La isla de Pascua: una visión científica [1 ed.] 8400101502, 9788400101503

La diminuta isla de Pascua es el lugar habitado más remoto del mundo y la sede de uno de los mayores enigmas históricos.

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Table of contents :
Índice
Agradecimientos
Prólogo
1. Introducción
2. La isla actual. Todo sucedió en la cima de un volcán submarino
3. Los primeros pobladores. ¿Cuándo llegaron y de dónde procedían?
4. La civilización perdida. De los ‘moai’ al hombrepájaro
5. El contacto europeo. El fin del aislamiento y sus consecuencias
6. Los bosques ancestrales. ¿Cómo eran y por qué desaparecieron?
7. La historia de la isla en un contexto de cambio ambiental
Epílogo. Lecciones del pasado para entender el presente y construir el futuro
Sobre el autor
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La isla de Pascua: una visión científica [1 ed.]
 8400101502, 9788400101503

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COLECCIÓNDIVULGACIÓN

La Isla de Pascua

COLECCIÓNDIVULGACIÓN

VALENTÍ RULL • La Isla de Pascua. Una visión científica

Una visión científica La diminuta Isla de Pascua es el lugar habitado más remoto del mundo y la sede de uno de los mayores enigmas históricos. Su aislamiento geográfico es extraordinario, a más de 2.000 kilómetros del punto habitado más cercano, lo que le ha permitido tener una historia ambiental y cultural muy peculiar y todavía bastante desconocida. Sus misterios han cautivado a científicos y exploradores; sus imponentes estatuas megalíticas o moai suponen el enigma más debatido. ¿Cómo es posible que una civilización neolítica con poco desarrollo tecnológico hubiese podido erigir esculturas de hasta 20 metros de altura y 250 toneladas de peso? ¿Quiénes eran esos pobladores? ¿De dónde venían? ¿Cuándo llegaron y por qué desaparecieron de la isla? Sin duda, no es menos sorprendente el descubrimiento de que la isla, actualmente tapizada por praderas de gramíneas, había estado cubierta de bosques de palmeras que desaparecieron súbitamente, lo que produjo un cambio radical en la historia ecológica y cultural de la isla. ¿Fueron los habitantes de Rapa Nui los que causaron la deforestación o fueron cambios climáticos? Valentí Rull analiza lo que se sabe de la misteriosa Isla de Pascua, siempre desde una visión científica, alejada de mitos y especulaciones, exponiendo cómo se ha ido produciendo y acumulando el conocimiento sobre su historia climática, ecológica y cultural, gracias a disciplinas como la paleoecología o la arqueología.

La Isla de Pascua

Una visión científica VALENTÍ RULL

ISBN: 978-84-00-10150-3

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La Isla de Pascua Una visión científica

Valentí Rull

MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD

Madrid, 2016

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Con la COLECCIÓN DIVULGACIÓN, el CSIC cumple uno de sus principales objetivos: proveer de materiales rigurosos y divulgativos a un amplio sector de la sociedad. Los temas que forman la colección responden a la demanda de información de los ciudadanos sobre los temas que más les afectan: salud, medio ambiente, transformaciones tecnológicas y sociales… La colección está elaborada en un lenguaje asequible, y cada volumen está coordinado por destacados especialistas de las materias abordadas. COMITÉ EDITORIAL

CONSEJO ASESOR

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Rosina López-Alonso Fandiño Maria Victoria Moreno Arribas David Martín de Diego Susana Marcos Celestino Carlos Pedrós Alió Matilde Barón Ayala Pilar Herrero Fernández Miguel Ángel Puig-Samper Mulero Jaime Pérez del Val

MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD

Primera edición: 2016 © CSIC, 2016 © Valentí Rull, 2016 © Los Libros de la Catarata, 2016 © Fotografía de cubierta: Núria Cañellas Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones. ISBN (CSIC): 978-84-00-10150-3 e-ISBN (CSIC): 978-84-00-10151-0 ISBN (Catarata): 978-84-9097-221-2 NIPO: 723-16-262-6 e-NIPO: 723-16-263-1 IBIC: PDZ Depósito legal: M-35.437-2016 En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.

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Índice Agradecimientos .............................................................................. 9 Prólogo. Unas palabras sobre las paleociencias y el tiempo ............... 11 1. Introducción. La Isla de Pascua y sus enigmas ............................. 17 2. La isla actual. Todo sucedió en la cima de un volcán submarino ...

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3. Los primeros pobladores. ¿Cuándo llegaron y de dónde procedían? ............................................................................................

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4. La civilización perdida. De los ‘moai’ al hombre-pájaro ............. 63 5. El contacto europeo. El fin del aislamiento y sus consecuencias.. 85 6. Los bosques ancestrales. ¿Cómo eran y por qué desaparecieron? 105 7. La historia de la isla en un contexto de cambio ambiental ........ 117 Epílogo. Lecciones del pasado para entender el presente y construir el futuro ...................................................................... 135 Sobre el autor .................................................................................. 143

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Moais de Ahu Nau Nau, en la playa de Anakena. Fotografía: Santiago Giralt.

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Agradecimientos

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n varios momentos, a lo largo del libro, se utilizan expresiones como “nuestras propias investigaciones…” o “según nuestros resultados…” y otras similares, que hacen referencia al equipo de investigación del que el autor forma parte. Se trata de un grupo multidisciplinar de investigadores pertenecientes a varios institutos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y diversas universidades, tanto españolas como extranjeras. La mayoría de estos investigadores aparecen en la bibliografía de cada capítulo, sobre todo en los últimos, pero existe una especie de “núcleo duro” que ha llevado la iniciativa a lo largo del tiempo, sigue trabajando en el tema y con quienes el autor interactúa permanentemente. La mayoría de los hallazgos que se presentan en el último capítulo son el producto del trabajo conjunto de este equipo, que está formado, además del autor, por Núria Cañellas-Boltà (Universidad de Barcelona, Facultad de Geografía e Historia); Santiago Giralt (Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera, CSIC); Olga Margalef y Sergi Pla (Centro de Investigaciones Ecológicas y Aplicaciones Forestales, Universidad Autònoma de Barcelona-CSIC) y Alberto Sáez (Universidad de Barcelona, Facultad de Geología). Los proyectos de investigación que hemos llevado a cabo en la isla, y que han permitido obtener los resultados que se presentan y discuten en el libro, han estado financiados por el Ministerio de Educación, Cultura 9

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y Deporte y por el Ministerio de Economía y Competitividad. En la Isla de Pascua, nuestro equipo contó con la colaboración de la Corporación Nacional Forestal de Chile (CONAF), que otorgó los permisos de muestreo y colaboró en el desarrollo de nuestras investigaciones, así como la familia Riroroko, que nos facilitó la estancia y la movilidad en la isla y también participó ocasionalmente en el trabajo de campo. Los comentarios y sugerencias de Núria Cañellas-Boltà, Encarni Montoya, Sergi Pla, Alberto Sáez y dos revisores anónimos contribuyeron a mejorar el manuscrito original.

Puesta de sol en Orongo, con los islotes de Motu Nui, Motu Iti y Motu Kau Kau. Fotografía: Olga Margalef.

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Prólogo

Unas palabras sobre las paleociencias y el tiempo

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n este libro utilizamos lo que se llaman paleociencias (cuyo prefijo viene de la palabra griega palaios, que significa “antiguo”), sobre todo la paleoecología y la arqueología, con incursiones en la antropología y la historia. Dada la peculiaridad de las paleociencias con respecto a otras disciplinas científicas, conviene destacar algunos puntos importantes. Las paleociencias incorporan una dimensión que no es frecuente en otras disciplinas, como es el tiempo. Pero un tiempo más largo del que estamos acostumbrados a percibir a escala humana, ya que nuestra propia experiencia como individuos nos permite apreciar, de primera mano, poco más que décadas y, en algunos casos, un siglo. Eso puede ser suficiente para entender la vida de una persona, pero no para comprender cómo las culturas y las civilizaciones se han originado, han llegado a su esplendor y se han extinguido, que es uno de los temas principales que trataremos aquí. La forma más inmediata de abordar estos problemas es mediante documentos escritos, lo que llamamos documentos históricos, pero no siempre están disponibles. Los primeros escritos conocidos datan de varios milenios atrás, pero algunas culturas no incorporaron la escritura hasta épocas más recientes. Para conocer lo que ocurrió en estas culturas antes 11

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de disponer de documentos escritos, es decir, durante su prehistoria, recurrimos a lo que nos ha quedado de ellas como evidencias o pruebas de su existencia y de las actividades que llevaban a cabo. Algunos ejemplos serían esqueletos, construcciones, herramientas, pinturas, etc., a cuyo estudio se dedican la arqueología y la antropología. Con este tipo de evidencias tenemos acceso a información que sería inaccesible de otra manera. Pero también existe otro tipo de pruebas que no son tan conocidas o, por lo menos, tan populares. Se trata de los restos y fragmentos de organismos y otras evidencias del pasado que quedan preservados en ciertos ambientes particulares donde se acumulan lentamente los sedimentos con el paso de los años. Los mejores ejemplos son los lagos, en cuyo fondo se acumula un sedimento fangoso donde podemos estudiar lo ocurrido decenas de miles de años atrás, extendiendo el periodo de observación hasta tiempos anteriores a la colonización humana. Las evidencias que encontramos aquí son restos, generalmente microscópicos, de animales y plantas, así como muchos otros indicadores, incluyendo restos humanos o de actividades humanas, que comentaremos más adelante con mayor detalle (capítulo 1). Por ahora, diremos que la disciplina que estudia estas evidencias es la paleoecología, cuya principal aportación es situarnos en el contexto ambiental, al permitirnos reconstruir el clima, los ecosistemas y el paisaje, así como las transformaciones que los humanos provocaron en los sistemas ecológicos para adaptarlos a su forma de vida. No hace falta decir que la visión más completa se obtiene por combinación de todas las evidencias disponibles (arqueológicas, paleoecológicas, antropológicas, escritas, etc. Se dice con frecuencia que la interpretación del pasado a través de las paleociencias presenta muchas similitudes con la actividad detectivesca. Al principio, existe una serie de pistas que nos permiten formular hipótesis sobre lo ocurrido. Para verificar estas hipótesis, debemos buscar pruebas que las sustenten. El buen detective no se limita a una sola hipótesis, ya que si esta resulta ser falsa se llega a un callejón sin salida y hay que volver 12

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a empezar. Lo mejor es analizar todo el abanico de posibilidades y aún seguir con la mente abierta a otras que puedan surgir (que siempre surgen) con las nuevas que se van encontrando. Obcecarse en una sola teoría es poco práctico y casi siempre alimenta la subjetividad en la búsqueda y la interpretación de las pruebas, así como las disputas personales para ver quién tiene la razón. Hay que ser consciente de que, en la ciencia, como en la investigación criminal, lo que se busca es la interpretación más ajustada a la realidad observable y no el lucimiento personal que termine con expresiones como: “Claro, lo que yo decía”. También es muy importante saber diferenciar entre las evidencias directas (que apoyan una teoría sin necesidad de ninguna inferencia o deducción) y las circunstanciales (que requieren de un razonamiento para relacionarlas con la hipótesis que se quiere probar), como ocurre en los juicios de las historias policíacas. En la primera escena de la película En busca del Arca Perdida, el arqueólogo Indiana Jones dice a sus alumnos que en su asignatura se trata con hechos y quien esté interesado en “la verdad” que vaya a clase de filosofía, que está al final del pasillo. Esta corta observación, que induce a la sonrisa de los estudiantes, es fundamental en las paleociencias. Siempre buscamos evidencias directas, hechos, sean de la naturaleza que sean. Pero los detectives nos llevan una ventaja: la confesión. Muchas películas policiacas nos dejan con una sensación de insatisfacción cuando todas las pruebas apuntan hacia un sospechoso, pero este no confiesa. Lo mejor es lo que ocurre con el célebre personaje de Agatha Christie, Hércules Poirot, quien siempre acaba reuniendo a todos los sospechosos en una sala y va desgranando todas las hipótesis y las pruebas que existen para cada una de ellas, va descartando las que no considera probadas y, al final, se dirige al culpable y lo acorrala con hechos hasta que confiesa o intenta escapar (que viene a ser lo mismo). En nuestro caso, no podemos revivir lo ocurrido ni entrar en el túnel del tiempo para hacer algo similar. Lo que hacemos es ir descartando las hipótesis sin sustentación factual para ir reduciendo las posibilidades y acercarnos progresivamente a la 13

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interpretación que más se ajuste a los hechos. Además, nunca estamos seguros de tener a todos los sospechosos reunidos en la misma sala, siempre hay sorpresas. Pero las paleociencias también tienen algunas ventajas, ya que se puede juzgar al mismo acusado por el mismo delito tantas veces como sea necesario y no hay pena de muerte, el acusado siempre está disponible. Suele pasar que, a medida que recolectamos más pruebas, surgen nuevas posibilidades de interpretación que antes no habíamos considerado y que debemos incorporar a nuestro bagaje de opciones. A medida que la tecnología avanza, estas posibilidades se van ampliando, de manera que cada vez tenemos más métodos a nuestro alcance para acercarnos a la solución. El ejemplo más popular es el análisis de ADN, que hace relativamente poco tiempo que está disponible, tanto para resolver casos judiciales como científicos. Además de abrir nuevos horizontes, esto también lleva a la revisión de las teorías existentes en un proceso muy dinámico de cuestionamiento continuo del conocimiento acumulado y su capacidad para explicar la realidad. Los detractores de la ciencia quieren ver (y hacer ver) en esta incertidumbre una debilidad de la investigación científica. Muy al contrario, este continuo cuestionamiento es la mayor fortaleza de la ciencia, la que garantiza su constante evolución por adaptación a la realidad. Lo contrario significaría cerrar los ojos a las nuevas evidencias y dar por terminado el progreso del conocimiento, que pasaría a ser verdad absoluta por decreto. Esto es, y ha sido históricamente, muy tentador para quienes necesitan seguridades absolutas, aunque sean impuestas. Pero negar la incertidumbre es negar el progreso y subutilizar nuestra mente, ignorando una de sus cualidades más notables: la creatividad. Antes del desarrollo de la ciencia moderna, el conocimiento se construía de forma autoritaria, existía una serie de “sabios oficiales” que estaban en posesión de la verdad, la mayoría de las veces por una supuesta influencia divina o por su jerarquía social o académica, y eran los encargados de explicar la realidad de forma incuestionable. Hoy en día, la ciencia utiliza la mente 14

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humana para entender el mundo, y nuestra mente, creativa como es por naturaleza, funciona a base de observación, especulación, proposición y corroboración. Existen otros métodos de aproximación al conocimiento, pero, como decía Indiana Jones, están al final del pasillo. Aquí utilizamos el método científico. Solo una reflexión final antes de entrar de lleno en el tema que nos ocupa. Una de las enseñanzas de las paleociencias es que pasado, presente y futuro son palabras y conceptos de invención humana, por la necesidad que tenemos de estructurar nuestro contexto mental en todos los sentidos posibles. En realidad, el tiempo es continuo y no está dividido en fragmentos de ningún tipo. Hay quien dice que lo único que existe es el presente, ya que el pasado es pasado y el futuro todavía no ha llegado. Todo existe en nosotros mismos y a través de nuestra conciencia y realidad. Metafóricamente hablando, el pasado está en nuestros recuerdos y el futuro en nuestra esperanza, que forman parte de nosotros mismos. En un plano más científico, el pasado está en nuestros genes, cuya existencia se remonta a millones de años, y el futuro en la convicción de que fenómenos cíclicos como el paso de los días y los años seguirán su curso porque los fenómenos astronómicos que los gobiernan no se detendrán. El presente sí que es difícil de aprehender, ya que aparece y desaparece continuamente, solo de pensar en él ya se ha convertido en pasado. Si el tiempo es una línea continua, el presente sería como un punto que la va recorriendo sin cesar y que va transformado el futuro en pasado. Incluso podríamos caer en la tentación de decir que el pasado es todo lo que existe, puesto que el presente es demasiado efímero y el futuro está todavía en construcción. Pero ¿para qué sirven estas disquisiciones en nuestro contexto? Pues para enseñarnos que el tiempo es un continuum sobre el que se van sucediendo los fenómenos naturales y que el presente es solo un punto más, una instantánea, de muchos procesos originados en el pasado, que se encuentran en diferentes estados de desarrollo, y que persistirán, cada uno con su propia dinámica y perentoriedad, en el futuro. Por lo tanto, necesitamos estudiar el pasado para comprender el estado 15

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actual de las cosas y construir el futuro. En la película Regreso al futuro, los protagonistas viajan al pasado con la intención de influir sobre el presente. Las paleociencias nos dan la posibilidad de hacer el mismo viaje (aunque de forma mucho más rudimentaria, pero no hay otra, por el momento) que, en este caso, no nos sirve para modificar el presente, pero sí que podemos utilizar para construir un futuro mejor, en la medida de lo posible o, por lo menos, para intentar evitar ciertos “futuros” que casi nadie desea. Popularmente, se dice que no hay que olvidar para no repetir los errores del pasado. En nuestro contexto, la mejor herramienta que tenemos para no olvidar son las paleociencias, en nuestras manos está aprovechar esta ventaja.

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1. Introducción

La Isla de Pascua y sus enigmas

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a diminuta Isla de Pascua es el lugar habitado más remoto del planeta y la sede de uno de los mayores enigmas históricos conocidos. Situada en pleno océano Pacífico, cerca del trópico de Capricornio (figura 1.1), esta isla subtropical ha recibido diversos nombres a través de la historia. Según la tradición indígena, el primer nombre que tuvo la isla fue Pito-o-te-Henua que, en su lengua, significa “El ombligo del mundo” o “El fin de la Tierra”, según quién lo traduzca. El nombre de “Isla de Pascua”, que es el adoptado internacionalmente (inglés: Easter island; francés: Île de Pâques; alemán: Osterinsel; italiano: Isola di Pasqua; portugués:

Ilha de Páscoa, etc.), se debe a que los primeros europeos llegaron a la isla el 5 de abril (Domingo de Pascua) de 1722. Se trataba de una flota holandesa capitaneada por el explorador Jacob Roggeveen, que acuñó el nombre de Paasch Eyland, o Isla de Pascua en holandés. Muchos utilizan el nombre de Rapa Nui, convencidos de que es el auténtico nombre indígena de la isla, pero no es así. En realidad, este nombre, que es el que utilizan los pobladores de la isla actualmente, fue creado en la década de 1860 por los marineros tahitianos que venían del oeste y significa “Gran Rapa”, en referencia a la pequeña isla de Rapa (actualmente Rapa Iti 17

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Figura 1.1. Mapa esquemático del océano Pacífico y sus principales archipiélagos, agrupados en tres grandes regiones (Melanesia, Micronesia y Polinesia). La Isla de Pascua está representada por un punto rojo. Ilustración: Valentí Rull.

o “Pequeño Rapa”) (figura 1.1). Aquí utilizaremos indistintamente “Isla de Pascua” o “Rapa Nui”, que son los nombres más conocidos y usados en la actualidad. El aislamiento geográfico de la Isla de Pascua es extraordinario. El archipiélago polinésico más cercano es Pitcairn, situado a unos 2.100 km al oeste, mientras que las costas americanas se encuentran a más de 3.600 km al este y las islas Galápagos, a una distancia similar al nordeste. Este aislamiento ha sido, en gran parte, el catalizador de una historia ambiental y cultural muy peculiar y controvertida que, afortunadamente, todavía requiere

de muchos años de investigación para su esclarecimiento. Los misterios de la Isla de Pascua no solo han cautivado a científicos y exploradores, sino que también han captado el interés de la sociedad en general, aunque no siempre de una manera objetiva. Como suele suceder en muchos casos en que la ciencia todavía no dispone de pruebas irrefutables para las hipótesis en boga, mitos, especulaciones y leyendas se han presentado como si fueran verdades absolutas, lo cual solo ha favorecido la confusión y la tendencia al dogmatismo. La Isla de Pascua es un buen ejemplo de estas malas prácticas, sobre todo

por el afán de erigir prematuramente grandes y deslumbrantes teorías que maravillen al mundo a partir de pruebas insuficientes o evidencias incompletas. Cuanto más misterioso y desconocido es un objeto de estudio, más se presta a situaciones de este tipo. Por suerte, el escepticismo científico es inexorable y, tarde o temprano, impone su ley. Actualmente, el estudio científico de la Isla de Pascua se encuentra en un momento particularmente activo y ya disponemos de un bagaje suficiente de certezas empíricas, es decir, basadas en la observación y medición de los fenómenos naturales, para esbozar una historia climática, ecológica y cultural de la isla con bases sólidas. Algunos de los enigmas ya no lo son tanto, otros persisten y otros incluso se han amplificado al disponer de mucha más información, lo cual, lejos de ser perjudicial, ha proporcionado

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una visión mucho más amplia e integral sobre la isla y ha abierto nuevas líneas de investigación que antes eran desconocidas. El primer gran enigma científico de la Isla de Pascua, conocido por la civilización occidental desde la llegada de los holandeses en el siglo XVIII, fue la presencia de los imponentes moai, estatuas gigantes de piedra que pueblan la isla y le confieren su imagen más conocida y emblemática (figuras 1.2 a 1.5). Los moai no solo son el primero de los enigmas, sino que podemos

considerarlos el enigma original alrededor del cual todos los demás han surgido al intentar construir una historia coherente para su existencia y significado. Dado que los moai no forman parte de las manifestaciones culturales actuales ni de la época del primer contacto europeo, había que suponer que habían sido erigidos por una civilización anterior totalmente desconocida. Además, las dimensiones de estas esculturas (algunas alcanzan 20 m de altura y más de 250 toneladas de peso) planteaban un problema tecnológico

Figura 1.2. Ahu Tongariki, el mayor complejo de moai de la isla. Fotografía: Núria Cañellas, colaboradora del autor.

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Figura 1.3. Moai de Ahu Nau Nau, en la playa de Anakena, donde la tradición rapanui dice que desembarcaron los colonizadores polinesios. Fotografía: Núria Cañellas, colaboradora del autor.

importante relacionado con su transporte y emplazamiento. La existencia de los moai suscitaba otras

incógnitas sobre la civilización que los había construido: ¿quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Cuándo llegaron

a la isla? ¿Por qué ya no estaban en la isla? ¿Cuál era el significado de los moai en su cultura? ¿Cómo los construyeron y transportaron? Dada la posición intermedia de la isla entre América y Polinesia (figura 1.1), parece lógico que se hayan planteado, por lo menos desde un punto de vista teórico, estos dos posibles orígenes para la civilización ancestral de Rapa Nui. Los defensores de una u otra hipótesis se han afanado en buscar evidencias para apoyar sus respectivos puntos de vista. Al principio, la hipótesis del descubrimiento de la isla por pueblos amerindios parecía bastante probable, pero, posteriormente, la hipótesis de una colonización primigenia por pueblos polinesios se fue afianzando, aunque no llegó a ser universalmente aceptada. La fecha de esta colonización inicial también era una incógnita,

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Figura 1.4. Las puestas de sol dibujan las siluetas de los moai de Ahu Tahai, cerca de Hanga Roa, y crean una atmósfera de misterio que evoca tiempos pasados cuando la civilización ancestral de la Isla de Pascua estaba en pleno apogeo. Fotografía: Valentí Rull.

igual que la fecha y el porqué de la desaparición de la enigmática civilización ancestral. Sobre el papel de los moai en la cultura ancestral de la isla también ha existido mucho debate. Hasta finales del siglo XX, las evidencias utilizadas para descifrar el pasado cultural de la Isla de Pascua

procedían principalmente de la arqueología, con aportes procedentes de la antropología física, la tradición oral, la lingüística y algunas consideraciones basadas en las posibilidades de navegación a través del Pacífico dependiendo de las corrientes y los vientos dominantes.

Los únicos testimonios escritos que quedan de la cultura rapanui son algunas tablas de madera con una escritura conocida como rongorongo que, pese a los esfuerzos invertidos, sigue siendo indescifrable. A partir de la década de 1980, se inició una nueva etapa 21

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Figura 1.5. Un moai solitario, solemne e imperturbable testigo, quién sabe si guardián, de los misterios de una civilización perdida. Fotografía: Valentí Rull.

en la investigación científica de Rapa Nui, caracterizada por la posibilidad de reconstruir los climas y ecosistemas del pasado a través de la paleoecología. El resultado más espectacular de estos estudios

fue el descubrimiento de que la isla, actualmente tapizada por praderas de gramíneas, había estado totalmente cubierta de bosques dominados por palmeras desde, por lo menos, 40 milenios atrás.

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Pero el hallazgo más sorprendente fue la desaparición súbita de estos bosques hace más o menos un milenio, lo cual produjo un cambio radical en la historia ecológica y cultural de la isla. A partir de ese momento, el gran reto científico fue explicar la deforestación total y repentina de la isla. La coincidencia aproximada de la deforestación con el fin de la cultura de los moai se interpretó como una evidencia de que los antiguos habitantes de Rapa Nui habían sobreexplotado los recursos naturales de la isla hasta deforestarla, lo cual provocó no solo un colapso ecológico, sino también cultural; en otras palabras, un “ecocidio”. También se ha sugerido la posibilidad de que el colapso ecológico no fuera la causa directa de la desaparición de la sociedad ancestral, que habría sido víctima de contacto con la civilización occidental, hipótesis que se conoce como del “genocidio”. Sea como fuere, la existencia de bosques cubriendo la isla proporcionó a los más imaginativos un posible mecanismo de transporte de los moai desde su cantera hasta su emplazamiento utilizando rodillos

de palmera, tal como hacían los antiguos egipcios en la construcción de pirámides. Hasta hace un par de décadas, la deforestación de Rapa Nui se asociaba exclusivamente con actividades humanas, bien sea directa o indirectamente, pero estudios posteriores han tratado de relacionar esta y otras modificaciones ecológicas con cambios climáticos. Por estudios similares llevados a cabo en muchas otras áreas de la Tierra a través de décadas se sabe que los cambios climáticos del pasado han provocado alteraciones importantes de vegetación no solo en islas de zonas templadas, sino también de zonas tropicales y subtropicales. Si esto no fuera así en la subtropical Rapa Nui, se trataría de una excepción difícil de explicar. Sin embargo, el argumento antrópico cobra fuerza al comprobar que la gran mayoría de islas del Pacífico fueron deforestadas total o parcialmente después de la llegada de los colonizadores humanos. También se ha sugerido que tal vez la deforestación no fuera sincrónica en toda la isla y que en algunos lugares ni siquiera fuera súbita, lo cual haría tambalear la hipótesis del ecocidio.

Aquí analizaremos lo que sabemos de la misteriosa Isla de Pascua, cómo se ha ido produciendo y acumulando el conocimiento sobre su historia climática, ecológica y cultural, con especial hincapié en los enigmas que se han esbozado anteriormente. Al ser un tema tan atractivo, existe bastante información en libros de corte popular y también en Internet, pero, como en muchos otros casos, los enfoques son muy variados y la fiabilidad de las fuentes muy variable, lo que puede causar confusión y frustración en lectores e internautas. Aquí nos proponemos aclarar la situación lo más posible, aislando las explicaciones que están bien soportadas por evidencias empíricas de aquellas que son más especulativas o, incluso, totalmente ficticias. Para ello, solo utilizaremos información publicada en medios científicos contrastados, principalmente libros académicos y revistas especializadas. No nos limitaremos a la literatura clásica sobre el tema, sino que utilizaremos los últimos resultados, bien sean propios o 23

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Fotografía: Valentí Rull.

ajenos, incluso aquellos que están todavía en prensa, aceptados para su publicación en la literatura científica. Empezaremos por describir la situación actual de la isla, que nos servirá de referencia geográfica para todo lo demás (capítulo 2). A continuación (capítulo 3), expondremos las teorías que se han propuesto hasta ahora para el poblamiento original de la isla, es decir, su descubrimiento, y evaluaremos las evidencias que existen para cada una de ellas. En el cuarto capítulo, revisaremos lo que se sabe sobre la enigmática civilización que construyó los moai, su auge y su declive. Posteriormente, analizaremos la influencia de la llegada de los europeos a la isla y todas sus consecuencias posteriores hasta llegar a la situación actual (capítulo 5). El sexto capítulo se centra en los bosques que dominaban la isla antes de la llegada de los humanos, para tener una visión general de su composición y extensión, así como de las posibles causas que se han propuesto para su desaparición. En el capítulo 7 evaluaremos el

papel del clima y sus variaciones como modulador de la historia ecológica y posiblemente cultural de la isla. Este capítulo también representa una novedad relevante, ya que intenta obtener una visión integradora de la historia reciente de la isla en un contexto de posibles sinergias entre cambios climáticos, reorganizaciones ecológicas y evolución cultural en lugar de visiones contratantes basadas en una o pocas disciplinas. Se trata de un primer intento que debe ser ampliado y mejorado con futuros estudios, con la intención de sentar una base sobre la que pueda crecer una síntesis sólida, coherente y holística del desarrollo histórico de la Isla de Pascua. Los capítulos 3 a 7 terminan con una breve síntesis que intenta destilar la información presentada, con la intención de aislar lo que podemos considerar científicamente más riguroso de lo que es todavía especulativo. Finalmente, en el epílogo, sintetizaremos el conocimiento adquirido hasta ahora e intentaremos extraer enseñanzas que nos sean útiles para entender mejor el funcionamiento

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Lago Raraku, en el cráter del mismo nombre. Fotografía: Valentí Rull.

del complejo clima-ecosistemasociedad, tanto en Rapa Nui como en general. Al final de cada capítulo, se proporciona una lista de las principales referencias bibliográficas que se han utilizado para la redacción de este libro, incluyendo artículos donde se presentan las evidencias originales utilizadas para sustentar las diferentes teorías analizadas. Siempre habrá quien se pregunte para qué sirve todo esto. La investigación científica, orientada a generar y mantener el conocimiento humano sobre el universo y la vida, a todas las escalas y en todas sus manifestaciones, tiene sentido por sí misma y no necesita de más excusas para su existencia y desarrollo. Tarde o temprano, todo el conocimiento científico redunda en beneficios prácticos para la

sociedad en forma de avances médicos, tecnológicos, educativos, económicos o de bienestar social. En el caso de Rapa Nui, es obvio que los habitantes de la isla y los turistas se benefician directamente del conocimiento sobre la historia ambiental y cultural de la isla, que es su principal atractivo turístico. Si tenemos en cuenta que la población de la isla roza los 6.000 habitantes y que la afluencia anual de turistas supera los 90.000,

resulta que aproximadamente un millón de personas por década se benefician de forma directa de la investigación que se lleva a cabo en esta isla. Además, el conocimiento científico generado se utiliza como línea base para optimizar el uso de los recursos naturales y planificar la conservación, tanto del ambiente como de la biodiversidad, lo cual contribuye a la sostenibilidad del sistema económico local y representa un beneficio a medio 25

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y largo plazo. Todo esto sin contar la cantidad de investigadores, escritores, editores, cineastas, periodistas, lectores, estudiantes, y público en general, que produce y consume obras culturales relacionadas con la Isla de Pascua. Proporcionar materiales educativos y de entretenimiento para satisfacer la curiosidad y el interés cultural es un aspecto poco valorado en nuestros días, pero es necesario para mejorar el nivel cultural de las sociedades futuras y avanzar hacia un mundo mejor. Además, el científico con conciencia social sabe que sus investigaciones no serían posibles sin la inversión pública que, aunque ridícula comparada con la financiación que se dedica a otras actividades mucho menos necesarias e incluso perjudiciales, obliga a mantener a la sociedad informada sobre los

resultados que se van obteniendo, más allá de las publicaciones en libros y revistas científicas especializadas. En un plano más general, la historia de la Isla de Pascua trasciende el interés local, ya que puede considerarse un modelo a pequeña escala, un experimento natural en un sistema prácticamente cerrado, aplicable a muchos otros lugares del planeta y posiblemente también a nivel global. Los grandes cambios experimentados por el clima, los ecosistemas y la sociedad de la Isla de Pascua a través de milenios nos pueden servir de modelo para pronosticar nuestro posible destino y el de nuestro planeta frente a los cambios ambientales y culturales que se avecinan en un futuro cada día más cercano. Ejemplos como el de la Isla de Pascua nos proporcionan

Referencias bibliográficas Diamond, J. (2005): Collapse. How societies choose to fail or succeed, Viking, Nueva York. Flenley, J. y Bahn, P. (2003): The enigmas of Easter island. Island on the edge, Oxford University Press, Oxford.

información básica en aspectos fundamentales para optimizar nuestras predicciones, pues nos permiten conocer de primera mano las respuestas ecológicas y culturales a los cambios ambientales, así como diferenciar los factores naturales de los antrópicos como causas de cambios socioecológicos. Esto es posible gracias a disciplinas como la paleoecología o la arqueología, que nos proporcionan la oportunidad de reconstruir fenómenos ecológicos y culturales, imposibles de estudiar de otra manera, sin cometer ecocidios o genocidios experimentales. Además, estas paleociencias, al ser empíricas, contribuyen a evitar la proliferación de especulaciones infundadas que a veces se utilizan para defender posiciones extremas, como el catastrofismo o la pasividad interesadas, en temas ambientales y de conservación.

Heyerdahl, T. (1989): Easter Island. The mystery solved, Random House, Nueva York. McLaughlin, S. (2007): The complete guide to Easter island, Easter island Foundation, Los Osos.

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2. La isla actual. Todo sucedió en la cima de un volcán submarino 2.1. El gran volcán La fantástica y enigmática historia de Rapa Nui empezó en las profundidades del océano Pacífico. Sin la erupción volcánica que tuvo lugar allí hace más o menos un millón de años, nada de lo que sigue habría ocurrido. La Isla de Pascua es un pequeño triángulo de 164 km2 (el lado más largo mide aproximadamente 22 km), situado a 27º 09’ 30” S y 109º 26’ 10” W (figura 2.1). La forma triangular se debe a que la isla se originó por la fusión de tres volcanes. El

volcán más antiguo es el Poike, con el ya mencionado millón de años, seguido por el Kao y el Terevaka, cuyas últimas erupciones se estima que ocurrieron hace unos 200.000-300.000 años, aunque en el Terevaka parece haber existido actividad más reciente, hace unos 12.000 años. No existe ninguna referencia a erupciones volcánicas en el folclore o la tradición oral de los habitantes de la isla, lo que sugiere que no ha habido actividad volcánica durante la ocupación humana de la misma. Además de estos volcanes mayores, existe una multitud de 27

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Figura 2.1. Imagen de satélite de la Isla de Pascua, indicando los lugares mencionados en el texto. La mancha oscura del centro corresponde a los bosques de eucalipto plantados el siglo pasado. Fuente: elaboración propia sobre imagen de Google Earth.

otros conos volcánicos de menor tamaño, denominados cráteressatélite, testimonios de erupciones menores que han ido ocurriendo a través de la historia. La isla emerge del mar algo más de 500 m, pero esto es solo la punta de una gran montaña volcánica que se eleva casi 3.000 m sobre el lecho oceánico (figura 2.2). Este gran volcán se encuentra en un “punto caliente” de

la corteza terrestre, donde las placas tectónicas de Nazca y del Pacífico se van separando progresivamente, permitiendo la surgencia de magma del manto subyacente. Todas las rocas de la isla son de origen volcánico y los suelos y sedimentos existentes proceden de la meteorización y la erosión de estas rocas. El tipo de roca dominante es el basalto, de apariencia muy oscura,

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Figura 2.2. Diagrama esquemático de un volcán submarino generado por un hotspot que termina por emerger y formar una isla, como es el caso de la Isla de Pascua. Ilustración: Valentí Rull.

casi negra, que no es más que lava solidificada de estructura cristalina. También es frecuente la obsidiana, que se forma cuando el enfriamiento de la lava es tan rápido que no hay tiempo para la cristalización. El basalto y la obsidiana se encuentran principalmente en los tres conos volcánicos mayores que delinean la isla y han sido los principales materiales utilizados por los aborígenes ancestrales para fabricar herramientas debido a su dureza. Otros cráteres, como por ejemplo el de Raraku, la cantera donde se tallaron prácticamente todos los moai, están formados por toba,

producto de la compactación y endurecimiento de cenizas volcánicas, una vez depositadas. La toba es bastante menos dura que el basalto y muy porosa, por lo que es fácil de trabajar con herramientas de basalto. Otros conos volcánicos menores están formados por lapilli, consistente en pequeñas partículas de lava fragmentada por erupciones explosivas. Cada uno de estos tipos de roca volcánica ha tenido su papel en la cultura de la civilización ancestral de la isla, cuyo desarrollo estuvo basado fundamentalmente en este tipo de geología, ya que no conocía los metales hasta el

contacto europeo. La existencia de numerosas cuevas también ha sido importante para la historia humana de la isla. Dichas cuevas son, en realidad, “tubos de lava” que se forman cuando las capas exteriores de una colada de lava se solidifican, mientras que, en el interior, la lava sigue fluyendo, lo cual genera una cavidad tubular. Rapa Nui no está completamente sola en medio de la inmensidad del océano Pacífico, sino que la acompaña un islote inhabitado llamado Salas y Gómez. Se trata de un islote, también volcánico, situado a unos 400 km de distancia al nordeste, cuya longitud máxima varía de 70 a 300 m según la marea. Algunos arrecifes sumergidos, actualmente en crecimiento, rodean la isla, pero ni su densidad, ni su tamaño ni su biodiversidad son comparables a los arrecifes de las zonas tropicales del Pacífico. 29

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Figura 2.3. Diagrama climático de la Isla de Pascua para el periodo 1950-2000. Fuente: elaboración propia con datos de la Corporación Nacional Forestal de Chile (CONAF).

2.2. El clima y los lagos El clima de la isla es típicamente subtropical y oceánico. La temperatura media anual es de 20-21 ºC, con pocas variaciones estacionales, que oscilan entre unos 18-19 ºC en el invierno austral (junio-septiembre) y 23-24 ºC en verano (enero-marzo). Las diferencias térmicas entre el día y la noche son igualmente moderadas y nunca se llega al punto de congelación. La precipitación anual promedio, en forma de lluvia, es de unos 1.200 mm. Los meses más húmedos suelen ser los del otoño

austral (abril-junio, con 120-140 mm por mes) y los más secos los de primavera-invierno (noviembre a enero, con 70-90 mm por mes) (figura 2.3). Así como la temperatura es relativamente constante de año en año, la precipitación ha variado significativamente con mínimos de menos de 800 mm por año hasta máximos de casi el doble. Los vientos son un factor climático importante en la isla y están presentes de forma casi continua, soplando principalmente desde el este y sudeste entre septiembre y mayo, y desde el norte y noroeste

el resto del año. Las tormentas también son frecuentes. La elevada porosidad de los suelos y de la roca madre, así como la existencia de cuevas, hace que casi toda el agua de lluvia se infiltre y no existan ríos ni otros cursos de agua superficiales, una de las características más sorprendentes de la isla que, a primera vista, parece un lugar árido. Las únicas acumulaciones de agua dulce se encuentran en el interior de unos pocos conos volcánicos, en forma de lagos o turberas. En el idioma local, la palabra rano se utiliza para referirse a un cráter volcánico con agua dulce en su interior. También hay algunas surgencias de agua dulce en ciertos sitios costeros donde el agua freática aflora a la superficie. Existen tres rano (Aroi, Kao y Raraku) que han desempeñado un

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Figura 2.4. Vistas panorámicas de los tres rano (cráteres volcánicos ocupados por un lago o una turbera) de la Isla de Pascua. Fotografías: Valentí Rull.

papel fundamental en la vida de la isla a través de la historia. Rano Aroi es una turbera, o ciénaga donde se acumula turba, de más o menos 150 m de diámetro, situada a 430 m de altitud, en el interior de un cono volcánico cercano a la cumbre del Terevaka, que es el punto más alto de la isla, con 511 m (figura 2.4). La turbera está inundada permanentemente y es alimentada por agua freática, cuyo nivel varía estacionalmente con la precipitación y también con la intensidad de extracción por parte de los pobladores de la isla, que en 1960 construyeron un dique y un desagüe artificial para tal fin. Aparte de la extracción de agua, no se han documentado otras actividades humanas importantes alrededor de esta turbera a lo largo de la historia. Rano Kao es el lago más grande de la isla, con más de un kilómetro

de diámetro, situado a unos 100 m de altitud, en el fondo de un cráter con paredes muy pendientes e inestables de unos 300 m de desnivel. Una característica muy especial de este lago es la existencia de una capa discontinua de vegetación flotante

de unos 3 m de espesor que forma un mosaico con la superficie del agua. La profundidad máxima de este lago es de unos 10 m. Una de las etapas más importantes de la cultura ancestral de Rapa Nui se desarrolló en la cornisa sudoccidental 31

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Figura 2.5. Exterior de la pared meridional del cráter de Raraku donde se encuentra la cantera de los moai, muchos de los cuales todavía permanecen in situ, parcialmente cubiertos por sedimentos de pendiente. Fotografía: Olga Margalef, colaboradora del autor.

del Rano Kao, donde todavía se conservan los restos del antiguo poblado de Orongo, sede del culto al hombre-pájaro. Finalmente, Rano Raraku, situado a 80 m de altitud, en la falda del Terevaka, tiene 300 m de diámetro y una profundidad máxima de unos 3 m. En las paredes del Rano Raraku estaba la cantera de toba donde se tallaron los moai, algunos de los cuales todavía están presentes in situ como testimonios de esa trascendental etapa histórica (figura 2.5). Tanto el Rano Kao como el Rano Raraku

son sistemas hidrológicos cerrados independientes, sin alimentación superficial ni freática y sin desagüe, alimentados únicamente por la lluvia. Rano Raraku se usa también como fuente de agua dulce para consumo humano, lo cual no ocurre en Rano Kao, debido a la dificultad de acceso. Además de los restos arqueológicos mencionados, estos tres rano contienen sedimentos que han permitido reconstruir los cambios climáticos y ecológicos que han acontecido en la isla durante los últimos 40 milenios.

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Figura 2.6. Flores de toromiro (Sophora toromiro) cultivado en el jardín Botánico de Barcelona. Fotografía: Consultaplantas, Wikimedia Commons.

2.3. Flora, vegetación y fauna Como todas las islas volcánicas, la de Pascua fue colonizada después de su emersión por animales y plantas procedentes de los continentes y de otras islas más antiguas. No todos los organismos que llegan a las islas se establecen con éxito ni llegan a perdurar a través del tiempo. La biota de una isla es el resultado de la interacción continua entre colonización y extinción, hasta que se llega a un equilibrio. El

número de especies que forman la biota de una isla al alcanzar dicho equilibrio depende de su tamaño, de forma que en una isla pequeña como Pascua es de esperar que la biodiversidad no sea muy elevada. Además, el aislamiento excepcional de esta isla dificulta la colonización y facilita la extinción, por lo cual la diversidad biológica tiende a ser menor que la de islas de tamaño similar, pero menos aisladas. La llegada de los humanos a las islas también suele modificar los patrones biológicos, tanto por sus efectos

sobre la biota local o autóctona como por la introducción, voluntaria e involuntaria, de especies nuevas traídas de otros confines. La influencia humana es especialmente manifiesta en Rapa Nui donde, de las más de 200 especies de plantas vasculares conocidas, menos de la cuarta parte son autóctonas y las demás han sido introducidas por las diferentes culturas que han visitado y poblado la isla. Se considera que los colonizadores polinesios introdujeron unas 15 especies, principalmente con fines alimenticios o medicinales, entre las que destacan el taro (Colocasia esculenta), el ti (Cordyline terminalis), la toa (Saccharum officinarum), el uhi o yam (Dioscorea alata) o la maika (Musa spp.). Sin embargo, la mayor parte de introducciones se han registrado a 33

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Figura 2.7. Vegetación acuática de totora (cañas verde oscuro) y tavari (hojas verde claro) en la orilla de Rano Raraku. Fotografía: Olga Margalef, colaboradora del autor.

partir del contacto europeo, siendo especialmente destacables, por su capacidad de propagación y su importancia en la vegetación actual, la gramínea Melinis minutiflora (nativa de África), la leguminosa Crotalaria grahamiana (procedente de la India), la verbenácea Lantana camara (originaria de Sudamérica tropical) y la mirtácea Psidium guajava (también de América tropical). Entre las plantas nativas, las mejor representadas corresponden a las familias de las gramíneas y las ciperáceas. El número de plantas endémicas (que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta) suele ser elevado en las islas oceánicas, pero en Rapa Nui este número se reduce a 4, menos del 2%, si contamos el toromiro (Sophora toromiro) (figura 2.6), un arbolito de la familia de las leguminosas que se extinguió, en estado silvestre, 34

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Figura 2.8. Manutara (Onychoprion fuscatus) en pleno vuelo. Fotografía: G. Minguzzi, Wikimedia Commons.

en 1960 y solo sobrevive cultivada (a partir de semillas recolectadas durante la primera expedición del explorador noruego Thor Heyerdahl, en 1956) en la isla y en algunos jardines botánicos repartidos por el mundo. La vegetación actual de la Isla de Pascua está totalmente antropizada y dominada de manera abrumadora por las praderas de gramíneas, que cubren el 85-90% de la superficie. Los bosques representan el 5% y la vegetación arbustiva el 4-5%, mientras que el 1% es vegetación pionera y ruderal o de hábitats alterados por las actividades

humanas (bordes de caminos y cultivos, zonas urbanas, etc.). Tanto el clima subtropical como los suelos de la isla parecen propicios para la existencia de bosques. Sin embargo, estos brillan por su ausencia y todos los árboles que crecen en la actualidad han sido plantados recientemente con fines forestales u ornamentales. Entre estos, destacan los bosquecillos de eucaliptos australianos plantados hace unos 60 años para explotación forestal o para combatir la erosión del suelo (figura 2.1). Los rano poseen una vegetación particular asociada a la existencia de agua dulce

permanente, que está dominada por dos especies acuáticas autóctonas: la totora (Scirpus californicus) y el tavari (Polygonum acuminatum) (figura 2.7). Una muestra más de la pobreza de especies en Rapa Nui es la ausencia de vertebrados terrestres autóctonos. Algunas aves migratorias como fragatas o makohe (Fregata minor), gaviotas o manutara (Onychoprion fuscatus) (figura 2.8) y alcatraces o kena (Sula dactylara), entre otras, anidan en rocas emergentes a lo largo de la costa de Rapa Nui y se supone que antes de la llegada de los humanos lo hacían en toda la isla. Otras aves de hábitos terrestres, como halcones, perdices y tinamús fueron introducidos desde Sudamérica en tiempos más recientes y se han naturalizado. Los colonizadores polinesios 35

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Figura 2.9. Rutas aéreas entre Santiago de Chile y Pape’ete (en azul), en Tahití. La Isla de Pascua se representa con un punto rojo. Ilustración: Valentí Rull.

introdujeron involuntariamente dos especies de lagartos que viajaban con ellos como polizones, el moko uru-uru kao (Lepidodactylus lugubris) y el moko uri-uri (Cryptoblepharus poecilopleurus), además de gallinas domésticas y ratas polinésicas (Rattus exulans), que posiblemente llevaron de forma voluntaria, ya que ambas formaban parte de su dieta. Los rapanui actuales recuerdan la afición de sus ancestros por estos roedores con cierto bochorno y utilizan el término “comerratas” en forma peyorativa. Con el contacto europeo, llegaron animales domésticos como ovejas, cabras, cerdos, caballos y ganado vacuno, que siguen estando presentes en la isla. Los conejos también tuvieron su oportunidad, pero, según el paleoecólogo británico John Flenley y su colega, el arqueólogo

Paul Bahn, Rapa Nui parece ser el único lugar del mundo donde el consumo humano de conejos fue más rápido que su reproducción, lo que llevó a su extinción en 1911. La fauna marina de los alrededores de la Isla de Pascua es mucho más diversa que la terrestre, con alrededor de 160 especies de peces, de las que casi 30 son endémicas. La tortuga verde o honu, la tortuga carey, la langosta de las islas Juan Fernández y peces como el naune (una especie de rape), el poopó, el mahi-mahi (dorado o pez delfín) o el kahi (atún) son frecuentes en las aguas circundantes. Los corales están formados por dos especies

principales, Pocillopora verrucosa y Porites lobata.

2.4. Protección y conservación En 1935 se creó el Parque Nacional Rapa Nui, que abarca más del 40% de la isla, administrado por la Corporación Nacional Forestal (CONAF), dependiente del Ministerio de Agricultura de Chile, país al que actualmente pertenece la isla. Debido a su legado natural y cultural, Rapa Nui fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. Este organismo

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considera que la isla presenta “uno de los fenómenos culturales más remarcables del mundo” y que la herencia dejada por su cultura ancestral, junto con la naturaleza que la acompaña, han creado “un paisaje cultural sin parangón”. Desde 2005, la CONAF, con la colaboración de la Oficina Nacional Forestal de Francia (ONF Internacional) lleva a cabo el programa Umanga mo te Natura, cuyo objetivo es recuperar el contexto medioambiental de la Isla de Pascua y lograr un manejo sostenible de los recursos naturales. Para ello, se llevan a cabo acciones de preservación y restauración de la flora nativa, control de especies invasoras, recuperación de la cobertura vegetal en terrenos erosionados, protección y acondicionamiento turístico de sitios patrimoniales, regulación ganadera y sensibilización de la comunidad local y el turismo frente a los retos ambientales de la isla.

2.5. La población humana actual Políticamente, la Isla de Pascua pertenece a Chile desde 1888.

El gentilicio general para los habitantes y demás elementos de la isla es “pascuense”, mientras que el término “rapanui” se reserva para todo lo relacionado con la cultura aborigen. En la práctica, el idioma oficial es el español, pero gran parte de la población habla el rapanui, idioma original de raíz polinésica. Según el censo de 2012, la isla tiene unos 6.000 habitantes, la gran mayoría de los cuales vive en la capital, Hanga Roa, que es

Figura 2.10. La danza más representativa de la Isla de Pascua es el sau sau, de influencia samoana. Fotografía: magical world, Wikimedia Commons.

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Figura 2.11. Mapa esquemático de la Isla de Pascua con la distribución de los moai actuales. El punto amarillo corresponde a Rano Raraku, la cantera de los moai, y las líneas verdes son los restos de los caminos de transporte de estos desde la cantera hasta su destino. Ilustración: Valentí Rull, con datos de J. A. van Tilburg, T. Hunt y C. Lipo.

el único núcleo urbano existente (figura 5.14). Aproximadamente un 60% de la población es de origen chileno, mientras que el restante 40% es de origen polinésico, aunque la mezcla étnica entre unos y otros es notable e impide establecer un límite preciso. Esta mezcla parece haberse iniciado antes del contacto europeo, como apuntan estudios genéticos recientes. En efecto, los análisis de ADN, llevados a cabo por el investigador noruego Erik Thorsby

y su equipo en sangre de individuos vivos que no poseían antecedentes familiares que no fueran polinésicos, revelaron que una parte de su herencia genética procedía de etnias amerindias, que debían haber sido introducidas en la población antes del contacto europeo. Este ha sido un descubrimiento crucial para la interpretación de la historia sociocultural de Rapa Nui, sobre el que volveremos más adelante. La lengua rapanui o vananga es de raíz polinésica y solo se habla en

la Isla de Pascua. Se trata de una lengua (no un dialecto) muy distinto de otras lenguas polinésicas, incluso las de las islas más “cercanas”. Por ejemplo, se cuenta que un indígena de Tahití, en el archipiélago de Sociedad (figura 1.1), que viajó a la isla con el capitán de la marina británica James Cook en 1774 no entendía el rapanui. Sin embargo, el contacto con el mundo exterior ha modificado el rapanui original, que ahora cuenta con aportaciones del inglés, francés, español y tahitiano, principalmente. También existen palabras heredadas de lenguas americanas, como por ejemplo la ya comentada totora para la ciperácea Scirpus californicus. La influencia de Tahití sobre Rapa Nui, que es patente en otras manifestaciones además del idioma, se remonta a tiempos históricos, como veremos más adelante. En la actualidad, esta

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Figura 2.12. Moai de Ahu Ko Te Ritu, en Hanga Roa, con pukao y ojos reconstruidos. Fotografía: B. C. Tørrisen, Wikimedia Commons.

influencia se mantiene, ya que Rapa Nui es escala habitual en los vuelos desde Santiago de Chile, la capital de Chile, a Tahití y viceversa (figura 2.9). Casi todo lo que entra y sale de la Isla de Pascua lo hace por vía aérea y sin esa conexión la vida de la isla sufriría un colapso. Entre los pascuenses, existe la idea de que los pilotos que cubren esa ruta son los más diestros y valientes, ninguna situación meteorológica les impide efectuar el vuelo, ya que la isla depende de ellos. Desde la década de 1960, cuando se construyó el aeropuerto actual, el idioma rapanui ha ido perdiendo importancia frente al español, debido a la influencia chilena. En 1975, el Ministerio de Educación de Chile hizo oficial la enseñanza del idioma rapanui en la educación básica, donde también se aprenden las tradiciones orales, las 39

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Figura 2.13. Base elíptica de una casa del tipo hare paenga construida con bloques de basalto. Fotografía: Santiago Giralt, colaborador del autor.

leyendas, los juegos y la música de los ancestros (figura 2.10).

2.6. La herencia del pasado La herencia cultural de la Isla de Pascua es su mayor tesoro y los moai su principal estandarte. Sin embargo, existen otras manifestaciones de la cultura antigua como restos de casas y otras construcciones domésticas o ceremoniales, petroglifos y diversos objetos de madera tallada, entre otros. Según el inventario llevado a cabo por los arqueólogos chilenos Patricia

Vargas, Claudio Cristino y Roberto Izaurieta, existen aproximadamente 20.000 puntos o manifestaciones de interés arqueológico que todavía se encuentran en sus localizaciones originales, lo cual es mucho para una isla tan pequeña. Esto le ha valido a la isla la calificación de “museo al aire libre”. Aquí solo describiremos los principales testimonios que nos han quedado de esa enigmática civilización; las teorías sobre su construcción y significado cultural se discuten en los próximos capítulos. Según el inventario actualizado del Easter Island Statue Project (EISP), liderado por la arqueóloga

norteamericana Jo Ann Van Tilburg, se conservan cerca de 900 moai repartidos por toda la isla, casi siempre cerca de la costa y especialmente en la costa sudoriental, que presenta una topografía más plana que el resto (figura 2.11). Las dimensiones de los moai varían entre 4 y 20 m de altura, con pesos que oscilan entre las 20 y las 270 toneladas. Casi todas estas monumentales estatuas están talladas en la toba de Rano Raraku, donde se encuentra la mayor cantera de la isla. A falta de metales, las herramientas para tallar los moai, principalmente picos (toki), se fabricaban de otras rocas volcánicas más duras, principalmente basalto. Algunos moai están culminados por grandes sombreros cilíndricos o cónicos, denominados pukao, tallados en lapilli de color rojo por la presencia

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de óxido de hierro. La mayoría de los moai son ciegos, es decir, no tienen ojos en las concavidades correspondientes, que se llenaban con “ojos” fabricados de coral blanco, para el blanco del ojo, y obsidiana negra para la pupila (figura 2.12). Los moai tienen personalidad, no hay dos iguales, y, casi sin excepción, dirigen su mirada hacia el centro de la isla. Pueden estar aislados o agrupados sobre altares o plataformas lineales, llamadas ahu, que eran su destino definitivo. Casi 300 de estos moai están hoy en día en sus respectivos ahu, mientras que unos 400 se encuentran todavía en la cantera, en diferentes estados de elaboración (figura 2.5), y los restantes 200 están en diversos estados intermedios, incluyendo los que parecen estar “en transporte” desde la cantera hasta su ahu destinatario correspondiente. A excepción de unos pocos, los moai están actualmente en pie debido a una extensa campaña de restauración y reconstrucción llevada a cabo en el siglo pasado, con la activa participación del antropólogo estadounidense William Mulloy.

Anteriormente, se encontraban derribados por motivos que todavía se están investigando y que incluyen posibles conflictos internos entre los distintos clanes de la civilización ancestral, así como terremotos y tsunamis. También nos han quedado testimonios de diversos tipos de casas (hare) de los rapanui ancestrales. Los hare paenga (figura 2.13) eran viviendas para

Figura 2.14. Anverso y reverso de una tablita rongorongo conservada en el Museo Washington. Fotografía cortesía de A. M. Altman y S. McLaughlin.

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Figura 2.15. Ejemplos de polen y esporas encontrados en los sedimentos de Rano Aroi. 1. Palmera; 2. Gramínea; 3. Ciperácea; 4. Compuesta; 5. Polygonum; 6. Triumphetta; 7. Pteris; 8. Huperzia. Fotografías: Núria Cañellas, colaboradora del autor.

jefes, sacerdotes y familias de alto nivel, que consistían en una base elíptica (10-15 m x 1-2 m), en forma de barca, de bloques de basalto que soportaban un techo de paja. En toda la isla, se pueden reconocer unas 3.000 de estas estructuras, basándonos en las elipses basálticas que todavía quedan. Los hare moa, de los que quedan unos 1.200, eran totalmente de piedra y podría tratarse de tumbas, gallineros o almacenes para cosechas. A pesar de su abundancia (unos 4.000), los petroglifos (rona) de la Isla de Pascua son relativamente poco conocidos. Aunque su simbología es variada, la figura de hombre-pájaro (tangata manu) es bastante frecuente, sobre todo en Orongo, donde se profesaba el culto a esta imagen. Otras representaciones frecuentes son pulpos, tiburones, tortugas,

lagartos, pollos y vulvas femeninas. Los manavai eran círculos de piedra para proteger determinados cultivos del viento y evitar la erosión del suelo, de los que han encontrado más de 2.000. Muchos hitos de piedra (pipi horeko), que señalaban localidades importantes o dividían el territorio de los diversos clanes, todavía se conservan en pie. Entre los objetos y tallas de madera, podemos destacar el ao, símbolo de autoridad en forma de remo con caras humanas a cada lado, y las tabletas de escritura rongorongo, llamadas kohau motu mo rongorongo.

La escritura jeroglífica rongorongo (figura 2.14) es otro de los grandes enigmas de la Isla de Pascua, incluso se duda de si se trata de un tipo de escritura o una representación gráfica de los conocimientos astronómicos de los polinesios ancestrales. Tampoco está claro si esta simbología ya existía antes del contacto europeo o se creó posteriormente. La primera mención histórica del rongorongo corresponde al misionero belga Eugène Eyraud, en 1864, un siglo y medio después de la llegada de los primeros europeos. Por otra parte,

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aunque la mayoría de las piezas de madera conocidas con jeroglíficos rongorongo fueron talladas sobre toromiro (Sophora toromiro), algunas están confeccionadas en madera de árboles procedentes del exterior de la isla y en una de ellas aparece un remo de estilo europeo, por lo que algunos piensan que el rongorongo es posterior al contacto europeo. Sin embargo, algunos de los caracteres rongorongo también se encuentran en petroglifos que datan de antes de la llegada de los europeos, lo que hablaría a favor de un origen anterior. De lo que no cabe ninguna duda es de que todavía no se ha podido descifrar. Hasta ahora, se han encontrado 25 piezas de madera con caracteres rongorongo, que contienen más de 14.000 caracteres o glifos. Ha habido muchos intentos por descifrar esta escritura, pero hasta ahora infructuosos. Los descendientes de los antiguos polinesios no la saben leer ni conocen su significado y todos los estudiosos foráneos han fracasado en el intento. Otra fuente de material arqueológico es el Museo Antropológico Padre Sebastián Englert, creado en 1973, que

contiene unos 15.000 objetos incluyendo petroglifos, puntas de flecha de obsidiana, pigmentos de tatuaje (algo muy típico de la cultura rapanui que todavía es frecuente entre los pascuenses), diversos tipos de herramientas de piedra, collares y otros adornos de conchas y hueso, talismanes, áncoras, vestidos, anzuelos, arpones, agujas y algunos objetos con inscripciones rongorongo (aunque ninguna de las 25 tabletas originales). La “joya de la corona” del museo es un ojo coralino de moai hallado por la arqueóloga local Sonia Haoa en 1978, excavando en Anakena. En el mismo museo funciona la Biblioteca William Mulloy, en honor a este antropólogo que tanto contribuyó al conocimiento de la cultura de la isla, como veremos posteriormente.

2.7. La herencia ‘escondida’ en los archivos sedimentarios Además de los restos arqueológicos, existen otros testimonios del

pasado que pocas veces se mencionan en Rapa Nui, tal vez porque los moai y demás manifestaciones humanas son reclamo suficiente y presentan bastantes enigmas para atraer la atención de posibles interesados. Pero si queremos reconstruir la historia de la isla, no podemos olvidar las evidencias que se encuentran en los sedimentos de Rano Aroi, Rano Kao y Rano Raraku, ya que han sido partícipes y protagonistas de los hallazgos más notables obtenidos hasta ahora. En el fondo de los lagos, a través del tiempo, se van acumulando materiales procedentes tanto del aire como de la tierra, que se van depositando en capas, una sobre otra, de forma que las más antiguas siempre se sitúan debajo y las más recientes arriba. En general, el destino de un lago es desaparecer como tal y convertirse en una ciénaga, por el progresivo relleno de su cubeta con estos sedimentos. El proceso puede durar miles de años, de manera que el sedimento se convierte en un registro de lo ocurrido en la cuenca del lago durante estos milenios. 43

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Puesta de sol en la costa meridional de Rapa Nui. Fotografía: Valentí Rull.

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Esto es lo que se llama un “archivo” paleoecológico, cuyo análisis detallado nos permite reconstruir el clima y los ecosistemas del pasado. Podríamos decir que las capas de sedimento son las páginas del libro donde leemos la historia climática y ecológica. En nuestro caso, las cubetas del Rano Kao y el Rano Raraku, que todavía contienen agua, se encuentran en proceso de relleno por sedimentos. Otros archivos paleoecológicos útiles son las turberas, que se forman en ambientes particulares donde la descomposición de las plantas que van muriendo es menor que su producción, lo que deriva en la acumulación progresiva de restos vegetales sin descomponer, que se ordenan exactamente igual que los sedimentos lacustres. Este es el caso de Rano Aroi. También puede ocurrir que una misma cubeta haya pasado por fases de lago y de turbera a través del tiempo, en cuyo caso estos sedimentos se encuentran superpuestos en el relleno de la cuenca. En general, los sedimentos de un lago están formados por una matriz de arcilla, arrastrada desde

la cuenca exterior hasta el lago por el agua de lluvia o las corrientes que desembocan en el mismo, en la que se encuentran una gran cantidad de restos de organismos, en forma de materia orgánica amorfa dispersa o de partículas todavía reconocibles (fósiles). Estas partículas son partes de animales y plantas que poseen caparazones u otras estructuras resistentes a la degradación, cuyas características morfológicas permiten todavía reconocer el organismo original. Afortunadamente, los fósiles de los lagos actuales provienen de especies que todavía existen, de manera que, por comparación, podemos identificarlos a partir de su correspondiente vivo. Los restos de organismos más frecuentes que se encuentran en sedimentos lacustres son membranas de polen y esporas (figura 2.15) de plantas y hongos, restos de algas unicelulares del fitoplancton (sobre todo valvas de diatomeas), caparazones de crustáceos del zooplancton, restos de diversas partes de insectos, fragmentos de carbón, etc. Estos fósiles proceden tanto de los ecosistemas terrestres que rodean 45

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la cuenca, véase el caso del polen, como de los propios ecosistemas acuáticos del lago, por ejemplo, las diatomeas. La cantidad de estos fósiles presentes en los sedimentos es variable, pero puede llegar a ser de cientos de miles por gramo. Algunos sedimentos son auténticos “hervideros” de bichos… muertos. Pero los organismos que no dejan fósiles de este tipo también nos proporcionan información. Hasta hace unas décadas, esto no era posible, pero actualmente, con el desarrollo de métodos de análisis cada vez más sofisticados, podemos reconocer moléculas características de determinadas especies (es decir, que solo están presentes en ellas), pudiendo llegar a identificarlas. Es lo que llamamos “biomarcadores”, entre los cuales se encuentra el ADN, lo más parecido a la confesión que tenemos en las paleociencias. Mediante estos fósiles orgánicos (por proceder de organismos), reconstruimos los ecosistemas del lago y sus alrededores. De las propiedades físicas y químicas de la fracción inorgánica del sedimento también obtenemos información, sobre

todo paleoclimática. Parámetros muy útiles en este sentido son, por ejemplo, la mineralogía, la tasa de sedimentación, la susceptibilidad magnética, el contenido de elementos como carbono, nitrógeno, titanio, hierro, etc., o la proporción de isótopos de estos y otros elementos importantes, como el oxígeno o el hidrógeno. Para referirnos a todos estos indicadores paleoecológicos, en general, utilizamos el término “proxi” (del inglés proxy, que significa agente o representante). Así, por ejemplo, el polen es un proxi de la vegetación y las diatomeas lo son del plancton lacustre. Un estudio que utilice diversos proxis de naturaleza variada (físicos, químicos y biológicos) es un estudio “multiproxi”. Para hurgar en el pasado utilizando en estos sedimentos, primero hay que obtener testigos de los mismos, que es mucho más fácil y menos destructivo que sacar todo el sedimento (lo cual, por otra parte, sería imposible). Estos testigos son cilindros verticales de unos pocos centímetros de diámetro que se obtienen por sondeo desde una

plataforma flotante, en el caso de un lago, o directamente en el suelo, en una turbera (figura 2.16), y que representan todo el intervalo de tiempo contenido en el registro sedimentario del lago. Para conocer este tiempo se usa el método del Carbono 14 (14C). En el caso de la Isla de Pascua, por los estudios llevados a cabo hasta la actualidad, se sabe que Rano Aroi contiene el registro sedimentario más largo, que abarca desde unos 70.000 años antes del presente (AP) hasta la actualidad, seguido por Rano Raraku y Rano Kao, que contienen lo ocurrido durante los últimos 40.000 años, más o menos. Sin embargo, estos registros podrían ser más largos, ya que los sondeos llevados a cabo hasta el momento han llegado, como máximo, a unos 14 m de profundidad de sedimento, pero debajo hay más. Combinando la física, la química y la biología de los sedimentos lacustres, podemos reconstruir cómo los ecosistemas y su entorno climático han ido cambiando a través del tiempo. Además de esto, podemos

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Figura 2.16. Plataforma de sondeo flotante en Rano Raraku (izquierda) y fija en Rano Aroi (derecha). En el caso de Aroi, los investigadores están introduciendo el cilindro vertical que extraerá los sedimentos. Fotografías: Alberto Sáez y Ana Moreno, colaboradores del autor.

reconocer en qué fases la influencia humana ha sido más decisiva y en qué forma. Por ejemplo, las partículas de carbón nos informan de las épocas de mayor intensidad o frecuencia de incendios, el polen de plantas cultivadas nos proporciona pistas

sobre las actividades agrícolas y el ADN y otros biomarcadores (como, por ejemplo, lípidos que están presentes solo en heces humanas y de ciertos animales domésticos) nos indican cuándo ha habido asentamientos humanos en la cuenca del lago y cuándo

no. Toda esta información, convenientemente coordinada con la que proporcionan la arqueología y la antropología, es una fuente inagotable de conocimiento para desentrañar la historia socioecológica de la Isla de Pascua. 47

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3. Los primeros pobladores. ¿Cuándo llegaron y de dónde procedían?

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egún la mitología rapanui, los fundadores de esta cultura llegaron a la isla por la playa de Anakena (figura 2.1) en dos canoas capitaneados por Hotu Matu’a, hijo del rey de MaraeRenga (en la isla de Hiva, situada hacia occidente), quien tuvo que dejar dicha isla, posiblemente tras perder la batalla por la sucesión de su padre. Dice la leyenda que con Hotu Matu’a iban unos 200-300 colonizadores y que llegaron a la isla con la intención

de quedarse, pues traían consigo todo lo necesario para establecerse (herramientas, comida, animales, plantas). Siguiendo la misma tradición oral, los colonizadores se establecieron al pie del Rano Raraku, desde donde se esparcieron por toda la isla y prosperaron, fundando la cultura rapanui. Estos primeros rapanui procedían de una isla más bien desértica, por lo que no estaban acostumbrados a usar la madera, que no faltaba en la isla recién descubierta, y por eso 49

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Figura 3.1. Thor Heyerdahl (1914-2002) y su balsa Kon-Tiki en plena travesía. Fotografías: NASA, Wikimedia Commons.

seguían construyendo sus casas con piedra. Como todas las historias basadas en la tradición oral, esta también tiene sus variaciones según quién la cuente, pero estos rasgos generales parecen aceptados por la mayoría. Sin embargo, ni la situación geográfica de Hiva ni la fecha de llegada a la isla se mencionan con exactitud. Desde principios del siglo pasado, investigadores como Sebastian

Englert, Katherine Routledge o Alfred Métraux intentaron deducir el lugar de procedencia a partir de los relatos de los actuales rapanui. De esta manera, se propusieron el archipiélago de las Marquesas o las Gambier (concretamente la isla de Mangareva) y la isla de Rapa (figura 1.1), pero la revolución llegó a mitad de siglo con Heyerdahl, quien se empeñó en demostrar la posibilidad de

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una colonización de la Isla de Pascua por indígenas americanos (amerindios).

Moai semienterrado en la cantera de Rano Raraku. Fotografía: Valentí Rull.

3.1. La vía americana La idea de que las islas del Pacífico podían haber sido colonizadas por culturas amerindias partió del misionero español Joaquín de Zúñiga, quien, a principios del siglo XIX, observó que los vientos y las corrientes marinas predominantes eran favorables para un viaje desde Sudamérica hasta Polinesia. Observaciones posteriores destacaron la semejanza entre rasgos culturales de Rapa Nui y de algunas culturas andinas, sobre todo de Perú y Bolivia, adhiriéndose a la hipótesis de la vía americana. Sin embargo, nadie aportaba evidencias convincentes. Las características físicas y culturales de los rapanui contemporáneos dejaban pocas dudas sobre su origen polinésico, pero Heyerdahl creía que los amerindios habían llegado mucho antes que los antiguos polinesios. Para demostrarlo, decidió probar la hipótesis de Zúñiga reproduciendo él mismo el hipotético viaje amerindio 51

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hasta Polinesia con una embarcación rudimentaria, similar a las utilizadas por las antiguas culturas amerindias, sin ningún tipo de tecnología avanzada, navegando a merced del viento y las corrientes marinas. Así nació la famosa expedición de la KonTiki, que se hizo a la mar en 1947 desde las costas peruanas. La nave, llamada Kon-Tiki en honor a un dios inca, era una balsa con una vela y la tripulación constaba de seis hombres y un loro. Al cabo de 101 días, la expedición llegó a las islas Tuamotu (figura 1.1), demostrando así que el viaje entre el Nuevo Mundo y las islas polinésicas era posible sin necesidad de ningún medio sofisticado, lo cual Heyerdahl extrapoló a la Isla de Pascua (figura 3.1). Para redondear su teoría, Heyerdahl sugirió que cuando los polinesios llegaron a la isla masacraron a los amerindios, destruyendo su cultura. Esta interpretación parecía encajar con una leyenda rapanui, según la cual existió una rebelión de los llamados “orejas cortas” o hanau momoko (que según Heyerdahl serían los polinesios) contra la clase dominante de los “orejas largas”

o hanau eepe (los amerindios), a los que terminaron por derrotar y eliminar, echándolos al fuego en una fosa cavada en el Poike (figura 2.1). Más tarde se constató que estas expresiones eran erróneas, puesto que, en rapanui, hanau eepe significa “bajo y robusto” y hanau momoko, “alto y delgado”, por lo que la historia sería muy distinta. En cualquier caso, esta batalla forma parte de la mitología popular y no sabemos hasta qué punto fue un acontecimiento histórico real. Heyerdahl llevó a cabo otra expedición en 19551956, esta vez a Rapa Nui, con la finalidad de encontrar evidencias que respaldaran sus ideas. Entre las pruebas favorables a un origen amerindio de la cultura ancestral estaban, por ejemplo, los nombres americanos de plantas como la totora que, junto con el toromiro o la calabaza de peregrino (Lagenaria siceraria), eran consideradas introducciones desde el Nuevo Mundo. También se mencionaban muchas herramientas, utensilios y construcciones, incluyendo los propios moai, que se comparaban con esculturas incas y preincas, los

petroglifos y el rongorongo, con supuestos paralelismos con algunas escrituras amerindias. Las ideas y argumentos de Heyerdahl no se tomaron muy en serio en el ámbito científico. La principal crítica que se le hacía era su falta de objetividad y rigor científico a la hora de evaluar las evidencias. Al parecer, su obsesión por demostrar la realidad de la vía americana le hacía exagerar los indicios en este sentido e ignorar las evidencias desfavorables (sus compañeros de expedición lo veían tan empecinado en su teoría que le propusieron, en broma, enterrar alguna vasija amerindia para demostrarla, lo cual no le hizo ninguna gracia a Heyerdahl). Según Flenley y Bahn, las mismas evidencias pueden interpretarse en sentido contrario, es decir, para defender la hipótesis de que los primeros colonizadores provenían de Polinesia. La validez del viaje de la Kon-Tiki como prueba de la colonización primigenia de la Isla de Pascua por los amerindios también se discute. El escritor norteamericano Paul Theroux lo expresó de forma irónica al

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Figura 3.2. Flor y tubérculo de batata, Ipomoea batatas. Fotografías: Earth100 y Llez, Wikimedia Commons.

decir que lo único que había demostrado la Kon-Tiki era que seis escandinavos de clase media eran capaces de encallar su balsa en un atolón de coral situado en medio de la nada. De una forma más académica, podemos decir que lo que demostró esta expedición fue que el viaje era posible en las condiciones de la época, pero no que se llegara a realizar. En términos legales, la evidencia de la Kon-Tiki es circunstancial. Todas estas críticas a Heyerdahl reforzaron la opción contraria de la colonización desde Polinesia, que empezó a imponerse desde principios de este siglo.

3.2. Cambio de rumbo Fue precisamente Flenley quien recopiló las evidencias necesarias para volver a la visión inicial de la 53

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Figura 3.3. Representación gráfica de las tres hipótesis existentes para explicar la llegada de la batata a la Isla de Pascua antes del contacto europeo. Ilustración: Valentí Rull.

tradición rapanui, según la cual sus orígenes hay que buscarlos en la Polinesia. El primer punto para este cambio de paradigma era el mismo que el de Zúñiga y Heyerdahl, es decir, las posibilidades de navegación en el Pacífico oriental. En primer lugar, los vientos y las corrientes que favorecen la navegación en sentido este-oeste no son permanentes, sino que varían estacionalmente. Esto, unido al fenómeno conocido como “El Niño”, que ocurre con una periodicidad de cuatro años, más o menos, hace que los vientos y las corrientes marinas se detengan o incluso se inviertan, lo que más

bien beneficiaría la navegación desde el oeste. Además, hay que tener en cuenta que los polinesios ya llevaban milenios colonizando las islas del Pacífico, en sentido oeste-este, y que eran excelentes navegantes y poseían naves muy eficientes que no solo obedecían al viento, sino que también eran movidas por remo. Por el contrario, no hay ninguna evidencia de habilidades similares por parte de los pueblos amerindios, cuyos navíos se movían habitualmente a lo largo de las costas, aunque llegaron a colonizar las islas Galápagos (figura 1.1), que se encuentran a unos 1.000 km mar adentro.

Otra evidencia importante para Flenley y Bahn lo constituyen las plantas más utilizadas por los rapanui ancestrales y sus nombres. Por un parte, a la llegada de los europeos, en la isla no había recursos básicos para los amerindios como maíz, alubias o algodón, lo cual parece raro si estos indígenas ya habían llegado a la isla. La existencia de plantas de origen americano como la totora o el tavari podría ser explicada por el transporte de sus semillas por el viento, las corrientes marinas o las aves. Con respecto a nombres amerindios de estas plantas, como el de la misma totora, estos podrían ser de adopción reciente, como consecuencia de la influencia de culturas de habla española durante los últimos siglos. Por lo que respecta al arte rapanui, los argumentos también son reversibles. Tras un concienzudo

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análisis arqueológico, casi todos los artefactos y herramientas encontrados hasta ahora en las excavaciones han podido ser identificados como de procedencia polinésica, especialmente del sector más oriental. Los moai también parecen ser de origen polinésico, por su similitud con representaciones semejantes de Mangareva e islas circundantes. Lo mismo ocurre con las figuras de los petroglifos, sobre todo el famoso hombre-pájaro, cuya presencia es habitual en Hawái o Nueva Zelanda. Flenley y Bahn también utilizan evidencias lingüísticas y de antropología física para defender el origen polinésico. Como se ha mencionado anteriormente, el rapanui es un idioma polinésico que ya se hablaba cuando los europeos llegaron a la isla y no hay ninguna evidencia de un idioma anterior. La simbología rongorongo, cuyo supuesto origen amerindio había sido defendido por Heyerdahl, es mucho más parecida a la de las Islas Salomón, situadas en Melanesia, cerca de Nueva Guinea. Especialistas como el criptógrafo alemán Thomas Barthel no dudan en calificar esta escritura

jeroglífica como de origen polinésico. Los esqueletos encontrados en las excavaciones de la Isla de Pascua también son consistentes con un origen pacífico. Las medidas biométricas de los cráneos y los patrones dentales, parámetros muy usados en antropología física para establecer relaciones de parentesco entre grupos humanos, indicaban también un origen polinésico, probablemente de los archipiélagos

Figura 3.4. Inflorescencia (izquierda) y polen (derecha) de Verbena litoralis. Fotografías: Valentí Rull y Núria Cañellas, colaboradora del autor.

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más orientales como las Marquesas o Tuamotu. Los primeros estudios genéticos de los rapanui actuales también apuntaban hacia un origen totalmente polinésico. Con todo esto, Flenley y Bahn descartaron totalmente la vía americana y reafirmaron la idea de la cultura rapanui como enteramente polinésica y proveniente de las Marquesas, después de su paso por Mangareva, que sería la isla original de Hotu Matu’a y los suyos. La conclusión de estos investigadores, en forma de sentencia, fue que “hay que aceptar que la Isla de Pascua fue colonizada solo desde Polinesia oriental”. Esta es la teoría dominante en la actualidad. Pero como suele pasar en la investigación científica, la solución no es sustituir un paradigma por otro y cerrar el caso, porque siempre surgen nuevas evidencias que cuestionan los planteamientos demasiado dogmáticos.

3.3. Viajes de ida y vuelta

Puesta de sol en el islote Motu Kau Kau. Fotografía: Olga Margalef.

En el curso de todas las discusiones anteriores, siempre hubo algunas lagunas significativas a las que

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no siempre se dio la importancia que merecían. Un ejemplo muy importante, por la repercusión que puede tener sobre el origen de la cultura rapanui, es la batata o kumara (Ipomoea batatas) (figura 3.2). Esta planta es originaria de Sudamérica, donde se domesticó hace más de 6.000 años, pero se sabe que los rapanui la consumían mucho antes de la llegada de los europeos. Incluso hay investigadores, como el arqueólogo estadounidense Grant McCall, que piensan que la batata fue un alimento fundamental que permitió el crecimiento de la población y el consiguiente esplendor de la civilización ancestral de Rapa Nui. Lo cierto es que se han encontrado restos de almidón de batata en los cálculos dentales de varios esqueletos rapanui de los siglos XIV y XV, lo cual implica que la civilización aborigen ya consumía habitualmente este tubérculo más de 300 años antes del contacto europeo. La batata no puede viajar suspendida en el aire ni flotar en el agua, por lo que su dispersión requiere de los humanos. Cómo llegó la batata a la isla antes que los

europeos es otro de los enigmas de la Isla de Pascua que todavía está en estudio. Hasta el momento, existen tres hipótesis principales (figura 3.3): 1) que los navegantes de Polinesia viajaran primero a Sudamérica y después a la Isla de Pascua, trayendo consigo la batata; 2) que fueran los mismos rapanui que, una vez establecidos en la isla, alcanzaran las costas sudamericanas; y 3) que Heyerdahl tuviera razón (en parte) y la batata fuera una herencia de los amerindios llegados a la Isla de Pascua antes que los polinesios. La primera y la segunda hipótesis introducen dos novedades interesantes: la existencia de una ruta de ida y vuelta de América desde Polinesia y el descubrimiento de América por los polinesios antes de Colón. El arqueólogo y antropólogo norteamericano Roger Green reunió una gran cantidad de razones y argumentos a favor de la primera hipótesis. Pero veamos qué dicen las evidencias. Los registros más antiguos de Ipomoea batatas en Oceanía datan del año 1000 antes de Cristo (a.C.) en las Islas Cook y del siglo XIV en las Marquesas (igual que en

Rapa Nui), lo que parece apoyar la hipótesis de un viaje de ida y vuelta de Polinesia oriental a Sudamérica, seguido por un viaje de ida a la Isla de Pascua, a través de las Marquesas (hipótesis 1). Esto se reforzó mediante análisis genéticos que demostraron que las variedades polinésicas de batata eran más próximas a las sudamericanas que a las que los europeos introdujeron en el sudeste asiático. En la misma línea están los análisis de ADN de Thorsby y colaboradores, llevados a cabo en rapanui actuales, que favorecían un contacto amerindio entre los siglos XIII y XV. El hipotético viaje de los rapanui a América (hipótesis 2), por el momento, carece de soporte empírico. Las evidencias de que los polinesios llegaron a las costas americanas antes que Colón son cada vez más convincentes. Por ejemplo, los registros históricos nos dicen que el pollo fue domesticado en Asia, se extendió por Europa y no llegó a América hasta después de Colón. Sin embargo, un equipo de investigadores australianos, liderado por Alice Storey, halló que los huesos de pollo encontrados 57

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Figura 3.5. Colonización de las islas del Pacífico central y oriental desde Taiwán. La Isla de Pascua está representada por un punto rojo. Ilustración: Valentí Rull.

en un yacimiento arqueológico de Chile eran de 1300-1400 después de Cristo (d.C.), antes de la colonización europea de América y, según los análisis genéticos llevados a cabo, procedían de Polinesia. Lo ideal sería encontrar restos humanos asociados a estos pollos que se pudieran caracterizar genéticamente como emigrantes polinesios precolombinos, lo cual ya está en proceso. La combinación de argumentos y evidencias procedentes de diversas disciplinas científicas sugieren que las incursiones polinésicas en América tuvieron lugar entre el 700 y el 1350 d.C. (es decir, entre 150 y 800 años antes de la llegada de Colón) y, si bien no produjeron ninguna perturbación aparente en las culturas amerindias, eso llevó a la incorporación de materiales y genes americanos en la cultura polinésica.

Green también había propuesto la calabaza de peregrino (Lagenaria siceraria) como evidencia adicional para el contacto precolombino entre las culturas polinésica y amerindia. Sin embargo, estudios recientes de ADN, llevados a cabo por Andrew Clarke y sus colaboradores, han señalado que, a diferencia de la batata, cuyo origen es claramente americano, la calabaza de peregrino polinésica tiene un origen dual a partir de variedades asiáticas y americanas, sin que podamos saber si se mezclaron antes o después de que Colón llegara a América. La solución definitiva pasaría por hallar y analizar restos de esta

planta en material arqueológico precolombino, como ocurrió con la batata. La tercera hipótesis, que daría parte de la razón a Heyerdahl, también es creíble, a juzgar por evidencias bastante recientes. Nuestras propias investigaciones refuerzan esta hipótesis. La verbena (Verbena litoralis) es una planta originaria de Centro y Sudamérica que actualmente se encuentra extendida por toda la isla (figura 3.4). Por sus propiedades medicinales, esta planta está asociada a ambientes humanizados y, al igual que la batata, es antropócora, es decir,

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su dispersión la llevan a cabo los humanos. El primer registro de esta planta que hemos encontrado, a través de su polen fósil, se remonta aproximadamente al año 400 a.C. y coincide con los primeros incendios registrados en la isla, lo cual sugiere la presencia de inmigrantes amerindios ya para esa época. Estos indicios necesitan ser reforzados con nuevos hallazgos similares y, sobre todo, con evidencias inequívocas de presencia humana, como por ejemplo ADN y otras moléculas exclusivamente humanas. Pero está claro que la rotunda afirmación de Flenley y Bahn sobre un origen polinésico único de la cultura rapanui se tambalea, mientras que la idea inicial de Heyerdahl (¡si levantara la cabeza!), a pesar de su poca destreza argumentativa, se ve favorecida. El hecho de que Heyerdahl no fuera capaz de defender su idea de forma apropiada ni convincente no significa que esta no pueda ser cierta o contener elementos creíbles. Utilizando de nuevo la analogía legal, un mal abogado defensor puede hacer que condenen a un inocente.

3.4. Cronología A lo largo de la discusión anterior, hemos ido apuntando algunas fechas importantes y necesarias para la comprensión del problema, pero hemos preferido dejar el tema de la cronología para tratarlo aisladamente y no complicar la situación, que ya de por sí es bastante compleja. Para los seguidores de la teoría de Flenley del origen único, que son la mayoría, la colonización de la Isla de Pascua sería la culminación de un proceso de colonización progresiva de las islas oceánicas que se inició en el continente asiático y fue progresando hacia el este, en forma de oleadas. El método del 14 C, aplicado a restos arqueológicos, ha permitido establecer las edades de estas fases de ocupación. El periplo empieza en la isla de Taiwán (por eso los arqueólogos Edmundo y Alexandra Edwards, al referirse a los polinesios, dicen que son “Made in Taiwan”) hace unos 5.000 años (hacia el año 3000 a.C.), cuando uno o más grupos de marineros taiwaneses colonizaron las Filipinas, donde se

establecieron. De estas islas salieron los que llegaron a las islas Bismark, cerca de la costa norte de Nueva Guinea (que había sido colonizada hacía ya unos 30.000 años por otras culturas), hacia el 1500 a.C. En este momento, se produjo la desconexión de la cultura original taiwanesa y se inició el desarrollo de una nueva cultura que es conocida como Lapita y es la semilla de todas las culturas polinésicas posteriores. Esta nueva cultura se expandió muy rápidamente (en unos 500 años, más o menos 20 generaciones) por los archipiélagos de la actual Polinesia oriental, llegando a Tonga y Samoa hacia el 950 a.C. Aquí hubo una pausa en el proceso de colonización que duró unos 1.000 años, tras los cuales empezó la gran expansión polinésica, que alcanzó las islas Sociedad, Tuamotu y las Marquesas (y Mangareva), entre el 600 y el 900 d.C. (figura 3.5) Desde estos archipiélagos de la Polinesia oriental, se produjo la última oleada expansiva, que fue también muy rápida y constó de tres grupos de colonización, uno que llegó a Hawái hacia el 800 d.C., otro que alcanzó la Isla de Pascua más o menos en 59

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la misma época y un tercero que colonizó Nueva Zelanda, la última isla polinésica en ser descubierta por los humanos, entre el 1200 y el 1300 d.C. Algunos autores, como Janet Wilmshurst y colaboradores, proponen fechas algo más tardías para las últimas fases, de manera que la colonización de Polinesia oriental, incluyendo la Isla de Pascua, habría tenido lugar entre el 1200 y el 1300 d.C. Este es un debate que actualmente está en pleno desarrollo. Centrándonos en Rapa Nui, las fechas de 14C más antiguas obtenidas hasta el momento en material arqueológico proceden de la playa de Anakena (figura 2.1), la única playa arenosa natural de la isla, y fluctúan entre el 1200 y el 1400 d.C. Esto fue interpretado por los arqueólogos estadounidenses Terry Hunt y Carl Lipo como evidencia de que la colonización de la isla tuvo lugar alrededor del 1200 d.C. y que los colonos polinesios (es decir, Hotu Matu’a y sus seguidores, según la tradición rapanui) llegaron por Anakena. Existen otras dataciones de 14C en material arqueológico de Poike (figura 2.1) que son anteriores

al 1200 d.C., pero la mayoría de arqueólogos las consideran dudosas. Como se suele decir, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, por lo tanto, el hecho de no haber encontrado evidencias de ocupación más antiguas no significa que esto no ocurriera. De hecho, como apuntan los Edwards, se han podido reconocer diversos basamentos de casas rapanui sumergidas bajo las aguas de Anakena, por lo que no se puede descartar que los primeros asentamientos estuvieran más allá de la costa. Como consecuencia, la fecha del 1200 d.C. se debería considerar la edad mínima de la colonización, lo cual significa que el asentamiento humano no fue posterior al 1200 d.C., pero sí que pudo haber sido anterior. Otro método indirecto pero preciso es la datación, normalmente por 14C, de sedimentos de lagos y turberas, en intervalos que exista alguna evidencia de presencia o actividad humana. John Flenley y sus colaboradores analizaron el polen fósil preservado en los sedimentos de Rano Raraku y encontraron que, a partir del

800 d.C., la vegetación de la isla había cambiado desde bosques de palmeras a praderas de gramíneas, lo que atribuyeron a una deforestación provocada por los colonizadores polinesios. Por lo tanto, para esa fecha, la isla ya estaría ocupada por humanos. Estudios posteriores situaron el inicio de la deforestación hacia el 1200 d.C., lo que concordaba con la fecha propuesta por Hunt y Lipo para la colonización de la isla. Como consecuencia, se acepta que los colonizadores polinesios llegaron a Rapa Nui entre el 800 y el 1200 d.C. Combinando esto con nuestros propios hallazgos de posible presencia amerindia desde el 400 a.C., resulta que la isla habría sido colonizada por lo menos dos veces antes de la llegada de los europeos, primero posiblemente por amerindios y después por polinesios, con más de 1.200 años de diferencia entre ambas, casi como había pronosticado Heyerdahl (solo se habría “equivocado” en la última fecha). Si esto fuera así, nos enfrentaríamos a un nuevo enigma: ¿por qué no hay restos de ninguna civilización anterior a la polinésica?

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Conos volcánicos menores formando colinas. Fotografía: Santiago Giralt.

Por ahora, solo podemos especular y seguir trabajando para encontrar evidencias que nos permitan aclarar el asunto, que es lo que estamos haciendo. Sea como fuere, por el momento, las únicas pruebas de que disponemos para contar la historia antigua (o prehistoria) de la Isla de Pascua son las correspondientes a la civilización polinésica que llegó a la isla entre los años 800 y 1200 d.C.

3.5. Síntesis En este capítulo hemos planteado dos cuestiones principales, como son la fecha de llegada y el origen geográfico de los primeros colonizadores humanos a la Isla de Pascua. Según la tradición oral rapanui, estos pioneros eran de la Polinesia oriental, pero

no se menciona ninguna fecha precisa. La posibilidad de una colonización amerindia, defendida por Heyerdahl, se apoyaba en que los patrones del viento y las corrientes marinas favorecían un viaje desde Sudamérica sin ninguna sofisticación tecnológica. Por el contrario, Flenley y Bahn, utilizando evidencias muy variadas (antropología física, lingüística, arqueología, paleoecología…), defienden un único origen polinésico (probablemente desde las Islas Marquesas, previo paso por Mangareva) para los primeros colonizadores, que habrían llegado a la Isla de Pascua hacia el año 800 d.C. y habrían iniciado la deforestación de la isla poco después. Otros investigadores, como Hunt y Lipo, están de acuerdo con esta hipótesis, pero no con la fecha

de colonización, que creen que fue más tardía, hacia el 1200 d.C. Recientemente, se han hallado nuevas pistas que hacen pensar que la cuestión puede ser más compleja que una simple polémica entre los defensores de un origen amerindio o de una colonización polinésica. El hecho de que la batata (una planta americana) fuera alimento habitual de los rapanui ya 300 años antes de la llegada de los europeos, unido al hallazgo de que en el ADN de los rapanui actuales hay indicaciones de influencia amerindia, también tres siglos antes del contacto europeo, plantea la posibilidad de que los polinesios viajaran primero a Sudamérica (con lo cual habrían descubierto América antes que Colón) y luego descubrieran la Isla de Pascua. Por otra parte, la hipótesis de Heyerdahl 61

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estaría apoyada por la constatación de que otra planta americana, la verbena, llegó a Rapa Nui hacia el año 400 a.C., al mismo tiempo que empezaron a registrarse incendios y se inició la deforestación de la isla. Así pues, en la actualidad tenemos

razones para pensar en, por lo menos, cuatro contactos entre la isla y el mundo exterior: dos amerindios (en el 400 a.C. y el siglo XIV), uno polinesio (entre el 800 y el 1200 d.C.) y el último, europeo, en el 1722 d.C. Esto nos obliga

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a replantear las investigaciones futuras ampliando el espectro de posibilidades. Lo que sí está claro es que los rapanui actuales y su acervo cultural son descendientes de la colonización polinésica que tuvo lugar entre el 800 y el 1200 d.C.

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4. La civilización perdida. De los ‘moai’ al hombrepájaro

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os primeros europeos en llegar a la isla ya se dieron cuenta de que la sociedad rapanui que encontraron en la Isla de Pascua no podía haber construido ni movido los imponentes moai, por lo que supusieron que habían existido por lo menos dos fases en la historia humana de la isla. Más de dos siglos después, William Mulloy (figura 4.1) retomó la idea y subdividió la historia cultural de Rapa Nui en tres fases: la fase de colonización y asentamiento, llamada ahu moai y representada por la construcción de los moai; la fase de colapso cultural, llamada huri moai

y caracterizada por la destrucción de estas estatuas megalíticas; y una tercera, iniciada con la llegada de los europeos, que es la fase denominada histórica. Otra subdivisión separa la fase Temprana o de asentamiento (antes del 1000 d.C.) de la Media o de expansión (del 1000 al 1500 d.C.) y sitúa la Tardía o de decadencia entre el 1500 y el 1722 d.C., justo antes de la fase histórica. Existen otras subdivisiones que asignan distintos nombres a las fases, pero que mantienen la misma estructura básica. En casi todas ellas, se acepta que la cultura de los moai se habría 63

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Figura 4.1. William Mulloy (1917-1978), uno de los investigadores más influyentes en la arqueología de la Isla de Pascua. La biblioteca del museo de la isla lleva su nombre. Fotografía: E. Ross Mulloy, Wikimedia Commons.

iniciado en el siglo XII y habría tenido su punto culminante en el XV, coincidiendo con un máximo demográfico que se conoce como la “edad de oro” de la cultura rapanui. La cultura de los moai habría terminado hacia el 1500 d.C., iniciándose un periodo de declive económico y demográfico asociado a un profundo cambio cultural que algunos consideran un auténtico colapso de la civilización rapanui, que divide su historia en dos fases bien diferenciadas: la cultura de los moai y la del hombre-pájaro. Estas dos etapas son las que se analizan en este capítulo, mientras que la histórica, que se inició con la llegada de Roggeveen en 1722, se trata en el siguiente. Pero primero veamos, a grandes rasgos, lo que sabemos de la antigua sociedad rapanui.

4.1. La sociedad rapanui antes del contacto europeo Ante la ausencia de documentos escritos (con la posible excepción de las 25 tablas de rongorongo que se han mencionado anteriormente y que, por el momento, son

indescifrables), las únicas fuentes disponibles para reconstruir la antigua sociedad rapanui, su organización y sus aspectos sociopolíticos son la tradición oral y las crónicas de los primeros visitantes europeos, en combinación con el patrimonio arqueológico existente. Como consecuencia, la organización social, la vida y las costumbres que se han podido deducir corresponden, en gran medida, a la fase final de la prehistoria rapanui, que es la mejor documentada. Por esta razón, la primera fase, la de mayor esplendor de aquella civilización, sigue siendo la más desconocida y enigmática y, como consecuencia, susceptible a especulaciones e interpretaciones de todo tipo. El paso desde la colonización polinesia de Rapa Nui hasta una sociedad más o menos floreciente parece haber sido relativamente rápido. Se estima que el máximo de población en la isla ocurrió hacia el 1500 d.C., aunque no hay acuerdo en las cifras demográficas. Los primeros exploradores, Roggeveen, Cook y el español Felipe González de Haedo, quienes llegaron a la isla entre 1722 y 1774, hablan de apenas

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unos 1.000 habitantes o menos, pero se piensa que muchos otros que no vieron, sobre todo ancianos, mujeres y niños, estaban escondidos ante la llegada de las impresionantes y desconocidas naves foráneas. El francés Jean-François Galaup, conde de La Pérouse, llegó algo más tarde, en 1786, y parece haber tenido una visión más representativa de la población rapanui, que estimó en unas 2.000 personas. Pero el mismo La Pérouse afirmaba que solo una décima parte de la isla era explotada por esta población, lo que ha llevado a suponer que la población total de la isla podría haber sido mayor, por lo menos en alguna época. Esto abrió paso a diversas estimaciones cuantitativas de la historia demográfica de la isla entre su colonización polinésica y la llegada de los europeos, que tuvo lugar entre 5 y 9 siglos después. Utilizando modelos teóricos de crecimiento exponencial, se calculó que la población rapanui podría haberse duplicado o triplicado cada generación hasta un límite, impuesto por la capacidad de carga de la isla, es decir, la disponibilidad de recursos naturales para sustentar la población.

Así, algunos han estimado que la población máxima podría haber sido de 40.000 o 50.000 habitantes, pero pocos investigadores creen que estos números hayan sido reales. Utilizando la densidad de población de islas similares, Métraux propuso un tamaño máximo de población de 3.000-4.000 habitantes, mientras que la mayoría habla de 6.000-8.000, siendo las estimaciones más optimistas de 20.000 habitantes. Los últimos modelos de crecimiento poblacional,

Figura 4.2. Distribución territorial de los clanes rapanui en la antigüedad, durante la fase de ahu moai. Ilustración: Valentí Rull.

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Moai de Ahu Nau Nau, en la playa de Anakena. Fotografía: Olga Margalef.

que utilizan las evidencias arqueológicas y antropológicas disponibles, proporcionan cifras máximas de 6.000-7.000 habitantes hacia el 1400-1500 d.C. y 2.0003.000 habitantes a la llegada de los europeos. En lo que sí parecen coincidir casi todos estos investigadores es en que la población habría crecido hasta su máximo antes de la llegada de los europeos, quienes habrían encontrado una población bastante diezmada. Los colonizadores polinesios introdujeron en la isla las prácticas y tradiciones de su cultura originaria. Vivían principalmente de la agricultura, que practicaban mediante tala y quema de la vegetación natural, la pesca y otros recursos marinos, principalmente costeros (moluscos, crustáceos, aves migratorias). Las unidades sociales básicas eran la familia

(paenga), el linaje (ivi) y el clan (mata). La familia estaba formada por los vivos, los muertos y los que todavía no habían nacido, por lo que era una idea que sobrepasaba el mundo de lo físico. Cada mata ocupaba un territorio determinado (figura 4.2) o kainga, que daba acceso a recursos costeros y también interiores, aunque los mejores terrenos (generalmente costeros) se reservaban para los mata más importantes en la jerarquía sociopolítica. Como en las otras culturas polinésicas, el concepto de propiedad de la tierra no existía, sino que eran los humanos los que pertenecían a la tierra. La sociedad rapanui era jerárquica y estaba estructurada según la organización polinésica tradicional. El jefe supremo, el ariki mau, descendía directamente de Hotu Matu’a y tenía su sede en Anakena, siendo

el depositario del máximo poder espiritual o mana, aunque no era realmente un líder político. El ariki

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mau pertenecía al clan Miru. Sus subordinados, con menor mana pero con más control político real,

eran los ariki paka, los jefes de los diversos clanes. Otras clases altas eran los sacerdotes (ivi atua), los depositarios del conocimiento ritual y artístico, y los guerreros (matato’a). Los sacerdotes eran muy poderosos y presidían las ceremonias de enterramiento y de emplazamiento de los moai. También formaba parte de sus responsabilidades la interpretación de ciertos signos de la naturaleza, sobre todo en relación con actividades de siembra, cosecha o pesca, cuya idoneidad profetizaban. También se encargaban de la custodia de las tablas rongorongo, que utilizaban para sus cantos rituales. Otros estamentos religiosos menores incluían hechiceros, curanderos, adivinos y profetas. El acceso a los recursos seguía la jerarquía social mediante una serie de restricciones (toku), también típico de las culturas

polinésicas. Por ejemplo, el acceso a determinado tipo de herramientas estaba restringido a una elite, generalmente relacionada con la talla de los moai, que vivían en un anillo de casas (hare paenga) alrededor de la cantera de Rano Raraku. Otro ejemplo es el acceso a los recursos pesqueros y los utensilios destinados a esta actividad, también reservado a una clase social determinada, con una prohibición expresa para las mujeres. La cosmología, las creencias y los dioses de toda la Polinesia oriental son comunes, pero cada isla los ha adaptado a sus peculiaridades idiosincráticas. Para estas religiones, el universo es como una esfera dividida en dos partes, la superior (Aho) es el mundo de los cielos y en él habitan los dioses de la creación, mientras que la inferior (Po) se encuentra en el fondo 67

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Figura 4.3. Moai en proceso de elaboración en la cantera de Rano Raraku. Fotografía: Valentí Rull.

de los océanos y es el mundo de los espíritus, de donde salen los humanos al nacer y van a parar después de la muerte. En medio se encuentra el Henua o Kainga, el mundo físico, la tierra donde los humanos y todas las demás criaturas de la creación nacen, viven y mueren. Las aves migratorias son consideradas sagradas porque pueden transitar entre el mundo físico y el de los espíritus. El hecho de que estas aves aniden en las islas se considera un símbolo de fertilidad. En la religión rapanui ancestral había cuatro tipos de seres sobrenaturales. Los dioses de la creación, o dioses supremos, eran los que habían generado y regían todo lo que está vivo y eran también los ancestros de los principales linajes. El más importante de estos dioses era Make Make, que engendró toda

la humanidad al aparearse con su propia hija Hina, la primera deidad femenina. La segunda categoría en importancia la ocupaban los ancestros deificados, descendientes de los anteriores y, en vida, habían sido los jefes de los clanes o linajes. Sus poderes sobrenaturales servían para cuidar de la fertilidad del mar y la tierra, así como para garantizar la prosperidad de cada linaje, por lo que eran adorados y se les hacían ofrendas para garantizar su protección y para asegurarse un sitio confortable en el Po, después de la muerte. A diferencia de los anteriores, no eran inmortales y debían ser remplazados periódicamente. Los espíritus de estos dioses residían en los moai y cada uno tenía su propio nombre, con el prefijo ariki, o jefe. Más abajo en la jerarquía se encontraban

los dioses familiares, que velaban por los recursos económicos de cada clan y lo protegían de intrusos y ladrones. Tampoco eran inmortales y había que hacerles ofrendas cotidianamente para conseguir sus favores. Finalmente,

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se encontraban los espíritus de la naturaleza o akuaku, que ya estaban en la isla antes de la llegada de los humanos, y se manifestaban principalmente a través de sueños. Tampoco eran inmortales y, en general, eran peligrosos y dañinos.

Las prácticas mortuorias, fundamentales en cualquier religión, también estaban asociadas a los ahu que, además de espacios de culto, eran también lugares de enterramiento y cremación. Durante la fase de ahu moai,

se practicaba principalmente la incineración de los cadáveres. De eso dan testimonio la escasez de esqueletos humanos de la época y los pozos que se han encontrado en la parte posterior de muchos ahu, que contienen fragmentos de huesos humanos mezclados con carbón, guijarros, pedazos de obsidiana y gran variedad de otros objetos como anzuelos, que se interpretan como ofrendas. En la fase de huri moai, por el contrario, el enterramiento era más frecuente y se llevaba a cabo en los mismos ahu, aprovechando el material producto del derribo y la destrucción para cubrir los cadáveres con acumulaciones de piedras en forma de pirámide. El cráneo de los muertos acostumbraba a conservarse por separado, sin enterrar, especialmente en el caso de miembros de altas jerarquías. 69

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4.2. La elaboración de los ‘moai’ Una vez situados en el contexto sociohistórico apropiado, es el momento de analizar los enigmas que rodean la talla, el transporte y el emplazamiento de los moai. Esta fase de la historia de la Isla de Pascua, que empezó poco después de la llegada de los polinesios a la isla, se habría extendido más o menos entre el 1200 y el 1500 d.C. Una observación muy oportuna de John Flenley es que, acostumbrados a la sociedad actual, donde la rapidez y la impaciencia son norma, se nos puede hacer difícil comprender cómo civilizaciones prehistóricas con una tecnología muy precaria podían dedicar tanto tiempo y esfuerzo a esculpir, transportar y erigir monumentos megalíticos como los moai o los menhires europeos. Aunque en el

caso de la Isla de Pascua, una isla tan pequeña y remota, se podría pensar que tampoco hay mucho más que hacer. Según La Pérouse, unos pocos días de trabajo en el campo bastarían para obtener el sustento necesario para un año y el resto del tiempo se podría dedicar a pasear, dormir o visitar la familia y los conocidos. La incapacidad de comprender situaciones como la de la prehistoria pascuense llevó al escritor danés Erich von Däniken a proponer que astronautas extraterrestres habrían entrado en contacto esporádicamente con civilizaciones prehistóricas de nuestro planeta y serían los responsables de muchas manifestaciones arqueológicas misteriosas o inexplicables, como por ejemplo los moai. Otras especulaciones no se han hecho tan famosas, pero son igualmente curiosas. Por ejemplo,

a mediados de los años noventa del siglo pasado, un arqueólogo de apellido Aguirregabiria sostuvo que los vascos habían habitado en la isla y esculpido los moai, basándose en que estas estatuas tenían rasgos físicos parecidos a los del pueblo vasco. En un libro de divulgación científica no podemos evaluar especulaciones de este tipo, que mencionamos como curiosidad, pero hay que reconocer que la segunda hipótesis, por descabellada que sea, aventaja a la primera en que las evidencias que tenemos de la existencia de los vascos son irrefutables.

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Figura 4.4. Ilustración del transporte de un moai por el método llamado “del refrigerador”, inicialmente propuesto por Pavel y puesto en práctica más tarde por Hunt y Lipo. Ilustración: F. G. Baptista, Wikimedia Commons.

Lo cierto es que la toba de Raraku, en la que están esculpidos los moai (figura 4.3), es una roca bastante blanda y, según Métraux, con la tecnología actual, un escultor sería capaz de tallar un moai en pocos días. Durante su expedición a la isla, Heyerdahl hizo la prueba con herramientas de piedra como los toki prehistóricos. Al cabo de tres días, seis hombres, sin ninguna práctica en estos menesteres, habían esculpido el perfil de una estatua de cinco metros y se calculó que, a ese ritmo, habrían tardado un año o poco más en completar la figura. Por supuesto,

los expertos rapanui ancestrales lo habrían hecho de forma más eficiente y con muchos más obreros (de forma que hubiera varios equipos trabajando a la vez), por lo que la producción de los moai actualmente existentes en Rapa Nui, e incluso bastantes más, habría sido perfectamente posible en los más o menos 300 años que duró su fabricación. Los escultores rapanui estaban muy especializados y formaban parte de una clase privilegiada, cuya destreza se transmitía de generación en generación. La pertenencia a esa clase, reservada para los descendientes

masculinos del mismo linaje, era muy valorada socialmente y los escultores eran relevados de otras tareas, de manera que los agricultores y pescadores debían proporcionarles el sustento necesario, incluyendo manjares exclusivos como langostas y otros mariscos muy apreciados. Por los abundantes restos que nos han quedado en diversas etapas de fabricación, sabemos que los moai se esculpían acostados, con la cara hacia arriba, y posteriormente eran levantados. Se empezaba por delimitar el perfil, que se iba rebajando hasta la profundidad deseada, después de lo cual se modelaba el dorso por ambos lados hasta que un bloque de roca del tamaño y la forma de la estatua quedaba aislada de la roca circundante, excepto por una delgada franja longitudinal en el dorso, que era lo último que se 71

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cortaba. Entonces se tallaban los detalles de la cabeza, brazos, etc., y se pulía antes de separarla totalmente de la roca. El siguiente paso era erguir las estatuas y terminar la espalda, antes de transportarlas. Algunos arqueólogos se han preguntado por qué los escultores no extraían primero un bloque de roca y después lo esculpían, en una posición más cómoda, o por qué ya tallaban todos los detalles antes de su transporte, arriesgándose a que se malograran o destruyeran al trasladarlos. Una vez más, esa pregunta nace de nuestra mentalidad actual, donde el trabajo en serie es habitual, sin tener en cuenta la manera de vivir y de pensar de los rapanui ancestrales, que seguramente debió de ser muy distinta. A la inversa, este razonamiento también funciona. Cuenta la arqueóloga británica Katherine Routledge que los pascuenses de principios del siglo XX ya no adoraban a los moai, pero los consideraban como algo natural en su entorno, seguramente debido a que formaban parte de su vida cotidiana, como cualquier otra piedra de la isla o las bananas. Tan arraigada estaba esta cotidianidad

que, una vez, un chico rapanui que conversaba con Routledge se sorprendió mucho cuando supo que en Gran Bretaña no había moai.

4.3. Las estatuas en marcha Tal vez el enigma que más teorías y especulaciones ha provocado es cómo los moai fueron transportados desde la cantera hasta sus destinos finales, los ahu, muchas veces situados hasta 10 km o más de distancia. Esto es todavía más sorprendente si tenemos en cuenta la actual ausencia de árboles y otras plantas que hubieran podido proporcionar la madera y la fibra necesarias para fabricar artilugios y cuerdas con los que mover las estatuas. Tampoco había animales que pudieran ser utilizados como fuerza motriz y la tecnología de la rueda tampoco era conocida. Según la tradición rapanui, los jefes y sacerdotes, mediante sus invocaciones, conseguían que los moai “caminaran” por sí mismos durante un tramo cada día y, a fuerza de repetir el procedimiento a diario, al final las estatuas llegaban a su destino. Las hipótesis que los diversos investigadores han planteado hasta

ahora intentan explicar el proceso por medios exclusivamente humanos, pero, debido a la falta de pruebas concluyentes y a la imposibilidad de viajar en el tiempo (el sueño de muchos arqueólogos y paleoecólogos, aunque no de todos), ninguna puede ser confirmada ni rebatida con propiedad. El abanico de posibilidades es grande y las propuestas existentes hasta ahora son auténticos ejercicios teóricos de ingeniería rudimentaria, siempre con el condicionante de nuestros patrones mentales, sociológicos y tecnológicos actuales. Lo primero que hacía falta para transportar los moai eran vías convenientemente acondicionadas, ya que la irregularidad de la topografía pascuense y la rugosidad del terreno no facilitan la tarea. Routledge fue la primera en identificar y cartografiar los caminos expresamente construidos para el transporte de los moai, labor que fue continuada por Heyerdahl y el geólogo Charles Love, y completada recientemente por Hunt y Lipo, utilizando imágenes de satélite. Las carreteras, todavía reconocibles, forman una red que converge en la cantera de Rano Raraku (figura 2.11). Con respecto

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al posible material necesario para el transporte (andamios, pilares, vigas, cuerdas, etc.), la idea de que la isla había estado cubierta por bosques de palmeras y otros árboles y arbustos parecía ser la solución. Así pues, una parte del misterio ya parecía resuelto, ahora faltaba conocer el método de transporte. Aquí es donde los investigadores han desatado su imaginación y muchos no se han conformado con eso, sino que han llevado a cabo experimentos in situ para comprobar sus teorías. Durante su expedición de 1955, Heyerdahl contrató 180 pascuenses para mover un moai original que se encontraba tumbado y trasladarlo hasta una plataforma de piedra cercana, lo cual consiguió en solo 18 días con la simple ayuda de troncos de árboles, cuerdas y piedras. El misterio se declaró resuelto. Se cuenta que los pascuenses asistían a la demostración con escepticismo, convencidos de que la solución era más fácil, puesto que las estatuas podían andar solas con las convenientes ceremonias de invocación. El ingeniero checo Pavel Pavel pensó que la solución podía ser más sencilla que la de Heyerdahl

y propuso el que se conoce como “método del refrigerador”, que consistía en hacer “andar” el moai con movimientos coordinados de dos equipos humanos situados a ambos lados, que tiraban del moai con cuerdas atadas a su cabeza (figura 4.4). Pavel y Heyerdahl pusieron a prueba esta hipótesis en el campo, logrando un nuevo éxito. Un anciano rapanui le contó a Heyerdahl que existía una expresión autóctona para describir el movimiento del moai que habían puesto en práctica. Era la palabra

Figura 4.5. Ahu Tongariki, con los acantilados del Poike al fondo y el islote Motu Marutiri. La proximidad al mar hace que este monumento sea especialmente sensible a cualquier evento catastrófico originado en el océano. Fotografía: Valentí Rull.

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Figura 4.6. Objetos afilados de obsidiana (mata’a) que algunos han interpretado como puntas de lanza para sustentar la teoría de un conflicto armado como una de las causas del colapso cultural de la antigua civilización rapanui constructora de moai. Fotografía cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

neke-neke, que describe, literalmente, el movimiento de un cuerpo humano sin piernas. Sin embargo, estos métodos, si bien útiles para tramos cortos, se consideraban poco practicables a mayores distancias y muy propensos a dañar el moai que, como vimos anteriormente, se transportaba una vez acabado y con todos sus detalles. Aprovechando que la hipótesis de la isla totalmente forestada ya se había popularizado, Love utilizó troncos de árboles como rodillos, logrando también mover un moai artificial de cemento durante un corto tramo en pocos minutos. Más tarde, Van Tilburg pensó que tal vez sería más fácil transportar las estatuas en posición horizontal (una idea original de Heyerdahl), utilizando una especie de trineo de madera, lo cual logró con un equipo humano notablemente mayor que en los anteriores experimentos, ya que había que arrastrar todo el peso de la estatua y vencer la resistencia debida al rozamiento con cuerdas. El inconveniente de esta técnica era que resultaba impracticable en los ahu costeros (o sea, la mayoría), ya que los obreros no tenían espacio por detrás del ahu para subir el moai

tirando de las cuerdas. El arquitecto norteamericano Vincent Lee, que había estudiado casos similares en otras localidades arqueológicas de Perú, construyó un aparato que, con solo madera y cuerdas, fue capaz de elevar un moai artificial de la misma forma que habría que hacerlo sobre un ahu cercano al mar, sobre un acantilado de Rapa Nui. Pero, como afirman Hunt y Lipo, los experimentos son solo eso y como máximo nos proporcionan soluciones posibles, no evidencias de lo ocurrido. Para que alguno de estos ingeniosos procedimientos tenga posibilidades de ser realista, tiene que ser consistente con el contexto arqueológico, que Hunt y Lipo examinaron cuidadosamente. En primer lugar, se dieron cuenta de que las numerosas estatuas que se encontraban abandonadas en las rutas de transporte mostraban claros signos de haber sido transportadas en posición vertical, por el desgaste de su base y los patrones de rotura. Por otra parte, la hipótesis del uso de rodillos de madera, muy popular para explicar el transporte de grandes bloques de piedra en otras

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Figura 4.7. Diferentes modelos demográficos para la Isla de Pascua, según los escenarios ecocida y genocida, comparados con la hipótesis de Brandt y Merico sobre un posible descenso gradual de la población. Ilustración: Valentí Rull.

culturas, parecía muy poco probable en la Isla de Pascua. La razón era que las palmeras que dominaban los bosques de la isla no están hechas de madera dura, sino de un material blando y fibroso rodeado por una corteza delgada, lo cual no habría resistido el peso de los moai. Las posibilidades ya se iban reduciendo. Hunt y Lipo observaron que las estatuas de la cantera eran

diferentes a las que ya estaban erguidas sobre los ahu en un detalle: las primeras tenían un abdomen más prominente, mientras que las segundas eran más estilizadas. La explicación que dieron estos arqueólogos es que las estatuas se construían más “barrigonas” para bajar su centro de gravedad, lo cual facilitaba el transporte impidiendo que se cayeran y, una vez en el

ahu, se les practicaba una especie de “liposucción”, dejándolas con la esbeltez requerida. Esto, unido a las consideraciones anteriores, parece indicar que, entre los mecanismos propuestos hasta ahora para el transporte de los moai, el más coherente con las evidencias disponibles sería el del refrigerador (o del neke-neke) de Pavel. Esto es todo lo que podemos decir por ahora, pero debemos estar siempre abiertos a la posibilidad de que surjan otros mecanismos que expliquen mejor las observaciones o que se descubran nuevas pistas que requirieran hipótesis diferentes.

4.4. El fin de los ‘moai’ y el colapso cultural Parece haber acuerdo en que la fase de ahu moai terminó a finales 75

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del siglo XV o principios del XVI (aunque algunos la extienden algo más, hasta el siglo XVII). Lo que no está tan claro es si esto coincidió con un colapso cultural de la civilización rapanui o no. Generalmente, se acepta que el declive de esta cultura está asociado al derribo de los moai de forma violenta, lo que se conoce como huri moai, y el inicio de conflictos sociales y guerras internas. Pero, mientras algunos investigadores sitúan estos hechos a partir del 1500 d.C., otros piensan que el huri moai no empezó hasta principios del siglo XVII, o incluso después de la llegada de los europeos, en 1722. También existe la hipótesis de que la transición no fue brusca ni violenta, sino que se produjo de forma gradual. La idea de una interrupción súbita en la construcción de los moai partió de William Thompson, quien llegó a la Isla de Pascua en 1886, como parte de una expedición norteamericana fletada para estudiar los misterios de la isla. Thompson observó que en la cantera de Raraku había diversas estatuas inacabadas en diferentes estados de elaboración (que siguen estando allí), otras ya terminadas

y en pie que nunca llegaron a salir de la cantera (también in situ hoy en día) y muchas herramientas de basalto esparcidas por la cantera, como si los escultores lo hubieran abandonado todo de repente para salir huyendo y no volver más. La cantera de donde se extraían los sombreros rojos de los moai, o pukao, se encontraba en un estado similar. En las rutas de transporte hacia los ahu también se encontraban moai terminados y enteros, como si hubieran sido abandonados durante el traslado desde la cantera. Sus ahu de destino también se hallaban en diferentes estados de preparación. Además, prácticamente todos los moai de la isla se encontraron tumbados, siempre boca abajo, y muchos rotos (decapitados), lo que fue interpretado como signo de que habían sido derribados a propósito, posiblemente con medios tecnológicos similares a los necesarios para su construcción y con la participación de numerosas personas. La posible participación de terremotos en esta destrucción se descartó por varios motivos, entre ellos, el patrón relativamente regular (y no azaroso, como sería de

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Figura 4.8. Imagen de satélite (Google Earth) de las casas ovaladas de Orongo, en la cornisa SE del Rano Kao (arriba) y d etalle de su construcción a base de losas de basalto sin cementar (abajo). Fotografía: Núria Cañellas, colaboradora del autor.

esperar en el caso de un terremoto) de los moai caídos y el hecho de que un terremoto de magnitud 6,3 ocurrido en 1987 no produjera ni el más mínimo efecto en los moai. En 1960, un tsunami destruyó el Ahu Tongariki (figura 4.5) uno de los ahu más espectaculares (y también más expuestos a la acción del mar) de la isla, pero no se tiene noticia de que ni este ni otro maremoto haya afectado otros complejos de moai. El hallazgo de unas supuestas puntas de lanza (mata’a) hechas de obsidiana (figura 4.6), bien solas o incrustadas en esqueletos, se sumaba a las evidencias que sugerían violencia en el derribo de los moai, todo lo cual se utilizó para proponer la existencia de conflictos internos en la sociedad rapanui que, eventualmente, derivaron en guerras. Sin embargo, los mata’a también se han interpretado como utensilios destinados al tatuaje, en lugar de a actividades bélicas. Otra particularidad que apuntaba en la misma dirección era el hecho de

que, coincidiendo con la caída de los moai, los rapanui empezaron a refugiarse en cuevas, como han demostrado excavaciones efectuadas en ellas. Todo esto, unido a la tradición oral rapanui, que habla de enfrentamientos violentos, como por ejemplo el comentado anteriormente entre los mal llamados “orejas cortas” y los “orejas largas”, incluso canibalismo, parece delinear un panorama de inestabilidad social y guerras internas. Algunos han querido ver en ello enfrentamientos entre clases, concretamente, la sublevación de las clases más bajas contra los estamentos superiores, mientras que otros, capitaneados por Flenley y sus colaboradores, piensan que los conflictos fueron el fruto de la escasez de recursos y el hambre. Ya Mulloy había sugerido que el colapso cultural podría haber estado asociado a un colapso ecológico debido a la eliminación de hipotéticos bosques que proporcionaban la materia prima para mover los moai. Mulloy 77

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Figura 4.9. Vista de los islotes Motu Kau Kau (en forma de aguja), Motu Nui (el mayor y más alejado) y Motu Iti. Obsérvese la presencia de petroglifos en las rocas de la izquierda. Fotografía: Valentí Rull.

carecía de pruebas para demostrar su hipótesis, que encontró soporte en los análisis de polen fósil de Flenley y sus colaboradores, que indicaban la deforestación general de la isla, iniciada hacia el 800 d.C., coincidiendo con la llegada de los polinesios. El ecocidio no se habría limitado a los bosques, pues un cambio ecológico de tal calibre debería haber tenido consecuencias ecológicas más amplias sobre el resto de la flora y la fauna terrestres de la isla. Flenley y Bahn hacen hincapié en que también hay evidencias de escasez de recursos costeros y marinos,

posiblemente por sobreexplotación. El polifacético investigador y escritor estadounidense Jared Diamond utilizó estos hallazgos para convertir la Isla de Pascua en un icono global de las posibles consecuencias de la sobreexplotación de los recursos naturales. En su famoso libro titulado Collapse, Diamond intenta ilustrar el espíritu humano imaginando el individuo que cortó el último árbol sabiendo que era el último y aprovecha esta imagen simbólica para afirmar que nuestra codicia no tiene límites y nuestro egoísmo parece estar grabado en nuestros genes. Sigue

diciendo que, en nuestra especie, el egoísmo lleva a la supervivencia, mientras que el altruismo conduce a la muerte, pero en un ecosistema con recursos limitados lo que consigue nuestro egoísmo es el crecimiento incontrolado de la población que deriva en un colapso y, finalmente, en la extinción. Aunque la idea del ecocidio, es decir, del colapso cultural como consecuencia de un colapso ecológico, es la más popular actualmente, sobre todo gracias a libros como el de Diamond y a la popularización de esta historia por los medios de comunicación y demás vehículos de divulgación, no todos los investigadores son de la misma opinión. Por ejemplo, Hunt y Lipo creen que la civilización rapanui se mantuvo más o menos saludable hasta la llegada de los europeos y fue a partir de ese

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Figura 4.10. Imagen de Google Earth de la trayectoria que debían realizar los participantes en el concurso del hombrepájaro, desde la villa de Orongo hasta el islote Motu Nui. Ilustración: Valentí Rull.

momento cuando empezó su declive. En primer lugar, la llegada de los europeos habría producido cambios en las costumbres de los indígenas, incluso el abandono de algunas de las tradiciones, como por ejemplo el culto a los moai. También hubo algunos enfrentamientos que están documentados por escrito, donde los rapanui siempre salían perdiendo. Además, los europeos introdujeron enfermedades venéreas y epidémicas desconocidas hasta el momento en Rapa Nui que causaron estragos. Hay muchos relatos históricos donde se puede apreciar que las sucesivas visitas desde Europa se realizaban desde una posición de superioridad, utilizando a los rapanui para menesteres como diversión o servicio, lo cual seguramente fue minando la cultura ancestral de los nativos. Finalmente, también se introdujo la práctica del esclavismo,

que diezmó significativamente la población local. Todo esto contribuyó a la destrucción de la cultura y las tradiciones rapanui, que autores como Hunt, Lipo y otros consideran un genocidio. Los defensores del ecocidio argumentan que, a la llegada de los europeos, la cultura polinésica de la isla ya estaba deteriorada y había perdido su antiguo esplendor, a lo que los partidarios del genocidio responden que hay evidencias de que no era así. Mencionan, por ejemplo, que la expedición de Roggeveen, en 1722, encontró una isla fértil con una sociedad próspera, mientras

que unos 50 años más tarde, a la llegada de Cook, la Isla de Pascua era una isla inhóspita y la población se encontraba en un estado muy precario. La arqueóloga hawaiana Mara Mulrooney llevó a cabo una revisión exhaustiva de las dataciones de 14C existentes en la isla, relacionadas con sitios arqueológicos, y no encontró evidencias de ningún cambio brusco en la ocupación ni en el uso de la tierra por la civilización rapanui antes del contacto europeo. Muy recientemente, los ecólogos teóricos Gunnar Brandt y Agostino Merico han desarrollado un modelo demográfico (figura 4.7) que 79

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Figura 4.11. Ejemplo de petroglifo representando el hombre-pájaro con un huevo de manutara en la mano. Esta pieza, de unos 40 cm, fue hallada por K. Routledge en 1914 y actualmente se encuentra en el Museo Británico. Fotografía: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

sugiere un descenso lento y gradual de la población rapanui entre los siglos XIV y XVIII, que interpretan como signo de que no hubo ningún colapso cultural previo a la llegada de los europeos.

4.5. Orongo y el culto del hombre-pájaro Fuera o no consecuencia de un colapso cultural, lo cierto es que hubo un cambio significativo en la organización, las costumbres

y las prácticas ceremoniales de los rapanui. El culto a los moai representaba un nexo entre la vida y la muerte o, mejor dicho, la vida después de la muerte. Los jefes de los clanes representados en los moai tenían el poder y la misión de seguir velando por su gente más allá de su muerte física, esta vez garantizando la fertilidad del mar y la tierra y protegiendo a los vivos de enemigos y enfermedades. Cuando este culto ancestral terminó, fue sustituido por el culto al hombre-pájaro (tangata manu), que era menos sobrenatural y estaba más centrado en la elección del representante del creador supremo en la tierra mediante una competición de fuerza y resistencia. Según Edmundo y Alexandra Edwards, este cambio significó una forma distinta de elegir la autoridad política y religiosa, pero la sociedad y sus patrones jerárquicos se mantuvieron invariables. Al parecer, en la Isla de Pascua había existido tradicionalmente una rivalidad entre los clanes del sector oriental (Hotu Iti) y los de la parte occidental (Tu’u). Durante la fase de ahu moai, el centro de gravedad social y cultural era el oriental,

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donde se encontraban Anakena, la sede del clan Miru, descendiente directo de Hotu Matu’a, y Rano Raraku, la cantera de los moai. Pero el fin de los moai, ya fuera catastrófico o gradual, coincidió con un cambio de polaridad hacia el oeste, concretamente Rano Kao y sus alrededores. Algunos interpretan este cambio como el resultado de las guerras entre los clanes del este y los del oeste, con victoria final de estos últimos. Lo cierto es que las altas jerarquías de la sociedad anterior desaparecieron y el control pasó a manos de los líderes guerreros (matato’a), lo que, para muchos, refuerza la idea de luchas entre clases sociales. También cambió el culto a los muertos, que empezaron a ser enterrados en lugar de incinerados. La religión se volvió eminentemente monoteísta, venerando al creador Make-Make y relegando a los ancestros deificados representados en los moai. Para ser el jefe supremo de la isla ya no hacía falta ser descendiente directo de Hotu Matu’a, sino vencer en una competición atlética que se celebraba anualmente. Esto, junto con el abandono del culto a los ancestros

(materializados en los moai), representa un cambio radical desde una sociedad basada en la tradición y la permanencia hasta otra que venera más bien cualidades físicas que, por su transitoriedad, requieren juventud y renovación constante. La sede de esta nueva sociedad era Orongo, un poblado situado en la cresta del cono volcánico de Rano Kao, uno de los parajes más espectaculares de la isla. Orongo estaba formado por unas 50 casas de piedra ovales (figura 4.8), en forma de canoa invertida, y allí tenía lugar cada año la competición, una especie de juicio divino, para elegir el nuevo hombre-pájaro, el representante de Make-Make en la Tierra, que sería el jefe supremo de la isla durante el año siguiente. Este torneo se llevaba a cabo en septiembre y está bien documentado, ya que fue observado y descrito repetidas veces por visitantes foráneos. Se competía por clanes y el candidato de cada clan era un señor de la guerra cuyos méritos eran bélicos más que aristocráticos. Sin embargo, el candidato no participaba directamente, sino que tenía un

representante, un joven atlético y bien preparado (el hopu manu) para la contienda en cuestión. El desafortunado representante debía descender por las empinadas paredes del Kao hasta llegar al mar, donde tenía que nadar unos dos km por aguas con fuertes corrientes e infestadas de tiburones hasta un islote (Motu Nui) (figuras 4.9 y 4.10), donde anidaba la gaviota monja o manutara (Onychoprion fuscatus) (figura 2.8) a su paso por la Isla de Pascua durante su migración estacional. Se trataba de robarle a la madre gaviota el primer huevo moteado, colocarlo en una banda que cada participante llevaba a propósito en la cabeza y volver con el huevo intacto, después de nadar de vuelta y subir de nuevo por los acantilados hasta Orongo. El jefe del atleta que lograba la hazaña, o el primero que llegaba con el objetivo cumplido, era entonces proclamado el hombrepájaro (tangata manu) sagrado del año. Pero su reinado era, en realidad, un poco sacrificado. El hombre-pájaro era tan sagrado que no podía ser tocado ni expuesto a la luz (lo cual podía disminuir 81

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Moai de Ahu Tongariki, cerca de Rano Raraku. Fotografía: Valentí Rull.

sus poderes), por lo que vivía en reclusión y casi sin contacto con nadie, en una pequeña cabaña al pie de Rano Raraku hasta el año

siguiente. Antes de su reclusión, era rapado y depilado de cejas y pestañas y, durante su encierro, el tangata manu no podía lavarse

ni cortarse las uñas. En estas condiciones, el hombre-pájaro tenía acceso al mundo de los espíritus (Po) y podía hacer de intermediario

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entre este y el mundo terrenal. El huevo que había traído el hopu manu ganador, al que se atribuían poderes mágicos y la capacidad de asegurar una buena provisión de alimentos, se dejaba colgado hasta el año siguiente, que se enterraba o se tiraba al mar. Orongo es uno de lugares de la isla con más petroglifos, casi 1.300, en los que el hombre-pájaro, muchas veces con huevo incluido, es el principal motivo (figura 4.11). El inicio del culto del hombre-pájaro no se conoce con certeza. Routledge recopiló una lista de 86 hombrespájaro que termina en 1866, o sea que en 1780 ya se celebraba. La arqueóloga norteamericana Georgia Lee cree que su inicio fue alrededor del 1550 d.C., pero no aporta evidencias para tal afirmación. El poblado de Orongo fue fundado entre el 1602 y el 1638 d.C., pero eso no significa que el culto empezara en esas fechas. Lo que sí sabemos, por datos históricos, es que fue prohibido en 1862 por los misioneros cristianos, pero la competición continuó hasta 1879, aunque ya como prueba puramente deportiva.

4.6. Síntesis La historia de la civilización rapanui en aislamiento, es decir, desde su llegada a la isla hasta que esta fue “descubierta” por los europeos, se caracteriza por la existencia de un cambio cultural importante que determinó la existencia de dos fases. La primera, conocida como ahu moai, se caracterizó por el culto a estas estatuas megalíticas, como representación de los ancestros deificados, protectores de los rapanui, sus vidas y su cultura. Por lo que respecta al transporte de los moai desde la cantera hasta su emplazamiento en los ahu correspondientes, no existe ninguna forma de probar cuál de los mecanismos propuestos hasta ahora (u otros que ni se han imaginado) fueron los utilizados. En este caso, todo siguen siendo especulaciones y solo el túnel del tiempo podría aclarar el misterio. Los moai dejaron de fabricarse, transportarse y erigirse hacia el 1500 d.C., debido, según algunos, a conflictos y guerras internas que causaron un colapso social y la correspondiente decadencia cultural. Esta segunda

fase, caracterizada por el derribo de los moai, se conoce como huri moai y se habría extendido hasta la llegada de los europeos. Otra hipótesis es que, aunque los moai se dejaran de construir en el 1500 d.C., siguieron más o menos presentes en la cultura rapanui hasta la llegada de los europeos y la fase de huri moai habría tenido lugar durante el siglo XVIII. También hay quien piensa que los moai no fueron derribados de forma rápida y violenta, sino que, a causa de su abandono por parte de la sociedad rapanui, fueron destruyéndose paulatinamente, con o sin ayuda humana. Tampoco en este caso disponemos todavía de las evidencias adecuadas para resolver el enigma sin la posibilidad de viajar en el tiempo. Lo que es seguro es que, en algún momento sin precisar posterior al 1500 d.C., la cultura rapanui sufrió un cambio importante. El centro de gravedad cultural de la isla se trasladó de Raraku al poblado de Orongo, en el Kao, la religión se volvió monoteísta y las prácticas funerarias cambiaron sustancialmente. El caudillo insular ya no era un descendiente directo de Hotu Matu’a que reinaba 83

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indefinidamente, sino que la máxima autoridad de la isla se elegía cada año mediante el torneo del hombrepájaro, en el que participaban los jefes de todos los clanes. Cada uno de estos jefes elegía un representante joven y atlético que debía nadar hasta el islote de Motu Nui, situado a dos km de la isla, y ser el primero en volver por la misma vía con un huevo intacto de gaviota monje, de los primeros de la temporada. La

primera noticia histórica que se tiene de la realización de este torneo se remonta a 1780, de manera que el cambio cultural debió de producirse entre el 1500 y el 1780 d.C. El concurso del hombre-pájaro dejó de celebrarse, como ceremonia políticoreligiosa, en 1862 y, como prueba atlética, en 1878. Las evidencias de que disponemos actualmente no son concluyentes en ningún sentido. Como podemos apreciar, el periodo

Referencias bibliográficas Brandt, G. y Merico, A. (2015): “The slow demise of Easter Island: insights from a model investigation”, Frontiers in Ecology and Evolution, 3 (13), doi: 10.3389/fevo.2015.00013. Edwards, E. y Edwards, A. (2013): When the universe was an island. Exploring the cultural and spiritual cosmos of ancent Rapa Nui, Hanga Roa Press, Hanga Roa. Flenley, J. y Bahn, P. (2003): The enigmas of Easter island. Island on the edge, Oxford University Press, Oxford. Heyerdahl, T. (1989): Easter Island. The mystery solved, Random House, Nueva York. Heyerdahl, T. y Ferdon, E. (1961-1965): Reports of the Norwegian archaeological expedition to Easter Island and the East Pacific, Allen & Unwin, Londres. Hunt, T. y Lipo, C. (2011): The statues that walked, Free Press, Nueva York.

entre la colonización polinésica de la isla y la llegada de los europeos sigue siendo la fase más enigmática. Todo lo que se sabe, en términos de la vida y la cultura de los rapanui ancestrales, se ha deducido de las evidencias arqueológicas disponibles, todavía insuficientes para construir teorías sólidas, y los relatos de los primeros exploradores europeos, que solo llegaron a conocer las últimas fases de la civilización “perdida” de Rapa Nui.

McCall, G. (1980): Rapanui. Tradition and survival on Easter Island, University Press of Hawaii, Honolulu. — (2009): “Easter Island”, en R. G. Gillespie y D. A. Clague (eds.), Encyclopedia of islands, University of California Press, Berkeley, pp. 244-251. McLaughlin, S. (2007): The complete guide to Easter island, Easter island Foundation, Los Osos. Mulloy, W. (1979): “A preliminary culture-historical research model for Easter Island”, en G. Echevarría y P. Arana (eds.), Las islas oceánicas de Chile, Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile, Santiago, pp. 105-151. Routledge, K. (1919): The mystery of Easter Island. The story of an expedition, Sifton, Praed & Co., Londres. Van Tilburg, J. A. (1994): Easter Island: Archaeology, ecology and culture, British Museum Press, Londres.

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5. El contacto europeo. El fin del aislamiento y sus consecuencias

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espués de los 500 (si hacemos caso a Hunt y Lipo) o casi 1.000 (si hacemos caso a Flenley y Bahn) años de aislamiento, llegó el contacto con el mundo exterior y, con él, el golpe de gracia que acabó definitivamente con la civilización ancestral de la isla. La historia de esta degeneración está bien documentada en los relatos históricos. Desde el redescubrimiento europeo hasta finales del siglo XVIII, las visitas a la isla fueron esporádicas y nos han proporcionado los primeros documentos escritos de la vida y las costumbres de los rapanui en su estado “original”. Estas expediciones

provenían de Holanda, España, Inglaterra y Francia. Posteriormente, durante el siglo XIX, la isla ya empezó a formar parte de rutas comerciales, lo cual precipitó la aculturación de sus habitantes y el genocidio, que acabó la cultura rapanui ancestral. Inmediatamente, una serie de empresarios oportunistas se hicieron con la isla y la convirtieron en su rancho particular, situación que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. Durante todo este tiempo, los nativos rapanui siguieron siendo maltratados y sometidos. A partir de la década de 1950, el Gobierno 85

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Figura 5.1. Trayecto de Jacob Roggeveen, al mando de las naves Arend, Tienhoven y Afrikaansche, con una tripulación de 223 marineros, que cruzó el Pacífico entre febrero y julio de 1722. Se indican las fechas (día/mes) de algunas de las paradas principales. Ilustración: Valentí Rull.

chileno tomó el control de la situación y se inició la modernización de la isla, no sin contratiempos, pero la restitución de los derechos materiales, culturales y políticos del pueblo rapanui sigue siendo un asunto pendiente.

5.1. Los primeros encuentros Ya hemos comentado que los primeros en llegar fueron el explorador holandés Jacob Roggeveen y sus hombres (figura 5.1), quienes le dieron el nombre, digamos, occidental a la isla. La cosa ya empezó mal porque, nada más

llegar, hubo una docena de muertos y varios heridos, todos indígenas, por armas de fuego. La causa fue que los nativos se encapricharon de los sombreros y las vestimentas de los visitantes y trataban de obtenerlos a toda costa. En una de estas escaramuzas, los rapanui trataban de hacerse con las chaquetas de los soldados holandeses, que se resistían. Esto degeneró en hostilidades, un grupo de nativos amenazó a los soldados con piedras y estos abrieron fuego sobre la multitud. Según las crónicas de Carl Behrens, uno de los miembros de la tripulación de Roggeveen, los rapanui todavía adoraban a los moai, para lo que

utilizaban el fuego con profusión. La madera para quemar la extraían, probablemente, de bosques que se podían observar en la lejanía, ya que en los alrededores de Anakena, donde estos holandeses atracaron, no había señales de árboles. También observaron que el suelo era fértil y había, por lo menos, tres tipos de cultivos: batata, plátanos y caña de azúcar. La batata era el más abundante y el alimento básico de los isleños. La pesca parecía ser menos importante y los botes son descritos como rudimentarios, por lo que los rapanui de entonces no parecían ser una cultura muy marítima. Medio siglo después de los holandeses, en 1770, llegaron los españoles, capitaneados por González de Haedo, quien se apresuró a reclamar la isla para el rey Carlos III y hasta le puso un nuevo

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Figura 5.2. El famoso explorador y cartógrafo británico James Cook y sus tres viajes al océano Pacífico, llevados a cabo en 1768-1771 (rojo), 1772-1775 (verde) y 1776-1779 (azul). Cook pasó por la Isla de Pascua (círculo amarillo) en su segundo viaje. Fotografía: N. Dance-Holland. Mapa: J. Platek, Wikimedia Commons.

nombre: San Carlos. Ningún otro barco de la marina española volvió a la isla, de manera que nada de esto tuvo efecto. González se fijó en los moai y se maravilló de cómo esa cultura, con sus medios, había sido capaz de erigir tales megalitos. Declaró que queda mucho por hacer para entenderlo, algo que hoy en día sigue siendo válido. Esta expedición confirmó muchas de las observaciones previas de los holandeses, a las que añadieron algunas como la presencia de algunas plantas (por ejemplo, la totora, que se

usaba para la construcción de botes), de pollos, y el hecho de que los moai eran monolíticos, es decir, estaban construidos con una sola piedra cada uno, en lugar de por diversas piedras cementadas con tierra, como habían explicado los holandeses. La expedición española también observó que los habitantes de la Isla de Pascua tenían su propia lengua hablada y escrita, por lo que algunos suponen que vieron los jeroglíficos rongorongo. Poco después, en 1774, llegó James Cook (figura 5.2);

desembarcó en Hanga Roa, en la bahía que hoy lleva su nombre, pero enfermó y no pudo explorar la isla, mandando una pequeña comisión en su lugar. El tema de los sombreros volvió a surgir, pero esta vez magnificado, ya que Cook comenta que los isleños eran “expertos ladrones” que sustraían cualquier cosa que les pareciera de interés, incluyendo lo que había en los bolsillos. Cook y su tripulación pararon en la isla para proveerse de agua, comida y madera, algo que no consiguieron, puesto que, 87

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Figura 5.3. Primeros dibujos de un hombre (izquierda) y una mujer (derecha) rapanui, confeccionados por Hodges, durante la expedición dirigida por el capitán Cook. Ilustraciones: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

en sus propias palabras: “Ninguna nación necesita disputar el honor del descubrimiento de esta isla, pues no puede haber un lugar menos conveniente que este para atracar. Aquí no hay ningún lugar de anclaje seguro, ni madera para hacer fuego ni agua dulce para llevar a bordo. La naturaleza ha sido excesivamente ahorrativa en sus favores a este lugar”. Al parecer, Cook y sus hombres arribaban a la isla con grandes expectativas, por los informes anteriores de holandeses y españoles, pero se encontraron

con una situación completamente diferente. Esta expedición fue la primera en notar que muchos moai habían sido derribados, algunos de ellos incluso rotos y ya no observó las ceremonias que describían los holandeses, llegando a la conclusión de que los rapanui ya no adoraban estos ídolos y que los ahu y sus moai eran vestigios prehistóricos de tiempos mejores, que ya solo se usaban como sitios de enterramiento de ciertas tribus o familias. El único cultivo que subsistía era el de la batata. También describen por primera vez la existencia de armas, como garrotes y lanzas. Esta gran diferencia con lo observado por Roggeveen, tanto en el significado de los moai como en la existencia de madera (necesaria para los numerosos fuegos que describen los holandeses), ha llevado a pensar a algunos que el colapso cultural podría haber tenido lugar entre ambas expediciones, incluso entre la expedición española y la de Cook, a las que separaban solo cuatro años. Cook también se preguntó cómo los lugareños habían podido levantar estas grandes estatuas de piedra y avanzó la hipótesis de

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izar progresivamente el megalito, colocando piedras debajo para afianzarlo, exactamente lo mismo que hizo Heyerdahl dos siglos más

tarde en su famoso experimento. Las primeras ilustraciones de los pobladores rapanui corresponden a este viaje (figura 5.3).

Figura 5.4. Ilustración de la expedición de La Pérouse que refleja un ambiente de cordialidad entre los navegantes y los indígenas rapanui. Ilustración: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

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Figura 5.5. Ilustración correspondiente al viaje de La Pérouse a la Isla de Pascua, donde se observa que, mientras las mujeres rapanui flirtean con los marineros, los isleños se hacen con sus sombreros. Ilustración: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

La Pérouse, en sus extensas exploraciones por el Pacífico, pasó por la Isla de Pascua en 1786 y, a pesar de haber estado en ella solo 11 horas (también en busca de provisiones), hay una bahía que lleva su nombre. Esto no se debe a que esta expedición atracara allí, ya que lo hizo también en Hanga Roa (o Bahía de Cook). Había pasado más de una década y la situación estaba en el mismo punto que había descrito Cook, aunque se

notaba alguna mejora en el estado de nutrición y el aspecto personal de los isleños, que ya no iban armados (figura 5.4). La pasión de los rapanui por los objetos de los visitantes foráneos fue una constante en todas las expediciones que iban llegando. Los sombreros parecían ser especialmente apetecibles (los preferían, por ejemplo, a los cuchillos, que para ellos eran desconocidos) y se llegaba al extremo de sustraerlos

a los despistados o, como cuenta La Pérouse, utilizar el atractivo femenino como distracción para obtenerlos (figura 5.5). Esta expedición hizo la primera descripción detallada de los diferentes tipos de casas, llevada a cabo por el ingeniero de a bordo, M. Bernizet. También hicieron el primer intento de introducir especies foráneas en la isla, como por ejemplo el maíz y diversos árboles frutales, así como algunos animales domésticos (cabras, cerdos y ovejas). Ninguna expedición posterior menciona la continuidad de estas plantas y animales, por lo que hay que suponer que no tuvieron mucho éxito. Según Heyerdahl, La Pérouse fue el primero en avanzar la hipótesis de que la isla estuvo anteriormente cubierta de bosques y ocupada por una civilización

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Figura 5.6. Ilustración de Choris que reproduce la escena del intento de Kotzebue y su tripulación por tomar tierra en la Isla de Pascua ante la oposición de los isleños. Ilustración: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

floreciente, que desapareció cuando el bosque fue destruido.

5.2. El genocidio Las expediciones del siglo XVIII habían tenido como objetivo la exploración de la isla o el avituallamiento en medio de un largo viaje a través del Pacífico, pero a partir del siglo XIX empezaron las hostilidades premeditadas. En 1805, tuvo lugar la primera visita con intenciones manifiestamente agresivas y violentas, que fue comandada por el norteamericano J. Croker, partiendo de Chile, con la intención de capturar esclavos para trabajar en una colonia de cazadores de focas en la costa chilena. Crocker capturó 12 hombres y 10 mujeres, pero, después de tres días de navegación, los hombres

escaparon nadando de vuelta hacia la isla, aunque, según las crónicas, se ahogaron. No es raro que algunas expediciones posteriores ni siquiera pudieran atracar en la isla, debido a la hostilidad de los pascuenses. Por ejemplo, una expedición rusa de 1816 cuyo objeto era estudiar los moai, capitaneada por Otto von Kotzebue, quien ignoraba lo

sucedido en la visita de Crocker, fue recibida con una lluvia de piedras y tuvo que escapar (figura 5.6). Aunque no rodearon completamente la isla, no observaron ningún moai en pie, ni siquiera los cuatro que una expedición rusa anterior (1804) había documentado en Hanga Roa. Algo más tarde, en la década de 1820, llegaron los balleneros 91

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Figura 5.7. Koreto, con sus dos hijas Caroline y Harriette, recibe una expedición francesa como “reina” de la isla, poco después de la muerte de Bonnier. Ilustración: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

en busca de agua y mujeres, iniciándose el contagio de los rapanui con enfermedades foráneas, principalmente venéreas. Dicen las crónicas que, en 1822, uno de estos barcos, de origen norteamericano, capturó 10 mujeres rapanui que al día siguiente fueron lanzadas al mar. Mientras volvían a la isla nadando, uno de los oficiales les disparaba, por simple diversión. Pero lo peor estaba por llegar.

En 1862 llegaron a Rapa Nui ocho barcos procedentes del Perú, con la intención de capturar esclavos. La esclavitud había sido abolida en Perú en 1854, pero fue reinstaurada en 1862 por razones económicas. Los cazadores de esclavos desembarcaron fuertemente armados y esparcieron por el suelo objetos como collares, espejos y otros similares con la intención de atraer a los isleños. Una vez estos se

acercaron y empezaron a examinar esos “presentes”, los marineros cayeron sobre ellos capturando unos 200, incluyendo al rey Kaimoko y sus hijos, así como la mayoría de personajes importantes de la isla. Otros consiguieron escapar o fueron asesinados. Hubo expediciones posteriores y se llegaron a capturar más de 1.400 rapanui, que representaba aproximadamente la tercera parte de la población de la isla. Una vez en Perú, los esclavos fueron vendidos como sirvientes particulares o para trabajar en diversas plantaciones. Los malos tratos, la mala alimentación y la ausencia de cuidados médicos acabaron con muchos de los esclavos pascuenses. La opinión pública, tanto de Perú como de otros países, incluyendo muchos de Europa, estaba abiertamente en contra de esta práctica y hubo

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campañas de prensa y protestas oficiales como las de Francia o del arzobispo de Tahití. El Gobierno peruano, viendo que la imagen del país se estaba deteriorando a nivel internacional, decidió prohibir la importación de esclavos polinesios y repatriar a Rapa Nui los esclavos que quedaban en Perú, entre los cuales ya no estaba Kaimoko, que había muerto. El remedio fue peor que la enfermedad. En un barco con capacidad para 160 pasajeros se embarcaron 470 rapanui, la mayoría de los cuales fue muriendo durante el viaje de viruela y disentería. A la isla solo llegaron 15 con vida; llevaban consigo estas enfermedades y causaron estragos en la población indígena, sin inmunidad natural para las mismas, hasta entonces desconocidas en la isla. La población se redujo a unos 100 habitantes, los cultivos fueron abandonados y se instaló la hambruna. El genocidio se había completado. A partir de este momento, la cultura rapanui ancestral ya no se recuperaría y sus herederos transitarían por la historia como una minoría sometida a los intereses de la civilización occidental.

5.3. La aculturación Dos años después del desastre, llegó a la Isla de Pascua, procedente de Tahití, el misionero francés Eugène Eyraud, miembro laico de la Congregación del Sagrado Corazón, con sede en Bélgica. El mandato del hermano Eyraud era instalarse en la isla, fundar una misión y convertir a sus habitantes al cristianismo. Los pascuenses vivían precariamente, con el pollo y la batata como principales

Figura 5.8. Cocoteros plantados detrás de la playa de Anakena, con los moai de Ahu Nau Nau al fondo. Fotografía: Núria Cañellas, colaboradora del autor.

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Figura 5.9. Ejemplos de estatuas rituales (moai kavakava) talladas en madera. Fotografía: cortesía de A. Altman y S. McLaughlin.

y casi únicos sustentos, pasando la mayor parte del tiempo escondidos en cuevas y permanentemente alerta ante posibles robos y allanamientos. Ante los visitantes foráneos, se mostraban amenazantes, blandiendo lanzas de afiladas puntas de piedra. Eyraud calcula que había más de un millar de habitantes que vivían en completa anarquía, sin autoridades ni reglas. Las escaramuzas y los robos eran constantes. Los moai ya no despertaban el más mínimo interés en los isleños (después de lo que les había ocurrido recientemente, era como para perder toda confianza en sus supuestos poderes). Eyraud vivió solo durante nueve meses en ese

ambiente, hasta que tuvo que escapar de la isla. En esos tiempos, todavía se celebraba el ritual del hombrepájaro, pero con algunas diferencias: la más importante de ellas era que el ganador y sus seguidores descendían en tromba de Rano Kao, entraban en las casas y arrasaban con todo, principalmente comida. Prevenido de esa práctica, Eyraud se había alejado de las proximidades del Kao, pero fue encontrado y arrastrado hasta su casa, que fue saqueada y quemada. El misionero fue rescatado de la isla por una goleta que pasó por allí, en 1864. Pero no se rindió y volvió al cabo de un año, esta vez con un equipo formado por otro hermano, dos sacerdotes de la misma congregación y tres nativos de Mangareva. Esta vez, su estancia duró cinco años, durante los cuales levantaron casas y un par de iglesias e introdujeron una gran variedad de plantas comestibles y animales domésticos. También lograron comunicarse con los nativos, que les transmitieron sus creencias y tradiciones, incluyendo lo que la tradición oral contaba de sus antepasados. Esta pequeña misión inició la occidentalización

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y cristianización, es decir, la aculturación de la población insular, que no dejó de seguir muriendo debido a las enfermedades contagiosas introducidas desde fuera, sobre todo la viruela. El propio hermano Eyraud murió de tuberculosis. Sin embargo, los misioneros habían llegado principalmente para enseñar, no para aprender, y, además de las prácticas religiosas, modificaron las costumbres e incluso la lengua, introduciendo elementos europeos propios y otros importados de Mangareva a través de sus ayudantes. En 1868, todos los nativos, que para el momento eran unos 900, ya habían sido convertidos al cristianismo y bautizados en la fe católica.

5.4. Un rancho llamado Isla de Pascua El capitán del barco que llevó al hermano Eyraud a Rapa Nui por segunda vez, el francés Jean Baptiste Dutrou-Bornier, enseguida se dio cuenta del potencial de la isla en términos de aprovechamiento

económico. Una isla tan poco poblada, con los isleños “pacificados” por los misioneros y sin jurisdicción europea era de lo más apetecible y estaba a merced de un hombre sin escrúpulos como Dutrou-Bornier, que llegó en 1868 y fue comprando tierras a los nativos a cambio de trivialidades, hasta ocuparla casi toda. Se declaró a sí mismo el señor de la isla, se construyó una mansión y se casó con una nativa, con la cual tuvo dos hijas cuyos descendientes todavía viven en la isla. Bornier entró en conflicto con los misioneros

Figura 5.10. Plantación de Eucalyptus al borde de la turbera de Aroi, situada en primer plano. Fotografía: Núria Cañellas, colaboradora del autor.

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Figura 5.11. Un grupo de rapanui alrededor de 1909. Fotografía anónima, Wikimedia Commons.

por la autoridad sobre los nativos y terminó por echar a todo el mundo de la isla por la fuerza, quemando casas y destruyendo cultivos. Un grupo de isleños fue enviado a las plantaciones que un colega de Bornier (John Brander) poseía en Tahití, otro grupo se “exportó” a las islas Gambier y un grupo de solo 175 nativos permaneció en Rapa Nui a las órdenes del francés. Los misioneros también partieron hacia Mangareva en 1871. La isla se había convertido en un enorme rancho que, en 1875, contaba con unas 4.000 ovejas, 70 vacas, 30 caballos y 300 cerdos y pollos.

De los aproximadamente 150 rapanui que quedaban, solo 45 eran adultos y los demás, niños. Tal situación se prolongó hasta 1876, cuando Bornier fue asesinado por unos isleños indignados por el despotismo, aunque la versión oficial fue que se había caído del caballo. La mujer de Bonnier, una indígena llamada Koreto, y sus dos hijas, Caroline y Harriette (figura 5.7), también fueron perseguidas, pero lograron sobrevivir, escondidas, hasta que el peligro pasó. Los rapanui estaban de nuevo como antes, muy diezmados (se dice que serían un centenar) y

sin caudillo, con la diferencia de que ahora los acompañaban algunos caballos, conejos y muchas ovejas. La vegetación estaba muy empobrecida y los suelos muy deteriorados por la erosión. Esta fase se ha considerado la peor situación experimentada por la isla, tanto desde el punto de vista humano como ambiental. La deforestación anterior había eliminado las palmeras dominantes (aunque algunos creen que sobrevivieron, aisladamente, hasta el siglo XIX), pero el pastoreo intensivo y las prácticas asociadas a este fueron la causa de la desaparición de la mayoría de especies autóctonas. La isla ya no solo estaba deforestada, sino que había perdido su flora y vegetación originales casi por completo. En estas condiciones llegó a la isla, en 1878, el tahitiano Alexander

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Salmon, representante de la maison Brander (del antiguo colega de Bornier), para hacerse cargo del rancho. Salmon era descendiente de británicos y tahitianos, y se comunicaba en rapanui con los pascuenses que habían sido deportados a Tahití en tiempos de Bornier, muchos de los cuales volvieron a la Isla de Pascua con él. La regencia de Salmon llevó a la isla a un cierto resurgimiento, durante el cual la población creció (casi se duplicó en poco más de una década), se recuperaron las antiguas prácticas agrícolas y se introdujeron gran variedad de plantas foráneas, entre ellas, el cocotero (Cocos nucifera) (figura 5.8). También se recuperaron muchas tradiciones de la antigua civilización rapanui, que se habían perdido gracias a los misioneros cristianos, que, por cierto, no congeniaban con Salmon por ser este de religión judía. Además, Salmon fue el primero en incentivar el turismo. Al darse cuenta de que casi todos los visitantes extranjeros estaban muy interesados en adquirir piezas de arte rapanui, sobre todo las pequeñas estatuas rituales (moai

kavakava) (figura 5.9), promocionó la fabricación comercial de réplicas y nuevas creaciones. Esta fue la época de mayor influencia de Tahití sobre la Isla de Pascua. Pero no duraría mucho. Hasta el momento, la Isla de Pascua no había sido vista como algo apetecible por parte de los países originarios de los exploradores que habían llegado en nombre de los mismos con el ánimo de anexar nuevos territorios. Roggeveen no recomendó su anexión a Holanda, ni Cook a Gran Bretaña. González de Haedo tomó posesión de la isla, pero la corona española nunca materializó tal anexión. Un nuevo intento de anexión británica fue llevado a cabo por el comandante Bouviere Clark en 1882, pero su Gobierno ignoró tal proposición. No fue hasta 1888 que el capitán Policarpo Toro anexionó la isla a Chile, situación que sigue vigente. Los caudillos rapanui de ese momento cedieron la soberanía de la isla “para siempre”. El interés de Chile se debía a las posibilidades de aprovechamiento agrícola de la isla y también a su situación estratégica, como posible base naval. Sin embargo, el Gobierno

Figura 5.12. Katherine Routledge (18661935) estuvo en la isla de 1914 a 1915 y, además de llevar a cabo estudios arqueológicos fundamentales, vivió episodios clave de la historia cultural y humana de la Isla de Pascua. Fotografía anónima, Wikimedia Commons.

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Figura 5.13. Sebastian Englert (1888-1869), misionero y experto en la etnología y antropología de la Isla de Pascua, donde permaneció durante 30 años. El museo de la isla lleva su nombre. Fotografía: B. Mulloy, Wikimedia Commons.

de ese país no mostró mucho interés en la isla por décadas, después de su ocupación. La única explotación existente seguía siendo el rancho ganadero, que cambió de manos, pero no dejó de ser privado. Salmon tuvo que irse y la isla pasó a estar bajo el control de un empresario chileno, Enrique Merlet, quien en 1896 la ocupó completamente a base de comprar y arrendar tierras. Los rapanui estaban confinados en Hanga Roa, de donde tenían prohibido salir hacia cualquier otra parte de la isla sin permiso. Para ello, esta población fue aislada mediante una valla de piedra de casi tres metros de altura (que construyeron los mismos nativos por la fuerza) y se extremaron las medidas de seguridad. Cualquier protesta o insubordinación por parte de los nativos era seguida de la quema de sus cultivos por los hombres de Merlet, al que también se le atribuye el asesinato de Riro, el último rey de los rapanui, para los que la isla había pasado a ser una cárcel. En 1903, la firma escocesa Williamson, Balfour & Company se hizo con el control del rancho, es decir, de toda la isla. Merlet

había solicitado un préstamo a esa compañía sobre la base de sus tierras en la Isla de Pascua y, al no poder devolverlo, tuvo que ceder sus posesiones a los escoceses, que fundaron la Compañía Explotadora de la Isla de Pascua o CEDIP. La CEDIP aumentó considerablemente el número de cabezas de ganado (se dice que hasta 70.000), cuyo pastoreo intensivo y extensivo produjo el mayor deterioro de la vegetación en toda la historia de la isla. De esta época datan las primeras plantaciones de eucaliptos australianos, utilizados como árboles de sombra y de protección contra el viento (figura 5.10). También de esa época son las introducciones de perdices y halcones, procedentes de Chile. La situación de los rapanui (figura 5.11), que seguían confinados en Hanga Roa, se volvió insostenible. La escasa disponibilidad de agua, comida y vestido, unida a una epidemia de lepra y a la represión y los abusos constantes por parte de la CEDIP, llevaron a los rapanui a solicitar al Gobierno chileno su traslado en masa a Tahití, sin éxito. Los nativos robaban ganado para subsistir y eran castigados con penas

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como palizas, prisión, trabajos forzados o el rapado público de su cabeza frente a la iglesia. En 1914, estalló una revuelta que puso en jaque a los escoceses. La arqueóloga británica Katherine Routledge (figura 5.12) estaba en la isla cuando sucedió, por lo que los sucesos están bien documentados. Todo empezó cuando una profetisa rapanui llamada Angata soñó que la isla volvía a pertenecer a sus propietarios ancestrales y alentó a los nativos a iniciar una rebelión para lograrlo. La CEDIP no pudo sofocar la rebelión y la armada chilena tuvo que acudir a pacificar la isla. En 1916, el obispo chileno Rafael Edwards tuvo noticias de la precaria situación de los isleños y se desplazó a la isla para comprobar por sí mismo tales informaciones. Más o menos por la misma época (1917), el botánico sueco Carl Skottsberg llevó a cabo el primer estudio botánico de la isla. Edwards verificó que los nativos eran tratados como esclavos e influyó para que el Gobierno chileno tomara cartas en el asunto, rebajando las competencias políticas de la CEDIP, confiscándole parte de las tierras para uso público de

los rapanui y obligándola a mejorar las condiciones de vida de la isla. Sin embargo, los rapanui seguían confinados en Hanga Roa y tenían prohibido salir de la isla, sobre todo hacia el continente, para evitar el contagio de la lepra. Los robos de ganado seguían, se calcula que en 1934 hubo entre 2.000 y 3.000 de estos hurtos. La presencia chilena era muy escasa y los dos idiomas de la isla eran el rapanui (con influencia tahitiana) y el inglés, que hablaban los miembros de la CEDIP. Los nativos cultivaban, sobre todo, la batata, pero también piñas, melones, caña de azúcar, plátanos, higos y uvas. La principal fuente de proteína era el pescado, mientras que la carne del ganado estaba reservada para los miembros importantes de la CEDIP y los leprosos, que desde la intervención de Edwards tenían un trato especial. Durante la primera mitad del siglo XX se intensificaron las expediciones científicas a la isla. La insistencia de Edwards logró que, en 1933, las tierras de la isla dejaran de pertenecer legalmente a la CEDIP para pasar a manos de la República de Chile. Esto conllevó algunos cambios importantes, como

por ejemplo la creación, en 1935, del Parque Nacional Rapa Nui, con lo que el patrimonio natural y arqueológico de la isla quedaba bajo protección oficial. Precisamente en esa época (1934-1935), llegó la expedición franco-belga en la que se encontraba el etnólogo Alfred Métraux. También, en 1935, llegó el padre Sebastian Englert (figura 5.13), misionero, lingüista y etnólogo, que permaneció 30 años en la isla. En 1936, después de muchos tira y afloja, se firmó un acuerdo por el que la CEDIP tenía derecho a la explotación de la isla durante 20 años, con excepción de 2.000 hectáreas, que se reservaban para uso exclusivo de los nativos. Curiosamente, en 1937, Chile atravesaba por una situación financiera muy delicada y, secretamente, ofreció la isla para la venta a los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón. Solo el último se mostró interesado, pero las negociaciones no prosperaron. Durante la Segunda Guerra Mundial, Chile se mantuvo neutral hasta 1943, cuando se alineó con los aliados y Rapa Nui pasó a formar de una enorme línea de defensa que, hasta ese momento, 99

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iba desde Nueva Caledonia hasta Samoa. Cuando la Gran Guerra terminó, la explotación ganadera había descendido notablemente y la CEDIP vendió sus propiedades, así como el arrendamiento de las tierras, a una corporación anglo-chilena. En 1953, Chile decidió hacerse cargo de la isla en serio e incorporarla definitivamente a la vida del país. El arrendamiento de la corporación anglo-chilena se dio por terminado y Chile tomó el control total de la isla, cuya custodia encargó a la marina. Para ese momento, los rapanui eran casi 800.

5.5. La modernización Con el fin de la explotación ganadera, la isla dejó de ser un gran rancho para convertirse en una especie de páramo desarbolado.

Los nativos esperaban que su vida mejorase, pero no fue así. Se pasó de los métodos autocráticos de gobierno a los militares, que implicaban todavía más control. Los rapanui seguían confinados en Hanga Roa y los malhechores seguían siendo apalizados y rapados. Frustrados y desesperanzados, muchos nativos decidieron escapar de la isla. Algunos

lograron llegar a las islas Tuamotu, pero otros fracasaron en el intento. En estas condiciones llegó la expedición noruega comandada por Thor Heyerdahl, en su primer viaje a la Isla de Pascua, llevado a cabo en 1955. Le siguió el antropólogo norteamericano William Mulloy, en 1960, quien participó activamente en la reconstrucción de diversos

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Figura 5.14. Imagen de satélite (Google Earth) de Hanga Roa con el aeropuerto de Mataveri en primer término y la Bahía de Cook arriba, a la izquierda. Fuente: Imagen de Google Earth.

ahu con sus respectivos moai, así como del poblado de Orongo. En 1964 se produjo otra rebelión indígena, que tuvo gran eco en el ámbito internacional. Algunos rapanui que habían estado en el Chile continental, donde habían estudiado e interactuado con sus otros compatriotas, se quejaron amargamente del trato que la marina

dispensaba a los isleños (a los que todavía se restringía la libertad de viajar, de hablar su propio idioma o de votar), así como de la imposibilidad de apelar las decisiones arbitrarias de los militares navales. Esto provocó el alzamiento de los isleños liderados por Alfonso Rapu, quien había estudiado pedagogía en Santiago de Chile y era profesor de la escuela de Hanga Roa. Los activistas enviaron una carta al presidente de Chile con sus demandas y, con el apoyo de la prensa y la opinión pública, lograron la creación de un régimen especial, con carácter civil, para la isla. Los rapanui pasaron a ser ciudadanos chilenos de pleno derecho y, con su voto, Rapu ganó las elecciones cómodamente y fue elegido alcalde (la máxima autoridad que contemplaba el nuevo régimen) de la isla en 1966. Esto no significaba la devolución de la

isla a sus dueños ancestrales, pero podía ser un punto de partida para la recuperación de los valores, la cultura y las tradiciones rapanui. En 1967 empezó a funcionar el aeropuerto de Mataveri, situado en la explanada del mismo nombre, donde en tiempos pasados se reunían los rapanui antes del concurso del hombre-pájaro (figura 5.14). Antes de 1967, en Mataveri solo existía una pista de aterrizaje que había construido la NASA para facilitar la instalación de una estación de seguimiento de satélites artificiales, dicen unos, o para vigilar las explosiones nucleares francesas en sus posesiones del Pacífico, según cuentan otros. El aeropuerto actual es capaz de acoger cualquier tipo de nave existente después de que, en 1986, la misma NASA lo ampliara para acondicionarlo como pista de 101

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Tortuga verde en las inmediaciones de Hanga Roa. Fotografía: Olga Margalef.

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emergencia de sus transbordadores espaciales. Este aeropuerto cambió la vida de la isla, que anteriormente era abastecida solo por mar, con las consiguientes limitaciones de flexibilidad y frecuencia. La conexión aérea no solo hizo posible una vida mejor en la isla, sino que permitió el desarrollo del turismo, que es la principal fuente de riqueza de Rapa Nui. El mismo año, Hanga Roa dispuso de un sistema de agua corriente y la electricidad llegó en la década de 1970. En 1980 se creó el Consejo de Ancianos de Rapanui, cuya misión es velar por el patrimonio cultural de la isla y asesorar al Gobierno en estos menesteres. En 1993 toda la isla se revolucionó con la filmación de la película de Hollywood Rapa Nui, que reproduce con detalle actividades como el transporte de los moai con rodillos de madera o la competición del hombre-pájaro, a la vez que alimenta la ira de los defensores del ecocidio, al incluir la escena imaginada por Diamond del rapanui que cortó el último árbol a plena conciencia. Cuentan los pascuenses que todo en la isla giraba alrededor de esa filmación,

que les aportó días de magia y cierta bonanza económica. En 1996, la UNESCO declaró la isla como Patrimonio de la Humanidad. En 2001 se inició un programa de redistribución de tierras que culminó dos años más tarde con la asignación de un total de 3.400 hectáreas (más o menos, la quinta parte de la isla) a las familias rapanui. En 2007, la Cámara de Diputados de Chile reforma la Constitución y designa la Isla de Pascua como “territorio especial”, sujeto a una legislación que todavía está por dictarse. Mientras tanto, los isleños insisten en reclamar más autonomía, basándose en que su bagaje cultural es muy distinto del que domina en Chile continental, tanto en su vertiente hispánica como en la indígena.

5.6. Síntesis El contenido de este capítulo se presta menos que los anteriores a especulaciones e interpretaciones fantásticas por estar basado en documentos escritos. Como mucho, las apreciaciones de los

primeros visitantes europeos son todo lo subjetivas que suelen ser en estos casos, ya que con frecuencia se trataba de aventureros y exploradores cuyos fines solían ser estratégicos o comerciales, principalmente, por lo que sus descripciones e interpretaciones no estaban orientadas precisamente a la comprensión de las nuevas culturas que iban encontrando por su camino. A pesar de esto, estas primeras impresiones se han utilizado posteriormente para defender o refutar ciertas hipótesis sobre la cultura rapanui. A partir del siglo XIX, cuando la Isla de Pascua ya empezó a formar parte de las rutas habituales de comercio del Pacífico, la información histórica adquiere mayor consistencia y su validez como evidencia científica gana peso. Dentro del tema que nos ocupa en este libro, el análisis científico de los enigmas de la civilización perdida de Rapa Nui, tal vez la contribución más importante que pueden hacer los documentos históricos de este periodo son los relacionados con el fin de la cultura rapanui original. Como ya hemos ido constatando, la desaparición 103

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de esta cultura se ha planteado en términos de un dilema dual (una vez más) entre un ecocidio y un genocidio. En el capítulo anterior vimos que no hay evidencias firmes de un colapso cultural que destruyera la civilización rapanui antes de la llegada de los europeos. Lo que sí está claro es que hubo un cambio radical en las prácticas culturales y religiosas después del 1500 d.C., pero no podemos afirmar si fue súbito y catastrófico o gradual. También podemos hablar de una reducción de la población, si consideramos las estimaciones más conservadoras de los habitantes rapanui durante

su máximo esplendor, que son de unos 6.000-8.000 habitantes hacia el 1400-1500 d.C., comparadas con las observaciones de los primeros europeos, que hablan de 2.0003.000 habitantes para mediados del siglo XVIII. En este capítulo hemos visto que el genocidio y la aculturación de los rapanui entre 1860 y 1870 es un hecho bien documentado históricamente, como producto de la trata de esclavos y la introducción de enfermedades epidémicas (viruela, disentería, enfermedades venéreas, etc.), para las cuales los rapanui no disponían de defensas naturales por ser desconocidas para ellos. Reuniendo

Referencias bibliográficas Edwards, E. y Edwards, A. (2013): When the universe was an island. Exploring the cultural and spiritual cosmos of ancent Rapa Nui, Hanga Roa Press, Hanga Roa. Fischer, S. R. (2005): Island at the end of the world: the turbulent history of Easter Island, Reaktion Books, Londres.

toda esta información, nos damos cuenta (una vez más) de que existen más alternativas que una simple polémica entre dos posiciones contrarias. El panorama que se nos presenta ahora es el de dos cambios culturales importantes, el primero mucho antes de la llegada de los europeos, que podemos atribuir a causas sociológicas internas (catastróficas o no), y el segundo un siglo y medio después del contacto europeo que, esta vez sí, terminó en genocidio. Para analizar el asunto del ecocidio con propiedad, necesitamos la información paleoecológica que se describe con detalle en el capítulo siguiente.

McCall, G. (1980): Rapanui. Tradition and survival on Easter Island, University Press of Hawaii, Honolulu. McLaughlin, S. (2007): The complete guide to Easter island, Easter island Foundation, Los Osos. Routledge, K. (1919): The mystery of Easter Island. The story of an expedition, Sifton, Praed & Co., Londres.

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6. Los bosques ancestrales. ¿Cómo eran y por qué desaparecieron?

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a idea del colapso ecológico (para los defensores de la hipótesis del ecocidio, también la del colapso cultural) está íntimamente ligada a la deforestación total de la Isla de Pascua, a la que también se habría sumado el consumo insostenible de recursos marinos, sobre todo marisco, y aves migratorias. En este capítulo, analizaremos lo que puede haber de cierto en ello. Hasta ahora, hemos examinado con cierto detalle las pistas arqueológicas, antropológicas y escritas, que solo nos proporcionan evidencia circunstancial sobre los bosques ancestrales de la isla y su

desaparición. La tradición oral rapanui afirma que los colonizadores polinesios no eran carpinteros, ya que procedían de una isla sin bosques, por eso utilizaban la piedra como único elemento de construcción. Además, se consideraba que la piedra, por su mayor duración, era el mejor medio para conservar el mana. El uso de la madera se restringía a las tablas rongorongo y las figuritas ceremoniales. Esto, unido a la ausencia de embarcaciones de madera, podría hacer pensar que esta no era abundante o no era adecuada para la construcción de casas y barcos. 105

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Figura 6.1. John Flenley fue el pionero de la investigación paleoecológica en la Isla de Pascua y sigue en activo. Fotografía anónima, Wikimedia Commons.

Si, como se ha sugerido, los bosques estaban dominados por palmeras de madera esponjosa, esto último podría ser una explicación. Pero todo son especulaciones. Cuando La Pérouse propuso la existencia de bosques ancestrales en la isla, también se basaba en suposiciones. Como hemos visto, el primer investigador moderno en proponer la existencia de bosques y su desaparición brusca fue Mulloy, quien tampoco tenía evidencias directas de tales fenómenos. Las primeras pruebas directas las obtuvieron Flenley y sus colaboradores, utilizando métodos paleoecológicos. Después de Flenley, la existencia de bosques de palmeras antes de la llegada de los polinesios ya no es motivo de polémica. Las preguntas que nos hacemos aquí son: ¿cómo eran esos bosques? ¿Cuándo desaparecieron? ¿Su desaparición fue catastrófica? ¿Cuál fue la causa de la deforestación?

6.1. Los bosques primigenios y la enigmática palmera Se puede decir que hay un antes y un después de Flenley (figura 6.1), cuyo

mérito principal fue proporcionar evidencias directas de la existencia de bosques en Rapa Nui y de su desaparición, estableciendo un marco cronológico coherente, según el cual la deforestación ocurrió durante el último milenio, poco después de la colonización polinesia de la isla. Anteriormente, el botánico sueco Otto Selling, uno de los participantes en la expedición noruega dirigida por Heyerdahl en 1955, ya había analizado sedimentos de Rano Raraku y Rano Kao, donde había hallado polen de toromiro y palmeras (entre otros) en abundancia, lo cual pareció bastante sorprendente, dada la vegetación actual de la isla. Selling concluyó que en Rapa Nui habían existido alguna vez bosques de palmeras y que el toromiro había sido mucho más abundante. Por el momento, dada la semejanza del polen hallado con varios géneros y especies de plantas pertenecientes a esta familia, la identificación botánica de las palmeras no pudo ser más precisa. Tampoco la cronología estaba clara, puesto que no se utilizó el 14C ni ningún otro método de datación. En 1977, Flenley y sus colaboradores abordaron el estudio paleoecológico

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sistemático de los sedimentos de Rano Raraku, Rano Kao y Rano Aroi utilizando la palinología (el estudio del polen contenido en los sedimentos) y la datación con 14C, lo cual abrió una nueva etapa en la comprensión de la historia ecológica y cultural de la isla. Estos investigadores fueron los primeros en demostrar, con evidencias directas, que la Isla de Pascua había estado forestada durante, por lo menos, los últimos 40.000 años y que estos bosques estaban dominados por una palmera de identidad desconocida y, en menor proporción, por otros árboles como el toromiro (Sophora toromiro) y el hau hau (Triumfetta semitriloba). En el sotobosque, crecían arbustos como diversas especies de la familia de las compuestas y una especie del género Coprosma, de la familia de las rubiáceas, actualmente extinta en la isla. Estos bosques no eran muy diversos en especies, lo cual probablemente está relacionado con el pequeño tamaño y el aislamiento de la Isla de Pascua. La arqueóloga francesa Catherine Orliac, analizando la anatomía de fragmentos de carbón procedente de sitios arqueológicos

datados entre los siglos XIV y XVII, logró identificar otras especies de árboles que todavía crecen en la isla, como el naoho (Caesalpinia major), el makoi (Thespesia populnea), el mahute (Broussonetia papyrifera) o el marikuru (Sapindus saponaria). Sin embargo, la ausencia de polen y otras evidencias de la existencia de estas plantas antes de la llegada de los colonizadores polinesios hace pensar que fueron introducidas en la isla por ellos mismos. La identidad de la especie de palmera que dominaba los bosques ancestrales es otro misterio, aunque algo se ha avanzado en su identificación. A veces, como en

Figura 6.2. Polen (izquierda) y frutos (derecha) fósiles de la palmera que dominaba los bosques de Rapa Nui antes de la deforestación. El polen mide unas 40 um de largo (véase también figura 2.15) y los frutos, entre 2 y 3 cm de diámetro. Fotografías: Núria Cañellas y Terry Hunt, colaboradores del autor.

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Figura 6.3. Palmar de Jubaea chilensis en el Parque nacional La Campana, Chile. Fotografía cortesía de Andreas Mieth.

este caso, la morfología del polen (figura 6.2) no es suficiente para identificar una especie, debido a que varias de ellas presentan un tipo de polen similar. La primera hipótesis, basada en la similitud de su polen, fue que podía tratarse del cocotero (Cocos nucifera), distribuido por toda la zona tropical del planeta (y la única especie de palmera que vive actualmente en la isla), o la palma de vino (Jubaea chilensis), que es endémica de las costas pacíficas de Chile (figura 6.3), o la chonta (Juania australis), endémica de las islas Juan Fernández, situadas a unos 3.000 km al este de Rapa Nui (figura 1.1). El posterior hallazgo de frutos parecidos a los cocos, pero bastante más pequeños, de 2 a 3 cm de diámetro

(figura 6.2), más similares a los de la palma de vino y la chonta, inclinó la balanza hacia estas dos posibilidades. Se especuló que la colonización de la isla por esta palmera se habría producido por el mar, debido a la flotabilidad del fruto y las corrientes marinas favorables. Sin embargo, las diferencias ecológicas entre la Isla de Pascua y el hábitat actual de estas dos especies sembraron dudas sobre la posibilidad de que alguna de ellas pudiera vivir de forma tan próspera en la isla. Finalmente, Flenley contactó al botánico británico John Dransfield y, en conjunto, decidieron considerar que se trataba de una especie ya extinta, a la que llamaron Paschalococcos disperta. Desafortunadamente, los restos

hallados hasta el momento (polen y partes duras del fruto) no son adecuados para llevar a cabo análisis de ADN, que sería el método más confiable para saber si se trata de alguna especie actualmente viva o, como proponen Dransfield y colaboradores, se extinguió para siempre con la deforestación de la Isla de Pascua. Para no ser menos, la existencia de estos bosques también genera polémica. Las principales evidencias de una vegetación boscosa a base de palmeras son el polen preservado en los sedimentos de los lagos y la existencia de fósiles de raíces que indican la presencia in situ de palmerales en algunos lugares de la isla. Los ecólogos alemanes Andreas Mieth y Hans-Rudolf Bork estudiaron la densidad de estos restos de raíces en los alrededores de Ahu Tongariki y, por extrapolación,

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Figura 6.4. Reconstrucción imaginaria de los bosques de palmeras de la Península de Poike (arriba) comparada con su estado actual, totalmente cubierta de gramíneas (abajo). Los bosquecillos que aparecen sobre los acantilados son de eucaliptos y fueron plantados recientemente. Reconstrucción cortesía de Andreas Mieth.

estimaron que existían unos 16 millones de palmeras que cubrían el 70% de la isla (figura 6.4). En los sedimentos de Rano Raraku y Rano Kao, que registran la situación antes de la deforestación, la proporción de polen de la palmera desconocida con respecto a todos los demás tipos llega al 70%, lo cual ofrece pocas dudas de que estos lagos estaban rodeados por bosques de palmeras. Sin embargo, en Rano Aroi la situación es diferente, ya que allí el polen dominante, para el mismo intervalo de tiempo, es de gramíneas y el de palmeras apenas llega al 10%, lo cual indica un paisaje de praderas y no de bosques. Flenley y colaboradores explican esta discrepancia arguyendo que los bosques dominaban en las tierras bajas, pero tenían un límite altitudinal, precisamente alrededor de Rano Aroi, a partir del cual las praderas eran la vegetación 109

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dominante. Pero también es posible que los bosques estuvieran restringidos a los alrededores de los lagos y de ciertos lugares con condiciones favorables para su existencia. El poder de dispersión por el viento del polen de palmera como el hallado en la Isla de Pascua es muy grande y, si la mayoría de la isla hubiera estado cubierta por estas plantas, la proporción de este polen sería elevada en toda la isla, lo cual no ocurre. Además, los restos de raíces solo se han encontrado en ciertos lugares, lo que hace difícil la extrapolación de situaciones particulares a toda la isla.

6.2. La deforestación y sus causas

Figura 6.5. Diagrama de polen de Flenley y colaboradores para los sedimentos de Rano Raraku, donde se muestra la sustitución del polen de palmeras por el de gramíneas y el hiato entre 7.700 y 520 años AP (línea roja). La escala vertical es la profundidad del sedimento y la horizontal la proporción de polen, representada por barras azules (palmeras) y verdes (gramíneas). A la derecha de la profundidad, se indican las muestras que se dataron por el método del 14C (barras negras) y su edad en años antes del presente (AP) o años calendario (d.C.). Nótese que las edades van disminuyendo hacia arriba de forma gradual hasta que, después de 7.700 AP, se pasa bruscamente a 520 AP, lo cual indica que faltan más de 7.000 años de registro. Ilustración: Valentí Rull, según datos de J. Flenley.

Ninguno de los primeros visitantes europeos hace referencia a una isla cubierta de bosques, por lo que la deforestación tiene que ser anterior al 1722 d.C. Algunos de estos exploradores mencionan la existencia de adornos a base de hojas de palmera en la vestimenta de los isleños o los techos de las casas y también la existencia de

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arboledas aisladas de donde los aborígenes, seguramente, extraían la madera que utilizaban para sus fogatas ceremoniales. Esto hace pensar que, en esa época, quizás todavía existían algunos restos de los bosques ancestrales. Es curioso que, ni en la tradición oral ni en las ceremonias conocidas, la palmera tenga un lugar preponderante como sería de esperar si la isla hubiera sido un palmeral tan denso y extendido como se ha propuesto. Un recurso tan abundante en una isla con una flora y fauna más bien pobres debería tener un protagonismo cultural evidente, como ocurre en la mayoría de culturas aborígenes tropicales y subtropicales, donde las palmeras son parte importante de la vegetación. Se podría especular, por lo tanto, que la deforestación fuera incluso anterior al origen de la cultura rapanui. Pero veamos qué nos dicen las evidencias. Según la hipótesis del ecocidio de Flenley, la deforestación se habría iniciado hacia el 800 d.C. y se habría completado alrededor del 1400 d.C. Esta hipótesis se basa en el cambio brusco en la dominancia de polen de palmeras,

Figura 6.6. Diagrama de polen de los últimos milenios obtenido en los sedimentos de Rano Raraku. Las escalas son iguales a las de la figura 6.5 (vertical: profundidad y tiempo; horizontal: porcentaje). Las flechas rojas indican el momento en que las gramíneas, la verbena y el carbón empiezan a aumentar, lo cual se interpreta como el posible inicio de la intervención humana en la isla. También se puede observar que el descenso de las palmeras es gradual y se produce mediante tres pulsos principales, que se indican con flechas negras. La interrupción de la curva de carbón, cuyas unidades representan la concentración de partículas de este material por gramo de sedimento, en la parte superior se debe a la falta de datos. Ilustración: Valentí Rull.

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que prácticamente desaparece, al de gramíneas, que, de repente, pasa de valores del 10% o menos a casi el 100% (figura 6.5). El paleoecólogo estadounidense Daniel Mann, utilizando la misma técnica que Flenley, el análisis de polen, concluyó que la deforestación no fue tan repentina, empezando en el 1280 d.C. y finalizando en el 1650 d.C. Pero el cambio del polen de palmeras al de gramíneas seguía siendo brusco. La diferencia entre los resultados de Flenley y Mann puede parecer sorprendente, ya que ambos los obtuvieron en los sedimentos del mismo lago, Rano Raraku. Pero esto tiene una explicación lógica. Los sedimentos de un lago no son homogéneos en el espacio y, según donde se tomen las muestras, los intervalos de tiempo que están registrados son diferentes. En los sedimentos que estudió Flenley, lo ocurrido entre 7.700 y 520 años AP (que equivale al 1430 d.C.) no estaba registrado, es decir, había un vacío (que en paleoecología se denomina “hiato”) de más de 7.000 años (figura 6.5). Por lo tanto, Flenley no podía saber lo que pasó en este intervalo de

tiempo. Mann, en cambio, tuvo más suerte y su hiato era menor, entre 4.200 años AP y 1200 d.C., por lo que podía reconstruir pedazos de historia desconocidos hasta el momento. Mann emitió la hipótesis de que tal vez los polinesios habían llegado en el 800 d.C., pero no empezaron a deforestar la isla hasta unos siglos más tarde. Tanto Orliac como Mieth, con sus respectivos equipos, coinciden con la idea de Mann y proponen que los polinesios podrían haber subsistido durante los primeros siglos a base de un uso de recursos naturales de bajo impacto y, por alguna razón, hacia el 1200-1300 d.C., todo cambió hacia una explotación más intensa e insostenible. Hunt y Lipo propusieron otra hipótesis diferente al ecocidio, que tal vez se podría considerar un ecocidio indirecto. Esta alternativa a la todavía popular hipótesis del ecocidio no se basaba en evidencias paleoecológicas, sino arqueológicas. En muchos yacimientos arqueológicos, se habían encontrado los coquitos que se acepta que son los frutos de la palmera desconocida (una vez más, la evidencia es

circunstancial, ya que no se han encontrado restos de la palmera con sus frutos pegados a ella). Casi todos estos coquitos presentaban, en su cubierta, una perforación circular idéntica a la producida por las ratas que se comen la parte interior del fruto que es más blanda (figura 6.2). Con base en esto, Hunt y Lipo sugirieron que las ratas polinésicas (Rattus exulans) traídas por los colonizadores podrían haber arrasado con los frutos en unos pocos siglos, impidiendo así la regeneración del bosque y llevando a su desaparición. Según Hunt y Lipo, para quienes están entre los defensores de la colonización tardía (hacia el 1200 d.C.) de la Isla de Pascua por los polinesios, la deforestación habría empezado poco después de la llegada de estos (en el 1250 d.C.) y habría durado unos 400 años, hasta completarse en 1650 d.C. Durante este tiempo, la sociedad rapanui no habría sufrido ninguna disminución significativa en su población y el único colapso cultural habría sido el genocidio iniciado y consumado por los europeos, a principios del siglo XIX.

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Figura 6.7. Diagrama de polen de Rano Aroi, construido de la misma manera que el de Raraku (figura 6.6), aunque en este caso solo se indica la escala de edad. Obsérvese que, a diferencia de lo ocurrido en Raraku, el inicio de los incendios (flecha roja) y la deforestación (flecha negra) no tienen lugar hasta bien entrado el siglo XVI. Ilustración: Valentí Rull.

6.3. Saliendo del estado de coma La debilidad de los registros paleoecológicos seguía siendo el vacío histórico de más de 5.000 años (entre 4.000 años AP y el 1200 d.C.) que escondía, precisamente, la parte de la historia correspondiente a la colonización polinesia, la cultura de los moai y su declive. Recientemente, nuestro equipo de investigación se propuso encontrar registros sedimentarios continuos, es decir, sin hiatos, para poder reconstruir lo ocurrido en los últimos milenios sin vacíos de información. Nuestra idea era que la aparente brusquedad del cambio de polen de palmeras al de gramíneas podía ser el producto de la existencia del hiato y que si conseguíamos encontrar sedimentos correspondientes al periodo escondido, sabríamos lo que

había pasado en realidad. Un símil de un hiato sedimentario podría ser el estado de coma. Alguien que hubiera caído en ese estado hace 50 años y despertara hoy vería las transformaciones que ha sufrido el mundo durante ese tiempo como algo brusco, mientras que, los que hemos vivido la transición, lo hemos ido incorporando gradualmente (aunque, retrospectivamente, no

dejan de parecernos asombrosas). Por ahora, hemos tenido éxito en sacar del estado de coma al Rano Raraku y el Rano Aroi, donde hemos obtenido secuencias paleoecológicas que registran lo ocurrido en los últimos tres milenios, prácticamente sin interrupciones. En Rano Raraku, hemos podido comprobar que la deforestación fue un proceso gradual que duró unos 2.000 años, desde 113

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Paredes exteriores de Rano Raraku. Fotografía: Valentí Rull.

el 450 a.C. hasta el 1500 d.C. (figura 6.6). Durante este tiempo, el polen de palmeras sufre un decrecimiento lento y progresivo (aunque con algunas pequeñas aceleraciones), desde valores del 90% hasta el 10% o menos, mientras que el polen de gramíneas y de verbena (Verbena litoralis) experimenta una tendencia inversa, desde valores insignificantes hasta alrededor del 50% cada uno. Como ya hemos comentado, la verbena es de origen sudamericano y se dispersa principalmente a través de los humanos, lo que apoyaría la hipótesis de un primer contacto amerindio, como proponía Heyerdahl. La posibilidad de la presencia humana se refuerza por la presencia de carbón procedente de incendios, cuya tendencia desde el 450 a.C. hasta el 1500 d.C. es idéntica a la del polen de gramíneas y verbena, es decir, gradual, ascendente e inverso a la tendencia de las palmeras. Según estos resultados, la deforestación de la Isla de Pascua fue sorprendentemente lenta teniendo en cuenta el tamaño de la isla, mucho menos catastrófica que las ocurridas, por ejemplo, en Europa desde el inicio de la agricultura y, sin

duda, mucho más lenta que la que está ocurriendo hoy en día a nivel global. Otra observación importante es que, en nuestros análisis, el polen de palmeras no desaparece totalmente hasta fechas recientes, lo que estaría en sintonía con aquellos que piensan que la palmera ancestral habría sobrevivido hasta el siglo XIX (aunque sin formar bosques) y no habría desaparecido del todo hasta el momento del máximo desarrollo del rancho que ocupaba toda la isla. En Rano Aroi, el registro polínico (figura 6.7) indica que, originalmente, palmeras, gramíneas y varias especies arbustivas de compuestas coexistían en lo que parecía ser un paisaje no tan boscoso como en Raraku, probablemente similar a muchas sabanas tropicales arboladas. Aquí, la deforestación no ocurrió hasta el siglo XVI y fue brusca, iniciándose en el 1520 d.C. y completándose solo un siglo más

tarde (en el 1620 d.C.), cuando el polen de palmeras desaparece completamente de los registros paleoecológicos y el de gramíneas alcanza el 90%. De nuevo, la tendencia del carbón y de los árboles y arbustos es inversa, lo que indica que la deforestación se produjo por quema (o tala y quema combinadas). El paleoecólogo neozelandés Mark Horrocks y sus colaboradores hallaron las primeras evidencias de cultivo en Rano Aroi (restos de taro, Colocasia esculenta) en sedimentos correspondientes al 1670 d.C. Todas estas evidencias juntas apuntan a que esta parte de la isla, que es una de las más elevadas e interiores, permaneció sin ser explotada hasta fines del siglo XVII. Estos resultados, combinados con los de Raraku y con diversas evidencias arqueológicas, nos proporcionan un panorama bastante heterogéneo, contrario a la idea de un solo evento

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de los primeros europeos, por eso estos visitantes ya encontraron la isla totalmente deforestada.

6.4. Síntesis de deforestación abrupta en toda la isla al mismo tiempo. Con estas evidencias, la hipótesis más probable es la del arqueólogo estadounidense Christopher Stevenson y sus colaboradores, quienes, analizando las edades de los asentamientos humanos a lo largo y ancho de la isla, consideran que durante las primeras fases de la ocupación polinésica toda la actividad humana estaba concentrada en las áreas costeras, mientras que las zonas más interiores y elevadas, que seguían forestadas, no fueron ocupadas y utilizadas hasta el siglo XVII, tal vez porque los recursos naturales de la costa y áreas adyacentes ya se estaban agotando. Esta situación no fue única en la Isla de Pascua, sino que ocurrió algo similar en la mayoría de islas polinésicas, según observa el geógrafo británico Patrick Nunn. En cualquier caso, todo esto ocurría más o menos un siglo antes de la llegada

La hipótesis del ecocidio está íntimamente ligada a la deforestación de la Isla de Pascua, como icono de la sobreexplotación de los recursos naturales y su consiguiente agotamiento, que terminaría en un colapso social y cultural que habría acabado con la floreciente civilización rapanui de antaño. En este capítulo hemos visto que una deforestación total, brusca y simultánea de la isla no es compatible con las evidencias paleoecológicas obtenidas recientemente. Los primeros estudios paleoecológicos, que sirvieron de base para proponer la hipótesis del ecocidio, se basaban en registros temporales incompletos, a los que les faltaba precisamente el registro de lo ocurrido desde la colonización de la isla por los polinesios hasta el año 800 d.C., más o menos. Pero en la actualidad, ya disponemos de registros prácticamente continuos de los últimos 3.000 años que nos indican

que: a) la deforestación se inició hacia el 450 a.C., unos 1.400 años antes de lo que se pensaba hasta ahora; b) no se trató de un evento rápido ni brusco, sino que se produjo de forma gradual y duró más de 2.000 años; c) la isla no fue totalmente deforestada hasta, por lo menos, el año 1620 d.C., más o menos un siglo antes de la llegada de los europeos; d) la deforestación empezó por las áreas costeras y terminó en las zonas interiores y más elevadas de la isla, siguiendo la misma tendencia en la ocupación humana del territorio y e) la causa más probable de la deforestación fue la tala y quema por parte de los rapanui. Parece bastante evidente que los isleños fueron utilizando el bosque hasta su eliminación, pero no de forma rápida y compulsiva, como propone la hipótesis del ecocidio. En el capítulo 4 hablábamos de un cambio cultural y una disminución de la población en algún momento entre el 1500 y el 1780 d.C. Por lo que hemos visto en este capítulo, la fecha más reciente que tenemos para la deforestación total de la isla es el año 1620 d.C., que se encuentra precisamente dentro de ese intervalo de tiempo. Esta coincidencia nos 115

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obliga a orientar parte de nuestro esfuerzo a buscar evidencias que nos permitan comprobar si existe o no una relación causal entre ambos acontecimientos. Si esta relación se llegara a confirmar, los defensores del ecocidio podrían argumentar que estos resultados apoyan su teoría, ya que la deforestación final y el cambio cultural fueron más o menos sincrónicos, solo

que la deforestación fue más lenta de lo que se pensaba hasta ahora. Los defensores del genocidio histórico podrían acogerse a que no hay evidencias sólidas de una disminución de la población ni de las actividades de uso de la tierra antes de la llegada de los europeos, como propuso Mulrooney. Los demás debemos seguir buscando más evidencias con la mentalidad

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abierta a cualquier posibilidad. El otro enigma que queda por resolver es la identidad de la palmera que dominaba los bosques ancestrales de Rapa Nui, lo cual sería de gran utilidad no solo para un mejor conocimiento del ecosistema original de la isla, sino también por las implicaciones culturales que podría tener en términos de uso por parte de los humanos.

Rapa Nui (Isla de Pascua, Easter Island)”, Quaternary Research, 69, pp. 16-28. Mieth, A. y Bork, H. R. (2010): “Humans, climate or introduced rats-which is to blame for the woodland destruction of prehistoric Rapa Nui (Easter Island)?”, Journal of Archaeological Science, 37, pp. 417-426. Orliac, C. (2000): “The woody vegetation of Easter Island between the early 14th and the mid-17th centuries AD”, en C. M. Stevenson y W. S. Ayres (eds.), Research on early Rapanui culture, Easter Island Foundation, Los Osos, pp. 211-220. Rull, V.; Cañellas-Boltà, N.; Margalef, O.; Sáez, A.; Pla-Rabes, S. y Giralt, S. (2015): ”Late Holocene vegetation dynamics and deforestation in Rano Aroi: implications for Easter Island’s ecological and cultural history“, Quaternary Science Reviews, 126, pp. 219-226. Sáez, A.; Valero-Garcés, B.; Giralt, S.; Moreno, A.; Bao, R.; Pueyo, J. J.; Hernández, A. y Casas, D. (2009): “Glacial to Holocene climate changes in the SE Pacific. The Raraku Lake sedimentary record (Easter Island, 27º S)”, Quaternary Science Reviews, 28, pp. 2743-2759.

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7. La historia de la isla en un contexto de cambio ambiental

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asta ahora, solo hemos hablado de la historia humana de la Isla de Pascua y las referencias a la vegetación y el paisaje han estado siempre asociadas a su relación con las actividades humanas. Sin embrago, los ecosistemas también están afectados, tanto en su estructura como en su funcionamiento, por factores externos, de los cuales el clima y sus cambios a través del tiempo se encuentran entre los más determinantes. Los cambios climáticos, además, también afectan directa o indirectamente a las poblaciones humanas y sus actividades. Esto no equivale a admitir

que el ambiente sea el principal motor de cambios culturales, algo que los arqueólogos llaman “determinismo ambiental” y cuenta con muchos detractores. De lo que se trata en este capítulo es de analizar los cambios ambientales, sobre todo climáticos, que han ocurrido en la Isla de Pascua durante los últimos milenios y evaluar su posible relación con los acontecimientos históricos que hemos ido desgranando. Por supuesto que existen hipótesis deterministas que intentan explicar el supuesto colapso ecológico de Rapa Nui en términos de una crisis climática. 117

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Figura 7.1. Comparación de la situación actual (izquierda) y la del Último Máximo Glacial (derecha) en Norteamérica. El inmenso manto de hielo conocido como Lauréntida (en blanco) se extendía desde el Polo Norte y alcanzaba espesores de hasta cuatro km. Los glaciares de montaña se representan en lila, sobre las Montañas Rocosas, a la izquierda de Lauréntida. Composición de Valentí Rull, con mapas base de G. Davidson.

También hay quien cree que el colapso cultural fue ocasionado por una combinación de factores climáticos y antrópicos, basándose en que el efecto de los cambios climáticos sobre los ecosistemas puede influir sobre la forma en que los humanos utilizan los recursos naturales y, con ello, sobre su vida y sus actividades. Otras teorías proponen que el clima puede favorecer o no las posibilidades de viajar a través del océano y, por lo tanto, de descubrir y colonizar nuevos territorios (en este caso, islas). Hay una gran variedad de formas en

las que el clima puede afectar la vida humana y llegar a tener consecuencias culturales. Siguiendo la misma tónica que en capítulos anteriores, analizaremos las hipótesis que existen para la Isla de Pascua y las evidencias que existen para apoyarlas.

7.1. El cambio es la norma Una de las principales enseñanzas del estudio del pasado es que el clima nunca permanece inmutable. El filósofo griego Heráclito de

Éfeso basaba toda su doctrina en que nada es permanente, el cambio incesante es el fundamento de todo y la premisa imprescindible para comprender la realidad. Si Heráclito viviera hoy en día, sin duda utilizaría las paleociencias como principal fuente de argumentos y ejemplos para defender este fundamento. En este caso, el profesor de arqueología Indiana Jones, al decirle a sus estudiantes que si estaban interesados en “la verdad” más que en los “hechos” debían cambiar de aula y asistir a la clase de filosofía, podría

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Figura 7.2. Variaciones de la temperatura global desde el Último Máximo Glacial hasta el presente. Ilustración: Valentí Rull.

haber añadido: “… y cuando os hayan explicado la doctrina de Heráclito, podéis volver…”. Con un par de ejemplos, hubiera rematado la faena. Los cambios climáticos ocurren a todas las escalas de tiempo y con una gran variedad de frecuencias, lo que hace que algunos sean observables a escala humana y otros no. Los cambios climáticos más evidentes para nosotros son los cambios cíclicos de alta frecuencia, como por ejemplo los diarios y los estacionales. Cada día vemos cómo el sol y la

luna se alternan y la temperatura oscila entre los valores máximos del mediodía y los mínimos de la madrugada. También estamos acostumbrados al ciclo anual y sabemos que en verano podemos ir a la playa, mientras que en invierno tenemos que abrigarnos. Los cambios que ya no son tan evidentes, aunque observables a escala humana, son los que ocurren a una frecuencia menor, en ciclos de varios años, a los que llamamos interanuales. Uno de los más conocidos es el fenómeno de “El Niño”, que determina ciclos

de más o menos cuatro años en el régimen y la intensidad de las precipitaciones. A estos cambios climáticos, que tienen lugar a una escala de décadas, los llamamos decadales. Menos evidentes todavía son los cambios climáticos que ocurren a escalas mayores, muchos de los cuales ya rebasan la duración de la vida humana individual y solo conocemos por documentos históricos. En esta categoría se encuentra, por ejemplo, la Pequeña Edad de Hielo (PEH), un periodo de clima más frío que el actual, que duró varios siglos (del XIV al XIX, con variaciones según el área geográfica). En este caso, el cambio es de magnitud secular. Los cambios de duración mayor (milenios o decenas de milenios) superan incluso la escala de los documentos históricos y la única forma de conocerlos es 119

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Alrededores de Rano Raraku. Fotografía: Santiago Giralt.

por registros paleoecológicos. Por ejemplo, sabemos que, hace unos 20.000 años, la Tierra estaba bajo un clima mucho más frío que el de hoy y gran parte de los continentes estaban cubiertos de hielo. En Europa, toda Escandinavia y las islas británicas se encontraban bajo mantos de hielo de varios kilómetros de espesor, mientras que, en América, mantos similares cubrían Canadá hasta su actual frontera con los Estados Unidos (figura 7.1). Además, los glaciares

de las montañas habían descendido uno o más kilómetros de altitud, cubriendo grandes extensiones de tierras más bajas. Es lo que se llama una glaciación. A partir de allí, la temperatura ha ido ascendiendo y el hielo se ha ido fundiendo, lo que ha hecho subir el nivel del mar general unos 120 metros. Esta deglaciación, como se denomina en paleoclimatología, no ocurrió de manera continua y gradual, sino que hubo una fase de inestabilidad, el Tardiglaciar, en que la temperatura

oscilaba, determinando la alternancia de fases frías o estadiales con otras más cálidas o interestadiales. El último de estos estadios fue el Dryas Reciente, que terminó hace 11.700 años cuando el aumento de temperatura se aceleró y ya no se detuvo hasta llegar a las condiciones actuales, que se alcanzaron hace unos 6.000 años (figura 7.2). La glaciación mencionada no ha sido la única, sino que es parte de un ciclo de unos 40.000 a 100.000 años de duración en el que se van alternando fases glaciares e interglaciares. Estos ciclos empezaron a ocurrir hace unos 2,6 millones de años, que es el periodo que conocemos como Cuaternario y, hasta ahora, se han registrado unas 40 glaciaciones, con sus respectivos interglaciares. Actualmente, nos encontramos en un interglaciar, el Holoceno, que empezó hace unos 11.700 años con la aceleración del aumento de temperatura que determinó el final del Tardiglaciar (figura 7.2). La causa de los cambios climáticos cíclicos debemos buscarla en mecanismos astronómicos. Todos tenemos muy claro que las oscilaciones diarias y las estacionales

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están regidas por la rotación de la Tierra y su traslación alrededor del Sol, respectivamente. Los ciclos glaciar-interglaciar también obedecen a cambios cíclicos en algunos parámetros de la órbita terrestre alrededor del Sol, como por ejemplo el cambio en la forma de esta órbita, conocida como excentricidad, que varía periódicamente desde una elipse más alargada a otra más redondeada y viceversa. Lo que hacen todos estos cambios orbitales es variar de forma periódica la proximidad de la Tierra al Sol, modificando así la insolación que nos llega. Sin embargo, existen cambios climáticos que todavía no hemos podido asociar de forma clara a ningún ciclo conocido, como por ejemplo el Dryas Reciente o la PEH. En este caso, los mecanismos que han producido tales cambios se buscan en eventos singulares (es decir, no cíclicos), en el acoplamiento de las circulaciones oceánica y atmosférica, que es el mecanismo encargado de distribuir la energía calorífica por el planeta, o en la existencia de fases de mayor o menor vulcanismo, lo que regula la concentración de partículas

atmosféricas que atenúan la energía solar que llega a la superficie terrestre. Existen cambios climáticos de mayor magnitud y menor frecuencia, los que ocurren a escala de millones de años, pero para comprender la parte de la historia de la Isla de Pascua que aquí nos ocupa, bastará con entender lo ocurrido durante el Cuaternario. Los registros paleoecológicos disponibles para Rapa Nui se extienden unos 70.000 años atrás, lo cual nos permite conocer la situación de la isla durante la última glaciación, el Tardiglaciar y el Holoceno. En

Figura 7.3. Comparación entre razonamiento circular e independiente. Si utilizamos el polen para reconstruir la vegetación y esta para inferir el clima, no podemos estudiar las respuestas de la vegetación al clima sin caer en un absurdo lógico: la circularidad. En cambio, si reconstruimos la vegetación mediante el polen y el clima a partir de un indicador independiente (por ejemplo, los isótopos estables de oxígeno, algo muy común hoy en día), podemos analizar la relación entre clima y vegetación en cualquier sentido. Ilustración: Valentí Rull.

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primer lugar, exploraremos estas tres fases a grandes rasgos, para después centrarnos en los últimos milenios y así poder comparar las tendencias climáticas con la historia ecológica y cultural que hemos ido esbozando hasta ahora. Pero antes de entrar en materia, es necesario aclarar un punto muy importante que, a veces, se pasa por alto. Se trata del llamado “razonamiento circular”, que es un peligro latente en la interpretación de las evidencias paleoecológicas.

7.2. La circularidad en paleoecología Anteriormente, hemos visto que los proxis paleoecológicos son de naturaleza diversa y que los biológicos se utilizan para reconstruir las comunidades del pasado, mientras que los físicoquímicos son los que nos informan principalmente sobre el clima. Sin embargo, dado que los organismos responden a los cambios climáticos, también se pueden utilizar sus restos para inferir cambios climáticos. Por ejemplo, si el polen contenido en un sedimento nos indica que la

vegetación de hace, supongamos, 6.000 años atrás era desértica donde hoy hay un bosque, es lógico deducir que el clima era más árido en ese momento. Si, al mismo tiempo, la comunidad de diatomeas estaba dominada por especies propias de climas más cálidos que el actual, debemos pensar que, hace 6.000 años, el clima era más cálido y seco que el actual. Siguiendo esta línea de razonamiento y utilizando los rangos de tolerancia de cada organismo a los parámetros climáticos, se pueden inferir valores cuantitativos para los mismos. En el ejemplo hipotético anterior, si sabemos que las plantas cuyo polen se preserva en el sedimento viven en climas donde solo llueve entre 200 y 400 mm por año, mientras que las diatomeas del mismo sedimento son propias de temperaturas medias anuales entre 10 y 14 ºC, podemos deducir que esas eran las condiciones climáticas de hace 6.000 años. El asunto es más complejo, porque hay que considerar las tolerancias climáticas de todos los organismos representados en el sedimento, pero el razonamiento no varía. Al final, lo que obtenemos son expresiones matemáticas llamadas

Litografía de Choris representando nativos de la Isla de Pascua. Ilustración: cortesía de A. Altmann y S. McLaughlin.

“funciones de transferencia”, que nos permiten estimar cuantitativamente parámetros climáticos a partir de los proxis biológicos. Como siempre, no todo es tan sencillo. Además de un rango de tolerancia, cada especie posee su propio estilo de respuesta

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al clima. Unas responden casi instantáneamente, mientras que otras tienen un tiempo de respuesta o retraso más largo. Normalmente, las respuestas más rápidas corresponden a las especies que tienen un ciclo de vida más corto, por ejemplo, las plantas

herbáceas anuales, mientras que las que viven cientos o miles de años, como muchas especies de árboles, tienen un retraso mayor. Por lo tanto, la respuesta de, por ejemplo, una comunidad herbácea a un cambio de clima puede ser del orden de años, mientras que un bosque no responde al mismo cambio hasta después de décadas o siglos (a veces, incluso milenios). Este desfase queda registrado en el sedimento a través de los correspondientes proxis, de manera que lo que observaríamos al hacer la reconstrucción paleoclimática utilizando el polen de plantas anuales y perennes a la vez serían dos cambios climáticos con un desfase de siglos, cuando en realidad se trata del mismo cambio, registrado de manera distinta por dos proxis diferentes. En un estudio multiproxi que incluyera especies planctónicas unicelulares (cuya respuesta es todavía más rápida que la de las plantas anuales) la complicación sería aún mayor. La solución es utilizar proxis independientes para reconstruir el clima, por una parte, y los ecosistemas, por la otra. Por todo lo

expuesto anteriormente, los proxis físico-químicos se prefieren a los biológicos para reconstruir los climas del pasado. Esto no significa que no podamos hacer reconstrucciones paleoclimáticas a partir de proxis biológicos, solo que tenemos que ser conscientes de sus limitaciones. Por ejemplo, para reconstruir las variaciones climáticas con una resolución de siglos o milenios, el polen de árboles podría servir, pero para una reconstrucción de resolución anual debemos utilizar el polen de otras plantas o restos de organismos planctónicos. Lo que no podemos hacer es reconstruir el clima con proxis biológicos para después analizar la respuesta de los mismos organismos al clima. Esto es lo que se llama razonamiento circular y es una falacia lógica (figura 7.3). Lo mismo ocurre si afirmamos, sin pruebas directas, que la deforestación de Rapa Nui fue producida por los humanos y, por lo tanto, es una evidencia de presencia humana en la isla. No se puede utilizar como premisa lo que se quiere demostrar. Sería como “sembrar” pruebas, por ejemplo, huellas digitales, en la escena de un crimen para incriminar 123

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Vista desde Orongo. Fotografía: Olga Margalef.

a un determinado sospechoso. O, en una expresión más popular, hacerse trampas en el solitario. En casos sencillos como el presentado aquí, la presencia de circularidad argumental es fácil de detectar, pero en procesos más complicados no lo es tanto. El peligro está latente y debemos estar vigilantes para no caer inadvertidamente en la trampa.

7.3. A grandes rasgos Durante la última glaciación, la Isla de Pascua no estaba cubierta de hielo debido a su baja altitud. En las zonas tropicales y subtropicales, las únicas capas de hielo eran los glaciares de montaña, cuya extensión era bastante mayor que la actual. Por ejemplo, en los Andes subtropicales de Argentina y Chile,

a latitudes parecidas a las de la Isla de Pascua (~27º S), los glaciares actuales se encuentran cerca o por encima de los 5.000 m de altura y se ha calculado que durante la última glaciación descendieron hasta los 4.000-4.500 m, según el caso. Por lo tanto, para haber albergado glaciares de montaña durante el máximo de la última glaciación, la Isla de Pascua debería poseer elevaciones, por lo menos 3.500 m más altas que el Terevaka, el punto culminante de la isla. Por otra parte, en la isla no hay ninguna evidencia física de glaciación. El primer estudio paleoecológico de la última glaciación en Rapa Nui lo llevó a cabo Flenley con un discípulo suyo, Ghasem Azizi, en los sedimentos de Rano Raraku. Este estudio analiza lo ocurrido entre 31.000 y 11.500 años AP utilizando análisis de polen y concluye que la fase más fría (unos 2 ºC por debajo de la temperatura media actual) y árida tuvo lugar hacia 20.500 años AP y la deglaciación se inició alrededor de 18.000 años AP. Durante esta fase fría, el polen de la palmera fósil desconocida

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Figura 7.4. Síntesis de los principales eventos climáticos, ecológicos, arqueológicos e históricos disponibles actualmente para los últimos milenios en la Isla de Pascua, utilizando dos escalas de tiempo equivalentes: años antes del presente o AP (abajo) y años calendario, antes o después de Cristo (a.C. o d.C.), respectivamente (arriba). Abreviaturas: hp (hombre-pájaro); eco (ecocido); geno (genocidio); Am (Amerindios); df (deforestación); prad (pradera); bc (bosque claro); sq (sequía). Las dos grandes sequías se destacan con bandas grises. Ilustración: Valentí Rull.

(Paschalococcos disperta) disminuyó notablemente, pero no llegó a desaparecer. El punto débil de estas inferencias es que se basan en el polen de plantas cuya identidad exacta se desconoce y, por lo tanto, sus rangos de tolerancia a la temperatura y la precipitación son muy especulativos. Estas plantas son la palmera desconocida y las familias de las gramíneas y las compuestas. De la palmera ya

hemos hablado. De las gramíneas y las compuestas, lo que podemos decir es que en la Isla de Pascua hay 44 especies de la primera familia y 19 de la segunda, todas con sus respectivos requerimientos ecológicos. En este caso, el polen no es tan específico en su morfología como para diferenciar entre todas estas especies, por lo que cualquier estimación climática es muy hipotética.

Posteriormente, nuestro equipo de investigación ha llevado a cabo estudios paleoclimáticos, que incluyen la última glaciación, el Tardiglaciar y el Holoceno, utilizando proxis físico-químicos preservados en los sedimentos del Rano Aroi y el Rano Raraku. Estos análisis han confirmado que la fase más fría de la última glaciación ocurrió entre 28.000 y 17.300 años AP, pero, por el 125

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momento, no se han obtenido estimaciones cuantitativas. Contrariamente a la hipotética aridez propuesta por Azizi y Flenley, esta fase fría parece haber sido más bien húmeda. Después de una breve fase más árida, se inició la deglaciación que, en la Isla de Pascua, se extendió entre 17.000 y 12.500 años AP, con el retorno de climas húmedos. El inicio del Holoceno se caracterizó de nuevo por un clima más seco, pero la fase de mayor aridez se registró a partir del Holoceno medio, hacia 5.000 años AP. Esta aridez fue tan intensa que determinó el desecamiento del Rano Raraku, lo cual interrumpió la sedimentación, como se refleja en la existencia de un hiato entre 4.200 y 800 años AP, el mismo que había encontrado Mann anteriormente. Este extendido periodo de aridez podría haber tenido alguna influencia en la desaparición de los bosques de palmeras que se supone que cubrían la isla antes de la llegada de los polinesios. Pero veamos con más detalle lo que ocurrió durante los últimos milenios en términos de cambios climáticos, ecológicos y culturales.

Moais semienterrados en la cantera exterior de Rano Raraku. Fotografía: Valentí Rull.

7.4. Los últimos milenios Los defensores del ecocidio argumentan que los cambios climáticos no fueron determinantes en los últimos milenios de la historia de la Isla de Pascua, por lo menos

en lo referente a la deforestación y el agotamiento general de los recursos naturales. Su principal razonamiento es que durante la última glaciación, cuando la temperatura era más baja y el clima era más árido que durante el último milenio, las palmeras no

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llegan a desaparecer del registro polínico. Es por ello que abogan por una causa adicional, concretamente antrópica, para la deforestación ocurrida recientemente. Además, es bien conocido que la deforestación es algo común en las islas del Pacífico

después de su colonización humana. Las palmeras son especialmente sensibles a la llegada de los humanos y los estudios paleoecológicos efectuados hasta el momento demuestran una notable reducción de estas plantas después de su ocupación humana en archipiélagos como Cook, Fiji, la Polinesia Francesa (Sociedad, Marquesas, Tuamotu, Gambier) Hawái o islas Juan Fernández, entre otras (figura 1.1). Pero, por una parte, el argumento de la aridez del Último Máximo Glaciar no es muy sólido, a juzgar por los últimos estudios paleoclimáticos que hemos esbozado anteriormente. Por otra parte, lo ocurrido en otros archipiélagos pacíficos no es una evidencia por sí misma (de nuevo, es circunstancial). A falta de evidencias directas, la polémica podría ser interminable, por lo que es mejor ir al grano y buscarlas. Las primeras propuestas de que el clima podría haber tenido un papel en la catástrofe ecológica y cultural de la Isla de Pascua eran más bien teóricas y especulativas. Por ejemplo, McCall se dio cuenta de que durante el siglo XX había habido diversos episodios de sequía

y pensó que, durante la PEH, estos episodios tuvieron que haber sido más severos, como ocurrió en otras áreas, sobre todo de las zonas templadas, donde las sequías suelen coincidir con cambios culturales. También se sugirió una posible influencia del fenómeno periódico de “El Niño”, que gobierna el régimen y la distribución de las precipitaciones. Sin embargo, ninguna de estas hipótesis había podido ser comprobada con evidencias empíricas en la Isla de Pascua. De hecho, hasta hace muy poco, no había pruebas de lo que había pasado con el clima durante los últimos milenios, debido al hiato sedimentario ya comentado. Los primeros registros paleoclimáticos casi continuos (es decir, prácticamente sin hiatos) de los últimos milenios, obtenidos en Rano Aroi y Rano Raraku, los empezamos a publicar hace solo un par de años. Se trata de estudios multiproxi, en los que el clima y la vegetación se infieren de proxis independientes entre sí y, por lo tanto, permiten registrar el efecto de los cambios climáticos sobre los ecosistemas, evitando argumentos circulares. Como vimos en el capítulo anterior, 127

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estos estudios no apoyan la existencia de una deforestación total y sincrónica de la isla, por lo que no podemos esperar que nos sugieran una causa para ello. Lo que sí nos permiten estos análisis es seguir el curso de los acontecimientos ecológicos y culturales en un marco de cambio climático, como veremos a continuación. Lo que sigue está basado en los análisis paleoecológicos de los sedimentos del Rano Aroi y el Rano Raraku. Del Rano Kao, a pesar de que se han hecho algunos estudios, todavía no disponemos de una cronología confiable, debido a dificultades metodológicas y de muestreo con las dataciones de 14C, algo en lo que estamos trabajando en este momento y esperamos solucionar pronto. Anteriormente, hemos mencionado que el primer pulso de deforestación conocido hasta ahora tuvo lugar en Raraku hacia el 450 a.C. (figura 7.4) y se debió, casi con toda seguridad, a la acción humana, reflejada en el inicio de los incendios y la introducción de la verbena, de origen amerindio. En ese momento, el clima era similar al actual, perfectamente capaz de

sostener un bosque subtropical que había estado presente en la isla desde hacía milenios, en condiciones ambientales parecidas. Así pues, el clima no parece haber tenido ningún papel importante en este inicio de la deforestación de Rapa Nui. El primer cambio climático importante que se observa en nuestros análisis es una fase de sequía pronunciada, que provocó el desecamiento del lago Raraku, entre el 500 y el 1200 d.C. Esta sequía también se observa en Aroi, donde la formación de turba se interrumpió durante casi 500 años. Inmediatamente después de esta sequía se produjo el segundo pulso de deforestación, acompañado también por un aumento de incendios. En este caso, parece que tanto el clima como los humanos tuvieron parte de responsabilidad en la reducción de los bosques. Después de una sequía, los bosques son mucho más propensos a los incendios, debido a que muchos árboles mueren por estrés hídrico y dejan claros en los que crece un sotobosque arbustivo seco, altamente inflamable. Pero para iniciar un fuego, además del combustible adecuado, se necesita

una fuente de ignición, que en este caso volvieron a ser los humanos, pero esta vez de origen polinésico, que por esa época ya habrían llegado a la isla. Este es el momento en que se habría iniciado la deforestación según los defensores del ecocidio, mientras que para los partidarios de las ratas como principales culpables de la deforestación todavía faltarían unos 50 años para este evento. Esta vez, la reducción del bosque parecía deberse a una sinergia entre factores climáticos y humanos. En Aroi, el bosque también se volvió más claro y arbustivo, pero no se llegó a incendiar, ya que los humanos todavía no se habían establecido en el lugar. Además, la colonización polinésica también pudo verse afectada por el clima. La fase de sequía que nos ocupa coincidió con el llamado Periodo Cálido Medieval (PCM) del hemisferio norte, que se caracterizó por climas cálidos y muy estables. Según Patrick Nunn, en el Pacífico, la estabilidad climática del PCM coincidió con una fase de bonanza y prosperidad, con mayor producción agrícola gracias a la agricultura de regadío. Al mismo tiempo, hubo un incremento notable

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Ilustración de Bar (1877) mostrando la cara interna de Rano Raraku. Cortesía de A. Altmann y S. McLaughlin.

de la navegación a larga distancia y tuvieron lugar nuevas colonizaciones. Fue en esta época cuando se produjo la última oleada en la colonización del Pacífico, que alcanzó los archipiélagos de la Polinesia oriental, incluida la Isla de Pascua. Inmediatamente después de la sequía, el clima de la Isla de Pascua se volvió más húmedo, lo cual tuvo consecuencias diferentes para Rano Aroi y Rano Raraku (figura 7.4). En el primero, todavía carente de

asentamientos humanos, el bosque de palmeras inició un proceso de densificación, mientras que en el segundo continuó reduciéndose, aunque más gradualmente, sin que los incendios aumentaran ni en intensidad ni en frecuencia. Esta fase húmeda, que se extendió entre más o menos el 1200 y el 1550 d.C., corresponde a los tiempos de máximo esplendor de la antigua civilización rapanui (fase ahu moai). Lo más razonable

sería pensar que el aumento en la frondosidad de los bosques de Aroi se debió a la mayor disponibilidad de recursos hídricos por parte de la vegetación, mientras que la lenta pero mantenida deforestación de Raraku era consecuencia de la explotación humana, cuya población estaba en proceso de crecimiento. Esto coincidiría con la idea de investigadores como Mann, Orliac o Mieth, que piensan que “por alguna razón”, a partir del 1200-1300 d.C., 129

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Moais de Ahu Tahai al anochecer. Fotografía: Valentí Rull.

el bosque empezó a ser explotado de manera más intensa por los rapanui. La razón puede ser que las condiciones climáticas favorecían el crecimiento demográfico por la mayor disponibilidad de agua y todo lo que ello implica. Precisamente durante esta fase, hacia el 1300-1400 d.C., Horrocks y sus colaboradores hallaron las primeras evidencias de cultivos en Raraku. La

estocada final al bosque de Raraku, el tercer pulso de deforestación, tuvo lugar poco antes del 1500 d.C., coincidiendo con el final de la fase de ahu moai. En este caso, los humanos parecen haber sido los principales responsables, ya que el clima todavía era húmedo (lo cual más bien favorecería la expansión del bosque y no su reducción) y se registra otro gran aumento en los

incendios, que fueron de magnitud superior a los del año 1200 d.C. En Aroi, el bosque persistió hacia el final de la fase húmeda, que coincide con el principio de la PEH, caracterizada por climas más fríos y más húmedos y también mayor inestabilidad climática que durante el PCM. Según Nunn, en las islas del Pacífico, la transición del PCM a la PEH fue una época de

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crisis y conflictos sociales internos, la navegación a larga distancia se redujo notablemente y el nivel de mar descendió por debajo de su nivel actual, lo que modificó sustancialmente los ambientes costeros, que empezaron a ser abandonados por las sociedades humanas para establecerse en zonas más interiores y elevadas. A partir del 1550 d.C., se registra en la Isla de Pascua otra sequía importante (la hipótesis de las sequías de McCall gana terreno), aunque más corta, de aproximadamente un siglo de duración (figura 7.4). Para ese momento, la cuenca del Rano Raraku ya estaba deforestada y la vegetación dominante eran las praderas de gramíneas, como ocurre actualmente. En Rano Aroi, el principio de la segunda sequía coincidió con el inicio de la deforestación, también antrópica, que en este caso sí que fue relativamente rápida, ya que no duró más de un siglo. Hacía poco tiempo que había terminado la fase de ahu moai. El lingüista Steven Fischer ha propuesto una teoría interesante que combina clima, ecología y

cultura, pero aún está pendiente de verificación. Según este autor, la civilización de la Isla de Pascua no habría permanecido totalmente aislada desde su llegada a la isla, sino que habría tenido contacto permanente con su lugar de origen, Mangareva, por lo menos hasta el 1500 d.C. Se estima que el viaje entre una y otra isla, con los medios de la época, duraría unas cuatro semanas, por lo que se puede pensar que los viajes de ida y vuelta podrían haber sido frecuentes. Esto significa que la expansión y el apogeo de la cultura ancestral asociada a los moai habrían tenido lugar en contacto más o menos estrecho con la cultura polinésica original. A partir de, más o menos, el 1500 d.C., el deterioro climático y el cese de los viajes transoceánicos habría determinado el aislamiento de los rapanui en su isla, iniciándose así una fase de incomunicación total, que habría precipitado el cambio cultural de los moai al hombre-pájaro y la deforestación de la isla como consecuencia de la falta de semillas (comidas por las ratas) para regenerar el bosque que estaba siendo cortado y quemado por los rapanui. Además

de combinar todos los factores en juego en una sola explicación, esta hipótesis abre nuevas posibilidades, en el sentido de buscar evidencias de ese supuesto contacto permanente entre la Isla de Pascua y Mangareva durante la fase de ahu moai. Pero, como hemos dicho anteriormente, de momento es solo una hipótesis. Durante la fase de sequía iniciada en el 1550 d.C., todo parece indicar que, siguiendo la tónica general de las islas del Pacífico apuntada por Nunn, hubo una migración desde los asentamientos costeros de Rapa Nui, como Raraku, hacia otros más interiores y elevados, como Aroi. En esta tendencia migratoria, parecen confluir factores tanto ambientales como antrópicos. Por una parte, el descenso del nivel del mar y la sequía debieron contribuir a la degradación de los ambientes costeros. Por ejemplo, el lago Raraku se volvió a secar, lo que sin duda tuvo que afectar a las actividades de la cantera de los moai, principal centro de actividad cultural durante la fase de ahu moai. Por otra parte, las costas de la Isla de Pascua son más 131

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bien abruptas, sin la presencia de una plataforma marina de aguas someras, de manera que cualquier descenso del nivel del mar modifica notablemente el hábitat de los organismos marinos costeros (recurso importante para los rapanui de entonces) y dificulta el acceso a los mismos. Esto, unido a la desaparición de los bosques, otro recurso importante para la civilización rapanui ancestral, habría convertido Rano Raraku en un lugar inhóspito. Aparte de Raraku, los únicos dos sitios de la isla con agua dulce son Rano Aroi y Rano Kao. La ocupación humana de Rano Aroi, que para la época estaba cubierta de frondosos bosques y contenía agua dulce, tuvo lugar unos pocos decenios después de la deforestación total de Raraku y el desecamiento de su lago, lo cual es consistente con la migración centrípeta de las poblaciones humanas. Con respecto al Kao, las dificultades cronológicas ya comentadas nos impiden, por el momento, afirmar con seguridad la edad de la ocupación humana y los inicios de la agricultura. Horrocks halló abundantes restos de plantas

cultivadas en la orilla del lago, justo en la vertical de Orongo, pero de momento desconocemos su edad. Cuando tengamos más información lo veremos más claro, pero, de momento, no deja de ser muy significativo que el gran cambio cultural, con el traslado del centro cultural desde Raraku hasta Orongo, situado en el Kao, haya ocurrido precisamente después de la degradación ambiental/ecológica de Raraku y durante la segunda gran sequía climática, que hizo desparecer el lago de este cráter. En resumen, en el caso particular de la Isla de Pascua, la migración hacia el interior y el cambio cultural más importante de la civilización rapanui antes del contacto europeo podrían haber sido causados por una combinación de factores ambientales, como los cambios climáticos, y otros eminentemente sociológicos, como el agotamiento de los recursos y los conflictos internos. Los primeros europeos llegaron justo al final de la segunda sequía, cuando se iniciaba otro periodo húmedo, con condiciones climáticas similares a las actuales.

7.5. Síntesis Como en cualquier parte del planeta, el clima de la Isla de Pascua ha ido cambiando a través del tiempo, lo cual ha afectado tanto a los ecosistemas como a las actividades humanas, ya sea de forma directa o indirecta. Los resultados de los estudios paleoecológicos son muy claros en ese sentido, por lo que la historia ecológica y cultural de la Isla de Pascua ya no puede entenderse sin los cambios climáticos que han tenido lugar en la isla, especialmente los de los últimos tres milenios. Los eventos climáticos más notables de este intervalo de tiempo son dos fases de sequía extrema: entre aproximadamente el 500 y el 1200 d.C. la primera, y entre más o menos el 1550 y el 1720 d.C. la segunda, separadas por una fase de clima bastante húmedo. La aridez climática de estas dos fases determinó el desecamiento de Rano Raraku. Mucho antes de estos cambios, en un clima relativamente estable, ya se había producido el primer pulso de deforestación, que consideramos eminentemente antrópico, pero en las siguientes reducciones del bosque

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de palmeras todo indica que tanto el clima como los humanos debieron tener su parte de responsabilidad. El segundo pulso de deforestación tuvo lugar justo después de la primera sequía y, aunque el desencadenante fuera la quema por parte de los humanos, la aridez de los siglos anteriores había dejado al bosque en unas condiciones especialmente propensas para estos incendios. El apogeo de la cultura rapanui ancestral, caracterizada por el culto a los moai y el crecimiento demográfico, tuvo lugar durante la fase de clima húmedo posterior a la primera sequía. El lago Raraku volvió a llenarse, con lo cual no había problemas de agua dulce en la cantera de los moai y alrededores, tanto para consumo humano como para la agricultura (cuyo inicio se sitúa hacia el 1300-1400 d.C.). Poco después se produjo el tercer pulso de deforestación, que acabó con los bosques de Raraku, seguido por la deforestación de zonas interiores como Rano Aroi, lo que es coherente con el inicio del abandono de las áreas costeras como Raraku para establecerse en áreas interiores como Aroi, donde

todavía había agua dulce y recursos forestales que explotar. Sin embargo, la deforestación total de la isla, completada hacia el 1620 d.C., coincidió con el inicio de la segunda sequía y el principio del gran cambio cultural desde el culto de los moai al culto del hombre-pájaro. Esto podría haber implicado la migración del centro cultural de la isla desde Raraku, que volvía a estar seco, hacia el Kao (Orongo), que contenía agua dulce. Así pues, la disponibilidad de agua dulce podría ser un factor adicional, además de los conflictos internos entre los distintos clanes del este y el oeste de la isla, para explicar esta migración y posiblemente también el cambio cultural experimentado. Algunas de estas interpretaciones son todavía hipotéticas, pero nos proporcionan la base para enfocar y planificar futuras investigaciones. También nos indican que estos estudios deben ser multidisciplinares, puesto que la historia de la Isla de Pascua no se puede entender sin la adecuada combinación de elementos climáticos, ecológicos y culturales, más sus interacciones y sinergias actuando simultáneamente.

Moai solitario cerca de Hanga Roa. Fotografía: Valentí Rull.

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Epílogo. Lecciones del pasado para entender el presente y construir el futuro

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parte de generar conocimiento, también es bueno preguntarnos de vez en cuando qué lecciones generales podemos extraer de todo este conocimiento y de lo que aprendemos por el camino mientras lo vamos construyendo. Igual que Ulises en su travesía hacia Ítaca, a veces, lo importante es lo que ocurre durante el viaje; una vez se llega al destino final, la magia desaparece. En el caso de la Isla de Pascua, una de las enseñanzas importantes es que debemos enfocar

este tipo de estudios con la mente abierta a cualquier interpretación de las evidencias disponibles. La existencia de una o pocas teorías paradigmáticas y la búsqueda de evidencias orientadas solamente a demostrar estas hipótesis nos desvían de nuestro objetivo principal (explicar la realidad observable y medible) y nos sumen en una espiral argumentativa irreal que no nos lleva sino al extremismo, la subjetividad y, no pocas veces, a disputas personales estériles. 135

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Hace más de un siglo, en 1890, el geólogo norteamericano Thomas Chamberlin ya había reconocido este problema al afirmar que los humanos somos propensos a atribuir un determinado fenómeno a una sola causa y esto nos lleva, muchas veces, a afirmaciones precipitadas o prematuras que rápidamente se convierten en teorías que dirigen la investigación o “teorías gobernantes” (ruling theories). El hecho de dirigir todos los esfuerzos a verificar o refutar la teoría gobernante de turno, u otra alternativa, no es una buena praxis científica. Por ejemplo, en el caso de la Isla de Pascua, se ha malgastado mucho tiempo y esfuerzo en confirmar o rebatir hipótesis paradigmáticas como el origen único de la cultura rapanui o la existencia de un ecocidio o de un genocidio como explicaciones únicas, contrarias e incompatibles para el colapso cultural rapanui, entre otras. Chamberlin propuso como alternativa lo que llamó el método de las hipótesis múltiples, en el cual todas las hipótesis posibles, y sus eventuales combinaciones, son analizadas a la vez, a la luz de las evidencias disponibles.

Aplicando este método, podemos ir descartando las hipótesis que no sean compatibles con las pruebas empíricas y quedarnos con las que sean compatibles con las mismas (las supervivientes). Vendría a ser lo mismo que una investigación criminal donde se van descartando los acusados que tienen una coartada sólida para el momento del asesinato. En el futuro, la obtención de nuevas evidencias volverá a poner a prueba las hipótesis supervivientes (sin coartada) y así sucesivamente hasta llegar a una o pocas explicaciones que hayan resistido la confrontación con las pruebas. En el caso policíaco, la segunda fase sería descartar a todos los acusados a los que no se les pueda adjudicar ningún móvil ni oportunidad para haber cometido el asesinato, y así hasta identificar al culpable. Otra lección valiosa es que los enigmas que involucran aspectos diversos como, en este caso, ambiente, ecosistemas y cultura humana, no pueden ser estudiados desde la perspectiva de una o pocas disciplinas científicas, sino que deben abordarse desde una multiplicidad de enfoques y metodologías,

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Atardecer en Ahu Tahai, cerca de Hanga Roa. Fotografía: Valentí Rull.

preferentemente por equipos multidisciplinares. En el estudio de Rapa Nui, se han intentado derivar conclusiones ecológicas de evidencias arqueológicas o explicaciones culturales basándose en evidencias paleoecológicas, entre otros casos. Algunos investigadores poseen una cultura bastante amplia y son capaces de analizar diversos tipos de evidencias a la vez, pero siempre es mejor trabajar en equipo y coordinadamente, de manera que cada especialista pueda analizar en profundidad las pruebas correspondientes a su disciplina. En el caso de la Isla de Pascua, el problema de la segregación profesional es especialmente patente y ha condicionado su estudio en gran medida, debido a que confluyen disciplinas bastante diversas no solo en los métodos, sino también en el enfoque y el bagaje cultural, y esto hace, a veces, la comunicación difícil. El caso más extremo es la convivencia de disciplinas tradicionalmente consideradas “de ciencias”, como la ecología o la geología, con las que se suelen llamar “de letras”, como la historia o la antropología, con todo lo que 137

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Petroglifos en Orongo. Fotografía: Valentí Rull.

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ello implica. En el caso de la Isla de Pascua, la formación de equipos auténticamente multidisciplinares es esencial; el sistema utilizado hasta ahora de “cada uno por su cuenta” ha sido el responsable de gran parte de la confusión que existe sobre la historia de la isla y sus culturas. Hay que hacer un esfuerzo extra en ese sentido. No podemos escapar a la famosa y muchas veces repetida idea de considerar la Isla de Pascua como un microcosmos que, bajo la teoría del ecocidio, nos enseña lo que podría pasar a nivel planetario si no detenemos el uso abusivo de los recursos naturales y el crecimiento demográfico insostenible. Si, como se sugiere al principio de esta sección, nos acercamos a la historia de la Isla de Pascua reuniendo las evidencias disponibles sin ninguna preconcepción ecocida, la visión que obtenemos es distinta. Por una parte, las premisas del modelo microcósmico parecen correctas, ya que el hecho de ser una isla con los recursos naturales limitados y en extremo aislamiento hace que se le pueda considerar un sistema prácticamente cerrado. Por otra

parte, la isla estuvo forestada durante muchos milenios y la deforestación total ocurrió después de la llegada de los polinesios. Hasta aquí, el ecocidio parece la opción más lógica. Sin embargo, la cadena de razonamiento no es tan sencilla, como hemos podido comprobar en los capítulos correspondientes. Primero, la deforestación no implica el agotamiento de todos los recursos terrestres, ya que los suelos de la Isla de Pascua son lo suficientemente fértiles como para sostener cultivos de muchos tipos (en otras islas volcánicas del Pacífico, la deforestación antrópica no resultó en un colapso cultural, sino en la progresiva humanización del paisaje). Segundo, no está demostrado que haya existido un colapso cultural antes de la llegada de los europeos, solo un cambio cultural representado por el abandono del culto a los moai y el paso al culto del hombrepájaro. Tercero, la deforestación no fue un episodio brusco, simultáneo y total, sino que necesitó milenios para completarse y ocurrió de forma heterogénea en el espacio. Cuarto, el elemento humano no fue el único factor de transformación ecológica 139

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Moais de Ahu Tahai, en Hanga Roa. Fotografía: Valentí Rull.

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en la isla, sino que los cambios climáticos, en especial las sequías, parecen haber tenido un papel relevante. Por lo tanto, identificar deforestación con agotamiento total de recursos como causa directa e inmediata de un supuesto colapso cultural requiere de muchos razonamientos intermedios que no están refrendados por evidencias. Una vez más, se trata de pruebas circunstanciales. Todo esto no es para refutar la teoría del ecocidio, lo que estaría en contradicción con lo expuesto anteriormente sobre las teorías gobernantes, sino precisamente para quitarnos de la cabeza la teoría gobernante más famosa de Rapa Nui (la del ecocidio, no hace falta decirlo) y enfocar el asunto desde un punto de vista de hipótesis múltiples, sin preconcepciones, con un toque de “razonamiento lateral” (lateral thinking), según la concepción del psicólogo maltés Edward de Bono. Según los datos disponibles, desde el primer pulso de deforestación (en el 450 a.C.) hasta la desaparición total de los bosques de la isla (en el 1620 d.C.) pasaron más de 2.000 años, lo cual

no es, ni mucho menos, un evento catastrófico. En ninguna parte de la Tierra, a través de la historia, mucho menos en las islas, una “deforestación” ha durado tanto. Pero para ser objetivos, debemos descontar un largo periodo durante el cual no hay evidencias de presencia humana continua (por ahora). Nos queda el periodo desde la llegada de los polinesios (en el 800 d.C., según los partidarios del ecocidio) hasta el 1620 d.C., lo que supone más de 800 años. Sigue siendo mucho tiempo. En estas condiciones, la pregunta correcta sería la contraria, es decir: ¿cómo gestionaron el bosque los rapanui para que les durara tanto? En una isla tan pequeña y con una población en crecimiento, lo lógico es que un bosque sobreexplotado desapareciera en mucho menos tiempo. Cualquier civilización europea de la Edad Media, contemporánea del máximo esplendor rapanui, habría deforestado la isla en pocos años, siguiendo sus prácticas habituales. Las deforestaciones históricas de Europa desde el surgimiento de la agricultura fueron mucho más extensas y catastróficas que la de

la Isla de Pascua. La situación es todavía más dramática cuando nos asomamos a las cifras de deforestación actuales. Según la FAO, durante el periodo 2000-2010, la tasa de deforestación global de la Tierra fue de unos 50.000 km2 por año. A ese ritmo, los bosques de Rapa Nui desaparecerían del todo en menos de… ¡un día! (suponiendo que toda la isla estuviera forestada). A pesar de todo esto, a quienes llamamos ecocidas son a los rapanui. Disponemos de poca información sobre la gestión de los recursos naturales por parte de los aborígenes pascuenses, pero quizás sería bueno ahondar más en ese aspecto para ver si aprendemos otra lección del pasado, la de cómo conservar los bosques, por lo menos, 800 años más. Con respecto al supuesto colapso cultural, hay que tener presente que, como destacan los Edwards, a pesar de todas las peripecias históricas que hemos visto y más, la cultura rapanui no ha desaparecido, sino que sigue viva en sus descendientes. La Isla de Pascua no es un lugar donde una vez hubo una civilización de la cual solo nos 141

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quedan restos arqueológicos, como ocurre en muchos otros casos, sino que la tradición, las costumbres, las leyendas, el idioma y otras muchas manifestaciones siguen vivas a través de los descendientes de aquellos constructores de moai que llegaron hace más de un milenio. Mucho se ha perdido y mucho se ha modificado por el camino, pero esto no debe ser motivo para solo compadecernos, sino, muy al contrario, un estímulo para recuperar todo lo que se pueda. Una vez más, podríamos cambiar de enfoque y, en lugar de pensar en todo lo diezmada que ha quedado la pobre cultura singular, deberíamos pensar en la suerte que

tenemos de disponer de un núcleo vivo de esta cultura tan singular e irrepetible, que no debería quedar simplemente como un atractivo turístico de algo que fue, sino como una oportunidad única para la recuperación y preservación de una cultura extraordinaria. Hoy en día, se habla mucho de conservación de la biodiversidad y los recursos naturales, seguramente porque en ello nos va el futuro. Sin embargo, la recuperación de culturas casi extintas en interés del desarrollo económico de las grandes potencias (no solo las actuales, sino también las históricas) no parece reportar ningún beneficio económico, sino más bien todo lo contrario, y se

desprecia o se mira a otra parte. De nuevo, el caso de la Isla de Pascua sería un buen modelo en miniatura para una experiencia de este tipo, cuya responsabilidad debería recaer sobre organismos internacionales, dada la gran diversidad de nacionalidades que han determinado el deterioro cultural rapanui. No existe ningún motivo económico para ello, ya que Rapa Nui ha tenido la suerte de no ser un lugar apetecible desde un punto de vista minero o petrolero. Las únicas razones serían la filantropía, el altruismo o la justicia histórica o, todavía más fácil (o más difícil, según como se mire), el sentido común.

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Sobre el autor

Valentí Rull (Ribes de Freser, Girona, 1956) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universitat de Barcelona (1981) y doctor en Ecología (1990). Desde 2008, es investigador titular del CSIC, primero en el Instituto Botánico de Barcelona (IBB) y después (2015) en el Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA), donde fundó y dirige el Laboratorio de Paleoecología. Ha trabajado en investigación básica (IVIC, IBB, ICTJA), aplicada (Petróleos de Venezuela) y docencia (Universitat Autònoma de Barcelona). Ha sido director del Instituto Botánico de Barcelona (CSIC) y de varios laboratorios y líneas de investigación, en varias instituciones. Desde 2011, dirige el curso

de postgrado del CSIC “Paleoecología”. Su campo de investigación es la paleoecología (ecología del pasado), como herramienta para estudiar procesos ecológicos a largo plazo como las respuestas bióticas a los cambios ambientales, el impacto de los cambios climáticos y las actividades humanas sobre los ecosistemas o los factores ambientales de evolución y diversificación biológica. Durante 35 años, ha llevado a cabo este tipo de estudios en regiones templadas (península Ibérica, islas Azores), tropicales (Andes, Guayana, Cuenca del Orinoco) y subtropicales (Isla de Pascua). Ha publicado más de 220 artículos científicos, incluyendo revistas como Nature, Science, PNAS o Trends in Ecology and Evolution. Ha sido y es editor jefe y editor asociado de revistas internacionales de ecología y evolución. Lleva a cabo diversas actividades (libros, artículos, conferencias, páginas web…) de divulgación científica y sobre las relaciones entre ciencia y sociedad. 143

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COLECCIÓNDIVULGACIÓN

La Isla de Pascua

COLECCIÓNDIVULGACIÓN

VALENTÍ RULL • La Isla de Pascua. Una visión científica

Una visión científica La diminuta Isla de Pascua es el lugar habitado más remoto del mundo y la sede de uno de los mayores enigmas históricos. Su aislamiento geográfico es extraordinario, a más de 2.000 kilómetros del punto habitado más cercano, lo que le ha permitido tener una historia ambiental y cultural muy peculiar y todavía bastante desconocida. Sus misterios han cautivado a científicos y exploradores; sus imponentes estatuas megalíticas o moai suponen el enigma más debatido. ¿Cómo es posible que una civilización neolítica con poco desarrollo tecnológico hubiese podido erigir esculturas de hasta 20 metros de altura y 250 toneladas de peso? ¿Quiénes eran esos pobladores? ¿De dónde venían? ¿Cuándo llegaron y por qué desaparecieron de la isla? Sin duda, no es menos sorprendente el descubrimiento de que la isla, actualmente tapizada por praderas de gramíneas, había estado cubierta de bosques de palmeras que desaparecieron súbitamente, lo que produjo un cambio radical en la historia ecológica y cultural de la isla. ¿Fueron los habitantes de Rapa Nui los que causaron la deforestación o fueron cambios climáticos? Valentí Rull analiza lo que se sabe de la misteriosa Isla de Pascua, siempre desde una visión científica, alejada de mitos y especulaciones, exponiendo cómo se ha ido produciendo y acumulando el conocimiento sobre su historia climática, ecológica y cultural, gracias a disciplinas como la paleoecología o la arqueología.

La Isla de Pascua

Una visión científica VALENTÍ RULL

ISBN: 978-84-00-10150-3

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