La Filosofía Medieval

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LA FILOSOFIA MEDIEVAL ÉDOUARD JEAUNEAU

Universitaria de Buenos Aires

Título de la obra original: La 'philoso'phie médiévale Presses Universitaires de France, París, 1963

Traducida por

N éstor A. M íguez La revisión técnica estuvo a cargo de

G u iller m o K oehle

© 1965 Editorial Universitaria de Buenos Aires — Viamonte 640 Fundada por la Universidad de Buenos Aires Hecho el depósito de ley IJVÍl?nESO EN LA

a r gen tin a



p r in t e d i n a r gen tin a

INTRODUCCIÓN

Hubo un tiempo en el que hablar de filosofía medieval hubiera parecido un desafío al buen sentido. Se admitía casi comúnmente, entonces, que entre el fin de la filosofía an­ tigua y Descartes no había habido nada, como si los siglos que produjeron la catedral y la canción de gesta, para no hablar de muchas otras creaciones, hubieran sido, en el pla­ no del pensamiento filosófico, de la más total esterilidad. Pero las perspectivas han cambiado. Se sabe ahora que el brillo del Renacimiento no podría explicarse sin la lenta maduración medieval y que las raíces del cartesianismo se hundan en la escolástica. Más aún . L a Filosofía medieval no tiene solamente el mérito de permitir una mejor compren­ sión de la filosofía moderna, sino que presenta un interés en sí misma, en tanto representa un esfuerzo de pensamiento original. Y si el conocimiento de las filosofías antiguas es una vía de acceso a la filosofía a secas, el conocimiento de las filosofías medievales puede y debe desempeñar el mismo papel. Puede y debe revelar en nosotros 'esa facultad que todo el mundo posee —según P1otino— pero de la que pocos hacen uso” (Eweadas, I, VI, 8). Es nuestra ambición que este breve esbozo no solo aporte al lector un resumen his­ tórico, sino que también despierte en él el deseo y el gusto de filosofar. Los límites que la historia general asigna a la Edad M e­ dia (395/476-1453/1492) no son los que adoptan por lo común los historiadores de la filosofía medieval. Para estos últimos, como escribe Etienne Gilson, "los orígenes del mo­ vimiento filosófico medieval están ligados al esfuerzo de Carlomagno por mejorar el estado intelectual y moral de los pueblos que gobernaba” . Nosotros aceptaremos este pun­ to de vista: nuestra historia de la filosofía medieval comen­ zará en el sjglp IX para terminar en el alba del X V . Estará limitada al mundo occidental, cristiano y latino. La fisonomía general del dominio que queremos ex­ plorar se presenta, a los ojos de los historiadores modernos, Con un relieve accidentado del que emergen tres grandes

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cumbres: el renacimiento del siglo IX, el renacimiento del siglo XII y el del siglo XV. Nuestra historia de la filosofía medieval comienza con el primero de esos renacimientos y se detiene en los umbrales ael tercero. El tema de los *'rena­ cimientos” goza del favor de los modernos; los medievales, en cambio, hablaban más bien de la transferencia de la cul­ tura (translatio studií). En el siglo IX r el sueñp de Alcuino era construir en Francia una nueva Atenas. Y en 1405, Gen son evocará aún^esa trayectoria de la~cultura salida del pa­ raíso terrestre y que pasó sucesivamente de éste a los hebreos, de los hebreos a los egipcios, de Egipto a Atenas, de Atenas a Roma y de Roma a París. El tema de los 0renacimientos” es, en mayor o menor grado, el de la discontinuidad, mientras que el tema de la "transferencia” es el de la continuidad. Son dos aspectos de una misma realidad viva. No hay por qué sacrificar uno al otro. Esto equivale a decir que debemos evitar un doble pe­ ligro: nivelar las asperezas en beneficio de una continuidad geométricamente perfecta, y cavar entre los “renacimientos” fosos infranqueables.

CAPÍTULO I

FU EN TES D OCTRINALES Y C O N TEX TO SOCIOLÓGICO

I. Libro de la Escritura. Libro de la Naturaleza Si $e hubiera pedido a un pensador de la Edad Media que nombrase, por orden de importancia, las fuentes de su filosofía, ciertamente habría otorgado el primer lugar a la Biblia, la Palabra de Dios tal como la hallaba consignada en los libros del Antiguo v del Nuevo Testamento. Si