. 1505) en una edición de 1508. Originario de Medina del Campo, núcleo urbano de comerciantes y de ferias, Garci Rodríguez de Montalvo pertenece a la pequeña nobleza que participa en el gobierno de la ciudad. Al volver a tomar el texto preexistente de la célebre novela caballeresca Amadís de Gaula, elabora de nuevo una obra de tres libros a los cuales agrega un cuarto. Completa este conjunto con un quinto libro dedicado al hijo del héroe, dándole su propio título: Las Sergas de Esplandián. De su trabajo de refundición no se sabe más de lo poco que escribió en el prólogo. La obra terminada se publicó en Zaragoza en 1508. Los ideales y el modo de vida aristocráticos siguen aún atractivos, mientras que la pequeña y mediana nobleza se encuentran en una situación económica difícil, razón por la cual muchos de ellos saldrán hacia América en la primera mitad del siglo XVI. Por lo tanto, la novela de Montalvo se impone al público del Renacimiento, proponiéndole un gran viaje a través de una Europa poblada de prodigios, una inagotable y maravillosa galería de retratos de hombres y de mujeres, y ofreciendo también el espectáculo de la violencia del guerrero asociada al refinamiento galante. Plantea, sobre todo, una representación, con toda su complejidad, de los destinos del hombre. Montalvo condena tanto los desbordamientos de la pasión galante como la frivolidad de la caballería mundana. Alaba el amor conyugal y la guerra en contra del infiel. Su libro se traduce a varios idiomas y se edita una colección de fragmentos escogidos. Lo que me importa aquí es que Garci Rodríguez de Montalvo se preocupa por inscribir su obra en la historia y que, en el prólogo de la novela, expone su teoría de la historia4. Efectivamente, explica que

3

Cf. Libro del Caballero Zifar. Todas las citas y traducciones provienen de Garci Rodríguez de Montalvo, Los quatro libros del virtuoso cavallero Amadis de Gaula: complidos, 1991, a partir de 4

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narra sucesos que tuvieron lugar «no muchos años después de la pasión de nuestro señor Jesucristo», es decir, en una época muy alejada de la de los lectores. En los prólogos de Amadís y de Las Sergas, menciona la «gloriosa» y «santa» guerra de Granada y la expulsión de los judíos, que no deja de aprobar. En el libro IV de Amadís, los espacios marítimos, el número y el papel de las islas evocan relatos de viajes en la época de Montalvo y, específicamente, las cartas de Cristóbal Colón y el descubrimiento de las Indias Occidentales. La isla de Balán parece un paraíso de frutas y plantas que recuerda las islas descubiertas por los navegantes: «Quedole esta ínsola que es la más frutífera de todas las cosas, assí frutas de todas naturas como de todas las más preciadas y estimadas especies del mundo» (Amadís, IV, 128). El escritor no deja tampoco de hacer apología de los Reyes Católicos, en particular de la reina Isabel en Las Sergas: La reina es la más apuesta, la más loçana, la más discreta que no solamente no la vieron otra semejante los que oy biven, mas en toda las escrituras pasadas ni memorias presentes que de la gran antigüedad quedassen, desde que aquel grande Hércoles las Españas començó a poblar, no se halló otra reina que a ésta con muy gran parte igualar pudiesse… (Las Sergas, 99)5.

Para Montalvo el tiempo es claramente un problema visible y tangible. ¿Qué relación tener con el pasado, con todos los pasados —«las escrituras pasadas»— sin olvidar el presente —«las memorias presentes»—? Se presenta a sí mismo como el ‘traslador’, el ‘corrector’ y el ‘enmendador’ de la novela. Por ello, Montalvo es ‘historiador’ en el sentido de que trabaja sobre varias épocas, instaurando un vaivén entre el presente y el pasado o los pasados. Después evoca largamente «esta santa conquista que nuestro muy valiente Rey hizo del reino de Granada» y recuerda que las grandes acciones de los Reyes Católicos son las que más merecen ser escritas para guardarlas en la memoria, ya que estos monarcas actuaron al servicio de Dios. Después cita a dos muy ilustres historiadores de la Antigüedad, Salustio y sobre todo Tito Livio, califi-

la primera impresión actualmente conservada, realizada en Zaragoza por Jorge Coci el 30 de octubre de 1508. 5 Sobre la visión de Isabel la Católica por los escritores de su tiempo, ver Salvador Miguel, 2005.

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cado como «aquel grande historiador». A propósito de un hecho sorprendente que narra Tito Livio, Montalvo anota: «… ya por nos fueron vistas otras semejantes cosas de aquellos que menospreciando las vidas quisieron recebir la muerte, por a otros las quitar, de guisa que por lo que vimos podemos creer lo suyo que leímos, ahunque muy estraño nos parezca6». Aquí otra vez, después de Alonso de Palencia, la selección de Tito Livio es muy significativa. El valor de lo visto y de lo vivido está comprobado desde la historiografía griega. El presente se aclara y se comprende gracias al pasado, y al mismo tiempo aclara y comprueba el pasado: «otras semejantes cosas». Así, a partir de diferentes experiencias del tiempo particularmente aptas para aprehender estos momentos de crisis del tiempo que son las guerras y batallas, Montalvo puede interrogarse sobre la proximidad de las escrituras de la historia con la escritura de la ficción y, entonces, sobre la frontera que separa los dos campos. Situado entre dos órdenes del tiempo, también está ubicado entre dos regímenes de la escritura de historia. De hecho, el historiador del Amadís llega a la definición de la ‘gran’ historia o ‘historia verdadera’, en oposición a las historias elaboradas tal como lo son las novelas de caballería, estas «otras historias… como de aquel fuerte Héctor se recuenta, y del famoso Achiles…». En el primer caso, el término ‘historia’ es empleado en singular, y en el otro, en plural. El plural —otras historias— sería la señal de un exceso, la señal de una mirada ansiosa a lo asombroso y a lo maravilloso: «Pero, por cierto, en toda la grande historia no se hallará ninguno de aquellos golpes espantosos, ni encuentros milagrosos que en las otras historias se hallan… según el afición de aquellos que por escripto los dexaron7».Y precisa: Otros uvo de más baxa suerte que escrivieron, que no solamente edificaron sus obras sobre algún cimiento de verdad, mas ni sobre el rastro della. Éstos son los que compusieron las historias fengidas en que se hallan las cosas admirables fuera de la orden de natura, que más por nombre de patrañas que de crónicas con mucha razón deven ser tenidas y llamadas8.

6 Garci Rodríguez de Montalvo, Los quatro libros del virtuoso cavallero Amadis de Gaula: complidos, p. 222. 7 Garci Rodríguez de Montalvo, Los quatro libros, p. 222. 8 Garci Rodríguez de Montalvo, Los quatro libros, p. 223.

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El término ‘patraña’, tan despectivo, nos permite subrayar que cada historia, en oposición a la ‘patraña’ (las habladurías), está al servicio de la verdad. El término ‘cuento’, que se usa también a veces, significa ‘relato’, narración. La historia debe ser ‘verdadera’, sin por eso dejar de despertar la emoción y la imaginación del lector. Garci Rodríguez de Montalvo retoma aquí la triple distinción de san Isidoro de Sevilla entre historia, argumento y fábula. Por ello, Amadís sí es del dominio de las otras historias. Pertenece a la historia heroica en la cual hay ‘tales enxemplos y doctrinas’, según la expresión de las homilías cristianas, que pueden ayudar al lector y lo inscriben en un periodo de espera, un presente abrigando la esperanza del fin, un presente escatológico. Es lo que ratifica el prólogo del cuarto libro, donde Montalvo lamenta que Boccaccio en Caídas de príncipes no haya narrado la historia que sigue, lo que moralmente le obliga a contarlo a él mismo para mayor edificación de los lectores: «porque con ello se gana la perpetua y bienaventurada vida»9. Así, estas ‘otras historias’ que pertenecen a la ficción, como la historia ‘verdadera’, son del dominio del orden cristiano del tiempo y de la historia como historia de la salvación. Por lo tanto, no nos asombra que el ‘honrado y virtuoso cavallero Garci Rodríguez de Montalvo’ concluya su prólogo con la declaración de su sumisión a la Santa Iglesia, lo que no deja de extrañar cuando sabemos que los teólogos y los moralistas son unánimes en prohibir la lectura de las novelas de caballería y en particular la lectura de las aventuras de Amadís de Gaula. Aquí la definición de la historia es pretexto para autorizar las historias. Presente, pasado, futuro se articulan allí con un fondo de eternidad; el pasado no deja de regresar al presente. Narrar historias es ejercer una función simbolizadora, dado que permite a la sociedad situarse. En el alba de la modernidad, tiempo cristiano y tiempo del mundo todavía no se disocian. Es cuando se hace la doble pregunta sobre las fuentes y sobre la operación historiográfica. ¿Qué es la historia, en verdad, y qué es la ficción? ¿Cómo escribir historia y ficción?

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Garci Rodríguez de Montalvo, Los quatro libros, p. 1305.

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II. TIRANT

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BLANC

La toma de Constantinopla por los turcos el 29 de mayo de 1453 provoca la caída del imperio cristiano de Oriente y la pérdida del acceso a los lugares donde se inició el Cristianismo. Durante muchos años todo el Occidente queda conmocionado y se interroga sobre esta desaparición. ¿Cómo asumir la catástrofe? ¿Cómo escribir lo indecible, lo impensable del sufrimiento y de la pérdida? ¿Cómo inscribir el sufrimiento, el traumatismo en el tiempo singular y en el tiempo de la historia? Se sabe que los sueños albergan a los muertos y les dan la sepultura que requiere el pensamiento. Si Freud ve en la interpretación de los sueños el camino ideal hacia el inconsciente, los sueños suscitan también el lugar psíquico de una memoria posible, y entonces de una transmisión necesaria. La filósofa Hannah Arendt subraya en The Men in Dark Times la importancia de la historia, de la narración para sobrevivir al sufrimiento, al traumatismo.Y Pontalis pone en exergo de su libro La force d’attraction estas palabras: «Un libro es como un sueño o una transferencia. Para que tenga cuerpo, necesita una circunstancia desencadenante»10. El final del imperio cristiano de Oriente modifica el curso y el sentido de la historia occidental y de la historia cristiana. A partir de ese momento, es necesario conservar su memoria, componer su narración e interpretar su significado. Es entonces cuando el caballero valenciano Joanot Martorell escribe la novela Tirant lo Blanc ‘a partir del 2 de enero del año 1460’, según afirma, hasta su muerte ocurrida en 1468. La novela narra las aventuras de un caballero bretón, llamado Tirant lo Blanc, vagando lejos de su país en busca del ‘verdadero honor de la caballería’ y de la reconquista del imperio cristiano de Oriente. Tirant lo Blanc, una de las obras más famosas de la literatura catalana medieval, casi única en el género caballeresco, nunca circuló en forma manuscrita sino siempre en forma de libro impreso. La primera edición en la época de los Reyes Católicos es del 20 de noviembre de 1490, impresa en Valencia ‘en lengua vulgar valenciana’ por Nicolau Spindeler, y se publicó dos años antes de 1492, año de la toma de Granada y del fin de la Reconquista, del descubrimiento de América, de la expulsión de los judíos y de la publicación de la Gramática de Antonio de Nebrija. La

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Pontalis, 1990, p. 7.

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segunda edición la publica Diego Gumiel, impresor de Valladolid, en Barcelona en 1497, quien también estampa la novela en lengua castellana en Valladolid en 1511. Miguel de Cervantes, que leyó la novela en castellano en el siglo XVI, la considera «por su estilo, el mejor libro del mundo» (Quijote, I, cap. 6). Escribiendo en lengua catalana, durante la década de 1460, la historia de la vida y de la muerte de un héroe que reconquista el imperio cristiano de Oriente, ¿no pretende el autor del Tirant dar una representación simbólica de la toma de Constantinopla? ¿No preserva de forma emblemática, en el umbral de la modernidad, las condiciones de la representación de la historia? ¿No trata de compartir un sentido? El presente puede seguir aclarando el pasado, y al mismo tiempo, quizás, estando en tensión hacia el frente, abrirse hacia el futuro, hacia otro orden del tiempo. Por eso, las traducciones del Tirant a finales del siglo XV y en el siglo XVI tienen un importante papel en el desarrollo de una conciencia moderna11. Evidentemente, es significativo que sea un hombre de la Península Ibérica, en quien la historia de la Reconquista de su propio país dejó una huella profunda, el que escriba la historia de la reconquista del imperio cristiano de Oriente, pero ¿de qué reconquista? El Tirant, después de las dos ediciones de 1490 y de 1497 en catalán, se imprime en varias lenguas europeas y, sobre todo, en castellano. Constituye la última gran obra en lengua catalana hasta el Renacimiento catalán del siglo XIX, y pertenece también a la literatura en lengua castellana. Ya he tratado en algunos estudios de la problemática de la fuente de la novela y de su lengua12. Joanot Martorell dirige su obra a un príncipe portugués, don Ferrando, pariente de la duquesa portuguesa de Borgoña, Isabel de Portugal, esposa del poderoso duque de Borgoña, el gran duque de Occidente. En 1490, en cuanto el texto se edita por primera vez, un colofón aclara al lector que el escritor mencionado en el título y en la dedicatoria del libro, «lo magnífich e virtuós cavaller mossén Johanot Martorell», ha muerto, y que «la fi del libre» se ha realizado «a pregàries de la noble senyora dona Ysabel de Loriç» por otro escritor: «lo magnífich cavaller mossén Martí Johan de Galba»13. En 1490,

11 12 13

Cf.Vicent Martines, 1997. Courcelles, 1991, p. 103-128; 1996, p. 151-157. Cf. Hauf i Valls, 1992.

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los Reyes Católicos de España son otro Fernando y otra Isabel, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los mismos que se disponen a terminar la Reconquista española en 1492 con la toma de Granada. Joanot Martorell atribuye a Tirant lo Blanc el papel que se le reconoce al «gran duque de Occidente», después de la caída de Constantinopla, sin nunca mencionar a Borgoña ni a su duque ni a la Orden del Vellocino de Oro, en la cual el ideal de fidelidad al príncipe se acerca al de la cruzada y al de las hazañas caballerescas. Tirant, primer caballero de la Orden de la Jarretera, según la novela, está «bajo la invocación del beato señor san Jorge», sant Jordi, patrón de Cataluña en el reino de Aragón, en contrapunto de Santiago, Santiago matamoros, patrón de la España de la Reconquista. Pero la verdadera impotencia del gran duque de Occidente y de los caballeros del Vellocino de Oro, que no pueden detener el avance de los otomanos hacia el Occidente ni impedirles dominar el Mediterráneo, se esconde tras la gloria de las historias. La novela afirma que el imperio cristiano de Oriente no está perdido, ya que Tirant lo puso a salvo por cien años. En el presente de su lectura, la novela prueba que pensar la reconquista del imperio cristiano de Oriente es un recuerdo del presente, una metáfora viviente de la ausencia. Pues ya no se trata desde hace tiempo de reconquistar la tumba vacía de Cristo en Jerusalén, como bien lo entendió el duque Philippe le Bon, ni siquiera de procurar desde ese momento la posesión cristiana de Constantinopla. Tirant lo Blanc muere sin haberse coronado emperador de Constantinopla, aunque el emperador le haya entregado a su única hija en matrimonio. Su cuerpo y el de la heredera bizantina arriban a la tierra occidental y arturiana del origen del héroe, que también es el origen del relato. Al final de la novela, yacen en una tumba de Bretaña. Incumbe a la memoria del lector hacer, desde ese momento, el esfuerzo para colmar la separación temporal entre el presente occidental de la historia y el ausente oriental del representado, con el fin de realizar la transferencia entre la reconquista del imperio cristiano de Oriente y la renuncia al Oriente y a la tumba vacía de un Dios, para descubrir lo que ahora no tiene sentido pero lo tendrá en breve. El gran duque de Occidente no salvó el imperio cristiano de Oriente, pero Carlos V, heredero y nieto de los Reyes Católicos, es emperador en Occidente. En 1453 se perdió para siempre el imperio cristiano de Oriente. Desde este momento conviene buscar cualquier origen y cualquier fin en el

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Occidente cristiano. En el pasado, Jasón y los Argonautas ¿no renunciaron a la seductora Cólquida para regresar a su país de origen con el maravilloso Vellocino de Oro? Así es la moderna eficacia de la ficción de Tirant lo Blanc en la época de los Reyes Católicos: saber renunciar al Oriente y a la tumba vacía de un Dios. La novela sirve como un trabajo de duelo. La representación de la reconquista del imperio cristiano de Oriente es lo que permite al evento traumático de la toma y ruina de Constantinopla volverse inaugural, constituir un umbral, un pasaje, designar una historia abierta, la historia que empieza el año 1492 con el fin de la reconquista de la Península Ibérica y el descubrimiento de las Indias Occidentales. Desde ese momento, es hacia el Oeste hacia donde conviene dirigirse. Así se prepara lo que ya no es la Reconquista, casi terminada, de la Península Ibérica, sino lo que será el descubrimiento y la conquista de las Indias occidentales, de los nuevos mundos del Oeste. En el transcurso de los mismos años, un poco después, algunos conquistadores, laicos o clérigos, empiezan a escribir la historia de la conquista española de Nueva España. En la misma época nace la novela morisca, que conocerá un gran éxito en toda la Europa de la Edad Moderna. Este género evoca, naturalmente, la vida de la ‘frontera’, es decir, la frontera que, en el siglo XV, separa el reino de Castilla del último reino musulmán en España. Las últimas guerras conducidas a partir de 1481 por los Reyes Católicos y llamadas ‘guerras de Granada’, inspiran numerosos romances así como ficción en prosa. A mitad del siglo XVI, cuando la caballería había desaparecido mucho tiempo antes, condenada por las nuevas armas y la emergencia de los Estados modernos, todavía se sueña con ella, y significativo es que los libros de caballería, a fines del siglo, puedan aún trastornar la razón de don Quijote. A la mitad del siglo XVI, la delicada novela El Abencerraje, que enaltece los valores caballerescos del castellano Rodrigo de Narváez, uno de los conquistadores de Antequera, y del morisco Abindarráez, teniendo como fondo histórico la masacre de los Abencerrajes por el rey de Granada y la conquista de Antequera, exalta el mismo ideal que sustenta el Amadís aunque, tal vez, de una manera más discreta y verosímil. Más allá de los valores caballerescos, de hecho, la obra revela que los musulmanes y los cristianos pueden convivir, superar sus divergencias para unirse

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en los más altos valores y tener lazos de amistad. El padre de la hermosa morisca, Jarifa, hablando de Rodrigo de Narváez a su hija y a Abindarraéz, declara: «Que en lo venidero sea su amigo aunque las leyes sean diferentes»14. Es una bella lección humanista que la España de los siglos XVI y XVII estará poco dispuesta a escuchar. Lope de Vega llevará a la escena la novela y, en su locura, don Quijote, en un momento dado, creerá ser el morisco Abindarráez. Así, la historia en la época de los Reyes Católicos, en cuanto se manifiesta la unificación política de lo que será España propiamente dicha, prepara la organización del mundo y sus representaciones. Los escritores, sean cronistas o autores de ficciones, dan nuevas referencias, permiten desarrollar saberes nuevos y poderes nuevos, permiten gestionar los hechos y la realidad. Con Xavier Rubert de Ventós15, podemos pensar que es esta ideología hispánica de la historia y de las historias, tal como se elaboró en el final de la Edad Media a partir de los Reyes Católicos, la que acostumbró a los españoles a la confrontación con los otros, a la adaptación y a una cierta inteligencia del hecho y de los acontecimientos. Producto de la multiplicidad cultural de la Península Ibérica, y gracias a ella, Cortés supo aprender las costumbres y manipular con paciencia los signos del adversario amerindio, explotando sus creencias, entendiendo sus valores16. La eficacia de los españoles en el Nuevo Mundo se debió a su excepcional conciencia crítica tanto como a su genio estratégico y a su capacidad de transformar el hecho en elemento de un debate, en historia asumida.

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14 15 16

Cf. Carrasco Urgoiti, 1989 y 1977. Rubert de Ventós, 1999. Rubert de Ventós, 1999, p. 58.

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de l’empire chrétien d’Orient», Journal of Medieval and Renaissance Studies, 21, 1991, pp. 103-128. — «Le roman de Tirant lo Blanc (1460-1490): à l’épreuve de l’histoire bourguignonne du XVe siècle», en L’Ordre de la Toison d’Or de Philippe le Bon à Philippe le Beau (1430-1505): idéal ou reflet d’une société?, Bruxelles, Bibliothèque Royale de Belgique, Brepols, 1996, pp. 151-157. HAUF I VALLS, A., ed., Joanot Martorell, Tirant lo Blanc, València, Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana, Clàssics Valencians, 1992. Libro del Caballero Zifar, ed. C. Gonzalez, Madrid, Cátedra, 1983. MARTINES, V., El Tirant poliglota, estudi sobre el Tirant Lo Blanch a partir de les seues traduccions espanyola, italiana i francesa dels segles XVI-XVIII, Curial Edicions Catalanes, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997. PONTALIS, J. B., La force d’attraction, París, Seuil, 1990. PONTÓN, G., «Retratos históricos en la Castilla del siglo XV», en L´histoire en marge de l´histoire à la Renaissance, Cahiers Verdun-Léon Saulnier 19, dir. D. de Courcelles, París, Éd. Rue d’Ulm-Presses de l’École Normale Supérieure, 2002, pp. 61-84. RODRÍGUEZ DE MONTALVO, G., Los quatro libros del virtuoso cavallero Amadis de Gaula: complidos, ed. J. M. Cacho Blecua, Madrid, Cátedra, 1991. ROUBAUD, S., Le roman de chevalerie en Espagne entre Arthur et Don Quichotte, París, Champion, 2000. RUBERT DE VENTÓS, X., El laberinto de la hispanidad, Barcelona, Editorial Anagrama, 1999. SALVADOR MIGUEL, N., «La visión de Isabel la Católica por los escritores de su tiempo», en La maschera e l’altro, ed. M. G. Profeti, Firenze, Alinea Editrice, 2005, pp. 91-113.

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ESCOCIA, MACEDONIA, CASTILLA: CORTES FICTICIAS Y CORTE AUTÉNTICA EN LA FICCIÓN SENTIMENTAL

Alan Deyermond Queen Mary, University of London

1. EL

AMBIENTE SOCIAL DE LA FICCIÓN SENTIMENTAL

En dos importantes predecesores de la ficción sentimental castellana, la Historia calamitatum de Abelardo y la Elegia di Madonna Fiammetta de Boccaccio —ésta muy influyente en el desarrollo del género castellano—, el ambiente es el de la alta burguesía (y, en el caso de Abelardo, la Iglesia). Entre las ficciones sentimentales castellanas del siglo XV la única que tiene ambiente parecido es Triste deleytación, aunque conviene recordar que la Celestina, que parodia la ficción sentimental, alterna las escenas en casas noble, burguesa y proletarias. En las otras obras principales del género en el siglo XV, sin embargo, el ambiente suele ser aristocrático o incluso el de una corte1. En el reinado de Juan II, la «Estoria de dos amadores», narración enmarcada en el Siervo libre de amor, de Juan Rodríguez del Padrón, em-

1 Julio Rodríguez Puértolas enfoca esta cuestión de manera muy distinta. Dice de Cárcel de Amor: «Novela, por lo tanto. Nos encontramos así ante un género literario de nuevo cuño. Pues en efecto y como tantas veces se dice, la novela será el género burgués, y no es casualidad que aparezca, precisamente, en el siglo XV, el siglo del primer embate serio de la burguesía en auge» (Blanco Aguinaga et al., 1979, p. 166). Tiene razón, desde luego, en lo que dice de la novela, pero Grisel y Mirabella, como toda la ficción sentimental, no es novela (ver Deyermond, 1975). Además, es innegable que la acción de estas dos obras, igual que sus autores, está arraigada en la corte. Si pensamos no en las obras ni en sus autores sino en sus

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pieza en la corte, y luego oscila entre las cortes europeas y el campo de Galicia; el héroe y una de las dos heroínas son de sangre real. El ambiente de la historia-marco no se especifica, pero da la impresión de ser aristocrático (incluso se ha sugerido que la misteriosa dama amada por el protagonista podría ser la reina). En dos de las principales ficciones sentimentales de la época de los Reyes Católicos —Grimalte y Gradissa, de Juan de Flores, y Arnalte y Lucenda, de Diego de San Pedro— los personajes parecen ser aristocráticos. En las otras dos —Grisel y Mirabella, de Flores, y Cárcel de Amor, de San Pedro— la acción se desarrolla en la corte, totalmente en la de Escocia en el primer caso, casi totalmente en la de Macedonia en el segundo (sólo el primer episodio, bastante breve, pasa en Sierra Morena). Son estas las dos obras que me interesan especialmente en el contexto de este simposio —sus semejanzas, sus diferencias, su relación con la corte castellana—.

2. LA

CULTURA DE LA CORTE ISABELINA

No sólo la acción de las obras sino también las obras mismas y sus autores tienen ambiente sociopolítico —en el caso de Juan de Flores y Diego de San Pedro, este ambiente es cortesano—. Gracias a las investigaciones simultáneas de Joseph J. Gwara y Carmen Parrilla2 sabemos que los Reyes Católicos nombraron a Flores como cronista real. Toda tentativa de identificar a San Pedro ha fracasado3, pero sus obras demuestran sus contactos con la corte: Arnalte y Lucenda es dedicada a «las damas de la Reina», Cárcel de Amor a Diego Hernández, Alcaide de los Donzeles. Nicasio Salvador Miguel no incluye la ficción sentimental en su artículo sobre la actividad literaria en la corte isabelina, sin duda porque «no resulta siempre fácil [...] separar las obras compuestas en la corte y las redactadas sólo por el mecenazgo regio»4.

lectores, es distinto: es muy posible que el público de la ficción sentimental haya sido principalmente burgués. Sería interesante rastrear los inventarios de las bibliotecas privadas para averiguar la distribución de la ficción sentimental entre las aristocráticas y las burguesas a fines del siglo XV y a lo largo del XVI. 2 Gwara, 1988 y Parrilla, 1989. 3 Ver Whinnom, 1974, pp. 17–28. 4 Salvador Miguel, 2004a, p. 196. Para el mecenazgo de Isabel la Católica, ver Salvador Miguel, 2004b; Domínguez Casas, en prensa; Surtz, en prensa; y, más ge-

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Sin embargo, la diferencia no afecta radicalmente a nuestra visión del ambiente de las obras y de sus autores: basta el mecenazgo para darles hasta cierto punto un ambiente cortesano. Y las fechas de redacción los colocan firmemente en la época de los Reyes Católicos: las investigaciones de Gwara demuestran que la actividad literaria de Flores —que incluye la redacción de la versión manuscrita de Grisel y Mirabella— empieza en los primeros años de su reinado (se creía antes que era posterior a San Pedro), y parece bastante seguro que San Pedro compuso Cárcel de Amor en 1492 o muy poco antes para la imprenta, después del éxito de Arnalte y Lucenda, que había circulado en manuscrito. La tradición impresa de Grisel y Mirabella, que difiere bastante de la manuscrita, también parece empezar en la última década del siglo. Tanto Cárcel de Amor como Grisel y Mirabella, pues, narran lo que sucede en cortes regias (aunque ficticias), y nacen en un ambiente cortesano —en este caso, auténtico, el de los Reyes Católicos—.

3. LA

CORTE DE

ESCOCIA: GRISEL

Y

MIRABELLA

Y

AMADÍS

DE

GAULA

«En el reino de Escozia ovo uno excelente Rey en todas virtudes muy entero, principalmente en ser justiziero era tanto justo como la misma justicia [...]»5. Con estas palabras Juan de Flores empieza su narración. Unos veinte años más tarde Garci Rodríguez de Montalvo también empieza con Escocia: No muchos años después de la passión de nuestro Redemptor y Salvador Jesucristo fue un rey cristiano en la Pequeña Bretaña por nombre llamado Garínter, el cual [...] ovo dos fijas en una noble dueña su muger, y la mayor fue casada con Languines, Rey de Escocia [...]6.

neralmente, las ponencias de Ainara Herrán Martínez de San Vicente y Marina Núñez Bespalova. Compárense los artículos de June Hall McCash, 1996b y Charity Cannon Willard, 1996. Para los libros de la reina, ver Sánchez Cantón, 1950; Michael, 1989 (ficción caballeresca); Moya García, ed., 2004; y Knighton, en prensa. 5 Ciccarello di Blasi, 2003, p. 213. 6 Cacho Blecua, 1987–1988, vol. I, p. 227.

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La Escocia de Grisel y Mirabella, igual que la de Amadís de Gaula, es un país ficticio —«the fairy-tale land of “Scotland”», dice Barbara Weissberger7—, y su importancia estriba en la «ley de Escocia» que impone castigo de muerte en los amantes ilícitos. Tenemos dos versiones de la ley. En una, es la mujer la que tiene que morir: en aquella sazón era por ley establecido que cualquiera muger por de estado grande y señorío que fuesse, si en adulterio [es decir, relaciones sexuales fuera del matrimonio, incluso si la mujer es soltera] se fallava, no le podía en ninguna guisa escusar la muerte. Esta tal costumbre y péssima duró hasta la venida del muy virtuoso rey Artús [...]8.

En la otra, la pena se inflige en aquel de los amantes que tiene más culpa de haber provocado la relación: Y las leyes de sus reinos mandavan que qualquier que en tal yerro cayese, el que más causa fuesse al otro del amor, que padesciese muerte, y el otro, destierro por toda su vida.Y porque así acaesce quando dos personas se aman el uno tener más culpa que el otro en la requesta, y por esto las leyes no disponían las leyes fuesen iguales9.

Es probable, porque el argumento de la obra depende de ella, que la ley de Escocia ya estuviera en la versión primitiva de Amadís de Gaula, de principios del siglo XIV. Como demostró hace un siglo Grace S.Williams10, este motivo resulta de la combinación del Tristan en prose con el Merlin. Se pueden agregar otros posibles precedentes (no para sustituir el origen artúrico, sino para matizarlo). Barbara Matulka comenta las semejanzas entre este episodio de Grisel y Mirabella y episodios parecidos en varias tradiciones11; es de especial interés lo que dice de textos hagiográficos célticos12. Además, no se ha comentado, según creo, el pasaje del Libro de los Jueces en el cual Jefté sacrifica a su única hija, una virgen, a causa de una acción suya que es totalmente inocente: 7

Weissberger, 2004, p. 177. Cacho Blecua, 1987–1988, vol. I, pp. 242–243. 9 Ciccarello di Blasi, 2003, p. 225. 10 Ver Williams, 1909; confirmado por Cacho Blecua, 1987, p. 243, n. 31. 11 Matulka, 1931, pp. 55–71. 12 Ver las vidas de San Kentigerno y de San Finnbar en Matulka, 1931, pp. 60-63. 8

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votum vovit Domino, dicens: «Si tradideris filios Ammon in manus meas, quicumque primus fuerit egressus de foribus domus meae, [...] eum holocaustum offeram Domino». [...] Revertente autem Jephte in Maspha domum suam, occurrit ei unigenita filia cum tympanis et choris [...] Qua vista, scidit vestimenta sua, et ait: «Heu me, filia mea, decepisti me, et ipsa decepta est: aperui enim os meum ad Dominum, et aliud facere non potero» (Jueces, 11, 30).

Si Flores recordó este pasaje, lo que me parece muy posible, lo que pasa en Grisel y Mirabella sería un eco irónico de la historia de Jefté y su hija: si Mirabella hubiera conservado su virginidad, como ésta, no habría estado en peligro13. Es esta la ley que el rey de Escocia, padre de Mirabella, se ve obligado a seguir, y lo dice no sólo él (respondiendo a la reina): Y si yo hasta aquí en los estraños he administrado justicia, quando en mi hija no la hiziese, no me podrían loar de justo; que quien no guarda leyes no puede guardar los usos pasados dellas, mas primero deven los nobles punir a sí mesmos (p. 297).

También lo dice el narrador: «en estremo la amava pero la justicia era en él más poderosa que amor. [...]» (p. 300). Conocidísimos son los resultados trágicos: la muerte de Grisel, luego la de Mirabella, y finalmente la transformación de la reina y las damas de la corte en salvajes.

4. LA

CORTE DE

MACEDONIA: CÁRCEL

DE

AMOR

La Macedonia que nos presenta Diego de San Pedro es una «fairytale land» del mismo modo que la Escocia de Juan de Flores: sólo el

13 Otro posible eco irónico se ve si comparamos Jueces, 11, 37–38 con p. 300: «Dixitque ad patrem: “Hoc solum mihi praesta quod deprecor: dimitte me ut duobus mensibus circumeam montes, et plangam virginitatem meam cum sodalibus meis”. Et dimisit eam duobus mensibus. Cumque abiisset cum sociis ac sodalibus suis, flebat virginitatem suam in montibus». «Y entre las cosas de piadad que allí fueron juntadas eran quinse mil donzellas cobiertas y vestidas de luto, las quales con llantos diversos y mucha tristeza davan muy sonantes gritos [...]». Huelga decir que no es la virginidad de Mirabella lo que lamentan. Para algunos casos de parodia bíblica en la ficción sentimental, ver Severin, 2005.

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nombre la relaciona con el país histórico y geográfico. San Pedro nos lo indica cuando nos dice el personaje-narrador que estaba en Sierra Morena, que subió «una sierra de tanta altura que a más andar mi fuerça desfallescía»14, que quedó inmóvil toda la noche, y que al amanecer ve un país que, como aprende después, se llama Macedonia. Pasar de la Sierra Morena a Macedonia en unas horas se puede comparar con lo que Shakespeare dice, en A Winter’s Tale, de Bohemia: «A desert country near the sea»15. El argumento de la obra es tan conocido que no hace falta resumirlo. Conviene tan sólo destacar dos cosas. La primera, que se menciona (muy tarde), es la ley que conocemos como la «de Escocia». El rey dice al cardenal: Bien sabéis que establecen nuestras leyes que la muger que fuere acusada de tal pecado muera por ello; pues ya veis cuánto más me conviene ser llamado rey justo que perdonador culpado [...] (p. 133).

Las palabras son curiosas: parece suficiente que la mujer sea acusada. No reflejan la ley, porque el duelo jurídico y el hecho de que Persio necesita tres testigos implican que la mera acusación es insuficiente. Pero las palabras son muy significativas, revelando que para el rey lo que importa es la acusación, porque le deshonra. Por eso su ira: Laureola se refiere a «la saña del rey» (p. 127) y el cardenal le habla de «la fuerça de tu ira» (p. 130). La segunda cosa que hay que destacar es que el rey se comporta de manera ilegal. Las reglas del duelo jurídico no tienen ambigüedad. Si uno de los combatientes queda gravemente herido y sus parientes piden que se interrumpa el duelo, el otro combatiente queda victorioso (recordemos los duelos al final del Cantar de Mio Cid). Lo que pasa en el duelo entre Leriano y Persio es muy distinto: como ciertos cavalleros sus parientes le viesen en estrecho de muerte, suplicaron al rey mandase echar el bastón, que ellos le fiavan para que dél hiziese justicia si claramente se hallase culpado; lo cual el rey assí les otor-

14

Whinnom, 1972, p. 84. Keith Whinnom dice de la Macedonia de San Pedro que es «a vague and unreal country to which […] one travels much like Alice to Wonderland» (1974, p. 108). 15

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gó; y como fuesen despartidos, Leriano de tan grande agravio con mucha razón se sentió, no podiendo pensar por qué el rey tal cosa mandase [...] (pp. 117–118).

Leriano tiene razón: lo que ha pasado es totalmente ilegal16.

5. GRISEL Y MIRABELLA Y CÁRCEL

DE

AMOR

COMPARADOS

En las dos obras, el rey es severo, hasta cruel; la reina carece de poder, y fracasan sus tentativas de salvar la vida de su única hija. El contraste a este respecto refleja un contraste más general, el cual es comentado por Barbara Weissberger en su nuevo e importante libro sobre Isabel la Católica: The king, as the one who applies the letter of the law, wields the sword; the queen, who protects her subjects from the law’s harshness by beseeching the king’s mercy on their behalf, holds the shield17.

Weissberger se refiere tanto a la formulación teórica de Fray Martín de Córdoba, en el Jardín de nobles donzellas, como a lo que pasa en las obras (no sólo la ficción sentimental) de Juan de Flores.Veamos cómo esta formulación se realiza en la ficción sentimental. Tanto en Grisel y Mirabella como en Cárcel de Amor la heredera del reino es acusada de amores ilícitos: en Grisel y Mirabella, justamente acusada, y muere; en Cárcel de Amor, injustamente, y vive. En Amadís de Gaula, en cambio, no muere ni la princesa Elisena ni su amante Perión, porque su relación queda secreta (lo que no es muy verosímil). Es un ejemplo más de las grandes diferencias entre la ficción sentimental y la caballeresca. 16 Gerli, en prensa, no está de acuerdo: sostiene que el rey Gaulo se comporta de manera enteramente justa, aplicando los nuevos criterios jurídicos en vez de los de las ‘estorias viejas’. Si el rey los hubiera aplicado desde el principio, estaría de acuerdo, pero no lo hace: cambia del sistema antiguo del duelo jurídico al nuevo cuando aquél ha demostrado la inocencia de Melibea. 17 Weissberger, 2004, p.170. Este contraste se puede ver como una transposición a lo profano de las palabras de San Pablo: «non enim sub lege estis, sed sub gratia» (Romanos, 6, 14), o «Evacuati estis a Christo, qui in lege iustificamini: a gratia excidistis» (Gálatas, 5, 4).

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En Grisel y Mirabella, el amor consumado produce el desastre, igual que el amor no consumado en Cárcel de Amor. En las dos obras, el hombre se suicida para salvar la vida de su amada (Grisel y Mirabella) o porque la amada le rechaza (Cárcel de Amor). En Grisel y Mirabella, como sabemos, el sacrificio de Grisel no sirve para nada, ya que Mirabella también se suicida poco después. Leriano salva la vida de Laureola, pero de modo distinto, y su suicidio es cosa aparte. Se han interpretado Cárcel de Amor, o Grisel y Mirabella y Cárcel de Amor, como obras políticas18. Para estos críticos, la ficción sentimental es una manera indirecta de criticar el tratamiento injusto de los conversos por los Reyes Católicos. No veo cómo puede funcionar esta interpretación: cuando tratamos de aplicarla en las obras de Flores y San Pedro encontramos dificultades insuperables. Sin embargo, Márquez Villanueva y Rohland de Langbehn acertaron en un sentido más general. Grisel y Mirabella y Cárcel de Amor son efectivamente ficción política, a diferencia de Arnalte y Lucenda y Grimalte y Gradissa19. Pero no se trata de los conversos, sino —como sostiene Weissberger— de la distribución del poder político y jurídico entre Isabel y Fernando. La narrativa oficial del reinado de los Reyes Católicos pasa por alto las tensiones, las rivalidades, los resentimientos entre los Reyes, privilegiando la armonía, el amor, la alianza política (los cuales, claro, también eran importantes). Pero a veces se vislumbra lo que la historiografía oficial prefiere esconder: recordemos lo que hace Flores en la Crónica incompleta de los Reyes Católicos cuando narra la batalla de Toro y el discurso («very likely invented by Flores», dice Weissberger20) en el cual Isabel reprocha a su marido y a sus caballeros su ineficacia, casi su cobardía, frente a los portugueses21. Veamos de nuevo lo que pasa en Grisel y Mirabella y en Cárcel de Amor. En Grisel y Mirabella el rey es severo —tan severo que parece cruel, y tal vez lo sea— pero justo; en Cárcel el rey es severo e injusto, y no se puede dudar de su crueldad. Me explico. En Grisel y 18

Márquez Villanueva, 1966; Rohland de Langbehn, 1989. Gerli, en prensa, revela otra dimensión política de la obra. Discrepo de alguna que otra parte de su argumentación, pero en general me convence. 20 Weissberger, 2004, p. 83. 21 Ver además los estudios de Earenfight y Lehfeldt, en prensa, sobre la relación política entre los Reyes Católicos, y el de Agnew (2005), sobre la Crónica incompleta. 19

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Mirabella sigue exactamente la letra de la ley de Escocia: la ley dice que el amante más culpable tiene que morir. Cuando no puede averiguar cuál es el más culpable, no hay más remedio que decidir si, como norma estadística, las mujeres o los hombres suelen tener más culpa en la provocación del amor ilícito. El debate entre Torrellas y Braçayda resulta en la victoria de aquél, y por lo tanto Mirabella tiene que morir. Es una reductio ad absurdum de la ley, sí. Es cruel, eso sí —la reina tiene razón—, pero no es ilegal, no es injusto. Weissberger dice que el rey demuestra «a perverse bias against his own daughter» (p. 178), pero no es verdad. Aplica la ley. En Grisel y Mirabella el rey es severo, muy severo, pero justo. En Cárcel de Amor el rey es cruel e injusto, como ya hemos visto. Flores emplea la palabra «justiciero», y con razón. Si pensamos en los dos apodos del rey Pedro, podemos decir que el rey de Escocia es el justiciero, el de Macedonia es el cruel. La diferencia es profunda, y sorprende que los críticos suelan pasarla por alto. Isabel, en cambio, se presenta en la literatura de su corte como justa y piadosa a la vez. Salvador Miguel, habiendo notado que «no faltaron, con todo, en el entorno cortesano críticas a la práctica de la justicia en situaciones concretas», nos recuerda que Diego de San Pedro destaca la combinación en Isabel de la justicia con las virtudes de misericordia, mansedumbre y clemencia, al asegurar que «perdona con la clemencia, / castiga con la justicia»22. En el reinado de Isabel, según nos dicen sus autores, se resuelve el dilema, neutralizando la polaridad justicia/misericordia. ¿Quieren decirnos que la reina es superior a Fernando? Y ¿es que la combinación ideal de justicia y clemencia es posible porque Isabel es reina por derecho propio, no sólo por matrimonio?23. Barbara Weissberger dice que «no critic has made an explicit connection between the fictional politics of Grisel y Mirabella and the actual political context in which it was composed»24. En las páginas que dedica a la obra25, Weissberger esboza tal comparación. Espero haberla ampliado, sobre todo al de22

Salvador Miguel, 2004a, pp. 183–184. Varios artículos en Parsons, 1993, tienen interés desde este punto de vista, aunque no mencionan a Isabel (el libro se dedica principalmente a siglos anteriores). No he logrado ver todavía a Earenfight, 2005. 24 Weissberger, 2004, p. 178. 25 Weissberger, 2004, pp. 177–186. 23

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mostrar que la política de Grisel y Mirabella debe de estudiarse no sólo en el contexto de una corte auténtica sino también en comparación con la política de Cárcel de Amor.

6. EPÍLOGO: LA VIDA

IMITA EL ARTE

El 4 de octubre de 1497 ocurrió «el evento que suscitó más efervescencia literaria [...]: la muerte del príncipe don Juan»26. Su quinto centenario se conmemoró con la publicación de monografías y ediciones27. La muerte del príncipe, heredero de los Reyes Católicos, se atribuye a menudo al extremo cansancio ocasionado por el exceso sexual. Pedro Mártir de Anglería, en una carta al Cardenal Bernardino de Carvajal escrita el 13 de junio (un par de meses después de las bodas), dice que: Pallet iam nimis, huius puelle amore pellectus, hic noster ephebus Princeps. Hortant medici Reginam, hortat et Rex, ut a Principis latere Margaritam aliquando semoueat. Interpellet indutias precantur, pretestant periculum ex frequenti copula ephebo imminere28. [Preso en el amor de la doncella, ya está demasiado pálido nuestro joven Príncipe. Los médicos, juntamente con el Rey, aconsejan a la Reina que alguna vez que otra aparte a Margarita del lado del Príncipe, que los separe y les dé treguas, alegando que la cópula tan frecuente constituye un peligro para el Príncipe].

Alfonso Ortiz, en la versión romance de su Tratado del fallescimiento del muy ínclito Señor Don Juan, dice que el príncipe, la muerte ya cercana, dijo a su confesor: «¡O padre, enflaquesce mi ánima con el deseo de mi muger!; pregúntote si es digno de culpa este amor de mi propia muger»29. Los poetas suelen aludir a esta cuestión más delicadamente que Pedro Mártir. Por ejemplo, un romance portugués dice que: 26

Salvador Miguel, 2004, p. 189. Pérez Priego, 1997; Alcalá y Sanz, 1999; Sanz Hermida, 2000; y González Rolán et al., 2005. 28 Pérez Priego, 1997, p. 21. 29 Sanz Hermida, 2000, p. 58; texto latino en González Rolán et al., 2005, p. 382. 27

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Tristes novas me vieram la de centro de Hespanha, estava Don Joao doente, doente por una dama30.

Hay una doble ironía. Primero, Keith Whinnom31 nos ha enseñado que en la poesía cancioneril de finales del siglo xv «la muerte» significa a menudo el orgasmo. En el caso del príncipe don Juan, al menos en la creencia popular, muchas muertes metafóricas ocasionan la muerte literal. Segundo, el exceso sexual del príncipe ocurrió dentro del matrimonio (según creo, no hay sugerencia alguna de contacto sexual con la novia antes del día de las bodas). Y, para intensificar la trágica ironía, fue un matrimonio no sólo permitido sino también plenamente aprobado por los Reyes Católicos. Es verdad que San Agustín dijo que el amor excesivo a la esposa equivale al adulterio («vehemens amator uxoris, adulter est») —por eso, supongo, la pregunta de «si es digno de culpa este amor de mi propia muger»—, pero en la opinión general en 1497, igual que hoy, la pasión sexual dentro del matrimonio no sólo es permitida sino inocente y virtuosa. No obstante, este joven muere a causa de un amor lícito e inocente, sufriendo la misma suerte que Grisel o Leriano o Calisto32.

BIBLIOGRAFÍA AGNEW, M., «Evangelista temporal: The Limits of Historiographical Discourse in Juan de Flores’s Royal Chronicle», en Gwara, 2005, pp. 11-47. ALCALÁ, Á. y J. SANZ, Vida y muerte del Príncipe Don Juan: historia y literatura, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, Junta de Castilla y León, 1999. BLANCO AGUINAGA, C., J. RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS y I. M. ZAVALA, Historia social de la literatura española (en lengua castellana), Madrid, Castalia, 1979.

30

Alcalá y Sanz, 1999, p. 367. Whinnom, 1981, pp. 34-46. 32 Agradezco a Bárbara F. Weissberger el haberme facilitado los originales de varios capítulos de un libro que tiene en prensa, y a Cristina Moya García la corrección estilística de mi texto. 31

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A Hernán Sánchez Martínez de Pinillos

Cuando, en los medios de comunicación de nuestros días, se enfatiza el supuesto divorcio entre universidad y revolución tecnológica, entre universidad y cultura, se nos inflige un castigo que cabe tildar de histórico o heredado. Histórico digo, sí, en tanto en cuanto todo lo bueno que haya ocurrido en el mundo habría pasado siempre al margen de la universidad, de atender a algunos articulistas radicales que manejan una información que, por lo común, no es más que una simple amalgama de idées reçues. En tamaño ataque hemos participado todos, y lo hemos hecho sin apenas poner notas o apostillas, lo que supone, más que un error, una claudicación. Ni por pienso me estoy refiriendo a que hayamos de defender una especie de esprit de corps con carácter retroactivo, una apología que habría de llevarnos a nosotros, los universitarios del presente, a romper las lanzas precisas por cuantos nos han precedido en el oficio. Mi afirmación debe entenderse en el sentido que ahora indicaré: somos nosotros, los estudiosos de la cultura, los primeros obligados a recordar lo débil que resulta una afirmación como ésa, repetida machaconamente y sin sentido. No me saldré de los años que nos interesan en esta precisa ocasión: estamos al cierre del siglo XV, que ha experimentado (que aún continúa experimentando, de hecho), en España y en Europa, una formidable transformación cultural. Occidente queda en deuda con los promotores de ese cambio, un grupo mayo-

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ritariamente constituido por juristas, religiosos (y, a este respecto, cabe poner el necesario énfasis, frente a uno de los puntos más endebles del ideario de Jakob Burckhardt en su opus magnum)1 y hombres de estado, entre los años de los prehumanistas paduanos, contemporáneos de Dante, y los que corresponden a los grandes intelectuales del Quattrocento, con Leonardo Bruni y Pier Candido Decembrio al frente; sin embargo, al adentrarnos en esta centuria, se amplía el espectro y acaba llegando un nuevo turno: el de los profesores, verdaderos garantes de la difusión de los conocimientos adquiridos a lo largo de un siglo de rápidos progresos. Claro está que las biografías de Dante y Petrarca no se entienden sin su paso por Bolonia, o sin sus respectivas visitas a la Universidad de París; pero ahora estoy hablando de algo distinto: a la sazón, no son los discípulos conspicuos sino los maestros, los profesionales de la enseñanza, quienes dan el paso adelante. Arribados a las postrimerías del siglo XV y, sobre todo, al siglo XVI, esta afirmación se carga de sentido, tanto en Medicina como en Derecho, lo mismo en Teología que en Letras Humanas en general. Me he molestado en revisar la larga lista de intelectuales confeccionada por J. F. Maillar, J. Kecskeméti y M. Portalier2, con el simple propósito de comprobar si la afirmación que acabo de verter se validaba o no; a ese respecto, puedo decir que la prospección en tan amplio y documentado fichero confirma la veracidad de la que, en principio, no era nada más que una impresión. Lo que hasta mediados del siglo XVI resulta excepcional pasa a convertirse en norma; de hecho, incluso muchas de las grandes herramientas de trabajo nacen al calor de la universidad, se escriben para la universidad o son propiamente frutos universitarios. Como paradigma, y nada más que eso, me serviré de una figura citada por Teresa Jiménez Calvente en este mismo volumen: me refiero a Ravisio Textor (1430-1524), el célebre humanista francés, llamado en realidad Jean Tissier o Tixier, Señor de Ravisi3. Pues bien, Ravisio, que enseñó en el Colegio de Navarra y llegó a rector de la Universidad de París, inundó Europa con sus obras de referencia o 1

Sobre ello, he escrito algunas reflexiones, 1997-1998 [1999], p. 35. Maillar, Kecskeméti y Portalier, 1995. 3 De esta investigadora es «Compara tibi praeceptorem sanctissimum: las epístolas de Ravisio Textor como manual de retórica y algo más», en prensa, donde aclara cuáles son los fines intelectuales del autor. 2

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polyantheas, como la Officina vel potius naturae historia (1522 y siguientes) o su igualmente célebre Cornucopia, usadas ambas por escritores y lectores curiosos para conocer los datos más diversos y peregrinos (nombres de montañas, de ríos, de espadas y caballos de héroes, etc.); además, hizo concordancias de sustantivos con los diferentes adjetivos de que se acompañan en los clásicos latinos dentro de su Silva o Specimen epicthetorum (1518 y siguientes); en fin, para que no faltase nada, escribió un De prosodia libri IV y una serie de patrones epistolares en sus Epistolae (con edición exenta o como apéndice a su Officina). Ravisio se erige a modo de paradigma de unos profesionales que, desde los centros académicos de enseñanza superior, trabajan al servicio de toda la sociedad: la propia o local y, gracias a unas rutas del conocimiento que a estas alturas se encuentran plenamente desarrolladas, la internacional. Este experimento puede llevarse a cabo en España, y —lo adelanto— se obtienen resultados, si no idénticos, acaso más deslumbrantes. La universidad, antes de los Reyes Católicos, es prácticamente una nonada si lo que buscamos es una sólida nómina de intelectuales, una biblioteca a la altura de las circunstancias y unos locales o dependencias de cierto relumbre. Nada de eso encontramos, por mucho que nos esforcemos en buscarlo. Por el contrario, la universidad española, concretamente la salmantina, bulle alrededor de Isabel y Fernando, cuya magna empresa se procuró todo tipo de apoyos; entre ellos, ambos supieron valorar en especial el que procedía de la universidad y sus profesionales. En ese sentido, Salamanca lo fue prácticamente todo, como se desprende de una rápida revisión de los nombres de intelectuales próximos a los Reyes; aparte, las investigaciones de los especialistas en la Castilla del siglo XV han venido mostrando el peso ejercido por el medio salmantino (de esa suerte de Salamanca connection he hablado en algún lugar) sobre la literatura científica y sobre la propia ficción literaria. Porque lo merece, antes de nada reconoceré la aportación de Pedro Cátedra a ese respecto, al bucear en una nómina de notable extensión que arranca, ya vigorosa, de los años de Alfonso de Madrigal, el Tostado, activo como nadie durante la primera mitad del siglo XV4.

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El punto de partida, tras editar varios de los opúsculos amorosos del Tostado y Pseudo-Tostado, se halla en su seminal libro de 1989. La lista de libros y artícu-

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A finales del siglo XV la Universidad de Salamanca5, nacida en 1215 (o ca. 1218) gracias a Alfonso IX, alcanzaba su primer gran esplendor; desde 1254, en tiempos de Alfonso X, esta institución tenía abiertas ya todas sus Facultades y otorgaba títulos académicos para los diferentes niveles o grados; en 1255, la bula Dignum arbitramur de Alejandro IV le concedió el ius ubique docendi, fuera de París y Bolonia, una disposición excluyente que fue finalmente revocada en 1333. La clave de Salamanca radicaba en el prestigio de sus Colegios Mayores; entre todos ellos, el más importante y antiguo era el Colegio Mayor de San Bartolomé, fundado por el obispo Diego de Anaya y famoso por poseer una estupenda biblioteca científica, toda vez que a dicho órgano se hallaban ligadas las cátedras de Filosofía Natural, Matemáticas y Astronomía. Las rentas de esta institución le permitieron unas finanzas ciertamente saneadas durante los siglos medios, a diferencia de lo que ocurrió a otras tantas instituciones. En los años que nos interesan, la Universidad de Salamanca no sólo hizo las veces de revulsivo cultural sino de modelo institucional, como se pone de relieve en aquellas constituciones que, como las de la Universidad de Valencia, Sevilla o Sigüenza, reconocen tenerla como referente, junto a Bolonia o Roma. Hacia 1250 había nacido la Universidad de Valladolid6, que ocupó el lugar de la efímera Universidad de Palencia (1212); no obstante, la transformación de Estudio Particular en Estudio General es acaso de 1293 y con seguridad de 1346, gracias a una bula de Clemente VI requerida por Alfonso XI. Desde ese momento, se enseñarán todas las disciplinas, excepto la Teología, y se concederán los distintos grados, lo que hará el abad de la Colegiata en nombre del papa; de todos modos, el número de estudiantes que mueve a finales del siglo XIV es muy

los que siguen su estela es ya larga, sobre todo los escritos por sus discípulos más directos. 5 La bibliografía básica sobre esta institución parte de los dos monumentales trabajos de Beltrán de Heredia, 1953; y Beltrán de Heredia, 1970; a ellos, hay que unir ahora Valero García, 1989; Flórez Miguel, García Castillo y Albares Albares, 1989; Rodríguez Cruz, 1990; Sánchez Sánchez, 1995. 6 Para su historia, es básico el panorama recogido en Universidad de Valladolid. Historia y patrimonio, 1980. Aquí se reúne toda la bibliografía alusiva a la institución, a veces de la magnitud de Alcocer Martínez, 1918-1931; o Arriaga, edición corregida y aumentada por Hoyos, 1928-30 y 1940.

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pequeño: entre 70 y 80 (frente a los entre 500 y 600 de Salamanca), mayoritariamente concentrados en la Facultad de Artes.Valladolid dará un formidable paso adelante cuando, en 1418, una nueva bula papal, esta vez de Martín V, le permite incorporar los estudios de Teología, a la manera de París; por desgracia, la aportación que el Almirante Alfonso Enríquez dejó a la Universidad por vía testamentaria no fue satisfecha de modo regular por sus herederos. Así las cosas,Valladolid sólo gozó de la salud económica necesaria en los años de los Reyes Católicos. En primer lugar, fue decisiva la obra del obispo de Palencia y confesor real, el dominico Alonso de Burgos, al iniciar la construcción del nuevo edificio del Colegio de San Gregorio (hoy sede del Museo Nacional de Escultura) en 1487; mucho más determinante resultó, lógicamente, el apoyo del todopoderoso cardenal Pedro González de Mendoza, que fortaleció la institución al crear un segundo centro: el Colegio de Santa Cruz. Este prelado, además, otorgó a Valladolid unos Estatutos que, aun cuando no nos han llegado, nos resultan familiares gracias a las continuas alusiones que a ellos se hace en los promulgados en época del Emperador; de las nuevas fuerzas de la institución da cuenta el hecho de que un personaje conspicuo, miembro del Consejo Real de los Reyes Católicos, el doctor Juan López Palacios Rubio, ocupase allí cátedra de Derecho, tras haberse formado y dar sus primeros pasos como jurisperito en Salamanca. Entrado el siglo XVI,Valladolid logrará indiscutiblemente la tercera plaza entre las universidades españolas, por su prestigio y por algo más claramente mensurable: el número de sus estudiantes, que por esas fechas ronda los 2.500. Aunque fueron los mismos Reyes Católicos los que, en 1502, concedieron Real Cédula al Ayuntamiento de Sevilla para crear su Universidad y dotarla de cátedras en Teología, Leyes, Medicina y Artes, nada pudo hacerse hasta que llegaron los primeros estudiantes, en 1516. Ahora bien, el impulso que precisaba para salir de su estado larval le llegó propiamente en 1551, al fundirse en una sola institución con el Colegio de Santa María de Jesús, impulsado éste por el cabildo eclesiástico y fundado por el arcediano de la catedral sevillana, Rodrigo Fernández de Santaella, un intelectual de talla al que conocemos bien por su Vocabulario eclesiástico y su labor como traductor. El Colegio, nacido gracias a una bula de 1505 (fecha fundacional de la Universidad de Sevilla, a todos los efectos), que permitía conceder tí-

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tulos en Lógica, Teología y Derecho Civil y Canónico, y a otra más de 1508, que unía a los anteriores los estudios de Medicina, pesó tanto que confirió su nombre a la propia Universidad, desde entonces conocida como Colegio-Universidad de Santa María de Jesús o Colegio-Universidad Maese Rodrigo, por el nombre de su fundador. A la luz de los documentos que nos han llegado, queda claro que fueron los Reyes Católicos quienes dieron vida a la Universidad de Sevilla; sin embargo, no cabe sino aceptar el hecho de que la institución sólo inició su actividad durante el reinado de Carlos I7. No será la única ocasión en que esto ocurra, como veremos en lo que sigue. En el caso de Valencia8, sabemos que los jurados de la ciudad se habían afanado por tener un Estudio General desde inicios del siglo XV; más concretamente, la historia nos obliga a citar los Estatutos de 1412, aprobados por el gobierno municipal y sancionados por el obispo Hugo de Llupià. Ahora bien, la Universidad de Valencia no recibió la savia imprescindible para desarrollar su actividad hasta el final de la centuria; para ello, primero fue necesario comprar los terrenos y dependencias necesarios, tarea que cupo a los prohomens del quitament en 1492; a resultas de esa operación, la Universidad tuvo una primera sede en el conocido como Edificio de la Nave. El 30 de abril de 1499 se promulgaron las Constituciones o Estatutos del Estudio General. Los dos documentos que hicieron el resto del trabajo fueron la bula papal de Alejandro VI, que lleva fecha de 23 de abril de 1501, y, por fin, el privilegio real de 2 de febrero de 1502; en ambos textos fundacionales, la institución se equiparaba a las universidades de Bolonia, Roma, Salamanca y Lérida. Así pues, la vida universitaria de Valencia se activó en los años de los Reyes Católicos, cuya empresa cultural hizo las veces de acicate para el desarrollo de todas las instituciones de enseñanza superior que hemos visto hasta aquí y la mayoría de las que aún nos faltan.

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La página web de la Universidad de Sevilla (Alma mater 2005,V Aniversario) ofrece información clara y concisa a este respecto. Queda, no obstante, mucho por hacer, a la luz de la bibliografía que se aporta en Aldea Vaquero, Marín Martínez y Vives Gatell, 1975, pp. 2644-2646. 8 Entre otras muchas investigaciones de la misma estudiosa sobre el asunto, véase Felipo Orts, 1993, que reúne una bibliografía de notable amplitud desde el siglo XVIII para acá.

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El primer Estudio General en toda Cataluña fue el de Lérida, fundado por Jaime II en 1300; a pesar de su vigor inicial, el tono de esta institución fue más bien discreto según se adentró en el siglo XV. Gracias a la reforma de 1575, acometida por ese gran intelectual que fue el obispo Antonio Agustín, Lérida recuperó parte de su perdido prestigio, aunque pronto daría en una marcada decadencia.Ya en el siglo XVIII, acabó fusionándose en la Universidad de Cervera junto al resto de las universidades catalanas. En relación con la empresa cultural de los Reyes Católicos, hay que atender a Barcelona, cuyos antecedentes directos llevan al Estudio General de Medicina, fundado por Martín I el Humano en 1401; no obstante, la Universidad de Barcelona sólo nace en 1450, gracias a un privilegio concedido por Alfonso V el Magnánimo por el que se permitía la fundación de un Estudio General de Artes, Teología, Derecho, Filosofía y Medicina. Los historiadores de esta institución indican, no obstante, que su primer gran impulso se lo dio Fernando el Católico; a él se debe, de hecho, la confirmación del privilegio, datada en 1487, y las ordenaciones de 1507 y 1508. En 1533, Carlos I ratificó nuevamente dicho privilegio; en 1536, en fin, la Universidad de Barcelona recibiría un segundo y definitivo empujón al iniciarse la construcción del edificio que la albergó por largo tiempo9. No es en absoluto casual que la Universidad de Santiago de Compostela surja también por esos años, con base en el Estudio de Gramática creado en 1495 por Lope Gómez de Marzoa y con la correspondiente bula de 1504 del papa Julio II, a ruego nada menos que de Diego de Muros, uno de los hombres de la Casa Real, sucesivamente vinculado a Salamanca, Valladolid y Sigüenza10. El caso de Zaragoza es de importancia menor, ya que el viejo Estudio de Arte se transformó en Estudio General entre 1474 y 1476, lo que le permitía otorgar el título de bachiller en Artes; sin embargo, la licencia para conceder los títulos de licenciado y doctor sólo le llegó en 1542, aunque en la práctica no fue así hasta 1583, año que se considera como el fundacional de facto11. Las otras cuatro universidades del siglo XVI 9

Toda la bibliografía previa queda superada por Fernández Luzón, 2005. Cabeza de León y Fernández Villamil, 1945; Justo Martín y Lucas Álvarez, 1991. 11 Los datos esenciales y el documento carolino, junto a la bibliografía relativa a esta institución, se recogen en Conmemoración del CCCL aniversario de la 10

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caen ya fuera de nuestro alcance: Granada (1526), La Laguna (1532), Oviedo (1566) o Murcia (1569). Por eso, procede ocuparse sin más dilación de la Universidad de Sigüenza, para acabar con la Universidad Complutense. La Universidad de Sigüenza surge de alguna manera en 1476, con la fundación del Colegio Grande de San Antonio de Portaceli por Juan López de Medina, arcediano de Almazán, y con la aprobación, un año después, del cardenal Mendoza; en 1483, una bula de Sixto IV aprueba sus Constituciones, promulgadas un año más tarde con arreglo al modelo de San Clemente de Bolonia y San Bartolomé de Salamanca; por fin, a petición del cardenal Mendoza, el papa Inocencio VIII, en 1489, hizo pública la bula por la que Sigüenza podía conceder todos los grados académicos en Teología y Filosofía12. El nacimiento de la Universidad Complutense dejó la de Sigüenza en una verdadera nonada, aunque su absorción sólo se produjo en 1824 por disposición del ministro de Gracia y Justicia de Fernando VII, Francisco Tadeo Calomarde. El caso de la Universidad Complutense merece tratamiento aparte, ya que constituye el gran sueño de Cisneros, a quien los Reyes Católicos —digámoslo así— dejaron hacer; antes de él, los cardenales Carrillo y Mendoza ya habían dedicado parte de su energía a ese fin. Esta institución nació sobre las débiles raíces del Estudio General fundado por Sancho IV en 1293 y con la mente puesta en el Colegio de San Clemente de Bolonia y, fundamentalmente, perseguía cimentar los estudios teológicos y los estudios filológicos ligados a la Teología, como bien señala José García Oro13; la segunda gran Facultad era la de Leyes (contra la que inicialmente luchó Cisneros), que atrapó a numerosos hombres de religión, que acababan recibiendo por lo común un título in utroque. Detrás estaba el pensamiento reformista de Cisneros y su voluntad de fortalecer la formación del clero castellano, una de las grandes obsesiones de las reformas previas; detrás tam-

Fundación de la Universidad de Zaragoza, 1542-1992, 1992; para más información, Ubieto Arteta, dir., 1983. 12 El trabajo de mayor amplitud sigue siendo el de Montiel, 1963; no obstante, en fecha reciente han visto la luz varios trabajos de importancia: Gil Peces Rata, pp. 185-188; Herrera Casado, 1989; Martínez Martínez, 1990, pp. 681-694; Fuente, 1877, ed. facsimil con una introducción de García Fraile, 1996. 13 García Oro, 2005, pp. 36-47; García Oro, 1992.

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bién está el celo de los Reyes Católicos por galvanizar a todo su pueblo a partir de un mismo ideario religioso, al ser ésta una de las claves principales de su proyecto de una monarquía fuerte en una nación fuerte. No obstante, el diseño del currículo complutense conseguía mucho más que eso, con ser lo más importante y significativo.Y es que, por añadidura, dado el énfasis en los estudios de Artes (la de Artes era siempre la primera de las tres Facultades, ya que por ella debían pasar los que luego habían de cursar Teología o Derecho), la Universidad Complutense procuraba blindar a cualquier alumno, con independencia de sus intereses a medio o largo plazo, a través de la enseñanza de la Gramática. Algunas de sus grandes novedades vendrían luego, como la apuesta por una docencia fundamentada en las tres lenguas sacras, que sólo se iniciará en 1528, al llegar al rectorado Mateo Pascual Catalán; es más, el desarrollo del proyecto propedéutico de la Complutense, con su característico método, corresponde íntegramente al reinado de Carlos I. Pero no hace falta apelar a estas fechas para demostrar que Alcalá y su Universidad caen fuera de los límites cronológicos que nos interesan, aunque la aventura de Cisneros se hubiese iniciado en 1498. Téngase en cuenta, antes de nada, que los primeros estudiantes de la que ya era propiamente una Universidad llegaron en 1508; por su parte, los 72 títulos de las Constituciones del Colegio Mayor de San Ildefonso son de 1510, mientras las de los Colegios de Pobres se promulgaron en 1517. Como hitos, hay que recordar que Antonio de Nebrija y Arnaldo Guillén de Brocar se asentaron en Alcalá por esos años; en concreto, del primero sabemos que, tras perder unas oposiciones en Salamanca, ocupó cátedra de Gramática en Alcalá en 1513; del segundo, nos consta que su magna obra sólo fue posible bajo la protección del prelado, con el apoyo económico del propio rey Fernando (de acuerdo con el privilegio del 7 de enero de 1511) y al arrimo de la Universidad Complutense (sobre este dato, aún volveré al cierre). Asimismo, en la Complutense se formaron, durante el Quinientos, muchos de los grandes pensadores de las distintas órdenes religiosas, incluida la franciscana, a pesar de que por principio esta orden rechazaba implicarse en la docencia superior; de su ligazón a la Universidad Complutense queda constancia por estar en ella el Convento de San Diego y el Colegio de San Pedro y San Pablo. En

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Alcalá, por supuesto, encontraron el caldo de cultivo idóneo los erasmistas y demás reformadores de la Iglesia en el Quinientos. Todo, no obstante, cae, como digo, lejos del año en que tenemos nuestro terminus ad quem, 1504. De la Complutense, que tomó en buena medida el relevo a Salamanca, proceden los grandes intelectuales de España, desde los años del Emperador en adelante, con Juan Ginés de Sepúlveda (1489-1573), san Ignacio de Loyola (1491-1556) o Ambrosio de Morales (15131591). En su nómina de docentes, estarán los grandes entre los grandes, con la nómina de la Políglota: Juan de Vergara ([1492-1557] que luego se daría a traducir a Aristóteles del griego al latín y acabaría como secretario de cartas latinas de Cisneros y con canonjía en la catedral de Toledo), Fernando Núñez Coronel,Alfonso de Zamora, Pablo Coronel, Alfonso de Alcalá, Demetrio Ducas, Diego López de Zúñiga y Antonio de Nebrija; en la distancia, hubo toda una cadena de colaboradores, que aportaron hasta siete manuscritos hebreos (de los que cuatro son hoy conocidos) y que lograron el préstamo de algunos valiosos códices griegos (varios llegados desde el Vaticano, gracias a León X) y latinos (como el mítico Códice de Rodas, que quedó depositado en el Colegio de San Ildefonso).Así, nos consta que Diego Ramírez de Villaescusa, obispo de Málaga, intentó sin éxito que el Colegio de San Bartolomé cediese un valioso códice para el proyecto. Tras trazar un panorama tan sucinto y, creo, claro como es el que aquí acaba, conviene hacer una primera recapitulación. Como vemos, los Reyes Católicos dinamizaron la vida académica, según se desprende del impulso que dieron a la universidad española en conjunto; sin embargo, queda también claro que, mientras vivió Isabel, Salamanca tuvo una primacía absoluta e indiscutible. En Salamanca, además, se formaron los grandes animadores de la cultura de los Reyes Católicos, con el ya citado Pedro González de Mendoza (1428-1495), cardenal primado; con fray Hernando de Talavera (14301507), arzobispo de Granada; con Diego de Deza (1443-1523), arzobispo de Sevilla y preceptor del príncipe don Juan; y, por supuesto, con el cardenal Cisneros (1436-1517). Cisneros pudo beneficiarse del magisterio de algunos de tales maestros, así como de la sabiduría de Alfonso del Madrigal (1400-1455) y de Pedro de Osma (ca. 14271480); por ello, entre las muchas ediciones animadas por el cardenal primado está la del Tostado sobre el Eusebio, que lleva el escudo cisne-

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riano y demás escudos cardenalicios en la portada. Este mítico libro vio la luz en la imprenta salmantina de Hans Gysser en 150614. Como digo, la Universidad de Salamanca, y con ella sus profesores, aparece por doquier en la vida de los Reyes Católicos y sus hijos.Y también en su muerte.Veamos, por ejemplo, quiénes constituyen el círculo de allegados que se lanzó a redactar las consolatorias a la muerte del primogénito, el llorado príncipe don Juan, acaecida en 1497. Ante la efemérides del quinto centenario del deceso, fueron viendo la luz trabajos de desigual calidad, entre los que deseo destacar el magnífico panorama de Miguel Ángel Pérez Priego15, por un lado, y la rebusca documental de Ángel Alcalá y Jacobo Sanz, por otro16. Apoyados en el magistral paseo literario del primero y en los sabios apuntes de Pedro Cátedra en torno a la consolatoria17, nuestros compañeros Tomás González Rolán, José Miguel Baños y Pilar Saquero Suárez-Somonte han dado a la luz otro trabajo fundamental, al editar todos los textos latinos de esa serie18. El primero en la nómina va Diego de Muros, un producto cien por cien salmantino, pues obtuvo el título de bachiller por Salamanca en aquellos años dorados en que, a la sazón, enseñaban Antonio de Nebrija, Diego de Deza, Pedro de Osma, Diego Ramírez de Villaescusa o Bernardino López de Carvajal; fue recibido luego como colegial del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, que acababa de crear el cardenal Mendoza; finalmente, fue nombrado catedrático en la Universidad de Sigüenza, fruto directo de los desvelos del propio Gran Cardenal, como bien sabemos; desde ahí en adelante, vendrían los cargos eclesiásticos en cascada: unos son nombramientos que lo ligan a la Casa Real; otros, obispados como el de Mondoñedo y, por fin, el de Oviedo (que ocupó hasta su muerte, acaecida en 1525).

14 Confirmo los datos de que dispongo en el magnífico vademécum de Martín Abad, 2003. 15 Pérez Priego, 1997. 16 Alcalá y Sanz, 1999. 17 Un estupendo panorama de conjunto es lo que ofrece Cátedra, 1993, pp. 1-16. 18 González Rolán, Baños y Saquero Suárez-Somonte, 2005. Aquí se recoge una bibliografía pertinente y actualizada sobre cada uno de los personajes, por lo que a ellos remito en caso de necesitar más información.

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El segundo de estos intelectuales es el ya citado Bernardino López de Carvajal (1456-1523), primero estudiante de Artes y Teología en la Universidad de Salamanca, doctor en esta última materia en 1480 y rector de dicha institución en 1481. Un año más tarde, pasaba el correspondiente rito de transición al marchar a Roma, donde gozó del favor del cardenal Mendoza, de los papas Sixto IV e Inocencio VIII y el de los propios Reyes Católicos; trabajó para ellos con cargos diplomáticos de la máxima confianza y representatividad hasta ser nombrado, sucesivamente, obispo de Astorga, Badajoz, Sigüenza, Cartagena y Plasencia; además, recibió sendos capelos cardenalicios de parte de Alejandro VI: el de los Santos Marcelino y Pedro y el de la Santa Cruz de Jerusalén. La consolatoria de López de Carvajal, escrita en romance, fue latinada por García de Bovadilla, personaje este del que se tienen escasas noticias pero que gozó igualmente de la confianza del cardenal Mendoza. Los cargos que alcanzó fueron mucho más modestos, pues lo encontramos, en una carta de 1516, como abad de Husillos (Palencia); sin embargo, el documento reviste el mayor interés, pues tiene como destinatario al cardenal Cisneros y procura convencerlo de que traiga para España a un tal Erasmo de Rotterdam, un gran sabio que, en su opinión, ayudaría muchísimo en la tarea de dar forma y editar su proyectada Biblia Políglota. De la epístola, recogida por Marcel Bataillon en su opus magnum19, se colige no sólo que García de Bovadilla estaba familiarizado con la obra del gran reformista religioso, sino que lo conocía a él personalmente, pues llega a decir: «parecido ha a muchos y aun a mí que es excelente persona». En fin, el último del grupo es Diego Ramírez de Villaescusa (14591537), estudiado, antes que nadie, por el padre Félix García Olmedo, erudito este recordado no sólo por su nacionalcatolicismo sino por su magnífica prosa y por el tino en la elección de los temas (como lo tuvo también en sus libros sobre Nebrija o Andrés Bonifacio). Diego Ramírez cursó Arte y Teología en Salamanca, para luego ocupar distintos cargos administrativos y docentes, con un primer encargo como sustituto en la cátedra de Filosofía Moral en 1478; dos años después, en 1480, opositó a la cátedra de Retórica junto a Nebrija y la ganó. Allí lo conoció Lucio Marineo Sículo, cuando llegó a Salamanca en

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Bataillon, 1966, p. 72, n. 1.

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1484 para enseñar Poesía y Retórica; de ese contacto deriva el gran piropo que le dedica como verdadero polímata y como gran gramático, capaz de hablar y escribir en latín con particular elegancia (puede leerse tanto en la versión latina original como en la castellana de De las cosas memorables de España, Alcalá de Henares, 1530, fol. 238r). Tras la universidad, vino la Casa Real, pues los Reyes Católicos recurrieron a él para acompañar a la princesa Juana en su viaje a Flandes de 1496 en calidad de capellán. Luego vendrían los agradecimientos con sucesivos episcopados: Astorga, Málaga y Cuenca, amén de la presidencia de la Chancillería de Valladolid desde 1515. Pedro Cátedra, en el trabajo ya citado, propone y los citados editores aceptan, una división entre las consolatorias escritas cerca de los Reyes y otras con un sesgo más personal, literario e incluso académico. Dentro de esta última categoría caen otros dos autores vinculados a Salamanca. El primero es un personaje menor, el burgalés Fernando del Prado o Bachiller de la Pradilla, que acabaría enseñando Gramática, Retórica y Poética en Santo Domingo de la Calzada. Resta añadir que su consolatoria va en un volumen incunable dedicado a su maestro, Antonio de Nebrija. Por su parte, manuscritas han quedado la consolatoria latina y la autotraducción llevada a cabo por él mismo de un literato de renombre, Alfonso Ortiz, bien conocido en sus Cinco tratados, libro este que gozó de la difusión de la imprenta (Sevilla, Tres Compañeros Alemanes, 1493), y aún más famoso por haber renovado la bibliografía litúrgica de la Catedral de Toledo (al ser el alma de la edición del Missale Mixtum secundum ordinem et regulam sancte ecclesie Toletane hispaniarum metropolitane, que vio la luz en las prensas toledanas de Pedro Hagenbach el 1 de junio de 1499); por el contrario, empresas eruditas hubo de este intelectual que no acabaron en ningún taller de impresor, como su traducción del Arbor vitae crucifixae Ihesu de Ubertino da Casale (Mss. 371-374 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca). Paradójicamente, se desconoce casi todo con respecto a la trayectoria vital de Ortiz. Consta, eso sí, que se doctoró in utroque por Salamanca y tenemos certeza de lo principal: que dejó todos sus libros, en número de unos mil, a esa Universidad a través de acta notarial del 1 de febrero de 1507, a pesar de que la mayor parte de su vida la pasó ligado a la Catedral de Toledo en calidad de canónigo; prestó también ocasionales servicios a la Casa Real, incluso como capellán de la propia Reina;

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además, hizo las veces de embajador de la Santa Sede en España, por lo que con frecuencia es llamado ‘el Nuncio’ 20. Curiosamente, el Argumentum libelli de la consolatoria de Ortiz se dedica a un reverendo e ilustre padre y señor tras el que Jacobo Sanz Hermida ve a Diego de Deza, obispo de Salamanca, catedrático de Teología en esa ciudad y maestro del Príncipe don Juan, hipótesis ésta que parece mucho más convincente que la de Giovanni Maria Bertini, quien identifica a Cisneros con ese aludido personaje21. A uno le encantaría tener pruebas de que otro de los grandes intelectuales, al tiempo que estupendo poeta, del círculo de los Reyes Católicos también estuvo ligado a Salamanca. Me refiero a Fray Ambrosio de Montesino, quien entre 1499 y 1501 trabajó por encargo de los Reyes romanceando la Vita Christi del cartujo alemán Ludolfo de Sajonia; sin embargo, todas las pesquisas llevadas a cabo hasta la fecha han resultado infructuosas. Por ello, tiene el mismo valor otra propuesta paralela, según la cual se habría formado en el Estudio de Toledo, del que egresaron tantos y tantos religiosos, particularmente los ligados a la Orden de los Frailes Menores. De allí, de Salamanca o de Toledo, pasó a una casa religiosa en la que los Reyes Católicos pusieron todo su empeño: San Juan de los Reyes, donde incluso dispusieron una habitación para residir allí cada cierto tiempo, lo que nunca ocurrió, según parece. En este volumen,Teresa Jiménez Calvente habla de los grandes latinistas salmantinos, Antonio de Nebrija, Lucio Marineo Sículo o Lucio Flaminio Sículo, que llevaron la institución a un punto hasta ese momento inimaginable; del mismo modo, sabemos que hacia 1490 se constituyó en Salamanca la primera cátedra de griego de España, la ocupada por el portugués Aires Barbosa, erudito formado en Italia, donde trabó amistad nada menos que con Poliziano. Con Barbosa se formó, a su vez, un relevante personaje, Hernán Núñez de Toledo, mucho más conocido por su sobrenombre de Nonio Pinciano (vale decir, de Pincia o Valladolid) o por el emblemático alias de el Comendador Griego. Éste, tras formarse en Salamanca, ganó cátedra

20 El importantísimo episodio de la entrega de su biblioteca a la Universidad de Salamanca, sin parangón hasta ese momento, ha sido estudiado por Jacobo Sanz Hermida, 1997, pp. 179-192. 21 Ortiz, 2000, p. 47, n. 23.

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de lengua griega en la Universidad Complutense en 1513; allí, cuidó la edición de las obras de San Basilio y de Demetrio Moscho en 1519, gracias a las prensas de Arnao Guillén de Brocar 22. De esta manera, de nuevo, se percibe cómo, en gran medida, Alcalá tomó el relevo a Salamanca tras la muerte de la reina Isabel y en torno al año en que falleció el rey Fernando (1516)23. Ahora que me dirijo al final de mi exposición, es el momento de recordar cierto testimonio de Alvar Gómez de Castro, extraído de su biografía del cardenal Cisneros, que refuerza la idea que he pretendido transmitir en esta visión de conjunto: Hubo por este tiempo en España un entusiasmo casi divino difundido entre muchos por fundar Universidades. Y esto, debido en parte a la situación producto de la paz […] y en parte por la providencia de Dios óptimo y máximo, que ya entonces decretaba fueran desterradas de España la barbarie y la ignorancia24.

A la luz de los datos previos, esta afirmación nada tiene de categórica; al contrario, concuerda plenamente con unos hechos históricos que ponen de manifiesto el empeño que pusieron los Reyes Católicos en dinamizar la cultura española, para bien de la nación y para bien propio; con esa finalidad, se sirvieron de las Universidades, creadas por ellos o reactivadas por ellos, de forma directa o a través de algún inte22 Para hacer honor a la verdad, hay que recordar que el Pinciano fracasó en sus aspiraciones iniciales de ocupar una cátedra en Salamanca, por lo que pasó a Alcalá, siguiendo una ruta paralela a Nebrija; sin embargo, en 1524 retornó como catedrático a Salamanca, a la que acabó donando su extraordinaria biblioteca (véase Signes Codoñer, Codoñer Merino y Domingo Malvadi, 2001). 23 Estos datos los extraigo de mi libro de 1994, pp. 93-108. 24 Cito por la traducción de Oroz Reta, 1984, p. 35. En este lugar, Gómez de Castro, al referirse a esa fiebre fundadora, habla también de la Universidad de Osuna, fundada por Juan Téllez de Girón, cuarto conde de Ureña, señor de Osuna y virrey de Nápoles; y lo hace para equivocarse, por cierto, pues este noble, nacido en 1499, vio nacer la institución en 1548.También se refiere a la Universidad de Toledo, fundada por Francisco Álvarez en 1485, aunque ésta sólo fue una casa para formación de jóvenes y clérigos pobres, que pudo dar grados, ahora sí, a partir de 1520, fuera ya del espacio cronológico que aquí importa. Por fin, la biografía de Cisneros alude a la fundación de la Universidad de Oñate por Rodrigo Mercado de Zuazola, obispo de Ávila, en 1540, por lo que de nuevo cae lejos de los años de los Reyes Católicos.

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lectual de su confianza. En paralelo, tomaron medidas para eliminar cualquier gravamen respecto de los libros importados, como vemos en diversos documentos recogidos por Elisa Ruiz, datados entre 1477 y 148025; en todas esas ocasiones, se recordó que seguía activa la disposición recogida en el Cuaderno de las alcabalas de Enrique II (1377), con arreglo a la cual quedaban exentos de pechar «armas y cavallos y potros y mulas y mulos de sylla, y de pan cozido y de libros». Se trata, como vemos, de la actualización de una disposición importantísima para la transmisión de la cultura, con el formidable auxilio de unos talleres de imprenta que, con celeridad sorprendente, iban germinando por toda la Península. Los monarcas apoyaron también la difusión de la imprenta, para lo que se sirvieron de académicos tan próximos a sí como Pedro Jiménez de Prejano, catedrático en Salamanca y deán de Toledo, delegado de los Reyes Católicos para la predicación de la cruzada y, en fin, obispo de Badajoz y luego de Coria. Él es, como dicen los expertos, el responsable de la llegada de la imprenta a Salamanca26. Si, como antes, damos el salto de Salamanca a Alcalá, obtenemos el mismo saldo. Sólo así se explica el segundo traslado de Arnao Guillén de Brocar y su taller, desde la ribera del Ebro a la del modesto Henares allá por 1511. Para ello, no sólo resultó determinante el encuentro salmantino entre Nebrija y Cisneros, acaecido en 1506: el revulsivo principal lo constituyó, sin duda, el privilegio de Fernando el Católico del 7 de enero de 1511, que confirmaba que la Casa Real correría con todos los gastos resultantes de la impresión de una serie de libros que quedaban a cargo de tan reputado maestro impresor.

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Ruiz, 2004, pp. 220-224. Ver Martín Abad, 2003, pp. 47-48.

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Ainara Herrán Martínez de San Vicente Universidad Complutense de Madrid

El mecenazgo cultural es una de las bases indispensables de la difusión y consolidación de toda expresión artística a lo largo del siglo XV castellano. La figura del mecenas, relacionada con la del promotor, el patrocinador y el patrono, se caracteriza, primeramente, por su poder y solvencia material, y, en segundo lugar, por su gusto por una determinada manifestación cultural1. En una época como la del reinado de los Reyes Católicos la combinación de estos dos factores resultaba indispensable, en un amplísimo número de casos, para que un artista pudiera desarrollar su obra.

* Esta ponencia es avance de una parte de la tesis doctoral El mecenazgo literario de la Iglesia en la época de los Reyes Católicos, que actualmente estoy llevando a cabo bajo la dirección del Prof. Nicasio Salvador Miguel, en la Universidad Complutense de Madrid, y que se enmarca en el Proyecto de Investigación, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia, La actividad literaria en la época de los Reyes Católicos (HUM2004-02841/FILO), dirigido por el mismo. Esta ponencia se basa en las primeras conclusiones de una investigación en proceso. Debido a la brevedad exigida en esta ocasión, la bibliografía que se ofrece es mínima; para una mayor información bibliográfica, remito a mi tesis doctoral. Agradezco al Prof. Salvador Miguel sus acertadas sugerencias y correcciones; en cualquier caso, todo error o imprecisión de esta ponencia debe achacarse a la autora. 1 Remito al excelente artículo de Yarza Luaces, 1992, p. 18, si bien se muestra algo escéptico con respecto a la posibilidad de que en la Edad Media existieran numerosos mecenas, estrictamente hablando, en el mundo hispánico.

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Como el profesor Salvador Miguel ha señalado en reiteradas ocasiones, la reina Isabel la Católica, a veces acompañada por su marido, otras de modo independiente a él, ejerció el mecenazgo literario como parte de su apoyo a otras manifestaciones culturales, tales como la arquitectura, las artes plásticas y la música tanto religiosa como profana 2. Su interés por toda manifestación cultural ha hecho que reiteradamente se la haya reconocido como «uno de los mayores promotores del arte hispano en la Edad Media»3. Por otro lado, a este apoyo regio debe sumársele el mecenazgo nobiliario, cada vez más evidente en el ámbito de las letras y en el que no es el momento de insistir4. Dentro de este contexto de promoción de la creación literaria, se encuentran los mecenas pertenecientes a la jerarquía eclesiástica, sostén indispensable para el desarrollo de este ámbito de la cultura. Por lo general, son tres los nombres que suelen citarse a la hora de tratar este tema: me refiero a los célebres fray Hernando de Talavera, el cardenal Mendoza y su sucesor en el arzobispado de Toledo, el cardenal Cisneros. Sin embargo, las investigaciones dedicadas a estos influyentes prelados suelen limitarse a su biografía, no en vano alcanzaron un poder político y una colaboración muy estrecha con la monarquía en situaciones y circunstancias de vital importancia para el estudio de la historia de España. Ahora bien, debe añadirse que tras estas tres ilustres figuras se encuentran otros obispos y arzobispos, algunos de ellos muy poco conocidos, pero que se preocuparon por crear dotadísimas bibliotecas en sus respectivas sedes, en donde se pueden encontrar espléndidos ejemplares, algunos de ellos, incluso, escritos por ellos mismos. El mecenazgo literario, entre los prelados de esta época, no era una actividad ejercida por unos pocos hombres de Iglesia pertene-

2

Salvador Miguel, 2004b; son indispensables, para poder apreciar el entorno en el que la reina desarrolla este patrocinio, Salvador Miguel, 2004a y 2005. Para una visión general del mecenazgo regio de Isabel, ver Alvar Ezquerra, 2002, pp. 204-211. 3 Yarza Luaces, 1993, p. 95. Este investigador también advierte de las generalidades que sobre este tema se han difundido, y la falta de datos concretos que certifiquen este interés regio; más detalles en pp. 95-100. Ver también, más recientemente,Yarza Luaces, 2005, y en concreto sobre sus libros pp. 78-92. 4 Mi compañera Marina Núñez Bespalova publica también en este volumen un capítulo a este respecto.

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cientes a una elite, sino un hecho considerablemente generalizado, llevado a cabo, por supuesto, en muy diferentes grados y ámbitos. En cuanto a los estudios que tratan el mecenazgo eclesiástico en general, prevalecen, con mucho, los relativos al apoyo económico prestado para la construcción de obras arquitectónicas. En un plano más teórico, se debe señalar la escasez de estudios que tratan el mecenazgo literario5, frente al gran número de los referentes a la teoría del mecenazgo arquitectónico y, en menor medida, pictórico. Estudios más interdisciplinares evitarían esta perspectiva limitada de los intereses de estos mecenas, y ayudarían a forjar una visión más auténtica y más personal de estos hombres, pero también más integral, y hasta universal, del arte y, por supuesto, de la literatura. Retomando las investigaciones relativas a aspectos teóricos sobre el mecenazgo en el siglo XV, y más concretamente durante la época de los Reyes Católicos, ha de advertirse que los concernientes al mecenazgo arquitectónico, que son mayoritarios, no siempre se acomodan a las características propias del literario. El proceso en el que ambos se desarrollan es bien distinto. Si bien el impulso por el gusto estético resulta similar, éste se lleva a cabo de un modo diferente: primeramente, el costo del patrocinio arquitectónico es muchísimo más alto; el material es más caro y son necesarias muchas personas involucradas en su producción, empezando por el arquitecto que diseña la casa, palacete, torreón, claustro, jardín, monasterio, etcétera, hasta el último peón u operario que trabaja en la obra6. Otra diferencia importante es que, si el mecenas busca el reconocimiento ajeno, el apoyo a los trabajos arquitectónicos le asegura la admiración de las distintas capas sociales, sean altos nobles o simples campesinos: todos ellos podrán apreciar, aunque desde diferentes perspectivas, la magnitud de un gran edificio o la belleza de un frontispicio. En contraposición, el disfrute de apadrinar una obra literaria es mucho más limitado en cuanto a número de personas se refiere. A pe5

Cabe citar las características propuestas por Salvador Miguel, 2004a, p. 76. De entre todos los proyectos artísticos apadrinados,Yarza Luaces señala —refiriéndose a la monarquía, pero también su deducción es aplicable al clero—, que el lugar idóneo para mostrar el poder del mecenas es la propia residencia, castillo o palacio, y añade que «en otro orden de cosas se encuentra la imagen que cada gobernante desea presentar de sí mismo a través de su retrato, no necesariamente veraz, sino el representativo» (2005, p. 149). 6

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sar de que nos encontramos en un momento en el que la imprenta colabora con la expansión de la palabra escrita, los lectores pertenecían a una minoría7. Podría decirse, por tanto, que la admiración hacia aquella persona que había apoyado una obra literaria se centraba esencialmente en el clero, en una parte del estamento de la nobleza, y en el cada vez más influyente grupo de los letrados8, ya que, debido a un analfabetismo bastante extendido, solamente un grupo reducido podía deleitarse con la creación literaria, y admirar, así, al patrocinador de ésta. Otra cuestión que diferencia estos dos tipos de patrocinio es la practicidad. El disfrute de haber apadrinado una construcción arqui7 Martínez Pereira constata la relación entre el incremento de las bibliotecas particulares y el número de lectores: «El libro manuscrito estuvo ligado desde sus inicios a las instituciones religiosas, a las que más tarde se unieron la nobleza y las universidades. En esos ámbitos surgieron las primeras bibliotecas: monacales, catedralicias, universitarias y nobiliarias. A finales del siglo XV la diversidad de destinatarios del libro y los potenciales lectores aumentan de forma considerable» (2003, p. 114). Chartier, por otro lado se plantea: «¿Se puede entonces definir la “modernidad” de la lectura de los años 1480-1680 a partir de la circulación de los textos impresos? Está claro que con la imprenta se ampliaron a la vez el público de los lectores y la familiaridad con los libros [...]. Facilitando la multiplicación de los ejemplares, las ediciones en pequeño formato, las traducciones a las lenguas vulgares, la imprenta aseguró la difusión de los textos clásicos y sabios más allá de los medios restringidos que solían leerlos en la cultura manuscrita», 2003, p. 145. En contraposición, Cavallo & Chartier, opinan que «la primera “revolución de la lectura” de la Edad Moderna fue, pues, totalmente independiente de la revolución técnica que en el siglo XV modificó la producción del libro. Arraigó sin duda más hondo en la mutación que en los siglos XII y XIII transformó la fundación misma de lo escrito, cuando al modelo monástico de la escritura, que asignaba a lo escrito un cometido de conservación y memorización grandemente asociada de toda lectura, le sucedió el modelo escolástico de la escritura que transformó al libro a la vez en objeto y a la vez en instrumento de la labor intelectual. Sea cual fuere su origen, la oposición entre lectura necesariamente oralizada y lectura posiblemente silenciosa marca un corte capital […]. Por consiguiente, la revolución en el leer fue anterior a la del libro, puesto que la posibilidad de lectura en silencio fue muy anterior a mediados del siglo XV, por lo menos para los lectores cultos, clérigos de iglesia o notables seglares. Su nuevo modo de considerar y manejar lo escrito no ha de ser, por consiguiente, imputado de manera demasiado apresurada únicamente a la innovación técnica (el invento de la imprenta)» (1998, pp. 39-40). 8 Sobre este incipiente estamento de los letrados, véase Maravall, 1966; características más generales de los mismos y sobre su papel en el siglo XIV en Moxó, 1976.

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tectónica incluía una funcionalidad, ya que solía usarse como vivienda para el mecenas o su familia, como sepulcro, Colegio Mayor, o bien como parte de las estancias de un convento perteneciente a una congregación afín al patrocinador. Sobre el mecenazgo arquitectónico de obras religiosas, debe tenerse en cuenta que las teorías cristianas de la época no alentaban la ostentación de las fortunas acumuladas, y solo se encomiaba la riqueza si ésta se usaba con fines caritativos; por ello, la caridad de los grandes señores podría traducirse en la construcción de iglesias, monasterios y demás. A pesar de que «un componente devocional sincero, no va reñido con la voluntad de poner de manifiesto el prestigio social de un individuo o de una familia o situaciones parejas»9, era más aconsejable llevar a cabo este tipo de caridad de manera anónima. Sin embargo, los escudos de armas y en algunos casos las inscripciones esculpidas en estas construcciones revelaban el origen del dinero con el que se habían financiado; por esta razón, «las capillas celebraban los logros, las esperanzas y los temores de sus patronos, y no los talentos creativos de sus artistas»10. Es evidente que, en muchos casos, tanto las representaciones arquitectónicas como las literarias traducían los gustos de aquel poderoso que las costeaba, y ambas fueron, igualmente, un distintivo de la elite social. El mecenazgo era, sin duda, un símbolo de poder, se aplicara a la disciplina que se aplicara, y uno de sus fines era el de manifestar una condición socio-económica boyante. Pero éste se basa más a menudo en el simple hecho del goce estético si se lleva a cabo en el ámbito de la literatura que si se realiza sobre cuestiones arquitectónicas, debido a la funcionalidad y la grandiosidad espacial de estas últimas.Yarza Luaces especifica que «indefinibles efluvios estéticos son más constantes o claros entre lo que se destina para consumo propio que cuando se busca preferentemente otro espectador»11, lo que, de nuevo, sería más aplicable a la literatura que a la arquitectura. Una vez enumeradas brevemente algunas de las particularidades más destacables del mecenazgo literario, centrémonos a continuación en datos más concretos de los grandes hombres de Iglesia en la época de los Reyes Católicos. En lo referente a la relación entre estos be-

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Yarza Luaces, 1992, p. 39. Hollingsworth, 2002, p. 11. 11 Yarza Luaces, 1992, p. 21. 10

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nefactores y el objeto o individuo sobre el que se ejerce este tipo de patrocinio, se debe señalar que, en más ocasiones de las que nos gustaría, dicho vínculo es difícil de establecer. Desgraciadamente, en la mayoría de los casos, resultan inescrutables las alusiones a transacciones económicas, dependencia social, o a lo que se puede denominar «amistad instrumental»12. Por lo general, es el propio autor quien ofrece la mayor parte de la información sobre las circunstancias en las que se desarrolló esta relación de mecenazgo13. Por esta razón, el estudio de las dedicatorias y prólogos suele proporcionar ciertos datos significativos, siempre rodeados de predecibles recursos retóricos que hay que sortear. La dedicatoria, definida por Ruiz García como «el más antiguo de los preliminares literarios», tiene su origen morfológico en el género epistolar, y gozó de un especial auge durante el reinado de los Reyes Católicos14.

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Wolf divide la amistad en dos clases: la expresiva o emocional, que satisface las necesidades emocionales de los integrantes, y la instrumental, en la que la búsqueda del acceso a los recursos —naturales o sociales— es un elemento consustancial; en este tipo de amistad, «cada uno de los componentes de la misma actúa como potencial eslabón de conexión con otras personas del exterior. Cada uno de los amigos es promotor del otro», 1990, p. 30. En el entorno que nos ocupa suele darse cuando el autor de la obra o composición poética pertenece, al igual que el mecenas, a un estamento elevado, bien nobiliario, bien religioso. Ejemplos de ello son las estrenas de Gómez Manrique dedicadas al arzobispo Carrillo, y el Confutatorium errorum, de Pero Ximénez de Préxano, obispo de Badajoz y de Coria, escrito por mandato del mismo arzobispo. 13 Sobre los medios para ahondar en el mecenazgo literario de la Reina Católica y la necesidad de, en ocasiones, deducir indirectamente dicho patrocinio, Salvador Miguel, 2004b, pp. 78-79. 14 Esta misma profesora indica que mediante la dedicatoria se «contribuye a ensalzar al receptor y, además, a encumbrar el producto dedicado, con lo cual ambos quedan investidos del prestigio puesto en juego por las dos partes. El evidente interés de la operación explica su pervivencia y extensión a lo largo de la historia del libro. En el siglo XV esta práctica no es ajena a los escritores “palaçianos” ya que encajaba perfectamente con los ideales cortesanos del momento. En principio, el camino a seguir era presentar previamente el ms. —ultimado o en ciernes— al dedicatario, quien habría de dar luego su consentimiento si juzgaba a la obra como digna de tal honor. Como es natural la tramitación se facilitaba si el autor pertenecía al círculo próximo al monarca [...]. Sin duda alguna, la política cultural de los Reyes Católicos favoreció este género de prestaciones que también servía a la causa de su imagen como mecenas y protectores del libro [...]. El contenido de estas piezas se caracteriza por responder a un esquema

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Tal y como habíamos adelantado, entre aquellos prelados que ejercieron el mecenazgo a título individual se encuentran tanto personajes muy conocidos como otros que no lo son tanto, y a los que no se les han dedicado ni la atención ni los exhaustivos estudios merecidos. En cualquier caso, hallamos, durante el reinado de los Reyes Católicos y en los años circundantes, un grupo numeroso de obispos y arzobispos —también algún maestre de las Órdenes militares— que amparó la producción literaria en diferente medida, se interesó por las letras en general o apoyó en algún momento de su vida a un autor, mediante el impulso de su obra, el ofrecimiento de trabajo a su servicio, o directamente el mantenimiento económico a cambio de, entre otros, un ensalzamiento personal o de propaganda ideológica dentro de su obra literaria.Veamos a continuación las características más relevantes de estos eclesiásticos. Uno de los rasgos diferenciadores de estos mecenas pertenecientes al clero, frente a los patrocinadores literarios que se incluyen dentro de otros sectores, es el de su formación intelectual. El auge de las Universidades y la decisión de los Reyes Católicos de dar prioridad en los puestos influyentes a prelados con una formación intelectual15 conforman varias generaciones de obispos universitarios16. Hablamos

estereotipado: la generosidad y grandeza del magnate se equiparan a la lealtad y buen servicio del vasallo» (Ruiz García, 1999, pp. 310-311). 15 Los Reyes Católicos mantuvieron ciertas exigencias al proveer los obispados: la primera, el que estos prelados fueran «naturales de sus reinos»; que se tratara de «personas íntegras y honestas, que diesen seguridad de conservar durante toda su vida la dignidad episcopal a la altura, al menos, que exigían las Decretales»; la tercera exigencia consistía en «dar los obispados a eclesiásticos salidos del pueblo y de la clase media»; y el último y cuarto criterio, que fueran letrados, Azcona, 1960, p. 203, 206, 216, 224 y ss.Ver también, para una amplia visión al respecto, Soto Rábanos, 1993. 16 García Oro propone que eclesiásticos como el cardenal Mendoza, fray Hernando de Talavera, el cardenal Cisneros y fray Diego de Deza «tienen en común la formación universitaria en un momento en que la Universidad salmantina comienza a aceptar el estilo y el gusto de los humanistas, la atracción de letrados y literatos que en su respectivas casas forman verdaderas cortes literarias, el mecenazgo académico y librario en gran escala en fundaciones de gran futuro, como el Colegio de Santa Cruz de Valladolid, las instituciones escolares del nueva Iglesia de Granada y sobre todo el gran complejo académico y cultural que surge en Alcalá». La importancia de estos prelados en el campo de la difusión literaria y del establecimiento de las Universidades es tal que «a ellos deben los

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de hombres culturalmente instruidos, acostumbrados a la lectura y conocedores bien de autores clásicos, bien de los que escriben en romance; años de riguroso estudio han hecho surgir en ellos la ambición de difundir tanto su propia idea del saber como la de apoyar aquellas obras literarias que ellos consideran provechosas. Es destacable también que algunos de estos prelados universitarios incluso llegaron a escribir y publicar obras de diferente temática. El mecenazgo literario, por tanto, formaría parte de una inclinación por la divulgación de la palabra escrita, tanto propia como ajena. Algunos de los ejemplos de esto son fray Hernando de Talavera, Pedro González de Mendoza, Juan Rodríguez de Fonseca, Diego de Muros y, por supuesto, Francisco Ximénez de Cisneros. Tal y como citamos anteriormente, todo mecenas debe tener una economía suficientemente próspera como para permitirse generosas inversiones en la manifestación artística escogida para ejercer su patronazgo. En contraposición a los mecenas de otras esferas, los jerarcas de la Iglesia tenían, por lo general, este aspecto financiero asegurado por dos vías: gran parte de los prelados que ocupaban las sedes económicamente mejor dotadas de Castilla solía proceder de familias nobles con un patrimonio más que considerable; a esto hay que añadir

Reyes la mayor parte de sus ideas y proyectos en el campo de los libros y de la literatura romance y por su iniciativa consideraron los soberanos que realizaban ellos mismos su propia obra, como se evidencia en el caso de la Universidad de Alcalá de Henares» (García Oro, 1995, p. 12). Sobre el colegio de Santa Cruz, se recomienda Sobaler, 1987, y Villalba Ruiz de Toledo, 1988, pp. 144-163; para una información detallada del de San Cecilio de Granada, Martín Hernández, 1960; el ambiente universitario de la época en Alcalá, en García Oro, 1992, pp. 77 y ss. También cabría citar a aquellos prelados educados en el colegio de San Bartolomé, entre los que destacan Juan Arias Dávila, Pero Ximénez de Préxano, Diego Ramírez de Villaescusa y Fernando de Valdés. En palabras de Azcona, «esta pléyade de sabios prelados, salidos de san Bartolomé, no desaparecerá en los siglos sucesivos, aunque irá disminuyendo notablemente al llegar a la madurez los otros colegios Mayores […]; nunca tuvieron miras estrechas y mezquinas de un mal entendido orgullo de colegio que había presidido su educación, sino que fueron los primeros en fundar otros nuevos colegios y en ejercer el mecenazgo cultural que no ha existido en ninguna otra época de la historia de España» (1960, pp. 225 y 226). El profesor Gómez Moreno presenta en este volumen un excelente artículo sobre las Universidades durante la época de los Reyes Católicos, donde se constata la gran aportación de los prelados castellanos para la gestación y desarrollo de las mismas durante estos años.

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los beneficios que obtenían, así como la adscripción a diferentes iglesias y capillas17. El ejemplo más representativo es el de los arzobispos de Toledo, cuya diócesis «era, con mucho, la sede más rica de España», y hasta «tenía una de las rentas más abultadas de Europa»18. De entre los ocupantes de la silla toledana, destaca por su origen familiar Pedro González de Mendoza, hijo del Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, cuyas rentas han sido valoradas por Villalba Ruiz de Toledo19. Pasando ya al objeto del patrocinio de estos mecenas, consideramos oportuno comenzar con la imprenta. En numerosos casos, la instauración de ésta se debe al interés de estos eclesiásticos, preocupados por la utilidad de la misma a la hora de difundir textos afines a su interpretación de la doctrina. No hay que olvidar que fue en 1472, muy poco antes de la subida al trono de Fernando e Isabel, cuando el obispo segoviano Juan Arias Dávila se encargó de implantar el primer taller tipográfico en España.Arias Dávila hizo que el impresor Juan Párix 17 Ladero Quesada propone que el clero castellano obtenía sus ingresos por varios medios: «Sin duda, el más importante era el diezmo eclesiástico, cuando se estudia la fiscalidad del clero secular, pero no el único. Cuentan también las primicias, “obvenciones”, “pie de altar” y otros tipos de limosna. Y, además, tienen importancia las rentas procedentes de bienes inmuebles —fincas, casas, molinos, hornos— que tanto las iglesias seculares como, en especial, los monasterios, tienen en propiedad, como consecuencia de donaciones y también de compras o trueques. Es, por ejemplo, frecuente la donación de bienes raíces por parte de laicos para que con su renta se provea al rezo de “memorias” y “aniversarios” por difuntos, o a la dotación completa de capillas funerarias con su sacerdote capellán al frente» (pp. 195-196). 18 Villalba Ruiz de Toledo, 1988, p. 196; las rentas del arzobispado toledano, en pp. 196-199. Este investigador concluye que «Toledo se convirtió en el mayor destinatario de la fortuna del cardenal Mendoza, pues el Hospital de Santa Cruz fue nombrado […] heredero universal y el cabildo su patrono y administrador». Se recomienda Franco Silva, 1982; también resultan significativas las cifras recogidas en el cuadro ofrecido por Ladero Quesada, 1982, p. 197. Lucio Marineo Sículo ya anotó la magnificencia de la sede toledana; del arzobispo de Toledo escribió que «es de muy gran autoridad y primado de las Españas/ y la segunda persona después el rey/ no solamente en dignidad mas también en vasallos y villas muy principales más de quince muy populosas/ y otros muchos lugares pequeños. De lo cual todo y sus rentas y diezmos tiene más de ochenta mil ducados de renta cada año. Y los otros beneficiarios de la misma iglesia tienen entre todos cada un año ciento y tantas mil» (Marineo Sículo, 2004, p. 52). 19 Villalba Ruiz de Toledo, 1988, pp. 212-239.

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de Heildelberg estableciera sus prensas en Segovia, con un primer objetivo pastoral, y otro docente después20. La impresión del Sinodal de Aguilafuente, cuyo honor de ser el primer impreso español ya no es discutido21, fue el resultado de la reunión sinodal presidida por este obispo, entre el 1 y el 10 de junio de 1472. La Dra. Ruiz García señala otros nombres de eclesiásticos próximos a la Corona que promovieron la empresa tipográfica castellana; además del arzobispo de Ávila y Granada, cita, evidentemente, a Cisneros, y continúa con fray Diego de Deza, fray Ambrosio de Montesino, Alfonso de Palencia y Rodrigo Fernández de Santaella22. Martín Abad, por su parte, considera que el auténtico mecenas de la imprenta fue el cardenal Cisneros, y añade que lo fue «casi en solitario»; cita, también a otros dos protectores de tal invento en el reino aragonés, que fueron Alfonso de Aragón —hijo natural de Fernando el Católico y obispo de Zaragoza—, y Pedro de Cardona —obispo de Barcelona23—. Sin intentar restar un ápice a la labor de mecenazgo y de promoción cultural del famoso cardenal Cisneros, particularmente a lo tocante a la imprenta de Alcalá y a su Universidad, nos resistimos a tenerle por el único prelado preocupado por el establecimiento de talleres tipográficos que pudieran servir en la labor doctrinal de la Iglesia. Algunos jerarcas eclesiásticos, a título particular, vieron en las prensas el método idóneo para hacer llegar su palabra a un público lector cada vez mayor, pero también supieron apreciar lo que tenía de negocio24.Varios monasterios fundaron imprentas dentro de sus recintos, gra-

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Obispo de Segovia entre 1461 y 1497, de origen familiar converso (era hijo del famoso Diego Arias Dávila, contador mayor del Rey Enrique IV), su «extraordinaria influencia […] en la cultura del momento lo convierte en uno de los grandes humanistas españoles», López Díez, 1998, p. 275. 21 Son muy aclaratorios Odriozola, 1974, Labandeira, 1977, y más reciente Reyes Gómez, 2004. 22 Ruiz García, 2004, p. 223, nota 461. 23 Martín Abad, 2003, p. 162. Norton ya refleja una opinión similar, 1997, p. 197. 24 La Iglesia fue pionera en este sentido, y se «anticipó al poder civil en crear unos cauces de expansión y de hábil explotación del nuevo instrumento, ya que sus jerarquías fueron conscientes de la utilidad de un medio idóneo para atender los fines de proselitismo propios de su misión. Los testimonios más antiguos conocidos son de temática religiosa», Ruiz García, 2004, p. 217.

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cias a las cuales conseguían cierto sustento económico. Buen ejemplo de esto último es el monasterio de Nuestra Señora de Prado de Valladolid. Fray Hernando de Talavera, por entonces prior de dicho monasterio y confesor de la reina, se valió de su influencia en la corte para interceder por el establecimiento de una imprenta en el recinto; consiguió la ayuda material necesaria, además de ciertos privilegios de edición de bulas25. Otro monasterio que imprimía bulas con las que procurarse cierta financiación era el de San Pedro Mártir de Toledo. Ambos monasterios surten primeramente a la Península Ibérica, y a otros lugares de Europa, pero años más tarde también lo harán a América26. Resulta evidente que durante los primeros años de la imprenta «en el reino de Castilla, como en el resto de España, la Iglesia es sin duda uno, si no el mejor, cliente potencial del período»27. El caso más evidente que niega la tan reiterada exclusividad de Cisneros como único mecenas de la imprenta tal vez sea, como decimos, el de Talavera28. Si bien ambos vieron una herramienta poderosa en esta nueva tecnología de difusión de la información, en lo concerniente a los métodos evangelizadores y de conversión estaban irreconciliablemente enfrentados29. La imprenta fue un método sacralizador y difusor de un ideario, al servicio del poder, un método moderno que la Iglesia, y algunos eclesiásticos, como Cisneros y Talavera, supieron hacer suyo, a título personal30. 25

Actualmente estoy preparando un estudio que ofrezca más detalles sobre la labor de Hernando de Talavera como mecenas de las imprentas de Valladolid y Granada; esperamos aclarar ciertos errores hasta la fecha no solventados e incidir en esta faceta tan importante de fray Hernando como patrocinador literario. 26 López Vidriero y Cátedra 1998, p. 23. 27 López Vidriero y Cátedra 1998, p. 12. 28 El mecenazgo de Talavera se certifica al comprobar que la mayoría de los libros salidos de las planchas granadinas durante la permanencia de Talavera en la sede van dedicadas a él, incluso algunas de ellas llevan grabados en madera con la representación de su mecenazgo (el autor ofrece el libro al arzobispo), su escudo, y en el caso de la Breve y provechosa doctrina, su firma. Remito a mi próximo artículo para más detalles. 29 Sobre sus procedimientos opuestos, véase Herrero del Collado, 2001, y Suberbiola Martínez, 1985, especialmente pp. 182-195. 30 Tal y como ya Haebler constató, «conocemos sobre todo miembros del alto clero, abates, obispos y arzobispos, que como autores costearon ellos mismos la publicación de sus obras, o que tomaron a su cargo el hacer imprimir obras de otros», Haebler, 1902, p. 3.

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A continuación nos centraremos en los textos dedicados a estos prelados preocupados por el patrocinio literario durante la época de los Reyes Católicos. Recordamos que las relaciones entre autor-mecenas son muy heterogéneas, y que las características de éstas suelen deducirse a partir de los exordios. Nos encontramos con obras dirigidas a arzobispos en las que se solicita amparo y sustento económico; igualmente, se suele demandar ayuda en la difusión de la obra, o bien protección contra las malas críticas; también hay otras con las que se agradece al mecenas el patrocinio que le está ofreciendo en ese momento, o en las que se recuerda a posteriori la ayuda prestada por un promotor ya fallecido; otros autores justifican su obra explicando las circunstancias en las que el prelado solicitó la redacción de la misma, y esperan, una vez cumplido el encargo, algún tipo de beneficio, aunque sea de modo simbólico; otros textos, a modo de excepción, tan sólo incluyen una breve dedicatoria, en la que se prescinde de prólogo o epístola nuncupatoria alguna, omitiendo así los motivos y circunstancias de su composición. En cuanto a la lengua utilizada por estos autores, pese a lo que en un principio se podría pensar, nos encontramos con un cuantioso corpus literario en lengua romance. A pesar de que el clero fuese un colectivo caracterizado por su conocimiento del latín, es destacable la gran cantidad de obras que se les dedican en castellano. Del mismo modo, resulta llamativo que algunos de estos autores que dirigen sus textos en romance a mecenas de la Iglesia o que piden su patrocinio mediante una dedicatoria, son destacados latinistas —como Pero Díaz de Toledo, Antonio de Nebrija y Diego Guillén de Ávila, por ejemplo—, o incluso se jactan de su capacidad de componer en latín —como Alfonso de Toledo—. Las razones que llevan a estos literatos a componer en lengua romance y buscar amparo en un patrocinador que, por otro lado, domina al igual que ellos el latín, son, en nuestra opinión, la difusión31 y, también, el auge de la escritura en lengua romance.

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Alfonso de Toledo, en su dedicatoria al arzobispo de Toledo Alfonso Carrillo y Acuña, dice: «Pues yo si esta obra en lengua latina e de estilo retórico ordenara, puesto que para ello ciencia tuviera, non se pudieran della aprovechar salvo Vuestra Señoría e los otros letrados de vuestra casa; e así non tan largamente vuestra benignísima condición hubiera ni alcanzara vuestro optado deseo. E por esta razón, que todos, así letrados como non letrados hubiesen parte por mano de Vuestra Señoría,

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Pero el interés que estaba gestándose por las lenguas vulgares no excluía la creación de literatura en latín. Para el autor de obras latinas era una opción excelente dirigirlas a un grupo de lectores que supieran apreciarlas y entenderlas, teniendo como inmejorable intermediario a un prelado que lo amparara. Dos temáticas destacan entre estas obras en latín: por un lado, la religiosa, y por otro, las gramáticas y vocabularios. En cuanto al primer grupo, son subrayables algunos textos, algo anteriores al comienzo del reinado de los Reyes Católicos, pero que trataban temas todavía candentes durante el último tercio del siglo XV, y que se dedican a prelados de gran influencia tanto durante el ascenso de Isabel al trono de Castilla como en los años posteriores. Nos referimos, por ejemplo, al Breue Reprehensorium aduersos quosdam fratres religiosos, del bachiller Gutierre de Palma, o al Lumen ad revelationem gentium, de fray Alonso de Oropesa.Ambos libros están dedicados a Alfonso Carrillo y Acuña, arzobispo de Toledo, y tratan polémicas cuestiones sobre los conversos. En lo relativo a la segunda temática predominante, se ha de citar, por supuesto, a Alfonso de Palencia y a Antonio de Nebrija32. Ambos dedicaron una parte considerable de sus obras a prelados, quienes, a su vez, los acogieron en sus casas, llegando, en el caso de Nebrija, a permanecer alrededor de veinte años junto a Juan de Estúñiga, último maestre de la Orden de Alcántara, arzobispo de Sevilla, e indiscutible promotor literario. En cuanto a las traducciones del latín al romance, podemos citar a este respecto también al maestro Nebrija33, quien, durante la época

concluí deberla ordenar en plano estilo e dictar en lengua materna. Ca cierto es que muy más fácil fuera a mí dictar en latín» (Invencionario, p. 15). Se ha modernizado la ortografía y la puntuación; la cursiva es nuestra. 32 No está de más citar a Andrés Gutiérrez de Cerezo, discípulo de Nebrija en Salamanca, cuya Gramática latina, dedicada al obispo de Burgos, Luis de Acuña, fue el primer incunable burgalés.Ver Gutiérrez de Cerezo, 1998 y Gutiérrez, 2000; la crítica no ha prestado especial atención a este obispo bibliófilo, salvo López Martínez 1960 y 1961. 33 Como una evidencia más de la presencia y relevancia del mecenazgo eclesiástico, podría añadirse que la cuantiosa producción de Nebrija ejemplificaría a la perfección todas y cada una de las características de este tipo de promoción literaria. Durante toda su carrera se vio amparado por poderosos prelados, tales como Alfonso de Fonseca el Viejo, fray Hernando de Talavera, el cardenal Mendoza, el ya citado Juan de Estúñiga, Juan Rodríguez de Fonseca y el cardenal Cisneros.

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que redacta el Lexicon ex sermone latino in hispaniensem (Diccionario latino-español) y su Dictionarium ex hispaniensi in latinum sermonen (Diccionario español-latino), estaba siendo patrocinado por dicho maestre de Alcántara34. Entre las obras trasladadas al castellano, nos gustaría citar también una obra algo anterior, poco conocida, y que presenta algunas complicaciones a la hora de establecer quién es el traductor y a qué arzobispo se dedica. Resulta, pues, un buen ejemplo de las dificultades con las que nos enfrentamos a la hora de definir las relaciones mecenáticas. Nos referimos al Compendio abreviado de la Historia de Ultramar de Jerusalem, manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de España, y que fue «sacado por mandado del muy magnífico señor D. Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla». Se trata de una traducción y abreviación de la historia de Jerusalén redactada en latín por Baudri de Bourgueil, arzobispo de Dol, Francia. Esta versión se la atribuye el Licenciado Cañizares, personaje difícil de rastrear35. Pero éste no es el único problema que plantea este compendio, ya que fueron dos los arzobispos de Sevilla llamados Alonso de Fonseca, tío y sobrino, conocidos también como «el Viejo» y «el Joven». Durante alrededor de cuatro años (1460-1464) ambos prelados se intercambiaron las sedes de Sevilla y Santiago, por lo que, si aceptamos que se escribió en la década de los sesenta del siglo XV36, tío y sobrino pudieron ser los dedicatarios de esta obra. Esperamos que investigaciones posteriores puedan dar solución a este interrogante, ya que estos dos arzobispos Fonseca fueron mecenas de diferentes

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Sobre las traducciones de Nebrija, Abellán Giral señala que éste «nunca traduce textos de otros autores. Sus únicas traducciones son de textos propios: las ya citadas Introductiones latinae, y los prólogos a su Lexicon ex sermone latino in hispaniensem (Diccionario latino-español) y a su Dictionarium ex hispaniensi in latinum sermonen (Diccionario español-latino). Nebrija es particularmente fiel en sus traducciones, como puede verse en los textos. Es importante recordar que, mientras que para las Introductiones se sabe que el texto inicial fue escrito en latín, para los prólogos a los diccionarios no es posible afirmar en cuál de las dos lenguas escribió primero el texto» (1995, p. 165). 35 ¿Podría tratarse de Diego de Cañizares, traductor al castellano de la Historia de septem sapientibus? No sería descabellada esta teoría, si, por otro lado, aceptamos la interpretación que Cátedra, 1995, realiza de la Epístola de consolaçión, embiada al reverendo señor Prothonotario de Çigüenza, con su respuesta (c. 1469), también traducidas por Diego de Cañizares. 36 Domínguez Prieto, 2000-2001, pp. 703-707.

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manifestaciones literarias, y averiguar la relación que pudieron mantener con el proceso de traducción de esta obra ayudaría a perfilar mejor los intereses culturales de ambos religiosos. En lo que atañe a los temas y géneros que tratan las obras en castellano dedicadas a eclesiásticos durante esta época, es destacable su variedad. Predominan las composiciones en prosa, con lo que apenas encontramos algunos decires alegóricos, concretamente dedicados al arzobispo Alfonso Carrillo; nos referimos a las Suplicaciones de Pedro Guillén de Segovia y la Obra compuesta por Diego Guillén de Ávila, canónigo de Palencia, redactada tras la muerte del arzobispo de Toledo y solicitada por el sobrino de éste, obispo de Pamplona. Carrillo promovió un grupo de literatos que desarrollaron su actividad poética e intelectual en torno a él, lo que deducimos a partir de un estudio minucioso de las preguntas y respuestas intercambiadas entre estos vates y de los diferentes debates poéticos que mantuvieron. Sin embargo, no encontramos más composiciones poéticas dedicadas a él salvo las citadas y unas estrenas de Gómez Manrique. Debido a que en este estudio nos ceñimos a aquellas obras expresamente destinadas a prelados, emplazamos nuestras conclusiones sobre esta otra vertiente del mecenazgo para otra ocasión37. Dentro de los textos prosísticos, resultan sugestivas las obras de Domingo Marcos Durán, quien compuso tres libros de canto, y es, en palabras de Odriozola, «el primero que va a utilizar el recién nacido arte de la imprenta para divulgar la ciencia musical»38. El primer incunable que publicó Durán, titulado Lux Bella, en Sevilla, 1492, se lo ofreció al obispo Pero Ximénez de Préxano39. Los prelados a los que 37 Adelantamos algunas ideas en Herrán Martínez de San Vicente (en prensa), matizando a Moreno Hernández, quien ha tratado ampliamente este tema del «círculo de Carrillo», 1985, 1986-1987, y Guillén de Segovia, 1989. 38 Odriozola, 1960, p. 30. Los dos primeros tratados son de canto llano y el tercero, de canto de órgano o canto mensurable: «El canto llano es el canto gregoriano, esto es, el específico de la liturgia de la Iglesia de Roma, que es monofónico y no mensurado y que habría sido codificado por San Gregorio Magno en su breve pontificado (590-604) […]. La expresión deriva del latín cantus planus, que se refiere al ritmo no mensurable y a la monofonía gregoriana para distinguirlos del ritmo medido y de la polifonía, que se denomina cantus mensuratus o figuratus», Durán, 1998, p. 9. 39 Ya citado en este estudio como autor que demanda el respaldo de un prelado de jerarquía superior, y que en este caso representa el papel de mecenas. «El he-

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van dirigidos los otros dos tratados de este autor plantean de nuevo algunas dudas, relativas, una vez más, a la anteriormente citada familia de los Fonseca. La crítica parece coincidir en que el destinatario del Commento sobre Lux Bella, publicado en Salamanca en 1498, es Alonso de Fonseca III, hijo del arzobispo de Santiago del mismo nombre, conocido como «el Joven». En el Commento, Durán se refiere a este tercer Fonseca, quien sucederá a su padre en la sede de Santiago, como «muy virtuoso caballero magnífico Señor Don Alonso de Fonseca»40; en el caso de que se refiriera al padre, con quien puede confundírsele en esta dedicatoria, lo haría con el cargo de arzobispo de Santiago, sencillamente con el de arzobispo o, al menos, aludiría a su estado de alto eclesiástico41. En cuanto al contenido, el Commento es un extenso comentario de su obra anterior, «que no era más que una relación escueta y enumerativa de reglas de canto y composición»42; ambos tratados deben leercho de que dedique su primer apartado a Pedro Jiménez de Préxamo, obispo de Coria de 1489 a 1495 (†), ha hecho pensar que su primera formación la recibiera como seise y cantor de la catedral cauriense, lo cual es muy probable, dada la cercanía de Garrovillas y su gran tradición musical, de donde con frecuencia se elegían seises para la capilla de música. Sin embargo no hay que desechar otros motivos claros para justificar dicha dedicatoria, ya que Domingo Ximénez, antes de ser obispo de Badajoz y Coria había sido profesor de Teología en la Universidad de Salamanca, mientras Domingo Marcos Durán estudiaba allí», Durán, 2002, pp.7-8; creemos que la editora ha confundido el nombre de Francisco con el de Domingo. 40 Durán, 1998, p. 73. Alonso de Fonseca III obtendrá el arzobispado de Santiago y posteriormente de Toledo. Con el tiempo, este poderoso prelado será famoso por encarnar el prototipo de mecenas renacentista. Se trata ya de una época que no nos atañe, pero, debido a su relevancia durante los años posteriores al reinado de los Reyes Católicos, citaremos algunas de las obras que se le dedican: Juan de Oria, Tractatus de inmortalitate anime, Salamanca, 1518; Álvaro Gutiérrez de Torres, El sumario de las maravillosas y espantables cosas que en el mundo han acontecido, Toledo, 1524; Diego de Sagredo, Medidas del Romano, Toledo, 1526; Alfonso de Zamora, Gramática Hebrea, Alcalá 1526; el impresor Miguel de Eguía le dedica varias obras de Erasmo en 1525, 1528 y 1530. Se debe subrayar que mantuvo cierta relación con Erasmo de Róterdam, y que éste le llegó a dirigir una edición de las obras de San Agustín. 41 Coinciden en que este Fonseca III es el destinatario de la obra Odriozola, 1960; Sendín Calabuig, 1977; Durán, 1998; Barrios Manzano, 1999; Durán, 2002. Como puede apreciarse, es una opinión bastante establecida que los dos últimos tratados de Durán estaban dedicados a la misma persona. 42 Durán, 1998, p. 9.

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se de manera conjunta, y deben considerarse como «extraordinariamente relevantes para la historia de la teoría musical y para la historia del libro y de la imprenta musical»43. La última obra de Durán lleva por título Súmula de canto de órgano, contrapunto y composición vocal y instrumental: práctica y especulativa; fue publicada en Salamanca, sin año, aunque es posible que apareciera entre 1502 y 1506, pero nunca más tarde de 150744. En cualquier caso, se considera el tratado castellano más antiguo dedicado a la polifonía, el primero que en España incluye polifonía impresa45. En lo relativo al destinatario de la obra, se ha considerado, de modo generalizado, que se trataba del mismo Fonseca III46, a pesar de que Durán se refiere a su protector como arzobispo de Santiago, y este Fonseca todavía no lo era. El hijo sucedió en dicha sede al padre, pero, tal y como señala Vázquez Bertomeu, a la luz de la documentación de la que actualmente se dispone, la cronología de sus episcopados evidencia que no puede referirse a Fonseca III, sino a su padre, quien todavía era arzobispo de Santiago47. Otro tipo de obras en prosa que ejemplifican perfectamente cómo estos hombres de Iglesia anhelaban la fama y el reconocimiento son las crónicas particulares. Éstas pueden, a su vez, entenderse como textos biográficos, teniendo en cuenta que «el desarrollo de la biografía y el retrato constituye una de las manifestaciones más destacadas de las transformaciones que experimenta la historiografía castellana en la Baja Edad Media»48. Muestra de ello son los Hechos del arzobispo de Toledo, don Alonso Carrillo, de Pedro Guillén de Segovia, y la Vida e historia del Maestre de Alcántara, don Alonso de Monroy, de Alonso de Maldonado. Ha de tenerse en cuenta la evolución del género cronístico hacia una memoria más individual, ya que los «biógrafos» de estos jerarcas eclesiásticos, debido a la ausencia de modelos previos,

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Ob. cit., p. 10. Ob. cit., p. 10. 45 Ob. cit., pp. 10-11. 46 Odriozola, 1960; Sendín Calabuig, 1977; Durán, 1998; Barrios Manzano, 1999; Durán, 2002. 47 Vazquez Bertomeu, 2002, p. 72 y nota 250; ya adelantaba estaba opinión en 2000, p. 113. 48 Fernández Gallardo, 2006, p. 423. 44

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hubieron de recurrir a diversos expedientes formales que encauzaran la aspiración a la fama de sus comitentes. Los prólogos, en la medida en que pretenden la justificación del texto, delatan esa suerte de desorientación en las ocasionales indicaciones sobre los moldes discursivos que se toman como referencia49.

Las dos biografías arriba citadas tienen a prelados por protagonistas, y preceden, por tanto, a otras dos obras de temática bien distinta. Guillén de Segovia redacta para el arzobispo Carrillo el tratado poético de La gaya ciencia, y Maldonado dedica al maestre de Alcántara una traducción de Apiano. Para Beltrán, ambas obras son claros ejemplos de que los procedimientos cronísticos rígidos empiezan a no ser útiles «para la narración de biografías independientes, que se abren paso, buscando el amparo del accessus retórico y la excusa de otros procedimientos doctrinales»50. Para finalizar con estos breves ejemplos sobre la diversidad temática de las obras dedicadas a prelados, aludiremos al astrólogo judío Abraham Zacut, quien redacta un tratado de astrología para su mecenas Juan de Estúñiga. Antes de pertenecer a su corte literaria, durante su estancia en Salamanca, es posible que fuera protegido del obispo Gonzalo de Vivero, aunque hay diversas opiniones al respecto51. Posteriormente residió en Extremadura, bajo la protección de dicho maestre de Alcántara, primero en Gata, Cáceres, y después en La Serena, Badajoz. En la corte literaria de este prelado estará en contacto con Nebrija, y dedicará a Juan de Estúñiga, en 1486, su obra Tratado breve en las influencias del cielo, seguido de De los eclipses del sol y de la luna. Ambos textos «se pueden definir como una mezcla de lo que se llamó Astrología natural y Astrología judiciaria», pero siempre siguiendo a la escuela alfonsí; esto hace que se le haya considerado, 49

Ob. cit., p. 426. Y continúa: «“Piensa el symple leedor” que el poeta quiere presentar un prontuario como La Gaya, o introducir una traducción de Apiano, y se encuentra con que, dirigiendo su mira hacia aquel punto “a do non paresçía tyrar”, el poeta le “ministra loores” de Alonso Carrillo o “loores” de Alonso de Monroy. Esta novedad no es específica de la historia, no de la ficción, sino de la biografía caballeresca y no humanista en general. Aunque en el caso de las biografías históricas, por sus importantes derivaciones socio-literarias, tendrá tal vez una mayor trascendencia», Beltrán Llavador, 1997, p. 277. 51 Las recogen Chabás & Goldstein, 2000, pp. 7-8. 50

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dentro de la ciencia astrológica, en la misma órbita de Regiomontano, Purbachio y Copérnico52. A lo largo de estas líneas se ha realizado un breve repaso por los rasgos característicos del mecenazgo de los jerarcas eclesiásticos durante la época de los Reyes Católicos, y se han enumerado, brevemente, algunas obras destacables que han sido dedicadas a estos prelados. Ante las diferentes posibilidades de clasificar estos textos se ha optado por señalar la lengua utilizada (latín o castellano), y si se trataba de una traducción. Tras constatar el predominio de los textos en prosa frente a las composiciones en verso, se han apuntado algunos de los temas y géneros que tratan estas obras, a saber: gramáticas, vocabularios y temas polémicos relativos a la ortodoxia religiosa, dentro de las obras en latín; tratados musicales, poéticos y astrológicos, biografías individuales y la adaptación de una Historia de Ultramar, en castellano. Reiteramos que el estudio de los exordios es el método más directo para conocer la relación entre un autor y un mecenas literario, pero que pueden darse casos en los que hombres de Iglesia preocupados por las letras no reciban su agradecimiento mediante el ofrecimiento expreso de una obra. Estas relaciones de mecenazgo son más difíciles de rastrear, pero no han de obviarse, por tanto, otro tipo de recursos para interpretar este tipo de patrocinio; hemos constatado otro tipo de relaciones mecenáticas gracias al manejo de otras fuentes alternativas a los textos expresamente dedicados, y esperamos poder presentar nuestras conclusiones al respecto en próximas publicaciones.

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Cobos Bueno, 2001, p. 16.

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MAESTROS DE LATINIDAD EN LA CORTE DE LOS REYES CATÓLICOS: ¿UN IDEAL DE VIDA O UNA VIDA FRUSTRADA?

Teresa Jiménez Calvente Universidad de Alcalá

Cuando el Profesor Salvador Miguel me invitó a participar en este coloquio, me sugirió también el tema de mi ponencia: maestros de latinidad en la corte de los Reyes Católicos, un asunto que me obliga a tocar, siquiera someramente, materias que atañen a otros colegas participantes en este encuentro, por lo que, desde este momento, pido disculpas por mis intromisiones. De todos modos, en lugar de repasar la nómina de docentes, me ha parecido más interesante responder a algunas cuestiones generales: ¿quiénes eran esos maestros de latinidad en la corte?, ¿cuál era su función?, ¿qué esperaban de ellos los monarcas?, ¿para qué los utilizaban?, ¿fue su vida en la corte un medio adecuado para colmar sus aspiraciones eruditas? En otras palabras, la presencia contrastada de esos maestros en el espacio cortesano sugiere un entorno en el que las letras y, en particular, el latín formaban ya parte de la sociedad, deseosa de acercarse de alguna manera a una nueva realidad cultural. Así, tras la pista de esos maestros y eruditos que compartieron morada con los reyes, se percibe más nítido un periodo de nuestra historia sumamente atractivo. En estos últimos años, hemos asistido a un amplio resurgir de los estudios sobre los Reyes Católicos, en especial sobre Isabel, en coincidencia con el aniversario de su muerte en el 20041. En muchos ca-

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En este sentido, basta echar un vistazo a los dos volúmenes dirigidos por Ladero Quesada, 2004. También resulta muy útil su trabajo de 2006.

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sos, estos trabajos se inscriben en el marco general de revisión minuciosa de nuestro pasado, incluso del más reciente, en que los Reyes Católicos se convirtieron en el símbolo más relevante de una España unida. Cualquiera que sea la perspectiva política adoptada en estos estudios, hay una cierta unanimidad en destacar el admirable papel desempeñado por los monarcas en la andadura que llevó a España a convertirse en uno de los primeros estados modernos. Los cantos a una edad de oro, ya en su propio tiempo, han calado hondo en nuestra percepción del pasado y han logrado atemperar nuestro proverbial pesimismo, que ha desenfocado no pocas veces el estudio de los hechos pretéritos2. Con todo, si pretendemos ser objetivos, hemos de abogar por un justo equilibrio, que eluda el exceso de alabanzas y de críticas. Desde nuestra privilegiada atalaya, con los documentos en la mano y los estudios recientes de muy relevantes historiadores y filólogos, parece adecuado señalar que, como dice Suárez3, los Reyes Católicos suponen un punto y seguido en un largo proceso cuyos inicios hay que situar, cuando menos, en las primeras décadas del siglo XV (Juan II de Castilla, Enrique IV y la propia Isabel representan diferentes escalones en un devenir histórico que respondía a las inquietudes y tendencias políticas propias de la Europa de entonces). En este sentido y en atención al título de mi intervención, voy a centrarme en unos personajes cercanos a los monarcas que contribuyeron al desarrollo cultural de un capítulo de nuestra historia poco frecuentado. A este respecto, hago mías las opiniones expresadas por O. Di Camillo en su «Humanism in Spain», dentro del excelente panorama, todavía no superado, Renaissance Humanism. Foundations, Forms and Legacy (1988, p. 56). Ahí, este erudito se queja de que muchos historiadores y críticos literarios hayan prestado escasa atención a este tiempo intermedio que va desde el final de la Edad Media a los deslumbrantes Siglos de Oro: los presupuestos impregnados de romanticismo de Menéndez Pidal y su preferencia por la Edad Media —en la que, según su opinión, se revelan las claves del carácter español—, la impronta del opus magnum de Bataillon con su persecución del erasmismo (omnipresente en las primeras décadas del siglo XVI) y la im2 Sobre el mito de la Edad de Oro en la España de los Reyes Católicos, ver Gómez Moreno y Jiménez Calvente, 2002. 3 Entre la abultadísima bibliografía de Suárez sobre los Reyes Católicos y su tiempo, ver, 2000.

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portancia de una rica escuela filológica volcada en el estudio del Barroco (otra vez más, identificado como un periodo capaz de definir lo español por sus tintes exagerados y excesivos) han influido, y mucho, en la forma en que nos hemos acercado a nuestra historia literaria y cultural: With Menéndez Pidal’s emphasis on the Middle Ages and Dámaso Alonso’s reappraisal of the Baroque period, all attention has shifted to centuries that fall outside the chronological limits of humanism.Two other dominant trends, one initiated by Marcel Bataillon’s investigations into Erasmian spirituality, the other by Américo Castro’s preoccupation with the problem of the conversos, had also overshadowed humanism and contributed to reducing it to a problem of minor importance.

Hora es ya, pues, de intentar comprender y contemplar esa misma historia con otros ojos, por más que, como señalan algunos críticos, los hombres del siglo XX (y quizás también los del siglo XXI) seamos aún deudores del Romanticismo, bajo cuyo prisma seguimos analizando los datos de un puzzle difícil de completar en todas sus piezas. Por ese motivo, eliminados prejuicios añejos, antes de centrarme en esos magistri, vale resaltar algunos aspectos básicos de un periodo marcado por un innegable resurgir cultural y literario, influido sin lugar a dudas por los aires que soplaban de Italia. Haré aquí mías las tesis de A. Gómez Moreno (1994), donde pone de manifiesto los primeros contactos italo-españoles y sus fructíferas consecuencias, que dibujan una situación más favorable de lo que muchos habían supuesto4. No cabe duda de que, sobre este asunto, las opiniones se encuentran enfrentadas y todavía son muchos los que lamentan el pobre estado de nuestra erudición filológica en aquellos años (estamos ante el eterno problema del vaso medio vacío o medio lleno). Sin embargo, si atendemos al fenómeno del Humanismo con una mayor generosidad, es innegable que la España del siglo XV no fue sorda ni ciega ante los deslumbrantes desarrollos italianos.Vale aquí recordar las apre-

4 Además del libro de Gómez Moreno, en los últimos tiempos han aparecido otros interesantes trabajos que abordan el estudio de este periodo en España. Entre éstos, habría que destacar la monografía de Ynduráin, 1994; la edición revisada del célebre volumen de Gil, 1997; y los panoramas generales ofrecidos por Lawrance, 1990, y Coroleu, 1998, pp. 295-330.

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ciaciones de P. Burke5 sobre la difusión del Humanismo a lo largo de Europa: «lo que encontramos no es la simple exportación de los modelos italianos al extranjero, sino su reconstrucción y el desarrollo de formas híbridas, que se podrían describir como malas interpretaciones (desde el punto de vista italiano), o como adaptaciones creativas» (p. 63). En otras palabras, frente a servil imitatio, lo que encontramos las más de las veces es aemulatio, el deseo de encajar, adaptar e incluso superar las novedades venidas de Italia. De lo que no hay dudas es de que el Humanismo, un movimiento cultural y literario nacido en Italia, se difundió al resto de Europa gracias al comercio, los viajes, los contactos políticos y las relaciones personales entre gentes interesadas por el estudio o, simplemente, por las necesidades prácticas. Así las cosas, es fácil llegar a la conclusión de que, a finales del siglo XV, España, una potencia emergente con fuertes intereses en la Península Itálica, hubo de tener un conocimiento temprano y directo de algunos principios promovidos por el Humanismo, que pronto adoptó y adaptó a sus propias condiciones socioculturales. Este proceso de inmersión cultural, que arrancó en las primeras décadas del siglo XV, mantuvo un crecimiento constante y produjo alguno de sus frutos más señalados en la época de los Reyes Católicos. En este peculiar contexto, cabría preguntarse qué grupos o estamentos sociales participaron activamente en esta renovación, y quiénes fueron los profesionales encargados de satisfacer esa demanda social de mayor cultura: por un lado, estaban los monarcas y la nobleza, de la que no excluyo a algunos de los más altos prelados; es más, los príncipes de la iglesia desempeñaron un papel primordial en la difusión de algunas de las nuevas tendencias culturales provenientes de Europa; entre ellas, habría que destacar la buena acogida de algunos movimientos de reforma, que incidían en la necesidad de disponer de un clero más formado y fiel a las reglas6; sobre este particular, como han recordado recientemente T. González Rolán, J. M. Baños y P. Saquero en su excelente estudio (2005), no hay que olvidar que muchos de los colaboradores más directos de los Reyes Católicos perte-

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Cf. Burke, 1993. El opúsculo de García Asensio (2000), sigue siendo una obra muy esclarecedora y útil, cuya lectura resulta complementaria a lo ya señalado por Bataillon (1950). 6

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necieron al círculo del Cardenal Mendoza, constituido por clérigos «muy cualificados en el ámbito universitario» (p. 66). Otro grupo importante era el de los letrados y los oficiales públicos, cada vez más demandados para satisfacer las necesidades específicas de las tareas de gobierno y colmar, de paso, la curiosidad intelectual despertada entre los más poderosos. Este último grupo, formado por laicos y por religiosos, había pasado por las aulas universitarias y se convirtió en promotor directo del cambio, pues era muy permeable a las novedades que llegaban de Italia, bien por pura necesidad (tenían que escribir un latín acorde con los nuevos presupuestos estéticos vigentes tanto en la curia como en las cancillerías europeas), bien por un sincero interés personal. En definitiva, unos tenían los conocimientos y otros podían favorecerlos gracias a su apoyo económico y social. Entre los que poseían la ciencia necesaria estaban, por supuesto, aquellos que venían desde Italia atraídos por las posibilidades que ofrecía una España emergente (vale recordar aquí el caso de Pedro Mártir de Anglería, quien, desde el principio, manifestó su intención de participar directamente en la guerra de Granada, deseo que vio satisfecho, según refleja en su nutrida correspondencia); otros eran de aquí y, como se ha señalado, constituían una nueva clase que, en muchas ocasiones, había adquirido sus conocimientos en las universidades y estudios. A este respecto, vale la pena reflexionar sobre el papel de tales instituciones, pues, a pesar de las proclamas generalizadas de muchos humanistas contra ciertos centros universitarios, sus planes de estudio y sus docentes, la universidad en su conjunto no fue ajena a ese proceso de renovación; más aún, me atrevería a decir que, en muchos puntos de Europa, sirvió como núcleo irradiador de las nuevas tendencias; así, algunos eruditos, tras pasar por Italia, volvieron a sus países de origen y se incardinaron en el engranaje universitario. Pienso en Nebrija y en su llegada a Salamanca, o el propio Lucio Marineo Sículo, que, venido a España de la mano del Almirante don Fadrique Enríquez en 1484, pasó doce años enseñando Retórica y Poesía en la misma universidad salmantina. Allí estaba también Lucio Marineo Sículo, que impartía docencia sobre Plinio el Viejo. También se paseó por la Universidad de Salamanca Pedro Mártir de Anglería, quien leyó allí unas conferencias sobre Juvenal, con tal afluencia de público que tuvo que abrirse paso a empujones (epist. 57). Más adelante, ya en el siglo XVI, gracias al em-

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peño singular de Cisneros, la Universidad de Alcalá se convirtió en un núcleo importante para la difusión de un nuevo canon de estudios en España y América. Una vez más, no podemos olvidar lo señalado por O. di Camillo7 acerca de la situación de la enseñanza en Salamanca, la primera de las universidades españolas, y en otros centros más modestos, donde la disciplina fundamental fue el Derecho (ambos derechos, el civil y el canónico). Frente a lo que pudiera pensarse, el estudio de la Teología sólo se introdujo en pleno siglo XV, momento que coincidió con el repunte de muchas instituciones universitarias y estudios gracias al apoyo expreso de los soberanos: «la ausencia de una facultad de Teología significa que en España la lógica escolástica no tuvo la misma preeminencia que tuvo en otras universidades del norte de Europa, facilitando así el ascenso de la retórica». A este panorama hay que sumar los tempranos contactos con Bolonia, gracias al célebre Colegio de San Clemente, fundado por el Cardenal Albornoz en 1367, y con otros puntos de Italia, en especial con la curia romana, que favorecieron una lenta pero inexorable transformación de los estudios del trivium: la Retórica fue ganando puestos en detrimento de la Dialéctica; a su vez, este interés por la retórica clásica (fundamentalmente, por Cicerón) trajo aparejada la revitalización de la Filosofía Moral y, poco después, de la Historia y la Poesía. Apelo, una vez más, al ejemplo de Lucio Marineo Sículo y sus cátedras salmantinas, sin olvidar por supuesto al grande de los grandes: Nebrija, que ocupó esa misma cátedra de Retórica y otra en la que leía a Plinio el Viejo, para, más tarde, opositar a la de Gramática, de acuerdo con su predilección por esa materia, en línea con la postura mantenida por humanistas italianos de la talla de Valla o Poliziano8. Así, además de los tradicionales estudios de Leyes o de Teología, la Gramática (por supuesto, la de la lengua latina) recibió un fuerte impulso al extenderse la idea de que saber latín era indispensable para una buena educación. Por ello, la época se caracterizó por la proliferación de manuales gramaticales, en los que los métodos tradicionales

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Cf. Di Camillo, 1988, p. 60. Sobre Nebrija sigue siendo fundamental la obra de Olmedo, 1942. Para su bibliografía es preciso consultar Odriozola, 1946. Más reciente es la preparada por Esparza y Niederehe, 1999. 8

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heredados de la Edad Media se combinaban con otros supuestamente más novedosos, que prometían enseñar latín con el menor esfuerzo9. El fin último de esta enseñanza era adquirir los rudimentos básicos de la lengua del Lacio para lograr una correcta expresión escrita y hablada, y el acceso directo a un rico caudal literario, cada vez más nutrido gracias a los nuevos métodos de búsqueda y edición de textos clásicos. De todos modos, cuando no era posible acercarse a los textos en su versión original, siempre se podía recurrir a las traducciones (un fenómeno muy extendido en España, como se ha puesto de manifiesto en múltiples ocasiones al hablar del llamado ‘humanismo vernáculo’)10. Por ese motivo, cuando Nebrija dedica su Gramática de la lengua castellana11 a la reina Isabel, junto a otros aspectos favorables, destaca que esta obra podrá servir para que los hombres deseen estudiar «gramática latina, porque después que sintieren bien el arte del castellano, lo cual no será mui dificile porque es sobre la lengua que ia ellos sienten, cuando passaren al latín no avrá cosa tan escura que no se les haga mui ligera». Esta misma idea había alentado las famosas Introductiones latinae de 1488, en las que se contraponían el texto latino y el romance, pues, como había señalado el confesor de la reina, Hernando de Talavera, las religiosas podrían aprender de ese modo latín y leer personalmente algunos libros fundamentales para su instrucción religiosa12. En ambos casos, Nebrija reconoce el papel desempeñado por la reina en esa promoción del saber, un elemento clave en una sociedad en la que los monarcas habían alcanzado el estatus de modelos ideales, como bien recordó Juan de Lucena en un pasaje especialmente celebrado de la Epístola exhortatoria a las letras:

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Para la enseñanza de la Gramática en el Renacimiento, ver Percival, 1988, pp. 67-83; y Jensen, 1998, pp. 93-114. Muy revelador e interesante resulta el libro de Black, 2001. 10 La bibliografía sobre las diferentes traducciones de los textos clásicos a las diversas lenguas romances se ha incrementado de manera notable en los últimos años desde el ya clásico trabajo de Russell, 1985. Más recientes son los trabajos de Serés, 1997; Courcelles, 1998; o González Rolán, Moreno Hernández y Saquero, 2000. 11 Cf. Nebrija, 1992, p. 107. 12 Sobre la fecha de publicación de esta edición de las Introductiones en que se contrapone el latín y el romance, ver Rico, 1980, pp. 59-94.

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¿Non vedes cuántos comienzan a aprender admirando su realeza? Lo que los reyes hacen, bueno o malo, todos lo ensayamos de hacer. Si es bueno por aplacer a nos mesmos y si malo por aplacer a ellos. Jugaba el rey, éramos todos tahúres; studia la reina, somos agora studiantes.

En esta misma idea insisten una y otra vez los espejos de príncipes, en los que se alude a la metáfora del rey como cabeza o alma de un cuerpo formado por los súbditos; vale recordar aquí las palabras de Diego de Valera al rey Fernando en su Doctrinal de Príncipes, en que, con el apoyo en diversos auctores y exempla, se insiste en la necesidad de que los reyes, modelos indiscutibles para los demás, sean sabios13: Así los antiguos príncipes que grandes fechos fisieron se dieron mucho a la ciencia e trabajaron de aver maestros muy sabios, donde se lee que el emperador Trajano ovo por maestro a Plutarco, e Nero César a Séneca e Octaviano a Cleandro e Alixandre a Aristóteles ... El César así mesmo fue muy gran orador, del qual escrive Suetonio en el libro de Los doce Césares que todas las cosas dignas de memoria que de día fasía, de noche las escrivía ... Del enperador Theodosio se lee que fue gran letrado e comúnmente estudiava e ni por ciencia el exercicio de las armas dexava, ni por las armas las ciencias.

Por toda Europa había triunfado el modelo de un rey sabio, que, a su vez, hacía sabios a sus súbditos; por ello no es de extrañar que la reina Isabel se ocupase no sólo de favorecer la difusión del saber entre los miembros de su corte, sino también de aprender latín, como recuerdan algunos cronistas (Pulgar o Marineo); para ello, hubo de recurrir a la ayuda de Beatriz Galindo (como reza en las cuentas del tesorero Baeza)14; y según parece, avanzó lo bastante en ese campo como para entender a los embajadores extranjeros, según refieren las crónicas (Pulgar, cap. VII)15: «Aunque ocupada de graves y muchos negocios, puso tanta diligencia en saberla [la lengua latina] que podía entender los embaxadores y oradores latinos, y transferir en lenguaje 13

Cito por la edición de Penna, 1959, vol. I, p. 181. Sobre Beatriz Galindo, ver Matilla Tascón, 2000; Márquez de la Plata y Ferrándiz, 2005; y Arroyal, Cruces Blanco y Martín Palma, 2006, pp. 299-324. 15 Cf. Hernando del Pulgar, Chrónica de los muy altos y esclarecidos Reyes Cathólicos Don Hernando y Doña Isabel (cito por la edición facsímil de esa obra aparecida en Zaragoza, 1987). 14

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castellano». Tampoco podemos olvidar su bibliofilia, como ha puesto de manifiesto Elisa Ruiz (2004), que nos presenta a una soberana amante de los libros y, por ende, aficionada a la lectura. En cuanto al rey, aunque nadie le niega perspicacia política (recuérdese que su figura fue fuente de inspiración para algunos tratados sobre el príncipe ideal), no parece que estuviese tan inclinado al estudio, aunque supo sacar partido de los hombres de letras que tuvo a su alrededor (Pulgar, cap. IV)16: Siendo de siete años, començó aprender letras, según la costumbre de España; dio señales de excelente ingenio y gran memoria, aunque la malicia de los tiempos y de la cruel fortuna, la embidia, apartó de las buenas letras el bivo ingenio del príncipe, bien aparejado a ellas; entrando en la grammática, se despertó aquella guerra...; por esta ocasión, quitado dellas, començó a traer las armas...No pudo siendo ya grande darse al estudio, todavía ayudado de las fuerças de su buen ingenio y conversación de varones doctos, salió tan sabio y prudente como si fuera de muy doctos maestros enseñado.

Con tales padres, no es de extrañar que los jóvenes príncipes, tanto el heredero como sus hermanas, recibieran una cuidada educación, como señala Luis Vives en su De christiana femina, cap. 417: Nuestra época ha visto a las cuatro eruditas hijas de la reina Isabel que antes mencioné. Por doquier en esta tierra, no sin alabanzas ni admiración, me hablan de que Juana, la esposa de Felipe, madre de nuestro Carlos, respondió sin titubear en latín a los embajadores latinos, que, según la costumbre, vienen de las diferentes ciudades ante los nuevos príncipes. Lo mismo cuentan los ingleses de su reina, la hermana de Juana. Lo mismo de las otras dos que murieron en Portugal.

Si las princesas recibieron una educación acorde a su rango, con mayor esmero aún se cuidó la del joven príncipe Don Juan, como revela Fernández de Oviedo en su Libro de la Cámara Real del Príncipe Don Juan18; allí se nos describe una ‘especie de colegio’ inventado por 16

Cf. Hernando del Pulgar, ob. cit. Traduzco el texto de Vives que ofrece Clemencín, 1821, pp. 382-386. 18 Existe una reciente edición de este texto preparada por Fabregat Barrios, 2006 (se puede acceder a la obra en http://parnaseo.uv.es/Editorial/CamaraReal/INDEX.htm). Agradezco a H. Gassó que me haya facilitado este dato. 17

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la Reina Isabel, formado por «diez caballeros, cinco de edad madura y cinco jóvenes», en palabras de Clemencín19. Fernández de Oviedo, a instancias de Carlos V, recupera sus recuerdos sobre la casa del príncipe y ofrece un detallado cuadro de esa corte paralela, nutrida por un buen puñado de servidores, cuyo único deber era atender al joven heredero en su vida diaria. En la descripción de los diferentes cargos allí desempeñados dedica unas pocas palabras a Diego Deza, llamado por la reina para encargarse de la educación de su vástago. El cronista refiere, además, cómo la soberana se ocupó de que también los pajes que habían de servir al príncipe reunieran buenas condiciones, como demuestran los casos de Pedro Fajardo, marqués de Vélez, Pedro Fernández de Córdoba, marqués de Priego, Pedro Girón, de la casa de Ureña, Fadrique Henríquez de Rivera, marqués de Tarifa, o García de Toledo, heredero de la Casa de Alba. Precisamente, en este entorno vivió el milanés Pedro Mártir de Anglería, que, ávido de fama y fortuna, entró al servicio de los monarcas en torno a 1487; tras concluir la guerra de Granada, después de cambiar la coraza por la ropa talar y la adarga por el libro de horas (epist. 100), hubo de atender a la educación de los jóvenes palaciegos, lo que le llevó a afirmar años más tarde que «casi todos los hombres principales de Castilla han bebido de mis ubres literarias» (epist. 652). De hecho, en su epístola 115 refiere a su corresponsal cómo desarrolla su labor docente cada día20: Tengo todo el día la casa llena de bulliciosos jóvenes de la nobleza, que dando de mano a los frívolos devaneos, a los que —como muy bien sabéis— estaban acostumbrados desde pequeños, poco a poco se van volviendo hacia las letras y ya están convencidos de que éstas, lejos de ser un estorbo [...], son más bien eficaces auxiliares para la profesión de las armas [...]. Cada uno trae a su ayo para que escuchen las explicaciones y luego en casa se las repasen y repitan conforme a mi método.

Precisamente el italiano Lucio Marineo visitó la casa de Mártir, descrita en una de sus cartas (epis.V 15) como una lujosa morada en la que, mientras los sirvientes atendían a sus labores domésticas, el maestro se calentaba junto al fuego; allí pudo comprobar que su ami19

Cf. Clemencín, 1821, pp. 382-386. Cito las cartas de Mártir de Anglería a partir de la traducción castellana de López de Toro, 1953-1957. 20

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go disfrutaba de una posición holgada y que, entre sus pertenencias, había un buen número de libros, algunos de ellos salidos de su propia pluma21: Entro en su morada. Mientras unos sirvientes de Mártir preparan los cubiertos, otros disponen la mesa y Mártir se calienta junto al fuego, yo paseo solo por el comedor y deseoso de curiosear en las cosas de Mártir entro en su dormitorio, cuyas puertas estaban abiertas, recorriendo y escudriñando con mi vista todo el aposento. Una vez que hube inspeccionado lo suficiente todos los rincones y lados, me acerqué a un lecho que estaba cubierto con unos cobertores de seda y púrpura. Allí delante del mismo lecho y bajo la estructura de la cama se mostraba abierta un arca elegantísima, trabajada con gran esmero, cuidado y arte extremo. En un rincón veo oro y plata en no poca cantidad; en el otro, libros, muchos y bien ordenados; en el medio, otros muchos objetos valiosos, todo mal guardado y pésimamente custodiado, cosas que habrían podido inducir a cometer un robo o un hurto incluso a los hombres más santos.

Pero Mártir no sólo enseñó letras, pues pronto sirvió a los reyes como embajador ante el Sultán de Egipto (1501), una actividad que relata con detalle en su Legatio Babylonica; ya entonces se había convertido en un improvisado cronista a través de sus cartas, que escribía y coleccionaba con profusión. En muchas de ellas daba cuenta de las novedades recién descubiertas al otro lado del Océano: estas cartas las reunió y publicó conformando una verdadera crónica de Indias, cuya primera década dio a conocer en Sevilla en 1511 con la participación de Antonio de Nebrija, que también firma una segunda edición, con tres décadas, en Alcalá de Henares en 1516. La obra sólo apareció completa, con ocho décadas, en la edición complutense de 1530. En ese mismo año, vio la luz en las mismas prensas complutenses su Epistolario, un venero inagotable de datos, pues sus cartas, en opinión de Juan de Vergara, secretario del cardenal Cisneros, podían ser consideradas ‘ciertos y claros memoriales’ sobre el reinado de los Reyes Católicos y la revuelta comunera. Con el tiempo, Mártir fue nombrado capellán de la reina Juana, protonotario apostólico, miembro del Consejo Real y

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He preferido ofrecer una traducción al castellano de las cartas de Marineo que se citan de aquí en adelante basándome en el texto latino ofrecido en mi edición del epistolario de este humanista (ver Jiménez Calvente, 2001).

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del Consejo de Indias, y abad de Jamaica, aunque nunca llegó a conocer a esa ‘paradisíaca esposa’. En este entorno cortesano creado por los monarcas, no es de extrañar que otros muchos allegados manifestasen de un modo u otro su interés por la cultura. Basta echar una ojeada al epistolario de Lucio Marineo Sículo, al que antes he aludido, publicado en Valladolid en 1514, para comprobar este aserto: no sólo los monarcas se interesaron por la erudición (y ocioso es decir que se sirvieron de esos intelectuales con fines propagandísticos o prácticos), también otros servidores de menor rango mostraron sus deseos de aprender y, sobre todo, de que sus hijos aprendieran. Ante esa demanda, los hombres de letras encontraron un marco propicio para la reivindicación de su valía: en la sociedad se habían creado unas necesidades (las relativas al alimento del espíritu) que sólo ellos podían satisfacer. Por lo general, las proclamas de muchos escritores sirvieron para destacar el importante papel de rétores, maestros y poetas al lado de los imperatores Romani y, por analogía, de los soberanos en general (a este respecto, hemos visto ya lo que Valera le señalaba al rey Fernando). En otras palabras, se produjo un ennoblecimiento del mecenazgo como un instrumento útil para garantizar una fama futura, otro de los ideales arraigados con fuerza en la sociedad europea del siglo XV. Por ello, el italiano Lucio Marineo Sículo no dudó en dirigirse al rey Fernando para pedirle dinero y otium, elementos imprescindibles para escribir la biografía del rey Juan II que el propio Fernando le había encomendado (epist. I, 5): Un espíritu libre de angustias, mi altísimo rey, forja, como dice un poeta satírico, escritores y vates egregios, pues es preciso que quienes se esfuerzan en lograr algo perfecto y digno de alabanza dejen a un lado las tribulaciones y apliquen su mente únicamente a la realización perfecta de su obra [...]. Por eso, con gran sabiduría, César Octaviano libró al poeta Virgilio, al que había encargado escribir las gestas de sus mayores, de toda preocupación relativa a la búsqueda de alimento o a la adquisición de un patrimonio. Éste, dotado de talento y conocimientos, cubiertas todas sus necesidades, y libre de cualquier preocupación y perturbación de espíritu o de cuerpo, apartado del trato continuado con otros individuos y de las visitas, compuso aquella obra sobre las glorias de César y de Eneas, que nadie ha podido igualar casi en mil quinientos años. Éste, aunque de conocimientos y talento muy sobresalientes, no habría cantado las armas y las luchas de los héroes con aquella tuba y con la sublime

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majestuosidad de su canto, si no hubiera tenido cubiertas sus necesidades básicas. [...] Mira, por tanto, mi poderosísimo rey, por tu historiador Sículo y ayúdale en esas cosas necesarias para que las gestas de tu padre, Juan, invictísimo rey de Aragón y de Sicilia, que son muchas y totalmente dignas de inmortalidad, escritas en latín, como conviene, logren memoria eterna.

En definitiva, la vida contemplativa dedicada a las letras (el otium cum litteris recomendado por Séneca) pudo desarrollarse con más o menos tropiezos en las cortes regias o nobiliarias, que imponían sus propias reglas. Allí también existían peligros, pues no hay que olvidar que el interés de muchos nobles por las letras tenía una impronta clara de diletantismo cultural, que exigía un tipo de obras muy concretas. Esto no sólo sucedió en España, pues el francés Ravisio Textor (1480-1524) se queja de eso mismo en sus cartas22, en las que deja traslucir que para el amante de las letras sólo había dos caminos: la docencia y la iglesia, que en ocasiones podían ir unidas, pues el que entraba al servicio de un noble corría el peligro de convertirse en un simple adulador (epist. 67) o de perder su virtud (epist. 86 y 120). A estos elementos perturbadores habría que añadir alguno más, pues la burocracia y las labores diplomáticas, que con frecuencia recaían en estos individuos, se convirtieron en verdaderos obstáculos para el desarrollo de esa vertiente erudita que tanto les gustaba. Sus quejas a este respecto revelan que, más allá de enseñar latín, debían atender a otras tareas, como hacer de poetas ocasionales y de oradores, sin olvidar su posible faceta como cronistas (oficiales o no).Ya he citado el caso de Mártir, pero no está de más recordar a Alejandro Geraldini, tutor de las infantas, nombrado en 1520 obispo de Santo Domingo, en recompensa a sus muchos servicios (entre otras cosas, fue embajador de los soberanos ante el Papa Inocencio VIII). La vida del siciliano Lucio Marineo, que sirvió con lealtad a los reyes españoles hasta su muerte en 1536, ofrece buen ejemplo de todas estas circunstancias. Tras una dilatada estancia en Salamanca, Marineo quiso dejar a un lado las clases para optar a un modo de vida que parecía más adecuado para lograr fama como escritor. De todos

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Sobre este erudito francés y su ideal docente, que deja plasmado en su epistolario, ver Jiménez Calvente, en prensa.

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es conocida la dureza de la vida del docente (no está de más recordar el proverbial absentismo laboral de Nebrija, que le deparó no pocos quebraderos de cabeza), pues, aunque esta ocupación permitía cierta libertad, el verdadero reconocimiento sólo se conseguía en el entorno cortesano; así, Cataldo Parisio, por aquel entonces en la corte portuguesa de Juan II, aconsejaba a su amigo Marineo seguir a la corte (epist.V, 17, 2): Si deseas riquezas, dirígete a la riquísima ciudad de Venecia y muere allí. Si aspiras a la gloria, la fama y ese brevísimo humo que es propio de los poetas, sigue a los reyes o, al menos, a su curia. Pero hazlo tras ser requerido de alguna manera, no por propia voluntad.

Por supuesto, el siciliano le hizo caso, como se colige por sus propias palabras: «siguiendo tu consejo, marcharé junto al rey Fernando y la reina Isabel, príncipes poderosísimos, que me han llamado por medio de cartas y emisarios, no sin antes proponerme un puesto honorable y algunos beneficios» (epist.V 18, 2).Así, el maestro italiano recaló en la corte, donde llegó con la buena carta de presentación de su De Hispaniae laudibus, Burgos, ca. 1496, dedicada al conde de Benavente23; poco después, en 1497, publicaba en esa misma ciudad un opúsculo dirigido al joven heredero, las Epistolae illustrium Romanorum ex antiquorum annalibus excerptae, un manual práctico para la escritura de cartas24, que el príncipe supo agradecer con términos muy elogiosos (epist. I 9). Por cierto, si la carta de agradecimiento escrita por el príncipe en latín es auténtica, éste revela un buen dominio del estilo epistolar propio de la misiva familiar, tan de moda en aquellos años. Sin embargo, aunque la muerte del heredero hubo de truncar sus sueños de contribuir a la formación del futuro soberano, el siciliano continuó en la corte, donde en 1501 lo encontramos como capellán y como maestro en la capilla, es decir, además de participar en los servicios re-

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Por cierto, no está de más recordar que Marineo visitó la casa solariega del Conde y estuvo a su lado, quizás en espera de algún puesto o merced. En acción de gracias por esa buena acogida, el italiano determinó dedicarle su De Hispaniae laudibus. Al final de la obra, incluyó una carta-epílogo dirigida al hijo de este noble, de quien se dice que había cursado estudios en París (la carta volvió a incluirla en su epistolario: epist. I 16). 24 Sobre esta obra, ver Jiménez Calvente, 2002, pp. 339-346.

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ligiosos, tenía a su cargo a los mozos que atendían la capilla regia25. De ese modo, como maestro de capellanes, Marineo hubo de enseñar gramática, no tanto a los nobles, que podían recurrir a Mártir, no al príncipe ya fallecido ni a las princesas, que habían recibido como tutores a los hermanos Geraldini, sino a los niños cantores, los músicos y otros servidores regios, tanto de la Corona de Castilla como de la de Aragón. Eso es, al menos, lo que el propio Marineo indica en su carta prefacio a una breve gramática latina (epist. I 7), su De Grammatices institutionibus libellus, dedicada a la Reina Isabel y aparecida por primera vez en Sevilla en 1501 (más tarde salió de nuevo a la luz en 1511, y conoció una última edición en 1532, aunque esta última dedicada a un jovencísimo futuro Felipe II)26: Una vez que a tu regia majestad, mi excelentísima reina, le plugo que quienes te sirven en los asuntos sagrados y en los oficios divinos y todos los jóvenes nobles que viven junto a ti fueran formados por mí en las buenas artes y en la lengua latina, yo, deseoso de atender tu santa y honesta voluntad y de aprovechar a todos mis discípulos, partiendo de algunos preceptos gramaticales, dispersos por completo aquí y allí en las obras de sapientísimos gramáticos, he reunido aquello que me parecía especialmente necesario para la enseñanza de los chiquillos, y que, bien mirado, no difiere mucho de lo que se enseña en las escuelas primarias.

En otras palabras, Marineo incide aquí en su peculiar versión de la enseñanza gramatical, fruto de su experiencia docente, que le llevaba a criticar los gruesos manuales que algunos imponían a sus discípulos (y claro está, a nadie se le oculta la crítica implícita a las Introductiones latinae de Nebrija)27. Si reparamos en la carta de Pedro Mártir antes comentada, vemos cómo también este italiano aludía a un método propio de enseñanza, que ponía en práctica con sus nobles pupilos. Tampoco quiero pasar por alto el jugoso dato aportado 25 Para todos estos datos, me remito a la semblanza biográfica de este humanista inserta al comienzo de mi edición de su epistolario, donde reproduzco algunos documentos relativos a su paso por la corte procedentes del Archivo de Simancas (cf. Jiménez Calvente, 2001, pp. 24-74). 26 Para esta obra gramatical, ver Hernández Miguel, 1996, pp. 319-347. 27 He estudiado estas malas relaciones entre Marineo y Nebrija en mi trabajo «Lucio Marineo Sículo y Antonio de Nebrija: crónica de una relación difícil», 1998, pp. 187-206.

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por el Libro de la Cámara del príncipe Don Juan de Fernández de Oviedo, donde se describe cómo el heredero se entregaba al estudio bajo la tutela de Diego Deza28: Acabado el vestir, o antes que se acabase, entrava el obispo de Salamanca, su maestro, e en tanto que Su Alteza se aderesçaba por los de la capilla, rezava el prínçipe con el dicho su maestro e, acabado de rezar, oía misa, e después de dicha, estudiava una ora e estava solo con su maestro.

De todos estos datos, me interesa destacar cómo en el entorno de la corte existía un interés auténtico, que partía de la propia reina, en que aquellos que vivían junto a ella tuvieran cierta familiaridad con el latín, puerta necesaria para acceder a otros saberes. Como he dicho antes, ese empeño hubo de dar sus frutos, pues entre los corresponsales de Marineo encontramos muchos cortesanos, de distinto rango, que le dirigen cartas y preguntas, le piden libros o consejo, e incluso solicitan su ayuda para encontrar tutores adecuados para su prole. Este es el caso del doctor Palacios Rubios, miembro del consejo real, que solicitó a Marineo, en dos ocasiones, un maestro para sus hijos, que fuera non solum grammaticus sed etiam probus et eruditus: la primera vez, Marineo le recomendó a Juan Merino del Villar (epist. XVI, 22); la segunda ocasión, el elegido fue su discípulo preferido, el jienense Alfonso Segura, que, por motivos diversos, rechazó el cargo para disgusto de su protector (epist. XIII 10). También el secretario real, Miguel de Almazán29, recurrió a él a la hora de buscar un preceptor

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Cf. Fabregat Barrios, 2006, p. 95. A este dato cabría añadir los documentos que reflejan las compras de libros para el estudio del príncipe recogidas por Gonzalo de Baeza; en ellos, se consigna la adquisición de alguna gramática de Nebrija, las Elegantiae de Valla y comentarios a obras de Santo Tomás (sobre este particular, ver Alcalá y Sanz, 1999, pp. 73-75). 29 Del interés de Almazán por la educación de sus hijos es buena muestra el De liberis educandis que Nebrija compuso en su honor para satisfacer los deseos de este mecenas (existe una edición moderna de esta obra, Esteban Mateo y Robles, 1981); años más tarde, en 1512, Nebrija dedicó su segunda edición del Diccionario a Miguel de Almazán con una mención expresa a sus hijos: «Cuanto al diccionario, para adquirir copia de palabras, todos experimentan lo provechosa que es su lectura, sobre todo para los que comienzan a aprender la lengua latina, entre los cuales están tus hijos, que tienen para ello linda disposición. Para ellos, pues, te envío este libro. Tú ya sé que no vas a entretenerte en cosa tan

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para sus pequeños, que finalmente quedaron a cargo de otro discípulo del italiano, Diego Lastra, a quien Marineo pidió que se esforzase en su labor (epist. XIII 17): Tú, mi doctísimo varón, saldarás tu cuenta con creces, en el caso de que me debas algo, si enseñas con diligencia, constancia y esmero a esos discípulos que, con toda mi confianza, te he entregado para que los instruyas.Y si, como espero, lo haces y te ganas el favor de sus padres, que podrán serte de gran ayuda, me convertirás de acreedor tuyo en deudor. Pon, por favor, tu atención, si te preocupa tu honor y el mío, en que gracias a tu magisterio esos niños, que tienen talento, avancen y den satisfacción a sus padres. Nada podrías hacer que me fuese más grato. Adiós.

No acaba aquí la nómina de cortesanos, de mayor o menor rango, interesados en la educación de sus vástagos, pues a éstos habría que añadir el nombre del tesorero Gabriel Sánchez, que puso a su hijo Luis al cuidado del siciliano Pedro Santeramo, Martín Sisamonio y del propio Marineo, quien en una de sus cartas se quejaba de que el joven hubiese preferido buscar otros maestros (epist. IV 15). Pupilos de Marineo fueron también los hijos de Juan Velázquez, contador mayor de Castilla, al que en una serie de cartas da cumplida cuenta de su labor docente, como en la epístola II, 19: Juan y Agustín se esfuerzan con las letras que yo les enseño con todo mi tesón y muy gustosamente. Ambos me aprecian y se llevan a las mil maravillas entre sí [...]. Antonio habla cada día más claro y mejor; es un niño de excelente talento, pues incluso siendo pequeñín tiene en su boca mucha sal además de mucha alegría y donaire. Pero la vivaz y aguda inteligencia de Agustín supera con mucho a la propia de su propia edad. La verdad es que cualquier cosa que oye, cualquier cosa que ve, la imita, reproduce y repite. Si éste se aplicara en sus estudios, todos admiraríamos cuánto podría aprovechar en poco tiempo, pero su edad, que todavía disfruta con cosas pueriles, conocerá cosas de más enjundia cuando crezca.

Justo cuando ejercía como tutor en casa de este Velázquez, Marineo refiere su visita al infante Don Fernando, hospedado en el monasterio de San Pedro de Cardeña (epist. II 20), al que hizo un modesto pueril.Y no abuso más de tu paciencia. Adiós» (cito el texto por la traducción de Olmedo, 1942, p. 111).

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regalo, tal vez un libro, que algunos autores identifican con una gramática latina (epist. XVII 52)30. Si en estos casos el italiano tenía que atender los primeros estadios de la educación de unos niños (una tarea que se había revalorizado con el apoyo de la autoridad de Quintiliano en su Institutio oratoria), en otras ocasiones atendía a cuestiones mucho más elevadas. Así, sorprende encontrar en su epistolario una carta dirigida a Juana Contreras, sobrina del músico de la capilla Lope de Baena, a la que corrige algunos errores gramaticales encontrados en sus cartas latinas. De las palabras de Marineo se deduce que ésta mantenía correspondencia con su tío en latín, quien, movido por su cariño y henchido de orgullo, decidió enseñar alguna de esas cartas al gran maestro, cuyas observaciones fueron las siguientes (epist. XV 11)31: En las cartas tuyas que he revisado hay sobre todo dos faltas: una es un uso poco elegante; la otra es menos aceptable. Así, decías: “ea cura a me ad nunc sollicitabat”. “Ad nunc” aunque puede decirse desde el punto de vista gramatical, los escritores latinos, a los que me gustaría que imitases, en vez de “nunc” solían decir “hactenus” o “adhuc”. Otro uso que ha ofendido más a mis oídos es “secundo Calendas Quintilis”, pues “secundo Calendas” no se encuentra en ningún escritor latino ni puede decirse de ninguna manera. En lugar de “secundo” decimos “pridie”, que no sólo se encuentra en los libros de los sapientísimos antiguos, sino que también podrás verlo fácilmente en calendarios y santorales, donde en cualquier mes encontramos escrito “pridie Nonas”,“pridie Idus” y “pridie Calendas”. ¿Por qué no decimos “secundo”? La razón es la siguiente: porque segundo se refiere al primero, el que le precede en el orden, pero no al tercero, que le sigue. Además te autoimpusiste el nombre “heroida”, una forma de flexionar el nombre que no se lee en ningún sitio. Hay cuatro tipos de patronímicos: los masculinos en –des, como “Priamides” y los femeninos en –is, o en –as o en –ne, como Priamis, Pelias y Adrastine. Por lo tanto, si quieres llamarte con ese nombre, deberás decir herois, pues heroida no es correcto, ya que entre los griegos ése no es el caso nominativo, sino el acusativo. Quiero señalarte otra cosa en la que no has hablado según la

30 Gould y Quincy, 1950, pp. 1-16, supone que el objeto regalado por Marineo fue una gramática para aprender latín ricamente encuadernada. Lynn, 1937, lanza la hipótesis de que Marineo pudo encargarse en algún momento de la educación latina del infante. 31 Cf. Ramos Santana, 1996, p. 155-159.

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costumbre de los latinos, “sed, verba relicta, tua iussa capessere decrevimus”, debiste decir “his enim verbis relictis”, pues es lo que dicen todos los latinos.

De ese modo, se comprueba cómo su magisterio iba más allá de las clases ‘presenciales’, pues las conversaciones, cartas, tratados y orationes se convirtieron en sus manos en otra forma de enseñar y transmitir su visión particular de las letras y la cultura. Desde la corte, el italiano supo vender su papel de artífice imprescindible de aquella inmortalidad que sólo dispensaban las letras, una idea que caló entre quienes lo frecuentaban; así, el rey Fernando le encargó una biografía de su padre Juan II de Aragón, tarea que Marineo hubo de iniciar en torno a 1500. Años más tarde, fue Alfonso de Aragón, hijo bastardo de Fernando y arzobispo de Zaragoza, quien le pidió una breve crónica sobre los reyes de Aragón, el De primis Aragoniae regibus, que vio la luz en Zaragoza en 1509 gracias a la ayuda económica de los diputados de Aragón. Una vez concluidas ambas obras, inició otra de mayor empeño, una crónica de los Reyes Católicos, en la que siguió trabajando tras la muerte de los monarcas con el beneplácito de Carlos V, que se refiere a él como cronista regio y capellán. Entre tanto, también había conseguido, no sin muchos reveses de la fortuna, algunos cargos y rentas eclesiásticas que le permitieron disfrutar de cierta holgura económica por más que sus quejas y reclamaciones fueran frecuentes. Sin embargo, nunca logró llevar una vida apartada del mundanal ruido y consagrada a las letras, un ideal de vida que aflora en más de una ocasión en su correspondencia y en los documentos oficiales. Vemos, así, cómo aquellos eruditos que dejaron su casa para seguir a la corte encontraron su recompensa, pues los reyes les dieron la posibilidad de desarrollar su actividad literaria, aunque, claro está, en el marco de unas coordenadas muy precisas de servicio a su persona dentro y fuera de nuestras fronteras. En otras palabras, el mecenazgo que aquellos ofrecieron, como también el de algunos nobles, exigía unas contraprestaciones específicas: debían atender a las necesidades de una instrucción básica para sí, sus hijos y allegados, o actuar como escritores profesionales que garantizasen la fama futura. Las más de las veces, estos eruditos se convirtieron en cronistas, pues el género historiográfico había alcanzado pleno reconocimiento, o en poetas y oradores ocasionales, prestos a cantar las loas de sus mentores. En muchas ocasiones

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también, tomaron los hábitos y recibieron rentas y canonjías con las que completar unos mermados salarios. La erudición filológica quedó por lo general en manos de profesores universitarios que, por supuesto, también pudieron migrar a la corte en determinados momentos (como Diego Deza, tutor del príncipe y, más tarde, inquisidor general, o el célebre Nebrija, nombrado cronista en 1509, según una cédula firmada por Miguel de Almazán, que regresó a la universidad, primero a Salamanca y, de allí, a Alcalá); estos visitantes ocasionales de la corte, volvieron muchas veces al redil del mundo universitario en el que, poco a poco, habían conseguido hacerse un hueco y donde, a pesar de las intrigas y decepciones, disfrutaban de una mayor libertad. Una vez más se libraba la batalla entre la vida activa y la contemplativa, entre el servicio a un mecenas o la independencia tan deseada y tan difícil de encontrar, pues, como decía el francés Textor, conllevaba paupertas (epist. 120): «Por lo demás, en lo que me consultas si debes seguir la vida áulica, si me escuchas, mantente en tu profesión de costumbre y no te pongas unos grilletes dorados y engañosos. Es mejor la pobreza libre que una opulentísima esclavitud». A pesar de todos estos sinsabores y de estas sabias advertencias, fueron muchos los que vivieron en compañía de los nobles y gentes adineradas, entre los que desempeñaron un nuevo papel, el del hombre culto que, de acuerdo con el célebre tópico, no vivía para sí, sino para los demás. Esos cortesanos a quienes servían disfrutaron en muchas ocasiones de sus enseñanzas (algunos hubo que salieron «buenos latinos», como dice Fernández de Oviedo del príncipe Don Juan); otros se limitaron a seguir la moda y a disfrutar, a ratos, de su compañía y consejo. En medio de estos espacios, con mayor o menor acierto, con una dedicación más o menos intensa a la erudición, esos magistri abrieron los ojos a los más jóvenes y dejaron su huella en un siglo que auspiciaba buenas nuevas.

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Santiago López-Ríos Universidad Complutense de Madrid

Para Ángel Gómez Moreno

Fernando de Aragón (1488-1550), el primogénito de Federico de Nápoles e Isabel del Balzo, ha sido sobre todo estudiado como virrey de Valencia, donde desempeñó un importante papel en la política del reinado de Carlos V y destacó por el decidido impulso con el que favoreció a las artes y las letras en su corte. Si bien es cierto que aún carecemos de una monografía de la etapa valenciana del duque de Calabria, contamos con numerosos trabajos sobre aspectos concretos que nos permiten reconstruir su fundamental aportación al Renacimiento español siendo Virrey, cargo al que accede en 1526, al casarse con Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico. Como es de sobra conocido, el duque de Calabria apoyó en Valencia una capilla musical, que llegaría a ser muy reconocida, y en su corte tuvieron lugar fastuosas fiestas y espectáculos teatrales, de los que dejó constancia Luis Milán en su Cortesano (1561). Consumado bibliófilo, preservó una gran parte de la real biblioteca de Nápoles, y acrecentándola con nuevas adquisiciones, consiguió formar una de las grandes colecciones librarias del * Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia con referencia HUM2004–02841/FILO, dirigido por el profesor Nicasio Salvador Miguel (Universidad Complutense de Madrid). Agradezco también a los profesores Dominique de Courcelles y Gennaro Toscano el apoyo prestado durante mi estancia de investigación en Francia.

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Renacimiento, parcialmente preservada hoy en la Universidad de Valencia. Pocos años después de enviudar (Germana de Foix falleció en 1536), el duque de Calabria contrajo segundas nupcias. El 13 de enero de 1541 se casó con Mencía de Mendoza, viuda de Enrique de Nassau, una mujer muy culta que había tenido a Luis Vives como tutor. Fernando de Aragón murió en 1550, sin descendencia de ninguna de sus dos esposas. Sus funerales tuvieron gran solemnidad y su fallecimiento fue hondamente sentido en Valencia: «no deseo vivir, si no para hartarme de llorar la pérdida y falta que hace en el reino el buen duque de Calabria», se escribió en una crónica de la época1. El objetivo fundamental de este trabajo se centra en un período de la vida del duque de Calabria al que no se le ha prestado aún la atención necesaria: a saber, su infancia y juventud en el reino napolitano, desde su nacimiento en 1488 hasta que, hecho prisionero por el Gran Capitán, se le traslada a España, a la corte de los Reyes Católicos, en 1502. Resulta bastante complicado, por ausencia de noticias, reconstruir con gran precisión la trayectoria del duque de Calabria durante sus primeros catorce años, pero los datos que conservamos sí permiten extraer la conclusión fundamental que expongo en este trabajo. Aunque el duque de Calabria llegó muy joven a la Península Ibérica y nunca volvería a tierras italianas, la educación que recibió en el reino de Nápoles resulta clave para entender sus amplios intereses culturales, que le llevarían a desarrollar una labor de mecenazgo siendo virrey de Valencia sin parangón en la España renacentista. El profesor Nicasio Salvador Miguel ha resaltado, con el tino que le caracteriza, la importancia de valorar en su justa medida la educación infantil y juvenil y el contexto de los primeros años de la vida de un gobernante para poder entender su posterior mecenazgo cultural. Su conclusión principal, que se resume en su afirmación de que «Isabel [la Católica] muestra también una capacidad de iniciativa cultural que sólo cabe explanar como el fruto de una educación muy completa recibida en los años anteriores»2, salvando las lógicas distancias, cabe extrapolarla para el caso de Fernando de Aragón. 1 Para una semblanza biográfica de Fernando de Aragón con bibliografía actualizada, véase mi entrada sobre este personaje en el Diccionario biográfico español, en prensa. 2 Salvador Miguel, 2004, p. 122. Para una perspectiva más amplia, ver Echevarría Arsuaga, 2004, pp. 127-153.

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El primogénito de Federico (o Fadrique) y de su segunda esposa, Isabel del Balzo, los últimos reyes de la dinastía aragonesa de Nápoles, nació el 15 de diciembre de 1488 en Andria (Apulia). Su infancia y juventud transcurrieron, por tanto, en los reinados de Ferrante (muere en 1494), Alfonso II (que reina entre 1494 y 1495), Fernando II (que reina entre 1495 y 1496) y el de su padre, Federico, que ocupó el trono entre 1496 y 1501, fecha en que Francia y España conquistan el reino. En el refinado ambiente de la corte de Nápoles, se le inculcó a Fernando un amor por la cultura y por los libros que le acompañaría siempre. Al margen del indiscutible papel de Federico de Aragón en la educación infantil y juvenil de su primogénito, sería injusto desdeñar el que debió de desempeñar su madre, al lado de quien, en Apulia, permaneció sus primeros años hasta ser proclamado duque de Calabria en 1496. Isabel del Balzo, nacida en 1465, pertenecía a una de las grandes familias nobles del reino de Nápoles. Era hija de Pirro del Balzo, príncipe de Altamura, de quien heredó este título junto con el de duquesa de Andria3. Algunos datos interesantes para conocer el tipo de educación que recibió Fernando de Aragón los encontramos en Lo Balzino, un poema sobre su madre en italiano escrito por Rogeri de Pacienza di Nardò4. Este poema, probablemente compuesto en 1498, y escrito en octavas, está dividido en ocho libros y dedicado a Antonia del Balzo, la hermana de Isabel. Del autor sólo nos consta que era natural de Apulia y que perteneció al séquito de la reina5. Lo Balzino, que se ocupa de las vicisitudes de la vida de Isabel desde su nacimiento hasta 1498, indica, por ejemplo, que en una ocasión Fernando respondió a una pregunta citando un verso de la Eneida (Lo Balzino, lib. II, v. 56) y reproduce un discurso en latín que pronunció en presencia de su padre en 1497 (Lo Balzino, lib.VIII, p. 273). A pesar de que son anécdotas que no pode-

3 Fodale, 2004, pp. 623-625. Sobre la vida de Isabel del Balzo en Apulia ver Silvestre Baffi, 1973, pp. 320-351. 4 Mario Marti ed., 1977, pp. 53-280. Sobre Lo Balzino y su autor, además de la Introducción de Marti, 1977, pp. 11-50, se puede consultar el antiguo trabajo de Croce, 1897, pp. 632-701. Más reciente es el trabajo de Holtus, 1991, pp. 6578. 5 Aparte de Lo Balzino, Rogeri de Pacienza también escribió un Triunfo en terza rima elogiando a Isabel, conservado en el mismo manuscrito (Perugia, Biblioteca Comunale, ms. F 27) (Marti, ed., 1977, pp. 283-306).

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mos entender al pie de la letra, revelan que Fernando recibió en Italia el tipo de educación propia de un príncipe. Por su pertenencia a una de las grandes familias nobles napolitanas, Isabel del Balzo, incluso antes de ser reina, acostumbraba a tratar con los intelectuales y los personajes más preeminentes. De hecho, por ejemplo, la noticia de su boda con Federico de Aragón la recibió de Giovan Battista Caracciolo, entonces ayudante de cámara de Alfonso, duque de Calabria, quien se desplazó de Nápoles a Andria sólo por este motivo6. Aparte de un estrecho vínculo con Jacopo Sannazaro, al que me referiré más adelante, hemos de recordar la mutua admiración y estima que mantuvieron el humanista Mario Equicola e Isabel del Balzo a lo largo de toda su vida. Aunque a Mario Equicola se le conoce, sobre todo, porque acabó siendo el tutor y secretario de Isabel d’Este, empezó su carrera como intelectual en el Sur de Italia, cerca de Isabel del Balzo. Lo Balzino cuenta, por ejemplo, cómo el humanista recitó un poema en latín en honor de Isabel y su hijo Fernando en Barletta en 1496 (Lo Balzino, lib. VI, vv. 943-980). El poema de Equicola es un diálogo entre Apolo, quien reconoce sentir envidia de Isabel por su fama, y Júpiter, quien refuta sus argumentos y exalta tanto a Isabel como a su primogénito7. Si queremos profundizar en el papel de Isabel del Balzo en la educación de su primogénito, hemos de recurrir a noticias indirectas y cronológicamente un poco posteriores, si bien no por ello menos significativas. Un muy valioso testimonio del interés de la reina Isabel del Balzo en la formación humanística de sus descendientes se halla en las cartas por ella escritas sobre el profesor de griego del infante César de Aragón, el hermano menor de Fernando, asunto del que me he ocupado en otro trabajo. César, que había nacido en 1501, poco tiempo antes de la caída del reino, acompañó a su madre en su exilio en Ferrara, donde recibió clases de griego del humanista Marco Antonio Antimaco. La alta estima que profesaba Isabel del Balzo por el tutor de su hijo está patente en una serie de cartas que escribe, entre 1517 y 1519, a Mantua, pidiendo a los Gonzaga que accedan a las peticiones sobre un asunto de herencia que preocupaba al humanista. De esta correspondencia, conservada hoy en el Archivio Gonzaga

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Volpicella, ed., 1916, p. 236. Marti, 1981, pp. 1319-1328 y Kolsky, 1991, pp. 48-49.

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en Mantua, importa destacar que la reina se deshace en elogios hacia Antímaco, por la labor que ha realizado con el joven César, el cual, por otro lado, sabemos que solicitaba manuscritos en griego a Isabel d’Este, indicio claro de que llegó a dominar esa lengua8. Si bien se trata de noticias relativas al hermano pequeño de Fernando durante su exilio en Ferrara, hemos de suponer que Isabel del Balzo tendría idéntico interés (si no mayor) por conseguir una sólida educación humanística para su primogénito, especialmente desde que en 1496 éste se convierte en heredero del trono. Asimismo, debemos subrayar que esta mujer comprendía el inmenso valor de la biblioteca real de Nápoles y que su amor por los libros influyó, al igual que el de su marido, en la bibliofilia de su hijo. A la muerte de su esposo, ocurrida en Tours en 1504, Isabel se convierte en la heredera de una de las mayores y mejores bibliotecas del Renacimiento italiano, y, a partir de entonces, puso especial celo en preservar los valiosos volúmenes regios y en evitar su dispersión. Es cierto que, durante su exilio en Ferrara, Isabel vendió algunos libros, pero esto lo hizo por razones de extrema necesidad. Además, lo significativo es que logró preservar el grueso de la colección real, que terminó pasando a su heredero, una vez establecido éste en Valencia como Virrey9. Desde 1495, la educación del joven Fernando se confía a Crisóstomo Colonna da Caggiano (ca. 1457-ca. 1539), un humanista muy cercano a Giovanni Pontano y tutor también del padre del duque10. Colonna le instruyó en la lengua latina y, en general, en los estudios clásicos, como recordará Gonzalo Fernández de Oviedo: «El Duque en su pueriçia tuuo vn secretario y maestro docto llamado Miçer Chrysóstomo, y éste le enseñó la lengua latina» escribirá el cronista español en sus Batallas y Quinquagenas11. Además, sabemos que Colonna preparó para don Fernando una traducción italiana del Strategikós del filósofo griego Onasandro, un tratado sobre los deberes del general12. 8

López-Ríos, 2002, pp. 201-243, esp. pp. 205-206. López-Ríos, 2002. 10 Sobre Colonna desgraciadamente no he podido consultar Augelluzzi, 1856, ni Altamura, 1956, pp. 171-183. Bibliografía más reciente hay en Vecce y Tordeur eds., 1993, p. 52, n. 1. Hay breves referencias a Crisóstomo Colonna en la poesía de Benet Garret.Ver Parenti, 1993, pp. 44 y 100. 11 Fernández de Oviedo, Batallas y Quinquágenas, p. 138. 12 Berlín, Deutsche Staatsbibliothek, Ms. Hamilton 466.Ver Vecce y Tourdeur eds., 1993, p. 52. n. 2. 9

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En la corte de Isabel del Balzo en Apulia, y más tarde en Nápoles, el joven Fernando debió de empezar a desarrollar un gusto por las farsas y espectáculos teatrales, que impulsaría de forma decisiva siendo Virrey en Valencia. Lo Balzino detalla que, en los desplazamientos de Isabel del Balzo por Apulia, se le recibía con distintos festejos en las ciudades por las que pasaba13. En consonancia con la costumbre napolitana, arraigada en el Reino desde los tiempos del Magnánimo, de celebrar espectáculos teatrales de gran aparato, Jacopo Sannazaro, un intelectual muy cercano a la familia real (escribiría una égloga Proteus sobre la marcha del Duque de Calabria a España y acompañó a Federico en su exilio en Francia [Vecce, 1988a]), compuso dos farsas para festejar la conquista de Granada por los Reyes Católicos. De estas obras, tituladas La presa di Granata y Il trionfo della fama, no sólo conservamos los textos, sino también detalles sobre la representación por una carta que el propio poeta escribió a Isabel del Balzo. En la segunda de las citadas, representada el 6 de marzo de 1492, durante el Carnaval, en los propios aposentos de Federico de Aragón en Nápoles, la Fama se situaba en un carro que tiraban elefantes, guiados, a su vez, por gigantes, cortejo que entró en el comedor atravesando un arco triunfal. La pieza concluía con himnos celebrando la conquista de la plaza musulmana y a los monarcas españoles y napolitanos14. La carta de Jacopo Sannazaro a la Princesa de Altamura demuestra la comunicación constante que había entre el entorno de Federico y su segunda mujer, residente en Apulia hasta que su marido fue proclamado rey. A pesar de que sus responsabilidades políticas y militares le impidieron residir con su esposa los primeros años de matrimonio, la visitó con frecuencia y no se desentendió, ni mucho menos, de la formación de su primogénito15. Federico de Aragón, notable mecenas, consumado bibliófilo, y un hombre de amplia cultura, había tenido como tutor en su juventud, entre otros, al humanista y gran poeta en latín Elisio Calenzio, miembro de la Academia Pontaniana16. El último rey aragonés de Nápoles, 13

Ver comentarios a estos pasajes de Lo Balzino en Silvestri Baffi, 1973. Sannazaro, 1961, pp. 276-295. Sobre este asunto ver Fernández Murga, 1959, p.186; Boillet, 1987, pp. 233-256 y Maxell Snyder, 1996, pp. 41-62. 15 Silvestre Baffi, 1973, p. 329. 16 Croce, 1925, pp. 7-28. Sobre Federico de Nápoles ver Volpicella, 1908; Volpicella, ed. 1916, pp. 234-241 y Dizionario biografico degli italiani, pp. 668-682. 14

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«quello che in scienza non trova paro», según una crónica de la época17, con certeza también fomentaría que su hijo estudiara a los clásicos, como él mismo hacía. En un gesto que recuerda a las anécdotas que circulaban sobre su abuelo Alfonso V el Magnánimo, Federico, por ejemplo, pidió a Jacopo Sannazaro, a través de Benet Garret, que examinara un manuscrito de Virgilio, para comentarlo al día siguiente con él18. La estrecha amistad entre Federico y Sannazaro, testimonio de la indudable inclinación del monarca por los estudios clásicos, la describió con certeras palabras Percopo: Il nome del Sannazaro resterà eternamente congiunto a quello di don Federico. Un simile esempio di tanta amicizia e fedeltà, anche nell’avversa fortuna, fra un principe e un poeta, non credo che registri la storia. Quelle due anime erano fatte per intendersi. Franca, schietta, affetuosa quella di Sannazaro; gentile, generosa, magnanima quella di don Federico19.

Por otro lado, el último soberano aragonés de Nápoles desarrolló una verdadera pasión por la poesía en vernáculo como pone de manifiesto no sólo su apoyo al círculo petrarquista en su reino, que incluía a Giovanni Pontano, Jacopo Sannazaro, Benet Garret, Giuliano Perleoini y Giovan Francesco Caracciolo, sino también la correspondencia que mantuvo sobre el asunto con Lorenzo de Medici, con quien se llegó a encontrar en Pisa en 1476 para tratar de su común afición. A raíz de ese encuentro, surgió la llamada Raccolta aragonese, una antología de poesía en toscano compilada por Lorenzo como regalo a Federico para conmemorar dicha reunión20. Aparte de que el futuro duque de Calabria se enriqueciera con el trato de los intelectuales del entorno de su padre, Federico debió de 17

Luigi Volpicella, 1916, p. 4. Percopo, 1892, p. CCXCI, apud Carol Kidwell, 1993, p. 221. Sobre Benet Garret, Parenti, 1993. 19 Percopo, 1886, pp. 318-321, citado por Silvestre Baffi, 1973, p. 347.Volpicella recuerda los elogios que recibió Federico de Aragón de grandes escritores: «Lo lodarono i contemporanei, Pontano, Galateo, Comines, Chariteo, Poliziano e poi il Porzio; Rustico Perleoni gli dedicò il suo Perleonio».Ver Volpicella, ed., 1916, p. 240. Más información sobre las relaciones de Federico de Nápoles con escritores de su tiempo en De Marinis, 1952, pp. 121-122. 20 Ver Santero, 1988, p. 310; Parenti, 1993, pp. 39-40, y Schwartz, 2001, p. 253. 18

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transmitir, asimismo, a su hijo su bibliofilia, y cabe pensar que inculcó en él la conciencia del valor simbólico y patrimonial de la real biblioteca de Nápoles. Federico, incapaz de conjurar las amenazas que se cernían sobre un reino a punto de sucumbir ante los ejércitos de Francia y España, y aunque en su breve reinado no tuvo la oportunidad de desarrollar un mecenazgo de miniaturistas semejante al de sus predecesores, mostró una enorme sensibilidad en la conservación de la gran biblioteca que había empezado a reunir Alfonso el Magnánimo en Castelnuovo21. De hecho, cuando, en 1501, Nápoles cae ante los ejércitos de Luis XII y Fernando el Católico, Federico se llevó consigo toda la colección real, primero a la isla de Ischia y luego a Francia, consciente de su importancia cultural y valor simbólico de los valiosos códices. El hecho de que se realizara un detallado inventario de la biblioteca en Ischia, hoy desgraciadamente desaparecido, y de que fuera de Castelnuovo hubiera personal encargado de ella prueba la gran estima que, incluso en circunstancias excepcionalmente difíciles, tenía Federico de Aragón por sus libros22. Sólo por razones de extrema necesidad se vio forzado a vender algunos volúmenes durante su exilio en Francia al cardenal Georges d’Amboise23. Mención aparte merece la educación musical que Fernando de Aragón recibiría durante su infancia y juventud, primero en Apulia y, después en la capital del reino, reconstruible a grandes rasgos por noticias indirectas. Durante su vida en Italia, Don Fernando tuvo que estar expuesto al exquisito ambiente musical que tanto había impulsado su abuelo Ferrante. Roberta Schwartz, en su reciente tesis doctoral sobre el mecenazgo musical en las cortes nobiliarias españolas, recuerda que, entre los genios de la música activos en Nápoles en ese momento, se encontraban Johannes de Tinctoris (1445-1511) y Benet Garret, pero la corte también recibía las visitas de figuras como Serafino dall’Aquila, Francisco Gaffurius y Alexander Agricola24. Este amor por

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Ver De Marinis, 1952, pp. 119-121, D’Urso, 1998, p. 299. Santoro, 1988, p. 202. 23 Toscano, 1999, pp. 275-300. 24 «According to Atlas, Tinctoris’ association with the court had ended by 1491, and therefore probably had no direct impact on the young Don Fernando; nonetheless, his long residence in Naples and his writings for the royal library likely made him an important influence in the young duke’s musical education. The same likely applied to Gaffurius, who was in exile in Naples with the Doge 22

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la música que adquirió en Nápoles, se convirtió en una afición que le acompañaría toda su vida, y explica, en definitiva, la gran labor de mecenazgo que en este terreno desarrolló siendo virrey en Valencia. Como recordará Gonzalo Fernández de Oviedo, y de su natural fue estudioso e amigo de libros e muy parçial a la música, e la entendía muy bien, y fue muy afiçionado a la caça.Y así en estas tres cosas muy inclinado, tenía e trahía consigo una librería grande, e muchos halcones e caçadores, e vna copiosa capilla de muchos buenos cantores, e en estas tres cosas gastó mucho e muy hordinario25.

En suma, el tormentoso clima político del reino de Nápoles a finales del siglo XV no constituyó un impedimento para que este joven que terminaría convirtiéndose en el heredero del trono recibiera una esmerada educación, supervisada y fomentada por sus padres. Pero la corte de los Trastámaras napolitanos se distinguía por su multiculturalidad y plurilingüismo. En su infancia y juventud, el duque de Calabria aprendería el toscano y el napolitano, el latín como lengua de cultura, y estaría también expuesto a otras lenguas, como el francés (que se hablaba con frecuencia en el entorno de Federico de Aragón, cuya primera mujer había sido francesa26), el catalán, el aragonés y muy especialmente, por supuesto, el castellano, el cual —podemos especular— hablaría antes de llegar a la Península Ibérica en 1502. No olvidemos que los primeros seis años de vida de Fernando de Aragón transcurrieron en el reinado de Ferrante, quien empleaba el castellano en su círculo familiar27. Un códice redactado en esta lengua, perteneciente a la biblioteca de Ferrante y que heredó Federico, demuestra el vivo interés de los monarcas napolitanos en asuntos hispánicos. Me refiero al ms. Esp. 110 de la Biblioteca Nacional de Francia, un compendio en español de historia de Castilla específicamente preparado para el rey Ferrante. En la dedicatoria de esta obra of Genoa from 1478 to the late 1480s».Ver Schwartz, 2001, p. 253. Cf. también Anglés, 19602, pp. 18-25. 25 Gonzalo Fernández de Oviedo, Batallas y Quinquagenas, p. 138. 26 Un viajero extranjero en Nápoles escribió en 1488: «Alla corte di Don Federigo si parlava francese, giacchè la maggior parte delle persone erano dei paesi oltramontani, com’era stata la prima consorte del principe».Ver Volpicella, ed., 1916, p. 238. 27 Sobre el ‘españolismo’ de Ferrante, ver Croce, 1949, p. 60.

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se declara la conveniencia de que el monarca tenga «perfetta notiçia de sus raýzes», pero presentada de una forma sumaria, dado el poco tiempo del que dispone, y lo «prolixas (...), trabajosas y enojosas de leer» que son las crónicas castellanas28. La cultura hispánica en Nápoles en el último tercio del siglo XV carecía del mismo peso que en la época del Magnánimo o en la primera etapa del reinado de su hijo, pero aun así las relaciones culturales y políticas entre la Italia meridional y la Península Ibérica se encontraban plenamente vigentes. A través de la viuda de Ferrante, la reina Juana de Nápoles, el joven príncipe tendría acceso también a la cultura hispánica. Las relaciones entre la hermana de Fernando el Católico y los últimos soberanos aragoneses de Nápoles, aunque tirantes, fueron, con todo, estrechas. Federico entregó la Lugartenencia del Reino a Juana cuando tuvo que ausentarse para sofocar el levantamiento del Príncipe de Salerno y mantuvo una fluida correspondencia con ella. La reina Juana llegó a proponerle el matrimonio de Fernando de Aragón con su hija, idea que desechó el rey asegurando que los enlaces entre parientes daban malos resultados29. Entre 1497, fecha en que Isabel del Balzo llega a Nápoles, y 1499, en que la hermana del Católico se traslada a España, estas mujeres vivieron una temporada juntas en Castelnuovo30, período en el que cabe especular que el Duque de Calabria llegaría a conocer bien a la viuda de Ferrante y a su hija. Estas dos mujeres fueron, sin duda, el principal y más directo nexo entre los Reyes Católicos y Federico e Isabel del Balzo. Diversas cartas de las reinas Juanas a Juan II de Aragón, a Fernando el Católico y a Isabel la Católica, preservadas en el manuscrito Esp. 318 de la Biblioteca Nacional de Francia, evidencian un constante contacto entre ambas casas reinantes. Entre los españoles cercanos a Fernando de Aragón en el reino de Nápoles, destaca asimismo Gonzalo Fernández de Oviedo, el cual entra al servicio del rey Federico en 150031. Esa proximidad de Oviedo al duque se acentuó, a partir del traslado a España del he28

Comp.Alfred Morel-Fatio, 1892, núm. 134; Jardin, 1991, pp. 117-126; Garcia y Jardin, 1996, pp. 77-94; y Jardin, 2000, p. 145, n. 16. 29 Croce, 1894, pp. 354-375; Fernández Murga, 1959, pp. 175-196, pp. 186187; Torre, 1959, pp. 245-248; Martínez Ortiz, 1984, pp. 37-60. 30 Silvestre Baffi, 1973, p. 344. 31 Ver, aun cuando no son buenas biografías, Ballesteros Gaibrois, 1958, pp. 1317, y Ballesteros Gaibrois, 1981, pp. 65-66.

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redero del trono de Nápoles en 1502. Desde esa fecha hasta 1512, el futuro cronista de Indias está al servicio del duque de Calabria, por decisión de Fernando el Católico. El cariño profesado por Oviedo al joven príncipe explana que el escritor le dedicase, durante la prisión del duque en Játiva, su novela de caballerías Claribalte32. Asimismo, lo recordará con mucho afecto, años más tarde, en sus Batallas y Quinquagenas, en cuyo manuscrito autógrafo el único escudo de armas que reproduce es, precisamente, el de Don Fernando33. La conquista de Nápoles por Francia y España, que obligó al duque de Calabria a separarse de su familia, interrumpió también bruscamente su formación humanística. Federico de Nápoles apenas pudo oponer resistencia a la invasión del reino. Después de la caída de Capua, se vio forzado a firmar la tregua de Aversa (25 de julio de 1501) en la que entregaba el control de la capital a los franceses, quienes le permitían permanecer en Ischia unos meses (Volpicella, 1908, p. 65). En agosto el rey abandonó la capital y se refugió con su mujer y sus hijos más jóvenes en esta pequeña isla, desde donde pasarían a Francia (Capasso ed., 1876, p. 67; Passero, 1785, p. 127)34. Mientras, el duque de Calabria defiende la plaza de Tarento frente al Gran Capitán. Éste, por lo visto, engañándole con la falsa promesa de garantizarle, tras su rendición, la libertad de dirigirse a donde quisiera, consiguió que se entregara35. Con el traslado a la corte de los Reyes Católicos en 1502, comienza una nueva etapa de la vida del duque de Calabria, de la que espero ocuparme en detalle en otra ocasión. Sirva ahora sólo señalar que, si bien Crisóstomo Colonna acompañó al duque de Calabria a España, en donde permanecería hasta 1506, fecha en la que el humanista regresa a Nápoles y entra al servicio de Isabel de Aragón, duquesa de Bari y viuda de Giangaleazzo Sforza, por encargo de la cual hizo un viaje a la Península Ibérica en 1516,

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Fernández de Oviedo, Claribalte. Fernández de Oviedo, Batallas y Quinquagenas, p. 141. 34 La caída de Nápoles, el traslado a Ischia y la posterior salida para Francia del rey Federico, mientras Isabel permanece en la isla se narra también en Auton, 1889-1895, cap. XV, pp. 76-91. Isabel del Balzo, aunque en septiembre de 1501 había partido a Francia, regresó al poco tiempo a Ischia para seguir de cerca el destino de su hijo asediado en Tarento. Una vez que cayó esta plaza, se trasladó definitivamente a Francia.Ver Volpicella, ed., 1916, p. 239. 35 Castañeda, 1911, p. 270, y Ruiz-Domènech, 2002, pp. 329-330. 33

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la formación que el joven príncipe recibiría en la corte de los Reyes Católicos fue bien distinta a la educación italiana, pues el contexto cultural ha cambiado por completo36. Así lo sugiere una fascinante obra del humanista Antonio de Ferrariis, conocido como Galateo, titulada De educatione. Este tratado, bien estudiado en su relación con otros textos humanísticos, pero desgraciadamente bastante desatendido entre los hispanistas, se debió de escribir hacia 1505, es decir, después de la muerte del rey Federico en su exilio de Tours. En este libro Galateo se dirige a su gran amigo Crisóstomo Colonna37, como tutor del príncipe en su exilio en la Península Ibérica, y reflexiona sobre la educación más apropiada para el duque de Calabria. Sin embargo, lo que se plantea como un texto pedagógico termina convirtiéndose en un ataque abierto contra la política y la cultura hispánicas de la época de los Reyes Católicos, y en menor medida también contra las francesas38. Galateo, quien ya había escrito al duque de Calabria una epístola antes de 1501, recordándole que los príncipes debían anteponer sus funciones públicas a sus responsabilidades privadas39, alberga en el De educatione todavía la esperanza de que el trono de Nápoles recaiga en su legítimo heredero. Comienza haciendo un repaso, lleno de digresiones, sobre los distintos modelos educativos en diferentes culturas, desde la Antigüedad al presente, resaltando siempre, por encima de todo, los valores educativos de Grecia y Roma, que, según él, en Italia en ese momento sólo mantiene vivos Venecia, vista como una nueva Atenas (§36-37, pp. 94-96). Le exaspera, en especial, el afán español de subrayar que su linaje deriva de los godos, símbolo para el humanista de barbarie. Así, arremete contra Fabricio Gauberte de Vagad, el monje cisterciense autor de la Corónica de Aragón, a quien contempla como un defensor a ultranza de la ligereza y vanidad hispánicas, frente a la gravitas italiana (§26-27, pp. 84-86; §29, p. 88) Le anima a Colonna a que aleje al joven de los juegos de cartas,

36 Desgraciadamente no sabemos prácticamente nada del paso de este humanista por España.Vecce, 1988b, p. 327. 37 Galateo había escrito otras cartas a Colonna.Ver De Ferrariis, 1959, n. XII (pp. 97-100); n. XIII (pp. 101-103); n. XVI (pp. 121-123), n. XXV (pp. 147-150); n. XXVIII (pp. 171-172); n. XXIX (pp. 173-179). 38 Sobre esta obra, aparte del estudio introductorio de Vecce en la edición de Tordeur, ver Zacchino, 1968, pp. 620-633, y Vecce, 1988b. 39 Galateo, 1959, pp. 81-84.

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de dados, de ajedrez y de azar, que sólo sirven para perder el tiempo (§69, p. 130-132). «La causa de todos los males es la mala educación, el desprecio de las letras y el frecuentar a los peores hombres» (§70, p. 132)40, asegura Galateo, quien también sugiere a su amigo estimular en el duque de Calabria la afición a la caza, sobre todo la caza mayor, por lo que implica de fortalecimiento físico y preparación militar (§71, p. 134). Juzga imprescindible el cultivo de la música, pero siguiendo modelos italianos en lugar de franceses o españoles (§73). Entre las lecturas clásicas, Homero y Virgilio son preferibles a Propercio y Catulo, y en lenguas vulgares recomienda a Dante y Petrarca, mientras que rechaza, en términos bastante sarcásticos, a Juan de Mena y a los poetas cancioneriles, de quienes comenta que «a éstos, yo los llamaría, a la manera española, más bien ‘copleadores’; nosotros buscamos poetas, que sean, como dice Macrobio de Virgilio, muy expertos en todas las disciplinas»41. Condena los juegos de cañas, tan populares entre los españoles, como un entretenimiento bárbaro propio de árabes, y le pide a Colonna que no olvide que su discípulo se ha de ejercitar en la lucha de espada contra espada, lanza contra lanza (§ 76). En cuanto a la vestimenta, le aconseja que «nuestro adolescente se vista, incluso en medio de España, o como prefieren los españoles, ‘Gothia’, con vestidos italianos, que no son ni demasiado sobrios ni lujosos; que vaya limpio, no reluciente» (§ 87)42. El núcleo esencial del De educatione podría resumirse en el deseo de que Fernando de Aragón continúe educándose a la manera italiana: Tú, si eres verdaderamente aquel a quien yo siempre he estimado, Crisóstomo, a este ínclito adolescente, al cual has tenido a tu cargo desde su infancia y has cuidado como una nodriza, edúcalo según el modelo italiano, en los buenos preceptos y costumbres, en las letras y disciplinas griegas y latinas, no francesas y españolas43 (§ 49, p. 110). 40 «Omnium malorum causa est mala educatio, contemptus litterarum, et pessimorum virorum consuetudo» (§70, p. 132) 41 «Istos hispanico more ‘copulatores’ potius appellaverim, nos poetas quaerimus, qui sint, ut ait Macrobius de Virgilio, peritissimi omnium disclipinarum» (§75 p. 138). 42 «Induat se igitur noster adolescens, vel in media Hispania, seu, ut malunt Hispani, Gothia, italicis vestibus, quae nec avarae sunt nec prodigae; sit mundus, non nitidus» (§ 87, p. 152). 43 «Tu si is es quem semper existimavi, Chrysostome, adolescentem inclytum, quem ab infantia accepisti et ut nutrix fovisti, instrue italica institutione, bonis

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Me gustaría pedirte lo que te he rogado y suplicado ciertamente una y muchas veces: devuélvenos a nuestro joven rey, cuando a los Reyes Católicos les parezca, tal y como lo recibiste. Italiano lo recibiste, devuélvelo italiano; no español. Que aprenda a hablar español y también francés, si quiere, pues es hermoso conocer las lenguas y las costumbres de mucha gente, sin embargo no hasta el punto de anteponer la barbarie de la “algarabía” o la gótica —de lo cual también abominan los mismos españoles— a la Latinidad. Al contrario, entre los suyos que use siempre la lengua materna, para que, de la gravedad y simplicidad del italiano, no pase a los sonidos extraños y a los donaires españoles, las agudezas aduladoras, chistes, palabras indecentes. Que aprenda latín, lo cual aconsejan los más sabios de los españoles, aunque aquellos que llaman “galanes” se mofen. (§ 52, p. 112)44.

Antonio de Ferrariis escribió el De educatione con más de sesenta años, con el sueño un tanto iluso de que Fernando de Aragón recuperara el trono de Nápoles. Su obra nunca se llegó a imprimir y no hay certeza alguna de que circulara por España. Con el regreso de Crisóstomo Colonna a Nápoles en 1506, se cumplieron los peores presagios del Galateo. En realidad, el proceso de ‘hispanización’ del duque de Calabria era irreversible, como demuestra el hecho de que compusiera lírica cancioneril durante su prisión en Játiva, según nos trasmite, citando incluso el poema, Gonzalo Fernández de Oviedo45. Fernando de Aragón ya nunca volvería a Italia y sería en España donde desarrollaría su vida, que pasa a primer plano de la escena política y cultural después de ser rehabilitado por Carlos V y nombrado Virrey de Valencia en 1526. Una conmovedora carta de 1542 que escribe a praeceptis et moribus, graecis et latinis litteris et disclipinis, non gallicis aut hispanicis» (§ 49, p. 110). 44 «Te vero iterum atque iterum rogatum atque obtestatum velim: redde nobis regulum nostrum, cum sanctissimis regibus visum fuerit, talem qualem accepisti. Italum accepisti, Italum redde, non Hispanum. Discat hipanice loqui, et etiam gallice, si libuerit. Pulchrum est enim multarum gentium ut et mores sic et linguas noscere, non tamen, quod ipsi etiam Hispani abominantur, algaraviam aut gothicam barbariem latinitati anteponat, sed utatur semper inter suos patria lingua, ne ab italici sermonis gravitate simplicitateque transeat in peregrinos sonos et in hispanos lepores, blanditias argutulas, scommata, ledorias. Discat latine, quod Hispaniarum sapientisiimi suadent, quamvis ii, quos galanes dicunt, derideant» (§ 52, p. 112). 45 Fernández de Oviedo, Batallas y quinquagenas, p. 140.

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Ercole II d’Este en perfecto castellano comunicándole la noticia de la muerte de su querida hermana Julia, ilustra hasta qué punto ha llegado su proceso de hispanización. El duque de Calabria prefiere el castellano al italiano para dirigirse a su pariente en Ferrara: Illustrísimo Señor Sobrino.Ya vuestra Señoría habrá sabido cómo plugo a Dios llevar para sí a la Infante Doña Julia, mi hermana, dexándonos tan affligidos y lastimados con su muerte que, si no fuera el tener por cierto que según su vida y fin está en el cielo, ninguna otra cosa bastará para nos consolar, según la gran pérdida de su persona, que de verdad para mí ha sido de las mayores que en esta vida me podían venir. Pero, como en ella haya tan poco que confiar, mayormente para persona tan acostumbrada a sus xaraues y tragos amargos como la mía, hállola hecha a las armas y conformada con la voluntad de Dios en todo lo que ansí le plaze, hame parecido dar aviso dello a Vuestra Señoría, por descansar con él mis trabajos y fatigas sabiendo la parte que dellas le cabrá, como a Señor y verdadero hermano de todos, cuya Illustrísima persona y estado Nuestro Señor guarde y acresciente como dessea. De Valencia, a xvii de março MDXXXXII. De Vuestra Illustrísima Señoría, suo tío amantísimo, el Duca de Calabria46.

Aun así, parece claro que la sólida formación italiana, recibida por el duque de Calabria en sus primeros catorce años de vida, contribuyó a moldear su personalidad y su afición a las letras y a las artes e imprimió un carácter único en el mecenazgo cultural que ejerció en España en el segundo tercio del siglo XVI.

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LA PRODUCCIÓN HISTORIOGRÁFICA DE MOSÉN DIEGO DE VALERA EN LA ÉPOCA DE LOS REYES CATÓLICOS*

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1. A

MODO DE INTRODUCCIÓN

Mosén Diego de Valera, caballero e intelectual del siglo XV, se caracteriza, entre otras cosas, por la gran cantidad de obras que compuso1. Escritor infatigable, comenzó su andadura literaria siendo muy * Este trabajo se enmarca dentro del proyecto de investigación del Ministerio de Educación y Ciencia HUM2004-02841/FILO, cuyo investigador principal es el profesor don Nicasio Salvador Miguel. Agradezco al profesor Salvador Miguel sus valiosas observaciones y sus inteligentes comentarios a este estudio. 1 Diego de Valera es autor del tratado Defensa de virtuosas mujeres, dedicado a la reina doña María, primera esposa de Juan II de Castilla; del Espejo de verdadera nobleza, dedicado al rey castellano Juan II; de la obra titulada Exhortación de la paz, dedicada igualmente a Juan II; del Tratado de las armas, dirigido a Alfonso V de Portugal; de la Providencia contra fortuna, dedicada al marqués de Villena; del Ceremonial de príncipes, también dedicado al marqués de Villena; del Breviloquio de virtudes, destinado al conde de Benavente; del Origen de Troya y Roma, dedicado a Juan Hurtado de Mendoza; del Doctrinal de príncipes, dedicado al rey don Fernando; de las Preheminencias y cargos de los oficiales de armas, cuyo destinatario es nuevamente el rey don Fernando; de la Genealogía de los Reyes de Francia, dedicada a Joan Terrin; de la Valeriana o Crónica abreviada de España, escrita por orden de la reina doña Isabel, a la que está dedicada la obra; del Memorial de diversas hazañas y de la Crónica de los Reyes Católicos. Igualmente, nos ha legado una serie de epístolas, sumamente interesantes, dirigidas a diversas personalidades del momento. Además, tradujo del francés el Árbol de las batallas de Honoré de Bouvet. No puede olvidarse su obra poética.

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joven y no soltó la pluma hasta bien entrada la vejez, concretamente hasta que lo sorprendió la muerte, o una grave enfermedad, hacia el año 14882. Desde un punto de vista político hay que señalar que, tras los gobiernos de Juan II y de su hijo Enrique IV, Diego de Valera afrontó la subida al trono de doña Isabel y de don Fernando lleno de ilusión3. Valera, que tuvo un destacado papel en la corte de Juan II y que, sin embargo, quedó relegado a un segundo plano con Enrique IV, volvió a desempeñar con los nuevos soberanos una serie de actividades que lo relacionaron directamente con la monarquía. Hay que recordar que Valera fue adepto a los Reyes Católicos antes de que estos se convirtieran en soberanos de Castilla4. Así, antes y después de la entronización de doña Isabel, el escritor siempre defendió que ella era la auténtica y legítima heredera5. La guerra con Portugal y la guerra de Granada son dos acontecimientos históricos que lo relacionan directamente con los monarcas. Precisamente, estos dos episodios bélicos conformarán los temas principales de su Crónica de los Reyes Católicos. 2

Mosén Diego de Valera nació en 1412. En 1427, a la edad de quince años, llegó a la corte de Juan II de Castilla en calidad de doncel (ver Diego de Valera, Crónica abreviada de España, BNM I-1731, fol.Y6v). En este momento comienza su vida pública y su andadura en el mundo literario (ver Moya García, 2004, pp. 81-92). 3 Sin contar trabajos anteriores, se dan noticias sobre las empresas realizadas por mosén Diego de Valera en el reinado de Juan II de Castilla en los siguientes artículos: Moya García, 2004; Moya García, en prensa a; López Ríos y Moya García, 2008, en prensa. 4 En las luchas entre el infante don Alfonso y el rey Enrique IV, legítimo soberano de Castilla,Valera siempre fue partidario del primero. Es más, incluso tenemos noticias de la presencia del cronista en la corte de don Alfonso (ver Morales Muñiz, 1988; Rábade Obradó, 1990, pp. 620, 731; Perea, 2001, pp. 33-57).Tras la muerte del infante don Alfonso, acaecida el cinco de julio de 1468 (Enríquez del Castillo, 1994, p. 307; Crónica anónima de Enrique IV de Castilla 1454-1474 (Crónica castellana), 1991, p. 243), Diego de Valera apoyará a su hermana, la infanta doña Isabel y se convertirá en un decidido defensor del derecho de ésta a ser la heredera del trono de Castilla. 5 Ver Moya García, en prensa b. Afirmaciones como: «doña Isabel, única legítima heredera sucesora de estos reynos de Castilla y de León después de la muerte del rey don Enrique su hermano» (Valera, Crónica de los Reyes Católicos, p. 4) son frecuentes en las obras y en las epístolas de Diego de Valera escritas tras la muerte del infante don Alfonso.

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La guerra con Portugal que vivió Castilla tras la proclamación como soberana de la reina doña Isabel fue uno de los hechos en los que Valera tuvo un protagonismo destacado, debido a que el escritor, que ya era maestresala el 17 de febrero de 1476, realizó una importante labor en la defensa de las costas andaluzas6. La guerra de Granada fue el otro acontecimiento que llevó a Valera a estar de nuevo en la palestra. El cronista siempre pensó que la guerra contra el reino de Granada debía ser una empresa prioritaria para Castilla. Decepcionado por la escasa actividad que durante los reinados de Juan II y Enrique IV se vivió en la frontera,Valera apremió a los Reyes Católicos desde su subida al trono para que finiquitaran la lucha contra el infiel7. Embebido en el ambiente mesiánico que rodeó a doña Isabel y a don Fernando desde que se convirtieron en soberanos de Castilla —e incluso antes—, Valera vio en ellos a los monarcas que culminarían la Reconquista. Las epístolas del propio Valera son el mejor documento que tenemos para analizar los pensamientos del cronista sobre esta guerra santa8; unas epístolas que cobran mayor dimensión si se ponen en relación con las que enviaban a los reyes otras personalidades e intelectuales de la época y en las que se daba buena cuenta de todos los sucesos que se iban desarrollando9. Desde un punto de vista intelectual, es justo reconocerle a Valera que los años acumulados a sus espaldas no fueron óbice para que de6

El rey don Fernando se refiere a mosén Diego de Valera como su maestresala en una carta que le envía el 17 de febrero de 1476 (Penna, 1959, p. 48). 7 Si exceptuamos las conquistas de Fernando de Antequera, tutor de su sobrino, Castilla no hizo avances significativos en la frontera granadina durante el reinado de Juan II Castilla. Lo mismo sucedió durante el gobierno de su hijo Enrique IV. En el año 1456, en una de las pocas incursiones realizadas contra el reino de Granada, un grupo de castellanos, entre los que se encontraba Diego de Valera, tomó Caer (Salvador Miguel, 1977, p. 250). 8 Las cartas de mosén Diego de Valera han sido editadas por Antonio de Balenchana (1878, pp. 3-121); y por Mario Penna (1959, pp. 3-51). Lucas de Torre y Franco-Romero edita las que enviaron al escritor los Reyes Católicos y el duque de Medinaceli (1914a, pp. 105-116; y también en 1914b, 365-376). 9 Como afirma muy acertadamente Pontón: «La empresa militar contra el reino nazarí de Granada no sólo comportó un enorme esfuerzo bélico, sino también una ingente actividad informativa, tal como ocurrirá años después, a una escala mucho mayor, con la empresa del descubrimiento y la conquista de América. […] A los grandes señores de la frontera se les impuso la disciplina de comunicar con regularidad las noticias habidas, información que la corona pro-

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cayera su talento creador. Todo lo contrario, ya que sólo entre 1475 y 1488 compuso el Doctrinal de príncipes; las Preheminencias y cargos de los oficiales de armas; la Valeriana o Crónica abreviada de España; la Genealogía de los Reyes de Francia; el Memorial de diversas hazañas; la Crónica de los Reyes Católicos; y, quizá, también, el Origen de Troya y Roma, obra que está sin datar y que fue dedicada a un «Johan Furtado de Mendoça, señor de las villas de Cañete, Poyatos y Tragaçete»10. Probablemente este «Johan Furtado de Mendoça» fue el segundo señor de Cañete, montero de Enrique IV y guarda mayor de la ciudad de Cuenca, un personaje que murió en 149011. Sea como fuere, lo cierto es que en esta obra no hay ningún dato que nos permita fecharla, por lo que no podemos saber si se compuso durante el reinado de Juan II o durante el reinado de los Reyes Católicos12.

2. LA

OBRA HISTORIOGRÁFICA

2.1. Aproximación a sus crónicas En las obras que acabo de citar destacan claramente las de carácter historiográfico. Así, pues, es una realidad que Valera culminó su extensa producción con la composición de la Valeriana o Crónica abreviada cedió a organizar y controlar según sus propios fines» (2002, p. 29). Es más, tal y como indica Cátedra, «puede decirse que la guerra de Granada es la primera guerra cubierta por una corresponsalía publicitaria oficial» (1996, p. 45). 10 Diego de Valera, Origen de Troya y Roma, ms. 12672 BNE, fol. 149r. De esta obra, que se nos ha transmitido a través del ms. 12.672 de la BNE, fols. 149r156r, hay una edición en Penna, 1959, pp. 155-159. 11 Carriazo, ed., Diego de Valera, 1927, p. XCVIII, n. 1. Rodríguez Velasco señala que el Origen de Troya y Roma debió componerse «entre 1455 y 1458 ó 1460» (1996, p. 239). Por su parte, Sanmartín Bastida, siguiendo a Rodríguez Velasco, indica que el Origen de Troya y Roma fue escrito entre 1455 y 1460 (1998, p. 167). 12 A pesar de no poder datar esta obra, hay que destacar las relaciones intertextuales con la Valeriana, ya que las dos obras presentan varios pasajes comunes (ver Moya García, Edición y estudio de la «Valeriana» («Crónica abreviada de España» de mosén Diego de Valera), en prensa c). A simple vista, parece que el Origen de Troya y Roma es fuente de la Valeriana; sin embargo, no puedo descartar que sea posterior a la crónica, ya que lo mismo ocurría con la Genealogía de los Reyes de Francia, que parecía ser fuente de la Valeriana y luego ha resultado ser una obra posterior que, simplemente, comparte fuentes con la crónica.

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de España13, la Genealogía de los Reyes de Francia, el Memorial de diversas hazañas y la Crónica de los Reyes Católicos, títulos aquí citados en orden cronológico, del más antiguo al último que compuso (y que quedó sin terminar). En este trabajo voy a centrarme fundamentalmente en la Valeriana, en el Memorial de diversas hazañas, y en la Crónica de los Reyes Católicos, mientras que me limitaré a dar algunos apuntes de la Genealogía de los Reyes de Francia. La Valeriana, el Memorial de diversas hazañas y la Crónica de los Reyes Católicos constituyen el grueso de la obra historiográfica de Diego de Valera. A través de la lectura de estas crónicas puede hacerse un repaso ininterrumpido por la historia de Castilla, desde sus orígenes míticos hasta 1488, año en el que se detiene la Crónica de los Reyes Católicos con la narración de una serie de sucesos que acaecieron en la guerra de Granada. En las tres crónicas el tema central es la historia de Castilla en sus distintos momentos históricos. Existe, pues, unidad temática y temporal, ya que los sucesos se van narrando diacrónicamente. Sin embargo, las tres crónicas no son de la misma naturaleza porque, mientras la Valeriana es una crónica general, concebida como una ‘suma de crónicas’, el Memorial y la Crónica de los Reyes Católicos son dos crónicas particulares dedicadas cada una de ellas a un reinado concreto, el Memorial al de Enrique IV, y la Crónica de los Reyes Católicos, como bien indica su título, al reinado de doña Isabel y don Fernando.

La Valeriana La Valeriana, crónica encargada por la reina doña Isabel y dedicada a ella por Diego de Valera, se divide en cuatro partes: la primera es una

13 Prefiero referirme a esta obra como Valeriana, ya que así la llamó Diego de Valera en el prólogo de su Memorial de diversas hazañas (p. 4). De todos modos, es una realidad que las dos denominaciones, Valeriana y Crónica abreviada, ya se le dieron a la crónica durante los siglos XV y XVI. Así, entre los libros que pertenecieron a Isabel la Católica y que estuvieron custodiados en la Capilla Real de Granada, encontramos «una Valeriana en papel de molde» (Ruiz García, 2004, p. 510), mientras que, entre los libros que se citan en el testamento de Fernando de Rojas, tenemos, de Diego de Valera, una «Crónica de España» (González, 1998, p. 401).

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descripción del mundo conocido hasta ese momento; la segunda se centra en los reyes míticos y en la dominación romana; la tercera se abre con la llegada de los godos y culmina con la derrota del rey don Rodrigo y la pérdida «de las Españas»; la cuarta y última comienza con don Pelayo y finaliza con el reinado de Juan II de Castilla14. Para su redacción,Valera se sirvió de una serie de fuentes. En la primera parte, las obras seguidas básicamente por el cronista son el De proprietatibus rerum, de Bartholomaeus Anglicus, y el Liber de natura rerum, de Tomás de Cantimpré. Valera también tuvo en cuenta el Libro de los Reyes Magos de Juan de Hildesheim y las obras de dos autores relativamente contemporáneos: el libro IV del tratado Historiae de varietate fortunae de Poggio Bracciolini y la «Cosmografía» que formaba parte de la Peregrina Historia de Pier Cándido Decembrio. Además, el Ceremonial de Príncipes —tratado compuesto por Valera anteriormente— es fuente confesa que el cronista utiliza y que le sirve para reivindicar su valía como intelectual y como experto en materias de nobleza y caballería. En la segunda, tercera y cuarta parte de la crónica,Valera emplea como fuente principal la Estoria del fecho de los godos, aunque, en contra de lo que se había venido defendiendo hasta ahora, no un ejemplar de la versión amplia, sino un ejemplar de la versión amplia y un ejemplar de la versión breve, si no es que siguió una tercera versión, que no ha llegado hasta nosotros, y que debió mezclar la amplia y la breve15. Esta es una hipótesis que, por la forma en la que el texto de una versión y otra se entremezclan en la Valeriana, parece más que posible. La siguiente fuente en importancia para la redacción de la segunda, tercera y cuarta parte de la Valeriana es la Crónica de 1344, una obra que Valera sigue en tres momentos concretos de su crónica: para redactar una serie de capítulos que hablan de la dominación romana en la Península, para componer algunos pasajes en los que se narran distintas aventuras protagonizadas por el conde Fernán González y para recrear la historia del Cid, personaje fundamental en la Valeriana 14

Siempre que cite la Valeriana en este trabajo lo haré a partir de uno de los ejemplares de la edición príncipe que se custodia en la Biblioteca Nacional de Madrid (I-1732). El propio Diego de Valera explica la estructura de su crónica (Valeriana, h. †r). 15 Catalán explica que Valera había empleado un ejemplar de la versión amplia con la adición de Moguer (1992, pp. 262 y 284-285). Por su parte, Hijano sigue a Catalán (2000, pp. 32-58).

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y al que el cronista dedica una cuarta parte de toda la extensión de la obra. El hecho de que la Crónica de 1344 es fuente de la Valeriana ya era conocido16. Sin embargo, hasta ahora, al hacer los cotejos pertinentes entre ambas crónicas, siempre se había seguido la edición que Cintra realizó de la Crónica de 1344 a partir de un ejemplar de la segunda redacción portuguesa cuando Valera debió emplear un ejemplar de la segunda redacción castellana. Sólo hay una fuente común a las cuatro partes de la Valeriana, la misteriosa historia Teutónica, una obra que está presente en prácticamente toda la producción de Valera y de la que se sabe muy poco. La Valeriana se compuso entre 1479 y 1481. Precisamente, hay un párrafo de esta crónica que prueba que Valera estaba ocupado con la escritura de la Valeriana en 1479: Aquí es de notar, princesa muy poderosa, quánto es antigua la corona real de vuestros reynos, ca es cierto que en las Españas, y aun en esta parte que Castilla llamamos, ovo reyes ante dela iij destruición de Troya, porque Hércoles el Grande, que fue uno de los príncipes que en ella se acercaron en tienpo del rey Laumedón, ovo batalla en canpo con el rey Gerión de España, como dicho es, el qual señoreava Lusitania, que agora Estremadura llamamos, y Bética, que Andaluzía se llama, y Galizia, que aún tiene su nonbre, lo qual es tan antiguo que desque Roma fue fundada fasta el avenimiento de nuestro Redentor pasaron setecientos y quinze años, y desde la quarta y postrimera destrución de Troya, que fue en tienpo del rey Príamo, fasta la fundación de Roma, ovo quatrocientos y cinquenta y quatro años.Y ante de aquella postrimera destrución de Troya, fue Hércoles bien por cien años rey de España y más propiamente fablando rey de Castilla.Y así son pasados, desde que Hércoles començó a reynar en Castilla fasta oy, dos mill y seyscientos y quarenta y ocho años, de donde se prueva estos vuestros reynos ser los más antiguos de la cristiandad17.

Son varios los datos que pueden extraerse para trabajar con ellos: 1. Desde que Roma fue fundada hasta el advenimiento de Jesucristo hay 715 años. 2. Desde la cuarta destrucción de Troya hasta la fundación de Roma hay 454 años. 16

Entre otros, lo han señalado Puyol, 1911; Sánchez Alonso, 1941, p. 364; y Cacho Blecua, 2002, pp. 339-363. 17 Valeriana, h. Eij r-v; subrayado mío.

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3. Hércules reinó durante 100 años antes de la cuarta destrucción de Troya. 4. Desde que Hércules empezó a reinar en Castilla «fasta oy» han pasado 2648 años. Según las explicaciones que da Valera, si sumamos las tres primeras fechas que nos facilita, obtenemos el año en el que comenzó a reinar Hércules poniéndolo en relación con el nacimiento de Cristo. La fecha obtenida es el 1269 antes de Cristo. Sabiendo que, desde que Hércules empezó a reinar hasta el momento en el que está escribiendo Valera «fasta oy», han pasado 2648 años, sólo tenemos que restar a 2648 años los 1269 que reinó Hércules antes de Cristo para saber los que han pasado después de Cristo y obtener el año en el que está escribiendo el cronista. La fecha resultante es 1379. Sin duda, se trata de un error, ya que el año que debería aparecer es 1479. Hay un descuadre de cien años para el que hay dos posibles explicaciones —naturalmente, podrían darse algunas más, pero creo que estas dos son las más factibles—: 1. Que Valera no haya sumado los 100 años que, según él mismo indica, transcurren desde que comienza a reinar Hércules en Castilla hasta la cuarta destrucción de Troya. 2. Que, en vez de haber pasado «fasta oy» 2648 años, sean en realidad 2748. El párrafo anteriormente reproducido de la Valeriana es muy significativo porque lo volvemos a encontrar repetido con un pequeño cambio en la Genealogía de los Reyes de Francia.

La Genealogía de los Reyes de Francia La Genealogía de los Reyes de Francia es una obra mucho menos importante que la Valeriana, el Memorial de diversas hazañas y la Crónica de los Reyes Católicos18. Tal y como indica su título, se trata de una genealogía, bastante breve, que hace un repaso de la monarquía gala, desde sus orígenes hasta 1320, año en el que «se fizo concordia entr’el rey Felipo y el conde de Flandes, el qual reconosçió el señorío al rey Felipo

18

La Genealogía de los Reyes de Francia se ha conservado en el Ms. 1341 de la BNE, fols. 328r-338v.

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de Francia y le fizo omenaje»19. La Genealogía está dedicada a Joan Terrin, francés que, según indica el propio Valera en la dedicatoria, le había manifestado sus deseos de conocer la antigüedad de los reinos de Francia. Las fuentes citadas por Valera son la Martiniana y la General Estoria de Johan Teutónico. Sobre la datación de esta obra, Gayangos creía que Valera pudo haberla escrito hacia 1437, después de haber salido al extranjero, mientras que Carriazo, por su parte, situaba la composición en el reinado de los Reyes Católicos, aunque precisaba que no era posible fechar la redacción con exactitud20. Carriazo está en lo cierto al afirmar que se compuso durante el reinado de doña Isabel y de don Fernando, aunque se equivoca al afirmar que no se puede datar con precisión, ya que fue compuesta en 1482. Precisamente, ha sido gracias al pasaje de la Valeriana citado anteriormente como he podido fechar la obra. En el mencionado párrafo, ya hemos visto cómo el cronista hace una serie de cálculos matemáticos para demostrar la mayor antigüedad de los «reynos de España» con respecto al resto de los reinos cristianos. Pues bien, este párrafo se repite exactamente en la Genealogía con una pequeña variación. En la Genealogía leemos: «z asý son pasados desde que Ércoles començó a reynar en Castilla fasta oy dos mill z seysçientos z çinquenta z un años»21. En la Valeriana, recordémoslo, se decía: «así son pasados desde que Hércoles començó a reynar en Castilla fasta oy, dos mill y seyscientos y quarenta y ocho años»22. Valera cambia la fecha y en la Genealogía los años transcurridos desde que comenzó a reinar Hércules se incrementan en tres. Si se hacen nuevamente cálculos matemáticos, el cronista se encuentra escribiendo en 1382, cosa imposible. En realidad, la fecha debe ser 1482. Otra vez vuelve a haber 100 años que no cuadran. Pienso que Valera copió literalmente de la Valeriana este párrafo que aparece en la Genealogía y que, simplemente, se limitó a cambiar los años que habían pasado desde que comenzó a reinar Hércules.

19 20 21 22

Genealogía de los Reyes de Francia, Ms. 1341 BNE, fol. 338v. Carriazo, ed., Diego de Valera, 1927, p. CIV. Genealogía de los Reyes de Francia, Ms. 1341 BNE, fol. 329r. Valeriana, h. Eij v.

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El Memorial de diversas hazañas El Memorial de diversas hazañas es una crónica en la que se narra el reinado de Enrique IV y otros hechos importantes que sucedieron fuera de Castilla23. Esta crónica se caracteriza por un afán moralizador que también es común a la Valeriana y a la Crónica de los Reyes Católicos: «determiné en esta obra no solamente escribir las hazañas y virtuosas obras, mas algunas aunque tales no fueron, porque los obradores así de las vnas como de las otras, resciban el premio a su merecimiento debido»24. El Memorial, que consta de cien capítulos, comienza con la subida al trono de Enrique IV en 1454, tras el fallecimiento de su padre Juan II, y finaliza con la muerte de don Enrique en 147425. A medida que avanza la narración, en la que Valera va describiendo la gobernación de Enrique IV, la postura del cronista se va haciendo más dura e inflexible con la figura del monarca, al que considera el culpable de todos los males que vivió Castilla en los años en los que ocupó el trono. Valera, aunque menos agresivo que Palencia en sus afirmaciones, no muestra misericordia con Enrique IV, un rey al que el escritor conoció cuando el monarca era un niño, en 1429, fecha en la que don Enrique tenía cuatro años y en la que era príncipe de Asturias26. En este año27, Juan II montó a su hijo casa en Segovia y Valera se convirtió en uno de los donceles del príncipe28. En realidad, todo lo que Valera pensaba de su rey y señor queda resumido en las últimas líneas que le dedica en el Memorial y con las que concluye la crónica: «Oýa de mala voluntad a quien quiera que a él venía. Era mucho apar23 El mismo Valera así lo indica en el prólogo: «determiné en suma escribir las cosas más dignas de memoria, no solamente hechas en esta España mas en las otras partes» (Memorial de diversas hazañas, p. 3). 24 Memorial de diversas hazañas, p. 4. 25 Refiriéndose al Memorial de diversas hazañas, Puyol escribió de Diego de Valera que «es posible que hubiera legado a la posteridad la mejor crónica de la época de Enrique IV» (1921, p. 126). 26 El rey Enrique IV nació el cinco de enero de 1425 en Valladolid (Crónica de Juan II, 1953, p. 429). 27 Exactamente, el 22 de noviembre de 1429, el príncipe don Enrique abandonó Burgos para dirigirse a Segovia, en donde su padre, el rey Juan II, le montó casa (Carrillo de Huete, Crónica del halconero de Juan II, p. 45). 28 Ver Crónica de Juan II, cap. XLVIII, p. 475; y Colmenares, 1969, p. 577.

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tado.Vestíase mal. Tovo muchos privados, a quien con larga mano dió muy grandes dádivas. Fué sienpre regido por su voluntad, fuyendo de todo sano consejo»29. El retrato no puede ser más demoledor. El Memorial se compuso después de finalizar la Valeriana, es decir, después de 1481 y, probablemente, ya estaba terminado en 1486 o en 1487. Por lo menos, eso es lo que se desprende de un comentario que realiza Valera en una epístola dirigida a la reina doña Isabel y que, aunque está sin datar, puede fecharse hacia 1486 o 1487. El cronista dice a la soberana: E yo, deseando más libremente poder seruir a Vuestra Alteza, me despedí del duque de Medina Celi, mi Señor, del qual auía ciento e veinte mill maravedís cada año pagados en mi casa, e vine a Madrid por aver algún cargo en que a Vuestra Altesa pudiese seruir e tuviese de comer; e después de seys meses pasados, mandóme ocupar en la obra que ha visto, en que creo averle fecho muy señalado seruicio; e mandóme librar cinquenta mill marauedís para mi entendimiento, los quales se me pagaron de tal manera que he tenido de gastar gran parte dellos en los cobrar30.

Valera debe estar hablando del Memorial, ya que, cuando compuso la Valeriana no estuvo en Madrid, la redactó entre Segovia y el Puerto de Santa María, mientras fue corregidor de Segovia y cuando volvió al Puerto como servidor del duque de Medinaceli, y tampoco puede tratarse de la Crónica de los Reyes Católicos, porque no estaba terminada. Además, a tenor de los comentarios que hace Valera en el fragmento de la epístola reproducido anteriormente, no sería descabellado pensar que un dinero que la reina mandó dar al cronista en 1487 fuera en pago por el Memorial31.

La Crónica de los Reyes Católicos La Crónica de los Reyes Católicos, formada por 92 capítulos, comienza narrando cómo llega la noticia de la muerte de Enrique IV a don

29

Valera, Memorial de diversas hazañas, p. 295. Valera, epístola XX, 1959, pp. 26-27; subrayado mío. 31 Doña Isabel otorgó a Valera 20.000 maravedíes (ed. Benito Ruano, 1996, p. 127). 30

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Fernando, que se encontraba en Aragón, y continúa con la coronación como reina de doña Isabel32. La crónica tiene un final trunco y acaba con el capítulo «De cómo el rey enbió a requerir a las villas e lugares del río de Almanzora, e la sierra de Filabres, e a la fortaleza de Nijar»33, unos hechos que hay que situar en 1488. Ésta es la última obra que compuso Valera, una crónica que, debido a su muerte o a una enfermedad, quedó sin terminar. Como ya mencioné en la introducción, los dos temas sobre los que se basa la obra son la guerra con Portugal y la guerra de Granada34. En esta crónica encontramos una serie de lagunas que quizá puedan indicar que Valera no había revisado su escritura. Así, localizamos, en la edición que realiza Carriazo, ciertos espacios en blanco. Lagunas en las que siempre falta o una fecha o un nombre propio. Por citar algún ejemplo, en el capítulo XCII, leemos: «y el rey mandó a don Rodrigo Manrique hijo… que la fuese a recebir. E su alteza se partió de Vera lunes que fueron… e vino a sentar el real en la boca del río Almanzora»35. En esta Crónica de los Reyes Católicos de Diego de Valera también se producen algunos anacronismos. Uno de ellos, por ejemplo, lo encontramos en el capítulo XLIX, un capítulo cuya narración se sitúa en el año 1483. Sin embargo, leemos en uno de sus pasajes últimos: E como en este tienpo oviese en Galicia grandes debates, y el rey e reyna determinasen de yr allá por paçificar el reyno, acordaron de dexar en guarda al maestre al señor prínçipe e a las señoras infantas sus hijas: doña María y doña Juana e doña Catalina. El qual se partió de Córdoba con el señor prínçipe e las señoras infantas sus hermanas, e los llevó a la villa de Almagro, donde estovieron hasta que el rey e reyna de Galicia bolvieron en aquella villa, donde recibieron muchos serviçios. E desde allí se partieron todos para la cibdad de Córdoba; y el maestre quedó por proveer las cosas de su maestrazgo, e por su mandado bolvió en Córdoba a diez días del mes de abril del año de nuestro Redemptor de mill e quatrocientos e ochenta e siete años36. 32

Valera, Crónica de los Reyes Católicos, p. 3. Valera, Crónica de los Reyes Católicos, p. 279. 34 Valera también presta gran atención a la conquista de Canarias. De hecho, Hardisson estudia el «Capítulo XXXVII» de la Crónica de los Reyes Católicos, dedicado a dicho asunto, y reproduce el mencionado capítulo «según la transcripción de Juan de Mata Carriazo» (1934). 35 Valera, Crónica de los Reyes Católicos, p. 280. 36 Valera, Crónica de los Reyes Católicos, pp. 159-160. 33

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Se produce una interpolación extraña que narra un hecho del año 1487 y en la que aparecen personajes, como la infanta doña Catalina, que no existían en 1483, ya que la infanta nació en 1485. Además, la crónica continúa con el capítulo L, que se titula: «De cómo el rey nuestro señor se bolvió a la cibdad de Córdoba, en el año de ochenta y tres. E de cómo el marqués de Cádiz tomó por fuerça de armas la fortaleza de Tajara»37, capítulo que vuelve a situar la narración en 1483.

2.2. Características comunes A pesar de las diferencias, la Valeriana, el Memorial de diversas hazañas y la Crónica de los Reyes Católicos comparten una serie de características comunes. De este modo, en las tres crónicas, aunque de forma desigual, Valera está presente en la escritura en dos planos distintos: como narrador y como personaje histórico. Además, las tres crónicas tienen en común el ser un importante elemento propagandístico.

Mosén Diego de Valera, narrador de la historia El hecho de que estas obras historiográficas fueran escritas en plena madurez es altamente significativo y está cargado de simbolismo. En un momento en el que sigue imperando la máxima ‘Historia magistra vitae’ el cronista, aunque no sea oficial —como es el caso de Valera—38, lleva a cabo una labor muy importante: la de recoger y preservar una serie de acontecimientos históricos —reales o ficticios— que serán legados a las generaciones futuras y que servirán a los gobernantes como un útil instrumento político. Así, si la historia es la maestra de la vida,

37

Valera, Crónica de los Reyes Católicos, p. 160; subrayado mío. A pesar de que la Valeriana fue un encargo de la reina doña Isabel, Valera nunca fue cronista oficial, en contra de lo que sostienen Tate y Lawrance: «Durante todos este tiempo [el comprendido entre los últimos años del reinado de Enrique IV y el momento en el que Alonso de Palencia recibe la noticia de la muerte de Enrique IV cuando estaba en Aragón al lado de don Fernando] Palencia había usado el título de cronista real. Lo retuvo ahora, a diferencia de Enríquez del Castillo, quien fue relevado de su cargo y reemplazado por Diego de Valera» (ed. Palencia, 1998, p. xliii). 38

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los cronistas tienen un papel fundamental, al ser ellos los que la recogen por escrito. No puede dejar de destacarse la admiración, e incluso veneración, el respeto que se sentía por la figura del cronista, y no sólo del cronista, del intelectual en general, anciano.Tengamos en cuenta, por ejemplo, que Alfonso X había señalado en la Estoria de España que fueron los sabios ancianos los que se encargaron de recoger por escrito las hazañas de los príncipes, tanto de los que había que imitar como de aquellos otros cuyo comportamiento era necesario rechazar39. Pues bien, tanto la Valeriana, como el Memorial de diversas hazañas y la Crónica de los Reyes Católicos, fueron escritas por Valera cuando éste era un anciano y su fuerzas corporales estaban ya muy mermadas. Así lo hace saber el cronista en la Valeriana40. Sin embargo, una cosa es el cuerpo y otra el intelecto. En su juventud, Valera había proclamado: «sé esforçarme servir mi Príncipe no solamente con las fuerças corporales, mas aun con las mentales e intellectuales»41. Aunque en su vejez le flaquearan las fuerzas corporales no le ocurría lo mismo con las intelectuales, que habían alcanzado su plena madurez. En la Valeriana, en el Memorial y en la Crónica de los Reyes Católicos, Diego de Valera representa la voz de la experiencia al haber vivido prácticamente la totalidad del siglo XV y al haber sido testigo de los acontecimientos históricos que se desarrollaron en Castilla, e incluso de otros que sucedieron en reinos extranjeros (combatió junto al rey Carlos VII de 39

Leemos en la Primera Crónica General: «los sabios ancianos […] escriuieron otrossí las gestas de los príncipes, tan bien de los que fizieron mal cuemo de lo que fizieron bien, por que los que después uiniessen por los fechos de los buenos punnassen en fazer bien, et por los de los malos que se castigassen de fazer mal, et por esto fue endereçado el curso del mundo de cada una cosa en su orden» (1977, p. 3). 40 Valeriana, h. Aij v. Unos años antes de componer la Valeriana, al escribir el Doctrinal de Príncipes, obra dedicada a don Fernando tras convertirse en rey de Castilla, Valera ya hacía referencia a su ancianidad: «E, como la adversa fortuna denegase mi deseo en efecto reduxese, e mi hedat sea a la viejés llegada, e las corporales fuerças me vayan fallesciendo, delibré la presente obra, a la alta doctrina de vuestra real e muy excelente persona conviniente, conponer, no abtorisada de mi flaco juisio, mas de los altos e claros ingenios de famosos abtores, así católicos como gentiles que de la hética, iconómica e política escribieron, porque lo por ellos en lengua latina e alto estilo en diversos volúmenes latamente tratados, en vuestra castellana lengua, en breve conpendio e llano estilo servirvos pueda» (p. 173). 41 Valera, epístola III, 1959, p. 7.

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Francia contra los ingleses, asistió a la coronación del archiduque Alberto de Austria, futuro emperador, como rey de Bohemia, realizó una misión dentro del marco del Concilio de Basilea, etc.). Es un hecho que Valera, absolutamente consciente de la valía de la figura del intelectual y totalmente convencido del papel que debe desempeñar al servicio de su rey, se reivindica y se erige en sus escritos como consejero del monarca. De este modo, como narrador, Valera se implica plenamente en la escritura de sus tres crónicas y opina de todo y de todos. Esto es algo que no encontramos únicamente en la producción historiográfica sino que es común a todos sus escritos, sean de la naturaleza que sean y fueran compuestos antes o después. En sus tres crónicas, a lo largo de todos los capítulos de la historia que recrea, Valera emite juicios morales y hace valoraciones sobre personajes y sucesos que no se limitan a Castilla. Sus observaciones se hacen extensivas a reinos y personajes extranjeros. Los ejemplos en las tres crónicas son numerosísimos. En el Memorial, por ejemplo, Valera presta gran atención a lo que sucedía en el vecino reino de Aragón mientras Enrique IV gobernaba Castilla. En diversas ocasiones,Valera opina abiertamente sobre la situación del reino aragonés y emite una serie de juicios sobre los enfrentamientos de los catalanes con Juan II de Aragón. Por este motivo escribe sobre los barceloneses: ¿Quién podría dezir la gran felicidad que los barçeloneses tovieron en el tiempo quel yllustríssimo rey don Alfonso en el reyno de Nápoles estuvo? Y con todo eso tentaron de aver libertad, y regíanse por comunidad, sin obedecer yugo real; a lo qual pensar les dio osadía la gran riqueza, de donde tan gran soberuia consiguieron, la qual suele muchas vezes derribar aquellos que la tienen. Con la cual deseo se afirma que los de Barçelona mataron con yerbas al serenísimo rey don Fernando, en el lugar de Igualada, y continuando su propósito, como no pudiesen conseguir lo que deseaban en tiempo del rey don Alfonso, por lo ver tan poderoso, atentaron de ponerlo en obra en tiempo del rey don Juan, sucesor suyo, acatando como estaba y ocupado en grandes cosas, y no tan poderoso ni tan rico quanto convenía; y con gran pertinacia perdieron el seso, pensando entre todos los hombres ser ellos los más sabios, publicando osadamente que si Dios oviese menester consejo, no en otra parte que en Barcelona lo fallaría42. 42

Diego de Valera, Memorial de diversas hazañas, p. 63. El profesor Salvador Miguel me ha hecho saber que Alonso de Palencia escribe en sus Décadas unas

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Valera se nos muestra como un narrador osado y comprometido que busca hacer justicia por medio de su escritura.

Valera, personaje histórico en sus crónicas Además de como narrador, Valera se introduce en la narración de sus tres crónicas como personaje histórico, como protagonista. En este sentido, su presencia varía de una crónica a otra. Donde más líneas ocupa su persona es en la Valeriana, y concretamente en el último capítulo, el dedicado al reinado de Juan II. Aquí, mosén Diego de Valera se convierte en protagonista absoluto de la historia de Castilla y su nombre aparece unido al de Juan II y al del condestable Álvaro de Luna. En cierta forma, es más que comprensible la omnipresencia de Valera, ya que este capítulo es la justificación del escritor por su proceder contra Álvaro de Luna, una actuación la suya que pudo traerle más de un disgusto años después de la muerte del favorito de Juan II. El capítulo con el que se cierra la Valeriana tiene un aire de testamento vital con el que Valera quiere salvaguardar su fama y buen nombre. Por el contrario, en el Memorial sólo encontramos introducido en la narración a Valera como personaje histórico en una ocasión, cuando habla de su actuación como regidor de Palencia en 1462: En este tiempo, yo el dicho mosén Diego estaua en la çiudad de Palencia, donde tenía la gouernación de la justicia por el rey; y conociendo el desagrado que los tres estados destos reynos tenían de su gouernación, temiendo lo que después acaesció, escreuí a Su Alteza la siguiente epístola43.

Valera se presenta poco menos que como un visionario que, como él indica, ya en 1462 presentía todo lo que después habría de suceder palabras similares a las de Valera. Exactamente, Palencia señala: «Igitur ubi ciues Iohannem regem Alfonso successorem cognouissent impotentiorem multo magnisque difficultatibus implicitum, elatiore pertinacia insaniuerunt, et illam suam inter omnes horum seculorum prudentiores summi consilii arrogantiam stolidius ostentarunt, diuulgantes imprudenter atque impie quod si Deus consilio egeret nusquam preterquam Barchinonae id posset habere» (Gesta Hispaniensia ex annalibvs svorvm diervm collecta, ed. Tate y Lawrence, p. 226). 43 Valera, Memorial de diversas hazañas, pp. 72-73; subrayado mío.

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con este rey. Como vemos, el cronista no pierde oportunidad para darse importancia y resaltar su enorme visión política; sin embargo, hay que tener en cuenta que Valera escribe esta crónica bastantes años después. Por eso, él puede hacer los comentarios que quiera en esta crónica porque sabe cuál fue el desenlace de este gobierno. Al igual que ocurre con el Memorial, sólo en una ocasión encontramos a Valera introducido como personaje en la Crónica de los Reyes Católicos, cuando en el capítulo XXII señala: En este tiempo yo estava en el Puerto de Santa María, e fui çertificado que una nao portuguesa, llamada la Borralla, avía de venir prestamente en Portogal, cargada de arneses de Milán e cubierta de brocados e otras sedas muy ricas. E como entonces Carlos de Valera mi fijo estuviese en San Lucar, armando por mi mandado dos caravelas para fazer guerra a los portugueses, yo le enbié a dezir que buscase tal compañía con que pudiese tomar aquella nao, en que el rey e reyna nuestros señores seryan mucho servidos44.

En este fragmento el cronista hace alusión, además, a su hijo Charles de Valera, el único miembro de su familia al que Diego mencionará en sus escritos45. De hecho, en dos ocasiones más aparecerá Charles de Valera en la Crónica de los Reyes Católicos que escribió su padre: como encargado de una expedición que mandaron los Reyes a Guinea y en un episodio que se sucedió en la guerra de Granada. Sin duda, la presencia de Charles de Valera en la crónica de su padre es una forma que tiene Diego de Valera de unir el nombre de su hijo al de los

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Valera, Crónica de los Reyes Católicos, p. 81. Charles de Valera fue digno hijo de su padre. Al igual que su progenitor, perteneció a la casa del duque de Medinaceli y, en diversas ocasiones, prestó diferentes servicios a los Reyes Católicos, los cuales lo tuvieron en muy buen concepto. Así, el rey don Fernando, con motivo de un enfrentamiento naval que se produjo contra los portugueses, escribió a Diego de Valera que su hijo Charles se comportó: «como esforzado e virtuoso teniendo tal padre» (Sancho y Barris, 1992, p. 76). Entre otras curiosidades relacionadas con Charles de Valera, personaje sumamente interesante, no puede olvidarse que el hijo de Diego de Valera conoció a Cristóbal Colón cuando éste viajó a Andalucía para entrevistarse con el duque de Medinaceli (Sánchez González, 1995, p. 208). Para saber más sobre Charles de Valera puede leerse la biografía que le dedicó Sancho de Sopranis (1951). 45

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Reyes, pero lo cierto es que el cronista no se dejó embargar por su amor de padre introduciendo, sin más, al hijo en la narración. Estos dos episodios de la vida de Charles de Valera fueron lo suficientemente destacados como para que Alonso de Palencia también hiciera referencia en sus Décadas a la expedición de Charles de Valera a Guinea y para que Hernando del Pulgar mencionara a Charles con motivo de una maniobra que se hizo en el Estrecho, en 1482, con motivo de la Guerra de Granada46.

La obra historiográfica de Valera como elemento propagandístico La Valeriana, el Memorial de diversas hazañas, y la Crónica de los Reyes Católicos se caracterizan por tener un marcado carácter propagandístico. Diferentes en su concepción y dedicadas a narrar distintos momentos de la historia de Castilla, cada una de las crónicas transmite una serie de ideas que, de una forma u otra, engrandecen las figuras de doña Isabel y de don Fernando y contribuyen a fortalecer los principios intelectuales sobre los que se cimentaba la monarquía en época de estos soberanos. De este modo, la génesis de la Valeriana se fundamenta en tres conceptos políticos: superioridad de Castilla, goticismo y continuidad y legitimidad dinástica, tres principios fundamentales en el ideario político de los Reyes Católicos que la Corona se encargó de difundir47. Por otra parte, en el Memorial de diversas hazañas Valera presenta al rey Enrique IV como un tirano. Esta es la imagen que los Reyes Católicos se esforzaron por difundir del monarca anterior.Y es que la única forma que tenía Isabel la Católica de justificar su subida al trono era deslegitimando, de todas las formas posibles, a su hermano Enrique. En este sentido, todo el Memorial cumple con este propósito. En contraposición al Memorial, la Crónica de los Reyes Católicos nos presenta a unos soberanos, doña Isabel y don Fernando, que han sido elegidos por la providencia para salvar a Castilla de la perdición a la 46 Palencia, Capítulo VI, «Expedición de las carabelas a Guinea. Rapacidad de los grandes», en «Libro XVI», en Década II, en Crónica de Enrique IV, trad. A. Paz y Mélia, pp. 290-291; Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, p. 25. Muy interesante y exhaustivo es el artículo de Aznar Vallejo, 2002, pp. 403-423. 47 Moya García, 2007, pp. 17-26.

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que se veía abocada tras los reinados de Juan II y de Enrique IV. En este sentido, en el capítulo segundo de la crónica (titulado «De la forma en que estos reinos de Castilla e de León quedaron al tiempo que los serenísimos príncipes don Fernando e doña Isabel començaron a reynar») se hace un perfecto resumen de todas las maldades e injusticias que se cometieron durante el gobierno de Enrique IV. Además, Valera resalta todas las virtudes que adornan a doña Isabel y a don Fernando, soberanos en los que se encarnan todas las esperanzas de Castilla: como el clementísimo Redemptor nuestro oyese las continuas peticiones e ansiosos gemidos de los pobres e presos por los más poderosos, después de tanta tiniebla, quiso tan claro sol enbiarnos dándonos miraglosamente estos gloriosos sanctos prínçipes rey e reyna don Fernando e doña Isabel nuestros señores, para los reformar, conservar e acreçentar, e para punir e castigar los sobervios, e destruir e desolar todos los enemigos de nuestra sancta fee católica; por que se verificase aquella sentencia del bienaventurado Isidoro que dice: entonçes Nuestro Señor enbía los remedios quando los honbres no esperan averlos. A los cuales el soberano dador de todos los bienes de tantas virtudes dotó que no vasta mi lengua expresarlas ni mucho menos mi pluma escrevirlas48.

Tanto la Valeriana, como el Memorial de diversas hazañas y la Crónica de los Reyes Católicos, fueron compuestas por Diego de Valera para engrandecer a los Reyes Católicos. La composición de estas crónicas fue para Valera, por la trascendencia que tenía este tipo de obras, la más alta empresa intelectual a la que se enfrentó. Su escritura fue la culminación de su actividad creadora y constituye, sin duda, el mejor retrato que podía ofrecernos del fascinante siglo XV.

BIBLIOGRAFÍA ALFONSO X EL SABIO, Primera Crónica General de España, vol. I, ed. R. Menéndez Pidal, rev. D. Catalán, Madrid, Cátedra Seminario Menéndez Pidal y Editorial Gredos, 1977.

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Valera, Crónica de los Reyes Católicos, pp. 5-6.

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Hablar del mecenazgo nobiliario en la España bajomedieval ha supuesto, en principio, enfrentarse a la idea que encasilla a la nobleza en el dominio de las armas como característica opuesta y excluyente al gusto por las letras, situación que condiciona la existencia de apoyos a la creación artística1. De igual modo, se ha hablado de cierto oscurantismo cultural castellano, tan contrario al refulgente Renacimiento italiano, en el cual se hace patente el escaso conocimiento e interés de ese grupo poderoso por las expresiones literarias2. Sin embargo, * Este artículo pretende hacer, como su título lo indica, una primera aproximación al estudio del mecenazgo literario de la nobleza titulada en la época de los Reyes Católicos. En la tesis doctoral que preparo, se dará cuenta, con amplitud, de varios temas que aquí sólo se perfilan. Ambos trabajos se circunscriben a las labores del grupo de investigación «La literatura en la época de los Reyes Católicos» (HUM2004-02841/FILO), financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia, cuyo investigador principal es el Prof. Nicasio Salvador Miguel. 1 Gil Fernández, por ejemplo, asegura que, «salvo honrosas excepciones, los próceres hispanos se caracterizaban por su poca afición a las letras y escasa inclinación al mecenazgo» (1981, p. 303). 2 En esta línea trabajaron Croce, 1945; Round, 1962, pp. 204-215; Rico, 1978 y 1993 o Gil Fernández, 1981. La sentencia ha tomado forma, entre otras cosas, gracias a una de las fuentes de investigación disponibles sobre esta actividad, las cartas de humanistas italianos afincados en Castilla, como Pedro Mártir de Anglería o Lucio Marineo Sículo, o de humanistas españoles, como Antonio de Nebrija o Juan de Valdés, en cuyas biografías, paradójicamente, no dejan de aparecer benefactores con títulos nobiliarios.

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coincidiendo, quizá, con el desarrollo de los trabajos sobre historia nobiliaria, a partir del último cuarto del siglo pasado aparecen interesantes estudios en los que se ha mostrado el papel fundamental de la nobleza para la evolución de diversas expresiones artísticas, dentro de la llamada cultura laica. En beneficio de la concreción y del ámbito que nos ocupa, remitiré a los ya clásicos trabajos de Ottavio Di Camillo, Peter E. Russell, Robert B. Tate, Jeremy N. H. Lawrence o Ángel Gómez Moreno3, y me permitiré una concisa anotación sobre el gran fenómeno italiano, pues ha resultado paradigmático en el campo del mecenazgo. Los diversos estados italianos vieron nacer sus primeras expresiones renacentistas en el seno de acaudaladas familias que gobernaban de hecho cada uno de los territorios en los que se habían afincado: los Medici en Florencia, los Sforza en Milán, los hermanos D’Este en Ferrara y Mantua, o los Farnese en Parma. Sobre el ejercicio del poder de estos señores no había ningún otro; en el peor de los casos, cuando las ciudades estaban regidas por consejos, en ellos dictaminaba quien mayor ‘casa’ tenía haciendo pactos, alianzas o ejerciendo la tradicional amicizia, término al que volveré posteriormente4. En este contexto, Florencia, el ejemplo más socorrido, reconocía a sus personajes poderosos como promotores de su enriquecimiento común y soporte de su actividad económico-mercantil. En esa ciudad, además, se había publicado la difundida obra Della vita civile, de Matteo Palmieri, en la cual se defendía que la bonanza privada debía proyectarse al ámbito público a través de obras resultantes de la magnificencia de un virtuoso mecenas5. En un escenario como ese, en el que, además, la creciente fortuna provocó una marcada rivalidad comunal, el mecenazgo se volvió un buen medio para propagar la grandeza in-

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Di Camillo, 1976; Rusell, 1978, pp. 209-239;Tate, 1979, pp. 25-44; Lawrance, 1986, pp. 64-79 y 1990, pp. 220-258; y Gómez Moreno, 1994. 4 Ver, entre otros, Kent & Simons, 1987; Goldberg, 1988; Reiss & Wilkins, 2001; Hollingsworth, 2002 y Caskey, 2004. Sobre el tema hay una cantidad extensísima de bibliografía, por lo que los libros sugeridos deben considerarse sólo una breve muestra. 5 Rubin, 1999, pp. 323-76 y Caskey, 2004. Puede consultarse la edición moderna de la obra de Palmieri, 1982. En la Biblioteca Nacional de España se conserva un manuscrito de la obra que perteneció al marqués de Santillana (Res. 244).

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volucrando a los miembros de esas ricas familias en vistosas empresas artísticas y/o apoyando a una gran variedad de artífices literarios6. A la hora de hacer los balances históricos, frente a tales magnates se ha colocado a los nobles castellanos con quienes, en principio, hay una diferencia de fondo y es que, al menos en Castilla, la ideología nobiliaria respecto del enriquecimiento parecía basarse en derechos de linaje y no en el ejercicio de actividades pecuniarias. Diego de Valera, en su Espejo de verdadera nobleza, se quejaba de que en España la riqueza no hacía al noble, pues, dice, «seguimos llamando nobles o hidalgos a los pobres que sostienen su estatus por linaje»7. La fuente principal del patrimonio nobiliario estaba estrechamente ligada al rey, quien tenía la obligación, según las Partidas, de acrecentar poder y honra mediante diversas donaciones y mercedes8. Adicionalmente, en la Castilla de finales del siglo XV, la Corona se consolida en el nivel más alto de la estructura estatal. Después de la lucha de sucesión al trono, Isabel y Fernando establecen nuevas normas para la nobleza, mientras la cohesionan en objetivos comunes y, sobre todo, controlan sus formas de posesión de territorios y alianzas. Ideológicamente, los reyes seguían siendo los ‘primos mayores’ o ‘padres’ de la nobleza y a ellos corresponderá, como escribirán Hernán Mexía o Diego de Valera, mostrar el camino a sus pares y servir de modelo, incluso, en las manifestaciones culturales9. En sus trabajos sobre la actividad literaria en la corte de los Reyes Católicos, Nicasio Salvador Miguel nos define a una reina con aspiraciones intelectuales y gran sensibilidad artística, que supo derivar en el mecenazgo literario sus afanes personales así como su proyecto político10. Esta actitud debió alentar a gran parte de la nobleza que, en algunos casos, como el de los Mendoza, los Velasco o los Pimentel, seguían con su tradicional actividad cultural, pero que 6

Haskell, 19762, p. 945. Valera, Espejo de verdadera nobleza, pp. 213-214. A propósito del tema puede consultarse a Gerbet, 1997. 8 Las ‘Siete Partidas’ del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos, p. 216.Ver, además, Artola, 1982. 9 Hernán Mexía, en el prólogo de su Nobiliario vero, dirigido al rey Fernando, le dice que debe conocer la naturaleza y costumbres de la nobleza, para guiarla y servirle de modélico pariente mayor (fol. 2r). Diego de Valera desarrolla el mismo tema en su tratado Ceremonial de príncipes, dirigido al marqués de Villena (pp. 307-322).Ver, además, Salvador Miguel, 2004, p. 77 y 2005, p. 176. 10 Salvador Miguel, 2004b, p. 176. 7

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en otros, como el de los Fernández de Córdoba, los Téllez-Girón o los Silva se iniciaron en el ejercicio del mecenazgo. Si bien la nobleza castellana no pareció tener un campo de acción tan amplio como el de los aristócratas italianos, sí comenzó a formar parte activa de algunas redes clientelares que pasaban por la Corona y el ámbito eclesiástico. Quienes se han involucrado en el estudio del mecenazgo literario han manifestado la necesidad de hacer más flexible su significado, pues suele transformarse por las diversas condiciones políticas, sociales y hasta geográficas de los actuantes11. Intentar una comparación formalmente válida entre el mecenazgo italiano y cualquier otro puede llevarnos a discusiones tan nutridas como las que se han hecho sobre el Humanismo, previendo, más allá de la existencia de fenómenos de etiqueta nacional, que cada una de las manifestaciones del mecenazgo responde a la ideología de quien lo ejerce, así como al orden y las costumbres de su entorno. Pero, ¿qué se entiende por mecenazgo? De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, mecenazgo es la «protección dispensada por una persona a un artista o escritor»12. Tal generalización, sin embargo, encierra una variedad de aspectos alrededor de la naturaleza del mecenas y del protegido, así como de la calidad de dicha protección. En ese contexto, aparecerán otros términos como patronazgo o patronato, clientelismo y hasta coleccionismo13; adicionalmente, el mecenas adquirirá distintos matices cuando se le llame patrón, cliente, promotor o comitente, aunque no dejará de compartir una característica común: el protector, invariablemente, es un personaje que tiene amplias posibilidades económicas14. Por otra parte, a la manera de los vastos estudios del mundo anglosajón, se suele desplazar la expresión de mecenazgo por la de patronazgo en el entendido de que un patrón se reconoce superior al artista, por lo cual asume su deber de protegerlo15. Un mece-

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Holzknecht, [1923]1966; Haskell, 19762 y Gold, 1987, por ejemplo. Diccionario de la Lengua española, 200122. 13 Ver Urquízar Herrera, 2007. 14 Ver Yarza Luaces, 1988, pp. 15-47. Sobre el uso de ‘coleccionismo’ para la Edad Media, ver Checa y Díez, 1992, p. 11. 15 Yarza Luaces incluye en la denominación de mecenazgo a una relación «que comporta algún resultado positivo», como la sensibilidad del protector hacia la obra que apoya o el respeto por el artífice de ésta (1988, pp. 17-18). En la misma tóni12

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nas, en cambio, beneficia por el gusto que le da la literatura o el arte en sí mismo, caso de difícil defensa para el tiempo que nos incumbe, según algunos autores. Joaquín Yarza Luaces, uno de ellos, defiende el uso de las acepciones promotor y cliente, en lugar de patrón y mecenas, pues supone que ambos conceptos no atienden a los fines de quien protege, sino a la sola acción de adquirir o promover la realización de algo16. El conflicto que presenta la elección de alguna de estas expresiones, conlleva a la aceptación o rechazo de que la gran mayoría de los protectores medievales, sobre todo los españoles, carecen de gusto estético y, por tanto, no pueden reconocer el valor intrínseco de las obras que amparan. Tal vez en trabajo posterior pretenderé adentrarme en esta maraña terminológica; por ahora, sólo expongo, someramente, el estado de la cuestión y me valgo de la amplia denominación de mecenazgo para referirme a la relación que se establece entre un personaje poderoso, con amplia solvencia económica, y un artista o escritor que, de alguna manera, se beneficia del amparo que el primero le brinda. En su estudio sobre el mecenazgo literario de la antigüedad clásica, Barbara K. Gold describe que los griegos entendían el patronazgo como resultado de un acto amistoso, en el cual el posible pago se consideraba un honorable regalo; sin embargo, los romanos hacían una separación tajante entre amistad y servicio retribuido17. En la sociedad romana, dice Gold, el mecenazgo operaba en los diversos escenarios de la vida pública, entre ellos la política, en la que un hombre poderoso se convertía en una suerte de tutor de otros de menor rango18. A los actuantes de esta relación les unía la amicitia, definida como una liga de amistad o una alianza de intereses basada en la caridad y la benevolencia19. En esta relación no era bien visto que los escritores recica, Cendón Fernández, y Bernal, 1998, pp. 389-420. Boase, por su parte, entiende que cuando se asume el mecenazgo como la prestación de un servicio debe llamarse patronazgo (1981, p. 55). Debemos tener en cuenta que el The Oxford English Dictionary, en su segunda edición de 1989, da por obsoleto el uso de ‘Mæcenatism’ y registra únicamente ‘Patronage’ para referirse al acto de la protección artística. 16 Yarza Luaces, 1988, pp. 18-19. 17 Gold, 1987, p. 43. No lo llamo mecenazgo porque este término se aplica a partir del legado de Cayo Clinio Mecenas, general romano de la época de Augusto. 18 Gold, 1987, p. 6. 19 Latin Dictionary, 1922.

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bieran dinero por su trabajo, aunque podían confiar en que su patrón les beneficiaría de algún modo para hacer su vida más agradable20. En la orilla opuesta estaba la relación patrón-cliente. El patrón podía dar dinero, casa, comida, seguridad en la corte y el cliente debía alabar su bondad a través de panegíricos y discursos que siempre se decían en público21. Este modelo es el que comúnmente conocemos como mecenazgo y en el que solemos incluir las dos nociones, la de amistad y clientelismo, a pesar de que en la Edad Media y aún en el siglo XVII ambos conceptos seguían manejándose y entendiéndose por separado. En la breve obra de Martín Mártir Rizo llamada Historia de la vida de Mecenas, el autor pretende equiparar la biografía y hechos del romano Mecenas con los de su protector, el conde-duque de Olivares, Gaspar de Guzmán. Mártir se recrea en la corte de poetas que hizo famoso a Mecenas presentando a dos de sus grandes frutos, Horacio y Virgilio, cuyas diferencias iban más allá del estilo literario: Compitió Mecenas con Horacio en la Poesía, y fue igual con Virgilio, a aquél estimó por la agudeza de su ingenio, y a éste eligió por su amigo, por el conocimiento de sus estudios y entendimiento, que le constituían por digno de su amistad22.

Según Martín Mártir, Mecenas eligió a Horacio como cliente y a Virgilio como amigo, a pesar de la desigualdad social que los de su tiempo criticaron, «fruto de propios vicios», dice el autor. Tal amistad hizo que Mecenas favoreciese a Virgilio, procurando mejorar su estado, mientras que con Horacio mantuvo una relación de intercambio de servicios. Si bien Horacio escribía poemas retribuidos para su patrón,Virgilio no escapaba de una obligación similar, ya que, según Mártir, «no puede pedir el bienhechor al obligado mayor paga de su liberalidad que la memoria del beneficio, de donde procede el ser agradecido» (fol. 80v). Mecenas muestra en esta historia los dos brazos de su protección, la amistad y el clientelismo; la línea divisoria entre ambos parece muy delicada, pero en una sociedad como la castellana, en la cual la idea de la diferencia y la estratificación siguen jugando un papel tan fundamental, marcar esa distinción en las relaciones de mecenazgo significa, también, 20 21 22

Gold, 1987, p. 43. Gold, 1987, p. 2 Mártir Rizo, Historia de la vida de Mecenas, fol. 4r.

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darle sentido al comportamiento poco regular que presenta el mecenas con los distintos escritores que beneficia23.

LAS

FORMAS DEL MECENAZGO

I. La amistad La amicitia era uno de los tópicos que la Edad Media peninsular recibió de la antigüedad clásica; empero, su difusión a gran escala comienza a partir del interés de los círculos extra-académicos por las obras aristotélicas. En este contexto, se ha reconocido la influencia de Leonardo Bruni y su traducción latina de la Ética a Nicómaco que le valió la encomiada y famosa crítica de otra personalidad del momento, el obispo Alonso de Cartagena24. El tema de la amistad que se desarrolla en la obra del Estagirita, concretamente, en los libros VIII y IX, ya formaba parte de los entornos escolásticos desde el siglo XIII, gracias a la traducción del obispo de Lincoln, Roberto Grosseteste, y de los variados comentarios a la misma obra aristotélica25. La amistad, de acuerdo con el filósofo griego, estriba en la virtud y ésta sólo puede darse entre seres iguales. Cualquier muestra de afecto entre los amigos tiende hacia la reciprocidad y no hacia el interés; no obstante, la amistad también permite la recepción de beneficios, siempre y cuando éstos provengan de sujetos de similar naturaleza26. Aunque algunos extractos en romance de la Ética a Nicómaco habían sido conocidos gracias a la traducción del Trésor de Brunetto Latini, ordenada por Sancho IV27, y se conociera la idea aristotélica de la amistad, a través de la Partida IV de las siete ordenadas por Alfonso

23

Salvador Miguel ya ha observado la falta de exclusividad que se acusa por parte de los escritores hacia un mecenas en particular (2004a, p. 76). 24 Pagden, 1975, p. 294. Sobre la disputa alrededor de la traducción de Bruni, ver Fernández López, 1997, pp. 1005-1014; Fernández Gallardo, 1999, pp. 213246 y Morrás, 2002, pp. 33-57. 25 Mercken, 1973; Robles, 1979, p. 16. Ver, además, Wolf, 1990, pp. 19-39; Pizzolato, 1996 y Araiza, 2005, pp. 125-159. 26 Aristóteles, Ética a Nicómaco, pp. 129-130. 27 Parrilla García, 1996, p. 27. Ver, además, López Estrada, 1960; y Baldwin, 1982.

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X28, es bajo el auspicio de Juan II de Castilla cuando el tema de la amistad comienza a formar parte sustancial en el desarrollo literario. Una muestra ineludible es el Breviloquio de amor e amiçiçia, cuyo autor, Alfonso Fernández de Madrigal, encuentra la necesidad de tener amigos por las siguientes razones: Para non pecar, e a los viejos para que los syrvan, e a los non pudientes trabajar por que los ayuden, e a los que son muy moços para que se avisen en buenas costunbres, e a los que están en grande estado para que obren bien. (Segunda parte, cap. XLIV, p. 103).

Considerando estas circunstancias, ¿podría inscribirse como un hecho de amistad, las abundantes obras didácticas o de enseñanza moral que se han escrito para la nobleza? La respuesta podría ser afirmativa, en tanto que los actuantes de esa relación pertenezcan a rangos similares; en caso contrario, estaríamos hablando de algo que, según Fernández de Madrigal, sólo comunica la naturaleza de la amistad, pero que no corresponde a una «verdadera e perfecta amiçiçia». Algunos años después, en pleno reinado de los Reyes Católicos, aparece el Tratado de amiçiçia escrito por Hernán Núñez y dedicado al segundo duque del Infantado, Íñigo López de Mendoza, de quien el autor se declara amigo y servidor. Carmen Parrilla García, en la edición más reciente de la obra, abre la posibilidad de que el escritor del Tratado pueda pertenecer al linaje de los Núñez, muy cercano a los Mendoza, tanto por parentesco como por afinidades políticas29. En todo caso, y consideradas las hipótesis del estudio de referencia, Hernán Núñez debió tener categoría hidalga, lo cual le permitió llamarse, además de siervo, amigo del noble. En este contexto, dice que escribe y dirige el texto a su señor, por el sólo hecho de honrar una amistad, cuyas raíces están en tiempos pasados: El amiçiçia ha de estar en lo honesto e bueno, e se han de querer e amar los amigos antiguos e que se ovieron con deliberaçión. Dízelo el sabio: ‘a tu amigo e al amigo de tu padre non lo dexes’; e porque éste es mi motivo e la causa que me movió a este tractado escrevir30.

28 29 30

Cf. Las ‘Siete Partidas’ del rey don Alfonso el Sabio, pp. 147-148. Parrilla, 1996, p. 21. Parrilla, 1996, p. 64.

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El Tratado de la amiçiçia es el ejemplo más claro, quizá por la propia temática, del uso de la amistad como una de las vertientes del mecenazgo. Sin embargo, también podríamos incluir en este espacio la crónica llamada Hechos del marqués de Cádiz escrita, probablemente, en el último cuarto del siglo XV y cuyo anónimo autor dedica a los Reyes Católicos en el siguiente tenor: Y resciban mi buen deseo, gana y razón que me movió, sin ser rogado, sin tener necesidad, ni otro conoscimiento de mercedes que por ello rescibiese, salvo de mi propia voluntad, sojudgado a una virtud que los fijosdalgo son obligados con todas sus fuerzas procurar la honra y memoria de los nobles caballeros […]31.

Entre otras cosas, el escritor declara su condición hidalga y esta información no resulta del todo baladí si buscamos comprender sus motivos literarios. Alonso de Cartagena, en su Doctrinal de cavalleros, recordó que «los fijosdalgo de España […] tienen otro vínculo, es a saber, que entre ellos antiguamente fue fecha expresa amistad»32. En este sentido, que el desconocido autor de los Hechos muestre como única intención honrar la memoria de un personaje de su mismo estamento quizá no sea sólo palabrería retórica, sino el reflejo de un compromiso amistoso entre seres que comparten un mismo ideario. Más adelante, a comienzos del siglo XVI, Antonio de Guevara nos dará una muestra de la dificultad de sostener el delicado hilo de una amistad desinteresada en un escenario de hidalgos empobrecidos y nobles «estrechos en liberalidad», como los llamó Hernando del Pulgar33. En una de sus epístolas a su amigo, el almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, fray Antonio de Guevara, noble él mismo, escribió: Si […] el Almirante quiere ser bien servido, también quiero ser yo muy bien pagado; y la paga ha de ser por oficio de cronista, de teólogo, de amigo y de consejero; que pues lo que no puedo ganar de comer con la lanza, lo tengo que ganar con la pluma. […]34.

31 32 33 34

Hechos del marqués de Cádiz, p. 145 Cartagena, Doctrinal de cavalleros, p. 201. Pulgar, Letras y Glosa a las Coplas de Mingo Revulgo, p. 192. Guevara, Epístolas familiares, pp. 121-122.

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II. El clientelismo Se ha descrito al cliente como el beneficiario de un mecenazgo basado en la desigualdad y el interés. A diferencia del amigo, el cliente se reconoce vasallo, protegido o tutelado35. También, en contraposición con el amigo, el cliente jamás usará esta palabra para referirse a sí mismo, ni el patrón acudirá a ella36. Para la época que nos interesa, el mecenazgo se manejará con un modelo paralelo al feudal, en el que el vasallaje también será el sistema que predomine en el ámbito cultural. En este escenario, el más común en las relaciones de mecenazgo, aparecen obras como El sumario de la medicina en romançe (Salamanca, 1498) de Francisco López de Villalobos, dirigida al segundo marqués de Astorga, Pedro Álvarez Osorio, en cuya casa han servido el padre y el abuelo del escritor como físicos, y por quien, presumiblemente, el autor ha tenido la posibilidad de estudiar medicina en la Universidad de Salamanca37. En similar circunstancia estuvo Diego de San Pedro, quien dedicó su Desprecio de la fortuna al segundo conde de Ureña (hoy Urueña), Juan Téllez-Girón, para quien ha trabajado como alcalde de Peñafiel durante casi tres décadas y gracias al cual, escribe, «no passase la vida en silencio»38. Andrés Gutiérrez de Cerezo, por su parte, envía su Vida de san Vitores al conde de Haro, Bernardino Velasco, porque se reconoce su vasallo «e hijo de otro suyo», por lo cual se considera en la obligación de «besar las manos de su mayor y señor», ofreciéndole el presente de las letras39.

35

Blánquez Fraile, 1985. Cloud, 1989, pp. 205-218. 37 Ver Rojo Vega, 1993; pp. 14-16; y los correspondientes textos del médico en Algunas obras del Dr. Francisco López de Villalobos, 1886. 38 Ver Whinnom, 1974, p. 18 y Severin & Whinnom, 1979, p. 275. 39 La cita es del texto burgalés de 1487 que se conserva en la Biblioteca Nacional de España. Sobre las complejidades de la copia que se conserva, ver Izarra, 1945, pp. 593-602; Gómez Moreno, 1989, pp. 173-191; e Infantes de Miguel, 1998, pp. 113-124. 36

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FONDO DEL MECENAZGO

I. El linaje Hasta ahora, me he referido a las formas que adquiere la relación de mecenazgo; sin embargo, habrá que perfilar algunas causas visibles que motivan y propician la producción literaria apoyada por la nobleza. En la Castilla de los Reyes Católicos, los espacios cercanos al poder, al menos los del ejercicio burocrático, se abren a otros elementos sociales cuya carta de presentación no es un certificado de nobleza, sino un probado conocimiento. Ante ese panorama, quienes tradicional y exclusivamente se habían beneficiado de su cercanía con la Corona inician un proceso de propaganda estamental que busca legitimar y actualizar sus viejos símbolos de distinción40. En este sentido, se retomará la idea del linaje como sinónimo de prestigio y garantía, así como justificación natural de algunos derechos y privilegios que sólo podían corresponder a quienes lo poseyeran41. La base de esta proyección pudo encontrarse en las Partidas de Alfonso X, donde se asentaba que «fidalguía […] es nobleza que viene a los homes por linage» (Partida II, ley III)42, y tomó plena forma en el difundido Nobiliario vero de Hernán Mexía, quien afirmó, a finales del siglo XV, que «solamente es noble el que desciende de antiguo linage»43. En ese contexto, el mecenazgo producirá crónicas familiares, hazañas perso-

40 Quintanilla Raso, 1994, p. 129. Sobre el tema véase de la autora: 1999, pp. 255-295 y 1999b, pp. 63-103. Además, ver Rucquoi, [1993-2001] 2006, p. 211. 41 Para este tema ver Beceiro Pita y Córdoba de la Llave, 1990. El valor del linaje está estrechamente ligado con el de la nobleza de sangre. En el siglo XV, dos de los más reconocidos defensores de esta corriente son Juan Rodríguez del Padrón con su obra Cadira de honor, escrita hacia 1440, y el citado Hernán Mexía con el Nobiliario vero, impreso en 1492. 42 Las ‘Siete Partidas’ del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos, p. 200. Puede consultarse la edición y estudio específico de Juárez Blanquer y Montoya Martínez, 1991. 43 Hernán Mexía, Nobiliario vero, libro I, cap. lxiiii. Sobre la discusión a propósito de la nobleza de sangre contra la de mérito, discurriré en la tesis doctoral que preparo. Del siglo XVII es una excelente exposición de Bernabé Moreno de Vargas llamada Discursos de la nobleza de España (Madrid, 1659), en la que se da cuenta de dicha disputa haciendo referencia a las bases teóricas manejadas en la Baja Edad Media.

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nales o textos diversos en los que el escritor dejará asentadas las virtudes de su protector.Valgan como ejemplos el Origen del linaje De la Cerda (h. 1493); la Historia de la Casa de Zúñiga, otrora atribuida a Diego de Valera; la Crónica de los señores de Vizcaya del linaje de Haro (1500); los Hechos de don Rodrigo Ponce de León (circa 1500) o las posteriores Ilustraciones de la Casa de Niebla de Rodrigo Barrantes (1541).

II. La aristocratización Otra vía por la que la nobleza ejerce el mecenazgo está relacionada con su llamada ‘aristrocratización’ o ‘sofisticación’44. En este proceso, los nobles, con los reyes a la cabeza, se perfeccionan en el uso de protocolos suntuosos y crean nuevos códigos cortesanos, dentro de los que podríamos considerar expresiones literarias como los motes o las invenciones45. Las obras producto del mecenazgo, así como el trabajo de algunos poetas o escritores áulicos, ayudarán a imprimir la ansiada imagen de magnificencia e ingenio con que buscarán distinguirse los miembros del estamento nobiliario, en espacios señoriales, campamentos militares o en la corte real46. La aristocratización de la nobleza lleva implícito un mensaje de poderío hacia el exterior, pero también está ligada al deseo de distinción entre los miembros de un mismo grupo. En la Crónica incompleta de los Reyes Católicos, se muestra cómo los señores competían por tener los mejores instrumentos musicales o las letras más ingeniosas para sus trovas y motes47. En el mismo tenor, un cronista anónimo de las hazañas del primer duque de Nájera, Pedro Manrique de Lara, asienta cómo el noble vestía cuidadosamente a sus emisarios y les hacía repasar una y otra vez el men-

44

Cela Esteban, 1991, pp. 16-17. El segundo término es el que utiliza Fernández Madrid, 1991. 45 Macpherson, 1998, p. 15. Del mismo autor ver 2004. 46 Estas características forman parte, además, de la idea de la nobleza que se adquiere por nacimiento y linaje.Ver Mártir Rizo, Historia de la muy noble y leal ciudad de Cuenca [1629], fols. 208r-208v. Sobre la aristocratización, ver Fernández de Córdoba Miralles, 2004, pp. 49-78. 47 Crónica incompleta de los Reyes Católicos, pp. 166-167. Sobre la autoría de la Crónica incompleta, ver Parilla García, 1989, pp. 123-133; además, Gwara, 19861987, pp. 103-130 y 205-222.

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saje a entregar en las diversas cortes, corrigiendo escritos, gestos y habla, pues decía que «el saber del señor se conoçía en el secretario y en el mensajero»48. María Teresa Fernández Madrid, al analizar la corte alcarreña de los Mendoza, entiende que con estos actos de afirmación nobiliaria el mecenas se convertía «en vehículo de la idea clásica de la Humanitas», pues, casi de manera involuntaria, desarrollaba programas artísticos en los que involucraba a reconocidos creadores49. La idea de la aristocratización conlleva la aceptación de la existencia de cortes señoriales muy activas como la de la Alhambra, formada por el segundo conde de Tendilla; la de su primo, el duque del Infantado en Guadalajara; la del almirante de Castilla en Medina de Rioseco; la del segundo marqués de Astorga en la misma villa leonesa; o la del Puerto de Santa María del duque de Medinaceli, entre otras. Aunque los nobles solían preferir uno de sus numerosos asentamientos, diversas situaciones hacían que recorrieran sus territorios reforzando su señorío sobre esas tierras y, la mayoría de las veces, reactivando una economía local que se beneficiaba con el constante tránsito de mercaderes, artistas o artesanos por la corte50.

III. La piedad Por otra parte, debemos tratar el llamado mecenazgo piadoso o patronazgo religioso. La regulación de estas protecciones se incluye en la primera Partida, título 15, ley I, y está relacionado con la necesidad de equilibrar el poder entre la Iglesia y los estados señoriales51. De acuerdo con aquel cuerpo jurídico, el patronazgo se define como «derecho o poder que gana en la iglesia por los bienes que allí hace el que es patrón de ella»52. 48

Hazañas valerosas y dichos discretos del Ilmo. y Excmo. Sr. D. Pedro Manrique de Lara, p. 124. 49 Fernández Madrid, 1991, p. 13. 50 Las cortes señoriales de la época de los Reyes Católicos, al igual que la de los monarcas, se caracterizan por su itinerancia (ver Salvador Miguel, 2005, pp. 171-196). Quizá por esa razón, las manifestaciones culturales se reflejan de manera tan dispersa y pocas veces se concentran en un solo espacio. 51 Cendón y Bernal, 1998, pp. 397-398. 52 Cf. Las ‘Siete Partidas’ del rey don Alfonso el Sabio, cotejadas con varios códices antiguos, p. 400.

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Los espacios religiosos se volverán una cantera de escritores, amanuenses o traductores que, como retribución a la protección ejercida por los señores, escribirán para sus patronos varias obras en provecho de su fe, pero también de su ideología estamentaria. Es conocida la relación entre el cuarto conde de Benavente, Alfonso Rodrigo Pimentel, y los miembros del monasterio de San Francisco de su villa condal, a quienes el noble entregaba cantidades específicas para la confección de libros53. Similar caso encontramos en el condado de Feria, cuyos titulares, los Suárez de Figueroa, recibían códices dedicados por parte de los monjes de las comunidades bajo su protección54. En términos generales, la labor literaria de los religiosos escritores es una herramienta que complementa sus funciones; no obstante, podríamos distinguir, al menos, tres categorías. La primera está compuesta por escritores anónimos que, sin embargo, suelen asentar su pertenencia a órdenes religiosas, cuyos monasterios dependen económicamente del patrón al que se dirige el texto. Ejemplo de ello es el «religioso de la orden de los mínimos», que dirige su Libro de la celestial jerarquía al segundo duque de Medinaceli, o el «devoto religioso de los menores» que dedica a la condesa Ana de Cabrera, esposa del almirante de Castilla, su Fasciculus myrrhe. La segunda categoría corresponde a los religiosos que ejercen de capellanes de los nobles, como Hernando de Talavera en su Avisación a la virtuosa y muy noble señora doña María Pacheco, condesa de Benavente, de cómo se debe cada día ordenar y ocupar para que expienda bien su tiempo; Juan López de Salamanca que escribe para la duquesa de Arévalo, Leonor Pimentel, su Libro de los evangelios moralizados; o Alberto de Aguayo, capellán de Juan Téllez Girón, segundo conde de Ureña, a quien dedica su Libro de Boecio Severino intitulado de la consolación de la philosophia. En último término están los religiosos relacionados con la corte real, y muy conocidos de la nobleza, como el franciscano Ambrosio de Montesino, fray Íñigo de Mendoza o Rodrigo Fernández de Santaella. El mecenazgo nobiliario en el ámbito religioso está basado en la piedad de cada uno de los actuantes; no obstante, tal afirmación no debe movernos a error, pues, aunque el predicador crea fervientemente en sus enseñanzas y el noble las reciba como una oportunidad más

53 54

Beceiro Pita, 1993, pp. 140-142. Witrout, 1987, p. 45. Noticias más detalladas da Rubio Masa, 2001.

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para su salvación (razón que no debiéramos invalidar), no habremos de olvidar que en el fondo del patronazgo siempre subyace una voluntad propagandística, la misma que erige fastuosas sepulturas o que inserta escudos heráldicos en los espacios que beneficia.

IV. La vía práctica Finalmente, vale poner la vista en otro escenario propicio para el mecenazgo: las misiones diplomáticas55. Cuando algunos nobles se convertían en embajadores, se enfrentaron a la necesidad de utilizar el latín, lengua que la mayoría de las veces desconocían. Ante tal situación, los representantes de la Corona se hacían acompañar de algún secretario que supliera esta carencia, o comenzaban su proceso de aprendizaje guiados por humanistas italianos o españoles que, en ocasiones, terminaban formando parte de la clientela del noble56. A través de los humanistas, estos señores castellanos tuvieron acceso a obras de la latinidad clásica, cuyas traducciones al vernáculo solían ordenar. Carlos Alvar y José Manuel Lucía afirman que el cuatrocientos «se presenta como la época de mayor ímpetu en la traducción», característica que acelera la imprenta y la constante demanda de textos57. En este ámbito, los escritores humanistas parecían tener un reconocimiento especial por parte de sus protectores, ya que su saber adquiere matices de modernidad y actualidad. Considérense como ejemplo a Fadrique Enríquez, cuarto almirante de Castilla, que solicita a Antonio de Obregón, recién llegado de Italia, le traduzca los Triunfi de Petrarca; o al Comendador griego, Hernán Núñez de Guzmán, cuya traducción de la Historia de Bohemia, que Pío II había regalado al conde de Tendilla, fue publicada gracias al auspicio del noble. Como parte de este intercambio, los escritores se relacionarán con otros personajes de la corte, incluidos los propios reyes, obtendrán la publicación de sus obras o conseguirán beneficiarse de las nóminas universitarias.

55

Este tema ha sido expresamente tratado por Marín, 2002. Ver Gómez Moreno, 1994, pp. 87-92 y 2006, pp. 37-54. 57 Alvar y Lucía Megías, 2004, p. 91. 56

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CONCLUSIÓN Cualquier motivo para ejercer el mecenazgo, de los que se han enumerado, podría incluir dos más que corresponden a un espacio más íntimo: la educación de los hijos y el interés personal por el conocimiento. Las historias y crónicas de linajes se escriben también como literatura didáctica, «claro espejo de los que después vinieren», escribe, por ejemplo, el autor del Origen del linaje De la Cerda (fol. 3r)58. Pedro Mártir de Anglería es el destinatario de una conmovedora carta del joven tercer conde de Cabra, donde confiesa no tener los «rudimentos de las letras» que le ayuden a entender algunos pasajes de Salustio, por lo que pide la ayuda del italiano59. Se cuenta que el primer duque de Nájera, por su parte, renegaba de la ociosidad de algunos nobles que preferían contratar secretarios en lugar de aprender a escribir correctamente60. Podrían citarse muchos casos más que señalarían a una nobleza consciente del valor del saber y de la sensibilidad artística como virtudes del nuevo modelo caballeresco, aunque resulta difícil equiparar ese interés con la existencia de un mecenazgo sistematizado. En la época de los Reyes Católicos, el mecenas noble se maneja en un espacio demasiado abierto como para definir, sin tropiezos, un modelo de interacción con los escritores que beneficia. Si abrimos el análisis al escenario europeo de la época, nos daremos cuenta de que el problema resulta muy común. Ante la dificultad de precisar las relaciones de mecenazgo literario de la nobleza alemana, William C. McDonald y Ulrich Goebel, por ejemplo, concluyeron que un personaje puede ser llamado mecenas cuando crea el escenario propicio para la creación61. Si siguiéramos esta comodísima tesis, ¿haríamos bien en definir al duque de Medinaceli como el mecenas de Diego de Valera, aunque no conozcamos nada que lo relacione con su patrón más allá del nivel administrativo? ¿Asumiríamos al almirante de Castilla como el mecenas del doctor López de Villalobos, por58

Manuscrito 3454 de la Biblioteca Nacional de España. Está en prensa mi transcripción con brevísimas anotaciones sobre este texto inédito. 59 Hago referencia a las epístolas 50 y 145 de la edición que aparece inserta en el vol. 9 de Documentos inéditos para la historia de España, pp. 72-73 y 266-267. 60 Hazañas valerosas y dichos discretos del Ilmo. y Excmo. Sr. D. Pedro Manrique de Lara, p. 125. 61 McDonald y Goebel, 1973, p. 26.

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que le paga un sueldo por sus servicios como médico, mientras le hace partícipe de sus tertulias cortesanas? Si aceptamos, como sugiere Diana Tyson, en su análisis del patronazgo de la literatura francesa medieval, que una dedicatoria no basta para asumir la existencia del mecenazgo62, testimonio que, a decir verdad, echamos en falta en muchas relaciones de nobles castellanos con escritores, ¿dónde hemos de poner entonces los límites? ¿Dónde comienza una verdadera relación de mecenazgo? Esta exposición ha pretendido ser una propuesta de estudio de un fenómeno que responde a diversos factores sociales e ideológicos, por lo que demanda una visión interdisciplinaria. El mecenazgo resultará un vehículo eficiente de difusión de ideologías, valores o del arte mismo, que se perfeccionará con el tiempo, hasta lograr ser uno de los soportes más fuertes del desarrollo literario de los siglos posteriores.

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Devid Paolini The Graduate Center The City University of New York

Para Alfredo Bendia, maestro de vida y viejo amigo

Es de sobra conocido en todo el Occidente el año 1492: en muchos países, hoy en día, esta fecha se toma simbólicamente como línea de demarcación entre la época medieval y la moderna. Naturalmente, el año 1492 no fue sólo el año del descubrimiento de un nuevo continente, el Nuevo Mundo, como luego se pasó a llamar. Fue también el año de otros sucesos históricos de un cierto relieve que pasaron a un plano secundario por la importancia que vino ganando con el pasar de los siglos el hallazgo de Colón, relegando, así, el conocimiento de dichos hechos a los apasionados de la historia y la literatura de la época. Dos eventos directamente relacionados con la corona de España, en particular, tuvieron un eco europeo de notable envergadura, y fueron celebrados en diferentes partes de Italia, tanto con festejos públicos y privados como a nivel literario. Nos referimos, concretamente, a la conquista de Granada por parte de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que sucedió el 2 de enero de 1492, y al atentado contra el monarca español en Barcelona el 7 de diciembre del mismo año. Sin embargo, antes de pasar a analizar la recreación literaria de los acontecimientos históricos ahora referidos, querríamos resumir brevemente los puntos más importantes de la política de los que serán apelados, años más tarde, con el título de Reyes Católicos (1496).

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A la muerte de Enrique IV, en 1474, estalló en España la guerra civil entre los partidarios de Juana la Beltraneja, considerada la hija ilegítima del soberano, e Isabel de Castilla, hermanastra del difunto y la heredera del reino después del fallecimiento del príncipe Alfonso, su hermano (1468). Después de seis años de combates, doña Isabel y don Fernando lograron, por fin, restablecer el orden en su reino (147480). Una vez pacificada la Península, los soberanos españoles concentraron todos sus esfuerzos en el último bastión musulmán que quedaba en sus territorios, esto es, el reino de Granada. La ofensiva por parte de los monarcas empezó en febrero de 1482 con el ataque a la ciudad de Alhama, que capituló a finales del mes siguiente. Mientras se desarrollaban las primeras fases de la guerra, los Reyes Católicos intensificaron, a partir de la década de los años 80, las relaciones diplomáticas con el pontificado: si por un lado la corona estaba interesada en obtener la legitimación pontificia en sus asuntos interiores y la ayuda económica del Papa en su guerra contra los moros, por otro el pontífice no desdeñaba la alianza con unos potentes soberanos que podían ayudarle en su política italiana y en la lucha contra los infieles, fuese ésta en territorio español o en el Mediterráneo1. Durante toda la campaña granadina (1482-1492), don Fernando y doña Isabel enviaron varios informes al pontificado sobre las ciudades y el territorio que iban poco a poco reconquistando: de esta manera, los reyes pretendían tener al tanto al papa y, sobre todo, mostrarle la necesidad de que la bula de la Cruzada concedida por Sixto IV, que destinaba ayuda económica al conflicto, fuese prorrogada2. Cuando en 1485 las tropas de los Reyes Católicos se apoderaron de la ciudad de Ronda, el rey Fernando escribió a sus embajadores en Roma, Antonio Geraldini y Francisco de Rojas, para que informasen a Inocencio VIII y a los cardenales de los avances de la conquista. En la carta, fechada 3 de junio de 1485, el monarca mandaba a sus representantes referir

1 Muchos de los datos que se van a enumerar a continuación han sido tomados del estudio de Fernández de Córdova Miralles, 2005. Quede aquí constancia de nuestra deuda hacia dicha investigación. 2 Ver Goñi Gaztambide, 1958, pp. 374-378, y Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 291 y nota 138.

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a nuestro muy sancto Padre, por el placer que su Sanctidad habrá, porque en tiempo de su pontificado place a nuestro Señor dar victoria a los cristianos contra los infieles; e así mesmo por que vea e sepa su Sanctitud en lo que en España gastamos el tiempo y el dinero3.

Dos años más tarde, a principios de julio de 1487, llegó a Roma la nueva del sitio de Málaga por parte de los monarcas. La alegría fue tal que las celebraciones que tuvieron lugar en dicha ocasión duraron hasta febrero del año siguiente. El 9 de julio se celebró misa en la iglesia de Santiago de los Españoles y se organizaron luego algunos festejos4. El 10 de octubre, llegó la nueva de la conquista de la ciudad y el papa ordenó que «se facessero feste et fochi et se sonassero le campane»5. El día siguiente se celebró misa en Santa María del Popolo y el 21 de octubre Pedro Boscà pronunció un discurso en honor de los monarcas españoles, «in celebritate victoriae Malachitanae per Serenissimos Ferdinandum & Helisabeth Hispaniarum principes catholicos», que se imprimió poco después en Roma en los talleres de Euchario Silber6. El día de Navidad de 1489, otra buena noticia llegaba a la Urbe: tras seis meses de asedio la ciudad de Baza había capitulado y había sido entregada a don Fernando y doña Isabel. El júbilo fue tan grande y generalizado que las obras que se escribieron en dicha ocasión daban ya por terminada la guerra contra el reino de Granada. Se organizó enseguida una procesión en Santiago de los Españoles. El día 4 de enero de 1490 Bernardino López de Carvajal, obispo de Badajoz y embajador de los Reyes Católicos, celebró una misa solemne en Santa Maria del Popolo en presencia de Inocencio VIII y seis días después pronunció un sermón en la iglesia de Santiago de los Españoles7.

3

La Torre, 1946, p. 63. La descripción de la misa en Santiago de los Españoles se encuentra en Burckardi, Liber notarum ab anno 1483 usque ad annum 1506, p. 156. 5 Pontani, Diario romano, p. 68. 6 Se conservan varios ejemplares del incunable de la Oratio de victoria Malachitana de Pedro Boscà. Por ejemplo, en la Biblioteca Angelica (Roma), Inc. 476; en la Biblioteca Apostólica Vaticana, Inc. IV. 54 (2); en la Herzog August Bibliothek de Wolfenbüttel, A: 37 Rhet. (16); en la Bibliothèque Nationale de France, NUMM-60800; y otros. 7 Ver Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 296 y nota 163. 4

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Para la ocasión, dos humanistas italianos pusieron mano a la pluma para ensalzar la última conquista de los monarcas españoles. El primero de ellos fue Alessandro Cortesi (1460-1490)8, que escribió la Silva de triumphata Bassa, Almeria et Granata a petición del cardenal Pierre de Foix. El humanista toscano, amigo de Angelo Poliziano y al servicio en un primer momento de la familia Medici, había pasado a formar parte del círculo humanístico romano, y allí había compuesto en unos pocos días el texto que nos interesa. Por una de sus cartas sabemos que Cortesi había terminado ya la obra el 10 de enero de 1490 y había enviado enseguida la Silva para que Poliziano y otros amigos de la ciudad la revisasen9. La obra se publicó dos años después en Roma, siempre en los talleres de Euchario Silber10. El segundo autor al que nos referimos es Paolo Pompilio, que escribió el Panegyris de Triumpho Granatensi, dedicándoselo a Bernardino López de Carvajal11. El panegírico relata detalladamente las diferentes fases de la guerra entre españoles y moros hasta la conquista de Baza, con la que el humanista considera ya terminado el conflicto y ya conquistado el reino de Granada12. En abril de 1491, tras nueve años de guerra, don Fernando y doña Isabel llegaron a sitiar la ciudad de Granada. Unos meses después Boabdil empezó a negociar secretamente con los Reyes Católicos la rendición del último baluarte musulmán en la Península Ibérica. El 2 de enero de 1492 la ciudad capituló. Boabdil consignó las llaves de la fortaleza, las tropas de don Fernando y doña Isabel entraron en Granada y los estandartes de los monarcas españoles, junto con la cruz y los símbolos de Santiago Apóstol, se elevaron desde las torres de la 8 Las informaciones acerca de este humanista vienen del Dizionario Biografico degli Italiani, vol. 29. Hay una inexactitud en Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 296, en el momento de presentar las fechas de nacimiento y muerte de Alessandro Cortesi. 9 Pintor, 1907, pp. 34 y ss. 10 Ver Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 297 y n. 164. 11 La obra se publicó el 1 de abril de 1490. Se conserva un ejemplar del incunable en la Biblioteca Apostólica Vaticana,Vat., Lat., 2222, fols. 27r-45r; otro, en la British Library con la signatura IA 18918. 12 Ver el breve análisis de la obra de Briesemeister, 1988, pp. 950-952, teniendo en cuenta que considera como primera edición del panegírico la de Roma, 1492, por Eucharius Silber y parece desconocer el hecho de que su composición es anterior de dos años.

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Alhambra. Uno de los testigos directos de los hechos, el caballero Bernardo del Roi, describe así la entrada de los españoles en Granada: Finalmente, los estandartes y banderas del noble rey de España fueron elevados sobre la dicha torre; y con ellos se hizo reverencia, como era razón, a la Cruz y a la bandera de Santiago.Y un heraldo de armas, puesto sobre la torre, en alta e inteligible voz, gritó: «¡Santiago, Santiago, Santiago; Castilla, Castilla, Castilla; Granada, Granada, Granada, por los muy altos y muy poderosos señores don Fernando y doña Isabel, rey y reina de España, que han ganado esta cibdat de Granada y todo su reino por fuerzas d’armas de los infieles moros, con la ayuda de Dios y de la Virgen gloriosa, su madre, y del bienaventurado apóstol Santiago, y con la ayuda de nuestro muy sancto padre Inocencio Octavo, socorro y servicio de los grandes, prelados, cavalleros, hijosdalgo y comunidades de sus reinos!»13.

Una vez terminada esta «posesión» de la ciudad, siguieron los disparos de bombardas y cañones en señal de alegría y las tropas entraron en Granada cantando el Te Deum.Terminaban así casi ocho siglos de dominio árabe en el sur de España. La buena noticia tardó alrededor de un mes en llegar a Roma14. El rey Fernando quiso enviar una carta personal al papa Inocencio VIII en la que escribió: Muy Sancto Padre. Vuestro muy humilde y devoto fijo el Rey de Castilla, de León, de Aragón, de Secilia, de Granada, etcetera, beso vuestros pies e sanctas manos, e muy humildemente me encomiendo en vuestra Sanctidad. A la qual plega saber que plegó a Nuestro Señor darnos complida victoria del rey e moros de Granada, enemigos de nuestra Sancta Fe Catholica, porque oy, dos días de enero deste año de noventa e dos, se nos ha entregado la cibdat de Granada, con el Alhambra y todas las fuerças della y con todos los castillos y fortalezas que nos quedaban por ganar deste reino, y lo tenemos todo en nuestro poder y señorío15. 13

Carriazo Arroquia, 1969, pp. 893-894. Como ya ha sido apuntado por Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 300, nota 184, no hay acuerdo en las fuentes antiguas sobre el día en que llegó a Roma la noticia de la toma de Granada. Según Sigismondo De’ Conti fue el 31 de enero; por su parte Stefano Infessura afirma que fue el 1 de febrero, mientras que Burckardi el día siguiente. 15 Carta del rey español a Inocencio VIII, 2 de enero de 1492; en La Torre, 1946, p. 132. 14

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Enseguida, los embajadores españoles pusieron en movimiento toda la máquina diplomática: se enviaron despachos a Lucca, Ferrara, Siena y probablemente a Módena, ya que se conserva la contestación de la ciudad pero no la misiva de los procuradores españoles. Tanto Venecia como Génova enviaron embajadas de felicitación a los Reyes Católicos16. Las fiestas y las celebraciones que se organizaron para la ocasión fueron, sin duda alguna, uno de los eventos más importantes, o más bien, espectaculares de todo el pontificado de Inocencio VIII17. El estruendo de las campanas en toda la Urbe, los fuegos y las antorchas encendidas en señal de júbilo, la limpieza de las calles, las procesiones, la celebración de misas en honor de la alegre noticia, así como las corridas de toros, fueron sólo algunas de las modalidades con que se festejó en Roma la conquista de todo el reino de Granada por parte de los Reyes Católicos18. El domingo 5 de febrero de 1492, después de la solemne misa celebrada en Santiago de los Españoles, el cardenal Rodrigo de Borja (futuro papa Alejandro VI) ofreció una corrida de toros. Dos semanas más tarde los embajadores españoles Bernardino López de Carvajal y Juan Ruiz de Medina promovieron la puesta en escena de la toma de Granada: mandaron construir en el antiguo estadio de Domiciano un castillo de madera que representaba la ciudad conquistada, y frente a la iglesia de Santiago otra fortificación que simbolizaba el campamento

16

Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 300. Cruciani, 1983, pp. 228-238, reúne los principales documentos de la época que tratan de los festejos que siguieron en la Urbe al recibimiento de la noticia; acerca de las celebraciones que tuvieron lugar en diferentes partes de Italia, ver Carrasco Urgoiti, 1989, pp. 93-101, y Fernández de Córdova Miralles, 2005, pp. 299-307. 18 Entre las varias fuentes de la época, así leemos en el Diario romano de Gaspare Pontani: «febraro: Alli 2. Venne la nova come lo re de Spagna haveva havuta Granada, quale era stata opressa da infideli 780 anni, et fu gran nova et allegreza de tutta la Christianità. Alli 3. Annò lo bando si dovessiro far fochi, sonar campane e far festa per la sopradetta nova et nettar le strade, et la domenica sequente andò la processione de San Pietro sino a San Iacovo delli Spagnoli et havevace d’andare lo papa et non ce andò per il molto piovere, ma andò a cavallo a San Iacovo con tuta la Corte, dove disse la messa con le solite cerimonie, et la sera lo vice-cancellieri fece ammazzare tre tori innanzi casa sua et tutto il dì se fece festa», en Pontani, Diario romano, p. 70. 17

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de las tropas españolas de Santa Fe. En aquel mismo día, después de la solemne misa celebrada por la mañana por Medina, tuvo lugar otra corrida con la matanza de cuatro toros, y en los días siguientes los prelados españoles continuaron la fiesta regalando toros y repartiendo pan y vino para todos19. Las celebraciones públicas llegaron a su apogeo el 26 de febrero, último domingo del mes, cuando el cardenal de San Jorge, Rafael Riario, organizó un triunfo a la antigua. En un carro tirado por cuatro caballos blancos estaban los reyes Católicos que abrazaban una palma, y a sus pies estaba postrado y atado el rey Boabdil. Ante el carro desfilaban unos soldados y caballeros cristianos seguidos por unos prisioneros vestidos como moros; cerraba el cortejo un grupo de caballeros armados. La procesión llegó hasta la iglesia de Santiago de los Españoles, de donde salieron unos sacerdotes con las cruces cantando el Te Deum Laudamus20. En los días siguientes al triunfo, el cardenal Riario organizó un torneo con ricos premios, que terminó el viernes 2 de marzo con la victoria de un tal Mastoletto21. Naturalmente, junto con las fiestas públicas hubo también celebraciones privadas. Una de las más significativas fue sin duda la Historia baetica, obra latina de Carlo Verardi (1440-1500), camarero apostólico y escritor de cartas latinas bajo cuatro pontífices (Paulo II, Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI)22. El drama se representó el 21 de abril en el palacio del cardenal Riario23. En el prefacio, dedicado al cardenal de San Jorge, Carlo Verardi nos describe lo que había pasado en Roma cuando se recibió la noticia de la caída de Granada, así como las razones que le empujaron a tomar la pluma y componer no una comedia, ni una tragedia, sino «una historia nueva y verdadera», como afirma el autor en el prólogo. Así escribe el humanista de Césena:

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Burckardi, Liber notarum..., p. 338. Ver los relatos de Sigismondo De’ Conti y Leonarda da Sarzana en Cruciani, 1983, pp. 233-235. 21 Cruciani, 1983, p. 232. 22 Analiza la obra y se ocupa de su fortuna la investigación de Briesemeister, 1988, pp. 937 y ss.Ver, además, el estudio de Rincón González, 2002. 23 De la Historia baetica de Verardi hay tres ediciones modernas: la de Bravo Villarroel, 1971; la de Rincón González, 1992; y la de Chiabò-Farenga-Miglio, 1993. 20

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siguiendo los ejemplos de tantos y para transmitir yo también por mi parte todos los gozos interiores de mi alma en la medida en que me fuera posible ... reuní los acontecimientos de un solo día en el que ciertamente la ciudad de Granada del rey Boabdil, deshecho ya por la guerra y abatido por el hambre, fue recibida en rendición; tramé la historia con sus interlocutores y personajes y la maticé de forma que todo el acontecimiento, tal y como pasó, pudiera el Pueblo Romano no sólo oírlo, sino incluso percibirlo con sus ojos24.

También su sobrino, Marcelino Verardi, compuso unos poemas laudatorios que se imprimieron junto con la Historia baetica y el Fernandus servatus, obra de la que trataremos dentro de poco. Las tres elegías empiezan con los versos «Nunc est praecipue», «Tendite iam citharam» y «Magnanimi proceres». Si el argumento de la primera es una pura loa de los monarcas, en la segunda el joven humanista invita a los poetas a ocuparse en sus obras solamente del tema fernandino, mientras que la tercera trata, otra vez, de la toma de Granada25. Roma no fue el único centro en la Península italiana donde se celebró la buena nueva. En Napóles, tras llegar la noticia de la conquista de Granada, se organizaron en los días siguientes procesiones y luminarias26, y el humanista Jacopo Sannazaro compuso dos obras alegóricas27, la primera de las cuales se representó por orden de don Alfonso, Duque de Calabria, el 4 de marzo en Castel Capuano. En la Presa di Granata, éste es el título de la primera, los espectadores vieron salir de un «templo bellissimo, fatto a modo antiquo», a Mahoma, que se quejaba por la pérdida de la ciudad, al mismo tiempo que se 24

Rincón González, 1992, p. 143. Los tres poemas se citan en el estudio de Alcalá, 1987, p. 359, nota 35. Sin embargo el investigador se equivoca cuando afirma que los tres son obra de Carlo Verardi. Que Marcelino Verardi escribió unas poesías de ocasión en alabanza de los monarcas españoles, lo confirma también su tío Carlo, que en el prefacio de la Historia baetica afirma: «Afanándome no tanto por mi fama, que puede ser muy exigua, cuanto por la gloria real [...], consideré que esta historia debía ser divulgada juntamente con algunos poemas que Marcelino Verardi, sobrino y alumno mío, joven de un ingenio fácil y rico, compuso bajo mi dirección con el fin de que el esplendor de tan preclara victoria y tan gran virtud, brillara también para el resto de los pueblos de nombre cristiano que no pudieron estar presentes cuando se representó»,Verardi, Historia baetica, ed. Rincón González, pp. 145-147. 26 Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 305. 27 El texto de las dos breves obras en Mauro, 1961, pp. 276-295. 25

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elevaba en la cumbre del templo una cruz con la bandera de Castilla. Luego entró en escena la Fe, recordando los daños que había padecido por los infieles, sus antiguas conquistas y celebrando la victoria de los cristianos. La breve obra termina con una intervención de la Leticia y una invitación a cantar y bailar. El Triunfo de la fama se representó dos días después en el palacio de don Federico, Duque de Altamura. De un gran arco de triunfo salieron, esta vez, Minerva, la Fama y Apolo, cada uno presentando su propia contribución a la feliz empresa llevada a cabo, así como versos de elogio a los Reyes Católicos. Si Minerva ayudó en la victoria contra Mahoma, a la Fama se debe la divulgación de la noticia, mientras que gracias a Apolo los poetas cantarán el feliz suceso de los cristianos que se recordará eternamente28. En Sicilia se celebró el feliz evento con fiestas, procesiones y representaciones, como en el caso de Catania, donde en abril se escenificó en la plaza de Santa Ágata la toma de Granada, como había pasado unos meses antes en Roma. En Bolonia, el Colegio de España participó de los festejos con una procesión por la ciudad29, mientras que en Florencia, durante las fiestas de carnaval de aquellos años, se entonó varias veces el canto del Moro de Granada: Donne, quest’è un moro di Granata, di real sangue e bel, come vedete; rotto fu in quella guerra fortunata onde chiede mercé, donne discrete...30.

La conquista de la ciudad resaltó también en la obra de un humanista florentino, Ugolino Verino (1438-1516), que escribió el panegírico De expugnatione Granatae31. En la biografía del humanista un elemento emerge sobre los demás, lo que era muy común, sobra de-

28 Una breve descripción y análisis de las dos piezas se encuentra en Rossi, 1973, pp. 479-480. 29 Para las celebraciones que tuvieron lugar en Sicilia y Bolonia, ver, una vez más, Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 305, y la bibliografía allí reunida. 30 Croce, 1949, p. 100. 31 La obra de Verino ha sido recientemente editada por López Calahorro, 2002; un estudio sobre la vida del humanista florentino se encuentra en la introducción de la investigación ahora citada, así como en Lazzari, 1897.

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cirlo, a muchos intelectuales de la época: su constante búsqueda de reconocimientos y favores. En su juventud, Ugolino Verino intentó ganarse la protección de la familia Medici, escribiendo entre 1458 y 1460 la Flametta, obra dedicada a Lorenzo el Magnífico, y el Paradisus a la muerte de Cosme de Medici (1464), pero de nada le valieron estas tentativas. Decidió entonces probar nuevos caminos, pero tampoco logró encontrar el favor de que necesitaba en el papado de Sixto IV; cuando en 1484 dedicó sus Epigrammata a Matías Corvino, rey de Hungría, y finalmente éste le envió una suma de dinero como recompensa por su labor intelectual, el destino adverso quiso que la suma se perdiese poco antes de llegar a sus manos32. A estos fracasos personales, se añadió una tragedia familiar. En 1487 murió, a los 18 años, su hijo Michele, autor de unos Disticha moralia que tuvieron notable fortuna en la época33. Entre los que le dedicaron un epitafio se encuentra Antonio Geraldini, embajador de los Reyes Católicos. Del segundo prefacio del panegírico de Verino, dedicado a la reina Isabel de Castilla, sabemos que fue el mismo Geraldini quien empujó al humanista florentino para que escribiese el De expugnatione Granatae. La obra de Verino se divide en dos libros: en el primero se nos relatan los antecedentes de la conquista de Granada, con la toma de Alhama, Málaga, Baza y el episodio inventado del asedio de Guadix; el segundo se abre con la descripción de las bodas entre la infanta Isabel y don Alfonso, príncipe de Portugal, y prosigue con la toma de Granada, para terminar su obra con la descripción de la expulsión de los judíos34. Al lado de las obras encomiásticas que se compusieron en torno a las hazañas de don Fernando y doña Isabel, se deben recordar también los panegíricos que se dedicaron a la corona española. Por ejemplo, en ambiente romano se escribió el Alphonsus pro rege Hispaniae de victoria Granatae, del carmelita y humanista Juan Bautista Spagnoli «el Mantuano» (1447-1516). La obra, dedicada al embajador de Fernando el Católico y arzobispo de Tarragona, Gonzalo Fernández de Heredia, 32

Quien tenía que dar la recompensa a Ugolino Verino era su hermano Salvestro Vieri que estaba al servicio del rey de Hungría, pero cuando éste llegó a Florencia fue encarcelado y Ugolino perdió todo. 33 Ver el artículo de Taylor, 1999. Realmente excepcional fue la fortuna que la obra de Michele Verino conoció en España, tanto que de las 23 ediciones que vieron la luz entre el 1488 y el 1533, 20 fueron editadas en España, ver Taylor, 1999, p. 77. 34 Ver Briesemeister, 1988, pp. 952-953.

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es un largo poema teológico que toca de manera muy genérica la campaña granadina, y trata de la muerte del príncipe Alfonso, hermano de Isabel muerto en 1468, y de su viaje a través del Purgatorio y del Paraíso35. Además, el Mantuano compuso un panegírico a la reina de Castilla, Epodom ad divam Helisabet, que probablemente se publicó en Roma en la década de 148036. El elogio de doña Isabel aparece también en la Gynevera de le clare donne37 del boloñés Giovanni Sabadino degli Arienti (1443/45-1510), amigo del carmelita ahora mencionado38. La obra, que presenta el retrato de 33 mujeres ilustres de la época, fue compuesta a principio de la década de los 9039 para Ginevra Sforza Bentivoglio, hija del señor de Pésaro Alessandro Sforza. Del mismo autor hay que recordar también el Elogio di Isabella di Castiglia, que se remonta a 1493. El Elogio, que es en parte una refundición de otra obra suya anterior, el Trattato della pudicizia (1487), se escribió en honor de Isabella Gonzaga y presenta a la soberana española como modelo a seguir40. Entre los elogios al rey cabe mencionar el de Pomponio Leto que el humanista romano dedicó a Bernardino López de Carvajal41. A finales de julio de 1492 murió el papa Inocencio VIII y se eligió como su sucesor al cardenal Borja, que tomó el nombre de Alejandro VI. Aunque no se conservan documentos que lo demuestren, parece que la fama y el prestigio que habían adquirido los Reyes 35

Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 297.Ver, además, la descripción de la obra en Grant, 1965, p. 46. 36 Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 298 y nota 174. 37 Degli Arienti, Gynevera de le clare donne, pp. 404 y ss. 38 Para la biografía del humanista boloñés, ver James, 1996, y la entrada en el Dizionario Biografico degli Italiani, 1962, vol. 4. 39 Fernández de Córdova Miralles, 2005, p. 298, sigue la datación propuesta en la introducción de la edición arriba mencionada. Según el estudio de James, 1996, pp. 73 y ss., la fecha de composición de la Gynevera se sitúa alrededor del año 1490. 40 Ver, además, Rodríguez Valencia, 1970, t. 1, pp. 161-233, para la opinión de diferentes humanistas italianos acerca de la reina de Castilla. Otros testimonios de la consideración de los Reyes Católicos en obras italianas se encuentran en Rossi, 1955, pp. 45-69. 41 Así asevera Gotor, 1980, p. 167, sin dar ninguna referencia bibliográfica. Del mismo proviene, muy probablemente, la cita de Briesemeister, 1988, p. 943, que repite la información sin añadir dato alguno. Lamentablemente no hemos podido consultar el trabajo sobre Pomponio Leto de Zabughin, 1909-1912, para comprobar el dato y añadir siquiera el primer verso de la composición.

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Católicos en la Urbe, así como la influencia de los eclesiásticos españoles presentes en la Curia, sin contar, además, el papel centralizador que había tenido Rodrigo de Borja durante los festejos por la toma de Granada, fueron todos elementos que jugaron un papel importante en la elección de un pontífice de origen ibérico. Sin embargo, en un principio, las relaciones de los Reyes con el pontificado no fueron tan relajadas como podía esperarse, y esto dependió, entre otras razones, de la política antinapolitana de Alejandro VI. De todos modos, unos meses después, un nuevo acontecimiento logró acercar de nuevo el pontificado a la corona española: el 7 de diciembre de 1492, en Barcelona, un campesino atentó contra la vida de don Fernando dándole una puñalada en el cuello42. La noticia llegó a Roma unos diez días después con un primer despacho, donde se narraba lo sucedido con particulares sobre los puntos dados a la herida y sobre el atacante. Pasaron unos pocos días cuando se recibió en la Urbe otra misiva donde se daba la buena nueva de la milagrosa recuperación del rey43. Alejandro VI fue informado por los obispos Carvajal y Medina, y decidió celebrar el 29 de diciembre una misa solemne en Santa María de las Fiebres como buen augurio para el monarca herido. Al terminar la ceremonia, el pontífice mostró al público presente dos reliquias de la Pasión, el vultum Domini y la lanza que su predecesor en el solio de San Pedro había recibido en regalo del sultán de Costantinopla. Por la noche, el papa ordenó que se divulgase la noticia por la ciudad con diferentes carteles. Como en el caso de la toma de Granada, los embajadores españoles informaron de lo sucedido a los otros estados de la Península: la noticia llegó así a Ferrara,Venecia —que envió una misiva a los monarcas—, y Nápoles, donde por orden del rey Ferrante siguieron tres días de procesiones44. Entre los humanistas que se inspiraron en el acontecimiento para inmortalizarlo en sus escritos, aparece de nuevo el nombre de Carlo Verardi que escribió en prosa el Fernandus servatus, y dio la tarea a su sobrino Marcelino de ponerlo en verso45. La obra fue publicada jun42

Para un estudio sobre la recreación literaria del gesto y de cómo las crónicas de la época deformaron la realidad histórica del hecho, ver Alcalá, 1987. 43 Burckardi, Liber notarum..., p. 387. 44 Fernández de Córdova Miralles, 2005, pp. 309-310. 45 Un ejemplar estupendo de la obra se conserva en la Hispanic Society of America. Ha sido transcrito por Thomas, 1914.

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to con la Historia baetica el 7 de marzo de 1493 en Roma, en los talleres de Eucharius Silber y, como en la primera ocasión, también en este caso se representó en el palacio del cardenal Rafael Riario en presencia del papa, el colegio cardenalicio y otros dignitarios eclesiásticos46. Después de un prólogo dirigido al papa, el Fernandus servatus se abre con Plutón, quien se queja de los daños padecidos a causa del rey Fernando y su lucha contra los infieles. El dios infernal llama a su presencia a las tres furias, Alecto, Megera y Tesífone, y les pide que encuentren una solución.Tesífone decide encargarse del asunto convenciendo a Ruffo —nombre poético del asesino— para matar al soberano, plan que no llega a realizarse por intervención divina. La obra se cierra con un elogio de los reyes. Otro de los humanistas que decidió recrear literariamente lo sucedido fue Ugolino Verino, que compuso para la ocasión un poema de setenta versos, titulado Gratulatio christianorum de incolumitate Regis Hispaniarum ab insultu fanatici parricidi47. Antes de terminar con nuestra breve relación, se debe recordar otro grupo de humanistas italianos que celebraron y elogiaron a los Reyes Católicos, y que por su relación directa con la corona española hemos decidido reunir aquí en este último apartado. Nos referimos, en particular, a Antonio Geraldini, Lucio Marineo Sículo, Pedro Mártir de Anglería y Pedro Santerano. Del primero ya se ha hablado de su papel como embajador de los monarcas españoles en la Roma pontificia. Lo que hay que añadir es que en 1486, en calidad de protonotario apostólico, no sólo pronunció el discurso de obediencia a Inocencio VIII, sino que también realizó otra intervención, que se imprimió en Roma con el título de Gratiarum actio... pro victoria eis a Domino collata de Granatensi civitate ac regno48. En lo que concierne Lucio Marineo Sículo, sabemos que se mudó a España alrededor de 1484, y tras enseñar una década en la Universidad 46

Ver los estudios de Gotor, 1980; Graziosi, 1973-76; y Briesemeister, 1988. Ver López Calahorro, 2002. 48 El título completo del incunable es: Gratiarum actio directa ad Serenissimos Principes ac Christianissimos Dominos Reges nostros Dominum Ferdinandum et Dominam Helisabeth pro victoria eis a Domino collata de Grantensi civitate ac regno. Se imprimió en Roma, por Stephan Plannck, 1486. Toda la información viene de Fernández de Córdova Miralles, 2005, pp. 285-286 y nota 114. 47

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de Salamanca, pasó al servicio de los Reyes Católicos como cronista49. Entre sus obras se cuenta el Carmen in Ferdinandi Regis percussorem50 que el humanista siciliano compuso en ocasión del atentado contra el rey Fernando51. Destino similar al de Lucio Marineo fue el del humanista lombardo Pedro Mártir, que pasó a España en 1486 con el séquito del embajador Íñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla. Su Epistolario es uno de los documentos históricos más importantes de la época, y en él se conservan diferentes cartas que se refieren a la toma de Granada y la ensalzan, así como a los Reyes mismos52. Además, hay que recordar el Carmen de casu regis que Pedro Mártir dedicó al papa Alejando VI, y que se publicó años después como Pluto furens. Como en la obra de Verino, el humanista lombardo trata de la herida del monarca español en Barcelona y presenta el vil atentado como un plan del demonio contra el rey cristiano53. Una última alusión corresponde a otro siciliano, Pedro Santerano. Son escasas las informaciones que se han podido rastrear acerca de este humanista54.A partir de algunas cartas de Marineo Sículo sabemos que Santerano fue uno de sus discípulos en Palermo y que posteriormente pasó a ser su colega. También se nos relata que, al igual que Marineo 49 Sobre la vida del humanista siciliano ver Lynn, 1937 y Verrua, 1984. El epistolario de Marineo Sículo ha sido publicado recientemente por Jiménez Calvente, 2001. 50 Ver Alcalá, 1987, p. 346 y nota 7. 51 En una de sus cartas, enviada al marqués Pedro Fajardo (ver Jiménez Calvente, 2001, pp. 349-352), Marineo Sículo nos cuenta cómo, siendo huésped en casa de Pedro Mártir de Anglería, encontró, mientras éste estaba cocinando, un manuscrito de su anfitrión en alabanza de los monarcas españoles. Junto con el poema laudatorio había una carta de Alessandro Geraldini, hermano del embajador Antonio, que recomendaba su impresión. Aunque en el pasado se ha creído que se trataba de una obra perdida de Pedro Mártir (Briesemeister, 1988, p. 935 y nota 1), en realidad, como ha señalado acertadamente Jiménez Calvente, 2001, p. 349, muy probablemente lo que Marineo encontró fue el De casu regis, que el humanista lombardo escribió en ocasión del atentado al rey y dedicó al papa Borja. 52 Angleria, Opus epistolarum, pp. 3, 5, 6, 52 y ss. 53 Ver Gotor, 1980. 54 Los pocos datos que se tienen sobre Pedro Santerano vienen de Antonio, Bibliotheca Hispana Nova, p. 385; Cosenza, 1962; y Lynn, 1937, que reenvían al De rebus Hispaniae y al Epistolario de Lucio Marineo Sículo.

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y Pedro Mártir, Santerano decidió buscar su fortuna en España, donde fue tutor de Luis Sánchez, hijo del cuestor general Gabriel Sánchez. Nicolás Antonio, en su Bibliotheca Hispana Nova, ofrece una información más: Santerano compuso una obra sobre la toma de Granada, De Granatensi bello a Regibus Catholicis gesto, en «facundo & eleganti estilo». Nuestra búsqueda del «magnum volumen», como lo define el ilustre bibliógrafo, lamentablemente no ha dado ningún éxito. Termina aquí nuestro panorama de las relaciones entre los monarcas españoles y los humanistas italianos. Naturalmente, no ha sido nuestro propósito el de ser exhaustivos. Lo que hemos intentado, en lo posible, ha sido dibujar a grandes rasgos los eventos más significativos de la corona española que más inspiraron a los humanistas italianos en aquel annus mirabilis de 1492. Lo que esperamos es que nuestra relación pueda considerarse una pequeña contribución en el mare magnum de las relaciones italo-españolas de finales de siglo XV.

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CABALLEROS Y PRELADOS BIOGRAFIADOS POR FERNANDO DE PULGAR

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El reinado de los Reyes Católicos fue uno de los de más alta producción historiográfica. No sólo se trató entonces de compendiar de nuevo los hechos del pasado por cronistas como Lucio Marineo Sículo, Diego Rodríguez de Almela, Diego de Valera o el secretario Lorenzo Galíndez de Carvajal, sino de dejar memoria de los hechos del presente. De esta tarea se encargarían tanto los cronistas oficiales del reino como otros eruditos que actúan de manera más o menos independiente. Las crónicas mayores las escriben Diego de Valera, Alfonso de Palencia, Fernando de Pulgar y Andrés Bernáldez, pero habrá también un cuantioso número de escritos historiográficos, quizá menos ambiciosos y sistematizados, mezclados a veces con otros géneros literarios no específicamente históricos, como el Cronicón de Valladolid, los Anales de Galíndez de Carvajal, el Opus epistolarum de Pedro Mártir de Anglería, la historia en verso (Consolatoria de Castilla) de Juan Barba, algún capítulo del Espejo de corregidores de Alonso Ramírez de Villaescusa o los primeros capítulos de las Memorias de Carlos V, por Sancho Cota, su criado. De todo este amplio panorama en su conjunto me he ocupado en otro lugar1. Ahora quisiera centrarme solamente en la labor historiográfica de Fernando de Pulgar, uno de aquellos cronistas principales. Madrileño de nacimiento, aunque de padre toledano, y de origen converso, Pulgar fue criado en las cortes de Juan II y Enrique IV, en las

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que ya llegó a desempeñar tareas administrativas y diplomáticas. Muerto Enrique IV, pasó al servicio de la reina Isabel, que le encarga algunas embajadas, como las dos de 1475 ante Luis XI de Francia. En 1477 es secretario de los Reyes Católicos y los acompaña en su estancia en Sevilla, donde nace el príncipe don Juan en junio de 1478, nacimiento que saluda Pulgar con acentos providencialistas y mesiánicos. Poco tiempo después se retira de la corte a la vida privada, sin que conozcamos las razones de esa decisión. Tal vez se debiera a su disconformidad con las primeras actuaciones de la Inquisición, como manifiesta en una carta enviada al cardenal de España sobre los herejes de Sevilla, que fue muy divulgada y contestada, y en la que encontramos afirmaciones como estas: Sin duda, señor, creo que mozas donzellas de diez a veinte años hay en el Andaluçía diez mill niñas, que dende que naçieron nunca de sus casas salieron, ni oyeron ni supieron otra dotrina sino la que vieron hazer a sus padres de sus puertas adentro: quemar todos estos sería cosa crudelíssima y aun difiçile de hazer (...). También sé çierto que hay algunos que huyen más de la enemiga de los juezes que del miedo de sus conçiençias. No digo, señor, esto en favor de los malos, mas en remedio de los enmendados. El qual me pareçería, señor, poner en aquella tierra personas notables y con algunos dellos de su misma naçión, que con exenplo de vida y con palabras de dotrina reduciesen a los unos y enmendasen a los otros poco a poco (...) Todo lo otro, a mi ver, es obstinar y no emendar, en gran peligro de las ánimas, también de los corregidores como de los corregidos2.

Apartado de la corte, Pulgar se retiró a Toledo, donde tenía casa y donde le encontramos mencionado por varios documentos en 1480. Parte de su dedicación en ese tiempo de retiro consistiría en hacer acopio de materiales y testimonios sobre sucesos y personajes contemporáneos. En 1482, sin embargo, la reina Isabel le encomienda el 2

Carriazo, ed., 1943, pp. XXXVIII-XXXIX, quien también ha dado a conocer las dos cartas citadas a continuación (pp. XLIX-LVII). Un impugnador anónimo, que había leído esa carta, le contestaría denunciando sus yerros, acusándole de hereje y de hablar mal de la Reina y de sus ministros. Pulgar le respondería en su Letra XXI «para un amigo encubierto», donde replica que no merece reprensión alguna y que utilizó las mismas palabras que San Agustín contra los herejes donatistas.

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puesto de cronista real y le manda presentarse en la corte, situación ante la que Pulgar, según algunas de sus cartas, parece guardar ciertas reservas3.A partir de ahora, llevará una vida cortesana, respetado y considerado y, como se deduce de sus numerosas cartas en respuesta, a él se dirigirán los nobles del reino para darle noticias de su hechos y empresas, con el fin de que los incorpore a la crónica que va redactando. Por entonces poseía una biblioteca de unos ochenta libros, como comenta en la Letra XXVIII, al prior del monasterio del Paso. Ochenta y cinco volúmenes componían, un cuarto de siglo antes, la biblioteca de Fernán Pérez de Guzmán, estudiada por Mercedes Vaquero y en la que predominaban —como seguramente sucedería en la de Pulgar— libros de historia de la antigüedad, como Salustio, Tito Livio, Valerio Máximo, y libros de genealogía e historia de España, junto a tratados de prosa doctrinal y obras hagiográficas4. Formando parte del séquito de la reina, asistió a algunos episodios de la guerra de Granada, como la expugnación del castillo de Cambris en 1485, el cerco de Málaga en 1487 o el cerco de Baza en 1489. Por aquellos años hubo de estar afincado en Madrid, pues poseía viñas y otros bienes en Villaverde, y firma diversos documentos como miembro del concejo madrileño. Hubo de morir antes de 1492. La obra historiográfica de Pulgar está constituida por dos libros principales, los Claros varones de Castilla, publicado en 1486 con gran éxito, y la Crónica de los Reyes Católicos, que sólo se difundió manuscrita y no llegó a publicarse impresa en la época, tal vez porque no terminó de agradar a la reina Isabel5. 3

De los pormenores de su nombramiento y aceptación da cuenta en la Letra XI: «Yo iré a vuestra alteza, según me lo embía a mandar, e levaré lo escrito fasta aquí para que lo mande examinar, porque escrevir tiempos de tanta injusticia convertidos por la gracia de Dios en tanta justicia, tanta inobediencia en tanta obediencia, tanta corrupción en tanta orden, yo confiesso, señora, que ha menester mejor cabeça que la mía para las poner en memoria perpetua, pues son della dignas». En la Letra XXIX, a Alfonso de Olivares, quizá en respuesta a su felicitación por aquel nombramiento, manifiesta, no obstante, una cierta falta de entusiasmo por el puesto al que ha sido llamado, en el que se siente «más traído que venido» («Yo soy aquí mas traído que venido, porque, estando en mi casa retraído e quasi libre ya de la pena del cobdiciar e començando a gozar del beneficio de contentamiento, fui llamado para escrevir las cosas destos señores»). 4 Mercedes Vaquero, 2003. 5 Para la primera sigo mi propia edición, 2007, y para la segunda la citada edición de Carriazo.

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La Crónica está dividida en tres partes. En la primera, trata Pulgar de los hechos que precedieron al reinado de los Reyes Católicos, desde los casamientos y descendencia de Juan II. En la segunda, hace la historia de los primeros ocho años del reinado y de todas las novedades que se suceden encaminadas a la constitución de una nueva monarquía. En la tercera, narra los grandes episodios militares del reinado, que culminan con la conquista de Granada, aunque él deja de aparecer mencionado en 1489. A Pulgar le mueve, ante todo, un profundo sentido patrio. Él vive la nueva edad que representa la monarquía de los Reyes Católicos, es su cronista e historiador oficial, y se siente en la obligación de dar testimonio y de exaltar las glorias de aquel reinado. También trata de contar la historia con los mayores propósitos de veracidad y como testimonio del tiempo pasado, procurando no implicarse demasiado personal ni parcialmente. Por eso, ante un hecho que le afecta tan de cerca como la implantación de la Inquisición contra los judíos y las medidas tomadas contra ellos, no le tiembla la pluma para narrarlo con contención y aparente impasibilidad: Destos fueron quemados en diversas veces y en algunas cibdades e villas fasta dos mil homes e mugeres, e otros fueron condenados a cárcel perpetua, e a otros fue dado por penitencia que todos los días de su vida andoviesen señalados con cruces grandes coloradas […]. E los inhabilitaron, ansí a ellos como a sus fijos, de todo oficio público […]. Ansimesmo se facía inquisición si los que eran muertos dentro de cierto tiempo habían judaizado, e porque se falló algunos en su vida haber incurrido en este pecado de heregía e apostasía, fueron fechos procesos contra ellos […] e sacados sus huesos de las sepulturas e quemados públicamente.

Y no puede menos que mostrar su disconformidad a través de la opinión anónima de las gentes que denuncian el rigor y el odio de los ejecutores, aunque deja libre el papel supremo de los reyes, que tratan de remediarlo con otros ministros: Algunos parientes de los presos e condenados reclamaron diciendo que aquella inquisición y execución era rigurosa, allende de lo que debía ser, e que en la manera que se tenía en el facer de procesos y en la execución de las sentencias, los ministros executores mostraban tener odio a aquellas gentes. Sobre lo qual el rey y la reina cometieron a ciertos prelados, homes de consciencia, que lo viesen e remediasen con justicia.

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Y es que Fernando de Pulgar concibe la historia como la había definido Cicerón en su De Oratore, II, 9, 36 y la venía difundiendo el humanismo: Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis, qua voce alia nisi oratoris immortalitati commendatur. La historia como testigo de los tiempos, luz de la verdad, maestra de la vida, pero también como obra artística (historia ornata) y como tarea elevada (opus oratorium maxime) y ejemplar. Esa concepción ciceroniana de la historia la expone claramente Pulgar en el prólogo de la Crónica, donde repite traducidas las palabras del De oratore: «porque la historia es luz de la verdad, testigo del tiempo, maestra y exemplo de vida, mostradora de la antigüedad». Por eso, como historiador y cronista, se propone contar la verdad de las cosas, cree en la utilidad que trae a los presentes saber los hechos del pasado y entiende que se debe hacer memoria de aquellos que por sus virtuosos trabajos merecieron loable fama. Pero también gusta Pulgar de la historia ornata, como ha aprendido en sus modelos Salustio y Tito Livio. Como ellos, quiere hermosear la historia con razonamientos y eficaces palabras, según expresa en la carta al conde de Cabra, no incluida en su colección impresa: Yo, muy noble e magnífico señor, en esto que escrivo no llevo la forma destas crónicas que leemos de los reyes de Castilla, mas trabajo cuanto puedo por remidar, si pudiere, al Tito Livio e a los otros estoriadores antiguos, que hermosean mucho sus crónicas con razonamientos que en ellas leemos, embueltos en mucha filosofía e buena doctrina. Y en estos tales razonamientos tenemos liçençia de añadir, ornándolos con las mejores e más eficaçes palabras e razones que pudiéremos, guardando que no salgamos de la sustançia del fecho6.

Los discursos, las deliberaciones, las arengas intercaladas en la narración, serán bellos y eficaces procedimientos que enriquezcan el discurso historiográfico y nos hagan sentir que el hombre es el protagonista de la historia. El autor ha de dar vida y animación a los personajes de quienes escribe: «Es menester —dice Pulgar— algunas veces fablar como el Rey o como Vuestra Alteza, e asentar los propósitos que ovistes en las cosas: asentar asimismo vuestros consejos, vuestros motivos. Otras veces requiere fablar como los de vuestro Consejo; otras como los con6

Fue dada a conocer por Serrano y la recoge Carriazo, 1943.

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trarios. Después de esto, las fablas e razonamientos y otras diversas cosas»7. Por medio de su palabra, plasmada en discursos o epístolas, se expresan los protagonistas de la historia y cuentan o vaticinan los acontecimientos. La narración aparecerá así empedrada de estas formas breves y nos iremos encontrando, por ejemplo, con un discurso de la reina al rey sobre la gobernación del reino, con la carta de un fraile confesor al rey de Portugal amonestándole sobre sus pretensiones y ofreciendo una visión casi profética de lo que sucedió, o con el discurso de Gómez Manrique, alguacil mayor, a los toledanos sobre su participación en las parcialidades. Por las mismas razones, se hará presente el retrato de los protagonistas de la historia, como es el caso del rey Fernando: Este rey era ome de mediana estatura, bien proporcionado en sus miembros e en las faciones de su rostro bien compuesto, los ojos reyentes, los cabellos prietos e llanos, ome bien complisionado. Tenía la habla igual, ni presurosa ni mucho espaciosa. Era de buen entendimiento, muy templado en su comer e beber e en los movimientos de su persona, porque ni la ira ni el plazer fazía en él gran alteración;

o de la reina Isabel, ambos en términos retóricos e idealizados, como dicta la retórica de la época: Esta reina era de comunal estatura, bien compuesta en su persona e en la proporción de sus miembros, muy blance e rubia, los ojos entre verdes y azules, el mirar gracioso e honesto, las faciones del rostro bien puestas, la cara toda muy hermosa y alegre. Era mesurada en la continencia e movimientos de su persona, no bevía vino.

A los mismos propósitos de exaltación de la monarquía de los Reyes Católicos obedece el libro de los Claros varones de Castilla, cuya finalidad es celebrar a los personajes y linajes ilustres que han impulsado esa nueva edad y esa nueva monarquía. Para ello selecciona alrededor de una treintena de personajes, unos veinte caballeros y ocho prelados, de los que nos va a ofrecer una biografía abreviada, en la que traza su retrato físico y moral, en rasgos perfectamente armonizados, y da cuenta de sus hazañas y de su linaje.

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Carta XI, con las interpolaciones de la edición de 1500, apud Carriazo, 1943.

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Aunque su planteamiento debe responder también a móviles políticos y propagandísticos encaminados a contentar a la nobleza de Castilla, que seguramente comienza a percibir su debilitamiento ante la nueva monarquía, todavía Pulgar asume con fervor la exaltación de sus glorias. Como explica en la dedicatoria del libro dirigida a la Reina, lamenta que frente a otros pueblos que escribieron las hazañas de los claros varones de su tierra tanto en sus crónicas generales como en tratados aparte, los reinos de Castilla y León anden menguados de esos contenidos en sus crónicas, con perjuicio para el honor de aquéllos y de sus descendientes. Él, servidor de los reyes (ha sido criado en la corte de Juan II y de Enrique IV) y movido por el amor de su tierra, asume esa tarea y la ofrece ahora a la reina Isabel. Escribirá, por tanto, de prelados y de caballeros de estos reinos, que conoció en vida, cuyas hazañas les harían merecedores de una gran historia. El procedimiento será tratar de los linajes y condiciones de cada uno de ellos y de los hechos notables que protagonizaron. De ese modo, quedará demostrado que no fueron menores que griegos, romanos y franceses en autoridad de personas, en ornamento de virtudes ni tampoco en habilidades en ciencias o en armas. Como en otro lugar he analizado la técnica del retrato y las cualidades físicas y morales de los personajes que describe Pulgar8, aquí quisiera acercarme más bien al móvil político de su inclusión en esta galería. La serie se abre con el retrato del rey Enrique IV, apertura perfectamente motivada por tratarse del último rey, hermano de Isabel y a quien sirvió el propio Pulgar. Es un retrato bastante amable, quizá excesivamente amable, sobre todo si lo comparamos con el de otros cronistas contemporáneos. Sus rasgos físicos están descritos con gran parquedad y corrección, sin que nada desentone: «Fue ombre alto de cuerpo e fermoso de gesto e bien proporcionado en la conpostura de sus mienbros». Descripción que contrasta llamativamente con los retratos de Diego Enríquez del Castillo y de Alonso de Palencia, que resaltan su desproporción, deformidad y un cierto aspecto fiero9.Así debía 8

Pérez Priego, 2005, pp. 169-183. Diego Enríquez dice: «Era persona de larga estatura y espeso en el cuerpo y de fuertes miembros; tenía las manos grandes y los dedos largos y recios; el aspecto feroz, casi a semejanza de león, cuyo acatamiento ponía temor a los que miraba; las narices romas e muy llanas, no que así naciese, mas porque en su ni9

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de ser en la realidad, pues uno de los retratos iconográficos de la época más interesantes que poseemos es el del códice que contiene el viaje de Jorge de Ehingen a la Península, que Gregorio Marañón en su conocido ensayo sobre Enrique IV, interpretaba con estas palabras: se aprecia bien en esta imagen del códice la corpulencia displásica del rey, la deformidad de su nariz y, sobre todo, la expresión obsesiva de su mirada, acentuada por la convergencia y elevación del cabo interno de las cejas, que dan un aire trágico —casi de tragedia convencional, de actor caracterizado— a la extraña figura, que parece atormentada de sombríos presagios10.

La misma indulgencia que en lo físico muestra Pulgar con las cualidades morales del rey, a quien apenas le recuerda los deleites a que se dio en su menor edad y que se hicieron habituales: «los más días de su menor hedad, en los quales se dio a algunos deleites que la mocedad suele demandar e la onestad deve negar. Fizo ábito dellos, porque ni la hedad flaca los sabía refrenar ni la libertad que tenía los sofría castigar». ñez rescibió lisión en ellas; los oios garzos e algo esparcidos, encarnizados los párpados: donde ponía la vista, mucho les duraba el mirar; la cabeza grande y redonda, la frente ancha, las cejas altas, las sienes sumidas, las quixadas luengas y tendidas a la parte de ayuso, los dientes espesos y traspellados, los cabellos rubios, la barba luenga e pocas veces afeitada, el tez de la cara entre rojo y moreno, las carnes muy blancas, las piernas muy luengas y bien entalladas, los pies delicados» (Crónica del rey don Enrique el Cuarto de este nombre, cap. I, pp. 100-101). Mucho más severo es el retrato físico del rey por Alfonso de Palencia: «Sus ojos eran feroces, de un color que ya por sí demostraba crueldad: siempre inquietos en el mirar, revelaban con su movilidad excesiva la suspicacia o la amenaza. La nariz era bastante deforme, ancha y remachada en su mitad a consecuencia de un accidente que sufrió en la primera niñez, dándole las facciones de un simio. Los labios delgados, que no prestaban ninguna gracia a la boca, y los carrillos anchos afeaban la cara. La barba, larga y saliente, hacía parecer cóncavas las facciones debajo de la frente, como si algo se hubiese arrancado del medio del rostro. El resto de su figura era de hombre proporcionado, pero siempre cubría su hermosa caballera con sombreros vulgares, un capuz o un birrete indecoroso. La blancura de la tez estaba cubierta de manchas rojizas. Afeaba su alta estatura y sus muslos, piernas y pies bien proporcionados, como dije, con trajes indignos y calzados aún más descuidados» (Gesta Hispaniensia ex annalibus suorum dierum collecta, I, lib. I, cap. 2, p. 6, traducción castellana de los autores de la edición). 10 Marañón, 1930, p. 66.

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Su carácter solitario y huraño, por ejemplo, Pulgar lo juzga de pasada relacionado con su afición a la caza: «Era grand montero e plazíale muchas vezes andar por los bosques apartado de las gentes». Lo que Palencia interpreta de otra manera: Huía huraño del concurso de las gentes. Era tan enamorado de lo tenebroso de las selvas que sólo en las más espesas buscaba el descanso, de modo que con grandes expensas mandó construir en varios sitios unas guaridas inaccesibles, cada una con su muro y edificios adecuados para su residencia y recreo, y pobló los cotos cercados con colecciones de animales recogidos de todas partes. Encargó a hombres salvajes y feroces de cuidarlos y de alejar a la gente mientras él se encerraba allí con pocos y malos amigos (Palencia, Gesta Hispaniensia, I, 2).

Más impasible, si es que no parcial, se muestra ante la famosa impotencia de Enrique: Biviendo la primera muger, de quien se apartó, casó con otra fija del rey de Portugal. E en este segundo casamiento se manifestó su impotencia, porque, como quier que estovo casado con ella por espacio de quinze años e tenía comunicación con otras mugeres, nunca pudo aver a ninguna allegamiento de varón.

Los historiadores de la época difundieron esta condición del rey. Aquí sí coincide con ellos Pulgar e incluso los excede, pues en su Crónica de los Reyes Católicos es mucho más explícito11. Y en la Letra

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«Porque se tenía por muy cierta la impotencia del rey, la qual por muchas experiencias era conocida e señaladamente porque a todo el reino era notorio que estovo casado con la princesa doña Blanca, hija del rey don Juan de Navarra, por espacio de trece años e más, en los quales nunca ovo a ella acceso como marido lo debe a la muger, ni menos se halló que lo oviese en todas sus edades pasadas a ninguna otra muger, puesto que amó estrechamente a muchas, ansí dueñas como doncellas, de diversas edades y estados, con quien había secretos yuntamientos e las tovo de contino en casa, y estovo con ellas solo en lugares apartados, e muchas veces las hacía dormir con él en su cama, las cuales confesaron que jamás pudo haber con ellas cópula carnal. E de esta impotencia del rey no solamente daban testimonio la princesa doña Blanca, su muger, que por tanto tiempo estovo con él casada, e todas las otras mugeres con quien, como habemos dicho, tovo estrecha comunicación, mas aún los físicos e las mugeres e otras personas que desde niño tovieron cargo de su crianza» (cap. IV)

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VII desmentirá el adulterio de Juana con don Beltrán. No obstante, silencia los nombres de esas otras mujeres, lo mismo que las relaciones homosexuales, de que habla Palencia12. Como otros historiadores, advierte el cambio de fortuna que se produce al mediar el reinado de Enrique, que él atribuye más bien a corrupción de costumbres: Fenecidos los diez años primeros de su señorío, la fortuna, enbidiosa de los grandes estados, mudó, como suele, la cara próspera e començó a mostrar la adversa. De la qual mudança muchos veo quexarse e, a mi ver, sin causa porque, segund pienso, allí ay mudança de prosperidad do ay corrubción de costunbres. E así por esto como porque se deve creer que Dios, quiriendo punir en esta vida alguna desobediencia que este rey mostró al rey su padre, dio logar que fuese desobedecido de los suyos e permitió que algunos criados de los más aceptos que este rey tenía e a quien de pequeños fizo ombres grandes e dio títulos e dignidades e grandes patrimonios (...), conocidas en este rey algunas flaquezas nacidas del ábito que tenía fecho en los deleites, osaron desobedecerle e poner disensión en su casa.

Suelen distinguirse, en efecto, esas dos etapas, una más próspera y venturosa y otra más desastrada y calamitosa. Durante la primera, hasta 1462, cuenta con los grandes del reino, despliega una positiva política internacional y reanuda con éxito la guerra de reconquista. A partir de 1463 se rebela contra él la alta nobleza, se propagan los ru-

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Una de esas mujeres fue doña Guiomar de Castro, una de las damas que trajo en su corte la reina, hija natural de don Álvaro de Castro, conde de Monsanto. Era mujer bella, ambiciosa e intrigante, «con la qual el rey tomó pendencia de amores», según Enríquez del Castillo, cap. XXIII, aunque inventados y no conseguidos, en opinión de Palencia, IV, 2. De todos modos, parece que el rey trató de dar notoriedad y escándalo a aquella relación buscando el enfrentamiento con la reina, instalando a la portuguesa en una lujosa mansión o incorporándola a su séquito en la expedición a la guerra de Granada. Otra de estas damas que quiso pasar por amantes parece que fue doña Catalina de Sandoval, a quien nombró abadesa del monasterio de San Pedro de las Dueñas, en Toledo. De relaciones supuestamente homosexuales con distintos y sucesivos varones de la corte trata Palencia en su crónica. Comenzarían ya con Juan Pacheco, el ayo que le pone Álvaro de Luna en su adolescencia, y continuarían con Gómez de Cáceres, Francisco Valdés, Miguel Lucas de Iranzo y hasta el propio don Beltrán de la Cueva (Palencia, Gesta hispaniensia, especialmente V, 3 y 4).

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mores sobre la ilegitimidad de Juana y se plantea agriamente el problema sucesorio en favor de su hermanastro el príncipe Alfonso. Jorge Manrique, en sus célebres Coplas, cantó también ese revés de fortuna en la trayectoria del rey: «Pues el otro, su heredero, / don Enrique, ¡qué poderes / alcançava! / ¡quán blando y quán falaguero / el mundo con sus plazeres / se le dava! / Mas verás quán enemigo, / quán contrario, quán cruel / se le mostró: / aviéndole seido amigo, / ¡quán poco duró con él / lo que le dio!». La información sobre la muerte del rey, por último, es igualmente sobria y escueta: «Murió en el alcáçar de la villa de Madrid de dolencia del ijada, de la qual en su vida muchas vezes fue gravemente apasionado». Cronistas como Palencia, Diego de Valera o Enríquez del Castillo, hablan además de abundante flujo sanguíneo, vómitos y deformación de todo su cuerpo, síntomas que a G. Marañón le hacían sospechar en un envenenamiento por arsénico más que en la simple litiasis renal y hepática que venía a ser el llamado dolor de ijada13. Aparte los rasgos físicos, lo que cuenta para Pulgar en la descripción de cada personaje son las condiciones morales, el linaje y las hazañas. El destacar en uno o varios de esos ámbitos es lo que determina la presencia del personaje en su libro. Auténticos dechados de virtudes son los tres que, después del rey, abren la galería: el almirante don Fadrique Enríquez, el conde de Haro y el marqués de Santillana. Don Fadrique es de buen entendimiento, esforzado, franco y liberal; el conde de Haro es agudo, de buen entendimiento, hombre de verdad e inclinado a justicia y hombre esencial; Santillana, agudo y discreto, magnánimo, esforzado, templado en el comer y beber. En el caso de don Fadrique, destaca además su vasto linaje, por un lado descendiente del rey Alfonso XI (por la rama bastarda) y, por otro, emparentado con casi toda la nobleza de Castilla (Pedro Manrique, hermano de madre, Alba de Aliste, hermano de padre y madre, y nueve hermanas que casaron con hombres de linaje) y abuelo de Fernando el Católico, pues fue padre de Juana Enríquez, segunda esposa de Juan II de Navarra y Aragón:

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Marañón, 1930, pp. 59-61 y 140-141.

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E murió lleno de días e en grand prosperidad, porque dexó sus fijos en buen estado e vido en sus postrimeros días a su nieto, fijo de su fija, ser príncipe de Aragón, porque era único fijo al rey de Aragón, su padre. E otrosí le vido príncipe de los reinos de Castilla e de León, porque casó con la princesa de Castilla, doña Isabel, que fue reina destos reinos.

Del conde de Haro también sobresale la antigüedad de su linaje, pues los Fernández de Velasco fueron camareros de los reyes de Castilla durante más de ciento veinte años. Al tiempo resalta su actitud mediadora y conciliadora entre Juan II de Castilla y los infantes de Aragón, uno de cuyos episodios más famosos fue el del seguro de Tordesillas en 1439, sobre el que escribió una breve crónica: E en algunas diferencias que el rey don Juan ovo con el rey de Navarra e con el infante don Enrique, sus primos, e en algunos otros debates e controversias que los grandes del reino ovieron unos con otros, si para se pacificar era necesario que los de la una parte e de la otra se juntasen en algún logar para platicar en las diferencias que tenían, siempre se confiavan la salvaguarda de tal logar do se juntavan a este cavallero. E la una parte e la otra confiavan sus personas de su fe e palabra, e muchas vezes se remitían a su arbitrio y parescer.

Elogia el retiro de la vida mundana, al final de sus días, después de dejar su casa y patrimonio a su hijo mayor y a otros en buen estado, cuando fundó en su villa de Medina de Pomar un monasterio de mojas de santa Clara y un hospital, dice Pulgar «para pobres», pero era también para acoger a doce hidalgos ancianos, que formaban una especie de orden espiritual sacro-caballeresca, a la que dotó de una curiosa biblioteca de libros religiosos, caballerescos y clásicos latinos, donde él mismo vivió sus últimos diez años. Del marqués de Santillana, aparte su linaje, títulos, virtudes, hazañas, resalta una condición muy importante para Pulgar, su aceptación y buen entendimiento con todas las gentes: «Considerava asimismo los ombres e las cosas segund su realidad e no segund la opinión. Y en esto tenía una virtud singular e casi divina, porque nunca le vieron fazer acebción de personas, ni mirava dónde ni quién, sino cómo e quál era cada uno». También la transmisión de su linaje, con varios de cuyos descendientes, como el Gran Cardenal de España, tuvo buen trato Pulgar:

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dexó seis fijos varones. E el mayor, que heredó su mayorazgo, lo acrecentó e subió en dignidad de duque. E el segundo fijo fue conde de Tendilla e el tercero fue conde de Curuña. E el quarto fue cardenal de España e arçobispo de Toledo e obispo de Cigüença, e uno de los mayores perlados que en sus días ovo en la iglesia de Dios. E a estos quatro e a los otros dos, que se llamaron don Juan e don Hurtado, dexó villas e logares e rentas de que fizo cinco casas de mayorazgos, allende de su casa e mayorazgo principal.

De otros personajes, lo que subraya Pulgar son más bien sus hazañas, su valor y servicio al rey. Tal es el caso del conde de Alba, don Fernán Álvarez de Toledo, de quien exalta su arrojo y lealtad a Juan II, tanto contra Aragón como en la guerra de Granada, de la que describe la batalla de la Axarquía cerca de Málaga e incluso reproduce la arenga del conde a los suyos al verse rodeado por el enemigo. Honores que transmitió también a su casa y descendencia: Era muy cauto e astuto en los engaños de la guerra.Venció al rey moro e a otros capitanes de Granada en batallas campales, e tomó las vanderas de los enemigos en los vencimientos que ovo, las quales e las vanderas que tomó en la batalla do venció a los valencianos, están oy puestas en la su casa de Alva de Tormes, e las traen sus subcesores en las orladuras de sus armas.

Con el intrigante Juan Pacheco, marqués de Villena y maestre de Santiago, también se muestra indulgente Pulgar y alaba su prudencia y sagacidad, su agudeza e incluso su capacidad de fingimiento por su «deseo de adquirir grandes bienes e onores», lo que le lleva a la hipérbole: Era ombre de buen coraçón e mostró ser cavallero esforçado en algunos logares que fue necesario (…) Tenía el común deseo que todos tenemos de alcançar honras e bienes temporales, e sópolas bien procurar e adquerir. E quier fuese por dicha, quier por abilidad, o por amas cosas, alcançó tener mayores rentas e estado que ninguno de los otros señores de España que fueron en su tiempo.

Juicio que desmiente el acerado Palencia que lo retrata como hombre retraído, desconfiado y cruel:

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Pero en las sombras se retraía con sus consejeros de confianza y en las altas horas de la noche, cuando todos se entregaban al sueño, a veces montaba a caballo, salía al campo y, apeándose y dejando el caballo en guarda de un sirviente, se echaba a dormir armado, para regresar antes del amanecer a su casa y descansar otro rato bajo la vigilancia de sus guardias y porteros hasta que el palacio iba llenándose de turbas de cortesanos. Tales eran los ajetreos de la vida amarguísima del maestre, odioso a Dios y a los hombres, no menos cruel e inhumano para consigo mismo, y más cruel aún al rey Alonso (Palencia, Gesta Hispaniensia, I, X, 9).

Por sus hazañas, a pesar de su inferior linaje («fijo de un escudero fijodaldo»), es incluido Rodrigo de Villandrando, primer conde de Ribadeo. Es éste un curioso y célebre personaje que fue caballero de fortuna en Francia durante la guerra de los Cien Años, donde formó un ejército de roteros al servicio de Carlos VII que en rápidos movimientos devastó amplios territorios. Con el botín de las batallas y hasta con el comercio de prisioneros cobró gran tesoro y alcanzó casar con la hija del duque de Borbón, cuyas tierras defendió de los ingleses. Llamado por Juan II de Castilla, acudió en su defensa con un ejército de cuatro mil hombres, por lo que el rey le hizo merced de la villa de Ribadeo y le otorgó el título de conde. El día de Reyes de 1441 tomó para Juan II la ciudad de Toledo, de la que se había señoreado el infante don Enrique, y el monarca, a manera de estrenas o de aguinaldo: «fizo merced a él e a sus decendientes de la ropa que él y los reyes de Castilla sus subcesores vistiesen aquel día, e que comiese con él a su mesa, de la qual merced goza oy su subcesor». También por sus hazañas y servicio al rey es recordado Juan de Silva, conde de Cifuentes y alférez mayor, oficio cuya misión era la de enarbolar el pendón o portar las armas regias en las ceremonias cortesanas. En una de esas ocasiones fue precisamente donde se distinguió nuestro personaje, cuando, enviado por Juan II al concilio de Basilea (1434) junto a muchos otros caballeros y letrados, defendió allí vehementemente la precedencia que al rey de Castilla pertenecía frente a los ingleses: E como acaesciese un día que el enbaxador del rey de Inglaterra quisiese anticiparse e ocupar el logar de la precedencia que al rey de Castilla pertenescía, no podiendo este cavallero sofrir tienpo para que se determinase por razón lo que veía levar por fuerça, llegó aquel enbaxador e,

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puestas las manos en él, con grand osadía le arrebató e echó de aquel logar e él se puso en él (...); preguntado por el cavallero presidente de la justicia cómo avía osado poner las manos en tan notable enbaxador e de tan grand príncipe como era el rey de Inglaterra, con ánimo no vencido le respondió: «Digos, presidente, que quando padesce defeto la razón, no deven faltar manos al coraçón».

Su fidelidad a la reina Isabel es mérito principal en otros dos personajes de la galería, como son Diego Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Santillana y primer duque del Infantado, que, como todos los Mendoza, se pasa al bando isabelino en 1473 cuando su hermano Pedro González de Mendoza es promovido a cardenal; y Enrique Enríquez, conde de Alba de Liste, de quien se recuerda su valiente y fiel intervención, aunque ya anciano, en la batalla real entre Toro y Zamora (1476): Era ombre de verdad e sirvió muy bien e lealmente al rey don Fernando e a la reina doña Isabel en las guerras que pasaron con el rey don Alfonso de Portogal. E en la batalla real que estos dos reyes ovieron entre las cibdades de Toro e Çamora, donde el rey de Portogal fue vencido, este cavallero, aunque en hedad ya de setenta años, ni la fuerça del coraçón se le enflaqueció ni la de los mienbros le faltó para pelear. E peleó con tan grand esfuerço que fue siguiendo el alcance contra los portogueses fasta cerca de la puente de Toro, donde, pensando que le guardavan los suyos, se metió tanto en los contrarios que fue preso e levado a Portogal. Estando en la prisión, conoscida la linpieza de su condición, le fue dada libertad para venir a Castilla con algunos partidos de concordia. E cunpliendo su palabra, bolvió a la prisión, en la qual estovo fasta que la reina, a su grand honra, le fizo libre.

Por lealtad a su rey, Juan II de Castilla, son recordados, aunque de forma más breve y sumaria, Pedro de Estúñiga, conde de Plasencia, y Gastón de la Cerda, conde de Medinaceli, representantes de dos ilustres linajes castellanos. Este último además pasaría al entorno familiar de Fernando el Católico, cuando casara con Ana de Navarra su hijo Luis de la Cerda, quien en 1479 recibiría el título de duque de Medinaceli por su apoyo a los Reyes. Prototipo de noble linaje castellano, infatigable guerrero en la frontera con los moros y fiel a Fernando e Isabel, comparece, al final de la serie de estas nobles familias, Rodrigo Manrique, conde de Paredes

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y maestre de Santiago. Es celebrado sobre todo por su fortaleza y hazañas guerreras, entre las que es recordada especialmente su valiente toma de Huéscar, en 1434, con la arenga a los suyos ante la dificultad de tan larga y sangrienta batalla: En aquella ora los suyos, vencidos de miedo, vista la multitud que sobre ellos venía por todas partes a socorrer los moros e tardar el socorro que esperavan de los christianos, le amonestaron que desanparase la cibdad […].Visto por este cavallero el temor que los suyos mostravan, «No», dixo él, «suele vencer la muchedunbre de los moros al esfuerço de los christianos quando son buenos, aunque no sean tantos. La buena fortuna del cavallero crece cresciendo su esfuerço. E si a estos moros que vienen cunple socorrer a su infortunio, a nosotros conviene permanecer en nuestra vitoria fasta la acabar o morir. Porque, si el miedo de los moros nos fiziese desanparar esta cibdad, ganada ya con tanta sangre, justa culpa nos pornían los christianos por no aver esperado su socorro. E es mejor que sean ellos culpados por no venir que nosotros por no esperar. De una cosa», dixo él, «sed ciertos: que entre tanto que Dios me diere vida, nunca el moro me porná miedo, porque tengo tal confiança en Dios e en vuestras fuerças, que no fallecerán peleando, veyendo vuestro capitán pelear».

Pulgar cierra su galería recordando a la reina las hazañas caballerescas de otra serie de personajes de inferior linaje, pero igualmente dignos de honra y de memoria en la escritura: Otros muchos claros varones naturales de vuestros reinos ovo que fizieron cosas dignas de memoria, las quales si, como dixe, se escriviesen particularmente, sin duda sería mayor libro e de mayores e más claras fazañas que el que fizo Valerio e los otros que escrivieron los fechos de los griegos y de los romanos.

De esos claros varones fue el fijodalgo Pedro Fajardo, joven servidor de la cámara de Carlos VII de Francia, que, a pesar de sus pocos años, reclamó un caballo y un arnés para combatir junto a su rey frente al de Inglaterra, amenazando que si no lo haría a pie con mayor peligro, con estas palabras: «No suelen los fijosdalgo de Castilla que son de mi hedad quedar en la cámara yendo su señor a la guerra.Yo vos certifico, señor» dixo él, «que,

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si no me fornecés de armas y de cavallo, que yo iré a pie delante las esquadras de vuestra gente a morir peleando en la batalla».

O el caballero fijodalgo Suero de Quiñones, que sostuvo un año un célebre paso de armas en la puente de Órbigo, en el camino de Santiago, al que concurrieron caballeros y gentileshombres de diversas tierras que «fizieron armas con este cavallero, en las quales, e en todo otro ato de cavallería que allí intervino, ningún estrangero se esmeró ni ovo igual vitoria de la que por las armas este fijodalgo castellano ovo». Entre esos caballeros guerreros, se encuentran precisamente diversos miembros de órdenes militares, como Juan Ramírez de Guzmán, comendador de la orden de Calatrava, del linaje de los Guzmanes; Garcilaso de la Vega, comendador de la orden de Santiago, sobrino del marqués de Santillana y de don Rodrigo Manrique, muerto en una escaramuza contra los moros entre Baza y Guadix, provocada por Enrique IV; Juan de Saavedra y su hermano Gonzalo de Saavedra, comendador de Santiago, que guerrearon mucho tiempo contra los moros; y Rodrigo de Narváez, el viejo alcaide de Antequera, «en la guarda de la qual e en los vencimientos que fizo a los moros, ganó tanta honra e estimación de buen cavallero que ninguno en sus tienpos la ovo mayor en aquellas fronteras». Termina Pulgar con la mera enumeración de una serie de caballeros de Castilla que acudieron a hacer armas a otras tierras, donde cobraron honra y fama: Gonzalo de Guzmán, Juan de Merlo, Juan de Torres, Juan de Polanco, Alfarán de Bivero, Pero Vázquez de Sayavedra, Gutierre Quixada y Diego de Valera. A todos ellos sólo los menciona, aunque de cada uno podía escribirse una biografía (con varios lo ha hecho Martín de Riquer en nuestros días). Entre ellos, hay varios del antiguo séquito de don Álvaro de Luna, como Juan de Merlo, Juan de Torres o Gutierre Quixada, que combatieron en justas castellanas y ocasionalmente en el extranjero.Y hay otros realmente internacionales, como Vázquez de Sayavedra, Diego de Valera o el propio Merlo, que justaron en Francia, Borgoña, Alemania, Bohemia o Hungría. Y no menciona ya siquiera a los caballeros castellanos que se enrolaron en ejércitos extranjeros y combatieron en guerras de Francia o Nápoles, y que eran muy estimados por los capitanes de aquellos ejércitos, «porque conoscía dellos tener esfuerço y constancia en los peligros más que los de otras naciones».

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Muy interesante es asimismo la serie de prelados que incluye Pulgar en su galería de claros varones. La encabeza Juan de Torquemada, cardenal de san Sixto en Roma, dignidad que le otorgó el papa Eugenio IV por su labor en las sesiones conciliares de Ferrara-Florencia, en el fondo, por su posición antinominalista y anticonciliarista. Dominico y famoso teólogo, Pulgar enfatiza su condición de converso («sus avuelos fueron de linaje de los judíos convertidos a nuestra fe cathólica»), que, en realidad, le venía de su abuela Juana de Tovar, aunque por rama paterna los Torquemada descendían de Lope Alfonso de Torquemada, caballero de la corte de Alfonso XI. Entre las diversas obras que escribió, se encuentra precisamente el Tractatus contra madianitas et ismaelitas, en favor y defensa de los conversos. Le sigue Juan de Carvajal, cardenal de Sant’ Angelo, de ilustre y potentada familia extremeña (seguramente nacido en Trujillo y no en Plasencia, como quiere Pulgar, de donde sí fue obispo). Se dedicó al estudio del derecho y desempeñó numerosas misiones diplomáticas al servicio del papa, primero Eugenio IV, luego Nicolás V e incluso Pío II y Paulo II. Fue hombre poderoso en la iglesia de entonces. Después de los dos cardenales, siguen dos arzobispos, el de Toledo y el de Sevilla, esto es, Alfonso Carrillo y Alfonso de Fonseca, ambos de linaje de fijosdalgo y de limpia sangre, uno de origen portugués y otro del reino de Galicia. Del siempre polémico Carrillo, aparte de mencionar su círculo de literatos y caballeros, subraya su carácter belicoso e inestable («era ombre belicoso e, siguiendo esta su condición, plazíale tener continuamente gente de armas e andar en guerras e juntamientos de gentes»), carácter que le condujo a distintas parcialidades, ya a favor del príncipe Alfonso en la farsa de Ávila, ya a favor de Fernando e Isabel, ya en contra de ellos y en defensa de la Beltraneja (cuando otorgan el capelo cardenalicio a Pedro González de Mendoza), hasta su derrota en la batalla de Toro y su aceptación de Isabel, de quien obtendría perdón solemne. El personaje no parece despertar gran admiración a Pulgar, que recuerda su afán por haber grandes riquezas que le condujo a la práctica de la alquimia y la transmutación de metales, en lo que gastó casi toda su renta. Tampoco despierta sus simpatías Fonseca, de quien subraya cualidades como su pulcritud o el gusto por las joyas y piedras preciosas, y alude a su edificación de la fortaleza de Alaejos, donde, como era notorio, Enrique IV le había confiado la custodia de su mujer, la reina doña Juana, por la que se sintió atraído el arzobispo.

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Por quienes sí muestra sus simpatías es por los cuatro obispos que cierran la obra, el de Burgos, el de Coria, el de Ávila y el de Córdoba. Los dos últimos, Alfonso Fernández de Madrigal y Tello de Buendía, eran de linaje de labradores y movidos por un común deseo de aprender cursaron estudios en Salamanca. El Tostado representa al sabio prelado que prácticamente dominó todas las ciencias: E no quiero dezir que este sabio perlado las alcançó todas, pero puédese creer dél que en la ciencia de las artes e theología e filosofía natural e moral, e asimismo en el arte del estrología e astronomía, no se vido en los reinos de España ni en otros estraños se oyó aver otro en sus tienpos que con él se conparase.

Tello de Buendía, por su parte, fue más bien modelo en el ejercicio de la caridad y la misericordia. Fue del consejo de Alonso Carrillo y medió en su reconciliación con los reyes. La reina Isabel pidió para él al papa la provisión del obispado de Córdoba. Los otros dos obispos son Alonso de Cartagena y Francisco de Toledo, ambos de reconocido linaje de los judíos convertidos a la fe católica. Por ambos siente particular estima Pulgar. Por Alonso de Cartagena, debido a sus muchas virtudes y su condición de letrado, que exhibió en el concilio de Basilea y en sus numerosos escritos y traducciones. De Francisco de Toledo subraya su afición al estudio, sus dotes como predicador y su observancia como clérigo o su actividad como teólogo y legado papal en Roma.Y lo encarece como autor de «algunos tratados de filosofía e teología e sermones de grand dotrina», y de «un libro fundado por derecho contra aquellos que fazen división en los reinos e presumen por su propia autoridad quitar un rey e poner otro». Pulgar alude, en efecto, a varios escritos de Francisco de Toledo en defensa de los conversos. Huido de Toledo a raíz de la promulgación de la Sentencia de Pedro Sarmiento, escribió desde la villa de Santa Olalla diversas proposiciones y un extenso escrito apologético contra ella y las ideas que alentaba de condena y persecución de los conversos. En esa misma línea, asesoraría al cardenal Torquemada en la redacción de uno de los escritos contra Sarmiento y en defensa de la no discriminación de cristianos nuevos y viejos14. Fue autor

14

Ver Benito Ruano, 1961, pp. 52-53.

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asimismo de un tratado contra el tiranicidio y el derecho del papa a intervenir, tratado que hubo de escribir hacia 1464 y que no ha llegado hasta nosotros. Sus argumentos, sin embargo, sí sabemos que fueron utilizados por los procuradores de Enrique IV ante la curia romana en 1466, luego de la farsa de Ávila y el intento de entronización de Alfonso, a la que Toledo no llegó a adherirse por la amenaza antijudía que representaba la facción alfonsina15. Como vemos, Pulgar hace la biografía de una nutrida serie de caballeros y prelados de su tiempo, encabezados por el rey Enrique IV. Todos son contemporáneos, que él ha conocido, pero que ya no existen, por lo que puede hablar de ellos con gran libertad. Allí están los representantes de las familias más ilustres de la nobleza castellana, de antiguo linaje y de ilustre y vigorosa descendencia todavía en sus días: los Mendoza, los Velasco, los Manrique, los Estúñiga o los Enríquez, de quienes desciende el propio rey Fernando. Muchos de esos linajes representan a una nobleza joven, activa y ambiciosa: el primer conde de Alba, el primer marqués de Villena, el primer duque del Infantado, el primer conde de Cifuentes, el primero de Medinaceli.Todos sobresalen por sus hazañas y por sus servicios a la corona, y varios por su lealtad a Isabel, como los Mendoza, los Alba de Liste o los Manrique. Junto a éstos, recuerda también Pulgar a nobles de rango inferior, miembros de órdenes militares o caballeros que hicieron armas en Castilla o en lejanas tierras. En cuanto a los prelados, por último, su interés se centra en los más altos representantes de Roma (cardenales y arzobispos) y en los del linaje de judíos conversos o los que defendieron con sus escritos los derechos de los descendientes de ese linaje.

15

En las palabras de Pulgar («aquellos que fazen división en los reinos e presumen por su propia autoridad quitar un rey e poner otro») se ha querido ver una alusión a aquella circunstancia histórica de la deposición fallida de Enrique IV, pero parece que el tratado se escribió antes. Alfonso de Palencia, por su parte, es bastante crítico con la figura de Francisco de Toledo y le supone una primera actuación de censura en contra de Enrique IV y luego un cambio de postura debido a la amenaza antijudía que vinieron a representar los nobles alfonsistas. El temor ante ella habría llevado a Toledo a cambiar de bando y a redactar aquel escrito que, por lo demás, Palencia apenas lo considera un breve compendio de la repudiación del rey Saúl recogida en el primer libro de Reyes (Palencia, Gesta Hispaniensia,VIII, 8).

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BIBLIOGRAFÍA BENITO RUANO, E., Toledo en el siglo XV, Madrid, CSIC, 1961. CARRIAZO, J. de M., ed., Hernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, Madrid, Espasa-Calpe, 1943. ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, D., Crónica del rey don Enrique el Cuarto de este nombre, ed. C. Rosell, Crónicas de los Reyes de Castilla, III, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 70, 1953. MARAÑÓN, G., Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, Madrid, Mundo Latino, 1930. PALENCIA, A. de, Gesta Hispaniensia ex annalibus suorum dierum collecta, ed. B. Tate y J. Lawrance, Madrid, Real Academia de la Historia, 1998. PÉREZ PRIEGO, M. A., «Los cronistas de los Reyes Católicos», en Isabel la Católica. Los libros de la reina [Catálogo de la exposición de ese título; comisario: N. Salvador Miguel; coordinación del catálogo: C. Moya García], Burgos, Instituto Castellano y Leonés de la Lengua-Caja Burgos, 2004, pp. 121-137. — «El retrato historiográfico de Fernando de Pulgar», en Actes del X Congrés Internacional de l’Associació Hispànica de Literatura Medieval, Alicante, Universidad de Alicante, 2005, pp. 169-183. PULGAR, H. del, Claros varones de Castilla, ed. M. Á. Pérez Priego, Madrid, Cátedra, 2007. — Crónica de los Reyes Católicos, ed. J. de M. Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1943. VAQUERO, M., Cultura nobiliaria y biblioteca de Fernán Pérez de Guzmán, Ciudad Real, Oretania Ediciones, 2003.

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0. PERSONAJES Y

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Entremés de rey jamás se ha visto. Y aquí se ve que el arte, por bajeza de estilo, vino a estar en tal desprecio, y el rey en la comedia para el necio. [...] Elíjase el sujeto, y no se mire, perdonen los preceptos, si es de reyes, aunque por esto entiendo que el prudente Filipo, rey de España y señor nuestro, en viendo un rey en ellos, se enfadaba; o fuese el ver que el arte contradice, o que la autoridad real no debe andar fingida entre la humilde plebe. [...] Si hablare el rey, imite en cuanto pueda la gravedad real [...]1.

Palabras de Lope en el Arte nuevo, bien conocidas y muchas veces comentadas. A pesar de afirmaciones tan prudentes, del deseo de alejar la figura del rey de sujetos bajos y cómicos, el personaje del mo-

1

Lope de Vega, Arte nuevo, ed. 1999, p. 54, vv. 73-76; p. 58, vv. 157-164; p. 64, vv. 269-270.

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narca está muy presente en la comedia áurea; y una reciente recolección de ensayos lo ha analizado, en sus diferentes facetas, desde el modelo de príncipe cristiano y estoico al tipo de tirano o personaje en conflicto, hasta la figura real ‘risible’ que se da en los entremeses: «De dioses a bufones», como reza la introducción de Luciano García Lorenzo2. Evidentemente la figura del rey se tendrá que evaluar en relación con las funciones literarias que desarrolla en la comedia: tras las lecturas de Maravall, que consideraban el teatro del Siglo de Oro como instrumento de propaganda del poder, han surgido análisis que subrayan una «complejidad que huye de la interpretación monolítica imperante»3. En los miles de piezas áureas hay jóvenes reyes galanes, que actúan como amantes, y reyes «viejos», que aparecen como «deus ex maquina» en las escenas finales de las piezas, reyes justicieros, «reyes benignos, reyes justos, reyes salomónicos»4.Y hay reyes históricos (como Juan II por ejemplo), que abundan en Lope y en su generación, y reyes metafísicos como los de Calderón (el Basilio de La vida es sueño, entre otros). Hay que recordar, además, que algunos temas requieren una ambientación histórica peculiar: pienso por ejemplo en el tema de la ‘desgracia del privado’, que ‘necesita’ una referencia a don Juan II y a don Álvaro de Luna, como un fondo que forma parte de la enciclopedia del destinatario, perfectamente en grado de descifrar el sistema de valores a los cuales se refería el comediógrafo5. Igualmente el tema de la Razón de Estado exige la presencia del personaje-rey en el tablado, con varias connotaciones y distintas soluciones teatrales, sobre las cuales he venido reflexionado6. Es evidente que los instrumentos críticos con los cuales trabajamos no consideran ya a los ‘personajes’ bajo su ‘perfil psicológico’: en la comedia áurea más que de personajes es necesario hablar de actantes, como centros, núcleos de acción y de significación. En efecto, lo que me interesa estudiar ahora es la función ‘teatral’ de las figuras de los 2

García Lorenzo, 2006. Una bibliografía básica en las pp. 14-18; a la cual puede añadirse la que figura en la ed. del Arte nuevo ya citada, p. 20, nota 30. 3 García Lorenzo, 2006, p. 11. 4 Oliva, 2006, p. 49. 5 Profeti, 1997, pp. 43-77; después 2002, pp. 49-81. 6 Profeti, 2005, pp. 81-96.

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Reyes Católicos, que aparecen en unas diez comedias de Lope, con varios papeles7. Un primer grupo de textos se refiere a la infancia del rey Católico, como El piadoso aragonés, El caballero de Illescas, El mejor mozo de España. En El niño inocente de la Guarda la presencia de los Reyes Católicos sirve de proemio ‘histórico’ a los lastimosos casos del niño ‘sacrificado’ por los hebreos: en la escena inicial a doña Isabel se le aparece Santo Domingo, que la exhorta a promocionar el tribunal de la Inquisición; y en el sucesivo coloquio con Fernando los dos establecen la expulsión8. Otro grupo de comedias se desarrolla durante acontecimientos fundamentales del reinado, como El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón, o bien durante el cerco de Granada, con episodios en los que, por supuesto, la presencia de los Reyes no podía faltar, como El cerco de Santa Fe, Los hechos de Garcilaso de la Vega y moro Tarfe, El hidalgo Bencerraje. La crítica ha estudiado el grupo que llamaríamos ‘comedias de Granada’, sea desde un punto de vista ‘descriptivo’9, sea con instrumentos semióticos, sobre todo en relación con la función del moro como ‘otro’, y al mismo tiempo ‘amigo’, subrayando la permeabilidad entre las dos esferas lotmanianas de la identidad: el IN y el ES10. En este caso a los Reyes Católicos les rodean las figuras más representativas de su corte; se trata de un decorado, de una ambientación de fondo muy significativa: una llamada a la enciclopedia del espectador.

7

Se trata de El caballero de Illescas, El cerco de Santa Fe, Fuente Ovejuna, La hermosura aborrecida, El hidalgo Bencerraje, El niño inocente de la Guarda, El mejor mozo de España, El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón, El piadoso aragonés, El príncipe perfecto. 8 En una breve aparición en la segunda jornada Isabel vuelve a aparecer como esposa afectuosa y preocupada por la salud de Fernando; lo cual permite contar la lastimosa historia de la madre que ha ‘perdido’ a su hijo: Lope de Vega, El niño inocente de la Guarda, pp. 193-195. La comedia se ha fechado entre 1598 y 1608 (probablemente 1603), Griswold Morley y Bruerton, 1968, pp. 368-369. 9 Carrasco Urgoiti, 1989 y 1996. 10 Gallo, 2005, pp. 197-222.

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1. LA

COMEDIA ‘NOVELESCA’:

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HERMOSURA ABORRECIDA

Para analizar cómo pueden funcionar en el enredo las figuras de los Reyes Católicos vamos a examinar La hermosura aborrecida, citada en la segunda edición del Peregrino en su patria (1618), y por tanto escrita después de 1604, y antes de 1617, fecha en que aparece en la Parte VII de las comedias de Lope de Vega11, impresa fuera del control de Lope. Como todas las comedias de las Partes VII y VIII, el comediógrafo la escribió para Luis de Vergara o Baltasar de Pinedo12. Ya que se trata de un texto de Lope muy poco conocido, será necesario examinarlo con cierto detenimiento. La comedia constituye una especie de feuilleton basado en la dinámica pobreza / riqueza, como aparece ya desde la primera escena: don Sancho aborrece a su mujer doña Juana, de familia honrada pero no rica; ha gastado toda la pobre hacienda de su esposa, y después, para alejarse de ella, ha viajado de Navarra a Granada, sitiada por los Reyes Católicos. Pero doña Juana lo sigue, sin conseguir otra cosa que nuevos rechazos. La reina Isabel la encuentra en el camino y se apiada de la historia de la ‘hermosa aborrecida’, tomándola bajo su protección. (HA, pp. 250-251). En la larga relación inicial de la protagonista, ya se pone de relieve el nivel de estilización de la figura de la Reina, apostrofada como «cristiana y sacra tea / que laurel y espada ciñes». (HA, pp. 250b).Y en las acotaciones se refleja la pintura de ambiente: Suena ruido de guerra, y salgan con las espadas desnudas algunos soldados, el Maestre de Santiago y el de Calatrava, y el Rey don Fernando y don Sancho de Guevara. (HA, p. 252a).

Cuando los monarcas se reúnen en el escenario, asistimos a una tópica escena de amor conyugal, que contrasta con la violencia que domina las relaciones don Sancho-doña Juana:

11 Ver ejemplares en Profeti, 1988, pp. 184-185. Existe también un Ms. de la Biblioteca Nacional [15038]. Yo citaré en el texto con la sigla HA de la Nueva Edición Académica, Obras de Lope de Vega, vol.VI, 1928. 12 Profeti, 1990, pp. 187-206 (después bajo el título «Los niños de Lope: entre encargo y pathos», 1991, pp. 65-85).

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Bien puedo pedir los brazos después de tan larga ausencia. ¿Cómo venís? Sin paciencia. ¡Qué santos y honestos lazos! (HA, p. 252b).

Pero ya se está montando el enredo: también Sancho ha llegado a llamar la atención del rey Fernando; al reunirse los dos casados infelices, don Sancho impide que doña Juana revele su identidad, mientras que el rey don Fernando, a solas, confiesa que la nueva dama de la reina no le deja indiferente: Yo vi la sin par belleza de esta navarra mujer, donde mostró su poder la rica naturaleza. Confieso que le rendí las armas y las banderas [...]. Pero [...] resolución he tomado de andar siempre con cuidado y hacer al amor violencia; que fuera de que a los cielos debo tanto el ser fiel, la condición de Isabel no sufre burlas de celos. (HA, p. 255b).

Juana, siempre fiel a don Sancho, declara al rey que está desesperada porque ha tenido noticia de la muerte de su marido; Isabel los sorprende mientras la joven se arrodilla frente al monarca. (HA, p. 256). Vemos, pues, a una Isabel celosa y enamorada, que piensa casar a la dama para alejar un ‘peligro’; y a un Fernando que entra a formar parte del enredo amoroso. Entre tanto, don Sancho empieza un intenso cursus honorum, intenta responder a la reina que le pregunta si está casado y con quién; el rey le confiesa que la reina ha tenido celos de la nueva dama, y encarga al propio Sancho que se disfrace de moro y con una cuadrilla robe a doña Juana. Se trata del enredo que Cotarelo y Mori llamaba «extraño»13, y que se enmarca en una lógi-

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Cotarelo y Mori, Introducción a la edición citada en la nota 11, p. xviii.

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ca novelesca y fabulosa, en la que abundan los disfraces y las identidades fingidas, y que juega con la permeabilidad entre IN y ES. Delante del espectador se resuelve ya el primer nudo: Isabel con sus tropas salva a doña Juana del asalto, don Sancho ‘confiesa’ que organizó el robo, vestido de moro, para que la dama no se casara, ya que se trata de su mujer; la reina reúne así a la pareja y ‘premia’ al caballero, nombrándole virrey de Navarra. (HA, p. 261b). Como se ve, un vertiginoso ajedrez novelesco, que juega con las dobles identidades permitidas por el limen de la frontera, un juego tópico, grato al público del corral, en el cual Lope involucra a los reyes: el poder que encarnan no es sino un eje al servicio de un Fatum caprichoso y de la maravilla del espectador. Así la primera jornada ‘granadina’ se cierra en sí misma, con un desenlace casi conclusivo. En la segunda nos trasladamos a Navarra, donde ya don Sancho actúa como virrey. Y vemos proponerse de nuevo la dinámica Pobreza/Riqueza, razón del aborrecimiento de Juana por parte de su esposo, que expulsa a los pobres y dignos parientes de su mujer, entre los cuales figura Arnaldo, tío de la dama. Don Sancho llega al punto de intentar matarla, pensando que su status económico mejoraría a través de un nuevo y provechoso matrimonio; pero ella le convence de que le permita alejarse, propagando la nueva de que ha muerto. Se refugia vestida de estudiante y bajo el nombre de Rodrigo en una pequeña aldea, que aparece representada por Lope desde un punto de vista escénico («haya un olmo en el teatro, como aldea, con sus gradas», HA, p. 266b), y en su sistema de valores: menosprecio del dinero, relación positiva entre hombre / mujer, etc. (HA, pp. 266b-267b). El barbero acepta a Rodrigo/Juana como ayudante: vemos así otra encarnación del trillado tópico de la mujer vestida de hombre, que tanto gustaba a los espectadores del Siglo de Oro. Al mismo tiempo la Aldea aparece como lugar de revancha, en un sistema de relaciones libre de la distorsión del poder. Doña Juana emprende una nueva vida, mientras don Sancho sigue con sus dobleces en la Corte de Navarra: finge llorar la muerte de su esposa y entreteje amoríos con varias damas; habla de ellas con su criado Tello, como un don Juan de baja categoría, o como el Duque de Ferrara en la primera escena del Castigo sin venganza. Tampoco faltan los músicos que deleitan a su señor, como en la última tragedia de Lope. (HA, pp. 269b-272b).

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Volvamos a la aldea donde se ha refugiado doña Juana: la hija del alcalde Belardo, Constanza, se ha enamorado del aprendiz de barbero, al cual dedica un soneto (HA, p. 273a): otro lugar común de los enredos con mujeres disfrazadas de hombre. Asistimos así a los avances de la joven, mientras Rodrigo/Juana la entretiene con falsas recetas en una escena cómica muy interesante. (HA, pp. 273b-274a). La segunda jornada se cierra con dichos vaivenes entre la Corte de Navarra y la Aldea donde vive doña Juana, y sin la intervención de los Reyes. La tercera se traslada del Norte a Barcelona, donde el tío de doña Juana, Arnaldo, escucha una verdadera ‘relación’, donde se le cuenta la victoria de Granada, la sublevación de Albaicín y el sucesivo atentado contra el monarca en Barcelona. (HA, pp. 274b-275a). Don Fernando ha sanado por la intervención nada menos que del joven doctor Rodrigo, de origen navarro. Y Juana con su disfraz masculino sale al escenario, pintada en una interesante acotación, que no se olvida de la necesidad de la actriz de lucirse: Salen doña Juana con herreruelo y sombrero o alguna gorra, si le estuviere bien, y un vaquero negro, y sus guantes de médico. (HA, p. 276a).

De la narración de los hechos por parte de Juana-Rodrigo sabemos que ha tenido que alejarse del pueblo otra vez por razones de dinero: el médico del lugar le ha nombrado su heredero, pero sus deudos han intentado matarla. (HA, p. 276a). Arnaldo se dirige a doña Juana, maravillándose entre sí de que el ‘doctor’ se parezca tanto a su difunta sobrina; ya que el médico se ha ganado el favor de los reyes, le pide ayuda contra las demasías de don Sancho. (HA, pp. 276b-277a). Los monarcas vuelven ahora al escenario como perfecta estampa del amor conyugal; a ellos Rodrigo/Juana les pide que alguien ‘remedie’ los desmanes del Virrey: ... os ha pedido remediéis el reino de Navarra, oprimido de un tirano, a quien por su mujer merced hicisteis del nombre de Virrey, mal empleado. Ya sabéis cómo dicen que la ha muerto, ya sabéis cómo fuerza las doncellas, ya sabéis cómo infama las casadas, ya sabéis sus extrañas insolencias;

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hacedme a mí juez en lo que toca. (HA, pp. 277b-278a).

Y doña Juana recibirá dicho encargo. La escena se traslada así a Navarra, donde los labradores lamentan las maldades del Virrey: Constanza, en la forma del romancillo, utilizando una fuente ‘popular’, cuenta la ‘fuerza’ que ha padecido: Íbame yo al prado mañana en domingo después de la misa que el cura nos dijo; mi cabello suelto, sólo dividido de un listón de nácar que me dio mi primo. [...] Mis amores tiernos con sabrosos picos iban ayudando dulces pajarillos, cuando de unas matas de verde lentisco salió un caballero como ellas vestido, cazador en traje, venablo y cuchillo, aunque en saltearme sátiro lascivo. (HA, pp. 279a-280a).

El ‘juez’ llega a la corte de Navarra, precedido por una relación de Tello: Sale la guarda que pueda, con alabardas y detrás algunos soldados; de capitán doña Juana, muy gallarda, y con hábito de Santiago. (HA, p. 282a).

Es la tercera transformación de doña Juana, revestida ahora por las insignias del poder, incluido el hábito de Santiago. Y cuando don Sancho se le opone, la contestación es tajante: SANCHO

Yo soy el segundo al Rey y a mí se me ha de mostrar.

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Y el rey os puede mandar, que os hizo, señor, virrey. (HA, p. 282b).

La semejanza del ‘capitán’ con doña Juana turba a don Sancho, que se propone matarla secretamente, en un tercer intento de homicidio. Entre tanto, los reyes reciben otras súplicas de los navarros y deciden pasar de Zaragoza a Navarra, para ‘mostrarse’ a los súbditos directamente, mientras doña Juana no consigue escribir la ‘información’ contra don Sancho, que la espía ‘al paño’. (HA, p. 283b). Tello, criado alevoso, la insta a que describa a los Reyes el proceder lascivo del virrey (HA, p. 284a), pero el ‘juez’ señala que don Sancho no se ha manchado de traición contra los monarcas. Sancho empieza a considerar favorablemente al juez, que prosigue su investigación escuchando a los criados del virrey.Al final éste se arrodilla a los pies de Rodrigo/Juana, mientras llegan los reyes.Todo está predispuesto para la anagnórisis final, y para el perdón real concedido al señor, que ha sido lascivo, pero no se ha manchado de ningún delito, ni ha sido rebelde a los monarcas. Una bonita historia de un Juez de su misma causa14, de la cual Lope promete una ‘segunda parte’: ISABEL SANCHO

Abrazad mujer tan rara. Adorarla te prometo; prometiéndole al senado, para después de algún tiempo, darle la segunda parte de tan extraño suceso. (HA, p. 287b).

En el ambiente de fábula de la Hermosura aborrecida, los Reyes Católicos pueden encarnar el poder, la pareja noble, y al mismo tiempo ceder a los impulsos del alma: simpatía, interés amoroso, celos. Igualmente la lascivia, dominada por la pareja real, se desata en la figura del poderoso malvado, del virrey. El ‘dinero’, el ascenso social, es un resorte condenable; doña Juana ‘asciende’ por sus méritos personales, don Sancho quiere hacerlo a través de falsos ‘matrimonios’, desechando el carácter del sacramento, pacto de amor. Y los centros de 14

La identidad del tema ya ha sido destacada por Cotarelo y Mori, ob. cit., p. xviii; y hay que recordar también la novela Las fortunas de Diana, 2002, pp. 101175.

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poder se multiplican; no sólo los Reyes Católicos actúan entre la Vega de Granada, Barcelona, Zaragoza y Navarra; sino que el virrey malvado tiene su propio centro de poder en Navarra. El corte al final de la primera jornada es una prueba de estas rupturas internas.

2. DEL ENREDO FABULOSO FUENTE OVEJUNA

A LA COMEDIA ‘HEROICA’ Y DIDÁCTICA:

Curiosamente, una serie de temas y materiales, y hasta de motivos literarios, parecen unir la Hermosura aborrecida a Fuente Ovejuna, semejanzas que no han sido percebidas por la crítica. Las dos comedias, además, coinciden en el mismo período de producción, ya que también la más famosa se sitúa entre la primera lista del Peregrino (1604) y la segunda (1618), aunque su fecha de publicación es algo más tardía, formando parte de la Docena parte de Comedias, publicada en 1619 por el mismo Lope15. En ambas piezas se plantea una cuestión de poder, que en La hermosura aborrecida se centra más directamente en la oposición entre pobreza y riqueza, manteniendo las dos la oposición Aldea/Corte. Fuente Ovejuna es un texto ampliamente examinado por la crítica y del cual yo misma me he ocupado en varias ocasiones; así que puedo resumir rápidamente sus núcleos estructurales: desde una situación de Desorden, de la cual es responsable Fernán Gómez, Comendador de Calatrava, se pasa a una restauración del Orden a través de su matanza por parte de los campesinos, y de la sucesiva justicia por parte de los Reyes Católicos. El Comendador va a pecar a lo largo de la comedia de ‘necedad’ en su proceder alevoso hacia los Reyes Católicos, y de ‘tiranía’ hacia sus vasallos, y perderá con ello su atributo fundamental de caballero, la ‘cortesía’, mereciendo por lo tanto su muerte ejemplar. El contraste, el choque dramático se produce entre la falta de cortesía del Comendador, que pertenece sin embargo a la Corte, y la grandeza moral, la cortesía, de los campesinos, que sin embargo pertenecen a la

15

Para todos los pormenores de la edición del texto, ver Lope de Vega, Fuente Ovejuna, ed. M. G. Profeti, pp. 48-56; donde se podrá ver también una bibliografía sobre la pieza. De esta edición citaré con la sigla F.

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Aldea. Como ‘damas’ y caballeros, los aldeanos dialogan de amor recto, sancionado por el vínculo social del matrimonio (frente a la lascivia encarnada por la descortesía del Comendador) y hasta de amor platónico. (F, vv. 360-436). La inversión de los valores se efectúa a través de los recursos literarios (los parlamentos, tópicos como el de la ‘hipocresía de los nombres’, etc.) y se corrobora a través del vestuario: no me parece puro alarde verbal el hecho de que Flores pinte en una larga descripción el arnés del Comendador y del Maestre (F, vv. 460-525); que sin embargo después desmentirán tanta gala en su infame proceder hacia los de Ciudad Real. (F, vv. 505-520). Igualmente, la elegancia moral de Frondoso, su protagonismo en la vida aldeana, se ve reflejado en sus trajes: Y como tú eres zagal de los que huellan, brioso, y excediendo los demás, vistes bizarro y costoso... (F, vv. 731-734).

Existe también un símbolo visual de la caballerosidad del Comendador, un símbolo que se evidencia en su vestuario: la Cruz, a la cual había aludido el Comendador en su exhortación al Maestre en el primer núcleo (F, vv. 119, 131, 133), y que se repite en la descripción de sus atavíos (F, v. 520). La Cruz que adorna el pecho del Comendador, y que el público ve directamente, es desmentida por sus acciones. La tercera jornada confirma la presencia de una estructura ‘de ensartada’ (según la terminología de Sklovskij), que Lope utiliza en esta comedia, con la reiteración de varios motivos: como en las precedentes se repetían las acciones de rebeldía del Comendador hacia los Reyes Católicos y de tiranía hacia los labradores. Creo que resulta evidente la intención ‘didáctica’ de Lope: la reiteración se capta también a través del estudio de los espacios escénicos, y de las acciones-reacciones. Toda la segunda jornada se desarrolla en lugares abiertos (fuera): plaza del pueblo, llano cerca de Ciudad Real, de nuevo plaza de Fuente Ovejuna16. En la tercera, en cambio, asistimos a una serie de acciones

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Para la importancia de la plaza del pueblo, ver Madrigal, 1980, pp. 488-490.

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que se desarrollan dentro, con repetida ruptura de espacios cerrados, es decir con la forma simbólica escénica de la irrupción. La primera es la escena de la junta, que prevé un espacio aldeano delimitado, donde ‘entra’ Laurencia: Dejadme entrar, que bien puedo en consejo de los hombres. (F, vv. 1714-1715).

Una serie de señales visuales subrayan la violencia de la cual ha sido objeto: ya la acotación dice que sale ‘desmelenada’; y sus palabras lo confirman a través de varios deícticos: ¡Qué dagas no vi en mi pecho... ! Mis cabellos ¿no lo dicen? ¿No se ven aquí los golpes de la sangre y las señales? (F. vv. 1746-1754).

Y el valor simbólico de algunos elementos visuales queda confirmado en este largo parlamento de Laurencia, donde la pérdida de la virilidad se pone de manifiesto a través de diversos elementos del vestuario: ¿Vosotros sois hombres nobles? ... ¡Ponéos ruecas en la cinta! ¿Para qué os ceñís estoques? (F, vv. 1755, 1774-1775).

El segundo núcleo escénico de la jornada se tiene que desarrollar dentro del palacio del Comendador; en este espacio cerrado entrará la furia campesina, como repetidamente anuncian los criados: Las puertas rompen. (F, v. 1857). la furia pasa tan adelante, que las puertas tiene echadas por la tierra. (F, vv. 1862-1864). este aposento es fuerte y defendido... En esta puerta, así como rastrillo, su furor con las armas defendamos. (F, vv. 1871, 1874-1875).

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Dentro de este espacio de la nobleza (Casa de la encomienda, F., v. 1858, aposento fuerte) irrumpen los campesinos y ante los ojos de los espectadores se desarrolla una escena de gran violencia. Pero la violencia definitiva, la muerte del Comendador, se da fuera del tablado, y sólo las voces, los gritos, las imploraciones son testigo del delito que se cumple (F, pp. 237-238). Por ejemplo, cuando Laurencia decide intervenir, dice: «Pascuala, yo entro dentro, que la espada / no ha de estar tan sujeta ni envainada» (F, vv. 1904-1905). De nuevo en un espacio cerrado, en un Palacio, los Reyes Católicos prometen justicia, para volver en el último núcleo al espacio abierto del Pueblo, donde los campesinos cantan y bailan después de su ‘victoria’. Es decir, que hasta el nivel escénico indica que han recuperado la ‘libertad’. Analicemos ahora la inserción de los bailes y de la música, que se da en tres ocasiones, una en cada jornada. Se trata de momentos que adquieren un significado profundo y central, como los estudios de Spitzer y López Estrada han puesto de relieve. El primer momento subraya la relación de ‘armonía’ que tiene que existir entre señor y vasallos; el segundo enmarca el rito de las bodas, el pacto entre los particulares y la comunidad. Es en este momento central (central incluso desde un punto técnico: estamos en la mitad de la segunda jornada), donde Lope utiliza la canción Al val de Fuente Ovejuna, que, como dice López Estrada, constituye el núcleo inspirador de la pieza: un intento de alejar en un fondo arcaico y literario la violencia del Comendador17. El tercer momento señala el nuevo pacto social que se establece, ahora entre la comunidad y los reyes: como se ve, las enclaves coréuticas no son en absoluto momentos de diversión, sino de profunda significación, donde Lope utiliza, para comunicar su mensaje, formas tan teatrales como las danzas y la música. Será necesario concluir destacando algunos rasgos característicos de los personajes. En nuestro caso algunos de los actantes se conectan con el semema Corte (El Maestre, el Comendador, los Reyes), y otros con el semema Aldea (los campesinos); pero inversamente, según la inversión analógica que ya he analizado, el Maestre y el Comendador operan al interior del semema Descortesía, mientras que los Reyes y los campesinos están comprendidos en el interior del semema Cortesía.

17

Spitzer, 1955, pp. 274-292; López Estrada, 1971, pp. 453-468.

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Y precisamente de la presencia de este doble campo semántico y del desplazarse de algunos personajes de uno a otro surge el choque dramático de la pieza. Se ha hablado recientemente de un «protagonista colectivo» de Fuente Ovejuna18: el concepto de protagonista colectivo ha sido elaborado por Joachim Tenschert19, entre otros, utilizando las teorías de Walter Benjamin y Bertold Brecht, y ha sido aplicado, digamos de forma retrospectiva, a un texto que se mueve dentro de una lógica ideológica distinta, y que es la lógica del espectador del siglo XVII. Para este espectador se escribió la obra, y este espectador estaba perfectamente en condiciones de descifrarla. No sólo conocía la tradición oral y el refrán de Fuente Ovejuna, sino también estaba familiarizado (por lo menos algunos niveles de este público) con tópicos literarios como el de la hipocresía de los nombres, o con principios filosóficos como el amor platónico. Es evidente que los protagonistas de Fuente Ovejuna se sienten parte de una comunidad, de un grupo, pero igual que en muchas de las obras del período; ni podría ser de otra forma: el concepto de lo individual, o de los derechos individuales, se formará casi un siglo después: es un ‘invento burgués’, diríamos. Lo que hay (en el siglo XVII y en Fuente Ovejuna), como bien dice Casalduero, es el control del grupo social sobre el individuo, que se convierte en problema moral y metafísico20. No se tiene que confundir con un entramado ideólogico y literario la presencia de escenas de masa, que en Fuente Ovejuna obviamente aparecen, a la par que en muchas otras comedias áureas, sobre todo de tipo histórico. Comparar la intervención de los Reyes Católicos en La hermosura aborrecida y en Fuente Ovejuna puede ser muy interesante. Ambas comedias tienen en común la connotación de un poderoso como ambicioso y lascivo, y fragmentos textuales parecidos: el romancillo de la primera, donde Constanza cuenta la violencia de don Sancho, y la canción Al val de Fuente Ovejuna. La ruptura fundamental que se da en la segunda es, sin embargo, la rebeldía del Comendador contra los Reyes, que permite que los monarcas ‘perdonen’ al pueblo de Fuente Ovejuna, según el cuento

18

Kirschner, 1979. Tenschert, 1985, pp. 19-26. 20 Casalduero, 1972, p. 27. 19

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folclórico, utilizando el recurso jurídico de la ‘imposibilidad’ de identificar a su homicida. Si en ambas piezas los monarcas aparecen como restauradores del orden, en la primera participan en el enredo, y así encarnan sea la figura del rey ‘involucrado’ en los hechos, sea la del rey ‘deus ex-maquina’. Al faltar en La hermosura la presencia de un grupo homogéneo (se pasa reiteradamente de la corte de los reyes, a la aldea, a la corte de Navarra) no se da en ella el aspecto ‘heroico’; y al no reiterarse los motivos, no se subraya el fondo «didáctico». En Fuente Ovejuna, además, Lope logra soldar múltiples aspectos: temas, motivos, registros visuales, espaciales, que quedan sin resolver en La hermosura aborrecida: la conciencia de obra in itinere, en cierto sentido ‘no acabada’, se refleja en su final abierto.

3. PRESENCIA-AUSENCIA

DE LOS

REYES CATÓLICOS

EN LA COMEDIA ÁUREA

En el mismo período de La hermosura aborrecida y de Fuente Ovejuna, Vélez de Guevara escribe La serrana de la Vera, cuyo manuscrito autógrafo está fechado «en Valladolid, a 7 [sic] de 1613»21. Como se sabe, la destinataria de la pieza era Jusepa Vaca, para la cual el dramaturgo escribe su texto, viéndola y retratándola en sus ademanes masculinos: Entrase el capitán retirando y Gila poniéndole la escopeta a la vista, que lo hará muy bien la señora Jusepa. (SV, p. 119).

Gila participa en las fiestas de Plasencia, en honor de los Reyes Católicos, los exalta como pareja ideal, y queda ‘enamorada’ de Isabel: Vos tenéis gentil presona, y ¡malhaya yo! si miente en cuanto dice de vos la Fama, y que si hombre huera, por vos sola me perdiera y aun así lo estoy, ¡por Dios! (SV, vv. 885-890).

21

Vélez de Guevara, La serrana de la Vera, p. 303. Citaré de esta edición con la sigla SV, en la trascripción regularizo la grafía.

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Tampoco los monarcas parecen insensibles a las hazañas de Gila, que torea con valor. Las fiestas se interrumpen con la llegada de don Rodrigo, Maestre de Calatrava, que relata la fatal caída de caballo del Príncipe don Juan22.También en la segunda jornada, cuando Gila será deshonrada por el capitán, los reyes aparecen en su palacio, consultándose acerca de las estrategias para la rendición de Granada. En la tercera, mientras la serrana persigue su venganza excesiva, vuelve a aparecer el rey, al cual —obviamente— Gila perdona la vida: quitada la montera, te reverencio, Fernando, por ley de naturaleza, como a mi Rey y Señor. (SV, vv. 2547-2550).

Los reyes vuelven al escenario para comentar la captura de la serrana; a pesar de la simpatía que le manifiestan, Gila tendrá que morir a manos de la Santa Hermandad: FERNANDO ISABEL FERNANDO ISABEL

No se puede pintar la gallardía, la belleza, el valor de la serrana. Celos me dais, por vuestra vida y mía. ¿A vos os puede dar mujer humana celos, siendo vos cielo de mis ojos? Tal vez suele agradar una villana como tosco manjar que, por antojos, da el arto del faisán al apetito. (SV, vv. 3128-3135).

Reyes humanos, apasionados y justicieros, hacia la segunda década del siglo:Vélez, como se ve, los propone al reescribir la leyenda de la Serrana de la Vera, que Lope había redactado antes de 1598 sin utilizar la presencia de los monarcas23; también ausentes en el auto sacramental La serrana de Plasencia de Valdivielso, publicado en 162224. Proponer la presencia del rey en el escenario, y en concreto de los Reyes Católicos, es evidentemente una elección del comediógrafo, que 22 Es evidente que poco le importa a Vélez respetar la secuencia histórica de los acontecimientos: ver los anacronismos señalados por Bolaños, 2001, p. 161. 23 Lope de Vega, 1969, pp. 183-248, (ver la fecha de la comedia en MorleyBruerton, 1968, pp. 222-223). 24 Valdivielso, 1975, vol. I, pp. 427-469.

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tendrá en cuenta sea la fisonomía de la compañía para la que escribía, sea el horizonte de expectativa de su público. Para sorprender e interesar al destinatario, según va avanzando el siglo, el teatro evoluciona, y se incrementa la praxis de re-escrituras de obras que habían tenido éxito25.Y a medida que este horizonte cambia, también la obra tiene que modificarse. Es lo que se comprueba al examinar la Fuente Ovejuna de Monroy y Silva26, que se escribió probablemente hacia la segunda década del siglo (unos diez años después de la de Lope), y probablemente para la compañía de María de Córdoba, conocida con el nombre de Amarilis27. En esta segunda Fuente Ovejuna Fernán Gómez no es un violador, sino un seductor; la joven que sufre la violencia no pide venganza, sino que se queja líricamente; la escena de matanza se inicia con un duelo entre dos nobles.Y los Reyes Católicos desaparecen: un ingrediente rodeado por un halo fascinante, como pareja ejemplar y ‘fundadores’ de la España moderna, que puede ser aprovechado por los dramaturgos; pero que hacia las décadas altas del teatro áureo cederán el paso a los reyes filósofos, alejados en el tiempo y el espacio, de la comedia calderoniana.

BIBLIOGRAFÍA ABAD, H., «Estupro, linchamiento, canibalismo: dos Fuenteovejunas», en La metamorfosi e il testo, Milano, Angeli, 1990, pp. 159-188. CASALDUERO, J., «Fuente Ovejuna», en Estudios sobre el teatro español, Madrid, Gredos, 1972. CARRASCO URGOITI, M. S., El moro de Granada en la literatura, Granada, Universidad de Granada, 1989. — El moro retador y el moro amigo, Granada, Universidad de Granada, 1996. GALLO, A., «Le maschere del moro di Granada: dal romancero alle comedias de moros y cristianos del primo Lope de Vega», en La maschera e l’altro, Firenze, Alinea, 2005, pp. 197-222. GARCÍA LORENZO, L., ed., El teatro clásico español a través de sus monarcas, Madrid, Fundamentos, 2006.

25

Profeti, 1986, vol. I, pp. 673-682; después, 1992, pp. 107-118. Abad, 1990, pp. 159-188. 27 Ver la edición de López Estrada, 1979, pp. 181 (el autor muere en 1649), y 198. 26

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MORLEY, S. G., y BRUERTON, C., Cronología de las comedias de Lope de Vega, Madrid, Gredos, 1968. KIRSCHNER, T. J., El protagonista colectivo de «Fuente Ovejuna», Salamanca, Universidad, 1979. Las fortunas de Diana, en Lope de Vega, Novelas a Marcia Leonarda, ed. A. Carreño, Madrid, Cátedra, 2002, pp. 101-175. LOPE DE VEGA, F., Arte nuevo de hacer comedias, ed. Mª. G. Profeti, Napoli, Liguori, 1999. — El niño inocente de la Guarda, en Obras de Lope de Vega, vol. XI, BAE 186, Madrid, Atlas, 1965. — Fuente Ovejuna, ed. F. López Estrada, Clásicos Castalia, Madrid, 1979. — Fuente Ovejuna. El caballero de Olmedo, ed. Mª. G. Profeti, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 48-56. — La serrana de la Vera, en Obras de Lope de Vega, vol. XXV, BAE 223, Madrid, Atlas, 1969, pp. 183-248. — Obras, introd. E. Cotarelo y Mori, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1928, vol.VI. LÓPEZ ESTRADA, F., «La canción “Al val de Fuente Ovejuna” de la comedia Fuente Ovejuna, de Lope», en Homenaje a W.L. Fichter, Madrid, Castalia, 1971, pp. 453-468. — ed., Fuente Ovejuna, ver LOPE DE VEGA, F. MADRIGAL, J. M., «El valor temático de la plaza y de Ciudad Real en Fuente Ovejuna», en Actas del VI congreso internacional de Hispanistas,Toronto, 1980, pp. 488-490. OLIVA, C., «Corona y máscara en la comedia lopesca», en L. García Lorenzo, ed., pp. 45-63. PROFETI, Mª. G., «Intertextualidad, paratextualidad, collage, interdiscursividad en el texto literario para el teatro del siglo de oro», en Teoría Semiótica. Lenguajes y textos hispánicos, Actas del Congreso Internacional sobre Semiótica e Hispanismo (Madrid, 20-25 de junio de l983), Madrid, CSIC, 1986, vol. I, pp. 673-682; después en La vil quimera de este monstruo cómico, Kassel, Reichenberger, 1992, pp. 107-118. — La collezione “Diferentes autores”, Kassel, Reichenberger, 1988, pp. 184-185. — «I bambini di Lope: tra committenza e commozione», Quaderni di Lingue e Letterature, 15, 1990, pp. 187-206; después bajo el título «Los niños de Lope: entre encargo y pathos», en En torno al teatro del siglo de oro, Actas de las Jornadas I-VI de Almería, Granada, Instituto de Estudios Almerienses, 1991, pp. 65-85. — «Estudio introductorio» a Luis Vélez de Guevara, El espejo del mundo, en Obras completas, ed. W. R. Manson y C. G. Peale, California State Fullerton Press, 1997, pp. 43-77 (después Newark, Juan de la Cuesta, 2002, pp. 49-81).

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— «Ragione di stato e teatro aureo spagnolo», en Ragion di Stato a Teatro, Atti del Convegno (Foggia, Lucera, Bari, 18-20 aprile 2002), ed. L. Bari, 2005, pp. 81-96; después bajo el título «Calderón y la razón de estado en Calderón y el pensamiento ideológico y cultural de su época», en XIV Coloquio Anglogermano sobre Calderón, Heidelberg, 24-28 julio de 2005. SPITZER, L., «A Central Theme and its Structural Equivalent in Lope's Fuente Ovejuna», Hispanic Review, 23, 1955, pp. 274-292. TENSCHERT, J., «El personaje colectivo», en El personaje dramático, Actas de las VII jornadas de Teatro Clásico español, Madrid, Taurus, 1985, pp. 19-26. VALDIVIELSO, J. de, La serrana de Plasencia, en Teatro completo, ed. R. Arias y Arias y R.V. Piluso, Madrid, Ediciones Isla, 1975, vol. I, pp. 427-469. VÉLEZ DE GUEVARA, L., La serrana de la Vera, ed. P. Bolaños, Madrid, Castalia, 2001.

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EL DIVORCIO DEL PRÍNCIPE DON ENRIQUE DE CASTILLA Y DOÑA BLANCA DE NAVARRA (1453)*

Nicasio Salvador Miguel Universidad Complutense de Madrid

Prácticamente imposible se me hace, por la tierna edad de la infanta y por el carácter reservado con que hubo de llevarse, que Isabel guardara la menor rememoración infantil del divorcio entre su hermanastro don Enrique y la princesa doña Blanca, producido el 11 de mayo de 1453. No obstante, el hecho se muestra de crucial interés por cuanto reaparecerá con motivo del debate sucesorio y en otros momentos de la vida de la futura reina, si bien resulta patente que no cabe entenderlo sin conocer las circunstancias del matrimonio. * Este estudio forma parte del Proyecto de Investigación HUM200402841/FILO, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia, del que soy Investigador Principal. Al mismo Proyecto pertenecen los siguientes trabajos: «La instrucción de Isabel la Católica. Los años cruciales (1453-1467)», Arbor, 701 (mayo 2004 [pero 2005]), pp. 107-128; Los Reyes Católicos en el Archivo de Aranda de Duero, ed. del catálogo de la Exposición con este título [Comisario: N. Salvador Miguel], Burgos, Fundación Instituto castellano y leonés de la lengua, 2004; «Unas pinceladas sobre Isabel la Católica (con unas notículas sobre Aranda de Duero)», en el libro anterior, pp. 17-26; Isabel la Católica. Los libros de la reina, ed. (con C. Moya García) del catálogo de la Exposición con ese título [diciembre 2004-enero 2005, Comisario: N. Salvador Miguel], Burgos, Fundación Instituto castellano y leonés de la lengua, 2004; «La actividad literaria en la corte de Isabel la Católica», en el libro anterior, pp. 171-196, y con C. Moya García, «Descripción de los libros expuestos», pp. 197-211 de la mima obra; «La visión de Isabel la Católica por los escritores de su tiempo», en La maschera e l’altro, ed. Mª G. Profeti, Firenze, Alinea Editrice, 2005, pp. 91-113; «Los magisterios de Lope de Barrientos, I: el magisterio docente», en Actas del IX Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura medieval, A Coruña, Universidad, 2005, pp. 175-197; «Isabel, infanta de

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El enlace entre el príncipe don Enrique (nacido el 5 de enero de 1425) y la princesa doña Blanca de Navarra (nacida el 9 de junio de 1424)1, hija del primer matrimonio de Juan I de Navarra y de la reina doña Blanca (homónima, por tanto de su hija), se había pactado como la primera de las cláusulas del «contrato de paz y concordia», firmado en Toledo, el 22 de septiembre de 1436, entre el reino de Castilla, por un lado, y los de Navarra y Aragón, por otro2. En el acuerdo se estipulaba que el procurador o los procuradores del príncipe acudirían a Navarra, dentro de los treinta días siguientes, «para hacer

Castilla en la corte de Enrique IV (1461-1467): Formación y entorno literario», en Actes del X Congrès de l’Associació Hispánica de Literatura medieval, Alicante, Universidad, 2005, I, pp. 185-212; «¿Existe una literatura mediterránea? Reflexiones desde el pasado hacia el presente», Annali dell’Università degli Studi di Napoli «L’Orientale» [Sezione Romanza], XLVII-2 (2005), pp. 319-334; «Las lecturas del Almirante», La Aventura de la Historia, 8-91 (mayo 2006), pp. 76-81; Cristóbal Colón. Los libros del Almirante, ed. del catálogo de la Exposición de ese título [Comisario: N. Salvador Miguel], Zamora, Fundación Instituto castellano y leonés de la lengua, 2006; «Cristóbal Colón. Los libros del Almirante», en la obra anterior, pp.17-48 y con A. Herrán Martínez de San Vicente, «Descripción de los libros expuestos», pp. 149-168; «Celestina, La», en Gran enciclopedia cervantina, ed. C. Alvar, Madrid, 2006, pp. 2143-2145; «Libros y lecturas de Cristóbal Colón», en Actas del XI Congreso internacional de la Asociación Hispánica de Literatura medieval, ed. A. López Castro y L. Cuesta Torre, León, Universidad, 2007, pp. 123-140; reseña de T. de Azcona, Juana de Castilla, mal llamada la Beltraneja. Vida de la hija de Enrique IV de Castilla y su exilio en Portugal (1462-1530), Madrid, 2007, en La Aventura de la Historia, 9, nº 110 (diciembre 2007), p. 125; «Viajes y libros de viaje en la Edad Media española», en Estudios mirandeses, XXVII-B (2007), pp. 139155; «El nacimiento de Isabel, infanta de Castilla. Los años primeros (1451-1454)» (en Homenaje a Carmen Parrilla, en prensa); «Fernando de Rojas», en Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia (en prensa); «Diego de Valera», en Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia (en prensa); «El origen genovés de Cristóbal Colón», en Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo (en prensa); Isabel la Católica. Educación, mecenazgo y entorno literario (Instituto de Estudios cervantinos) (en prensa). 1 Belenguer (2001, p. 34) equivoca las fechas del nacimiento de Blanca y su hermana Leonor. 2 Ha conservado el texto la Crónica de Juan II, inserto en la ratificación firmada por Alfonso V en Casal de Suman, «çerca de la ciudad de Napol», el 27 de diciembre de 1436, año 31º, cap. VI, pp. 535a-546b [donde figura el año 1437, por no tener en cuenta que el año comenzaba a contarse el día de Navidad]; y p. 536b, para la data del 26 de septiembre de 1436. Cito en el curso de la redacción entre paréntesis las páginas correspondientes a que me refiero.

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y afirmar los dichos desposorios con ella [Blanca] personalmente» (p. 536b), función que Juan II de Castilla encomendó a Pedro de Acuña3. También se especificaba en el convenio que los prometidos, una vez conseguida la dispensa pontificia de consanguinidad, que se expidió el 14 de diciembre de 14364, habrían de «ratificar, corroborar e aun de nuevo hacer firmar» ese compromiso en persona «dentro de seis meses contaderos del día de la firma de los presentes capítulos» (p. 536b), lo que se cumplió, el 12 de marzo de 1437, con la celebración, en Alfaro, del desposorio entre el príncipe y la princesa, oficiado por don Pedro, obispo de Osma, siguiéndose varios días «en grandes fiestas»5. Ambos tenían doce años. Por fin, en el citado pacto se disponía que el matrimonio se habría de «consumar por cópula carnal dentro de quatro años continuamente contaderos del día de la firma de los presentes capítulos» (p. 537a); y se determinaba que Blanca recibiría como arras, a los tres días de la rúbrica, 50.000 florines de oro del cuño de Aragón, así como las villas de Medina del Campo, Aranda de Duero, Roa, Olmedo, Coca y el marquesado de Villena «con la cibdad de Chinchilla», de las que el rey de Navarra tomaría posesión dentro de los cincuenta días siguientes al desposorio personal de los príncipes, quedando bajo su administración «hasta tanto sea solemnizado dicho matrimonio» (p. 537b). La jugada le salía de perlas a Juan I, en cuanto podía disponer de las copiosas rentas de estas localidades. Aunque menudearon los incidentes diplomáticos y bélicos, especialmente por las intrigas de Juan I y el infante don Enrique contra Álvaro de Luna6, el tratado de paz se mantuvo entre los firmantes del acuerdo de 1436 en los años siguientes7, hasta que en agosto de 14408 una selecta embajada castellana marchó hasta Logroño para recibir a doña Blanca y a su madre; entre sus integrantes se encontraba Íñigo 3

Da la noticia, antes de la copia del acuerdo, la Crónica de Juan II, año 30º, cap.V, p. 529ab. 4 Archivo Vaticano, Reg.Vat. 365, fols. 135v-136v. 5 Crónica de Juan II, año 31º, cap. III, p. 534ab.Ver también Crónica del Halconero, cap. CCXIX, p. 247, donde se proporciona la fecha exacta; Refundición del Halconero, cap. CXIX, pp. 215-216. En cuanto a los festejos subsiguientes, la Crónica de Juan II habla de cuatro días; la Refundición del Halconero, de dos; y la Crónica del Halconero, de «muy grandes e ondradas fiestas». 6 Ver Yanguas y Miranda, 1832,VII, pp. 263-267 [ed. facsímil, 1996]. 7 Yanguas y Miranda, 1832,VII, p. 262. 8 Concreta esta fecha la Crónica del Halconero, cap. CCLXX, p. 343.

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López de Mendoza, quien dirigió a la princesa un breve y circunstancial poema de bienvenida, en el que, con recurrencia al socorrido tópico de la indecibilitas, loaba su gentileza, cordura, honestidad, gracia y mesura —es decir, las típicas cualidades cortesanas—, deseándole una larga existencia: Tanta vida vos dé Dios, prinçesa de gran virtud, tantos bienes e salud quantos merecedes vos. Ca çertas por vos dirán virtuosa sin represa los que vos conosçerán9.

Partiendo de Logroño, con paradas en distintas villas de Pedro Fernández de Velasco que rivalizaron en «espectáculos costosos»10 (justas, torneos, toros, juegos de cañas, momos, entremeses)11, llegaron a Valladolid, donde, con los elementos característicos de una entrada real12, se les tributó un solemnísimo recibimiento13, y, el 15 de septiembre de 1440, con la presencia de los reyes de Castilla y Navarra, se celebró la ceremonia nupcial14, acompañada en días posteriores de «singulares torneos y juegos novedosos»15, entre los que resaltó el brillante paso de armas organizado por el mayordomo Ruy Díaz de Mendoza16. Enrique tenía quince años17; ella, dieciséis. Pero el matrimonio estaba abocado al fracaso, no tanto porque se hubiera preparado como un enlace «auténticamente político»18, pues-

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Marqués de Santillana, I, pp. 96-98. Palencia, ed. Tate-Lawrance, Década I, libro I, cap. 1 (1, p. 4). Salvo que indique lo contrario, cito a Palencia por esta edición. 11 Ver Crónica de Juan II, año 34º, cap. XIV, pp. 565b-566b, con una narración muy minuciosa. 12 Nieto Soria, 1993, p. 54. 13 Crónica del Halconero, cap. CCLXXII, pp. 344-346. 14 Dan la fecha la Crónica de Juan II, año 34º, cap. XV, p. 567a; y la Crónica del Halconero, cap. CCLXXII, p. 346, donde se especifica que fue el cardenal de San Pedro quien dijo la misa y los veló. 15 Palencia, Década I, libro I, cap. 1 (1, p. 4). 16 Crónica de Juan II, año 34º, cap. XVI, p. 567b. 17 No dieciséis, como se lee en Palencia, Década I, lib. I, cap. 2 (1, p. 6). 10

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to que todos los de esa clase lo eran en aquella época, sino por los condicionantes de la personalidad de don Enrique que le impidieron la relación marital con su mujer y que los cronistas coetáneos explicaron de manera diferente. Así, sin entrar en aquellos testimonios que se refieren a una impotencia sexual absoluta en un contexto más amplio que el de este casamiento, la Crónica de Juan II, con mucha circunspección, se limita a señalar que «la boda se hizo, quedando la princesa tal cual nasció, de que todos ovieron grande enojo»19. Por su parte, la Crónica incompleta de los Reyes Católicos afirma que, «seyendo casado con doña Blanca [...], fue ombre impotente, el qual nunca ovo acceso con la princesa doña Blanca su muger», y agrega que, «por la culpa de esa impotencia, vino en aborrecerla», ampliando esa disfunción eréctil a su relación con todo tipo de mujeres20. Palencia, más cruel, asegura que su padre, al concertar los desposorios, decidió cerciorarse de si Enrique era capaz de tener relaciones sexuales, porque desde su infancia hubo signos que profetizaron que no tendría potencia viril y que también habían sido confirmados por los médicos21;

y añade que, tras la realización de las nupcias, faltó «el verdadero gozo del matrimonio», porque «la doncella quedó tan virgen como antes», lo que originó entre los cortesanos «rimas y coplas atrevidas, mofándose de la cópula no consumada» y hasta «atribuyendo mayor capacidad coitiva a los hombres con quienes Enrique se mezclaba»22. Pulgar, en fin, amén de otros comentarios que no vienen al caso, recordará tiempo después, para apuntalar la minusvalía sexual del monarca, que «a todo el reyno era notorio que estuvo casado con la princesa doña Blanca [...] por espacio de trece años e más, en los quales nunca ovo a ella acceso como marido lo debe a la muger»23. 18

Azcona, 1993, p. 20. Crónica de Juan II, año 34º, cap. XV, p. 567ab. G. Marañón (196911, p. 47, n. 1) atribuye erróneamente la cita a Valera, quien se refiere a la boda con doña Juana de Portugal y no a ésta. 20 Crónica incompleta de los Reyes Católicos (1469-1476), título I, pp. 55-57. 21 Palencia, Década I, libro I, cap. 1 (1, p. 4). 22 Palencia, Década I, libro I, cap. 1 (1, p. 4). La traducción de Paz y Mélia, con el título de Crónica de Enrique IV, p. 12a, es confusa. 23 Pulgar, cap. IV, p. 18. 19

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Claro está que las aserciones de la Crónica incompleta, Palencia y Pulgar tienen por sí solas un valor muy relativo24, ya que, al destacar la impotencia de don Enrique, persiguen ofrecer argumentos a favor de Isabel, pues, asentada tal lacra como total e indubitable, se desprendería de inmediato la índole adulterina de la futura hija Juana, dejando sin razonamientos a los defensores de su legitimidad dinástica. Quizás por ello Diego Enríquez del Castillo ni siquiera menciona este primer matrimonio. No es la coyuntura para adentrarse en las cuestiones del segundo casamiento25, de la descendencia habida en el mismo y de la sucesión, mas, entre tanto, los hechos contrastados sobre la boda entre el príncipe y doña Blanca pueden sintetizarse en varios puntos. Primero, nadie en el momento de los desposorios cuestionó su validez canónica26. En segundo término, el enlace fue infructuoso, sin que pueda probarse lo que cuenta, con su inquina habitual,Alonso de Palencia, cuando apunta que, como parte de «aquel matrimonio inútil», el propio Enrique «hubiera preferido ayuntarla [a Blanca] con algún adúltero» para asegurarse «con su conocimiento y aprobación» un sucesor, pretensión que chocó con el comportamiento de la «casta mujer»27, a la que más tarde alaba también por su integridad, su «castidad intachable» y la paciencia con que soportó sufrimientos y penurias28. Palencia, con todo, no explica por qué don Enrique hubiera querido dejar como heredero a alguien a sabiendas de que no era hijo suyo. En tercer lugar, como consecuencia de la frustrada unión, don Enrique decidió solicitar el divorcio. No sabemos cuándo empezó a fraguar en su ánimo esa idea; según Palencia, muy tempranamente, aunque solo después de la batalla de Olmedo —muerto el infante y maestre don Enrique de Aragón, tío de la princesa, y debilitado el po-

24 Aunque no cita a ningún autor concreto, Suárez Fernández considera «interesadas» las manifestaciones de los cronistas sobre este asunto, ya que solo recogen, «en el más favorable de los casos, una opinión pública, cuando no una simple murmuración» (Suárez Fernández, 1960b, p. 89). 25 Ver Salvador Miguel, 2008, capítulo III. 26 Lo resalta Azcona, 1993, p. 21. 27 Palencia, Década I, libro I, cap. 2 (1, p. 6). 28 Ibid., cap. 8, (1, p. 27), donde vuelve a repetir asimismo que «intentaba secretamente inclinar su ánimo al adulterio».

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der de su padre, Juan I de Navarra—, el príncipe pudo mostrar a Blanca «señales más extremas de aborrecimiento», achacándole «la falta de sucesión [...] para motivar el divorcio que meditaba»29. Es posible que Palencia tenga razón al atribuir a un momento tan prematuro los deseos de don Enrique, quien, al menos desde fines de 1450, intentaba establecer una alianza con Alfonso V de Portugal30, si bien no está probado que «na raiz destas manobras» estuviera presente ya entonces la decisión del príncipe de casar con Juana31. De cualquier modo, conjeturas aparte, la demanda de divorcio hubo de presentarse antes de terminar el año de 1452, dando tiempo a que el juez estudiara el pleito de antemano, en conformidad con lo que se recoge en la sentencia y, desde luego, lo más probable es que don Enrique hubiera decidido ya casarse con doña Juana antes de acabar ese año, de acuerdo con lo que se desprende del pacto firmado con Alfonso V de Portugal, el 27 de marzo de 145332. En cuanto a los verdaderos argumentos del príncipe, a falta de otra documentación, no queda otro remedio que acudir a la misma sentencia de divorcio que, en presencia de Diego González de Porras (notario apostólico, «escribano del Rey [...] e su notario público») y de varios testigos, así como de Alfonso de la Fuente y Pero Sánchez de Matabuena, procuradores de don Enrique y doña Blanca respectivamente, pronunció, el 11 de mayo de 1453, en audiencia pública, «dentro en la eglesia de Sant Pedro» de «Alcazuren»33 (es decir, el pueblecito de Alcazarén, dependiente del obispado segoviano), don Luis de Acuña, quien figura como «administrador de la eglesia e obispado de Segovia». Acuña había sido preconizado obispo de la diócesis el 7 de abril de 1449, al ser promocionado Juan de Cervantes al arzobispado de Sevilla, pero, a causa de cierta disconformidad entre Juan II y el papa Nicolás V, se retrasó la confirmación, aunque entre tanto el monarca consiguió «en las iglesias de sus reinos causa de que el presentado escusa-

29

Palencia, Década I, libro I, cap. 8 (1, p. 27). Ver Fonseca, 1973, pp. 66-69; y, para más detalles, Salvador Miguel, 2008, capítulo III. 31 Sí que lo cree Fonseca, 1973, p. 69. 32 Doy más detalles en Salvador Miguel, 2008, capítulo III. 33 Texto en Memorias de don Enrique IV de Castilla, nº XXXV, pp. 61-66, según copia simple de fines del siglo XVI (RAH); se cita desde ahora como Colección diplomática. También la reproduce completa J. B. Sitges, 1912, pp. 48-56. 30

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se el título de obispo intitulándose administrador de la Iglesia de Segovia»34. Sin embargo, desde tal fecha actuó como verdadero titular de la diócesis, según consta en todas las fuentes35; en 1456, se le promocionó al obispado de Burgos y se distinguió por su espléndido mecenazgo a las artes y por la constitución de una rica biblioteca que contaba a su muerte (16-9-1495) con 363 volúmenes36. No estará de más precisar, por su importancia en el asunto que nos ocupa, que del estudio de esa biblioteca, formada lógicamente a lo largo del tiempo, se desprende que Acuña poseía una solidísima formación como canonista, ya que casi la mitad de sus volúmenes (unos 165) «son libros de derecho: fuentes canónicas y civiles acompañadas de los más destacados comentaristas de los siglos XIII-XV, preferentemente italianos»37. Tras recordar ambos procuradores que habían sido citados para escuchar la resolución «en la causa de divorcio» tramitada con anterioridad, el juez, una vez aclarado que «visto avía el dicho proceso [...], luego resó por escrito» la sentencia. De los considerandos de la misma se desprende que el príncipe había presentado la demanda alegando que, durante el tiempo en que había estado casado con Blanca, había intentado «por espacio de tres años e más» tener con ella «cópula carnal», sin poder conseguirlo porque «así estaba legado quanto a ella, aunque non quanto a otras, que en manera alguna nunca avía podido nin podía conocerla maritalmente»; en consecuencia, al ser imposible «aver e procrear hijos», había solicitado «separación e divorcio del matrimonio entre ellos contraído», de modo que pudiera desposarse «con otra»38. La princesa, por su parte, había admitido la demanda, aduciendo que la dicha causa de legamiento [...] era e es verdadero e que estaban legados e que avían cohabitado e continuado en uno el dicho tiempo de los tres años e más, e que el dicho señor príncipe, por causa del dicho legamiento de estar como estaba legado con ella, nunca la avía conocido

34

Ver Colmenares [1637], ed. 1984, II, p. 19. Ver, por ejemplo, López, 1972, p. 8; García Hernando, 1975, p. 2400; García García-Estévez, p. 456; Barrio Gonzalo, 2004, p. 595. 36 Ver López Martínez, 1960, pp. 81-110. 37 López Martínez, 1960, p. 83. 38 Contiene errores la exposición de Zurita, XVI, xiii [t. 7, pp. 61-62]. 35

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maritalmente e que la dicha señora princesa estaba virgen incorrupta como avía nacido;

por tanto, se sometía «a juicio de la sancta eglesia cerca dello» y admitía la petición de divorcio. El juez destacaba que ambas partes coincidían en la solicitud y en la argumentación tanto por el juramento de sus procuradores como por el realizado por los litigantes, quienes no habían logrado acabar con el ligamiento por ningún remedio u oración, pese a lo cual, para mayor información nuestra [...], mandamos a dos honradas dueñas, honestas e de buena fama e opinión e conciencias, matronas casadas, espertas in opere nuptiali, so cargo de juramento que en forma de derecho dellas recibimos, que mirasen e catasen a la dicha señora princesa si avía sido conoscida maritalmente por el dicho señor príncipe o si estaba virgen incorrupta como avía nacido.

Asimismo, varios testigos de la princesa, incluido su capellán, juraron creer que «la dicha señora había jurado verdad en lo que juró», mientras que «siete notables personas», en representación de don Enrique, también «juraron e declararon que creían que el dicho señor príncipe había jurado verdad». De esta manera, se había dado cumplimiento a lo establecido por las Partidas, según las cuales, ante la perseverancia de un caso de impotencia por «fechizo u otro malfecho», el juez eclesiástico, «ante de que los departa», debe proceder a tomar juramento a ambos para asentar la veracidad de la causa, así como «facer catar a homes buenos et buenas mugeres si es verdat que ha entre ellos tal embargo como razonan»39, mientras que el examen de Blanca había servido para probar su virginidad, siguiendo de nuevo lo indicado en las Partidas, ya que la mujer «por su cuerpo puede mostrar manifiestamente que en el tiempo de los tres años non la pudo conocer» el marido40. Mas, por si fuera poco, el juez aún había encargado a una «honrada persona eclesiástica e de buena conciencia» indagar entre «algunas mugeres» de Segovia, las cuales 39

Partida IV, título 8, ley v; con menos detalle y algunas variantes, recuerda ya este texto Azcona, 2007, p. 27. Sigo la edición de 1807, citada en la bibliografía. 40 Partida IV, título 8, ley vi.

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avían declarado que el dicho señor príncipe avía avido con cada una dellas tracto e conoscimiento de ome con muger, e así como otro ome potente, e que tenía su verga viril firme e solvía su débito e simiente viril como otro varón e que creían que, si el dicho señor príncipe no conocía a la dicha señora princesa, que estaba fechizado o fecho otro mal e que cada una dellas lo avía visto e fallado varón potente como otros potentes.

A la vista de todos estos antecedentes, el juez proclamó que «la intención del dicho señor príncipe es enteramente probada», ya que «es varón potente quanto a otras mugeres e non legado, salvo quanto a la dicha señora princesa», fallando que «se prueba el dicho legamiento», de modo que debemos declarar e declaramos que deben ser separados e apartados de en uno los dichos señores príncipe e princesa e fecho divorcio e apartamiento e separación del dicho matrimonio por ellos contraído [...], e declaramos el dicho matrimonio de derecho non tener nin estar entre los dichos señores príncipe e princesa por la dicha causa e impedimiento del dicho maleficio e legamiento e damos licencia a los dichos señores príncipe e princesa e a cada uno dellos para que libremente puedan contraer e contraigan matrimonio.

Ambos procuradores aceptaron la sentencia y solicitaron que «gela mandase dar signada en forma pública», lo que el juez ordenó hacer al escribano, tras lo que firmaron los testigos y el juez («L. administrator Segoviensis»). La sentencia, con todo, aparte de malas interpretaciones coetáneas41, ha procurado no pocas discusiones, ya que forma parte de la argumentación a favor o en contra de la legitimidad de doña Juana de Castilla, tristemente apodada la Beltraneja, es decir, la hija del segundo matrimonio de Enrique IV. Pero no hace falta ser un experto en derecho canónico para argumentar, en primer lugar, que el fallo se basa en la aquiescencia a unos hechos propuestos por el demandante, reconocidos por la demandada y confirmados como creíbles por testigos de ambas partes, en todos los casos juramento mediante; además, a pro41

Por ejemplo, Bernáldez indica que «al fin ovo divorcio e apartamiento entre ellos, por el defecto de la generación, que él imputava a ella e ella imputava a él» (cap. I, p. 4).

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puesta del juez, un honrado eclesiástico se encargó de practicar pruebas adicionales y reservadas, cuyos resultados coincidieron totalmente con lo expuesto en la demanda y corroborado por las partes y los testigos. Esos hechos son: paso del plazo de cohabitación de tres años, sin que, pese a reiterados intentos («dando obra con todo amor e voluntad fideliter»), se hubiera conseguido la «cópula carnal», por lo que la esposa permanecía virgen, con la imposibilidad de tener descendencia; impotencia parcial del marido; y atribución de ese defecto relativo a un «ligamiento» del esposo respecto a la esposa. Examinemos cada uno con más detención. Por una parte, los esposos y todas las pruebas, incluido el examen de Blanca por dos matronas, concordaban en la inexistencia de «cópula carnal», trece años después del enlace y tras una cohabitación de más de tres, un espacio de tiempo que no se menciona a humo de pajas sino que constituía el período que la legislación prescribía para iniciar un proceso por impotencia a causa de «fechizo u otro malfecho», ya que, según las Partidas, si por aventura se querellase alguno dellos o amos a dos ante alguno de los jueces de santa Iglesia diciendo que los departan por razón de tal embargo, para seer sabidor aquél que los ha de departir cómo lo debe facer et quándo, les debe dar plazo de tres años que vivan en uno, et tomar la jura dellos que se trabajen quanto podieren para ayuntarse carnalmiente; et, si fasta este plazo non se podieren ayuntar et lo querellaren alguno dellos o amos, entiéndese que el embargo es para siempre42.

Así las cosas, se trataba de un caso evidente de matrimonio rato y no consumado, lo que constituía también una causa de divorcio y que tengo por un punto crucial, puesto que, al asentar un motivo indubitable para la disolución del vínculo, asegura la verosimilitud de los otros supuestos planteados, en los que hay que ahondar a partir de esta conclusión. Por lo que toca a la impotencia de don Enrique respecto a Blanca, resulta irrebatible por la virginidad de la princesa, de manera que la única cuestión discutible para el demandante y para el juez es si se trataba de una ineptitud parcial o total; y, de acuerdo con el principio jurídico de que aquello que no está en los autos no está en los 42

Partida IV, título 8, ley v.

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hechos, hay que limitarse ahora al análisis de la sentencia, en la que solo se da por probada una disfunción accidental, basada en el testimonio de varias mujeres segovianas con las que el demandante había tenido «tracto e conoscimiento de ome con muger». Pese a ello, algunos estudiosos han echado en falta «más hondas investigaciones anatomo-fisiológicas llevadas a cabo por peritos [...], conocidas y practicadas en casos similares»43; pero, sin reparar en que las indagaciones de ese tipo que se han aportado corresponden a más de cien años después44, concluyen que las pruebas realizadas en el caso de don Enrique resultan insuficientes «para afirmar o negar que esta impotencia reconocida era solamente parcial»45. También se ha echado de menos «la declaración conjunta de médicos y cirujanos»46, sin tener en cuenta que no la exigía la normativa legal y que incluso los doctores, en estos casos, no suelen servir tan fielmente a la verdad científica como a la conveniencia de su real clientela; aparte de que, en último término, el médico más experto puede en tales ocasiones certificar la normalidad o anormalidad anatómicas; pero no la capacidad funcional que es independiente de aquélla, y que es lo que en estos casos interesa47.

En suma, «con todas [sic] sus márgenes de error, es [...] más interesante esta declaración de las amantes públicas del Rey que los informes médicos»48. Mas, con vistas a destruir las certificaciones de las féminas segovianas se ha afirmado también, de manera genérica, que, «de acuerdo

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Comenge, 1895, p. 265. Insiste en lo mismo Suárez, aunque no es cierto que Marañón opinara igual que Comenge, como el propio Suárez escribe (2001, p. 122); y Azcona juzga que «lo único raro en esta fase pericial es que no se haga la más mínima alusión al reconocimiento del príncipe» (Azcona, 1993, p. 23). 44 Son las pruebas que cita Comenge (pp. 257-259) en otros pleitos de fines del siglo XVI. 45 Suárez, 2001, p. 122. Sin embargo, años antes, sí parecía admitir que en esta sentencia solo se daba por probada la impotencia relativa el mismo Suárez Fernández (1960b, p. 89), al considerar «correcto» el planteamiento de Sitges, quien interpreta que en tal sentencia «se asegura que el Rey era potente para la generación» (Sitges, 1912, p. 186). 46 Comenge, 1895, p. 265. 47 Marañón, 196911, p. 50. 48 Marañón, 196911, p. 50.

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con las leyes de entonces las meretrices no podían prestar testimonio»49, sin aclarar si esa supuesta prohibición afectaba solo a los tribunales civiles o también a los eclesiásticos y sin discernir que las mismas no prestaron declaración sino que informaron a una «honrada persona eclesiástica» por orden del juez. No veo tampoco que dichas mujeres hubieran de ser necesariamente prostitutas, al menos todas, pues, ¿acaso el anonimato y la discreción con que se obtuvo su testimonio, más que «un cuidadoso empeño» para hacer «imposible cualquier comprobación»50, pudiera deberse al deseo de preservar la intimidad de alguna dama de cierto relieve? En cualquier caso, como declaraciones expresamente solicitadas por el juez y por él aceptadas, resultaban válidas, sin que la prueba deba llamar mucho la atención, porque, «a través de la casuística de los tratados de moral, podemos intuir el recurso a esas experiencias extramatrimoniales para apreciar el índice de virilidad y juzgar la validez o invalidez del matrimonio»51. La sentencia, en resumen, proclama verificada la impotencia parcial, un caso clínicamente posible que hoy cabría denominar «impotencia psíquica, limitada a una sola mujer»52 y que dejaba abierta la puerta a un segundo matrimonio, ya que Enrique era apto para la generación y hasta había solicitado el divorcio porque deseaba «ser padre e aver e procrear hijos». En una perfecta casuística procesal, la sentencia no se limitaba a atestiguar que se trataba de un matrimonio rato y no consumado por impotencia relativa del marido sino que buscaba una motivación para ese defecto: la existencia de un ‘ligamiento’ de Enrique en relación con Blanca, es decir, la intervención del demonio o de un maleficio de cualquier origen que le impedía el trato conyugal. Respecto a este punto, debe aclararse que en el siglo XV se admitía la posibilidad de un maleficium con múltiples efectos posibles, como «deshacerse de un

49 Suárez (2001, p. 123) sin apoyatura bibliográfica para el aserto que, por mi parte, no he podido confirmar. Otra cosa es admitir que la declaración de las mujeres segovianas «trasluce demasiado el fin político del documento», como escribe, sin más precisiones,Videgáin Agós, s. a. [¿1973?], p. 20 (folleto). 50 Suárez, 2001, p. 123. 51 Azcona, 1993, p. 24 y bibliografía en n. 12. 52 Marañón, 196911, pp. 49-50. El propio Comenge admitía que «acaso la impotencia del monarca fue relativa, aunque muy pertinaz, y referente sólo a sus relaciones con su primera esposa Dª Blanca de Navarra» (1895, p. 262).

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enemigo mediante la enfermedad o la muerte»53. Ahora bien, el maleficio podía influir especialmente en los procesos amorosos (praecipue in causa amatoria), según comenta, en su exposición de Éxodo 2, 18, Alonso de Madrigal54, por traer a colación el ejemplo de un intelectual estrictamente coetáneo a los hechos, profesor en la Universidad de Salamanca, bien relacionado con la corte castellana y persona de la intimidad del príncipe55, obispo de Ávila desde 1445 y reconocido teólogo («no creo de teología/ sant Agustín más sabría», al decir de Gómez Manrique56). Tal postura coincidía con la de otros teólogos, incluido santo Tomás, según se reconocía claramente en el siglo XV y tuvo que recordar, años después, el obispo Diego de Deza a Isabel la Católica57. Efectivamente, entre las repercusiones amatorias del maleficium, que vulgarmente se conocía como ligamiento o ligadura, se encontraba la philocaptio, mediante la cual se inducía en el ánimo de una persona una impetuosa pasión, como en el terreno literario le sucede a la vehemente Melibea en La Celestina, obra rematada entre 1499 y 1502, en redacciones sucesivas, por Fernando de Rojas58, un bachiller en derecho, procedente del Estudio General salmantino. Los médicos aceptaban esta posibilidad, por lo que el muy reputado Bernardus de Gordonio, en su difundidísimo tratado Practica seu Lilium medicinae (1305), consideraba «philocaptus» a quien sufría de amor hereos, aconsejándole, en el caso de no servirle otros remedios, implorar «auxilium

53

Russell, 1978, p. 255. Para un caso real en la villa de Támara, sobre el que se hizo pesquisa en noviembre de 1519, ver Oliva Herrer, 2006, p. 100. 54 Ver Cátedra, 1989, pp. 87-89; y texto en pp. 191-193 (Apéndice II). Para otros aspectos complementarios, pp. 85-112. 55 Es, así, uno de los prelados que acudieron a Valladolid, en los días posteriores a la muerte de Juan II, para rendir homenaje al nuevo rey (Valera, Memorial de diversas hazañas, cap. I, p. 6, y Crónica castellana, cap. I, p. 9), quien, según varias crónicas, lo comisionó, junto a don Juan de Guzmán, para formar la embajada que recibió a su segunda esposa, doña Juana, a su llegada a Castilla (más datos en el citado Salvador Miguel, 2008, capítulo III). 56 En El planto de las virtudes e poesía por el magnífico señor don Íñigo López de Mendoza, ed. Paz y Mélia, II, p. 32; ed.Vidal Gómez, p. 388. 57 Me refiero al asunto más adelante. 58 Uso el término ‘rematada’ por la autoría diferenciada del acto I, en cuyos detalles no viene al caso entrar; véase con todo, Salvador Miguel, 1991, pp. 275-290.

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et consilium vetularum», de las que debía recibir insultos e imprecaciones59. Mas, como muestra mucho más concreta de la conexión entre el maleficium y la philocaptio, Francisco López de Villalobos, que había estudiado medicina en la Universidad de Salamanca y llegaría a ser médico de Fernando el Católico y Carlos V, en un pasaje de El sumario de la medicina con un tratado sobre las pestíferas bubas, publicado en 1498, recomienda entre los remedios para el amor hereos que al amante después vejezuelas le deven traer a que le desliguen, que bien saben dello60.

Pero, por otra parte, el maleficio era capaz de provocar la disfunción eréctil del varón, de acuerdo con lo que aceptaban y enseñaban la legislación y la tratadística médica del Medievo. Así, la Partida IV, título 8, ley v, no solo reconocía, según se ha visto, la posibilidad de que el «fechizo u otro malfecho» produjera impotencia sino que consideraba tal circunstancia como causa para solicitar la separación ante el juez eclesiástico, mientras que un médico tan prestigioso e influyente como Arnau de Vilanova, cuya producción cabe colocar fundamentalmente en los dos últimos decenios del siglo XIII cuando residía en Barcelona y Montpellier61, admitía, en su Tractatus de sterilitate tam ex parte viri quam ex parte mulieri, que la impotencia masculina podía provenir «ex malitia vel asmate sicut in maleficiatis quorum cura soli Deo dimittenda per ipsos», si bien algunos libros médicos «ponant aliqua remedia empirica»62. De manera más detallada, un anónimo médico, recogiendo la doctrina de la Universidad de Montpellier, en claro nexo con lo proclamado por Arnau de Vilanova y en compendio de 59

He consultado la siguiente edición: Bernardus de Gordonio, Practica seu Lilium medicinae, Venetiis, Johannes et Gregorius de Gregoriis, impen. Benedicto Fontana, 16 de enero de 1496, pars II, cap. XX («De amore quem hereos dicitur»), fol. 71. 60 Ed. García del Real, p. 247. Hay ediciones posteriores. 61 Granjel, La medicina española antigua y medieval, 1981, p. 114. 62 Ver Arnaldi de Vilanova medici acutissimi opera nuperrime reuisa: vna cum ipsius vita recenter hicapposita, ed. 1520, fol. 213v (el tratado en folios 211r-214r; adviértase que en el ejemplar que he manejado [Biblioteca Histórica de la UCM, INC. 992], el folio 213 aparece antes que el 212). 63 Montero Cartelle, ed Tractatus de sterilitate, p. 27.

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«ideas de amplia difusión en la Edad Media»63, escribió a principios del siglo XIV un divulgadísimo Tractatus de sterilitate, del que quedan veinte manuscritos y en el que agrupa entre los «defectus ex parte viri» para la procreación un problema «interno» que puede deberse a tres causas, porque en la generación por parte del varón son necesarios tres elementos, a saber, calor para resolver los humores,“aire” o neuma que pone el miembro en erección y humedad que proporciona la sustancia debida para la generación (p. 121; texto latino en p. 120).

Una de las consecuencias de esos motivos es el «approximeron» (p. 127), o sea, la apraximeron o «genitalium partium inoperatio», en una palabra la impotencia que se produce cuando falta el calor, lo cual puede ocurrir precisamente por un hechizo o maleficio: Si faltase el calor, que es complemento de los otros dos elementos, se produce «impotencia», que consiste en la inactividad de las funciones de los miembros generativos, cuando ni el pene se pone en erección ni eyacula. Esto se debe a una de tres causas: o bien a una complexión patológica (fría o cálida) o bien a un hechizo. Esto es lo que ocurre, en el segundo caso, con los que están bajo un maleficio, cuya curación hay que confiar a Dios mediante su eliminación o interrupción por obra de los propios autores del maleficio, aunque algunos tratados médicos expongan algunos remedios empíricos, como, por ejemplo, llevar colgado al cuello azogue en una cáscara de avellana o colgar artemisia en el dintel de la casa donde yacen marido y mujer (p. 127; texto latino, p. 126).

Si teólogos, legisladores y médicos aprobaban el maleficio como causa de impotencia, también, pese a las prohibiciones canónicas sobre ligaduras que contienen en toda Europa los tratados de supersticiones y hechicerías64, convenían en que podía «estorbar amores»65 y, por tanto, ocasionar una disfunción sexual, los decretalistas o el Malleus maleficarum (la obra de los dominicos Jacob Sprenger y Heinrich [Institoris], publicada hacia 1488 y rápidamente difundida por toda

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Cátedra, 1989, p. 87, n. 118. Russell, 1978, p. 255. 66 Según recuerda Azcona, 1993 (p. 25, n. 53), quien remite a la edición de Frankfurt, 1588, Q.VIII, vol. I, pp. 122-132. 65

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Europa, en la cual se compendian «cinco modos de impedir el acto sexual por maleficio y de cuándo dirimen el matrimonio»)66. Por todas estas consideraciones, no puede sorprender que el juez acepte la causa del ligamiento en la sentencia, fundamentándose en el juramento del demandante, la demandada y los testigos, así como en las declaraciones de las mujeres de Segovia, para las que la única explicación posible al comportamiento del príncipe era «que estaba fechizado o fecho otro mal». Y tampoco puede extrañar que resuma y apruebe el supuesto del maleficium la bula de dispensa de Nicolás V (1 de diciembre de 1453) para el segundo matrimonio67, cuyo original en pergamino, prevaleciente sobre la carencia de borrador en los archivos vaticanos68, se encuentra en la Real Academia de la Historia. Incluso no entiendo cómo un hecho de esta clase puede producir excesivo asombro en un mundo como el actual, donde abundan las sectas demoníacas, se multiplica la consulta a adivinos y curanderos, se sorben los horóscopos, se incrementan las prácticas mágicas y esotéricas y prolifera el vudú en determinadas latitudes. Habían transcurrido poco más de dos meses desde el fallo cuando, el 27 de julio, ante don Gonzalo Gómez, «bachiller en decretos, chantre de la iglesia de Segovia, juez e vicario» en ese obispado en nombre de don Luis de Acuña, a quien se cita como obispo de la sede, compareció Diego de Saldaña, en calidad de procurador de don Enrique, «dentro en la dicha iglesia sedendo pro tribunali», en presencia del notario Juan García de Segovia y los testigos correspondientes. Saldaña, persona de la confianza del príncipe y autor de varios poemas cancioneriles69, presentó al vicario «un público instrumento», fechado el 25 de mayo en Olmedo, con la firma y el sello de doña Blanca, junto a la rúbrica de tres testigos y la del escribano público70.

67

Texto en Colección diplomática, nº XLIV, pp. 102-103; y en Azcona, 2007, apéndice II, pp. 302-304. 68 Como advierte Azcona, 2007, p. 26, n. 9. «Consta que la curia romana expidió durante la segunda mitad del siglo XV docenas de bulas importantes que no fueron copiadas en los registros vaticanos, ya que fueron expedidas no por la vía de la cancillería, sino por otras vías, en general por la cámara» (Azcona, 2007, p. 28, n. 14). 69 Para un boceto del personaje, al que cabría añadir otros datos, ver Salvador Miguel, 1977, pp. 196-198. 70 Texto, según el original de Simancas, en CODOIN, XL (1862), pp. 444450. Suárez (1960a, p. 87, n. 2) escribe que es el original de la sentencia de di-

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En el documento, Blanca, tras acreditar que le había sido comunicada la sentencia de divorcio a través de su procurador, confirmaba que éste «obró por mi mandamiento especial y por mi voluntad», asumiendo el contenido del fallo, y aseguraba: conosco e otorgo que apruebo e consiento e ratifico e he por rato, firme e grato e estable e valedero e me place ende de todo lo fecho, pedido e allegado, jurado e aprobado e procesado por mí e por el dicho mi procurador (pp. 447-448);

y, por tanto, en testimonio de verdat de todo ello, otorgué esta carta de mi consentimiento e aprobamiento e placemiento de todo lo fecho por mí e por el dicho mi procurador (p. 448).

Registrado y leído el escrito ante el vicario, Saldaña, alegando que «se entendía aprovechar del dicho instrumento así en corte romana como en otros lugares», solicitó ante su posible pérdida que el vicario sacase o ficiese sacar fielmente del dicho instrumento un traslado o dos o más, cuantos menester hobiese [...], e a cada uno dellos interpusiese su autoridad e decreto judicial, para que valiesen e hiciesen fee así en juicio como fuera dél, en corte romana e en cualquiera otra parte e lugar del mundo do paresciese, tan enteramente como el dicho instrumento público original faría si fuese presentado (p. 449).

El vicario así lo ordenó al notario, quien cumplió el mandado y dio fe de la audiencia pública. Conviene remachar ahora que de la confrontación de los documentos citados se desprenden claramente otras dos consecuencias: la idoneidad del juez y el carácter terminante de la sentencia. Por lo que atañe al juez eclesiástico, Luis de Acuña, como administrador de la diócesis de Segovia (y a todos los efectos como su prelado, según antes se precisó), elegida muy posiblemente por las reiteradas estancias del príncipe en la ciudad, «se encargó de la causa

vorcio; años después (Suárez, 2001, p. 123), lo interpreta como una ratificación de la sentencia.

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y la sustanció como juez ordinario, en perfecta consonancia con el derecho vigente», por lo que no fue objeto de recusación alguna durante el proceso ni después, sin que fuera «necesaria la intervención del papa»71. Suárez, en cambio, piensa que «obraba a resultas de una posterior confirmación»72, porque «una sentencia de divorcio de esta naturaleza excedía las competencias de un obispo y más de un administrador apostólico; era imprescindible la confirmación del papa»73. Pero, dejando aparte la innecesaria distinción entre obispo y administrador apostólico, de acuerdo con lo que he especificado antes sobre el personaje, los asertos de Suárez quedan desmentidos por la mencionada bula de Nicolás V, en la que se concede la dispensa para la boda entre el príncipe y doña Juana, puesto que, amén de probar que una de las copias solicitadas por Saldaña tuvo que llegar a la «corte romana»74, no deja ningún resquicio de duda de que la Santa Sede consideraba legítimo el fallo del juez, al que nombra literalmente como «per sedem apostolicam deputatum» y cuyas conclusiones conoce, condensa y corrobora en su totalidad. En cuanto a la sentencia, era absoluta y sin ninguna cláusula restrictiva; pero, al considerar relativa la impotencia del príncipe, le dejaba abierta expresamente la posibilidad al nuevo matrimonio que ya tenía en proyecto, una vez más en concierto con las Partidas, donde se preceptuaba con toda claridad que el que fuese maleficiado, maguer lo departiese santa Iglesia de una muger, si después casase con otra, bien puede fincar con la segunda, et non debe tornar a la primera; et esto es porque podríe seer maleficiado a la primera muger et non a la segunda75.

Puesto que la causa se sustanció con tantas garantías, resulta lógico que nadie protestara entonces del fallo, ni siquiera Juan I de Navarra, padre de Blanca, y de la misma manera que las segundas nup-

71

Azcona, 1993, p. 23. Suárez, 2001, p. 122. 73 Suárez, 2001, p. 539, n. 100. 74 Este envío lo da por seguro el mismo Suárez, añadiendo que se adjuntó «una petición de dispensa de parentesco [para el segundo matrimonio], ya que los novios eran hijos de dos hermanas, María y Leonor» (2001, p. 123). 75 Partida IV, título 8, ley vii. 72

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cias de don Enrique fueran aceptadas sin ninguna pega ni restricción tanto por la jerarquía eclesiástica castellana como por los papas, quienes no hubieran tolerado a un rey no casado canónicamente. Incluso un historiador tan desfavorable a Enrique IV como Palencia, quien en un momento califica el divorcio de «inicuo»76, admite de forma expresa la nulidad del primer matrimonio, al hablar de la segunda boda77. Solo la Crónica incompleta y a su zaga Galíndez Carvajal, y con variantes Pedro de Escavias, aducen, acogiéndose a no sé qué posible fuente y en contra de la verdad documental y jurídica, que, en la dispensa otorgada por el papa para el segundo matrimonio, se ponía un margen temporal para la procreación. Así, los dos primeros, que llegan a insinuar simonía al afirmar que «ovo dispensaçión» porque el príncipe «era muy poderoso e con muchos tesoros», escriben que la concesión era por tres años y medio, en el término de los quales, si non oviese fijo o fija, que la dexase y tomase la princesa doña Blanca78,

mientras que, según Escavias, la bula se expidió a condiçión de que, si dende en çierto tiempo que fue limitado oviese en ella [Juana] generaçión, se fiziese divorçio del primero matrimonio y, si no la oviese, que aquél permaneçiese y el segundo no valiese79.

En tal supuesto, se desprendería la ilegitimidad dinástica de doña Juana de Castilla. La explanación, con todo, es bien curiosa porque vuelve a reaparecer en 1522 cuando un consejero de Carlos V intentaba probar la ilegalidad de dicha princesa afirmando que la sentencia ponía como condición para un segundo matrimonio de don Enrique que, si en cierto plazo no tenía hijos con esta, volviese a tomar la primera. Y como no los tuvo en el plazo ni más adelante, dado caso que

76 Década I, lib.VIII, cap. 5 (2, p. 351); hay un error en la compaginación de estas páginas. 77 Década I, lib. III, cap. 10 (1, p. 116). 78 Crónica incompleta, p. 56; Galíndez de Carvajal, cap. 15, p. 101. 79 Escavias, Repertorio de príncipes de España, p. 353.

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doña Juana fuese su hija, no era legítima, como de mujer cuyo matrimonio era anulado después del tiempo limitado por la dispensación80.

Entre ambas fechas y con vistas al problema sucesorio, sí que se retomaría la cuestión de la impotencia de don Enrique, e incluso a Isabel, una cría en el momento de la sentencia, debió preocuparle bastante uno de los fundamentos del fallo, pues, años después, uno de sus consejeros, que se califica como jurista, en una continuatio manuscrita e inédita de la historia de Rodrigo Sánchez de Arévalo81, cuenta que la soberana, ante una consulta de la condesa de Haro para saber si una sobrina suya, «viro nobili tradita, erat daemonum aut arte fallaci impedita, quae vulgo ligata dicitur», manifestó que se trataba de un «errata opinio» que no debía ser creída «inter catholicos». La reina, con todo, inquirió al consejero, quien le comunicó haber leído a «probatissimos doctores» defender el ligamiento, si bien Isabel quiso asegurarse por ser el consultado más perito «in iure quam in sacra pagina». Preguntado, así, Diego de Deza, maestro en teología y a la sazón obispo de Palencia (lo que sitúa el acontecimiento entre 1500 y la muerte de la soberana)82, contestó que tal creencia estaba apoyada por santos doctores de la Iglesia, incluyendo a santo Tomás83. La soberana inquirió, entonces, si se trataba de un dogma de fe y, ante la respuesta negativa de Deza, arguyó que ella creía en la doctrina de la Iglesia y, en consecuencia, no consideraba que el ligamiento pudiera producirse en el matrimonio, tomando esa opinión como producto de discordancias entre los hombres. Al adoptar esa postura, Isabel daba por inválida la nulidad del primer matrimonio de su hermano y, en consecuencia, no admitía la canonicidad del segundo, lo que posiblemente pudo servirle para aquietar su conciencia, pero no para desvirtuar los hechos. 80

Recoge el texto Paz y Mélia, 1914, p. 337. Texto completo en Clemencín [1821], ed. 2004, pp. 569-572; y parcial, con algunos comentarios, en Rodríguez Valencia (1970, I, pp. 239-245), quien sospecha que el jurista pudiera ser Galíndez de Carvajal (pp. 239-240), con argumentos endebles. 82 En efecto, Diego de Deza fue nombrado obispo de Palencia el 7 de febrero de 1500, aunque sus funciones en la corte (capellán mayor, canciller, confesor del rey) apenas le dejaron tiempo para ocuparse de su diócesis (Marcos, 1972, p. 747; Reglero de la Fuente, 2004, p. 223). 83 Sobre santo Tomás y algunos teólogos que se ocupan de la magia demoníaca en la Edad Media se aprende algo en Russell, 1978, pp. 246-248. 81

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La discusión sobre el divorcio no puede dejar preterida del todo a doña Blanca, la cual partió de Castilla, «de lo que mucho a los grandes e menores pesó»84, el 19 o 20 de junio de 1453, desde Olmedo, una de las villas que se le habían asignado como dote en el contrato matrimonial, y, tras pasar unos días en Lerma, entró en el reino de Aragón por Briones, desde donde se encaminó hacia el reino de Navarra85; y, desde ese momento, «su nombre comienza a aparecer con alguna regularidad en la documentación» del reino navarro86. Su padre Juan I «tuvo que rodearla de una casa conveniente y asignarle en la cámara de comptos una buena suma para su mantenimiento»87. Su salida de Castilla, amén de privar a Juan I del resguardo de las posesiones de la hija en este reino, creaba problemas en el interior de Navarra porque colocaba a Blanca en la primera línea de la sucesión, en el caso de morir don Carlos, príncipe de Viana. Por eso, doña Blanca no desaparece todavía de esta historia, ni siquiera totalmente de la vida de don Enrique, puesto que, el 29 de abril de 146288 y, con más detalles, el día 3089, en la «villa de San Juan del Pie del Puerto», alegando malos tratos de su padre y basándose en su legitimidad como heredera90, hizo al «esclarecido y poderoso señor» rey de Castilla, al que agradece la ayuda prestada a su hermano, y a sus sucesores «cesión, donación e traspasamiento» entre vivos del reino de Navarra y de todos los estados, rentas y derechos inherentes «para siempre jamás a perpetuo». De la citada villa se la trasladó al castillo

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Crónica incompleta, título I, p. 55. Azcona 1993, p. 27, n. 60, indicando que sobre esa vuelta quedan «muchos detalles» en el Archivo General de Navarra (Azcona 1993, p. 22, n. 47). 86 Azcona 1993, p. 26, con varios datos referidos a 1453 y 1454. 87 Azcona 1993, p. 27. 88 Texto, según el original del Archivo de Simancas, en Colección diplomática, nº LXXII, pp. 238-240. 89 Se transcribe el original del Archivo de Simancas, en Colección diplomática, nº LXXIII, pp. 240-247; y en Sitges, 1912, pp. 86-96. De este documento provienen las citas entrecomilladas. 90 Ya el 23 abril, «en la orden de Rodes», había hecho una protesta contra la violencia que ejercía sobre ella su padre para que renunciara a la corona (Colección diplomática, nº LXX, pp. 236-237, de acuerdo con el documento de Simancas); y el 26 de abril, en San Juan del Pie del Puerto, encomendaba la defensa de «su persona e derechos» al rey de Castilla y un reducido grupo de nobles (Colección diplomática, nº LXXI, pp. 232-233; original en Simancas). 85

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de Ortes, en el señorío de Bearne, muriendo el 2 de diciembre de 146491 «miserablemente [...], aunque estuvo mucho tiempo secreta su muerte; y fue enterrada en la iglesia de Lescar»92. Tendrían que transcurrir casi tres siglos para que la desgraciada princesa, repudiada por el marido y detestada por su padre y su hermana, se convirtiera en la sufrida heroína romántica que en 1845 pintó Francisco Navarro Villoslada93.

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91

Sitges, 1912, p. 96. Zurita, Anales, XVII, xxxix (t. 7, p. 410). 93 Navarro Villoslada, 1845 (consultable en la edición electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 1999). Una versión más detallada de este trabajo ofrezco en el cap. I, epígrafe V, de mi libro de 2008. 92

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COLMENARES, D. de, Historia de la insigne ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla [Segovia, 1637], reimpresión, Segovia, I, 1982; II, 1984; III, 1975. COMENGE, L., Clínica egregia. Apuntes históricos, Barcelona, 1895. Crónica castellana, ver Crónica anónima... Crónica anónima de Enrique IV de Castilla 1454-1474 (Crónica castellana), ed. Mª P. Sánchez Parra, Madrid, 1991, 2 vols. Crónica de Juan II, ver Crónica del rey don Juan el segundo. Crónica del Halconero, ver CARRILLO DE HUETE, P. Crónica del rey don Juan el segundo, ed. C. Rosell, 1877, reimpresión [BAE, 68], Madrid, 1953. Crónica incompleta de los Reyes Católicos (1469-1476), ed. J. Puyol, Madrid, 1934. [ESCAVIAS, P. de], «Repertorio de príncipes de España» y obra poética del alciade Pedro de Escavias, ed. M. Garcia, Jaén, 1972. FONSECA, L. A. da, «Alguns aspectos das relações diplomáticas entre Portugal e Castela em meados do século XV (1449-1456)», Revista da Faculdade de Letras [Universidade de Porto. Série de História], III, 1973, pp. 51-112. GALÍNDEZ DE CARVAJAL, L., Crónica de Enrique IV, ver Torres Fontes, J. GARCÍA GARCÍA-ESTÉVEZ, A., «Aproximación a la eclesiología de la diócesis de Segovia en el siglo XV a través de sus sínodos», en Segovia en el siglo xv. Arias Dávila: obispo y mecenas, ed. A. Galindo García, Salamanca, 1998. GARCÍA HERNANDO, J., «Segovia, diócesis», en Diccionario de historia eclesiástica de España, ed. Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell, Madrid,V, 1975. GRANJEL, L. S., La medicina española antigua y medieval, Salamanca, 1981. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Madrid, 1807. LÓPEZ, N., «Acuña Osorio, Luis», en Diccionario de historia eclesiástica de España, ed. Q. Aldea Vaquero,T. Marín Martínez y J.Vives Gatell, Madrid, I, 1972. [LÓPEZ DE VILLALOBOS, F.], El Sumario de la medicina con un tratado sobre las pestíferas bubas por el Dr. Francisco López de Villalobos, ed. E. García del Real, Madrid, 1948. LÓPEZ MARTÍNEZ, N., «La biblioteca de D. Luis de Acuña en 1496», Hispania, 20, 1960, pp. 81-110. MANRIQUE, GÓMEZ, Cancionero, ed. A. Paz y Mélia, Madrid, I, 1885; II, 1886. — Cancionero, ed. F.Vidal González, Madrid, 2003. MARAÑÓN, G., Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo [1941], Madrid, 196911. MARCOS, F., «Deza, Diego de», en Diccionario de historia eclesiástica, II, 1972, pp. 746-748. MARQUÉS DE SANTILLANA, Poesías completas, ed. M. A. Pérez Priego, Madrid, I, 1983; II, 1991.

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EL DIVORCIO DEL PRÍNCIPE DON ENRIQUE DE CASTILLA

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LAS MUJERES ESCRITORAS EN LA ÉPOCA DE ISABEL I DE CASTILLA

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1. INTRODUCCIÓN «No todos los niños son de juicio claro y todas las niñas son de entendimiento obscuro», afirma Antonio de Guevara en el Relox de Principes. El autor parece asombrarse de comprobar que la ‘imbecilitas’ o debilidad mental, que tradicionalmente se consideraba innata a las mujeres, no era tal. Esta frase resume perfectamente cuál era la consideración intelectual que recibían las mujeres. Pero la situación no era tal y mucho menos en la época de la reina Isabel I de Castilla, como a continuación analizaré. La sociedad patriarcal estaba organizada de tal manera que las mujeres debían estar recluidas en los espacios domésticos dedicándose a la atención a su familia1. Esto puede considerarse como funciones reproductivas y productivas pues en ellas recaía la obligación de tener abastecida su casa de todo lo que su familia necesitaba, además de preocuparse de la salud y bienestar de todos los que integraban la unidad familiar y de introducir en la sociedad a los más jóvenes2. Ellas eran las encargadas de enseñar a niños y niñas lo preciso para la vida como la palabra, la lengua materna y a nombrar a los objetos que les rodeaban. También aprendían los rudimentos sociales precisos para la vida cotidiana. Las niñas quedaban con sus madres hasta que forma-

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Segura, 2007, pp. 99-118. Segura, 2001, pp. 109-120.

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ban una nueva familia en la que adquirirían las responsabilidades propias del sexo femenino. Las niñas eran instruidas por las mujeres de la familia en todo lo que iban a necesitar en su vida para cumplir con sus obligaciones domésticas3. La escritura y la lectura no eran necesarias para las mujeres, ya que tenían repercusión en lo público que era espacio masculino, y, por ello, no eran instruidas en estas dos artes. Lo cual no significa que no hubiera mujeres que supieran escribir o que tuvieran acceso a la lectura. Con respecto a la lectura no debe olvidarse que, aunque la mayor parte de las personas no sabían leer, podían tener acceso a textos escritos pues era costumbre extendida que quien supiera leer leyera mientras otras personas oían. Un ejemplo de esto es la escena de la venta en El Quijote (parte primera, capítulo XXXII) cuando todos discuten sobre los papeles que alguien ha abandonado en la venta, unos pretenden enterarse de su contenido, mientras que el cura intenta que se quemen. El ventero afirma defendiendo el valor de las lecturas que verdaderamente me han dado la vida, no solo a mí, sino a otros muchos; porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí en las fiestas muchos segadores y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeémonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto

Tanto Maritornes como la hija del ventero afirman su gusto por escuchar leer. Todos los presentes en la venta, las mujeres especialmente, insisten en oír la lectura de aquellos papeles que es la novela de El curioso impertinente. Otro ejemplo significativo es La Cárcel de Amor de Diego de San Pedro, que tanto éxito tuvo a fines del siglo XV y durante el XVI. Era unánimemente aceptado que ‘andaba por los cestillos de costura de las mujeres’, lo cual significa para mí que, cuando las mujeres se reunían a confeccionar los tejidos y ropas familiares y a mantenerlas en buen estado, su trabajo se veía acompañado de la lectura de aquellos textos que les interesaban y que estaban de moda en cada época. Por ello, aunque hubiera pocas personas, muchas menos del sexo femenino, que supieran leer, el acceso a los textos escritos era mucho mayor, sobre

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Segura, 1998, pp. 901-911.

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todo entre las mujeres, gracias a la lectura oída, que acompañaba a sus trabajos cotidianos, cosa que no era tan frecuente y tan fácil de llevarse a cabo en las ocupaciones de los hombres. En el presente escrito voy a analizar la preocupación de la reina Isabel en desarrollar una política cultural con dedicación especial a las mujeres que le fueron próximas, bien por pertenecer a su familia o bien por formar parte de su Casa. La lectura, en primer lugar, y junto a ella la música y la escritura fueron enseñanzas que se desarrollaron entre las mujeres que acompañaban a la reina. Por ello voy a valorar el acceso a la lectura de las mujeres y especialmente me voy a detener en aquellas que accedieron a la escritura y realizaron una obra escrita, sobre todo en las que estaban próximas a la reina. Voy a contextualizar todo este proceso en uno de los más importantes debates de aquel momento, como fue el conocido por ‘Querella de las mujeres’. Como primer paso a este análisis voy a hacer una breve valoración bibliográfica sobre las mujeres que accedieron a la sabiduría en la Castilla de Isabel I, tema que cada vez tiene una mayor importancia e interés.

2. VALORACIÓN

BIBLIOGRÁFICA

La reina Isabel ha suscitado una larga bibliografía, pero el desarrollo intelectual de las mujeres próximas a la reina no es un tema sobre el que se hayan detenido la mayor parte de los expertos en la Historia de la Península en el siglo XV y principios del XVI. Sobre Isabel I y sus relaciones con el desarrollo intelectual femenino hay que citar a Mª Dolores Gómez Molleda4, que hizo un acercamiento al tema que puede considerarse como una primera aportación general en la que se establece una nómina de mujeres que escribieron en aquella época. Es un trabajo de carácter contributivo que pone de manifiesto la participación femenina en la literatura y en la creación de pensamiento en aquella época. Es útil para hacer visibles a toda una serie de escritoras olvidadas injustamente, aunque algunos de los análisis que se hacen no son acertados y trivializan el pensamiento expresado en los escritos de estas mujeres. Yo misma volví unos cuantos años después

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Gómez Molleda, 1955, pp. 137-195

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sobre este tema y llevé a cabo una valoración general sobre las escritoras de esta época desde criterios metodológicos muy diferentes a los del citado trabajo5. No voy a tener en cuenta nada más que aquellas investigaciones específicas sobre el tema que me ocupa. Sobre la producción dedicada a la Reina Católica, considero fundamental los trabajos Mª Isabel del Val6, que guardan una mayor vinculación con las actividades intelectuales de la reina, y el volumen dedicado a la cultura entre las publicaciones para conmemorar el V centenario de la muerte de la Reina7. Las investigadoras que nos dedicamos a estudiar a las mujeres que vivieron en los fines de la Edad Media e inicios de la Moderna tenemos, desde principios de los noventa, cada vez un mayor interés por la reconstrucción del pensamiento de las mujeres aplicando a ello planteamientos de la crítica feminista, sobre todo desde el pensamiento de la diferencia sexual. Buena parte de las investigaciones centradas en este tema están recogidas en las publicaciones que reúnen las jornadas que se hicieron anualmente a partir del año 1991 en la Universidad Complutense de Madrid organizadas por la Asociación Cultural Almudayna: La voz del silencio I. Fuentes directas para la Historia de las Mujeres8, La voz del silencio II. Historia de las Mujeres: compromiso y método9, Las sabias mujeres I. Educación, saber y autoría (siglos III-XVII)10, Las sabias mujeres II (siglos III-XVI). Homenaje a Lola Luna11, De leer a escribir I. La educación de las mujeres: ¿libertad o subordinación?12, De leer a escribir II. La Escritura femenina13, De los símbolos al orden simbólico femenino (ss. IV-XVII)14. En todas estas reuniones científicas se analizaron textos escritos por mujeres y una importante parte de las contribuciones fueron sobre mujeres que escribieron en la época que estoy valorando. Todas estas obras suponen un corpus muy valioso para conocer a las

5

Segura, 1994, pp. 175-186. Val, 2006a, pp. 555-562 y 2006b, pp. 39-53. 7 Valdeón, ed., 2003. 8 Segura, ed., 1992. 9 Segura, ed., 1993. 10 Graña, ed., 1994. 11 Graña, ed., 1995. 12 Segura, ed., 1996. 13 Muñoz, ed., 2000. 14 Cerrada y Lorenzo, ed., 1998. 6

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mujeres que escribieron en la época de la Reina Católica y su pensamiento. En todas estas obras hay referencias bibliográficas más especializadas. Recientemente, Mª Milagros Rivera15 ha escrito un largo capítulo, titulado «Egregias Señoras. Nobles, Burguesas y Escritoras», en el que lleva a cabo una acertada recopilación y selección de textos escritos por mujeres que ofrecen la profundidad del pensamiento femenino y la diversidad de los géneros literarios que abarcaron. Cada una de estas escritoras y su obra están inteligentemente valoradas en unas sintéticas introducciones a cada una de ellas y a sus textos por Mª Milagros Rivera Garretas, cuya obra completa es referencia imprescindible para valorar la escritura y el pensamiento femenino. Los textos escritos por mujeres en el tiempo que me ocupa se refieren a muy diversos temas y son de diferentes géneros literarios. Las autoras son mucho más numerosas de las que aparecen en los libros generales sobre literatura, filosofía o cultura relativos a los siglos XV y XVI hispanos. Es trabajo necesario buscar y mostrar todo el importante pensamiento elaborado por las mujeres que accedieron a la escritura que ha sido olvidado y minusvalorado por parte del pensamiento dominante, que ha priorizado las obras de los escritores famosos, algunos de los cuales con menos méritos que las mujeres que decidieron manifestar a través de sus obras su pensamiento. El conocimiento de las obras de estas mujeres supondrá un gran enriquecimiento cultural.

3. EL

ACCESO A LA INSTRUCCIÓN DE LAS MUJERES

El proyecto humanista introdujo un cambio importante en las relaciones de las personas, también de las mujeres, con la instrucción. Durante la Edad Media la lectura y la escritura fueron, sobre todo, patrimonio de los eclesiásticos y, aunque esto no se ha destacado, también de las monjas. Sería necesario recordar a Roswitha 16 o a Hildegarda de Bingen17, como ejemplos de una realidad no suficien-

15 16 17

Rivera, 2003, pp. 23-110. Rivera, 1990, pp. 81-104. Lorenzo, 1996.

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temente valorada. El desarrollo de la vida urbana y del pensamiento humanista a partir del siglo XIV dio lugar a que la cultura no fuera sólo patrimonio eclesial o de juglares y comenzaron a aparecer sabios laicos. Además, y esto me interesa sobre todo, los humanistas comenzaron a educar y a instruir a sus hijas e hijos de manera semejante. Anteriormente las niñas sólo eran instruidas en aquello que necesitaban para cumplir con lo que el patriarcado les asignaba como única función, es decir todo lo relacionado con lo doméstico; por tanto, las niñas no precisaban saber leer ni escribir. No obstante, las mujeres de los mercaderes y sus hijas debían atender los negocios familiares cuando ellos se ausentaban para comerciar y estas mujeres llevaban las cuentas y escribían todos los papeles y cartas18 que se precisaban. Voy a citar dos ejemplos del acceso a la instrucción, a la escritura y a la sabiduría de mujeres educadas por sus padres en estos principios humanistas y que tuvieron diferente suerte en su dedicación a la escritura. Son Christine de Pizan (1364-1430) y Laura Cereta (14691499). Ambas fueron educadas por sus madres e instruidas por sus padres, que profesaban los principios humanistas, en la lectura y en la escritura. Christine de Pizan gracias a sus conocimientos pudo desarrollar una importante obra cuando quedo viuda con tres hijos a su cargo y su madre, que acababa también de enviudar19. Además, tanto el padre como el marido de Christine dejaron grandes deudas. Ella comenzó a escribir y creó una importante obra literaria gracias a la cual pagó las deudas y mantuvo a su familia. Entre todas las obras de esta autora hay que destacar necesariamente La ciudad de las Damas20, en la que crea una ginecotopía para manifestar el valor y las capacidades de las mujeres que construyen y gobiernan una ciudad de mujeres en la que todo es perfecto. La obra de Pizan es una respuesta contundente a toda la serie de escritos que desde el siglo XIII cuestionaban las capacidades y el pensamiento de las mujeres. Laura Cereta21 es un ejemplo de las conocidas como ‘puellae doctae’, jóvenes cultas, que fueron muchas más de las que se conocen y

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Vinyoles, 2005, pp. 117-130. Segura, ed., 2007, pp. 13-68, y Rivera, 1990, pp. 179-207. 20 Pizan, 1995. 21 Cabre, 1994, pp. 227-245. 19

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que sufrieron una gran frustración al no poder realizar las expectativas para las que se les había educado e instruido. Laura nació y pasó la mayor parte de su vida en Brescia, fue laica y pretendió mantener una dedicación al estudio, a la lectura y a la escritura, a pesar de tener que ocuparse de su marido y de su casa y de la casa de su padre cuando éste enviudó. Laura escribió numerosas epístolas en las que manifestaba su pensamiento sobre cuestiones importantes en aquel momento y en las que, al final, expresó su frustración al no poder continuar con la tarea para la que se había preparado y tener que abandonar su dedicación intelectual, por la que era duramente cuestionada y criticada por la sociedad bresciana. El pensamiento dominante consideraba que el principal cometido de una mujer era atender a su familia y el escribir se consideraba como devaneo impropios de una mujer honrada. Laura fue acusada incluso de plagio por escribir e intentar defender su preocupación intelectual para la que había sido educada. Si esto pasaba en Francia y en Italia, algo semejante estaba pasando en la Península Ibérica, en la Corona de Castilla, en Aragón y en el reino de Portugal. Bien es cierto que todo este movimiento intelectual femenino, fue, sobre todo, de mujeres de las clases sociales más altas, de la nobleza y de la realeza. Voy a citar a algunas de las mujeres de las familias reinantes que tuvieron una preocupación por la lectura y la escritura, que se trasmitieron unas a otras, pues estaban emparentadas, junto con obras y ejemplos de actuación. Hay estudios sobre algunas de ellas, de otras se sabe muy poco en este sentido, pero es necesario, además de análisis parciales, un estudio global sobre ellas que las relacione, para establecer un movimiento intelectual que ellas preconizaron, que no es suficientemente conocido y que no se ha valorado en su importancia. Estas mujeres son Catalina y Felipa de Lancaster, nietas de Pedro I; una segunda generación que son sus hijas; y una tercera que son sus nietas, hasta llegar a la reina Isabel I.Todas ellas, a las que me voy a referir brevemente, estaban emparentadas y tuvieron una importante preocupación cultural y, posiblemente, conocieron los escritos y la obra de Christine de Pizan22, fueron mujeres cultas, preocupadas por la instrucción de las otras mujeres y por participar en la medida que la sociedad patriarcal lo permitía en el poder político.

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Cabre, 2007, p. 37.

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Catalina de Lancaster (1374-1418) fue reina de Castilla por su matrimonio con el rey Enrique III, y fue madre del rey Juan II, pero también de María de Castilla (1401-1458), que fue una gran reina de Aragón por su matrimonio con Alfonso V y gobernó acertadamente en las largas ausencias de éste, que prefirió sus estados de Nápoles a los de la Península ibérica. La valida de Catalina fue Leonor López de Córdoba, la primera mujer autora de una autobiografía23. Entre todas estas mujeres destacaré, junto a la citada María de Castilla, a su prima María de Aragón (m. 1445), que fue la primera mujer del rey Juan II, parte de cuya biblioteca pasó a Isabel I, fruto del segundo matrimonio del rey. De la primera generación hay que citar también a Isabel de Barcelos, era nieta de Felipa de Lancaster, y fue madre de Isabel de Portugal, segunda mujer de Juan II y, por tanto, madre de Isabel la Católica; estas dos mujeres, su madre y su abuela, fueron quienes educaron a la futura Reina Católica. Hay que recordar también a las hijas de la Reina Católica, Isabel, Juana I, Catalina y María, todas ellas mujeres cultas24. Es un entramado de relaciones familiares entre mujeres de la realeza con los mismos intereses políticos con referencia a las mujeres que precisa una atención cuidadosa.

4. LA

LECTURA PREVIA A LA ESCRITURA

Isabel aprendió a leer en Arévalo, donde se había retirado su madre Isabel al enviudar y donde acudió Isabel de Barcelos para acompañar a su hija y estar con sus nietos. Isabel tuvo, por tanto, el portugués como lengua materna, que se hablaba en Arévalo como lengua familiar. Allí Isabel fue educada e instruida por estas dos mujeres y allí tuvo acceso a la biblioteca de los franciscanos que tenían próximo el convento y con los que mantenían una gran relación. Aquí, de esta biblioteca salieron sabios importantes, como Alonso de Madrigal por ejemplo. La reina Isabel I tuvo una gran preocupación por la promoción de la instrucción de las mujeres que formaron su familia y su corte. Esta preocupación tuvo como consecuencia que en su época hubo un im-

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Rivera, 1990, pp. 159-178 y 2000, pp. 107-113. Salvador Miguel, 2003, pp. 155-177; y Segura, en prensa.

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portante desarrollo cultural en todos los campos, literatura, arquitectura, pintura, pensamiento, etc. La reina era consciente de que la consolidación del poder y el desarrollo de una determinada política tenía que ir acompañada de una política cultural. Clemencín25 en la ‘Ilustración’ XVI, que acompaña a su Elogio de la Reina Católica, afirma que Isabel «nunca perdió de vista el proyecto de aumentar la cultura y el amor del saber en el ánimo de sus vasallos… halló a los castellanos valientes y feroces; al morir los dejo valientes y cultos. Su corte fue el principal teatro de esta agradable trasformación». Hay que insistir que en la corte había un grupo de personas de importancia creciente, de la nueva nobleza, muy fieles a Isabel. Estos nobles fueron en quienes se apoyó para alcanzar el poder. También hay que recordar que, sobre todo, la Casa de la Reina estaba formada por mujeres emparentadas con estos nobles. Por ello, en el proyecto cultural que Isabel llevó a cabo, las mujeres que estuvieron en su Casa fueron agentes del desarrollo de la política cultural que se centró en varios campos suficientemente conocidos y a los que aquí no voy a prestar atención pues se alejan del tema central de este escrito; la publicación de la Gramática de Nebrija es uno de los más considerables frutos. Aquí quiero resaltar que la política cultural de la reina26 tuvo una proyección nueva, propia y muy importante que fue la promoción intelectual entre las mujeres, lo cual propició que hubiera una serie de mujeres que leyeron y escribieron y que influyeron en los campos que les fueron propicios: la religión y, a través de ella, el pensamiento intelectual. Isabel tuvo una importante biblioteca formada por libros que recibió de las mujeres de su familia a las que acabo de hacer referencia. Todas las mujeres de las que Isabel se rodeó conocieron y tuvieron acceso a estos libros que contribuyeron a crear en ellas un pensamiento que se proyectó en sus actuaciones políticas en aquellos campos que se contemplaban propios de las mujeres, pero que ellas supieron trascender. Cuando Isabel murió, sus libros debían ir a la Capilla Real de Granada, tanto los que había en el Alcázar de Segovia como en la recámara de la Reina. La mayor parte de estos libros estuvieron guardados en la sacristía de la Capilla Real de Granada desde 1520 hasta 1591, fecha en la que fueron trasladados al Monasterio de San Lorenzo

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Clemencín, 2004, pp. 395-430. Segura, 2005, pp. 321-329.

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de El Escorial y fueron uno de los fondos fundamentales de la colección de su biblioteca. Los restantes libros fueron al castillo de Simancas, donde Felipe II había ordenado que se guardaran los papeles pertenecientes a la Corona. Fruto de estos traslados fue la confección de varios inventarios en los que no siempre aparecen los mismos libros. Uno de los que no aparecen en todos los casos es la obra de Christine de Pizan, El libro de las tres virtudes, continuación de La ciudad de las Damas, que debió ser propiedad de María de Aragón, la primera mujer de Juan II, el padre de Isabel, y que permanecería en la corte donde Isabel lo encontró. Las mujeres de las casas reinantes de la Península Ibérica, a las que antes hacía referencia, y sus hijas y nietas, tenían entre sí comunicación, como prueban los regalos que se hacían, muchos con fuerte contenido cultural y, posiblemente también político, como es un tapiz en el que se representa La ciudad de las Damas27. Entre los papeles que incluye Clemencín28 hace referencia a dos inventarios de la Biblioteca de Isabel. Bien es cierto que en ellos no siempre se repiten los mismos libros; sin duda, en los traslados algunos se perderían e irían a parar a lugares diferentes a su destino. El contenido de los libros de Isabel es variado, la mayoría están relacionados con las Sagradas Escrituras, con comentarios sobre ellas o son libros religiosos o con un marcado carácter didáctico. Pero también hay novelas de caballerías y de otro carácter y, sobre todo, obras clásicas, que manifiestan la preocupación humanista de la reina.Voy a destacar algunos que pienso que tienen un significado propio para mi discurso. Son destacables las obras dedicadas a santas como la Vida de Santa Paula o los de tema mariano como los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo o Las Cantigas de Alfonso X el Sabio. Junto a estas obras piadosas aparecen otros títulos importantes en aquella época por la relación que mantienen con la opinión sobre las mujeres. Antes citaba una de las obras de Pizan que posiblemente no sería la única de esta autora que conocía Isabel I, pues en algunos casos se afirmaba que La ciudad de las Damas también fue una de las lecturas de las damas de Isabel. En los inventarios a los que hace referencia Clemencín se incluyen obras relacionadas con la Querella de las

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Cabre, 2007, p. 37. Clemencín, 2004, pp. 431-481.

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Mujeres; unas claramente contrarias a los valores femeninos, como las coplas del Arcipreste de Hita o El Corbacho del Arcipreste de Talavera. Junto a estos textos estaba el escrito de Álvaro de Luna Virtuosas y claras mujeres, claramente alineado en los textos que defienden a las mujeres. Ambas son obras de opiniones opuestas, que se alinean en la Querella de las Mujeres y que manifiestan el deseo de la Reina de tener información directa sobre el debate de mayor vigencia entonces y tan importante como la opinión de la sociedad sobre las mujeres.

5. LAS

ESCRITORAS

Considero en este escrito la época de la reina Isabel de una forma nada estricta, no me voy a ceñir a los años de vida de la reina sino que voy a tener en cuenta a mujeres relacionadas de alguna manera con este tiempo, no sólo a las que mantuvieran alguna relación cronológica con Isabel, sino, sobre todo, a las que defendieran un pensamiento similar al que ella mantuvo con su comportamiento. Los temas sobre los que escribieron fueron prácticamente todos los que entonces se cultivaron: la autobiografía, como Leonor López de Córdoba; la mística, la teología y los escritos de pensamiento religioso, como Teresa de Cartagena29, autora de dos obras importantes: Arboleda de los enfermos y Admiración de la obra de Dios; Isabel de Villena, autora de una Vita Christi en la que la Virgen María es la primera persona en la Redención y María Magdalena tiene un protagonismo mayor al de Jesús; Juana de la Cruz, autora del Conhorte30, donde expresa un pensamiento religioso perfectamente articulado pero diferente del ortodoxo, que ofreció serias dudas a los clérigos de la época e impidieron que fuera reconocida como santa; y Beatriz de Silva31, autora de una nueva regla femenina, la de la Inmaculada Concepción, que tampoco fue aceptada por la clerecía y causó problemas a las monjas concepcionistas de Toledo, que fue la primera fundación. Se acabó imponiendo una nueva regla, reformada por los frailes, que vinculó a las concepcionistas con la familia clarisa y sometía a las monjas al con-

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Rivera, 1995, pp. 55-56. Cortés, 2004. Graña, 2004.

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trol de la jerarquía eclesiástica; igualmente rebajaba el rigor que estas monjas deseaban imponer a sus vidas. Este pensamiento expresado en estas obras y otras de menor importancia, se aleja del pensamiento dominante y ofrece una concepción de la sociedad y de la religión cristiana en la que las mujeres tienen una mayor participación. Es un pensamiento diferente que ofrece un modelo femenino nuevo, que no se adecua con el patriarcal. Las mujeres no son los seres pasivos que el patriarcado preconiza, sino que se expresan con voz propia. Esto se corresponde con la actuación de otras mujeres, que por sus circunstancias personales, como la reina Isabel y sus damas, pudieron intervenir en la sociedad de su época. También hubo mujeres que escribieron poesía o novela. Entre las poetas hay que citar a Florencia Pinar32, de cuya producción se ha conservado una parte pequeña, siete poemas en cancioneros de la época. Otras poetas fueron Juana de Contreras, que mantenía correspondencia en latín con Lucio Marineo Siculo, Isabel Vergara, conocedora del latín y del griego. A Luisa Medrano, Angela Sigea y, sobre todo su hermana Luisa (m. 1555), se las puede considerar como ‘puellae doctae’. Luisa Sigea estuvo en la corte portuguesa acompañando a la infanta Catalina, fue preceptora de sus hijas y mantuvo una actividad literaria continua que la convierte en escritora profesional. Volvió a Castilla al no conseguir el reconocimiento que buscaba y se retiró de la vida pública; justifica su decisión en una epístola, Duarum virginun colloquium de vita aulica et privata (1522) en la que unas mujeres jóvenes, nobles y cultas, discuten sobre las ventajas de intervenir en la vida pública. Su pensamiento es profundo, pero sobre todo fue una excelente poeta como prueban sus versos: «Estoy fuera de mí y estoy mirando / si excede la natura lo que quiero… / Mas no puedo contar lo que más siento… /el poder llegar yo al fin que espero» que se ha considerado de forma superficial como quejas de amor. Posiblemente sea un lamento, como el de tantas otras mujeres, que son conscientes de su consideración social secundaria, sin poder tener una actividad propia y sin estar sometidas a una realidad que recluye a las mujeres en unos espacios y con unas actividades no queridas por ellas en muchos casos, sino impuestas por la sociedad dominante.

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Ballesteros, 1995, pp. 157-172.

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Algunas mujeres de la nobleza se preocuparon por la literatura y escribieron, como María de Mendoza; y sus parientas la Condesa de Monteagudo y su hermana María Pacheco, pertenecientes a una familia culta, pues eran nietas del Marqués de Santillana, también promocionaron la literatura. Asimismo, hubo algunas mujeres que pretendieron aumentar su formación intelectual o encontrar respuestas a algunas de sus preocupaciones, como Teresa de Cartagena, que estuvo un tiempo en la Universidad de Salamanca. Allí estudió y dictó alguna disertación Luisa Medrano en colaboración de las enseñanzas de su padre. La hija de Antonio de Nebrija, Francisca, sustituyó a su padre en la cátedra de retórica. Ambas son mujeres que demuestran su interés por la sabiduría y que el proyecto humanista europeo también se desarrollaba en Castilla. Para finalizar este breve repaso de mujeres escritoras hay que citar a las que escribieron novela de caballerías, entre las que destaca Beatriz Bernal33, autora de Don Cristalián de España (1545), novela de caballerías en que las dos damas son mucho más activas que los caballeros. Una de ellas afirmaba que no se casaba pues no quería estar sometida a ningún hombre. Tampoco puede olvidarse que se conservan numerosas cartas escritas por mujeres en las que tratan de muy diversos temas, todos ellos relacionados con sus vidas y sus preocupaciones y que nos acercan a sus angustias y a sus problemas cotidianos. Teresa Vinyoles34 ha dedicado parte grande de su investigación a publicar y analizar cartas de mujeres catalanas de diversas clases sociales. Son cartas escritas correctamente y con un contenido personal que las dota de gran interés. Para finalizar quiero recordar a Beatriz Galindo35, a la que se le adjudican algunos escritos no conservados. Aunque no se conoce su pensamiento, su actuación a lo largo de su vida demuestra su confianza en los valores de las mujeres y en sus capacidades para tener una actuación propia y acertada en lo público. Toda esta producción literaria ofrece un importante corpus dispar en las formas literarias que adoptó, pero con un contenido semejante. Las mujeres elaboraron un pensamiento propio y diferente al dominante y, por ello mismo, no reconocido por la sociedad. Es una voz

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Rivera, 2004, pp. 499-517. Vinyoles y Comas, 2004. 35 Segura, 1992, pp. 100-106. 34

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común en la que se puede percibir un lamento por no conseguir reconocimiento y en el que se manifiesta la conciencia de estas mujeres de vivir en una sociedad en la que no se considera que estas actividades sean propias de las mujeres y, por ello, sufren toda una serie de dificultades para poder desarrollar su obra. Demuestran que su concepción de la sociedad no se adecua al pensamiento común y que la sabiduría oficial no responde a sus demandas, por ello puede considerarse que las obras de las mujeres se sitúan en los márgenes, fuera del centro dominante. Su pensamiento es innovador y creativo y daría lugar a modificaciones importantes, por lo que la sociedad pretende oscurecerlo para que no trascienda.

6. CONCLUSIONES. LA QUERELLA

DE LAS

MUJERES

Como conclusión a este escrito y para su mejor contextualización voy a hacer una breve referencia a la Querella de las Mujeres, que ya ha aparecido varias veces en este texto. La Querella es un debate intelectual en el que escritoras y escritores defienden los valores femeninos o los cuestionan en sus obras, pero no sólo es esto, aunque desde la crítica literaria así haya sido considerado. La Querella supone un cuestionamiento de una sociedad en la que las mujeres ocupaban posiciones secundarias sin poder intervenir en lo público y sin que se valore su pensamiento. Por ello, además de los valores literarios de estos escritos, su importancia política es muy destacada, pues los textos que valoran a las mujeres, a su inteligencia y a sus actuaciones, proponían una nueva sociedad en la que las mujeres tuvieran mayor participación y además se visibilizaran sus cualidades, capacidades, posibilidades y, sobre todo, su inteligencia, equiparable a la de las personas del otro sexo. Por ello, los escritos de las mujeres, además de sus indiscutibles valores literarios o sus aportaciones al desarrollo del pensamiento, tuvieron un marcado carácter de renovación social pues preconizaban unas relaciones sociales diferentes a las imperantes. Por ello, puede considerarse que las escritoras de la época de Isabel I tuvieron una incidencia política al implicarse en la Querella. Bien es cierto que Isabel no escribió y que otras de las mujeres que formaron parte de las que siguieron sus planteamientos tampoco escribieron, pero, desde mi punto de vista, Isabel I, al promocionar la

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escritura de las mujeres y al llevar a cabo ella misma una determinada intervención social y política, estaba defendiendo los mismos principios de Christine de Pizan. Mi hipótesis es que ella estaba haciendo realidad en su reinado y con su vida la utopía propuesta por Pizan. Contó con el apoyo y la intervención de las activas mujeres que comulgaban con sus ideas y con sus actuaciones secundaron el pensamiento de la reina y, en último extremo, estaban interviniendo en la Querella no con sus escritos, sino con sus actos, ejemplo de las capacidades femeninas y del buen gobierno de las mujeres. Lamentablemente las mujeres escritoras de los siglos XV y XVI en Castilla no han tenido todavía el reconocimiento que debían, sólo desde la Historia de las Mujeres se está valorando su obra, no sólo por sus cualidades literarias, sino por la manifestación de un pensamiento femenino distinto al dominante, que cuestionaba la realidad social en la que vivían y trasmitía el dolor de estas mujeres ante la incidencia de la diferencia sexual que las llevaba a una situación de subordinación y las dificultaba para desarrollar su pensamiento y diseñar sus vidas sin los moldes patriarcales. Estas mujeres que escribieron en la época de la reina Isabel suponen la continuidad de un pensamiento poderoso de mujeres que se ha desarrollado a lo largo de la Historia de forma intermitente, que se ha minimizado, oscurecido y no siempre se ha reconocido.

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Pretender exponer sobre un tema que les parecerá a todos —a primera vista, o al menos— más ‘conocido que la ruda’ (como Lucrecia misma llama a Celestina misma en el auto IV) sería limitarnos a recoger datos con los que todos estamos más que familiarizados ya. Debo reconocer públicamente que mi intención al aceptar intervenir en este Seminario no era esa. Es decir, mi intención no era la de confirmar una vez más lo que todos sabemos de sobra por la fecha de la publicación de la primera versión de la obra que llamamos Celestina, que cae hacia finales del reinado de los Reyes Católicos. La fecha que se da para tal edición, hoy tan incierta como nunca, es 1499. Pero hay más: ahora muchos celestinistas, tanto por la existencia del manuscrito de Palacio como por las teorías de Ottavio di Camillo y de otros, creemos que la verdadera historia textual de la obra no comienza en 1499 —o más tarde— sino hacia 1495 o, más probablemente, 1496. Reitero: mi verdadero interés no recaía sobre la simultaneidad de la existencia de Celestina y la corte de Isabel y Fernando. Lo que yo quería ver era si una buena búsqueda nos proporcionaría pruebas de la presencia de ejemplares de la Comedia de Calisto y Melibea en posesión de figuras de la corte, si se documentarían lecturas de la obra y saber cuáles eran las reacciones ante ella. Hasta la fecha he publicado tres entregas de una obra a la que, en términos generales, titulo Historia crítica de la recepción de Celestina, 1499-19991. Una cuarta entrega está en prepa-

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Snow, 1997, 2001, 2002.

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ración. Estas entregas o fascículos forman avances de la primera parte de un proyecto mío, que es documentar al máximo las críticas y comentarios en pro y en contra de la obra, ediciones como testigos, los dueños de ediciones, imitaciones, continuaciones, adaptaciones, traducciones, referencias en otras obras, en prólogos, en cartas y en documentos inquisitoriales, en suma, todo lo que podría hacernos ver más ampliamente la enorme riqueza de la recepción que ha gozado Celestina en la conciencia colectiva europea, es decir dentro y fuera de España, hasta 1822, fecha de la primera edición moderna de la obra (Madrid, León Amarita, 1822; una segunda edición revisada sigue en 1835). La segunda parte del proyecto será una monografía sobre el renacimiento de Celestina en la Europa del siglo XIX; la tercera es una bibliografía razonada del interés mundial en Celestina en el siglo XX2, cubriendo así los primeros quinientos años de su vida literaria. Lo que anhelaba presentar para este Seminario era algo que se incorporaría a la primera fase de este proyecto tripartito, algo que podría titularse «Celestina en la corte de los Reyes Católicos». La gran diferencia reside en esa preposición. Quería poder descubrir quiénes tenían Celestinas, quiénes la leían, y qué pensaban de esta obra tan radical para la época, en palabras de Joseph Perez ‘tan corrosiva’3 a la vez que tan popular entre los literatos, eclesiásticos, historiadores, administradores, cortesanos, y demás oficiales que atendían o frecuentaban la corte de Isabel y Fernando. Aunque todavía no he podido concluir todas las lecturas e investigaciones necesarias para redondear tal cometido, he de confesar que hasta el día de hoy he pasado muchísimas horas en balde en una ardua búsqueda. No quiero ser pesimista, todavía tengo esperanzas de encontrar documentación que aclare o defina el tipo o tipos de recepción que nuestra Celestina suscitó en el ámbito de la corte de los monarcas que prestaron su más ferviente apoyo a fomentar la implantación y crecimiento de la imprenta en España4. Lo que a conti2

La base de esta tercera parte comienza con Snow, 1985, y los 28 suplementos bibliográficos que publiqué entre 1985 y 2004 en la revista Celestinesca. Estarán complementados por la adición nueva de la bibliografía aparecida entre 1899 y 1930. 3 Perez, 2001, p. 237. 4 Desde 1477 los Reyes Católicos fomentaban la difusión de la imprenta y el comercio del libro con una exención tributaria, confirmada en una pragmática

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nuación sigue es el reflejo de los momentos iniciales de esta búsqueda de Celestina en la corte de los Reyes Católicos. Después de consultar una cincuentena de libros de historia y de historia literaria de la época que nos interesa, he escogido como epítome de la opinión general esta frase de Ángel Gómez Moreno: «la cultura literaria experimentó una profunda transformación en la segunda mitad del siglo XV y, muy en especial, durante los años de los Reyes Católicos»5. En la misma vena, tantos editores modernos de Celestina y tantos comentaristas de la obra felizmente asignan la irrupción de Celestina a «los años de los Reyes Católicos». Pero que conste: «en la corte» no es lo mismo que «en los años» de los Reyes Católicos. Donde mi tema ha encontrado más resistencia para su esclarecimiento es en la ausencia de la documentación de las opiniones de los miembros de la corte de los reyes, comenzando con los mismos monarcas. La ventana de la que disponemos para nuestras consideraciones de Celestina en la corte de los Reyes Católicos no es muy amplia y las razones son palmarias: los límites temporales sólo llegan a poco más de tres lustros. Lo primero de todo, la reina Isabel fallece en 1504 y su esposo, Fernando, en 1516. Celestina por lo tanto sólo forma parte de la última fase de un largo reinado que comenzó en diciembre de 1474. Según las interesantes especulaciones de Ottavio Di Camillo sobre las distintas etapas de la evolución del texto celestinesco, si fueran ciertas, podríamos hablar de una edición perdida de hacia 1495 o 1496 de la Comedia de Calisto y Melibea6. Pero seguimos sin conocer ningún ejemplar impreso de la Comedia antes de la de Burgos, de fecha debatible.Tradicionalmente se atribuye su aparición a la imprenta burgalesa del suizo llegado a España, Fadrique de Basilea, en 1499. De esta edición, como se sabe, existe un solo ejemplar, el que desde hace ahora más de un siglo reposa en la colección de la Hispanic Society of America en Nueva York.Y como la página con el colofón en este

promulgada en 1480. Hubo importantes cambios en la pragmática de 1502 que requería una aprobación real o episcopal para la publicación de libros. Debido a estos cambios, no es imposible que las Tragicomedias, que se imprimieron con la falsa fecha de ‘1502’ en su colofón, quisieran aprovecharse de la fecha para no tener que solicitar esta nueva aprobación. 5 Gómez Moreno, 1999, p. 337. 6 Di Camillo, 2005, pp. 235-335.

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ejemplar se cree trucada, tradicionalmente la fecha de 1499 es acompañada por signos de interrogación. En 2001, el prestigioso Jaime B. Moll publicó sus razones para creer que muy posiblemente este ejemplar salió de la imprenta burgalesa de Fadrique en 1501, razones aceptadas por Julián Martín y otras autoridades de la historias del libro7. Siendo especialmente generosos, por lo tanto, podríamos atribuir a las dos décadas que corren entre 1496 y 1516 los posibles conocimientos de Celestina en la corte regia. Pero en el mejor de los sentidos positivistas, tendríamos que reducir estos conocimientos a los años entre 1499 y 1516, o sea, los tres lustros antes aludidos. Con todo, la ventana para que la reina Isabel tuviera delante un ejemplar de Celestina se limita efectivamente al último lustro (14991504) de sus largos treinta años de reinado. Para que llegara a los ojos del rey Fernando tenemos una docena de años más. Dependiendo de la fecha de la primera publicación de la forma Tragicomedia de la obra —que se ha especulado que pudo ser entre 1502 y 1504— no es imposible que la reina no sólo viera/conociera una de las tres impresiones de la Comedia original en dieciséis autos sino que existe la posibilidad de que haya llegado también a enterarse de una versión alargada en veintiún autos8. Que se sepa, en ninguna fuente escrita se ha atribuido a ninguno de los dos monarcas una reacción u opinión sobre esta obra tan agresivamente secular y anticlerical9. Lo que sí se sabe es que Celestina no se encuentra registrada en ninguno de los cuatro inventarios de libros que estaban en propiedad de la reina Isabel10. 7

Moll, 2000. Obligatorio es mencionar otra posible temprana Tragicomedia: en la edición de Valencia, 1514, de Joan Joffre, el corrector Alonso Proaza dice en una octava final que sigue una edición impresa en Salamanca «después de auer dado [el carro phebeo] mill & quinientas bueltas en rueda…»; de la existencia de esta edición de 1500 no tenemos otra referencia. 9 Uno de los proyectos de más envergadura de los Reyes Católicos era la reforma del criticado clero. Curiosamente, en el mismo año 1499, y con la completa aprobación de los monarcas, aparecieron dos opúsculos cuya misión era la de dar ímpetu a estas reformas: el Tratado breve y muy bueno de las ceremonias de la misa con sus contemplaciones, de Íñigo de Mendoza, y el Tratado de la vida y estado de la perfección e Instrucción sacerdotal de la misa, de Fernández de Santaella. Se podría imaginar que una obra en que una alcahueta alaba constantemente a sus clientes clérigos no fuera a quedar bien vista en ciertos círculos de la corte. 10 En estos inventarios, figuran otras obras literarias como el Libro de buen amor, el Corbacho, el Conde Lucanor, Calila e Dimna, Boccaccio, el Cancionero de Baena, 8

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Como no se conoce ninguna opinión regia sobre Celestina, los comentarios que podemos encontrar se relacionarán más con lo que se sabe de la recepción de la obra en las dos primeras décadas del siglo dieciséis, entendiendo que varias de las personalidades de los últimos años de Fernando seguían en la corte de Carlos V. Así es que ponemos a nuestros intereses un terminus ad quem del año de 1520, año que coincide con el interés de F. J. Norton, cuando hablaba de la temprana imprenta en España y, en un apartado especial, de las tempranas ediciones de Celestina11. Lo que se puede creer —si no afirmar rotundamente a base de documentación existente— es que resulta impensable que los literatos de la corte de Isabel y Fernando no hayan conocido y leído o la Comedia o la Tragicomedia de Calisto y Melibea, y que la leían con uno de estos dos títulos, siendo que la publicación de la obra con el título de Celestina es muy posterior a esta época, datándose de al menos 156912. Podrían los de la corte haber tenido en sus manos una de las tres ediciones de la primera versión breve, la Comedia con sus dieciséis autos de Fadrique de Basilea, Burgos ¿1499?, la de Pedro Hagenbach, Toledo 1500 y la de Stanislao Polono, Sevilla 1501. Poco después, la edición con los cinco nuevos autos interpolados, o sea, la Tragicomedia, comenzaba a circular, como ya hemos especulado, entre 1502 y 1504. Hay además seis ediciones que llevan un colofón de «Sevilla, 1502» pero hoy se sabe —gracias a Norton— que salieron de varias imprentas con posterioridad a esa fecha, desde 1511 a 15181520. La primera Tragicomedia española de fecha fidedigna es la de Jorge Coci, Zaragoza 1507. En fin, son éstas las ediciones que circulaban ampliamente en España en los últimos años de la corte de los Reyes Católicos13. poesías de Villasandino, unos romances novelescos y más. Ver el cap. VII de Ballesteros Gaibrois, 1970. 11 Norton, 1966. La traducción española, al cuidado de Julián Martín Abad, 1997. 12 Una excepción a estos dos títulos la tenemos en la edición que Norton asigna a Sevilla 1518-1520, cuyo título reza Libro de Calisto y Melibea y de la puta vieja Celestina. Esta Tragicomedia les sirvió a Criado de Val y Trotter para su edición «crítica» de Celestina, 1958 (con ediciones corregidas en 1965 y 1970, ésta última reimpresa en 1984). 13 Todas las versiones conocidas de Celestina hasta el año 1530 son accesibles en Corfis y O’Neill, ed., 1997.

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A continuación, quiero resumir los datos disponibles sobre las manifestaciones de Celestina en «los años de» los Reyes Católicos14. Reinando los dos monarcas, tenemos el manuscrito de Palacio15, vinculado con la Comedia, las tres ediciones de la Comedia, y la posibilidad de una edición perdida de la misma. Además contamos con unas primeras Tragicomedias, aunque todavía hoy sin poder precisar ni año ni impresor16. Muerta Isabel, pero reinado Fernando, agregamos ediciones de la Tragicomedia de Zaragoza 1507, de Sevilla en 1511* y 1513-1515*, Toledo en 1512*, Roma hacia 1515* y en Roma o Salamanca en 1520* más las de Valencia en 1514. Las ediciones de Valencia 1518 y Sevilla 1518-1520* completan la lista de Celestinas conocidas antes de finales de 152017. Celestina, en ‘los años de’ los Reyes Católicos, se dio pronto a la traducción. La traducción de Ordóñez (u Hordognez) al italiano se imprimió en Roma en 1506, dos veces en Milán en 1514 y 1515 y en este mismo año 1515 en Venecia, viviendo Fernando. Poco después, la traducción italiana reaparece en Venecia en 1519, y de ella hace una tra-ducción en 1520, nuestro terminus ad quem, el alemán Cristoph Wirsung. Wirsung lo había conocido en sus años de estudiante en Italia. Son escasos los datos, sacados de los tempranos inventarios de libros, sobre quiénes poseían ejemplares de la obra. Francisco Treviño, de Santiago de Compostela, muerto en 1511, tenía un ejemplar en-

14 Casi la totalidad de menciones de ediciones, traducciones, dueños de ejemplares y de obras que reciben directamente la influencia de Celestina en obras contemporáneas con la corte de los Reyes Católicos tal como la hemos definido, están sacadas de las entregas mencionadas en nuestra nota 1. 15 El MS 1520 de la Biblioteca de Palacio, que conserva una versión de las secciones iniciales del primer auto, fue dado a conocer por Faulhaber en 1990 (pp. 3-39). 16 Aunque no existen ejemplares hoy de esta Tragicomedia, tenemos prueba de su existencia: se recordará que tenía que haber existido la Tragicomedia antes de 1507, siendo que, en enero de 1506, Eucharius Silber publica en Roma la traducción de ella llevada a cabo por un español, Alfonso Hordognez, residente en Italia. Su introducción está firmada a finales de 1505. 17 Seis de estas ediciones (marcadas con asterisco) llevan el falso colofón de «Sevilla 1502», descifrado por Norton en 1966, hace más de cuarenta años.Todavía sorprende que hay editores y prologuistas de algunas ediciones modernas de Celestina que siguen afirmando que éstas son de 1502.

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tre sus libros. En Zaragoza, Juan Picart, en 1517, y Domingo Paniza, en 1519, dejaban sendos ejemplares de Celestina a sus herederos.Y dos barceloneses, Simó Benet de Clariana i de Seva y Pere Joan Masferrer, finados los dos en 1520, hicieron lo mismo18. Ninguno de estos dueños de Celestinas se asocia con la corte de Isabel y Fernando. En estos inventarios era normal que se usase el título del libro sin especificar edición o año. Pero podría ser una nota interesante observar que en estos cinco casos el título se da como Celestina, algo que los editores españoles no hicieron oficial hasta casi 50 años después (Madrid, 1569)19. Repasemos brevemente también unas obras que en ‘los años de’ los Reyes Católicos acusan una clara herencia celestinesca. En 1501, en el Libro del esforzado Caballero Don Tristán de Leonís (Valladolid, Juan de Burgos), el caballero Lanzarote tiene una doncella cuya tía se llama Celestina, pero su composición es seguramente anterior a nuestras Comedias, dejando en el aire las posibilidades de influencias. En el año 1513, reinando Fernando, hay dos obras que delatan su inspiración celestinesca. La primera de las dos aparece en un pliego suelto que se publica en 1513 (Jacobo Cromberger, Sevilla) y es un romance «nueuamente hecho de Calisto y Melibea» que en 680 octosílabos narra toda la acción de la Comedia con brevísimas interpolaciones para incorporar el mes adicional de los amores de los protagonistas en la Tragicomedia20. Del mismo año 1513 es la Égloga de la Tragicomedia de Calisto y Melibea de Pedro Manuel Ximénez de Urrea, publicada por Arnao Guillén de Brocar en Logroño. No se sabe si esta Égloga se representó. Ximénez de Urrea volvió a la celestinesca en el texto de su Penitencia de amor, publicada en 1514 en Burgos por Fadrique Alemán de Basilea con una estampa que fue impresa inicialmente en la Comedia de Calisto y Melibea de Fadrique. Pero, de nuevo, cae lejos de la corte. Menciones de Celestina las hay también en el texto de la Égloga o farsa del nacimiento de Nuestro Redentor (Salamanca, Lorenzo de Liom de Dei, 1514) de Lucas Fernández, quien sí es del círculo de drama18 Sus Celestinas no eran de Barcelona, siendo que Carles Amorós la publicó por primera vez en la Ciudad Condal en el año 1525. 19 Curioso también es que la primera traducción al francés, publicada anónimamente en París en 1527, se titula Celéstine. 20 Un extenso comentario se encuentra en Snow, 2006.

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turgos asociados con la corte regia, y otra en la Égloga segunda de Ximénez de Ulloa en 1515.También la tardía obra de Juan del Encina, Plácida y Victoriano, reviste claras pruebas de haber sido influenciada por contactos con el texto celestinesco. Muy poco después de la muerte del Rey Católico, la huella de Celestina se puede encontrar en la Comedia Himenea de Bartolomé de Torres Naharro (Nápoles, 1517), en la Sylva Nuptialis de Giovanni Nevizzano (Asti, 1518), y en la anónima Carijicomedia (1519). Podemos resumir lo detallado en pocas palabras: la primera documentación celestinesca aparece «en los años de» los Reyes Católicos, pero no, sorprendentemente, en su corte expresamente. Por lo menos, que se sepa. Es un dato más que curioso que pide una explicación. No sé si puedo ofrecer una explicación contundente, pero lo tengo pensado y por eso quisiera terminar este recorrido con unas reflexiones sobre el silencio documental que sólo pretenden ser preliminares. Primero, me parece fuera de duda que el crisol de Celestina es la Salamanca universitaria a finales del siglo XV. Segundo, José Luis Canet cree que desde sus inicios la obra era más que un divertimento literario destinado a la lectura personal o vocalizada. Sugiere Canet «que Celestina pudiera tener su origen como libro de texto universitario, objeto de estudio de la filosofía moral, y los mismos que potencian la obra (en sus distintas manifestaciones a lo largo del siglo XVI) son los mismos que pudieron fomentar su compra y lectura, es decir la corporación de profesores universitarios»21.Tercero, parecen estar pensando en línea semejante Pedro Cátedra y Emilio de Miguel cuando escriben que Celestina no se aparta en esencia de un modo de hacer literatura que fusiona géneros universitarios y argumentos cortesanos (...). Una obra pensada en las aulas universitarias que, como otras tan paródicas como ella, tiene un marco edificante y unos fines de condenación del loco amor en el contexto de las artes amorosas y con ingredientes sólo admisibles en el ámbito universitario [...]22.

Cuarto, estas tendencias se ven claramente desarrolladas por Gustavo Illades en su monografía de 1999, ‘Celestina’ en el taller sal21 22

Citado en Snow, 2005-2006. Ver Cátedra y Miguel, 1993.

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mantino, al formalizar la noción de una voz colectiva, fruto de discusiones y, ¿cómo no?, debates entre los intelectuales que se reunían constantemente en la universidad salmantina. Dadas estas más que probables circunstancias de su origen, y dado el retrato social que emana de las páginas de Celestina, con el marcado anticlericalismo, el protagonismo proporcionado a la gente marginada y de baja moralidad, el sorprendente comportamiento poco noble de la gente bien, junto con asesinatos, ejecuciones sumarias, suicidio, y la desesperación final, no parece ser una obra que iba a sentar bien en una corte cuyo eje central es la unión territorial, religiosa y social, una corte cuyo nuevo empeño y sueño es el del imperio transatlántico. Con Marcel Bataillon, podemos creer que, a pesar del contenido antisocial e iconoclasta de la obra, esta trama celestinesca fue recibida generalmente como una moralidad, una que sólo se proyecta en sus paratextos, la que pretende enseñar lo que se debe evitar y lo que no se debe hacer en un mundo conflictivo de abundantes tentaciones23. Pero si Celestina era inmediatamente popular en el ámbito universitario, donde su lectura y compra podría ser garantizada, era popular fuera de esa geografía también, como la mayoría de los datos que reseñamos aquí —centros de difusión, de adaptaciones, de dueños de ejemplares— parecen indicar sin lugar a dudas. Seguimos creyendo que debe haber tenido una recepción, probablemente no unánimemente positiva, en la corte de Isabel y Fernando, aunque es allí donde, documentalmente hablando, las referencias a Celestina brillan por su ausencia. Otra vertiente, la de la corte de los Reyes Católicos en Celestina no ha figurado en nuestra óptica aquí, tal vez porque tan pocos de sus lugares de acción y personajes producen paralelos con las actividades y adherentes de la corte. Pero siendo nuestra obra clásica una de las primeras en desarrollarse en pleno centro urbano o burgués, les ha llamado la atención cierta desproporción en el lamento de Melibea en el auto XX de la muerte de Calisto. La desastrada amante dice a Pleberio, escuchándola abajo boquiabierto, que toda la ciudad plañe y produce una verdadera sinfonía de sonidos luctuosos: clamores de campanas, alarido de la gente, aullido de canes, estrépito de armas. Está

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Este pensamiento domina su excelente monografía, 1961.

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describiendo un luto fastuoso para una persona que se deshace en obras de compasión, ahora reducido al cuerpo más noble sin la juventud fresca de que todos gozaban. Se podrán entender estas efusivas exageraciones dentro del amor poderoso que Melibea siente por lo efímero que le ha sido el gozo de Calisto, viendo al mismo tiempo que no podrán corresponder con una realidad.Viene Pérez Priego a recordarnos un evento —la muerte del príncipe heredero, Don Juan, en 1497— que fácilmente podría haber venido a cuenta para abultar estos recuerdos de la infeliz Melibea, tanto por la proximidad en el tiempo como por la extensión del dolor público no exagerado24. Así, es probable que tengamos en Celestina unos recuerdos de las exequias nacionales por la muerte del joven príncipe Don Juan que se prestan para el nocturno planto de Melibea. Dante colocó este letrero sobre el portal del infierno: lasciate ogni speranza, voi chi entrate. Pero espero que los que estudiamos la literatura del tardío siglo quince no abandonemos nuestras esperanzas de hallar más claros rastros de la presencia allí, en la corte de los Reyes Católicos, de nuestra admirada Celestina.

BIBLIOGRAFÍA BALLESTEROS GAIBROIS, M., Isabel la Católica, Reina Católica de España, Madrid, Editora Nacional, 1970. BATAILLON, M., «La Celéstine» selon Fernando de Rojas, París, Librairie Marcel Didier, 1961. CÁTEDRA, P. M., y MIGUEL, E. de, «Fernando de Rojas», en Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, dir. R. Gullón, vol. II (N-Z),Alianza Diccionarios, Madrid, Alianza, 1993. Celestina, ed. M. Criado de Val y G. D.Trotter, Madrid, CSIC, 1958, con ediciones corregidas en 1965 y 1970, ésta última reimpresa en 1984. DI CAMILLO, O., «The Burgos Comedia in the Printed Tradition of La Celestina. A Reassessment», en «La Celestina» 1499-1999. Selected Papers from the International Congress of the Quincentennial Anniversary of «La Celestina», New York, November, 17-19, 1999, ed. O. Di Camillo & J. O’Neill, New York, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 2005, pp.

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Ver Pérez Priego, 1997, esp. pp. 48-50.

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235-335. Early ‘Celestina’ Electronic Texts and Concordances, ed. I.A. Corfis y John O’Neill, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1997, en CD Rom. FAULHABER, CH. B., «Celestina de Palacio: Madrid, Biblioteca de Palacio, Ms. 1520», Celestinesca, 14, 2, 1990, pp. 3-39. GÓMEZ MORENO, Á., «El reflejo literario», en Orígenes de la monarquía española: propaganda y legitimización (ca 1400-1520), ed. J. M. Nieto Soria, Madrid, Dykinson, 1999. MOLL, J. B., «Breves consideraciones heterodoxas sobre las primeras ediciones de Celestina», Voz y Letra, 11,1, 2000, pp. 21-25. NORTON, F. J., Printing in Spain, 1501-1520, with a note on the early editions of the «Celestina», Cambridge, University Press, 1966 (trad. J. Martín Abad, Madrid, Ollero & Ramos, 1997). PEREZ, J., Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos, Hondarribia, Nerea, 2001. PÉREZ PRIEGO, M. A., El príncipe Don Juan, heredero de los Reyes Católicos, y la literatura de su época, Madrid, UNED, 1997. SNOW, J.T., «Celestina» by Fernando de Rojas. An Annotated Bibliography of World Interest, 1930-1985, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1985. — «Hacia una historia de la recepción de Celestina, 1499-1822», Celestinesca, 21, 1997 [1998], pp. 115-172. — «Historia de la recepción de Celestina, 1499-1822 (II): 1499-1600», Celestinesca, 25, 2001, pp. 199-282. — «Historia de la recepción de Celestina 1499-1822, III: 1600-1800», Celestinesca, 26, 2002, pp. 53-121. — «La problemática autoría de Celestina», Incipit, 25-26, 2005-2006, pp. 537561. — «En los albores de la celestinesca: Sobre el «Romance nuevamente hecho de Calisto y Melibea» en el pliego suelto de 1513», Olivar, 7, 2006, pp. 13-44.

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